diff options
| author | nfenwick <nfenwick@pglaf.org> | 2025-02-04 04:04:34 -0800 |
|---|---|---|
| committer | nfenwick <nfenwick@pglaf.org> | 2025-02-04 04:04:34 -0800 |
| commit | 37a2e3823da0f4edb16fedf44fc28bfa5f2f45b7 (patch) | |
| tree | b33d814b1c7b1ec8e5c4bf5ba19c7e5bdbeb8484 | |
| parent | a87c999fb72ff3ccb2dce183f8acde38788472d3 (diff) | |
| -rw-r--r-- | .gitattributes | 4 | ||||
| -rw-r--r-- | LICENSE.txt | 11 | ||||
| -rw-r--r-- | README.md | 2 | ||||
| -rw-r--r-- | old/62986-0.txt | 4860 | ||||
| -rw-r--r-- | old/62986-0.zip | bin | 96993 -> 0 bytes | |||
| -rw-r--r-- | old/62986-h.zip | bin | 370211 -> 0 bytes | |||
| -rw-r--r-- | old/62986-h/62986-h.htm | 4821 | ||||
| -rw-r--r-- | old/62986-h/images/bar1.jpg | bin | 39574 -> 0 bytes | |||
| -rw-r--r-- | old/62986-h/images/colo.jpg | bin | 3667 -> 0 bytes | |||
| -rw-r--r-- | old/62986-h/images/cover.jpg | bin | 248404 -> 0 bytes | |||
| -rw-r--r-- | old/62986-h/images/cross.png | bin | 1174 -> 0 bytes | |||
| -rw-r--r-- | old/62986-h/images/end.jpg | bin | 5133 -> 0 bytes |
12 files changed, 17 insertions, 9681 deletions
diff --git a/.gitattributes b/.gitattributes new file mode 100644 index 0000000..d7b82bc --- /dev/null +++ b/.gitattributes @@ -0,0 +1,4 @@ +*.txt text eol=lf +*.htm text eol=lf +*.html text eol=lf +*.md text eol=lf diff --git a/LICENSE.txt b/LICENSE.txt new file mode 100644 index 0000000..6312041 --- /dev/null +++ b/LICENSE.txt @@ -0,0 +1,11 @@ +This eBook, including all associated images, markup, improvements, +metadata, and any other content or labor, has been confirmed to be +in the PUBLIC DOMAIN IN THE UNITED STATES. + +Procedures for determining public domain status are described in +the "Copyright How-To" at https://www.gutenberg.org. + +No investigation has been made concerning possible copyrights in +jurisdictions other than the United States. Anyone seeking to utilize +this eBook outside of the United States should confirm copyright +status under the laws that apply to them. diff --git a/README.md b/README.md new file mode 100644 index 0000000..9f9a918 --- /dev/null +++ b/README.md @@ -0,0 +1,2 @@ +Project Gutenberg (https://www.gutenberg.org) public repository for +eBook #62986 (https://www.gutenberg.org/ebooks/62986) diff --git a/old/62986-0.txt b/old/62986-0.txt deleted file mode 100644 index c2d9b4d..0000000 --- a/old/62986-0.txt +++ /dev/null @@ -1,4860 +0,0 @@ -The Project Gutenberg EBook of Tres relatos porteños, by -Arturo Cancela - -This eBook is for the use of anyone anywhere at no cost and with -almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or -re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included -with this eBook or online at www.gutenberg.org/license - - -Title: Tres relatos porteños - Segunda edición - -Author: Arturo Cancela - -Release Date: August 20, 2020 [EBook #62986] - -Language: Spanish - -Character set encoding: UTF-8 - -*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK TRES RELATOS *** - - - - -Produced by Chuck Greif and the Online Distributed -Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This file was -produced from images available at The Internet Archive) - - - - - - - - - - [Illustration] - - ARTURO CANCELA - - TRES RELATOS - PORTEÑOS - - EL COCOBACILO DE HERRLIN - UNA SEMANA DE HOLGORIO - EL CULTO DE LOS HEROES - - (SEGUNDA EDICIÓN) - - [Illustration] - - COLECCIÓN CONTEMPORANEA · CALPE - - - - - TRES RELATOS PORTEÑOS - - ES PROPIEDAD - COPYRIGHT BY CALPE, MADRID, 1923 - - Papel expresamente fabricado por LA PAPELERA ESPAÑOLA - - Talleres "Calpe", Ríos Rosas, 24.--MADRID - - - - -PRÓLOGO - - Men walk as prophecies of the - next age.--EMERSON. - - -_El autor de_ TRES RELATOS PORTEÑOS _nació en 1892. Le quedan muchos -años por vivir. Vió la luz en Buenos Aires. La vida intensa de estos -hormigueros y caravanseras que ha socavado y llevado la civilización en -la tenue y quebradiza costra del planeta no tiene para él secretos -ningunos. Estudió en el Colegio Nacional. Tiene ganado en brava lucha su -título de bachiller. Asistió más tarde a las aulas de la Escuela de -Medicina, con el propósito de conocer al hombre, mas no con el de -aliviarle sus dolencias por medio de las drogas o el bisturí, porque, a -poco andar, ya había plantado sus reales en el Instituto Pedagógico, si -hemos de creer a sus biógrafos más desinteresados. Su curiosidad de las -cosas humanas le hizo abandonar estas disciplinas para entrar en 1910 a -ser preparador experimental del Laboratorio Psicológico. A todas partes -le llevaba el deseo de conocer al hombre, de escudriñarle las entrañas y -disecarle el pensamiento. Satisfecha su curiosidad en el Laboratorio, -puso la mira en la Prensa diaria, documento humano de una riqueza -fascinadora y de una extensión suficiente para colmar el apetito de los -más insaciables investigadores del corazón humano. Allí se aposentó, -allí parece haber hecho mansión definitiva, y en voceros de la opinión -argentina empezó a darle al mundo el resultado de su experiencia y de -sus estudios personales. No es Cancela un mero escritor imaginativo. Ha -vertido sobre las cosas y los hombres la luz del conocimiento antes de -ponerse a describirlas o desenmascararlos. Es una manera de probidad que -no abunda en los escritores juveniles. Tal hay que escribe novelas sobre -las costumbres de los mayas sin haber visitado la América Central ni -leído siquiera lo poco que de esas tribus ha llegado hasta nosotros._ - -_Cancela recibió de la Naturaleza el don de ver, el don de penetrar y el -don de describir. Hay quienes describen sin haber visto y deslumbran -como deslumbra el cohete, derramando luces inconexas en la obscuridad. -Hay quienes ven la superficie y producen con sus descripciones la -impresión de lo vacuo, porque la Naturaleza les ha negado la facultad de -profundizar en la observación hasta descubrir el alma de las cosas y las -intenciones de los hombres. Es tan penetrante la visión interior de -Cancela, que suele cautivar a sus lectores pintando con minuciosidad -extrema la vida interior de los necios y, lo que es aún más difícil, la -de las necias._ - -_Se ha colocado, en presencia de la vida, en una actitud de observador -compadecido de las flaquezas, de la estulticia humana. No se indigna: -sonríe. Ni siquiera condesciende en reírse. Parece como si temiera que -la carcajada interrumpiese la benévola eficacia del pensamiento. Una -actitud parecida a ésta ha debido de asumir Sócrates y sin duda la tuvo -Cervantes en presencia del conflicto vital. Corregir es inepto. La burla -resulta inadecuada. Sonreír es lo más honesto y en ocasiones lo más -elegante, porque si el chiste reverbera y el sarcasmo punza y provoca la -reacción del espíritu vulnerado, la reverberación y el encono pasan -pronto y a veces pasa con ellos el mérito literario de la obra que los -ha producido._ - -_Del verdadero escritor humorista se dice que vive la vida de su tiempo -y la de los años por venir. Este libro de Cancela tiene con la vida -contemporánea nexos indestructibles. Acaso no estuvo en el ánimo de su -autor, pero estos tres bocetos se rozan con los más graves problemas de -la hora presente. Acaso sean también una premonición para los hombres -del porvenir. La historia del doctor Herrlin se roza con esta especie de -religión nacida, a última hora, de la fe ciega que los hombres han -puesto en la técnica y en los expertos. La credulidad humana es cosa tan -tenaz y tan falta de lógica que, a pesar de la guerra de 1914, el -fracaso más estruendoso de la técnica, de los peritos militares y de los -expertos en materia de finanzas, aquella religión no ha quemado sus -ídolos ni derribado sus templos. La psicología comparada, que había -pronosticado la decadencia de franceses, ingleses e italianos y su fácil -vencimiento por las tribus septentrionales, continúa iluminando el -cerebro de los profesores. Los hombres que le increpaban a Alemania su -incapacidad de entender a otros pueblos han resultado igualmente -limitados para escudriñar el alma de los alemanes. Los peritos, los -técnicos, parecen empeñados en destruir la civilización, que, según -todas las probabilidades, ha sido la obra de la casualidad y del -esfuerzo intercadente de algunos pueblos amantes de la gracia y de la -comodidad. Cancela ha visto que en América la religión de la técnica se -ha complicado con la superstición del extranjero. Allá basta que un -hombre atormente la sintaxis castellana y tenga una pronunciación -rocallosa para que le sea fácil abordar el interior de los templos en -que se celebra el rito de la técnica._ - -_Otro de nuestros males presentes es la lucha de clases: mal tempestuoso -que está privando por dondequiera a la especie humana de sus más -excelsas cumbres. Un día cae Canalejas; otro, Jaurès. Una mano obscura -cercenaba la vida de Kurt Eisner, acaso la misma mano que más tarde -señalaba el fin de la inteligencia fastuosa de Rathenau. El mundo se -disuelve comenzando por la desaparición de los grandes hombres. Un -vértigo como éste, de envidia incomprimida, trajo, según Burckhardt, el -ocaso de la cultura griega. En_ Una semana de holgorio _está de bulto -la ceguedad del odio de clases._ - -_Por fin, Cancela ha puesto su cauterio sobre los bordes cárdenos de -otra llaga social. La úlcera maligna de los nuevos ricos obra con menos -vehemencia en este empeño destructor, pero no con menos eficacia. El -nuevo rico, ahora como en tiempos de la Roma decadente, contribuye a la -tarea disolvente rebajando el nivel de los grandes valores vitales. El -no destruye, pero degrada. La fortuna, que pone a su alcance la flor de -los valores de cultura, no le ha dado ni la inteligencia para -comprenderlos ni la capacidad de refinar su espíritu gozando de ellos. -Para ponerlos a su alcance tiene por fuerza que traerlos a un plano -inferior, donde se degradan o se invierten. Triste fenómeno social -estudiado en_ El culto de los héroes. - -_Todo esto lo ha visto la inteligencia de Cancela. Pero demasiado -discreto para hacer el pedagogo, ha querido pasar por un mero relator de -sucesos contemporáneos. Es, en efecto, un narrador de altas dotes. Su -frase es pura y tersa como la corriente de un arroyo que serpentea por -el valle después de haber golpeado el cristal de sus ondas contra las -rocas de la alta sierra. La fuerza representativa, el humor predominante -en su concepto de la vida, la gracia elusiva de su estilo, su actitud -impersonal ante las miserias que describe, hacen de Cancela un hombre de -esos a quienes se refiere Emerson cuando dice que son las profecías -ambulantes del mundo que ha de venir._ Adveniat regnum tuum. - -_No quiero terminar estos apuntes sin felicitar sinceramente a «Calpe» -por el acierto con que ha escogido este libro para dar a los españoles -una idea de la literatura americana contemporánea de lengua castellana. -El libro favorece a las letras americanas, pero es un digno exponente de -ellas. En la obra mecánica la fuerza se mide en las partes más flacas. -La resistencia de una cadena la da rigurosamente el más débil de sus -eslabones. No es así en las obras del pensamiento. La literatura de los -pueblos se mide por la altura de las cumbres más excelsas: Dante, -Shakespeare, Cervantes, Goethe, Tolstoi. La lista se agota pronto. Lo -demás es documento con que los eruditos suelen llenar sus fichas._ - -B. SANÍN CANO. - - - - -EL COCOBACILO DE HERRLIN - - - - -CAPITULO PRIMERO - -SIMPLE INTRODUCCIÓN A UNA HISTORIA COMPLICADA - - -Cuando Augusto Herrlin, _privat docent_ de la Facultad de Upsala, -publicó su «Informe sobre algunas observaciones hechas acerca de una -nueva enfermedad infecciosa del conejo silvestre (_Lepus cuniculus -vulgaris_)» era todavía lo que en los círculos científicos de la vieja -ciudad universitaria suele llamarse un joven de porvenir. Acababa de -entrar en los cuarenta años; hacía justamente ocho que estaba de novio -con la séptima hija del profesor Hedenius, titular de su materia, y -tenía abiertas ante sí, en todo sentido, perspectivas envidiables. Su -reputación profesional comenzaba a apuntar, y a no ser por el agrado con -que seguía la práctica de los deportes de invierno en las revistas -ilustradas de Estocolmo, habríasele supuesto en condiciones de -substituir en la cátedra a su futuro padre político. - -La publicación del informe--cuyo texto era ya conocido, pues había -figurado, a modo de artículo, en la _Revista del Instituto de -Bacteriología_ de Lund, se hallaba incluído en los _Anales de la Real -Academia de Upsala_ y fuera divulgado en uno de los últimos números de -los _Cuadernos bimensuales de la Sociedad Escandinava de Agricultura -científica_--no obedecía, como podría creerse, a un ansia de -popularidad. Augusto Herrlin desdeñaba las reputaciones demasiado -ruidosas que trascienden los medios académicos y llegan hasta los -libreros y los alumnos del Gimnasio Real de la localidad. La edición, en -folleto, de su interesante trabajo debíase, por consiguiente, a -sentimientos de otro género. - -En la primera semana de mayo se cumplía el octavo aniversario de su -compromiso con la séptima hija del profesor Hedenius. ¿Qué mejor -testimonio de la constancia de su afecto que ofrecerle en esa ocasión el -fruto de sus labores juveniles? - -Herrlin había encargado, pues, al impresor de la Universidad una edición -reducida del «Informe», que ostentaba en su anteportada la siguiente -dedicatoria: - - A MI PROMETIDA - HAROLDA HEDENIUS - QUE UNE - A SU VIRTUD Y BELLEZA - UN NOMBRE ILUSTRE - EN LAS - CONQUISTAS DE LA FLORA MICROSCÓPICA - - - - -CAPITULO II - -UN INFORME CONSULAR - - -Hasta hace algún tiempo, el único argentino establecido en Estocolmo era -M. Johann van der Elst, un holandés naturalizado que acostumbraba a -residir en Rotterdam, lo cual no le impedía desempeñar con celo y -contracción ejemplares las funciones de vicecónsul de la República en la -capital sueca. - -La información que enviaba mensualmente al Ministerio de Relaciones -Exteriores era un índice preciso y minucioso del intercambio comercial -sueco argentino, aumentado, a menudo, con abundantes noticias sobre las -invenciones, descubrimientos y nuevos métodos científicos e industriales -que pudiesen interesar a la agropecuaria sudamericana. Esa contribución -de van der Elst al progreso de nuestras industrias madres era difundida -en todo el país por el _Boletín del Ministerio de Relaciones -Exteriores_, que adquiría en tales circunstancias un volumen -considerable. - -A veces, el Ministerio de Agricultura reproducía en sus publicaciones -parte de la correspondencia del vicecónsul en Estocolmo, y hasta en -cierta oportunidad repartió 10.000 folletos de propaganda sobre un nuevo -procedimiento para la producción de quesos frescos, transmitido por van -der Elst. - -Pero el informe suyo que tuvo mayor fortuna fué el referente al empleo -del marlo del maíz en la fabricación de pasta de papel. Llegado al país -en momentos en que mayor era la escasez de este producto, fué publicado -en el _Boletín del Ministerio de Relaciones Exteriores_, reproducido en -los _Anales del Ministerio de Agricultura_, insertado en síntesis en los -grandes diarios de la capital y del Rosario, incluído en la _Revista de -la Universidad de Buenos Aires_ como nota de un artículo del doctor -Ernesto Quesada, y transcrito, por último, en el _Diario de Sesiones_ de -la Cámara de Diputados, acompañando el proyecto de ley por el cual se -mandaba iniciar los estudios necesarios para el establecimiento de la -nueva industria. Así, por una paradoja frecuente en la terapéutica -social, el primer efecto del salvador informe de van der Elst consistió -en la agudización de la crisis papelera. - -No es, pues, nada extraño que, al recibirse en Buenos Aires una -correspondencia del Viceconsulado en Estocolmo dando cuenta de que el -profesor Herrlin, de la Universidad de Upsala, había descubierto un -bacilo que determinaba una epizootia fatal entre los conejos silvestres, -la noticia se difundiese rápidamente. El relato de esa brillante -conquista científica y las consideraciones de van der Elst sobre las -consecuencias de su aplicación a la lucha contra el conejo y la liebre, -enemigos naturales de la agricultura, fueron pronto familiares a los -espíritus porteños. - -Este último informe llegaba en momentos en que el apetito de algunos -millares de conejos se satisfacía a costa de los campos del Sur, y muy -pronto el cocobacilo de Herrlin fué bendecido por muchos corazones como -el ángel salvador de los sembrados. - -Por aquellos días, al discutirse el presupuesto, un diputado reprochó a -la cancillería no reservara exclusivamente a los ciudadanos nativos el -desempeño de los cargos consulares. Y para justificar su observación -leyó una lista de los extranjeros y ciudadanos naturalizados que tenían -la representación de nuestros intereses comerciales en el exterior, en -la que figuraba, naturalmente, el vicecónsul en Estocolmo. - -¡Nunca lo hubiera hecho! A la sola mención del activo colaborador del -_Boletín_ de su ministerio, el canciller se agitó en su banca y pidió la -palabra con voz trémula. Se la concedieron de inmediato, y comenzó su -discurso en medió de la expectativa de la Cámara. Recogió el último -nombre leído por el diputado, el de Johann van der Elst, como ejemplo de -los errores e injusticias a que pueden conducir los defectos de -información y la precipitación en los juicios. No quería fatigar a la -Cámara; mas para llevar a todos el convencimiento de que la vigilancia -de nuestros intereses comerciales en el exterior se hallaba en buenas -manos, él iba a ceder la palabra a su colega de Agricultura, quien -diría en qué forma los agentes consulares contribuían al desarrollo de -las industrias «cardinales» de la nación... - -A tres bancas de distancia del canciller, en el semicírculo ministerial, -el secretario de Agricultura comenzó a hablar. Con los ojos fijos en el -reloj que corona el estrado de la presidencia, habló y habló, enumerando -todos los beneficios que la agricultura y la ganadería podrían retirar -de las informaciones transmitidas por el Viceconsulado en Estocolmo. Se -refirió especialmente al nuevo procedimiento para la obtención de quesos -frescos, que había sido dado a conocer en 10.000 folletos de propaganda, -y recordó el informe respecto a la fabricación de pasta de papel con el -marlo de maíz, que había sido materia de un proyecto de ley. Pero el -momento en que el orador obtuvo efectos de elocuencia fué al entrar en -el comentario de la última comunicación de van der Elst. Los estragos de -los conejos que devoraban las cosechas, trastornaban la topografía de -los campos del Sur y arruinaban a los colonos, determinando, en -consecuencia, el depreciamiento de la propiedad rural y la alteración de -nuestro régimen económico, fueron descritos con trazos pavorosos, para -mostrar en seguida al cocobacilo de Herrlin restituyendo los campos a su -prístina feracidad, devolviendo la tranquilidad y el bienestar a los -colonos, provocando la valorización de las tierras, el acrecentamiento -de la riqueza nacional y la restauración de nuestro crédito exterior... - -Ante esa síntesis grandiosa de las consecuencias de una victoria -completa sobre los conejos, la Cámara, poniéndose de pie, aclamó al -ministro de Agricultura. - - - - -CAPITULO III - -LA MANCHA AZUL - - -Antes de la sesión en que tan bien sentado dejó el prestigio de Johann -van der Elst, el ministro de Agricultura no había reflexionado -seriamente en la realidad de la plaga leporina. Naturalmente escéptico, -no se le había ocurrido hasta entonces que esos animalitos tímidos que -veía en las vidrieras de los bazares, siempre en disposición de tocar el -tambor, pudiesen destrozar las viñas y devorar los sembrados. Fué -necesario que el fuego de la elocuencia le poseyera para que en una -súbita revelación alcanzase, al propio tiempo que la comunicaba a su -auditorio, la clara visión del peligro. Y al reflexionar en la soledad -sobre su triunfo oratorio advirtió que había sido el intérprete -inconsciente de una gran aspiración del alma nacional: la guerra al -conejo... - -Esta comprobación le llevó de inmediato a planear la campaña decisiva -contra la plaga, campaña que constituía, según dijera él mismo, «una -improrrogable e imperiosa urgencia nacional». - -Quedó así resuelta la contratación del sabio sueco por el Gobierno -argentino para dirigir la campaña en contra del conejo. - -Al mismo tiempo el ministro encargó al doctor Simón Camilo Sánchez el -proyecto de la Oficina que se haría cargo de los trabajos para combatir -la plaga y llevaría a la práctica las combinaciones científicas del -profesor sueco. - -El candidato no podía ser mejor elegido. El doctor Simón Camilo Sánchez -era director general de Agricultura, Ganadería y Piscicultura, y -catedrático de Derecho internacional, Procedimiento consular, Historia -americana, de Economía política y Filosofía del derecho. - -Este personaje enciclopédico sometió al ministro a los pocos días el -plan completo de la nueva repartición, que se llamaría «Departamento de -Protección agrícola». Por ese proyecto, el territorio de la República -se dividía en veinte zonas, cada una de las cuales se entregaba a la -vigilancia de un Comisariato, que debía informar semanalmente sobre los -destrozos ocasionados por los conejos y los lugares y circunstancias en -que se hubiese visto rondar a los merodeadores de largas orejas. Una -oficina central organizaría todos esos datos, a fin de publicar un mapa -en que se evidenciara la repartición geográfica de la plaga. Cuando las -gestiones para el contrato del sabio sueco llegasen a su término, éste -hallaría listos todos los elementos para la aplicación del cocobacilo. - -El ministro aceptó el plan en todos sus detalles y lo incluyó en el -presupuesto para el año entrante, destinándole una suma global de medio -millón de pesos. Entre tanto creó, por simple decreto, el Departamento -de Protección Agrícola, y constituyó, con 250 empleados, los cuadros del -futuro personal de la repartición. - -Esta comenzó a funcionar al poco tiempo bajo la dirección del ubicuo y -omnisciente Simón Camilo Sánchez. Los veinte comisariatos iniciaron su -acción con mucho empuje: desde todos los puntos de la República llegaron -telegramas, notas, informes y comunicaciones, señalando los puntos en -que los conejos ejercitaban su voracidad y haciendo notar la rapidez de -movimientos y el carácter tímido de los perjudiciales roedores. Con -tales datos, el Departamento de Protección Agrícola dibujó un mapa, en -el que se representaba con una mancha azul el radio de acción de los -conejos. La ingeniosa carta, que fué reproducida por todos los diarios, -llevó la alarma a los espíritus más indiferentes: la mancha azul lo -cubría todo... Parecía que sobre el territorio de la República se -hubiera volcado un frasco de tinta Stephens. - - - - -CAPITULO IV - -PRELIMINARES DE LA CAMPAÑA - - -Los Comisariatos de la Protección Agrícola no tuvieron al comienzo -función ofensiva alguna. Su labor consistió en vigilar al enemigo, -descubrir sus puntos de concentración, sus hábitos de vida, el forraje -que prefería y las horas que destinaba al reposo. Esas tareas, justo es -reconocerlo, fueron admirablemente cumplidas por las veinte secciones. - -A los cuatro meses de su creación pudo asegurarse oficialmente que los -conejos eran animales cuadrúpedos, mamíferos, de unos 45 centímetros de -largo, muy veloces y extraordinariamente fecundos. Apenas agotados tales -reconocimientos comenzaron a llegar atentas observaciones de algunos -comisariatos respecto a la exigüidad del personal que se les había -atribuído. «Para informar a esa Dirección sobre el desarrollo y las -proporciones de la plaga en toda la provincia--decía, en una nota, -Delfín Acuña, el jefe del Comisariato de Mendoza--no bastan los diez -empleados que tengo a mis órdenes. Si el señor ministro quiere que -nuestro resumen hebdomadario se refiera a toda la zona cultivada es -preciso decuplicar, por lo menos, ese personal». Y Delfín Acuña entraba -en el detalle de la distribución estratégica que daría a esos cien -empleados. - -Simón Camilo Sánchez, al informar al ministro sobre estas notas, sostuvo -el aumento del presupuesto; pero como la situación económica no lo -permitía, las comunicaciones fueron archivadas. - -Delfín Acuña no era hombre de hacer una observación en balde. Se había -venido junto con la nota a la capital y había tenido aquí largas -conferencias con los diputados de su provincia. - -Así, la primera vez que el ministro concurrió a la reunión de la -Comisión de Presupuesto se vió forzado a convenir que el personal de los -Comisariatos era efectivamente escaso. La Comisión propuso en seguida -un aumento considerable en los empleados afectados a la extinción del -conejo, aumento que se distribuiría según la importancia de cada -provincia y el grado de extensión de la plaga. Se instituyeron de ese -modo Comisariatos de primera, de segunda, de tercera, etc., etc. En -total, 1.200 ciudadanos recibieron emolumentos oficiales gracias a la -maravillosa eficacia del cocobacilo de Herrlin. - -Semejante acrecentamiento del personal hizo necesaria la ampliación del -organismo administrativo central. Se crearon, fuera de presupuesto, las -oficinas de «Dirección del personal», «Estadística» y «Propaganda»: 300 -nuevos ciudadanos cobraron sueldos del Estado. - -La oficina de «Propaganda» era debida a una ingeniosa idea de Simón -Camilo Sánchez. El director de Agricultura, Ganadería y Piscicultura, -considerando que para la completa realización de los fines de la -Protección Agrícola era imprescindible la buena voluntad de los -agricultores, se propuso ganarla mediante una intensa campaña de -vulgarización científica. - -Constituyó, pues, esa Sección, que comenzó a expedir millares de -folletos conteniendo la descripción del conejo (tamaño, movilidad, -fecundidad) y la enumeración de sus hábitos nocivos. Además inundó el -país de carteles con sintéticas leyendas, de grabados ilustrativos, de -mapas de la República horriblemente manchados de azul... - -La propaganda de la Protección Agrícola llegó hasta el punto de que un -colono del lugar más apartado de la Pampa no podía recorrer su campo, -revuelto y horadado por los conejos, sin encontrar sobre el camino un -cartelón que anunciaba: - -«El conejo es el peor enemigo de la agricultura.» - - - - -CAPITULO V - -LA PRIMERA VUELTA - - -Tres meses después de la ratificación de su contrato, Herrlin desembarcó -en Buenos Aires. Desde que publicara el «Informe», en el octavo -aniversario de su compromiso matrimonial, habían pasado casi dos años, y -a no ser porque creyó de corta duración la nueva empresa, antes de -venirse habría entrado en la familia de su viejo maestro. - -Herrlin llegó, pues, soltero, lleno de ilusiones y con las mejores ideas -sobre nuestro país, que había recogido en su estudio del castellano y de -la historia y geografía argentinas. - -Se alojó en un hotel del Retiro, vistió su buen traje de levita, ajustó -en la cabeza rasurada el lustroso cilindro de ceremonia, y con el -paraguas al brazo echó a andar, a pasos firmes y sonoros, por la calle -Florida en dirección al centro. El _privat docent_ advirtió que, tras su -paso, la gente, sobre todo las mujeres, se volvían como para leer algo -en su espalda. Supuso que observaban el corte de su levita, proveniente -de la Sastrería Académica de Upsala, fundada el mismo año que la -Universidad, en 1476, y anotó esa curiosidad como un síntoma favorable a -sí mismo y al país. - -Cuando llegó al Ministerio de Agricultura comenzaban a afluir los -empleados. Frente a la pequeña sala de espera, en que se hallaba junto a -un afable postulante, el profesor sueco vió pasar cientos y cientos de -hombres jóvenes, alegres y elegantes, idénticos a los que acababa de ver -discurriendo por las aceras y conversando en los cafés. Admirado del -interminable desfile, Herrlin exclamó: - ---¡Cuántos empleados! - ---Esto no es nada--repuso el postulante--; los otros son muchos más... - ---¿Los de otro turno? - ---No; los que no vienen nunca... - -Esta respuesta dió a Herrlin la prueba de que su conocimiento del -castellano era todavía deficiente; no se explicó el sentido de las -palabras del postulante ni la sonrisa irónica con que las acompañó. -Desconcertado por su primera dificultad idiomática, el _privat docent_ -guardó silencio hasta que, ya bien entrada la tarde, pudo ver al -secretario del ministro. - -Evidentemente, al exponer sus títulos, la misión que se había empeñado -en conferirle el Gobierno argentino y el objeto de su primera visita -debió de expresarse inapropiadamente, a juzgar por el estupor que denotó -el secretario. - -«¡El profesor Herrlin! ¡El profesor Herrlin!», repetía con pavor, -mirando para todos lados, como si quisiese descubrir un lugar donde -ocultarlo... - -Herrlin llegaba, efectivamente, en el momento más inoportuno. El -Departamento de Protección Agrícola, por su monstruoso crecimiento de -los últimos meses, había venido a constituir un peligro para el -Gobierno. Los diputados socialistas, apoyados por muchos representantes -del litoral, hallaban desproporcionada la suma de 1.500.000 pesos que se -le asignaba en el presupuesto para el año entrante. Su oposición fué -irreductible, al punto que el ministro se vió obligado a admitir la -disminución de esa partida a 1.450.000 pesos, aunque no sin prevenir -elocuentemente que el Departamento no podría cumplir sus fines y estaría -forzado a limitar sus publicaciones de propaganda. Y como su posición en -el Gabinete no era muy segura, indicó a Simón Camilo Sánchez la -necesidad de que, para evitar la reanudación de los ataques, el -Departamento diese pocas señales de vida. Además resolvió introducir -economías en la repartición, y a ese objeto dejó sin proveer una vacante -de escribiente que acababa de producirse en el Comisariato de tercera de -la Rioja. - -El secretario tenía, pues, razón al pretender ocultar al profesor -Herrlin. La llegada del sabio volvía a poner en evidencia al -Departamento, que quién sabe si podría resistir el fuego cruzado de -editoriales y discursos que soportara recientemente sin mucha gallardía. - -No atreviéndose a llevar esta mala noticia al malhumorado ministro, el -secretario creyó conveniente aplazar el asunto. - -Después de recomendarle mucha reserva sobre su arribo y la misión que -traía hasta tanto recibiera órdenes, le dijo en forma de despedida: - ---Vea, doctor... Dése una vuelta... - -Y se quedó meditando sobre el día conveniente para una entrevista con el -ministro. - -Pero Herrlin, entendiendo la frase en su sentido directo, creyó que el -secretario deseaba admirar el corte de su levita académica, y con el -cuerpo rígido, en posición militar, dió en cuatro tiempos una vuelta -completa. - -Fué la primera y la más simple que le hizo ejecutar nuestro mecanismo -administrativo. De allí en adelante siguió dando vueltas de órbitas cada -vez más complicadas e inútiles, girando y girando en torno de la -excelencia ministerial, como un satélite condenado a presentar siempre -al centro del sistema una faz de eterno postulante... - - - - -CAPITULO VI - -LA MÁSCARA DE HIERRO - - -En los días que siguieron, Herrlin dió repetidas vueltas por el -Ministerio de Agricultura, y todas las veces salió asombrado del mucho -interés que se concedía a su levita y del ninguno que se dedicaba a su -misión científica. - -El secretario le atendía amablemente, le ofrecía té, cigarros y licores; -le iniciaba en la vida fácil y el lenguaje reducido y pintoresco de -nuestros elegantes, pero no se atrevía a ponerle en contacto con el -ministro, ni mucho menos a hacerle adelanto alguno respecto a sus -funciones leporicidas. Se arriesgaba, todo lo más, a recomendarle mucha -discreción, a prevenirle no dejase sospechar su existencia a los -periodistas, y a ser cauto en sus opiniones sobre la extinción del -conejo. Herrlin había llegado en un momento crítico, y una palabra suya -podía comprometer la suerte del ministro y provocar el aniquilamiento -del Departamento de Protección Agrícola. Era preciso aguardar a que la -situación política se despejase, y entonces ya podría recobrar el tiempo -perdido. Entre tanto debía resignarse a permanecer ignorado e inactivo y -a cobrar todos los meses en Secretaría la asignación mensual fijada por -contrato. - -Herrlin no tuvo más remedio que conformarse. Inició entonces una vida de -ocio y misterio, que llegó a pesarle como un manto de plomo. Lejos de -sus libros, de su mesa de trabajo en el modesto laboratorio de Upsala, -de las amables tertulias familiares en la vieja casa del profesor -Hedenius, los días crudamente luminosos de Buenos Aires le parecían -inmensos, y las noches, interminables. El incógnito que recataba su -persona creaba en torno suyo una zona infranqueable, y para no -traicionarse, debía, muy a pesar suyo, mostrarse hosco y receloso en -esta ciudad de gentes de fácil trato. Cuando no iba al Ministerio, -consagraba la tarde a interminables caminatas por la ciudad, y la noche -a solitarias libaciones en cualquier bar del centro. Este era el único -momento tranquilo de su existencia; se sentía aligerado de su secreto, -rico de esperanzas y lleno de impulsos belicosos. Soñaba en vengarse -sobre los conejos de la inacción a que le obligaban las complicaciones -políticas del país y en alfombrar su cuarto con las pieles de los -vencidos, como los crueles guerreros de Asiria. - -Pero al día siguiente la dura realidad volvía a dominarlo, y tenía -entonces conciencia de ser una especie de Hombre de la Máscara de -Hierro, libre pero incomunicado, que paseaba por la ciudad un formidable -e insólito secreto de Estado acerca de los conejos. - - - - -CAPITULO VII - -DONDE SE ENTRA EN CONTACTO CON EL ENEMIGO - - -Augusto Herrlin no pudo soportar mucho tiempo la vida de hotel. -Convencido de que la situación política de la República le obligaría a -permanecer aquí mucho más de lo que había calculado, escribió a Upsala -recomendando paciencia a la hija del profesor Hedenius y tomó -alojamiento en una casa de pensión. - -Este cambio le fué beneficioso. Gracias al simulacro de vida de hogar -que imperaba en el reducido establecimiento de doña Asunción Fragoso, el -_privat docent_ recuperó la alegría y el sosiego que perdiera desde su -arribo a Buenos Aires. Allí encontró, aparte de los hábitos ordenados y -modestos que eran los suyos, una sociedad grata a su espíritu. Vivían en -casa de doña Asunción dos estudiantes de Medicina, un viejo empleado de -una casa de óptica y don José María de Inclán-Zavaleta, apasionado -cultor de la historia patria. - -El profesor sueco intimó prontamente con sus compañeros de pensión. En -torno de la mesa familiar, discurrió sobre bacteriología con los -estudiantes de Medicina, habló con el óptico de microscopios y aparatos -de investigación, y escuchó atentamente las disquisiciones de -Inclán-Zavaleta. - -Exento de vanidad y de picardía, Herrlin fué estimado por todos a los -pocos días como un viejo amigo. - -Doña Asunción, en especial, le cobró un profundo cariño, admirando -juntamente en él la universalidad de su saber y de su apetito. - -En ese ambiente de afable vida doméstica, una noche en que la sobremesa -se prolongó más de lo de costumbre, porque doña Asunción había entablado -una larga controversia con los estudiantes sobre los horrores de la -vivisección, el profesor Herrlin estableció su primer contacto con el -enemigo. - -Sentado al extremo de la mesa, próximo a una puerta que se abría sobre -el jardín, el profesor escuchaba el alegato de la patrona, cuando el -rumor de un roce sobre la alfombra, a los pies suyos, atrajo su -atención. Fuera del círculo de luz que una pantalla verde arrojaba sobre -la mesa, todo el comedor se hallaba sumergido en las tinieblas. A -Herrlin le costó discernir el sentido de la forma blancuzca que se -gitaba a sus plantas. Reconoció poco a poco un par de largas orejas -velludas, un hocico movible, dos largos bigotes y un labio hendido -perpendicularmente... Era un conejo de la variedad «gigantea» (_Lepus -cuniculus giganteus_), un hermoso ejemplar de macho, de cabeza larga y -fuerte y de robustas extremidades posteriores. - -Sorprendido por semejante aparición, Herrlin quedó inmóvil en su -asiento. El conejo, después de husmear desenfadadamente los botines del -profesor, retrocedió unos pasos, se enderezó sobre las patas, y con las -manos juntas sobre el pecho, levantó el hocico al aire. Como en esa -posición las orejas tensas continuaban la línea del cuerpo, el extraño -visitante alcanzaba así casi un metro de altura y llegaba hasta el borde -de la mesa. Con sus ojos redondos, en que se reflejaba el resplandor -verde de la pantalla, el conejo miró fijamente a su antagonista. Bajo la -fascinación de esa mirada, encendida de una verde transparencia, el -sabio creyó habérselas con un genio maléfico, y esperó verle crecer -desmesuradamente hasta tocar con las orejas en el techo. Debía de ser un -genio modesto, porque no quiso pasar del nivel de la mesa. Se limitó a -sonreír sardónicamente, corriendo para atrás las guías de los bigotes, y -recobrando la horizontalidad, se volvió bruscamente. Sus orejas se -agitaron desdeñosamente; el rabo, ridículamente trunco, osciló de -izquierda a derecha como la aguja del velocímetro de un automóvil que se -pone en marcha; alcanzó en tres zancadas la puerta del jardín, y se -perdió en las sombras de la noche... - -La controversia de doña Asunción con los estudiantes no se había -interrumpido; Herrlin advirtió por ello que, como Mácbeth en el banquete -en que se la aparece la sombra de Banquo, él fuera el único que se diera -cuenta de la presencia del extraño visitante. Renunció, pues, a admitir -la realidad de la escena, y creyéndose víctima de una alucinación, se -prometió suprimir desde el día siguiente la ración de ponche con que -animaba la sobremesa. Esa noche, a causa de la prolongación de la -charla, había bebido con exceso. Era preciso imponerse un período de -abstinencia, y para confirmarse en su resolución se sirvió otro vaso. A -ese siguió otro, en recuerdo de su poción favorita, y otro más como -despedida a la reunión. - -Después, emocionado por sus recuerdos de Upsala y enternecido ante la -imagen de la hija del profesor Hedenius, que se presentó patente a su -espíritu, solicitó una nueva vuelta e improvisó un brindis en honor de -la mujer argentina y otro en homenaje a doña Asunción. Luego, en una -natural gradación de ideas, levantó su copa por el ministro de -Agricultura y el Gobierno de la República, comprometidos en una -siniestra conjuración de conejos, audaces conspiradores que llegaban en -su insolencia hasta penetrar en las casas a la hora sagrada de la comida -familiar... Por último, entonó una serie de canciones báquicas -escandinavas y el tradicional «Gaudeamus igitur» de los estudiantes -suecos, y pidió que se llenase de nuevo la ponchera para aclarar la -voz. - -Desde hacía tiempo doña Asunción y el empleado de Lutz y Schulz se -habían retirado a descansar. - -A las tres de la mañana, el profesor Herrlin, puesto en cuatro patas, -buscaba debajo de la mesa el reloj, que por descuido había guardado en -un bolsillo del pantalón. - -En esa recorrida cuadrúpeda encontró sobre la alfombra, cerca de su -silla, una media docena de bolitas obscuras, suaves al tacto, que no -tardó en identificar relacionándolas con la extraña aparición del -conejo. - -Nuestro bacteriólogo disfrutaba por lo general de un sueño tranquilo. -Sin embargo, aquella madrugada soñó que, a medida que iba avanzando por -un interminable camino solitario, de los matorrales vecinos salían a -cada paso conejos de desmesuradas proporciones, que después de husmearlo -de pies a cabeza partían veloces como patrullas avanzadas de caballería -que acaban de establecer contacto con el enemigo. - - - - -CAPITULO VIII - -REVISTA DE FUERZAS COLONIALES - - -Simón Camilo Sánchez había experimentado una profunda amargura ante los -primeros ataques dirigidos a su Departamento. Su conciencia de patriota, -para la cual la extinción del conejo venía a ser el complemento -necesario de la conquista del desierto, sufría a causa del terreno -exclusivamente económico en que se había planteado el debate. Ordenado y -nada derrochador en su vida privada, el director de Agricultura, -Ganadería y Piscicultura no creía aplicable al manejo de los caudales -públicos las reglas del ahorro individual. Por lo menos así lo -proclamaba en esa ocasión, citando a cada paso como ejemplo de buena -contabilidad las cuentas del Gran Capitán: «Por palas, picos y -azadones...» Y esa enumeración de instrumentos de cultivo a precios -fabulosos le producía la envidia que causa a los bibliófilos la reseña -de las ventas del Hotel Drouot. Simón Camilo Sánchez ansiaba poder -presentar a la Contaduría de la nación unas cuentas por el estilo. - -La amputación del presupuesto del Departamento le hirió así en sus -sentimientos y en sus convicciones. Su melancólico desaliento tornóse en -hosca pesadumbre cuando el ministro le indicó la conveniencia de -restringir los signos de actividad de la Protección Agrícola, y adoptó -entonces la actitud de todos los grandes hombres en desgracia: se -desterró. - -Aceptando una invitación de la Universidad de Río, partió para el -Brasil. Por espacio de tres meses disertó en las instituciones -jurídicas, científicas, agrícolas y literarias de la capital carioca de -San Paulo, y el eco de sus palabras llegó a Buenos Aires, agrandado por -el entusiasmo de nuestros vecinos y ennoblecido por la distancia. - -Su alejamiento se dejó sentir muy pronto en las oficinas centrales de la -Protección Agrícola. Era la primera vez que faltaba a su puesto desde la -creación del formidable organismo, y esta ausencia, junto con la -decapitación realizada por la Cámara de Diputados, llevó el desconsuelo -a todos los enrolados en el ejército leporicida. El primero en desertar -fué el subdirector; a poco de haber partido el jefe, pidió una licencia -y se refugió en la estancia de un amigo. Los directores de las diversas -Secciones de personal, estadística, cartografía, propaganda, etc., etc., -siguieron ese ejemplo, y tras una breve despedida se marcharon con la -impresión del que abandona un enfermo desahuciado. Luego los secretarios -de Sección, prosecretario, jefes de oficina, segundos jefes, auxiliares -y escribientes de todas categorías fueron yéndose en progresión -creciente y riguroso orden jerárquico, hasta que todo el personal se -dispersó en la urbe inmensa, como un cargamento de naranjas en el -océano. - -El antiguo edificio del Correo, que se había destinado para las oficinas -de la Protección Agrícola, quedó desierto. - -A veces un empleado iba a escribir una carta o a pedir prestados algunos -pesos al mayordomo, el negro Liborio, para salir de un apuro. Algunos -escribientes que seguían estudios universitarios se reunían allí para -preparar sus exámenes. En las salas vacías, tapizadas de avisos, máximas -y prevenciones sobre los conejos, resonaba entonces el eco de las -sentencias augustas del Derecho romano, enunciadas en el latín pausado y -cantante de los naturales de nuestras provincias mediterráneas. - -Pero ese último vestigio de civilización acabó también por desaparecer, -y finalmente las huestes de ordenanzas, capitaneadas por Liborio, -quedaron dueñas absolutas del campo. - - * * * * * - -Un tiempo después inicióse en el vasto edificio un período de singular -actividad. El estrépito ininterrumpido de cincuenta máquinas de escribir -llenó las salas antes silenciosas; las campanillas de los quince -teléfonos y el repiqueteo de los timbres internos matizó alegre y -nerviosamente ese rumor, y el ruido confuso de puertas, pasos y voces -trajo una impresión reconfortante de vida tumultuosa. Al anochecer -salían regueros de luz de todas las ventanas, y esa iluminación se -prolongaba muchas veces hasta las primeras horas de la madrugada. -Probablemente el servicio de ordenanzas constaba de varios turnos, que -se renovaban por fracciones, porque durante toda la noche no era sino un -constante entrar y salir de sirvientes negros por la puerta principal, -que tenía sus batientes entornadas. En cambio, los empleados debían de -estar sometidos a un régimen monstruoso de trabajo; nunca se les veía -salir a las horas acostumbradas. - -Tal demostración de sobrehumana actividad sorprendía, naturalmente, a -todos los noctámbulos que pasaban por Corrientes y Reconquista. Entre -los periodistas y los _clubmen_ fué así abriéndose paso la idea de la -injusticia de los ataques dirigidos a la meritoria repartición. Algunos -diputados que se cruzaron a las tres de la mañana con un grupo de -ordenanzas negros provenientes del Departamento de Protección Agrícola -se reprocharon en su fuero interno haber votado por la reducción de la -partida. - -Poco a poco esas impresiones favorables a la joven institución fueron -ganando otras clases del pueblo, y cuando Simón Camilo Sánchez regresó -del Brasil, cargado de gloria y engrandecido por los elogios del -extranjero, la opinión pública estaba ya de parte suya. Con la vuelta -del director de Agricultura, Ganadería y Piscicultura tales sentimientos -se robustecieron, y gracias a las enérgicas gestiones que Delfín Acuña -emprendió cerca de los representantes de su provincia pudieron -traducirse en hechos que vinieron a sacar de su marasmo al profesor -Herrlin. - -Pero antes de historiar el esplendor del Departamento de Protección -Agrícola debemos relatar la primera visita que el _privat docent_ hizo a -sus oficinas centrales cuando aquéllas causaban el estupor de las gentes -con su frenética y misteriosa actividad nocturna. - -Cierto atardecer, al retorno de una de sus habituales visitas al -secretario del ministro, el profesor, que ya comenzaba a perder su -timidez y su paciencia, sintió deseos de visitar de incógnito las -oficinas destinadas a cuartel general de la campaña contra el conejo. -Herrlin se deslizó al través de la puerta principal, como siempre -entornada, y no hallando a nadie, aguardó en el primer rellano de la -escalera a que apareciese algún portero. La espera fué inútil; Herrlin -no divisó a ningún ser viviente. Sin embargo, toda la casa estaba llena -del estrépito de las máquinas de escribir, del repiqueteo de los timbres -internos y de las nerviosas llamadas de las campanillas telefónicas. A -todo esto se unía el eco de voces y pasos humanos, y se hubiera dicho -que en alguna parte del edificio una banda numerosa ejecutaba un -lánguido vals vienés... Después de un largo momento de espera, Herrlin -se lanzó resueltamente escaleras arriba, y guiándose por el bullicio de -las máquinas de escribir, empujó una puerta. En una vasta estancia, con -el aspecto de un salón de ventas de artículos norteamericanos de -escritorio, cincuenta jóvenes dactilógrafas se hallaban sentadas ante -sus respectivas máquinas, de espaldas a la puerta, y dominando el -tumulto, se oía una voz que declamaba: «El cuelpo, señolitas, debe -pelmanecel natulalmente elguido....» - -Al ruido de la puerta las cincuenta jóvenes dactilógrafas volvieron -simultáneamente la cabeza, mostrando al profesor cincuenta rostros de -ébano lustroso en que sólo se advertía el blanco de la esclerótica y la -roja pulpa de los labios carnosos. Y ante el gigante rubio, de ojos -azules, que las miraba asombrado, las cincuenta señoritas exclamaron a -un tiempo, mostrando cincuenta dobles hileras de dientes no menos -blancos que el blanco de sus ojos: «¡Qué holol!» - -La oportuna llegada de Liborio puso fin a esta escena. Herrlin le -explicó que era un arquitecto extranjero y que deseaba, para formarse -una idea del sistema argentino de construcción, conocer la distribución -del edificio. (El _privat docent_ se ruborizó al enunciar esta inocente -superchería.) - -Seguro de que el visitante no investía carácter oficial alguno, el -mayordomo se prestó de buen grado a hacerle los honores del caserón. -Recorrieron todas las salas, y Herrlin pudo admirar en ellas la -profusión de avisos, máximas y sentencias sobre el conejo, que ocultaban -el papel de las paredes. Se detuvo ante un cuadro sinóptico que -representaba compendiosamente la evolución de su cocobacilo y concibió -una idea muy favorable de los trabajos de la Sección de propaganda. Pero -no comprendió en qué se ocupaban los grupos de negros de regocijada -fisonomía y aire indolente que sorprendía recostados en los sillones y -sentados sobre las mesas. No se explicó tampoco el sentido de la única -alusión que pudo recoger a su paso por un corrillo estacionado en la -biblioteca, en que se hablaba de «la pula tladition de Isabelino Díaz». -Al llamado del teléfono, uno del corro, que fué a atenderlo, dijo -autoritariamente: «En la cualta, métale todo delecho a Cocobacilo...» - -Durante su recorrido le persiguió obstinadamente el eco del vals vienés -ejecutado con toda verosimilitud por un robusto gramófono, y hasta le -pareció advertir a través de una puerta entreabierta varias parejas que -giraban voluptuosamente. - -Terminada la visita, Liborio le acompañaba cortésmente hasta la salida, -cuando volvieron a pasar por frente a la oficina en que trabajaban las -cincuenta obscuras dactilógrafas. A la puerta estaba una joven que le -dirigió una sonrisa impresionante. Liborio explicó: «Mi soblina Alba, -plofesola de datiloglafía.» - -Una vez en la calle, el profesor Herrlin echó a andar sin rumbo, -indescriptiblemente estupefacto de la uniformidad étnica del personal de -la Protección Agrícola y de las extrañas maniobras a que se entregaba. -Caminó y caminó según su costumbre, hasta que pudo plantear en -hipótesis la solución del enigma. He aquí las proposiciones que llegó a -formularse: - -«El empleo exclusivo de negros se impone, probablemente, por las -condiciones climatéricas de los lugares en que debe desarrollarse la -campaña en contra del conejo. - -»Los ataques al Departamento de Protección Agrícola no son, en -consecuencia, sino un episodio de la lucha de razas en este país.» - -Y habiendo devuelto la tranquilidad a su espíritu con estas -explicaciones, el _privat docent_ se encaminó alegremente a la casa de -doña Asunción. - - - - -CAPITULO IX - -«DON PEPE» - - -Herrlin llegó aquella vez ya entrada la noche a la casa de su patrona. - -Al dirigirse a su pieza para anotar en su libro de memorias las -circunstancias más curiosas de la visita que acababa de realizar, vió a -doña Asunción que corría hacia él llevando apretado contra el seno un -brazado de hojas de coliflor. - ---Míster Herrlin--le avisó--, entre con cuidado; _don Pepe_ se ha metido -en su pieza y no quiere salir... - -El profesor creyó que _don Pepe_ era algún borracho, y se dispuso a -hacerle comprender duramente que el domicilio de un súbdito sueco es -inviolable. Penetró en la habitación; dió luz, pero no vió a nadie. - ---Mire debajo de la cama, míster--indicó la patrona, que había ocupado -el vano de la puerta, siempre con el manojo de hojas de coliflor -amorosamente apretado contra el pecho suntuoso. - -Aunque no sin recelo, el profesor siguió el consejo de doña Asunción: se -inclinó junto al vasto lecho que ocupaba, y a pesar de que no divisó -nada, creyó necesario darle a entender al intruso que lo había -descubierto, porque le dijo con severidad: - ---¡Salga de ahí, señor!... - -A modo de contestación, se oyó debajo de la cama un redoble fuerte y -sonoro como el de un revólver que se golpease contra el piso, y al -propio tiempo un ronquido nada amable. El profesor Herrlin se enderezó -súbitamente y miró con desconcierto a la patrona. - ---Tírele de las orejas--insinuó ésta amablemente. - -Herrlin admiró la despreocupación con que le impulsaba a la peligrosa -empresa de irritar a un hombre armado y en pleno delirio alcohólico; -pero no cedió a esa sugestión femenina que hace los héroes. Las -incidencias de un pugilato le parecieron impropias de un profesor -universitario. - -Su indecisión fué tan evidente que la patrona se resolvió a obrar por su -propia cuenta. En un gesto que le pareció al sabio sueco el de una madre -espartana encerrándose para morir junto con el enemigo de su patria, -dejó el fardo de coliflores en el umbral y empujó las dos batientes de -la puerta. Luego, adelantándose hasta la cama, se arrodilló y comenzó a -dirigirle a _don Pepe_ denuestos y expresiones de cariño, todo sin -resultado. - -El hosco intruso debía de haberse dormido en su obscuro refugio. -Alentado por esta idea, Herrlin se bajó de nuevo, esta vez sin recelo, y -pudo ver, como a un metro de los pies torneados del lecho, con las -orejas replegadas a lo largo del cuerpo, en posición de reposo, un -soberbio conejo macho, de pelaje gris claro, de la variedad conocida con -el nombre de «gigante de Flandes» (_Lepus cuniculus giganteus_). - -Este descubrimiento despertó los ímpetus belicosos del profesor. -Repentinamente se acordó del estoque oculto entre sus mantas de viaje; -hallólo en un santiamén, desenvainó, se echó de bruces sobre el camión -de alfombra y dirigió la afilada lámina de acero contra el pecho del -conejo. - -Doña Asunción, que proseguía de rodillas su canto alterno, al ver el -relampagueo del arma lanzó un grito penetrante. - -Se puso de pie, y sujetando a Herrlin de los hombros rompió a sollozar: - ---¡Por favor, míster!... ¡No me lo mate!... ¡Animalito de Dios! ¡¡Si es -inocente!! - -El profesor, volviendo la cabeza, accedió a las súplicas de su patrona. -Comprendió que _don Pepe_ era el animal tutelar de la casa y que había -estado a punto de cometer un sacrilegio. Envainó el estoque y pidió -disculpas a doña Asunción. - -Fué así cómo, contratado para matar conejos, el profesor Herrlin, a los -pocos meses de estar en Buenos Aires, faltó al convenio por ser grato a -una mujer. - - - - -CAPITULO X - -SÍNTESIS DE TRES EJERCICIOS FINANCIEROS - - -Desde que el ministro de Agricultura obtuvo aquel triunfo parlamentario, -a base de los informes de Johan van der Elst, hasta que en el Instituto -de Bacteriología pudo abrirse a una vida efímera el primer esporo de un -cocobacilo de Herrlin pasaron muchos meses. Las estaciones se sucedieron -unas a otras; las vides brotaron sus pámpanos, las cañas se hincharon de -savia y los campos se cubrieron varias veces de avena, cebada, maíz y -alfalfa. El presupuesto del Departamento de Protección Agrícola alcanzó -sucesivamente las cifras de 2, 4 y 6 millones; las oficinas -metropolitanas rebosaron de empleados; los Comisariatos se multiplicaron -en todo el país, y el servicio de propaganda, que seguía siendo el -predilecto de Simón Camilo Sánchez, llegó a formas insuperables. Todos -los trenes que cruzaban el territorio llevaban avisos luminosos, y en -las noches serenas de la Pampa, las lechuzas, doctas y noctámbulas, -veían ya sin asombro correr por entre la empalizada de los postes -telegráficos esta fúlgida leyenda: «El conejo es el peor enemigo de la -agricultura.» - -Indiferentes a esta continua detractación, los conejos crecían y se -multiplicaban sin descanso. - -Ramoneando los pámpanos de las vides; royendo las cañas de azúcar -tiernas; devorando, antes que alcanzaran sazón, las espigas de avena y -de cebada; talando los campos de alfalfa; descortezando en las granjas -próximas a los pueblos las sandías y los melones; desenterrando y -devorando las patatas; tronchando los maizales en flor; atiborrándose de -zanahorias, nabos y arvejas; desayunándose con coles, lechugas y -escarolas; horadando y revolviendo la tierra en su infatigable tarea de -zapadores, los cientos de millares de conejos mostrábanse, sin embargo, -menos diligentes que los tres mil empleados del Departamento de -Protección Agrícola. A pesar de su extraordinaria actividad nutritiva, -aquéllos dejaban siempre algo con lo que el colono podía sembrar para la -próxima cosecha. - -En cambio, no hay recuerdo de que la cuenta anual del Departamento de -Protección Agrícola se haya cerrado nunca sin déficit. Rara vez los -millones acordados por el Congreso alcanzaron más allá del mes de -octubre. Semejante insuficiencia crónica de recursos hizo imposible la -creación del Instituto de Bacteriología en que debía prepararse el -bacilo aniquilador de la plaga. Herrlin, sin embargo, fué ocupado algún -tiempo en la formulación de un nuevo plan de campaña, hasta que se -incorporó a la repartición en calidad de asesor técnico. Por espacio de -muchos meses el _privat docent_ debió redactar, sobre la base de los -partes hebdomadarios de los Comisariatos, un largo informe, que nadie se -tomaba el trabajo de leer. La conclusión invariable de todos esos -documentos consistía en aconsejar la propagación inmediata del -cocobacilo, de acuerdo con el plan que había formulado. Cuando Herrlin -llegó a advertir que sus informes se archivaban sin ser tomados en -consideración, dió en la costumbre de leer sus conclusiones a Simón -Camilo Sánchez y de enviar por su cuenta una copia al ministro. Y como a -pesar de todos los desaires siguió obstinándose en leer a todo el mundo -las conclusiones, siempre idénticas, de su informe, fué adquiriendo poco -a poco la reputación de un maniático. Los altos funcionarios del -Departamento no hablaron de él sin mover la cabeza compasivamente; los -empleados no pudieron aludirle sin sonreirse, y los ordenanzas no le -vieron pasar con su abultada cartera sin entregarse a esos silenciosos -accesos de hilaridad propios de los negros. - - - - -CAPITULO XI - -DONDE EL COCOBACILO DE HERRLIN SE APRESTA A ENTRAR EN ACCIÓN - - -Ese año, el cuarto que pasaba en Buenos Aires Augusto Herrlin, el -presupuesto del Departamento de Protección Agrícola fué acerbamente -combatido por la diputación socialista. - -«¡Que se nos muestre el cadáver de un solo conejo! ¡Que se nos informe -sobre los resultados del cocobacilo!», gritaban los energúmenos a cada -nuevo pedido de fondos. - -Ante tales simplistas argumentos, toda elocuencia era vana, y el -ministro tuvo que confesar que, por escasez de recursos, aun no se había -hecho uso del cocobacilo. Todo el mundo lo sabía; pero todo el mundo -creyó necesario asombrarse. - -Fué así como ese año se acordaron ocho millones de pesos para la -prosecución de la lucha contra el conejo y se incluyó en la ley de -Presupuesto un artículo mandando iniciar los trabajos para la difusión -del germen fatal. - -Convertido en hombre de confianza del ministro, que había puesto a un -lado a Simón Camilo Sánchez por no haber tenido éste la previsión de -organizar una exposición de cadáveres de conejos, Herrlin terminó en -pocas semanas la instalación de un modesto laboratorio bacteriológico. - -La nueva dependencia del Departamento de Protección Agrícola ocupó una -amplia casa-quinta en la Floresta. - -Se inauguró un día a fines del invierno. El sol tibio, el cielo de un -celeste esplendoroso, los árboles ostentando el verde claro de las hojas -nuevas y el vaho leve de polen que venía del jardín anunciaban la -primavera. - -El profesor Herrlin también la anunciaba por la verbosidad con que -acogía a todos los invitados, por el brillo inusitado de su levita -académica, por el optimismo con que consideraba el futuro, por su ansia -incontenible de consagrarse a la preparación de caldos de cultivo y a -ensayos de la virulencia de sus bacilos, por la impaciencia con que -esperaba la iniciación de la ceremonia inaugural. - -A su alrededor todo parecía también anunciar la primavera: las letras de -oro del frente del edificio, que refulgían al sol; las banderas, que una -brisa suave desplegaba amorosamente; los vistosos tocados de las mujeres -que discurrían por el jardín... A pesar de las prevenciones de sus -maestros contra la ilusión antropocéntrica, Herrlin vinculaba ese -esplendor de la naturaleza a la buena fortuna de su cocobacilo -(_Cocobacillus cuniculosum_), que iba por fin a poder expandirse -libremente por el territorio de la República. - -Herrlin había invitado a la fiesta a su patrona y a sus compañeros de -pensión. Doña Asunción, de gran gala, acompañada por D. José María de -Inclán-Zavaleta, visitó detenidamente las dependencias del local; los -dos estudiantes de medicina, que tomaban por primera vez en serio las -funciones oficiales del profesor, le ayudaron en sus atenciones -sociales, y el empleado de Lutz y Schulz, que faltaba por primera vez a -su trabajo en un día ordinario, pasó la tarde presa de graves -remordimientos. - -La inauguración del Instituto Modelo de Bacteriología Agrícola había -sido fijada para las dos de la tarde. A las tres el ministro telefoneaba -que se disponía a salir junto con el presidente; a las cuatro mandaba -anunciar que se ponía en camino, y a las cinco, envuelta en las sombras -del crepúsculo, la comitiva oficial hacía su entrada en la quinta. - -Después de las presentaciones de rigor, Herrlin mostró al presidente -todas las dependencias del local, y tras esta recorrida, los -funcionarios fueron a ocupar el estrado que se había construído en el -parque frente a las conejeras aún vacías. Allí, sin defección alguna, se -llevó a cabo el programa concertado por Simón Camilo Sánchez, que -constaba de las siguientes partes: - -1.º Himno nacional. - -2.º Discurso de su excelencia el señor ministro de Agricultura. - -3.º Discurso del presidente de la Comisión de Agricultura de la H. -Cámara de Diputados. - -4.º Discurso del director de Agricultura, Ganadería y Piscicultura. - -5.º Discurso del presidente de la Sociedad Rural. - -6.º Discurso del profesor doctor Augusto Herrlin, director del Instituto -Modelo de Bacteriología Agrícola. - -7.