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diff --git a/.gitattributes b/.gitattributes new file mode 100644 index 0000000..d7b82bc --- /dev/null +++ b/.gitattributes @@ -0,0 +1,4 @@ +*.txt text eol=lf +*.htm text eol=lf +*.html text eol=lf +*.md text eol=lf diff --git a/LICENSE.txt b/LICENSE.txt new file mode 100644 index 0000000..6312041 --- /dev/null +++ b/LICENSE.txt @@ -0,0 +1,11 @@ +This eBook, including all associated images, markup, improvements, +metadata, and any other content or labor, has been confirmed to be +in the PUBLIC DOMAIN IN THE UNITED STATES. + +Procedures for determining public domain status are described in +the "Copyright How-To" at https://www.gutenberg.org. + +No investigation has been made concerning possible copyrights in +jurisdictions other than the United States. Anyone seeking to utilize +this eBook outside of the United States should confirm copyright +status under the laws that apply to them. diff --git a/README.md b/README.md new file mode 100644 index 0000000..ca754e6 --- /dev/null +++ b/README.md @@ -0,0 +1,2 @@ +Project Gutenberg (https://www.gutenberg.org) public repository for +eBook #63600 (https://www.gutenberg.org/ebooks/63600) diff --git a/old/63600-0.txt b/old/63600-0.txt deleted file mode 100644 index c0b97c9..0000000 --- a/old/63600-0.txt +++ /dev/null @@ -1,13564 +0,0 @@ -The Project Gutenberg EBook of Una Excursión a los Indios Ranqueles - -Tomo 1, by Lucio Mansilla - -This eBook is for the use of anyone anywhere in the United States and most -other parts of the world at no cost and with almost no restrictions -whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms of -the Project Gutenberg License included with this eBook or online at -www.gutenberg.org. If you are not located in the United States, you'll have -to check the laws of the country where you are located before using this ebook. - -Title: Una Excursión a los Indios Ranqueles - Tomo 1 - -Author: Lucio Mansilla - -Release Date: November 2, 2020 [EBook #63600] - -Language: Spanish - -Character set encoding: UTF-8 - -*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK UNA EXCURSIÓN A LOS INDIOS *** - - - - -Produced by Andrés V. Galia, Jude Eylander, Sanly Bowitts, -Santiago and the Online Distributed Proofreading Team at -https://www.pgdp.net (This file was produced from images -generously made available by The Internet Archive) - - - - - - - - NOTAS DEL TRANSCRIPTOR - -Ciertas reglas de acentuación ortográfica del castellano cuando la -presente edición de esta obra fue publicada, en 1909, eran diferentes a -las existentes cuando se realizó la transcripción. Palabras como vió, -fué, dió, lo mismo que la preposición "á", y las conjunciones "é", "ó", -"ú", por ejemplo, en esa época llevaban acento ortográfico. Eso ha sido -respetado. - -El criterio utilizado para llevar a cabo esta transcripción ha sido el -de respetar las reglas de la Real Academia Española vigentes en ese -entonces. El lector interesado puede consultar el Mapa de Diccionarios -Académicos de la Real Academia Española. - -Por otra parte, las reglas de la Real Academia Española establecen que -el acento ortográfico en las mayúsculas debe colocarse si es que -un vocablo lleva acento ortográfico. Sin embargo, por una cuestión -pragmática, en las imprentas ese criterio normalmente no era respetado. -En la presente transcripción se decidió adecuar la ortografía de las -mayúsculas acentuadas a las reglas establecidas por la RAE. - -Errores evidentes de impresión y de puntuación han sido corregidos. - -El Índice de capítulos, incluido en la publicación original al final, -ha sido trasladado al principio por el Transcriptor. - - * * * * * - - - UNA EXCURSIÓN - Á LOS - INDIOS RANQUELES - - TOMO I - - BIBLIOTECA DE «LA NACIÓN» - - - LUCIO V. MANSILLA - - - - - UNA EXCURSIÓN - Á LOS - INDIOS RANQUELES - - - OBRA PREMIADA EN EL CONGRESO INTERNACIONAL - GEOGRÁFICO DE PARÍS (1875) - - - TOMO I - - [Illustración] - - BUENOS AIRES - 1909 - - - Imp. y estereotipia de LA NACIÓN.--Buenos Aires. - - - UNA EXCURSIÓN Á LOS INDIOS RANQUELES - - - - - ÍNDICE - - - Cap. Pág. - - I. Dedicatoria.--Aspiraciones de un _tourist_.--Los - gustos con el tiempo.--Por qué se pelea un padre - con un hijo.--Quiénes son los Ranqueles.--Un - tratado internacional con los indios.--Teoría - de los extremos.--Dónde están las fronteras - de Córdoba y campos entre los Ríos 4.º y 5.º.--De - dónde parte el camino del Cuero 5 - - II. Deseos de un viaje á los Ranqueles.--Una china - y un bautismo.--Peligros de la diplomacia - militar con los indios.--El indio Linconao.--Mañas - de los indios.--Efectos del deber sobre - el temperamento.--¿Qué es un parlamento?--Desconfianzas - de los indios para beber y fumar.--Sus - preocupaciones al comer y beber.--Un - lenguaraz.--Cuánto dura un parlamento y qué se hace - en él.--Linconao atacado de las viruelas.--Efectos - de la viruela en los indios.--Gratitud - de Linconao.--Reserva de un fraile 13 - - III. Quién conocía mi secreto.--El Río 5.º.--El paso - del Lechuzo.--Defecto de un fraile.--Compromiso - recíproco.--Preparativos para la marcha.--Resistencia - de los gauchos.--Cambio de - opiniones sobre la fatalidad histórica de las razas - humanas.--Sorpresa de Achauentrú al saber - que me iba á los indios.--Pensamiento que me - preocupaba.--Ofrecimientos y pedidos de - Achauentrú.--Fray Moisés Álvarez.--Temores - de los indios.--Seguridades que les di.--Efectos - de la digestión sobre el humor.--Las mujeres - del fuerte Sarmiento.--Un simulacro 21 - - IV. Idea á que nos resignamos.--La partida.--Lenguaje - de los paisanos.--Qué es una rastrillada.--El - público sabe muchas mentiras é ignora - muchas verdades.--Qué es un guadal.--El caballo - y la mula.--Una despedida militar.--La Laguna alegre 29 - - V. El fogón.--Calixto Oyarzábal.--El cabo Gómez.--De - qué fué á la guerra del Paraguay.--Por - qué lo hicieron soldado de línea.--José Ignacio - Garmendia y Maximio Alcorta.--Predisposiciones - mías en favor de Gómez.--Su conducta en - el batallón 12 de línea.--Primera entrevista con - él.--Su figura en el asalto de Curupaití.--La lista - después del combate.--El cabo Gómez muerto 37 - - - VI. Regreso de Curupaití.--Resurrección del cabo - Gómez.--Cómo se salvó.--Sencillo relato.--Posibilidad - de que un pensamiento se realice.--Dos - escuelas filosóficas.--Un asesinato que nadie - había visto.--Sospechas 47 - - VII. Presentimientos de la multitud.--Un asesino - sin saberlo.--Deseos de salvarle.--Averiguaciones.--Un - fiscal confuso.--Juicios contradictorios.--Agustín - Mariño, auditor del Ejército Argentino.--Consejo - de Guerra.--Dudas.--Sentencia - del cabo Gómez.--Se confirma la pena de - muerte.--Preparativos.--La ejecución.--Una - aparición 55 - - VIII. El Palmar de Yataití.--Sepulcro de un soldado.--Su - memoria.--Sus últimos deseos cumplidos.--El - rancho del general Gelly y lo que - allí pasó.--Resurrección.--Visión realizada.--Fanatismo 65 - - IX. La Alegre.--En qué rumbos salimos.--¿Los viajes son un - placer?--Por qué se viaja.--Monte de la Vieja.--El - alpataco.--El zorro colgado.--Pollo-helo.--Us-helo.--Qué - es aplastarse un caballo.--Coli-Mula.--La - trasnochada.--Precauciones 73 - - X. No es posible seguir la marcha.--Civilización y - barbarie.--En qué consiste la primera.--Reflexiones sobre - este tópico.--En marcha.--Manera de cambiar de perspectiva - sin salir de un mismo lugar.--Asombroso adelanto de estas - tierras.--Ralico.--Tremencó.--Médano - del Cuero.--El Cuero.--Sus campos 83 - - XI. Quién había andado por Ralico.--Los - rastreadores.--Talento de uno del 12 de línea.--Se - descubre quién había andado por Ralico.--Cuántos - caminos salen del Cuero.--El General Emilio - Mitre no pudo llegar allí.--Su error estratégico 93 - - XII. Por dónde habían ido los chasques.--Entrada á - los montes.--Derechos de piso y - agua.--Recomendaciones.--Despacho de algunas - tropillas para el Río 5.º.--Los montes.--Impresiones - filosóficas.--Utatriquin.--El cuento - del arriero 103 - - XIII. Martes es mal día.--Trece es mal número.--Los - _quatorzième_.--Marcha nocturna.--Pensamientos.--Sueño - ecuestre.--Un latigazo.--Historia - de un soldado y de Antonio.--Alto.--Una visión y una - mulita 113 - - XIV. Sueño fantástico.--En marcha.--Calixto - Oyarzábal y sus cuentos.--Cómo se busca de - noche un camino en la Pampa.--Campamento.--Los primeros - toldos.--Se avistan chinas.--Algarrobo.--Indios 125 - - XV. La Laguna Verde.--Sorpresa.--Inspiraciones - del gaucho.--Encuentros.--Grupos de indios.--Sus - caballos y trajes.--Bustos.--Amenazas.--Resolución 135 - - XVI. El embajador del cacique Ramón y Bustos.--Desconfianzas - del cacique.--Quién era Bustos.--Caniupán.--Otra - vez el embajador de Ramón y Bustos.--Un bofetón á - tiempo.--_Mari purrá wentru._--Recepción.--Retrato de - Ramón.--Exigencia de Caniupán.--¡Lo mando al - diablo!--Conformidad 147 - - XVII. Un cuerpo sano en alma sana.--El mate.--Un - convidado de piedra.--Pánico y desconfianzas - de los indios.--Historias.--Un mensajero - de Caniupán.--Visitas.--En marcha.--Calcumuleu.--Nuevo - mensajero.--La noche.--Amonestaciones.--Primer - regalo.--Unos bultos colorados 159 - - XVIII. Historia de Crisóstomo.--Quiénes eran los bultos - colorados.--El indio Villarreal y su familia.--De noche 171 - - XIX. El amanecer.--Llegada de las cargas.--El - marchado de la mula.--Achauentrú en el - Río 4.º.--Un almuerzo en el fogón.--Lo que hicieron - las chinas en cuanto se levantaron.--El cabo Mendoza - y Wenchenao.--Enojo fingido.--Se presenta Caniupán 179 - - XX. El camino de Calcumuleu á Leubucó.--Los - indios en el campo.--Su modo de marchar.--Cómo - descansan á caballo.--Qué es tomar caballos - á mano. No había novedad.--Cruzando - un monte.--Se divisa Leubucó.--Primer parlamento.--Cada - razón son diez razones 187 - - XXI. En qué consiste el arte de hacer de _una razón_ varias - razones.--De cuántos modos conversan los indios.--Sus - oradores.--Sus rodeos para pedir.--Precauciones de los - Caciques antes de celebrar una junta.--Numeración y - manera de contar de los Ranqueles 197 - - XXII. Una nube de arena.--Cálculos.--El ojo del - indio.--Segundo parlamento.--Se avista el toldo - de Mariano Rosas.--Frente á él 207 - - XXIII. Épocas buenas y malas.--En qué cosas cree el autor.--La - cadena del mundo moral.--¿Será cierto que los - padres saben más que los hijos?--El capitán Rivadavia, - Hilarión, Nicolai.--Camargo.--Dilaciones 217 - - XXIV. ¡Qué hacer cuando no hay más remedio!--Cuál - era el objeto de esta otra parada.--Pretensiones - de la ignorancia.--Las brujas.--Saludos - y regocijos.--Qué sucedía mientras tenía - lugar el parlamento.--Agitación en el toldo de - Mariano Rosas.--Las brujas vieron al fin lo - mismo que el Cacique.--Cómo estaba formado - éste.--Qué es Leubucó y qué caminos parten - de allí.--Echo pie á tierra.--Vítores 227 - - XXV. Gracias á Dios.--Empieza el ceremonial.--Apretones - de mano y abrazos.--De cómo casi - hube de reventar.--Por algo me había de hacer - célebre yo.--¿Qué más podían hacer los bárbaros? 237 - - XXVI. La enramada de Mariano Rosas.--Parlamento - y comida.--Agasajo.--Pasión de los indios - por la bebida.--Qué es un yapaí.--Epumer - hermano mayor de Mariano Rosas.--Él y yo.--Me - deshago de mi capa colorada.--Regalos.--Distribución - de aguardiente.--Una orgía.--Miguelito 247 - - XXVII. Pasión de Miguelito.--Los hombres son - iguales en todas circunstancias de la vida.--Retrato - de Miguelito.--Su historia 259 - - XXVIII. Teoría sobre el ideal.--Miguelito continúa - contando su historia.--Cuadro de costumbres 271 - - XXIX. El gaucho es un producto peculiar de la tierra - argentina.--Monomanía de la imitación.--Continuación de - la historia de Miguelito.--Cuadro de costumbres.--¿Qué - es filosofar? 281 - - XXX. Mi vademécum y sus méritos.--En qué se - parece Orión á Roqueplán.--Dónde se aprende - el mundo.--Concluye la historia de Miguelito 289 - - XXXI. Ojeada retrospectiva.--El valor á media - noche es el valor por excelencia.--Miedo á los - perros.--Cuento al caso.--Qué es loncotear.--Sigue - la orgía.--Epumer se cree insultado por - mí.--Una serenata 299 - - XXXII. El negro del acordeón y la música.--Reflexiones - sobre el criterio vulgar.--Sueño fantástico.--Lucius - Victorius Imperator.--Un mensajero nocturno de Mariano - Rosas.--Se reanuda el sueño fantástico.--Mi entrada - triunfal en Salinas Grandes.--La realidad.--Un huésped - á quien no le es permitido dormir 309 - - XXXIII. Retrato de Mariano Rosas.--Su política.--Cómo le tomaron - prisionero los cristianos.--Rosas le hace peón de su - estancia del Pino.--Su fuga.--Agradecimiento por su - antiguo patrón.--Paralelo.--De pillo á pillo.--Voto de - un indio.--Muerte de Painé.--Derecho hereditario entre - los indios.--Los refugiados políticos.--Mareo.--Mariano - Rosas quiere _loncotear_ conmigo.--Apuros.--Una sombra 319 - - XXXIV. Efectos del aguardiente.--Una mano femenil.--Mi - comadre Carmen me cuenta lo sucedido.--Unas - coplas.--La vida de un artista en - acordeón, en dos palabras.--Preguntas y respuestas.--Las - obras públicas de Leubucó.--Insistencia - del organista.--Un baño.--Mariano - Rosas en el corral.--Cómo matan los indios la res 333 - - XXXV. El toldo de Mariano Rosas visto de la - enramada.--Preparativos para recibirme.--Un bufón de - Leubucó.--De visita.--Descripción de un toldo.--La - mesa.--El indio y el gaucho.--Paralelo - afligente.--Reflexiones.--La comida.--Un - incidente gaucho 343 - - XXXVI. Por qué se me presentaba Camilo Arias.--Caracteres - de este hombre y de nuestros paisanos.--El - indio Blanco.--Sus amenazas.--Le pido una entrevista - á Mariano Rosas.--Me tranquiliza.--Costumbres de los - indios.--No existe la prostitución de la mujer - soltera.--Qué es _cancanear_.--El pudor entre las - indias.--La mujer casada.--De cuántos modos se casan las - indias.--Las viudas.--Escena con Rufino - Pereira.--Igualdad.--Miguelito intercede por Rufino 353 - - XXXVII. El fogón al amanecer.--Quién era Rufino - Pereira.--Su vida y compromisos conmigo.--Cómo - consiguen los indios que los caballos de - los cristianos adquieran más vigor 365 - - - - - UNA EXCURSIÓN Á LOS INDIOS RANQUELES - - - - - I - - Dedicatoria.--Aspiraciones de un _touriste_.--Los gustos con el - tiempo.--Por qué se pelea un padre con un hijo.--Quiénes son los - Ranqueles.--Un tratado internacional con los indios.--Teoría de los - extremos.--Dónde están las fronteras de Córdoba y campos entre los - Ríos 4.º y 5.º.--De dónde parte el camino del Cuero. - - -No sé dónde te hallas, ni dónde te encontrará esta carta y las que le -seguirán, si Dios me da vida y salud. - -Hace bastante tiempo que ignoro tu paradero, que nada sé de ti; y -sólo porque el corazón me dice que vives, creo que continúas tu -peregrinación por este mundo, y no pierdo la esperanza de comer -contigo, á la sombra de un viejo y carcomido algarrobo, ó entre -las pajas al borde de una laguna, ó en la costa de un arroyo, un -_churrasco_ de guanaco, ó de gama, ó de yegua, ó de gato montés, ó una -picana de avestruz, boleado por mí, que siempre me ha parecido la más -sabrosa. - -Á propósito de avestruz, después de haber recorrido la Europa y la -América, de haber vivido como un marqués en París y como un guaraní -en el Paraguay; de haber comido _mazamorra_ en el Río de la Plata, -_charquicán_ en Chile, ostras en Nueva York, _macarroni_ en Nápoles, -trufas en el Perigord, _chipá_ en la Asunción--recuerdo que una de -las grandes aspiraciones de tu vida era comer una tortilla de huevos -de aquella ave pampeana en _Nagüel Mapo_, que quiere decir «Lugar del -Tigre». - -Los gustos se simplifican con el tiempo, y un curioso fenómeno social -se viene cumpliendo desde que el mundo es mundo. El _macrocosmo_, ó sea -el hombre colectivo, vive inventando placeres, manjares, necesidades, y -el _microcosmo_, ó sea el hombre individual, pugnando por emanciparse -de las tiranías de la moda y de la civilización. - -Á los veinticinco años, somos víctimas de un sinnúmero de -superfluidades. No tener guantes blancos, frescos como una lechuga, -es una gran contrariedad, y puede ser causa de que el mancebo más -cumplido pierda casamiento. ¡Cuántos dejaron de comer muchas veces, y -sacrificaron su estómago en aras del buen tono! - -Á los cuarenta años, cuando el cierzo y el hielo del invierno de la -vida han comenzado á marchitar la tez y á blanquear los cabellos, las -necesidades crecen, y por un bote de _cold cream_, ó por un paquete de -cosmético, ¿qué no se hace? - -Más tarde, todo es lo mismo; con guantes ó sin guantes, con retoques ó -sin ellos «la mona, aunque se vista de seda, mona se queda.» - -Lo más sencillo, lo más simple, lo más inocente es lo mejor; nada de -picantes, nada de trufas. El _puchero_ es lo único que no hace daño, -que no se indigesta, que no irrita. - -En otro orden de ideas, también se verifica el fenómeno. Hay razas y -naciones creadoras, razas y naciones destructoras. Y, sin embargo, en -el irresistible _corso e ricorso_ de los tiempos y de la humanidad, el -mundo marcha; y una inquietud febril mece incesantemente á los mortales -de perspectiva en perspectiva, sin que el ideal jamás muera. - -Pues, cortando aquí el exordio, te diré, Santiago amigo, que te he -ganado de mano. - -Supongo que no reñirás por esto conmigo, dejándote dominar por un -sentimiento de envidia. - -Ten presente que una vez me dijiste, censurando á tu padre, con quien -estabas peleado: - ---¿Sabes por qué razón el viejo está mal conmigo? Porque tiene envidia -de que yo haya estado en el Paraguay, y él no. - -Es el caso, que mi estrella militar me ha deparado el mando de las -fronteras de Córdoba, que eran las más asoladas por los ranqueles. - -Ya sabes que los ranqueles son esas tribus de indios araucanos, que -habiendo emigrado en distintas épocas de la falda occidental de la -cordillera de los Andes á la oriental, y pasado los ríos Negro y -Colorado, han venido á establecerse entre el Río 5.º y el Río Colorado, -al naciente del Río Chalileo. - -Últimamente celebré un tratado de paz con ellos, que el Presidente -aprobó, con cargo de someterlo al Congreso. - -Yo creía que siendo un acto administrativo no era necesario. - -¿Qué sabe un pobre coronel de trotes constitucionales? - -Aprobado el tratado en esa forma, surgieron ciertas dificultades -relativas á su ejecución inmediata. - -Esta circunstancia por un lado, por otro cierta inclinación á las -correrías azarosas y lejanas; el deseo de ver con mis propios ojos ese -mundo, que llaman Tierra Adentro, para estudiar sus usos y costumbres, -sus necesidades, sus ideas, su religión, su lengua, é inspeccionar yo -mismo el terreno por donde alguna vez quizá tendrán que marchar las -fuerzas que están bajo mis órdenes--he ahí lo que me decidió no ha -mucho y contra el torrente de algunos hombres que se decían conocedores -de los indios, á penetrar hasta sus tolderías, y á comer primero que tú -en Nagüel Mapo una tortilla de huevo de avestruz. - -Nuestro inolvidable amigo Emilio Quevedo, solía decirme cuando vivíamos -juntos en el Paraguay, vistiendo el ligero traje de los criollos é -imitándolos en cuanto nos lo permitían nuestra sencillez y facultades -imitativas:--¡Lucio, después de París, la Asunción! Yo digo:--Santiago, -después de una tortilla de huevos de gallina frescos, en el Club -del Progreso, una de avestruz en el toldo de mi compadre el cacique -Baigorrita. - -Digan lo que quieran, si la felicidad existe, si la podemos concretar -y definir, ella está en los extremos. Yo comprendo las satisfacciones -del rico y las del pobre; las satisfacciones del amor y las del odio; -las satisfacciones de la obscuridad y las de la gloria. Pero ¿quién -comprende las satisfacciones de los términos medios; las satisfacciones -de la indiferencia; las satisfacciones de ser _cualquier cosa_? - -Yo comprendo que haya quien diga:--Me gustaría ser Leonardo Pereira, -potentado del dinero. - -Pero que haya quien diga, me gustaría ser el almacenero de enfrente, -don Juan ó don Pedro, un nombre de pila cualquiera, sin apellido -notorio,--eso no. - -Yo comprendo que haya quien diga:--Yo quisiera ser limpiabotas ó -vendedor de billetes de lotería. - -Yo comprendo el amor de Julieta y Romeo, como comprendo el odio de -Silva por Hernani, y comprendo también la grandeza del perdón. - -Pero no comprendo esos sentimientos que no responden á nada enérgico, -ni fuerte, á nada terrible ó tierno. - -Yo comprendo que haya en esta tierra quien diga:--Yo quisiera ser -Mitre, el hijo mimado de la fortuna y de la gloria, ó sacristán de San -Juan. - -Pero que haya quien diga:--Yo quisiera ser el Coronel Mansilla,--eso no -lo entiendo, porque al fin, ese mozo, _¿quién es?_ - -Al General Arredondo, mi jefe inmediato entonces le debo, querido -Santiago, el placer inmenso de haber comido una tortilla de huevos de -avestruz en Nagüel Mapo, de haber tocado los extremos una vez más. -Si él me niega la licencia, me quedo con las ganas, y no te gano la -delantera... - -Siempre le agradeceré que haya tenido conmigo esa deferencia, y que me -manifestara que creía muy arriesgada mi empresa, probándome así que -mi suerte no le era indiferente. Sólo los que no son amigos pueden -conformarse con que otro muera estérilmente... y en la obscuridad. - -La nueva línea de fronteras de la Provincia de Córdoba, no está ya -donde tú la dejaste cuando pasaste para San Luis, en donde tuviste la -fortuna de conocer aquel tipo que te decía un día en el Morro:--¡Yo no -deseo, señor don Santiago, visitar la Europa por conocer el Cristal -Palais, ni el Buckingham Palace, ni las Tullerías, ni el London Tunnel, -sino por ver ese Septentrión! ¡¡ese Septentrión!! - -Está la nueva línea sobre el Río 5.º, es decir, que ha avanzado -veinticinco leguas, y que al fin se puede cruzar del Río 4.º á Achiras -sin hacer testamento y confesarse. - -Muchos miles de leguas cuadradas se han conquistado. - -¡Qué hermosos campos para la cría de ganados son los que se hallan -encerrados entre el Río 4.º y Río 5.º! - -La cebadilla, el porotillo, el trébol, la gramilla, crecen frescos y -frondosos entre el pasto fuerte; grandes cañadas como la del Gato, -arroyos caudalosos y de largo curso como Santa Catalina y Sampacho, -lagunas inagotables y profundas como Chemeco, Tarapendá y Santo Tomé -constituyen una fuente de riqueza de inestimable valor. - -Tengo en borrador el _croquis topográfico_, levantado por mí de ese -territorio inmenso, desierto, que convida á la labor, y no tardaré en -publicarlo, ofreciéndoselo con una memoria á la industria rural. - -Más de seis mil leguas he galopado en año y medio para conocerlo y -estudiarlo. - -No hay un arroyo, no hay un manantial, no hay una laguna, no hay -un monte, no hay un médano donde no haya estado personalmente para -determinar yo mismo su posición aproximada y hacerme baqueano, -comprendiendo que el primer deber de un soldado, es conocer palmo á -palmo el terreno donde algún día ha de tener necesidad de operar. - -¿Puede haber papel más triste que el de un jefe con responsabilidad, -librado á un pobre paisano, que lo guiará bien, pero que no le sugerirá -pensamiento estratégico alguno? - -La nueva frontera de Córdoba comienza en la raya de San Luis, casi en -el meridiano que pasa por Achiras, situado en los últimos dobleces de -la Sierra, y costeando el Río 5.º se prolonga hasta la Ramada Nueva, -llamada así por mí, y por los ranqueles _Trapalcó_ que quiere decir -agua de Totora. _Trapal_ es Totora y _có_ agua. - -La Ramada Nueva son los desagües del Río 5.º, vulgarmente denominados -la Amarga. - -De la Ramada Nueva, y buscando la derecha de la frontera Sur de Santa -Fe, sigue la línea por la Laguna N.º 7, llamada así por los cristianos, -y por los ranqueles _Potálauquen_, es decir, laguna grande: _potá_ es -grande y _lauquen_ laguna. - -Siguiendo el juicioso plan de los españoles, yo establecí esta frontera -colocando los fuertes principales en la banda Sur del Río 5.º. - -En una frontera internacional esto habría sido un error militar, pues -los obstáculos deben siempre dejarse á vanguardia para que el enemigo -sea quien los supere primero. - -Pero en la guerra con los indios el problema cambia de aspecto; lo que -hay que aumentarle á este enemigo no son los obstáculos para entrar -sino los obstáculos para salir. - -El punto ó fuerte principal de la nueva línea de frontera sobre el Río -5.º se llama Sarmiento. De allí arranca el camino que por la Laguna del -Cuero, famosa para los cristianos, conduce á Leubucó, centro de las -tolderías ranquelinas. - -De allí emprendí mi marcha. - -Mañana continuaré. - -Hoy he perdido tiempo en ciertos detalles creyendo que para ti no -carecerían de interés. - -Si al público, á quien le estoy mostrando mi carta, le sucediese lo -mismo, me podría acostar á dormir tranquilo y contento como un colegial -que ha estudiado bien su lección y la sabe. - -¿Cómo saberlo? - -Tantas veces creemos hacer reir con un chiste y el auditorio no hace ni -un gesto. - -Por eso toda la sabiduría humana está encerrada en la inscripción del -templo de Delfos. - - - - - II - - Deseos de un viaje á los Ranqueles.--Una china y un - bautismo.--Peligros de la diplomacia militar con los indios.--El - indio Linconao.--Mañas de los indios.--Efectos del deber sobre - el temperamento.--¿Qué es un parlamento?--Desconfianzas de - los indios para beber y fumar.--Sus preocupaciones al comer y - beber.--Un lenguaraz.--Cuánto dura un parlamento y qué se hace en - él.--Linconao atacado de las viruelas.--Efectos de la viruela en los - indios.--Gratitud de Linconao.--Reserva de un fraile. - - -Hacía mucho tiempo que yo rumiaba el pensamiento de ir á Tierra Adentro. - - -El trato con los indios que iban y venían al Río 4.º, con motivo de las -negociaciones de paz entabladas, había despertado en mí una indecible -curiosidad. - -Es menester haber pasado por ciertas cosas, haberse hallado en ciertas -posiciones, para comprender con qué vigor se apoderan ciertas ideas de -ciertos hombres; para comprender que una misión á los Ranqueles puede -llegar á ser para un hombre como yo, medianamente civilizado, un deseo -tan vehemente, como puede ser para cualquier ministril una secretaría -en la embajada de París. - -El tiempo, ese gran instrumento de las empresas buenas y malas, cuyo -curso quisiéramos precipitar, anticipándonos á los sucesos para que -éstos nos devoren ó nos hundan, me había hecho contraer ya varias -relaciones, que puedo llamar íntimas. - -La china Carmen, mujer de veinticinco años, hermosa y astuta adscripta -á una Comisión de las últimas que anduvieron en negociados conmigo, se -había hecho mi confidente y amiga, estrechándose estos vínculos con el -bautismo de una hijita mal habida que la acompañaba y cuya ceremonia se -hizo en el Río 4.º con toda pompa, asistiendo un gentío considerable y -dejando entre los muchachos un recuerdo indeleble de mi magnificencia, -á causa de unos veinte pesos bolivianos que cambiados en medios y -reales, arrojé á la _manchancha_ esa noche inolvidable, al son de los -infatigables gritos: ¡padrino pelado! - -Sólo quien haya tenido ya el gusto de ser padrino, comprenderá que -noches de ese género pueden ser realmente inolvidables para un triste -mortal, sin antecedentes históricos, sin títulos para que su nombre -pase á la posteridad, grabándose con caracteres de fuego en el libro de -oro de la historia. - -¡Ah! tú has sido padrino pelado alguna vez, y me comprenderás. - -Carmen no fué agregada sin objeto á la comisión ó embajada ranquelina -en calidad de _lenguaraz_, que vale tanto como secretario de un -ministro plenipotenciario. - -Mariano Rosas ha estudiado bastante el corazón humano, como que no -es un muchacho; conoce á fondo las inclinaciones y gustos de los -cristianos, y por un instinto que es de los pueblos civilizados y de -los salvajes, tiene mucha confianza en la acción de la mujer sobre el -hombre, siquiera esté ésta reducida á una triste condición. - -Carmen fué despachada, pues, con su pliego de instrucciones oficiales y -confidenciales por el Talleyrand del desierto, y durante algún tiempo -se ingenió con bastante habilidad y maña. Pero no con tanta que yo no -me apercibiese, á pesar de mi natural candor, de lo complicado de su -misión, que á haber dado con otro Hernán Cortés habría podido llegar á -ser peligrosa y fatal para mí, desacreditando gravemente mi _gobierno -fronterizo_. - -Pasaré por alto una infinidad de detalles, que te probarían hasta la -evidencia todas las seducciones á que está expuesta la diplomacia de -un jefe de fronteras, teniendo que habérselas con secretarios como mi -comadre; y te diré solamente que esta vez se le quemaron los libros de -su experiencia á Mariano, siendo Carmen misma la que me inició en los -secretos de su misión. - -El hecho es que nos hicimos muy amigos, y que á sus buenos informes del -compadre debo yo en parte el crédito de que llegué precedido cuando -hice mi entrada triunfal en Leubucó. - -Otra conexión íntima contraje también durante las últimas negociaciones. - -El cacique Ramón, jefe de las indiadas del Rincón, me había enviado su -hermano mayor, como muestra de su deseo de ser mi amigo. - -Linconao, que así se llama, es un indiecito de unos veintidós años, -alto, vigoroso, de rostro simpático, de continente airoso, de carácter -dulce, y que se distingue de los demás indios en que no es _pedigüeño_. - -Los indios viven entre los cristianos fingiendo pobrezas y necesidades, -pidiendo todos los días; y con los mismos preámbulos y ceremonias piden -una ración de sal, que un poncho fino ó un par de espuelas de plata. - -Tener que habérselas con una comisión de estos sujetos, para un jefe de -fronteras, presupone tener que perder todos los días unas cuatro horas -en escucharles. - -Yo, que por mi temperamento sanguíneo-bilioso no soy muy pacienzudo que -digamos, he descubierto con este motivo que el deber puede modificar -fundamentalmente la naturaleza humana. - -En algunos _parlamentos_ de los celebrados en el Río 4.º, más de una -vez derroté á mis interlocutores, cuyo exordio sacramental era:--Para -tratar con los indios se necesita mucha paciencia, hermano. - -No sé si tienes la idea de lo que es un parlamento en tierra de -cristianos; y digo en tierra de cristianos, porque en tierra de indios -el ritual es diferente. - -Un parlamento, es una conferencia diplomática. - -La comisión se manda anunciar anticipadamente con el lenguaraz. - -Si la componen veinte individuos, los veinte se presentan. - -Comienzan por dar la mano por turno de jerarquía, y en esa forma se -sientan, con bastante aplomo, en las sillas ó sofaes que se les ofrecen. - -El _lenguaraz_, es decir, el intérprete secretario, ocupa la derecha -del que hace cabeza. - -Habla éste y el lenguaraz traduce, siendo de advertir que aunque el -plenipotenciario entienda el castellano y lo hable con facilidad, no se -altera la regla. - -Mientras se parlamenta hay que obsequiar á la comisión con licores y -cigarros. - -Los indios no rehusan jamás beber, y cigarros, aunque no los fumen -sobre las tablas, reciben mientras les den. - -Pero no beben, ni fuman cuando no tienen confianza plena en la buena -fe del que les obsequia, hasta que éste no lo haya hecho primero. - -Una vez que la confianza se ha establecido cesan las precauciones, -y echan al estómago el vaso de licor que se les brinda, sin más -preámbulos que el de sus preocupaciones. - -Una de ellas estriba en no comer ni beber cosa alguna, sin antes -ofrecerle las primicias al genio misterioso en que creen y al que -adoran sin tributarle culto exterior. - -Consiste esta costumbre en tomar con el índice y el pulgar un poco de -la cosa que deben tragar ó beber y en arrojarla á un lado, elevando la -vista al cielo y exclamando: _¡para Dios!_ - -Es una especie de conjuro. Ellos creen que el diablo, _Gualicho_, está -en todas partes, y que dándole lo primero á Dios, que puede más que -aquél, se hace el exorcismo. - -El parlamento se inicia con una serie inacabable de salutaciones y -preguntas, como verbigracia:--¿Cómo está usted? ¿cómo están sus jefes, -oficiales y soldados? ¿cómo le ha ido á usted desde la última vez que -nos vimos? ¿No ha habido alguna novedad en la frontera? ¿No se le han -perdido algunos caballos? - -Después siguen los mensajes, como por ejemplo:--Mi hermano, ó mi padre, -ó mi primo, me ha encargado le diga á usted que se alegrará que esté -usted bueno en compañía de todos sus jefes, oficiales y soldados; que -desea mucho conocerle; que tiene muy buenas noticias de usted; que ha -sabido que desea usted la paz y que eso prueba que cree en Dios y que -tiene un excelente corazón. - -Á veces cada interlocutor tiene su lenguaraz, otras es común. - -El trabajo del lenguaraz es ímprobo en el parlamento más -insignificante. Necesita tener una gran memoria, una garganta de -privilegio y muchísima calma y paciencia. - -¡Pues es nada antes de llegar al grano tener que repetir diez ó veinte -veces lo mismo! - -Después que pasan los saludos, cumplimientos y mensajes, se entra á -ventilar los negocios de importancia, y una vez terminados éstos, entra -el capítulo quejas y pedidos, que es el más fecundo. - -Cualquier parlamento dura un par de horas, y suele suceder al rato de -estar en él, que varios de los interlocutores están roncando. Como -el único que tiene responsabilidad en lo que se ventila es el que -hace cabeza, después que cada uno de los que le acompaña ha sacado -su piltrafa, ya la cosa ni le interesa ni le importa y no pudiendo -retirarse, comienza á bostezar y acaba por dormirse, hasta que el -plenipotenciario, dándose cuenta del ridículo, pide permiso para -terminar y retirarse, prometiendo volver muy pronto, pues tiene muchas -cosas que decir aún. - -Linconao fué atacado fuertemente de las viruelas al mismo tiempo que -otros indios. - -Trajéronme el aviso, y siendo un indio de importancia, que me estaba -muy recomendado y que por sus prendas y carácter me había caído en -gracia, fuime en el acto á verle. - -Los indios habían acampado en tiendas de campaña que yo les había dado, -sobre la costa de un lindo arroyo tributario del Río 4.º. - -En un albardón verde y fresco, pintado de flores silvestres, estaban -colocadas las tiendas en dos filas, blanqueando risueñamente sobre el -campestre tapete. - -Todos ellos me esperaban mustios, silenciosos y aterrados, contrastando -el cuadro humano con el de la riente naturaleza y la galanura del -paisaje. - -Linconao y otros indios yacían en sus tiendas revolcándose en el suelo -con la desesperación de la fiebre,--sus compañeros permanecían á la -distancia, en un grupo sin ser osados á acercarse á los virolentos y -mucho menos á tocarles. - -Detrás de mí iba una carretilla exprofeso. - -Acerquéme primero á Linconao y después á los otros enfermos; habléles á -todos animándolos, llamé algunos de sus compañeros para que me ayudaran -á subirlos al carro; pero ninguno de ellos obedeció, y tuve que hacerlo -yo mismo con el soldado que lo tiraba. - -Linconao estaba desnudo y su cuerpo invadido de la peste con una -virulencia horrible. - -Confieso que al tocarle sentí un estremecimiento semejante al que -conmueve la frágil y cobarde naturaleza, cuando acometemos un peligro -cualquiera. - -Aquella piel granulenta al ponerse en contacto con mis manos, me hizo -el efecto de una lima envenenada. - -Pero el primer paso estaba dado y no era noble, ni digno, ni humano, ni -cristiano, retroceder, y Linconao fué alzado á la carretilla por mí, -rozando su cuerpo mi cara. - -Aquél fué un verdadero triunfo de la civilización sobre la barbarie; -del cristianismo sobre la idolatría. - -Los indios quedaron profundamente impresionados; se hicieron lenguas -alabando mi audacia y llamáronme su padre. - -Ellos tienen un verdadero terror pánico á la viruela, que sea por -circunstancias cutáneas ó por la clase de su sangre, los ataca con -furia mortífera. - -Cuando en Tierra Adentro aparece la viruela, los toldos se mudan de un -lado á otro, huyendo las familias despavoridas á largas distancias de -los lugares infestados. - -El padre, el hijo, la madre, las personas más queridas son abandonadas -á su triste suerte, sin hacer más en favor de ellas que ponerles -alrededor del lecho agua y alimentos para muchos días. - -Los pobres salvajes ven en la viruela un azote del cielo, que Dios les -manda por sus pecados. - -He visto numerosos casos y son rarísimos los que se han salvado, á -pesar de los esfuerzos de un excelente facultativo, el Dr. Michaut, -cirujano de mi División. - -Linconao fué asistido en mi casa, cuidándolo una enfermera muy paciente -y cariñosa, interesándose todos en su salvación, que felizmente -conseguimos. - -El Cacique Ramón me ha manifestado el más ardiente agradecimiento por -los cuidados tributados á su hermano, y éste dice que después de Dios, -su padre soy yo, porque á mí me debe la vida. - -Todas estas circunstancias, pues, agregadas á las consideraciones -mentadas en mi carta anterior, me empujaban al desierto. - -Cuando resolví mi expedición, guardé el mayor sigilo sobre ella. - -Todos vieron los preparativos, todos hacían conjeturas, nadie acertó. - -Sólo un fraile amigo conocía mi secreto. - -Y esta vez no sucedió lo que debiera haber sucedido á ser cierto el -dicho del moralista: Lo que uno no quiere que se sepa no debe decirse. - -Es que la humanidad, por más que digan, tiene muchas buenas cualidades, -entre ellas, la reserva y la lealtad. - -Supongo que serás de mi opinión, y con esto me despido hasta mañana. - - - - - III - - Quién conocía mi secreto.--El Río 5.º.--El paso del Lechuzo.--Defecto - de un fraile.--Compromiso recíproco.--Preparativos para la - marcha.--Resistencia de los gauchos.--Cambio de opiniones sobre - la fatalidad histórica de las razas humanas.--Sorpresa de - Achauentrú al saber que me iba á los indios.--Pensamiento que me - preocupaba.--Ofrecimientos y pedidos de Achauentrú.--Fray Moisés - Álvarez.--Temores de los indios.--Seguridades que les di.--Efectos de - la digestión sobre el humor.--Las mujeres del fuerte Sarmiento.--Un - simulacro. - - -Sólo el franciscano Fray Marcos Donatti, mi amigo íntimo, conocía mi -secreto. - -Se lo había comunicado yendo con él del fuerte Sarmiento al «Tres de -Febrero», otro fuerte de la extrema derecha de la línea de frontera -sobre el Río 5.º. - -Este sacerdote, que á sus virtudes evangélicas reune un carácter -dulcísimo, recorría las dos fronteras de mi mando, diciendo misa en -improvisados altares, bautizando y haciendo escuchar con agrado su -palabra, á las pobres mujeres de los pobres soldados. La que le oía se -confesaba. - -Era una noche hermosa, de esas en que el mundo estelar brilla con -todo el esplendor de su magnificencia. La luna no se ocultaba tras -ningún celaje y de vez en cuando al acercarnos á las barrancas del Río -5.º que corre tortuoso, costeándolo el camino, la veíamos retratarse -radiante en el espejo móvil de ese río, que nace en las cumbres de -la sierra de la Carolina, y que corriendo en una curva de poniente á -naciente, fecunda con sus aguas, ricas como las del 2.º de Córdoba, -los grandes potreros de la villa de Mercedes, hasta perderse en las -impasables cabañas de la Amarga. - -Llegábamos al paseo del Lechuzo, famoso por ser uno de los más -frecuentados por los indios en la época tristemente memorable de sus -depredaciones. - -Hay allí un montoncito de árboles, corpulentos y tupidos, que tendrá -como una media milla de ancho, y que de noche el fantástico caminante -se apresura á cruzar por un instinto racional que nos inclina á acortar -el peligro. - -El paso del Lechuzo, con su nombre de mal agüero, es una excelente -emboscada y cuentan sobre él las más extrañas historias de fechorías -hechas allí por los indios. - -Lo cruzamos al trote, azotando las ramas, caballos y jinetes: al salir -de la espesura, piqué yo el mío con las espuelas, y diciéndole á Fray -Marcos:--Oiga, padre--me puse al galope seguido por el buen franciscano -que no tenía entonces, como no tiene ahora, para mí más defecto que -haberme maltratado un excelente caballo moro que le presté. - -El ayudante y los tres soldados que me acompañaban quedáronse un poco -atrás y nada pudieron oir de nuestra conversación. - -El padre tenía su imaginación llena de las ideas de los gauchos que han -solido ir á los indios por su gusto ó vivir cautivos entre ellos. - -Consideraba mi empresa la más arriesgada, no tanto por el peligro de -la vida, sino por la fe pública de los indígenas. Me hizo sobre el -particular las más benevólas reflexiones, y por último, dándome una -muestra de cariño, me dijo: «Bien, Coronel; pero cuando usted se vaya, -no me deje á mí, usted sabe que soy misionero.» - -Yo he cumplido mi promesa y él su palabra. - -Los preparativos para la marcha se hicieron en el fuerte Sarmiento, -donde á la sazón se hallaba una comisión de indios presidida por -Achauentrú, diplomático de monta entre los Ranqueles, y cuyos servicios -me han sido relatados por él mismo. - -Ya calcularás que los preparativos debían reducirse á muy poca cosa. -En las correrías por la Pampa lo esencial son los caballos. Yendo uno -bien montado, se tiene todo; porque jamás faltan bichos que bolear, -avestruces, gamas, guanacos, liebres, gatos monteses, ó peludos, ó -mulitas, ó piches, ó matacos que cazar. - -Eso es tener _todo_, andando por los campos, tener que comer. - -Á pesar de esto yo hice preparativos más formales. Tuve que arreglar -dos cargas de regalos y otra de charqui riquísimo, azúcar, sal, hierba -y café. Si alguien llevó otras golosinas debió comérselas en la primera -jornada, porque no se vieron. - -Los demás aprestos consistieron en arreglar debidamente las monturas y -arreos de todos los que debían acompañarme para que á nadie le faltara -maneador, bozal con cabestro, manea y demás útiles indispensables, y en -preparar los caballos, componiéndoles los vasos con la mayor prolijidad. - -Cuando yo me dispongo á una correría sólo una cosa me preocupa -grandemente: los caballos. - -De lo demás, se ocupa el que quiere de los acompañantes. - -Por supuesto, que un par de buenos chifles no ha de faltarle á ninguno -que quiera tener paz conmigo. Y con razón, el agua suele ser escasa -en la Pampa y nada desalienta y desmoraliza más que la sed. Yo he -resistido setenta y dos horas sin comer, pero sin beber no he podido -estar sino treinta y dos. Nuestros paisanos, los acostumbrados á cierto -género de vida, tienen al respecto una resistencia pasmosa. Verdad que, -¡qué fatiga no resisten ellos! - -Sufren todas las intemperies, lo mismo el sol que la lluvia, el calor -que el frío, sin que jamás se les oiga una murmuración, una queja. -Cuando más tristes parecen, entonan un airecito cualquiera. - -Somos una raza privilegiada, sana y sólida, susceptible de todas las -enseñanzas útiles y de todos los progresos adaptables á nuestro genio y -á nuestra índole. - -Sobre este tópico, Santiago amigo, mis opiniones han cambiado mucho -desde la época en que con tanto _furor_ discutíamos á tres mil leguas, -la unidad de la especie humana y la fatalidad histórica de las razas. - -Yo creía entonces que los pueblos greco-latinos no habían venido al -mundo para practicar la libertad y enseñarla con sus instituciones, su -literatura y sus progresos en las ciencias y en las artes, sino para -batallar perpetuamente por ella. Y, si mal no recuerdo, te citaba á la -noble España luchando desde el tiempo de los romanos por ser libre de -la dominación extranjera unas veces, por darse instituciones libres -otras. - -Hoy pienso de distinta manera. Creo en la unidad de la especie humana -y en la influencia de los malos gobiernos. La política cría y modifica -insensiblemente las costumbres, es un resorte poderoso de las acciones -de los hombres, prepara y consuma las grandes revoluciones que levantan -el edificio con cimientos perdurables ó lo minan por su base. Las -fuerzas morales dominan constantemente las físicas y dan la explicación -y la clave de los fenómenos sociales. - -Terminados los aprestos, anuncié á los que formaban mi comitiva que al -día siguiente partiríamos para el Sur por el camino del Cuero, y que no -era difícil fuéramos á sujetar el pingo en Leubucó. - -Más tarde hice llamar al indio Achauentrú y le comuniqué mi idea. - -Manifestóse muy sorprendido de mi resolución, preguntóme si la había -transmitido de antemano á Mariano Rosas y pretendió disuadirme, -diciéndome que podía sucederme algo, que los indios eran muy buenos, -que me querían mucho, pero que cuando se embriagaban no respetaban á -nadie. - -Le hice mis observaciones, le pinté la necesidad de hablar yo mismo -sobre la paz con los caciques y el bien inmenso que podía resultar de -darles una muestra de confianza tan clásica como la que les iba á dar. - -Sobre todos los pensamientos el que más me dominaba era éste: probarles -á los indios con un acto de arrojo, que los cristianos somos más -audaces que ellos y más confiados cuando hemos empeñado nuestro honor. - -Los indios nos acusan de ser gentes de muy mala fe, y es inacabable -el capítulo de cuentos con que pretenden demostrar que vivimos -desconfiados de ellos y engañándolos. - -Achauentrú es entendido, y comprendió no sólo que mi resolución era -irrevocable, que decididamente me iba al día siguiente, sino algunos de -los motivos que le expuse. - -Entonces me ofreció muchas cartas de recomendación, y como favor -especial me pidió, que del Cuero adelantara un chasque avisando mi -ida; primero para que no se alarmasen los indios y segundo para que me -recibieran como era debido. - -Le pedí para el efecto un indio, y me dió uno llamado Angelito, sin -tener nada de tal. Positivamente los nombres no son el hombre. - -Después de hablar Achauentrú conmigo, fuese á conversar con el padre -Marcos y su compañero Fray Moisés Álvarez, joven franciscano, natural -de Córdoba, lleno de bellas prendas, que respeto por su carácter y -quiero por su buen corazón. - -Al rato vinieron todos muy alarmados, diciéndome que los indios todos, -lo mismo que los lenguaraces, conceptuaban mi expedición muy atrevida, -erizada de inconvenientes y de peligros, y que lo que más atormentaba -su imaginación, era lo que sería de ellos si por alguna casualidad me -trataban mal en Tierra Adentro ó no me dejaban salir. - -Híceles decir--porque quedaban en rehenes,--que no tuvieran cuidado, -que si los indios me trataban mal, ellos no serían maltratados; que si -me mataban, ellos no serían sacrificados; que sólo en el caso de que no -me dejasen volver, ellos no regresarían tampoco á su tierra, quedando -en cambio mío, de mis oficiales y soldados. Ellos eran unos ocho, me -parece, y los que íbamos á internarnos diecinueve. - -Y les pedí encarecidamente á los padres, les hicieran comprender que -aquellas ideas eran justas y morales. - -Tranquilizáronse; después de muchos meses de estar en negocios conmigo, -no habiéndoles engañado jamás ni tratado con disimulo, sino así tal -cual Dios me ha hecho; bien unas veces, mal otras, porque mi humor -depende de mi estómago y de mis digestiones, habían adquirido una -confianza plena en mi palabra. - -Cuántas veces no llegaron á mis oídos en el Río 4.º estas palabras, -proferidas por los indios en sus conversaciones de pulpería: «Ese -coronel Mansilla, bueno, no mintiendo, engañando nunca pobre indio.» - -Llegó por fin el día y el momento de partir. El fuerte Sarmiento -estaba en revolución. Soldados y mujeres rodeaban mi casa, para darme -un adiós, _¡sans adieu!_ y desearme feliz viaje. Ellas creían quizá -interiormente que no volvería. El cariño, la simpatía, el respeto -exageran el peligro que corren ó deben correr las personas que no nos -son indiferentes. Hay más miedo en la imaginación que en las cosas que -deben suceder. - -Cuando todos esperaban ver arrimar mis tropillas y las mulas para tomar -caballos, aparejar las cargas y que me pusiera en marcha, oyóse un -toque de corneta inusitado á esta hora: llamada redoblada. - -En el acto cundió la voz--¡los indios! - -Y una agitación momentánea era visible en todos los semblantes. - -Los soldados corrían con sus armas á las cuadras. - -Poco tardó en oirse el toque de tropa, y poco también en estar todas -las fuerzas de la guarnición formadas, el batallón 12 de línea montado -en sus hermosas mulas, y el 7 de caballería de línea en buenos -caballos, con el de tiro correspondiente. - -Al mismo tiempo que la tropa había estado aprestándose para formar, los -vivanderos recibieron orden de armarse, las mujeres de reconcentrarse -al club «El Progreso en la Pampa», que estaban edificando los jefes -y oficiales de la guarnición, que tiene su hermoso billar y otras -comodidades. Á los indios se les ordenó no se movieran del rancho en -que estaban alojados y á los vivanderos, que sirvieran de custodia de -unos y otras. - -Mientras esto pasaba en el recinto del fuerte, en sus alrededores -reinaba también grande animación: las caballadas, el ganado, todo, todo -cuanto tenía cuatro patas era sacado de sus comedores habituales y -reconcentrado. - -Decididamente los indios han invadido por alguna parte, eran las -conjeturas. Achauentrú estaba estupefacto, vacilando entre si era una -invasión que venía ó una que iba. - -Cuando todo estaba listo, mi segundo jefe recibió orden de salir con -las fuerzas, de marchar una legua rumbo al Sur y se pasó allí una -_revista general_. - -Yo quise antes de marcharme ver en cuánto tiempo se aprestaba la -guarnición, fingiendo una alarma y reirme un poco de los indios que -tuvieron un rato de verdadera amargura, no sabiendo ni lo que pasaba, -ni qué creer. - -Y tuve la satisfacción militar de que todo se hiciera con calma -y prontitud, sea dicho en elogio de cuantos guarnecían el fuerte -Sarmiento en aquel entonces. - -¡Que Dios ayude mientras estoy lejos á mis compañeros de armas, esos -hermanos de peligro, del sacrificio y de la gloria; lo mismo que deseo -te ayude á ti, Santiago amigo, conservándote siempre con un humor -placentero, y un estómago como los desea Brillat-Savarin! - - - - - IV - - Idea á que nos resignamos.--La partida.--Lenguaje de los - paisanos.--Qué es una rastrillada.--El público sabe muchas mentiras é - ignora muchas verdades.--Qué es un guadal.--El caballo y la mula.--Una - despedida militar.--La Laguna Alegre. - - -Á las cinco de la tarde todo estaba listo, y mi gente recibió orden de -entregar sus armas, excepto el sable, que sin vaina debía ser colocado -entre las caronas. Mis ayudantes y yo llevábamos _revolvers_ y una -escopeta. Por más grande que fuese mi deseo de presentarme ante los -indígenas sin aparato, ni ostentación, no pude resolverme á hacerlo -completamente desarmado. Podía llegar el caso de tener que perder la -vida, y era menester ir preparado á venderla cara. Hay una idea á -la que el hombre no se resigna sino cuando es santo,--y es á morir -sacrificado con la mansedumbre de un cordero. - -Entregadas las armas hice arrimar las tropillas y las mulas; formé -cuatro pelotones de la gente, dile á cada uno una tropilla, dejando -otra de reserva; mandé ensillar y aparejar, y á la media hora, cuando -el sol del último día de marzo se perdía radiante en el lejano -horizonte, puse pie en el estribo. - -Varios jefes y oficiales habían ensillado para acompañarme hasta cierta -distancia. - -Salí del fuerte entre las salutaciones cariñosas, y las sonrisas -amables expresivas de los soldados, dejando á todos inquietos, -particularmente á Achauentrú que, al subir á caballo, vino á darme un -abrazo, ó hacerme su retahila de recomendaciones, y á repetirme por la -milésima vez, que no dejara de adelantar un chasque anunciando mi ida. - -El Camino del Cuero pasa por el mismo fuerte Sarmiento que le ha robado -su nombre al antiguo y conocido Paso de las Arganas. - -Este camino consiste en una gran rastrillada, y su rumbo es Sudeste, -ó lo que en lenguaje comprensivo de los paisanos de Córdoba llamamos -Sudabajo. - -Ellos tienen un modo peculiar de dominar ciertas cosas y sólo en la -práctica se comprende la ventaja de la substitución. - -Al Oeste le llaman _arriba_. Al Este, _abajo_. Estos dos vocablos -substituidos á los vientos cardinales, permiten expresarse con más -facilidad y más claridad, en razón de la similitud de las palabras Este -y Oeste y de su composición vocal. - -Un ejemplo lo demostrará. - -Si queriendo ir del punto A al punto B, ó para ser más claro, de la -Villa del Río 4.º al fuerte Sarmiento, cortando el campo, se ocurriese -á un baqueano por las señas, las daría así: - -Miraría al Sur, y haciendo una indicación con la mano derecha diría: se -sale en estas dereceras,--Sur, y se camina rumbeando medio abajo; pero -muy poco abajo. - -Con estas señas, el que tiene la costumbre de andar por los campos, va -derecho como un huso á su destino. - -Si queriendo ir de la Villa del Río 4.º á las Achiras, en el mes de -noviembre, verbigracia, en que el sol se pone inclinándose al Sur, se -preguntasen las señas, la contestación sería: - ---Salga derecho arriba, medio rumbeando al lado en que se pone el sol y -ahí, en aquella punta de sierra, ahí está Achiras. - -Con esas señas cualquiera va derecho. - -De esta costumbre cordobesa de llamarle abajo al naciente y arriba al -poniente, viene la denominación de Provincias de arriba y de abajo; la -de arribeños y abajeños. - -Á las facilidades que este modo de expresarse ofrece, reune una -circunstancia que responde á un hecho geográfico. - -Ir de Córdoba para el poniente ó para el naciente es, en efecto, ir -para arriba ó para abajo, porque el nivel de la tierra es más elevado -que el del mar á medida que se camina del Litoral de nuestra patria -para la Cordillera; la tierra se dobla visiblemente, de manera que el -que va sube y el que viene baja. - -He dicho que el Camino del Cuero consiste en una gran _rastrillada_, y -voy á explicar lo que significa esta palabra, que en buen castellano -tiene una significación distinta de la que le damos en la jerga de la -tierra. - -Si en lugar de estar conversando contigo públicamente lo hiciera en -reserva, no me detendría en estos detalles y explicaciones. Todos los -que hemos sido público alguna vez sabemos que este monstruo de múltiple -cabeza, sabe muchas cosas que debiera ignorar é ignora muchas otras que -debiera saber. ¿Quién sabe, por ejemplo, más mentiras que el público? - -Pero preguntadle algo sobre las cosas de la tierra, sobre el estado -moral y político de nuestros moradores fronterizos de La Rioja ó de -Santiago del Estero, y ya veréis lo que sabe. - -Preguntadle dónde queda el río Chalileo ó el Cerro Nevado, y ya veréis -qué sabe el respetable público sobre las cosas que pueden interesarle -mañana, distraído como vive por las cosas de actualidad. - -Hasta cierto punto yo le hallo razón. ¿No paga su dinero para que -cotidianamente le den noticias de las cinco partes del mundo, le -enteren de la política internacional de las naciones, le tengan al cabo -de los descubrimientos científicos, de los progresos del vapor, de la -electricidad y de la pesca de la ballena? - -Pues entonces ¿por qué se ha de afanar tanto? - -Una _rastrillada_, son los surcos paralelos y tortuosos que con sus -constantes idas y venidas han dejado los indios en los campos. - -Estos surcos, parecidos á la huella que hace una carreta la primera vez -que cruza por un terreno virgen, suelen ser profundos y constituyen un -verdadero camino ancho y sólido. - -En plena Pampa, no hay más caminos. Apartarse de ellos un palmo, -salirse de la senda, es muchas veces un peligro real, porque no es -difícil que ahí mismo, al lado de la rastrillada haya un _guadal_ en el -que se entierren caballo y jinete enteros. - -Guadal se llama un terreno blando y movedizo que no habiendo sido -pisado con frecuencia, no ha podido solidificarse. - -Es una palabra que no está en el diccionario de la lengua castellana, -aunque la hemos tomado de nuestros antepasados, y que viene del árabe y -significa _agua_ ó _río_. - -La Pampa está llena de estos obstáculos. - -¡Cuántas veces en una operación militar, yendo en persecución de los -indios, una columna entera no ha desaparecido en medio del ímpetu de -la carrera! - -¡Cuántas veces un trecho de pocas varas ha sido causa de que jefes muy -intrépidos se viesen burlados por el enemigo, en esas Pampas sin fin! - -¡Cuántas veces los mismos indios no han perecido bajo el filo del sable -de nuestros valientes soldados fronterizos por haber caído en un guadal! - -Las Pampas son tan vastas, que los hombres más conocedores de los -campos se pierden á veces en ellas. - -El caballo de los indios es una especialidad en las Pampas. - -Corre por campos guadalosos, cayendo y levantando, y resiste á esa -fatiga hercúlea asombrosamente, como que está educado al efecto y -acostumbrado á ello. - -El guadal suele ser húmedo y suele ser seco, pantanoso y pegajoso, ó -simplemente arenoso. - -Es necesario que el ojo esté sumamente acostumbrado para conocer el -terreno guadaloso. Unas veces el pasto, otras veces el color de la -tierra son indicios seguros. Las más el guadal es una emboscada para -indios y cristianos. - -Los caballos que entran en él, cuando no están acostumbrados, pugnan -un instante por salir, y el esfuerzo que hacen es tan grande, que en -los días más fríos no tardan en cubrirse de sudor y en caer postrados, -sin que haya espuela ni rebenque que los haga levantar. Y llegan á -acobardarse tanto, que á veces no hay poder que los haga dar un paso -adelante cuando pisan el borde movedizo de la tierra. Y eso que es -de todos los cuadrúpedos destinados al servicio del hombre el más -valiente. Picado con las espuelas parte como el rayo y salva el mayor -precipicio. - -¡Cuán diferente de la mula! - -Jamás pierde ella su sangre fría. - -Ora vaya por los caminos pampeanos ó por las laderas vertiginosas -de la Cordillera, el híbrido animal es siempre cauteloso. El caballo -se lanza como el rayo; la mula tantea antes de ir adelante. Saca una -mano, después otra, y es tan precavida, que en donde puso éstas, pone -las patas. Cuando hay peligro no hay que advertirla; á nada obedece, -ni á la rienda, ni al rebenque, ni á la espuela. Sólo su instinto de -conservación la mueve. Es excusado querer dirigirla. Ella va por donde -quiere. Morirá despeñada; pero no ciegamente como el caballo, sino por -haberse equivocado. - -Estando los campos cubiertos de agua, es más necesario que nunca seguir -rectamente la dirección de la _rastrillada_; porque reblandecida la -tierra por la humedad, el peligro del guadal es inminente á cada paso. - -Cuando salimos de Sarmiento había llovido mucho. Á una media legua de -allí el terreno tiene un doblez y se cae á una cañada muy guadalosa; -así fué que allí hice alto, me despedí y separé de los camaradas que me -acompañaban, y después de algunas prevenciones generales á los que me -seguían tomé la dirección llevando al baqueano á mi izquierda, yendo él -por una huella, por otra yo. - -¡Con qué pena se despidieron de mí mis leales compañeros! Yo lo leí en -sus caras, por más que con afables sonrisas y afectuosos apretones de -manos, quisieran disimularlo. - -¡Ah! sólo los que somos soldados, sabemos lo que es ver partir á los -amigos al peligro en que se cae ó se muere, y quedarnos... ¡Y sólo los -que somos soldados, sabemos lo que es ver volver del combate, sanos é -ilesos á los hermanos cuya suerte no hemos compartido ese día! - -Hay tales misterios en el corazón humano; abismos tan profundos, de -amor, de abnegación, de generosidad, que la palabra no conseguirá jamás -explicarlos. - -Hay que sentir y callar. Por eso una mirada, un abrazo, un ademán con -la mano, dicen más que todo cuanto la pluma más hábilmente manejada -pueda describir. - -La noche nos sorprendió sin haber alcanzado á cruzar la cañada. - -La luna salía tarde, el cielo estaba cubierto de nubes, no se veían -las estrellas. Durante un largo rato caminamos, pues, en medio de -una completa obscuridad, cayendo y levantando, porque en cuanto nos -desviábamos de la rastrillada pisábamos el borde del guadal. - -Las mulas que llevaban las cargas de charqui y regalos para los -caciques daban muchísimo trabajo. Por huir del peligro caían á cada -paso en él. Una de ellas llevaba los ornamentos sagrados de mis -amigos los franciscanos, y ellos y yo íbamos con el Jesús en la -boca, esperando el momento en que gritaran:--Cayó la mula de los -_padrecitos_, que así llaman los paisanos cordobeses á los frailes. - -Fué menester ponerles á todas bozal y llevarlas tirando del cabestro. - -Perdióse tiempo en esta operación, así fué que era tarde cuando -llegamos á la Laguna Alegre. - -Estaban las cabalgaduras tan fatigadas de cuatro leguas más ó menos de -marcha nocturna por la obscuridad y entre el agua, que resolví hacer -una parada esperando que se despejase el cielo ó saliera la luna. - -Acampamos... Y el fogón no tardó en brillar, haciéndose una rueda en -torno de él, de todos los que me acompañaban. - -Entre mate y mate cada cual contó una historia más ó menos soporífera. - -En todo pensábamos menos en los indios. - -Yo conté la mía, y un cabo Gómez, muerto en la gloriosa guerra del -Paraguay, fué el asunto de mi cuento. - -Tiene algo de fantástico y maravilloso. - -Si estoy de humor mañana y no te vas fastidiando de las digresiones y -no te urge llegar á Leubucó, te lo contaré. - - - - - V - - El fogón.--Calixto Oyarzábal.--El cabo Gómez.--De qué fué á la guerra - del Paraguay.--Por qué lo hicieron soldado de línea.--José Ignacio - Garmendia y Maximio Alcorta.--Predisposiciones mías en favor de - Gómez.--Su conducta en el batallón 12 de línea.--Primera entrevista - con él.--Su figura en el asalto de Curupaití.--La lista después del - combate.--El cabo Gómez. - - -El fogón es la delicia del pobre soldado, después la fatiga. Alrededor -de sus resplandores desaparecen las jerarquías militares. Jefes -superiores y oficiales subalternos, conversan fraternalmente y ríen á -sus anchas. Y hasta los asistentes que cocinan el puchero y el asado, -y los que ceban el mate, meten, de vez en cuando, su cucharada en la -charla general, apoyando ó contradiciendo á sus jefes y oficiales, -diciendo alguna agudeza ó alguna patochada. - -Cuando Calixto Oyarzábal, mi asistente, dejó la palabra, con -sentimiento de los que le escuchaban, pues es un pillo de siete -suelas, capaz de hacer reir á carcajadas á un inglés, pidiéronme mis -circunstantes mi cuentito. - -Yo estaba de buen humor, así fué que después de dirigirle algunas -bromas á Calixto, que con su aire de zonzo estudiado, ha hecho ya una -revolución en las Provincias, para que veas lo que es el país, tomo á -mi turno la palabra. - -Y este cuento me permitirás que se lo dedique á un mi amigo, que ha -hecho la guerra en el Paraguay como oficial de un batallón de Guardia -nacional. - -Se llama Eduardo Dimet, y como le quiero, me permitirás no te haga la -pintura de su carácter y cualidades; porque los colores de la paleta -del cariño son siempre lisonjeros y sospechosos. - -Voy á mi cuento. - -El cabo Gómez, era un correntino que se quedó en Buenos Aires cuando la -primera invasión de Urquiza que dió en tierra con la dictadura de Rosas. - -Tendría Gómez así como unos treinta y cinco años; era alto, fornido, -y columpiábase con cierta gracia al caminar: su tez era entre blanca -y amarilla, tenía ese tinte peculiar á las razas tropicales; hablaba -con la tonada guaranítica, mezclando como es costumbre entre los -correntinos y entre los paraguayos vulgares, la segunda y la tercera -persona; en una palabra, era un tipo varonil simpático. - -Marchó Gómez á la guerra del Paraguay, en el 1.^{er} batallón del -1.^{er} Regimiento de G. N. que salió de Buenos Aires bajo las órdenes -del comandante Cobo si mal no recuerdo, y perteneció á la compañía de -granaderos. - -El capitán de ésta era otro amigo mío, José Ignacio Garmendia, que -después de haber hecho con distinción toda la campaña del Paraguay, -anda ahora por Entre Ríos al mando de un batallón. - -Un día leíase en la Orden General del 2.º Cuerpo de Ejército del -Paraguay, á que yo pertenecía: «Destínase por insubordinación, por el -término de cuatro años, á un cuerpo de línea al soldado de G. N. Manuel -Gómez.» - -Más tarde presentóse un oficial en el reducto que yo mandaba--que lo -guarnecía el batallón 12 de línea, creado y disciplinado por mí, con -esta orden: «Vengo á entregar á usted una alta personal.» - -Llamé un ayudante y la alta personal fué recibida y conducida á la -Guardia de Prevención. - -Luego que me desocupé de ciertos quehaceres, hice traer á mi presencia -al nuevo destinado para conocerle é interrogarle sobre su falta, -amonestarle, cartabonearle y ver á qué compañía había de ir. - -Era Gómez, y por su talla esbelta fué á la compañía de granaderos. - -José Ignacio Garmendia comía frecuentemente conmigo en el Paraguay, así -era que después de la lista de tarde casi siempre se le hallaba en mi -reducto, junto con otro amigo muy querido de él y mío, Maximio Alcorta, -aunque este excelente camarada, que lo mismo se apasiona del sexo -hermoso que feo, tiene el raro y desgraciado talento de recomendar de -vez en cuando á las personas que más estima: unos tipos que no tardan -en mostrar sus malas mañas. - -¡Cosas de Maximio Alcorta! - -La misma tarde que destinaron á Gómez, Garmendia comió conmigo. - -Durante la charla de la mesa--ya que en campaña á un tronco de yatay se -llama así,--me dijo que Gómez había sido cabo de su compañía; que era -un buen hombre, de carácter humilde, subordinado, y que su falta era -efecto de una borrachera. - -Me añadió que cuando Gómez se embriagaba perdía la cabeza, hasta el -extremo de ponerse frenético si le contradecían, y que en ese estado lo -mejor era tratarlo con dulzura, que así lo había hecho él, siempre con -el mejor éxito. - -En una palabra, Garmendia me lo recomendó con esa vehemencia propia -de los corazones calientes, que así es el suyo, y por eso cuantos le -tratan con intimidad le quieren. - -La varonil figura de Gómez y las recomendaciones de Garmendia -predispusieron desde luego mi ánimo en favor del nuevo destinado. - -Á mi turno, pues, se lo recomendé al capitán de la compañía de -granaderos, diciéndole todo lo que me había prevenido Garmendia. - -El tiempo corrió... - -Gómez cumplía estrictamente sus obligaciones; circunspecto y callado, -con nadie se metía, á nadie incomodaba. Los oficiales le estimaban y -los soldados le respetaban por su porte. De vez en cuando le buscaban -para tirarle la lengua y arrancarle tal cual agudeza correntina. - -En ese tiempo yo era mayor y jefe interino del batallón 12 de línea. -Todos los sábados pasaba personalmente una revista general. - -Me parece que lo estoy viendo á Gómez en las filas cuadrado á plomo, -inmóvil como una estatua, serio, melancólico, con su fusil reluciente, -con su correaje lustroso, con su equipo tan aseado que daba gusto. - -Gómez no tardó en volver á ser cabo. - -Habrían pasado cinco meses. - -Un día, paseábame yo á lo largo de la sombra que proyectaba mi -alojamiento, que era una hermosa carreta. - -Esto era en el célebre campamento de Tuyutí allá por el mes de agosto. - -En qué pensaba, cómo saberlo ahora. Pensaría en lo que amaba ó en la -gloria, que son los dos grandes pensamientos que dominan al soldado. -Recuerdo tan sólo que en una de las vueltas que di, una voz conocida me -sacó de la abstracción en que estaba sumergido. - -Di media vuelta, y como á unos seis pasos á retaguardia, vi al cabo -Gómez, cuadrado, haciendo la venia militar, doblándose para adelante, -para atrás, á derecha é izquierda así como amenazando perder su centro -de gravedad. - -Sus ojos brillaban con un fuego que no les había visto jamás. - -En el acto conocí que estaba ebrio. - -Era la primera vez desde que había entrado en el batallón. - -Por cariño y por las prevenciones que me había hecho Garmendia, le -dirigí la palabra así. - ---¿Qué quiere, amigo? - ---Aquí te vengo á ver, ché Comandante, pa que me des licencia usted. - ---¿Y para qué quieres licencia? - ---Para ir á Itapirú á visitar una hermanita que me vino de la Esquina. - ---Pero hijo, si no estás bueno de la cabeza. - ---No, ché Comandante, no tengo nada. - ---Bien, entonces, dentro de un rato, te daré la licencia, ¿no te parece? - ---Sí, sí. - -Y esto diciendo, y haciendo un gran esfuerzo para dar militarmente la -media vuelta y hacer como era debido la venia, Gómez giró sobre los -talones y se retiró. - -Pasó ese día, ó mejor dicho llegó la tarde, y junto con ella Garmendia. - -Contéle que Gómez se había embriagado por primera vez, y me dijo que -debía haberlo hecho para perder el miedo de hablar con el jefe, que -cuando estaba en su batallón así solía hacer algunas veces. - -Como él y yo nos interesábamos en el hombre, sobre tablas entramos á -averiguar cuánto tiempo hacía que estaba ebrio cuando habló conmigo. - -Llamé al capitán de granaderos, le hicimos varias preguntas y de ellas -resultó exactamente lo que me acababa de decir Garmendia--que Gómez -había tomado para atreverse á llegar hasta mí. - -Empezando por el sargento 1.º de su compañía y acabando por el capitán, -á todos los que debía, les había pedido la venia para hablar conmigo, -estando en perfecto estado; de lo contrario, no se la habrían concedido. - -Al otro día de este incidente, Gómez estaba ya bueno de la cabeza. Iba -á llamarlo, mas entraba de guardia, según vi al formar la parada, y no -quise hacerlo. - -Terminado su servicio, le llamé, y recordándole que tres días antes me -había pedido una licencia, le pregunté si ya no la quería. - -Su contestación fué callarse y ponerse rojo de vergüenza. - ---¿Por cuántos días quiere usted licencia, cabo? - ---Por dos días, mi Comandante. - ---Está bien; vaya usted, y pasado mañana, al toque de asamblea, está -usted aquí. - ---Está bien, mi Comandante. - -Y esto diciendo, saludó respetuosamente, y más tarde se puso en marcha -para Itapirú, y á los dos días, cuando tocaban asamblea, la alegre -asamblea, el cabo Gómez entraba en el reducto, de regreso de visitar á -su hermana, bastante picado de aguardiente, cargado de tortas, queso y -cigarros que no tardó en repartir con sus hermanos de armas. - -Yo también tuve mi parte, tocándome un excelente queso de Goya, que me -mandaba su hermana, á quien no conocía. - -¡En el mundo no hay nada más bueno, más puro, más generoso que un -soldado! - -El tiempo siguió corriendo. - -Marchamos de los campos de Tuyutí á los de Curuzú para dar el famoso -asalto de Curupaití. - -Llegó el memorable día, y tarde ya, mi batallón recibió orden de -avanzar sobre las trincheras. - -Se cumplió con lo ordenado. - -Aquello era un infierno de fuego. El que no caía muerto, caía herido -y el que sobrevivía á sus compañeros contaba por minutos la vida. De -todas partes llovían balas. Y lo que completaba la grandeza de aquel -cuadro solemne y terrible de sangre, era que estábamos como envueltos -en un trueno prolongado, porque las detonaciones del cañón no cesaban. - -Á los cinco minutos de estar mi batallón en el fuego sus pérdidas eran -ya serias--muchos muertos y heridos yacían envueltos en su sangre, -intrépidamente derramada por la bandera de la patria. - -Recorriendo de un extremo á otro hallé al cabo Gómez, herido en una -rodilla, pero haciendo fuego hincado. - ---Retírese, cabo, le dije. - ---No, mi Comandante--me contestó,--todavía estoy bueno, y siguió -cargando su fusil y yo mi camino. - -Al regresar de la extrema derecha del batallón á la izquierda, volví á -pasar por donde estaba Gómez. - -Ya no hacía fuego hincado, sino echado de barriga, porque acababa de -recibir otro balazo en la otra pierna. - ---Pero cabo, retírese, hombre, se lo ordeno, le dije. - ---Cuando usted se retire, mi Comandante, me retiraré,--repuso, y -echando un voto, agregó:--¡paraguayos, ahora verán! - -Y ebrio con el olor de la pólvora y de la sangre, hacía fuego y cargaba -su fusil con la rapidez del rayo como si estuviese ileso. - -Aquel hombre era bravo y sereno como un león. - -Ordené á algunos heridos leves que se retiraban que le sacaran de allí, -y seguí para la izquierda. - -El asalto se prolongaba... - -Yendo yo con una orden recibí un casco de metralla en un hombro, y no -volví al fuego de la trinchera. - -Pocos minutos después, el ejército se retiraba salpicado con la sangre -de sus héroes, pero cubierto de gloria. - -Para pasar el parte, fué menester averiguar la suerte que le había -cabido á cada uno de los compañeros. - -Esta ceremonia militar es una de las más tristes. - -Es una revista en la que los vivos contestan por los muertos, los sanos -por los heridos. - -¿Quién no ha sentido oprimirse su pecho después de un combate, durante -ese acto solemne? - ---¡Juan Paredes! - ---¡Presente! - ---¡Pedro Torres! - ---¡Herido!... - ---¡Luis Corro!... - ---¡Muerto!... - -¡Ah! ese «¡muerto!» hace un efecto que es necesario sentirlo para -comprender toda su amargura. - -Según la revista que se pasó en el 12 de línea por el teniente 1.º D. -Juan Pencienati, que fué el oficial más caracterizado que regresó sano -y salvo del asalto de Curupaití, y según otras averiguaciones que se -tomaron, conforme á la práctica, resultó que el cabo Gómez había muerto -y por muerto se le dió. - -En la visita que se mandó pasar á los hospitales de sangre, no se halló -al cabo Gómez. - -Para mí no cabía duda, de que Gómez si no había muerto, había caído -prisionero herido. - -Los soldados decían:--No señor, el cabo Gómez ha muerto. Nosotros lo -hemos visto echado boca abajo al retirarnos de la trinchera con la -bandera. - -Yo sentía la muerte de todos mis soldados como se siente la separación -eterna de objetos queridos. - -Pero, lo confieso, sobre todos los soldados que sucumbieron en esa -jornada de recuerdo imperecedero, el que más echaba de menos era el -cabo Gómez. - -La actitud de ese hombre obscuro, tendido de barriga, herido en las -dos piernas y haciendo fuego con el ardor sagrado del guerrero, estaba -impresa en mí con indelebles caracteres. - -Esta visión no se borrará jamás de mi memoria. Perderé el recuerdo de -ella cuando los años me hayan hecho olvidar todo. - -Y por hoy termino aquí; y mañana proseguiré mi cuento. - -Hoy te he narrado sencillamente la muerte de un vivo, mañana te contaré -la vida de un muerto. - -Si lo de hoy te ha interesado, lo de mañana también te interesará. - -Á los del fogón que me escucharon les sucedió así. - - - - - VI - - Regreso de Curupaití.--Resurrección del cabo Gómez.--Cómo se - salvó.--Sencillo relato.--Posibilidad de que un pensamiento se - realice.--Dos escuelas filosóficas.--Un asesinato que nadie había - visto.--Sospechas. - - -El ejército volvió á ocupar sus posiciones de Tuyutí; mi batallón su -antiguo reducto. - -Durante algún tiempo fué pan de cada día conversar del asalto de -Curupaití, ora para hacer su crítica, ora para recordar los héroes que -cayeron mortalmente heridos aquel día de luto. - -La sucesión del tiempo, nuevos combates, otros peligros iban haciendo -olvidar las nobles víctimas. - -Sólo persistían en el espíritu el recuerdo de los predilectos--de esos -predilectos del corazón, cuya imagen querida no desvanecen ni el dolor -ni la alegría. - -De cuando en cuando, los hospitales de Itapirú, de Corrientes y de -Buenos Aires, nos remitían pelotones de valientes curados de sus -gloriosas y mortales heridas. - -La humanidad y la ciencia hacían en esa época de lucha diaria y cruenta -verdaderos milagros. - -¡Cuántos que salieron horriblemente mutilados del campo de batalla, -no volvieron á los pocos días á empuñar con mano vigorosa el acero -vengador! - -Los que mandaban cuerpos, enviaban de tiempo en tiempo oficiales de -confianza á revisar los hospitales, tomar buena nota de sus enfermos ó -heridos respectivos y socorrerlos en cuanto cabía. - -Yo tenía frecuentes noticias de los hospitales de Itapirú y de -Corrientes. Los enfermos seguían bien. Día á día esperaba algunas altas. - -Pensaba en esto quizá cierta mañana, paseándome, según mi costumbre, -por el parapeto de la batería, cuyos cañones tenían constantemente -dirigidas sus elocuentes y fatídicas bocas al montecito de -Yataytí-Corá, cuando un ayudante vino á anunciarme: - ---Señor, una alta del hospital. - -Su fisonomía traicionaba una sorpresa. - ---¿Y quién, hombre? - ---Un muerto. - ---¿Cuál de ellos? - ---El cabo Gómez. - -Al oirle salté impaciente y alegre del parapeto á la explanada, -corriendo en dirección al rancho de la Mayoría. - -La noticia de la aparición del cabo Gómez ya había cundido por las -cuadras. - -Cuando llegué á la puerta de la Mayoría, un grupo de curiosos la -obstruía. - -Me abrieron paso y entré. - -El cabo Gómez estaba de pie, apoyado en su fusil, y llevaba la mochila -terciada. Sus vestiduras estaban destrozadas, su rostro pálido, habíase -adelgazado mucho y costaba reconocerle. - -Realmente, parecía un resucitado. - -Le di un abrazo, y ordené en el acto que prepararan un baile para -celebrar esa noche la resurrección de un compañero y el regreso del -primer herido. - -El batallón era un barullo. Todos querían ver á un tiempo al cabo; los -unos le hacían señas con la cabeza, los otros con las manos, los que no -podían verle bien, se trepaban sobre el moginete de los ranchos; nadie -se atrevía á dirigirle la palabra interrumpiéndome á mí. - ---¿Y cómo te ha ido, hombre? - ---Bien, mi Comandante. - ---¿Dónde está la alta?--pregunté al oficial encargado de la Mayoría. - -Diómela, y notando que era de un hospital brasileño, me dirigí al cabo. - ---¿Qué, has estado en un hospital brasileño? - ---Sí, mi Comandante. - ---¿Y cómo te salvaste de Curupaití? Cuando yo te ordené salieras de la -trinchera ya estabas herido de las dos piernas, no te podías mover. - ---Mi Comandante, cuando los demás se retiraron con la bandera, viendo -yo que nadie me recogía, porque no me oían ó no me veían, me arrastré -como pude, y me escondí en unas pajas á ver si en la noche me podía -escapar. - ---¿Y cómo te escapaste? - ---Cuando los nuestros se retiraron, los paraguayos salieron de la -trinchera y comenzaron á desnudar los heridos y los muertos. Yo estaba -vivo, pero muy mal herido, y como vi que mataban á algunos que estaban -_penando_, me acabé de hacer el muerto á ver si me dejaban. No me -tocaron, anduvieron dando vueltas cerca de mí y no me vieron. Lo que -la noche se puso obscura, hice fuerza para levantarme y me levanté y -caminé agarrándome del fusil, que es este mismo, mi Comandante. - -Un silencio profundo reinaba en aquel momento. Todos contenían hasta la -respiración, para no perder una palabra de las del cabo. - ---¿Y por dónde saliste? - ---Esa noche no pude salir, porque no era baqueano, y me perdí varias -veces, y me costaba mucho caminar; porque me dolían los balazos. Pero -así que vino la mañanita, ya supe dónde debía de ir, porque oí la -diana de los brasileños. Seguí el rumbo y el humo de un vapor, y salí -á Curuzú. Allí había muchos heridos, que estaban embarcando; á mí me -embarcaron con ellos y me llevaron á Corrientes, y allí he estado en el -hospital, y ya estoy muy mejor, mi Comandante, y me he venido porque ya -no podía aguantar las ganas de ver el batallón. - ---¡Viva el cabo Gómez, muchachos!--grité yo. - ---¡Viva!--contestaron los muy bribones, que nunca son más felices que -cuando se les incita al desorden y se les deja en libertad de retozar. - -Y se lo llevaron al cabo Gómez en triunfo, dándole mil bromas, y siendo -su venida inesperada un motivo de general animación y contento durante -muchas horas. - -Estas escenas de la vida militar, aunque frecuentes, son indescribibles. - -Garmendia vino esa tarde á compartir mi pucherete, mi asado flaco y mi -fariña, sabiendo ya por uno de sus asistentes, que el cabo Gómez había -resucitado. - -Garmendia tiene fibras de soldado y estaba infantilmente alegre del -suceso; así fué que la primera cosa que me dijo al verme, fué: - ---Conque el cabo Gómez no había muerto en Curupaití, ¡cuánto me -alegro!--¿Y dónde está, llámelo, vamos á preguntarle cómo se escapó? - -Contéle entonces todo lo que acababa de referirme el cabo; pero como -se empeñase en verle la cara, le hice venir. - -Interrogado por Garmendia, repitió lo que ya sabemos, con algunos -agregados, como por ejemplo, que la noche que estuvo oculto, él mismo -se ligó las heridas, haciendo hilas y vendas de la ropa de un muerto. - -Contónos también que estaba muy triste y avergonzado, porque en -los primeros momentos del fuego, el día de Curupaití, el alférez -Guevara le había pegado un bofetón, creyendo que estaba asustado, y -diciéndole:--¡eh! haga fuego, déjese de mirar el oído del fusil. - -Que él no había estado asustado ese día, que cuando el Alférez le -pegó, estaba limpiando la chimenea de su arma, que sólo se asustó un -poco cuando los paraguayos salieron de sus posiciones, desnudando y -matando, porque no tenía fuerzas para defenderse, y le dió miedo que lo -ultimaran sin poder hacerles cara. - -Y todo esto era dicho con una ingenuidad que cautivaba, dando la medida -del temple de ese corazón de acero. - -Garmendia gozaba como en el día de sus primeras revelaciones. Yo me -sentía orgulloso de contar en mis filas un nene como aquél. - -Confieso que le amaba. - -Esa misma noche, y con motivo de las interminables preguntas -de Garmendia, supe que Gómez había padecido en otro tiempo de -alucinaciones. - -Explicónos en su media lengua, lo mejor que pudo, que en Buenos Aires, -siendo más joven, había tenido una querida. Que esta mujer le había -sido infiel y que había estado preso por una puñalada que le diera. - -Al recordarla, una especie de celaje sombrío envolvió su rostro, al -mismo tiempo que cierta sonrisa tierna vagó por sus labios. - -La curiosidad aumentaba el interés de ese tipo, crudo, enérgico y -fuerte, tan común en nuestro país. - -Inquiriendo las causas que armaron el brazo de este Otelo correntino, -sacamos en limpio que su querida no había faltado á los compromisos -contraídos ó á la fe jurada. - -Que en sueños, mientras dormían juntos, la había visto en brazos de un -rival, que él aborrecía mucho; que cuando se despertó, el hombre no -estaba allí, pero él lo veía patente; que lo hirió en el corazón, y -que, á un grito de su querida, volvió en sí, despertándose del todo, y -viendo entonces que estaban los dos solos y que su cuchillo se había -clavado en el pecho de su bien amada. - -Este relato debe conservarse indeleble en la memoria de Garmendia; -porque esa noche después, me dijo varias veces que si no pensaba -escribir aquello. - -Yo entonces tenía mi espíritu en otra línea de tendencias y no lo hice -nunca. - -Á no ser mi excursión á Tierra Adentro, la historia de Gómez queda -inédita, en el archivo de mis recuerdos. - -Creerán algunos que á medida que corre la pluma voy fraguando cosas -imaginarias, por llenar papel y aumentar el efecto artificial de estas -mal zurcidas cartas. - -Y sin embargo todo es cierto. - -Los abismos entre el mundo real y el mundo imaginario no son tan -profundos. - -La visión puede convertirse en una amable ó en una espantosa realidad. - -Las ideas son precursoras de hechos. - -Hay más posibilidad de que lo que yo pienso sea, que seguridad de que -un acontecimiento cualquiera se repita. - -Las viejas escuelas filosóficas discurrían al revés. - -El pasado no prueba nada. Puede servir de ejemplo, de enseñanza no. - -Pero me echo por esos trigales de la pedantería y temo perderme en -ellos. - -Gómez nos hizo pasar una noche amena. - -Al día siguiente otras impresiones sirvieron de pasto á la -conversación; sin duda alguna que nada hay tan fecundo para la cabeza y -para el corazón como dos ejércitos que se acechan, que se tirotean y se -cañonean desde que sale el sol hasta que se pone. - -Gómez dejó de ocupar por algún tiempo la atención de Garmendia y la mía. - -¡Qué persistencia de personalidad! - -Una mañana regresando á caballo á mi reducto, pasé como de costumbre -por el campamento del viejo querido Mateo J. Martínez. - -Jamás lo hacía sin recibir ó dar alguna broma. - -Este viejo en prospecto, para que no se enfade, si desconoce su -actualidad, tiene la facilidad difícil de hacerse querer de cuantos le -tratan con intimidad. - -Iba á decir, que al pasar por el alojamiento de don Mateo, supe por él -que en mi batallón había tenido lugar un suceso desagradable. - ---¿Usted paseando, amigo, y en su reducto matando vivanderos? - ---¡No embrome, viejo! - ---¿Que no embrome? Vaya y verá. - -Piqué el caballo y lleno de ansiedad y confusión partí al galope, -llegando en un momento á mi reducto. - -No tuve necesidad de interrogar á nadie. - -Un hombre maniatado que rugía como una fiera en la guardia de -prevención me descorrió el velo de misterio. - ---¡Desaten ese hombre!--grité con inexplicable mezcla de coraje y -tristeza. - -Y en el acto el hombre fué desatado, y los rugidos cesaron, oyéndose -sólo: - ---Quiero hablar con mi Comandante. - -Vino el Comandante de campo, y en dos palabras me explicó lo acontecido. - ---¡Han asesinado á un vivandero que estaba de visita en el rancho del -alférez Guevara! - ---¿Quién? - ---El cabo Gómez. - ---¿Y quién lo ha visto? - ---Nadie, señor; pero se sospecha sea él, porque está ebrio, y murmura -entre dientes:--Había jurado matarlo, ¡un bofetón á mí!... - -¡Me quedé aterrado! - -Pasé el parte sin mentar á Gómez. - -Y aquí termino hoy. - -Lo que no tiene interés en sí mismo, puede llegar á picar la curiosidad -del amigo y de los lectores, según el método que se siga al hacer la -relación. - -El cabo Gómez queda preso. - - - - - VII - - Presentimientos de la multitud.--Un asesino sin saberlo.--Deseos - de salvarle.--Averiguaciones.--Un fiscal confuso.--Juicios - contradictorios.--Agustín Mariño, auditor del Ejército - Argentino.--Consejo de Guerra.--Dudas.--Sentencia del cabo Gómez.--Se - confirma la pena de muerte.--Preparativos.--La ejecución.--Una - aparición. - - -Un hombre había sido asesinado en pleno día durante la luz meridiana, -en un recinto estrecho, de cien varas cuadradas, en medio de -cuatrocientos seres humanos con ojos y oídos; el cadáver estaba ahí -encharcado en su sangre humeante, sin que nadie le hubiera tocado aún -cuando yo penetré en el reducto,--y nadie, nadie, absolutamente nadie, -podía decir, apoyándose en el testamento inequívoco de sus sentidos, el -asesino es fulano. - -Y sin embargo, todo el mundo tenía el presentimiento de que había sido -el cabo Gómez y algunos lo afirmaban, sin atreverse á jurar que lo -fuera. - -¡Qué extraño y profético instinto el de las multitudes! - -Inmediatamente que pasé el parte, que se redujo á dar cuenta del hecho -y á pedir permiso para levantar una sumaria, traté de averiguar lo -acontecido. - -Cuando vino la contestación correspondiente, yo estaba convencido ya de -que el asesino era el cabo Gómez. - -El hombre que viendo al extranjero amenazar su tierra marcha cantando -á las fronteras de su patria; que cruza ríos y montañas, que no le -detienen murallas ni cañones, que todo lo sacrifica, tiempo, voluntad, -afecciones, y hasta la misma vida, que si se le grita ¡_arriba_! se -levanta, ¡_adelante_! marcha, ¡_muere ahí_! ahí muere, en el momento -quizá más dulce de la existencia, cuando acaba de recibir tiernas -cartas de su madre y de su prometida, que esperanzadas en la bondad -inmensa de Dios, le hablan del pronto regreso al hogar, ¿ese hombre no -merece que en un instante solemne de la vida se haga algo por él? - -Eso hice yo. Y para que no me quedase la menor duda de que el asesino -era el indicado, le hice comparecer ante mí, é interrogándole con -esa autoridad paternal y despótica del jefe, me hice la ilusión de -arrancarle sin dificultad el terrible secreto. - -El cabo estaba aún bajo la influencia deletérea del alcohol; pero -bastante fresco para contestar con precisión á todas mis preguntas. - ---Gómez--le dije afectuosamente,--quiero salvarte; pero para -conseguirlo necesito saber si eres tú el que ha muerto al hombre ese -que estaba de visita en el rancho del alférez Guevara. - -El cabo no respondió, clavándose sus ojos en los míos y haciendo un -gesto de ésos que dicen--dejadme meditar y recordar. - -Dile tiempo, y cuando me pareció que el recuerdo le asaltaba, proseguí: - ---Vamos, hijo, díme la verdad. - ---Mi Comandante--repuso con el aire y el tono de la más perfecta -ingenuidad,--yo no he muerto ese hombre. - ---Cabo--agregué, fingiendo enojo,--¿por qué me engañas? ¿á mí me -mientes? - ---No, mi Comandante. - ---Júralo, por Dios. - ---Lo juro, mi Comandante. - -Esta escena pasaba lejos de todo testigo. La última contestación del -cabo me dejó sin réplica y caí en meditación, apoyando mi nublada -frente en la mano izquierda como pidiéndole una idea. - -No se me ocurrió nada. - -Le ordené al cabo que se retirara. - -Hizo la venia, dió media vuelta y salió de mi presencia, sin haber -cambiado el gesto que hizo cuando le dirigí mi primera pregunta. - -Á pocos pasos de allí le esperaban dos custodias que le volvieron á la -guardia de prevención. - -Yo llamé á un ayudante y dicté una orden para que el alférez don Juan -Álvarez Ríos procediese sin dilación á levantar la sumaria debida. - -Álvarez era el fiscal menos aparente para descubrir ó probar lo -acaecido; por eso me fijé en él. No porque fuera negado, al contrario, -sino porque es uno de esos hombres de imaginación impresionable, -inclinados á creer en todo lo que reviste caracteres extraordinarios ó -maravillosos. - -Á pesar del juramento del cabo, yo tenía mis dudas, y estaba resuelto -á salvarle, aunque resultasen vehementes indicios contra él de lo que -Álvarez inquiriese. - -Volví, pues, á tomar nuevas averiguaciones con el doble objeto de -saber la verdad y de mistificar la imaginación de Álvarez, previniendo -mañosamente el ánimo de algunos. - -Por su parte, Álvarez se puso en el acto en juego, no habiéndoselas -visto jamás más gordas. - -Empezó por el reconocimiento médico del cadáver, registro, etc., y -luego que se llenaron las primeras formalidades, vino á mí para hacerme -saber que en los bolsillos del muerto se había hallado algún dinero, -creo que sesenta pesos, y consultarme qué haría con ellos. - -Díjele lo que debía hacer, y así como quien no quiere la cosa, agregué: -¿No le decía á usted que Gómez no podía ser el asesino? Se habría -robado el dinero. - -Esta vulgaridad surtió todo el efecto deseado, porque Álvarez me -contestó: Eso es lo que yo digo, aquí hay algo. - -Más tarde volvió á decirme que se había encontrado un cuchillo -ensangrentado cerca del lugar del crimen; pero que habiendo muchos -iguales no se podía saber si era el del cabo Gómez ó no; que después lo -sabría y me lo diría, porque era claro que si Gómez tenía el suyo, el -asesino no podía ser él. - -Aunque era cierto que la desaparición del cuchillo de Gómez podría -probar algo, también podría no probar nada. Era, sin embargo, mejor que -resultase que el cabo tenía el suyo. - -Otro cabo, Irrizábal, hombre de toda mi confianza, que había sido mi -asistente mucho tiempo, fué de quien me valí para saber si Gómez tenía -ó no su cuchillo. - -Irrizábal estaba de guardia, de manera que no tardé en salir de mi -curiosidad. - -Gómez tenía su cuchillo, y en la cintura nada menos. - -Quedéme perplejo al saberlo. - -Voy á pasar por alto una infinidad de detalles. Sería cosa de nunca -acabar. - -Álvarez siguió fiscalizando los hechos, enredándose más á medida que -tomaba nuevas declaraciones; lo que sobre todo acabó de hacerle perder -su latín, fué la declaración de Gómez,--que negó rotundamente haber -asesinado á nadie. - -Unas cuantas manchas de sangre que tenía en la manga de la camisa, -cerca del puño, dijo que debían ser de la carneada. - -Efectivamente, esa mañana había estado en el matadero del ejército, con -un pelotón de su compañía que salió de fajina. - -Y para mayor confusión, resulta que se había dado un pequeño tajo en el -pulgar de la mano izquierda, con el cuchillo de otro soldado. - -No obstante, la conciencia del batallón--sin que nadie hubiese afirmado -terminantemente cosa alguna contra Gómez,--seguía siendo la conciencia -del primer momento; Gómez es el asesino. - -Al fin, acabó por haber dos partidos--uno de los oficiales y de los -soldados más letrados,--otro de los menos avisados, que era el partido -de la gran mayoría. - -La minoría sostenía que Gómez no era el asesino del vivandero, y hasta -llegó á susurrarse que éste y el alférez Guevara habían tenido una -disputa muy acalorada, insinuando otros con malicia que Guevara le -había dado mucho dinero. - -Álvarez estaba desesperado de tanta versión y opinión contradictoria, -y sobre todo, lo que más le trabucaba era la opinión mía, favorable en -todas las emergencias que sobrevenían á la causa de Gómez. - -Los oficiales más diablos le tenían aterrado, zumbándole al oído que -sería severamente castigado si nada probaba, y con mucha más razón si -sin pruebas ponía una vista contra Gómez. - -El pobre Alférez iba y venía en busca de mi inspiración, y salía -siempre cabizbajo con esta reflexión mía: - -¡Cuántas veces no pagan justos por pecadores! - -Como era natural, la sumaria no tardó en estar lista. En campaña el -término es limitadísimo para estos procedimientos. - -Fué elevada, y sobre la marcha se ordenó que el cabo Gómez fuera -juzgado en Consejo de Guerra ordinario. - -El Auditor del Ejército, joven español lleno de corazón y de talento, -que sirvió como un bravo, que luchó como un hombre templado á la -antigua, contra el cólera dos veces, contra la fiebre intermitente, -contra todas las demás plagas del Paraguay, y que ha muerto en el -olvido, que así suele pagar la patria la abnegación, era mi particular -amigo; yo le había colocado al lado del General Emilio Mitre cuando -dejé de ser su secretario militar. - -Por él supe lo que contenía la causa de Gómez--que Álvarez, á pesar de -su notoria inhabilidad, algo había descubierto, que arrojaba sospechas -de que Gómez era el verdadero autor del crimen. - -Nombrado el Consejo, y prevenido yo por Mariño, procuré con el mayor -empeño hacer atmósfera en pro de mi protegido, viendo á los vocales, -conversándoles del suceso y diciéndoles qué clase de hombre era el -acusado, sus servicios, su valor heroico y el amor que por esas razones -le tenía. - -Reunióse el Consejo el día y hora indicados, y Gómez fué llevado ante -él, con todas las formalidades y aparato militar, que son imponentes. - -La opinión del batallón se había hecho mientras tanto unánime contra -Gómez. Sólo había disputas sobre su suerte. Los unos creían que sería -fusilado; los otros que no, que sería recargado, porque el General en -Jefe, en presencia de sus méritos y servicios, que ya haría constar, -le conmutaría la pena, dado el caso que el Consejo le sentenciara á -muerte. - -Yo era el único que no tenía opinión fija. - -Parecíame á veces que Gómez era el asesino, otras dudaba, y lo único -que sabía positivamente era que no omitiría esfuerzo por salvarle la -vida. - -Á fin de no perder tiempo, asistí como espectador al juicio, mas -viendo que el ánimo de algunos era contrario á mi ahijado, me disgusté -sobremanera y me volví á mi campo sumamente contrariado. - -Se leyó la causa, y cuando llegó el momento de votar, el Consejo se -encontró atado. En conciencia, ninguno de los vocales se atrevía á -fallar condenando ó absolviendo. - -Entonces, guiado el Consejo por un sentimiento de rectitud y de -justicia, hizo una cosa indebida. - -Remitieron los autos y resolvieron esperar. Y volviendo éstos sin -tardanza, el Consejo Ordinario se convirtió en Consejo de Guerra -verbal, teniendo el acusado que contestar á una porción de preguntas -sugestivas, cuyo resultado fué la condenación del cabo. - -Los que presenciaron el interrogatorio me dijeron que el valiente de -Curupaití no desmintió un minuto siquiera su serenidad, que á todas las -preguntas contestó con aplomo. - -Antes de que el cabo estuviera de regreso del Consejo, ya sabía yo cuál -había sido su suerte en él. - -Púseme en movimiento, pero fué en vano. Nada conseguí. El superior -firmó la sentencia del Consejo y al día siguiente, en la Orden General -del Ejército, salió la orden terrible mandando que Gómez fuera pasado -por las armas al frente de su batallón, con todas las formalidades de -estilo. - -No había que discutir ni que pensar en otra cosa, sino en los últimos -momentos de aquel valiente infortunado. - -¡La clemencia es caprichosa! - -Los preparativos consistieron en ponerle en capilla y en hacer llamar -al confesor. - -Todos habían acusado á Gómez y todos sentían su muerte. - -El cabo oyó leer su sentencia sin pestañear, cayendo después en una -especie de letargo. Yo me acerqué varias veces á la carpa en que se le -había confinado, hablé en voz alta con el centinela y no conseguí que -levantara la cabeza. - -El confesor llegó; era el padre Lima. - -Gómez era cristiano y le recibió con esa resignación consoladora, que -en la hora angustiosa de la muerte da valor. - -El padre estuvo un largo rato con el reo, y dejándole otro solo, -como para que replegase su alma sobre sí misma, vino donde yo estaba -encantado de la grandeza de aquel humilde soldado. - -Quise preguntarle si le había confesado algo del crimen que se -le imputaba, y me detuve ante esa interrogación tremenda, por un -movimiento propio y una admonición discreta del sacerdote, que sin duda -conoció mi intención y me dijo: «queda preparándose». - -Yo pasé la noche en vela junto con el padre. Él por sus deberes, y yo -por mi dolor, que era intenso, verdadero, imponderable, no podíamos -dormir. - -Quería y no quería hablar por última vez con el cabo. - -Me decidí á hacerlo. - -¡Pobre Gómez! Cuando me vió entrar agachándome en la carpa, intentó -incorporarse y saludarme militarmente. Era imposible por la estrechez. - ---No te muevas, hijo,--le dije. - -Permaneció inmóvil. - ---Mi Comandante--murmuró. - -Al oir aquel mi Comandante, me pareció escuchar este reproche amargo: -Usted me deja fusilar. - ---He hecho todo lo posible por salvarte, hijo. - ---Ya lo sé, mi Comandante--repuso, y sus ojos se arrasaron en lágrimas, -y los míos también, abrazándonos. - -Dominando mi emoción, le pregunté: - ---¿Cómo hiciste eso? - ---Borracho, mi Comandante. - ---¿Y cómo me lo negaste el primer día? - ---Usted me preguntó por un vivandero, y yo creía haber muerto al -alférez Guevara. - ---¿Ésa fué tu intención? - ---Sí, mi Comandante, me había dado un bofetón el día del asalto de -Curupaití, sin razón alguna. - ---¿Y qué has confesado en el Consejo? - ---Mi Comandante, no lo sé. Yo he creído que el muerto era el Alférez. -Me han preguntado tantas cosas que me he perdido. - -Salí de allí. - -Hablé con el padre, y le rogué le preguntara á Gómez qué quería. - -Contestó que nada. - -Le hice preguntar si no tenía nada que encargarme, que con mucho gusto -lo haría. - -Contestó que cuando viniese el Comisario le recogiese sus sueldos; que -le pagase un peso que le debía al sargento 1.º de su compañía y que el -resto se lo mandara á su hermana que vivía en la Esquina, villorrio de -Corrientes rayano de Entre Ríos. - -Pasó la noche tristemente y con lentitud. - -El día amaneció hermoso, el batallón sombrío. - -Nadie hablaba. Todos se aprestaban en sepulcral silencio para las ocho. - -Era la hora funesta y fatal. - -La orden, que yo presidiera la ejecución. - -No lo hice porque no podía hacerlo. Estaba enfermo. - -Mi segundo salió con el batallón y mandó el cuadro. - -Yo me quedé en mi carreta. La caja batía marcha lúgubremente. - -Yo me tapé los oídos con entrambas manos. - -No quería oir la fatídica detonación. - -Después me refirieron cómo murió Gómez. - -Desfiló marcialmente por delante del batallón, repitiendo el rezo del -sacerdote. - -Se arrodilló delante de la bandera, que no flameaba sin duda de -tristeza. - -Le leyeron la sentencia, y dirigiéndose con aire sombrío á sus -camaradas, dijo con voz firme, cuyo eco repercutió con amargura: - ---¡Compañeros: así paga la Patria á los que saben morir por ella! - -Textuales palabras, oídas por infinitos testigos que no me desmentirán. - -Quisieron vendarle los ojos y no quiso. - -Se hincó... Un resplandor brilló... los fusiles que apuntaron... oyóse -un solo estampido... Gómez había pasado al otro mundo. - -El batallón volvió á sus cuadras y los demás piquetes del Ejército á -las suyas, impresionados con el terrible ejemplo, pero llorando todos -al cabo Gómez. - -Á los pocos días yo tuve una aparición... Decididamente hay vidas -inmortales. - - - - - VIII - - El Palmar de Yataití.--Sepulcro de un soldado.--Su memoria.--Sus - últimos deseos cumplidos.--El rancho del General Gelly y lo que allí - pasó.--Resurrección.--Visión realizada.--Fanatismo. - - -Á inmediaciones de mi reducto estaba el Palmar de Yataití, donde tantos -y tan honrosos combates para las armas argentinas tuvieron lugar. - -Allí fué enterrado el cabo Gómez, y sobre su sepulcro mandé colocar una -tosca cruz de pino con esta inscripción: - -«Manuel Gómez, cabo del 12 de línea.» - -Durante algunas horas su memoria ocupó tristemente la imaginación de -mis buenos soldados. Y, poco á poco, el olvido, el dulce olvido fué -borrando las impresiones luctuosas de ese día. Al siguiente, si su -nombre volvió á ser mentado, no fué ya á impulsos del dolor sufrido. - -Así es la vida, y así es la humanidad. Todo pasa felizmente, en -una sucesión constante, pero interrumpida, de emociones tiernas ó -desagradables, profundas ó superficiales. - -Ni el amor, ni el odio, ni el dolor, ni la alegría, absorben por -completo la existencia de ningún mortal. Sólo Dios es imperecedero. - -La muchedumbre olvidó luego, como ves, el trágico fin del cabo. - -Yo me dispuse á cumplir sus últimas voluntades. - -Llamé al sargento 1.º de la compañía de Granaderos, y con esa -preocupación fanática que nos hace cumplir estrictamente los caprichos -póstumos de los muertos queridos, le pagué _el peso_ que le debía el -cabo. - -Confieso que después de hacerlo sentía un consuelo inefable. - -¡Cuesta tanto á veces cumplir las pequeñeces! - -Es por eso que el hombre debe ser observado y juzgado por sus obras -chicas, no por sus obras grandes. - -En el cumplimiento de las últimas está interesado generalmente el honor -ó el crédito, el amor propio ó el orgullo, el egoísmo ó la ambición. - -En el cumplimiento de las primeras no influye ninguno de esos poderosos -resortes del alma humana, sino la conciencia. - -Cancelada la deuda con el sargento, me quedaba por hacer la remisión -prometida de los haberes devengados de Gómez á la Esquina. - -Esperar el Comisario era un sueño. ¿Cuándo vendría éste? Y si venía, -¿estaría yo vivo? ¿Me entregaría, sobre todo, los sueldos del cabo? ¿El -Estado no es el heredero infalible de nuestros soldados muertos en el -campo de batalla, por él mismo ó por la libertad de la Patria, ó por su -honor ultrajado? - -¿No es ésa la consecuencia del odioso é imperfecto sistema -administrativo militar que tenemos? - -Gómez no era un soldado antiguo en mi batallón. Reservándome, pues, -ver si recogía sus sueldos de Guardia nacional, resolví mandarle á su -hermana los seis ú ocho que se le debían como soldado de línea. - -_Simbad_, el corresponsal del _Standard_, á la sazón en el teatro de la -guerra, era vecino de la Esquina y mi antiguo amigo. - -Debo á él la iniciación en un mundo nuevo, la lectura del _Cosmos_, ese -monumento imperecedero de la sapiencia del siglo XIX. - -De _Simbad_ iba á valerme para remitir á su destino la pequeña herencia. - -Habrían pasado _cincuenta y dos_ horas desde el instante en que el cabo -Gómez, según dejo relatado, recibió en su pecho intrépido las balas de -sus propios compañeros en cumplimiento de una orden y del más terrible -de los deberes. - -Yo había ido de mi reducto, según costumbre que tenía, al alojamiento -del jefe de Estado Mayor. - -Tenía éste dos puertas. Una que daba al Naciente y otra al Poniente. -La última estaba abierta. El General Gelly escribía con una pausa -metódica, que le es peculiar, en una mesita, cuya colocación variaba -según las horas y la puerta por donde entraba el sol. Esta vez se -hallaba colocada cerca de la puerta abierta. Yo estaba sentado en una -silla de baqueta paraguaya, dándole la espalda. - -¿En qué pensaba? - -Probablemente, Santiago amigo, en lo mismo que aquel tipo de comedia de -San Luis, que te ponderaba un día las delicias de su Estancia. - ---Aquí me lo paso, te decía cierta hermosa tarde de primavera desde el -corredor, que dominaba una vasta campiña, _pensando_... _pensando_... - -Y tú, interrumpiéndole, con tu sorna característica,--_en qué_... _en -qué_... - -Y el pobre hombre contestaba: _en nada... en nada_... - -El General era distraído de su escritura á cada paso, por oficiales que -se presentaban con distintas solicitudes,--dirigiéndole la palabra -desde el dintel de la puerta. - -Yo seguía _pensando_... - -En el instante en que mi pensamiento se perdía, qué sé yo en qué -nebulosa, un eco del otro mundo con tonada correntina, resonó en mis -oídos. - ---Aquí te vengo á ver V. E. para que... - -Mi sangre se heló, mi respiración se interrumpió... quise dar vuelta, -¡imposible! - ---Estoy ocupado--murmuró el General, y el ruido del rasguear de su -pluma que no se interrumpió, produjo en mi cabeza un efecto nervioso -semejante al que produce el rechinar estridoroso de los dientes de un -moribundo. - ---Haceme, ché, V. E., el favor... - ---Estoy ocupado,--repitió el General. - -Yo sentí algo como cuando en sueños se nos figura que una fuerza -invisible nos eleva de los cabellos hasta las alturas en que se ciernen -las águilas. - -Debía estar pálido, como la cera más blanca. - -El General Gelly fijó casualmente su mirada en mí, y al ver la emoción -angustiosa de que era presa, preguntóme con inquietud: - ---¿Qué tiene usted? - -No contesté... Pero oí... El vértigo iba pasando ya. - -El General estaba confuso. Yo debía parecer muerto y no enfermo. - ---¡Mansilla!--dijo. - ---General--repuse, y haciendo un esfuerzo supremo, di vuelta la cabeza -y miré á la puerta. - -Si hubiese sido mujer, habría lanzado un grito y me hubiera desmayado. - -Mis labios callaron; pero como suspendido por un resorte, y á la manera -de esos maniquíes mortuorios que se levantan en las tablas de la escena -teatral, fuime levantando poco á poco de la silla y como queriendo -retroceder. - ---Ché, V. E., hacé vos el favor,--volvió á oirse. - -El General Gelly se puso de pie, y dirigiéndose á la voz que venía de -la puerta, contestó: - ---¿Qué quieres? - -Yo sentí un sudor frío por mi frente, y llevando mi mano á ella y como -queriendo condensar todas mis ideas y recuerdos ó hacerlos converger á -un solo foco, miré al General y exclamé con pavor: - ---El cabo Gómez. - -Efectivamente, el cabo Gómez estaba ahí, en la puerta del rancho del -General, con el mismo rostro que tenía la noche que le vi por última -vez. - -Sólo su traje había variado. No revestía ya el uniforme militar, sino -un traje talar negro. - -Mis ojos estuvieron fijos en él un instante, que me pareció una -eternidad. - -El General Gelly volvió á repetir: - ---¿Vamos, qué quieres?--Y dirigiéndose á mí:--¿Está usted enfermo? - -La aparición contestó: - ---Quiero que me dejes velar la crucecita de mi hermano. - ---¿La crucecita de tu hermano?--repuso el General con aire de no -entender bien. - ---Sí, pues, Manuel Gómez, que ya murió... - -Y esto diciendo, echó á llorar, enjugando sus lágrimas con la punta del -pañuelo negro que cubría sus hombros. - -Mientras se cambiaron esas palabras, yo volví en mí. - ---¿Y dónde está la crucecita de tu hermano?--dijo el General. - ---En el cementerio de la Legión Paraguaya. - -Entonces, tomando yo la palabra, como aquella desdichada mujer no -podía dejar de interesarme, la dije: - ---No, estás equivocada, la cruz de Gómez no está ahí. - ---Yo sé--murmuró. - -Queriendo convencerla, la dije: - ---Yo soy el jefe del 12 de línea, que era el cuerpo de tu hermano. - ---Yo sé--murmuró, retrocediendo con marcada impresión de espanto. - ---Yo tengo los sueldos de tu hermano para ti; ven á mi batallón, que -está en el reducto de la derecha, te los daré y te haré enseñar dónde -está su cruz. - ---Yo sé--murmuró. - -Un largo diálogo se siguió. Yo pugnando porque la mujer fuera á mi -reducto para darle los sueldos de su hermano é indicarle el sitio de su -sepultura, y ella aferrada en que no, contestando sólo: _Yo sé._ - -El General Gelly, picado por la curiosidad de aquel carácter tan tenaz, -al parecer, la hizo varias preguntas: - ---¿De dónde vienes? - ---De la Esquina. - ---¿Cuándo saliste de allí? - ---Antes de ayer. - ---¿Dónde supiste la muerte de tu hermano? - ---En ninguna parte. - ---¿Cómo en ninguna parte? - ---En ninguna parte, pues. - ---¿Te la han dado en Itapirú, ó aquí en el campamento? - ---En ninguna parte. - ---¿Y entonces, cómo la has sabido? - -La hermana de Gómez refirió entonces, con sencillez, que en sueños -había visto á su hermano que lo llevaban á fusilar; que como sus sueños -siempre le salían ciertos, había creído en la muerte de aquél, y que, -tomando el primer vapor que pasó por la Esquina, se había venido á -velar su crucecita, que estaba en el cementerio de los paraguayos, idea -que era fija en ella. - -Á las interpelaciones del General Gelly siguieron las mías. - -El sueño de la hermana de Gómez había tenido lugar precisamente en -el momento en que éste estaba en capilla recibiendo los auxilios -espirituales. - -Un hilo invisible y magnético une la existencia de los seres amantes, -que viven confundidos por los vínculos tiernísimos del corazón. - -Y como ha dicho un gran poeta inglés: «Hay más cosas en el cielo y en -la tierra de las que ha soñado la filosofía.» - -Empeñéme con la mujer cuanto pude, á fin de que fuera á mi reducto, -intentando seducirla con el halago de los sueldos de su hermano. - -¡Fué en vano! - -El General la despidió, diciéndole que podía velar la crucecita de su -hermano. - -Y después de cambiar algunas palabras conmigo sobre aquel extraño sueño -realizado, filosofando sobre la vida y la muerte, á mis solas, me volví -á mi campo. - -Mandé llamar á Garmendia en el acto, y le relaté todo lo sucedido. - -Despachamos en seguida emisarios en busca de la hermana de Gómez. - -Halláronla, pero fué inútil luchar contra su inquebrantable resolución -de no verme, y menos convencerla de que la crucecita de su hermano no -estaba en el cementerio que ella decía. - -Esa noche hubo un velorio al que asistieron muchos soldados y mujeres -de mi batallón prevenidos por mí. - -Por ellos supe que la hermana de Gómez, siendo yo el jefe del 12, me -achacaba á mí su muerte, y, asimismo que en la Esquina tenía algunos -medios de vivir, confirmando todos, por supuesto, que la noticia del -fusilamiento se la dió Dios en sueños. - -Al día siguiente del velorio la mujer desapareció del ejército, sin que -nadie pudiera darme de ella razón. - -El único mérito que tiene este cuento de fogón, que aquí concluye, es -ser cierto. - -No todas las historias pueden reivindicar ese crédito. - -¿Si será verdad que el público no se ha dormido leyéndolo? - -Á los del fogón les pasaron distintas cosas. - -Cuando yo terminé, unos roncaban, otros (la mayor parte), dormían. - -Se oían sonar los cencerros de las tropillas; la luna despedía ya -alguna claridad. - ---¡Á caballo, cordobeses!--grité,--¡se acabaron los cuentos! - -Y todo el mundo se puso en movimiento, y un cuarto de hora después -rumbeábamos en dirección á un oasis denominado Monte de la Vieja. - -¡Buenas noches! por no decir buenos días, ó salud, lector paciente. - - - - - IX - - La Alegre.--En qué rumbo salimos.--¿Los viajes son un placer?--Por - qué se viaja.--Monte de la Vieja.--El alpataco.--El zorro - colgado.--Pollo-helo.--Us-helo.--Qué es aplastarse un - caballo.--Coli-Mula.--La trasnochada.--Precauciones. - - -La Alegre, es una laguna de agua dulce, permanente, cuyo nombre le -cuadra muy bien, como que está situada en un accidente del terreno de -cierta elevación, circunvalada de médanos y arbustos, que suministran -una excelente leña, y de abundante pasto. - -Las cabalgaduras se dieron allí una buena panzada, que no se les -indigestó. ¡Ojalá que á ti y al lector les sucediera lo mismo con el -cuento del cabo Gómez! Si sucediese lo contrario, me vería en el caso -de suprimir otros que deben venir á su tiempo. - -Nos pusimos en marcha. - -El rumbo, Sur, recto, ó _reuto_, como dicen los paisanos. - -El camino, ó mejor dicho, la rastrillada, cruzaba por un campo lleno -de chañaritos espinosos. La luna estaba en su descenso, el cielo -nublado, la noche obscura, de modo que no pudiendo ver con facilidad -los objetos, á cada paso rehuía el caballo la senda por no espinarse, -espinándose el jinete y evitando el culebreo del animal que nos -durmiéramos profundamente. - -Todos los que viajan, ponderan alguna maravilla, la que más ha llamado -la atención, ó tienen alguna anécdota favorita, algo que contar, en -suma, aunque más no sea que han estado en París, barniz que no á todos -se les conoce. - -¿Dirás que no es cierto? - -En lo que suelen estar divididas las opiniones de los _tourist_, y -desde luego las opiniones de los que no han viajado, que es más fácil -coincidir en pareceres cuando se conocen prácticamente las cosas, es -sobre el capítulo: placer de los viajes. - -Ni todos viajan del mismo modo, ni por las mismas razones, ni con el -mismo resultado. - -Se viaja por gastar el dinero, adquirir un porte y un aire _chic_, -comer y beber bien. - -Se viaja por lucir la mujer propia, y á veces la ajena. - -Se viaja por instruirse. - -Se viaja por hacerse notable. - -Se viaja por economía. - -Se viaja por huir de los acreedores. - -Se viaja por olvidar. - -Se viaja por no saber qué hacer. - -Vamos, sería inacabable el enumerar todos los motivos _por qué_ se -viaja; como sería inacabable decir _para qué_ se viaja. - -No olvidemos que estas dos proposiciones, aunque son muy parecidas, -gramaticalmente no significan lo mismo. Ambas significan causa ó fin; -pero _para_ responde más que _por_ á la idea de efecto. - -Por ejemplo: - -¿No es común ir á Europa por instruirse para olvidar lo poco que se ha -aprendido en la tierra? - -¿No suele suceder hacer un viaje _por_ curarse _para_ morir en el -camino? - -Ir _por_ lana _para salir_ trasquilado. - -Madame de Staël dice, que viajar es, digan lo que quieran, un placer -tristísimo. - -Sea de esto lo que fuere, yo digo que viajando por los campos en noche -clara ú obscura, es un placer dormir. - -Por mi parte al tranco, al trote ó al galope, yo duermo perfectamente. -Y no sólo duermo sino que sueño. - -Cuántas veces un amigo que tengo en Córdoba, Eloy Ávila, no sorprendió -mis sueños, y yendo á la par mía no me alzó el rebenque. - -Sea de esto lo que fuere, el hecho es que el camino de la Laguna -Alegre al Monte de la Vieja, no permitiendo dormir á gusto por el -inconveniente de los arbustos, me pareció poco divertido. - -Por fortuna, el terreno era mejor que el de la primera etapa. El guadal -no nos amenazaba á cada paso, las mulas cargueras no caían y levantaban -acá y acullá como antes de llegar á la Alegre. - -Serían las tres y media de la mañana cuando llegamos al Monte de la -Vieja. - -Amanecía muy tarde, así fué que resolví pasar allí otro rato. - -¡Desensillar y á la leña! fué el grito de orden. - -El fogón volvió á arder con una rapidez maravillosa. - -Uno de los talentos del gaucho argentino, consiste en la prontitud con -que halla leña y en la asombrosa facilidad con que hace fuego. - -Ellos hallan leña donde ningún otro la ve, y hacen fuego en el agua. - -Y á propósito de leña que no se ve, ¿conoces, Santiago, lo que es el -algarrobo _alpataco_? - -Es un arbustito muy pequeño, cuyo desarrollo se hace subterráneamente, -echando raíces gruesísimas que aunque estén verdes, tienen tanta -resina, que arden como sebo. - -Tú conoces el chañar. Pues así es el _alpataco_. - -En los campos, al Sud del Río 4.º, particularmente en los de Sampacho, -y en algunos al Sud del Río 5.º, abunda este arbustito, que más bien -parece un algarrobo común naciente. - -El ojo necesita estar ejercitado para distinguir el uno del otro. - -¡Se puso un asado! - -Mientras se hacía, habiendo calentado agua en un verbo, se cebaba mate -y se daban sendas cabeceadas. - -En este fogón no hubo cuentos. Hubo hambre y sueño y algunas órdenes -para en cuanto amaneciera. - -Comimos, dormimos, y cuando... iba á decir gorjeaban las avecillas del -monte... - -¡Pero qué, si en la Pampa no hay avecillas!--por casualidad se ven -pájaros, tal cual carancho. Las aves, excepto las acuáticas, buscan la -inmediación de los poblados. - -Y luego, en Monte de la Vieja no es más que un pequeño grupo de -árboles, no muy viejos, bajo cuyo destruido ramaje apenas pueden -guarecerse unas cuantas personas. - -La luz crepuscular venía anunciando el día en el momento en que, -cumpliendo mis órdenes, se pusieron en juego todos los asistentes al -llamado de Camilo Arias, un hombre de toda mi confianza, Alférez de -Guardia nacional del Río 4.º, cuya pintura no faltará ocasión de hacer. - -Era completamente de día cuando dejábamos el Monte de la Vieja, -dirigiéndonos á otro paraje, donde debía haber leña y agua sobre todo. - -El rumbo era Sud arriba, ó Sud con algunos grados de inclinación al -Oeste. - -La noche había estado templada, así fué que la mañana no presentó -ninguno de esos fenómenos meteorológicos que suele ofrecer la Pampa, -cuando después de un rocío abundante ó de una fuerte helada sale el sol -caliente. - -Marchábamos. - -El terreno presenta pocos accidentes; cañadas y cañadones que se van -encadenando, montecitos de pequeños arbustos quemados aquí, creciendo -ó retoñando allí; salitrales que engañan á la distancia, con su -superficie plateada como la del agua. - -El objetivo á que me dirigía era el Zorro Colgado. - -Por qué se llama así este lugar, es echarse á nadar buscando un objeto -perdido. Probablemente el primer cristiano que llegó allí halló un -zorro colgado por los indios en algún árbol. - -Seis leguas representan, no andando con apuro, dos horas y media de -camino; contemplando las cabalgaduras como es debido, en las correrías -lejanas, un poco más. - -Cuando llegamos al Zorro Colgado serían las diez de la mañana. - -El campo recorrido es muy solo. No tiene bichos ó _aves_, como le -llaman los paisanos á los venados, peludos, mulitas, guanacos, etc. - -El Zorro Colgado no estaba, por supuesto. - -Aquel punto es un grupito de árboles, chañares viejos más altos que -corpulentos. Tiene una aguadita que se seca cuando el año no es -lluvioso. - -Allí paramos un rato, lo bastante para que las bestias de carga que se -habían quedado atrás llegaran, y después de haber bebido bien, seguimos -caminando en el mismo rumbo, hasta llegar á _Pollo-helo_, que quiere -decir en lengua ranquelina, Laguna del Pollo, y cuya pronunciación debe -hacerse nasal ó gangosamente, verbigracia, como si la palabra estuviese -escrita así y debieran sonar todas las letras: _Pollonguelo_. - -Aquí variamos de rumbo un poco, buscando el Sud recto, y así seguimos, -como legua y media, por un campo muy guadaloso y pesado, en el que -caímos y levantamos varias veces, lo mismo que las mulas de carga, -hasta llegar á _Us-helo_, donde hay otro grupo de árboles, una aguada -semejante á la anterior y una lagunita de agua salobre, pero potable no -habiendo sequía. - -Las cabalgaduras se habían _aplastado_ algo con la legua y media de -guadal. - -_Aplastarse_, es un término del país, que vale más que fatigarse y -menos que cansarse, cuando se quiere expresar el estado de un caballo. - -Hicimos alto, se hizo fuego, se hizo cama para una siesta, se descansó, -se tomó mate, se durmió y á las cansadas llegaron las mulas de carga, -que habiendo caído en una cañada mojaron las petacas de los padres -franciscanos. - -Serían las tres cuando nos movimos de aquí en dirección á _Coli-mula_, -que de la etapa anterior queda en rumbo Sud. - -Este trayecto es más variado que los demás; el terreno se quiebra acá y -allá en grandes bajíos salitrosos y en grupos considerables de arbustos -crecidos. - -En un inmenso pajonal, sembrado de grandes árboles diseminados, -pillamos un caballo que hacía pocos días andaba por allí, pues no -estaba alzado aún. - -Cuando llegamos á Coli-Mula, que quiere decir mula colorada, habíamos -andado tres leguas. - -No sé por qué se llama así ese paraje. No hay árboles. Es una linda -lagunita circular, de agua excelente y abundante que dura mucho. - -Resolví descansar allí hasta las nueve de la noche, y adelantar dos -hombres. - -El cielo comenzaba á fruncir el ceño, una barra negra se dibujaba en el -horizonte hacia el lado del Poniente, el sol brillaba poco. - -Íbamos á tener viento ó agua. - -Llamé al cabo Guzmán, magnífico tipo criollo, y al indio Angelito, -escribí algunas cartas, les di mis instrucciones y los despaché después -de asegurarme de que habían entendido bien. - -Llevaban encargo especial de llegar á las tolderías del cacique Ramón, -que son las primeras y de decirle que pasaría de largo por ellas, no -sabiendo si al cacique Mariano le parecería bien que visitase primero á -uno de sus subalternos y que al regreso lo haría. - -Partieron los chasquis. - -Mientras yo tomaba las antedichas disposiciones, otros se ocupaban en -hacer un buen fogón, preparándonos para la trasnochada. - -Los chasquis no se habían perdido de vista aún, cuando frescas y recias -ráfagas de viento comenzaron á augurar la inevitable proximidad de la -tormenta. - -El cielo se puso negro. - -La experiencia nos dijo que debíamos renunciar al fogón y al asado y -prepararnos para una noche toledana por no decir pampeana. - -El viento arreció, gruesas gotas de agua comenzaron á caer, la noche -avanzaba, ó mejor dicho, se anticipaba con rapidez. - -Pronto estuvimos envueltos en una completa obscuridad. - -Llovía á cántaros, silbaba el viento, eléctricos fulgores resplandecían -en el cielo á distancias inconmensurables, haciendo llegar hasta -nuestros oídos el ruido sordo del rayo. - -Las tropillas se habían agrupado, daban las ancas al viento y -permanecían inmóviles. - -Cada cual se había acurrucado lo mejor posible, y con maña procuraba -mojarse lo menos posible. No teníamos siquiera dónde hacer espalda, -ni era posible conversar, porque el ruido de la lluvia, que caía á -torrentes, ahogaba las palabras que salían de debajo de los ponchos ó -capotes con que estábamos cubiertos hasta la cabeza. - -Durante dos horas llovió sin cesar, cayendo el agua á plomo. - -Cuando las intermitencias del aguacero lo permitían, yo cambiaba -algunas palabras con Camilo Arias, que estaba casi pegado á mi lado. - -En una de esas pláticas diluvianas, le dije así: - ---Puede ser que los indios me maten, es difícil; pero no lo es que -quieran retenerme, con la ilusión de un gran rescate. En este caso, -es preciso que el General Arredondo lo sepa sin demora. Prevén á los -muchachos--eran éstos cinco hombres especiales,--mis baqueanos de -confianza. - -Será señal de que _ando mal_, que no tenga en el cuello este pañuelo. - -Era un pañuelo de seda de la India, colorado, que siempre uso en el -campo debajo del sombrero por el sol y la tierra. - -Puede, sin embargo suceder, que tenga que regalar el pañuelo. En este -caso la señal será que me vean con la _pera trenzada_. - -No comuniques esto más que á los _muchachos_. Y cuando lleguemos á -las tolderías no te acerques á hablar conmigo jamás. Sírvete de un -intermediario. - -Camilo es como un árabe, habla poco; sabe que la palabra es plata y el -silencio oro, contestó sólo: - ---Está bien, señor. - -Y yo me quedé seguro de que me había entendido y rumiando: algún -mosquetero llegará á Londres y hablará con Buckingham. - -Ya verás después qué caso extraordinario sucedió con mi pera. (Te -prevengo que estoy hablando de la barba). - -Y como sigue lloviendo y estoy mojado hasta la camisa, me despido hasta -mañana. - - - - - X - - No es posible seguir la marcha.