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-The Project Gutenberg EBook of Tres relatos porteños, by
-Arturo Cancela
-
-This eBook is for the use of anyone anywhere at no cost and with
-almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or
-re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included
-with this eBook or online at www.gutenberg.org/license
-
-
-Title: Tres relatos porteños
- Segunda edición
-
-Author: Arturo Cancela
-
-Release Date: August 20, 2020 [EBook #62986]
-
-Language: Spanish
-
-Character set encoding: UTF-8
-
-*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK TRES RELATOS ***
-
-
-
-
-Produced by Chuck Greif and the Online Distributed
-Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This file was
-produced from images available at The Internet Archive)
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- [Illustration]
-
- ARTURO CANCELA
-
- TRES RELATOS
- PORTEÑOS
-
- EL COCOBACILO DE HERRLIN
- UNA SEMANA DE HOLGORIO
- EL CULTO DE LOS HEROES
-
- (SEGUNDA EDICIÓN)
-
- [Illustration]
-
- COLECCIÓN CONTEMPORANEA · CALPE
-
-
-
-
- TRES RELATOS PORTEÑOS
-
- ES PROPIEDAD
- COPYRIGHT BY CALPE, MADRID, 1923
-
- Papel expresamente fabricado por LA PAPELERA ESPAÑOLA
-
- Talleres "Calpe", Ríos Rosas, 24.--MADRID
-
-
-
-
-PRÓLOGO
-
- Men walk as prophecies of the
- next age.--EMERSON.
-
-
-_El autor de_ TRES RELATOS PORTEÑOS _nació en 1892. Le quedan muchos
-años por vivir. Vió la luz en Buenos Aires. La vida intensa de estos
-hormigueros y caravanseras que ha socavado y llevado la civilización en
-la tenue y quebradiza costra del planeta no tiene para él secretos
-ningunos. Estudió en el Colegio Nacional. Tiene ganado en brava lucha su
-título de bachiller. Asistió más tarde a las aulas de la Escuela de
-Medicina, con el propósito de conocer al hombre, mas no con el de
-aliviarle sus dolencias por medio de las drogas o el bisturí, porque, a
-poco andar, ya había plantado sus reales en el Instituto Pedagógico, si
-hemos de creer a sus biógrafos más desinteresados. Su curiosidad de las
-cosas humanas le hizo abandonar estas disciplinas para entrar en 1910 a
-ser preparador experimental del Laboratorio Psicológico. A todas partes
-le llevaba el deseo de conocer al hombre, de escudriñarle las entrañas y
-disecarle el pensamiento. Satisfecha su curiosidad en el Laboratorio,
-puso la mira en la Prensa diaria, documento humano de una riqueza
-fascinadora y de una extensión suficiente para colmar el apetito de los
-más insaciables investigadores del corazón humano. Allí se aposentó,
-allí parece haber hecho mansión definitiva, y en voceros de la opinión
-argentina empezó a darle al mundo el resultado de su experiencia y de
-sus estudios personales. No es Cancela un mero escritor imaginativo. Ha
-vertido sobre las cosas y los hombres la luz del conocimiento antes de
-ponerse a describirlas o desenmascararlos. Es una manera de probidad que
-no abunda en los escritores juveniles. Tal hay que escribe novelas sobre
-las costumbres de los mayas sin haber visitado la América Central ni
-leído siquiera lo poco que de esas tribus ha llegado hasta nosotros._
-
-_Cancela recibió de la Naturaleza el don de ver, el don de penetrar y el
-don de describir. Hay quienes describen sin haber visto y deslumbran
-como deslumbra el cohete, derramando luces inconexas en la obscuridad.
-Hay quienes ven la superficie y producen con sus descripciones la
-impresión de lo vacuo, porque la Naturaleza les ha negado la facultad de
-profundizar en la observación hasta descubrir el alma de las cosas y las
-intenciones de los hombres. Es tan penetrante la visión interior de
-Cancela, que suele cautivar a sus lectores pintando con minuciosidad
-extrema la vida interior de los necios y, lo que es aún más difícil, la
-de las necias._
-
-_Se ha colocado, en presencia de la vida, en una actitud de observador
-compadecido de las flaquezas, de la estulticia humana. No se indigna:
-sonríe. Ni siquiera condesciende en reírse. Parece como si temiera que
-la carcajada interrumpiese la benévola eficacia del pensamiento. Una
-actitud parecida a ésta ha debido de asumir Sócrates y sin duda la tuvo
-Cervantes en presencia del conflicto vital. Corregir es inepto. La burla
-resulta inadecuada. Sonreír es lo más honesto y en ocasiones lo más
-elegante, porque si el chiste reverbera y el sarcasmo punza y provoca la
-reacción del espíritu vulnerado, la reverberación y el encono pasan
-pronto y a veces pasa con ellos el mérito literario de la obra que los
-ha producido._
-
-_Del verdadero escritor humorista se dice que vive la vida de su tiempo
-y la de los años por venir. Este libro de Cancela tiene con la vida
-contemporánea nexos indestructibles. Acaso no estuvo en el ánimo de su
-autor, pero estos tres bocetos se rozan con los más graves problemas de
-la hora presente. Acaso sean también una premonición para los hombres
-del porvenir. La historia del doctor Herrlin se roza con esta especie de
-religión nacida, a última hora, de la fe ciega que los hombres han
-puesto en la técnica y en los expertos. La credulidad humana es cosa tan
-tenaz y tan falta de lógica que, a pesar de la guerra de 1914, el
-fracaso más estruendoso de la técnica, de los peritos militares y de los
-expertos en materia de finanzas, aquella religión no ha quemado sus
-ídolos ni derribado sus templos. La psicología comparada, que había
-pronosticado la decadencia de franceses, ingleses e italianos y su fácil
-vencimiento por las tribus septentrionales, continúa iluminando el
-cerebro de los profesores. Los hombres que le increpaban a Alemania su
-incapacidad de entender a otros pueblos han resultado igualmente
-limitados para escudriñar el alma de los alemanes. Los peritos, los
-técnicos, parecen empeñados en destruir la civilización, que, según
-todas las probabilidades, ha sido la obra de la casualidad y del
-esfuerzo intercadente de algunos pueblos amantes de la gracia y de la
-comodidad. Cancela ha visto que en América la religión de la técnica se
-ha complicado con la superstición del extranjero. Allá basta que un
-hombre atormente la sintaxis castellana y tenga una pronunciación
-rocallosa para que le sea fácil abordar el interior de los templos en
-que se celebra el rito de la técnica._
-
-_Otro de nuestros males presentes es la lucha de clases: mal tempestuoso
-que está privando por dondequiera a la especie humana de sus más
-excelsas cumbres. Un día cae Canalejas; otro, Jaurès. Una mano obscura
-cercenaba la vida de Kurt Eisner, acaso la misma mano que más tarde
-señalaba el fin de la inteligencia fastuosa de Rathenau. El mundo se
-disuelve comenzando por la desaparición de los grandes hombres. Un
-vértigo como éste, de envidia incomprimida, trajo, según Burckhardt, el
-ocaso de la cultura griega. En_ Una semana de holgorio _está de bulto
-la ceguedad del odio de clases._
-
-_Por fin, Cancela ha puesto su cauterio sobre los bordes cárdenos de
-otra llaga social. La úlcera maligna de los nuevos ricos obra con menos
-vehemencia en este empeño destructor, pero no con menos eficacia. El
-nuevo rico, ahora como en tiempos de la Roma decadente, contribuye a la
-tarea disolvente rebajando el nivel de los grandes valores vitales. El
-no destruye, pero degrada. La fortuna, que pone a su alcance la flor de
-los valores de cultura, no le ha dado ni la inteligencia para
-comprenderlos ni la capacidad de refinar su espíritu gozando de ellos.
-Para ponerlos a su alcance tiene por fuerza que traerlos a un plano
-inferior, donde se degradan o se invierten. Triste fenómeno social
-estudiado en_ El culto de los héroes.
-
-_Todo esto lo ha visto la inteligencia de Cancela. Pero demasiado
-discreto para hacer el pedagogo, ha querido pasar por un mero relator de
-sucesos contemporáneos. Es, en efecto, un narrador de altas dotes. Su
-frase es pura y tersa como la corriente de un arroyo que serpentea por
-el valle después de haber golpeado el cristal de sus ondas contra las
-rocas de la alta sierra. La fuerza representativa, el humor predominante
-en su concepto de la vida, la gracia elusiva de su estilo, su actitud
-impersonal ante las miserias que describe, hacen de Cancela un hombre de
-esos a quienes se refiere Emerson cuando dice que son las profecías
-ambulantes del mundo que ha de venir._ Adveniat regnum tuum.
-
-_No quiero terminar estos apuntes sin felicitar sinceramente a «Calpe»
-por el acierto con que ha escogido este libro para dar a los españoles
-una idea de la literatura americana contemporánea de lengua castellana.
-El libro favorece a las letras americanas, pero es un digno exponente de
-ellas. En la obra mecánica la fuerza se mide en las partes más flacas.
-La resistencia de una cadena la da rigurosamente el más débil de sus
-eslabones. No es así en las obras del pensamiento. La literatura de los
-pueblos se mide por la altura de las cumbres más excelsas: Dante,
-Shakespeare, Cervantes, Goethe, Tolstoi. La lista se agota pronto. Lo
-demás es documento con que los eruditos suelen llenar sus fichas._
-
-B. SANÍN CANO.
-
-
-
-
-EL COCOBACILO DE HERRLIN
-
-
-
-
-CAPITULO PRIMERO
-
-SIMPLE INTRODUCCIÓN A UNA HISTORIA COMPLICADA
-
-
-Cuando Augusto Herrlin, _privat docent_ de la Facultad de Upsala,
-publicó su «Informe sobre algunas observaciones hechas acerca de una
-nueva enfermedad infecciosa del conejo silvestre (_Lepus cuniculus
-vulgaris_)» era todavía lo que en los círculos científicos de la vieja
-ciudad universitaria suele llamarse un joven de porvenir. Acababa de
-entrar en los cuarenta años; hacía justamente ocho que estaba de novio
-con la séptima hija del profesor Hedenius, titular de su materia, y
-tenía abiertas ante sí, en todo sentido, perspectivas envidiables. Su
-reputación profesional comenzaba a apuntar, y a no ser por el agrado con
-que seguía la práctica de los deportes de invierno en las revistas
-ilustradas de Estocolmo, habríasele supuesto en condiciones de
-substituir en la cátedra a su futuro padre político.
-
-La publicación del informe--cuyo texto era ya conocido, pues había
-figurado, a modo de artículo, en la _Revista del Instituto de
-Bacteriología_ de Lund, se hallaba incluído en los _Anales de la Real
-Academia de Upsala_ y fuera divulgado en uno de los últimos números de
-los _Cuadernos bimensuales de la Sociedad Escandinava de Agricultura
-científica_--no obedecía, como podría creerse, a un ansia de
-popularidad. Augusto Herrlin desdeñaba las reputaciones demasiado
-ruidosas que trascienden los medios académicos y llegan hasta los
-libreros y los alumnos del Gimnasio Real de la localidad. La edición, en
-folleto, de su interesante trabajo debíase, por consiguiente, a
-sentimientos de otro género.
-
-En la primera semana de mayo se cumplía el octavo aniversario de su
-compromiso con la séptima hija del profesor Hedenius. ¿Qué mejor
-testimonio de la constancia de su afecto que ofrecerle en esa ocasión el
-fruto de sus labores juveniles?
-
-Herrlin había encargado, pues, al impresor de la Universidad una edición
-reducida del «Informe», que ostentaba en su anteportada la siguiente
-dedicatoria:
-
- A MI PROMETIDA
- HAROLDA HEDENIUS
- QUE UNE
- A SU VIRTUD Y BELLEZA
- UN NOMBRE ILUSTRE
- EN LAS
- CONQUISTAS DE LA FLORA MICROSCÓPICA
-
-
-
-
-CAPITULO II
-
-UN INFORME CONSULAR
-
-
-Hasta hace algún tiempo, el único argentino establecido en Estocolmo era
-M. Johann van der Elst, un holandés naturalizado que acostumbraba a
-residir en Rotterdam, lo cual no le impedía desempeñar con celo y
-contracción ejemplares las funciones de vicecónsul de la República en la
-capital sueca.
-
-La información que enviaba mensualmente al Ministerio de Relaciones
-Exteriores era un índice preciso y minucioso del intercambio comercial
-sueco argentino, aumentado, a menudo, con abundantes noticias sobre las
-invenciones, descubrimientos y nuevos métodos científicos e industriales
-que pudiesen interesar a la agropecuaria sudamericana. Esa contribución
-de van der Elst al progreso de nuestras industrias madres era difundida
-en todo el país por el _Boletín del Ministerio de Relaciones
-Exteriores_, que adquiría en tales circunstancias un volumen
-considerable.
-
-A veces, el Ministerio de Agricultura reproducía en sus publicaciones
-parte de la correspondencia del vicecónsul en Estocolmo, y hasta en
-cierta oportunidad repartió 10.000 folletos de propaganda sobre un nuevo
-procedimiento para la producción de quesos frescos, transmitido por van
-der Elst.
-
-Pero el informe suyo que tuvo mayor fortuna fué el referente al empleo
-del marlo del maíz en la fabricación de pasta de papel. Llegado al país
-en momentos en que mayor era la escasez de este producto, fué publicado
-en el _Boletín del Ministerio de Relaciones Exteriores_, reproducido en
-los _Anales del Ministerio de Agricultura_, insertado en síntesis en los
-grandes diarios de la capital y del Rosario, incluído en la _Revista de
-la Universidad de Buenos Aires_ como nota de un artículo del doctor
-Ernesto Quesada, y transcrito, por último, en el _Diario de Sesiones_ de
-la Cámara de Diputados, acompañando el proyecto de ley por el cual se
-mandaba iniciar los estudios necesarios para el establecimiento de la
-nueva industria. Así, por una paradoja frecuente en la terapéutica
-social, el primer efecto del salvador informe de van der Elst consistió
-en la agudización de la crisis papelera.
-
-No es, pues, nada extraño que, al recibirse en Buenos Aires una
-correspondencia del Viceconsulado en Estocolmo dando cuenta de que el
-profesor Herrlin, de la Universidad de Upsala, había descubierto un
-bacilo que determinaba una epizootia fatal entre los conejos silvestres,
-la noticia se difundiese rápidamente. El relato de esa brillante
-conquista científica y las consideraciones de van der Elst sobre las
-consecuencias de su aplicación a la lucha contra el conejo y la liebre,
-enemigos naturales de la agricultura, fueron pronto familiares a los
-espíritus porteños.
-
-Este último informe llegaba en momentos en que el apetito de algunos
-millares de conejos se satisfacía a costa de los campos del Sur, y muy
-pronto el cocobacilo de Herrlin fué bendecido por muchos corazones como
-el ángel salvador de los sembrados.
-
-Por aquellos días, al discutirse el presupuesto, un diputado reprochó a
-la cancillería no reservara exclusivamente a los ciudadanos nativos el
-desempeño de los cargos consulares. Y para justificar su observación
-leyó una lista de los extranjeros y ciudadanos naturalizados que tenían
-la representación de nuestros intereses comerciales en el exterior, en
-la que figuraba, naturalmente, el vicecónsul en Estocolmo.
-
-¡Nunca lo hubiera hecho! A la sola mención del activo colaborador del
-_Boletín_ de su ministerio, el canciller se agitó en su banca y pidió la
-palabra con voz trémula. Se la concedieron de inmediato, y comenzó su
-discurso en medió de la expectativa de la Cámara. Recogió el último
-nombre leído por el diputado, el de Johann van der Elst, como ejemplo de
-los errores e injusticias a que pueden conducir los defectos de
-información y la precipitación en los juicios. No quería fatigar a la
-Cámara; mas para llevar a todos el convencimiento de que la vigilancia
-de nuestros intereses comerciales en el exterior se hallaba en buenas
-manos, él iba a ceder la palabra a su colega de Agricultura, quien
-diría en qué forma los agentes consulares contribuían al desarrollo de
-las industrias «cardinales» de la nación...
-
-A tres bancas de distancia del canciller, en el semicírculo ministerial,
-el secretario de Agricultura comenzó a hablar. Con los ojos fijos en el
-reloj que corona el estrado de la presidencia, habló y habló, enumerando
-todos los beneficios que la agricultura y la ganadería podrían retirar
-de las informaciones transmitidas por el Viceconsulado en Estocolmo. Se
-refirió especialmente al nuevo procedimiento para la obtención de quesos
-frescos, que había sido dado a conocer en 10.000 folletos de propaganda,
-y recordó el informe respecto a la fabricación de pasta de papel con el
-marlo de maíz, que había sido materia de un proyecto de ley. Pero el
-momento en que el orador obtuvo efectos de elocuencia fué al entrar en
-el comentario de la última comunicación de van der Elst. Los estragos de
-los conejos que devoraban las cosechas, trastornaban la topografía de
-los campos del Sur y arruinaban a los colonos, determinando, en
-consecuencia, el depreciamiento de la propiedad rural y la alteración de
-nuestro régimen económico, fueron descritos con trazos pavorosos, para
-mostrar en seguida al cocobacilo de Herrlin restituyendo los campos a su
-prístina feracidad, devolviendo la tranquilidad y el bienestar a los
-colonos, provocando la valorización de las tierras, el acrecentamiento
-de la riqueza nacional y la restauración de nuestro crédito exterior...
-
-Ante esa síntesis grandiosa de las consecuencias de una victoria
-completa sobre los conejos, la Cámara, poniéndose de pie, aclamó al
-ministro de Agricultura.
-
-
-
-
-CAPITULO III
-
-LA MANCHA AZUL
-
-
-Antes de la sesión en que tan bien sentado dejó el prestigio de Johann
-van der Elst, el ministro de Agricultura no había reflexionado
-seriamente en la realidad de la plaga leporina. Naturalmente escéptico,
-no se le había ocurrido hasta entonces que esos animalitos tímidos que
-veía en las vidrieras de los bazares, siempre en disposición de tocar el
-tambor, pudiesen destrozar las viñas y devorar los sembrados. Fué
-necesario que el fuego de la elocuencia le poseyera para que en una
-súbita revelación alcanzase, al propio tiempo que la comunicaba a su
-auditorio, la clara visión del peligro. Y al reflexionar en la soledad
-sobre su triunfo oratorio advirtió que había sido el intérprete
-inconsciente de una gran aspiración del alma nacional: la guerra al
-conejo...
-
-Esta comprobación le llevó de inmediato a planear la campaña decisiva
-contra la plaga, campaña que constituía, según dijera él mismo, «una
-improrrogable e imperiosa urgencia nacional».
-
-Quedó así resuelta la contratación del sabio sueco por el Gobierno
-argentino para dirigir la campaña en contra del conejo.
-
-Al mismo tiempo el ministro encargó al doctor Simón Camilo Sánchez el
-proyecto de la Oficina que se haría cargo de los trabajos para combatir
-la plaga y llevaría a la práctica las combinaciones científicas del
-profesor sueco.
-
-El candidato no podía ser mejor elegido. El doctor Simón Camilo Sánchez
-era director general de Agricultura, Ganadería y Piscicultura, y
-catedrático de Derecho internacional, Procedimiento consular, Historia
-americana, de Economía política y Filosofía del derecho.
-
-Este personaje enciclopédico sometió al ministro a los pocos días el
-plan completo de la nueva repartición, que se llamaría «Departamento de
-Protección agrícola». Por ese proyecto, el territorio de la República
-se dividía en veinte zonas, cada una de las cuales se entregaba a la
-vigilancia de un Comisariato, que debía informar semanalmente sobre los
-destrozos ocasionados por los conejos y los lugares y circunstancias en
-que se hubiese visto rondar a los merodeadores de largas orejas. Una
-oficina central organizaría todos esos datos, a fin de publicar un mapa
-en que se evidenciara la repartición geográfica de la plaga. Cuando las
-gestiones para el contrato del sabio sueco llegasen a su término, éste
-hallaría listos todos los elementos para la aplicación del cocobacilo.
-
-El ministro aceptó el plan en todos sus detalles y lo incluyó en el
-presupuesto para el año entrante, destinándole una suma global de medio
-millón de pesos. Entre tanto creó, por simple decreto, el Departamento
-de Protección Agrícola, y constituyó, con 250 empleados, los cuadros del
-futuro personal de la repartición.
-
-Esta comenzó a funcionar al poco tiempo bajo la dirección del ubicuo y
-omnisciente Simón Camilo Sánchez. Los veinte comisariatos iniciaron su
-acción con mucho empuje: desde todos los puntos de la República llegaron
-telegramas, notas, informes y comunicaciones, señalando los puntos en
-que los conejos ejercitaban su voracidad y haciendo notar la rapidez de
-movimientos y el carácter tímido de los perjudiciales roedores. Con
-tales datos, el Departamento de Protección Agrícola dibujó un mapa, en
-el que se representaba con una mancha azul el radio de acción de los
-conejos. La ingeniosa carta, que fué reproducida por todos los diarios,
-llevó la alarma a los espíritus más indiferentes: la mancha azul lo
-cubría todo... Parecía que sobre el territorio de la República se
-hubiera volcado un frasco de tinta Stephens.
-
-
-
-
-CAPITULO IV
-
-PRELIMINARES DE LA CAMPAÑA
-
-
-Los Comisariatos de la Protección Agrícola no tuvieron al comienzo
-función ofensiva alguna. Su labor consistió en vigilar al enemigo,
-descubrir sus puntos de concentración, sus hábitos de vida, el forraje
-que prefería y las horas que destinaba al reposo. Esas tareas, justo es
-reconocerlo, fueron admirablemente cumplidas por las veinte secciones.
-
-A los cuatro meses de su creación pudo asegurarse oficialmente que los
-conejos eran animales cuadrúpedos, mamíferos, de unos 45 centímetros de
-largo, muy veloces y extraordinariamente fecundos. Apenas agotados tales
-reconocimientos comenzaron a llegar atentas observaciones de algunos
-comisariatos respecto a la exigüidad del personal que se les había
-atribuído. «Para informar a esa Dirección sobre el desarrollo y las
-proporciones de la plaga en toda la provincia--decía, en una nota,
-Delfín Acuña, el jefe del Comisariato de Mendoza--no bastan los diez
-empleados que tengo a mis órdenes. Si el señor ministro quiere que
-nuestro resumen hebdomadario se refiera a toda la zona cultivada es
-preciso decuplicar, por lo menos, ese personal». Y Delfín Acuña entraba
-en el detalle de la distribución estratégica que daría a esos cien
-empleados.
-
-Simón Camilo Sánchez, al informar al ministro sobre estas notas, sostuvo
-el aumento del presupuesto; pero como la situación económica no lo
-permitía, las comunicaciones fueron archivadas.
-
-Delfín Acuña no era hombre de hacer una observación en balde. Se había
-venido junto con la nota a la capital y había tenido aquí largas
-conferencias con los diputados de su provincia.
-
-Así, la primera vez que el ministro concurrió a la reunión de la
-Comisión de Presupuesto se vió forzado a convenir que el personal de los
-Comisariatos era efectivamente escaso. La Comisión propuso en seguida
-un aumento considerable en los empleados afectados a la extinción del
-conejo, aumento que se distribuiría según la importancia de cada
-provincia y el grado de extensión de la plaga. Se instituyeron de ese
-modo Comisariatos de primera, de segunda, de tercera, etc., etc. En
-total, 1.200 ciudadanos recibieron emolumentos oficiales gracias a la
-maravillosa eficacia del cocobacilo de Herrlin.
-
-Semejante acrecentamiento del personal hizo necesaria la ampliación del
-organismo administrativo central. Se crearon, fuera de presupuesto, las
-oficinas de «Dirección del personal», «Estadística» y «Propaganda»: 300
-nuevos ciudadanos cobraron sueldos del Estado.
-
-La oficina de «Propaganda» era debida a una ingeniosa idea de Simón
-Camilo Sánchez. El director de Agricultura, Ganadería y Piscicultura,
-considerando que para la completa realización de los fines de la
-Protección Agrícola era imprescindible la buena voluntad de los
-agricultores, se propuso ganarla mediante una intensa campaña de
-vulgarización científica.
-
-Constituyó, pues, esa Sección, que comenzó a expedir millares de
-folletos conteniendo la descripción del conejo (tamaño, movilidad,
-fecundidad) y la enumeración de sus hábitos nocivos. Además inundó el
-país de carteles con sintéticas leyendas, de grabados ilustrativos, de
-mapas de la República horriblemente manchados de azul...
-
-La propaganda de la Protección Agrícola llegó hasta el punto de que un
-colono del lugar más apartado de la Pampa no podía recorrer su campo,
-revuelto y horadado por los conejos, sin encontrar sobre el camino un
-cartelón que anunciaba:
-
-«El conejo es el peor enemigo de la agricultura.»
-
-
-
-
-CAPITULO V
-
-LA PRIMERA VUELTA
-
-
-Tres meses después de la ratificación de su contrato, Herrlin desembarcó
-en Buenos Aires. Desde que publicara el «Informe», en el octavo
-aniversario de su compromiso matrimonial, habían pasado casi dos años, y
-a no ser porque creyó de corta duración la nueva empresa, antes de
-venirse habría entrado en la familia de su viejo maestro.
-
-Herrlin llegó, pues, soltero, lleno de ilusiones y con las mejores ideas
-sobre nuestro país, que había recogido en su estudio del castellano y de
-la historia y geografía argentinas.
-
-Se alojó en un hotel del Retiro, vistió su buen traje de levita, ajustó
-en la cabeza rasurada el lustroso cilindro de ceremonia, y con el
-paraguas al brazo echó a andar, a pasos firmes y sonoros, por la calle
-Florida en dirección al centro. El _privat docent_ advirtió que, tras su
-paso, la gente, sobre todo las mujeres, se volvían como para leer algo
-en su espalda. Supuso que observaban el corte de su levita, proveniente
-de la Sastrería Académica de Upsala, fundada el mismo año que la
-Universidad, en 1476, y anotó esa curiosidad como un síntoma favorable a
-sí mismo y al país.
-
-Cuando llegó al Ministerio de Agricultura comenzaban a afluir los
-empleados. Frente a la pequeña sala de espera, en que se hallaba junto a
-un afable postulante, el profesor sueco vió pasar cientos y cientos de
-hombres jóvenes, alegres y elegantes, idénticos a los que acababa de ver
-discurriendo por las aceras y conversando en los cafés. Admirado del
-interminable desfile, Herrlin exclamó:
-
---¡Cuántos empleados!
-
---Esto no es nada--repuso el postulante--; los otros son muchos más...
-
---¿Los de otro turno?
-
---No; los que no vienen nunca...
-
-Esta respuesta dió a Herrlin la prueba de que su conocimiento del
-castellano era todavía deficiente; no se explicó el sentido de las
-palabras del postulante ni la sonrisa irónica con que las acompañó.
-Desconcertado por su primera dificultad idiomática, el _privat docent_
-guardó silencio hasta que, ya bien entrada la tarde, pudo ver al
-secretario del ministro.
-
-Evidentemente, al exponer sus títulos, la misión que se había empeñado
-en conferirle el Gobierno argentino y el objeto de su primera visita
-debió de expresarse inapropiadamente, a juzgar por el estupor que denotó
-el secretario.
-
-«¡El profesor Herrlin! ¡El profesor Herrlin!», repetía con pavor,
-mirando para todos lados, como si quisiese descubrir un lugar donde
-ocultarlo...
-
-Herrlin llegaba, efectivamente, en el momento más inoportuno. El
-Departamento de Protección Agrícola, por su monstruoso crecimiento de
-los últimos meses, había venido a constituir un peligro para el
-Gobierno. Los diputados socialistas, apoyados por muchos representantes
-del litoral, hallaban desproporcionada la suma de 1.500.000 pesos que se
-le asignaba en el presupuesto para el año entrante. Su oposición fué
-irreductible, al punto que el ministro se vió obligado a admitir la
-disminución de esa partida a 1.450.000 pesos, aunque no sin prevenir
-elocuentemente que el Departamento no podría cumplir sus fines y estaría
-forzado a limitar sus publicaciones de propaganda. Y como su posición en
-el Gabinete no era muy segura, indicó a Simón Camilo Sánchez la
-necesidad de que, para evitar la reanudación de los ataques, el
-Departamento diese pocas señales de vida. Además resolvió introducir
-economías en la repartición, y a ese objeto dejó sin proveer una vacante
-de escribiente que acababa de producirse en el Comisariato de tercera de
-la Rioja.
-
-El secretario tenía, pues, razón al pretender ocultar al profesor
-Herrlin. La llegada del sabio volvía a poner en evidencia al
-Departamento, que quién sabe si podría resistir el fuego cruzado de
-editoriales y discursos que soportara recientemente sin mucha gallardía.
-
-No atreviéndose a llevar esta mala noticia al malhumorado ministro, el
-secretario creyó conveniente aplazar el asunto.
-
-Después de recomendarle mucha reserva sobre su arribo y la misión que
-traía hasta tanto recibiera órdenes, le dijo en forma de despedida:
-
---Vea, doctor... Dése una vuelta...
-
-Y se quedó meditando sobre el día conveniente para una entrevista con el
-ministro.
-
-Pero Herrlin, entendiendo la frase en su sentido directo, creyó que el
-secretario deseaba admirar el corte de su levita académica, y con el
-cuerpo rígido, en posición militar, dió en cuatro tiempos una vuelta
-completa.
-
-Fué la primera y la más simple que le hizo ejecutar nuestro mecanismo
-administrativo. De allí en adelante siguió dando vueltas de órbitas cada
-vez más complicadas e inútiles, girando y girando en torno de la
-excelencia ministerial, como un satélite condenado a presentar siempre
-al centro del sistema una faz de eterno postulante...
-
-
-
-
-CAPITULO VI
-
-LA MÁSCARA DE HIERRO
-
-
-En los días que siguieron, Herrlin dió repetidas vueltas por el
-Ministerio de Agricultura, y todas las veces salió asombrado del mucho
-interés que se concedía a su levita y del ninguno que se dedicaba a su
-misión científica.
-
-El secretario le atendía amablemente, le ofrecía té, cigarros y licores;
-le iniciaba en la vida fácil y el lenguaje reducido y pintoresco de
-nuestros elegantes, pero no se atrevía a ponerle en contacto con el
-ministro, ni mucho menos a hacerle adelanto alguno respecto a sus
-funciones leporicidas. Se arriesgaba, todo lo más, a recomendarle mucha
-discreción, a prevenirle no dejase sospechar su existencia a los
-periodistas, y a ser cauto en sus opiniones sobre la extinción del
-conejo. Herrlin había llegado en un momento crítico, y una palabra suya
-podía comprometer la suerte del ministro y provocar el aniquilamiento
-del Departamento de Protección Agrícola. Era preciso aguardar a que la
-situación política se despejase, y entonces ya podría recobrar el tiempo
-perdido. Entre tanto debía resignarse a permanecer ignorado e inactivo y
-a cobrar todos los meses en Secretaría la asignación mensual fijada por
-contrato.
-
-Herrlin no tuvo más remedio que conformarse. Inició entonces una vida de
-ocio y misterio, que llegó a pesarle como un manto de plomo. Lejos de
-sus libros, de su mesa de trabajo en el modesto laboratorio de Upsala,
-de las amables tertulias familiares en la vieja casa del profesor
-Hedenius, los días crudamente luminosos de Buenos Aires le parecían
-inmensos, y las noches, interminables. El incógnito que recataba su
-persona creaba en torno suyo una zona infranqueable, y para no
-traicionarse, debía, muy a pesar suyo, mostrarse hosco y receloso en
-esta ciudad de gentes de fácil trato. Cuando no iba al Ministerio,
-consagraba la tarde a interminables caminatas por la ciudad, y la noche
-a solitarias libaciones en cualquier bar del centro. Este era el único
-momento tranquilo de su existencia; se sentía aligerado de su secreto,
-rico de esperanzas y lleno de impulsos belicosos. Soñaba en vengarse
-sobre los conejos de la inacción a que le obligaban las complicaciones
-políticas del país y en alfombrar su cuarto con las pieles de los
-vencidos, como los crueles guerreros de Asiria.
-
-Pero al día siguiente la dura realidad volvía a dominarlo, y tenía
-entonces conciencia de ser una especie de Hombre de la Máscara de
-Hierro, libre pero incomunicado, que paseaba por la ciudad un formidable
-e insólito secreto de Estado acerca de los conejos.
-
-
-
-
-CAPITULO VII
-
-DONDE SE ENTRA EN CONTACTO CON EL ENEMIGO
-
-
-Augusto Herrlin no pudo soportar mucho tiempo la vida de hotel.
-Convencido de que la situación política de la República le obligaría a
-permanecer aquí mucho más de lo que había calculado, escribió a Upsala
-recomendando paciencia a la hija del profesor Hedenius y tomó
-alojamiento en una casa de pensión.
-
-Este cambio le fué beneficioso. Gracias al simulacro de vida de hogar
-que imperaba en el reducido establecimiento de doña Asunción Fragoso, el
-_privat docent_ recuperó la alegría y el sosiego que perdiera desde su
-arribo a Buenos Aires. Allí encontró, aparte de los hábitos ordenados y
-modestos que eran los suyos, una sociedad grata a su espíritu. Vivían en
-casa de doña Asunción dos estudiantes de Medicina, un viejo empleado de
-una casa de óptica y don José María de Inclán-Zavaleta, apasionado
-cultor de la historia patria.
-
-El profesor sueco intimó prontamente con sus compañeros de pensión. En
-torno de la mesa familiar, discurrió sobre bacteriología con los
-estudiantes de Medicina, habló con el óptico de microscopios y aparatos
-de investigación, y escuchó atentamente las disquisiciones de
-Inclán-Zavaleta.
-
-Exento de vanidad y de picardía, Herrlin fué estimado por todos a los
-pocos días como un viejo amigo.
-
-Doña Asunción, en especial, le cobró un profundo cariño, admirando
-juntamente en él la universalidad de su saber y de su apetito.
-
-En ese ambiente de afable vida doméstica, una noche en que la sobremesa
-se prolongó más de lo de costumbre, porque doña Asunción había entablado
-una larga controversia con los estudiantes sobre los horrores de la
-vivisección, el profesor Herrlin estableció su primer contacto con el
-enemigo.
-
-Sentado al extremo de la mesa, próximo a una puerta que se abría sobre
-el jardín, el profesor escuchaba el alegato de la patrona, cuando el
-rumor de un roce sobre la alfombra, a los pies suyos, atrajo su
-atención. Fuera del círculo de luz que una pantalla verde arrojaba sobre
-la mesa, todo el comedor se hallaba sumergido en las tinieblas. A
-Herrlin le costó discernir el sentido de la forma blancuzca que se
-gitaba a sus plantas. Reconoció poco a poco un par de largas orejas
-velludas, un hocico movible, dos largos bigotes y un labio hendido
-perpendicularmente... Era un conejo de la variedad «gigantea» (_Lepus
-cuniculus giganteus_), un hermoso ejemplar de macho, de cabeza larga y
-fuerte y de robustas extremidades posteriores.
-
-Sorprendido por semejante aparición, Herrlin quedó inmóvil en su
-asiento. El conejo, después de husmear desenfadadamente los botines del
-profesor, retrocedió unos pasos, se enderezó sobre las patas, y con las
-manos juntas sobre el pecho, levantó el hocico al aire. Como en esa
-posición las orejas tensas continuaban la línea del cuerpo, el extraño
-visitante alcanzaba así casi un metro de altura y llegaba hasta el borde
-de la mesa. Con sus ojos redondos, en que se reflejaba el resplandor
-verde de la pantalla, el conejo miró fijamente a su antagonista. Bajo la
-fascinación de esa mirada, encendida de una verde transparencia, el
-sabio creyó habérselas con un genio maléfico, y esperó verle crecer
-desmesuradamente hasta tocar con las orejas en el techo. Debía de ser un
-genio modesto, porque no quiso pasar del nivel de la mesa. Se limitó a
-sonreír sardónicamente, corriendo para atrás las guías de los bigotes, y
-recobrando la horizontalidad, se volvió bruscamente. Sus orejas se
-agitaron desdeñosamente; el rabo, ridículamente trunco, osciló de
-izquierda a derecha como la aguja del velocímetro de un automóvil que se
-pone en marcha; alcanzó en tres zancadas la puerta del jardín, y se
-perdió en las sombras de la noche...
-
-La controversia de doña Asunción con los estudiantes no se había
-interrumpido; Herrlin advirtió por ello que, como Mácbeth en el banquete
-en que se la aparece la sombra de Banquo, él fuera el único que se diera
-cuenta de la presencia del extraño visitante. Renunció, pues, a admitir
-la realidad de la escena, y creyéndose víctima de una alucinación, se
-prometió suprimir desde el día siguiente la ración de ponche con que
-animaba la sobremesa. Esa noche, a causa de la prolongación de la
-charla, había bebido con exceso. Era preciso imponerse un período de
-abstinencia, y para confirmarse en su resolución se sirvió otro vaso. A
-ese siguió otro, en recuerdo de su poción favorita, y otro más como
-despedida a la reunión.
-
-Después, emocionado por sus recuerdos de Upsala y enternecido ante la
-imagen de la hija del profesor Hedenius, que se presentó patente a su
-espíritu, solicitó una nueva vuelta e improvisó un brindis en honor de
-la mujer argentina y otro en homenaje a doña Asunción. Luego, en una
-natural gradación de ideas, levantó su copa por el ministro de
-Agricultura y el Gobierno de la República, comprometidos en una
-siniestra conjuración de conejos, audaces conspiradores que llegaban en
-su insolencia hasta penetrar en las casas a la hora sagrada de la comida
-familiar... Por último, entonó una serie de canciones báquicas
-escandinavas y el tradicional «Gaudeamus igitur» de los estudiantes
-suecos, y pidió que se llenase de nuevo la ponchera para aclarar la
-voz.
-
-Desde hacía tiempo doña Asunción y el empleado de Lutz y Schulz se
-habían retirado a descansar.
-
-A las tres de la mañana, el profesor Herrlin, puesto en cuatro patas,
-buscaba debajo de la mesa el reloj, que por descuido había guardado en
-un bolsillo del pantalón.
-
-En esa recorrida cuadrúpeda encontró sobre la alfombra, cerca de su
-silla, una media docena de bolitas obscuras, suaves al tacto, que no
-tardó en identificar relacionándolas con la extraña aparición del
-conejo.
-
-Nuestro bacteriólogo disfrutaba por lo general de un sueño tranquilo.
-Sin embargo, aquella madrugada soñó que, a medida que iba avanzando por
-un interminable camino solitario, de los matorrales vecinos salían a
-cada paso conejos de desmesuradas proporciones, que después de husmearlo
-de pies a cabeza partían veloces como patrullas avanzadas de caballería
-que acaban de establecer contacto con el enemigo.
-
-
-
-
-CAPITULO VIII
-
-REVISTA DE FUERZAS COLONIALES
-
-
-Simón Camilo Sánchez había experimentado una profunda amargura ante los
-primeros ataques dirigidos a su Departamento. Su conciencia de patriota,
-para la cual la extinción del conejo venía a ser el complemento
-necesario de la conquista del desierto, sufría a causa del terreno
-exclusivamente económico en que se había planteado el debate. Ordenado y
-nada derrochador en su vida privada, el director de Agricultura,
-Ganadería y Piscicultura no creía aplicable al manejo de los caudales
-públicos las reglas del ahorro individual. Por lo menos así lo
-proclamaba en esa ocasión, citando a cada paso como ejemplo de buena
-contabilidad las cuentas del Gran Capitán: «Por palas, picos y
-azadones...» Y esa enumeración de instrumentos de cultivo a precios
-fabulosos le producía la envidia que causa a los bibliófilos la reseña
-de las ventas del Hotel Drouot. Simón Camilo Sánchez ansiaba poder
-presentar a la Contaduría de la nación unas cuentas por el estilo.
-
-La amputación del presupuesto del Departamento le hirió así en sus
-sentimientos y en sus convicciones. Su melancólico desaliento tornóse en
-hosca pesadumbre cuando el ministro le indicó la conveniencia de
-restringir los signos de actividad de la Protección Agrícola, y adoptó
-entonces la actitud de todos los grandes hombres en desgracia: se
-desterró.
-
-Aceptando una invitación de la Universidad de Río, partió para el
-Brasil. Por espacio de tres meses disertó en las instituciones
-jurídicas, científicas, agrícolas y literarias de la capital carioca de
-San Paulo, y el eco de sus palabras llegó a Buenos Aires, agrandado por
-el entusiasmo de nuestros vecinos y ennoblecido por la distancia.
-
-Su alejamiento se dejó sentir muy pronto en las oficinas centrales de la
-Protección Agrícola. Era la primera vez que faltaba a su puesto desde la
-creación del formidable organismo, y esta ausencia, junto con la
-decapitación realizada por la Cámara de Diputados, llevó el desconsuelo
-a todos los enrolados en el ejército leporicida. El primero en desertar
-fué el subdirector; a poco de haber partido el jefe, pidió una licencia
-y se refugió en la estancia de un amigo. Los directores de las diversas
-Secciones de personal, estadística, cartografía, propaganda, etc., etc.,
-siguieron ese ejemplo, y tras una breve despedida se marcharon con la
-impresión del que abandona un enfermo desahuciado. Luego los secretarios
-de Sección, prosecretario, jefes de oficina, segundos jefes, auxiliares
-y escribientes de todas categorías fueron yéndose en progresión
-creciente y riguroso orden jerárquico, hasta que todo el personal se
-dispersó en la urbe inmensa, como un cargamento de naranjas en el
-océano.
-
-El antiguo edificio del Correo, que se había destinado para las oficinas
-de la Protección Agrícola, quedó desierto.
-
-A veces un empleado iba a escribir una carta o a pedir prestados algunos
-pesos al mayordomo, el negro Liborio, para salir de un apuro. Algunos
-escribientes que seguían estudios universitarios se reunían allí para
-preparar sus exámenes. En las salas vacías, tapizadas de avisos, máximas
-y prevenciones sobre los conejos, resonaba entonces el eco de las
-sentencias augustas del Derecho romano, enunciadas en el latín pausado y
-cantante de los naturales de nuestras provincias mediterráneas.
-
-Pero ese último vestigio de civilización acabó también por desaparecer,
-y finalmente las huestes de ordenanzas, capitaneadas por Liborio,
-quedaron dueñas absolutas del campo.
-
- * * * * *
-
-Un tiempo después inicióse en el vasto edificio un período de singular
-actividad. El estrépito ininterrumpido de cincuenta máquinas de escribir
-llenó las salas antes silenciosas; las campanillas de los quince
-teléfonos y el repiqueteo de los timbres internos matizó alegre y
-nerviosamente ese rumor, y el ruido confuso de puertas, pasos y voces
-trajo una impresión reconfortante de vida tumultuosa. Al anochecer
-salían regueros de luz de todas las ventanas, y esa iluminación se
-prolongaba muchas veces hasta las primeras horas de la madrugada.
-Probablemente el servicio de ordenanzas constaba de varios turnos, que
-se renovaban por fracciones, porque durante toda la noche no era sino un
-constante entrar y salir de sirvientes negros por la puerta principal,
-que tenía sus batientes entornadas. En cambio, los empleados debían de
-estar sometidos a un régimen monstruoso de trabajo; nunca se les veía
-salir a las horas acostumbradas.
-
-Tal demostración de sobrehumana actividad sorprendía, naturalmente, a
-todos los noctámbulos que pasaban por Corrientes y Reconquista. Entre
-los periodistas y los _clubmen_ fué así abriéndose paso la idea de la
-injusticia de los ataques dirigidos a la meritoria repartición. Algunos
-diputados que se cruzaron a las tres de la mañana con un grupo de
-ordenanzas negros provenientes del Departamento de Protección Agrícola
-se reprocharon en su fuero interno haber votado por la reducción de la
-partida.
-
-Poco a poco esas impresiones favorables a la joven institución fueron
-ganando otras clases del pueblo, y cuando Simón Camilo Sánchez regresó
-del Brasil, cargado de gloria y engrandecido por los elogios del
-extranjero, la opinión pública estaba ya de parte suya. Con la vuelta
-del director de Agricultura, Ganadería y Piscicultura tales sentimientos
-se robustecieron, y gracias a las enérgicas gestiones que Delfín Acuña
-emprendió cerca de los representantes de su provincia pudieron
-traducirse en hechos que vinieron a sacar de su marasmo al profesor
-Herrlin.
-
-Pero antes de historiar el esplendor del Departamento de Protección
-Agrícola debemos relatar la primera visita que el _privat docent_ hizo a
-sus oficinas centrales cuando aquéllas causaban el estupor de las gentes
-con su frenética y misteriosa actividad nocturna.
-
-Cierto atardecer, al retorno de una de sus habituales visitas al
-secretario del ministro, el profesor, que ya comenzaba a perder su
-timidez y su paciencia, sintió deseos de visitar de incógnito las
-oficinas destinadas a cuartel general de la campaña contra el conejo.
-Herrlin se deslizó al través de la puerta principal, como siempre
-entornada, y no hallando a nadie, aguardó en el primer rellano de la
-escalera a que apareciese algún portero. La espera fué inútil; Herrlin
-no divisó a ningún ser viviente. Sin embargo, toda la casa estaba llena
-del estrépito de las máquinas de escribir, del repiqueteo de los timbres
-internos y de las nerviosas llamadas de las campanillas telefónicas. A
-todo esto se unía el eco de voces y pasos humanos, y se hubiera dicho
-que en alguna parte del edificio una banda numerosa ejecutaba un
-lánguido vals vienés... Después de un largo momento de espera, Herrlin
-se lanzó resueltamente escaleras arriba, y guiándose por el bullicio de
-las máquinas de escribir, empujó una puerta. En una vasta estancia, con
-el aspecto de un salón de ventas de artículos norteamericanos de
-escritorio, cincuenta jóvenes dactilógrafas se hallaban sentadas ante
-sus respectivas máquinas, de espaldas a la puerta, y dominando el
-tumulto, se oía una voz que declamaba: «El cuelpo, señolitas, debe
-pelmanecel natulalmente elguido....»
-
-Al ruido de la puerta las cincuenta jóvenes dactilógrafas volvieron
-simultáneamente la cabeza, mostrando al profesor cincuenta rostros de
-ébano lustroso en que sólo se advertía el blanco de la esclerótica y la
-roja pulpa de los labios carnosos. Y ante el gigante rubio, de ojos
-azules, que las miraba asombrado, las cincuenta señoritas exclamaron a
-un tiempo, mostrando cincuenta dobles hileras de dientes no menos
-blancos que el blanco de sus ojos: «¡Qué holol!»
-
-La oportuna llegada de Liborio puso fin a esta escena. Herrlin le
-explicó que era un arquitecto extranjero y que deseaba, para formarse
-una idea del sistema argentino de construcción, conocer la distribución
-del edificio. (El _privat docent_ se ruborizó al enunciar esta inocente
-superchería.)
-
-Seguro de que el visitante no investía carácter oficial alguno, el
-mayordomo se prestó de buen grado a hacerle los honores del caserón.
-Recorrieron todas las salas, y Herrlin pudo admirar en ellas la
-profusión de avisos, máximas y sentencias sobre el conejo, que ocultaban
-el papel de las paredes. Se detuvo ante un cuadro sinóptico que
-representaba compendiosamente la evolución de su cocobacilo y concibió
-una idea muy favorable de los trabajos de la Sección de propaganda. Pero
-no comprendió en qué se ocupaban los grupos de negros de regocijada
-fisonomía y aire indolente que sorprendía recostados en los sillones y
-sentados sobre las mesas. No se explicó tampoco el sentido de la única
-alusión que pudo recoger a su paso por un corrillo estacionado en la
-biblioteca, en que se hablaba de «la pula tladition de Isabelino Díaz».
-Al llamado del teléfono, uno del corro, que fué a atenderlo, dijo
-autoritariamente: «En la cualta, métale todo delecho a Cocobacilo...»
-
-Durante su recorrido le persiguió obstinadamente el eco del vals vienés
-ejecutado con toda verosimilitud por un robusto gramófono, y hasta le
-pareció advertir a través de una puerta entreabierta varias parejas que
-giraban voluptuosamente.
-
-Terminada la visita, Liborio le acompañaba cortésmente hasta la salida,
-cuando volvieron a pasar por frente a la oficina en que trabajaban las
-cincuenta obscuras dactilógrafas. A la puerta estaba una joven que le
-dirigió una sonrisa impresionante. Liborio explicó: «Mi soblina Alba,
-plofesola de datiloglafía.»
-
-Una vez en la calle, el profesor Herrlin echó a andar sin rumbo,
-indescriptiblemente estupefacto de la uniformidad étnica del personal de
-la Protección Agrícola y de las extrañas maniobras a que se entregaba.
-Caminó y caminó según su costumbre, hasta que pudo plantear en
-hipótesis la solución del enigma. He aquí las proposiciones que llegó a
-formularse:
-
-«El empleo exclusivo de negros se impone, probablemente, por las
-condiciones climatéricas de los lugares en que debe desarrollarse la
-campaña en contra del conejo.
-
-»Los ataques al Departamento de Protección Agrícola no son, en
-consecuencia, sino un episodio de la lucha de razas en este país.»
-
-Y habiendo devuelto la tranquilidad a su espíritu con estas
-explicaciones, el _privat docent_ se encaminó alegremente a la casa de
-doña Asunción.
-
-
-
-
-CAPITULO IX
-
-«DON PEPE»
-
-
-Herrlin llegó aquella vez ya entrada la noche a la casa de su patrona.
-
-Al dirigirse a su pieza para anotar en su libro de memorias las
-circunstancias más curiosas de la visita que acababa de realizar, vió a
-doña Asunción que corría hacia él llevando apretado contra el seno un
-brazado de hojas de coliflor.
-
---Míster Herrlin--le avisó--, entre con cuidado; _don Pepe_ se ha metido
-en su pieza y no quiere salir...
-
-El profesor creyó que _don Pepe_ era algún borracho, y se dispuso a
-hacerle comprender duramente que el domicilio de un súbdito sueco es
-inviolable. Penetró en la habitación; dió luz, pero no vió a nadie.
-
---Mire debajo de la cama, míster--indicó la patrona, que había ocupado
-el vano de la puerta, siempre con el manojo de hojas de coliflor
-amorosamente apretado contra el pecho suntuoso.
-
-Aunque no sin recelo, el profesor siguió el consejo de doña Asunción: se
-inclinó junto al vasto lecho que ocupaba, y a pesar de que no divisó
-nada, creyó necesario darle a entender al intruso que lo había
-descubierto, porque le dijo con severidad:
-
---¡Salga de ahí, señor!...
-
-A modo de contestación, se oyó debajo de la cama un redoble fuerte y
-sonoro como el de un revólver que se golpease contra el piso, y al
-propio tiempo un ronquido nada amable. El profesor Herrlin se enderezó
-súbitamente y miró con desconcierto a la patrona.
-
---Tírele de las orejas--insinuó ésta amablemente.
-
-Herrlin admiró la despreocupación con que le impulsaba a la peligrosa
-empresa de irritar a un hombre armado y en pleno delirio alcohólico;
-pero no cedió a esa sugestión femenina que hace los héroes. Las
-incidencias de un pugilato le parecieron impropias de un profesor
-universitario.
-
-Su indecisión fué tan evidente que la patrona se resolvió a obrar por su
-propia cuenta. En un gesto que le pareció al sabio sueco el de una madre
-espartana encerrándose para morir junto con el enemigo de su patria,
-dejó el fardo de coliflores en el umbral y empujó las dos batientes de
-la puerta. Luego, adelantándose hasta la cama, se arrodilló y comenzó a
-dirigirle a _don Pepe_ denuestos y expresiones de cariño, todo sin
-resultado.
-
-El hosco intruso debía de haberse dormido en su obscuro refugio.
-Alentado por esta idea, Herrlin se bajó de nuevo, esta vez sin recelo, y
-pudo ver, como a un metro de los pies torneados del lecho, con las
-orejas replegadas a lo largo del cuerpo, en posición de reposo, un
-soberbio conejo macho, de pelaje gris claro, de la variedad conocida con
-el nombre de «gigante de Flandes» (_Lepus cuniculus giganteus_).
-
-Este descubrimiento despertó los ímpetus belicosos del profesor.
-Repentinamente se acordó del estoque oculto entre sus mantas de viaje;
-hallólo en un santiamén, desenvainó, se echó de bruces sobre el camión
-de alfombra y dirigió la afilada lámina de acero contra el pecho del
-conejo.
-
-Doña Asunción, que proseguía de rodillas su canto alterno, al ver el
-relampagueo del arma lanzó un grito penetrante.
-
-Se puso de pie, y sujetando a Herrlin de los hombros rompió a sollozar:
-
---¡Por favor, míster!... ¡No me lo mate!... ¡Animalito de Dios! ¡¡Si es
-inocente!!
-
-El profesor, volviendo la cabeza, accedió a las súplicas de su patrona.
-Comprendió que _don Pepe_ era el animal tutelar de la casa y que había
-estado a punto de cometer un sacrilegio. Envainó el estoque y pidió
-disculpas a doña Asunción.
-
-Fué así cómo, contratado para matar conejos, el profesor Herrlin, a los
-pocos meses de estar en Buenos Aires, faltó al convenio por ser grato a
-una mujer.
-
-
-
-
-CAPITULO X
-
-SÍNTESIS DE TRES EJERCICIOS FINANCIEROS
-
-
-Desde que el ministro de Agricultura obtuvo aquel triunfo parlamentario,
-a base de los informes de Johan van der Elst, hasta que en el Instituto
-de Bacteriología pudo abrirse a una vida efímera el primer esporo de un
-cocobacilo de Herrlin pasaron muchos meses. Las estaciones se sucedieron
-unas a otras; las vides brotaron sus pámpanos, las cañas se hincharon de
-savia y los campos se cubrieron varias veces de avena, cebada, maíz y
-alfalfa. El presupuesto del Departamento de Protección Agrícola alcanzó
-sucesivamente las cifras de 2, 4 y 6 millones; las oficinas
-metropolitanas rebosaron de empleados; los Comisariatos se multiplicaron
-en todo el país, y el servicio de propaganda, que seguía siendo el
-predilecto de Simón Camilo Sánchez, llegó a formas insuperables. Todos
-los trenes que cruzaban el territorio llevaban avisos luminosos, y en
-las noches serenas de la Pampa, las lechuzas, doctas y noctámbulas,
-veían ya sin asombro correr por entre la empalizada de los postes
-telegráficos esta fúlgida leyenda: «El conejo es el peor enemigo de la
-agricultura.»
-
-Indiferentes a esta continua detractación, los conejos crecían y se
-multiplicaban sin descanso.
-
-Ramoneando los pámpanos de las vides; royendo las cañas de azúcar
-tiernas; devorando, antes que alcanzaran sazón, las espigas de avena y
-de cebada; talando los campos de alfalfa; descortezando en las granjas
-próximas a los pueblos las sandías y los melones; desenterrando y
-devorando las patatas; tronchando los maizales en flor; atiborrándose de
-zanahorias, nabos y arvejas; desayunándose con coles, lechugas y
-escarolas; horadando y revolviendo la tierra en su infatigable tarea de
-zapadores, los cientos de millares de conejos mostrábanse, sin embargo,
-menos diligentes que los tres mil empleados del Departamento de
-Protección Agrícola. A pesar de su extraordinaria actividad nutritiva,
-aquéllos dejaban siempre algo con lo que el colono podía sembrar para la
-próxima cosecha.
-
-En cambio, no hay recuerdo de que la cuenta anual del Departamento de
-Protección Agrícola se haya cerrado nunca sin déficit. Rara vez los
-millones acordados por el Congreso alcanzaron más allá del mes de
-octubre. Semejante insuficiencia crónica de recursos hizo imposible la
-creación del Instituto de Bacteriología en que debía prepararse el
-bacilo aniquilador de la plaga. Herrlin, sin embargo, fué ocupado algún
-tiempo en la formulación de un nuevo plan de campaña, hasta que se
-incorporó a la repartición en calidad de asesor técnico. Por espacio de
-muchos meses el _privat docent_ debió redactar, sobre la base de los
-partes hebdomadarios de los Comisariatos, un largo informe, que nadie se
-tomaba el trabajo de leer. La conclusión invariable de todos esos
-documentos consistía en aconsejar la propagación inmediata del
-cocobacilo, de acuerdo con el plan que había formulado. Cuando Herrlin
-llegó a advertir que sus informes se archivaban sin ser tomados en
-consideración, dió en la costumbre de leer sus conclusiones a Simón
-Camilo Sánchez y de enviar por su cuenta una copia al ministro. Y como a
-pesar de todos los desaires siguió obstinándose en leer a todo el mundo
-las conclusiones, siempre idénticas, de su informe, fué adquiriendo poco
-a poco la reputación de un maniático. Los altos funcionarios del
-Departamento no hablaron de él sin mover la cabeza compasivamente; los
-empleados no pudieron aludirle sin sonreirse, y los ordenanzas no le
-vieron pasar con su abultada cartera sin entregarse a esos silenciosos
-accesos de hilaridad propios de los negros.
-
-
-
-
-CAPITULO XI
-
-DONDE EL COCOBACILO DE HERRLIN SE APRESTA A ENTRAR EN ACCIÓN
-
-
-Ese año, el cuarto que pasaba en Buenos Aires Augusto Herrlin, el
-presupuesto del Departamento de Protección Agrícola fué acerbamente
-combatido por la diputación socialista.
-
-«¡Que se nos muestre el cadáver de un solo conejo! ¡Que se nos informe
-sobre los resultados del cocobacilo!», gritaban los energúmenos a cada
-nuevo pedido de fondos.
-
-Ante tales simplistas argumentos, toda elocuencia era vana, y el
-ministro tuvo que confesar que, por escasez de recursos, aun no se había
-hecho uso del cocobacilo. Todo el mundo lo sabía; pero todo el mundo
-creyó necesario asombrarse.
-
-Fué así como ese año se acordaron ocho millones de pesos para la
-prosecución de la lucha contra el conejo y se incluyó en la ley de
-Presupuesto un artículo mandando iniciar los trabajos para la difusión
-del germen fatal.
-
-Convertido en hombre de confianza del ministro, que había puesto a un
-lado a Simón Camilo Sánchez por no haber tenido éste la previsión de
-organizar una exposición de cadáveres de conejos, Herrlin terminó en
-pocas semanas la instalación de un modesto laboratorio bacteriológico.
-
-La nueva dependencia del Departamento de Protección Agrícola ocupó una
-amplia casa-quinta en la Floresta.
-
-Se inauguró un día a fines del invierno. El sol tibio, el cielo de un
-celeste esplendoroso, los árboles ostentando el verde claro de las hojas
-nuevas y el vaho leve de polen que venía del jardín anunciaban la
-primavera.
-
-El profesor Herrlin también la anunciaba por la verbosidad con que
-acogía a todos los invitados, por el brillo inusitado de su levita
-académica, por el optimismo con que consideraba el futuro, por su ansia
-incontenible de consagrarse a la preparación de caldos de cultivo y a
-ensayos de la virulencia de sus bacilos, por la impaciencia con que
-esperaba la iniciación de la ceremonia inaugural.
-
-A su alrededor todo parecía también anunciar la primavera: las letras de
-oro del frente del edificio, que refulgían al sol; las banderas, que una
-brisa suave desplegaba amorosamente; los vistosos tocados de las mujeres
-que discurrían por el jardín... A pesar de las prevenciones de sus
-maestros contra la ilusión antropocéntrica, Herrlin vinculaba ese
-esplendor de la naturaleza a la buena fortuna de su cocobacilo
-(_Cocobacillus cuniculosum_), que iba por fin a poder expandirse
-libremente por el territorio de la República.
-
-Herrlin había invitado a la fiesta a su patrona y a sus compañeros de
-pensión. Doña Asunción, de gran gala, acompañada por D. José María de
-Inclán-Zavaleta, visitó detenidamente las dependencias del local; los
-dos estudiantes de medicina, que tomaban por primera vez en serio las
-funciones oficiales del profesor, le ayudaron en sus atenciones
-sociales, y el empleado de Lutz y Schulz, que faltaba por primera vez a
-su trabajo en un día ordinario, pasó la tarde presa de graves
-remordimientos.
-
-La inauguración del Instituto Modelo de Bacteriología Agrícola había
-sido fijada para las dos de la tarde. A las tres el ministro telefoneaba
-que se disponía a salir junto con el presidente; a las cuatro mandaba
-anunciar que se ponía en camino, y a las cinco, envuelta en las sombras
-del crepúsculo, la comitiva oficial hacía su entrada en la quinta.
-
-Después de las presentaciones de rigor, Herrlin mostró al presidente
-todas las dependencias del local, y tras esta recorrida, los
-funcionarios fueron a ocupar el estrado que se había construído en el
-parque frente a las conejeras aún vacías. Allí, sin defección alguna, se
-llevó a cabo el programa concertado por Simón Camilo Sánchez, que
-constaba de las siguientes partes:
-
-1.º Himno nacional.
-
-2.º Discurso de su excelencia el señor ministro de Agricultura.
-
-3.º Discurso del presidente de la Comisión de Agricultura de la H.
-Cámara de Diputados.
-
-4.º Discurso del director de Agricultura, Ganadería y Piscicultura.
-
-5.º Discurso del presidente de la Sociedad Rural.
-
-6.º Discurso del profesor doctor Augusto Herrlin, director del Instituto
-Modelo de Bacteriología Agrícola.
-
-7.º _Lunch._
-
-La concurrencia se agolpó en torno del estrado y aguantó a pie firme el
-formidable chubasco oratorio. Según la opinión de D. José María de
-Inclán-Zavaleta, los cuatro discursos que precedieron al de su amigo
-Herrlin no valían la pena de oírse; eran la reedición de todo cuanto
-venía diciéndose sobre el conejo desde que este animalito entrara en el
-círculo de las preocupaciones gubernamentales. Y más que nada eran
-ponderaciones infinitas sobre su voracidad. El apetito de los conejos
-arrancaba a los oradores elocuentes expresiones de reprobativa
-admiración.
-
-En cambio, la breve peroración del profesor sueco suscitó el entusiasmo
-de D. José María de Inclán-Zavaleta.
-
-Herrlin, abandonando la bacteriología, se entró por el terreno de las
-ciencias históricas e hizo la síntesis de la lucha constantemente
-renovada entre la humanidad y el conejo. Apelando al testimonio de
-Strabon, recordó que en tiempos de Augusto los habitantes de las islas
-Baleares y de Lípari y los de la Península Ibérica impetraron el auxilio
-de las invictas legiones romanas para combatir la plaga leporina, y que
-los tenaces roedores habían derribado, socavando sus cimientos, las
-murallas ciclópeas de Tarragona.
-
-Además señaló con ironía el hecho singular de que esta fecunda y
-extendida especie animal había conseguido dar su nombre a la nación más
-caballeresca de la historia.
-
-Los filólogos afirman, en efecto, que la palabra España significa
-conejo, porque este animal se llamaba «Saphan» en hebreo, término que
-los fenicios convirtieron en Sphania y los latinos en Hispania, España.
-
-«Tengamos presente asimismo--agregó--que Cátulo llama a España
-«cuniculosa» (conejera) y que dos medallas acuñadas bajo el reino de
-Adriano representan a esta nación en figura de mujer teniendo a sus pies
-un conejo pequeño.»
-
-El profesor continuó describiendo las diversas formas de persecución al
-conejo a través de las edades, y remató encarándose con el presidente
-de la República y dirigiéndole las mismas palabras que el «maire» de una
-población rural dedicó a Napoleón III: «Señor: Disponed la inmediata
-destrucción de todos los conejos y habréis realizado el acto más grande
-del reinado de V. M.»