º _Lunch._ - -La concurrencia se agolpó en torno del estrado y aguantó a pie firme el -formidable chubasco oratorio. Según la opinión de D. José María de -Inclán-Zavaleta, los cuatro discursos que precedieron al de su amigo -Herrlin no valían la pena de oírse; eran la reedición de todo cuanto -venía diciéndose sobre el conejo desde que este animalito entrara en el -círculo de las preocupaciones gubernamentales. Y más que nada eran -ponderaciones infinitas sobre su voracidad. El apetito de los conejos -arrancaba a los oradores elocuentes expresiones de reprobativa -admiración. - -En cambio, la breve peroración del profesor sueco suscitó el entusiasmo -de D. José María de Inclán-Zavaleta. - -Herrlin, abandonando la bacteriología, se entró por el terreno de las -ciencias históricas e hizo la síntesis de la lucha constantemente -renovada entre la humanidad y el conejo. Apelando al testimonio de -Strabon, recordó que en tiempos de Augusto los habitantes de las islas -Baleares y de Lípari y los de la Península Ibérica impetraron el auxilio -de las invictas legiones romanas para combatir la plaga leporina, y que -los tenaces roedores habían derribado, socavando sus cimientos, las -murallas ciclópeas de Tarragona. - -Además señaló con ironía el hecho singular de que esta fecunda y -extendida especie animal había conseguido dar su nombre a la nación más -caballeresca de la historia. - -Los filólogos afirman, en efecto, que la palabra España significa -conejo, porque este animal se llamaba «Saphan» en hebreo, término que -los fenicios convirtieron en Sphania y los latinos en Hispania, España. - -«Tengamos presente asimismo--agregó--que Cátulo llama a España -«cuniculosa» (conejera) y que dos medallas acuñadas bajo el reino de -Adriano representan a esta nación en figura de mujer teniendo a sus pies -un conejo pequeño.» - -El profesor continuó describiendo las diversas formas de persecución al -conejo a través de las edades, y remató encarándose con el presidente -de la República y dirigiéndole las mismas palabras que el «maire» de una -población rural dedicó a Napoleón III: «Señor: Disponed la inmediata -destrucción de todos los conejos y habréis realizado el acto más grande -del reinado de V. M.» - -Una salva de aplausos acogió esta elocuente incitación final; el -presidente hizo a la vez un ademán de aquiescencia y de agradecimiento -(Herrlin le había dado el tratamiento de Vuestra Majestad), y la -concurrencia, fatigada por cuatro horas de plantón, se precipitó -desenfrenadamente hacia la sala del _lunch_. - -Las ponderaciones de los oradores sobre el apetito formidable de los -conejos debían haber despertado en el público una noble emulación. Sólo -quien haya arrojado a la madrugada en una conejera populosa un brazado -de frescas hojas de escarola puede formarse una pálida imagen de cómo -desaparecieron las pirámides de dulces, frutas secas y _sándwichs_ que -cubrían de un extremo a otro la amplia mesa de operaciones del -Instituto. - - - - -CAPITULO XII - -«DON JUAN» - - -Al día siguiente, en la casa de doña Asunción se festejaba con un -almuerzo excepcional la inauguración del Instituto. - -La patrona se había propuesto celebrar el acontecimiento con una comida -el día mismo de su feliz realización; pero hubo que postergarla porque -el profesor Herrlin recibió, por primera vez desde su llegada a Buenos -Aires, una invitación de Simón Camilo Sánchez, e Inclán-Zavaleta, de su -lado, se había comprometido a asistir a la lectura de un drama histórico -del doctor David Peña. - -De vuelta de la ceremonia, doña Asunción se sentó a la mesa para la -comida de la noche, pero no probó bocado. Tenía de comensal único al -silencioso empleado de la casa de óptica, gracias a lo cual pudo -reflexionar con detención. Las tareas domésticas no le dejaban, por lo -general, tiempo para hacerlo, y no advirtió así, hasta aquella noche, el -lugar que el ilustre profesor sueco había llegado a ocupar en su casa y -en su corazón. - -Contemplando el asiento vacío del ausente, se dió a pensar en lo -desiertos que serían sus días cuando el profesor, concluída su misión, -retornara a su país. No tendría ya la preocupación cotidiana de que -estuvieran listos a las ocho en punto el tazón de café con leche y -crema, las tostadas con mermelada y la copa de Oporto que componían su -desayuno ordinario. No debería ya vigilar para que a las once y media se -sirviera el almuerzo y para que a las tres de la tarde se le enviase el -te con leche, las rebanadas de pan negro con manteca y de pan candeal -con miel, junto con la copita de coñac a que estaba habituado. -Recordaría en vano que a las cinco y media volvía a tomar te solo con -bizcochos y que exigía regularmente la última comida a las ocho de la -noche. Y hasta llegaría a olvidar que las veladas de invierno, en torno -de la estufa, se distinguen de las sobremesas estivales porque en un -caso el ponche debe estar bien caliente, y en el otro, la cerveza bien -helada... - -Don Augusto--como había acabado la patrona por llamarle--sabía apreciar -la delicadeza de la vida doméstica. Cuando ella misma arreglaba su -habitación, limpiaba el polvo de los libros y ponía un búcaro de flores -sobre la estantería, el sabio, aunque hubiera estado ausente, reconocía -su mano y le daba las gracias con una efusión infantil. - -No; no era como esos ogros de medicina, que llenaban los cajones de las -mesas de luz con trozos de cadáveres, ni como el historiador -Inclán-Zavaleta, que colgaba las medias de las perillas de la cama. - -Y absorta en tales reflexiones melancólicas, doña Asunción se quedó -hasta muy tarde sentada ante la mesa. - -Sin embargo, al día siguiente no eran todavía las siete de la mañana -cuando la diligente patrona andaba ya revolviendo entre los trastos de -la cocina y traía al trote a la cocinera y a la sirvienta. El -zafarrancho culinario duró hasta media hora antes de la señalada para -el almuerzo, en que doña Asunción, habiendo dejado todo dispuesto, se -sentó a descansar en el jardín. - -_Don Pepe_, que andaba retozando por allí, fué a tenderse a sus pies. -Así, toda encendida aún por el resplandor de los fogones, con la -arrogante expresión de una dueña de casa que acaba de imponerse, -humillándola, a una cocinera levantisca; la _matinée_, que señalaba, sin -destacarlas, sus líneas opulentas, y el conejo extendido a sus plantas, -le pareció al _privat docent_ la figura, acuñada en medallas bajo el -reinado de Adriano, que representaba, como se sabe, la Hesperia de los -latinos. Augusto Herrlin estuvo por llamarla «madre de pueblos» y «genio -de una raza voluptuosa y marcial»; pero recordó que era soltera y temió -ofender su pudor. - -Nuestro buen profesor no era locuaz; pero estaba dominado aún por la -excitación del día anterior y necesitaba desahogarla en palabras. Así -que, fijándose en el animal, comenzó a decir: - ---Este conejo, de la variedad «gigantea», apellidado vulgarmente -«gigante de Flandes», por su nombre científico _Lepus cuniculus -giganteus_, y que se distingue de las otras especies monstruosas por sus -orejas más pequeñas y erectas, no debía llamarse _don Pepe_, sino _don -Juan_. - ---¿Por qué, don Augusto?--preguntó suavemente la patrona. - ---Las funciones esenciales de estos seres--continuó el profesor--son, en -efecto, la nutrición y el amor, y por ellas debiera caracterizárseles. -Es cierto que ambas son necesidades primordiales de todas las especies y -que el hambre y la pasión sexual (doña Asunción se ruborizó) son los -instintos primarios del hombre; pero en pocos animales alcanzan la -intensidad que en el conejo, la liebre y el lepórido. Los antiguos -romanos habían consagrado la liebre a Venus y tenían su carne por un -manjar afrodisíaco... - -Y el _privat docent_ de Upsala siguió ensartando con su ingenuidad de -sabio una serie de detalles procaces sobre las fornicaciones y el -régimen poligámico de los conejos y los románticos torneos amatorios de -las liebres. - -Doña Asunción, que escuchaba en silencio el escabroso relato, mientras -acariciaba con mano trémula las sedosas orejas de su protegido, se -levantó precipitadamente al oír el aviso para el almuerzo. _Don Pepe_ o -_don Juan_, como se quiera llamarlo, la siguió a grandes trancos, -moviendo cómicamente las orejas y el rabo, convencido de que aun podía -agradar a su dueña con sus morisquetas y sus gracias infantiles. - -Pero desde la sabia disertación del jardín, _don Pepe_ fué para la -opulenta patrona la bestia disoluta, el macho cruel y egoísta, el -incestuoso y filicida, el amante insaciable y seductor satánico que los -poetas han idealizado en el retrato de Don Juan. No volvió jamás a -acariciarle en público; sólo unas pocas veces, a escondidas, lo estrechó -contra su pecho, y besándole nerviosamente, le dijo: «¡Monstruo!...» - - - - -CAPITULO XIII - -EL HONOR DE LOS PUEBLOS - - -El almuerzo preparado por doña Asunción en homenaje del sabio -bacteriólogo debía ser su obra maestra; pero, como tantas otras obras -maestras, quedó inconclusa. - -A mediados de la comida dos personas reclamaron insistentemente -entrevistarse sin retardo con el profesor. Herrlin abandonó su asiento -de honor y se encerró con los dos visitantes. - ---Deben de ser periodistas--dijo la patrona para explicarse la -inoportunidad de su arribo. - -Eran, efectivamente, dos periodistas de la Redacción de _El León de -Castilla_, que venían, en nombre de su director, D. Cástulo Z. Pérez de -Manara, a retar a duelo al profesor doctor Augusto Herrlin por las -expresiones denigrantes con que en su discurso de la víspera habíase -referido a la madre patria. Pérez de Manara, que continuaba con honor y -provecho la tradición combativa del periodismo español en el Río de la -Plata, creía que la substitución del león heráldico, emblema de la -nobleza y el valor castellanos, por el conejo de las medallas de la -época de Adriano, y el calificativo de «conejera» (cuniculosa) dado a la -hidalga nación eran afrentas que sólo podían lavarse con la sangre del -profesor sueco. - ---Pero, señores, si no hay ofensa alguna... - ---No es usted el indicado para pronunciarse a ese respecto--replicó -severamente uno de los padrinos. - ---Si no he hecho mas que recoger todos esos datos en las fuentes -históricas... - ---Aunque los hubiese bebido usted en la Cibeles--repuso airadamente el -otro padrino--. ¿Cree usted que cuadra a los héroes de Somorrostro el -pedir socorro a las legiones garibaldinas para defenderse de una plaga -de gazapos? Paparruchas, hombre, paparruchas. Ni aunque lo dijesen Ramón -y Cajal y Menéndez y Pelayo... - ---No conozco a esos cuatro señores--contestó pacíficamente el sabio--; -pero puedo mostrarles ahora mismo el pasaje del libro III de la -_Geográfica_, de Strabon, en que se refiere el hecho. Tengo a mano la -edición de Kramer, Berlín, 1844-47, ejecutada sobre el _Códice de -París_, 1393, que si ustedes quieren pueden confrontar con la traducción -francesa de M. Amédée Tardieu, París, 1867-94. Pongo esos libros a la -disposición del señor Pérez de Manara... - ---Nosotros, señor profesor, hemos venido a desafiar a un hombre, no a -una biblioteca... - -Indiferente a los arrebatos de los dos representantes, el _privat -docent_ intentó entrar en una larga disertación para demostrar que el -reconocimiento de la veracidad histórica es compatible con el respeto a -las naciones. Pero a cada argumento ambos padrinos dábanse sendos golpes -en el pecho y exclamaban a coro: - ---¡Somos castellanos!... - ---¡Y yo soy sueco!--dijo al final, ya amoscado, el profesor de Upsala. - ---No sólo lo es usted, sino que se lo hace--enunció el primer padrino. - -Por el tono, Herrlin advirtió que esa frase tenía un sentido injurioso. -Cortó resueltamente la conferencia, y rogándoles a los enviados de Pérez -de Manara que aguardasen un instante, se dirigió al comedor con las -facciones demudadas por la ira. Llamó aparte a don José María de -Inclán-Zavaleta y al mayor de los estudiantes de Medicina, y poniéndolos -rápidamente al corriente del asunto, les designó como representantes -suyos. Los dos aceptaron, trasladándose a la sala, donde el cuarteto de -padrinos comenzó a deliberar. - -Encerrado mientras tanto en su habitación, Herrlin se entregó a un -desordenado paseo, y terminó arrugando de un puñetazo el primer volumen -de la _Geográfica_, de Strabon, en la correcta edición de Kramer, -Berlín, 1844. - -«¡Que doce mil quinientos diablos los utilicen para calentarse los pies -en pleno rigor del estío infernal!», dijo, refiriéndose a las ciencias -históricas y geográficas. - -E hizo el voto de no transgredir jamás los límites de la bacteriología. - -Aunque las tramitaciones se prolongaron varios días e intervinieron en -ellas el canciller, el ministro de Agricultura, Simón Camilo Sánchez y -el jefe de Policía, además de los cuatro padrinos, Augusto Herrlin salió -bien librado. No le dejaron batirse, y tuvo que contentarse con firmar -una declaración pública en la que enunciaba su afectuoso respeto por la -madre patria, y en la que Strabon, Plinio y Cátulo aparecían como tres -panfletistas que hubiesen escrito bajo las pasiones de la guerra de la -independencia americana. A despecho de los usos caballerescos, el -profesor sueco consintió en entregar él mismo aquella nota a los -padrinos de su adversario. - -Estos fueron a recogerla al Instituto en momentos en que Herrlin, con un -ojo aplicado al tubo de un microscopio, veía abrirse un esporo de su -cocobacilo con el regocijo del que advierte la primera sonrisa de su -primogénito. - -Uno de los redactores de _El León de Castilla_, indignado por los -arteros recursos del profesor sueco para vencer a los conejos, le dijo a -modo de despedida: - ---¡Nosotros los castellanos, señor profesor, matamos los conejos frente -a frente! - - - - -CAPITULO XIV - -LA SEPTICEMIA DE HERRLIN - - -A la inauguración del Instituto Modelo de Bacteriología Agrícola siguió, -pocas semanas después, la creación de la Junta Fiscalizadora Honoraria -de los trabajos en contra del conejo, que debía informar sobre las -investigaciones científicas del profesor Herrlin. Componían esa Junta el -indispensable Simón Camilo Sánchez, varios altos funcionarios y el -doctor Aníbal Gaona, ex magistrado, ex ministro, ex vocal del Consejo de -Educación, ex embajador, etcétera, etc. - -El doctor Gaona era la persona de mayor prestigio del país. Su -reputación de integridad no podía ser igualada por nadie, porque nadie -como él había firmado siempre en disidencia en los acuerdos de las -Cámaras de apelaciones, ni había renunciado tantos ministerios a los -pocos días de aceptarlos como una solución nacional, ni había sufrido un -número mayor de injustas derrotas en los comicios. Su designación fué -acogida con aplauso por todo el mundo y señalada como un indicio de que -el Gobierno estaba irrevocablemente resuelto a llevar adelante la -campaña leporicida. - -El profesor Herrlin no podía iniciar sus trabajos hasta tanto la Junta -no le oyese y aprobase su plan. Tuvo, pues, que aguardar a que se -constituyese, redactase su reglamento, eligiese presidente al doctor -Gaona, nombrase dos secretarios rentados y discutiese durante varias -semanas el local en que celebraría definitivamente sus sesiones. - -Por fin cierto día pudo exponer ante la Junta en pleno, y en presencia -del ministro de Agricultura, las virtudes de su cocobacilo. Su -disertación fué escuchada en medio de un silencio impresionante. El -_privat docent_, después de explicar minuciosamente los detalles que -diferencian el género bacteria (_bacterium_) del bacilo (_bacillus_), -confundidos con frecuencia por el vulgo, señaló todas las excepciones -conocidas de esa clasificación en dos géneros, y terminó estableciendo -la regla llamada «principio de Hedenius», según la cual los bacilos -pueden ostentar todos los caracteres de las bacterias y las bacterias -todos los caracteres de los bacilos. El cocobacilo Herrlin encuadraba, -como todos sus congéneres, en el principio de su sabio maestro de -Upsala, y excepción hecha de la rapidez de su multiplicación y la -resistencia de sus esporos, no ofrecía ningún rasgo extraordinario. Era -el agente de la septicemia cuniculosa de Herrlin, que no debía -confundirse con la septicemia experimental de Koch ni con la espontánea -de Alfort. Inoculado a un conejo, el cocobacilo determinaba su muerte en -menos de veinte horas. Apenas recibían en sus tejidos al terrible -huésped, los pobres roedores se mostraban abatidos, con signos de -decaimiento moral, faltos de apetito, y con las orejas gachas y el pelo -erizado se apelotonaban en el fondo de sus cuevas. - -Allí, después de una serie de trastornos intestinales, iba a -sorprenderles irremediablemente la muerte. - -Pero lo maravilloso de los estudios del profesor sueco residía en el -grado de domesticación a que había llevado su cocobacilo. Este le -obedecía con la docilidad de un perro, y así, a su arbitrio, aumentando -o disminuyendo su virulencia, podía fulminar a los conejos en menos de -dos horas o prolongar su agonía durante muchos meses, atacar únicamente -a las hembras o exterminar sólo a los machos y hacerlo mortífero en -verano e inocuo en invierno o viceversa. Además, mediante un régimen -especial, podía convertir a ciertos conejos en agentes propagadores del -bacilo. Los animales preparados para esas funciones derrotistas -adquirían una vitalidad a toda prueba y una extraña afición por la -sociedad de sus semejantes. Sin respetos por las castas sociales ni por -los usos venerables del mundo cunicular, se introducían audaz y -afablemente en las cuevas ajenas, se hacían de la familia, infectaban a -todos sus miembros, y apenas recogían el último suspiro del último -representante de la tribu corrían a la cueva más próxima, donde se -instalaban con el desenfado de los conejos habituados al trato mundano. -Y la descripción que hacía el profesor sueco de la afabilidad, el buen -humor y el don de gentes de esos individuos consagrados a llevar la -desolación y la muerte a los hogares era realmente siniestra. - -«¡Qué formidables _jettatores_!», pensó entre sí el doctor Gaona, que -era supersticioso. - -Simón Camilo Sánchez, burócrata por excelencia, meditó con melancolía en -el porvenir del Departamento cuando ya no existiesen conejos a quien -vigilar. En cambio, el ministro oía con avidez a Herrlin, soñando -voluptuosamente en aplastar a la diputación socialista bajo una montaña -de pestilentes cadáveres de conejos. - - - - -CAPITULO XV - -UNA CAMPAÑA ELECTORAL - - -A tiempo que la Junta Fiscalizadora Honoraria debía expedirse respecto -al informe del profesor Herrlin, las elecciones de renovación -presidencial comenzaban a preocupar a las gentes. Al principio, como no -se conocían aún las candidaturas definitivas, la agitación pública se -manifestaba ardorosa, pero confusamente. Las fuerzas opositoras habían -librado ya en torno del presupuesto de la Protección Agrícola su primer -combate con las del Gobierno, y la propaganda partidista había -convertido aquel organismo burocrático en el emblema del oficialismo -ignaro y corruptor. Algunas elecciones provinciales, preludio del gran -acto comicial, fueron ganadas por los elementos de Delfín Acuña, -empleados todos de los Comisariatos locales, y esta derrota enardeció a -las oposiciones. El Departamento de Protección Agrícola fué calificado -de «máquina electoral puesta al servicio del Gobierno y alimentada con -los dineros del pueblo» y estigmatizada en mil manifiestos. - -Y cuando la Convención del partido oficial designó su candidato al -doctor Aníbal Gaona, presidente de la Junta Fiscalizadora Honoraria de -los trabajos en contra del conejo, los grupos de opositores arreciaron -en su campaña. El descaro del oficialismo llegaba hasta el extremo de -levantar la candidatura de un empleado de la Protección Agrícola. - -En contra de Gaona, la coalición opositora alzó el nombre del doctor -Juan Carlos Vértiz, que había sido intendente de San Luis durante la -revolución del año 96, que, como se sabe, duró tres horas y cuarenta y -cinco minutos. - -Entre ambos candidatos, de méritos tan equilibrados, el triunfo era -indeciso. Sus programas respectivos no iban ciertamente a dividir la -opinión: el del doctor Gaona proclamaba «libertad de sufragio, reducción -del presupuesto, fomento del comercio y las industrias», y el de su -antagonista enunciaba «pureza electoral, disminución de los gastos, -propulsión de las industrias y el comercio». - -Pero el doctor Gaona pertenecía al Departamento oprobioso, mientras que -el doctor Vértiz no había ocupado jamás un cargo público, y por esta -sola señal el electorado debió decidirse entre ambos. La zarandeada -institución vino así a convertirse en el centro de la contienda. - -Ya desde los preliminares de la campaña electoral los grupos opositores -tomaron la costumbre de ir a silbar ante el edificio del Departamento y -a denostar a los pocos empleados que se asomaban a las ventanas del -viejo caserón. - -Durante toda la campaña electoral el doctor Vértiz no abandonó su quinta -de Morón. Su austeridad cívica le vedaba salir a solicitar el voto de -los electores. No pronunció tampoco una sola palabra, ni escribió una -línea, y a partir del día de la proclamación negóse terminantemente a -recibir a los caudillos opositores que trabajaban por el triunfo de su -candidatura. La única vez que se le oyó decir algo fué en el velorio de -un ex revolucionario del 96. El doctor Vértiz, ante el ataúd de su -compañero de armas, repitió hasta tres veces en voz baja: «El conejo no -existe, el conejo no existe, el conejo no existe.» - -Esa sentencia, recogida por oídos fieles, fué la fórmula mágica de la -campaña electoral. Desde aquella noche los opositores diéronse a afirmar -resueltamente: «El conejo no existe... El conejo es una invención del -régimen oprobioso...» - -Con toda la gravedad de un espíritu jurista, el doctor Gaona preparaba -mientras tanto el informe que la Junta Fiscalizadora Honoraria debía -presentar sobre el método del profesor Herrlin y la eficacia de su -cocobacilo. A mediados de la campaña electoral, la parte ya redactada -alcanzaba a 2.480 páginas en papel de oficio. El candidato gubernamental -había extractado todas las Memorias y publicaciones del Departamento de -Protección Agrícola y había solicitado además infinidad de informes al -sabio sueco. Junto con los tres voluminosos tomos en que el doctor Gaona -creía poder concretar los varios aspectos de la cuestión, debía -aparecer un _Atlas_ con la colección de todos los mapas sobre -repartición de la plaga de conejos dados a luz en los últimos cinco -años. Esa prueba gráfica y documental iba dirigida directamente contra -el optimismo práctico de su antagonista, al que aludía cuando hablaba -del «optimismo del avestruz, que, escondiendo la cabeza bajo el ala, se -niega a reconocer el peligro». - -El _Informe de la Junta Fiscalizadora Honoraria de los trabajos en -contra del conejo_, en tres tomos y un atlas, apareció editado por la -imprenta Coni y llevando por nombre de autor el del doctor Aníbal Gaona -con todos los títulos que había alcanzado en toda su larga vida pública. - -Los cuatro volúmenes eran de unas dimensiones impresionantes, y ante -ellos nadie se habría sentido capaz de negar la existencia del conejo. -Así, los partidarios del doctor Vértiz a la aparición del libro -sufrieron un profundo desconcierto. Era inútil que los más fanáticos -exclamasen: «¡El conejo no existe!... _Avanti!_» Sus correligionarios -contemplaban la mole enorme del _Informe_ y movían la cabeza con -desconsuelo: la obra del doctor Gaona era inexpugnable. ¡Cualquiera se -atrevía con las 4.375 páginas de texto! - -Sin embargo, la reacción no tardó en producirse. Los opositores -eludieron referirse al _Informe_; pero atacaron con más acritud si cabe -al Departamento. A la vuelta de un gran mitin, una columna nutrida de -manifestantes verticistas quiso llegar hasta el edificio del -Departamento, pero fué duramente rechazada por la Policía. Exacerbados -por esta derrota, un grupo de afiliados a un Comité de la Floresta -apedreó al anochecer el Instituto Modelo de Bacteriología Agrícola. A -esa hora sólo se hallaban en el establecimiento Herrlin y un sirviente. -El profesor estaba ocupado en el trasvase de unos cultivos de cocobacilo -cuando oyó los gritos de los asaltantes y el estrépito de los cristales, -que saltaban en mil pedazos. Corrió a la puerta de entrada y desde allí -procuró descubrir en las sombras el origen del tumulto. A su aparición, -los gritos arreciaron en la calle, así como la lluvia de piedras que se -estrellaban contra el frente de la casa. Un cascote que zumbó más -vigorosamente que los otros alcanzó en una sien al estupefacto Herrlin. -Este sintió el choque; advirtió en seguida la tibieza de la sangre, que -le corría por la cara, y asiéndose al pasamano de la puerta, fué -doblándose lentamente hasta que quedó sin fuerzas en el suelo. Los -gritos de los revoltosos le parecieron mezclarse con el sordo borboteo -de la sangre, y poco a poco fué perdiendo dulcemente la noción de todo, -como cuando se quedaba dormido, frente a la estufa de su cuarto de -estudiante, en Upsala. - - - - -CAPITULO XVI - -THE RABBIT’S MARCH - - -Cuando el profesor Herrlin volvió en sí se halló en una habitación de -hospital, toda blanca e inundada de luz. Por una ventana divisó una -extensión de parque, y a lo lejos, la atmósfera fuliginosa de un barrio -fabril. Tres o cuatro personas conversaban animadamente en un extremo de -la estancia. Herrlin creyó reconocer las voces, pero no entendió lo que -decían. A un movimiento suyo, los interlocutores se acercaron al lecho, -y viéndole con los ojos abiertos y la expresión lúcida, comenzaron a -arengarle en una lengua rotunda y armoniosa. El _privat docent_ se -incorporó en el lecho, y después de mirar con angustia a sus -interpelantes, murmuró unas palabras en sueco. Augusto Herrlin se había -olvidado del castellano... - -Había olvidado asimismo todo cuanto le aconteciera desde su embarco en -Estocolmo. Las gentes que esos días se acercaron a su lecho no le -parecían extrañas, y las palabras incomprensibles que le dirigieron -sonaban en sus oídos como algo muy conocido; pero ni unas ni otras -evocaron recuerdo alguno en su espíritu. Toda su vida mental se reducía -a sus hábitos e impresiones de Upsala. A veces el paso lento del -practicante de guardia le hacía creer que el profesor Hedenius se -aproximaba para arrancarle de la extraña pesadilla en que estaba -postrado, y otras un vocerío lejano le daba la ilusión de que los -estudiantes abandonaban el _aula magna borealis_ de su vieja -Universidad. - -Ese confinamiento en el pasado hacía de él una persona dócil e inerte. -Seguro de que era presa de las ilusiones de un delirio, se entregaba sin -resistencia a todas las sugestiones de los que le rodeaban. Una visita -que le hizo el ministro sueco no le ilustró sobre su situación. - -El diplomático, para no comprometerse, no hizo la menor alusión al -cascotazo, y le dirigió esas vagas preguntas y frases consoladoras que -se aplican lo mismo a un enfermo del cólera morbo que al clausurado en -su casa por un resfrío. Como a la semana de su vuelta a la vida Herrlin -fué conducido a casa de doña Asunción. La patrona, que ya le había -visitado en el hospital, le recibió llorando, y esta demostración de -sentimiento arrancó por un instante al _privat docent_ de la -inconsciencia a que se había abandonado. - -Satisfecho de darse en el mundo de los sueños con un ente compasivo, le -alargó la mano y la saludó afablemente en sueco. Doña Asunción redobló -el llanto, y en medio de su desconsuelo apuntó el orgullo femenino: -«¡Pobrecito, me ha reconocido!...» - -Este estado del director del Instituto Modelo de Bacteriología Agrícola -no era conocido sino por unas cuantas personas. Todo el mundo se había -enterado de su salida del hospital y se le suponía ya sano y fuerte. - -Era lo mejor que podía ocurrir; el asalto al Instituto despertó una -emoción tan violenta, que de alimentarse con cualquier otra noticia se -comprometería el orden público. - -Toda la Prensa condenó enérgicamente el vergonzoso atentado y encareció -el prestigio mundial de la víctima. Sólo _El León de Castilla_ se -permitió insinuar que, de haber sido Herrlin un argentino o un -castellano, los asaltantes no habrían salido tan bien librados. Las -acciones de la candidatura Vértiz sufrieron una merma considerable. -Aunque las fracciones opositoras se asociaron a la protesta pública, no -pudieron eludir cierta responsabilidad. El Comité universitario de la -candidatura Gaona, en un vibrante manifiesto, había acusado del crimen -de lesa ciencia al doctor Vértiz, «instigador directo del ominoso hecho, -que es una página de vergüenza en el infolio inmaculado de la -civilización argentina». - -Delfín Acuña, que se constituyera en _manager_ de la candidatura -oficial, tuvo la idea de ofrecer un banquete de desagravio al profesor -Herrlin: era el golpe de gracia a la campaña opositora. Apenas se lanzó -la iniciativa comenzaron a llover adhesiones de las Asociaciones -universitarias, centros científicos, institutos de cultura y Sociedades -pedagógicas; de las sesenta Cooperativas constituídas por los empleados -del Departamento de Protección Agrícola; de los cientos de Comités -gaonistas; de los clubs atléticos escandinavos y de mil organizaciones -de todo carácter. La lista de comensales llegó a una cifra fabulosa, y -la Comisión organizadora se vió en la necesidad de cerrar la inscripción -cuatro días antes del banquete. Para compensar a los miles de ciudadanos -que no pudieron conseguir cubierto, Delfín Acuña imaginó organizar una -manifestación de antorchas que iría a saludar al _privat docent_ a la -salida del teatro donde se tendería la mesa. - -Llegó la noche del banquete. El anonadamiento en que vivía el profesor -sueco no preocupó a los directores del homenaje; Acuña había prometido -remediar a todo, y eso les tranquilizaba. El activo provinciano se -presentó al anochecer en casa de doña Asunción, y a fuerza de mímica y -con la ayuda de la patrona vistió al sabio de frac, le pintó con tintura -de yodo la cicatriz, apenas visible, del ominoso cascotazo, y metiéndole -en un automóvil lo llevó al Coliseo. En el vestíbulo aguardaba al sabio -la Comisión organizadora del homenaje. Forzado por su compañero, el -pobre autómata dió la mano a todos, y al penetrar en el inmenso recinto -agradeció con gestos mecánicos la estruendosa aclamación que saludó su -llegada. Sostenido siempre por Delfín Acuña, se llegó como un sonámbulo -hasta la cabecera del banquete y ocupó el lugar de honor. A su lado tomó -ubicación Delfín Acuña. Los mil doscientos comensales se sentaron a lo -largo de las mesas, que parecían perderse en el horizonte, y por un -momento no se oyó más que el ruido de los cubiertos y el rumor de los -dos mil cuatrocientos maxilares. Junto con la memoria, el _privat -docent_ había perdido el apetito; puso los codos sobre la mesa, y con la -cara oculta entre las manos se entregó a sus recuerdos de Upsala. Delfín -Acuña, para explicar esta compostura, dijo a su vecino de la derecha: - ---El profesor está mamado.... - -Y a los pocos segundos esta simple observación, pasando de boca en boca, -había llegado al extremo de la mesa. De aquí saltó el mantel, pasó a la -mesa próxima y corrió por las filas interminables de comensales como un -hilo de agua por las hendeduras de un embaldosado: «¡El profesor está -mamado!... ¡El profesor está mamado!...» - -Y los comensales se sonrieron, conmovidos por ese rasgo de hombría, que -ellos consideraban incompatible con el cultivo de las Ciencias -naturales. Sólo en la mesa ocupada por los miembros más espectables de -la colectividad sueca se notaron algunos gestos de disgusto. - -Como una delicada atención a las funciones del profesor Herrlin, el menú -del banquete se componía todo de platos alusivos: _Salpicon de p’tit -lapin_, _Soupe de lièvre_, _Oreilles de lapin a la Hindenburg_, _Civet -de lièvre_, _Queue de p’tit lapin a la Sainte Menehould_, -_Welsh-Rabbit_, etc., etcétera. Delfín Acuña había contratado con -destino a la comida la provisión de 4.000 conejos, cuyas pieles, después -de sacrificados, fueron distribuídas a los elementos de los Comités -gaonistas que debían formar en la manifestación de antorchas. - -El doctor Gaona ofreció la demostración. Cuando al retirarse el último -plato de conejo se puso de pie, estalló en la sala una ovación -ensordecedora. El candidato a la presidencia se inclinó conmovido, y -encarándose con el _privat docent_ le expuso cuánta admiración tenía -por su talento, cuánto respeto por sus nobles condiciones personales y -cuánta gratitud por los servicios incalculables que había prestado al -país... Y mientras desarrollaba extensamente estos tres tópicos, el -aludido paseaba la mirada distraída de sus ojos azules por el plafón del -teatro. En el preciso instante en que terminó la peroración del -candidato, Delfín Acuña aplicó al _privat docent_ un puñetazo en el -estómago, que le obligó a doblarse sobre la mesa, en señal de -agradecimiento, y antes de que se repusiese del golpe, el doctor Gaona -lo estrechó cordialmente en sus brazos. En ese momento, en medio de las -ovaciones delirantes que suscitó el discurso y la escena del abrazo, la -banda del maestro Malvagni atacó los primeros compases de _The Rabbit’s -March_ (La marcha del conejo), que había venido a ser el himno oficial -de los _gaonistas_. ¡Qué entusiasmo entonces! ¡Con qué profunda unción -se elevaron las primeras palabras de la canción partidista!: - - Combatimos al conejo - Desde el norte del Bermejo - Hasta el cabo Santa Cruz (_bis_) - - * * * * * - -El eco de la canción llegó hasta la multitud, que con las antorchas -encendidas y tremolando 4.000 pieles de conejo daba un aspecto -fantástico a la plaza Libertad. Y 10.000 voces, trémulas de cívica -emoción, entonaron el himno augusto: - - Combatimos al conejo - Desde el norte del Bermejo - Hasta el cabo Santa Cruz (_bis_) - - * * * * * - -Los soldados del escuadrón hicieron la venia... - - - - -CAPITULO XVII - -«¡EL CONEJO NO EXISTE!» - - -El doctor Gaona triunfaba. La publicación del _Informe_ había inclinado -la opinión en favor suyo, y el desfile subsecuente al banquete del -Coliseo puso la victoria de su parte. La exhibición de las 4.000 pieles -de conejos, que llenaron de pelusa todo el norte de la ciudad, -impresionó a los electores, que desde esa noche acotaron con leyendas -sarcásticas e injuriosas las proclamas de los verticistas: _¡El conejo -no existe...!_ - -A dos meses de las elecciones, el candidato oficial podía considerarse -ungido presidente de la República. En el Departamento de Protección -Agrícola reinaba un júbilo extraordinario: Delfín Acuña preparaba una -enorme lista de ascensos y aumentos de sueldos, y Simón Camilo Sánchez -estaba estudiando la posibilidad de contratar un empréstito de cien -millones de pesos para llevar adelante la campaña. - -Convencidos de su derrota irremediable, los opositores dejaron de dar -señales de vida. Sólo los diputados socialistas velaban. De acuerdo con -su táctica, habían repartido la lectura de los tres tomos del _Informe -de la Junta Fiscalizadora Honoraria_ entre los veinte secretarios de los -Comités de la capital, reservándose ellos el trabajo de coordinar los -informes y hacer el resumen de toda la labor. A los noventa días de -acometer esa empresa ciclópea, los quince legisladores conocían al -dedillo la vida y milagros del cocobacilo de Herrlin y sabían el té que -se había gastado en la primera semana del primer año en el -Subcomisariato de los Quirquinchos. Pero su asombro no tuvo límite -cuando advirtieron que los mapas reproducidos en el formidable _Atlas_ -eran falsos. Todas las cartas levantadas mensualmente durante cinco años -por la Sección de Cartografía del Departamento señalando la repartición -de la plaga leporina habían sido construídas de cabo a rabo con datos -absolutamente inventados. En veinte puntos del territorio no se habían -conocido nunca otros conejos que los reproducidos en los carteles de -propaganda de la Protección Agrícola, y a pesar de eso desaparecían en -los mapas bajo enormes borrones de azul de Prusia. La mistificación -alcanzaba proporciones de epopeya en los mapas de la región de Cuyo, -trazados bajo la dirección de Delfín Acuña; las dos provincias -vitivinícolas parecían un mar inmenso; ¡tan uniforme y constante el añil -que las cubría! - -Es de imaginarse el escándalo que en torno de este asunto promovió la -diputación socialista. Las revelaciones que agregaron respecto al manejo -de los fondos de la Protección Agrícola y sobre la inercia criminal que -había reinado en las gestiones para la aplicación del cocobacilo -produjeron en todo el país una sensación de estupor. - -El presidente de la República declaró que ayudaría con todo su poder al -esclarecimiento del _affaire_, y dió, en efecto, órdenes al jefe de -Policía para que se pusiera al servicio de la Comisión investigadora -parlamentaria. - -Esta inició la instrucción del sumario en medio de la mayor expectativa -pública; los taquígrafos de la Prensa asistían a las sesiones, y a cada -reunión los diarios opositores anunciaban con bombas de estruendo la -aparición de los boletines especiales. Se tomó declaración al ministro -de Agricultura, a Simón Camilo Sánchez, al doctor Gaona y, en fin, a -todos los que habían tenido alguna participación en la campaña contra el -conejo. Cuando le llegó el turno a Delfín Acuña se anunció que acababa -de partir para Montevideo, y en su lugar la Comisión investigadora hizo -traer a su seno al profesor Herrlin. Los taquígrafos de la Prensa no -pudieron recoger ni una sola palabra de las pocas pronunciadas en sueco -por el sabio. Después de una serie de tentativas para entender al -_privat docent_, la Comisión dictaminó que ese individuo no podía ser el -autor de los brillantes trabajos que figuraban en el _Informe_, y que -éstos, con toda seguridad, eran fraguados como los mapas. Augusto -Herrlin fué devuelto a casa de doña Asunción y exonerado en el día por -el superior Gobierno. Los diarios opositores menudearon las bombas y los -boletines, y en Buenos Aires, Rosario, Córdoba, Tucumán y Mendoza se -organizaron espontáneamente grandes manifestaciones populares. El -doctor Gaona declinó su candidatura a la presidencia, y el ministro de -Agricultura presentó su dimisión, que le fué aceptada. En cuanto a Simón -Camilo Sánchez, emprendió discretamente un viaje al Brasil con la -intención de renunciar a la vuelta. - -El doctor Juan Carlos Vértiz fué elegido presidente sin oposición. El -día de su asunción del mando, después de prestar juramento ante el -Congreso, se encaminó a su quinta de Morón para meditar sobre los -hombres que debían compartir con él la pesada carga del gobierno. - -Al salir fué aclamado por la multitud y llevado en andas desde la plaza -del Congreso hasta la estación del Once, donde le esperaba, para -conducirle a su retiro, un vagón de segunda acoplado a un tren de carga, -pues el doctor Vértiz era muy demócrata. En su entusiasmo, el pueblo -llegó hasta querer desenganchar la locomotora y arrastrar a pulso el -vagón de su ídolo. Pero la fe, que levanta montañas, es incapaz de mover -un vagón de ferrocarril... - - - - -CAPITULO XVIII - -DONDE SE REVELA POR FIN LA SINGULAR EFICACIA DEL COCOBACILO DE HERRLIN - - -Simón Camilo Sánchez retornó al país cuando el doctor Vértiz se hallaba -en plena luna de miel con el bastón de Rivadavia. El ejercicio de la -presidencia, los halagos de una autoridad indiscutida sobre todos los -partidos políticos del país habían exaltado su optimismo hasta el punto -de que ya no creía posible la existencia del mal sobre la tierra. Así, -cuando Simón Camilo Sánchez fué a verle para ofrecerle personalmente, -con todo el dolor de su alma, la renuncia del cargo de director del -Departamento de Protección Agrícola, el presidente le recibió con los -brazos abiertos y le forzó a que continuase prestando sus servicios al -país. «Es cierto--le dijo--que el conejo carece de existencia ideal, -pero en cambio los empleados de la Protección Agrícola son una realidad -tangible. Yo no puedo abandonarlos a su suerte, y he pensado en utilizar -esa institución para la propaganda de optimismo renovador entre las -clases rurales.» - -Después de esa, Simón Camilo Sánchez tuvo una serie de largas -conferencias con el primer magistrado, y al cabo de algunas semanas le -presentó un proyecto de reorganización del Departamento de Protección -Agrícola. La reforma estaba inspirada en el concepto de que era -necesario llevar a la mente de todos los agricultores del país la -convicción de que sin sembrar no es posible cosechar y que, en -consecuencia, debían sembrar y sembrar sin descanso. Por una ley de la -nación se instituyó el _Día de la Siembra_, solemne festividad en que -todos los niños de las escuelas de la República debieron sembrar -semillas simbólicas en las plazas, parques y lugares abiertos de las -ciudades. Para dar ejemplo, el doctor Vértiz, rodeado de todos sus -ministros, plantó unas semillas de alpiste en el _rond-point_ de la -calle Florida y Diagonal Norte y regaló al cacique Chepalofú, jefe de -una tribu de fueguinos que había venido a visitarle, una reproducción en -terracota del _Sembrador_, de Meunier. - -Las macetas subieron de precio; los azadones de juguete para niño se -agotaron en plaza; la tierra extraída de las construcciones urbanas se -cotizó en la Bolsa, y un furioso delirio de sembrar de todo se apoderó -de los que no tenían tierra alguna en que sembrar. - -La propaganda del Departamento de Protección Agrícola alcanzó en este -sentido el _summum_ de la perfección. No podía abrirse una caja de -fósforos sin encontrar las leyendas: _Siembre, si quiere cosechar. No -deje pasar su oportunidad de sembrar. ¿Por qué permite usted que los -cardos invadan su campo?_, etcétera, etc. El interior de los tranvías -estaba plagado de esos letreros sintéticos, y los trenes habían -reemplazado sus letreros luminosos sobre los conejos con sentencias -sobre el cultivo intenso. La oficina de cartografía del Departamento -volvió a publicar mensualmente mapas de toda la República, con la -indicación de las zonas sometidas a la benéfica acción del arado, y -todos los carteles sobre la plaga leporina se substituyeron con -_affiches_ optimistas. El presupuesto del Departamento de Protección -Agrícola subió a quince millones. - - * * * * * - -Augusto Herrlin fué poco a poco, gracias a los cuidados de doña -Asunción, recobrando la memoria y el apetito. Pero a medida que se le -iban presentando los recuerdos de sus cinco años de vida bonaerense se -desvanecían todas las impresiones de su existencia anterior. Y cuando -pudo reconstruir, detalle por detalle, el proceso de la actuación del -cocobacilo, notó sin melancolía que acababa de olvidarse de la última -palabra sueca. Junto con ella desaparecieron las imágenes del profesor -Hedenius y de su séptima hija y no volvieron ya nunca más a conmoverle -los vestigios de su hipóstasis europea. - -De toda su aventura sólo sacó una cariñosa simpatía por _don Pepe_, que -había sido el compañero de su larga convalecencia, y un tierno afecto -por su patrona. - -Cierta vez, el conejo de Flandes, revolviendo entre los trastos de la -habitación del profesor, halló un tubo de cristal cerrado en un extremo -con un tapón de madera. _Don Pepe_, asegurando el tubo con sus dos -manecitas, comenzó a roer el tapón hasta que hizo estallar el vidrio de -la embocadura. Del tubo salió un líquido espeso e incoloro que _don -Pepe_ husmeó con detención. Después, inquieto por la incorrección que -había cometido, fué a esconderse en un rincón del jardín. Allí le -acometieron al poco rato unos escalofríos, se le erizó el pelo y dió los -signos del decaimiento más desesperante. - -Cuando doña Asunción, extrañada por su ausencia, salió en su busca, le -halló ya en la terrible agonía característica de la septicemia de -Herrlin. _Don Pepe_ murió a los pocos minutos en los brazos de su -patrona. Su cadáver ofrecía un aspecto tan espantoso, que el consejo de -pensionistas decidió proceder de inmediato a su inhumación. _Don Pepe_ -fué enterrado en el mismo jardín que había sido durante tantos años -escenario de sus correrías y de sus gracias infantiles. - -Pocos días después el profesor Herrlin depositaba sobre su tumba una -lápida que decía: - - A - «DON PEPE» - PRIMERA Y UNICA - VICTIMA AMERICANA - DEL -COCOBACILO DE HERRLIN - MCMXVIII - -Y para compensar de su pérdida a doña Asunción, se casó con ella. - - - - -UNA SEMANA DE HOLGORIO - - He nacido en Buenos Aires. - ¡Qué me importan los desaires - con que me trata la suerte! - Argentino hasta la muerte. - He nacido en Buenos Aires. - - (_Trova_, de Carlos Guido Spano.) - - - - -PROLOGO - -JULIO NARCISO DILÓN - - -Julio Narciso Dilón, el protagonista de la historia que reproducimos en -seguida, no está formado de la pasta de los héroes. Le falta para serlo -alguna imaginación y capacidad de entusiasmo. La pobreza de aquella -facultad le impide exagerar el peligro en la medida necesaria, y la -ausencia de esta última condición no le permite enardecerse para -sobrepujarlo. Por eso, aunque no es medroso, no tiene fama de _guapo_ -entre sus compañeros de cabaret. Se explica así que, habiendo estado -mezclado a los episodios más impresionantes de la semana de enero, su -narración adolezca de cierto escepticismo... - -Como Paul Louis Courier en la campaña de Italia, la actitud de Dilón en -los días trágicos que acaban de transcurrir difícilmente puede inspirar -sentimientos épicos. - -El también, a semejanza del inquieto traductor de _Daphnis y Cloe_, -sería capaz de irse a jugar al billar después de haber participado en la -proclamación de un emperador. - -Y es que, a fuerza de vivir al día, mi buen amigo ha acabado por -perderle todo respeto a la historia. - -En la sucesión de momentos que componen su vida, todos le parecen -igualmente graves... o idénticamente fútiles. Su impresión presente -colorea de júbilo o de tristeza todo el pasado y todo el porvenir. - -Por eso, aunque no pueda dudarse nunca de su sinceridad, resulta -discutible su autoridad de historiador. - -A. C. - -Buenos Aires, febrero de 1919. - - - - - -CAPITULO PRIMERO - -DESGRACIADO EN EL JUEGO... - - -Jueves, 9 de enero.--Día de reunión. Hoy he madrugado de veras; a las -doce estaba en pie, y pocos momentos después me ponía en camino para el -Hipódromo. En la esquina de casa he aguardado una media hora larga para -tomar un auto-taxi, hasta que Mauricio, el mucamo, vino a avisarme que -había huelga. Advertí entonces que la calle veíase casi desierta, que no -circulaban tranvías, carros ni automóviles de alquiler, y que muchos -negocios estaban cerrados, efectos todos que en el primer momento yo -había atribuído, impensadamente, a lo temprano de la hora. Siempre que -yo madrugo ocurre algo extraordinario. - -He resuelto el problema de mi traslación subiéndome de viva fuerza a un -coche de plaza, cuyo conductor, un italiano viejito que se parece al -doctor Anadón, quiso negarse a llevarme, pretextando que debía ir a -largar. Me arrellané en el asiento y le dije en tono perentorio: - ---Mirá, _gringo_: si en veinte minutos no me _dejás_ en la puerta del -Hipódromo te hago meter preso por maximalista. - -Ante esta amenaza mía el hombre se resignó. - -Hundióse hasta los ojos su galera abollada, requirió las riendas, que -había abandonado durante la discusión, y fustigando con violencia a los -caballos, dijo entre dientes: «_¡Maximalista! ¡Maximalista! Te lo -facisse vede io lu masimalismu._» - -Esta reflexión iracunda del auriga me ha vuelto a la memoria los tiempos -que corremos. Hace días que no leo los diarios, pero, a juzgar por las -conversaciones del Club, la situación se agrava cada vez más. Perucho -Salcedo ha recibido una carta de la hermana que tiene en Suiza -diciéndole que el país está invadido por emigrados rusos que hacen -propaganda maximalista. A mí el hecho no me ha sorprendido, porque ya en -el tiempo en que Tartarín hacía alpinismo los rusos se ocupaban allí de -trabajos revolucionarios. - -He llegado al Hipódromo poco antes de la una y media, con tiempo sobrado -para almorzar en el _restaurant_ del _paddock_. Al descender del coche -advertí que uno de los caballos, el de la izquierda, era blanco, -excelente presagio que recompensé con una buena propina. El cochero, -todavía de mal humor, no se dignó agradecérmela. En otra ocasión eso me -habría irritado; pero como recordé que cuando mi acierto de seis -ganadores seguidos, jugando _derecho_, había venido también en un coche -de plaza uno de cuyos caballos era blanco, la ingratitud del viejito -_maximalista_ me dejó indiferente. Le vi alejarse al paso de su tronco -menguado por la ancha avenida, con su galera abollada, y me quedé -pensando en los extraños designios de la suerte... - -Almuerzo frugal en el _restaurant_ del _paddock_. Concurrencia -lamentablemente escasa. Tarde de _guigne_; confiado en el buen augurio -de mi llegada, he jugado como un cronista de _sport_ de diario grande. - -A la altura de la séptima carrera me quedan seis pesos por todo -capital. Viaje de exploración por las tres tribunas: ni un amigo en -lontananza. Decido el regreso. - -Al hallarme en la acera de la Avenida Vértiz y observar la ausencia -total de vehículos, fuera de unos pocos automóviles particulares, -recuerdo que estamos en huelga y me sobreviene un acceso de indignación -ante la profunda estupidez de los huelguistas. ¿Por qué se nos hace eso -a nosotros? ¿Qué tenemos que ver en los conflictos entre el capital y el -trabajo? ¿Acaso el juego no es precisamente un medio de allanar las -inevitables diferencias sociales? El juego es justiciero: eleva al pobre -y arruina al potentado; es igualatorio: procura las mismas emociones al -jornalero que arriesga su salario y al millonario que aventura sus -millones; es humanitarista: su contribución a la beneficencia social es -más crecida que la del Estado y la de todos los filántropos juntos. -Fuente inagotable de esperanza, es, por lo demás, un lubricante de las -relaciones sociales: atenúa los odios de clase, da la ilusión al pobre -de que su miseria no será eterna e infunde en los ricos la convicción de -lo instable de su fortuna. Atempera así el malestar de los desposeídos -y el egoísmo de los potentados. Dominados por él, los proletarios -olvidan todas sus reivindicaciones. ¿Qué caballo de Hipódromo ha -recibido nunca el nombre de Bakunin, Proudhon o Carlos Marx? ¿Quién ha -oído hablar jamás de movimientos obreros en Montecarlo?... - -Entregado a estas reflexiones, seguí caminando en dirección al -_tatersall_, para tomar asiento en uno de los tranvías que aguardan al -final de las tribunas populares. - -La huelga me reservaba otra sorpresa desagradable: el servicio de -tranvías se había suspendido por completo. Pensé en los pobres muchachos -de las tribunas populares, que debían volverse a pie hasta el límite del -municipio; en los empleados del Hipódromo, obligados, después de cinco -horas de trabajo, a un esfuerzo a que no estaban acostumbrados, y en los -modestos «canillitas», que reúnen siempre algunas monedas buscando -carruajes. - -La torpeza de los huelguistas, que para vengarse de unos pocos patrones -suspenden la vida de una ciudad, perjudicando a una multitud de obreros -como ellos, me pareció inconmensurable. Poseído de una sorda irritación, -deshice el camino andado, mezclándome a la oleada de gente que salía -comentando las incidencias de la última carrera. El nombre del ganador, -el único que habría acertado si me hubiese quedado dinero, acrecentó mi -despecho. - -Lleno de misantropía, cansado y sudoroso, crucé casi impensadamente bajo -el viaducto del ferrocarril y fuí a sentarme en un banco del rosedal. El -jardín estaba desierto y la soledad parecía agrandada por el silencio -dominante. La tranquilidad de este crepúsculo me sobrecogió un poco, lo -confieso, y para substraerme a esa impresión eché a andar hacia la -ciudad. A las siete, todavía con luz, llegué a la plaza Italia. Breve -descanso en un bar, gracias al cual recobro algunas fuerzas y un ligero -optimismo. Me dirijo resueltamente al centro. A los veinte minutos de -marcha adquiero en otro establecimiento nuevas fuerzas y una alegría -combativa. Sigo marcando el paso marcialmente, satisfecho de mi esfuerzo -y deseoso de mostrar mi desprecio a los huelguistas. En el camino -encuentro numerosos carros con los caballos desenganchados y un coche -con la capota tajeada. Es el que me condujo al Hipódromo. Junto a él -está el viejito de la galera abollada, teniendo de las riendas a la -yunta de caballos, uno de los cuales es blanco. ¡Excelente presagio! - -Tercera estación. Renuevo mis energías, y tras una rápida conversación -con algunos parroquianos, me siento inundado de un entusiasmo belicoso. -Las noticias son graves: los huelguistas están armados hasta los -dientes; han levantado barricadas en todos los barrios de la ciudad; -incendiaron cuatro iglesias y dos asilos y se disponen a atacar las -estaciones de ferrocarril. En la plaza del Once se está combatiendo -desde las tres de la tarde. Resuelvo encaminarme a la plaza del Once. -Tomo una calle transversal, y a medida que avanzo aguzo el oído para -escuchar las detonaciones. Silencio absoluto. Sólo de vez en cuando el -repiqueteo precipitado de una campanilla de ambulancia sanitaria rompe -la tranquilidad de esta noche de verano. A pocas cuadras del lugar del -encarnizado combate la normalidad es completa. Tan completa, que la -gente se halla sentada al fresco en las aceras, los balcones están -abiertos de par en par y los chicos han tomado la calle por su cuenta. - -En una esquina dos muchachas peripuestas conversan animadamente, -teniéndose de la mano con un gesto de colegialas. Una de ellas, vestida -de un traje blanco, muy suelto, casi un peplo helénico, se despide de su -compañera entre divertida y medrosa: - ---¡Dios mío! Me quedan aún más de cuarenta cuadras por andar. ¡Sola y -por esos barrios todo a obscuras! - ---Hija, ya te he dicho que puedes quedarte con nosotras. - ---Sí, pero en casa ¡qué estarán pensando!... - ---¿No tienes medios de avisarles? - ---No... - -Las dos muchachas se sueltan de la mano con una actitud de infinita -resignación ante el Destino, y la del peplo blanco se encamina hacia el -Oeste. Al pasar junto a mí advierto que tiene los ojos garzos, el -cabello castaño y la boca imperiosa. Instantáneamente he olvidado todas -las incidencias de la tarde; mi entusiasmo bélico se ha desvanecido, así -como mi preocupación por el orden social, y me he lanzado en -seguimiento de la jovencita. «Desgraciado en el juego, afortunado en -amor», pienso entre mí, y añado: «¡Esta es la mía!» El presagio del -caballo, que viene afortunadamente a mi memoria, da más fuerza a mi -decisión. El peplo blanco está a diez pasos; una rápida inspección a mis -zapatos, un fugaz recuento de mis fondos exiguos... y acabo de -resolverme a desandar cincuenta cuadras. - -La sombra blanca no se desliza silenciosamente como las diosas del poema -homérico; hasta mí llega un taconeo ágil y menudo que tendré que superar -a largos trancos. - -Consigo por fin aparejarme e inicio un soliloquio de una estupidez -incomparable. A juzgar por las lamentaciones a que me entrego, parecería -que me dispongo a pedir una limosna. Mi compañera aprieta aún más sus -labios imperiosos y redobla la agilidad de su taconeo. Caminamos así un -número indefinido de cuadras, hasta que, falto de respiración y sobrado -de audacia, la tomo de un brazo, la detengo y le relato con toda -fidelidad mis aventuras de la tarde: mi descalabro del Hipódromo, el -regreso, mi resolución de ir a luchar contra los revoltosos, el súbito -deslumbramiento que experimenté al verla... - -Una amable sonrisa es la recompensa de mi sinceridad. - - - - -CAPITULO II - -... AFORTUNADO EN EL AMOR - - -Las «cuarenta cuadras» a que aludió en su despedida a la compañera son -un eufemismo semejante al de las «pocas palabras» de los oradores -parlamentarios. Hace una hora y media que venimos caminando y todavía, -según me dice, estamos lejos de la casa. Para no dejarle sospechar mi -fatiga, he celebrado todos estos trastornos sociales que rompen un poco -la monotonía de la vida moderna y procuran el encanto de un trayecto -infinito en una compañía adorable. Hice también el elogio del amor, que -se sobrepone a todas las consideraciones de rango y de dinero, y el de -la belleza, formidable tesoro que escapa a todo impuesto sobre la -renta... Mi acompañante me agradece esta poética disertación sobre -filosofía social con una larga mirada de sus grandes ojos garzos, que -bajo el borde circular de su sombrero reflejan el azul profundo de esta -noche estival. - -Hemos abandonado la amplia avenida paralela a Rivadavia que veníamos -siguiendo, y tomado por otra, más ancha aún, con un paseo central -arbolado, que aparentemente se dirige hacia el Noroeste. Nos debemos ir -aproximando a nuestro punto de destino--es decir, al de ella--, porque -mi acompañante va deteniendo el paso y trayéndome hábilmente a la -discusión de una nueva entrevista. Entramos a la vez en una callejuela -transversal y en un terreno de confidencias íntimas. Carlota, porque se -llama así, es la menor de la familia; tiene dos hermanos varones y un -padre anciano que todavía trabaja. Una cuñada gobierna la casa, en la -que falta la disciplina de la madre, muerta hace años, según se ve por -el poco apuro que la muchacha pone en regresar a ella. - -Al final de la callejuela desembocamos en un lugar casi baldío que -parece un taller de reparación de carros al aire libre. Al fondo, un -ligero cobertizo alberga la maquinaria esencial, y hacia la derecha, una -serie de rudimentarias construcciones de madera, a la vez pesebres y -cocheras, dan la idea de que se trata también de un corralón. - -Una jauría de perros monstruosos se abalanzan sobre nosotros; pero -reconocen a Carlota y se tranquilizan. Evidentemente, hemos llegado al -término del viaje. Mi acompañante se detiene en una especie de cerco y -se dispone a despedirme. Pero yo insisto en que aun es temprano--acaban -de dar las diez--; pretexto que al día siguiente no tendrá nada que -hacer; exijo detalles minuciosos sobre el camino de vuelta y me lamento -cómicamente sobre mi situación: estoy hambriento, cansado y perdido... -¡Si se le ocurriera darme alojamiento por lo que resta de la noche! -Porque con esta huelga, ya es el caso de practicar, en plena metrópoli, -la virtud rural de la hospitalidad. (Por lo demás, eso de «plena -metrópoli» sólo tiene un sentido político: estamos a cielo abierto. El -panorama circundante me ha hecho concebir el deseo de tumbarme en uno de -esos carros colmados de heno.) - -Mis insinuaciones no parecen caer mal... Me dispongo a iniciar una -aventura deliciosa, cuando de pronto Carlota, que ha estado observando -la callejuela por que hemos venido, exclama: «¡Ahí viene papá!» - -Me vuelvo y advierto la silueta ya conocida de un viejito con la galera -abollada que trae resignadamente de las riendas a una yunta lamentable -de caballos, uno de ellos blanco... - -Recuerdo el incidente del mediodía: «_¡Maximalista!... ¡Maximalista!... -Te lo facisse vede io lu masimalismu_», y el espectáculo del coche casi -destrozado por culpa mía. - -Antes de que la divinidad del peplo repare en mí, me he puesto a cien -pasos de ella y he seguido un sendero que va por detrás de un grupo de -casas. - -Un concierto infernal de ladridos epiloga ruidosamente mi aventura -galante. - - - - -CAPITULO III - -EL DAMERO A MEDIA NOCHE - - -Heme aquí, a media noche, en un paraje desconocido. Si no fuese hijo de -Buenos Aires, los rigores de la suerte, según la popular composición, -debían desalentarme. Solo, extraviado, a dos leguas del centro de la -ciudad, hambriento y sin dinero, era natural que me abandonase a la -desesperación. Pero soy porteño y sé que la absoluta regularidad de las -calles de la capital permite orientarse a cualquiera y que gozamos de -una profusa iluminación municipal y un excelente servicio de policía. -Por primera vez comprendo la profunda significación de aquellos versos -de Guido Spano; celebro el genio profético del vate, que los escribió -antes de que existieran las obras de salubridad y se hubiese producido -la intendencia de D. Torcuato de Alvear, y entonando la quintilla -célebre para darme aliento, me lanzo denodadamente en busca de una -desembocadura de calle, a fin de penetrar por ella y orientarme según el -simple trazado del damero municipal. - -Mientras enfilo una calle sin pavimentar, envuelta en tinieblas, medito -en las innumerables ventajas de la disposición rectangular urbana. Las -ciudades así construídas son armoniosas, ordenadas y democráticas... - -Al final de la calle que he seguido, me hallo de nuevo en un potrero. -Rehago el camino y tomo por una calle transversal que, según mis -cálculos, debe conducirme a un lugar más densamente poblado. A los diez -minutos desemboco en un horno de ladrillos... Vuelvo hacia atrás y me -encamino en una dirección opuesta a las dos que he seguido -anteriormente. Esta vez debo de estar en la buena ruta, porque a medida -que avanzo la edificación va en aumento y se notan ciertos indicios de -separación entre la calzada y las aceras. Dos cuadras más adelante doy, -de pronto, con una calle hecha y derecha, bien empedrada, con veredas -arboladas y con faroles. Estos están apagados, pero no por eso dejan de -ser un signo de civilización, que saludo con simpatía. Ya estoy en pleno -damero; ahora, con seguir obstinadamente hacia el Este, el problema está -resuelto. Continúo alegremente hacia el Oriente, aunque se me han -acabado los cigarrillos. Pero a medida que avanzo hago una observación -que me llena de inquietud: la hermosa calle no corta perpendicularmente -a las demás. Es una diagonal; pero en materia de diagonales yo no -conozco sino las dos que han arruinado al Municipio. - -Sigo la marcha en línea recta hasta que veo desaparecer el pavimento y -los faroles, señal indudable de que la calle va a lanzarse campo afuera. -Como esto no me conviene, doblo por la primer vía transversal en -dirección hacia donde supongo debe quedar el centro. Es una calle -cortada; al cabo de ella hay un terreno baldío que parece un taller de -reparación de carros... Me hallo de nuevo frente a la jauría de perros -monstruosos; pero esta vez no disfruto de la protección de Carlota y -debo batirme prudentemente en retirada. - -Ya no parezco un hijo de Buenos Aires, según la clásica composición de -Guido. Los desaires de la suerte, que después de una caminata de dos -horas me ha vuelto al punto de partida, me han amilanado por completo. -Deshecho de fatiga, hambriento y desalentado, las doce de la noche me -han sorprendido a punto de dormirme en el hueco de una puerta... - - - - -CAPITULO IV - -ASALTO A UNA COMISARIA - - -Viernes, 10.--¿Cuántas horas he dormido así?... Lo ignoro, pues se me -acabaron los fósforos, no uso reloj con esfera luminosa, los faroles de -la calle están apagados y no hay luna. Es todavía noche alta; pero antes -de exponerme a que el sol o la muchacha del peplo me encuentren -durmiendo en la calle, prefiero seguir caminando. Con la casa de Carlota -a la vista, guiándome por mis recuerdos, creo poder reconstruir el -camino que hemos hecho juntos. Ahora estoy en la buena senda: llego por -fin a la ancha avenida con un paseo central arbolado, que hace pocas -horas recorrimos amorosamente... Redoblo el paso con alegría y por -primera vez en la noche inicio un silbido de circunstancias: _It’s a -long way to Tipperary..._ - -De pronto suspendo el silbido, pues al final de la cuadra advierto la -silueta de un hombre. Como es la primera figura humana que se me -presenta en mi infernal recorrida, voy hacia ella alborozado. A tres -pasos de distancia reconozco a un vigilante apoyado en su máuser, con -las piernas abiertas en un ángulo obtuso y la cabeza inclinada sobre el -caño del arma, en la actitud de un sabio aplicado al lente de su -microscopio. - -Esbozo un saludo en la obscuridad, le dirijo las buenas noches con una -amabilidad exquisita, y como no me contesta, le tiro suavemente de una -manga. El agente sigue ensimismado. Un tirón más fuerte casi le hace -perder el equilibrio, que, sin embargo, mantiene, pero abandonando el -máuser. Con una galantería infinita me inclino para recogerlo, cuando el -vigilante, estupefacto, retrocede tres pasos, desenfunda un revólver y -comienza a tiros contra los árboles del paseo central... A pocos metros -suenan otras detonaciones, y algo más lejos una descarga cerrada. - -El vigilante ha terminado las balas de su revólver; da media vuelta y -huye velozmente calle adelante. Yo le sigo, porque tengo por sistema no -fugar nunca en dirección contraria a la de la autoridad, y además porque -debo entregar el máuser a su dueño. - -Mientras corremos, las detonaciones se suceden unas a otras con una -rapidez vertiginosa. En las calles laterales se oyen disparos aislados -de máuser, y una estruendosa algarabía de ladridos alborota el barrio. - -Nos acercamos al lugar donde más nutrido es el fuego... El vigilante que -me sirve de señuelo desaparece de pronto en una puerta cochera, y yo me -precipito en su seguimiento. Salvamos en una exhalación un ancho zaguán -obscuro y nos hallamos en medio de una baraúnda indescriptible: gritos, -descargas, juramentos, corridas, estrépito de cristales rotos... La luz -se enciende y se apaga varias veces, pero veo lo suficiente para darme -cuenta de que estoy en una Comisaría. - -Me apelotono en un rincón del patio y aguardo a que pase la tormenta. - - - - -CAPITULO V - -¡ALTO EL FUEGO!... - - -Poco a poco el tumulto ha ido organizándose. Desde la sala, resguardados -tras de las persianas, cuatro bomberos fusilan con toda parsimonia las -casas del frente. En la azotea la gente destacada debe de estar -contestando a un ataque aéreo, a juzgar por la elevación de los -fogonazos, que advierto desde el ángulo del patio en que estoy -refugiado. El martilleo frenético de un aparato telegráfico domina el -estruendo de las detonaciones, y su voz breve y metálica es la única -sensación de regularidad que se percibe en este desorden. - -Repentinamente, de la obscuridad de un cuarto surge una silueta -voluminosa que, dirigiéndose a mí, me toma de un brazo y exclama: - ---¿Qué hacen? ¡Vamos a defender la entrada! - -Y luego, encarándose con un grupo de agentes que se disimulan en el -ángulo opuesto al mío, vocifera: - ---¡A ver!... ¡Esos bancos! ¡Crúcenlos a la entrada! - -Todos adivinamos la intención; corremos hacia los dos bancos de plaza -dispuestos fuera de las oficinas y los atravesamos volcados a la -terminación del ancho zaguán. Una mesa, un sillón de escritorio y un -retrato terminan por dar cierto carácter a la barricada. El último -elemento de trinchera, que aporta un sargento fornido y retacón, es una -pequeña barrica que, después de vacilar un momento sobre aquel _bric a -brac_, se resuelve pesadamente a ir rodando por el zaguán hasta el -centro de la calle, donde un profundo bache la obliga a dar una -voltereta, sentándose lejos de nosotros, como un perro desobediente... - -Nos agazapamos detrás de la improvisada fortificación, y como la silueta -voluminosa que nos dirige nos ordena hacer fuego, disparo mi máuser -contra la desobediente barrica. El estrépito me enardece, y como al -quinto disparo noto que me faltan municiones, me pongo de pie gritando: - ---¡Una cartuchera! - -Inmediatamente el sargento fornido y retacón se me cuelga de los hombros -como un chimpancé, berreando con viril angustia: - ---¡No sea temerario! ¡Abájese, niño! - -Yo me resisto... Un oficialito, emocionado por esta escena de -fraternidad heroica, exclama muy rápidamente, con voz de tiple: - ---¡Viva la patria! ¡Viva la patria! ¡Viva la patria!... - -El comisario, porque esa silueta voluminosa y autoritaria es la suya, -grita a su vez: «¡Adelante! ¡Adelante!», a pesar de que nuestras propias -defensas nos impiden avanzar un solo paso... La guardia de la azotea se -asoma a ver lo que ocurre, así como los bomberos de la sala, e -inmediatamente un silencio mortal se extiende en torno nuestro. -Aguardamos un momento la respuesta del enemigo, y como no se produce, el -comisario vocifera: «¡Alto el fuego!» - -¡Oh fecundidad del silencio! A los quince segundos de sosiego los siete -denodados defensores de la barricada nos convertimos en veinte, en -cuarenta, en cien. En el patio pulula una multitud heterogénea: -bomberos, oficiales, vigilantes, soldados del escuadrón y ordenanzas de -policía. Aunque nadie dispara un tiro, el comisario sigue ordenando -imperiosamente: «¡Alto el fuego!... ¡Alto el fuego!» Un trompa del -escuadrón, de soberbia apostura y altas botas granaderas, emboca el -clarín e interpreta la orden con el toque reglamentario. - -Inmediatamente la guardia de la azotea hace una descarga cerrada, -comienzan a oírse disparos en toda la casa y nos hallamos envueltos en -una batahola formidable, mientras los cuatro bomberos de la sala -prorrumpen carcajadas estruendosas... - - - - -CAPITULO VI - -LA LUZ DE UN NUEVO DÍA... - - -La luz del nuevo día viene por fin a iluminar esta escena de confusión -que puede haber durado entre diez minutos y dos horas. Yo no tengo -noción del tiempo que ha transcurrido. Sólo sé que después de un momento -el comisario ha reiterado la orden de cesar el fuego y que, al pretender -el trompa del escuadrón traducírsela melódicamente, le arrebató el -clarín con espanto como si fuese la trompeta del Juicio final. Me he -puesto de pie y le he dicho: - ---Es una sabia medida, comisario; el clarín es un instrumento belicoso. -Otro toque más y nos agarramos a tiros entre nosotros. Por lo demás, el -instrumento de la policía es el pito... - -Debía haber dicho el silbato, porque esta observación última ha -desagradado evidentemente al voluminoso comisario. Repara en mí con -fijeza, y bruscamente me interroga: - ---¿Y usted quién es?... - ---Usted no me conoce--replico sonriendo. - ---Por eso se lo pregunto. - -Antes de que pueda ordenar rápidamente mis recuerdos, para explicar el -encadenamiento de circunstancias que me han traído aquí, el prudente -funcionario ordena: - ---¡A ver! ¡Sáquenle ese máuser!... ¡Pálpenlo de armas! ¡Pásenlo a mi -despacho! - -El trompa del escuadrón me arrebata tan violentamente el arma, que estoy -a punto de perder el equilibrio. Extiendo las manos como balancín y -veinte fusiles me apuntan de frente. Quedo con los brazos extendidos, -inmovilizado por el terror, mientras el sargento fornido y retacón -procede a la operación de palparme. Según la acepción corriente, palpar -significa tocar exteriormente con las manos. En la práctica policial -consiste en meter la mano hasta el codo en los bolsillos del presunto -malhechor. Me despojan así de mi llavero, mi reloj, mi cigarrera vacía -y mi billetera casi exhausta. Luego, con una escolta digna de un -regicida, me hacen entrar en una habitación y me ponen de cara a la -pared, en un ángulo de la estancia. No puedo hablar ni darme vuelta. - -Estoy de penitencia como hace veinticinco años en el colegio y tengo una -hambre también como la de entonces. Para saber lo que es apetito hay que -ser pupilo o estar preso... - - - - -CAPITULO VII - -CONVICTO Y CONFESO - - -Entre tanto, según puedo oír, el comisario y la oficialidad se han -marchado a recorrer las inmediaciones para recoger los muertos y los -heridos y perseguir a los atacantes. Parece que yo soy el único de ellos -que ha caído prisionero. - -A estar a lo que conversan en el patio, los revoltosos eran como «cuatro -mil», admirablemente armados; una barrica de cerveza que rodó hasta el -centro de la calle está atravesada de parte a parte por cuatro -balazos... - -«Buena puntería--digo entre mí--, pero mal empleada; era mucho mejor que -me hubiese bebido la cerveza...» Paso la lengua por mis labios resecos y -recuerdo que hace veinte horas que no pruebo un bocado y diez que no -tomo un trago. Me siento desfallecer y las ideas se me confunden. ¡Dios -mío! ¿Por qué me he mezclado yo a los revoltosos?... Apoyo la cabeza en -el ángulo que forman las dos paredes, cierro los ojos y trato de tomar -el hilo de mis pensamientos, que se disgregan como los Estados del -Imperio ruso. Gasto mis últimas energías en ese empeño de restauración -psíquica, y luego, tras cierto tiempo, pierdo toda noción de mi -personalidad. Soy algo así como una masa astral, informe, sin voluntad -ni materialización alguna, pero con una vaga conciencia de las cosas. Me -entero sin emoción de que hace mucho tiempo que ha triunfado el -maximalismo y que la ciudad de La Plata se ha refundido con la de -Nijni-Novgorod. Un italiano viejito, que usa eternamente una galera -abollada, es el presidente del Soviet Local Bonaerense. Poco a poco he -ido cobrando mi forma corporal, y desde entonces estoy preso aquí por -orden suya. Todos los días viene a verme, y sin que yo pueda replicarle, -me dice ferozmente: «_¡Maximalista!... ¡Maximalista!... Te lo facisse -vede io lu masimalismu!