--Civilización y barbarie.--En qué - consiste la primera.--Reflexiones sobre este tópico.--En - marcha.--Manera de cambiar de perspectiva sin salir de un mismo - lugar.--Asombroso adelanto de estas - tierras.--Ralico.--Tremencó.--Médano del Cuero.--El - Cuero.--Sus campos. - - -El hombre propone y Dios dispone. - -Fué imposible seguir la marcha á las nueve. - -La lluvia cesó á las cuatro horas; pero el cielo quedó encapotado, -amenazando volver á desplomarse, el aquilón continuó rugiendo y los -relámpagos serpenteando en el cielo por los espacios sin fin. - -Pensé en que la gente masticara. ¡Arriba! grité, ¡vamos, pronto, hagan -un buen fuego, pongan un asado y una pava de agua! - -Los asistentes salieron de sus guaridas y un momento después -chisporroteaba el verde y resinoso chañar. - -El asado se hacía, el agua hervía, unos cuantos rodeaban el fuego, -calentándose, secándose sus trapitos, mirando al cielo y haciendo -cálculos sobre si volvería á llover ó no. - -El fogón estaba hecho y en regla, porque de su centro se elevaban -grandes y relumbrosas llamaradas. - -Era imposible resistirle. Más fácil habría sido que una mujer pasara -por delante de un espejo sin darse la inefable satisfacción platónica -de mirarse. - -Abandoné la postura en que me había colocado y permanecido tanto rato, -y me acerqué á él. - -Me dieron un mate. - -Los buenos franciscanos intentaban dormir rendidos por la fatiga del -día y de la noche anterior,--que quien no está hecho á bragas, las -costuras le hacen llagas. - -Haciendo uso de la familiaridad y confianza que con ellos tenía, les -obligué á levantarse y á que ocuparan un puesto en la rueda del fogón. - -Apuramos el asado, desparramamos brasas, lo extendimos y no tardó en -estar. - -Mientras estuvo nos secamos. - -Comimos bien, hicimos camas con alguna dificultad; porque todo estaba -anegado y las _pilchas_ muy mojadas y nos acostamos á dormir. - -Dormimos perfectamente. ¡Qué bien se duerme en cualquier parte cuando -el cuerpo está fatigado! - -Si los que esa noche se revolvían en el elástico y mullido lecho -agitados por el insomnio, nos hubieran oído roncar en los albardones de -Coli-Mula, ¡qué envidia no les hubiéramos dado! - -Es indudable que la civilización tiene sus ventajas sobre la barbarie; -pero no tantas como aseguran los que se dicen civilizados. - -La civilización consiste, si yo me hago una idea exacta de ella, en -varias cosas. - -En usar cuellos de papel, que son los más económicos, botas de charol -y guantes de cabritilla. En que haya muchos médicos y muchos enfermos, -muchos abogados y muchos pleitos, muchos soldados y muchas guerras, -muchos ricos y muchos pobres. En que se impriman muchos periódicos y -circulen muchas mentiras. En que se edifiquen muchas casas, con muchas -piezas y muy pocas comodidades. En que funcione un gobierno compuesto -de muchas personas como Presidente, Ministros, Congresales, y en que se -gobierne lo menos posible. En que haya muchísimos hoteles y todos muy -malos y todos muy caros. - -Verbigracia, como uno en que yo paré la última noche que dormí en el -Rosario--que intenté dormir, para ser más verídico. - -Son precisamente las camas de ese hotel, las que me han sugerido estas -reflexiones tan vulgares. - -¡Ah! en aquellas camas había de cuanto Dios crió el quinto día, que si -mal no recuerdo, fueron: «los animales domésticos, según su especie y -los reptiles de la tierra, según su especie». - -Todo lo cual, según afirma el Génesis, el Supremo Hacedor vió que -era bueno, aunque es cosa que no me entra á mí en la cabeza, que los -animales domésticos del referido hotel del Rosario hayan jamás sido -cosa buena; y menos la noche en que yo estuve en él, en que juraría, -á fe de cristiano, que me parecieron algo más que cosa mala, cosa -malísima, tan insoportable que me creo en la obligación de preguntar: - -¿No tiene la civilización el deber de hacer que se supriman esas cosas, -que pudieron ser buenas al principio del mundo, pero que pueden ser -puestas en duda en un siglo en que tenemos cosas tan buenas como las -del Orión? - -¿Qué hacen los gobiernos entonces? - -¿No nos dice la civilización todos los días en grandes letras que el -gobierno es para el pueblo? - -¿Que en lugar de invertir los dineros públicos en torpes guerras debe -aplicarlos á mejorar la condición del pueblo? - -¿No hay inspectores de puentes y caminos, inspectores de aduanas, -inspectores de fronteras, inspectores de escuelas, inspectores de todo, -y así va ello? - -¿Pues, y por qué no ha de haber inspectores de hoteles? - -¿Acaso no se relacionan estos establecimientos muy íntimamente con la -salud pública? - -¿No se albergan en ellos, el cólera, la fiebre amarilla y tantas otras -cosas que Dios crió el quinto día, y que en su atraso inocente y -primitivo, creyó que eran buenas y que así las legó en herencia á la -desagradecida humanidad? - -¿Se cree que faltarían inspectores de hoteles? - -Provéase el cargo por oposición, previo examen de conocimientos, -aptitudes, moralidad, estado fisiológico de los candidatos y se verá, -sin tardanza, que sobra patriotismo en el país. - -No digo pagando bien el empleo, que es el modo más eficaz de salvar la -moral administrativa, y el medio más seguro, sobre todo, de que abunden -impetrantes. - -Cualquiera remuneración que se ofreciese bastaría. - -Hay en el país, felizmente, el convencimiento de que todos deben -tributarle á la patria abnegación, tiempo, sangre, alma y vida. - -Esta gran conquista, es debida á la educación oficial dada por los -buenos gobiernos que hemos tenido, á la Guardia nacional. - -Ella ha hecho todo--guerras interiores, guerras de frontera, guerras -exteriores. - -Decididamente la civilización es, de todas las invenciones modernas, -una de las más útiles al bienestar y á los progresos del hombre. - -Empero mientras los gobiernos no pongan remedio á ciertos males, yo -continuaré creyendo en nombre de mi escasa experiencia, que mejor se -duerme en la calle ó en la Pampa que en algunos hoteles. - -Sonaban los cencerros de las tropillas; cada cual se preparaba para -subir á caballo, habiendo olvidado sus penas alrededor del fogón: - - «Y en el Oriente nubloso - La luz apenas rayando, - Iba el campo tapizando - De claro oscuro verdor.» - -Galopábamos, aprovechando la fresca de la mañana, y á la derecha en -lontananza se veían ya los primeros montes de Tierra Adentro. - -Me proponía llegar al Cuero temprano. - -Apenas salimos de Coli-Mula comprendí que no lo conseguiría. - -El campo estaba cubierto de agua, y quebrándose en altos médanos, en -cañadas profundas y guadalosas nos obligaba á marchar despacio. - -Los caballos hubieran soportado bien una marcha acelerada; las mulas no. - -Y, sin embargo, por muy despacio que anduve se quedaron atrás, porque -á cada rato se caían con las cargas y había que perder tiempo en -enderezarlas. - -Más allá de un lugar en el que hay agua y leña, y cuyo nombre es -Ralico, el terreno se dobla sensiblemente formando varios médanos -elevados, y es de allí de donde se divisan ya los montes del Cuero. - -Los campos comienzan á cambiar de fisonomía y la vista no se cansa -tanto espaciándose por la sabana inmensa del desierto solitario, -triste, imponente, pero monótona como el mar en calma. - -Sin contrastes, hay existencia, no hay vida. - -Vivir es sufrir y gozar, aborrecer y amar, creer y dudar, cambiar de -perspectiva física y moral. - -Esta necesidad es tan grande, que cuando yo estaba en el Paraguay, -Santiago amigo, voy á decirte lo que solía hacer,--cansado de -contemplar desde mi reducto de Tuyutí todos los días la misma cosa; las -mismas trincheras paraguayas, los mismos bosques, los mismos esteros, -los mismos centinelas; ¿sabes lo que hacía? - -Me subía al merlón de la batería, daba la espalda al enemigo, me abría -de piernas, formaba una curva con el cuerpo y mirando al frente por -entre aquéllas, me quedaba un instante contemplando los objetos al -revés. - -Es un efecto curioso para la visual, y un recurso al que te aconsejo -recurras cuando te fastidies ó te canses de la igualdad de la vida, -en esa vieja Europa que se cree joven, que se cree adelantada y vive -en la ignorancia, siendo prueba incontestable de ello, como diría -Teófilo Gauthier, que todavía no ha podido inventar un nuevo gas para -reemplazar el Sol. - -La América, ó mejor dicho, los _americanos_ (del Norte) la van á dejar -atrás si se descuida. - -Por lo pronto, nosotros vamos resolviendo los problemas sociales más -difíciles--degollándonos,--y las teorías y las cifras de Malthus sobre -el crecimiento de la población no nos alarman un minuto. - -Tenemos grandes empíricos de la política, que todos los días nos -prueban, que el dolor puede ser no sólo un anestésico, sino un -remedio; que las tiranías y la guerra civil son necesarias, porque su -consecuencia inevitable, fatal, es la libertad. - -Esto te lo demuestran en cuatro palabras y con espantosa claridad, -al extremo que nuestra juventud tiene ya sus axiomas políticos de -los que no apea, creyendo en ellos á pie juntillas, y demostrándolos -prematuramente á su vez por A. B. - -Te asombrarías, si volvieses á estas tierras lejanas y vieras lo que -hemos adelantado. - -Buscarías inútilmente el molino de viento; el pino de la quinta de -Guido se ha escapado por milagro. La civilización y la libertad han -arrasado todo. - -El Paraguay no existe. La última estadística después de la guerra -arroja la cifra de ciento cuarenta mil mujeres y catorce mil hombres. - -Esta grande obra la hemos realizado con el Brasil. Entre los dos lo -hemos mandado á López á la _difuntería_. - -¿No te parece, que no es tan poco hacer en tan poco tiempo? - -Ahora la hemos emprendido con Entre Ríos, donde López Jordán se encargó -de despacharlo á Urquiza. - -Todos, todos han sentido su muerte muchísimo. - -De esta guerrita, en la que nos ha metido la fatalidad histórica, nos -consolamos, pensando en que se acabará pronto, y en que como el Entre -Ríos estaba muy rico, le hacía falta conocer la pobreza. - -La letra con sangre entra. - -Es el principio del dolor fecundo. - -Te hablo y te cuento estas cosas, porque vienen á pelo. Y no tan á humo -de paja, pues, más adelante verás que ellas se relacionan bastante, más -de lo que parece, con los indios. - -¿No hay quien sostiene que es mejor exterminarlos en vez de -cristianizarlos, civilizarlos y utilizar sus brazos para la industria, -el trabajo y la defensa común, ya que tanto se grita de que estamos -amenazados por el exceso de inmigración espontánea? - -Sigamos caminando... - -Pasando los médanos de Ralico, se llega á la aguada de Tremencó. Son -dos lagunas, una de agua dulce, la otra de agua salada. Ambas suelen -secarse. - -De Tremencó se pasa al Médano del Cuero. - -De allí al Cuero mismo hay dos leguas. - -Esta laguna tendrá unos cien metros de diámetro. Su agua es excelente, -y durante las mayores sequías allí pueden abrevar su sed muchísimos -animales, sin más trabajo que cavar las vertientes del lado del Sur. - -En la Laguna del Cuero ha vivido mucho tiempo el famoso indio Blanco, -azote de las fronteras de Córdoba y San Luis; terror de los caminantes, -de los arrieros y troperos. - -Ya te contaré cómo lo eché yo del Cuero con unos cuantos gauchos, sin -cuya circunstancia me habría encontrado con él en sus antiguos dominios. - -Este episodio tiene su interés social, y les hará conocer á muchos -que no salen de los barrios cultos de Buenos Aires, lo que es nuestra -Patria amada, en la que hay de todo y para todo; un negro que mate -una familia entera por venganza y por amor, y un blanco que mate un -gobernador también por amor á la libertad, después de haber sostenido -con su brazo viril la tiranía. - -Mientras tanto, te diré que los campos entre el Río 5.º y el Cuero son -diferentes. Ricos pastos abundantes y variados; gramilla, porotillo, -trébol, cuanto se quiera. Agua inagotable, leña, montes inmensos. - -Un estanciero entendido y laborioso allí haría fortuna en pocos años. - -Pero del Cuero á Río 5.º hay treinta leguas. - -Que le pongan cascabel al gato. De allí á los primeros toldos -permanentes, hay otras treinta leguas, y los indios andan siempre -boleando por el Cuero. - -Estoy esperando las mulas que se han quedado atrás, y reflexionando en -la costa de la laguna si el gran ferrocarril proyectado entre Buenos -Aires y la Cordillera no sería mejor traerlo por aquí. - -No vayas á creer que los indios ignoran este pensamiento. - -También ellos reciben y leen _La Tribuna_. - -¿Te ríes, Santiago? - -Tiempo al tiempo. - - - - - XI - - Quién había andado por Ralico.--Los rastreadores.--Talento de uno del - 12 de línea.--Se descubre quién había andado por Ralico.--Cuántos - caminos salen del Cuero.--El General Emilio Mitre no pudo llegar - allí.--Su error estratégico. - - -Debo á la fidelidad del relato consignar un detalle antes de proseguir. - -En Ralico hallamos un rastro casi fresco. ¿Quién podía haber andado por -allí á esas horas, con seis caballos, arreando cuatro, montando dos? - -Solamente el cabo Guzmán y el indio Angelito,--los chasques que yo -adelanté acto continuo de llegar á Coli-Mula. - -Los soldados no tardaron en tener la seguridad de ello. Fijando en las -pisadas un instante su ojo experto, cuya penetración raya á veces en lo -maravilloso, empezaron á decir con la mayor naturalidad, como nosotros -cuando yendo con otros reconocemos en la distancia ciertos amigos: ché -ahí va el gateado, ahí va el zarco, ahí va el obscuro chapino. - -Los rastreadores más eximios son los sanjuaninos y los riojanos. - -En el batallón 12 de línea hay uno de estos últimos, que fué -_rastreador_ del General Arredondo durante la guerra del Chacho, tan -hábil, que no sólo reconoce por la pisada si el animal que lo ha dejado -es gordo ó flaco, sino si es tuerto ó no. - -Era indudable que la tormenta había impedido que los chasques -continuaran su camino, que habían dormido en Ralico; y que sólo me -llevaban un par de horas de ventaja. - -Si no se apuraban, ó si por apurarse demasiado fatigaban los caballos, -íbamos á llegar á las tolderías del Rincón, que así se llaman las -primeras, casi al mismo tiempo. - -Á cada criatura le ha dado Dios su instinto, su pensamiento, su acento, -su alma, su carácter, por fin. Confieso que este incidente me contrarió -sobremanera. - -Ó les daba tiempo á los chasques para que su comisión surtiera efecto, -deteniéndome un día en el camino, ó seguía mi viaje sin curarme de -ellos corriendo el riesgo de llegar primero. - -Es de advertir que del Cuero salen dos caminos. - -Uno va por Lonco-uaca--_lonco_ quiere decir cabeza y _uaca_ vaca,--y -otro por Bayo-manco que al ocuparme de la laguna ranquelina se verá lo -que quiere decir. - -Estos dos caminos se reunen en Utatriquin, y de allí la rastrillada -sigue sin bifurcarse hasta la Laguna Verde. - -El camino de Lonco-uaca da una pequeña vuelta. Pero tiene sobre el -Bayo-manco la ventaja de que en él no falta jamás agua, mientras que en -el otro no se halla sino cuando el año no está de sequía. - -Por cual de los dos caminos habían tomado los chasques, ésa era la -cuestión. - -Los bañados del Cuero no permitirían saberlo; los hallaríamos anegados. - -Disimulando mi contrariedad, y pensando en lo que haría, si mis -conjeturas se realizaban, es decir, si no podíamos tomarles el rastro -á los heraldos, llegué al Cuero. - -Allí nos quedamos ayer esperando las mulas, Santiago amigo. - -Te cumpliré, pues, cuanto antes mi oferta para poder seguir viaje, y al -llegar hoy siquiera á Laquinhan, que es donde me propongo dormir. - -Estamos á orillas del Cuero, del famoso Cuero, adonde no pudo llegar el -general Emilio Mitre, cuando su expedición, por ignorancia del terreno, -costándole esto el desastre sufrido. Y, sin embargo, llegó á Chamalcó, -y de allí contramarchó dejando el Cuero seis leguas al Norte. - -Es verdad que el General buscaba también la Amarga en su marcha de -retroceso, creyendo en las anotaciones de las malas cartas geográficas -que circulan con la Amarga pintada como una gran laguna, siendo así que -no es sino un inmenso cañadón. - -Son los desagües del Río 5.º, ya sabes, y lo más parecido que puedo -indicarte son los desagües del Río 4.º, ó sean los cañadores de Lobay. - -Como tú eres uno de los amigos de la República Argentina que más se -interesa en ella, que más se ha preocupado de sus grandes problemas, -estudiando la cuestión fronteras é indios con una constancia -envidiable, te diré en lo que consistió el error estratégico principal -del General Mitre. - -El General llegó á Witalobo, lugar muy conocido donde he estado yo. - -Son dos médanos que forman un portezuelo. Hay en ellos alfalfa, y de -ahí vino la denominación, que entonces le dieron, el de médano de la -alfalfa, creyendo haber hecho un descubrimiento. - -No puedo decirte con exactitud en qué latitud y longitud queda este -punto. - -Sin embargo, para que formes juicio más cabalmente, te diré que queda -en la derecera Sur de la Carlota. - -El Cuero queda de Witalobo al Poniente con una inclinación al Sur, de -pocos grados. - -En Witalobo hay una encrucijada de caminos--uno de travesía que va -al Cuero, raramente frecuentado por los indios,--y otro conocido por -camino de las Tres Lagunas que va á las tolderías de Trenel. - -En lugar de tomar este último camino que rumbea al Sur, el General -tomó otro, y abandonado á un mal baqueano y sin nociones gráficas, ni -ideales del terreno, no pudo corregir sus equivocaciones. - -En Chamalcó se notan aún los rastros y vestigios dejados por la columna -expedicionaria. - -La laguna del Cuero está situada en un gran bajo. Á pocas cuadras de -allí el terreno se dobla exabrupto, y sobre médanos elevados comienzan -los grandes bosques del desierto, ó lo que propiamente hablando se -llama Tierra Adentro. - -Los que han hecho la pintura de la Pampa, suponiéndola en toda su -inmensidad una vasta llanura; ¡en qué errores descriptivos han -incurrido! - -Poetas y hombres de ciencia, todos se han equivocado. El paisaje ideal -de la Pampa, que yo llamaría, para ser más exacto, pampas, en plural, y -el paisaje real, son dos perspectivas completamente distintas. - -Vivimos en la ignorancia hasta de la fisonomía de nuestra Patria. - -Poetas distinguidos, historiadores, han cantado al ombú y al cardo de -la Pampa. - -¿Qué ombúes hay en la Pampa, qué cardales hay en la Pampa? - -¿Son acaso oriundos de América, de estas zonas? - -¿Quién que haya vivido algún tiempo en el campo, hablando mejor, quién -que haya recorrido los campos con espíritu observador, no ha notado -que el ombú indica siempre una casa habitada, ó una población que fué; -que el cardo no se halla sino en ciertos lugares, como que fué sembrado -por los jesuitas, habiéndose propagado después? - -Estos montes del Cuero se extienden por muchísimas leguas de Norte á -Sur y de Naciente á Poniente; llegan al Río Chalileo, lo cruzan, y con -estas interrupciones van á dar hasta el pie de la Cordillera de los -Andes. - -Á la orilla de ellos vivía el indio Blanco, que no es ni cacique, ni -capitanejo, sino lo que los indios llaman _indio gaucho_. Es decir, un -indio sin ley, ni sujeción á nadie, á ningún cacique mayor, ni menos, -á ningún capitanejo; que campea por sus respetos; que es aliado unas -veces de los otros, otras enemigo; que unas veces anda á monte, que -otras se _arrima_ á la toldería de un cacique, que unas anda por los -campos _maloqueando_, invadiendo meses enteros seguidos; otras por -Chile comerciando, como ha sucedido últimamente. - -Toda la fuerza de este indio, temido como ninguno en las fronteras -de Córdoba y de San Luis, y tan baqueano de ellas como de las demás, -se componía en la época á que voy á referirme, de unos ocho ó diez -compañeros de averías. - -Con ellos invadía generalmente agregándose algunas veces á los grandes -malones. - -Como en aquel entonces los campos al Sur del Río 5.º y del Río 4.º eran -una misma cosa--dominio de los indios,--las invasiones se sucedían -semanalmente, día de por medio, y hasta diariamente. - -El héroe de estas hazañas era, por lo común, el indio Blanco. - -El camino del Río 4.º á Achiras, fué cien veces campo de sus robos y -crueldades. - -Á mi llegada al Río 4.º era imposible dejar de hablar del indio Blanco; -porque, ¿adónde se iba que no oyera uno mentar los estragos de sus -depredaciones? - -¿Quién no lamentaba sus ganados robados, lloraba algún deudo muerto ó -cautivo? - -El tal indio tenía un prestigio terrible. - -Yo era, de consiguiente, su rival. - -Me propuse, antes de avanzar la frontera, desalojarlo del Cuero, -incomodarlo, alarmarlo, robarlo, cualquier cosa por el estilo. - -Pero no quería hacer esta campaña con soldados. La disciplina suele -tener los inconvenientes de sus ventajas. - -Busqué un contrafuego, acordándome de la máxima de los grandes -capitanes: al enemigo batirlo con sus mismas armas. - -Le escribí á mi amigo don Pastor Hernández, comandante militar del -Departamento del Río 4.º, hombre tan penetrante como laborioso y -constante--que necesitaba conchabar media docena de pícaros, siendo -de advertir que prefería la destreza á la audacia, en una palabra, -ladrones. - -Hernández no se hizo esperar. Á los pocos días presentáronse seis -conciudadanos de la falda de la Sierra, con una carta, y encabezándolos -uno, denominado el _Cautivo_. - -Los fariseos que crucificaron á Cristo no podían tener unas fachas de -forajidos más completa. - -Sus vestidos eran andrajosos, sus caras torvas, todos encogidos y con -la pata en el suelo, necesitábase estar animado del sentimiento del -bien público para resolverse á tratar con ellos. - -Entraron donde yo estaba. - -Queriendo hacer un estudio social les ofrecí asiento. Me costó -conseguir que lo aceptaran; pero instando conseguí que se sentaran. - -Lo hicieron poniendo cada cual su sombrero en el suelo al lado de la -silla. - -Agacharon todos la cabeza. - -Inicié la conferencia con ciertas preguntas como:--¿Cómo te llamas, -de dónde eres, en qué trabajas, has sido soldado, cuántas muertes has -hecho? - -Y luego que la confianza se estableció, proseguí: - ---Conque ¿quieren ustedes conchabarse? - ---Como usía quiera--contestó el _Cautivo_, con esa tonada cordobesa, -que consiste en un pequeño secreto, (como lo puede ver el curioso -lector ó lectora) en cargar la pronunciación sobre las letras -acentuadas y prolongar lo más posible la vocal ó primera sílaba. - -En haciendo esto ya es uno cordobés. No hay más que ensayarlo. - ---Ustedes son hombres gauchos, por supuesto. - ---¿Cómo no, señor? - ---¿Entienden de todo trabajo? - ---De cuanto quiera. - ---¿Y cuánto ganan? - ---Á según usía. - ---¿Ganan más de ocho pesos mensuales? - ---No, señor. - ---Pues yo les voy á pagar diez; les voy á dar comida, ropa y caballos. - ---Como usía guste. - ---Sí; pero es que yo los conchabo para robar. - ---¿Y cómo ha de ser, pues? - ---Iremos ánde nos mande--dijeron varios á una. - ---¡Hum! ¿Y se animarán? - ---Y cómo no, señor usía. - ---Bueno; es para robarles á los indios. - -¡Nadie contestó! - -Y ahí está el país, la causa de la montonera y otras yerbas. - -El Coronel los conchababa para robar; para robarle al lucero del alba -que fuera. No había inconveniente. Estaban prontos y resueltos á todo, -á derramar su sangre, á jugar la vida. Lo mismo había sido ofrecerles -diez pesos y todo lo demás, que lo que ganaban honradamente. - -Obedecían á una predisposición, á una educación, á las seducciones del -caudillaje bárbaro y turbulento. Quizá se decían interiormente: ¡Éste -sí que es un Coronel, y lindo! - -Mas se trató de los indios, de los mismos que no hacía muchos meses -asolaban su propio hogar, y las disposiciones cambiaron con la rapidez -del relámpago. - -¿Era miedo? ¿Qué era? - -No, no era miedo. - -Nuestra raza es valiente y resuelta; no es el temor de la muerte lo que -contiene al gaucho á veces. - -Yo he visto á uno de ellos discurrir como un filósofo en el momento de -llevarlos á fusilar. - -Era un sargento: el sacerdote le instaba á confesarse, no quería -hacerlo. - ---¿Que no temes á la muerte? - ---Padre--contestó con marcada expresión,--la muerte es un salto que uno -da á obscuras sin saber dónde va á caer. - -Fué esto en Chascomús. - -¿Y, qué detenía entonces á los _Voluntarios de la Pampa_, que así se -llamaron al fin; qué los arredraba? - -¡Ah! es triste decirlo. Pero es verdad, y hay que decirlo, para -enseñanza de las jóvenes generaciones en cuyas manos está el porvenir, -las que nos salvarán á nosotros, aspirantes de la intolerancia y del -odio, enanos del patriotismo que recompensa bien, ¡héroes del siglo de -oro! - -Era la ausencia completa del sentimiento del deber,--el horror de toda -disciplina. - -Ellos tenían bastante sagacidad para comprender que yendo á robarle á -cualquiera, por mi orden, yo me hacía su cómplice. - -Yendo á robarles á los indios, el juego cambiaba de aspecto; tenían que -ir como soldados. Llegaron tal vez á imaginarse que era una jugada mía -para reclutarlos. - -Lo comprendí así. - -Estuve dispuesto á despacharlos. Pero ya estaban allí. - -Les hice entender que eran hombres libres; que podían conchabarse ó no; -que nadie les obligaba; que podían retirarse si querían. - -Se convencieron de que no había en el conchabo más riesgos que el de la -vida, y se arregló todo. - -Les di buenos caballos, los vestí, les di carabinas de las que hicieron -_recortados_ y una lata de caballería para llevar entre las caronas. - -Y partieron... - -Mis órdenes eran robarle al indio Blanco. - -El _Cautivo_ era baqueano del Cuero. - -Lo que trabajasen sería para ellos. - -Volvieron con _algo_. No se trabaja y se expone el cuero sin provecho, -discurren los menos calculadores. - -Se repitió la excursión, tres veces más, hasta que el indio Blanco -se alejó. Él no podía calcular detrás de los voluntarios de la Pampa -cuántos más iban. - -Confieso que al mandar aquellos diablos á una correría tan azarosa me -hice esta reflexión: si los pescan ó los matan poco se pierde. - -Fué una de las causas que me hizo no recurrir á los pobres soldados. - -Los _Voluntarios de la Pampa_ acabaron por hacerme á mí un robo. - -Los tomé y por todo castigo les dije, devolviéndoselos á Hernández: - ---¿Qué les he de hacer? Ya sabía que eran ustedes ladrones. - -No se juega mucho tiempo con fuego sin quemarse. - -Han llegado las mulas. - -Es cosa resuelta que hoy no duermo donde quería. - -Llegaremos mañana. - - - - - XII - - Por dónde habían ido los chasques.--Entrada á los montes.--Derechos de - piso y agua.--Recomendaciones.--Despacho de algunas tropillas para el - Río 5.º--Los montes.--Impresiones filosóficas.--Utatriquin.--El cuento - del arriero. - - -Antes de ponerme en marcha resolví dejar las mulas atrás. Caminaban -sumamente despacio por lo mucho que había llovido y era un martirio -para los franciscanos seguirlas al tranco; el padre Moisés no es tan -maturrango, pero el padre Marcos no hallaba postura cómoda. - -Contra mis cálculos tomamos el rastro de los chasques. - -Habían seguido el camino de Lonco-uaca. - -Mi lenguaraz, mestizo chileno, hijo de cristiano y de india araucana, -hombre muy baqueano, de cuyas confidencias soy depositario, no por él -sino por otros, lo que me permitirá contar sus aventuras amorosas de -Tierra Adentro, creyó oportuno hacerme algunas indicaciones. - -Eran muy juiciosas y sensatas; y como entre ellas entrase la -posibilidad de que los chasques se extraviaran en razón de que ni -Guzmán ni Angelito conocían prácticamente el camino que habían tomado, -me pareció prudente hacer yo á mi turno mis recomendaciones. - -Íbamos á entrar ya en los montes; á tener que marchar en dispersión, -sin vernos unos á los otros; por sendas tortuosas, que se borraban de -improviso unas veces, que otras se bifurcaban en cuatro, seis ó más -caminos, conduciendo todas á la espesura. - -Era lo más fácil perder la verdadera rastrillada, y también muy -probable que no tardáramos en ser descubiertos por los indios. - -Un tal Peñaloza suele ser el primero que se presenta á los indios -ó cristianos que pasan por esas tierras alegando ser suyas y tener -derecho á exigir se le pague el piso y el agua. - -No hay más remedio que pagar, porque el señor Peñaloza se guarda muy -bien de salir á sacar contribución alguna cuando los caminantes son más -numerosos que los de su toldo ó van mejor armados. - -Más adelante hay otros señores dueños de la tierra, del agua, de los -árboles, de los bichos del campo, de todo, en fin, lo que puede ser un -pretexto para vivir á costillas del prójimo. - -Estos derechos interterritoriales se cobran en la forma más política -y cumplida, suplicando casi y demostrándoles á los contribuyentes -ecuestres la pobreza en que se vive por allí, lo escaso que anda el -trabajo. - -Si los expedientes pacíficos surten efecto no hay novedad; si los -transeúntes no se enternecen se recurre á las amenazas, y si éstas son -inútiles, á la violencia. - -Es ser bastante parlamentario, para vivir tan lejos de los centros de -la civilización moderna. - -Recomendé á mi gente cómo habían de marchar; prohibí terminantemente -que bajo pretexto de componer la montura se quedara alguien atrás, -advirtiendo que cada cuarto de hora haría una parada de dos minutos -para que pudiéramos ir lo más juntos posible; describí la aguada de -Chamalcó donde me demoraría un rato, lo bastante para mudar caballos -por si alguien llegaba á ella extraviado; y á los franciscanos les -supliqué me siguiesen de cerca, no fuera el diablo á darme el mal rato -de que se me perdieran. - -Finalmente hice notar, que hallándonos ya en donde podía haber -peligro cuando menos lo esperáramos, quería, puesto que no estábamos -bien armados, que todos y cada uno nos condujéramos con moderación -y astucia, con sangre fría sobre todo, que, como ha dicho muy bien -Pelletan, es el valor que juzga. - -Hecho esto, mandé que dos soldados, con dos tropillas que no me hacían -falta, se volviesen al Río 5.º caminando despacio. - -Escribí con lápiz cuatro palabras para el General Arredondo y algunos -subalternos amigos de mis fronteras, avisándoles que había llegado con -felicidad al Cuero, y entramos en los montes. - -Hermosos, seculares algarrobos, caldenes, chañares, espinillos, bajo -cuya sombra inaccesible á los rayos del Sol crece frondosa y fresca la -verdosa gramilla, constituyen estos montes, que no tienen la belleza de -los de Corrientes, del Chaco ó Paraguay. - -Las esbeltas palmeras, empinándose como fantasmas en la noche umbría; -la vegetación pujante renovándose siempre por la humedad; los -naranjeros que por doquier brindan su dorada fruta; las enmarañadas -enredaderas, vistiendo los árboles más encumbrados hasta la cima -y sus flores inmortales todo el año; fresco musgo tapizando los -robustos troncos; el liquen pegajoso, que con el rocío matinal brilla, -como esmaltado de piedras preciosas; las espadañas que se columpian -graciosas, agitando al viento sus blancos y sedosos penachos; las -flores del aire, que viven de las auras purísimas, embalsamando la -atmósfera, cual pebeteros de la riente Natura; las aves pintadas de -mil colores, cantando alegres á todas horas; los abigarrados reptiles -serpenteando en todas direcciones; los millones de insectos que -murmuran en incesante coro diurno y nocturno; el agua siempre abundante -para consuelo del sediento viajero, y tantas, y tantas otras cosas que -revelan la eternal grandeza de Dios, ¿dónde están aquí? me preguntaba -yo, soliloqueando por entre los carbonizados y carcomidos algarrobos. - -Y como siempre que bajo ciertas impresiones levantamos nuestro -espíritu, la visión de la Patria se presenta, pensé un instante en el -porvenir de la República Argentina el día en que la civilización, que -vendrá con la libertad, con la paz, con la riqueza, invada aquellas -comarcas desiertas, destituidas de belleza, sin interés artístico, pero -adecuadas á la cría de ganados y á la agricultura. - -Allí hay pastos abundantes, leña para toda la vida, y agua la que se -quiera sin gran trabajo, como que inagotables corrientes artesianas -surcan las Pampas convidando á la labor. - -Cada médano es una gran esponja absorbente; cavando un poco en sus -valles, el agua mana con facilidad. - -La mente de los hombres de Estado se precipita demasiado, á mi juicio, -cuando en su anhelo de ligar los mares, el Atlántico con el Pacífico, -quieren llevar el ferrocarril por el Río 5.º. - -La línea del Cuero es la que se debe seguir. Sus bosques ofrecen -durmientes para los rieles, cuantos se quieran, combustibles para las -voraces hornallas de la impetuosa locomotora. - -Son iguales á los de Yuca, cuya explotación ha hecho y sigue haciendo -la empresa del Gran Central Argentino. - -Estos campos son mejores que aquéllos. - -Y si un ferrocarril, á más de las ventajas del terreno, de la línea -recta, de las necesidades del presente y del porvenir, debe consultar -la estrategia nacional, ¿qué trayecto mejor calculado para conquistar -el desierto que el que indico? - -La impaciencia patriótica puede hacernos incurrir en grandes errores; -el estudio paciente hará que no caigamos en la equivocación. - -No puedo hablar como un sabio: hablo como un hombre observador. Tengo -la carta de la República en la imaginación y me falta el teodolito y el -compás. - -Los peligros para el trabajo son más imaginarios que reales. -Oportunamente podría ocuparme de este tópico. Por el momento me -atreveré á avanzar, que yo con cien hombres armados y organizados de -cierta manera, respondería de la vida y del éxito de los trabajadores. - -Incito á meditar sobre este gran problema del comercio y de la -civilización. - -No he visto jamás en mis correrías por la India, por África, por -Europa, por América, nada más solitario que estos montes del Cuero. - -Leguas y leguas de árboles secos, abrasados por la quemazón; de cenizas -que envueltas en la arena, se alzan al menor soplo de viento; cielo y -tierra: he ahí el espectáculo. - -Aquello entenebrecía el alma. Las cabalgaduras iban ya sedientas, -Chamalcó estaba cerca. - -Llegamos. - -El peligro estrecha, vincula, confunde; la unión es un instinto del -hombre en las horas solemnes de la vida. - -Nadie se había quedado atrás. Según los cálculos del baqueano, Chamalcó -tenía agua. - -Esperamos un buen rato antes de dejar beber los animales. - -Se reposaron y bebieron. - -Nosotros hallamos un manantial al pie de un árbol magnífico, de -robustez y frondosidad. - -Cambiamos caballos y seguimos, saliendo á un gran descampado. - -Respiré con expansión. - -El europeo ama la montaña, el argentino la llanura. - -Esto caracteriza dos tendencias. - -Desde las alturas físicas, se contemplan mejor las alturas morales. - -Los pueblos más libres y felices del mundo son los que viven en los -picos de la tierra. - -Ved la Suiza. - -Á poco andar volvimos á entrar en el monte. Aquí era más ralo. Podíamos -galopar y era menester hacerlo para llegar con luz á Utatriquin--otra -aguada,--porque la noche sería sin luna, salía á la madrugada. - -Me apuré, cuanto la arboleda lo permitía, y llegamos á la etapa -apetecida. - - «Era la tarde, y la hora - En que el Sol la cresta dora - De los Andes...» - -Esta aguada es un inmenso charco de agua revuelta y sucia, apenas -potable para las bestias. - -En previsión de que no estuviera buena, habíamos llenado los chifles en -Chamalcó. - -Habíamos marchado muy bien, ganando más terreno del que esperaba,--no -tenía por qué apurarme ya. - -Podía descansar un buen rato, lo que les haría mucho bien á los -caballos y á mis queridos franciscanos. - -Mandé desensillar. - -El padre Marcos me miró como diciendo: ¡Loado sea Dios! que si en estos -berenjenales me mete también me ayuda. - -Había un corral abandonado; cerca de él acampamos. - -Ordené que se redoblara la vigilancia de los caballerizos, entusiasmé á -los asistentes con algunas palabras de cariño y un rato después ardió -flamígero el atrayente fogón. - -Comenzó la charla de unos con otros, sin distinción de personas. - -Ya lo he dicho: el fogón es la tribuna democrática de nuestro ejército. - -El fogón argentino no es como el fogón de otras naciones. Es un fogón -especial. - -Estábamos tomando mate de café de postre; la noche había extendido -hacía rato su negro sudario. - -Una voz murmuró, como para que yo oyera. - ---Si contara algún cuento el Coronel. - -Era mi asistente Calixto Oyarzábal, de quien ya hablé en una de mis -anteriores; buen muchacho, ocurrente y de ésos que no hay más que -darles el pie para que se tomen la mano. - ---¡Sí, sí--dijeron los franciscanos, al oirle, los oficiales y demás -adláteres,--que cuente un cuento el Coronel! - -Me hice rogar y cedí. - -Es costumbre que los hombres tomamos de las mujeres. - -¿Y sabes, Santiago, qué cuento conté? - -Uno de los tuyos. - -El del arriero. - -Vamos, ¿á que te has olvidado? - -Voy á contártelo á tres mil leguas. - -El respetable público que asiste á este coloquio, me dispensará. - ---Fíjense bien--dije antes de empezar,--que este cuento es bueno -tenerlo presente cuando se viaja por entre montes tupidos. - -Todos estrecharon la rueda del fogón, uno atizó el fuego, los ojos -brillaron de curiosidad y me miraron, como diciendo: ya somos puras -orejas, empiece usted, pues. - -Tomé la palabra y hablé así: - ---Era éste un arriero, hombre que había corrido muchas tierras; que se -había metido con la montonera en tiempos de Quiroga y á quien perseguía -la justicia. - -Yendo un día por los Llanos de la Rioja, le salió una partida de -cuatro. Quisieron prenderlo, se resistió, quisieron tomarlo á viva -fuerza, y se defendió. Mató á uno, hirió á otro, é hizo disparar á tres. - -En esos momentos se avistó otra partida; prevenida ésta por los -derrotados, apuraron el paso. El arriero huyó y se internó en un monte. - -Montaba una mula zaina, media bellaca. Corría por entre el monte, -cuando se le fué la cincha á las verijas. - -Írsele y agacharse la bestia á corcovear, fué todo uno. - -El arriero era gaucho y jinete. - -Descomponiéndose y componiéndose sobre el recado, anduvo mucho rato, -hasta que en una de esas, como tenía las mechas del pelo muy largas y -_porrudas_, se enganchó en el gajo de un algarrobo. - -La mula siguió bellaqueando, se le salió de entre las piernas y él -quedóse colgado. - -Permaneció así como un Judas, largo rato, esperando que alguien le -ayudase á salir del aprieto; pero en vano. - -Llegó la noche. - -Los que le seguían, aciertan á pasar por allí. - -El arriero con la rapidez del pensamiento, concibió una estratagema. - -Dejó que la partida se aproximara, poniendo la cara lánguida, y cuando -al resplandor de la luna vinieron á verle, dijo con voz cavernosa. - ---¡Viva Quiroga! - -La partida al oir hablar un muerto, huyó poseída de terror pánico, -sujetando los pingos quién sabe dónde. - -El arriero se salvó así. - -Pero aquella actitud, no podía prolongarse demasiado. - -Era incómoda. - -Procuró salir de ella. Buscó su cuchillo; con los corcovos de la mula -lo había perdido. - -Era una verdadera fatalidad. No tenía con qué cortarse los cabellos y -como eran muy largos, no alcanzaba con la mano á desasirlos del gajo en -que estaban enredados. - -Un hombre como él acostumbrado á todas las fatigas podía resistir el -peso de su propio cuerpo, si no había otro remedio, no digo un día, -muchos días, teniendo qué comer. Es claro. La necesidad tiene cara de -hereje. - -Pero no tenía nada. Todo se lo había llevado la mula en las alforjas. -Felizmente tenía un pedazo de queso en los bolsillos, yesquero, tabaco -y papel. - -Agua era lo de menos para un arriero. - -Se comió el pedazo de queso. - -Sacó después su chuspa y armó un cigarro; luego sacó fuego y fumó. - -Nadie pasaba por allí, á pesar de la voz que debieron esparcir los de -la partida despertando la curiosidad popular. - -El arriero fumaba y fumaba y en lugar de otras cosas, cuando tenía -necesidad echaba humo y humo. - -Y así pasó muchos días, hasta que de hambre se comió la camisa y se -murió de una indigestión. - -Y entré por un caminito y salí por otro. - -No sé si al público le gustará este cuento; en el fogón fué aplaudido. - -Yo soy porteño, del barrio de San Juan y nadie es profeta en su tierra. - -Por eso Sarmiento siendo de San Juan es Presidente, habiéndose cumplido -con él una de mis profecías del Paraguay. - -Cuando llegaba al fin de mi cuento, serían las ocho. - -Di mis órdenes, encerraron en el corral los caballos, se tomó y ensilló -en un abrir y cerrar de ojos, montamos, nos pusimos en camino y esa -noche sucedieron cosas raras... - -Basta de cuentos. - - - - - XIII - - Martes es mal día.--Trece es mal número.--Los _quatorzième_.--Marcha - nocturna.--Pensamientos.--Sueño ecuestre.--Un latigazo.--Historia de - un soldado y de Antonio.--Alto.--Una visión y una mulita. - - -Ayer fué martes; mal día para embarcarse, casarse, presentar -solicitudes, pedir dinero á réditos y suicidarse. - -Á más de ser martes, esta carta debía llevar, como lleva, el número -_trece_, número de mal agüero, misterioso, enigmático, simbólico, -profético, fatídico, en una palabra, cabalístico. - -Las cosas que son _trece_ salen siempre malas. Entre trece suceden -siempre desgracias. Cuando trece comen juntos, á la corta ó á la larga -alguno de ellos es ahorcado, muere de repente, desaparece sin saberse -cómo, es robado, naufraga, se arruina, es herido en duelo. Finalmente, -lo más común, es que entre trece haya siempre un traidor. - -Es un hecho que viene sucediéndose sin jamás fallar desde la famosa -cena aquélla en que Judas le dió el pérfido beso á Jesús. - -Es por esa razón que en Francia, nación cultísima, hay una industria, -que no tardará en introducirse en Buenos Aires donde todas las plagas -de la civilización nos invaden día á día con aterrante rapidez. El -cólera, la fiebre amarilla y la epizootia, le quitan ya á la antigua y -noble ciudad el derecho de llamarse como siempre. Pestes de todo género -y auras purísimas; es una incongruencia. - -Debiera quitarse nombre y apellido como hacen los brasileños, en cuyos -diarios suelen leerse avisos así: - -De hoy en adelante Juan Antonio Alves, Pintos, Bracamonte y Costa, -se llamará Miguel da Silva, da Fonseca é Toro. Tome buena nota el -respetable público. - -Es una excelente costumbre que prueba los adelantos del Imperio. -Porque mediante ella los pillos hacen sus evoluciones sociales con más -celeridad. En un país semejante Luengo no tendría más que poner un -aviso para ser Moreira, persona muy decente. - -La industria de que hablaba toma su nombre de los que la ejercen -llamados _le quatorzième_ (décimo cuarto). - -_Le quatorzième_, no puede ser cualquiera. Se requiere ser joven, -no pasar de treinta y cinco años, tener un porte simpático, maneras -finas, vestir bien, hablar varios idiomas y estar al cabo de todas las -novedades de la época y del día. - -Cuando alguien ha convidado á varios amigos á comer en su casa, en el -_restaurant_, ó en el hotel, y resulta que por la falta de uno ó más -no hay reunidos sino _trece_ y que se ha pasado el cuarto de hora de -gracia concedido á los inexactos, se recurre al _quatorzième_. - -¡Cómo han de comer trece, exponiéndose á que bajo la influencia de -malos presentimientos la digestión se haga con dificultad! - -Se envía, pues, un lacayo en el acto por el _quatorzième_. En todos -los barrios hay uno, así es que no tarda en llegar; es como el médico. - -Entra y saluda, haciendo una genuflexión, que es contestada -desdeñosamente; y acto continuo se abre la puerta que cae al comedor, -ó no se abre, porque los convidados pueden estar en él ó por cualquier -otra razón, y se oye: _¡Monsieur est servi!_ - -Siéntanse los convidados. ¡Qué felicidad! ¡La sopa humea de caliente, -no se ha enfriado! La alegría reina en todos los semblantes. Han -comenzado á sonar los platos, á chocarse las copas. De repente óyese un -grito del anfitrión: - ---¡Ahí está al fin! Siéntese usted donde quiera, que los demás no -vendrán ya. - -Y Monsieur de la Tomassière (en un tipo de este apellido, Paul de -Kock ha personificado el tipo de esos amigos fastidiosos que siempre -llegan tarde), se presenta y se sienta, pidiendo disculpas á todos y -protestando que es la primera vez que tal cosa le sucede. - -Mientras tanto, _le quatorzième_ ha visto una seña del dueño de la -casa, que en todas partes del mundo quiere decir: _retírese usted_, y -sin decir oste ni moste se ha eclipsado. Iba quizá á probar la sopa -cuando Mr. de la Tomassière se presentó. - -Al llegar á la puerta de la calle de donde vive, se halla con un -necesitado que le espera. En otro banquete le aguardan con impaciencia. -Han buscado varios _quatorzième_, no hay ninguno. Esa noche dan muchas -comidas, hay muchos inexactos ó un exceso de previsión y la demanda de -_quatorzième_ es grande desde temprano. - -El _quatorzième_ marcha; llega, igual escena á la anterior. Tiene que -desalojar su puesto antes de haber probado un plato siquiera de cosa -alguna. - -Al volver á llegar á la puerta de calle de su pobre mansión, otro -necesitado. Le sigue con éxito semejante al de los pasados convites. - -Hay noches en que las idas y venidas del pobre _quatorzième_ exceden -toda ponderación. - -Ha ganado bien su dinero, porque cada viaje se paga, pero ha pasado por -el suplicio de Tántalo. - -La civilización de Buenos Aires debe pensar seriamente en esto. No -soy un alarmista. Pero sostengo que así como estamos amenazados de -muchas pestes por falta de policía municipal, hace muchos años que -la educación se descuida inculcar en los niños esta idea: uno de los -mayores defectos sociales es hacer esperar. - -Tan es así, que me acuerdo yo de un andaluz que vivió once años de -huésped en casa de una tía mía. Un día anunció que se iba á su tierra. -¡Ya era tiempo! Su despedida consistió en esto: - ---Señora, usted no puede tener queja de mí, siempre he estado presente -á la hora fija de almorzar y comer. - -Con lo cual se marchó, habiendo dicho no poco, que el que no ha -esperado jamás gente á comer, porque nunca ha dado comidas, habiéndose -limitado á comerlas, no sabe lo que es esperar un huésped ó un -convidado. - -Indudablemente debe haber una enfermedad que los médicos no conocen, -proveniente de la impaciencia de esperar gente á comer. - -La ciencia no tardará en descubrirla y en agregarla á la nomenclatura -patológica. - -Creo haberte explicado suficientemente, Santiago amigo, que si esta -décimatercia carta no se publicó ayer, ha sido porque fué martes y -porque su número es fatal. - -Cuando me moví de Utatriquin: - -«_The bright sun was extinguish'd, and the stars -Did wander darkling in the eternal space»._ - -La noche estaba bastante obscura. El monte era muy espeso y en las -sendas de la rastrillada había muchos troncos de árbol y pequeños -arbustos. Era sumamente incómodo para el caballo y para el jinete. -Teníamos que andar muy despacio. Nos dormíamos... De vez en cuando una -rama de algarrobo ó de chañar, azotaba la faz del caminante y le sacaba -de su sopor. - -La lentitud del aire de la marcha hacía que mi comitiva no fuera en -tanta dispersión como otras ocasiones. - -Yo iba mustio y callado, como la misma noche. - -Pensaba en el instante inesperado que marca más tarde ó más temprano -en el cuadrante de la vida, el pasaje de lo conocido á lo desconocido, -de la triste realidad á un quién sabe más triste aún; á un estado -inconsciente, al vacío, á la nada; pensaba en lo que serían mis días -hasta ese instante solemne en que extinguiéndose mi vista, mi voz, con -el último soplo de vida, me quede todavía aliento para reunir todas las -fuerzas de mi espíritu y decirme á mí mismo: _¡Me muero!_ - -Y pensando en esto, me engolfé en otras reflexiones y cuando la duda -horrible y desgarradora me asaltó, recordé á Hamlet: - - _... To die,--to sleep... - To sleep! perchance to dream._ - -Me quedé como soñando... Veía todos los objetos envueltos en una -bruma finísima de transparencia opaca; los árboles me parecían de -inconmensurable altura, vi desfilar confusas muchedumbres, ciudades -tenebrosas, el cielo y la tierra eran una misma cosa, no había -espacio... - -Un latigazo aplicado á mi rostro por el gajo de un espinillo, en cuyas -espinas quedó enganchado mi sombrero obligándome á detenerme, me sacó -del fantástico _fantaseo_ en que me sumía la somnolencia producida por -la monotonía de la marcha. - -Varios soldados me seguían de cerca conversando. Parece que hacía rato -se contaban por turno sus aventuras. El que hablaba cuando mi atención -se fijó en el grupo, decía así: - ---Pues, amigo, á mí me echaron á las tropas de línea sin razón. - ---¡Cuándo no!--le dije,--ya saliste con una de las tuyas. Nunca hay -razón para castigarlos á ustedes. - ---Sí, mi Coronel--repuso,--créame. - ---¿Cómo fué eso? - ---Yo tenía un amigo muy diablo á quien quería mucho, y á quien le -contaba todo lo que me pasaba. - -Se llamaba Antonio. - -Al mismo tiempo tenía amores con una muchacha de Renca, que me quería -bastante, cuyo padre era rico y se oponía á que la visitara. - -Mi intención era buena. - -Yo me habría casado con la Petrona, ése era su nombre. - -Pero no basta que el hombre tenga buena intención si no tiene suerte, -si es pobre. - -Tanto y tanto nos apuraba el amor, que, al fin resolvimos irnos para -Mendoza, casarnos allí, y volver después cuando Dios quisiera. - -En eso andábamos, viéndonos de paso con mucha dificultad; porque -siempre nos espiaban los padres y el juez, que era viudo y medio viejo, -que quería casarse con la Petrona, y cuya hija menor tenía tratos con -Antonio, de quien era muy enemigo; siempre lo amenazaba con que lo -había de hacer veterano. - -Un día arreglamos al fin, después de mucho trabajo, cómo habíamos de -fugar. - -Yo debía sacar á la Petrona de su casa en la noche. - -Antonio me acompañaría, para cuidar la ventana, que era por donde había -de entrar. No podíamos descuidarnos con el juez. - -La ventana caía al cuarto del padre de Petrona que era jugador, muy -jugador, lo mismo que Antonio. En ese tiempo había hecho una gran -ganancia. Á Antonio le había ganado todas sus prendas y éste le andaba -con ganas. - -Petrona dejó apretada la ventana. Una tía le acompañaba y dormía junto -con ella, en el mismo cuarto. Doña Romualda, la madre, andaba por el -puesto. - -Esa noche era muy linda ocasión, porque el padre de Petrona estaba de -tertulia. - -Tempranito estuvo Antonio en ella y vino á avisarme que el hombre -ganaba ya mucho, diciéndome que si no nos apurábamos erraríamos el -golpe. - -Aunque la hora convenida con Petrona era cuando la diesen las cabritas, -me resolví á ir un poco más temprano. - -Todo estaba pronto, caballos y con qué comprar algo por el camino. Yo -tenía algunos reales. - -Salimos de casa de Antonio, llegamos á la ventana de Petrona, la -empujamos despacito y salté yo sin hacer ruido dejándola abierta. -Cuando estuve en el cuarto oí roncar. Era el padre de Petrona, que -según los cálculos de Antonio, se había retirado de su tertulia antes -de la hora acostumbrada. - -Antonio sintió los ronquidos y me dijo en voz baja: vámonos, ché, hoy -no se puede. - -No quise obedecerle, y por toda contestación le dije, ¡chit! - -El cuarto estaba obscuro, tenía que caminar en puntas de pie, con -mucho cuidado para no hacer ruido, hasta acercarme á la cama de Petrona. - -Ella me había sentido. Lo mismo que yo, contenía la respiración. Si se -despertaba el padre, teníamos mal pleito. Ella no se escapaba de una -soba, yo de una puñalada, porque era malísimo. - -Me acercaba á la cama de Petrona sin sentir que detrás de mí había -entrado Antonio. - -Le había ya tomado la mano y ella iba ya á levantarse, cuando oímos -ruido de plata y un grito: ¡Ah, pícaro! - -Era la voz del padre de Petrona. - -Antonio tuvo la tentación de robarle, él lo sintió y le agarró del -poncho. - -Yo no podía salir sino por donde había entrado; esconderme bajo la -cama, era peligroso. - -El padre de Petrona gritaba con todas sus fuerzas: ¡ladrones! ¡ladrones! - -La tía se levantó. Yo intenté escaparme. Pero no pude, delante de mí -salía Antonio, me obstruyó el paso, y el padre de Petrona me agarró. - -Luché con él un rato inútilmente. - -La hermana le ayudaba. - -Petrona estaba medio muerta. El padre furioso, porque ella también no -venía en su ayuda, encendiendo luz pronto. Le amenazó con matarla si no -lo hacía. Tuvo que hacerlo. - -Para esto Antonio se había ido con la plata. - -Entre el padre de Petrona y la hermana, me amarraron bien. - -Á los gritos vinieron dos de la partida de policía, que estaba cerca de -allí y me llevaron preso. Me pusieron en el cepo para que dijese dónde -estaba la plata, y contesté siempre que no sabía, que yo no la había -robado. - -Me preguntaron que si tenía cómplices, teniéndome siempre en el cepo, y -contesté que no. - ---¿Y por qué no decías que Antonio era el ladrón? - ---¡Y cómo lo había de descubrir á mi amigo! ¡Y cómo la había de perder -á Petrona cuando la quería tantísimo! Yo prefería pasar por ladrón á -ser delator de mi amigo; yo prefería pasar por ladrón y no que dijeran -que Petrona era mi querida. Yo prefería ser soldado á todo eso. - -Además, como todas las mujeres son iguales, falsas como la plata -boliviana, supe esos días no más, antes que me echaran á las tropas de -línea, que Petrona decía para salvarse del castigo de su padre, que -algo andaba maliciando que yo era un pícaro que la había solicitado á -ella de mala fe, con sólo la intención de hacer el robo que me había -hecho. - -Quién sabe si no hubiera sido eso, si no declaro al fin atormentado por -el cepo, que Antonio era el ladrón; éste ya se había ido para la sierra -de Córdoba, y cuándo lo pescaban siendo, como era, ¡un muchacho tan -diantre! Era mozo muy gaucho y alentado. - ---¿Y, te acuerdas todavía de Petrona, Macario? - ---¡Ay! mi Coronel, si las mujeres cuánto más malas son, más tardamos en -olvidarlas. - ---¿Y nunca hubo nada con ella? - ---Mi Coronel, usted sabe lo que son esas cosas de amor, cuando uno -menos piensa... - ---La ocasión hace al ladrón--dijo Juan Díaz, uno de mis baqueanos muy -ocurrente. - -En esos momentos el bosque se abría formando un hermoso descampado; -la nítida y blanca luna se levantaba, y las estrellas centelleaban -trémulamente en la azulada esfera. - -Detuve mi caballo, que no obedecía como un rato antes á la espuela, y -dirigiéndome á los franciscanos que no se separaban de mí, les consulté: - ---Si tenían ganas de descansar un rato. - ---Con mucho gusto--contestaron.--Los buenos misioneros iban molidos; -nada fatiga tanto como una marcha de trasnochada. - -El pasto estaba lindísimo, la noche templada, pararnos no les haría -sino bien á los animales. - -Pasé la voz de que descansaríamos una hora. - -Se manearon las madrinas de las ropillas, cesó el ruido de los -cencerros, único que interrumpía el silencio sepulcral de aquellas -soledades, y nos echamos sobre la blanda hierba. - -Yo coloqué mi cabeza en una pequeña eminencia, poniendo encima un -poncho doblado á guisa de almohada, y me dormí profundamente. - -Tuve un sueño y una visión envuelta en estas estrofas de Manzoni, á -manera de guirnalda ó de aureola luminosa: - - «Tutto ei provó; la gloria - Maggior dopo il periglio. - La fuga, e la vittoria - La reggia, e el triste esiglio. - Due volte nella polvere, - Due volte sugli altar.» - -Me creía un conquistador, un Napoleón chiquito. - -De improviso sentí, como si la cabeza se me escapara, hice fuerzas -con la cabeza endureciendo el pescuezo, la tierra se movía; yo no -estaba del todo despierto, ni del todo dormido. La cabecera seguía -escapándoseme, creí que soñaba, fuí á darme vuelta y un objeto con -cuatro patas, negro y peludo corrió... Había hecho cabecera de una -mulita. - -Los héroes como yo tienen sus visiones así, sobre reptiles, y las -páginas de nuestra historia no pueden terminar sino poniendo al fin de -cada capítulo el terrible _lasciate ogni speranza_. - -Dejemos dormir á mi gente un rato mientras yo compongo mi cabecera. - - - - - XIV - - Sueño fantástico.--En marcha.--Calixto Oyarzábal y sus cuentos.--Cómo - se busca de noche un camino en la Pampa.--Campamento.--Los primeros - toldos.--Se avistan chinas.--Algarrobo.--Indios. - - -Después que arreglé mi buena cabecera, me volví á quedar dormido, hasta -que Camilo, el exacto y valiente Camilo se acercó á mí y diciéndome al -oído: Mi Coronel, me despertó. - -Tenía en ese momento un sueño que era como la perspectiva confusa del -pintado calidoscopio. - -Estaba en dos puntos distantes al mismo tiempo, en el suelo y en el -aire. Yo era _yo_, y á la vez el soldado, el paisano ese, lleno de -amor y abnegación, cuya triste aventura acababa de ser relatada por -sus propios labios, con el acento inimitable de la verdad. Yo me -decía, discurriendo como él:--¡Qué ingrata y qué mala fué Petrona!--y -discurriendo como yo mismo,--Byron, tan calumniado, tiene razón: en -todo el clima el corazón de la mujer es tierra fértil en efectos -generosos; ellas, en cualquier circunstancia de la vida saben, como -la Samaritana, prodigar el óleo y el vino. De repente yo era Antonio, -el ladrón del padre de Petrona, ora el Juez celoso, ya el cabo Gómez, -resucitado en Tierra Adentro. En el instante mismo en que me desperté, -el desorden, la perturbación, la incompatibilidad de las imágenes del -delirio llegaban al colmo. Había vuelto á tomar el hilo del sueño -anterior--no sé si al lector le suele suceder esto,--y montado, no -ya en la mulita que se me escapara de la cabecera, sino en un enorme -gliptodón, que era yo mismo, y persistiendo mi espíritu en alcanzar la -visión de la gloria cabalgando reptiles, discurría por esos campos de -Dios murmurando: - - «Dall'Alpi alle Piramide - Dall'Mansanare al Reno, - ...................................... - Dall'uno all'altro mare.» - -Pronto estuvimos otra vez en camino con cabalgaduras frescas. - -La noche tenía una majestad sombría; soplaba un vientecito del Sur y -hacía un poco de frío. Medio entumido como me había levantado de mi -gramíneo lecho, temí dormirme sobre el caballo, y era indispensable -tener muchísimo cuidado, pues, en cuanto salimos del descampado y -entramos de nuevo en el bosque, comenzaron á azotarnos sin piedad las -ramas de los árboles. La penumbra de la luna eclipsada á cada momento -por nubes cenicientas que corrían veloces por el vacío de los cielos, -hacía muy difícil apreciar la distancia de los objetos; así fué que -más de una vez apartamos ramas imaginarias y más de una vez recibimos -latigazos formidables en el instante mismo en que más lejos del peligro -nos creíamos. - -¿No sucede en el sendero de la vida--de la política, de la milicia, del -comercio, del amor,--lo mismo que cuando en nublada noche atravesamos -las sendas de un monte tupido? - -Cuando creemos llegar á la cumbre de la montaña con la piedra nos -derrumbamos á medio camino. Nos creemos al borde de la playa apetecida -y nos envuelve la vorágine irritada. Esperamos ansiosos la tierna y -amorosa confidencia y nos llega en perfumado y pérfido billete un -_¡olvidadme!_ Ofrecemos una puñalada, y somos capaces de humillarnos á -la primera mirada compasiva. - -¡Cuán cierto es que el hombre no alcanza á ver más allá de sus narices! - -Llamé, para no dormirme, á Francisco, mi lenguaraz, y de pregunta en -pregunta, llegué á asegurarme de que no tardaríamos muchas horas en -hallarnos entre las primeras tolderías. - -Díjome que poco antes de llegar adonde íbamos á parar, se apartaban -varios caminos: que debíamos ir con mucho cuidado para no tomar uno -por otro; que él era baqueano, pero que podía perderse haciendo mucho -tiempo que no había andado por allí. - ---Pues entonces no conversemos; no vayas á distraerte con la -conversación y nos extraviemos--le contesté. - -Y esto diciendo, sujeté de golpe el caballo, esperé á que toda la -comitiva estuviese junta, y previne que de un momento á otro íbamos á -llegar adonde se apartaban varios caminos, no tardando en encontrarnos -entre las primeras tolderías; que tuvieran cuidado, que quien primero -notara otros caminos ó toldos, avisara. - -Marchamos un rato en silencio, oíase de cuando en cuando el relincho de -los caballos, y constantemente el cencerreo de las madrinas. - -De repente oyóse una carcajada. - -Era Calixto, mi jocoso asistente, el revolucionario de marras, que, -según su costumbre, iba contando cuentos y que acababa de echarles á -los compañeros una mentira de á folio. - ---¿Qué hay?--pregunté. - ---Nada, mi Coronel--contestó Juan Díaz,--es Calixto que nos quiere -hacer comulgar con ruedas de carreta. - -El muy mentiroso acababa de jurar, por todos los santos del cielo, -que una mujer de la Sierra había parido un fenómeno macho--así dijo -él,--con dos cabezas. - -Hasta aquí el hecho no tenía nada de inverosímil. Lo gordo era que -Calixto agregaba. Que el muchacho--por no decir los muchachos,--tenía -los más extraños caprichos; que con una boca bebía leche de vaca y -con la otra de cabra; que con una decía sí y con otra no; que con una -lloraba y con la otra cantaba, armando mediante ese dualismo unas -disputas y camorras infernales, que eran muy entretenidas. - ---Eres un gran embustero--le dije. - ---Mi Coronel--contestó,--embustera será la gaceta en que yo lo he leído. - ---¿Y en qué gaceta has leído eso? - ---En un pedazo de gaceta en que me envolvieron días pasados una libra -de azúcar que me vendió don Pedro en el Fuerte Sarmiento. Allí lo -leímos en la cuadra del 7 de caballería; el amigo Carmen se ha de -acordar. - -Y Carmen, otro de mis asistentes, dió testimonio del hecho, corrigiendo -solamente algunos detalles. - -Á lo cual Calixto observó: - ---Bueno, yo me habré olvidado de algo; pero _lo más es verdad_, es -verdad. - ---¿Cómo, que eso ha sucedido en la Sierra, que es donde se consuman -todas las maravillas para un cordobés? - ---De eso no me acuerdo bien. - ---Padre Marcos, cuando lleguemos á Leubucó, confiéseme ese mentiroso. - ---Con mucho gusto--contestó el buen franciscano, siempre dulce, atento -y amable en su trato. - -Y cuando aquí llegábamos, una voz gritó: - ---¡Acá va el camino! - -Me detuve y conmigo todos los que me seguían de cerca; los demás fueron -llegando uno tras otro. - ---Debemos estar por llegar--dijo Mora,--voy á ver, mi Coronel. - -Esperé un rato. - -Volvió diciendo que estaba muy obscuro, que no podía reconocer la -rastrillada más traqueada, que era la que debíamos tomar. - -En efecto, un nubarrón parduzco eclipsaba totalmente la luna menguante -y las estrellas apenas despedían su vacilante luz, por entre la tenue -bruma que se levantaba en toda la redondez del horizonte. - -Habíamos llegado á otro gran descampado, cuyos límites no se -columbraban por la obscuridad. - -Ordené que cortaran paja. - -Rápidos y ágiles se desmontaron los asistentes y obedecieron. - -En un verbo tuvimos hermosas antorchas, y buscando al resplandor de -ellas el camino que debíamos seguir, no tardamos en hallarlo. - -Iba por él el rastro de Angelito y del cabo Guzmán. - ---Han pasado no hace mucho rato--afirmaron los rastreadores,--y van con -los caballos aplastados y sólo con el montado. - ---Angelito va en el picazo--dijo uno. - ---Ché, y el cabo Guzmán--agregó otro,--en el moro clinudo. - -Tomamos el camino. - -Debíamos estar á una legua. Los primeros toldos no se veían por la -lobreguez de la noche. - -Llegamos... Era un charco de agua entre dos medanitos. Acampamos... -Mandé asegurar bien las tropillas y me acosté no exclamando como el -poeta: - - «Without a hope in life.» - -Al contrario, esperanzado en el favor de Dios que hasta allí me había -llevado con felicidad. - -Era singular que los indios no nos hubieran sentido todavía; ellos, -que son tan andariegos, que se acuestan tan temprano y se levantan con -estrellas. - -La luz crepuscular anunciaba la proximidad de un nuevo día. - -Durmamos... - -Es fácil conciliar el sueño cuando la civilización no nos incomoda, no -nos irrita con sus inacabables inconvenientes, cuando no tiene uno más -que echarse, cuando no hay ni el temor de desvelarse, quitándose la -ropa, ó pensando en lo que la justicia y la generosidad humanas acaban -de hacernos ó se proponen hacernos. - -Lo confieso, en nombre de las cosas más santas. Yo no he dormido jamás -mejor, ni más tranquilamente que en las arenas de la Pampa, sobre mi -recado. - -Mi lecho, el lecho blando y mullido del hombre civilizado, me parece -ahora comparado con aquél, un lecho de Procusto. - -Viviendo entre salvajes he comprendido por qué ha sido siempre más -fácil pasar de la civilización á la barbarie que de la barbarie á la -civilización. - -Somos muy orgullosos. Y sin embargo, es más fácil hacer de _Orión_ ó de -Carlos Keen un cacique, que de Calfucurá ó de Mariano Rosas un _Orión_ -ó un Carlos Keen. - -¿Hay quién lo ponga en duda? - -Me desperté al ruido de los soldados que señalaban toldos acá y acullá. - -La curiosidad me puso de pie en un abrir y cerrar de ojos. - -Los franciscanos y los oficiales hicieron lo mismo. - -Ya no se pensó en dormir, sino en las novedades que, sin duda, -ocurrirían. - -El toldo más próximo estaría distante de nosotros unos mil metros. - -Divisábamos algo colorado. - -Los soldados con ese ojo de águila que tienen, tan bueno como el mejor -anteojo, decían si eran indios ó chinas, los contaban y se reían á -carcajadas. - -Estaban en sus coloquios cuando uno de ellos dijo: - ---De aquel toldo salen tres chinas enancadas... y vienen para acá. - -Con efecto, no tardamos en verlas llegar, como deteniéndose á cien -metros de nuestro volante campamento. - -Mandé que el lenguaraz les hablara; díjoles que era yo, el coronel -Mansilla, que iba de paces, que se acercaran. - -Las chinas castigaron el flaco mancarrón que montaban enhorquetadas -como hombres, medio acurrucadas, y vinieron hacia mí. - -Me acerqué á ellas. - -Las tres eran jóvenes, dos bien parecidas, una así así. - -Vestían su traje habitual, que después tendré ocasión de describir, y -cada una de ellas traía una sandía. Era un regalo, por si teníamos sed. -El agua de la lagunita era impotable, ellas lo sabían. - -Acepté el obsequio y les di doce reales bolivianos, azúcar, hierba, -tabaco, papel, todo cuanto pudimos: llevábamos bien poca cosa, habiendo -quedado los cargueros atrás. - -Les pregunté por sus maridos; y contestaron que hacía días andaban -boleando. - -Que cómo no habían tenido recelo de acercarse, y contestaron que hacía -poco acababan de saber por Angelito que iban llegando á su tierra un -cristiano muy bueno; que qué miedo habían de tener, siendo además -mujeres. - -¡Estas mujeres, señor, en todas partes se creen seguras! y mientras -tanto, ¡en dónde no corren riesgo! - -No he visto nada más confiado que las tales mujeres (para ciertas -cosas, por supuesto.) - -Era indudable que ya nos habían sentido los indios. - -Mandé ensillar para llegar á la Verde y esperar un rato allí, donde -hallaríamos buen pasto y excelente agua. - -Mi lenguaraz se fué con las chinas al toldo, se cercioró de que no -había indios en él y volvió con una ponchada de algarrobo. - -Es un entretenimiento muy agradable ir á caballo masticando ó chupando -esa fruta. - -Así fué que en tanto caminábamos funcionaban las mandíbulas. - -Ya no íbamos por entre montes, quedaban éstos al Naciente, al Poniente -y al frente en lejanía. - -Habíamos llegado á un campo que quebrándose en médanos bastante -escarpados, semejaba el paisaje á las soledades del desierto de Arabia. - -La vegetación era escasa y pobre. El guadal profundo. Los caballos -caminaban con dificultad. - -La mañana estaba lindísima. - -Veíamos toldos en todas direcciones, lejos; pero indios, jinetes, -ninguno. - -Y era lo que más deseaban todos. - -Ver indios, indios, eso es lo que quisiera, decían los franciscanos; -y yo les replicaba: tengan paciencia, padres, que quién sabe si no es -para un susto. - -De médano en médano, de ilusión en ilusión, de esperanza en esperanza, -llegamos á La Verde. - -Serían las diez de la mañana. - -Es una laguna como de trescientos metros de diámetro, profunda, -adornada de árboles y escondida en la olla de un médano que tendrá -setenta pies de elevación. - -Mandé desensillar y mudar caballos. - -Yo, aunque sea esto un detalle que no le interesa mucho al lector, me -desnudé y, echéme al agua. - -Quería inspirar confianza á los que me seguían, y más que á éstos, á -los indios si me descubrían en aquel lugar. - -Ya debían estar prevenidos. Y aquí me detengo hoy. Mañana te contaré -los percances del resto del día, en que los franciscanos queridos no -ganaron para sustos. - - - - - XV - - La Laguna Verde.--Sorpresa.--Inspiraciones del - gaucho.--Encuentros.--Grupos de indios.--Sus caballos y - trajes.--Bustos.--Amenazas.--Resolución. - - -Después que me bañé, que comieron, descansaron y se refrescaron las -cabalgaduras en las profundas aguas de _La Verde_, mandé ensillar, y -continuó la marcha. - -Estábamos tan cerca ya de Leubucó, que era en verdad sorprendente no se -hiciera ver ningún indio. - -Angelito y el cabo Guzmán, debían estar á esas horas descansando en el -toldo del cacique Mariano Rosas, y éste prevenido de que yo llegaría de -un momento á otro. - -Íbamos con mi lenguaraz haciendo conjeturas y atravesando siempre -un terreno guadaloso, sumamente pesado, tanto que los caballos no -resistían al trote, cuando al coronar los últimos pliegues de la -sucesión de médanos que forman el gran médano de _La Verde_, divisamos, -viniendo al galope, un indio armado de lanza. - -Mi lenguaraz se alarmó... lo conocí en cierta expresión de sorpresa que -vagó por su cara. - ---¿Qué hay, le dije, que te llama así la atención? - ---Señor--repuso,--los indios no tienen costumbre de andar armados en -Tierra Adentro. - ---¿Y qué será? - -Se encogió de hombros, vaciló un instante y por fin contestó: - ---Deben estar asustados. - ---¿Pero asustados de qué, cuando le he escrito á Mariano, y tú mismo le -has traducido y explicado bien á Angelito mi mensaje para Ramón, para -él y Baigorrita? - ---¡Ah! señor, los indios son muy desconfiados. - -El indio avanzaba hacia nosotros, haciendo molinetes con su larga -lanza, adornada de un gran penacho encarnado de plumas de flamenco. - -Tuve la intención de detenerme. Pero en la disyuntiva de que el indio -creyera que lo hacía por recelo de él, y aumentar sus sospechas, si -venía á reconocerme, preferí lo último, aun exponiéndome á que por no -dejarlo acercarse bastante, no me reconociera bien. - -Entre asustarse y asustar, la elección no es nunca dudosa. Un gran -capitán ha dicho, que una batalla son dos ejércitos que se encuentran -y quieren meterse miedo. En efecto, las batallas se ganan, no por el -número de los que mueren gloriosamente, luchando como bravos, sino por -el número de los que huyen ó pierden toda iniciativa, aterrorizados por -el estruendo del cañón, por el silbido de las balas, por el choque de -las relucientes armas y el espectáculo imponente de la sangre, de los -heridos y de los cadáveres. - -El indio sujetó su caballo, y con la destreza de un acróbata se puso de -pie sobre él, sirviéndole de apoyo la lanza. - -Venía del Sur. Ése era mi rumbo. Seguí avanzando, aunque acortando algo -el paso. - -El indio continuó inmóvil. - -Estaríamos como á tiro de fusil de él, cuando cayendo á plomo sobre -el lomo de su caballo, partió á toda rienda en mi dirección, pero -visiblemente con el intento de que no nos encontráramos. - -Hay aptitudes que no pueden explicarse; sólo la práctica da el -conocimiento de ellas: es una especie de adivinación. - -Nuestros paisanos tienen á este respecto inspiraciones que pasman. - -Á mí me ha sucedido ir por los campos, y decirme Camilo Arias: allí -debe haber animales alzados y han de ser baguales, por el modo como -corre ese venado, y en efecto, no tardar muchos minutos en descubrir -los ariscos animales, flotando al viento sus largas crines y corriendo -impetuosos. ¡Qué hermoso es un potro visto así en los campos! - -Destaqué mi lenguaraz sobre el indio, sin detenerme, con la orden de -que lo hiciera venir á mí. - -Como ni el indio ni yo nos detuviéramos, llegamos á encontrarnos á la -misma altura, pero en distintas direcciones. Hubiérase dicho que nos -habíamos pasado la palabra, al vernos hacer alto simultáneamente. - -Mi lenguaraz se puso al habla con el indio. Habló un momento con él, y -volvió diciéndome que quería reconocerme. - -Piqué mi caballo, y ordenándole á mi gente que nadie me siguiese, -partí á media rienda sobre el indio, que me esperaba con el caballo -recogido y la lanza enristrada. Á los veinte pasos de él, sujeté, -diciéndole: buenos días, amigo. ¡Buenos días!--contestó.--Cambiamos -algunas palabras más, por medio del lenguaraz, tendientes todas á -tranquilizarlo, y él dió vuelta rumbiando al Sur á todo escape, y yo, -reuniéndome con mi gente, seguí ganando terreno paso á paso. - -Mora, mi lenguaraz, parecía de mal talante, y, en efecto, lo estaba, -pues habiéndole interrogado, me manifestó las más serias inquietudes. - -Hablábamos de las leguas que todavía teníamos que hacer para llegar á -Leubucó, discurriendo sobre si seguiríamos por el camino de Cerrilobo, -que pasa por los toldos del cacique Ramón, ó por el de la derecha, -que pasa por la lagunita del Calcumuleu, que debíamos encontrar por -momentos, cuando avistamos dos indios ocultos en un pliegue del terreno. - -No podía saber si alguno de ellos era el mismo con quien acababa de -hablar. - -Le consulté á Mora. - -Fijó su vista, observó un instante, y contestó con aplomo: - ---Son otros, el pelo del caballo del primero era gateado. - -Los dos indios avanzaron sobre mí resueltamente. - -Como el anterior, venían armados. - -No tardamos en estar muy cerca. - -Éstos no trataban, como el primero, de buscarme el flanco. - ---¡Vienen á toparnos!--decía Mora,--¡vienen á toparnos! Y vienen en -buenos pingos. - ---Pues vamos á toparlos, vamos á toparlos--agregaba yo, y esto -diciendo, castigué con fuerza el caballo, y ordenándole á mi gente que -no apuraran el paso, me lancé á escape. - -Con la rapidez de relámpago nos hubiéramos topado, si unos y otros no -hubiéramos sujetado á unos cincuenta pasos, avanzando después poco á -poco, hasta quedar casi á tiro de lanzada. - ---Buenos días, amigo, ¿cómo va?--les dije. - ---Buenos días, ché amigo,--contestaron ellos. - -Y como estuvieran con las lanzas enristradas, le observé á mi lenguaraz -se los hiciera notar, diciéndoles quien era yo, que iba de paces, y -que no traía más gente que la que se veía allí cerca. - -Los indios recogieron las lanzas á la primera indicación de Mora, y -cuando éste acabó de hablarles, llamando especialmente su atención, -sobre que yo no llevaba armas, me insinuaron con un ademán el deseo de -darme la mano. - -No vacilé un punto; piqué el caballo, me acerqué á ellos y nos dimos la -mano con verdadera cordialidad. - -Les ofrecí cigarros, que aceptaron con marcada satisfacción, y -quedándome solo con ellos, hice que Mora fuese donde estaba mi gente, -en busca de un chifle de aguardiente. - -Mientras fué y volvió, nos hicimos algunas preguntas sin importancia, -porque ni ellos entendían bien el castellano, ni yo podía hacerme -entender en lengua araucana. - -Sin embargo, saqué en limpio que el cacique principal Mariano Rosas, -con otros caciques y muchos capitanejos estaban entregados á Baco; -el padre Burela había llegado el día antes de Mendoza, con un gran -cargamento de bebidas. - -Volvió Mora, tomaron mis interlocutores unos buenos tragos, y -despidiéndose alegremente, siguieron ellos su camino que era la -dirección de las tolderías de Ramón, y yo el mío. - -Mora seguía cabizbajo, á pesar del aire franco de los dos indios. No -las tenía todas consigo. ¡Quién sabe qué va á suceder!--decía á cada -paso, y luego murmuraba:--¡son tan desconfiados estos indios! - -De cálculo en cálculo, de sospecha en sospecha, de esperanza en -esperanza, mi caravana se movía pesadamente, envuelta en una inmensa -nube de polvo. - -Mora decía: Los indios van á creer que somos muchos. - -Yo seguía tranquilo; un secreto presentimiento me decía que no había -peligro. - -Hay situaciones en que la tranquilidad no puede ser el resultado de la -reflexión. Debe nacer del alma. - -El campo se quebraba otra vez en médanos vestidos de pequeños arbustos, -espinillos, algarrobos y chañares. - -Nos aproximábamos á una ceja de monte. - -Todos, todos los que me acompañaban, paseaban la vista con avidez por -el horizonte, procurando descubrir algo. - -Marchábamos en alas de la impaciencia, subiendo á la cumbre de los -médanos, descendiendo á sus bajíos guadalosos, esquivando los arbustos -espinosos, bajo los rayos del sol, que estaba en el cenit, alargándose -la distancia cada vez más, por ciertas equivocaciones de Mora, cuando -casi al mismo tiempo, varias voces exclamaron:--¡Indios! ¡indios! - -En efecto, fijando la vista al frente y estando prevenida la -imaginación, descubrí varios pelotones de indios armados. - ---Parémonos, señor--me dijo Mora. - ---No, sigamos--repuse,--pueden creer que tenemos miedo, ó desconfiar. -Adelantémonos más bien. - -Dejé mi comitiva atrás, aunque mi caballo iba bastante fatigado, y -apartándome del camino, que ya habíamos encontrado, y poniéndome al -galope, me dirigí al grupo más numeroso de indios. - -Tendiendo la vista en ese momento á mi alrededor, vi que me hallaba -circulado de enemigos ó de curiosos. Poco iba á tardar en saber lo que -eran. - -Vinieron á decirme que estábamos rodeados. - ---Que avancen al tranco--contesté, y seguí al galope. - -Rápidos como una exhalación, varios pelotones de indios estuvieron -encima de mí. - -Es indescriptible el asombro que se pintaba en sus fisonomías. - -Montaban todos caballos gordos y buenos. Vestían trajes lo más -caprichosos, los unos tenían sombrero, los otros la cabeza atada con -un pañuelo limpio ó sucio. Éstos, vinchas de tejido pampa, aquéllos, -ponchos, algunos, apenas se cubrían como nuestro primer padre Adán, con -una jerga; muchos estaban ebrios; la mayor parte tenían la cara pintada -de colorado, los pómulos y el labio inferior; todos hablaban al mismo -tiempo, resonando la palabra ¡winca! ¡winca! es decir: ¡cristiano! -¡cristiano! y tal cual desvergüenza, dicha en el mejor castellano del -mundo. - -Yo fingía no entender nada. - -¡Buen día, amigo! - -Buen día, hermano, era toda mi elocuencia, mientras mi lenguaraz -apuraba la suya, explicando quién era yo, y el objeto de mi viaje. - -Hubo un momento en que los indios me habían estrechado tan de cerca, -mirándome como un objeto raro, que no podía mover mi caballo. Algunos -me agarraban la manga del chaquetón que vestía, y como quien reconoce -por primera vez una cosa nunca vista, decían: ¡ese coronel Mansilla! -¡ese coronel Mansilla! - ---Sí, sí, contestaba yo, y repartía cigarros á diestro y siniestro, y -hacía circular el chifle de aguardiente. - -Notando que mi comitiva, siguiendo el camino, se alejaba demasiado de -mí, resolví terminar aquella escena. Se lo dije á Mora, habló éste, -y abriéndome calle los indios, marchamos todos juntos al galope, á -incorporarnos á mi gente. - -Pronto formamos un solo grupo, y confundidos, indios y cristianos, -nos acercábamos á un medanito, al pie del cual hay un pequeño bosque. -Llámase Aillancó. - -Mis oficiales y soldados no sabían qué hacerse con los indios--dábanles -cigarros, hierbas y tragos de aguardiente. - ---_Achúcar_ (azúcar), pedían ellos. Pero el azúcar se había acabado, la -reserva venía en las cargas, y no había cómo complacerlos. - -Nuevos grupos de indios llegaban unos tras otros. - -Con cada uno de ellos tenía lugar una escena análoga á la que dejo -descripta, siendo remarcable las buenas disposiciones que denotaban -todos los indios y la mala voluntad de los cristianos cautivos ó -refugiados entre ellos. La afabilidad, por decirlo así, de los unos, -contrastaba singularmente con la desvergüenza de los otros. Cuando -ésta subió de punto, hablé fuerte, insulté groseramente, á mi vez, -y así conseguí imponerles respeto á aquellos desgraciados ó pillos, -á quienes, viéndonos casi desarmados, se les iba haciendo el campo -orégano. - -Llegados á Aillancó, y como allí hay una lagunita de agua excelente, -hice alto, eché pie á tierra y mandé mudar caballos. - -Mudando estábamos, cuando llegó un grupo de veintiséis indios, -encabezados por un hombre blanco, en mangas de camisa, de larga melena, -atada con una vincha; de aspecto varonil, un tanto antipático, montando -un magnífico caballo overo negro, perfectamente ensillado, con ricos -estribos de plata y chapeado, que haciendo sonar unas grandes espuelas, -también de plata, y blandiendo una larguísima lanza, y dirigiéndose á -mí, y sofrenando de golpe el caballo, me dijo: Yo soy Bustos. - ---Me alegro de saberlo--le contesté con disimulada arrogancia. - ---Soy cuñado del cacique Ramón--añadió, cruzando la pierna derecha -sobre el pescuezo de su caballo. - ---Soy el coronel Mansilla--repuse, imitando su postura, y añadiendo: -¿cómo está el cacique Ramón? - -Contestóme que estaba bueno, que mandaba saludarme con todos mis jefes -y oficiales, y á saber por qué razón habiendo llegado á sus tierras, -pasaba de largo por ellas. - -Le dije, agradeciéndole el saludo: que no pasaba de largo por sus -tierras, callado la boca; que el día antes había adelantado al indio -Angelito y al cabo Guzmán con un mensaje. - -Me dijo, que precisamente de ahí nacía la sorpresa de Ramón, que ellos -habían dicho que antes de llegar á las tolderías del cacique Mariano, -yo pasaría por las de Ramón. - -Seguimos cambiando palabras sobre este tópico, y no tardé en -apercibirme de que el cacique Ramón hacía una mixtificación exprofeso -del mensaje que recibiera. - -Ni el indio Angelito, ni el cabo Guzmán podían haberse equivocado. Era -sumamente difícil. Yo me aseguré antes de despacharlos de Coli-Mula de -que me habían entendido perfectamente bien. - -Por otra parte, mi carta al cacique Mariano era terminante, y las -tolderías de éste no distan tanto de las de Ramón, como para que no -hubiera tenido tiempo de prevenirlo. - -Mi diálogo con el _caballero Bustos_, se prolongó bastante, porque él -hablaba castellano lo mismo que yo. - -Me avisaron que los caballos estaban prontos, preguntándome si quería -mudar el mío. - -Contesté que sí, que me tomaran otro; y ofreciéndole á Bustos un -cigarro, eché pie á tierra, y convidándole á hacer lo mismo, le dije -que pensaba llegar en un rato al toldo de Mariano Rosas. - -Mientras me mudaban el caballo, hice extender un poncho bajo de -un árbol, y sentados en él nos pusimos á platicar como dos viejos -conocidos. - -Me trajeron el caballo, y cuando ponía el pie en el estribo, -despidiéndome de Bustos, á quien conocí le había caído en gracia, -llegaron simultáneamente por dos rumbos distintos dos grupos de indios. - -El uno venía de los toldos de Ramón, y el otro de los toldos de Mariano. - -El de Mariano lo encabezaba un capitanejo, hombre de malas pulgas, como -se verá después. - -El otro, un indio cualquiera. - -Mariano mandaba saludarme; Ramón á decirme que ya salía á encontrarme. - -Despedí al primero con mis agradecimientos, y me dispuse á esperar á -Ramón. - -Esperándolo estaba, conversando con Bustos, mi comitiva charlaba y -se entretenía con los demás indios y con unas chinas que acababan de -llegar enancadas de á tres, cuando fuimos acometidos por unos cuantos -indios, que, lanza en ristre, y viniendo hacia mí: gritaban _¡winca! -¡winca! ¡matando! ¡matando, winca!_ - -Eché una mirada á mi alrededor, y vi que mi gente estaba resuelta á -todo, y con disimulada irritación, le dije á Bustos: ¿Pensarán éstos -hacer alguna barbaridad? - -Los bárbaros estaban ya encima. Hablóles Bustos y mi lenguaraz en su -lengua, y echándose sobre ellos las chinas, sin temor de ser pisoteadas -por los caballos, y asiéndose vigorosamente de sus lanzas, se las -arrancaron de las manos. Los indios bramaban de coraje. Felizmente, el -incidente no pasó de ahí. - -Los augurios y temores de mi lenguaraz amenazaban confirmarse. Pero ya -estábamos en las astas del toro, y no era cosa de retroceder. - -Volvió el _embajador_ del cacique Ramón. - -¿Con qué embajada? Mañana lo sabrás. - - - - - XVI - - El embajador del cacique Ramón y Bustos.--Desconfianza de - cacique.--Quién era Bustos.--Caniupán.--Otra vez el embajador - de Ramón y Bustos.--Un bofetón á tiempo.--_Mari purrá - wentru._--Recepción.--Retrato de Ramón.--Exigencias de Caniupán.--¡Lo - mando al diablo!--Conformidad. - - -Regresó el embajador de Ramón. - -En lugar de dirigirse á mí, se dirigió á Bustos. - -¿Qué le dijo? Ni lo supe, ni lo sé. Mi lenguaraz no tenía suficiente -libertad para hablar conmigo, porque, á más de pertenecer á las -tolderías de Ramón, cuyo cuñado estaba allí, á mi lado, rodeábannos muy -de cerca muchísimos indios, que atentos y curiosos, no apartaban sus -miradas de mí, como queriendo penetrar mis pensamientos. - -Lo que no podía ocultárseme era que Bustos y el embajador no estaban -acordes. El primero se expresaba con verbosidad, con calor y -perceptible descontento. - -Mora, aprovechando un instante de distracción de Bustos, me insinuó con -aire significativo que Ramón desconfiaba y que Bustos me defendía. - -No me había engañado. El hombre había simpatizado conmigo. Ya tenía -un aliado. Traté, pues, de acabar de hacer su conquista, afectando -la mayor tranquilidad, disimulando que conocía las desconfianzas de -Ramón, y encontrando muy natural todo lo que hasta entonces había -pasado. - -El embajador partió de nuevo, y Bustos y yo seguimos conversando, -dándome mala espina el que á cada rato me dijera, como queriendo -justificar el extraño proceder de Ramón, que con toda astucia y -disimulo me retenía en el camino: - ---No tenga miedo, amigo. - ---No, no hay cuidado, contestaba yo. - -Y bajo la influencia de estas admoniciones, comencé á engendrar -sospechas, inclinándome á creer que había andado muy ligero al hacerme -la idea de que el hombre había simpatizado conmigo. - -Estábamos platicando, habiéndome dicho que había nacido en el antiguo -Fuerte Federación, hoy Villa de Junín, que su madre fué india y su -padre un vecino de Rojas, de apellido Bustos, que en un tiempo fué -comandante de Guardia nacional. Mi comitiva, asediada por los indios, -que pedían cuanto sus ojos veían, repartía cigarros, hierba, fósforos, -pañuelos, camisas, calzoncillos, corbatas, todo lo que cada uno llevaba -encima y le era menos indispensable. De repente, sintióse un tropel, -y envueltos en remolinos de polvo, llegaron unos treinta indios, -sujetando los caballos tan encima de mí, que si hubieran dado un paso -más me habrían pisoteado. - -Bustos no pudo prescindir de gritarles: ¡Eeeeeh! - -Yo, sin moverme del sitio en que estaba, ni cambiar de postura, -fruncí el ceño y clavé la mirada en el que venía haciendo cabeza, que -encarándoseme y llevando la mano derecha al corazón, me dijo: - ---¡Ese soy Caniupán! ¡Capitanejo Mariano Rosas! (y volviendo á -señalarse á sí propio) ¡Ese indio guapo! - -Seguí mirándolo con torvo ceño. - -Junto con las palabras ¡winca! ¡winca! se oyeron algunas otras -groseras, de calibre grueso. - -Bustos me dijo: - ---Montemos á caballo. - -Lo tenía ahí cerca, y sin esperar otra insinuación, me levanté del -suelo y monté. - -Mora me dijo, al hacerlo: - ---Caniupán quiere hablar con usted, señor. - ---Pues que hable lo que guste, dile. - -Díjome por medio del lenguaraz: - -Que Mariano Rosas mandaba saludarme con todos mis jefes y oficiales; -que sentía muchísimo no poder recibirme ese día como yo lo merecía; -que al día siguiente me recibiría; que tuviese á bien acampar donde me -encontraba. - -Contestéle con la mayor política, resignándome á pasar la noche en -Aillancó, y viendo ya que todas aquellas dilaciones eran calculadas. - -Mientras el capitanejo y yo hablábamos, varios indios, particularmente -uno chileno, nos interrumpían con sus gritos, echándome encima el -caballo y metiéndome, por decirlo así, las manos en la cara. - -Hasta donde era posible me daba por no apercibido de estas -amabilidades, que llegaron á alarmarme seriamente, cuando vi que un -indio lo atropelló al Padre Marcos, pechándolo con el caballo, en medio -de un grito estentóreo, cariño que el reverendo franciscano recibió -con evangélica mansedumbre, á pesar de haber andado por las gavias, lo -mismo que su compañero, el Padre Moisés, que simultáneamente era objeto -de otra demostración por el estilo. - -El indio chileno vociferaba algo que debían ser amenazas de muerte. - -Bustos, que no se separaba de mi lado, volvió á decirme: - ---No tenga miedo, amigo. - -Le contesté, con tono áspero y fuerte: - ---Usted me está fastidiando ya con su: No tenga miedo, amigo, y echando -un voto cambrónico, agregué: - ---Dígame eso cuando me vea pálido. - -Algunos indios que entendían el castellano, exclamaron á una: ¡Ese -coronel Mansilla, ese cristiano toro! - -Caniupán me dijo con aire imperioso: Dame un caballo gordo para comer. - ---¿Conque habías entendido la lengua?--le dije. - ---Poquito--repuso el indio,--¿dando caballo? - ---Sí... en eso estoy pensando. - -El capitanejo iba á contestar, cuando el embajador de Ramón se presentó -por tercera vez. - -Habló con Bustos, parando la oreja todos los indios que me rodeaban, -porque lo hacía con aire misterioso. - -Bustos contestaba con monosílabos que me parecían significar solamente -sí y no. Dirigiéndose á los circunstantes, me dijo: - ---Dice el cacique Ramón que usted no es el coronel Mansilla, que el -coronel vendrá atrás con la demás gente. - -Lo llamé á Mora, y le dije: - ---Vete al toldo de Ramón, asegúrale que yo soy el coronel Mansilla, que -mande algún indio de los que han estado en el Río 4.º á reconocerme y -quédate en rehenes. - -Mora contestó. - ---Le voy á decir que si lo engaño, me degüelle. - -Y dirigiéndose á Bustos, al separarse de mi lado, añadió: - ---Amigo, repáremelo al coronel, por si quiere conversar con alguno. - -La resolución con que se separó Mora de mi lado, acompañado del -embajador, produjo un efecto inesperado en los indios. Cesaron sus -impertinencias, continuando, sin embargo, las de algunos cristianos. - -Á uno de mis soldados se le fué la mano y le plantificó un bofetón al -más atrevido de ellos, diciéndole: - ---¡Tomá, chachino pícaro! - -El cristiano quiso hacer barullo, pero los otros colegas no le -ayudaron, y menos los indios. - -El soldado era un diablo. Echó el bofetón á la risa, y esgrimiendo un -chifle de aguardiente, gritaba encarándose con los que le parecían más -capaces de una avería: Bebiendo, peñi (_peñi_ quiere decir _hermano_). - -Por algunos indios sueltos que llegaron, supe que el cacique Ramón -no estaba en su toldo, sino que se hallaba allí cerca, dentro del -monte; que Mora ya estaba con él, que se hacían los preparativos para -recibirme. - -Detrás de éstos llegó un propio, y después de hablar con Bustos, me -dijo éste: - ---Amigo, haga formar su gente y dígame cuántos son. - -Llamé al Mayor Lemlenyi, y le di mis órdenes. - -Cumplidas éstas, le dije á Bustos: - ---Somos cuatro oficiales, once soldados, dos frailes y yo. - ---Bueno, amigo, déjelos así formados en ala como están. - -Y dirigiéndose al propio, le dijo: entre otras cosas, _Maripurrá -wentru_, palabras que comprendí, y que querían decir _diez y ocho -hombres_. - -Mientras mi gente permanecía formada, mis tropillas andaban solas. Yo -estaba con el Jesús en la boca, viendo la hora en que me dejaban con -los caballos montados. - -Bustos despachó de regreso el propio. - -Siguiendo sus insinuaciones al pie de la letra, primero, porque no -había otro remedio; segundo... Aquí se me viene á las mientes un cuento -de cierto personaje, que queriendo explicar por qué no había hecho una -cosa, dijo: - -No lo hice--primero, porque no me dió la gana; segundo... Al oir esta -razón, uno de los presentes le interrumpió diciendo: Después de haber -oído lo primero, es excusado lo demás. - -Iba á decir que siguiendo las insinuaciones de Bustos, me puse en -marcha con mi falange formada en ala, yendo yo al frente, entre los dos -frailes. - -Anduvimos como unos dos mil metros en dirección al monte donde se -hallaba el cacique Ramón. - -Llegó otro propio, habló con Bustos, y contramarchamos al punto de -partida. - -Esta revolución se repitió dos veces más. - -Como se hiciera fastidiosa, le dije á Bustos, sin disimular mi mal -humor. - ---Amigo; ya me estoy cansando de que jueguen conmigo. Si sigue esta -farsa mando al diablo á todos y me vuelvo á mi tierra. - ---Tenga paciencia--me dijo,--son las costumbres. Ramón es buen hombre, -ahora lo va á conocer. Lo que hay es que están contando su gente bien. - -Oyéronse toques de corneta. - -Era el cacique Ramón que salía del bosque, como con ciento cincuenta -indios. - -Á unos mil metros de donde ya estaba formado en ala, el grupo hizo -alto; tocaron llamada, y se replegaron á él todos los otros que habían -quedado á mi espalda, excepto el de Caniupán, que formó en ala, como -cubriéndome la retaguardia. - -Tocaron marcha, y formaron en batalla. - -Serían como doscientos cincuenta. Un indio seguido de tres trompas -que tocaban á degüello recorría la línea de un extremo á otro en un -soberbio caballo picazo, proclamándola. - -Era el cacique Ramón. - -Llegaron dos indios y mi lenguaraz, diciéndome que avanzara. Y Bustos, -haciendo que los franciscanos me siguieran como á ocho pasos, se puso á -mi izquierda, diciéndome: - ---Vamos. - -Marchamos. - -Llegamos á unos cien metros del centro de la línea de los indios, al -frente de la cual se hallaba el cacique teniendo un trompa á cada lado, -otro á retaguardia. - -Caniupán me seguía como á doscientos metros. - -Reinaba un profundo silencio. - -Hicimos alto. - -Oyóse un solo grito prolongado que hizo estremecer la tierra, y -conversando las dos alas de la línea que teníamos al frente, formaron -rápidamente un círculo, dentro del cual quedamos encerrados, viendo -brillar las dagas relucientes de las largas lanzas adornadas de -pintados penachos, como cuando amenazan una carga á fondo. - -Mi sangre se heló... - -Estos bárbaros van á sacrificarme--me dije. - -Reaccioné de mi primera impresión, y mirando á los míos: Que nos maten -matando--les hice comprender con la elocuencia muda del silencio. - -Aquel instante fué solemnísimo. - -Otro grito prolongado volvió á hacer retemblar la tierra. - -Las cornetas tocaron á degüello... - -No hubo nada. - -Lo miré á Bustos como diciéndole: - ---¿De qué se trata? - ---Un momento--contestó. - -Tocaron marcha. - -Bustos me dijo: - ---Salude á los indios primero, amigo, después saludará al cacique. - -Ya haciendo de _cicerone_, empezó la ceremonia por el primer indio del -ala izquierda que había cerrado el círculo. - -Consistía ésta en un fuerte apretón de manos, y en un grito, en una -especie de hurrah dado por cada uno de los indios que iba saludando, en -medio de un coro de otros gritos que no se interrumpían, articulados -abriendo la boca y golpeándosela con la palma de la mano. - -Los frailes, los pobres franciscanos, y todo el resto de mi comitiva -hacían lo mismo. - -Aquello era una batahola infernal. - -¡Imagínate, Santiago amigo, cómo estarían mis muñecas después de haber -dado unos doscientos cincuenta apretones de manos! - -Terminado el saludo de la turbamulta, saludé al cacique, dándole un -apretón de manos y un abrazón que recibió con visible desconfianza -de una puñalada, pues, sacándome el cuerpo se echó sobre el anca del -caballo. - -El abrazo fué saludado con gritos, dianas y vítores al coronel Mansilla. - -Yo contesté. - ---¡Viva el cacique Ramón! ¡Viva el Presidente de la República! ¡Vivan -los indios argentinos! - -Y el círculo de jinetes y de lanzas se quebró en todas partes, -desparramándose los indios al son de las dianas que no cesaban, -haciendo molinetes con las lanzas, dándose de pechadas los unos á los -otros, cayendo aquí y levantándose allá, ostentando los más diestros -su habilidad, _rayando_ los corceles, hasta que jadeantes de fatiga les -corría el sudor como espuma. - -Los gritos de regocijo se perdían por los aires. - -El cacique Ramón y yo, rodeados de pedigüeños, tomamos el camino de -Aillancó. - -Llegamos... - -Extendiendo ponchos bajo los árboles y formando rueda, nos pusimos á -parlamentar entre mate y mate, entre trago y trago de aguardiente. - -Hube de echar las entrañas por la boca. - -No estaba en carácter, y no había más remedio que hacer bien mi papel. - -Obsequié al cacique lo mejor que pude con lo poco que llevaba. - -Tenía que armarle y encenderle yo mismo el cigarro, que probar primero -que él el mate y la bebida para inspirarle confianza plena. - -El cacique Ramón es hijo de indio y de una cristiana de la Villa de la -Carlota. - -Predomina en él el tipo de nuestra raza. - -Es alto, fornido, tiene ojos pardos, cabello algo rubio, ancha frente y -habla muy ligero. - -Es en extremo aseado. - -Viste como un paisano rico. - -Quiere bien á los cristianos, teniendo muchos en sus tolderías y varios -á su alrededor. - -Tendrá cuarenta años. - -Todo su aspecto es el de un hombre manso, y sólo en su mirada se -sorprende á veces como un resplandor de fiereza. - -Es de oficio platero; siembra mucho todos los años, haciendo grandes -acopios para el invierno, y sus indios le imitan. - -Su padre ha abdicado en él el gobierno de la tribu. - -Charlamos duro y parejo. - -Me agradeció con marcada expresión de sentimiento, todo cuanto había -hecho en el Río 4.º por su hermano Linconao, á quien con mis cuidados -salvé de las viruelas, preguntándome repetidas veces, si siempre vivía -en mi casa, que cuándo volvería á su tierra. - -Contestéle que estuviera tranquilo, que su hermano quedaba muy -bien recomendado; que no le había traído conmigo porque estaba -convaleciente, muy débil y que el caballo le habría hecho daño. - -Me instó encarecidamente, á visitarle en sus tolderías, ofreciéndome -presentarme su familia. Le prometí hacerlo de regreso, y nos separamos -ofreciéndome visita para el día siguiente. - -Bustos se marchó con él, pidiéndome por supuesto una botellita de -aguardiente. - -Le di la última que quedaba. - -Mora se quedó á mi lado, diciéndome Ramón que le conservara tanto -cuanto le necesitara. - -Apenas se alejaba Ramón, se presentó el capitanejo Caniupán, -insistiendo en que le diera un caballo gordo para comer. - -El pedido tenía todo el aire de una imposición. - -Me negué redondamente. - -Insistió chocándome, y le contesté, que dónde había visto que un hombre -gaucho diera sus caballos; que los necesitaba para volverme á mi -tierra, que si se creía que me iba á quedar toda la vida en la suya. - -Me dijo algo picante. - -Lo mandé al diablo. - -Los que le seguían murmuraron algo que podía traer un conflicto. - -Creí prudente aflojar un poco la cuerda, y como haciendo una -transacción, ordené con muy mal modo le dieran una yegua. - -Llevaba dos gordas para cuando se nos acabara el charque, lo que -probablemente sucedería esa noche, si teníamos muchos huéspedes. - -Le entregaron la yegua, la carnearon en un santiamén y se la comieron -cruda, chupando hasta la sangre caliente del suelo. - -En el sitio del banquete no quedaron más residuos que las panzas, en -las que se cebaron después algunos caranchos famélicos. - -La tarde se acercaba y las visitas raleaban. - -Llegó un hijo de Mariano Rosas, con unos cuantos. Mandábame saludar -nuevamente su padre; quería saber cómo me había ido; recomendarme sobre -todo, en todos los tonos _tuviera mucho cuidado con los caballos_. - -Contesté secamente. - -Marchóse el mensajero, se puso el sol, acomodáronse los caballos -teniéndolos á _ronda cerrada_, se recogió bastante leña, se hizo un -fogón, nos pusimos en torno, circuló el mate y comenzó la charla. - -Discurriendo sobre lo que había pasado durante el día, cambiando ideas -con Mora, no me quedó duda de que los indios temían un lazo. Iban, por -consiguiente, á hacerme demorar en el camino con pretextos, hasta que -regresasen sus descubiertas y se aseguraran y persuadieran de que tras -de mí no venían fuerzas. - -No debía impacientarme. - -¡Gran virtud es la conformidad! Me resigné á mi suerte. Filosofábamos -con los frailes; y como Dios es inmensamente bueno, nos inspiró -confianza, y concediéndonos un sueño reparador, nos permitió dormir en -el suelo desigual, lo mismo que en un lecho de plumas y rosas. - - - - - XVII - - Un cuerpo sano en alma sana.--El mate.--Un convidado de - piedra.--Pánico y desconfianzas de los indios.--Historias.--Un - mensajero de Caniupán.--Visitas.--En marcha.--Calcumuleu.--Nuevo - mensajero.--La noche.--Amonestaciones.--Primer regalo.--Unos bultos - colorados. - - -Los franciscanos, como de costumbre, habían hecho sus camas muy cerca -de mí. - -Así dormíamos siempre. - -Yo se los había recomendado. - -La abnegación generosa de estos jóvenes misioneros; su paciente -conformidad en los peligros; su carácter afable, su porte siempre -comedido, sus mismas simpáticas fisonomías, todo, todo lo que -constituye la persona física y moral, inspiraba hacia ellos una fuerte -adhesión. - -Se concibe, pues, que unido á estos sentimientos el deber que tenía de -cuidarlos, tratara de tenerlos constantemente á mi lado. - -Cuerpo sano en alma sana es roncador. - -Los reverendos roncaban á dúo, haciendo el padre Moisés de tenor y el -padre Marcos de bajo profundo. - -Estuve tentado algunas veces de hacerles alguna broma, pero debían -estar tan fatigados, que habría sido imperdonable arrancarles á un -sueño que, si no era interesante, debía ser agradable y reparador. - -No pude continuar durmiendo. - -Me puse á soñar despierto, y después de hacer unos cuantos castillos en -el aire, llamé un asistente y le ordené que hiciera fuego. - -Cuando la vislumbre del fogón me anunció que mis órdenes estaban -cumplidas, hube de levantarme. - -Seguí _morrongueando_ y contemplando las estrellas que tachonaban el -firmamento, anunciando ya su trémula luz la proximidad del _rey del -día_, hasta que sentí hervir el agua. - -Levantéme, sentéme al lado del fogón y mientras mi gente dormía -como unos bienaventurados, yo apuraba la caldera, junto con Carmen, -echándonos al coleto varios mates de café. - -Carmen había salvado un poco de azúcar, felizmente; y á propósito de -esto, tuve que resignarme á escuchar su cariñoso reproche de que no -diera tanto, porque pronto nos quedaríamos sin cosa alguna. - -Yo estaba distraído, viendo arder la leña, carbonizarse, volverse -ceniza, y desaparecer la materia, por decirlo así, cuando Carmen -exclamó: - ---Ya viene el día. - ---Pues despierta á Camilo--le dije,--que venga á tomar mate. - -Dicho esto cambié de postura, me recosté sobre el brazo derecho y me -quedé dormitando un momento. - -Los buenos días de Camilo me hicieron abrir los ojos, y enderezarme -perezosamente, haciendo con los brazos una especie de aleteo que duró -tanto cuanto mi boca se abrió y cerró para bostezar. - -Al sentarse Camilo le oí decir: ¡Buen día, amigo! Y como la salutación -despertara en mí la curiosidad de saber á quién se dirigía, tendí -la vista alrededor del fogón y ví un indio rotoso, sin sombrero, -tiritando de frío, acurrucado como un mono al lado de la bolsa en que -Carmen tenía el azúcar, chupándose los dedos de la mano derecha y -metiendo la izquierda con disimulo en aquélla. - ---¿Cómo va, hermano?--le dije. - ---Bueno, hermano--contestó fingiendo un estremecimiento, y añadió, -llevando un puñado de azúcar á la boca: - ---Mucho frío ese pobre indio. - -Le hice dar un poncho calamaco que llevaba entre mis caronas. - -Continué conversando, y supe que había pasado la mayor parte de la -noche cerca de nosotros; que su toldo estaba inmediato; que cuando -había vuelto á él, el día antes, después de haber andado con la gente -de Ramón, se había encontrado sin su familia, la que junto con otras -andaba huyendo por los montes, porque decían que los cristianos traían -un gran malón; que el indio Blanco que había llegado de Chile al mismo -tiempo que yo, era el autor de la mala nueva; que todos estaban muy -alarmados; que habían mandado tres grandes descubiertas para el Norte, -para el Naciente y para el Poniente, por los caminos del Cuero, del -Bagual y de las Tres Lagunas, cada una de cincuenta hombres, y que la -alarma duraría hasta que no viniese el parte sin novedad. - -Era la confirmación de mis conjeturas. - ---Quién sabe lo que va á suceder--decía yo para mis adentros,--si las -tales descubiertas avanzan demasiado sobre las fronteras de San Luis, -Córdoba y Sur de Santa Fe. Nada de extraño tiene que las sientan, que -las tomen por una invasión, que las fuerzas se muevan y salgan al Sur, -y que los descubridores traigan un parte falso. - -Los franciscanos me sacaron de estas reflexiones dándome los buenos -días, y sentándose en la rueda del fogón que convidaba con sus hermosas -brasas. - -Después de los padres se levantaron y ocuparon su puesto los oficiales, -y la conversación se hizo general, ponderando todos sin excepción -alguna, lo bien que habían dormido. - -Los padres no necesitaban jurarlo. - -El indio era muy ladino; nos entretuvo un rato contándonos una porción -de historias; entre ellas nos habló de un pariente suyo que había -vivido sin cabeza; de unos indios que diz que vivían en tierras muy -lejanas, que se alimentaban con sólo el vapor del puchero; de otros -que corren tan ligero como los avestruces, que tienen las pantorrillas -adelante pretendiendo hacernos creer que todo cuanto decía era verdad. - -Yo no sé si él lo creía, pero parecía creerlo. - -Varias veces le pregunté si él había visto esas cosas. - -Me contestó que no, que su padre se las había contado. - -Por supuesto, que éste tampoco las había visto; se las había contado el -abuelo de nuestro interlocutor. - -¿Pero, qué tenía de extraño que un pobre indio creyese tales patrañas, -cuando uno de mis ayudantes, el mayor Lemlenyi, creía, porque se lo -había contado no sé qué chusco, que en Patagones hay unos indios que -tienen el rabo como de una cuarta, cuyos indios antes de sentarse en el -suelo, hacen un pocito con el dedo, ó con el mismo rabo, para meterlo -en él, y estar con más comodidad? - -Las creederas de la humanidad suelen tener unas proporciones admirables. - -Todo cabe dentro de ellas--la verdad lo mismo que la mentira. - -Si me apurasen mucho, demostraría que es más común creer en la mentira -que en la verdad. - -Machiavello dice que el que quiera engañar, encontrará siempre quien -se deje engañar, lo que prueba que, si no hay quien mienta más, no es -por la dificultad de encontrar quien crea, sino por la dificultad de -encontrar quien se resuelva á mentir. - -Amaneció. - -Me trajeron el parte de que en las tropillas no había novedad. En -cambio, la yegua que conservaba para comer había muerto envenenada por -un yuyo malo. - -Íbamos á estar frescos si esa tarde no llegaban las cargas. - -Cuando salía el sol, se presentó un mensajero de Caniupán, y después de -darme los buenos días con muchísima política, de preguntarme si había -dormido bien, si no había habido novedad, si no había perdido algunos -caballos, me notificó que el capitanejo vendría á visitarme al rato. -Devolví los saludos y contesté que estaba pronto. - -El mensajero pidió cigarros, aguardiente, yerba, _achúcar_, _achúcar_, -se lo dieron y se marchó. - -Poco á poco fueron llegando _visitantes_, ó mejor dicho curiosos, -porque no se bajaban del caballo, sino que, echados sobre el pescuezo, -se quedaban largo rato así mirándonos, y luego se marchaban, diciendo -algunas veces: Adiós, amigo; pidiendo otras un cigarro. - -La visita anunciada llegó á las dos horas. Le acompañaban veintitantos -indios. Se apeó del caballo, después de saludar cortésmente, me dió -un mensaje de Mariano Rosas, y tomó asiento en el suelo, á mi lado, -pidiéndome con la mayor familiaridad un cigarro. - -Arméselo, encendílo yo mismo, y se lo puse en la boca por decirlo así. - -Mariano Rosas me invitaba á cambiar de campamento, á avanzar una legua; -y me pedía disculpas. - -El comisionado le disculpaba por su cuenta confidencialmente, -diciéndome que estaba _achumado_ (ebrio). - -Mandé tomar caballos y ensillar, y como el terreno era muy quebrado, -durante la operación se distrajeron los caballerizos y me robaron dos -pingos. - -Se lo dije á Caniupán, manifestándole _con grosería_ que aquello -era mal hecho, que Mariano Rosas estaba en el deber de tomar á los -ladrones, para castigarlos y hacerles entregar mis caballos si no se -los habían comido. Y quise hacer aquella comedia de enojo, porque entre -bárbaros más vale pasar por brusco que por tonto. - -Caniupán hizo la suya; me aseguró que los ladrones serían perseguidos, -tomados y castigados, pero él sabía perfectamente bien que nadie lo -había de hacer. Por supuesto que no lo hicieron. Perdí, pues, mis -caballos, quedándome sólo la satisfacción de haber refunfuñado un rato -con desahogo. - -Avisáronme que todo estaba pronto para la marcha. Se lo previne á mi -conductor y nos pusimos en viaje. - -Los indios no andan jamás al tranco cuando toman el camino. - -Al entrar en el que debíamos seguir, me dijo Caniupán, poniéndose al -galope: - ---Galope, amigo. - -Yo, que no quería dejarme dominar ni en las cosas pequeñas, ni -contesté, ni galopé. - ---Galope, galope, amigo--me gritó el indio. - -Si yo hubiera estado prisionero, no me habría hecho tan mal efecto -aquella especie de imposición. - ---No quiero galopar--le contesté. - -Y como algunos de los míos que venían atrás, viendo el aire de la -marcha de los indios, llegasen galopando: - ---¡Despacio! ¡despacio!--les grité. - -Los indios se fueron adelante formando un grupo; los cristianos nos -quedamos atrás, formando otro. - -Sujetaron ellos para esperarnos. Yo seguí al tranco, y al ponerme á su -altura piqué el caballo, le apliqué un fuerte rebencazo, y gritándoles -á los míos: ¡al galope! galopamos todos, y digo todos, hablando con -propiedad, porque también los indios galoparon poniéndose Caniupán á la -par mía. - -El punto adonde nos dirigíamos era á la Laguna de Calcumuleu, que -quiere decir Agua en que viven brujas. Distaba una legua larga de -Aillancó y quedaba como á seiscientos metros de la orilla del monte de -Leubucó. - -De consiguiente, poco demoramos en llegar. - -El lugar no presenta ninguna particularidad. Es una lagunita como hay -muchas, reduciéndose su mérito á tener vertiente de agua potable casi -siempre. Sus bordes son bajos; estaban adornados de tal cual arbusto. - -Al llegar, Caniupán me dijo: - ---Aquí es donde dice Mariano que puede parar. - ---Está bien--le contesté, haciendo alto, echando pie á tierra y -ordenando que acamparan. - -El indio vió desensillar los caballos, sacar las tropillas á cierta -distancia para que comieran mejor, y cuando pareció no quedarle duda de -que allí no me movería, se despidió recomendándome unas cuantas veces -el mayor cuidado con los caballos y se fué, á Dios gracias, dejándome -en paz, pero no sin que quedaran por ahí dispersos, á manera de espías, -unos cuantos de los mismos que yo había visto llegar con él, hacía un -rato, á Aillancó. - -Era hora de comer algo sólido. Se hizo fuego, se cebó mate, se intentó -hacer algunos asados, pero el charque había desaparecido. Fué menester -apretarse la barriga, y seguir dándole á la yerba y al café. - -Todo el resto de ese día pasaron incesantemente indios, del Norte para -el Sur, del Sur para el Norte. Todos se detenían, se acercaban, nos -miraban y luego proseguían su camino. - -Algunos conversaban largo rato con mi gente. Los franciscanos eran -siempre los más solícitos en dirigirles la palabra, y en ofrecerles un -trago de un botellón de cominillo, que no sé cómo no había volado ya. - -Yo me propuse no hablar con nadie ese día, á no ser que viniera -exprofeso, mandado por alguien; así fué que me lo llevé paseando por la -costa de la laguna, leyendo á Beccaria á ratos, otras veces, un juicio -crítico sobre las obras de Platón, de ese filósofo inmortal á quien -podría tributársele el fanático homenaje de mandar quemar todo cuanto -se ha escrito sobre filosofía, desde sus días hasta la fecha, sin que -por eso las ciencias especulativas perdieran gran cosa. - -Al caer la tarde, llegó un nuevo mensajero de Mariano Rosas, con una -retahila de preguntas y recomendaciones, que terminaban todas con esta -recomendación sacramental: que tenga mucho cuidado con los caballos. -Recibí y despedí secamente al mensajero, llamándome sobremanera la -atención no tener hasta ese instante noticia alguna del capitán -Rivadavia, que hacía dos meses se encontraba entre los indios con -motivo del tratado que desde el año pasado venía negociando yo con -ellos. - -Llegó la noche; se hizo un gran fogón, nos comimos una mula de las más -gordas y algunos peludos, y repletos y contentos, se cantó, se contaron -cuentos y se durmió hasta el amanecer del siguiente día. - -Iba amaneciendo cuando me desperté; llamé á Camilo Arias, y le pregunté -si había habido alguna novedad. Contestóme que no, aunque habíamos -estado rodeados de espías. Me incorporé en el blanco lecho de arena, -dirigí la visual á derecha é izquierda; á la espalda y al frente, y en -efecto, los que habían velado nuestro sueño estaban todavía por ahí. - -Calentó el sol y empezaron á llegar visitantes y á incomodarnos con -pedidos de todo género, tanto que tuve que enfadarme cariñosamente con -mis ayudantes Rodríguez y Ozarowski, porque al paso que iban, pronto se -quedarían en calzoncillos. - ---Bueno es dar--les dije,--mas es conveniente que estos bárbaros no -vayan á imaginarse que les damos por miedo. - -Estaba haciéndoles estas prudentes observaciones sobre la regla de -conducta que debían observar, y como un indio me pidiera el pañuelo -de seda que tenía al cuello, aproveché la ocasión para despedirlo con -cajas destempladas. - -Gruñó como un perro, refunfuñó perceptiblemente una desvergüenza, -añadiendo: cristiano malo, y se fué. - -Al rato vino, con cinco más, un nuevo mensajero de Mariano Rosas. - -Le recibí con mala cara. - ---Manda decir el general que cómo está--me preguntó. - ---Tirado en el campo, dígale--le contesté. - ---Manda decir el general, que cómo le va--añadió. - ---Dígale--repuse,--que busque una bruja de las que viven en estas -aguas que le conteste cómo le irá al que no teniendo qué comer se está -comiendo las mulas que necesita para volverse á su tierra. - ---Manda decir el general--continuó,--si se le ofrece algo. - ---Dígale al general--contesté, echando un voto tremendo,--que es un -bárbaro, que está desconfiando de un hombre de bien que se le entrega -desarmado, y que otro día ha de creer en algún pícaro de mala fe que -lo engañe. - -El mensajero hizo un gesto de extrañeza al oir aquella contestación; -advirtiéndolo yo, agregué: - ---Y dígaselo, no tenga miedo. - -Dicho esto, le di la espalda, y viendo él que yo no tenía gana de -seguir conversando, recogió el caballo y se dispuso á partir. Mas en -ese momento llegó un grupo de indios del Norte, y mezclándose con -ellos, allí se quedaron hablando, según me dijo Mora después de que no -había novedad por el Cuero y que más allá no sabían. - -Al rato, cuando ya se iban, uno de ellos fué á pasar por entre los dos -franciscanos que estaban descansando en el suelo, como á dos varas uno -de otro. - -Gritéle con voz de trueno, saltando furioso sobre él para sofrenarle el -caballo y empuñando mi revólver, dispuesto á todo: - ---¡Eh! ¡no sea bárbaro! ¡no me pise los padrecitos! - -Y el hombre, que no había sido indio sino cristiano, sujetando de golpe -el caballo, casi en medio de los padres, contestó: - ---Yo también sé. - ---¿Y si sabes, pícaro, por qué pasas por ahí? - ---No les iba á hacer nada--repuso. - ---¡Conque no les ibas á hacer nada, bandido! - -Calló, dió vuelta, les habló á los indios en su lengua, siguiéronle -éstos, y se alejaron todos, habiendo pasado los pobres padres por un -rato asaz amargo, pues creyeron hubiese habido una de pópulo bárbaro. - -¡Extraños fenómenos del corazón humano! - -Algunas horas después de esta escena, á la que nada notable se siguió, -ese mismo hombre tan duramente tratado por mí, se presentó diciéndome: - ---Mi Coronel, aquí le traigo este cordero y estos choclos. - -El hombre inculto había cedido, justo era que yo cediera á mi vez. - ---Gracias, hijo--le contesté,--¿para qué te has incomodado? Apéate, -tomaremos un mate y me contarás tu vida. - -Apeóse del caballo, maneólo, sentóse cerca de mí y después de algunas -palabras de comedimiento dirigidas á los franciscanos, nos contó su -historia. - -En ese instante gritaron que se avistaban, saliendo del monte, unos -bultos colorados. - -Ya sabremos lo que era. - - - - - XVIII - - Historia de Crisóstomo.--Quiénes eran los bultos colorados.--El indio - Villarreal y su familia.--De noche. - - -Tomó la palabra Crisóstomo, y dijo: - ---Mi Coronel, el hombre ha nacido para trabajar como el buey y padecer -toda la vida. - -Este introito en labios de un hombre inculto llamó la atención de los -interlocutores. - -Me acomodé lo mejor que pude en el suelo para escucharle con atención, -convencido de que los dramas reales tienen más mérito que las novelas -de la imaginación. - -La otra noche se lo decía yo á Behetti, rogándole me hiciera el -sacrificio de ciento cincuenta varas, vulgo, me acompañara una cuadra. - -La historia de cualquier hombre de ésos que nos estorba el paso, es -más complicada é interesante que muchos romances ideales que todos los -días leemos con avidez; así como hay más chiste y más gracia circulando -en este momento en el más humilde café, que en esos libros forrados en -marroquín dorado, con que especula el ingenio humano. - -Behetti convino conmigo, y me hizo este cumplimiento: - ---Usted es célebre por sus dichos. - ---Y por mis desgracias, como sir Walterio Raleigh--le -contesté,--diciendo para mi capote: - ---Así es el mundo, trabajamos por hacernos célebres en una cuerda y lo -conseguimos por el lado del ridículo. - -¡Nos cuesta tanto conocernos! - -Crisóstomo continuó: - ---Yo vivía en la calle del cerro de Intiguasi. - -Este cerro está cerca de Achiras, y su nombre significa en quichua, -si no ando desmemoriado en mis recuerdos etnográficos y filográficos, -_casa del sol_. Diéronselo los incas en una de sus famosas expediciones -por la parte oriental de la Cordillera. _Inti_, quiere decir sol, y -_guasi_ casa. - ---Vivía con mis padres, cuidando unas manadas, una majada de ovejas -pampas y otra de cabras. - -También hacíamos quesos. No nos iba tan mal. Hubo una patriada, en la -que salieron corridos los _colorados_ con quienes yo me fuí, porque -me arrió don Felipe--se refería á Saa,--anduve á monte mucho tiempo -por San Luis, y cuando las cosas se sosegaron, me volví á mi casa. Los -colorados nos habían saqueado. Los pobres siempre se embroman. Cuando -no son unos, son otros los que les caen. Por eso nunca adelantamos. -Seguimos trabajando y aumentando lo poco que nos había quedado hasta -que me desgracié... - -Aquí frunció el ceño Crisóstomo, y un tinte de melancolía sombreó su -cobriza tez, quemada por el aire y el sol. - ---¿Y cómo fué eso?--le pregunté. - ---¡Las mujeres! ¡las mujeres, señor! que no sirven sino para -perjuicio--repuso. - ---¿Y ahora no tienes mujer? - ---Sí tengo. - ---¿Y cómo hablas tan mal de ellas? - ---Es que así es el hombre, mi Coronel: vive quejándose de lo que le -gusta más. - ---Bueno, prosigue--le dije, y Crisóstomo tomó el hilo de su narración, -que ya había predispuesto á todos en su favor, despertando fuertemente -la curiosidad. - -Cerca de casa vivía otra familia pobre. Éramos muy amigos; todos los -días nos veíamos. - -Tenía una hija muy donosa. Se llamaba Inés. Por las tardes cuando -recogíamos las majadas, nos encontrábamos en el arroyo, que nace de -arriba del cerro. Y como la moza me gustaba, yo le tiraba la lengua y -nos quedábamos mucho rato conversando. Un día le dije que la quería, -que si ella me quería á mí. Me contestó callada que sí. - ---¿Y cómo es eso de contestar callada? - ---Bueno, mi Coronel, yo le conocí en la cara que puso, que me quería. - ---¿Y después? - ---Seguimos viéndonos todos los días, saliendo lo más temprano que -podíamos á recoger para poder platicar con _holgura_. - -Nos sentábamos juntitos en la orilla del arroyo, en un lugar donde -había unos sauces muy lindos; nos tomábamos las manos y así nos -quedábamos horas enteras viendo correr el agua. Un día le pregunté -si quería que nos casáramos. No me contestó, dió un suspiro, se le -saltaron las lágrimas, lloró y me hizo llorar. - ---¿Á ti? - ---Á mí, pues, señor--contestó Crisóstomo, mirándome con un aire que -parecía decir: ¿acaso no puedo llorar yo, porque vivo entre los indios? - -Sentí el reproche y le contesté: no te había entendido bien, sigue. - -Prosiguió. - ---Lo que se me pasó la tristeza le pregunté por qué lloraba, y me -contó que su padre quería casarla con un tal Zárate, que era tropero y -hombre hacendado; y que la noche antes ya le había dicho que si andaba -en muchas conversaciones conmigo le había de pegar unos buenos. Con la -conversación, no nos fijamos en que había llegado la oración, sin haber -recogido las majadas. Salimos juntos á campearlas. Nos tomó la noche, -se puso muy obscuro, estaba por llover y nos perdimos, pasando toda la -noche en el campo. - - * * * * * - -Al día siguiente, Inés no vino al arroyo. - -Yo fuí á su casa, el padre me recibió mal; quiso pelearme. - -Inés estaba en el rancho y me miraba diciéndome con unos ojos muy -tristes, que no le contestara á su padre y que me fuera. Le obedecí. -El viejo me insultó mucho, hasta que me perdí de vista, sufrí y no -le contesté. Á la noche vino la vieja y se pelearon con mi madre. Yo -escuché todo de afuera. Más tarde, lo que nos quedamos solos, le conté -á mi madre lo que me había pasado. - - * * * * * - -La pobre me quería mucho, me trató mal, lloró y por último me perdonó. - -Pasaron varias lunas sin verse las familias. - -Una noche ladraron los perros. Salí á ver qué era, y era una vecina que -iba á casa de Inés, donde estaban muy apurados. - -Á los pocos días Inés se casó con Zárate y estuvieron de baile y -beberaje en la casa. Para esto yo ya sabía lo que le había pasado á -Inés, la noche que ladraron los perros, porque la vecina que era muy -buena mujer me lo había contado, preguntándome: ¿de quién será la -hijita que ha tenido la Inés? Me dió mucha rabia oir los cohetes del -casorio que se había hecho en la capilla de San Bartolo, que está -contrita de la sierra. Me fuí á la casa. Pedí mi hija. - -Me gritaron: ¡borracho! - -Hice un desparramo y salí hachado. Estuve mucho tiempo enfermo. Sané, -busqué mi hija--no la hallé.--Yo la quería muchísimo, no la había visto -nunca. Una tarde sabiendo que la casa estaba sola, me fuí á ver si la -hallaba á Inés. La hallé. Me recibió como si no me conociera. Le pedí -mi hija y me contestó--¡que estaba borracho!--La hice acordar de la -noche en que nos perdimos; me contestó--¡borracho!--Lloré no sé de qué; -me echó de la casa llamándome--¡borracho!--Le pegué una puñalada... - -Y esto diciendo, Crisóstomo se quedó pensativo. - -Nosotros nos quedamos aterrados.--Y ¿después?