-
-Una salva de aplausos acogió esta elocuente incitación final; el
-presidente hizo a la vez un ademán de aquiescencia y de agradecimiento
-(Herrlin le había dado el tratamiento de Vuestra Majestad), y la
-concurrencia, fatigada por cuatro horas de plantón, se precipitó
-desenfrenadamente hacia la sala del _lunch_.
-
-Las ponderaciones de los oradores sobre el apetito formidable de los
-conejos debían haber despertado en el público una noble emulación. Sólo
-quien haya arrojado a la madrugada en una conejera populosa un brazado
-de frescas hojas de escarola puede formarse una pálida imagen de cómo
-desaparecieron las pirámides de dulces, frutas secas y _sándwichs_ que
-cubrían de un extremo a otro la amplia mesa de operaciones del
-Instituto.
-
-
-
-
-CAPITULO XII
-
-«DON JUAN»
-
-
-Al día siguiente, en la casa de doña Asunción se festejaba con un
-almuerzo excepcional la inauguración del Instituto.
-
-La patrona se había propuesto celebrar el acontecimiento con una comida
-el día mismo de su feliz realización; pero hubo que postergarla porque
-el profesor Herrlin recibió, por primera vez desde su llegada a Buenos
-Aires, una invitación de Simón Camilo Sánchez, e Inclán-Zavaleta, de su
-lado, se había comprometido a asistir a la lectura de un drama histórico
-del doctor David Peña.
-
-De vuelta de la ceremonia, doña Asunción se sentó a la mesa para la
-comida de la noche, pero no probó bocado. Tenía de comensal único al
-silencioso empleado de la casa de óptica, gracias a lo cual pudo
-reflexionar con detención. Las tareas domésticas no le dejaban, por lo
-general, tiempo para hacerlo, y no advirtió así, hasta aquella noche, el
-lugar que el ilustre profesor sueco había llegado a ocupar en su casa y
-en su corazón.
-
-Contemplando el asiento vacío del ausente, se dió a pensar en lo
-desiertos que serían sus días cuando el profesor, concluída su misión,
-retornara a su país. No tendría ya la preocupación cotidiana de que
-estuvieran listos a las ocho en punto el tazón de café con leche y
-crema, las tostadas con mermelada y la copa de Oporto que componían su
-desayuno ordinario. No debería ya vigilar para que a las once y media se
-sirviera el almuerzo y para que a las tres de la tarde se le enviase el
-te con leche, las rebanadas de pan negro con manteca y de pan candeal
-con miel, junto con la copita de coñac a que estaba habituado.
-Recordaría en vano que a las cinco y media volvía a tomar te solo con
-bizcochos y que exigía regularmente la última comida a las ocho de la
-noche. Y hasta llegaría a olvidar que las veladas de invierno, en torno
-de la estufa, se distinguen de las sobremesas estivales porque en un
-caso el ponche debe estar bien caliente, y en el otro, la cerveza bien
-helada...
-
-Don Augusto--como había acabado la patrona por llamarle--sabía apreciar
-la delicadeza de la vida doméstica. Cuando ella misma arreglaba su
-habitación, limpiaba el polvo de los libros y ponía un búcaro de flores
-sobre la estantería, el sabio, aunque hubiera estado ausente, reconocía
-su mano y le daba las gracias con una efusión infantil.
-
-No; no era como esos ogros de medicina, que llenaban los cajones de las
-mesas de luz con trozos de cadáveres, ni como el historiador
-Inclán-Zavaleta, que colgaba las medias de las perillas de la cama.
-
-Y absorta en tales reflexiones melancólicas, doña Asunción se quedó
-hasta muy tarde sentada ante la mesa.
-
-Sin embargo, al día siguiente no eran todavía las siete de la mañana
-cuando la diligente patrona andaba ya revolviendo entre los trastos de
-la cocina y traía al trote a la cocinera y a la sirvienta. El
-zafarrancho culinario duró hasta media hora antes de la señalada para
-el almuerzo, en que doña Asunción, habiendo dejado todo dispuesto, se
-sentó a descansar en el jardín.
-
-_Don Pepe_, que andaba retozando por allí, fué a tenderse a sus pies.
-Así, toda encendida aún por el resplandor de los fogones, con la
-arrogante expresión de una dueña de casa que acaba de imponerse,
-humillándola, a una cocinera levantisca; la _matinée_, que señalaba, sin
-destacarlas, sus líneas opulentas, y el conejo extendido a sus plantas,
-le pareció al _privat docent_ la figura, acuñada en medallas bajo el
-reinado de Adriano, que representaba, como se sabe, la Hesperia de los
-latinos. Augusto Herrlin estuvo por llamarla «madre de pueblos» y «genio
-de una raza voluptuosa y marcial»; pero recordó que era soltera y temió
-ofender su pudor.
-
-Nuestro buen profesor no era locuaz; pero estaba dominado aún por la
-excitación del día anterior y necesitaba desahogarla en palabras. Así
-que, fijándose en el animal, comenzó a decir:
-
---Este conejo, de la variedad «gigantea», apellidado vulgarmente
-«gigante de Flandes», por su nombre científico _Lepus cuniculus
-giganteus_, y que se distingue de las otras especies monstruosas por sus
-orejas más pequeñas y erectas, no debía llamarse _don Pepe_, sino _don
-Juan_.
-
---¿Por qué, don Augusto?--preguntó suavemente la patrona.
-
---Las funciones esenciales de estos seres--continuó el profesor--son, en
-efecto, la nutrición y el amor, y por ellas debiera caracterizárseles.
-Es cierto que ambas son necesidades primordiales de todas las especies y
-que el hambre y la pasión sexual (doña Asunción se ruborizó) son los
-instintos primarios del hombre; pero en pocos animales alcanzan la
-intensidad que en el conejo, la liebre y el lepórido. Los antiguos
-romanos habían consagrado la liebre a Venus y tenían su carne por un
-manjar afrodisíaco...
-
-Y el _privat docent_ de Upsala siguió ensartando con su ingenuidad de
-sabio una serie de detalles procaces sobre las fornicaciones y el
-régimen poligámico de los conejos y los románticos torneos amatorios de
-las liebres.
-
-Doña Asunción, que escuchaba en silencio el escabroso relato, mientras
-acariciaba con mano trémula las sedosas orejas de su protegido, se
-levantó precipitadamente al oír el aviso para el almuerzo. _Don Pepe_ o
-_don Juan_, como se quiera llamarlo, la siguió a grandes trancos,
-moviendo cómicamente las orejas y el rabo, convencido de que aun podía
-agradar a su dueña con sus morisquetas y sus gracias infantiles.
-
-Pero desde la sabia disertación del jardín, _don Pepe_ fué para la
-opulenta patrona la bestia disoluta, el macho cruel y egoísta, el
-incestuoso y filicida, el amante insaciable y seductor satánico que los
-poetas han idealizado en el retrato de Don Juan. No volvió jamás a
-acariciarle en público; sólo unas pocas veces, a escondidas, lo estrechó
-contra su pecho, y besándole nerviosamente, le dijo: «¡Monstruo!...»
-
-
-
-
-CAPITULO XIII
-
-EL HONOR DE LOS PUEBLOS
-
-
-El almuerzo preparado por doña Asunción en homenaje del sabio
-bacteriólogo debía ser su obra maestra; pero, como tantas otras obras
-maestras, quedó inconclusa.
-
-A mediados de la comida dos personas reclamaron insistentemente
-entrevistarse sin retardo con el profesor. Herrlin abandonó su asiento
-de honor y se encerró con los dos visitantes.
-
---Deben de ser periodistas--dijo la patrona para explicarse la
-inoportunidad de su arribo.
-
-Eran, efectivamente, dos periodistas de la Redacción de _El León de
-Castilla_, que venían, en nombre de su director, D. Cástulo Z. Pérez de
-Manara, a retar a duelo al profesor doctor Augusto Herrlin por las
-expresiones denigrantes con que en su discurso de la víspera habíase
-referido a la madre patria. Pérez de Manara, que continuaba con honor y
-provecho la tradición combativa del periodismo español en el Río de la
-Plata, creía que la substitución del león heráldico, emblema de la
-nobleza y el valor castellanos, por el conejo de las medallas de la
-época de Adriano, y el calificativo de «conejera» (cuniculosa) dado a la
-hidalga nación eran afrentas que sólo podían lavarse con la sangre del
-profesor sueco.
-
---Pero, señores, si no hay ofensa alguna...
-
---No es usted el indicado para pronunciarse a ese respecto--replicó
-severamente uno de los padrinos.
-
---Si no he hecho mas que recoger todos esos datos en las fuentes
-históricas...
-
---Aunque los hubiese bebido usted en la Cibeles--repuso airadamente el
-otro padrino--. ¿Cree usted que cuadra a los héroes de Somorrostro el
-pedir socorro a las legiones garibaldinas para defenderse de una plaga
-de gazapos? Paparruchas, hombre, paparruchas. Ni aunque lo dijesen Ramón
-y Cajal y Menéndez y Pelayo...
-
---No conozco a esos cuatro señores--contestó pacíficamente el sabio--;
-pero puedo mostrarles ahora mismo el pasaje del libro III de la
-_Geográfica_, de Strabon, en que se refiere el hecho. Tengo a mano la
-edición de Kramer, Berlín, 1844-47, ejecutada sobre el _Códice de
-París_, 1393, que si ustedes quieren pueden confrontar con la traducción
-francesa de M. Amédée Tardieu, París, 1867-94. Pongo esos libros a la
-disposición del señor Pérez de Manara...
-
---Nosotros, señor profesor, hemos venido a desafiar a un hombre, no a
-una biblioteca...
-
-Indiferente a los arrebatos de los dos representantes, el _privat
-docent_ intentó entrar en una larga disertación para demostrar que el
-reconocimiento de la veracidad histórica es compatible con el respeto a
-las naciones. Pero a cada argumento ambos padrinos dábanse sendos golpes
-en el pecho y exclamaban a coro:
-
---¡Somos castellanos!...
-
---¡Y yo soy sueco!--dijo al final, ya amoscado, el profesor de Upsala.
-
---No sólo lo es usted, sino que se lo hace--enunció el primer padrino.
-
-Por el tono, Herrlin advirtió que esa frase tenía un sentido injurioso.
-Cortó resueltamente la conferencia, y rogándoles a los enviados de Pérez
-de Manara que aguardasen un instante, se dirigió al comedor con las
-facciones demudadas por la ira. Llamó aparte a don José María de
-Inclán-Zavaleta y al mayor de los estudiantes de Medicina, y poniéndolos
-rápidamente al corriente del asunto, les designó como representantes
-suyos. Los dos aceptaron, trasladándose a la sala, donde el cuarteto de
-padrinos comenzó a deliberar.
-
-Encerrado mientras tanto en su habitación, Herrlin se entregó a un
-desordenado paseo, y terminó arrugando de un puñetazo el primer volumen
-de la _Geográfica_, de Strabon, en la correcta edición de Kramer,
-Berlín, 1844.
-
-«¡Que doce mil quinientos diablos los utilicen para calentarse los pies
-en pleno rigor del estío infernal!», dijo, refiriéndose a las ciencias
-históricas y geográficas.
-
-E hizo el voto de no transgredir jamás los límites de la bacteriología.
-
-Aunque las tramitaciones se prolongaron varios días e intervinieron en
-ellas el canciller, el ministro de Agricultura, Simón Camilo Sánchez y
-el jefe de Policía, además de los cuatro padrinos, Augusto Herrlin salió
-bien librado. No le dejaron batirse, y tuvo que contentarse con firmar
-una declaración pública en la que enunciaba su afectuoso respeto por la
-madre patria, y en la que Strabon, Plinio y Cátulo aparecían como tres
-panfletistas que hubiesen escrito bajo las pasiones de la guerra de la
-independencia americana. A despecho de los usos caballerescos, el
-profesor sueco consintió en entregar él mismo aquella nota a los
-padrinos de su adversario.
-
-Estos fueron a recogerla al Instituto en momentos en que Herrlin, con un
-ojo aplicado al tubo de un microscopio, veía abrirse un esporo de su
-cocobacilo con el regocijo del que advierte la primera sonrisa de su
-primogénito.
-
-Uno de los redactores de _El León de Castilla_, indignado por los
-arteros recursos del profesor sueco para vencer a los conejos, le dijo a
-modo de despedida:
-
---¡Nosotros los castellanos, señor profesor, matamos los conejos frente
-a frente!
-
-
-
-
-CAPITULO XIV
-
-LA SEPTICEMIA DE HERRLIN
-
-
-A la inauguración del Instituto Modelo de Bacteriología Agrícola siguió,
-pocas semanas después, la creación de la Junta Fiscalizadora Honoraria
-de los trabajos en contra del conejo, que debía informar sobre las
-investigaciones científicas del profesor Herrlin. Componían esa Junta el
-indispensable Simón Camilo Sánchez, varios altos funcionarios y el
-doctor Aníbal Gaona, ex magistrado, ex ministro, ex vocal del Consejo de
-Educación, ex embajador, etcétera, etc.
-
-El doctor Gaona era la persona de mayor prestigio del país. Su
-reputación de integridad no podía ser igualada por nadie, porque nadie
-como él había firmado siempre en disidencia en los acuerdos de las
-Cámaras de apelaciones, ni había renunciado tantos ministerios a los
-pocos días de aceptarlos como una solución nacional, ni había sufrido un
-número mayor de injustas derrotas en los comicios. Su designación fué
-acogida con aplauso por todo el mundo y señalada como un indicio de que
-el Gobierno estaba irrevocablemente resuelto a llevar adelante la
-campaña leporicida.
-
-El profesor Herrlin no podía iniciar sus trabajos hasta tanto la Junta
-no le oyese y aprobase su plan. Tuvo, pues, que aguardar a que se
-constituyese, redactase su reglamento, eligiese presidente al doctor
-Gaona, nombrase dos secretarios rentados y discutiese durante varias
-semanas el local en que celebraría definitivamente sus sesiones.
-
-Por fin cierto día pudo exponer ante la Junta en pleno, y en presencia
-del ministro de Agricultura, las virtudes de su cocobacilo. Su
-disertación fué escuchada en medio de un silencio impresionante. El
-_privat docent_, después de explicar minuciosamente los detalles que
-diferencian el género bacteria (_bacterium_) del bacilo (_bacillus_),
-confundidos con frecuencia por el vulgo, señaló todas las excepciones
-conocidas de esa clasificación en dos géneros, y terminó estableciendo
-la regla llamada «principio de Hedenius», según la cual los bacilos
-pueden ostentar todos los caracteres de las bacterias y las bacterias
-todos los caracteres de los bacilos. El cocobacilo Herrlin encuadraba,
-como todos sus congéneres, en el principio de su sabio maestro de
-Upsala, y excepción hecha de la rapidez de su multiplicación y la
-resistencia de sus esporos, no ofrecía ningún rasgo extraordinario. Era
-el agente de la septicemia cuniculosa de Herrlin, que no debía
-confundirse con la septicemia experimental de Koch ni con la espontánea
-de Alfort. Inoculado a un conejo, el cocobacilo determinaba su muerte en
-menos de veinte horas. Apenas recibían en sus tejidos al terrible
-huésped, los pobres roedores se mostraban abatidos, con signos de
-decaimiento moral, faltos de apetito, y con las orejas gachas y el pelo
-erizado se apelotonaban en el fondo de sus cuevas.
-
-Allí, después de una serie de trastornos intestinales, iba a
-sorprenderles irremediablemente la muerte.
-
-Pero lo maravilloso de los estudios del profesor sueco residía en el
-grado de domesticación a que había llevado su cocobacilo. Este le
-obedecía con la docilidad de un perro, y así, a su arbitrio, aumentando
-o disminuyendo su virulencia, podía fulminar a los conejos en menos de
-dos horas o prolongar su agonía durante muchos meses, atacar únicamente
-a las hembras o exterminar sólo a los machos y hacerlo mortífero en
-verano e inocuo en invierno o viceversa. Además, mediante un régimen
-especial, podía convertir a ciertos conejos en agentes propagadores del
-bacilo. Los animales preparados para esas funciones derrotistas
-adquirían una vitalidad a toda prueba y una extraña afición por la
-sociedad de sus semejantes. Sin respetos por las castas sociales ni por
-los usos venerables del mundo cunicular, se introducían audaz y
-afablemente en las cuevas ajenas, se hacían de la familia, infectaban a
-todos sus miembros, y apenas recogían el último suspiro del último
-representante de la tribu corrían a la cueva más próxima, donde se
-instalaban con el desenfado de los conejos habituados al trato mundano.
-Y la descripción que hacía el profesor sueco de la afabilidad, el buen
-humor y el don de gentes de esos individuos consagrados a llevar la
-desolación y la muerte a los hogares era realmente siniestra.
-
-«¡Qué formidables _jettatores_!», pensó entre sí el doctor Gaona, que
-era supersticioso.
-
-Simón Camilo Sánchez, burócrata por excelencia, meditó con melancolía en
-el porvenir del Departamento cuando ya no existiesen conejos a quien
-vigilar. En cambio, el ministro oía con avidez a Herrlin, soñando
-voluptuosamente en aplastar a la diputación socialista bajo una montaña
-de pestilentes cadáveres de conejos.
-
-
-
-
-CAPITULO XV
-
-UNA CAMPAÑA ELECTORAL
-
-
-A tiempo que la Junta Fiscalizadora Honoraria debía expedirse respecto
-al informe del profesor Herrlin, las elecciones de renovación
-presidencial comenzaban a preocupar a las gentes. Al principio, como no
-se conocían aún las candidaturas definitivas, la agitación pública se
-manifestaba ardorosa, pero confusamente. Las fuerzas opositoras habían
-librado ya en torno del presupuesto de la Protección Agrícola su primer
-combate con las del Gobierno, y la propaganda partidista había
-convertido aquel organismo burocrático en el emblema del oficialismo
-ignaro y corruptor. Algunas elecciones provinciales, preludio del gran
-acto comicial, fueron ganadas por los elementos de Delfín Acuña,
-empleados todos de los Comisariatos locales, y esta derrota enardeció a
-las oposiciones. El Departamento de Protección Agrícola fué calificado
-de «máquina electoral puesta al servicio del Gobierno y alimentada con
-los dineros del pueblo» y estigmatizada en mil manifiestos.
-
-Y cuando la Convención del partido oficial designó su candidato al
-doctor Aníbal Gaona, presidente de la Junta Fiscalizadora Honoraria de
-los trabajos en contra del conejo, los grupos de opositores arreciaron
-en su campaña. El descaro del oficialismo llegaba hasta el extremo de
-levantar la candidatura de un empleado de la Protección Agrícola.
-
-En contra de Gaona, la coalición opositora alzó el nombre del doctor
-Juan Carlos Vértiz, que había sido intendente de San Luis durante la
-revolución del año 96, que, como se sabe, duró tres horas y cuarenta y
-cinco minutos.
-
-Entre ambos candidatos, de méritos tan equilibrados, el triunfo era
-indeciso. Sus programas respectivos no iban ciertamente a dividir la
-opinión: el del doctor Gaona proclamaba «libertad de sufragio, reducción
-del presupuesto, fomento del comercio y las industrias», y el de su
-antagonista enunciaba «pureza electoral, disminución de los gastos,
-propulsión de las industrias y el comercio».
-
-Pero el doctor Gaona pertenecía al Departamento oprobioso, mientras que
-el doctor Vértiz no había ocupado jamás un cargo público, y por esta
-sola señal el electorado debió decidirse entre ambos. La zarandeada
-institución vino así a convertirse en el centro de la contienda.
-
-Ya desde los preliminares de la campaña electoral los grupos opositores
-tomaron la costumbre de ir a silbar ante el edificio del Departamento y
-a denostar a los pocos empleados que se asomaban a las ventanas del
-viejo caserón.
-
-Durante toda la campaña electoral el doctor Vértiz no abandonó su quinta
-de Morón. Su austeridad cívica le vedaba salir a solicitar el voto de
-los electores. No pronunció tampoco una sola palabra, ni escribió una
-línea, y a partir del día de la proclamación negóse terminantemente a
-recibir a los caudillos opositores que trabajaban por el triunfo de su
-candidatura. La única vez que se le oyó decir algo fué en el velorio de
-un ex revolucionario del 96. El doctor Vértiz, ante el ataúd de su
-compañero de armas, repitió hasta tres veces en voz baja: «El conejo no
-existe, el conejo no existe, el conejo no existe.»
-
-Esa sentencia, recogida por oídos fieles, fué la fórmula mágica de la
-campaña electoral. Desde aquella noche los opositores diéronse a afirmar
-resueltamente: «El conejo no existe... El conejo es una invención del
-régimen oprobioso...»
-
-Con toda la gravedad de un espíritu jurista, el doctor Gaona preparaba
-mientras tanto el informe que la Junta Fiscalizadora Honoraria debía
-presentar sobre el método del profesor Herrlin y la eficacia de su
-cocobacilo. A mediados de la campaña electoral, la parte ya redactada
-alcanzaba a 2.480 páginas en papel de oficio. El candidato gubernamental
-había extractado todas las Memorias y publicaciones del Departamento de
-Protección Agrícola y había solicitado además infinidad de informes al
-sabio sueco. Junto con los tres voluminosos tomos en que el doctor Gaona
-creía poder concretar los varios aspectos de la cuestión, debía
-aparecer un _Atlas_ con la colección de todos los mapas sobre
-repartición de la plaga de conejos dados a luz en los últimos cinco
-años. Esa prueba gráfica y documental iba dirigida directamente contra
-el optimismo práctico de su antagonista, al que aludía cuando hablaba
-del «optimismo del avestruz, que, escondiendo la cabeza bajo el ala, se
-niega a reconocer el peligro».
-
-El _Informe de la Junta Fiscalizadora Honoraria de los trabajos en
-contra del conejo_, en tres tomos y un atlas, apareció editado por la
-imprenta Coni y llevando por nombre de autor el del doctor Aníbal Gaona
-con todos los títulos que había alcanzado en toda su larga vida pública.
-
-Los cuatro volúmenes eran de unas dimensiones impresionantes, y ante
-ellos nadie se habría sentido capaz de negar la existencia del conejo.
-Así, los partidarios del doctor Vértiz a la aparición del libro
-sufrieron un profundo desconcierto. Era inútil que los más fanáticos
-exclamasen: «¡El conejo no existe!... _Avanti!_» Sus correligionarios
-contemplaban la mole enorme del _Informe_ y movían la cabeza con
-desconsuelo: la obra del doctor Gaona era inexpugnable. ¡Cualquiera se
-atrevía con las 4.375 páginas de texto!
-
-Sin embargo, la reacción no tardó en producirse. Los opositores
-eludieron referirse al _Informe_; pero atacaron con más acritud si cabe
-al Departamento. A la vuelta de un gran mitin, una columna nutrida de
-manifestantes verticistas quiso llegar hasta el edificio del
-Departamento, pero fué duramente rechazada por la Policía. Exacerbados
-por esta derrota, un grupo de afiliados a un Comité de la Floresta
-apedreó al anochecer el Instituto Modelo de Bacteriología Agrícola. A
-esa hora sólo se hallaban en el establecimiento Herrlin y un sirviente.
-El profesor estaba ocupado en el trasvase de unos cultivos de cocobacilo
-cuando oyó los gritos de los asaltantes y el estrépito de los cristales,
-que saltaban en mil pedazos. Corrió a la puerta de entrada y desde allí
-procuró descubrir en las sombras el origen del tumulto. A su aparición,
-los gritos arreciaron en la calle, así como la lluvia de piedras que se
-estrellaban contra el frente de la casa. Un cascote que zumbó más
-vigorosamente que los otros alcanzó en una sien al estupefacto Herrlin.
-Este sintió el choque; advirtió en seguida la tibieza de la sangre, que
-le corría por la cara, y asiéndose al pasamano de la puerta, fué
-doblándose lentamente hasta que quedó sin fuerzas en el suelo. Los
-gritos de los revoltosos le parecieron mezclarse con el sordo borboteo
-de la sangre, y poco a poco fué perdiendo dulcemente la noción de todo,
-como cuando se quedaba dormido, frente a la estufa de su cuarto de
-estudiante, en Upsala.
-
-
-
-
-CAPITULO XVI
-
-THE RABBIT’S MARCH
-
-
-Cuando el profesor Herrlin volvió en sí se halló en una habitación de
-hospital, toda blanca e inundada de luz. Por una ventana divisó una
-extensión de parque, y a lo lejos, la atmósfera fuliginosa de un barrio
-fabril. Tres o cuatro personas conversaban animadamente en un extremo de
-la estancia. Herrlin creyó reconocer las voces, pero no entendió lo que
-decían. A un movimiento suyo, los interlocutores se acercaron al lecho,
-y viéndole con los ojos abiertos y la expresión lúcida, comenzaron a
-arengarle en una lengua rotunda y armoniosa. El _privat docent_ se
-incorporó en el lecho, y después de mirar con angustia a sus
-interpelantes, murmuró unas palabras en sueco. Augusto Herrlin se había
-olvidado del castellano...
-
-Había olvidado asimismo todo cuanto le aconteciera desde su embarco en
-Estocolmo. Las gentes que esos días se acercaron a su lecho no le
-parecían extrañas, y las palabras incomprensibles que le dirigieron
-sonaban en sus oídos como algo muy conocido; pero ni unas ni otras
-evocaron recuerdo alguno en su espíritu. Toda su vida mental se reducía
-a sus hábitos e impresiones de Upsala. A veces el paso lento del
-practicante de guardia le hacía creer que el profesor Hedenius se
-aproximaba para arrancarle de la extraña pesadilla en que estaba
-postrado, y otras un vocerío lejano le daba la ilusión de que los
-estudiantes abandonaban el _aula magna borealis_ de su vieja
-Universidad.
-
-Ese confinamiento en el pasado hacía de él una persona dócil e inerte.
-Seguro de que era presa de las ilusiones de un delirio, se entregaba sin
-resistencia a todas las sugestiones de los que le rodeaban. Una visita
-que le hizo el ministro sueco no le ilustró sobre su situación.
-
-El diplomático, para no comprometerse, no hizo la menor alusión al
-cascotazo, y le dirigió esas vagas preguntas y frases consoladoras que
-se aplican lo mismo a un enfermo del cólera morbo que al clausurado en
-su casa por un resfrío. Como a la semana de su vuelta a la vida Herrlin
-fué conducido a casa de doña Asunción. La patrona, que ya le había
-visitado en el hospital, le recibió llorando, y esta demostración de
-sentimiento arrancó por un instante al _privat docent_ de la
-inconsciencia a que se había abandonado.
-
-Satisfecho de darse en el mundo de los sueños con un ente compasivo, le
-alargó la mano y la saludó afablemente en sueco. Doña Asunción redobló
-el llanto, y en medio de su desconsuelo apuntó el orgullo femenino:
-«¡Pobrecito, me ha reconocido!...»
-
-Este estado del director del Instituto Modelo de Bacteriología Agrícola
-no era conocido sino por unas cuantas personas. Todo el mundo se había
-enterado de su salida del hospital y se le suponía ya sano y fuerte.
-
-Era lo mejor que podía ocurrir; el asalto al Instituto despertó una
-emoción tan violenta, que de alimentarse con cualquier otra noticia se
-comprometería el orden público.
-
-Toda la Prensa condenó enérgicamente el vergonzoso atentado y encareció
-el prestigio mundial de la víctima. Sólo _El León de Castilla_ se
-permitió insinuar que, de haber sido Herrlin un argentino o un
-castellano, los asaltantes no habrían salido tan bien librados. Las
-acciones de la candidatura Vértiz sufrieron una merma considerable.
-Aunque las fracciones opositoras se asociaron a la protesta pública, no
-pudieron eludir cierta responsabilidad. El Comité universitario de la
-candidatura Gaona, en un vibrante manifiesto, había acusado del crimen
-de lesa ciencia al doctor Vértiz, «instigador directo del ominoso hecho,
-que es una página de vergüenza en el infolio inmaculado de la
-civilización argentina».
-
-Delfín Acuña, que se constituyera en _manager_ de la candidatura
-oficial, tuvo la idea de ofrecer un banquete de desagravio al profesor
-Herrlin: era el golpe de gracia a la campaña opositora. Apenas se lanzó
-la iniciativa comenzaron a llover adhesiones de las Asociaciones
-universitarias, centros científicos, institutos de cultura y Sociedades
-pedagógicas; de las sesenta Cooperativas constituídas por los empleados
-del Departamento de Protección Agrícola; de los cientos de Comités
-gaonistas; de los clubs atléticos escandinavos y de mil organizaciones
-de todo carácter. La lista de comensales llegó a una cifra fabulosa, y
-la Comisión organizadora se vió en la necesidad de cerrar la inscripción
-cuatro días antes del banquete. Para compensar a los miles de ciudadanos
-que no pudieron conseguir cubierto, Delfín Acuña imaginó organizar una
-manifestación de antorchas que iría a saludar al _privat docent_ a la
-salida del teatro donde se tendería la mesa.
-
-Llegó la noche del banquete. El anonadamiento en que vivía el profesor
-sueco no preocupó a los directores del homenaje; Acuña había prometido
-remediar a todo, y eso les tranquilizaba. El activo provinciano se
-presentó al anochecer en casa de doña Asunción, y a fuerza de mímica y
-con la ayuda de la patrona vistió al sabio de frac, le pintó con tintura
-de yodo la cicatriz, apenas visible, del ominoso cascotazo, y metiéndole
-en un automóvil lo llevó al Coliseo. En el vestíbulo aguardaba al sabio
-la Comisión organizadora del homenaje. Forzado por su compañero, el
-pobre autómata dió la mano a todos, y al penetrar en el inmenso recinto
-agradeció con gestos mecánicos la estruendosa aclamación que saludó su
-llegada. Sostenido siempre por Delfín Acuña, se llegó como un sonámbulo
-hasta la cabecera del banquete y ocupó el lugar de honor. A su lado tomó
-ubicación Delfín Acuña. Los mil doscientos comensales se sentaron a lo
-largo de las mesas, que parecían perderse en el horizonte, y por un
-momento no se oyó más que el ruido de los cubiertos y el rumor de los
-dos mil cuatrocientos maxilares. Junto con la memoria, el _privat
-docent_ había perdido el apetito; puso los codos sobre la mesa, y con la
-cara oculta entre las manos se entregó a sus recuerdos de Upsala. Delfín
-Acuña, para explicar esta compostura, dijo a su vecino de la derecha:
-
---El profesor está mamado....
-
-Y a los pocos segundos esta simple observación, pasando de boca en boca,
-había llegado al extremo de la mesa. De aquí saltó el mantel, pasó a la
-mesa próxima y corrió por las filas interminables de comensales como un
-hilo de agua por las hendeduras de un embaldosado: «¡El profesor está
-mamado!... ¡El profesor está mamado!...»
-
-Y los comensales se sonrieron, conmovidos por ese rasgo de hombría, que
-ellos consideraban incompatible con el cultivo de las Ciencias
-naturales. Sólo en la mesa ocupada por los miembros más espectables de
-la colectividad sueca se notaron algunos gestos de disgusto.
-
-Como una delicada atención a las funciones del profesor Herrlin, el menú
-del banquete se componía todo de platos alusivos: _Salpicon de p’tit
-lapin_, _Soupe de lièvre_, _Oreilles de lapin a la Hindenburg_, _Civet
-de lièvre_, _Queue de p’tit lapin a la Sainte Menehould_,
-_Welsh-Rabbit_, etc., etcétera. Delfín Acuña había contratado con
-destino a la comida la provisión de 4.000 conejos, cuyas pieles, después
-de sacrificados, fueron distribuídas a los elementos de los Comités
-gaonistas que debían formar en la manifestación de antorchas.
-
-El doctor Gaona ofreció la demostración. Cuando al retirarse el último
-plato de conejo se puso de pie, estalló en la sala una ovación
-ensordecedora. El candidato a la presidencia se inclinó conmovido, y
-encarándose con el _privat docent_ le expuso cuánta admiración tenía
-por su talento, cuánto respeto por sus nobles condiciones personales y
-cuánta gratitud por los servicios incalculables que había prestado al
-país... Y mientras desarrollaba extensamente estos tres tópicos, el
-aludido paseaba la mirada distraída de sus ojos azules por el plafón del
-teatro. En el preciso instante en que terminó la peroración del
-candidato, Delfín Acuña aplicó al _privat docent_ un puñetazo en el
-estómago, que le obligó a doblarse sobre la mesa, en señal de
-agradecimiento, y antes de que se repusiese del golpe, el doctor Gaona
-lo estrechó cordialmente en sus brazos. En ese momento, en medio de las
-ovaciones delirantes que suscitó el discurso y la escena del abrazo, la
-banda del maestro Malvagni atacó los primeros compases de _The Rabbit’s
-March_ (La marcha del conejo), que había venido a ser el himno oficial
-de los _gaonistas_. ¡Qué entusiasmo entonces! ¡Con qué profunda unción
-se elevaron las primeras palabras de la canción partidista!:
-
- Combatimos al conejo
- Desde el norte del Bermejo
- Hasta el cabo Santa Cruz (_bis_)
-
- * * * * *
-
-El eco de la canción llegó hasta la multitud, que con las antorchas
-encendidas y tremolando 4.000 pieles de conejo daba un aspecto
-fantástico a la plaza Libertad. Y 10.000 voces, trémulas de cívica
-emoción, entonaron el himno augusto:
-
- Combatimos al conejo
- Desde el norte del Bermejo
- Hasta el cabo Santa Cruz (_bis_)
-
- * * * * *
-
-Los soldados del escuadrón hicieron la venia...
-
-
-
-
-CAPITULO XVII
-
-«¡EL CONEJO NO EXISTE!»
-
-
-El doctor Gaona triunfaba. La publicación del _Informe_ había inclinado
-la opinión en favor suyo, y el desfile subsecuente al banquete del
-Coliseo puso la victoria de su parte. La exhibición de las 4.000 pieles
-de conejos, que llenaron de pelusa todo el norte de la ciudad,
-impresionó a los electores, que desde esa noche acotaron con leyendas
-sarcásticas e injuriosas las proclamas de los verticistas: _¡El conejo
-no existe...!_
-
-A dos meses de las elecciones, el candidato oficial podía considerarse
-ungido presidente de la República. En el Departamento de Protección
-Agrícola reinaba un júbilo extraordinario: Delfín Acuña preparaba una
-enorme lista de ascensos y aumentos de sueldos, y Simón Camilo Sánchez
-estaba estudiando la posibilidad de contratar un empréstito de cien
-millones de pesos para llevar adelante la campaña.
-
-Convencidos de su derrota irremediable, los opositores dejaron de dar
-señales de vida. Sólo los diputados socialistas velaban. De acuerdo con
-su táctica, habían repartido la lectura de los tres tomos del _Informe
-de la Junta Fiscalizadora Honoraria_ entre los veinte secretarios de los
-Comités de la capital, reservándose ellos el trabajo de coordinar los
-informes y hacer el resumen de toda la labor. A los noventa días de
-acometer esa empresa ciclópea, los quince legisladores conocían al
-dedillo la vida y milagros del cocobacilo de Herrlin y sabían el té que
-se había gastado en la primera semana del primer año en el
-Subcomisariato de los Quirquinchos. Pero su asombro no tuvo límite
-cuando advirtieron que los mapas reproducidos en el formidable _Atlas_
-eran falsos. Todas las cartas levantadas mensualmente durante cinco años
-por la Sección de Cartografía del Departamento señalando la repartición
-de la plaga leporina habían sido construídas de cabo a rabo con datos
-absolutamente inventados. En veinte puntos del territorio no se habían
-conocido nunca otros conejos que los reproducidos en los carteles de
-propaganda de la Protección Agrícola, y a pesar de eso desaparecían en
-los mapas bajo enormes borrones de azul de Prusia. La mistificación
-alcanzaba proporciones de epopeya en los mapas de la región de Cuyo,
-trazados bajo la dirección de Delfín Acuña; las dos provincias
-vitivinícolas parecían un mar inmenso; ¡tan uniforme y constante el añil
-que las cubría!
-
-Es de imaginarse el escándalo que en torno de este asunto promovió la
-diputación socialista. Las revelaciones que agregaron respecto al manejo
-de los fondos de la Protección Agrícola y sobre la inercia criminal que
-había reinado en las gestiones para la aplicación del cocobacilo
-produjeron en todo el país una sensación de estupor.
-
-El presidente de la República declaró que ayudaría con todo su poder al
-esclarecimiento del _affaire_, y dió, en efecto, órdenes al jefe de
-Policía para que se pusiera al servicio de la Comisión investigadora
-parlamentaria.
-
-Esta inició la instrucción del sumario en medio de la mayor expectativa
-pública; los taquígrafos de la Prensa asistían a las sesiones, y a cada
-reunión los diarios opositores anunciaban con bombas de estruendo la
-aparición de los boletines especiales. Se tomó declaración al ministro
-de Agricultura, a Simón Camilo Sánchez, al doctor Gaona y, en fin, a
-todos los que habían tenido alguna participación en la campaña contra el
-conejo. Cuando le llegó el turno a Delfín Acuña se anunció que acababa
-de partir para Montevideo, y en su lugar la Comisión investigadora hizo
-traer a su seno al profesor Herrlin. Los taquígrafos de la Prensa no
-pudieron recoger ni una sola palabra de las pocas pronunciadas en sueco
-por el sabio. Después de una serie de tentativas para entender al
-_privat docent_, la Comisión dictaminó que ese individuo no podía ser el
-autor de los brillantes trabajos que figuraban en el _Informe_, y que
-éstos, con toda seguridad, eran fraguados como los mapas. Augusto
-Herrlin fué devuelto a casa de doña Asunción y exonerado en el día por
-el superior Gobierno. Los diarios opositores menudearon las bombas y los
-boletines, y en Buenos Aires, Rosario, Córdoba, Tucumán y Mendoza se
-organizaron espontáneamente grandes manifestaciones populares. El
-doctor Gaona declinó su candidatura a la presidencia, y el ministro de
-Agricultura presentó su dimisión, que le fué aceptada. En cuanto a Simón
-Camilo Sánchez, emprendió discretamente un viaje al Brasil con la
-intención de renunciar a la vuelta.
-
-El doctor Juan Carlos Vértiz fué elegido presidente sin oposición. El
-día de su asunción del mando, después de prestar juramento ante el
-Congreso, se encaminó a su quinta de Morón para meditar sobre los
-hombres que debían compartir con él la pesada carga del gobierno.
-
-Al salir fué aclamado por la multitud y llevado en andas desde la plaza
-del Congreso hasta la estación del Once, donde le esperaba, para
-conducirle a su retiro, un vagón de segunda acoplado a un tren de carga,
-pues el doctor Vértiz era muy demócrata. En su entusiasmo, el pueblo
-llegó hasta querer desenganchar la locomotora y arrastrar a pulso el
-vagón de su ídolo. Pero la fe, que levanta montañas, es incapaz de mover
-un vagón de ferrocarril...
-
-
-
-
-CAPITULO XVIII
-
-DONDE SE REVELA POR FIN LA SINGULAR EFICACIA DEL COCOBACILO DE HERRLIN
-
-
-Simón Camilo Sánchez retornó al país cuando el doctor Vértiz se hallaba
-en plena luna de miel con el bastón de Rivadavia. El ejercicio de la
-presidencia, los halagos de una autoridad indiscutida sobre todos los
-partidos políticos del país habían exaltado su optimismo hasta el punto
-de que ya no creía posible la existencia del mal sobre la tierra. Así,
-cuando Simón Camilo Sánchez fué a verle para ofrecerle personalmente,
-con todo el dolor de su alma, la renuncia del cargo de director del
-Departamento de Protección Agrícola, el presidente le recibió con los
-brazos abiertos y le forzó a que continuase prestando sus servicios al
-país. «Es cierto--le dijo--que el conejo carece de existencia ideal,
-pero en cambio los empleados de la Protección Agrícola son una realidad
-tangible. Yo no puedo abandonarlos a su suerte, y he pensado en utilizar
-esa institución para la propaganda de optimismo renovador entre las
-clases rurales.»
-
-Después de esa, Simón Camilo Sánchez tuvo una serie de largas
-conferencias con el primer magistrado, y al cabo de algunas semanas le
-presentó un proyecto de reorganización del Departamento de Protección
-Agrícola. La reforma estaba inspirada en el concepto de que era
-necesario llevar a la mente de todos los agricultores del país la
-convicción de que sin sembrar no es posible cosechar y que, en
-consecuencia, debían sembrar y sembrar sin descanso. Por una ley de la
-nación se instituyó el _Día de la Siembra_, solemne festividad en que
-todos los niños de las escuelas de la República debieron sembrar
-semillas simbólicas en las plazas, parques y lugares abiertos de las
-ciudades. Para dar ejemplo, el doctor Vértiz, rodeado de todos sus
-ministros, plantó unas semillas de alpiste en el _rond-point_ de la
-calle Florida y Diagonal Norte y regaló al cacique Chepalofú, jefe de
-una tribu de fueguinos que había venido a visitarle, una reproducción en
-terracota del _Sembrador_, de Meunier.
-
-Las macetas subieron de precio; los azadones de juguete para niño se
-agotaron en plaza; la tierra extraída de las construcciones urbanas se
-cotizó en la Bolsa, y un furioso delirio de sembrar de todo se apoderó
-de los que no tenían tierra alguna en que sembrar.
-
-La propaganda del Departamento de Protección Agrícola alcanzó en este
-sentido el _summum_ de la perfección. No podía abrirse una caja de
-fósforos sin encontrar las leyendas: _Siembre, si quiere cosechar. No
-deje pasar su oportunidad de sembrar. ¿Por qué permite usted que los
-cardos invadan su campo?_, etcétera, etc. El interior de los tranvías
-estaba plagado de esos letreros sintéticos, y los trenes habían
-reemplazado sus letreros luminosos sobre los conejos con sentencias
-sobre el cultivo intenso. La oficina de cartografía del Departamento
-volvió a publicar mensualmente mapas de toda la República, con la
-indicación de las zonas sometidas a la benéfica acción del arado, y
-todos los carteles sobre la plaga leporina se substituyeron con
-_affiches_ optimistas. El presupuesto del Departamento de Protección
-Agrícola subió a quince millones.
-
- * * * * *
-
-Augusto Herrlin fué poco a poco, gracias a los cuidados de doña
-Asunción, recobrando la memoria y el apetito. Pero a medida que se le
-iban presentando los recuerdos de sus cinco años de vida bonaerense se
-desvanecían todas las impresiones de su existencia anterior. Y cuando
-pudo reconstruir, detalle por detalle, el proceso de la actuación del
-cocobacilo, notó sin melancolía que acababa de olvidarse de la última
-palabra sueca. Junto con ella desaparecieron las imágenes del profesor
-Hedenius y de su séptima hija y no volvieron ya nunca más a conmoverle
-los vestigios de su hipóstasis europea.
-
-De toda su aventura sólo sacó una cariñosa simpatía por _don Pepe_, que
-había sido el compañero de su larga convalecencia, y un tierno afecto
-por su patrona.
-
-Cierta vez, el conejo de Flandes, revolviendo entre los trastos de la
-habitación del profesor, halló un tubo de cristal cerrado en un extremo
-con un tapón de madera. _Don Pepe_, asegurando el tubo con sus dos
-manecitas, comenzó a roer el tapón hasta que hizo estallar el vidrio de
-la embocadura. Del tubo salió un líquido espeso e incoloro que _don
-Pepe_ husmeó con detención. Después, inquieto por la incorrección que
-había cometido, fué a esconderse en un rincón del jardín. Allí le
-acometieron al poco rato unos escalofríos, se le erizó el pelo y dió los
-signos del decaimiento más desesperante.
-
-Cuando doña Asunción, extrañada por su ausencia, salió en su busca, le
-halló ya en la terrible agonía característica de la septicemia de
-Herrlin. _Don Pepe_ murió a los pocos minutos en los brazos de su
-patrona. Su cadáver ofrecía un aspecto tan espantoso, que el consejo de
-pensionistas decidió proceder de inmediato a su inhumación. _Don Pepe_
-fué enterrado en el mismo jardín que había sido durante tantos años
-escenario de sus correrías y de sus gracias infantiles.
-
-Pocos días después el profesor Herrlin depositaba sobre su tumba una
-lápida que decía:
-
- A
- «DON PEPE»
- PRIMERA Y UNICA
- VICTIMA AMERICANA
- DEL
-COCOBACILO DE HERRLIN
- MCMXVIII
-
-Y para compensar de su pérdida a doña Asunción, se casó con ella.
-
-
-
-
-UNA SEMANA DE HOLGORIO
-
- He nacido en Buenos Aires.
- ¡Qué me importan los desaires
- con que me trata la suerte!
- Argentino hasta la muerte.
- He nacido en Buenos Aires.
-
- (_Trova_, de Carlos Guido Spano.)
-
-
-
-
-PROLOGO
-
-JULIO NARCISO DILÓN
-
-
-Julio Narciso Dilón, el protagonista de la historia que reproducimos en
-seguida, no está formado de la pasta de los héroes. Le falta para serlo
-alguna imaginación y capacidad de entusiasmo. La pobreza de aquella
-facultad le impide exagerar el peligro en la medida necesaria, y la
-ausencia de esta última condición no le permite enardecerse para
-sobrepujarlo. Por eso, aunque no es medroso, no tiene fama de _guapo_
-entre sus compañeros de cabaret. Se explica así que, habiendo estado
-mezclado a los episodios más impresionantes de la semana de enero, su
-narración adolezca de cierto escepticismo...
-
-Como Paul Louis Courier en la campaña de Italia, la actitud de Dilón en
-los días trágicos que acaban de transcurrir difícilmente puede inspirar
-sentimientos épicos.
-
-El también, a semejanza del inquieto traductor de _Daphnis y Cloe_,
-sería capaz de irse a jugar al billar después de haber participado en la
-proclamación de un emperador.
-
-Y es que, a fuerza de vivir al día, mi buen amigo ha acabado por
-perderle todo respeto a la historia.
-
-En la sucesión de momentos que componen su vida, todos le parecen
-igualmente graves... o idénticamente fútiles. Su impresión presente
-colorea de júbilo o de tristeza todo el pasado y todo el porvenir.
-
-Por eso, aunque no pueda dudarse nunca de su sinceridad, resulta
-discutible su autoridad de historiador.
-
-A. C.
-
-Buenos Aires, febrero de 1919.
-
-
-
-
-
-CAPITULO PRIMERO
-
-DESGRACIADO EN EL JUEGO...
-
-
-Jueves, 9 de enero.--Día de reunión. Hoy he madrugado de veras; a las
-doce estaba en pie, y pocos momentos después me ponía en camino para el
-Hipódromo. En la esquina de casa he aguardado una media hora larga para
-tomar un auto-taxi, hasta que Mauricio, el mucamo, vino a avisarme que
-había huelga. Advertí entonces que la calle veíase casi desierta, que no
-circulaban tranvías, carros ni automóviles de alquiler, y que muchos
-negocios estaban cerrados, efectos todos que en el primer momento yo
-había atribuído, impensadamente, a lo temprano de la hora. Siempre que
-yo madrugo ocurre algo extraordinario.
-
-He resuelto el problema de mi traslación subiéndome de viva fuerza a un
-coche de plaza, cuyo conductor, un italiano viejito que se parece al
-doctor Anadón, quiso negarse a llevarme, pretextando que debía ir a
-largar. Me arrellané en el asiento y le dije en tono perentorio:
-
---Mirá, _gringo_: si en veinte minutos no me _dejás_ en la puerta del
-Hipódromo te hago meter preso por maximalista.
-
-Ante esta amenaza mía el hombre se resignó.
-
-Hundióse hasta los ojos su galera abollada, requirió las riendas, que
-había abandonado durante la discusión, y fustigando con violencia a los
-caballos, dijo entre dientes: «_¡Maximalista! ¡Maximalista! Te lo
-facisse vede io lu masimalismu._»
-
-Esta reflexión iracunda del auriga me ha vuelto a la memoria los tiempos
-que corremos. Hace días que no leo los diarios, pero, a juzgar por las
-conversaciones del Club, la situación se agrava cada vez más. Perucho
-Salcedo ha recibido una carta de la hermana que tiene en Suiza
-diciéndole que el país está invadido por emigrados rusos que hacen
-propaganda maximalista. A mí el hecho no me ha sorprendido, porque ya en
-el tiempo en que Tartarín hacía alpinismo los rusos se ocupaban allí de
-trabajos revolucionarios.
-
-He llegado al Hipódromo poco antes de la una y media, con tiempo sobrado
-para almorzar en el _restaurant_ del _paddock_. Al descender del coche
-advertí que uno de los caballos, el de la izquierda, era blanco,
-excelente presagio que recompensé con una buena propina. El cochero,
-todavía de mal humor, no se dignó agradecérmela. En otra ocasión eso me
-habría irritado; pero como recordé que cuando mi acierto de seis
-ganadores seguidos, jugando _derecho_, había venido también en un coche
-de plaza uno de cuyos caballos era blanco, la ingratitud del viejito
-_maximalista_ me dejó indiferente. Le vi alejarse al paso de su tronco
-menguado por la ancha avenida, con su galera abollada, y me quedé
-pensando en los extraños designios de la suerte...
-
-Almuerzo frugal en el _restaurant_ del _paddock_. Concurrencia
-lamentablemente escasa. Tarde de _guigne_; confiado en el buen augurio
-de mi llegada, he jugado como un cronista de _sport_ de diario grande.
-
-A la altura de la séptima carrera me quedan seis pesos por todo
-capital. Viaje de exploración por las tres tribunas: ni un amigo en
-lontananza. Decido el regreso.
-
-Al hallarme en la acera de la Avenida Vértiz y observar la ausencia
-total de vehículos, fuera de unos pocos automóviles particulares,
-recuerdo que estamos en huelga y me sobreviene un acceso de indignación
-ante la profunda estupidez de los huelguistas. ¿Por qué se nos hace eso
-a nosotros? ¿Qué tenemos que ver en los conflictos entre el capital y el
-trabajo? ¿Acaso el juego no es precisamente un medio de allanar las
-inevitables diferencias sociales? El juego es justiciero: eleva al pobre
-y arruina al potentado; es igualatorio: procura las mismas emociones al
-jornalero que arriesga su salario y al millonario que aventura sus
-millones; es humanitarista: su contribución a la beneficencia social es
-más crecida que la del Estado y la de todos los filántropos juntos.
-Fuente inagotable de esperanza, es, por lo demás, un lubricante de las
-relaciones sociales: atenúa los odios de clase, da la ilusión al pobre
-de que su miseria no será eterna e infunde en los ricos la convicción de
-lo instable de su fortuna. Atempera así el malestar de los desposeídos
-y el egoísmo de los potentados. Dominados por él, los proletarios
-olvidan todas sus reivindicaciones. ¿Qué caballo de Hipódromo ha
-recibido nunca el nombre de Bakunin, Proudhon o Carlos Marx? ¿Quién ha
-oído hablar jamás de movimientos obreros en Montecarlo?...
-
-Entregado a estas reflexiones, seguí caminando en dirección al
-_tatersall_, para tomar asiento en uno de los tranvías que aguardan al
-final de las tribunas populares.
-
-La huelga me reservaba otra sorpresa desagradable: el servicio de
-tranvías se había suspendido por completo. Pensé en los pobres muchachos
-de las tribunas populares, que debían volverse a pie hasta el límite del
-municipio; en los empleados del Hipódromo, obligados, después de cinco
-horas de trabajo, a un esfuerzo a que no estaban acostumbrados, y en los
-modestos «canillitas», que reúnen siempre algunas monedas buscando
-carruajes.
-
-La torpeza de los huelguistas, que para vengarse de unos pocos patrones
-suspenden la vida de una ciudad, perjudicando a una multitud de obreros
-como ellos, me pareció inconmensurable. Poseído de una sorda irritación,
-deshice el camino andado, mezclándome a la oleada de gente que salía
-comentando las incidencias de la última carrera. El nombre del ganador,
-el único que habría acertado si me hubiese quedado dinero, acrecentó mi
-despecho.
-
-Lleno de misantropía, cansado y sudoroso, crucé casi impensadamente bajo
-el viaducto del ferrocarril y fuí a sentarme en un banco del rosedal. El
-jardín estaba desierto y la soledad parecía agrandada por el silencio
-dominante. La tranquilidad de este crepúsculo me sobrecogió un poco, lo
-confieso, y para substraerme a esa impresión eché a andar hacia la
-ciudad. A las siete, todavía con luz, llegué a la plaza Italia. Breve
-descanso en un bar, gracias al cual recobro algunas fuerzas y un ligero
-optimismo. Me dirijo resueltamente al centro. A los veinte minutos de
-marcha adquiero en otro establecimiento nuevas fuerzas y una alegría
-combativa. Sigo marcando el paso marcialmente, satisfecho de mi esfuerzo
-y deseoso de mostrar mi desprecio a los huelguistas. En el camino
-encuentro numerosos carros con los caballos desenganchados y un coche
-con la capota tajeada. Es el que me condujo al Hipódromo. Junto a él
-está el viejito de la galera abollada, teniendo de las riendas a la
-yunta de caballos, uno de los cuales es blanco. ¡Excelente presagio!
-
-Tercera estación. Renuevo mis energías, y tras una rápida conversación
-con algunos parroquianos, me siento inundado de un entusiasmo belicoso.
-Las noticias son graves: los huelguistas están armados hasta los
-dientes; han levantado barricadas en todos los barrios de la ciudad;
-incendiaron cuatro iglesias y dos asilos y se disponen a atacar las
-estaciones de ferrocarril. En la plaza del Once se está combatiendo
-desde las tres de la tarde. Resuelvo encaminarme a la plaza del Once.
-Tomo una calle transversal, y a medida que avanzo aguzo el oído para
-escuchar las detonaciones. Silencio absoluto. Sólo de vez en cuando el
-repiqueteo precipitado de una campanilla de ambulancia sanitaria rompe
-la tranquilidad de esta noche de verano. A pocas cuadras del lugar del
-encarnizado combate la normalidad es completa. Tan completa, que la
-gente se halla sentada al fresco en las aceras, los balcones están
-abiertos de par en par y los chicos han tomado la calle por su cuenta.
-
-En una esquina dos muchachas peripuestas conversan animadamente,
-teniéndose de la mano con un gesto de colegialas. Una de ellas, vestida
-de un traje blanco, muy suelto, casi un peplo helénico, se despide de su
-compañera entre divertida y medrosa:
-
---¡Dios mío! Me quedan aún más de cuarenta cuadras por andar. ¡Sola y
-por esos barrios todo a obscuras!
-
---Hija, ya te he dicho que puedes quedarte con nosotras.
-
---Sí, pero en casa ¡qué estarán pensando!...
-
---¿No tienes medios de avisarles?
-
---No...
-
-Las dos muchachas se sueltan de la mano con una actitud de infinita
-resignación ante el Destino, y la del peplo blanco se encamina hacia el
-Oeste. Al pasar junto a mí advierto que tiene los ojos garzos, el
-cabello castaño y la boca imperiosa. Instantáneamente he olvidado todas
-las incidencias de la tarde; mi entusiasmo bélico se ha desvanecido, así
-como mi preocupación por el orden social, y me he lanzado en
-seguimiento de la jovencita. «Desgraciado en el juego, afortunado en
-amor», pienso entre mí, y añado: «¡Esta es la mía!» El presagio del
-caballo, que viene afortunadamente a mi memoria, da más fuerza a mi
-decisión. El peplo blanco está a diez pasos; una rápida inspección a mis
-zapatos, un fugaz recuento de mis fondos exiguos... y acabo de
-resolverme a desandar cincuenta cuadras.
-
-La sombra blanca no se desliza silenciosamente como las diosas del poema
-homérico; hasta mí llega un taconeo ágil y menudo que tendré que superar
-a largos trancos.
-
-Consigo por fin aparejarme e inicio un soliloquio de una estupidez
-incomparable. A juzgar por las lamentaciones a que me entrego, parecería
-que me dispongo a pedir una limosna. Mi compañera aprieta aún más sus
-labios imperiosos y redobla la agilidad de su taconeo. Caminamos así un
-número indefinido de cuadras, hasta que, falto de respiración y sobrado
-de audacia, la tomo de un brazo, la detengo y le relato con toda
-fidelidad mis aventuras de la tarde: mi descalabro del Hipódromo, el
-regreso, mi resolución de ir a luchar contra los revoltosos, el súbito
-deslumbramiento que experimenté al verla...
-
-Una amable sonrisa es la recompensa de mi sinceridad.
-
-
-
-
-CAPITULO II
-
-... AFORTUNADO EN EL AMOR
-
-
-Las «cuarenta cuadras» a que aludió en su despedida a la compañera son
-un eufemismo semejante al de las «pocas palabras» de los oradores
-parlamentarios. Hace una hora y media que venimos caminando y todavía,
-según me dice, estamos lejos de la casa. Para no dejarle sospechar mi
-fatiga, he celebrado todos estos trastornos sociales que rompen un poco
-la monotonía de la vida moderna y procuran el encanto de un trayecto
-infinito en una compañía adorable. Hice también el elogio del amor, que
-se sobrepone a todas las consideraciones de rango y de dinero, y el de
-la belleza, formidable tesoro que escapa a todo impuesto sobre la
-renta... Mi acompañante me agradece esta poética disertación sobre
-filosofía social con una larga mirada de sus grandes ojos garzos, que
-bajo el borde circular de su sombrero reflejan el azul profundo de esta
-noche estival.
-
-Hemos abandonado la amplia avenida paralela a Rivadavia que veníamos
-siguiendo, y tomado por otra, más ancha aún, con un paseo central
-arbolado, que aparentemente se dirige hacia el Noroeste. Nos debemos ir
-aproximando a nuestro punto de destino--es decir, al de ella--, porque
-mi acompañante va deteniendo el paso y trayéndome hábilmente a la
-discusión de una nueva entrevista. Entramos a la vez en una callejuela
-transversal y en un terreno de confidencias íntimas. Carlota, porque se
-llama así, es la menor de la familia; tiene dos hermanos varones y un
-padre anciano que todavía trabaja. Una cuñada gobierna la casa, en la
-que falta la disciplina de la madre, muerta hace años, según se ve por
-el poco apuro que la muchacha pone en regresar a ella.
-
-Al final de la callejuela desembocamos en un lugar casi baldío que
-parece un taller de reparación de carros al aire libre. Al fondo, un
-ligero cobertizo alberga la maquinaria esencial, y hacia la derecha, una
-serie de rudimentarias construcciones de madera, a la vez pesebres y
-cocheras, dan la idea de que se trata también de un corralón.
-
-Una jauría de perros monstruosos se abalanzan sobre nosotros; pero
-reconocen a Carlota y se tranquilizan. Evidentemente, hemos llegado al
-término del viaje. Mi acompañante se detiene en una especie de cerco y
-se dispone a despedirme. Pero yo insisto en que aun es temprano--acaban
-de dar las diez--; pretexto que al día siguiente no tendrá nada que
-hacer; exijo detalles minuciosos sobre el camino de vuelta y me lamento
-cómicamente sobre mi situación: estoy hambriento, cansado y perdido...
-¡Si se le ocurriera darme alojamiento por lo que resta de la noche!
-Porque con esta huelga, ya es el caso de practicar, en plena metrópoli,
-la virtud rural de la hospitalidad. (Por lo demás, eso de «plena
-metrópoli» sólo tiene un sentido político: estamos a cielo abierto. El
-panorama circundante me ha hecho concebir el deseo de tumbarme en uno de
-esos carros colmados de heno.)
-
-Mis insinuaciones no parecen caer mal... Me dispongo a iniciar una
-aventura deliciosa, cuando de pronto Carlota, que ha estado observando
-la callejuela por que hemos venido, exclama: «¡Ahí viene papá!»
-
-Me vuelvo y advierto la silueta ya conocida de un viejito con la galera
-abollada que trae resignadamente de las riendas a una yunta lamentable
-de caballos, uno de ellos blanco...
-
-Recuerdo el incidente del mediodía: «_¡Maximalista!... ¡Maximalista!...
-Te lo facisse vede io lu masimalismu_», y el espectáculo del coche casi
-destrozado por culpa mía.
-
-Antes de que la divinidad del peplo repare en mí, me he puesto a cien
-pasos de ella y he seguido un sendero que va por detrás de un grupo de
-casas.
-
-Un concierto infernal de ladridos epiloga ruidosamente mi aventura
-galante.
-
-
-
-
-CAPITULO III
-
-EL DAMERO A MEDIA NOCHE
-
-
-Heme aquí, a media noche, en un paraje desconocido. Si no fuese hijo de
-Buenos Aires, los rigores de la suerte, según la popular composición,
-debían desalentarme. Solo, extraviado, a dos leguas del centro de la
-ciudad, hambriento y sin dinero, era natural que me abandonase a la
-desesperación. Pero soy porteño y sé que la absoluta regularidad de las
-calles de la capital permite orientarse a cualquiera y que gozamos de
-una profusa iluminación municipal y un excelente servicio de policía.
-Por primera vez comprendo la profunda significación de aquellos versos
-de Guido Spano; celebro el genio profético del vate, que los escribió
-antes de que existieran las obras de salubridad y se hubiese producido
-la intendencia de D. Torcuato de Alvear, y entonando la quintilla
-célebre para darme aliento, me lanzo denodadamente en busca de una
-desembocadura de calle, a fin de penetrar por ella y orientarme según el
-simple trazado del damero municipal.
-
-Mientras enfilo una calle sin pavimentar, envuelta en tinieblas, medito
-en las innumerables ventajas de la disposición rectangular urbana. Las
-ciudades así construídas son armoniosas, ordenadas y democráticas...
-
-Al final de la calle que he seguido, me hallo de nuevo en un potrero.
-Rehago el camino y tomo por una calle transversal que, según mis
-cálculos, debe conducirme a un lugar más densamente poblado. A los diez
-minutos desemboco en un horno de ladrillos... Vuelvo hacia atrás y me
-encamino en una dirección opuesta a las dos que he seguido
-anteriormente. Esta vez debo de estar en la buena ruta, porque a medida
-que avanzo la edificación va en aumento y se notan ciertos indicios de
-separación entre la calzada y las aceras. Dos cuadras más adelante doy,
-de pronto, con una calle hecha y derecha, bien empedrada, con veredas
-arboladas y con faroles. Estos están apagados, pero no por eso dejan de
-ser un signo de civilización, que saludo con simpatía. Ya estoy en pleno
-damero; ahora, con seguir obstinadamente hacia el Este, el problema está
-resuelto. Continúo alegremente hacia el Oriente, aunque se me han
-acabado los cigarrillos. Pero a medida que avanzo hago una observación
-que me llena de inquietud: la hermosa calle no corta perpendicularmente
-a las demás. Es una diagonal; pero en materia de diagonales yo no
-conozco sino las dos que han arruinado al Municipio.
-
-Sigo la marcha en línea recta hasta que veo desaparecer el pavimento y
-los faroles, señal indudable de que la calle va a lanzarse campo afuera.
-Como esto no me conviene, doblo por la primer vía transversal en
-dirección hacia donde supongo debe quedar el centro. Es una calle
-cortada; al cabo de ella hay un terreno baldío que parece un taller de
-reparación de carros... Me hallo de nuevo frente a la jauría de perros
-monstruosos; pero esta vez no disfruto de la protección de Carlota y
-debo batirme prudentemente en retirada.
-
-Ya no parezco un hijo de Buenos Aires, según la clásica composición de
-Guido. Los desaires de la suerte, que después de una caminata de dos
-horas me ha vuelto al punto de partida, me han amilanado por completo.
-Deshecho de fatiga, hambriento y desalentado, las doce de la noche me
-han sorprendido a punto de dormirme en el hueco de una puerta...