_» - -Hace una infinidad de tiempo que estoy sometido a esta tortura. De -pronto dictan una ley matrimonial autorizando a las muchachas a escoger -marido entre los prisioneros. Debemos someternos a su elección bajo pena -de muerte. Hay un desfile interminable de arpías, mujeres huesudas y -contrahechas, petizas esféricas con inmensos lentes de carey, patronas -atléticas y mostachudas, viejas vagabundas con la sonrisa siniestra de -las alcoholizadas. Yo tiemblo ante la idea de que una de ellas esboce un -gesto que me obligue a seguirla. Me disimulo y procuro confundirme con -el rincón de pared que habito desde hace tantos años... Imprevistamente, -una de las que forman en esa procesión me hace una señal. Me aproximo -lleno de un sudor frío y veo una jovencita de ojos garzos y pelo -castaño, con un peplo blanco y un ancho sombrero obscuro. ¡Carlota! Mi -electora me sonríe, y ante esa sonrisa la evidencia de mi felicidad es -tan grande que estrecho a la muchacha y exclamo: _¡Viva el -maximalismo!_... - -El dolor de un puñetazo me hace volver en mí, y me despierto abrazado al -sargento fornido y retacón, y gritando como un energúmeno. - -Generalmente yo tengo el sueño pesado; pero esta vez unos cuantos -culatazos enérgicamente aplicados me han despertado sin remisión. - -Debo de tener una costilla rota. Pero lo peor es que, según el sargento, -estoy convicto y confeso... - - - - -CAPITULO VIII - -UN INTERROGATORIO - - -Evidentemente, debo de estar convicto y confeso porque me invitan a -sentarme. Mis confesiones, como las de Rousseau, atraen el interés -general. Las autoridades de la Comisaría me rodean y un oficial me -ofrece un cigarrillo. Ante esta galantería veo el cielo abierto y -comienzo a protestar de mi inocencia. Súbitamente las caras se tornan -hoscas; el oficial no me entrega el cigarrillo y presiento que me van a -expulsar del sillón. Cambio de táctica. Hago esfuerzos por sonreír -socarronamente y digo que sólo deseo contar mi historia a los empleados -superiores. Estos, halagados en su vanidad, desalojan el despacho y, una -vez entornadas las puertas, vuelven a reunirse en torno mío. Me apodero -del cigarrillo ofrecido y solicito desenfadadamente una taza de te con -bizcochos. Sin eso no puedo hablar... - -Me traen un vaso de cerveza y dos sandwichs. Mientras repongo mis -fuerzas, me pregunto cómo salir del paso. Recuerdo la conspiración de la -pólvora, la conjuración de Fiesco, el complot de Alzaga... Nada me -sirve. - -Por suerte, llega el voluminoso comisario, quien se dispone a -interrogarme con toda solemnidad. - ---¿Cómo se llama usted? - ---Julio Narciso Dilón. - ---Ese apellido no es de aquí... - ---No, señor. (Es verdad, soy de origen boliviano.) - ---¿Es usted catalán? - ---No, señor. - ---¿Ruso? - ---Tampoco. - ---¿Italiano? ¿Francés? ¿Alemán? - ---Nada de eso. - ---¿Cuál es su nacionalidad? - ---Soy argentino. - ---¿Hace mucho que está radicada su familia en América? - ---Dos siglos. - ---¿Cómo dice? - ---Doscientos años. - -El comisario cuchichea con los oficiales, se sonríe y me pregunta: - ---Su abuelo paterno, ¿qué fué? - ---Diputado al Congreso de Tucumán. - ---¿Por qué provincia? - ---Potosí... - -Grandes carcajadas del auditorio. El comisario hace esfuerzos por -mantener la seriedad y dice: - ---Potosí no es una provincia, es una calle. - -Me encojo de hombros y me sonrío con una estupidez incomparable. No -estoy con ánimo para lanzarme en una disertación histórica. Que el -comisario crea lo que le parezca conveniente. - -El interrogatorio prosigue. Cada vez que intento defenderme de la -terrible acusación que pesa sobre mí me quitan la palabra. El comisario -me dirige preguntas insidiosas, que no tienen respuesta. Por último, -recapitulando los debates, me dice: - ---Si usted es inocente, ¿por qué se introdujo subrepticiamente en la -Comisaría? ¿Por qué profirió gritos subversivos? ¿Por qué intentó -desarmar al sargento?... - -Y antes de que pueda replicar me hace conducir al calabozo. - - - - -CAPITULO IX - -ARAMIS - - -Sábado, 11.--He pasado el día de ayer y la noche última en un estado de -inconsciencia lamentable. Durante la noche se reprodujo en dos o tres -ocasiones el tumulto que presencié la madrugada del viernes. Los agentes -se han acostumbrado al peligro, porque ahora, entre alarma y alarma, -bailan tangos y beben cerveza. ¿Dónde se han procurado ese instrumento -horrible que se llama un bandoleón? - -El ritmo canallesco y monótono de nuestro baile nacional se mezcla al -silbido alterno de la bomba extractora de cerveza... - -Me doy a imaginar un órgano hidráulico de inmensas proporciones, -accionado por cerveza, que no toque sino tangos: «Cara Sucia», «Mi noche -triste», «Piantá piojito...» En su torno bailan una infinidad de -vigilantes con los cascos compadronamente echados sobre los ojos. - -De pronto se hace un silencio, corren unos cerrojos y oigo un grito: - ---¡A ver el diputado por Potosí!... - -Creo que debe de ser por mí. Me aproximo a la puerta, y de un empujón me -colocan en medio de un piquete de soldados del escuadrón, que echa a -andar con paso marcial hasta el despacho del comisario. Allí me hallo -con todo el aparato de un Consejo de guerra. La presidencia está ocupada -por un capitán del escuadrón, un mozo rubio y elegante que parece un -capitán de ulanos. Según he oído, le dicen Aramis porque tiene la -costumbre de trompearse «mano a mano» con los presos peligrosos. A su -lado se sientan dos oficiales plenamente poseídos de sus funciones. En -ambos extremos de la estancia dos centinelas velan rígidamente. Me hacen -sentar, y el capitán Aramis se pone de pie: - ---Si usted no declara toda la verdad le vamos a fusilar -inmediatamente... - -Con esa resignación que uno tiene en las pesadillas, cuando duran -demasiado, inclino la cabeza y quedo en silencio. - ---Le damos cinco minutos para que se decida... - -Evidentemente, todo esto es un sueño; cuanto antes termine será mejor; -me despertaré en mi cama. - -El capitán Aramis se ha levantado, y acercándose a la puerta ha ordenado -con una sonrisa: - ---¡Formen el cuadro en el segundo patio! ¡Preparen el pelotón!... - -¡Tanto mejor! Quizá la impresión del fusilamiento me despierte por -completo. - -Los cinco minutos han pasado. Aramis y los dos oficiales acaban de -salir. Oigo afuera órdenes imperiosas y ruido de armas. Las culatas de -los máuseres chocan contra las baldosas. El jefe del piquete me toca en -un hombro. Me levanto automáticamente, me coloco en medio de los -soldados y salimos de la estancia. - -La guardia está formada. Pero en vez de dirigirnos al segundo patio -vamos hacia el zaguán. Pasamos por entre una doble fila de bomberos -rígidamente alineados, con la bayoneta calada, y nos encontramos en la -calle. Junto a la acera se halla un carrito de bomberos, y, rodeándolo, -un destacamento de soldados del escuadrón a caballo y con las tercerolas -apoyadas en el muslo. A su frente está Aramis, bello como un capitán de -ulanos. Cuando me suben al carro, se me cae el pañuelo con que me voy -secando el sudor frío que me corre por la cara, y Aramis, buen jinete y -cortés caballero, lo recoge y me lo entrega con una elegancia digna de -su héroe epónimo. - - - - -CAPITULO X - -LA NINFA ECO - - -El carrito echa a andar y yo me tumbo de espaldas sobre las tablas. Por -un momento no escucho más que el rodar de la carretela y el trote de los -veinte caballos que me dan escolta. Luego, absorto en la contemplación -del azul del cielo, me voy quedando dormido... - -Repentinamente me despierta un estampido, al que sigue un segundo -después una detonación más sonora. Mi escolta ha echado pie a tierra, y -los soldados, parapetados tras de los caballos, inician un fuego -nutrido. A poca distancia se escuchan otros disparos igualmente -nutridos, pero de un sonido más amplio. Cada descarga nuestra nos es -devuelta inmediatamente con creces. - ---¡Nos están baleando sin asco!--grita el capitán Aramis. - ---Es desde aquella casa alta--dice tranquilamente el bombero que maneja -el carrito y que está observando la escena con curiosidad. - -Me asomo a ver. Estamos en una encrucijada; la calle perpendicular a la -que seguíamos ofrece un pronunciado declive y como cincuenta metros más -adelante tuerce bruscamente hacia la izquierda. En el fondo de esta -hondonada se alza, ocultando todo el horizonte, una inmensa casa de -departamentos, cuyas galerías de hierro y cristales le dan el aspecto de -un enorme trasatlántico. Contra esas galerías, en las que se ven algunas -plantas y macetas suspendidas, está tirando mi escolta. Los cristales -saltan en pedazos con una vibración argentina y hasta parece oírse el -ruido sordo de las balas atravesando el latón de las barandas. Llegan -hasta nosotros gritos penetrantes de mujeres y estrépito de puertas. No -advierto, sin embargo, el silbido de los proyectiles que se nos dirigen, -a pesar que desde allí cerca siguen partiendo detonaciones. - -De pronto el capitán Aramis da una orden, que el trompa, mi viejo -conocido, traduce en clarín: «¡Avancen!» - -¡Oh asombro! No ha terminado aún, cuando otro clarín repite fielmente en -la casa de departamentos la misma orden: «¡Avancen!» - -A todo esto los caballos de mi carrito se han espantado, lanzándose -calle arriba en una carrera frenética. El bombero conductor hace -esfuerzos inútiles para aplacarlos. A las dos cuadras doblamos a la -izquierda, llevándonos por delante un buzón. Los caballos disminuyen la -marcha. Aprovecho entonces la circunstancia para tirarme del carro, y -como los caballos reanudan su fuga desenfrenada, sigo a pie en la -dirección contraria. No hay un solo vigilante en las cercanías. - -Desde aquí el fenómeno del eco es bien evidente. Las detonaciones -repercuten en la casa de departamentos con una nitidez maravillosa. Y -hasta las órdenes vibrantes de Aramis son duplicadas con una manifiesta -oficiosidad. - -¡Oh ninfa Eco, a quién debo mi libertad! ¡Locuaz hija de Uranos y Gea, -mi agradecimiento será eterno! En loor tuyo todos mis hijos se llamarán -Narciso y estudiarán acústica... - - - - -CAPITULO XI - -«HANDS UP!» - - -Como no tengo deseo alguno de volver a caer en manos del capitán Aramis, -a pesar de su exquisita cortesía, me voy alejando del lugar de la -encarnizada refriega con toda la premura de que soy capaz. La libertad -me ha devuelto la reflexión; observo y me convenzo de que soy inocente, -absolutamente inocente; pero a pesar de esto no disminuyo la rapidez de -mi marcha. ¿Por qué los inocentes huyen a la Policía mucho más que los -culpables? Quizá por falta de hábito. Sin embargo, el acto de darse a la -fuga es una terrible presunción en contra de uno. «Se dió a la fuga», y -ya todos suponen que se trata de un terrible criminal. Debemos, en -consecuencia, si tenemos la conciencia tranquila, aguardar a pie firme -al empleado policial, al digno representante de la autoridad, al -benemérito guardián del orden, y sonreírle y agasajarle, y abrirle -nuestro corazón y nuestra casa... Pero por proceder así he sufrido dos -días de hambre, recibido varios culatazos y soportado todas las -angustias de un condenado a muerte. Bien hecho: ¿quién me mete a mí a -devolver un máuser? Las armas, como los libros, no se devuelven nunca. -Se devuelve un pañuelo a la señorita que lo ha perdido, una cartera -vacía al señor que acaba de bajar de la escalera, un guante de la mano -izquierda al joven que lo ha extraviado en el ascensor; pero no -corresponde detener a media noche a un individuo mal entrazado para -decirle: «Tome, señor, esta daga que se le ha caído...» - -En el curso de esta meditación llego ante el Mercado de Abasto y puedo -observar desde aquí el espectáculo desacostumbrado que ofrece la calle -Corrientes. Pequeños grupos de jóvenes, con brazales bicolores, armados -de palos y carabinas, detienen a todos los individuos que llevan barba y -les obligan a levantar las manos en alto. Mientras los que usan palos -les apuntan con éstos a bocajarro, los de las carabinas les pinchan con -ellas en el vientre, y otros, desarmados, se cuelgan de las barbas del -sujeto. - -Según me informan en un corro, este original procedimiento tiende a -estimular entre los barbudos el amor a la nación Argentina. Como soy -lampiño, me creo a cubierto de semejante recurso pedagógico y sigo hacia -el centro. En el camino advierto que otros grupos apedrean las casas de -comercio los nombres de cuyos propietarios abundan en consonantes. ¿Por -qué les tienen tanto odio a las consonantes? ¿Acaso las vocales solas -pueden componer un idioma? - -Delante mío va un viejito canoso, de rancho de luto, alpargatas y saco -de lustrina. Camina presuroso, sin que el tumulto atraiga para nada su -atención. De pronto, un grupo estacionado en mitad de la calzada nos da -el alto imperiosamente. Yo me paro en seco; pero el viejito no detiene -su marcha. Un mocetón fornido, que ostenta el consabido brazal celeste y -blanco, corre a su encuentro revólver en mano. - ---¡Párese! ¡Arriba las manos! - -El viejo se cuadra y levanta en alto la mano izquierda. Esta obediencia -parcial irrita al mocetón, que le reitera la orden: - ---¡Arriba las manos! - -El viejo continúa con la mano izquierda en alto, mientras la derecha -desaparece completamente en el bolsillo del saco de lustrina, que -contiene a simple vista un bulto insólito. Suena un tiro, y después de -un ligero balanceo, el viejito se desploma de cara al suelo, siempre con -la mano izquierda en alto... Rápidamente, el mocetón que ha hecho fuego -se abalanza sobre el caído para sacarle el arma que indudablemente tiene -en la mano derecha, y retira del bolsillo una manga vacía que queda -extendida sobre la baldosa. El extremo sobresale del cordón de la acera -y se dobla hacia la calzada como una manguera exhausta. Por poco tiempo, -sin embargo, porque segundos después comienza a arrojar un fino hilo de -sangre sobre el pavimento. - -El viejo «era» manco. - - - - -CAPITULO XII - -LA VUELTA AL HOGAR - - -Hasta este momento yo no había visto morir a nadie. Tenía por eso la -idea de que la muerte era un espectáculo aparatoso y trascendental, que -exigía ciertas transiciones y un cuadro apropiado. Nada más sencillo, -por cierto, según el episodio que acabo de contemplar. - -Sobre el asesinato, en especial, yo tenía las ideas más melodramáticas -posibles. Lo suponía algo lleno de violencia, de pasión, de ferocidad, y -se me antojaba torva y siniestra la figura del matador... Nada de eso, -sin embargo. Es el incidente más trivial que se pueda imaginar. - -Usted se pone en torno del brazo izquierdo la cinta del gato de su casa -o la liga de la mucama, coge su revólver, sale a la calle y le pega un -tiro en el corazón al primer hombre humilde que le parezca sospechoso. -Con eso quizá ha dejado usted en la orfandad a media docena de -chiquilines, pero en cambio ha consolidado las instituciones y ensayado -su puntería. - -Me voy acercando a casa. Al reconocer los lugares familiares experimento -una emoción incontenible, como si volviera de un largo viaje. ¡Me parece -que hace tanto tiempo que dejé mi silencioso departamento de soltero! El -mucamo me recibe en la escalera, y al observar mi aspecto demacrado y mi -aire abatido, supone que vuelvo de una fenomenal partida de poker. -Presume, además, que he perdido lo indecible y presiente un período de -estrecheces y apuros. Esta preocupación le agria el gesto, y en vez de -comunicarme las novedades que se hayan producido, se hace a un lado -austeramente... - - - - -CAPITULO XIII - -EL ASALTO A LA COMISARÍA 44 - - -Domingo, 12.--Me he despertado hoy a mediodía, tras haber dormido cerca -de diez y ocho horas seguidas, con un sueño profundo de niño. Después -del baño me he quedado en pijama y me hice traer los diarios de la -mañana. Ya no me acuerdo de mi aventura de días pasados y me entero de -las noticias de la huelga con toda la buena fe de un espectador -desinteresado. Imprevistamente, el corazón da un latido anunciador y -leo: - - «=El asalto a la Comisaría 44.=--El primer ataque, preludio y quizá - preparación combinada de los que se produjeron al día siguiente, se - dirigió contra la Comisaría 44. El asalto se inició contra los - centinelas avanzados que se encontraban a media cuadra del local - de dicha Comisaría. A consecuencia de este ataque, se cambió un - nutrido tiroteo entre los leales defensores del orden público y los - maximalistas, que se hallaban perfectamente pertrechados y poseían - máuseres de último modelo, muchos de los cuales conservaban aún la - etiqueta de venta. - - Dará una idea del armamento que poseían los ácratas el hecho de que - una barrica que se hallaba en la calle, frente a la misma - Comisaría, fué literalmente convertida en una criba por los - proyectiles que se dirigieron contra el local. - - En esa refriega los defensores de las instituciones tuvieron que - hacer actos de verdadero arrojo para impedir que la turba de - agitadores se apoderara de la Comisaría, en cuyo zaguán se libró - una verdadera batalla. - - Contenido el asalto por las fuerzas policiales, pudo notarse que - dentro de la Comisaría se hallaba un sujeto extraño a ella, el cual - se señaló desde el primer momento como uno de los cabecillas del - atropello. Estas sospechas pudieron confirmarse más tarde cuando - dicho sujeto, que dijo llamarse Nicolás Dilonoff, después de un - hábil interrogatorio, que contestó con evasivas, trató de desarmar - a uno de los agentes. También gritó «¡Viva el maximalismo!», - aprovechando un momento de descuido de sus guardianes. - - En vista de esto, el temible agitador, en cuyo poder se encontraron - grandes sumas de dinero, fué puesto a buen recaudo por la - autoridad, y a la mañana siguiente enviado al Departamento Central - de Policía bajo segura custodia. - - Por desgracia, los compañeros de Dilonoff lograron conocer el - recorrido por donde debía pasar y atacaron a la escolta que lo - conducía no bien ésta desembocó por una de las calles adyacentes al - lugar donde se produjo el hecho. Los agentes trataron de repeler la - agresión, cambiándose entre los dos bandos más de tres mil tiros. - - Aprovechando la confusión que se produjo a raíz de este ataque, el - temible agitador logró eludir la vigilancia de la policía, - ignorándose hasta este momento su paradero. Se espera, sin embargo, - detenerle de un momento a otro. - - Nicolás Dilonoff, que también se hace llamar Jesús Martínez, es un - viejo conocido de nuestra policía. Ha llegado al país hace pocos - meses, y a pesar de eso habla correctamente el español. Se sabe que - en Rusia, su país de origen, ha mantenido estrechas relaciones con - Lenín y Trotsky.» - -Suspendo la lectura y llamo al mucamo: ¡Mauricio! ¡Mauricio!... Mauricio -se presenta alarmado. Yo me vuelvo hacia él con una profunda congoja y -le digo: «Mauricio, estoy mal de la cabeza. Llama inmediatamente a un -médico; prepárame un sinapismo; llévate esos diarios; alcánzame la -aspirina; corre el cortinado; disponme otro baño; avísale a Perucho, -pero no le dejes entrar; no estoy para nadie; descuelga el tubo del -teléfono y arréglame las valijas, porque me voy a Montevideo...» - -Mauricio supone que efectivamente estoy mal de la cabeza, y yo me vuelvo -a meter en cama... - - - - -CAPITULO XIV - -DE CÓMO RECOBRO EL USO DE LA RAZÓN Y OTROS OBJETOS - - -Miércoles, 15.--He pasado una terrible crisis. Desde el domingo hasta -anoche he sido presa de la fiebre y del delirio. Sólo ayer, a la hora de -la comida, después de un breve sueño reparador, he vuelto a ser el -hombre normal de hace ocho días. El médico cree que aun estoy débil y ha -prohibido que se me hable de la huelga; pero, como es natural, durante -toda la noche no nos hemos ocupado de otra cosa con Perucho Salcedo y -con Amenábar, que han estado a visitarme. Les he contado todo lo que me -ocurrió desde el jueves último, a medida que me iba acordando, y ¡bien -sabe Dios si hay fallas en mi memoria! - -¡Cosa singular! Se han reído hasta desternillarse. Cuando hubieron -terminado de reírse, examinamos mi situación personal. Perucho me -aconsejó que le mandase los padrinos al comisario de la 44, y Amenábar, -que fuera a reclamar el reloj, la tabaquera, las llaves y el dinero que -me habían sacado. Este último consejo me parece el más oportuno; pero -antes debo liquidar mi situación como delincuente, porque no hay que -olvidar que tengo la captura recomendada... Para la Policía soy -Dilonoff, el terrible Dilonoff, un prófugo, un conjurado, un perturbador -del orden social. - -Amenábar ha prometido arreglarme el asunto en el día, pero no las tengo -todas conmigo. Si fuese un delincuente empedernido podría contar, por lo -menos, con el indulto presidencial; pero como soy inocente... - -A las cuatro llega Amenábar en su soberbio «Packard». Vienen con él -Perucho, Totó Arribillaga y el mono Sánchez Oriol, que es medio pariente -del comisario de la 44. Todos quieren presenciar el efecto de mi -reaparición en la Comisaría que asalté yo solo, por mi cuenta. - -Como ya me siento bien y además tengo deseos de unirme con mi reloj, no -opongo obstáculos al viaje, cuya duración no deja de preocuparme. -¡Estos jóvenes no saben dónde queda la Comisaría 44! Sin embargo, a los -veinte minutos nos detenemos ante un edificio, que reconozco vagamente. -Hemos venido en línea recta, sin la menor desviación ni el más pequeño -barquinazo. ¿Es el coche o las calles? Vuelvo a sufrir la ilusión del -damero. - -Cruzamos el zaguán obscuro, en el que ya no se advierte rastro alguno de -las pasadas luchas. (La Comisaría ha seguido siendo asaltada después de -mi retiro.) - -El mono Sánchez Oriol se adelanta y, después de parlamentar brevemente, -nos hace pasar al despacho del comisario. - -Este nos recibe de pie con una afabilidad de gran caballero. - -Presentaciones: Amenábar, Salcedo, Arribillaga. Grandes saludos. Cuando -me llega el turno, el mono dice simplemente: «¡Dilonoff!» Coro general -de carcajadas. El comisario es el que ríe con más ganas. Después de un -momento de conversación, durante el cual nos muestra un retrato de -Sarmiento destrozado por las balas (es el retrato que el sargento arrojó -sobre la barricada), procede a entregarme «mis efectos». Por una -deferencia especial no me pide recibo. - -Nos despedimos; pero cuando todos han salido, el simpático comisario me -retiene para decirme con tono de dulce reproche: «Pero, amigo, ¿cómo no -me dijo usted que era socio del Jockey?...» - -Al regresar vamos a toda velocidad por la anchurosa avenida con arboleda -central. Inesperadamente el mono Sánchez Oriol prorrumpe en un alarido: -«¡Viva el presidente del Soviet!» Este grito hace volver la cabeza a los -transeuntes, y creo reconocer rápidamente dos ojos garzos que me miran -con asombro, una cabellera castaña, un traje blanco suelto. ¿Es una -ilusión?... ¡Estos autos marchan tan rápido!... - - - - -EL CULTO DE LOS HEROES - - - - -CAPITULO PRIMERO - -DE CÓMO DON JUAN MARTÍN IBA ACORTANDO SUS PASEOS - - -Al salir aquella mañana, don Juan Martín habíase dado con el mayor de -sus nietos, quien, cansado y furtivo, regresaba al domicilio familiar. -El muchacho, sorprendido, no acertó sino a decir: «Buenos días», -cortesía trivial que el anciano retribuyó con un «Buenas noches» -cortante como el aire frío de la madrugada. - -No dijo más; pero el encuentro habíale puesto de mal humor. - -Por un antiguo hábito ambulatorio, don Juan Martín tenía la costumbre de -meditar sobre sus negocios mientras iba por la calle, solo y abstraído, -en medio del tumulto urbano. La primera idea de su gran empresa -ocurriérasele en esa forma, al cabo de cinco años de pasear por la -ciudad su aparejo de afilador, y otros tantos había madurado el proyecto -en sus interminables caminatas. Cinco años, durante los cuales empujó su -máquina rudimentaria con aire ausente, acariciando en su espíritu vagos -sueños de riqueza y arrancando a su silbato, de trecho en trecho, un -sonido largo y modulado como un reclamo a la fortuna. - -Por cierto que ese pregón, tradicional en Buenos Aires, no tuvo poca -parte en la ulterior prosperidad de Juan Martín. A causa de él, los -robustos changadores gallegos que en muchas esquinas comentaban -indolentemente la exigua crónica telegráfica de los diarios de entonces, -a la espera de que se les mandase llamar para transportar un piano o -conducir una carta de amor, tareas desproporcionadas que realizaban con -igual indiferencia e idéntica celeridad, solían burlarse de su cuasi -conterráneo--Juan Martín era de los límites de Asturias--con toda la -pesadez de su inteligencia de atletas. En Galicia, con el mismo reclamo, -largo y modulado, anuncian su presencia en las aldeas los castradores de -cerdos. Y eran sobre ese _leit-motiv_ procaz, un número infinito de -variaciones y desarrollos que el pobre ambulante escuchaba resignado, -traduciendo únicamente su sorda irritación en el leve temblor del -silbato de níquel que colgaba siempre de su boca como una prolongación -natural del belfo. ¿Fué un efecto de su antipatía hacia aquel gremio -jocundo y holgazán la primer idea de la industria que lo enriqueció y -llegó a cambiar uno de los aspectos de la ciudad? ¿O no se debió todo -sino a la antigua hostilidad de las tribus nómadas hacia las de hábitos -sedentarios, causa de tantas luchas prehistóricas, reconocible aún, bajo -pretextos nuevos, en los conflictos de los gremios urbanos? Fuera uno u -otro sentimiento la raíz oculta de su invención, o ambas a la vez, el -hecho es que a Juan Martín se le ocurrió realizar los servicios que -llevaban a cabo sus pesados burladores con carros ligeros de dos ruedas, -y un buen día, dejando su máquina de afilar en un rincón de la pieza que -habitaba con su mujer y su hija, se lanzó a la calle arrastrando el -primer vehículo a tracción humana que se conoció en la capital. En los -años que siguieron y que marcaron un ascenso lento, pero constante, en -su pequeña industria, D. Juan Martín continuó recorriendo la ciudad al -paso flexible y silencioso de sus alpargatas, revisando en su mente -cálculos de enriquecimiento cada vez más concretos. Y a medida que se -engrandecía su negocio iba disminuyendo el radio de sus paseos y la -amplitud de sus meditaciones. - -Ahora que estaba enormemente rico, que había centralizado en su empresa -casi todos los servicios de transportes y encomiendas del país, que -figuraba en el directorio del Banco Español y era uno de los mayores -propietarios de inmuebles de la ciudad, el breve trayecto entre su -lujoso hotel de la calle Maipú y el viejo edificio de las oficinas en el -Paseo de Julio, cerca del Retiro, bastábale para resolver todos sus -asuntos. Pero siempre el ritmo de su paso era el mismo de cuando iba -empujando su aparejo, y aunque algo relajado por la senectud, su belfo -se avanzaba como si aun intentara, con el silbato ausente, lanzar uno de -aquellos largos y modulados reclamos a la fortuna. - - - - -CAPITULO II - - EN QUE SE MUESTRA QUE LA PIEDAD, COMO OTROS ACHAQUES DE LA VEJEZ, - LA MIOPIA, POR EJEMPLO, PUEDE CORREGIRSE CON EL USO DE CRISTALES - ADECUADOS - - -Esa vez, al llegar al edificio de la Empresa, D. Juan Martín advirtió -que, contra su costumbre, no había sido durante la breve caminata dueño -de sus pensamientos. Evidentemente, el encuentro con su nieto habíale -puesto de mal humor. Una sucesión lenta de ingratas escenas familiares, -un sentimiento difuso de soledad y la impresión angustiosa de que su -ausencia definitiva no sería lamentada por nadie, le dominaron durante -todo el trayecto. Así, cuando se vió ante la puerta de su despacho y -recordó que debía resolver en última instancia aquel asunto de los -terrenos de Puente Alsina, se notó desapercibido y en mal estado de -ánimo. - -Don Juan Martín nunca dejaba librado al azar de una entrevista el -resultado de un negocio, pequeño o grande. Iba siempre a ella con un -plan apenas esbozado, pero llevando una decisión prolijamente madurada -en sus paseos, de la que no se apartaba un ápice. - -Pero en esta ocasión estaba desorientado e indeciso. ¿Consentiría en -renovar una vez más el contrato de alquiler a los paisanos suyos, que -desde tiempo inmemorial poseían en aquellos terrenos un establecimiento -entre rural y urbano, a la vez fonda, cancha de bochas y corralón de -hacienda? - -El creciente desvío de la hija, que comenzara poco después de la muerte -de la madre, le había ido acercando a sus paisanos, le hacía complacerse -en las evocaciones de la tierra natal, tan lejana en sus recuerdos, y le -convirtiera en el filántropo de que hablaban los periódicos regionales -de aquí y de allá. Por eso mantuviera hasta entonces improductivos -aquellos terrenos comprados casi por nada a fines del siglo, que había -visto, en su última visita, rodeados de amplias avenidas, calles -pavimentadas, líneas de tranvías, casas modernas y edificios -industriales. Sus dos paisanos, padre e hijo, venían disfrutando de esa -locación excepcional con la misma candorosa indiferencia con que se -habían dejado cercar por el progreso y la riqueza, sin modificar sus -hábitos rurales adquiridos treinta años antes, cuando aquel lugar era el -tránsito obligado de los arreos que iban al matadero. ¿Prolongaría esa -situación absurda, perjudicando un plan ya antiguo de ampliación de los -depósitos de la Empresa, para no alterar la dejadez crónica de los dos -acriollados asturianos? - -Cuando penetró en el despacho, ya le estaban aguardando, zurdamente -acomodados en sendos sillones, sus dos inquilinos: el padre, un anciano -de barba blanca, pañuelo de seda negra al cuello, ropa obscura y botines -de elástico, y el hijo, un hombre ya maduro, fornido, con aspecto de -capataz de estancia. Don Juan Martín los saludó sin mucha espontaneidad; -ocupó su asiento tras el escritorio, y al punto entabló la conversación -con sus comprovincianos. Los dos inquilinos no conservaban el menor dejo -del acento nativo. Hablaban con la prosodia llana y el lenguaje -descuidado de los hombres del campo de Buenos Aires. En cambio, D. Juan -Martín, que nunca perdiera la ruda pronunciación regional, había -adquirido en la última época de su vida, por su frecuentación del alto -comercio español, el prurito del casticismo. Y nada más cómico, a causa -de esa diferencia idiomática, que la continua apelación a los orígenes -comunes, al deber de ayudar a los paisanos, al amor al terruño con que -los dos suplicantes procuraban ablandar al hombre de negocios. - -Mientras así le hablaban, D. Juan Martín, lejos de conmoverse por las -evocaciones ingenuas de la aldea, casi desvanecida en su memoria, -pensaba en la catástrofe que significaría para aquel viejo verse -expulsado del lugar en que, por una síntesis frecuente en los -inmigrantes españoles que no han sido arrastrados por el vértigo de la -ciudad, conciliara desde su llegada al país el espíritu sedentario del -agricultor europeo con la clásica despreocupación del gaucho. En todo el -tiempo que llevaban aquí no habían ahorrado un centavo, ni acreditado su -negocio, ni conseguido aptitud alguna para abrirse camino en la vida. -Todo su capital consistía en la clientela, cada vez más escasa, que -acudía a aquel establecimiento indefinido, último representante de la ya -olvidada tradición del barrio. Contra la formidable presión del ambiente -que tendía en cien formas distintas a desplazarlos, a arrojarlos a los -nuevos suburbios, para hacerles repetir al cabo de cuarenta años los -días azarosos de la inmigración, no tenían más defensa que la buena -voluntad de su afortunado paisano. - -Don Juan Martín sentía que se iba emocionando. Le impresionaba, sobre -todo, la afinidad espiritual que era posible advertir entre el padre y -el hijo, el cariño viril que se profesaban, la semejanza en la figura, -en los gestos, en la voz... Y envidiaba al pobre viejo de barba blanca -esa paternidad absoluta, acabada, tanto quizá como él suponía codiciaban -los otros su actual opulencia. - -Estaba a punto de pronunciar la palabra definitiva que devolvería la -tranquilidad a sus visitantes--D. Juan Martín nunca se desdecía--cuando -alcanzó a ver sobre la mesa el estuche de los lentes. Con un gesto -maquinal los abrió, montó los cristales sobre su fuerte nariz y comenzó -a revisar el fajo de papeles que tenía ante sí. Era el anteproyecto del -inmenso depósito para la Empresa, a construirse sobre los terrenos de -Puente Alsina. La oficina técnica que los había formulado algunos años -antes y que ahora insistía en ellos con motivo de la terminación del -irrisorio contrato señalaba la necesidad, cada día más imperiosa, de -descongestionar la casa central, de tener un local adecuado para los -camiones, de alejar el tráfico de las parroquias aristocráticas. Había -que aprovechar, además, los precios transitoriamente bajos de los -materiales de construcción. Todo esto, gracias a la ampliación de los -cristales, se le aparecía con caracteres nítidos, con una acuidad de -visión que era a la vez un placer del sentido y de la mente. - -En cambio, al levantar la cabeza, las siluetas de los dos hombres que, -encogidos en la penumbra, estaban aguardando la respuesta, se le -presentó borrosa, confusa, apenas perceptible. - -Y sin vacilar, con un solo movimiento negativo, condenó irrevocablemente -a sus dos paisanos a la miseria. - - - - -CAPITULO III - -BREVE EXCURSIÓN A TRAVÉS DE LOS APELLIDOS - - «... but the last name is certainly meant, - by all logic and history, to link a man - with his human origins, habits or - habitation.»--_G. K. Chesterton._ - - -Don Juan Martín no tenía apellido. Es decir, el nombre de Martín, que -recibiera de su padre, y éste a la vez de sus obscuros antepasados, no -había sufrido la deformación que la costumbre exige para que se le -considere un apellido. Parecía un nombre de expósito, y a esta -circunstancia, que causara la aflicción de su hija, debiérase el que, -por un homenaje inconsciente al iniciador de la industria, todas las -Empresas de mudanzas llevaran durante un tiempo en Buenos Aires nombres -de expósitos: Juan José, Pedro Juan, Luis Martín, etc. - -Tal suerte de apellidos no evolucionados es relativamente numerosa y no -tiene por fuerza consecuencias nefastas para el ansia de figuración -social de sus poseedores. Basta juntarlos indisolublemente con los -apellidos maternos, con lo cual fórmase un nombre compuesto más o menos -eufónico, pero que es prenda segura de un antiguo linaje. - -A la chica de Martín, cuando soltera, ni siquiera ese recurso le había -quedado. El apellido de la madre, muerta hacia fines del siglo pasado, -era un nombre imposible de exhibir a causa de lo que evocaba. Debió, -pues, limitarse al uso del simple apellido paterno hasta que por el -matrimonio lo completó con el de su marido, Alava, anteponiéndole la -obligada partícula _de_, que acentuaba el efecto, al añadirle una vaga -ilusión de aristocracia. - -Doña Juana María Martín de Alava había olvidado hacía ya mucho tiempo -esa humillante preocupación de su juventud. Así, cuando advertida por el -padre de que en la semana próxima cumpliríase el vigésimoquinto -aniversario del fallecimiento de la madre, y al disponerse a redactar el -aviso de unos funerales, no es de extrañar que tuviera una ligera -vacilación: la señora de Alava no recordaba el apellido de la madre. - -Largo tiempo estuvo con el extremo del lápiz de oro entre sus labios -bermejos, la mirada de sus ojos azules perdida en el vacío y el busto -inclinado tratando de recordar el otro nombre de la madre. - -No sin una ligera emoción, evocó su imagen. Volvió a verla, y se vió -ella como hacía treinta años, pequeña, descalza, desarrapada, ayudándole -a torcer la ropa en el lavadero de la ribera y siguiéndola luego por la -barranca de la calle Comercio, en el camino de regreso a casa. Con un -rubor retrospectivo recordó las injurias dialectales con que solía -contestar los chicoleos atrevidos de los _cuarteadores_, a quienes -llamaban la atención sus colores de campesina y el garbo con que llevaba -en equilibrio sobre la cabeza, por la empinada cuesta, el monumental -cesto de la ropa blanca. - -Doña Juana María se asombró un poco de tener tan presente ahora el lugar -de la escena. La vez pasada, con motivo de una visita a la sala del -Patronato de la Infancia, que se halla por aquellas inmediaciones, -había pasado por allí y nada recordara. - -Luego, ya distraída del objeto de su esfuerzo rememorativo, pensó en -cuán pequeña fuera la parte de la madre en el destino común. Muerta -cuando apenas comenzaba a apuntar la prosperidad, su recuerdo no estaba -vinculado a ninguno de los sucesivos triunfos familiares logrados merced -a la tozudez del padre y a la habilidad de la hija. - -La señora de Alava se atribuía, en efecto, un papel importante en el -encumbramiento de don Juan Martín, cuyos aciertos financieros había ella -realzado y centuplicado mediante la sucesiva elevación del plano social -en que debían desenvolverse. Por cierto que la ambiciosa señora no se -sentía muy apoyada en esa tarea de equilibrar constantemente el grado, -siempre en ascenso, de la riqueza con los gustos, la educación, los -modales y el tren del formidable trabajador. - -¡El padre era tan brusco, tan limitado, tan egoísta! ¡La había dado -tantos disgustos! - -Por contraste, pensó en la madre, que no la había dado ninguno; la -madre, que se había marchado discretamente de la vida antes de que su -ignorancia y su torpeza hubiesen comenzado a importunar a la hija. - -De ella no quedaba sino una fotografía desvanecida y una mala ampliación -al carbón que D. Juan Martín se obstinaba en conservar en su dormitorio. - -La señora retuvo, quizá por primera vez, que de ella había heredado el -color de los ojos, la frescura de la boca, el porte gentil... - -Y quedóse meditando, los grandes ojos azules perdidos en el vacío, el -lápiz de oro apoyado contra los labios bermejos, con aquella expresión a -la vez hierática y desdeñosa que se había compuesto inspirándose en las -láminas mundanas del _Sketch_. - -¿Llegó a recordar la señora de Alava el nombre impublicable? - -Probablemente no; porque el aviso que apareció en los diarios decía así: - -[Illustration: cross] MANUELA N. DE MARTIN, Q. E. P. D., FALLECIDA -el 15 de marzo de 1894... - - - - -CAPITULO IV - -EL HUEVO DE LEDA - - -Poco interesados en aquella exhibición de un establo absolutamente -aséptico, en el que cada uno de los animales tenía a su cabecera, -prolijamente encuadrada, su ficha individual, como los enfermos de los -hospitales, Amenábar y el embajador de España habíanse quedado a la zaga -de la comitiva. - ---¿Se imagina usted--observó Amenábar--qué pensarán los peones de este -establecimiento cuando se les diga que Jesucristo ha nacido en un -establo? - -El embajador, que, a pesar de ser diplomático de carrera, tenía la -imaginación viva, sonrióse ante la idea de un retablo «absolutamente -aséptico», con una vaca de _pédigree_, pesebres de níquel, algodón -hidrófilo, gasas, ácido bórico pulverizado para simular la nieve, y -unos angelitos que parecieran arrancados de la portada de un libro sobre -Eugenia, extendiendo sobre el candoroso grupo de la Sagrada Familia esta -leyenda: _Salus populi suprema lex..._ - -Pero el hábito profesional se impuso inmediatamente a su espíritu -risueño y dijo con suavidad: - ---Hay en esta extremosa preocupación por la ganadería, como en la ligera -jactancia que casi todos vosotros tenéis de ser entendidos en las faenas -rurales, un explicable orgullo de los orígenes de vuestra riqueza, así -la colectiva como la individual. Sois un pueblo agrícola y ganadero; -vuestra naciente aristocracia fúndase, más que en la tradición del -apellido, o en el capital amonedado, en las extensiones de campo que -hicieron fructificar el esfuerzo y la industria propios o de vuestros -ascendientes. Y como las aristocracias no se forman sino por la -consagración de sucesivas generaciones a una empresa común, encuentro -loable y justificadísimo el empeño que ponéis en mostraros los mejores -criadores del mundo... - -Hablando así, el embajador de España preparaba la pequeña disertación -con que luego, en la mesa, procuraría ser agradable a los dueños de casa -y mostraría ante el Infante que había penetrado el espíritu del país. - ---Así, el señor de Alava--continuó el diplomático--, al aplicarse, con -todos los recursos de su ciencia y de su experiencia, a refinar el -plantel ganadero, prosigue y enaltece la obra de progreso iniciada por -D. Juan Martín cuando trajo a esta granja las pocas primeras vacas que -fueron el origen de su actual fortuna... - ---Le advierto--interrumpió Amenábar--que la fortuna de D. Juan Martín -tiene orígenes absolutamente metropolitanos. Nuestro anfitrión, desde -que llegó a Buenos Aires, en el 78, no salió jamás de la capital. - ---Entonces--dijo inquieto el diplomático, que veía deshacerse su pequeño -efecto oratorio del almuerzo--es el señor de Alava... - ---Alava--repuso implacablemente Amenábar--es médico, hijo de unos -pequeños comerciantes españoles. Hasta que casó con Juana María no había -pensado nunca en dedicarse a la cría de ganado fino: pero las amistades -de Club le sugirieron eso que es ya la consecuencia obligada de todo -buen matrimonio: irse a trabajar al campo con el dinero del suegro. - -Y ante un gesto de desagrado del embajador, que no respetaba la riqueza -adquirida en el comercio, cosa de judíos y de ingleses, Amenábar le -refirió la historia del encumbramiento de D. Juan Martín. Cómo había -andado por las calles con su piedra de afilar y su silbato; cómo había -tenido la audacia de uncirse él mismo al primer carro ligero de dos -ruedas que conociéramos en el país; cómo fundara una empresa de -mudanzas, y cómo ésta se convirtiera al cabo de los años en la poderosa -Compañía de transportes y encomiendas que llevaba su nombre. - ---No crea usted--terminó Amenábar--que D. Juan Martín hace misterio de -sus comienzos. Por el contrario, exhibe su origen humilde y recuerda la -dura vida de su juventud con una insistencia que resulta molesta a Juana -María, sobre todo ante ciertos huéspedes. El viejo ha conservado -religiosamente la máquina de afilar, y hubo un tiempo en que la -mostraba con orgullo a todos cuantos le visitaban. Por cierto que esa -manía fué la tortura de la hija, tan distinguida y tan cuidadosa de su -prestigio mundano, porque a causa de ella recibió el mote de «la -afiladora»... ¿Usted conoce el sentido que esa palabra tiene entre -nosotros?... Eso la desesperaba... Poco a poco, a fuerza de estrategia -ha conseguido que el padre relegara a este alejado establecimiento de -campo, adonde no viene casi nunca, el molesto artefacto. Ya verá usted, -a menos que Juana María se interponga con su infinito _savoir faire_, -cómo el viejo nos lleva hasta donde está la máquina. - -Amenábar bajó la voz porque iban acercándose al grupo principal. Estaban -al final de los boxes. El infante de Aragón, fatigado de interrogar -sobre cada animal y de escuchar con aire complacido las respuestas -sabias de Alava, dejó vagar la vista por la extensión esmeralda del -campo que se desplegaba más allá de la verja, pintada de bermellón. Don -Juan Martín, que había guardado silencio hasta entonces, creyó oportuno -intervenir en la conversación suspendida. - ---Cuando yo llegué a Buenos Aires--comenzó a decir--y andaba... - ---¡Por Dios, papá!--interrumpió rápidamente Juana María, temerosa del -inevitable desarrollo de aquellas evocaciones paternales--. ¡No es -necesario remontarse al huevo de Leda! - ---¡Qué huevo, ni qué huevo! ¿Quién está hablando ahora de -huevos?--replicó severamente el padre--. Le decía al señor--continuó -indicando al príncipe--que cuando yo llegué a Buenos Aires, allá por el -año 78... - -La señora de Alava sintió que las piernas le flaqueaban y que el paisaje -daba vueltas en torno suyo vertiginosamente. Una angustia indecible le -atenazaba el pecho, y el sonido de las palabras del padre le llegaba -interrumpido por el latido de la sangre que le golpeaba en los tímpanos -con el galope rítmico de un metrónomo alocado. Toda la mañana había -estado temiendo aquella catástrofe y ahora se producía allí, en las -peores condiciones, a un paso del galpón donde se guardaba la máquina -infernal. - -Cuando consiguió serenarse, ya D. Juan Martín había dejado de hablar. -No fuera todo sino una falsa alarma. El anciano había observado -simplemente que el perfeccionamiento del ganado criollo era un hecho -indiscutible para él comparando sus recuerdos con lo que ahora en las -mismas calles de Buenos Aires podía advertirse. - -La señora de Alava respiró profundamente e indicó la necesidad de -regresar a la casa para el almuerzo. Todos se pusieron en marcha. -Alejado el peligro, Juana María sonreía con la sonrisa tímida de los -convalecientes, pálida aún por la impresión sufrida. - -En la mesa, sentada a la derecha del infante, frente a monseñor De -Filippis, que no hacía sino elogiar la mansedumbre de la existencia -campesina en aquella casa donde no faltaba ninguno de los refinamientos -de la ciudad, y junto al embajador, que aspiraba en cada momento a dar a -Su Alteza una impresión exacta del carácter porteño, la hija de Juan -Martín tuvo conciencia de que por primera vez en la vida se realizaba -plenamente su destino. El padre, el único detalle que podía entenebrecer -aquella visión triunfal, desaparecía en un extremo de la mesa, entre un -periodista español, elocuente y voluminoso, que acompañaba al infante en -la gira por América, y el oficial argentino, edecán del príncipe, al que -continuamente se le escapaban los cubiertos con un estrépito atroz. - -A mediados de la comida, el embajador, que se había servido pródigamente -del borgoña blanco--un Montracher 1900--, aprovechando una coyuntura -favorable comenzó a hablar: - ---Hay en esta extremosa preocupación por la ganadería, así como en la -ligera jactancia que casi todos vosotros tenéis de ser entendidos en las -faenas rurales, un explicable orgullo de los orígenes de vuestra -riqueza, tanto la colectiva como la individual. Sois un pueblo agrícola -y ganadero... - -Ya lanzado en el tema, por un hábito profesional, reprodujo exactamente -lo que una hora antes le había dicho a Amenábar. Repitió todo, hasta la -alusión a las primeras vacas que fueron el punto de partida del -enriquecimiento de D. Juan Martín. - -Y la rectificación fatal se impuso. Desde el extremo de la mesa el -potentado recordó su vida de trabajo, las humillaciones sufridas, las -fatigas y los desalientos sobrepujados, caminando constantemente por las -calles de la inmensa ciudad. - -Juana María soportó con noble entereza el temido contratiempo. Había -advertido que, a partir del segundo plato, el infante, rojo y abotagado, -cayera en una especie de sopor que le mantenía insensible a todo lo que -no era comer y beber. - -Lo que más le alarmó fué verle a Amenábar anotar algo, sonriéndose, en -la tarjeta del menú. - -Adivinó una malevolencia y tuvo un ligero estremecimiento. - -En la lista del menú, impreso en una cartulina transparente, que -ostentaba en relieve el escudo de armas del príncipe, el clubman, con su -letra clara e impersonal, acababa de interpolar: - - _Œufs de Leda a la gaffe._ - -Esa visita del infante a la estancia de Alava marcó para Juana María uno -de los grandes momentos de su existencia. Aunque siempre guardó el -penoso recuerdo del mal rato pasado durante el almuerzo, adquirió la -convicción de que no se había equivocado en la conducta que venía -observando desde que por la muerte de la madre quedara como compañera -única de D. Juan Martín. No, no habían sido inútiles todas las sucesivas -concesiones que fuera arrancando al tosco trabajador: la casa propia, el -cambio de hábitos de vida, muebles lujosos, servidumbre abundante, -cultivo de relaciones sociales y, por último, la estancia para Alava, -costoso capricho de millonario. - -Cada una de estas conquistas había demandado un largo asedio, constante -ejercicio de paciencia y bruscos asaltos de rebeldía filial. Y los -triunfos, lejos de allanarle el camino para otras victorias, se lo -hacían más difícil, enardeciendo el espíritu del vencido. ¡Lo que le -había costado decidirle a abandonar aquella necrópolis de la calle -Venezuela, antiguo caserón del tiempo de los virreyes, con puertas -macizas, ventanas de hierros forjados, patios con enredaderas, en que -anidaban las arañas, y un aljibe! ¡Y convencerle de que edificase un -hotelito en el Retiro, cerca del palacio de los Paz, que representaba -entonces para Juana María el tipo de la vivienda señorial! Al recuerdo -de tales luchas, la señora de Alava tenía una sonrisa fatigada. No, no -habían sido inútiles tantos esfuerzos. La visión del trozo de mesa con -el infante, el embajador y el obispo le iluminó interiormente. Pero al -mismo tiempo pensó que su victoria no sería nunca absoluta ni -definitiva. Había en su vida algo irreductible, que le amargaba los -momentos más brillantes, que la mantenía en perpetua zozobra. ¿Qué podía -ella en contra de su padre? Volvió a sentir la vergüenza de aquel -almuerzo y recordó con qué furor contenido ordenó secretamente, antes de -salir para Buenos Aires, la destrucción de la odiosa máquina de afilar. - -Sólo al recibir, algunos días después, la noticia de que aquel inanimado -compañero de andanzas de su padre había sido despedazado y aventados sus -restos tuvo conciencia de cuánto y qué antiguo era su aborrecimiento. - - - - -CAPITULO V - -LA VUELTA AL COLONIAL - - -Una tarde, pocas semanas después de la visita del príncipe, el auto de -la señora de Alava se detuvo silenciosamente ante la entrada de las -oficinas de la Empresa. Descendió de él doña Juana María, y con una -agilidad aun juvenil, subió presurosamente la escalera que conducía al -despacho de su padre, donde irrumpió, alegre y dominadora, envolviendo -al anciano en un tumulto de palabras cariñosas y un hálito de violetas. -Sorprendido, don Juan Martín no pudo menos que sonreír, a pesar de su -adustez acostumbrada. - -De algunos años a aquella parte esas visitas de la hija, que le llenaban -de cierto orgullo paternal, se iban haciendo cada vez más raras. Antes, -en los primeros tiempos de la Empresa, cuando el trabajo era rudo y las -preocupaciones pesaban continuamente sobre su espíritu, D. Juan Martín -tenía, por lo menos, la compensación de esa visita vespertina, seguida -de un paseo a pie, durante el cual la joven parloteaba incansable, -descubriendo bajo la mirada socarrona del padre todas sus ambiciones, -todos sus celos femeninos. Y fué en esos paseos en los que Juana María -había ido desbastando poco a poco la inteligencia del comerciante, -reformando sus hábitos, ampliando el horizonte de su vida y -acostumbrándole a no medir con el mismo patrón de estricta economía los -gastos usuales y los expendios de carácter suntuario. Era aquel tiempo -feliz en que su hija no tenía obligación alguna; después vinieron lo que -llamaba ella sus «obligaciones», y las visitas al padre, al final de la -tarea diaria, espaciáronse largamente. - -La última vez que había estado en la oficina era precisamente un año -antes, cuando don Juan Martín había tenido que acudir en auxilio de -Alava, amenazado de ruina por su mala suerte en la cabaña y en el club. -Y aun en tal ocasión Juana María, evidentemente preocupada por los -contrastes financieros de su esposo, limitara todo su filial agasajo a -una rápida vuelta por Palermo en compañía del anciano. - -Le abrochó amorosamente el abrigo antes de salir. Luego bajó la escalera -a su lado, sin prestarle apoyo, segura y como orgullosa de su fuerte -ancianidad. Iba luciendo junto al padre su porte de reina, despertando -ambos en los empleados que los veían descender la visión de la dicha -completa: fortuna, belleza y amor familiar... - -El auto arrancó suavemente. Ni el _chauffeur_ ni D. Juan Martín -preguntaron adónde iban. El primero, fuera de duda, tenía instrucciones -precisas, y el segundo se entregaba a su suerte, arrellanándose en los -cojines gris perla de la _limousine_ con un abandono feliz. A modo de -explicación del secuestro, Juana María dióse a elogiar el esplendor de -aquella tarde de fines de otoño. Un sol invisible había espolvoreado de -oro todo el cielo de occidente; proyectaba una luz clara sobre la -cúspide de los edificios y teñía de rojo y amarillo las últimas hojas de -los árboles, que así parecían irse consumiendo lentamente en un -misterioso incendio. - -A ambos lados del coche, como en una doble cinta cinematográfica, -comenzó un sereno desfile de suntuosas viviendas. Era un espectáculo -bien conocido de la hija de Juan Martín--hacía veinte años que en las -épocas propicias y por las rutas fijadas por los demás cumplía como una -de sus «obligaciones» aquel paseo a Palermo--; pero ahora lo contemplaba -como si lo viese por vez primera, y las observaciones largamente -maduradas caían de sus labios con toda la espontaneidad de un -descubrimiento. La edificación no le gustaba: palacios horribles que -parecían destinados a una institución de beneficencia o a un ministerio -de Estado; palacetes en que se imitaban todos los estilos del -Renacimiento francés e italiano; pesadas fantasías teutónicas; hotelitos -adocenados, cuya descripción podría ella hacer en el obligado lenguaje -de los avisos de remate, sin entrar siquiera en uno. ¿Cuándo la gente de -buen gusto haría casas que nos recordasen que vivimos en Buenos Aires y -pertenecemos a una raza que tiene tradición y espíritu propios?... - -Don Juan Martín, como siempre, la escuchaba en silencio, aunque con una -vislumbre irónica en los ojos, porque recordaba cuánto había deseado -ella poseer un _petit hôtel_ como los que ahora desacreditaba. - -Estaban llegando al paseo de moda y el auto iba disminuyendo -insensiblemente su marcha. El _chauffeur_, retornándose, con una mirada -de inteligencia, detuvo el coche. - -Descendieron, sumergiéndose en la corriente tranquila de los paseantes. -Muchas caras conocidas, saludos a distancia y algunas sonrisas en las -que Juana María creyó descubrir el asombro que causaba su insólita -exhibición de amor filial. Algo inquieta, fuése alejando con el padre -hasta un extremo del _promenoir_, como si buscase un sosiego propicio -para sus expansiones. Don Juan Martín habló entonces por primera vez: - ---¿Cómo anda tu marido? - ---Bien--repuso con complacencia la hija, satisfecha de no tener nada que -pedir por ese lado. - -(¡Bastante trabajo le había dado la última vez!) - -Y se quedaron en silencio contemplando el melancólico atardecer. - -Un auto de carrera, amarillo, monstruoso, con los tubos de escape -laterales como un animal que llevase las tripas fuera, pasó con lentitud -atronando la alameda. Juana María reconoció, en un lampo de orgullo -maternal, al mayor de sus hijos, Adolfito, que iba guiando la poderosa -máquina. Se parecía al príncipe de Gales, pero era más dispendioso. - -Guardóse muy bien de señalar su presencia al abuelo; D. Juan Martín -profesábale al muchacho una hosca antipatía. - -No rompieron su mutismo hasta que, ya de noche, despejado el paseo de -gente, Juana María dijo levantándose, como si tuviera de pronto la -noción de la hora: - ---¡Vamos, papá! - -Con paso rápido llegaron al auto, y tal como vinieran se inició el -regreso: D. Juan Martín hundido regaladamente en los cojines y la hija -hablando de lo mismo; la arquitectura de la Avenida Alvear la tenía -preocupada. - -Al anciano no le extrañaba esa insistencia en un tema dado. Reconocía -obscuramente en la hija su propensión a no pensar sino en una sola cosa -a la vez, a tender toda su voluntad y toda su inteligencia hacia un -objetivo único, hasta lograrlo, hasta superarlo, hasta descubrir más -allá de él nuevos incentivos, pretextos nuevos para un gran empeño. - -Cerca de la casa, Juana María descubrió sus baterías. El «hotel» de la -calle Maipú, con todo su lujo pesado, su frío _confort_, su arreglo -impersonal, había comenzado a resultar inhabitable. Ella deseaba una -casa apropiada al clima de Buenos Aires, algo que recordase nuestras -costumbres y que evocara a la vez el pasado del país y el linaje de la -raza. Una casa fresca, risueña, blanca, con grandes patios de azulejos -llenos de flores y enredaderas, un frente sencillo con ventanas de -hierro forjado y un ancho portalón de macizas batientes claveteadas. - -Y mientras exponía eso al padre, con un entusiasmo que coloreaba de -sangre sus mejillas, pensaba interiormente en los costosos detalles con -que completaría ese plan sencillo: los vargueños auténticos, los viejos -arcones, los cuadros de Ribera; el oratorio, que sería un pequeño museo -de arte religioso y donde a veces se haría decir misa por el obispo de -Heráclea... - -Pero ¿querría el padre? No formuló la pregunta; mas envolviéndole en la -suave mirada de sus ojos azules, aguardó respetuosamente la opinión del -anciano. - ---No me parece cosa difícil--comenzó a decir éste, sintiéndose -interrogado. - -Juana María no le dejó proseguir. - ---¡Qué bueno eres, papá!--exclamó con efusión. - -E inmediatamente le colmó de halagos: comerían juntos los dos solos, -como en los buenos tiempos de su juventud; pasarían la velada juntos, y -ella escucharía, como en otras épocas, sus proyectos comerciales. - -Llegados a la casa, Juana María descendió del auto con aire triunfante, -orgullosa y feliz. Midió con una mirada desdeñosa al palacete que -habitaba desde hacía quince años como si ya fuese algo ajeno, y entró -precediendo al padre. - -La comida no pudo ser más íntima; Alava estaba en la estancia y Adolfito -casi nunca hacía acto de presencia en la mesa familiar. Frente a frente, -padre e hija recobraron un poco de la confianza mutua que se habían -tenido. - -Hacia los postres, D. Juan Martín encendió uno de los cigarrillos -ordinarios, de que no había podido deshabituarse. La señora de Alava -consideró oportuno el momento para reanudar la conversación de la tarde. - -¡Deseaba tanto abandonar aquella vivienda fría, pesada y antipática! -Insistió entonces con mayor abundancia en su sueño de la casa colonial, -con grandes patios llenos de tiestos y enredaderas, ventanas de hierro -forjado y el ancho portalón de gruesos clavos. ¡Cuándo alcanzaría a ver -eso! - ---Habrá que esperar a que termine el contrato--murmuró D. Juan Martín, -continuando un monólogo interior. - ---¿Qué contrato?--interrogó la señora, temiendo que el anciano no le -hubiera prestado atención. - ---El de la casa de la calle Venezuela. Mientras no termine, a menos que -consientan en rescindirlo, no podremos volver a vivir en ella. - ---¿Y quién piensa ir a vivir a la casa de Venezuela?--exclamó Juana -María, estupefacta. - ---¿Cómo?