--dije yo, sacando á todos -del abismo de reflexiones en que los había sumido la última frase del -infortunado amante. - ---Después--murmuró con amargura,--después he padecido mucho, mi Coronel. - ---¿Qué hiciste? - ---Me fuí á mi casa, le confesé á mi madre lo que había hecho, y á mi -padre también, me rogaron que me fuera para San Luis, me arreglaron -unas alforjas, tomé dos buenos caballos y me dirigí á Chaján. Pero al -pasar por el camino de los indios, me dió la tentación de rumbear al -Sud y me vine para acá. - ---¿Y no has vuelto á ver tus padres, ó á Inés? - ---Sí, mi Coronel, los he visto, varias veces que he ido á malón con -los indios, porque el que vive aquí tiene que hacer eso, si no, no -le dan de comer. Á Inés la cautivamos en una invasión con su marido -y sus padres. Por mí se salvó ella; lloró tanto y me rogó tanto que -la dejara, que la perdonara, que me dió lástima, estaba embarazada y -conseguí que la dejaran. - -Al padre y la madre se los llevaron y los vendieron á los chilenos, -para una carga de bebida, que son dos barrilitos de aguardiente. Y he -oído decir que están en una estancia cerca de Mucum. - -Y esto diciendo, Crisóstomo tomó resuello, como para seguir su -narración. - ---¿Y has ido á _maloquear_ (invadir), muchas veces? - ---Sí, mi Coronel, ¡qué hemos de hacer! hay que buscarse la vida. - ---¿Y tienes ganas de salir á los cristianos? - ---Estoy casado con una china y tengo tres hijos--contestó, como -leyéndose en sus ojos que sí tenía ganas de salir á los cristianos; -pero que no lo haría sin su mujer y sus hijos. - -Francamente, estos sentimientos paternales me hacían olvidar al hombre -que le diera la puñalada á Inés. - -¡Qué abismos insondables de ternura y de fiereza oculta en sus -profundidades tempestuosas el corazón humano! - -Me iba perdiendo en reflexiones, cuando se oyeron varias voces: ¡Ya -vienen cerca los bultos colorados! - ---No te vayas, Crisóstomo--le dije, y levantándome fuí á posarme en un -mogote del terreno para ver mejor los bultos. - ---Son dos chinas--dijeron unos. - ---Y viene un indio con ellas--otros. - -Los bultos se acercaban á media rienda. - -Llegaron, saludaron cortésmente en castellano y preguntaron por el -Coronel Mansilla. - ---Yo soy--les contesté,--echen pie á tierra. - -El indio se apeó al punto. Las chinas recogieron el pretal de pintadas -cuentas que les sirve de estribo y bajaron del caballo con cierta -dificultad por la estrechez de la manía en que van envueltas. - -Era el caballero Villarreal, hijo de india y de cristiano, casado con -la hermana de mi comadre Carmen, que me mandaba saludar y algunos -presentes,--choclos y sandías. - -La segunda china era hermana de mi comadre y de la hermana de -Villarreal. - -Es éste un hombre de regular estatura, de fisonomía dulce y expresiva, -embellecida por unos grandes ojos negros llenos de fuego. Vestía como -un gaucho lujoso. Habla bastante bien el castellano y se distingue -por la pulcritud de su persona. Su padre, cuyo apellido lleva, fué -vecino del Bragado. Tenía treinta y cinco años. Ha estado en Buenos -Aires en tiempo de Rosas, y conoce perfectamente las costumbres de los -cristianos decentes. La mujer es una china magnífica, que también ha -estado en Buenos Aires; me habló de Manuelita Rosas, tendrá treinta -años. Su hermana tendrá dieciocho, y era soltera. Ambas vestían con -lujo, llevando brazaletes de cuentas de muchos colores y de plata, -collares de oro y plata, el colorado _pilquén_ (la manta), prendida con -un hermoso alfiler de plata como de una cuarta de diámetro, aros en -forma de triángulo, muy grandes, y las piernas ceñidas á la altura del -tobillo con anchas ligas de cuentas. - -La cuñada de Villarreal es muy bonita y vestida con miriñaque y otras -hierbas sería una _morocha_ como para dar dolor de cabeza á más de -cuatro. Vestía con menos recato que su hermana, pues, al levantar los -brazos, se veía la concavidad que forma el arranque del brazo cubierto -de vello y agrandándose los pliegues de la camisa descubrían parte del -seno. - -Me entregaron los obsequios con mil disculpas de no haber traído más, -por la premura del tiempo y los apuros de mi comadre. - -Les agradecí la fineza, hice que les acomodaran los caballos, les -invité á sentarse y entramos en conversación. - -Al caer la tarde, les pregunté si venían con intención de pasar la -noche conmigo; me contestaron que sí, si no incomodaban. - -Mandé que desensillaran los caballos, se puso en el asador el cordero -de Crisóstomo, y mientras se asaba, le pegamos al mate y al cominillo -de los franciscanos. - -Anochecía cuando llegó un enviado de Mariano Rosas con el mensaje -consabido: ¿cómo está, cómo le va, no se han perdido caballos? - -Contesté que no había habido novedad, y despedí al embajador lo más -pronto que pude, sin invitarle á que se apeara. - -Á Crisóstomo, le rogué que pasara la noche conmigo; tenía mis razones -para querer conversar á _solas_ con él. - -Se quedó. - -Nos sentamos alrededor del fogón, cenamos hasta saciarnos con choclos, -que me parecieron bocado de cardenal, charlamos mucho, y, cuando ya fué -tarde, tendimos las camas y como en los buenos viejos tiempos de los -patriarcas, nos acostamos todos juntos, por decirlo así, teniendo por -cortinas el limpio y azulado cielo coronado de luces. - -No hubo ninguna novedad. Dormimos á las mil maravillas. El hombre es un -animal de costumbres. - -Conviene prevenir por la malicia del lector, que los franciscanos, -según estaba acordado, hicieron sus camas al lado de la mía. - - - - - XIX - - El amanecer.--Llegada de las cargas.--El marchado de la mula - Achauentrú en el Río 4.º.--Un almuerzo en el fogón.--Lo que - hicieron las chinas en cuanto se levantaron.--El cabo Mendoza y - Wenchenao.--Enojo fingido.--Se presentó Caniupán. - - -Al día siguiente amaneció la atmósfera turbia y atornasolada. - -Las ondulaciones del terreno arenoso reverberando el sol, formaban -caprichosos mirajes, los objetos cercanos se divisaban lejos, creciendo -sus proporciones. - -Veíanse en lontananza grandes lagunas de superficie plateada y quieta; -árboles colosales, que eran pequeños arbustos chamuscados por la -quemazón; potros alzados que _escarceaban_ y eran aves de rapiña, que -aleteando alzaban el polvo sutil. - -Una nubecilla de color terroso pardusco, llamaba hacía rato la atención -de mi gente. - -Yo estaba vacilando entre matar otra mula ó mandar á Crisóstomo comprar -una res, porque los choclos no bastaban para que almorzara toda mi -gente, cuando oí: - ---¡Son indios! - ---No, vienen muy despacio para ser indios. - ---Son mulas. - ---Deben ser las cargas. - -La última frase sacándome de la indecisión en que estaba, me hizo -incorporar, ponerme de pie, echar la visual en dirección á los objetos -que ocasionaban la contradicción y llamar á Camilo Arias, que tiene la -vista de un lince, haciéndole una indicación con la mano: - ---¿Á ver qué es aquello? - -Camilo fijó en el horizonte sus brillantes ojos, cuya mirada hiere como -un dardo, y después de un instante de reflexión, con su aplomo habitual -y su aire de profunda certidumbre, me contestó: - ---Son las cargas, señor. - ---¿Estás cierto? - ---Sí, mi Coronel. - ---¡Arriba todos!--grité.--¡Á la leña todos! ¡Pronto, pronto un fogón -que ya llegan las cargas! - -Los asistentes se pusieron en movimiento, desparramándose á todos los -vientos; y cuando cada cual regresaba con su carga, la nubecilla que -había ido avanzando sobre nosotros trasparentaba claramente, á la -vista del observador menos agudo, los tres hombres que quedaron atrás -y las cuatro cargas con los ornamentos sagrados pertenecientes á los -franciscanos, la hierba, el azúcar, las bebidas y otras menudencias -de poco valor, que eran los grandes presentes que yo destinaba á los -caciques principales. - -Venían andando á ese paso de la mula que ni es tranco, ni es trote, -ni es galope; pero que es rápido, y que en la jerga de la lengua de -nuestra tierra, se llama _marchado_. - -Es una especie de trote inglés, una especie de sobrepaso, que al jinete -le hace el efecto de que la mula, en lugar de caminar, se arrastra -culebreando. - -Todos los aires de marcha, el tranco, el trote, el galope, son -cansadores, fatigan hasta postrar. - -Sólo el _marchado_ no deshace el cuerpo, ni produce dolores en las -espaldas ni en la cintura, permitiendo dormir cómodamente sobre el -lomo del macho ó de la mula, como en veloz esquife que, rápido, hiende -las mansas aguas, dejando tras sí espumosa estela que, aunque parezca -macarrónico, compararé el rastro que deja en el suelo blando el híbrido -cuadrúpedo, cuya cola maniobra incesantemente á derecha é izquierda, á -manera de timón cuando se mueve. - -Llegaron, pues, las suspiradas cargas, y mientras se puso todo en -tierra y se eligieron los pedazos de charque más gordos, se hizo un -gran fogón, colocando en él una olla para cocinar un _pucherete_ y -cocer el resto de choclos que quedaba. - -Los padres se ocuparon en abrir sus baúles, en sacar los ornamentos -sagrados, que estaban húmedos, y en extenderlos con el mayor cuidado al -sol. - -Con una parte de los presentes para los caciques hubo que hacer lo -mismo. - -Las mulas se habían caído repetidas veces en los guadales del Cuero, y -todo se había mojado, á pesar de haber sido retobado en cuero fresco, -con la mayor prolijidad en el Fuerte Sarmiento. - -Yo estaba contrariadísimo; ya sabía por experiencia cuán delicado -es el paladar de los indios, pues muchísimas veces se sentaron á mi -mesa en el Río 4.º, teniendo ocasión, al mismo tiempo, de admirar la -destreza con que esgrimían los utensilios gastronómicos, la cuchara y -el tenedor; lo bien que manejaban la punta del mantel para limpiarse la -boca, el perfecto equilibrio con que llevaban la copa rebosando de vino -á los labios. - -Tengo muy presente un rasgo de buena crianza de Achauentrú, capitanejo -de Mariano Rosas. - -Comía en mi mesa; el asistente que le servía le pasó la azucarera, -y como el indio viese que no tenía cuchara dentro, echó la vista al -platillo de su taza de café, y como viese que tampoco tenía cucharita -miró al soldado, y lo mismo que lo habría hecho el caballero más -cumplido, le dijo: - ---¡Cuchara! - ---Pronto, hombre, una cuchara para Achauentrú,--le grité yo, cambiando -miradas de inteligencia con todos los presentes como diciendo: -Positivamente, no es tan difícil civilizar á estos bárbaros. - -Avisaron que el charqui estaba soasado y los choclos cocidos, pronto el -_pucherete_. - ---Á comer--llamé. - -Y sentándonos todos en rueda, comenzó el almuerzo, ocupando las visitas -los asientos preferentes, que eran al lado de los franciscanos y de mí. - -Las dos chinas estaban hermosísimas, su tez brillaba como bronce -bruñido; sus largas trenzas negras como el ébano y adornadas de cintas -pampas les caían graciosamente sobre las espaldas; sus dientes cortos, -iguales y limpios por naturaleza, parecían de marfil; sus manecitas de -dedos cortos, torneados y afilados; sus piececitos con las uñas muy -recortadas, estaban perfectamente aseados. - -Esa mañana, en cuanto salió el sol, se habían ido á la costa de la -laguna, se habían dado un corto baño, y recatándose un tanto de -nosotros, se habían pintado las mejillas y el labio inferior, con -carmín que les llevan los chilenos, vendiéndoselos á precio de oro. - -María, la cuñada de Villarreal, más coqueta que su hermana la casada, -se había puesto lunarcitos negros, adorno muy favorito de las chinas. - -Para el efecto hacen una especie de tinta de un barro que sacan de la -orilla de ciertas lagunas, barro de color plomizo, bastante compacto, -como para cortarlo en panes y secarlo así al sol, ó dándole la forma de -un bollo. - -El charqui estaba sabrosísimo--á buena gana no hay pan duro, dice el -adagio viejo,--el _pucherete_ suculento; los choclos dulces y tiernos -como melcocha. - -Los cristianos comimos bien; Villarreal y las chinas se saturaron con -aguardiente. - -Villarreal lo hizo hasta _caldearse_, término que, entre los indios, -equivale á lo que en castellano castizo significa ponerse calamucano. - -Llegó el turno del mate de café, no teniendo otro postre, y habiéndome -apercibido de que nos rondaban algunos indios, recién llegados, los -llamé, los convidé á tomar asiento en nuestra rueda y les di unos -buenos tragos del alcohólico anisado. - -Hice acuerdos en ese momento de que no me había informado del cabo -conductor de las cargas, de las novedades del camino; y que aquél no -habiendo sido interrogado, nada me había dicho al respecto. - -Rumiaba si le llamaría ó no en el acto, cuando ciertas palabras -cambiadas entre mis ayudantes me hicieron colegir que algo curioso -había ocurrido. - -Me resolví al interrogatorio, decidiendo incontinenti. - ---¡Que llamen al cabo Mendoza! - ---¡Mendoza! ¡Mendoza! lo llama el Coronel--oyóse. - -Y acto continuo se presentó el cabo, cuadrándose militarmente. - ---Y, ¿cómo ha ido por el camino?--le pregunté. - ---Medio mal, mi Coronel--me contestó. - ---¿Por qué no me habías dicho nada? - ---Porque usía no me preguntó nada. - ---Yo creía que no hubiera habido novedad, y tú debías haber pedido la -venia para hablarme. - -El cabo agachó la cabeza y no contestó. - ---Bueno, pues, cuéntame lo que te ha sucedido. - ---Señor, cuando íbamos llegando á un charco que está _allicito_ no -más, cerca del médano de la Verde, me salió un indio malazo, con cuatro -más diciéndome: - ---Ese soy Wenchenao, ese mi toldo, esa mi tierra. ¿Con permiso de quién -pasando? - ---Voy con el Coronel Mansilla. - ---Ese Coronel Mansilla, ¿con permiso de quién pisando mi tierra? - ---Eso no sé yo, amigo, déjeme seguir mi camino. - -Los indios nos ponían las lanzas en el pecho y las hincaban á las mulas -en el anca para hacerlas disparar. - ---No siguiendo camino sino pagando. - ---¿Y qué quiere que le pague, amigo? ¿no ve que lo que llevamos es para -el cacique Mariano? - ---Entonces dando, mejor. Mariano teniendo mucho; padre Burela viniendo -con mucho aguardiente. - -Mientras estábamos en esa conversación, mi Coronel, uno de los indios -descargó una mula, y llegaron unas chinas con unas pavas, las llenaron -bien, echaron bastante azúcar, tabaco y papel en un poncho y se fueron. - -Wenchenao nos dijo entonces: - ---Bueno, amigo, siguiendo camino no más, pero dando camisa, pañuelo, -calzoncillo. - -Y hasta que no le dimos algo de eso, no nos quitaron las lanzas del -pecho, ni nos dejaron pasar. - ---Pues has hecho buena hazaña--le dije.--¿Conque tres hombres se han -dejado saquear por unos cuantos indios rotosos? - ---¿Y qué habíamos de hacer, mi Coronel?--contestó,--que por hacer pata -ancha, nos hubieran quitado todo. - ---Tienes razón--le dije;--retírate. - -Dió media vuelta, hizo la venia y se alejó. - -Aprovechando la presencia de Villarreal y de los otros indios, simulé -el mayor enojo é indignación; me levanté de la rueda del fogón; -paseándome de arriba abajo exclamaba á cada rato: - ---¡Pícaros! ¡ladrones!--rellenando estas palabras con imprecaciones por -el estilo de ésta: ¡Ojalá me hagan algo á mí, para que se los lleve el -diablo! - -Los indios, sin excepción alguna, me oían fulminar rayos y centellas -contra ellos, sin decir una palabra, sin moverse siquiera de su lugar. - -Sólo cuando parecí calmado,--Villarreal medio entre San Juan y Mendoza, -valiéndome de la metáfora de la tierra, se levantó y viniendo á mí con -paso vacilante y aire receloso, me dijo: - ---Tenga paciencia, mi Coronel. - ---¿Qué paciencia quiere que tenga con esta canalla?--le contesté. - -Siguió rogándome que me calmara, y yo contestando, y, después de -escucharle una larga explicación sobre cómo eran los indios, la -diferencia que había entre uno trabajador y uno ladrón, nos quedamos -muy amigos. - -Hecha la comedia pedí más aguardiente, y volví á convidar á los indios -del fogón. - -Por supuesto que la señora Villarreal y su hermana no dejaron de -dirigirme algunas exhortaciones amables, que finalizaban todas con esta -frase: tenga paciencia, señor. - -Viendo que los huéspedes se iban _caldeando_, creí oportuno hacer cesar -las libaciones. - ---Dando, dando más, Coronel--me decían varios á la vez,--ya caldeados, -queriendo rematar. - -No hubo tutía. - -Viéndome firme, fueron despejando el campo uno tras de otro. - -Villarreal y sus chinas ni pidieron los caballos para retirarse. - -Me daban un solo sobre el modo de tratar á los indios, sobre las -relevantes prendas del carácter de Ramón, su cacique inmediato, en los -momentos que se presentó un precursor de Caniupán, diciéndome que éste -no tardaría en llegar; que en Leubucó se hacían grandes preparativos -para recibirme, ponderando con tales aspavientos la indiada que se -había reunido, los cohetes que se quemarían, que era cosa de chuparse -los dedos de gusto, pensando en la imperial recepción que me aguardaba. - -Presentóse por fin Caniupán con unos cuarenta individuos vestidos de -parada, es decir, montando briosos corceles, enjaezados con todo el -lujo pampeano, con grandes testeras, coleras, petrales, estribos y -cabezadas de plata, todo ello de gusto chileno. - -Los jinetes se habían puesto sus mejores ponchos y sombreros, llevando -algunos bota fuerte, otros de potro y muchos la espuela sobre el pie -pelado. - -Levanté campamento; me despedí de las visitas, y escoltado por -Caniupán, tomé el camino de Leubucó. - -Mañana haré mi entrada triunfal allí. - - - - - XX - - El camino de Calcumuleu á Leubucó.--Los indios en el campo.--Su - modo de marchar.--Cómo descansan á caballo.--Qué es tomar caballos - á mano.--No había novedad.--Cruzando un monte.--Se divisa - Leubucó.--Primer parlamento.--Cada razón son diez razones. - - -El camino del Calcumuleu á Leubucó corría en línea paralela con el -bosque que teníamos hacia el Naciente, buscando una abra, que formaba -una gran ensenada. De trecho en trecho se bifurcaba, saliendo ramales -de rastrilladas para las diversas tolderías. Reinaba mucho movimiento -en el desierto. - -De todos lados asomaban indios, al gran galope siempre, sin curarse de -los obstáculos naturales del terreno, donde caballos educados como los -nuestros ó los ingleses habrían caído postrados de fatiga á los diez -minutos por vigorosos que hubieren sido. Subían rápidos á la cumbre -de los médanos de movediza arena y bajaban con la celeridad del rayo; -se perdían entre los montecillos de chañar, apareciendo al punto; se -hundían en las blandas sinuosidades y se alzaban luego; se tendían á -la derecha, evitando un precipicio, después á la izquierda rehuyendo -otro, y así, ora en el horizonte, ora fuera de la vista del plano -accidentado, cuando menos pensábamos brotaban á nuestro lado, por -decirlo así, incorporándose á mi comitiva. - -Íbamos formados á ratos, yendo yo con Caniupán adelante, sus indios, -atrás y después de éstos mi gente; otras veces en dispersión. - -Andando con indios no es posible marchar unidos. - -Ellos le aflojan la rienda al caballo para que dé todo lo que puede, -sin apurarlo nunca; de modo que los jinetes cuyo caballo tiene el -galope corto se quedan atrás y los otros se van adelante. - -Toda marcha de indios se inicia en orden; al rato se han desparramado -como moscas, salvo en los casos de guerra. En ésta, pelean unidos ó en -dispersión, á pie unos, á caballo otros, interpolados todos según las -circunstancias. - -En un combate que mis fuerzas tuvieron con ellos en los Pozos Cavados, -pelearon interpolados. Mi gente, siendo inferior en número, había -echado pie á tierra. Le llevaron tres cargas, que fueron rechazadas á -balazos, y al dar vuelta caras, los pedestres se agarraban de las colas -de los caballos, y ayudados por el impulso de éstos, se ponían en un -verbo fuera del alcance de las balas. - -En marcha, que no es militar, los indios no reconocen jerarquías. - -Lo mismo es para ellos la derecha que la izquierda, ir adelante que -atrás: el capitanejo, el cacique menor ó mayor, todo es igual al último -indio. El terreno, el aire de la marcha y el caballo deciden del puesto -que lleva cada uno. ¿Va bien montado el cacique? Se le verá adelante, -muy adelante. ¿Va mal montado? Se quedará rezagado. Y el lujo consiste -en tener el caballo de galope más largo, de más bríos y de mayor -resistencia. - -Ya veremos cómo los mismos caballos que nos roban á nosotros, pues -ellos no tienen crías ni razas especiales sometidas á un régimen -peculiar y severo, cuadruplican sus fuerzas reduciéndonos muchas veces -en la guerra á una impotente desesperación. - -Al llegar á la entrada del bosque, viendo que mi gente marchaba -formando una chorrera y que mis caballos no podían resistir á un galope -largo sostenido por la arena, que se enterraban hasta las rodillas no -obstante que seguíamos las sendas de la rastrillada, le dije á Caniupán: - ---Hagamos alto un rato, los padrecitos vienen muy cansados. - -Era un pretexto como cualquier otro. - -Caniupán sujetó de golpe su caballo, yo el mío, los que nos seguían -unos después de otros; lo mismo hicieran los indios que nos precedían, -cuando se apercibieron de que estábamos parados, y poco después -formábamos dos grupos, envueltos en una nube de arena. - -Para ganar tiempo y dar más alivio á mis cabalgaduras, mandé mudarlas. -Los indios no echaron pie á tierra. Tienen ellos la costumbre de -descansar sobre el lomo del caballo. Se echan como en una cama, -haciendo cabecera del pescuezo del animal, y extendiendo las piernas -cruzadas en las ancas, así permanecen largo rato, horas enteras -á veces. Ni para dar de beber se apean; sin desmontarse sacan el -freno y lo ponen. El caballo del indio, además de ser fortísimo, es -mansísimo. ¿Duerme el indio? No se mueve. ¿Está ebrio? Le acompaña á -guardar el equilibrio. ¿Se apea y le baja la rienda? Allí se queda. -¿Cuánto tiempo? Todo el día. Si no lo hace es castigado de modo que -entienda por qué. Es raro hallar un indio que use manea, traba, bozal -y cabestro. Si alguno de estos útiles lleva, de seguro que anda -_redomoneando_ un potro, ó en un caballo arisco, ó enseñando uno que -ha robado en el último malón. - -El indio vive sobre el caballo, como el pescador en su barca; su -elemento es la Pampa, como el elemento de aquél es el mar. - -¿Adónde va un indio que no ensille, que no salte en pelos? ¿Al toldo -vecino que dista cuadras? Irá á caballo. ¿Al arroyo, á la laguna, al -jagüel, que están cerca de su misma morada? Irá á caballo. Todo puede -faltar en el toldo de un indio. Será pobre como Adán. Hay una cosa que -jamás falta. De día, de noche, brille espléndido el sol ó llueva á -cántaros, en el palenque hay siempre enfrenado y atado de la rienda un -caballo. - -_¡A horse! ¡A horse! ¡my kingdom for a horse!_ - -Todo, todo cuanto tiene dará el indio en un momento crítico, por un -caballo. - -Mudábamos, tomando _á mano_. - -Es una operación campestre entretenida, no haciéndola torpemente, es -decir, _enlazando_. - -Cada grupo de mi gente rodeaba su tropilla. La madrina estaba maneada. -Los animales remolineaban á su alrededor. Entre varios tenían dos ó -más lazos formando un círculo á manera de corral. Entraban en él, uno -después de otro, por turno de numeración, los que iban á mudar. El -encargado de la tropilla elegía un caballo de los menos _sobados_, lo -designaba diciendo verbigracia--el obscuro overo,--para el número 4; y -el individuo determinado así, con el freno y el bozal en la siniestra, -se acercaba á aquél con maña, con cuidado de no asustarlo, buscándole -la vuelta, echándole de lejos sobre el lomo, si no era manso, la punta -de la rienda ó del cabestro, á cuyo contacto se queda casi siempre -quieto el manso y dócil corcel. - -La operación de mudar tomando á lazo en el medio del campo, á más del -riesgo de que los caballos menos asustadizos se espanten, disparen y se -alcen, es sumamente morosa, requiere gran destreza y ofrece peligros; -de todos los ejercicios del gaucho, del paisano, el más fuerte, el más -difícil y el más expuesto de todos es el del lazo. Cualquiera maneja -en poco tiempo regularmente las _boleadoras_. Ni ser muy de á caballo, -se requiere: siquiera mucha fuerza. El manejo del lazo, al contrario, -demanda completa posesión del caballo, vigor varonil y agilidad. - -Mientras mudábamos, llegaron varios indios del Norte, de _afuera_, como -dicen ellos. Nosotros le llamamos así al Sur. - -Viendo sus caballos tan trasijados, le pregunté á Caniupán: - ---¿De dónde vienen éstos? - ---Éstos vinieron de _afuera_, boleando, me contestó. - -Eran las últimas descubiertas que regresaban, pero Caniupán no quería -confesarlo. - ---¿Qué habiendo por los campos, hermano?--le agregué. - ---Muy silencio estando Cuero, Bagual y Tres Lagunas. - ---¿Entonces, indios no desconfiando ya de mí?--proseguí. - -Camilo Arias interrumpió el diálogo, avisándome que estábamos prontos. - ---¡Á caballo!--grité;--montamos, nos pusimos en marcha, y pocos minutos -después entrábamos en el monte de Leubucó. - -Sendas y rastrilladas, grandes y pequeñas, lo cruzaban como una red, -en todas direcciones. Galopábamos á la desbandada. Los corpulentos -algarrobos, chañares y caldenes, de fecha inmemorial; los mil arbustos -nacientes desviaban la línea recta del camino obligándonos á llevar el -caballo sobre la rienda para no tropezar con ellos, ó enredarnos en sus -vástagos espinosos y traicioneros. - -Nuestros caballos no estaban acostumbrados á correr por entre bosques. -Teníamos que detenernos constantemente; por ellos, expuestos á rodar, -y por nosotros mismos expuestos á quedarnos colgados de un gajo como -arrebatados por un garfio. - -La torpeza nuestra era sólo comparable á la habilidad de los indios; -mientras nosotros, á cada paso, hallábamos una barrera que nos obligaba -á abreviar el aire de la marcha, á ir al trote y al tranco, á hacer -alto y proseguir, ellos seguían imperturbables su camino, veloces -como el viento. Pronto, pues, salieron ellos del bosque, quedándonos -nosotros atrás. Yo no podía perder de vista que conmigo iban los -franciscanos, y no era cosa de dejarlos en el camino, ni de exponerlos -á columpiarse contra su gusto en un algarrobo. Demasiada paciencia -habíamos tenido ya, para perderla cuando llegábamos, Dios mediante, al -término de la jornada. - -Los indios me esperaban en una aguadita al salir del bosque; en un gran -descampado, sucesión de médanos pelados, tristes, solitarios. - -Á lo lejos, como una faja negra, se divisaba en el horizonte la ceja de -un monte. - ---Allí es Leubucó--me dijeron, señalándome la faja negra. - -Fijé la vista, y, lo confieso, la fijé como si después de una larga -peregrinación por las vastas y desoladas llanuras de la Tartaria, al -acercarme á la raya de la China, me hubieran dicho: ¡allí es la gran -muralla! - -Voy á penetrar, al fin, en el recinto vedado. - -Los ecos de la civilización van á resonar pacíficamente por primera -vez, donde jamás asentara su planta un hombre del coturno mío. - -Grandes y generosos pensamientos me traen; nobles y elevadas -ideas me dominan; mi misión es digna de un soldado, de un hombre, -de un cristiano, me decía; y veía ya la hora en que reducidos y -cristianizados aquellos bárbaros, utilizados sus brazos para el -trabajo, rendían pleito homenaje á la civilización por el esfuerzo del -más humilde de sus servidores. - -Aspiraciones del espíritu despierto, que se realizan con más dificultad -que las mismas visiones del ensueño, ¡apartaos! - -El hombre no es razonable cuando discurre, sino cuando acierta. - -Vivimos en los tiempos del éxito. - -Nadie lucha contra los que tienen treinta legiones aunque la conciencia -pueda más que todas las legiones del mundo. - -Alguien habrá que lo intente algún día. Y no con el desaliento del -gladiador, que anticipándose á su destino y mirando al César encumbrado -sobre las más altas gradas del circo, exclamaba: - -«Los que van á morir os saludan»--sino como el fuerte y viril -republicano: - -«Primero muerto que deshonrado.» - -Donde los indios me esperaban hicimos alto: mandé aflojar las cinchas, -dar un descanso á los caballos y de beber después. - -Hecho esto, en dos grupos unidos que no tardaron en deshacerse, nos -pusimos en marcha al galope, con la mirada fija en la faja negra. - -Galopábamos en alas de la impaciencia y de la curiosidad. - -No había sido fácil empresa llegar hasta la morada de Mariano Rosas. -¡Hasta los bárbaros saben rodearse de aparato teatral para deslumbrar -ó embaucar á la multitud! - -De repente hizo alto un grupo de indios que nos precedía. - ---Hay alguna novedad--me dijo Mora,--porque si no aquéllos no se -habrían parado. - ---¿Y qué será? - ---Cuando menos han avistado algún parlamento. - ---¿De quién? - ---Del general Mariano. - ---¿Y cuántos tendremos que encontrar antes de llegar á Leubucó? - ---Quién sabe, señor; eso depende de los honores que el general le -quiera hacer. - -Un indio venía á media rienda hacia nosotros, destacado del grupo que -acababa de hacer alto, en busca de Caniupán. - -Sujetamos. - -Habló con él en su lengua, y luego, partió á escape, contramarchando. - -Caniupán me dijo: - ---Viniendo parlamento. - ---Me alegro mucho. - ---Topando con él, galope. - ---Bueno topando, al galope. - -Y esto diciendo, nos pusimos al gran galope sin reparar en nada. - -Yo echaba de cuando en cuando la vista atrás, y veía á mis -franciscanos, expuestos sin remisión á dar una furiosa rodada, y -contenía un tanto la carrera de mi caballo para que aquéllos se me -incorporaran, pues Caniupán me decía á cada momento: poniendo padre á -tu lado. - -Así íbamos ganando terreno, levantando torbellinos de arena, rodando -más de cuatro en pocos instantes y viendo una nube que transparentaba -diversos colores, avanzar sobre nosotros. - -Coronamos el dorso de un médano y distinguimos claramente un grupo como -de cincuenta jinetes. - ---Ese son, poquito galope--dijo Caniupán recogiendo su caballo. - ---Bueno, amigo--le contesté, igualando mi caballo con el suyo. - -Así seguimos un momento, hasta que hallándonos como á seiscientos -metros: - ---¡Ese son hermano, topando!--dijo Caniupán y se lanzó violento. - -Le seguí y mi gente me imitó. - -Los franciscanos no se quedaron atrás. - -Yo no sé cómo hicieron, pero el hecho es que llegaron juntos conmigo -hasta el punto en que diciendo y haciendo, Caniupán gritó: - ---¡Parando, hermano! - -Los dos grupos, el que iba y el que venía, sujetamos al mismo tiempo, -quedando como á veinte pasos uno de otro. - -Del que venía salió un indio. - -Del nuestro salió otro. - -Se colocaron equidistantes de sus respectivos grupos y mirando el uno -para el Norte y el otro para el Sur, tomó la palabra el que venía de -Leubucó. - -¿Cuánto tiempo habló? - -Hablaría seguido, sin interrupción alguna, sin tragar la saliva, como -cinco minutos. - -¿Qué dijo? - -Lo sabremos después. - -Le contestó el otro en la misma forma y modo. - -¿Qué dijo? - -Lo sabremos también después. - -Tres preguntas y respuestas se hicieron. - -Le pregunté á Mora qué habían conversado. - -Me contestó que el uno me había saludado, y el otro había contestado -por mí; que el uno representaba á Mariano Rosas y el otro me -representaba á mí, según orden de Caniupán que acababa de recibir. - ---Pero hombre, le observé, ¿tanto ha hablado sólo para saludarme? - ---Sí, mi Coronel, es que los dos son buenos _lenguaraces_--oradores -quería decir. - ---Pero hombre, insistí, si han hablado un cuarto de hora, ¿cómo no han -de haber hecho más que saludarme? - ---Mi Coronel, es que las _razones_ que traía el parlamento de Mariano -las ha hecho muchas más; y el de usted ha hecho lo mismo para no quedar -mal. - ---¿Y cuántas razones traía el de Mariano? - ---¡Tres razones no más! - ---¿Y qué decían? - ---Que cómo está Usía, que cómo le ha ido de viaje, que si no ha perdido -caballos, porque en los campos solos siempre suceden desgracias. - ---¿Y para decir eso ha charlado tanto, hombre? - ---Sí, mi Coronel; no ve que cada _razón_ la han hecho _diez razones_. - ---¿Y qué es eso, hombre? - ---Es, mi Coronel... - -Decía esto Mora, cuando Caniupán nos interrumpió, proponiéndome que -saludara á la comisión que acababa de llegar. - -Deferí á su indicación y comenzó el saludo. - -Tendrás paciencia, hasta mañana, Santiago amigo, y el paciente lector -contigo. - -La paciencia es una virtud que conviene ejercitar en las cosas -pequeñas, que en las grandes yo opino como Romeo, por boca de -Shakespeare. - - - - - XXI - - En qué consiste el arte de hacer de _una razón_ varias razones.--De - cuántos modos conversan los indios.--Sus oradores.--Sus rodeos - para pedir.--Precauciones de los Caciques antes de celebrar una - junta.--Numeración y manera de contar de los Ranqueles. - - -Aprovechando una parada interrogué á Mora, que tomó la palabra para -explicarme en qué consiste el arte de hacer de _una razón_, dos ó más -razones. - -Á su modo me hizo un curso de retórica completo. Ya he dicho que es un -hombre perspicaz y si no lo he dicho, viene aquí á pelo decirlo. - -Los indios Ranqueles tienen tres modos y formas de conversar. - -La conversación familiar. - -La conversación en parlamento. - -La conversación en junta. - -La conversación familiar es como la nuestra, llana, fácil, -sin ceremonias, sin figuras, con interrupciones del ó de los -interlocutores, animada, vehemente, según el tópico ó las pasiones -excitadas. - -La conversación en parlamento está sujeta á ciertas reglas; es -metódica, los interlocutores no pueden, ni deben interrumpirse; es en -forma de preguntas y respuestas. - -Tiene un tono, un compás determinado, su estribillo y actitudes -académicas, por decirlo así. - -El tono y el compás pueden sólo compararse á lo que en las festividades -religiosas se canta con el nombre de villancico. - -Es algo cadencioso, uniforme, monótono, como el murmullo de la -corriente del agua. - -Yo no conozco suficientemente la lengua araucana para consignar una -frase. - -Pero el penetrante lector, y tú, Santiago, que á este respecto te -pierdes de vista, haciendo un pequeño esfuerzo, me comprenderán. - -Voy á estampar sonidos cuya eufonía remeda la de los vocablos araucanos. - -Por ejemplo: - -_Epú_, _bicú_, _mucú_, _picú_, _tanqué_, _locó_, _painé_, _bucó_, _có_, -_rotó_, _clá_, _aimé_, _purrá_, _cuerró_, _tucá_, _claó_, _tremen_, -_leuquen_, _pichun_, _mincun_, _bitooooooon_. - -Supongamos que los sonidos enumerados hayan sido pronunciados con -énfasis, muy ligero, sin marcar casi las comas, y que el último haya -sido pronunciado tal cual está escrito á manera de una interjección -prolongada, hasta donde el aliento lo permite. - -Supongamos algo más, que esos sonidos imitativos representando palabras -bien hilvanadas, quisieran decir: - -Manda preguntar Mariano Rosas, que ¿cómo le ha ido anoche por el campo, -con todos sus jefes y oficiales? - -Ó, en los tiempos de Mora, supongamos que esa interrogación sea _una -razón_. - -Pues bien, convertir una razón en dos, en cuatro ó más razones, quiere -decir, dar vuelta la frase por activa, y por pasiva, poner lo de atrás -adelante, lo del medio al principio, ó al fin; en dos palabras, dar -vuelta la frase de todos lados. - -El mérito del interlocutor en parlamento, su habilidad, su talento, -consiste en el mayor número de veces que da vuelta cada una de sus -frases ó razones; ya sea valiéndose de los mismos vocablos, ó de otros; -sin alterar el sentido claro y preciso de aquéllas. - -De modo que los oradores de la pampa son tan fuertes en retórica, como -el maestro de gramática de Molière, que instado por el _Bourgeois -gentil-homme_, le escribió á una dama este billete: _«Madame, vos -vells yeux me font mourir d'amour»_. Y no quedando satisfecho el -interesado: _«Vos vells yeux, madame, me font mourir d'amour»_. Y no -gustándole esto: _«D'amour, madame, vos vells yeux me font mourir»_. -Y no queriendo lo último: _«Me font mourir d'amour, vos vells yeux, -madame»_.--Con lo cual el _Bourgeois_ se dió por satisfecho. - -La gracia consiste en la más perfecta uniformidad en la entonación de -las voces. Y, sobre todo, en la mayor prolongación de la última sílaba -de la palabra final. - -Una cantante que aprendiera el araucano, haría furor entre los indios, -por su extensión de voz, si la tenía, y por otros motivos, de que se -hablará á su tiempo. No es posible poner todo en la olla de una vez. - -Esa última sílaba prolongada, no es una mera _floritura_ oratoria. Hace -en la oración los oficios del punto final; así es que en cuanto uno de -los interlocutores la inicia, el otro rumia su frase, se prepara, toma -la actitud y el gesto de la réplica, todo lo cual consiste en agachar -la cabeza y en clavar la vista en el suelo. - -Hay oradores que se distinguen por su facundia; otros por su facilidad -en dar vuelta una razón: éstos, por la igualdad cronométrica de su -dicción; aquéllos, por la entonación cadenciosa; la generalidad por -el poder de sus pulmones para sostener lo mismo que si fuera una nota -musical, la sílaba que remata el discurso. - -Mientras dos oradores parlamentan, los circunstantes les escuchan -y atienden en el más profundo silencio, pesando el primer concepto -ó razón, comparándolo con el segundo, éste con el tercero, y así -sucesivamente, aprobando y desaprobando con simples movimientos de -cabeza. - -Terminado el parlamento, vienen los juicios y discusiones sobre las -dotes de los que han sostenido el diálogo. - -La conversación en parlamento, tiene siempre un carácter oficial. Se la -usa en los casos como el mío, ó cuando se reciben visitas de etiqueta. - -No hay idea de lo cómico y ceremoniosos que son estos bárbaros. Si -el cacique recibe durante el día veinte capitanejos, con los veinte -emplea las mismas formas: con los veinte cambia las mismas preguntas y -respuestas, empezando por preguntarles por el abuelo, por el padre, por -la abuela, por la madre, por los hijos, por todos los deudos, en fin. - -Después de esta serie de preguntas sacramentales, inevitables, -infalibles, vienen otras de un orden secundario, que completan el -ritual, referentes á las novedades ocurridas en los campos y en la -marcha, haciendo siempre los caballos un papel principal. - -Los indios se ocupan de éstos á propósito de todo. Para ellos los -caballos son lo que para nuestros comerciantes el precio de los fondos -públicos. Tener muchos y buenos caballos, es como entre nosotros tener -muchas y buenas fincas. La importancia de un indio se mide por el -número y la calidad de sus caballos. Así, cuando quieren dar la medida -de lo que un indio vale, de lo que representa y significa, no empiezan -por decir: tiene tantos y cuantos rodeos de vacas, tantas ó cuantas -manadas de yeguas, tantas ó cuantas majadas de ovejas y cabras; sino -tiene tantas tropillas de obscuros, de overos, de bayos, de tordillos, -de gateados, de alazanes, de cebrunos, y resumiendo, pueden cabalgar -tantos ó cuantos indios; lo que quiere decir, que en caso de malón -podrá poner en armas muchos, y que si el malón es coronado por la -victoria tendrá participación en el botín con arreglo al número de -caballos que haya suministrado, según lo veremos cuando llegue el caso -de platicar sobre la constitución social, militar y gubernativa de esas -tribus. - -Mariano Rosas tiene la fama de un orador de nota. Cuando lleguemos á su -toldo, penetremos en el recinto de su hogar, cuente sus costumbres, su -vida, sus medios de gobierno y de acción, será ocasión de comprobarlo -con ejemplos palmarios, probando á la vez que hasta entre los bárbaros -la elocuencia unida á la prudencia puede disputarle la palma con éxito -completo al valor y á la espada. - -Tomando el hilo de mi interrumpido relato sobre los diferentes modos de -conversar de los Ranqueles, agregaré, que en pos de las interrogaciones -y contestaciones sobre la salud de la familia y las novedades de los -campos, vienen otras sin importancia real, y que sólo después de muchas -idas y venidas, vueltas y revueltas, se llega al grano. - -Un indio, cuando va de visita con el objeto de pedir algo, no descubre -su pensamiento á dos tirones. Saluda, averigua todo cuanto puede -serle agradable al dueño de casa, devolviendo los cumplimientos con -cumplimientos, las ofertas y promesas, con ofertas y promesas, se -despide; parece que va á irse sin pedir nada; pero en el último momento -desembucha su entripado; y no de golpe, sino poco á poco. Primero -pedirá yerba. ¿Se la dan? Pedirá azúcar. ¿Se la dan? Pedirá tabaco. -¿Se lo dan? Pedirá papel. Y mientras le vayan concediendo ó dando, irá -pidiendo, y habrá pedido lo que fué buscando, que era aguardiente. El -golpe de gracia viene entonces, pide por fin lo que más le interesa y -si se lo niegan contestará: no dando lo más; pero dando aguardiente. - -Esta táctica socarrona no la emplea el indio solamente en sus -relaciones con los cristianos. Disimulado y desconfiado por carácter -y por educación, así procede en todas las circunstancias de su vida. -Tiene mil reservas en todo y mil cosas reservadas. No hay indio que no -sea poseedor de uno ó unos cuantos secretos, sin importancia, quizá, -pero que no descubrirá sino por interés. Éste conoce él solo una -laguna, aquél un médano, el otro una cañada; éste una hierba medicinal, -aquél un pasto venenoso; el otro una senda extraviada por el bosque. Y -así dicen, no como los cristianos:--Yo conozco una laguna, una hierba, -una senda que nadie conoce; sino:--Yo tengo una laguna, y una hierba, -una senda que nadie conoce, que nadie ha visto, por donde nadie ha -andado. - -Decididamente, hoy estoy fatal para las digresiones. Tomé el hilo más -arriba y me apercibo que lo he vuelto á dejar. Para dejarlo del todo, -me falta decir lo que es la conversación en junta. - -Es un acto muy grave y muy solemne. Es una cosa muy parecida al -parlamento de un pueblo libre, á nuestro congreso, por ejemplo. La -civilización y la barbarie se dan la mano; la humanidad se salvará -porque los extremos se tocan. Y por más que digan que los extremos son -viciosos, yo sostengo que eso depende de la clase de _extremos_. Será -malo, irritante, odioso ser en extremo avaro; pero ¿quién puede tachar -á un caballero por ser en extremo generoso? Será una calamidad para -una mujer ser en extremo fea. Pero ¿qué mujer sostendrá que es una -desgracia ser en extremo hermosa? - -¡Cuando he dicho que estoy fatal para las digresiones! - -Volvamos á la junta, á ver si se parece ó no á lo que he dicho. - -Reúnese ésta, nómbrase un orador, una especie de miembro informante, -que expone y defiende contra uno, contra dos, ó contra más, ciertas y -determinadas proposiciones. El que quiere le ayuda. - -El miembro informante suele ser el cacique. El discurso se lleva -estudiado, y el tono y las formas son semejantes al tono y las formas -de la conversación en parlamento, con la diferencia de que en la junta -se admiten las interrupciones, los silbidos, los gritos, las burlas -de todo género. Hay juntas muy ruidosas, pero todas, excepto algunas -memorables que acabaron á capazos, tienen el mismo desenlace. Después -de mucho hablar, triunfa la mayoría aunque no tenga razón. Y aquí es el -caso de hacer notar que el resultado de una junta se sabe siempre de -antemano, porque el cacique principal tiene buen cuidado de catequizar -con tiempo á los indios capitanejos más influyentes en la tribu. - -Todo lo cual prueba que la máquina constitucional llamada por la -libertad Poder Legislativo, no es una invención moderna extraordinaria; -que en algo nos parecemos á los indios, ó como diría Fray Gerundio: que -en todas partes se cuecen habas. - -Como las explicaciones de Mora interesasen, prolongué la parada hasta -que no quedó ya nada que saber en materia de conversaciones pampeanas. - ---¡Vamos! le dije á Caniupán, y diciendo y haciendo seguimos el camino -de Leubucó. Los indios se tendieron al galope. Por no recibir su polvo -los imité. - -Hacia el Sur se alzaba en el horizonte una nube que parecía de arena. - ---Son jinetes--dijeron algunos. - -Yo fijé un instante la vista en ella, no descubrí nada. - -Tenía interés en aprender á contar en lengua araucana. Me dirigí, pues, -á Mora, aprovechando el tiempo, ya que por algunos momentos me veía -libre de embajadores, mensajeros y parlamentarios, y le pregunté: - ---¿Cómo se llaman los números en la lengua de los indios? - -Mora no entendió bien la pregunta. Él sabía perfectamente bien lo que -quería decir _cuatro_, pero ignoraba qué era _número_. - -Le dirigí la interpelación en otra forma, y el resultado fué, que mis -lectores mañana, y tú después, Santiago amigo, sabrán contar en una -lengua más. - - Uno--_quiñé_. - Dos--_epú_. - Tres--_clá_. - Cuatro--_meli_. - Cinco--_quehú_. - Seis--_caiu_. - Siete--_relgué_. - Ocho--_purrá_. - Nueve--_ailliá_. - Diez--_marí_. - Cien--_pataca_. - Mil--_barranca_. - -Ahora, cincuenta se dice _quehú-marí_; doscientos, _epú-pataca_; ocho -mil, _purrá-barranca_; y cien mil, _pataca-barranca_. - -Y esto prueba dos cosas: - -1.º Que teniendo la noción abstracta del número comprensivo de -infinitas unidades como un millón, que en su lengua se dice, -_marí-pataca-barranca_, estos bárbaros no son tan bárbaros ni tan -obtusos como muchas personas creen. - -2.º Que su sistema de numeración es igual al teutónico según se ve por -el ejemplo de _quehú-marí_, que vale tanto como _cincuenta_; pero que -gramaticalmente es _cinco-diez_. - -Si hay quien se haya afligido porque nuestro sistema parlamentario se -parece al de los Ranqueles, ¡consuélese, pues! - -Los alemanes, justamente orgullosos de ser paisanos de Schiller y de -Gœthe, se parecen también á ellos. Bismarck, el gran hombre de Estado, -contaría las águilas de las legiones vencedoras en Sadowa, lo mismo que -el indio Mariano Rosas cuenta sus lanzas al regresar del malón. - -Pero la nube de arena avanza............................... - - - - - XXII - - Una nube de arena.--Cálculos.--El ojo del indio.--Segundo - parlamento.--Se avista el toldo de Mariano Rosas.--Frente á él. - - -La nube de arena que había llamado mi atención antes de empezar el -diálogo con Mora, se movía y avanzaba sobre nosotros, se alejaba, -giraba hacia el Poniente, luego hacia el Naciente, se achicaba, se -agrandaba, volvía á achicarse y á agrandarse, se levantaba, descendía, -volvía á levantarse y á descender; á veces tenía una forma, á veces -otra, ya era una masa esférica, ya una espiral, ora se condensaba, -ora se esparcía, se dilataba, se difundía, ora volvía á condensarse -haciéndose más visible, manteniendo el equilibrio sobre la columna de -aire hasta una inmensa altura, ya reflejaba unos colores, ya otros, -ya parecía el polvo de cien jinetes, ya el de potros alzados, unas -veces polvo levantado por las ráfagas de viento errantes, otras el -polvo de un rodeo de ganado vacuno que remolinea; creíamos acercarnos -al fenómeno y nos alejábamos, creíamos alejarnos y nos acercábamos, -creíamos descubrir visiblemente en su seno algunos objetos y nada -veíamos; creíamos juguetes de la óptica, la imagen de algo que se movía -velozmente de un lado á otro, de arriba á abajo, que iba y venía, que -de repente se detenía partiendo súbito luego; íbamos á llegar y no -llegábamos porque el terreno se doblaba en médanos abruptos, subíamos, -bajábamos, galopábamos, trotábamos con la imaginación sobreexcitada, -creyendo llegar en breve á una distancia que despejara la incógnita -de nuestra curiosidad; pero nada, la nube se apartaba del camino como -huyendo de nosotros, sin cesar sus variadas y caprichosas evoluciones, -burlando el ojo experto de los más prácticos, dando lugar á conjeturas -sin cuento, á apuestas y disputas infinitas. - -Así seguíamos nuestro camino, derrotados por aquella nube extraña, -cuando divisamos en dirección á Leubucó unos polvos que momentáneamente -fijaron nuestra atención, apartándola de lo que la traía preocupada en -tan alto grado. - -No tardamos en cerciorarnos de que los polvos eran de un grupo bastante -crecido de indios que al gran galope se dirigían hacia nosotros. Tienen -ellos un modo tan peculiar de andar por los campos que no era fácil -confundirlos con otra cosa. - -Volvimos, pues, á fijar la vista en la nube aquella que nos había -ganado el flanco izquierdo y que ya afectaba un aspecto más conocido, -transparentando formas movibles de seres animados. En ese momento los -polvos se tendieron hacia el Oriente, formando un círculo inmenso y -como queriendo envolver dentro de él todo cuanto andaba por los campos. -Al mismo tiempo divisamos otros polvos en el rumbo que llevábamos y -oyéronse varias voces: - ---¡Aquéllos andaban voleando! - ---¡Aquéllos vienen para acá! - -Mora me dijo: esos polvos, señor, que tenemos al frente, han de ser de -otro parlamento que viene á saludarlo. - -Para mis adentros exclamé: ¡Si se acabarán algún día los cumplidos! - -Caniupán me dijo: Ese comisión grande viniendo á topar. - ---Bueno--le contesté, y señalándole á la izquierda, preguntéle: - ---¿Qué es aquello? - -El indio fijó sus ojos en el espacio, recorrió rápidamente el horizonte -y luego me contestó: - ---Boleando guanacos. - -Efectivamente, la nube que por tanto tiempo había preocupado nuestra -atención, estaba ya casi encima de nosotros envolviendo en sus entrañas -una masa enorme de guanacos que estrechada poco á poco por los -boleadores, venía á llevarnos por delante. - ---¡Cuidado con las tropillas!--grité, y haciendo alto las rodeamos -porque la masa de guanacos podía arrebatarlas. - -La tierra se estremecía como cuando la sacude el trueno, oíanse -alaridos en todas direcciones, sentíase un ruido sordo... la masa -enorme de guanacos rompiendo la resistencia del aire pasó como un -torbellino, dejándonos envueltos en tinieblas de arena. Detrás pasaron -los indios reboleando las boleadoras, convergiendo todos hacia el mismo -punto, que parecía ser una planicie que quedaba á nuestra derecha. - -Cuando aquel aluvión de cuadrúpedos desfiló y disipándose las tinieblas -de arena, se hizo la luz, volvimos á ponernos al galope. - -Según lo había calculado Mora, los polvos últimos que se avistaron eran -otro parlamento que venía. - -Esta vez no fué un indio el que se destacó de él; destacáronse tres. - -Al verles Caniupán destacó otros tres. - -Cruzáronse éstos á cierta altura con los otros, hablaron no sé qué y -ambos grupos prosiguieron su camino. - -Llegaron á nosotros los tres que venían, y después que hablaron con -Caniupán, díjome éste: - ---Formando gente, hermano, ese comisión. - -Hice alto, di mis órdenes y formamos en batalla cubriéndome la -retaguardia los indios de Caniupán. - -Púsose éste á mi lado derecho y por indicación suya coloqué los dos -franciscanos á mi izquierda. Mora se puso detrás de mí. - -Una vez formados nos pusimos al galope. Galopamos un rato, y cuando la -comisión que venía se dibujó claramente sobre una pequeña eminencia del -terreno, como á unos dos mil metros de nosotros, Caniupán me dijo: - ---Ese comisión lindo, hermano, ahora no más topando. - ---Cuando guste, hermano, topando no más. - -Los que venían hicieron alto; regresaron los tres indios de Caniupán y -los otros tres volvieron á los suyos. - -Caniupán me dijo: - ---Poquito parando, hermano. - ---Bueno, hermano--le contesté,--sujetando. - -Destacó un indio sobre los que venían diciéndole no sé qué. Los otros -hicieron lo mismo. - -Llegó el heraldo, habló con Caniupán y éste me dijo: - ---Ahora topando, hermano. - ---Cuando quiera topando, hermano. - -Y esto diciendo nos pusimos al gran galope. - -Los otros nos imitaron; venían formados en orden de batalla, haciendo -flamear tres grandes banderas coloradas, colocadas en largas cañas, que -ocupaban los extremos y el centro de la línea. - -Marchamos así hasta quedar distantes unos de otros como cuatrocientos -metros. - -Caniupán me dijo: - ---Cerquita ya, topando. - ---Topando--le contesté. - -Él se lanzó á toda brida; yo le seguí, y los buenos franciscanos, -haciendo de tripas corazón, imitaron mi ejemplo. - -Cuando íbamos materialmente á toparnos, sujetamos simultáneamente unos -y otros quedando distantes veinte pasos. - -El que presidía el parlamento destacó su orador. - -Caniupán destacó el suyo. - -Colocáronse equidistantes de sus respectivos grupos, mirando el uno al -Oriente y el otro al Occidente, y comenzó el parlamento. - -Duró lo bastante para fastidiar á un santo. - -El orador que mandaba Mariano Rosas era un Cicerón de la Pampa. - -Hablaba por los codos, prolongaba la última sílaba de la palabra final, -como si su garganta fuera un instrumento de viento, y tenía el arte de -hacer de una razón quince razones. - -El orador que Caniupán nombró para que me representara, no le iba en -zaga. - -Así fué que no me valió acortar mis contestaciones. - -Mi representante se dió maña para multiplicar mis razones, tanto como -su interlocutor multiplicaba las suyas. - -Mariano Rosas me mandaba decir: - -Que se alegraba mucho de que fuera llegando á su toldo (1.ª razón). - -Que cómo me había ido de viaje (2.ª razón). - -Que si no había perdido algunos caballos (3.ª razón). - -Que cómo estaba yo y todos mis jefes, oficiales y soldados (4.ª razón). - -Á estas cuatro razones, yo contesté con otras cuatro. - -Pero como el orador de Mariano hizo las suyas sesenta razones, el mío -hizo lo mismo con las mías. - -Después que estos interesantes saludos pasaron, tuve que dar la mano á -todos. Eran unos ochenta; entre ellos habían muchos cristianos. - -Á cada apretón de manos, á cada abrazo, me aturdían los oídos con -hurras y vítores. - -Con los abrazos y los apretones de mano cesaron los alaridos. - -Mezcláronse los indios que habían venido con los de Caniupán, y -formando un solo grupo y marchando todos en orden, proseguimos nuestro -camino, avistando á poco andar otros polvos. - ---Ese, otro comisión--me dijo Caniupán, señalándomelos. - ---Me alegro mucho--le contesté, diciendo interiormente:--á este paso no -llegaremos en todo el día á Leubucó. - -Subíamos á la falda de un medanito, y Mora me dijo: - ---Allí es Leubucó. - -Miré en la dirección que me indicaba, y distinguí confusamente á la -orilla de un bosque los aduares del cacique general de las tribus -ranquelinas, las tolderías de Mariano Rosas. - -Los polvos se acercaban velozmente. Llegó un indio; habló con Caniupán -y éste destacó otro. Después llegaron tres y Caniupán destacó igual -número. En seguida llegaron seis y Caniupán destacó seis también. - -Así recibiendo y despachando mensajes y mensajeros, ganábamos terreno -rápidamente, de modo que no tardamos en avistar la nueva serie de -embajadores en cuyas garras íbamos á caer. - -Caniupán me dijo: - ---Ese comisión, lindo, grandote. - ---Ya veo que es linda--le contesté. - -Y tenía razón en lo de grandote, porque, en efecto, formaban un grupo -considerable. - -Caniupán me dijo: - ---Topando fuerte, hermano. - ---Topando como guste--le contesté. - ---Mandando hacer alto, hermano--agregó. - -Hice alto. - ---Formando gente, hermano--me dijo. - -Llené sus indicaciones, y mi comitiva formó en batalla, poniéndome -yo con los frailes al frente en el orden de antes. Los indios de -Caniupán me cubrieron la retaguardia y los otros, haciendo dos alas, se -colocaron á derecha é izquierda de mí. Las tres banderas ocuparon el -centro de la línea que formábamos, como á veinte pasos á vanguardia. -Caniupán iba á mi lado. - -Formados en esa disposición, rompimos la marcha al galope. - -Los que venían avanzaban también al galope. - -Oyéronse toques de corneta. - -Caniupán me dijo: - ---Ese comisión ahorita topando. - ---Ya lo veo--le contesté. - -Galopamos algunos minutos, hicimos alto viendo que los que venían se -habían parado, y después que hablaron con Caniupán, trayendo y llevando -mensajes varios indios, continuamos la marcha. - -Á una indicación de corneta, Caniupán me dijo: - ---Ahora topando ya, hermano. - -Y como de costumbre, lanzóse á media rienda, dándome el ejemplo. - -Esta vez íbamos á toparnos á todo correr en medio de una espantosa -algazara que hacían los indios golpeándose la boca abierta con la palma -de la mano. - -El terreno salpicado de pequeños arbustos, blando y desigual, exponía -á todos á una tremenda rodada. No podíamos marchar en formación. Nos -desbandábamos y nos uníamos alternativamente. Los pobres frailes, -encomendando su alma á Dios, me seguían lo más cerca posible. Muchos -rodaron apretándolos enteros el caballo, y eran jinetes de primer -orden. ¡Sarcasmo de la vida! uno de los frailes rodó y salió parado. - -Las dos comitivas avanzaban, íbamos materialmente á toparnos ya, cuando -á una indicación de corneta sujetaron los que venían y nosotros también. - -Siguióse una escena igual á la anterior, entre dos oradores que se -ocuparon una media hora de mi salud y de mis caballos. Pero esta vez -todo fué soportable porque mientras los oradores multiplicaban sus -razones con elocuente encarnizamiento, yo conversaba con el capitán -Rivadavia que había salido á mi encuentro. - -Este valiente y resuelto oficial, prudente y paciente, me representaba -hacía tres meses entre los indios. - -Le abracé con efusión, y uno de los momentos más gratos de mi vida, ha -sido aquél. Quien haya alguna vez encontrado un compatriota, un amigo -en extranjera playa, ó en regiones apartadas y desconocidas, desiertas -é inhabitadas, después de haber expuesto su vida unas cuantas veces -podrá sólo comprender mis impresiones. - -Terminados los saludos, que eran seis razones, las que fueron -convertidas en sesenta de una parte y otra, llegó el turno de los -abrazos y apretones de mano. Esta vez no hubo más alteración en el -ceremonial que toques de corneta. Di unos ciento y tantos abrazos -y apretones de mano; y cuando ya no me quedaba costilla, ni nervio -en la muñeca que no me doliera, comenzaron los alaridos de regocijo -y los vivas, atronando los aires. Todo el mundo, excepto mi gente, -se desparramó gritando, _escaramuceando_, _rayando_ los caballos, -ostentando el mérito de éstos y su destreza. Aquello era una verdadera -fiesta, una fantasía á lo árabe. - -Así desparramados, dispersos, _jineteando_, marchamos un largo rato, -viendo darse de pechadas mortales á unos, rodar á otros, haciendo éstos -bailar los caballos, tirándose los unos al suelo en medio de la carrera -y subiendo ágiles, corriendo los unos de rodillas sobre el lomo de su -caballo y los otros de pie, en una palabra, haciendo cada cual alguna -pirueta. - -Á un toque de corneta se reunieron todos y formamos como antes lo -expliqué, aumentando las alas los recién llegados. - -Acababa de llegar un enviado de Mariano Rosas. - -Su toldo estaba ahí cerca. Penetrar en él era cuestión de minutos, al -fin. - -Regresó el mensajero y Caniupán me dijo: - ---Caminando poquito, hermano--dicho lo cual recogió su caballo y se -puso al tranco. - -Tuve que conformarme á su indicación. Recogí mi caballo é igualé el -paso del suyo. - -Llegó otro mensajero de Mariano Rosas, habló con Caniupán, y después me -dijo éste: - ---Parando, hermano. - -Le habló á Mora en su lengua y éste me tradujo, que debíamos echar pie -á tierra y esperar órdenes. - -El lector juzgará si había motivo para rabiar un rato. - -Yo, que en esta excursión á los indios he aprendido una virtud que no -tenía, que por modestia callo, repito lo que antes he dicho: que no es -tan fácil penetrar en el toldo del señor General don Mariano Rosas, -como le llaman los suyos. - - - - - XXIII - - Épocas buenas y malas.--En qué cosas cree el autor.--La cadena del - mundo moral.--¿Será cierto que los padres saben más que los hijos?--El - capitán Rivadavia, Hilarión Nicolai, Camargo.--Dilaciones. - - -Con la última parada se me quemaron los libros. Es verdad que hace -mucho tiempo que en mis cálculos entra todo, menos lo principal. - -El hombre suele tener épocas de graves errores, de imperdonables -desaciertos y tristes equivocaciones. - -Como todo el que se ha lanzado sin preparación en la corriente de la -vida lo sabe, hay años buenos y malos, meses propicios y fatales, días -color de rosa, días negros como el hollín de una chimenea. - -Años, meses y días en que á todo acertamos, en que nuestro espíritu -parece tener su geometría, en que todo nos halaga y nos sonríe. - -Y, á la inversa, años, meses y días en que todo nos sale al revés. - -Si amamos, nos olvidan; si vamos á la guerra, nos hieren ó nos -postergan; si somos candidatos al parlamento, nos derrotan; si -jugamos, perdemos; si tomamos comidas con aceite, se nos indigestan; -si compramos billetes de lotería, ni cerca le andamos á la suerte; -finalmente, hay temporadas aciagas en que ni por chiripa andamos bien. -Ó, como dicen los andaluces, temporadas en que nuestro estado normal, -es andar en la mala. - -Esto debe consistir en algo. - -Yo he pensado mucho en la justicia de Dios, con motivo de ciertos -percances propios y ajenos, pues un hombre discreto debe estudiar el -mundo y sus vicisitudes, en cabeza propia y en cabeza ajena. - -Y, francamente, hay momentos en que me dan tentaciones de creer que -nuestro bello planeta no está bien organizado. - -¡Quién sabe si no estamos en un período de desequilibrio moral! - -He de buscar algún amigo ducho en trotes de ciencia y conciencia que me -indique si hay algún tratado de mecánica terrenal, por el estilo del de -Laplace. - -Por lo pronto me he refugiado en un tratadito cuyo título es:--«La -moral aplicada á la política, ó el arte de esperar». - -Debe ser muy bueno; es un libro chico y anónimo,--hace tiempo vengo -observando que los mejores libros son los manuales, cuyo autor se -ignora. - -La razón creo hallarla en la modestia, sentimiento que anda -generalmente á caballo. - -En este tratadito pienso hallar la solución de muchas de mis dudas. - -Yo tengo creencias y convicciones arraigadas, que las he sacado no sé -de dónde--hay cosas que no tienen filiación,--y no quisiera perderlas ó -que se embrollaran mucho en los archivos de mi imaginación. - -Yo creo en Dios, por ejemplo, cosa en la que sin duda cree el -respetable público--aunque hay un refrán maldito que dice: fíate en -Dios y no corras. - -Yo creo en la justicia y que las almas nobles deben hacérsela aun á -aquéllos mismos que se la niegan á ellos; sin embargo, todos los días -veo gente desesperada por la calle, quejándose de que no hay justicia -en la tierra. - -Y hasta ahora les he oído decir, á los que tienen y ganan pleitos: ¡Qué -bien anda la justicia! - -¡Los mismos abogados no hacen otra cosa que gritar contra la justicia! - -Dos alegatos distintos de bien probado sobre lo mismo, ¿qué implican? - -Yo creo en la caridad, y mientras tanto, todo el día oigo hablar mal -del prójimo, y veo gente conducida al cementerio que no tiene tras de -qué caerse muerta. - -Yo creo en la religión; creo que el patriotismo, el honor, la probidad, -el amor del prójimo son cuestiones de religión. - -Mientras tanto, el otro día he leído en un libro italiano--estos -italianos pierden la cabeza cuando se ocupan de religión,--que todas -las religiones quieren hacerse ricas. - -Yo creo en la Constitución y en las leyes; y un viejo muy lleno de -experiencia que me suele dar consejos, me dice: todos gobiernan lo -mismo, no es Rosas el que no puede. - -Yo creo en el pueblo, y si mañana lo convocan á elecciones, resulta que -no hay quién sufrague. - -Yo creo en el libre albedrío, y todos los días veo gentes que se dejan -llevar de las narices por otros; y mi noción de la responsabilidad -humana se conmueve hasta en sus más sólidos fundamentos. - -Como se ve, yo creo en una porción de cosas muy buenas, muy morales y -muy útiles. - -El pulpero de enfrente no cree ni entiende nada de eso. - -Pero lo pasa bien. - -Tiene buena salud, una renta fija, una clientela segura: nadie le -inquieta, ni le amenaza, ni le fulmina. Es un desconocido; pero es una -potencia. - -La suerte debe entrar por mucho; porque de balde no han inventado el -refrán: «Suerte te dé Dios, hijo, que el saber poco te vale». - -Y el apellido ha de influir también algo. - -Es muy raro hallar un hombre que aborrezca á otro que no sabe cómo se -llama. - -Por eso, sin duda, los brasileños se mudan el nombre. - -El otro día no se me ocurrió esto. - -Cuando acabe de leer mi tratadito, he de estar ya en estado de curarme -de todas mis supersticiones. - -Dentro de poco voy á ser un hombre completo, moralmente, bien entendido. - -¿Entonces sí, á que todo cuanto emprenda me sale á las mil maravillas? - -¿Á que si entablo un pleito gano? - -¿Á que si emprendo un viaje no naufrago? - -¿Á que si compro billetes de lotería me saco una suerte mayor? - -¿Á que si hago una campaña me dan un premio? - -¿Á que si vuelvo á los indios no me sucede lo que me ha sucedido--que -me hagan esperar tanto en el camino? - -¿Será cierto que la experiencia es madre de la ciencia? - -Sin duda, por eso dicen que el Diablo no sabe tanto por ser Diablo, -cuanto por ser viejo. - -Se me había olvidado anotar, al enumerar mis creencias, que también -creo en este caballero. Le he visto varias veces. - -¿Será cierto que mi anciano padre tiene razón en los consejos que me ha -dado y me da consejos que en mi petulancia moderna jamás he querido -seguir, tanto que para saber cómo piensa él no hay más que averiguar -cómo pienso yo? - -¿Será cierto que la cadena del mundo moral se forma así vinculando la -amarga experiencia de ayer con los desencantos de hoy, metodizando y -conformando nuestra vida según los preceptos de los que han vivido y -visto más que nosotros, orgullosos filósofos de papel? - -¿Será cierto que el muchacho más instruido, más aventajado, más sabio, -al lado de su padre será siempre un niño de teta, un pigmeo? - -¡Santiago amigo! ¿Será cierto que tu padre sabe más que tú? - -¿Que el general Guido sabía más que Carlos, que es un pozo de sabiduría? - -¿Que don Florencio Varela sabía más que Héctor, que sabe tantas -_cosas_?--más que Mariano, lo dudo. - -¿Que mi padre sabe más que yo, que no soy muy atrasado que digamos, -particularmente en estudios sociales? - -Á mí me da por ahí. Mi fuerte es el conocimiento de los hombres. - -¡Pero éstos me reservan unos desengaños! - -Es con lo que pienso argüir al mocoso de mi hijo, cuando se me levante -con el santo y la limosna, que no tardará en suceder. - -Ya ha empezado á hacer actos espontáneos, calculados para desprestigiar -mi autoridad paternal, á gastar más de lo que debe, siendo objeto de -privadas murmuraciones en la familia, y metiéndose á estudiar medicina -contra mis consejos. - -¡Estudiar medicina sin mi consentimiento! ¡Pues es disparate! - -Sólo puedo comparar semejante aberración, en un siglo como éste, en -que yo le curo homeopáticamente un panadizo al que lo tenga, con una -expedición á los Indios Ranqueles. - -En efecto, querido Santiago, mirando con sangre fría mi viaje á los -toldos, ¿no te parece que ha sido perder tiempo? - -¿No te parece que las demoras que me ha hecho sufrir Mariano Rosas, -antes de dejarme penetrar en su morada, las he merecido por mi -extravagancia? - -¡Cuánto mejor hubiera sido que mi jefe inmediato me negara la licencia! - -Si lo hace, cuando menos me atufo, que así somos--¡desconocemos la mano -que nos desea el bien y se la damos á quien nos quiere mal! - -Pero acerquémonos á Leubucó, saliendo de donde nos detuvimos ayer. - -Viendo que la parada se prolongaba y que mis cabalgaduras estaban muy -sudadas, mandé mudar, para hacer la entrada en regla. - -Era temprano aún y quién sabe cuánto tiempo íbamos á permanecer todavía -sobre el caballo. - -Mientras mudaban, el capitán Rivadavia me presentó varios personajes -políticos refugiados en Tierra Adentro--siendo los dos más notables, un -mayor Hilarión Nicolai y un teniente Camargo. - -Ambos han pertenecido á la gente de Saa, y ganaron los indios después -de la sableada de San Ignacio, llevando un puñado de soldados. - -Muy mal me habían hablado de estos dos hombres. - -Yo iba sumamente prevenido contra ellos, temiendo ser objeto de alguna -maldad, aunque reflexionando me parecía que el hecho de ser cristiano -debía mirarlo como una garantía. - -Dígase lo que se quiera--la cabra siempre tira al monte. - -Más tarde veremos si yo discurría mal en medio de las preocupaciones -de mi ánimo. Y mi ejemplo podrá serles útil á los que juzguen á los -hombres por las reglas vulgares, apasionadas, iracundas, cuando la gran -ley de la vida y de Dios es la caridad. - -Ni el viejo Hilarión, ni el bandido Camargo, me hicieron el efecto que -yo esperaba, ni me saludaron como me lo temía. Hilarión con todas sus -mañas y Camargo con todas sus bellaquerías son dos hombres simpáticos, -atentos y educados, especialmente Hilarión. Camargo es un tipo más -crudo. - -El primero tendrá cincuenta y cinco años, el segundo veintiocho. El uno -tiene una larga barba, blanca como la nieve; el otro un lindo bigote -negro, como azabache. - -El uno parece un inglés, el otro tiene todo el sello del hijo de la -tierra. - -Hilarión es una especie gauchi-político. Camargo es un compadre neto, -que sabe leer y escribir perfectamente, valiente, osado, orgulloso y -desprendido. Hilarión contemporiza con los indios, no habla su lengua. -Camargo al contrario, habla el araucano, dice lo que siente, no le teme -á la muerte y al más pintado le acomoda una puñalada. - -Y sin embargo, Camargo es un ser susceptible de enmienda, según -lo veremos cuando llegue el momento de referir su vida, sus -desgracias--las causas por qué se hizo federal, debidas en gran parte á -una mujer. - -Las tales mujeres tienen el poder diabólico de hacer todo cuanto -quieren, y por eso ha de ser que los franceses dicen: _ce que femme -veut Dieu le veut_. De un federal son capaces de hacer un unitario y -viceversa, que es cuanto se puede decir. Por supuesto que de cualquiera -hacen un tonto. - -La presencia de mis nuevos conocidos, la charla con ellos, la operación -de mudar caballos, hicieron más soportable la imprevista _antesala_ -que me obligaron á hacer. - -Yo disimulaba mal, sin duda, mi destemplado humor, porque todos á una, -los que parecían más racionales y conocedores de los usos y costumbres -de los indios, me decían:--Tenga paciencia, señor; así es esta tierra; -el general es buen hombre, lo quiere recibir en forma. - -No había más recurso que esperar, hasta que se acabaran los -preparativos. Aquello iba á estar espléndido, según el tiempo que se -empleaba en los arreglos. Ni la pirámide de la plaza de la Victoria, -cuando se viste de gala, gastando más en traje de lienzo y cartón que -en un forro de mármol eterno, emplea tanto tiempo en adornarse, como -todo un cacique de las tribus ranquelinas. - -Me daban una lección sobre el ceremonial decretado para mi recepción, -cuando llegó un indiecito muy apuesto, cargado de prendas de plata y -montando un _flete_ en regla. - -Le seguía una pequeña escolta. - -Era el hijo mayor de Mariano Rosas, que por orden de su padre venía á -recibirme y saludarme. - -La salutación consistió en un rosario de preguntas--todas referentes á -lo que ya sabemos, al estado fisiológico de mi persona, á los caballos -y novedades de la marcha. - -Á todo contesté políticamente, con la sonrisa en los labios y una -tempestad de impaciencia en el corazón. - -Esta vez, á más de las preguntas indicadas, me hicieron otra--que -cuántos hombres me acompañaban y qué armas llevaba. - -Satisfice cumplidamente la curiosidad. - -Ya sabe el lector cuántos éramos al llegar á las tierras de Ramón. - -El número no se había aumentado ni disminuido por fortuna; ninguna -desgracia había ocurrido. En cuanto á las armas, consistían en -cuchillos, sables sin vaina entre las caronas y cinco revólveres, de -los cuales dos eran míos. - -El hijo de Mariano Rosas regresó á dar cuenta de su misión. Más tarde -vino otro enviado y con él la orden de que nos moviéramos. - -Una indicación de corneta se hizo oir. - -Reuniéronse todos los que andaban desparramados; formamos como lo -describí ayer y nos movimos. - -Ya estábamos á la vista del mismo Mariano Rosas; yo podía distinguir -perfectamente los rasgos de su fisonomía, contar uno por uno los que -constituían su corte pedestre, su séquito, los grandes personajes de su -tribu, ya íbamos á echar pie á tierra, cuando: ¡sorpresa inesperada! -fuimos notificados de que aún había que esperar. - -Esperamos, pues... - -Habiendo esperado yo tanto; ¿por qué no han de esperar ustedes hasta -mañana ó pasado? - -La curiosidad aumenta el placer de las cosas vedadas difíciles de -conseguir. - - - - - XXIV - - ¡Qué hacer cuando no hay más remedio!--Cuál era el objeto de esta - otra parada.--Pretensiones de la ignorancia.--Las brujas.--Saludos y - regocijos.--Qué sucedía mientras tenía lugar el parlamento.--Agitación - en el toldo de Mariano Rosas.--Las brujas vieron al fin lo mismo que - el Cacique.--Cómo estaba formado éste.--Qué es Leubucó y qué caminos - parten de allí.--Echo pie á tierra.--Vítores. - - -Hay situaciones en que una indicación, por más política que sea, tiene -todo el carácter de una orden militar. - -¿Qué había de hacer, cuando con la mayor finura araucana me insinuaron -que, á pesar de hallarme ya á tiro de pistola del toldo suspirado, -debía detenerme un rato más? - -Claro está, conformarme. - -Permanecimos á caballo, en el mismo orden de formación que llevábamos. - -Aquella parada á última hora, inopinada, que no había formado parte del -programa imaginario de nadie, tenía en el ceremonial de la corte de -Mariano Rosas un gran significado. - -En las paradas anteriores, el objeto real había sido--unas veces, ganar -tiempo hasta que se tranquilizara la multitud,--otras veces, cumplir -con los deberes oficiales y sociales de la buena crianza y cortesía. - -Esta vez el cacique mayor, los caciques secundarios, los capitanejos, -los indios de _importancia_--como se estila en Tierra Adentro,--querían -verme un rato de cerca, antes de que echara pie á tierra, estudiar mi -fisonomía, mi mirada, mi aire, mi aspecto; asegurarse, por ciertas -razones fundamentales, de mis intenciones, leyendo en mi rostro lo que -llevaba oculto en los repliegues del corazón. - -Y querían hacer esto, no sólo conmigo, sino con todos los que me -acompañaban, inclusive los dos reverendos franciscanos, santos varones, -incapaces de arrancarle las alas á una mosca. - -En medio de su disimulo y malicia genial y estudiada, los salvajes y -los pueblos atrasados en civilización tienen siempre algo de candorosos. - -Ellos creen cosa muy fácil engañar al extranjero. - -El orgullo de la ignorancia se traduce constantemente, empezando por -creer que se sabe más que el prójimo. - -La ignorancia tomada individual ó colectivamente es la misma en sus -manifestaciones--falsamente orgullosa y osada. - -Mariano Rosas creyó engañarme. - -Estábamos al habla, con tal de esforzar un poco la voz, y siguiendo el -plan conocido me destacó un embajador. - -Ni una palabra de mi lengua entendía éste. - -Era calculado. - -Se buscaba que sin apelación me valiera del lenguaraz hasta para -contestar sí, ó no. - -Así duraba más tiempo la exposición de mi persona y séquito--se nos -examinaba prolijamente. - -Y mientras se nos examinaba, las viejas brujas, en virtud de los -informes y detalles que recibían, descifraban el horóscopo, leyendo -en el porvenir, relataban mis recónditas intenciones y conjuraban el -espíritu maligno--el _gualicho_. - -Habló el representante de Mariano Rosas. - -Las coplas fueron las consabidas, con el agregado de que--se alegraba -tanto de verme llegar bueno y sano á su tierra; que estaba para -servirme con todos sus caciques, capitanejos é indios, que aquél era un -día grande, y que, en prueba de ello, oyese. - -Al decir esto, hacían descargas con carabinas y fusiles, unos cuantos -cristianos andrajosos, entre los que se distinguía un negro, especie -de _Rigoletto_; quemaban cohetes de la India en gran cantidad y -prorrumpían en alaridos de regocijo. - -Yo contestaba con toda la afabilidad de un diplomático--por el órgano -de mi lenguaraz, que á su turno se dirigía á un representante que me -había designado Caniupán, mi estatua del Comendador, desde el instante -en que nos movimos de Calcumuleu. - -Multiplicando los dos interlocutores principales, á cual más sus -razones--so pena de desacreditarse ante el concepto de la opinión -pública, que estaba allí congregada, no había remedio, los saludos -duraban tanto como un rosario. - -Después que fuí saludado, cumplimentado y felicitado, me pidieron -permiso para hacerlo con los franciscanos, que por el hecho de andar -á mi lado, de ver mis atenciones con ellos, y, sobre todo, porque -_llevaban corona_, eran reputados mis segundos en jerarquía. - -Concedí el permiso, y vino un diálogo como los que ya conocemos, con su -multiplicación de razones, con sus últimas sílabas prolongadas á más no -poder, y en el que resonaron con mucha frecuencia los vocablos: _chao_, -padre; _uchaimá_, grande; _chachao_, Dios y _cuchauentrú_, que también -quiere decir Dios, con esta diferencia: _chachao_, responde á la idea -de _mi padre_ y _cuchauentrú_, á la de el _omnipotente_, literalmente -traducido significa _hombre grande_, de _cucha_ y _uentrú_. - -Los franciscanos contestaron evangélicamente, ofreciendo bautizar, -casar y salvar todas las almas que quisieran recurrir al auxilio -espiritual de su ministerio. - -Felizmente los intérpretes no entendieron muy bien sus apostólicas -razones, y no pudieron multiplicarlas tanto como la concurrencia lo -habría deseado. - -En pos de los franciscanos vinieron mis oficiales, para cuyo efecto me -pidieron también la venia. - -Á ese paso, iban á ser interrogadas, saludadas y agasajadas hasta las -mulas que llevaban las cargas. - -Este artículo del ceremonial se hizo hablando uno de mis oficiales por -todos, según me lo indicó Mora. - -Se redujo todo á lo sabido--razones elevadas á la quinta potencia, en -medio de la mímica oratoria más esforzada. - -En tanto que estos parlamentos tenían lugar, muchos indios viejos, -de extraño aspecto, giraban en torno mío y de los míos, con aire -misterioso, callados, cejijunto el rostro como estudiando á los recién -llegados y la situación. Se iban y venían, tornaban á irse y volvían -á venir, llevándoles lenguas á las brujas, que hacían el exorcismo, -y á las cuales iba el pellejo, ó la vida, si por alguna casualidad, -incongruencia ó nigromancia acontecía una desgracia como enfermarse, -morirse un indio ó un caballo de estimación. - -Las tales adivinas acaban sus días así, sacrificadas si no tienen -bastante talento, previsión ó fortuna para acertar. - -Á cada triquitraque las llaman y consultan. - -Para ir á malón, consulta; para saber si lloverá habiendo sequía, -consulta; para saber de qué está enfermo el que se muere, consulta. Y -si los hechos augurados fallan, ¡adiós, pobre bruja! su brujería no la -salva de las garras de la sangrienta preocupación,--muere. - -No obstante, es un artículo abundante entre los indios,--prueba -evidente de que el charlatanismo tiene su puesto preferente en todas -partes: pronosticar el destino de la humanidad y de las naciones, -aunque la civilización moderna es más indulgente. Nosotros mandaremos -guillotinar á Mazzini, es un gritón menos de la libertad; pero á los -que hacen el milagro de la extravasación de la sangre de San Genaro, no. - -Una indescriptible agitación reinaba en el toldo de Mariano Rosas. -Indios y chinas á pie y á caballo, iban y venían en todas direcciones. -Algo extraordinario acontecía, que se relacionaba conmigo. - -Llamó mi atención. - -Le pregunté impaciente á Mora qué sería. No pudo satisfacerme. El -mismo lo ignoraba. Después supe que las viejas brujas habían andado -medio apuradas. Sus pronósticos no fueron buenos al principio. Yo -era precursor de grandes é inevitables calamidades; _gualicho_ -transfigurado venía conmigo. - -Para salvarse había que sacrificarme, ó hacer que me volviera á mi -tierra con cajas destempladas. Como se ve, todas las brujas son -iguales,--la base de la nigromancia está en la credulidad, en el miedo, -en los instintos maravillosos, en las preocupaciones populares. - -Pero Mariano Rosas no quería sacrificarme, ni que me volviera como -había venido, sin echar pie á tierra siquiera en Leubucó. - -Los recalcitrantes, los viejos, los que jamás habían vivido entre los -cristianos, los que no conocían su lengua, ni sus costumbres, los que -eran enemigos de todo hombre extraño, de sangre y color que no fuera -india,--creían en los vaticinios de las brujas. - -Pero ya lo he dicho. Mariano Rosas, que á fuer de cacique principal -sabía más que todos, no participaba de sus opiniones. - -Se les previno, pues, á las brujas, que estudiasen mejor el curso del -sol, la carrera de las nubes, el color del cielo, el vuelo de las aves, -el jugo de las hierbas amargas que masticaban, los sahumerios de bosta -que hacían: porque el cacique, que _veía otra cosa_, quería estrecharme -la mano, y abrazarme convencido de que _gualicho_ no andaba conmigo, de -que yo era el coronel Mansilla en cuerpo y alma. - -Mariano Rosas estaba formado en ala, frente á mí, como á unos cincuenta -pasos. Á su izquierda tenía á Epumer, su hermano mayor, su general en -campaña. Por un voto solemne, aquél no se mueve jamás de su tierra, -no puede invadir, ni salir á tierra de cristianos. Después de Epumer, -seguían los capitanejos Relmo, Cayupán, otros más, y entre éstos -Melideo, que quiere decir _cuatro ratones_, de _meli_, cuatro, y _deo_, -ratón. - -Es costumbre entre los ranqueles ponerse nombres así, y nótese que -digo nombres, no apodos ni sobrenombres. El uno se llama como dejo -dicho,--el otro se llamará «cuatro ojos», éste «cuero de tigre», aquél -«cabeza de buey», y así. - -En seguida de los capitanejos, ocupaban sus puestos varios indios -de importancia, luego algunas chusmas y por fin algunos cristianos -de la gente de un titulado coronel Ayala que fué de Saa, extraviado -político, pero que no es mal hombre, que me trató siempre con cariño y -consideración. - -Estos cristianos estaba armados de fusil y carabina, que no brillaban -por cierto de limpios, y eran los que con gran apuro y dificultad -hacían las salvas en honor mío. Ayala los dirigía. El padre Burela, -que, como se sabe, había llegado de Mendoza dos días antes que yo, -con un cargamento de bebidas y otras menudencias para el rescate de -cautivos, también andaba por allí, ocupando un puesto preferente. Jorge -Macías, condiscípulo mío en la escuela del respetable y querido señor -don Juan A. de la Peña, cautivo hacía dos años, andaba el pobre como -bola sin manija. - -La morada de Mariano Rosas, consistía en unos cuantos toldos -diseminados y en unos cuantos ranchos, construidos por la gente de -Ayala, en un corral y varios palenques. - -Leubucó es una laguna sin interés,--quiere decir _agua que corre_, -_leubú_ corre y de _có_ agua. Queda en un descampado á orilla de una -ceja de monte, en una quebrada de médanos bajos. Los alrededores de -aquel paraje son tristísimos, es lo más yermo y estéril de cuanto he -visto; una soledad ideal. - -De Leubucó, arrancan caminos, grandes rastrilladas por todas partes. -Allí es la estación central. Salen caminos para las tolderías de -Ramón que quedan en los montes de _Carrilobo_; para las tolderías de -Baigorrita, situadas á la orilla de los montes de _Quenque_; para las -tolderías de Calfucurá en Salinas Grandes; para la Cordillera, y para -las tribus araucanas. - -Yo he recogido, á fuerza de maña y disimulo, muchos datos á este último -respecto, que algún día no lejano, publicaré, para que el país los -utilice. Y digo con maña y disimulo, porque entre los indios, nada -hay más inconveniente para un extraño, para un hombre sospechoso, -como debía serlo y lo era yo, que preguntar ciertas cosas, manifestar -curiosidad de conocer las distancias, la situación de los lugares -á donde jamás han llegado los cristianos, todo lo cual se procura -mantener rodeado del misterio más completo. Un indio no sabe nunca -dónde queda el Chalileo, por ejemplo; qué distancia hay de Leubucó á -Wada. La mayor indiscreción que puede cometer un cristiano asilado es -decirlo. - -Me acuerdo que en el Río 4.º, queriendo yo tener algunos datos sobre -la población de los Ranqueles, le hice cierto número de preguntas -á Linconao, que tanto me quería, delante de Achauentrú. Como aquél -contestara bastante satisfactoriamente, éste, con tono airado, le -amenazó diciéndole en araucano: que cuando regresase á Tierra Adentro, -le diría á Mariano Rosas que era «un traidor que había estado hablando -esas cosas conmigo,--y dirigiéndose á los demás indios circunstantes, -añadió: ustedes son testigos». - -Yo, qué había de entender; lo supe por mi lenguaraz. Mora, me lo dijo -en voz baja, rogándome que no lo comprometiera y que no continuara el -interrogatorio, que suspendí; quedando poco más enterado que antes. - -Los conjuros terminaron, el horóscopo astrológico dejó de augurar -males, las águilas no miraron ya para el Sur, sino para el Norte,--lo -que quería decir que vendría gente de _adentro_ para _fuera_, no de -afuera para adentro, ó en otros términos, que no habría malón de -cristianos, que nada habría que temer. - -La hora de recibirme había llegado. - -¡Ya era tiempo! - -Un enviado salió de las filas de Mariano Rosas y me dijo, siempre por -intérprete: - ---Manda decir el General que eche pie á tierra con sus jefes y -oficiales. - ---Está bien--contesté. - -Y eché pie á tierra, y junto conmigo los cristianos é indios que me -seguían. Y á ese tiempo se oyó un hurra atronador y un viva al coronel -Mansilla. - -Yo contesté, acompañándome todo el mundo. - -¡Viva Mariano Rosas! - -¡Viva el Presidente de la República! - -¡Vivan los indios argentinos! - -Había verdadero júbilo, los tiros de carabina y de fusil no cesaban, ni -los cohetes, ni la infernal gritería, golpeándose la boca abierta con -la palma de la mano. - -Jorge Macías vino á mí y me abrazó llorando. - -Como no me habían hecho ninguna indicación, me quedé junto á mi -caballo, después de desmontarme. - -Ya estaba aleccionado. - -Hubo otro parlamento. - -Lo volveré á repetir: no es tan fácil como se cree llegar hasta hacerle -un _salam-alek_ á Mariano Rosas. - - - - - XXV - - Gracias á Dios.--Empieza el ceremonial.--Apretones de mano y - abrazos.--De cómo casi hube de reventar.--Por algo me había de hacer - célebre yo.--¿Qué más podían hacer los bárbaros? - - -Mucho me había costado llegar á Leubucó y asentar mi planta en los -umbrales de la morada de Mariano Rosas. - -Pero ya estaba allí, sano y salvo, sin más pérdidas que dos caballos, -sin más percances que el susto á inmediaciones de Aillancó, á -consecuencia de la extraña y fantástica recepción del cacique Ramón. - -Haber pretendido otra cosa habría sido querer cruzar el mar sin vientos -ni olas; andar en las calles de Buenos Aires en verano sin polvo, -en invierno sin lodo, lavarse la cara sin mojársela: ó como dice el -refrán, comer huevos sin romper cáscaras. - -Me parece que tenía por qué conceptuarme afortunado, ó en términos más -cristianos, por qué darle gracias al que todo lo puede, como en efecto -lo hice, exclamando interiormente: ¡Loado sea Dios! - -Con el caballo de la brida, esperaba indicaciones para adelantarme á -saludar á Mariano Rosas, pasando en revista los personajes que tenía al -frente, aunque afectando una gran indiferencia por cuanto me rodeaba. - -Todos los bárbaros son iguales, ni les gusta confesar que no han visto -antes ciertas cosas, cuando éstas llaman su atención, ni que los que -penetran sus guaridas, hallen raro lo que en ellas ven. - -En el Río 4.º yo me solía divertir, mostrándoles á los indios un reloj -de sobremesa, que tenía despertador, un barómetro, una aguja de marear -óptica, un teodolito y un anteojo. - -Miraban y miraban con intensa ojeada los objetos, y como quien dice, -eso no llama tanto como usted cree mi atención, me decían: «Allá en -Tierra Adentro mucho lindo teniendo». - -Un indio, que debía ser algo, como paje del cacique, habló con Mariano -Rosas, y en seguida con Caniupán, mi inseparable compañero. - -Éste á su turno habló con Mora. - -Mi lenguaraz, siguiendo la usanza, me dijo: - ---Señor, dice el general Mariano, que ya lo va á recibir; que quiere -darle la mano y abrazarlo; que se dé la mano con sus capitanejos y -se abrace también con ellos, para que en todo tiempo lo conozcan y -lo miren como amigo, al hombre que les hace el favor de visitarlos, -poniendo en ellos tanta confianza. - -Pasando por los mismos trámites, fué despachado el mensajero con un -recadito muy afectuoso y cordial. - -Mora volvió á conversar con Caniupán, y me dijo después: - ---Señor, dice Caniupán que ya puede adelantarse á darle la mano al -general Mariano; que haga con él y con los demás que salude _lo mismo -que ellos_ hagan con usted. - ---¿Y qué diablos van á hacer conmigo?--le pregunté. - ---Nada mi Coronel, cosas de los indios, así es en esta tierra--me -contestó. - ---Supongo que no será alguna barbaridad--agregué. - ---No señor, es que han de querer tratarlo con cariño; porque están muy -contentos de verlo y medio _achumados_--repuso. - ---¿Pero, poco más ó menos, qué van á hacer?--proseguí. - ---Es que han de querer abrazarlo y cargarlo, respondió. - -Pues si no es más que eso, murmuré para mis adentros, no hay de qué -alarmarse, y como cuando grita uno á los que acaudilla en un instante -supremo, ¡adelante! ¡adelante! - ---¡Caballeros!--dije, mirando á mis oficiales y á los dos franciscanos, -que estaban hechos unas pascuas, sonriéndose con cuantos los -miraban,--vamos á saludar á Mariano. - -Avancé, me siguieron, llegamos á tiro de apretón de manos del cacique y -comenzó el saludo. - -Mariano Rosas me alargó la mano derecha, se la estreché. - -Me la sacudió con fuerza, se la sacudí. - -Me abrazó cruzándome los brazos por el hombro izquierdo, lo abracé. - -Me abrazó cruzándome los brazos por el hombro derecho, lo abracé. - -Me cargó y me suspendió vigorosamente, dando un grito estentóreo; lo -cargué, y suspendí, dando un grito igual. - -Los concurrentes, á cada una de estas operaciones, golpeándose la -boca abierta con la mano y poniendo á prueba sus pulmones, gritaban: -¡¡¡aaaaaaaa!!! - -Después que me saludé con Mariano, un indio, especie de maestro de -ceremonias, me presentó á Epumer. - -Nos hicimos lo mismo que con su hermano, en medio de incesantes y -atronadores ¡¡¡aaaaaaaa!!! - -Luego vino Relmo,--igual escena á la anterior: ¡¡¡aaaaaaaa!!! - -En seguida Cayupán,--lo mismo: ¡¡¡aaaaaaaa!!! - -En pos de éste, Melideo (alias) _cuatro ratones_, indio sólido como una -piedra, de regular estatura; pero panzudo, gordo, pesado, ¿como quién? -como mi camarada Peña, el edecán del Presidente. - -Aquí fueron los apuros para cargarlo y suspenderlo. - -Mis brazos lo abarcaban apenas; hice un esfuerzo, el amor propio de -hombre forzudo estaba comprometido, no alcanzarlo me parecía hasta -desdoroso para los cristianos; redoblé el esfuerzo y mi tentativa -fué coronada por el éxito más completo, como lo probaron los -¡¡¡aaaaaaaaaaaaa!!! dados esta vez con más ganas y prolongados más que -los anteriores. - -Aquello fué pasaje de comedia, casi reventé, casi se me salieron los -pulmones, porque esto de tener que dar un grito que haga estremecer -la tierra al mismo tiempo que el cuerpo se encorva, haciendo un gran -esfuerzo para levantar del suelo un peso mayor que el de uno mismo, es -asunto serio del punto de vista de la fisiología orgánica; pero que más -que á todo se presta á la risa. - -Imaginaos á Orión, á este querido amigo, de quien la biografía dirá -algún día que tenía la impaciencia del bien, el sentimiento delicado -de la amistad, todo el talento chispeante del porteño, y bajo una -corteza de escéptico, por cierta inclinación al caricato, un corazón de -oro,--imaginaos, decía, á este amigo, en un día de público regocijo, -el próximo 9 de julio, verbigracia, en la Plaza de la Victoria, muy -emperifollado con sus adornos de papel, cartón, lienzo y engrudo, -subido sobre un tablado, luchando á brazo partido, en medio de las -más risueñas algazaras de una turbamulta, por cargar y levantar á -nuestro cofrade Hernández, ex-redactor del _Río de la Plata_, _cué_, -cuya obesidad globulosa toma diariamente proporciones alarmantes para -los que, como yo, le quieren, amenazando á remontarse á las regiones -etéreas ó reventar como un torpedo paraguayo, sin hacer daño á nadie; -imaginaos eso, vuelvo á decir, y tendréis una idea de lo que me pasó á -mí durante mi faena hercúlea con Melideo, cumpliendo con el ceremonial -establecido en la tierra donde me hallaba y con las leyes del orgullo -de raza y de religión que me prohibían cejar un punto, dar un paso -atrás, retroceder, aflojar en lo más mínimo. - -¡Ah! si aquello se hubiera concluido con el abrazo de Melideo. - -¡Pero qué! después de Melideo vinieron otros y otros capitanejos; -después de éstos varios indios de importancia; por conclusión, la -chusma ranquelina y cristiana. - -No se oía más que la resonación producida por la repercusión de los -continuados gritos ¡¡¡aaaaaaa!!! - -Yo sudaba la gota gorda, mi voz estaba ronca como el eco de un gallo en -frígida mañana de julio, mis fuerzas agotadas. - -Se me figuraba que la atmósfera tenía mil grados sobre cero, que no era -transparente sino densa, como para cortarla en tajadas, pesaba sobre mí -como una plancha de hierro. - -No me morí de calor, de cansancio, de tanto gritar, porque Alá es -grande, y nos sostiene y nos da energía física y moral cuando habemos -menester de ella, ¡tal es de bueno! - -Mientras yo pasaba revista de aquellos bárbaros, me acordaba del dicho -de Alcibiades: á donde fueres, haz lo que vieres, y rumiaba: ¡Te había -de haber traído á visitar los ranqueles! - -Al mejor se la doy, á abrazar cuatro veces, cargar y suspender otras -tantas á cualquiera, gritando como un marrano: ¡¡¡aaaaaaaaaaaa!!! no es -cosa. - -Pero cuando ese cualquiera llega á pesar nueve arrobas, tanto como -Melideo; pero cuando hay que repetir la misma operación muscular y -pulmonar ochenta ó cien veces, el ejercicio es grave, y puede darle -á uno títulos suficientes para ocupar algún día en el mausoleo de la -posteridad un lugar preferente entre los gladiadores ó luchadores del -siglo XIX. - -Por algo me había de hacer célebre yo, aunque las olas del tiempo se -tragan tantas reputaciones. - -Espero, sin embargo, que en esta tierra fecunda no faltará un bardo -apasionado, que cual otro don Alonso de Ercilla, cante: No las damas, -no amor, no gentilezas,--si no las _loncoteadas_ de un pobre coronel y -sus franciscanos. - -Asuntos más pobres y menos interesantes he visto cantados en estos -últimos tiempos por la lira de trovadores, cuyos nombres no pasarán á -remotos siglos, pero que son poetas, según el diccionario de la lengua, -en una de sus varias acepciones que en este momento se me ocurre: -«Cualquier titulado vate, bardo, trovador, sin méritos para ello; -cualquiera que versifica siquiera lo haga contra la voluntad de Dios y -falseando las leyes del Parnaso». - -Los franciscanos no fueron obligados más que á dar la mano; lo mismo -mis oficiales; lo propio mis asistentes. - -Muy cerca de una hora tardamos en abrazos, salutaciones y demás actos -de cortesanía indiana. - -Con el último indio que yo saludé, abracé y cargué gritando lo más -fuerte que mis gastados pulmones me lo permitieron: ¡¡¡aaaaaaaaaaaaa!!! -se oyeron los postreros hurras y vítores de la multitud, que no tardó -en desparramarse montando la mayor parte á caballo, entregándose á los -regocijos ecuestres de la tierra, como carreras, _rayadas_, pechadas y -piruetas de toda clase, por fin. - -Yo estaba orgulloso, contento de mí mismo, como si hubiera puesto -una pica en Flandes, no sólo por la energía y fortaleza de que había -dado pruebas incontestables y señaladas, sino porque ciertas frases -que oía vagar por la atmósfera hacían llegar hasta mi conciencia el -convencimiento de que aquellos bárbaros admiraban por primera vez en -el hombre culto y civilizado, en el cristiano representado por mí, la -potencia física, dote natural que ellos ejercitan tanto y que tanto -envidian y respetan. - -De vez en cuando llegaban á mis oídos estos ecos: «Ese Coronel Mansilla -muy toro; ese Coronel Mansilla cargando; ese Coronel Mansilla lindo». - -Y esto diciendo, un sinnúmero de curiosos se acercaban á mí, hasta -estrecharme y no dejarme mover del sitio. Mirábanme de arriba abajo, -la cara, el cuerpo, la ropa, el puñal de oro y plata que llevaba en el -costado, mostrando su cabo cincelado, las botas granaderas, la cadena -del reloj y los perendengues que pendían de ella; todo, todo cuanto -llamaba por su hechura ó color la atención. Y después de mirarme bien, -me decían alargándome la mano: - ---Ese coronel, dando la mano, amigo. Y no sólo me daban la mano, -sino que me abrazaban y me besaban, con sus bocas sucias, babosas, -alcohólicas, pintadas. - -Idénticas demostraciones hacían con los oficiales, con los asistentes y -con los franciscanos. Varias chinas y mujeres blancas cristianizadas, -por no decir cristianas, se acercaban á éstos, se arrodillaban, y -tomándoles los cordones les decían: «La bendición, mi Padre». De veras, -aquel recogimiento, aquel respeto primitivo me enterneció. ¡Qué cosa -tan grande es la religión, cómo consuela, conforta y eleva el espíritu! - -Los franciscanos dieron algunas bendiciones, y á poca costa hicieron -felices á unas cuantas ovejas descarriadas ó arrebatadas á la grey. - -El contento era general, ¡qué digo! ¡universal! - -Nadie, y eso que había muchísima gente _achumada_, nos faltó al respeto -en lo más mínimo. Al contrario, caciques y capitanejos, indios de -importancia y chusma, cristianos asilados y cautivos, todos, todos nos -trataban con la más completa finura araucana. - -Francamente, nos indemnizaban con réditos de los malos ratos, -hambrunas, detenciones é impertinencias del camino. - -¿Qué más podían hacer aquellos bárbaros, sino lo que hacían? - -¿Les hemos enseñado algo nosotros, que revele la disposición generosa, -humanitaria, cristiana de los gobiernos que rigen los destinos -sociales? Nos roban, nos cautivan, nos incendian las poblaciones, es -cierto. ¿Pero qué han de hacer, si no tienen hábitos de trabajo? ¿Los -primeros albores de la humanidad presentan acaso otro cuadro? ¿Qué era -Roma un día? Una gavilla de bandoleros, rapaces, sanguinarios, crueles, -traidores. - -¿Y entonces, qué tiene que decir nuestra decantada civilización? - -Quejarnos de que los indios nos asolen, es lo mismo que quejarnos de -que los gauchos sean ignorantes, viciosos, atrasados. - -¿Á quién la culpa, sino á nosotros mismos? - -Pero entremos al toldo de Mariano Rosas, quien antes de ofrecérmelo, -me preguntó: ¿Qué quería hacer con mis caballos, si hacerlos cuidar -con mi gente ó que él me los haría cuidar?--quien, preguntándome si mi -gente había comido, y habiéndole contestado que no, llamó á su hijo -_Lincoln_,--por qué se llama así no sé,--y le ordenó en castellano que -carneara pronto una vaca gorda. - -El toldo de Mariano Rosas, como todos los toldos, tiene una enramada; -descansemos en ella hasta mañana, á fin de no alterar el método que me -he propuesto seguir en el relato. - -También conviene hacerlo así para que ni tú, Santiago amigo, ni el -lector se hastíen,--que lo poco gusta y lo mucho cansa, aunque á este -respecto pueden dividirse las opiniones según sea el capítulo de que se -trate. - -¿Quién se cansa de leer á Byron, á Goethe, á Juvenal, á Tácito? - -Nadie. - -¿Y á mí? - -Cualquiera. - - - - - XXVI - - La enramada de Mariano Rosas.--Parlamento y comida.--Agasajo.--Pasión - de los Indios por la bebida.--Qué es un yapaí.--Epumer - hermano mayor de Mariano Rosas.--Él y yo.--Me deshago de mi - capa colorada.--Regalos.--Distribución de aguardiente.--Una - orgía.--Miguelito. - - -De las dos proposiciones de Mariano Rosas sobre las bestias, opté por -la primera, teniendo presente que el ojo del amo engorda el caballo. - -Llamé á Camilo Arias y le di mis órdenes; Mariano las completó con -varias indicaciones relativas al mejor pasto, al agua, á las horas de -recoger y encerrar, según lo que se dispusiera. Terminó recomendando el -mayor cuidado y vigilancia de día y de noche, por los _indios gauchos -ladrones_, probándome con lo primero, que era hombre entendido en -asuntos de campo, con lo segundo, que no es mal sastre quien conoce el -paño. - -Pasamos á la enramada, que quedaba unida al toldo. Éste es siempre -de cuero, aquélla de paja, generalmente de _chala_ de maíz. Otro -día, cuando entremos en un toldo, veremos cómo está construido y -distribuido; hoy quedemos en la enramada, que era como todas, un -armazón de madera, con techumbre de plano horizontal. Tendría sesenta -varas cuadradas. - -Allí habían preparado asientos. Consistían en cueros de carneros, -negros, lanudos, grandes y aseados; dos ó tres formaban el lecho, -otros tantos arrollados el respaldo. Estaban colocados en dos filas y -el espacio intermedio acababa de ser barrido y regado. Una fila era -para los recién llegados, otra para el dueño de casa, sus parientes -y visitas. La fila que me designaron á mí miraba al Naciente; á la -derecha, en la primera hilera, veíase un asiento que era el mío, más -elevado que los demás, con respaldo ancho y alto con dos rollos de -ponchos á la derecha é izquierda, formando almohadones. - -Todo estaba perfectamente bien calculado, como para sentarse con -comodidad, con las piernas cruzadas á la turca, estiradas, dobladas; -acostarse, reclinarse ó tomar la postura que se quisiera. - -Frente á frente de mí se sentó Mariano Rosas; aunque él habla bastante -bien el castellano, lo mismo que cualquiera de nosotros, hizo venir un -lenguaraz. Convenía que todos los circunstantes oyesen _mis razones_ -para que llevasen lenguas á sus _pagos_ y se hiciese en favor mío una -atmósfera popular. - -El parlamento comenzó como aquellos avisos de teatro del tiempo de -Rosas, que decían, después de los _vivas y mueras de costumbre_ (¡y qué -costumbre tan civilizada y fraternal!), se representará el lindo drama -romántico en verso _Clotilde_, _ó el crimen por amor_, verbigracia, que -cuadraba tan bien con el introito del cartel como ponerle á un santo -Cristo un par de pistolas. - -Es decir, que en pos de las preguntas y respuestas de ordenanza: -Cómo está usted, cómo le ha ido con todos sus jefes y oficiales, -no ha perdido algunos caballos, porque en los campos sólo suceden -desgracias. Vinieron otras inesperadas; pero todas ellas sin interés. - -Yo hablé de los dos caballos que me habían robado en Aillancó, del -saqueo de Wenchenao á las cargas, y lo hice con vivacidad, apostrofando -á los que así me habían faltado al respeto, pareciéndome que mi tono de -autoridad llamaba la atención de todos. - -Haría cinco minutos que conversábamos, traduciendo el lenguaraz de -Mariano sus razones y Mora las mías, cuando trajeron de comer. - -Entraron varios cautivos y cautivas--una de éstas había sido sirvienta -de Rosas,--trayendo grandes y cóncavos platos de madera, hechos por los -mismos indios, rebosando de carne cocida y caldo aderezado con cebolla, -ají y harina de maíz. - -Estaba excelente, caliente, suculento y cocinado con visible esmero. - -Las cucharas eran de madera, de hierro, de plata; los tenedores lo -mismo, los cuchillos comunes. - -Sirvieron á todos, á los recién llegados y á las visitas que me habían -precedido. - -Á cada cual le tocó un plato como una fuente. - -Mientras se comía, se charlaba. - -Yo no tardé en tomar confianza; estaba como en mi casa, mejor que en -ella, sin tener que dar ejemplo á mis hijos. - -Comía como un bárbaro--me acomodaba á mi gusto en el magnífico asiento -de cueros y ponchos; decía cuanto disparate se me venía á la punta -de la lengua y hacía reir á los indios ni más ni menos que Allú á la -concurrencia. - -Al que se me acercaba, algo le hacía--ó le daba un tirón de narices, -ó le aplicaba un coscorrón, ó le pegaba una fuerte palmada en las -posaderas. - -Los más chuscos me devolvían con usura mis bromas. - -Se acabó el primer plato y trajeron otro, como para frailes -_pantagruélicos_, lleno de asado de vaca, riquísimo. - -Materialmente--me chupé los dedos con él, que no es lo mismo comer á -manteles que en el suelo y en Leubucó. - -Después del asado nos sirvieron algarroba pisada, maíz tostado y -molido, á manera de postre; es bueno. - -Trajeron agua en vasos, jarros y _chambaos_ (es un jarrito de aspa). - -Y, á indicación del dueño de casa, que con impaciencia gritó varias -veces: ¡trapo! ¡trapo! (los indios no tienen voz equivalente) unos -cuantos pedazos de género de distintas clases y colores para que nos -limpiáramos la boca. - -Se acabó la comida y empezó el turno de la bebida. - -Este capítulo es serio, si es que después de sabias máximas, consejos -oportunos y graves reflexiones de Brillat Savarin, puede haber algo más -serio que el comer. - -Aquel filósofo, inmortal en su género, tiene dos aforismos que podían -parafrasearse aquí, diciendo: díme lo que bebes, te diré lo que eres; -el destino de las naciones depende de lo que beben. - -Manuel Gascón ha de pretender _á priori y á posteriori_, que para él el -problema está resuelto, sosteniendo que de todas las bebidas la mejor -es el agua. - -Digo que esto depende de las circunstancias, como que no hayan visitas, -y prosigo. - -Los indios beben, como todo el mundo, por la boca. - -Pero ellos no beben comiendo. - -Beber es un acto aparte. - -Nada hay para ellos más agradable. - -Por beber posponen todo. - -Y así como el guerrero que se apresta á la batalla prepara sus armas, -ellos, cuando se disponen á beber, esconden las suyas. - -Mientras tienen qué beber, beben; beben una hora, un día, dos días, dos -meses. - -Son capaces de pasárselo bebiendo hasta reventar. - -Beber es olvidar, reir, gozar. - -No teniendo aguardiente ó vino, beben _chicha_ ó _piquillín_. - -Esta vez estaban de fiesta con vino. - -El acto está sujeto á ciertas reglas, que se observan como todas las -reglas humanas, hasta que se puede. - -Se inicia con un _yapaí_, que es lo mismo que si dijéramos: _the -pleasure of a glass of wine with you?_ para que vean los de la colonia -inglesa que en algo se parecen á los ranqueles. - -Pero esta invitación se diferencia algo de la nuestra. - -Nosotros empezamos por llenar la copa del invitado, luego la propia; -bebemos simultáneamente, haciéndonos un saludo más ó menos risueño y -cordial, espiándonos por sobre el borde de la copa, á ver quién la -apura más; y es de buena educación, de estilo clásico, no beberla toda, -ni tampoco que parezca se ha aceptado el brindis por compromiso; como -que él significa:--Á la salud de usted cuando no se ha propuesto uno -por la patria, por la libertad ó por el Presidente de la República. - -Los indios empiezan por decir _yapaí_, llenando bien el tiesto en que -beben, que generalmente es un cuernito. - -La persona á quien se dirigen, contesta _yapaí_. - -Bebe primero el que invitó, hasta poder hacer lo que los franceses -llaman _goute en l'ongle_, es decir, hasta que no queda una gota, -llenan después el vaso, copa, jarro ó cuernito exactamente, como él lo -bebiera, se lo pasa al contrario, y éste se lo echa al coleto diciendo -_yapaí_. - -Si el yapaí ha sido de media cuarta, media cuarta hay que beber. - -Por supuesto que no conozco nada peor visto que una persona que se -excusa de beber, diciendo:--No sé. - -En un hombre tal, jamás tendrían confianza los indios. - -Así como en toda comida bien dirigida, hay siempre un anfitrión que -la preside, que hace los honores, que la anima; así también en todo -beberaje de indios hay uno que lleva la palabra; es el que hace el -gasto, por lo común. - -Esta vez, el que hacía el gasto ostensiblemente era Mariano Rosas, en -realidad el Estado, que le había dado sus dineros al Padre Burela para -rescatar cautivos. - -Pero aunque Mariano Rosas hacía el gasto y era el dueño de la casa, -Epumer, su hermano, era el anfitrión. - -Epumer es el indio más temido entre los ranqueles, por su valor, por su -audacia, por su demencia cuando está beodo. - -Es un hombre como de cuarenta años, bajo, gordo, bastante blanco y -rosado, ñato, de labios gruesos y pómulos protuberantes, lujoso en el -vestir, que parece tener sangre cristiana en las venas, que ha muerto -á varios indios con sus propias manos, entre ellos á un hermano por -parte de madre, que es generoso y desprendido, manso estando bueno de -la cabeza, que no estándolo le pega una puñalada al más pintado. - -Con este nene tenía que habérmelas yo. - -Llevaba un gran facón con vaina de plata cruzado por delante, y me -miraba por debajo del ala de un rico sombrero de paja de Guayaquil, -adornado con una ancha cinta encarnada, pintada de flores blancas. - -Yo llevaba un puñal con vaina y cabo de oro y plata, sombrero gacho -de castor, y alta ala, no le quitaba los ojos al orgulloso indio, -mirándole fijamente cuando me dirigía á él. - -Bebíamos todos. - -No se oía otra cosa que ¡_yapaí_, hermano! ¡_yapaí_, hermano! - -Mariano Rosas no aceptaba ninguna invitación, decía estar enfermo, y -parecía estarlo. - -Atendía á todos, haciendo llenar las botellas cuando se agotaban; -amonestaba á unos, despedía á otros cuando me incomodaban mucho con sus -impertinencias; me pedía disculpas á cada paso; en dos palabras, hacía, -á su modo, y según lo usos de su tierra, perfectamente bien los honores -de su casa. - -Epumer no había simpatizado conmigo, y á medida que se iba _caldeando_, -sus pullas iban siendo más directas y agudas. - -Mariano Rosas lo había notado, y se interponía constantemente entre su -hermano y yo, terciando en la conversación. - -Yo le buscaba la vuelta al indio y no podía encontrársela. - -Á todo lo hallaba taimado y reacio. - -Llegó á contestarme con tanta grosería que Mariano tuvo que pedirme lo -disculpara, haciéndome notar el estado de su cabeza. - -Y sin embargo, á cada paso me decía: - ---Coronel Mansilla, ¡yapaí! - ---Epumer, ¡yapaí!--le contestaba yo. - -Y llenábamos con vino de Mendoza los cuernos y los apurábamos. - -Mis oficiales se habían visto obligados á abandonar la enramada, so -pena de quedar tendidos, tantos eran los _yapaí_. - -Los indios, _caldeados_ ya, apuraban las botellas, bebían sin método; -¡vino! ¡vino! pedían para _rematarse_, como ellos dicen, y Mariano -hacía traer más vino, y unos caían y otros se levantaban, y unos -gritaban y otros callaban, y unos reían y otros lloraban, y unos venían -y me abrazaban y me besaban, y otros me amenazaban en su lengua, -diciéndome _winca engañando_. - -Yo me dejaba manosear y besar, acariciar en la forma que querían, -empujaba hasta darlo en tierra al que se sobrepasaba demasiado, y como -el vino iba haciendo su efecto, estaba dispuesto á todo. Pero con -bastante calma para decirme: - ---Es menester aullar con los lobos para que no me coman. - -Mis aires, mis modales, mi disposición franca, mi paciencia, mi -constante aceptar todo _yapaí_ que se me hacía, comenzaron á captarme -simpatías. - -Lo conocí y aproveché la coyuntura. - -La ocasión la pintan calva. - -Llevaba una capa colorada, una linda, aunque malhadada capa colorada, -que hice venir de Francia, igual á las que usan los oficiales de -caballería de los cuerpos argelinos indígenas. - -Yo tengo cierta inclinación á lo pintoresco, y durante mucho tiempo, no -he podido substraerme á la tentación de satisfacerla. - -Y tengo la pasión de las capas,--que me parece inocente, sea dicho de -paso. - -En el Paraguay usaba capa blanca siempre. - -Hasta dormía con ella. - -Mi capa era mi mujer. - -Pero qué caro cuestan á veces las pasiones inocentes. - -Por usar capa colorada me han negado el voto de los comicios. - -Por usar capa colorada me han creído _colorado_. - -Por usar capa colorada me han creído caudillo de malas intenciones. -Pero entonces, ¿cómo dicen que el hábito no hace al monje? - -Decididamente, Figueroa es quien tiene razón. «Pues el hábito hace al -monje, por más que digan que no». - -Me quité la histórica capa, me puse de pie, me acerqué á Epumer, y -dirigiéndole palabras amistosas, le dije: - ---Tome, hermano, esta prenda, que es una de las que más quiero. - -Y diciendo y haciendo, se la coloqué sobre los hombros. - -El indio quedó idéntico á mí, y en la cara le conocí que mi acción le -había gustado. - ---Gracias, hermano--me contestó, dándome un abrazo que casi me reventó. - -Vi brillar los ojos de Mariano Rosas, como cuando el relámpago de la -envidia hiere el corazón. - -Tomé mi lindo puñal, y dándoselo, le dije: - ---Tome, hermano, usted úselo en mi nombre. - -Lo recibió con agrado, me dió la mano y me lo agradeció. - -Mandé traer mi lazo que era una obra maestra y se lo regalé á Relmo. - -Ya estaba en vena de dar hasta la camisa. - -Mandé traer mis boleadoras, que eran de marfil con abrazaderas de -plata, y se las regalé á Melideo. - -Mandé traer mis dos revólveres y se los regalé á los hijos de Mariano. - -Llevaba tres sombreros de los mejores, llevaba medias, pañuelos, -camisas, regalé cuanto tenía. - -Y por último mandé traer un barril de aguardiente y se lo regalé á -Mariano. - -Mariano me dijo: - ---Para que vea, hermano, cómo soy yo con los indios, delante de usted -les voy á repartir á todos. Yo soy así, cuanto tengo es para mis -indios, ¡son tan pobres! - -Vino el barril y comenzó el reparto por botellas, calderas, vasos, -copas y cuernos. - -En tanto que Mariano hacía la patriarcal distribución, un hombre de su -confianza, un cristiano, se acercó á mí y á voz baja me dijo: - ---Dice el general Mariano que si trae más aguardiente le guarde un -poquito para él, que esta noche cuando se quede solo piensa divertirse -_solo_; que ahora no es propio que él lo haga. - -¿Qué te parece cómo se hila entre los indios? - -Contesté que tenía otro barril, que repartiese todo el que acababa de -recibir. - -La orgía siguió; era una bacanal en regla. - -Epumer comenzó á ponerse como una ascua, terrible. - -Mariano quiso sacarme de allí: me negué, su hermano quería beber -conmigo y yo no quería abandonar el campo, exponiéndome á las sospechas -de aquellos bárbaros. - -Soy fuerte, contaba conmigo. - -Si la fortuna no me ayudaba, alguna vez se acababa todo, algún día -termina esta batalla de la vida en que todo es orgullo y vanidad. - ---Yapaí--me dijo Epumer, ofreciéndome un cuerno lleno de aguardiente. - ---Yapaí--contesté horripilado;--yo podía beber una botella de vino en -una sentada. Pero un cuerno, al mejor se la doy. - -En ese instante y mientras Epumer apuraba el cuerno, una voz suave me -llamó al oído. - -Di vuelta sorprendido, y me hallé con una fisonomía infantil, pero -enérgica. - ---Y ¿quién eres tú? - ---Un cristiano, Miguelito. - - - - - XXVII - - Pasión de Miguelito.--Los hombres son iguales en todas circunstancias - de la vida.--Retrato de Miguelito.--Su historia. - - -Miguelito había concebido por mí una de esas pasiones eléctricas, que -revelan la espontaneidad del alma; que son un refugio de las grandes -tribulaciones, que consuelan y fortalecen; que no retroceden ante -ningún sacrificio; que confunden al escéptico y al creyente lo llenan -de inefable satisfacción. - -Cruzamos el mar tempestuoso de la vida entre la angustia y el dolor, -la alegría y el placer, entre la tristeza y el llanto, el contento y -la risa; entre el desencanto y la duda, la creencia y la fe. Y cuando -más fuertes nos conceptuamos, el desaliento nos domina, y cuando más -débiles parecemos, inopinadas energías nos prestan el varonil aliento -de los héroes. - -Vivimos de sorpresa en sorpresa, de revelación en revelación, de -victoria en victoria, de derrota en derrota. - -Somos algo más que un dualismo; somos algo de complejo, de complicado ó -indescifrable. - -Y sin embargo, es falso que los hombres sean mejores en la mala fortuna -que en la buena; caídos que cuando están arriba, pobres que ricos. - -El avaro, nadando en la opulencia, no se cree jamás con deberes para el -desvalido. - -El generoso no calcula si lo superfluo de que hoy día se desprende, -será mañana para él una necesidad. - -El cobarde es siempre fuerte con los débiles, débil con los fuertes. - -El valiente, ni es opresor, ni se deja oprimir, puede -doblarse,--quebrarse jamás. - -El débil, busca quien le dé sombra, quien le gobierne y le dirija. - -El fuerte, ampara y protege, se basta á sí mismo. - -El virtuoso es modesto. - -El vicioso es audaz. - -Somos como Dios nos ha hecho. - -Es por eso que la caridad nos prescribe el amor, la indulgencia, la -generosidad. - -Es por eso que la grandeza humana consiste en adherirse á lo imperfecto. - -Tal hombre que yo amo, no merece mi estimación; tal otro que estimo, no -es mi amigo. - -La razón, es la inflexible lógica. - -El corazón, es la inexplicable versatilidad. - -Los problemas psicológicos son insolubles. - -¿De dónde brota para la planta la virtualidad de emisión? - -¿De la hoja, de la celda, de los pétalos, de los estambres, de los -ovarios? - -Misterio... - -Las fuerzas plásticas de la Naturaleza son generadoras. - -Quien dice biología, dice órganos productores. - -¿Pero cómo se operan los fenómenos de la vida? - -Del corazón nacen los grandes afectos y los grandes odios; del corazón -nacen los pensamientos sublimes y las sublimes aberraciones; del -corazón nace lo que me estremece y me enternece, lo que me consuela y -lo que me agita. - -¿Á impulsos de qué? - -Lo que ayer embellecía mi vida hoy me hastía; lo que ayer me daba la -vida, hoy me mata; ayer creía no poder vivir sin lo que hoy me falta, y -hoy descubro en mí gérmenes inesperados para resistir y sufrir. - -Como la lámpara que se extingue, pero que no muere, así es nuestro -corazón. - -Nos quejamos de los demás, jamás de nosotros mismos. - -¿Es que somos ingratos ó severos? - -¡No! - -Es que no nos entendemos. - -Si nos comprendiéramos no seríamos injustos, anhelando como anhelamos -el bien. - - _«There is a tide in the affairs of men, - Which, taken at the flood, leads on to fortune.»_ - -Que hay una marea en los negocios humanos que entrando en ella cuando -sube conduce á la fortuna. - -Sea de esto lo que fuere, una cosa es innegable,--que quien sabe sufrir -y esperar, á todo puede atreverse. Y si esto se negase, no me negarán -esto otro: que cuando el hombre tiene necesidad de un hombre y lo -busca, le halla. - -Nuestra desesperación no es frecuentemente más que el efecto de nuestra -impaciencia febril. - -La solidaridad humana es un hecho tangible,--en política, en economía -social, en religión, en amistad. - -La vida se consume cambiando servicios por servicios. La armonía -depende de este convencimiento vulgar, que está en la conciencia de -todos: hoy por ti mañana por mí. - -Es por eso que el tipo odioso por excelencia, es el de aquél que, -violando la sabia ley de la reciprocidad, se mancha eternamente con el -borrón de la ingratitud. - -Dante coloca á estos desgraciados en el cuarto recinto del último -infierno. - -Á los que entran allí.--_Vexilla regis prodeunt inferni_,--los -estandartes de Satanás salen á recibirlos y la cohorte diabólica -empiedra con sus cráneos la glacial morada. - -¡Cuántas veces sin buscar el hombre que necesitamos, no le hallamos en -nuestro camino! - -La aparición de Miguelito en el toldo de Mariano Rosas, es una prueba -de ello. - -Yo estaba amenazado de un peligro y no lo sabía. - -Miguelito me lo previno y me puse en guardia. Estar prevenido, es la -mitad de la batalla ganada. - -Miguelito tiene veinticuatro años. Es lampiño, blanco como el marfil -y el sol no ha tostado su tez; tiene ojos negros, vivos, brillantes -como dos estrellas, cejas pobladas y arqueadas, largas pestañas, frente -despejada, nariz afilada, labios gruesos, bien delineados, pómulos -salientes, cara redonda, negros y lacios cabellos largos; estatura -regular, más bien baja, anchas espaldas y una musculatura vigorosa. - -Sus cejas revelan orgullo, sus pómulos valor, su nariz perspicacia, sus -labios dulzura, sus ojos impetuosidad, su frente resolución. - -Vestía bota de potro, calzoncillos cribados con fleco, chiripá de -poncho inglés listado, camisa de Crimea mordoré, tirador con botones -de plata, sombrero de paja ordinaria, guarnecida de una ancha cinta -colorada; al cuello tenía atado un pañuelo de seda amarillo pintado de -varios colores; llevaba un facón con cabo de plata y unas boleadoras -ceñidas á la cintura. - -Ya he dicho que Miguelito es cristiano; me falta decir que no es -cautivo ni refugiado político. - -Miguelito está entre los indios huyendo de la justicia. - -Á los veinticuatro años ha pasado por grandes trabajos; tiene historia, -historia que vale la pena de ser contada, y que contaré,--antes de -seguir describiendo las escenas báquicas con Epumer,--tal cual él me lo -contó noches después de haberle conocido yendo en mi campaña de Leubucó -á las tolderías del cacique Baigorrita. - -Hablaré como él habló. - ---Yo era pobre, señor, y mis padres también. Mi madre vivía de su -conchabo; mi padre era gallista, yo corredor de carreras. - -Á veces mi padre y yo juntos, otras separadamente, nos conchabábamos de -peones carreteros, ó para acarrear ganados de San Luis á Mendoza. - -Los tres éramos nacidos y criados en el Morro, y allí vivíamos. Mi -viejo era un gaucho lindo, nadie pialaba como él, ni componía gallos -mejor; era joven y guapetón. No he visto hombre más alentado. Sólo -tenía el defecto de la chupa. Cuando tomaba le daba por celarla á mi -madre, que era muy trabajadora y muy buena, la pobre, que Dios la tenga -en gloria. - -Á más de eso, mi viejo era buen guitarrero, hombre bastante leído y -escribido pues sus primeros patrones, que fueron muy hacendados, lo -enseñaron bien. - ---¿Y cómo se llamaba tu padre? - ---Lo mismo que yo, mi Coronel, Miguel Corro. Somos de unos Corro de -la Punta de San Luis, que allí fueron gente de posibles en tiempo de -Quiroga. - -Pero mi madre, mi padre y yo, como le he dicho, hemos nacido en el -Morro, cerca del cerro, en un rancho que está en un terrenito que -siempre pasó por nuestro, aunque yo no sé de quién será. Si conoce el -Morro, mi Coronel, le diré dónde queda: queda hacia el ladito de abajo -de la quinta de D. Novillo, á quien cómo no ha de conocer, si es rico -como usted. - -La casa estaba casi siempre sola, porque mi madre se iba por la -mañanita al pueblo, y no volvía de su conchabo hasta después de la cena -de sus patrones. - -Mi padre y yo no parábamos; él por sus gallos, yo por los caballos que -tenía en compostura. - -Todos los días, tarde y mañana, tenía que caminarlos. Luego, el viejo -y yo éramos alegres y no perdíamos bailecito. Me quería mucho y -siempre me buscaba para que le acompañara; así es que yo era quien lo -disculpaba y lo componía con mi madre lo que se peleaban. - -De ese modo lo pasábamos y, aunque éramos pobres, vivíamos contentos, -porque jamás nos faltaban buenos reales con que comprar los vicios y -ropa. Caballos, ¡para qué hablar! Siempre teníamos superiores. - -En la casa donde mi madre estaba acomodada, había una niña muy -donosita, que yo veía siempre que iba por allí de paso, á hablar con la -vieja. - -Como los dos éramos muchachos, lo que nos veíamos nos reíamos. Yo al -principio creí que era juguete de la niña; pero después vi que me -quería y la empecé á hacerle el amor, hasta que mi madre lo supo, y me -dijo que no volviera más por allí. - -Le obedecí, y me puse á visitar otra muchacha, hija de un paisano amigo -de mi familia, que tenía algunos animales y muchas prendas de plata, -como que era hombre de unas manos tan baqueanas para el naipe, que de -cualquiera parte le sacaba á uno la carta que él quería. Era peine como -él solo. Nadie le ganaba al monte, ni al truco, ni á la primera. - -La hija de la patrona de mi madre se llamaba Dolores; la otra se -llamaba Regina. Ésta era buena muchacha; ¡pero de ánde como aquélla! - -No me acuerdo bien cuánto tiempo pasaría; debió pasar así como medio -año. - -Un día mi madre volvió á descubrir que yo seguía en coloquios con -la Dolores, siempre que podía, y se me enojó mucho, y aunque ya era -hombrecito me amenazó. - -Yo me reía de sus amenazas y seguí cortejando á Dolores y á la Regina; -porque las dos me gustaban y me querían. - -Ya usted sabe, mi Coronel, lo que es el hombre, cuantas ve, cuantas -quiere, ¡y las mujeres que necesitan poco! - -Yo no me acuerdo ni de lo que hice, ni de lo que contesté entonces. -Pero probablemente aprobé el dicho de Miguelito y suspiré. - -Miguelito prosiguió. - -Otro día, mi padre y mi madre me dijeron, que el padre de Regina les -había dicho que si ellos querían nos casaríamos; que él me habilitaría. -Que qué me parecía. - -Les contesté que no tenía ganas de casarme. Mi madre se puso furiosa, y -el viejo, que nunca se enojaba conmigo, también. Mi madre me dijo, que -ella sabía por qué era; que me había de costar caro, por no escuchar -sus consejos, que cómo me imaginaba que la Dolores podía ser mi mujer, -que al contrario, en cuanto la familia maliciara algo me echaría de -veterano; porque eran ricos y muy amigos del Juez y del Comandante -militar. - -Yo no escuchaba consejos, ni tenía miedo á nada y seguía mis amores con -la Dolores, aunque sin conseguir que me diera el sí. - -Mi madre estaba triste, decía que alguna desgracia nos iba á suceder; -ya la habían despedido de casa de la Dolores y de todo me echaba la -culpa á mí. - -De repente lo pusieron preso á mi padre, y lo largaron después; en -seguida me pusieron preso á mí, nada más que porque les dió la gana, lo -mismo que á mi padre. Usted ya sabe, mi Coronel, lo que es ser pobre y -andar mal con los que gobiernan. - -Pero me largaron también; y al largarme me dijo el teniente de la -partida, que ya sabía que había andado maleando. - ---¿Maleando cómo?