-
-
-
-
-CAPITULO IV
-
-ASALTO A UNA COMISARIA
-
-
-Viernes, 10.--¿Cuántas horas he dormido así?... Lo ignoro, pues se me
-acabaron los fósforos, no uso reloj con esfera luminosa, los faroles de
-la calle están apagados y no hay luna. Es todavía noche alta; pero antes
-de exponerme a que el sol o la muchacha del peplo me encuentren
-durmiendo en la calle, prefiero seguir caminando. Con la casa de Carlota
-a la vista, guiándome por mis recuerdos, creo poder reconstruir el
-camino que hemos hecho juntos. Ahora estoy en la buena senda: llego por
-fin a la ancha avenida con un paseo central arbolado, que hace pocas
-horas recorrimos amorosamente... Redoblo el paso con alegría y por
-primera vez en la noche inicio un silbido de circunstancias: _It’s a
-long way to Tipperary..._
-
-De pronto suspendo el silbido, pues al final de la cuadra advierto la
-silueta de un hombre. Como es la primera figura humana que se me
-presenta en mi infernal recorrida, voy hacia ella alborozado. A tres
-pasos de distancia reconozco a un vigilante apoyado en su máuser, con
-las piernas abiertas en un ángulo obtuso y la cabeza inclinada sobre el
-caño del arma, en la actitud de un sabio aplicado al lente de su
-microscopio.
-
-Esbozo un saludo en la obscuridad, le dirijo las buenas noches con una
-amabilidad exquisita, y como no me contesta, le tiro suavemente de una
-manga. El agente sigue ensimismado. Un tirón más fuerte casi le hace
-perder el equilibrio, que, sin embargo, mantiene, pero abandonando el
-máuser. Con una galantería infinita me inclino para recogerlo, cuando el
-vigilante, estupefacto, retrocede tres pasos, desenfunda un revólver y
-comienza a tiros contra los árboles del paseo central... A pocos metros
-suenan otras detonaciones, y algo más lejos una descarga cerrada.
-
-El vigilante ha terminado las balas de su revólver; da media vuelta y
-huye velozmente calle adelante. Yo le sigo, porque tengo por sistema no
-fugar nunca en dirección contraria a la de la autoridad, y además porque
-debo entregar el máuser a su dueño.
-
-Mientras corremos, las detonaciones se suceden unas a otras con una
-rapidez vertiginosa. En las calles laterales se oyen disparos aislados
-de máuser, y una estruendosa algarabía de ladridos alborota el barrio.
-
-Nos acercamos al lugar donde más nutrido es el fuego... El vigilante que
-me sirve de señuelo desaparece de pronto en una puerta cochera, y yo me
-precipito en su seguimiento. Salvamos en una exhalación un ancho zaguán
-obscuro y nos hallamos en medio de una baraúnda indescriptible: gritos,
-descargas, juramentos, corridas, estrépito de cristales rotos... La luz
-se enciende y se apaga varias veces, pero veo lo suficiente para darme
-cuenta de que estoy en una Comisaría.
-
-Me apelotono en un rincón del patio y aguardo a que pase la tormenta.
-
-
-
-
-CAPITULO V
-
-¡ALTO EL FUEGO!...
-
-
-Poco a poco el tumulto ha ido organizándose. Desde la sala, resguardados
-tras de las persianas, cuatro bomberos fusilan con toda parsimonia las
-casas del frente. En la azotea la gente destacada debe de estar
-contestando a un ataque aéreo, a juzgar por la elevación de los
-fogonazos, que advierto desde el ángulo del patio en que estoy
-refugiado. El martilleo frenético de un aparato telegráfico domina el
-estruendo de las detonaciones, y su voz breve y metálica es la única
-sensación de regularidad que se percibe en este desorden.
-
-Repentinamente, de la obscuridad de un cuarto surge una silueta
-voluminosa que, dirigiéndose a mí, me toma de un brazo y exclama:
-
---¿Qué hacen? ¡Vamos a defender la entrada!
-
-Y luego, encarándose con un grupo de agentes que se disimulan en el
-ángulo opuesto al mío, vocifera:
-
---¡A ver!... ¡Esos bancos! ¡Crúcenlos a la entrada!
-
-Todos adivinamos la intención; corremos hacia los dos bancos de plaza
-dispuestos fuera de las oficinas y los atravesamos volcados a la
-terminación del ancho zaguán. Una mesa, un sillón de escritorio y un
-retrato terminan por dar cierto carácter a la barricada. El último
-elemento de trinchera, que aporta un sargento fornido y retacón, es una
-pequeña barrica que, después de vacilar un momento sobre aquel _bric a
-brac_, se resuelve pesadamente a ir rodando por el zaguán hasta el
-centro de la calle, donde un profundo bache la obliga a dar una
-voltereta, sentándose lejos de nosotros, como un perro desobediente...
-
-Nos agazapamos detrás de la improvisada fortificación, y como la silueta
-voluminosa que nos dirige nos ordena hacer fuego, disparo mi máuser
-contra la desobediente barrica. El estrépito me enardece, y como al
-quinto disparo noto que me faltan municiones, me pongo de pie gritando:
-
---¡Una cartuchera!
-
-Inmediatamente el sargento fornido y retacón se me cuelga de los hombros
-como un chimpancé, berreando con viril angustia:
-
---¡No sea temerario! ¡Abájese, niño!
-
-Yo me resisto... Un oficialito, emocionado por esta escena de
-fraternidad heroica, exclama muy rápidamente, con voz de tiple:
-
---¡Viva la patria! ¡Viva la patria! ¡Viva la patria!...
-
-El comisario, porque esa silueta voluminosa y autoritaria es la suya,
-grita a su vez: «¡Adelante! ¡Adelante!», a pesar de que nuestras propias
-defensas nos impiden avanzar un solo paso... La guardia de la azotea se
-asoma a ver lo que ocurre, así como los bomberos de la sala, e
-inmediatamente un silencio mortal se extiende en torno nuestro.
-Aguardamos un momento la respuesta del enemigo, y como no se produce, el
-comisario vocifera: «¡Alto el fuego!»
-
-¡Oh fecundidad del silencio! A los quince segundos de sosiego los siete
-denodados defensores de la barricada nos convertimos en veinte, en
-cuarenta, en cien. En el patio pulula una multitud heterogénea:
-bomberos, oficiales, vigilantes, soldados del escuadrón y ordenanzas de
-policía. Aunque nadie dispara un tiro, el comisario sigue ordenando
-imperiosamente: «¡Alto el fuego!... ¡Alto el fuego!» Un trompa del
-escuadrón, de soberbia apostura y altas botas granaderas, emboca el
-clarín e interpreta la orden con el toque reglamentario.
-
-Inmediatamente la guardia de la azotea hace una descarga cerrada,
-comienzan a oírse disparos en toda la casa y nos hallamos envueltos en
-una batahola formidable, mientras los cuatro bomberos de la sala
-prorrumpen carcajadas estruendosas...
-
-
-
-
-CAPITULO VI
-
-LA LUZ DE UN NUEVO DÍA...
-
-
-La luz del nuevo día viene por fin a iluminar esta escena de confusión
-que puede haber durado entre diez minutos y dos horas. Yo no tengo
-noción del tiempo que ha transcurrido. Sólo sé que después de un momento
-el comisario ha reiterado la orden de cesar el fuego y que, al pretender
-el trompa del escuadrón traducírsela melódicamente, le arrebató el
-clarín con espanto como si fuese la trompeta del Juicio final. Me he
-puesto de pie y le he dicho:
-
---Es una sabia medida, comisario; el clarín es un instrumento belicoso.
-Otro toque más y nos agarramos a tiros entre nosotros. Por lo demás, el
-instrumento de la policía es el pito...
-
-Debía haber dicho el silbato, porque esta observación última ha
-desagradado evidentemente al voluminoso comisario. Repara en mí con
-fijeza, y bruscamente me interroga:
-
---¿Y usted quién es?...
-
---Usted no me conoce--replico sonriendo.
-
---Por eso se lo pregunto.
-
-Antes de que pueda ordenar rápidamente mis recuerdos, para explicar el
-encadenamiento de circunstancias que me han traído aquí, el prudente
-funcionario ordena:
-
---¡A ver! ¡Sáquenle ese máuser!... ¡Pálpenlo de armas! ¡Pásenlo a mi
-despacho!
-
-El trompa del escuadrón me arrebata tan violentamente el arma, que estoy
-a punto de perder el equilibrio. Extiendo las manos como balancín y
-veinte fusiles me apuntan de frente. Quedo con los brazos extendidos,
-inmovilizado por el terror, mientras el sargento fornido y retacón
-procede a la operación de palparme. Según la acepción corriente, palpar
-significa tocar exteriormente con las manos. En la práctica policial
-consiste en meter la mano hasta el codo en los bolsillos del presunto
-malhechor. Me despojan así de mi llavero, mi reloj, mi cigarrera vacía
-y mi billetera casi exhausta. Luego, con una escolta digna de un
-regicida, me hacen entrar en una habitación y me ponen de cara a la
-pared, en un ángulo de la estancia. No puedo hablar ni darme vuelta.
-
-Estoy de penitencia como hace veinticinco años en el colegio y tengo una
-hambre también como la de entonces. Para saber lo que es apetito hay que
-ser pupilo o estar preso...
-
-
-
-
-CAPITULO VII
-
-CONVICTO Y CONFESO
-
-
-Entre tanto, según puedo oír, el comisario y la oficialidad se han
-marchado a recorrer las inmediaciones para recoger los muertos y los
-heridos y perseguir a los atacantes. Parece que yo soy el único de ellos
-que ha caído prisionero.
-
-A estar a lo que conversan en el patio, los revoltosos eran como «cuatro
-mil», admirablemente armados; una barrica de cerveza que rodó hasta el
-centro de la calle está atravesada de parte a parte por cuatro
-balazos...
-
-«Buena puntería--digo entre mí--, pero mal empleada; era mucho mejor que
-me hubiese bebido la cerveza...» Paso la lengua por mis labios resecos y
-recuerdo que hace veinte horas que no pruebo un bocado y diez que no
-tomo un trago. Me siento desfallecer y las ideas se me confunden. ¡Dios
-mío! ¿Por qué me he mezclado yo a los revoltosos?... Apoyo la cabeza en
-el ángulo que forman las dos paredes, cierro los ojos y trato de tomar
-el hilo de mis pensamientos, que se disgregan como los Estados del
-Imperio ruso. Gasto mis últimas energías en ese empeño de restauración
-psíquica, y luego, tras cierto tiempo, pierdo toda noción de mi
-personalidad. Soy algo así como una masa astral, informe, sin voluntad
-ni materialización alguna, pero con una vaga conciencia de las cosas. Me
-entero sin emoción de que hace mucho tiempo que ha triunfado el
-maximalismo y que la ciudad de La Plata se ha refundido con la de
-Nijni-Novgorod. Un italiano viejito, que usa eternamente una galera
-abollada, es el presidente del Soviet Local Bonaerense. Poco a poco he
-ido cobrando mi forma corporal, y desde entonces estoy preso aquí por
-orden suya. Todos los días viene a verme, y sin que yo pueda replicarle,
-me dice ferozmente: «_¡Maximalista!... ¡Maximalista!... Te lo facisse
-vede io lu masimalismu!_»
-
-Hace una infinidad de tiempo que estoy sometido a esta tortura. De
-pronto dictan una ley matrimonial autorizando a las muchachas a escoger
-marido entre los prisioneros. Debemos someternos a su elección bajo pena
-de muerte. Hay un desfile interminable de arpías, mujeres huesudas y
-contrahechas, petizas esféricas con inmensos lentes de carey, patronas
-atléticas y mostachudas, viejas vagabundas con la sonrisa siniestra de
-las alcoholizadas. Yo tiemblo ante la idea de que una de ellas esboce un
-gesto que me obligue a seguirla. Me disimulo y procuro confundirme con
-el rincón de pared que habito desde hace tantos años... Imprevistamente,
-una de las que forman en esa procesión me hace una señal. Me aproximo
-lleno de un sudor frío y veo una jovencita de ojos garzos y pelo
-castaño, con un peplo blanco y un ancho sombrero obscuro. ¡Carlota! Mi
-electora me sonríe, y ante esa sonrisa la evidencia de mi felicidad es
-tan grande que estrecho a la muchacha y exclamo: _¡Viva el
-maximalismo!_...
-
-El dolor de un puñetazo me hace volver en mí, y me despierto abrazado al
-sargento fornido y retacón, y gritando como un energúmeno.
-
-Generalmente yo tengo el sueño pesado; pero esta vez unos cuantos
-culatazos enérgicamente aplicados me han despertado sin remisión.
-
-Debo de tener una costilla rota. Pero lo peor es que, según el sargento,
-estoy convicto y confeso...
-
-
-
-
-CAPITULO VIII
-
-UN INTERROGATORIO
-
-
-Evidentemente, debo de estar convicto y confeso porque me invitan a
-sentarme. Mis confesiones, como las de Rousseau, atraen el interés
-general. Las autoridades de la Comisaría me rodean y un oficial me
-ofrece un cigarrillo. Ante esta galantería veo el cielo abierto y
-comienzo a protestar de mi inocencia. Súbitamente las caras se tornan
-hoscas; el oficial no me entrega el cigarrillo y presiento que me van a
-expulsar del sillón. Cambio de táctica. Hago esfuerzos por sonreír
-socarronamente y digo que sólo deseo contar mi historia a los empleados
-superiores. Estos, halagados en su vanidad, desalojan el despacho y, una
-vez entornadas las puertas, vuelven a reunirse en torno mío. Me apodero
-del cigarrillo ofrecido y solicito desenfadadamente una taza de te con
-bizcochos. Sin eso no puedo hablar...
-
-Me traen un vaso de cerveza y dos sandwichs. Mientras repongo mis
-fuerzas, me pregunto cómo salir del paso. Recuerdo la conspiración de la
-pólvora, la conjuración de Fiesco, el complot de Alzaga... Nada me
-sirve.
-
-Por suerte, llega el voluminoso comisario, quien se dispone a
-interrogarme con toda solemnidad.
-
---¿Cómo se llama usted?
-
---Julio Narciso Dilón.
-
---Ese apellido no es de aquí...
-
---No, señor. (Es verdad, soy de origen boliviano.)
-
---¿Es usted catalán?
-
---No, señor.
-
---¿Ruso?
-
---Tampoco.
-
---¿Italiano? ¿Francés? ¿Alemán?
-
---Nada de eso.
-
---¿Cuál es su nacionalidad?
-
---Soy argentino.
-
---¿Hace mucho que está radicada su familia en América?
-
---Dos siglos.
-
---¿Cómo dice?
-
---Doscientos años.
-
-El comisario cuchichea con los oficiales, se sonríe y me pregunta:
-
---Su abuelo paterno, ¿qué fué?
-
---Diputado al Congreso de Tucumán.
-
---¿Por qué provincia?
-
---Potosí...
-
-Grandes carcajadas del auditorio. El comisario hace esfuerzos por
-mantener la seriedad y dice:
-
---Potosí no es una provincia, es una calle.
-
-Me encojo de hombros y me sonrío con una estupidez incomparable. No
-estoy con ánimo para lanzarme en una disertación histórica. Que el
-comisario crea lo que le parezca conveniente.
-
-El interrogatorio prosigue. Cada vez que intento defenderme de la
-terrible acusación que pesa sobre mí me quitan la palabra. El comisario
-me dirige preguntas insidiosas, que no tienen respuesta. Por último,
-recapitulando los debates, me dice:
-
---Si usted es inocente, ¿por qué se introdujo subrepticiamente en la
-Comisaría? ¿Por qué profirió gritos subversivos? ¿Por qué intentó
-desarmar al sargento?...
-
-Y antes de que pueda replicar me hace conducir al calabozo.
-
-
-
-
-CAPITULO IX
-
-ARAMIS
-
-
-Sábado, 11.--He pasado el día de ayer y la noche última en un estado de
-inconsciencia lamentable. Durante la noche se reprodujo en dos o tres
-ocasiones el tumulto que presencié la madrugada del viernes. Los agentes
-se han acostumbrado al peligro, porque ahora, entre alarma y alarma,
-bailan tangos y beben cerveza. ¿Dónde se han procurado ese instrumento
-horrible que se llama un bandoleón?
-
-El ritmo canallesco y monótono de nuestro baile nacional se mezcla al
-silbido alterno de la bomba extractora de cerveza...
-
-Me doy a imaginar un órgano hidráulico de inmensas proporciones,
-accionado por cerveza, que no toque sino tangos: «Cara Sucia», «Mi noche
-triste», «Piantá piojito...» En su torno bailan una infinidad de
-vigilantes con los cascos compadronamente echados sobre los ojos.
-
-De pronto se hace un silencio, corren unos cerrojos y oigo un grito:
-
---¡A ver el diputado por Potosí!...
-
-Creo que debe de ser por mí. Me aproximo a la puerta, y de un empujón me
-colocan en medio de un piquete de soldados del escuadrón, que echa a
-andar con paso marcial hasta el despacho del comisario. Allí me hallo
-con todo el aparato de un Consejo de guerra. La presidencia está ocupada
-por un capitán del escuadrón, un mozo rubio y elegante que parece un
-capitán de ulanos. Según he oído, le dicen Aramis porque tiene la
-costumbre de trompearse «mano a mano» con los presos peligrosos. A su
-lado se sientan dos oficiales plenamente poseídos de sus funciones. En
-ambos extremos de la estancia dos centinelas velan rígidamente. Me hacen
-sentar, y el capitán Aramis se pone de pie:
-
---Si usted no declara toda la verdad le vamos a fusilar
-inmediatamente...
-
-Con esa resignación que uno tiene en las pesadillas, cuando duran
-demasiado, inclino la cabeza y quedo en silencio.
-
---Le damos cinco minutos para que se decida...
-
-Evidentemente, todo esto es un sueño; cuanto antes termine será mejor;
-me despertaré en mi cama.
-
-El capitán Aramis se ha levantado, y acercándose a la puerta ha ordenado
-con una sonrisa:
-
---¡Formen el cuadro en el segundo patio! ¡Preparen el pelotón!...
-
-¡Tanto mejor! Quizá la impresión del fusilamiento me despierte por
-completo.
-
-Los cinco minutos han pasado. Aramis y los dos oficiales acaban de
-salir. Oigo afuera órdenes imperiosas y ruido de armas. Las culatas de
-los máuseres chocan contra las baldosas. El jefe del piquete me toca en
-un hombro. Me levanto automáticamente, me coloco en medio de los
-soldados y salimos de la estancia.
-
-La guardia está formada. Pero en vez de dirigirnos al segundo patio
-vamos hacia el zaguán. Pasamos por entre una doble fila de bomberos
-rígidamente alineados, con la bayoneta calada, y nos encontramos en la
-calle. Junto a la acera se halla un carrito de bomberos, y, rodeándolo,
-un destacamento de soldados del escuadrón a caballo y con las tercerolas
-apoyadas en el muslo. A su frente está Aramis, bello como un capitán de
-ulanos. Cuando me suben al carro, se me cae el pañuelo con que me voy
-secando el sudor frío que me corre por la cara, y Aramis, buen jinete y
-cortés caballero, lo recoge y me lo entrega con una elegancia digna de
-su héroe epónimo.
-
-
-
-
-CAPITULO X
-
-LA NINFA ECO
-
-
-El carrito echa a andar y yo me tumbo de espaldas sobre las tablas. Por
-un momento no escucho más que el rodar de la carretela y el trote de los
-veinte caballos que me dan escolta. Luego, absorto en la contemplación
-del azul del cielo, me voy quedando dormido...
-
-Repentinamente me despierta un estampido, al que sigue un segundo
-después una detonación más sonora. Mi escolta ha echado pie a tierra, y
-los soldados, parapetados tras de los caballos, inician un fuego
-nutrido. A poca distancia se escuchan otros disparos igualmente
-nutridos, pero de un sonido más amplio. Cada descarga nuestra nos es
-devuelta inmediatamente con creces.
-
---¡Nos están baleando sin asco!--grita el capitán Aramis.
-
---Es desde aquella casa alta--dice tranquilamente el bombero que maneja
-el carrito y que está observando la escena con curiosidad.
-
-Me asomo a ver. Estamos en una encrucijada; la calle perpendicular a la
-que seguíamos ofrece un pronunciado declive y como cincuenta metros más
-adelante tuerce bruscamente hacia la izquierda. En el fondo de esta
-hondonada se alza, ocultando todo el horizonte, una inmensa casa de
-departamentos, cuyas galerías de hierro y cristales le dan el aspecto de
-un enorme trasatlántico. Contra esas galerías, en las que se ven algunas
-plantas y macetas suspendidas, está tirando mi escolta. Los cristales
-saltan en pedazos con una vibración argentina y hasta parece oírse el
-ruido sordo de las balas atravesando el latón de las barandas. Llegan
-hasta nosotros gritos penetrantes de mujeres y estrépito de puertas. No
-advierto, sin embargo, el silbido de los proyectiles que se nos dirigen,
-a pesar que desde allí cerca siguen partiendo detonaciones.
-
-De pronto el capitán Aramis da una orden, que el trompa, mi viejo
-conocido, traduce en clarín: «¡Avancen!»
-
-¡Oh asombro! No ha terminado aún, cuando otro clarín repite fielmente en
-la casa de departamentos la misma orden: «¡Avancen!»
-
-A todo esto los caballos de mi carrito se han espantado, lanzándose
-calle arriba en una carrera frenética. El bombero conductor hace
-esfuerzos inútiles para aplacarlos. A las dos cuadras doblamos a la
-izquierda, llevándonos por delante un buzón. Los caballos disminuyen la
-marcha. Aprovecho entonces la circunstancia para tirarme del carro, y
-como los caballos reanudan su fuga desenfrenada, sigo a pie en la
-dirección contraria. No hay un solo vigilante en las cercanías.
-
-Desde aquí el fenómeno del eco es bien evidente. Las detonaciones
-repercuten en la casa de departamentos con una nitidez maravillosa. Y
-hasta las órdenes vibrantes de Aramis son duplicadas con una manifiesta
-oficiosidad.
-
-¡Oh ninfa Eco, a quién debo mi libertad! ¡Locuaz hija de Uranos y Gea,
-mi agradecimiento será eterno! En loor tuyo todos mis hijos se llamarán
-Narciso y estudiarán acústica...
-
-
-
-
-CAPITULO XI
-
-«HANDS UP!»
-
-
-Como no tengo deseo alguno de volver a caer en manos del capitán Aramis,
-a pesar de su exquisita cortesía, me voy alejando del lugar de la
-encarnizada refriega con toda la premura de que soy capaz. La libertad
-me ha devuelto la reflexión; observo y me convenzo de que soy inocente,
-absolutamente inocente; pero a pesar de esto no disminuyo la rapidez de
-mi marcha. ¿Por qué los inocentes huyen a la Policía mucho más que los
-culpables? Quizá por falta de hábito. Sin embargo, el acto de darse a la
-fuga es una terrible presunción en contra de uno. «Se dió a la fuga», y
-ya todos suponen que se trata de un terrible criminal. Debemos, en
-consecuencia, si tenemos la conciencia tranquila, aguardar a pie firme
-al empleado policial, al digno representante de la autoridad, al
-benemérito guardián del orden, y sonreírle y agasajarle, y abrirle
-nuestro corazón y nuestra casa... Pero por proceder así he sufrido dos
-días de hambre, recibido varios culatazos y soportado todas las
-angustias de un condenado a muerte. Bien hecho: ¿quién me mete a mí a
-devolver un máuser? Las armas, como los libros, no se devuelven nunca.
-Se devuelve un pañuelo a la señorita que lo ha perdido, una cartera
-vacía al señor que acaba de bajar de la escalera, un guante de la mano
-izquierda al joven que lo ha extraviado en el ascensor; pero no
-corresponde detener a media noche a un individuo mal entrazado para
-decirle: «Tome, señor, esta daga que se le ha caído...»
-
-En el curso de esta meditación llego ante el Mercado de Abasto y puedo
-observar desde aquí el espectáculo desacostumbrado que ofrece la calle
-Corrientes. Pequeños grupos de jóvenes, con brazales bicolores, armados
-de palos y carabinas, detienen a todos los individuos que llevan barba y
-les obligan a levantar las manos en alto. Mientras los que usan palos
-les apuntan con éstos a bocajarro, los de las carabinas les pinchan con
-ellas en el vientre, y otros, desarmados, se cuelgan de las barbas del
-sujeto.
-
-Según me informan en un corro, este original procedimiento tiende a
-estimular entre los barbudos el amor a la nación Argentina. Como soy
-lampiño, me creo a cubierto de semejante recurso pedagógico y sigo hacia
-el centro. En el camino advierto que otros grupos apedrean las casas de
-comercio los nombres de cuyos propietarios abundan en consonantes. ¿Por
-qué les tienen tanto odio a las consonantes? ¿Acaso las vocales solas
-pueden componer un idioma?
-
-Delante mío va un viejito canoso, de rancho de luto, alpargatas y saco
-de lustrina. Camina presuroso, sin que el tumulto atraiga para nada su
-atención. De pronto, un grupo estacionado en mitad de la calzada nos da
-el alto imperiosamente. Yo me paro en seco; pero el viejito no detiene
-su marcha. Un mocetón fornido, que ostenta el consabido brazal celeste y
-blanco, corre a su encuentro revólver en mano.
-
---¡Párese! ¡Arriba las manos!
-
-El viejo se cuadra y levanta en alto la mano izquierda. Esta obediencia
-parcial irrita al mocetón, que le reitera la orden:
-
---¡Arriba las manos!
-
-El viejo continúa con la mano izquierda en alto, mientras la derecha
-desaparece completamente en el bolsillo del saco de lustrina, que
-contiene a simple vista un bulto insólito. Suena un tiro, y después de
-un ligero balanceo, el viejito se desploma de cara al suelo, siempre con
-la mano izquierda en alto... Rápidamente, el mocetón que ha hecho fuego
-se abalanza sobre el caído para sacarle el arma que indudablemente tiene
-en la mano derecha, y retira del bolsillo una manga vacía que queda
-extendida sobre la baldosa. El extremo sobresale del cordón de la acera
-y se dobla hacia la calzada como una manguera exhausta. Por poco tiempo,
-sin embargo, porque segundos después comienza a arrojar un fino hilo de
-sangre sobre el pavimento.
-
-El viejo «era» manco.
-
-
-
-
-CAPITULO XII
-
-LA VUELTA AL HOGAR
-
-
-Hasta este momento yo no había visto morir a nadie. Tenía por eso la
-idea de que la muerte era un espectáculo aparatoso y trascendental, que
-exigía ciertas transiciones y un cuadro apropiado. Nada más sencillo,
-por cierto, según el episodio que acabo de contemplar.
-
-Sobre el asesinato, en especial, yo tenía las ideas más melodramáticas
-posibles. Lo suponía algo lleno de violencia, de pasión, de ferocidad, y
-se me antojaba torva y siniestra la figura del matador... Nada de eso,
-sin embargo. Es el incidente más trivial que se pueda imaginar.
-
-Usted se pone en torno del brazo izquierdo la cinta del gato de su casa
-o la liga de la mucama, coge su revólver, sale a la calle y le pega un
-tiro en el corazón al primer hombre humilde que le parezca sospechoso.
-Con eso quizá ha dejado usted en la orfandad a media docena de
-chiquilines, pero en cambio ha consolidado las instituciones y ensayado
-su puntería.
-
-Me voy acercando a casa. Al reconocer los lugares familiares experimento
-una emoción incontenible, como si volviera de un largo viaje. ¡Me parece
-que hace tanto tiempo que dejé mi silencioso departamento de soltero! El
-mucamo me recibe en la escalera, y al observar mi aspecto demacrado y mi
-aire abatido, supone que vuelvo de una fenomenal partida de poker.
-Presume, además, que he perdido lo indecible y presiente un período de
-estrecheces y apuros. Esta preocupación le agria el gesto, y en vez de
-comunicarme las novedades que se hayan producido, se hace a un lado
-austeramente...
-
-
-
-
-CAPITULO XIII
-
-EL ASALTO A LA COMISARÍA 44
-
-
-Domingo, 12.--Me he despertado hoy a mediodía, tras haber dormido cerca
-de diez y ocho horas seguidas, con un sueño profundo de niño. Después
-del baño me he quedado en pijama y me hice traer los diarios de la
-mañana. Ya no me acuerdo de mi aventura de días pasados y me entero de
-las noticias de la huelga con toda la buena fe de un espectador
-desinteresado. Imprevistamente, el corazón da un latido anunciador y
-leo:
-
- «=El asalto a la Comisaría 44.=--El primer ataque, preludio y quizá
- preparación combinada de los que se produjeron al día siguiente, se
- dirigió contra la Comisaría 44. El asalto se inició contra los
- centinelas avanzados que se encontraban a media cuadra del local
- de dicha Comisaría. A consecuencia de este ataque, se cambió un
- nutrido tiroteo entre los leales defensores del orden público y los
- maximalistas, que se hallaban perfectamente pertrechados y poseían
- máuseres de último modelo, muchos de los cuales conservaban aún la
- etiqueta de venta.
-
- Dará una idea del armamento que poseían los ácratas el hecho de que
- una barrica que se hallaba en la calle, frente a la misma
- Comisaría, fué literalmente convertida en una criba por los
- proyectiles que se dirigieron contra el local.
-
- En esa refriega los defensores de las instituciones tuvieron que
- hacer actos de verdadero arrojo para impedir que la turba de
- agitadores se apoderara de la Comisaría, en cuyo zaguán se libró
- una verdadera batalla.
-
- Contenido el asalto por las fuerzas policiales, pudo notarse que
- dentro de la Comisaría se hallaba un sujeto extraño a ella, el cual
- se señaló desde el primer momento como uno de los cabecillas del
- atropello. Estas sospechas pudieron confirmarse más tarde cuando
- dicho sujeto, que dijo llamarse Nicolás Dilonoff, después de un
- hábil interrogatorio, que contestó con evasivas, trató de desarmar
- a uno de los agentes. También gritó «¡Viva el maximalismo!»,
- aprovechando un momento de descuido de sus guardianes.
-
- En vista de esto, el temible agitador, en cuyo poder se encontraron
- grandes sumas de dinero, fué puesto a buen recaudo por la
- autoridad, y a la mañana siguiente enviado al Departamento Central
- de Policía bajo segura custodia.
-
- Por desgracia, los compañeros de Dilonoff lograron conocer el
- recorrido por donde debía pasar y atacaron a la escolta que lo
- conducía no bien ésta desembocó por una de las calles adyacentes al
- lugar donde se produjo el hecho. Los agentes trataron de repeler la
- agresión, cambiándose entre los dos bandos más de tres mil tiros.
-
- Aprovechando la confusión que se produjo a raíz de este ataque, el
- temible agitador logró eludir la vigilancia de la policía,
- ignorándose hasta este momento su paradero. Se espera, sin embargo,
- detenerle de un momento a otro.
-
- Nicolás Dilonoff, que también se hace llamar Jesús Martínez, es un
- viejo conocido de nuestra policía. Ha llegado al país hace pocos
- meses, y a pesar de eso habla correctamente el español. Se sabe que
- en Rusia, su país de origen, ha mantenido estrechas relaciones con
- Lenín y Trotsky.»
-
-Suspendo la lectura y llamo al mucamo: ¡Mauricio! ¡Mauricio!... Mauricio
-se presenta alarmado. Yo me vuelvo hacia él con una profunda congoja y
-le digo: «Mauricio, estoy mal de la cabeza. Llama inmediatamente a un
-médico; prepárame un sinapismo; llévate esos diarios; alcánzame la
-aspirina; corre el cortinado; disponme otro baño; avísale a Perucho,
-pero no le dejes entrar; no estoy para nadie; descuelga el tubo del
-teléfono y arréglame las valijas, porque me voy a Montevideo...»
-
-Mauricio supone que efectivamente estoy mal de la cabeza, y yo me vuelvo
-a meter en cama...
-
-
-
-
-CAPITULO XIV
-
-DE CÓMO RECOBRO EL USO DE LA RAZÓN Y OTROS OBJETOS
-
-
-Miércoles, 15.--He pasado una terrible crisis. Desde el domingo hasta
-anoche he sido presa de la fiebre y del delirio. Sólo ayer, a la hora de
-la comida, después de un breve sueño reparador, he vuelto a ser el
-hombre normal de hace ocho días. El médico cree que aun estoy débil y ha
-prohibido que se me hable de la huelga; pero, como es natural, durante
-toda la noche no nos hemos ocupado de otra cosa con Perucho Salcedo y
-con Amenábar, que han estado a visitarme. Les he contado todo lo que me
-ocurrió desde el jueves último, a medida que me iba acordando, y ¡bien
-sabe Dios si hay fallas en mi memoria!
-
-¡Cosa singular! Se han reído hasta desternillarse. Cuando hubieron
-terminado de reírse, examinamos mi situación personal. Perucho me
-aconsejó que le mandase los padrinos al comisario de la 44, y Amenábar,
-que fuera a reclamar el reloj, la tabaquera, las llaves y el dinero que
-me habían sacado. Este último consejo me parece el más oportuno; pero
-antes debo liquidar mi situación como delincuente, porque no hay que
-olvidar que tengo la captura recomendada... Para la Policía soy
-Dilonoff, el terrible Dilonoff, un prófugo, un conjurado, un perturbador
-del orden social.
-
-Amenábar ha prometido arreglarme el asunto en el día, pero no las tengo
-todas conmigo. Si fuese un delincuente empedernido podría contar, por lo
-menos, con el indulto presidencial; pero como soy inocente...
-
-A las cuatro llega Amenábar en su soberbio «Packard». Vienen con él
-Perucho, Totó Arribillaga y el mono Sánchez Oriol, que es medio pariente
-del comisario de la 44. Todos quieren presenciar el efecto de mi
-reaparición en la Comisaría que asalté yo solo, por mi cuenta.
-
-Como ya me siento bien y además tengo deseos de unirme con mi reloj, no
-opongo obstáculos al viaje, cuya duración no deja de preocuparme.
-¡Estos jóvenes no saben dónde queda la Comisaría 44! Sin embargo, a los
-veinte minutos nos detenemos ante un edificio, que reconozco vagamente.
-Hemos venido en línea recta, sin la menor desviación ni el más pequeño
-barquinazo. ¿Es el coche o las calles? Vuelvo a sufrir la ilusión del
-damero.
-
-Cruzamos el zaguán obscuro, en el que ya no se advierte rastro alguno de
-las pasadas luchas. (La Comisaría ha seguido siendo asaltada después de
-mi retiro.)
-
-El mono Sánchez Oriol se adelanta y, después de parlamentar brevemente,
-nos hace pasar al despacho del comisario.
-
-Este nos recibe de pie con una afabilidad de gran caballero.
-
-Presentaciones: Amenábar, Salcedo, Arribillaga. Grandes saludos. Cuando
-me llega el turno, el mono dice simplemente: «¡Dilonoff!» Coro general
-de carcajadas. El comisario es el que ríe con más ganas. Después de un
-momento de conversación, durante el cual nos muestra un retrato de
-Sarmiento destrozado por las balas (es el retrato que el sargento arrojó
-sobre la barricada), procede a entregarme «mis efectos». Por una
-deferencia especial no me pide recibo.
-
-Nos despedimos; pero cuando todos han salido, el simpático comisario me
-retiene para decirme con tono de dulce reproche: «Pero, amigo, ¿cómo no
-me dijo usted que era socio del Jockey?...»
-
-Al regresar vamos a toda velocidad por la anchurosa avenida con arboleda
-central. Inesperadamente el mono Sánchez Oriol prorrumpe en un alarido:
-«¡Viva el presidente del Soviet!» Este grito hace volver la cabeza a los
-transeuntes, y creo reconocer rápidamente dos ojos garzos que me miran
-con asombro, una cabellera castaña, un traje blanco suelto. ¿Es una
-ilusión?... ¡Estos autos marchan tan rápido!...
-
-
-
-
-EL CULTO DE LOS HEROES
-
-
-
-
-CAPITULO PRIMERO
-
-DE CÓMO DON JUAN MARTÍN IBA ACORTANDO SUS PASEOS
-
-
-Al salir aquella mañana, don Juan Martín habíase dado con el mayor de
-sus nietos, quien, cansado y furtivo, regresaba al domicilio familiar.
-El muchacho, sorprendido, no acertó sino a decir: «Buenos días»,
-cortesía trivial que el anciano retribuyó con un «Buenas noches»
-cortante como el aire frío de la madrugada.
-
-No dijo más; pero el encuentro habíale puesto de mal humor.
-
-Por un antiguo hábito ambulatorio, don Juan Martín tenía la costumbre de
-meditar sobre sus negocios mientras iba por la calle, solo y abstraído,
-en medio del tumulto urbano. La primera idea de su gran empresa
-ocurriérasele en esa forma, al cabo de cinco años de pasear por la
-ciudad su aparejo de afilador, y otros tantos había madurado el proyecto
-en sus interminables caminatas. Cinco años, durante los cuales empujó su
-máquina rudimentaria con aire ausente, acariciando en su espíritu vagos
-sueños de riqueza y arrancando a su silbato, de trecho en trecho, un
-sonido largo y modulado como un reclamo a la fortuna.
-
-Por cierto que ese pregón, tradicional en Buenos Aires, no tuvo poca
-parte en la ulterior prosperidad de Juan Martín. A causa de él, los
-robustos changadores gallegos que en muchas esquinas comentaban
-indolentemente la exigua crónica telegráfica de los diarios de entonces,
-a la espera de que se les mandase llamar para transportar un piano o
-conducir una carta de amor, tareas desproporcionadas que realizaban con
-igual indiferencia e idéntica celeridad, solían burlarse de su cuasi
-conterráneo--Juan Martín era de los límites de Asturias--con toda la
-pesadez de su inteligencia de atletas. En Galicia, con el mismo reclamo,
-largo y modulado, anuncian su presencia en las aldeas los castradores de
-cerdos. Y eran sobre ese _leit-motiv_ procaz, un número infinito de
-variaciones y desarrollos que el pobre ambulante escuchaba resignado,
-traduciendo únicamente su sorda irritación en el leve temblor del
-silbato de níquel que colgaba siempre de su boca como una prolongación
-natural del belfo. ¿Fué un efecto de su antipatía hacia aquel gremio
-jocundo y holgazán la primer idea de la industria que lo enriqueció y
-llegó a cambiar uno de los aspectos de la ciudad? ¿O no se debió todo
-sino a la antigua hostilidad de las tribus nómadas hacia las de hábitos
-sedentarios, causa de tantas luchas prehistóricas, reconocible aún, bajo
-pretextos nuevos, en los conflictos de los gremios urbanos? Fuera uno u
-otro sentimiento la raíz oculta de su invención, o ambas a la vez, el
-hecho es que a Juan Martín se le ocurrió realizar los servicios que
-llevaban a cabo sus pesados burladores con carros ligeros de dos ruedas,
-y un buen día, dejando su máquina de afilar en un rincón de la pieza que
-habitaba con su mujer y su hija, se lanzó a la calle arrastrando el
-primer vehículo a tracción humana que se conoció en la capital. En los
-años que siguieron y que marcaron un ascenso lento, pero constante, en
-su pequeña industria, D. Juan Martín continuó recorriendo la ciudad al
-paso flexible y silencioso de sus alpargatas, revisando en su mente
-cálculos de enriquecimiento cada vez más concretos. Y a medida que se
-engrandecía su negocio iba disminuyendo el radio de sus paseos y la
-amplitud de sus meditaciones.
-
-Ahora que estaba enormemente rico, que había centralizado en su empresa
-casi todos los servicios de transportes y encomiendas del país, que
-figuraba en el directorio del Banco Español y era uno de los mayores
-propietarios de inmuebles de la ciudad, el breve trayecto entre su
-lujoso hotel de la calle Maipú y el viejo edificio de las oficinas en el
-Paseo de Julio, cerca del Retiro, bastábale para resolver todos sus
-asuntos. Pero siempre el ritmo de su paso era el mismo de cuando iba
-empujando su aparejo, y aunque algo relajado por la senectud, su belfo
-se avanzaba como si aun intentara, con el silbato ausente, lanzar uno de
-aquellos largos y modulados reclamos a la fortuna.
-
-
-
-
-CAPITULO II
-
- EN QUE SE MUESTRA QUE LA PIEDAD, COMO OTROS ACHAQUES DE LA VEJEZ,
- LA MIOPIA, POR EJEMPLO, PUEDE CORREGIRSE CON EL USO DE CRISTALES
- ADECUADOS
-
-
-Esa vez, al llegar al edificio de la Empresa, D. Juan Martín advirtió
-que, contra su costumbre, no había sido durante la breve caminata dueño
-de sus pensamientos. Evidentemente, el encuentro con su nieto habíale
-puesto de mal humor. Una sucesión lenta de ingratas escenas familiares,
-un sentimiento difuso de soledad y la impresión angustiosa de que su
-ausencia definitiva no sería lamentada por nadie, le dominaron durante
-todo el trayecto. Así, cuando se vió ante la puerta de su despacho y
-recordó que debía resolver en última instancia aquel asunto de los
-terrenos de Puente Alsina, se notó desapercibido y en mal estado de
-ánimo.
-
-Don Juan Martín nunca dejaba librado al azar de una entrevista el
-resultado de un negocio, pequeño o grande. Iba siempre a ella con un
-plan apenas esbozado, pero llevando una decisión prolijamente madurada
-en sus paseos, de la que no se apartaba un ápice.
-
-Pero en esta ocasión estaba desorientado e indeciso. ¿Consentiría en
-renovar una vez más el contrato de alquiler a los paisanos suyos, que
-desde tiempo inmemorial poseían en aquellos terrenos un establecimiento
-entre rural y urbano, a la vez fonda, cancha de bochas y corralón de
-hacienda?
-
-El creciente desvío de la hija, que comenzara poco después de la muerte
-de la madre, le había ido acercando a sus paisanos, le hacía complacerse
-en las evocaciones de la tierra natal, tan lejana en sus recuerdos, y le
-convirtiera en el filántropo de que hablaban los periódicos regionales
-de aquí y de allá. Por eso mantuviera hasta entonces improductivos
-aquellos terrenos comprados casi por nada a fines del siglo, que había
-visto, en su última visita, rodeados de amplias avenidas, calles
-pavimentadas, líneas de tranvías, casas modernas y edificios
-industriales. Sus dos paisanos, padre e hijo, venían disfrutando de esa
-locación excepcional con la misma candorosa indiferencia con que se
-habían dejado cercar por el progreso y la riqueza, sin modificar sus
-hábitos rurales adquiridos treinta años antes, cuando aquel lugar era el
-tránsito obligado de los arreos que iban al matadero. ¿Prolongaría esa
-situación absurda, perjudicando un plan ya antiguo de ampliación de los
-depósitos de la Empresa, para no alterar la dejadez crónica de los dos
-acriollados asturianos?
-
-Cuando penetró en el despacho, ya le estaban aguardando, zurdamente
-acomodados en sendos sillones, sus dos inquilinos: el padre, un anciano
-de barba blanca, pañuelo de seda negra al cuello, ropa obscura y botines
-de elástico, y el hijo, un hombre ya maduro, fornido, con aspecto de
-capataz de estancia. Don Juan Martín los saludó sin mucha espontaneidad;
-ocupó su asiento tras el escritorio, y al punto entabló la conversación
-con sus comprovincianos. Los dos inquilinos no conservaban el menor dejo
-del acento nativo. Hablaban con la prosodia llana y el lenguaje
-descuidado de los hombres del campo de Buenos Aires. En cambio, D. Juan
-Martín, que nunca perdiera la ruda pronunciación regional, había
-adquirido en la última época de su vida, por su frecuentación del alto
-comercio español, el prurito del casticismo. Y nada más cómico, a causa
-de esa diferencia idiomática, que la continua apelación a los orígenes
-comunes, al deber de ayudar a los paisanos, al amor al terruño con que
-los dos suplicantes procuraban ablandar al hombre de negocios.
-
-Mientras así le hablaban, D. Juan Martín, lejos de conmoverse por las
-evocaciones ingenuas de la aldea, casi desvanecida en su memoria,
-pensaba en la catástrofe que significaría para aquel viejo verse
-expulsado del lugar en que, por una síntesis frecuente en los
-inmigrantes españoles que no han sido arrastrados por el vértigo de la
-ciudad, conciliara desde su llegada al país el espíritu sedentario del
-agricultor europeo con la clásica despreocupación del gaucho. En todo el
-tiempo que llevaban aquí no habían ahorrado un centavo, ni acreditado su
-negocio, ni conseguido aptitud alguna para abrirse camino en la vida.
-Todo su capital consistía en la clientela, cada vez más escasa, que
-acudía a aquel establecimiento indefinido, último representante de la ya
-olvidada tradición del barrio. Contra la formidable presión del ambiente
-que tendía en cien formas distintas a desplazarlos, a arrojarlos a los
-nuevos suburbios, para hacerles repetir al cabo de cuarenta años los
-días azarosos de la inmigración, no tenían más defensa que la buena
-voluntad de su afortunado paisano.
-
-Don Juan Martín sentía que se iba emocionando. Le impresionaba, sobre
-todo, la afinidad espiritual que era posible advertir entre el padre y
-el hijo, el cariño viril que se profesaban, la semejanza en la figura,
-en los gestos, en la voz... Y envidiaba al pobre viejo de barba blanca
-esa paternidad absoluta, acabada, tanto quizá como él suponía codiciaban
-los otros su actual opulencia.
-
-Estaba a punto de pronunciar la palabra definitiva que devolvería la
-tranquilidad a sus visitantes--D. Juan Martín nunca se desdecía--cuando
-alcanzó a ver sobre la mesa el estuche de los lentes. Con un gesto
-maquinal los abrió, montó los cristales sobre su fuerte nariz y comenzó
-a revisar el fajo de papeles que tenía ante sí. Era el anteproyecto del
-inmenso depósito para la Empresa, a construirse sobre los terrenos de
-Puente Alsina. La oficina técnica que los había formulado algunos años
-antes y que ahora insistía en ellos con motivo de la terminación del
-irrisorio contrato señalaba la necesidad, cada día más imperiosa, de
-descongestionar la casa central, de tener un local adecuado para los
-camiones, de alejar el tráfico de las parroquias aristocráticas. Había
-que aprovechar, además, los precios transitoriamente bajos de los
-materiales de construcción. Todo esto, gracias a la ampliación de los
-cristales, se le aparecía con caracteres nítidos, con una acuidad de
-visión que era a la vez un placer del sentido y de la mente.
-
-En cambio, al levantar la cabeza, las siluetas de los dos hombres que,
-encogidos en la penumbra, estaban aguardando la respuesta, se le
-presentó borrosa, confusa, apenas perceptible.
-
-Y sin vacilar, con un solo movimiento negativo, condenó irrevocablemente
-a sus dos paisanos a la miseria.
-
-
-
-
-CAPITULO III
-
-BREVE EXCURSIÓN A TRAVÉS DE LOS APELLIDOS
-
- «... but the last name is certainly meant,
- by all logic and history, to link a man
- with his human origins, habits or
- habitation.»--_G. K. Chesterton._
-
-
-Don Juan Martín no tenía apellido. Es decir, el nombre de Martín, que
-recibiera de su padre, y éste a la vez de sus obscuros antepasados, no
-había sufrido la deformación que la costumbre exige para que se le
-considere un apellido. Parecía un nombre de expósito, y a esta
-circunstancia, que causara la aflicción de su hija, debiérase el que,
-por un homenaje inconsciente al iniciador de la industria, todas las
-Empresas de mudanzas llevaran durante un tiempo en Buenos Aires nombres
-de expósitos: Juan José, Pedro Juan, Luis Martín, etc.
-
-Tal suerte de apellidos no evolucionados es relativamente numerosa y no
-tiene por fuerza consecuencias nefastas para el ansia de figuración
-social de sus poseedores. Basta juntarlos indisolublemente con los
-apellidos maternos, con lo cual fórmase un nombre compuesto más o menos
-eufónico, pero que es prenda segura de un antiguo linaje.
-
-A la chica de Martín, cuando soltera, ni siquiera ese recurso le había
-quedado. El apellido de la madre, muerta hacia fines del siglo pasado,
-era un nombre imposible de exhibir a causa de lo que evocaba. Debió,
-pues, limitarse al uso del simple apellido paterno hasta que por el
-matrimonio lo completó con el de su marido, Alava, anteponiéndole la
-obligada partícula _de_, que acentuaba el efecto, al añadirle una vaga
-ilusión de aristocracia.
-
-Doña Juana María Martín de Alava había olvidado hacía ya mucho tiempo
-esa humillante preocupación de su juventud. Así, cuando advertida por el
-padre de que en la semana próxima cumpliríase el vigésimoquinto
-aniversario del fallecimiento de la madre, y al disponerse a redactar el
-aviso de unos funerales, no es de extrañar que tuviera una ligera
-vacilación: la señora de Alava no recordaba el apellido de la madre.
-
-Largo tiempo estuvo con el extremo del lápiz de oro entre sus labios
-bermejos, la mirada de sus ojos azules perdida en el vacío y el busto
-inclinado tratando de recordar el otro nombre de la madre.
-
-No sin una ligera emoción, evocó su imagen. Volvió a verla, y se vió
-ella como hacía treinta años, pequeña, descalza, desarrapada, ayudándole
-a torcer la ropa en el lavadero de la ribera y siguiéndola luego por la
-barranca de la calle Comercio, en el camino de regreso a casa. Con un
-rubor retrospectivo recordó las injurias dialectales con que solía
-contestar los chicoleos atrevidos de los _cuarteadores_, a quienes
-llamaban la atención sus colores de campesina y el garbo con que llevaba
-en equilibrio sobre la cabeza, por la empinada cuesta, el monumental
-cesto de la ropa blanca.
-
-Doña Juana María se asombró un poco de tener tan presente ahora el lugar
-de la escena. La vez pasada, con motivo de una visita a la sala del
-Patronato de la Infancia, que se halla por aquellas inmediaciones,
-había pasado por allí y nada recordara.
-
-Luego, ya distraída del objeto de su esfuerzo rememorativo, pensó en
-cuán pequeña fuera la parte de la madre en el destino común. Muerta
-cuando apenas comenzaba a apuntar la prosperidad, su recuerdo no estaba
-vinculado a ninguno de los sucesivos triunfos familiares logrados merced
-a la tozudez del padre y a la habilidad de la hija.
-
-La señora de Alava se atribuía, en efecto, un papel importante en el
-encumbramiento de don Juan Martín, cuyos aciertos financieros había ella
-realzado y centuplicado mediante la sucesiva elevación del plano social
-en que debían desenvolverse. Por cierto que la ambiciosa señora no se
-sentía muy apoyada en esa tarea de equilibrar constantemente el grado,
-siempre en ascenso, de la riqueza con los gustos, la educación, los
-modales y el tren del formidable trabajador.
-
-¡El padre era tan brusco, tan limitado, tan egoísta! ¡La había dado
-tantos disgustos!
-
-Por contraste, pensó en la madre, que no la había dado ninguno; la
-madre, que se había marchado discretamente de la vida antes de que su
-ignorancia y su torpeza hubiesen comenzado a importunar a la hija.
-
-De ella no quedaba sino una fotografía desvanecida y una mala ampliación
-al carbón que D. Juan Martín se obstinaba en conservar en su dormitorio.
-
-La señora retuvo, quizá por primera vez, que de ella había heredado el
-color de los ojos, la frescura de la boca, el porte gentil...
-
-Y quedóse meditando, los grandes ojos azules perdidos en el vacío, el
-lápiz de oro apoyado contra los labios bermejos, con aquella expresión a
-la vez hierática y desdeñosa que se había compuesto inspirándose en las
-láminas mundanas del _Sketch_.
-
-¿Llegó a recordar la señora de Alava el nombre impublicable?
-
-Probablemente no; porque el aviso que apareció en los diarios decía así:
-
-[Illustration: cross] MANUELA N. DE MARTIN, Q. E. P. D., FALLECIDA
-el 15 de marzo de 1894...
-
-
-
-
-CAPITULO IV
-
-EL HUEVO DE LEDA
-
-
-Poco interesados en aquella exhibición de un establo absolutamente
-aséptico, en el que cada uno de los animales tenía a su cabecera,
-prolijamente encuadrada, su ficha individual, como los enfermos de los
-hospitales, Amenábar y el embajador de España habíanse quedado a la zaga
-de la comitiva.
-
---¿Se imagina usted--observó Amenábar--qué pensarán los peones de este
-establecimiento cuando se les diga que Jesucristo ha nacido en un
-establo?
-
-El embajador, que, a pesar de ser diplomático de carrera, tenía la
-imaginación viva, sonrióse ante la idea de un retablo «absolutamente
-aséptico», con una vaca de _pédigree_, pesebres de níquel, algodón
-hidrófilo, gasas, ácido bórico pulverizado para simular la nieve, y
-unos angelitos que parecieran arrancados de la portada de un libro sobre
-Eugenia, extendiendo sobre el candoroso grupo de la Sagrada Familia esta
-leyenda: _Salus populi suprema lex..._
-
-Pero el hábito profesional se impuso inmediatamente a su espíritu
-risueño y dijo con suavidad:
-
---Hay en esta extremosa preocupación por la ganadería, como en la ligera
-jactancia que casi todos vosotros tenéis de ser entendidos en las faenas
-rurales, un explicable orgullo de los orígenes de vuestra riqueza, así
-la colectiva como la individual. Sois un pueblo agrícola y ganadero;
-vuestra naciente aristocracia fúndase, más que en la tradición del
-apellido, o en el capital amonedado, en las extensiones de campo que
-hicieron fructificar el esfuerzo y la industria propios o de vuestros
-ascendientes. Y como las aristocracias no se forman sino por la
-consagración de sucesivas generaciones a una empresa común, encuentro
-loable y justificadísimo el empeño que ponéis en mostraros los mejores
-criadores del mundo...
-
-Hablando así, el embajador de España preparaba la pequeña disertación
-con que luego, en la mesa, procuraría ser agradable a los dueños de casa
-y mostraría ante el Infante que había penetrado el espíritu del país.
-
---Así, el señor de Alava--continuó el diplomático--, al aplicarse, con
-todos los recursos de su ciencia y de su experiencia, a refinar el
-plantel ganadero, prosigue y enaltece la obra de progreso iniciada por
-D. Juan Martín cuando trajo a esta granja las pocas primeras vacas que
-fueron el origen de su actual fortuna...
-
---Le advierto--interrumpió Amenábar--que la fortuna de D. Juan Martín
-tiene orígenes absolutamente metropolitanos. Nuestro anfitrión, desde
-que llegó a Buenos Aires, en el 78, no salió jamás de la capital.
-
---Entonces--dijo inquieto el diplomático, que veía deshacerse su pequeño
-efecto oratorio del almuerzo--es el señor de Alava...
-
---Alava--repuso implacablemente Amenábar--es médico, hijo de unos
-pequeños comerciantes españoles. Hasta que casó con Juana María no había
-pensado nunca en dedicarse a la cría de ganado fino: pero las amistades
-de Club le sugirieron eso que es ya la consecuencia obligada de todo
-buen matrimonio: irse a trabajar al campo con el dinero del suegro.
-
-Y ante un gesto de desagrado del embajador, que no respetaba la riqueza
-adquirida en el comercio, cosa de judíos y de ingleses, Amenábar le
-refirió la historia del encumbramiento de D. Juan Martín. Cómo había
-andado por las calles con su piedra de afilar y su silbato; cómo había
-tenido la audacia de uncirse él mismo al primer carro ligero de dos
-ruedas que conociéramos en el país; cómo fundara una empresa de
-mudanzas, y cómo ésta se convirtiera al cabo de los años en la poderosa
-Compañía de transportes y encomiendas que llevaba su nombre.
-
---No crea usted--terminó Amenábar--que D. Juan Martín hace misterio de
-sus comienzos. Por el contrario, exhibe su origen humilde y recuerda la
-dura vida de su juventud con una insistencia que resulta molesta a Juana
-María, sobre todo ante ciertos huéspedes. El viejo ha conservado
-religiosamente la máquina de afilar, y hubo un tiempo en que la
-mostraba con orgullo a todos cuantos le visitaban. Por cierto que esa
-manía fué la tortura de la hija, tan distinguida y tan cuidadosa de su
-prestigio mundano, porque a causa de ella recibió el mote de «la
-afiladora»... ¿Usted conoce el sentido que esa palabra tiene entre
-nosotros?... Eso la desesperaba... Poco a poco, a fuerza de estrategia
-ha conseguido que el padre relegara a este alejado establecimiento de
-campo, adonde no viene casi nunca, el molesto artefacto. Ya verá usted,
-a menos que Juana María se interponga con su infinito _savoir faire_,
-cómo el viejo nos lleva hasta donde está la máquina.
-
-Amenábar bajó la voz porque iban acercándose al grupo principal. Estaban
-al final de los boxes. El infante de Aragón, fatigado de interrogar
-sobre cada animal y de escuchar con aire complacido las respuestas
-sabias de Alava, dejó vagar la vista por la extensión esmeralda del
-campo que se desplegaba más allá de la verja, pintada de bermellón. Don
-Juan Martín, que había guardado silencio hasta entonces, creyó oportuno
-intervenir en la conversación suspendida.
-
---Cuando yo llegué a Buenos Aires--comenzó a decir--y andaba...
-
---¡Por Dios, papá!--interrumpió rápidamente Juana María, temerosa del
-inevitable desarrollo de aquellas evocaciones paternales--. ¡No es
-necesario remontarse al huevo de Leda!
-
---¡Qué huevo, ni qué huevo! ¿Quién está hablando ahora de
-huevos?--replicó severamente el padre--. Le decía al señor--continuó
-indicando al príncipe--que cuando yo llegué a Buenos Aires, allá por el
-año 78...
-
-La señora de Alava sintió que las piernas le flaqueaban y que el paisaje
-daba vueltas en torno suyo vertiginosamente. Una angustia indecible le
-atenazaba el pecho, y el sonido de las palabras del padre le llegaba
-interrumpido por el latido de la sangre que le golpeaba en los tímpanos
-con el galope rítmico de un metrónomo alocado. Toda la mañana había
-estado temiendo aquella catástrofe y ahora se producía allí, en las
-peores condiciones, a un paso del galpón donde se guardaba la máquina
-infernal.
-
-Cuando consiguió serenarse, ya D. Juan Martín había dejado de hablar.
-No fuera todo sino una falsa alarma. El anciano había observado
-simplemente que el perfeccionamiento del ganado criollo era un hecho
-indiscutible para él comparando sus recuerdos con lo que ahora en las
-mismas calles de Buenos Aires podía advertirse.
-
-La señora de Alava respiró profundamente e indicó la necesidad de
-regresar a la casa para el almuerzo. Todos se pusieron en marcha.
-Alejado el peligro, Juana María sonreía con la sonrisa tímida de los
-convalecientes, pálida aún por la impresión sufrida.
-
-En la mesa, sentada a la derecha del infante, frente a monseñor De
-Filippis, que no hacía sino elogiar la mansedumbre de la existencia
-campesina en aquella casa donde no faltaba ninguno de los refinamientos
-de la ciudad, y junto al embajador, que aspiraba en cada momento a dar a
-Su Alteza una impresión exacta del carácter porteño, la hija de Juan
-Martín tuvo conciencia de que por primera vez en la vida se realizaba
-plenamente su destino. El padre, el único detalle que podía entenebrecer
-aquella visión triunfal, desaparecía en un extremo de la mesa, entre un
-periodista español, elocuente y voluminoso, que acompañaba al infante en
-la gira por América, y el oficial argentino, edecán del príncipe, al que
-continuamente se le escapaban los cubiertos con un estrépito atroz.
-
-A mediados de la comida, el embajador, que se había servido pródigamente
-del borgoña blanco--un Montracher 1900--, aprovechando una coyuntura
-favorable comenzó a hablar:
-
---Hay en esta extremosa preocupación por la ganadería, así como en la
-ligera jactancia que casi todos vosotros tenéis de ser entendidos en las
-faenas rurales, un explicable orgullo de los orígenes de vuestra
-riqueza, tanto la colectiva como la individual. Sois un pueblo agrícola
-y ganadero...
-
-Ya lanzado en el tema, por un hábito profesional, reprodujo exactamente
-lo que una hora antes le había dicho a Amenábar. Repitió todo, hasta la
-alusión a las primeras vacas que fueron el punto de partida del
-enriquecimiento de D. Juan Martín.
-
-Y la rectificación fatal se impuso. Desde el extremo de la mesa el
-potentado recordó su vida de trabajo, las humillaciones sufridas, las
-fatigas y los desalientos sobrepujados, caminando constantemente por las
-calles de la inmensa ciudad.
-
-Juana María soportó con noble entereza el temido contratiempo. Había
-advertido que, a partir del segundo plato, el infante, rojo y abotagado,
-cayera en una especie de sopor que le mantenía insensible a todo lo que
-no era comer y beber.
-
-Lo que más le alarmó fué verle a Amenábar anotar algo, sonriéndose, en
-la tarjeta del menú.
-
-Adivinó una malevolencia y tuvo un ligero estremecimiento.
-
-En la lista del menú, impreso en una cartulina transparente, que
-ostentaba en relieve el escudo de armas del príncipe, el clubman, con su
-letra clara e impersonal, acababa de interpolar:
-
- _Œufs de Leda a la gaffe._
-
-Esa visita del infante a la estancia de Alava marcó para Juana María uno
-de los grandes momentos de su existencia. Aunque siempre guardó el
-penoso recuerdo del mal rato pasado durante el almuerzo, adquirió la
-convicción de que no se había equivocado en la conducta que venía
-observando desde que por la muerte de la madre quedara como compañera
-única de D. Juan Martín. No, no habían sido inútiles todas las sucesivas
-concesiones que fuera arrancando al tosco trabajador: la casa propia, el
-cambio de hábitos de vida, muebles lujosos, servidumbre abundante,
-cultivo de relaciones sociales y, por último, la estancia para Alava,
-costoso capricho de millonario.
-
-Cada una de estas conquistas había demandado un largo asedio, constante
-ejercicio de paciencia y bruscos asaltos de rebeldía filial. Y los
-triunfos, lejos de allanarle el camino para otras victorias, se lo
-hacían más difícil, enardeciendo el espíritu del vencido. ¡Lo que le
-había costado decidirle a abandonar aquella necrópolis de la calle
-Venezuela, antiguo caserón del tiempo de los virreyes, con puertas
-macizas, ventanas de hierros forjados, patios con enredaderas, en que
-anidaban las arañas, y un aljibe! ¡Y convencerle de que edificase un
-hotelito en el Retiro, cerca del palacio de los Paz, que representaba
-entonces para Juana María el tipo de la vivienda señorial! Al recuerdo
-de tales luchas, la señora de Alava tenía una sonrisa fatigada. No, no
-habían sido inútiles tantos esfuerzos. La visión del trozo de mesa con
-el infante, el embajador y el obispo le iluminó interiormente. Pero al
-mismo tiempo pensó que su victoria no sería nunca absoluta ni
-definitiva. Había en su vida algo irreductible, que le amargaba los
-momentos más brillantes, que la mantenía en perpetua zozobra. ¿Qué podía
-ella en contra de su padre? Volvió a sentir la vergüenza de aquel
-almuerzo y recordó con qué furor contenido ordenó secretamente, antes de
-salir para Buenos Aires, la destrucción de la odiosa máquina de afilar.
-
-Sólo al recibir, algunos días después, la noticia de que aquel inanimado
-compañero de andanzas de su padre había sido despedazado y aventados sus
-restos tuvo conciencia de cuánto y qué antiguo era su aborrecimiento.
-
-
-
-
-CAPITULO V
-
-LA VUELTA AL COLONIAL
-
-
-Una tarde, pocas semanas después de la visita del príncipe, el auto de
-la señora de Alava se detuvo silenciosamente ante la entrada de las
-oficinas de la Empresa. Descendió de él doña Juana María, y con una
-agilidad aun juvenil, subió presurosamente la escalera que conducía al
-despacho de su padre, donde irrumpió, alegre y dominadora, envolviendo
-al anciano en un tumulto de palabras cariñosas y un hálito de violetas.