--dijo a su vez, asombrado, don Juan Martín. - -¿No había ella aludido constantemente en la conversación a la vieja casa -de la calle Venezuela, con sus grandes patios llenos de enredaderas, sus -ventanas del tiempo de los virreyes y su ancho portalón macizo? - -Con la angustia de quien, creyéndose victorioso, vese de pronto envuelto -en la derrota, Juana María protestó contra semejante suposición. Ella -nunca había pensado en volver a la casa de Venezuela, una casa vieja, -llena de ratones y de arañas, en un barrio imposible, donde no vivía -nadie. Y con sollozos en la voz, ante la mirada atónita del viejo, -expuso de nuevo su sueño de una casa colonial. - -Don Juan Martín había comprendido al fin. Su hija quería que le -transportase la casa de la calle Venezuela al barrio Norte. Eso de -levantar sobre un solar nuevo una casa vieja le pareció un absurdo, y -poniéndose de pie, como para terminar una entrevista comercial, dijo -sencillamente: - ---¡Imposible! - -Juana María, que conocía a su padre, se dió cuenta que esa palabra era -definitiva... - -Una vez sola en su aposento, la señora de Alava se abandonó a su -desesperación. ¡Adiós la ilusión de la casa a la moda, de los magníficos -muebles antiguos, de los cuadros famosos, del oratorio cuajado de -tesoros artísticos! Ese ideal que durante dos horas de la noche había -pregustado como una realidad inminente desvanecíase de pronto, quizá -para siempre, en un _quid pro quo_ burlesco. La señora de Alava tuvo -vergüenza de su contraste y recordó con sonrojo el largo paseo por -Palermo y los agasajos inútiles con que abrumara al anciano al primer -signo de consentimiento. ¡Qué tarde y qué noche perdidas! Volvióle a la -imaginación la sonrisa con que algunas amigas la contemplaron en el -paseo caminando al lado de su padre y tuvo un movimiento de despecho. -No; no era, en verdad, presentable D. Juan Martín... Comenzó a recordar -las grandes humillaciones que por su causa sufriera, la inquietud en que -vivía, el vasallaje económico en que tenía a todos: a ella, a su hijo, a -su marido... Y en ese recuento de ingratos episodios domésticos fué -acumulándose toda su amargura, hasta que estalló en el deseo -inconfesable: ¡Cuándo la dejaría libre! Iba ya a cumplir cuarenta años; -le quedaban, pues, pocos de juventud, de belleza, de ansia de gozar la -vida, y veía su destino irremediablemente trunco. ¿A qué la fortuna y la -libertad cuando ya no pudiese sino vivir sobre sus recuerdos? Esta -perspectiva sarcástica le llenó de una congoja infinita, y sinceramente, -con la más pura emoción de su alma, juntando sus bellas manos largas en -el gesto de la plegaria más fervorosa, exclamó: - ---¡Dios mío! ¡Cuándo me veré libre de mi padre!... - - - - -CAPITULO VI - -LA MUERTE DEL HÉROE - - -Por fin había muerto. Su mucamo, un viejo criado, el único que tenía -derecho a violar el _sanctasantórum_ de su dormitorio, extrañado de que -siguiera durmiendo después de las ocho, entró en la habitación y le -halló arrebujado en las ropas del lecho, todo encogido, en una actitud -de momia, blanco y rígido ya. - -Debía de haber muerto pocas horas antes, mientras dormía; pero por la -expresión de su fisonomía hubiérase dicho que era un cadáver muy antiguo -que perdiera desde muchos años atrás todo contacto con el mundo. La -muerte había acentuado en su mascarilla aquel aire de reserva que -tuviera durante toda su vida; la agonía le había hecho apretar aún más -sus labios, subrayando el visaje habitual con que recataba sus -sentimientos íntimos. Don Juan Martín parecía ocultar un secreto. Y en -verdad que se llevaba el secreto de sus fatigas, del heroico esfuerzo de -voluntad desplegado durante medio siglo, de los sufrimientos soportados, -de las decepciones aguantadas noblemente en silencio... ¡Todo perdido, -hundido en la nada, anegado en el misterio, como están perdidos para -nosotros los infinitos sufrimientos de las razas primitivas que en -centenares de miles de años fueron elevándose lentamente sobre el nivel -de la animalidad! - -El mucamo se cercioró de la muerte. Iba a llamar, a conmover a la casa, -cuando se acordó de la señora y salió, cerrando tras sí suavemente la -puerta del aposento como para no despertar al dormido. Bajó al piso -inmediato, y después de conferenciar con dos doncellas, le hicieron -pasar al tocador. De espaldas, hablándole al espejo, Juana María le -preguntó: - ---¿Qué pasa, Julián? - -Julián dió la noticia: - ---Señora, creo que el señor Martín está mal. - ---¿Se ha levantado? - ---No, señora; todavía no. Me parece que es algo grave. Si la señora -quisiera subir... - ---¡Inmediatamente!--contestó Juana María poniéndose de pie. - -Las doncellas se precipitaron hacia ella y con una destreza de esclavas -de harén le arreglaron rápidamente el cabello y le ajustaron su ropaje -matinal. Subió presurosa la escalera seguida del mucamo. - -Al ver al padre todo blanco y encogido tuvo de inmediato la evidencia de -la verdad. Fué como si le dieran un fuerte golpe en la frente; echó la -cabeza hacia atrás y permaneció un momento atontada. Pero pronto se -sobrepuso al brutal choque. Comenzó a reflexionar: las ideas, las -imágenes, los proyectos desfilaron velozmente por su espíritu. Sentía -una especie de vértigo al pensar tan rápidamente. Se apoyó en el -respaldo de una silla y procuró fijar sus ideas. ¿Qué debía hacer? Como -siempre, cuando podía ser necesario, Alava estaba en la estancia. En el -chico no se podía confiar. Ante todo había que evitar el escándalo. -Debía prolongarse la agonía del padre... - -Se volvió hacia el mucamo. Pálida, con un temblor en la voz, le dijo: - ---Es un síncope. - -El sonido de sus propias palabras la reanimó. Recobrando algo de su -capacidad ejecutiva, dijo luego: - ---Julián, vaya usted en seguida a buscar al doctor...--vaciló entre dos -nombres, decidiéndose por el médico más anciano--; pero vaya usted -mismo, sin decir nada a nadie, para no alarmar... Yo esperaré aquí... - -Al quedarse sola, Juana María dió un vistazo a la habitación: muebles -modestos, viejos, desparejos; la alfombra sucia; ropas en desorden. Todo -con un aspecto sórdido que sobrecogía el corazón. En una pared, el -retrato de la madre: una horrible ampliación al carbón con un grueso -marco dorado. - -Esto, más que el cadáver infantilmente encogido en el lecho, la -impresionó hasta el punto de hacerle subir las lágrimas a los ojos. Fué -una impresión que, comenzada en el estómago, ascendió atenazándole la -garganta y obligándole a romper en un sollozo: «¡Dios mío! ¡Qué -miseria!» - -La doncella de confianza, que, inquieta por su ausencia, subió a -ofrecerle auxilio, la halló en medio de la estancia, anonadada, -llorando silenciosamente las últimas lágrimas de vergüenza que le hacía -derramar el padre... - -Cuando Julián volvió con el médico, casi no pudo reconocer la -habitación. Faltaban muchos muebles, se había mudado la alfombra y el -retrato de la madre había desaparecido. - - - - -CAPITULO VII - -TRANSFIGURACIÓN - - -El viejo médico mundano, después de un rápido reconocimiento del -cadáver, no pudo evitar una sonrisa ante la ingenuidad de la señora, que -seguía hablando de un síncope. «Es la eterna ilusión de la piedad -filial», pensó para sí, y dando a su rostro aquella expresión bondadosa -que había sido la causa de su éxito en la carrera, comunicó a la hija su -triste comprobación. - -Ante esta notificación oficial, Juana María cayó de rodillas sobre la -alfombra limpia y hundió su rostro en el lecho mortuorio, contra la -colcha recién mudada. Así, tapándose los oídos para no escuchar las -triviales frases de consuelo del médico y las súplicas amistosas de la -doncella, que llorando copiosamente le rogaba se tranquilizase, la hija -de Juan Martín permaneció largo rato zarandeada por un tumulto de -pensamientos. ¿Qué pasaría durante el día? Como siempre, cuando se -trataba de presentar o aludir a su padre ante otras gentes, se sentía -cobarde. Esta vez no podría evitarlo, y ante la perspectiva de las -miradas irónicas y de los pésames insidiosos que tendría que soportar, -un estremecimiento de rebeldía recorrió todo su cuerpo. Se resistía al -cumplimiento de ese último deber filial con la misma reacción física que -los condenados tienen frente a la guillotina. Sentíase muy desgraciada y -hundía desesperadamente la cabeza en la colcha como si quisiera escapar -a su amarga obligación fúnebre. - -Doña Juana María no era mujer de dejarse abatir. Se puso de pie, -dominando su emoción; enjugóse las dos lágrimas ardientes que le corrían -por las mejillas y dió varias órdenes. Parecía una princesa regente al -pie del lecho de muerte del jefe de la dinastía, porque su primer medida -consistió en establecer la censura sobre todas las noticias que se -refirieran al fallecimiento. - -Alava fué informado por medio de un telegrama de seis palabras, y el -médico, retenido en la casa hasta mediodía. Después de esa hora las -comunicaciones fueron haciéndose lentamente, de acuerdo con un orden -protocolar. - -El último en advertir la novedad fué el mayor de los nietos de D. Juan -Martín, que vivía en la misma casa. Se había levantado a las cuatro de -la tarde, y envuelto en una pintoresca salida de baño estaba haciendo -flexiones, a tiempo que batía un _cock-tail_ cargado de yemas, cuando -vió en _El Diario_, que pusiera extendido sobre su cama, el retrato del -abuelo. «¡Zas! ¡El viejo!», dijo lleno de estupor, y sin dejar de batir -maquinalmente su _cock-tail_ se enteró de la noticia necrológica. - -Era un suelto laudatorio, altamente laudatorio. Don Juan Martín aparecía -en él como un _pioneer_, como uno de esos hombres que son el orgullo y -la fuerza de las sociedades modernas. - -Este país, sobre todo, al que había consagrado sus energías por espacio -de más de medio siglo, y donde había formado una familia modelo de -virtudes, le debía estar reconocido. Su muerte era, pues, un duelo a la -vez social y público. - -Los demás periódicos de la tarde abundaban en sentimientos semejantes. -Hacían el elogio de las prendas morales del difunto e historiaban la -maravillosa formación de su fortuna, iniciada humildemente y acabada en -un esplendor de millones. Se ensalzó su actividad, se admiró su energía, -se recordó sus golpes de genio financiero. Comenzaron a circular -anécdotas sobre el hombre de negocios, y la máquina de afilar, la -célebre máquina de afilar de sus tiempos de iniciación, reapareció como -un fantasma glorioso. - -En pocas horas la figura de D. Juan Martín había cobrado contornos -épicos. A través de los amigos de la casa, por medio de las visitas -oficiales de pésame, un reflejo de esa reverberación póstuma había -llegado hasta Juana María, quien, sin mucha confianza en tales -demostraciones de respeto, las aceptaba, empero, gratamente sorprendida -de que el acíbar de aquel día fúnebre no fuese tan amargo. - -Poco a poco, con todo, durante la larga noche de velorio, la hija de D. -Juan Martín fué adquiriendo la convicción de que sus aprensiones de la -mañana anterior habían sido injustificadas. Nunca su papel fuera más -fácil ni jamás soportara mejor el peso del apellido de su padre. Y con -la conciencia tranquila se entregó a un sueño sereno. - -Durmió por espacio de tres horas. Después, el vértigo de sus -obligaciones de principal figura del duelo la arrebató, anestesiándola: -la rápida prueba de los trajes de luto, la última visita al féretro. La -multitud, frases sin eco escuchadas al pasar, hachones encendidos, -enormes cortinados negros, dolor de cabeza, cantos en latín y un pesado -olor a incienso... - -¿Cuánto había durado todo eso?... - - * * * * * - -Vinieron después los largos días melancólicos, de clausura; la obligada -actitud de recogimiento, las visitas de los íntimos, las conversaciones -reducidas a girar inevitablemente en torno de la figura del muerto. Esto -último, que algunas semanas antes le habría parecido un horrendo -suplicio, íbale resultando una tarea fácil y hasta entretenida. ¿Efecto -del aburrimiento de aquel interminable secuestro? La señora de Alava no -sabía a qué atribuirlo. ¿Era ella o los demás la causa del cambio? En -verdad, con respecto a ese punto capital de su vida todos habían -cambiado. Las gentes de toda suerte testimoniaban a la memoria de D. -Juan Martín un respeto y una admiración que nunca se hubiera podido -sospechar durante su vida. Ella misma, por su parte, comenzaba a -experimentar, al recuerdo del padre, una vaga emoción de ternura. Ya en -más de un momento de soledad se había sorprendido pensando en el -anciano. - -Cierto día recibió un envoltorio voluminoso. Era un gran libro de -recortes, encuadernado en fino cuero negro. Se lo enviaba un amigo -modesto, protegido suyo, que con amorosa paciencia había recogido todo -cuanto se publicara a propósito del fallecimiento de D. Juan Martín. - -Distraídamente, doña Juana María se puso a hojearlo. Creyó que no le -interesaría; pero al rato hundióse en la lectura de los avisos fúnebres, -de las necrologías, de los artículos biográficos, de las crónicas del -sepelio, de las notas de condolencia de Sociedades anónimas y centros -recreativos regionales, del relato de los modestos homenajes de -empleados y amigos. - -El escueto telegrama con que el infante de Aragón se asociara al duelo, -desde España, aparecía en el centro de una página, rodeado de una -complicada orla dorada con atributos heráldicos y las armas del -príncipe. - -A medida que pasaba las páginas iba adquiriendo como una revelación de -la grandeza del muerto. Fué un descubrimiento que le esclareció -súbitamente la evolución operada en su ánimo en las últimas semanas. -Había tenido razón; su instinto no la había engañado... - -Y bruscamente, al comprender que era un sentimiento lícito, se abandonó -a su dolor con una desesperación tanto mayor cuanto más tiempo había -sido contenida. - -Toda su salvaje ternura filial, retenida y ahogada durante más de veinte -años, estalló de pronto en un lamento: «¡Papá! ¡Papá!» Sin reserva -alguna, mesándose los cabellos y retorciéndose las muñecas, gritaba: -«¡Papá! ¡Papá!»... Era un clamor ronco, angustiado, desesperante. - -Una hora después, casi aniquilada, postrada en el suelo, con la cabeza -apoyada en el libro de recortes, la cabellera en desorden, imploraba aún -con un gemido infantil, entrecortado por hondos suspiros: «¡Papá! -¡Papá!...» - - - - -CAPITULO VIII - -LUTO LIVIANO - - -Tres meses después de la muerte de don Juan Martín la señora de Alava -escribía esto a una amiga, de paseo por Europa: - -«Lentamente vamos reponiéndonos del doloroso golpe que nos dió el -Destino. Aunque el vacío dejado por la desaparición de papá es demasiado -grande para que pueda olvidarse, nuestro dolor se ha ido dulcificando. -Ya no es el sentimiento desgarrador de los primeros días, sino un culto -piadoso de su memoria. Le recordamos con ternura a cada momento y nos -consolamos pensando que tarde o temprano nos reuniremos a él. Como me -decía monseñor de Filippis--que no nos ha abandonado en estos tristes -días--, ese consuelo es la gran fuerza de los cristianos. ¡Dios mío! -¿Cómo harán para no morirse de desesperación los incrédulos que pierden -un ser querido? ¡Qué enorme desgracia es no tener fe! Sin embargo, aun -con la ayuda de la religión, estos meses, a mí sobre todo, que apenas -salgo de casa, me parecen interminables. Para ocuparme un poco he hecho -sacar del colegio a los dos chicos. ¡Imagínate que en el trastorno del -fallecimiento, a causa de lo enervada que me dejó la larga agonía del -pobre papá, nos olvidamos de ellos! No pudieron despedirse del abuelo, -al cual adoraban, a pesar de que en los últimos años rara vez lo veían. -¡Papá estaba siempre tan ocupado! Si hubiera sido otro habría podido -descansar, consagrarnos algún tiempo, hacer vida de familia; pero -¡cualquiera le iba a convencer a él de abandonar sus negocios en otras -manos! - -»Ahora, con su ausencia, ya es otra cosa. Fernando, mi marido, está por -transformar la Empresa en una gran Compañía anónima. Ha recibido en este -sentido proposiciones muy ventajosas del barón de Erlanger. El -Directorio central se establecería en Londres, y Adolfo se reservaría el -cargo de secretario. El muchacho está encantado porque al fin entrevé -la posibilidad de realizar su ideal de vivir en Inglaterra. A mí la -solución me parece cómoda y ventajosa. Fernando podrá ocuparse con toda -libertad de su cabaña y del haras que acaba de instalar. Esto del haras -es un viejo proyecto suyo que no quiso llevar a cabo hasta ahora, para -no contrariar a papá. El pobre papá no podía tolerar que se le hablase -de caballos. Decía siempre que él no había necesitado nunca de caballo -alguno para llegar adonde había llegado. También se oponía a que -dejáramos esta casa. Se había encariñado con ella como se encariñaba con -todas las cosas. Su apego a lo que le rodeaba era tan grande que no -dejaba entrar a nadie en sus habitaciones. Por respeto a su memoria -hemos conservado su dormitorio tal cual estaba el día de la muerte. - -»¡Ah! Olvidaba decirte que estamos por construir una casa en el terreno -de la calle Juncal. Desde que falta papá, este caserón, enorme y frío, -me parece insoportable. Creo que no recobraré mi tranquilidad hasta que -no me vea fuera de él. Tú no te puedes imaginar cuánto lo deseo. -Desgraciadamente, las cosas marchan despacio. Hay que hacer venir -materiales de España, porque--se lo he dicho bien claro al -arquitecto--no quiero una casa de similor. Y eso es largo... Y mientras -tanto me consumo en esta inacción forzada a que me obliga el luto...» - - - - -CAPITULO IX - - EN EL CUAL LA SEÑORA DE ALAVA RECONOCE QUE EL UNIVERSO ESTÁ - PERFECTAMENTE BIEN ORGANIZADO - - -Un cielo límpido, de un azul de esmalte, sin una nube en toda su -extensión. Sólo allá adelante, muy lejos, sobre la masa verdinegra de un -grupo de árboles, se desvanecía un copo blanco. ¿Una nube? Bien rara, -por cierto, si lo era... Desde la ventanilla del tren, Amenábar la veía -aparecer bruscamente como un punto blanco, inflarse con torpeza e irse -confundiendo poco a poco en el azul purísimo del firmamento, para luego -resurgir como un punto blanco, cincuenta metros más arriba o más abajo, -hincharse y diluirse de nuevo. Muy atento al extraño fenómeno -meteorológico, el clubman había olvidado el objeto de su viaje cuando -oyó decir: - -«Pronto llegaremos.» - -Recordó entonces cómo el encuentro con Adolfito Alava Martín, llegado -tres días antes de Londres, le obligara a hacer con él ese viaje, en -tren especial, cuando tenía resuelto eludir la ceremonia enviando un -telegrama. Pero ahora, ante el encanto de una mañana como aquélla, todo -su fastidio se desvaneciera. - -¿Qué importaban los discursos, el descubrimiento del busto de D. Juan -Martín, la bendición de las salas, los invitados y los miembros de la -familia, si con mirar al cielo se sentía penetrado de una paz infinita? -Abandonado a un sentimiento bucólico, seguía mirando la caprichosa nube. -A medida que se acercaban a ella se concentraba y se disolvía con mayor -rapidez. Substrayéndose por un momento a su contemplación, Amenábar -pensó con vergüenza en su ignorancia sobre los fenómenos de la -Naturaleza. «He ahí un hecho--se dijo--que debe ser sabido de toda la -gente de campo, acostumbrada a levantarse temprano, y que a mí, que -conozco todas las grandes capitales del mundo, me produce un asombro de -salvaje.» - -La nube continuaba rehaciéndose y fundiéndose en el azul, sobre el grupo -de árboles, con una perseverancia encomiable. A Amenábar le pareció -advertir hacia aquel lado unos golpes sordos. - -El tren disminuyó su marcha... Entonces Amenábar pudo reconocer sin -dificultad el estampido de la bomba, que cada medio minuto se deshacía -en un copo de humo blanco, sobre los árboles, anunciando la fiesta. - -Por el camino de tierra, que un poco más adelante surgió de improviso al -lado de la vía, iban algunos autos, grandes coches de campaña, _fords_ -de chacareros, paisanos a caballo y un destacamento de la gendarmería -provincial. Avanzando con lentitud, venía detrás un coche de ciudad -cerrado, tras cuyos cristales veíase un hábito violeta y dos sotanas -negras. - -«Es el obispo», dijo alguno de los que se habían agolpado en las -ventanillas del vagón. Y con el regocijo de quien ve disiparse una -perspectiva desagradable, los que acompañaban a Adolfito Alava Martín -comenzaron a reconocer a los que iban por la ruta. - -Casi todos los veraneantes del balneario vecino se habían trasladado a -la inauguración de la colonia de vacaciones. - -El tren especial en que el nieto de D. Juan Martín reuniera a todos los -amigos que se hallaban en Buenos Aires entró, multiplicando las señales -de alarma, en la pequeña estación. Amenábar, deseando desentumecer las -piernas, bajó el primero. Apenas puso el pie en el andén, un operador -cinematográfico, enfrentándosele, comenzó a dar vueltas a la manivela de -su aparato. - -A espaldas suyas estallaron de pronto los clarines de una banda lisa. -Era la banda de bomberos de La Plata que, de uniforme de gala, acababa -de descender de otro convoy, detenido en un desvío. - -Pocos pasos adelante reconoció al gobernador de la provincia, de traje -claro y sombrero blando, acompañado por un ministro joven que parecía -muy preocupado del efecto del rocío sobre sus botines de charol. Por la -ruta que llevaba de la estación al grupo de pabellones blancos con -techado rojo, donde se aglomeraba la gente, veía desarrollarse la cinta -amarilla de una sección de _boys scouts_. Las bombas, ahora más -frecuentes, atronaban el espacio; las bocinas de los automóviles -formaban un tumulto confuso y el clamoreo de los clarines parecía querer -competir con el sol deslumbrante. - -Amenábar perdió la última ilusión que le quedaba de la paz campesina. -Aturdido, después de una noche de viaje en tren, se perdió entre la -muchedumbre, que a eso llegaba la asistencia a la ceremonia. - -«¿Cómo habrá hecho Juana María para reunir esta gente aquí?», pensó, no -sin asombro. Luego, con la buena fe de un espectador desinteresado, -presenció el descubrimiento del busto de D. Juan Martín en el pequeño -_hall_ del pabellón principal. La colonia de vacaciones había sido -puesta bajo la advocación de su nombre, como en homenaje a su memoria y -como un ejemplo a los que allí se asilaran de lo que pueden el trabajo y -la constancia. Descubiertos respetuosamente, los espectadores -contemplaban la efigie de mármol sobre cuya fuerte nariz cabalgaban unos -lentes de oro... ¡Aquellos lentes que durante su vida le servían para -no dejarse apiadar por la miseria, para no ser débil, ni compasivo, ni -generoso, para no ver sino lo que resueltamente le convenía! - -El obispo de Heráclea pronunció el panegírico. Fué una hermosa -peroración, que consistió únicamente en el desarrollo de este -pensamiento, que monseñor de Filippis atribuyó a Veuillot: «¿Qué es una -hermosa vida? Un pensamiento de la juventud realizado en la edad -madura...» - -El seguro conocimiento que evidenciaba siempre de una literatura tan -profana como la francesa era una de las causas de su prestigio mundano. -Aquella cita lo robusteció por mucho tiempo. - -Mientras monseñor hablaba, Juana María, llorando de emoción al recuerdo -del padre, pensaba que esa fórmula era también aplicable a ella: había -conseguido todo cuanto se propusiera en la juventud. Lo último, lo que -más le costara, lo acababa de obtener: poseía la mejor casa de Buenos -Aires, y de ahora en adelante tendría un antepasado ilustre. - -Los demás discursos, el del gobernador de la provincia, aceptando la -donación, y el del director del nuevo establecimiento no le dejaron -ninguna duda sobre el punto. El nombre de D. Juan Martín había entrado -en la gloria... - -A mediodía la mayor parte de la concurrencia se dirigió a la estancia de -Alava, que quedaba allí cerca. Mucha gente, mujeres sobre todo, deseaban -contemplar a _Heraldic_, el famoso padrillo que el gran criador había -adquirido en Inglaterra, para su haras, en una suma fabulosa. Otros, -hombres serios en su mayor parte, preferían ver los mejores ejemplares -de la cabaña. Por último, un grupo pequeño de visitantes de mediana -condición social, que tenían el culto de los _self-mademan_, se dió a -buscar la célebre máquina de afilar a que se hacía referencia siempre -que se aludía a los orígenes de la fortuna de D. Juan Martín. - -Esta vez la señora de Alava se puso a la cabeza de los curiosos. Los -llevó hasta un pequeño galpón, donde, cubierta por una lona, se hallaba -la máquina, con su rueda única, su pedal, la piedra gastada y el tarrito -del agua. - -«¡Cómo la cuidan!», dijo con admiración uno de los del grupo. El -aparato, en verdad, no representaba tener el medio siglo que le atribuía -la leyenda. Monseñor de Filippis, que no se apartaba de la señora de -Alava, descubrió entonces que la máquina tenía la patente del año -anterior. E inmediatamente, con su fino sentido de la adulación, celebró -la piedad filial de la señora, que, como una suerte de tributo a los -manes paternales, renovaba todos los años la patente del aparejo. - -«Gran ejemplo de humildad, señora, gran ejemplo de humildad.» - -Entre tanto, la hija de Juan Martín, conturbada por el detalle -inadvertido y temiendo que por otros signos se descubriese la piadosa -substitución de la reliquia desaparecida, había dejado caer de nuevo la -lona. Salieron del galpón, y mientras se alejaban iba pensando que era -ridículo que ella, que había reunido en su casa de la calle Juncal -muebles antiguos, venerables obras de arte, vinos añejos y cuadros del -Renacimiento, no hubiera podido conseguir una máquina de afilar vieja de -veinte años. - -Fué el único pensamiento desagradable que tuvo aquel día. - -Por la noche, sin embargo, sufrió una pesadilla atroz. Soñó que el padre -había vuelto y todo lo realizado en los tres años que estuviera ausente -se desvanecía como una pintura lavada con ácido: la Sociedad anónima, la -casa colonial, el haras, la colonia de vacaciones. Don Juan Martín era -más hosco, más intratable, más grosero que nunca. Dejaba que le -rematasen la estancia a Alava y pretendía que Adolfito fuese a trabajar -a las oficinas de la Empresa. - -Y quería obligarla a ella a que le acompañase en sus paseos por la -ciudad, mientras él iba empujando la vieja máquina de afilar y llamando -la atención con su silbato. - -¿No había acaso escoltado a la madre cuando iba al lavadero? Como un -conjuro infernal, surgió ante ellos la figura de la madre, zafia, -procaz, con un cesto de ropa blanca sobre la cabeza. Los tres echaron a -andar por las calles aristocráticas, por los paseos distinguidos, por -las playas de moda. Pasaban por entre filas de gente conocida que no la -reconocían. Anonadada de vergüenza, oyó al obispo de Heráclea decirle, -sacudiendo jovialmente la mitra: - -«Gran ejemplo de humildad, señora, gran ejemplo de humildad.» - -Bruscamente se le despertó un odio terrible contra el espectro--¿era -verdaderamente su padre?--que la arrastraba en aquel paseo infamante. -Toda la gente había desaparecido y se encontraban en un desierto rojo. -Alzó el brazo para golpear al fantasma y se despertó sentada en la cama -en su dormitorio de la estancia. Aunque el resplandor rojizo del velador -le permitía darse cuenta de los muebles familiares, de los detalles -conocidos, de su fisonomía misma, que el psyché reproducía en un ángulo -de la habitación, permaneció largo rato con las pupilas agrandadas por -el terror, temblando y a punto de llorar de miedo. ¿Había muerto -efectivamente el padre? ¿Habían pasado de verdad tres años? - -Poco a poco fué recobrando el sentido de la realidad. Reconstruyó todo -lo ocurrido en ese espacio de tiempo y se dió cuenta que había sido -víctima de una pesadilla. Pero aun así, su inquietud no desapareció por -completo. ¿Podrían volver los muertos? Se quedó pensando en esta -posibilidad, que nunca hasta entonces se le había ocurrido. Pero pronto -la desechó. Aunque la Dirección de Cementerios no ofrece ninguna -garantía al respecto, los muertos no vuelven. Eso para ella era una -prueba más de que el Universo estaba perfectamente bien organizado. - - -FIN - - - - -ÍNDICE - - - _Páginas._ - -PRÓLOGO 7 - - -EL COCOBACILO DE HERRLIN 15 - -Capítulo primero.--Simple introducción a una historia -complicada 17 - -Capítulo II.--Un informe consular 20 - -Capítulo III.--La mancha azul 26 - -Capítulo IV.--Preliminares de la campaña 30 - -Capítulo V.--La primera vuelta 34 - -Capítulo VI.--La máscara de hierro 39 - -Capítulo VII.--Donde se entra en contacto con el -enemigo 42 - -Capítulo VIII.--Revista de fuerzas coloniales 48 - -Capítulo IX.--«Don Pepe» 58 - -Capítulo X.--Síntesis de tres ejercicios financieros 62 - -Capítulo XI.--Donde el cocobacilo de Herrlin se -apresta a entrar en acción 66 - -Capítulo XII.--«Don Juan» 73 - -Capítulo XIII.--El honor de los pueblos 79 - -Capítulo XIV.--La septicemia de Herrlin 84 - -Capítulo XV.--Una campaña electoral 89 - -Capítulo XVI.--The Rabbit’s March 96 - -Capítulo XVII.--«¡El conejo no existe!» 105 - -Capítulo XVIII.--Donde se revela por fin la singular -eficacia del cocobacilo de Herrlin 110 - -UNA SEMANA DE HOLGORIO 117 - -Prólogo.--Julio Narciso Dilon 119 - -Capítulo primero.--Desgraciado en el juego 121 - -Capítulo II.--...afortunado en el amor 131 - -Capítulo III.--El damero a media noche 135 - -Capítulo IV.--Asalto a una Comisaría 139 - -Capítulo V.--¡Alto el fuego! 142 - -Capítulo VI.--La luz de un nuevo día 146 - -Capítulo VII.--Convicto y confeso 149 - -Capítulo VIII.--Un interrogatorio 153 - -Capítulo IX.--Aramis 157 - -Capítulo X.--La ninfa Eco 161 - -Capítulo XI.--«Hands up!» 164 - -Capítulo XII.--La vuelta al hogar 168 - -Capítulo XIII.--El asalto a la Comisaría 44 170 - -Capítulo XIV.--De cómo recobro el uso de la razón -y otros objetos 174 - - -EL CULTO DE LOS HÉROES 179 - -Capítulo primero.--De cómo D. Juan Martín iba -acortando sus paseos 181 - -Capítulo II.--En que se muestra que la piedad, -como otros achaques de la vejez, la miopia por -ejemplo, puede corregirse con el uso de cristales -adecuados 185 - -Capítulo III.--Breve excursión a través de los apellidos 191 - -Capítulo IV.--El huevo de Leda 196 - -Capítulo V.--La vuelta al Colonial 207 - -Capítulo VI.--La muerte del héroe 219 - -Capítulo VII.--Transfiguración 224 - -Capítulo VIII.--Luto liviano 232 - -Capítulo IX.--En el cual la señora de Alava reconoce -que el Universo está perfectamente bien organizado 236 - - [Illustration: CALPE - - COMPAÑÍA ANÓNIMA DE LIBRERÍA. PUBLICACIONES Y EDICIONES] - - _Precio: 4 pesetas._ - - - - - -End of the Project Gutenberg EBook of Tres relatos porteños, by Arturo Cancela - -*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK TRES RELATOS *** - -***** This file should be named 62986-0.txt or 62986-0.zip ***** -This and all associated files of various formats will be found in: - http://www.gutenberg.org/6/2/9/8/62986/ - -Produced by Chuck Greif and the Online Distributed -Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This file was -produced from images available at The Internet Archive) - - -Updated editions will replace the previous one--the old editions -will be renamed. - -Creating the works from public domain print editions means that no -one owns a United States copyright in these works, so the Foundation -(and you!) can copy and distribute it in the United States without -permission and without paying copyright royalties. Special rules, -set forth in the General Terms of Use part of this license, apply to -copying and distributing Project Gutenberg-tm electronic works to -protect the PROJECT GUTENBERG-tm concept and trademark. Project -Gutenberg is a registered trademark, and may not be used if you -charge for the eBooks, unless you receive specific permission. If you -do not charge anything for copies of this eBook, complying with the -rules is very easy. You may use this eBook for nearly any purpose -such as creation of derivative works, reports, performances and -research. They may be modified and printed and given away--you may do -practically ANYTHING with public domain eBooks. Redistribution is -subject to the trademark license, especially commercial -redistribution. - - - -*** START: FULL LICENSE *** - -THE FULL PROJECT GUTENBERG LICENSE -PLEASE READ THIS BEFORE YOU DISTRIBUTE OR USE THIS WORK - -To protect the Project Gutenberg-tm mission of promoting the free -distribution of electronic works, by using or distributing this work -(or any other work associated in any way with the phrase "Project -Gutenberg"), you agree to comply with all the terms of the Full Project -Gutenberg-tm License (available with this file or online at -http://gutenberg.org/license). - - -Section 1. General Terms of Use and Redistributing Project Gutenberg-tm -electronic works - -1.A. By reading or using any part of this Project Gutenberg-tm -electronic work, you indicate that you have read, understand, agree to -and accept all the terms of this license and intellectual property -(trademark/copyright) agreement. If you do not agree to abide by all -the terms of this agreement, you must cease using and return or destroy -all copies of Project Gutenberg-tm electronic works in your possession. -If you paid a fee for obtaining a copy of or access to a Project -Gutenberg-tm electronic work and you do not agree to be bound by the -terms of this agreement, you may obtain a refund from the person or -entity to whom you paid the fee as set forth in paragraph 1.E.8. - -1.B. "Project Gutenberg" is a registered trademark. It may only be -used on or associated in any way with an electronic work by people who -agree to be bound by the terms of this agreement. There are a few -things that you can do with most Project Gutenberg-tm electronic works -even without complying with the full terms of this agreement. See -paragraph 1.C below. There are a lot of things you can do with Project -Gutenberg-tm electronic works if you follow the terms of this agreement -and help preserve free future access to Project Gutenberg-tm electronic -works. See paragraph 1.E below. - -1.C. The Project Gutenberg Literary Archive Foundation ("the Foundation" -or PGLAF), owns a compilation copyright in the collection of Project -Gutenberg-tm electronic works. Nearly all the individual works in the -collection are in the public domain in the United States. If an -individual work is in the public domain in the United States and you are -located in the United States, we do not claim a right to prevent you from -copying, distributing, performing, displaying or creating derivative -works based on the work as long as all references to Project Gutenberg -are removed. Of course, we hope that you will support the Project -Gutenberg-tm mission of promoting free access to electronic works by -freely sharing Project Gutenberg-tm works in compliance with the terms of -this agreement for keeping the Project Gutenberg-tm name associated with -the work. You can easily comply with the terms of this agreement by -keeping this work in the same format with its attached full Project -Gutenberg-tm License when you share it without charge with others. - -1.D. The copyright laws of the place where you are located also govern -what you can do with this work. Copyright laws in most countries are in -a constant state of change. If you are outside the United States, check -the laws of your country in addition to the terms of this agreement -before downloading, copying, displaying, performing, distributing or -creating derivative works based on this work or any other Project -Gutenberg-tm work. The Foundation makes no representations concerning -the copyright status of any work in any country outside the United -States. - -1.E. Unless you have removed all references to Project Gutenberg: - -1.E.1. The following sentence, with active links to, or other immediate -access to, the full Project Gutenberg-tm License must appear prominently -whenever any copy of a Project Gutenberg-tm work (any work on which the -phrase "Project Gutenberg" appears, or with which the phrase "Project -Gutenberg" is associated) is accessed, displayed, performed, viewed, -copied or distributed: - -This eBook is for the use of anyone anywhere at no cost and with -almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or -re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included -with this eBook or online at www.gutenberg.org/license - -1.E.2. If an individual Project Gutenberg-tm electronic work is derived -from the public domain (does not contain a notice indicating that it is -posted with permission of the copyright holder), the work can be copied -and distributed to anyone in the United States without paying any fees -or charges. If you are redistributing or providing access to a work -with the phrase "Project Gutenberg" associated with or appearing on the -work, you must comply either with the requirements of paragraphs 1.E.1 -through 1.E.7 or obtain permission for the use of the work and the -Project Gutenberg-tm trademark as set forth in paragraphs 1.E.8 or -1.E.9. - -1.E.3. If an individual Project Gutenberg-tm electronic work is posted -with the permission of the copyright holder, your use and distribution -must comply with both paragraphs 1.E.1 through 1.E.7 and any additional -terms imposed by the copyright holder. Additional terms will be linked -to the Project Gutenberg-tm License for all works posted with the -permission of the copyright holder found at the beginning of this work. - -1.E.4. Do not unlink or detach or remove the full Project Gutenberg-tm -License terms from this work, or any files containing a part of this -work or any other work associated with Project Gutenberg-tm. - -1.E.5. Do not copy, display, perform, distribute or redistribute this -electronic work, or any part of this electronic work, without -prominently displaying the sentence set forth in paragraph 1.E.1 with -active links or immediate access to the full terms of the Project -Gutenberg-tm License. - -1.E.6. You may convert to and distribute this work in any binary, -compressed, marked up, nonproprietary or proprietary form, including any -word processing or hypertext form. However, if you provide access to or -distribute copies of a Project Gutenberg-tm work in a format other than -"Plain Vanilla ASCII" or other format used in the official version -posted on the official Project Gutenberg-tm web site (www.gutenberg.org), -you must, at no additional cost, fee or expense to the user, provide a -copy, a means of exporting a copy, or a means of obtaining a copy upon -request, of the work in its original "Plain Vanilla ASCII" or other -form. Any alternate format must include the full Project Gutenberg-tm -License as specified in paragraph 1.E.1. - -1.E.7. Do not charge a fee for access to, viewing, displaying, -performing, copying or distributing any Project Gutenberg-tm works -unless you comply with paragraph 1.E.8 or 1.E.9. - -1.E.8. You may charge a reasonable fee for copies of or providing -access to or distributing Project Gutenberg-tm electronic works provided -that - -- You pay a royalty fee of 20% of the gross profits you derive from - the use of Project Gutenberg-tm works calculated using the method - you already use to calculate your applicable taxes. The fee is - owed to the owner of the Project Gutenberg-tm trademark, but he - has agreed to donate royalties under this paragraph to the - Project Gutenberg Literary Archive Foundation. Royalty payments - must be paid within 60 days following each date on which you - prepare (or are legally required to prepare) your periodic tax - returns. Royalty payments should be clearly marked as such and - sent to the Project Gutenberg Literary Archive Foundation at the - address specified in Section 4, "Information about donations to - the Project Gutenberg Literary Archive Foundation." - -- You provide a full refund of any money paid by a user who notifies - you in writing (or by e-mail) within 30 days of receipt that s/he - does not agree to the terms of the full Project Gutenberg-tm - License. You must require such a user to return or - destroy all copies of the works possessed in a physical medium - and discontinue all use of and all access to other copies of - Project Gutenberg-tm works. - -- You provide, in accordance with paragraph 1.F.3, a full refund of any - money paid for a work or a replacement copy, if a defect in the - electronic work is discovered and reported to you within 90 days - of receipt of the work. - -- You comply with all other terms of this agreement for free - distribution of Project Gutenberg-tm works. - -1.E.9. If you wish to charge a fee or distribute a Project Gutenberg-tm -electronic work or group of works on different terms than are set -forth in this agreement, you must obtain permission in writing from -both the Project Gutenberg Literary Archive Foundation and Michael -Hart, the owner of the Project Gutenberg-tm trademark. Contact the -Foundation as set forth in Section 3 below. - -1.F. - -1.F.1. Project Gutenberg volunteers and employees expend considerable -effort to identify, do copyright research on, transcribe and proofread -public domain works in creating the Project Gutenberg-tm -collection. Despite these efforts, Project Gutenberg-tm electronic -works, and the medium on which they may be stored, may contain -"Defects," such as, but not limited to, incomplete, inaccurate or -corrupt data, transcription errors, a copyright or other intellectual -property infringement, a defective or damaged disk or other medium, a -computer virus, or computer codes that damage or cannot be read by -your equipment. - -1.F.2. LIMITED WARRANTY, DISCLAIMER OF DAMAGES - Except for the "Right -of Replacement or Refund" described in paragraph 1.F.3, the Project -Gutenberg Literary Archive Foundation, the owner of the Project -Gutenberg-tm trademark, and any other party distributing a Project -Gutenberg-tm electronic work under this agreement, disclaim all -liability to you for damages, costs and expenses, including legal -fees. YOU AGREE THAT YOU HAVE NO REMEDIES FOR NEGLIGENCE, STRICT -LIABILITY, BREACH OF WARRANTY OR BREACH OF CONTRACT EXCEPT THOSE -PROVIDED IN PARAGRAPH 1.F.3. YOU AGREE THAT THE FOUNDATION, THE -TRADEMARK OWNER, AND ANY DISTRIBUTOR UNDER THIS AGREEMENT WILL NOT BE -LIABLE TO YOU FOR ACTUAL, DIRECT, INDIRECT, CONSEQUENTIAL, PUNITIVE OR -INCIDENTAL DAMAGES EVEN IF YOU GIVE NOTICE OF THE POSSIBILITY OF SUCH -DAMAGE. - -1.F.3. LIMITED RIGHT OF REPLACEMENT OR REFUND - If you discover a -defect in this electronic work within 90 days of receiving it, you can -receive a refund of the money (if any) you paid for it by sending a -written explanation to the person you received the work from. If you -received the work on a physical medium, you must return the medium with -your written explanation. The person or entity that provided you with -the defective work may elect to provide a replacement copy in lieu of a -refund. If you received the work electronically, the person or entity -providing it to you may choose to give you a second opportunity to -receive the work electronically in lieu of a refund. If the second copy -is also defective, you may demand a refund in writing without further -opportunities to fix the problem. - -1.F.4. Except for the limited right of replacement or refund set forth -in paragraph 1.F.3, this work is provided to you 'AS-IS' WITH NO OTHER -WARRANTIES OF ANY KIND, EXPRESS OR IMPLIED, INCLUDING BUT NOT LIMITED TO -WARRANTIES OF MERCHANTABILITY OR FITNESS FOR ANY PURPOSE. - -1.F.5. Some states do not allow disclaimers of certain implied -warranties or the exclusion or limitation of certain types of damages. -If any disclaimer or limitation set forth in this agreement violates the -law of the state applicable to this agreement, the agreement shall be -interpreted to make the maximum disclaimer or limitation permitted by -the applicable state law. The invalidity or unenforceability of any -provision of this agreement shall not void the remaining provisions. - -1.F.6. INDEMNITY - You agree to indemnify and hold the Foundation, the -trademark owner, any agent or employee of the Foundation, anyone -providing copies of Project Gutenberg-tm electronic works in accordance -with this agreement, and any volunteers associated with the production, -promotion and distribution of Project Gutenberg-tm electronic works, -harmless from all liability, costs and expenses, including legal fees, -that arise directly or indirectly from any of the following which you do -or cause to occur: (a) distribution of this or any Project Gutenberg-tm -work, (b) alteration, modification, or additions or deletions to any -Project Gutenberg-tm work, and (c) any Defect you cause. - - -Section 2. Information about the Mission of Project Gutenberg-tm - -Project Gutenberg-tm is synonymous with the free distribution of -electronic works in formats readable by the widest variety of computers -including obsolete, old, middle-aged and new computers. It exists -because of the efforts of hundreds of volunteers and donations from -people in all walks of life. - -Volunteers and financial support to provide volunteers with the -assistance they need, are critical to reaching Project Gutenberg-tm's -goals and ensuring that the Project Gutenberg-tm collection will -remain freely available for generations to come. In 2001, the Project -Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure -and permanent future for Project Gutenberg-tm and future generations. -To learn more about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation -and how your efforts and donations can help, see Sections 3 and 4 -and the Foundation web page at http://www.pglaf.org. - - -Section 3. Information about the Project Gutenberg Literary Archive -Foundation - -The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non profit -501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the -state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal -Revenue Service. The Foundation's EIN or federal tax identification -number is 64-6221541. Its 501(c)(3) letter is posted at -http://pglaf.org/fundraising. Contributions to the Project Gutenberg -Literary Archive Foundation are tax deductible to the full extent -permitted by U.S. federal laws and your state's laws. - -The Foundation's principal office is located at 4557 Melan Dr. S. -Fairbanks, AK, 99712., but its volunteers and employees are scattered -throughout numerous locations. Its business office is located at -809 North 1500 West, Salt Lake City, UT 84116, (801) 596-1887, email -business@pglaf.org. Email contact links and up to date contact -information can be found at the Foundation's web site and official -page at http://pglaf.org - -For additional contact information: - Dr. Gregory B. Newby - Chief Executive and Director - gbnewby@pglaf.org - - -Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg -Literary Archive Foundation - -Project Gutenberg-tm depends upon and cannot survive without wide -spread public support and donations to carry out its mission of -increasing the number of public domain and licensed works that can be -freely distributed in machine readable form accessible by the widest -array of equipment including outdated equipment. Many small donations -($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt -status with the IRS. - -The Foundation is committed to complying with the laws regulating -charities and charitable donations in all 50 states of the United -States. Compliance requirements are not uniform and it takes a -considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up -with these requirements. We do not solicit donations in locations -where we have not received written confirmation of compliance. To -SEND DONATIONS or determine the status of compliance for any -particular state visit http://pglaf.org - -While we cannot and do not solicit contributions from states where we -have not met the solicitation requirements, we know of no prohibition -against accepting unsolicited donations from donors in such states who -approach us with offers to donate. - -International donations are gratefully accepted, but we cannot make -any statements concerning tax treatment of donations received from -outside the United States. U.S. laws alone swamp our small staff. - -Please check the Project Gutenberg Web pages for current donation -methods and addresses. Donations are accepted in a number of other -ways including checks, online payments and credit card donations. -To donate, please visit: http://pglaf.org/donate - - -Section 5. General Information About Project Gutenberg-tm electronic -works. - -Professor Michael S. Hart is the originator of the Project Gutenberg-tm -concept of a library of electronic works that could be freely shared -with anyone. For thirty years, he produced and distributed Project -Gutenberg-tm eBooks with only a loose network of volunteer support. - - -Project Gutenberg-tm eBooks are often created from several printed -editions, all of which are confirmed as Public Domain in the U.S. -unless a copyright notice is included. Thus, we do not necessarily -keep eBooks in compliance with any particular paper edition. - - -Most people start at our Web site which has the main PG search facility: - - http://www.gutenberg.org - -This Web site includes information about Project Gutenberg-tm, -including how to make donations to the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to -subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks. diff --git a/old/62986-0.zip b/old/62986-0.zip Binary files differdeleted file mode 100644 index cc50e4e..0000000 --- a/old/62986-0.zip +++ /dev/null diff --git a/old/62986-h.zip b/old/62986-h.zip Binary files differdeleted file mode 100644 index 02dc0ac..0000000 --- a/old/62986-h.zip +++ /dev/null diff --git a/old/62986-h/62986-h.htm b/old/62986-h/62986-h.htm deleted file mode 100644 index 0a0ecee..0000000 --- a/old/62986-h/62986-h.htm +++ /dev/null @@ -1,4821 +0,0 @@ -<!DOCTYPE html PUBLIC "-//W3C//DTD XHTML 1.0 Strict//EN" -"http://www.w3.org/TR/xhtml1/DTD/xhtml1-strict.dtd"> - -<html xmlns="http://www.w3.org/1999/xhtml" lang="es" xml:lang="es"> - <head> <link rel="coverpage" href="images/cover.jpg" /> -<meta http-equiv="Content-Type" content="text/html;charset=utf-8" /> -<title> - The Project Gutenberg eBook of Tres relatos porteños, -por Arturo Cancela. -</title> -<style type="text/css"> - -a:link {background-color:#ffffff;color:blue;text-decoration:none;} - - link {background-color:#ffffff;color:blue;text-decoration:none;} - -a:visited {background-color:#ffffff;color:purple;text-decoration:none;} - -a:hover {background-color:#ffffff;color:#FF0000;text-decoration:underline;} - -big {font-size: 130%;} - -body{margin-left:4%;margin-right:6%;background:#ffffff;color:black;font-family:"Times New Roman", serif;font-size:medium;} - -.boxx {border:solid 2px black;padding:.1em;} - -.boxxx {border:solid 2px black;padding:.1em;margin:3% 20%;} - -.blockquot {margin-top:2%;margin-bottom:2%;} - -.c {text-align:center;text-indent:0%;} - -.cb {text-align:center;text-indent:0%;font-weight:bold;} - -.dtts {border-bottom:2px dotted black;} - -.figcenter {margin:3% auto 3% auto;clear:both; -text-align:center;text-indent:0%;} - @media handheld, print - {.figcenter - {page-break-before: avoid;} - } - -.hang {margin-left:2em;text-indent:-1em; -margin-bottom:1em;} - - h1 {margin-top:5%;text-align:center;clear:both; -font-weight:normal;} - - h2 {margin-top:4%;margin-bottom:2%;text-align:center;clear:both; - font-size:150%;font-weight:normal;font-family:sans-serif, serif;} - - h3 {margin:4% auto 2% auto;text-align:center;clear:both;} - - hr.full {width: 60%;margin:2% auto 2% auto;border-top:1px solid black; -padding:.1em;border-bottom:1px solid black;border-left:none;border-right:none;} - - img {border:none;} - -.nind {text-indent:0%;} - - p {margin-top:.2em;text-align:justify;margin-bottom:.2em;text-indent:4%;} - -.pagenum {font-style:normal;position:absolute; -left:95%;font-size:55%;text-align:right;color:gray; -background-color:#ffffff;font-variant:normal;font-style:normal;font-weight:normal;text-decoration:none;text-indent:0em;} -@media print, handheld -{.pagenum - {display: none;} - } - -.pdd {padding-left:2em;} - -.r {text-align:right;margin-right: 5%;} - -.rt {text-align:right;} - -small {font-size: 80%;} - -.smcap {font-variant:small-caps;font-size:100%;} - -table {margin-top:2%;margin-bottom:2%;margin-left:auto;margin-right:auto;border:none;} - -div.poetry {text-align:center;} -div.poem {font-size:90%;margin:auto auto;text-indent:0%; -display: inline-block; text-align: left;} -div.poemrt {font-size:90%;margin:1em auto 1em 33%;text-indent:0%; -display: inline-block; text-align: left;} -.poem .stanza {margin-top: 1em;margin-bottom:1em;} -.poem span.i0 {display: block; margin-left: 0em; padding-left: 3em; text-indent: -3em;} -.poem span.i1 {display: block; margin-left: .45em; padding-left: 3em; text-indent: -3em;} -.poem span.i2 {display: block; margin-left: 1em; padding-left: 3em; text-indent: -3em;} -.poem span.i3 {display: block; margin-left: 2em; padding-left: 3em; text-indent: -3em;} - -.un {text-decoration:underline;} -</style> - </head> -<body> - - -<pre> - -The Project Gutenberg EBook of Tres relatos porteños, by -Arturo Cancela - -This eBook is for the use of anyone anywhere at no cost and with -almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or -re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included -with this eBook or online at www.gutenberg.org/license - - -Title: Tres relatos porteños - Segunda edición - -Author: Arturo Cancela - -Release Date: August 20, 2020 [EBook #62986] - -Language: Spanish - -Character set encoding: UTF-8 - -*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK TRES RELATOS *** - - - - -Produced by Chuck Greif and the Online Distributed -Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This file was -produced from images available at The Internet Archive) - - - - - - -</pre> - -<hr class="full" /> - -<div class="figcenter"> -<img src="images/cover.jpg" height="550" alt="" /> -</div> - -<div class="boxxx"><div class="boxx"><div class="boxx"> - -<p class="c"> -<img src="images/bar1.jpg" width="80%" alt="" /></p> - -<p class="cb">ARTURO CANCELA</p> - -<h1>TRES RELATOS -PORTEÑOS</h1> - -<div class="poetry"><div class="poem">EL COCOBACILO DE HERRLIN<br /> -UNA SEMANA DE HOLGORIO<br /> -EL CULTO DE LOS HEROES</div></div> - -<p class="c">(SEGUNDA EDICIÓN)<br /><br /> - -<img src="images/colo.jpg" -width="90" -alt="" -/><br /><br /> -COLECCIÓN CONTEMPORANEA · CALPE</p> -</div></div></div> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_1" id="page_1">{1}</a></span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_2" id="page_2">{2}</a></span> </p> - -<table border="1" cellpadding="5" cellspacing="0" summary=""> -<tr><td class="c"><a href="#INDICE">AL ÍNDICE</a></td></tr> -</table> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_3" id="page_3">{3}</a></span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_4" id="page_4">{4}</a></span> </p> - -<h3><a name="TRES_RELATOS_PORTENOS" id="TRES_RELATOS_PORTENOS"></a> -TRES RELATOS PORTEÑOS</h3> - -<p class="c"><small> -ES PROPIEDAD<br /> -COPYRIGHT BY CALPE, MADRID, 1923<br /> -<br /> -Papel expresamente fabricado por <span class="smcap">La Papelera Española</span><br /></small> -</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_5" id="page_5">{5}</a></span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_6" id="page_6">{6}</a></span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_7" id="page_7">{7}</a> </span></p> - -<p class="c">Talleres "Calpe", Ríos Rosas, 24.—MADRID</p> - -<h2><a name="PROLOGO" id="PROLOGO"></a>PRÓLOGO</h2> - -<div class="poetry"> -<div class="poemrt"><div class="stanza"> -<span class="i0">Men walk as prophecies of the<br /></span> -<span class="i0">next age.—<span class="smcap">Emerson.</span><br /></span> -</div></div> -</div> - -<p><i>El autor de</i> <span class="smcap">Tres Relatos Porteños</span> <i>nació en 1892. Le quedan muchos -años por vivir. Vió la luz en Buenos Aires. La vida intensa de estos -hormigueros y caravanseras que ha socavado y llevado la civilización en -la tenue y quebradiza costra del planeta no tiene para él secretos -ningunos. Estudió en el Colegio Nacional. Tiene ganado en brava lucha su -título de bachiller. Asistió más tarde a las aulas de la Escuela de -Medicina, con el propósito de conocer al hombre, mas no con el de -aliviarle sus dolencias por medio de las drogas o el bisturí, porque, a -poco andar, ya había plantado sus reales en el Instituto Pedagógico, si -hemos de creer a sus biógrafos más desinteresados. Su curiosidad de las -<span class="pagenum"><a name="page_8" id="page_8">{8}</a></span>cosas humanas le hizo abandonar estas disciplinas para entrar en 1910 a -ser preparador experimental del Laboratorio Psicológico. A todas partes -le llevaba el deseo de conocer al hombre, de escudriñarle las entrañas y -disecarle el pensamiento. Satisfecha su curiosidad en el Laboratorio, -puso la mira en la Prensa diaria, documento humano de una riqueza -fascinadora y de una extensión suficiente para colmar el apetito de los -más insaciables investigadores del corazón humano. Allí se aposentó, -allí parece haber hecho mansión definitiva, y en voceros de la opinión -argentina empezó a darle al mundo el resultado de su experiencia y de -sus estudios personales. No es Cancela un mero escritor imaginativo. Ha -vertido sobre las cosas y los hombres la luz del conocimiento antes de -ponerse a describirlas o desenmascararlos. Es una manera de probidad que -no abunda en los escritores juveniles. Tal hay que escribe novelas sobre -las costumbres de los mayas sin haber visitado la América Central ni -leído siquiera lo poco que de esas tribus ha llegado hasta nosotros.</i></p> - -<p><i>Cancela recibió de la Naturaleza el don de ver, el don de penetrar y el -don de describir. Hay quie<span class="pagenum"><a name="page_9" id="page_9">{9}</a></span>nes describen sin haber visto y deslumbran -como deslumbra el cohete, derramando luces inconexas en la obscuridad. -Hay quienes ven la superficie y producen con sus descripciones la -impresión de lo vacuo, porque la Naturaleza les ha negado la facultad de -profundizar en la observación hasta descubrir el alma de las cosas y las -intenciones de los hombres. Es tan penetrante la visión interior de -Cancela, que suele cautivar a sus lectores pintando con minuciosidad -extrema la vida interior de los necios y, lo que es aún más difícil, la -de las necias.</i></p> - -<p><i>Se ha colocado, en presencia de la vida, en una actitud de observador -compadecido de las flaquezas, de la estulticia humana. No se indigna: -sonríe. Ni siquiera condesciende en reírse. Parece como si temiera que -la carcajada interrumpiese la benévola eficacia del pensamiento. Una -actitud parecida a ésta ha debido de asumir Sócrates y sin duda la tuvo -Cervantes en presencia del conflicto vital. Corregir es inepto. La burla -resulta inadecuada. Sonreír es lo más honesto y en ocasiones lo más -elegante, porque si el chiste reverbera y el sarcasmo punza y provoca la -reacción del espíritu vulnerado, la rever<span class="pagenum"><a name="page_10" id="page_10">{10}</a></span>beración y el encono pasan -pronto y a veces pasa con ellos el mérito literario de la obra que los -ha producido.</i></p> - -<p><i>Del verdadero escritor humorista se dice que vive la vida de su tiempo -y la de los años por venir. Este libro de Cancela tiene con la vida -contemporánea nexos indestructibles. Acaso no estuvo en el ánimo de su -autor, pero estos tres bocetos se rozan con los más graves problemas de -la hora presente. Acaso sean también una premonición para los hombres -del porvenir. La historia del doctor Herrlin se roza con esta especie de -religión nacida, a última hora, de la fe ciega que los hombres han -puesto en la técnica y en los expertos. La credulidad humana es cosa tan -tenaz y tan falta de lógica que, a pesar de la guerra de 1914, el -fracaso más estruendoso de la técnica, de los peritos militares y de los -expertos en materia de finanzas, aquella religión no ha quemado sus -ídolos ni derribado sus templos. La psicología comparada, que había -pronosticado la decadencia de franceses, ingleses e italianos y su fácil -vencimiento por las tribus septentrionales, continúa iluminando el -cerebro de los profesores. Los hombres que le increpaban a Alemania su<span class="pagenum"><a name="page_11" id="page_11">{11}</a></span> -incapacidad de entender a otros pueblos han resultado igualmente -limitados para escudriñar el alma de los alemanes. Los peritos, los -técnicos, parecen empeñados en destruir la civilización, que, según -todas las probabilidades, ha sido la obra de la casualidad y del -esfuerzo intercadente de algunos pueblos amantes de la gracia y de la -comodidad. Cancela ha visto que en América la religión de la técnica se -ha complicado con la superstición del extranjero. Allá basta que un -hombre atormente la sintaxis castellana y tenga una pronunciación -rocallosa para que le sea fácil abordar el interior de los templos en -que se celebra el rito de la técnica.</i></p> - -<p><i>Otro de nuestros males presentes es la lucha de clases: mal tempestuoso -que está privando por dondequiera a la especie humana de sus más -excelsas cumbres. Un día cae Canalejas; otro, Jaurès. Una mano obscura -cercenaba la vida de Kurt Eisner, acaso la misma mano que más tarde -señalaba el fin de la inteligencia fastuosa de Rathenau. El mundo se -disuelve comenzando por la desaparición de los grandes hombres. Un -vértigo como éste, de envidia incomprimida, trajo, según Burckhardt, el -ocaso de la cultura<span class="pagenum"><a name="page_12" id="page_12">{12}</a></span> griega. En</i> Una semana de holgorio <i>está de bulto -la ceguedad del odio de clases.</i></p> - -<p><i>Por fin, Cancela ha puesto su cauterio sobre los bordes cárdenos de -otra llaga social. La úlcera maligna de los nuevos ricos obra con menos -vehemencia en este empeño destructor, pero no con menos eficacia. El -nuevo rico, ahora como en tiempos de la Roma decadente, contribuye a la -tarea disolvente rebajando el nivel de los grandes valores vitales. El -no destruye, pero degrada. La fortuna, que pone a su alcance la flor de -los valores de cultura, no le ha dado ni la inteligencia para -comprenderlos ni la capacidad de refinar su espíritu gozando de ellos. -Para ponerlos a su alcance tiene por fuerza que traerlos a un plano -inferior, donde se degradan o se invierten. Triste fenómeno social -estudiado en</i> El culto de los héroes.</p> - -<p><i>Todo esto lo ha visto la inteligencia de Cancela. Pero demasiado -discreto para hacer el pedagogo, ha querido pasar por un mero relator de -sucesos contemporáneos. Es, en efecto, un narrador de altas dotes. Su -frase es pura y tersa como la corriente de un arroyo que serpentea por -el valle después de haber golpeado el cristal de sus<span class="pagenum"><a name="page_13" id="page_13">{13}</a></span> ondas contra las -rocas de la alta sierra. La fuerza representativa, el humor predominante -en su concepto de la vida, la gracia elusiva de su estilo, su actitud -impersonal ante las miserias que describe, hacen de Cancela un hombre de -esos a quienes se refiere Emerson cuando dice que son las profecías -ambulantes del mundo que ha de venir.</i> Adveniat regnum tuum.</p> - -<p><i>No quiero terminar estos apuntes sin felicitar sinceramente a «Calpe» -por el acierto con que ha escogido este libro para dar a los españoles -una idea de la literatura americana contemporánea de lengua castellana. -El libro favorece a las letras americanas, pero es un digno exponente de -ellas. En la obra mecánica la fuerza se mide en las partes más flacas. -La resistencia de una cadena la da rigurosamente el más débil de sus -eslabones. No es así en las obras del pensamiento. La literatura de los -pueblos se mide por la altura de las cumbres más excelsas: Dante, -Shakespeare, Cervantes, Goethe, Tolstoi. La lista se agota pronto. Lo -demás es documento con que los eruditos suelen llenar sus fichas.</i></p> - -<p class="r"> -<span class="smcap">B. Sanín Cano.</span><br /> -</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_14" id="page_14">{14}</a></span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_15" id="page_15">{15}</a></span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_16" id="page_16">{16}</a></span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_17" id="page_17">{17}</a></span> </p> - -<h2><a name="EL_COCOBACILO_DE_HERRLIN" id="EL_COCOBACILO_DE_HERRLIN"></a>EL COCOBACILO DE HERRLIN</h2> - -<h3>CAPITULO PRIMERO<br /><br /> -<small>SIMPLE INTRODUCCIÓN A UNA HISTORIA COMPLICADA</small></h3> - -<p>Cuando Augusto Herrlin, <i>privat docent</i> de la Facultad de Upsala, -publicó su «Informe sobre algunas observaciones hechas acerca de una -nueva enfermedad infecciosa del conejo silvestre (<i>Lepus cuniculus -vulgaris</i>)» era todavía lo que en los círculos científicos de la vieja -ciudad universitaria suele llamarse un joven de porvenir. Acababa de -entrar en los cuarenta años; hacía justamente ocho que estaba de novio -con la séptima hija del profesor Hedenius, titular de su materia, y -tenía abiertas ante sí, en todo sentido, perspectivas envidiables. Su -reputación profesional comenzaba a apuntar, y a no ser por el agrado con -que seguía la práctica de los deportes de invierno<span class="pagenum"><a name="page_18" id="page_18">{18}</a></span> en las revistas -ilustradas de Estocolmo, habríasele supuesto en condiciones de -substituir en la cátedra a su futuro padre político.