--le pregunté. - ---En juntas contra el Gobierno--me contestó. - ---¿Y de ánde, mi Coronel? - -Todito era purita mentira. - -Lo que había era que ya me estaban haciendo la cama. - -Ni mi padre ni yo nunca habíamos andado con los colorados, porque no -teníamos más opinión que nuestro trabajo y nos gustaba ser libres, y -cuando se ofrecía una guardia, por no tomar una carabina, más bien le -pagábamos al Comandante, que es como se ve uno libre del servicio; si -no, es de balde. - -Una tarde, ya anochecía, estábamos en el fogón todos los de la casa; -sentimos un tropel, ladraron los perros y lueguito se oyó un ruido de -sables. - ---¿Qué será, qué no será?--decíamos. - -Mi madre se echó á llorar diciéndome: - ---Tú tienes la culpa de lo que va á suceder. - ---Usted sabe, mi Coronel, lo que son las mujeres y sobre todo las -madres para adivinar una desgracia. - -Parece que todo lo viesen antes de suceder, como le pasó á mi vieja -aquella noche. Porque al ratito de lo que le iba diciendo, ya llegó la -partida y se apeó el que la mandaba, haciendo que mi padre marchara con -él sin darle tiempo ni á que alzara el poncho. - -Se lo llevaron en cuerpito. - -Pasamos con mi madre una triste noche, muy triste, mirándonos, yo -callando y ella llorando sentada en una sillita al lado de su cama, -porque no se acostó. - -Al día siguiente, en cuanto medio quiso aclarar, ensillé, monté y me -fuí derechito al pueblo, á ver qué había. - -Lo acusaban á mi padre de un robo. - -Y decía que si no ponía personero, lo iban á mandar á la frontera. - -¿Y de ánde había de sacar plata para pagar personero, ni quién había de -querer ir? - -Me volví á mi casa bastante afligido con la noticia que le llevaba á mi -madre. Pero pensando que si me admitían por mi padre podía librarlo. - -Le conté á mi madre lo que sucedía, y le dije lo que quería hacer. - -Se quedó callada. - -Le pregunté qué le parecía. - -Siguió callada. - -Se enojó mucho, me echó; me fuí, volví tarde, los perros no ladraron, -porque me conocieron; llegué sin que me sintieran hasta la puerta del -rancho. - -La hallé hincada rezando, delante de un nicho que teníamos que era -_Nuestra Señora del Rosario_. - -Rezaba en voz muy baja; yo no podía oir sino el final de los Padres -Nuestros y de las Ave Marías. - -Contenía el resuello para no interrumpirla, cuando oí que dijo: - -«Madre mía y señora, ruega por él y por mi hijo.» - -Suspiré fuerte. - -Mi madre dió vuelta; yo entré en el rancho y la abracé. - -No me dijo nada. - -Con mi padre no se podía hablar, estaba incomunicado. - -Yo anduve unos cuantos días dando vueltas á ver si conseguía conversar -con él, y al fin lo conseguí. - -Me contó lo que había. - -No era nada. - -Todo era por hacernos mal. - -Querían que saliéramos del pago. - -Empezaban con él, seguirían conmigo. - -Á fuerza de plata, vendiendo cuanto teníamos, logramos que lo largaran. - -Para esto el Juez dió en visitar á mi madre solicitándola, y yo me tuve -que casar con Regina, porque su padre fué quien más dinero nos prestó -para comprar la libertad del mío. - -Desde el día en que mi padre salió de la prisión--esa noche me casé -yo,--ya no hubo paz en mi casa. - -El hombre se puso tristón, no lo pasaba sino en riñas con mi madre. - -Se le había puesto que la pobre había andado en tratos con el Juez, por -su libertad; creía que todavía andaba. - -¡Y qué había de andar, mi Coronel, si era una mujer tan santa! - -Pero ya sabe usted lo que es un hombre desconfiado. - -Mi padre lo era mucho. - ---¿Y á ti cómo te iba con la Regina?--le pregunté al llegar á esta -altura del relato. - ---Como el diablo--me contestó. - ---Pero, antes me has dicho que la querías y que te gustaba--agregué. - ---Es verdad, señor, pero es que á la Dolores la quería mucho también, y -me gustaba más--repuso. - ---¿Y la veías?--proseguí. - ---Todas las noches, señor, y de ahí vino mi desgracia y la de toda -mi familia--contestó con amargura, envolviéndose en una nube de -melancolía. - ---¡Pobre Miguelito!--exclamé interiormente, admirando aquella -ingenuidad infantil en un hombre cuyo brazo había estado resuelto, por -simpatía hacia mí, á darle una puñalada al tremendo y temido Epumer. - - - - - XXVIII - - Teoría sobre el Ideal.--Miguelito continúa contando su - historia.--Cuadro de costumbres. - - -Toda narración sencilla, natural, sin artificio ni afectación, halla -ecos simpáticos en el corazón. - -El ideal no puede realizarse sino manteniéndonos dentro de los límites -de la Naturaleza. - -¿Ó no existe, ó no es verdad? - -¿Ó no hay belleza plástica--rasgos, líneas, formas humanas perfectas? - -¿Ó no hay belleza aérea--accidentes, fenómenos fugitivos, perfección -moral? - -Miguelito me había cautivado. - -Era como una aparición novelesca en el cuadro romántico de mi -peregrinación; de la azarosa cruzada que yo había emprendido devorado -por una fiebre generosa de acción, con una idea determinada, y digo -determinada, porque siendo la capacidad del hombre limitada, para hacer -algo útil, grande ó bueno, tenemos necesariamente que circunscribir -nuestra esfera de acción. - -Viendo el tinte de tristeza que vagaba por su simpática fisonomía, lo -dejé un rato replegado sobre sí mismo, y cuando la nube sombría de sus -recuerdos se disipó le dije: - ---Continúa, hijo, la historia de tu vida me interesa. - -Miguelito continuó: - ---Yo no vivía con mis padres, ellos estaban sumamente pobres, y yo -había gastado cuanto tenía por la libertad de mi viejo. Tuve que irme á -vivir con la familia de Regina. - -Los primeros tiempos anduve muy bien con mi mujer. - -Mis suegros me querían y me ayudaban á trabajar, prestándome dinero, me -cuidaban y me atendían. - -Al principio todos los suegros son buenos. ¡Pero después! - -Por eso los indios tienen razón en no tratarse con ellos. - ---¿Conoce esa costumbre de aquí, mi Coronel? - ---No, Miguelito, ¿qué costumbre es ésa? - ---Cuando un indio se casa, y el suegro ó la suegra van á vivir con él, -no se ven nunca, aunque estén juntos. Dicen que los suegros tienen -_gualicho_. - -Fíjese lo que entre en un toldo y verá cómo cuelgan unas mantas para no -verse el yerno con la suegra. - ---Vaya una costumbre, que no anda tan desencaminada--exclamé para mis -adentros,--y dirigiéndome á mi interlocutor--continúa--le dije. - -Miguelito murmuró: - ---Son muy diantres estos indios, mi Coronel--y prosiguió así: - ---Al poco tiempo no más de estar casado con la Regina, ya comenzó mi -familia[1] á andar como mi padre y mi madre. - -Todos los días nos peleábamos, parecíamos perros y gatos. - -Y en todas las riñas que teníamos se metía mi suegro, algunas veces mi -suegra, siempre dándole la razón á la hija. - -Cuando la sacaba mejor tenía que salirme de la casa, dejando que me -gritasen pícaro, calavera, pobretón. - -Me daba rabia y no volvía en muchos días, me lo llevaba comadreando por -ahí, y era peor. - -Así es el mundo. - -De yapa cuando volvía, como la Regina estaba mal acostumbrada, porque -los padres la aconsejaban, no quería ser mi mujer. - -Me daba rabia y poco á poco le iba perdiendo el cariño. - -Es verdad que como la Dolores me recibía siempre de noche, á escondidas -de sus padres, que viéndome casado nada sospechaban de nuestros amores, -ya no tenía mucha necesidad de ella. - -Al hombre nunca le falta mujer, mi Coronel, como usted no ignora. - -Ya ve aquí; tiene uno cuantas quiere. - -Lo que suele faltar es plata. - -En habiendo, compra uno todas las que puede mantener. Mariano Rosas -tiene cinco ahora, y antes ha tenido siete. Calfucurá tiene veinte. -¡Qué indio bárbaro! - ---¿Y tú, cuántas tienes? - ---Yo no tengo ninguna, porque no hay necesidad. - ---¿Cómo es eso? - ---Sí; aquí la mujer soltera hace lo que quiere. - -Ya verá lo que le dice Mariano de las chinas y cautivas, de sus mismas -hijas. ¿Y por qué cree entonces que á los cristianos les gusta tanto -esta tierra? Por algo había de ser, pues. - -Me quedé pensando en las seducciones de la barbarie; y como había -tiempo para enterarme de ellas y quería conocer el fin de la historia -empezada, le dije: - ---¿Y te arreglaste al fin con tus suegros y con tu mujer propia? - ---Me arreglaba y me desarreglaba. Unos tiempos andábamos mesturados; -otros, yo por un lado, ellos por otro. - -Por último, Regina se había puesto muy celosa; porque, no sé cómo, supo -mis cosas con la Dolores. - -Hasta me amenazó una vez con que me había de delatar. - -Aquello era una madeja que no se podía desenredar y á más habían dado -en la tandita de hablar mal de mi madre, de modo que yo los oyera. -Decían que ella era mi tapadera y yo la del Juez. - -Una noche casi me desgracié con mi suegro. - -Si no es por Regina, le meto el alfajor hasta el cabo, por mal hablado. - -Era una picardía; porque mi madre, mi Coronel, era mujer de ley. - -Trabajaba como un macho todo el día, y rezar era su vida. - -Como sucede siempre en las familias, nos compusimos. Pero de los labios -para afuera. Adentro había otra cosa. - -Yo prudenciaba, porque mi madre me decía siempre: tené paciencia, hijo. - ---¿Y la Dolores?--le pregunté. - ---Siempre la veía, mi Coronel--me contestó. - ---¿Y cómo hacías? - ---Ahorita le voy á contar, y verá todas las desgracias que me -sucedieron. - -Yo iba casi todas las noches obscuras á casa de la Dolores. - -Saltaba la tapia y me escondía entre los árboles de la huerta, y allí -esperaba hasta que ella venía. - -Mi caballo lo dejaba maneado del lado afuera. - -Cuando la Dolores venía, porque no siempre podía hacerlo, nos -quedábamos un largo rato en amor y compañía, y luego me volvía á mi -casa. - -Un día mi madre me dijo: - -«Hijo, ya no lo puedo sufrir á tu padre; cada vez se pone peor con la -chupa; todo el día está dale que dale con el Juez. Me ha dicho que -si viene esta noche lo ha de matar á él y á mí. Y yo no me atrevo -á despedirlo; porque tengo miedo de que á ustedes les venga algún -perjuicio. Ya vez lo que sucedió la vez pasada. Y ahora con las bullas -que andan, se han de agarrar de cualquier cosa para hacerlos veteranos.» - -Con esta conversación me fuí muy pensativo á ver á la Dolores. - -Estuvimos como siempre, desechando penas. - -Nos despedimos, salté la tapia, desmanié mi flete, monté, le solté la -rienda y tomó el camino de la querencia al trotecito. - -Yo iba pensando en mi madre, diciendo:--Si le habrá sucedido -algo--mejor será que vaya para allá,--cuando el caballo se paró de -golpe. - -El animal estaba acostumbrado á que yo me apeara en mi camino á prender -un cigarrito, en un nicho en donde todas las noches ponían una vela por -el alma de un difunto. - -Me desmonté. - -El nicho tenía una puertita. - -Hacía mucho viento. - -Fuí á abrirla antes de haber armado el cigarro y se me ocurrió que si -se apagaba la luz, no lo podría encender. - -La dejé cerrada hasta armar bien. - -Acabé de hacerlo, abrí la puerta y teniendo el caballo de la rienda -con una mano y empinándome, porque el nicho estaba en una peña alta, -encendía el cigarro con la derecha cuando,--zás, trás, me pegaron un -bofetón. - -Solté la rienda, el caballo con el ruido se espantó y disparó; yo creí -que era el alma del difunto, que no quería que encendiera el cigarro en -su vela, me helé de miedo y eché á correr asustado, sin saber lo que me -pasaba, sin ocurrírseme de pronto que no era un bofetón lo que había -recibido, sino un portazo dado por el viento. - -Corría despavorido y había enderezado mal. En lugar de correr para -mi casa, que quedaba en las orillas, corría para el pueblo. La noche -estaba como boca de lobo. Se me figuraba que me corrían de atrás y de -adelante. De todos los lados oía ruido, nunca me he asustado más fiero, -mi Coronel. - -Al llegar á las calles del pueblo, la sangre se me iba calentando; y -veía claro en la obscuridad y oía bien. - -Muchas voces gritaban: - ---¡Por allí! ¡por allí! - ---¡Cáiganle! ¡dénle! - -Al doblar una cuadra me topé con unos cuantos, que no tuve tiempo de -reconocer. - ---¡Alto ahí!--me gritaron. - -Hice alto. - ---¿Quién es usted?--me preguntaron. - ---Miguel Corro--contesté. - ---¡Maten! ¡maten!--gritaron. - -Hicieron fuego de carabina, me dieron sablazos y caí tendido en un -charco de sangre. Por suerte no me pegaron ningún balazo. De no, ahí -quedo para toda la siega. - -Y esto diciendo, Miguelito cayó en una especie de sopor, del que volvió -luego. - ---¿Y?...--le dije. - ---Al día siguiente--prosiguió,--me desperté en el cuerpo de la guardia -de la partida. No podía ver bien porque la sangre cuajada me tapaba los -ojos. Quise levantarme, no pude. - -Me limpié la cara, poco á poco fuí viendo luz. Me habían puesto en el -cepo del pescuezo y de los pies. Ya sabe como son los de la partida de -policía, mi Coronel, los más pícaros de todos los pícaros, y los más -malos. - -Todo ese día no vi á nadie, ni oí más que ruido de gente que entraba y -salía. Estarían tomando declaraciones. - -Á la noche entró una partida y me tiró una tumba de carne. No tuve -alientos para comerla. Me estaba yendo en sangre. - -Como tenía las manos libres, me rompí la camisa, hice unas tiras y -medio me até las heridas, que eran en la cabeza y en la caja del -cuerpo. Estaba cerca de un rincón y alcancé á sacar unas telas de -araña. ¡Quién sabe de no cómo me va! - -Pasé una noche malísima; cuando no me despertaban los dolores, me -despertaban los ratones ó los murciélagos. ¡Qué haber de bichos, mi -Coronel! Los ratones me comían las botas y los murciélagos me chupaban -los cuajarones de sangre. - -Al otro día, reciencito, me sacaron del cepo, y me llevaron entre dos -adonde estaba el Juez. - -Me preguntaron que cómo me llamaba, que cuántos años tenía, y otras -cosas más. - -Me preguntaron que de dónde venía la noche que me prendieron, y por -no comprometer á la Dolores eché una mentira. Dije que de casa de mi -madre. Fué para perjuicio. - -Se me olvidaba decirle que el Juez no era el que yo conocía, el que -visitaba á mi madre, causante de tantos males en mi casa, sino otro -sujeto del Morro. - -Ese día no me preguntaron más. Al otro me tomaron otras declaraciones, -y al otro, otras, y así me tuvieron una porción de tiempo, -incomunicado, dándome á medio día una tumba de carne y un guámparo de -agua. - -Yo estaba medio loco, nada sabía de mi madre, ni de mi padre, ni de mi -mujer, ni de la Dolores. Creía que no se acordaban de mí y me daban -ganas de ahorcarme con la faja. - -Por fin una noche escuché una conversación del centinela con no sé -quién, y supe que yo había muerto al Juez. Así decían. Y decían también -que si no me fusilaban, me destinarían. Yo no entendía nada de aquel -barullo. - -Un día, el soldado de la partida que me daba de comer y beber, me hizo -una seña, como diciéndome: tengo algo que decirle. - -Le contesté con la cabeza, como diciendo: ya entiendo. - -Más tarde entró y me dijo: manda decir la hija de don... que si -necesita dinero que le avise. - -Temiendo que fuera alguna jugada que me quisieran hacer, contesté: déle -las gracias, amigo. - -Y cuando el policiano se iba á ir, le dije: me hace un favor, paisano; -¿me dice por qué estoy preso? - ---Eso lo sabrá usted mejor que yo. - ---¿Sabe usted si está en su casa mi padre, Miguel Corro? - ---Sí, está. - ---¿Y mi madre? - ---También. - ---¿Y dónde lo han muerto al Juez? - ---Cerca de la casa de usted, _pues_. ¿Para qué quiere hacerse el que no -sabe? ¡No ve que ya está todo descubierto! - -Me quedé confuso--no le pregunté nada más, y el hombre se fué. - -Á los pocos días me pusieron comunicado. - -Mi madre fué la primera persona que vi. ¡No le decía, mi Coronel, que -era una santa mujer! - -Por ella supe lo que había. Llorando me lo contó todo. ¡Pobrecita! Mi -padre había muerto de celos al Juez. Pero nadie sino ella lo había -visto. Y á mí me creían el asesino, porque me habían hallado corriendo -á pie, por las calles del pueblo, á deshoras. - -Mi vieja estaba muy afligida. Decía que decían, que me iban á fusilar y -que eso no podía ser, que yo qué culpa tenía. - -Yo le dije: mi madrecita, yo quiero salvar á mi padre. - -Ella lloraba... - -En ese momento entró uno de la partida y dijo:--Ya es hora de -retirarse. Se va á entrar el sol. - -Nos abrazamos, nos besamos, lloramos,--mi vieja se fué y yo me quedé -triste como un día sin sol. - -Me prometió volver al día siguiente, á ver qué se nos ocurría. - -Esto dijo Miguelito, y como quien tiene necesidad de respirar con -expansión para proseguir, suspiró... lágrimas de ternura arrasaron sus -ojos. - -Me enterneció. - - - NOTAS: - - [1] Nuestros paisanos le llaman así á la mujer, y viceversa. - - - - - XXIX - - El gaucho es un producto peculiar de la tierra argentina.--Monomanía - de la imitación.--Continuación de la historia de Miguelito.--Cuadro de - costumbres.--¿Qué es filosofar? - - -Cada zona, cada clima, cada tierra, da sus frutos especiales. Ni la -ciencia, ni el arte, inteligentemente aplicados por el ingenio humano -alcanzan á producir los efectos químico-naturales de la generación -espontánea. - -Las blancas y perfumadas flores del aire de las islas Paranaenses; -las esbeltas y verdes palmeras de Morería; los encumbrados y robustos -cedros del Líbano; los banianos de la India, cuyos gajos cayendo hasta -el suelo, toman raíces, formando vastísimas galerías de fresco y -tupido follaje, crecen en los invernáculos de los jardines zoológicos -de Londres y París. ¿Pero cómo? Mustios y sin olor aquéllos, bajas -y amarillentas éstas; enanos, raquíticos los unos; sin su esplendor -tropical los otros. - -Lo mismo en esa bella planta indígena, que se desarrolla del interior -al exterior; que vive de la contemplación y del éxtasis, que canta y -que llora, que ama y aborrece, que muere en el presente para poder -vivir en la posteridad. - -El aire libre, el ejercicio varonil del caballo, los campos abiertos -como el mar, las montañas empinadas hasta las nubes, la lucha, el -combate diario, la ignorancia, la pobreza, la privación de la dulce -libertad, el respeto por la fuerza; la aspiración inconsciente de -una suerte mejor--la contemplación del panorama físico y social de -esta patria,--produce un tipo generoso, que nuestros políticos han -perseguido y estigmatizado, que nuestros bardos no han tenido el valor -de cantar, sino para hacer su caricatura. - -La monomanía de la imitación quiere despojarnos de todo; de nuestra -fisonomía nacional, de nuestras costumbres, de nuestra tradición. - -Nos van haciendo un pueblo de zarzuela. Tenemos que hacer todos los -papeles, menos el que podemos. Se nos arguye con las instituciones, con -las leyes, con los adelantos ajenos. Y es indudable que avanzamos. - -Pero ¿no habríamos avanzado más estudiando con otro criterio los -problemas de nuestra organización é inspirándonos en las necesidades -reales de la tierra? - -Más grandes somos por nuestros arranques geniales, que por nuestras -combinaciones frías y reflexivas. - -¿Adónde vamos por ese camino? - -Á alguna parte, á no dudarlo. - -No podemos quedarnos estacionarios, cuando hay una dinámica social, que -hace que el mundo marche y que la humanidad progrese. - -¿Pero esas corrientes que nos modelan como blanda cera dejándonos -contrahechos, nos llevan con más seguridad y más rápidamente que -nuestros impulsos propios, turbulentos, confusos, á la abundancia, á la -riqueza, al reposo, á la libertad en la ley? - -Yo no soy más que un simple cronista; ¡felizmente! - -Me he apasionado de Miguelito, y su noble figura me arranca, á pesar -mío, ciertas reflexiones. Allí donde el suelo produce sin preparación -ni ayuda una alma tan noble como la suya, es permitido creer que -nuestro barro nacional empapado en sangre de hermanos, puede servir -para amasar sin liga extraña algo como un pueblo con fisonomía propia, -con el santo orgullo de sus antepasados, de sus mártires, cuyas cenizas -descansan por siempre en frías é ignoradas sepulturas. - -Miguelito siguió hablando. - ---Al día siguiente vino mi madre, trayéndome una olla de mazamorra, una -caldera, hierba y azúcar; hizo ella misma el fuego en el suelo, calentó -agua y me cebó mate. - -La Dolores le había mandado una platita con la peona, diciéndole que ya -sabía que andábamos en apuros; que no tuviese vergüenza, que la ocupara -si tenía alguna necesidad. - -Mientras tanto, mi mujer propia no parecía. Vea, mi Coronel, lo que es -casarse uno de mala gana, por la plata, como lo hacen los ricos. - -La peona de la Dolores le contó á mi madre, que la niña estaba enferma, -y le dió á entender de qué, y que yo debía ser el malhechor. - -Mi vieja me echó un sermón sobre esto. Me recordó los consejos que -yo nunca quise escuchar, porque así son siempre los hijos, y acabó -diciendo redondo: «Y ahora ¿cómo vas á remediar el mal que has hecho?» - -Me dió mucha vergüenza, mi Coronel, lo que mi madre me dijo; porque me -lo decía mucho mejor de lo que yo se lo voy contando y con unos ojos -que relumbraban como los botones de mi tirador. ¡Pobre mi vieja! Como -ella no había hecho nunca mal á nadie, y la había visto criarse á la -Dolores, le daba lástima que se hubiese desgraciado. - -¡Siquiera no te hubieses casado! me decía á cada rato. - -Yo suspiraba; nada más se me ocurría. ¡El hombre se pone tan bruto -cuando ve que ha hecho mal! - -Una caldera llenita me tomé de mate y toda la mazamorra, que estaba muy -rica. Mi madre pisaba el maíz como pocas y lo hacía lindo. - -Me curó después las heridas con unos remedios que traía; eran yuyos del -cerro. - -Después, de un atadito sacó una camisa limpia y unos calzoncillos y me -mudé. - -Me armó cigarros como para toda la noche, nos sentamos en frente uno de -otro, nos quedamos mirándonos un largo rato, y cuando estaba para irse, -se presentó el que le llevaba la pluma al Juez con unos papeles bajo el -brazo y dos de la partida. - -Le mandaron á mi madre que saliera y tuvo que irse. - -El Juez me leyó todas mis declaraciones y una porción de otras cosas, -que no entendí bien. Por fin me preguntó que si confesaba que yo era el -que había muerto al otro Juez. - -Me quedé suspenso, podían descubrir á mi padre y yo quería salvarlo. - -¿Para qué es un hijo, mi Coronel, no le parece? - ---Tienes razón--le contesté. - -Él prosiguió: - ---No se muere más que una vez, y alguna vez ha de suceder eso. - -El escribano me volvió á preguntar que qué decía. Le contesté, que yo -era el que había muerto al otro. - ---¿Por qué?--me dijo. - -Me volví á quedar sin saber qué contestar. - -El escribano me dió tiempo. - -Pensando un momento se me ocurrió decir, que porque en unas carreras, -siendo él rayero, sentenció en contra mía y me hizo perder la carrera -del gateado overo que era un pingo muy superior que yo tenía. Y era -cierto, mi Coronel, fué una trampa muy fiera que me hicieron, y desde -ese día ya anduvimos mal mi padre y yo; porque la parada había sido -fuerte y perdimos tuitito cuanto teníamos. - -Después me preguntó, que si alguien me había acompañado á hacer la -muerte, y le contesté que no; que yo solo lo había hecho todo, que no -tenían que culpar á naides. - -Que qué había hecho con la plata que tenía el Juez en los bolsillos. - -Le dije que yo no había tocado nada. - -Cuando menos los mismos de la partida lo habían saqueado, como lo -suelen hacer. Es costumbre vieja en ellos, y después le achacan la cosa -al pobre que se ha desgraciado. - -No me preguntó nada más, y se fué, y me volvieron á poner incomunicado, -y de esa suerte me tuvieron una infinidad de días. - -Ni con mi madre me dejaban hablar. Pero ella iba todos los días una -porción de veces á ver cuándo se podría y á llevarme que comer. - -Yo me aburría mucho de la prisión y estaba con ganas de que me -despacharan pronto, para no penar tanto; porque las heridas se habían -empeorado con la humedad del cuarto, y porque las sabandijas no me -dejaban dormir, ni de día ni de noche. - -Aquello no era vida. - -Volvió otro día el escribano y me leyó la sentencia. - -Me condenaba á muerte, vea lo que es la justicia, mi Coronel. ¡Y -dicen que los doctores saben todo! ¿Y si saben todo, cómo no habían -descubrido que no era el asesino del Juez aunque lo hubiera confesado? -¡Y muchos que después de la patriada de Caseros, no hablan sino de la -Constitución! - -Será cosa muy buena. Pero los pobres somos siempre pobres, y el hilo se -corta por lo más delgado. - -Si el Juez me hubiera muerto á mí en de veras, ¿á que no lo habían -mandado matar? - -He visto más cosas así, mi Coronel, y eso que todavía soy muchacho. - -El escribano me dejó solo. - -Pasé una noche como nunca. - -Yo no soy miedoso; ¡pero se me ponían unas cosas tan tristes! ¡tan -tristes! en la cabeza, que á veces me daba miedo la muerte. Pensaba, -pensaba en que si yo no moría moriría mi padre, y eso me daba aliento. -¡El viejo había sido tan bueno y tan cariñoso conmigo! Juntos habíamos -andado trabajando, compadreando, comadreando en jugadas y en riñas. -Cómo no le había de querer, hasta perder la vida por él--la vida, -que, al fin, cualquier día la rifa uno por una calaverada, ó en una -trifulca, en la que los pobres salen siempre mal. - -Qué ganas de tener una guitarra tenía, mi Coronel. - -En cuanto me volvieron á poner comunicado fué lo primerito que le pedí -á mi madre que llevara. Me la llevó y cantando me lo pasaba. - -Los de la partida venían á oirme todos los días, y ya se iban -haciendo amigos míos. Si hubiera querido fugarme me fugo. Pero por no -comprometerlos no lo hice. El hombre ha de tener palabra, y ellos me -decían siempre: no nos vaya á comprometer, amigo. - -Siempre que mi vieja iba á visitarme, me lo repetían; y el centinela se -retiraba y me dejaba platicar á gusto con ella. - -Mi madre no sabía nada todavía de que me hubieran sentenciado, y yo no -lo quería decir, porque la veía muy contenta creyendo que me iban á -largar, desde que nada se descubría, y no la quería afligir. - -Pero como nunca falta quien dé una mala noticia, al fin lo supo. - -Se vino zumbando á preguntármelo. - -¡En qué apuros me vi, mi Coronel, con aquella mujer tan buena que me -quería tanto! - -Cuando le confié la verdad, lloró como una Magdalena. - -Sus ojos parecían un arroyo, estuvieron lagrimeando horitas enteras. - -De pregunta en pregunta me sacó que yo había confesado ser el asesino -del Juez, por salvar al viejo. - -Y hubiera visto, mi Coronel, una mujer que no se enoja nunca, enojarse, -no conmigo, porque á cada momento me abrazaba y me besaba diciéndome mi -hijito, sino con mi padre. - ---Él, él no más tiene la culpa de todo, decía, y yo no he de consentir -que te maten por él; todito lo voy á descubrir. - -Y de pronto se secó los ojos, cesó de llorar, se levantó y se quiso ir. - ---¿Adónde va, mamita?--le dije. - ---Á salvar á mi hijo--me contestó. - -Iba á salir, le agarré de las polleras, y á la fuerza se quedó. - -Le rogué muchísimo que no hiciera nada, que tuviera confianza en la -Virgen del Rosario, de la que era tan devota, que todavía podía hacer -algo y salvarme. - -Usted sabe, mi Coronel, lo que es la suerte del hombre. Cuando más -alegre anda, lo refriegan, y cuando más afligido está, Dios lo salva. - -Yo he tenido siempre mucha confianza en Dios. - ---Y has hecho bien--le dije.--Dios no abandona nunca á los que creen en -él. - ---Así es, mi Coronel, por eso esa vez, y después otras me he salvado. - ---¿Y qué hizo tu madre? - ---Cedió á mis ruegos, y se fué diciendo: esta noche le voy á poner -velas á la Virgen y ella nos ha de amparar. - -Y como la Virgencita del nicho, de que antes le he hablado, mi Coronel, -era muy milagrosa, sucedió lo que mi vieja esperaba, me salvó. - -Miguelito hizo una pausa. - -Yo me quedé filosofando. - -¡Filosofando! - -Sí; filosofar es creer en Dios ó reconocer que el mayor de los -consuelos que tienen los míseros mortales, es confiar su destino á la -protección misteriosa, omnipotente de la religión. - -Por eso al grito de los escépticos, yo contesto, como Fenelón: - -_¡Dilatamini!_ - -Si hay un _anankè_,[2] hay también quien mira, quien ve, quien protege, -resguarda, ama y salva á sus criaturas, sin interés. - -Cuando me arranquéis todo, si no me arrancáis esa convicción suave, -dulce, que me consuela y me fortalece, ¿qué me habréis arrancado? - - - NOTAS: - -[2] ἀνάγκη en griego: fatalidad. - - - - - XXX - - Mi vademécum y sus méritos.--En qué se parece Orión á - Roqueplán.--Dónde se aprende el mundo.--Concluye la historia de - Miguelito. - - -Quiero empezar esta carta ostentando un poco mi erudición á la violeta. - -Yo también tengo mi vademécum de citas--es un tesoro como cualquier -otro. - -Pero mi tesoro tiene un mérito. No es herencia de nadie. Yo mismo me lo -he formado. - -En lugar de emplear la mayor parte del tiempo en pasar el tiempo, me he -impuesto ciertas labores útiles. - -De ese modo, he ido acumulando, sin saberlo, un bonito capital, como -para poder exclamar cualquier día: _anche io son pittore_. - -Mi vademécum tiene, á más del mérito apuntado, una ventaja. Es muy -manuable y portátil. Lo llevo siempre en el bolsillo. - -Cuando lo necesito, lo abro, lo hojeo y lo consulto en un verbo. - -No hay cuidado que me sorprendan con él en la mano, como á esos -literatos cuyo bufete es una especie de sancta sanctórum. - -¡Cuidado con penetrar en el estudio vedado sin anunciarlos cuando están -pontificando! - -¡Imprudentes! - -¡Os impondríais de los misteriosos secretos! - -¡Le arrancaríais á la esfinge el tremendo arcano! - -¡Perderíais vuestras ilusiones! - -Veríais á vuestros sabios en camisa, haciéndose un traje pintado con -las plumas de la ave silvana, de negruzcas alas, de rojo pico y pies, -de grandes y negras uñas. - -Yo no sé más de lo que está apuntado en mi vademécum por índice y orden -cronológico. - -No es gran cosa. Pero es algo. - -Hay en él todo. - -Citas _ad hoc_, en varios idiomas que poseo bien y mal, anécdotas, -cuentos, impresiones de viaje, juicios críticos sobre libros, hombres, -mujeres, guerras terrestres y marítimas, bocetos, esbozos, perfiles, -siluetas. Por fin, mis memorias hasta la fecha del año del Señor que -corremos, escritas en diez minutos. - -Si yo diera á luz mi vademécum no sería un librito tan útil como el -almanaque. Sería, sin embargo, algo entretenido. - -Yo no creo que el público se fastidiaría leyendo, por ejemplo: - -¿Qué puntos de contacto hay entre Epaminondas, el municipal de Tebas, -como lo llamaba el demagogo Camilo Desmoulins, y don Bartolo? - -¿Qué frac llevaba nuestro actual Presidente cuando se recibió del -poder; en qué se parece su cráneo insolvente de pelo á la cabeza de -Sócrates? - -¿En qué se parece _Orión_ á Roqueplán? este _Orión_, de quien sacando -una frase de mi vademécum,--ajena por supuesto,--puede decirse que es -la personalidad porteña más porteña, el hombre y el escritor que tiene -á Buenos Aires en la sangre, ó mejor dicho una encarnación andante y -pensante de esta antigua y noble ciudad; que en este océano de barro, -no hay un solo escollo que él no haya señalado; que en los entretelones -ha aprendido la política, que como periodista y hombre á la moda, ha -enriquecido la literatura de la tierra, á los sastres y sombrereros; -que las cosas suyas, después de olvidadas aquí, van á ser cosas nuevas -en provincias; que no habría sido el primer hombre en Roma la brutal, -pero que lo habría sido en Atenas la letrada; que conoce á todo el -mundo y á quien todo el mundo conoce; que se hace aplaudir en Ginebra, -que se hace aplaudir en Córdoba la levítica, hablando con la libertad -herética de un francmasón; que se hace aplaudir en el Rosario, la -ciudad californiana, á propósito de la fraternidad universal; que se -hace aplaudir en Gualeguaichú, disertando en tiempos de Urquiza, sobre -la justicia y los derechos inalienables del ciudadano; que puede ser -profeta en todas partes _ed altri siti_, menos... iba á decir en su -tierra; que no ha podido ser municipal en ella, que hoy cumple treinta -y ocho años, y á quien yo saludo con el afecto íntimo y sincero del -hermano en las aspiraciones y en el dolor, aunque digan que esto es -traer las cosas por los cabellos. - -Sí, _Orión_ amigo, yo te deseo, y tú me entiendes,--«la fuerza de -la serpiente y la prudencia del león»,--como diría un _Bourgeois -gentil-homme_, cambiando los frenos al entrar en tu octavo lustro, -frisando en la vejez, en ese período de la vida en que ya no podemos -tener juicio, porque no es tiempo de ser locos. ¿Me entiendes? - -Y con esto lector, entro en materia. - -Lo que sigue es griego, griego helénico, no griego porque no se -entiende. - -_Ek te biblion kubernetes_. - -Yo también he estudiado griego. - -Monsieur Rouzy puede dar fe, y tú, Santiago amigo, fuiste quien me lo -metió en la cabeza. - -Es una de las cosas menos malas que le debo á tu inspiración -mefistofélica. - -Tú fuiste quien me apasionó por el hombre del capirotazo. - -¿Acaso yo le conocía bien en 1860? - -En prueba de que sé griego, como un colegial, ahí va la traducción de -dicho anónimo: - -«No se aprende el mundo en los libros». - -Aquí era donde quería llegar. - -Los circunloquios me han demorado en el camino. - -Siento tener que desagradecer á mi ático amigo Carlos Guido, cuyo buen -gusto literario los abomina. Sírvame de excusa el carácter confidencial -del relato. - -Sí, el mundo no se aprende en los libros; se aprende observando, -estudiando los hombres y las costumbres sociales. - -Yo he aprendido más de mi tierra yendo á los indios Ranqueles, que en -diez años de despestañarme, leyendo opúsculos, folletos, gacetillas, -revistas y libros especiales. - -Oyendo á los paisanos referir sus aventuras,--he sabido cómo se -administra la justicia, cómo se gobierna, qué piensan nuestros criollos -de nuestros mandatarios y de nuestras leyes. - -Por eso me detengo más de lo necesario quizá en relatar ciertas -anécdotas, que parecerán cuentos forjados para alargar estas páginas y -entretener al lector. - -¡Ojalá fuera cuento la historia de Miguelito! - -Desgraciadamente ha pasado tal cual la narro, y si fija la atención un -momento, es porque es verdad. Tiene ésta un gran imperio hasta sobre la -imaginación. - -Miguelito siguió hablando así: - ---Las voces que andaban era que pronto me fusilarían, porque iba á -haber revolución y me podía escapar. - -¡Figúrese cómo estaría mi madre, mi Coronel! Todo se le iba en velas -para la Virgen. - -Día á día me visitaba, pidiéndome que no me afligiera, diciéndome que -la Virgen no nos había de abandonar en la desgracia, que ella tenía -experiencia y que más de una vez había visto milagros. - -Yo no estaba afligido sino por ella. - -Quería disimular. ¡Pero qué! era muy ducha y me lo conocía. - -Usted sabe, mi Coronel, que los hijos por muy ladinos que sean no -engañan á los padres, sobre todo á la madre. - -Vea si yo pude engañar á mi vieja cuando entré en amores con la Dolores. - -¡Qué había de poder! - -En cuanto empezó la cosa me lo reconoció, y me mandó que me fuera con -la música á otra parte. - -Bien me arrepiento de no haber seguido su consejo. - -La Dolores no hubiera padecido tanto como padeció por mí. - -Pero los hijos no seguimos nunca la opinión de nuestros padres. - -Siempre creemos que sabemos más que ellos. - -Al fin nos arrepentimos. - -Pero entonces ya es tarde. - ---Nunca es tarde cuando la dicha es buena--le interrumpí. - -Suspiró y me contestó: - ---¡Qué! mi Coronel, hay males que no tienen remedio. - ---¿Y has vuelto á saber de la Dolores?--le pregunté. - ---Sí, mi Coronel--me contestó,--se lo voy á confesar porque usted es -hombre bueno, por lo que he visto y las mentas que les he oído á los -muchachos que vienen con usted. - ---Puedes tener confianza en mí--repuse. - -Y él prosiguió: - ---Siempre que puedo hacer una escapada, si tengo buenos caballos, me -corto solo, tomo el camino de la laguna del Bagual, llego hacia el -Cuadril, espero en los montes la noche. Paso el Río 5.º, entro en Villa -de Mercedes, donde tengo parientes, me quedo allí por unos días, me voy -después en dos galopes al Morro, me escondo en el Cerro, en lo de un -amigo, y de noche visito á mi vieja y veo á la Dolores que viene á casa -con la chiquita. - ---¿Entonces tuvo una hija?--le dije. - ---Sí, mi Coronel--me contestó.--¿No le conté antes que nos habíamos -desgraciado? - ---¿Y á tu mujer no la sueles ver? - ---¡Mi mujer!--exclamó,--lo que hizo fué enredarse con un estanciero. - -Y dice la muy perra que está esperando la noticia de mi muerte para -casarse. ¡Y que se casaban con ella! ¡Como si fuera tan linda! - ---¿Y otros paisanos de los que están aquí salen como tú y van á sus -casas? - ---El que quiere lo hace; usted sabe, mi Coronel, que los campos no -tienen puertas; las descubiertas de los fortines, ya sabe uno á qué -hora hacen el servicio, y luego, al frente casi nunca salen. - -Es lo más fácil cruzar el Río 5.º y la línea, y en estando á -retaguardia ya está uno seguro, porque ¿á quién le faltan amigos? - ---Entonces, constantemente estarán yendo y viniendo de aquí para allá. - ---Por supuesto. Si aquí se sabe todo. - -Los Videla, que son parientes de don Juan Saa, cuando les da la gana, -toman una tropilla; llegan á la Jarilla, la dejan en el monte, y con -caballo de tiro se van al Morro, compran allí lo que quieren, ellos -mismos á veces, en las tiendas de los amigos y después se vuelven con -cartas para todos. - -Algunas veces suelen llegar á Renca, que ya ve donde queda, mi Coronel. - -Á medida que Miguelito hablaba, yo reflexionaba sobre lo que es -nuestro país; veía la complicidad de los moradores fronterizos en las -depredaciones de los indígenas y el problema de nuestros odios, de -nuestras guerras civiles y de nuestras persecuciones, complicado con el -problema de la seguridad de las fronteras. - -Le escuchaba con sumo interés y curiosidad. - -Miguelito prosiguió: - ---El otro día cuando usted llegó, mi Coronel, los Videla habían andado -por San Luis; vinieron con la voz de que usted y el general Arredondo -estaban en la Villa de Mercedes, y diciendo que por allí se decía que -ahora sí que las paces se harían. - -Deseando conocer el desenlace de la historia de los amores de -Miguelito, le dije: - ---¿Y la Dolores vive con sus padres? - ---Sí, mi Coronel--me contestó,--son gente buena y rica, y cuando han -visto á su hija en desgracia no la han abandonado; la quieren mucho á -mi hijita. Si algún día me puedo casar ellos no se han de oponer, así -me lo ha dicho la Dolores. - -¡Pero cuándo se muere la otra! Luego yo no puedo salir de aquí porque -la justicia me agarraría y mucho más del modo cómo me escapé. - ---¿Y cómo te escapaste? - ---Seguía preso. Mi madre vino un día y me dijo: - -Dice tu padre que estés alerta, que él no tiene opinión, que lo han -convidado para una jornada, que se anda haciendo rogar á ver si son -espías; que en cuanto esté seguro que juegan limpio se va á meter en la -cosa con la condición de que lo primero que han de hacer es asaltar la -guardia y salvarte; que de no, no se mete. - -En eso anda. No hay nada concluido todavía. Esta noche han quedado de -ir los hombres y mañana te diré lo que convengan. - -Yo lo animo á tu padre, haciéndole ver que es el único remedio que -nos queda, y le pongo velas á la Virgen para que nos ayude. Todas las -noches sueño contigo y te veo libre, y no hay duda que es un aviso de -la Virgen. - -Al día siguiente volvió mi madre. Todo estaba listo. Lo que faltaba era -quien diera el grito. Decían que don Felipe Saa debía llegar de oculto -á las dos noches, y que él lo daría; que si no venía, como había un día -fijo, lo daría el que fuese más capaz de gobernar la gente que estaba -apalabrada. Don Juan Saa debía venir de Chile al mismo tiempo. - -Bueno, mi Coronel, sucedió como lo habían arreglado. - -Una noche al toque de retreta, unos cuantos que estaban esperando en la -orilla del pueblo, atropellaron la casa del Juez, otros la Comandancia, -y mi padre con algunos amigos cargó la Policía. - -Para esto, un rato antes ya los habían emborrachado bien á los de la -partida. Algunos quisieron hacer la pata ancha. ¡Pero qué! los de -afuera eran más. Entraron, rompieron la puerta del cuarto en que yo -estaba y me sacaron. - -Cuando estuve libre mi padre me dijo: «Dame un abrazo hijo, yo no te he -querido ver porque me daba vergüenza verte preso por mi mala cabeza, y -porque no fueran á sospechar alguna cosa». - -Casi me hizo llorar de gusto el viejo; le habían salido pelos blancos, -y no era hombre grande, todavía era joven. - -Esa noche el Morro fué un barullo, no se oyeron más que tiros, gritos y -repiques de campana. - -Murieron algunos. - -Yo lo anduve acompañando á mi padre y evité algunas desgracias porque -no soy matador. Querían saquear la casa de la Dolores, con achaque de -que era _salvaje_, yo no lo permití, primero me hago matar. - -Por la mañana vino una gente del Gobierno y tuvimos que hacernos humo. -Unos tomaron para la Sierra de San Luis, otros para la de Córdoba. Mi -padre, como había sido tropero, enderezó para el Rosario. Yo, por tomar -un camino tomé otro,--galopé todo el santo día,--y cuando acordé me -encontré con una partida. Disparé, me corrieron, yo llevaba un pingo -como la luz, ¡qué me habían de alcanzar! Fuí á sujetar cerca del Río -5.º, por esos lados de Santo Tomé. Entonces no había puesto usted -fuerzas allí, mi Coronel; me topé con unos indios, me junté con ellos, -me vine para acá, y acá me he quedado, hasta que Dios, ó usted, me -saquen de aquí, mi Coronel. - ---¿Y tu padre, qué suerte ha tenido, lo sabes?--le pregunté. - ---Murió del cólera--me contestó con amargura, exclamando:--¡pobre -viejo! ¡era tan chupador! - -Y con esto termina la historia real de Miguelito, que _mutatis -mutandis_, es la de muchos cristianos que han ido á buscar un asilo -entre los indios. - -Ese es nuestro país. - -Como todo pueblo que se organiza, él presenta cuadros los más opuestos. - -Grandes y populosas ciudades como Buenos Aires, con todos los placeres -y halagos de la civilización, teatros, clubs, jardines, paseos, -palacios, templos, escuelas, museos, vías férreas, una agitación -vertiginosa--en medio de unas calles estrechas, fangosas, sucias, -fétidas, que no permiten ver el horizonte, ni el cielo limpio y puro, -sembrado de estrellas relucientes,--en las que yo me ahogo, echando de -menos mi caballo. - -Fuera de aquí, campos desiertos, grandes heredades, donde vegeta el -proletario en la ignorancia y la estupidez. - -La iglesia, la escuela, ¿dónde están? - -Aquí el ruido del tráfago y la opulencia que aturde. - -Allá, el silencio de la pobreza y la barbarie que estremece. - -Allí, todo aglomerado como un grupo de moluscos, asqueroso por el -egoísmo. - -Allí, todo disperso, sin cohesión, como los peregrinos de la tierra de -promisión,--por el egoísmo también. - -Tesis y antítesis de la vida de una república. - -Eso dicen que es gobernar y administrar. - -¡Y para lucirse mejor, todos los días clamando por gente, pidiendo -inmigración! - -Me hace el efecto de esos matrimonios imprevisores, sin recursos, -miserables, cuyo único consuelo es el de la palabra del verbo,--creced -y multiplicaos. - - - - - XXXI - - Ojeada retrospectiva.--El valor á media noche, es el valor - por excelencia.--Miedo á los perros.--Cuento al caso.--Qué es - loncotear.--Sigue la orgía.--Epumer se cree insultado por mí.--Una - serenata. - - -Estábamos en el toldo de Mariano Rosas cuando conocí por primera vez á -Miguelito. - -La orgía había comenzado: - - «Éste chilla, algunos lloran, - Y otros á beber empiezan, - De la chusma todo al cabo - La embriaguez se enseñorea.» - -Los franciscanos comprendiendo que aquello no rezaba con ellos, se -pusieron en retirada, refugiándose en el rancho de Ayala; los oficiales -se habían colocado á distancia de poder acudir en auxilio mío si era -necesario; los asistentes rodeaban la enramada con disimulo; Camilo -Arias, con su aire taciturno, se me aparecía de vez en cuando como -una sombra, diciéndome de lejos con su mirada ardiente, expresiva, -penetrante: por aquí ando yo. - -Por bien templado que tengamos el corazón, es indudable que el -silencio, la soledad, el aislamiento y el abandono hacen crecer el -peligro en la medrosa imaginación. - -Es por eso que el valor á media noche, es el valor por excelencia. - -Las tinieblas tienen un no sé qué de solemne, que suele helar la sangre -en las venas hasta congelarla. - -Yo no creo que exista en el mundo un solo hombre que no haya tenido -miedo alguna vez de noche. - -De día, en medio del bullicio, ante testigos, sobre todo ante mujeres, -todo el mundo es valiente, ó se domina lo bastante para ocultar su -miedo. - -Yo he dicho por eso alguna vez: el valor es cuestión de público. - -El hombre que en presencia de una dama hace acto de irresolución puede -sacar patente de cobarde. - -Yo tengo un miedo cerval á los perros, son mi pesadilla; por donde hay, -no digo perros, un perro, yo no paso por el oro del mundo si voy solo, -no lo puedo remediar, es un heroísmo superior á mí mismo. - -En Rojas, cuando era capitán, tenía la costumbre de cazar. - -De tarde tomaba mi escopeta y me iba por los alrededores del pueblito. - -En dirección al bañado, donde los patos abundaban más, había un rancho. - -Inevitablemente debía pasar por allí si quería ahorrarme un rodeo por -lo menos de tres cuartos de legua. - -Pues bien. Venirme la idea de salir y asaltarme el recuerdo de un -mastín que habitaba el susodicho rancho, era todo uno. - -Desde este instante formaba la resolución valiente de medírmelas con él. - -Salía de mi casa y llegaba al sitio crítico, haciendo cálculos -estratégicos, meditando la maniobra más conveniente, la actitud más -imponente, exactamente como si se tratara de una batalla en la que -debiera batirme cuerpo á cuerpo. - -En cuanto el can diabólico me divisaba, me conocía; estiraba la cola, -se apoyaba en las cuatro patas dobladas, quedando en posición de -asalto, contraía las quijadas y mostraba dos filas de blancos y agudos -dientes. - -Eso sólo bastaba para que yo embolsase mi violín. Avergonzado de mí -mismo, pero diciéndome interiormente:--«El miedo es natural en el -prudente,--cambiaba de rumbo, rehuyendo al peligro». - -Un día me amonesté antes de salir, me proclamé, me palpé á ver si -temblaba. - -Estaba entero, me sentí hombre de empresas, y me dije: _pasaré_. - -Salgo, marcho, avanzo y llego á Rubicón. - -¡Miserable! temblé, vacilé, luché, quise hacer de tripas corazón pero -fué en vano. - -Yo no era hombre, ni soy ahora, capaz de batirme con perros. - -Juro que los detesto, si no son mansos, inofensivos como ovejas, aunque -sean falderos, cuscos ó pelados. - -Mi adversario, no sólo me reconoció, sino que en la cara me conoció que -tenía miedo de él. - -Maquinalmente bajé la escopeta que llevaba al hombro. - -Sea la sospecha de un tiro, sea lo que fuese, el perro hizo una -evolución, tomó distancia y se plantó, como diciendo: descarga tu arma -y después veremos. - -¿Habría hecho el perro lo mismo con cualquier otro caminante? - -Probablemente no. - -Era manso, yo lo averigüé después. - -Pero es que yo no le había caído en gracia, y que conociendo mi -debilidad, se divertía conmigo, como yo podía haberlo hecho con un -muchacho. - -No hay que asombrarse de esto. La memoria en los animales, á falta de -otras facultades, está sumamente desarrollada. - -Cualquier caballo, mula, jumento ó perro, nos aventaja en conocer el -intrincado camino por donde tenemos costumbre de andar. - -Los pájaros se trasladan todos los años de un país á otro, emigrando á -más ó menos distancia, según sus necesidades fisiológicas. - -Ahí están las golondrinas que, después de larga ausencia vuelven á -la guarida de la misma torre, del mismo techo, del mismo tejado, que -habitaron el año anterior. - -Queda de consiguiente fuera de duda que lo que el perro hacía conmigo, -lo hacía á sabiendas. ¡Pícaro perro! - -Hubo un momento en que casi lo dominé. ¡Ilusión de un alma pusilánime! - -Al primer amago de carga eché á correr con escopeta y todo; los -ladridos no se hicieron esperar, esto aumentó el pánico, de tal modo, -que el animal ya no pensaba en mí y yo seguía desolado por esos campos -de Dios. - -Y sin embargo, si yo hubiera ido en compañía de alguna dama, el muy -astuto no me corre. - -Y ella habría huido. - -Las mujeres tienen el don especial de hacernos hacer todo género de -disparates, inclusive el de hacernos matar. - -Yo me bato con cualquier perro, aunque sea de presa, por una mujer, -aunque sea vieja y fea, si soy su _cabaleiro servente_. - -Otro se suicida por una mujer, con pistola, navaja de barba, veneno ó -arrojándose de una torre. No hay que discutirlo. - -Hay héroes porque hay mujeres. - -Y es mejor no pensarlo--¿qué sería el hermoso planeta que habitamos, -sin ellas? - -La presencia é inmediación de los míos, el orgullo de no dejarme -avasallar, ni sobrepujar por aquellos bárbaros en nada y por nada, me -hacían insistir contra las reiteradas instancias de Mariano Rosas, en -no retirarme. - -Mi principal temor era embriagarme demasiado. Á una _loncoteada_ no le -temía tanto. - -_Loncotear_, llaman los indios á un juego de manos, bestial. - -Es un pugilato que consiste en agarrarse dos de los cabellos y en hacer -fuerza para atrás, á ver cuál resiste más á los tirones. - -Desde chiquitos se ejercitan en él. - -Cuando á un indiecito le quieren hacer un cariño varonil, le tiran de -las mechas, y si no le saltan las lágrimas le hacen este elogio: _ese -toro_. - -El toro es para los indios el prototipo de la fuerza y del valor. El -que es toro, entre ellos, es un nene de cuenta. - -Los «_yapaí_, hermano» ¡no cesaban! - -Epumer la había emprendido conmigo, y un indiecito Caiomuta, que jamás -quiso darme la mano, so pretexto de que yo iba de mala fe: ¡_Winca_ -engañando! salía constantemente de sus labios. - -El vino y el aguardiente corrían como agua, derramados por la trémula -mano de los beodos, que ya rugían como fieras, ya lloraban, ya -cantaban, ya caían como piedras, roncando al punto ó trasbocando, como -atacados del cólera. - -Aquello daba más asco que miedo. - -Todos me trataban con respeto, menos Epumer y Caiomuta. - -Tambaleaban de embriaguez. - -Epumer llevaba de vez en cuando la mano derecha al cabo de su -refulgente facón, y me miraba con torvo ceño. - -Miguelito me decía: - ---No se descuide por delante, mi Coronel, aquí estoy yo por detrás. - -Cuando rehusaba un _yapaí_, gruñían como perros, la cólera se pintaba -en sus caras vinosas y murmuraban iracundas palabras que yo no podía -entender. - -Miguelito me decía: - ---Se enojan porque usted no bebe, mi Coronel; dicen que lo hace por no -descubrir sus secretos con la chupa. - -Yo entonces me dirigí á alguno de los presentes y lo invitaba, -diciéndole: - ---_Yapaí_, hermano, y apuraba el cuerno ó el vaso. - -Una algazara estrepitosa, producida por medio de golpes dados en la -boca abierta, con la palma de la mano, estallaba incontinenti. - -¡¡¡Babababababababababababababababa!!! - -Resonaba ahogándose los últimos ecos en la garganta de aquellos sapos -gritones. - -Mientras el licor no se acabara, la saturnal duraría. - -La tarde venía. - -Yo no quería que me sorprendiera la noche entre aquella chusma -hedionda, cuyo cuerpo contaminado por el uso de la carne de yegua, -exhalaba nauseabundos efluvios; regoldaba á todo trapo, cada eructo -parecía el de un cochino cebado con ajos y cebollas. - -En donde hay indios, hay olor á asafétida. - -Intenté levantarme del suelo para retirarme á la sordina, viendo que -la mayoría de los concurrentes estaba ya achumada. - -Epumer me lo impidió. - -_¡Yapaí! ¡yapaí!_ me dijo. - -_¡Yapaí! ¡yapaí!_ contesté. - -Y uno después de otro cumplimos con el deber de la etiqueta. - -El cuerno que se bebió él tenía la capacidad de una cuarta. - -Una dosis semejante de aguardiente era como para voltear á un elefante, -si estos cuadrúpedos fuesen aficionados al trago. - -Medio perdió la cabeza. - -Al llevar yo el mío á los labios, me santigüé con la imaginación como -diciendo: Dios me ampare. - -Jamás probé brebaje igual. Vi estrellas, sombras de todos colores, un -mosaico de tintes atornasolados, como cuando por efecto de un dolor -agudo apretamos los párpados, y cerrando herméticamente los ojos la -retina ve visiones informes. - -Al enderezarse Epumer, yo no sé qué chuscada le dije. - -El indio se puso furioso; quiso venírseme á las manos. - -Mariano Rosas y otros le sujetaron; me pidieron encarecidamente que me -retirara. - -Me negué; insistieron, me negué, me negué tenazmente. - -Me hicieron presente que cuando se _caldeaba_, se ponía fuera de sí, -que era mal intencionado. - ---No hay cuidado--fué toda mi contestación. - -El indio pugnaba por desasirse de los que le tenían; quería abalanzarse -sobre mí, su mano estaba pegada al facón. - -Pataleaba, rugía, apoyaba los talones en el suelo, endurecía el cuerpo -y se enderezaba como galvanizado. - -Sus ojos me seguían, los míos no le dejaban. - -En uno de los esfuerzos que hizo sacó el facón. - -Era una daga acerada de dos filos, con cruz y cabo de plata; y en un -vaivén llegó á ponerse casi sobre mí. - ---Cuidado, mi Coronel--me dijo Miguelito, interponiéndose, y hablándole -al salvaje en su lengua con acento dulcísimo. - ---¡Cuidado!--gritaron varios. - -Yo, afectando una tranquilidad que dejase bien puesto el honor de mi -sangre y de mi raza: - ---No hay cuidado--contesté. - -El esfuerzo convulsivo supremo, hecho por el indio, agotó el resto de -sus fuerzas hercúleas enervadas por los humos alcohólicos. - -Los que le sujetaban, sintiéndole desfallecer abandonaron el cuerpo á -su propia gravedad; cumplióse la inmutable ley: - -_¡E caddi, come corpo morto cade!_ - -Cesó la agitación. - -Queriendo saber qué causa, qué motivo, qué palabras mías pusieran fuera -de sí á mi contendor, pregunté: - ---¿Por qué se ha enojado? - ---Porque usted le ha llamado perro--dijo uno. - ---Es falso--dijo Miguelito en araucano; el Coronel habló de perros; -pero no dijo que Epumer fuera perro. - -Nadie respondió. - -Efectivamente, en la broma que intenté hacerle á Epumer, por ver si lo -arrancaba á sus malos pensamientos, no sé cómo interpolé el vocablo -perros. - -Para los indios, como para los árabes, no había habido insulto mayor -que llamarles _perro_. - -Epumer me entendió mal y se creyó ofendido. - -De ahí su rapto de furia. - -La noche batía sus pardas alas; los indios ebrios roncaban, vomitaban, -se revolvían por el suelo, hechos un montón, apoyando éste sus sucios -pies en la boca de aquél; el uno su panza sobre la cara del otro. - -Varias chinas y cautivas trajeron cueros de carnero y les hicieron -cabeceras, poniéndolos en posturas cómodas. - -Otros se quedaron murmurando con indescriptible é inefable fruición -báquica. - -Mariano Rosas me hizo decir con su hombre de confianza, que si quería -darle el resto de aguardiente que le había reservado. - ---De mil amores--contesté; y aprovechando la coyuntura que se me -presentaba de abandonar el campo de mis proezas, salí de la enramada y -me dirigí al ranchito en que se habían alojado mis oficiales. - -Entregué el aguardiente. - -Me tendí cansado, como si hubiera subido con un quintal en las espaldas -á la cumbre del Vesubio. - -¿En qué me tendí? - -Sobre un cuero de potro; era el colchón de una mala cama improvisada -con palos desiguales y nudosos. - -El sueño no tardó en llevarme al mundo de la tranquilidad pasajera. - -Gozaba, cuando una serenata me despertó. - -Era un negro, tocador de acordeón, una especie de Orfeo de la pampa. - -Tuve que resignarme á mi estrella, que levantarme y escuchar un cielito -cantado en honor mío. - -¡Qué mal rato me dió el tal negro después! - - - - - XXXII - - El negro del acordeón y la música.--Reflexiones sobre el criterio - vulgar.--Sueño fantástico.--Lucius Victorius Imperator.--Un mensajero - nocturno de Mariano Rosas.--Se reanuda el sueño fantástico.--Mi - entrada triunfal en Salinas Grandes.--La realidad.--Un huésped á quien - no le es permitido dormir. - - -El negro no tardó en irse con la música á otra parte. Bendije al cielo. - -Como poeta festivo, como payador, no podía rivalizar con _Aniceto el -Gallo_ ni con _Anastasio el Pollo_. - -Ni siquiera era un artista en acordeón. - -Yo tengo, por otra parte, poco desarrollado el órgano frenológico de -los tonos, pudiendo decir, como Voltaire: _la musique c'est de tous les -tapages le plus supportable_. - -Es una fatalidad como cualquier otra, que me priva de un placer -inocente más en la vida. - -Te contaría á este respecto algo muy curioso, un triunfo de la -frenología, ó en otros términos, la historia de mis padecimientos -infantiles por la guitarra.[3] Y te la contaría á pesar del natural -temor de que me creyesen más malo de lo que soy; porque tengo la -desgracia de ser insensible á la armonía. - - -Tú sabes, que según las reglas del criterio vulgar, no puede ser bueno -quien no ama la música, las flores, aunque ame muchas otras cosas que -embriagan y deleitan más que ellas. - -Hay gentes que de buena fe, creen que el sentimiento estético ó el arte -es inseparable de los hombres de corazón. - -Tal persona que ama con locura la música, es, sin embargo, incapaz de -un acto de generosidad. - -Tal otra que gastaría cien mil pesos en un auténtico de Rubens, no -haría un sacrificio por el amigo más querido. - -Esas gentes viven acariciando dulces errores, lo mismo que los que -subordinan la moral al sentimiento, y hay que dejar á cada loco con su -tema. - -Pero semejante página sería demasiado íntima para agregarla aquí. - -Me resigno, pues, á suprimirla, substrayéndome á la tentación de una -confidencia personal ajena al asunto jefe. - -Apenas me vi libre de quien inhumanamente me había arrancado de los -brazos de Morfeo, volví á tenderme en mi duro y sinuoso lecho. - -Poco tardé en dormirme profundamente. - -Saboreaba el suave beleño; soñaba que yo era el conquistador del -desierto; que los aguerridos ranqueles, magnetizados por los ecos de la -civilización, habían depuesto sus armas; que se habían reconcentrado -formando aldeas; que la iglesia y la escuela habían arraigado sus -cimientos en aquellas comarcas desheredadas; que la voz del Evangelio -ahogaba las preocupaciones de la idolatría; que el arado, arrancándole -sus frutos óptimos á la tierra, regada con fecundo sudor, producía -abundantes cosechas; que el estrépito de los _malones_ invasores había -cesado, pensando sólo, aquellos bárbaros infelices, en multiplicarse y -crecer, en aprovechar las estaciones propicias, en acumular y guardar, -para tener una vejez tranquila y legarles á sus hijos un patrimonio -pingüe; que yo era el patriarca respetado y venerado, el benefactor de -todos, y que el espíritu maligno, viéndome contento de mi obra útil y -buena, humanitaria y cristiana, me concitaba á una mala acción, á dar -mi golpe de estado. - -¡Mortal! me decía, aprovecha los días fugaces. ¡No seas necio, piensa -en ti, no en la Patria! - -La gloria del bien es efímera, humo, puro humo. Ella pasa y nada queda. -¿No tienes mujer é hijos? Pues bien. ¿No te obedecen y te siguen, no te -quieren y respetan estos rebaños humanos? - -Pues bien. - -¿No tienes poder, no eres de carne y huesos, no amas el placer? - -Pues bien. - -Apártate de ese camino, ¡insensato! ¡Imprevisor, loco! ¡Escucha la -palabra de la experiencia, hazte proclamar y coronar emperador! Imita -á Aurelio I. Tienes un nombre romano, _Lucius Victorius Imperator_, -sonará bien al oído de la multitud. - -Yo escuchaba con cierto placer mezclado de desconfianza las -amonestaciones tentadoras; ideaba ya si el trono en que me había de -sentar, la diadema que había de ceñir y el cetro que había de empuñar, -cuando subiera al capitolio, serían de oro macizo, ó de cuero de potro -y de madera de caldén, cuando una voz que conocí entre sueños llamó á -mi puerta diciendo: - ---¡Coronel Mansilla! - -No contesté de pronto. Reconocí la voz, la había oído hacía poco; pero -no estaba del todo despierto. - ---¡Coronel Mansilla! ¡Coronel Mansilla!--volvieron á decir. - -Reinaba una profunda obscuridad en el desmantelado rancho donde me -había hospedado; mis oficiales roncaban, como hombres sin penas; un -ruido tumultuoso, sordo, llegaba confusamente hasta la nocturna morada. -Me senté en la cama y paré la oreja, á ver si volvían á llamar, fijando -la vista en un resquicio de la puerta, que era un cuero de vaca colgado. - ---¡Coronel Mansilla!--volvieron á decir. - -Al fulgor de la luz estelar, columbré una cabeza negra, motosa, y entre -dos fajas rojas resaltando como lustrosas cuentas negras sobre el -turgente seno de una hermosa, dos filas de ebúrneos dientes. - -Era el negro del acordeón. - -Para serenatas estaba yo. - -Me hizo el efecto de Mefistófeles. - ---_¡Vade retro, Satanás!_--le grité. - -No entendió. Ya lo creo. ¡Latín puro á esas horas y al lado del toldo -de Mariano Rosas! - ---Mi Coronel Mansilla, fué su contestación. - ---Vete al diablo, repliqué. - ---Me manda el General Mariano. - ---¿Y qué quiere? - ---Manda decir, que ¿cómo le ha ido á _su merced_ (textual), de viaje; -que si no ha perdido algunos caballos; que cómo ha pasado la noche; -que--si ha dormido bien? - -Me pareció una burla. - -Me quedé perplejo un instante, y luego contesté. - ---Dile que de viaje me ha ido bien; que caballos, Wenchenao me ha -robado dos, que es un pícaro: que para saber cómo he pasado la noche y -cómo he dormido, es menester que me dejen descansar y que amanezca. - -Y esto diciendo, me coloqué horizontalmente haciendo una línea -mixta con el cuerpo de manera que el hueso del cuadril y los hombros -coincidieran con los hoyos de mi escabroso lecho. - -La cara desapareció. - -Hacía frío, helaba en los primeros días de abril, tenía pocas cobijas, -no era fácil conciliar el sueño bajo tales auspicios; tanteando en las -tinieblas cogí la punta de algo que debía ser jerga ó poncho, tiré -y como quien pesca un cetáceo de arrobas, que se agarra en el fondo -fangoso, despojé á un prójimo de una de sus _pilchas_. - -Me la eché encima, me envolví, me acurruqué bien, me tapé hasta las -narices y comencé á resollar fuerte, haciendo de mis labios una especie -de válvula para que saliera el aliento condensado y crecieran los -grados de la temperatura que circundaba mi transida humanidad. - -Me estaba por dormir. Hay ideas que parecen una cristalización. Así no -más no se evaporan. Veía como envuelta en una bruma rojiza la visión de -la gloria. - -El espíritu maligno se cernía sobre ella. - -Yo era emperador de los Ranqueles. - -Hacía mi entrada triunfal en Salinas Grandes. Las tribus de Calfucurá -me aclamaban. Mi nombre llenaba el desierto preconizado por las cien -lenguas de la fama. Me habían erigido un gran arco triunfal. - -Representaba un coloso como el de Rodas. Tenía un pie en la soberbia -cordillera de los Andes, otro en las márgenes del Plata. Con una mano -empuñaba una pluma deforme de ganso, cuyas aristas brillaban como -mostacilla de oro, chispeando de su punta letras de fuego, que era -necesario leer con la rapidez del relámpago para alcanzar á descifrar -que decían: _mane_, _thesel_, _phares_. Con la otra blandía una espada -de inconmensurable largor, cuya hoja de bruñido acero resplandecía -como un meteoro, centelleando en ella diamantinas letras que era -menester leer con la rapidez del pensamiento para adivinar que decían: -_In hoc signo vincis_. - -Por debajo de aquel monumento de egipcia estructura y proporciones, -capaz de provocar la envidia sangrienta, la venganza corsa y el odio -eterno de un Faraón, desfilaba como el rayo, tirada por veinte yuntas -de yeguas chúcaras, una carreta tucumana, cubierta de penachos, de -crines caballares de varios colores y en cuyo lecho se alzaba un dosel -de pieles de carnero. - -En él iba sentado un mancebo de rostro pintado con carmín. ¡Era yo! -Manejaba la ecuestre recua con un látigo de cháguara que no tenía -fin, al grito infernal de: ¡pape satán! _¡pape satán alepe!_ Mi traje -consistía en un cuero de jaguar; los brazos del animal formaban las -mangas, las piernas, los calzones, lo demás cubría el cuerpo y, por -fin, la cabeza con sus colmillos agudos adornaba y cubría mi frente á -manera de antiguo capacete. - -La cola no sé qué se había hecho. Un ser extraño, invisible para -todos, menos para mí, quería ponerme una de paja. Yo le miraba como -diciéndole, basta de atavíos, y él vacilaba y me seguía sin saber qué -hacer. - -Una escolta formada en zigzag, me precedía, cubriéndome la retaguardia. -Indígenas de todas las castas australes se veían allí,--ranqueles, -puelches, pehuenches, picunches, patagones y araucanos. Los unos iban -en potros bravos, los otros en mansos caballos, éstos en guanacos, -aquéllos en avestruces, muchos á pie, varios montados en cañas, -infinitos en alados cóndores. - -Sus armas eran lanzas y bolas; sus trajes mixtos, á lo gaucho, á la -francesa, á la inglesa, á lo Adán los más. Cantaban un himno marcial -al son de unas flautas de cañuto de grueso carrizo, y las palabras -_Lucius Victorius Imperator_, resonaban con fragor en medio de -repetidas, ¡¡¡ba-ba-ba-ba-ba-ba-ba-ba-ba!!! - -Nuevo Baltasar, yo marchaba á la conquista de una ciudad poderosa, -contra el dictamen de mis consejeros, que me decían: Allí no penetrarás -victorioso jamás; porque sus calles están empedradas con enormes -monolitos y cubiertas de pantanos, por donde es imposible que pase tu -carreta. - -Tenaz, como soy en sueños, no quería escuchar la voz autorizada de -mis expertos monitores. Me había hecho aclamar y coronar por aquellas -gentes sencillas, había superado ya algunos obstáculos en mi vida; ¿por -qué no había de tentar la empresa de luchar y vencer una civilización -decrépita? - -Por otra parte, yo no había nacido en esa egregia ciudad y ella iba á -enorgullecerse de verme llegar á sus puertas, no como Aníbal á las de -Roma, sino cual otro valiente Camilo. - -Por aquí iba medio despierto, medio dormido, cuando volvieron á hacerme -sentar en la cama, llamando á mi puerta. - ---¡Coronel Mansilla! - ---¿Qué hay?--pregunté. - -¡El malhadado negro contestó! - ---Dice el General que ¿cómo ha pasado la noche? - ---Hombre, dile que mañana le contestaré. - -El mensajero contestó, no pude percibir qué. - -Una baraúnda repentina ahogó su voz. - -Volvía yo á estudiar qué postura se adaptaría más á la cama que me -habían deparado las circunstancias y esperaba no ser interrumpido otra -vez. ¡Quimeras! - -Mi verdadera bestia negra había ido y vuelto. - ---¡Coronel Mansilla! ¡Coronel Mansilla!--me gritó. - ---¿Qué quieres?--le contesté con mal humor, sin moverme. - ---Aquí está el hijo del General. - -Esto era ya más serio. - -Me incorporé. - ---¿Qué se ofrece, hermano?--pregunté. - ---Dice mi padre que vaya--me contestó. - ---¿Que vaya, ahora? - ---Sí. - -Llamé á Carmen, mi fiel ministril; le pedí agua para lavarme, luz, -peine, un cepillo de dientes, todo cuanto podía ser un pretexto para -demorarme y ganar tiempo, á ver si venía el día. - -Oía el ruido de la orgía nocturna, y no me hacía buen estómago la idea -de tomar parte en ella á obscuras. - -Según mi costumbre en campaña, dormía vestido, desnudándome de día por -la higiene y otras hierbas. - -De un salto estuve en pie. - -Carmen trajo luz, un candil de grasa de potro, agua, peine, cuanto le -pedí, haciendo un viaje para cada cosa, como que tenía que revolver las -alforjas para hallarlas. - -Hice mi estudiosa _toilette_, lo más despacio que pude. - -Mientras tanto, varios curiosos, ebrios á cual más, llegaron á mi -puerta y me estuvieron observando. - -Como tardase en salir del rancho, presentóse una nueva diputación. La -componían dos hijos de Mariano. Tomó la palabra el mayor de ellos y me -dijo: - ---Dice mi padre, ¿que cómo está, que cómo le va, que cómo ha pasado -la noche, que cuándo va, que está medio _caldeado_ y tiene ganas de -_rematarse_ con usted? - -Contesté con la mayor política, agradeciendo tantas atenciones, y -asegurando que no tardaría en presentármele al General. - -Tardé más en limpiarme los dientes, que en lustrar un par de botas -granaderas. - -El negro explicaba como perito aquella operación. - -El muy pillo había sido esclavo de no recuerdo qué estanciero del Sur -de Buenos Aires, soldado del General Rivas, desertor y conocía bien los -usos y costumbres de los cristianos civilizados. - -Decía que eso que yo hacía era para que nunca se me cayeran los dientes. - -Los apostrofaba á los indios de ¡ustedes son muy bárbaros! tocaba -su infernal acordeón, cantaba, bailaba al compás de él y me apuraba -diciéndome de cuando en cuando: ¡Vamos, vamos, mi amo! - -Al fin tuve que obedecer, y digo que obedecer, porque lo que hice no -fué otra cosa. - -Tenía tanta gana de tomar aguardiente como de hacerme cortar una oreja. - -Salí del rancho, dejando á mis compañeros dormidos como piedras. El -padre Moisés roncaba más fuerte que todos. El padre Marcos se había -alojado en el rancho de Ayala. - -La noche estaba fría, el día lejano aún. Las estrellas brillaban -con esa luz diáfana del invierno. El campo, cubierto por la helada, -parecía salpicado de piedras finas. Un gran fogón moribundo ardía en -la enramada del Cacique. Apiñados unos sobre otros, lo rodeaban varios -montones de indios _achumados_. Muchos caballos ensillados estaban -con la rienda caída, inmóviles, donde los habían dejado el día antes. -Mariano Rosas, con una limeta en una mano y un cuerno en la otra se -tambaleaba junto con otros entre los mansos animales. - -Armaban una algarabía, y entre _yapaí_ y _yapaí_, resonaba -frecuentemente el nombre del Coronel Mansilla. - -Escoltado por el negro, por los hijos de Mariano y los curiosos llegué -adonde ellos estaban. - -Al verme, hicieron lo que todos los borrachos que no han perdido -completamente la cabeza, pretendieron disimular su estado. - -Mariano Rosas me echó un discurso en su lengua, que no entendí, y fué -muy aplaudido. Comprendí, sin embargo, que había hablado de mí en -términos los más cariñosos, porque mientras peroraba, varias voces -dijeron: ¡Ese cristiano bueno, ese cristiano toro! - -Terminó haciéndome un _yapaí_. - -Bebió el primero, según se estila. - -Apuraba el cuerno, cuando una voz muy simpática para mí, me dijo al -oído: - ---Aquí estoy yo, mi Coronel, no tenga cuidado; y su comadre Carmen está -allí en la enramada haciendo que duerme, para escuchar todo. - -Era Miguelito. - -Le estreché la mano, y tomé el cuerno lleno de licor que me pasaba -Mariano. - - - NOTAS: - -[3] Mi madre conserva entre sus papeles, empastado en gro de aguas -blanco, un _Método para aprender la guitarra_, escrito por mí á los -doce años. - - - - - XXXIII - - Retrato de Mariano Rosas.--Su política.--Cómo le tomaron prisionero - los cristianos.--Rosas le hace peón de su estancia del Pino.--Su - fuga.--Agradecimiento por su antiguo patrón.--Paralelo.--De pillo á - pillo.--Voto de un indio.--Muerte de Painé.--Derecho hereditario entre - los indios.--Los refugiados políticos.--Mareo.--Mariano Rosas quiere - _loncotear_ conmigo.--Apuros.--Una sombra. - - -El cacique general de las tribus Ranquelinas tendrá cuarenta y cinco -años de edad. - -Pertenece á la categoría de los hombres de talla mediana. Es delgado, -pero tiene unos miembros de acero. Nadie bolea, ni piala, ni sujeta un -potro del cabestro como él. - -Una negra cabellera larga y lacia, nevada ya, cae sobre sus hombros y -hermosea su frente despejada, surcada de arrugas horizontales. Unos -grandes ojos rasgados, hundidos, garzos y chispeantes, que miran con -fijeza por entre largas y pobladas pestañas, cuya expresión habitual -es la melancolía, pero que se animan gradualmente, revelando entonces -orgullo, energía y fiereza; una nariz pequeña deprimida en la punta, -de abiertas ventanas, signo de desconfianza, de líneas regulares y -acentuadas; una boca de labios delgados que casi nunca muestra los -dientes, marca de astucia y crueldad; una barba aguda, unos juanetes -saltados, como si la piel estuviese disecada, manifestación de valor, y -unas cejas vellosas, arqueadas, entre las cuales hay siempre unas rayas -perpendiculares, señal inequívoca de irascibilidad, caracterizan su -fisonomía, bronceada por naturaleza, requemada por las inclemencias del -sol, del aire frío, seco y penetrante del desierto pampeano. - -Mariano Rosas es hijo del famoso cacique Painé. - -Colocado estratégicamente en Leubucó, entre las tribus de los caciques -Ramón y Baigorrita, es el jefe de una confederación. Apoyando unas -veces á Ramón contra Baigorrita y otras á Baigorrita contra Ramón, su -predominio sobre ambos es constante. - -Dividir para reinar, es su divisa. Así Baigorrita y Ramón, que son -bravos en la pelea, diestros en todos los ejercicios ecuestres, -entendidos en todo género de faenas rurales, sin tenerle envidia á este -Bismarck ranquelino, ponderan la prudencia de sus consejos, su sesuda -previsión, su carácter persistente y conciliador. - -El año de 1834 fué hecho prisionero en la Laguna de Langhelo, situada -donde actualmente existe el fuerte «Gainza» cuyos primeros cimientos -los puse yo, al avanzar, hace ocho meses, la frontera Sud de Santa Fe. - -Este paraje dista como treinta leguas de Melincué. - -Mariano Rosas, junto con algunos indiecitos y alguna chusma se habían -quedado allí, cuidando una caballada de refresco, mientras su belicoso -padre daba un _malón_, internándose muy adentro. - -Los cristianos encargados de la seguridad de la frontera Norte de -Buenos Aires, maniobrando hábilmente, se lanzaron al Sud cuando -sintieron la invasión, para salirles á los ladrones de adelante; -ocuparon y se posesionaron de una de las aguadas principales por donde -debían pasar con el botín, sorprendieron á los caballerizos, les -quitaron toda la caballada y los cautivaron lo mismo que á la chusma. - -Mariano Rosas y sus compañeros de infortunio fueron conducidos á los -Santos Lugares. Allí permanecieron engrillados y presos, tratados con -dureza, cerca de un año, según sus recuerdos. - -Perdían la esperanza de mejorar de suerte. Mas como está de Dios que el -hombre suba á la cumbre de la montaña cuando menos lo espera, cayendo -en el abismo de la desgracia cuando todo sonreía á su alrededor, un día -los llevaron á presencia del Dictador don Juan Manuel de Rosas. - -Interrogándolos minuciosamente, supo éste que Mariano, que se llamaba -á la sazón como su padre, era hijo de un cacique principal de mucha -nombradía. Le hizo bautizar, sirviéndole de padrino, le puso Mariano -en la pila, le dió su apellido y le mandó con los otros de peón á su -estancia del «Pino». - -En ella pasaron algunos años trabajando duro, alojados al raso contra -un corral de ñandubay, recibiendo lecciones útiles y provechosas sobre -la manera de hacer las faenas de campo, sobre el modo de amansar -debidamente un potro, aprendiendo á regentar un establecimiento en -forma, tratados unas veces á rebencazos, sin haber faltado en nada, -atendidos generalmente con cariño, recibiendo raciones y salario -como uno de tantos trabajadores--hasta que el amor de la familia, -el recuerdo de las tolderías, el anhelo de una completa libertad, -despertaron en ellos la idea de la fuga, á costa de cualquier riesgo. - -Aprovechando una hermosa noche de luna y la confianza que en ellos -tenían, echaron mano de una tropilla de caballos escogidos, y -alzándose, rumbearon al Occidente. Perdiéronse por los campos, porque -no eran baqueanos y porque temerosos de ser descubiertos y aprehendidos -no querían acercarse á las estancias á preguntar dónde quedaba el -Bragado, pueblito que conocían por haber andado _maloqueando_ por allí, -siendo muchachos. - -Notada en el «Pino» su desaparición, fueron perseguidos, según supieron -después por una mujer que cautivaron; pero no los alcanzaron. - -En el puente de Márquez hallaron una partida de policía. La engañaron -diciendo que habían venido á comercio y que se volvían para Tierra -Adentro. Llegaron á la Federación, hoy Junín, después de haber -andado seis días por los campos sin rumbo determinado; descansando y -ocultándose entre los cardales y pajonales, y allí los dejaron pasar, -mediante un pretexto igual al anterior. Entonces había paz con algunas -tribus que vivían por el Toay, de modo que la composición de lugar -ideada para escapar á la persecución, se concibe que surtiera efecto. - -Ésta es la referencia que el mismo Mariano Rosas me ha hecho. Si no te -pareciese verosímil, recuerda aquello, Santiago amigo, de: - - «Y si lector dijeres ser comento, - Como me lo contaron te lo cuento.» - -Mariano Rosas conserva el más grato recuerdo de veneración por su -padrino; habla de él con el mayor respeto, dice que cuanto es y sabe -se lo debe á él; que después de Dios no ha tenido otro padre mejor; -que por él sabe cómo se arregla y compone un caballo parejero; cómo se -cuida el ganado vacuno, yeguarizo y lanar, para que se aumente pronto y -esté en buenas carnes en toda estación; que él le enseñó á enlazar, á -pialar y á bolear á lo gaucho. - -Que á más de estos beneficios incomparables le debe el ser cristiano, -lo que le ha valido ser muy afortunado en sus empresas. - -Ya te he dicho que estos bárbaros respetan á los cristianos, -reconociendo su superioridad moral, aunque les gusta vivir como indios, -el _dolce far niente_, tener el mayor número posible de mujeres, tantas -cuantas pueden mantener, en una palabra, ser evangelista en cuanto esto -presupone cierta virtud misteriosa para ser felices en la paz y en la -guerra. - -Verdad es que la civilización moderna hace lo mismo con cierto -disimulo, y es por esto, sin duda, que alguien ha dicho que nuestra -pretendida civilización no es muchas veces más que un estado de -barbarie refinada. - -Por supuesto, que siendo yo sobrino carnal de Rosas, oyéndolo hablar al -indio de su padrino y progenitor postizo, me haría la ilusión de que lo -más fácil del mundo para mí era catequizarlo. Al más dueño se le queman -los libros en presencia de un hombre de estado primitivo. - -La vanidad y tontera humanas, ¿dónde no reciben su castigo? Ya veremos -cómo la diplomacia es igual en todas partes, lo mismo en Londres que en -Viena, en Buenos Aires que en Leubucó; que la cuña para ser buena ha -de ser del mismo palo. Y lo que es más filosófico aún, que la gratitud -anda á caballo en casa de aquéllos que creen merecérselo todo. - -Al poco tiempo de estar Mariano Rosas en su tierra, su padrino, que no -daba puntada sin nudo, viendo que el pájaro se le había escapado de la -jaula, y que es bueno tener presente, que quien cría cuervos se expone -á que éstos le saquen los ojos, le mandó un regalo. - -Consistía en doscientas yeguas, cincuenta vacas y diez toros de un -pelo, dos tropillas de overos negros con madrinas obscuras, un apero -completo con muchas prendas de plata, algunas arrobas de hierba y -azúcar, tabaco y papel, ropa fina, un uniforme de coronel y muchas -divisas coloradas. - -Con este regio presente iba una afectuosa misiva, que Mariano conserva, -concebida más ó menos así: - -«Mi querido ahijado: No crea usted que estoy enojado por su partida, -aunque debió habérmelo prevenido para evitarme el disgusto de no saber -qué se había hecho. Nada más natural que usted quisiera ver á sus -padres, sin embargo que nunca me lo manifestó. Yo le habría ayudado en -el viaje haciéndolo acompañar. Dígale á Painé que tengo mucho cariño -por él, que le deseo todo bien, lo mismo que á sus Capitanejos é -indiadas. Reciba ese pequeño obsequio que es cuanto por ahora le puedo -mandar. Ocurra á mí siempre que esté pobre. No olvide mis consejos -porque son los de un padrino cariñoso, y que Dios le dé mucha salud y -larga vida. Su afectísimo--_Juan de Rosas_.» - -Esta cartita meliflua y calculada, llevaba un apéndice insignificante -al parecer: - -«_Post Data._ Cuando se desocupe, véngase á visitarme con algunos -amigos». - -Difícil y algo más que difícil, ardua cosa es desentrañar las -intenciones del más inocente mortal. - -Que cada cual comente á su manera la carta y la _post data_ susodichas, -pues. - -Yo, cuando se trata de los pensamientos del prójimo, siempre tengo -presente el dicho de cierto moralista de nota, con el que lo confundió -una vez á un hombre de Estado: la ley de Dios que prohíbe los juicios -temerarios es no solamente ley de caridad, sino de justicia y buena -lógica. - -Mariano Rosas recibió la carta y el presente, deliberó qué debía -hacer, y como la mejor suerte de los dados es no jugarlos, ó como -diría Sancho, si de ésta escapo y no muero, no más bodas en el cielo, -resolvió: agradecerle la fineza y no visitarle. - -Con este motivo, y para que en ningún tiempo se dudara de sus -sentimientos, después de consultar á las viejas agoreras, juró no -moverse jamás de su tierra. - -Vinculado por este voto solemne á su hogar, al terreno donde nació, -á los bosques en que pasó su infancia, Mariano Rosas no ha pisado, -después de su cautiverio, en tierra de cristianos, y tiene la -preocupación de que si viene personalmente á alguna invasión caerá -prisionero. - -Conozco este episodio de su vida, porque él mismo me lo ha contado. - -Diciéndole que el General Arredondo me había encargado le manifestara -los vivos deseos que tenía de conocerle y que cuando estuviera -afianzada la paz era conveniente que le hiciera una visita en Villa de -Mercedes, me contestó: - ---Eso no, hermano. - ---¿Y por qué?--le pregunté. - -Refirióme entonces con minuciosos detalles lo que llevo relatado--para -que se vea que toda la ciencia de los indios, en su trato con los -cristianos, se reduce á un aforismo que nosotros practicamos todos los -días: la desconfianza es madre de la seguridad. - -He dicho que Mariano Rosas era hijo de Painé. - -Painé murió trágicamente. - -El general don Emilio Mitre, para salvar su división en 1856, tuvo que -dejar en el desierto la mayor parte de su material de guerra. - -Llegó hasta Chamalcó y de allí contramarchó. - -Los indios se vinieron sobre su rastro. - -Painé, cacique general entonces de las tribus Ranquelinas, los -acaudillaba. En los montes hallaron un armón de municiones. - -Entre ellas había granadas. - -Un accidente hizo reventar una. - -El armón voló y con él Painé. - -Así murió ese cacique mentado. - -Su hijo mayor, Mariano Rosas, heredó entonces el gobierno y el poder. - -Se cree generalmente que entre los indios, prevaleciendo el derecho del -más fuerte, cualquiera puede hacerse Cacique ó Capitanejo. - -Pero no es así, ellos tienen sus costumbres, que son sus leyes. - -Aquellas jerarquías son hereditarias, existiendo hasta la abdicación -del padre en favor del hijo mayor, si es apto para el mando. - -Por eso actualmente, viviendo el padre del Cacique Ramón, es éste quien -gobierna las indiadas de Carrilobo. - -Entre los indios, como en todas partes, hay revoluciones que derrocan -á los que invisten el poder supremo. La regla, sin embargo, es la que -dejo dicho; sólo sufre alteración cuando el Cacique ó el Capitanejo no -tiene hijos ni hermanos que puedan heredar su puesto. - -En este caso se hace un plebiscito y la mayoría dirime pacíficamente -las cosas, ni más ni menos que como en un pueblo donde el sufragio -universal campea por sus respetos. - -Más revoluciones hemos hecho nosotros, víctimas hoy de una oclocracia, -mañana de otra, quitando y poniendo Gobernadores, que los indios por la -ambición de gobernar. - -Y es asunto que se presta á fecundas consideraciones, que los que -aman la libertad racional se persigan unos á otros y se exterminen -con implacable saña, conculcando las instituciones que ellos mismos -han formulado, reconociendo y jurando que son salvadores, por la -satisfacción sensual del poder, y que los que sólo aman la libertad -natural no quiebran lanzas en fratricidas guerras. - -Pero ya caigo. - -Es que los bárbaros no andan detrás de la mejor de las Repúblicas. - -Es que ellos creen una cosa de que nosotros no nos queremos convencer: -que los principios son todo, los hombres nada; que no hay hombres -necesarios; «que si César hubiese pensado como Catón, otros hubieran -pensado como César, y que la República destinada á perecer habría sido -arrastrada al precipicio por cualquier otra mano». - -Mariano Rosas se viste como un gaucho, paquete, pero sin lujo. - -Á mí me recibió con camiseta de Crimea, mordoré, adornada de trencilla -negra, pañuelo de seda al cuello, chiripá de poncho inglés, calzoncillo -con fleco, bota de becerro, tirador con cuatro botones de plata y -sombrero de castor fino, con ancha cinta colorada. - -Como Leubucó es el asiento principal de todos los refugiados políticos, -la santa federación está allí á la orden del día. - -Y aunque parezca broma ó exageración, debo decirlo, las noticias no -escasean. - -Todo cuanto sueñan los refugiados circula como noticia que ha venido de -Mendoza ó San Luis, de Córdoba ó el Rosario. - -Hoy es Urquiza quien se ha pronunciado contra los _salvajes_, mañana -Saa que ha invadido; al día siguiente Guayama, el bandolero de los -llanos es el que ha sublevado la Rioja, después los Taboada han dado el -grito contra el Gobierno. - -Todas estas voces se discuten, se comentan, se prestan á mil -conjeturas, se trata de saber cómo han llegado, quién las ha traído, -y el tiempo corre y nada sucede, y el _malón_ aplazado se realiza, -porque el tiempo es oro y es necesario no perderlo, ya que los amigos -federales se duermen en las pajas. No hay idea de todas las quimeras -que en aquellos mundos han mecido la imaginación con motivo de la -guerra del Paraguay. Ha sido una comedia. - -Pero ahora que ya sabes el origen de Mariano Rosas, qué cara tiene, -cómo se viste, de qué se ocupan los politicastros de Tierra Adentro -y otras particularidades, reanudemos el hilo del relato empezado al -terminar mi carta anterior. - -Mariano me había hecho un yapaí. Yo tenía el cuerno lleno de -aguardiente en la mano. - ---Yapaí, hermano--le dije, y me lo bebí de un sorbo para no tomarle el -gusto, como si fuera una purga de aceite de castor. - -Sentí como si me hubieran echado una brasa de fuego en el estómago. -La erupción no se hizo esperar; mi boca era un albañal. Despedía á -torrentes todo cuanto había comido y una revolución intestinal rugía -dentro de mí. Oía el bullicio porque tenía orejas, no veía nada. Se me -figuraba que no estaba en el suelo sino suspendido en el aire, dando -vueltas á la manera de una rueda que gira sobre un eje, aunque me -parecía que la cabeza siempre quedaba para abajo, gravitando más que -todo el resto de mi humanidad. Horribles ansias, nauseabundas arcadas, -bascas agrias como vinagre, una desazón é inquietud imponderables me -devoraban. - -Pasó el mareo. - -Los yapaí siguieron para reforzar la tranca, como decía cierto -espiritual amigo sectario de Baco, cuando entraba al Club del Progreso, -picado ya, y le pedía al mozo una copa de coñac. - -Hay situaciones que son como un incendio en alta mar; todas las -probabilidades están en contra. Yo me hallaba en una de ellas. - -Para remate de fiestas, Mariano quería loncotear conmigo, ¡_loncotear_ -á las tres de la mañana! ¡Era nada lo del ojo y lo llevaba en la -mano! Me defendí como pude. El indio no estaba para bromas. Viendo -que loncotear era imposible, le dió por agarrarme de los hombros -con entrambas manos sacudiéndome con sus fuerzas atléticas unas -veces, empujándome para atrás otras. ¡Hermano! ¡hermano! me decía -con estridente voz, mimbreándose como una vara. Yo le contenía y le -rechazaba con moderación. Un movimiento brusco mío podía hacerle dar un -traspiés. Y si se caía de narices, quién sabe si sus comensales no me -hacían á mí lo que los arrieros á don Quijote. - -Bien considerado el caso, era peliagudo. Una de las veces que -esforzándome en contenerlo tropezó, por poco no cae despatarrado, -despachurrándose. - -Abrazóse de mí con sus membrudos brazos. Temí algo. Le busqué el puñal, -lo hallé, lo empuñé vigorosamente para que no pudiese hacer uso de él, -y así permanecimos un rato, él pugnando por sacarme campo afuera, -yo luchando por no retirarme de la enramada. Nos separábamos, nos -volvíamos á abrazar. Tornábamos á separarnos y en cada atropellada que -me hacía metíame las manos por la cara. - -Yo estaba tentado de llamar á mis oficiales y asistentes, porque -francamente, recelaba un desaguisado. Pero me daba no sé qué hacerlo. -Cierto es que allí no había perros que me asustaran, mas es que tampoco -había miriñaques que me alentaran. Aquel público, el instinto que -despertaba en mí era el de la conservación. - -De aguardiente no quedaba ya sino el olor. - -La chusma quería rematarse. - ---Dando más aguardiente, Coronel--me decían. - ---Otro poco, hermano--me dijo Mariano. - -Miguelito les habló en su lengua, y tirándome de un brazo: - ---Vamos, mi Coronel--me dijo. - -Comprendí que quería sacarme de allí. Lo seguí. Los indios se echaron -en el suelo, unos sobre otros, todos revueltos. - -Miguelito me llevaba en dirección á mi rancho, iba á amanecer. El cielo -se había cubierto de nubes. La luz de las estrellas apenas brillaban al -través. Estábamos en tinieblas. Yo caminaba, no por mi voluntad sino -arrastrado por mi guardián. Me bamboleaba perdiendo por momentos el -equilibrio. Llegamos á la puerta de mi rancho, Miguelito alzó el cuero. - ---Entre y descanse--me dijo,--mi Coronel. Yo voy á entretenerlos á -aquéllos. - -Entré. - -Detrás de mí entró una sombra. - -Á la luz moribunda del candil que había llevado Carmen hacía un rato, -me pareció ver una mujer. - -Estas mujeres se le aparecen á uno en todas partes. Nos aman con -abnegación. - -¡Y tan crueles que somos después con ellas! - -Nos dan la vida, el placer, la felicidad. - -¿Y para qué? Para que tarde ó temprano en un arranque de hastío, -exclamemos: - -«Siempre igual, necias mujeres.» - - - - - XXXIV - - Efectos del aguardiente.--Una mano femenil.--Mi comadre Carmen me - cuenta lo sucedido.--Unas coplas.--La vida de un artista en acordeón, - en dos palabras.--Preguntas y respuestas.--Las obras públicas de - Leubucó.--Insistencia del organista.--Un baño.--Mariano Rosas en el - corral.--Cómo matan los indios la res. - - -El candil ardía y se apagaba como un fuego fatuo. - -Buscando mi cama donde no estaba, porque los últimos humos del mareo me -hacían ver todos los objetos transformados, al revés, tropecé con la -luz y la extinguí. Con los ojos de la imaginación veía el caos. Trataba -de buscar un punto de apoyo para no caerme. Mis brazos funcionaban como -las aspas de un molino. Me caí. Me levanté. Volví á caerme encima de -los compañeros de rancho. - -Ni los frailes, ni los oficiales sintieron la mole que repetidas veces -se desplomó sobre ellos. - -Mi ronca voz, ahogándose en la garganta, llamaba un asistente. - -Nadie me oía. - -Tanteando como un ciego perlático, cogí una cosa blanda, sedosa, suave, -y, al mismo tiempo, percibí como en sueños un ruido de gallinas. Mi -mano había asido de la rabadilla un gallo ó pollo, despertando todo -el gallinero de Mariano Rosas, que huyendo de la helada, sin duda, se -había guarecido en nuestra morada, tomando posesión de mi lecho. - -La sorpresa me hizo soltar mi presa, abandonar el punto de apoyo y caer -de boca, posándola sobre algo blando, hediondo y frío. - -Creí asfixiarme, porque no podía cambiar de posición. - -Mis piernas parecían dislocadas, como las de un muñeco. Haciendo un -esfuerzo supremo, me enderecé. - -Describí dos semicírculos con los brazos. Hallé una mano pequeña, -pulida, caliente, que me sostuvo, arrastrándome poco á poco. Un brazo -rodeó mi cuerpo. Recliné mi cabeza desvanecida sobre un seno palpitante -y di unos cuantos pasos, lo mismo que un herido, alzóse el cuero de la -puerta del rancho y penetró en él, hiriendo mis ojos medio abiertos, la -luz crepuscular. - -Confusamente percibí varias voces que decían: - ---¿Dónde está ese Coronel Mansilla? - ---Dando más aguardiente. - -Una voz contestó: - ---No está aquí. - -Y al mismo tiempo, cayendo el cuero de improviso, volvió á quedar el -rancho envuelto en una completa obscuridad. - -Oí como el murmullo de gente que refunfuña y ruido como el de pisadas -que se alejan. - -Sentí que una cosa áspera, como una tela de lana, repasaba mi rostro y -que me empujaban hacia adelante. - -Yo no era dueño de mí mismo. Obedecía, abría y cerraba los ojos. - -Vi entrar de nuevo la luz del alba en el rancho. Después sentí frío. -Caminaba á la par de otra persona que con cariño me sustentaba. - -Me quedé dormido. - -Al rato me desperté al lado de un gran fogón. - -En torno de él estaban tres mujeres y tres hombres, cristianos todos. -Me habían hecho una cama con jergas y cueros. Á mi lado estaba una -china. - ---¿Qué quiere tomar--me dijo,--mate ó café? - -Fijé con agradecimiento los ojos en ella y reconocí á mi comadre Carmen. - ---Café, comadre--le contesté. - -Y mientras lo preparaba, contóme que cuando me separé de Mariano -Rosas, ella estaba en la enramada, despierta por si algo necesitaba; -que se deslizó entre las sombras de la noche, ayudándole á Miguelito -á llevarme á mi rancho; que al salir, varios indios habían acudido á -preguntar por mí; que fingiendo voz de cristiano les había contestado -que no estaba; y que para que no me incomodaran y me dejaran descansar, -me había llevado á un toldo vecino en el que habitaban puros cristianos. - -Me puse á tomar café. Gradualmente fueron desapareciendo los efectos -narcóticos del aguardiente. La aurora, color de rosa, entraba con sus -rayos de fuego por entre las rendijas del toldo. Cantaban los gallos, -cacareaban las gallinas, relinchaban los caballos, bramaban los toros, -oíase el balido de las ovejas, agitábase todo al despertar de la -Naturaleza. - -Vibraron las notas de un mal tocado acordeón, y una voz que me hizo -crispar los nervios, entonó unas coplas: - - Señor Coronel Mansilla - Permítame que le cante - -Iba á tronar contra el negro, porque era él en cuerpo y alma el de la -música, cuando entró en el toldo, y plegando su instrumento y sellando -sus labios, interrumpió las coplas para decirme: - ---Buenos días, mi amo, ¿su mercé ha pasado bien la noche? - -Me pareció mejor írmele á las buenas, y así le contesté: - ---Muy bien, hombre, gracias, siéntate. Pero con la condición que no has -de tocar tu maldito acordeón, ni has de cantar. Ya estoy harto. - -Sentóse. - -Le pasaron un mate, y entre chupada y chupada, me refirió su vida en -cuatro palabras. - ---Mi amo, me dijo, yo soy federal. Cuando cayó nuestro padre Rosas, que -nos dió la libertad á los negros, estaba de baja. Me hicieron veterano -otra vez. Estuve en el Azul con el General Rivas. De allí me deserté -y me vine para acá. Y no he de salir de aquí hasta que no venga el -Restaurador, que ha de ser pronto, porque don Juan Saa nos ha escrito -que él lo va á mandar buscar. Yo he sido de los negros de Ravelo. - -Y aquí interrumpió la historia de su vida, entonando, ó mejor dicho, -desentonando, esta canción: - - Que viva la patria - Libre de cadenas. - Y viva el gran Rosas - Para defenderla. - -Le atajé el resuello, diciéndole: - ---Hombre, ya te he dicho que no quiero oirte cantar. - -Callóse, y mirándome con cierta desconfianza me preguntó: - ---¿Usted es sobrino de Rosas? - ---Sí. - ---¿Federal? - ---No. - ---¿Salvaje? - ---No. - ---¿Y entonces, qué es? - ---¡Qué te importa! - -El negro frunció la frente, y con voz y aire irrespetuoso: - ---No me trate mal porque soy negro y pobre, me dijo: - ---No seas insolente--le contesté. - ---Aquí todos somos iguales, repuso, agregando algo indecente. - -Agarré una astilla de leña enorme, levanté el brazo, y diciéndole: -ahora verás,--iba á darle un garrotazo, cuando mi comadre Carmen me -contuvo, diciéndome: - ---No le haga caso, compadre, á ese negro borracho. - -Dirigióse á él hablándole en araucano, y el negro, que se había puesto -de pie, volvió á sentarse, diciéndome: - ---Dispense, su mercé. - ---¡Estás dispensado--le contesté,--pero cuidado con volver á tratarme -como me has tratado! - -Intentó desplegar su acordeón. Era en vano. Me hacía el efecto de una -lima de acero, que raspa los dientes. - -Tuvo que renunciar á su pasión filarmónica. Tomó la palabra, y siguió -hablando de sus opiniones políticas, y de las delicias de aquella -tierra. - ---Aquí hay de todo, mi Coronel, me decía. Al que es hombre de bien, -lo tratan bien, y al que es pícaro, el General Mariano lo castiga, -haciéndole trabajar en las obras públicas. - -Solté una carcajada amplia é ingenua. - ---¿Las obras públicas? - ---Sí, mi amo. - ---¿Y qué obras públicas son ésas? - ---¡Ahhhhh! los corrales del General. - -En este momento entró, refregándose los ojos, el padre Marcos, atraído -por la lumbre de nuestro hermoso fogón, buscando agua caliente para -tomar un jarro de té. - -Sentóse en la rueda el buen franciscano y siguió la charla, sazonándola -el negro con algunas agudezas, y rogándome de vez en cuando que le -dejara tocar su acordeón. - ---No, no, le decía yo, prefiero oir un cuerno á tu acordeón. - -Su aire favorito era el muy popular de _arrincónemela_[4], y esta -tocata, recordándome á Buenos Aires, me entristecía. - -Suplicaba. - -Decididamente, el acordeón era para él una necesidad--como el violín -para Paganini,--el piano, para Gottschalk. - -Yo me negaba inflexiblemente. - -Y no sólo me negaba á que luciera su habilidad, sino que le amenazaba -con hacerle perder la gracia de Mariano Rosas, si no tenía juicio, -mandándole á éste á mi regreso al Río 4.º, un organito de resorte. - ---Entonces--le decía,--ya no serás un hombre necesario aquí. - -Salió el sol; tenía necesidad de refrescar mi cuerpo. Recuerda, -Santiago amigo, que no he dormido ni me he lavado, desde que estábamos -en Calcumuleu. - -Pregunté si no había por allí cerca dónde bañarse. - -Me dijeron que sí, que á veinte cuadras de distancia había un gran -jagüel, con piso de tosca, donde se bañaban de madrugada las chinas de -Mariano y él mismo. - -Le pedí á un cristiano que me lo enseñara. - -Llamé á un asistente, hice traer un caballo, abandoné el fogón, salté -en pelo y de una sentada estuve en el baño. - -Hacía un frío glacial. Manuel Gazcón, que es un pato, un hidrópata por -estudio y por convicción, se habría deleitado allí. - -Las abluciones despejaron mis sentidos y retemplaron mi cuerpo, -borrando hasta los rastros de la mala noche. Me sentí otro hombre. - -Hice que mi asistente se bañara, y mientras él tiritaba de frío, dando -diente con diente, por la falta de costumbre de zambullirse en el -agua con el alba, yo me paseaba á largos trancos por la blanda arena, -provocando la reacción. Se produjo, monté á caballo y tomé el camino de -los toldos. - -De regreso vi mucha gente, y una gran polvareda cerca de la orilla del -monte. Corrían dentro de un corral. Cambié de dirección y fuí á ver qué -hacían. - -Habían enlazado una vaca gorda y se disponían á carnearla. - -Mariano Rosas estaba allí, fresco como una lechuga. Se había bañado -primero que yo. Nadie que no estuviera en el secreto habría sospechado -la noche que había pasado. Los estragos hechos en su cuerpo por el -aguardiente se descubrían, sin embargo, en la depresión de los -párpados inferiores, cuyo tinte era violáceo. - -En el instante de acercarme al corral, revoleaba el lazo para echar -un piale. Lo recogió, y viniendo á mí con el mayor cariño y cortesía, -me estiró la mano y me dió los buenos días, preguntándome cómo había -pasado la noche, que si no me había incomodado. - -Estuve tan galante y afectuoso como él. - ---Esa vaca gorda es para usted, hermano--me dijo. - -Y súbito, revoleó el lazo y echó un piale maestro, y volviéndose á mí, -haciendo pie con una destreza admirable, me dijo: - ---Esto se lo debo á su tío, hermano. - -Enlazada y pialada la res, cayó en tierra. - -Creí que iban á matarla como lo hacemos los cristianos, clavándole -primero el cuchillo repetidas veces en el pecho, y degollándola en -medio de bramidos desgarradores que hacen estremecer la tierra. - -Hicieron otra cosa. - -Un indio le dió un bolazo en la frente dejándola sin sentido. - -En seguida la degollaron. - ---¿Para qué es ese bolazo, hermano?--le pregunté á Mariano. - ---Para que no brame, hermano--me contestó. ¿No ve que da lástima -matarla así? - -Que la civilización haga sus comentarios y se conteste á sí misma, si -bárbaros que tienen el sentimiento de la bondad para con los animales -sean susceptibles ó no de una generosa redención. - -Degollada la res, la abandonaron á las chinas. Ellas la desollaron, la -descuartizaron y la despostaron, recogiendo hasta la sangre. - -Mariano Rosas y yo nos volvimos juntos á su toldo, conversando por el -camino como dos viejos camaradas. - -Ni él, ni yo hicimos mención para nada de las escenas de la noche -anterior. - -Mariano montaba un caballo obscuro de su predilección, aperado con -sencillez. - -Era un animal vigoroso. Tenía la marca del General don Ángel Pacheco. - -Llegamos á su toldo. Nos apeamos, nos sentamos, y poco á poco -comenzaron á llegar visitas, entrando y saliendo las gentes de la -casa. Yo era objeto de todo género de atenciones. Me cebaron mate, -me sirvieron un churrasco gordo, suculento, chorreando sangre, á la -inglesa. - -Me lo comí todo entero, quemándome los dedos y chupándomelos después, -como se estila en esta tierra. Donde no hay manteles ni servilletas, -¿qué otra cosa se ha de hacer? - -Mariano me pidió permiso para dejarme solo un momento. Salió, -desensilló el obscuro, lo soltó, ensilló un moro, y lo ató de la rienda -en el palenque. Dió algunas órdenes y volvió á la enramada sobando una -manea. - ---Hermano--me dijo,--á mí me gusta hacer yo mismo mis cosas. Así salen -mejor. Mi apero no lo maneja nadie, ni mis caballos tampoco. Mi padrino -era lo mismo cuando yo lo conocí. Á Dios gracias, soy hombre sano. - -Después de esto cambiamos algunas palabras sin interés. Por último me -ofreció presentarme su familia. - -Mañana estaremos de recepción. - - - NOTAS: - -[4] La había sacado de oído oyéndosela tocar en la guitarra á un -desertor. - - - - - XXXV - - El toldo de Mariano Rosas visto de la enramada.--Preparativos - para recibirme.--Un bufón de Leubucó.--De visita.--Descripción - de un toldo.--La mesa.--El indio y el gaucho.--Paralelo - afligente.--Reflexiones.--La comida.--Un incidente gaucho. - - -La puerta del toldo de Mariano Rosas caía á la enramada. - -Varias chinas y cautivas lo barrían con escobas de biznaga, regaban -el suelo arrojando en él jarros de agua, que sacaban con una mano de -un gran tiesto de madera que sostenían con otra; colocaban á derecha -é izquierda asientos de cueros negros de carnero, muy lanudos, ponían -todo en orden, haciendo líos de los aperos, tendiendo las camas, -colgando en ganchos de madera, hechos de horquetas de chañar, lazos, -bolas, riendas, maneadores y bozales. - -Una cuadrilla de indiecitos sacaba en cueros, arrastrados mediante una -soga de lo mismo, los montones de basura é inmundicia que las chinas y -cautivas iban haciendo en simetría, revelando que aquella operación era -hecha con frecuencia. - -Un grupo de chinas de varias edades se peinaba con escobitas de paja -brava, arreglando sus largos y lustrosos cabellos en dos trenzas de -á tres gruesas guedejas cada una que remataban en una cinta pampa, -y, para ajustarlas y alisarlas mejor, las humedecían con saliva, -se pintaban unas á las otras con carmín en polvo, los labios y los -pómulos, se sombreaban los párpados y se ponían lunarcitos negros -con el barro consabido; se ponían zarcillos, brazaletes, collares, -se ceñían el cuerpo bien con una ancha faja de vivos colores, y por -último, se miraban en espejitos redondos de plomo de dos tapas, de unos -que todo el mundo habrá visto en nuestros almacenes. - -Yo veía todos estos preparativos, echando miradas furtivas al interior -del toldo. - -El negro del acordeón se presentó con su instrumento en mano. Estaban -identificados por lo visto, no podían separarse; sin negro no había -acordeón, sin acordeón no había negro. - -Preludió un airecito y entonó unas coplas de su invención. - -También era poeta, ya lo previne, aunque haciendo constar que sus -baladas no recordaban las de Tirteo. - - «Señor don Mariano Rosas - La familia ya lo espera.» - -Cantó el maestro de ceremonias de Leubucó, fiel judío de la política, -resuelto á esperar allí hasta la consumación de sus días la venida del -Mesías--el regreso del Restaurador. - -Mariano le miró con esa cara benévola, con esa sonrisa afectuosa con -que los hombres ensoberbecidos por el poder miran á sus palaciegos y -aduladores. - -El negro que conocía su posición, hizo algunas piruetas y danzó. - -Parecía un sátiro. - -Tenía la mota parada como cuernos, los ojos saltados enrojecidos por -el alcohol, unas narices anchas y chatas llenas de excrecencias, unos -labios gordos y rosados como salchichas crudas. - -Se le hizo bueno su partido y siguió tocando su acordeón, mirándome -picarescamente, como quien dice: ahora te tengo. - -La buena crianza no permitía manifestarme disgustado de las gracias -coreográficas, ni de la habilidad musical de aquel valido predilecto y -mimado del dueño de casa. - -Al contrario, como Mariano Rosas me mirara, de cuando en cuando -sonriéndose, tenía que sonreirme. - -Los circunstantes festejaban las bufonadas del negro. - -Estaba radiante de júbilo; se sentaba al lado del cacique: le palmeaba, -le abrazaba y mirándole con admiración, exclamaba ¡ah! ¡toro lindo! -¡Éste es mi padre! ¡Yo doy por él la vida! ¿No es verdad, mi amo? - -Mariano hacía un movimiento de aprobación con la cabeza y en voz baja -me decía: es muy fiel. - -¡Miserable condición humana! - -El hombre es el mismo en todas partes, se inclina á los que lisonjean -su necio orgullo, su amor propio, su vanidad; huye y se aleja de los -que se estiman lo bastante para no envilecerse con la mentira. - -No en balde Dante ha colocado á los aduladores en el Malebolge--la fosa -maldita,--hundidos hasta las narices en pestíferas letrinas. - -Llegaron más visitas. - -Todas fueron recibidas por Mariano con estudiada cortesía, observando -estrictamente el ceremonial. - -Y sabemos que consiste en una serie monótona de preguntas y respuestas. - -Para todo el mundo había asiento. - -Después que terminaban los saludos, venía la presentación. - -Yo tenía que levantarme, que dar la mano, que abrazar y que contestar -con frases análogas, esas preguntas y salutaciones: - -¡Me alegro de haberle conocido! - -¿Cómo le ha ido de camino? - -¿No ha perdido algunos caballos? - -¡Estamos muy contentos de verlo aquí! - -El negro tocaba, cantaba, bailaba y á quien mejor le parecía le -adjudicaba una patochada. Para él era lo mismo que fuera un cacique que -un capitanejo; un indio que un cristiano. Tenía influencia en palacio y -podía usar y abusar de sus festejadas gracias. - -Llamé á los franciscanos para que los recién llegados les conocieran. - -Vinieron. Con su aire dulce y manso saludaron todos, siendo objeto de -demostraciones de respeto. El sacerdote es para los indios algo de -venerando. - -Hay en ellos un germen fecundo que explotar en bien de la religión, de -la civilización y de la humanidad. - -Mientras tanto ¿qué se ha hecho? - -¿Cómo se llaman, pregunto yo, los mártires generosos que han dado el -noble ejemplo de ir á predicar el Evangelio entre los infieles de esta -parte del continente americano? - -¿Cuántas cruces ha regado la barbarie con sangre de misioneros -propagadores de la fe? - -¡Ah! esta civilización nuestra puede jactarse de todo, hasta de ser -cruel y exterminadora consigo misma. Hay, sin embargo, un título -modesto que no puede reivindicar todavía--es haber cumplido con los -indígenas los deberes del más fuerte.--Ni siquiera clementes hemos -sido. Es el peor de los males. - -La presencia de los franciscanos no fué un obstáculo para que siguiera -funcionando el acordeón. - -Yo estaba impaciente por entrar en el toldo de Mariano y conocer su -familia. - -En una de las vueltas que el negro daba, sentándose acá y allá, se puso -á mi lado. - ---Mira--le dije al oído,--si sigues tocando, en cuanto llegue al Río -4.º mandaré lo que te dije, el organito para Mariano. - -Me miró como diciéndome, por piedad no; y haciendo callar el -instrumento y dirigiéndose á Mariano le dijo: - ---Ya está todo pronto. - -Mariano me invitó entonces á pasar al toldo, se puso de pie y me enseñó -el camino. - -Le seguí dejando á los franciscanos con las visitas en la enramada. - -Entramos. - -Sus mujeres, que eran cinco, sus hijas que eran tres y sus hijos que -eran Epumer, Waiquiner, Amunao, Lincoln, Duguinao y Piutrín, estaban -sentados en rueda. - -Á cierta distancia había un grupo de cautivas. - -Las chinas me saludaron con la cabeza, los varones se pusieron de pie, -me dieron la mano y me abrazaron. - -Las cautivas con la mirada. Me conmovieron. - -¿Quién no se conmueve con la mirada triste y llorosa de una mujer? - -Mariano me enseñó un asiento, me senté; él se puso á mi lado dándome la -izquierda. - -En frente había otra fila de asientos. Entraron varios indios y los -ocuparon. Eran indios predilectos de Mariano. - -Las chinas se levantaron y se pusieron en movimiento. En medio del -toldo había tres fogones en línea y en cada uno de ellos humeaban -grandes ollas de puchero y se tostaban gordos asados. - -Un toldo, es un galpón de madera y cuero. Las cumbreras, horcones y -costaneras son de madera; el techo y las paredes de cuero de potro -cosido con vena de avestruz. El mojinete tiene una gran abertura; por -allí sale el humo y entra la ventilación. - -Los indios no hacen nunca fuego al raso. Cuando van á malón tapan sus -fogones. El fuego y el humo traicionan al hombre en la Pampa, son su -enemigo. Se ven de lejos. El fuego es un faro. El humo una atalaya. - -Todo toldo está dividido en dos secciones de nichos á derecha é -izquierda, como los camarotes de un buque. En cada nicho hay un catre -de madera, con colchones y almohadas de pieles de carnero; y unos sacos -de cuero de potro colgados en los pilares de la cama. En ellos guardan -los indios sus cosas. - -En cada nicho pernocta una persona. - -De las teorías de Balzac sobre los lechos matrimoniales, los indios -creen que la mejor para la conservación de la paz doméstica es la que -aconseja cama separada. - -Como ves, Santiago amigo, el espectáculo que presenta el toldo de un -indio, es más consolador que el que presenta el rancho de un gaucho. -Y no obstante, el gaucho es un hombre civilizado. ¿Ó son bárbaros? -¿Cuáles son los verdaderos caracteres de la barbarie? - -En el toldo de un indio, hay divisiones para evitar la promiscuidad -de los sexos: camas cómodas, asientos, ollas, platos, cubiertos, una -porción de utensilios que revelan costumbres, necesidades. - -En el rancho de un gaucho falta todo. El marido, la mujer, los hijos, -los hermanos, los parientes, los allegados, viven juntos, y duermen -revueltos. ¡Qué escena aquélla para la moral! - -En el rancho del gaucho no hay generalmente puerta. - -Se sientan en el suelo, en duros pedazos de palo, ó en cabezas de vaca -disecadas. No usan tenedores, ni cucharas, ni platos. Rara vez hacen -puchero, porque no tienen olla. Cuando lo hacen, beben el caldo en -ella, pasándosela unos á otros. No tienen jarro, un cuerno de buey lo -suple. Á veces ni esto hay. Una caldera no falta jamás, porque hay que -calentar agua para tomar mate. Nunca tiene tapa. Es un trabajo taparla -y destaparla. La pereza se la arranca y la bota. - -El asado se asa en un asador de hierro, ó de palo, y se come con el -mismo cuchillo con que se mata al prójimo, quemándose los dedos. - -¡Qué triste y desconsolador es todo esto! Me parte el alma tener -que decirlo. Pero para sacar de su ignorancia á nuestra orgullosa -civilización, hay que obligarla á entablar comparaciones. - -Así se replegará cuanto antes sobre sí misma, y comprenderá que la -solución de los problemas sociales de esta tierra es apremiante. - -La suerte de las instituciones libres, el porvenir de la democracia y -de la libertad serán siempre inseguros mientras las masas populares -permanezcan en la ignorancia y atraso. - -El _cabrío emisario_ de las leyes, tienen que ser las costumbres. -Dadme una asociación de hombres cualquiera con hábitos de trabajo, con -necesidades, con decencia, y os prometo en poco tiempo un pueblo con -leyes bien calculadas. El bien es una utopía cuando la semilla que debe -producirlo no está sazonada. La aspiración de la libertad racional -es una quimera, cuando los instrumentos que deben practicarla son -corrompidos. - -Dios ha ligado fatalmente los efectos á las causas. Ni los olmos dan -peras, ni las instituciones sus frutos donde las nociones del bien y -del mal, de lo bueno y de lo malo, no están universalmente encarnadas -en todo pecho. Siguiendo la ruta que llevamos, elevaremos los andamios -del templo; pero al levantar la bóveda, el edificio se desplomará con -estrépito y aplastará con sus escombros á todos. - -Los artífices desaparecerán y el desaliento de los que contemplaban su -obra conducirá á la anarquía. Por eso el primer deber de los hombres de -estado es conocer su país. - -Á los cinco minutos de estar en el toldo nos sirvieron de comer. Á cada -cual le pusieron delante un gran plato de madera con puchero abundante -de choclos y zapallo, cubiertos, cuchara, tenedor, cuchillo y agua. - -Las cautivas eran las sirvientas. Algunas vestían como indias, estaban -pintadas como ellas. Otras ocultaban su desnudez en andrajosos y sucios -vestidos. - -¡Cómo me miraban estas pobres! ¡Qué mal disimulada resignación -traicionaban sus rostros! La que más avenida parecía era la nodriza -de la hija menor de Mariano; había sido criada en la casa de don Juan -Manuel de Rosas. La cautivaron en Mulitas, en la famosa invasión que -trajo el indio Cristo, en la época del gobierno de Urquiza, cuando lo -que se robaba aquí se vendía en las fronteras de Córdoba y San Luis. - -Yo no había comido más que un churrasquito, desde el día antes; el -puchero estaba muy apetitoso y bien condimentado. Me puse, pues, á -comer con tanta gana como anoche en el Club del Progreso. Y como no -habían olvidado los trapos, como olvidaron las servilletas allí, lo -hice como un caballero. - -Terminado el puchero, trajeron asado, después sandías. - -Estábamos en los postres, cuando volvió á presentarse el negro con -su inseparable acordeón. Se sentó como en su casa al lado de Mariano -y comenzó la música. Afortunadamente se había puesto muy ronco y no -podía cantar. Que te dure la ronquera, decía yo para mis adentros, y lo -miraba, haciéndole con la cabeza una especie de amenaza de mandar el -organito ofrecido y temido por él. El sátrapa me miraba compasivamente. -Lo dejé seguir. - -Conversábamos como en un salón, cada uno con quien quería. - -Los indios no dan cigarros á los cristianos que están de visita. Para -fumar yo, tuve que regalar de los míos á todos. - -Los indiecitos nos alcanzaban fuego, y cuando se quedaban jugando ó -distraídos, Mariano los aventaba diciéndoles: Salgan de ahí, no falten -al respeto á sus mayores, eran sus palabras casi textuales. Observé que -eran en este sentido bien criados. - -Mariano, queriendo ponderarme uno de sus hijos me dijo: - ---Éste es muy gaucho. - -Después me explicaron la frase. El indiecito ya robaba maneas y -bozales. Más tarde completaría su educación robando ovejas, después -vacas. Es la escala. - -En seguida me presentó otro. - -Era un muchacho de _trece_ años, no podía tener más. Y eso debía tener -por la época en que me aseguraran había nacido. Su mérito consistía -en tener mujer ya. Su cara no carecía de atractivos; tenía bastante -expresión. Revelaba excesos prematuros, un tísico en perspectiva. - -Fumábamos y charlábamos alegremente, cuando se presentó Epumer, con mi -capa colorada, la capa causante de tantos malos ratos y dolores de -cabeza. Confieso que no me pareció tan fea. - -Me saludó con política y me habló con cariño. - -Pidió aguardiente, y Mariano le dijo en su lengua, que no era hora de -beber. - -Sentóse y tomó parte en la conversación. - -Una cara, que yo no había visto desde que llegamos, cuya aparición -por allí debía preocuparme, se mostró por una rendija del toldo y con -disimulo me hizo una seña significativa. - -Fingí un pretexto. Se lo comuniqué á mi huésped y le pedí permiso para -retirarme, y me retiré diciéndome á mí mismo, lleno de curiosidad: ¿qué -habrá? - - - - - XXXVI[5] - - Por qué se me presentaba Camilo Arias.--Caracteres de este hombre - y de nuestros paisanos.--El indio Blanco.--Sus amenazas.--Le pido - una entrevista á Mariano Rosas.--Me tranquiliza.--Costumbre de - los indios.--No existe la prostitución de la mujer soltera.--Qué - es _cancanear_.--El pudor entre las indias.--La mujer casada.--De - cuántos modos se casan las indias.--Las viudas.--Escena con Rufino - Pereira.--Igualdad.--Miguelito intercede por Rufino. - - -La cara era la de Camilo Arias. - -Salí del toldo, entré en la enramada, eché una visual hacia el lado por -donde me habían llamado la atención, y viendo que aquél se dirigía á mi -rancho, haciendo un rodeo, me apresuré á entrar en él. - -Entré luego. - -Hice salir á los que estaban dentro; al capitán Rivadavia le ordené -que estuviera en acecho de los espías que, según costumbre, debían -observar mis movimientos y escuchar mis conversaciones; y á otro -oficial, que con todo disimulo se acercara á Camilo y le dijera que -podía entrar. - -Mi fiel y adicto compañero de tantas correrías por la frontera no se -hizo esperar. - -Según mis instrucciones, no se me había acercado desde el día que -llegamos á Leubucó. - -Algo grave, alarmante ó que convenía que yo no ignorase acontecía, -cuando se me presentaba. - -Él no era hombre de alarmarse, ni de faltar á su consigna sin razón. -Tenía toda la sangre fría, toda la astucia, toda la experiencia -del mundo, que tan prematuramente adquieren nuestros paisanos; son -condiciones características en ellos, que la vida errante y azarosa que -llevan desarrolla en sumo grado. - -Es cosa que pasma verlos desde chiquitos cruzar los campos solos, á -toda hora del día y de la noche, en un mancarrón ó picando una carreta; -alejarse de las casas ó de las poblaciones, á bolear avestruces, -guanacos ó gamas, á _peludear_ ó _quirquinchar_, dormir entre las -pajas, desafiar las intemperies, casi desnudos, con el caballo de la -rienda, y precaverse contra todas eventualidades, de los indios, de los -cuatreros, de los ladrones. - -Apenas entró Camilo en el rancho, le pregunté: - ---¿Qué hay? - -Miró á su alrededor, se cercioró de que no había nadie, y dudando aun -del testimonio de sus sentidos, se me acercó al oído y me dijo: - ---El indio Blanco ha venido. - ---¿Y qué?...