-Sorprendido, don Juan Martín no pudo menos que sonreír, a pesar de su
-adustez acostumbrada.
-
-De algunos años a aquella parte esas visitas de la hija, que le llenaban
-de cierto orgullo paternal, se iban haciendo cada vez más raras. Antes,
-en los primeros tiempos de la Empresa, cuando el trabajo era rudo y las
-preocupaciones pesaban continuamente sobre su espíritu, D. Juan Martín
-tenía, por lo menos, la compensación de esa visita vespertina, seguida
-de un paseo a pie, durante el cual la joven parloteaba incansable,
-descubriendo bajo la mirada socarrona del padre todas sus ambiciones,
-todos sus celos femeninos. Y fué en esos paseos en los que Juana María
-había ido desbastando poco a poco la inteligencia del comerciante,
-reformando sus hábitos, ampliando el horizonte de su vida y
-acostumbrándole a no medir con el mismo patrón de estricta economía los
-gastos usuales y los expendios de carácter suntuario. Era aquel tiempo
-feliz en que su hija no tenía obligación alguna; después vinieron lo que
-llamaba ella sus «obligaciones», y las visitas al padre, al final de la
-tarea diaria, espaciáronse largamente.
-
-La última vez que había estado en la oficina era precisamente un año
-antes, cuando don Juan Martín había tenido que acudir en auxilio de
-Alava, amenazado de ruina por su mala suerte en la cabaña y en el club.
-Y aun en tal ocasión Juana María, evidentemente preocupada por los
-contrastes financieros de su esposo, limitara todo su filial agasajo a
-una rápida vuelta por Palermo en compañía del anciano.
-
-Le abrochó amorosamente el abrigo antes de salir. Luego bajó la escalera
-a su lado, sin prestarle apoyo, segura y como orgullosa de su fuerte
-ancianidad. Iba luciendo junto al padre su porte de reina, despertando
-ambos en los empleados que los veían descender la visión de la dicha
-completa: fortuna, belleza y amor familiar...
-
-El auto arrancó suavemente. Ni el _chauffeur_ ni D. Juan Martín
-preguntaron adónde iban. El primero, fuera de duda, tenía instrucciones
-precisas, y el segundo se entregaba a su suerte, arrellanándose en los
-cojines gris perla de la _limousine_ con un abandono feliz. A modo de
-explicación del secuestro, Juana María dióse a elogiar el esplendor de
-aquella tarde de fines de otoño. Un sol invisible había espolvoreado de
-oro todo el cielo de occidente; proyectaba una luz clara sobre la
-cúspide de los edificios y teñía de rojo y amarillo las últimas hojas de
-los árboles, que así parecían irse consumiendo lentamente en un
-misterioso incendio.
-
-A ambos lados del coche, como en una doble cinta cinematográfica,
-comenzó un sereno desfile de suntuosas viviendas. Era un espectáculo
-bien conocido de la hija de Juan Martín--hacía veinte años que en las
-épocas propicias y por las rutas fijadas por los demás cumplía como una
-de sus «obligaciones» aquel paseo a Palermo--; pero ahora lo contemplaba
-como si lo viese por vez primera, y las observaciones largamente
-maduradas caían de sus labios con toda la espontaneidad de un
-descubrimiento. La edificación no le gustaba: palacios horribles que
-parecían destinados a una institución de beneficencia o a un ministerio
-de Estado; palacetes en que se imitaban todos los estilos del
-Renacimiento francés e italiano; pesadas fantasías teutónicas; hotelitos
-adocenados, cuya descripción podría ella hacer en el obligado lenguaje
-de los avisos de remate, sin entrar siquiera en uno. ¿Cuándo la gente de
-buen gusto haría casas que nos recordasen que vivimos en Buenos Aires y
-pertenecemos a una raza que tiene tradición y espíritu propios?...
-
-Don Juan Martín, como siempre, la escuchaba en silencio, aunque con una
-vislumbre irónica en los ojos, porque recordaba cuánto había deseado
-ella poseer un _petit hôtel_ como los que ahora desacreditaba.
-
-Estaban llegando al paseo de moda y el auto iba disminuyendo
-insensiblemente su marcha. El _chauffeur_, retornándose, con una mirada
-de inteligencia, detuvo el coche.
-
-Descendieron, sumergiéndose en la corriente tranquila de los paseantes.
-Muchas caras conocidas, saludos a distancia y algunas sonrisas en las
-que Juana María creyó descubrir el asombro que causaba su insólita
-exhibición de amor filial. Algo inquieta, fuése alejando con el padre
-hasta un extremo del _promenoir_, como si buscase un sosiego propicio
-para sus expansiones. Don Juan Martín habló entonces por primera vez:
-
---¿Cómo anda tu marido?
-
---Bien--repuso con complacencia la hija, satisfecha de no tener nada que
-pedir por ese lado.
-
-(¡Bastante trabajo le había dado la última vez!)
-
-Y se quedaron en silencio contemplando el melancólico atardecer.
-
-Un auto de carrera, amarillo, monstruoso, con los tubos de escape
-laterales como un animal que llevase las tripas fuera, pasó con lentitud
-atronando la alameda. Juana María reconoció, en un lampo de orgullo
-maternal, al mayor de sus hijos, Adolfito, que iba guiando la poderosa
-máquina. Se parecía al príncipe de Gales, pero era más dispendioso.
-
-Guardóse muy bien de señalar su presencia al abuelo; D. Juan Martín
-profesábale al muchacho una hosca antipatía.
-
-No rompieron su mutismo hasta que, ya de noche, despejado el paseo de
-gente, Juana María dijo levantándose, como si tuviera de pronto la
-noción de la hora:
-
---¡Vamos, papá!
-
-Con paso rápido llegaron al auto, y tal como vinieran se inició el
-regreso: D. Juan Martín hundido regaladamente en los cojines y la hija
-hablando de lo mismo; la arquitectura de la Avenida Alvear la tenía
-preocupada.
-
-Al anciano no le extrañaba esa insistencia en un tema dado. Reconocía
-obscuramente en la hija su propensión a no pensar sino en una sola cosa
-a la vez, a tender toda su voluntad y toda su inteligencia hacia un
-objetivo único, hasta lograrlo, hasta superarlo, hasta descubrir más
-allá de él nuevos incentivos, pretextos nuevos para un gran empeño.
-
-Cerca de la casa, Juana María descubrió sus baterías. El «hotel» de la
-calle Maipú, con todo su lujo pesado, su frío _confort_, su arreglo
-impersonal, había comenzado a resultar inhabitable. Ella deseaba una
-casa apropiada al clima de Buenos Aires, algo que recordase nuestras
-costumbres y que evocara a la vez el pasado del país y el linaje de la
-raza. Una casa fresca, risueña, blanca, con grandes patios de azulejos
-llenos de flores y enredaderas, un frente sencillo con ventanas de
-hierro forjado y un ancho portalón de macizas batientes claveteadas.
-
-Y mientras exponía eso al padre, con un entusiasmo que coloreaba de
-sangre sus mejillas, pensaba interiormente en los costosos detalles con
-que completaría ese plan sencillo: los vargueños auténticos, los viejos
-arcones, los cuadros de Ribera; el oratorio, que sería un pequeño museo
-de arte religioso y donde a veces se haría decir misa por el obispo de
-Heráclea...
-
-Pero ¿querría el padre? No formuló la pregunta; mas envolviéndole en la
-suave mirada de sus ojos azules, aguardó respetuosamente la opinión del
-anciano.
-
---No me parece cosa difícil--comenzó a decir éste, sintiéndose
-interrogado.
-
-Juana María no le dejó proseguir.
-
---¡Qué bueno eres, papá!--exclamó con efusión.
-
-E inmediatamente le colmó de halagos: comerían juntos los dos solos,
-como en los buenos tiempos de su juventud; pasarían la velada juntos, y
-ella escucharía, como en otras épocas, sus proyectos comerciales.
-
-Llegados a la casa, Juana María descendió del auto con aire triunfante,
-orgullosa y feliz. Midió con una mirada desdeñosa al palacete que
-habitaba desde hacía quince años como si ya fuese algo ajeno, y entró
-precediendo al padre.
-
-La comida no pudo ser más íntima; Alava estaba en la estancia y Adolfito
-casi nunca hacía acto de presencia en la mesa familiar. Frente a frente,
-padre e hija recobraron un poco de la confianza mutua que se habían
-tenido.
-
-Hacia los postres, D. Juan Martín encendió uno de los cigarrillos
-ordinarios, de que no había podido deshabituarse. La señora de Alava
-consideró oportuno el momento para reanudar la conversación de la tarde.
-
-¡Deseaba tanto abandonar aquella vivienda fría, pesada y antipática!
-Insistió entonces con mayor abundancia en su sueño de la casa colonial,
-con grandes patios llenos de tiestos y enredaderas, ventanas de hierro
-forjado y el ancho portalón de gruesos clavos. ¡Cuándo alcanzaría a ver
-eso!
-
---Habrá que esperar a que termine el contrato--murmuró D. Juan Martín,
-continuando un monólogo interior.
-
---¿Qué contrato?--interrogó la señora, temiendo que el anciano no le
-hubiera prestado atención.
-
---El de la casa de la calle Venezuela. Mientras no termine, a menos que
-consientan en rescindirlo, no podremos volver a vivir en ella.
-
---¿Y quién piensa ir a vivir a la casa de Venezuela?--exclamó Juana
-María, estupefacta.
-
---¿Cómo?--dijo a su vez, asombrado, don Juan Martín.
-
-¿No había ella aludido constantemente en la conversación a la vieja casa
-de la calle Venezuela, con sus grandes patios llenos de enredaderas, sus
-ventanas del tiempo de los virreyes y su ancho portalón macizo?
-
-Con la angustia de quien, creyéndose victorioso, vese de pronto envuelto
-en la derrota, Juana María protestó contra semejante suposición. Ella
-nunca había pensado en volver a la casa de Venezuela, una casa vieja,
-llena de ratones y de arañas, en un barrio imposible, donde no vivía
-nadie. Y con sollozos en la voz, ante la mirada atónita del viejo,
-expuso de nuevo su sueño de una casa colonial.
-
-Don Juan Martín había comprendido al fin. Su hija quería que le
-transportase la casa de la calle Venezuela al barrio Norte. Eso de
-levantar sobre un solar nuevo una casa vieja le pareció un absurdo, y
-poniéndose de pie, como para terminar una entrevista comercial, dijo
-sencillamente:
-
---¡Imposible!
-
-Juana María, que conocía a su padre, se dió cuenta que esa palabra era
-definitiva...
-
-Una vez sola en su aposento, la señora de Alava se abandonó a su
-desesperación. ¡Adiós la ilusión de la casa a la moda, de los magníficos
-muebles antiguos, de los cuadros famosos, del oratorio cuajado de
-tesoros artísticos! Ese ideal que durante dos horas de la noche había
-pregustado como una realidad inminente desvanecíase de pronto, quizá
-para siempre, en un _quid pro quo_ burlesco. La señora de Alava tuvo
-vergüenza de su contraste y recordó con sonrojo el largo paseo por
-Palermo y los agasajos inútiles con que abrumara al anciano al primer
-signo de consentimiento. ¡Qué tarde y qué noche perdidas! Volvióle a la
-imaginación la sonrisa con que algunas amigas la contemplaron en el
-paseo caminando al lado de su padre y tuvo un movimiento de despecho.
-No; no era, en verdad, presentable D. Juan Martín... Comenzó a recordar
-las grandes humillaciones que por su causa sufriera, la inquietud en que
-vivía, el vasallaje económico en que tenía a todos: a ella, a su hijo, a
-su marido... Y en ese recuento de ingratos episodios domésticos fué
-acumulándose toda su amargura, hasta que estalló en el deseo
-inconfesable: ¡Cuándo la dejaría libre! Iba ya a cumplir cuarenta años;
-le quedaban, pues, pocos de juventud, de belleza, de ansia de gozar la
-vida, y veía su destino irremediablemente trunco. ¿A qué la fortuna y la
-libertad cuando ya no pudiese sino vivir sobre sus recuerdos? Esta
-perspectiva sarcástica le llenó de una congoja infinita, y sinceramente,
-con la más pura emoción de su alma, juntando sus bellas manos largas en
-el gesto de la plegaria más fervorosa, exclamó:
-
---¡Dios mío! ¡Cuándo me veré libre de mi padre!...
-
-
-
-
-CAPITULO VI
-
-LA MUERTE DEL HÉROE
-
-
-Por fin había muerto. Su mucamo, un viejo criado, el único que tenía
-derecho a violar el _sanctasantórum_ de su dormitorio, extrañado de que
-siguiera durmiendo después de las ocho, entró en la habitación y le
-halló arrebujado en las ropas del lecho, todo encogido, en una actitud
-de momia, blanco y rígido ya.
-
-Debía de haber muerto pocas horas antes, mientras dormía; pero por la
-expresión de su fisonomía hubiérase dicho que era un cadáver muy antiguo
-que perdiera desde muchos años atrás todo contacto con el mundo. La
-muerte había acentuado en su mascarilla aquel aire de reserva que
-tuviera durante toda su vida; la agonía le había hecho apretar aún más
-sus labios, subrayando el visaje habitual con que recataba sus
-sentimientos íntimos. Don Juan Martín parecía ocultar un secreto. Y en
-verdad que se llevaba el secreto de sus fatigas, del heroico esfuerzo de
-voluntad desplegado durante medio siglo, de los sufrimientos soportados,
-de las decepciones aguantadas noblemente en silencio... ¡Todo perdido,
-hundido en la nada, anegado en el misterio, como están perdidos para
-nosotros los infinitos sufrimientos de las razas primitivas que en
-centenares de miles de años fueron elevándose lentamente sobre el nivel
-de la animalidad!
-
-El mucamo se cercioró de la muerte. Iba a llamar, a conmover a la casa,
-cuando se acordó de la señora y salió, cerrando tras sí suavemente la
-puerta del aposento como para no despertar al dormido. Bajó al piso
-inmediato, y después de conferenciar con dos doncellas, le hicieron
-pasar al tocador. De espaldas, hablándole al espejo, Juana María le
-preguntó:
-
---¿Qué pasa, Julián?
-
-Julián dió la noticia:
-
---Señora, creo que el señor Martín está mal.
-
---¿Se ha levantado?
-
---No, señora; todavía no. Me parece que es algo grave. Si la señora
-quisiera subir...
-
---¡Inmediatamente!--contestó Juana María poniéndose de pie.
-
-Las doncellas se precipitaron hacia ella y con una destreza de esclavas
-de harén le arreglaron rápidamente el cabello y le ajustaron su ropaje
-matinal. Subió presurosa la escalera seguida del mucamo.
-
-Al ver al padre todo blanco y encogido tuvo de inmediato la evidencia de
-la verdad. Fué como si le dieran un fuerte golpe en la frente; echó la
-cabeza hacia atrás y permaneció un momento atontada. Pero pronto se
-sobrepuso al brutal choque. Comenzó a reflexionar: las ideas, las
-imágenes, los proyectos desfilaron velozmente por su espíritu. Sentía
-una especie de vértigo al pensar tan rápidamente. Se apoyó en el
-respaldo de una silla y procuró fijar sus ideas. ¿Qué debía hacer? Como
-siempre, cuando podía ser necesario, Alava estaba en la estancia. En el
-chico no se podía confiar. Ante todo había que evitar el escándalo.
-Debía prolongarse la agonía del padre...
-
-Se volvió hacia el mucamo. Pálida, con un temblor en la voz, le dijo:
-
---Es un síncope.
-
-El sonido de sus propias palabras la reanimó. Recobrando algo de su
-capacidad ejecutiva, dijo luego:
-
---Julián, vaya usted en seguida a buscar al doctor...--vaciló entre dos
-nombres, decidiéndose por el médico más anciano--; pero vaya usted
-mismo, sin decir nada a nadie, para no alarmar... Yo esperaré aquí...
-
-Al quedarse sola, Juana María dió un vistazo a la habitación: muebles
-modestos, viejos, desparejos; la alfombra sucia; ropas en desorden. Todo
-con un aspecto sórdido que sobrecogía el corazón. En una pared, el
-retrato de la madre: una horrible ampliación al carbón con un grueso
-marco dorado.
-
-Esto, más que el cadáver infantilmente encogido en el lecho, la
-impresionó hasta el punto de hacerle subir las lágrimas a los ojos. Fué
-una impresión que, comenzada en el estómago, ascendió atenazándole la
-garganta y obligándole a romper en un sollozo: «¡Dios mío! ¡Qué
-miseria!»
-
-La doncella de confianza, que, inquieta por su ausencia, subió a
-ofrecerle auxilio, la halló en medio de la estancia, anonadada,
-llorando silenciosamente las últimas lágrimas de vergüenza que le hacía
-derramar el padre...
-
-Cuando Julián volvió con el médico, casi no pudo reconocer la
-habitación. Faltaban muchos muebles, se había mudado la alfombra y el
-retrato de la madre había desaparecido.
-
-
-
-
-CAPITULO VII
-
-TRANSFIGURACIÓN
-
-
-El viejo médico mundano, después de un rápido reconocimiento del
-cadáver, no pudo evitar una sonrisa ante la ingenuidad de la señora, que
-seguía hablando de un síncope. «Es la eterna ilusión de la piedad
-filial», pensó para sí, y dando a su rostro aquella expresión bondadosa
-que había sido la causa de su éxito en la carrera, comunicó a la hija su
-triste comprobación.
-
-Ante esta notificación oficial, Juana María cayó de rodillas sobre la
-alfombra limpia y hundió su rostro en el lecho mortuorio, contra la
-colcha recién mudada. Así, tapándose los oídos para no escuchar las
-triviales frases de consuelo del médico y las súplicas amistosas de la
-doncella, que llorando copiosamente le rogaba se tranquilizase, la hija
-de Juan Martín permaneció largo rato zarandeada por un tumulto de
-pensamientos. ¿Qué pasaría durante el día? Como siempre, cuando se
-trataba de presentar o aludir a su padre ante otras gentes, se sentía
-cobarde. Esta vez no podría evitarlo, y ante la perspectiva de las
-miradas irónicas y de los pésames insidiosos que tendría que soportar,
-un estremecimiento de rebeldía recorrió todo su cuerpo. Se resistía al
-cumplimiento de ese último deber filial con la misma reacción física que
-los condenados tienen frente a la guillotina. Sentíase muy desgraciada y
-hundía desesperadamente la cabeza en la colcha como si quisiera escapar
-a su amarga obligación fúnebre.
-
-Doña Juana María no era mujer de dejarse abatir. Se puso de pie,
-dominando su emoción; enjugóse las dos lágrimas ardientes que le corrían
-por las mejillas y dió varias órdenes. Parecía una princesa regente al
-pie del lecho de muerte del jefe de la dinastía, porque su primer medida
-consistió en establecer la censura sobre todas las noticias que se
-refirieran al fallecimiento.
-
-Alava fué informado por medio de un telegrama de seis palabras, y el
-médico, retenido en la casa hasta mediodía. Después de esa hora las
-comunicaciones fueron haciéndose lentamente, de acuerdo con un orden
-protocolar.
-
-El último en advertir la novedad fué el mayor de los nietos de D. Juan
-Martín, que vivía en la misma casa. Se había levantado a las cuatro de
-la tarde, y envuelto en una pintoresca salida de baño estaba haciendo
-flexiones, a tiempo que batía un _cock-tail_ cargado de yemas, cuando
-vió en _El Diario_, que pusiera extendido sobre su cama, el retrato del
-abuelo. «¡Zas! ¡El viejo!», dijo lleno de estupor, y sin dejar de batir
-maquinalmente su _cock-tail_ se enteró de la noticia necrológica.
-
-Era un suelto laudatorio, altamente laudatorio. Don Juan Martín aparecía
-en él como un _pioneer_, como uno de esos hombres que son el orgullo y
-la fuerza de las sociedades modernas.
-
-Este país, sobre todo, al que había consagrado sus energías por espacio
-de más de medio siglo, y donde había formado una familia modelo de
-virtudes, le debía estar reconocido. Su muerte era, pues, un duelo a la
-vez social y público.
-
-Los demás periódicos de la tarde abundaban en sentimientos semejantes.
-Hacían el elogio de las prendas morales del difunto e historiaban la
-maravillosa formación de su fortuna, iniciada humildemente y acabada en
-un esplendor de millones. Se ensalzó su actividad, se admiró su energía,
-se recordó sus golpes de genio financiero. Comenzaron a circular
-anécdotas sobre el hombre de negocios, y la máquina de afilar, la
-célebre máquina de afilar de sus tiempos de iniciación, reapareció como
-un fantasma glorioso.
-
-En pocas horas la figura de D. Juan Martín había cobrado contornos
-épicos. A través de los amigos de la casa, por medio de las visitas
-oficiales de pésame, un reflejo de esa reverberación póstuma había
-llegado hasta Juana María, quien, sin mucha confianza en tales
-demostraciones de respeto, las aceptaba, empero, gratamente sorprendida
-de que el acíbar de aquel día fúnebre no fuese tan amargo.
-
-Poco a poco, con todo, durante la larga noche de velorio, la hija de D.
-Juan Martín fué adquiriendo la convicción de que sus aprensiones de la
-mañana anterior habían sido injustificadas. Nunca su papel fuera más
-fácil ni jamás soportara mejor el peso del apellido de su padre. Y con
-la conciencia tranquila se entregó a un sueño sereno.
-
-Durmió por espacio de tres horas. Después, el vértigo de sus
-obligaciones de principal figura del duelo la arrebató, anestesiándola:
-la rápida prueba de los trajes de luto, la última visita al féretro. La
-multitud, frases sin eco escuchadas al pasar, hachones encendidos,
-enormes cortinados negros, dolor de cabeza, cantos en latín y un pesado
-olor a incienso...
-
-¿Cuánto había durado todo eso?...
-
- * * * * *
-
-Vinieron después los largos días melancólicos, de clausura; la obligada
-actitud de recogimiento, las visitas de los íntimos, las conversaciones
-reducidas a girar inevitablemente en torno de la figura del muerto. Esto
-último, que algunas semanas antes le habría parecido un horrendo
-suplicio, íbale resultando una tarea fácil y hasta entretenida. ¿Efecto
-del aburrimiento de aquel interminable secuestro? La señora de Alava no
-sabía a qué atribuirlo. ¿Era ella o los demás la causa del cambio? En
-verdad, con respecto a ese punto capital de su vida todos habían
-cambiado. Las gentes de toda suerte testimoniaban a la memoria de D.
-Juan Martín un respeto y una admiración que nunca se hubiera podido
-sospechar durante su vida. Ella misma, por su parte, comenzaba a
-experimentar, al recuerdo del padre, una vaga emoción de ternura. Ya en
-más de un momento de soledad se había sorprendido pensando en el
-anciano.
-
-Cierto día recibió un envoltorio voluminoso. Era un gran libro de
-recortes, encuadernado en fino cuero negro. Se lo enviaba un amigo
-modesto, protegido suyo, que con amorosa paciencia había recogido todo
-cuanto se publicara a propósito del fallecimiento de D. Juan Martín.
-
-Distraídamente, doña Juana María se puso a hojearlo. Creyó que no le
-interesaría; pero al rato hundióse en la lectura de los avisos fúnebres,
-de las necrologías, de los artículos biográficos, de las crónicas del
-sepelio, de las notas de condolencia de Sociedades anónimas y centros
-recreativos regionales, del relato de los modestos homenajes de
-empleados y amigos.
-
-El escueto telegrama con que el infante de Aragón se asociara al duelo,
-desde España, aparecía en el centro de una página, rodeado de una
-complicada orla dorada con atributos heráldicos y las armas del
-príncipe.
-
-A medida que pasaba las páginas iba adquiriendo como una revelación de
-la grandeza del muerto. Fué un descubrimiento que le esclareció
-súbitamente la evolución operada en su ánimo en las últimas semanas.
-Había tenido razón; su instinto no la había engañado...
-
-Y bruscamente, al comprender que era un sentimiento lícito, se abandonó
-a su dolor con una desesperación tanto mayor cuanto más tiempo había
-sido contenida.
-
-Toda su salvaje ternura filial, retenida y ahogada durante más de veinte
-años, estalló de pronto en un lamento: «¡Papá! ¡Papá!» Sin reserva
-alguna, mesándose los cabellos y retorciéndose las muñecas, gritaba:
-«¡Papá! ¡Papá!»... Era un clamor ronco, angustiado, desesperante.
-
-Una hora después, casi aniquilada, postrada en el suelo, con la cabeza
-apoyada en el libro de recortes, la cabellera en desorden, imploraba aún
-con un gemido infantil, entrecortado por hondos suspiros: «¡Papá!
-¡Papá!...»
-
-
-
-
-CAPITULO VIII
-
-LUTO LIVIANO
-
-
-Tres meses después de la muerte de don Juan Martín la señora de Alava
-escribía esto a una amiga, de paseo por Europa:
-
-«Lentamente vamos reponiéndonos del doloroso golpe que nos dió el
-Destino. Aunque el vacío dejado por la desaparición de papá es demasiado
-grande para que pueda olvidarse, nuestro dolor se ha ido dulcificando.
-Ya no es el sentimiento desgarrador de los primeros días, sino un culto
-piadoso de su memoria. Le recordamos con ternura a cada momento y nos
-consolamos pensando que tarde o temprano nos reuniremos a él. Como me
-decía monseñor de Filippis--que no nos ha abandonado en estos tristes
-días--, ese consuelo es la gran fuerza de los cristianos. ¡Dios mío!
-¿Cómo harán para no morirse de desesperación los incrédulos que pierden
-un ser querido? ¡Qué enorme desgracia es no tener fe! Sin embargo, aun
-con la ayuda de la religión, estos meses, a mí sobre todo, que apenas
-salgo de casa, me parecen interminables. Para ocuparme un poco he hecho
-sacar del colegio a los dos chicos. ¡Imagínate que en el trastorno del
-fallecimiento, a causa de lo enervada que me dejó la larga agonía del
-pobre papá, nos olvidamos de ellos! No pudieron despedirse del abuelo,
-al cual adoraban, a pesar de que en los últimos años rara vez lo veían.
-¡Papá estaba siempre tan ocupado! Si hubiera sido otro habría podido
-descansar, consagrarnos algún tiempo, hacer vida de familia; pero
-¡cualquiera le iba a convencer a él de abandonar sus negocios en otras
-manos!
-
-»Ahora, con su ausencia, ya es otra cosa. Fernando, mi marido, está por
-transformar la Empresa en una gran Compañía anónima. Ha recibido en este
-sentido proposiciones muy ventajosas del barón de Erlanger. El
-Directorio central se establecería en Londres, y Adolfo se reservaría el
-cargo de secretario. El muchacho está encantado porque al fin entrevé
-la posibilidad de realizar su ideal de vivir en Inglaterra. A mí la
-solución me parece cómoda y ventajosa. Fernando podrá ocuparse con toda
-libertad de su cabaña y del haras que acaba de instalar. Esto del haras
-es un viejo proyecto suyo que no quiso llevar a cabo hasta ahora, para
-no contrariar a papá. El pobre papá no podía tolerar que se le hablase
-de caballos. Decía siempre que él no había necesitado nunca de caballo
-alguno para llegar adonde había llegado. También se oponía a que
-dejáramos esta casa. Se había encariñado con ella como se encariñaba con
-todas las cosas. Su apego a lo que le rodeaba era tan grande que no
-dejaba entrar a nadie en sus habitaciones. Por respeto a su memoria
-hemos conservado su dormitorio tal cual estaba el día de la muerte.
-
-»¡Ah! Olvidaba decirte que estamos por construir una casa en el terreno
-de la calle Juncal. Desde que falta papá, este caserón, enorme y frío,
-me parece insoportable. Creo que no recobraré mi tranquilidad hasta que
-no me vea fuera de él. Tú no te puedes imaginar cuánto lo deseo.
-Desgraciadamente, las cosas marchan despacio. Hay que hacer venir
-materiales de España, porque--se lo he dicho bien claro al
-arquitecto--no quiero una casa de similor. Y eso es largo... Y mientras
-tanto me consumo en esta inacción forzada a que me obliga el luto...»
-
-
-
-
-CAPITULO IX
-
- EN EL CUAL LA SEÑORA DE ALAVA RECONOCE QUE EL UNIVERSO ESTÁ
- PERFECTAMENTE BIEN ORGANIZADO
-
-
-Un cielo límpido, de un azul de esmalte, sin una nube en toda su
-extensión. Sólo allá adelante, muy lejos, sobre la masa verdinegra de un
-grupo de árboles, se desvanecía un copo blanco. ¿Una nube? Bien rara,
-por cierto, si lo era... Desde la ventanilla del tren, Amenábar la veía
-aparecer bruscamente como un punto blanco, inflarse con torpeza e irse
-confundiendo poco a poco en el azul purísimo del firmamento, para luego
-resurgir como un punto blanco, cincuenta metros más arriba o más abajo,
-hincharse y diluirse de nuevo. Muy atento al extraño fenómeno
-meteorológico, el clubman había olvidado el objeto de su viaje cuando
-oyó decir:
-
-«Pronto llegaremos.»
-
-Recordó entonces cómo el encuentro con Adolfito Alava Martín, llegado
-tres días antes de Londres, le obligara a hacer con él ese viaje, en
-tren especial, cuando tenía resuelto eludir la ceremonia enviando un
-telegrama. Pero ahora, ante el encanto de una mañana como aquélla, todo
-su fastidio se desvaneciera.
-
-¿Qué importaban los discursos, el descubrimiento del busto de D. Juan
-Martín, la bendición de las salas, los invitados y los miembros de la
-familia, si con mirar al cielo se sentía penetrado de una paz infinita?
-Abandonado a un sentimiento bucólico, seguía mirando la caprichosa nube.
-A medida que se acercaban a ella se concentraba y se disolvía con mayor
-rapidez. Substrayéndose por un momento a su contemplación, Amenábar
-pensó con vergüenza en su ignorancia sobre los fenómenos de la
-Naturaleza. «He ahí un hecho--se dijo--que debe ser sabido de toda la
-gente de campo, acostumbrada a levantarse temprano, y que a mí, que
-conozco todas las grandes capitales del mundo, me produce un asombro de
-salvaje.»
-
-La nube continuaba rehaciéndose y fundiéndose en el azul, sobre el grupo
-de árboles, con una perseverancia encomiable. A Amenábar le pareció
-advertir hacia aquel lado unos golpes sordos.
-
-El tren disminuyó su marcha... Entonces Amenábar pudo reconocer sin
-dificultad el estampido de la bomba, que cada medio minuto se deshacía
-en un copo de humo blanco, sobre los árboles, anunciando la fiesta.
-
-Por el camino de tierra, que un poco más adelante surgió de improviso al
-lado de la vía, iban algunos autos, grandes coches de campaña, _fords_
-de chacareros, paisanos a caballo y un destacamento de la gendarmería
-provincial. Avanzando con lentitud, venía detrás un coche de ciudad
-cerrado, tras cuyos cristales veíase un hábito violeta y dos sotanas
-negras.
-
-«Es el obispo», dijo alguno de los que se habían agolpado en las
-ventanillas del vagón. Y con el regocijo de quien ve disiparse una
-perspectiva desagradable, los que acompañaban a Adolfito Alava Martín
-comenzaron a reconocer a los que iban por la ruta.
-
-Casi todos los veraneantes del balneario vecino se habían trasladado a
-la inauguración de la colonia de vacaciones.
-
-El tren especial en que el nieto de D. Juan Martín reuniera a todos los
-amigos que se hallaban en Buenos Aires entró, multiplicando las señales
-de alarma, en la pequeña estación. Amenábar, deseando desentumecer las
-piernas, bajó el primero. Apenas puso el pie en el andén, un operador
-cinematográfico, enfrentándosele, comenzó a dar vueltas a la manivela de
-su aparato.
-
-A espaldas suyas estallaron de pronto los clarines de una banda lisa.
-Era la banda de bomberos de La Plata que, de uniforme de gala, acababa
-de descender de otro convoy, detenido en un desvío.
-
-Pocos pasos adelante reconoció al gobernador de la provincia, de traje
-claro y sombrero blando, acompañado por un ministro joven que parecía
-muy preocupado del efecto del rocío sobre sus botines de charol. Por la
-ruta que llevaba de la estación al grupo de pabellones blancos con
-techado rojo, donde se aglomeraba la gente, veía desarrollarse la cinta
-amarilla de una sección de _boys scouts_. Las bombas, ahora más
-frecuentes, atronaban el espacio; las bocinas de los automóviles
-formaban un tumulto confuso y el clamoreo de los clarines parecía querer
-competir con el sol deslumbrante.
-
-Amenábar perdió la última ilusión que le quedaba de la paz campesina.
-Aturdido, después de una noche de viaje en tren, se perdió entre la
-muchedumbre, que a eso llegaba la asistencia a la ceremonia.
-
-«¿Cómo habrá hecho Juana María para reunir esta gente aquí?», pensó, no
-sin asombro. Luego, con la buena fe de un espectador desinteresado,
-presenció el descubrimiento del busto de D. Juan Martín en el pequeño
-_hall_ del pabellón principal. La colonia de vacaciones había sido
-puesta bajo la advocación de su nombre, como en homenaje a su memoria y
-como un ejemplo a los que allí se asilaran de lo que pueden el trabajo y
-la constancia. Descubiertos respetuosamente, los espectadores
-contemplaban la efigie de mármol sobre cuya fuerte nariz cabalgaban unos
-lentes de oro... ¡Aquellos lentes que durante su vida le servían para
-no dejarse apiadar por la miseria, para no ser débil, ni compasivo, ni
-generoso, para no ver sino lo que resueltamente le convenía!
-
-El obispo de Heráclea pronunció el panegírico. Fué una hermosa
-peroración, que consistió únicamente en el desarrollo de este
-pensamiento, que monseñor de Filippis atribuyó a Veuillot: «¿Qué es una
-hermosa vida? Un pensamiento de la juventud realizado en la edad
-madura...»
-
-El seguro conocimiento que evidenciaba siempre de una literatura tan
-profana como la francesa era una de las causas de su prestigio mundano.
-Aquella cita lo robusteció por mucho tiempo.
-
-Mientras monseñor hablaba, Juana María, llorando de emoción al recuerdo
-del padre, pensaba que esa fórmula era también aplicable a ella: había
-conseguido todo cuanto se propusiera en la juventud. Lo último, lo que
-más le costara, lo acababa de obtener: poseía la mejor casa de Buenos
-Aires, y de ahora en adelante tendría un antepasado ilustre.
-
-Los demás discursos, el del gobernador de la provincia, aceptando la
-donación, y el del director del nuevo establecimiento no le dejaron
-ninguna duda sobre el punto. El nombre de D. Juan Martín había entrado
-en la gloria...
-
-A mediodía la mayor parte de la concurrencia se dirigió a la estancia de
-Alava, que quedaba allí cerca. Mucha gente, mujeres sobre todo, deseaban
-contemplar a _Heraldic_, el famoso padrillo que el gran criador había
-adquirido en Inglaterra, para su haras, en una suma fabulosa. Otros,
-hombres serios en su mayor parte, preferían ver los mejores ejemplares
-de la cabaña. Por último, un grupo pequeño de visitantes de mediana
-condición social, que tenían el culto de los _self-mademan_, se dió a
-buscar la célebre máquina de afilar a que se hacía referencia siempre
-que se aludía a los orígenes de la fortuna de D. Juan Martín.
-
-Esta vez la señora de Alava se puso a la cabeza de los curiosos. Los
-llevó hasta un pequeño galpón, donde, cubierta por una lona, se hallaba
-la máquina, con su rueda única, su pedal, la piedra gastada y el tarrito
-del agua.
-
-«¡Cómo la cuidan!», dijo con admiración uno de los del grupo. El
-aparato, en verdad, no representaba tener el medio siglo que le atribuía
-la leyenda. Monseñor de Filippis, que no se apartaba de la señora de
-Alava, descubrió entonces que la máquina tenía la patente del año
-anterior. E inmediatamente, con su fino sentido de la adulación, celebró
-la piedad filial de la señora, que, como una suerte de tributo a los
-manes paternales, renovaba todos los años la patente del aparejo.
-
-«Gran ejemplo de humildad, señora, gran ejemplo de humildad.»
-
-Entre tanto, la hija de Juan Martín, conturbada por el detalle
-inadvertido y temiendo que por otros signos se descubriese la piadosa
-substitución de la reliquia desaparecida, había dejado caer de nuevo la
-lona. Salieron del galpón, y mientras se alejaban iba pensando que era
-ridículo que ella, que había reunido en su casa de la calle Juncal
-muebles antiguos, venerables obras de arte, vinos añejos y cuadros del
-Renacimiento, no hubiera podido conseguir una máquina de afilar vieja de
-veinte años.
-
-Fué el único pensamiento desagradable que tuvo aquel día.
-
-Por la noche, sin embargo, sufrió una pesadilla atroz. Soñó que el padre
-había vuelto y todo lo realizado en los tres años que estuviera ausente
-se desvanecía como una pintura lavada con ácido: la Sociedad anónima, la
-casa colonial, el haras, la colonia de vacaciones. Don Juan Martín era
-más hosco, más intratable, más grosero que nunca. Dejaba que le
-rematasen la estancia a Alava y pretendía que Adolfito fuese a trabajar
-a las oficinas de la Empresa.
-
-Y quería obligarla a ella a que le acompañase en sus paseos por la
-ciudad, mientras él iba empujando la vieja máquina de afilar y llamando
-la atención con su silbato.
-
-¿No había acaso escoltado a la madre cuando iba al lavadero? Como un
-conjuro infernal, surgió ante ellos la figura de la madre, zafia,
-procaz, con un cesto de ropa blanca sobre la cabeza. Los tres echaron a
-andar por las calles aristocráticas, por los paseos distinguidos, por
-las playas de moda. Pasaban por entre filas de gente conocida que no la
-reconocían. Anonadada de vergüenza, oyó al obispo de Heráclea decirle,
-sacudiendo jovialmente la mitra:
-
-«Gran ejemplo de humildad, señora, gran ejemplo de humildad.»
-
-Bruscamente se le despertó un odio terrible contra el espectro--¿era
-verdaderamente su padre?--que la arrastraba en aquel paseo infamante.
-Toda la gente había desaparecido y se encontraban en un desierto rojo.
-Alzó el brazo para golpear al fantasma y se despertó sentada en la cama
-en su dormitorio de la estancia. Aunque el resplandor rojizo del velador
-le permitía darse cuenta de los muebles familiares, de los detalles
-conocidos, de su fisonomía misma, que el psyché reproducía en un ángulo
-de la habitación, permaneció largo rato con las pupilas agrandadas por
-el terror, temblando y a punto de llorar de miedo. ¿Había muerto
-efectivamente el padre? ¿Habían pasado de verdad tres años?
-
-Poco a poco fué recobrando el sentido de la realidad. Reconstruyó todo
-lo ocurrido en ese espacio de tiempo y se dió cuenta que había sido
-víctima de una pesadilla. Pero aun así, su inquietud no desapareció por
-completo. ¿Podrían volver los muertos? Se quedó pensando en esta
-posibilidad, que nunca hasta entonces se le había ocurrido. Pero pronto
-la desechó. Aunque la Dirección de Cementerios no ofrece ninguna
-garantía al respecto, los muertos no vuelven. Eso para ella era una
-prueba más de que el Universo estaba perfectamente bien organizado.
-
-
-FIN
-
-
-
-
-ÍNDICE
-
-
- _Páginas._
-
-PRÓLOGO 7
-
-
-EL COCOBACILO DE HERRLIN 15
-
-Capítulo primero.--Simple introducción a una historia
-complicada 17
-
-Capítulo II.--Un informe consular 20
-
-Capítulo III.--La mancha azul 26
-
-Capítulo IV.--Preliminares de la campaña 30
-
-Capítulo V.--La primera vuelta 34
-
-Capítulo VI.--La máscara de hierro 39
-
-Capítulo VII.--Donde se entra en contacto con el
-enemigo 42
-
-Capítulo VIII.--Revista de fuerzas coloniales 48
-
-Capítulo IX.--«Don Pepe» 58
-
-Capítulo X.--Síntesis de tres ejercicios financieros 62
-
-Capítulo XI.--Donde el cocobacilo de Herrlin se
-apresta a entrar en acción 66
-
-Capítulo XII.--«Don Juan» 73
-
-Capítulo XIII.--El honor de los pueblos 79
-
-Capítulo XIV.--La septicemia de Herrlin 84
-
-Capítulo XV.--Una campaña electoral 89
-
-Capítulo XVI.--The Rabbit’s March 96
-
-Capítulo XVII.--«¡El conejo no existe!» 105
-
-Capítulo XVIII.--Donde se revela por fin la singular
-eficacia del cocobacilo de Herrlin 110
-
-UNA SEMANA DE HOLGORIO 117
-
-Prólogo.--Julio Narciso Dilon 119
-
-Capítulo primero.--Desgraciado en el juego 121
-
-Capítulo II.--...afortunado en el amor 131
-
-Capítulo III.--El damero a media noche 135
-
-Capítulo IV.--Asalto a una Comisaría 139
-
-Capítulo V.--¡Alto el fuego! 142
-
-Capítulo VI.--La luz de un nuevo día 146
-
-Capítulo VII.--Convicto y confeso 149
-
-Capítulo VIII.--Un interrogatorio 153
-
-Capítulo IX.--Aramis 157
-
-Capítulo X.--La ninfa Eco 161
-
-Capítulo XI.--«Hands up!» 164
-
-Capítulo XII.--La vuelta al hogar 168
-
-Capítulo XIII.--El asalto a la Comisaría 44 170
-
-Capítulo XIV.--De cómo recobro el uso de la razón
-y otros objetos 174
-
-
-EL CULTO DE LOS HÉROES 179
-
-Capítulo primero.--De cómo D. Juan Martín iba
-acortando sus paseos 181
-
-Capítulo II.--En que se muestra que la piedad,
-como otros achaques de la vejez, la miopia por
-ejemplo, puede corregirse con el uso de cristales
-adecuados 185
-
-Capítulo III.--Breve excursión a través de los apellidos 191
-
-Capítulo IV.--El huevo de Leda 196
-
-Capítulo V.--La vuelta al Colonial 207
-
-Capítulo VI.--La muerte del héroe 219
-
-Capítulo VII.--Transfiguración 224
-
-Capítulo VIII.--Luto liviano 232
-
-Capítulo IX.--En el cual la señora de Alava reconoce
-que el Universo está perfectamente bien organizado 236
-
- [Illustration: CALPE
-
- COMPAÑÍA ANÓNIMA DE LIBRERÍA. PUBLICACIONES Y EDICIONES]
-
- _Precio: 4 pesetas._
-
-
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-End of the Project Gutenberg EBook of Tres relatos porteños, by Arturo Cancela
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-Project Gutenberg-tm is synonymous with the free distribution of
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-including obsolete, old, middle-aged and new computers. It exists
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-remain freely available for generations to come. In 2001, the Project
-Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure
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-To learn more about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation
-and how your efforts and donations can help, see Sections 3 and 4
-and the Foundation web page at http://www.pglaf.org.
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-Section 3. Information about the Project Gutenberg Literary Archive
-Foundation
-
-The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non profit
-501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the
-state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal
-Revenue Service. The Foundation's EIN or federal tax identification
-number is 64-6221541. Its 501(c)(3) letter is posted at
-http://pglaf.org/fundraising. Contributions to the Project Gutenberg
-Literary Archive Foundation are tax deductible to the full extent
-permitted by U.S. federal laws and your state's laws.
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-The Foundation's principal office is located at 4557 Melan Dr. S.
-Fairbanks, AK, 99712., but its volunteers and employees are scattered
-throughout numerous locations. Its business office is located at
-809 North 1500 West, Salt Lake City, UT 84116, (801) 596-1887, email
-business@pglaf.org. Email contact links and up to date contact
-information can be found at the Foundation's web site and official
-page at http://pglaf.org
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-The Project Gutenberg EBook of Tres relatos porteños, by
-Arturo Cancela
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-This eBook is for the use of anyone anywhere at no cost and with
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-re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included
-with this eBook or online at www.gutenberg.org/license
-
-
-Title: Tres relatos porteños
- Segunda edición
-
-Author: Arturo Cancela
-
-Release Date: August 20, 2020 [EBook #62986]
-
-Language: Spanish
-
-Character set encoding: UTF-8
-
-*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK TRES RELATOS ***
-
-
-
-
-Produced by Chuck Greif and the Online Distributed
-Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This file was
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-<p class="c">
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-
-<p class="cb">ARTURO CANCELA</p>
-
-<h1>TRES RELATOS
-PORTEÑOS</h1>
-
-<div class="poetry"><div class="poem">EL COCOBACILO DE HERRLIN<br />
-UNA SEMANA DE HOLGORIO<br />
-EL &nbsp; CULTO &nbsp; DE &nbsp; LOS &nbsp; HEROES</div></div>
-
-<p class="c">(SEGUNDA EDICIÓN)<br /><br />
-
-<img src="images/colo.jpg"
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-alt=""
-/><br /><br />
-COLECCIÓN CONTEMPORANEA · CALPE</p>
-</div></div></div>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_1" id="page_1">{1}</a></span>&nbsp; </p>
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-<p><span class="pagenum"><a name="page_2" id="page_2">{2}</a></span>&nbsp; </p>
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-<p><span class="pagenum"><a name="page_3" id="page_3">{3}</a></span>&nbsp; </p>
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-<p><span class="pagenum"><a name="page_4" id="page_4">{4}</a></span>&nbsp; </p>
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-<h3><a name="TRES_RELATOS_PORTENOS" id="TRES_RELATOS_PORTENOS"></a>
-TRES RELATOS PORTEÑOS</h3>
-
-<p class="c"><small>
-ES PROPIEDAD<br />
-COPYRIGHT BY CALPE, MADRID, 1923<br />
-<br />
-Papel expresamente fabricado por <span class="smcap">La Papelera Española</span><br /></small>
-</p>
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-<p><span class="pagenum"><a name="page_5" id="page_5">{5}</a></span>&nbsp; </p>
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-<p><span class="pagenum"><a name="page_6" id="page_6">{6}</a></span>&nbsp; </p>
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-<p><span class="pagenum"><a name="page_7" id="page_7">{7}</a>&nbsp; </span></p>
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-<p class="c">Talleres "Calpe", Ríos Rosas, 24.&mdash;MADRID</p>
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-<h2><a name="PROLOGO" id="PROLOGO"></a>PRÓLOGO</h2>
-
-<div class="poetry">
-<div class="poemrt"><div class="stanza">
-<span class="i0">Men walk as prophecies of the<br /></span>
-<span class="i0">next age.&mdash;<span class="smcap">Emerson.</span><br /></span>
-</div></div>
-</div>
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-<p><i>El autor de</i> <span class="smcap">Tres Relatos Porteños</span> <i>nació en 1892. Le quedan muchos
-años por vivir. Vió la luz en Buenos Aires. La vida intensa de estos
-hormigueros y caravanseras que ha socavado y llevado la civilización en
-la tenue y quebradiza costra del planeta no tiene para él secretos
-ningunos. Estudió en el Colegio Nacional. Tiene ganado en brava lucha su
-título de bachiller. Asistió más tarde a las aulas de la Escuela de
-Medicina, con el propósito de conocer al hombre, mas no con el de
-aliviarle sus dolencias por medio de las drogas o el bisturí, porque, a
-poco andar, ya había plantado sus reales en el Instituto Pedagógico, si
-hemos de creer a sus biógrafos más desinteresados. Su curiosidad de las
-<span class="pagenum"><a name="page_8" id="page_8">{8}</a></span>cosas humanas le hizo abandonar estas disciplinas para entrar en 1910 a
-ser preparador experimental del Laboratorio Psicológico. A todas partes
-le llevaba el deseo de conocer al hombre, de escudriñarle las entrañas y
-disecarle el pensamiento. Satisfecha su curiosidad en el Laboratorio,
-puso la mira en la Prensa diaria, documento humano de una riqueza
-fascinadora y de una extensión suficiente para colmar el apetito de los
-más insaciables investigadores del corazón humano. Allí se aposentó,
-allí parece haber hecho mansión definitiva, y en voceros de la opinión
-argentina empezó a darle al mundo el resultado de su experiencia y de
-sus estudios personales. No es Cancela un mero escritor imaginativo. Ha
-vertido sobre las cosas y los hombres la luz del conocimiento antes de
-ponerse a describirlas o desenmascararlos. Es una manera de probidad que
-no abunda en los escritores juveniles. Tal hay que escribe novelas sobre
-las costumbres de los mayas sin haber visitado la América Central ni
-leído siquiera lo poco que de esas tribus ha llegado hasta nosotros.</i></p>
-
-<p><i>Cancela recibió de la Naturaleza el don de ver, el don de penetrar y el
-don de describir. Hay quie<span class="pagenum"><a name="page_9" id="page_9">{9}</a></span>nes describen sin haber visto y deslumbran
-como deslumbra el cohete, derramando luces inconexas en la obscuridad.
-Hay quienes ven la superficie y producen con sus descripciones la
-impresión de lo vacuo, porque la Naturaleza les ha negado la facultad de
-profundizar en la observación hasta descubrir el alma de las cosas y las
-intenciones de los hombres. Es tan penetrante la visión interior de
-Cancela, que suele cautivar a sus lectores pintando con minuciosidad
-extrema la vida interior de los necios y, lo que es aún más difícil, la
-de las necias.</i></p>
-
-<p><i>Se ha colocado, en presencia de la vida, en una actitud de observador
-compadecido de las flaquezas, de la estulticia humana. No se indigna:
-sonríe. Ni siquiera condesciende en reírse. Parece como si temiera que
-la carcajada interrumpiese la benévola eficacia del pensamiento. Una
-actitud parecida a ésta ha debido de asumir Sócrates y sin duda la tuvo
-Cervantes en presencia del conflicto vital. Corregir es inepto. La burla
-resulta inadecuada. Sonreír es lo más honesto y en ocasiones lo más
-elegante, porque si el chiste reverbera y el sarcasmo punza y provoca la
-reacción del espíritu vulnerado, la rever<span class="pagenum"><a name="page_10" id="page_10">{10}</a></span>beración y el encono pasan
-pronto y a veces pasa con ellos el mérito literario de la obra que los
-ha producido.</i></p>
-
-<p><i>Del verdadero escritor humorista se dice que vive la vida de su tiempo
-y la de los años por venir. Este libro de Cancela tiene con la vida
-contemporánea nexos indestructibles. Acaso no estuvo en el ánimo de su
-autor, pero estos tres bocetos se rozan con los más graves problemas de
-la hora presente. Acaso sean también una premonición para los hombres
-del porvenir. La historia del doctor Herrlin se roza con esta especie de
-religión nacida, a última hora, de la fe ciega que los hombres han
-puesto en la técnica y en los expertos. La credulidad humana es cosa tan
-tenaz y tan falta de lógica que, a pesar de la guerra de 1914, el
-fracaso más estruendoso de la técnica, de los peritos militares y de los
-expertos en materia de finanzas, aquella religión no ha quemado sus
-ídolos ni derribado sus templos. La psicología comparada, que había
-pronosticado la decadencia de franceses, ingleses e italianos y su fácil
-vencimiento por las tribus septentrionales, continúa iluminando el
-cerebro de los profesores. Los hombres que le increpaban a Alemania su<span class="pagenum"><a name="page_11" id="page_11">{11}</a></span>
-incapacidad de entender a otros pueblos han resultado igualmente
-limitados para escudriñar el alma de los alemanes. Los peritos, los
-técnicos, parecen empeñados en destruir la civilización, que, según
-todas las probabilidades, ha sido la obra de la casualidad y del
-esfuerzo intercadente de algunos pueblos amantes de la gracia y de la
-comodidad. Cancela ha visto que en América la religión de la técnica se
-ha complicado con la superstición del extranjero. Allá basta que un
-hombre atormente la sintaxis castellana y tenga una pronunciación
-rocallosa para que le sea fácil abordar el interior de los templos en
-que se celebra el rito de la técnica.</i></p>
-
-<p><i>Otro de nuestros males presentes es la lucha de clases: mal tempestuoso
-que está privando por dondequiera a la especie humana de sus más
-excelsas cumbres. Un día cae Canalejas; otro, Jaurès. Una mano obscura
-cercenaba la vida de Kurt Eisner, acaso la misma mano que más tarde
-señalaba el fin de la inteligencia fastuosa de Rathenau. El mundo se
-disuelve comenzando por la desaparición de los grandes hombres. Un
-vértigo como éste, de envidia incomprimida, trajo, según Burckhardt, el
-ocaso de la cultura<span class="pagenum"><a name="page_12" id="page_12">{12}</a></span> griega. En</i> Una semana de holgorio <i>está de bulto
-la ceguedad del odio de clases.</i></p>
-
-<p><i>Por fin, Cancela ha puesto su cauterio sobre los bordes cárdenos de
-otra llaga social. La úlcera maligna de los nuevos ricos obra con menos
-vehemencia en este empeño destructor, pero no con menos eficacia. El
-nuevo rico, ahora como en tiempos de la Roma decadente, contribuye a la
-tarea disolvente rebajando el nivel de los grandes valores vitales. El
-no destruye, pero degrada. La fortuna, que pone a su alcance la flor de
-los valores de cultura, no le ha dado ni la inteligencia para
-comprenderlos ni la capacidad de refinar su espíritu gozando de ellos.
-Para ponerlos a su alcance tiene por fuerza que traerlos a un plano
-inferior, donde se degradan o se invierten. Triste fenómeno social
-estudiado en</i> El culto de los héroes.</p>
-
-<p><i>Todo esto lo ha visto la inteligencia de Cancela. Pero demasiado
-discreto para hacer el pedagogo, ha querido pasar por un mero relator de
-sucesos contemporáneos. Es, en efecto, un narrador de altas dotes. Su
-frase es pura y tersa como la corriente de un arroyo que serpentea por
-el valle después de haber golpeado el cristal de sus<span class="pagenum"><a name="page_13" id="page_13">{13}</a></span> ondas contra las
-rocas de la alta sierra. La fuerza representativa, el humor predominante
-en su concepto de la vida, la gracia elusiva de su estilo, su actitud
-impersonal ante las miserias que describe, hacen de Cancela un hombre de
-esos a quienes se refiere Emerson cuando dice que son las profecías
-ambulantes del mundo que ha de venir.</i> Adveniat regnum tuum.</p>
-
-<p><i>No quiero terminar estos apuntes sin felicitar sinceramente a «Calpe»
-por el acierto con que ha escogido este libro para dar a los españoles
-una idea de la literatura americana contemporánea de lengua castellana.
-El libro favorece a las letras americanas, pero es un digno exponente de
-ellas. En la obra mecánica la fuerza se mide en las partes más flacas.