</p> - -<p>La publicación del informe—cuyo texto era ya conocido, pues había -figurado, a modo de artículo, en la <i>Revista del Instituto de -Bacteriología</i> de Lund, se hallaba incluído en los <i>Anales de la Real -Academia de Upsala</i> y fuera divulgado en uno de los últimos números de -los <i>Cuadernos bimensuales de la Sociedad Escandinava de Agricultura -científica</i>—no obedecía, como podría creerse, a un ansia de -popularidad. Augusto Herrlin desdeñaba las reputaciones demasiado -ruidosas que trascienden los medios académicos y llegan hasta los -libreros y los alumnos del Gimnasio Real de la localidad. La edición, en -folleto, de su interesante trabajo debíase, por consiguiente, a -sentimientos de otro género.</p> - -<p>En la primera semana de mayo se cumplía el octavo aniversario de su -compromiso con la séptima hija del profesor Hedenius. ¿Qué mejor -testimonio de la constancia de su afecto que ofrecerle en esa ocasión el -fruto de sus labores juveniles?<span class="pagenum"><a name="page_19" id="page_19">{19}</a></span></p> - -<p>Herrlin había encargado, pues, al impresor de la Universidad una edición -reducida del «Informe», que ostentaba en su anteportada la siguiente -dedicatoria:</p> - -<p class="c" style="line-height:1.5em;"> -A MI PROMETIDA<br /> -H A R O L D A H E D E N I U S<br /> -QUE UNE<br /> -A SU VIRTUD Y BELLEZA<br /> -UN NOMBRE ILUSTRE<br /> -EN LAS<br /> -CONQUISTAS DE LA FLORA MICROSCÓPICA<br /> -<span class="pagenum"><a name="page_20" id="page_20">{20}</a></span></p> - -<h3>CAPITULO II<br /><br /> -<small>UN INFORME CONSULAR</small></h3> - -<p>Hasta hace algún tiempo, el único argentino establecido en Estocolmo era -M. Johann van der Elst, un holandés naturalizado que acostumbraba a -residir en Rotterdam, lo cual no le impedía desempeñar con celo y -contracción ejemplares las funciones de vicecónsul de la República en la -capital sueca.</p> - -<p>La información que enviaba mensualmente al Ministerio de Relaciones -Exteriores era un índice preciso y minucioso del intercambio comercial -sueco argentino, aumentado, a menudo, con abundantes noticias sobre las -invenciones, descubrimientos y nuevos métodos científicos e industriales -que pudiesen interesar a la agropecuaria sudamericana. Esa contribución -de van der Elst al progreso de nuestras<span class="pagenum"><a name="page_21" id="page_21">{21}</a></span> industrias madres era difundida -en todo el país por el <i>Boletín del Ministerio de Relaciones -Exteriores</i>, que adquiría en tales circunstancias un volumen -considerable.</p> - -<p>A veces, el Ministerio de Agricultura reproducía en sus publicaciones -parte de la correspondencia del vicecónsul en Estocolmo, y hasta en -cierta oportunidad repartió 10.000 folletos de propaganda sobre un nuevo -procedimiento para la producción de quesos frescos, transmitido por van -der Elst.</p> - -<p>Pero el informe suyo que tuvo mayor fortuna fué el referente al empleo -del marlo del maíz en la fabricación de pasta de papel. Llegado al país -en momentos en que mayor era la escasez de este producto, fué publicado -en el <i>Boletín del Ministerio de Relaciones Exteriores</i>, reproducido en -los <i>Anales del Ministerio de Agricultura</i>, insertado en síntesis en los -grandes diarios de la capital y del Rosario, incluído en la <i>Revista de -la Universidad de Buenos Aires</i> como nota de un artículo del doctor -Ernesto Quesada, y transcrito, por último, en el <i>Diario de Sesiones</i> de -la Cámara de Diputados, acompañando el proyecto de ley por el<span class="pagenum"><a name="page_22" id="page_22">{22}</a></span> cual se -mandaba iniciar los estudios necesarios para el establecimiento de la -nueva industria. Así, por una paradoja frecuente en la terapéutica -social, el primer efecto del salvador informe de van der Elst consistió -en la agudización de la crisis papelera.</p> - -<p>No es, pues, nada extraño que, al recibirse en Buenos Aires una -correspondencia del Viceconsulado en Estocolmo dando cuenta de que el -profesor Herrlin, de la Universidad de Upsala, había descubierto un -bacilo que determinaba una epizootia fatal entre los conejos silvestres, -la noticia se difundiese rápidamente. El relato de esa brillante -conquista científica y las consideraciones de van der Elst sobre las -consecuencias de su aplicación a la lucha contra el conejo y la liebre, -enemigos naturales de la agricultura, fueron pronto familiares a los -espíritus porteños.</p> - -<p>Este último informe llegaba en momentos en que el apetito de algunos -millares de conejos se satisfacía a costa de los campos del Sur, y muy -pronto el cocobacilo de Herrlin fué bendecido por muchos corazones como -el ángel salvador de los sembrados.<span class="pagenum"><a name="page_23" id="page_23">{23}</a></span></p> - -<p>Por aquellos días, al discutirse el presupuesto, un diputado reprochó a -la cancillería no reservara exclusivamente a los ciudadanos nativos el -desempeño de los cargos consulares. Y para justificar su observación -leyó una lista de los extranjeros y ciudadanos naturalizados que tenían -la representación de nuestros intereses comerciales en el exterior, en -la que figuraba, naturalmente, el vicecónsul en Estocolmo.</p> - -<p>¡Nunca lo hubiera hecho! A la sola mención del activo colaborador del -<i>Boletín</i> de su ministerio, el canciller se agitó en su banca y pidió la -palabra con voz trémula. Se la concedieron de inmediato, y comenzó su -discurso en medió de la expectativa de la Cámara. Recogió el último -nombre leído por el diputado, el de Johann van der Elst, como ejemplo de -los errores e injusticias a que pueden conducir los defectos de -información y la precipitación en los juicios. No quería fatigar a la -Cámara; mas para llevar a todos el convencimiento de que la vigilancia -de nuestros intereses comerciales en el exterior se hallaba en buenas -manos, él iba a ceder la palabra a su colega de Agricultura,<span class="pagenum"><a name="page_24" id="page_24">{24}</a></span> quien -diría en qué forma los agentes consulares contribuían al desarrollo de -las industrias «cardinales» de la nación...</p> - -<p>A tres bancas de distancia del canciller, en el semicírculo ministerial, -el secretario de Agricultura comenzó a hablar. Con los ojos fijos en el -reloj que corona el estrado de la presidencia, habló y habló, enumerando -todos los beneficios que la agricultura y la ganadería podrían retirar -de las informaciones transmitidas por el Viceconsulado en Estocolmo. Se -refirió especialmente al nuevo procedimiento para la obtención de quesos -frescos, que había sido dado a conocer en 10.000 folletos de propaganda, -y recordó el informe respecto a la fabricación de pasta de papel con el -marlo de maíz, que había sido materia de un proyecto de ley. Pero el -momento en que el orador obtuvo efectos de elocuencia fué al entrar en -el comentario de la última comunicación de van der Elst. Los estragos de -los conejos que devoraban las cosechas, trastornaban la topografía de -los campos del Sur y arruinaban a los colonos, determinando, en -consecuencia, el depreciamiento de la propiedad rural y la alteración de -nuestro<span class="pagenum"><a name="page_25" id="page_25">{25}</a></span> régimen económico, fueron descritos con trazos pavorosos, para -mostrar en seguida al cocobacilo de Herrlin restituyendo los campos a su -prístina feracidad, devolviendo la tranquilidad y el bienestar a los -colonos, provocando la valorización de las tierras, el acrecentamiento -de la riqueza nacional y la restauración de nuestro crédito exterior...</p> - -<p>Ante esa síntesis grandiosa de las consecuencias de una victoria -completa sobre los conejos, la Cámara, poniéndose de pie, aclamó al -ministro de Agricultura.<span class="pagenum"><a name="page_26" id="page_26">{26}</a></span></p> - -<h3>CAPITULO III<br /><br /> -<small>LA MANCHA AZUL</small></h3> - -<p>Antes de la sesión en que tan bien sentado dejó el prestigio de Johann -van der Elst, el ministro de Agricultura no había reflexionado -seriamente en la realidad de la plaga leporina. Naturalmente escéptico, -no se le había ocurrido hasta entonces que esos animalitos tímidos que -veía en las vidrieras de los bazares, siempre en disposición de tocar el -tambor, pudiesen destrozar las viñas y devorar los sembrados. Fué -necesario que el fuego de la elocuencia le poseyera para que en una -súbita revelación alcanzase, al propio tiempo que la comunicaba a su -auditorio, la clara visión del peligro. Y al reflexionar en la soledad -sobre su triunfo oratorio advirtió que había sido el in<span class="pagenum"><a name="page_27" id="page_27">{27}</a></span>térprete -inconsciente de una gran aspiración del alma nacional: la guerra al -conejo...</p> - -<p>Esta comprobación le llevó de inmediato a planear la campaña decisiva -contra la plaga, campaña que constituía, según dijera él mismo, «una -improrrogable e imperiosa urgencia nacional».</p> - -<p>Quedó así resuelta la contratación del sabio sueco por el Gobierno -argentino para dirigir la campaña en contra del conejo.</p> - -<p>Al mismo tiempo el ministro encargó al doctor Simón Camilo Sánchez el -proyecto de la Oficina que se haría cargo de los trabajos para combatir -la plaga y llevaría a la práctica las combinaciones científicas del -profesor sueco.</p> - -<p>El candidato no podía ser mejor elegido. El doctor Simón Camilo Sánchez -era director general de Agricultura, Ganadería y Piscicultura, y -catedrático de Derecho internacional, Procedimiento consular, Historia -americana, de Economía política y Filosofía del derecho.</p> - -<p>Este personaje enciclopédico sometió al ministro a los pocos días el -plan completo de la nueva repartición, que se llamaría «Departamento de -Protección agrícola». Por ese pro<span class="pagenum"><a name="page_28" id="page_28">{28}</a></span>yecto, el territorio de la República -se dividía en veinte zonas, cada una de las cuales se entregaba a la -vigilancia de un Comisariato, que debía informar semanalmente sobre los -destrozos ocasionados por los conejos y los lugares y circunstancias en -que se hubiese visto rondar a los merodeadores de largas orejas. Una -oficina central organizaría todos esos datos, a fin de publicar un mapa -en que se evidenciara la repartición geográfica de la plaga. Cuando las -gestiones para el contrato del sabio sueco llegasen a su término, éste -hallaría listos todos los elementos para la aplicación del cocobacilo.</p> - -<p>El ministro aceptó el plan en todos sus detalles y lo incluyó en el -presupuesto para el año entrante, destinándole una suma global de medio -millón de pesos. Entre tanto creó, por simple decreto, el Departamento -de Protección Agrícola, y constituyó, con 250 empleados, los cuadros del -futuro personal de la repartición.</p> - -<p>Esta comenzó a funcionar al poco tiempo bajo la dirección del ubicuo y -omnisciente Simón Camilo Sánchez. Los veinte comisaria<span class="pagenum"><a name="page_29" id="page_29">{29}</a></span>tos iniciaron su -acción con mucho empuje: desde todos los puntos de la República llegaron -telegramas, notas, informes y comunicaciones, señalando los puntos en -que los conejos ejercitaban su voracidad y haciendo notar la rapidez de -movimientos y el carácter tímido de los perjudiciales roedores. Con -tales datos, el Departamento de Protección Agrícola dibujó un mapa, en -el que se representaba con una mancha azul el radio de acción de los -conejos. La ingeniosa carta, que fué reproducida por todos los diarios, -llevó la alarma a los espíritus más indiferentes: la mancha azul lo -cubría todo... Parecía que sobre el territorio de la República se -hubiera volcado un frasco de tinta Stephens.<span class="pagenum"><a name="page_30" id="page_30">{30}</a></span></p> - -<h3>CAPITULO IV<br /><br /> -<small>PRELIMINARES DE LA CAMPAÑA</small></h3> - -<p>Los Comisariatos de la Protección Agrícola no tuvieron al comienzo -función ofensiva alguna. Su labor consistió en vigilar al enemigo, -descubrir sus puntos de concentración, sus hábitos de vida, el forraje -que prefería y las horas que destinaba al reposo. Esas tareas, justo es -reconocerlo, fueron admirablemente cumplidas por las veinte secciones.</p> - -<p>A los cuatro meses de su creación pudo asegurarse oficialmente que los -conejos eran animales cuadrúpedos, mamíferos, de unos 45 centímetros de -largo, muy veloces y extraordinariamente fecundos. Apenas agotados tales -reconocimientos comenzaron a llegar atentas observaciones de algunos -comisariatos respecto a la exigüidad del personal que se les había<span class="pagenum"><a name="page_31" id="page_31">{31}</a></span> -atribuído. «Para informar a esa Dirección sobre el desarrollo y las -proporciones de la plaga en toda la provincia—decía, en una nota, -Delfín Acuña, el jefe del Comisariato de Mendoza—no bastan los diez -empleados que tengo a mis órdenes. Si el señor ministro quiere que -nuestro resumen hebdomadario se refiera a toda la zona cultivada es -preciso decuplicar, por lo menos, ese personal». Y Delfín Acuña entraba -en el detalle de la distribución estratégica que daría a esos cien -empleados.</p> - -<p>Simón Camilo Sánchez, al informar al ministro sobre estas notas, sostuvo -el aumento del presupuesto; pero como la situación económica no lo -permitía, las comunicaciones fueron archivadas.</p> - -<p>Delfín Acuña no era hombre de hacer una observación en balde. Se había -venido junto con la nota a la capital y había tenido aquí largas -conferencias con los diputados de su provincia.</p> - -<p>Así, la primera vez que el ministro concurrió a la reunión de la -Comisión de Presupuesto se vió forzado a convenir que el personal de los -Comisariatos era efectivamente escaso.<span class="pagenum"><a name="page_32" id="page_32">{32}</a></span> La Comisión propuso en seguida -un aumento considerable en los empleados afectados a la extinción del -conejo, aumento que se distribuiría según la importancia de cada -provincia y el grado de extensión de la plaga. Se instituyeron de ese -modo Comisariatos de primera, de segunda, de tercera, etc., etc. En -total, 1.200 ciudadanos recibieron emolumentos oficiales gracias a la -maravillosa eficacia del cocobacilo de Herrlin.</p> - -<p>Semejante acrecentamiento del personal hizo necesaria la ampliación del -organismo administrativo central. Se crearon, fuera de presupuesto, las -oficinas de «Dirección del personal», «Estadística» y «Propaganda»: 300 -nuevos ciudadanos cobraron sueldos del Estado.</p> - -<p>La oficina de «Propaganda» era debida a una ingeniosa idea de Simón -Camilo Sánchez. El director de Agricultura, Ganadería y Piscicultura, -considerando que para la completa realización de los fines de la -Protección Agrícola era imprescindible la buena voluntad de los -agricultores, se propuso ganarla mediante una intensa campaña de -vulgarización científica.</p> - -<p>Constituyó, pues, esa Sección, que comenzó<span class="pagenum"><a name="page_33" id="page_33">{33}</a></span> a expedir millares de -folletos conteniendo la descripción del conejo (tamaño, movilidad, -fecundidad) y la enumeración de sus hábitos nocivos. Además inundó el -país de carteles con sintéticas leyendas, de grabados ilustrativos, de -mapas de la República horriblemente manchados de azul...</p> - -<p>La propaganda de la Protección Agrícola llegó hasta el punto de que un -colono del lugar más apartado de la Pampa no podía recorrer su campo, -revuelto y horadado por los conejos, sin encontrar sobre el camino un -cartelón que anunciaba:</p> - -<p>«El conejo es el peor enemigo de la agricultura.»<span class="pagenum"><a name="page_34" id="page_34">{34}</a></span></p> - -<h3>CAPITULO V<br /><br /> -<small>LA PRIMERA VUELTA</small></h3> - -<p>Tres meses después de la ratificación de su contrato, Herrlin desembarcó -en Buenos Aires. Desde que publicara el «Informe», en el octavo -aniversario de su compromiso matrimonial, habían pasado casi dos años, y -a no ser porque creyó de corta duración la nueva empresa, antes de -venirse habría entrado en la familia de su viejo maestro.</p> - -<p>Herrlin llegó, pues, soltero, lleno de ilusiones y con las mejores ideas -sobre nuestro país, que había recogido en su estudio del castellano y de -la historia y geografía argentinas.</p> - -<p>Se alojó en un hotel del Retiro, vistió su buen traje de levita, ajustó -en la cabeza rasurada el lustroso cilindro de ceremonia, y con el -paraguas al brazo echó a andar, a pasos firmes<span class="pagenum"><a name="page_35" id="page_35">{35}</a></span> y sonoros, por la calle -Florida en dirección al centro. El <i>privat docent</i> advirtió que, tras su -paso, la gente, sobre todo las mujeres, se volvían como para leer algo -en su espalda. Supuso que observaban el corte de su levita, proveniente -de la Sastrería Académica de Upsala, fundada el mismo año que la -Universidad, en 1476, y anotó esa curiosidad como un síntoma favorable a -sí mismo y al país.</p> - -<p>Cuando llegó al Ministerio de Agricultura comenzaban a afluir los -empleados. Frente a la pequeña sala de espera, en que se hallaba junto a -un afable postulante, el profesor sueco vió pasar cientos y cientos de -hombres jóvenes, alegres y elegantes, idénticos a los que acababa de ver -discurriendo por las aceras y conversando en los cafés. Admirado del -interminable desfile, Herrlin exclamó:</p> - -<p>—¡Cuántos empleados!</p> - -<p>—Esto no es nada—repuso el postulante—; los otros son muchos más...</p> - -<p>—¿Los de otro turno?</p> - -<p>—No; los que no vienen nunca...</p> - -<p>Esta respuesta dió a Herrlin la prueba de que su conocimiento del -castellano era todavía<span class="pagenum"><a name="page_36" id="page_36">{36}</a></span> deficiente; no se explicó el sentido de las -palabras del postulante ni la sonrisa irónica con que las acompañó. -Desconcertado por su primera dificultad idiomática, el <i>privat docent</i> -guardó silencio hasta que, ya bien entrada la tarde, pudo ver al -secretario del ministro.</p> - -<p>Evidentemente, al exponer sus títulos, la misión que se había empeñado -en conferirle el Gobierno argentino y el objeto de su primera visita -debió de expresarse inapropiadamente, a juzgar por el estupor que denotó -el secretario.</p> - -<p>«¡El profesor Herrlin! ¡El profesor Herrlin!», repetía con pavor, -mirando para todos lados, como si quisiese descubrir un lugar donde -ocultarlo...</p> - -<p>Herrlin llegaba, efectivamente, en el momento más inoportuno. El -Departamento de Protección Agrícola, por su monstruoso crecimiento de -los últimos meses, había venido a constituir un peligro para el -Gobierno. Los diputados socialistas, apoyados por muchos representantes -del litoral, hallaban desproporcionada la suma de 1.500.000 pesos que se -le asignaba en el presupuesto para el año en<span class="pagenum"><a name="page_37" id="page_37">{37}</a></span>trante. Su oposición fué -irreductible, al punto que el ministro se vió obligado a admitir la -disminución de esa partida a 1.450.000 pesos, aunque no sin prevenir -elocuentemente que el Departamento no podría cumplir sus fines y estaría -forzado a limitar sus publicaciones de propaganda. Y como su posición en -el Gabinete no era muy segura, indicó a Simón Camilo Sánchez la -necesidad de que, para evitar la reanudación de los ataques, el -Departamento diese pocas señales de vida. Además resolvió introducir -economías en la repartición, y a ese objeto dejó sin proveer una vacante -de escribiente que acababa de producirse en el Comisariato de tercera de -la Rioja.</p> - -<p>El secretario tenía, pues, razón al pretender ocultar al profesor -Herrlin. La llegada del sabio volvía a poner en evidencia al -Departamento, que quién sabe si podría resistir el fuego cruzado de -editoriales y discursos que soportara recientemente sin mucha gallardía.</p> - -<p>No atreviéndose a llevar esta mala noticia al malhumorado ministro, el -secretario creyó conveniente aplazar el asunto.</p> - -<p>Después de recomendarle mucha reserva so<span class="pagenum"><a name="page_38" id="page_38">{38}</a></span>bre su arribo y la misión que -traía hasta tanto recibiera órdenes, le dijo en forma de despedida:</p> - -<p>—Vea, doctor... Dése una vuelta...</p> - -<p>Y se quedó meditando sobre el día conveniente para una entrevista con el -ministro.</p> - -<p>Pero Herrlin, entendiendo la frase en su sentido directo, creyó que el -secretario deseaba admirar el corte de su levita académica, y con el -cuerpo rígido, en posición militar, dió en cuatro tiempos una vuelta -completa.</p> - -<p>Fué la primera y la más simple que le hizo ejecutar nuestro mecanismo -administrativo. De allí en adelante siguió dando vueltas de órbitas cada -vez más complicadas e inútiles, girando y girando en torno de la -excelencia ministerial, como un satélite condenado a presentar siempre -al centro del sistema una faz de eterno postulante...<span class="pagenum"><a name="page_39" id="page_39">{39}</a></span></p> - -<h3>CAPITULO VI<br /><br /> -<small>LA MÁSCARA DE HIERRO</small></h3> - -<p>En los días que siguieron, Herrlin dió repetidas vueltas por el -Ministerio de Agricultura, y todas las veces salió asombrado del mucho -interés que se concedía a su levita y del ninguno que se dedicaba a su -misión científica.</p> - -<p>El secretario le atendía amablemente, le ofrecía té, cigarros y licores; -le iniciaba en la vida fácil y el lenguaje reducido y pintoresco de -nuestros elegantes, pero no se atrevía a ponerle en contacto con el -ministro, ni mucho menos a hacerle adelanto alguno respecto a sus -funciones leporicidas. Se arriesgaba, todo lo más, a recomendarle mucha -discreción, a prevenirle no dejase sospechar su existencia a los -periodistas, y a ser cauto en sus opiniones sobre la extinción del -conejo. Herrlin había<span class="pagenum"><a name="page_40" id="page_40">{40}</a></span> llegado en un momento crítico, y una palabra suya -podía comprometer la suerte del ministro y provocar el aniquilamiento -del Departamento de Protección Agrícola. Era preciso aguardar a que la -situación política se despejase, y entonces ya podría recobrar el tiempo -perdido. Entre tanto debía resignarse a permanecer ignorado e inactivo y -a cobrar todos los meses en Secretaría la asignación mensual fijada por -contrato.</p> - -<p>Herrlin no tuvo más remedio que conformarse. Inició entonces una vida de -ocio y misterio, que llegó a pesarle como un manto de plomo. Lejos de -sus libros, de su mesa de trabajo en el modesto laboratorio de Upsala, -de las amables tertulias familiares en la vieja casa del profesor -Hedenius, los días crudamente luminosos de Buenos Aires le parecían -inmensos, y las noches, interminables. El incógnito que recataba su -persona creaba en torno suyo una zona infranqueable, y para no -traicionarse, debía, muy a pesar suyo, mostrarse hosco y receloso en -esta ciudad de gentes de fácil trato. Cuando no iba al Ministerio, -consagraba la tarde a interminables ca<span class="pagenum"><a name="page_41" id="page_41">{41}</a></span>minatas por la ciudad, y la noche -a solitarias libaciones en cualquier bar del centro. Este era el único -momento tranquilo de su existencia; se sentía aligerado de su secreto, -rico de esperanzas y lleno de impulsos belicosos. Soñaba en vengarse -sobre los conejos de la inacción a que le obligaban las complicaciones -políticas del país y en alfombrar su cuarto con las pieles de los -vencidos, como los crueles guerreros de Asiria.</p> - -<p>Pero al día siguiente la dura realidad volvía a dominarlo, y tenía -entonces conciencia de ser una especie de Hombre de la Máscara de -Hierro, libre pero incomunicado, que paseaba por la ciudad un formidable -e insólito secreto de Estado acerca de los conejos.<span class="pagenum"><a name="page_42" id="page_42">{42}</a></span></p> - -<h3>CAPITULO VII<br /><br /> -<small>DONDE SE ENTRA EN CONTACTO CON EL ENEMIGO</small></h3> - -<p>Augusto Herrlin no pudo soportar mucho tiempo la vida de hotel. -Convencido de que la situación política de la República le obligaría a -permanecer aquí mucho más de lo que había calculado, escribió a Upsala -recomendando paciencia a la hija del profesor Hedenius y tomó -alojamiento en una casa de pensión.</p> - -<p>Este cambio le fué beneficioso. Gracias al simulacro de vida de hogar -que imperaba en el reducido establecimiento de doña Asunción Fragoso, el -<i>privat docent</i> recuperó la alegría y el sosiego que perdiera desde su -arribo a Buenos Aires. Allí encontró, aparte de los hábitos ordenados y -modestos que eran los suyos, una sociedad grata a su espíritu. Vivían en -casa de doña Asunción dos estudiantes de Medicina,<span class="pagenum"><a name="page_43" id="page_43">{43}</a></span> un viejo empleado de -una casa de óptica y don José María de Inclán-Zavaleta, apasionado -cultor de la historia patria.</p> - -<p>El profesor sueco intimó prontamente con sus compañeros de pensión. En -torno de la mesa familiar, discurrió sobre bacteriología con los -estudiantes de Medicina, habló con el óptico de microscopios y aparatos -de investigación, y escuchó atentamente las disquisiciones de -Inclán-Zavaleta.</p> - -<p>Exento de vanidad y de picardía, Herrlin fué estimado por todos a los -pocos días como un viejo amigo.</p> - -<p>Doña Asunción, en especial, le cobró un profundo cariño, admirando -juntamente en él la universalidad de su saber y de su apetito.</p> - -<p>En ese ambiente de afable vida doméstica, una noche en que la sobremesa -se prolongó más de lo de costumbre, porque doña Asunción había entablado -una larga controversia con los estudiantes sobre los horrores de la -vivisección, el profesor Herrlin estableció su primer contacto con el -enemigo.</p> - -<p>Sentado al extremo de la mesa, próximo a una puerta que se abría sobre -el jardín, el<span class="pagenum"><a name="page_44" id="page_44">{44}</a></span> profesor escuchaba el alegato de la patrona, cuando el -rumor de un roce sobre la alfombra, a los pies suyos, atrajo su -atención. Fuera del círculo de luz que una pantalla verde arrojaba sobre -la mesa, todo el comedor se hallaba sumergido en las tinieblas. A -Herrlin le costó discernir el sentido de la forma blancuzca que se -gitaba a sus plantas. Reconoció poco a poco un par de largas orejas -velludas, un hocico movible, dos largos bigotes y un labio hendido -perpendicularmente... Era un conejo de la variedad «gigantea» (<i>Lepus -cuniculus giganteus</i>), un hermoso ejemplar de macho, de cabeza larga y -fuerte y de robustas extremidades posteriores.</p> - -<p>Sorprendido por semejante aparición, Herrlin quedó inmóvil en su -asiento. El conejo, después de husmear desenfadadamente los botines del -profesor, retrocedió unos pasos, se enderezó sobre las patas, y con las -manos juntas sobre el pecho, levantó el hocico al aire. Como en esa -posición las orejas tensas continuaban la línea del cuerpo, el extraño -visitante alcanzaba así casi un metro de altura y llegaba hasta el borde -de la mesa. Con sus<span class="pagenum"><a name="page_45" id="page_45">{45}</a></span> ojos redondos, en que se reflejaba el resplandor -verde de la pantalla, el conejo miró fijamente a su antagonista. Bajo la -fascinación de esa mirada, encendida de una verde transparencia, el -sabio creyó habérselas con un genio maléfico, y esperó verle crecer -desmesuradamente hasta tocar con las orejas en el techo. Debía de ser un -genio modesto, porque no quiso pasar del nivel de la mesa. Se limitó a -sonreír sardónicamente, corriendo para atrás las guías de los bigotes, y -recobrando la horizontalidad, se volvió bruscamente. Sus orejas se -agitaron desdeñosamente; el rabo, ridículamente trunco, osciló de -izquierda a derecha como la aguja del velocímetro de un automóvil que se -pone en marcha; alcanzó en tres zancadas la puerta del jardín, y se -perdió en las sombras de la noche...</p> - -<p>La controversia de doña Asunción con los estudiantes no se había -interrumpido; Herrlin advirtió por ello que, como Mácbeth en el banquete -en que se la aparece la sombra de Banquo, él fuera el único que se diera -cuenta de la presencia del extraño visitante. Renunció, pues, a admitir -la realidad de la escena, y creyéndose víctima de una alucinación, se -prome<span class="pagenum"><a name="page_46" id="page_46">{46}</a></span>tió suprimir desde el día siguiente la ración de ponche con que -animaba la sobremesa. Esa noche, a causa de la prolongación de la -charla, había bebido con exceso. Era preciso imponerse un período de -abstinencia, y para confirmarse en su resolución se sirvió otro vaso. A -ese siguió otro, en recuerdo de su poción favorita, y otro más como -despedida a la reunión.</p> - -<p>Después, emocionado por sus recuerdos de Upsala y enternecido ante la -imagen de la hija del profesor Hedenius, que se presentó patente a su -espíritu, solicitó una nueva vuelta e improvisó un brindis en honor de -la mujer argentina y otro en homenaje a doña Asunción. Luego, en una -natural gradación de ideas, levantó su copa por el ministro de -Agricultura y el Gobierno de la República, comprometidos en una -siniestra conjuración de conejos, audaces conspiradores que llegaban en -su insolencia hasta penetrar en las casas a la hora sagrada de la comida -familiar... Por último, entonó una serie de canciones báquicas -escandinavas y el tradicional «Gaudeamus igitur» de los estudiantes -suecos, y pidió que se llenase de nuevo la ponchera para aclarar la -voz.<span class="pagenum"><a name="page_47" id="page_47">{47}</a></span></p> - -<p>Desde hacía tiempo doña Asunción y el empleado de Lutz y Schulz se -habían retirado a descansar.</p> - -<p>A las tres de la mañana, el profesor Herrlin, puesto en cuatro patas, -buscaba debajo de la mesa el reloj, que por descuido había guardado en -un bolsillo del pantalón.</p> - -<p>En esa recorrida cuadrúpeda encontró sobre la alfombra, cerca de su -silla, una media docena de bolitas obscuras, suaves al tacto, que no -tardó en identificar relacionándolas con la extraña aparición del -conejo.</p> - -<p>Nuestro bacteriólogo disfrutaba por lo general de un sueño tranquilo. -Sin embargo, aquella madrugada soñó que, a medida que iba avanzando por -un interminable camino solitario, de los matorrales vecinos salían a -cada paso conejos de desmesuradas proporciones, que después de husmearlo -de pies a cabeza partían veloces como patrullas avanzadas de caballería -que acaban de establecer contacto con el enemigo.<span class="pagenum"><a name="page_48" id="page_48">{48}</a></span></p> - -<h3>CAPITULO VIII<br /><br /> -<small>REVISTA DE FUERZAS COLONIALES</small></h3> - -<p>Simón Camilo Sánchez había experimentado una profunda amargura ante los -primeros ataques dirigidos a su Departamento. Su conciencia de patriota, -para la cual la extinción del conejo venía a ser el complemento -necesario de la conquista del desierto, sufría a causa del terreno -exclusivamente económico en que se había planteado el debate. Ordenado y -nada derrochador en su vida privada, el director de Agricultura, -Ganadería y Piscicultura no creía aplicable al manejo de los caudales -públicos las reglas del ahorro individual. Por lo menos así lo -proclamaba en esa ocasión, citando a cada paso como ejemplo de buena -contabilidad las cuentas del Gran Capitán: «Por palas, picos y -azadones...» Y esa enumeración de instrumen<span class="pagenum"><a name="page_49" id="page_49">{49}</a></span>tos de cultivo a precios -fabulosos le producía la envidia que causa a los bibliófilos la reseña -de las ventas del Hotel Drouot. Simón Camilo Sánchez ansiaba poder -presentar a la Contaduría de la nación unas cuentas por el estilo.</p> - -<p>La amputación del presupuesto del Departamento le hirió así en sus -sentimientos y en sus convicciones. Su melancólico desaliento tornóse en -hosca pesadumbre cuando el ministro le indicó la conveniencia de -restringir los signos de actividad de la Protección Agrícola, y adoptó -entonces la actitud de todos los grandes hombres en desgracia: se -desterró.</p> - -<p>Aceptando una invitación de la Universidad de Río, partió para el -Brasil. Por espacio de tres meses disertó en las instituciones -jurídicas, científicas, agrícolas y literarias de la capital carioca de -San Paulo, y el eco de sus palabras llegó a Buenos Aires, agrandado por -el entusiasmo de nuestros vecinos y ennoblecido por la distancia.</p> - -<p>Su alejamiento se dejó sentir muy pronto en las oficinas centrales de la -Protección Agrícola. Era la primera vez que faltaba a su puesto desde la -creación del formidable organismo, y<span class="pagenum"><a name="page_50" id="page_50">{50}</a></span> esta ausencia, junto con la -decapitación realizada por la Cámara de Diputados, llevó el desconsuelo -a todos los enrolados en el ejército leporicida. El primero en desertar -fué el subdirector; a poco de haber partido el jefe, pidió una licencia -y se refugió en la estancia de un amigo. Los directores de las diversas -Secciones de personal, estadística, cartografía, propaganda, etc., etc., -siguieron ese ejemplo, y tras una breve despedida se marcharon con la -impresión del que abandona un enfermo desahuciado. Luego los secretarios -de Sección, prosecretario, jefes de oficina, segundos jefes, auxiliares -y escribientes de todas categorías fueron yéndose en progresión -creciente y riguroso orden jerárquico, hasta que todo el personal se -dispersó en la urbe inmensa, como un cargamento de naranjas en el -océano.</p> - -<p>El antiguo edificio del Correo, que se había destinado para las oficinas -de la Protección Agrícola, quedó desierto.</p> - -<p>A veces un empleado iba a escribir una carta o a pedir prestados algunos -pesos al mayordomo, el negro Liborio, para salir de un apuro. Algunos -escribientes que seguían estudios<span class="pagenum"><a name="page_51" id="page_51">{51}</a></span> universitarios se reunían allí para -preparar sus exámenes. En las salas vacías, tapizadas de avisos, máximas -y prevenciones sobre los conejos, resonaba entonces el eco de las -sentencias augustas del Derecho romano, enunciadas en el latín pausado y -cantante de los naturales de nuestras provincias mediterráneas.</p> - -<p class="dtts">Pero ese último vestigio de civilización acabó también por desaparecer, -y finalmente las huestes de ordenanzas, capitaneadas por Liborio, -quedaron dueñas absolutas del campo.</p> - -<p>Un tiempo después inicióse en el vasto edificio un período de singular -actividad. El estrépito ininterrumpido de cincuenta máquinas de escribir -llenó las salas antes silenciosas; las campanillas de los quince -teléfonos y el repiqueteo de los timbres internos matizó alegre y -nerviosamente ese rumor, y el ruido confuso de puertas, pasos y voces -trajo una impresión reconfortante de vida tumultuosa. Al anochecer -salían regueros de luz de todas las ventanas, y esa iluminación se -prolongaba muchas veces hasta las primeras horas de la madrugada. -Probablemente el servicio de ordenanzas<span class="pagenum"><a name="page_52" id="page_52">{52}</a></span> constaba de varios turnos, que -se renovaban por fracciones, porque durante toda la noche no era sino un -constante entrar y salir de sirvientes negros por la puerta principal, -que tenía sus batientes entornadas. En cambio, los empleados debían de -estar sometidos a un régimen monstruoso de trabajo; nunca se les veía -salir a las horas acostumbradas.</p> - -<p>Tal demostración de sobrehumana actividad sorprendía, naturalmente, a -todos los noctámbulos que pasaban por Corrientes y Reconquista. Entre -los periodistas y los <i>clubmen</i> fué así abriéndose paso la idea de la -injusticia de los ataques dirigidos a la meritoria repartición. Algunos -diputados que se cruzaron a las tres de la mañana con un grupo de -ordenanzas negros provenientes del Departamento de Protección Agrícola -se reprocharon en su fuero interno haber votado por la reducción de la -partida.</p> - -<p>Poco a poco esas impresiones favorables a la joven institución fueron -ganando otras clases del pueblo, y cuando Simón Camilo Sánchez regresó -del Brasil, cargado de gloria y engrandecido por los elogios del -extranjero, la opinión pública estaba ya de parte suya. Con<span class="pagenum"><a name="page_53" id="page_53">{53}</a></span> la vuelta -del director de Agricultura, Ganadería y Piscicultura tales sentimientos -se robustecieron, y gracias a las enérgicas gestiones que Delfín Acuña -emprendió cerca de los representantes de su provincia pudieron -traducirse en hechos que vinieron a sacar de su marasmo al profesor -Herrlin.</p> - -<p>Pero antes de historiar el esplendor del Departamento de Protección -Agrícola debemos relatar la primera visita que el <i>privat docent</i> hizo a -sus oficinas centrales cuando aquéllas causaban el estupor de las gentes -con su frenética y misteriosa actividad nocturna.</p> - -<p>Cierto atardecer, al retorno de una de sus habituales visitas al -secretario del ministro, el profesor, que ya comenzaba a perder su -timidez y su paciencia, sintió deseos de visitar de incógnito las -oficinas destinadas a cuartel general de la campaña contra el conejo. -Herrlin se deslizó al través de la puerta principal, como siempre -entornada, y no hallando a nadie, aguardó en el primer rellano de la -escalera a que apareciese algún portero. La espera fué inútil; Herrlin -no divisó a ningún ser viviente. Sin embargo, toda la casa estaba llena<span class="pagenum"><a name="page_54" id="page_54">{54}</a></span> -del estrépito de las máquinas de escribir, del repiqueteo de los timbres -internos y de las nerviosas llamadas de las campanillas telefónicas. A -todo esto se unía el eco de voces y pasos humanos, y se hubiera dicho -que en alguna parte del edificio una banda numerosa ejecutaba un -lánguido vals vienés... Después de un largo momento de espera, Herrlin -se lanzó resueltamente escaleras arriba, y guiándose por el bullicio de -las máquinas de escribir, empujó una puerta. En una vasta estancia, con -el aspecto de un salón de ventas de artículos norteamericanos de -escritorio, cincuenta jóvenes dactilógrafas se hallaban sentadas ante -sus respectivas máquinas, de espaldas a la puerta, y dominando el -tumulto, se oía una voz que declamaba: «El cuelpo, señolitas, debe -pelmanecel natulalmente elguido....»</p> - -<p>Al ruido de la puerta las cincuenta jóvenes dactilógrafas volvieron -simultáneamente la cabeza, mostrando al profesor cincuenta rostros de -ébano lustroso en que sólo se advertía el blanco de la esclerótica y la -roja pulpa de los labios carnosos. Y ante el gigante rubio, de ojos -azules, que las miraba asombrado, las cincuenta<span class="pagenum"><a name="page_55" id="page_55">{55}</a></span> señoritas exclamaron a -un tiempo, mostrando cincuenta dobles hileras de dientes no menos -blancos que el blanco de sus ojos: «¡Qué holol!»</p> - -<p>La oportuna llegada de Liborio puso fin a esta escena. Herrlin le -explicó que era un arquitecto extranjero y que deseaba, para formarse -una idea del sistema argentino de construcción, conocer la distribución -del edificio. (El <i>privat docent</i> se ruborizó al enunciar esta inocente -superchería.)</p> - -<p>Seguro de que el visitante no investía carácter oficial alguno, el -mayordomo se prestó de buen grado a hacerle los honores del caserón. -Recorrieron todas las salas, y Herrlin pudo admirar en ellas la -profusión de avisos, máximas y sentencias sobre el conejo, que ocultaban -el papel de las paredes. Se detuvo ante un cuadro sinóptico que -representaba compendiosamente la evolución de su cocobacilo y concibió -una idea muy favorable de los trabajos de la Sección de propaganda. Pero -no comprendió en qué se ocupaban los grupos de negros de regocijada -fisonomía y aire indolente que sorprendía recostados en los sillones y -sentados sobre las mesas. No se explicó tampoco el sen<span class="pagenum"><a name="page_56" id="page_56">{56}</a></span>tido de la única -alusión que pudo recoger a su paso por un corrillo estacionado en la -biblioteca, en que se hablaba de «la pula tladition de Isabelino Díaz». -Al llamado del teléfono, uno del corro, que fué a atenderlo, dijo -autoritariamente: «En la cualta, métale todo delecho a Cocobacilo...»</p> - -<p>Durante su recorrido le persiguió obstinadamente el eco del vals vienés -ejecutado con toda verosimilitud por un robusto gramófono, y hasta le -pareció advertir a través de una puerta entreabierta varias parejas que -giraban voluptuosamente.</p> - -<p>Terminada la visita, Liborio le acompañaba cortésmente hasta la salida, -cuando volvieron a pasar por frente a la oficina en que trabajaban las -cincuenta obscuras dactilógrafas. A la puerta estaba una joven que le -dirigió una sonrisa impresionante. Liborio explicó: «Mi soblina Alba, -plofesola de datiloglafía.»</p> - -<p>Una vez en la calle, el profesor Herrlin echó a andar sin rumbo, -indescriptiblemente estupefacto de la uniformidad étnica del personal de -la Protección Agrícola y de las extrañas maniobras a que se entregaba. -Caminó y caminó<span class="pagenum"><a name="page_57" id="page_57">{57}</a></span> según su costumbre, hasta que pudo plantear en -hipótesis la solución del enigma. He aquí las proposiciones que llegó a -formularse:</p> - -<p>«El empleo exclusivo de negros se impone, probablemente, por las -condiciones climatéricas de los lugares en que debe desarrollarse la -campaña en contra del conejo.</p> - -<p>»Los ataques al Departamento de Protección Agrícola no son, en -consecuencia, sino un episodio de la lucha de razas en este país.»</p> - -<p>Y habiendo devuelto la tranquilidad a su espíritu con estas -explicaciones, el <i>privat docent</i> se encaminó alegremente a la casa de -doña Asunción.<span class="pagenum"><a name="page_58" id="page_58">{58}</a></span></p> - -<h3>CAPITULO IX<br /><br /> -<small>«DON PEPE»</small></h3> - -<p>Herrlin llegó aquella vez ya entrada la noche a la casa de su patrona.</p> - -<p>Al dirigirse a su pieza para anotar en su libro de memorias las -circunstancias más curiosas de la visita que acababa de realizar, vió a -doña Asunción que corría hacia él llevando apretado contra el seno un -brazado de hojas de coliflor.</p> - -<p>—Míster Herrlin—le avisó—, entre con cuidado; <i>don Pepe</i> se ha metido -en su pieza y no quiere salir...</p> - -<p>El profesor creyó que <i>don Pepe</i> era algún borracho, y se dispuso a -hacerle comprender duramente que el domicilio de un súbdito sueco es -inviolable. Penetró en la habitación; dió luz, pero no vió a nadie.<span class="pagenum"><a name="page_59" id="page_59">{59}</a></span></p> - -<p>—Mire debajo de la cama, míster—indicó la patrona, que había ocupado -el vano de la puerta, siempre con el manojo de hojas de coliflor -amorosamente apretado contra el pecho suntuoso.</p> - -<p>Aunque no sin recelo, el profesor siguió el consejo de doña Asunción: se -inclinó junto al vasto lecho que ocupaba, y a pesar de que no divisó -nada, creyó necesario darle a entender al intruso que lo había -descubierto, porque le dijo con severidad:</p> - -<p>—¡Salga de ahí, señor!...</p> - -<p>A modo de contestación, se oyó debajo de la cama un redoble fuerte y -sonoro como el de un revólver que se golpease contra el piso, y al -propio tiempo un ronquido nada amable. El profesor Herrlin se enderezó -súbitamente y miró con desconcierto a la patrona.</p> - -<p>—Tírele de las orejas—insinuó ésta amablemente.</p> - -<p>Herrlin admiró la despreocupación con que le impulsaba a la peligrosa -empresa de irritar a un hombre armado y en pleno delirio alcohólico; -pero no cedió a esa sugestión femenina que hace los héroes. Las -incidencias de un<span class="pagenum"><a name="page_60" id="page_60">{60}</a></span> pugilato le parecieron impropias de un profesor -universitario.</p> - -<p>Su indecisión fué tan evidente que la patrona se resolvió a obrar por su -propia cuenta. En un gesto que le pareció al sabio sueco el de una madre -espartana encerrándose para morir junto con el enemigo de su patria, -dejó el fardo de coliflores en el umbral y empujó las dos batientes de -la puerta. Luego, adelantándose hasta la cama, se arrodilló y comenzó a -dirigirle a <i>don Pepe</i> denuestos y expresiones de cariño, todo sin -resultado.</p> - -<p>El hosco intruso debía de haberse dormido en su obscuro refugio. -Alentado por esta idea, Herrlin se bajó de nuevo, esta vez sin recelo, y -pudo ver, como a un metro de los pies torneados del lecho, con las -orejas replegadas a lo largo del cuerpo, en posición de reposo, un -soberbio conejo macho, de pelaje gris claro, de la variedad conocida con -el nombre de «gigante de Flandes» (<i>Lepus cuniculus giganteus</i>).</p> - -<p>Este descubrimiento despertó los ímpetus belicosos del profesor. -Repentinamente se acordó del estoque oculto entre sus mantas de viaje; -hallólo en un santiamén, desenvainó, se echó<span class="pagenum"><a name="page_61" id="page_61">{61}</a></span> de bruces sobre el camión -de alfombra y dirigió la afilada lámina de acero contra el pecho del -conejo.</p> - -<p>Doña Asunción, que proseguía de rodillas su canto alterno, al ver el -relampagueo del arma lanzó un grito penetrante.</p> - -<p>Se puso de pie, y sujetando a Herrlin de los hombros rompió a sollozar:</p> - -<p>—¡Por favor, míster!... ¡No me lo mate!... ¡Animalito de Dios! ¡¡Si es -inocente!!</p> - -<p>El profesor, volviendo la cabeza, accedió a las súplicas de su patrona. -Comprendió que <i>don Pepe</i> era el animal tutelar de la casa y que había -estado a punto de cometer un sacrilegio. Envainó el estoque y pidió -disculpas a doña Asunción.</p> - -<p>Fué así cómo, contratado para matar conejos, el profesor Herrlin, a los -pocos meses de estar en Buenos Aires, faltó al convenio por ser grato a -una mujer.<span class="pagenum"><a name="page_62" id="page_62">{62}</a></span></p> - -<h3>CAPITULO X<br /><br /> -<small>SÍNTESIS DE TRES EJERCICIOS FINANCIEROS</small></h3> - -<p>Desde que el ministro de Agricultura obtuvo aquel triunfo parlamentario, -a base de los informes de Johan van der Elst, hasta que en el Instituto -de Bacteriología pudo abrirse a una vida efímera el primer esporo de un -cocobacilo de Herrlin pasaron muchos meses. Las estaciones se sucedieron -unas a otras; las vides brotaron sus pámpanos, las cañas se hincharon de -savia y los campos se cubrieron varias veces de avena, cebada, maíz y -alfalfa. El presupuesto del Departamento de Protección Agrícola alcanzó -sucesivamente las cifras de 2, 4 y 6 millones; las oficinas -metropolitanas rebosaron de empleados; los Comisariatos se multiplicaron -en todo el país, y el servicio de propaganda, que seguía siendo el -predilecto de Simón Camilo<span class="pagenum"><a name="page_63" id="page_63">{63}</a></span> Sánchez, llegó a formas insuperables. Todos -los trenes que cruzaban el territorio llevaban avisos luminosos, y en -las noches serenas de la Pampa, las lechuzas, doctas y noctámbulas, -veían ya sin asombro correr por entre la empalizada de los postes -telegráficos esta fúlgida leyenda: «El conejo es el peor enemigo de la -agricultura.»</p> - -<p>Indiferentes a esta continua detractación, los conejos crecían y se -multiplicaban sin descanso.</p> - -<p>Ramoneando los pámpanos de las vides; royendo las cañas de azúcar -tiernas; devorando, antes que alcanzaran sazón, las espigas de avena y -de cebada; talando los campos de alfalfa; descortezando en las granjas -próximas a los pueblos las sandías y los melones; desenterrando y -devorando las patatas; tronchando los maizales en flor; atiborrándose de -zanahorias, nabos y arvejas; desayunándose con coles, lechugas y -escarolas; horadando y revolviendo la tierra en su infatigable tarea de -zapadores, los cientos de millares de conejos mostrábanse, sin embargo, -menos diligentes que los tres mil empleados del Departamento de<span class="pagenum"><a name="page_64" id="page_64">{64}</a></span> -Protección Agrícola. A pesar de su extraordinaria actividad nutritiva, -aquéllos dejaban siempre algo con lo que el colono podía sembrar para la -próxima cosecha.</p> - -<p>En cambio, no hay recuerdo de que la cuenta anual del Departamento de -Protección Agrícola se haya cerrado nunca sin déficit. Rara vez los -millones acordados por el Congreso alcanzaron más allá del mes de -octubre. Semejante insuficiencia crónica de recursos hizo imposible la -creación del Instituto de Bacteriología en que debía prepararse el -bacilo aniquilador de la plaga. Herrlin, sin embargo, fué ocupado algún -tiempo en la formulación de un nuevo plan de campaña, hasta que se -incorporó a la repartición en calidad de asesor técnico. Por espacio de -muchos meses el <i>privat docent</i> debió redactar, sobre la base de los -partes hebdomadarios de los Comisariatos, un largo informe, que nadie se -tomaba el trabajo de leer. La conclusión invariable de todos esos -documentos consistía en aconsejar la propagación inmediata del -cocobacilo, de acuerdo con el plan que había formulado. Cuando Herrlin -llegó a advertir que sus informes se archiva<span class="pagenum"><a name="page_65" id="page_65">{65}</a></span>ban sin ser tomados en -consideración, dió en la costumbre de leer sus conclusiones a Simón -Camilo Sánchez y de enviar por su cuenta una copia al ministro. Y como a -pesar de todos los desaires siguió obstinándose en leer a todo el mundo -las conclusiones, siempre idénticas, de su informe, fué adquiriendo poco -a poco la reputación de un maniático. Los altos funcionarios del -Departamento no hablaron de él sin mover la cabeza compasivamente; los -empleados no pudieron aludirle sin sonreirse, y los ordenanzas no le -vieron pasar con su abultada cartera sin entregarse a esos silenciosos -accesos de hilaridad propios de los negros.<span class="pagenum"><a name="page_66" id="page_66">{66}</a></span></p> - -<h3>CAPITULO XI<br /><br /> -<small>DONDE EL COCOBACILO DE HERRLIN SE APRESTA A ENTRAR EN ACCIÓN</small></h3> - -<p>Ese año, el cuarto que pasaba en Buenos Aires Augusto Herrlin, el -presupuesto del Departamento de Protección Agrícola fué acerbamente -combatido por la diputación socialista.</p> - -<p>«¡Que se nos muestre el cadáver de un solo conejo! ¡Que se nos informe -sobre los resultados del cocobacilo!», gritaban los energúmenos a cada -nuevo pedido de fondos.</p> - -<p>Ante tales simplistas argumentos, toda elocuencia era vana, y el -ministro tuvo que confesar que, por escasez de recursos, aun no se había -hecho uso del cocobacilo. Todo el mundo lo sabía; pero todo el mundo -creyó necesario asombrarse.</p> - -<p>Fué así como ese año se acordaron ocho millones de pesos para la -prosecución de la lu<span class="pagenum"><a name="page_67" id="page_67">{67}</a></span>cha contra el conejo y se incluyó en la ley de -Presupuesto un artículo mandando iniciar los trabajos para la difusión -del germen fatal.</p> - -<p>Convertido en hombre de confianza del ministro, que había puesto a un -lado a Simón Camilo Sánchez por no haber tenido éste la previsión de -organizar una exposición de cadáveres de conejos, Herrlin terminó en -pocas semanas la instalación de un modesto laboratorio bacteriológico.</p> - -<p>La nueva dependencia del Departamento de Protección Agrícola ocupó una -amplia casa-quinta en la Floresta.</p> - -<p>Se inauguró un día a fines del invierno. El sol tibio, el cielo de un -celeste esplendoroso, los árboles ostentando el verde claro de las hojas -nuevas y el vaho leve de polen que venía del jardín anunciaban la -primavera.</p> - -<p>El profesor Herrlin también la anunciaba por la verbosidad con que -acogía a todos los invitados, por el brillo inusitado de su levita -académica, por el optimismo con que consideraba el futuro, por su ansia -incontenible de consagrarse a la preparación de caldos de cultivo y a -ensayos de la virulencia de sus baci<span class="pagenum"><a name="page_68" id="page_68">{68}</a></span>los, por la impaciencia con que -esperaba la iniciación de la ceremonia inaugural.</p> - -<p>A su alrededor todo parecía también anunciar la primavera: las letras de -oro del frente del edificio, que refulgían al sol; las banderas, que una -brisa suave desplegaba amorosamente; los vistosos tocados de las mujeres -que discurrían por el jardín... A pesar de las prevenciones de sus -maestros contra la ilusión antropocéntrica, Herrlin vinculaba ese -esplendor de la naturaleza a la buena fortuna de su cocobacilo -(<i>Cocobacillus cuniculosum</i>), que iba por fin a poder expandirse -libremente por el territorio de la República.</p> - -<p>Herrlin había invitado a la fiesta a su patrona y a sus compañeros de -pensión. Doña Asunción, de gran gala, acompañada por D. José María de -Inclán-Zavaleta, visitó detenidamente las dependencias del local; los -dos estudiantes de medicina, que tomaban por primera vez en serio las -funciones oficiales del profesor, le ayudaron en sus atenciones -sociales, y el empleado de Lutz y Schulz, que faltaba por primera vez a -su trabajo en un día ordinario, pasó la tarde presa de graves -remordimientos.<span class="pagenum"><a name="page_69" id="page_69">{69}</a></span></p> - -<p>La inauguración del Instituto Modelo de Bacteriología Agrícola había -sido fijada para las dos de la tarde. A las tres el ministro telefoneaba -que se disponía a salir junto con el presidente; a las cuatro mandaba -anunciar que se ponía en camino, y a las cinco, envuelta en las sombras -del crepúsculo, la comitiva oficial hacía su entrada en la quinta.</p> - -<p>Después de las presentaciones de rigor, Herrlin mostró al presidente -todas las dependencias del local, y tras esta recorrida, los -funcionarios fueron a ocupar el estrado que se había construído en el -parque frente a las conejeras aún vacías. Allí, sin defección alguna, se -llevó a cabo el programa concertado por Simón Camilo Sánchez, que -constaba de las siguientes partes:</p> - -<p>1.º Himno nacional.</p> - -<p>2.º Discurso de su excelencia el señor ministro de Agricultura.</p> - -<p>3.º Discurso del presidente de la Comisión de Agricultura de la H. -Cámara de Diputados.</p> - -<p>4.º Discurso del director de Agricultura, Ganadería y Piscicultura.</p> - -<p>5.º Discurso del presidente de la Sociedad Rural.<span class="pagenum"><a name="page_70" id="page_70">{70}</a></span></p> - -<p>6.º Discurso del profesor doctor Augusto Herrlin, director del Instituto -Modelo de Bacteriología Agrícola.</p> - -<p>7.º <i>Lunch.</i></p> - -<p>La concurrencia se agolpó en torno del estrado y aguantó a pie firme el -formidable chubasco oratorio. Según la opinión de D. José María de -Inclán-Zavaleta, los cuatro discursos que precedieron al de su amigo -Herrlin no valían la pena de oírse; eran la reedición de todo cuanto -venía diciéndose sobre el conejo desde que este animalito entrara en el -círculo de las preocupaciones gubernamentales. Y más que nada eran -ponderaciones infinitas sobre su voracidad. El apetito de los conejos -arrancaba a los oradores elocuentes expresiones de reprobativa -admiración.</p> - -<p>En cambio, la breve peroración del profesor sueco suscitó el entusiasmo -de D. José María de Inclán-Zavaleta.</p> - -<p>Herrlin, abandonando la bacteriología, se entró por el terreno de las -ciencias históricas e hizo la síntesis de la lucha constantemente -renovada entre la humanidad y el conejo. Apelando al testimonio de -Strabon, recordó que<span class="pagenum"><a name="page_71" id="page_71">{71}</a></span> en tiempos de Augusto los habitantes de las islas -Baleares y de Lípari y los de la Península Ibérica impetraron el auxilio -de las invictas legiones romanas para combatir la plaga leporina, y que -los tenaces roedores habían derribado, socavando sus cimientos, las -murallas ciclópeas de Tarragona.</p> - -<p>Además señaló con ironía el hecho singular de que esta fecunda y -extendida especie animal había conseguido dar su nombre a la nación más -caballeresca de la historia.</p> - -<p>Los filólogos afirman, en efecto, que la palabra España significa -conejo, porque este animal se llamaba «Saphan» en hebreo, término que -los fenicios convirtieron en Sphania y los latinos en Hispania, España.</p> - -<p>«Tengamos presente asimismo—agregó—que Cátulo llama a España -«cuniculosa» (conejera) y que dos medallas acuñadas bajo el reino de -Adriano representan a esta nación en figura de mujer teniendo a sus pies -un conejo pequeño.»</p> - -<p>El profesor continuó describiendo las diversas formas de persecución al -conejo a través de las edades, y remató encarándose con el<span class="pagenum"><a name="page_72" id="page_72">{72}</a></span> presidente -de la República y dirigiéndole las mismas palabras que el «maire» de una -población rural dedicó a Napoleón III: «Señor: Disponed la inmediata -destrucción de todos los conejos y habréis realizado el acto más grande -del reinado de V. M.»</p> - -<p>Una salva de aplausos acogió esta elocuente incitación final; el -presidente hizo a la vez un ademán de aquiescencia y de agradecimiento -(Herrlin le había dado el tratamiento de Vuestra Majestad), y la -concurrencia, fatigada por cuatro horas de plantón, se precipitó -desenfrenadamente hacia la sala del <i>lunch</i>.</p> - -<p>Las ponderaciones de los oradores sobre el apetito formidable de los -conejos debían haber despertado en el público una noble emulación. Sólo -quien haya arrojado a la madrugada en una conejera populosa un brazado -de frescas hojas de escarola puede formarse una pálida imagen de cómo -desaparecieron las pirámides de dulces, frutas secas y <i>sándwichs</i> que -cubrían de un extremo a otro la amplia mesa de operaciones del -Instituto.<span class="pagenum"><a name="page_73" id="page_73">{73}</a></span></p> - -<h3>CAPITULO XII<br /><br /> -<small>«DON JUAN»</small></h3> - -<p>Al día siguiente, en la casa de doña Asunción se festejaba con un -almuerzo excepcional la inauguración del Instituto.</p> - -<p>La patrona se había propuesto celebrar el acontecimiento con una comida -el día mismo de su feliz realización; pero hubo que postergarla porque -el profesor Herrlin recibió, por primera vez desde su llegada a Buenos -Aires, una invitación de Simón Camilo Sánchez, e Inclán-Zavaleta, de su -lado, se había comprometido a asistir a la lectura de un drama histórico -del doctor David Peña.</p> - -<p>De vuelta de la ceremonia, doña Asunción se sentó a la mesa para la -comida de la noche, pero no probó bocado. Tenía de comensal úni<span class="pagenum"><a name="page_74" id="page_74">{74}</a></span>co al -silencioso empleado de la casa de óptica, gracias a lo cual pudo -reflexionar con detención. Las tareas domésticas no le dejaban, por lo -general, tiempo para hacerlo, y no advirtió así, hasta aquella noche, el -lugar que el ilustre profesor sueco había llegado a ocupar en su casa y -en su corazón.</p> - -<p>Contemplando el asiento vacío del ausente, se dió a pensar en lo -desiertos que serían sus días cuando el profesor, concluída su misión, -retornara a su país. No tendría ya la preocupación cotidiana de que -estuvieran listos a las ocho en punto el tazón de café con leche y -crema, las tostadas con mermelada y la copa de Oporto que componían su -desayuno ordinario. No debería ya vigilar para que a las once y media se -sirviera el almuerzo y para que a las tres de la tarde se le enviase el -te con leche, las rebanadas de pan negro con manteca y de pan candeal -con miel, junto con la copita de coñac a que estaba habituado. -Recordaría en vano que a las cinco y media volvía a tomar te solo con -bizcochos y que exigía regularmente la última comida a las ocho de la -noche. Y hasta llegaría a olvidar que las<span class="pagenum"><a name="page_75" id="page_75">{75}</a></span> veladas de invierno, en torno -de la estufa, se distinguen de las sobremesas estivales porque en un -caso el ponche debe estar bien caliente, y en el otro, la cerveza bien -helada...</p> - -<p>Don Augusto—como había acabado la patrona por llamarle—sabía apreciar -la delicadeza de la vida doméstica. Cuando ella misma arreglaba su -habitación, limpiaba el polvo de los libros y ponía un búcaro de flores -sobre la estantería, el sabio, aunque hubiera estado ausente, reconocía -su mano y le daba las gracias con una efusión infantil.</p> - -<p>No; no era como esos ogros de medicina, que llenaban los cajones de las -mesas de luz con trozos de cadáveres, ni como el historiador -Inclán-Zavaleta, que colgaba las medias de las perillas de la cama.</p> - -<p>Y absorta en tales reflexiones melancólicas, doña Asunción se quedó -hasta muy tarde sentada ante la mesa.</p> - -<p>Sin embargo, al día siguiente no eran todavía las siete de la mañana -cuando la diligente patrona andaba ya revolviendo entre los trastos de -la cocina y traía al trote a la cocinera y a la sirvienta. El -zafarrancho culinario<span class="pagenum"><a name="page_76" id="page_76">{76}</a></span> duró hasta media hora antes de la señalada para -el almuerzo, en que doña Asunción, habiendo dejado todo dispuesto, se -sentó a descansar en el jardín.</p> - -<p><i>Don Pepe</i>, que andaba retozando por allí, fué a tenderse a sus pies. -Así, toda encendida aún por el resplandor de los fogones, con la -arrogante expresión de una dueña de casa que acaba de imponerse, -humillándola, a una cocinera levantisca; la <i>matinée</i>, que señalaba, sin -destacarlas, sus líneas opulentas, y el conejo extendido a sus plantas, -le pareció al <i>privat docent</i> la figura, acuñada en medallas bajo el -reinado de Adriano, que representaba, como se sabe, la Hesperia de los -latinos. Augusto Herrlin estuvo por llamarla «madre de pueblos» y «genio -de una raza voluptuosa y marcial»; pero recordó que era soltera y temió -ofender su pudor.</p> - -<p>Nuestro buen profesor no era locuaz; pero estaba dominado aún por la -excitación del día anterior y necesitaba desahogarla en palabras. Así -que, fijándose en el animal, comenzó a decir:</p> - -<p>—Este conejo, de la variedad «gigantea», ape<span class="pagenum"><a name="page_77" id="page_77">{77}</a></span>llidado vulgarmente -«gigante de Flandes», por su nombre científico <i>Lepus cuniculus -giganteus</i>, y que se distingue de las otras especies monstruosas por sus -orejas más pequeñas y erectas, no debía llamarse <i>don Pepe</i>, sino <i>don -Juan</i>.</p> - -<p>—¿Por qué, don Augusto?—preguntó suavemente la patrona.</p> - -<p>—Las funciones esenciales de estos seres—continuó el profesor—son, en -efecto, la nutrición y el amor, y por ellas debiera caracterizárseles. -Es cierto que ambas son necesidades primordiales de todas las especies y -que el hambre y la pasión sexual (doña Asunción se ruborizó) son los -instintos primarios del hombre; pero en pocos animales alcanzan la -intensidad que en el conejo, la liebre y el lepórido. Los antiguos -romanos habían consagrado la liebre a Venus y tenían su carne por un -manjar afrodisíaco...</p> - -<p>Y el <i>privat docent</i> de Upsala siguió ensartando con su ingenuidad de -sabio una serie de detalles procaces sobre las fornicaciones y el -régimen poligámico de los conejos y los románticos torneos amatorios de -las liebres.</p> - -<p>Doña Asunción, que escuchaba en silencio<span class="pagenum"><a name="page_78" id="page_78">{78}</a></span> el escabroso relato, mientras -acariciaba con mano trémula las sedosas orejas de su protegido, se -levantó precipitadamente al oír el aviso para el almuerzo. <i>Don Pepe</i> o -<i>don Juan</i>, como se quiera llamarlo, la siguió a grandes trancos, -moviendo cómicamente las orejas y el rabo, convencido de que aun podía -agradar a su dueña con sus morisquetas y sus gracias infantiles.</p> - -<p>Pero desde la sabia disertación del jardín, <i>don Pepe</i> fué para la -opulenta patrona la bestia disoluta, el macho cruel y egoísta, el -incestuoso y filicida, el amante insaciable y seductor satánico que los -poetas han idealizado en el retrato de Don Juan. No volvió jamás a -acariciarle en público; sólo unas pocas veces, a escondidas, lo estrechó -contra su pecho, y besándole nerviosamente, le dijo: «¡Monstruo!...»<span class="pagenum"><a name="page_79" id="page_79">{79}</a></span></p> - -<h3>CAPITULO XIII<br /><br /> -<small>EL HONOR DE LOS PUEBLOS</small></h3> - -<p>El almuerzo preparado por doña Asunción en homenaje del sabio -bacteriólogo debía ser su obra maestra; pero, como tantas otras obras -maestras, quedó inconclusa.</p> - -<p>A mediados de la comida dos personas reclamaron insistentemente -entrevistarse sin retardo con el profesor. Herrlin abandonó su asiento -de honor y se encerró con los dos visitantes.</p> - -<p>—Deben de ser periodistas—dijo la patrona para explicarse la -inoportunidad de su arribo.</p> - -<p>Eran, efectivamente, dos periodistas de la Redacción de <i>El León de -Castilla</i>, que venían, en nombre de su director, D. Cástulo Z. Pérez de -Manara, a retar a duelo al profesor doctor Augusto Herrlin por las -expresiones denigrantes con que en su discurso de la víspera había<span class="pagenum"><a name="page_80" id="page_80">{80}</a></span>se -referido a la madre patria. Pérez de Manara, que continuaba con honor y -provecho la tradición combativa del periodismo español en el Río de la -Plata, creía que la substitución del león heráldico, emblema de la -nobleza y el valor castellanos, por el conejo de las medallas de la -época de Adriano, y el calificativo de «conejera» (cuniculosa) dado a la -hidalga nación eran afrentas que sólo podían lavarse con la sangre del -profesor sueco.</p> - -<p>—Pero, señores, si no hay ofensa alguna...