--le contesté encogiéndome de hombros. - ---Está en una pulpería y dice que si Mariano Rosas ha hecho la paz, él -no la ha hecho. - ---¿Y quién está con él? - ---Varios indios y cristianos. - ---¿Y qué dicen? - ---Lo mismo que él, que si Mariano Rosas ha hecho la paz, ellos no la -han hecho. - ---¿Nada más dicen? - ---Sí, dicen más; dicen que ya lo veremos. - ---¿Y cómo lo has sabido? - ---Haciéndome el zonzo, el que no entendía, me allegué á ellos, y como -algo entiendo su lengua he comprendido todo. - ---Bien, retírate, cuidado esta noche con los caballos. - ---No hay cuidado, señor. - -Se marchó, y me quedé pensando qué haría. Después de un momento de -reflexión, resolví decirle á Mariano Rosas lo que ocurría. - -Llamé al capitán Rivadavia y le ordené que le anunciara mi visita. - -Me contestó que podía ir cuando gustase. - -Volví á su toldo, despidió á las visitas, y cuando nos quedamos solos -le referí el caso. - -Por más que quiso disimular, le conocí que la conducta del indio Blanco -le irritaba, porque desconocía su autoridad. - ---No tenga cuidado, hermano--me dijo, y mandó á uno de sus hijos que -llamara á Camargo. - -Mientras éste vino, me enteró de algunas costumbres de su tierra. - ---Hermano--me dijo, más ó menos,--aquí á mi toldo puede entrar á la -hora que guste, con confianza, de día ó de noche es lo mismo. Está en -su casa. Los indios somos gente franca y sencilla, no hacemos ceremonia -con los amigos, damos lo que tenemos, y cuando no tenemos pedimos. - -No sabemos trabajar, porque no nos han enseñado. Si fuéramos como los -cristianos, seríamos ricos, pero no somos como ellos y somos pobres. -Ya ve cómo vivimos. Yo no he querido aceptar su ofrecimiento de hacerme -una casa de ladrillo, no porque desconozca que es mejor vivir bajo de -un techo que como vivo, sino porque, ¿qué dirían los que no tuviesen -las mismas comodidades que yo? Que ya no vivía como vivió mi padre, que -me había hecho hombre delicado, que soy un flojo. - -Era excusado refutar estas razones; me limitaba á escuchar con atención -y manifiesto interés. - -Siguió hablando y me explicó, que entre los indios no existe la -prostitución de la mujer soltera. Ésta se entrega al hombre de su -predilección. El que quiere penetrar en un toldo de noche, se acerca á -la cama de la china que le gusta y le habla. - -Ni el padre, ni la madre, ni los hermanos le dicen una palabra. No es -asunto de ellos, sino de la china. Ella es dueña de su voluntad y de su -cuerpo, puede hacer de él lo que quiera. Si cede, no se deshonra, no es -criticada, ni mal mirada. Al contrario, es una prueba de que algo vale; -de otra manera no la habrían solicitado, ó _cancaneado_. - -En lengua araucana, el acto de penetrar en un toldo á deshoras de la -noche se llama _cancanear_ y _cancán_ equivale á seducción. - -Los filólogos franceses pueden averiguar si estos vocablos se los han -tomado los indios á los galos ó éstos á los indios. - -Yo sólo sé decir que es muy curioso que entre indios y franceses -_cancanear_ y _cancán_, respondan á ideas que se relacionan con Cupido -y sus tentaciones. - -Como se ve, la mujer soltera es libre como los pájaros para los -placeres del amor entre los indios. - -¿Se creerá por esto que la licencia es general entre ellos, que los -Lovelace abundan y que no hay más que fijarse en una china para -exclamar después: _fuí, vi y vencí_? - -No tal. - -La libertad es un correctivo en todo. Como la lanza del guerrero -antiguo, ella cura las mismas heridas que hace. Esta verdad es vieja en -el mundo. - -La libertad trae la licencia, pero la licencia tiene su antídoto en la -licencia misma. - -En cuanto á la libertad de la mujer, esta observación social ha sido -hecha ya no recuerdo por quien. - -Las francesas se casan para ser libres; las inglesas para dejar de -serlo. ¿Cuáles son los efectos? Que en Francia es mayor el número de -mujeres solteras seducidas y en Inglaterra el de casadas. - -Y, por regla general, los predestinados del matrimonio son los celosos. -¿Por qué? porque el pudor es el mayor cancerbero de la mujer. - -¿Existe el pudor entre las indias? se me preguntará quizá mañana por -algunos curiosos. - -Para ahorrarme contestaciones, anticiparé que en todas partes del -mundo, así entre los pueblos civilizados, como entre las tribus -salvajes más atrasadas, la mujer tiene el instinto de saber que el -pudor aumenta el misterio del amor. - -De lo contrario, sería cosa de hacerse uno indio mañana mismo, de -renunciar á la seguridad de las fronteras y dejarnos conquistar por las -Ranqueles. - -Al lado de la mujer soltera, la mujer casada es una esclava, entre los -indios. - -La mujer soltera tiene una gran libertad de acción; sale cuando quiere, -va donde quiere, habla con quien quiere, hace lo que quiere. - -La mujer casada, depende de su marido para todo. - -Nada puede hacer sin permiso de éste. - -Tiene sobre ella derecho de vida ó muerte. - -Por una simple sospecha, por haberla visto hablando con otro hombre, -puede matarla. - -¡Así son de desgraciadas! - -Y tanto más cuanto que quieran ó no, tienen que casarse con quien las -pueda comprar. - -Hay tres modos de casarse. - -El primero es como en todas partes. Con consentimiento de los padres -y por amor, con el apéndice de que hay que pagarles á aquéllos. En -este caso, si después de casada una china, se le escapa al marido y se -refugia en casa de sus padres, el tonto que se casó por amor, pierde -mujer y cuanto por ella dió. - -El segundo, consiste en rodear el toldo de la china que se quiere, -acompañado de varios y en arrancarla á viva fuerza, con el beneplácito -y ayuda de sus padres. En este otro caso, también hay que pagar; pero -más que en el anterior. Si la mujer huye después y se refugia en el -toldo paterno, hay que entregarla. - -El tercero, es parecido al anterior; se rodea el toldo de la china, -con el mayor número de amigos posible, y quiera ella ó no, quieran los -padres ó no, se la arranca á viva fuerza. Pero en este caso hay que -pagar mucho más que en el otro. Si la mujer huye después y se refugia -en el toldo paterno, la entregan ó no. Si no la entregan los padres, en -uso de su derecho, el marido pierde lo que pagó. Y el loco que se casó -á la fuerza, por la pena es cuerdo. - -No están tan mal las cosas dispuestas entre los indios; el amor y la -violencia exponen á iguales riesgos. - -Un indio puede casarse con dos ó más mujeres; generalmente no tienen -más que una, porque casarse es negocio serio, cuesta mucha plata. - -Hay que tener muchos amigos que presten las prendas que deben darse en -el primer caso, y en el segundo y tercero las prendas y el auxilio de -la fuerza. - -Sólo los caciques y los capitanejos tienen más de una mujer. - -La más antigua es la que regenta el toldo; las demás tienen que -obedecerle, aunque hay siempre una favorita que se substrae á su -dominio. - -Las viudas representan un gran papel entre los indios cuando son -hermosas. - -Son tan libres como las solteras en un sentido, en otro más, porque -nadie puede obligarlas á casarse, ni robarlas. - -De manera, que las tales viudas, lo mismo entre los indios que entre -los cristianos, son las criaturas más felices del mundo. - -Con razón hay mujeres que corren el riesgo de casarse á ver si enviudan. - -El cacique Epumer está casado con una viuda y no tiene más que una -mujer. - -Yo la encontré muy hermosa[6] é interesante, y en una visita que la -hice me recibió con suma amabilidad y gracia. - -Es una india cuyo porte y aseo sorprenden. - -¡Viuda había de ser la que lograse dominar á un hombre como Epumer, -bravío, impetuoso, tremendo! - -Terminaba Mariano Rosas sus lecciones ranquelinas, cuando llegó su hijo -con Camargo. - ---Teniente--le dijo,--vaya, dígale á Epumer que he sabido que Blanco ha -llegado y que anda hablando lo que no debe; que lo cite para la junta -que debe haber, y que si no calla ya sabe. - -Este _ya sabe_ quería decir que lo matasen si era necesario, si no -obedecía. - -Camargo obedeció y salió, volviendo al rato con la contestación de -Epumer. - -Decía éste, que ya había sabido lo que andaba hablando Blanco y que le -había hecho decir que se moderase. - -Oyendo esto Mariano, me dijo: - ---Ya ve, hermano, cómo no hay cuidado. No haga caso de ese indio. Yo he -de hacer que se someta, y de no, que se vaya. Cuando oyó decir que nos -iban á invadir, dejó el «Cuero» y sin mi permiso se fué para Chile con -cuanto tenía. Y ahora que sabe que estamos de paz, que no hay temor de -que nos invadan, vuelve. Ése es amigo para los buenos tiempos. No ha de -hacer nada, es pura boca. - -Camargo confirmó todo cuanto dijo Mariano y agregó algunas -observaciones muy de gaucho, como por ejemplo: yo sé dónde ese indio -pícaro tiene la vida. - -En estas pláticas estábamos y la hora de comer se acercaba, cuando -entrando el capitán Rivadavia, me dijo que me esperaban con la comida -pronta. - -Saqué el reloj, y haciéndoselo ver á Mariano, dije: - ---Las cuatro. - -El indio lo miró, como dándome á entender que estaba familiarizado con -el objeto y me dijo: - ---Muy bueno, yo tengo uno de plata. Pero no lo uso. Aquí no hay -necesidad. - ---Es verdad--le contesté. - -Y él repuso: - ---Vaya, no más, hermano, á comer, ya es un poco tarde. - -Salí, pues, nuevamente del toldo, comí, y al entrarse el sol, volví á -la enramada. - -Mariano estaba sentado con unos cuantos indios medio _achumado_ con -ellos. - -Me ofrecieron asiento, lo acepté. - -Bebían aguardiente. - -Me hicieron un _yapaí_, acepté. - -Me hicieron otro, acepté. - -Me hicieron otro, acepté. - -Felizmente para mis entrañas, la copa en que echaban el aguardiente -era un cuerno muy pequeñito, y la botella de aguardiente estaba ya por -acabarse en los momentos que llegué. - -Mariano se había quedado meditabundo con la vista fija en el suelo. - -Los otros indios se iban durmiendo. - -Yo me engolfaba no sé en qué pensamientos, cuando un hombre de _mi -séquito_ se presentó, manteniendo el equilibrio con dificultad y -teniendo un cuchillo en una mano y una botella de aguardiente en la -otra. - -Al verle, la cólera paralizó la circulación de mi sangre. - ---¡Retírate, Rufino!--le grité. - -No me obedeció y siguió avanzando. - ---¡Retírate!--volví á gritarle con más fuerza. - -No me obedeció tampoco y siguió avanzando, y ofreciéndole la botella á -Mariano Rosas, le dijo: - ---Tome, mi General. - -Mariano la tomó. - -Se la quité. Aquel momento era decisivo para mí. Si me dejaba faltar al -respeto por uno de mis mismos soldados era hombre perdido. - -Y quitándosela, eché mano al puñal y gritándole al gaucho, _¡retírate!_ -con más fuerza que antes, me abalancé sobre él, saltando por sobre -varios indios. - -Rufino obedeció entonces y huyó. Volví sobre mis pasos y me senté -agitadísimo; la bilis me ahogaba. - -Mariano, que no se había movido de su sitio, me dijo con estudiosa -calma y siniestra expresión: - ---Aquí somos todos iguales, hermano. - ---No, hermano--le contesté.--Usted será igual á sus indios. Yo no soy -igual á mis soldados. Ese pícaro me ha faltado al respeto, viniendo -ebrio adonde yo estoy y negándose á obedecerme á la primera intimación -de que se retirara. Aquí más que en ninguna parte me deben respetar los -míos. - -El indio frunció el ceño, tomando su fisonomía una expresión en la que -me pareció leer: este hombre es audaz. - -Yo no calculé el efecto, aunque comprendí que si me dejaba dominar por -el borracho me desprestigiaba á los ojos de aquel bárbaro. - -Nos quedamos en silencio un largo rato. - -Ni él ni yo queríamos hablar. - -Él murmuró de nuevo: «aquí todos somos iguales». - -Mi contestación fué, viendo que Rufino armaba un alboroto en el fogón -de mis asistentes, gritar, fingiéndome furioso, porque había recobrado -la serenidad: - ---Pónganle una mordaza. - -El indio arrugó más la frente. Yo hice lo mismo y permanecimos mudos. - -Miguelito nos sacó del abismo de nuestras reflexiones. - -Venía á interceder por Rufino, ofreciéndome cuidarle él mismo. - -Me pareció oportuno ceder. - ---Llévalo--le dije.--¡Pero cuidado! - -Rufino oyó y contestó: no hay cuidado, mi Coronel, y comenzó á dar -vivas al coronel Mansilla. - -Le hice señas con el dedo que callara, obedeció. - -Un momento después oíase en un toldo vecino, en el que había una -pulpería, su voz tonante. - -Mariano me dijo: - ---Están alegres los mozos. - ---Sí--le contesté secamente,--y dándole las buenas tardes, le dejé solo. - -La noche se acercaba, lo mandé traer á Rufino y le hice acostar á -dormir. - -Rufino tiene una historia. - -Es un tipo de gaucho malo. - - - NOTAS: - -[5] Esta carta será mejor que no la lean las señoras. - -[6] Con permiso de los que pretenden que los gustos se pueden discutir. - - - - - XXXVII - - - El fogón al amanecer.--Quién era Rufino Pereira.--Su vida y - compromisos conmigo.--Cómo consiguen los indios que los - caballos de los cristianos adquieran más vigor. - - -Dormí muy bien sin que nadie ni nada me interrumpiera. - -El hombre se aviene á todo. - -Mi cama desigual y dura, me pareció de plumas. - -Si no me hubieran faltado algunas cobijas, podría decir que pasé una -noche deliciosa. - -Me levanté con el lucero del alba, gritando: - ---¡Fuego! ¡fuego! - -En un abrir y cerrar de ojos hice mi _toilette_, á la luz de un candil. - -Salí del rancho. - -El fogón ardía ya y el agua hervía en la caldera. - -Me puse á _matear_, divirtiéndome en escuchar los dicharachos y los -cuentos de los soldados. - -Cada uno tenía una anécdota que referir. - -Á todos les había pasado algo con los indios. - -El uno había tenido que dar hasta los cigarros; el otro las botas; éste -el poncho; aquél la camisa. - -Sólo un mendocino, muy agarrado, había tenido el talento de hacerse -sordo y mudo. Los pedigüeños no habían podido con él. - -Mientras amanecía, me puse á hacerles un curso sobre la conducta y el -porte que debían observar; sobre los inconvenientes de que no fuesen -moderados, de que no cuidasen y respetasen á sus superiores más que -nunca. - -Comprendían perfectamente mis razones, y las escuchaban con religiosa -atención. - -Á Rufino le eché un sermón con aspereza. - -Este Rufino era un gaucho de Villanueva, con quien nadie podía. - -Azote de los campos, le tomaron y le destinaron al 12 de línea, junto -con otros de su jaez, haciéndome el Comandante militar las mayores -recomendaciones, previniéndome que tuviera con él muchísimo cuidado, -porque era un hombre de avería. - -Comprendiendo que en el batallón 12 de línea sería un mal elemento, á -los tres días de destinado lo hice venir á mi presencia. - -Le habían cortado su larga cabellera, le habían encasquetado ya el -kepis, plantificado la chaquetilla y la bombacha. - -El gaucho había desaparecido bajo el exterior del recluta. - -Era un hombre alto, fornido, de grandes ojos negros, de fisonomía -expresiva, de mirada inquieta, de movimientos fáciles, de aspecto -resuelto, en suma. - -Entablé con él el siguiente diálogo: - ---¿Cómo te llamas? - ---Rufino Pereira. - ---¿De dónde eres? - ---No sé. - ---¿Dónde has nacido? - ---No sé. - ---¿Quiénes son tus padres? - ---No sé. - ---¿En qué trabajabas antes de ser soldado? - ---En nada. - ---¿Sabes por qué te han destinado? - ---No sé. - ---Dicen que eres ladrón, cuatrero y asesino. - ---Así será. - ---¿Pero tú qué crees? - ---Yo no soy hombre malo. - ---¿Qué eres entonces? - ---Soy hombre gaucho. - ---Pero, por eso solamente no te han de haber destinado. - ---Es que los jueces no me quieren. - ---No te habrás querido someter á su autoridad. - ---No me ha gustado ser soldado; cuando he sabido que me buscaban, -he andado á monte. He peleado algunas veces con la partida, y la he -corrido. - ---¿Eso es todo lo que has hecho? - ---Todo. - ---Pero me has dicho que no trabajabas en nada, y para vivir sin hacer -daño al prójimo es menester trabajar en algo. Te vuelvo á preguntar, -¿de qué vivías? - ---Soy jugador. - ---¿Pero cómo es posible que digan que eres ladrón, cuatrero y asesino, -si no lo eres? - ---Me han achacado las cosas de otros compañeros que no he querido -delatar, y dirán que soy asesino, porque les he dado algunos tajos á -los de la partida. - ---¿Quieres que hagamos un trato? - ---Como usted quiera, Coronel. - ---¿Tienes palabra? - ---Sí, señor. - ---¿Tienes honor? - -Rufino no contestó. - ---¿Sabes lo que es el honor? - -Volvió á guardar silencio. - ---El honor consiste en cumplir uno siempre su palabra, aunque le cueste -la vida. ¿Me entiendes ahora? - ---Sí, Coronel. - ---Bien, vas á ser mi asistente, vas á cuidar mis caballos, vas á ser mi -hombre de confianza, y ahora mismo te voy á hacer poner en libertad. - -El gaucho no contestó una palabra. - ---¿Te animas á servirme bien? Yo no puedo darte la baja. Tienes que ser -soldado; te ayudaré en tus necesidades. ¿Qué te parece? ¿Te animas? - ---Sí, mi Coronel. - -Sólo entonces el gaucho me dijo al contestarme: _mi Coronel_. - -Di las órdenes en el cuerpo, y al rato andaba Rufino por Villanueva, -como uno de tantos militares. - -Vinieron á avisarme que se había desertado, y expliqué lo que había. - -Me aseguraron que se iría, y contesté que lo dudaba. - -Yo decía para mis adentros: - ---Si el bandido se va, porque tiene la libertad de hacerlo, se irá -solo, no llevará otros consigo. - -Yo vivía en la casa de Belzor Moyano. - -Allí vivía él. - -Todo el mundo estaba asombrado, tal era el terror que Rufino Pereira -inspiraba. - -Una mañana estaba él en el zaguán, mientras yo hablaba en la puerta de -la calle con un sargento de la partida de Policía. - -Entré con el sargento á mi cuarto, que tenía puerta al zaguán, y detrás -de mí, sin que yo lo viera, entró Rufino. - -Cuando me apercibí de su presencia, estaba sentado en una silla. - ---¿Por qué no se acuesta, amigo, en la cama--le dije,--con confianza? - -Al oir esta irónica insinuación se puso de pie. - ---Hola--le dije,--¿conque sabías que no debías sentarte delante de tu -jefe, ni entrar cuando él no te llamara? - -Y esto diciendo le saqué de allí á fuertes empellones. - -El gaucho hizo pie y se encrespó diciéndome con una tonada la más -cordobesa, con tonada de la Sierra: - ---¿Y si no sé, por qué no me enseña pues? - ---Pues, por esa compadrada, toma--le dije, y le di algo que solemos -dar los militares cuando queremos aventar un recluta que no tiene el -instinto de la disciplina y del respeto á sus superiores. - -Durante algunos días el gaucho anduvo con el ceño fruncido, mirándome -de reojo, como viendo el lugar de mi cuerpo que más le convenía para -acomodarme una puñalada. - -No había más que un solo medio de dominarle; despreciarle é inspirarle -confianza plena á la vez. - -Llamélo y le dije: - ---Mañana, en cuanto salga el lucero, ensillas mi zaino grande, empujas -la puerta de mi cuarto, entras despacio, te acercas á mi cama, me -llamas, y si no me despierto, me mueves. - -Preparé un rollo de cincuenta bolivianos y una carta para el Comandante -Racedo, del Batallón 12 de línea, que estaba de allí cinco leguas, -diciéndole: - -«Eso que lleva Rufino Pereira, es con el objeto de probarle, despáchele -sin demora, y anote la hora en que llega y la hora en que sale.» - -Yo tengo el sueño sumamente liviano. - -Á la hora consabida, sentí que abrían la puerta de mi cuarto; fingí que -roncaba. Rufino entró, llegó hasta mi cama, caminando despacito, porque -el cuarto estaba completamente á obscuras. - ---Mi Coronel--me dijo.--No contesté. Volvió á llamarme. Hice lo mismo. -Me llamó por tercera vez. Permanecí mudo. Me tocó y me movió. Sólo -entonces, contestando como quien despierta de un sueño profundo: - ---¿Quién es?--pregunté. - ---Yo soy. - ---Busca los fósforos que están ahí, en la silla, al lado de la -cabecera, y prende la vela. - -Rufino obedeció, y tanteando encontró los fósforos, sacó fuego y se -hizo la luz. - -Sin incorporarme siquiera metí la mano bajo la cabecera, saqué el rollo -de bolivianos y la carta, y dándoselos, le dije: - ---¿Sabes dónde queda el arroyo de Cabral? - ---Sí, mi Coronel. - ---¿Has ensillado el zaino? - ---Sí, mi Coronel. - ---Llévale eso al Comandante Racedo, y á las doce estás de vuelta. Son -diez leguas. No tienes por qué apurarte. No me vayas á sobar el pingo. - ---No--contestó. Se cuadró militarmente, hizo la venia, dió media vuelta -y salió. - -Apagué la luz y me quedé dormido. Me había acostado muy tarde. Esa -noche había estado en un baile. - -Dormía profundamente, sentí pisadas cerca de mi cama, me desperté, abrí -los ojos, miré--Rufino Pereira estaba ahí, de vuelta, alargándome la -mano con una carta. - -La tomé, rompí la nema y leí. - -Racedo me decía: «Entregó todo á las nueve y media y regresa.» - -Desde ese día seguí tratando á Rufino Pereira con la mayor confianza, y -el gaucho me sirvió en todo honradamente, hasta en cosas reservadas. - -Nuestros campos están llenos de Rufinos Pereiras. - -La raza de este ser desheredado que se llama _gaucho_, digan lo que -quieran, es excelente y como blanda cera, puede ser modelada para el -bien; pero falta, triste es decirlo, la protección generosa, el cariño -y la benevolencia. El hombre suele ser hijo del rigor, pero inclinado -naturalmente al mal, hay que contrariar sus tendencias, despertando en -él ideas nobles y elevadas, convenciéndonos de que más se hace con miel -que con hiel. - -Durante dos años, Rufino, el gaucho malo de Villanueva, el bandido -famoso, temido por todos, acusado de todo linaje de iniquidades--sólo -cometió un desliz,--el que le hizo presentarse ebrio delante de Mariano -Rosas y de mí. - -Fiel á mi regla de conducta, á mis propósitos y á mis convicciones -arraigadas, por el estudio que he hecho del corazón, de la humanidad, -después del reto le di al gaucho una porción de consejos útiles, -exhortándolo con cariño á que no los echase en saco roto. - -Me prometió no volver á incurrir en la falta cometida, y lo cumplió. - -El licor se le iba á la cabeza fácilmente. Mientras estuvimos entre los -indios no volvió á beber. - -El disco de fuego del sol, resplandeciendo en el horizonte, lo teñía -con ricos colores de púrpura y mieles. - -Hacía un rato que había amanecido. - -Resolví irme á bañar al jagüel. Me puse de pie, abandoné el fogón y -tomé el camino del baño. - -Había andado unos pocos pasos, cuando me encontré con Mariano Rosas. -Venía del jagüel, sus mojadas melenas y la frescura de su tez lo -revelaban. - -Nos saludamos con cariño. - ---Voy á bañarme, hermano--le dije. - ---Yo acabo de hacer lo mismo--me contestó,--y ahora voy á varear mi -caballo. - -Marchamos en opuesto rumbo. - -Yo regresaba del baño y él regresaba con su caballo cubierto de -espumoso sudor. - -Llegó, se apeó, lo desensilló, lo soltó y ensilló otro que estaba atado -al palenque. Terminada la operación le puso el freno y lo volvió á atar -de la rienda. - -Los indios hacen esta operación todas las mañanas. - -Cuando nos roban caballos, empiezan por soltarlos en los montes para -que se aquerencien y _tomen el pasto_. Una vez conseguido esto, hoy -ensillan un caballo, mañana otro, y así sucesivamente, y al salir el -sol los galopan fuerte por el campo más quebrado, más arenoso, más -lleno de médanos. - -Nuestros caballos, mediante una segunda educación, cobran un vigor -extraordinario. Y como durante veinticuatro horas permanecen al palo, -sin comer ni beber, con el freno puesto, resisten asombrosamente á las -más largas privaciones. - -De ahí la superioridad del indio en la guerra de fronteras. - -Toda su estrategia estriba en huir, esquivando el combate. Son -ladrones, no guerreros. Pelear es para ellos el recurso extremo. Su -gloria consiste en que el malón sea pingüe y en volver de él con el -menor número de indios sacrificados en aras del trabajo. - -¡Cómo han de competir nuestros caballos con los de ellos! ¡Cómo hemos -de darles alcance, cuando llevándonos algunas horas de ventaja salimos -en su persecución! - -Es como correr tras el viento. - -Después que Mariano ató su caballo, nos sentamos bajo la enramada y -convinimos en ocuparnos de asuntos oficiales. - -Mañana tendremos la primer conferencia diplomática. - - - FIN DEL TOMO PRIMERO - - - - - -End of the Project Gutenberg EBook of Una Excursión a los Indios Ranqueles - Tomo 1, by Lucio Mansilla - -*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK UNA EXCURSIÓN A LOS INDIOS *** - -***** This file should be named 63600-0.txt or 63600-0.zip ***** -This and all associated files of various formats will be found in: - http://www.gutenberg.org/6/3/6/0/63600/ - -Produced by Andrés V. Galia, Jude Eylander, Sanly Bowitts, -Santiago and the Online Distributed Proofreading Team at -https://www.pgdp.net (This file was produced from images -generously made available by The Internet Archive) - -Updated editions will replace the previous one--the old editions will -be renamed. - -Creating the works from print editions not protected by U.S. copyright -law means that no one owns a United States copyright in these works, -so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the United -States without permission and without paying copyright -royalties. Special rules, set forth in the General Terms of Use part -of this license, apply to copying and distributing Project -Gutenberg-tm electronic works to protect the PROJECT GUTENBERG-tm -concept and trademark. Project Gutenberg is a registered trademark, -and may not be used if you charge for the eBooks, unless you receive -specific permission. 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It -exists because of the efforts of hundreds of volunteers and donations -from people in all walks of life. - -Volunteers and financial support to provide volunteers with the -assistance they need are critical to reaching Project Gutenberg-tm's -goals and ensuring that the Project Gutenberg-tm collection will -remain freely available for generations to come. In 2001, the Project -Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure -and permanent future for Project Gutenberg-tm and future -generations. To learn more about the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation and how your efforts and donations can help, see -Sections 3 and 4 and the Foundation information page at -www.gutenberg.org - - - -Section 3. 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Email contact links and up to -date contact information can be found at the Foundation's web site and -official page at www.gutenberg.org/contact - -For additional contact information: - - Dr. Gregory B. Newby - Chief Executive and Director - gbnewby@pglaf.org - -Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg -Literary Archive Foundation - -Project Gutenberg-tm depends upon and cannot survive without wide -spread public support and donations to carry out its mission of -increasing the number of public domain and licensed works that can be -freely distributed in machine readable form accessible by the widest -array of equipment including outdated equipment. Many small donations -($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt -status with the IRS. - -The Foundation is committed to complying with the laws regulating -charities and charitable donations in all 50 states of the United -States. 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Thus, we do not -necessarily keep eBooks in compliance with any particular paper -edition. - -Most people start at our Web site which has the main PG search -facility: www.gutenberg.org - -This Web site includes information about Project Gutenberg-tm, -including how to make donations to the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to -subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks. - diff --git a/old/63600-0.zip b/old/63600-0.zip Binary files differdeleted file mode 100644 index 45dd016..0000000 --- a/old/63600-0.zip +++ /dev/null diff --git a/old/63600-h.zip b/old/63600-h.zip Binary files differdeleted file mode 100644 index decef9b..0000000 --- a/old/63600-h.zip +++ /dev/null diff --git a/old/63600-h/63600-h.htm b/old/63600-h/63600-h.htm deleted file mode 100644 index 2757f75..0000000 --- a/old/63600-h/63600-h.htm +++ /dev/null @@ -1,16530 +0,0 @@ -<!DOCTYPE html PUBLIC "-//W3C//DTD XHTML 1.0 Strict//EN" - "http://www.w3.org/TR/xhtml1/DTD/xhtml1-strict.dtd"> -<html xmlns="http://www.w3.org/1999/xhtml" xml:lang="es" lang="es"> - <head> - <meta http-equiv="Content-Type" content="text/html;charset=utf-8" /> - <meta http-equiv="Content-Style-Type" content="text/css" /> - <title> - Una excursión a los indios ranqueles - Tomo I, by Lucio V. Mansilla—A Project Gutenberg eBook - </title> - <link rel="coverpage" href="images/cover.jpg" /> - <style type="text/css"> - -body { - margin-left: 10%; - margin-right: 10%; -} - - h1,h2 { - text-align: center; /* all headings centered */ - clear: both; font-weight: normal; -} - - h2 { margin-top: 4em; margin-bottom: 1em; - text-align: center; - clear: both; -} - -p { - margin-top: .51em; - text-align: justify; - margin-bottom: .49em; -} - -.p2 {margin-top: 2em;} -.p4 {margin-top: 4em;} -.p6 {margin-top: 6em;} - -.p1 {margin-top: 1em; margin-bottom: 1em; } - - -.big1 {font-size: 1.1em; } -.big2 {font-size: 1.2em; } -.big3 {font-size: 1.3em; } - -.indent20 {margin-left: 20%; } - -hr.tb {width: 45%; margin-left: 27.5%; margin-right: 27.5%;} - -hr.full {width: 95%; margin-left: 2.5%; margin-right: 2.5%; margin-top: 0.8em; } -hr.fullb {width: 95%; margin-left: 2.5%; margin-right: 2.5%; - margin-top: 15em; } - -hr.r5 {width: 5%; margin-top: 1em; margin-bottom: 1em; margin-left: 47.5%; margin-right: 47.5%;} - -div.chapter {page-break-before: always;} -h2.nobreak {page-break-before: avoid;} - - - -table { - margin-left: auto; - margin-right: auto; -} -table.autotable { border-collapse: collapse; } -table.autotable td, -table.autotable th { padding: 4px; } - -.tdl {text-align: left;} -.tdr {text-align: right;} -.tdc {text-align: center;} - -.autotable-container {text-align: center;} - -.autotable {display: inline-block; text-align: left; } - - -.pagenum { /* uncomment the next line for invisible page numbers */ - visibility: hidden; - position: absolute; - left: 92%; - font-size: smaller; - text-align: right; - font-style: normal; - font-weight: normal; - font-variant: normal; -} /* page numbers */ - - - -.blockquot { - margin-left: 5%; - margin-right: 10%; - margin-bottom: 2em; } - - -.half-title -{ - margin-top: 6em; - text-align: center; - font-size: 130%; - margin-bottom: 6em; -} - - -.center {text-align: center;} - - -/* Images */ - -img { - max-width: 100%; - height: auto; -} -img.w100 {width: 100%;} - - -.figcenter { - margin: auto; - text-align: center; - page-break-inside: avoid; - max-width: 100%; -} - -/* Footnotes */ -.footnotes {border: 1px dashed; margin-top: 2em; } - -.footnote {margin-left: 10%; margin-right: 10%; font-size: 0.9em;} - -.footnote .label {position: absolute; right: 84%; text-align: right;} - -.fnanchor { - vertical-align: super; - font-size: .8em; - text-decoration: - none; -} - -/* Poetry */ -.poetry-container {text-align: center; margin-top: 1em; margin-bottom: 1em; ; } - - -.poetry {display: inline-block; text-align: left; } - -@media handheld { - -.poetry-container { - text-align: center; - margin-left: auto; - margin-right: auto; - } - - .pw15 {width: 15em;} - .pw20 {width: 20em;} - .pw25 {width: 25em;} - .poetry {display: block; text-align: left;} - } - -/* Transcriber's notes */ -.tnote {border: dashed 1px; margin-left: 10%; - margin-right: 10%;padding-bottom: .5em; padding-top: .5em; - padding-left: .5em; padding-right: .5em; margin-top: 2em; margin-bottom: 2em; } - -/* Illustration classes */ -.illowp51 {width: 51%;} @media handheld { .illowp51 {width: 100%;} } -.illowp75 {width: 75%;} @media handheld { .illowp75 {width: 100%;} } - - </style> - </head> -<body> - - -<pre> - -The Project Gutenberg EBook of Una Excursión a los Indios Ranqueles - -Tomo 1, by Lucio Mansilla - -This eBook is for the use of anyone anywhere in the United States and most -other parts of the world at no cost and with almost no restrictions -whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms of -the Project Gutenberg License included with this eBook or online at -www.gutenberg.org. If you are not located in the United States, you'll have -to check the laws of the country where you are located before using this ebook. - -Title: Una Excursión a los Indios Ranqueles - Tomo 1 - -Author: Lucio Mansilla - -Release Date: November 2, 2020 [EBook #63600] - -Language: Spanish - -Character set encoding: UTF-8 - -*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK UNA EXCURSIÓN A LOS INDIOS *** - - - - -Produced by Andrés V. Galia, Jude Eylander, Sanly Bowitts, -Santiago and the Online Distributed Proofreading Team at -https://www.pgdp.net (This file was produced from images -generously made available by The Internet Archive) - - - - - - -</pre> - - -<div class="figcenter illowp51" id="cover" style="max-width: 105.5625em;"> - <img class="w100" src="images/cover.jpg" alt="" /> -</div> - -<div class="chapter"> -<div class="tnote"> - <p class="p2 center big1">NOTAS DEL TRANSCRIPTOR</p> - -<p>Ciertas reglas de acentuación ortográfica del castellano cuando la -presente edición de esta obra fue publicada, en 1909, eran diferentes a -las existentes cuando se realizó la transcripción. Palabras como vió, -fué, dió, lo mismo que la preposición "á", y las conjunciones "é", "ó", -"ú", por ejemplo, en esa época llevaban acento ortográfico. Eso ha sido -respetado.</p> - -<p>El criterio utilizado para llevar a cabo esta -transcripción ha sido el de respetar las reglas de la Real Academia -Española vigentes en ese entonces. El lector interesado puede consultar -el Mapa de Diccionarios Académicos de la Real Academia Española.</p> - -<p>Por otra parte, las reglas de la Real Academia Española establecen que -el acento ortográfico en las mayúsculas debe colocarse si es que -un vocablo lleva acento ortográfico. Sin embargo, por una cuestión -pragmática, en las imprentas ese criterio normalmente no era respetado. -En la presente transcripción se decidió adecuar la ortografía de las -mayúsculas acentuadas a las reglas establecidas por la RAE.</p> - -<p>Errores evidentes de impresión y de puntuación han sido corregidos.</p> - - -<p>El Índice de capítulos, incluido en la publicación original al final, ha sido -trasladado al principio por el Transcriptor.</p> -</div> -</div> - -<hr class="tb" /> - - -<p class="half-title">UNA EXCURSIÓN Á LOS INDIOS RANQUELES<br /> - -<small>TOMO I</small></p> - - - - - -<div class="chapter"> -<p class="p2 center big1">BIBLIOTECA DE «LA NACIÓN»</p> -<hr class="full"/> -</div> - - -<p class="center big3 p4">LUCIO V. MANSILLA</p> - -<h1> UNA EXCURSIÓN<br /> -<small>Á LOS</small><br /> -<big>INDIOS RANQUELES</big></h1> - -<p class="p1 center">OBRA PREMIADA EN EL CONGRESO INTERNACIONAL<br /> -GEOGRÁFICO DE PARÍS (1875)</p> - -<hr class="r5" /> -<p class="center big2">TOMO I</p> -<hr class="r5" /> - -<div class="figcenter illowp75" id="portadailo" style="max-width: 6.25em;"> - <img class="w100" src="images/portada_ilo.jpg" alt="" /> -</div> - -<p class="center p2">BUENOS AIRES<br /> -1909</p> - - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_4"></a>[Pg 4]</span></p> -<hr class="fullb" /> -<p class="center p2">Imp. y estereotipia de L<small>A</small> N<small>ACIÓN</small>.—Buenos Aires.</p> -</div> - - - - -<div class="chapter"> -<p class="half-title">UNA EXCURSIÓN Á LOS INDIOS RANQUELES</p> -</div> - - -<p class="center p4 big2">ÍNDICE</p> - - - - -<div class="autotable-container"> -<div class="autotable"> -<table class="autotable" border="0" summary=""> - -<tr> -<td class="tdr">Cap.</td> -<td class="tdl"> </td> -<td class="tdl">Pág.</td> -</tr> - - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">I.</td> - -<td class="tdl">Dedicatoria.—Aspiraciones de un <i lang="en" xml:lang="en">tourist</i>.—Los<br /> -gustos con el tiempo.—Por qué se pelea un padre<br /> -con un hijo.—Quiénes son los Ranqueles.—Un<br /> -tratado internacional con los indios.—Teoría -de los extremos.—Dónde están <br /> -las fronteras de Córdoba y campos entre los Ríos 4.º y 5.º.—De<br /> -dónde parte el camino del Cuero</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_5">5</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">II.</td> -<td class="tdl">Deseos de un viaje á los Ranqueles.—Una china<br /> -y un bautismo.—Peligros de la diplomacia<br /> -militar con los indios.—El indio Linconao.—Mañas<br /> -de los indios.—Efectos del deber sobre<br /> -el temperamento.—¿Qué es un parlamento?—Desconfianzas<br /> -de los indios para beber y fumar.—Sus<br /> -preocupaciones al comer y beber.—Un<br /> -lenguaraz.—Cuánto dura un parlamento y qué<br /> -se hace en él.—Linconao atacado de las viruelas.—Efectos<br /> -de la viruela en los indios.—Gratitud<br /> -de Linconao.—Reserva de un fraile</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_13">13</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">III. </td> -<td class="tdl"> -Quién conocía mi secreto.—El Río 5.º.—El paso<br /> -del Lechuzo.—Defecto de un fraile.—Compromiso<br /> -recíproco.—Preparativos para la marcha.—Resistencia<br /> -de los gauchos.—Cambio de<br /> -opiniones sobre la fatalidad histórica de las razas<br /> -humanas.—Sorpresa de Achauentrú al saber<br /> -que me iba á los indios.—Pensamiento que me<br /> -preocupaba.—Ofrecimientos y pedidos de<br /> -Achauentrú.—Fray Moisés Álvarez.—Temores<br /> -de los indios.—Seguridades que les di.—Efectos<br /> -de la digestión sobre el humor.—Las mujeres<br /> -del fuerte Sarmiento.—Un simulacro</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_21">21</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">IV.</td> -<td class="tdl"> -Idea á que nos resignamos.—La partida.—Lenguaje<br /> -de los paisanos.—Qué es una rastrillada.—El<br /> -público sabe muchas mentiras é ignora<br /> -muchas verdades.—Qué es un guadal.—El caballo<br /> -y la mula.—Una despedida militar.—La<br /> -Laguna alegre</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_29">29</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">V.</td> -<td class="tdl"> -El fogón.—Calixto Oyarzábal.—El cabo Gómez.—De<br /> -qué fué á la guerra del Paraguay.—Por<br /> -qué lo hicieron soldado de línea.—José Ignacio<br /> -Garmendia y Maximio Alcorta.—Predisposiciones<br /> -mías en favor de Gómez.—Su conducta en<br /> -el batallón 12 de línea.—Primera entrevista con<br /> -él.—Su figura en el asalto de Curupaití.—La lista<br /> -después del combate.—El cabo Gómez<br /> -muerto</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_37">37</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">VI.</td> -<td class="tdl"> -Regreso de Curupaití.—Resurrección del cabo<br /> -Gómez.—Cómo se salvó.—Sencillo relato.—Posibilidad<br /> -de que un pensamiento se realice.—Dos<br /> -escuelas filosóficas.—Un asesinato que nadie<br /> -había visto.—Sospechas</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_47">47</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">VII.</td> -<td class="tdl"> -Presentimientos de la multitud.—Un asesino<br /> -sin saberlo.—Deseos de salvarle.—Averiguaciones.—Un<br /> -fiscal confuso.—Juicios contradictorios.—Agustín<br /> -Mariño, auditor del Ejército Argentino.—Consejo<br /> -de Guerra.—Dudas.—Sentencia<br /> -del cabo Gómez.—Se confirma la pena de<br /> -muerte.—Preparativos.—La ejecución.—Una<br /> -aparición</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_55">55</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">VIII.</td> -<td class="tdl"> -El Palmar de Yataití.—Sepulcro de un soldado.—Su<br /> -memoria.—Sus últimos deseos cumplidos.—El<br /> -rancho del general Gelly y lo que<br /> -allí pasó.—Resurrección.—Visión realizada.—Fanatismo</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_65">65</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">IX.</td> -<td class="tdl"> -La Alegre.—En qué rumbos salimos.—¿Los viajes<br /> -son un placer?—Por qué se viaja.—Monte<br /> -de la Vieja.—El alpataco.—El zorro colgado.—Pollo-helo.—Us-helo.—Qué<br /> -es aplastarse un<br /> -caballo.—Coli-Mula.—La trasnochada.—Precauciones</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_73">73</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">X.</td> -<td class="tdl"> -No es posible seguir la marcha.—Civilización y<br /> -barbarie.—En qué consiste la primera.—Reflexiones<br /> -sobre este tópico.—En marcha.—Manera<br /> -de cambiar de perspectiva sin salir de un mismo<br /> -lugar.—Asombroso adelanto de estas tierras.—Ralico.—Tremencó.—Médano<br /> -del Cuero.—El Cuero.—Sus campos</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_83">83</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XI.</td> -<td class="tdl"> -Quién había andado por Ralico.—Los rastreadores.—Talento<br /> -de uno del 12 de línea.—Se descubre<br /> -quién había andado por Ralico.—Cuántos<br /> -caminos salen del Cuero.—El General Emilio<br /> -Mitre no pudo llegar allí.—Su error estratégico</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_93">93</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XII.</td> -<td class="tdl"> -Por dónde habían ido los chasques.—Entrada<br /> -á los montes.—Derechos de piso y agua.—Recomendaciones.—Despacho<br /> -de algunas tropillas<br /> -para el Río 5.º.—Los montes.—Impresiones<br /> -filosóficas.—Utatriquin.—El cuento del arriero</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_103">103</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XIII.</td> -<td class="tdl"> -Martes es mal día.—Trece es mal número.—Los<br /> -<i lang="fr" xml:lang="fr">quatorzième</i>.—Marcha nocturna.—Pensamientos.—Sueño<br /> -ecuestre.—Un latigazo.—Historia<br /> -de un soldado y de Antonio.—Alto.—Una<br /> -visión y una mulita</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_113">113</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XIV.</td> -<td class="tdl"> -Sueño fantástico.—En marcha.—Calixto<br /> -Oyarzábal y sus cuentos.—Cómo se busca de<br /> -noche un camino en la Pampa.—Campamento.—Los<br /> -primeros toldos.—Se avistan chinas.—Algarrobo.—Indios</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_125">125</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XV.</td> -<td class="tdl"> -La Laguna Verde.—Sorpresa.—Inspiraciones<br /> -del gaucho.—Encuentros.—Grupos de indios.—Sus<br /> -caballos y trajes.—Bustos.—Amenazas.—Resolución</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_135">135</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XVI.</td> -<td class="tdl"> -El embajador del cacique Ramón y Bustos.—Desconfianzas<br /> -del cacique.—Quién era Bustos.—Caniupán.—Otra<br /> -vez el embajador de Ramón<br /> -y Bustos.—Un bofetón á tiempo.—<em>Mari<br /> -purrá wentru.</em>—Recepción.—Retrato de Ramón.—Exigencia<br /> -de Caniupán.—¡Lo mando al diablo!—Conformidad</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_147">147</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XVII.</td> -<td class="tdl"> -Un cuerpo sano en alma sana.—El mate.—Un<br /> -convidado de piedra.—Pánico y desconfianzas<br /> -de los indios.—Historias.—Un mensajero<br /> -de Caniupán.—Visitas.—En marcha.—Calcumuleu.—Nuevo<br /> -mensajero.—La noche.—Amonestaciones.—Primer<br /> -regalo.—Unos bultos colorados</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_159">159</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XVIII.</td> -<td class="tdl"> -Historia de Crisóstomo.—Quiénes eran los<br /> -bultos colorados.—El indio Villarreal y su familia.—De noche</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_171">171</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XIX.</td> -<td class="tdl"> -El amanecer.—Llegada de las cargas.—El<br /> -marchado de la mula.—Achauentrú en el<br /> -Río 4.º.—Un almuerzo en el fogón.—Lo que hicieron<br /> -las chinas en cuanto se levantaron.—El<br /> -cabo Mendoza y Wenchenao.—Enojo fingido.—Se<br /> -presenta Caniupán</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_179">179</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XX.</td> -<td class="tdl"> -El camino de Calcumuleu á Leubucó.—Los<br /> -indios en el campo.—Su modo de marchar.—Cómo<br /> -descansan á caballo.—Qué es tomar caballos<br /> -á mano. No había novedad.—Cruzando<br /> -un monte.—Se divisa Leubucó.—Primer parlamento.—Cada<br /> -razón son diez razones</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_187">187</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XXI.</td> -<td class="tdl"> -En qué consiste el arte de hacer de <em>una razón</em><br /> -varias razones.—De cuántos modos conversan<br /> -los indios.—Sus oradores.—Sus rodeos para pedir.—Precauciones<br /> -de los Caciques antes de celebrar<br /> -una junta.—Numeración y manera de contar de los Ranqueles</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_197">197</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XXII.</td> -<td class="tdl"> -Una nube de arena.—Cálculos.—El ojo del<br /> -indio.—Segundo parlamento.—Se avista el toldo<br /> -de Mariano Rosas.—Frente á él</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_207">207</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XXIII.</td> -<td class="tdl"> -Épocas buenas y malas.—En qué cosas<br /> -cree el autor.—La cadena del mundo moral.—¿Será<br /> -cierto que los padres saben más que los<br /> -hijos?—El capitán Rivadavia, Hilarión, Nicolai.—Camargo.—Dilaciones</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_217"> 217</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XXIV.</td> -<td class="tdl"> -¡Qué hacer cuando no hay más remedio!—Cuál<br /> -era el objeto de esta otra parada.—Pretensiones<br /> -de la ignorancia.—Las brujas.—Saludos<br /> -y regocijos.—Qué sucedía mientras tenía<br /> -lugar el parlamento.—Agitación en el toldo de<br /> -Mariano Rosas.—Las brujas vieron al fin lo<br /> -mismo que el Cacique.—Cómo estaba formado<br /> -éste.—Qué es Leubucó y qué caminos parten<br /> -de allí.—Echo pie á tierra.—Vítores</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_227">227</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XXV.</td> -<td class="tdl"> -Gracias á Dios.—Empieza el ceremonial.—Apretones<br /> -de mano y abrazos.—De cómo casi<br /> -hube de reventar.—Por algo me había de hacer<br /> -célebre yo.—¿Qué más podían hacer los bárbaros?</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_237">237</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XXVI.</td> -<td class="tdl"> -La enramada de Mariano Rosas.—Parlamento<br /> -y comida.—Agasajo.—Pasión de los indios<br /> -por la bebida.—Qué es un yapaí.—Epumer<br /> -hermano mayor de Mariano Rosas.—Él y yo.—Me<br /> -deshago de mi capa colorada.—Regalos.—Distribución<br /> -de aguardiente.—Una orgía.—Miguelito</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_247">247</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XXVII.</td> -<td class="tdl"> -Pasión de Miguelito.—Los hombres son<br /> -iguales en todas circunstancias de la vida.—Retrato<br /> -de Miguelito.—Su historia</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_259"> 259</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XXVIII.</td> -<td class="tdl"> -Teoría sobre el ideal.—Miguelito continúa<br /> -contando su historia.—Cuadro de costumbres</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_271">271</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XXIX.</td> -<td class="tdl"> -El gaucho es un producto peculiar de la<br /> -tierra argentina.—Monomanía de la imitación.—Continuación<br /> -de la historia de Miguelito.—Cuadro<br /> -de costumbres.—¿Qué es filosofar?</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_281">281</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XXX.</td> -<td class="tdl"> -Mi vademécum y sus méritos.—En qué se<br /> -parece Orión á Roqueplán.—Dónde se aprende<br /> -el mundo.—Concluye la historia de Miguelito</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_289">289</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XXXI.</td> -<td class="tdl"> -Ojeada retrospectiva.—El valor á media<br /> -noche es el valor por excelencia.—Miedo á los<br /> -perros.—Cuento al caso.—Qué es loncotear.—Sigue<br /> -la orgía.—Epumer se cree insultado por<br /> -mí.—Una serenata</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_299">299</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XXXII.</td> -<td class="tdl"> -El negro del acordeón y la música.—Reflexiones<br /> -sobre el criterio vulgar.—Sueño fantástico.—Lucius<br /> -Victorius Imperator.—Un<br /> -mensajero nocturno de Mariano Rosas.—Se reanuda<br /> -el sueño fantástico.—Mi entrada triunfal<br /> -en Salinas Grandes.—La realidad.—Un huésped<br /> -á quien no le es permitido dormir</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_309">309</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XXXIII.</td> -<td class="tdl">Retrato de Mariano Rosas.—Su política.—Cómo<br /> -le tomaron prisionero los cristianos.—Rosas<br /> -le hace peón de su estancia del Pino.—Su<br /> -fuga.—Agradecimiento por su antiguo patrón.—Paralelo.—De<br /> -pillo á pillo.—Voto de un<br /> -indio.—Muerte de Painé.—Derecho hereditario<br /> -entre los indios.—Los refugiados políticos.—Mareo.—Mariano<br /> -Rosas quiere <em>loncotear</em> conmigo.—Apuros.—Una sombra</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_319">319</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XXXIV.</td> -<td class="tdl"> -Efectos del aguardiente.—Una mano femenil.—Mi<br /> -comadre Carmen me cuenta lo sucedido.—Unas<br /> -coplas.—La vida de un artista en<br /> -acordeón, en dos palabras.—Preguntas y respuestas.—Las<br /> -obras públicas de Leubucó.—Insistencia<br /> -del organista.—Un baño.—Mariano<br /> -Rosas en el corral.—Cómo matan los indios la res</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_333">333</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XXXV.</td> -<td class="tdl"> -El toldo de Mariano Rosas visto de la enramada.—Preparativos<br /> -para recibirme.—Un<br /> -bufón de Leubucó.—De visita.—Descripción de<br /> -un toldo.—La mesa.—El indio y el gaucho.—Paralelo<br /> -afligente.—Reflexiones.—La comida.—Un<br /> -incidente gaucho</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_343">343</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XXXVI.</td> -<td class="tdl"> -Por qué se me presentaba Camilo Arias.—Caracteres<br /> -de este hombre y de nuestros paisanos.—El<br /> -indio Blanco.—Sus amenazas.—Le<br /> -pido una entrevista á Mariano Rosas.—Me<br /> -tranquiliza.—Costumbres de los indios.—No<br /> -existe la prostitución de la mujer soltera.—Qué<br /> -es <em>cancanear</em>.—El pudor entre las indias.—La<br /> -mujer casada.—De cuántos modos se casan las<br /> -indias.—Las viudas.—Escena con Rufino Pereira.—Igualdad.—Miguelito<br /> -intercede por Rufino</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_353">353</a></td> -</tr> - -<tr> -<td class="tdr" style="vertical-align: top; padding-right: 1em; ">XXXVII.</td> -<td class="tdl"> -El fogón al amanecer.—Quién era Rufino<br /> -Pereira.—Su vida y compromisos conmigo.—Cómo<br /> -consiguen los indios que los caballos de<br /> -los cristianos adquieran más vigor</td> -<td class="tdr" style="vertical-align: bottom; padding-right: 1em; "><a href="#Page_365">365</a></td> -</tr> - -</table> -</div> -</div> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_5"></a>[Pg 5]</span></p> - - -<div class="chapter"> -<p class="p4 center big2">UNA EXCURSIÓN Á LOS INDIOS RANQUELES</p> -<hr class="r5" /> -<h2 class="nobreak">I</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> - -<p>Dedicatoria.—Aspiraciones de un <i lang="fr" xml:lang="fr">touriste</i>.—Los gustos con el tiempo.—Por -qué se pelea un padre con un hijo.—Quiénes son -los Ranqueles.—Un tratado internacional con los indios.—Teoría -de los extremos.—Dónde están las fronteras de Córdoba y campos -entre los Ríos 4.º y 5.º.—De dónde parte el camino del Cuero.</p></div> - - -<p>No sé dónde te hallas, ni dónde te encontrará esta -carta y las que le seguirán, si Dios me da vida y salud.</p> - -<p>Hace bastante tiempo que ignoro tu paradero, que -nada sé de ti; y sólo porque el corazón me dice que -vives, creo que continúas tu peregrinación por este -mundo, y no pierdo la esperanza de comer contigo, á -la sombra de un viejo y carcomido algarrobo, ó entre -las pajas al borde de una laguna, ó en la costa de un -arroyo, un <em>churrasco</em> de guanaco, ó de gama, ó de yegua, -ó de gato montés, ó una picana de avestruz, boleado -por mí, que siempre me ha parecido la más sabrosa.</p> - -<p>Á propósito de avestruz, después de haber recorrido -la Europa y la América, de haber vivido como un mar<span class="pagenum"><a id="Page_6"></a>[Pg 6]</span>qués -en París y como un guaraní en el Paraguay; de -haber comido <em>mazamorra</em> en el Río de la Plata, <em>charquicán</em> -en Chile, ostras en Nueva York, <i lang="it" xml:lang="it">macarroni</i> en -Nápoles, trufas en el Perigord, <em>chipá</em> en la Asunción—recuerdo -que una de las grandes aspiraciones -de tu vida era comer una tortilla de huevos de aquella -ave pampeana en <em>Nagüel Mapo</em>, que quiere decir -«Lugar del Tigre».</p> - -<p>Los gustos se simplifican con el tiempo, y un curioso -fenómeno social se viene cumpliendo desde que el -mundo es mundo. El <em>macrocosmo</em>, ó sea el hombre colectivo, -vive inventando placeres, manjares, necesidades, -y el <em>microcosmo</em>, ó sea el hombre individual, pugnando -por emanciparse de las tiranías de la moda y -de la civilización.</p> - -<p>Á los veinticinco años, somos víctimas de un sinnúmero -de superfluidades. No tener guantes blancos, -frescos como una lechuga, es una gran contrariedad, -y puede ser causa de que el mancebo más cumplido -pierda casamiento. ¡Cuántos dejaron de comer muchas -veces, y sacrificaron su estómago en aras del -buen tono!</p> - -<p>Á los cuarenta años, cuando el cierzo y el hielo del -invierno de la vida han comenzado á marchitar la -tez y á blanquear los cabellos, las necesidades crecen, -y por un bote de <i lang="en" xml:lang="en">cold cream</i>, ó por un paquete de cosmético, -¿qué no se hace?</p> - -<p>Más tarde, todo es lo mismo; con guantes ó sin -guantes, con retoques ó sin ellos «la mona, aunque se -vista de seda, mona se queda.»</p> - -<p>Lo más sencillo, lo más simple, lo más inocente es -lo mejor; nada de picantes, nada de trufas. El <em>puchero</em> -es lo único que no hace daño, que no se indigesta, -que no irrita.</p> - -<p>En otro orden de ideas, también se verifica el fenó<span class="pagenum"><a id="Page_7"></a>[Pg 7]</span>meno. -Hay razas y naciones creadoras, razas y naciones -destructoras. Y, sin embargo, en el irresistible -<i lang="it" xml:lang="it">corso e ricorso</i> de los tiempos y de la humanidad, el -mundo marcha; y una inquietud febril mece incesantemente -á los mortales de perspectiva en perspectiva, -sin que el ideal jamás muera.</p> - -<p>Pues, cortando aquí el exordio, te diré, Santiago -amigo, que te he ganado de mano.</p> - -<p>Supongo que no reñirás por esto conmigo, dejándote -dominar por un sentimiento de envidia.</p> - -<p>Ten presente que una vez me dijiste, censurando á -tu padre, con quien estabas peleado:</p> - -<p>—¿Sabes por qué razón el viejo está mal conmigo? -Porque tiene envidia de que yo haya estado en el Paraguay, -y él no.</p> - -<p>Es el caso, que mi estrella militar me ha deparado -el mando de las fronteras de Córdoba, que eran las -más asoladas por los ranqueles.</p> - -<p>Ya sabes que los ranqueles son esas tribus de indios -araucanos, que habiendo emigrado en distintas -épocas de la falda occidental de la cordillera de los -Andes á la oriental, y pasado los ríos Negro y Colorado, -han venido á establecerse entre el Río 5.º y -el Río Colorado, al naciente del Río Chalileo.</p> - -<p>Últimamente celebré un tratado de paz con ellos, -que el Presidente aprobó, con cargo de someterlo al -Congreso.</p> - -<p>Yo creía que siendo un acto administrativo no era -necesario.</p> - -<p>¿Qué sabe un pobre coronel de trotes constitucionales?</p> - -<p>Aprobado el tratado en esa forma, surgieron ciertas -dificultades relativas á su ejecución inmediata.</p> - -<p>Esta circunstancia por un lado, por otro cierta inclinación -á las correrías azarosas y lejanas; el deseo<span class="pagenum"><a id="Page_8"></a>[Pg 8]</span> -de ver con mis propios ojos ese mundo, que llaman -Tierra Adentro, para estudiar sus usos y costumbres, -sus necesidades, sus ideas, su religión, su lengua, é -inspeccionar yo mismo el terreno por donde alguna -vez quizá tendrán que marchar las fuerzas que están -bajo mis órdenes—he ahí lo que me decidió no ha mucho -y contra el torrente de algunos hombres que se -decían conocedores de los indios, á penetrar hasta sus -tolderías, y á comer primero que tú en Nagüel Mapo -una tortilla de huevo de avestruz.</p> - -<p>Nuestro inolvidable amigo Emilio Quevedo, solía -decirme cuando vivíamos juntos en el Paraguay, vistiendo -el ligero traje de los criollos é imitándolos en -cuanto nos lo permitían nuestra sencillez y facultades -imitativas:—¡Lucio, después de París, la Asunción! -Yo digo:—Santiago, después de una tortilla de -huevos de gallina frescos, en el Club del Progreso, -una de avestruz en el toldo de mi compadre el cacique -Baigorrita.</p> - -<p>Digan lo que quieran, si la felicidad existe, si la -podemos concretar y definir, ella está en los extremos. -Yo comprendo las satisfacciones del rico y las del pobre; -las satisfacciones del amor y las del odio; las -satisfacciones de la obscuridad y las de la gloria. Pero -¿quién comprende las satisfacciones de los términos -medios; las satisfacciones de la indiferencia; las -satisfacciones de ser <em>cualquier cosa</em>?</p> - -<p>Yo comprendo que haya quien diga:—Me gustaría -ser Leonardo Pereira, potentado del dinero.</p> - -<p>Pero que haya quien diga, me gustaría ser el almacenero -de enfrente, don Juan ó don Pedro, un -nombre de pila cualquiera, sin apellido notorio,—eso -no.</p> - -<p>Yo comprendo que haya quien diga:—Yo quisiera -ser limpiabotas ó vendedor de billetes de lotería.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_9"></a>[Pg 9]</span></p> - -<p>Yo comprendo el amor de Julieta y Romeo, como -comprendo el odio de Silva por Hernani, y comprendo -también la grandeza del perdón.</p> - -<p>Pero no comprendo esos sentimientos que no responden -á nada enérgico, ni fuerte, á nada terrible ó -tierno.</p> - -<p>Yo comprendo que haya en esta tierra quien diga:—Yo -quisiera ser Mitre, el hijo mimado de la fortuna -y de la gloria, ó sacristán de San Juan.</p> - -<p>Pero que haya quien diga:—Yo quisiera ser el Coronel -Mansilla,—eso no lo entiendo, porque al fin, ese -mozo, <em>¿quién es?</em></p> - -<p>Al General Arredondo, mi jefe inmediato entonces -le debo, querido Santiago, el placer inmenso de haber -comido una tortilla de huevos de avestruz en Nagüel -Mapo, de haber tocado los extremos una vez -más. Si él me niega la licencia, me quedo con las ganas, -y no te gano la delantera...</p> - -<p>Siempre le agradeceré que haya tenido conmigo esa -deferencia, y que me manifestara que creía muy -arriesgada mi empresa, probándome así que mi suerte -no le era indiferente. Sólo los que no son amigos pueden -conformarse con que otro muera estérilmente... -y en la obscuridad.</p> - -<p>La nueva línea de fronteras de la Provincia de Córdoba, -no está ya donde tú la dejaste cuando pasaste -para San Luis, en donde tuviste la fortuna de conocer -aquel tipo que te decía un día en el Morro:—¡Yo -no deseo, señor don Santiago, visitar la Europa -por conocer el Cristal Palais, ni el Buckingham Palace, -ni las Tullerías, ni el London Tunnel, sino por -ver ese Septentrión! ¡¡ese Septentrión!!</p> - -<p>Está la nueva línea sobre el Río 5.º, es decir, que -ha avanzado veinticinco leguas, y que al fin se puede<span class="pagenum"><a id="Page_10"></a>[Pg 10]</span> -cruzar del Río 4.º á Achiras sin hacer testamento y -confesarse.</p> - -<p>Muchos miles de leguas cuadradas se han conquistado.</p> - -<p>¡Qué hermosos campos para la cría de ganados son -los que se hallan encerrados entre el Río 4.º y Río 5.º!</p> - -<p>La cebadilla, el porotillo, el trébol, la gramilla, -crecen frescos y frondosos entre el pasto fuerte; grandes -cañadas como la del Gato, arroyos caudalosos y -de largo curso como Santa Catalina y Sampacho, lagunas -inagotables y profundas como Chemeco, Tarapendá -y Santo Tomé constituyen una fuente de riqueza -de inestimable valor.</p> - -<p>Tengo en borrador el <em>croquis topográfico</em>, levantado -por mí de ese territorio inmenso, desierto, que convida -á la labor, y no tardaré en publicarlo, ofreciéndoselo -con una memoria á la industria rural.</p> - -<p>Más de seis mil leguas he galopado en año y medio -para conocerlo y estudiarlo.</p> - -<p>No hay un arroyo, no hay un manantial, no hay -una laguna, no hay un monte, no hay un médano -donde no haya estado personalmente para determinar -yo mismo su posición aproximada y hacerme baqueano, -comprendiendo que el primer deber de un soldado, -es conocer palmo á palmo el terreno donde algún día -ha de tener necesidad de operar.</p> - -<p>¿Puede haber papel más triste que el de un jefe -con responsabilidad, librado á un pobre paisano, -que lo guiará bien, pero que no le sugerirá pensamiento -estratégico alguno?</p> - -<p>La nueva frontera de Córdoba comienza en la raya -de San Luis, casi en el meridiano que pasa por Achiras, -situado en los últimos dobleces de la Sierra, y costeando -el Río 5.º se prolonga hasta la Ramada Nueva, -llamada así por mí, y por los ranqueles <em>Trapalcó</em><span class="pagenum"><a id="Page_11"></a>[Pg 11]</span> -que quiere decir agua de Totora. <em>Trapal</em> es Totora y -<em>có</em> agua.</p> - -<p>La Ramada Nueva son los desagües del Río 5.º, -vulgarmente denominados la Amarga.</p> - -<p>De la Ramada Nueva, y buscando la derecha de la -frontera Sur de Santa Fe, sigue la línea por la Laguna -N.º 7, llamada así por los cristianos, y por los -ranqueles <em>Potálauquen</em>, es decir, laguna grande: <em>potá</em> -es grande y <em>lauquen</em> laguna.</p> - -<p>Siguiendo el juicioso plan de los españoles, yo establecí -esta frontera colocando los fuertes principales -en la banda Sur del Río 5.º.</p> - -<p>En una frontera internacional esto habría sido un -error militar, pues los obstáculos deben siempre dejarse -á vanguardia para que el enemigo sea quien los -supere primero.</p> - -<p>Pero en la guerra con los indios el problema cambia -de aspecto; lo que hay que aumentarle á este enemigo -no son los obstáculos para entrar sino los obstáculos -para salir.</p> - -<p>El punto ó fuerte principal de la nueva línea de -frontera sobre el Río 5.º se llama Sarmiento. De allí -arranca el camino que por la Laguna del Cuero, famosa -para los cristianos, conduce á Leubucó, centro -de las tolderías ranquelinas.</p> - -<p>De allí emprendí mi marcha.</p> - -<p>Mañana continuaré.</p> - -<p>Hoy he perdido tiempo en ciertos detalles creyendo -que para ti no carecerían de interés.</p> - -<p>Si al público, á quien le estoy mostrando mi carta, -le sucediese lo mismo, me podría acostar á dormir -tranquilo y contento como un colegial que ha estudiado -bien su lección y la sabe.</p> - -<p>¿Cómo saberlo?</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_12"></a>[Pg 12]</span></p> - -<p>Tantas veces creemos hacer reir con un chiste y -el auditorio no hace ni un gesto.</p> - -<p>Por eso toda la sabiduría humana está encerrada -en la inscripción del templo de Delfos.</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_13"></a>[Pg 13]</span></p> - -<h2 class="nobreak">II</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> - -<p>Deseos de un viaje á los Ranqueles.—Una china y un bautismo.—Peligros -de la diplomacia militar con los indios.—El indio -Linconao.—Mañas de los indios.—Efectos del deber sobre el -temperamento.—¿Qué es un parlamento?—Desconfianzas de -los indios para beber y fumar.—Sus preocupaciones al comer -y beber.—Un lenguaraz.—Cuánto dura un parlamento y qué -se hace en él.—Linconao atacado de las viruelas.—Efectos de -la viruela en los indios.—Gratitud de Linconao.—Reserva de -un fraile.</p></div> - - -<p>Hacía mucho tiempo que yo rumiaba el pensamiento -de ir á Tierra Adentro.</p> - - -<p>El trato con los indios que iban y venían al Río -4.º, con motivo de las negociaciones de paz entabladas, -había despertado en mí una indecible curiosidad.</p> - -<p>Es menester haber pasado por ciertas cosas, haberse -hallado en ciertas posiciones, para comprender -con qué vigor se apoderan ciertas ideas de ciertos -hombres; para comprender que una misión á los -Ranqueles puede llegar á ser para un hombre como -yo, medianamente civilizado, un deseo tan vehemente, -como puede ser para cualquier ministril una secretaría -en la embajada de París.</p> - -<p>El tiempo, ese gran instrumento de las empresas<span class="pagenum"><a id="Page_14"></a>[Pg 14]</span> -buenas y malas, cuyo curso quisiéramos precipitar, -anticipándonos á los sucesos para que éstos nos devoren -ó nos hundan, me había hecho contraer ya varias -relaciones, que puedo llamar íntimas.</p> - -<p>La china Carmen, mujer de veinticinco años, hermosa -y astuta adscripta á una Comisión de las últimas -que anduvieron en negociados conmigo, se había -hecho mi confidente y amiga, estrechándose estos vínculos -con el bautismo de una hijita mal habida que la -acompañaba y cuya ceremonia se hizo en el Río 4.º -con toda pompa, asistiendo un gentío considerable -y dejando entre los muchachos un recuerdo indeleble -de mi magnificencia, á causa de unos veinte pesos bolivianos -que cambiados en medios y reales, arrojé á -la <em>manchancha</em> esa noche inolvidable, al son de los -infatigables gritos: ¡padrino pelado!</p> - -<p>Sólo quien haya tenido ya el gusto de ser padrino, -comprenderá que noches de ese género pueden ser -realmente inolvidables para un triste mortal, sin antecedentes -históricos, sin títulos para que su nombre -pase á la posteridad, grabándose con caracteres de -fuego en el libro de oro de la historia.</p> - -<p>¡Ah! tú has sido padrino pelado alguna vez, y me -comprenderás.</p> - -<p>Carmen no fué agregada sin objeto á la comisión ó -embajada ranquelina en calidad de <em>lenguaraz</em>, que -vale tanto como secretario de un ministro plenipotenciario.</p> - -<p>Mariano Rosas ha estudiado bastante el corazón humano, -como que no es un muchacho; conoce á fondo -las inclinaciones y gustos de los cristianos, y por un -instinto que es de los pueblos civilizados y de los salvajes, -tiene mucha confianza en la acción de la mujer -sobre el hombre, siquiera esté ésta reducida á una triste -condición.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_15"></a>[Pg 15]</span></p> - -<p>Carmen fué despachada, pues, con su pliego de instrucciones -oficiales y confidenciales por el Talleyrand -del desierto, y durante algún tiempo se ingenió con -bastante habilidad y maña. Pero no con tanta que yo -no me apercibiese, á pesar de mi natural candor, de -lo complicado de su misión, que á haber dado con otro -Hernán Cortés habría podido llegar á ser peligrosa y -fatal para mí, desacreditando gravemente mi <em>gobierno -fronterizo</em>.</p> - -<p>Pasaré por alto una infinidad de detalles, que te -probarían hasta la evidencia todas las seducciones á -que está expuesta la diplomacia de un jefe de fronteras, -teniendo que habérselas con secretarios como -mi comadre; y te diré solamente que esta vez se le -quemaron los libros de su experiencia á Mariano, -siendo Carmen misma la que me inició en los secretos -de su misión.</p> - -<p>El hecho es que nos hicimos muy amigos, y que á -sus buenos informes del compadre debo yo en parte -el crédito de que llegué precedido cuando hice mi entrada -triunfal en Leubucó.</p> - -<p>Otra conexión íntima contraje también durante las -últimas negociaciones.</p> - -<p>El cacique Ramón, jefe de las indiadas del Rincón, -me había enviado su hermano mayor, como muestra -de su deseo de ser mi amigo.</p> - -<p>Linconao, que así se llama, es un indiecito de unos -veintidós años, alto, vigoroso, de rostro simpático, de -continente airoso, de carácter dulce, y que se distingue -de los demás indios en que no es <em>pedigüeño</em>.</p> - -<p>Los indios viven entre los cristianos fingiendo pobrezas -y necesidades, pidiendo todos los días; y con -los mismos preámbulos y ceremonias piden una ración -de sal, que un poncho fino ó un par de espuelas de -plata.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_16"></a>[Pg 16]</span></p> - -<p>Tener que habérselas con una comisión de estos -sujetos, para un jefe de fronteras, presupone tener -que perder todos los días unas cuatro horas en escucharles.</p> - -<p>Yo, que por mi temperamento sanguíneo-bilioso no -soy muy pacienzudo que digamos, he descubierto con -este motivo que el deber puede modificar fundamentalmente -la naturaleza humana.</p> - -<p>En algunos <em>parlamentos</em> de los celebrados en el -Río 4.º, más de una vez derroté á mis interlocutores, -cuyo exordio sacramental era:—Para tratar con los -indios se necesita mucha paciencia, hermano.</p> - -<p>No sé si tienes la idea de lo que es un parlamento -en tierra de cristianos; y digo en tierra de cristianos, -porque en tierra de indios el ritual es diferente.</p> - -<p>Un parlamento, es una conferencia diplomática.</p> - -<p>La comisión se manda anunciar anticipadamente -con el lenguaraz.</p> - -<p>Si la componen veinte individuos, los veinte se presentan.</p> - -<p>Comienzan por dar la mano por turno de jerarquía, -y en esa forma se sientan, con bastante aplomo, en -las sillas ó sofaes que se les ofrecen.</p> - -<p>El <em>lenguaraz</em>, es decir, el intérprete secretario, ocupa -la derecha del que hace cabeza.</p> - -<p>Habla éste y el lenguaraz traduce, siendo de advertir -que aunque el plenipotenciario entienda el castellano -y lo hable con facilidad, no se altera la regla.</p> - -<p>Mientras se parlamenta hay que obsequiar á la comisión -con licores y cigarros.</p> - -<p>Los indios no rehusan jamás beber, y cigarros, aunque -no los fumen sobre las tablas, reciben mientras -les den.</p> - -<p>Pero no beben, ni fuman cuando no tienen confian<span class="pagenum"><a id="Page_17"></a>[Pg 17]</span>za -plena en la buena fe del que les obsequia, hasta -que éste no lo haya hecho primero.</p> - -<p>Una vez que la confianza se ha establecido cesan las -precauciones, y echan al estómago el vaso de licor que -se les brinda, sin más preámbulos que el de sus preocupaciones.</p> - -<p>Una de ellas estriba en no comer ni beber cosa alguna, -sin antes ofrecerle las primicias al genio misterioso -en que creen y al que adoran sin tributarle culto -exterior.</p> - -<p>Consiste esta costumbre en tomar con el índice y el -pulgar un poco de la cosa que deben tragar ó beber y -en arrojarla á un lado, elevando la vista al cielo y exclamando: -<em>¡para Dios!</em></p> - -<p>Es una especie de conjuro. Ellos creen que el diablo, -<em>Gualicho</em>, está en todas partes, y que dándole lo -primero á Dios, que puede más que aquél, se hace el -exorcismo.</p> - -<p>El parlamento se inicia con una serie inacabable de -salutaciones y preguntas, como verbigracia:—¿Cómo -está usted? ¿cómo están sus jefes, oficiales y soldados? -¿cómo le ha ido á usted desde la última vez que -nos vimos? ¿No ha habido alguna novedad en la -frontera? ¿No se le han perdido algunos caballos?</p> - -<p>Después siguen los mensajes, como por ejemplo:—Mi -hermano, ó mi padre, ó mi primo, me ha encargado -le diga á usted que se alegrará que esté usted -bueno en compañía de todos sus jefes, oficiales y soldados; -que desea mucho conocerle; que tiene muy buenas -noticias de usted; que ha sabido que desea usted -la paz y que eso prueba que cree en Dios y que tiene -un excelente corazón.</p> - -<p>Á veces cada interlocutor tiene su lenguaraz, otras -es común.</p> - -<p>El trabajo del lenguaraz es ímprobo en el parlamen<span class="pagenum"><a id="Page_18"></a>[Pg 18]</span>to -más insignificante. Necesita tener una gran memoria, -una garganta de privilegio y muchísima calma -y paciencia.</p> - -<p>¡Pues es nada antes de llegar al grano tener que repetir -diez ó veinte veces lo mismo!</p> - -<p>Después que pasan los saludos, cumplimientos y -mensajes, se entra á ventilar los negocios de importancia, -y una vez terminados éstos, entra el capítulo -quejas y pedidos, que es el más fecundo.</p> - -<p>Cualquier parlamento dura un par de horas, y suele -suceder al rato de estar en él, que varios de los interlocutores -están roncando. Como el único que tiene responsabilidad -en lo que se ventila es el que hace cabeza, -después que cada uno de los que le acompaña ha sacado -su piltrafa, ya la cosa ni le interesa ni le importa -y no pudiendo retirarse, comienza á bostezar y acaba -por dormirse, hasta que el plenipotenciario, dándose -cuenta del ridículo, pide permiso para terminar y retirarse, -prometiendo volver muy pronto, pues tiene -muchas cosas que decir aún.</p> - -<p>Linconao fué atacado fuertemente de las viruelas -al mismo tiempo que otros indios.</p> - -<p>Trajéronme el aviso, y siendo un indio de importancia, -que me estaba muy recomendado y que por sus -prendas y carácter me había caído en gracia, fuime en -el acto á verle.</p> - -<p>Los indios habían acampado en tiendas de campaña -que yo les había dado, sobre la costa de un lindo -arroyo tributario del Río 4.º.</p> - -<p>En un albardón verde y fresco, pintado de flores -silvestres, estaban colocadas las tiendas en dos filas, -blanqueando risueñamente sobre el campestre tapete.</p> - -<p>Todos ellos me esperaban mustios, silenciosos y aterrados, -contrastando el cuadro humano con el de la -riente naturaleza y la galanura del paisaje.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_19"></a>[Pg 19]</span></p> - -<p>Linconao y otros indios yacían en sus tiendas -revolcándose en el suelo con la desesperación de la fiebre,—sus -compañeros permanecían á la distancia, en -un grupo sin ser osados á acercarse á los virolentos y -mucho menos á tocarles.</p> - -<p>Detrás de mí iba una carretilla exprofeso.</p> - -<p>Acerquéme primero á Linconao y después á los otros -enfermos; habléles á todos animándolos, llamé algunos -de sus compañeros para que me ayudaran á subirlos -al carro; pero ninguno de ellos obedeció, y tuve -que hacerlo yo mismo con el soldado que lo tiraba.</p> - -<p>Linconao estaba desnudo y su cuerpo invadido de la -peste con una virulencia horrible.</p> - -<p>Confieso que al tocarle sentí un estremecimiento semejante -al que conmueve la frágil y cobarde naturaleza, -cuando acometemos un peligro cualquiera.</p> - -<p>Aquella piel granulenta al ponerse en contacto con -mis manos, me hizo el efecto de una lima envenenada.</p> - -<p>Pero el primer paso estaba dado y no era noble, ni -digno, ni humano, ni cristiano, retroceder, y Linconao -fué alzado á la carretilla por mí, rozando su cuerpo -mi cara.</p> - -<p>Aquél fué un verdadero triunfo de la civilización -sobre la barbarie; del cristianismo sobre la idolatría.</p> - -<p>Los indios quedaron profundamente impresionados; -se hicieron lenguas alabando mi audacia y llamáronme -su padre.</p> - -<p>Ellos tienen un verdadero terror pánico á la viruela, -que sea por circunstancias cutáneas ó por la clase -de su sangre, los ataca con furia mortífera.</p> - -<p>Cuando en Tierra Adentro aparece la viruela, los -toldos se mudan de un lado á otro, huyendo las fami<span class="pagenum"><a id="Page_20"></a>[Pg 20]</span>lias -despavoridas á largas distancias de los lugares -infestados.</p> - -<p>El padre, el hijo, la madre, las personas más queridas -son abandonadas á su triste suerte, sin hacer -más en favor de ellas que ponerles alrededor del lecho -agua y alimentos para muchos días.</p> - -<p>Los pobres salvajes ven en la viruela un azote -del cielo, que Dios les manda por sus pecados.</p> - -<p>He visto numerosos casos y son rarísimos los que -se han salvado, á pesar de los esfuerzos de un excelente -facultativo, el Dr. Michaut, cirujano de mi División.</p> - -<p>Linconao fué asistido en mi casa, cuidándolo una enfermera -muy paciente y cariñosa, interesándose todos -en su salvación, que felizmente conseguimos.</p> - -<p>El Cacique Ramón me ha manifestado el más ardiente -agradecimiento por los cuidados tributados á -su hermano, y éste dice que después de Dios, su padre -soy yo, porque á mí me debe la vida.</p> - -<p>Todas estas circunstancias, pues, agregadas á las -consideraciones mentadas en mi carta anterior, me -empujaban al desierto.</p> - -<p>Cuando resolví mi expedición, guardé el mayor sigilo -sobre ella.</p> - -<p>Todos vieron los preparativos, todos hacían conjeturas, -nadie acertó.</p> - -<p>Sólo un fraile amigo conocía mi secreto.</p> - -<p>Y esta vez no sucedió lo que debiera haber sucedido -á ser cierto el dicho del moralista: Lo que uno no -quiere que se sepa no debe decirse.</p> - -<p>Es que la humanidad, por más que digan, tiene muchas -buenas cualidades, entre ellas, la reserva y la -lealtad.</p> - -<p>Supongo que serás de mi opinión, y con esto me -despido hasta mañana.</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_21"></a>[Pg 21]</span></p> - -<h2 class="nobreak">III</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> - -<p>Quién conocía mi secreto.—El Río 5.º.—El paso del Lechuzo.—Defecto -de un fraile.—Compromiso recíproco.—Preparativos -para la marcha.—Resistencia de los gauchos.—Cambio de opiniones -sobre la fatalidad histórica de las razas humanas.—Sorpresa -de Achauentrú al saber que me iba á los indios.—Pensamiento -que me preocupaba.—Ofrecimientos y pedidos -de Achauentrú.—Fray Moisés Álvarez.—Temores de los indios.—Seguridades -que les di.—Efectos de la digestión sobre -el humor.—Las mujeres del fuerte Sarmiento.—Un simulacro.</p></div> - - -<p>Sólo el franciscano Fray Marcos Donatti, mi amigo -íntimo, conocía mi secreto.</p> - -<p>Se lo había comunicado yendo con él del fuerte Sarmiento -al «Tres de Febrero», otro fuerte de la extrema -derecha de la línea de frontera sobre el Río 5.º.</p> - -<p>Este sacerdote, que á sus virtudes evangélicas reune -un carácter dulcísimo, recorría las dos fronteras -de mi mando, diciendo misa en improvisados altares, -bautizando y haciendo escuchar con agrado su palabra, -á las pobres mujeres de los pobres soldados. -La que le oía se confesaba.</p> - -<p>Era una noche hermosa, de esas en que el mundo -estelar brilla con todo el esplendor de su magnificencia. -La luna no se ocultaba tras ningún celaje y de -vez en cuando al acercarnos á las barrancas del Río 5.º<span class="pagenum"><a id="Page_22"></a>[Pg 22]</span> -que corre tortuoso, costeándolo el camino, la veíamos -retratarse radiante en el espejo móvil de ese río, que -nace en las cumbres de la sierra de la Carolina, y que -corriendo en una curva de poniente á naciente, fecunda -con sus aguas, ricas como las del 2.º de Córdoba, -los grandes potreros de la villa de Mercedes, hasta -perderse en las impasables cabañas de la Amarga.</p> - -<p>Llegábamos al paseo del Lechuzo, famoso por ser -uno de los más frecuentados por los indios en la época -tristemente memorable de sus depredaciones.</p> - -<p>Hay allí un montoncito de árboles, corpulentos y -tupidos, que tendrá como una media milla de ancho, -y que de noche el fantástico caminante se apresura á -cruzar por un instinto racional que nos inclina á acortar -el peligro.</p> - -<p>El paso del Lechuzo, con su nombre de mal agüero, -es una excelente emboscada y cuentan sobre él las más -extrañas historias de fechorías hechas allí por los indios.</p> - -<p>Lo cruzamos al trote, azotando las ramas, caballos y -jinetes: al salir de la espesura, piqué yo el mío con -las espuelas, y diciéndole á Fray Marcos:—Oiga, padre—me -puse al galope seguido por el buen franciscano -que no tenía entonces, como no tiene ahora, para -mí más defecto que haberme maltratado un excelente -caballo moro que le presté.</p> - -<p>El ayudante y los tres soldados que me acompañaban -quedáronse un poco atrás y nada pudieron oir de -nuestra conversación.</p> - -<p>El padre tenía su imaginación llena de las ideas de -los gauchos que han solido ir á los indios por su gusto -ó vivir cautivos entre ellos.</p> - -<p>Consideraba mi empresa la más arriesgada, no tanto -por el peligro de la vida, sino por la fe pública de -los indígenas. Me hizo sobre el particular las más be<span class="pagenum"><a id="Page_23"></a>[Pg 23]</span>nevólas -reflexiones, y por último, dándome una muestra -de cariño, me dijo: «Bien, Coronel; pero cuando -usted se vaya, no me deje á mí, usted sabe que soy misionero.»</p> - -<p>Yo he cumplido mi promesa y él su palabra.</p> - -<p>Los preparativos para la marcha se hicieron en el -fuerte Sarmiento, donde á la sazón se hallaba una -comisión de indios presidida por Achauentrú, diplomático -de monta entre los Ranqueles, y cuyos servicios -me han sido relatados por él mismo.</p> - -<p>Ya calcularás que los preparativos debían reducirse -á muy poca cosa. En las correrías por la Pampa -lo esencial son los caballos. Yendo uno bien montado, -se tiene todo; porque jamás faltan bichos que bolear, -avestruces, gamas, guanacos, liebres, gatos monteses, -ó peludos, ó mulitas, ó piches, ó matacos que cazar.</p> - -<p>Eso es tener <em>todo</em>, andando por los campos, tener -que comer.</p> - -<p>Á pesar de esto yo hice preparativos más formales. -Tuve que arreglar dos cargas de regalos y otra de -charqui riquísimo, azúcar, sal, hierba y café. Si alguien -llevó otras golosinas debió comérselas en la -primera jornada, porque no se vieron.</p> - -<p>Los demás aprestos consistieron en arreglar debidamente -las monturas y arreos de todos los que debían -acompañarme para que á nadie le faltara maneador, -bozal con cabestro, manea y demás útiles indispensables, -y en preparar los caballos, componiéndoles los -vasos con la mayor prolijidad.</p> - -<p>Cuando yo me dispongo á una correría sólo una cosa -me preocupa grandemente: los caballos.</p> - -<p>De lo demás, se ocupa el que quiere de los acompañantes.</p> - -<p>Por supuesto, que un par de buenos chifles no ha -de faltarle á ninguno que quiera tener paz conmigo. Y<span class="pagenum"><a id="Page_24"></a>[Pg 24]</span> -con razón, el agua suele ser escasa en la Pampa y nada -desalienta y desmoraliza más que la sed. Yo he resistido -setenta y dos horas sin comer, pero sin beber no -he podido estar sino treinta y dos. Nuestros paisanos, -los acostumbrados á cierto género de vida, tienen al -respecto una resistencia pasmosa. Verdad que, ¡qué -fatiga no resisten ellos!</p> - -<p>Sufren todas las intemperies, lo mismo el sol que la -lluvia, el calor que el frío, sin que jamás se les oiga -una murmuración, una queja. Cuando más tristes parecen, -entonan un airecito cualquiera.</p> - -<p>Somos una raza privilegiada, sana y sólida, susceptible -de todas las enseñanzas útiles y de todos los progresos -adaptables á nuestro genio y á nuestra índole.</p> - -<p>Sobre este tópico, Santiago amigo, mis opiniones -han cambiado mucho desde la época en que con tanto -<em>furor</em> discutíamos á tres mil leguas, la unidad de la -especie humana y la fatalidad histórica de las razas.</p> - -<p>Yo creía entonces que los pueblos greco-latinos no -habían venido al mundo para practicar la libertad y -enseñarla con sus instituciones, su literatura y sus -progresos en las ciencias y en las artes, sino para batallar -perpetuamente por ella. Y, si mal no recuerdo, -te citaba á la noble España luchando desde el tiempo -de los romanos por ser libre de la dominación extranjera -unas veces, por darse instituciones libres otras.</p> - -<p>Hoy pienso de distinta manera. Creo en la unidad -de la especie humana y en la influencia de los malos -gobiernos. La política cría y modifica insensiblemente -las costumbres, es un resorte poderoso de las acciones -de los hombres, prepara y consuma las grandes revoluciones -que levantan el edificio con cimientos perdurables -ó lo minan por su base. Las fuerzas morales dominan -constantemente las físicas y dan la explicación -y la clave de los fenómenos sociales.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_25"></a>[Pg 25]</span></p> - -<p>Terminados los aprestos, anuncié á los que formaban -mi comitiva que al día siguiente partiríamos para -el Sur por el camino del Cuero, y que no era difícil -fuéramos á sujetar el pingo en Leubucó.</p> - -<p>Más tarde hice llamar al indio Achauentrú y le comuniqué -mi idea.</p> - -<p>Manifestóse muy sorprendido de mi resolución, preguntóme -si la había transmitido de antemano á Mariano -Rosas y pretendió disuadirme, diciéndome que -podía sucederme algo, que los indios eran muy buenos, -que me querían mucho, pero que cuando se embriagaban -no respetaban á nadie.</p> - -<p>Le hice mis observaciones, le pinté la necesidad de -hablar yo mismo sobre la paz con los caciques y el -bien inmenso que podía resultar de darles una muestra -de confianza tan clásica como la que les iba á dar.</p> - -<p>Sobre todos los pensamientos el que más me dominaba -era éste: probarles á los indios con un acto de -arrojo, que los cristianos somos más audaces que ellos -y más confiados cuando hemos empeñado nuestro honor.</p> - -<p>Los indios nos acusan de ser gentes de muy mala -fe, y es inacabable el capítulo de cuentos con que pretenden -demostrar que vivimos desconfiados de ellos y -engañándolos.</p> - -<p>Achauentrú es entendido, y comprendió no sólo que -mi resolución era irrevocable, que decididamente me -iba al día siguiente, sino algunos de los motivos que -le expuse.</p> - -<p>Entonces me ofreció muchas cartas de recomendación, -y como favor especial me pidió, que del Cuero -adelantara un chasque avisando mi ida; primero para -que no se alarmasen los indios y segundo para que me -recibieran como era debido.</p> - -<p>Le pedí para el efecto un indio, y me dió uno lla<span class="pagenum"><a id="Page_26"></a>[Pg 26]</span>mado -Angelito, sin tener nada de tal. Positivamente -los nombres no son el hombre.</p> - -<p>Después de hablar Achauentrú conmigo, fuese á -conversar con el padre Marcos y su compañero Fray -Moisés Álvarez, joven franciscano, natural de Córdoba, -lleno de bellas prendas, que respeto por su carácter -y quiero por su buen corazón.</p> - -<p>Al rato vinieron todos muy alarmados, diciéndome -que los indios todos, lo mismo que los lenguaraces, -conceptuaban mi expedición muy atrevida, erizada de -inconvenientes y de peligros, y que lo que más atormentaba -su imaginación, era lo que sería de ellos si -por alguna casualidad me trataban mal en Tierra Adentro -ó no me dejaban salir.</p> - -<p>Híceles decir—porque quedaban en rehenes,—que -no tuvieran cuidado, que si los indios me trataban -mal, ellos no serían maltratados; que si me mataban, -ellos no serían sacrificados; que sólo en el caso -de que no me dejasen volver, ellos no regresarían -tampoco á su tierra, quedando en cambio mío, de mis -oficiales y soldados. Ellos eran unos ocho, me parece, -y los que íbamos á internarnos diecinueve.</p> - -<p>Y les pedí encarecidamente á los padres, les hicieran -comprender que aquellas ideas eran justas y morales.</p> - -<p>Tranquilizáronse; después de muchos meses de estar -en negocios conmigo, no habiéndoles engañado jamás -ni tratado con disimulo, sino así tal cual Dios me -ha hecho; bien unas veces, mal otras, porque mi humor -depende de mi estómago y de mis digestiones, -habían adquirido una confianza plena en mi palabra.</p> - -<p>Cuántas veces no llegaron á mis oídos en el Río -4.º estas palabras, proferidas por los indios en sus -conversaciones de pulpería: «Ese coronel Mansilla, -bueno, no mintiendo, engañando nunca pobre indio.»</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_27"></a>[Pg 27]</span></p> - -<p>Llegó por fin el día y el momento de partir. El -fuerte Sarmiento estaba en revolución. Soldados y -mujeres rodeaban mi casa, para darme un adiós, <i lang="fr" xml:lang="fr">¡sans -adieu!</i> y desearme feliz viaje. Ellas creían quizá interiormente -que no volvería. El cariño, la simpatía, -el respeto exageran el peligro que corren ó deben correr -las personas que no nos son indiferentes. Hay -más miedo en la imaginación que en las cosas que deben -suceder.</p> - -<p>Cuando todos esperaban ver arrimar mis tropillas -y las mulas para tomar caballos, aparejar las cargas -y que me pusiera en marcha, oyóse un toque de corneta -inusitado á esta hora: llamada redoblada.</p> - -<p>En el acto cundió la voz—¡los indios!</p> - -<p>Y una agitación momentánea era visible en todos -los semblantes.</p> - -<p>Los soldados corrían con sus armas á las cuadras.</p> - -<p>Poco tardó en oirse el toque de tropa, y poco también -en estar todas las fuerzas de la guarnición formadas, -el batallón 12 de línea montado en sus hermosas -mulas, y el 7 de caballería de línea en buenos -caballos, con el de tiro correspondiente.</p> - -<p>Al mismo tiempo que la tropa había estado aprestándose -para formar, los vivanderos recibieron orden -de armarse, las mujeres de reconcentrarse al -club «El Progreso en la Pampa», que estaban edificando -los jefes y oficiales de la guarnición, que tiene -su hermoso billar y otras comodidades. Á los indios -se les ordenó no se movieran del rancho en que estaban -alojados y á los vivanderos, que sirvieran de -custodia de unos y otras.</p> - -<p>Mientras esto pasaba en el recinto del fuerte, en sus -alrededores reinaba también grande animación: las -caballadas, el ganado, todo, todo cuanto tenía cua<span class="pagenum"><a id="Page_28"></a>[Pg 28]</span>tro -patas era sacado de sus comedores habituales y -reconcentrado.</p> - -<p>Decididamente los indios han invadido por alguna -parte, eran las conjeturas. Achauentrú estaba estupefacto, -vacilando entre si era una invasión que venía -ó una que iba.</p> - -<p>Cuando todo estaba listo, mi segundo jefe recibió -orden de salir con las fuerzas, de marchar una legua -rumbo al Sur y se pasó allí una <em>revista general</em>.</p> - -<p>Yo quise antes de marcharme ver en cuánto tiempo -se aprestaba la guarnición, fingiendo una alarma y -reirme un poco de los indios que tuvieron un rato de -verdadera amargura, no sabiendo ni lo que pasaba, -ni qué creer.</p> - -<p>Y tuve la satisfacción militar de que todo se hiciera -con calma y prontitud, sea dicho en elogio de -cuantos guarnecían el fuerte Sarmiento en aquel entonces.</p> - -<p>¡Que Dios ayude mientras estoy lejos á mis compañeros -de armas, esos hermanos de peligro, del sacrificio -y de la gloria; lo mismo que deseo te ayude á ti, -Santiago amigo, conservándote siempre con un humor -placentero, y un estómago como los desea Brillat-Savarin!</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_29"></a>[Pg 29]</span></p> - -<h2 class="nobreak" id="IV">IV</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> - -<p>Idea á que nos resignamos.—La partida.—Lenguaje de los paisanos.—Qué -es una rastrillada.—El público sabe muchas mentiras -é ignora muchas verdades.—Qué es un guadal.—El caballo -y la mula.—Una despedida militar.—La Laguna Alegre.</p></div> - - -<p>Á las cinco de la tarde todo estaba listo, y mi gente -recibió orden de entregar sus armas, excepto el sable, -que sin vaina debía ser colocado entre las caronas. Mis -ayudantes y yo llevábamos <i lang="en" xml:lang="en">revolvers</i> y una escopeta. -Por más grande que fuese mi deseo de presentarme -ante los indígenas sin aparato, ni ostentación, no pude -resolverme á hacerlo completamente desarmado. -Podía llegar el caso de tener que perder la vida, y era -menester ir preparado á venderla cara. Hay una idea -á la que el hombre no se resigna sino cuando es santo,—y -es á morir sacrificado con la mansedumbre de un -cordero.</p> - -<p>Entregadas las armas hice arrimar las tropillas y -las mulas; formé cuatro pelotones de la gente, dile á -cada uno una tropilla, dejando otra de reserva; mandé -ensillar y aparejar, y á la media hora, cuando el sol -del último día de marzo se perdía radiante en el lejano -horizonte, puse pie en el estribo.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_30"></a>[Pg 30]</span></p> - -<p>Varios jefes y oficiales habían ensillado para acompañarme -hasta cierta distancia.</p> - -<p>Salí del fuerte entre las salutaciones cariñosas, y -las sonrisas amables expresivas de los soldados, dejando -á todos inquietos, particularmente á Achauentrú -que, al subir á caballo, vino á darme un abrazo, -ó hacerme su retahila de recomendaciones, y á repetirme -por la milésima vez, que no dejara de adelantar un -chasque anunciando mi ida.</p> - -<p>El Camino del Cuero pasa por el mismo fuerte Sarmiento -que le ha robado su nombre al antiguo y conocido -Paso de las Arganas.</p> - -<p>Este camino consiste en una gran rastrillada, y su -rumbo es Sudeste, ó lo que en lenguaje comprensivo -de los paisanos de Córdoba llamamos Sudabajo.</p> - -<p>Ellos tienen un modo peculiar de dominar ciertas -cosas y sólo en la práctica se comprende la ventaja de -la substitución.</p> - -<p>Al Oeste le llaman <em>arriba</em>. Al Este, <em>abajo</em>. Estos -dos vocablos substituidos á los vientos cardinales, -permiten expresarse con más facilidad y más claridad, -en razón de la similitud de las palabras Este y Oeste -y de su composición vocal.</p> - -<p>Un ejemplo lo demostrará.</p> - -<p>Si queriendo ir del punto A al punto B, ó para ser -más claro, de la Villa del Río 4.º al fuerte Sarmiento, -cortando el campo, se ocurriese á un baqueano por las -señas, las daría así:</p> - -<p>Miraría al Sur, y haciendo una indicación con la -mano derecha diría: se sale en estas dereceras,—Sur, -y se camina rumbeando medio abajo; pero muy poco -abajo.</p> - -<p>Con estas señas, el que tiene la costumbre de andar -por los campos, va derecho como un huso á su destino.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_31"></a>[Pg 31]</span></p> - -<p>Si queriendo ir de la Villa del Río 4.º á las Achiras, -en el mes de noviembre, verbigracia, en que el sol se -pone inclinándose al Sur, se preguntasen las señas, -la contestación sería:</p> - -<p>—Salga derecho arriba, medio rumbeando al lado -en que se pone el sol y ahí, en aquella punta de sierra, -ahí está Achiras.</p> - -<p>Con esas señas cualquiera va derecho.</p> - -<p>De esta costumbre cordobesa de llamarle abajo al -naciente y arriba al poniente, viene la denominación -de Provincias de arriba y de abajo; la de arribeños y -abajeños.</p> - -<p>Á las facilidades que este modo de expresarse ofrece, -reune una circunstancia que responde á un hecho -geográfico.</p> - -<p>Ir de Córdoba para el poniente ó para el naciente -es, en efecto, ir para arriba ó para abajo, porque el -nivel de la tierra es más elevado que el del mar á medida -que se camina del Litoral de nuestra patria para -la Cordillera; la tierra se dobla visiblemente, de manera -que el que va sube y el que viene baja.</p> - -<p>He dicho que el Camino del Cuero consiste en una -gran <em>rastrillada</em>, y voy á explicar lo que significa esta -palabra, que en buen castellano tiene una significación -distinta de la que le damos en la jerga de la -tierra.</p> - -<p>Si en lugar de estar conversando contigo públicamente -lo hiciera en reserva, no me detendría en estos -detalles y explicaciones. Todos los que hemos sido público -alguna vez sabemos que este monstruo de múltiple -cabeza, sabe muchas cosas que debiera ignorar -é ignora muchas otras que debiera saber. ¿Quién sabe, -por ejemplo, más mentiras que el público?</p> - -<p>Pero preguntadle algo sobre las cosas de la tierra, -sobre el estado moral y político de nuestros moradores<span class="pagenum"><a id="Page_32"></a>[Pg 32]</span> -fronterizos de La Rioja ó de Santiago del Estero, y ya -veréis lo que sabe.</p> - -<p>Preguntadle dónde queda el río Chalileo ó el Cerro -Nevado, y ya veréis qué sabe el respetable público sobre -las cosas que pueden interesarle mañana, distraído -como vive por las cosas de actualidad.</p> - -<p>Hasta cierto punto yo le hallo razón. ¿No paga su -dinero para que cotidianamente le den noticias de las -cinco partes del mundo, le enteren de la política internacional -de las naciones, le tengan al cabo de los -descubrimientos científicos, de los progresos del vapor, -de la electricidad y de la pesca de la ballena?</p> - -<p>Pues entonces ¿por qué se ha de afanar tanto?</p> - -<p>Una <em>rastrillada</em>, son los surcos paralelos y tortuosos -que con sus constantes idas y venidas han dejado los -indios en los campos.</p> - -<p>Estos surcos, parecidos á la huella que hace una -carreta la primera vez que cruza por un terreno virgen, -suelen ser profundos y constituyen un verdadero -camino ancho y sólido.</p> - -<p>En plena Pampa, no hay más caminos. Apartarse -de ellos un palmo, salirse de la senda, es muchas veces -un peligro real, porque no es difícil que ahí mismo, -al lado de la rastrillada haya un <em>guadal</em> en el que se -entierren caballo y jinete enteros.</p> - -<p>Guadal se llama un terreno blando y movedizo que -no habiendo sido pisado con frecuencia, no ha podido -solidificarse.</p> - -<p>Es una palabra que no está en el diccionario de la -lengua castellana, aunque la hemos tomado de nuestros -antepasados, y que viene del árabe y significa -<em>agua</em> ó <em>río</em>.</p> - -<p>La Pampa está llena de estos obstáculos.</p> - -<p>¡Cuántas veces en una operación militar, yendo en -persecución de los indios, una columna entera no ha<span class="pagenum"><a id="Page_33"></a>[Pg 33]</span> -desaparecido en medio del ímpetu de la carrera!</p> - -<p>¡Cuántas veces un trecho de pocas varas ha sido -causa de que jefes muy intrépidos se viesen burlados -por el enemigo, en esas Pampas sin fin!</p> - -<p>¡Cuántas veces los mismos indios no han perecido -bajo el filo del sable de nuestros valientes soldados -fronterizos por haber caído en un guadal!</p> - -<p>Las Pampas son tan vastas, que los hombres más -conocedores de los campos se pierden á veces en ellas.</p> - -<p>El caballo de los indios es una especialidad en las -Pampas.</p> - -<p>Corre por campos guadalosos, cayendo y levantando, -y resiste á esa fatiga hercúlea asombrosamente, como -que está educado al efecto y acostumbrado á ello.</p> - -<p>El guadal suele ser húmedo y suele ser seco, pantanoso -y pegajoso, ó simplemente arenoso.</p> - -<p>Es necesario que el ojo esté sumamente acostumbrado -para conocer el terreno guadaloso. Unas veces el -pasto, otras veces el color de la tierra son indicios seguros. -Las más el guadal es una emboscada para indios -y cristianos.</p> - -<p>Los caballos que entran en él, cuando no están acostumbrados, -pugnan un instante por salir, y el esfuerzo -que hacen es tan grande, que en los días más fríos -no tardan en cubrirse de sudor y en caer postrados, -sin que haya espuela ni rebenque que los haga levantar. -Y llegan á acobardarse tanto, que á veces no hay -poder que los haga dar un paso adelante cuando pisan -el borde movedizo de la tierra. Y eso que es de -todos los cuadrúpedos destinados al servicio del hombre -el más valiente. Picado con las espuelas parte como -el rayo y salva el mayor precipicio.</p> - -<p>¡Cuán diferente de la mula!</p> - -<p>Jamás pierde ella su sangre fría.</p> - -<p>Ora vaya por los caminos pampeanos ó por las la<span class="pagenum"><a id="Page_34"></a>[Pg 34]</span>deras -vertiginosas de la Cordillera, el híbrido animal -es siempre cauteloso. El caballo se lanza como el rayo; -la mula tantea antes de ir adelante. Saca una -mano, después otra, y es tan precavida, que en donde -puso éstas, pone las patas. Cuando hay peligro no hay -que advertirla; á nada obedece, ni á la rienda, ni al -rebenque, ni á la espuela. Sólo su instinto de conservación -la mueve. Es excusado querer dirigirla. Ella -va por donde quiere. Morirá despeñada; pero no ciegamente -como el caballo, sino por haberse equivocado.</p> - -<p>Estando los campos cubiertos de agua, es más necesario -que nunca seguir rectamente la dirección de la -<em>rastrillada</em>; porque reblandecida la tierra por la humedad, -el peligro del guadal es inminente á cada paso.</p> - -<p>Cuando salimos de Sarmiento había llovido mucho. -Á una media legua de allí el terreno tiene un doblez -y se cae á una cañada muy guadalosa; así fué que -allí hice alto, me despedí y separé de los camaradas -que me acompañaban, y después de algunas prevenciones -generales á los que me seguían tomé la dirección -llevando al baqueano á mi izquierda, yendo él por -una huella, por otra yo.</p> - -<p>¡Con qué pena se despidieron de mí mis leales compañeros! -Yo lo leí en sus caras, por más que con afables -sonrisas y afectuosos apretones de manos, quisieran -disimularlo.</p> - -<p>¡Ah! sólo los que somos soldados, sabemos lo que -es ver partir á los amigos al peligro en que se cae ó -se muere, y quedarnos... ¡Y sólo los que somos soldados, -sabemos lo que es ver volver del combate, sanos é -ilesos á los hermanos cuya suerte no hemos compartido -ese día!</p> - -<p>Hay tales misterios en el corazón humano; abismos -tan profundos, de amor, de abnegación, de generosidad, -que la palabra no conseguirá jamás explicarlos.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_35"></a>[Pg 35]</span></p> - -<p>Hay que sentir y callar. Por eso una mirada, un -abrazo, un ademán con la mano, dicen más que todo -cuanto la pluma más hábilmente manejada pueda describir.</p> - -<p>La noche nos sorprendió sin haber alcanzado á cruzar -la cañada.</p> - -<p>La luna salía tarde, el cielo estaba cubierto de -nubes, no se veían las estrellas. Durante un largo -rato caminamos, pues, en medio de una completa -obscuridad, cayendo y levantando, porque en cuanto -nos desviábamos de la rastrillada pisábamos el borde -del guadal.</p> - -<p>Las mulas que llevaban las cargas de charqui y regalos -para los caciques daban muchísimo trabajo. Por -huir del peligro caían á cada paso en él. Una de ellas -llevaba los ornamentos sagrados de mis amigos los -franciscanos, y ellos y yo íbamos con el Jesús en la -boca, esperando el momento en que gritaran:—Cayó -la mula de los <em>padrecitos</em>, que así llaman los paisanos -cordobeses á los frailes.</p> - -<p>Fué menester ponerles á todas bozal y llevarlas tirando -del cabestro.</p> - -<p>Perdióse tiempo en esta operación, así fué que era -tarde cuando llegamos á la Laguna Alegre.</p> - -<p>Estaban las cabalgaduras tan fatigadas de cuatro leguas -más ó menos de marcha nocturna por la obscuridad -y entre el agua, que resolví hacer una parada esperando -que se despejase el cielo ó saliera la luna.</p> - -<p>Acampamos... Y el fogón no tardó en brillar, haciéndose -una rueda en torno de él, de todos los que me -acompañaban.</p> - -<p>Entre mate y mate cada cual contó una historia -más ó menos soporífera.</p> - -<p>En todo pensábamos menos en los indios.</p> - -<p>Yo conté la mía, y un cabo Gómez, muerto en la<span class="pagenum"><a id="Page_36"></a>[Pg 36]</span> -gloriosa guerra del Paraguay, fué el asunto de mi -cuento.</p> - -<p>Tiene algo de fantástico y maravilloso.</p> - -<p>Si estoy de humor mañana y no te vas fastidiando -de las digresiones y no te urge llegar á Leubucó, te -lo contaré.</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_37"></a>[Pg 37]</span></p> - -<h2 class="nobreak">V</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> - -<p>El fogón.—Calixto Oyarzábal.—El cabo Gómez.—De qué fué á la -guerra del Paraguay.—Por qué lo hicieron soldado de línea.—José -Ignacio Garmendia y Maximio Alcorta.—Predisposiciones -mías en favor de Gómez.—Su conducta en el batallón 12 de -línea.—Primera entrevista con él.—Su figura en el asalto de -Curupaití.—La lista después del combate.—El cabo Gómez.</p></div> - - -<p>El fogón es la delicia del pobre soldado, después -la fatiga. Alrededor de sus resplandores desaparecen -las jerarquías militares. Jefes superiores y oficiales -subalternos, conversan fraternalmente y ríen á sus -anchas. Y hasta los asistentes que cocinan el puchero -y el asado, y los que ceban el mate, meten, de vez en -cuando, su cucharada en la charla general, apoyando -ó contradiciendo á sus jefes y oficiales, diciendo alguna -agudeza ó alguna patochada.</p> - -<p>Cuando Calixto Oyarzábal, mi asistente, dejó la -palabra, con sentimiento de los que le escuchaban, -pues es un pillo de siete suelas, capaz de hacer reir -á carcajadas á un inglés, pidiéronme mis circunstantes -mi cuentito.</p> - -<p>Yo estaba de buen humor, así fué que después de -dirigirle algunas bromas á Calixto, que con su aire -de zonzo estudiado, ha hecho ya una revolución en<span class="pagenum"><a id="Page_38"></a>[Pg 38]</span> -las Provincias, para que veas lo que es el país, tomo -á mi turno la palabra.</p> - -<p>Y este cuento me permitirás que se lo dedique á -un mi amigo, que ha hecho la guerra en el Paraguay -como oficial de un batallón de Guardia nacional.</p> - -<p>Se llama Eduardo Dimet, y como le quiero, me -permitirás no te haga la pintura de su carácter y -cualidades; porque los colores de la paleta del cariño -son siempre lisonjeros y sospechosos.</p> - -<p>Voy á mi cuento.</p> - -<p>El cabo Gómez, era un correntino que se quedó en -Buenos Aires cuando la primera invasión de Urquiza -que dió en tierra con la dictadura de Rosas.</p> - -<p>Tendría Gómez así como unos treinta y cinco años; -era alto, fornido, y columpiábase con cierta gracia al -caminar: su tez era entre blanca y amarilla, tenía -ese tinte peculiar á las razas tropicales; hablaba -con la tonada guaranítica, mezclando como es costumbre -entre los correntinos y entre los paraguayos -vulgares, la segunda y la tercera persona; en una -palabra, era un tipo varonil simpático.</p> - -<p>Marchó Gómez á la guerra del Paraguay, en el -1.<sup>er</sup> batallón del 1.<sup>er</sup> Regimiento de G. N. que salió de -Buenos Aires bajo las órdenes del comandante Cobo -si mal no recuerdo, y perteneció á la compañía de granaderos.</p> - -<p>El capitán de ésta era otro amigo mío, José Ignacio -Garmendia, que después de haber hecho con distinción -toda la campaña del Paraguay, anda ahora por -Entre Ríos al mando de un batallón.</p> - -<p>Un día leíase en la Orden General del 2.º Cuerpo de -Ejército del Paraguay, á que yo pertenecía: «Destínase -por insubordinación, por el término de cuatro -años, á un cuerpo de línea al soldado de G. N. Manuel -Gómez.»</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_39"></a>[Pg 39]</span></p> - -<p>Más tarde presentóse un oficial en el reducto que -yo mandaba—que lo guarnecía el batallón 12 de línea, -creado y disciplinado por mí, con esta orden: -«Vengo á entregar á usted una alta personal.»</p> - -<p>Llamé un ayudante y la alta personal fué recibida y -conducida á la Guardia de Prevención.</p> - -<p>Luego que me desocupé de ciertos quehaceres, hice -traer á mi presencia al nuevo destinado para conocerle -é interrogarle sobre su falta, amonestarle, -cartabonearle y ver á qué compañía había de ir.</p> - -<p>Era Gómez, y por su talla esbelta fué á la compañía -de granaderos.</p> - -<p>José Ignacio Garmendia comía frecuentemente conmigo -en el Paraguay, así era que después de la lista -de tarde casi siempre se le hallaba en mi reducto, -junto con otro amigo muy querido de él y mío, Maximio -Alcorta, aunque este excelente camarada, que lo -mismo se apasiona del sexo hermoso que feo, tiene el -raro y desgraciado talento de recomendar de vez en -cuando á las personas que más estima: unos tipos que -no tardan en mostrar sus malas mañas.</p> - -<p>¡Cosas de Maximio Alcorta!</p> - -<p>La misma tarde que destinaron á Gómez, Garmendia -comió conmigo.</p> - -<p>Durante la charla de la mesa—ya que en campaña -á un tronco de yatay se llama así,—me dijo que Gómez -había sido cabo de su compañía; que era un buen -hombre, de carácter humilde, subordinado, y que su -falta era efecto de una borrachera.</p> - -<p>Me añadió que cuando Gómez se embriagaba perdía -la cabeza, hasta el extremo de ponerse frenético si -le contradecían, y que en ese estado lo mejor era tratarlo -con dulzura, que así lo había hecho él, siempre -con el mejor éxito.</p> - -<p>En una palabra, Garmendia me lo recomendó con<span class="pagenum"><a id="Page_40"></a>[Pg 40]</span> -esa vehemencia propia de los corazones calientes, que -así es el suyo, y por eso cuantos le tratan con intimidad -le quieren.</p> - -<p>La varonil figura de Gómez y las recomendaciones -de Garmendia predispusieron desde luego mi ánimo -en favor del nuevo destinado.</p> - -<p>Á mi turno, pues, se lo recomendé al capitán de la -compañía de granaderos, diciéndole todo lo que me -había prevenido Garmendia.</p> - -<p>El tiempo corrió...</p> - -<p>Gómez cumplía estrictamente sus obligaciones; circunspecto -y callado, con nadie se metía, á nadie incomodaba. -Los oficiales le estimaban y los soldados le -respetaban por su porte. De vez en cuando le buscaban -para tirarle la lengua y arrancarle tal cual agudeza -correntina.</p> - -<p>En ese tiempo yo era mayor y jefe interino del batallón -12 de línea. Todos los sábados pasaba personalmente -una revista general.</p> - -<p>Me parece que lo estoy viendo á Gómez en las filas -cuadrado á plomo, inmóvil como una estatua, serio, -melancólico, con su fusil reluciente, con su correaje -lustroso, con su equipo tan aseado que daba gusto.</p> - -<p>Gómez no tardó en volver á ser cabo.</p> - -<p>Habrían pasado cinco meses.</p> - -<p>Un día, paseábame yo á lo largo de la sombra que -proyectaba mi alojamiento, que era una hermosa carreta.</p> - -<p>Esto era en el célebre campamento de Tuyutí allá -por el mes de agosto.</p> - -<p>En qué pensaba, cómo saberlo ahora. Pensaría en -lo que amaba ó en la gloria, que son los dos grandes -pensamientos que dominan al soldado. Recuerdo tan -sólo que en una de las vueltas que di, una voz conocida -me sacó de la abstracción en que estaba sumergido.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_41"></a>[Pg 41]</span></p> - -<p>Di media vuelta, y como á unos seis pasos á retaguardia, -vi al cabo Gómez, cuadrado, haciendo la -venia militar, doblándose para adelante, para atrás, -á derecha é izquierda así como amenazando perder su -centro de gravedad.</p> - -<p>Sus ojos brillaban con un fuego que no les había visto -jamás.</p> - -<p>En el acto conocí que estaba ebrio.</p> - -<p>Era la primera vez desde que había entrado en el -batallón.</p> - -<p>Por cariño y por las prevenciones que me había hecho -Garmendia, le dirigí la palabra así.</p> - -<p>—¿Qué quiere, amigo?</p> - -<p>—Aquí te vengo á ver, ché Comandante, pa que me -des licencia usted.</p> - -<p>—¿Y para qué quieres licencia?</p> - -<p>—Para ir á Itapirú á visitar una hermanita que -me vino de la Esquina.</p> - -<p>—Pero hijo, si no estás bueno de la cabeza.</p> - -<p>—No, ché Comandante, no tengo nada.</p> - -<p>—Bien, entonces, dentro de un rato, te daré la licencia, -¿no te parece?</p> - -<p>—Sí, sí.</p> - -<p>Y esto diciendo, y haciendo un gran esfuerzo para -dar militarmente la media vuelta y hacer como era -debido la venia, Gómez giró sobre los talones y se retiró.</p> - -<p>Pasó ese día, ó mejor dicho llegó la tarde, y junto -con ella Garmendia.</p> - -<p>Contéle que Gómez se había embriagado por primera -vez, y me dijo que debía haberlo hecho para perder -el miedo de hablar con el jefe, que cuando estaba -en su batallón así solía hacer algunas veces.</p> - -<p>Como él y yo nos interesábamos en el hombre, so<span class="pagenum"><a id="Page_42"></a>[Pg 42]</span>bre -tablas entramos á averiguar cuánto tiempo hacía -que estaba ebrio cuando habló conmigo.</p> - -<p>Llamé al capitán de granaderos, le hicimos varias -preguntas y de ellas resultó exactamente lo que me -acababa de decir Garmendia—que Gómez había tomado -para atreverse á llegar hasta mí.</p> - -<p>Empezando por el sargento 1.º de su compañía y -acabando por el capitán, á todos los que debía, les -había pedido la venia para hablar conmigo, estando -en perfecto estado; de lo contrario, no se la habrían -concedido.</p> - -<p>Al otro día de este incidente, Gómez estaba ya bueno -de la cabeza. Iba á llamarlo, mas entraba de guardia, -según vi al formar la parada, y no quise hacerlo.</p> - -<p>Terminado su servicio, le llamé, y recordándole que -tres días antes me había pedido una licencia, le pregunté -si ya no la quería.</p> - -<p>Su contestación fué callarse y ponerse rojo de vergüenza.</p> - -<p>—¿Por cuántos días quiere usted licencia, cabo?</p> - -<p>—Por dos días, mi Comandante.</p> - -<p>—Está bien; vaya usted, y pasado mañana, al toque -de asamblea, está usted aquí.</p> - -<p>—Está bien, mi Comandante.</p> - -<p>Y esto diciendo, saludó respetuosamente, y más -tarde se puso en marcha para Itapirú, y á los dos días, -cuando tocaban asamblea, la alegre asamblea, el cabo -Gómez entraba en el reducto, de regreso de visitar á -su hermana, bastante picado de aguardiente, cargado -de tortas, queso y cigarros que no tardó en repartir -con sus hermanos de armas.</p> - -<p>Yo también tuve mi parte, tocándome un excelente -queso de Goya, que me mandaba su hermana, á quien -no conocía.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_43"></a>[Pg 43]</span></p> - -<p>¡En el mundo no hay nada más bueno, más puro, -más generoso que un soldado!</p> - -<p>El tiempo siguió corriendo.</p> - -<p>Marchamos de los campos de Tuyutí á los de Curuzú -para dar el famoso asalto de Curupaití.</p> - -<p>Llegó el memorable día, y tarde ya, mi batallón recibió -orden de avanzar sobre las trincheras.</p> - -<p>Se cumplió con lo ordenado.</p> - -<p>Aquello era un infierno de fuego. El que no caía -muerto, caía herido y el que sobrevivía á sus compañeros -contaba por minutos la vida. De todas partes -llovían balas. Y lo que completaba la grandeza de -aquel cuadro solemne y terrible de sangre, era que estábamos -como envueltos en un trueno prolongado, -porque las detonaciones del cañón no cesaban.</p> - -<p>Á los cinco minutos de estar mi batallón en el fuego -sus pérdidas eran ya serias—muchos muertos y -heridos yacían envueltos en su sangre, intrépidamente -derramada por la bandera de la patria.</p> - -<p>Recorriendo de un extremo á otro hallé al cabo Gómez, -herido en una rodilla, pero haciendo fuego hincado.</p> - -<p>—Retírese, cabo, le dije.</p> - -<p>—No, mi Comandante—me contestó,—todavía estoy -bueno, y siguió cargando su fusil y yo mi camino.</p> - -<p>Al regresar de la extrema derecha del batallón á -la izquierda, volví á pasar por donde estaba Gómez.</p> - -<p>Ya no hacía fuego hincado, sino echado de barriga, -porque acababa de recibir otro balazo en la otra pierna.</p> - -<p>—Pero cabo, retírese, hombre, se lo ordeno, le dije.</p> - -<p>—Cuando usted se retire, mi Comandante, me retiraré,—repuso, -y echando un voto, agregó:—¡paraguayos, -ahora verán!</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_44"></a>[Pg 44]</span></p> - -<p>Y ebrio con el olor de la pólvora y de la sangre, hacía -fuego y cargaba su fusil con la rapidez del rayo -como si estuviese ileso.</p> - -<p>Aquel hombre era bravo y sereno como un león.</p> - -<p>Ordené á algunos heridos leves que se retiraban -que le sacaran de allí, y seguí para la izquierda.</p> - -<p>El asalto se prolongaba...</p> - -<p>Yendo yo con una orden recibí un casco de metralla -en un hombro, y no volví al fuego de la trinchera.</p> - -<p>Pocos minutos después, el ejército se retiraba salpicado -con la sangre de sus héroes, pero cubierto de gloria.</p> - -<p>Para pasar el parte, fué menester averiguar la -suerte que le había cabido á cada uno de los compañeros.</p> - -<p>Esta ceremonia militar es una de las más tristes.</p> - -<p>Es una revista en la que los vivos contestan por -los muertos, los sanos por los heridos.</p> - -<p>¿Quién no ha sentido oprimirse su pecho después -de un combate, durante ese acto solemne?</p> - -<p>—¡Juan Paredes!</p> - -<p>—¡Presente!</p> - -<p>—¡Pedro Torres!</p> - -<p>—¡Herido!...</p> - -<p>—¡Luis Corro!...</p> - -<p>—¡Muerto!...</p> - -<p>¡Ah! ese «¡muerto!» hace un efecto que es necesario -sentirlo para comprender toda su amargura.</p> - -<p>Según la revista que se pasó en el 12 de línea por -el teniente 1.º D. Juan Pencienati, que fué el oficial -más caracterizado que regresó sano y salvo del asalto -de Curupaití, y según otras averiguaciones que se tomaron, -conforme á la práctica, resultó que el cabo Gómez -había muerto y por muerto se le dió.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_45"></a>[Pg 45]</span></p> - -<p>En la visita que se mandó pasar á los hospitales de -sangre, no se halló al cabo Gómez.</p> - -<p>Para mí no cabía duda, de que Gómez si no había -muerto, había caído prisionero herido.</p> - -<p>Los soldados decían:—No señor, el cabo Gómez ha -muerto. Nosotros lo hemos visto echado boca abajo al -retirarnos de la trinchera con la bandera.</p> - -<p>Yo sentía la muerte de todos mis soldados como se -siente la separación eterna de objetos queridos.</p> - -<p>Pero, lo confieso, sobre todos los soldados que sucumbieron -en esa jornada de recuerdo imperecedero, -el que más echaba de menos era el cabo Gómez.</p> - -<p>La actitud de ese hombre obscuro, tendido de barriga, -herido en las dos piernas y haciendo fuego con el -ardor sagrado del guerrero, estaba impresa en mí con -indelebles caracteres.</p> - -<p>Esta visión no se borrará jamás de mi memoria. -Perderé el recuerdo de ella cuando los años me hayan -hecho olvidar todo.</p> - -<p>Y por hoy termino aquí; y mañana proseguiré mi cuento.</p> - -<p>Hoy te he narrado sencillamente la muerte de un -vivo, mañana te contaré la vida de un muerto.</p> - -<p>Si lo de hoy te ha interesado, lo de mañana también -te interesará.</p> - -<p>Á los del fogón que me escucharon les sucedió así.</p> - - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_46"></a>[Pg 46]<br /><a id="Page_47"></a>[Pg 47]</span></p> -<h2 class="nobreak">VI</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> - -<p>Regreso de Curupaití.—Resurrección del cabo Gómez.—Cómo se -salvó.—Sencillo relato.—Posibilidad de que un pensamiento -se realice.—Dos escuelas filosóficas.—Un asesinato que nadie -había visto.—Sospechas.</p></div> - - -<p>El ejército volvió á ocupar sus posiciones de Tuyutí; -mi batallón su antiguo reducto.</p> - -<p>Durante algún tiempo fué pan de cada día conversar -del asalto de Curupaití, ora para hacer su crítica, ora -para recordar los héroes que cayeron mortalmente heridos -aquel día de luto.</p> - -<p>La sucesión del tiempo, nuevos combates, otros peligros -iban haciendo olvidar las nobles víctimas.</p> - -<p>Sólo persistían en el espíritu el recuerdo de los predilectos—de -esos predilectos del corazón, cuya imagen -querida no desvanecen ni el dolor ni la alegría.</p> - -<p>De cuando en cuando, los hospitales de Itapirú, de -Corrientes y de Buenos Aires, nos remitían pelotones -de valientes curados de sus gloriosas y mortales heridas.</p> - -<p>La humanidad y la ciencia hacían en esa época de -lucha diaria y cruenta verdaderos milagros.</p> - -<p>¡Cuántos que salieron horriblemente mutilados del<span class="pagenum"><a id="Page_48"></a>[Pg 48]</span> -campo de batalla, no volvieron á los pocos días á empuñar -con mano vigorosa el acero vengador!</p> - -<p>Los que mandaban cuerpos, enviaban de tiempo en -tiempo oficiales de confianza á revisar los hospitales, -tomar buena nota de sus enfermos ó heridos respectivos -y socorrerlos en cuanto cabía.</p> - -<p>Yo tenía frecuentes noticias de los hospitales de Itapirú -y de Corrientes. Los enfermos seguían bien. Día -á día esperaba algunas altas.</p> - -<p>Pensaba en esto quizá cierta mañana, paseándome, -según mi costumbre, por el parapeto de la batería, cuyos -cañones tenían constantemente dirigidas sus elocuentes -y fatídicas bocas al montecito de Yataytí-Corá, -cuando un ayudante vino á anunciarme:</p> - -<p>—Señor, una alta del hospital.</p> - -<p>Su fisonomía traicionaba una sorpresa.</p> - -<p>—¿Y quién, hombre?</p> - -<p>—Un muerto.</p> - -<p>—¿Cuál de ellos?</p> - -<p>—El cabo Gómez.</p> - -<p>Al oirle salté impaciente y alegre del parapeto á la -explanada, corriendo en dirección al rancho de la Mayoría.</p> - -<p>La noticia de la aparición del cabo Gómez ya había -cundido por las cuadras.</p> - -<p>Cuando llegué á la puerta de la Mayoría, un grupo -de curiosos la obstruía.</p> - -<p>Me abrieron paso y entré.</p> - -<p>El cabo Gómez estaba de pie, apoyado en su fusil, y -llevaba la mochila terciada. Sus vestiduras estaban -destrozadas, su rostro pálido, habíase adelgazado mucho -y costaba reconocerle.</p> - -<p>Realmente, parecía un resucitado.</p> - -<p>Le di un abrazo, y ordené en el acto que prepararan<span class="pagenum"><a id="Page_49"></a>[Pg 49]</span> -un baile para celebrar esa noche la resurrección de un -compañero y el regreso del primer herido.</p> - -<p>El batallón era un barullo. Todos querían ver á un -tiempo al cabo; los unos le hacían señas con la cabeza, -los otros con las manos, los que no podían verle -bien, se trepaban sobre el moginete de los ranchos; -nadie se atrevía á dirigirle la palabra interrumpiéndome -á mí.</p> - -<p>—¿Y cómo te ha ido, hombre?</p> - -<p>—Bien, mi Comandante.</p> - -<p>—¿Dónde está la alta?—pregunté al oficial encargado -de la Mayoría.</p> - -<p>Diómela, y notando que era de un hospital brasileño, -me dirigí al cabo.</p> - -<p>—¿Qué, has estado en un hospital brasileño?</p> - -<p>—Sí, mi Comandante.</p> - -<p>—¿Y cómo te salvaste de Curupaití? Cuando yo te -ordené salieras de la trinchera ya estabas herido de -las dos piernas, no te podías mover.</p> - -<p>—Mi Comandante, cuando los demás se retiraron -con la bandera, viendo yo que nadie me recogía, porque -no me oían ó no me veían, me arrastré como pude, -y me escondí en unas pajas á ver si en la noche me -podía escapar.</p> - -<p>—¿Y cómo te escapaste?</p> - -<p>—Cuando los nuestros se retiraron, los paraguayos -salieron de la trinchera y comenzaron á desnudar los -heridos y los muertos. Yo estaba vivo, pero muy mal -herido, y como vi que mataban á algunos que estaban -<em>penando</em>, me acabé de hacer el muerto á ver si me dejaban. -No me tocaron, anduvieron dando vueltas cerca -de mí y no me vieron. Lo que la noche se puso obscura, -hice fuerza para levantarme y me levanté y caminé -agarrándome del fusil, que es este mismo, mi -Comandante.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_50"></a>[Pg 50]</span></p> - -<p>Un silencio profundo reinaba en aquel momento. Todos -contenían hasta la respiración, para no perder una -palabra de las del cabo.</p> - -<p>—¿Y por dónde saliste?</p> - -<p>—Esa noche no pude salir, porque no era baqueano, -y me perdí varias veces, y me costaba mucho caminar; -porque me dolían los balazos. Pero así que vino la mañanita, -ya supe dónde debía de ir, porque oí la diana -de los brasileños. Seguí el rumbo y el humo de un vapor, -y salí á Curuzú. Allí había muchos heridos, que -estaban embarcando; á mí me embarcaron con ellos y -me llevaron á Corrientes, y allí he estado en el hospital, -y ya estoy muy mejor, mi Comandante, y me he -venido porque ya no podía aguantar las ganas de ver -el batallón.</p> - -<p>—¡Viva el cabo Gómez, muchachos!—grité yo.</p> - -<p>—¡Viva!—contestaron los muy bribones, que nunca -son más felices que cuando se les incita al desorden y -se les deja en libertad de retozar.</p> - -<p>Y se lo llevaron al cabo Gómez en triunfo, dándole -mil bromas, y siendo su venida inesperada un motivo -de general animación y contento durante muchas horas.</p> - -<p>Estas escenas de la vida militar, aunque frecuentes, -son indescribibles.</p> - -<p>Garmendia vino esa tarde á compartir mi pucherete, -mi asado flaco y mi fariña, sabiendo ya por uno de -sus asistentes, que el cabo Gómez había resucitado.</p> - -<p>Garmendia tiene fibras de soldado y estaba infantilmente -alegre del suceso; así fué que la primera cosa -que me dijo al verme, fué:</p> - -<p>—Conque el cabo Gómez no había muerto en Curupaití, -¡cuánto me alegro!—¿Y dónde está, llámelo, -vamos á preguntarle cómo se escapó?</p> - -<p>Contéle entonces todo lo que acababa de referirme el<span class="pagenum"><a id="Page_51"></a>[Pg 51]</span> -cabo; pero como se empeñase en verle la cara, le hice venir.</p> - -<p>Interrogado por Garmendia, repitió lo que ya sabemos, -con algunos agregados, como por ejemplo, que -la noche que estuvo oculto, él mismo se ligó las heridas, -haciendo hilas y vendas de la ropa de un muerto.</p> - -<p>Contónos también que estaba muy triste y avergonzado, -porque en los primeros momentos del fuego, el -día de Curupaití, el alférez Guevara le había pegado -un bofetón, creyendo que estaba asustado, y diciéndole:—¡eh! -haga fuego, déjese de mirar el oído del fusil.</p> - -<p>Que él no había estado asustado ese día, que cuando -el Alférez le pegó, estaba limpiando la chimenea de su -arma, que sólo se asustó un poco cuando los paraguayos -salieron de sus posiciones, desnudando y matando, -porque no tenía fuerzas para defenderse, y le dió -miedo que lo ultimaran sin poder hacerles cara.</p> - -<p>Y todo esto era dicho con una ingenuidad que cautivaba, -dando la medida del temple de ese corazón de acero.</p> - -<p>Garmendia gozaba como en el día de sus primeras -revelaciones. Yo me sentía orgulloso de contar en mis -filas un nene como aquél.</p> - -<p>Confieso que le amaba.</p> - -<p>Esa misma noche, y con motivo de las interminables -preguntas de Garmendia, supe que Gómez había padecido -en otro tiempo de alucinaciones.</p> - -<p>Explicónos en su media lengua, lo mejor que pudo, -que en Buenos Aires, siendo más joven, había tenido -una querida. Que esta mujer le había sido infiel y que -había estado preso por una puñalada que le diera.</p> - -<p>Al recordarla, una especie de celaje sombrío envolvió -su rostro, al mismo tiempo que cierta sonrisa tierna -vagó por sus labios.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_52"></a>[Pg 52]</span></p> - -<p>La curiosidad aumentaba el interés de ese tipo, -crudo, enérgico y fuerte, tan común en nuestro país.</p> - -<p>Inquiriendo las causas que armaron el brazo de este -Otelo correntino, sacamos en limpio que su querida no -había faltado á los compromisos contraídos ó á la fe -jurada.</p> - -<p>Que en sueños, mientras dormían juntos, la había -visto en brazos de un rival, que él aborrecía mucho; -que cuando se despertó, el hombre no estaba allí, pero -él lo veía patente; que lo hirió en el corazón, y que, á -un grito de su querida, volvió en sí, despertándose del -todo, y viendo entonces que estaban los dos solos y -que su cuchillo se había clavado en el pecho de su bien -amada.</p> - -<p>Este relato debe conservarse indeleble en la memoria -de Garmendia; porque esa noche después, me dijo varias -veces que si no pensaba escribir aquello.</p> - -<p>Yo entonces tenía mi espíritu en otra línea de tendencias -y no lo hice nunca.</p> - -<p>Á no ser mi excursión á Tierra Adentro, la historia -de Gómez queda inédita, en el archivo de mis recuerdos.</p> - -<p>Creerán algunos que á medida que corre la pluma -voy fraguando cosas imaginarias, por llenar papel y -aumentar el efecto artificial de estas mal zurcidas -cartas.</p> - -<p>Y sin embargo todo es cierto.</p> - -<p>Los abismos entre el mundo real y el mundo imaginario -no son tan profundos.</p> - -<p>La visión puede convertirse en una amable ó en una -espantosa realidad.</p> - -<p>Las ideas son precursoras de hechos.</p> - -<p>Hay más posibilidad de que lo que yo pienso sea, -que seguridad de que un acontecimiento cualquiera se -repita.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_53"></a>[Pg 53]</span></p> - -<p>Las viejas escuelas filosóficas discurrían al revés.