-La resistencia de una cadena la da rigurosamente el más débil de sus
-eslabones. No es así en las obras del pensamiento. La literatura de los
-pueblos se mide por la altura de las cumbres más excelsas: Dante,
-Shakespeare, Cervantes, Goethe, Tolstoi. La lista se agota pronto. Lo
-demás es documento con que los eruditos suelen llenar sus fichas.</i></p>
-
-<p class="r">
-<span class="smcap">B. Sanín Cano.</span><br />
-</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_14" id="page_14">{14}</a></span>&nbsp; </p>
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-<p><span class="pagenum"><a name="page_15" id="page_15">{15}</a></span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_16" id="page_16">{16}</a></span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_17" id="page_17">{17}</a></span>&nbsp; </p>
-
-<h2><a name="EL_COCOBACILO_DE_HERRLIN" id="EL_COCOBACILO_DE_HERRLIN"></a>EL COCOBACILO DE HERRLIN</h2>
-
-<h3>CAPITULO PRIMERO<br /><br />
-<small>SIMPLE INTRODUCCIÓN A UNA HISTORIA COMPLICADA</small></h3>
-
-<p>Cuando Augusto Herrlin, <i>privat docent</i> de la Facultad de Upsala,
-publicó su «Informe sobre algunas observaciones hechas acerca de una
-nueva enfermedad infecciosa del conejo silvestre (<i>Lepus cuniculus
-vulgaris</i>)» era todavía lo que en los círculos científicos de la vieja
-ciudad universitaria suele llamarse un joven de porvenir. Acababa de
-entrar en los cuarenta años; hacía justamente ocho que estaba de novio
-con la séptima hija del profesor Hedenius, titular de su materia, y
-tenía abiertas ante sí, en todo sentido, perspectivas envidiables. Su
-reputación profesional comenzaba a apuntar, y a no ser por el agrado con
-que seguía la práctica de los deportes de invierno<span class="pagenum"><a name="page_18" id="page_18">{18}</a></span> en las revistas
-ilustradas de Estocolmo, habríasele supuesto en condiciones de
-substituir en la cátedra a su futuro padre político.</p>
-
-<p>La publicación del informe&mdash;cuyo texto era ya conocido, pues había
-figurado, a modo de artículo, en la <i>Revista del Instituto de
-Bacteriología</i> de Lund, se hallaba incluído en los <i>Anales de la Real
-Academia de Upsala</i> y fuera divulgado en uno de los últimos números de
-los <i>Cuadernos bimensuales de la Sociedad Escandinava de Agricultura
-científica</i>&mdash;no obedecía, como podría creerse, a un ansia de
-popularidad. Augusto Herrlin desdeñaba las reputaciones demasiado
-ruidosas que trascienden los medios académicos y llegan hasta los
-libreros y los alumnos del Gimnasio Real de la localidad. La edición, en
-folleto, de su interesante trabajo debíase, por consiguiente, a
-sentimientos de otro género.</p>
-
-<p>En la primera semana de mayo se cumplía el octavo aniversario de su
-compromiso con la séptima hija del profesor Hedenius. ¿Qué mejor
-testimonio de la constancia de su afecto que ofrecerle en esa ocasión el
-fruto de sus labores juveniles?<span class="pagenum"><a name="page_19" id="page_19">{19}</a></span></p>
-
-<p>Herrlin había encargado, pues, al impresor de la Universidad una edición
-reducida del «Informe», que ostentaba en su anteportada la siguiente
-dedicatoria:</p>
-
-<p class="c" style="line-height:1.5em;">
-A MI PROMETIDA<br />
-H A R O L D A &nbsp; H E D E N I U S<br />
-QUE UNE<br />
-A SU VIRTUD Y BELLEZA<br />
-UN NOMBRE ILUSTRE<br />
-EN LAS<br />
-CONQUISTAS DE LA FLORA MICROSCÓPICA<br />
-<span class="pagenum"><a name="page_20" id="page_20">{20}</a></span></p>
-
-<h3>CAPITULO II<br /><br />
-<small>UN INFORME CONSULAR</small></h3>
-
-<p>Hasta hace algún tiempo, el único argentino establecido en Estocolmo era
-M. Johann van der Elst, un holandés naturalizado que acostumbraba a
-residir en Rotterdam, lo cual no le impedía desempeñar con celo y
-contracción ejemplares las funciones de vicecónsul de la República en la
-capital sueca.</p>
-
-<p>La información que enviaba mensualmente al Ministerio de Relaciones
-Exteriores era un índice preciso y minucioso del intercambio comercial
-sueco argentino, aumentado, a menudo, con abundantes noticias sobre las
-invenciones, descubrimientos y nuevos métodos científicos e industriales
-que pudiesen interesar a la agropecuaria sudamericana. Esa contribución
-de van der Elst al progreso de nuestras<span class="pagenum"><a name="page_21" id="page_21">{21}</a></span> industrias madres era difundida
-en todo el país por el <i>Boletín del Ministerio de Relaciones
-Exteriores</i>, que adquiría en tales circunstancias un volumen
-considerable.</p>
-
-<p>A veces, el Ministerio de Agricultura reproducía en sus publicaciones
-parte de la correspondencia del vicecónsul en Estocolmo, y hasta en
-cierta oportunidad repartió 10.000 folletos de propaganda sobre un nuevo
-procedimiento para la producción de quesos frescos, transmitido por van
-der Elst.</p>
-
-<p>Pero el informe suyo que tuvo mayor fortuna fué el referente al empleo
-del marlo del maíz en la fabricación de pasta de papel. Llegado al país
-en momentos en que mayor era la escasez de este producto, fué publicado
-en el <i>Boletín del Ministerio de Relaciones Exteriores</i>, reproducido en
-los <i>Anales del Ministerio de Agricultura</i>, insertado en síntesis en los
-grandes diarios de la capital y del Rosario, incluído en la <i>Revista de
-la Universidad de Buenos Aires</i> como nota de un artículo del doctor
-Ernesto Quesada, y transcrito, por último, en el <i>Diario de Sesiones</i> de
-la Cámara de Diputados, acompañando el proyecto de ley por el<span class="pagenum"><a name="page_22" id="page_22">{22}</a></span> cual se
-mandaba iniciar los estudios necesarios para el establecimiento de la
-nueva industria. Así, por una paradoja frecuente en la terapéutica
-social, el primer efecto del salvador informe de van der Elst consistió
-en la agudización de la crisis papelera.</p>
-
-<p>No es, pues, nada extraño que, al recibirse en Buenos Aires una
-correspondencia del Viceconsulado en Estocolmo dando cuenta de que el
-profesor Herrlin, de la Universidad de Upsala, había descubierto un
-bacilo que determinaba una epizootia fatal entre los conejos silvestres,
-la noticia se difundiese rápidamente. El relato de esa brillante
-conquista científica y las consideraciones de van der Elst sobre las
-consecuencias de su aplicación a la lucha contra el conejo y la liebre,
-enemigos naturales de la agricultura, fueron pronto familiares a los
-espíritus porteños.</p>
-
-<p>Este último informe llegaba en momentos en que el apetito de algunos
-millares de conejos se satisfacía a costa de los campos del Sur, y muy
-pronto el cocobacilo de Herrlin fué bendecido por muchos corazones como
-el ángel salvador de los sembrados.<span class="pagenum"><a name="page_23" id="page_23">{23}</a></span></p>
-
-<p>Por aquellos días, al discutirse el presupuesto, un diputado reprochó a
-la cancillería no reservara exclusivamente a los ciudadanos nativos el
-desempeño de los cargos consulares. Y para justificar su observación
-leyó una lista de los extranjeros y ciudadanos naturalizados que tenían
-la representación de nuestros intereses comerciales en el exterior, en
-la que figuraba, naturalmente, el vicecónsul en Estocolmo.</p>
-
-<p>¡Nunca lo hubiera hecho! A la sola mención del activo colaborador del
-<i>Boletín</i> de su ministerio, el canciller se agitó en su banca y pidió la
-palabra con voz trémula. Se la concedieron de inmediato, y comenzó su
-discurso en medió de la expectativa de la Cámara. Recogió el último
-nombre leído por el diputado, el de Johann van der Elst, como ejemplo de
-los errores e injusticias a que pueden conducir los defectos de
-información y la precipitación en los juicios. No quería fatigar a la
-Cámara; mas para llevar a todos el convencimiento de que la vigilancia
-de nuestros intereses comerciales en el exterior se hallaba en buenas
-manos, él iba a ceder la palabra a su colega de Agricultura,<span class="pagenum"><a name="page_24" id="page_24">{24}</a></span> quien
-diría en qué forma los agentes consulares contribuían al desarrollo de
-las industrias «cardinales» de la nación...</p>
-
-<p>A tres bancas de distancia del canciller, en el semicírculo ministerial,
-el secretario de Agricultura comenzó a hablar. Con los ojos fijos en el
-reloj que corona el estrado de la presidencia, habló y habló, enumerando
-todos los beneficios que la agricultura y la ganadería podrían retirar
-de las informaciones transmitidas por el Viceconsulado en Estocolmo. Se
-refirió especialmente al nuevo procedimiento para la obtención de quesos
-frescos, que había sido dado a conocer en 10.000 folletos de propaganda,
-y recordó el informe respecto a la fabricación de pasta de papel con el
-marlo de maíz, que había sido materia de un proyecto de ley. Pero el
-momento en que el orador obtuvo efectos de elocuencia fué al entrar en
-el comentario de la última comunicación de van der Elst. Los estragos de
-los conejos que devoraban las cosechas, trastornaban la topografía de
-los campos del Sur y arruinaban a los colonos, determinando, en
-consecuencia, el depreciamiento de la propiedad rural y la alteración de
-nuestro<span class="pagenum"><a name="page_25" id="page_25">{25}</a></span> régimen económico, fueron descritos con trazos pavorosos, para
-mostrar en seguida al cocobacilo de Herrlin restituyendo los campos a su
-prístina feracidad, devolviendo la tranquilidad y el bienestar a los
-colonos, provocando la valorización de las tierras, el acrecentamiento
-de la riqueza nacional y la restauración de nuestro crédito exterior...</p>
-
-<p>Ante esa síntesis grandiosa de las consecuencias de una victoria
-completa sobre los conejos, la Cámara, poniéndose de pie, aclamó al
-ministro de Agricultura.<span class="pagenum"><a name="page_26" id="page_26">{26}</a></span></p>
-
-<h3>CAPITULO III<br /><br />
-<small>LA MANCHA AZUL</small></h3>
-
-<p>Antes de la sesión en que tan bien sentado dejó el prestigio de Johann
-van der Elst, el ministro de Agricultura no había reflexionado
-seriamente en la realidad de la plaga leporina. Naturalmente escéptico,
-no se le había ocurrido hasta entonces que esos animalitos tímidos que
-veía en las vidrieras de los bazares, siempre en disposición de tocar el
-tambor, pudiesen destrozar las viñas y devorar los sembrados. Fué
-necesario que el fuego de la elocuencia le poseyera para que en una
-súbita revelación alcanzase, al propio tiempo que la comunicaba a su
-auditorio, la clara visión del peligro. Y al reflexionar en la soledad
-sobre su triunfo oratorio advirtió que había sido el in<span class="pagenum"><a name="page_27" id="page_27">{27}</a></span>térprete
-inconsciente de una gran aspiración del alma nacional: la guerra al
-conejo...</p>
-
-<p>Esta comprobación le llevó de inmediato a planear la campaña decisiva
-contra la plaga, campaña que constituía, según dijera él mismo, «una
-improrrogable e imperiosa urgencia nacional».</p>
-
-<p>Quedó así resuelta la contratación del sabio sueco por el Gobierno
-argentino para dirigir la campaña en contra del conejo.</p>
-
-<p>Al mismo tiempo el ministro encargó al doctor Simón Camilo Sánchez el
-proyecto de la Oficina que se haría cargo de los trabajos para combatir
-la plaga y llevaría a la práctica las combinaciones científicas del
-profesor sueco.</p>
-
-<p>El candidato no podía ser mejor elegido. El doctor Simón Camilo Sánchez
-era director general de Agricultura, Ganadería y Piscicultura, y
-catedrático de Derecho internacional, Procedimiento consular, Historia
-americana, de Economía política y Filosofía del derecho.</p>
-
-<p>Este personaje enciclopédico sometió al ministro a los pocos días el
-plan completo de la nueva repartición, que se llamaría «Departamento de
-Protección agrícola». Por ese pro<span class="pagenum"><a name="page_28" id="page_28">{28}</a></span>yecto, el territorio de la República
-se dividía en veinte zonas, cada una de las cuales se entregaba a la
-vigilancia de un Comisariato, que debía informar semanalmente sobre los
-destrozos ocasionados por los conejos y los lugares y circunstancias en
-que se hubiese visto rondar a los merodeadores de largas orejas. Una
-oficina central organizaría todos esos datos, a fin de publicar un mapa
-en que se evidenciara la repartición geográfica de la plaga. Cuando las
-gestiones para el contrato del sabio sueco llegasen a su término, éste
-hallaría listos todos los elementos para la aplicación del cocobacilo.</p>
-
-<p>El ministro aceptó el plan en todos sus detalles y lo incluyó en el
-presupuesto para el año entrante, destinándole una suma global de medio
-millón de pesos. Entre tanto creó, por simple decreto, el Departamento
-de Protección Agrícola, y constituyó, con 250 empleados, los cuadros del
-futuro personal de la repartición.</p>
-
-<p>Esta comenzó a funcionar al poco tiempo bajo la dirección del ubicuo y
-omnisciente Simón Camilo Sánchez. Los veinte comisaria<span class="pagenum"><a name="page_29" id="page_29">{29}</a></span>tos iniciaron su
-acción con mucho empuje: desde todos los puntos de la República llegaron
-telegramas, notas, informes y comunicaciones, señalando los puntos en
-que los conejos ejercitaban su voracidad y haciendo notar la rapidez de
-movimientos y el carácter tímido de los perjudiciales roedores. Con
-tales datos, el Departamento de Protección Agrícola dibujó un mapa, en
-el que se representaba con una mancha azul el radio de acción de los
-conejos. La ingeniosa carta, que fué reproducida por todos los diarios,
-llevó la alarma a los espíritus más indiferentes: la mancha azul lo
-cubría todo... Parecía que sobre el territorio de la República se
-hubiera volcado un frasco de tinta Stephens.<span class="pagenum"><a name="page_30" id="page_30">{30}</a></span></p>
-
-<h3>CAPITULO IV<br /><br />
-<small>PRELIMINARES DE LA CAMPAÑA</small></h3>
-
-<p>Los Comisariatos de la Protección Agrícola no tuvieron al comienzo
-función ofensiva alguna. Su labor consistió en vigilar al enemigo,
-descubrir sus puntos de concentración, sus hábitos de vida, el forraje
-que prefería y las horas que destinaba al reposo. Esas tareas, justo es
-reconocerlo, fueron admirablemente cumplidas por las veinte secciones.</p>
-
-<p>A los cuatro meses de su creación pudo asegurarse oficialmente que los
-conejos eran animales cuadrúpedos, mamíferos, de unos 45 centímetros de
-largo, muy veloces y extraordinariamente fecundos. Apenas agotados tales
-reconocimientos comenzaron a llegar atentas observaciones de algunos
-comisariatos respecto a la exigüidad del personal que se les había<span class="pagenum"><a name="page_31" id="page_31">{31}</a></span>
-atribuído. «Para informar a esa Dirección sobre el desarrollo y las
-proporciones de la plaga en toda la provincia&mdash;decía, en una nota,
-Delfín Acuña, el jefe del Comisariato de Mendoza&mdash;no bastan los diez
-empleados que tengo a mis órdenes. Si el señor ministro quiere que
-nuestro resumen hebdomadario se refiera a toda la zona cultivada es
-preciso decuplicar, por lo menos, ese personal». Y Delfín Acuña entraba
-en el detalle de la distribución estratégica que daría a esos cien
-empleados.</p>
-
-<p>Simón Camilo Sánchez, al informar al ministro sobre estas notas, sostuvo
-el aumento del presupuesto; pero como la situación económica no lo
-permitía, las comunicaciones fueron archivadas.</p>
-
-<p>Delfín Acuña no era hombre de hacer una observación en balde. Se había
-venido junto con la nota a la capital y había tenido aquí largas
-conferencias con los diputados de su provincia.</p>
-
-<p>Así, la primera vez que el ministro concurrió a la reunión de la
-Comisión de Presupuesto se vió forzado a convenir que el personal de los
-Comisariatos era efectivamente escaso.<span class="pagenum"><a name="page_32" id="page_32">{32}</a></span> La Comisión propuso en seguida
-un aumento considerable en los empleados afectados a la extinción del
-conejo, aumento que se distribuiría según la importancia de cada
-provincia y el grado de extensión de la plaga. Se instituyeron de ese
-modo Comisariatos de primera, de segunda, de tercera, etc., etc. En
-total, 1.200 ciudadanos recibieron emolumentos oficiales gracias a la
-maravillosa eficacia del cocobacilo de Herrlin.</p>
-
-<p>Semejante acrecentamiento del personal hizo necesaria la ampliación del
-organismo administrativo central. Se crearon, fuera de presupuesto, las
-oficinas de «Dirección del personal», «Estadística» y «Propaganda»: 300
-nuevos ciudadanos cobraron sueldos del Estado.</p>
-
-<p>La oficina de «Propaganda» era debida a una ingeniosa idea de Simón
-Camilo Sánchez. El director de Agricultura, Ganadería y Piscicultura,
-considerando que para la completa realización de los fines de la
-Protección Agrícola era imprescindible la buena voluntad de los
-agricultores, se propuso ganarla mediante una intensa campaña de
-vulgarización científica.</p>
-
-<p>Constituyó, pues, esa Sección, que comenzó<span class="pagenum"><a name="page_33" id="page_33">{33}</a></span> a expedir millares de
-folletos conteniendo la descripción del conejo (tamaño, movilidad,
-fecundidad) y la enumeración de sus hábitos nocivos. Además inundó el
-país de carteles con sintéticas leyendas, de grabados ilustrativos, de
-mapas de la República horriblemente manchados de azul...</p>
-
-<p>La propaganda de la Protección Agrícola llegó hasta el punto de que un
-colono del lugar más apartado de la Pampa no podía recorrer su campo,
-revuelto y horadado por los conejos, sin encontrar sobre el camino un
-cartelón que anunciaba:</p>
-
-<p>«El conejo es el peor enemigo de la agricultura.»<span class="pagenum"><a name="page_34" id="page_34">{34}</a></span></p>
-
-<h3>CAPITULO V<br /><br />
-<small>LA PRIMERA VUELTA</small></h3>
-
-<p>Tres meses después de la ratificación de su contrato, Herrlin desembarcó
-en Buenos Aires. Desde que publicara el «Informe», en el octavo
-aniversario de su compromiso matrimonial, habían pasado casi dos años, y
-a no ser porque creyó de corta duración la nueva empresa, antes de
-venirse habría entrado en la familia de su viejo maestro.</p>
-
-<p>Herrlin llegó, pues, soltero, lleno de ilusiones y con las mejores ideas
-sobre nuestro país, que había recogido en su estudio del castellano y de
-la historia y geografía argentinas.</p>
-
-<p>Se alojó en un hotel del Retiro, vistió su buen traje de levita, ajustó
-en la cabeza rasurada el lustroso cilindro de ceremonia, y con el
-paraguas al brazo echó a andar, a pasos firmes<span class="pagenum"><a name="page_35" id="page_35">{35}</a></span> y sonoros, por la calle
-Florida en dirección al centro. El <i>privat docent</i> advirtió que, tras su
-paso, la gente, sobre todo las mujeres, se volvían como para leer algo
-en su espalda. Supuso que observaban el corte de su levita, proveniente
-de la Sastrería Académica de Upsala, fundada el mismo año que la
-Universidad, en 1476, y anotó esa curiosidad como un síntoma favorable a
-sí mismo y al país.</p>
-
-<p>Cuando llegó al Ministerio de Agricultura comenzaban a afluir los
-empleados. Frente a la pequeña sala de espera, en que se hallaba junto a
-un afable postulante, el profesor sueco vió pasar cientos y cientos de
-hombres jóvenes, alegres y elegantes, idénticos a los que acababa de ver
-discurriendo por las aceras y conversando en los cafés. Admirado del
-interminable desfile, Herrlin exclamó:</p>
-
-<p>&mdash;¡Cuántos empleados!</p>
-
-<p>&mdash;Esto no es nada&mdash;repuso el postulante&mdash;; los otros son muchos más...</p>
-
-<p>&mdash;¿Los de otro turno?</p>
-
-<p>&mdash;No; los que no vienen nunca...</p>
-
-<p>Esta respuesta dió a Herrlin la prueba de que su conocimiento del
-castellano era todavía<span class="pagenum"><a name="page_36" id="page_36">{36}</a></span> deficiente; no se explicó el sentido de las
-palabras del postulante ni la sonrisa irónica con que las acompañó.
-Desconcertado por su primera dificultad idiomática, el <i>privat docent</i>
-guardó silencio hasta que, ya bien entrada la tarde, pudo ver al
-secretario del ministro.</p>
-
-<p>Evidentemente, al exponer sus títulos, la misión que se había empeñado
-en conferirle el Gobierno argentino y el objeto de su primera visita
-debió de expresarse inapropiadamente, a juzgar por el estupor que denotó
-el secretario.</p>
-
-<p>«¡El profesor Herrlin! ¡El profesor Herrlin!», repetía con pavor,
-mirando para todos lados, como si quisiese descubrir un lugar donde
-ocultarlo...</p>
-
-<p>Herrlin llegaba, efectivamente, en el momento más inoportuno. El
-Departamento de Protección Agrícola, por su monstruoso crecimiento de
-los últimos meses, había venido a constituir un peligro para el
-Gobierno. Los diputados socialistas, apoyados por muchos representantes
-del litoral, hallaban desproporcionada la suma de 1.500.000 pesos que se
-le asignaba en el presupuesto para el año en<span class="pagenum"><a name="page_37" id="page_37">{37}</a></span>trante. Su oposición fué
-irreductible, al punto que el ministro se vió obligado a admitir la
-disminución de esa partida a 1.450.000 pesos, aunque no sin prevenir
-elocuentemente que el Departamento no podría cumplir sus fines y estaría
-forzado a limitar sus publicaciones de propaganda. Y como su posición en
-el Gabinete no era muy segura, indicó a Simón Camilo Sánchez la
-necesidad de que, para evitar la reanudación de los ataques, el
-Departamento diese pocas señales de vida. Además resolvió introducir
-economías en la repartición, y a ese objeto dejó sin proveer una vacante
-de escribiente que acababa de producirse en el Comisariato de tercera de
-la Rioja.</p>
-
-<p>El secretario tenía, pues, razón al pretender ocultar al profesor
-Herrlin. La llegada del sabio volvía a poner en evidencia al
-Departamento, que quién sabe si podría resistir el fuego cruzado de
-editoriales y discursos que soportara recientemente sin mucha gallardía.</p>
-
-<p>No atreviéndose a llevar esta mala noticia al malhumorado ministro, el
-secretario creyó conveniente aplazar el asunto.</p>
-
-<p>Después de recomendarle mucha reserva so<span class="pagenum"><a name="page_38" id="page_38">{38}</a></span>bre su arribo y la misión que
-traía hasta tanto recibiera órdenes, le dijo en forma de despedida:</p>
-
-<p>&mdash;Vea, doctor... Dése una vuelta...</p>
-
-<p>Y se quedó meditando sobre el día conveniente para una entrevista con el
-ministro.</p>
-
-<p>Pero Herrlin, entendiendo la frase en su sentido directo, creyó que el
-secretario deseaba admirar el corte de su levita académica, y con el
-cuerpo rígido, en posición militar, dió en cuatro tiempos una vuelta
-completa.</p>
-
-<p>Fué la primera y la más simple que le hizo ejecutar nuestro mecanismo
-administrativo. De allí en adelante siguió dando vueltas de órbitas cada
-vez más complicadas e inútiles, girando y girando en torno de la
-excelencia ministerial, como un satélite condenado a presentar siempre
-al centro del sistema una faz de eterno postulante...<span class="pagenum"><a name="page_39" id="page_39">{39}</a></span></p>
-
-<h3>CAPITULO VI<br /><br />
-<small>LA MÁSCARA DE HIERRO</small></h3>
-
-<p>En los días que siguieron, Herrlin dió repetidas vueltas por el
-Ministerio de Agricultura, y todas las veces salió asombrado del mucho
-interés que se concedía a su levita y del ninguno que se dedicaba a su
-misión científica.</p>
-
-<p>El secretario le atendía amablemente, le ofrecía té, cigarros y licores;
-le iniciaba en la vida fácil y el lenguaje reducido y pintoresco de
-nuestros elegantes, pero no se atrevía a ponerle en contacto con el
-ministro, ni mucho menos a hacerle adelanto alguno respecto a sus
-funciones leporicidas. Se arriesgaba, todo lo más, a recomendarle mucha
-discreción, a prevenirle no dejase sospechar su existencia a los
-periodistas, y a ser cauto en sus opiniones sobre la extinción del
-conejo. Herrlin había<span class="pagenum"><a name="page_40" id="page_40">{40}</a></span> llegado en un momento crítico, y una palabra suya
-podía comprometer la suerte del ministro y provocar el aniquilamiento
-del Departamento de Protección Agrícola. Era preciso aguardar a que la
-situación política se despejase, y entonces ya podría recobrar el tiempo
-perdido. Entre tanto debía resignarse a permanecer ignorado e inactivo y
-a cobrar todos los meses en Secretaría la asignación mensual fijada por
-contrato.</p>
-
-<p>Herrlin no tuvo más remedio que conformarse. Inició entonces una vida de
-ocio y misterio, que llegó a pesarle como un manto de plomo. Lejos de
-sus libros, de su mesa de trabajo en el modesto laboratorio de Upsala,
-de las amables tertulias familiares en la vieja casa del profesor
-Hedenius, los días crudamente luminosos de Buenos Aires le parecían
-inmensos, y las noches, interminables. El incógnito que recataba su
-persona creaba en torno suyo una zona infranqueable, y para no
-traicionarse, debía, muy a pesar suyo, mostrarse hosco y receloso en
-esta ciudad de gentes de fácil trato. Cuando no iba al Ministerio,
-consagraba la tarde a interminables ca<span class="pagenum"><a name="page_41" id="page_41">{41}</a></span>minatas por la ciudad, y la noche
-a solitarias libaciones en cualquier bar del centro. Este era el único
-momento tranquilo de su existencia; se sentía aligerado de su secreto,
-rico de esperanzas y lleno de impulsos belicosos. Soñaba en vengarse
-sobre los conejos de la inacción a que le obligaban las complicaciones
-políticas del país y en alfombrar su cuarto con las pieles de los
-vencidos, como los crueles guerreros de Asiria.</p>
-
-<p>Pero al día siguiente la dura realidad volvía a dominarlo, y tenía
-entonces conciencia de ser una especie de Hombre de la Máscara de
-Hierro, libre pero incomunicado, que paseaba por la ciudad un formidable
-e insólito secreto de Estado acerca de los conejos.<span class="pagenum"><a name="page_42" id="page_42">{42}</a></span></p>
-
-<h3>CAPITULO VII<br /><br />
-<small>DONDE SE ENTRA EN CONTACTO CON EL ENEMIGO</small></h3>
-
-<p>Augusto Herrlin no pudo soportar mucho tiempo la vida de hotel.
-Convencido de que la situación política de la República le obligaría a
-permanecer aquí mucho más de lo que había calculado, escribió a Upsala
-recomendando paciencia a la hija del profesor Hedenius y tomó
-alojamiento en una casa de pensión.</p>
-
-<p>Este cambio le fué beneficioso. Gracias al simulacro de vida de hogar
-que imperaba en el reducido establecimiento de doña Asunción Fragoso, el
-<i>privat docent</i> recuperó la alegría y el sosiego que perdiera desde su
-arribo a Buenos Aires. Allí encontró, aparte de los hábitos ordenados y
-modestos que eran los suyos, una sociedad grata a su espíritu. Vivían en
-casa de doña Asunción dos estudiantes de Medicina,<span class="pagenum"><a name="page_43" id="page_43">{43}</a></span> un viejo empleado de
-una casa de óptica y don José María de Inclán-Zavaleta, apasionado
-cultor de la historia patria.</p>
-
-<p>El profesor sueco intimó prontamente con sus compañeros de pensión. En
-torno de la mesa familiar, discurrió sobre bacteriología con los
-estudiantes de Medicina, habló con el óptico de microscopios y aparatos
-de investigación, y escuchó atentamente las disquisiciones de
-Inclán-Zavaleta.</p>
-
-<p>Exento de vanidad y de picardía, Herrlin fué estimado por todos a los
-pocos días como un viejo amigo.</p>
-
-<p>Doña Asunción, en especial, le cobró un profundo cariño, admirando
-juntamente en él la universalidad de su saber y de su apetito.</p>
-
-<p>En ese ambiente de afable vida doméstica, una noche en que la sobremesa
-se prolongó más de lo de costumbre, porque doña Asunción había entablado
-una larga controversia con los estudiantes sobre los horrores de la
-vivisección, el profesor Herrlin estableció su primer contacto con el
-enemigo.</p>
-
-<p>Sentado al extremo de la mesa, próximo a una puerta que se abría sobre
-el jardín, el<span class="pagenum"><a name="page_44" id="page_44">{44}</a></span> profesor escuchaba el alegato de la patrona, cuando el
-rumor de un roce sobre la alfombra, a los pies suyos, atrajo su
-atención. Fuera del círculo de luz que una pantalla verde arrojaba sobre
-la mesa, todo el comedor se hallaba sumergido en las tinieblas. A
-Herrlin le costó discernir el sentido de la forma blancuzca que se
-gitaba a sus plantas. Reconoció poco a poco un par de largas orejas
-velludas, un hocico movible, dos largos bigotes y un labio hendido
-perpendicularmente... Era un conejo de la variedad «gigantea» (<i>Lepus
-cuniculus giganteus</i>), un hermoso ejemplar de macho, de cabeza larga y
-fuerte y de robustas extremidades posteriores.</p>
-
-<p>Sorprendido por semejante aparición, Herrlin quedó inmóvil en su
-asiento. El conejo, después de husmear desenfadadamente los botines del
-profesor, retrocedió unos pasos, se enderezó sobre las patas, y con las
-manos juntas sobre el pecho, levantó el hocico al aire. Como en esa
-posición las orejas tensas continuaban la línea del cuerpo, el extraño
-visitante alcanzaba así casi un metro de altura y llegaba hasta el borde
-de la mesa. Con sus<span class="pagenum"><a name="page_45" id="page_45">{45}</a></span> ojos redondos, en que se reflejaba el resplandor
-verde de la pantalla, el conejo miró fijamente a su antagonista. Bajo la
-fascinación de esa mirada, encendida de una verde transparencia, el
-sabio creyó habérselas con un genio maléfico, y esperó verle crecer
-desmesuradamente hasta tocar con las orejas en el techo. Debía de ser un
-genio modesto, porque no quiso pasar del nivel de la mesa. Se limitó a
-sonreír sardónicamente, corriendo para atrás las guías de los bigotes, y
-recobrando la horizontalidad, se volvió bruscamente. Sus orejas se
-agitaron desdeñosamente; el rabo, ridículamente trunco, osciló de
-izquierda a derecha como la aguja del velocímetro de un automóvil que se
-pone en marcha; alcanzó en tres zancadas la puerta del jardín, y se
-perdió en las sombras de la noche...</p>
-
-<p>La controversia de doña Asunción con los estudiantes no se había
-interrumpido; Herrlin advirtió por ello que, como Mácbeth en el banquete
-en que se la aparece la sombra de Banquo, él fuera el único que se diera
-cuenta de la presencia del extraño visitante. Renunció, pues, a admitir
-la realidad de la escena, y creyéndose víctima de una alucinación, se
-prome<span class="pagenum"><a name="page_46" id="page_46">{46}</a></span>tió suprimir desde el día siguiente la ración de ponche con que
-animaba la sobremesa. Esa noche, a causa de la prolongación de la
-charla, había bebido con exceso. Era preciso imponerse un período de
-abstinencia, y para confirmarse en su resolución se sirvió otro vaso. A
-ese siguió otro, en recuerdo de su poción favorita, y otro más como
-despedida a la reunión.</p>
-
-<p>Después, emocionado por sus recuerdos de Upsala y enternecido ante la
-imagen de la hija del profesor Hedenius, que se presentó patente a su
-espíritu, solicitó una nueva vuelta e improvisó un brindis en honor de
-la mujer argentina y otro en homenaje a doña Asunción. Luego, en una
-natural gradación de ideas, levantó su copa por el ministro de
-Agricultura y el Gobierno de la República, comprometidos en una
-siniestra conjuración de conejos, audaces conspiradores que llegaban en
-su insolencia hasta penetrar en las casas a la hora sagrada de la comida
-familiar... Por último, entonó una serie de canciones báquicas
-escandinavas y el tradicional «Gaudeamus igitur» de los estudiantes
-suecos, y pidió que se llenase de nuevo la ponchera para aclarar la
-voz.<span class="pagenum"><a name="page_47" id="page_47">{47}</a></span></p>
-
-<p>Desde hacía tiempo doña Asunción y el empleado de Lutz y Schulz se
-habían retirado a descansar.</p>
-
-<p>A las tres de la mañana, el profesor Herrlin, puesto en cuatro patas,
-buscaba debajo de la mesa el reloj, que por descuido había guardado en
-un bolsillo del pantalón.</p>
-
-<p>En esa recorrida cuadrúpeda encontró sobre la alfombra, cerca de su
-silla, una media docena de bolitas obscuras, suaves al tacto, que no
-tardó en identificar relacionándolas con la extraña aparición del
-conejo.</p>
-
-<p>Nuestro bacteriólogo disfrutaba por lo general de un sueño tranquilo.
-Sin embargo, aquella madrugada soñó que, a medida que iba avanzando por
-un interminable camino solitario, de los matorrales vecinos salían a
-cada paso conejos de desmesuradas proporciones, que después de husmearlo
-de pies a cabeza partían veloces como patrullas avanzadas de caballería
-que acaban de establecer contacto con el enemigo.<span class="pagenum"><a name="page_48" id="page_48">{48}</a></span></p>
-
-<h3>CAPITULO VIII<br /><br />
-<small>REVISTA DE FUERZAS COLONIALES</small></h3>
-
-<p>Simón Camilo Sánchez había experimentado una profunda amargura ante los
-primeros ataques dirigidos a su Departamento. Su conciencia de patriota,
-para la cual la extinción del conejo venía a ser el complemento
-necesario de la conquista del desierto, sufría a causa del terreno
-exclusivamente económico en que se había planteado el debate. Ordenado y
-nada derrochador en su vida privada, el director de Agricultura,
-Ganadería y Piscicultura no creía aplicable al manejo de los caudales
-públicos las reglas del ahorro individual. Por lo menos así lo
-proclamaba en esa ocasión, citando a cada paso como ejemplo de buena
-contabilidad las cuentas del Gran Capitán: «Por palas, picos y
-azadones...» Y esa enumeración de instrumen<span class="pagenum"><a name="page_49" id="page_49">{49}</a></span>tos de cultivo a precios
-fabulosos le producía la envidia que causa a los bibliófilos la reseña
-de las ventas del Hotel Drouot. Simón Camilo Sánchez ansiaba poder
-presentar a la Contaduría de la nación unas cuentas por el estilo.</p>
-
-<p>La amputación del presupuesto del Departamento le hirió así en sus
-sentimientos y en sus convicciones. Su melancólico desaliento tornóse en
-hosca pesadumbre cuando el ministro le indicó la conveniencia de
-restringir los signos de actividad de la Protección Agrícola, y adoptó
-entonces la actitud de todos los grandes hombres en desgracia: se
-desterró.</p>
-
-<p>Aceptando una invitación de la Universidad de Río, partió para el
-Brasil. Por espacio de tres meses disertó en las instituciones
-jurídicas, científicas, agrícolas y literarias de la capital carioca de
-San Paulo, y el eco de sus palabras llegó a Buenos Aires, agrandado por
-el entusiasmo de nuestros vecinos y ennoblecido por la distancia.</p>
-
-<p>Su alejamiento se dejó sentir muy pronto en las oficinas centrales de la
-Protección Agrícola. Era la primera vez que faltaba a su puesto desde la
-creación del formidable organismo, y<span class="pagenum"><a name="page_50" id="page_50">{50}</a></span> esta ausencia, junto con la
-decapitación realizada por la Cámara de Diputados, llevó el desconsuelo
-a todos los enrolados en el ejército leporicida. El primero en desertar
-fué el subdirector; a poco de haber partido el jefe, pidió una licencia
-y se refugió en la estancia de un amigo. Los directores de las diversas
-Secciones de personal, estadística, cartografía, propaganda, etc., etc.,
-siguieron ese ejemplo, y tras una breve despedida se marcharon con la
-impresión del que abandona un enfermo desahuciado. Luego los secretarios
-de Sección, prosecretario, jefes de oficina, segundos jefes, auxiliares
-y escribientes de todas categorías fueron yéndose en progresión
-creciente y riguroso orden jerárquico, hasta que todo el personal se
-dispersó en la urbe inmensa, como un cargamento de naranjas en el
-océano.</p>
-
-<p>El antiguo edificio del Correo, que se había destinado para las oficinas
-de la Protección Agrícola, quedó desierto.</p>
-
-<p>A veces un empleado iba a escribir una carta o a pedir prestados algunos
-pesos al mayordomo, el negro Liborio, para salir de un apuro. Algunos
-escribientes que seguían estudios<span class="pagenum"><a name="page_51" id="page_51">{51}</a></span> universitarios se reunían allí para
-preparar sus exámenes. En las salas vacías, tapizadas de avisos, máximas
-y prevenciones sobre los conejos, resonaba entonces el eco de las
-sentencias augustas del Derecho romano, enunciadas en el latín pausado y
-cantante de los naturales de nuestras provincias mediterráneas.</p>
-
-<p class="dtts">Pero ese último vestigio de civilización acabó también por desaparecer,
-y finalmente las huestes de ordenanzas, capitaneadas por Liborio,
-quedaron dueñas absolutas del campo.</p>
-
-<p>Un tiempo después inicióse en el vasto edificio un período de singular
-actividad. El estrépito ininterrumpido de cincuenta máquinas de escribir
-llenó las salas antes silenciosas; las campanillas de los quince
-teléfonos y el repiqueteo de los timbres internos matizó alegre y
-nerviosamente ese rumor, y el ruido confuso de puertas, pasos y voces
-trajo una impresión reconfortante de vida tumultuosa. Al anochecer
-salían regueros de luz de todas las ventanas, y esa iluminación se
-prolongaba muchas veces hasta las primeras horas de la madrugada.
-Probablemente el servicio de ordenanzas<span class="pagenum"><a name="page_52" id="page_52">{52}</a></span> constaba de varios turnos, que
-se renovaban por fracciones, porque durante toda la noche no era sino un
-constante entrar y salir de sirvientes negros por la puerta principal,
-que tenía sus batientes entornadas. En cambio, los empleados debían de
-estar sometidos a un régimen monstruoso de trabajo; nunca se les veía
-salir a las horas acostumbradas.</p>
-
-<p>Tal demostración de sobrehumana actividad sorprendía, naturalmente, a
-todos los noctámbulos que pasaban por Corrientes y Reconquista. Entre
-los periodistas y los <i>clubmen</i> fué así abriéndose paso la idea de la
-injusticia de los ataques dirigidos a la meritoria repartición. Algunos
-diputados que se cruzaron a las tres de la mañana con un grupo de
-ordenanzas negros provenientes del Departamento de Protección Agrícola
-se reprocharon en su fuero interno haber votado por la reducción de la
-partida.</p>
-
-<p>Poco a poco esas impresiones favorables a la joven institución fueron
-ganando otras clases del pueblo, y cuando Simón Camilo Sánchez regresó
-del Brasil, cargado de gloria y engrandecido por los elogios del
-extranjero, la opinión pública estaba ya de parte suya. Con<span class="pagenum"><a name="page_53" id="page_53">{53}</a></span> la vuelta
-del director de Agricultura, Ganadería y Piscicultura tales sentimientos
-se robustecieron, y gracias a las enérgicas gestiones que Delfín Acuña
-emprendió cerca de los representantes de su provincia pudieron
-traducirse en hechos que vinieron a sacar de su marasmo al profesor
-Herrlin.</p>
-
-<p>Pero antes de historiar el esplendor del Departamento de Protección
-Agrícola debemos relatar la primera visita que el <i>privat docent</i> hizo a
-sus oficinas centrales cuando aquéllas causaban el estupor de las gentes
-con su frenética y misteriosa actividad nocturna.</p>
-
-<p>Cierto atardecer, al retorno de una de sus habituales visitas al
-secretario del ministro, el profesor, que ya comenzaba a perder su
-timidez y su paciencia, sintió deseos de visitar de incógnito las
-oficinas destinadas a cuartel general de la campaña contra el conejo.
-Herrlin se deslizó al través de la puerta principal, como siempre
-entornada, y no hallando a nadie, aguardó en el primer rellano de la
-escalera a que apareciese algún portero. La espera fué inútil; Herrlin
-no divisó a ningún ser viviente. Sin embargo, toda la casa estaba llena<span class="pagenum"><a name="page_54" id="page_54">{54}</a></span>
-del estrépito de las máquinas de escribir, del repiqueteo de los timbres
-internos y de las nerviosas llamadas de las campanillas telefónicas. A
-todo esto se unía el eco de voces y pasos humanos, y se hubiera dicho
-que en alguna parte del edificio una banda numerosa ejecutaba un
-lánguido vals vienés... Después de un largo momento de espera, Herrlin
-se lanzó resueltamente escaleras arriba, y guiándose por el bullicio de
-las máquinas de escribir, empujó una puerta. En una vasta estancia, con
-el aspecto de un salón de ventas de artículos norteamericanos de
-escritorio, cincuenta jóvenes dactilógrafas se hallaban sentadas ante
-sus respectivas máquinas, de espaldas a la puerta, y dominando el
-tumulto, se oía una voz que declamaba: «El cuelpo, señolitas, debe
-pelmanecel natulalmente elguido....»</p>
-
-<p>Al ruido de la puerta las cincuenta jóvenes dactilógrafas volvieron
-simultáneamente la cabeza, mostrando al profesor cincuenta rostros de
-ébano lustroso en que sólo se advertía el blanco de la esclerótica y la
-roja pulpa de los labios carnosos. Y ante el gigante rubio, de ojos
-azules, que las miraba asombrado, las cincuenta<span class="pagenum"><a name="page_55" id="page_55">{55}</a></span> señoritas exclamaron a
-un tiempo, mostrando cincuenta dobles hileras de dientes no menos
-blancos que el blanco de sus ojos: «¡Qué holol!»</p>
-
-<p>La oportuna llegada de Liborio puso fin a esta escena. Herrlin le
-explicó que era un arquitecto extranjero y que deseaba, para formarse
-una idea del sistema argentino de construcción, conocer la distribución
-del edificio. (El <i>privat docent</i> se ruborizó al enunciar esta inocente
-superchería.)</p>
-
-<p>Seguro de que el visitante no investía carácter oficial alguno, el
-mayordomo se prestó de buen grado a hacerle los honores del caserón.
-Recorrieron todas las salas, y Herrlin pudo admirar en ellas la
-profusión de avisos, máximas y sentencias sobre el conejo, que ocultaban
-el papel de las paredes. Se detuvo ante un cuadro sinóptico que
-representaba compendiosamente la evolución de su cocobacilo y concibió
-una idea muy favorable de los trabajos de la Sección de propaganda. Pero
-no comprendió en qué se ocupaban los grupos de negros de regocijada
-fisonomía y aire indolente que sorprendía recostados en los sillones y
-sentados sobre las mesas. No se explicó tampoco el sen<span class="pagenum"><a name="page_56" id="page_56">{56}</a></span>tido de la única
-alusión que pudo recoger a su paso por un corrillo estacionado en la
-biblioteca, en que se hablaba de «la pula tladition de Isabelino Díaz».
-Al llamado del teléfono, uno del corro, que fué a atenderlo, dijo
-autoritariamente: «En la cualta, métale todo delecho a Cocobacilo...»</p>
-
-<p>Durante su recorrido le persiguió obstinadamente el eco del vals vienés
-ejecutado con toda verosimilitud por un robusto gramófono, y hasta le
-pareció advertir a través de una puerta entreabierta varias parejas que
-giraban voluptuosamente.</p>
-
-<p>Terminada la visita, Liborio le acompañaba cortésmente hasta la salida,
-cuando volvieron a pasar por frente a la oficina en que trabajaban las
-cincuenta obscuras dactilógrafas. A la puerta estaba una joven que le
-dirigió una sonrisa impresionante. Liborio explicó: «Mi soblina Alba,
-plofesola de datiloglafía.»</p>
-
-<p>Una vez en la calle, el profesor Herrlin echó a andar sin rumbo,
-indescriptiblemente estupefacto de la uniformidad étnica del personal de
-la Protección Agrícola y de las extrañas maniobras a que se entregaba.
-Caminó y caminó<span class="pagenum"><a name="page_57" id="page_57">{57}</a></span> según su costumbre, hasta que pudo plantear en
-hipótesis la solución del enigma. He aquí las proposiciones que llegó a
-formularse:</p>
-
-<p>«El empleo exclusivo de negros se impone, probablemente, por las
-condiciones climatéricas de los lugares en que debe desarrollarse la
-campaña en contra del conejo.</p>
-
-<p>»Los ataques al Departamento de Protección Agrícola no son, en
-consecuencia, sino un episodio de la lucha de razas en este país.»</p>
-
-<p>Y habiendo devuelto la tranquilidad a su espíritu con estas
-explicaciones, el <i>privat docent</i> se encaminó alegremente a la casa de
-doña Asunción.<span class="pagenum"><a name="page_58" id="page_58">{58}</a></span></p>
-
-<h3>CAPITULO IX<br /><br />
-<small>«DON PEPE»</small></h3>
-
-<p>Herrlin llegó aquella vez ya entrada la noche a la casa de su patrona.</p>
-
-<p>Al dirigirse a su pieza para anotar en su libro de memorias las
-circunstancias más curiosas de la visita que acababa de realizar, vió a
-doña Asunción que corría hacia él llevando apretado contra el seno un
-brazado de hojas de coliflor.</p>
-
-<p>&mdash;Míster Herrlin&mdash;le avisó&mdash;, entre con cuidado; <i>don Pepe</i> se ha metido
-en su pieza y no quiere salir...</p>
-
-<p>El profesor creyó que <i>don Pepe</i> era algún borracho, y se dispuso a
-hacerle comprender duramente que el domicilio de un súbdito sueco es
-inviolable. Penetró en la habitación; dió luz, pero no vió a nadie.<span class="pagenum"><a name="page_59" id="page_59">{59}</a></span></p>
-
-<p>&mdash;Mire debajo de la cama, míster&mdash;indicó la patrona, que había ocupado
-el vano de la puerta, siempre con el manojo de hojas de coliflor
-amorosamente apretado contra el pecho suntuoso.</p>
-
-<p>Aunque no sin recelo, el profesor siguió el consejo de doña Asunción: se
-inclinó junto al vasto lecho que ocupaba, y a pesar de que no divisó
-nada, creyó necesario darle a entender al intruso que lo había
-descubierto, porque le dijo con severidad:</p>
-
-<p>&mdash;¡Salga de ahí, señor!...</p>
-
-<p>A modo de contestación, se oyó debajo de la cama un redoble fuerte y
-sonoro como el de un revólver que se golpease contra el piso, y al
-propio tiempo un ronquido nada amable. El profesor Herrlin se enderezó
-súbitamente y miró con desconcierto a la patrona.</p>
-
-<p>&mdash;Tírele de las orejas&mdash;insinuó ésta amablemente.</p>
-
-<p>Herrlin admiró la despreocupación con que le impulsaba a la peligrosa
-empresa de irritar a un hombre armado y en pleno delirio alcohólico;
-pero no cedió a esa sugestión femenina que hace los héroes. Las
-incidencias de un<span class="pagenum"><a name="page_60" id="page_60">{60}</a></span> pugilato le parecieron impropias de un profesor
-universitario.</p>
-
-<p>Su indecisión fué tan evidente que la patrona se resolvió a obrar por su
-propia cuenta. En un gesto que le pareció al sabio sueco el de una madre
-espartana encerrándose para morir junto con el enemigo de su patria,
-dejó el fardo de coliflores en el umbral y empujó las dos batientes de
-la puerta. Luego, adelantándose hasta la cama, se arrodilló y comenzó a
-dirigirle a <i>don Pepe</i> denuestos y expresiones de cariño, todo sin
-resultado.</p>
-
-<p>El hosco intruso debía de haberse dormido en su obscuro refugio.
-Alentado por esta idea, Herrlin se bajó de nuevo, esta vez sin recelo, y
-pudo ver, como a un metro de los pies torneados del lecho, con las
-orejas replegadas a lo largo del cuerpo, en posición de reposo, un
-soberbio conejo macho, de pelaje gris claro, de la variedad conocida con
-el nombre de «gigante de Flandes» (<i>Lepus cuniculus giganteus</i>).</p>
-
-<p>Este descubrimiento despertó los ímpetus belicosos del profesor.
-Repentinamente se acordó del estoque oculto entre sus mantas de viaje;
-hallólo en un santiamén, desenvainó, se echó<span class="pagenum"><a name="page_61" id="page_61">{61}</a></span> de bruces sobre el camión
-de alfombra y dirigió la afilada lámina de acero contra el pecho del
-conejo.</p>
-
-<p>Doña Asunción, que proseguía de rodillas su canto alterno, al ver el
-relampagueo del arma lanzó un grito penetrante.</p>
-
-<p>Se puso de pie, y sujetando a Herrlin de los hombros rompió a sollozar:</p>
-
-<p>&mdash;¡Por favor, míster!... ¡No me lo mate!... ¡Animalito de Dios! ¡¡Si es
-inocente!!</p>
-
-<p>El profesor, volviendo la cabeza, accedió a las súplicas de su patrona.
-Comprendió que <i>don Pepe</i> era el animal tutelar de la casa y que había
-estado a punto de cometer un sacrilegio. Envainó el estoque y pidió
-disculpas a doña Asunción.</p>
-
-<p>Fué así cómo, contratado para matar conejos, el profesor Herrlin, a los
-pocos meses de estar en Buenos Aires, faltó al convenio por ser grato a
-una mujer.<span class="pagenum"><a name="page_62" id="page_62">{62}</a></span></p>
-
-<h3>CAPITULO X<br /><br />
-<small>SÍNTESIS DE TRES EJERCICIOS FINANCIEROS</small></h3>
-
-<p>Desde que el ministro de Agricultura obtuvo aquel triunfo parlamentario,
-a base de los informes de Johan van der Elst, hasta que en el Instituto
-de Bacteriología pudo abrirse a una vida efímera el primer esporo de un
-cocobacilo de Herrlin pasaron muchos meses. Las estaciones se sucedieron
-unas a otras; las vides brotaron sus pámpanos, las cañas se hincharon de
-savia y los campos se cubrieron varias veces de avena, cebada, maíz y
-alfalfa. El presupuesto del Departamento de Protección Agrícola alcanzó
-sucesivamente las cifras de 2, 4 y 6 millones; las oficinas
-metropolitanas rebosaron de empleados; los Comisariatos se multiplicaron
-en todo el país, y el servicio de propaganda, que seguía siendo el
-predilecto de Simón Camilo<span class="pagenum"><a name="page_63" id="page_63">{63}</a></span> Sánchez, llegó a formas insuperables. Todos
-los trenes que cruzaban el territorio llevaban avisos luminosos, y en
-las noches serenas de la Pampa, las lechuzas, doctas y noctámbulas,
-veían ya sin asombro correr por entre la empalizada de los postes
-telegráficos esta fúlgida leyenda: «El conejo es el peor enemigo de la
-agricultura.»</p>
-
-<p>Indiferentes a esta continua detractación, los conejos crecían y se
-multiplicaban sin descanso.</p>
-
-<p>Ramoneando los pámpanos de las vides; royendo las cañas de azúcar
-tiernas; devorando, antes que alcanzaran sazón, las espigas de avena y
-de cebada; talando los campos de alfalfa; descortezando en las granjas
-próximas a los pueblos las sandías y los melones; desenterrando y
-devorando las patatas; tronchando los maizales en flor; atiborrándose de
-zanahorias, nabos y arvejas; desayunándose con coles, lechugas y
-escarolas; horadando y revolviendo la tierra en su infatigable tarea de
-zapadores, los cientos de millares de conejos mostrábanse, sin embargo,
-menos diligentes que los tres mil empleados del Departamento de<span class="pagenum"><a name="page_64" id="page_64">{64}</a></span>
-Protección Agrícola. A pesar de su extraordinaria actividad nutritiva,
-aquéllos dejaban siempre algo con lo que el colono podía sembrar para la
-próxima cosecha.</p>
-
-<p>En cambio, no hay recuerdo de que la cuenta anual del Departamento de
-Protección Agrícola se haya cerrado nunca sin déficit. Rara vez los
-millones acordados por el Congreso alcanzaron más allá del mes de
-octubre. Semejante insuficiencia crónica de recursos hizo imposible la
-creación del Instituto de Bacteriología en que debía prepararse el
-bacilo aniquilador de la plaga. Herrlin, sin embargo, fué ocupado algún
-tiempo en la formulación de un nuevo plan de campaña, hasta que se
-incorporó a la repartición en calidad de asesor técnico. Por espacio de
-muchos meses el <i>privat docent</i> debió redactar, sobre la base de los
-partes hebdomadarios de los Comisariatos, un largo informe, que nadie se
-tomaba el trabajo de leer. La conclusión invariable de todos esos
-documentos consistía en aconsejar la propagación inmediata del
-cocobacilo, de acuerdo con el plan que había formulado. Cuando Herrlin
-llegó a advertir que sus informes se archiva<span class="pagenum"><a name="page_65" id="page_65">{65}</a></span>ban sin ser tomados en
-consideración, dió en la costumbre de leer sus conclusiones a Simón
-Camilo Sánchez y de enviar por su cuenta una copia al ministro. Y como a
-pesar de todos los desaires siguió obstinándose en leer a todo el mundo
-las conclusiones, siempre idénticas, de su informe, fué adquiriendo poco
-a poco la reputación de un maniático. Los altos funcionarios del
-Departamento no hablaron de él sin mover la cabeza compasivamente; los
-empleados no pudieron aludirle sin sonreirse, y los ordenanzas no le
-vieron pasar con su abultada cartera sin entregarse a esos silenciosos
-accesos de hilaridad propios de los negros.<span class="pagenum"><a name="page_66" id="page_66">{66}</a></span></p>
-
-<h3>CAPITULO XI<br /><br />
-<small>DONDE EL COCOBACILO DE HERRLIN SE APRESTA A ENTRAR EN ACCIÓN</small></h3>
-
-<p>Ese año, el cuarto que pasaba en Buenos Aires Augusto Herrlin, el
-presupuesto del Departamento de Protección Agrícola fué acerbamente
-combatido por la diputación socialista.</p>
-
-<p>«¡Que se nos muestre el cadáver de un solo conejo! ¡Que se nos informe
-sobre los resultados del cocobacilo!», gritaban los energúmenos a cada
-nuevo pedido de fondos.</p>
-
-<p>Ante tales simplistas argumentos, toda elocuencia era vana, y el
-ministro tuvo que confesar que, por escasez de recursos, aun no se había
-hecho uso del cocobacilo. Todo el mundo lo sabía; pero todo el mundo
-creyó necesario asombrarse.</p>
-
-<p>Fué así como ese año se acordaron ocho millones de pesos para la
-prosecución de la lu<span class="pagenum"><a name="page_67" id="page_67">{67}</a></span>cha contra el conejo y se incluyó en la ley de
-Presupuesto un artículo mandando iniciar los trabajos para la difusión
-del germen fatal.</p>
-
-<p>Convertido en hombre de confianza del ministro, que había puesto a un
-lado a Simón Camilo Sánchez por no haber tenido éste la previsión de
-organizar una exposición de cadáveres de conejos, Herrlin terminó en
-pocas semanas la instalación de un modesto laboratorio bacteriológico.</p>
-
-<p>La nueva dependencia del Departamento de Protección Agrícola ocupó una
-amplia casa-quinta en la Floresta.</p>
-
-<p>Se inauguró un día a fines del invierno. El sol tibio, el cielo de un
-celeste esplendoroso, los árboles ostentando el verde claro de las hojas
-nuevas y el vaho leve de polen que venía del jardín anunciaban la
-primavera.</p>
-
-<p>El profesor Herrlin también la anunciaba por la verbosidad con que
-acogía a todos los invitados, por el brillo inusitado de su levita
-académica, por el optimismo con que consideraba el futuro, por su ansia
-incontenible de consagrarse a la preparación de caldos de cultivo y a
-ensayos de la virulencia de sus baci<span class="pagenum"><a name="page_68" id="page_68">{68}</a></span>los, por la impaciencia con que
-esperaba la iniciación de la ceremonia inaugural.</p>
-
-<p>A su alrededor todo parecía también anunciar la primavera: las letras de
-oro del frente del edificio, que refulgían al sol; las banderas, que una
-brisa suave desplegaba amorosamente; los vistosos tocados de las mujeres
-que discurrían por el jardín... A pesar de las prevenciones de sus
-maestros contra la ilusión antropocéntrica, Herrlin vinculaba ese
-esplendor de la naturaleza a la buena fortuna de su cocobacilo
-(<i>Cocobacillus cuniculosum</i>), que iba por fin a poder expandirse
-libremente por el territorio de la República.</p>
-
-<p>Herrlin había invitado a la fiesta a su patrona y a sus compañeros de
-pensión. Doña Asunción, de gran gala, acompañada por D. José María de
-Inclán-Zavaleta, visitó detenidamente las dependencias del local; los
-dos estudiantes de medicina, que tomaban por primera vez en serio las
-funciones oficiales del profesor, le ayudaron en sus atenciones
-sociales, y el empleado de Lutz y Schulz, que faltaba por primera vez a
-su trabajo en un día ordinario, pasó la tarde presa de graves
-remordimientos.<span class="pagenum"><a name="page_69" id="page_69">{69}</a></span></p>
-
-<p>La inauguración del Instituto Modelo de Bacteriología Agrícola había
-sido fijada para las dos de la tarde. A las tres el ministro telefoneaba
-que se disponía a salir junto con el presidente; a las cuatro mandaba
-anunciar que se ponía en camino, y a las cinco, envuelta en las sombras
-del crepúsculo, la comitiva oficial hacía su entrada en la quinta.</p>
-
-<p>Después de las presentaciones de rigor, Herrlin mostró al presidente
-todas las dependencias del local, y tras esta recorrida, los
-funcionarios fueron a ocupar el estrado que se había construído en el
-parque frente a las conejeras aún vacías. Allí, sin defección alguna, se
-llevó a cabo el programa concertado por Simón Camilo Sánchez, que
-constaba de las siguientes partes:</p>
-
-<p>1.º Himno nacional.</p>
-
-<p>2.º Discurso de su excelencia el señor ministro de Agricultura.</p>
-
-<p>3.º Discurso del presidente de la Comisión de Agricultura de la H.
-Cámara de Diputados.</p>
-
-<p>4.º Discurso del director de Agricultura, Ganadería y Piscicultura.</p>
-
-<p>5.º Discurso del presidente de la Sociedad Rural.<span class="pagenum"><a name="page_70" id="page_70">{70}</a></span></p>
-
-<p>6.º Discurso del profesor doctor Augusto Herrlin, director del Instituto
-Modelo de Bacteriología Agrícola.</p>
-
-<p>7.º <i>Lunch.</i></p>
-
-<p>La concurrencia se agolpó en torno del estrado y aguantó a pie firme el
-formidable chubasco oratorio. Según la opinión de D. José María de
-Inclán-Zavaleta, los cuatro discursos que precedieron al de su amigo
-Herrlin no valían la pena de oírse; eran la reedición de todo cuanto
-venía diciéndose sobre el conejo desde que este animalito entrara en el
-círculo de las preocupaciones gubernamentales. Y más que nada eran
-ponderaciones infinitas sobre su voracidad. El apetito de los conejos
-arrancaba a los oradores elocuentes expresiones de reprobativa
-admiración.</p>
-
-<p>En cambio, la breve peroración del profesor sueco suscitó el entusiasmo
-de D. José María de Inclán-Zavaleta.</p>
-
-<p>Herrlin, abandonando la bacteriología, se entró por el terreno de las
-ciencias históricas e hizo la síntesis de la lucha constantemente
-renovada entre la humanidad y el conejo. Apelando al testimonio de
-Strabon, recordó que<span class="pagenum"><a name="page_71" id="page_71">{71}</a></span> en tiempos de Augusto los habitantes de las islas
-Baleares y de Lípari y los de la Península Ibérica impetraron el auxilio
-de las invictas legiones romanas para combatir la plaga leporina, y que
-los tenaces roedores habían derribado, socavando sus cimientos, las
-murallas ciclópeas de Tarragona.</p>
-
-<p>Además señaló con ironía el hecho singular de que esta fecunda y
-extendida especie animal había conseguido dar su nombre a la nación más
-caballeresca de la historia.</p>
-
-<p>Los filólogos afirman, en efecto, que la palabra España significa
-conejo, porque este animal se llamaba «Saphan» en hebreo, término que
-los fenicios convirtieron en Sphania y los latinos en Hispania, España.</p>
-
-<p>«Tengamos presente asimismo&mdash;agregó&mdash;que Cátulo llama a España
-«cuniculosa» (conejera) y que dos medallas acuñadas bajo el reino de
-Adriano representan a esta nación en figura de mujer teniendo a sus pies
-un conejo pequeño.»</p>
-
-<p>El profesor continuó describiendo las diversas formas de persecución al
-conejo a través de las edades, y remató encarándose con el<span class="pagenum"><a name="page_72" id="page_72">{72}</a></span> presidente
-de la República y dirigiéndole las mismas palabras que el «maire» de una
-población rural dedicó a Napoleón III: «Señor: Disponed la inmediata
-destrucción de todos los conejos y habréis realizado el acto más grande
-del reinado de V. M.»</p>
-
-<p>Una salva de aplausos acogió esta elocuente incitación final; el
-presidente hizo a la vez un ademán de aquiescencia y de agradecimiento
-(Herrlin le había dado el tratamiento de Vuestra Majestad), y la
-concurrencia, fatigada por cuatro horas de plantón, se precipitó
-desenfrenadamente hacia la sala del <i>lunch</i>.</p>
-
-<p>Las ponderaciones de los oradores sobre el apetito formidable de los
-conejos debían haber despertado en el público una noble emulación. Sólo
-quien haya arrojado a la madrugada en una conejera populosa un brazado
-de frescas hojas de escarola puede formarse una pálida imagen de cómo
-desaparecieron las pirámides de dulces, frutas secas y <i>sándwichs</i> que
-cubrían de un extremo a otro la amplia mesa de operaciones del
-Instituto.<span class="pagenum"><a name="page_73" id="page_73">{73}</a></span></p>
-
-<h3>CAPITULO XII<br /><br />
-<small>«DON JUAN»</small></h3>
-
-<p>Al día siguiente, en la casa de doña Asunción se festejaba con un
-almuerzo excepcional la inauguración del Instituto.</p>
-
-<p>La patrona se había propuesto celebrar el acontecimiento con una comida
-el día mismo de su feliz realización; pero hubo que postergarla porque
-el profesor Herrlin recibió, por primera vez desde su llegada a Buenos
-Aires, una invitación de Simón Camilo Sánchez, e Inclán-Zavaleta, de su
-lado, se había comprometido a asistir a la lectura de un drama histórico
-del doctor David Peña.</p>
-
-<p>De vuelta de la ceremonia, doña Asunción se sentó a la mesa para la
-comida de la noche, pero no probó bocado. Tenía de comensal úni<span class="pagenum"><a name="page_74" id="page_74">{74}</a></span>co al
-silencioso empleado de la casa de óptica, gracias a lo cual pudo
-reflexionar con detención. Las tareas domésticas no le dejaban, por lo
-general, tiempo para hacerlo, y no advirtió así, hasta aquella noche, el
-lugar que el ilustre profesor sueco había llegado a ocupar en su casa y
-en su corazón.</p>
-
-<p>Contemplando el asiento vacío del ausente, se dió a pensar en lo
-desiertos que serían sus días cuando el profesor, concluída su misión,
-retornara a su país. No tendría ya la preocupación cotidiana de que
-estuvieran listos a las ocho en punto el tazón de café con leche y
-crema, las tostadas con mermelada y la copa de Oporto que componían su
-desayuno ordinario. No debería ya vigilar para que a las once y media se
-sirviera el almuerzo y para que a las tres de la tarde se le enviase el
-te con leche, las rebanadas de pan negro con manteca y de pan candeal
-con miel, junto con la copita de coñac a que estaba habituado.
-Recordaría en vano que a las cinco y media volvía a tomar te solo con
-bizcochos y que exigía regularmente la última comida a las ocho de la
-noche. Y hasta llegaría a olvidar que las<span class="pagenum"><a name="page_75" id="page_75">{75}</a></span> veladas de invierno, en torno
-de la estufa, se distinguen de las sobremesas estivales porque en un
-caso el ponche debe estar bien caliente, y en el otro, la cerveza bien
-helada...</p>
-
-<p>Don Augusto&mdash;como había acabado la patrona por llamarle&mdash;sabía apreciar
-la delicadeza de la vida doméstica. Cuando ella misma arreglaba su
-habitación, limpiaba el polvo de los libros y ponía un búcaro de flores
-sobre la estantería, el sabio, aunque hubiera estado ausente, reconocía
-su mano y le daba las gracias con una efusión infantil.</p>
-
-<p>No; no era como esos ogros de medicina, que llenaban los cajones de las
-mesas de luz con trozos de cadáveres, ni como el historiador
-Inclán-Zavaleta, que colgaba las medias de las perillas de la cama.</p>
-
-<p>Y absorta en tales reflexiones melancólicas, doña Asunción se quedó
-hasta muy tarde sentada ante la mesa.</p>
-
-<p>Sin embargo, al día siguiente no eran todavía las siete de la mañana
-cuando la diligente patrona andaba ya revolviendo entre los trastos de
-la cocina y traía al trote a la cocinera y a la sirvienta. El
-zafarrancho culinario<span class="pagenum"><a name="page_76" id="page_76">{76}</a></span> duró hasta media hora antes de la señalada para
-el almuerzo, en que doña Asunción, habiendo dejado todo dispuesto, se
-sentó a descansar en el jardín.</p>
-
-<p><i>Don Pepe</i>, que andaba retozando por allí, fué a tenderse a sus pies.
-Así, toda encendida aún por el resplandor de los fogones, con la
-arrogante expresión de una dueña de casa que acaba de imponerse,
-humillándola, a una cocinera levantisca; la <i>matinée</i>, que señalaba, sin
-destacarlas, sus líneas opulentas, y el conejo extendido a sus plantas,
-le pareció al <i>privat docent</i> la figura, acuñada en medallas bajo el
-reinado de Adriano, que representaba, como se sabe, la Hesperia de los
-latinos. Augusto Herrlin estuvo por llamarla «madre de pueblos» y «genio
-de una raza voluptuosa y marcial»; pero recordó que era soltera y temió
-ofender su pudor.</p>
-
-<p>Nuestro buen profesor no era locuaz; pero estaba dominado aún por la
-excitación del día anterior y necesitaba desahogarla en palabras. Así
-que, fijándose en el animal, comenzó a decir:</p>
-
-<p>&mdash;Este conejo, de la variedad «gigantea», ape<span class="pagenum"><a name="page_77" id="page_77">{77}</a></span>llidado vulgarmente
-«gigante de Flandes», por su nombre científico <i>Lepus cuniculus
-giganteus</i>, y que se distingue de las otras especies monstruosas por sus
-orejas más pequeñas y erectas, no debía llamarse <i>don Pepe</i>, sino <i>don
-Juan</i>.</p>
-
-<p>&mdash;¿Por qué, don Augusto?&mdash;preguntó suavemente la patrona.</p>
-
-<p>&mdash;Las funciones esenciales de estos seres&mdash;continuó el profesor&mdash;son, en
-efecto, la nutrición y el amor, y por ellas debiera caracterizárseles.
-Es cierto que ambas son necesidades primordiales de todas las especies y
-que el hambre y la pasión sexual (doña Asunción se ruborizó) son los
-instintos primarios del hombre; pero en pocos animales alcanzan la
-intensidad que en el conejo, la liebre y el lepórido. Los antiguos
-romanos habían consagrado la liebre a Venus y tenían su carne por un
-manjar afrodisíaco...</p>
-
-<p>Y el <i>privat docent</i> de Upsala siguió ensartando con su ingenuidad de
-sabio una serie de detalles procaces sobre las fornicaciones y el
-régimen poligámico de los conejos y los románticos torneos amatorios de
-las liebres.</p>
-
-<p>Doña Asunción, que escuchaba en silencio<span class="pagenum"><a name="page_78" id="page_78">{78}</a></span> el escabroso relato, mientras
-acariciaba con mano trémula las sedosas orejas de su protegido, se
-levantó precipitadamente al oír el aviso para el almuerzo. <i>Don Pepe</i> o
-<i>don Juan</i>, como se quiera llamarlo, la siguió a grandes trancos,
-moviendo cómicamente las orejas y el rabo, convencido de que aun podía
-agradar a su dueña con sus morisquetas y sus gracias infantiles.</p>
-
-<p>Pero desde la sabia disertación del jardín, <i>don Pepe</i> fué para la
-opulenta patrona la bestia disoluta, el macho cruel y egoísta, el
-incestuoso y filicida, el amante insaciable y seductor satánico que los
-poetas han idealizado en el retrato de Don Juan. No volvió jamás a
-acariciarle en público; sólo unas pocas veces, a escondidas, lo estrechó
-contra su pecho, y besándole nerviosamente, le dijo: «¡Monstruo!...»<span class="pagenum"><a name="page_79" id="page_79">{79}</a></span></p>
-
-<h3>CAPITULO XIII<br /><br />
-<small>EL HONOR DE LOS PUEBLOS</small></h3>
-
-<p>El almuerzo preparado por doña Asunción en homenaje del sabio
-bacteriólogo debía ser su obra maestra; pero, como tantas otras obras
-maestras, quedó inconclusa.</p>
-
-<p>A mediados de la comida dos personas reclamaron insistentemente
-entrevistarse sin retardo con el profesor. Herrlin abandonó su asiento
-de honor y se encerró con los dos visitantes.</p>
-
-<p>&mdash;Deben de ser periodistas&mdash;dijo la patrona para explicarse la
-inoportunidad de su arribo.</p>
-
-<p>Eran, efectivamente, dos periodistas de la Redacción de <i>El León de
-Castilla</i>, que venían, en nombre de su director, D. Cástulo Z. Pérez de
-Manara, a retar a duelo al profesor doctor Augusto Herrlin por las
-expresiones denigrantes con que en su discurso de la víspera había<span class="pagenum"><a name="page_80" id="page_80">{80}</a></span>se
-referido a la madre patria. Pérez de Manara, que continuaba con honor y
-provecho la tradición combativa del periodismo español en el Río de la
-Plata, creía que la substitución del león heráldico, emblema de la
-nobleza y el valor castellanos, por el conejo de las medallas de la
-época de Adriano, y el calificativo de «conejera» (cuniculosa) dado a la
-hidalga nación eran afrentas que sólo podían lavarse con la sangre del
-profesor sueco.</p>
-
-<p>&mdash;Pero, señores, si no hay ofensa alguna...</p>
-
-<p>&mdash;No es usted el indicado para pronunciarse a ese respecto&mdash;replicó
-severamente uno de los padrinos.</p>
-
-<p>&mdash;Si no he hecho mas que recoger todos esos datos en las fuentes
-históricas...</p>
-
-<p>&mdash;Aunque los hubiese bebido usted en la Cibeles&mdash;repuso airadamente el
-otro padrino&mdash;. ¿Cree usted que cuadra a los héroes de Somorrostro el
-pedir socorro a las legiones garibaldinas para defenderse de una plaga
-de gazapos? Paparruchas, hombre, paparruchas. Ni aunque lo dijesen Ramón
-y Cajal y Menéndez y Pelayo...</p>
-
-<p>&mdash;No conozco a esos cuatro señores&mdash;con<span class="pagenum"><a name="page_81" id="page_81">{81}</a></span>testó pacíficamente el sabio&mdash;;
-pero puedo mostrarles ahora mismo el pasaje del libro III de la
-<i>Geográfica</i>, de Strabon, en que se refiere el hecho. Tengo a mano la
-edición de Kramer, Berlín, 1844-47, ejecutada sobre el <i>Códice de
-París</i>, 1393, que si ustedes quieren pueden confrontar con la traducción
-francesa de M. Amédée Tardieu, París, 1867-94. Pongo esos libros a la
-disposición del señor Pérez de Manara...</p>
-
-<p>&mdash;Nosotros, señor profesor, hemos venido a desafiar a un hombre, no a
-una biblioteca...</p>
-
-<p>Indiferente a los arrebatos de los dos representantes, el <i>privat
-docent</i> intentó entrar en una larga disertación para demostrar que el
-reconocimiento de la veracidad histórica es compatible con el respeto a
-las naciones. Pero a cada argumento ambos padrinos dábanse sendos golpes
-en el pecho y exclamaban a coro:</p>
-
-<p>&mdash;¡Somos castellanos!...</p>
-
-<p>&mdash;¡Y yo soy sueco!&mdash;dijo al final, ya amoscado, el profesor de Upsala.</p>
-
-<p>&mdash;No sólo lo es usted, sino que se lo hace&mdash;enunció el primer padrino.</p>
-
-<p>Por el tono, Herrlin advirtió que esa frase<span class="pagenum"><a name="page_82" id="page_82">{82}</a></span> tenía un sentido injurioso.