</p> - -<p>—No es usted el indicado para pronunciarse a ese respecto—replicó -severamente uno de los padrinos.</p> - -<p>—Si no he hecho mas que recoger todos esos datos en las fuentes -históricas...</p> - -<p>—Aunque los hubiese bebido usted en la Cibeles—repuso airadamente el -otro padrino—. ¿Cree usted que cuadra a los héroes de Somorrostro el -pedir socorro a las legiones garibaldinas para defenderse de una plaga -de gazapos? Paparruchas, hombre, paparruchas. Ni aunque lo dijesen Ramón -y Cajal y Menéndez y Pelayo...</p> - -<p>—No conozco a esos cuatro señores—con<span class="pagenum"><a name="page_81" id="page_81">{81}</a></span>testó pacíficamente el sabio—; -pero puedo mostrarles ahora mismo el pasaje del libro III de la -<i>Geográfica</i>, de Strabon, en que se refiere el hecho. Tengo a mano la -edición de Kramer, Berlín, 1844-47, ejecutada sobre el <i>Códice de -París</i>, 1393, que si ustedes quieren pueden confrontar con la traducción -francesa de M. Amédée Tardieu, París, 1867-94. Pongo esos libros a la -disposición del señor Pérez de Manara...</p> - -<p>—Nosotros, señor profesor, hemos venido a desafiar a un hombre, no a -una biblioteca...</p> - -<p>Indiferente a los arrebatos de los dos representantes, el <i>privat -docent</i> intentó entrar en una larga disertación para demostrar que el -reconocimiento de la veracidad histórica es compatible con el respeto a -las naciones. Pero a cada argumento ambos padrinos dábanse sendos golpes -en el pecho y exclamaban a coro:</p> - -<p>—¡Somos castellanos!...</p> - -<p>—¡Y yo soy sueco!—dijo al final, ya amoscado, el profesor de Upsala.</p> - -<p>—No sólo lo es usted, sino que se lo hace—enunció el primer padrino.</p> - -<p>Por el tono, Herrlin advirtió que esa frase<span class="pagenum"><a name="page_82" id="page_82">{82}</a></span> tenía un sentido injurioso. -Cortó resueltamente la conferencia, y rogándoles a los enviados de Pérez -de Manara que aguardasen un instante, se dirigió al comedor con las -facciones demudadas por la ira. Llamó aparte a don José María de -Inclán-Zavaleta y al mayor de los estudiantes de Medicina, y poniéndolos -rápidamente al corriente del asunto, les designó como representantes -suyos. Los dos aceptaron, trasladándose a la sala, donde el cuarteto de -padrinos comenzó a deliberar.</p> - -<p>Encerrado mientras tanto en su habitación, Herrlin se entregó a un -desordenado paseo, y terminó arrugando de un puñetazo el primer volumen -de la <i>Geográfica</i>, de Strabon, en la correcta edición de Kramer, -Berlín, 1844.</p> - -<p>«¡Que doce mil quinientos diablos los utilicen para calentarse los pies -en pleno rigor del estío infernal!», dijo, refiriéndose a las ciencias -históricas y geográficas.</p> - -<p>E hizo el voto de no transgredir jamás los límites de la bacteriología.</p> - -<p>Aunque las tramitaciones se prolongaron varios días e intervinieron en -ellas el canciller, el ministro de Agricultura, Simón Camilo Sán<span class="pagenum"><a name="page_83" id="page_83">{83}</a></span>chez y -el jefe de Policía, además de los cuatro padrinos, Augusto Herrlin salió -bien librado. No le dejaron batirse, y tuvo que contentarse con firmar -una declaración pública en la que enunciaba su afectuoso respeto por la -madre patria, y en la que Strabon, Plinio y Cátulo aparecían como tres -panfletistas que hubiesen escrito bajo las pasiones de la guerra de la -independencia americana. A despecho de los usos caballerescos, el -profesor sueco consintió en entregar él mismo aquella nota a los -padrinos de su adversario.</p> - -<p>Estos fueron a recogerla al Instituto en momentos en que Herrlin, con un -ojo aplicado al tubo de un microscopio, veía abrirse un esporo de su -cocobacilo con el regocijo del que advierte la primera sonrisa de su -primogénito.</p> - -<p>Uno de los redactores de <i>El León de Castilla</i>, indignado por los -arteros recursos del profesor sueco para vencer a los conejos, le dijo a -modo de despedida:</p> - -<p>—¡Nosotros los castellanos, señor profesor, matamos los conejos frente -a frente!<span class="pagenum"><a name="page_84" id="page_84">{84}</a></span></p> - -<h3>CAPITULO XIV<br /><br /> -<small>LA SEPTICEMIA DE HERRLIN</small></h3> - -<p>A la inauguración del Instituto Modelo de Bacteriología Agrícola siguió, -pocas semanas después, la creación de la Junta Fiscalizadora Honoraria -de los trabajos en contra del conejo, que debía informar sobre las -investigaciones científicas del profesor Herrlin. Componían esa Junta el -indispensable Simón Camilo Sánchez, varios altos funcionarios y el -doctor Aníbal Gaona, ex magistrado, ex ministro, ex vocal del Consejo de -Educación, ex embajador, etcétera, etc.</p> - -<p>El doctor Gaona era la persona de mayor prestigio del país. Su -reputación de integridad no podía ser igualada por nadie, porque nadie -como él había firmado siempre en disidencia en los acuerdos de las -Cámaras de apelaciones,<span class="pagenum"><a name="page_85" id="page_85">{85}</a></span> ni había renunciado tantos ministerios a los -pocos días de aceptarlos como una solución nacional, ni había sufrido un -número mayor de injustas derrotas en los comicios. Su designación fué -acogida con aplauso por todo el mundo y señalada como un indicio de que -el Gobierno estaba irrevocablemente resuelto a llevar adelante la -campaña leporicida.</p> - -<p>El profesor Herrlin no podía iniciar sus trabajos hasta tanto la Junta -no le oyese y aprobase su plan. Tuvo, pues, que aguardar a que se -constituyese, redactase su reglamento, eligiese presidente al doctor -Gaona, nombrase dos secretarios rentados y discutiese durante varias -semanas el local en que celebraría definitivamente sus sesiones.</p> - -<p>Por fin cierto día pudo exponer ante la Junta en pleno, y en presencia -del ministro de Agricultura, las virtudes de su cocobacilo. Su -disertación fué escuchada en medio de un silencio impresionante. El -<i>privat docent</i>, después de explicar minuciosamente los detalles que -diferencian el género bacteria (<i>bacterium</i>) del bacilo (<i>bacillus</i>), -confundidos con frecuencia por el vulgo, señaló todas las excepciones -co<span class="pagenum"><a name="page_86" id="page_86">{86}</a></span>nocidas de esa clasificación en dos géneros, y terminó estableciendo -la regla llamada «principio de Hedenius», según la cual los bacilos -pueden ostentar todos los caracteres de las bacterias y las bacterias -todos los caracteres de los bacilos. El cocobacilo Herrlin encuadraba, -como todos sus congéneres, en el principio de su sabio maestro de -Upsala, y excepción hecha de la rapidez de su multiplicación y la -resistencia de sus esporos, no ofrecía ningún rasgo extraordinario. Era -el agente de la septicemia cuniculosa de Herrlin, que no debía -confundirse con la septicemia experimental de Koch ni con la espontánea -de Alfort. Inoculado a un conejo, el cocobacilo determinaba su muerte en -menos de veinte horas. Apenas recibían en sus tejidos al terrible -huésped, los pobres roedores se mostraban abatidos, con signos de -decaimiento moral, faltos de apetito, y con las orejas gachas y el pelo -erizado se apelotonaban en el fondo de sus cuevas.</p> - -<p>Allí, después de una serie de trastornos intestinales, iba a -sorprenderles irremediablemente la muerte.</p> - -<p>Pero lo maravilloso de los estudios del pro<span class="pagenum"><a name="page_87" id="page_87">{87}</a></span>fesor sueco residía en el -grado de domesticación a que había llevado su cocobacilo. Este le -obedecía con la docilidad de un perro, y así, a su arbitrio, aumentando -o disminuyendo su virulencia, podía fulminar a los conejos en menos de -dos horas o prolongar su agonía durante muchos meses, atacar únicamente -a las hembras o exterminar sólo a los machos y hacerlo mortífero en -verano e inocuo en invierno o viceversa. Además, mediante un régimen -especial, podía convertir a ciertos conejos en agentes propagadores del -bacilo. Los animales preparados para esas funciones derrotistas -adquirían una vitalidad a toda prueba y una extraña afición por la -sociedad de sus semejantes. Sin respetos por las castas sociales ni por -los usos venerables del mundo cunicular, se introducían audaz y -afablemente en las cuevas ajenas, se hacían de la familia, infectaban a -todos sus miembros, y apenas recogían el último suspiro del último -representante de la tribu corrían a la cueva más próxima, donde se -instalaban con el desenfado de los conejos habituados al trato mundano. -Y la descripción que hacía el profesor sueco de la afabilidad, el buen<span class="pagenum"><a name="page_88" id="page_88">{88}</a></span> -humor y el don de gentes de esos individuos consagrados a llevar la -desolación y la muerte a los hogares era realmente siniestra.</p> - -<p>«¡Qué formidables <i>jettatores</i>!», pensó entre sí el doctor Gaona, que -era supersticioso.</p> - -<p>Simón Camilo Sánchez, burócrata por excelencia, meditó con melancolía en -el porvenir del Departamento cuando ya no existiesen conejos a quien -vigilar. En cambio, el ministro oía con avidez a Herrlin, soñando -voluptuosamente en aplastar a la diputación socialista bajo una montaña -de pestilentes cadáveres de conejos.<span class="pagenum"><a name="page_89" id="page_89">{89}</a></span></p> - -<h3>CAPITULO XV<br /><br /> -<small>UNA CAMPAÑA ELECTORAL</small></h3> - -<p>A tiempo que la Junta Fiscalizadora Honoraria debía expedirse respecto -al informe del profesor Herrlin, las elecciones de renovación -presidencial comenzaban a preocupar a las gentes. Al principio, como no -se conocían aún las candidaturas definitivas, la agitación pública se -manifestaba ardorosa, pero confusamente. Las fuerzas opositoras habían -librado ya en torno del presupuesto de la Protección Agrícola su primer -combate con las del Gobierno, y la propaganda partidista había -convertido aquel organismo burocrático en el emblema del oficialismo -ignaro y corruptor. Algunas elecciones provinciales, preludio del gran -acto comicial, fueron ganadas por los elementos de Delfín Acuña, -empleados todos de los<span class="pagenum"><a name="page_90" id="page_90">{90}</a></span> Comisariatos locales, y esta derrota enardeció a -las oposiciones. El Departamento de Protección Agrícola fué calificado -de «máquina electoral puesta al servicio del Gobierno y alimentada con -los dineros del pueblo» y estigmatizada en mil manifiestos.</p> - -<p>Y cuando la Convención del partido oficial designó su candidato al -doctor Aníbal Gaona, presidente de la Junta Fiscalizadora Honoraria de -los trabajos en contra del conejo, los grupos de opositores arreciaron -en su campaña. El descaro del oficialismo llegaba hasta el extremo de -levantar la candidatura de un empleado de la Protección Agrícola.</p> - -<p>En contra de Gaona, la coalición opositora alzó el nombre del doctor -Juan Carlos Vértiz, que había sido intendente de San Luis durante la -revolución del año 96, que, como se sabe, duró tres horas y cuarenta y -cinco minutos.</p> - -<p>Entre ambos candidatos, de méritos tan equilibrados, el triunfo era -indeciso. Sus programas respectivos no iban ciertamente a dividir la -opinión: el del doctor Gaona proclamaba «libertad de sufragio, reducción -del presupuesto, fomento del comercio y las industrias», y<span class="pagenum"><a name="page_91" id="page_91">{91}</a></span> el de su -antagonista enunciaba «pureza electoral, disminución de los gastos, -propulsión de las industrias y el comercio».</p> - -<p>Pero el doctor Gaona pertenecía al Departamento oprobioso, mientras que -el doctor Vértiz no había ocupado jamás un cargo público, y por esta -sola señal el electorado debió decidirse entre ambos. La zarandeada -institución vino así a convertirse en el centro de la contienda.</p> - -<p>Ya desde los preliminares de la campaña electoral los grupos opositores -tomaron la costumbre de ir a silbar ante el edificio del Departamento y -a denostar a los pocos empleados que se asomaban a las ventanas del -viejo caserón.</p> - -<p>Durante toda la campaña electoral el doctor Vértiz no abandonó su quinta -de Morón. Su austeridad cívica le vedaba salir a solicitar el voto de -los electores. No pronunció tampoco una sola palabra, ni escribió una -línea, y a partir del día de la proclamación negóse terminantemente a -recibir a los caudillos opositores que trabajaban por el triunfo de su -candidatura. La única vez que se le oyó decir algo fué en el<span class="pagenum"><a name="page_92" id="page_92">{92}</a></span> velorio de -un ex revolucionario del 96. El doctor Vértiz, ante el ataúd de su -compañero de armas, repitió hasta tres veces en voz baja: «El conejo no -existe, el conejo no existe, el conejo no existe.»</p> - -<p>Esa sentencia, recogida por oídos fieles, fué la fórmula mágica de la -campaña electoral. Desde aquella noche los opositores diéronse a afirmar -resueltamente: «El conejo no existe... El conejo es una invención del -régimen oprobioso...»</p> - -<p>Con toda la gravedad de un espíritu jurista, el doctor Gaona preparaba -mientras tanto el informe que la Junta Fiscalizadora Honoraria debía -presentar sobre el método del profesor Herrlin y la eficacia de su -cocobacilo. A mediados de la campaña electoral, la parte ya redactada -alcanzaba a 2.480 páginas en papel de oficio. El candidato gubernamental -había extractado todas las Memorias y publicaciones del Departamento de -Protección Agrícola y había solicitado además infinidad de informes al -sabio sueco. Junto con los tres voluminosos tomos en que el doctor Gaona -creía poder concretar los varios aspectos de la cuestión, de<span class="pagenum"><a name="page_93" id="page_93">{93}</a></span>bía -aparecer un <i>Atlas</i> con la colección de todos los mapas sobre -repartición de la plaga de conejos dados a luz en los últimos cinco -años. Esa prueba gráfica y documental iba dirigida directamente contra -el optimismo práctico de su antagonista, al que aludía cuando hablaba -del «optimismo del avestruz, que, escondiendo la cabeza bajo el ala, se -niega a reconocer el peligro».</p> - -<p>El <i>Informe de la Junta Fiscalizadora Honoraria de los trabajos en -contra del conejo</i>, en tres tomos y un atlas, apareció editado por la -imprenta Coni y llevando por nombre de autor el del doctor Aníbal Gaona -con todos los títulos que había alcanzado en toda su larga vida pública.</p> - -<p>Los cuatro volúmenes eran de unas dimensiones impresionantes, y ante -ellos nadie se habría sentido capaz de negar la existencia del conejo. -Así, los partidarios del doctor Vértiz a la aparición del libro -sufrieron un profundo desconcierto. Era inútil que los más fanáticos -exclamasen: «¡El conejo no existe!... <i>Avanti!</i>» Sus correligionarios -contemplaban la mole enorme del <i>Informe</i> y movían la cabeza con<span class="pagenum"><a name="page_94" id="page_94">{94}</a></span> -desconsuelo: la obra del doctor Gaona era inexpugnable. ¡Cualquiera se -atrevía con las 4.375 páginas de texto!</p> - -<p>Sin embargo, la reacción no tardó en producirse. Los opositores -eludieron referirse al <i>Informe</i>; pero atacaron con más acritud si cabe -al Departamento. A la vuelta de un gran mitin, una columna nutrida de -manifestantes verticistas quiso llegar hasta el edificio del -Departamento, pero fué duramente rechazada por la Policía. Exacerbados -por esta derrota, un grupo de afiliados a un Comité de la Floresta -apedreó al anochecer el Instituto Modelo de Bacteriología Agrícola. A -esa hora sólo se hallaban en el establecimiento Herrlin y un sirviente. -El profesor estaba ocupado en el trasvase de unos cultivos de cocobacilo -cuando oyó los gritos de los asaltantes y el estrépito de los cristales, -que saltaban en mil pedazos. Corrió a la puerta de entrada y desde allí -procuró descubrir en las sombras el origen del tumulto. A su aparición, -los gritos arreciaron en la calle, así como la lluvia de piedras que se -estrellaban contra el frente de la casa. Un cascote que zumbó más -vigorosamente que los otros alcanzó en<span class="pagenum"><a name="page_95" id="page_95">{95}</a></span> una sien al estupefacto Herrlin. -Este sintió el choque; advirtió en seguida la tibieza de la sangre, que -le corría por la cara, y asiéndose al pasamano de la puerta, fué -doblándose lentamente hasta que quedó sin fuerzas en el suelo. Los -gritos de los revoltosos le parecieron mezclarse con el sordo borboteo -de la sangre, y poco a poco fué perdiendo dulcemente la noción de todo, -como cuando se quedaba dormido, frente a la estufa de su cuarto de -estudiante, en Upsala.<span class="pagenum"><a name="page_96" id="page_96">{96}</a></span></p> - -<h3>CAPITULO XVI<br /><br /> -<small>THE RABBIT’S MARCH</small></h3> - -<p>Cuando el profesor Herrlin volvió en sí se halló en una habitación de -hospital, toda blanca e inundada de luz. Por una ventana divisó una -extensión de parque, y a lo lejos, la atmósfera fuliginosa de un barrio -fabril. Tres o cuatro personas conversaban animadamente en un extremo de -la estancia. Herrlin creyó reconocer las voces, pero no entendió lo que -decían. A un movimiento suyo, los interlocutores se acercaron al lecho, -y viéndole con los ojos abiertos y la expresión lúcida, comenzaron a -arengarle en una lengua rotunda y armoniosa. El <i>privat docent</i> se -incorporó en el lecho, y después de mirar con angustia a sus -interpelantes, murmuró unas palabras en sueco. Augusto Herrlin se había -olvidado del castellano...<span class="pagenum"><a name="page_97" id="page_97">{97}</a></span></p> - -<p>Había olvidado asimismo todo cuanto le aconteciera desde su embarco en -Estocolmo. Las gentes que esos días se acercaron a su lecho no le -parecían extrañas, y las palabras incomprensibles que le dirigieron -sonaban en sus oídos como algo muy conocido; pero ni unas ni otras -evocaron recuerdo alguno en su espíritu. Toda su vida mental se reducía -a sus hábitos e impresiones de Upsala. A veces el paso lento del -practicante de guardia le hacía creer que el profesor Hedenius se -aproximaba para arrancarle de la extraña pesadilla en que estaba -postrado, y otras un vocerío lejano le daba la ilusión de que los -estudiantes abandonaban el <i>aula magna borealis</i> de su vieja -Universidad.</p> - -<p>Ese confinamiento en el pasado hacía de él una persona dócil e inerte. -Seguro de que era presa de las ilusiones de un delirio, se entregaba sin -resistencia a todas las sugestiones de los que le rodeaban. Una visita -que le hizo el ministro sueco no le ilustró sobre su situación.</p> - -<p>El diplomático, para no comprometerse, no hizo la menor alusión al -cascotazo, y le dirigió esas vagas preguntas y frases consoladoras que<span class="pagenum"><a name="page_98" id="page_98">{98}</a></span> -se aplican lo mismo a un enfermo del cólera morbo que al clausurado en -su casa por un resfrío. Como a la semana de su vuelta a la vida Herrlin -fué conducido a casa de doña Asunción. La patrona, que ya le había -visitado en el hospital, le recibió llorando, y esta demostración de -sentimiento arrancó por un instante al <i>privat docent</i> de la -inconsciencia a que se había abandonado.</p> - -<p>Satisfecho de darse en el mundo de los sueños con un ente compasivo, le -alargó la mano y la saludó afablemente en sueco. Doña Asunción redobló -el llanto, y en medio de su desconsuelo apuntó el orgullo femenino: -«¡Pobrecito, me ha reconocido!...»</p> - -<p>Este estado del director del Instituto Modelo de Bacteriología Agrícola -no era conocido sino por unas cuantas personas. Todo el mundo se había -enterado de su salida del hospital y se le suponía ya sano y fuerte.</p> - -<p>Era lo mejor que podía ocurrir; el asalto al Instituto despertó una -emoción tan violenta, que de alimentarse con cualquier otra noticia se -comprometería el orden público.</p> - -<p>Toda la Prensa condenó enérgicamente el<span class="pagenum"><a name="page_99" id="page_99">{99}</a></span> vergonzoso atentado y encareció -el prestigio mundial de la víctima. Sólo <i>El León de Castilla</i> se -permitió insinuar que, de haber sido Herrlin un argentino o un -castellano, los asaltantes no habrían salido tan bien librados. Las -acciones de la candidatura Vértiz sufrieron una merma considerable. -Aunque las fracciones opositoras se asociaron a la protesta pública, no -pudieron eludir cierta responsabilidad. El Comité universitario de la -candidatura Gaona, en un vibrante manifiesto, había acusado del crimen -de lesa ciencia al doctor Vértiz, «instigador directo del ominoso hecho, -que es una página de vergüenza en el infolio inmaculado de la -civilización argentina».</p> - -<p>Delfín Acuña, que se constituyera en <i>manager</i> de la candidatura -oficial, tuvo la idea de ofrecer un banquete de desagravio al profesor -Herrlin: era el golpe de gracia a la campaña opositora. Apenas se lanzó -la iniciativa comenzaron a llover adhesiones de las Asociaciones -universitarias, centros científicos, institutos de cultura y Sociedades -pedagógicas; de las sesenta Cooperativas constituídas por los empleados -del Departamento de Protección Agrí<span class="pagenum"><a name="page_100" id="page_100">{100}</a></span>cola; de los cientos de Comités -gaonistas; de los clubs atléticos escandinavos y de mil organizaciones -de todo carácter. La lista de comensales llegó a una cifra fabulosa, y -la Comisión organizadora se vió en la necesidad de cerrar la inscripción -cuatro días antes del banquete. Para compensar a los miles de ciudadanos -que no pudieron conseguir cubierto, Delfín Acuña imaginó organizar una -manifestación de antorchas que iría a saludar al <i>privat docent</i> a la -salida del teatro donde se tendería la mesa.</p> - -<p>Llegó la noche del banquete. El anonadamiento en que vivía el profesor -sueco no preocupó a los directores del homenaje; Acuña había prometido -remediar a todo, y eso les tranquilizaba. El activo provinciano se -presentó al anochecer en casa de doña Asunción, y a fuerza de mímica y -con la ayuda de la patrona vistió al sabio de frac, le pintó con tintura -de yodo la cicatriz, apenas visible, del ominoso cascotazo, y metiéndole -en un automóvil lo llevó al Coliseo. En el vestíbulo aguardaba al sabio -la Comisión organizadora del homenaje. Forzado por su compañero, el -pobre autómata dió la mano a todos, y al penetrar en<span class="pagenum"><a name="page_101" id="page_101">{101}</a></span> el inmenso recinto -agradeció con gestos mecánicos la estruendosa aclamación que saludó su -llegada. Sostenido siempre por Delfín Acuña, se llegó como un sonámbulo -hasta la cabecera del banquete y ocupó el lugar de honor. A su lado tomó -ubicación Delfín Acuña. Los mil doscientos comensales se sentaron a lo -largo de las mesas, que parecían perderse en el horizonte, y por un -momento no se oyó más que el ruido de los cubiertos y el rumor de los -dos mil cuatrocientos maxilares. Junto con la memoria, el <i>privat -docent</i> había perdido el apetito; puso los codos sobre la mesa, y con la -cara oculta entre las manos se entregó a sus recuerdos de Upsala. Delfín -Acuña, para explicar esta compostura, dijo a su vecino de la derecha:</p> - -<p>—El profesor está mamado....</p> - -<p>Y a los pocos segundos esta simple observación, pasando de boca en boca, -había llegado al extremo de la mesa. De aquí saltó el mantel, pasó a la -mesa próxima y corrió por las filas interminables de comensales como un -hilo de agua por las hendeduras de un embaldosado: «¡El profesor está -mamado!... ¡El profesor está mamado!...»<span class="pagenum"><a name="page_102" id="page_102">{102}</a></span></p> - -<p>Y los comensales se sonrieron, conmovidos por ese rasgo de hombría, que -ellos consideraban incompatible con el cultivo de las Ciencias -naturales. Sólo en la mesa ocupada por los miembros más espectables de -la colectividad sueca se notaron algunos gestos de disgusto.</p> - -<p>Como una delicada atención a las funciones del profesor Herrlin, el menú -del banquete se componía todo de platos alusivos: <i>Salpicon de p’tit -lapin</i>, <i>Soupe de lièvre</i>, <i>Oreilles de lapin a la Hindenburg</i>, <i>Civet -de lièvre</i>, <i>Queue de p’tit lapin a la Sainte Menehould</i>, -<i>Welsh-Rabbit</i>, etc., etcétera. Delfín Acuña había contratado con -destino a la comida la provisión de 4.000 conejos, cuyas pieles, después -de sacrificados, fueron distribuídas a los elementos de los Comités -gaonistas que debían formar en la manifestación de antorchas.</p> - -<p>El doctor Gaona ofreció la demostración. Cuando al retirarse el último -plato de conejo se puso de pie, estalló en la sala una ovación -ensordecedora. El candidato a la presidencia se inclinó conmovido, y -encarándose con el <i>privat docent</i> le expuso cuánta admiración tenía<span class="pagenum"><a name="page_103" id="page_103">{103}</a></span> -por su talento, cuánto respeto por sus nobles condiciones personales y -cuánta gratitud por los servicios incalculables que había prestado al -país... Y mientras desarrollaba extensamente estos tres tópicos, el -aludido paseaba la mirada distraída de sus ojos azules por el plafón del -teatro. En el preciso instante en que terminó la peroración del -candidato, Delfín Acuña aplicó al <i>privat docent</i> un puñetazo en el -estómago, que le obligó a doblarse sobre la mesa, en señal de -agradecimiento, y antes de que se repusiese del golpe, el doctor Gaona -lo estrechó cordialmente en sus brazos. En ese momento, en medio de las -ovaciones delirantes que suscitó el discurso y la escena del abrazo, la -banda del maestro Malvagni atacó los primeros compases de <i>The Rabbit’s -March</i> (La marcha del conejo), que había venido a ser el himno oficial -de los <i>gaonistas</i>. ¡Qué entusiasmo entonces! ¡Con qué profunda unción -se elevaron las primeras palabras de la canción partidista!:</p> - -<div class="poetry"> -<div class="poem"><div class="stanza"> -<span class="i2">Combatimos al conejo<br /></span> -<span class="i0">Desde el norte del Bermejo<br /></span> -<span class="i0">Hasta el cabo Santa Cruz (<i>bis</i>)<br /></span> -<span class="i3">. . . . . . . . . . . . . . . .<br /></span> -<span class="pagenum"><a name="page_104" id="page_104">{104}</a></span></div></div> -</div> - -<p>El eco de la canción llegó hasta la multitud, que con las antorchas -encendidas y tremolando 4.000 pieles de conejo daba un aspecto -fantástico a la plaza Libertad. Y 10.000 voces, trémulas de cívica -emoción, entonaron el himno augusto:</p> - -<div class="poetry"> -<div class="poem"><div class="stanza"> -<span class="i2">Combatimos al conejo<br /></span> -<span class="i0">Desde el norte del Bermejo<br /></span> -<span class="i0">Hasta el cabo Santa Cruz (<i>bis</i>)<br /></span> -<span class="i3">. . . . . . . . . . . . . . . .<br /></span> -</div></div> -</div> - -<p>Los soldados del escuadrón hicieron la venia...<span class="pagenum"><a name="page_105" id="page_105">{105}</a></span></p> - -<h3>CAPITULO XVII<br /><br /> -<small>«¡EL CONEJO NO EXISTE!»</small></h3> - -<p>El doctor Gaona triunfaba. La publicación del <i>Informe</i> había inclinado -la opinión en favor suyo, y el desfile subsecuente al banquete del -Coliseo puso la victoria de su parte. La exhibición de las 4.000 pieles -de conejos, que llenaron de pelusa todo el norte de la ciudad, -impresionó a los electores, que desde esa noche acotaron con leyendas -sarcásticas e injuriosas las proclamas de los verticistas: <i>¡El conejo -no existe...!</i></p> - -<p>A dos meses de las elecciones, el candidato oficial podía considerarse -ungido presidente de la República. En el Departamento de Protección -Agrícola reinaba un júbilo extraordinario: Delfín Acuña preparaba una -enorme lista de ascensos y aumentos de sueldos, y Simón Camilo Sánchez -estaba estudiando la posibilidad<span class="pagenum"><a name="page_106" id="page_106">{106}</a></span> de contratar un empréstito de cien -millones de pesos para llevar adelante la campaña.</p> - -<p>Convencidos de su derrota irremediable, los opositores dejaron de dar -señales de vida. Sólo los diputados socialistas velaban. De acuerdo con -su táctica, habían repartido la lectura de los tres tomos del <i>Informe -de la Junta Fiscalizadora Honoraria</i> entre los veinte secretarios de los -Comités de la capital, reservándose ellos el trabajo de coordinar los -informes y hacer el resumen de toda la labor. A los noventa días de -acometer esa empresa ciclópea, los quince legisladores conocían al -dedillo la vida y milagros del cocobacilo de Herrlin y sabían el té que -se había gastado en la primera semana del primer año en el -Subcomisariato de los Quirquinchos. Pero su asombro no tuvo límite -cuando advirtieron que los mapas reproducidos en el formidable <i>Atlas</i> -eran falsos. Todas las cartas levantadas mensualmente durante cinco años -por la Sección de Cartografía del Departamento señalando la repartición -de la plaga leporina habían sido construídas de cabo a rabo con datos -absolutamente inventados. En veinte puntos del territorio no se<span class="pagenum"><a name="page_107" id="page_107">{107}</a></span> habían -conocido nunca otros conejos que los reproducidos en los carteles de -propaganda de la Protección Agrícola, y a pesar de eso desaparecían en -los mapas bajo enormes borrones de azul de Prusia. La mistificación -alcanzaba proporciones de epopeya en los mapas de la región de Cuyo, -trazados bajo la dirección de Delfín Acuña; las dos provincias -vitivinícolas parecían un mar inmenso; ¡tan uniforme y constante el añil -que las cubría!</p> - -<p>Es de imaginarse el escándalo que en torno de este asunto promovió la -diputación socialista. Las revelaciones que agregaron respecto al manejo -de los fondos de la Protección Agrícola y sobre la inercia criminal que -había reinado en las gestiones para la aplicación del cocobacilo -produjeron en todo el país una sensación de estupor.</p> - -<p>El presidente de la República declaró que ayudaría con todo su poder al -esclarecimiento del <i>affaire</i>, y dió, en efecto, órdenes al jefe de -Policía para que se pusiera al servicio de la Comisión investigadora -parlamentaria.</p> - -<p>Esta inició la instrucción del sumario en medio de la mayor expectativa -pública; los<span class="pagenum"><a name="page_108" id="page_108">{108}</a></span> taquígrafos de la Prensa asistían a las sesiones, y a cada -reunión los diarios opositores anunciaban con bombas de estruendo la -aparición de los boletines especiales. Se tomó declaración al ministro -de Agricultura, a Simón Camilo Sánchez, al doctor Gaona y, en fin, a -todos los que habían tenido alguna participación en la campaña contra el -conejo. Cuando le llegó el turno a Delfín Acuña se anunció que acababa -de partir para Montevideo, y en su lugar la Comisión investigadora hizo -traer a su seno al profesor Herrlin. Los taquígrafos de la Prensa no -pudieron recoger ni una sola palabra de las pocas pronunciadas en sueco -por el sabio. Después de una serie de tentativas para entender al -<i>privat docent</i>, la Comisión dictaminó que ese individuo no podía ser el -autor de los brillantes trabajos que figuraban en el <i>Informe</i>, y que -éstos, con toda seguridad, eran fraguados como los mapas. Augusto -Herrlin fué devuelto a casa de doña Asunción y exonerado en el día por -el superior Gobierno. Los diarios opositores menudearon las bombas y los -boletines, y en Buenos Aires, Rosario, Córdoba, Tucumán y Mendoza se -orga<span class="pagenum"><a name="page_109" id="page_109">{109}</a></span>nizaron espontáneamente grandes manifestaciones populares. El -doctor Gaona declinó su candidatura a la presidencia, y el ministro de -Agricultura presentó su dimisión, que le fué aceptada. En cuanto a Simón -Camilo Sánchez, emprendió discretamente un viaje al Brasil con la -intención de renunciar a la vuelta.</p> - -<p>El doctor Juan Carlos Vértiz fué elegido presidente sin oposición. El -día de su asunción del mando, después de prestar juramento ante el -Congreso, se encaminó a su quinta de Morón para meditar sobre los -hombres que debían compartir con él la pesada carga del gobierno.</p> - -<p>Al salir fué aclamado por la multitud y llevado en andas desde la plaza -del Congreso hasta la estación del Once, donde le esperaba, para -conducirle a su retiro, un vagón de segunda acoplado a un tren de carga, -pues el doctor Vértiz era muy demócrata. En su entusiasmo, el pueblo -llegó hasta querer desenganchar la locomotora y arrastrar a pulso el -vagón de su ídolo. Pero la fe, que levanta montañas, es incapaz de mover -un vagón de ferrocarril...<span class="pagenum"><a name="page_110" id="page_110">{110}</a></span></p> - -<h3>CAPITULO XVIII<br /><br /> -<small>DONDE SE REVELA POR FIN LA SINGULAR EFICACIA DEL COCOBACILO DE HERRLIN</small></h3> - -<p>Simón Camilo Sánchez retornó al país cuando el doctor Vértiz se hallaba -en plena luna de miel con el bastón de Rivadavia. El ejercicio de la -presidencia, los halagos de una autoridad indiscutida sobre todos los -partidos políticos del país habían exaltado su optimismo hasta el punto -de que ya no creía posible la existencia del mal sobre la tierra. Así, -cuando Simón Camilo Sánchez fué a verle para ofrecerle personalmente, -con todo el dolor de su alma, la renuncia del cargo de director del -Departamento de Protección Agrícola, el presidente le recibió con los -brazos abiertos y le forzó a que continuase prestando sus servicios al -país. «Es cier<span class="pagenum"><a name="page_111" id="page_111">{111}</a></span>to—le dijo—que el conejo carece de existencia ideal, -pero en cambio los empleados de la Protección Agrícola son una realidad -tangible. Yo no puedo abandonarlos a su suerte, y he pensado en utilizar -esa institución para la propaganda de optimismo renovador entre las -clases rurales.»</p> - -<p>Después de esa, Simón Camilo Sánchez tuvo una serie de largas -conferencias con el primer magistrado, y al cabo de algunas semanas le -presentó un proyecto de reorganización del Departamento de Protección -Agrícola. La reforma estaba inspirada en el concepto de que era -necesario llevar a la mente de todos los agricultores del país la -convicción de que sin sembrar no es posible cosechar y que, en -consecuencia, debían sembrar y sembrar sin descanso. Por una ley de la -nación se instituyó el <i>Día de la Siembra</i>, solemne festividad en que -todos los niños de las escuelas de la República debieron sembrar -semillas simbólicas en las plazas, parques y lugares abiertos de las -ciudades. Para dar ejemplo, el doctor Vértiz, rodeado de todos sus -ministros, plantó unas semillas de alpiste en el <i>rond-point</i> de la<span class="pagenum"><a name="page_112" id="page_112">{112}</a></span> -calle Florida y Diagonal Norte y regaló al cacique Chepalofú, jefe de -una tribu de fueguinos que había venido a visitarle, una reproducción en -terracota del <i>Sembrador</i>, de Meunier.</p> - -<p>Las macetas subieron de precio; los azadones de juguete para niño se -agotaron en plaza; la tierra extraída de las construcciones urbanas se -cotizó en la Bolsa, y un furioso delirio de sembrar de todo se apoderó -de los que no tenían tierra alguna en que sembrar.</p> - -<p class="dtts">La propaganda del Departamento de Protección Agrícola alcanzó en este -sentido el <i>summum</i> de la perfección. No podía abrirse una caja de -fósforos sin encontrar las leyendas: <i>Siembre, si quiere cosechar. No -deje pasar su oportunidad de sembrar. ¿Por qué permite usted que los -cardos invadan su campo?</i>, etcétera, etc. El interior de los tranvías -estaba plagado de esos letreros sintéticos, y los trenes habían -reemplazado sus letreros luminosos sobre los conejos con sentencias -sobre el cultivo intenso. La oficina de cartografía del Departamento -volvió a publicar mensualmente mapas de toda la República, con la -indicación de las zo<span class="pagenum"><a name="page_113" id="page_113">{113}</a></span>nas sometidas a la benéfica acción del arado, y -todos los carteles sobre la plaga leporina se substituyeron con -<i>affiches</i> optimistas. El presupuesto del Departamento de Protección -Agrícola subió a quince millones.</p> - -<p>Augusto Herrlin fué poco a poco, gracias a los cuidados de doña -Asunción, recobrando la memoria y el apetito. Pero a medida que se le -iban presentando los recuerdos de sus cinco años de vida bonaerense se -desvanecían todas las impresiones de su existencia anterior. Y cuando -pudo reconstruir, detalle por detalle, el proceso de la actuación del -cocobacilo, notó sin melancolía que acababa de olvidarse de la última -palabra sueca. Junto con ella desaparecieron las imágenes del profesor -Hedenius y de su séptima hija y no volvieron ya nunca más a conmoverle -los vestigios de su hipóstasis europea.</p> - -<p>De toda su aventura sólo sacó una cariñosa simpatía por <i>don Pepe</i>, que -había sido el compañero de su larga convalecencia, y un tierno afecto -por su patrona.</p> - -<p>Cierta vez, el conejo de Flandes, revolvien<span class="pagenum"><a name="page_114" id="page_114">{114}</a></span>do entre los trastos de la -habitación del profesor, halló un tubo de cristal cerrado en un extremo -con un tapón de madera. <i>Don Pepe</i>, asegurando el tubo con sus dos -manecitas, comenzó a roer el tapón hasta que hizo estallar el vidrio de -la embocadura. Del tubo salió un líquido espeso e incoloro que <i>don -Pepe</i> husmeó con detención. Después, inquieto por la incorrección que -había cometido, fué a esconderse en un rincón del jardín. Allí le -acometieron al poco rato unos escalofríos, se le erizó el pelo y dió los -signos del decaimiento más desesperante.</p> - -<p>Cuando doña Asunción, extrañada por su ausencia, salió en su busca, le -halló ya en la terrible agonía característica de la septicemia de -Herrlin. <i>Don Pepe</i> murió a los pocos minutos en los brazos de su -patrona. Su cadáver ofrecía un aspecto tan espantoso, que el consejo de -pensionistas decidió proceder de inmediato a su inhumación. <i>Don Pepe</i> -fué enterrado en el mismo jardín que había sido durante tantos años -escenario de sus correrías y de sus gracias infantiles.</p> - -<p>Pocos días después el profesor Herrlin<span class="pagenum"><a name="page_115" id="page_115">{115}</a></span> depositaba sobre su tumba una -lápida que decía:</p> - -<p class="c" style="line-height:1.5em;"> A<br /> - «DON PEPE»<br /> - PRIMERA Y UNICA<br /> - VICTIMA AMERICANA<br /> - DEL<br /> -COCOBACILO DE HERRLIN<br /> - MCMXVIII</p> - -<p>Y para compensar de su pérdida a doña Asunción, se casó con ella.<span class="pagenum"><a name="page_117" id="page_117">{117}</a></span><span class="pagenum"><a name="page_116" id="page_116">{116}</a></span></p> - -<h2><a name="UNA_SEMANA_DE_HOLGORIO" id="UNA_SEMANA_DE_HOLGORIO"></a>UNA SEMANA DE HOLGORIO</h2> - -<div class="poetry"> -<div class="poemrt"><div class="stanza"> -<span class="i2">He nacido en Buenos Aires.<br /></span> -<span class="i0">¡Qué me importan los desaires<br /></span> -<span class="i0">con que me trata la suerte!<br /></span> -<span class="i0">Argentino hasta la muerte.<br /></span> -<span class="i0">He nacido en Buenos Aires.<br /></span> -</div><div class="stanza"> -<span class="i0">(<i>Trova</i>, de Carlos Guido Spano.)<br /></span> -<span class="pagenum"><a name="page_119" id="page_119">{119}</a></span><span class="pagenum"><a name="page_118" id="page_118">{118}</a></span></div></div> -</div> - -<h3>PROLOGO<br /><br /> -<small>JULIO NARCISO DILÓN</small></h3> - -<p>Julio Narciso Dilón, el protagonista de la historia que reproducimos en -seguida, no está formado de la pasta de los héroes. Le falta para serlo -alguna imaginación y capacidad de entusiasmo. La pobreza de aquella -facultad le impide exagerar el peligro en la medida necesaria, y la -ausencia de esta última condición no le permite enardecerse para -sobrepujarlo. Por eso, aunque no es medroso, no tiene fama de <i>guapo</i> -entre sus compañeros de cabaret. Se explica así que, habiendo estado -mezclado a los episodios más impresionantes de la semana de enero, su -narración adolezca de cierto escepticismo...</p> - -<p>Como Paul Louis Courier en la campaña de Italia, la actitud de Dilón en -los días trágicos<span class="pagenum"><a name="page_120" id="page_120">{120}</a></span> que acaban de transcurrir difícilmente puede inspirar -sentimientos épicos.</p> - -<p>El también, a semejanza del inquieto traductor de <i>Daphnis y Cloe</i>, -sería capaz de irse a jugar al billar después de haber participado en la -proclamación de un emperador.</p> - -<p>Y es que, a fuerza de vivir al día, mi buen amigo ha acabado por -perderle todo respeto a la historia.</p> - -<p>En la sucesión de momentos que componen su vida, todos le parecen -igualmente graves... o idénticamente fútiles. Su impresión presente -colorea de júbilo o de tristeza todo el pasado y todo el porvenir.</p> - -<p>Por eso, aunque no pueda dudarse nunca de su sinceridad, resulta -discutible su autoridad de historiador.</p> - -<p class="r"> -A. C.<br /> -</p> - -<p class="nind"> -Buenos Aires, febrero de 1919.<br /> -</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_121" id="page_121">{121}</a></span></p> - -<h3>CAPITULO PRIMERO<br /><br /> -<small>DESGRACIADO EN EL JUEGO...</small></h3> - -<p>Jueves, 9 de enero.—Día de reunión. Hoy he madrugado de veras; a las -doce estaba en pie, y pocos momentos después me ponía en camino para el -Hipódromo. En la esquina de casa he aguardado una media hora larga para -tomar un auto-taxi, hasta que Mauricio, el mucamo, vino a avisarme que -había huelga. Advertí entonces que la calle veíase casi desierta, que no -circulaban tranvías, carros ni automóviles de alquiler, y que muchos -negocios estaban cerrados, efectos todos que en el primer momento yo -había atribuído, impensadamente, a lo temprano de la hora. Siempre que -yo madrugo ocurre algo extraordinario.</p> - -<p>He resuelto el problema de mi traslación subiéndome de viva fuerza a un -coche de plaza,<span class="pagenum"><a name="page_122" id="page_122">{122}</a></span> cuyo conductor, un italiano viejito que se parece al -doctor Anadón, quiso negarse a llevarme, pretextando que debía ir a -largar. Me arrellané en el asiento y le dije en tono perentorio:</p> - -<p>—Mirá, <i>gringo</i>: si en veinte minutos no me <i>dejás</i> en la puerta del -Hipódromo te hago meter preso por maximalista.</p> - -<p>Ante esta amenaza mía el hombre se resignó.</p> - -<p>Hundióse hasta los ojos su galera abollada, requirió las riendas, que -había abandonado durante la discusión, y fustigando con violencia a los -caballos, dijo entre dientes: «<i>¡Maximalista! ¡Maximalista! Te lo -facisse vede io lu masimalismu.</i>»</p> - -<p>Esta reflexión iracunda del auriga me ha vuelto a la memoria los tiempos -que corremos. Hace días que no leo los diarios, pero, a juzgar por las -conversaciones del Club, la situación se agrava cada vez más. Perucho -Salcedo ha recibido una carta de la hermana que tiene en Suiza -diciéndole que el país está invadido por emigrados rusos que hacen -propaganda maximalista. A mí el hecho no me ha sorprendido, porque ya en -el tiempo en que<span class="pagenum"><a name="page_123" id="page_123">{123}</a></span> Tartarín hacía alpinismo los rusos se ocupaban allí de -trabajos revolucionarios.</p> - -<p>He llegado al Hipódromo poco antes de la una y media, con tiempo sobrado -para almorzar en el <i>restaurant</i> del <i>paddock</i>. Al descender del coche -advertí que uno de los caballos, el de la izquierda, era blanco, -excelente presagio que recompensé con una buena propina. El cochero, -todavía de mal humor, no se dignó agradecérmela. En otra ocasión eso me -habría irritado; pero como recordé que cuando mi acierto de seis -ganadores seguidos, jugando <i>derecho</i>, había venido también en un coche -de plaza uno de cuyos caballos era blanco, la ingratitud del viejito -<i>maximalista</i> me dejó indiferente. Le vi alejarse al paso de su tronco -menguado por la ancha avenida, con su galera abollada, y me quedé -pensando en los extraños designios de la suerte...</p> - -<p>Almuerzo frugal en el <i>restaurant</i> del <i>paddock</i>. Concurrencia -lamentablemente escasa. Tarde de <i>guigne</i>; confiado en el buen augurio -de mi llegada, he jugado como un cronista de <i>sport</i> de diario grande.</p> - -<p>A la altura de la séptima carrera me que<span class="pagenum"><a name="page_124" id="page_124">{124}</a></span>dan seis pesos por todo -capital. Viaje de exploración por las tres tribunas: ni un amigo en -lontananza. Decido el regreso.</p> - -<p>Al hallarme en la acera de la Avenida Vértiz y observar la ausencia -total de vehículos, fuera de unos pocos automóviles particulares, -recuerdo que estamos en huelga y me sobreviene un acceso de indignación -ante la profunda estupidez de los huelguistas. ¿Por qué se nos hace eso -a nosotros? ¿Qué tenemos que ver en los conflictos entre el capital y el -trabajo? ¿Acaso el juego no es precisamente un medio de allanar las -inevitables diferencias sociales? El juego es justiciero: eleva al pobre -y arruina al potentado; es igualatorio: procura las mismas emociones al -jornalero que arriesga su salario y al millonario que aventura sus -millones; es humanitarista: su contribución a la beneficencia social es -más crecida que la del Estado y la de todos los filántropos juntos. -Fuente inagotable de esperanza, es, por lo demás, un lubricante de las -relaciones sociales: atenúa los odios de clase, da la ilusión al pobre -de que su miseria no será eterna e infunde en los ricos la convicción de -lo instable de su<span class="pagenum"><a name="page_125" id="page_125">{125}</a></span> fortuna. Atempera así el malestar de los desposeídos -y el egoísmo de los potentados. Dominados por él, los proletarios -olvidan todas sus reivindicaciones. ¿Qué caballo de Hipódromo ha -recibido nunca el nombre de Bakunin, Proudhon o Carlos Marx? ¿Quién ha -oído hablar jamás de movimientos obreros en Montecarlo?...</p> - -<p>Entregado a estas reflexiones, seguí caminando en dirección al -<i>tatersall</i>, para tomar asiento en uno de los tranvías que aguardan al -final de las tribunas populares.</p> - -<p>La huelga me reservaba otra sorpresa desagradable: el servicio de -tranvías se había suspendido por completo. Pensé en los pobres muchachos -de las tribunas populares, que debían volverse a pie hasta el límite del -municipio; en los empleados del Hipódromo, obligados, después de cinco -horas de trabajo, a un esfuerzo a que no estaban acostumbrados, y en los -modestos «canillitas», que reúnen siempre algunas monedas buscando -carruajes.</p> - -<p>La torpeza de los huelguistas, que para vengarse de unos pocos patrones -suspenden la vida de una ciudad, perjudicando a una multitud<span class="pagenum"><a name="page_126" id="page_126">{126}</a></span> de obreros -como ellos, me pareció inconmensurable. Poseído de una sorda irritación, -deshice el camino andado, mezclándome a la oleada de gente que salía -comentando las incidencias de la última carrera. El nombre del ganador, -el único que habría acertado si me hubiese quedado dinero, acrecentó mi -despecho.</p> - -<p>Lleno de misantropía, cansado y sudoroso, crucé casi impensadamente bajo -el viaducto del ferrocarril y fuí a sentarme en un banco del rosedal. El -jardín estaba desierto y la soledad parecía agrandada por el silencio -dominante. La tranquilidad de este crepúsculo me sobrecogió un poco, lo -confieso, y para substraerme a esa impresión eché a andar hacia la -ciudad. A las siete, todavía con luz, llegué a la plaza Italia. Breve -descanso en un bar, gracias al cual recobro algunas fuerzas y un ligero -optimismo. Me dirijo resueltamente al centro. A los veinte minutos de -marcha adquiero en otro establecimiento nuevas fuerzas y una alegría -combativa. Sigo marcando el paso marcialmente, satisfecho de mi esfuerzo -y deseoso de mostrar mi desprecio a los huelguistas. En el camino -encuentro numerosos carros<span class="pagenum"><a name="page_127" id="page_127">{127}</a></span> con los caballos desenganchados y un coche -con la capota tajeada. Es el que me condujo al Hipódromo. Junto a él -está el viejito de la galera abollada, teniendo de las riendas a la -yunta de caballos, uno de los cuales es blanco. ¡Excelente presagio!</p> - -<p>Tercera estación. Renuevo mis energías, y tras una rápida conversación -con algunos parroquianos, me siento inundado de un entusiasmo belicoso. -Las noticias son graves: los huelguistas están armados hasta los -dientes; han levantado barricadas en todos los barrios de la ciudad; -incendiaron cuatro iglesias y dos asilos y se disponen a atacar las -estaciones de ferrocarril. En la plaza del Once se está combatiendo -desde las tres de la tarde. Resuelvo encaminarme a la plaza del Once. -Tomo una calle transversal, y a medida que avanzo aguzo el oído para -escuchar las detonaciones. Silencio absoluto. Sólo de vez en cuando el -repiqueteo precipitado de una campanilla de ambulancia sanitaria rompe -la tranquilidad de esta noche de verano. A pocas cuadras del lugar del -encarnizado combate la normalidad es completa. Tan completa, que la<span class="pagenum"><a name="page_128" id="page_128">{128}</a></span> -gente se halla sentada al fresco en las aceras, los balcones están -abiertos de par en par y los chicos han tomado la calle por su cuenta.</p> - -<p>En una esquina dos muchachas peripuestas conversan animadamente, -teniéndose de la mano con un gesto de colegialas. Una de ellas, vestida -de un traje blanco, muy suelto, casi un peplo helénico, se despide de su -compañera entre divertida y medrosa:</p> - -<p>—¡Dios mío! Me quedan aún más de cuarenta cuadras por andar. ¡Sola y -por esos barrios todo a obscuras!</p> - -<p>—Hija, ya te he dicho que puedes quedarte con nosotras.</p> - -<p>—Sí, pero en casa ¡qué estarán pensando!...</p> - -<p>—¿No tienes medios de avisarles?</p> - -<p>—No...</p> - -<p>Las dos muchachas se sueltan de la mano con una actitud de infinita -resignación ante el Destino, y la del peplo blanco se encamina hacia el -Oeste. Al pasar junto a mí advierto que tiene los ojos garzos, el -cabello castaño y la boca imperiosa. Instantáneamente he olvidado todas -las incidencias de la tarde; mi entusiasmo bélico se ha desvanecido, así -como<span class="pagenum"><a name="page_129" id="page_129">{129}</a></span> mi preocupación por el orden social, y me he lanzado en -seguimiento de la jovencita. «Desgraciado en el juego, afortunado en -amor», pienso entre mí, y añado: «¡Esta es la mía!» El presagio del -caballo, que viene afortunadamente a mi memoria, da más fuerza a mi -decisión. El peplo blanco está a diez pasos; una rápida inspección a mis -zapatos, un fugaz recuento de mis fondos exiguos... y acabo de -resolverme a desandar cincuenta cuadras.</p> - -<p>La sombra blanca no se desliza silenciosamente como las diosas del poema -homérico; hasta mí llega un taconeo ágil y menudo que tendré que superar -a largos trancos.</p> - -<p>Consigo por fin aparejarme e inicio un soliloquio de una estupidez -incomparable. A juzgar por las lamentaciones a que me entrego, parecería -que me dispongo a pedir una limosna. Mi compañera aprieta aún más sus -labios imperiosos y redobla la agilidad de su taconeo. Caminamos así un -número indefinido de cuadras, hasta que, falto de respiración y sobrado -de audacia, la tomo de un brazo, la detengo y le relato con toda -fidelidad mis aventuras de la tarde: mi descalabro del Hipódro<span class="pagenum"><a name="page_130" id="page_130">{130}</a></span>mo, el -regreso, mi resolución de ir a luchar contra los revoltosos, el súbito -deslumbramiento que experimenté al verla...</p> - -<p>Una amable sonrisa es la recompensa de mi sinceridad.<span class="pagenum"><a name="page_131" id="page_131">{131}</a></span></p> - -<h3>CAPITULO II<br /><br /> -<small>... AFORTUNADO EN EL AMOR</small></h3> - -<p>Las «cuarenta cuadras» a que aludió en su despedida a la compañera son -un eufemismo semejante al de las «pocas palabras» de los oradores -parlamentarios. Hace una hora y media que venimos caminando y todavía, -según me dice, estamos lejos de la casa. Para no dejarle sospechar mi -fatiga, he celebrado todos estos trastornos sociales que rompen un poco -la monotonía de la vida moderna y procuran el encanto de un trayecto -infinito en una compañía adorable. Hice también el elogio del amor, que -se sobrepone a todas las consideraciones de rango y de dinero, y el de -la belleza, formidable tesoro que escapa a todo impuesto sobre la -renta... Mi acompañante me agradece esta poética disertación sobre -filoso<span class="pagenum"><a name="page_132" id="page_132">{132}</a></span>fía social con una larga mirada de sus grandes ojos garzos, que -bajo el borde circular de su sombrero reflejan el azul profundo de esta -noche estival.</p> - -<p>Hemos abandonado la amplia avenida paralela a Rivadavia que veníamos -siguiendo, y tomado por otra, más ancha aún, con un paseo central -arbolado, que aparentemente se dirige hacia el Noroeste. Nos debemos ir -aproximando a nuestro punto de destino—es decir, al de ella—, porque -mi acompañante va deteniendo el paso y trayéndome hábilmente a la -discusión de una nueva entrevista. Entramos a la vez en una callejuela -transversal y en un terreno de confidencias íntimas. Carlota, porque se -llama así, es la menor de la familia; tiene dos hermanos varones y un -padre anciano que todavía trabaja. Una cuñada gobierna la casa, en la -que falta la disciplina de la madre, muerta hace años, según se ve por -el poco apuro que la muchacha pone en regresar a ella.</p> - -<p>Al final de la callejuela desembocamos en un lugar casi baldío que -parece un taller de reparación de carros al aire libre. Al fondo, un<span class="pagenum"><a name="page_133" id="page_133">{133}</a></span> -ligero cobertizo alberga la maquinaria esencial, y hacia la derecha, una -serie de rudimentarias construcciones de madera, a la vez pesebres y -cocheras, dan la idea de que se trata también de un corralón.</p> - -<p>Una jauría de perros monstruosos se abalanzan sobre nosotros; pero -reconocen a Carlota y se tranquilizan. Evidentemente, hemos llegado al -término del viaje. Mi acompañante se detiene en una especie de cerco y -se dispone a despedirme. Pero yo insisto en que aun es temprano—acaban -de dar las diez—; pretexto que al día siguiente no tendrá nada que -hacer; exijo detalles minuciosos sobre el camino de vuelta y me lamento -cómicamente sobre mi situación: estoy hambriento, cansado y perdido... -¡Si se le ocurriera darme alojamiento por lo que resta de la noche! -Porque con esta huelga, ya es el caso de practicar, en plena metrópoli, -la virtud rural de la hospitalidad. (Por lo demás, eso de «plena -metrópoli» sólo tiene un sentido político: estamos a cielo abierto. El -panorama circundante me ha hecho concebir el deseo de tumbarme en uno de -esos carros colmados de heno.)<span class="pagenum"><a name="page_134" id="page_134">{134}</a></span></p> - -<p>Mis insinuaciones no parecen caer mal... Me dispongo a iniciar una -aventura deliciosa, cuando de pronto Carlota, que ha estado observando -la callejuela por que hemos venido, exclama: «¡Ahí viene papá!»</p> - -<p>Me vuelvo y advierto la silueta ya conocida de un viejito con la galera -abollada que trae resignadamente de las riendas a una yunta lamentable -de caballos, uno de ellos blanco...</p> - -<p>Recuerdo el incidente del mediodía: «<i>¡Maximalista!... ¡Maximalista!... -Te lo facisse vede io lu masimalismu</i>», y el espectáculo del coche casi -destrozado por culpa mía.</p> - -<p>Antes de que la divinidad del peplo repare en mí, me he puesto a cien -pasos de ella y he seguido un sendero que va por detrás de un grupo de -casas.</p> - -<p>Un concierto infernal de ladridos epiloga ruidosamente mi aventura -galante.<span class="pagenum"><a name="page_135" id="page_135">{135}</a></span></p> - -<h3>CAPITULO III<br /><br /> -<small>EL DAMERO A MEDIA NOCHE</small></h3> - -<p>Heme aquí, a media noche, en un paraje desconocido. Si no fuese hijo de -Buenos Aires, los rigores de la suerte, según la popular composición, -debían desalentarme. Solo, extraviado, a dos leguas del centro de la -ciudad, hambriento y sin dinero, era natural que me abandonase a la -desesperación. Pero soy porteño y sé que la absoluta regularidad de las -calles de la capital permite orientarse a cualquiera y que gozamos de -una profusa iluminación municipal y un excelente servicio de policía. -Por primera vez comprendo la profunda significación de aquellos versos -de Guido Spano; celebro el genio profético del vate, que los escribió -antes de que existieran las obras de salubridad y se hubiese producido -la intendencia<span class="pagenum"><a name="page_136" id="page_136">{136}</a></span> de D. Torcuato de Alvear, y entonando la quintilla -célebre para darme aliento, me lanzo denodadamente en busca de una -desembocadura de calle, a fin de penetrar por ella y orientarme según el -simple trazado del damero municipal.</p> - -<p>Mientras enfilo una calle sin pavimentar, envuelta en tinieblas, medito -en las innumerables ventajas de la disposición rectangular urbana. Las -ciudades así construídas son armoniosas, ordenadas y democráticas...</p> - -<p>Al final de la calle que he seguido, me hallo de nuevo en un potrero. -Rehago el camino y tomo por una calle transversal que, según mis -cálculos, debe conducirme a un lugar más densamente poblado. A los diez -minutos desemboco en un horno de ladrillos... Vuelvo hacia atrás y me -encamino en una dirección opuesta a las dos que he seguido -anteriormente. Esta vez debo de estar en la buena ruta, porque a medida -que avanzo la edificación va en aumento y se notan ciertos indicios de -separación entre la calzada y las aceras. Dos cuadras más adelante doy, -de pronto, con una calle hecha y derecha, bien empedrada, con<span class="pagenum"><a name="page_137" id="page_137">{137}</a></span> veredas -arboladas y con faroles. Estos están apagados, pero no por eso dejan de -ser un signo de civilización, que saludo con simpatía. Ya estoy en pleno -damero; ahora, con seguir obstinadamente hacia el Este, el problema está -resuelto. Continúo alegremente hacia el Oriente, aunque se me han -acabado los cigarrillos. Pero a medida que avanzo hago una observación -que me llena de inquietud: la hermosa calle no corta perpendicularmente -a las demás. Es una diagonal; pero en materia de diagonales yo no -conozco sino las dos que han arruinado al Municipio.</p> - -<p>Sigo la marcha en línea recta hasta que veo desaparecer el pavimento y -los faroles, señal indudable de que la calle va a lanzarse campo afuera. -Como esto no me conviene, doblo por la primer vía transversal en -dirección hacia donde supongo debe quedar el centro. Es una calle -cortada; al cabo de ella hay un terreno baldío que parece un taller de -reparación de carros... Me hallo de nuevo frente a la jauría de perros -monstruosos; pero esta vez no disfruto de la protección de Carlota y -debo batirme prudentemente en retirada.<span class="pagenum"><a name="page_138" id="page_138">{138}</a></span></p> - -<p>Ya no parezco un hijo de Buenos Aires, según la clásica composición de -Guido. Los desaires de la suerte, que después de una caminata de dos -horas me ha vuelto al punto de partida, me han amilanado por completo. -Deshecho de fatiga, hambriento y desalentado, las doce de la noche me -han sorprendido a punto de dormirme en el hueco de una puerta...<span class="pagenum"><a name="page_139" id="page_139">{139}</a></span></p> - -<h3>CAPITULO IV<br /><br /> -<small>ASALTO A UNA COMISARIA</small></h3> - -<p>Viernes, 10.—¿Cuántas horas he dormido así?... Lo ignoro, pues se me -acabaron los fósforos, no uso reloj con esfera luminosa, los faroles de -la calle están apagados y no hay luna. Es todavía noche alta; pero antes -de exponerme a que el sol o la muchacha del peplo me encuentren -durmiendo en la calle, prefiero seguir caminando. Con la casa de Carlota -a la vista, guiándome por mis recuerdos, creo poder reconstruir el -camino que hemos hecho juntos. Ahora estoy en la buena senda: llego por -fin a la ancha avenida con un paseo central arbolado, que hace pocas -horas recorrimos amorosamente... Redoblo el paso con alegría y por -primera vez en la noche inicio un silbido de circunstancias: <i>It’s a -long way to Tipperary...</i><span class="pagenum"><a name="page_140" id="page_140">{140}</a></span></p> - -<p>De pronto suspendo el silbido, pues al final de la cuadra advierto la -silueta de un hombre. Como es la primera figura humana que se me -presenta en mi infernal recorrida, voy hacia ella alborozado. A tres -pasos de distancia reconozco a un vigilante apoyado en su máuser, con -las piernas abiertas en un ángulo obtuso y la cabeza inclinada sobre el -caño del arma, en la actitud de un sabio aplicado al lente de su -microscopio.</p> - -<p>Esbozo un saludo en la obscuridad, le dirijo las buenas noches con una -amabilidad exquisita, y como no me contesta, le tiro suavemente de una -manga. El agente sigue ensimismado. Un tirón más fuerte casi le hace -perder el equilibrio, que, sin embargo, mantiene, pero abandonando el -máuser. Con una galantería infinita me inclino para recogerlo, cuando el -vigilante, estupefacto, retrocede tres pasos, desenfunda un revólver y -comienza a tiros contra los árboles del paseo central... A pocos metros -suenan otras detonaciones, y algo más lejos una descarga cerrada.</p> - -<p>El vigilante ha terminado las balas de su revólver; da media vuelta y -huye velozmente<span class="pagenum"><a name="page_141" id="page_141">{141}</a></span> calle adelante. Yo le sigo, porque tengo por sistema no -fugar nunca en dirección contraria a la de la autoridad, y además porque -debo entregar el máuser a su dueño.</p> - -<p>Mientras corremos, las detonaciones se suceden unas a otras con una -rapidez vertiginosa. En las calles laterales se oyen disparos aislados -de máuser, y una estruendosa algarabía de ladridos alborota el barrio.</p> - -<p>Nos acercamos al lugar donde más nutrido es el fuego... El vigilante que -me sirve de señuelo desaparece de pronto en una puerta cochera, y yo me -precipito en su seguimiento. Salvamos en una exhalación un ancho zaguán -obscuro y nos hallamos en medio de una baraúnda indescriptible: gritos, -descargas, juramentos, corridas, estrépito de cristales rotos... La luz -se enciende y se apaga varias veces, pero veo lo suficiente para darme -cuenta de que estoy en una Comisaría.</p> - -<p>Me apelotono en un rincón del patio y aguardo a que pase la tormenta.<span class="pagenum"><a name="page_142" id="page_142">{142}</a></span></p> - -<h3>CAPITULO V<br /><br /> -<small>¡ALTO EL FUEGO!...</small></h3> - -<p>Poco a poco el tumulto ha ido organizándose. Desde la sala, resguardados -tras de las persianas, cuatro bomberos fusilan con toda parsimonia las -casas del frente. En la azotea la gente destacada debe de estar -contestando a un ataque aéreo, a juzgar por la elevación de los -fogonazos, que advierto desde el ángulo del patio en que estoy -refugiado. El martilleo frenético de un aparato telegráfico domina el -estruendo de las detonaciones, y su voz breve y metálica es la única -sensación de regularidad que se percibe en este desorden.</p> - -<p>Repentinamente, de la obscuridad de un cuarto surge una silueta -voluminosa que, dirigiéndose a mí, me toma de un brazo y exclama:</p> - -<p>—¿Qué hacen? ¡Vamos a defender la entrada!<span class="pagenum"><a name="page_143" id="page_143">{143}</a></span></p> - -<p>Y luego, encarándose con un grupo de agentes que se disimulan en el -ángulo opuesto al mío, vocifera:</p> - -<p>—¡A ver!... ¡Esos bancos! ¡Crúcenlos a la entrada!</p> - -<p>Todos adivinamos la intención; corremos hacia los dos bancos de plaza -dispuestos fuera de las oficinas y los atravesamos volcados a la -terminación del ancho zaguán. Una mesa, un sillón de escritorio y un -retrato terminan por dar cierto carácter a la barricada. El último -elemento de trinchera, que aporta un sargento fornido y retacón, es una -pequeña barrica que, después de vacilar un momento sobre aquel <i>bric a -brac</i>, se resuelve pesadamente a ir rodando por el zaguán hasta el -centro de la calle, donde un profundo bache la obliga a dar una -voltereta, sentándose lejos de nosotros, como un perro desobediente...</p> - -<p>Nos agazapamos detrás de la improvisada fortificación, y como la silueta -voluminosa que nos dirige nos ordena hacer fuego, disparo mi máuser -contra la desobediente barrica. El estrépito me enardece, y como al -quinto disparo noto que me faltan municiones, me pongo de pie gritando:<span class="pagenum"><a name="page_144" id="page_144">{144}</a></span></p> - -<p>—¡Una cartuchera!</p> - -<p>Inmediatamente el sargento fornido y retacón se me cuelga de los hombros -como un chimpancé, berreando con viril angustia:</p> - -<p>—¡No sea temerario! ¡Abájese, niño!</p> - -<p>Yo me resisto... Un oficialito, emocionado por esta escena de -fraternidad heroica, exclama muy rápidamente, con voz de tiple:</p> - -<p>—¡Viva la patria! ¡Viva la patria! ¡Viva la patria!...