</p> - -<p>El pasado no prueba nada. Puede servir de ejemplo, -de enseñanza no.</p> - -<p>Pero me echo por esos trigales de la pedantería y -temo perderme en ellos.</p> - -<p>Gómez nos hizo pasar una noche amena.</p> - -<p>Al día siguiente otras impresiones sirvieron de pasto -á la conversación; sin duda alguna que nada hay tan -fecundo para la cabeza y para el corazón como dos -ejércitos que se acechan, que se tirotean y se cañonean -desde que sale el sol hasta que se pone.</p> - -<p>Gómez dejó de ocupar por algún tiempo la atención -de Garmendia y la mía.</p> - -<p>¡Qué persistencia de personalidad!</p> - -<p>Una mañana regresando á caballo á mi reducto, -pasé como de costumbre por el campamento del viejo -querido Mateo J. Martínez.</p> - -<p>Jamás lo hacía sin recibir ó dar alguna broma.</p> - -<p>Este viejo en prospecto, para que no se enfade, si -desconoce su actualidad, tiene la facilidad difícil de -hacerse querer de cuantos le tratan con intimidad.</p> - -<p>Iba á decir, que al pasar por el alojamiento de don -Mateo, supe por él que en mi batallón había tenido lugar -un suceso desagradable.</p> - -<p>—¿Usted paseando, amigo, y en su reducto matando -vivanderos?</p> - -<p>—¡No embrome, viejo!</p> - -<p>—¿Que no embrome? Vaya y verá.</p> - -<p>Piqué el caballo y lleno de ansiedad y confusión -partí al galope, llegando en un momento á mi reducto.</p> - -<p>No tuve necesidad de interrogar á nadie.</p> - -<p>Un hombre maniatado que rugía como una fiera en -la guardia de prevención me descorrió el velo de misterio.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_54"></a>[Pg 54]</span></p> - -<p>—¡Desaten ese hombre!—grité con inexplicable mezcla -de coraje y tristeza.</p> - -<p>Y en el acto el hombre fué desatado, y los rugidos cesaron, -oyéndose sólo:</p> - -<p>—Quiero hablar con mi Comandante.</p> - -<p>Vino el Comandante de campo, y en dos palabras -me explicó lo acontecido.</p> - -<p>—¡Han asesinado á un vivandero que estaba de visita -en el rancho del alférez Guevara!</p> - -<p>—¿Quién?</p> - -<p>—El cabo Gómez.</p> - -<p>—¿Y quién lo ha visto?</p> - -<p>—Nadie, señor; pero se sospecha sea él, porque está -ebrio, y murmura entre dientes:—Había jurado matarlo, -¡un bofetón á mí!...</p> - -<p>¡Me quedé aterrado!</p> - -<p>Pasé el parte sin mentar á Gómez.</p> - -<p>Y aquí termino hoy.</p> - -<p>Lo que no tiene interés en sí mismo, puede llegar á picar -la curiosidad del amigo y de los lectores, según -el método que se siga al hacer la relación.</p> - -<p>El cabo Gómez queda preso.</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_55"></a>[Pg 55]</span></p> - -<h2 class="nobreak">VII</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> - -<p>Presentimientos de la multitud.—Un asesino sin saberlo.—Deseos -de salvarle.—Averiguaciones.—Un fiscal confuso.—Juicios -contradictorios.—Agustín Mariño, auditor del Ejército -Argentino.—Consejo de Guerra.—Dudas.—Sentencia del cabo -Gómez.—Se confirma la pena de muerte.—Preparativos.—La -ejecución.—Una aparición.</p></div> - - -<p>Un hombre había sido asesinado en pleno día durante -la luz meridiana, en un recinto estrecho, de cien -varas cuadradas, en medio de cuatrocientos seres humanos -con ojos y oídos; el cadáver estaba ahí encharcado -en su sangre humeante, sin que nadie le hubiera -tocado aún cuando yo penetré en el reducto,—y nadie, -nadie, absolutamente nadie, podía decir, apoyándose -en el testamento inequívoco de sus sentidos, el asesino -es fulano.</p> - -<p>Y sin embargo, todo el mundo tenía el presentimiento -de que había sido el cabo Gómez y algunos lo afirmaban, -sin atreverse á jurar que lo fuera.</p> - -<p>¡Qué extraño y profético instinto el de las multitudes!</p> - -<p>Inmediatamente que pasé el parte, que se redujo á -dar cuenta del hecho y á pedir permiso para levantar -una sumaria, traté de averiguar lo acontecido.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_56"></a>[Pg 56]</span></p> - -<p>Cuando vino la contestación correspondiente, yo estaba -convencido ya de que el asesino era el cabo Gómez.</p> - -<p>El hombre que viendo al extranjero amenazar su -tierra marcha cantando á las fronteras de su patria; -que cruza ríos y montañas, que no le detienen murallas -ni cañones, que todo lo sacrifica, tiempo, voluntad, -afecciones, y hasta la misma vida, que si se le grita -¡<em>arriba</em>! se levanta, ¡<em>adelante</em>! marcha, ¡<em>muere ahí</em>! -ahí muere, en el momento quizá más dulce de la existencia, -cuando acaba de recibir tiernas cartas de su -madre y de su prometida, que esperanzadas en la bondad -inmensa de Dios, le hablan del pronto regreso al -hogar, ¿ese hombre no merece que en un instante solemne -de la vida se haga algo por él?</p> - -<p>Eso hice yo. Y para que no me quedase la menor duda -de que el asesino era el indicado, le hice comparecer -ante mí, é interrogándole con esa autoridad paternal -y despótica del jefe, me hice la ilusión de arrancarle -sin dificultad el terrible secreto.</p> - -<p>El cabo estaba aún bajo la influencia deletérea del -alcohol; pero bastante fresco para contestar con precisión -á todas mis preguntas.</p> - -<p>—Gómez—le dije afectuosamente,—quiero salvarte; -pero para conseguirlo necesito saber si eres tú el -que ha muerto al hombre ese que estaba de visita en -el rancho del alférez Guevara.</p> - -<p>El cabo no respondió, clavándose sus ojos en los míos -y haciendo un gesto de ésos que dicen—dejadme meditar -y recordar.</p> - - -<p>Dile tiempo, y cuando me pareció que el recuerdo le -asaltaba, proseguí:</p> - -<p>—Vamos, hijo, díme la verdad.</p> - -<p>—Mi Comandante—repuso con el aire y el tono de<span class="pagenum"><a id="Page_57"></a>[Pg 57]</span> -la más perfecta ingenuidad,—yo no he muerto ese -hombre.</p> - -<p>—Cabo—agregué, fingiendo enojo,—¿por qué me engañas? -¿á mí me mientes?</p> - -<p>—No, mi Comandante.</p> - -<p>—Júralo, por Dios.</p> - -<p>—Lo juro, mi Comandante.</p> - -<p>Esta escena pasaba lejos de todo testigo. La última -contestación del cabo me dejó sin réplica y caí en meditación, -apoyando mi nublada frente en la mano izquierda -como pidiéndole una idea.</p> - -<p>No se me ocurrió nada.</p> - -<p>Le ordené al cabo que se retirara.</p> - -<p>Hizo la venia, dió media vuelta y salió de mi presencia, -sin haber cambiado el gesto que hizo cuando le -dirigí mi primera pregunta.</p> - -<p>Á pocos pasos de allí le esperaban dos custodias que -le volvieron á la guardia de prevención.</p> - -<p>Yo llamé á un ayudante y dicté una orden para que -el alférez don Juan Álvarez Ríos procediese sin dilación -á levantar la sumaria debida.</p> - -<p>Álvarez era el fiscal menos aparente para descubrir -ó probar lo acaecido; por eso me fijé en él. No porque -fuera negado, al contrario, sino porque es uno de esos -hombres de imaginación impresionable, inclinados á -creer en todo lo que reviste caracteres extraordinarios -ó maravillosos.</p> - -<p>Á pesar del juramento del cabo, yo tenía mis dudas, -y estaba resuelto á salvarle, aunque resultasen -vehementes indicios contra él de lo que Álvarez inquiriese.</p> - -<p>Volví, pues, á tomar nuevas averiguaciones con el -doble objeto de saber la verdad y de mistificar la imaginación -de Álvarez, previniendo mañosamente el ánimo -de algunos.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_58"></a>[Pg 58]</span></p> - -<p>Por su parte, Álvarez se puso en el acto en juego, no -habiéndoselas visto jamás más gordas.</p> - -<p>Empezó por el reconocimiento médico del cadáver, -registro, etc., y luego que se llenaron las primeras formalidades, -vino á mí para hacerme saber que en los -bolsillos del muerto se había hallado algún dinero, creo -que sesenta pesos, y consultarme qué haría con ellos.</p> - -<p>Díjele lo que debía hacer, y así como quien no quiere -la cosa, agregué: ¿No le decía á usted que Gómez -no podía ser el asesino? Se habría robado el dinero.</p> - -<p>Esta vulgaridad surtió todo el efecto deseado, porque -Álvarez me contestó: Eso es lo que yo digo, aquí -hay algo.</p> - -<p>Más tarde volvió á decirme que se había encontrado -un cuchillo ensangrentado cerca del lugar del crimen; -pero que habiendo muchos iguales no se podía saber si -era el del cabo Gómez ó no; que después lo sabría y -me lo diría, porque era claro que si Gómez tenía el suyo, -el asesino no podía ser él.</p> - -<p>Aunque era cierto que la desaparición del cuchillo -de Gómez podría probar algo, también podría no probar -nada. Era, sin embargo, mejor que resultase que -el cabo tenía el suyo.</p> - -<p>Otro cabo, Irrizábal, hombre de toda mi confianza, -que había sido mi asistente mucho tiempo, fué de -quien me valí para saber si Gómez tenía ó no su cuchillo.</p> - -<p>Irrizábal estaba de guardia, de manera que no tardé -en salir de mi curiosidad.</p> - -<p>Gómez tenía su cuchillo, y en la cintura nada menos.</p> - -<p>Quedéme perplejo al saberlo.</p> - -<p>Voy á pasar por alto una infinidad de detalles. Sería -cosa de nunca acabar.</p> - -<p>Álvarez siguió fiscalizando los hechos, enredándose<span class="pagenum"><a id="Page_59"></a>[Pg 59]</span> -más á medida que tomaba nuevas declaraciones; lo -que sobre todo acabó de hacerle perder su latín, fué -la declaración de Gómez,—que negó rotundamente haber -asesinado á nadie.</p> - -<p>Unas cuantas manchas de sangre que tenía en la -manga de la camisa, cerca del puño, dijo que debían -ser de la carneada.</p> - -<p>Efectivamente, esa mañana había estado en el matadero -del ejército, con un pelotón de su compañía -que salió de fajina.</p> - -<p>Y para mayor confusión, resulta que se había dado -un pequeño tajo en el pulgar de la mano izquierda, -con el cuchillo de otro soldado.</p> - -<p>No obstante, la conciencia del batallón—sin que nadie -hubiese afirmado terminantemente cosa alguna -contra Gómez,—seguía siendo la conciencia del primer -momento; Gómez es el asesino.</p> - -<p>Al fin, acabó por haber dos partidos—uno de los oficiales -y de los soldados más letrados,—otro de los menos -avisados, que era el partido de la gran mayoría.</p> - -<p>La minoría sostenía que Gómez no era el asesino -del vivandero, y hasta llegó á susurrarse que éste y -el alférez Guevara habían tenido una disputa muy -acalorada, insinuando otros con malicia que Guevara -le había dado mucho dinero.</p> - -<p>Álvarez estaba desesperado de tanta versión y opinión -contradictoria, y sobre todo, lo que más le trabucaba -era la opinión mía, favorable en todas las emergencias -que sobrevenían á la causa de Gómez.</p> - -<p>Los oficiales más diablos le tenían aterrado, zumbándole -al oído que sería severamente castigado si nada -probaba, y con mucha más razón si sin pruebas ponía -una vista contra Gómez.</p> - -<p>El pobre Alférez iba y venía en busca de mi inspiración, -y salía siempre cabizbajo con esta reflexión mía:</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_60"></a>[Pg 60]</span></p> - -<p>¡Cuántas veces no pagan justos por pecadores!</p> - -<p>Como era natural, la sumaria no tardó en estar lista. -En campaña el término es limitadísimo para estos -procedimientos.</p> - -<p>Fué elevada, y sobre la marcha se ordenó que el cabo -Gómez fuera juzgado en Consejo de Guerra ordinario.</p> - -<p>El Auditor del Ejército, joven español lleno de corazón -y de talento, que sirvió como un bravo, que luchó -como un hombre templado á la antigua, contra el cólera -dos veces, contra la fiebre intermitente, contra todas -las demás plagas del Paraguay, y que ha muerto -en el olvido, que así suele pagar la patria la abnegación, -era mi particular amigo; yo le había colocado al -lado del General Emilio Mitre cuando dejé de ser su -secretario militar.</p> - -<p>Por él supe lo que contenía la causa de Gómez—que -Álvarez, á pesar de su notoria inhabilidad, algo había -descubierto, que arrojaba sospechas de que Gómez -era el verdadero autor del crimen.</p> - -<p>Nombrado el Consejo, y prevenido yo por Mariño, -procuré con el mayor empeño hacer atmósfera en pro -de mi protegido, viendo á los vocales, conversándoles -del suceso y diciéndoles qué clase de hombre era el -acusado, sus servicios, su valor heroico y el amor que -por esas razones le tenía.</p> - -<p>Reunióse el Consejo el día y hora indicados, y Gómez -fué llevado ante él, con todas las formalidades y -aparato militar, que son imponentes.</p> - -<p>La opinión del batallón se había hecho mientras tanto -unánime contra Gómez. Sólo había disputas sobre -su suerte. Los unos creían que sería fusilado; los otros -que no, que sería recargado, porque el General en Jefe, -en presencia de sus méritos y servicios, que ya haría -constar, le conmutaría la pena, dado el caso que -el Consejo le sentenciara á muerte.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_61"></a>[Pg 61]</span></p> - -<p>Yo era el único que no tenía opinión fija.</p> - -<p>Parecíame á veces que Gómez era el asesino, otras -dudaba, y lo único que sabía positivamente era que -no omitiría esfuerzo por salvarle la vida.</p> - -<p>Á fin de no perder tiempo, asistí como espectador al -juicio, mas viendo que el ánimo de algunos era contrario -á mi ahijado, me disgusté sobremanera y me -volví á mi campo sumamente contrariado.</p> - -<p>Se leyó la causa, y cuando llegó el momento de votar, -el Consejo se encontró atado. En conciencia, ninguno -de los vocales se atrevía á fallar condenando ó absolviendo.</p> - -<p>Entonces, guiado el Consejo por un sentimiento de -rectitud y de justicia, hizo una cosa indebida.</p> - -<p>Remitieron los autos y resolvieron esperar. Y volviendo -éstos sin tardanza, el Consejo Ordinario se convirtió -en Consejo de Guerra verbal, teniendo el acusado -que contestar á una porción de preguntas sugestivas, -cuyo resultado fué la condenación del cabo.</p> - -<p>Los que presenciaron el interrogatorio me dijeron -que el valiente de Curupaití no desmintió un minuto -siquiera su serenidad, que á todas las preguntas contestó -con aplomo.</p> - -<p>Antes de que el cabo estuviera de regreso del Consejo, -ya sabía yo cuál había sido su suerte en él.</p> - -<p>Púseme en movimiento, pero fué en vano. Nada conseguí. -El superior firmó la sentencia del Consejo y -al día siguiente, en la Orden General del Ejército, salió -la orden terrible mandando que Gómez fuera pasado -por las armas al frente de su batallón, con todas -las formalidades de estilo.</p> - -<p>No había que discutir ni que pensar en otra cosa, -sino en los últimos momentos de aquel valiente infortunado.</p> - -<p>¡La clemencia es caprichosa!</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_62"></a>[Pg 62]</span></p> - -<p>Los preparativos consistieron en ponerle en capilla -y en hacer llamar al confesor.</p> - -<p>Todos habían acusado á Gómez y todos sentían su -muerte.</p> - -<p>El cabo oyó leer su sentencia sin pestañear, cayendo -después en una especie de letargo. Yo me acerqué varias -veces á la carpa en que se le había confinado, hablé -en voz alta con el centinela y no conseguí que levantara -la cabeza.</p> - -<p>El confesor llegó; era el padre Lima.</p> - -<p>Gómez era cristiano y le recibió con esa resignación -consoladora, que en la hora angustiosa de la muerte -da valor.</p> - -<p>El padre estuvo un largo rato con el reo, y dejándole -otro solo, como para que replegase su alma sobre sí -misma, vino donde yo estaba encantado de la grandeza -de aquel humilde soldado.</p> - -<p>Quise preguntarle si le había confesado algo del crimen -que se le imputaba, y me detuve ante esa interrogación -tremenda, por un movimiento propio y una admonición -discreta del sacerdote, que sin duda conoció -mi intención y me dijo: «queda preparándose».</p> - -<p>Yo pasé la noche en vela junto con el padre. Él por -sus deberes, y yo por mi dolor, que era intenso, verdadero, -imponderable, no podíamos dormir.</p> - -<p>Quería y no quería hablar por última vez con el cabo.</p> - -<p>Me decidí á hacerlo.</p> - -<p>¡Pobre Gómez! Cuando me vió entrar agachándome -en la carpa, intentó incorporarse y saludarme militarmente. -Era imposible por la estrechez.</p> - -<p>—No te muevas, hijo,—le dije.</p> - -<p>Permaneció inmóvil.</p> - -<p>—Mi Comandante—murmuró.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_63"></a>[Pg 63]</span></p> - -<p>Al oir aquel mi Comandante, me pareció escuchar -este reproche amargo: Usted me deja fusilar.</p> - -<p>—He hecho todo lo posible por salvarte, hijo.</p> - -<p>—Ya lo sé, mi Comandante—repuso, y sus ojos se -arrasaron en lágrimas, y los míos también, abrazándonos.</p> - -<p>Dominando mi emoción, le pregunté:</p> - -<p>—¿Cómo hiciste eso?</p> - -<p>—Borracho, mi Comandante.</p> - -<p>—¿Y cómo me lo negaste el primer día?</p> - -<p>—Usted me preguntó por un vivandero, y yo creía -haber muerto al alférez Guevara.</p> - -<p>—¿Ésa fué tu intención?</p> - -<p>—Sí, mi Comandante, me había dado un bofetón el -día del asalto de Curupaití, sin razón alguna.</p> - -<p>—¿Y qué has confesado en el Consejo?</p> - -<p>—Mi Comandante, no lo sé. Yo he creído que el -muerto era el Alférez. Me han preguntado tantas cosas -que me he perdido.</p> - -<p>Salí de allí.</p> - -<p>Hablé con el padre, y le rogué le preguntara á Gómez -qué quería.</p> - -<p>Contestó que nada.</p> - -<p>Le hice preguntar si no tenía nada que encargarme, -que con mucho gusto lo haría.</p> - -<p>Contestó que cuando viniese el Comisario le recogiese -sus sueldos; que le pagase un peso que le debía al -sargento 1.º de su compañía y que el resto se lo mandara -á su hermana que vivía en la Esquina, villorrio -de Corrientes rayano de Entre Ríos.</p> - -<p>Pasó la noche tristemente y con lentitud.</p> - -<p>El día amaneció hermoso, el batallón sombrío.</p> - -<p>Nadie hablaba. Todos se aprestaban en sepulcral silencio -para las ocho.</p> - -<p>Era la hora funesta y fatal.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_64"></a>[Pg 64]</span></p> - -<p>La orden, que yo presidiera la ejecución.</p> - -<p>No lo hice porque no podía hacerlo. Estaba enfermo.</p> - -<p>Mi segundo salió con el batallón y mandó el cuadro.</p> - -<p>Yo me quedé en mi carreta. La caja batía marcha -lúgubremente.</p> - -<p>Yo me tapé los oídos con entrambas manos.</p> - -<p>No quería oir la fatídica detonación.</p> - -<p>Después me refirieron cómo murió Gómez.</p> - -<p>Desfiló marcialmente por delante del batallón, repitiendo -el rezo del sacerdote.</p> - -<p>Se arrodilló delante de la bandera, que no flameaba -sin duda de tristeza.</p> - -<p>Le leyeron la sentencia, y dirigiéndose con aire sombrío -á sus camaradas, dijo con voz firme, cuyo eco repercutió -con amargura:</p> - -<p>—¡Compañeros: así paga la Patria á los que saben -morir por ella!</p> - -<p>Textuales palabras, oídas por infinitos testigos que -no me desmentirán.</p> - -<p>Quisieron vendarle los ojos y no quiso.</p> - -<p>Se hincó... Un resplandor brilló... los fusiles que -apuntaron... oyóse un solo estampido... Gómez había -pasado al otro mundo.</p> - -<p>El batallón volvió á sus cuadras y los demás piquetes -del Ejército á las suyas, impresionados con el terrible -ejemplo, pero llorando todos al cabo Gómez.</p> - -<p>Á los pocos días yo tuve una aparición... Decididamente -hay vidas inmortales.</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_65"></a>[Pg 65]</span></p> - -<h2 class="nobreak">VIII</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> - -<p>El Palmar de Yataití.—Sepulcro de un soldado.—Su memoria.—Sus -últimos deseos cumplidos.—El rancho del General Gelly y -lo que allí pasó.—Resurrección.—Visión realizada.—Fanatismo.</p></div> - - -<p>Á inmediaciones de mi reducto estaba el Palmar de -Yataití, donde tantos y tan honrosos combates para -las armas argentinas tuvieron lugar.</p> - -<p>Allí fué enterrado el cabo Gómez, y sobre su sepulcro -mandé colocar una tosca cruz de pino con esta inscripción:</p> - -<p>«Manuel Gómez, cabo del 12 de línea.»</p> - -<p>Durante algunas horas su memoria ocupó tristemente -la imaginación de mis buenos soldados. Y, poco á -poco, el olvido, el dulce olvido fué borrando las impresiones -luctuosas de ese día. Al siguiente, si su nombre -volvió á ser mentado, no fué ya á impulsos del dolor -sufrido.</p> - -<p>Así es la vida, y así es la humanidad. Todo pasa felizmente, -en una sucesión constante, pero interrumpida, -de emociones tiernas ó desagradables, profundas -ó superficiales.</p> - -<p>Ni el amor, ni el odio, ni el dolor, ni la alegría, ab<span class="pagenum"><a id="Page_66"></a>[Pg 66]</span>sorben -por completo la existencia de ningún mortal. -Sólo Dios es imperecedero.</p> - -<p>La muchedumbre olvidó luego, como ves, el trágico -fin del cabo.</p> - -<p>Yo me dispuse á cumplir sus últimas voluntades.</p> - -<p>Llamé al sargento 1.º de la compañía de Granaderos, -y con esa preocupación fanática que nos hace cumplir -estrictamente los caprichos póstumos de los muertos -queridos, le pagué <em>el peso</em> que le debía el cabo.</p> - -<p>Confieso que después de hacerlo sentía un consuelo -inefable.</p> - -<p>¡Cuesta tanto á veces cumplir las pequeñeces!</p> - -<p>Es por eso que el hombre debe ser observado y juzgado -por sus obras chicas, no por sus obras grandes.</p> - -<p>En el cumplimiento de las últimas está interesado -generalmente el honor ó el crédito, el amor propio ó -el orgullo, el egoísmo ó la ambición.</p> - -<p>En el cumplimiento de las primeras no influye ninguno -de esos poderosos resortes del alma humana, sino -la conciencia.</p> - -<p>Cancelada la deuda con el sargento, me quedaba -por hacer la remisión prometida de los haberes devengados -de Gómez á la Esquina.</p> - -<p>Esperar el Comisario era un sueño. ¿Cuándo vendría -éste? Y si venía, ¿estaría yo vivo? ¿Me entregaría, -sobre todo, los sueldos del cabo? ¿El Estado no -es el heredero infalible de nuestros soldados muertos -en el campo de batalla, por él mismo ó por la libertad -de la Patria, ó por su honor ultrajado?</p> - -<p>¿No es ésa la consecuencia del odioso é imperfecto -sistema administrativo militar que tenemos?</p> - -<p>Gómez no era un soldado antiguo en mi batallón. -Reservándome, pues, ver si recogía sus sueldos de -Guardia nacional, resolví mandarle á su hermana los -seis ú ocho que se le debían como soldado de línea.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_67"></a>[Pg 67]</span></p> - -<p><em>Simbad</em>, el corresponsal del <cite>Standard</cite>, á la sazón en -el teatro de la guerra, era vecino de la Esquina y mi -antiguo amigo.</p> - -<p>Debo á él la iniciación en un mundo nuevo, la lectura -del <cite>Cosmos</cite>, ese monumento imperecedero de la sapiencia -del siglo <small>XIX</small>.</p> - -<p>De <cite>Simbad</cite> iba á valerme para remitir á su destino -la pequeña herencia.</p> - -<p>Habrían pasado <em>cincuenta y dos</em> horas desde el instante -en que el cabo Gómez, según dejo relatado, recibió -en su pecho intrépido las balas de sus propios compañeros -en cumplimiento de una orden y del más terrible -de los deberes.</p> - -<p>Yo había ido de mi reducto, según costumbre que tenía, -al alojamiento del jefe de Estado Mayor.</p> - -<p>Tenía éste dos puertas. Una que daba al Naciente -y otra al Poniente. La última estaba abierta. El General -Gelly escribía con una pausa metódica, que le es -peculiar, en una mesita, cuya colocación variaba -según las horas y la puerta por donde entraba el sol. Esta -vez se hallaba colocada cerca de la puerta abierta. -Yo estaba sentado en una silla de baqueta paraguaya, -dándole la espalda.</p> - -<p>¿En qué pensaba?</p> - -<p>Probablemente, Santiago amigo, en lo mismo que -aquel tipo de comedia de San Luis, que te ponderaba -un día las delicias de su Estancia.</p> - -<p>—Aquí me lo paso, te decía cierta hermosa tarde de -primavera desde el corredor, que dominaba una vasta -campiña, <em>pensando</em>... <em>pensando</em>...</p> - -<p>Y tú, interrumpiéndole, con tu sorna característica,—<em>en -qué</em>... <em>en qué</em>...</p> - -<p>Y el pobre hombre contestaba: <em>en nada... en nada</em>...</p> - -<p>El General era distraído de su escritura á cada paso, -por oficiales que se presentaban con distintas solicitu<span class="pagenum"><a id="Page_68"></a>[Pg 68]</span>des,—dirigiéndole -la palabra desde el dintel de la puerta.</p> - -<p>Yo seguía <em>pensando</em>...</p> - -<p>En el instante en que mi pensamiento se perdía, -qué sé yo en qué nebulosa, un eco del otro mundo con -tonada correntina, resonó en mis oídos.</p> - -<p>—Aquí te vengo á ver V. E. para que...</p> - -<p>Mi sangre se heló, mi respiración se interrumpió... quise -dar vuelta, ¡imposible!</p> - -<p>—Estoy ocupado—murmuró el General, y el ruido -del rasguear de su pluma que no se interrumpió, produjo -en mi cabeza un efecto nervioso semejante al que -produce el rechinar estridoroso de los dientes de un -moribundo.</p> - -<p>—Haceme, ché, V. E., el favor...</p> - -<p>—Estoy ocupado,—repitió el General.</p> - -<p>Yo sentí algo como cuando en sueños se nos figura -que una fuerza invisible nos eleva de los cabellos hasta -las alturas en que se ciernen las águilas.</p> - -<p>Debía estar pálido, como la cera más blanca.</p> - -<p>El General Gelly fijó casualmente su mirada en mí, -y al ver la emoción angustiosa de que era presa, preguntóme -con inquietud:</p> - -<p>—¿Qué tiene usted?</p> - -<p>No contesté... Pero oí... El vértigo iba pasando ya.</p> - -<p>El General estaba confuso. Yo debía parecer muerto -y no enfermo.</p> - -<p>—¡Mansilla!—dijo.</p> - -<p>—General—repuse, y haciendo un esfuerzo supremo, -di vuelta la cabeza y miré á la puerta.</p> - -<p>Si hubiese sido mujer, habría lanzado un grito y me -hubiera desmayado.</p> - -<p>Mis labios callaron; pero como suspendido por un -resorte, y á la manera de esos maniquíes mortuorios -que se levantan en las tablas de la escena teatral, fui<span class="pagenum"><a id="Page_69"></a>[Pg 69]</span>me -levantando poco á poco de la silla y como queriendo retroceder.</p> - -<p>—Ché, V. E., hacé vos el favor,—volvió á oirse.</p> - -<p>El General Gelly se puso de pie, y dirigiéndose á la -voz que venía de la puerta, contestó:</p> - -<p>—¿Qué quieres?</p> - -<p>Yo sentí un sudor frío por mi frente, y llevando mi -mano á ella y como queriendo condensar todas mis -ideas y recuerdos ó hacerlos converger á un solo foco, -miré al General y exclamé con pavor:</p> - -<p>—El cabo Gómez.</p> - -<p>Efectivamente, el cabo Gómez estaba ahí, en la puerta -del rancho del General, con el mismo rostro que tenía -la noche que le vi por última vez.</p> - -<p>Sólo su traje había variado. No revestía ya el uniforme -militar, sino un traje talar negro.</p> - -<p>Mis ojos estuvieron fijos en él un instante, que me -pareció una eternidad.</p> - -<p>El General Gelly volvió á repetir:</p> - -<p>—¿Vamos, qué quieres?—Y dirigiéndose á mí:—¿Está -usted enfermo?</p> - -<p>La aparición contestó:</p> - -<p>—Quiero que me dejes velar la crucecita de mi hermano.</p> - -<p>—¿La crucecita de tu hermano?—repuso el General -con aire de no entender bien.</p> - -<p>—Sí, pues, Manuel Gómez, que ya murió...</p> - -<p>Y esto diciendo, echó á llorar, enjugando sus lágrimas -con la punta del pañuelo negro que cubría sus hombros.</p> - -<p>Mientras se cambiaron esas palabras, yo volví en mí.</p> - -<p>—¿Y dónde está la crucecita de tu hermano?—dijo el General.</p> - -<p>—En el cementerio de la Legión Paraguaya.</p> - -<p>Entonces, tomando yo la palabra, como aquella des<span class="pagenum"><a id="Page_70"></a>[Pg 70]</span>dichada -mujer no podía dejar de interesarme, la dije:</p> - -<p>—No, estás equivocada, la cruz de Gómez no está -ahí.</p> - -<p>—Yo sé—murmuró.</p> - -<p>Queriendo convencerla, la dije:</p> - -<p>—Yo soy el jefe del 12 de línea, que era el cuerpo -de tu hermano.</p> - -<p>—Yo sé—murmuró, retrocediendo con marcada impresión -de espanto.</p> - -<p>—Yo tengo los sueldos de tu hermano para ti; ven -á mi batallón, que está en el reducto de la derecha, te -los daré y te haré enseñar dónde está su cruz.</p> - -<p>—Yo sé—murmuró.</p> - -<p>Un largo diálogo se siguió. Yo pugnando porque la -mujer fuera á mi reducto para darle los sueldos de su -hermano é indicarle el sitio de su sepultura, y ella -aferrada en que no, contestando sólo: <em>Yo sé.</em></p> - -<p>El General Gelly, picado por la curiosidad de aquel -carácter tan tenaz, al parecer, la hizo varias preguntas:</p> - -<p>—¿De dónde vienes?</p> - -<p>—De la Esquina.</p> - -<p>—¿Cuándo saliste de allí?</p> - -<p>—Antes de ayer.</p> - -<p>—¿Dónde supiste la muerte de tu hermano?</p> - -<p>—En ninguna parte.</p> - -<p>—¿Cómo en ninguna parte?</p> - -<p>—En ninguna parte, pues.</p> - -<p>—¿Te la han dado en Itapirú, ó aquí en el campamento?</p> - -<p>—En ninguna parte.</p> - -<p>—¿Y entonces, cómo la has sabido?</p> - -<p>La hermana de Gómez refirió entonces, con sencillez, -que en sueños había visto á su hermano que lo llevaban -á fusilar; que como sus sueños siempre le salían<span class="pagenum"><a id="Page_71"></a>[Pg 71]</span> -ciertos, había creído en la muerte de aquél, y que, tomando -el primer vapor que pasó por la Esquina, se -había venido á velar su crucecita, que estaba en el cementerio -de los paraguayos, idea que era fija en ella.</p> - -<p>Á las interpelaciones del General Gelly siguieron -las mías.</p> - -<p>El sueño de la hermana de Gómez había tenido lugar -precisamente en el momento en que éste estaba en capilla -recibiendo los auxilios espirituales.</p> - -<p>Un hilo invisible y magnético une la existencia -de los seres amantes, que viven confundidos por los -vínculos tiernísimos del corazón.</p> - -<p>Y como ha dicho un gran poeta inglés: «Hay más -cosas en el cielo y en la tierra de las que ha soñado la -filosofía.»</p> - -<p>Empeñéme con la mujer cuanto pude, á fin de que -fuera á mi reducto, intentando seducirla con el halago -de los sueldos de su hermano.</p> - -<p>¡Fué en vano!</p> - -<p>El General la despidió, diciéndole que podía velar -la crucecita de su hermano.</p> - -<p>Y después de cambiar algunas palabras conmigo sobre -aquel extraño sueño realizado, filosofando sobre la -vida y la muerte, á mis solas, me volví á mi campo.</p> - -<p>Mandé llamar á Garmendia en el acto, y le relaté -todo lo sucedido.</p> - -<p>Despachamos en seguida emisarios en busca de la -hermana de Gómez.</p> - -<p>Halláronla, pero fué inútil luchar contra su inquebrantable -resolución de no verme, y menos convencerla -de que la crucecita de su hermano no estaba en el cementerio -que ella decía.</p> - -<p>Esa noche hubo un velorio al que asistieron muchos -soldados y mujeres de mi batallón prevenidos por mí.</p> - -<p>Por ellos supe que la hermana de Gómez, siendo yo<span class="pagenum"><a id="Page_72"></a>[Pg 72]</span> -el jefe del 12, me achacaba á mí su muerte, y, asimismo -que en la Esquina tenía algunos medios de vivir, -confirmando todos, por supuesto, que la noticia del fusilamiento -se la dió Dios en sueños.</p> - -<p>Al día siguiente del velorio la mujer desapareció -del ejército, sin que nadie pudiera darme de ella -razón.</p> - -<p>El único mérito que tiene este cuento de fogón, que -aquí concluye, es ser cierto.</p> - -<p>No todas las historias pueden reivindicar ese crédito.</p> - -<p>¿Si será verdad que el público no se ha dormido leyéndolo?</p> - -<p>Á los del fogón les pasaron distintas cosas.</p> - -<p>Cuando yo terminé, unos roncaban, otros (la mayor -parte), dormían.</p> - -<p>Se oían sonar los cencerros de las tropillas; la luna -despedía ya alguna claridad.</p> - -<p>—¡Á caballo, cordobeses!—grité,—¡se acabaron los -cuentos!</p> - -<p>Y todo el mundo se puso en movimiento, y un cuarto -de hora después rumbeábamos en dirección á un oasis -denominado Monte de la Vieja.</p> - -<p>¡Buenas noches! por no decir buenos días, ó salud, -lector paciente.</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_73"></a>[Pg 73]</span></p> - -<h2 class="nobreak">IX</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> - -<p>La Alegre.—En qué rumbo salimos.—¿Los viajes son un placer?—Por -qué se viaja.—Monte de la Vieja.—El alpataco.—El zorro -colgado.—Pollo-helo.—Us-helo.—Qué es aplastarse un caballo.—Coli-Mula.—La -trasnochada.—Precauciones.</p></div> - - -<p>La Alegre, es una laguna de agua dulce, permanente, -cuyo nombre le cuadra muy bien, como que está -situada en un accidente del terreno de cierta elevación, -circunvalada de médanos y arbustos, que suministran -una excelente leña, y de abundante pasto.</p> - -<p>Las cabalgaduras se dieron allí una buena panzada, -que no se les indigestó. ¡Ojalá que á ti y al lector les -sucediera lo mismo con el cuento del cabo Gómez! Si -sucediese lo contrario, me vería en el caso de suprimir -otros que deben venir á su tiempo.</p> - -<p>Nos pusimos en marcha.</p> - -<p>El rumbo, Sur, recto, ó <em>reuto</em>, como dicen los paisanos.</p> - -<p>El camino, ó mejor dicho, la rastrillada, cruzaba -por un campo lleno de chañaritos espinosos. La luna -estaba en su descenso, el cielo nublado, la noche obscura, -de modo que no pudiendo ver con facilidad -los objetos, á cada paso rehuía el caballo la senda por -no espinarse, espinándose el jinete y evitando el cule<span class="pagenum"><a id="Page_74"></a>[Pg 74]</span>breo -del animal que nos durmiéramos profundamente.</p> - -<p>Todos los que viajan, ponderan alguna maravilla, -la que más ha llamado la atención, ó tienen alguna -anécdota favorita, algo que contar, en suma, aunque -más no sea que han estado en París, barniz que no á -todos se les conoce.</p> - -<p>¿Dirás que no es cierto?</p> - -<p>En lo que suelen estar divididas las opiniones de -los <i lang="en" xml:lang="en">tourist</i>, y desde luego las opiniones de los que no -han viajado, que es más fácil coincidir en pareceres -cuando se conocen prácticamente las cosas, es sobre el -capítulo: placer de los viajes.</p> - -<p>Ni todos viajan del mismo modo, ni por las mismas -razones, ni con el mismo resultado.</p> - -<p>Se viaja por gastar el dinero, adquirir un porte y -un aire <i lang="fr" xml:lang="fr">chic</i>, comer y beber bien.</p> - -<p>Se viaja por lucir la mujer propia, y á veces la -ajena.</p> - -<p>Se viaja por instruirse.</p> - -<p>Se viaja por hacerse notable.</p> - -<p>Se viaja por economía.</p> - -<p>Se viaja por huir de los acreedores.</p> - -<p>Se viaja por olvidar.</p> - -<p>Se viaja por no saber qué hacer.</p> - -<p>Vamos, sería inacabable el enumerar todos los motivos -<em>por qué</em> se viaja; como sería inacabable decir -<em>para qué</em> se viaja.</p> - -<p>No olvidemos que estas dos proposiciones, aunque -son muy parecidas, gramaticalmente no significan lo -mismo. Ambas significan causa ó fin; pero <em>para</em> responde -más que <em>por</em> á la idea de efecto.</p> - -<p>Por ejemplo:</p> - -<p>¿No es común ir á Europa por instruirse para olvidar -lo poco que se ha aprendido en la tierra?</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_75"></a>[Pg 75]</span></p> - -<p>¿No suele suceder hacer un viaje <em>por</em> curarse <em>para</em> -morir en el camino?</p> - -<p>Ir <em>por</em> lana <em>para salir</em> trasquilado.</p> - -<p>Madame de Staël dice, que viajar es, digan lo que -quieran, un placer tristísimo.</p> - -<p>Sea de esto lo que fuere, yo digo que viajando por -los campos en noche clara ú obscura, es un placer dormir.</p> - -<p>Por mi parte al tranco, al trote ó al galope, yo -duermo perfectamente. Y no sólo duermo sino que -sueño.</p> - -<p>Cuántas veces un amigo que tengo en Córdoba, -Eloy Ávila, no sorprendió mis sueños, y yendo á la -par mía no me alzó el rebenque.</p> - -<p>Sea de esto lo que fuere, el hecho es que el camino -de la Laguna Alegre al Monte de la Vieja, no permitiendo -dormir á gusto por el inconveniente de los arbustos, -me pareció poco divertido.</p> - -<p>Por fortuna, el terreno era mejor que el de la primera -etapa. El guadal no nos amenazaba á cada paso, -las mulas cargueras no caían y levantaban acá y acullá -como antes de llegar á la Alegre.</p> - -<p>Serían las tres y media de la mañana cuando llegamos -al Monte de la Vieja.</p> - -<p>Amanecía muy tarde, así fué que resolví pasar allí -otro rato.</p> - -<p>¡Desensillar y á la leña! fué el grito de orden.</p> - -<p>El fogón volvió á arder con una rapidez maravillosa.</p> - -<p>Uno de los talentos del gaucho argentino, consiste -en la prontitud con que halla leña y en la asombrosa -facilidad con que hace fuego.</p> - -<p>Ellos hallan leña donde ningún otro la ve, y hacen -fuego en el agua.</p> - -<p>Y á propósito de leña que no se ve, ¿conoces, Santiago, -lo que es el algarrobo <em>alpataco</em>?</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_76"></a>[Pg 76]</span></p> - -<p>Es un arbustito muy pequeño, cuyo desarrollo se hace -subterráneamente, echando raíces gruesísimas que -aunque estén verdes, tienen tanta resina, que arden -como sebo.</p> - -<p>Tú conoces el chañar. Pues así es el <em>alpataco</em>.</p> - -<p>En los campos, al Sud del Río 4.º, particularmente -en los de Sampacho, y en algunos al Sud del Río 5.º, -abunda este arbustito, que más bien parece un algarrobo -común naciente.</p> - -<p>El ojo necesita estar ejercitado para distinguir el -uno del otro.</p> - -<p>¡Se puso un asado!</p> - -<p>Mientras se hacía, habiendo calentado agua en un -verbo, se cebaba mate y se daban sendas cabeceadas.</p> - -<p>En este fogón no hubo cuentos. Hubo hambre y sueño -y algunas órdenes para en cuanto amaneciera.</p> - -<p>Comimos, dormimos, y cuando... iba á decir gorjeaban -las avecillas del monte...</p> - -<p>¡Pero qué, si en la Pampa no hay avecillas!—por -casualidad se ven pájaros, tal cual carancho. Las aves, -excepto las acuáticas, buscan la inmediación de los -poblados.</p> - -<p>Y luego, en Monte de la Vieja no es más que un pequeño -grupo de árboles, no muy viejos, bajo cuyo destruido -ramaje apenas pueden guarecerse unas cuantas personas.</p> - -<p>La luz crepuscular venía anunciando el día en el momento -en que, cumpliendo mis órdenes, se pusieron en -juego todos los asistentes al llamado de Camilo Arias, -un hombre de toda mi confianza, Alférez de Guardia -nacional del Río 4.º, cuya pintura no faltará ocasión -de hacer.</p> - -<p>Era completamente de día cuando dejábamos el -Monte de la Vieja, dirigiéndonos á otro paraje, donde -debía haber leña y agua sobre todo.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_77"></a>[Pg 77]</span></p> - -<p>El rumbo era Sud arriba, ó Sud con algunos grados -de inclinación al Oeste.</p> - -<p>La noche había estado templada, así fué que la mañana -no presentó ninguno de esos fenómenos meteorológicos -que suele ofrecer la Pampa, cuando después de -un rocío abundante ó de una fuerte helada sale el sol -caliente.</p> - -<p>Marchábamos.</p> - -<p>El terreno presenta pocos accidentes; cañadas y cañadones -que se van encadenando, montecitos de pequeños -arbustos quemados aquí, creciendo ó retoñando -allí; salitrales que engañan á la distancia, con su superficie -plateada como la del agua.</p> - -<p>El objetivo á que me dirigía era el Zorro Colgado.</p> - -<p>Por qué se llama así este lugar, es echarse á nadar -buscando un objeto perdido. Probablemente el primer -cristiano que llegó allí halló un zorro colgado por los -indios en algún árbol.</p> - -<p>Seis leguas representan, no andando con apuro, dos -horas y media de camino; contemplando las cabalgaduras -como es debido, en las correrías lejanas, un poco -más.</p> - -<p>Cuando llegamos al Zorro Colgado serían las diez -de la mañana.</p> - -<p>El campo recorrido es muy solo. No tiene bichos ó -<em>aves</em>, como le llaman los paisanos á los venados, peludos, -mulitas, guanacos, etc.</p> - -<p>El Zorro Colgado no estaba, por supuesto.</p> - -<p>Aquel punto es un grupito de árboles, chañares -viejos más altos que corpulentos. Tiene una aguadita -que se seca cuando el año no es lluvioso.</p> - -<p>Allí paramos un rato, lo bastante para que las bestias -de carga que se habían quedado atrás llegaran, y -después de haber bebido bien, seguimos caminando en -el mismo rumbo, hasta llegar á <em>Pollo-helo</em>, que quiere<span class="pagenum"><a id="Page_78"></a>[Pg 78]</span> -decir en lengua ranquelina, Laguna del Pollo, y cuya -pronunciación debe hacerse nasal ó gangosamente, verbigracia, -como si la palabra estuviese escrita así y debieran -sonar todas las letras: <em>Pollonguelo</em>.</p> - -<p>Aquí variamos de rumbo un poco, buscando el Sud -recto, y así seguimos, como legua y media, por un -campo muy guadaloso y pesado, en el que caímos y levantamos -varias veces, lo mismo que las mulas de carga, -hasta llegar á <em>Us-helo</em>, donde hay otro grupo de -árboles, una aguada semejante á la anterior y una -lagunita de agua salobre, pero potable no habiendo -sequía.</p> - -<p>Las cabalgaduras se habían <em>aplastado</em> algo con la -legua y media de guadal.</p> - -<p><em>Aplastarse</em>, es un término del país, que vale más -que fatigarse y menos que cansarse, cuando se quiere -expresar el estado de un caballo.</p> - -<p>Hicimos alto, se hizo fuego, se hizo cama para una -siesta, se descansó, se tomó mate, se durmió y á las cansadas -llegaron las mulas de carga, que habiendo caído -en una cañada mojaron las petacas de los padres -franciscanos.</p> - -<p>Serían las tres cuando nos movimos de aquí en dirección -á <em>Coli-mula</em>, que de la etapa anterior queda -en rumbo Sud.</p> - -<p>Este trayecto es más variado que los demás; el terreno -se quiebra acá y allá en grandes bajíos salitrosos -y en grupos considerables de arbustos crecidos.</p> - -<p>En un inmenso pajonal, sembrado de grandes árboles -diseminados, pillamos un caballo que hacía pocos -días andaba por allí, pues no estaba alzado aún.</p> - -<p>Cuando llegamos á Coli-Mula, que quiere decir mula -colorada, habíamos andado tres leguas.</p> - -<p>No sé por qué se llama así ese paraje. No hay ár<span class="pagenum"><a id="Page_79"></a>[Pg 79]</span>boles. -Es una linda lagunita circular, de agua excelente -y abundante que dura mucho.</p> - -<p>Resolví descansar allí hasta las nueve de la noche, -y adelantar dos hombres.</p> - -<p>El cielo comenzaba á fruncir el ceño, una barra negra -se dibujaba en el horizonte hacia el lado del Poniente, -el sol brillaba poco.</p> - -<p>Íbamos á tener viento ó agua.</p> - -<p>Llamé al cabo Guzmán, magnífico tipo criollo, y -al indio Angelito, escribí algunas cartas, les di mis -instrucciones y los despaché después de asegurarme de -que habían entendido bien.</p> - -<p>Llevaban encargo especial de llegar á las tolderías -del cacique Ramón, que son las primeras y de decirle -que pasaría de largo por ellas, no sabiendo si al cacique -Mariano le parecería bien que visitase primero -á uno de sus subalternos y que al regreso lo haría.</p> - -<p>Partieron los chasquis.</p> - -<p>Mientras yo tomaba las antedichas disposiciones, -otros se ocupaban en hacer un buen fogón, preparándonos -para la trasnochada.</p> - -<p>Los chasquis no se habían perdido de vista aún, -cuando frescas y recias ráfagas de viento comenzaron -á augurar la inevitable proximidad de la tormenta.</p> - -<p>El cielo se puso negro.</p> - -<p>La experiencia nos dijo que debíamos renunciar al -fogón y al asado y prepararnos para una noche toledana -por no decir pampeana.</p> - -<p>El viento arreció, gruesas gotas de agua comenzaron -á caer, la noche avanzaba, ó mejor dicho, se anticipaba -con rapidez.</p> - -<p>Pronto estuvimos envueltos en una completa obscuridad.</p> - -<p>Llovía á cántaros, silbaba el viento, eléctricos fulgores -resplandecían en el cielo á distancias incon<span class="pagenum"><a id="Page_80"></a>[Pg 80]</span>mensurables, -haciendo llegar hasta nuestros oídos el -ruido sordo del rayo.</p> - -<p>Las tropillas se habían agrupado, daban las ancas -al viento y permanecían inmóviles.</p> - -<p>Cada cual se había acurrucado lo mejor posible, -y con maña procuraba mojarse lo menos posible. No -teníamos siquiera dónde hacer espalda, ni era posible -conversar, porque el ruido de la lluvia, que caía -á torrentes, ahogaba las palabras que salían de debajo -de los ponchos ó capotes con que estábamos cubiertos -hasta la cabeza.</p> - -<p>Durante dos horas llovió sin cesar, cayendo el agua -á plomo.</p> - -<p>Cuando las intermitencias del aguacero lo permitían, -yo cambiaba algunas palabras con Camilo Arias, -que estaba casi pegado á mi lado.</p> - -<p>En una de esas pláticas diluvianas, le dije así:</p> - -<p>—Puede ser que los indios me maten, es difícil; -pero no lo es que quieran retenerme, con la ilusión de -un gran rescate. En este caso, es preciso que el General -Arredondo lo sepa sin demora. Prevén á los muchachos—eran -éstos cinco hombres especiales,—mis baqueanos -de confianza.</p> - -<p>Será señal de que <em>ando mal</em>, que no tenga en el cuello -este pañuelo.</p> - -<p>Era un pañuelo de seda de la India, colorado, que -siempre uso en el campo debajo del sombrero por el -sol y la tierra.</p> - -<p>Puede, sin embargo suceder, que tenga que regalar -el pañuelo. En este caso la señal será que me vean -con la <em>pera trenzada</em>.</p> - -<p>No comuniques esto más que á los <em>muchachos</em>. Y -cuando lleguemos á las tolderías no te acerques á hablar -conmigo jamás. Sírvete de un intermediario.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_81"></a>[Pg 81]</span></p> - -<p>Camilo es como un árabe, habla poco; sabe que la -palabra es plata y el silencio oro, contestó sólo:</p> - -<p>—Está bien, señor.</p> - -<p>Y yo me quedé seguro de que me había entendido y -rumiando: algún mosquetero llegará á Londres y hablará -con Buckingham.</p> - -<p>Ya verás después qué caso extraordinario sucedió -con mi pera. (Te prevengo que estoy hablando de la -barba).</p> - -<p>Y como sigue lloviendo y estoy mojado hasta la camisa, -me despido hasta mañana.</p> - - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_82"></a>[Pg 82]<br /><a id="Page_83"></a>[Pg 83]</span></p> -<h2 class="nobreak">X</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> - -<p>No es posible seguir la marcha.—Civilización y barbarie.—En -qué consiste la primera.—Reflexiones sobre este tópico.—En -marcha.—Manera de cambiar de perspectiva sin salir de un -mismo lugar.—Asombroso adelanto de estas tierras.—Ralico.—Tremencó.—Médano -del Cuero.—El Cuero.—Sus campos.</p></div> - - -<p>El hombre propone y Dios dispone.</p> - -<p>Fué imposible seguir la marcha á las nueve.</p> - -<p>La lluvia cesó á las cuatro horas; pero el cielo quedó -encapotado, amenazando volver á desplomarse, el -aquilón continuó rugiendo y los relámpagos serpenteando -en el cielo por los espacios sin fin.</p> - -<p>Pensé en que la gente masticara. ¡Arriba! grité, ¡vamos, -pronto, hagan un buen fuego, pongan un asado -y una pava de agua!</p> - -<p>Los asistentes salieron de sus guaridas y un momento -después chisporroteaba el verde y resinoso chañar.</p> - -<p>El asado se hacía, el agua hervía, unos cuantos rodeaban -el fuego, calentándose, secándose sus trapitos, -mirando al cielo y haciendo cálculos sobre si volvería -á llover ó no.</p> - -<p>El fogón estaba hecho y en regla, porque de su -centro se elevaban grandes y relumbrosas llamaradas.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_84"></a>[Pg 84]</span></p> - -<p>Era imposible resistirle. Más fácil habría sido que -una mujer pasara por delante de un espejo sin darse -la inefable satisfacción platónica de mirarse.</p> - -<p>Abandoné la postura en que me había colocado y -permanecido tanto rato, y me acerqué á él.</p> - -<p>Me dieron un mate.</p> - -<p>Los buenos franciscanos intentaban dormir rendidos -por la fatiga del día y de la noche anterior,—que -quien no está hecho á bragas, las costuras le hacen -llagas.</p> - -<p>Haciendo uso de la familiaridad y confianza que con -ellos tenía, les obligué á levantarse y á que ocuparan -un puesto en la rueda del fogón.</p> - -<p>Apuramos el asado, desparramamos brasas, lo extendimos -y no tardó en estar.</p> - -<p>Mientras estuvo nos secamos.</p> - -<p>Comimos bien, hicimos camas con alguna dificultad; -porque todo estaba anegado y las <em>pilchas</em> muy -mojadas y nos acostamos á dormir.</p> - -<p>Dormimos perfectamente. ¡Qué bien se duerme en -cualquier parte cuando el cuerpo está fatigado!</p> - -<p>Si los que esa noche se revolvían en el elástico y -mullido lecho agitados por el insomnio, nos hubieran -oído roncar en los albardones de Coli-Mula, ¡qué envidia -no les hubiéramos dado!</p> - -<p>Es indudable que la civilización tiene sus ventajas -sobre la barbarie; pero no tantas como aseguran -los que se dicen civilizados.</p> - -<p>La civilización consiste, si yo me hago una idea exacta -de ella, en varias cosas.</p> - -<p>En usar cuellos de papel, que son los más económicos, -botas de charol y guantes de cabritilla. En que -haya muchos médicos y muchos enfermos, muchos -abogados y muchos pleitos, muchos soldados y muchas -guerras, muchos ricos y muchos pobres. En que se<span class="pagenum"><a id="Page_85"></a>[Pg 85]</span> -impriman muchos periódicos y circulen muchas mentiras. -En que se edifiquen muchas casas, con muchas -piezas y muy pocas comodidades. En que funcione un -gobierno compuesto de muchas personas como Presidente, -Ministros, Congresales, y en que se gobierne lo -menos posible. En que haya muchísimos hoteles y todos -muy malos y todos muy caros.</p> - -<p>Verbigracia, como uno en que yo paré la última -noche que dormí en el Rosario—que intenté dormir, para -ser más verídico.</p> - -<p>Son precisamente las camas de ese hotel, las que -me han sugerido estas reflexiones tan vulgares.</p> - -<p>¡Ah! en aquellas camas había de cuanto Dios crió -el quinto día, que si mal no recuerdo, fueron: «los animales -domésticos, según su especie y los reptiles de la -tierra, según su especie».</p> - -<p>Todo lo cual, según afirma el Génesis, el Supremo -Hacedor vió que era bueno, aunque es cosa que no me -entra á mí en la cabeza, que los animales domésticos -del referido hotel del Rosario hayan jamás sido cosa -buena; y menos la noche en que yo estuve en él, en -que juraría, á fe de cristiano, que me parecieron algo -más que cosa mala, cosa malísima, tan insoportable -que me creo en la obligación de preguntar:</p> - -<p>¿No tiene la civilización el deber de hacer que se -supriman esas cosas, que pudieron ser buenas al principio -del mundo, pero que pueden ser puestas en duda -en un siglo en que tenemos cosas tan buenas como -las del Orión?</p> - -<p>¿Qué hacen los gobiernos entonces?</p> - -<p>¿No nos dice la civilización todos los días en grandes -letras que el gobierno es para el pueblo?</p> - -<p>¿Que en lugar de invertir los dineros públicos en -torpes guerras debe aplicarlos á mejorar la condición -del pueblo?</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_86"></a>[Pg 86]</span></p> - -<p>¿No hay inspectores de puentes y caminos, inspectores -de aduanas, inspectores de fronteras, inspectores -de escuelas, inspectores de todo, y así va ello?</p> - -<p>¿Pues, y por qué no ha de haber inspectores de hoteles?</p> - -<p>¿Acaso no se relacionan estos establecimientos muy -íntimamente con la salud pública?</p> - -<p>¿No se albergan en ellos, el cólera, la fiebre amarilla -y tantas otras cosas que Dios crió el quinto día, -y que en su atraso inocente y primitivo, creyó que eran -buenas y que así las legó en herencia á la desagradecida -humanidad?</p> - -<p>¿Se cree que faltarían inspectores de hoteles?</p> - -<p>Provéase el cargo por oposición, previo examen de -conocimientos, aptitudes, moralidad, estado fisiológico -de los candidatos y se verá, sin tardanza, que sobra -patriotismo en el país.</p> - -<p>No digo pagando bien el empleo, que es el modo -más eficaz de salvar la moral administrativa, y el medio -más seguro, sobre todo, de que abunden impetrantes.</p> - -<p>Cualquiera remuneración que se ofreciese bastaría.</p> - -<p>Hay en el país, felizmente, el convencimiento de -que todos deben tributarle á la patria abnegación, -tiempo, sangre, alma y vida.</p> - -<p>Esta gran conquista, es debida á la educación oficial -dada por los buenos gobiernos que hemos tenido, -á la Guardia nacional.</p> - -<p>Ella ha hecho todo—guerras interiores, guerras de -frontera, guerras exteriores.</p> - -<p>Decididamente la civilización es, de todas las invenciones -modernas, una de las más útiles al bienestar y -á los progresos del hombre.</p> - -<p>Empero mientras los gobiernos no pongan remedio á -ciertos males, yo continuaré creyendo en nombre de mi<span class="pagenum"><a id="Page_87"></a>[Pg 87]</span> -escasa experiencia, que mejor se duerme en la calle ó -en la Pampa que en algunos hoteles.</p> - -<p>Sonaban los cencerros de las tropillas; cada cual se -preparaba para subir á caballo, habiendo olvidado sus -penas alrededor del fogón:</p> - - -<div class="poetry-container pw15"> -<div class="poetry"> -<p>«Y en el Oriente nubloso<br /> -La luz apenas rayando,<br /> -Iba el campo tapizando<br /> -De claro oscuro verdor.»</p> -</div> -</div> - -<p>Galopábamos, aprovechando la fresca de la mañana, -y á la derecha en lontananza se veían ya los primeros -montes de Tierra Adentro.</p> - -<p>Me proponía llegar al Cuero temprano.</p> - -<p>Apenas salimos de Coli-Mula comprendí que no lo -conseguiría.</p> - -<p>El campo estaba cubierto de agua, y quebrándose en -altos médanos, en cañadas profundas y guadalosas nos -obligaba á marchar despacio.</p> - -<p>Los caballos hubieran soportado bien una marcha -acelerada; las mulas no.</p> - -<p>Y, sin embargo, por muy despacio que anduve se -quedaron atrás, porque á cada rato se caían con las -cargas y había que perder tiempo en enderezarlas.</p> - -<p>Más allá de un lugar en el que hay agua y leña, -y cuyo nombre es Ralico, el terreno se dobla sensiblemente -formando varios médanos elevados, y es de -allí de donde se divisan ya los montes del Cuero.</p> - -<p>Los campos comienzan á cambiar de fisonomía y -la vista no se cansa tanto espaciándose por la sabana -inmensa del desierto solitario, triste, imponente, pero monótona -como el mar en calma.</p> - -<p>Sin contrastes, hay existencia, no hay vida.</p> - -<p>Vivir es sufrir y gozar, aborrecer y amar, creer y dudar, -cambiar de perspectiva física y moral.</p> - -<p>Esta necesidad es tan grande, que cuando yo estaba<span class="pagenum"><a id="Page_88"></a>[Pg 88]</span> -en el Paraguay, Santiago amigo, voy á decirte lo que -solía hacer,—cansado de contemplar desde mi reducto -de Tuyutí todos los días la misma cosa; las mismas -trincheras paraguayas, los mismos bosques, los mismos -esteros, los mismos centinelas; ¿sabes lo que hacía?</p> - -<p>Me subía al merlón de la batería, daba la espalda -al enemigo, me abría de piernas, formaba una curva -con el cuerpo y mirando al frente por entre aquéllas, -me quedaba un instante contemplando los objetos al -revés.</p> - -<p>Es un efecto curioso para la visual, y un recurso al -que te aconsejo recurras cuando te fastidies ó te canses -de la igualdad de la vida, en esa vieja Europa que -se cree joven, que se cree adelantada y vive en la -ignorancia, siendo prueba incontestable de ello, como -diría Teófilo Gauthier, que todavía no ha podido inventar -un nuevo gas para reemplazar el Sol.</p> - -<p>La América, ó mejor dicho, los <em>americanos</em> (del Norte) -la van á dejar atrás si se descuida.</p> - -<p>Por lo pronto, nosotros vamos resolviendo los problemas -sociales más difíciles—degollándonos,—y las -teorías y las cifras de Malthus sobre el crecimiento de -la población no nos alarman un minuto.</p> - -<p>Tenemos grandes empíricos de la política, que todos -los días nos prueban, que el dolor puede ser no sólo -un anestésico, sino un remedio; que las tiranías y -la guerra civil son necesarias, porque su consecuencia -inevitable, fatal, es la libertad.</p> - -<p>Esto te lo demuestran en cuatro palabras y con espantosa -claridad, al extremo que nuestra juventud tiene -ya sus axiomas políticos de los que no apea, creyendo -en ellos á pie juntillas, y demostrándolos prematuramente -á su vez por A. B.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_89"></a>[Pg 89]</span></p> - -<p>Te asombrarías, si volvieses á estas tierras lejanas -y vieras lo que hemos adelantado.</p> - -<p>Buscarías inútilmente el molino de viento; el pino -de la quinta de Guido se ha escapado por milagro. La -civilización y la libertad han arrasado todo.</p> - -<p>El Paraguay no existe. La última estadística después -de la guerra arroja la cifra de ciento cuarenta -mil mujeres y catorce mil hombres.</p> - -<p>Esta grande obra la hemos realizado con el Brasil. -Entre los dos lo hemos mandado á López á la <em>difuntería</em>.</p> - -<p>¿No te parece, que no es tan poco hacer en tan poco -tiempo?</p> - -<p>Ahora la hemos emprendido con Entre Ríos, donde -López Jordán se encargó de despacharlo á Urquiza.</p> - -<p>Todos, todos han sentido su muerte muchísimo.</p> - -<p>De esta guerrita, en la que nos ha metido la fatalidad -histórica, nos consolamos, pensando en que se -acabará pronto, y en que como el Entre Ríos estaba -muy rico, le hacía falta conocer la pobreza.</p> - -<p>La letra con sangre entra.</p> - -<p>Es el principio del dolor fecundo.</p> - -<p>Te hablo y te cuento estas cosas, porque vienen á -pelo. Y no tan á humo de paja, pues, más adelante verás -que ellas se relacionan bastante, más de lo que -parece, con los indios.</p> - -<p>¿No hay quien sostiene que es mejor exterminarlos -en vez de cristianizarlos, civilizarlos y utilizar sus -brazos para la industria, el trabajo y la defensa común, -ya que tanto se grita de que estamos amenazados -por el exceso de inmigración espontánea?</p> - -<p>Sigamos caminando...</p> - -<p>Pasando los médanos de Ralico, se llega á la aguada -de Tremencó. Son dos lagunas, una de agua dulce, -la otra de agua salada. Ambas suelen secarse.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_90"></a>[Pg 90]</span></p> - -<p>De Tremencó se pasa al Médano del Cuero.</p> - -<p>De allí al Cuero mismo hay dos leguas.</p> - -<p>Esta laguna tendrá unos cien metros de diámetro. -Su agua es excelente, y durante las mayores sequías -allí pueden abrevar su sed muchísimos animales, sin -más trabajo que cavar las vertientes del lado del Sur.</p> - -<p>En la Laguna del Cuero ha vivido mucho tiempo el -famoso indio Blanco, azote de las fronteras de Córdoba -y San Luis; terror de los caminantes, de los arrieros -y troperos.</p> - -<p>Ya te contaré cómo lo eché yo del Cuero con unos -cuantos gauchos, sin cuya circunstancia me habría encontrado -con él en sus antiguos dominios.</p> - -<p>Este episodio tiene su interés social, y les hará conocer -á muchos que no salen de los barrios cultos de -Buenos Aires, lo que es nuestra Patria amada, en la -que hay de todo y para todo; un negro que mate una -familia entera por venganza y por amor, y un blanco -que mate un gobernador también por amor á la libertad, -después de haber sostenido con su brazo viril la -tiranía.</p> - -<p>Mientras tanto, te diré que los campos entre el Río -5.º y el Cuero son diferentes. Ricos pastos abundantes -y variados; gramilla, porotillo, trébol, cuanto se -quiera. Agua inagotable, leña, montes inmensos.</p> - -<p>Un estanciero entendido y laborioso allí haría fortuna -en pocos años.</p> - -<p>Pero del Cuero á Río 5.º hay treinta leguas.</p> - -<p>Que le pongan cascabel al gato. De allí á los primeros -toldos permanentes, hay otras treinta leguas, y los -indios andan siempre boleando por el Cuero.</p> - -<p>Estoy esperando las mulas que se han quedado -atrás, y reflexionando en la costa de la laguna si -el gran ferrocarril proyectado entre Buenos Aires y la -Cordillera no sería mejor traerlo por aquí.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_91"></a>[Pg 91]</span></p> - -<p>No vayas á creer que los indios ignoran este pensamiento.</p> - -<p>También ellos reciben y leen <cite>La Tribuna</cite>.</p> - -<p>¿Te ríes, Santiago?</p> - -<p>Tiempo al tiempo.</p> - - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_92"></a>[Pg 92]<br /><a id="Page_93"></a>[Pg 93]</span></p> -<h2 class="nobreak">XI</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> - -<p>Quién había andado por Ralico.—Los rastreadores.—Talento de -uno del 12 de línea.—Se descubre quién había andado por -Ralico.—Cuántos caminos salen del Cuero.—El General Emilio -Mitre no pudo llegar allí.—Su error estratégico.</p></div> - - -<p>Debo á la fidelidad del relato consignar un detalle -antes de proseguir.</p> - -<p>En Ralico hallamos un rastro casi fresco. ¿Quién -podía haber andado por allí á esas horas, con seis caballos, -arreando cuatro, montando dos?</p> - -<p>Solamente el cabo Guzmán y el indio Angelito,—los -chasques que yo adelanté acto continuo de llegar á Coli-Mula.</p> - -<p>Los soldados no tardaron en tener la seguridad de -ello. Fijando en las pisadas un instante su ojo experto, -cuya penetración raya á veces en lo maravilloso, -empezaron á decir con la mayor naturalidad, como -nosotros cuando yendo con otros reconocemos en la -distancia ciertos amigos: ché ahí va el gateado, ahí va -el zarco, ahí va el obscuro chapino.</p> - -<p>Los rastreadores más eximios son los sanjuaninos y -los riojanos.</p> - -<p>En el batallón 12 de línea hay uno de estos últimos, -que fué <em>rastreador</em> del General Arredondo durante la<span class="pagenum"><a id="Page_94"></a>[Pg 94]</span> -guerra del Chacho, tan hábil, que no sólo reconoce por -la pisada si el animal que lo ha dejado es gordo ó flaco, -sino si es tuerto ó no.</p> - -<p>Era indudable que la tormenta había impedido que -los chasques continuaran su camino, que habían dormido -en Ralico; y que sólo me llevaban un par de horas -de ventaja.</p> - -<p>Si no se apuraban, ó si por apurarse demasiado fatigaban -los caballos, íbamos á llegar á las tolderías del -Rincón, que así se llaman las primeras, casi al mismo -tiempo.</p> - -<p>Á cada criatura le ha dado Dios su instinto, su pensamiento, -su acento, su alma, su carácter, por fin. Confieso -que este incidente me contrarió sobremanera.</p> - -<p>Ó les daba tiempo á los chasques para que su comisión -surtiera efecto, deteniéndome un día en el camino, -ó seguía mi viaje sin curarme de ellos corriendo -el riesgo de llegar primero.</p> - -<p>Es de advertir que del Cuero salen dos caminos.</p> - -<p>Uno va por Lonco-uaca—<em>lonco</em> quiere decir cabeza y -<em>uaca</em> vaca,—y otro por Bayo-manco que al ocuparme de -la laguna ranquelina se verá lo que quiere decir.</p> - -<p>Estos dos caminos se reunen en Utatriquin, y de allí -la rastrillada sigue sin bifurcarse hasta la Laguna -Verde.</p> - -<p>El camino de Lonco-uaca da una pequeña vuelta. -Pero tiene sobre el Bayo-manco la ventaja de que en -él no falta jamás agua, mientras que en el otro no se -halla sino cuando el año no está de sequía.</p> - -<p>Por cual de los dos caminos habían tomado los chasques, -ésa era la cuestión.</p> - -<p>Los bañados del Cuero no permitirían saberlo; los -hallaríamos anegados.</p> - -<p>Disimulando mi contrariedad, y pensando en lo que -haría, si mis conjeturas se realizaban, es decir, si no<span class="pagenum"><a id="Page_95"></a>[Pg 95]</span> -podíamos tomarles el rastro á los heraldos, llegué al -Cuero.</p> - -<p>Allí nos quedamos ayer esperando las mulas, Santiago -amigo.</p> - -<p>Te cumpliré, pues, cuanto antes mi oferta para poder -seguir viaje, y al llegar hoy siquiera á Laquinhan, -que es donde me propongo dormir.</p> - -<p>Estamos á orillas del Cuero, del famoso Cuero, -adonde no pudo llegar el general Emilio Mitre, cuando -su expedición, por ignorancia del terreno, costándole -esto el desastre sufrido. Y, sin embargo, llegó á -Chamalcó, y de allí contramarchó dejando el Cuero -seis leguas al Norte.</p> - -<p>Es verdad que el General buscaba también la Amarga -en su marcha de retroceso, creyendo en las anotaciones -de las malas cartas geográficas que circulan con -la Amarga pintada como una gran laguna, siendo así -que no es sino un inmenso cañadón.</p> - -<p>Son los desagües del Río 5.º, ya sabes, y lo más parecido -que puedo indicarte son los desagües del Río -4.º, ó sean los cañadores de Lobay.</p> - -<p>Como tú eres uno de los amigos de la República Argentina -que más se interesa en ella, que más se ha -preocupado de sus grandes problemas, estudiando la -cuestión fronteras é indios con una constancia envidiable, -te diré en lo que consistió el error estratégico -principal del General Mitre.</p> - -<p>El General llegó á Witalobo, lugar muy conocido -donde he estado yo.</p> - -<p>Son dos médanos que forman un portezuelo. Hay -en ellos alfalfa, y de ahí vino la denominación, que -entonces le dieron, el de médano de la alfalfa, creyendo -haber hecho un descubrimiento.</p> - -<p>No puedo decirte con exactitud en qué latitud y -longitud queda este punto.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_96"></a>[Pg 96]</span></p> - -<p>Sin embargo, para que formes juicio más cabalmente, -te diré que queda en la derecera Sur de la Carlota.</p> - -<p>El Cuero queda de Witalobo al Poniente con una -inclinación al Sur, de pocos grados.</p> - -<p>En Witalobo hay una encrucijada de caminos—uno -de travesía que va al Cuero, raramente frecuentado por -los indios,—y otro conocido por camino de las Tres Lagunas -que va á las tolderías de Trenel.</p> - -<p>En lugar de tomar este último camino que rumbea -al Sur, el General tomó otro, y abandonado á un mal -baqueano y sin nociones gráficas, ni ideales del terreno, -no pudo corregir sus equivocaciones.</p> - -<p>En Chamalcó se notan aún los rastros y vestigios -dejados por la columna expedicionaria.</p> - -<p>La laguna del Cuero está situada en un gran bajo. -Á pocas cuadras de allí el terreno se dobla exabrupto, -y sobre médanos elevados comienzan los grandes bosques -del desierto, ó lo que propiamente hablando se -llama Tierra Adentro.</p> - -<p>Los que han hecho la pintura de la Pampa, suponiéndola -en toda su inmensidad una vasta llanura; -¡en qué errores descriptivos han incurrido!</p> - -<p>Poetas y hombres de ciencia, todos se han equivocado. -El paisaje ideal de la Pampa, que yo llamaría, -para ser más exacto, pampas, en plural, y el paisaje -real, son dos perspectivas completamente distintas.</p> - -<p>Vivimos en la ignorancia hasta de la fisonomía de -nuestra Patria.</p> - -<p>Poetas distinguidos, historiadores, han cantado al -ombú y al cardo de la Pampa.</p> - -<p>¿Qué ombúes hay en la Pampa, qué cardales hay -en la Pampa?</p> - -<p>¿Son acaso oriundos de América, de estas zonas?</p> - -<p>¿Quién que haya vivido algún tiempo en el campo, -hablando mejor, quién que haya recorrido los campos<span class="pagenum"><a id="Page_97"></a>[Pg 97]</span> -con espíritu observador, no ha notado que el ombú indica -siempre una casa habitada, ó una población que -fué; que el cardo no se halla sino en ciertos lugares, -como que fué sembrado por los jesuitas, habiéndose -propagado después?</p> - -<p>Estos montes del Cuero se extienden por muchísimas -leguas de Norte á Sur y de Naciente á Poniente; -llegan al Río Chalileo, lo cruzan, y con estas interrupciones -van á dar hasta el pie de la Cordillera de los -Andes.</p> - -<p>Á la orilla de ellos vivía el indio Blanco, que no es -ni cacique, ni capitanejo, sino lo que los indios llaman -<em>indio gaucho</em>. Es decir, un indio sin ley, ni sujeción -á nadie, á ningún cacique mayor, ni menos, á ningún -capitanejo; que campea por sus respetos; que es aliado -unas veces de los otros, otras enemigo; que unas -veces anda á monte, que otras se <em>arrima</em> á la toldería -de un cacique, que unas anda por los campos <em>maloqueando</em>, -invadiendo meses enteros seguidos; otras por -Chile comerciando, como ha sucedido últimamente.</p> - -<p>Toda la fuerza de este indio, temido como ninguno -en las fronteras de Córdoba y de San Luis, y -tan baqueano de ellas como de las demás, se componía -en la época á que voy á referirme, de unos ocho ó -diez compañeros de averías.</p> - -<p>Con ellos invadía generalmente agregándose algunas -veces á los grandes malones.</p> - -<p>Como en aquel entonces los campos al Sur del Río -5.º y del Río 4.º eran una misma cosa—dominio de los -indios,—las invasiones se sucedían semanalmente, día -de por medio, y hasta diariamente.</p> - -<p>El héroe de estas hazañas era, por lo común, el indio -Blanco.</p> - -<p>El camino del Río 4.º á Achiras, fué cien veces campo -de sus robos y crueldades.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_98"></a>[Pg 98]</span></p> - -<p>Á mi llegada al Río 4.º era imposible dejar de hablar -del indio Blanco; porque, ¿adónde se iba que no -oyera uno mentar los estragos de sus depredaciones?</p> - -<p>¿Quién no lamentaba sus ganados robados, lloraba -algún deudo muerto ó cautivo?</p> - -<p>El tal indio tenía un prestigio terrible.</p> - -<p>Yo era, de consiguiente, su rival.</p> - -<p>Me propuse, antes de avanzar la frontera, desalojarlo -del Cuero, incomodarlo, alarmarlo, robarlo, cualquier -cosa por el estilo.</p> - -<p>Pero no quería hacer esta campaña con soldados. -La disciplina suele tener los inconvenientes de sus -ventajas.</p> - -<p>Busqué un contrafuego, acordándome de la máxima -de los grandes capitanes: al enemigo batirlo con sus -mismas armas.</p> - -<p>Le escribí á mi amigo don Pastor Hernández, comandante -militar del Departamento del Río 4.º, hombre -tan penetrante como laborioso y constante—que necesitaba -conchabar media docena de pícaros, siendo de -advertir que prefería la destreza á la audacia, en una -palabra, ladrones.</p> - -<p>Hernández no se hizo esperar. Á los pocos días presentáronse -seis conciudadanos de la falda de la Sierra, -con una carta, y encabezándolos uno, denominado el -<em>Cautivo</em>.</p> - -<p>Los fariseos que crucificaron á Cristo no podían tener -unas fachas de forajidos más completa.</p> - -<p>Sus vestidos eran andrajosos, sus caras torvas, todos -encogidos y con la pata en el suelo, necesitábase -estar animado del sentimiento del bien público para -resolverse á tratar con ellos.</p> - -<p>Entraron donde yo estaba.</p> - -<p>Queriendo hacer un estudio social les ofrecí asiento.<span class="pagenum"><a id="Page_99"></a>[Pg 99]</span> -Me costó conseguir que lo aceptaran; pero instando -conseguí que se sentaran.</p> - -<p>Lo hicieron poniendo cada cual su sombrero en el -suelo al lado de la silla.</p> - -<p>Agacharon todos la cabeza.</p> - -<p>Inicié la conferencia con ciertas preguntas como:—¿Cómo -te llamas, de dónde eres, en qué trabajas, has -sido soldado, cuántas muertes has hecho?</p> - -<p>Y luego que la confianza se estableció, proseguí:</p> - -<p>—Conque ¿quieren ustedes conchabarse?</p> - -<p>—Como usía quiera—contestó el <em>Cautivo</em>, con esa tonada -cordobesa, que consiste en un pequeño secreto, -(como lo puede ver el curioso lector ó lectora) en cargar -la pronunciación sobre las letras acentuadas y prolongar -lo más posible la vocal ó primera sílaba.</p> - -<p>En haciendo esto ya es uno cordobés. No hay más -que ensayarlo.</p> - -<p>—Ustedes son hombres gauchos, por supuesto.</p> - -<p>—¿Cómo no, señor?</p> - -<p>—¿Entienden de todo trabajo?</p> - -<p>—De cuanto quiera.</p> - -<p>—¿Y cuánto ganan?</p> - -<p>—Á según usía.</p> - -<p>—¿Ganan más de ocho pesos mensuales?</p> - -<p>—No, señor.</p> - -<p>—Pues yo les voy á pagar diez; les voy á dar comida, -ropa y caballos.</p> - -<p>—Como usía guste.</p> - -<p>—Sí; pero es que yo los conchabo para robar.</p> - -<p>—¿Y cómo ha de ser, pues?</p> - -<p>—Iremos ánde nos mande—dijeron varios á una.</p> - -<p>—¡Hum! ¿Y se animarán?</p> - -<p>—Y cómo no, señor usía.</p> - -<p>—Bueno; es para robarles á los indios.</p> - -<p>¡Nadie contestó!</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_100"></a>[Pg 100]</span></p> - -<p>Y ahí está el país, la causa de la montonera y otras -yerbas.</p> - -<p>El Coronel los conchababa para robar; para robarle -al lucero del alba que fuera. No había inconveniente. -Estaban prontos y resueltos á todo, á derramar su sangre, -á jugar la vida. Lo mismo había sido ofrecerles -diez pesos y todo lo demás, que lo que ganaban honradamente.</p> - -<p>Obedecían á una predisposición, á una educación, á -las seducciones del caudillaje bárbaro y turbulento. -Quizá se decían interiormente: ¡Éste sí que es un Coronel, -y lindo!</p> - -<p>Mas se trató de los indios, de los mismos que no -hacía muchos meses asolaban su propio hogar, y las -disposiciones cambiaron con la rapidez del relámpago.</p> - -<p>¿Era miedo? ¿Qué era?</p> - -<p>No, no era miedo.</p> - -<p>Nuestra raza es valiente y resuelta; no es el temor -de la muerte lo que contiene al gaucho á veces.</p> - -<p>Yo he visto á uno de ellos discurrir como un filósofo -en el momento de llevarlos á fusilar.</p> - -<p>Era un sargento: el sacerdote le instaba á confesarse, -no quería hacerlo.</p> - -<p>—¿Que no temes á la muerte?</p> - -<p>—Padre—contestó con marcada expresión,—la muerte -es un salto que uno da á obscuras sin saber dónde -va á caer.</p> - -<p>Fué esto en Chascomús.</p> - -<p>¿Y, qué detenía entonces á los <em>Voluntarios de la -Pampa</em>, que así se llamaron al fin; qué los arredraba?</p> - -<p>¡Ah! es triste decirlo. Pero es verdad, y hay que -decirlo, para enseñanza de las jóvenes generaciones -en cuyas manos está el porvenir, las que nos salvarán -á nosotros, aspirantes de la intolerancia y del odio,<span class="pagenum"><a id="Page_101"></a>[Pg 101]</span> -enanos del patriotismo que recompensa bien, ¡héroes -del siglo de oro!</p> - -<p>Era la ausencia completa del sentimiento del deber,—el -horror de toda disciplina.</p> - -<p>Ellos tenían bastante sagacidad para comprender -que yendo á robarle á cualquiera, por mi orden, yo me -hacía su cómplice.</p> - -<p>Yendo á robarles á los indios, el juego cambiaba -de aspecto; tenían que ir como soldados. Llegaron -tal vez á imaginarse que era una jugada mía para reclutarlos.</p> - -<p>Lo comprendí así.</p> - -<p>Estuve dispuesto á despacharlos. Pero ya estaban -allí.</p> - -<p>Les hice entender que eran hombres libres; que podían -conchabarse ó no; que nadie les obligaba; que -podían retirarse si querían.</p> - -<p>Se convencieron de que no había en el conchabo más -riesgos que el de la vida, y se arregló todo.</p> - -<p>Les di buenos caballos, los vestí, les di carabinas -de las que hicieron <em>recortados</em> y una lata de caballería -para llevar entre las caronas.</p> - -<p>Y partieron...</p> - -<p>Mis órdenes eran robarle al indio Blanco.</p> - -<p>El <em>Cautivo</em> era baqueano del Cuero.</p> - -<p>Lo que trabajasen sería para ellos.</p> - -<p>Volvieron con <em>algo</em>. No se trabaja y se expone el -cuero sin provecho, discurren los menos calculadores.</p> - -<p>Se repitió la excursión, tres veces más, hasta que -el indio Blanco se alejó. Él no podía calcular detrás -de los voluntarios de la Pampa cuántos más iban.</p> - -<p>Confieso que al mandar aquellos diablos á una correría -tan azarosa me hice esta reflexión: si los pescan ó -los matan poco se pierde.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_102"></a>[Pg 102]</span></p> - -<p>Fué una de las causas que me hizo no recurrir á los -pobres soldados.</p> - -<p>Los <em>Voluntarios de la Pampa</em> acabaron por hacerme -á mí un robo.</p> - -<p>Los tomé y por todo castigo les dije, devolviéndoselos -á Hernández:</p> - -<p>—¿Qué les he de hacer? Ya sabía que eran ustedes -ladrones.</p> - -<p>No se juega mucho tiempo con fuego sin quemarse.</p> - -<p>Han llegado las mulas.</p> - -<p>Es cosa resuelta que hoy no duermo donde quería.</p> - -<p>Llegaremos mañana.</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_103"></a>[Pg 103]</span></p> - -<h2 class="nobreak">XII</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> - -<p>Por dónde habían ido los chasques.—Entrada á los montes.—Derechos -de piso y agua.—Recomendaciones.—Despacho de -algunas tropillas para el Río 5.º—Los montes.—Impresiones -filosóficas.—Utatriquin.—El cuento del arriero.</p></div> - - -<p>Antes de ponerme en marcha resolví dejar las mulas -atrás. Caminaban sumamente despacio por lo mucho -que había llovido y era un martirio para los franciscanos -seguirlas al tranco; el padre Moisés no es tan -maturrango, pero el padre Marcos no hallaba postura -cómoda.</p> - -<p>Contra mis cálculos tomamos el rastro de los chasques.</p> - -<p>Habían seguido el camino de Lonco-uaca.</p> - -<p>Mi lenguaraz, mestizo chileno, hijo de cristiano y -de india araucana, hombre muy baqueano, de cuyas -confidencias soy depositario, no por él sino por otros, lo -que me permitirá contar sus aventuras amorosas de Tierra -Adentro, creyó oportuno hacerme algunas indicaciones.</p> - -<p>Eran muy juiciosas y sensatas; y como entre ellas -entrase la posibilidad de que los chasques se extraviaran -en razón de que ni Guzmán ni Angelito conocían -prácticamente el camino que habían tomado, me pare<span class="pagenum"><a id="Page_104"></a>[Pg 104]</span>ció -prudente hacer yo á mi turno mis recomendaciones.</p> - -<p>Íbamos á entrar ya en los montes; á tener que marchar -en dispersión, sin vernos unos á los otros; por -sendas tortuosas, que se borraban de improviso unas -veces, que otras se bifurcaban en cuatro, seis ó más caminos, -conduciendo todas á la espesura.</p> - -<p>Era lo más fácil perder la verdadera rastrillada, y -también muy probable que no tardáramos en ser descubiertos -por los indios.</p> - -<p>Un tal Peñaloza suele ser el primero que se presenta -á los indios ó cristianos que pasan por esas tierras -alegando ser suyas y tener derecho á exigir se le pague -el piso y el agua.</p> - -<p>No hay más remedio que pagar, porque el señor Peñaloza -se guarda muy bien de salir á sacar contribución -alguna cuando los caminantes son más numerosos que -los de su toldo ó van mejor armados.</p> - -<p>Más adelante hay otros señores dueños de la tierra, -del agua, de los árboles, de los bichos del campo, de todo, -en fin, lo que puede ser un pretexto para vivir á -costillas del prójimo.</p> - -<p>Estos derechos interterritoriales se cobran en la forma -más política y cumplida, suplicando casi y demostrándoles -á los contribuyentes ecuestres la pobreza en -que se vive por allí, lo escaso que anda el trabajo.</p> - -<p>Si los expedientes pacíficos surten efecto no hay novedad; -si los transeúntes no se enternecen se recurre á -las amenazas, y si éstas son inútiles, á la violencia.</p> - -<p>Es ser bastante parlamentario, para vivir tan lejos -de los centros de la civilización moderna.</p> - -<p>Recomendé á mi gente cómo habían de marchar; -prohibí terminantemente que bajo pretexto de componer -la montura se quedara alguien atrás, advirtiendo -que cada cuarto de hora haría una parada de dos minu<span class="pagenum"><a id="Page_105"></a>[Pg 105]</span>tos -para que pudiéramos ir lo más juntos posible; describí -la aguada de Chamalcó donde me demoraría un -rato, lo bastante para mudar caballos por si alguien -llegaba á ella extraviado; y á los franciscanos les supliqué -me siguiesen de cerca, no fuera el diablo á darme -el mal rato de que se me perdieran.</p> - -<p>Finalmente hice notar, que hallándonos ya en donde -podía haber peligro cuando menos lo esperáramos, -quería, puesto que no estábamos bien armados, que todos -y cada uno nos condujéramos con moderación y -astucia, con sangre fría sobre todo, que, como ha dicho -muy bien Pelletan, es el valor que juzga.</p> - -<p>Hecho esto, mandé que dos soldados, con dos tropillas -que no me hacían falta, se volviesen al Río 5.º caminando -despacio.</p> - -<p>Escribí con lápiz cuatro palabras para el General -Arredondo y algunos subalternos amigos de mis fronteras, -avisándoles que había llegado con felicidad al -Cuero, y entramos en los montes.</p> - -<p>Hermosos, seculares algarrobos, caldenes, chañares, -espinillos, bajo cuya sombra inaccesible á los rayos del -Sol crece frondosa y fresca la verdosa gramilla, constituyen -estos montes, que no tienen la belleza de los de -Corrientes, del Chaco ó Paraguay.</p> - -<p>Las esbeltas palmeras, empinándose como fantasmas -en la noche umbría; la vegetación pujante renovándose -siempre por la humedad; los naranjeros que por -doquier brindan su dorada fruta; las enmarañadas enredaderas, -vistiendo los árboles más encumbrados hasta -la cima y sus flores inmortales todo el año; fresco musgo -tapizando los robustos troncos; el liquen pegajoso, -que con el rocío matinal brilla, como esmaltado de piedras -preciosas; las espadañas que se columpian graciosas, -agitando al viento sus blancos y sedosos penachos; -las flores del aire, que viven de las auras purísimas,<span class="pagenum"><a id="Page_106"></a>[Pg 106]</span> -embalsamando la atmósfera, cual pebeteros de la riente -Natura; las aves pintadas de mil colores, cantando -alegres á todas horas; los abigarrados reptiles serpenteando -en todas direcciones; los millones de insectos -que murmuran en incesante coro diurno y nocturno; -el agua siempre abundante para consuelo del sediento -viajero, y tantas, y tantas otras cosas que revelan la -eternal grandeza de Dios, ¿dónde están aquí? me preguntaba -yo, soliloqueando por entre los carbonizados y -carcomidos algarrobos.</p> - -<p>Y como siempre que bajo ciertas impresiones levantamos -nuestro espíritu, la visión de la Patria se presenta, -pensé un instante en el porvenir de la República -Argentina el día en que la civilización, que vendrá -con la libertad, con la paz, con la riqueza, invada aquellas -comarcas desiertas, destituidas de belleza, sin interés -artístico, pero adecuadas á la cría de ganados y -á la agricultura.</p> - -<p>Allí hay pastos abundantes, leña para toda la vida, -y agua la que se quiera sin gran trabajo, como que inagotables -corrientes artesianas surcan las Pampas convidando -á la labor.</p> - -<p>Cada médano es una gran esponja absorbente; cavando -un poco en sus valles, el agua mana con facilidad.</p> - -<p>La mente de los hombres de Estado se precipita demasiado, -á mi juicio, cuando en su anhelo de ligar los -mares, el Atlántico con el Pacífico, quieren llevar el -ferrocarril por el Río 5.º.</p> - -<p>La línea del Cuero es la que se debe seguir. Sus bosques -ofrecen durmientes para los rieles, cuantos se quieran, -combustibles para las voraces hornallas de la impetuosa -locomotora.</p> - -<p>Son iguales á los de Yuca, cuya explotación ha he<span class="pagenum"><a id="Page_107"></a>[Pg 107]</span>cho -y sigue haciendo la empresa del Gran Central Argentino.</p> - -<p>Estos campos son mejores que aquéllos.</p> - -<p>Y si un ferrocarril, á más de las ventajas del terreno, -de la línea recta, de las necesidades del presente y -del porvenir, debe consultar la estrategia nacional, -¿qué trayecto mejor calculado para conquistar el desierto -que el que indico?</p> - -<p>La impaciencia patriótica puede hacernos incurrir -en grandes errores; el estudio paciente hará que no -caigamos en la equivocación.</p> - -<p>No puedo hablar como un sabio: hablo como un hombre -observador. Tengo la carta de la República en la -imaginación y me falta el teodolito y el compás.</p> - -<p>Los peligros para el trabajo son más imaginarios que -reales. Oportunamente podría ocuparme de este tópico. -Por el momento me atreveré á avanzar, que yo con -cien hombres armados y organizados de cierta manera, -respondería de la vida y del éxito de los trabajadores.</p> - -<p>Incito á meditar sobre este gran problema del comercio -y de la civilización.</p> - -<p>No he visto jamás en mis correrías por la India, por -África, por Europa, por América, nada más solitario -que estos montes del Cuero.</p> - -<p>Leguas y leguas de árboles secos, abrasados por la -quemazón; de cenizas que envueltas en la arena, se alzan -al menor soplo de viento; cielo y tierra: he ahí el -espectáculo.</p> - -<p>Aquello entenebrecía el alma. Las cabalgaduras iban -ya sedientas, Chamalcó estaba cerca.</p> - -<p>Llegamos.</p> - -<p>El peligro estrecha, vincula, confunde; la unión es -un instinto del hombre en las horas solemnes de la -vida.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_108"></a>[Pg 108]</span></p> - -<p>Nadie se había quedado atrás. Según los cálculos del -baqueano, Chamalcó tenía agua.</p> - -<p>Esperamos un buen rato antes de dejar beber los -animales.</p> - -<p>Se reposaron y bebieron.</p> - -<p>Nosotros hallamos un manantial al pie de un árbol -magnífico, de robustez y frondosidad.</p> - -<p>Cambiamos caballos y seguimos, saliendo á un gran -descampado.</p> - -<p>Respiré con expansión.</p> - -<p>El europeo ama la montaña, el argentino la llanura.</p> - -<p>Esto caracteriza dos tendencias.</p> - -<p>Desde las alturas físicas, se contemplan mejor las -alturas morales.</p> - -<p>Los pueblos más libres y felices del mundo son los -que viven en los picos de la tierra.</p> - -<p>Ved la Suiza.</p> - -<p>Á poco andar volvimos á entrar en el monte. Aquí -era más ralo. Podíamos galopar y era menester hacerlo -para llegar con luz á Utatriquin—otra aguada,—porque -la noche sería sin luna, salía á la madrugada.</p> - -<p>Me apuré, cuanto la arboleda lo permitía, y llegamos -á la etapa apetecida.</p> - -<div class="poetry-container pw20"> -<div class="poetry"> -<p><span style="margin-left: 1em;">«Era la tarde, y la hora</span><br /> -En que el Sol la cresta dora<br /> -De los Andes...»</p> -</div> -</div> - -<p>Esta aguada es un inmenso charco de agua revuelta -y sucia, apenas potable para las bestias.</p> - -<p>En previsión de que no estuviera buena, habíamos -llenado los chifles en Chamalcó.</p> - -<p>Habíamos marchado muy bien, ganando más terreno -del que esperaba,—no tenía por qué apurarme ya.</p> - -<p>Podía descansar un buen rato, lo que les haría mu<span class="pagenum"><a id="Page_109"></a>[Pg 109]</span>cho -bien á los caballos y á mis queridos franciscanos.</p> - -<p>Mandé desensillar.</p> - -<p>El padre Marcos me miró como diciendo: ¡Loado -sea Dios! que si en estos berenjenales me mete también -me ayuda.</p> - -<p>Había un corral abandonado; cerca de él acampamos.</p> - -<p>Ordené que se redoblara la vigilancia de los caballerizos, -entusiasmé á los asistentes con algunas palabras -de cariño y un rato después ardió flamígero el atrayente -fogón.</p> - -<p>Comenzó la charla de unos con otros, sin distinción -de personas.</p> - -<p>Ya lo he dicho: el fogón es la tribuna democrática -de nuestro ejército.</p> - -<p>El fogón argentino no es como el fogón de otras naciones. -Es un fogón especial.</p> - -<p>Estábamos tomando mate de café de postre; la noche -había extendido hacía rato su negro sudario.</p> - -<p>Una voz murmuró, como para que yo oyera.</p> - -<p>—Si contara algún cuento el Coronel.</p> - -<p>Era mi asistente Calixto Oyarzábal, de quien ya hablé -en una de mis anteriores; buen muchacho, ocurrente -y de ésos que no hay más que darles el pie para que -se tomen la mano.</p> - -<p>—¡Sí, sí—dijeron los franciscanos, al oirle, los oficiales -y demás adláteres,—que cuente un cuento el Coronel!</p> - -<p>Me hice rogar y cedí.</p> - -<p>Es costumbre que los hombres tomamos de las mujeres.</p> - -<p>¿Y sabes, Santiago, qué cuento conté?</p> - -<p>Uno de los tuyos.</p> - -<p>El del arriero.</p> - -<p>Vamos, ¿á que te has olvidado?</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_110"></a>[Pg 110]</span></p> - -<p>Voy á contártelo á tres mil leguas.</p> - -<p>El respetable público que asiste á este coloquio, me -dispensará.</p> - -<p>—Fíjense bien—dije antes de empezar,—que este -cuento es bueno tenerlo presente cuando se viaja por -entre montes tupidos.</p> - -<p>Todos estrecharon la rueda del fogón, uno atizó el -fuego, los ojos brillaron de curiosidad y me miraron, -como diciendo: ya somos puras orejas, empiece usted, -pues.</p> - -<p>Tomé la palabra y hablé así:</p> - -<p>—Era éste un arriero, hombre que había corrido muchas -tierras; que se había metido con la montonera -en tiempos de Quiroga y á quien perseguía la justicia.</p> - -<p>Yendo un día por los Llanos de la Rioja, le salió una -partida de cuatro. Quisieron prenderlo, se resistió, -quisieron tomarlo á viva fuerza, y se defendió. Mató -á uno, hirió á otro, é hizo disparar á tres.</p> - -<p>En esos momentos se avistó otra partida; prevenida -ésta por los derrotados, apuraron el paso. El arriero -huyó y se internó en un monte.</p> - -<p>Montaba una mula zaina, media bellaca. Corría por -entre el monte, cuando se le fué la cincha á las verijas.</p> - -<p>Írsele y agacharse la bestia á corcovear, fué todo -uno.</p> - -<p>El arriero era gaucho y jinete.</p> - -<p>Descomponiéndose y componiéndose sobre el recado, -anduvo mucho rato, hasta que en una de esas, como -tenía las mechas del pelo muy largas y <em>porrudas</em>, se enganchó -en el gajo de un algarrobo.</p> - -<p>La mula siguió bellaqueando, se le salió de entre las -piernas y él quedóse colgado.</p> - -<p>Permaneció así como un Judas, largo rato, esperan<span class="pagenum"><a id="Page_111"></a>[Pg 111]</span>do -que alguien le ayudase á salir del aprieto; pero en -vano.</p> - -<p>Llegó la noche.</p> - -<p>Los que le seguían, aciertan á pasar por allí.</p> - -<p>El arriero con la rapidez del pensamiento, concibió -una estratagema.</p> - -<p>Dejó que la partida se aproximara, poniendo la cara -lánguida, y cuando al resplandor de la luna vinieron á -verle, dijo con voz cavernosa.</p> - -<p>—¡Viva Quiroga!</p> - -<p>La partida al oir hablar un muerto, huyó poseída de -terror pánico, sujetando los pingos quién sabe dónde.</p> - -<p>El arriero se salvó así.</p> - -<p>Pero aquella actitud, no podía prolongarse demasiado.</p> - -<p>Era incómoda.</p> - -<p>Procuró salir de ella. Buscó su cuchillo; con los corcovos -de la mula lo había perdido.</p> - -<p>Era una verdadera fatalidad. No tenía con qué cortarse -los cabellos y como eran muy largos, no alcanzaba -con la mano á desasirlos del gajo en que estaban enredados.</p> - -<p>Un hombre como él acostumbrado á todas las fatigas -podía resistir el peso de su propio cuerpo, si no había -otro remedio, no digo un día, muchos días, teniendo -qué comer. Es claro. La necesidad tiene cara de hereje.</p> - -<p>Pero no tenía nada. Todo se lo había llevado la mula -en las alforjas. Felizmente tenía un pedazo de queso -en los bolsillos, yesquero, tabaco y papel.</p> - -<p>Agua era lo de menos para un arriero.</p> - -<p>Se comió el pedazo de queso.</p> - -<p>Sacó después su chuspa y armó un cigarro; luego -sacó fuego y fumó.</p> - -<p>Nadie pasaba por allí, á pesar de la voz que debieron<span class="pagenum"><a id="Page_112"></a>[Pg 112]</span> -esparcir los de la partida despertando la curiosidad -popular.</p> - -<p>El arriero fumaba y fumaba y en lugar de otras cosas, -cuando tenía necesidad echaba humo y humo.</p> - -<p>Y así pasó muchos días, hasta que de hambre se comió -la camisa y se murió de una indigestión.</p> - -<p>Y entré por un caminito y salí por otro.</p> - -<p>No sé si al público le gustará este cuento; en el fogón -fué aplaudido.</p> - -<p>Yo soy porteño, del barrio de San Juan y nadie es -profeta en su tierra.</p> - -<p>Por eso Sarmiento siendo de San Juan es Presidente, -habiéndose cumplido con él una de mis profecías del Paraguay.</p> - -<p>Cuando llegaba al fin de mi cuento, serían las ocho.</p> - -<p>Di mis órdenes, encerraron en el corral los caballos, -se tomó y ensilló en un abrir y cerrar de ojos, montamos, -nos pusimos en camino y esa noche sucedieron cosas -raras...</p> - -<p>Basta de cuentos.</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_113"></a>[Pg 113]</span></p> - -<h2 class="nobreak">XIII</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> - -<p>Martes es mal día.—Trece es mal número.—Los <i lang="fr" xml:lang="fr">quatorzième</i>.—Marcha -nocturna.—Pensamientos.—Sueño ecuestre.—Un latigazo.—Historia -de un soldado y de Antonio.—Alto.—Una -visión y una mulita.</p></div> - - -<p>Ayer fué martes; mal día para embarcarse, casarse, -presentar solicitudes, pedir dinero á réditos y suicidarse.</p> - -<p>Á más de ser martes, esta carta debía llevar, como -lleva, el número <em>trece</em>, número de mal agüero, misterioso, -enigmático, simbólico, profético, fatídico, en una -palabra, cabalístico.</p> - -<p>Las cosas que son <em>trece</em> salen siempre malas. Entre -trece suceden siempre desgracias. Cuando trece comen -juntos, á la corta ó á la larga alguno de ellos es ahorcado, -muere de repente, desaparece sin saberse cómo, -es robado, naufraga, se arruina, es herido en duelo. -Finalmente, lo más común, es que entre trece haya -siempre un traidor.</p> - -<p>Es un hecho que viene sucediéndose sin jamás fallar -desde la famosa cena aquélla en que Judas le dió el -pérfido beso á Jesús.</p> - -<p>Es por esa razón que en Francia, nación cultísima, -hay una industria, que no tardará en introducirse en<span class="pagenum"><a id="Page_114"></a>[Pg 114]</span> -Buenos Aires donde todas las plagas de la civilización -nos invaden día á día con aterrante rapidez. El cólera, -la fiebre amarilla y la epizootia, le quitan ya á la antigua -y noble ciudad el derecho de llamarse como -siempre. Pestes de todo género y auras purísimas; es -una incongruencia.</p> - -<p>Debiera quitarse nombre y apellido como hacen los -brasileños, en cuyos diarios suelen leerse avisos así:</p> - -<p>De hoy en adelante Juan Antonio Alves, Pintos, -Bracamonte y Costa, se llamará Miguel da Silva, da -Fonseca é Toro. Tome buena nota el respetable público.</p> - -<p>Es una excelente costumbre que prueba los adelantos -del Imperio. Porque mediante ella los pillos hacen -sus evoluciones sociales con más celeridad. En un -país semejante Luengo no tendría más que poner un -aviso para ser Moreira, persona muy decente.</p> - -<p>La industria de que hablaba toma su nombre de -los que la ejercen llamados <i lang="fr" xml:lang="fr">le quatorzième</i> (décimo -cuarto).</p> - -<p><i lang="fr" xml:lang="fr">Le quatorzième</i>, no puede ser cualquiera. Se requiere -ser joven, no pasar de treinta y cinco años, tener -un porte simpático, maneras finas, vestir bien, hablar -varios idiomas y estar al cabo de todas las novedades -de la época y del día.</p> - -<p>Cuando alguien ha convidado á varios amigos á comer -en su casa, en el <i lang="fr" xml:lang="fr">restaurant</i>, ó en el hotel, y resulta -que por la falta de uno ó más no hay reunidos -sino <em>trece</em> y que se ha pasado el cuarto de hora de gracia -concedido á los inexactos, se recurre al <i lang="fr" xml:lang="fr">quatorzième</i>.</p> - -<p>¡Cómo han de comer trece, exponiéndose á que bajo -la influencia de malos presentimientos la digestión -se haga con dificultad!</p> - -<p>Se envía, pues, un lacayo en el acto por el <i lang="fr" xml:lang="fr">quatorzième</i>. -<span class="pagenum"><a id="Page_115"></a>[Pg 115]</span> -En todos los barrios hay uno, así es que no tarda -en llegar; es como el médico.</p> - -<p>Entra y saluda, haciendo una genuflexión, que es -contestada desdeñosamente; y acto continuo se abre -la puerta que cae al comedor, ó no se abre, porque -los convidados pueden estar en él ó por cualquier otra -razón, y se oye: <i lang="fr" xml:lang="fr">¡Monsieur est servi!</i></p> - -<p>Siéntanse los convidados. ¡Qué felicidad! ¡La sopa -humea de caliente, no se ha enfriado! La alegría reina -en todos los semblantes. Han comenzado á sonar los -platos, á chocarse las copas. De repente óyese un grito -del anfitrión:</p> - -<p>—¡Ahí está al fin! Siéntese usted donde quiera, que -los demás no vendrán ya.</p> - -<p>Y Monsieur de la Tomassière (en un tipo de este -apellido, Paul de Kock ha personificado el tipo de esos -amigos fastidiosos que siempre llegan tarde), se presenta -y se sienta, pidiendo disculpas á todos y protestando -que es la primera vez que tal cosa le sucede.</p> - -<p>Mientras tanto, <i lang="fr" xml:lang="fr">le quatorzième</i> ha visto una seña -del dueño de la casa, que en todas partes del mundo -quiere decir: <em>retírese usted</em>, y sin decir oste ni moste -se ha eclipsado. Iba quizá á probar la sopa cuando -Mr. de la Tomassière se presentó.</p> - -<p>Al llegar á la puerta de la calle de donde vive, se -halla con un necesitado que le espera. En otro banquete -le aguardan con impaciencia. Han buscado varios -<i lang="fr" xml:lang="fr">quatorzième</i>, no hay ninguno. Esa noche dan muchas -comidas, hay muchos inexactos ó un exceso de -previsión y la demanda de <i lang="fr" xml:lang="fr">quatorzième</i> es grande desde -temprano.</p> - -<p>El <i lang="fr" xml:lang="fr">quatorzième</i> marcha; llega, igual escena á la anterior. -Tiene que desalojar su puesto antes de haber -probado un plato siquiera de cosa alguna.</p> - -<p>Al volver á llegar á la puerta de calle de su pobre<span class="pagenum"><a id="Page_116"></a>[Pg 116]</span> -mansión, otro necesitado. Le sigue con éxito semejante -al de los pasados convites.</p> - -<p>Hay noches en que las idas y venidas del pobre -<i lang="fr" xml:lang="fr">quatorzième</i> exceden toda ponderación.</p> - -<p>Ha ganado bien su dinero, porque cada viaje se -paga, pero ha pasado por el suplicio de Tántalo.</p> - -<p>La civilización de Buenos Aires debe pensar seriamente -en esto. No soy un alarmista. Pero sostengo que -así como estamos amenazados de muchas pestes por -falta de policía municipal, hace muchos años que la -educación se descuida inculcar en los niños esta idea: -uno de los mayores defectos sociales es hacer esperar.</p> - -<p>Tan es así, que me acuerdo yo de un andaluz que -vivió once años de huésped en casa de una tía mía. -Un día anunció que se iba á su tierra. ¡Ya era tiempo! -Su despedida consistió en esto:</p> - -<p>—Señora, usted no puede tener queja de mí, siempre -he estado presente á la hora fija de almorzar y -comer.</p> - -<p>Con lo cual se marchó, habiendo dicho no poco, -que el que no ha esperado jamás gente á comer, porque -nunca ha dado comidas, habiéndose limitado á -comerlas, no sabe lo que es esperar un huésped ó un -convidado.</p> - -<p>Indudablemente debe haber una enfermedad que -los médicos no conocen, proveniente de la impaciencia -de esperar gente á comer.</p> - -<p>La ciencia no tardará en descubrirla y en agregarla -á la nomenclatura patológica.</p> - -<p>Creo haberte explicado suficientemente, Santiago -amigo, que si esta décimatercia carta no se publicó -ayer, ha sido porque fué martes y porque su número -es fatal.</p> - -<p>Cuando me moví de Utatriquin:</p> - -<p>«<i lang="en" xml:lang="en">The bright sun was extinguish'd, and the stars</i> -<i lang="en" xml:lang="en">Did wander darkling in the eternal space».</i></p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_117"></a>[Pg 117]</span></p> - -<p>La noche estaba bastante obscura. El monte era -muy espeso y en las sendas de la rastrillada había -muchos troncos de árbol y pequeños arbustos. Era -sumamente incómodo para el caballo y para el jinete. -Teníamos que andar muy despacio. Nos dormíamos... -De vez en cuando una rama de algarrobo ó de chañar, -azotaba la faz del caminante y le sacaba de su sopor.</p> - -<p>La lentitud del aire de la marcha hacía que mi comitiva -no fuera en tanta dispersión como otras ocasiones.</p> - -<p>Yo iba mustio y callado, como la misma noche.</p> - -<p>Pensaba en el instante inesperado que marca más -tarde ó más temprano en el cuadrante de la vida, el -pasaje de lo conocido á lo desconocido, de la triste -realidad á un quién sabe más triste aún; á un estado -inconsciente, al vacío, á la nada; pensaba en lo que -serían mis días hasta ese instante solemne en que extinguiéndose -mi vista, mi voz, con el último soplo de -vida, me quede todavía aliento para reunir todas las -fuerzas de mi espíritu y decirme á mí mismo: <em>¡Me -muero!</em></p> - -<p>Y pensando en esto, me engolfé en otras reflexiones -y cuando la duda horrible y desgarradora me asaltó, -recordé á Hamlet:</p> - -<div class="poetry-container pw15"> -<div class="poetry"> -<p><i lang="en" xml:lang="en">... To die,—to sleep...<br /> -To sleep! perchance to dream.</i></p> -</div> -</div> - -<p>Me quedé como soñando... Veía todos los objetos envueltos -en una bruma finísima de transparencia opaca; -los árboles me parecían de inconmensurable altura, -vi desfilar confusas muchedumbres, ciudades tenebrosas, -el cielo y la tierra eran una misma cosa, no -había espacio...</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_118"></a>[Pg 118]</span></p> - -<p>Un latigazo aplicado á mi rostro por el gajo de un -espinillo, en cuyas espinas quedó enganchado mi -sombrero obligándome á detenerme, me sacó del fantástico -<em>fantaseo</em> en que me sumía la somnolencia producida -por la monotonía de la marcha.</p> - -<p>Varios soldados me seguían de cerca conversando. -Parece que hacía rato se contaban por turno sus aventuras. -El que hablaba cuando mi atención se fijó en -el grupo, decía así:</p> - -<p>—Pues, amigo, á mí me echaron á las tropas de línea -sin razón.</p> - -<p>—¡Cuándo no!—le dije,—ya saliste con una de las -tuyas. Nunca hay razón para castigarlos á ustedes.</p> - -<p>—Sí, mi Coronel—repuso,—créame.</p> - -<p>—¿Cómo fué eso?</p> - -<p>—Yo tenía un amigo muy diablo á quien quería mucho, -y á quien le contaba todo lo que me pasaba.</p> - -<p>Se llamaba Antonio.</p> - -<p>Al mismo tiempo tenía amores con una muchacha de -Renca, que me quería bastante, cuyo padre era rico y se -oponía á que la visitara.</p> - -<p>Mi intención era buena.</p> - -<p>Yo me habría casado con la Petrona, ése era su nombre.</p> - -<p>Pero no basta que el hombre tenga buena intención -si no tiene suerte, si es pobre.</p> - -<p>Tanto y tanto nos apuraba el amor, que, al fin resolvimos -irnos para Mendoza, casarnos allí, y volver después -cuando Dios quisiera.</p> - -<p>En eso andábamos, viéndonos de paso con mucha dificultad; -porque siempre nos espiaban los padres y el -juez, que era viudo y medio viejo, que quería casarse -con la Petrona, y cuya hija menor tenía tratos con -Antonio, de quien era muy enemigo; siempre lo amenazaba -con que lo había de hacer veterano.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_119"></a>[Pg 119]</span></p> - -<p>Un día arreglamos al fin, después de mucho trabajo, -cómo habíamos de fugar.</p> - -<p>Yo debía sacar á la Petrona de su casa en la noche.</p> - -<p>Antonio me acompañaría, para cuidar la ventana, -que era por donde había de entrar. No podíamos descuidarnos -con el juez.</p> - -<p>La ventana caía al cuarto del padre de Petrona que -era jugador, muy jugador, lo mismo que Antonio. En -ese tiempo había hecho una gran ganancia. Á Antonio -le había ganado todas sus prendas y éste le andaba con -ganas.</p> - -<p>Petrona dejó apretada la ventana. Una tía le acompañaba -y dormía junto con ella, en el mismo cuarto. -Doña Romualda, la madre, andaba por el puesto.</p> - -<p>Esa noche era muy linda ocasión, porque el padre de -Petrona estaba de tertulia.</p> - -<p>Tempranito estuvo Antonio en ella y vino á avisarme -que el hombre ganaba ya mucho, diciéndome que si no -nos apurábamos erraríamos el golpe.</p> - -<p>Aunque la hora convenida con Petrona era cuando -la diesen las cabritas, me resolví á ir un poco más temprano.</p> - -<p>Todo estaba pronto, caballos y con qué comprar algo -por el camino. Yo tenía algunos reales.</p> - -<p>Salimos de casa de Antonio, llegamos á la ventana -de Petrona, la empujamos despacito y salté yo sin hacer -ruido dejándola abierta. Cuando estuve en el cuarto -oí roncar. Era el padre de Petrona, que según los -cálculos de Antonio, se había retirado de su tertulia -antes de la hora acostumbrada.</p> - -<p>Antonio sintió los ronquidos y me dijo en voz baja: -vámonos, ché, hoy no se puede.</p> - -<p>No quise obedecerle, y por toda contestación le dije, -¡chit!</p> - -<p>El cuarto estaba obscuro, tenía que caminar en pun<span class="pagenum"><a id="Page_120"></a>[Pg 120]</span>tas -de pie, con mucho cuidado para no hacer ruido, -hasta acercarme á la cama de Petrona.</p> - -<p>Ella me había sentido. Lo mismo que yo, contenía -la respiración. Si se despertaba el padre, teníamos -mal pleito. Ella no se escapaba de una soba, yo de una -puñalada, porque era malísimo.</p> - -<p>Me acercaba á la cama de Petrona sin sentir que detrás -de mí había entrado Antonio.</p> - -<p>Le había ya tomado la mano y ella iba ya á levantarse, -cuando oímos ruido de plata y un grito: ¡Ah, pícaro!</p> - -<p>Era la voz del padre de Petrona.</p> - -<p>Antonio tuvo la tentación de robarle, él lo sintió y -le agarró del poncho.</p> - -<p>Yo no podía salir sino por donde había entrado; esconderme -bajo la cama, era peligroso.</p> - -<p>El padre de Petrona gritaba con todas sus fuerzas: -¡ladrones! ¡ladrones!</p> - -<p>La tía se levantó. Yo intenté escaparme. Pero no -pude, delante de mí salía Antonio, me obstruyó el paso, -y el padre de Petrona me agarró.</p> - -<p>Luché con él un rato inútilmente.</p> - -<p>La hermana le ayudaba.</p> - -<p>Petrona estaba medio muerta. El padre furioso, porque -ella también no venía en su ayuda, encendiendo luz -pronto. Le amenazó con matarla si no lo hacía. Tuvo -que hacerlo.</p> - -<p>Para esto Antonio se había ido con la plata.</p> - -<p>Entre el padre de Petrona y la hermana, me amarraron -bien.</p> - -<p>Á los gritos vinieron dos de la partida de policía, -que estaba cerca de allí y me llevaron preso. Me pusieron -en el cepo para que dijese dónde estaba la plata, -y contesté siempre que no sabía, que yo no la había robado.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_121"></a>[Pg 121]</span></p> - -<p>Me preguntaron que si tenía cómplices, teniéndome -siempre en el cepo, y contesté que no.</p> - -<p>—¿Y por qué no decías que Antonio era el ladrón?</p> - -<p>—¡Y cómo lo había de descubrir á mi amigo! ¡Y cómo -la había de perder á Petrona cuando la quería tantísimo! -Yo prefería pasar por ladrón á ser delator de -mi amigo; yo prefería pasar por ladrón y no que dijeran -que Petrona era mi querida. Yo prefería ser soldado -á todo eso.</p> - -<p>Además, como todas las mujeres son iguales, falsas -como la plata boliviana, supe esos días no más, antes -que me echaran á las tropas de línea, que Petrona decía -para salvarse del castigo de su padre, que algo andaba -maliciando que yo era un pícaro que la había solicitado -á ella de mala fe, con sólo la intención de -hacer el robo que me había hecho.</p> - -<p>Quién sabe si no hubiera sido eso, si no declaro al fin -atormentado por el cepo, que Antonio era el ladrón; -éste ya se había ido para la sierra de Córdoba, y cuándo -lo pescaban siendo, como era, ¡un muchacho tan diantre! -Era mozo muy gaucho y alentado.</p> - -<p>—¿Y, te acuerdas todavía de Petrona, Macario?</p> - -<p>—¡Ay! mi Coronel, si las mujeres cuánto más malas -son, más tardamos en olvidarlas.</p> - -<p>—¿Y nunca hubo nada con ella?</p> - -<p>—Mi Coronel, usted sabe lo que son esas cosas de -amor, cuando uno menos piensa...</p> - -<p>—La ocasión hace al ladrón—dijo Juan Díaz, uno de -mis baqueanos muy ocurrente.</p> - -<p>En esos momentos el bosque se abría formando un -hermoso descampado; la nítida y blanca luna se levantaba, -y las estrellas centelleaban trémulamente en la -azulada esfera.</p> - -<p>Detuve mi caballo, que no obedecía como un rato an<span class="pagenum"><a id="Page_122"></a>[Pg 122]</span>tes -á la espuela, y dirigiéndome á los franciscanos que -no se separaban de mí, les consulté:</p> - -<p>—Si tenían ganas de descansar un rato.</p> - -<p>—Con mucho gusto—contestaron.—Los buenos misioneros -iban molidos; nada fatiga tanto como una marcha -de trasnochada.</p> - -<p>El pasto estaba lindísimo, la noche templada, pararnos -no les haría sino bien á los animales.</p> - -<p>Pasé la voz de que descansaríamos una hora.</p> - -<p>Se manearon las madrinas de las ropillas, cesó el -ruido de los cencerros, único que interrumpía el silencio -sepulcral de aquellas soledades, y nos echamos sobre la -blanda hierba.</p> - -<p>Yo coloqué mi cabeza en una pequeña eminencia, -poniendo encima un poncho doblado á guisa de almohada, -y me dormí profundamente.</p> - -<p>Tuve un sueño y una visión envuelta en estas estrofas -de Manzoni, á manera de guirnalda ó de aureola luminosa:</p> - -<div class="poetry-container pw15"> -<div class="poetry"> -<p>«Tutto ei provó; la gloria<br /> -Maggior dopo il periglio.<br /> -La fuga, e la vittoria<br /> -La reggia, e el triste esiglio.<br /> -Due volte nella polvere,<br /> -Due volte sugli altar.»</p> -</div> -</div> - - -<p>Me creía un conquistador, un Napoleón chiquito.</p> - -<p>De improviso sentí, como si la cabeza se me escapara, -hice fuerzas con la cabeza endureciendo el pescuezo, -la tierra se movía; yo no estaba del todo despierto, -ni del todo dormido. La cabecera seguía escapándoseme, -creí que soñaba, fuí á darme vuelta y un -objeto con cuatro patas, negro y peludo corrió... Había -hecho cabecera de una mulita.</p> - -<p>Los héroes como yo tienen sus visiones así, sobre rep<span class="pagenum"><a id="Page_123"></a>[Pg 123]</span>tiles, -y las páginas de nuestra historia no pueden terminar -sino poniendo al fin de cada capítulo el terrible -<i lang="it" xml:lang="it">lasciate ogni speranza</i>.</p> - -<p>Dejemos dormir á mi gente un rato mientras yo compongo -mi cabecera.</p> - - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_124"></a>[Pg 124]<br /><a id="Page_125"></a>[Pg 125]</span></p> -<h2 class="nobreak">XIV</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> - -<p>Sueño fantástico.—En marcha.—Calixto Oyarzábal y sus cuentos.—Cómo -se busca de noche un camino en la Pampa.—Campamento.—Los -primeros toldos.—Se avistan chinas.—Algarrobo.—Indios.</p></div> - - -<p>Después que arreglé mi buena cabecera, me volví á -quedar dormido, hasta que Camilo, el exacto y valiente -Camilo se acercó á mí y diciéndome al oído: Mi Coronel, -me despertó.</p> - -<p>Tenía en ese momento un sueño que era como la perspectiva -confusa del pintado calidoscopio.</p> - -<p>Estaba en dos puntos distantes al mismo tiempo, en -el suelo y en el aire. Yo era <em>yo</em>, y á la vez el soldado, -el paisano ese, lleno de amor y abnegación, cuya triste -aventura acababa de ser relatada por sus propios labios, -con el acento inimitable de la verdad. Yo me decía, -discurriendo como él:—¡Qué ingrata y qué mala -fué Petrona!—y discurriendo como yo mismo,—Byron, -tan calumniado, tiene razón: en todo el clima el corazón -de la mujer es tierra fértil en efectos generosos; -ellas, en cualquier circunstancia de la vida saben, como -la Samaritana, prodigar el óleo y el vino. De repente -yo era Antonio, el ladrón del padre de Petrona, ora el -Juez celoso, ya el cabo Gómez, resucitado en Tierra<span class="pagenum"><a id="Page_126"></a>[Pg 126]</span> -Adentro. En el instante mismo en que me desperté, el -desorden, la perturbación, la incompatibilidad de las -imágenes del delirio llegaban al colmo. Había vuelto á -tomar el hilo del sueño anterior—no sé si al lector le -suele suceder esto,—y montado, no ya en la mulita que -se me escapara de la cabecera, sino en un enorme gliptodón, -que era yo mismo, y persistiendo mi espíritu en -alcanzar la visión de la gloria cabalgando reptiles, discurría -por esos campos de Dios murmurando:</p> - -<div class="poetry-container pw15"> -<div class="poetry"> -<p>«Dall'Alpi alle Piramide<br /> -Dall'Mansanare al Reno,</p> -...................................... -<p>Dall'uno all'altro mare.»</p> -</div> -</div> - -<p>Pronto estuvimos otra vez en camino con cabalgaduras -frescas.</p> - -<p>La noche tenía una majestad sombría; soplaba un -vientecito del Sur y hacía un poco de frío. Medio entumido -como me había levantado de mi gramíneo lecho, -temí dormirme sobre el caballo, y era indispensable -tener muchísimo cuidado, pues, en cuanto salimos del -descampado y entramos de nuevo en el bosque, comenzaron -á azotarnos sin piedad las ramas de los árboles. -La penumbra de la luna eclipsada á cada momento por -nubes cenicientas que corrían veloces por el vacío de -los cielos, hacía muy difícil apreciar la distancia de -los objetos; así fué que más de una vez apartamos ramas -imaginarias y más de una vez recibimos latigazos -formidables en el instante mismo en que más lejos del -peligro nos creíamos.</p> - -<p>¿No sucede en el sendero de la vida—de la política, -de la milicia, del comercio, del amor,—lo mismo que -cuando en nublada noche atravesamos las sendas de -un monte tupido?</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_127"></a>[Pg 127]</span></p> - -<p>Cuando creemos llegar á la cumbre de la montaña -con la piedra nos derrumbamos á medio camino. Nos -creemos al borde de la playa apetecida y nos envuelve -la vorágine irritada. Esperamos ansiosos la tierna y -amorosa confidencia y nos llega en perfumado y pérfido -billete un <em>¡olvidadme!</em> Ofrecemos una puñalada, y somos -capaces de humillarnos á la primera mirada compasiva.</p> - -<p>¡Cuán cierto es que el hombre no alcanza á ver más -allá de sus narices!</p> - -<p>Llamé, para no dormirme, á Francisco, mi lenguaraz, -y de pregunta en pregunta, llegué á asegurarme de -que no tardaríamos muchas horas en hallarnos entre -las primeras tolderías.</p> - -<p>Díjome que poco antes de llegar adonde íbamos á -parar, se apartaban varios caminos: que debíamos ir -con mucho cuidado para no tomar uno por otro; que él -era baqueano, pero que podía perderse haciendo mucho -tiempo que no había andado por allí.</p> - -<p>—Pues entonces no conversemos; no vayas á distraerte -con la conversación y nos extraviemos—le contesté.</p> - -<p>Y esto diciendo, sujeté de golpe el caballo, esperé á -que toda la comitiva estuviese junta, y previne que de -un momento á otro íbamos á llegar adonde se apartaban -varios caminos, no tardando en encontrarnos entre -las primeras tolderías; que tuvieran cuidado, que -quien primero notara otros caminos ó toldos, avisara.</p> - -<p>Marchamos un rato en silencio, oíase de cuando en -cuando el relincho de los caballos, y constantemente el -cencerreo de las madrinas.</p> - -<p>De repente oyóse una carcajada.</p> - -<p>Era Calixto, mi jocoso asistente, el revolucionario de -marras, que, según su costumbre, iba contando cuentos -y que acababa de echarles á los compañeros una mentira -de á folio.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_128"></a>[Pg 128]</span></p> - -<p>—¿Qué hay?—pregunté.</p> - -<p>—Nada, mi Coronel—contestó Juan Díaz,—es Calixto -que nos quiere hacer comulgar con ruedas de carreta.</p> - -<p>El muy mentiroso acababa de jurar, por todos los -santos del cielo, que una mujer de la Sierra había -parido un fenómeno macho—así dijo él,—con dos cabezas.</p> - -<p>Hasta aquí el hecho no tenía nada de inverosímil. -Lo gordo era que Calixto agregaba. Que el muchacho—por -no decir los muchachos,—tenía los más extraños -caprichos; que con una boca bebía leche de vaca y con -la otra de cabra; que con una decía sí y con otra no; -que con una lloraba y con la otra cantaba, armando -mediante ese dualismo unas disputas y camorras infernales, -que eran muy entretenidas.</p> - -<p>—Eres un gran embustero—le dije.</p> - -<p>—Mi Coronel—contestó,—embustera será la gaceta -en que yo lo he leído.</p> - -<p>—¿Y en qué gaceta has leído eso?</p> - -<p>—En un pedazo de gaceta en que me envolvieron días -pasados una libra de azúcar que me vendió don Pedro -en el Fuerte Sarmiento. Allí lo leímos en la cuadra del -7 de caballería; el amigo Carmen se ha de acordar.</p> - -<p>Y Carmen, otro de mis asistentes, dió testimonio del -hecho, corrigiendo solamente algunos detalles.</p> - -<p>Á lo cual Calixto observó:</p> - -<p>—Bueno, yo me habré olvidado de algo; pero <em>lo más -es verdad</em>, es verdad.</p> - -<p>—¿Cómo, que eso ha sucedido en la Sierra, que es -donde se consuman todas las maravillas para un cordobés?</p> - -<p>—De eso no me acuerdo bien.</p> - -<p>—Padre Marcos, cuando lleguemos á Leubucó, confiéseme -ese mentiroso.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_129"></a>[Pg 129]</span></p> - -<p>—Con mucho gusto—contestó el buen franciscano, -siempre dulce, atento y amable en su trato.</p> - -<p>Y cuando aquí llegábamos, una voz gritó:</p> - -<p>—¡Acá va el camino!</p> - -<p>Me detuve y conmigo todos los que me seguían de -cerca; los demás fueron llegando uno tras otro.</p> - -<p>—Debemos estar por llegar—dijo Mora,—voy á ver, -mi Coronel.</p> - -<p>Esperé un rato.</p> - -<p>Volvió diciendo que estaba muy obscuro, que no podía -reconocer la rastrillada más traqueada, que era la -que debíamos tomar.</p> - -<p>En efecto, un nubarrón parduzco eclipsaba totalmente -la luna menguante y las estrellas apenas despedían -su vacilante luz, por entre la tenue bruma que se -levantaba en toda la redondez del horizonte.</p> - -<p>Habíamos llegado á otro gran descampado, cuyos límites -no se columbraban por la obscuridad.</p> - -<p>Ordené que cortaran paja.</p> - -<p>Rápidos y ágiles se desmontaron los asistentes y obedecieron.</p> - -<p>En un verbo tuvimos hermosas antorchas, y buscando -al resplandor de ellas el camino que debíamos seguir, -no tardamos en hallarlo.</p> - -<p>Iba por él el rastro de Angelito y del cabo Guzmán.</p> - -<p>—Han pasado no hace mucho rato—afirmaron los -rastreadores,—y van con los caballos aplastados y sólo -con el montado.</p> - -<p>—Angelito va en el picazo—dijo uno.</p> - -<p>—Ché, y el cabo Guzmán—agregó otro,—en el moro -clinudo.</p> - -<p>Tomamos el camino.</p> - -<p>Debíamos estar á una legua. Los primeros toldos no -se veían por la lobreguez de la noche.</p> - -<p>Llegamos... Era un charco de agua entre dos meda<span class="pagenum"><a id="Page_130"></a>[Pg 130]</span>nitos. -Acampamos... Mandé asegurar bien las tropillas -y me acosté no exclamando como el poeta:</p> - -<p class="center p1"> -«Without a hope in life.»</p> - -<p>Al contrario, esperanzado en el favor de Dios que -hasta allí me había llevado con felicidad.</p> - -<p>Era singular que los indios no nos hubieran sentido -todavía; ellos, que son tan andariegos, que se acuestan -tan temprano y se levantan con estrellas.</p> - -<p>La luz crepuscular anunciaba la proximidad de un -nuevo día.</p> - -<p>Durmamos...</p> - -<p>Es fácil conciliar el sueño cuando la civilización no -nos incomoda, no nos irrita con sus inacabables inconvenientes, -cuando no tiene uno más que echarse, cuando -no hay ni el temor de desvelarse, quitándose la ropa, -ó pensando en lo que la justicia y la generosidad -humanas acaban de hacernos ó se proponen hacernos.</p> - -<p>Lo confieso, en nombre de las cosas más santas. Yo -no he dormido jamás mejor, ni más tranquilamente -que en las arenas de la Pampa, sobre mi recado.</p> - -<p>Mi lecho, el lecho blando y mullido del hombre civilizado, -me parece ahora comparado con aquél, un -lecho de Procusto.</p> - -<p>Viviendo entre salvajes he comprendido por qué ha -sido siempre más fácil pasar de la civilización á la barbarie -que de la barbarie á la civilización.</p> - -<p>Somos muy orgullosos. Y sin embargo, es más fácil -hacer de <em>Orión</em> ó de Carlos Keen un cacique, que de -Calfucurá ó de Mariano Rosas un <em>Orión</em> ó un Carlos -Keen.</p> - -<p>¿Hay quién lo ponga en duda?</p> - -<p>Me desperté al ruido de los soldados que señalaban -toldos acá y acullá.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_131"></a>[Pg 131]</span></p> - -<p>La curiosidad me puso de pie en un abrir y cerrar -de ojos.</p> - -<p>Los franciscanos y los oficiales hicieron lo mismo.</p> - -<p>Ya no se pensó en dormir, sino en las novedades -que, sin duda, ocurrirían.</p> - -<p>El toldo más próximo estaría distante de nosotros -unos mil metros.</p> - -<p>Divisábamos algo colorado.</p> - -<p>Los soldados con ese ojo de águila que tienen, tan -bueno como el mejor anteojo, decían si eran indios -ó chinas, los contaban y se reían á carcajadas.</p> - -<p>Estaban en sus coloquios cuando uno de ellos dijo:</p> - -<p>—De aquel toldo salen tres chinas enancadas... y -vienen para acá.</p> - -<p>Con efecto, no tardamos en verlas llegar, como deteniéndose -á cien metros de nuestro volante campamento.</p> - -<p>Mandé que el lenguaraz les hablara; díjoles que era -yo, el coronel Mansilla, que iba de paces, que se acercaran.</p> - -<p>Las chinas castigaron el flaco mancarrón que montaban -enhorquetadas como hombres, medio acurrucadas, -y vinieron hacia mí.</p> - -<p>Me acerqué á ellas.</p> - -<p>Las tres eran jóvenes, dos bien parecidas, una así -así.</p> - -<p>Vestían su traje habitual, que después tendré ocasión -de describir, y cada una de ellas traía una sandía. -Era un regalo, por si teníamos sed. El agua de la lagunita -era impotable, ellas lo sabían.</p> - -<p>Acepté el obsequio y les di doce reales bolivianos, -azúcar, hierba, tabaco, papel, todo cuanto pudimos: -llevábamos bien poca cosa, habiendo quedado los cargueros -atrás.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_132"></a>[Pg 132]</span></p> - -<p>Les pregunté por sus maridos; y contestaron que -hacía días andaban boleando.</p> - -<p>Que cómo no habían tenido recelo de acercarse, y -contestaron que hacía poco acababan de saber por Angelito -que iban llegando á su tierra un cristiano muy -bueno; que qué miedo habían de tener, siendo además -mujeres.</p> - -<p>¡Estas mujeres, señor, en todas partes se creen seguras! -y mientras tanto, ¡en dónde no corren riesgo!</p> - -<p>No he visto nada más confiado que las tales mujeres -(para ciertas cosas, por supuesto.)</p> - -<p>Era indudable que ya nos habían sentido los indios.</p> - -<p>Mandé ensillar para llegar á la Verde y esperar un -rato allí, donde hallaríamos buen pasto y excelente -agua.</p> - -<p>Mi lenguaraz se fué con las chinas al toldo, se cercioró -de que no había indios en él y volvió con una -ponchada de algarrobo.</p> - -<p>Es un entretenimiento muy agradable ir á caballo -masticando ó chupando esa fruta.</p> - -<p>Así fué que en tanto caminábamos funcionaban las -mandíbulas.</p> - -<p>Ya no íbamos por entre montes, quedaban éstos al -Naciente, al Poniente y al frente en lejanía.</p> - -<p>Habíamos llegado á un campo que quebrándose en -médanos bastante escarpados, semejaba el paisaje á -las soledades del desierto de Arabia.</p> - -<p>La vegetación era escasa y pobre. El guadal profundo. -Los caballos caminaban con dificultad.</p> - -<p>La mañana estaba lindísima.</p> - -<p>Veíamos toldos en todas direcciones, lejos; pero indios, -jinetes, ninguno.</p> - -<p>Y era lo que más deseaban todos.</p> - -<p>Ver indios, indios, eso es lo que quisiera, decían los<span class="pagenum"><a id="Page_133"></a>[Pg 133]</span> -franciscanos; y yo les replicaba: tengan paciencia, padres, -que quién sabe si no es para un susto.</p> - -<p>De médano en médano, de ilusión en ilusión, de esperanza -en esperanza, llegamos á La Verde.</p> - -<p>Serían las diez de la mañana.</p> - -<p>Es una laguna como de trescientos metros de diámetro, -profunda, adornada de árboles y escondida en -la olla de un médano que tendrá setenta pies de elevación.</p> - -<p>Mandé desensillar y mudar caballos.</p> - -<p>Yo, aunque sea esto un detalle que no le interesa -mucho al lector, me desnudé y, echéme al agua.</p> - -<p>Quería inspirar confianza á los que me seguían, y -más que á éstos, á los indios si me descubrían en aquel -lugar.</p> - -<p>Ya debían estar prevenidos. Y aquí me detengo hoy. -Mañana te contaré los percances del resto del día, en -que los franciscanos queridos no ganaron para sustos.</p> - - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_134"></a>[Pg 134]<br /><a id="Page_135"></a>[Pg 135]</span></p> -<h2 class="nobreak">XV</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> - -<p>La Laguna Verde.—Sorpresa.—Inspiraciones del gaucho.—Encuentros.—Grupos -de indios.—Sus caballos y trajes.—Bustos.—Amenazas.—Resolución.</p></div> - - -<p>Después que me bañé, que comieron, descansaron y -se refrescaron las cabalgaduras en las profundas aguas -de <em>La Verde</em>, mandé ensillar, y continuó la marcha.</p> - -<p>Estábamos tan cerca ya de Leubucó, que era en verdad -sorprendente no se hiciera ver ningún indio.</p> - -<p>Angelito y el cabo Guzmán, debían estar á esas horas -descansando en el toldo del cacique Mariano Rosas, -y éste prevenido de que yo llegaría de un momento -á otro.