-Cortó resueltamente la conferencia, y rogándoles a los enviados de Pérez
-de Manara que aguardasen un instante, se dirigió al comedor con las
-facciones demudadas por la ira. Llamó aparte a don José María de
-Inclán-Zavaleta y al mayor de los estudiantes de Medicina, y poniéndolos
-rápidamente al corriente del asunto, les designó como representantes
-suyos. Los dos aceptaron, trasladándose a la sala, donde el cuarteto de
-padrinos comenzó a deliberar.</p>
-
-<p>Encerrado mientras tanto en su habitación, Herrlin se entregó a un
-desordenado paseo, y terminó arrugando de un puñetazo el primer volumen
-de la <i>Geográfica</i>, de Strabon, en la correcta edición de Kramer,
-Berlín, 1844.</p>
-
-<p>«¡Que doce mil quinientos diablos los utilicen para calentarse los pies
-en pleno rigor del estío infernal!», dijo, refiriéndose a las ciencias
-históricas y geográficas.</p>
-
-<p>E hizo el voto de no transgredir jamás los límites de la bacteriología.</p>
-
-<p>Aunque las tramitaciones se prolongaron varios días e intervinieron en
-ellas el canciller, el ministro de Agricultura, Simón Camilo Sán<span class="pagenum"><a name="page_83" id="page_83">{83}</a></span>chez y
-el jefe de Policía, además de los cuatro padrinos, Augusto Herrlin salió
-bien librado. No le dejaron batirse, y tuvo que contentarse con firmar
-una declaración pública en la que enunciaba su afectuoso respeto por la
-madre patria, y en la que Strabon, Plinio y Cátulo aparecían como tres
-panfletistas que hubiesen escrito bajo las pasiones de la guerra de la
-independencia americana. A despecho de los usos caballerescos, el
-profesor sueco consintió en entregar él mismo aquella nota a los
-padrinos de su adversario.</p>
-
-<p>Estos fueron a recogerla al Instituto en momentos en que Herrlin, con un
-ojo aplicado al tubo de un microscopio, veía abrirse un esporo de su
-cocobacilo con el regocijo del que advierte la primera sonrisa de su
-primogénito.</p>
-
-<p>Uno de los redactores de <i>El León de Castilla</i>, indignado por los
-arteros recursos del profesor sueco para vencer a los conejos, le dijo a
-modo de despedida:</p>
-
-<p>&mdash;¡Nosotros los castellanos, señor profesor, matamos los conejos frente
-a frente!<span class="pagenum"><a name="page_84" id="page_84">{84}</a></span></p>
-
-<h3>CAPITULO XIV<br /><br />
-<small>LA SEPTICEMIA DE HERRLIN</small></h3>
-
-<p>A la inauguración del Instituto Modelo de Bacteriología Agrícola siguió,
-pocas semanas después, la creación de la Junta Fiscalizadora Honoraria
-de los trabajos en contra del conejo, que debía informar sobre las
-investigaciones científicas del profesor Herrlin. Componían esa Junta el
-indispensable Simón Camilo Sánchez, varios altos funcionarios y el
-doctor Aníbal Gaona, ex magistrado, ex ministro, ex vocal del Consejo de
-Educación, ex embajador, etcétera, etc.</p>
-
-<p>El doctor Gaona era la persona de mayor prestigio del país. Su
-reputación de integridad no podía ser igualada por nadie, porque nadie
-como él había firmado siempre en disidencia en los acuerdos de las
-Cámaras de apelaciones,<span class="pagenum"><a name="page_85" id="page_85">{85}</a></span> ni había renunciado tantos ministerios a los
-pocos días de aceptarlos como una solución nacional, ni había sufrido un
-número mayor de injustas derrotas en los comicios. Su designación fué
-acogida con aplauso por todo el mundo y señalada como un indicio de que
-el Gobierno estaba irrevocablemente resuelto a llevar adelante la
-campaña leporicida.</p>
-
-<p>El profesor Herrlin no podía iniciar sus trabajos hasta tanto la Junta
-no le oyese y aprobase su plan. Tuvo, pues, que aguardar a que se
-constituyese, redactase su reglamento, eligiese presidente al doctor
-Gaona, nombrase dos secretarios rentados y discutiese durante varias
-semanas el local en que celebraría definitivamente sus sesiones.</p>
-
-<p>Por fin cierto día pudo exponer ante la Junta en pleno, y en presencia
-del ministro de Agricultura, las virtudes de su cocobacilo. Su
-disertación fué escuchada en medio de un silencio impresionante. El
-<i>privat docent</i>, después de explicar minuciosamente los detalles que
-diferencian el género bacteria (<i>bacterium</i>) del bacilo (<i>bacillus</i>),
-confundidos con frecuencia por el vulgo, señaló todas las excepciones
-co<span class="pagenum"><a name="page_86" id="page_86">{86}</a></span>nocidas de esa clasificación en dos géneros, y terminó estableciendo
-la regla llamada «principio de Hedenius», según la cual los bacilos
-pueden ostentar todos los caracteres de las bacterias y las bacterias
-todos los caracteres de los bacilos. El cocobacilo Herrlin encuadraba,
-como todos sus congéneres, en el principio de su sabio maestro de
-Upsala, y excepción hecha de la rapidez de su multiplicación y la
-resistencia de sus esporos, no ofrecía ningún rasgo extraordinario. Era
-el agente de la septicemia cuniculosa de Herrlin, que no debía
-confundirse con la septicemia experimental de Koch ni con la espontánea
-de Alfort. Inoculado a un conejo, el cocobacilo determinaba su muerte en
-menos de veinte horas. Apenas recibían en sus tejidos al terrible
-huésped, los pobres roedores se mostraban abatidos, con signos de
-decaimiento moral, faltos de apetito, y con las orejas gachas y el pelo
-erizado se apelotonaban en el fondo de sus cuevas.</p>
-
-<p>Allí, después de una serie de trastornos intestinales, iba a
-sorprenderles irremediablemente la muerte.</p>
-
-<p>Pero lo maravilloso de los estudios del pro<span class="pagenum"><a name="page_87" id="page_87">{87}</a></span>fesor sueco residía en el
-grado de domesticación a que había llevado su cocobacilo. Este le
-obedecía con la docilidad de un perro, y así, a su arbitrio, aumentando
-o disminuyendo su virulencia, podía fulminar a los conejos en menos de
-dos horas o prolongar su agonía durante muchos meses, atacar únicamente
-a las hembras o exterminar sólo a los machos y hacerlo mortífero en
-verano e inocuo en invierno o viceversa. Además, mediante un régimen
-especial, podía convertir a ciertos conejos en agentes propagadores del
-bacilo. Los animales preparados para esas funciones derrotistas
-adquirían una vitalidad a toda prueba y una extraña afición por la
-sociedad de sus semejantes. Sin respetos por las castas sociales ni por
-los usos venerables del mundo cunicular, se introducían audaz y
-afablemente en las cuevas ajenas, se hacían de la familia, infectaban a
-todos sus miembros, y apenas recogían el último suspiro del último
-representante de la tribu corrían a la cueva más próxima, donde se
-instalaban con el desenfado de los conejos habituados al trato mundano.
-Y la descripción que hacía el profesor sueco de la afabilidad, el buen<span class="pagenum"><a name="page_88" id="page_88">{88}</a></span>
-humor y el don de gentes de esos individuos consagrados a llevar la
-desolación y la muerte a los hogares era realmente siniestra.</p>
-
-<p>«¡Qué formidables <i>jettatores</i>!», pensó entre sí el doctor Gaona, que
-era supersticioso.</p>
-
-<p>Simón Camilo Sánchez, burócrata por excelencia, meditó con melancolía en
-el porvenir del Departamento cuando ya no existiesen conejos a quien
-vigilar. En cambio, el ministro oía con avidez a Herrlin, soñando
-voluptuosamente en aplastar a la diputación socialista bajo una montaña
-de pestilentes cadáveres de conejos.<span class="pagenum"><a name="page_89" id="page_89">{89}</a></span></p>
-
-<h3>CAPITULO XV<br /><br />
-<small>UNA CAMPAÑA ELECTORAL</small></h3>
-
-<p>A tiempo que la Junta Fiscalizadora Honoraria debía expedirse respecto
-al informe del profesor Herrlin, las elecciones de renovación
-presidencial comenzaban a preocupar a las gentes. Al principio, como no
-se conocían aún las candidaturas definitivas, la agitación pública se
-manifestaba ardorosa, pero confusamente. Las fuerzas opositoras habían
-librado ya en torno del presupuesto de la Protección Agrícola su primer
-combate con las del Gobierno, y la propaganda partidista había
-convertido aquel organismo burocrático en el emblema del oficialismo
-ignaro y corruptor. Algunas elecciones provinciales, preludio del gran
-acto comicial, fueron ganadas por los elementos de Delfín Acuña,
-empleados todos de los<span class="pagenum"><a name="page_90" id="page_90">{90}</a></span> Comisariatos locales, y esta derrota enardeció a
-las oposiciones. El Departamento de Protección Agrícola fué calificado
-de «máquina electoral puesta al servicio del Gobierno y alimentada con
-los dineros del pueblo» y estigmatizada en mil manifiestos.</p>
-
-<p>Y cuando la Convención del partido oficial designó su candidato al
-doctor Aníbal Gaona, presidente de la Junta Fiscalizadora Honoraria de
-los trabajos en contra del conejo, los grupos de opositores arreciaron
-en su campaña. El descaro del oficialismo llegaba hasta el extremo de
-levantar la candidatura de un empleado de la Protección Agrícola.</p>
-
-<p>En contra de Gaona, la coalición opositora alzó el nombre del doctor
-Juan Carlos Vértiz, que había sido intendente de San Luis durante la
-revolución del año 96, que, como se sabe, duró tres horas y cuarenta y
-cinco minutos.</p>
-
-<p>Entre ambos candidatos, de méritos tan equilibrados, el triunfo era
-indeciso. Sus programas respectivos no iban ciertamente a dividir la
-opinión: el del doctor Gaona proclamaba «libertad de sufragio, reducción
-del presupuesto, fomento del comercio y las industrias», y<span class="pagenum"><a name="page_91" id="page_91">{91}</a></span> el de su
-antagonista enunciaba «pureza electoral, disminución de los gastos,
-propulsión de las industrias y el comercio».</p>
-
-<p>Pero el doctor Gaona pertenecía al Departamento oprobioso, mientras que
-el doctor Vértiz no había ocupado jamás un cargo público, y por esta
-sola señal el electorado debió decidirse entre ambos. La zarandeada
-institución vino así a convertirse en el centro de la contienda.</p>
-
-<p>Ya desde los preliminares de la campaña electoral los grupos opositores
-tomaron la costumbre de ir a silbar ante el edificio del Departamento y
-a denostar a los pocos empleados que se asomaban a las ventanas del
-viejo caserón.</p>
-
-<p>Durante toda la campaña electoral el doctor Vértiz no abandonó su quinta
-de Morón. Su austeridad cívica le vedaba salir a solicitar el voto de
-los electores. No pronunció tampoco una sola palabra, ni escribió una
-línea, y a partir del día de la proclamación negóse terminantemente a
-recibir a los caudillos opositores que trabajaban por el triunfo de su
-candidatura. La única vez que se le oyó decir algo fué en el<span class="pagenum"><a name="page_92" id="page_92">{92}</a></span> velorio de
-un ex revolucionario del 96. El doctor Vértiz, ante el ataúd de su
-compañero de armas, repitió hasta tres veces en voz baja: «El conejo no
-existe, el conejo no existe, el conejo no existe.»</p>
-
-<p>Esa sentencia, recogida por oídos fieles, fué la fórmula mágica de la
-campaña electoral. Desde aquella noche los opositores diéronse a afirmar
-resueltamente: «El conejo no existe... El conejo es una invención del
-régimen oprobioso...»</p>
-
-<p>Con toda la gravedad de un espíritu jurista, el doctor Gaona preparaba
-mientras tanto el informe que la Junta Fiscalizadora Honoraria debía
-presentar sobre el método del profesor Herrlin y la eficacia de su
-cocobacilo. A mediados de la campaña electoral, la parte ya redactada
-alcanzaba a 2.480 páginas en papel de oficio. El candidato gubernamental
-había extractado todas las Memorias y publicaciones del Departamento de
-Protección Agrícola y había solicitado además infinidad de informes al
-sabio sueco. Junto con los tres voluminosos tomos en que el doctor Gaona
-creía poder concretar los varios aspectos de la cuestión, de<span class="pagenum"><a name="page_93" id="page_93">{93}</a></span>bía
-aparecer un <i>Atlas</i> con la colección de todos los mapas sobre
-repartición de la plaga de conejos dados a luz en los últimos cinco
-años. Esa prueba gráfica y documental iba dirigida directamente contra
-el optimismo práctico de su antagonista, al que aludía cuando hablaba
-del «optimismo del avestruz, que, escondiendo la cabeza bajo el ala, se
-niega a reconocer el peligro».</p>
-
-<p>El <i>Informe de la Junta Fiscalizadora Honoraria de los trabajos en
-contra del conejo</i>, en tres tomos y un atlas, apareció editado por la
-imprenta Coni y llevando por nombre de autor el del doctor Aníbal Gaona
-con todos los títulos que había alcanzado en toda su larga vida pública.</p>
-
-<p>Los cuatro volúmenes eran de unas dimensiones impresionantes, y ante
-ellos nadie se habría sentido capaz de negar la existencia del conejo.
-Así, los partidarios del doctor Vértiz a la aparición del libro
-sufrieron un profundo desconcierto. Era inútil que los más fanáticos
-exclamasen: «¡El conejo no existe!... <i>Avanti!</i>» Sus correligionarios
-contemplaban la mole enorme del <i>Informe</i> y movían la cabeza con<span class="pagenum"><a name="page_94" id="page_94">{94}</a></span>
-desconsuelo: la obra del doctor Gaona era inexpugnable. ¡Cualquiera se
-atrevía con las 4.375 páginas de texto!</p>
-
-<p>Sin embargo, la reacción no tardó en producirse. Los opositores
-eludieron referirse al <i>Informe</i>; pero atacaron con más acritud si cabe
-al Departamento. A la vuelta de un gran mitin, una columna nutrida de
-manifestantes verticistas quiso llegar hasta el edificio del
-Departamento, pero fué duramente rechazada por la Policía. Exacerbados
-por esta derrota, un grupo de afiliados a un Comité de la Floresta
-apedreó al anochecer el Instituto Modelo de Bacteriología Agrícola. A
-esa hora sólo se hallaban en el establecimiento Herrlin y un sirviente.
-El profesor estaba ocupado en el trasvase de unos cultivos de cocobacilo
-cuando oyó los gritos de los asaltantes y el estrépito de los cristales,
-que saltaban en mil pedazos. Corrió a la puerta de entrada y desde allí
-procuró descubrir en las sombras el origen del tumulto. A su aparición,
-los gritos arreciaron en la calle, así como la lluvia de piedras que se
-estrellaban contra el frente de la casa. Un cascote que zumbó más
-vigorosamente que los otros alcanzó en<span class="pagenum"><a name="page_95" id="page_95">{95}</a></span> una sien al estupefacto Herrlin.
-Este sintió el choque; advirtió en seguida la tibieza de la sangre, que
-le corría por la cara, y asiéndose al pasamano de la puerta, fué
-doblándose lentamente hasta que quedó sin fuerzas en el suelo. Los
-gritos de los revoltosos le parecieron mezclarse con el sordo borboteo
-de la sangre, y poco a poco fué perdiendo dulcemente la noción de todo,
-como cuando se quedaba dormido, frente a la estufa de su cuarto de
-estudiante, en Upsala.<span class="pagenum"><a name="page_96" id="page_96">{96}</a></span></p>
-
-<h3>CAPITULO XVI<br /><br />
-<small>THE RABBIT’S MARCH</small></h3>
-
-<p>Cuando el profesor Herrlin volvió en sí se halló en una habitación de
-hospital, toda blanca e inundada de luz. Por una ventana divisó una
-extensión de parque, y a lo lejos, la atmósfera fuliginosa de un barrio
-fabril. Tres o cuatro personas conversaban animadamente en un extremo de
-la estancia. Herrlin creyó reconocer las voces, pero no entendió lo que
-decían. A un movimiento suyo, los interlocutores se acercaron al lecho,
-y viéndole con los ojos abiertos y la expresión lúcida, comenzaron a
-arengarle en una lengua rotunda y armoniosa. El <i>privat docent</i> se
-incorporó en el lecho, y después de mirar con angustia a sus
-interpelantes, murmuró unas palabras en sueco. Augusto Herrlin se había
-olvidado del castellano...<span class="pagenum"><a name="page_97" id="page_97">{97}</a></span></p>
-
-<p>Había olvidado asimismo todo cuanto le aconteciera desde su embarco en
-Estocolmo. Las gentes que esos días se acercaron a su lecho no le
-parecían extrañas, y las palabras incomprensibles que le dirigieron
-sonaban en sus oídos como algo muy conocido; pero ni unas ni otras
-evocaron recuerdo alguno en su espíritu. Toda su vida mental se reducía
-a sus hábitos e impresiones de Upsala. A veces el paso lento del
-practicante de guardia le hacía creer que el profesor Hedenius se
-aproximaba para arrancarle de la extraña pesadilla en que estaba
-postrado, y otras un vocerío lejano le daba la ilusión de que los
-estudiantes abandonaban el <i>aula magna borealis</i> de su vieja
-Universidad.</p>
-
-<p>Ese confinamiento en el pasado hacía de él una persona dócil e inerte.
-Seguro de que era presa de las ilusiones de un delirio, se entregaba sin
-resistencia a todas las sugestiones de los que le rodeaban. Una visita
-que le hizo el ministro sueco no le ilustró sobre su situación.</p>
-
-<p>El diplomático, para no comprometerse, no hizo la menor alusión al
-cascotazo, y le dirigió esas vagas preguntas y frases consoladoras que<span class="pagenum"><a name="page_98" id="page_98">{98}</a></span>
-se aplican lo mismo a un enfermo del cólera morbo que al clausurado en
-su casa por un resfrío. Como a la semana de su vuelta a la vida Herrlin
-fué conducido a casa de doña Asunción. La patrona, que ya le había
-visitado en el hospital, le recibió llorando, y esta demostración de
-sentimiento arrancó por un instante al <i>privat docent</i> de la
-inconsciencia a que se había abandonado.</p>
-
-<p>Satisfecho de darse en el mundo de los sueños con un ente compasivo, le
-alargó la mano y la saludó afablemente en sueco. Doña Asunción redobló
-el llanto, y en medio de su desconsuelo apuntó el orgullo femenino:
-«¡Pobrecito, me ha reconocido!...»</p>
-
-<p>Este estado del director del Instituto Modelo de Bacteriología Agrícola
-no era conocido sino por unas cuantas personas. Todo el mundo se había
-enterado de su salida del hospital y se le suponía ya sano y fuerte.</p>
-
-<p>Era lo mejor que podía ocurrir; el asalto al Instituto despertó una
-emoción tan violenta, que de alimentarse con cualquier otra noticia se
-comprometería el orden público.</p>
-
-<p>Toda la Prensa condenó enérgicamente el<span class="pagenum"><a name="page_99" id="page_99">{99}</a></span> vergonzoso atentado y encareció
-el prestigio mundial de la víctima. Sólo <i>El León de Castilla</i> se
-permitió insinuar que, de haber sido Herrlin un argentino o un
-castellano, los asaltantes no habrían salido tan bien librados. Las
-acciones de la candidatura Vértiz sufrieron una merma considerable.
-Aunque las fracciones opositoras se asociaron a la protesta pública, no
-pudieron eludir cierta responsabilidad. El Comité universitario de la
-candidatura Gaona, en un vibrante manifiesto, había acusado del crimen
-de lesa ciencia al doctor Vértiz, «instigador directo del ominoso hecho,
-que es una página de vergüenza en el infolio inmaculado de la
-civilización argentina».</p>
-
-<p>Delfín Acuña, que se constituyera en <i>manager</i> de la candidatura
-oficial, tuvo la idea de ofrecer un banquete de desagravio al profesor
-Herrlin: era el golpe de gracia a la campaña opositora. Apenas se lanzó
-la iniciativa comenzaron a llover adhesiones de las Asociaciones
-universitarias, centros científicos, institutos de cultura y Sociedades
-pedagógicas; de las sesenta Cooperativas constituídas por los empleados
-del Departamento de Protección Agrí<span class="pagenum"><a name="page_100" id="page_100">{100}</a></span>cola; de los cientos de Comités
-gaonistas; de los clubs atléticos escandinavos y de mil organizaciones
-de todo carácter. La lista de comensales llegó a una cifra fabulosa, y
-la Comisión organizadora se vió en la necesidad de cerrar la inscripción
-cuatro días antes del banquete. Para compensar a los miles de ciudadanos
-que no pudieron conseguir cubierto, Delfín Acuña imaginó organizar una
-manifestación de antorchas que iría a saludar al <i>privat docent</i> a la
-salida del teatro donde se tendería la mesa.</p>
-
-<p>Llegó la noche del banquete. El anonadamiento en que vivía el profesor
-sueco no preocupó a los directores del homenaje; Acuña había prometido
-remediar a todo, y eso les tranquilizaba. El activo provinciano se
-presentó al anochecer en casa de doña Asunción, y a fuerza de mímica y
-con la ayuda de la patrona vistió al sabio de frac, le pintó con tintura
-de yodo la cicatriz, apenas visible, del ominoso cascotazo, y metiéndole
-en un automóvil lo llevó al Coliseo. En el vestíbulo aguardaba al sabio
-la Comisión organizadora del homenaje. Forzado por su compañero, el
-pobre autómata dió la mano a todos, y al penetrar en<span class="pagenum"><a name="page_101" id="page_101">{101}</a></span> el inmenso recinto
-agradeció con gestos mecánicos la estruendosa aclamación que saludó su
-llegada. Sostenido siempre por Delfín Acuña, se llegó como un sonámbulo
-hasta la cabecera del banquete y ocupó el lugar de honor. A su lado tomó
-ubicación Delfín Acuña. Los mil doscientos comensales se sentaron a lo
-largo de las mesas, que parecían perderse en el horizonte, y por un
-momento no se oyó más que el ruido de los cubiertos y el rumor de los
-dos mil cuatrocientos maxilares. Junto con la memoria, el <i>privat
-docent</i> había perdido el apetito; puso los codos sobre la mesa, y con la
-cara oculta entre las manos se entregó a sus recuerdos de Upsala. Delfín
-Acuña, para explicar esta compostura, dijo a su vecino de la derecha:</p>
-
-<p>&mdash;El profesor está mamado....</p>
-
-<p>Y a los pocos segundos esta simple observación, pasando de boca en boca,
-había llegado al extremo de la mesa. De aquí saltó el mantel, pasó a la
-mesa próxima y corrió por las filas interminables de comensales como un
-hilo de agua por las hendeduras de un embaldosado: «¡El profesor está
-mamado!... ¡El profesor está mamado!...»<span class="pagenum"><a name="page_102" id="page_102">{102}</a></span></p>
-
-<p>Y los comensales se sonrieron, conmovidos por ese rasgo de hombría, que
-ellos consideraban incompatible con el cultivo de las Ciencias
-naturales. Sólo en la mesa ocupada por los miembros más espectables de
-la colectividad sueca se notaron algunos gestos de disgusto.</p>
-
-<p>Como una delicada atención a las funciones del profesor Herrlin, el menú
-del banquete se componía todo de platos alusivos: <i>Salpicon de p’tit
-lapin</i>, <i>Soupe de lièvre</i>, <i>Oreilles de lapin a la Hindenburg</i>, <i>Civet
-de lièvre</i>, <i>Queue de p’tit lapin a la Sainte Menehould</i>,
-<i>Welsh-Rabbit</i>, etc., etcétera. Delfín Acuña había contratado con
-destino a la comida la provisión de 4.000 conejos, cuyas pieles, después
-de sacrificados, fueron distribuídas a los elementos de los Comités
-gaonistas que debían formar en la manifestación de antorchas.</p>
-
-<p>El doctor Gaona ofreció la demostración. Cuando al retirarse el último
-plato de conejo se puso de pie, estalló en la sala una ovación
-ensordecedora. El candidato a la presidencia se inclinó conmovido, y
-encarándose con el <i>privat docent</i> le expuso cuánta admiración tenía<span class="pagenum"><a name="page_103" id="page_103">{103}</a></span>
-por su talento, cuánto respeto por sus nobles condiciones personales y
-cuánta gratitud por los servicios incalculables que había prestado al
-país... Y mientras desarrollaba extensamente estos tres tópicos, el
-aludido paseaba la mirada distraída de sus ojos azules por el plafón del
-teatro. En el preciso instante en que terminó la peroración del
-candidato, Delfín Acuña aplicó al <i>privat docent</i> un puñetazo en el
-estómago, que le obligó a doblarse sobre la mesa, en señal de
-agradecimiento, y antes de que se repusiese del golpe, el doctor Gaona
-lo estrechó cordialmente en sus brazos. En ese momento, en medio de las
-ovaciones delirantes que suscitó el discurso y la escena del abrazo, la
-banda del maestro Malvagni atacó los primeros compases de <i>The Rabbit’s
-March</i> (La marcha del conejo), que había venido a ser el himno oficial
-de los <i>gaonistas</i>. ¡Qué entusiasmo entonces! ¡Con qué profunda unción
-se elevaron las primeras palabras de la canción partidista!:</p>
-
-<div class="poetry">
-<div class="poem"><div class="stanza">
-<span class="i2">Combatimos al conejo<br /></span>
-<span class="i0">Desde el norte del Bermejo<br /></span>
-<span class="i0">Hasta el cabo Santa Cruz (<i>bis</i>)<br /></span>
-<span class="i3">. . . . . . . . . . . . . . . .<br /></span>
-<span class="pagenum"><a name="page_104" id="page_104">{104}</a></span></div></div>
-</div>
-
-<p>El eco de la canción llegó hasta la multitud, que con las antorchas
-encendidas y tremolando 4.000 pieles de conejo daba un aspecto
-fantástico a la plaza Libertad. Y 10.000 voces, trémulas de cívica
-emoción, entonaron el himno augusto:</p>
-
-<div class="poetry">
-<div class="poem"><div class="stanza">
-<span class="i2">Combatimos al conejo<br /></span>
-<span class="i0">Desde el norte del Bermejo<br /></span>
-<span class="i0">Hasta el cabo Santa Cruz (<i>bis</i>)<br /></span>
-<span class="i3">. . . . . . . . . . . . . . . .<br /></span>
-</div></div>
-</div>
-
-<p>Los soldados del escuadrón hicieron la venia...<span class="pagenum"><a name="page_105" id="page_105">{105}</a></span></p>
-
-<h3>CAPITULO XVII<br /><br />
-<small>«¡EL CONEJO NO EXISTE!»</small></h3>
-
-<p>El doctor Gaona triunfaba. La publicación del <i>Informe</i> había inclinado
-la opinión en favor suyo, y el desfile subsecuente al banquete del
-Coliseo puso la victoria de su parte. La exhibición de las 4.000 pieles
-de conejos, que llenaron de pelusa todo el norte de la ciudad,
-impresionó a los electores, que desde esa noche acotaron con leyendas
-sarcásticas e injuriosas las proclamas de los verticistas: <i>¡El conejo
-no existe...!</i></p>
-
-<p>A dos meses de las elecciones, el candidato oficial podía considerarse
-ungido presidente de la República. En el Departamento de Protección
-Agrícola reinaba un júbilo extraordinario: Delfín Acuña preparaba una
-enorme lista de ascensos y aumentos de sueldos, y Simón Camilo Sánchez
-estaba estudiando la posibilidad<span class="pagenum"><a name="page_106" id="page_106">{106}</a></span> de contratar un empréstito de cien
-millones de pesos para llevar adelante la campaña.</p>
-
-<p>Convencidos de su derrota irremediable, los opositores dejaron de dar
-señales de vida. Sólo los diputados socialistas velaban. De acuerdo con
-su táctica, habían repartido la lectura de los tres tomos del <i>Informe
-de la Junta Fiscalizadora Honoraria</i> entre los veinte secretarios de los
-Comités de la capital, reservándose ellos el trabajo de coordinar los
-informes y hacer el resumen de toda la labor. A los noventa días de
-acometer esa empresa ciclópea, los quince legisladores conocían al
-dedillo la vida y milagros del cocobacilo de Herrlin y sabían el té que
-se había gastado en la primera semana del primer año en el
-Subcomisariato de los Quirquinchos. Pero su asombro no tuvo límite
-cuando advirtieron que los mapas reproducidos en el formidable <i>Atlas</i>
-eran falsos. Todas las cartas levantadas mensualmente durante cinco años
-por la Sección de Cartografía del Departamento señalando la repartición
-de la plaga leporina habían sido construídas de cabo a rabo con datos
-absolutamente inventados. En veinte puntos del territorio no se<span class="pagenum"><a name="page_107" id="page_107">{107}</a></span> habían
-conocido nunca otros conejos que los reproducidos en los carteles de
-propaganda de la Protección Agrícola, y a pesar de eso desaparecían en
-los mapas bajo enormes borrones de azul de Prusia. La mistificación
-alcanzaba proporciones de epopeya en los mapas de la región de Cuyo,
-trazados bajo la dirección de Delfín Acuña; las dos provincias
-vitivinícolas parecían un mar inmenso; ¡tan uniforme y constante el añil
-que las cubría!</p>
-
-<p>Es de imaginarse el escándalo que en torno de este asunto promovió la
-diputación socialista. Las revelaciones que agregaron respecto al manejo
-de los fondos de la Protección Agrícola y sobre la inercia criminal que
-había reinado en las gestiones para la aplicación del cocobacilo
-produjeron en todo el país una sensación de estupor.</p>
-
-<p>El presidente de la República declaró que ayudaría con todo su poder al
-esclarecimiento del <i>affaire</i>, y dió, en efecto, órdenes al jefe de
-Policía para que se pusiera al servicio de la Comisión investigadora
-parlamentaria.</p>
-
-<p>Esta inició la instrucción del sumario en medio de la mayor expectativa
-pública; los<span class="pagenum"><a name="page_108" id="page_108">{108}</a></span> taquígrafos de la Prensa asistían a las sesiones, y a cada
-reunión los diarios opositores anunciaban con bombas de estruendo la
-aparición de los boletines especiales. Se tomó declaración al ministro
-de Agricultura, a Simón Camilo Sánchez, al doctor Gaona y, en fin, a
-todos los que habían tenido alguna participación en la campaña contra el
-conejo. Cuando le llegó el turno a Delfín Acuña se anunció que acababa
-de partir para Montevideo, y en su lugar la Comisión investigadora hizo
-traer a su seno al profesor Herrlin. Los taquígrafos de la Prensa no
-pudieron recoger ni una sola palabra de las pocas pronunciadas en sueco
-por el sabio. Después de una serie de tentativas para entender al
-<i>privat docent</i>, la Comisión dictaminó que ese individuo no podía ser el
-autor de los brillantes trabajos que figuraban en el <i>Informe</i>, y que
-éstos, con toda seguridad, eran fraguados como los mapas. Augusto
-Herrlin fué devuelto a casa de doña Asunción y exonerado en el día por
-el superior Gobierno. Los diarios opositores menudearon las bombas y los
-boletines, y en Buenos Aires, Rosario, Córdoba, Tucumán y Mendoza se
-orga<span class="pagenum"><a name="page_109" id="page_109">{109}</a></span>nizaron espontáneamente grandes manifestaciones populares. El
-doctor Gaona declinó su candidatura a la presidencia, y el ministro de
-Agricultura presentó su dimisión, que le fué aceptada. En cuanto a Simón
-Camilo Sánchez, emprendió discretamente un viaje al Brasil con la
-intención de renunciar a la vuelta.</p>
-
-<p>El doctor Juan Carlos Vértiz fué elegido presidente sin oposición. El
-día de su asunción del mando, después de prestar juramento ante el
-Congreso, se encaminó a su quinta de Morón para meditar sobre los
-hombres que debían compartir con él la pesada carga del gobierno.</p>
-
-<p>Al salir fué aclamado por la multitud y llevado en andas desde la plaza
-del Congreso hasta la estación del Once, donde le esperaba, para
-conducirle a su retiro, un vagón de segunda acoplado a un tren de carga,
-pues el doctor Vértiz era muy demócrata. En su entusiasmo, el pueblo
-llegó hasta querer desenganchar la locomotora y arrastrar a pulso el
-vagón de su ídolo. Pero la fe, que levanta montañas, es incapaz de mover
-un vagón de ferrocarril...<span class="pagenum"><a name="page_110" id="page_110">{110}</a></span></p>
-
-<h3>CAPITULO XVIII<br /><br />
-<small>DONDE SE REVELA POR FIN LA SINGULAR EFICACIA DEL COCOBACILO DE HERRLIN</small></h3>
-
-<p>Simón Camilo Sánchez retornó al país cuando el doctor Vértiz se hallaba
-en plena luna de miel con el bastón de Rivadavia. El ejercicio de la
-presidencia, los halagos de una autoridad indiscutida sobre todos los
-partidos políticos del país habían exaltado su optimismo hasta el punto
-de que ya no creía posible la existencia del mal sobre la tierra. Así,
-cuando Simón Camilo Sánchez fué a verle para ofrecerle personalmente,
-con todo el dolor de su alma, la renuncia del cargo de director del
-Departamento de Protección Agrícola, el presidente le recibió con los
-brazos abiertos y le forzó a que continuase prestando sus servicios al
-país. «Es cier<span class="pagenum"><a name="page_111" id="page_111">{111}</a></span>to&mdash;le dijo&mdash;que el conejo carece de existencia ideal,
-pero en cambio los empleados de la Protección Agrícola son una realidad
-tangible. Yo no puedo abandonarlos a su suerte, y he pensado en utilizar
-esa institución para la propaganda de optimismo renovador entre las
-clases rurales.»</p>
-
-<p>Después de esa, Simón Camilo Sánchez tuvo una serie de largas
-conferencias con el primer magistrado, y al cabo de algunas semanas le
-presentó un proyecto de reorganización del Departamento de Protección
-Agrícola. La reforma estaba inspirada en el concepto de que era
-necesario llevar a la mente de todos los agricultores del país la
-convicción de que sin sembrar no es posible cosechar y que, en
-consecuencia, debían sembrar y sembrar sin descanso. Por una ley de la
-nación se instituyó el <i>Día de la Siembra</i>, solemne festividad en que
-todos los niños de las escuelas de la República debieron sembrar
-semillas simbólicas en las plazas, parques y lugares abiertos de las
-ciudades. Para dar ejemplo, el doctor Vértiz, rodeado de todos sus
-ministros, plantó unas semillas de alpiste en el <i>rond-point</i> de la<span class="pagenum"><a name="page_112" id="page_112">{112}</a></span>
-calle Florida y Diagonal Norte y regaló al cacique Chepalofú, jefe de
-una tribu de fueguinos que había venido a visitarle, una reproducción en
-terracota del <i>Sembrador</i>, de Meunier.</p>
-
-<p>Las macetas subieron de precio; los azadones de juguete para niño se
-agotaron en plaza; la tierra extraída de las construcciones urbanas se
-cotizó en la Bolsa, y un furioso delirio de sembrar de todo se apoderó
-de los que no tenían tierra alguna en que sembrar.</p>
-
-<p class="dtts">La propaganda del Departamento de Protección Agrícola alcanzó en este
-sentido el <i>summum</i> de la perfección. No podía abrirse una caja de
-fósforos sin encontrar las leyendas: <i>Siembre, si quiere cosechar. No
-deje pasar su oportunidad de sembrar. ¿Por qué permite usted que los
-cardos invadan su campo?</i>, etcétera, etc. El interior de los tranvías
-estaba plagado de esos letreros sintéticos, y los trenes habían
-reemplazado sus letreros luminosos sobre los conejos con sentencias
-sobre el cultivo intenso. La oficina de cartografía del Departamento
-volvió a publicar mensualmente mapas de toda la República, con la
-indicación de las zo<span class="pagenum"><a name="page_113" id="page_113">{113}</a></span>nas sometidas a la benéfica acción del arado, y
-todos los carteles sobre la plaga leporina se substituyeron con
-<i>affiches</i> optimistas. El presupuesto del Departamento de Protección
-Agrícola subió a quince millones.</p>
-
-<p>Augusto Herrlin fué poco a poco, gracias a los cuidados de doña
-Asunción, recobrando la memoria y el apetito. Pero a medida que se le
-iban presentando los recuerdos de sus cinco años de vida bonaerense se
-desvanecían todas las impresiones de su existencia anterior. Y cuando
-pudo reconstruir, detalle por detalle, el proceso de la actuación del
-cocobacilo, notó sin melancolía que acababa de olvidarse de la última
-palabra sueca. Junto con ella desaparecieron las imágenes del profesor
-Hedenius y de su séptima hija y no volvieron ya nunca más a conmoverle
-los vestigios de su hipóstasis europea.</p>
-
-<p>De toda su aventura sólo sacó una cariñosa simpatía por <i>don Pepe</i>, que
-había sido el compañero de su larga convalecencia, y un tierno afecto
-por su patrona.</p>
-
-<p>Cierta vez, el conejo de Flandes, revolvien<span class="pagenum"><a name="page_114" id="page_114">{114}</a></span>do entre los trastos de la
-habitación del profesor, halló un tubo de cristal cerrado en un extremo
-con un tapón de madera. <i>Don Pepe</i>, asegurando el tubo con sus dos
-manecitas, comenzó a roer el tapón hasta que hizo estallar el vidrio de
-la embocadura. Del tubo salió un líquido espeso e incoloro que <i>don
-Pepe</i> husmeó con detención. Después, inquieto por la incorrección que
-había cometido, fué a esconderse en un rincón del jardín. Allí le
-acometieron al poco rato unos escalofríos, se le erizó el pelo y dió los
-signos del decaimiento más desesperante.</p>
-
-<p>Cuando doña Asunción, extrañada por su ausencia, salió en su busca, le
-halló ya en la terrible agonía característica de la septicemia de
-Herrlin. <i>Don Pepe</i> murió a los pocos minutos en los brazos de su
-patrona. Su cadáver ofrecía un aspecto tan espantoso, que el consejo de
-pensionistas decidió proceder de inmediato a su inhumación. <i>Don Pepe</i>
-fué enterrado en el mismo jardín que había sido durante tantos años
-escenario de sus correrías y de sus gracias infantiles.</p>
-
-<p>Pocos días después el profesor Herrlin<span class="pagenum"><a name="page_115" id="page_115">{115}</a></span> depositaba sobre su tumba una
-lápida que decía:</p>
-
-<p class="c" style="line-height:1.5em;"> A<br />
- «DON PEPE»<br />
- PRIMERA Y UNICA<br />
- VICTIMA AMERICANA<br />
- DEL<br />
-COCOBACILO DE HERRLIN<br />
- MCMXVIII</p>
-
-<p>Y para compensar de su pérdida a doña Asunción, se casó con ella.<span class="pagenum"><a name="page_117" id="page_117">{117}</a></span><span class="pagenum"><a name="page_116" id="page_116">{116}</a></span></p>
-
-<h2><a name="UNA_SEMANA_DE_HOLGORIO" id="UNA_SEMANA_DE_HOLGORIO"></a>UNA SEMANA DE HOLGORIO</h2>
-
-<div class="poetry">
-<div class="poemrt"><div class="stanza">
-<span class="i2">He nacido en Buenos Aires.<br /></span>
-<span class="i0">¡Qué me importan los desaires<br /></span>
-<span class="i0">con que me trata la suerte!<br /></span>
-<span class="i0">Argentino hasta la muerte.<br /></span>
-<span class="i0">He nacido en Buenos Aires.<br /></span>
-</div><div class="stanza">
-<span class="i0">(<i>Trova</i>, de Carlos Guido Spano.)<br /></span>
-<span class="pagenum"><a name="page_119" id="page_119">{119}</a></span><span class="pagenum"><a name="page_118" id="page_118">{118}</a></span></div></div>
-</div>
-
-<h3>PROLOGO<br /><br />
-<small>JULIO NARCISO DILÓN</small></h3>
-
-<p>Julio Narciso Dilón, el protagonista de la historia que reproducimos en
-seguida, no está formado de la pasta de los héroes. Le falta para serlo
-alguna imaginación y capacidad de entusiasmo. La pobreza de aquella
-facultad le impide exagerar el peligro en la medida necesaria, y la
-ausencia de esta última condición no le permite enardecerse para
-sobrepujarlo. Por eso, aunque no es medroso, no tiene fama de <i>guapo</i>
-entre sus compañeros de cabaret. Se explica así que, habiendo estado
-mezclado a los episodios más impresionantes de la semana de enero, su
-narración adolezca de cierto escepticismo...</p>
-
-<p>Como Paul Louis Courier en la campaña de Italia, la actitud de Dilón en
-los días trágicos<span class="pagenum"><a name="page_120" id="page_120">{120}</a></span> que acaban de transcurrir difícilmente puede inspirar
-sentimientos épicos.</p>
-
-<p>El también, a semejanza del inquieto traductor de <i>Daphnis y Cloe</i>,
-sería capaz de irse a jugar al billar después de haber participado en la
-proclamación de un emperador.</p>
-
-<p>Y es que, a fuerza de vivir al día, mi buen amigo ha acabado por
-perderle todo respeto a la historia.</p>
-
-<p>En la sucesión de momentos que componen su vida, todos le parecen
-igualmente graves... o idénticamente fútiles. Su impresión presente
-colorea de júbilo o de tristeza todo el pasado y todo el porvenir.</p>
-
-<p>Por eso, aunque no pueda dudarse nunca de su sinceridad, resulta
-discutible su autoridad de historiador.</p>
-
-<p class="r">
-A. C.<br />
-</p>
-
-<p class="nind">
-Buenos Aires, febrero de 1919.<br />
-</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_121" id="page_121">{121}</a></span></p>
-
-<h3>CAPITULO PRIMERO<br /><br />
-<small>DESGRACIADO EN EL JUEGO...</small></h3>
-
-<p>Jueves, 9 de enero.&mdash;Día de reunión. Hoy he madrugado de veras; a las
-doce estaba en pie, y pocos momentos después me ponía en camino para el
-Hipódromo. En la esquina de casa he aguardado una media hora larga para
-tomar un auto-taxi, hasta que Mauricio, el mucamo, vino a avisarme que
-había huelga. Advertí entonces que la calle veíase casi desierta, que no
-circulaban tranvías, carros ni automóviles de alquiler, y que muchos
-negocios estaban cerrados, efectos todos que en el primer momento yo
-había atribuído, impensadamente, a lo temprano de la hora. Siempre que
-yo madrugo ocurre algo extraordinario.</p>
-
-<p>He resuelto el problema de mi traslación subiéndome de viva fuerza a un
-coche de plaza,<span class="pagenum"><a name="page_122" id="page_122">{122}</a></span> cuyo conductor, un italiano viejito que se parece al
-doctor Anadón, quiso negarse a llevarme, pretextando que debía ir a
-largar. Me arrellané en el asiento y le dije en tono perentorio:</p>
-
-<p>&mdash;Mirá, <i>gringo</i>: si en veinte minutos no me <i>dejás</i> en la puerta del
-Hipódromo te hago meter preso por maximalista.</p>
-
-<p>Ante esta amenaza mía el hombre se resignó.</p>
-
-<p>Hundióse hasta los ojos su galera abollada, requirió las riendas, que
-había abandonado durante la discusión, y fustigando con violencia a los
-caballos, dijo entre dientes: «<i>¡Maximalista! ¡Maximalista! Te lo
-facisse vede io lu masimalismu.</i>»</p>
-
-<p>Esta reflexión iracunda del auriga me ha vuelto a la memoria los tiempos
-que corremos. Hace días que no leo los diarios, pero, a juzgar por las
-conversaciones del Club, la situación se agrava cada vez más. Perucho
-Salcedo ha recibido una carta de la hermana que tiene en Suiza
-diciéndole que el país está invadido por emigrados rusos que hacen
-propaganda maximalista. A mí el hecho no me ha sorprendido, porque ya en
-el tiempo en que<span class="pagenum"><a name="page_123" id="page_123">{123}</a></span> Tartarín hacía alpinismo los rusos se ocupaban allí de
-trabajos revolucionarios.</p>
-
-<p>He llegado al Hipódromo poco antes de la una y media, con tiempo sobrado
-para almorzar en el <i>restaurant</i> del <i>paddock</i>. Al descender del coche
-advertí que uno de los caballos, el de la izquierda, era blanco,
-excelente presagio que recompensé con una buena propina. El cochero,
-todavía de mal humor, no se dignó agradecérmela. En otra ocasión eso me
-habría irritado; pero como recordé que cuando mi acierto de seis
-ganadores seguidos, jugando <i>derecho</i>, había venido también en un coche
-de plaza uno de cuyos caballos era blanco, la ingratitud del viejito
-<i>maximalista</i> me dejó indiferente. Le vi alejarse al paso de su tronco
-menguado por la ancha avenida, con su galera abollada, y me quedé
-pensando en los extraños designios de la suerte...</p>
-
-<p>Almuerzo frugal en el <i>restaurant</i> del <i>paddock</i>. Concurrencia
-lamentablemente escasa. Tarde de <i>guigne</i>; confiado en el buen augurio
-de mi llegada, he jugado como un cronista de <i>sport</i> de diario grande.</p>
-
-<p>A la altura de la séptima carrera me que<span class="pagenum"><a name="page_124" id="page_124">{124}</a></span>dan seis pesos por todo
-capital. Viaje de exploración por las tres tribunas: ni un amigo en
-lontananza. Decido el regreso.</p>
-
-<p>Al hallarme en la acera de la Avenida Vértiz y observar la ausencia
-total de vehículos, fuera de unos pocos automóviles particulares,
-recuerdo que estamos en huelga y me sobreviene un acceso de indignación
-ante la profunda estupidez de los huelguistas. ¿Por qué se nos hace eso
-a nosotros? ¿Qué tenemos que ver en los conflictos entre el capital y el
-trabajo? ¿Acaso el juego no es precisamente un medio de allanar las
-inevitables diferencias sociales? El juego es justiciero: eleva al pobre
-y arruina al potentado; es igualatorio: procura las mismas emociones al
-jornalero que arriesga su salario y al millonario que aventura sus
-millones; es humanitarista: su contribución a la beneficencia social es
-más crecida que la del Estado y la de todos los filántropos juntos.
-Fuente inagotable de esperanza, es, por lo demás, un lubricante de las
-relaciones sociales: atenúa los odios de clase, da la ilusión al pobre
-de que su miseria no será eterna e infunde en los ricos la convicción de
-lo instable de su<span class="pagenum"><a name="page_125" id="page_125">{125}</a></span> fortuna. Atempera así el malestar de los desposeídos
-y el egoísmo de los potentados. Dominados por él, los proletarios
-olvidan todas sus reivindicaciones. ¿Qué caballo de Hipódromo ha
-recibido nunca el nombre de Bakunin, Proudhon o Carlos Marx? ¿Quién ha
-oído hablar jamás de movimientos obreros en Montecarlo?...</p>
-
-<p>Entregado a estas reflexiones, seguí caminando en dirección al
-<i>tatersall</i>, para tomar asiento en uno de los tranvías que aguardan al
-final de las tribunas populares.</p>
-
-<p>La huelga me reservaba otra sorpresa desagradable: el servicio de
-tranvías se había suspendido por completo. Pensé en los pobres muchachos
-de las tribunas populares, que debían volverse a pie hasta el límite del
-municipio; en los empleados del Hipódromo, obligados, después de cinco
-horas de trabajo, a un esfuerzo a que no estaban acostumbrados, y en los
-modestos «canillitas», que reúnen siempre algunas monedas buscando
-carruajes.</p>
-
-<p>La torpeza de los huelguistas, que para vengarse de unos pocos patrones
-suspenden la vida de una ciudad, perjudicando a una multitud<span class="pagenum"><a name="page_126" id="page_126">{126}</a></span> de obreros
-como ellos, me pareció inconmensurable. Poseído de una sorda irritación,
-deshice el camino andado, mezclándome a la oleada de gente que salía
-comentando las incidencias de la última carrera. El nombre del ganador,
-el único que habría acertado si me hubiese quedado dinero, acrecentó mi
-despecho.</p>
-
-<p>Lleno de misantropía, cansado y sudoroso, crucé casi impensadamente bajo
-el viaducto del ferrocarril y fuí a sentarme en un banco del rosedal. El
-jardín estaba desierto y la soledad parecía agrandada por el silencio
-dominante. La tranquilidad de este crepúsculo me sobrecogió un poco, lo
-confieso, y para substraerme a esa impresión eché a andar hacia la
-ciudad. A las siete, todavía con luz, llegué a la plaza Italia. Breve
-descanso en un bar, gracias al cual recobro algunas fuerzas y un ligero
-optimismo. Me dirijo resueltamente al centro. A los veinte minutos de
-marcha adquiero en otro establecimiento nuevas fuerzas y una alegría
-combativa. Sigo marcando el paso marcialmente, satisfecho de mi esfuerzo
-y deseoso de mostrar mi desprecio a los huelguistas. En el camino
-encuentro numerosos carros<span class="pagenum"><a name="page_127" id="page_127">{127}</a></span> con los caballos desenganchados y un coche
-con la capota tajeada. Es el que me condujo al Hipódromo. Junto a él
-está el viejito de la galera abollada, teniendo de las riendas a la
-yunta de caballos, uno de los cuales es blanco. ¡Excelente presagio!</p>
-
-<p>Tercera estación. Renuevo mis energías, y tras una rápida conversación
-con algunos parroquianos, me siento inundado de un entusiasmo belicoso.
-Las noticias son graves: los huelguistas están armados hasta los
-dientes; han levantado barricadas en todos los barrios de la ciudad;
-incendiaron cuatro iglesias y dos asilos y se disponen a atacar las
-estaciones de ferrocarril. En la plaza del Once se está combatiendo
-desde las tres de la tarde. Resuelvo encaminarme a la plaza del Once.
-Tomo una calle transversal, y a medida que avanzo aguzo el oído para
-escuchar las detonaciones. Silencio absoluto. Sólo de vez en cuando el
-repiqueteo precipitado de una campanilla de ambulancia sanitaria rompe
-la tranquilidad de esta noche de verano. A pocas cuadras del lugar del
-encarnizado combate la normalidad es completa. Tan completa, que la<span class="pagenum"><a name="page_128" id="page_128">{128}</a></span>
-gente se halla sentada al fresco en las aceras, los balcones están
-abiertos de par en par y los chicos han tomado la calle por su cuenta.</p>
-
-<p>En una esquina dos muchachas peripuestas conversan animadamente,
-teniéndose de la mano con un gesto de colegialas. Una de ellas, vestida
-de un traje blanco, muy suelto, casi un peplo helénico, se despide de su
-compañera entre divertida y medrosa:</p>
-
-<p>&mdash;¡Dios mío! Me quedan aún más de cuarenta cuadras por andar. ¡Sola y
-por esos barrios todo a obscuras!</p>
-
-<p>&mdash;Hija, ya te he dicho que puedes quedarte con nosotras.</p>
-
-<p>&mdash;Sí, pero en casa ¡qué estarán pensando!...</p>
-
-<p>&mdash;¿No tienes medios de avisarles?</p>
-
-<p>&mdash;No...</p>
-
-<p>Las dos muchachas se sueltan de la mano con una actitud de infinita
-resignación ante el Destino, y la del peplo blanco se encamina hacia el
-Oeste. Al pasar junto a mí advierto que tiene los ojos garzos, el
-cabello castaño y la boca imperiosa. Instantáneamente he olvidado todas
-las incidencias de la tarde; mi entusiasmo bélico se ha desvanecido, así
-como<span class="pagenum"><a name="page_129" id="page_129">{129}</a></span> mi preocupación por el orden social, y me he lanzado en
-seguimiento de la jovencita. «Desgraciado en el juego, afortunado en
-amor», pienso entre mí, y añado: «¡Esta es la mía!» El presagio del
-caballo, que viene afortunadamente a mi memoria, da más fuerza a mi
-decisión. El peplo blanco está a diez pasos; una rápida inspección a mis
-zapatos, un fugaz recuento de mis fondos exiguos... y acabo de
-resolverme a desandar cincuenta cuadras.</p>
-
-<p>La sombra blanca no se desliza silenciosamente como las diosas del poema
-homérico; hasta mí llega un taconeo ágil y menudo que tendré que superar
-a largos trancos.</p>
-
-<p>Consigo por fin aparejarme e inicio un soliloquio de una estupidez
-incomparable. A juzgar por las lamentaciones a que me entrego, parecería
-que me dispongo a pedir una limosna. Mi compañera aprieta aún más sus
-labios imperiosos y redobla la agilidad de su taconeo. Caminamos así un
-número indefinido de cuadras, hasta que, falto de respiración y sobrado
-de audacia, la tomo de un brazo, la detengo y le relato con toda
-fidelidad mis aventuras de la tarde: mi descalabro del Hipódro<span class="pagenum"><a name="page_130" id="page_130">{130}</a></span>mo, el
-regreso, mi resolución de ir a luchar contra los revoltosos, el súbito
-deslumbramiento que experimenté al verla...</p>
-
-<p>Una amable sonrisa es la recompensa de mi sinceridad.<span class="pagenum"><a name="page_131" id="page_131">{131}</a></span></p>
-
-<h3>CAPITULO II<br /><br />
-<small>... AFORTUNADO EN EL AMOR</small></h3>
-
-<p>Las «cuarenta cuadras» a que aludió en su despedida a la compañera son
-un eufemismo semejante al de las «pocas palabras» de los oradores
-parlamentarios. Hace una hora y media que venimos caminando y todavía,
-según me dice, estamos lejos de la casa. Para no dejarle sospechar mi
-fatiga, he celebrado todos estos trastornos sociales que rompen un poco
-la monotonía de la vida moderna y procuran el encanto de un trayecto
-infinito en una compañía adorable. Hice también el elogio del amor, que
-se sobrepone a todas las consideraciones de rango y de dinero, y el de
-la belleza, formidable tesoro que escapa a todo impuesto sobre la
-renta... Mi acompañante me agradece esta poética disertación sobre
-filoso<span class="pagenum"><a name="page_132" id="page_132">{132}</a></span>fía social con una larga mirada de sus grandes ojos garzos, que
-bajo el borde circular de su sombrero reflejan el azul profundo de esta
-noche estival.</p>
-
-<p>Hemos abandonado la amplia avenida paralela a Rivadavia que veníamos
-siguiendo, y tomado por otra, más ancha aún, con un paseo central
-arbolado, que aparentemente se dirige hacia el Noroeste. Nos debemos ir
-aproximando a nuestro punto de destino&mdash;es decir, al de ella&mdash;, porque
-mi acompañante va deteniendo el paso y trayéndome hábilmente a la
-discusión de una nueva entrevista. Entramos a la vez en una callejuela
-transversal y en un terreno de confidencias íntimas. Carlota, porque se
-llama así, es la menor de la familia; tiene dos hermanos varones y un
-padre anciano que todavía trabaja. Una cuñada gobierna la casa, en la
-que falta la disciplina de la madre, muerta hace años, según se ve por
-el poco apuro que la muchacha pone en regresar a ella.</p>
-
-<p>Al final de la callejuela desembocamos en un lugar casi baldío que
-parece un taller de reparación de carros al aire libre. Al fondo, un<span class="pagenum"><a name="page_133" id="page_133">{133}</a></span>
-ligero cobertizo alberga la maquinaria esencial, y hacia la derecha, una
-serie de rudimentarias construcciones de madera, a la vez pesebres y
-cocheras, dan la idea de que se trata también de un corralón.</p>
-
-<p>Una jauría de perros monstruosos se abalanzan sobre nosotros; pero
-reconocen a Carlota y se tranquilizan. Evidentemente, hemos llegado al
-término del viaje. Mi acompañante se detiene en una especie de cerco y
-se dispone a despedirme. Pero yo insisto en que aun es temprano&mdash;acaban
-de dar las diez&mdash;; pretexto que al día siguiente no tendrá nada que
-hacer; exijo detalles minuciosos sobre el camino de vuelta y me lamento
-cómicamente sobre mi situación: estoy hambriento, cansado y perdido...
-¡Si se le ocurriera darme alojamiento por lo que resta de la noche!
-Porque con esta huelga, ya es el caso de practicar, en plena metrópoli,
-la virtud rural de la hospitalidad. (Por lo demás, eso de «plena
-metrópoli» sólo tiene un sentido político: estamos a cielo abierto. El
-panorama circundante me ha hecho concebir el deseo de tumbarme en uno de
-esos carros colmados de heno.)<span class="pagenum"><a name="page_134" id="page_134">{134}</a></span></p>
-
-<p>Mis insinuaciones no parecen caer mal... Me dispongo a iniciar una
-aventura deliciosa, cuando de pronto Carlota, que ha estado observando
-la callejuela por que hemos venido, exclama: «¡Ahí viene papá!»</p>
-
-<p>Me vuelvo y advierto la silueta ya conocida de un viejito con la galera
-abollada que trae resignadamente de las riendas a una yunta lamentable
-de caballos, uno de ellos blanco...</p>
-
-<p>Recuerdo el incidente del mediodía: «<i>¡Maximalista!... ¡Maximalista!...
-Te lo facisse vede io lu masimalismu</i>», y el espectáculo del coche casi
-destrozado por culpa mía.</p>
-
-<p>Antes de que la divinidad del peplo repare en mí, me he puesto a cien
-pasos de ella y he seguido un sendero que va por detrás de un grupo de
-casas.</p>
-
-<p>Un concierto infernal de ladridos epiloga ruidosamente mi aventura
-galante.<span class="pagenum"><a name="page_135" id="page_135">{135}</a></span></p>
-
-<h3>CAPITULO III<br /><br />
-<small>EL DAMERO A MEDIA NOCHE</small></h3>
-
-<p>Heme aquí, a media noche, en un paraje desconocido. Si no fuese hijo de
-Buenos Aires, los rigores de la suerte, según la popular composición,
-debían desalentarme. Solo, extraviado, a dos leguas del centro de la
-ciudad, hambriento y sin dinero, era natural que me abandonase a la
-desesperación. Pero soy porteño y sé que la absoluta regularidad de las
-calles de la capital permite orientarse a cualquiera y que gozamos de
-una profusa iluminación municipal y un excelente servicio de policía.
-Por primera vez comprendo la profunda significación de aquellos versos
-de Guido Spano; celebro el genio profético del vate, que los escribió
-antes de que existieran las obras de salubridad y se hubiese producido
-la intendencia<span class="pagenum"><a name="page_136" id="page_136">{136}</a></span> de D. Torcuato de Alvear, y entonando la quintilla
-célebre para darme aliento, me lanzo denodadamente en busca de una
-desembocadura de calle, a fin de penetrar por ella y orientarme según el
-simple trazado del damero municipal.</p>
-
-<p>Mientras enfilo una calle sin pavimentar, envuelta en tinieblas, medito
-en las innumerables ventajas de la disposición rectangular urbana. Las
-ciudades así construídas son armoniosas, ordenadas y democráticas...</p>
-
-<p>Al final de la calle que he seguido, me hallo de nuevo en un potrero.
-Rehago el camino y tomo por una calle transversal que, según mis
-cálculos, debe conducirme a un lugar más densamente poblado. A los diez
-minutos desemboco en un horno de ladrillos... Vuelvo hacia atrás y me
-encamino en una dirección opuesta a las dos que he seguido
-anteriormente. Esta vez debo de estar en la buena ruta, porque a medida
-que avanzo la edificación va en aumento y se notan ciertos indicios de
-separación entre la calzada y las aceras. Dos cuadras más adelante doy,
-de pronto, con una calle hecha y derecha, bien empedrada, con<span class="pagenum"><a name="page_137" id="page_137">{137}</a></span> veredas
-arboladas y con faroles. Estos están apagados, pero no por eso dejan de
-ser un signo de civilización, que saludo con simpatía. Ya estoy en pleno
-damero; ahora, con seguir obstinadamente hacia el Este, el problema está
-resuelto. Continúo alegremente hacia el Oriente, aunque se me han
-acabado los cigarrillos. Pero a medida que avanzo hago una observación
-que me llena de inquietud: la hermosa calle no corta perpendicularmente
-a las demás. Es una diagonal; pero en materia de diagonales yo no
-conozco sino las dos que han arruinado al Municipio.</p>
-
-<p>Sigo la marcha en línea recta hasta que veo desaparecer el pavimento y
-los faroles, señal indudable de que la calle va a lanzarse campo afuera.
-Como esto no me conviene, doblo por la primer vía transversal en
-dirección hacia donde supongo debe quedar el centro. Es una calle
-cortada; al cabo de ella hay un terreno baldío que parece un taller de
-reparación de carros... Me hallo de nuevo frente a la jauría de perros
-monstruosos; pero esta vez no disfruto de la protección de Carlota y
-debo batirme prudentemente en retirada.<span class="pagenum"><a name="page_138" id="page_138">{138}</a></span></p>
-
-<p>Ya no parezco un hijo de Buenos Aires, según la clásica composición de
-Guido. Los desaires de la suerte, que después de una caminata de dos
-horas me ha vuelto al punto de partida, me han amilanado por completo.