</p> - -<p>El comisario, porque esa silueta voluminosa y autoritaria es la suya, -grita a su vez: «¡Adelante! ¡Adelante!», a pesar de que nuestras propias -defensas nos impiden avanzar un solo paso... La guardia de la azotea se -asoma a ver lo que ocurre, así como los bomberos de la sala, e -inmediatamente un silencio mortal se extiende en torno nuestro. -Aguardamos un momento la respuesta del enemigo, y como no se produce, el -comisario vocifera: «¡Alto el fuego!»</p> - -<p>¡Oh fecundidad del silencio! A los quince segundos de sosiego los siete -denodados defensores de la barricada nos convertimos en veinte, en -cuarenta, en cien. En el patio pu<span class="pagenum"><a name="page_145" id="page_145">{145}</a></span>lula una multitud heterogénea: -bomberos, oficiales, vigilantes, soldados del escuadrón y ordenanzas de -policía. Aunque nadie dispara un tiro, el comisario sigue ordenando -imperiosamente: «¡Alto el fuego!... ¡Alto el fuego!» Un trompa del -escuadrón, de soberbia apostura y altas botas granaderas, emboca el -clarín e interpreta la orden con el toque reglamentario.</p> - -<p>Inmediatamente la guardia de la azotea hace una descarga cerrada, -comienzan a oírse disparos en toda la casa y nos hallamos envueltos en -una batahola formidable, mientras los cuatro bomberos de la sala -prorrumpen carcajadas estruendosas...<span class="pagenum"><a name="page_146" id="page_146">{146}</a></span></p> - -<h3>CAPITULO VI<br /><br /> -<small>LA LUZ DE UN NUEVO DÍA...</small></h3> - -<p>La luz del nuevo día viene por fin a iluminar esta escena de confusión -que puede haber durado entre diez minutos y dos horas. Yo no tengo -noción del tiempo que ha transcurrido. Sólo sé que después de un momento -el comisario ha reiterado la orden de cesar el fuego y que, al pretender -el trompa del escuadrón traducírsela melódicamente, le arrebató el -clarín con espanto como si fuese la trompeta del Juicio final. Me he -puesto de pie y le he dicho:</p> - -<p>—Es una sabia medida, comisario; el clarín es un instrumento belicoso. -Otro toque más y nos agarramos a tiros entre nosotros. Por lo demás, el -instrumento de la policía es el pito...<span class="pagenum"><a name="page_147" id="page_147">{147}</a></span></p> - -<p>Debía haber dicho el silbato, porque esta observación última ha -desagradado evidentemente al voluminoso comisario. Repara en mí con -fijeza, y bruscamente me interroga:</p> - -<p>—¿Y usted quién es?...</p> - -<p>—Usted no me conoce—replico sonriendo.</p> - -<p>—Por eso se lo pregunto.</p> - -<p>Antes de que pueda ordenar rápidamente mis recuerdos, para explicar el -encadenamiento de circunstancias que me han traído aquí, el prudente -funcionario ordena:</p> - -<p>—¡A ver! ¡Sáquenle ese máuser!... ¡Pálpenlo de armas! ¡Pásenlo a mi -despacho!</p> - -<p>El trompa del escuadrón me arrebata tan violentamente el arma, que estoy -a punto de perder el equilibrio. Extiendo las manos como balancín y -veinte fusiles me apuntan de frente. Quedo con los brazos extendidos, -inmovilizado por el terror, mientras el sargento fornido y retacón -procede a la operación de palparme. Según la acepción corriente, palpar -significa tocar exteriormente con las manos. En la práctica policial -consiste en meter la mano hasta el codo en los bolsillos del presunto -malhechor. Me despojan así de mi lla<span class="pagenum"><a name="page_148" id="page_148">{148}</a></span>vero, mi reloj, mi cigarrera vacía -y mi billetera casi exhausta. Luego, con una escolta digna de un -regicida, me hacen entrar en una habitación y me ponen de cara a la -pared, en un ángulo de la estancia. No puedo hablar ni darme vuelta.</p> - -<p>Estoy de penitencia como hace veinticinco años en el colegio y tengo una -hambre también como la de entonces. Para saber lo que es apetito hay que -ser pupilo o estar preso...<span class="pagenum"><a name="page_149" id="page_149">{149}</a></span></p> - -<h3>CAPITULO VII<br /><br /> -<small>CONVICTO Y CONFESO</small></h3> - -<p>Entre tanto, según puedo oír, el comisario y la oficialidad se han -marchado a recorrer las inmediaciones para recoger los muertos y los -heridos y perseguir a los atacantes. Parece que yo soy el único de ellos -que ha caído prisionero.</p> - -<p>A estar a lo que conversan en el patio, los revoltosos eran como «cuatro -mil», admirablemente armados; una barrica de cerveza que rodó hasta el -centro de la calle está atravesada de parte a parte por cuatro -balazos...</p> - -<p>«Buena puntería—digo entre mí—, pero mal empleada; era mucho mejor que -me hubiese bebido la cerveza...» Paso la lengua por mis labios resecos y -recuerdo que hace veinte horas que no pruebo un bocado y diez que no<span class="pagenum"><a name="page_150" id="page_150">{150}</a></span> -tomo un trago. Me siento desfallecer y las ideas se me confunden. ¡Dios -mío! ¿Por qué me he mezclado yo a los revoltosos?... Apoyo la cabeza en -el ángulo que forman las dos paredes, cierro los ojos y trato de tomar -el hilo de mis pensamientos, que se disgregan como los Estados del -Imperio ruso. Gasto mis últimas energías en ese empeño de restauración -psíquica, y luego, tras cierto tiempo, pierdo toda noción de mi -personalidad. Soy algo así como una masa astral, informe, sin voluntad -ni materialización alguna, pero con una vaga conciencia de las cosas. Me -entero sin emoción de que hace mucho tiempo que ha triunfado el -maximalismo y que la ciudad de La Plata se ha refundido con la de -Nijni-Novgorod. Un italiano viejito, que usa eternamente una galera -abollada, es el presidente del Soviet Local Bonaerense. Poco a poco he -ido cobrando mi forma corporal, y desde entonces estoy preso aquí por -orden suya. Todos los días viene a verme, y sin que yo pueda replicarle, -me dice ferozmente: «<i>¡Maximalista!... ¡Maximalista!... Te lo facisse -vede io lu masimalismu!</i>»<span class="pagenum"><a name="page_151" id="page_151">{151}</a></span></p> - -<p>Hace una infinidad de tiempo que estoy sometido a esta tortura. De -pronto dictan una ley matrimonial autorizando a las muchachas a escoger -marido entre los prisioneros. Debemos someternos a su elección bajo pena -de muerte. Hay un desfile interminable de arpías, mujeres huesudas y -contrahechas, petizas esféricas con inmensos lentes de carey, patronas -atléticas y mostachudas, viejas vagabundas con la sonrisa siniestra de -las alcoholizadas. Yo tiemblo ante la idea de que una de ellas esboce un -gesto que me obligue a seguirla. Me disimulo y procuro confundirme con -el rincón de pared que habito desde hace tantos años... Imprevistamente, -una de las que forman en esa procesión me hace una señal. Me aproximo -lleno de un sudor frío y veo una jovencita de ojos garzos y pelo -castaño, con un peplo blanco y un ancho sombrero obscuro. ¡Carlota! Mi -electora me sonríe, y ante esa sonrisa la evidencia de mi felicidad es -tan grande que estrecho a la muchacha y exclamo: <i>¡Viva el -maximalismo!</i>...</p> - -<p>El dolor de un puñetazo me hace volver en mí, y me despierto abrazado al -sargento<span class="pagenum"><a name="page_152" id="page_152">{152}</a></span> fornido y retacón, y gritando como un energúmeno.</p> - -<p>Generalmente yo tengo el sueño pesado; pero esta vez unos cuantos -culatazos enérgicamente aplicados me han despertado sin remisión.</p> - -<p>Debo de tener una costilla rota. Pero lo peor es que, según el sargento, -estoy convicto y confeso...<span class="pagenum"><a name="page_153" id="page_153">{153}</a></span></p> - -<h3>CAPITULO VIII<br /><br /> -<small>UN INTERROGATORIO</small></h3> - -<p>Evidentemente, debo de estar convicto y confeso porque me invitan a -sentarme. Mis confesiones, como las de Rousseau, atraen el interés -general. Las autoridades de la Comisaría me rodean y un oficial me -ofrece un cigarrillo. Ante esta galantería veo el cielo abierto y -comienzo a protestar de mi inocencia. Súbitamente las caras se tornan -hoscas; el oficial no me entrega el cigarrillo y presiento que me van a -expulsar del sillón. Cambio de táctica. Hago esfuerzos por sonreír -socarronamente y digo que sólo deseo contar mi historia a los empleados -superiores. Estos, halagados en su vanidad, desalojan el despacho y, una -vez entornadas las puertas, vuelven a reunirse en torno mío. Me apodero -del cigarrillo ofrecido<span class="pagenum"><a name="page_154" id="page_154">{154}</a></span> y solicito desenfadadamente una taza de te con -bizcochos. Sin eso no puedo hablar...</p> - -<p>Me traen un vaso de cerveza y dos sandwichs. Mientras repongo mis -fuerzas, me pregunto cómo salir del paso. Recuerdo la conspiración de la -pólvora, la conjuración de Fiesco, el complot de Alzaga... Nada me -sirve.</p> - -<p>Por suerte, llega el voluminoso comisario, quien se dispone a -interrogarme con toda solemnidad.</p> - -<p>—¿Cómo se llama usted?</p> - -<p>—Julio Narciso Dilón.</p> - -<p>—Ese apellido no es de aquí...</p> - -<p>—No, señor. (Es verdad, soy de origen boliviano.)</p> - -<p>—¿Es usted catalán?</p> - -<p>—No, señor.</p> - -<p>—¿Ruso?</p> - -<p>—Tampoco.</p> - -<p>—¿Italiano? ¿Francés? ¿Alemán?</p> - -<p>—Nada de eso.</p> - -<p>—¿Cuál es su nacionalidad?</p> - -<p>—Soy argentino.</p> - -<p>—¿Hace mucho que está radicada su familia en América?<span class="pagenum"><a name="page_155" id="page_155">{155}</a></span></p> - -<p>—Dos siglos.</p> - -<p>—¿Cómo dice?</p> - -<p>—Doscientos años.</p> - -<p>El comisario cuchichea con los oficiales, se sonríe y me pregunta:</p> - -<p>—Su abuelo paterno, ¿qué fué?</p> - -<p>—Diputado al Congreso de Tucumán.</p> - -<p>—¿Por qué provincia?</p> - -<p>—Potosí...</p> - -<p>Grandes carcajadas del auditorio. El comisario hace esfuerzos por -mantener la seriedad y dice:</p> - -<p>—Potosí no es una provincia, es una calle.</p> - -<p>Me encojo de hombros y me sonrío con una estupidez incomparable. No -estoy con ánimo para lanzarme en una disertación histórica. Que el -comisario crea lo que le parezca conveniente.</p> - -<p>El interrogatorio prosigue. Cada vez que intento defenderme de la -terrible acusación que pesa sobre mí me quitan la palabra. El comisario -me dirige preguntas insidiosas, que no tienen respuesta. Por último, -recapitulando los debates, me dice:</p> - -<p>—Si usted es inocente, ¿por qué se intro<span class="pagenum"><a name="page_156" id="page_156">{156}</a></span>dujo subrepticiamente en la -Comisaría? ¿Por qué profirió gritos subversivos? ¿Por qué intentó -desarmar al sargento?...</p> - -<p>Y antes de que pueda replicar me hace conducir al calabozo.<span class="pagenum"><a name="page_157" id="page_157">{157}</a></span></p> - -<h3>CAPITULO IX<br /><br /> -<small>ARAMIS</small></h3> - -<p>Sábado, 11.—He pasado el día de ayer y la noche última en un estado de -inconsciencia lamentable. Durante la noche se reprodujo en dos o tres -ocasiones el tumulto que presencié la madrugada del viernes. Los agentes -se han acostumbrado al peligro, porque ahora, entre alarma y alarma, -bailan tangos y beben cerveza. ¿Dónde se han procurado ese instrumento -horrible que se llama un bandoleón?</p> - -<p>El ritmo canallesco y monótono de nuestro baile nacional se mezcla al -silbido alterno de la bomba extractora de cerveza...</p> - -<p>Me doy a imaginar un órgano hidráulico de inmensas proporciones, -accionado por cerveza, que no toque sino tangos: «Cara Sucia», «Mi noche -triste», «Piantá piojito...» En su<span class="pagenum"><a name="page_158" id="page_158">{158}</a></span> torno bailan una infinidad de -vigilantes con los cascos compadronamente echados sobre los ojos.</p> - -<p>De pronto se hace un silencio, corren unos cerrojos y oigo un grito:</p> - -<p>—¡A ver el diputado por Potosí!...</p> - -<p>Creo que debe de ser por mí. Me aproximo a la puerta, y de un empujón me -colocan en medio de un piquete de soldados del escuadrón, que echa a -andar con paso marcial hasta el despacho del comisario. Allí me hallo -con todo el aparato de un Consejo de guerra. La presidencia está ocupada -por un capitán del escuadrón, un mozo rubio y elegante que parece un -capitán de ulanos. Según he oído, le dicen Aramis porque tiene la -costumbre de trompearse «mano a mano» con los presos peligrosos. A su -lado se sientan dos oficiales plenamente poseídos de sus funciones. En -ambos extremos de la estancia dos centinelas velan rígidamente. Me hacen -sentar, y el capitán Aramis se pone de pie:</p> - -<p>—Si usted no declara toda la verdad le vamos a fusilar -inmediatamente...</p> - -<p>Con esa resignación que uno tiene en las<span class="pagenum"><a name="page_159" id="page_159">{159}</a></span> pesadillas, cuando duran -demasiado, inclino la cabeza y quedo en silencio.</p> - -<p>—Le damos cinco minutos para que se decida...</p> - -<p>Evidentemente, todo esto es un sueño; cuanto antes termine será mejor; -me despertaré en mi cama.</p> - -<p>El capitán Aramis se ha levantado, y acercándose a la puerta ha ordenado -con una sonrisa:</p> - -<p>—¡Formen el cuadro en el segundo patio! ¡Preparen el pelotón!...</p> - -<p>¡Tanto mejor! Quizá la impresión del fusilamiento me despierte por -completo.</p> - -<p>Los cinco minutos han pasado. Aramis y los dos oficiales acaban de -salir. Oigo afuera órdenes imperiosas y ruido de armas. Las culatas de -los máuseres chocan contra las baldosas. El jefe del piquete me toca en -un hombro. Me levanto automáticamente, me coloco en medio de los -soldados y salimos de la estancia.</p> - -<p>La guardia está formada. Pero en vez de dirigirnos al segundo patio -vamos hacia el zaguán. Pasamos por entre una doble fila de bomberos -rígidamente alineados, con la ba<span class="pagenum"><a name="page_160" id="page_160">{160}</a></span>yoneta calada, y nos encontramos en la -calle. Junto a la acera se halla un carrito de bomberos, y, rodeándolo, -un destacamento de soldados del escuadrón a caballo y con las tercerolas -apoyadas en el muslo. A su frente está Aramis, bello como un capitán de -ulanos. Cuando me suben al carro, se me cae el pañuelo con que me voy -secando el sudor frío que me corre por la cara, y Aramis, buen jinete y -cortés caballero, lo recoge y me lo entrega con una elegancia digna de -su héroe epónimo.<span class="pagenum"><a name="page_161" id="page_161">{161}</a></span></p> - -<h3>CAPITULO X<br /><br /> -<small>LA NINFA ECO</small></h3> - -<p>El carrito echa a andar y yo me tumbo de espaldas sobre las tablas. Por -un momento no escucho más que el rodar de la carretela y el trote de los -veinte caballos que me dan escolta. Luego, absorto en la contemplación -del azul del cielo, me voy quedando dormido...</p> - -<p>Repentinamente me despierta un estampido, al que sigue un segundo -después una detonación más sonora. Mi escolta ha echado pie a tierra, y -los soldados, parapetados tras de los caballos, inician un fuego -nutrido. A poca distancia se escuchan otros disparos igualmente -nutridos, pero de un sonido más amplio. Cada descarga nuestra nos es -devuelta inmediatamente con creces.</p> - -<p>—¡Nos están baleando sin asco!—grita el capitán Aramis.<span class="pagenum"><a name="page_162" id="page_162">{162}</a></span></p> - -<p>—Es desde aquella casa alta—dice tranquilamente el bombero que maneja -el carrito y que está observando la escena con curiosidad.</p> - -<p>Me asomo a ver. Estamos en una encrucijada; la calle perpendicular a la -que seguíamos ofrece un pronunciado declive y como cincuenta metros más -adelante tuerce bruscamente hacia la izquierda. En el fondo de esta -hondonada se alza, ocultando todo el horizonte, una inmensa casa de -departamentos, cuyas galerías de hierro y cristales le dan el aspecto de -un enorme trasatlántico. Contra esas galerías, en las que se ven algunas -plantas y macetas suspendidas, está tirando mi escolta. Los cristales -saltan en pedazos con una vibración argentina y hasta parece oírse el -ruido sordo de las balas atravesando el latón de las barandas. Llegan -hasta nosotros gritos penetrantes de mujeres y estrépito de puertas. No -advierto, sin embargo, el silbido de los proyectiles que se nos dirigen, -a pesar que desde allí cerca siguen partiendo detonaciones.</p> - -<p>De pronto el capitán Aramis da una orden, que el trompa, mi viejo -conocido, traduce en clarín: «¡Avancen!»<span class="pagenum"><a name="page_163" id="page_163">{163}</a></span></p> - -<p>¡Oh asombro! No ha terminado aún, cuando otro clarín repite fielmente en -la casa de departamentos la misma orden: «¡Avancen!»</p> - -<p>A todo esto los caballos de mi carrito se han espantado, lanzándose -calle arriba en una carrera frenética. El bombero conductor hace -esfuerzos inútiles para aplacarlos. A las dos cuadras doblamos a la -izquierda, llevándonos por delante un buzón. Los caballos disminuyen la -marcha. Aprovecho entonces la circunstancia para tirarme del carro, y -como los caballos reanudan su fuga desenfrenada, sigo a pie en la -dirección contraria. No hay un solo vigilante en las cercanías.</p> - -<p>Desde aquí el fenómeno del eco es bien evidente. Las detonaciones -repercuten en la casa de departamentos con una nitidez maravillosa. Y -hasta las órdenes vibrantes de Aramis son duplicadas con una manifiesta -oficiosidad.</p> - -<p>¡Oh ninfa Eco, a quién debo mi libertad! ¡Locuaz hija de Uranos y Gea, -mi agradecimiento será eterno! En loor tuyo todos mis hijos se llamarán -Narciso y estudiarán acústica...<span class="pagenum"><a name="page_164" id="page_164">{164}</a></span></p> - -<h3>CAPITULO XI<br /><br /> -<small>«HANDS UP!»</small></h3> - -<p>Como no tengo deseo alguno de volver a caer en manos del capitán Aramis, -a pesar de su exquisita cortesía, me voy alejando del lugar de la -encarnizada refriega con toda la premura de que soy capaz. La libertad -me ha devuelto la reflexión; observo y me convenzo de que soy inocente, -absolutamente inocente; pero a pesar de esto no disminuyo la rapidez de -mi marcha. ¿Por qué los inocentes huyen a la Policía mucho más que los -culpables? Quizá por falta de hábito. Sin embargo, el acto de darse a la -fuga es una terrible presunción en contra de uno. «Se dió a la fuga», y -ya todos suponen que se trata de un terrible criminal. Debemos, en -consecuencia, si tenemos la conciencia tranquila, aguardar a pie firme<span class="pagenum"><a name="page_165" id="page_165">{165}</a></span> -al empleado policial, al digno representante de la autoridad, al -benemérito guardián del orden, y sonreírle y agasajarle, y abrirle -nuestro corazón y nuestra casa... Pero por proceder así he sufrido dos -días de hambre, recibido varios culatazos y soportado todas las -angustias de un condenado a muerte. Bien hecho: ¿quién me mete a mí a -devolver un máuser? Las armas, como los libros, no se devuelven nunca. -Se devuelve un pañuelo a la señorita que lo ha perdido, una cartera -vacía al señor que acaba de bajar de la escalera, un guante de la mano -izquierda al joven que lo ha extraviado en el ascensor; pero no -corresponde detener a media noche a un individuo mal entrazado para -decirle: «Tome, señor, esta daga que se le ha caído...»</p> - -<p>En el curso de esta meditación llego ante el Mercado de Abasto y puedo -observar desde aquí el espectáculo desacostumbrado que ofrece la calle -Corrientes. Pequeños grupos de jóvenes, con brazales bicolores, armados -de palos y carabinas, detienen a todos los individuos que llevan barba y -les obligan a levantar las manos en alto. Mientras los que usan palos<span class="pagenum"><a name="page_166" id="page_166">{166}</a></span> -les apuntan con éstos a bocajarro, los de las carabinas les pinchan con -ellas en el vientre, y otros, desarmados, se cuelgan de las barbas del -sujeto.</p> - -<p>Según me informan en un corro, este original procedimiento tiende a -estimular entre los barbudos el amor a la nación Argentina. Como soy -lampiño, me creo a cubierto de semejante recurso pedagógico y sigo hacia -el centro. En el camino advierto que otros grupos apedrean las casas de -comercio los nombres de cuyos propietarios abundan en consonantes. ¿Por -qué les tienen tanto odio a las consonantes? ¿Acaso las vocales solas -pueden componer un idioma?</p> - -<p>Delante mío va un viejito canoso, de rancho de luto, alpargatas y saco -de lustrina. Camina presuroso, sin que el tumulto atraiga para nada su -atención. De pronto, un grupo estacionado en mitad de la calzada nos da -el alto imperiosamente. Yo me paro en seco; pero el viejito no detiene -su marcha. Un mocetón fornido, que ostenta el consabido brazal celeste y -blanco, corre a su encuentro revólver en mano.<span class="pagenum"><a name="page_167" id="page_167">{167}</a></span></p> - -<p>—¡Párese! ¡Arriba las manos!</p> - -<p>El viejo se cuadra y levanta en alto la mano izquierda. Esta obediencia -parcial irrita al mocetón, que le reitera la orden:</p> - -<p>—¡Arriba las manos!</p> - -<p>El viejo continúa con la mano izquierda en alto, mientras la derecha -desaparece completamente en el bolsillo del saco de lustrina, que -contiene a simple vista un bulto insólito. Suena un tiro, y después de -un ligero balanceo, el viejito se desploma de cara al suelo, siempre con -la mano izquierda en alto... Rápidamente, el mocetón que ha hecho fuego -se abalanza sobre el caído para sacarle el arma que indudablemente tiene -en la mano derecha, y retira del bolsillo una manga vacía que queda -extendida sobre la baldosa. El extremo sobresale del cordón de la acera -y se dobla hacia la calzada como una manguera exhausta. Por poco tiempo, -sin embargo, porque segundos después comienza a arrojar un fino hilo de -sangre sobre el pavimento.</p> - -<p>El viejo «era» manco.<span class="pagenum"><a name="page_168" id="page_168">{168}</a></span></p> - -<h3>CAPITULO XII<br /><br /> -<small>LA VUELTA AL HOGAR</small></h3> - -<p>Hasta este momento yo no había visto morir a nadie. Tenía por eso la -idea de que la muerte era un espectáculo aparatoso y trascendental, que -exigía ciertas transiciones y un cuadro apropiado. Nada más sencillo, -por cierto, según el episodio que acabo de contemplar.</p> - -<p>Sobre el asesinato, en especial, yo tenía las ideas más melodramáticas -posibles. Lo suponía algo lleno de violencia, de pasión, de ferocidad, y -se me antojaba torva y siniestra la figura del matador... Nada de eso, -sin embargo. Es el incidente más trivial que se pueda imaginar.</p> - -<p>Usted se pone en torno del brazo izquierdo la cinta del gato de su casa -o la liga de la mu<span class="pagenum"><a name="page_169" id="page_169">{169}</a></span>cama, coge su revólver, sale a la calle y le pega un -tiro en el corazón al primer hombre humilde que le parezca sospechoso. -Con eso quizá ha dejado usted en la orfandad a media docena de -chiquilines, pero en cambio ha consolidado las instituciones y ensayado -su puntería.</p> - -<p>Me voy acercando a casa. Al reconocer los lugares familiares experimento -una emoción incontenible, como si volviera de un largo viaje. ¡Me parece -que hace tanto tiempo que dejé mi silencioso departamento de soltero! El -mucamo me recibe en la escalera, y al observar mi aspecto demacrado y mi -aire abatido, supone que vuelvo de una fenomenal partida de poker. -Presume, además, que he perdido lo indecible y presiente un período de -estrecheces y apuros. Esta preocupación le agria el gesto, y en vez de -comunicarme las novedades que se hayan producido, se hace a un lado -austeramente...<span class="pagenum"><a name="page_170" id="page_170">{170}</a></span></p> - -<h3>CAPITULO XIII<br /><br /> -<small>EL ASALTO A LA COMISARÍA 44</small></h3> - -<p>Domingo, 12.—Me he despertado hoy a mediodía, tras haber dormido cerca -de diez y ocho horas seguidas, con un sueño profundo de niño. Después -del baño me he quedado en pijama y me hice traer los diarios de la -mañana. Ya no me acuerdo de mi aventura de días pasados y me entero de -las noticias de la huelga con toda la buena fe de un espectador -desinteresado. Imprevistamente, el corazón da un latido anunciador y -leo:</p> - -<div class="blockquot"><p>«<b>El asalto a la Comisaría 44.</b>—El primer ataque, preludio y quizá -preparación combinada de los que se produjeron al día siguiente, se -dirigió contra la Comisaría 44. El asalto se inició contra los -centinelas avanzados que se en<span class="pagenum"><a name="page_171" id="page_171">{171}</a></span>contraban a media cuadra del local -de dicha Comisaría. A consecuencia de este ataque, se cambió un -nutrido tiroteo entre los leales defensores del orden público y los -maximalistas, que se hallaban perfectamente pertrechados y poseían -máuseres de último modelo, muchos de los cuales conservaban aún la -etiqueta de venta.</p> - -<p>Dará una idea del armamento que poseían los ácratas el hecho de que -una barrica que se hallaba en la calle, frente a la misma -Comisaría, fué literalmente convertida en una criba por los -proyectiles que se dirigieron contra el local.</p> - -<p>En esa refriega los defensores de las instituciones tuvieron que -hacer actos de verdadero arrojo para impedir que la turba de -agitadores se apoderara de la Comisaría, en cuyo zaguán se libró -una verdadera batalla.</p> - -<p>Contenido el asalto por las fuerzas policiales, pudo notarse que -dentro de la Comisaría se hallaba un sujeto extraño a ella, el cual -se señaló desde el primer momento como uno de los cabecillas del -atropello. Estas sospechas pudieron confirmarse más tarde cuando -dicho sujeto,<span class="pagenum"><a name="page_172" id="page_172">{172}</a></span> que dijo llamarse Nicolás Dilonoff, después de un -hábil interrogatorio, que contestó con evasivas, trató de desarmar -a uno de los agentes. También gritó «¡Viva el maximalismo!», -aprovechando un momento de descuido de sus guardianes.</p> - -<p>En vista de esto, el temible agitador, en cuyo poder se encontraron -grandes sumas de dinero, fué puesto a buen recaudo por la -autoridad, y a la mañana siguiente enviado al Departamento Central -de Policía bajo segura custodia.</p> - -<p>Por desgracia, los compañeros de Dilonoff lograron conocer el -recorrido por donde debía pasar y atacaron a la escolta que lo -conducía no bien ésta desembocó por una de las calles adyacentes al -lugar donde se produjo el hecho. Los agentes trataron de repeler la -agresión, cambiándose entre los dos bandos más de tres mil tiros.</p> - -<p>Aprovechando la confusión que se produjo a raíz de este ataque, el -temible agitador logró eludir la vigilancia de la policía, -ignorándose hasta este momento su paradero. Se espera, sin embargo, -detenerle de un momento a otro.<span class="pagenum"><a name="page_173" id="page_173">{173}</a></span></p> - -<p>Nicolás Dilonoff, que también se hace llamar Jesús Martínez, es un -viejo conocido de nuestra policía. Ha llegado al país hace pocos -meses, y a pesar de eso habla correctamente el español. Se sabe que -en Rusia, su país de origen, ha mantenido estrechas relaciones con -Lenín y Trotsky.»</p></div> - -<p>Suspendo la lectura y llamo al mucamo: ¡Mauricio! ¡Mauricio!... Mauricio -se presenta alarmado. Yo me vuelvo hacia él con una profunda congoja y -le digo: «Mauricio, estoy mal de la cabeza. Llama inmediatamente a un -médico; prepárame un sinapismo; llévate esos diarios; alcánzame la -aspirina; corre el cortinado; disponme otro baño; avísale a Perucho, -pero no le dejes entrar; no estoy para nadie; descuelga el tubo del -teléfono y arréglame las valijas, porque me voy a Montevideo...»</p> - -<p>Mauricio supone que efectivamente estoy mal de la cabeza, y yo me vuelvo -a meter en cama...<span class="pagenum"><a name="page_174" id="page_174">{174}</a></span></p> - -<h3>CAPITULO XIV<br /><br /> -<small>DE CÓMO RECOBRO EL USO DE LA RAZÓN Y OTROS OBJETOS</small></h3> - -<p>Miércoles, 15.—He pasado una terrible crisis. Desde el domingo hasta -anoche he sido presa de la fiebre y del delirio. Sólo ayer, a la hora de -la comida, después de un breve sueño reparador, he vuelto a ser el -hombre normal de hace ocho días. El médico cree que aun estoy débil y ha -prohibido que se me hable de la huelga; pero, como es natural, durante -toda la noche no nos hemos ocupado de otra cosa con Perucho Salcedo y -con Amenábar, que han estado a visitarme. Les he contado todo lo que me -ocurrió desde el jueves último, a medida que me iba acordando, y ¡bien -sabe Dios si hay fallas en mi memoria!</p> - -<p>¡Cosa singular! Se han reído hasta desterni<span class="pagenum"><a name="page_175" id="page_175">{175}</a></span>llarse. Cuando hubieron -terminado de reírse, examinamos mi situación personal. Perucho me -aconsejó que le mandase los padrinos al comisario de la 44, y Amenábar, -que fuera a reclamar el reloj, la tabaquera, las llaves y el dinero que -me habían sacado. Este último consejo me parece el más oportuno; pero -antes debo liquidar mi situación como delincuente, porque no hay que -olvidar que tengo la captura recomendada... Para la Policía soy -Dilonoff, el terrible Dilonoff, un prófugo, un conjurado, un perturbador -del orden social.</p> - -<p>Amenábar ha prometido arreglarme el asunto en el día, pero no las tengo -todas conmigo. Si fuese un delincuente empedernido podría contar, por lo -menos, con el indulto presidencial; pero como soy inocente...</p> - -<p>A las cuatro llega Amenábar en su soberbio «Packard». Vienen con él -Perucho, Totó Arribillaga y el mono Sánchez Oriol, que es medio pariente -del comisario de la 44. Todos quieren presenciar el efecto de mi -reaparición en la Comisaría que asalté yo solo, por mi cuenta.</p> - -<p>Como ya me siento bien y además tengo deseos de unirme con mi reloj, no -opongo obs<span class="pagenum"><a name="page_176" id="page_176">{176}</a></span>táculos al viaje, cuya duración no deja de preocuparme. -¡Estos jóvenes no saben dónde queda la Comisaría 44! Sin embargo, a los -veinte minutos nos detenemos ante un edificio, que reconozco vagamente. -Hemos venido en línea recta, sin la menor desviación ni el más pequeño -barquinazo. ¿Es el coche o las calles? Vuelvo a sufrir la ilusión del -damero.</p> - -<p>Cruzamos el zaguán obscuro, en el que ya no se advierte rastro alguno de -las pasadas luchas. (La Comisaría ha seguido siendo asaltada después de -mi retiro.)</p> - -<p>El mono Sánchez Oriol se adelanta y, después de parlamentar brevemente, -nos hace pasar al despacho del comisario.</p> - -<p>Este nos recibe de pie con una afabilidad de gran caballero.</p> - -<p>Presentaciones: Amenábar, Salcedo, Arribillaga. Grandes saludos. Cuando -me llega el turno, el mono dice simplemente: «¡Dilonoff!» Coro general -de carcajadas. El comisario es el que ríe con más ganas. Después de un -momento de conversación, durante el cual nos muestra un retrato de -Sarmiento destrozado por las balas (es el retrato que el sargento arrojó -sobre la<span class="pagenum"><a name="page_177" id="page_177">{177}</a></span> barricada), procede a entregarme «mis efectos». Por una -deferencia especial no me pide recibo.</p> - -<p>Nos despedimos; pero cuando todos han salido, el simpático comisario me -retiene para decirme con tono de dulce reproche: «Pero, amigo, ¿cómo no -me dijo usted que era socio del Jockey?...»</p> - -<p>Al regresar vamos a toda velocidad por la anchurosa avenida con arboleda -central. Inesperadamente el mono Sánchez Oriol prorrumpe en un alarido: -«¡Viva el presidente del Soviet!» Este grito hace volver la cabeza a los -transeuntes, y creo reconocer rápidamente dos ojos garzos que me miran -con asombro, una cabellera castaña, un traje blanco suelto. ¿Es una -ilusión?... ¡Estos autos marchan tan rápido!...<span class="pagenum"><a name="page_179" id="page_179">{179}</a></span><span class="pagenum"><a name="page_178" id="page_178">{178}</a></span></p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_180" id="page_180">{180}</a></span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_181" id="page_181">{181}</a></span> </p> - -<h2><a name="EL_CULTO_DE_LOS_HEROES" id="EL_CULTO_DE_LOS_HEROES"></a>EL CULTO DE LOS HEROES</h2> - -<h3>CAPITULO PRIMERO<br /><br /> -<small>DE CÓMO DON JUAN MARTÍN IBA ACORTANDO SUS PASEOS</small></h3> - -<p>Al salir aquella mañana, don Juan Martín habíase dado con el mayor de -sus nietos, quien, cansado y furtivo, regresaba al domicilio familiar. -El muchacho, sorprendido, no acertó sino a decir: «Buenos días», -cortesía trivial que el anciano retribuyó con un «Buenas noches» -cortante como el aire frío de la madrugada.</p> - -<p>No dijo más; pero el encuentro habíale puesto de mal humor.</p> - -<p>Por un antiguo hábito ambulatorio, don Juan Martín tenía la costumbre de -meditar sobre sus negocios mientras iba por la calle, solo y abstraído, -en medio del tumulto urbano. La primera idea de su gran empresa -ocurriérasele en esa forma, al cabo de cinco años<span class="pagenum"><a name="page_182" id="page_182">{182}</a></span> de pasear por la -ciudad su aparejo de afilador, y otros tantos había madurado el proyecto -en sus interminables caminatas. Cinco años, durante los cuales empujó su -máquina rudimentaria con aire ausente, acariciando en su espíritu vagos -sueños de riqueza y arrancando a su silbato, de trecho en trecho, un -sonido largo y modulado como un reclamo a la fortuna.</p> - -<p>Por cierto que ese pregón, tradicional en Buenos Aires, no tuvo poca -parte en la ulterior prosperidad de Juan Martín. A causa de él, los -robustos changadores gallegos que en muchas esquinas comentaban -indolentemente la exigua crónica telegráfica de los diarios de entonces, -a la espera de que se les mandase llamar para transportar un piano o -conducir una carta de amor, tareas desproporcionadas que realizaban con -igual indiferencia e idéntica celeridad, solían burlarse de su cuasi -conterráneo—Juan Martín era de los límites de Asturias—con toda la -pesadez de su inteligencia de atletas. En Galicia, con el mismo reclamo, -largo y modulado, anuncian su presencia en las aldeas los castradores de -cerdos. Y eran sobre ese <i>leit-motiv</i> procaz, un número in<span class="pagenum"><a name="page_183" id="page_183">{183}</a></span>finito de -variaciones y desarrollos que el pobre ambulante escuchaba resignado, -traduciendo únicamente su sorda irritación en el leve temblor del -silbato de níquel que colgaba siempre de su boca como una prolongación -natural del belfo. ¿Fué un efecto de su antipatía hacia aquel gremio -jocundo y holgazán la primer idea de la industria que lo enriqueció y -llegó a cambiar uno de los aspectos de la ciudad? ¿O no se debió todo -sino a la antigua hostilidad de las tribus nómadas hacia las de hábitos -sedentarios, causa de tantas luchas prehistóricas, reconocible aún, bajo -pretextos nuevos, en los conflictos de los gremios urbanos? Fuera uno u -otro sentimiento la raíz oculta de su invención, o ambas a la vez, el -hecho es que a Juan Martín se le ocurrió realizar los servicios que -llevaban a cabo sus pesados burladores con carros ligeros de dos ruedas, -y un buen día, dejando su máquina de afilar en un rincón de la pieza que -habitaba con su mujer y su hija, se lanzó a la calle arrastrando el -primer vehículo a tracción humana que se conoció en la capital. En los -años que siguieron y que marcaron un ascenso lento, pero constante, en -su<span class="pagenum"><a name="page_184" id="page_184">{184}</a></span> pequeña industria, D. Juan Martín continuó recorriendo la ciudad al -paso flexible y silencioso de sus alpargatas, revisando en su mente -cálculos de enriquecimiento cada vez más concretos. Y a medida que se -engrandecía su negocio iba disminuyendo el radio de sus paseos y la -amplitud de sus meditaciones.</p> - -<p>Ahora que estaba enormemente rico, que había centralizado en su empresa -casi todos los servicios de transportes y encomiendas del país, que -figuraba en el directorio del Banco Español y era uno de los mayores -propietarios de inmuebles de la ciudad, el breve trayecto entre su -lujoso hotel de la calle Maipú y el viejo edificio de las oficinas en el -Paseo de Julio, cerca del Retiro, bastábale para resolver todos sus -asuntos. Pero siempre el ritmo de su paso era el mismo de cuando iba -empujando su aparejo, y aunque algo relajado por la senectud, su belfo -se avanzaba como si aun intentara, con el silbato ausente, lanzar uno de -aquellos largos y modulados reclamos a la fortuna.<span class="pagenum"><a name="page_185" id="page_185">{185}</a></span></p> - -<h3>CAPITULO II</h3> - -<p class="hang">EN QUE SE MUESTRA QUE LA PIEDAD, COMO OTROS ACHAQUES DE LA VEJEZ, -LA MIOPIA, POR EJEMPLO, PUEDE CORREGIRSE CON EL USO DE CRISTALES -ADECUADOS</p> - -<p>Esa vez, al llegar al edificio de la Empresa, D. Juan Martín advirtió -que, contra su costumbre, no había sido durante la breve caminata dueño -de sus pensamientos. Evidentemente, el encuentro con su nieto habíale -puesto de mal humor. Una sucesión lenta de ingratas escenas familiares, -un sentimiento difuso de soledad y la impresión angustiosa de que su -ausencia definitiva no sería lamentada por nadie, le dominaron durante -todo el trayecto. Así, cuando se vió ante la puerta de su despacho y -recordó que debía resolver en última instancia aquel asunto de los -terrenos de Puente Alsina, se notó desapercibido y en mal estado de -ánimo.<span class="pagenum"><a name="page_186" id="page_186">{186}</a></span></p> - -<p>Don Juan Martín nunca dejaba librado al azar de una entrevista el -resultado de un negocio, pequeño o grande. Iba siempre a ella con un -plan apenas esbozado, pero llevando una decisión prolijamente madurada -en sus paseos, de la que no se apartaba un ápice.</p> - -<p>Pero en esta ocasión estaba desorientado e indeciso. ¿Consentiría en -renovar una vez más el contrato de alquiler a los paisanos suyos, que -desde tiempo inmemorial poseían en aquellos terrenos un establecimiento -entre rural y urbano, a la vez fonda, cancha de bochas y corralón de -hacienda?</p> - -<p>El creciente desvío de la hija, que comenzara poco después de la muerte -de la madre, le había ido acercando a sus paisanos, le hacía complacerse -en las evocaciones de la tierra natal, tan lejana en sus recuerdos, y le -convirtiera en el filántropo de que hablaban los periódicos regionales -de aquí y de allá. Por eso mantuviera hasta entonces improductivos -aquellos terrenos comprados casi por nada a fines del siglo, que había -visto, en su última visita, rodeados de amplias avenidas, calles -pavimentadas, líneas de tranvías, casas moder<span class="pagenum"><a name="page_187" id="page_187">{187}</a></span>nas y edificios -industriales. Sus dos paisanos, padre e hijo, venían disfrutando de esa -locación excepcional con la misma candorosa indiferencia con que se -habían dejado cercar por el progreso y la riqueza, sin modificar sus -hábitos rurales adquiridos treinta años antes, cuando aquel lugar era el -tránsito obligado de los arreos que iban al matadero. ¿Prolongaría esa -situación absurda, perjudicando un plan ya antiguo de ampliación de los -depósitos de la Empresa, para no alterar la dejadez crónica de los dos -acriollados asturianos?</p> - -<p>Cuando penetró en el despacho, ya le estaban aguardando, zurdamente -acomodados en sendos sillones, sus dos inquilinos: el padre, un anciano -de barba blanca, pañuelo de seda negra al cuello, ropa obscura y botines -de elástico, y el hijo, un hombre ya maduro, fornido, con aspecto de -capataz de estancia. Don Juan Martín los saludó sin mucha espontaneidad; -ocupó su asiento tras el escritorio, y al punto entabló la conversación -con sus comprovincianos. Los dos inquilinos no conservaban el menor dejo -del acento nativo. Hablaban con la prosodia llana y el lenguaje -des<span class="pagenum"><a name="page_188" id="page_188">{188}</a></span>cuidado de los hombres del campo de Buenos Aires. En cambio, D. Juan -Martín, que nunca perdiera la ruda pronunciación regional, había -adquirido en la última época de su vida, por su frecuentación del alto -comercio español, el prurito del casticismo. Y nada más cómico, a causa -de esa diferencia idiomática, que la continua apelación a los orígenes -comunes, al deber de ayudar a los paisanos, al amor al terruño con que -los dos suplicantes procuraban ablandar al hombre de negocios.</p> - -<p>Mientras así le hablaban, D. Juan Martín, lejos de conmoverse por las -evocaciones ingenuas de la aldea, casi desvanecida en su memoria, -pensaba en la catástrofe que significaría para aquel viejo verse -expulsado del lugar en que, por una síntesis frecuente en los -inmigrantes españoles que no han sido arrastrados por el vértigo de la -ciudad, conciliara desde su llegada al país el espíritu sedentario del -agricultor europeo con la clásica despreocupación del gaucho. En todo el -tiempo que llevaban aquí no habían ahorrado un centavo, ni acreditado su -negocio, ni conseguido aptitud alguna para abrirse camino en la vida. -Todo<span class="pagenum"><a name="page_189" id="page_189">{189}</a></span> su capital consistía en la clientela, cada vez más escasa, que -acudía a aquel establecimiento indefinido, último representante de la ya -olvidada tradición del barrio. Contra la formidable presión del ambiente -que tendía en cien formas distintas a desplazarlos, a arrojarlos a los -nuevos suburbios, para hacerles repetir al cabo de cuarenta años los -días azarosos de la inmigración, no tenían más defensa que la buena -voluntad de su afortunado paisano.</p> - -<p>Don Juan Martín sentía que se iba emocionando. Le impresionaba, sobre -todo, la afinidad espiritual que era posible advertir entre el padre y -el hijo, el cariño viril que se profesaban, la semejanza en la figura, -en los gestos, en la voz... Y envidiaba al pobre viejo de barba blanca -esa paternidad absoluta, acabada, tanto quizá como él suponía codiciaban -los otros su actual opulencia.</p> - -<p>Estaba a punto de pronunciar la palabra definitiva que devolvería la -tranquilidad a sus visitantes—D. Juan Martín nunca se desdecía—cuando -alcanzó a ver sobre la mesa el estuche de los lentes. Con un gesto -maquinal los abrió, montó los cristales sobre su fuerte<span class="pagenum"><a name="page_190" id="page_190">{190}</a></span> nariz y comenzó -a revisar el fajo de papeles que tenía ante sí. Era el anteproyecto del -inmenso depósito para la Empresa, a construirse sobre los terrenos de -Puente Alsina. La oficina técnica que los había formulado algunos años -antes y que ahora insistía en ellos con motivo de la terminación del -irrisorio contrato señalaba la necesidad, cada día más imperiosa, de -descongestionar la casa central, de tener un local adecuado para los -camiones, de alejar el tráfico de las parroquias aristocráticas. Había -que aprovechar, además, los precios transitoriamente bajos de los -materiales de construcción. Todo esto, gracias a la ampliación de los -cristales, se le aparecía con caracteres nítidos, con una acuidad de -visión que era a la vez un placer del sentido y de la mente.</p> - -<p>En cambio, al levantar la cabeza, las siluetas de los dos hombres que, -encogidos en la penumbra, estaban aguardando la respuesta, se le -presentó borrosa, confusa, apenas perceptible.</p> - -<p>Y sin vacilar, con un solo movimiento negativo, condenó irrevocablemente -a sus dos paisanos a la miseria.<span class="pagenum"><a name="page_191" id="page_191">{191}</a></span></p> - -<h3>CAPITULO III<br /><br /> -<small>BREVE EXCURSIÓN A TRAVÉS DE LOS APELLIDOS</small></h3> - -<div class="poetry"> -<div class="poemrt"><div class="stanza"> -<span class="i0">«... but the last name is certainly meant,<br /></span> -<span class="i0">by all logic and history, to link a man<br /></span> -<span class="i0">with his human origins, habits or<br /></span> -<span class="i0">habitation.»—<i>G. K. Chesterton.</i><br /></span> -</div></div> -</div> - -<p>Don Juan Martín no tenía apellido. Es decir, el nombre de Martín, que -recibiera de su padre, y éste a la vez de sus obscuros antepasados, no -había sufrido la deformación que la costumbre exige para que se le -considere un apellido. Parecía un nombre de expósito, y a esta -circunstancia, que causara la aflicción de su hija, debiérase el que, -por un homenaje inconsciente al iniciador de la industria, todas las -Empresas de mudanzas llevaran durante un tiempo en Buenos Aires nombres -de expósitos: Juan José, Pedro Juan, Luis Martín, etc.<span class="pagenum"><a name="page_192" id="page_192">{192}</a></span></p> - -<p>Tal suerte de apellidos no evolucionados es relativamente numerosa y no -tiene por fuerza consecuencias nefastas para el ansia de figuración -social de sus poseedores. Basta juntarlos indisolublemente con los -apellidos maternos, con lo cual fórmase un nombre compuesto más o menos -eufónico, pero que es prenda segura de un antiguo linaje.</p> - -<p>A la chica de Martín, cuando soltera, ni siquiera ese recurso le había -quedado. El apellido de la madre, muerta hacia fines del siglo pasado, -era un nombre imposible de exhibir a causa de lo que evocaba. Debió, -pues, limitarse al uso del simple apellido paterno hasta que por el -matrimonio lo completó con el de su marido, Alava, anteponiéndole la -obligada partícula <i>de</i>, que acentuaba el efecto, al añadirle una vaga -ilusión de aristocracia.</p> - -<p>Doña Juana María Martín de Alava había olvidado hacía ya mucho tiempo -esa humillante preocupación de su juventud. Así, cuando advertida por el -padre de que en la semana próxima cumpliríase el vigésimoquinto -aniversario del fallecimiento de la madre, y al disponerse a redactar el -aviso de unos fune<span class="pagenum"><a name="page_193" id="page_193">{193}</a></span>rales, no es de extrañar que tuviera una ligera -vacilación: la señora de Alava no recordaba el apellido de la madre.</p> - -<p>Largo tiempo estuvo con el extremo del lápiz de oro entre sus labios -bermejos, la mirada de sus ojos azules perdida en el vacío y el busto -inclinado tratando de recordar el otro nombre de la madre.</p> - -<p>No sin una ligera emoción, evocó su imagen. Volvió a verla, y se vió -ella como hacía treinta años, pequeña, descalza, desarrapada, ayudándole -a torcer la ropa en el lavadero de la ribera y siguiéndola luego por la -barranca de la calle Comercio, en el camino de regreso a casa. Con un -rubor retrospectivo recordó las injurias dialectales con que solía -contestar los chicoleos atrevidos de los <i>cuarteadores</i>, a quienes -llamaban la atención sus colores de campesina y el garbo con que llevaba -en equilibrio sobre la cabeza, por la empinada cuesta, el monumental -cesto de la ropa blanca.</p> - -<p>Doña Juana María se asombró un poco de tener tan presente ahora el lugar -de la escena. La vez pasada, con motivo de una visita a la sala del -Patronato de la Infancia, que se<span class="pagenum"><a name="page_194" id="page_194">{194}</a></span> halla por aquellas inmediaciones, -había pasado por allí y nada recordara.</p> - -<p>Luego, ya distraída del objeto de su esfuerzo rememorativo, pensó en -cuán pequeña fuera la parte de la madre en el destino común. Muerta -cuando apenas comenzaba a apuntar la prosperidad, su recuerdo no estaba -vinculado a ninguno de los sucesivos triunfos familiares logrados merced -a la tozudez del padre y a la habilidad de la hija.</p> - -<p>La señora de Alava se atribuía, en efecto, un papel importante en el -encumbramiento de don Juan Martín, cuyos aciertos financieros había ella -realzado y centuplicado mediante la sucesiva elevación del plano social -en que debían desenvolverse. Por cierto que la ambiciosa señora no se -sentía muy apoyada en esa tarea de equilibrar constantemente el grado, -siempre en ascenso, de la riqueza con los gustos, la educación, los -modales y el tren del formidable trabajador.</p> - -<p>¡El padre era tan brusco, tan limitado, tan egoísta! ¡La había dado -tantos disgustos!</p> - -<p>Por contraste, pensó en la madre, que no la había dado ninguno; la -madre, que se había<span class="pagenum"><a name="page_195" id="page_195">{195}</a></span> marchado discretamente de la vida antes de que su -ignorancia y su torpeza hubiesen comenzado a importunar a la hija.</p> - -<p>De ella no quedaba sino una fotografía desvanecida y una mala ampliación -al carbón que D. Juan Martín se obstinaba en conservar en su dormitorio.</p> - -<p>La señora retuvo, quizá por primera vez, que de ella había heredado el -color de los ojos, la frescura de la boca, el porte gentil...</p> - -<p>Y quedóse meditando, los grandes ojos azules perdidos en el vacío, el -lápiz de oro apoyado contra los labios bermejos, con aquella expresión a -la vez hierática y desdeñosa que se había compuesto inspirándose en las -láminas mundanas del <i>Sketch</i>.</p> - -<p>¿Llegó a recordar la señora de Alava el nombre impublicable?</p> - -<p>Probablemente no; porque el aviso que apareció en los diarios decía así:</p> -<p> </p> - -<p><img src="images/cross.png" -width="25" -alt="✝" -style="vertical-align:top;" -/> MANUELA N. DE MARTIN, Q. E. P. D., FALLECIDA el 15 de marzo de 1894...<br /> -<span class="pagenum"><a name="page_196" id="page_196">{196}</a></span></p> - -<h3>CAPITULO IV<br /><br /> -<small>EL HUEVO DE LEDA</small></h3> - -<p>Poco interesados en aquella exhibición de un establo absolutamente -aséptico, en el que cada uno de los animales tenía a su cabecera, -prolijamente encuadrada, su ficha individual, como los enfermos de los -hospitales, Amenábar y el embajador de España habíanse quedado a la zaga -de la comitiva.</p> - -<p>—¿Se imagina usted—observó Amenábar—qué pensarán los peones de este -establecimiento cuando se les diga que Jesucristo ha nacido en un -establo?</p> - -<p>El embajador, que, a pesar de ser diplomático de carrera, tenía la -imaginación viva, sonrióse ante la idea de un retablo «absolutamente -aséptico», con una vaca de <i>pédigree</i>, pesebres de níquel, algodón -hidrófilo, gasas, ácido bóri<span class="pagenum"><a name="page_197" id="page_197">{197}</a></span>co pulverizado para simular la nieve, y -unos angelitos que parecieran arrancados de la portada de un libro sobre -Eugenia, extendiendo sobre el candoroso grupo de la Sagrada Familia esta -leyenda: <i>Salus populi suprema lex...</i></p> - -<p>Pero el hábito profesional se impuso inmediatamente a su espíritu -risueño y dijo con suavidad:</p> - -<p>—Hay en esta extremosa preocupación por la ganadería, como en la ligera -jactancia que casi todos vosotros tenéis de ser entendidos en las faenas -rurales, un explicable orgullo de los orígenes de vuestra riqueza, así -la colectiva como la individual. Sois un pueblo agrícola y ganadero; -vuestra naciente aristocracia fúndase, más que en la tradición del -apellido, o en el capital amonedado, en las extensiones de campo que -hicieron fructificar el esfuerzo y la industria propios o de vuestros -ascendientes. Y como las aristocracias no se forman sino por la -consagración de sucesivas generaciones a una empresa común, encuentro -loable y justificadísimo el empeño que ponéis en mostraros los mejores -criadores del mundo...<span class="pagenum"><a name="page_198" id="page_198">{198}</a></span></p> - -<p>Hablando así, el embajador de España preparaba la pequeña disertación -con que luego, en la mesa, procuraría ser agradable a los dueños de casa -y mostraría ante el Infante que había penetrado el espíritu del país.</p> - -<p>—Así, el señor de Alava—continuó el diplomático—, al aplicarse, con -todos los recursos de su ciencia y de su experiencia, a refinar el -plantel ganadero, prosigue y enaltece la obra de progreso iniciada por -D. Juan Martín cuando trajo a esta granja las pocas primeras vacas que -fueron el origen de su actual fortuna...</p> - -<p>—Le advierto—interrumpió Amenábar—que la fortuna de D. Juan Martín -tiene orígenes absolutamente metropolitanos. Nuestro anfitrión, desde -que llegó a Buenos Aires, en el 78, no salió jamás de la capital.</p> - -<p>—Entonces—dijo inquieto el diplomático, que veía deshacerse su pequeño -efecto oratorio del almuerzo—es el señor de Alava...</p> - -<p>—Alava—repuso implacablemente Amenábar—es médico, hijo de unos -pequeños comerciantes españoles. Hasta que casó con Juana María no había -pensado nunca en dedicarse a la cría de ganado fino: pero las amis<span class="pagenum"><a name="page_199" id="page_199">{199}</a></span>tades -de Club le sugirieron eso que es ya la consecuencia obligada de todo -buen matrimonio: irse a trabajar al campo con el dinero del suegro.</p> - -<p>Y ante un gesto de desagrado del embajador, que no respetaba la riqueza -adquirida en el comercio, cosa de judíos y de ingleses, Amenábar le -refirió la historia del encumbramiento de D. Juan Martín. Cómo había -andado por las calles con su piedra de afilar y su silbato; cómo había -tenido la audacia de uncirse él mismo al primer carro ligero de dos -ruedas que conociéramos en el país; cómo fundara una empresa de -mudanzas, y cómo ésta se convirtiera al cabo de los años en la poderosa -Compañía de transportes y encomiendas que llevaba su nombre.</p> - -<p>—No crea usted—terminó Amenábar—que D. Juan Martín hace misterio de -sus comienzos. Por el contrario, exhibe su origen humilde y recuerda la -dura vida de su juventud con una insistencia que resulta molesta a Juana -María, sobre todo ante ciertos huéspedes. El viejo ha conservado -religiosamente la máquina de afilar, y hubo un tiempo en que la -mos<span class="pagenum"><a name="page_200" id="page_200">{200}</a></span>traba con orgullo a todos cuantos le visitaban. Por cierto que esa -manía fué la tortura de la hija, tan distinguida y tan cuidadosa de su -prestigio mundano, porque a causa de ella recibió el mote de «la -afiladora»... ¿Usted conoce el sentido que esa palabra tiene entre -nosotros?... Eso la desesperaba... Poco a poco, a fuerza de estrategia -ha conseguido que el padre relegara a este alejado establecimiento de -campo, adonde no viene casi nunca, el molesto artefacto. Ya verá usted, -a menos que Juana María se interponga con su infinito <i>savoir faire</i>, -cómo el viejo nos lleva hasta donde está la máquina.</p> - -<p>Amenábar bajó la voz porque iban acercándose al grupo principal. Estaban -al final de los boxes. El infante de Aragón, fatigado de interrogar -sobre cada animal y de escuchar con aire complacido las respuestas -sabias de Alava, dejó vagar la vista por la extensión esmeralda del -campo que se desplegaba más allá de la verja, pintada de bermellón. Don -Juan Martín, que había guardado silencio hasta entonces, creyó oportuno -intervenir en la conversación suspendida.<span class="pagenum"><a name="page_201" id="page_201">{201}</a></span></p> - -<p>—Cuando yo llegué a Buenos Aires—comenzó a decir—y andaba...</p> - -<p>—¡Por Dios, papá!—interrumpió rápidamente Juana María, temerosa del -inevitable desarrollo de aquellas evocaciones paternales—. ¡No es -necesario remontarse al huevo de Leda!</p> - -<p>—¡Qué huevo, ni qué huevo! ¿Quién está hablando ahora de -huevos?—replicó severamente el padre—. Le decía al señor—continuó -indicando al príncipe—que cuando yo llegué a Buenos Aires, allá por el -año 78...</p> - -<p>La señora de Alava sintió que las piernas le flaqueaban y que el paisaje -daba vueltas en torno suyo vertiginosamente. Una angustia indecible le -atenazaba el pecho, y el sonido de las palabras del padre le llegaba -interrumpido por el latido de la sangre que le golpeaba en los tímpanos -con el galope rítmico de un metrónomo alocado. Toda la mañana había -estado temiendo aquella catástrofe y ahora se producía allí, en las -peores condiciones, a un paso del galpón donde se guardaba la máquina -infernal.</p> - -<p>Cuando consiguió serenarse, ya D. Juan<span class="pagenum"><a name="page_202" id="page_202">{202}</a></span> Martín había dejado de hablar. -No fuera todo sino una falsa alarma. El anciano había observado -simplemente que el perfeccionamiento del ganado criollo era un hecho -indiscutible para él comparando sus recuerdos con lo que ahora en las -mismas calles de Buenos Aires podía advertirse.</p> - -<p>La señora de Alava respiró profundamente e indicó la necesidad de -regresar a la casa para el almuerzo. Todos se pusieron en marcha. -Alejado el peligro, Juana María sonreía con la sonrisa tímida de los -convalecientes, pálida aún por la impresión sufrida.</p> - -<p>En la mesa, sentada a la derecha del infante, frente a monseñor De -Filippis, que no hacía sino elogiar la mansedumbre de la existencia -campesina en aquella casa donde no faltaba ninguno de los refinamientos -de la ciudad, y junto al embajador, que aspiraba en cada momento a dar a -Su Alteza una impresión exacta del carácter porteño, la hija de Juan -Martín tuvo conciencia de que por primera vez en la vida se realizaba -plenamente su destino. El padre, el único detalle que podía entenebrecer -aquella visión triunfal, des<span class="pagenum"><a name="page_203" id="page_203">{203}</a></span>aparecía en un extremo de la mesa, entre un -periodista español, elocuente y voluminoso, que acompañaba al infante en -la gira por América, y el oficial argentino, edecán del príncipe, al que -continuamente se le escapaban los cubiertos con un estrépito atroz.</p> - -<p>A mediados de la comida, el embajador, que se había servido pródigamente -del borgoña blanco—un Montracher 1900—, aprovechando una coyuntura -favorable comenzó a hablar:</p> - -<p>—Hay en esta extremosa preocupación por la ganadería, así como en la -ligera jactancia que casi todos vosotros tenéis de ser entendidos en las -faenas rurales, un explicable orgullo de los orígenes de vuestra -riqueza, tanto la colectiva como la individual. Sois un pueblo agrícola -y ganadero...</p> - -<p>Ya lanzado en el tema, por un hábito profesional, reprodujo exactamente -lo que una hora antes le había dicho a Amenábar. Repitió todo, hasta la -alusión a las primeras vacas que fueron el punto de partida del -enriquecimiento de D. Juan Martín.</p> - -<p>Y la rectificación fatal se impuso. Desde el extremo de la mesa el -potentado recordó su<span class="pagenum"><a name="page_204" id="page_204">{204}</a></span> vida de trabajo, las humillaciones sufridas, las -fatigas y los desalientos sobrepujados, caminando constantemente por las -calles de la inmensa ciudad.</p> - -<p>Juana María soportó con noble entereza el temido contratiempo. Había -advertido que, a partir del segundo plato, el infante, rojo y abotagado, -cayera en una especie de sopor que le mantenía insensible a todo lo que -no era comer y beber.</p> - -<p>Lo que más le alarmó fué verle a Amenábar anotar algo, sonriéndose, en -la tarjeta del menú.</p> - -<p>Adivinó una malevolencia y tuvo un ligero estremecimiento.</p> - -<p>En la lista del menú, impreso en una cartulina transparente, que -ostentaba en relieve el escudo de armas del príncipe, el clubman, con su -letra clara e impersonal, acababa de interpolar:</p> - -<div class="poetry"> -<div class="poem"><div class="stanza"> -<span class="i0"><i>Œufs de Leda a la gaffe.</i><br /></span> -</div></div> -</div> - -<p>Esa visita del infante a la estancia de Alava marcó para Juana María uno -de los grandes momentos de su existencia. Aunque siempre<span class="pagenum"><a name="page_205" id="page_205">{205}</a></span> guardó el -penoso recuerdo del mal rato pasado durante el almuerzo, adquirió la -convicción de que no se había equivocado en la conducta que venía -observando desde que por la muerte de la madre quedara como compañera -única de D. Juan Martín. No, no habían sido inútiles todas las sucesivas -concesiones que fuera arrancando al tosco trabajador: la casa propia, el -cambio de hábitos de vida, muebles lujosos, servidumbre abundante, -cultivo de relaciones sociales y, por último, la estancia para Alava, -costoso capricho de millonario.</p> - -<p>Cada una de estas conquistas había demandado un largo asedio, constante -ejercicio de paciencia y bruscos asaltos de rebeldía filial. Y los -triunfos, lejos de allanarle el camino para otras victorias, se lo -hacían más difícil, enardeciendo el espíritu del vencido. ¡Lo que le -había costado decidirle a abandonar aquella necrópolis de la calle -Venezuela, antiguo caserón del tiempo de los virreyes, con puertas -macizas, ventanas de hierros forjados, patios con enredaderas, en que -anidaban las arañas, y un aljibe! ¡Y convencerle de que edificase un -hotelito en el Retiro, cerca del palacio<span class="pagenum"><a name="page_206" id="page_206">{206}</a></span> de los Paz, que representaba -entonces para Juana María el tipo de la vivienda señorial! Al recuerdo -de tales luchas, la señora de Alava tenía una sonrisa fatigada. No, no -habían sido inútiles tantos esfuerzos. La visión del trozo de mesa con -el infante, el embajador y el obispo le iluminó interiormente. Pero al -mismo tiempo pensó que su victoria no sería nunca absoluta ni -definitiva. Había en su vida algo irreductible, que le amargaba los -momentos más brillantes, que la mantenía en perpetua zozobra. ¿Qué podía -ella en contra de su padre? Volvió a sentir la vergüenza de aquel -almuerzo y recordó con qué furor contenido ordenó secretamente, antes de -salir para Buenos Aires, la destrucción de la odiosa máquina de afilar.</p> - -<p>Sólo al recibir, algunos días después, la noticia de que aquel inanimado -compañero de andanzas de su padre había sido despedazado y aventados sus -restos tuvo conciencia de cuánto y qué antiguo era su aborrecimiento.<span class="pagenum"><a name="page_207" id="page_207">{207}</a></span></p> - -<h3>CAPITULO V<br /><br /> -<small>LA VUELTA AL COLONIAL</small></h3> - -<p>Una tarde, pocas semanas después de la visita del príncipe, el auto de -la señora de Alava se detuvo silenciosamente ante la entrada de las -oficinas de la Empresa. Descendió de él doña Juana María, y con una -agilidad aun juvenil, subió presurosamente la escalera que conducía al -despacho de su padre, donde irrumpió, alegre y dominadora, envolviendo -al anciano en un tumulto de palabras cariñosas y un hálito de violetas. -Sorprendido, don Juan Martín no pudo menos que sonreír, a pesar de su -adustez acostumbrada.</p> - -<p>De algunos años a aquella parte esas visitas de la hija, que le llenaban -de cierto orgullo paternal, se iban haciendo cada vez más raras. Antes, -en los primeros tiempos de la Empresa, cuando el trabajo era rudo y las -preocupacio<span class="pagenum"><a name="page_208" id="page_208">{208}</a></span>nes pesaban continuamente sobre su espíritu, D. Juan Martín -tenía, por lo menos, la compensación de esa visita vespertina, seguida -de un paseo a pie, durante el cual la joven parloteaba incansable, -descubriendo bajo la mirada socarrona del padre todas sus ambiciones, -todos sus celos femeninos. Y fué en esos paseos en los que Juana María -había ido desbastando poco a poco la inteligencia del comerciante, -reformando sus hábitos, ampliando el horizonte de su vida y -acostumbrándole a no medir con el mismo patrón de estricta economía los -gastos usuales y los expendios de carácter suntuario. Era aquel tiempo -feliz en que su hija no tenía obligación alguna; después vinieron lo que -llamaba ella sus «obligaciones», y las visitas al padre, al final de la -tarea diaria, espaciáronse largamente.</p> - -<p>La última vez que había estado en la oficina era precisamente un año -antes, cuando don Juan Martín había tenido que acudir en auxilio de -Alava, amenazado de ruina por su mala suerte en la cabaña y en el club. -Y aun en tal ocasión Juana María, evidentemente preocupada por los -contrastes financieros de su es<span class="pagenum"><a name="page_209" id="page_209">{209}</a></span>poso, limitara todo su filial agasajo a -una rápida vuelta por Palermo en compañía del anciano.</p> - -<p>Le abrochó amorosamente el abrigo antes de salir. Luego bajó la escalera -a su lado, sin prestarle apoyo, segura y como orgullosa de su fuerte -ancianidad. Iba luciendo junto al padre su porte de reina, despertando -ambos en los empleados que los veían descender la visión de la dicha -completa: fortuna, belleza y amor familiar...</p> - -<p>El auto arrancó suavemente. Ni el <i>chauffeur</i> ni D. Juan Martín -preguntaron adónde iban. El primero, fuera de duda, tenía instrucciones -precisas, y el segundo se entregaba a su suerte, arrellanándose en los -cojines gris perla de la <i>limousine</i> con un abandono feliz. A modo de -explicación del secuestro, Juana María dióse a elogiar el esplendor de -aquella tarde de fines de otoño. Un sol invisible había espolvoreado de -oro todo el cielo de occidente; proyectaba una luz clara sobre la -cúspide de los edificios y teñía de rojo y amarillo las últimas hojas de -los árboles, que así parecían irse consumiendo lentamente en un -misterioso incendio.<span class="pagenum"><a name="page_210" id="page_210">{210}</a></span></p> - -<p>A ambos lados del coche, como en una doble cinta cinematográfica, -comenzó un sereno desfile de suntuosas viviendas. Era un espectáculo -bien conocido de la hija de Juan Martín—hacía veinte años que en las -épocas propicias y por las rutas fijadas por los demás cumplía como una -de sus «obligaciones» aquel paseo a Palermo—; pero ahora lo contemplaba -como si lo viese por vez primera, y las observaciones largamente -maduradas caían de sus labios con toda la espontaneidad de un -descubrimiento. La edificación no le gustaba: palacios horribles que -parecían destinados a una institución de beneficencia o a un ministerio -de Estado; palacetes en que se imitaban todos los estilos del -Renacimiento francés e italiano; pesadas fantasías teutónicas; hotelitos -adocenados, cuya descripción podría ella hacer en el obligado lenguaje -de los avisos de remate, sin entrar siquiera en uno. ¿Cuándo la gente de -buen gusto haría casas que nos recordasen que vivimos en Buenos Aires y -pertenecemos a una raza que tiene tradición y espíritu propios?...