</p> - -<p>Íbamos con mi lenguaraz haciendo conjeturas y -atravesando siempre un terreno guadaloso, sumamente -pesado, tanto que los caballos no resistían al trote, -cuando al coronar los últimos pliegues de la sucesión -de médanos que forman el gran médano de <em>La Verde</em>, -divisamos, viniendo al galope, un indio armado de -lanza.</p> - -<p>Mi lenguaraz se alarmó... lo conocí en cierta expresión -de sorpresa que vagó por su cara.</p> - -<p>—¿Qué hay, le dije, que te llama así la atención?</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_136"></a>[Pg 136]</span></p> - -<p>—Señor—repuso,—los indios no tienen costumbre de -andar armados en Tierra Adentro.</p> - -<p>—¿Y qué será?</p> - -<p>Se encogió de hombros, vaciló un instante y por fin -contestó:</p> - -<p>—Deben estar asustados.</p> - -<p>—¿Pero asustados de qué, cuando le he escrito á -Mariano, y tú mismo le has traducido y explicado bien -á Angelito mi mensaje para Ramón, para él y Baigorrita?</p> - -<p>—¡Ah! señor, los indios son muy desconfiados.</p> - -<p>El indio avanzaba hacia nosotros, haciendo molinetes -con su larga lanza, adornada de un gran penacho -encarnado de plumas de flamenco.</p> - -<p>Tuve la intención de detenerme. Pero en la disyuntiva -de que el indio creyera que lo hacía por recelo de -él, y aumentar sus sospechas, si venía á reconocerme, -preferí lo último, aun exponiéndome á que por no dejarlo -acercarse bastante, no me reconociera bien.</p> - -<p>Entre asustarse y asustar, la elección no es nunca -dudosa. Un gran capitán ha dicho, que una batalla son -dos ejércitos que se encuentran y quieren meterse miedo. -En efecto, las batallas se ganan, no por el número -de los que mueren gloriosamente, luchando como bravos, -sino por el número de los que huyen ó pierden toda -iniciativa, aterrorizados por el estruendo del cañón, -por el silbido de las balas, por el choque de las relucientes -armas y el espectáculo imponente de la sangre, -de los heridos y de los cadáveres.</p> - -<p>El indio sujetó su caballo, y con la destreza de un -acróbata se puso de pie sobre él, sirviéndole de apoyo -la lanza.</p> - -<p>Venía del Sur. Ése era mi rumbo. Seguí avanzando, -aunque acortando algo el paso.</p> - -<p>El indio continuó inmóvil.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_137"></a>[Pg 137]</span></p> - -<p>Estaríamos como á tiro de fusil de él, cuando cayendo -á plomo sobre el lomo de su caballo, partió á toda -rienda en mi dirección, pero visiblemente con el intento -de que no nos encontráramos.</p> - -<p>Hay aptitudes que no pueden explicarse; sólo la -práctica da el conocimiento de ellas: es una especie de -adivinación.</p> - -<p>Nuestros paisanos tienen á este respecto inspiraciones -que pasman.</p> - -<p>Á mí me ha sucedido ir por los campos, y decirme -Camilo Arias: allí debe haber animales alzados y han -de ser baguales, por el modo como corre ese venado, y -en efecto, no tardar muchos minutos en descubrir los -ariscos animales, flotando al viento sus largas crines y -corriendo impetuosos. ¡Qué hermoso es un potro visto -así en los campos!</p> - -<p>Destaqué mi lenguaraz sobre el indio, sin detenerme, -con la orden de que lo hiciera venir á mí.</p> - -<p>Como ni el indio ni yo nos detuviéramos, llegamos -á encontrarnos á la misma altura, pero en distintas direcciones. -Hubiérase dicho que nos habíamos pasado la -palabra, al vernos hacer alto simultáneamente.</p> - -<p>Mi lenguaraz se puso al habla con el indio. Habló -un momento con él, y volvió diciéndome que quería reconocerme.</p> - -<p>Piqué mi caballo, y ordenándole á mi gente que nadie -me siguiese, partí á media rienda sobre el indio, que -me esperaba con el caballo recogido y la lanza enristrada. -Á los veinte pasos de él, sujeté, diciéndole: buenos -días, amigo. ¡Buenos días!—contestó.—Cambiamos algunas -palabras más, por medio del lenguaraz, tendientes -todas á tranquilizarlo, y él dió vuelta rumbiando al -Sur á todo escape, y yo, reuniéndome con mi gente, seguí -ganando terreno paso á paso.</p> - -<p>Mora, mi lenguaraz, parecía de mal talante, y, en<span class="pagenum"><a id="Page_138"></a>[Pg 138]</span> -efecto, lo estaba, pues habiéndole interrogado, me manifestó -las más serias inquietudes.</p> - -<p>Hablábamos de las leguas que todavía teníamos que -hacer para llegar á Leubucó, discurriendo sobre si seguiríamos -por el camino de Cerrilobo, que pasa por los -toldos del cacique Ramón, ó por el de la derecha, que -pasa por la lagunita del Calcumuleu, que debíamos encontrar -por momentos, cuando avistamos dos indios -ocultos en un pliegue del terreno.</p> - -<p>No podía saber si alguno de ellos era el mismo con -quien acababa de hablar.</p> - -<p>Le consulté á Mora.</p> - -<p>Fijó su vista, observó un instante, y contestó con -aplomo:</p> - -<p>—Son otros, el pelo del caballo del primero era gateado.</p> - -<p>Los dos indios avanzaron sobre mí resueltamente.</p> - -<p>Como el anterior, venían armados.</p> - -<p>No tardamos en estar muy cerca.</p> - -<p>Éstos no trataban, como el primero, de buscarme el -flanco.</p> - -<p>—¡Vienen á toparnos!—decía Mora,—¡vienen á toparnos! -Y vienen en buenos pingos.</p> - -<p>—Pues vamos á toparlos, vamos á toparlos—agregaba -yo, y esto diciendo, castigué con fuerza el caballo, y -ordenándole á mi gente que no apuraran el paso, me -lancé á escape.</p> - -<p>Con la rapidez de relámpago nos hubiéramos topado, -si unos y otros no hubiéramos sujetado á unos cincuenta -pasos, avanzando después poco á poco, hasta -quedar casi á tiro de lanzada.</p> - -<p>—Buenos días, amigo, ¿cómo va?—les dije.</p> - -<p>—Buenos días, ché amigo,—contestaron ellos.</p> - -<p>Y como estuvieran con las lanzas enristradas, le observé -á mi lenguaraz se los hiciera notar, diciéndoles<span class="pagenum"><a id="Page_139"></a>[Pg 139]</span> -quien era yo, que iba de paces, y que no traía más gente -que la que se veía allí cerca.</p> - -<p>Los indios recogieron las lanzas á la primera indicación -de Mora, y cuando éste acabó de hablarles, llamando -especialmente su atención, sobre que yo no llevaba -armas, me insinuaron con un ademán el deseo de darme -la mano.</p> - -<p>No vacilé un punto; piqué el caballo, me acerqué á -ellos y nos dimos la mano con verdadera cordialidad.</p> - -<p>Les ofrecí cigarros, que aceptaron con marcada satisfacción, -y quedándome solo con ellos, hice que Mora -fuese donde estaba mi gente, en busca de un chifle de -aguardiente.</p> - -<p>Mientras fué y volvió, nos hicimos algunas preguntas -sin importancia, porque ni ellos entendían bien el -castellano, ni yo podía hacerme entender en lengua -araucana.</p> - -<p>Sin embargo, saqué en limpio que el cacique principal -Mariano Rosas, con otros caciques y muchos capitanejos -estaban entregados á Baco; el padre Burela había -llegado el día antes de Mendoza, con un gran cargamento -de bebidas.</p> - -<p>Volvió Mora, tomaron mis interlocutores unos buenos -tragos, y despidiéndose alegremente, siguieron -ellos su camino que era la dirección de las tolderías de -Ramón, y yo el mío.</p> - -<p>Mora seguía cabizbajo, á pesar del aire franco de los -dos indios. No las tenía todas consigo. ¡Quién sabe qué -va á suceder!—decía á cada paso, y luego murmuraba:—¡son -tan desconfiados estos indios!</p> - -<p>De cálculo en cálculo, de sospecha en sospecha, de -esperanza en esperanza, mi caravana se movía pesadamente, -envuelta en una inmensa nube de polvo.</p> - -<p>Mora decía: Los indios van á creer que somos muchos.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_140"></a>[Pg 140]</span></p> - -<p>Yo seguía tranquilo; un secreto presentimiento me -decía que no había peligro.</p> - -<p>Hay situaciones en que la tranquilidad no puede ser -el resultado de la reflexión. Debe nacer del alma.</p> - -<p>El campo se quebraba otra vez en médanos vestidos -de pequeños arbustos, espinillos, algarrobos y chañares.</p> - -<p>Nos aproximábamos á una ceja de monte.</p> - -<p>Todos, todos los que me acompañaban, paseaban la -vista con avidez por el horizonte, procurando descubrir -algo.</p> - -<p>Marchábamos en alas de la impaciencia, subiendo á -la cumbre de los médanos, descendiendo á sus bajíos -guadalosos, esquivando los arbustos espinosos, bajo los -rayos del sol, que estaba en el cenit, alargándose la distancia -cada vez más, por ciertas equivocaciones de Mora, -cuando casi al mismo tiempo, varias voces exclamaron:—¡Indios! -¡indios!</p> - -<p>En efecto, fijando la vista al frente y estando prevenida -la imaginación, descubrí varios pelotones de indios -armados.</p> - -<p>—Parémonos, señor—me dijo Mora.</p> - -<p>—No, sigamos—repuse,—pueden creer que tenemos -miedo, ó desconfiar. Adelantémonos más bien.</p> - -<p>Dejé mi comitiva atrás, aunque mi caballo iba bastante -fatigado, y apartándome del camino, que ya habíamos -encontrado, y poniéndome al galope, me dirigí -al grupo más numeroso de indios.</p> - -<p>Tendiendo la vista en ese momento á mi alrededor, -vi que me hallaba circulado de enemigos ó de curiosos. -Poco iba á tardar en saber lo que eran.</p> - -<p>Vinieron á decirme que estábamos rodeados.</p> - -<p>—Que avancen al tranco—contesté, y seguí al galope.</p> - -<p>Rápidos como una exhalación, varios pelotones de -indios estuvieron encima de mí.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_141"></a>[Pg 141]</span></p> - -<p>Es indescriptible el asombro que se pintaba en sus -fisonomías.</p> - -<p>Montaban todos caballos gordos y buenos. Vestían -trajes lo más caprichosos, los unos tenían sombrero, -los otros la cabeza atada con un pañuelo limpio ó sucio. -Éstos, vinchas de tejido pampa, aquéllos, ponchos, -algunos, apenas se cubrían como nuestro primer padre -Adán, con una jerga; muchos estaban ebrios; la mayor -parte tenían la cara pintada de colorado, los pómulos -y el labio inferior; todos hablaban al mismo tiempo, -resonando la palabra ¡winca! ¡winca! es decir: ¡cristiano! -¡cristiano! y tal cual desvergüenza, dicha en el -mejor castellano del mundo.</p> - -<p>Yo fingía no entender nada.</p> - -<p>¡Buen día, amigo!</p> - -<p>Buen día, hermano, era toda mi elocuencia, mientras -mi lenguaraz apuraba la suya, explicando quién era yo, -y el objeto de mi viaje.</p> - -<p>Hubo un momento en que los indios me habían estrechado -tan de cerca, mirándome como un objeto raro, -que no podía mover mi caballo. Algunos me agarraban -la manga del chaquetón que vestía, y como quien reconoce -por primera vez una cosa nunca vista, decían: -¡ese coronel Mansilla! ¡ese coronel Mansilla!</p> - -<p>—Sí, sí, contestaba yo, y repartía cigarros á diestro -y siniestro, y hacía circular el chifle de aguardiente.</p> - -<p>Notando que mi comitiva, siguiendo el camino, se -alejaba demasiado de mí, resolví terminar aquella escena. -Se lo dije á Mora, habló éste, y abriéndome calle -los indios, marchamos todos juntos al galope, á incorporarnos -á mi gente.</p> - -<p>Pronto formamos un solo grupo, y confundidos, indios -y cristianos, nos acercábamos á un medanito, al -pie del cual hay un pequeño bosque. Llámase Aillancó.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_142"></a>[Pg 142]</span></p> - -<p>Mis oficiales y soldados no sabían qué hacerse con -los indios—dábanles cigarros, hierbas y tragos de -aguardiente.</p> - -<p>—<em>Achúcar</em> (azúcar), pedían ellos. Pero el azúcar se -había acabado, la reserva venía en las cargas, y no -había cómo complacerlos.</p> - -<p>Nuevos grupos de indios llegaban unos tras otros.</p> - -<p>Con cada uno de ellos tenía lugar una escena análoga -á la que dejo descripta, siendo remarcable las buenas -disposiciones que denotaban todos los indios y la -mala voluntad de los cristianos cautivos ó refugiados -entre ellos. La afabilidad, por decirlo así, de los unos, -contrastaba singularmente con la desvergüenza de los -otros. Cuando ésta subió de punto, hablé fuerte, insulté -groseramente, á mi vez, y así conseguí imponerles -respeto á aquellos desgraciados ó pillos, á quienes, -viéndonos casi desarmados, se les iba haciendo el -campo orégano.</p> - -<p>Llegados á Aillancó, y como allí hay una lagunita -de agua excelente, hice alto, eché pie á tierra y mandé -mudar caballos.</p> - -<p>Mudando estábamos, cuando llegó un grupo de veintiséis -indios, encabezados por un hombre blanco, en -mangas de camisa, de larga melena, atada con una -vincha; de aspecto varonil, un tanto antipático, montando -un magnífico caballo overo negro, perfectamente -ensillado, con ricos estribos de plata y chapeado, que -haciendo sonar unas grandes espuelas, también de -plata, y blandiendo una larguísima lanza, y dirigiéndose -á mí, y sofrenando de golpe el caballo, me dijo: -Yo soy Bustos.</p> - -<p>—Me alegro de saberlo—le contesté con disimulada -arrogancia.</p> - -<p>—Soy cuñado del cacique Ramón—añadió, cruzando -la pierna derecha sobre el pescuezo de su caballo.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_143"></a>[Pg 143]</span></p> - -<p>—Soy el coronel Mansilla—repuse, imitando su postura, -y añadiendo: ¿cómo está el cacique Ramón?</p> - -<p>Contestóme que estaba bueno, que mandaba saludarme -con todos mis jefes y oficiales, y á saber por -qué razón habiendo llegado á sus tierras, pasaba de -largo por ellas.</p> - -<p>Le dije, agradeciéndole el saludo: que no pasaba -de largo por sus tierras, callado la boca; que el día -antes había adelantado al indio Angelito y al cabo -Guzmán con un mensaje.</p> - -<p>Me dijo, que precisamente de ahí nacía la sorpresa -de Ramón, que ellos habían dicho que antes de llegar -á las tolderías del cacique Mariano, yo pasaría por las -de Ramón.</p> - -<p>Seguimos cambiando palabras sobre este tópico, y -no tardé en apercibirme de que el cacique Ramón -hacía una mixtificación exprofeso del mensaje que -recibiera.</p> - -<p>Ni el indio Angelito, ni el cabo Guzmán podían -haberse equivocado. Era sumamente difícil. Yo me -aseguré antes de despacharlos de Coli-Mula de que me -habían entendido perfectamente bien.</p> - -<p>Por otra parte, mi carta al cacique Mariano era -terminante, y las tolderías de éste no distan tanto de -las de Ramón, como para que no hubiera tenido tiempo -de prevenirlo.</p> - -<p>Mi diálogo con el <em>caballero Bustos</em>, se prolongó bastante, -porque él hablaba castellano lo mismo que yo.</p> - -<p>Me avisaron que los caballos estaban prontos, preguntándome -si quería mudar el mío.</p> - -<p>Contesté que sí, que me tomaran otro; y ofreciéndole -á Bustos un cigarro, eché pie á tierra, y convidándole -á hacer lo mismo, le dije que pensaba llegar en un -rato al toldo de Mariano Rosas.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_144"></a>[Pg 144]</span></p> - -<p>Mientras me mudaban el caballo, hice extender un -poncho bajo de un árbol, y sentados en él nos pusimos -á platicar como dos viejos conocidos.</p> - -<p>Me trajeron el caballo, y cuando ponía el pie en el -estribo, despidiéndome de Bustos, á quien conocí le -había caído en gracia, llegaron simultáneamente por -dos rumbos distintos dos grupos de indios.</p> - -<p>El uno venía de los toldos de Ramón, y el otro de -los toldos de Mariano.</p> - -<p>El de Mariano lo encabezaba un capitanejo, hombre -de malas pulgas, como se verá después.</p> - -<p>El otro, un indio cualquiera.</p> - -<p>Mariano mandaba saludarme; Ramón á decirme que -ya salía á encontrarme.</p> - -<p>Despedí al primero con mis agradecimientos, y me -dispuse á esperar á Ramón.</p> - -<p>Esperándolo estaba, conversando con Bustos, mi -comitiva charlaba y se entretenía con los demás indios -y con unas chinas que acababan de llegar enancadas -de á tres, cuando fuimos acometidos por unos -cuantos indios, que, lanza en ristre, y viniendo hacia -mí: gritaban <em>¡winca! ¡winca! ¡matando! ¡matando, -winca!</em></p> - -<p>Eché una mirada á mi alrededor, y vi que mi gente -estaba resuelta á todo, y con disimulada irritación, -le dije á Bustos: ¿Pensarán éstos hacer alguna barbaridad?</p> - -<p>Los bárbaros estaban ya encima. Hablóles Bustos y -mi lenguaraz en su lengua, y echándose sobre ellos las -chinas, sin temor de ser pisoteadas por los caballos, -y asiéndose vigorosamente de sus lanzas, se las arrancaron -de las manos. Los indios bramaban de coraje. -Felizmente, el incidente no pasó de ahí.</p> - -<p>Los augurios y temores de mi lenguaraz amenazaban<span class="pagenum"><a id="Page_145"></a>[Pg 145]</span> -confirmarse. Pero ya estábamos en las astas del toro, -y no era cosa de retroceder.</p> - -<p>Volvió el <em>embajador</em> del cacique Ramón.</p> - -<p>¿Con qué embajada? Mañana lo sabrás.</p> - - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_146"></a>[Pg 146]<br /><a id="Page_147"></a>[Pg 147]</span></p> - -<h2 class="nobreak">XVI</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> - -<p>El embajador del cacique Ramón y Bustos.—Desconfianza de -cacique.—Quién era Bustos.—Caniupán.—Otra vez el embajador -de Ramón y Bustos.—Un bofetón á tiempo.—<em>Mari purrá -wentru.</em>—Recepción.—Retrato de Ramón.—Exigencias de Caniupán.—¡Lo -mando al diablo!—Conformidad.</p></div> - - -<p>Regresó el embajador de Ramón.</p> - -<p>En lugar de dirigirse á mí, se dirigió á Bustos.</p> - -<p>¿Qué le dijo? Ni lo supe, ni lo sé. Mi lenguaraz no -tenía suficiente libertad para hablar conmigo, porque, -á más de pertenecer á las tolderías de Ramón, cuyo cuñado -estaba allí, á mi lado, rodeábannos muy de cerca -muchísimos indios, que atentos y curiosos, no apartaban -sus miradas de mí, como queriendo penetrar mis -pensamientos.</p> - -<p>Lo que no podía ocultárseme era que Bustos y el embajador -no estaban acordes. El primero se expresaba con -verbosidad, con calor y perceptible descontento.</p> - -<p>Mora, aprovechando un instante de distracción de -Bustos, me insinuó con aire significativo que Ramón -desconfiaba y que Bustos me defendía.</p> - -<p>No me había engañado. El hombre había simpatizado -conmigo. Ya tenía un aliado. Traté, pues, de acabar -de hacer su conquista, afectando la mayor tranquilidad,<span class="pagenum"><a id="Page_148"></a>[Pg 148]</span> -disimulando que conocía las desconfianzas de Ramón, y -encontrando muy natural todo lo que hasta entonces había -pasado.</p> - -<p>El embajador partió de nuevo, y Bustos y yo seguimos -conversando, dándome mala espina el que á cada rato -me dijera, como queriendo justificar el extraño proceder -de Ramón, que con toda astucia y disimulo me retenía -en el camino:</p> - -<p>—No tenga miedo, amigo.</p> - -<p>—No, no hay cuidado, contestaba yo.</p> - -<p>Y bajo la influencia de estas admoniciones, comencé -á engendrar sospechas, inclinándome á creer que había -andado muy ligero al hacerme la idea de que el hombre -había simpatizado conmigo.</p> - -<p>Estábamos platicando, habiéndome dicho que había -nacido en el antiguo Fuerte Federación, hoy Villa de -Junín, que su madre fué india y su padre un vecino -de Rojas, de apellido Bustos, que en un tiempo fué comandante -de Guardia nacional. Mi comitiva, asediada -por los indios, que pedían cuanto sus ojos veían, repartía -cigarros, hierba, fósforos, pañuelos, camisas, calzoncillos, -corbatas, todo lo que cada uno llevaba encima -y le era menos indispensable. De repente, sintióse un -tropel, y envueltos en remolinos de polvo, llegaron unos -treinta indios, sujetando los caballos tan encima de mí, -que si hubieran dado un paso más me habrían pisoteado.</p> - -<p>Bustos no pudo prescindir de gritarles: ¡Eeeeeh!</p> - -<p>Yo, sin moverme del sitio en que estaba, ni cambiar -de postura, fruncí el ceño y clavé la mirada en el que -venía haciendo cabeza, que encarándoseme y llevando -la mano derecha al corazón, me dijo:</p> - -<p>—¡Ese soy Caniupán! ¡Capitanejo Mariano Rosas! -(y volviendo á señalarse á sí propio) ¡Ese indio -guapo!</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_149"></a>[Pg 149]</span></p> - -<p>Seguí mirándolo con torvo ceño.</p> - -<p>Junto con las palabras ¡winca! ¡winca! se oyeron -algunas otras groseras, de calibre grueso.</p> - -<p>Bustos me dijo:</p> - -<p>—Montemos á caballo.</p> - -<p>Lo tenía ahí cerca, y sin esperar otra insinuación, -me levanté del suelo y monté.</p> - -<p>Mora me dijo, al hacerlo:</p> - -<p>—Caniupán quiere hablar con usted, señor.</p> - -<p>—Pues que hable lo que guste, dile.</p> - -<p>Díjome por medio del lenguaraz:</p> - -<p>Que Mariano Rosas mandaba saludarme con todos -mis jefes y oficiales; que sentía muchísimo no poder -recibirme ese día como yo lo merecía; que al día siguiente -me recibiría; que tuviese á bien acampar donde -me encontraba.</p> - -<p>Contestéle con la mayor política, resignándome á pasar -la noche en Aillancó, y viendo ya que todas aquellas -dilaciones eran calculadas.</p> - -<p>Mientras el capitanejo y yo hablábamos, varios indios, -particularmente uno chileno, nos interrumpían -con sus gritos, echándome encima el caballo y metiéndome, -por decirlo así, las manos en la cara.</p> - -<p>Hasta donde era posible me daba por no apercibido -de estas amabilidades, que llegaron á alarmarme seriamente, -cuando vi que un indio lo atropelló al Padre -Marcos, pechándolo con el caballo, en medio de un grito -estentóreo, cariño que el reverendo franciscano recibió -con evangélica mansedumbre, á pesar de haber andado -por las gavias, lo mismo que su compañero, el Padre -Moisés, que simultáneamente era objeto de otra demostración -por el estilo.</p> - -<p>El indio chileno vociferaba algo que debían ser amenazas -de muerte.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_150"></a>[Pg 150]</span></p> - -<p>Bustos, que no se separaba de mi lado, volvió á decirme:</p> - -<p>—No tenga miedo, amigo.</p> - -<p>Le contesté, con tono áspero y fuerte:</p> - -<p>—Usted me está fastidiando ya con su: No tenga -miedo, amigo, y echando un voto cambrónico, agregué:</p> - -<p>—Dígame eso cuando me vea pálido.</p> - -<p>Algunos indios que entendían el castellano, exclamaron -á una: ¡Ese coronel Mansilla, ese cristiano -toro!</p> - -<p>Caniupán me dijo con aire imperioso: Dame un caballo -gordo para comer.</p> - -<p>—¿Conque habías entendido la lengua?—le dije.</p> - -<p>—Poquito—repuso el indio,—¿dando caballo?</p> - -<p>—Sí... en eso estoy pensando.</p> - -<p>El capitanejo iba á contestar, cuando el embajador -de Ramón se presentó por tercera vez.</p> - -<p>Habló con Bustos, parando la oreja todos los indios -que me rodeaban, porque lo hacía con aire misterioso.</p> - -<p>Bustos contestaba con monosílabos que me parecían -significar solamente sí y no. Dirigiéndose á los circunstantes, -me dijo:</p> - -<p>—Dice el cacique Ramón que usted no es el coronel -Mansilla, que el coronel vendrá atrás con la demás -gente.</p> - -<p>Lo llamé á Mora, y le dije:</p> - -<p>—Vete al toldo de Ramón, asegúrale que yo soy el -coronel Mansilla, que mande algún indio de los que -han estado en el Río 4.º á reconocerme y quédate en -rehenes.</p> - -<p>Mora contestó.</p> - -<p>—Le voy á decir que si lo engaño, me degüelle.</p> - -<p>Y dirigiéndose á Bustos, al separarse de mi lado, -añadió:</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_151"></a>[Pg 151]</span></p> - -<p>—Amigo, repáremelo al coronel, por si quiere conversar -con alguno.</p> - -<p>La resolución con que se separó Mora de mi lado, -acompañado del embajador, produjo un efecto inesperado -en los indios. Cesaron sus impertinencias, continuando, -sin embargo, las de algunos cristianos.</p> - -<p>Á uno de mis soldados se le fué la mano y le plantificó -un bofetón al más atrevido de ellos, diciéndole:</p> - -<p>—¡Tomá, chachino pícaro!</p> - -<p>El cristiano quiso hacer barullo, pero los otros colegas -no le ayudaron, y menos los indios.</p> - -<p>El soldado era un diablo. Echó el bofetón á la risa, -y esgrimiendo un chifle de aguardiente, gritaba encarándose -con los que le parecían más capaces de una -avería: Bebiendo, peñi (<em>peñi</em> quiere decir <em>hermano</em>).</p> - -<p>Por algunos indios sueltos que llegaron, supe que el -cacique Ramón no estaba en su toldo, sino que se hallaba -allí cerca, dentro del monte; que Mora ya estaba -con él, que se hacían los preparativos para recibirme.</p> - -<p>Detrás de éstos llegó un propio, y después de hablar -con Bustos, me dijo éste:</p> - -<p>—Amigo, haga formar su gente y dígame cuántos -son.</p> - -<p>Llamé al Mayor Lemlenyi, y le di mis órdenes.</p> - -<p>Cumplidas éstas, le dije á Bustos:</p> - -<p>—Somos cuatro oficiales, once soldados, dos frailes -y yo.</p> - -<p>—Bueno, amigo, déjelos así formados en ala como -están.</p> - -<p>Y dirigiéndose al propio, le dijo: entre otras cosas, -<em>Maripurrá wentru</em>, palabras que comprendí, y que querían -decir <em>diez y ocho hombres</em>.</p> - -<p>Mientras mi gente permanecía formada, mis tropillas -andaban solas. Yo estaba con el Jesús en la boca, vien<span class="pagenum"><a id="Page_152"></a>[Pg 152]</span>do -la hora en que me dejaban con los caballos montados.</p> - -<p>Bustos despachó de regreso el propio.</p> - -<p>Siguiendo sus insinuaciones al pie de la letra, primero, -porque no había otro remedio; segundo... Aquí -se me viene á las mientes un cuento de cierto personaje, -que queriendo explicar por qué no había hecho una cosa, -dijo:</p> - -<p>No lo hice—primero, porque no me dió la gana; segundo... -Al oir esta razón, uno de los presentes le interrumpió -diciendo: Después de haber oído lo primero, -es excusado lo demás.</p> - -<p>Iba á decir que siguiendo las insinuaciones de Bustos, -me puse en marcha con mi falange formada en ala, -yendo yo al frente, entre los dos frailes.</p> - -<p>Anduvimos como unos dos mil metros en dirección al -monte donde se hallaba el cacique Ramón.</p> - -<p>Llegó otro propio, habló con Bustos, y contramarchamos -al punto de partida.</p> - -<p>Esta revolución se repitió dos veces más.</p> - -<p>Como se hiciera fastidiosa, le dije á Bustos, sin disimular -mi mal humor.</p> - -<p>—Amigo; ya me estoy cansando de que jueguen conmigo. -Si sigue esta farsa mando al diablo á todos y me -vuelvo á mi tierra.</p> - -<p>—Tenga paciencia—me dijo,—son las costumbres. Ramón es buen hombre, -ahora lo va á conocer. Lo que hay es que están contando su gente bien.</p> - -<p>Oyéronse toques de corneta.</p> - -<p>Era el cacique Ramón que salía del bosque, como con -ciento cincuenta indios.</p> - -<p>Á unos mil metros de donde ya estaba formado en ala, -el grupo hizo alto; tocaron llamada, y se replegaron á -él todos los otros que habían quedado á mi espalda, -excepto el de Caniupán, que formó en ala, como cubriéndome -la retaguardia.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_153"></a>[Pg 153]</span></p> - -<p>Tocaron marcha, y formaron en batalla.</p> - -<p>Serían como doscientos cincuenta. Un indio seguido -de tres trompas que tocaban á degüello recorría la línea -de un extremo á otro en un soberbio caballo picazo, proclamándola.</p> - -<p>Era el cacique Ramón.</p> - -<p>Llegaron dos indios y mi lenguaraz, diciéndome que -avanzara. Y Bustos, haciendo que los franciscanos me -siguieran como á ocho pasos, se puso á mi izquierda, -diciéndome:</p> - -<p>—Vamos.</p> - -<p>Marchamos.</p> - -<p>Llegamos á unos cien metros del centro de la línea de -los indios, al frente de la cual se hallaba el cacique teniendo -un trompa á cada lado, otro á retaguardia.</p> - -<p>Caniupán me seguía como á doscientos metros.</p> - -<p>Reinaba un profundo silencio.</p> - -<p>Hicimos alto.</p> - -<p>Oyóse un solo grito prolongado que hizo estremecer la -tierra, y conversando las dos alas de la línea que teníamos -al frente, formaron rápidamente un círculo, dentro -del cual quedamos encerrados, viendo brillar las dagas -relucientes de las largas lanzas adornadas de pintados -penachos, como cuando amenazan una carga á fondo.</p> - -<p>Mi sangre se heló...</p> - -<p>Estos bárbaros van á sacrificarme—me dije.</p> - -<p>Reaccioné de mi primera impresión, y mirando á los -míos: Que nos maten matando—les hice comprender -con la elocuencia muda del silencio.</p> - -<p>Aquel instante fué solemnísimo.</p> - -<p>Otro grito prolongado volvió á hacer retemblar la -tierra.</p> - -<p>Las cornetas tocaron á degüello...</p> - -<p>No hubo nada.</p> - -<p>Lo miré á Bustos como diciéndole:</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_154"></a>[Pg 154]</span></p> - -<p>—¿De qué se trata?</p> - -<p>—Un momento—contestó.</p> - -<p>Tocaron marcha.</p> - -<p>Bustos me dijo:</p> - -<p>—Salude á los indios primero, amigo, después saludará -al cacique.</p> - -<p>Ya haciendo de <i lang="it" xml:lang="it">cicerone</i>, empezó la ceremonia por -el primer indio del ala izquierda que había cerrado el -círculo.</p> - -<p>Consistía ésta en un fuerte apretón de manos, y en -un grito, en una especie de hurrah dado por cada -uno de los indios que iba saludando, en medio de un -coro de otros gritos que no se interrumpían, articulados -abriendo la boca y golpeándosela con la palma de -la mano.</p> - -<p>Los frailes, los pobres franciscanos, y todo el resto -de mi comitiva hacían lo mismo.</p> - -<p>Aquello era una batahola infernal.</p> - -<p>¡Imagínate, Santiago amigo, cómo estarían mis muñecas -después de haber dado unos doscientos cincuenta -apretones de manos!</p> - -<p>Terminado el saludo de la turbamulta, saludé al -cacique, dándole un apretón de manos y un abrazón -que recibió con visible desconfianza de una puñalada, -pues, sacándome el cuerpo se echó sobre el anca del -caballo.</p> - -<p>El abrazo fué saludado con gritos, dianas y vítores -al coronel Mansilla.</p> - -<p>Yo contesté.</p> - -<p>—¡Viva el cacique Ramón! ¡Viva el Presidente de -la República! ¡Vivan los indios argentinos!</p> - -<p>Y el círculo de jinetes y de lanzas se quebró en todas -partes, desparramándose los indios al son de las dianas -que no cesaban, haciendo molinetes con las lanzas, -dándose de pechadas los unos á los otros, cayendo<span class="pagenum"><a id="Page_155"></a>[Pg 155]</span> -aquí y levantándose allá, ostentando los más diestros -su habilidad, <em>rayando</em> los corceles, hasta que jadeantes -de fatiga les corría el sudor como espuma.</p> - -<p>Los gritos de regocijo se perdían por los aires.</p> - -<p>El cacique Ramón y yo, rodeados de pedigüeños, tomamos -el camino de Aillancó.</p> - -<p>Llegamos...</p> - -<p>Extendiendo ponchos bajo los árboles y formando -rueda, nos pusimos á parlamentar entre mate y mate, -entre trago y trago de aguardiente.</p> - -<p>Hube de echar las entrañas por la boca.</p> - -<p>No estaba en carácter, y no había más remedio que -hacer bien mi papel.</p> - -<p>Obsequié al cacique lo mejor que pude con lo poco -que llevaba.</p> - -<p>Tenía que armarle y encenderle yo mismo el cigarro, -que probar primero que él el mate y la bebida -para inspirarle confianza plena.</p> - -<p>El cacique Ramón es hijo de indio y de una cristiana -de la Villa de la Carlota.</p> - -<p>Predomina en él el tipo de nuestra raza.</p> - -<p>Es alto, fornido, tiene ojos pardos, cabello algo rubio, -ancha frente y habla muy ligero.</p> - -<p>Es en extremo aseado.</p> - -<p>Viste como un paisano rico.</p> - -<p>Quiere bien á los cristianos, teniendo muchos en -sus tolderías y varios á su alrededor.</p> - -<p>Tendrá cuarenta años.</p> - -<p>Todo su aspecto es el de un hombre manso, y sólo -en su mirada se sorprende á veces como un resplandor -de fiereza.</p> - -<p>Es de oficio platero; siembra mucho todos los años, -haciendo grandes acopios para el invierno, y sus indios -le imitan.</p> - -<p>Su padre ha abdicado en él el gobierno de la tribu.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_156"></a>[Pg 156]</span></p> - -<p>Charlamos duro y parejo.</p> - -<p>Me agradeció con marcada expresión de sentimiento, -todo cuanto había hecho en el Río 4.º por su hermano -Linconao, á quien con mis cuidados salvé de las viruelas, -preguntándome repetidas veces, si siempre vivía -en mi casa, que cuándo volvería á su tierra.</p> - -<p>Contestéle que estuviera tranquilo, que su hermano -quedaba muy bien recomendado; que no le había traído -conmigo porque estaba convaleciente, muy débil y -que el caballo le habría hecho daño.</p> - -<p>Me instó encarecidamente, á visitarle en sus tolderías, -ofreciéndome presentarme su familia. Le prometí -hacerlo de regreso, y nos separamos ofreciéndome -visita para el día siguiente.</p> - -<p>Bustos se marchó con él, pidiéndome por supuesto -una botellita de aguardiente.</p> - -<p>Le di la última que quedaba.</p> - -<p>Mora se quedó á mi lado, diciéndome Ramón que -le conservara tanto cuanto le necesitara.</p> - -<p>Apenas se alejaba Ramón, se presentó el capitanejo -Caniupán, insistiendo en que le diera un caballo gordo -para comer.</p> - -<p>El pedido tenía todo el aire de una imposición.</p> - -<p>Me negué redondamente.</p> - -<p>Insistió chocándome, y le contesté, que dónde había -visto que un hombre gaucho diera sus caballos; que -los necesitaba para volverme á mi tierra, que si se -creía que me iba á quedar toda la vida en la suya.</p> - -<p>Me dijo algo picante.</p> - -<p>Lo mandé al diablo.</p> - -<p>Los que le seguían murmuraron algo que podía -traer un conflicto.</p> - -<p>Creí prudente aflojar un poco la cuerda, y como haciendo -una transacción, ordené con muy mal modo le -dieran una yegua.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_157"></a>[Pg 157]</span></p> - -<p>Llevaba dos gordas para cuando se nos acabara el -charque, lo que probablemente sucedería esa noche, -si teníamos muchos huéspedes.</p> - -<p>Le entregaron la yegua, la carnearon en un santiamén -y se la comieron cruda, chupando hasta la sangre -caliente del suelo.</p> - -<p>En el sitio del banquete no quedaron más residuos -que las panzas, en las que se cebaron después algunos -caranchos famélicos.</p> - -<p>La tarde se acercaba y las visitas raleaban.</p> - -<p>Llegó un hijo de Mariano Rosas, con unos cuantos. -Mandábame saludar nuevamente su padre; quería saber -cómo me había ido; recomendarme sobre todo, -en todos los tonos <em>tuviera mucho cuidado con los caballos</em>.</p> - -<p>Contesté secamente.</p> - -<p>Marchóse el mensajero, se puso el sol, acomodáronse -los caballos teniéndolos á <em>ronda cerrada</em>, se recogió -bastante leña, se hizo un fogón, nos pusimos en torno, -circuló el mate y comenzó la charla.</p> - -<p>Discurriendo sobre lo que había pasado durante el -día, cambiando ideas con Mora, no me quedó duda de -que los indios temían un lazo. Iban, por consiguiente, -á hacerme demorar en el camino con pretextos, hasta -que regresasen sus descubiertas y se aseguraran y -persuadieran de que tras de mí no venían fuerzas.</p> - -<p>No debía impacientarme.</p> - - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_158"></a>[Pg 158]</span></p> - -<p>¡Gran virtud es la conformidad! Me resigné á mi -suerte. Filosofábamos con los frailes; y como Dios es -inmensamente bueno, nos inspiró confianza, y concediéndonos -un sueño reparador, nos permitió dormir -en el suelo desigual, lo mismo que en un lecho de plumas -y rosas.</p> - - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_159"></a>[Pg 159]</span></p> -<h2 class="nobreak">XVII</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> - -<p>Un cuerpo sano en alma sana.—El mate.—Un convidado de piedra.—Pánico -y desconfianzas de los indios.—Historias.—Un -mensajero de Caniupán.—Visitas.—En marcha.—Calcumuleu.—Nuevo -mensajero.—La noche.—Amonestaciones.—Primer -regalo.—Unos bultos colorados.</p></div> - - -<p>Los franciscanos, como de costumbre, habían hecho -sus camas muy cerca de mí.</p> - -<p>Así dormíamos siempre.</p> - -<p>Yo se los había recomendado.</p> - -<p>La abnegación generosa de estos jóvenes misioneros; -su paciente conformidad en los peligros; su carácter -afable, su porte siempre comedido, sus mismas simpáticas -fisonomías, todo, todo lo que constituye la persona -física y moral, inspiraba hacia ellos una fuerte adhesión.</p> - -<p>Se concibe, pues, que unido á estos sentimientos el -deber que tenía de cuidarlos, tratara de tenerlos constantemente -á mi lado.</p> - -<p>Cuerpo sano en alma sana es roncador.</p> - -<p>Los reverendos roncaban á dúo, haciendo el padre -Moisés de tenor y el padre Marcos de bajo profundo.</p> - -<p>Estuve tentado algunas veces de hacerles alguna broma, -pero debían estar tan fatigados, que habría sido<span class="pagenum"><a id="Page_160"></a>[Pg 160]</span> -imperdonable arrancarles á un sueño que, si no era -interesante, debía ser agradable y reparador.</p> - -<p>No pude continuar durmiendo.</p> - -<p>Me puse á soñar despierto, y después de hacer unos -cuantos castillos en el aire, llamé un asistente y le ordené -que hiciera fuego.</p> - -<p>Cuando la vislumbre del fogón me anunció que mis -órdenes estaban cumplidas, hube de levantarme.</p> - -<p>Seguí <em>morrongueando</em> y contemplando las estrellas -que tachonaban el firmamento, anunciando ya su trémula -luz la proximidad del <em>rey del día</em>, hasta que sentí -hervir el agua.</p> - -<p>Levantéme, sentéme al lado del fogón y mientras mi -gente dormía como unos bienaventurados, yo apuraba -la caldera, junto con Carmen, echándonos al coleto -varios mates de café.</p> - -<p>Carmen había salvado un poco de azúcar, felizmente; -y á propósito de esto, tuve que resignarme á escuchar -su cariñoso reproche de que no diera tanto, porque pronto -nos quedaríamos sin cosa alguna.</p> - -<p>Yo estaba distraído, viendo arder la leña, carbonizarse, -volverse ceniza, y desaparecer la materia, por decirlo -así, cuando Carmen exclamó:</p> - -<p>—Ya viene el día.</p> - -<p>—Pues despierta á Camilo—le dije,—que venga á -tomar mate.</p> - -<p>Dicho esto cambié de postura, me recosté sobre el brazo -derecho y me quedé dormitando un momento.</p> - -<p>Los buenos días de Camilo me hicieron abrir los ojos, -y enderezarme perezosamente, haciendo con los brazos -una especie de aleteo que duró tanto cuanto mi boca se -abrió y cerró para bostezar.</p> - -<p>Al sentarse Camilo le oí decir: ¡Buen día, amigo! Y -como la salutación despertara en mí la curiosidad de -saber á quién se dirigía, tendí la vista alrededor del<span class="pagenum"><a id="Page_161"></a>[Pg 161]</span> -fogón y ví un indio rotoso, sin sombrero, tiritando de -frío, acurrucado como un mono al lado de la bolsa en -que Carmen tenía el azúcar, chupándose los dedos de la -mano derecha y metiendo la izquierda con disimulo en -aquélla.</p> - -<p>—¿Cómo va, hermano?—le dije.</p> - -<p>—Bueno, hermano—contestó fingiendo un estremecimiento, -y añadió, llevando un puñado de azúcar á la -boca:</p> - -<p>—Mucho frío ese pobre indio.</p> - -<p>Le hice dar un poncho calamaco que llevaba entre mis -caronas.</p> - -<p>Continué conversando, y supe que había pasado la -mayor parte de la noche cerca de nosotros; que su toldo -estaba inmediato; que cuando había vuelto á él, el día -antes, después de haber andado con la gente de Ramón, -se había encontrado sin su familia, la que junto con -otras andaba huyendo por los montes, porque decían que -los cristianos traían un gran malón; que el indio -Blanco que había llegado de Chile al mismo tiempo que -yo, era el autor de la mala nueva; que todos estaban -muy alarmados; que habían mandado tres grandes descubiertas -para el Norte, para el Naciente y para el -Poniente, por los caminos del Cuero, del Bagual y de -las Tres Lagunas, cada una de cincuenta hombres, y -que la alarma duraría hasta que no viniese el parte sin -novedad.</p> - -<p>Era la confirmación de mis conjeturas.</p> - -<p>—Quién sabe lo que va á suceder—decía yo para mis -adentros,—si las tales descubiertas avanzan demasiado -sobre las fronteras de San Luis, Córdoba y Sur de Santa -Fe. Nada de extraño tiene que las sientan, que las -tomen por una invasión, que las fuerzas se muevan y -salgan al Sur, y que los descubridores traigan un parte -falso.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_162"></a>[Pg 162]</span></p> - -<p>Los franciscanos me sacaron de estas reflexiones dándome -los buenos días, y sentándose en la rueda del fogón -que convidaba con sus hermosas brasas.</p> - -<p>Después de los padres se levantaron y ocuparon su -puesto los oficiales, y la conversación se hizo general, -ponderando todos sin excepción alguna, lo bien que habían -dormido.</p> - -<p>Los padres no necesitaban jurarlo.</p> - -<p>El indio era muy ladino; nos entretuvo un rato contándonos -una porción de historias; entre ellas nos habló -de un pariente suyo que había vivido sin cabeza; de -unos indios que diz que vivían en tierras muy lejanas, -que se alimentaban con sólo el vapor del puchero; de -otros que corren tan ligero como los avestruces, que tienen -las pantorrillas adelante pretendiendo hacernos -creer que todo cuanto decía era verdad.</p> - -<p>Yo no sé si él lo creía, pero parecía creerlo.</p> - -<p>Varias veces le pregunté si él había visto esas cosas.</p> - -<p>Me contestó que no, que su padre se las había contado.</p> - -<p>Por supuesto, que éste tampoco las había visto; se -las había contado el abuelo de nuestro interlocutor.</p> - -<p>¿Pero, qué tenía de extraño que un pobre indio -creyese tales patrañas, cuando uno de mis ayudantes, -el mayor Lemlenyi, creía, porque se lo había contado -no sé qué chusco, que en Patagones hay unos indios -que tienen el rabo como de una cuarta, cuyos indios antes -de sentarse en el suelo, hacen un pocito con el dedo, -ó con el mismo rabo, para meterlo en él, y estar con más -comodidad?</p> - -<p>Las creederas de la humanidad suelen tener unas -proporciones admirables.</p> - -<p>Todo cabe dentro de ellas—la verdad lo mismo que la -mentira.</p> - -<p>Si me apurasen mucho, demostraría que es más común -creer en la mentira que en la verdad.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_163"></a>[Pg 163]</span></p> - -<p>Machiavello dice que el que quiera engañar, encontrará -siempre quien se deje engañar, lo que prueba -que, si no hay quien mienta más, no es por la dificultad -de encontrar quien crea, sino por la dificultad de encontrar -quien se resuelva á mentir.</p> - -<p>Amaneció.</p> - -<p>Me trajeron el parte de que en las tropillas no había -novedad. En cambio, la yegua que conservaba para comer -había muerto envenenada por un yuyo malo.</p> - -<p>Íbamos á estar frescos si esa tarde no llegaban las -cargas.</p> - -<p>Cuando salía el sol, se presentó un mensajero de Caniupán, -y después de darme los buenos días con muchísima -política, de preguntarme si había dormido bien, -si no había habido novedad, si no había perdido algunos -caballos, me notificó que el capitanejo vendría á visitarme -al rato. Devolví los saludos y contesté que estaba -pronto.</p> - -<p>El mensajero pidió cigarros, aguardiente, yerba, -<em>achúcar</em>, <em>achúcar</em>, se lo dieron y se marchó.</p> - -<p>Poco á poco fueron llegando <em>visitantes</em>, ó mejor dicho -curiosos, porque no se bajaban del caballo, sino que, -echados sobre el pescuezo, se quedaban largo rato así -mirándonos, y luego se marchaban, diciendo algunas veces: -Adiós, amigo; pidiendo otras un cigarro.</p> - -<p>La visita anunciada llegó á las dos horas. Le acompañaban -veintitantos indios. Se apeó del caballo, después -de saludar cortésmente, me dió un mensaje de Mariano -Rosas, y tomó asiento en el suelo, á mi lado, pidiéndome -con la mayor familiaridad un cigarro.</p> - -<p>Arméselo, encendílo yo mismo, y se lo puse en la boca -por decirlo así.</p> - -<p>Mariano Rosas me invitaba á cambiar de campamento, -á avanzar una legua; y me pedía disculpas.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_164"></a>[Pg 164]</span></p> - -<p>El comisionado le disculpaba por su cuenta confidencialmente, -diciéndome que estaba <em>achumado</em> (ebrio).</p> - -<p>Mandé tomar caballos y ensillar, y como el terreno -era muy quebrado, durante la operación se distrajeron -los caballerizos y me robaron dos pingos.</p> - -<p>Se lo dije á Caniupán, manifestándole <em>con grosería</em> -que aquello era mal hecho, que Mariano Rosas estaba -en el deber de tomar á los ladrones, para castigarlos y -hacerles entregar mis caballos si no se los habían comido. -Y quise hacer aquella comedia de enojo, porque entre -bárbaros más vale pasar por brusco que por tonto.</p> - -<p>Caniupán hizo la suya; me aseguró que los ladrones -serían perseguidos, tomados y castigados, pero él sabía -perfectamente bien que nadie lo había de hacer. -Por supuesto que no lo hicieron. Perdí, pues, mis caballos, -quedándome sólo la satisfacción de haber refunfuñado -un rato con desahogo.</p> - -<p>Avisáronme que todo estaba pronto para la marcha. -Se lo previne á mi conductor y nos pusimos en viaje.</p> - -<p>Los indios no andan jamás al tranco cuando toman -el camino.</p> - -<p>Al entrar en el que debíamos seguir, me dijo Caniupán, -poniéndose al galope:</p> - -<p>—Galope, amigo.</p> - -<p>Yo, que no quería dejarme dominar ni en las cosas -pequeñas, ni contesté, ni galopé.</p> - -<p>—Galope, galope, amigo—me gritó el indio.</p> - -<p>Si yo hubiera estado prisionero, no me habría hecho -tan mal efecto aquella especie de imposición.</p> - -<p>—No quiero galopar—le contesté.</p> - -<p>Y como algunos de los míos que venían atrás, viendo -el aire de la marcha de los indios, llegasen galopando:</p> - -<p>—¡Despacio! ¡despacio!—les grité.</p> - -<p>Los indios se fueron adelante formando un grupo; -los cristianos nos quedamos atrás, formando otro.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_165"></a>[Pg 165]</span></p> - -<p>Sujetaron ellos para esperarnos. Yo seguí al tranco, -y al ponerme á su altura piqué el caballo, le apliqué -un fuerte rebencazo, y gritándoles á los míos: ¡al galope! -galopamos todos, y digo todos, hablando con -propiedad, porque también los indios galoparon poniéndose -Caniupán á la par mía.</p> - -<p>El punto adonde nos dirigíamos era á la Laguna de -Calcumuleu, que quiere decir Agua en que viven brujas. -Distaba una legua larga de Aillancó y quedaba -como á seiscientos metros de la orilla del monte de -Leubucó.</p> - -<p>De consiguiente, poco demoramos en llegar.</p> - -<p>El lugar no presenta ninguna particularidad. Es -una lagunita como hay muchas, reduciéndose su mérito -á tener vertiente de agua potable casi siempre. Sus -bordes son bajos; estaban adornados de tal cual -arbusto.</p> - -<p>Al llegar, Caniupán me dijo:</p> - -<p>—Aquí es donde dice Mariano que puede parar.</p> - -<p>—Está bien—le contesté, haciendo alto, echando pie -á tierra y ordenando que acamparan.</p> - -<p>El indio vió desensillar los caballos, sacar las tropillas -á cierta distancia para que comieran mejor, y -cuando pareció no quedarle duda de que allí no me -movería, se despidió recomendándome unas cuantas -veces el mayor cuidado con los caballos y se fué, á -Dios gracias, dejándome en paz, pero no sin que quedaran -por ahí dispersos, á manera de espías, unos -cuantos de los mismos que yo había visto llegar con -él, hacía un rato, á Aillancó.</p> - -<p>Era hora de comer algo sólido. Se hizo fuego, se cebó -mate, se intentó hacer algunos asados, pero el charque -había desaparecido. Fué menester apretarse la -barriga, y seguir dándole á la yerba y al café.</p> - -<p>Todo el resto de ese día pasaron incesantemente in<span class="pagenum"><a id="Page_166"></a>[Pg 166]</span>dios, -del Norte para el Sur, del Sur para el Norte. -Todos se detenían, se acercaban, nos miraban y luego -proseguían su camino.</p> - -<p>Algunos conversaban largo rato con mi gente. Los -franciscanos eran siempre los más solícitos en dirigirles -la palabra, y en ofrecerles un trago de un botellón -de cominillo, que no sé cómo no había volado ya.</p> - -<p>Yo me propuse no hablar con nadie ese día, á no -ser que viniera exprofeso, mandado por alguien; así -fué que me lo llevé paseando por la costa de la laguna, -leyendo á Beccaria á ratos, otras veces, un juicio crítico -sobre las obras de Platón, de ese filósofo inmortal -á quien podría tributársele el fanático homenaje de -mandar quemar todo cuanto se ha escrito sobre filosofía, -desde sus días hasta la fecha, sin que por eso las -ciencias especulativas perdieran gran cosa.</p> - -<p>Al caer la tarde, llegó un nuevo mensajero de Mariano -Rosas, con una retahila de preguntas y recomendaciones, -que terminaban todas con esta recomendación -sacramental: que tenga mucho cuidado con los caballos. -Recibí y despedí secamente al mensajero, llamándome -sobremanera la atención no tener hasta ese -instante noticia alguna del capitán Rivadavia, que hacía -dos meses se encontraba entre los indios con motivo -del tratado que desde el año pasado venía negociando -yo con ellos.</p> - -<p>Llegó la noche; se hizo un gran fogón, nos comimos -una mula de las más gordas y algunos peludos, y repletos -y contentos, se cantó, se contaron cuentos y se -durmió hasta el amanecer del siguiente día.</p> - -<p>Iba amaneciendo cuando me desperté; llamé á Camilo -Arias, y le pregunté si había habido alguna novedad. -Contestóme que no, aunque habíamos estado -rodeados de espías. Me incorporé en el blanco lecho -de arena, dirigí la visual á derecha é izquierda; á la<span class="pagenum"><a id="Page_167"></a>[Pg 167]</span> -espalda y al frente, y en efecto, los que habían velado -nuestro sueño estaban todavía por ahí.</p> - -<p>Calentó el sol y empezaron á llegar visitantes y á -incomodarnos con pedidos de todo género, tanto que -tuve que enfadarme cariñosamente con mis ayudantes -Rodríguez y Ozarowski, porque al paso que iban, -pronto se quedarían en calzoncillos.</p> - -<p>—Bueno es dar—les dije,—mas es conveniente que -estos bárbaros no vayan á imaginarse que les damos -por miedo.</p> - -<p>Estaba haciéndoles estas prudentes observaciones -sobre la regla de conducta que debían observar, y como -un indio me pidiera el pañuelo de seda que tenía -al cuello, aproveché la ocasión para despedirlo con cajas -destempladas.</p> - -<p>Gruñó como un perro, refunfuñó perceptiblemente -una desvergüenza, añadiendo: cristiano malo, y se -fué.</p> - -<p>Al rato vino, con cinco más, un nuevo mensajero de -Mariano Rosas.</p> - -<p>Le recibí con mala cara.</p> - -<p>—Manda decir el general que cómo está—me preguntó.</p> - -<p>—Tirado en el campo, dígale—le contesté.</p> - -<p>—Manda decir el general, que cómo le va—añadió.</p> - -<p>—Dígale—repuse,—que busque una bruja de las que -viven en estas aguas que le conteste cómo le irá al que -no teniendo qué comer se está comiendo las mulas -que necesita para volverse á su tierra.</p> - -<p>—Manda decir el general—continuó,—si se le ofrece -algo.</p> - -<p>—Dígale al general—contesté, echando un voto tremendo,—que -es un bárbaro, que está desconfiando de -un hombre de bien que se le entrega desarmado, y que<span class="pagenum"><a id="Page_168"></a>[Pg 168]</span> -otro día ha de creer en algún pícaro de mala fe que lo -engañe.</p> - -<p>El mensajero hizo un gesto de extrañeza al oir aquella -contestación; advirtiéndolo yo, agregué:</p> - -<p>—Y dígaselo, no tenga miedo.</p> - -<p>Dicho esto, le di la espalda, y viendo él que yo no -tenía gana de seguir conversando, recogió el caballo -y se dispuso á partir. Mas en ese momento llegó un -grupo de indios del Norte, y mezclándose con ellos, -allí se quedaron hablando, según me dijo Mora después -de que no había novedad por el Cuero y que más -allá no sabían.</p> - -<p>Al rato, cuando ya se iban, uno de ellos fué á pasar -por entre los dos franciscanos que estaban descansando -en el suelo, como á dos varas uno de otro.</p> - -<p>Gritéle con voz de trueno, saltando furioso sobre él -para sofrenarle el caballo y empuñando mi revólver, -dispuesto á todo:</p> - -<p>—¡Eh! ¡no sea bárbaro! ¡no me pise los padrecitos!</p> - -<p>Y el hombre, que no había sido indio sino cristiano, -sujetando de golpe el caballo, casi en medio de los padres, -contestó:</p> - -<p>—Yo también sé.</p> - -<p>—¿Y si sabes, pícaro, por qué pasas por ahí?</p> - -<p>—No les iba á hacer nada—repuso.</p> - -<p>—¡Conque no les ibas á hacer nada, bandido!</p> - -<p>Calló, dió vuelta, les habló á los indios en su lengua, -siguiéronle éstos, y se alejaron todos, habiendo -pasado los pobres padres por un rato asaz amargo, -pues creyeron hubiese habido una de pópulo bárbaro.</p> - -<p>¡Extraños fenómenos del corazón humano!</p> - -<p>Algunas horas después de esta escena, á la que nada -notable se siguió, ese mismo hombre tan duramente -tratado por mí, se presentó diciéndome:</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_169"></a>[Pg 169]</span></p> - -<p>—Mi Coronel, aquí le traigo este cordero y estos -choclos.</p> - -<p>El hombre inculto había cedido, justo era que yo -cediera á mi vez.</p> - -<p>—Gracias, hijo—le contesté,—¿para qué te has incomodado? -Apéate, tomaremos un mate y me contarás -tu vida.</p> - -<p>Apeóse del caballo, maneólo, sentóse cerca de mí y -después de algunas palabras de comedimiento dirigidas -á los franciscanos, nos contó su historia.</p> - -<p>En ese instante gritaron que se avistaban, saliendo -del monte, unos bultos colorados.</p> - -<p>Ya sabremos lo que era.</p> - - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_170"></a>[Pg 170]<br /><a id="Page_171"></a>[Pg 171]</span></p> -<h2 class="nobreak">XVIII</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> - -<p>Historia de Crisóstomo.—Quiénes eran los bultos colorados.—El -indio Villarreal y su familia.—De noche.</p></div> - - -<p>Tomó la palabra Crisóstomo, y dijo:</p> - -<p>—Mi Coronel, el hombre ha nacido para trabajar como -el buey y padecer toda la vida.</p> - -<p>Este introito en labios de un hombre inculto llamó -la atención de los interlocutores.</p> - -<p>Me acomodé lo mejor que pude en el suelo para escucharle -con atención, convencido de que los dramas -reales tienen más mérito que las novelas de la imaginación.</p> - -<p>La otra noche se lo decía yo á Behetti, rogándole me -hiciera el sacrificio de ciento cincuenta varas, vulgo, -me acompañara una cuadra.</p> - -<p>La historia de cualquier hombre de ésos que nos estorba -el paso, es más complicada é interesante que muchos -romances ideales que todos los días leemos con avidez; -así como hay más chiste y más gracia circulando -en este momento en el más humilde café, que en esos libros -forrados en marroquín dorado, con que especula el -ingenio humano.</p> - -<p>Behetti convino conmigo, y me hizo este cumplimiento:</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_172"></a>[Pg 172]</span></p> - -<p>—Usted es célebre por sus dichos.</p> - -<p>—Y por mis desgracias, como sir Walterio Raleigh—le -contesté,—diciendo para mi capote:</p> - -<p>—Así es el mundo, trabajamos por hacernos célebres -en una cuerda y lo conseguimos por el lado del ridículo.</p> - -<p>¡Nos cuesta tanto conocernos!</p> - -<p>Crisóstomo continuó:</p> - -<p>—Yo vivía en la calle del cerro de Intiguasi.</p> - -<p>Este cerro está cerca de Achiras, y su nombre significa -en quichua, si no ando desmemoriado en mis recuerdos -etnográficos y filográficos, <em>casa del sol</em>. Diéronselo -los incas en una de sus famosas expediciones por la parte -oriental de la Cordillera. <em>Inti</em>, quiere decir sol, y -<em>guasi</em> casa.</p> - -<p>—Vivía con mis padres, cuidando unas manadas, -una majada de ovejas pampas y otra de cabras.</p> - -<p>También hacíamos quesos. No nos iba tan mal. Hubo -una patriada, en la que salieron corridos los <em>colorados</em> -con quienes yo me fuí, porque me arrió don Felipe—se -refería á Saa,—anduve á monte mucho tiempo por San -Luis, y cuando las cosas se sosegaron, me volví á mi casa. -Los colorados nos habían saqueado. Los pobres -siempre se embroman. Cuando no son unos, son otros los -que les caen. Por eso nunca adelantamos. Seguimos trabajando -y aumentando lo poco que nos había quedado -hasta que me desgracié...</p> - -<p>Aquí frunció el ceño Crisóstomo, y un tinte de melancolía -sombreó su cobriza tez, quemada por el aire y -el sol.</p> - -<p>—¿Y cómo fué eso?—le pregunté.</p> - -<p>—¡Las mujeres! ¡las mujeres, señor! que no sirven -sino para perjuicio—repuso.</p> - -<p>—¿Y ahora no tienes mujer?</p> - -<p>—Sí tengo.</p> - -<p>—¿Y cómo hablas tan mal de ellas?</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_173"></a>[Pg 173]</span></p> - -<p>—Es que así es el hombre, mi Coronel: vive quejándose -de lo que le gusta más.</p> - -<p>—Bueno, prosigue—le dije, y Crisóstomo tomó el hilo -de su narración, que ya había predispuesto á todos en -su favor, despertando fuertemente la curiosidad.</p> - -<p>Cerca de casa vivía otra familia pobre. Éramos muy -amigos; todos los días nos veíamos.</p> - -<p>Tenía una hija muy donosa. Se llamaba Inés. Por las -tardes cuando recogíamos las majadas, nos encontrábamos -en el arroyo, que nace de arriba del cerro. Y -como la moza me gustaba, yo le tiraba la lengua y nos -quedábamos mucho rato conversando. Un día le dije -que la quería, que si ella me quería á mí. Me contestó -callada que sí.</p> - -<p>—¿Y cómo es eso de contestar callada?</p> - -<p>—Bueno, mi Coronel, yo le conocí en la cara que puso, -que me quería.</p> - -<p>—¿Y después?</p> - -<p>—Seguimos viéndonos todos los días, saliendo lo más -temprano que podíamos á recoger para poder platicar -con <em>holgura</em>.</p> - -<p>Nos sentábamos juntitos en la orilla del arroyo, en -un lugar donde había unos sauces muy lindos; nos tomábamos -las manos y así nos quedábamos horas enteras -viendo correr el agua. Un día le pregunté si quería que -nos casáramos. No me contestó, dió un suspiro, se le saltaron -las lágrimas, lloró y me hizo llorar.</p> - -<p>—¿Á ti?</p> - -<p>—Á mí, pues, señor—contestó Crisóstomo, mirándome -con un aire que parecía decir: ¿acaso no puedo llorar -yo, porque vivo entre los indios?</p> - -<p>Sentí el reproche y le contesté: no te había entendido -bien, sigue.</p> - -<p>Prosiguió.</p> - -<p>—Lo que se me pasó la tristeza le pregunté por qué<span class="pagenum"><a id="Page_174"></a>[Pg 174]</span> -lloraba, y me contó que su padre quería casarla con un -tal Zárate, que era tropero y hombre hacendado; y que -la noche antes ya le había dicho que si andaba en muchas -conversaciones conmigo le había de pegar unos -buenos. Con la conversación, no nos fijamos en que había -llegado la oración, sin haber recogido las majadas. -Salimos juntos á campearlas. Nos tomó la noche, se -puso muy obscuro, estaba por llover y nos perdimos, -pasando toda la noche en el campo.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>Al día siguiente, Inés no vino al arroyo.</p> - -<p>Yo fuí á su casa, el padre me recibió mal; quiso pelearme.</p> - -<p>Inés estaba en el rancho y me miraba diciéndome -con unos ojos muy tristes, que no le contestara á su padre -y que me fuera. Le obedecí. El viejo me insultó -mucho, hasta que me perdí de vista, sufrí y no le contesté. -Á la noche vino la vieja y se pelearon con mi madre. -Yo escuché todo de afuera. Más tarde, lo que nos -quedamos solos, le conté á mi madre lo que me había -pasado.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>La pobre me quería mucho, me trató mal, lloró y -por último me perdonó.</p> - -<p>Pasaron varias lunas sin verse las familias.</p> - -<p>Una noche ladraron los perros. Salí á ver qué era, y -era una vecina que iba á casa de Inés, donde estaban -muy apurados.</p> - -<p>Á los pocos días Inés se casó con Zárate y estuvieron -de baile y beberaje en la casa. Para esto yo ya sabía -lo que le había pasado á Inés, la noche que ladraron -los perros, porque la vecina que era muy buena mujer -me lo había contado, preguntándome: ¿de quién será -la hijita que ha tenido la Inés? Me dió mucha rabia oir -los cohetes del casorio que se había hecho en la capilla<span class="pagenum"><a id="Page_175"></a>[Pg 175]</span> -de San Bartolo, que está contrita de la sierra. Me fuí -á la casa. Pedí mi hija.</p> - -<p>Me gritaron: ¡borracho!</p> - -<p>Hice un desparramo y salí hachado. Estuve mucho -tiempo enfermo. Sané, busqué mi hija—no la hallé.—Yo -la quería muchísimo, no la había visto nunca. Una -tarde sabiendo que la casa estaba sola, me fuí á ver si -la hallaba á Inés. La hallé. Me recibió como si no me -conociera. Le pedí mi hija y me contestó—¡que estaba -borracho!—La hice acordar de la noche en que nos -perdimos; me contestó—¡borracho!—Lloré no sé de -qué; me echó de la casa llamándome—¡borracho!—Le -pegué una puñalada...</p> - -<p>Y esto diciendo, Crisóstomo se quedó pensativo.</p> - -<p>Nosotros nos quedamos aterrados.—Y ¿después?—dije -yo, sacando á todos del abismo de reflexiones en -que los había sumido la última frase del infortunado -amante.</p> - -<p>—Después—murmuró con amargura,—después he padecido -mucho, mi Coronel.</p> - -<p>—¿Qué hiciste?</p> - -<p>—Me fuí á mi casa, le confesé á mi madre lo que había -hecho, y á mi padre también, me rogaron que me -fuera para San Luis, me arreglaron unas alforjas, tomé -dos buenos caballos y me dirigí á Chaján. Pero al -pasar por el camino de los indios, me dió la tentación -de rumbear al Sud y me vine para acá.</p> - -<p>—¿Y no has vuelto á ver tus padres, ó á Inés?</p> - -<p>—Sí, mi Coronel, los he visto, varias veces que he -ido á malón con los indios, porque el que vive aquí tiene -que hacer eso, si no, no le dan de comer. Á Inés la -cautivamos en una invasión con su marido y sus padres. -Por mí se salvó ella; lloró tanto y me rogó tanto que la -dejara, que la perdonara, que me dió lástima, estaba -embarazada y conseguí que la dejaran.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_176"></a>[Pg 176]</span></p> - -<p>Al padre y la madre se los llevaron y los vendieron á -los chilenos, para una carga de bebida, que son dos barrilitos -de aguardiente. Y he oído decir que están en -una estancia cerca de Mucum.</p> - -<p>Y esto diciendo, Crisóstomo tomó resuello, como para -seguir su narración.</p> - -<p>—¿Y has ido á <em>maloquear</em> (invadir), muchas veces?</p> - -<p>—Sí, mi Coronel, ¡qué hemos de hacer! hay que -buscarse la vida.</p> - -<p>—¿Y tienes ganas de salir á los cristianos?</p> - -<p>—Estoy casado con una china y tengo tres hijos—contestó, -como leyéndose en sus ojos que sí tenía ganas -de salir á los cristianos; pero que no lo haría sin su -mujer y sus hijos.</p> - -<p>Francamente, estos sentimientos paternales me hacían -olvidar al hombre que le diera la puñalada á -Inés.</p> - -<p>¡Qué abismos insondables de ternura y de fiereza -oculta en sus profundidades tempestuosas el corazón -humano!</p> - -<p>Me iba perdiendo en reflexiones, cuando se oyeron -varias voces: ¡Ya vienen cerca los bultos colorados!</p> - -<p>—No te vayas, Crisóstomo—le dije, y levantándome -fuí á posarme en un mogote del terreno para ver mejor -los bultos.</p> - -<p>—Son dos chinas—dijeron unos.</p> - -<p>—Y viene un indio con ellas—otros.</p> - -<p>Los bultos se acercaban á media rienda.</p> - -<p>Llegaron, saludaron cortésmente en castellano y -preguntaron por el Coronel Mansilla.</p> - -<p>—Yo soy—les contesté,—echen pie á tierra.</p> - -<p>El indio se apeó al punto. Las chinas recogieron el -pretal de pintadas cuentas que les sirve de estribo y -bajaron del caballo con cierta dificultad por la estrechez -de la manía en que van envueltas.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_177"></a>[Pg 177]</span></p> - -<p>Era el caballero Villarreal, hijo de india y de cristiano, -casado con la hermana de mi comadre Carmen, -que me mandaba saludar y algunos presentes,—choclos -y sandías.</p> - -<p>La segunda china era hermana de mi comadre y de -la hermana de Villarreal.</p> - -<p>Es éste un hombre de regular estatura, de fisonomía -dulce y expresiva, embellecida por unos grandes ojos -negros llenos de fuego. Vestía como un gaucho lujoso. -Habla bastante bien el castellano y se distingue por la -pulcritud de su persona. Su padre, cuyo apellido lleva, -fué vecino del Bragado. Tenía treinta y cinco años. Ha -estado en Buenos Aires en tiempo de Rosas, y conoce -perfectamente las costumbres de los cristianos decentes. -La mujer es una china magnífica, que también ha estado -en Buenos Aires; me habló de Manuelita Rosas, -tendrá treinta años. Su hermana tendrá dieciocho, y -era soltera. Ambas vestían con lujo, llevando brazaletes -de cuentas de muchos colores y de plata, collares -de oro y plata, el colorado <em>pilquén</em> (la manta), prendida -con un hermoso alfiler de plata como de una cuarta -de diámetro, aros en forma de triángulo, muy grandes, -y las piernas ceñidas á la altura del tobillo con anchas -ligas de cuentas.</p> - -<p>La cuñada de Villarreal es muy bonita y vestida con -miriñaque y otras hierbas sería una <em>morocha</em> como para -dar dolor de cabeza á más de cuatro. Vestía con menos -recato que su hermana, pues, al levantar los brazos, -se veía la concavidad que forma el arranque del brazo -cubierto de vello y agrandándose los pliegues de la camisa -descubrían parte del seno.</p> - -<p>Me entregaron los obsequios con mil disculpas de no -haber traído más, por la premura del tiempo y los -apuros de mi comadre.</p> - -<p>Les agradecí la fineza, hice que les acomodaran los<span class="pagenum"><a id="Page_178"></a>[Pg 178]</span> -caballos, les invité á sentarse y entramos en conversación.</p> - -<p>Al caer la tarde, les pregunté si venían con intención -de pasar la noche conmigo; me contestaron que sí, si -no incomodaban.</p> - -<p>Mandé que desensillaran los caballos, se puso en el -asador el cordero de Crisóstomo, y mientras se asaba, -le pegamos al mate y al cominillo de los franciscanos.</p> - -<p>Anochecía cuando llegó un enviado de Mariano Rosas -con el mensaje consabido: ¿cómo está, cómo le va, -no se han perdido caballos?</p> - -<p>Contesté que no había habido novedad, y despedí al -embajador lo más pronto que pude, sin invitarle á -que se apeara.</p> - -<p>Á Crisóstomo, le rogué que pasara la noche conmigo; -tenía mis razones para querer conversar á <em>solas</em> con él.</p> - -<p>Se quedó.</p> - -<p>Nos sentamos alrededor del fogón, cenamos hasta -saciarnos con choclos, que me parecieron bocado de -cardenal, charlamos mucho, y, cuando ya fué tarde, -tendimos las camas y como en los buenos viejos tiempos -de los patriarcas, nos acostamos todos juntos, por decirlo -así, teniendo por cortinas el limpio y azulado cielo -coronado de luces.</p> - -<p>No hubo ninguna novedad. Dormimos á las mil maravillas. -El hombre es un animal de costumbres.</p> - -<p>Conviene prevenir por la malicia del lector, que los -franciscanos, según estaba acordado, hicieron sus camas -al lado de la mía.</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_179"></a>[Pg 179]</span></p> - -<h2 class="nobreak">XIX</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> - -<p>El amanecer.—Llegada de las cargas.—El marchado de la mula -Achauentrú en el Río 4.º.—Un almuerzo en el fogón.—Lo -que hicieron las chinas en cuanto se levantaron.—El cabo -Mendoza y Wenchenao.—Enojo fingido.—Se presentó Caniupán.</p></div> - - -<p>Al día siguiente amaneció la atmósfera turbia y atornasolada.</p> - -<p>Las ondulaciones del terreno arenoso reverberando el -sol, formaban caprichosos mirajes, los objetos cercanos -se divisaban lejos, creciendo sus proporciones.</p> - -<p>Veíanse en lontananza grandes lagunas de superficie -plateada y quieta; árboles colosales, que eran pequeños -arbustos chamuscados por la quemazón; potros alzados -que <em>escarceaban</em> y eran aves de rapiña, que aleteando -alzaban el polvo sutil.</p> - -<p>Una nubecilla de color terroso pardusco, llamaba hacía -rato la atención de mi gente.</p> - -<p>Yo estaba vacilando entre matar otra mula ó mandar -á Crisóstomo comprar una res, porque los choclos no -bastaban para que almorzara toda mi gente, cuando oí:</p> - -<p>—¡Son indios!</p> - -<p>—No, vienen muy despacio para ser indios.</p> - -<p>—Son mulas.</p> - -<p>—Deben ser las cargas.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_180"></a>[Pg 180]</span></p> - -<p>La última frase sacándome de la indecisión en que estaba, -me hizo incorporar, ponerme de pie, echar la visual -en dirección á los objetos que ocasionaban la contradicción -y llamar á Camilo Arias, que tiene la vista -de un lince, haciéndole una indicación con la mano:</p> - -<p>—¿Á ver qué es aquello?</p> - -<p>Camilo fijó en el horizonte sus brillantes ojos, cuya -mirada hiere como un dardo, y después de un instante -de reflexión, con su aplomo habitual y su aire de profunda -certidumbre, me contestó:</p> - -<p>—Son las cargas, señor.</p> - -<p>—¿Estás cierto?</p> - -<p>—Sí, mi Coronel.</p> - -<p>—¡Arriba todos!—grité.—¡Á la leña todos! ¡Pronto, -pronto un fogón que ya llegan las cargas!</p> - -<p>Los asistentes se pusieron en movimiento, desparramándose -á todos los vientos; y cuando cada cual regresaba -con su carga, la nubecilla que había ido -avanzando sobre nosotros trasparentaba claramente, á -la vista del observador menos agudo, los tres hombres -que quedaron atrás y las cuatro cargas con los ornamentos -sagrados pertenecientes á los franciscanos, la -hierba, el azúcar, las bebidas y otras menudencias de -poco valor, que eran los grandes presentes que yo destinaba -á los caciques principales.</p> - -<p>Venían andando á ese paso de la mula que ni es tranco, -ni es trote, ni es galope; pero que es rápido, y que -en la jerga de la lengua de nuestra tierra, se llama -<em>marchado</em>.</p> - -<p>Es una especie de trote inglés, una especie de sobrepaso, -que al jinete le hace el efecto de que la mula, en -lugar de caminar, se arrastra culebreando.</p> - -<p>Todos los aires de marcha, el tranco, el trote, el galope, -son cansadores, fatigan hasta postrar.</p> - -<p>Sólo el <em>marchado</em> no deshace el cuerpo, ni produce<span class="pagenum"><a id="Page_181"></a>[Pg 181]</span> -dolores en las espaldas ni en la cintura, permitiendo -dormir cómodamente sobre el lomo del macho ó de la -mula, como en veloz esquife que, rápido, hiende las -mansas aguas, dejando tras sí espumosa estela que, -aunque parezca macarrónico, compararé el rastro que -deja en el suelo blando el híbrido cuadrúpedo, cuya cola -maniobra incesantemente á derecha é izquierda, á manera -de timón cuando se mueve.</p> - -<p>Llegaron, pues, las suspiradas cargas, y mientras se -puso todo en tierra y se eligieron los pedazos de charque -más gordos, se hizo un gran fogón, colocando en él -una olla para cocinar un <em>pucherete</em> y cocer el resto de -choclos que quedaba.</p> - -<p>Los padres se ocuparon en abrir sus baúles, en sacar -los ornamentos sagrados, que estaban húmedos, y en -extenderlos con el mayor cuidado al sol.</p> - -<p>Con una parte de los presentes para los caciques hubo -que hacer lo mismo.</p> - -<p>Las mulas se habían caído repetidas veces en los guadales -del Cuero, y todo se había mojado, á pesar de haber -sido retobado en cuero fresco, con la mayor prolijidad -en el Fuerte Sarmiento.</p> - -<p>Yo estaba contrariadísimo; ya sabía por experiencia -cuán delicado es el paladar de los indios, pues muchísimas -veces se sentaron á mi mesa en el Río 4.º, teniendo -ocasión, al mismo tiempo, de admirar la destreza -con que esgrimían los utensilios gastronómicos, la cuchara -y el tenedor; lo bien que manejaban la punta del -mantel para limpiarse la boca, el perfecto equilibrio con -que llevaban la copa rebosando de vino á los labios.</p> - -<p>Tengo muy presente un rasgo de buena crianza de -Achauentrú, capitanejo de Mariano Rosas.</p> - -<p>Comía en mi mesa; el asistente que le servía le pasó -la azucarera, y como el indio viese que no tenía cuchara -dentro, echó la vista al platillo de su taza de café, y<span class="pagenum"><a id="Page_182"></a>[Pg 182]</span> -como viese que tampoco tenía cucharita miró al soldado, -y lo mismo que lo habría hecho el caballero más cumplido, -le dijo:</p> - -<p>—¡Cuchara!</p> - -<p>—Pronto, hombre, una cuchara para Achauentrú,—le -grité yo, cambiando miradas de inteligencia con todos -los presentes como diciendo: Positivamente, no es -tan difícil civilizar á estos bárbaros.</p> - -<p>Avisaron que el charqui estaba soasado y los choclos -cocidos, pronto el <em>pucherete</em>.</p> - -<p>—Á comer—llamé.</p> - -<p>Y sentándonos todos en rueda, comenzó el almuerzo, -ocupando las visitas los asientos preferentes, que eran -al lado de los franciscanos y de mí.</p> - -<p>Las dos chinas estaban hermosísimas, su tez brillaba -como bronce bruñido; sus largas trenzas negras como el -ébano y adornadas de cintas pampas les caían graciosamente -sobre las espaldas; sus dientes cortos, iguales -y limpios por naturaleza, parecían de marfil; sus manecitas -de dedos cortos, torneados y afilados; sus piececitos -con las uñas muy recortadas, estaban perfectamente -aseados.</p> - -<p>Esa mañana, en cuanto salió el sol, se habían ido á -la costa de la laguna, se habían dado un corto baño, y -recatándose un tanto de nosotros, se habían pintado -las mejillas y el labio inferior, con carmín que les llevan -los chilenos, vendiéndoselos á precio de oro.</p> - -<p>María, la cuñada de Villarreal, más coqueta que su -hermana la casada, se había puesto lunarcitos negros, -adorno muy favorito de las chinas.</p> - -<p>Para el efecto hacen una especie de tinta de un barro -que sacan de la orilla de ciertas lagunas, barro de color -plomizo, bastante compacto, como para cortarlo en -panes y secarlo así al sol, ó dándole la forma de un bollo.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_183"></a>[Pg 183]</span></p> - -<p>El charqui estaba sabrosísimo—á buena gana no hay -pan duro, dice el adagio viejo,—el <em>pucherete</em> suculento; -los choclos dulces y tiernos como melcocha.</p> - -<p>Los cristianos comimos bien; Villarreal y las chinas -se saturaron con aguardiente.</p> - -<p>Villarreal lo hizo hasta <em>caldearse</em>, término que, entre -los indios, equivale á lo que en castellano castizo -significa ponerse calamucano.</p> - -<p>Llegó el turno del mate de café, no teniendo otro postre, -y habiéndome apercibido de que nos rondaban algunos -indios, recién llegados, los llamé, los convidé á -tomar asiento en nuestra rueda y les di unos buenos tragos -del alcohólico anisado.</p> - -<p>Hice acuerdos en ese momento de que no me había -informado del cabo conductor de las cargas, de las novedades -del camino; y que aquél no habiendo sido interrogado, -nada me había dicho al respecto.</p> - -<p>Rumiaba si le llamaría ó no en el acto, cuando ciertas -palabras cambiadas entre mis ayudantes me hicieron -colegir que algo curioso había ocurrido.</p> - -<p>Me resolví al interrogatorio, decidiendo incontinenti.</p> - -<p>—¡Que llamen al cabo Mendoza!</p> - -<p>—¡Mendoza! ¡Mendoza! lo llama el Coronel—oyóse.</p> - -<p>Y acto continuo se presentó el cabo, cuadrándose militarmente.</p> - -<p>—Y, ¿cómo ha ido por el camino?—le pregunté.</p> - -<p>—Medio mal, mi Coronel—me contestó.</p> - -<p>—¿Por qué no me habías dicho nada?</p> - -<p>—Porque usía no me preguntó nada.</p> - -<p>—Yo creía que no hubiera habido novedad, y tú debías -haber pedido la venia para hablarme.</p> - -<p>El cabo agachó la cabeza y no contestó.</p> - -<p>—Bueno, pues, cuéntame lo que te ha sucedido.</p> - -<p>—Señor, cuando íbamos llegando á un charco que es<span class="pagenum"><a id="Page_184"></a>[Pg 184]</span>tá -<em>allicito</em> no más, cerca del médano de la Verde, me -salió un indio malazo, con cuatro más diciéndome:</p> - -<p>—Ese soy Wenchenao, ese mi toldo, esa mi tierra. -¿Con permiso de quién pasando?</p> - -<p>—Voy con el Coronel Mansilla.</p> - -<p>—Ese Coronel Mansilla, ¿con permiso de quién pisando -mi tierra?</p> - -<p>—Eso no sé yo, amigo, déjeme seguir mi camino.</p> - -<p>Los indios nos ponían las lanzas en el pecho y las -hincaban á las mulas en el anca para hacerlas disparar.</p> - -<p>—No siguiendo camino sino pagando.</p> - -<p>—¿Y qué quiere que le pague, amigo? ¿no ve que lo -que llevamos es para el cacique Mariano?</p> - -<p>—Entonces dando, mejor. Mariano teniendo mucho; -padre Burela viniendo con mucho aguardiente.</p> - -<p>Mientras estábamos en esa conversación, mi Coronel, -uno de los indios descargó una mula, y llegaron -unas chinas con unas pavas, las llenaron bien, echaron -bastante azúcar, tabaco y papel en un poncho y se -fueron.</p> - -<p>Wenchenao nos dijo entonces:</p> - -<p>—Bueno, amigo, siguiendo camino no más, pero dando -camisa, pañuelo, calzoncillo.</p> - -<p>Y hasta que no le dimos algo de eso, no nos quitaron -las lanzas del pecho, ni nos dejaron pasar.</p> - -<p>—Pues has hecho buena hazaña—le dije.—¿Conque -tres hombres se han dejado saquear por unos cuantos -indios rotosos?</p> - -<p>—¿Y qué habíamos de hacer, mi Coronel?—contestó,—que -por hacer pata ancha, nos hubieran quitado -todo.</p> - -<p>—Tienes razón—le dije;—retírate.</p> - -<p>Dió media vuelta, hizo la venia y se alejó.</p> - -<p>Aprovechando la presencia de Villarreal y de los -otros indios, simulé el mayor enojo é indignación; me<span class="pagenum"><a id="Page_185"></a>[Pg 185]</span> -levanté de la rueda del fogón; paseándome de arriba -abajo exclamaba á cada rato:</p> - -<p>—¡Pícaros! ¡ladrones!—rellenando estas palabras -con imprecaciones por el estilo de ésta: ¡Ojalá me hagan -algo á mí, para que se los lleve el diablo!</p> - -<p>Los indios, sin excepción alguna, me oían fulminar -rayos y centellas contra ellos, sin decir una palabra, -sin moverse siquiera de su lugar.</p> - -<p>Sólo cuando parecí calmado,—Villarreal medio entre -San Juan y Mendoza, valiéndome de la metáfora de -la tierra, se levantó y viniendo á mí con paso vacilante -y aire receloso, me dijo:</p> - -<p>—Tenga paciencia, mi Coronel.</p> - -<p>—¿Qué paciencia quiere que tenga con esta canalla?—le -contesté.</p> - -<p>Siguió rogándome que me calmara, y yo contestando, -y, después de escucharle una larga explicación sobre -cómo eran los indios, la diferencia que había entre -uno trabajador y uno ladrón, nos quedamos muy amigos.</p> - -<p>Hecha la comedia pedí más aguardiente, y volví á -convidar á los indios del fogón.</p> - -<p>Por supuesto que la señora Villarreal y su hermana -no dejaron de dirigirme algunas exhortaciones amables, -que finalizaban todas con esta frase: tenga paciencia, -señor.</p> - -<p>Viendo que los huéspedes se iban <em>caldeando</em>, creí -oportuno hacer cesar las libaciones.</p> - -<p>—Dando, dando más, Coronel—me decían varios á -la vez,—ya caldeados, queriendo rematar.</p> - -<p>No hubo tutía.</p> - -<p>Viéndome firme, fueron despejando el campo uno -tras de otro.</p> - -<p>Villarreal y sus chinas ni pidieron los caballos para -retirarse.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_186"></a>[Pg 186]</span></p> - -<p>Me daban un solo sobre el modo de tratar á los indios, -sobre las relevantes prendas del carácter de Ramón, -su cacique inmediato, en los momentos que se -presentó un precursor de Caniupán, diciéndome que -éste no tardaría en llegar; que en Leubucó se hacían -grandes preparativos para recibirme, ponderando con -tales aspavientos la indiada que se había reunido, los -cohetes que se quemarían, que era cosa de chuparse -los dedos de gusto, pensando en la imperial recepción -que me aguardaba.</p> - -<p>Presentóse por fin Caniupán con unos cuarenta individuos -vestidos de parada, es decir, montando briosos -corceles, enjaezados con todo el lujo pampeano, con -grandes testeras, coleras, petrales, estribos y cabezadas -de plata, todo ello de gusto chileno.</p> - -<p>Los jinetes se habían puesto sus mejores ponchos y -sombreros, llevando algunos bota fuerte, otros de potro -y muchos la espuela sobre el pie pelado.</p> - -<p>Levanté campamento; me despedí de las visitas, y -escoltado por Caniupán, tomé el camino de Leubucó.</p> - -<p>Mañana haré mi entrada triunfal allí.</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_187"></a>[Pg 187]</span></p> - -<h2 class="nobreak">XX</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> - -<p>El camino de Calcumuleu á Leubucó.—Los indios en el campo.—Su -modo de marchar.—Cómo descansan á caballo.—Qué es -tomar caballos á mano.—No había novedad.—Cruzando un -monte.—Se divisa Leubucó.—Primer parlamento.—Cada razón -son diez razones.</p></div> - - -<p>El camino del Calcumuleu á Leubucó corría en línea -paralela con el bosque que teníamos hacia el Naciente, -buscando una abra, que formaba una gran ensenada. -De trecho en trecho se bifurcaba, saliendo ramales -de rastrilladas para las diversas tolderías. Reinaba -mucho movimiento en el desierto.</p> - -<p>De todos lados asomaban indios, al gran galope -siempre, sin curarse de los obstáculos naturales del terreno, -donde caballos educados como los nuestros ó los -ingleses habrían caído postrados de fatiga á los diez -minutos por vigorosos que hubieren sido. Subían rápidos -á la cumbre de los médanos de movediza arena y -bajaban con la celeridad del rayo; se perdían entre los -montecillos de chañar, apareciendo al punto; se hundían -en las blandas sinuosidades y se alzaban luego; -se tendían á la derecha, evitando un precipicio, después -á la izquierda rehuyendo otro, y así, ora en el horizonte, -ora fuera de la vista del plano accidentado,<span class="pagenum"><a id="Page_188"></a>[Pg 188]</span> -cuando menos pensábamos brotaban á nuestro lado, -por decirlo así, incorporándose á mi comitiva.</p> - -<p>Íbamos formados á ratos, yendo yo con Caniupán -adelante, sus indios, atrás y después de éstos mi gente; -otras veces en dispersión.</p> - -<p>Andando con indios no es posible marchar unidos.</p> - -<p>Ellos le aflojan la rienda al caballo para que dé todo -lo que puede, sin apurarlo nunca; de modo que los jinetes -cuyo caballo tiene el galope corto se quedan -atrás y los otros se van adelante.</p> - -<p>Toda marcha de indios se inicia en orden; al rato se -han desparramado como moscas, salvo en los casos de -guerra. En ésta, pelean unidos ó en dispersión, á pie -unos, á caballo otros, interpolados todos según las circunstancias.</p> - -<p>En un combate que mis fuerzas tuvieron con ellos en -los Pozos Cavados, pelearon interpolados. Mi gente, -siendo inferior en número, había echado pie á tierra. -Le llevaron tres cargas, que fueron rechazadas á balazos, -y al dar vuelta caras, los pedestres se agarraban de -las colas de los caballos, y ayudados por el impulso de -éstos, se ponían en un verbo fuera del alcance de las -balas.</p> - -<p>En marcha, que no es militar, los indios no reconocen -jerarquías.</p> - -<p>Lo mismo es para ellos la derecha que la izquierda, -ir adelante que atrás: el capitanejo, el cacique menor -ó mayor, todo es igual al último indio. El terreno, el -aire de la marcha y el caballo deciden del puesto que -lleva cada uno. ¿Va bien montado el cacique? Se le verá -adelante, muy adelante. ¿Va mal montado? Se quedará -rezagado. Y el lujo consiste en tener el caballo -de galope más largo, de más bríos y de mayor resistencia.</p> - -<p>Ya veremos cómo los mismos caballos que nos roban<span class="pagenum"><a id="Page_189"></a>[Pg 189]</span> -á nosotros, pues ellos no tienen crías ni razas especiales -sometidas á un régimen peculiar y severo, cuadruplican -sus fuerzas reduciéndonos muchas veces en la -guerra á una impotente desesperación.</p> - -<p>Al llegar á la entrada del bosque, viendo que mi -gente marchaba formando una chorrera y que mis caballos -no podían resistir á un galope largo sostenido -por la arena, que se enterraban hasta las rodillas no -obstante que seguíamos las sendas de la rastrillada, le -dije á Caniupán:</p> - -<p>—Hagamos alto un rato, los padrecitos vienen muy -cansados.</p> - -<p>Era un pretexto como cualquier otro.</p> - -<p>Caniupán sujetó de golpe su caballo, yo el mío, los -que nos seguían unos después de otros; lo mismo hicieran -los indios que nos precedían, cuando se apercibieron -de que estábamos parados, y poco después formábamos -dos grupos, envueltos en una nube de arena.</p> - -<p>Para ganar tiempo y dar más alivio á mis cabalgaduras, -mandé mudarlas. Los indios no echaron pie á -tierra. Tienen ellos la costumbre de descansar sobre -el lomo del caballo. Se echan como en una cama, haciendo -cabecera del pescuezo del animal, y extendiendo -las piernas cruzadas en las ancas, así permanecen -largo rato, horas enteras á veces. Ni para dar de beber -se apean; sin desmontarse sacan el freno y lo ponen. -El caballo del indio, además de ser fortísimo, es mansísimo. -¿Duerme el indio? No se mueve. ¿Está ebrio? -Le acompaña á guardar el equilibrio. ¿Se apea y le -baja la rienda? Allí se queda. ¿Cuánto tiempo? Todo -el día. Si no lo hace es castigado de modo que entienda -por qué. Es raro hallar un indio que use manea, -traba, bozal y cabestro. Si alguno de estos útiles lleva, -de seguro que anda <em>redomoneando</em> un potro, ó en<span class="pagenum"><a id="Page_190"></a>[Pg 190]</span> -un caballo arisco, ó enseñando uno que ha robado en -el último malón.</p> - -<p>El indio vive sobre el caballo, como el pescador en -su barca; su elemento es la Pampa, como el elemento -de aquél es el mar.</p> - -<p>¿Adónde va un indio que no ensille, que no salte -en pelos? ¿Al toldo vecino que dista cuadras? Irá á caballo. -¿Al arroyo, á la laguna, al jagüel, que están cerca -de su misma morada? Irá á caballo. Todo puede -faltar en el toldo de un indio. Será pobre como Adán. -Hay una cosa que jamás falta. De día, de noche, brille -espléndido el sol ó llueva á cántaros, en el palenque -hay siempre enfrenado y atado de la rienda un caballo.</p> - -<p><em>¡A horse! ¡A horse! ¡my kingdom for a horse!</em></p> - -<p>Todo, todo cuanto tiene dará el indio en un momento -crítico, por un caballo.</p> - -<p>Mudábamos, tomando <em>á mano</em>.</p> - -<p>Es una operación campestre entretenida, no haciéndola -torpemente, es decir, <em>enlazando</em>.</p> - -<p>Cada grupo de mi gente rodeaba su tropilla. La madrina -estaba maneada. Los animales remolineaban á -su alrededor. Entre varios tenían dos ó más lazos formando -un círculo á manera de corral. Entraban en él, -uno después de otro, por turno de numeración, los que -iban á mudar. El encargado de la tropilla elegía un -caballo de los menos <em>sobados</em>, lo designaba diciendo -verbigracia—el obscuro overo,—para el número 4; y el -individuo determinado así, con el freno y el bozal en -la siniestra, se acercaba á aquél con maña, con cuidado -de no asustarlo, buscándole la vuelta, echándole de -lejos sobre el lomo, si no era manso, la punta de la -rienda ó del cabestro, á cuyo contacto se queda casi -siempre quieto el manso y dócil corcel.</p> - -<p>La operación de mudar tomando á lazo en el medio<span class="pagenum"><a id="Page_191"></a>[Pg 191]</span> -del campo, á más del riesgo de que los caballos menos -asustadizos se espanten, disparen y se alcen, es sumamente -morosa, requiere gran destreza y ofrece peligros; -de todos los ejercicios del gaucho, del paisano, el más -fuerte, el más difícil y el más expuesto de todos es el -del lazo. Cualquiera maneja en poco tiempo regularmente -las <em>boleadoras</em>. Ni ser muy de á caballo, se requiere: -siquiera mucha fuerza. El manejo del lazo, al -contrario, demanda completa posesión del caballo, vigor -varonil y agilidad.</p> - -<p>Mientras mudábamos, llegaron varios indios del -Norte, de <em>afuera</em>, como dicen ellos. Nosotros le llamamos -así al Sur.</p> - -<p>Viendo sus caballos tan trasijados, le pregunté á Caniupán:</p> - -<p>—¿De dónde vienen éstos?</p> - -<p>—Éstos vinieron de <em>afuera</em>, boleando, me contestó.</p> - -<p>Eran las últimas descubiertas que regresaban, pero -Caniupán no quería confesarlo.</p> - -<p>—¿Qué habiendo por los campos, hermano?—le -agregué.</p> - -<p>—Muy silencio estando Cuero, Bagual y Tres Lagunas.</p> - -<p>—¿Entonces, indios no desconfiando ya de mí?—proseguí.</p> - -<p>Camilo Arias interrumpió el diálogo, avisándome -que estábamos prontos.</p> - -<p>—¡Á caballo!—grité;—montamos, nos pusimos en -marcha, y pocos minutos después entrábamos en el -monte de Leubucó.</p> - -<p>Sendas y rastrilladas, grandes y pequeñas, lo cruzaban -como una red, en todas direcciones. Galopábamos -á la desbandada. Los corpulentos algarrobos, chañares -y caldenes, de fecha inmemorial; los mil arbustos nacientes -desviaban la línea recta del camino obligándo<span class="pagenum"><a id="Page_192"></a>[Pg 192]</span>nos -á llevar el caballo sobre la rienda para no tropezar -con ellos, ó enredarnos en sus vástagos espinosos y -traicioneros.</p> - -<p>Nuestros caballos no estaban acostumbrados á correr -por entre bosques. Teníamos que detenernos constantemente; -por ellos, expuestos á rodar, y por nosotros -mismos expuestos á quedarnos colgados de un gajo como -arrebatados por un garfio.</p> - -<p>La torpeza nuestra era sólo comparable á la habilidad -de los indios; mientras nosotros, á cada paso, hallábamos -una barrera que nos obligaba á abreviar el -aire de la marcha, á ir al trote y al tranco, á hacer alto -y proseguir, ellos seguían imperturbables su camino, -veloces como el viento. Pronto, pues, salieron ellos -del bosque, quedándonos nosotros atrás. Yo no podía -perder de vista que conmigo iban los franciscanos, y -no era cosa de dejarlos en el camino, ni de exponerlos -á columpiarse contra su gusto en un algarrobo. Demasiada -paciencia habíamos tenido ya, para perderla -cuando llegábamos, Dios mediante, al término de la -jornada.</p> - -<p>Los indios me esperaban en una aguadita al salir -del bosque; en un gran descampado, sucesión de médanos -pelados, tristes, solitarios.</p> - -<p>Á lo lejos, como una faja negra, se divisaba en el horizonte -la ceja de un monte.</p> - -<p>—Allí es Leubucó—me dijeron, señalándome la -faja negra.</p> - -<p>Fijé la vista, y, lo confieso, la fijé como si después -de una larga peregrinación por las vastas y desoladas -llanuras de la Tartaria, al acercarme á la raya de la -China, me hubieran dicho: ¡allí es la gran muralla!</p> - -<p>Voy á penetrar, al fin, en el recinto vedado.</p> - -<p>Los ecos de la civilización van á resonar pacífica<span class="pagenum"><a id="Page_193"></a>[Pg 193]</span>mente -por primera vez, donde jamás asentara su planta -un hombre del coturno mío.</p> - -<p>Grandes y generosos pensamientos me traen; nobles -y elevadas ideas me dominan; mi misión es digna -de un soldado, de un hombre, de un cristiano, me decía; -y veía ya la hora en que reducidos y cristianizados -aquellos bárbaros, utilizados sus brazos para el trabajo, -rendían pleito homenaje á la civilización por el esfuerzo -del más humilde de sus servidores.</p> - -<p>Aspiraciones del espíritu despierto, que se realizan -con más dificultad que las mismas visiones del ensueño, -¡apartaos!</p> - -<p>El hombre no es razonable cuando discurre, sino -cuando acierta.</p> - -<p>Vivimos en los tiempos del éxito.</p> - -<p>Nadie lucha contra los que tienen treinta legiones -aunque la conciencia pueda más que todas las legiones -del mundo.</p> - -<p>Alguien habrá que lo intente algún día. Y no con el -desaliento del gladiador, que anticipándose á su destino -y mirando al César encumbrado sobre las más altas -gradas del circo, exclamaba:</p> - -<p>«Los que van á morir os saludan»—sino como el -fuerte y viril republicano:</p> - -<p>«Primero muerto que deshonrado.»</p> - -<p>Donde los indios me esperaban hicimos alto: mandé -aflojar las cinchas, dar un descanso á los caballos y -de beber después.</p> - -<p>Hecho esto, en dos grupos unidos que no tardaron -en deshacerse, nos pusimos en marcha al galope, con la -mirada fija en la faja negra.</p> - -<p>Galopábamos en alas de la impaciencia y de la curiosidad.</p> - -<p>No había sido fácil empresa llegar hasta la morada -de Mariano Rosas. ¡Hasta los bárbaros saben rodearse<span class="pagenum"><a id="Page_194"></a>[Pg 194]</span> -de aparato teatral para deslumbrar ó embaucar á la -multitud!</p> - -<p>De repente hizo alto un grupo de indios que nos -precedía.</p> - -<p>—Hay alguna novedad—me dijo Mora,—porque si -no aquéllos no se habrían parado.</p> - -<p>—¿Y qué será?</p> - -<p>—Cuando menos han avistado algún parlamento.</p> - -<p>—¿De quién?</p> - -<p>—Del general Mariano.</p> - -<p>—¿Y cuántos tendremos que encontrar antes de llegar -á Leubucó?</p> - -<p>—Quién sabe, señor; eso depende de los honores que -el general le quiera hacer.</p> - -<p>Un indio venía á media rienda hacia nosotros, destacado -del grupo que acababa de hacer alto, en busca -de Caniupán.</p> - -<p>Sujetamos.</p> - -<p>Habló con él en su lengua, y luego, partió á escape, -contramarchando.</p> - -<p>Caniupán me dijo:</p> - -<p>—Viniendo parlamento.</p> - -<p>—Me alegro mucho.</p> - -<p>—Topando con él, galope.</p> - -<p>—Bueno topando, al galope.</p> - -<p>Y esto diciendo, nos pusimos al gran galope sin reparar -en nada.</p> - -<p>Yo echaba de cuando en cuando la vista atrás, y -veía á mis franciscanos, expuestos sin remisión á dar -una furiosa rodada, y contenía un tanto la carrera de -mi caballo para que aquéllos se me incorporaran, pues -Caniupán me decía á cada momento: poniendo padre -á tu lado.</p> - -<p>Así íbamos ganando terreno, levantando torbellinos -de arena, rodando más de cuatro en pocos instantes<span class="pagenum"><a id="Page_195"></a>[Pg 195]</span> -y viendo una nube que transparentaba diversos colores, -avanzar sobre nosotros.</p> - -<p>Coronamos el dorso de un médano y distinguimos -claramente un grupo como de cincuenta jinetes.</p> - -<p>—Ese son, poquito galope—dijo Caniupán recogiendo -su caballo.</p> - -<p>—Bueno, amigo—le contesté, igualando mi caballo -con el suyo.</p> - -<p>Así seguimos un momento, hasta que hallándonos -como á seiscientos metros:</p> - -<p>—¡Ese son hermano, topando!—dijo Caniupán y se -lanzó violento.</p> - -<p>Le seguí y mi gente me imitó.</p> - -<p>Los franciscanos no se quedaron atrás.</p> - -<p>Yo no sé cómo hicieron, pero el hecho es que llegaron -juntos conmigo hasta el punto en que diciendo y -haciendo, Caniupán gritó:</p> - -<p>—¡Parando, hermano!</p> - -<p>Los dos grupos, el que iba y el que venía, sujetamos -al mismo tiempo, quedando como á veinte pasos uno -de otro.</p> - -<p>Del que venía salió un indio.</p> - -<p>Del nuestro salió otro.</p> - -<p>Se colocaron equidistantes de sus respectivos grupos -y mirando el uno para el Norte y el otro para el Sur, -tomó la palabra el que venía de Leubucó.</p> - -<p>¿Cuánto tiempo habló?</p> - -<p>Hablaría seguido, sin interrupción alguna, sin tragar -la saliva, como cinco minutos.</p> - -<p>¿Qué dijo?</p> - -<p>Lo sabremos después.</p> - -<p>Le contestó el otro en la misma forma y modo.</p> - -<p>¿Qué dijo?</p> - -<p>Lo sabremos también después.</p> - -<p>Tres preguntas y respuestas se hicieron.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_196"></a>[Pg 196]</span></p> - -<p>Le pregunté á Mora qué habían conversado.</p> - -<p>Me contestó que el uno me había saludado, y el otro -había contestado por mí; que el uno representaba á -Mariano Rosas y el otro me representaba á mí, según -orden de Caniupán que acababa de recibir.</p> - -<p>—Pero hombre, le observé, ¿tanto ha hablado sólo -para saludarme?</p> - -<p>—Sí, mi Coronel, es que los dos son buenos <em>lenguaraces</em>—oradores -quería decir.</p> - -<p>—Pero hombre, insistí, si han hablado un cuarto -de hora, ¿cómo no han de haber hecho más que saludarme?</p> - -<p>—Mi Coronel, es que las <em>razones</em> que traía el parlamento -de Mariano las ha hecho muchas más; y el de -usted ha hecho lo mismo para no quedar mal.</p> - -<p>—¿Y cuántas razones traía el de Mariano?</p> - -<p>—¡Tres razones no más!</p> - -<p>—¿Y qué decían?</p> - -<p>—Que cómo está Usía, que cómo le ha ido de viaje, -que si no ha perdido caballos, porque en los campos -solos siempre suceden desgracias.</p> - -<p>—¿Y para decir eso ha charlado tanto, hombre?</p> - -<p>—Sí, mi Coronel; no ve que cada <em>razón</em> la han hecho -<em>diez razones</em>.</p> - -<p>—¿Y qué es eso, hombre?</p> - -<p>—Es, mi Coronel...</p> - -<p>Decía esto Mora, cuando Caniupán nos interrumpió, -proponiéndome que saludara á la comisión que -acababa de llegar.</p> - -<p>Deferí á su indicación y comenzó el saludo.</p> - -<p>Tendrás paciencia, hasta mañana, Santiago amigo, -y el paciente lector contigo.</p> - -<p>La paciencia es una virtud que conviene ejercitar -en las cosas pequeñas, que en las grandes yo opino como -Romeo, por boca de Shakespeare.</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_197"></a>[Pg 197]</span></p> - -<h2 class="nobreak">XXI</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> - -<p>En qué consiste el arte de hacer de <em>una razón</em> varias razones.—De -cuántos modos conversan los indios.—Sus oradores.—Sus -rodeos para pedir.—Precauciones de los Caciques antes de -celebrar una junta.—Numeración y manera de contar de los -Ranqueles.</p></div> - - -<p>Aprovechando una parada interrogué á Mora, que -tomó la palabra para explicarme en qué consiste el arte -de hacer de <em>una razón</em>, dos ó más razones.</p> - -<p>Á su modo me hizo un curso de retórica completo. -Ya he dicho que es un hombre perspicaz y si no lo he -dicho, viene aquí á pelo decirlo.</p> - -<p>Los indios Ranqueles tienen tres modos y formas de -conversar.</p> - -<p>La conversación familiar.</p> - -<p>La conversación en parlamento.</p> - -<p>La conversación en junta.</p> - -<p>La conversación familiar es como la nuestra, llana, -fácil, sin ceremonias, sin figuras, con interrupciones -del ó de los interlocutores, animada, vehemente, según -el tópico ó las pasiones excitadas.</p> - -<p>La conversación en parlamento está sujeta á ciertas -reglas; es metódica, los interlocutores no pueden, ni<span class="pagenum"><a id="Page_198"></a>[Pg 198]</span> -deben interrumpirse; es en forma de preguntas y respuestas.</p> - -<p>Tiene un tono, un compás determinado, su estribillo -y actitudes académicas, por decirlo así.</p> - -<p>El tono y el compás pueden sólo compararse á lo que -en las festividades religiosas se canta con el nombre de -villancico.</p> - -<p>Es algo cadencioso, uniforme, monótono, como el -murmullo de la corriente del agua.</p> - -<p>Yo no conozco suficientemente la lengua araucana -para consignar una frase.</p> - -<p>Pero el penetrante lector, y tú, Santiago, que á este -respecto te pierdes de vista, haciendo un pequeño esfuerzo, -me comprenderán.</p> - -<p>Voy á estampar sonidos cuya eufonía remeda la de -los vocablos araucanos.</p> - -<p>Por ejemplo:</p> - -<p><em>Epú</em>, <em>bicú</em>, <em>mucú</em>, <em>picú</em>, <em>tanqué</em>, <em>locó</em>, <em>painé</em>, <em>bucó</em>, <em>có</em>, -<em>rotó</em>, <em>clá</em>, <em>aimé</em>, <em>purrá</em>, <em>cuerró</em>, <em>tucá</em>, <em>claó</em>, <em>tremen</em>, <em>leuquen</em>, -<em>pichun</em>, <em>mincun</em>, <em>bitooooooon</em>.</p> - -<p>Supongamos que los sonidos enumerados hayan sido -pronunciados con énfasis, muy ligero, sin marcar casi -las comas, y que el último haya sido pronunciado tal -cual está escrito á manera de una interjección prolongada, -hasta donde el aliento lo permite.</p> - -<p>Supongamos algo más, que esos sonidos imitativos -representando palabras bien hilvanadas, quisieran -decir:</p> - -<p>Manda preguntar Mariano Rosas, que ¿cómo le ha -ido anoche por el campo, con todos sus jefes y oficiales?</p> - -<p>Ó, en los tiempos de Mora, supongamos que esa interrogación -sea <em>una razón</em>.</p> - -<p>Pues bien, convertir una razón en dos, en cuatro ó -más razones, quiere decir, dar vuelta la frase por activa, -y por pasiva, poner lo de atrás adelante, lo del me<span class="pagenum"><a id="Page_199"></a>[Pg 199]</span>dio -al principio, ó al fin; en dos palabras, dar vuelta -la frase de todos lados.</p> - -<p>El mérito del interlocutor en parlamento, su habilidad, -su talento, consiste en el mayor número de veces -que da vuelta cada una de sus frases ó razones; ya -sea valiéndose de los mismos vocablos, ó de otros; sin -alterar el sentido claro y preciso de aquéllas.</p> - -<p>De modo que los oradores de la pampa son tan fuertes -en retórica, como el maestro de gramática de Molière, -que instado por el <i lang="fr" xml:lang="fr">Bourgeois gentil-homme</i>, le escribió -á una dama este billete: <i lang="fr" xml:lang="fr">«Madame, vos vells -yeux me font mourir d'amour»</i>. Y no quedando satisfecho -el interesado: <i lang="fr" xml:lang="fr">«Vos vells yeux, madame, me font -mourir d'amour»</i>. Y no gustándole esto: <i lang="fr" xml:lang="fr">«D'amour, -madame, vos vells yeux me font mourir»</i>. Y no queriendo -lo último: <i lang="fr" xml:lang="fr">«Me font mourir d'amour, vos vells -yeux, madame»</i>.—Con lo cual el <i lang="fr" xml:lang="fr">Bourgeois</i> se dió por -satisfecho.</p> - -<p>La gracia consiste en la más perfecta uniformidad -en la entonación de las voces. Y, sobre todo, en la mayor -prolongación de la última sílaba de la palabra final.</p> - -<p>Una cantante que aprendiera el araucano, haría furor -entre los indios, por su extensión de voz, si la tenía, -y por otros motivos, de que se hablará á su tiempo. -No es posible poner todo en la olla de una vez.</p> - -<p>Esa última sílaba prolongada, no es una mera <i lang="it" xml:lang="it">floritura</i> -oratoria. Hace en la oración los oficios del punto -final; así es que en cuanto uno de los interlocutores la -inicia, el otro rumia su frase, se prepara, toma la actitud -y el gesto de la réplica, todo lo cual consiste en -agachar la cabeza y en clavar la vista en el suelo.</p> - -<p>Hay oradores que se distinguen por su facundia; -otros por su facilidad en dar vuelta una razón: éstos, -por la igualdad cronométrica de su dicción; aquéllos, -por la entonación cadenciosa; la generalidad por el<span class="pagenum"><a id="Page_200"></a>[Pg 200]</span> -poder de sus pulmones para sostener lo mismo que si -fuera una nota musical, la sílaba que remata el discurso.</p> - -<p>Mientras dos oradores parlamentan, los circunstantes -les escuchan y atienden en el más profundo silencio, -pesando el primer concepto ó razón, comparándolo -con el segundo, éste con el tercero, y así sucesivamente, -aprobando y desaprobando con simples movimientos -de cabeza.</p> - -<p>Terminado el parlamento, vienen los juicios y discusiones -sobre las dotes de los que han sostenido el diálogo.</p> - -<p>La conversación en parlamento, tiene siempre un carácter -oficial. Se la usa en los casos como el mío, ó -cuando se reciben visitas de etiqueta.</p> - -<p>No hay idea de lo cómico y ceremoniosos que son -estos bárbaros. Si el cacique recibe durante el día veinte -capitanejos, con los veinte emplea las mismas formas: -con los veinte cambia las mismas preguntas y -respuestas, empezando por preguntarles por el abuelo, -por el padre, por la abuela, por la madre, por los hijos, -por todos los deudos, en fin.</p> - -<p>Después de esta serie de preguntas sacramentales, -inevitables, infalibles, vienen otras de un orden secundario, -que completan el ritual, referentes á las novedades -ocurridas en los campos y en la marcha, haciendo -siempre los caballos un papel principal.</p> - -<p>Los indios se ocupan de éstos á propósito de todo. -Para ellos los caballos son lo que para nuestros comerciantes -el precio de los fondos públicos. Tener muchos y -buenos caballos, es como entre nosotros tener muchas y -buenas fincas. La importancia de un indio se mide por -el número y la calidad de sus caballos. Así, cuando -quieren dar la medida de lo que un indio vale, de lo -que representa y significa, no empiezan por decir: tie<span class="pagenum"><a id="Page_201"></a>[Pg 201]</span>ne -tantos y cuantos rodeos de vacas, tantas ó cuantas -manadas de yeguas, tantas ó cuantas majadas de ovejas -y cabras; sino tiene tantas tropillas de obscuros, -de overos, de bayos, de tordillos, de gateados, de alazanes, -de cebrunos, y resumiendo, pueden cabalgar tantos -ó cuantos indios; lo que quiere decir, que en caso de -malón podrá poner en armas muchos, y que si el malón -es coronado por la victoria tendrá participación en -el botín con arreglo al número de caballos que haya -suministrado, según lo veremos cuando llegue el caso -de platicar sobre la constitución social, militar y gubernativa -de esas tribus.</p> - -<p>Mariano Rosas tiene la fama de un orador de nota. -Cuando lleguemos á su toldo, penetremos en el recinto -de su hogar, cuente sus costumbres, su vida, sus medios -de gobierno y de acción, será ocasión de comprobarlo -con ejemplos palmarios, probando á la vez que hasta -entre los bárbaros la elocuencia unida á la prudencia -puede disputarle la palma con éxito completo al valor -y á la espada.</p> - -<p>Tomando el hilo de mi interrumpido relato sobre los -diferentes modos de conversar de los Ranqueles, agregaré, -que en pos de las interrogaciones y contestaciones -sobre la salud de la familia y las novedades de los -campos, vienen otras sin importancia real, y que sólo -después de muchas idas y venidas, vueltas y revueltas, -se llega al grano.</p> - -<p>Un indio, cuando va de visita con el objeto de pedir -algo, no descubre su pensamiento á dos tirones. Saluda, -averigua todo cuanto puede serle agradable al -dueño de casa, devolviendo los cumplimientos con cumplimientos, -las ofertas y promesas, con ofertas y promesas, -se despide; parece que va á irse sin pedir nada; -pero en el último momento desembucha su entripado; -y no de golpe, sino poco á poco. Primero pedirá yerba. -<span class="pagenum"><a id="Page_202"></a>[Pg 202]</span> -¿Se la dan? Pedirá azúcar. ¿Se la dan? Pedirá -tabaco. ¿Se lo dan? Pedirá papel. Y mientras le vayan -concediendo ó dando, irá pidiendo, y habrá pedido lo que fué buscando, -que era aguardiente. El golpe de gracia viene -entonces, pide por fin lo que más le interesa y si se lo -niegan contestará: no dando lo más; pero dando aguardiente.</p> - -<p>Esta táctica socarrona no la emplea el indio solamente -en sus relaciones con los cristianos. Disimulado -y desconfiado por carácter y por educación, así procede -en todas las circunstancias de su vida. Tiene mil -reservas en todo y mil cosas reservadas. No hay indio -que no sea poseedor de uno ó unos cuantos secretos, sin -importancia, quizá, pero que no descubrirá sino por interés. -Éste conoce él solo una laguna, aquél un médano, -el otro una cañada; éste una hierba medicinal, -aquél un pasto venenoso; el otro una senda extraviada -por el bosque. Y así dicen, no como los cristianos:—Yo -conozco una laguna, una hierba, una senda que -nadie conoce; sino:—Yo tengo una laguna, y una -hierba, una senda que nadie conoce, que nadie ha -visto, por donde nadie ha andado.</p> - -<p>Decididamente, hoy estoy fatal para las digresiones. -Tomé el hilo más arriba y me apercibo que lo he vuelto -á dejar. Para dejarlo del todo, me falta decir lo que -es la conversación en junta.</p> - -<p>Es un acto muy grave y muy solemne. Es una cosa -muy parecida al parlamento de un pueblo libre, á -nuestro congreso, por ejemplo. La civilización y la -barbarie se dan la mano; la humanidad se salvará -porque los extremos se tocan. Y por más que digan -que los extremos son viciosos, yo sostengo que eso depende -de la clase de <em>extremos</em>. Será malo, irritante, -odioso ser en extremo avaro; pero ¿quién puede tachar -á un caballero por ser en extremo generoso? Será una<span class="pagenum"><a id="Page_203"></a>[Pg 203]</span> -calamidad para una mujer ser en extremo fea. Pero -¿qué mujer sostendrá que es una desgracia ser en extremo -hermosa?</p> - -<p>¡Cuando he dicho que estoy fatal para las digresiones!</p> - -<p>Volvamos á la junta, á ver si se parece ó no á lo -que he dicho.</p> - -<p>Reúnese ésta, nómbrase un orador, una especie de -miembro informante, que expone y defiende contra -uno, contra dos, ó contra más, ciertas y determinadas -proposiciones. El que quiere le ayuda.</p> - -<p>El miembro informante suele ser el cacique. El discurso -se lleva estudiado, y el tono y las formas son semejantes -al tono y las formas de la conversación en parlamento, -con la diferencia de que en la junta se admiten -las interrupciones, los silbidos, los gritos, las -burlas de todo género. Hay juntas muy ruidosas, pero -todas, excepto algunas memorables que acabaron -á capazos, tienen el mismo desenlace. Después de mucho -hablar, triunfa la mayoría aunque no tenga razón. -Y aquí es el caso de hacer notar que el resultado de una -junta se sabe siempre de antemano, porque el cacique -principal tiene buen cuidado de catequizar con tiempo -á los indios capitanejos más influyentes en la tribu.</p> - -<p>Todo lo cual prueba que la máquina constitucional -llamada por la libertad Poder Legislativo, no es una -invención moderna extraordinaria; que en algo nos -parecemos á los indios, ó como diría Fray Gerundio: -que en todas partes se cuecen habas.</p> - -<p>Como las explicaciones de Mora interesasen, prolongué -la parada hasta que no quedó ya nada que saber -en materia de conversaciones pampeanas.</p> - -<p>—¡Vamos! le dije á Caniupán, y diciendo y haciendo -seguimos el camino de Leubucó. Los indios se -tendieron al galope. Por no recibir su polvo los imité.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_204"></a>[Pg 204]</span></p> - -<p>Hacia el Sur se alzaba en el horizonte una nube que -parecía de arena.</p> - -<p>—Son jinetes—dijeron algunos.</p> - -<p>Yo fijé un instante la vista en ella, no descubrí -nada.</p> - -<p>Tenía interés en aprender á contar en lengua araucana. -Me dirigí, pues, á Mora, aprovechando el tiempo, -ya que por algunos momentos me veía libre de embajadores, -mensajeros y parlamentarios, y le pregunté:</p> - -<p>—¿Cómo se llaman los números en la lengua de los -indios?</p> - -<p>Mora no entendió bien la pregunta. Él sabía perfectamente -bien lo que quería decir <em>cuatro</em>, pero ignoraba -qué era <em>número</em>.</p> - -<p>Le dirigí la interpelación en otra forma, y el resultado -fué, que mis lectores mañana, y tú después, Santiago -amigo, sabrán contar en una lengua más.</p> - -<p class="p1 indent20">Uno—<em>quiñé</em>.<br /> -Dos—<em>epú</em>.<br /> -Tres—<em>clá</em>.<br /> -Cuatro—<em>meli</em>.<br /> -Cinco—<em>quehú</em>.<br /> -Seis—<em>caiu</em>.<br /> -Siete—<em>relgué</em>.<br /> -Ocho—<em>purrá</em>.<br /> -Nueve—<em>ailliá</em>.<br /> -Diez—<em>marí</em>.<br /> -Cien—<em>pataca</em>.<br /> -Mil—<em>barranca</em>.</p> - -<p>Ahora, cincuenta se dice <em>quehú-marí</em>; doscientos, -<em>epú-pataca</em>; ocho mil, <em>purrá-barranca</em>; y cien mil, -<em>pataca-barranca</em>.</p> - -<p>Y esto prueba dos cosas:</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_205"></a>[Pg 205]</span></p> - -<p>1.º Que teniendo la noción abstracta del número -comprensivo de infinitas unidades como un millón, -que en su lengua se dice, <em>marí-pataca-barranca</em>, estos -bárbaros no son tan bárbaros ni tan obtusos como muchas -personas creen.</p> - -<p>2.º Que su sistema de numeración es igual al teutónico -según se ve por el ejemplo de <em>quehú-marí</em>, que -vale tanto como <em>cincuenta</em>; pero que gramaticalmente -es <em>cinco-diez</em>.</p> - -<p>Si hay quien se haya afligido porque nuestro sistema -parlamentario se parece al de los Ranqueles, -¡consuélese, pues!</p> - -<p>Los alemanes, justamente orgullosos de ser paisanos -de Schiller y de Gœthe, se parecen también á -ellos. Bismarck, el gran hombre de Estado, contaría -las águilas de las legiones vencedoras en Sadowa, lo -mismo que el indio Mariano Rosas cuenta sus lanzas -al regresar del malón.</p> - -<p>Pero la nube de arena avanza...............................</p> - - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_206"></a>[Pg 206]<br /><a id="Page_207"></a>[Pg 207]</span></p> -<h2 class="nobreak">XXII</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> - -<p>Una nube de arena.—Cálculos.—El ojo del indio.—Segundo parlamento.—Se -avista el toldo de Mariano Rosas.—Frente á él.</p></div> - - -<p>La nube de arena que había llamado mi atención -antes de empezar el diálogo con Mora, se movía y -avanzaba sobre nosotros, se alejaba, giraba hacia el -Poniente, luego hacia el Naciente, se achicaba, se -agrandaba, volvía á achicarse y á agrandarse, se levantaba, -descendía, volvía á levantarse y á descender; -á veces tenía una forma, á veces otra, ya era una masa -esférica, ya una espiral, ora se condensaba, ora se esparcía, -se dilataba, se difundía, ora volvía á condensarse -haciéndose más visible, manteniendo el equilibrio -sobre la columna de aire hasta una inmensa altura, -ya reflejaba unos colores, ya otros, ya parecía el -polvo de cien jinetes, ya el de potros alzados, unas -veces polvo levantado por las ráfagas de viento errantes, -otras el polvo de un rodeo de ganado vacuno que -remolinea; creíamos acercarnos al fenómeno y nos alejábamos, -creíamos alejarnos y nos acercábamos, creíamos -descubrir visiblemente en su seno algunos objetos -y nada veíamos; creíamos juguetes de la óptica, la -imagen de algo que se movía velozmente de un lado á -otro, de arriba á abajo, que iba y venía, que de repente<span class="pagenum"><a id="Page_208"></a>[Pg 208]</span> -se detenía partiendo súbito luego; íbamos á llegar y -no llegábamos porque el terreno se doblaba en médanos -abruptos, subíamos, bajábamos, galopábamos, -trotábamos con la imaginación sobreexcitada, creyendo -llegar en breve á una distancia que despejara la -incógnita de nuestra curiosidad; pero nada, la nube -se apartaba del camino como huyendo de nosotros, -sin cesar sus variadas y caprichosas evoluciones, burlando -el ojo experto de los más prácticos, dando lugar -á conjeturas sin cuento, á apuestas y disputas infinitas.</p> - -<p>Así seguíamos nuestro camino, derrotados por aquella -nube extraña, cuando divisamos en dirección á -Leubucó unos polvos que momentáneamente fijaron -nuestra atención, apartándola de lo que la traía preocupada -en tan alto grado.</p> - -<p>No tardamos en cerciorarnos de que los polvos eran -de un grupo bastante crecido de indios que al gran -galope se dirigían hacia nosotros. Tienen ellos un modo -tan peculiar de andar por los campos que no era fácil -confundirlos con otra cosa.</p> - -<p>Volvimos, pues, á fijar la vista en la nube aquella -que nos había ganado el flanco izquierdo y que ya afectaba -un aspecto más conocido, transparentando formas -movibles de seres animados. En ese momento los -polvos se tendieron hacia el Oriente, formando un -círculo inmenso y como queriendo envolver dentro de -él todo cuanto andaba por los campos. Al mismo tiempo -divisamos otros polvos en el rumbo que llevábamos -y oyéronse varias voces:</p> - -<p>—¡Aquéllos andaban voleando!</p> - -<p>—¡Aquéllos vienen para acá!</p> - -<p>Mora me dijo: esos polvos, señor, que tenemos al -frente, han de ser de otro parlamento que viene á saludarlo.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_209"></a>[Pg 209]</span></p> - -<p>Para mis adentros exclamé: ¡Si se acabarán algún -día los cumplidos!</p> - -<p>Caniupán me dijo: Ese comisión grande viniendo á -topar.</p> - -<p>—Bueno—le contesté, y señalándole á la izquierda, -preguntéle:</p> - -<p>—¿Qué es aquello?</p> - -<p>El indio fijó sus ojos en el espacio, recorrió rápidamente -el horizonte y luego me contestó:</p> - -<p>—Boleando guanacos.</p> - -<p>Efectivamente, la nube que por tanto tiempo había -preocupado nuestra atención, estaba ya casi encima de -nosotros envolviendo en sus entrañas una masa enorme -de guanacos que estrechada poco á poco por los boleadores, -venía á llevarnos por delante.</p> - -<p>—¡Cuidado con las tropillas!—grité, y haciendo -alto las rodeamos porque la masa de guanacos podía -arrebatarlas.</p> - -<p>La tierra se estremecía como cuando la sacude el -trueno, oíanse alaridos en todas direcciones, sentíase -un ruido sordo... la masa enorme de guanacos rompiendo -la resistencia del aire pasó como un torbellino, dejándonos -envueltos en tinieblas de arena. Detrás pasaron -los indios reboleando las boleadoras, convergiendo -todos hacia el mismo punto, que parecía ser una -planicie que quedaba á nuestra derecha.</p> - -<p>Cuando aquel aluvión de cuadrúpedos desfiló y disipándose -las tinieblas de arena, se hizo la luz, volvimos -á ponernos al galope.</p> - -<p>Según lo había calculado Mora, los polvos últimos -que se avistaron eran otro parlamento que venía.</p> - -<p>Esta vez no fué un indio el que se destacó de él; -destacáronse tres.</p> - -<p>Al verles Caniupán destacó otros tres.</p> - -<p>Cruzáronse éstos á cierta altura con los otros, ha<span class="pagenum"><a id="Page_210"></a>[Pg 210]</span>blaron -no sé qué y ambos grupos prosiguieron su camino.</p> - -<p>Llegaron á nosotros los tres que venían, y después -que hablaron con Caniupán, díjome éste:</p> - -<p>—Formando gente, hermano, ese comisión.</p> - -<p>Hice alto, di mis órdenes y formamos en batalla -cubriéndome la retaguardia los indios de Caniupán.</p> - -<p>Púsose éste á mi lado derecho y por indicación suya -coloqué los dos franciscanos á mi izquierda. Mora se -puso detrás de mí.</p> - -<p>Una vez formados nos pusimos al galope. Galopamos -un rato, y cuando la comisión que venía se dibujó -claramente sobre una pequeña eminencia del terreno, -como á unos dos mil metros de nosotros, Caniupán -me dijo:</p> - -<p>—Ese comisión lindo, hermano, ahora no más topando.</p> - -<p>—Cuando guste, hermano, topando no más.</p> - -<p>Los que venían hicieron alto; regresaron los tres -indios de Caniupán y los otros tres volvieron á los suyos.</p> - -<p>Caniupán me dijo:</p> - -<p>—Poquito parando, hermano.</p> - -<p>—Bueno, hermano—le contesté,—sujetando.</p> - -<p>Destacó un indio sobre los que venían diciéndole -no sé qué. Los otros hicieron lo mismo.</p> - -<p>Llegó el heraldo, habló con Caniupán y éste me dijo:</p> - -<p>—Ahora topando, hermano.</p> - -<p>—Cuando quiera topando, hermano.</p> - -<p>Y esto diciendo nos pusimos al gran galope.</p> - -<p>Los otros nos imitaron; venían formados en orden -de batalla, haciendo flamear tres grandes banderas -coloradas, colocadas en largas cañas, que ocupaban -los extremos y el centro de la línea.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_211"></a>[Pg 211]</span></p> - -<p>Marchamos así hasta quedar distantes unos de otros -como cuatrocientos metros.</p> - -<p>Caniupán me dijo:</p> - -<p>—Cerquita ya, topando.</p> - -<p>—Topando—le contesté.</p> - -<p>Él se lanzó á toda brida; yo le seguí, y los buenos -franciscanos, haciendo de tripas corazón, imitaron mi -ejemplo.</p> - -<p>Cuando íbamos materialmente á toparnos, sujetamos -simultáneamente unos y otros quedando distantes -veinte pasos.</p> - -<p>El que presidía el parlamento destacó su orador.</p> - -<p>Caniupán destacó el suyo.</p> - -<p>Colocáronse equidistantes de sus respectivos grupos, -mirando el uno al Oriente y el otro al Occidente, -y comenzó el parlamento.</p> - -<p>Duró lo bastante para fastidiar á un santo.</p> - -<p>El orador que mandaba Mariano Rosas era un Cicerón -de la Pampa.</p> - -<p>Hablaba por los codos, prolongaba la última sílaba -de la palabra final, como si su garganta fuera un -instrumento de viento, y tenía el arte de hacer de una -razón quince razones.</p> - -<p>El orador que Caniupán nombró para que me representara, -no le iba en zaga.</p> - -<p>Así fué que no me valió acortar mis contestaciones.</p> - -<p>Mi representante se dió maña para multiplicar mis -razones, tanto como su interlocutor multiplicaba las -suyas.</p> - -<p>Mariano Rosas me mandaba decir:</p> - -<p>Que se alegraba mucho de que fuera llegando á su -toldo (1.ª razón).</p> - -<p>Que cómo me había ido de viaje (2.ª razón).</p> - -<p>Que si no había perdido algunos caballos (3.ª razón).</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_212"></a>[Pg 212]</span></p> - -<p>Que cómo estaba yo y todos mis jefes, oficiales y -soldados (4.ª razón).</p> - -<p>Á estas cuatro razones, yo contesté con otras cuatro.</p> - -<p>Pero como el orador de Mariano hizo las suyas sesenta -razones, el mío hizo lo mismo con las mías.</p> - -<p>Después que estos interesantes saludos pasaron, tuve -que dar la mano á todos. Eran unos ochenta; entre -ellos habían muchos cristianos.</p> - -<p>Á cada apretón de manos, á cada abrazo, me aturdían -los oídos con hurras y vítores.</p> - -<p>Con los abrazos y los apretones de mano cesaron los -alaridos.</p> - -<p>Mezcláronse los indios que habían venido con los -de Caniupán, y formando un solo grupo y marchando -todos en orden, proseguimos nuestro camino, avistando -á poco andar otros polvos.</p> - -<p>—Ese, otro comisión—me dijo Caniupán, señalándomelos.</p> - -<p>—Me alegro mucho—le contesté, diciendo interiormente:—á -este paso no llegaremos en todo el día á -Leubucó.</p> - -<p>Subíamos á la falda de un medanito, y Mora me -dijo:</p> - -<p>—Allí es Leubucó.</p> - -<p>Miré en la dirección que me indicaba, y distinguí -confusamente á la orilla de un bosque los aduares del -cacique general de las tribus ranquelinas, las tolderías -de Mariano Rosas.</p> - -<p>Los polvos se acercaban velozmente. Llegó un indio; -habló con Caniupán y éste destacó otro. Después llegaron -tres y Caniupán destacó igual número. En seguida -llegaron seis y Caniupán destacó seis también.</p> - -<p>Así recibiendo y despachando mensajes y mensajeros, -ganábamos terreno rápidamente, de modo que no<span class="pagenum"><a id="Page_213"></a>[Pg 213]</span> -tardamos en avistar la nueva serie de embajadores en -cuyas garras íbamos á caer.</p> - -<p>Caniupán me dijo:</p> - -<p>—Ese comisión, lindo, grandote.</p> - -<p>—Ya veo que es linda—le contesté.</p> - -<p>Y tenía razón en lo de grandote, porque, en efecto, -formaban un grupo considerable.</p> - -<p>Caniupán me dijo:</p> - -<p>—Topando fuerte, hermano.</p> - -<p>—Topando como guste—le contesté.</p> - -<p>—Mandando hacer alto, hermano—agregó.</p> - -<p>Hice alto.</p> - -<p>—Formando gente, hermano—me dijo.</p> - -<p>Llené sus indicaciones, y mi comitiva formó en batalla, -poniéndome yo con los frailes al frente en el -orden de antes. Los indios de Caniupán me cubrieron -la retaguardia y los otros, haciendo dos alas, se colocaron -á derecha é izquierda de mí. Las tres banderas -ocuparon el centro de la línea que formábamos, como -á veinte pasos á vanguardia. Caniupán iba á mi -lado.</p> - -<p>Formados en esa disposición, rompimos la marcha -al galope.</p> - -<p>Los que venían avanzaban también al galope.</p> - -<p>Oyéronse toques de corneta.</p> - -<p>Caniupán me dijo:</p> - -<p>—Ese comisión ahorita topando.</p> - -<p>—Ya lo veo—le contesté.</p> - -<p>Galopamos algunos minutos, hicimos alto viendo -que los que venían se habían parado, y después que -hablaron con Caniupán, trayendo y llevando mensajes -varios indios, continuamos la marcha.</p> - -<p>Á una indicación de corneta, Caniupán me dijo:</p> - -<p>—Ahora topando ya, hermano.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_214"></a>[Pg 214]</span></p> - -<p>Y como de costumbre, lanzóse á media rienda, dándome -el ejemplo.</p> - -<p>Esta vez íbamos á toparnos á todo correr en medio -de una espantosa algazara que hacían los indios golpeándose -la boca abierta con la palma de la mano.</p> - -<p>El terreno salpicado de pequeños arbustos, blando -y desigual, exponía á todos á una tremenda rodada. -No podíamos marchar en formación. Nos desbandábamos -y nos uníamos alternativamente. Los pobres -frailes, encomendando su alma á Dios, me seguían lo -más cerca posible. Muchos rodaron apretándolos enteros -el caballo, y eran jinetes de primer orden. ¡Sarcasmo -de la vida! uno de los frailes rodó y salió parado.</p> - -<p>Las dos comitivas avanzaban, íbamos materialmente -á toparnos ya, cuando á una indicación de corneta -sujetaron los que venían y nosotros también.</p> - -<p>Siguióse una escena igual á la anterior, entre dos -oradores que se ocuparon una media hora de mi salud -y de mis caballos. Pero esta vez todo fué soportable -porque mientras los oradores multiplicaban sus razones -con elocuente encarnizamiento, yo conversaba -con el capitán Rivadavia que había salido á mi encuentro.</p> - -<p>Este valiente y resuelto oficial, prudente y paciente, -me representaba hacía tres meses entre los indios.