-Deshecho de fatiga, hambriento y desalentado, las doce de la noche me
-han sorprendido a punto de dormirme en el hueco de una puerta...<span class="pagenum"><a name="page_139" id="page_139">{139}</a></span></p>
-
-<h3>CAPITULO IV<br /><br />
-<small>ASALTO A UNA COMISARIA</small></h3>
-
-<p>Viernes, 10.&mdash;¿Cuántas horas he dormido así?... Lo ignoro, pues se me
-acabaron los fósforos, no uso reloj con esfera luminosa, los faroles de
-la calle están apagados y no hay luna. Es todavía noche alta; pero antes
-de exponerme a que el sol o la muchacha del peplo me encuentren
-durmiendo en la calle, prefiero seguir caminando. Con la casa de Carlota
-a la vista, guiándome por mis recuerdos, creo poder reconstruir el
-camino que hemos hecho juntos. Ahora estoy en la buena senda: llego por
-fin a la ancha avenida con un paseo central arbolado, que hace pocas
-horas recorrimos amorosamente... Redoblo el paso con alegría y por
-primera vez en la noche inicio un silbido de circunstancias: <i>It’s a
-long way to Tipperary...</i><span class="pagenum"><a name="page_140" id="page_140">{140}</a></span></p>
-
-<p>De pronto suspendo el silbido, pues al final de la cuadra advierto la
-silueta de un hombre. Como es la primera figura humana que se me
-presenta en mi infernal recorrida, voy hacia ella alborozado. A tres
-pasos de distancia reconozco a un vigilante apoyado en su máuser, con
-las piernas abiertas en un ángulo obtuso y la cabeza inclinada sobre el
-caño del arma, en la actitud de un sabio aplicado al lente de su
-microscopio.</p>
-
-<p>Esbozo un saludo en la obscuridad, le dirijo las buenas noches con una
-amabilidad exquisita, y como no me contesta, le tiro suavemente de una
-manga. El agente sigue ensimismado. Un tirón más fuerte casi le hace
-perder el equilibrio, que, sin embargo, mantiene, pero abandonando el
-máuser. Con una galantería infinita me inclino para recogerlo, cuando el
-vigilante, estupefacto, retrocede tres pasos, desenfunda un revólver y
-comienza a tiros contra los árboles del paseo central... A pocos metros
-suenan otras detonaciones, y algo más lejos una descarga cerrada.</p>
-
-<p>El vigilante ha terminado las balas de su revólver; da media vuelta y
-huye velozmente<span class="pagenum"><a name="page_141" id="page_141">{141}</a></span> calle adelante. Yo le sigo, porque tengo por sistema no
-fugar nunca en dirección contraria a la de la autoridad, y además porque
-debo entregar el máuser a su dueño.</p>
-
-<p>Mientras corremos, las detonaciones se suceden unas a otras con una
-rapidez vertiginosa. En las calles laterales se oyen disparos aislados
-de máuser, y una estruendosa algarabía de ladridos alborota el barrio.</p>
-
-<p>Nos acercamos al lugar donde más nutrido es el fuego... El vigilante que
-me sirve de señuelo desaparece de pronto en una puerta cochera, y yo me
-precipito en su seguimiento. Salvamos en una exhalación un ancho zaguán
-obscuro y nos hallamos en medio de una baraúnda indescriptible: gritos,
-descargas, juramentos, corridas, estrépito de cristales rotos... La luz
-se enciende y se apaga varias veces, pero veo lo suficiente para darme
-cuenta de que estoy en una Comisaría.</p>
-
-<p>Me apelotono en un rincón del patio y aguardo a que pase la tormenta.<span class="pagenum"><a name="page_142" id="page_142">{142}</a></span></p>
-
-<h3>CAPITULO V<br /><br />
-<small>¡ALTO EL FUEGO!...</small></h3>
-
-<p>Poco a poco el tumulto ha ido organizándose. Desde la sala, resguardados
-tras de las persianas, cuatro bomberos fusilan con toda parsimonia las
-casas del frente. En la azotea la gente destacada debe de estar
-contestando a un ataque aéreo, a juzgar por la elevación de los
-fogonazos, que advierto desde el ángulo del patio en que estoy
-refugiado. El martilleo frenético de un aparato telegráfico domina el
-estruendo de las detonaciones, y su voz breve y metálica es la única
-sensación de regularidad que se percibe en este desorden.</p>
-
-<p>Repentinamente, de la obscuridad de un cuarto surge una silueta
-voluminosa que, dirigiéndose a mí, me toma de un brazo y exclama:</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué hacen? ¡Vamos a defender la entrada!<span class="pagenum"><a name="page_143" id="page_143">{143}</a></span></p>
-
-<p>Y luego, encarándose con un grupo de agentes que se disimulan en el
-ángulo opuesto al mío, vocifera:</p>
-
-<p>&mdash;¡A ver!... ¡Esos bancos! ¡Crúcenlos a la entrada!</p>
-
-<p>Todos adivinamos la intención; corremos hacia los dos bancos de plaza
-dispuestos fuera de las oficinas y los atravesamos volcados a la
-terminación del ancho zaguán. Una mesa, un sillón de escritorio y un
-retrato terminan por dar cierto carácter a la barricada. El último
-elemento de trinchera, que aporta un sargento fornido y retacón, es una
-pequeña barrica que, después de vacilar un momento sobre aquel <i>bric a
-brac</i>, se resuelve pesadamente a ir rodando por el zaguán hasta el
-centro de la calle, donde un profundo bache la obliga a dar una
-voltereta, sentándose lejos de nosotros, como un perro desobediente...</p>
-
-<p>Nos agazapamos detrás de la improvisada fortificación, y como la silueta
-voluminosa que nos dirige nos ordena hacer fuego, disparo mi máuser
-contra la desobediente barrica. El estrépito me enardece, y como al
-quinto disparo noto que me faltan municiones, me pongo de pie gritando:<span class="pagenum"><a name="page_144" id="page_144">{144}</a></span></p>
-
-<p>&mdash;¡Una cartuchera!</p>
-
-<p>Inmediatamente el sargento fornido y retacón se me cuelga de los hombros
-como un chimpancé, berreando con viril angustia:</p>
-
-<p>&mdash;¡No sea temerario! ¡Abájese, niño!</p>
-
-<p>Yo me resisto... Un oficialito, emocionado por esta escena de
-fraternidad heroica, exclama muy rápidamente, con voz de tiple:</p>
-
-<p>&mdash;¡Viva la patria! ¡Viva la patria! ¡Viva la patria!...</p>
-
-<p>El comisario, porque esa silueta voluminosa y autoritaria es la suya,
-grita a su vez: «¡Adelante! ¡Adelante!», a pesar de que nuestras propias
-defensas nos impiden avanzar un solo paso... La guardia de la azotea se
-asoma a ver lo que ocurre, así como los bomberos de la sala, e
-inmediatamente un silencio mortal se extiende en torno nuestro.
-Aguardamos un momento la respuesta del enemigo, y como no se produce, el
-comisario vocifera: «¡Alto el fuego!»</p>
-
-<p>¡Oh fecundidad del silencio! A los quince segundos de sosiego los siete
-denodados defensores de la barricada nos convertimos en veinte, en
-cuarenta, en cien. En el patio pu<span class="pagenum"><a name="page_145" id="page_145">{145}</a></span>lula una multitud heterogénea:
-bomberos, oficiales, vigilantes, soldados del escuadrón y ordenanzas de
-policía. Aunque nadie dispara un tiro, el comisario sigue ordenando
-imperiosamente: «¡Alto el fuego!... ¡Alto el fuego!» Un trompa del
-escuadrón, de soberbia apostura y altas botas granaderas, emboca el
-clarín e interpreta la orden con el toque reglamentario.</p>
-
-<p>Inmediatamente la guardia de la azotea hace una descarga cerrada,
-comienzan a oírse disparos en toda la casa y nos hallamos envueltos en
-una batahola formidable, mientras los cuatro bomberos de la sala
-prorrumpen carcajadas estruendosas...<span class="pagenum"><a name="page_146" id="page_146">{146}</a></span></p>
-
-<h3>CAPITULO VI<br /><br />
-<small>LA LUZ DE UN NUEVO DÍA...</small></h3>
-
-<p>La luz del nuevo día viene por fin a iluminar esta escena de confusión
-que puede haber durado entre diez minutos y dos horas. Yo no tengo
-noción del tiempo que ha transcurrido. Sólo sé que después de un momento
-el comisario ha reiterado la orden de cesar el fuego y que, al pretender
-el trompa del escuadrón traducírsela melódicamente, le arrebató el
-clarín con espanto como si fuese la trompeta del Juicio final. Me he
-puesto de pie y le he dicho:</p>
-
-<p>&mdash;Es una sabia medida, comisario; el clarín es un instrumento belicoso.
-Otro toque más y nos agarramos a tiros entre nosotros. Por lo demás, el
-instrumento de la policía es el pito...<span class="pagenum"><a name="page_147" id="page_147">{147}</a></span></p>
-
-<p>Debía haber dicho el silbato, porque esta observación última ha
-desagradado evidentemente al voluminoso comisario. Repara en mí con
-fijeza, y bruscamente me interroga:</p>
-
-<p>&mdash;¿Y usted quién es?...</p>
-
-<p>&mdash;Usted no me conoce&mdash;replico sonriendo.</p>
-
-<p>&mdash;Por eso se lo pregunto.</p>
-
-<p>Antes de que pueda ordenar rápidamente mis recuerdos, para explicar el
-encadenamiento de circunstancias que me han traído aquí, el prudente
-funcionario ordena:</p>
-
-<p>&mdash;¡A ver! ¡Sáquenle ese máuser!... ¡Pálpenlo de armas! ¡Pásenlo a mi
-despacho!</p>
-
-<p>El trompa del escuadrón me arrebata tan violentamente el arma, que estoy
-a punto de perder el equilibrio. Extiendo las manos como balancín y
-veinte fusiles me apuntan de frente. Quedo con los brazos extendidos,
-inmovilizado por el terror, mientras el sargento fornido y retacón
-procede a la operación de palparme. Según la acepción corriente, palpar
-significa tocar exteriormente con las manos. En la práctica policial
-consiste en meter la mano hasta el codo en los bolsillos del presunto
-malhechor. Me despojan así de mi lla<span class="pagenum"><a name="page_148" id="page_148">{148}</a></span>vero, mi reloj, mi cigarrera vacía
-y mi billetera casi exhausta. Luego, con una escolta digna de un
-regicida, me hacen entrar en una habitación y me ponen de cara a la
-pared, en un ángulo de la estancia. No puedo hablar ni darme vuelta.</p>
-
-<p>Estoy de penitencia como hace veinticinco años en el colegio y tengo una
-hambre también como la de entonces. Para saber lo que es apetito hay que
-ser pupilo o estar preso...<span class="pagenum"><a name="page_149" id="page_149">{149}</a></span></p>
-
-<h3>CAPITULO VII<br /><br />
-<small>CONVICTO Y CONFESO</small></h3>
-
-<p>Entre tanto, según puedo oír, el comisario y la oficialidad se han
-marchado a recorrer las inmediaciones para recoger los muertos y los
-heridos y perseguir a los atacantes. Parece que yo soy el único de ellos
-que ha caído prisionero.</p>
-
-<p>A estar a lo que conversan en el patio, los revoltosos eran como «cuatro
-mil», admirablemente armados; una barrica de cerveza que rodó hasta el
-centro de la calle está atravesada de parte a parte por cuatro
-balazos...</p>
-
-<p>«Buena puntería&mdash;digo entre mí&mdash;, pero mal empleada; era mucho mejor que
-me hubiese bebido la cerveza...» Paso la lengua por mis labios resecos y
-recuerdo que hace veinte horas que no pruebo un bocado y diez que no<span class="pagenum"><a name="page_150" id="page_150">{150}</a></span>
-tomo un trago. Me siento desfallecer y las ideas se me confunden. ¡Dios
-mío! ¿Por qué me he mezclado yo a los revoltosos?... Apoyo la cabeza en
-el ángulo que forman las dos paredes, cierro los ojos y trato de tomar
-el hilo de mis pensamientos, que se disgregan como los Estados del
-Imperio ruso. Gasto mis últimas energías en ese empeño de restauración
-psíquica, y luego, tras cierto tiempo, pierdo toda noción de mi
-personalidad. Soy algo así como una masa astral, informe, sin voluntad
-ni materialización alguna, pero con una vaga conciencia de las cosas. Me
-entero sin emoción de que hace mucho tiempo que ha triunfado el
-maximalismo y que la ciudad de La Plata se ha refundido con la de
-Nijni-Novgorod. Un italiano viejito, que usa eternamente una galera
-abollada, es el presidente del Soviet Local Bonaerense. Poco a poco he
-ido cobrando mi forma corporal, y desde entonces estoy preso aquí por
-orden suya. Todos los días viene a verme, y sin que yo pueda replicarle,
-me dice ferozmente: «<i>¡Maximalista!... ¡Maximalista!... Te lo facisse
-vede io lu masimalismu!</i>»<span class="pagenum"><a name="page_151" id="page_151">{151}</a></span></p>
-
-<p>Hace una infinidad de tiempo que estoy sometido a esta tortura. De
-pronto dictan una ley matrimonial autorizando a las muchachas a escoger
-marido entre los prisioneros. Debemos someternos a su elección bajo pena
-de muerte. Hay un desfile interminable de arpías, mujeres huesudas y
-contrahechas, petizas esféricas con inmensos lentes de carey, patronas
-atléticas y mostachudas, viejas vagabundas con la sonrisa siniestra de
-las alcoholizadas. Yo tiemblo ante la idea de que una de ellas esboce un
-gesto que me obligue a seguirla. Me disimulo y procuro confundirme con
-el rincón de pared que habito desde hace tantos años... Imprevistamente,
-una de las que forman en esa procesión me hace una señal. Me aproximo
-lleno de un sudor frío y veo una jovencita de ojos garzos y pelo
-castaño, con un peplo blanco y un ancho sombrero obscuro. ¡Carlota! Mi
-electora me sonríe, y ante esa sonrisa la evidencia de mi felicidad es
-tan grande que estrecho a la muchacha y exclamo: <i>¡Viva el
-maximalismo!</i>...</p>
-
-<p>El dolor de un puñetazo me hace volver en mí, y me despierto abrazado al
-sargento<span class="pagenum"><a name="page_152" id="page_152">{152}</a></span> fornido y retacón, y gritando como un energúmeno.</p>
-
-<p>Generalmente yo tengo el sueño pesado; pero esta vez unos cuantos
-culatazos enérgicamente aplicados me han despertado sin remisión.</p>
-
-<p>Debo de tener una costilla rota. Pero lo peor es que, según el sargento,
-estoy convicto y confeso...<span class="pagenum"><a name="page_153" id="page_153">{153}</a></span></p>
-
-<h3>CAPITULO VIII<br /><br />
-<small>UN INTERROGATORIO</small></h3>
-
-<p>Evidentemente, debo de estar convicto y confeso porque me invitan a
-sentarme. Mis confesiones, como las de Rousseau, atraen el interés
-general. Las autoridades de la Comisaría me rodean y un oficial me
-ofrece un cigarrillo. Ante esta galantería veo el cielo abierto y
-comienzo a protestar de mi inocencia. Súbitamente las caras se tornan
-hoscas; el oficial no me entrega el cigarrillo y presiento que me van a
-expulsar del sillón. Cambio de táctica. Hago esfuerzos por sonreír
-socarronamente y digo que sólo deseo contar mi historia a los empleados
-superiores. Estos, halagados en su vanidad, desalojan el despacho y, una
-vez entornadas las puertas, vuelven a reunirse en torno mío. Me apodero
-del cigarrillo ofrecido<span class="pagenum"><a name="page_154" id="page_154">{154}</a></span> y solicito desenfadadamente una taza de te con
-bizcochos. Sin eso no puedo hablar...</p>
-
-<p>Me traen un vaso de cerveza y dos sandwichs. Mientras repongo mis
-fuerzas, me pregunto cómo salir del paso. Recuerdo la conspiración de la
-pólvora, la conjuración de Fiesco, el complot de Alzaga... Nada me
-sirve.</p>
-
-<p>Por suerte, llega el voluminoso comisario, quien se dispone a
-interrogarme con toda solemnidad.</p>
-
-<p>&mdash;¿Cómo se llama usted?</p>
-
-<p>&mdash;Julio Narciso Dilón.</p>
-
-<p>&mdash;Ese apellido no es de aquí...</p>
-
-<p>&mdash;No, señor. (Es verdad, soy de origen boliviano.)</p>
-
-<p>&mdash;¿Es usted catalán?</p>
-
-<p>&mdash;No, señor.</p>
-
-<p>&mdash;¿Ruso?</p>
-
-<p>&mdash;Tampoco.</p>
-
-<p>&mdash;¿Italiano? ¿Francés? ¿Alemán?</p>
-
-<p>&mdash;Nada de eso.</p>
-
-<p>&mdash;¿Cuál es su nacionalidad?</p>
-
-<p>&mdash;Soy argentino.</p>
-
-<p>&mdash;¿Hace mucho que está radicada su familia en América?<span class="pagenum"><a name="page_155" id="page_155">{155}</a></span></p>
-
-<p>&mdash;Dos siglos.</p>
-
-<p>&mdash;¿Cómo dice?</p>
-
-<p>&mdash;Doscientos años.</p>
-
-<p>El comisario cuchichea con los oficiales, se sonríe y me pregunta:</p>
-
-<p>&mdash;Su abuelo paterno, ¿qué fué?</p>
-
-<p>&mdash;Diputado al Congreso de Tucumán.</p>
-
-<p>&mdash;¿Por qué provincia?</p>
-
-<p>&mdash;Potosí...</p>
-
-<p>Grandes carcajadas del auditorio. El comisario hace esfuerzos por
-mantener la seriedad y dice:</p>
-
-<p>&mdash;Potosí no es una provincia, es una calle.</p>
-
-<p>Me encojo de hombros y me sonrío con una estupidez incomparable. No
-estoy con ánimo para lanzarme en una disertación histórica. Que el
-comisario crea lo que le parezca conveniente.</p>
-
-<p>El interrogatorio prosigue. Cada vez que intento defenderme de la
-terrible acusación que pesa sobre mí me quitan la palabra. El comisario
-me dirige preguntas insidiosas, que no tienen respuesta. Por último,
-recapitulando los debates, me dice:</p>
-
-<p>&mdash;Si usted es inocente, ¿por qué se intro<span class="pagenum"><a name="page_156" id="page_156">{156}</a></span>dujo subrepticiamente en la
-Comisaría? ¿Por qué profirió gritos subversivos? ¿Por qué intentó
-desarmar al sargento?...</p>
-
-<p>Y antes de que pueda replicar me hace conducir al calabozo.<span class="pagenum"><a name="page_157" id="page_157">{157}</a></span></p>
-
-<h3>CAPITULO IX<br /><br />
-<small>ARAMIS</small></h3>
-
-<p>Sábado, 11.&mdash;He pasado el día de ayer y la noche última en un estado de
-inconsciencia lamentable. Durante la noche se reprodujo en dos o tres
-ocasiones el tumulto que presencié la madrugada del viernes. Los agentes
-se han acostumbrado al peligro, porque ahora, entre alarma y alarma,
-bailan tangos y beben cerveza. ¿Dónde se han procurado ese instrumento
-horrible que se llama un bandoleón?</p>
-
-<p>El ritmo canallesco y monótono de nuestro baile nacional se mezcla al
-silbido alterno de la bomba extractora de cerveza...</p>
-
-<p>Me doy a imaginar un órgano hidráulico de inmensas proporciones,
-accionado por cerveza, que no toque sino tangos: «Cara Sucia», «Mi noche
-triste», «Piantá piojito...» En su<span class="pagenum"><a name="page_158" id="page_158">{158}</a></span> torno bailan una infinidad de
-vigilantes con los cascos compadronamente echados sobre los ojos.</p>
-
-<p>De pronto se hace un silencio, corren unos cerrojos y oigo un grito:</p>
-
-<p>&mdash;¡A ver el diputado por Potosí!...</p>
-
-<p>Creo que debe de ser por mí. Me aproximo a la puerta, y de un empujón me
-colocan en medio de un piquete de soldados del escuadrón, que echa a
-andar con paso marcial hasta el despacho del comisario. Allí me hallo
-con todo el aparato de un Consejo de guerra. La presidencia está ocupada
-por un capitán del escuadrón, un mozo rubio y elegante que parece un
-capitán de ulanos. Según he oído, le dicen Aramis porque tiene la
-costumbre de trompearse «mano a mano» con los presos peligrosos. A su
-lado se sientan dos oficiales plenamente poseídos de sus funciones. En
-ambos extremos de la estancia dos centinelas velan rígidamente. Me hacen
-sentar, y el capitán Aramis se pone de pie:</p>
-
-<p>&mdash;Si usted no declara toda la verdad le vamos a fusilar
-inmediatamente...</p>
-
-<p>Con esa resignación que uno tiene en las<span class="pagenum"><a name="page_159" id="page_159">{159}</a></span> pesadillas, cuando duran
-demasiado, inclino la cabeza y quedo en silencio.</p>
-
-<p>&mdash;Le damos cinco minutos para que se decida...</p>
-
-<p>Evidentemente, todo esto es un sueño; cuanto antes termine será mejor;
-me despertaré en mi cama.</p>
-
-<p>El capitán Aramis se ha levantado, y acercándose a la puerta ha ordenado
-con una sonrisa:</p>
-
-<p>&mdash;¡Formen el cuadro en el segundo patio! ¡Preparen el pelotón!...</p>
-
-<p>¡Tanto mejor! Quizá la impresión del fusilamiento me despierte por
-completo.</p>
-
-<p>Los cinco minutos han pasado. Aramis y los dos oficiales acaban de
-salir. Oigo afuera órdenes imperiosas y ruido de armas. Las culatas de
-los máuseres chocan contra las baldosas. El jefe del piquete me toca en
-un hombro. Me levanto automáticamente, me coloco en medio de los
-soldados y salimos de la estancia.</p>
-
-<p>La guardia está formada. Pero en vez de dirigirnos al segundo patio
-vamos hacia el zaguán. Pasamos por entre una doble fila de bomberos
-rígidamente alineados, con la ba<span class="pagenum"><a name="page_160" id="page_160">{160}</a></span>yoneta calada, y nos encontramos en la
-calle. Junto a la acera se halla un carrito de bomberos, y, rodeándolo,
-un destacamento de soldados del escuadrón a caballo y con las tercerolas
-apoyadas en el muslo. A su frente está Aramis, bello como un capitán de
-ulanos. Cuando me suben al carro, se me cae el pañuelo con que me voy
-secando el sudor frío que me corre por la cara, y Aramis, buen jinete y
-cortés caballero, lo recoge y me lo entrega con una elegancia digna de
-su héroe epónimo.<span class="pagenum"><a name="page_161" id="page_161">{161}</a></span></p>
-
-<h3>CAPITULO X<br /><br />
-<small>LA NINFA ECO</small></h3>
-
-<p>El carrito echa a andar y yo me tumbo de espaldas sobre las tablas. Por
-un momento no escucho más que el rodar de la carretela y el trote de los
-veinte caballos que me dan escolta. Luego, absorto en la contemplación
-del azul del cielo, me voy quedando dormido...</p>
-
-<p>Repentinamente me despierta un estampido, al que sigue un segundo
-después una detonación más sonora. Mi escolta ha echado pie a tierra, y
-los soldados, parapetados tras de los caballos, inician un fuego
-nutrido. A poca distancia se escuchan otros disparos igualmente
-nutridos, pero de un sonido más amplio. Cada descarga nuestra nos es
-devuelta inmediatamente con creces.</p>
-
-<p>&mdash;¡Nos están baleando sin asco!&mdash;grita el capitán Aramis.<span class="pagenum"><a name="page_162" id="page_162">{162}</a></span></p>
-
-<p>&mdash;Es desde aquella casa alta&mdash;dice tranquilamente el bombero que maneja
-el carrito y que está observando la escena con curiosidad.</p>
-
-<p>Me asomo a ver. Estamos en una encrucijada; la calle perpendicular a la
-que seguíamos ofrece un pronunciado declive y como cincuenta metros más
-adelante tuerce bruscamente hacia la izquierda. En el fondo de esta
-hondonada se alza, ocultando todo el horizonte, una inmensa casa de
-departamentos, cuyas galerías de hierro y cristales le dan el aspecto de
-un enorme trasatlántico. Contra esas galerías, en las que se ven algunas
-plantas y macetas suspendidas, está tirando mi escolta. Los cristales
-saltan en pedazos con una vibración argentina y hasta parece oírse el
-ruido sordo de las balas atravesando el latón de las barandas. Llegan
-hasta nosotros gritos penetrantes de mujeres y estrépito de puertas. No
-advierto, sin embargo, el silbido de los proyectiles que se nos dirigen,
-a pesar que desde allí cerca siguen partiendo detonaciones.</p>
-
-<p>De pronto el capitán Aramis da una orden, que el trompa, mi viejo
-conocido, traduce en clarín: «¡Avancen!»<span class="pagenum"><a name="page_163" id="page_163">{163}</a></span></p>
-
-<p>¡Oh asombro! No ha terminado aún, cuando otro clarín repite fielmente en
-la casa de departamentos la misma orden: «¡Avancen!»</p>
-
-<p>A todo esto los caballos de mi carrito se han espantado, lanzándose
-calle arriba en una carrera frenética. El bombero conductor hace
-esfuerzos inútiles para aplacarlos. A las dos cuadras doblamos a la
-izquierda, llevándonos por delante un buzón. Los caballos disminuyen la
-marcha. Aprovecho entonces la circunstancia para tirarme del carro, y
-como los caballos reanudan su fuga desenfrenada, sigo a pie en la
-dirección contraria. No hay un solo vigilante en las cercanías.</p>
-
-<p>Desde aquí el fenómeno del eco es bien evidente. Las detonaciones
-repercuten en la casa de departamentos con una nitidez maravillosa. Y
-hasta las órdenes vibrantes de Aramis son duplicadas con una manifiesta
-oficiosidad.</p>
-
-<p>¡Oh ninfa Eco, a quién debo mi libertad! ¡Locuaz hija de Uranos y Gea,
-mi agradecimiento será eterno! En loor tuyo todos mis hijos se llamarán
-Narciso y estudiarán acústica...<span class="pagenum"><a name="page_164" id="page_164">{164}</a></span></p>
-
-<h3>CAPITULO XI<br /><br />
-<small>«HANDS UP!»</small></h3>
-
-<p>Como no tengo deseo alguno de volver a caer en manos del capitán Aramis,
-a pesar de su exquisita cortesía, me voy alejando del lugar de la
-encarnizada refriega con toda la premura de que soy capaz. La libertad
-me ha devuelto la reflexión; observo y me convenzo de que soy inocente,
-absolutamente inocente; pero a pesar de esto no disminuyo la rapidez de
-mi marcha. ¿Por qué los inocentes huyen a la Policía mucho más que los
-culpables? Quizá por falta de hábito. Sin embargo, el acto de darse a la
-fuga es una terrible presunción en contra de uno. «Se dió a la fuga», y
-ya todos suponen que se trata de un terrible criminal. Debemos, en
-consecuencia, si tenemos la conciencia tranquila, aguardar a pie firme<span class="pagenum"><a name="page_165" id="page_165">{165}</a></span>
-al empleado policial, al digno representante de la autoridad, al
-benemérito guardián del orden, y sonreírle y agasajarle, y abrirle
-nuestro corazón y nuestra casa... Pero por proceder así he sufrido dos
-días de hambre, recibido varios culatazos y soportado todas las
-angustias de un condenado a muerte. Bien hecho: ¿quién me mete a mí a
-devolver un máuser? Las armas, como los libros, no se devuelven nunca.
-Se devuelve un pañuelo a la señorita que lo ha perdido, una cartera
-vacía al señor que acaba de bajar de la escalera, un guante de la mano
-izquierda al joven que lo ha extraviado en el ascensor; pero no
-corresponde detener a media noche a un individuo mal entrazado para
-decirle: «Tome, señor, esta daga que se le ha caído...»</p>
-
-<p>En el curso de esta meditación llego ante el Mercado de Abasto y puedo
-observar desde aquí el espectáculo desacostumbrado que ofrece la calle
-Corrientes. Pequeños grupos de jóvenes, con brazales bicolores, armados
-de palos y carabinas, detienen a todos los individuos que llevan barba y
-les obligan a levantar las manos en alto. Mientras los que usan palos<span class="pagenum"><a name="page_166" id="page_166">{166}</a></span>
-les apuntan con éstos a bocajarro, los de las carabinas les pinchan con
-ellas en el vientre, y otros, desarmados, se cuelgan de las barbas del
-sujeto.</p>
-
-<p>Según me informan en un corro, este original procedimiento tiende a
-estimular entre los barbudos el amor a la nación Argentina. Como soy
-lampiño, me creo a cubierto de semejante recurso pedagógico y sigo hacia
-el centro. En el camino advierto que otros grupos apedrean las casas de
-comercio los nombres de cuyos propietarios abundan en consonantes. ¿Por
-qué les tienen tanto odio a las consonantes? ¿Acaso las vocales solas
-pueden componer un idioma?</p>
-
-<p>Delante mío va un viejito canoso, de rancho de luto, alpargatas y saco
-de lustrina. Camina presuroso, sin que el tumulto atraiga para nada su
-atención. De pronto, un grupo estacionado en mitad de la calzada nos da
-el alto imperiosamente. Yo me paro en seco; pero el viejito no detiene
-su marcha. Un mocetón fornido, que ostenta el consabido brazal celeste y
-blanco, corre a su encuentro revólver en mano.<span class="pagenum"><a name="page_167" id="page_167">{167}</a></span></p>
-
-<p>&mdash;¡Párese! ¡Arriba las manos!</p>
-
-<p>El viejo se cuadra y levanta en alto la mano izquierda. Esta obediencia
-parcial irrita al mocetón, que le reitera la orden:</p>
-
-<p>&mdash;¡Arriba las manos!</p>
-
-<p>El viejo continúa con la mano izquierda en alto, mientras la derecha
-desaparece completamente en el bolsillo del saco de lustrina, que
-contiene a simple vista un bulto insólito. Suena un tiro, y después de
-un ligero balanceo, el viejito se desploma de cara al suelo, siempre con
-la mano izquierda en alto... Rápidamente, el mocetón que ha hecho fuego
-se abalanza sobre el caído para sacarle el arma que indudablemente tiene
-en la mano derecha, y retira del bolsillo una manga vacía que queda
-extendida sobre la baldosa. El extremo sobresale del cordón de la acera
-y se dobla hacia la calzada como una manguera exhausta. Por poco tiempo,
-sin embargo, porque segundos después comienza a arrojar un fino hilo de
-sangre sobre el pavimento.</p>
-
-<p>El viejo «era» manco.<span class="pagenum"><a name="page_168" id="page_168">{168}</a></span></p>
-
-<h3>CAPITULO XII<br /><br />
-<small>LA VUELTA AL HOGAR</small></h3>
-
-<p>Hasta este momento yo no había visto morir a nadie. Tenía por eso la
-idea de que la muerte era un espectáculo aparatoso y trascendental, que
-exigía ciertas transiciones y un cuadro apropiado. Nada más sencillo,
-por cierto, según el episodio que acabo de contemplar.</p>
-
-<p>Sobre el asesinato, en especial, yo tenía las ideas más melodramáticas
-posibles. Lo suponía algo lleno de violencia, de pasión, de ferocidad, y
-se me antojaba torva y siniestra la figura del matador... Nada de eso,
-sin embargo. Es el incidente más trivial que se pueda imaginar.</p>
-
-<p>Usted se pone en torno del brazo izquierdo la cinta del gato de su casa
-o la liga de la mu<span class="pagenum"><a name="page_169" id="page_169">{169}</a></span>cama, coge su revólver, sale a la calle y le pega un
-tiro en el corazón al primer hombre humilde que le parezca sospechoso.
-Con eso quizá ha dejado usted en la orfandad a media docena de
-chiquilines, pero en cambio ha consolidado las instituciones y ensayado
-su puntería.</p>
-
-<p>Me voy acercando a casa. Al reconocer los lugares familiares experimento
-una emoción incontenible, como si volviera de un largo viaje. ¡Me parece
-que hace tanto tiempo que dejé mi silencioso departamento de soltero! El
-mucamo me recibe en la escalera, y al observar mi aspecto demacrado y mi
-aire abatido, supone que vuelvo de una fenomenal partida de poker.
-Presume, además, que he perdido lo indecible y presiente un período de
-estrecheces y apuros. Esta preocupación le agria el gesto, y en vez de
-comunicarme las novedades que se hayan producido, se hace a un lado
-austeramente...<span class="pagenum"><a name="page_170" id="page_170">{170}</a></span></p>
-
-<h3>CAPITULO XIII<br /><br />
-<small>EL ASALTO A LA COMISARÍA 44</small></h3>
-
-<p>Domingo, 12.&mdash;Me he despertado hoy a mediodía, tras haber dormido cerca
-de diez y ocho horas seguidas, con un sueño profundo de niño. Después
-del baño me he quedado en pijama y me hice traer los diarios de la
-mañana. Ya no me acuerdo de mi aventura de días pasados y me entero de
-las noticias de la huelga con toda la buena fe de un espectador
-desinteresado. Imprevistamente, el corazón da un latido anunciador y
-leo:</p>
-
-<div class="blockquot"><p>«<b>El asalto a la Comisaría 44.</b>&mdash;El primer ataque, preludio y quizá
-preparación combinada de los que se produjeron al día siguiente, se
-dirigió contra la Comisaría 44. El asalto se inició contra los
-centinelas avanzados que se en<span class="pagenum"><a name="page_171" id="page_171">{171}</a></span>contraban a media cuadra del local
-de dicha Comisaría. A consecuencia de este ataque, se cambió un
-nutrido tiroteo entre los leales defensores del orden público y los
-maximalistas, que se hallaban perfectamente pertrechados y poseían
-máuseres de último modelo, muchos de los cuales conservaban aún la
-etiqueta de venta.</p>
-
-<p>Dará una idea del armamento que poseían los ácratas el hecho de que
-una barrica que se hallaba en la calle, frente a la misma
-Comisaría, fué literalmente convertida en una criba por los
-proyectiles que se dirigieron contra el local.</p>
-
-<p>En esa refriega los defensores de las instituciones tuvieron que
-hacer actos de verdadero arrojo para impedir que la turba de
-agitadores se apoderara de la Comisaría, en cuyo zaguán se libró
-una verdadera batalla.</p>
-
-<p>Contenido el asalto por las fuerzas policiales, pudo notarse que
-dentro de la Comisaría se hallaba un sujeto extraño a ella, el cual
-se señaló desde el primer momento como uno de los cabecillas del
-atropello. Estas sospechas pudieron confirmarse más tarde cuando
-dicho sujeto,<span class="pagenum"><a name="page_172" id="page_172">{172}</a></span> que dijo llamarse Nicolás Dilonoff, después de un
-hábil interrogatorio, que contestó con evasivas, trató de desarmar
-a uno de los agentes. También gritó «¡Viva el maximalismo!»,
-aprovechando un momento de descuido de sus guardianes.</p>
-
-<p>En vista de esto, el temible agitador, en cuyo poder se encontraron
-grandes sumas de dinero, fué puesto a buen recaudo por la
-autoridad, y a la mañana siguiente enviado al Departamento Central
-de Policía bajo segura custodia.</p>
-
-<p>Por desgracia, los compañeros de Dilonoff lograron conocer el
-recorrido por donde debía pasar y atacaron a la escolta que lo
-conducía no bien ésta desembocó por una de las calles adyacentes al
-lugar donde se produjo el hecho. Los agentes trataron de repeler la
-agresión, cambiándose entre los dos bandos más de tres mil tiros.</p>
-
-<p>Aprovechando la confusión que se produjo a raíz de este ataque, el
-temible agitador logró eludir la vigilancia de la policía,
-ignorándose hasta este momento su paradero. Se espera, sin embargo,
-detenerle de un momento a otro.<span class="pagenum"><a name="page_173" id="page_173">{173}</a></span></p>
-
-<p>Nicolás Dilonoff, que también se hace llamar Jesús Martínez, es un
-viejo conocido de nuestra policía. Ha llegado al país hace pocos
-meses, y a pesar de eso habla correctamente el español. Se sabe que
-en Rusia, su país de origen, ha mantenido estrechas relaciones con
-Lenín y Trotsky.»</p></div>
-
-<p>Suspendo la lectura y llamo al mucamo: ¡Mauricio! ¡Mauricio!... Mauricio
-se presenta alarmado. Yo me vuelvo hacia él con una profunda congoja y
-le digo: «Mauricio, estoy mal de la cabeza. Llama inmediatamente a un
-médico; prepárame un sinapismo; llévate esos diarios; alcánzame la
-aspirina; corre el cortinado; disponme otro baño; avísale a Perucho,
-pero no le dejes entrar; no estoy para nadie; descuelga el tubo del
-teléfono y arréglame las valijas, porque me voy a Montevideo...»</p>
-
-<p>Mauricio supone que efectivamente estoy mal de la cabeza, y yo me vuelvo
-a meter en cama...<span class="pagenum"><a name="page_174" id="page_174">{174}</a></span></p>
-
-<h3>CAPITULO XIV<br /><br />
-<small>DE CÓMO RECOBRO EL USO DE LA RAZÓN Y OTROS OBJETOS</small></h3>
-
-<p>Miércoles, 15.&mdash;He pasado una terrible crisis. Desde el domingo hasta
-anoche he sido presa de la fiebre y del delirio. Sólo ayer, a la hora de
-la comida, después de un breve sueño reparador, he vuelto a ser el
-hombre normal de hace ocho días. El médico cree que aun estoy débil y ha
-prohibido que se me hable de la huelga; pero, como es natural, durante
-toda la noche no nos hemos ocupado de otra cosa con Perucho Salcedo y
-con Amenábar, que han estado a visitarme. Les he contado todo lo que me
-ocurrió desde el jueves último, a medida que me iba acordando, y ¡bien
-sabe Dios si hay fallas en mi memoria!</p>
-
-<p>¡Cosa singular! Se han reído hasta desterni<span class="pagenum"><a name="page_175" id="page_175">{175}</a></span>llarse. Cuando hubieron
-terminado de reírse, examinamos mi situación personal. Perucho me
-aconsejó que le mandase los padrinos al comisario de la 44, y Amenábar,
-que fuera a reclamar el reloj, la tabaquera, las llaves y el dinero que
-me habían sacado. Este último consejo me parece el más oportuno; pero
-antes debo liquidar mi situación como delincuente, porque no hay que
-olvidar que tengo la captura recomendada... Para la Policía soy
-Dilonoff, el terrible Dilonoff, un prófugo, un conjurado, un perturbador
-del orden social.</p>
-
-<p>Amenábar ha prometido arreglarme el asunto en el día, pero no las tengo
-todas conmigo. Si fuese un delincuente empedernido podría contar, por lo
-menos, con el indulto presidencial; pero como soy inocente...</p>
-
-<p>A las cuatro llega Amenábar en su soberbio «Packard». Vienen con él
-Perucho, Totó Arribillaga y el mono Sánchez Oriol, que es medio pariente
-del comisario de la 44. Todos quieren presenciar el efecto de mi
-reaparición en la Comisaría que asalté yo solo, por mi cuenta.</p>
-
-<p>Como ya me siento bien y además tengo deseos de unirme con mi reloj, no
-opongo obs<span class="pagenum"><a name="page_176" id="page_176">{176}</a></span>táculos al viaje, cuya duración no deja de preocuparme.
-¡Estos jóvenes no saben dónde queda la Comisaría 44! Sin embargo, a los
-veinte minutos nos detenemos ante un edificio, que reconozco vagamente.
-Hemos venido en línea recta, sin la menor desviación ni el más pequeño
-barquinazo. ¿Es el coche o las calles? Vuelvo a sufrir la ilusión del
-damero.</p>
-
-<p>Cruzamos el zaguán obscuro, en el que ya no se advierte rastro alguno de
-las pasadas luchas. (La Comisaría ha seguido siendo asaltada después de
-mi retiro.)</p>
-
-<p>El mono Sánchez Oriol se adelanta y, después de parlamentar brevemente,
-nos hace pasar al despacho del comisario.</p>
-
-<p>Este nos recibe de pie con una afabilidad de gran caballero.</p>
-
-<p>Presentaciones: Amenábar, Salcedo, Arribillaga. Grandes saludos. Cuando
-me llega el turno, el mono dice simplemente: «¡Dilonoff!» Coro general
-de carcajadas. El comisario es el que ríe con más ganas. Después de un
-momento de conversación, durante el cual nos muestra un retrato de
-Sarmiento destrozado por las balas (es el retrato que el sargento arrojó
-sobre la<span class="pagenum"><a name="page_177" id="page_177">{177}</a></span> barricada), procede a entregarme «mis efectos». Por una
-deferencia especial no me pide recibo.</p>
-
-<p>Nos despedimos; pero cuando todos han salido, el simpático comisario me
-retiene para decirme con tono de dulce reproche: «Pero, amigo, ¿cómo no
-me dijo usted que era socio del Jockey?...»</p>
-
-<p>Al regresar vamos a toda velocidad por la anchurosa avenida con arboleda
-central. Inesperadamente el mono Sánchez Oriol prorrumpe en un alarido:
-«¡Viva el presidente del Soviet!» Este grito hace volver la cabeza a los
-transeuntes, y creo reconocer rápidamente dos ojos garzos que me miran
-con asombro, una cabellera castaña, un traje blanco suelto. ¿Es una
-ilusión?... ¡Estos autos marchan tan rápido!...<span class="pagenum"><a name="page_179" id="page_179">{179}</a></span><span class="pagenum"><a name="page_178" id="page_178">{178}</a></span></p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_180" id="page_180">{180}</a></span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_181" id="page_181">{181}</a></span>&nbsp; </p>
-
-<h2><a name="EL_CULTO_DE_LOS_HEROES" id="EL_CULTO_DE_LOS_HEROES"></a>EL CULTO DE LOS HEROES</h2>
-
-<h3>CAPITULO PRIMERO<br /><br />
-<small>DE CÓMO DON JUAN MARTÍN IBA ACORTANDO SUS PASEOS</small></h3>
-
-<p>Al salir aquella mañana, don Juan Martín habíase dado con el mayor de
-sus nietos, quien, cansado y furtivo, regresaba al domicilio familiar.
-El muchacho, sorprendido, no acertó sino a decir: «Buenos días»,
-cortesía trivial que el anciano retribuyó con un «Buenas noches»
-cortante como el aire frío de la madrugada.</p>
-
-<p>No dijo más; pero el encuentro habíale puesto de mal humor.</p>
-
-<p>Por un antiguo hábito ambulatorio, don Juan Martín tenía la costumbre de
-meditar sobre sus negocios mientras iba por la calle, solo y abstraído,
-en medio del tumulto urbano. La primera idea de su gran empresa
-ocurriérasele en esa forma, al cabo de cinco años<span class="pagenum"><a name="page_182" id="page_182">{182}</a></span> de pasear por la
-ciudad su aparejo de afilador, y otros tantos había madurado el proyecto
-en sus interminables caminatas. Cinco años, durante los cuales empujó su
-máquina rudimentaria con aire ausente, acariciando en su espíritu vagos
-sueños de riqueza y arrancando a su silbato, de trecho en trecho, un
-sonido largo y modulado como un reclamo a la fortuna.</p>
-
-<p>Por cierto que ese pregón, tradicional en Buenos Aires, no tuvo poca
-parte en la ulterior prosperidad de Juan Martín. A causa de él, los
-robustos changadores gallegos que en muchas esquinas comentaban
-indolentemente la exigua crónica telegráfica de los diarios de entonces,
-a la espera de que se les mandase llamar para transportar un piano o
-conducir una carta de amor, tareas desproporcionadas que realizaban con
-igual indiferencia e idéntica celeridad, solían burlarse de su cuasi
-conterráneo&mdash;Juan Martín era de los límites de Asturias&mdash;con toda la
-pesadez de su inteligencia de atletas. En Galicia, con el mismo reclamo,
-largo y modulado, anuncian su presencia en las aldeas los castradores de
-cerdos. Y eran sobre ese <i>leit-motiv</i> procaz, un número in<span class="pagenum"><a name="page_183" id="page_183">{183}</a></span>finito de
-variaciones y desarrollos que el pobre ambulante escuchaba resignado,
-traduciendo únicamente su sorda irritación en el leve temblor del
-silbato de níquel que colgaba siempre de su boca como una prolongación
-natural del belfo. ¿Fué un efecto de su antipatía hacia aquel gremio
-jocundo y holgazán la primer idea de la industria que lo enriqueció y
-llegó a cambiar uno de los aspectos de la ciudad? ¿O no se debió todo
-sino a la antigua hostilidad de las tribus nómadas hacia las de hábitos
-sedentarios, causa de tantas luchas prehistóricas, reconocible aún, bajo
-pretextos nuevos, en los conflictos de los gremios urbanos? Fuera uno u
-otro sentimiento la raíz oculta de su invención, o ambas a la vez, el
-hecho es que a Juan Martín se le ocurrió realizar los servicios que
-llevaban a cabo sus pesados burladores con carros ligeros de dos ruedas,
-y un buen día, dejando su máquina de afilar en un rincón de la pieza que
-habitaba con su mujer y su hija, se lanzó a la calle arrastrando el
-primer vehículo a tracción humana que se conoció en la capital. En los
-años que siguieron y que marcaron un ascenso lento, pero constante, en
-su<span class="pagenum"><a name="page_184" id="page_184">{184}</a></span> pequeña industria, D. Juan Martín continuó recorriendo la ciudad al
-paso flexible y silencioso de sus alpargatas, revisando en su mente
-cálculos de enriquecimiento cada vez más concretos. Y a medida que se
-engrandecía su negocio iba disminuyendo el radio de sus paseos y la
-amplitud de sus meditaciones.</p>
-
-<p>Ahora que estaba enormemente rico, que había centralizado en su empresa
-casi todos los servicios de transportes y encomiendas del país, que
-figuraba en el directorio del Banco Español y era uno de los mayores
-propietarios de inmuebles de la ciudad, el breve trayecto entre su
-lujoso hotel de la calle Maipú y el viejo edificio de las oficinas en el
-Paseo de Julio, cerca del Retiro, bastábale para resolver todos sus
-asuntos. Pero siempre el ritmo de su paso era el mismo de cuando iba
-empujando su aparejo, y aunque algo relajado por la senectud, su belfo
-se avanzaba como si aun intentara, con el silbato ausente, lanzar uno de
-aquellos largos y modulados reclamos a la fortuna.<span class="pagenum"><a name="page_185" id="page_185">{185}</a></span></p>
-
-<h3>CAPITULO II</h3>
-
-<p class="hang">EN QUE SE MUESTRA QUE LA PIEDAD, COMO OTROS ACHAQUES DE LA VEJEZ,
-LA MIOPIA, POR EJEMPLO, PUEDE CORREGIRSE CON EL USO DE CRISTALES
-ADECUADOS</p>
-
-<p>Esa vez, al llegar al edificio de la Empresa, D. Juan Martín advirtió
-que, contra su costumbre, no había sido durante la breve caminata dueño
-de sus pensamientos. Evidentemente, el encuentro con su nieto habíale
-puesto de mal humor. Una sucesión lenta de ingratas escenas familiares,
-un sentimiento difuso de soledad y la impresión angustiosa de que su
-ausencia definitiva no sería lamentada por nadie, le dominaron durante
-todo el trayecto. Así, cuando se vió ante la puerta de su despacho y
-recordó que debía resolver en última instancia aquel asunto de los
-terrenos de Puente Alsina, se notó desapercibido y en mal estado de
-ánimo.<span class="pagenum"><a name="page_186" id="page_186">{186}</a></span></p>
-
-<p>Don Juan Martín nunca dejaba librado al azar de una entrevista el
-resultado de un negocio, pequeño o grande. Iba siempre a ella con un
-plan apenas esbozado, pero llevando una decisión prolijamente madurada
-en sus paseos, de la que no se apartaba un ápice.</p>
-
-<p>Pero en esta ocasión estaba desorientado e indeciso. ¿Consentiría en
-renovar una vez más el contrato de alquiler a los paisanos suyos, que
-desde tiempo inmemorial poseían en aquellos terrenos un establecimiento
-entre rural y urbano, a la vez fonda, cancha de bochas y corralón de
-hacienda?</p>
-
-<p>El creciente desvío de la hija, que comenzara poco después de la muerte
-de la madre, le había ido acercando a sus paisanos, le hacía complacerse
-en las evocaciones de la tierra natal, tan lejana en sus recuerdos, y le
-convirtiera en el filántropo de que hablaban los periódicos regionales
-de aquí y de allá. Por eso mantuviera hasta entonces improductivos
-aquellos terrenos comprados casi por nada a fines del siglo, que había
-visto, en su última visita, rodeados de amplias avenidas, calles
-pavimentadas, líneas de tranvías, casas moder<span class="pagenum"><a name="page_187" id="page_187">{187}</a></span>nas y edificios
-industriales. Sus dos paisanos, padre e hijo, venían disfrutando de esa
-locación excepcional con la misma candorosa indiferencia con que se
-habían dejado cercar por el progreso y la riqueza, sin modificar sus
-hábitos rurales adquiridos treinta años antes, cuando aquel lugar era el
-tránsito obligado de los arreos que iban al matadero. ¿Prolongaría esa
-situación absurda, perjudicando un plan ya antiguo de ampliación de los
-depósitos de la Empresa, para no alterar la dejadez crónica de los dos
-acriollados asturianos?</p>
-
-<p>Cuando penetró en el despacho, ya le estaban aguardando, zurdamente
-acomodados en sendos sillones, sus dos inquilinos: el padre, un anciano
-de barba blanca, pañuelo de seda negra al cuello, ropa obscura y botines
-de elástico, y el hijo, un hombre ya maduro, fornido, con aspecto de
-capataz de estancia. Don Juan Martín los saludó sin mucha espontaneidad;
-ocupó su asiento tras el escritorio, y al punto entabló la conversación
-con sus comprovincianos. Los dos inquilinos no conservaban el menor dejo
-del acento nativo. Hablaban con la prosodia llana y el lenguaje
-des<span class="pagenum"><a name="page_188" id="page_188">{188}</a></span>cuidado de los hombres del campo de Buenos Aires. En cambio, D. Juan
-Martín, que nunca perdiera la ruda pronunciación regional, había
-adquirido en la última época de su vida, por su frecuentación del alto
-comercio español, el prurito del casticismo. Y nada más cómico, a causa
-de esa diferencia idiomática, que la continua apelación a los orígenes
-comunes, al deber de ayudar a los paisanos, al amor al terruño con que
-los dos suplicantes procuraban ablandar al hombre de negocios.</p>
-
-<p>Mientras así le hablaban, D. Juan Martín, lejos de conmoverse por las
-evocaciones ingenuas de la aldea, casi desvanecida en su memoria,
-pensaba en la catástrofe que significaría para aquel viejo verse
-expulsado del lugar en que, por una síntesis frecuente en los
-inmigrantes españoles que no han sido arrastrados por el vértigo de la
-ciudad, conciliara desde su llegada al país el espíritu sedentario del
-agricultor europeo con la clásica despreocupación del gaucho. En todo el
-tiempo que llevaban aquí no habían ahorrado un centavo, ni acreditado su
-negocio, ni conseguido aptitud alguna para abrirse camino en la vida.
-Todo<span class="pagenum"><a name="page_189" id="page_189">{189}</a></span> su capital consistía en la clientela, cada vez más escasa, que
-acudía a aquel establecimiento indefinido, último representante de la ya
-olvidada tradición del barrio. Contra la formidable presión del ambiente
-que tendía en cien formas distintas a desplazarlos, a arrojarlos a los
-nuevos suburbios, para hacerles repetir al cabo de cuarenta años los
-días azarosos de la inmigración, no tenían más defensa que la buena
-voluntad de su afortunado paisano.</p>
-
-<p>Don Juan Martín sentía que se iba emocionando. Le impresionaba, sobre
-todo, la afinidad espiritual que era posible advertir entre el padre y
-el hijo, el cariño viril que se profesaban, la semejanza en la figura,
-en los gestos, en la voz... Y envidiaba al pobre viejo de barba blanca
-esa paternidad absoluta, acabada, tanto quizá como él suponía codiciaban
-los otros su actual opulencia.</p>
-
-<p>Estaba a punto de pronunciar la palabra definitiva que devolvería la
-tranquilidad a sus visitantes&mdash;D. Juan Martín nunca se desdecía&mdash;cuando
-alcanzó a ver sobre la mesa el estuche de los lentes. Con un gesto
-maquinal los abrió, montó los cristales sobre su fuerte<span class="pagenum"><a name="page_190" id="page_190">{190}</a></span> nariz y comenzó
-a revisar el fajo de papeles que tenía ante sí. Era el anteproyecto del
-inmenso depósito para la Empresa, a construirse sobre los terrenos de
-Puente Alsina. La oficina técnica que los había formulado algunos años
-antes y que ahora insistía en ellos con motivo de la terminación del
-irrisorio contrato señalaba la necesidad, cada día más imperiosa, de
-descongestionar la casa central, de tener un local adecuado para los
-camiones, de alejar el tráfico de las parroquias aristocráticas. Había
-que aprovechar, además, los precios transitoriamente bajos de los
-materiales de construcción. Todo esto, gracias a la ampliación de los
-cristales, se le aparecía con caracteres nítidos, con una acuidad de
-visión que era a la vez un placer del sentido y de la mente.</p>
-
-<p>En cambio, al levantar la cabeza, las siluetas de los dos hombres que,
-encogidos en la penumbra, estaban aguardando la respuesta, se le
-presentó borrosa, confusa, apenas perceptible.</p>
-
-<p>Y sin vacilar, con un solo movimiento negativo, condenó irrevocablemente
-a sus dos paisanos a la miseria.<span class="pagenum"><a name="page_191" id="page_191">{191}</a></span></p>
-
-<h3>CAPITULO III<br /><br />
-<small>BREVE EXCURSIÓN A TRAVÉS DE LOS APELLIDOS</small></h3>
-
-<div class="poetry">
-<div class="poemrt"><div class="stanza">
-<span class="i0">«... but the last name is certainly meant,<br /></span>
-<span class="i0">by all logic and history, to link a man<br /></span>
-<span class="i0">with his human origins, habits or<br /></span>
-<span class="i0">habitation.»&mdash;<i>G. K. Chesterton.</i><br /></span>
-</div></div>
-</div>
-
-<p>Don Juan Martín no tenía apellido. Es decir, el nombre de Martín, que
-recibiera de su padre, y éste a la vez de sus obscuros antepasados, no
-había sufrido la deformación que la costumbre exige para que se le
-considere un apellido. Parecía un nombre de expósito, y a esta
-circunstancia, que causara la aflicción de su hija, debiérase el que,
-por un homenaje inconsciente al iniciador de la industria, todas las
-Empresas de mudanzas llevaran durante un tiempo en Buenos Aires nombres
-de expósitos: Juan José, Pedro Juan, Luis Martín, etc.<span class="pagenum"><a name="page_192" id="page_192">{192}</a></span></p>
-
-<p>Tal suerte de apellidos no evolucionados es relativamente numerosa y no
-tiene por fuerza consecuencias nefastas para el ansia de figuración
-social de sus poseedores. Basta juntarlos indisolublemente con los
-apellidos maternos, con lo cual fórmase un nombre compuesto más o menos
-eufónico, pero que es prenda segura de un antiguo linaje.</p>
-
-<p>A la chica de Martín, cuando soltera, ni siquiera ese recurso le había
-quedado. El apellido de la madre, muerta hacia fines del siglo pasado,
-era un nombre imposible de exhibir a causa de lo que evocaba. Debió,
-pues, limitarse al uso del simple apellido paterno hasta que por el
-matrimonio lo completó con el de su marido, Alava, anteponiéndole la
-obligada partícula <i>de</i>, que acentuaba el efecto, al añadirle una vaga
-ilusión de aristocracia.</p>
-
-<p>Doña Juana María Martín de Alava había olvidado hacía ya mucho tiempo
-esa humillante preocupación de su juventud. Así, cuando advertida por el
-padre de que en la semana próxima cumpliríase el vigésimoquinto
-aniversario del fallecimiento de la madre, y al disponerse a redactar el
-aviso de unos fune<span class="pagenum"><a name="page_193" id="page_193">{193}</a></span>rales, no es de extrañar que tuviera una ligera
-vacilación: la señora de Alava no recordaba el apellido de la madre.</p>
-
-<p>Largo tiempo estuvo con el extremo del lápiz de oro entre sus labios
-bermejos, la mirada de sus ojos azules perdida en el vacío y el busto
-inclinado tratando de recordar el otro nombre de la madre.</p>
-
-<p>No sin una ligera emoción, evocó su imagen. Volvió a verla, y se vió
-ella como hacía treinta años, pequeña, descalza, desarrapada, ayudándole
-a torcer la ropa en el lavadero de la ribera y siguiéndola luego por la
-barranca de la calle Comercio, en el camino de regreso a casa. Con un
-rubor retrospectivo recordó las injurias dialectales con que solía
-contestar los chicoleos atrevidos de los <i>cuarteadores</i>, a quienes
-llamaban la atención sus colores de campesina y el garbo con que llevaba
-en equilibrio sobre la cabeza, por la empinada cuesta, el monumental
-cesto de la ropa blanca.</p>
-
-<p>Doña Juana María se asombró un poco de tener tan presente ahora el lugar
-de la escena. La vez pasada, con motivo de una visita a la sala del
-Patronato de la Infancia, que se<span class="pagenum"><a name="page_194" id="page_194">{194}</a></span> halla por aquellas inmediaciones,
-había pasado por allí y nada recordara.</p>
-
-<p>Luego, ya distraída del objeto de su esfuerzo rememorativo, pensó en
-cuán pequeña fuera la parte de la madre en el destino común. Muerta
-cuando apenas comenzaba a apuntar la prosperidad, su recuerdo no estaba
-vinculado a ninguno de los sucesivos triunfos familiares logrados merced
-a la tozudez del padre y a la habilidad de la hija.</p>
-
-<p>La señora de Alava se atribuía, en efecto, un papel importante en el
-encumbramiento de don Juan Martín, cuyos aciertos financieros había ella
-realzado y centuplicado mediante la sucesiva elevación del plano social
-en que debían desenvolverse. Por cierto que la ambiciosa señora no se
-sentía muy apoyada en esa tarea de equilibrar constantemente el grado,
-siempre en ascenso, de la riqueza con los gustos, la educación, los
-modales y el tren del formidable trabajador.</p>
-
-<p>¡El padre era tan brusco, tan limitado, tan egoísta! ¡La había dado
-tantos disgustos!</p>
-
-<p>Por contraste, pensó en la madre, que no la había dado ninguno; la
-madre, que se había<span class="pagenum"><a name="page_195" id="page_195">{195}</a></span> marchado discretamente de la vida antes de que su
-ignorancia y su torpeza hubiesen comenzado a importunar a la hija.</p>
-
-<p>De ella no quedaba sino una fotografía desvanecida y una mala ampliación
-al carbón que D. Juan Martín se obstinaba en conservar en su dormitorio.</p>
-
-<p>La señora retuvo, quizá por primera vez, que de ella había heredado el
-color de los ojos, la frescura de la boca, el porte gentil...</p>
-
-<p>Y quedóse meditando, los grandes ojos azules perdidos en el vacío, el
-lápiz de oro apoyado contra los labios bermejos, con aquella expresión a
-la vez hierática y desdeñosa que se había compuesto inspirándose en las
-láminas mundanas del <i>Sketch</i>.</p>
-
-<p>¿Llegó a recordar la señora de Alava el nombre impublicable?</p>
-
-<p>Probablemente no; porque el aviso que apareció en los diarios decía así:</p>
-<p>&nbsp;</p>
-
-<p><img src="images/cross.png"
-width="25"
-alt="✝"
-style="vertical-align:top;"
-/> MANUELA N. DE MARTIN, Q. E. P. D., FALLECIDA el 15 de marzo de 1894...<br />
-<span class="pagenum"><a name="page_196" id="page_196">{196}</a></span></p>
-
-<h3>CAPITULO IV<br /><br />
-<small>EL HUEVO DE LEDA</small></h3>
-
-<p>Poco interesados en aquella exhibición de un establo absolutamente
-aséptico, en el que cada uno de los animales tenía a su cabecera,
-prolijamente encuadrada, su ficha individual, como los enfermos de los
-hospitales, Amenábar y el embajador de España habíanse quedado a la zaga
-de la comitiva.</p>
-
-<p>&mdash;¿Se imagina usted&mdash;observó Amenábar&mdash;qué pensarán los peones de este
-establecimiento cuando se les diga que Jesucristo ha nacido en un
-establo?</p>
-
-<p>El embajador, que, a pesar de ser diplomático de carrera, tenía la
-imaginación viva, sonrióse ante la idea de un retablo «absolutamente
-aséptico», con una vaca de <i>pédigree</i>, pesebres de níquel, algodón
-hidrófilo, gasas, ácido bóri<span class="pagenum"><a name="page_197" id="page_197">{197}</a></span>co pulverizado para simular la nieve, y
-unos angelitos que parecieran arrancados de la portada de un libro sobre
-Eugenia, extendiendo sobre el candoroso grupo de la Sagrada Familia esta
-leyenda: <i>Salus populi suprema lex...</i></p>
-
-<p>Pero el hábito profesional se impuso inmediatamente a su espíritu
-risueño y dijo con suavidad:</p>
-
-<p>&mdash;Hay en esta extremosa preocupación por la ganadería, como en la ligera
-jactancia que casi todos vosotros tenéis de ser entendidos en las faenas
-rurales, un explicable orgullo de los orígenes de vuestra riqueza, así
-la colectiva como la individual. Sois un pueblo agrícola y ganadero;
-vuestra naciente aristocracia fúndase, más que en la tradición del
-apellido, o en el capital amonedado, en las extensiones de campo que
-hicieron fructificar el esfuerzo y la industria propios o de vuestros
-ascendientes. Y como las aristocracias no se forman sino por la
-consagración de sucesivas generaciones a una empresa común, encuentro
-loable y justificadísimo el empeño que ponéis en mostraros los mejores
-criadores del mundo...<span class="pagenum"><a name="page_198" id="page_198">{198}</a></span></p>
-
-<p>Hablando así, el embajador de España preparaba la pequeña disertación
-con que luego, en la mesa, procuraría ser agradable a los dueños de casa
-y mostraría ante el Infante que había penetrado el espíritu del país.</p>
-
-<p>&mdash;Así, el señor de Alava&mdash;continuó el diplomático&mdash;, al aplicarse, con
-todos los recursos de su ciencia y de su experiencia, a refinar el
-plantel ganadero, prosigue y enaltece la obra de progreso iniciada por
-D. Juan Martín cuando trajo a esta granja las pocas primeras vacas que
-fueron el origen de su actual fortuna...</p>
-
-<p>&mdash;Le advierto&mdash;interrumpió Amenábar&mdash;que la fortuna de D. Juan Martín
-tiene orígenes absolutamente metropolitanos. Nuestro anfitrión, desde
-que llegó a Buenos Aires, en el 78, no salió jamás de la capital.</p>
-
-<p>&mdash;Entonces&mdash;dijo inquieto el diplomático, que veía deshacerse su pequeño
-efecto oratorio del almuerzo&mdash;es el señor de Alava...</p>
-
-<p>&mdash;Alava&mdash;repuso implacablemente Amenábar&mdash;es médico, hijo de unos
-pequeños comerciantes españoles. Hasta que casó con Juana María no había
-pensado nunca en dedicarse a la cría de ganado fino: pero las amis<span class="pagenum"><a name="page_199" id="page_199">{199}</a></span>tades
-de Club le sugirieron eso que es ya la consecuencia obligada de todo
-buen matrimonio: irse a trabajar al campo con el dinero del suegro.</p>
-
-<p>Y ante un gesto de desagrado del embajador, que no respetaba la riqueza
-adquirida en el comercio, cosa de judíos y de ingleses, Amenábar le
-refirió la historia del encumbramiento de D. Juan Martín. Cómo había
-andado por las calles con su piedra de afilar y su silbato; cómo había
-tenido la audacia de uncirse él mismo al primer carro ligero de dos
-ruedas que conociéramos en el país; cómo fundara una empresa de
-mudanzas, y cómo ésta se convirtiera al cabo de los años en la poderosa
-Compañía de transportes y encomiendas que llevaba su nombre.</p>
-
-<p>&mdash;No crea usted&mdash;terminó Amenábar&mdash;que D. Juan Martín hace misterio de
-sus comienzos. Por el contrario, exhibe su origen humilde y recuerda la
-dura vida de su juventud con una insistencia que resulta molesta a Juana
-María, sobre todo ante ciertos huéspedes. El viejo ha conservado
-religiosamente la máquina de afilar, y hubo un tiempo en que la
-mos<span class="pagenum"><a name="page_200" id="page_200">{200}</a></span>traba con orgullo a todos cuantos le visitaban. Por cierto que esa
-manía fué la tortura de la hija, tan distinguida y tan cuidadosa de su
-prestigio mundano, porque a causa de ella recibió el mote de «la
-afiladora»... ¿Usted conoce el sentido que esa palabra tiene entre
-nosotros?... Eso la desesperaba... Poco a poco, a fuerza de estrategia
-ha conseguido que el padre relegara a este alejado establecimiento de
-campo, adonde no viene casi nunca, el molesto artefacto. Ya verá usted,
-a menos que Juana María se interponga con su infinito <i>savoir faire</i>,
-cómo el viejo nos lleva hasta donde está la máquina.</p>
-
-<p>Amenábar bajó la voz porque iban acercándose al grupo principal. Estaban
-al final de los boxes. El infante de Aragón, fatigado de interrogar
-sobre cada animal y de escuchar con aire complacido las respuestas
-sabias de Alava, dejó vagar la vista por la extensión esmeralda del
-campo que se desplegaba más allá de la verja, pintada de bermellón. Don
-Juan Martín, que había guardado silencio hasta entonces, creyó oportuno
-intervenir en la conversación suspendida.<span class="pagenum"><a name="page_201" id="page_201">{201}</a></span></p>
-
-<p>&mdash;Cuando yo llegué a Buenos Aires&mdash;comenzó a decir&mdash;y andaba...</p>
-
-<p>&mdash;¡Por Dios, papá!&mdash;interrumpió rápidamente Juana María, temerosa del
-inevitable desarrollo de aquellas evocaciones paternales&mdash;. ¡No es
-necesario remontarse al huevo de Leda!</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué huevo, ni qué huevo! ¿Quién está hablando ahora de
-huevos?&mdash;replicó severamente el padre&mdash;. Le decía al señor&mdash;continuó
-indicando al príncipe&mdash;que cuando yo llegué a Buenos Aires, allá por el
-año 78...</p>
-
-<p>La señora de Alava sintió que las piernas le flaqueaban y que el paisaje
-daba vueltas en torno suyo vertiginosamente. Una angustia indecible le
-atenazaba el pecho, y el sonido de las palabras del padre le llegaba
-interrumpido por el latido de la sangre que le golpeaba en los tímpanos
-con el galope rítmico de un metrónomo alocado. Toda la mañana había
-estado temiendo aquella catástrofe y ahora se producía allí, en las
-peores condiciones, a un paso del galpón donde se guardaba la máquina
-infernal.</p>
-
-<p>Cuando consiguió serenarse, ya D. Juan<span class="pagenum"><a name="page_202" id="page_202">{202}</a></span> Martín había dejado de hablar.