</p> - -<p>Don Juan Martín, como siempre, la escu<span class="pagenum"><a name="page_211" id="page_211">{211}</a></span>chaba en silencio, aunque con una -vislumbre irónica en los ojos, porque recordaba cuánto había deseado -ella poseer un <i>petit hôtel</i> como los que ahora desacreditaba.</p> - -<p>Estaban llegando al paseo de moda y el auto iba disminuyendo -insensiblemente su marcha. El <i>chauffeur</i>, retornándose, con una mirada -de inteligencia, detuvo el coche.</p> - -<p>Descendieron, sumergiéndose en la corriente tranquila de los paseantes. -Muchas caras conocidas, saludos a distancia y algunas sonrisas en las -que Juana María creyó descubrir el asombro que causaba su insólita -exhibición de amor filial. Algo inquieta, fuése alejando con el padre -hasta un extremo del <i>promenoir</i>, como si buscase un sosiego propicio -para sus expansiones. Don Juan Martín habló entonces por primera vez:</p> - -<p>—¿Cómo anda tu marido?</p> - -<p>—Bien—repuso con complacencia la hija, satisfecha de no tener nada que -pedir por ese lado.</p> - -<p>(¡Bastante trabajo le había dado la última vez!)</p> - -<p>Y se quedaron en silencio contemplando el melancólico atardecer.<span class="pagenum"><a name="page_212" id="page_212">{212}</a></span></p> - -<p>Un auto de carrera, amarillo, monstruoso, con los tubos de escape -laterales como un animal que llevase las tripas fuera, pasó con lentitud -atronando la alameda. Juana María reconoció, en un lampo de orgullo -maternal, al mayor de sus hijos, Adolfito, que iba guiando la poderosa -máquina. Se parecía al príncipe de Gales, pero era más dispendioso.</p> - -<p>Guardóse muy bien de señalar su presencia al abuelo; D. Juan Martín -profesábale al muchacho una hosca antipatía.</p> - -<p>No rompieron su mutismo hasta que, ya de noche, despejado el paseo de -gente, Juana María dijo levantándose, como si tuviera de pronto la -noción de la hora:</p> - -<p>—¡Vamos, papá!</p> - -<p>Con paso rápido llegaron al auto, y tal como vinieran se inició el -regreso: D. Juan Martín hundido regaladamente en los cojines y la hija -hablando de lo mismo; la arquitectura de la Avenida Alvear la tenía -preocupada.</p> - -<p>Al anciano no le extrañaba esa insistencia en un tema dado. Reconocía -obscuramente en la hija su propensión a no pensar sino en una sola cosa -a la vez, a tender toda su voluntad<span class="pagenum"><a name="page_213" id="page_213">{213}</a></span> y toda su inteligencia hacia un -objetivo único, hasta lograrlo, hasta superarlo, hasta descubrir más -allá de él nuevos incentivos, pretextos nuevos para un gran empeño.</p> - -<p>Cerca de la casa, Juana María descubrió sus baterías. El «hotel» de la -calle Maipú, con todo su lujo pesado, su frío <i>confort</i>, su arreglo -impersonal, había comenzado a resultar inhabitable. Ella deseaba una -casa apropiada al clima de Buenos Aires, algo que recordase nuestras -costumbres y que evocara a la vez el pasado del país y el linaje de la -raza. Una casa fresca, risueña, blanca, con grandes patios de azulejos -llenos de flores y enredaderas, un frente sencillo con ventanas de -hierro forjado y un ancho portalón de macizas batientes claveteadas.</p> - -<p>Y mientras exponía eso al padre, con un entusiasmo que coloreaba de -sangre sus mejillas, pensaba interiormente en los costosos detalles con -que completaría ese plan sencillo: los vargueños auténticos, los viejos -arcones, los cuadros de Ribera; el oratorio, que sería un pequeño museo -de arte religioso y donde a veces se haría decir misa por el obispo de -Heráclea...<span class="pagenum"><a name="page_214" id="page_214">{214}</a></span></p> - -<p>Pero ¿querría el padre? No formuló la pregunta; mas envolviéndole en la -suave mirada de sus ojos azules, aguardó respetuosamente la opinión del -anciano.</p> - -<p>—No me parece cosa difícil—comenzó a decir éste, sintiéndose -interrogado.</p> - -<p>Juana María no le dejó proseguir.</p> - -<p>—¡Qué bueno eres, papá!—exclamó con efusión.</p> - -<p>E inmediatamente le colmó de halagos: comerían juntos los dos solos, -como en los buenos tiempos de su juventud; pasarían la velada juntos, y -ella escucharía, como en otras épocas, sus proyectos comerciales.</p> - -<p>Llegados a la casa, Juana María descendió del auto con aire triunfante, -orgullosa y feliz. Midió con una mirada desdeñosa al palacete que -habitaba desde hacía quince años como si ya fuese algo ajeno, y entró -precediendo al padre.</p> - -<p>La comida no pudo ser más íntima; Alava estaba en la estancia y Adolfito -casi nunca hacía acto de presencia en la mesa familiar. Frente a frente, -padre e hija recobraron un poco de la confianza mutua que se habían -tenido.<span class="pagenum"><a name="page_215" id="page_215">{215}</a></span></p> - -<p>Hacia los postres, D. Juan Martín encendió uno de los cigarrillos -ordinarios, de que no había podido deshabituarse. La señora de Alava -consideró oportuno el momento para reanudar la conversación de la tarde.</p> - -<p>¡Deseaba tanto abandonar aquella vivienda fría, pesada y antipática! -Insistió entonces con mayor abundancia en su sueño de la casa colonial, -con grandes patios llenos de tiestos y enredaderas, ventanas de hierro -forjado y el ancho portalón de gruesos clavos. ¡Cuándo alcanzaría a ver -eso!</p> - -<p>—Habrá que esperar a que termine el contrato—murmuró D. Juan Martín, -continuando un monólogo interior.</p> - -<p>—¿Qué contrato?—interrogó la señora, temiendo que el anciano no le -hubiera prestado atención.</p> - -<p>—El de la casa de la calle Venezuela. Mientras no termine, a menos que -consientan en rescindirlo, no podremos volver a vivir en ella.</p> - -<p>—¿Y quién piensa ir a vivir a la casa de Venezuela?—exclamó Juana -María, estupefacta.</p> - -<p>—¿Cómo?—dijo a su vez, asombrado, don Juan Martín.<span class="pagenum"><a name="page_216" id="page_216">{216}</a></span></p> - -<p>¿No había ella aludido constantemente en la conversación a la vieja casa -de la calle Venezuela, con sus grandes patios llenos de enredaderas, sus -ventanas del tiempo de los virreyes y su ancho portalón macizo?</p> - -<p>Con la angustia de quien, creyéndose victorioso, vese de pronto envuelto -en la derrota, Juana María protestó contra semejante suposición. Ella -nunca había pensado en volver a la casa de Venezuela, una casa vieja, -llena de ratones y de arañas, en un barrio imposible, donde no vivía -nadie. Y con sollozos en la voz, ante la mirada atónita del viejo, -expuso de nuevo su sueño de una casa colonial.</p> - -<p>Don Juan Martín había comprendido al fin. Su hija quería que le -transportase la casa de la calle Venezuela al barrio Norte. Eso de -levantar sobre un solar nuevo una casa vieja le pareció un absurdo, y -poniéndose de pie, como para terminar una entrevista comercial, dijo -sencillamente:</p> - -<p>—¡Imposible!</p> - -<p>Juana María, que conocía a su padre, se dió cuenta que esa palabra era -definitiva...</p> - -<p>Una vez sola en su aposento, la señora de<span class="pagenum"><a name="page_217" id="page_217">{217}</a></span> Alava se abandonó a su -desesperación. ¡Adiós la ilusión de la casa a la moda, de los magníficos -muebles antiguos, de los cuadros famosos, del oratorio cuajado de -tesoros artísticos! Ese ideal que durante dos horas de la noche había -pregustado como una realidad inminente desvanecíase de pronto, quizá -para siempre, en un <i>quid pro quo</i> burlesco. La señora de Alava tuvo -vergüenza de su contraste y recordó con sonrojo el largo paseo por -Palermo y los agasajos inútiles con que abrumara al anciano al primer -signo de consentimiento. ¡Qué tarde y qué noche perdidas! Volvióle a la -imaginación la sonrisa con que algunas amigas la contemplaron en el -paseo caminando al lado de su padre y tuvo un movimiento de despecho. -No; no era, en verdad, presentable D. Juan Martín... Comenzó a recordar -las grandes humillaciones que por su causa sufriera, la inquietud en que -vivía, el vasallaje económico en que tenía a todos: a ella, a su hijo, a -su marido... Y en ese recuento de ingratos episodios domésticos fué -acumulándose toda su amargura, hasta que estalló en el deseo -inconfesable: ¡Cuándo la dejaría libre!<span class="pagenum"><a name="page_218" id="page_218">{218}</a></span> Iba ya a cumplir cuarenta años; -le quedaban, pues, pocos de juventud, de belleza, de ansia de gozar la -vida, y veía su destino irremediablemente trunco. ¿A qué la fortuna y la -libertad cuando ya no pudiese sino vivir sobre sus recuerdos? Esta -perspectiva sarcástica le llenó de una congoja infinita, y sinceramente, -con la más pura emoción de su alma, juntando sus bellas manos largas en -el gesto de la plegaria más fervorosa, exclamó:</p> - -<p>—¡Dios mío! ¡Cuándo me veré libre de mi padre!...<span class="pagenum"><a name="page_219" id="page_219">{219}</a></span></p> - -<h3>CAPITULO VI<br /><br /> -<small>LA MUERTE DEL HÉROE</small></h3> - -<p>Por fin había muerto. Su mucamo, un viejo criado, el único que tenía -derecho a violar el <i>sanctasantórum</i> de su dormitorio, extrañado de que -siguiera durmiendo después de las ocho, entró en la habitación y le -halló arrebujado en las ropas del lecho, todo encogido, en una actitud -de momia, blanco y rígido ya.</p> - -<p>Debía de haber muerto pocas horas antes, mientras dormía; pero por la -expresión de su fisonomía hubiérase dicho que era un cadáver muy antiguo -que perdiera desde muchos años atrás todo contacto con el mundo. La -muerte había acentuado en su mascarilla aquel aire de reserva que -tuviera durante toda su vida; la agonía le había hecho apretar aún más -sus labios, subrayando el visaje habitual con que recataba sus -sentimientos íntimos. Don Juan<span class="pagenum"><a name="page_220" id="page_220">{220}</a></span> Martín parecía ocultar un secreto. Y en -verdad que se llevaba el secreto de sus fatigas, del heroico esfuerzo de -voluntad desplegado durante medio siglo, de los sufrimientos soportados, -de las decepciones aguantadas noblemente en silencio... ¡Todo perdido, -hundido en la nada, anegado en el misterio, como están perdidos para -nosotros los infinitos sufrimientos de las razas primitivas que en -centenares de miles de años fueron elevándose lentamente sobre el nivel -de la animalidad!</p> - -<p>El mucamo se cercioró de la muerte. Iba a llamar, a conmover a la casa, -cuando se acordó de la señora y salió, cerrando tras sí suavemente la -puerta del aposento como para no despertar al dormido. Bajó al piso -inmediato, y después de conferenciar con dos doncellas, le hicieron -pasar al tocador. De espaldas, hablándole al espejo, Juana María le -preguntó:</p> - -<p>—¿Qué pasa, Julián?</p> - -<p>Julián dió la noticia:</p> - -<p>—Señora, creo que el señor Martín está mal.</p> - -<p>—¿Se ha levantado?</p> - -<p>—No, señora; todavía no. Me parece que es algo grave. Si la señora -quisiera subir...<span class="pagenum"><a name="page_221" id="page_221">{221}</a></span></p> - -<p>—¡Inmediatamente!—contestó Juana María poniéndose de pie.</p> - -<p>Las doncellas se precipitaron hacia ella y con una destreza de esclavas -de harén le arreglaron rápidamente el cabello y le ajustaron su ropaje -matinal. Subió presurosa la escalera seguida del mucamo.</p> - -<p>Al ver al padre todo blanco y encogido tuvo de inmediato la evidencia de -la verdad. Fué como si le dieran un fuerte golpe en la frente; echó la -cabeza hacia atrás y permaneció un momento atontada. Pero pronto se -sobrepuso al brutal choque. Comenzó a reflexionar: las ideas, las -imágenes, los proyectos desfilaron velozmente por su espíritu. Sentía -una especie de vértigo al pensar tan rápidamente. Se apoyó en el -respaldo de una silla y procuró fijar sus ideas. ¿Qué debía hacer? Como -siempre, cuando podía ser necesario, Alava estaba en la estancia. En el -chico no se podía confiar. Ante todo había que evitar el escándalo. -Debía prolongarse la agonía del padre...</p> - -<p>Se volvió hacia el mucamo. Pálida, con un temblor en la voz, le dijo:</p> - -<p>—Es un síncope.<span class="pagenum"><a name="page_222" id="page_222">{222}</a></span></p> - -<p>El sonido de sus propias palabras la reanimó. Recobrando algo de su -capacidad ejecutiva, dijo luego:</p> - -<p>—Julián, vaya usted en seguida a buscar al doctor...—vaciló entre dos -nombres, decidiéndose por el médico más anciano—; pero vaya usted -mismo, sin decir nada a nadie, para no alarmar... Yo esperaré aquí...</p> - -<p>Al quedarse sola, Juana María dió un vistazo a la habitación: muebles -modestos, viejos, desparejos; la alfombra sucia; ropas en desorden. Todo -con un aspecto sórdido que sobrecogía el corazón. En una pared, el -retrato de la madre: una horrible ampliación al carbón con un grueso -marco dorado.</p> - -<p>Esto, más que el cadáver infantilmente encogido en el lecho, la -impresionó hasta el punto de hacerle subir las lágrimas a los ojos. Fué -una impresión que, comenzada en el estómago, ascendió atenazándole la -garganta y obligándole a romper en un sollozo: «¡Dios mío! ¡Qué -miseria!»</p> - -<p>La doncella de confianza, que, inquieta por su ausencia, subió a -ofrecerle auxilio, la halló en medio de la estancia, anonadada, -llorando<span class="pagenum"><a name="page_223" id="page_223">{223}</a></span> silenciosamente las últimas lágrimas de vergüenza que le hacía -derramar el padre...</p> - -<p>Cuando Julián volvió con el médico, casi no pudo reconocer la -habitación. Faltaban muchos muebles, se había mudado la alfombra y el -retrato de la madre había desaparecido.<span class="pagenum"><a name="page_224" id="page_224">{224}</a></span></p> - -<h3>CAPITULO VII<br /><br /> -<small>TRANSFIGURACIÓN</small></h3> - -<p>El viejo médico mundano, después de un rápido reconocimiento del -cadáver, no pudo evitar una sonrisa ante la ingenuidad de la señora, que -seguía hablando de un síncope. «Es la eterna ilusión de la piedad -filial», pensó para sí, y dando a su rostro aquella expresión bondadosa -que había sido la causa de su éxito en la carrera, comunicó a la hija su -triste comprobación.</p> - -<p>Ante esta notificación oficial, Juana María cayó de rodillas sobre la -alfombra limpia y hundió su rostro en el lecho mortuorio, contra la -colcha recién mudada. Así, tapándose los oídos para no escuchar las -triviales frases de consuelo del médico y las súplicas amistosas de la -doncella, que llorando copiosamente le<span class="pagenum"><a name="page_225" id="page_225">{225}</a></span> rogaba se tranquilizase, la hija -de Juan Martín permaneció largo rato zarandeada por un tumulto de -pensamientos. ¿Qué pasaría durante el día? Como siempre, cuando se -trataba de presentar o aludir a su padre ante otras gentes, se sentía -cobarde. Esta vez no podría evitarlo, y ante la perspectiva de las -miradas irónicas y de los pésames insidiosos que tendría que soportar, -un estremecimiento de rebeldía recorrió todo su cuerpo. Se resistía al -cumplimiento de ese último deber filial con la misma reacción física que -los condenados tienen frente a la guillotina. Sentíase muy desgraciada y -hundía desesperadamente la cabeza en la colcha como si quisiera escapar -a su amarga obligación fúnebre.</p> - -<p>Doña Juana María no era mujer de dejarse abatir. Se puso de pie, -dominando su emoción; enjugóse las dos lágrimas ardientes que le corrían -por las mejillas y dió varias órdenes. Parecía una princesa regente al -pie del lecho de muerte del jefe de la dinastía, porque su primer medida -consistió en establecer la censura sobre todas las noticias que se -refirieran al fallecimiento.<span class="pagenum"><a name="page_226" id="page_226">{226}</a></span></p> - -<p>Alava fué informado por medio de un telegrama de seis palabras, y el -médico, retenido en la casa hasta mediodía. Después de esa hora las -comunicaciones fueron haciéndose lentamente, de acuerdo con un orden -protocolar.</p> - -<p>El último en advertir la novedad fué el mayor de los nietos de D. Juan -Martín, que vivía en la misma casa. Se había levantado a las cuatro de -la tarde, y envuelto en una pintoresca salida de baño estaba haciendo -flexiones, a tiempo que batía un <i>cock-tail</i> cargado de yemas, cuando -vió en <i>El Diario</i>, que pusiera extendido sobre su cama, el retrato del -abuelo. «¡Zas! ¡El viejo!», dijo lleno de estupor, y sin dejar de batir -maquinalmente su <i>cock-tail</i> se enteró de la noticia necrológica.</p> - -<p>Era un suelto laudatorio, altamente laudatorio. Don Juan Martín aparecía -en él como un <i>pioneer</i>, como uno de esos hombres que son el orgullo y -la fuerza de las sociedades modernas.</p> - -<p>Este país, sobre todo, al que había consagrado sus energías por espacio -de más de medio siglo, y donde había formado una familia mo<span class="pagenum"><a name="page_227" id="page_227">{227}</a></span>delo de -virtudes, le debía estar reconocido. Su muerte era, pues, un duelo a la -vez social y público.</p> - -<p>Los demás periódicos de la tarde abundaban en sentimientos semejantes. -Hacían el elogio de las prendas morales del difunto e historiaban la -maravillosa formación de su fortuna, iniciada humildemente y acabada en -un esplendor de millones. Se ensalzó su actividad, se admiró su energía, -se recordó sus golpes de genio financiero. Comenzaron a circular -anécdotas sobre el hombre de negocios, y la máquina de afilar, la -célebre máquina de afilar de sus tiempos de iniciación, reapareció como -un fantasma glorioso.</p> - -<p>En pocas horas la figura de D. Juan Martín había cobrado contornos -épicos. A través de los amigos de la casa, por medio de las visitas -oficiales de pésame, un reflejo de esa reverberación póstuma había -llegado hasta Juana María, quien, sin mucha confianza en tales -demostraciones de respeto, las aceptaba, empero, gratamente sorprendida -de que el acíbar de aquel día fúnebre no fuese tan amargo.<span class="pagenum"><a name="page_228" id="page_228">{228}</a></span></p> - -<p>Poco a poco, con todo, durante la larga noche de velorio, la hija de D. -Juan Martín fué adquiriendo la convicción de que sus aprensiones de la -mañana anterior habían sido injustificadas. Nunca su papel fuera más -fácil ni jamás soportara mejor el peso del apellido de su padre. Y con -la conciencia tranquila se entregó a un sueño sereno.</p> - -<p>Durmió por espacio de tres horas. Después, el vértigo de sus -obligaciones de principal figura del duelo la arrebató, anestesiándola: -la rápida prueba de los trajes de luto, la última visita al féretro. La -multitud, frases sin eco escuchadas al pasar, hachones encendidos, -enormes cortinados negros, dolor de cabeza, cantos en latín y un pesado -olor a incienso...</p> - -<p class="dtts">¿Cuánto había durado todo eso?...</p> - -<p>Vinieron después los largos días melancólicos, de clausura; la obligada -actitud de recogimiento, las visitas de los íntimos, las conversaciones -reducidas a girar inevitablemente en torno de la figura del muerto. Esto -último, que algunas semanas antes le habría parecido un horrendo -suplicio, íbale resultando<span class="pagenum"><a name="page_229" id="page_229">{229}</a></span> una tarea fácil y hasta entretenida. ¿Efecto -del aburrimiento de aquel interminable secuestro? La señora de Alava no -sabía a qué atribuirlo. ¿Era ella o los demás la causa del cambio? En -verdad, con respecto a ese punto capital de su vida todos habían -cambiado. Las gentes de toda suerte testimoniaban a la memoria de D. -Juan Martín un respeto y una admiración que nunca se hubiera podido -sospechar durante su vida. Ella misma, por su parte, comenzaba a -experimentar, al recuerdo del padre, una vaga emoción de ternura. Ya en -más de un momento de soledad se había sorprendido pensando en el -anciano.</p> - -<p>Cierto día recibió un envoltorio voluminoso. Era un gran libro de -recortes, encuadernado en fino cuero negro. Se lo enviaba un amigo -modesto, protegido suyo, que con amorosa paciencia había recogido todo -cuanto se publicara a propósito del fallecimiento de D. Juan Martín.</p> - -<p>Distraídamente, doña Juana María se puso a hojearlo. Creyó que no le -interesaría; pero al rato hundióse en la lectura de los avisos fúnebres, -de las necrologías, de los artículos<span class="pagenum"><a name="page_230" id="page_230">{230}</a></span> biográficos, de las crónicas del -sepelio, de las notas de condolencia de Sociedades anónimas y centros -recreativos regionales, del relato de los modestos homenajes de -empleados y amigos.</p> - -<p>El escueto telegrama con que el infante de Aragón se asociara al duelo, -desde España, aparecía en el centro de una página, rodeado de una -complicada orla dorada con atributos heráldicos y las armas del -príncipe.</p> - -<p>A medida que pasaba las páginas iba adquiriendo como una revelación de -la grandeza del muerto. Fué un descubrimiento que le esclareció -súbitamente la evolución operada en su ánimo en las últimas semanas. -Había tenido razón; su instinto no la había engañado...</p> - -<p>Y bruscamente, al comprender que era un sentimiento lícito, se abandonó -a su dolor con una desesperación tanto mayor cuanto más tiempo había -sido contenida.</p> - -<p>Toda su salvaje ternura filial, retenida y ahogada durante más de veinte -años, estalló de pronto en un lamento: «¡Papá! ¡Papá!» Sin reserva -alguna, mesándose los cabellos y retorciéndose las muñecas, gritaba: -«¡Papá!<span class="pagenum"><a name="page_231" id="page_231">{231}</a></span> ¡Papá!»... Era un clamor ronco, angustiado, desesperante.</p> - -<p>Una hora después, casi aniquilada, postrada en el suelo, con la cabeza -apoyada en el libro de recortes, la cabellera en desorden, imploraba aún -con un gemido infantil, entrecortado por hondos suspiros: «¡Papá! -¡Papá!...»<span class="pagenum"><a name="page_232" id="page_232">{232}</a></span></p> - -<h3>CAPITULO VIII<br /><br /> -<small>LUTO LIVIANO</small></h3> - -<p>Tres meses después de la muerte de don Juan Martín la señora de Alava -escribía esto a una amiga, de paseo por Europa:</p> - -<p>«Lentamente vamos reponiéndonos del doloroso golpe que nos dió el -Destino. Aunque el vacío dejado por la desaparición de papá es demasiado -grande para que pueda olvidarse, nuestro dolor se ha ido dulcificando. -Ya no es el sentimiento desgarrador de los primeros días, sino un culto -piadoso de su memoria. Le recordamos con ternura a cada momento y nos -consolamos pensando que tarde o temprano nos reuniremos a él. Como me -decía monseñor de Filippis—que no nos ha abandonado en estos tristes -días—, ese consuelo es la gran fuerza de los cristianos. ¡Dios mío! -¿Cómo harán para<span class="pagenum"><a name="page_233" id="page_233">{233}</a></span> no morirse de desesperación los incrédulos que pierden -un ser querido? ¡Qué enorme desgracia es no tener fe! Sin embargo, aun -con la ayuda de la religión, estos meses, a mí sobre todo, que apenas -salgo de casa, me parecen interminables. Para ocuparme un poco he hecho -sacar del colegio a los dos chicos. ¡Imagínate que en el trastorno del -fallecimiento, a causa de lo enervada que me dejó la larga agonía del -pobre papá, nos olvidamos de ellos! No pudieron despedirse del abuelo, -al cual adoraban, a pesar de que en los últimos años rara vez lo veían. -¡Papá estaba siempre tan ocupado! Si hubiera sido otro habría podido -descansar, consagrarnos algún tiempo, hacer vida de familia; pero -¡cualquiera le iba a convencer a él de abandonar sus negocios en otras -manos!</p> - -<p>»Ahora, con su ausencia, ya es otra cosa. Fernando, mi marido, está por -transformar la Empresa en una gran Compañía anónima. Ha recibido en este -sentido proposiciones muy ventajosas del barón de Erlanger. El -Directorio central se establecería en Londres, y Adolfo se reservaría el -cargo de secretario. El muchacho está en<span class="pagenum"><a name="page_234" id="page_234">{234}</a></span>cantado porque al fin entrevé -la posibilidad de realizar su ideal de vivir en Inglaterra. A mí la -solución me parece cómoda y ventajosa. Fernando podrá ocuparse con toda -libertad de su cabaña y del haras que acaba de instalar. Esto del haras -es un viejo proyecto suyo que no quiso llevar a cabo hasta ahora, para -no contrariar a papá. El pobre papá no podía tolerar que se le hablase -de caballos. Decía siempre que él no había necesitado nunca de caballo -alguno para llegar adonde había llegado. También se oponía a que -dejáramos esta casa. Se había encariñado con ella como se encariñaba con -todas las cosas. Su apego a lo que le rodeaba era tan grande que no -dejaba entrar a nadie en sus habitaciones. Por respeto a su memoria -hemos conservado su dormitorio tal cual estaba el día de la muerte.</p> - -<p>»¡Ah! Olvidaba decirte que estamos por construir una casa en el terreno -de la calle Juncal. Desde que falta papá, este caserón, enorme y frío, -me parece insoportable. Creo que no recobraré mi tranquilidad hasta que -no me vea fuera de él. Tú no te puedes imaginar cuánto lo deseo. -Desgraciadamente, las cosas marchan<span class="pagenum"><a name="page_235" id="page_235">{235}</a></span> despacio. Hay que hacer venir -materiales de España, porque—se lo he dicho bien claro al -arquitecto—no quiero una casa de similor. Y eso es largo... Y mientras -tanto me consumo en esta inacción forzada a que me obliga el luto...»<span class="pagenum"><a name="page_236" id="page_236">{236}</a></span></p> - -<h3>CAPITULO IX</h3> - -<p class="hang">EN EL CUAL LA SEÑORA DE ALAVA RECONOCE QUE EL UNIVERSO ESTÁ -PERFECTAMENTE BIEN ORGANIZADO</p> - -<p>Un cielo límpido, de un azul de esmalte, sin una nube en toda su -extensión. Sólo allá adelante, muy lejos, sobre la masa verdinegra de un -grupo de árboles, se desvanecía un copo blanco. ¿Una nube? Bien rara, -por cierto, si lo era... Desde la ventanilla del tren, Amenábar la veía -aparecer bruscamente como un punto blanco, inflarse con torpeza e irse -confundiendo poco a poco en el azul purísimo del firmamento, para luego -resurgir como un punto blanco, cincuenta metros más arriba o más abajo, -hincharse y diluirse de nuevo. Muy atento al extraño fenómeno -meteorológico, el club<span class="pagenum"><a name="page_237" id="page_237">{237}</a></span>man había olvidado el objeto de su viaje cuando -oyó decir:</p> - -<p>«Pronto llegaremos.»</p> - -<p>Recordó entonces cómo el encuentro con Adolfito Alava Martín, llegado -tres días antes de Londres, le obligara a hacer con él ese viaje, en -tren especial, cuando tenía resuelto eludir la ceremonia enviando un -telegrama. Pero ahora, ante el encanto de una mañana como aquélla, todo -su fastidio se desvaneciera.</p> - -<p>¿Qué importaban los discursos, el descubrimiento del busto de D. Juan -Martín, la bendición de las salas, los invitados y los miembros de la -familia, si con mirar al cielo se sentía penetrado de una paz infinita? -Abandonado a un sentimiento bucólico, seguía mirando la caprichosa nube. -A medida que se acercaban a ella se concentraba y se disolvía con mayor -rapidez. Substrayéndose por un momento a su contemplación, Amenábar -pensó con vergüenza en su ignorancia sobre los fenómenos de la -Naturaleza. «He ahí un hecho—se dijo—que debe ser sabido de toda la -gente de campo, acostumbrada a levantarse temprano, y que a mí, que -conozco todas las grandes capi<span class="pagenum"><a name="page_238" id="page_238">{238}</a></span>tales del mundo, me produce un asombro de -salvaje.»</p> - -<p>La nube continuaba rehaciéndose y fundiéndose en el azul, sobre el grupo -de árboles, con una perseverancia encomiable. A Amenábar le pareció -advertir hacia aquel lado unos golpes sordos.</p> - -<p>El tren disminuyó su marcha... Entonces Amenábar pudo reconocer sin -dificultad el estampido de la bomba, que cada medio minuto se deshacía -en un copo de humo blanco, sobre los árboles, anunciando la fiesta.</p> - -<p>Por el camino de tierra, que un poco más adelante surgió de improviso al -lado de la vía, iban algunos autos, grandes coches de campaña, <i>fords</i> -de chacareros, paisanos a caballo y un destacamento de la gendarmería -provincial. Avanzando con lentitud, venía detrás un coche de ciudad -cerrado, tras cuyos cristales veíase un hábito violeta y dos sotanas -negras.</p> - -<p>«Es el obispo», dijo alguno de los que se habían agolpado en las -ventanillas del vagón. Y con el regocijo de quien ve disiparse una -perspectiva desagradable, los que acompañaban a<span class="pagenum"><a name="page_239" id="page_239">{239}</a></span> Adolfito Alava Martín -comenzaron a reconocer a los que iban por la ruta.</p> - -<p>Casi todos los veraneantes del balneario vecino se habían trasladado a -la inauguración de la colonia de vacaciones.</p> - -<p>El tren especial en que el nieto de D. Juan Martín reuniera a todos los -amigos que se hallaban en Buenos Aires entró, multiplicando las señales -de alarma, en la pequeña estación. Amenábar, deseando desentumecer las -piernas, bajó el primero. Apenas puso el pie en el andén, un operador -cinematográfico, enfrentándosele, comenzó a dar vueltas a la manivela de -su aparato.</p> - -<p>A espaldas suyas estallaron de pronto los clarines de una banda lisa. -Era la banda de bomberos de La Plata que, de uniforme de gala, acababa -de descender de otro convoy, detenido en un desvío.</p> - -<p>Pocos pasos adelante reconoció al gobernador de la provincia, de traje -claro y sombrero blando, acompañado por un ministro joven que parecía -muy preocupado del efecto del rocío sobre sus botines de charol. Por la -ruta que llevaba de la estación al grupo de pabellones<span class="pagenum"><a name="page_240" id="page_240">{240}</a></span> blancos con -techado rojo, donde se aglomeraba la gente, veía desarrollarse la cinta -amarilla de una sección de <i>boys scouts</i>. Las bombas, ahora más -frecuentes, atronaban el espacio; las bocinas de los automóviles -formaban un tumulto confuso y el clamoreo de los clarines parecía querer -competir con el sol deslumbrante.</p> - -<p>Amenábar perdió la última ilusión que le quedaba de la paz campesina. -Aturdido, después de una noche de viaje en tren, se perdió entre la -muchedumbre, que a eso llegaba la asistencia a la ceremonia.</p> - -<p>«¿Cómo habrá hecho Juana María para reunir esta gente aquí?», pensó, no -sin asombro. Luego, con la buena fe de un espectador desinteresado, -presenció el descubrimiento del busto de D. Juan Martín en el pequeño -<i>hall</i> del pabellón principal. La colonia de vacaciones había sido -puesta bajo la advocación de su nombre, como en homenaje a su memoria y -como un ejemplo a los que allí se asilaran de lo que pueden el trabajo y -la constancia. Descubiertos respetuosamente, los espectadores -contemplaban la efigie de mármol sobre cuya fuerte nariz cabalgaban unos -lentes de<span class="pagenum"><a name="page_241" id="page_241">{241}</a></span> oro... ¡Aquellos lentes que durante su vida le servían para -no dejarse apiadar por la miseria, para no ser débil, ni compasivo, ni -generoso, para no ver sino lo que resueltamente le convenía!</p> - -<p>El obispo de Heráclea pronunció el panegírico. Fué una hermosa -peroración, que consistió únicamente en el desarrollo de este -pensamiento, que monseñor de Filippis atribuyó a Veuillot: «¿Qué es una -hermosa vida? Un pensamiento de la juventud realizado en la edad -madura...»</p> - -<p>El seguro conocimiento que evidenciaba siempre de una literatura tan -profana como la francesa era una de las causas de su prestigio mundano. -Aquella cita lo robusteció por mucho tiempo.</p> - -<p>Mientras monseñor hablaba, Juana María, llorando de emoción al recuerdo -del padre, pensaba que esa fórmula era también aplicable a ella: había -conseguido todo cuanto se propusiera en la juventud. Lo último, lo que -más le costara, lo acababa de obtener: poseía la mejor casa de Buenos -Aires, y de ahora en adelante tendría un antepasado ilustre.<span class="pagenum"><a name="page_242" id="page_242">{242}</a></span></p> - -<p>Los demás discursos, el del gobernador de la provincia, aceptando la -donación, y el del director del nuevo establecimiento no le dejaron -ninguna duda sobre el punto. El nombre de D. Juan Martín había entrado -en la gloria...</p> - -<p>A mediodía la mayor parte de la concurrencia se dirigió a la estancia de -Alava, que quedaba allí cerca. Mucha gente, mujeres sobre todo, deseaban -contemplar a <i>Heraldic</i>, el famoso padrillo que el gran criador había -adquirido en Inglaterra, para su haras, en una suma fabulosa. Otros, -hombres serios en su mayor parte, preferían ver los mejores ejemplares -de la cabaña. Por último, un grupo pequeño de visitantes de mediana -condición social, que tenían el culto de los <i>self-mademan</i>, se dió a -buscar la célebre máquina de afilar a que se hacía referencia siempre -que se aludía a los orígenes de la fortuna de D. Juan Martín.</p> - -<p>Esta vez la señora de Alava se puso a la cabeza de los curiosos. Los -llevó hasta un pequeño galpón, donde, cubierta por una lona, se hallaba -la máquina, con su rueda única, su pedal, la piedra gastada y el tarrito -del agua.</p> - -<p>«¡Cómo la cuidan!», dijo con admiración uno<span class="pagenum"><a name="page_243" id="page_243">{243}</a></span> de los del grupo. El -aparato, en verdad, no representaba tener el medio siglo que le atribuía -la leyenda. Monseñor de Filippis, que no se apartaba de la señora de -Alava, descubrió entonces que la máquina tenía la patente del año -anterior. E inmediatamente, con su fino sentido de la adulación, celebró -la piedad filial de la señora, que, como una suerte de tributo a los -manes paternales, renovaba todos los años la patente del aparejo.</p> - -<p>«Gran ejemplo de humildad, señora, gran ejemplo de humildad.»</p> - -<p>Entre tanto, la hija de Juan Martín, conturbada por el detalle -inadvertido y temiendo que por otros signos se descubriese la piadosa -substitución de la reliquia desaparecida, había dejado caer de nuevo la -lona. Salieron del galpón, y mientras se alejaban iba pensando que era -ridículo que ella, que había reunido en su casa de la calle Juncal -muebles antiguos, venerables obras de arte, vinos añejos y cuadros del -Renacimiento, no hubiera podido conseguir una máquina de afilar vieja de -veinte años.</p> - -<p>Fué el único pensamiento desagradable que tuvo aquel día.<span class="pagenum"><a name="page_244" id="page_244">{244}</a></span></p> - -<p>Por la noche, sin embargo, sufrió una pesadilla atroz. Soñó que el padre -había vuelto y todo lo realizado en los tres años que estuviera ausente -se desvanecía como una pintura lavada con ácido: la Sociedad anónima, la -casa colonial, el haras, la colonia de vacaciones. Don Juan Martín era -más hosco, más intratable, más grosero que nunca. Dejaba que le -rematasen la estancia a Alava y pretendía que Adolfito fuese a trabajar -a las oficinas de la Empresa.</p> - -<p>Y quería obligarla a ella a que le acompañase en sus paseos por la -ciudad, mientras él iba empujando la vieja máquina de afilar y llamando -la atención con su silbato.</p> - -<p>¿No había acaso escoltado a la madre cuando iba al lavadero? Como un -conjuro infernal, surgió ante ellos la figura de la madre, zafia, -procaz, con un cesto de ropa blanca sobre la cabeza. Los tres echaron a -andar por las calles aristocráticas, por los paseos distinguidos, por -las playas de moda. Pasaban por entre filas de gente conocida que no la -reconocían. Anonadada de vergüenza, oyó al obispo de Heráclea decirle, -sacudiendo jovialmente la mitra:<span class="pagenum"><a name="page_245" id="page_245">{245}</a></span></p> - -<p>«Gran ejemplo de humildad, señora, gran ejemplo de humildad.»</p> - -<p>Bruscamente se le despertó un odio terrible contra el espectro—¿era -verdaderamente su padre?—que la arrastraba en aquel paseo infamante. -Toda la gente había desaparecido y se encontraban en un desierto rojo. -Alzó el brazo para golpear al fantasma y se despertó sentada en la cama -en su dormitorio de la estancia. Aunque el resplandor rojizo del velador -le permitía darse cuenta de los muebles familiares, de los detalles -conocidos, de su fisonomía misma, que el psyché reproducía en un ángulo -de la habitación, permaneció largo rato con las pupilas agrandadas por -el terror, temblando y a punto de llorar de miedo. ¿Había muerto -efectivamente el padre? ¿Habían pasado de verdad tres años?</p> - -<p>Poco a poco fué recobrando el sentido de la realidad. Reconstruyó todo -lo ocurrido en ese espacio de tiempo y se dió cuenta que había sido -víctima de una pesadilla. Pero aun así, su inquietud no desapareció por -completo. ¿Podrían volver los muertos? Se quedó pensando en esta -posibilidad, que nunca hasta entonces se<span class="pagenum"><a name="page_246" id="page_246">{246}</a></span> le había ocurrido. Pero pronto -la desechó. Aunque la Dirección de Cementerios no ofrece ninguna -garantía al respecto, los muertos no vuelven. Eso para ella era una -prueba más de que el Universo estaba perfectamente bien organizado.</p> - -<p class="c">F I N<span class="pagenum"><a name="page_247" id="page_247">{247}</a></span></p> - -<h2><a name="INDICE" id="INDICE"></a>ÍNDICE</h2> - -<table border="0" cellpadding="2" cellspacing="0" summary=""> -<tr><td> </td><td class="rt"><small><span class="un">Páginas.</span></small></td></tr> -<tr><td><span class="smcap"><a href="#PROLOGO">Prólogo</a></span></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_7">7</a></td></tr> - -<tr><td><span class="smcap"><a href="#EL_COCOBACILO_DE_HERRLIN">El cocobacilo de Herrlin</a></span></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_15">15</a></td></tr> - -<tr><td class="pdd">Capítulo primero.—Simple introducción a una historia complicada</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_17">17</a></td></tr> - -<tr><td class="pdd">Capítulo II.—Un informe consular</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_20">20</a></td></tr> - -<tr><td class="pdd">Capítulo III.—La mancha azul</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_26">26</a></td></tr> - -<tr><td class="pdd">Capítulo IV.—Preliminares de la campaña</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_30">30</a></td></tr> - -<tr><td class="pdd">Capítulo V.—La primera vuelta</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_34">34</a></td></tr> - -<tr><td class="pdd">Capítulo VI.—La máscara de hierro</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_39">39</a></td></tr> - -<tr><td class="pdd">Capítulo VII.—Donde se entra en contacto con el enemigo</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_42">42</a></td></tr> - -<tr><td class="pdd">Capítulo VIII.—Revista de fuerzas coloniales</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_48">48</a></td></tr> - -<tr><td class="pdd">Capítulo IX.—«Don Pepe»</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_58">58</a></td></tr> - -<tr><td class="pdd">Capítulo X.—Síntesis de tres ejercicios financieros</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_62">62</a></td></tr> - -<tr><td class="pdd">Capítulo XI.—Donde el cocobacilo de Herrlin se apresta a entrar en acción</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_66">66</a></td></tr> - -<tr><td class="pdd">Capítulo XII.—«Don Juan»</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_73">73</a></td></tr> - -<tr><td class="pdd">Capítulo XIII.—El honor de los pueblos</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_79">79</a></td></tr> - -<tr><td class="pdd">Capítulo XIV.—La septicemia de Herrlin</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_84">84</a></td></tr> - -<tr><td class="pdd">Capítulo XV.—Una campaña electoral</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_89">89</a></td></tr> - -<tr><td class="pdd">Capítulo XVI.—The Rabbit’s March</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_96">96</a></td></tr> - -<tr><td class="pdd">Capítulo XVII.—«¡El conejo no existe!»</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_105">105</a></td></tr> - -<tr><td class="pdd">Capítulo XVIII.—Donde se revela por fin la singular eficacia del cocobacilo de Herrlin</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_110">110</a></td></tr> - -<tr><td><span class="smcap"><a href="#UNA_SEMANA_DE_HOLGORIO">Una semana de holgorio</a></span></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_117">117</a></td></tr> - -<tr><td class="pdd">Prólogo.—Julio Narciso Dilon</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_119">119</a></td></tr> - -<tr><td class="pdd">Capítulo primero.—Desgraciado en el juego</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_121">121</a></td></tr> - -<tr><td class="pdd">Capítulo II.—...afortunado en el amor</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_131">131</a></td></tr> - -<tr><td class="pdd">Capítulo III.—El damero a media noche</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_135">135</a></td></tr> - -<tr><td class="pdd">Capítulo IV.—Asalto a una Comisaría</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_139">139</a></td></tr> - -<tr><td class="pdd">Capítulo V.—¡Alto el fuego!</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_142">142</a></td></tr> - -<tr><td class="pdd">Capítulo VI.—La luz de un nuevo día</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_146">146</a></td></tr> - -<tr><td class="pdd">Capítulo VII.—Convicto y confeso</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_149">149</a></td></tr> - -<tr><td class="pdd">Capítulo VIII.—Un interrogatorio</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_153">153</a></td></tr> - -<tr><td class="pdd">Capítulo IX.—Aramis</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_157">157</a></td></tr> - -<tr><td class="pdd">Capítulo X.—La ninfa Eco</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_161">161</a></td></tr> - -<tr><td class="pdd">Capítulo XI.—«Hands up!»</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_164">164</a></td></tr> - -<tr><td class="pdd">Capítulo XII.—La vuelta al hogar</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_168">168</a></td></tr> - -<tr><td class="pdd">Capítulo XIII.—El asalto a la Comisaría 44</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_170">170</a></td></tr> - -<tr><td class="pdd">Capítulo XIV.—De cómo recobro el uso de la razón y otros objetos</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_174">174</a></td></tr> - -<tr><td><span class="smcap"><a href="#EL_CULTO_DE_LOS_HEROES">El culto de los héroes</a></span></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_179">179</a></td></tr> - -<tr><td class="pdd">Capítulo primero.—De cómo D. Juan Martín iba acortando sus paseos</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_181">181</a></td></tr> - -<tr><td class="pdd">Capítulo II.—En que se muestra que la piedad, como otros achaques de la vejez, la miopia por ejemplo, puede corregirse con el uso de cristales adecuados</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_185">185</a></td></tr> - -<tr><td class="pdd">Capítulo III.—Breve excursión a través de los apellidos</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_191">191</a></td></tr> - -<tr><td class="pdd">Capítulo IV.—El huevo de Leda</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_196">196</a></td></tr> - -<tr><td class="pdd">Capítulo V.—La vuelta al Colonial</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_207">207</a></td></tr> - -<tr><td class="pdd">Capítulo VI.—La muerte del héroe</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_219">219</a></td></tr> - -<tr><td class="pdd">Capítulo VII.—Transfiguración</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_224">224</a></td></tr> - -<tr><td class="pdd">Capítulo VIII.—Luto liviano</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_232">232</a></td></tr> - -<tr><td class="pdd">Capítulo IX.—En el cual la señora de Alava reconoce que el Universo está perfectamente bien organizado</td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_236">236</a></td></tr> - -</table> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_248" id="page_248">{248}</a></span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_249" id="page_249">{249}</a></span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_250" id="page_250">{250}</a></span> </p> - -<p class="c"><img src="images/end.jpg" -width="100" -alt="" -/> -<br />COMPAÑÍA ANÓNIMA DE LIBRERÍA. PUBLICACIONES Y EDICIONES]</p> - -<p><i>Precio: 4 pesetas.</i></p> - -<hr class="full" /> - - - - - - - -<pre> - - - - - -End of the Project Gutenberg EBook of Tres relatos porteños, by Arturo Cancela - -*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK TRES RELATOS *** - -***** This file should be named 62986-h.htm or 62986-h.zip ***** -This and all associated files of various formats will be found in: - http://www.gutenberg.org/6/2/9/8/62986/ - -Produced by Chuck Greif and the Online Distributed -Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This file was -produced from images available at The Internet Archive) - - -Updated editions will replace the previous one--the old editions -will be renamed. - -Creating the works from public domain print editions means that no -one owns a United States copyright in these works, so the Foundation -(and you!) can copy and distribute it in the United States without -permission and without paying copyright royalties. Special rules, -set forth in the General Terms of Use part of this license, apply to -copying and distributing Project Gutenberg-tm electronic works to -protect the PROJECT GUTENBERG-tm concept and trademark. Project -Gutenberg is a registered trademark, and may not be used if you -charge for the eBooks, unless you receive specific permission. If you -do not charge anything for copies of this eBook, complying with the -rules is very easy. You may use this eBook for nearly any purpose -such as creation of derivative works, reports, performances and -research. They may be modified and printed and given away--you may do -practically ANYTHING with public domain eBooks. Redistribution is -subject to the trademark license, especially commercial -redistribution. - - - -*** START: FULL LICENSE *** - -THE FULL PROJECT GUTENBERG LICENSE -PLEASE READ THIS BEFORE YOU DISTRIBUTE OR USE THIS WORK - -To protect the Project Gutenberg-tm mission of promoting the free -distribution of electronic works, by using or distributing this work -(or any other work associated in any way with the phrase "Project -Gutenberg"), you agree to comply with all the terms of the Full Project -Gutenberg-tm License (available with this file or online at -http://gutenberg.org/license). - - -Section 1. General Terms of Use and Redistributing Project Gutenberg-tm -electronic works - -1.A. By reading or using any part of this Project Gutenberg-tm -electronic work, you indicate that you have read, understand, agree to -and accept all the terms of this license and intellectual property -(trademark/copyright) agreement. If you do not agree to abide by all -the terms of this agreement, you must cease using and return or destroy -all copies of Project Gutenberg-tm electronic works in your possession. -If you paid a fee for obtaining a copy of or access to a Project -Gutenberg-tm electronic work and you do not agree to be bound by the -terms of this agreement, you may obtain a refund from the person or -entity to whom you paid the fee as set forth in paragraph 1.E.8. - -1.B. "Project Gutenberg" is a registered trademark. It may only be -used on or associated in any way with an electronic work by people who -agree to be bound by the terms of this agreement. There are a few -things that you can do with most Project Gutenberg-tm electronic works -even without complying with the full terms of this agreement. See -paragraph 1.C below. There are a lot of things you can do with Project -Gutenberg-tm electronic works if you follow the terms of this agreement -and help preserve free future access to Project Gutenberg-tm electronic -works. See paragraph 1.E below. - -1.C. The Project Gutenberg Literary Archive Foundation ("the Foundation" -or PGLAF), owns a compilation copyright in the collection of Project -Gutenberg-tm electronic works. Nearly all the individual works in the -collection are in the public domain in the United States. If an -individual work is in the public domain in the United States and you are -located in the United States, we do not claim a right to prevent you from -copying, distributing, performing, displaying or creating derivative -works based on the work as long as all references to Project Gutenberg -are removed. Of course, we hope that you will support the Project -Gutenberg-tm mission of promoting free access to electronic works by -freely sharing Project Gutenberg-tm works in compliance with the terms of -this agreement for keeping the Project Gutenberg-tm name associated with -the work. You can easily comply with the terms of this agreement by -keeping this work in the same format with its attached full Project -Gutenberg-tm License when you share it without charge with others. - -1.D. The copyright laws of the place where you are located also govern -what you can do with this work. Copyright laws in most countries are in -a constant state of change. If you are outside the United States, check -the laws of your country in addition to the terms of this agreement -before downloading, copying, displaying, performing, distributing or -creating derivative works based on this work or any other Project -Gutenberg-tm work. The Foundation makes no representations concerning -the copyright status of any work in any country outside the United -States. - -1.E. Unless you have removed all references to Project Gutenberg: - -1.E.1. The following sentence, with active links to, or other immediate -access to, the full Project Gutenberg-tm License must appear prominently -whenever any copy of a Project Gutenberg-tm work (any work on which the -phrase "Project Gutenberg" appears, or with which the phrase "Project -Gutenberg" is associated) is accessed, displayed, performed, viewed, -copied or distributed: - -This eBook is for the use of anyone anywhere at no cost and with -almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or -re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included -with this eBook or online at www.gutenberg.org/license - -1.E.2. If an individual Project Gutenberg-tm electronic work is derived -from the public domain (does not contain a notice indicating that it is -posted with permission of the copyright holder), the work can be copied -and distributed to anyone in the United States without paying any fees -or charges. If you are redistributing or providing access to a work -with the phrase "Project Gutenberg" associated with or appearing on the -work, you must comply either with the requirements of paragraphs 1.E.1 -through 1.E.7 or obtain permission for the use of the work and the -Project Gutenberg-tm trademark as set forth in paragraphs 1.E.8 or -1.E.9. - -1.E.3. If an individual Project Gutenberg-tm electronic work is posted -with the permission of the copyright holder, your use and distribution -must comply with both paragraphs 1.E.1 through 1.E.7 and any additional -terms imposed by the copyright holder. Additional terms will be linked -to the Project Gutenberg-tm License for all works posted with the -permission of the copyright holder found at the beginning of this work. - -1.E.4. Do not unlink or detach or remove the full Project Gutenberg-tm -License terms from this work, or any files containing a part of this -work or any other work associated with Project Gutenberg-tm. - -1.E.5. Do not copy, display, perform, distribute or redistribute this -electronic work, or any part of this electronic work, without -prominently displaying the sentence set forth in paragraph 1.E.1 with -active links or immediate access to the full terms of the Project -Gutenberg-tm License. - -1.E.6. You may convert to and distribute this work in any binary, -compressed, marked up, nonproprietary or proprietary form, including any -word processing or hypertext form. However, if you provide access to or -distribute copies of a Project Gutenberg-tm work in a format other than -"Plain Vanilla ASCII" or other format used in the official version -posted on the official Project Gutenberg-tm web site (www.gutenberg.org), -you must, at no additional cost, fee or expense to the user, provide a -copy, a means of exporting a copy, or a means of obtaining a copy upon -request, of the work in its original "Plain Vanilla ASCII" or other -form. Any alternate format must include the full Project Gutenberg-tm -License as specified in paragraph 1.E.1. - -1.E.7. Do not charge a fee for access to, viewing, displaying, -performing, copying or distributing any Project Gutenberg-tm works -unless you comply with paragraph 1.E.8 or 1.E.9. - -1.E.8. You may charge a reasonable fee for copies of or providing -access to or distributing Project Gutenberg-tm electronic works provided -that - -- You pay a royalty fee of 20% of the gross profits you derive from - the use of Project Gutenberg-tm works calculated using the method - you already use to calculate your applicable taxes. The fee is - owed to the owner of the Project Gutenberg-tm trademark, but he - has agreed to donate royalties under this paragraph to the - Project Gutenberg Literary Archive Foundation. Royalty payments - must be paid within 60 days following each date on which you - prepare (or are legally required to prepare) your periodic tax - returns. Royalty payments should be clearly marked as such and - sent to the Project Gutenberg Literary Archive Foundation at the - address specified in Section 4, "Information about donations to - the Project Gutenberg Literary Archive Foundation." - -- You provide a full refund of any money paid by a user who notifies - you in writing (or by e-mail) within 30 days of receipt that s/he - does not agree to the terms of the full Project Gutenberg-tm - License. You must require such a user to return or - destroy all copies of the works possessed in a physical medium - and discontinue all use of and all access to other copies of - Project Gutenberg-tm works. - -- You provide, in accordance with paragraph 1.F.3, a full refund of any - money paid for a work or a replacement copy, if a defect in the - electronic work is discovered and reported to you within 90 days - of receipt of the work. - -- You comply with all other terms of this agreement for free - distribution of Project Gutenberg-tm works. - -1.E.9. If you wish to charge a fee or distribute a Project Gutenberg-tm -electronic work or group of works on different terms than are set -forth in this agreement, you must obtain permission in writing from -both the Project Gutenberg Literary Archive Foundation and Michael -Hart, the owner of the Project Gutenberg-tm trademark. Contact the -Foundation as set forth in Section 3 below. - -1.F. - -1.F.1. Project Gutenberg volunteers and employees expend considerable -effort to identify, do copyright research on, transcribe and proofread -public domain works in creating the Project Gutenberg-tm -collection. Despite these efforts, Project Gutenberg-tm electronic -works, and the medium on which they may be stored, may contain -"Defects," such as, but not limited to, incomplete, inaccurate or -corrupt data, transcription errors, a copyright or other intellectual -property infringement, a defective or damaged disk or other medium, a -computer virus, or computer codes that damage or cannot be read by -your equipment. - -1.F.2. LIMITED WARRANTY, DISCLAIMER OF DAMAGES - Except for the "Right -of Replacement or Refund" described in paragraph 1.F.3, the Project -Gutenberg Literary Archive Foundation, the owner of the Project -Gutenberg-tm trademark, and any other party distributing a Project -Gutenberg-tm electronic work under this agreement, disclaim all -liability to you for damages, costs and expenses, including legal -fees. YOU AGREE THAT YOU HAVE NO REMEDIES FOR NEGLIGENCE, STRICT -LIABILITY, BREACH OF WARRANTY OR BREACH OF CONTRACT EXCEPT THOSE -PROVIDED IN PARAGRAPH 1.F.3. YOU AGREE THAT THE FOUNDATION, THE -TRADEMARK OWNER, AND ANY DISTRIBUTOR UNDER THIS AGREEMENT WILL NOT BE -LIABLE TO YOU FOR ACTUAL, DIRECT, INDIRECT, CONSEQUENTIAL, PUNITIVE OR -INCIDENTAL DAMAGES EVEN IF YOU GIVE NOTICE OF THE POSSIBILITY OF SUCH -DAMAGE. - -1.F.3. LIMITED RIGHT OF REPLACEMENT OR REFUND - If you discover a -defect in this electronic work within 90 days of receiving it, you can -receive a refund of the money (if any) you paid for it by sending a -written explanation to the person you received the work from. If you -received the work on a physical medium, you must return the medium with -your written explanation. The person or entity that provided you with -the defective work may elect to provide a replacement copy in lieu of a -refund. If you received the work electronically, the person or entity -providing it to you may choose to give you a second opportunity to -receive the work electronically in lieu of a refund. If the second copy -is also defective, you may demand a refund in writing without further -opportunities to fix the problem. - -1.F.4. Except for the limited right of replacement or refund set forth -in paragraph 1.F.3, this work is provided to you 'AS-IS' WITH NO OTHER -WARRANTIES OF ANY KIND, EXPRESS OR IMPLIED, INCLUDING BUT NOT LIMITED TO -WARRANTIES OF MERCHANTABILITY OR FITNESS FOR ANY PURPOSE. - -1.F.5. Some states do not allow disclaimers of certain implied -warranties or the exclusion or limitation of certain types of damages. -If any disclaimer or limitation set forth in this agreement violates the -law of the state applicable to this agreement, the agreement shall be -interpreted to make the maximum disclaimer or limitation permitted by -the applicable state law. The invalidity or unenforceability of any -provision of this agreement shall not void the remaining provisions. - -1.F.6. INDEMNITY - You agree to indemnify and hold the Foundation, the -trademark owner, any agent or employee of the Foundation, anyone -providing copies of Project Gutenberg-tm electronic works in accordance -with this agreement, and any volunteers associated with the production, -promotion and distribution of Project Gutenberg-tm electronic works, -harmless from all liability, costs and expenses, including legal fees, -that arise directly or indirectly from any of the following which you do -or cause to occur: (a) distribution of this or any Project Gutenberg-tm -work, (b) alteration, modification, or additions or deletions to any -Project Gutenberg-tm work, and (c) any Defect you cause. - - -Section 2. Information about the Mission of Project Gutenberg-tm - -Project Gutenberg-tm is synonymous with the free distribution of -electronic works in formats readable by the widest variety of computers -including obsolete, old, middle-aged and new computers. It exists -because of the efforts of hundreds of volunteers and donations from -people in all walks of life. - -Volunteers and financial support to provide volunteers with the -assistance they need, are critical to reaching Project Gutenberg-tm's -goals and ensuring that the Project Gutenberg-tm collection will -remain freely available for generations to come. In 2001, the Project -Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure -and permanent future for Project Gutenberg-tm and future generations. -To learn more about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation -and how your efforts and donations can help, see Sections 3 and 4 -and the Foundation web page at http://www.pglaf.org. - - -Section 3. Information about the Project Gutenberg Literary Archive -Foundation - -The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non profit -501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the -state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal -Revenue Service. The Foundation's EIN or federal tax identification -number is 64-6221541. Its 501(c)(3) letter is posted at -http://pglaf.org/fundraising. Contributions to the Project Gutenberg -Literary Archive Foundation are tax deductible to the full extent -permitted by U.S. federal laws and your state's laws. - -The Foundation's principal office is located at 4557 Melan Dr. S. -Fairbanks, AK, 99712., but its volunteers and employees are scattered -throughout numerous locations. Its business office is located at -809 North 1500 West, Salt Lake City, UT 84116, (801) 596-1887, email -business@pglaf.org. Email contact links and up to date contact -information can be found at the Foundation's web site and official -page at http://pglaf.org - -For additional contact information: - Dr. Gregory B. Newby - Chief Executive and Director - gbnewby@pglaf.org - - -Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg -Literary Archive Foundation - -Project Gutenberg-tm depends upon and cannot survive without wide -spread public support and donations to carry out its mission of -increasing the number of public domain and licensed works that can be -freely distributed in machine readable form accessible by the widest -array of equipment including outdated equipment. Many small donations -($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt -status with the IRS. - -The Foundation is committed to complying with the laws regulating -charities and charitable donations in all 50 states of the United -States. Compliance requirements are not uniform and it takes a -considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up -with these requirements. We do not solicit donations in locations -where we have not received written confirmation of compliance. To -SEND DONATIONS or determine the status of compliance for any -particular state visit http://pglaf.org - -While we cannot and do not solicit contributions from states where we -have not met the solicitation requirements, we know of no prohibition -against accepting unsolicited donations from donors in such states who -approach us with offers to donate. - -International donations are gratefully accepted, but we cannot make -any statements concerning tax treatment of donations received from -outside the United States. U.S. laws alone swamp our small staff. - -Please check the Project Gutenberg Web pages for current donation -methods and addresses. Donations are accepted in a number of other -ways including checks, online payments and credit card donations. -To donate, please visit: http://pglaf.org/donate - - -Section 5. General Information About Project Gutenberg-tm electronic -works. - -Professor Michael S. Hart is the originator of the Project Gutenberg-tm -concept of a library of electronic works that could be freely shared -with anyone. For thirty years, he produced and distributed Project -Gutenberg-tm eBooks with only a loose network of volunteer support. - - -Project Gutenberg-tm eBooks are often created from several printed -editions, all of which are confirmed as Public Domain in the U.S. -unless a copyright notice is included. Thus, we do not necessarily -keep eBooks in compliance with any particular paper edition. - - -Most people start at our Web site which has the main PG search facility: - - http://www.gutenberg.org - -This Web site includes information about Project Gutenberg-tm, -including how to make donations to the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to -subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks. - - -</pre> - -</body> -</html> diff --git a/old/62986-h/images/bar1.jpg b/old/62986-h/images/bar1.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index c38d4a7..0000000 --- a/old/62986-h/images/bar1.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/62986-h/images/colo.jpg b/old/62986-h/images/colo.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index f2a5a04..0000000 --- a/old/62986-h/images/colo.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/62986-h/images/cover.jpg b/old/62986-h/images/cover.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index 9e73e83..0000000 --- a/old/62986-h/images/cover.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/62986-h/images/cross.png b/old/62986-h/images/cross.png Binary files differdeleted file mode 100644 index 7e7f3f6..0000000 --- a/old/62986-h/images/cross.png +++ /dev/null diff --git a/old/62986-h/images/end.jpg b/old/62986-h/images/end.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index 3b020a5..0000000 --- a/old/62986-h/images/end.jpg +++ /dev/null |