-No fuera todo sino una falsa alarma. El anciano había observado
-simplemente que el perfeccionamiento del ganado criollo era un hecho
-indiscutible para él comparando sus recuerdos con lo que ahora en las
-mismas calles de Buenos Aires podía advertirse.</p>
-
-<p>La señora de Alava respiró profundamente e indicó la necesidad de
-regresar a la casa para el almuerzo. Todos se pusieron en marcha.
-Alejado el peligro, Juana María sonreía con la sonrisa tímida de los
-convalecientes, pálida aún por la impresión sufrida.</p>
-
-<p>En la mesa, sentada a la derecha del infante, frente a monseñor De
-Filippis, que no hacía sino elogiar la mansedumbre de la existencia
-campesina en aquella casa donde no faltaba ninguno de los refinamientos
-de la ciudad, y junto al embajador, que aspiraba en cada momento a dar a
-Su Alteza una impresión exacta del carácter porteño, la hija de Juan
-Martín tuvo conciencia de que por primera vez en la vida se realizaba
-plenamente su destino. El padre, el único detalle que podía entenebrecer
-aquella visión triunfal, des<span class="pagenum"><a name="page_203" id="page_203">{203}</a></span>aparecía en un extremo de la mesa, entre un
-periodista español, elocuente y voluminoso, que acompañaba al infante en
-la gira por América, y el oficial argentino, edecán del príncipe, al que
-continuamente se le escapaban los cubiertos con un estrépito atroz.</p>
-
-<p>A mediados de la comida, el embajador, que se había servido pródigamente
-del borgoña blanco&mdash;un Montracher 1900&mdash;, aprovechando una coyuntura
-favorable comenzó a hablar:</p>
-
-<p>&mdash;Hay en esta extremosa preocupación por la ganadería, así como en la
-ligera jactancia que casi todos vosotros tenéis de ser entendidos en las
-faenas rurales, un explicable orgullo de los orígenes de vuestra
-riqueza, tanto la colectiva como la individual. Sois un pueblo agrícola
-y ganadero...</p>
-
-<p>Ya lanzado en el tema, por un hábito profesional, reprodujo exactamente
-lo que una hora antes le había dicho a Amenábar. Repitió todo, hasta la
-alusión a las primeras vacas que fueron el punto de partida del
-enriquecimiento de D. Juan Martín.</p>
-
-<p>Y la rectificación fatal se impuso. Desde el extremo de la mesa el
-potentado recordó su<span class="pagenum"><a name="page_204" id="page_204">{204}</a></span> vida de trabajo, las humillaciones sufridas, las
-fatigas y los desalientos sobrepujados, caminando constantemente por las
-calles de la inmensa ciudad.</p>
-
-<p>Juana María soportó con noble entereza el temido contratiempo. Había
-advertido que, a partir del segundo plato, el infante, rojo y abotagado,
-cayera en una especie de sopor que le mantenía insensible a todo lo que
-no era comer y beber.</p>
-
-<p>Lo que más le alarmó fué verle a Amenábar anotar algo, sonriéndose, en
-la tarjeta del menú.</p>
-
-<p>Adivinó una malevolencia y tuvo un ligero estremecimiento.</p>
-
-<p>En la lista del menú, impreso en una cartulina transparente, que
-ostentaba en relieve el escudo de armas del príncipe, el clubman, con su
-letra clara e impersonal, acababa de interpolar:</p>
-
-<div class="poetry">
-<div class="poem"><div class="stanza">
-<span class="i0"><i>Œufs de Leda a la gaffe.</i><br /></span>
-</div></div>
-</div>
-
-<p>Esa visita del infante a la estancia de Alava marcó para Juana María uno
-de los grandes momentos de su existencia. Aunque siempre<span class="pagenum"><a name="page_205" id="page_205">{205}</a></span> guardó el
-penoso recuerdo del mal rato pasado durante el almuerzo, adquirió la
-convicción de que no se había equivocado en la conducta que venía
-observando desde que por la muerte de la madre quedara como compañera
-única de D. Juan Martín. No, no habían sido inútiles todas las sucesivas
-concesiones que fuera arrancando al tosco trabajador: la casa propia, el
-cambio de hábitos de vida, muebles lujosos, servidumbre abundante,
-cultivo de relaciones sociales y, por último, la estancia para Alava,
-costoso capricho de millonario.</p>
-
-<p>Cada una de estas conquistas había demandado un largo asedio, constante
-ejercicio de paciencia y bruscos asaltos de rebeldía filial. Y los
-triunfos, lejos de allanarle el camino para otras victorias, se lo
-hacían más difícil, enardeciendo el espíritu del vencido. ¡Lo que le
-había costado decidirle a abandonar aquella necrópolis de la calle
-Venezuela, antiguo caserón del tiempo de los virreyes, con puertas
-macizas, ventanas de hierros forjados, patios con enredaderas, en que
-anidaban las arañas, y un aljibe! ¡Y convencerle de que edificase un
-hotelito en el Retiro, cerca del palacio<span class="pagenum"><a name="page_206" id="page_206">{206}</a></span> de los Paz, que representaba
-entonces para Juana María el tipo de la vivienda señorial! Al recuerdo
-de tales luchas, la señora de Alava tenía una sonrisa fatigada. No, no
-habían sido inútiles tantos esfuerzos. La visión del trozo de mesa con
-el infante, el embajador y el obispo le iluminó interiormente. Pero al
-mismo tiempo pensó que su victoria no sería nunca absoluta ni
-definitiva. Había en su vida algo irreductible, que le amargaba los
-momentos más brillantes, que la mantenía en perpetua zozobra. ¿Qué podía
-ella en contra de su padre? Volvió a sentir la vergüenza de aquel
-almuerzo y recordó con qué furor contenido ordenó secretamente, antes de
-salir para Buenos Aires, la destrucción de la odiosa máquina de afilar.</p>
-
-<p>Sólo al recibir, algunos días después, la noticia de que aquel inanimado
-compañero de andanzas de su padre había sido despedazado y aventados sus
-restos tuvo conciencia de cuánto y qué antiguo era su aborrecimiento.<span class="pagenum"><a name="page_207" id="page_207">{207}</a></span></p>
-
-<h3>CAPITULO V<br /><br />
-<small>LA VUELTA AL COLONIAL</small></h3>
-
-<p>Una tarde, pocas semanas después de la visita del príncipe, el auto de
-la señora de Alava se detuvo silenciosamente ante la entrada de las
-oficinas de la Empresa. Descendió de él doña Juana María, y con una
-agilidad aun juvenil, subió presurosamente la escalera que conducía al
-despacho de su padre, donde irrumpió, alegre y dominadora, envolviendo
-al anciano en un tumulto de palabras cariñosas y un hálito de violetas.
-Sorprendido, don Juan Martín no pudo menos que sonreír, a pesar de su
-adustez acostumbrada.</p>
-
-<p>De algunos años a aquella parte esas visitas de la hija, que le llenaban
-de cierto orgullo paternal, se iban haciendo cada vez más raras. Antes,
-en los primeros tiempos de la Empresa, cuando el trabajo era rudo y las
-preocupacio<span class="pagenum"><a name="page_208" id="page_208">{208}</a></span>nes pesaban continuamente sobre su espíritu, D. Juan Martín
-tenía, por lo menos, la compensación de esa visita vespertina, seguida
-de un paseo a pie, durante el cual la joven parloteaba incansable,
-descubriendo bajo la mirada socarrona del padre todas sus ambiciones,
-todos sus celos femeninos. Y fué en esos paseos en los que Juana María
-había ido desbastando poco a poco la inteligencia del comerciante,
-reformando sus hábitos, ampliando el horizonte de su vida y
-acostumbrándole a no medir con el mismo patrón de estricta economía los
-gastos usuales y los expendios de carácter suntuario. Era aquel tiempo
-feliz en que su hija no tenía obligación alguna; después vinieron lo que
-llamaba ella sus «obligaciones», y las visitas al padre, al final de la
-tarea diaria, espaciáronse largamente.</p>
-
-<p>La última vez que había estado en la oficina era precisamente un año
-antes, cuando don Juan Martín había tenido que acudir en auxilio de
-Alava, amenazado de ruina por su mala suerte en la cabaña y en el club.
-Y aun en tal ocasión Juana María, evidentemente preocupada por los
-contrastes financieros de su es<span class="pagenum"><a name="page_209" id="page_209">{209}</a></span>poso, limitara todo su filial agasajo a
-una rápida vuelta por Palermo en compañía del anciano.</p>
-
-<p>Le abrochó amorosamente el abrigo antes de salir. Luego bajó la escalera
-a su lado, sin prestarle apoyo, segura y como orgullosa de su fuerte
-ancianidad. Iba luciendo junto al padre su porte de reina, despertando
-ambos en los empleados que los veían descender la visión de la dicha
-completa: fortuna, belleza y amor familiar...</p>
-
-<p>El auto arrancó suavemente. Ni el <i>chauffeur</i> ni D. Juan Martín
-preguntaron adónde iban. El primero, fuera de duda, tenía instrucciones
-precisas, y el segundo se entregaba a su suerte, arrellanándose en los
-cojines gris perla de la <i>limousine</i> con un abandono feliz. A modo de
-explicación del secuestro, Juana María dióse a elogiar el esplendor de
-aquella tarde de fines de otoño. Un sol invisible había espolvoreado de
-oro todo el cielo de occidente; proyectaba una luz clara sobre la
-cúspide de los edificios y teñía de rojo y amarillo las últimas hojas de
-los árboles, que así parecían irse consumiendo lentamente en un
-misterioso incendio.<span class="pagenum"><a name="page_210" id="page_210">{210}</a></span></p>
-
-<p>A ambos lados del coche, como en una doble cinta cinematográfica,
-comenzó un sereno desfile de suntuosas viviendas. Era un espectáculo
-bien conocido de la hija de Juan Martín&mdash;hacía veinte años que en las
-épocas propicias y por las rutas fijadas por los demás cumplía como una
-de sus «obligaciones» aquel paseo a Palermo&mdash;; pero ahora lo contemplaba
-como si lo viese por vez primera, y las observaciones largamente
-maduradas caían de sus labios con toda la espontaneidad de un
-descubrimiento. La edificación no le gustaba: palacios horribles que
-parecían destinados a una institución de beneficencia o a un ministerio
-de Estado; palacetes en que se imitaban todos los estilos del
-Renacimiento francés e italiano; pesadas fantasías teutónicas; hotelitos
-adocenados, cuya descripción podría ella hacer en el obligado lenguaje
-de los avisos de remate, sin entrar siquiera en uno. ¿Cuándo la gente de
-buen gusto haría casas que nos recordasen que vivimos en Buenos Aires y
-pertenecemos a una raza que tiene tradición y espíritu propios?...</p>
-
-<p>Don Juan Martín, como siempre, la escu<span class="pagenum"><a name="page_211" id="page_211">{211}</a></span>chaba en silencio, aunque con una
-vislumbre irónica en los ojos, porque recordaba cuánto había deseado
-ella poseer un <i>petit hôtel</i> como los que ahora desacreditaba.</p>
-
-<p>Estaban llegando al paseo de moda y el auto iba disminuyendo
-insensiblemente su marcha. El <i>chauffeur</i>, retornándose, con una mirada
-de inteligencia, detuvo el coche.</p>
-
-<p>Descendieron, sumergiéndose en la corriente tranquila de los paseantes.
-Muchas caras conocidas, saludos a distancia y algunas sonrisas en las
-que Juana María creyó descubrir el asombro que causaba su insólita
-exhibición de amor filial. Algo inquieta, fuése alejando con el padre
-hasta un extremo del <i>promenoir</i>, como si buscase un sosiego propicio
-para sus expansiones. Don Juan Martín habló entonces por primera vez:</p>
-
-<p>&mdash;¿Cómo anda tu marido?</p>
-
-<p>&mdash;Bien&mdash;repuso con complacencia la hija, satisfecha de no tener nada que
-pedir por ese lado.</p>
-
-<p>(¡Bastante trabajo le había dado la última vez!)</p>
-
-<p>Y se quedaron en silencio contemplando el melancólico atardecer.<span class="pagenum"><a name="page_212" id="page_212">{212}</a></span></p>
-
-<p>Un auto de carrera, amarillo, monstruoso, con los tubos de escape
-laterales como un animal que llevase las tripas fuera, pasó con lentitud
-atronando la alameda. Juana María reconoció, en un lampo de orgullo
-maternal, al mayor de sus hijos, Adolfito, que iba guiando la poderosa
-máquina. Se parecía al príncipe de Gales, pero era más dispendioso.</p>
-
-<p>Guardóse muy bien de señalar su presencia al abuelo; D. Juan Martín
-profesábale al muchacho una hosca antipatía.</p>
-
-<p>No rompieron su mutismo hasta que, ya de noche, despejado el paseo de
-gente, Juana María dijo levantándose, como si tuviera de pronto la
-noción de la hora:</p>
-
-<p>&mdash;¡Vamos, papá!</p>
-
-<p>Con paso rápido llegaron al auto, y tal como vinieran se inició el
-regreso: D. Juan Martín hundido regaladamente en los cojines y la hija
-hablando de lo mismo; la arquitectura de la Avenida Alvear la tenía
-preocupada.</p>
-
-<p>Al anciano no le extrañaba esa insistencia en un tema dado. Reconocía
-obscuramente en la hija su propensión a no pensar sino en una sola cosa
-a la vez, a tender toda su voluntad<span class="pagenum"><a name="page_213" id="page_213">{213}</a></span> y toda su inteligencia hacia un
-objetivo único, hasta lograrlo, hasta superarlo, hasta descubrir más
-allá de él nuevos incentivos, pretextos nuevos para un gran empeño.</p>
-
-<p>Cerca de la casa, Juana María descubrió sus baterías. El «hotel» de la
-calle Maipú, con todo su lujo pesado, su frío <i>confort</i>, su arreglo
-impersonal, había comenzado a resultar inhabitable. Ella deseaba una
-casa apropiada al clima de Buenos Aires, algo que recordase nuestras
-costumbres y que evocara a la vez el pasado del país y el linaje de la
-raza. Una casa fresca, risueña, blanca, con grandes patios de azulejos
-llenos de flores y enredaderas, un frente sencillo con ventanas de
-hierro forjado y un ancho portalón de macizas batientes claveteadas.</p>
-
-<p>Y mientras exponía eso al padre, con un entusiasmo que coloreaba de
-sangre sus mejillas, pensaba interiormente en los costosos detalles con
-que completaría ese plan sencillo: los vargueños auténticos, los viejos
-arcones, los cuadros de Ribera; el oratorio, que sería un pequeño museo
-de arte religioso y donde a veces se haría decir misa por el obispo de
-Heráclea...<span class="pagenum"><a name="page_214" id="page_214">{214}</a></span></p>
-
-<p>Pero ¿querría el padre? No formuló la pregunta; mas envolviéndole en la
-suave mirada de sus ojos azules, aguardó respetuosamente la opinión del
-anciano.</p>
-
-<p>&mdash;No me parece cosa difícil&mdash;comenzó a decir éste, sintiéndose
-interrogado.</p>
-
-<p>Juana María no le dejó proseguir.</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué bueno eres, papá!&mdash;exclamó con efusión.</p>
-
-<p>E inmediatamente le colmó de halagos: comerían juntos los dos solos,
-como en los buenos tiempos de su juventud; pasarían la velada juntos, y
-ella escucharía, como en otras épocas, sus proyectos comerciales.</p>
-
-<p>Llegados a la casa, Juana María descendió del auto con aire triunfante,
-orgullosa y feliz. Midió con una mirada desdeñosa al palacete que
-habitaba desde hacía quince años como si ya fuese algo ajeno, y entró
-precediendo al padre.</p>
-
-<p>La comida no pudo ser más íntima; Alava estaba en la estancia y Adolfito
-casi nunca hacía acto de presencia en la mesa familiar. Frente a frente,
-padre e hija recobraron un poco de la confianza mutua que se habían
-tenido.<span class="pagenum"><a name="page_215" id="page_215">{215}</a></span></p>
-
-<p>Hacia los postres, D. Juan Martín encendió uno de los cigarrillos
-ordinarios, de que no había podido deshabituarse. La señora de Alava
-consideró oportuno el momento para reanudar la conversación de la tarde.</p>
-
-<p>¡Deseaba tanto abandonar aquella vivienda fría, pesada y antipática!
-Insistió entonces con mayor abundancia en su sueño de la casa colonial,
-con grandes patios llenos de tiestos y enredaderas, ventanas de hierro
-forjado y el ancho portalón de gruesos clavos. ¡Cuándo alcanzaría a ver
-eso!</p>
-
-<p>&mdash;Habrá que esperar a que termine el contrato&mdash;murmuró D. Juan Martín,
-continuando un monólogo interior.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué contrato?&mdash;interrogó la señora, temiendo que el anciano no le
-hubiera prestado atención.</p>
-
-<p>&mdash;El de la casa de la calle Venezuela. Mientras no termine, a menos que
-consientan en rescindirlo, no podremos volver a vivir en ella.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y quién piensa ir a vivir a la casa de Venezuela?&mdash;exclamó Juana
-María, estupefacta.</p>
-
-<p>&mdash;¿Cómo?&mdash;dijo a su vez, asombrado, don Juan Martín.<span class="pagenum"><a name="page_216" id="page_216">{216}</a></span></p>
-
-<p>¿No había ella aludido constantemente en la conversación a la vieja casa
-de la calle Venezuela, con sus grandes patios llenos de enredaderas, sus
-ventanas del tiempo de los virreyes y su ancho portalón macizo?</p>
-
-<p>Con la angustia de quien, creyéndose victorioso, vese de pronto envuelto
-en la derrota, Juana María protestó contra semejante suposición. Ella
-nunca había pensado en volver a la casa de Venezuela, una casa vieja,
-llena de ratones y de arañas, en un barrio imposible, donde no vivía
-nadie. Y con sollozos en la voz, ante la mirada atónita del viejo,
-expuso de nuevo su sueño de una casa colonial.</p>
-
-<p>Don Juan Martín había comprendido al fin. Su hija quería que le
-transportase la casa de la calle Venezuela al barrio Norte. Eso de
-levantar sobre un solar nuevo una casa vieja le pareció un absurdo, y
-poniéndose de pie, como para terminar una entrevista comercial, dijo
-sencillamente:</p>
-
-<p>&mdash;¡Imposible!</p>
-
-<p>Juana María, que conocía a su padre, se dió cuenta que esa palabra era
-definitiva...</p>
-
-<p>Una vez sola en su aposento, la señora de<span class="pagenum"><a name="page_217" id="page_217">{217}</a></span> Alava se abandonó a su
-desesperación. ¡Adiós la ilusión de la casa a la moda, de los magníficos
-muebles antiguos, de los cuadros famosos, del oratorio cuajado de
-tesoros artísticos! Ese ideal que durante dos horas de la noche había
-pregustado como una realidad inminente desvanecíase de pronto, quizá
-para siempre, en un <i>quid pro quo</i> burlesco. La señora de Alava tuvo
-vergüenza de su contraste y recordó con sonrojo el largo paseo por
-Palermo y los agasajos inútiles con que abrumara al anciano al primer
-signo de consentimiento. ¡Qué tarde y qué noche perdidas! Volvióle a la
-imaginación la sonrisa con que algunas amigas la contemplaron en el
-paseo caminando al lado de su padre y tuvo un movimiento de despecho.
-No; no era, en verdad, presentable D. Juan Martín... Comenzó a recordar
-las grandes humillaciones que por su causa sufriera, la inquietud en que
-vivía, el vasallaje económico en que tenía a todos: a ella, a su hijo, a
-su marido... Y en ese recuento de ingratos episodios domésticos fué
-acumulándose toda su amargura, hasta que estalló en el deseo
-inconfesable: ¡Cuándo la dejaría libre!<span class="pagenum"><a name="page_218" id="page_218">{218}</a></span> Iba ya a cumplir cuarenta años;
-le quedaban, pues, pocos de juventud, de belleza, de ansia de gozar la
-vida, y veía su destino irremediablemente trunco. ¿A qué la fortuna y la
-libertad cuando ya no pudiese sino vivir sobre sus recuerdos? Esta
-perspectiva sarcástica le llenó de una congoja infinita, y sinceramente,
-con la más pura emoción de su alma, juntando sus bellas manos largas en
-el gesto de la plegaria más fervorosa, exclamó:</p>
-
-<p>&mdash;¡Dios mío! ¡Cuándo me veré libre de mi padre!...<span class="pagenum"><a name="page_219" id="page_219">{219}</a></span></p>
-
-<h3>CAPITULO VI<br /><br />
-<small>LA MUERTE DEL HÉROE</small></h3>
-
-<p>Por fin había muerto. Su mucamo, un viejo criado, el único que tenía
-derecho a violar el <i>sanctasantórum</i> de su dormitorio, extrañado de que
-siguiera durmiendo después de las ocho, entró en la habitación y le
-halló arrebujado en las ropas del lecho, todo encogido, en una actitud
-de momia, blanco y rígido ya.</p>
-
-<p>Debía de haber muerto pocas horas antes, mientras dormía; pero por la
-expresión de su fisonomía hubiérase dicho que era un cadáver muy antiguo
-que perdiera desde muchos años atrás todo contacto con el mundo. La
-muerte había acentuado en su mascarilla aquel aire de reserva que
-tuviera durante toda su vida; la agonía le había hecho apretar aún más
-sus labios, subrayando el visaje habitual con que recataba sus
-sentimientos íntimos. Don Juan<span class="pagenum"><a name="page_220" id="page_220">{220}</a></span> Martín parecía ocultar un secreto. Y en
-verdad que se llevaba el secreto de sus fatigas, del heroico esfuerzo de
-voluntad desplegado durante medio siglo, de los sufrimientos soportados,
-de las decepciones aguantadas noblemente en silencio... ¡Todo perdido,
-hundido en la nada, anegado en el misterio, como están perdidos para
-nosotros los infinitos sufrimientos de las razas primitivas que en
-centenares de miles de años fueron elevándose lentamente sobre el nivel
-de la animalidad!</p>
-
-<p>El mucamo se cercioró de la muerte. Iba a llamar, a conmover a la casa,
-cuando se acordó de la señora y salió, cerrando tras sí suavemente la
-puerta del aposento como para no despertar al dormido. Bajó al piso
-inmediato, y después de conferenciar con dos doncellas, le hicieron
-pasar al tocador. De espaldas, hablándole al espejo, Juana María le
-preguntó:</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué pasa, Julián?</p>
-
-<p>Julián dió la noticia:</p>
-
-<p>&mdash;Señora, creo que el señor Martín está mal.</p>
-
-<p>&mdash;¿Se ha levantado?</p>
-
-<p>&mdash;No, señora; todavía no. Me parece que es algo grave. Si la señora
-quisiera subir...<span class="pagenum"><a name="page_221" id="page_221">{221}</a></span></p>
-
-<p>&mdash;¡Inmediatamente!&mdash;contestó Juana María poniéndose de pie.</p>
-
-<p>Las doncellas se precipitaron hacia ella y con una destreza de esclavas
-de harén le arreglaron rápidamente el cabello y le ajustaron su ropaje
-matinal. Subió presurosa la escalera seguida del mucamo.</p>
-
-<p>Al ver al padre todo blanco y encogido tuvo de inmediato la evidencia de
-la verdad. Fué como si le dieran un fuerte golpe en la frente; echó la
-cabeza hacia atrás y permaneció un momento atontada. Pero pronto se
-sobrepuso al brutal choque. Comenzó a reflexionar: las ideas, las
-imágenes, los proyectos desfilaron velozmente por su espíritu. Sentía
-una especie de vértigo al pensar tan rápidamente. Se apoyó en el
-respaldo de una silla y procuró fijar sus ideas. ¿Qué debía hacer? Como
-siempre, cuando podía ser necesario, Alava estaba en la estancia. En el
-chico no se podía confiar. Ante todo había que evitar el escándalo.
-Debía prolongarse la agonía del padre...</p>
-
-<p>Se volvió hacia el mucamo. Pálida, con un temblor en la voz, le dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Es un síncope.<span class="pagenum"><a name="page_222" id="page_222">{222}</a></span></p>
-
-<p>El sonido de sus propias palabras la reanimó. Recobrando algo de su
-capacidad ejecutiva, dijo luego:</p>
-
-<p>&mdash;Julián, vaya usted en seguida a buscar al doctor...&mdash;vaciló entre dos
-nombres, decidiéndose por el médico más anciano&mdash;; pero vaya usted
-mismo, sin decir nada a nadie, para no alarmar... Yo esperaré aquí...</p>
-
-<p>Al quedarse sola, Juana María dió un vistazo a la habitación: muebles
-modestos, viejos, desparejos; la alfombra sucia; ropas en desorden. Todo
-con un aspecto sórdido que sobrecogía el corazón. En una pared, el
-retrato de la madre: una horrible ampliación al carbón con un grueso
-marco dorado.</p>
-
-<p>Esto, más que el cadáver infantilmente encogido en el lecho, la
-impresionó hasta el punto de hacerle subir las lágrimas a los ojos. Fué
-una impresión que, comenzada en el estómago, ascendió atenazándole la
-garganta y obligándole a romper en un sollozo: «¡Dios mío! ¡Qué
-miseria!»</p>
-
-<p>La doncella de confianza, que, inquieta por su ausencia, subió a
-ofrecerle auxilio, la halló en medio de la estancia, anonadada,
-llorando<span class="pagenum"><a name="page_223" id="page_223">{223}</a></span> silenciosamente las últimas lágrimas de vergüenza que le hacía
-derramar el padre...</p>
-
-<p>Cuando Julián volvió con el médico, casi no pudo reconocer la
-habitación. Faltaban muchos muebles, se había mudado la alfombra y el
-retrato de la madre había desaparecido.<span class="pagenum"><a name="page_224" id="page_224">{224}</a></span></p>
-
-<h3>CAPITULO VII<br /><br />
-<small>TRANSFIGURACIÓN</small></h3>
-
-<p>El viejo médico mundano, después de un rápido reconocimiento del
-cadáver, no pudo evitar una sonrisa ante la ingenuidad de la señora, que
-seguía hablando de un síncope. «Es la eterna ilusión de la piedad
-filial», pensó para sí, y dando a su rostro aquella expresión bondadosa
-que había sido la causa de su éxito en la carrera, comunicó a la hija su
-triste comprobación.</p>
-
-<p>Ante esta notificación oficial, Juana María cayó de rodillas sobre la
-alfombra limpia y hundió su rostro en el lecho mortuorio, contra la
-colcha recién mudada. Así, tapándose los oídos para no escuchar las
-triviales frases de consuelo del médico y las súplicas amistosas de la
-doncella, que llorando copiosamente le<span class="pagenum"><a name="page_225" id="page_225">{225}</a></span> rogaba se tranquilizase, la hija
-de Juan Martín permaneció largo rato zarandeada por un tumulto de
-pensamientos. ¿Qué pasaría durante el día? Como siempre, cuando se
-trataba de presentar o aludir a su padre ante otras gentes, se sentía
-cobarde. Esta vez no podría evitarlo, y ante la perspectiva de las
-miradas irónicas y de los pésames insidiosos que tendría que soportar,
-un estremecimiento de rebeldía recorrió todo su cuerpo. Se resistía al
-cumplimiento de ese último deber filial con la misma reacción física que
-los condenados tienen frente a la guillotina. Sentíase muy desgraciada y
-hundía desesperadamente la cabeza en la colcha como si quisiera escapar
-a su amarga obligación fúnebre.</p>
-
-<p>Doña Juana María no era mujer de dejarse abatir. Se puso de pie,
-dominando su emoción; enjugóse las dos lágrimas ardientes que le corrían
-por las mejillas y dió varias órdenes. Parecía una princesa regente al
-pie del lecho de muerte del jefe de la dinastía, porque su primer medida
-consistió en establecer la censura sobre todas las noticias que se
-refirieran al fallecimiento.<span class="pagenum"><a name="page_226" id="page_226">{226}</a></span></p>
-
-<p>Alava fué informado por medio de un telegrama de seis palabras, y el
-médico, retenido en la casa hasta mediodía. Después de esa hora las
-comunicaciones fueron haciéndose lentamente, de acuerdo con un orden
-protocolar.</p>
-
-<p>El último en advertir la novedad fué el mayor de los nietos de D. Juan
-Martín, que vivía en la misma casa. Se había levantado a las cuatro de
-la tarde, y envuelto en una pintoresca salida de baño estaba haciendo
-flexiones, a tiempo que batía un <i>cock-tail</i> cargado de yemas, cuando
-vió en <i>El Diario</i>, que pusiera extendido sobre su cama, el retrato del
-abuelo. «¡Zas! ¡El viejo!», dijo lleno de estupor, y sin dejar de batir
-maquinalmente su <i>cock-tail</i> se enteró de la noticia necrológica.</p>
-
-<p>Era un suelto laudatorio, altamente laudatorio. Don Juan Martín aparecía
-en él como un <i>pioneer</i>, como uno de esos hombres que son el orgullo y
-la fuerza de las sociedades modernas.</p>
-
-<p>Este país, sobre todo, al que había consagrado sus energías por espacio
-de más de medio siglo, y donde había formado una familia mo<span class="pagenum"><a name="page_227" id="page_227">{227}</a></span>delo de
-virtudes, le debía estar reconocido. Su muerte era, pues, un duelo a la
-vez social y público.</p>
-
-<p>Los demás periódicos de la tarde abundaban en sentimientos semejantes.
-Hacían el elogio de las prendas morales del difunto e historiaban la
-maravillosa formación de su fortuna, iniciada humildemente y acabada en
-un esplendor de millones. Se ensalzó su actividad, se admiró su energía,
-se recordó sus golpes de genio financiero. Comenzaron a circular
-anécdotas sobre el hombre de negocios, y la máquina de afilar, la
-célebre máquina de afilar de sus tiempos de iniciación, reapareció como
-un fantasma glorioso.</p>
-
-<p>En pocas horas la figura de D. Juan Martín había cobrado contornos
-épicos. A través de los amigos de la casa, por medio de las visitas
-oficiales de pésame, un reflejo de esa reverberación póstuma había
-llegado hasta Juana María, quien, sin mucha confianza en tales
-demostraciones de respeto, las aceptaba, empero, gratamente sorprendida
-de que el acíbar de aquel día fúnebre no fuese tan amargo.<span class="pagenum"><a name="page_228" id="page_228">{228}</a></span></p>
-
-<p>Poco a poco, con todo, durante la larga noche de velorio, la hija de D.
-Juan Martín fué adquiriendo la convicción de que sus aprensiones de la
-mañana anterior habían sido injustificadas. Nunca su papel fuera más
-fácil ni jamás soportara mejor el peso del apellido de su padre. Y con
-la conciencia tranquila se entregó a un sueño sereno.</p>
-
-<p>Durmió por espacio de tres horas. Después, el vértigo de sus
-obligaciones de principal figura del duelo la arrebató, anestesiándola:
-la rápida prueba de los trajes de luto, la última visita al féretro. La
-multitud, frases sin eco escuchadas al pasar, hachones encendidos,
-enormes cortinados negros, dolor de cabeza, cantos en latín y un pesado
-olor a incienso...</p>
-
-<p class="dtts">¿Cuánto había durado todo eso?...</p>
-
-<p>Vinieron después los largos días melancólicos, de clausura; la obligada
-actitud de recogimiento, las visitas de los íntimos, las conversaciones
-reducidas a girar inevitablemente en torno de la figura del muerto. Esto
-último, que algunas semanas antes le habría parecido un horrendo
-suplicio, íbale resultando<span class="pagenum"><a name="page_229" id="page_229">{229}</a></span> una tarea fácil y hasta entretenida. ¿Efecto
-del aburrimiento de aquel interminable secuestro? La señora de Alava no
-sabía a qué atribuirlo. ¿Era ella o los demás la causa del cambio? En
-verdad, con respecto a ese punto capital de su vida todos habían
-cambiado. Las gentes de toda suerte testimoniaban a la memoria de D.
-Juan Martín un respeto y una admiración que nunca se hubiera podido
-sospechar durante su vida. Ella misma, por su parte, comenzaba a
-experimentar, al recuerdo del padre, una vaga emoción de ternura. Ya en
-más de un momento de soledad se había sorprendido pensando en el
-anciano.</p>
-
-<p>Cierto día recibió un envoltorio voluminoso. Era un gran libro de
-recortes, encuadernado en fino cuero negro. Se lo enviaba un amigo
-modesto, protegido suyo, que con amorosa paciencia había recogido todo
-cuanto se publicara a propósito del fallecimiento de D. Juan Martín.</p>
-
-<p>Distraídamente, doña Juana María se puso a hojearlo. Creyó que no le
-interesaría; pero al rato hundióse en la lectura de los avisos fúnebres,
-de las necrologías, de los artículos<span class="pagenum"><a name="page_230" id="page_230">{230}</a></span> biográficos, de las crónicas del
-sepelio, de las notas de condolencia de Sociedades anónimas y centros
-recreativos regionales, del relato de los modestos homenajes de
-empleados y amigos.</p>
-
-<p>El escueto telegrama con que el infante de Aragón se asociara al duelo,
-desde España, aparecía en el centro de una página, rodeado de una
-complicada orla dorada con atributos heráldicos y las armas del
-príncipe.</p>
-
-<p>A medida que pasaba las páginas iba adquiriendo como una revelación de
-la grandeza del muerto. Fué un descubrimiento que le esclareció
-súbitamente la evolución operada en su ánimo en las últimas semanas.
-Había tenido razón; su instinto no la había engañado...</p>
-
-<p>Y bruscamente, al comprender que era un sentimiento lícito, se abandonó
-a su dolor con una desesperación tanto mayor cuanto más tiempo había
-sido contenida.</p>
-
-<p>Toda su salvaje ternura filial, retenida y ahogada durante más de veinte
-años, estalló de pronto en un lamento: «¡Papá! ¡Papá!» Sin reserva
-alguna, mesándose los cabellos y retorciéndose las muñecas, gritaba:
-«¡Papá!<span class="pagenum"><a name="page_231" id="page_231">{231}</a></span> ¡Papá!»... Era un clamor ronco, angustiado, desesperante.</p>
-
-<p>Una hora después, casi aniquilada, postrada en el suelo, con la cabeza
-apoyada en el libro de recortes, la cabellera en desorden, imploraba aún
-con un gemido infantil, entrecortado por hondos suspiros: «¡Papá!
-¡Papá!...»<span class="pagenum"><a name="page_232" id="page_232">{232}</a></span></p>
-
-<h3>CAPITULO VIII<br /><br />
-<small>LUTO LIVIANO</small></h3>
-
-<p>Tres meses después de la muerte de don Juan Martín la señora de Alava
-escribía esto a una amiga, de paseo por Europa:</p>
-
-<p>«Lentamente vamos reponiéndonos del doloroso golpe que nos dió el
-Destino. Aunque el vacío dejado por la desaparición de papá es demasiado
-grande para que pueda olvidarse, nuestro dolor se ha ido dulcificando.
-Ya no es el sentimiento desgarrador de los primeros días, sino un culto
-piadoso de su memoria. Le recordamos con ternura a cada momento y nos
-consolamos pensando que tarde o temprano nos reuniremos a él. Como me
-decía monseñor de Filippis&mdash;que no nos ha abandonado en estos tristes
-días&mdash;, ese consuelo es la gran fuerza de los cristianos. ¡Dios mío!
-¿Cómo harán para<span class="pagenum"><a name="page_233" id="page_233">{233}</a></span> no morirse de desesperación los incrédulos que pierden
-un ser querido? ¡Qué enorme desgracia es no tener fe! Sin embargo, aun
-con la ayuda de la religión, estos meses, a mí sobre todo, que apenas
-salgo de casa, me parecen interminables. Para ocuparme un poco he hecho
-sacar del colegio a los dos chicos. ¡Imagínate que en el trastorno del
-fallecimiento, a causa de lo enervada que me dejó la larga agonía del
-pobre papá, nos olvidamos de ellos! No pudieron despedirse del abuelo,
-al cual adoraban, a pesar de que en los últimos años rara vez lo veían.
-¡Papá estaba siempre tan ocupado! Si hubiera sido otro habría podido
-descansar, consagrarnos algún tiempo, hacer vida de familia; pero
-¡cualquiera le iba a convencer a él de abandonar sus negocios en otras
-manos!</p>
-
-<p>»Ahora, con su ausencia, ya es otra cosa. Fernando, mi marido, está por
-transformar la Empresa en una gran Compañía anónima. Ha recibido en este
-sentido proposiciones muy ventajosas del barón de Erlanger. El
-Directorio central se establecería en Londres, y Adolfo se reservaría el
-cargo de secretario. El muchacho está en<span class="pagenum"><a name="page_234" id="page_234">{234}</a></span>cantado porque al fin entrevé
-la posibilidad de realizar su ideal de vivir en Inglaterra. A mí la
-solución me parece cómoda y ventajosa. Fernando podrá ocuparse con toda
-libertad de su cabaña y del haras que acaba de instalar. Esto del haras
-es un viejo proyecto suyo que no quiso llevar a cabo hasta ahora, para
-no contrariar a papá. El pobre papá no podía tolerar que se le hablase
-de caballos. Decía siempre que él no había necesitado nunca de caballo
-alguno para llegar adonde había llegado. También se oponía a que
-dejáramos esta casa. Se había encariñado con ella como se encariñaba con
-todas las cosas. Su apego a lo que le rodeaba era tan grande que no
-dejaba entrar a nadie en sus habitaciones. Por respeto a su memoria
-hemos conservado su dormitorio tal cual estaba el día de la muerte.</p>
-
-<p>»¡Ah! Olvidaba decirte que estamos por construir una casa en el terreno
-de la calle Juncal. Desde que falta papá, este caserón, enorme y frío,
-me parece insoportable. Creo que no recobraré mi tranquilidad hasta que
-no me vea fuera de él. Tú no te puedes imaginar cuánto lo deseo.
-Desgraciadamente, las cosas marchan<span class="pagenum"><a name="page_235" id="page_235">{235}</a></span> despacio. Hay que hacer venir
-materiales de España, porque&mdash;se lo he dicho bien claro al
-arquitecto&mdash;no quiero una casa de similor. Y eso es largo... Y mientras
-tanto me consumo en esta inacción forzada a que me obliga el luto...»<span class="pagenum"><a name="page_236" id="page_236">{236}</a></span></p>
-
-<h3>CAPITULO IX</h3>
-
-<p class="hang">EN EL CUAL LA SEÑORA DE ALAVA RECONOCE QUE EL UNIVERSO ESTÁ
-PERFECTAMENTE BIEN ORGANIZADO</p>
-
-<p>Un cielo límpido, de un azul de esmalte, sin una nube en toda su
-extensión. Sólo allá adelante, muy lejos, sobre la masa verdinegra de un
-grupo de árboles, se desvanecía un copo blanco. ¿Una nube? Bien rara,
-por cierto, si lo era... Desde la ventanilla del tren, Amenábar la veía
-aparecer bruscamente como un punto blanco, inflarse con torpeza e irse
-confundiendo poco a poco en el azul purísimo del firmamento, para luego
-resurgir como un punto blanco, cincuenta metros más arriba o más abajo,
-hincharse y diluirse de nuevo. Muy atento al extraño fenómeno
-meteorológico, el club<span class="pagenum"><a name="page_237" id="page_237">{237}</a></span>man había olvidado el objeto de su viaje cuando
-oyó decir:</p>
-
-<p>«Pronto llegaremos.»</p>
-
-<p>Recordó entonces cómo el encuentro con Adolfito Alava Martín, llegado
-tres días antes de Londres, le obligara a hacer con él ese viaje, en
-tren especial, cuando tenía resuelto eludir la ceremonia enviando un
-telegrama. Pero ahora, ante el encanto de una mañana como aquélla, todo
-su fastidio se desvaneciera.</p>
-
-<p>¿Qué importaban los discursos, el descubrimiento del busto de D. Juan
-Martín, la bendición de las salas, los invitados y los miembros de la
-familia, si con mirar al cielo se sentía penetrado de una paz infinita?
-Abandonado a un sentimiento bucólico, seguía mirando la caprichosa nube.
-A medida que se acercaban a ella se concentraba y se disolvía con mayor
-rapidez. Substrayéndose por un momento a su contemplación, Amenábar
-pensó con vergüenza en su ignorancia sobre los fenómenos de la
-Naturaleza. «He ahí un hecho&mdash;se dijo&mdash;que debe ser sabido de toda la
-gente de campo, acostumbrada a levantarse temprano, y que a mí, que
-conozco todas las grandes capi<span class="pagenum"><a name="page_238" id="page_238">{238}</a></span>tales del mundo, me produce un asombro de
-salvaje.»</p>
-
-<p>La nube continuaba rehaciéndose y fundiéndose en el azul, sobre el grupo
-de árboles, con una perseverancia encomiable. A Amenábar le pareció
-advertir hacia aquel lado unos golpes sordos.</p>
-
-<p>El tren disminuyó su marcha... Entonces Amenábar pudo reconocer sin
-dificultad el estampido de la bomba, que cada medio minuto se deshacía
-en un copo de humo blanco, sobre los árboles, anunciando la fiesta.</p>
-
-<p>Por el camino de tierra, que un poco más adelante surgió de improviso al
-lado de la vía, iban algunos autos, grandes coches de campaña, <i>fords</i>
-de chacareros, paisanos a caballo y un destacamento de la gendarmería
-provincial. Avanzando con lentitud, venía detrás un coche de ciudad
-cerrado, tras cuyos cristales veíase un hábito violeta y dos sotanas
-negras.</p>
-
-<p>«Es el obispo», dijo alguno de los que se habían agolpado en las
-ventanillas del vagón. Y con el regocijo de quien ve disiparse una
-perspectiva desagradable, los que acompañaban a<span class="pagenum"><a name="page_239" id="page_239">{239}</a></span> Adolfito Alava Martín
-comenzaron a reconocer a los que iban por la ruta.</p>
-
-<p>Casi todos los veraneantes del balneario vecino se habían trasladado a
-la inauguración de la colonia de vacaciones.</p>
-
-<p>El tren especial en que el nieto de D. Juan Martín reuniera a todos los
-amigos que se hallaban en Buenos Aires entró, multiplicando las señales
-de alarma, en la pequeña estación. Amenábar, deseando desentumecer las
-piernas, bajó el primero. Apenas puso el pie en el andén, un operador
-cinematográfico, enfrentándosele, comenzó a dar vueltas a la manivela de
-su aparato.</p>
-
-<p>A espaldas suyas estallaron de pronto los clarines de una banda lisa.
-Era la banda de bomberos de La Plata que, de uniforme de gala, acababa
-de descender de otro convoy, detenido en un desvío.</p>
-
-<p>Pocos pasos adelante reconoció al gobernador de la provincia, de traje
-claro y sombrero blando, acompañado por un ministro joven que parecía
-muy preocupado del efecto del rocío sobre sus botines de charol. Por la
-ruta que llevaba de la estación al grupo de pabellones<span class="pagenum"><a name="page_240" id="page_240">{240}</a></span> blancos con
-techado rojo, donde se aglomeraba la gente, veía desarrollarse la cinta
-amarilla de una sección de <i>boys scouts</i>. Las bombas, ahora más
-frecuentes, atronaban el espacio; las bocinas de los automóviles
-formaban un tumulto confuso y el clamoreo de los clarines parecía querer
-competir con el sol deslumbrante.</p>
-
-<p>Amenábar perdió la última ilusión que le quedaba de la paz campesina.
-Aturdido, después de una noche de viaje en tren, se perdió entre la
-muchedumbre, que a eso llegaba la asistencia a la ceremonia.</p>
-
-<p>«¿Cómo habrá hecho Juana María para reunir esta gente aquí?», pensó, no
-sin asombro. Luego, con la buena fe de un espectador desinteresado,
-presenció el descubrimiento del busto de D. Juan Martín en el pequeño
-<i>hall</i> del pabellón principal. La colonia de vacaciones había sido
-puesta bajo la advocación de su nombre, como en homenaje a su memoria y
-como un ejemplo a los que allí se asilaran de lo que pueden el trabajo y
-la constancia. Descubiertos respetuosamente, los espectadores
-contemplaban la efigie de mármol sobre cuya fuerte nariz cabalgaban unos
-lentes de<span class="pagenum"><a name="page_241" id="page_241">{241}</a></span> oro... ¡Aquellos lentes que durante su vida le servían para
-no dejarse apiadar por la miseria, para no ser débil, ni compasivo, ni
-generoso, para no ver sino lo que resueltamente le convenía!</p>
-
-<p>El obispo de Heráclea pronunció el panegírico. Fué una hermosa
-peroración, que consistió únicamente en el desarrollo de este
-pensamiento, que monseñor de Filippis atribuyó a Veuillot: «¿Qué es una
-hermosa vida? Un pensamiento de la juventud realizado en la edad
-madura...»</p>
-
-<p>El seguro conocimiento que evidenciaba siempre de una literatura tan
-profana como la francesa era una de las causas de su prestigio mundano.
-Aquella cita lo robusteció por mucho tiempo.</p>
-
-<p>Mientras monseñor hablaba, Juana María, llorando de emoción al recuerdo
-del padre, pensaba que esa fórmula era también aplicable a ella: había
-conseguido todo cuanto se propusiera en la juventud. Lo último, lo que
-más le costara, lo acababa de obtener: poseía la mejor casa de Buenos
-Aires, y de ahora en adelante tendría un antepasado ilustre.<span class="pagenum"><a name="page_242" id="page_242">{242}</a></span></p>
-
-<p>Los demás discursos, el del gobernador de la provincia, aceptando la
-donación, y el del director del nuevo establecimiento no le dejaron
-ninguna duda sobre el punto. El nombre de D. Juan Martín había entrado
-en la gloria...</p>
-
-<p>A mediodía la mayor parte de la concurrencia se dirigió a la estancia de
-Alava, que quedaba allí cerca. Mucha gente, mujeres sobre todo, deseaban
-contemplar a <i>Heraldic</i>, el famoso padrillo que el gran criador había
-adquirido en Inglaterra, para su haras, en una suma fabulosa. Otros,
-hombres serios en su mayor parte, preferían ver los mejores ejemplares
-de la cabaña. Por último, un grupo pequeño de visitantes de mediana
-condición social, que tenían el culto de los <i>self-mademan</i>, se dió a
-buscar la célebre máquina de afilar a que se hacía referencia siempre
-que se aludía a los orígenes de la fortuna de D. Juan Martín.</p>
-
-<p>Esta vez la señora de Alava se puso a la cabeza de los curiosos. Los
-llevó hasta un pequeño galpón, donde, cubierta por una lona, se hallaba
-la máquina, con su rueda única, su pedal, la piedra gastada y el tarrito
-del agua.</p>
-
-<p>«¡Cómo la cuidan!», dijo con admiración uno<span class="pagenum"><a name="page_243" id="page_243">{243}</a></span> de los del grupo. El
-aparato, en verdad, no representaba tener el medio siglo que le atribuía
-la leyenda. Monseñor de Filippis, que no se apartaba de la señora de
-Alava, descubrió entonces que la máquina tenía la patente del año
-anterior. E inmediatamente, con su fino sentido de la adulación, celebró
-la piedad filial de la señora, que, como una suerte de tributo a los
-manes paternales, renovaba todos los años la patente del aparejo.</p>
-
-<p>«Gran ejemplo de humildad, señora, gran ejemplo de humildad.»</p>
-
-<p>Entre tanto, la hija de Juan Martín, conturbada por el detalle
-inadvertido y temiendo que por otros signos se descubriese la piadosa
-substitución de la reliquia desaparecida, había dejado caer de nuevo la
-lona. Salieron del galpón, y mientras se alejaban iba pensando que era
-ridículo que ella, que había reunido en su casa de la calle Juncal
-muebles antiguos, venerables obras de arte, vinos añejos y cuadros del
-Renacimiento, no hubiera podido conseguir una máquina de afilar vieja de
-veinte años.</p>
-
-<p>Fué el único pensamiento desagradable que tuvo aquel día.<span class="pagenum"><a name="page_244" id="page_244">{244}</a></span></p>
-
-<p>Por la noche, sin embargo, sufrió una pesadilla atroz. Soñó que el padre
-había vuelto y todo lo realizado en los tres años que estuviera ausente
-se desvanecía como una pintura lavada con ácido: la Sociedad anónima, la
-casa colonial, el haras, la colonia de vacaciones. Don Juan Martín era
-más hosco, más intratable, más grosero que nunca. Dejaba que le
-rematasen la estancia a Alava y pretendía que Adolfito fuese a trabajar
-a las oficinas de la Empresa.</p>
-
-<p>Y quería obligarla a ella a que le acompañase en sus paseos por la
-ciudad, mientras él iba empujando la vieja máquina de afilar y llamando
-la atención con su silbato.</p>
-
-<p>¿No había acaso escoltado a la madre cuando iba al lavadero? Como un
-conjuro infernal, surgió ante ellos la figura de la madre, zafia,
-procaz, con un cesto de ropa blanca sobre la cabeza. Los tres echaron a
-andar por las calles aristocráticas, por los paseos distinguidos, por
-las playas de moda. Pasaban por entre filas de gente conocida que no la
-reconocían. Anonadada de vergüenza, oyó al obispo de Heráclea decirle,
-sacudiendo jovialmente la mitra:<span class="pagenum"><a name="page_245" id="page_245">{245}</a></span></p>
-
-<p>«Gran ejemplo de humildad, señora, gran ejemplo de humildad.»</p>
-
-<p>Bruscamente se le despertó un odio terrible contra el espectro&mdash;¿era
-verdaderamente su padre?&mdash;que la arrastraba en aquel paseo infamante.
-Toda la gente había desaparecido y se encontraban en un desierto rojo.
-Alzó el brazo para golpear al fantasma y se despertó sentada en la cama
-en su dormitorio de la estancia. Aunque el resplandor rojizo del velador
-le permitía darse cuenta de los muebles familiares, de los detalles
-conocidos, de su fisonomía misma, que el psyché reproducía en un ángulo
-de la habitación, permaneció largo rato con las pupilas agrandadas por
-el terror, temblando y a punto de llorar de miedo. ¿Había muerto
-efectivamente el padre? ¿Habían pasado de verdad tres años?</p>
-
-<p>Poco a poco fué recobrando el sentido de la realidad. Reconstruyó todo
-lo ocurrido en ese espacio de tiempo y se dió cuenta que había sido
-víctima de una pesadilla. Pero aun así, su inquietud no desapareció por
-completo. ¿Podrían volver los muertos? Se quedó pensando en esta
-posibilidad, que nunca hasta entonces se<span class="pagenum"><a name="page_246" id="page_246">{246}</a></span> le había ocurrido. Pero pronto
-la desechó. Aunque la Dirección de Cementerios no ofrece ninguna
-garantía al respecto, los muertos no vuelven. Eso para ella era una
-prueba más de que el Universo estaba perfectamente bien organizado.</p>
-
-<p class="c">F I N<span class="pagenum"><a name="page_247" id="page_247">{247}</a></span></p>
-
-<h2><a name="INDICE" id="INDICE"></a>ÍNDICE</h2>
-
-<table border="0" cellpadding="2" cellspacing="0" summary="">
-<tr><td>&nbsp;</td><td class="rt"><small><span class="un">Páginas.</span></small></td></tr>
-<tr><td><span class="smcap"><a href="#PROLOGO">Prólogo</a></span></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_7">7</a></td></tr>
-
-<tr><td><span class="smcap"><a href="#EL_COCOBACILO_DE_HERRLIN">El cocobacilo de Herrlin</a></span></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_15">15</a></td></tr>
-
-<tr><td class="pdd">Capítulo primero.&mdash;Simple introducción a una historia complicada</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_17">17</a></td></tr>
-
-<tr><td class="pdd">Capítulo II.&mdash;Un informe consular</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_20">20</a></td></tr>
-
-<tr><td class="pdd">Capítulo III.&mdash;La mancha azul</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_26">26</a></td></tr>
-
-<tr><td class="pdd">Capítulo IV.&mdash;Preliminares de la campaña</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_30">30</a></td></tr>
-
-<tr><td class="pdd">Capítulo V.&mdash;La primera vuelta</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_34">34</a></td></tr>
-
-<tr><td class="pdd">Capítulo VI.&mdash;La máscara de hierro</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_39">39</a></td></tr>
-
-<tr><td class="pdd">Capítulo VII.&mdash;Donde se entra en contacto con el enemigo</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_42">42</a></td></tr>
-
-<tr><td class="pdd">Capítulo VIII.&mdash;Revista de fuerzas coloniales</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_48">48</a></td></tr>
-
-<tr><td class="pdd">Capítulo IX.&mdash;«Don Pepe»</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_58">58</a></td></tr>
-
-<tr><td class="pdd">Capítulo X.&mdash;Síntesis de tres ejercicios financieros</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_62">62</a></td></tr>
-
-<tr><td class="pdd">Capítulo XI.&mdash;Donde el cocobacilo de Herrlin se apresta a entrar en acción</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_66">66</a></td></tr>
-
-<tr><td class="pdd">Capítulo XII.&mdash;«Don Juan»</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_73">73</a></td></tr>
-
-<tr><td class="pdd">Capítulo XIII.&mdash;El honor de los pueblos</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_79">79</a></td></tr>
-
-<tr><td class="pdd">Capítulo XIV.&mdash;La septicemia de Herrlin</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_84">84</a></td></tr>
-
-<tr><td class="pdd">Capítulo XV.&mdash;Una campaña electoral</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_89">89</a></td></tr>
-
-<tr><td class="pdd">Capítulo XVI.&mdash;The Rabbit’s March</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_96">96</a></td></tr>
-
-<tr><td class="pdd">Capítulo XVII.&mdash;«¡El conejo no existe!»</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_105">105</a></td></tr>
-
-<tr><td class="pdd">Capítulo XVIII.&mdash;Donde se revela por fin la singular eficacia del cocobacilo de Herrlin</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_110">110</a></td></tr>
-
-<tr><td><span class="smcap"><a href="#UNA_SEMANA_DE_HOLGORIO">Una semana de holgorio</a></span></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_117">117</a></td></tr>
-
-<tr><td class="pdd">Prólogo.&mdash;Julio Narciso Dilon</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_119">119</a></td></tr>
-
-<tr><td class="pdd">Capítulo primero.&mdash;Desgraciado en el juego</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_121">121</a></td></tr>
-
-<tr><td class="pdd">Capítulo II.&mdash;...afortunado en el amor</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_131">131</a></td></tr>
-
-<tr><td class="pdd">Capítulo III.&mdash;El damero a media noche</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_135">135</a></td></tr>
-
-<tr><td class="pdd">Capítulo IV.&mdash;Asalto a una Comisaría</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_139">139</a></td></tr>
-
-<tr><td class="pdd">Capítulo V.&mdash;¡Alto el fuego!</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_142">142</a></td></tr>
-
-<tr><td class="pdd">Capítulo VI.&mdash;La luz de un nuevo día</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_146">146</a></td></tr>
-
-<tr><td class="pdd">Capítulo VII.&mdash;Convicto y confeso</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_149">149</a></td></tr>
-
-<tr><td class="pdd">Capítulo VIII.&mdash;Un interrogatorio</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_153">153</a></td></tr>
-
-<tr><td class="pdd">Capítulo IX.&mdash;Aramis</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_157">157</a></td></tr>
-
-<tr><td class="pdd">Capítulo X.&mdash;La ninfa Eco</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_161">161</a></td></tr>
-
-<tr><td class="pdd">Capítulo XI.&mdash;«Hands up!»</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_164">164</a></td></tr>
-
-<tr><td class="pdd">Capítulo XII.&mdash;La vuelta al hogar</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_168">168</a></td></tr>
-
-<tr><td class="pdd">Capítulo XIII.&mdash;El asalto a la Comisaría 44</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_170">170</a></td></tr>
-
-<tr><td class="pdd">Capítulo XIV.&mdash;De cómo recobro el uso de la razón y otros objetos</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_174">174</a></td></tr>
-
-<tr><td><span class="smcap"><a href="#EL_CULTO_DE_LOS_HEROES">El culto de los héroes</a></span></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_179">179</a></td></tr>
-
-<tr><td class="pdd">Capítulo primero.&mdash;De cómo D. Juan Martín iba acortando sus paseos</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_181">181</a></td></tr>
-
-<tr><td class="pdd">Capítulo II.&mdash;En que se muestra que la piedad, como otros achaques de la vejez, la miopia por ejemplo, puede corregirse con el uso de cristales adecuados</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_185">185</a></td></tr>
-
-<tr><td class="pdd">Capítulo III.&mdash;Breve excursión a través de los apellidos</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_191">191</a></td></tr>
-
-<tr><td class="pdd">Capítulo IV.&mdash;El huevo de Leda</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_196">196</a></td></tr>
-
-<tr><td class="pdd">Capítulo V.&mdash;La vuelta al Colonial</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_207">207</a></td></tr>
-
-<tr><td class="pdd">Capítulo VI.&mdash;La muerte del héroe</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_219">219</a></td></tr>
-
-<tr><td class="pdd">Capítulo VII.&mdash;Transfiguración</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_224">224</a></td></tr>
-
-<tr><td class="pdd">Capítulo VIII.&mdash;Luto liviano</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_232">232</a></td></tr>
-
-<tr><td class="pdd">Capítulo IX.&mdash;En el cual la señora de Alava reconoce que el Universo está perfectamente bien organizado</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_236">236</a></td></tr>
-
-</table>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_248" id="page_248">{248}</a></span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_249" id="page_249">{249}</a></span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_250" id="page_250">{250}</a></span>&nbsp; </p>
-
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-
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-<hr class="full" />
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-<pre>
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-
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-
-
-End of the Project Gutenberg EBook of Tres relatos porteños, by Arturo Cancela
-
-*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK TRES RELATOS ***
-
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-Section 2. Information about the Mission of Project Gutenberg-tm
-
-Project Gutenberg-tm is synonymous with the free distribution of
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-including obsolete, old, middle-aged and new computers. It exists
-because of the efforts of hundreds of volunteers and donations from
-people in all walks of life.
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-Volunteers and financial support to provide volunteers with the
-assistance they need, are critical to reaching Project Gutenberg-tm's
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-remain freely available for generations to come. In 2001, the Project
-Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure
-and permanent future for Project Gutenberg-tm and future generations.
-To learn more about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation
-and how your efforts and donations can help, see Sections 3 and 4
-and the Foundation web page at http://www.pglaf.org.
-
-
-Section 3. Information about the Project Gutenberg Literary Archive
-Foundation
-
-The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non profit
-501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the
-state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal
-Revenue Service. The Foundation's EIN or federal tax identification
-number is 64-6221541. Its 501(c)(3) letter is posted at
-http://pglaf.org/fundraising. Contributions to the Project Gutenberg
-Literary Archive Foundation are tax deductible to the full extent
-permitted by U.S. federal laws and your state's laws.
-
-The Foundation's principal office is located at 4557 Melan Dr. S.
-Fairbanks, AK, 99712., but its volunteers and employees are scattered
-throughout numerous locations. Its business office is located at
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-business@pglaf.org. Email contact links and up to date contact
-information can be found at the Foundation's web site and official
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-
-For additional contact information:
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-
-
-Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg
-Literary Archive Foundation
-
-Project Gutenberg-tm depends upon and cannot survive without wide
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-increasing the number of public domain and licensed works that can be
-freely distributed in machine readable form accessible by the widest
-array of equipment including outdated equipment. Many small donations
-($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt
-status with the IRS.
-
-The Foundation is committed to complying with the laws regulating
-charities and charitable donations in all 50 states of the United
-States. Compliance requirements are not uniform and it takes a
-considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up
-with these requirements. We do not solicit donations in locations
-where we have not received written confirmation of compliance. To
-SEND DONATIONS or determine the status of compliance for any
-particular state visit http://pglaf.org
-
-While we cannot and do not solicit contributions from states where we
-have not met the solicitation requirements, we know of no prohibition
-against accepting unsolicited donations from donors in such states who
-approach us with offers to donate.
-
-International donations are gratefully accepted, but we cannot make
-any statements concerning tax treatment of donations received from
-outside the United States. U.S. laws alone swamp our small staff.
-
-Please check the Project Gutenberg Web pages for current donation
-methods and addresses. Donations are accepted in a number of other
-ways including checks, online payments and credit card donations.
-To donate, please visit: http://pglaf.org/donate
-
-
-Section 5. General Information About Project Gutenberg-tm electronic
-works.
-
-Professor Michael S. Hart is the originator of the Project Gutenberg-tm
-concept of a library of electronic works that could be freely shared
-with anyone. For thirty years, he produced and distributed Project
-Gutenberg-tm eBooks with only a loose network of volunteer support.
-
-
-Project Gutenberg-tm eBooks are often created from several printed
-editions, all of which are confirmed as Public Domain in the U.S.
-unless a copyright notice is included. Thus, we do not necessarily
-keep eBooks in compliance with any particular paper edition.
-
-
-Most people start at our Web site which has the main PG search facility:
-
- http://www.gutenberg.org
-
-This Web site includes information about Project Gutenberg-tm,
-including how to make donations to the Project Gutenberg Literary
-Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to
-subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks.
-
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