</p> - -<p>Le abracé con efusión, y uno de los momentos más -gratos de mi vida, ha sido aquél. Quien haya alguna -vez encontrado un compatriota, un amigo en extranjera -playa, ó en regiones apartadas y desconocidas, -desiertas é inhabitadas, después de haber expuesto su -vida unas cuantas veces podrá sólo comprender mis -impresiones.</p> - -<p>Terminados los saludos, que eran seis razones, las -que fueron convertidas en sesenta de una parte y otra, -llegó el turno de los abrazos y apretones de mano. Es<span class="pagenum"><a id="Page_215"></a>[Pg 215]</span>ta -vez no hubo más alteración en el ceremonial que -toques de corneta. Di unos ciento y tantos abrazos y -apretones de mano; y cuando ya no me quedaba costilla, -ni nervio en la muñeca que no me doliera, comenzaron -los alaridos de regocijo y los vivas, atronando -los aires. Todo el mundo, excepto mi gente, se desparramó -gritando, <em>escaramuceando</em>, <em>rayando</em> los caballos, -ostentando el mérito de éstos y su destreza. -Aquello era una verdadera fiesta, una fantasía á lo -árabe.</p> - -<p>Así desparramados, dispersos, <em>jineteando</em>, marchamos -un largo rato, viendo darse de pechadas mortales -á unos, rodar á otros, haciendo éstos bailar los caballos, -tirándose los unos al suelo en medio de la carrera -y subiendo ágiles, corriendo los unos de rodillas -sobre el lomo de su caballo y los otros de pie, en una -palabra, haciendo cada cual alguna pirueta.</p> - -<p>Á un toque de corneta se reunieron todos y formamos -como antes lo expliqué, aumentando las alas los -recién llegados.</p> - -<p>Acababa de llegar un enviado de Mariano Rosas.</p> - -<p>Su toldo estaba ahí cerca. Penetrar en él era cuestión -de minutos, al fin.</p> - -<p>Regresó el mensajero y Caniupán me dijo:</p> - -<p>—Caminando poquito, hermano—dicho lo cual recogió -su caballo y se puso al tranco.</p> - -<p>Tuve que conformarme á su indicación. Recogí mi -caballo é igualé el paso del suyo.</p> - -<p>Llegó otro mensajero de Mariano Rosas, habló con -Caniupán, y después me dijo éste:</p> - -<p>—Parando, hermano.</p> - -<p>Le habló á Mora en su lengua y éste me tradujo, -que debíamos echar pie á tierra y esperar órdenes.</p> - -<p>El lector juzgará si había motivo para rabiar un -rato.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_216"></a>[Pg 216]</span></p> - -<p>Yo, que en esta excursión á los indios he aprendido -una virtud que no tenía, que por modestia callo, repito -lo que antes he dicho: que no es tan fácil penetrar -en el toldo del señor General don Mariano Rosas, -como le llaman los suyos.</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_217"></a>[Pg 217]</span></p> - -<h2 class="nobreak">XXIII</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> - -<p>Épocas buenas y malas.—En qué cosas cree el autor.—La cadena -del mundo moral.—¿Será cierto que los padres saben -más que los hijos?—El capitán Rivadavia, Hilarión Nicolai, -Camargo.—Dilaciones.</p></div> - - -<p>Con la última parada se me quemaron los libros. -Es verdad que hace mucho tiempo que en mis cálculos -entra todo, menos lo principal.</p> - -<p>El hombre suele tener épocas de graves errores, de -imperdonables desaciertos y tristes equivocaciones.</p> - -<p>Como todo el que se ha lanzado sin preparación en -la corriente de la vida lo sabe, hay años buenos y malos, -meses propicios y fatales, días color de rosa, días -negros como el hollín de una chimenea.</p> - -<p>Años, meses y días en que á todo acertamos, en que -nuestro espíritu parece tener su geometría, en que todo -nos halaga y nos sonríe.</p> - -<p>Y, á la inversa, años, meses y días en que todo nos -sale al revés.</p> - -<p>Si amamos, nos olvidan; si vamos á la guerra, nos -hieren ó nos postergan; si somos candidatos al parlamento, -nos derrotan; si jugamos, perdemos; si tomamos -comidas con aceite, se nos indigestan; si compramos -billetes de lotería, ni cerca le andamos á la suerte;<span class="pagenum"><a id="Page_218"></a>[Pg 218]</span> -finalmente, hay temporadas aciagas en que ni por -chiripa andamos bien. Ó, como dicen los andaluces, -temporadas en que nuestro estado normal, es andar en -la mala.</p> - -<p>Esto debe consistir en algo.</p> - -<p>Yo he pensado mucho en la justicia de Dios, con -motivo de ciertos percances propios y ajenos, pues un -hombre discreto debe estudiar el mundo y sus vicisitudes, -en cabeza propia y en cabeza ajena.</p> - -<p>Y, francamente, hay momentos en que me dan tentaciones -de creer que nuestro bello planeta no está bien -organizado.</p> - -<p>¡Quién sabe si no estamos en un período de desequilibrio -moral!</p> - -<p>He de buscar algún amigo ducho en trotes de ciencia -y conciencia que me indique si hay algún tratado -de mecánica terrenal, por el estilo del de Laplace.</p> - -<p>Por lo pronto me he refugiado en un tratadito cuyo -título es:—«La moral aplicada á la política, ó el arte -de esperar».</p> - -<p>Debe ser muy bueno; es un libro chico y anónimo,—hace -tiempo vengo observando que los mejores libros -son los manuales, cuyo autor se ignora.</p> - -<p>La razón creo hallarla en la modestia, sentimiento -que anda generalmente á caballo.</p> - -<p>En este tratadito pienso hallar la solución de muchas -de mis dudas.</p> - -<p>Yo tengo creencias y convicciones arraigadas, que -las he sacado no sé de dónde—hay cosas que no tienen -filiación,—y no quisiera perderlas ó que se embrollaran -mucho en los archivos de mi imaginación.</p> - -<p>Yo creo en Dios, por ejemplo, cosa en la que sin duda -cree el respetable público—aunque hay un refrán maldito -que dice: fíate en Dios y no corras.</p> - -<p>Yo creo en la justicia y que las almas nobles deben<span class="pagenum"><a id="Page_219"></a>[Pg 219]</span> -hacérsela aun á aquéllos mismos que se la niegan á -ellos; sin embargo, todos los días veo gente desesperada -por la calle, quejándose de que no hay justicia en -la tierra.</p> - -<p>Y hasta ahora les he oído decir, á los que tienen y -ganan pleitos: ¡Qué bien anda la justicia!</p> - -<p>¡Los mismos abogados no hacen otra cosa que gritar -contra la justicia!</p> - -<p>Dos alegatos distintos de bien probado sobre lo mismo, -¿qué implican?</p> - -<p>Yo creo en la caridad, y mientras tanto, todo el día -oigo hablar mal del prójimo, y veo gente conducida al -cementerio que no tiene tras de qué caerse muerta.</p> - -<p>Yo creo en la religión; creo que el patriotismo, el -honor, la probidad, el amor del prójimo son cuestiones -de religión.</p> - -<p>Mientras tanto, el otro día he leído en un libro italiano—estos -italianos pierden la cabeza cuando se ocupan -de religión,—que todas las religiones quieren hacerse -ricas.</p> - -<p>Yo creo en la Constitución y en las leyes; y un viejo -muy lleno de experiencia que me suele dar consejos, -me dice: todos gobiernan lo mismo, no es Rosas el que -no puede.</p> - -<p>Yo creo en el pueblo, y si mañana lo convocan á -elecciones, resulta que no hay quién sufrague.</p> - -<p>Yo creo en el libre albedrío, y todos los días veo gentes -que se dejan llevar de las narices por otros; y mi -noción de la responsabilidad humana se conmueve hasta -en sus más sólidos fundamentos.</p> - -<p>Como se ve, yo creo en una porción de cosas muy -buenas, muy morales y muy útiles.</p> - -<p>El pulpero de enfrente no cree ni entiende nada de -eso.</p> - -<p>Pero lo pasa bien.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_220"></a>[Pg 220]</span></p> - -<p>Tiene buena salud, una renta fija, una clientela segura: -nadie le inquieta, ni le amenaza, ni le fulmina. -Es un desconocido; pero es una potencia.</p> - -<p>La suerte debe entrar por mucho; porque de balde -no han inventado el refrán: «Suerte te dé Dios, hijo, -que el saber poco te vale».</p> - -<p>Y el apellido ha de influir también algo.</p> - -<p>Es muy raro hallar un hombre que aborrezca á otro -que no sabe cómo se llama.</p> - -<p>Por eso, sin duda, los brasileños se mudan el nombre.</p> - -<p>El otro día no se me ocurrió esto.</p> - -<p>Cuando acabe de leer mi tratadito, he de estar ya en -estado de curarme de todas mis supersticiones.</p> - -<p>Dentro de poco voy á ser un hombre completo, moralmente, -bien entendido.</p> - -<p>¿Entonces sí, á que todo cuanto emprenda me sale -á las mil maravillas?</p> - -<p>¿Á que si entablo un pleito gano?</p> - -<p>¿Á que si emprendo un viaje no naufrago?</p> - -<p>¿Á que si compro billetes de lotería me saco una -suerte mayor?</p> - -<p>¿Á que si hago una campaña me dan un premio?</p> - -<p>¿Á que si vuelvo á los indios no me sucede lo que -me ha sucedido—que me hagan esperar tanto en el camino?</p> - -<p>¿Será cierto que la experiencia es madre de la ciencia?</p> - -<p>Sin duda, por eso dicen que el Diablo no sabe tanto -por ser Diablo, cuanto por ser viejo.</p> - -<p>Se me había olvidado anotar, al enumerar mis creencias, -que también creo en este caballero. Le he visto varias -veces.</p> - -<p>¿Será cierto que mi anciano padre tiene razón en -los consejos que me ha dado y me da consejos que en<span class="pagenum"><a id="Page_221"></a>[Pg 221]</span> -mi petulancia moderna jamás he querido seguir, tanto -que para saber cómo piensa él no hay más que averiguar -cómo pienso yo?</p> - -<p>¿Será cierto que la cadena del mundo moral se forma -así vinculando la amarga experiencia de ayer con -los desencantos de hoy, metodizando y conformando -nuestra vida según los preceptos de los que han vivido -y visto más que nosotros, orgullosos filósofos de papel?</p> - -<p>¿Será cierto que el muchacho más instruido, más -aventajado, más sabio, al lado de su padre será siempre -un niño de teta, un pigmeo?</p> - -<p>¡Santiago amigo! ¿Será cierto que tu padre sabe -más que tú?</p> - -<p>¿Que el general Guido sabía más que Carlos, que es -un pozo de sabiduría?</p> - -<p>¿Que don Florencio Varela sabía más que Héctor, -que sabe tantas <em>cosas</em>?—más que Mariano, lo dudo.</p> - -<p>¿Que mi padre sabe más que yo, que no soy muy -atrasado que digamos, particularmente en estudios sociales?</p> - -<p>Á mí me da por ahí. Mi fuerte es el conocimiento -de los hombres.</p> - -<p>¡Pero éstos me reservan unos desengaños!</p> - -<p>Es con lo que pienso argüir al mocoso de mi hijo, -cuando se me levante con el santo y la limosna, que -no tardará en suceder.</p> - -<p>Ya ha empezado á hacer actos espontáneos, calculados -para desprestigiar mi autoridad paternal, á gastar -más de lo que debe, siendo objeto de privadas murmuraciones -en la familia, y metiéndose á estudiar medicina -contra mis consejos.</p> - -<p>¡Estudiar medicina sin mi consentimiento! ¡Pues -es disparate!</p> - -<p>Sólo puedo comparar semejante aberración, en un -siglo como éste, en que yo le curo homeopáticamente<span class="pagenum"><a id="Page_222"></a>[Pg 222]</span> -un panadizo al que lo tenga, con una expedición á los -Indios Ranqueles.</p> - -<p>En efecto, querido Santiago, mirando con sangre -fría mi viaje á los toldos, ¿no te parece que ha sido -perder tiempo?</p> - -<p>¿No te parece que las demoras que me ha hecho sufrir -Mariano Rosas, antes de dejarme penetrar en su -morada, las he merecido por mi extravagancia?</p> - -<p>¡Cuánto mejor hubiera sido que mi jefe inmediato -me negara la licencia!</p> - -<p>Si lo hace, cuando menos me atufo, que así somos—¡desconocemos -la mano que nos desea el bien y se la -damos á quien nos quiere mal!</p> - -<p>Pero acerquémonos á Leubucó, saliendo de donde nos -detuvimos ayer.</p> - -<p>Viendo que la parada se prolongaba y que mis cabalgaduras -estaban muy sudadas, mandé mudar, para -hacer la entrada en regla.</p> - -<p>Era temprano aún y quién sabe cuánto tiempo íbamos -á permanecer todavía sobre el caballo.</p> - -<p>Mientras mudaban, el capitán Rivadavia me presentó -varios personajes políticos refugiados en Tierra -Adentro—siendo los dos más notables, un mayor Hilarión -Nicolai y un teniente Camargo.</p> - -<p>Ambos han pertenecido á la gente de Saa, y ganaron -los indios después de la sableada de San Ignacio, llevando -un puñado de soldados.</p> - -<p>Muy mal me habían hablado de estos dos hombres.</p> - -<p>Yo iba sumamente prevenido contra ellos, temiendo -ser objeto de alguna maldad, aunque reflexionando me -parecía que el hecho de ser cristiano debía mirarlo como -una garantía.</p> - -<p>Dígase lo que se quiera—la cabra siempre tira al -monte.</p> - -<p>Más tarde veremos si yo discurría mal en medio de<span class="pagenum"><a id="Page_223"></a>[Pg 223]</span> -las preocupaciones de mi ánimo. Y mi ejemplo podrá -serles útil á los que juzguen á los hombres por las reglas -vulgares, apasionadas, iracundas, cuando la gran -ley de la vida y de Dios es la caridad.</p> - -<p>Ni el viejo Hilarión, ni el bandido Camargo, me hicieron -el efecto que yo esperaba, ni me saludaron como -me lo temía. Hilarión con todas sus mañas y Camargo -con todas sus bellaquerías son dos hombres simpáticos, -atentos y educados, especialmente Hilarión. Camargo -es un tipo más crudo.</p> - -<p>El primero tendrá cincuenta y cinco años, el segundo -veintiocho. El uno tiene una larga barba, blanca como -la nieve; el otro un lindo bigote negro, como azabache.</p> - -<p>El uno parece un inglés, el otro tiene todo el sello -del hijo de la tierra.</p> - -<p>Hilarión es una especie gauchi-político. Camargo -es un compadre neto, que sabe leer y escribir perfectamente, -valiente, osado, orgulloso y desprendido. -Hilarión contemporiza con los indios, no habla su lengua. -Camargo al contrario, habla el araucano, dice lo -que siente, no le teme á la muerte y al más pintado le -acomoda una puñalada.</p> - -<p>Y sin embargo, Camargo es un ser susceptible de enmienda, -según lo veremos cuando llegue el momento de -referir su vida, sus desgracias—las causas por qué se -hizo federal, debidas en gran parte á una mujer.</p> - -<p>Las tales mujeres tienen el poder diabólico de hacer -todo cuanto quieren, y por eso ha de ser que los franceses -dicen: <i lang="fr" xml:lang="fr">ce que femme veut Dieu le veut</i>. De un federal -son capaces de hacer un unitario y viceversa, que -es cuanto se puede decir. Por supuesto que de cualquiera -hacen un tonto.</p> - -<p>La presencia de mis nuevos conocidos, la charla con -ellos, la operación de mudar caballos, hicieron más<span class="pagenum"><a id="Page_224"></a>[Pg 224]</span> -soportable la imprevista <em>antesala</em> que me obligaron á -hacer.</p> - -<p>Yo disimulaba mal, sin duda, mi destemplado humor, -porque todos á una, los que parecían más racionales -y conocedores de los usos y costumbres de los indios, -me decían:—Tenga paciencia, señor; así es esta -tierra; el general es buen hombre, lo quiere recibir en -forma.</p> - -<p>No había más recurso que esperar, hasta que se acabaran -los preparativos. Aquello iba á estar espléndido, -según el tiempo que se empleaba en los arreglos. Ni -la pirámide de la plaza de la Victoria, cuando se -viste de gala, gastando más en traje de lienzo y cartón -que en un forro de mármol eterno, emplea tanto tiempo -en adornarse, como todo un cacique de las tribus ranquelinas.</p> - -<p>Me daban una lección sobre el ceremonial decretado -para mi recepción, cuando llegó un indiecito muy -apuesto, cargado de prendas de plata y montando un -<em>flete</em> en regla.</p> - -<p>Le seguía una pequeña escolta.</p> - -<p>Era el hijo mayor de Mariano Rosas, que por orden -de su padre venía á recibirme y saludarme.</p> - -<p>La salutación consistió en un rosario de preguntas—todas -referentes á lo que ya sabemos, al estado fisiológico -de mi persona, á los caballos y novedades de la -marcha.</p> - -<p>Á todo contesté políticamente, con la sonrisa en los -labios y una tempestad de impaciencia en el corazón.</p> - -<p>Esta vez, á más de las preguntas indicadas, me hicieron -otra—que cuántos hombres me acompañaban y -qué armas llevaba.</p> - -<p>Satisfice cumplidamente la curiosidad.</p> - -<p>Ya sabe el lector cuántos éramos al llegar á las tierras -de Ramón.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_225"></a>[Pg 225]</span></p> - -<p>El número no se había aumentado ni disminuido -por fortuna; ninguna desgracia había ocurrido. En -cuanto á las armas, consistían en cuchillos, sables sin -vaina entre las caronas y cinco revólveres, de los cuales -dos eran míos.</p> - -<p>El hijo de Mariano Rosas regresó á dar cuenta de -su misión. Más tarde vino otro enviado y con él la orden -de que nos moviéramos.</p> - -<p>Una indicación de corneta se hizo oir.</p> - -<p>Reuniéronse todos los que andaban desparramados; -formamos como lo describí ayer y nos movimos.</p> - -<p>Ya estábamos á la vista del mismo Mariano Rosas; -yo podía distinguir perfectamente los rasgos de su fisonomía, -contar uno por uno los que constituían su -corte pedestre, su séquito, los grandes personajes de -su tribu, ya íbamos á echar pie á tierra, cuando: -¡sorpresa inesperada! fuimos notificados de que aún -había que esperar.</p> - -<p>Esperamos, pues...</p> - -<p>Habiendo esperado yo tanto; ¿por qué no han de -esperar ustedes hasta mañana ó pasado?</p> - -<p>La curiosidad aumenta el placer de las cosas vedadas -difíciles de conseguir.</p> - - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_226"></a>[Pg 226]<br /><a id="Page_227"></a>[Pg 227]</span></p> -<h2 class="nobreak">XXIV</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> - -<p>¡Qué hacer cuando no hay más remedio!—Cuál era el objeto de -esta otra parada.—Pretensiones de la ignorancia.—Las brujas.—Saludos -y regocijos.—Qué sucedía mientras tenía lugar -el parlamento.—Agitación en el toldo de Mariano Rosas.—Las -brujas vieron al fin lo mismo que el Cacique.—Cómo estaba -formado éste.—Qué es Leubucó y qué caminos parten de allí.—Echo -pie á tierra.—Vítores.</p></div> - - -<p>Hay situaciones en que una indicación, por más política -que sea, tiene todo el carácter de una orden militar.</p> - -<p>¿Qué había de hacer, cuando con la mayor finura -araucana me insinuaron que, á pesar de hallarme ya -á tiro de pistola del toldo suspirado, debía detenerme -un rato más?</p> - -<p>Claro está, conformarme.</p> - -<p>Permanecimos á caballo, en el mismo orden de formación -que llevábamos.</p> - -<p>Aquella parada á última hora, inopinada, que no -había formado parte del programa imaginario de nadie, -tenía en el ceremonial de la corte de Mariano Rosas -un gran significado.</p> - -<p>En las paradas anteriores, el objeto real había sido—unas -veces, ganar tiempo hasta que se tranquilizara<span class="pagenum"><a id="Page_228"></a>[Pg 228]</span> -la multitud,—otras veces, cumplir con los deberes oficiales -y sociales de la buena crianza y cortesía.</p> - -<p>Esta vez el cacique mayor, los caciques secundarios, -los capitanejos, los indios de <em>importancia</em>—como -se estila en Tierra Adentro,—querían verme un rato -de cerca, antes de que echara pie á tierra, estudiar mi -fisonomía, mi mirada, mi aire, mi aspecto; asegurarse, -por ciertas razones fundamentales, de mis intenciones, -leyendo en mi rostro lo que llevaba oculto en los -repliegues del corazón.</p> - -<p>Y querían hacer esto, no sólo conmigo, sino con todos -los que me acompañaban, inclusive los dos reverendos -franciscanos, santos varones, incapaces de -arrancarle las alas á una mosca.</p> - -<p>En medio de su disimulo y malicia genial y estudiada, -los salvajes y los pueblos atrasados en civilización -tienen siempre algo de candorosos.</p> - -<p>Ellos creen cosa muy fácil engañar al extranjero.</p> - -<p>El orgullo de la ignorancia se traduce constantemente, -empezando por creer que se sabe más que el prójimo.</p> - -<p>La ignorancia tomada individual ó colectivamente -es la misma en sus manifestaciones—falsamente orgullosa -y osada.</p> - -<p>Mariano Rosas creyó engañarme.</p> - -<p>Estábamos al habla, con tal de esforzar un poco la -voz, y siguiendo el plan conocido me destacó un embajador.</p> - -<p>Ni una palabra de mi lengua entendía éste.</p> - -<p>Era calculado.</p> - -<p>Se buscaba que sin apelación me valiera del lenguaraz -hasta para contestar sí, ó no.</p> - -<p>Así duraba más tiempo la exposición de mi persona -y séquito—se nos examinaba prolijamente.</p> - -<p>Y mientras se nos examinaba, las viejas brujas, en<span class="pagenum"><a id="Page_229"></a>[Pg 229]</span> -virtud de los informes y detalles que recibían, descifraban -el horóscopo, leyendo en el porvenir, relataban -mis recónditas intenciones y conjuraban el espíritu -maligno—el <em>gualicho</em>.</p> - -<p>Habló el representante de Mariano Rosas.</p> - -<p>Las coplas fueron las consabidas, con el agregado de -que—se alegraba tanto de verme llegar bueno y sano -á su tierra; que estaba para servirme con todos sus caciques, -capitanejos é indios, que aquél era un día grande, -y que, en prueba de ello, oyese.</p> - -<p>Al decir esto, hacían descargas con carabinas y fusiles, -unos cuantos cristianos andrajosos, entre los que -se distinguía un negro, especie de <em>Rigoletto</em>; quemaban -cohetes de la India en gran cantidad y prorrumpían -en alaridos de regocijo.</p> - -<p>Yo contestaba con toda la afabilidad de un diplomático—por -el órgano de mi lenguaraz, que á su turno se -dirigía á un representante que me había designado -Caniupán, mi estatua del Comendador, desde el instante -en que nos movimos de Calcumuleu.</p> - -<p>Multiplicando los dos interlocutores principales, á -cual más sus razones—so pena de desacreditarse ante -el concepto de la opinión pública, que estaba allí congregada, -no había remedio, los saludos duraban tanto -como un rosario.</p> - -<p>Después que fuí saludado, cumplimentado y felicitado, -me pidieron permiso para hacerlo con los franciscanos, -que por el hecho de andar á mi lado, de ver mis -atenciones con ellos, y, sobre todo, porque <em>llevaban corona</em>, -eran reputados mis segundos en jerarquía.</p> - -<p>Concedí el permiso, y vino un diálogo como los que -ya conocemos, con su multiplicación de razones, con -sus últimas sílabas prolongadas á más no poder, y en -el que resonaron con mucha frecuencia los vocablos: -<em>chao</em>, padre; <em>uchaimá</em>, grande; <em>chachao</em>, Dios y <em>cu<span class="pagenum"><a id="Page_230"></a>[Pg 230]</span>chauentrú</em>, -que también quiere decir Dios, con esta diferencia: -<em>chachao</em>, responde á la idea de <em>mi padre</em> y -<em>cuchauentrú</em>, á la de el <em>omnipotente</em>, literalmente traducido -significa <em>hombre grande</em>, de <em>cucha</em> y <em>uentrú</em>.</p> - -<p>Los franciscanos contestaron evangélicamente, ofreciendo -bautizar, casar y salvar todas las almas que -quisieran recurrir al auxilio espiritual de su ministerio.</p> - -<p>Felizmente los intérpretes no entendieron muy bien -sus apostólicas razones, y no pudieron multiplicarlas -tanto como la concurrencia lo habría deseado.</p> - -<p>En pos de los franciscanos vinieron mis oficiales, para -cuyo efecto me pidieron también la venia.</p> - -<p>Á ese paso, iban á ser interrogadas, saludadas y -agasajadas hasta las mulas que llevaban las cargas.</p> - -<p>Este artículo del ceremonial se hizo hablando uno -de mis oficiales por todos, según me lo indicó Mora.</p> - -<p>Se redujo todo á lo sabido—razones elevadas á la -quinta potencia, en medio de la mímica oratoria más -esforzada.</p> - -<p>En tanto que estos parlamentos tenían lugar, muchos -indios viejos, de extraño aspecto, giraban en torno -mío y de los míos, con aire misterioso, callados, cejijunto -el rostro como estudiando á los recién llegados -y la situación. Se iban y venían, tornaban á irse y -volvían á venir, llevándoles lenguas á las brujas, que -hacían el exorcismo, y á las cuales iba el pellejo, ó la -vida, si por alguna casualidad, incongruencia ó nigromancia -acontecía una desgracia como enfermarse, morirse -un indio ó un caballo de estimación.</p> - -<p>Las tales adivinas acaban sus días así, sacrificadas -si no tienen bastante talento, previsión ó fortuna para -acertar.</p> - -<p>Á cada triquitraque las llaman y consultan.</p> - -<p>Para ir á malón, consulta; para saber si lloverá ha<span class="pagenum"><a id="Page_231"></a>[Pg 231]</span>biendo -sequía, consulta; para saber de qué está enfermo -el que se muere, consulta. Y si los hechos augurados -fallan, ¡adiós, pobre bruja! su brujería no la salva -de las garras de la sangrienta preocupación,—muere.</p> - -<p>No obstante, es un artículo abundante entre los indios,—prueba -evidente de que el charlatanismo tiene -su puesto preferente en todas partes: pronosticar el -destino de la humanidad y de las naciones, aunque la -civilización moderna es más indulgente. Nosotros mandaremos -guillotinar á Mazzini, es un gritón menos de -la libertad; pero á los que hacen el milagro de la extravasación -de la sangre de San Genaro, no.</p> - -<p>Una indescriptible agitación reinaba en el toldo de -Mariano Rosas. Indios y chinas á pie y á caballo, iban -y venían en todas direcciones. Algo extraordinario -acontecía, que se relacionaba conmigo.</p> - -<p>Llamó mi atención.</p> - -<p>Le pregunté impaciente á Mora qué sería. No pudo -satisfacerme. El mismo lo ignoraba. Después supe que -las viejas brujas habían andado medio apuradas. Sus -pronósticos no fueron buenos al principio. Yo era precursor -de grandes é inevitables calamidades; <em>gualicho</em> -transfigurado venía conmigo.</p> - -<p>Para salvarse había que sacrificarme, ó hacer que -me volviera á mi tierra con cajas destempladas. Como -se ve, todas las brujas son iguales,—la base de la nigromancia -está en la credulidad, en el miedo, en los -instintos maravillosos, en las preocupaciones populares.</p> - -<p>Pero Mariano Rosas no quería sacrificarme, ni que -me volviera como había venido, sin echar pie á tierra -siquiera en Leubucó.</p> - -<p>Los recalcitrantes, los viejos, los que jamás habían -vivido entre los cristianos, los que no conocían su lengua, -ni sus costumbres, los que eran enemigos de todo<span class="pagenum"><a id="Page_232"></a>[Pg 232]</span> -hombre extraño, de sangre y color que no fuera india,—creían -en los vaticinios de las brujas.</p> - -<p>Pero ya lo he dicho. Mariano Rosas, que á fuer de -cacique principal sabía más que todos, no participaba -de sus opiniones.</p> - -<p>Se les previno, pues, á las brujas, que estudiasen -mejor el curso del sol, la carrera de las nubes, el color -del cielo, el vuelo de las aves, el jugo de las hierbas -amargas que masticaban, los sahumerios de bosta que -hacían: porque el cacique, que <em>veía otra cosa</em>, quería -estrecharme la mano, y abrazarme convencido de que -<em>gualicho</em> no andaba conmigo, de que yo era el coronel -Mansilla en cuerpo y alma.</p> - -<p>Mariano Rosas estaba formado en ala, frente á mí, -como á unos cincuenta pasos. Á su izquierda tenía á -Epumer, su hermano mayor, su general en campaña. -Por un voto solemne, aquél no se mueve jamás de su tierra, -no puede invadir, ni salir á tierra de cristianos. -Después de Epumer, seguían los capitanejos Relmo, -Cayupán, otros más, y entre éstos Melideo, que quiere -decir <em>cuatro ratones</em>, de <em>meli</em>, cuatro, y <em>deo</em>, ratón.</p> - -<p>Es costumbre entre los ranqueles ponerse nombres -así, y nótese que digo nombres, no apodos ni sobrenombres. -El uno se llama como dejo dicho,—el otro se llamará -«cuatro ojos», éste «cuero de tigre», aquél «cabeza -de buey», y así.</p> - -<p>En seguida de los capitanejos, ocupaban sus puestos -varios indios de importancia, luego algunas chusmas y -por fin algunos cristianos de la gente de un titulado -coronel Ayala que fué de Saa, extraviado político, pero -que no es mal hombre, que me trató siempre con cariño -y consideración.</p> - -<p>Estos cristianos estaba armados de fusil y carabina, -que no brillaban por cierto de limpios, y eran los que -con gran apuro y dificultad hacían las salvas en ho<span class="pagenum"><a id="Page_233"></a>[Pg 233]</span>nor -mío. Ayala los dirigía. El padre Burela, que, como -se sabe, había llegado de Mendoza dos días antes que -yo, con un cargamento de bebidas y otras menudencias -para el rescate de cautivos, también andaba por allí, -ocupando un puesto preferente. Jorge Macías, condiscípulo -mío en la escuela del respetable y querido señor -don Juan A. de la Peña, cautivo hacía dos años, andaba -el pobre como bola sin manija.</p> - -<p>La morada de Mariano Rosas, consistía en unos -cuantos toldos diseminados y en unos cuantos ranchos, -construidos por la gente de Ayala, en un corral y varios -palenques.</p> - -<p>Leubucó es una laguna sin interés,—quiere decir -<em>agua que corre</em>, <em>leubú</em> corre y de <em>có</em> agua. Queda en un -descampado á orilla de una ceja de monte, en una quebrada -de médanos bajos. Los alrededores de aquel paraje -son tristísimos, es lo más yermo y estéril de cuanto -he visto; una soledad ideal.</p> - -<p>De Leubucó, arrancan caminos, grandes rastrilladas -por todas partes. Allí es la estación central. Salen caminos -para las tolderías de Ramón que quedan en los -montes de <em>Carrilobo</em>; para las tolderías de Baigorrita, -situadas á la orilla de los montes de <em>Quenque</em>; para -las tolderías de Calfucurá en Salinas Grandes; para -la Cordillera, y para las tribus araucanas.</p> - -<p>Yo he recogido, á fuerza de maña y disimulo, muchos -datos á este último respecto, que algún día no lejano, -publicaré, para que el país los utilice. Y digo con maña -y disimulo, porque entre los indios, nada hay más -inconveniente para un extraño, para un hombre sospechoso, -como debía serlo y lo era yo, que preguntar -ciertas cosas, manifestar curiosidad de conocer las distancias, -la situación de los lugares á donde jamás han -llegado los cristianos, todo lo cual se procura mantener -rodeado del misterio más completo. Un indio no<span class="pagenum"><a id="Page_234"></a>[Pg 234]</span> -sabe nunca dónde queda el Chalileo, por ejemplo; qué -distancia hay de Leubucó á Wada. La mayor indiscreción -que puede cometer un cristiano asilado es decirlo.</p> - -<p>Me acuerdo que en el Río 4.º, queriendo yo tener -algunos datos sobre la población de los Ranqueles, le -hice cierto número de preguntas á Linconao, que tanto -me quería, delante de Achauentrú. Como aquél contestara -bastante satisfactoriamente, éste, con tono airado, -le amenazó diciéndole en araucano: que cuando -regresase á Tierra Adentro, le diría á Mariano Rosas -que era «un traidor que había estado hablando esas cosas -conmigo,—y dirigiéndose á los demás indios circunstantes, -añadió: ustedes son testigos».</p> - -<p>Yo, qué había de entender; lo supe por mi lenguaraz. -Mora, me lo dijo en voz baja, rogándome que no -lo comprometiera y que no continuara el interrogatorio, -que suspendí; quedando poco más enterado que -antes.</p> - -<p>Los conjuros terminaron, el horóscopo astrológico -dejó de augurar males, las águilas no miraron ya para -el Sur, sino para el Norte,—lo que quería decir que -vendría gente de <em>adentro</em> para <em>fuera</em>, no de afuera para -adentro, ó en otros términos, que no habría malón -de cristianos, que nada habría que temer.</p> - -<p>La hora de recibirme había llegado.</p> - -<p>¡Ya era tiempo!</p> - -<p>Un enviado salió de las filas de Mariano Rosas y -me dijo, siempre por intérprete:</p> - -<p>—Manda decir el General que eche pie á tierra con -sus jefes y oficiales.</p> - -<p>—Está bien—contesté.</p> - -<p>Y eché pie á tierra, y junto conmigo los cristianos é -indios que me seguían. Y á ese tiempo se oyó un hurra -atronador y un viva al coronel Mansilla.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_235"></a>[Pg 235]</span></p> - -<p>Yo contesté, acompañándome todo el mundo.</p> - -<p>¡Viva Mariano Rosas!</p> - -<p>¡Viva el Presidente de la República!</p> - -<p>¡Vivan los indios argentinos!</p> - -<p>Había verdadero júbilo, los tiros de carabina y de -fusil no cesaban, ni los cohetes, ni la infernal gritería, -golpeándose la boca abierta con la palma de la mano.</p> - -<p>Jorge Macías vino á mí y me abrazó llorando.</p> - -<p>Como no me habían hecho ninguna indicación, me -quedé junto á mi caballo, después de desmontarme.</p> - -<p>Ya estaba aleccionado.</p> - -<p>Hubo otro parlamento.</p> - -<p>Lo volveré á repetir: no es tan fácil como se cree llegar -hasta hacerle un <em>salam-alek</em> á Mariano Rosas.</p> - - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_236"></a>[Pg 236]<br /><a id="Page_237"></a>[Pg 237]</span></p> -<h2>XXV</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> - -<p>Gracias á Dios.—Empieza el ceremonial.—Apretones de mano y -abrazos.—De cómo casi hube de reventar.—Por algo me había -de hacer célebre yo.—¿Qué más podían hacer los bárbaros?</p></div> - - -<p>Mucho me había costado llegar á Leubucó y asentar -mi planta en los umbrales de la morada de Mariano -Rosas.</p> - -<p>Pero ya estaba allí, sano y salvo, sin más pérdidas -que dos caballos, sin más percances que el susto á -inmediaciones de Aillancó, á consecuencia de la extraña -y fantástica recepción del cacique Ramón.</p> - -<p>Haber pretendido otra cosa habría sido querer cruzar -el mar sin vientos ni olas; andar en las calles de -Buenos Aires en verano sin polvo, en invierno sin lodo, -lavarse la cara sin mojársela: ó como dice el refrán, -comer huevos sin romper cáscaras.</p> - -<p>Me parece que tenía por qué conceptuarme afortunado, -ó en términos más cristianos, por qué darle -gracias al que todo lo puede, como en efecto lo hice, -exclamando interiormente: ¡Loado sea Dios!</p> - -<p>Con el caballo de la brida, esperaba indicaciones para -adelantarme á saludar á Mariano Rosas, pasando -en revista los personajes que tenía al frente, aunque<span class="pagenum"><a id="Page_238"></a>[Pg 238]</span> -afectando una gran indiferencia por cuanto me rodeaba.</p> - -<p>Todos los bárbaros son iguales, ni les gusta confesar -que no han visto antes ciertas cosas, cuando éstas -llaman su atención, ni que los que penetran sus -guaridas, hallen raro lo que en ellas ven.</p> - -<p>En el Río 4.º yo me solía divertir, mostrándoles á -los indios un reloj de sobremesa, que tenía despertador, -un barómetro, una aguja de marear óptica, un -teodolito y un anteojo.</p> - -<p>Miraban y miraban con intensa ojeada los objetos, -y como quien dice, eso no llama tanto como usted cree -mi atención, me decían: «Allá en Tierra Adentro mucho -lindo teniendo».</p> - -<p>Un indio, que debía ser algo, como paje del cacique, -habló con Mariano Rosas, y en seguida con Caniupán, -mi inseparable compañero.</p> - -<p>Éste á su turno habló con Mora.</p> - -<p>Mi lenguaraz, siguiendo la usanza, me dijo:</p> - -<p>—Señor, dice el general Mariano, que ya lo va á -recibir; que quiere darle la mano y abrazarlo; que se -dé la mano con sus capitanejos y se abrace también -con ellos, para que en todo tiempo lo conozcan y lo -miren como amigo, al hombre que les hace el favor de -visitarlos, poniendo en ellos tanta confianza.</p> - -<p>Pasando por los mismos trámites, fué despachado -el mensajero con un recadito muy afectuoso y cordial.</p> - -<p>Mora volvió á conversar con Caniupán, y me dijo -después:</p> - -<p>—Señor, dice Caniupán que ya puede adelantarse -á darle la mano al general Mariano; que haga con él -y con los demás que salude <em>lo mismo que ellos</em> hagan -con usted.</p> - -<p>—¿Y qué diablos van á hacer conmigo?—le pregunté.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_239"></a>[Pg 239]</span></p> - -<p>—Nada mi Coronel, cosas de los indios, así es en -esta tierra—me contestó.</p> - -<p>—Supongo que no será alguna barbaridad—agregué.</p> - -<p>—No señor, es que han de querer tratarlo con cariño; -porque están muy contentos de verlo y medio <em>achumados</em>—repuso.</p> - -<p>—¿Pero, poco más ó menos, qué van á hacer?—proseguí.</p> - -<p>—Es que han de querer abrazarlo y cargarlo, respondió.</p> - -<p>Pues si no es más que eso, murmuré para mis adentros, -no hay de qué alarmarse, y como cuando grita -uno á los que acaudilla en un instante supremo, ¡adelante! -¡adelante!</p> - -<p>—¡Caballeros!—dije, mirando á mis oficiales y á -los dos franciscanos, que estaban hechos unas pascuas, -sonriéndose con cuantos los miraban,—vamos á saludar -á Mariano.</p> - -<p>Avancé, me siguieron, llegamos á tiro de apretón -de manos del cacique y comenzó el saludo.</p> - -<p>Mariano Rosas me alargó la mano derecha, se la estreché.</p> - -<p>Me la sacudió con fuerza, se la sacudí.</p> - -<p>Me abrazó cruzándome los brazos por el hombro izquierdo, -lo abracé.</p> - -<p>Me abrazó cruzándome los brazos por el hombro derecho, -lo abracé.</p> - -<p>Me cargó y me suspendió vigorosamente, dando un -grito estentóreo; lo cargué, y suspendí, dando un grito -igual.</p> - -<p>Los concurrentes, á cada una de estas operaciones, -golpeándose la boca abierta con la mano y poniendo á -prueba sus pulmones, gritaban: ¡¡¡aaaaaaaa!!!</p> - -<p>Después que me saludé con Mariano, un indio, es<span class="pagenum"><a id="Page_240"></a>[Pg 240]</span>pecie -de maestro de ceremonias, me presentó á Epumer.</p> - -<p>Nos hicimos lo mismo que con su hermano, en medio -de incesantes y atronadores ¡¡¡aaaaaaaa!!!</p> - -<p>Luego vino Relmo,—igual escena á la anterior: -¡¡¡aaaaaaaa!!!</p> - -<p>En seguida Cayupán,—lo mismo: ¡¡¡aaaaaaaa!!!</p> - -<p>En pos de éste, Melideo (alias) <em>cuatro ratones</em>, indio -sólido como una piedra, de regular estatura; pero -panzudo, gordo, pesado, ¿como quién? como mi camarada -Peña, el edecán del Presidente.</p> - -<p>Aquí fueron los apuros para cargarlo y suspenderlo.</p> - -<p>Mis brazos lo abarcaban apenas; hice un esfuerzo, -el amor propio de hombre forzudo estaba comprometido, -no alcanzarlo me parecía hasta desdoroso para los -cristianos; redoblé el esfuerzo y mi tentativa fué coronada -por el éxito más completo, como lo probaron -los ¡¡¡aaaaaaaaaaaaa!!! dados esta vez con más ganas -y prolongados más que los anteriores.</p> - -<p>Aquello fué pasaje de comedia, casi reventé, casi se -me salieron los pulmones, porque esto de tener que -dar un grito que haga estremecer la tierra al mismo -tiempo que el cuerpo se encorva, haciendo un gran esfuerzo -para levantar del suelo un peso mayor que el -de uno mismo, es asunto serio del punto de vista de la -fisiología orgánica; pero que más que á todo se presta -á la risa.</p> - -<p>Imaginaos á Orión, á este querido amigo, de quien -la biografía dirá algún día que tenía la impaciencia -del bien, el sentimiento delicado de la amistad, todo -el talento chispeante del porteño, y bajo una corteza -de escéptico, por cierta inclinación al caricato, un corazón -de oro,—imaginaos, decía, á este amigo, en un -día de público regocijo, el próximo 9 de julio, verbigracia, -en la Plaza de la Victoria, muy emperifollado<span class="pagenum"><a id="Page_241"></a>[Pg 241]</span> -con sus adornos de papel, cartón, lienzo y engrudo, subido -sobre un tablado, luchando á brazo partido, en -medio de las más risueñas algazaras de una turbamulta, -por cargar y levantar á nuestro cofrade Hernández, -ex-redactor del <cite>Río de la Plata</cite>, <em>cué</em>, cuya obesidad -globulosa toma diariamente proporciones alarmantes -para los que, como yo, le quieren, amenazando -á remontarse á las regiones etéreas ó reventar como -un torpedo paraguayo, sin hacer daño á nadie; imaginaos -eso, vuelvo á decir, y tendréis una idea de lo -que me pasó á mí durante mi faena hercúlea con Melideo, -cumpliendo con el ceremonial establecido en la -tierra donde me hallaba y con las leyes del orgullo de -raza y de religión que me prohibían cejar un punto, -dar un paso atrás, retroceder, aflojar en lo más mínimo.</p> - -<p>¡Ah! si aquello se hubiera concluido con el abrazo -de Melideo.</p> - -<p>¡Pero qué! después de Melideo vinieron otros y -otros capitanejos; después de éstos varios indios de -importancia; por conclusión, la chusma ranquelina y -cristiana.</p> - -<p>No se oía más que la resonación producida por la -repercusión de los continuados gritos ¡¡¡aaaaaaa!!!</p> - -<p>Yo sudaba la gota gorda, mi voz estaba ronca como -el eco de un gallo en frígida mañana de julio, mis -fuerzas agotadas.</p> - -<p>Se me figuraba que la atmósfera tenía mil grados -sobre cero, que no era transparente sino densa, como -para cortarla en tajadas, pesaba sobre mí como una -plancha de hierro.</p> - -<p>No me morí de calor, de cansancio, de tanto gritar, -porque Alá es grande, y nos sostiene y nos da energía -física y moral cuando habemos menester de ella, ¡tal -es de bueno!</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_242"></a>[Pg 242]</span></p> - -<p>Mientras yo pasaba revista de aquellos bárbaros, me -acordaba del dicho de Alcibiades: á donde fueres, haz -lo que vieres, y rumiaba: ¡Te había de haber traído -á visitar los ranqueles!</p> - -<p>Al mejor se la doy, á abrazar cuatro veces, cargar -y suspender otras tantas á cualquiera, gritando como -un marrano: ¡¡¡aaaaaaaaaaaa!!! no es cosa.</p> - -<p>Pero cuando ese cualquiera llega á pesar nueve arrobas, -tanto como Melideo; pero cuando hay que repetir -la misma operación muscular y pulmonar ochenta ó -cien veces, el ejercicio es grave, y puede darle á uno -títulos suficientes para ocupar algún día en el mausoleo -de la posteridad un lugar preferente entre los gladiadores -ó luchadores del siglo <small>XIX</small>.</p> - -<p>Por algo me había de hacer célebre yo, aunque las -olas del tiempo se tragan tantas reputaciones.</p> - -<p>Espero, sin embargo, que en esta tierra fecunda no -faltará un bardo apasionado, que cual otro don Alonso -de Ercilla, cante: No las damas, no amor, no gentilezas,—si -no las <em>loncoteadas</em> de un pobre coronel y sus -franciscanos.</p> - -<p>Asuntos más pobres y menos interesantes he visto -cantados en estos últimos tiempos por la lira de trovadores, -cuyos nombres no pasarán á remotos siglos, -pero que son poetas, según el diccionario de la lengua, -en una de sus varias acepciones que en este momento -se me ocurre: «Cualquier titulado vate, bardo, trovador, -sin méritos para ello; cualquiera que versifica -siquiera lo haga contra la voluntad de Dios y falseando -las leyes del Parnaso».</p> - -<p>Los franciscanos no fueron obligados más que á dar -la mano; lo mismo mis oficiales; lo propio mis asistentes.</p> - -<p>Muy cerca de una hora tardamos en abrazos, salutaciones -y demás actos de cortesanía indiana.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_243"></a>[Pg 243]</span></p> - -<p>Con el último indio que yo saludé, abracé y cargué -gritando lo más fuerte que mis gastados pulmones me -lo permitieron: ¡¡¡aaaaaaaaaaaaa!!! se oyeron los -postreros hurras y vítores de la multitud, que no tardó -en desparramarse montando la mayor parte á caballo, -entregándose á los regocijos ecuestres de la -tierra, como carreras, <em>rayadas</em>, pechadas y piruetas -de toda clase, por fin.</p> - -<p>Yo estaba orgulloso, contento de mí mismo, como si -hubiera puesto una pica en Flandes, no sólo por la -energía y fortaleza de que había dado pruebas incontestables -y señaladas, sino porque ciertas frases que -oía vagar por la atmósfera hacían llegar hasta mi conciencia -el convencimiento de que aquellos bárbaros admiraban -por primera vez en el hombre culto y civilizado, -en el cristiano representado por mí, la potencia -física, dote natural que ellos ejercitan tanto y que tanto -envidian y respetan.</p> - -<p>De vez en cuando llegaban á mis oídos estos ecos: -«Ese Coronel Mansilla muy toro; ese Coronel Mansilla -cargando; ese Coronel Mansilla lindo».</p> - -<p>Y esto diciendo, un sinnúmero de curiosos se acercaban -á mí, hasta estrecharme y no dejarme mover del -sitio. Mirábanme de arriba abajo, la cara, el cuerpo, -la ropa, el puñal de oro y plata que llevaba en el costado, -mostrando su cabo cincelado, las botas granaderas, -la cadena del reloj y los perendengues que pendían de -ella; todo, todo cuanto llamaba por su hechura ó color -la atención. Y después de mirarme bien, me decían -alargándome la mano:</p> - -<p>—Ese coronel, dando la mano, amigo. Y no sólo me -daban la mano, sino que me abrazaban y me besaban, -con sus bocas sucias, babosas, alcohólicas, pintadas.</p> - -<p>Idénticas demostraciones hacían con los oficiales, con -los asistentes y con los franciscanos. Varias chinas y<span class="pagenum"><a id="Page_244"></a>[Pg 244]</span> -mujeres blancas cristianizadas, por no decir cristianas, -se acercaban á éstos, se arrodillaban, y tomándoles -los cordones les decían: «La bendición, mi Padre». -De veras, aquel recogimiento, aquel respeto primitivo -me enterneció. ¡Qué cosa tan grande es la religión, -cómo consuela, conforta y eleva el espíritu!</p> - -<p>Los franciscanos dieron algunas bendiciones, y á -poca costa hicieron felices á unas cuantas ovejas descarriadas -ó arrebatadas á la grey.</p> - -<p>El contento era general, ¡qué digo! ¡universal!</p> - -<p>Nadie, y eso que había muchísima gente <em>achumada</em>, -nos faltó al respeto en lo más mínimo. Al contrario, -caciques y capitanejos, indios de importancia y chusma, -cristianos asilados y cautivos, todos, todos nos -trataban con la más completa finura araucana.</p> - -<p>Francamente, nos indemnizaban con réditos de los -malos ratos, hambrunas, detenciones é impertinencias -del camino.</p> - -<p>¿Qué más podían hacer aquellos bárbaros, sino lo que -hacían?</p> - -<p>¿Les hemos enseñado algo nosotros, que revele la -disposición generosa, humanitaria, cristiana de los -gobiernos que rigen los destinos sociales? Nos roban, -nos cautivan, nos incendian las poblaciones, es cierto. -¿Pero qué han de hacer, si no tienen hábitos de trabajo? -¿Los primeros albores de la humanidad presentan -acaso otro cuadro? ¿Qué era Roma un día? Una gavilla -de bandoleros, rapaces, sanguinarios, crueles, traidores.</p> - -<p>¿Y entonces, qué tiene que decir nuestra decantada -civilización?</p> - -<p>Quejarnos de que los indios nos asolen, es lo mismo -que quejarnos de que los gauchos sean ignorantes, viciosos, -atrasados.</p> - -<p>¿Á quién la culpa, sino á nosotros mismos?</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_245"></a>[Pg 245]</span></p> - -<p>Pero entremos al toldo de Mariano Rosas, quien antes -de ofrecérmelo, me preguntó: ¿Qué quería hacer -con mis caballos, si hacerlos cuidar con mi gente ó -que él me los haría cuidar?—quien, preguntándome -si mi gente había comido, y habiéndole contestado que -no, llamó á su hijo <em>Lincoln</em>,—por qué se llama así -no sé,—y le ordenó en castellano que carneara pronto -una vaca gorda.</p> - -<p>El toldo de Mariano Rosas, como todos los toldos, -tiene una enramada; descansemos en ella hasta mañana, -á fin de no alterar el método que me he propuesto -seguir en el relato.</p> - -<p>También conviene hacerlo así para que ni tú, Santiago -amigo, ni el lector se hastíen,—que lo poco gusta -y lo mucho cansa, aunque á este respecto pueden dividirse -las opiniones según sea el capítulo de que se -trate.</p> - -<p>¿Quién se cansa de leer á Byron, á Goethe, á Juvenal, -á Tácito?</p> - -<p>Nadie.</p> - -<p>¿Y á mí?</p> - -<p>Cualquiera.</p> - - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_246"></a>[Pg 246]<br /><a id="Page_247"></a>[Pg 247]</span></p> -<h2 class="nobreak">XXVI</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> - -<p>La enramada de Mariano Rosas.—Parlamento y comida.—Agasajo.—Pasión -de los Indios por la bebida.—Qué es un yapaí.—Epumer -hermano mayor de Mariano Rosas.—Él y yo.—Me -deshago de mi capa colorada.—Regalos.—Distribución de -aguardiente.—Una orgía.—Miguelito.</p></div> - - -<p>De las dos proposiciones de Mariano Rosas sobre -las bestias, opté por la primera, teniendo presente que -el ojo del amo engorda el caballo.</p> - -<p>Llamé á Camilo Arias y le di mis órdenes; Mariano -las completó con varias indicaciones relativas -al mejor pasto, al agua, á las horas de recoger y encerrar, -según lo que se dispusiera. Terminó recomendando -el mayor cuidado y vigilancia de día y de noche, -por los <em>indios gauchos ladrones</em>, probándome con lo -primero, que era hombre entendido en asuntos de campo, -con lo segundo, que no es mal sastre quien conoce -el paño.</p> - -<p>Pasamos á la enramada, que quedaba unida al -toldo. Éste es siempre de cuero, aquélla de paja, generalmente -de <em>chala</em> de maíz. Otro día, cuando entremos -en un toldo, veremos cómo está construido y distribuido; -hoy quedemos en la enramada, que era como<span class="pagenum"><a id="Page_248"></a>[Pg 248]</span> -todas, un armazón de madera, con techumbre de plano -horizontal. Tendría sesenta varas cuadradas.</p> - -<p>Allí habían preparado asientos. Consistían en cueros -de carneros, negros, lanudos, grandes y aseados; dos ó -tres formaban el lecho, otros tantos arrollados el respaldo. -Estaban colocados en dos filas y el espacio intermedio -acababa de ser barrido y regado. Una fila -era para los recién llegados, otra para el dueño de -casa, sus parientes y visitas. La fila que me designaron -á mí miraba al Naciente; á la derecha, en la primera -hilera, veíase un asiento que era el mío, más -elevado que los demás, con respaldo ancho y alto con -dos rollos de ponchos á la derecha é izquierda, formando -almohadones.</p> - -<p>Todo estaba perfectamente bien calculado, como para -sentarse con comodidad, con las piernas cruzadas -á la turca, estiradas, dobladas; acostarse, reclinarse -ó tomar la postura que se quisiera.</p> - -<p>Frente á frente de mí se sentó Mariano Rosas; -aunque él habla bastante bien el castellano, lo mismo -que cualquiera de nosotros, hizo venir un lenguaraz. -Convenía que todos los circunstantes oyesen <em>mis razones</em> -para que llevasen lenguas á sus <em>pagos</em> y se hiciese -en favor mío una atmósfera popular.</p> - -<p>El parlamento comenzó como aquellos avisos de teatro -del tiempo de Rosas, que decían, después de los -<em>vivas y mueras de costumbre</em> (¡y qué costumbre tan -civilizada y fraternal!), se representará el lindo drama -romántico en verso <cite>Clotilde</cite>, <em>ó el crimen por amor</em>, -verbigracia, que cuadraba tan bien con el introito del -cartel como ponerle á un santo Cristo un par de pistolas.</p> - -<p>Es decir, que en pos de las preguntas y respuestas -de ordenanza: Cómo está usted, cómo le ha ido con -todos sus jefes y oficiales, no ha perdido algunos ca<span class="pagenum"><a id="Page_249"></a>[Pg 249]</span>ballos, -porque en los campos sólo suceden desgracias. -Vinieron otras inesperadas; pero todas ellas sin interés.</p> - -<p>Yo hablé de los dos caballos que me habían robado -en Aillancó, del saqueo de Wenchenao á las cargas, y -lo hice con vivacidad, apostrofando á los que así me -habían faltado al respeto, pareciéndome que mi tono -de autoridad llamaba la atención de todos.</p> - -<p>Haría cinco minutos que conversábamos, traduciendo -el lenguaraz de Mariano sus razones y Mora las mías, -cuando trajeron de comer.</p> - -<p>Entraron varios cautivos y cautivas—una de éstas -había sido sirvienta de Rosas,—trayendo grandes y -cóncavos platos de madera, hechos por los mismos indios, -rebosando de carne cocida y caldo aderezado con -cebolla, ají y harina de maíz.</p> - -<p>Estaba excelente, caliente, suculento y cocinado con -visible esmero.</p> - -<p>Las cucharas eran de madera, de hierro, de plata; -los tenedores lo mismo, los cuchillos comunes.</p> - -<p>Sirvieron á todos, á los recién llegados y á las visitas -que me habían precedido.</p> - -<p>Á cada cual le tocó un plato como una fuente.</p> - -<p>Mientras se comía, se charlaba.</p> - -<p>Yo no tardé en tomar confianza; estaba como en mi -casa, mejor que en ella, sin tener que dar ejemplo á -mis hijos.</p> - -<p>Comía como un bárbaro—me acomodaba á mi gusto -en el magnífico asiento de cueros y ponchos; decía -cuanto disparate se me venía á la punta de la lengua -y hacía reir á los indios ni más ni menos que Allú á -la concurrencia.</p> - -<p>Al que se me acercaba, algo le hacía—ó le daba un -tirón de narices, ó le aplicaba un coscorrón, ó le pegaba -una fuerte palmada en las posaderas.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_250"></a>[Pg 250]</span></p> - -<p>Los más chuscos me devolvían con usura mis bromas.</p> - -<p>Se acabó el primer plato y trajeron otro, como -para frailes <em>pantagruélicos</em>, lleno de asado de vaca, -riquísimo.</p> - -<p>Materialmente—me chupé los dedos con él, que no -es lo mismo comer á manteles que en el suelo y en -Leubucó.</p> - -<p>Después del asado nos sirvieron algarroba pisada, -maíz tostado y molido, á manera de postre; es bueno.</p> - -<p>Trajeron agua en vasos, jarros y <em>chambaos</em> (es un -jarrito de aspa).</p> - -<p>Y, á indicación del dueño de casa, que con impaciencia -gritó varias veces: ¡trapo! ¡trapo! (los indios no -tienen voz equivalente) unos cuantos pedazos de género -de distintas clases y colores para que nos limpiáramos -la boca.</p> - -<p>Se acabó la comida y empezó el turno de la bebida.</p> - -<p>Este capítulo es serio, si es que después de sabias -máximas, consejos oportunos y graves reflexiones de -Brillat Savarin, puede haber algo más serio que el -comer.</p> - -<p>Aquel filósofo, inmortal en su género, tiene dos aforismos -que podían parafrasearse aquí, diciendo: díme -lo que bebes, te diré lo que eres; el destino de las naciones -depende de lo que beben.</p> - -<p>Manuel Gascón ha de pretender <i lang="la" xml:lang="la">á priori y á posteriori</i>, -que para él el problema está resuelto, sosteniendo -que de todas las bebidas la mejor es el agua.</p> - -<p>Digo que esto depende de las circunstancias, como -que no hayan visitas, y prosigo.</p> - -<p>Los indios beben, como todo el mundo, por la boca.</p> - -<p>Pero ellos no beben comiendo.</p> - -<p>Beber es un acto aparte.</p> - -<p>Nada hay para ellos más agradable.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_251"></a>[Pg 251]</span></p> - -<p>Por beber posponen todo.</p> - -<p>Y así como el guerrero que se apresta á la batalla -prepara sus armas, ellos, cuando se disponen á beber, -esconden las suyas.</p> - -<p>Mientras tienen qué beber, beben; beben una hora, -un día, dos días, dos meses.</p> - -<p>Son capaces de pasárselo bebiendo hasta reventar.</p> - -<p>Beber es olvidar, reir, gozar.</p> - -<p>No teniendo aguardiente ó vino, beben <em>chicha</em> ó <em>piquillín</em>.</p> - -<p>Esta vez estaban de fiesta con vino.</p> - -<p>El acto está sujeto á ciertas reglas, que se observan -como todas las reglas humanas, hasta que se puede.</p> - -<p>Se inicia con un <em>yapaí</em>, que es lo mismo que si dijéramos: -<i lang="en" xml:lang="en">the pleasure of a glass of wine with you?</i> para -que vean los de la colonia inglesa que en algo se parecen -á los ranqueles.</p> - -<p>Pero esta invitación se diferencia algo de la nuestra.</p> - -<p>Nosotros empezamos por llenar la copa del invitado, -luego la propia; bebemos simultáneamente, haciéndonos -un saludo más ó menos risueño y cordial, -espiándonos por sobre el borde de la copa, á ver quién -la apura más; y es de buena educación, de estilo -clásico, no beberla toda, ni tampoco que parezca se ha -aceptado el brindis por compromiso; como que él -significa:—Á la salud de usted cuando no se ha propuesto -uno por la patria, por la libertad ó por el Presidente -de la República.</p> - -<p>Los indios empiezan por decir <em>yapaí</em>, llenando bien -el tiesto en que beben, que generalmente es un cuernito.</p> - -<p>La persona á quien se dirigen, contesta <em>yapaí</em>.</p> - -<p>Bebe primero el que invitó, hasta poder hacer lo -que los franceses llaman <i lang="fr" xml:lang="fr">goute en l'ongle</i>, es decir, -hasta que no queda una gota, llenan después el vaso,<span class="pagenum"><a id="Page_252"></a>[Pg 252]</span> -copa, jarro ó cuernito exactamente, como él lo bebiera, -se lo pasa al contrario, y éste se lo echa al coleto diciendo -<em>yapaí</em>.</p> - -<p>Si el yapaí ha sido de media cuarta, media cuarta -hay que beber.</p> - -<p>Por supuesto que no conozco nada peor visto que una -persona que se excusa de beber, diciendo:—No sé.</p> - -<p>En un hombre tal, jamás tendrían confianza los indios.</p> - -<p>Así como en toda comida bien dirigida, hay siempre -un anfitrión que la preside, que hace los honores, que -la anima; así también en todo beberaje de indios hay -uno que lleva la palabra; es el que hace el gasto, por -lo común.</p> - -<p>Esta vez, el que hacía el gasto ostensiblemente era -Mariano Rosas, en realidad el Estado, que le había -dado sus dineros al Padre Burela para rescatar cautivos.</p> - -<p>Pero aunque Mariano Rosas hacía el gasto y era -el dueño de la casa, Epumer, su hermano, era el anfitrión.</p> - -<p>Epumer es el indio más temido entre los ranqueles, -por su valor, por su audacia, por su demencia cuando -está beodo.</p> - -<p>Es un hombre como de cuarenta años, bajo, gordo, -bastante blanco y rosado, ñato, de labios gruesos y -pómulos protuberantes, lujoso en el vestir, que parece -tener sangre cristiana en las venas, que ha muerto á -varios indios con sus propias manos, entre ellos á un -hermano por parte de madre, que es generoso y desprendido, -manso estando bueno de la cabeza, que no -estándolo le pega una puñalada al más pintado.</p> - -<p>Con este nene tenía que habérmelas yo.</p> - -<p>Llevaba un gran facón con vaina de plata cruzado -por delante, y me miraba por debajo del ala de un<span class="pagenum"><a id="Page_253"></a>[Pg 253]</span> -rico sombrero de paja de Guayaquil, adornado con una -ancha cinta encarnada, pintada de flores blancas.</p> - -<p>Yo llevaba un puñal con vaina y cabo de oro y plata, -sombrero gacho de castor, y alta ala, no le quitaba -los ojos al orgulloso indio, mirándole fijamente cuando -me dirigía á él.</p> - -<p>Bebíamos todos.</p> - -<p>No se oía otra cosa que ¡<em>yapaí</em>, hermano! ¡<em>yapaí</em>, -hermano!</p> - -<p>Mariano Rosas no aceptaba ninguna invitación, decía -estar enfermo, y parecía estarlo.</p> - -<p>Atendía á todos, haciendo llenar las botellas cuando -se agotaban; amonestaba á unos, despedía á otros -cuando me incomodaban mucho con sus impertinencias; -me pedía disculpas á cada paso; en dos palabras, -hacía, á su modo, y según lo usos de su tierra, perfectamente -bien los honores de su casa.</p> - -<p>Epumer no había simpatizado conmigo, y á medida -que se iba <em>caldeando</em>, sus pullas iban siendo más directas -y agudas.</p> - -<p>Mariano Rosas lo había notado, y se interponía -constantemente entre su hermano y yo, terciando en -la conversación.</p> - -<p>Yo le buscaba la vuelta al indio y no podía encontrársela.</p> - -<p>Á todo lo hallaba taimado y reacio.</p> - -<p>Llegó á contestarme con tanta grosería que Mariano -tuvo que pedirme lo disculpara, haciéndome notar el -estado de su cabeza.</p> - -<p>Y sin embargo, á cada paso me decía:</p> - -<p>—Coronel Mansilla, ¡yapaí!</p> - -<p>—Epumer, ¡yapaí!—le contestaba yo.</p> - -<p>Y llenábamos con vino de Mendoza los cuernos y los -apurábamos.</p> - -<p>Mis oficiales se habían visto obligados á abandonar<span class="pagenum"><a id="Page_254"></a>[Pg 254]</span> -la enramada, so pena de quedar tendidos, tantos eran -los <em>yapaí</em>.</p> - -<p>Los indios, <em>caldeados</em> ya, apuraban las botellas, bebían -sin método; ¡vino! ¡vino! pedían para <em>rematarse</em>, -como ellos dicen, y Mariano hacía traer más vino, -y unos caían y otros se levantaban, y unos gritaban y -otros callaban, y unos reían y otros lloraban, y unos -venían y me abrazaban y me besaban, y otros me -amenazaban en su lengua, diciéndome <em>winca engañando</em>.</p> - -<p>Yo me dejaba manosear y besar, acariciar en la forma -que querían, empujaba hasta darlo en tierra al -que se sobrepasaba demasiado, y como el vino iba haciendo -su efecto, estaba dispuesto á todo. Pero con -bastante calma para decirme:</p> - -<p>—Es menester aullar con los lobos para que no me -coman.</p> - -<p>Mis aires, mis modales, mi disposición franca, mi -paciencia, mi constante aceptar todo <em>yapaí</em> que se me -hacía, comenzaron á captarme simpatías.</p> - -<p>Lo conocí y aproveché la coyuntura.</p> - -<p>La ocasión la pintan calva.</p> - -<p>Llevaba una capa colorada, una linda, aunque malhadada -capa colorada, que hice venir de Francia, igual -á las que usan los oficiales de caballería de los cuerpos -argelinos indígenas.</p> - -<p>Yo tengo cierta inclinación á lo pintoresco, y durante -mucho tiempo, no he podido substraerme á la -tentación de satisfacerla.</p> - -<p>Y tengo la pasión de las capas,—que me parece inocente, -sea dicho de paso.</p> - -<p>En el Paraguay usaba capa blanca siempre.</p> - -<p>Hasta dormía con ella.</p> - -<p>Mi capa era mi mujer.</p> - -<p>Pero qué caro cuestan á veces las pasiones inocentes.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_255"></a>[Pg 255]</span></p> - -<p>Por usar capa colorada me han negado el voto de -los comicios.</p> - -<p>Por usar capa colorada me han creído <em>colorado</em>.</p> - -<p>Por usar capa colorada me han creído caudillo de -malas intenciones. Pero entonces, ¿cómo dicen que el -hábito no hace al monje?</p> - -<p>Decididamente, Figueroa es quien tiene razón. -«Pues el hábito hace al monje, por más que digan -que no».</p> - -<p>Me quité la histórica capa, me puse de pie, me acerqué -á Epumer, y dirigiéndole palabras amistosas, le -dije:</p> - -<p>—Tome, hermano, esta prenda, que es una de las -que más quiero.</p> - -<p>Y diciendo y haciendo, se la coloqué sobre los hombros.</p> - -<p>El indio quedó idéntico á mí, y en la cara le conocí -que mi acción le había gustado.</p> - -<p>—Gracias, hermano—me contestó, dándome un abrazo -que casi me reventó.</p> - -<p>Vi brillar los ojos de Mariano Rosas, como cuando -el relámpago de la envidia hiere el corazón.</p> - -<p>Tomé mi lindo puñal, y dándoselo, le dije:</p> - -<p>—Tome, hermano, usted úselo en mi nombre.</p> - -<p>Lo recibió con agrado, me dió la mano y me lo agradeció.</p> - -<p>Mandé traer mi lazo que era una obra maestra y se -lo regalé á Relmo.</p> - -<p>Ya estaba en vena de dar hasta la camisa.</p> - -<p>Mandé traer mis boleadoras, que eran de marfil con -abrazaderas de plata, y se las regalé á Melideo.</p> - -<p>Mandé traer mis dos revólveres y se los regalé á los -hijos de Mariano.</p> - -<p>Llevaba tres sombreros de los mejores, llevaba medias, -pañuelos, camisas, regalé cuanto tenía.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_256"></a>[Pg 256]</span></p> - -<p>Y por último mandé traer un barril de aguardiente -y se lo regalé á Mariano.</p> - -<p>Mariano me dijo:</p> - -<p>—Para que vea, hermano, cómo soy yo con los indios, -delante de usted les voy á repartir á todos. Yo -soy así, cuanto tengo es para mis indios, ¡son tan pobres!</p> - -<p>Vino el barril y comenzó el reparto por botellas, calderas, -vasos, copas y cuernos.</p> - -<p>En tanto que Mariano hacía la patriarcal distribución, -un hombre de su confianza, un cristiano, se acercó -á mí y á voz baja me dijo:</p> - -<p>—Dice el general Mariano que si trae más aguardiente -le guarde un poquito para él, que esta noche -cuando se quede solo piensa divertirse <em>solo</em>; que ahora -no es propio que él lo haga.</p> - -<p>¿Qué te parece cómo se hila entre los indios?</p> - -<p>Contesté que tenía otro barril, que repartiese todo el -que acababa de recibir.</p> - -<p>La orgía siguió; era una bacanal en regla.</p> - -<p>Epumer comenzó á ponerse como una ascua, terrible.</p> - -<p>Mariano quiso sacarme de allí: me negué, su hermano -quería beber conmigo y yo no quería abandonar el -campo, exponiéndome á las sospechas de aquellos bárbaros.</p> - -<p>Soy fuerte, contaba conmigo.</p> - -<p>Si la fortuna no me ayudaba, alguna vez se acababa -todo, algún día termina esta batalla de la vida en que -todo es orgullo y vanidad.</p> - -<p>—Yapaí—me dijo Epumer, ofreciéndome un cuerno -lleno de aguardiente.</p> - -<p>—Yapaí—contesté horripilado;—yo podía beber una -botella de vino en una sentada. Pero un cuerno, al -mejor se la doy.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_257"></a>[Pg 257]</span></p> - -<p>En ese instante y mientras Epumer apuraba el cuerno, -una voz suave me llamó al oído.</p> - -<p>Di vuelta sorprendido, y me hallé con una fisonomía -infantil, pero enérgica.</p> - -<p>—Y ¿quién eres tú?</p> - -<p>—Un cristiano, Miguelito.</p> - - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_258"></a>[Pg 258]<br /><a id="Page_259"></a>[Pg 259]</span></p> -<h2 class="nobreak">XXVII</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> - -<p>Pasión de Miguelito.—Los hombres son iguales en todas circunstancias -de la vida.—Retrato de Miguelito.—Su historia.</p></div> - - -<p>Miguelito había concebido por mí una de esas pasiones -eléctricas, que revelan la espontaneidad del -alma; que son un refugio de las grandes tribulaciones, -que consuelan y fortalecen; que no retroceden ante -ningún sacrificio; que confunden al escéptico y al creyente -lo llenan de inefable satisfacción.</p> - -<p>Cruzamos el mar tempestuoso de la vida entre la -angustia y el dolor, la alegría y el placer, entre la -tristeza y el llanto, el contento y la risa; entre el -desencanto y la duda, la creencia y la fe. Y cuando más -fuertes nos conceptuamos, el desaliento nos domina, y -cuando más débiles parecemos, inopinadas energías -nos prestan el varonil aliento de los héroes.</p> - -<p>Vivimos de sorpresa en sorpresa, de revelación en -revelación, de victoria en victoria, de derrota en derrota.</p> - -<p>Somos algo más que un dualismo; somos algo de -complejo, de complicado ó indescifrable.</p> - -<p>Y sin embargo, es falso que los hombres sean mejores -en la mala fortuna que en la buena; caídos que -cuando están arriba, pobres que ricos.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_260"></a>[Pg 260]</span></p> - -<p>El avaro, nadando en la opulencia, no se cree jamás -con deberes para el desvalido.</p> - -<p>El generoso no calcula si lo superfluo de que hoy día -se desprende, será mañana para él una necesidad.</p> - -<p>El cobarde es siempre fuerte con los débiles, débil -con los fuertes.</p> - -<p>El valiente, ni es opresor, ni se deja oprimir, puede -doblarse,—quebrarse jamás.</p> - -<p>El débil, busca quien le dé sombra, quien le gobierne -y le dirija.</p> - -<p>El fuerte, ampara y protege, se basta á sí mismo.</p> - -<p>El virtuoso es modesto.</p> - -<p>El vicioso es audaz.</p> - -<p>Somos como Dios nos ha hecho.</p> - -<p>Es por eso que la caridad nos prescribe el amor, la -indulgencia, la generosidad.</p> - -<p>Es por eso que la grandeza humana consiste en adherirse -á lo imperfecto.</p> - -<p>Tal hombre que yo amo, no merece mi estimación; -tal otro que estimo, no es mi amigo.</p> - -<p>La razón, es la inflexible lógica.</p> - -<p>El corazón, es la inexplicable versatilidad.</p> - -<p>Los problemas psicológicos son insolubles.</p> - -<p>¿De dónde brota para la planta la virtualidad de -emisión?</p> - -<p>¿De la hoja, de la celda, de los pétalos, de los estambres, -de los ovarios?</p> - -<p>Misterio...</p> - -<p>Las fuerzas plásticas de la Naturaleza son generadoras.</p> - -<p>Quien dice biología, dice órganos productores.</p> - -<p>¿Pero cómo se operan los fenómenos de la vida?</p> - -<p>Del corazón nacen los grandes afectos y los grandes -odios; del corazón nacen los pensamientos sublimes -y las sublimes aberraciones; del corazón nace lo que<span class="pagenum"><a id="Page_261"></a>[Pg 261]</span> -me estremece y me enternece, lo que me consuela y lo -que me agita.</p> - -<p>¿Á impulsos de qué?</p> - -<p>Lo que ayer embellecía mi vida hoy me hastía; lo -que ayer me daba la vida, hoy me mata; ayer creía no -poder vivir sin lo que hoy me falta, y hoy descubro -en mí gérmenes inesperados para resistir y sufrir.</p> - -<p>Como la lámpara que se extingue, pero que no muere, -así es nuestro corazón.</p> - -<p>Nos quejamos de los demás, jamás de nosotros mismos.</p> - -<p>¿Es que somos ingratos ó severos?</p> - -<p>¡No!</p> - -<p>Es que no nos entendemos.</p> - -<p>Si nos comprendiéramos no seríamos injustos, anhelando -como anhelamos el bien.</p> - -<p> -<i lang="en" xml:lang="en">«There is a tide in the affairs of men,<br /> -Which, taken at the flood, leads on to fortune.»</i><br /> -</p> - -<p>Que hay una marea en los negocios humanos que -entrando en ella cuando sube conduce á la fortuna.</p> - -<p>Sea de esto lo que fuere, una cosa es innegable,—que -quien sabe sufrir y esperar, á todo puede atreverse. -Y si esto se negase, no me negarán esto otro: -que cuando el hombre tiene necesidad de un hombre y -lo busca, le halla.</p> - -<p>Nuestra desesperación no es frecuentemente más -que el efecto de nuestra impaciencia febril.</p> - -<p>La solidaridad humana es un hecho tangible,—en -política, en economía social, en religión, en amistad.</p> - -<p>La vida se consume cambiando servicios por servicios. -La armonía depende de este convencimiento vulgar, -que está en la conciencia de todos: hoy por ti -mañana por mí.</p> - -<p>Es por eso que el tipo odioso por excelencia, es el de -aquél que, violando la sabia ley de la reciprocidad, se<span class="pagenum"><a id="Page_262"></a>[Pg 262]</span> -mancha eternamente con el borrón de la ingratitud.</p> - -<p>Dante coloca á estos desgraciados en el cuarto recinto -del último infierno.</p> - -<p>Á los que entran allí.—<i lang="la" xml:lang="la">Vexilla regis prodeunt inferni</i>,—los -estandartes de Satanás salen á recibirlos y -la cohorte diabólica empiedra con sus cráneos la glacial -morada.</p> - -<p>¡Cuántas veces sin buscar el hombre que necesitamos, -no le hallamos en nuestro camino!</p> - -<p>La aparición de Miguelito en el toldo de Mariano -Rosas, es una prueba de ello.</p> - -<p>Yo estaba amenazado de un peligro y no lo sabía.</p> - -<p>Miguelito me lo previno y me puse en guardia. Estar -prevenido, es la mitad de la batalla ganada.</p> - -<p>Miguelito tiene veinticuatro años. Es lampiño, blanco -como el marfil y el sol no ha tostado su tez; tiene -ojos negros, vivos, brillantes como dos estrellas, cejas -pobladas y arqueadas, largas pestañas, frente despejada, -nariz afilada, labios gruesos, bien delineados, -pómulos salientes, cara redonda, negros y lacios cabellos -largos; estatura regular, más bien baja, anchas -espaldas y una musculatura vigorosa.</p> - -<p>Sus cejas revelan orgullo, sus pómulos valor, su nariz -perspicacia, sus labios dulzura, sus ojos impetuosidad, -su frente resolución.</p> - -<p>Vestía bota de potro, calzoncillos cribados con fleco, -chiripá de poncho inglés listado, camisa de Crimea -mordoré, tirador con botones de plata, sombrero -de paja ordinaria, guarnecida de una ancha cinta colorada; -al cuello tenía atado un pañuelo de seda amarillo -pintado de varios colores; llevaba un facón con -cabo de plata y unas boleadoras ceñidas á la cintura.</p> - -<p>Ya he dicho que Miguelito es cristiano; me falta -decir que no es cautivo ni refugiado político.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_263"></a>[Pg 263]</span></p> - -<p>Miguelito está entre los indios huyendo de la justicia.</p> - -<p>Á los veinticuatro años ha pasado por grandes trabajos; -tiene historia, historia que vale la pena de ser -contada, y que contaré,—antes de seguir describiendo -las escenas báquicas con Epumer,—tal cual él me lo -contó noches después de haberle conocido yendo en mi -campaña de Leubucó á las tolderías del cacique Baigorrita.</p> - -<p>Hablaré como él habló.</p> - -<p>—Yo era pobre, señor, y mis padres también. Mi -madre vivía de su conchabo; mi padre era gallista, yo -corredor de carreras.</p> - -<p>Á veces mi padre y yo juntos, otras separadamente, -nos conchabábamos de peones carreteros, ó para acarrear -ganados de San Luis á Mendoza.</p> - -<p>Los tres éramos nacidos y criados en el Morro, y -allí vivíamos. Mi viejo era un gaucho lindo, nadie pialaba -como él, ni componía gallos mejor; era joven y -guapetón. No he visto hombre más alentado. Sólo tenía -el defecto de la chupa. Cuando tomaba le daba por -celarla á mi madre, que era muy trabajadora y muy -buena, la pobre, que Dios la tenga en gloria.</p> - -<p>Á más de eso, mi viejo era buen guitarrero, hombre -bastante leído y escribido pues sus primeros patrones, -que fueron muy hacendados, lo enseñaron bien.</p> - -<p>—¿Y cómo se llamaba tu padre?</p> - -<p>—Lo mismo que yo, mi Coronel, Miguel Corro. Somos -de unos Corro de la Punta de San Luis, que allí -fueron gente de posibles en tiempo de Quiroga.</p> - -<p>Pero mi madre, mi padre y yo, como le he dicho, hemos -nacido en el Morro, cerca del cerro, en un rancho -que está en un terrenito que siempre pasó por nuestro, -aunque yo no sé de quién será. Si conoce el Morro, -mi Coronel, le diré dónde queda: queda hacia el la<span class="pagenum"><a id="Page_264"></a>[Pg 264]</span>dito -de abajo de la quinta de D. Novillo, á quien cómo -no ha de conocer, si es rico como usted.</p> - -<p>La casa estaba casi siempre sola, porque mi madre -se iba por la mañanita al pueblo, y no volvía de su -conchabo hasta después de la cena de sus patrones.</p> - -<p>Mi padre y yo no parábamos; él por sus gallos, yo -por los caballos que tenía en compostura.</p> - -<p>Todos los días, tarde y mañana, tenía que caminarlos. -Luego, el viejo y yo éramos alegres y no perdíamos -bailecito. Me quería mucho y siempre me buscaba -para que le acompañara; así es que yo era quien -lo disculpaba y lo componía con mi madre lo que se -peleaban.</p> - -<p>De ese modo lo pasábamos y, aunque éramos pobres, -vivíamos contentos, porque jamás nos faltaban buenos -reales con que comprar los vicios y ropa. Caballos, -¡para qué hablar! Siempre teníamos superiores.</p> - -<p>En la casa donde mi madre estaba acomodada, había -una niña muy donosita, que yo veía siempre que -iba por allí de paso, á hablar con la vieja.</p> - -<p>Como los dos éramos muchachos, lo que nos veíamos -nos reíamos. Yo al principio creí que era juguete de la -niña; pero después vi que me quería y la empecé á -hacerle el amor, hasta que mi madre lo supo, y me dijo -que no volviera más por allí.</p> - -<p>Le obedecí, y me puse á visitar otra muchacha, hija -de un paisano amigo de mi familia, que tenía algunos -animales y muchas prendas de plata, como que era -hombre de unas manos tan baqueanas para el naipe, -que de cualquiera parte le sacaba á uno la carta que -él quería. Era peine como él solo. Nadie le ganaba al -monte, ni al truco, ni á la primera.</p> - -<p>La hija de la patrona de mi madre se llamaba Dolores; -la otra se llamaba Regina. Ésta era buena muchacha; -¡pero de ánde como aquélla!</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_265"></a>[Pg 265]</span></p> - -<p>No me acuerdo bien cuánto tiempo pasaría; debió -pasar así como medio año.</p> - -<p>Un día mi madre volvió á descubrir que yo seguía -en coloquios con la Dolores, siempre que podía, y se -me enojó mucho, y aunque ya era hombrecito me amenazó.</p> - -<p>Yo me reía de sus amenazas y seguí cortejando á -Dolores y á la Regina; porque las dos me gustaban y -me querían.</p> - -<p>Ya usted sabe, mi Coronel, lo que es el hombre, cuantas -ve, cuantas quiere, ¡y las mujeres que necesitan -poco!</p> - -<p>Yo no me acuerdo ni de lo que hice, ni de lo que contesté -entonces. Pero probablemente aprobé el dicho de -Miguelito y suspiré.</p> - -<p>Miguelito prosiguió.</p> - -<p>Otro día, mi padre y mi madre me dijeron, que el -padre de Regina les había dicho que si ellos querían -nos casaríamos; que él me habilitaría. Que qué me parecía.</p> - -<p>Les contesté que no tenía ganas de casarme. Mi madre -se puso furiosa, y el viejo, que nunca se enojaba -conmigo, también. Mi madre me dijo, que ella sabía -por qué era; que me había de costar caro, por no escuchar -sus consejos, que cómo me imaginaba que la Dolores -podía ser mi mujer, que al contrario, en cuanto -la familia maliciara algo me echaría de veterano; -porque eran ricos y muy amigos del Juez y del Comandante -militar.</p> - -<p>Yo no escuchaba consejos, ni tenía miedo á nada y -seguía mis amores con la Dolores, aunque sin conseguir -que me diera el sí.</p> - -<p>Mi madre estaba triste, decía que alguna desgracia -nos iba á suceder; ya la habían despedido de casa de -la Dolores y de todo me echaba la culpa á mí.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_266"></a>[Pg 266]</span></p> - -<p>De repente lo pusieron preso á mi padre, y lo largaron -después; en seguida me pusieron preso á mí, nada -más que porque les dió la gana, lo mismo que á mi padre. -Usted ya sabe, mi Coronel, lo que es ser pobre y -andar mal con los que gobiernan.</p> - -<p>Pero me largaron también; y al largarme me dijo -el teniente de la partida, que ya sabía que había andado -maleando.</p> - -<p>—¿Maleando cómo?—le pregunté.</p> - -<p>—En juntas contra el Gobierno—me contestó.</p> - -<p>—¿Y de ánde, mi Coronel?</p> - -<p>Todito era purita mentira.</p> - -<p>Lo que había era que ya me estaban haciendo la -cama.</p> - -<p>Ni mi padre ni yo nunca habíamos andado con los -colorados, porque no teníamos más opinión que nuestro -trabajo y nos gustaba ser libres, y cuando se ofrecía -una guardia, por no tomar una carabina, más bien -le pagábamos al Comandante, que es como se ve uno libre -del servicio; si no, es de balde.</p> - -<p>Una tarde, ya anochecía, estábamos en el fogón todos -los de la casa; sentimos un tropel, ladraron los perros -y lueguito se oyó un ruido de sables.</p> - -<p>—¿Qué será, qué no será?—decíamos.</p> - -<p>Mi madre se echó á llorar diciéndome:</p> - -<p>—Tú tienes la culpa de lo que va á suceder.</p> - -<p>—Usted sabe, mi Coronel, lo que son las mujeres -y sobre todo las madres para adivinar una desgracia.</p> - -<p>Parece que todo lo viesen antes de suceder, como le -pasó á mi vieja aquella noche. Porque al ratito de lo -que le iba diciendo, ya llegó la partida y se apeó el -que la mandaba, haciendo que mi padre marchara -con él sin darle tiempo ni á que alzara el poncho.</p> - -<p>Se lo llevaron en cuerpito.</p> - -<p>Pasamos con mi madre una triste noche, muy triste,<span class="pagenum"><a id="Page_267"></a>[Pg 267]</span> -mirándonos, yo callando y ella llorando sentada en una -sillita al lado de su cama, porque no se acostó.</p> - -<p>Al día siguiente, en cuanto medio quiso aclarar, ensillé, -monté y me fuí derechito al pueblo, á ver qué -había.</p> - -<p>Lo acusaban á mi padre de un robo.</p> - -<p>Y decía que si no ponía personero, lo iban á mandar -á la frontera.</p> - -<p>¿Y de ánde había de sacar plata para pagar personero, -ni quién había de querer ir?</p> - -<p>Me volví á mi casa bastante afligido con la noticia -que le llevaba á mi madre. Pero pensando que si me -admitían por mi padre podía librarlo.</p> - -<p>Le conté á mi madre lo que sucedía, y le dije lo -que quería hacer.</p> - -<p>Se quedó callada.</p> - -<p>Le pregunté qué le parecía.</p> - -<p>Siguió callada.</p> - -<p>Se enojó mucho, me echó; me fuí, volví tarde, los -perros no ladraron, porque me conocieron; llegué sin -que me sintieran hasta la puerta del rancho.</p> - -<p>La hallé hincada rezando, delante de un nicho que -teníamos que era <em>Nuestra Señora del Rosario</em>.</p> - -<p>Rezaba en voz muy baja; yo no podía oir sino el -final de los Padres Nuestros y de las Ave Marías.</p> - -<p>Contenía el resuello para no interrumpirla, cuando -oí que dijo:</p> - -<p>«Madre mía y señora, ruega por él y por mi hijo.»</p> - -<p>Suspiré fuerte.</p> - -<p>Mi madre dió vuelta; yo entré en el rancho y la -abracé.</p> - -<p>No me dijo nada.</p> - -<p>Con mi padre no se podía hablar, estaba incomunicado.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_268"></a>[Pg 268]</span></p> - -<p>Yo anduve unos cuantos días dando vueltas á ver si -conseguía conversar con él, y al fin lo conseguí.</p> - -<p>Me contó lo que había.</p> - -<p>No era nada.</p> - -<p>Todo era por hacernos mal.</p> - -<p>Querían que saliéramos del pago.</p> - -<p>Empezaban con él, seguirían conmigo.</p> - -<p>Á fuerza de plata, vendiendo cuanto teníamos, logramos -que lo largaran.</p> - -<p>Para esto el Juez dió en visitar á mi madre solicitándola, -y yo me tuve que casar con Regina, porque -su padre fué quien más dinero nos prestó para comprar -la libertad del mío.</p> - -<p>Desde el día en que mi padre salió de la prisión—esa -noche me casé yo,—ya no hubo paz en mi casa.</p> - -<p>El hombre se puso tristón, no lo pasaba sino en riñas -con mi madre.</p> - -<p>Se le había puesto que la pobre había andado en -tratos con el Juez, por su libertad; creía que todavía -andaba.</p> - -<p>¡Y qué había de andar, mi Coronel, si era una mujer -tan santa!</p> - -<p>Pero ya sabe usted lo que es un hombre desconfiado.</p> - -<p>Mi padre lo era mucho.</p> - -<p>—¿Y á ti cómo te iba con la Regina?—le pregunté al -llegar á esta altura del relato.</p> - -<p>—Como el diablo—me contestó.</p> - -<p>—Pero, antes me has dicho que la querías y que te -gustaba—agregué.</p> - -<p>—Es verdad, señor, pero es que á la Dolores la quería -mucho también, y me gustaba más—repuso.</p> - -<p>—¿Y la veías?—proseguí.</p> - -<p>—Todas las noches, señor, y de ahí vino mi desgracia -y la de toda mi familia—contestó con amargura, -envolviéndose en una nube de melancolía.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_269"></a>[Pg 269]</span></p> - -<p>—¡Pobre Miguelito!—exclamé interiormente, admirando -aquella ingenuidad infantil en un hombre -cuyo brazo había estado resuelto, por simpatía -hacia mí, á darle una puñalada al tremendo y temido -Epumer.</p> - - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_270"></a>[Pg 270]<br /><a id="Page_271"></a>[Pg 271]</span></p> -<h2 class="nobreak">XXVIII</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> - -<p>Teoría sobre el Ideal.—Miguelito continúa contando su historia.—Cuadro -de costumbres.</p></div> - - -<p>Toda narración sencilla, natural, sin artificio ni -afectación, halla ecos simpáticos en el corazón.</p> - -<p>El ideal no puede realizarse sino manteniéndonos -dentro de los límites de la Naturaleza.</p> - -<p>¿Ó no existe, ó no es verdad?</p> - -<p>¿Ó no hay belleza plástica—rasgos, líneas, formas -humanas perfectas?</p> - -<p>¿Ó no hay belleza aérea—accidentes, fenómenos fugitivos, -perfección moral?</p> - -<p>Miguelito me había cautivado.</p> - -<p>Era como una aparición novelesca en el cuadro romántico -de mi peregrinación; de la azarosa cruzada -que yo había emprendido devorado por una fiebre generosa -de acción, con una idea determinada, y digo -determinada, porque siendo la capacidad del hombre -limitada, para hacer algo útil, grande ó bueno, tenemos -necesariamente que circunscribir nuestra esfera de -acción.</p> - -<p>Viendo el tinte de tristeza que vagaba por su simpática -fisonomía, lo dejé un rato replegado sobre sí<span class="pagenum"><a id="Page_272"></a>[Pg 272]</span> -mismo, y cuando la nube sombría de sus recuerdos se -disipó le dije:</p> - -<p>—Continúa, hijo, la historia de tu vida me interesa.</p> - -<p>Miguelito continuó:</p> - -<p>—Yo no vivía con mis padres, ellos estaban sumamente -pobres, y yo había gastado cuanto tenía por la -libertad de mi viejo. Tuve que irme á vivir con la familia -de Regina.</p> - -<p>Los primeros tiempos anduve muy bien con mi -mujer.</p> - -<p>Mis suegros me querían y me ayudaban á trabajar, -prestándome dinero, me cuidaban y me atendían.</p> - -<p>Al principio todos los suegros son buenos. ¡Pero -después!</p> - -<p>Por eso los indios tienen razón en no tratarse con -ellos.</p> - -<p>—¿Conoce esa costumbre de aquí, mi Coronel?</p> - -<p>—No, Miguelito, ¿qué costumbre es ésa?</p> - -<p>—Cuando un indio se casa, y el suegro ó la suegra -van á vivir con él, no se ven nunca, aunque estén juntos. -Dicen que los suegros tienen <em>gualicho</em>.</p> - -<p>Fíjese lo que entre en un toldo y verá cómo cuelgan -unas mantas para no verse el yerno con la suegra.</p> - -<p>—Vaya una costumbre, que no anda tan desencaminada—exclamé -para mis adentros,—y dirigiéndome á -mi interlocutor—continúa—le dije.</p> - -<p>Miguelito murmuró:</p> - -<p>—Son muy diantres estos indios, mi Coronel—y prosiguió -así:</p> - -<p>—Al poco tiempo no más de estar casado con la Regina, -ya comenzó mi familia<a id="FNanchor_1" href="#Footnote_1" class="fnanchor">[1]</a> á andar como mi padre -y mi madre.</p> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_273"></a>[Pg 273]</span></p> -<p>Todos los días nos peleábamos, parecíamos perros y -gatos.</p> - -<p>Y en todas las riñas que teníamos se metía mi suegro, -algunas veces mi suegra, siempre dándole la razón -á la hija.</p> - -<p>Cuando la sacaba mejor tenía que salirme de la casa, -dejando que me gritasen pícaro, calavera, pobretón.</p> - -<p>Me daba rabia y no volvía en muchos días, me lo -llevaba comadreando por ahí, y era peor.</p> - -<p>Así es el mundo.</p> - -<p>De yapa cuando volvía, como la Regina estaba mal -acostumbrada, porque los padres la aconsejaban, no -quería ser mi mujer.</p> - -<p>Me daba rabia y poco á poco le iba perdiendo el cariño.</p> - -<p>Es verdad que como la Dolores me recibía siempre -de noche, á escondidas de sus padres, que viéndome casado -nada sospechaban de nuestros amores, ya no tenía -mucha necesidad de ella.</p> - -<p>Al hombre nunca le falta mujer, mi Coronel, como -usted no ignora.</p> - -<p>Ya ve aquí; tiene uno cuantas quiere.</p> - -<p>Lo que suele faltar es plata.</p> - -<p>En habiendo, compra uno todas las que puede mantener. -Mariano Rosas tiene cinco ahora, y antes ha tenido -siete. Calfucurá tiene veinte. ¡Qué indio bárbaro!</p> - -<p>—¿Y tú, cuántas tienes?</p> - -<p>—Yo no tengo ninguna, porque no hay necesidad.</p> - -<p>—¿Cómo es eso?</p> - -<p>—Sí; aquí la mujer soltera hace lo que quiere.</p> - -<p>Ya verá lo que le dice Mariano de las chinas y cautivas, -de sus mismas hijas. ¿Y por qué cree entonces -que á los cristianos les gusta tanto esta tierra? Por -algo había de ser, pues.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_274"></a>[Pg 274]</span></p> - -<p>Me quedé pensando en las seducciones de la barbarie; -y como había tiempo para enterarme de ellas y -quería conocer el fin de la historia empezada, le dije:</p> - -<p>—¿Y te arreglaste al fin con tus suegros y con tu -mujer propia?</p> - -<p>—Me arreglaba y me desarreglaba. Unos tiempos -andábamos mesturados; otros, yo por un lado, ellos -por otro.</p> - -<p>Por último, Regina se había puesto muy celosa; -porque, no sé cómo, supo mis cosas con la Dolores.</p> - -<p>Hasta me amenazó una vez con que me había de delatar.</p> - -<p>Aquello era una madeja que no se podía desenredar -y á más habían dado en la tandita de hablar mal de -mi madre, de modo que yo los oyera. Decían que ella -era mi tapadera y yo la del Juez.</p> - -<p>Una noche casi me desgracié con mi suegro.</p> - -<p>Si no es por Regina, le meto el alfajor hasta el cabo, -por mal hablado.</p> - -<p>Era una picardía; porque mi madre, mi Coronel, -era mujer de ley.</p> - -<p>Trabajaba como un macho todo el día, y rezar era -su vida.</p> - -<p>Como sucede siempre en las familias, nos compusimos. -Pero de los labios para afuera. Adentro había -otra cosa.</p> - -<p>Yo prudenciaba, porque mi madre me decía siempre: -tené paciencia, hijo.</p> - -<p>—¿Y la Dolores?—le pregunté.</p> - -<p>—Siempre la veía, mi Coronel—me contestó.</p> - -<p>—¿Y cómo hacías?</p> - -<p>—Ahorita le voy á contar, y verá todas las desgracias -que me sucedieron.</p> - -<p>Yo iba casi todas las noches obscuras á casa de la -Dolores.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_275"></a>[Pg 275]</span></p> - -<p>Saltaba la tapia y me escondía entre los árboles de -la huerta, y allí esperaba hasta que ella venía.</p> - -<p>Mi caballo lo dejaba maneado del lado afuera.</p> - -<p>Cuando la Dolores venía, porque no siempre podía -hacerlo, nos quedábamos un largo rato en amor y compañía, -y luego me volvía á mi casa.</p> - -<p>Un día mi madre me dijo:</p> - -<p>«Hijo, ya no lo puedo sufrir á tu padre; cada vez -se pone peor con la chupa; todo el día está dale que -dale con el Juez. Me ha dicho que si viene esta noche -lo ha de matar á él y á mí. Y yo no me atrevo á despedirlo; -porque tengo miedo de que á ustedes les venga -algún perjuicio. Ya vez lo que sucedió la vez pasada. -Y ahora con las bullas que andan, se han de -agarrar de cualquier cosa para hacerlos veteranos.»</p> - -<p>Con esta conversación me fuí muy pensativo á ver -á la Dolores.</p> - -<p>Estuvimos como siempre, desechando penas.</p> - -<p>Nos despedimos, salté la tapia, desmanié mi flete, -monté, le solté la rienda y tomó el camino de la querencia -al trotecito.</p> - -<p>Yo iba pensando en mi madre, diciendo:—Si le habrá -sucedido algo—mejor será que vaya para allá,—cuando -el caballo se paró de golpe.</p> - -<p>El animal estaba acostumbrado á que yo me apeara -en mi camino á prender un cigarrito, en un nicho -en donde todas las noches ponían una vela por el alma -de un difunto.</p> - -<p>Me desmonté.</p> - -<p>El nicho tenía una puertita.</p> - -<p>Hacía mucho viento.</p> - -<p>Fuí á abrirla antes de haber armado el cigarro y se -me ocurrió que si se apagaba la luz, no lo podría encender.</p> - -<p>La dejé cerrada hasta armar bien.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_276"></a>[Pg 276]</span></p> - -<p>Acabé de hacerlo, abrí la puerta y teniendo el caballo -de la rienda con una mano y empinándome, porque -el nicho estaba en una peña alta, encendía el cigarro -con la derecha cuando,—zás, trás, me pegaron -un bofetón.</p> - -<p>Solté la rienda, el caballo con el ruido se espantó y -disparó; yo creí que era el alma del difunto, que no -quería que encendiera el cigarro en su vela, me helé -de miedo y eché á correr asustado, sin saber lo que me -pasaba, sin ocurrírseme de pronto que no era un bofetón -lo que había recibido, sino un portazo dado por -el viento.</p> - -<p>Corría despavorido y había enderezado mal. En lugar -de correr para mi casa, que quedaba en las orillas, -corría para el pueblo. La noche estaba como boca de -lobo. Se me figuraba que me corrían de atrás y de -adelante. De todos los lados oía ruido, nunca me he -asustado más fiero, mi Coronel.</p> - -<p>Al llegar á las calles del pueblo, la sangre se me -iba calentando; y veía claro en la obscuridad y oía -bien.</p> - -<p>Muchas voces gritaban:</p> - -<p>—¡Por allí! ¡por allí!</p> - -<p>—¡Cáiganle! ¡dénle!</p> - -<p>Al doblar una cuadra me topé con unos cuantos, que -no tuve tiempo de reconocer.</p> - -<p>—¡Alto ahí!—me gritaron.</p> - -<p>Hice alto.</p> - -<p>—¿Quién es usted?—me preguntaron.</p> - -<p>—Miguel Corro—contesté.</p> - -<p>—¡Maten! ¡maten!—gritaron.</p> - -<p>Hicieron fuego de carabina, me dieron sablazos y -caí tendido en un charco de sangre. Por suerte no me -pegaron ningún balazo. De no, ahí quedo para toda la -siega.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_277"></a>[Pg 277]</span></p> - -<p>Y esto diciendo, Miguelito cayó en una especie de -sopor, del que volvió luego.</p> - -<p>—¿Y?...—le dije.</p> - -<p>—Al día siguiente—prosiguió,—me desperté en el -cuerpo de la guardia de la partida. No podía ver bien -porque la sangre cuajada me tapaba los ojos. Quise -levantarme, no pude.</p> - -<p>Me limpié la cara, poco á poco fuí viendo luz. Me -habían puesto en el cepo del pescuezo y de los pies. -Ya sabe como son los de la partida de policía, mi Coronel, -los más pícaros de todos los pícaros, y los más -malos.</p> - -<p>Todo ese día no vi á nadie, ni oí más que ruido de -gente que entraba y salía. Estarían tomando declaraciones.</p> - -<p>Á la noche entró una partida y me tiró una tumba -de carne. No tuve alientos para comerla. Me estaba -yendo en sangre.</p> - -<p>Como tenía las manos libres, me rompí la camisa, -hice unas tiras y medio me até las heridas, que eran -en la cabeza y en la caja del cuerpo. Estaba cerca de -un rincón y alcancé á sacar unas telas de araña. ¡Quién -sabe de no cómo me va!</p> - -<p>Pasé una noche malísima; cuando no me despertaban -los dolores, me despertaban los ratones ó los murciélagos. -¡Qué haber de bichos, mi Coronel! Los ratones -me comían las botas y los murciélagos me chupaban -los cuajarones de sangre.</p> - -<p>Al otro día, reciencito, me sacaron del cepo, y me -llevaron entre dos adonde estaba el Juez.</p> - -<p>Me preguntaron que cómo me llamaba, que cuántos -años tenía, y otras cosas más.</p> - -<p>Me preguntaron que de dónde venía la noche que me -prendieron, y por no comprometer á la Dolores eché<span class="pagenum"><a id="Page_278"></a>[Pg 278]</span> -una mentira. Dije que de casa de mi madre. Fué para -perjuicio.</p> - -<p>Se me olvidaba decirle que el Juez no era el que yo -conocía, el que visitaba á mi madre, causante de tantos -males en mi casa, sino otro sujeto del Morro.</p> - -<p>Ese día no me preguntaron más. Al otro me tomaron -otras declaraciones, y al otro, otras, y así me tuvieron -una porción de tiempo, incomunicado, dándome -á medio día una tumba de carne y un guámparo de -agua.</p> - -<p>Yo estaba medio loco, nada sabía de mi madre, ni -de mi padre, ni de mi mujer, ni de la Dolores. Creía -que no se acordaban de mí y me daban ganas de ahorcarme -con la faja.</p> - -<p>Por fin una noche escuché una conversación del centinela -con no sé quién, y supe que yo había muerto al -Juez. Así decían. Y decían también que si no me fusilaban, -me destinarían. Yo no entendía nada de aquel -barullo.</p> - -<p>Un día, el soldado de la partida que me daba de comer -y beber, me hizo una seña, como diciéndome: tengo -algo que decirle.</p> - -<p>Le contesté con la cabeza, como diciendo: ya entiendo.</p> - -<p>Más tarde entró y me dijo: manda decir la hija de -don... que si necesita dinero que le avise.</p> - -<p>Temiendo que fuera alguna jugada que me quisieran -hacer, contesté: déle las gracias, amigo.</p> - -<p>Y cuando el policiano se iba á ir, le dije: me hace -un favor, paisano; ¿me dice por qué estoy preso?</p> - -<p>—Eso lo sabrá usted mejor que yo.</p> - -<p>—¿Sabe usted si está en su casa mi padre, Miguel -Corro?</p> - -<p>—Sí, está.</p> - -<p>—¿Y mi madre?</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_279"></a>[Pg 279]</span></p> - -<p>—También.</p> - -<p>—¿Y dónde lo han muerto al Juez?</p> - -<p>—Cerca de la casa de usted, <em>pues</em>. ¿Para qué quiere -hacerse el que no sabe? ¡No ve que ya está todo descubierto!</p> - -<p>Me quedé confuso—no le pregunté nada más, y el -hombre se fué.</p> - -<p>Á los pocos días me pusieron comunicado.</p> - -<p>Mi madre fué la primera persona que vi. ¡No le decía, -mi Coronel, que era una santa mujer!</p> - -<p>Por ella supe lo que había. Llorando me lo contó -todo. ¡Pobrecita! Mi padre había muerto de celos al -Juez. Pero nadie sino ella lo había visto. Y á mí me -creían el asesino, porque me habían hallado corriendo -á pie, por las calles del pueblo, á deshoras.</p> - -<p>Mi vieja estaba muy afligida. Decía que decían, que -me iban á fusilar y que eso no podía ser, que yo qué -culpa tenía.</p> - -<p>Yo le dije: mi madrecita, yo quiero salvar á mi padre.</p> - -<p>Ella lloraba...</p> - -<p>En ese momento entró uno de la partida y dijo:—Ya -es hora de retirarse. Se va á entrar el sol.</p> - -<p>Nos abrazamos, nos besamos, lloramos,—mi vieja -se fué y yo me quedé triste como un día sin sol.</p> - -<p>Me prometió volver al día siguiente, á ver qué se -nos ocurría.</p> - -<p>Esto dijo Miguelito, y como quien tiene necesidad -de respirar con expansión para proseguir, suspiró... -lágrimas de ternura arrasaron sus ojos.</p> - -<p>Me enterneció.</p> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_280"></a>[Pg 280]</span></p> -</div> - -<div class="footnotes"> -<p class="center p4 big2">NOTAS:</p> - -<div class="footnote"> - -<p><a id="Footnote_1" href="#FNanchor_1" class="label">[1]</a> Nuestros paisanos le llaman así á la mujer, y viceversa.</p></div></div> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_281"></a>[Pg 281]</span></p> -</div> -<h2 class="no-break">XXIX</h2> - -<div class="blockquot"> - -<p>El gaucho es un producto peculiar de la tierra argentina.—Monomanía -de la imitación.—Continuación de la historia de Miguelito.—Cuadro -de costumbres.—¿Qué es filosofar?</p></div> - - -<p>Cada zona, cada clima, cada tierra, da sus frutos -especiales. Ni la ciencia, ni el arte, inteligentemente -aplicados por el ingenio humano alcanzan á producir -los efectos químico-naturales de la generación espontánea.</p> - -<p>Las blancas y perfumadas flores del aire de las islas -Paranaenses; las esbeltas y verdes palmeras de Morería; -los encumbrados y robustos cedros del Líbano; los -banianos de la India, cuyos gajos cayendo hasta el -suelo, toman raíces, formando vastísimas galerías de -fresco y tupido follaje, crecen en los invernáculos de -los jardines zoológicos de Londres y París. ¿Pero cómo? -Mustios y sin olor aquéllos, bajas y amarillentas -éstas; enanos, raquíticos los unos; sin su esplendor tropical -los otros.</p> - -<p>Lo mismo en esa bella planta indígena, que se desarrolla -del interior al exterior; que vive de la contemplación -y del éxtasis, que canta y que llora, que -ama y aborrece, que muere en el presente para poder -vivir en la posteridad.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_282"></a>[Pg 282]</span></p> - -<p>El aire libre, el ejercicio varonil del caballo, los campos -abiertos como el mar, las montañas empinadas -hasta las nubes, la lucha, el combate diario, la ignorancia, -la pobreza, la privación de la dulce libertad, -el respeto por la fuerza; la aspiración inconsciente de -una suerte mejor—la contemplación del panorama físico -y social de esta patria,—produce un tipo generoso, -que nuestros políticos han perseguido y estigmatizado, -que nuestros bardos no han tenido el valor de -cantar, sino para hacer su caricatura.</p> - -<p>La monomanía de la imitación quiere despojarnos -de todo; de nuestra fisonomía nacional, de nuestras costumbres, -de nuestra tradición.</p> - -<p>Nos van haciendo un pueblo de zarzuela. Tenemos -que hacer todos los papeles, menos el que podemos. Se -nos arguye con las instituciones, con las leyes, con los -adelantos ajenos. Y es indudable que avanzamos.</p> - -<p>Pero ¿no habríamos avanzado más estudiando con -otro criterio los problemas de nuestra organización é -inspirándonos en las necesidades reales de la tierra?</p> - -<p>Más grandes somos por nuestros arranques geniales, -que por nuestras combinaciones frías y reflexivas.</p> - -<p>¿Adónde vamos por ese camino?</p> - -<p>Á alguna parte, á no dudarlo.</p> - -<p>No podemos quedarnos estacionarios, cuando hay -una dinámica social, que hace que el mundo marche y -que la humanidad progrese.</p> - -<p>¿Pero esas corrientes que nos modelan como blanda -cera dejándonos contrahechos, nos llevan con más seguridad -y más rápidamente que nuestros impulsos propios, -turbulentos, confusos, á la abundancia, á la riqueza, -al reposo, á la libertad en la ley?</p> - -<p>Yo no soy más que un simple cronista; ¡felizmente!</p> - -<p>Me he apasionado de Miguelito, y su noble figura -me arranca, á pesar mío, ciertas reflexiones. Allí don<span class="pagenum"><a id="Page_283"></a>[Pg 283]</span>de -el suelo produce sin preparación ni ayuda una alma -tan noble como la suya, es permitido creer que nuestro -barro nacional empapado en sangre de hermanos, -puede servir para amasar sin liga extraña algo como -un pueblo con fisonomía propia, con el santo orgullo -de sus antepasados, de sus mártires, cuyas cenizas descansan -por siempre en frías é ignoradas sepulturas.</p> - -<p>Miguelito siguió hablando.</p> - -<p>—Al día siguiente vino mi madre, trayéndome una -olla de mazamorra, una caldera, hierba y azúcar; hizo -ella misma el fuego en el suelo, calentó agua y me -cebó mate.</p> - -<p>La Dolores le había mandado una platita con la peona, -diciéndole que ya sabía que andábamos en apuros; -que no tuviese vergüenza, que la ocupara si tenía alguna -necesidad.</p> - -<p>Mientras tanto, mi mujer propia no parecía. Vea, -mi Coronel, lo que es casarse uno de mala gana, por la -plata, como lo hacen los ricos.</p> - -<p>La peona de la Dolores le contó á mi madre, que la -niña estaba enferma, y le dió á entender de qué, y -que yo debía ser el malhechor.</p> - -<p>Mi vieja me echó un sermón sobre esto. Me recordó -los consejos que yo nunca quise escuchar, porque así -son siempre los hijos, y acabó diciendo redondo: «Y -ahora ¿cómo vas á remediar el mal que has hecho?»</p> - -<p>Me dió mucha vergüenza, mi Coronel, lo que mi madre -me dijo; porque me lo decía mucho mejor de lo que -yo se lo voy contando y con unos ojos que relumbraban -como los botones de mi tirador. ¡Pobre mi vieja! -Como ella no había hecho nunca mal á nadie, y la -había visto criarse á la Dolores, le daba lástima que -se hubiese desgraciado.</p> - -<p>¡Siquiera no te hubieses casado! me decía á cada -rato.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_284"></a>[Pg 284]</span></p> - -<p>Yo suspiraba; nada más se me ocurría. ¡El hombre -se pone tan bruto cuando ve que ha hecho mal!</p> - -<p>Una caldera llenita me tomé de mate y toda la mazamorra, -que estaba muy rica. Mi madre pisaba el -maíz como pocas y lo hacía lindo.</p> - -<p>Me curó después las heridas con unos remedios que -traía; eran yuyos del cerro.</p> - -<p>Después, de un atadito sacó una camisa limpia y -unos calzoncillos y me mudé.</p> - -<p>Me armó cigarros como para toda la noche, nos -sentamos en frente uno de otro, nos quedamos mirándonos -un largo rato, y cuando estaba para irse, se presentó -el que le llevaba la pluma al Juez con unos papeles -bajo el brazo y dos de la partida.</p> - -<p>Le mandaron á mi madre que saliera y tuvo que -irse.</p> - -<p>El Juez me leyó todas mis declaraciones y una porción -de otras cosas, que no entendí bien. Por fin me -preguntó que si confesaba que yo era el que había -muerto al otro Juez.</p> - -<p>Me quedé suspenso, podían descubrir á mi padre y -yo quería salvarlo.</p> - -<p>¿Para qué es un hijo, mi Coronel, no le parece?</p> - -<p>—Tienes razón—le contesté.</p> - -<p>Él prosiguió:</p> - -<p>—No se muere más que una vez, y alguna vez ha de -suceder eso.</p> - -<p>El escribano me volvió á preguntar que qué decía. -Le contesté, que yo era el que había muerto al otro.</p> - -<p>—¿Por qué?—me dijo.</p> - -<p>Me volví á quedar sin saber qué contestar.</p> - -<p>El escribano me dió tiempo.</p> - -<p>Pensando un momento se me ocurrió decir, que -porque en unas carreras, siendo él rayero, sentenció -en contra mía y me hizo perder la carrera del gateado<span class="pagenum"><a id="Page_285"></a>[Pg 285]</span> -overo que era un pingo muy superior que yo tenía. -Y era cierto, mi Coronel, fué una trampa muy fiera -que me hicieron, y desde ese día ya anduvimos mal -mi padre y yo; porque la parada había sido fuerte y -perdimos tuitito cuanto teníamos.</p> - -<p>Después me preguntó, que si alguien me había -acompañado á hacer la muerte, y le contesté que no; -que yo solo lo había hecho todo, que no tenían que culpar -á naides.</p> - -<p>Que qué había hecho con la plata que tenía el Juez -en los bolsillos.</p> - -<p>Le dije que yo no había tocado nada.</p> - -<p>Cuando menos los mismos de la partida lo habían -saqueado, como lo suelen hacer. Es costumbre vieja -en ellos, y después le achacan la cosa al pobre que se -ha desgraciado.</p> - -<p>No me preguntó nada más, y se fué, y me volvieron -á poner incomunicado, y de esa suerte me tuvieron -una infinidad de días.</p> - -<p>Ni con mi madre me dejaban hablar. Pero ella iba -todos los días una porción de veces á ver cuándo se -podría y á llevarme que comer.</p> - -<p>Yo me aburría mucho de la prisión y estaba con ganas -de que me despacharan pronto, para no penar tanto; -porque las heridas se habían empeorado con la -humedad del cuarto, y porque las sabandijas no me dejaban -dormir, ni de día ni de noche.</p> - -<p>Aquello no era vida.</p> - -<p>Volvió otro día el escribano y me leyó la sentencia.</p> - -<p>Me condenaba á muerte, vea lo que es la justicia, -mi Coronel. ¡Y dicen que los doctores saben todo! ¿Y -si saben todo, cómo no habían descubrido que no era -el asesino del Juez aunque lo hubiera confesado? ¡Y -<span class="pagenum"><a id="Page_286"></a>[Pg 286]</span> -muchos que después de la patriada de Caseros, no hablan -sino de la Constitución!</p> - -<p>Será cosa muy buena. Pero los pobres somos siempre -pobres, y el hilo se corta por lo más delgado.</p> - -<p>Si el Juez me hubiera muerto á mí en de veras, ¿á -que no lo habían mandado matar?</p> - -<p>He visto más cosas así, mi Coronel, y eso que todavía -soy muchacho.</p> - -<p>El escribano me dejó solo.</p> - -<p>Pasé una noche como nunca.</p> - -<p>Yo no soy miedoso; ¡pero se me ponían unas cosas -tan tristes! ¡tan tristes! en la cabeza, que á veces -me daba miedo la muerte. Pensaba, pensaba en -que si yo no moría moriría mi padre, y eso me daba -aliento. ¡El viejo había sido tan bueno y tan cariñoso -conmigo! Juntos habíamos andado trabajando, compadreando, -comadreando en jugadas y en riñas. Cómo -no le había de querer, hasta perder la vida por -él—la vida, que, al fin, cualquier día la rifa uno por -una calaverada, ó en una trifulca, en la que los pobres -salen siempre mal.</p> - -<p>Qué ganas de tener una guitarra tenía, mi Coronel.</p> - -<p>En cuanto me volvieron á poner comunicado fué lo -primerito que le pedí á mi madre que llevara. Me la llevó -y cantando me lo pasaba.</p> - -<p>Los de la partida venían á oirme todos los días, y -ya se iban haciendo amigos míos. Si hubiera querido -fugarme me fugo. Pero por no comprometerlos no lo -hice. El hombre ha de tener palabra, y ellos me decían -siempre: no nos vaya á comprometer, amigo.</p> - -<p>Siempre que mi vieja iba á visitarme, me lo repetían; -y el centinela se retiraba y me dejaba platicar -á gusto con ella.</p> - -<p>Mi madre no sabía nada todavía de que me hubieran -sentenciado, y yo no lo quería decir, porque la -<span class="pagenum"><a id="Page_287"></a>[Pg 287]</span> -veía muy contenta creyendo que me iban á largar, -desde que nada se descubría, y no la quería afligir.</p> - -<p>Pero como nunca falta quien dé una mala noticia, -al fin lo supo.</p> - -<p>Se vino zumbando á preguntármelo.</p> - -<p>¡En qué apuros me vi, mi Coronel, con aquella mujer -tan buena que me quería tanto!</p> - -<p>Cuando le confié la verdad, lloró como una Magdalena.</p> - -<p>Sus ojos parecían un arroyo, estuvieron lagrimeando -horitas enteras.</p> - -<p>De pregunta en pregunta me sacó que yo había confesado -ser el asesino del Juez, por salvar al viejo.</p> - -<p>Y hubiera visto, mi Coronel, una mujer que no se -enoja nunca, enojarse, no conmigo, porque á cada momento -me abrazaba y me besaba diciéndome mi hijito, -sino con mi padre.</p> - -<p>—Él, él no más tiene la culpa de todo, decía, y yo -no he de consentir que te maten por él; todito lo voy -á descubrir.</p> - -<p>Y de pronto se secó los ojos, cesó de llorar, se levantó -y se quiso ir.</p> - -<p>—¿Adónde va, mamita?—le dije.</p> - -<p>—Á salvar á mi hijo—me contestó.</p> - -<p>Iba á salir, le agarré de las polleras, y á la fuerza -se quedó.</p> - -<p>Le rogué muchísimo que no hiciera nada, que tuviera -confianza en la Virgen del Rosario, de la que -era tan devota, que todavía podía hacer algo y salvarme.</p> - -<p>Usted sabe, mi Coronel, lo que es la suerte del hombre. -Cuando más alegre anda, lo refriegan, y cuando -más afligido está, Dios lo salva.</p> - -<p>Yo he tenido siempre mucha confianza en Dios.</p> - -<p>—Y has hecho bien—le dije.—Dios no abandona -nunca á los que creen en él.</p> - -<p>—Así es, mi Coronel, por eso esa vez, y después otras -me he salvado.</p> - -<p>—¿Y qué hizo tu madre?</p> - -<p>—Cedió á mis ruegos, y se fué diciendo: esta noche -le voy á poner velas á la Virgen y ella nos ha de amparar.</p> - -<p>Y como la Virgencita del nicho, de que antes le he -hablado, mi Coronel, era muy milagrosa, sucedió lo -que mi vieja esperaba, me salvó.</p> - -<p>Miguelito hizo una pausa.</p> - -<p>Yo me quedé filosofando.</p> - -<p>¡Filosofando!</p> - -<p>Sí; filosofar es creer en Dios ó reconocer que el mayor -de los consuelos que tienen los míseros mortales, -es confiar su destino á la protección misteriosa, omnipotente -de la religión.</p> - -<p>Por eso al grito de los escépticos, yo contesto, como -Fenelón:</p> - -<p><i lang="la" xml:lang="la">¡Dilatamini!</i></p> - -<p>Si hay un <em>anankè</em>,<a id="FNanchor_2" href="#Footnote_2" class="fnanchor">[2]</a> hay también quien mira, -quien ve, quien protege, resguarda, ama y salva á sus -criaturas, sin interés.</p> - -<p>Cuando me arranquéis todo, si no me arrancáis esa -convicción suave, dulce, que me consuela y me fortalece, -¿qué me habréis arrancado?</p> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_288"></a>[Pg 288]</span></p> -</div> - -<div class="footnotes"> -<p class="p4 center big2">NOTAS:</p> - -<div class="footnote"> - -<p><a id="Footnote_2" href="#FNanchor_2" class="label">[2]</a> ἀνάγκη en griego: fatalidad.</p></div></div> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_289"></a>[Pg 289]</span></p> - - -<h2 class="nobreak">XXX</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> - -<p>Mi vademécum y sus méritos.—En qué se parece Orión á Roqueplán.—Dónde -se aprende el mundo.—Concluye la historia de -Miguelito.</p></div> - - -<p>Quiero empezar esta carta ostentando un poco mi -erudición á la violeta.</p> - -<p>Yo también tengo mi vademécum de citas—es un -tesoro como cualquier otro.</p> - -<p>Pero mi tesoro tiene un mérito. No es herencia de -nadie. Yo mismo me lo he formado.</p> - -<p>En lugar de emplear la mayor parte del tiempo en -pasar el tiempo, me he impuesto ciertas labores -útiles.</p> - -<p>De ese modo, he ido acumulando, sin saberlo, un -bonito capital, como para poder exclamar cualquier -día: <i lang="it" xml:lang="it">anche io son pittore</i>.</p> - -<p>Mi vademécum tiene, á más del mérito apuntado, -una ventaja. Es muy manuable y portátil. Lo llevo -siempre en el bolsillo.</p> - -<p>Cuando lo necesito, lo abro, lo hojeo y lo consulto -en un verbo.</p> - -<p>No hay cuidado que me sorprendan con él en la -mano, como á esos literatos cuyo bufete es una especie -de sancta sanctórum.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_290"></a>[Pg 290]</span></p> - -<p>¡Cuidado con penetrar en el estudio vedado sin -anunciarlos cuando están pontificando!</p> - -<p>¡Imprudentes!</p> - -<p>¡Os impondríais de los misteriosos secretos!</p> - -<p>¡Le arrancaríais á la esfinge el tremendo arcano!</p> - -<p>¡Perderíais vuestras ilusiones!</p> - -<p>Veríais á vuestros sabios en camisa, haciéndose un -traje pintado con las plumas de la ave silvana, de -negruzcas alas, de rojo pico y pies, de grandes y negras -uñas.</p> - -<p>Yo no sé más de lo que está apuntado en mi vademécum -por índice y orden cronológico.</p> - -<p>No es gran cosa. Pero es algo.</p> - -<p>Hay en él todo.</p> - -<p>Citas <i lang="la" xml:lang="la">ad hoc</i>, en varios idiomas que poseo bien y -mal, anécdotas, cuentos, impresiones de viaje, juicios -críticos sobre libros, hombres, mujeres, guerras terrestres -y marítimas, bocetos, esbozos, perfiles, siluetas. -Por fin, mis memorias hasta la fecha del año del Señor -que corremos, escritas en diez minutos.</p> - -<p>Si yo diera á luz mi vademécum no sería un librito -tan útil como el almanaque. Sería, sin embargo, algo -entretenido.</p> - -<p>Yo no creo que el público se fastidiaría leyendo, -por ejemplo:</p> - -<p>¿Qué puntos de contacto hay entre Epaminondas, -el municipal de Tebas, como lo llamaba el demagogo -Camilo Desmoulins, y don Bartolo?</p> - -<p>¿Qué frac llevaba nuestro actual Presidente cuando -se recibió del poder; en qué se parece su cráneo insolvente -de pelo á la cabeza de Sócrates?</p> - -<p>¿En qué se parece <em>Orión</em> á Roqueplán? este <em>Orión</em>, -de quien sacando una frase de mi vademécum,—ajena -por supuesto,—puede decirse que es la personalidad -porteña más porteña, el hombre y el escritor que<span class="pagenum"><a id="Page_291"></a>[Pg 291]</span> -tiene á Buenos Aires en la sangre, ó mejor dicho -una encarnación andante y pensante de esta antigua -y noble ciudad; que en este océano de barro, no hay -un solo escollo que él no haya señalado; que en los -entretelones ha aprendido la política, que como periodista -y hombre á la moda, ha enriquecido la literatura -de la tierra, á los sastres y sombrereros; que las -cosas suyas, después de olvidadas aquí, van á ser cosas -nuevas en provincias; que no habría sido el primer -hombre en Roma la brutal, pero que lo habría sido en -Atenas la letrada; que conoce á todo el mundo y á -quien todo el mundo conoce; que se hace aplaudir en -Ginebra, que se hace aplaudir en Córdoba la levítica, -hablando con la libertad herética de un francmasón; -que se hace aplaudir en el Rosario, la ciudad californiana, -á propósito de la fraternidad universal; que -se hace aplaudir en Gualeguaichú, disertando en -tiempos de Urquiza, sobre la justicia y los derechos -inalienables del ciudadano; que puede ser profeta -en todas partes <i lang="it" xml:lang="it">ed altri siti</i>, menos... iba á decir en -su tierra; que no ha podido ser municipal en ella, -que hoy cumple treinta y ocho años, y á quien yo saludo -con el afecto íntimo y sincero del hermano en las -aspiraciones y en el dolor, aunque digan que esto es -traer las cosas por los cabellos.</p> - -<p>Sí, <em>Orión</em> amigo, yo te deseo, y tú me entiendes,—«la -fuerza de la serpiente y la prudencia del león»,—como -diría un <i lang="fr" xml:lang="fr">Bourgeois gentil-homme</i>, cambiando los -frenos al entrar en tu octavo lustro, frisando en la -vejez, en ese período de la vida en que ya no podemos -tener juicio, porque no es tiempo de ser locos. ¿Me -entiendes?</p> - -<p>Y con esto lector, entro en materia.</p> - -<p>Lo que sigue es griego, griego helénico, no griego -porque no se entiende.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_292"></a>[Pg 292]</span></p> - -<p><i lang="el" xml:lang="el">Ek te biblion kubernetes</i>.</p> - -<p>Yo también he estudiado griego.</p> - -<p>Monsieur Rouzy puede dar fe, y tú, Santiago amigo, -fuiste quien me lo metió en la cabeza.</p> - -<p>Es una de las cosas menos malas que le debo á tu -inspiración mefistofélica.</p> - -<p>Tú fuiste quien me apasionó por el hombre del capirotazo.</p> - -<p>¿Acaso yo le conocía bien en 1860?</p> - -<p>En prueba de que sé griego, como un colegial, ahí -va la traducción de dicho anónimo:</p> - -<p>«No se aprende el mundo en los libros».</p> - -<p>Aquí era donde quería llegar.</p> - -<p>Los circunloquios me han demorado en el camino.</p> - -<p>Siento tener que desagradecer á mi ático amigo -Carlos Guido, cuyo buen gusto literario los abomina. -Sírvame de excusa el carácter confidencial del relato.</p> - -<p>Sí, el mundo no se aprende en los libros; se aprende -observando, estudiando los hombres y las costumbres -sociales.</p> - -<p>Yo he aprendido más de mi tierra yendo á los indios -Ranqueles, que en diez años de despestañarme, leyendo -opúsculos, folletos, gacetillas, revistas y libros especiales.</p> - -<p>Oyendo á los paisanos referir sus aventuras,—he -sabido cómo se administra la justicia, cómo se gobierna, -qué piensan nuestros criollos de nuestros mandatarios -y de nuestras leyes.</p> - -<p>Por eso me detengo más de lo necesario quizá en relatar -ciertas anécdotas, que parecerán cuentos forjados -para alargar estas páginas y entretener al lector.</p> - -<p>¡Ojalá fuera cuento la historia de Miguelito!</p> - -<p>Desgraciadamente ha pasado tal cual la narro, y si -fija la atención un momento, es porque es verdad. Tiene -ésta un gran imperio hasta sobre la imaginación.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_293"></a>[Pg 293]</span></p> - -<p>Miguelito siguió hablando así:</p> - -<p>—Las voces que andaban era que pronto me fusilarían, -porque iba á haber revolución y me podía escapar.</p> - -<p>¡Figúrese cómo estaría mi madre, mi Coronel! Todo -se le iba en velas para la Virgen.</p> - -<p>Día á día me visitaba, pidiéndome que no me afligiera, -diciéndome que la Virgen no nos había de abandonar -en la desgracia, que ella tenía experiencia y que -más de una vez había visto milagros.</p> - -<p>Yo no estaba afligido sino por ella.</p> - -<p>Quería disimular. ¡Pero qué! era muy ducha y me -lo conocía.</p> - -<p>Usted sabe, mi Coronel, que los hijos por muy ladinos -que sean no engañan á los padres, sobre todo á la -madre.</p> - -<p>Vea si yo pude engañar á mi vieja cuando entré en -amores con la Dolores.</p> - -<p>¡Qué había de poder!</p> - -<p>En cuanto empezó la cosa me lo reconoció, y me mandó -que me fuera con la música á otra parte.</p> - -<p>Bien me arrepiento de no haber seguido su consejo.</p> - -<p>La Dolores no hubiera padecido tanto como padeció -por mí.</p> - -<p>Pero los hijos no seguimos nunca la opinión de -nuestros padres.</p> - -<p>Siempre creemos que sabemos más que ellos.</p> - -<p>Al fin nos arrepentimos.</p> - -<p>Pero entonces ya es tarde.</p> - -<p>—Nunca es tarde cuando la dicha es buena—le interrumpí.</p> - -<p>Suspiró y me contestó:</p> - -<p>—¡Qué! mi Coronel, hay males que no tienen remedio.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_294"></a>[Pg 294]</span></p> - -<p>—¿Y has vuelto á saber de la Dolores?—le pregunté.</p> - -<p>—Sí, mi Coronel—me contestó,—se lo voy á confesar -porque usted es hombre bueno, por lo que he visto -y las mentas que les he oído á los muchachos que -vienen con usted.</p> - -<p>—Puedes tener confianza en mí—repuse.</p> - -<p>Y él prosiguió:</p> - -<p>—Siempre que puedo hacer una escapada, si tengo -buenos caballos, me corto solo, tomo el camino de la laguna -del Bagual, llego hacia el Cuadril, espero en los -montes la noche. Paso el Río 5.º, entro en Villa de -Mercedes, donde tengo parientes, me quedo allí por -unos días, me voy después en dos galopes al Morro, -me escondo en el Cerro, en lo de un amigo, y de noche -visito á mi vieja y veo á la Dolores que viene á casa -con la chiquita.</p> - -<p>—¿Entonces tuvo una hija?—le dije.</p> - -<p>—Sí, mi Coronel—me contestó.—¿No le conté antes -que nos habíamos desgraciado?</p> - -<p>—¿Y á tu mujer no la sueles ver?</p> - -<p>—¡Mi mujer!—exclamó,—lo que hizo fué enredarse -con un estanciero.</p> - -<p>Y dice la muy perra que está esperando la noticia -de mi muerte para casarse. ¡Y que se casaban con -ella! ¡Como si fuera tan linda!</p> - -<p>—¿Y otros paisanos de los que están aquí salen -como tú y van á sus casas?</p> - -<p>—El que quiere lo hace; usted sabe, mi Coronel, que -los campos no tienen puertas; las descubiertas de los -fortines, ya sabe uno á qué hora hacen el servicio, y -luego, al frente casi nunca salen.</p> - -<p>Es lo más fácil cruzar el Río 5.º y la línea, y en -estando á retaguardia ya está uno seguro, porque ¿á -quién le faltan amigos?</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_295"></a>[Pg 295]</span></p> - -<p>—Entonces, constantemente estarán yendo y viniendo -de aquí para allá.</p> - -<p>—Por supuesto. Si aquí se sabe todo.</p> - -<p>Los Videla, que son parientes de don Juan Saa, -cuando les da la gana, toman una tropilla; llegan á la -Jarilla, la dejan en el monte, y con caballo de tiro se -van al Morro, compran allí lo que quieren, ellos mismos -á veces, en las tiendas de los amigos y después -se vuelven con cartas para todos.</p> - -<p>Algunas veces suelen llegar á Renca, que ya ve donde -queda, mi Coronel.</p> - -<p>Á medida que Miguelito hablaba, yo reflexionaba -sobre lo que es nuestro país; veía la complicidad de -los moradores fronterizos en las depredaciones de los -indígenas y el problema de nuestros odios, de nuestras -guerras civiles y de nuestras persecuciones, complicado -con el problema de la seguridad de las fronteras.</p> - -<p>Le escuchaba con sumo interés y curiosidad.</p> - -<p>Miguelito prosiguió:</p> - -<p>—El otro día cuando usted llegó, mi Coronel, los Videla -habían andado por San Luis; vinieron con la voz -de que usted y el general Arredondo estaban en la Villa -de Mercedes, y diciendo que por allí se decía que ahora -sí que las paces se harían.</p> - -<p>Deseando conocer el desenlace de la historia de los -amores de Miguelito, le dije:</p> - -<p>—¿Y la Dolores vive con sus padres?</p> - -<p>—Sí, mi Coronel—me contestó,—son gente buena y -rica, y cuando han visto á su hija en desgracia no la -han abandonado; la quieren mucho á mi hijita. Si -algún día me puedo casar ellos no se han de oponer, -así me lo ha dicho la Dolores.</p> - -<p>¡Pero cuándo se muere la otra! Luego yo no pue<span class="pagenum"><a id="Page_296"></a>[Pg 296]</span>do -salir de aquí porque la justicia me agarraría y mucho -más del modo cómo me escapé.</p> - -<p>—¿Y cómo te escapaste?</p> - -<p>—Seguía preso. Mi madre vino un día y me dijo:</p> - -<p>Dice tu padre que estés alerta, que él no tiene opinión, -que lo han convidado para una jornada, que -se anda haciendo rogar á ver si son espías; que en -cuanto esté seguro que juegan limpio se va á meter -en la cosa con la condición de que lo primero que -han de hacer es asaltar la guardia y salvarte; que -de no, no se mete.</p> - -<p>En eso anda. No hay nada concluido todavía. Esta -noche han quedado de ir los hombres y mañana te -diré lo que convengan.</p> - -<p>Yo lo animo á tu padre, haciéndole ver que es el -único remedio que nos queda, y le pongo velas á la Virgen -para que nos ayude. Todas las noches sueño contigo -y te veo libre, y no hay duda que es un aviso de -la Virgen.</p> - -<p>Al día siguiente volvió mi madre. Todo estaba listo. -Lo que faltaba era quien diera el grito. Decían -que don Felipe Saa debía llegar de oculto á las dos -noches, y que él lo daría; que si no venía, como había -un día fijo, lo daría el que fuese más capaz de gobernar -la gente que estaba apalabrada. Don Juan Saa -debía venir de Chile al mismo tiempo.</p> - -<p>Bueno, mi Coronel, sucedió como lo habían arreglado.</p> - -<p>Una noche al toque de retreta, unos cuantos que -estaban esperando en la orilla del pueblo, atropellaron -la casa del Juez, otros la Comandancia, y mi -padre con algunos amigos cargó la Policía.</p> - -<p>Para esto, un rato antes ya los habían emborrachado -bien á los de la partida. Algunos quisieron -hacer la pata ancha. ¡Pero qué! los de afuera eran<span class="pagenum"><a id="Page_297"></a>[Pg 297]</span> -más. Entraron, rompieron la puerta del cuarto en que -yo estaba y me sacaron.</p> - -<p>Cuando estuve libre mi padre me dijo: «Dame un -abrazo hijo, yo no te he querido ver porque me daba -vergüenza verte preso por mi mala cabeza, y porque -no fueran á sospechar alguna cosa».</p> - -<p>Casi me hizo llorar de gusto el viejo; le habían salido -pelos blancos, y no era hombre grande, todavía -era joven.</p> - -<p>Esa noche el Morro fué un barullo, no se oyeron -más que tiros, gritos y repiques de campana.</p> - -<p>Murieron algunos.</p> - -<p>Yo lo anduve acompañando á mi padre y evité algunas -desgracias porque no soy matador. Querían saquear -la casa de la Dolores, con achaque de que era -<em>salvaje</em>, yo no lo permití, primero me hago matar.</p> - -<p>Por la mañana vino una gente del Gobierno y tuvimos -que hacernos humo. Unos tomaron para la Sierra -de San Luis, otros para la de Córdoba. Mi padre, -como había sido tropero, enderezó para el Rosario. -Yo, por tomar un camino tomé otro,—galopé todo el -santo día,—y cuando acordé me encontré con una -partida. Disparé, me corrieron, yo llevaba un pingo -como la luz, ¡qué me habían de alcanzar! Fuí á -sujetar cerca del Río 5.º, por esos lados de Santo Tomé. -Entonces no había puesto usted fuerzas allí, mi -Coronel; me topé con unos indios, me junté con ellos, -me vine para acá, y acá me he quedado, hasta que -Dios, ó usted, me saquen de aquí, mi Coronel.</p> - -<p>—¿Y tu padre, qué suerte ha tenido, lo sabes?—le -pregunté.</p> - -<p>—Murió del cólera—me contestó con amargura, -exclamando:—¡pobre viejo! ¡era tan chupador!</p> - -<p>Y con esto termina la historia real de Miguelito,<span class="pagenum"><a id="Page_298"></a>[Pg 298]</span> -que <i lang="la" xml:lang="la">mutatis mutandis</i>, es la de muchos cristianos que -han ido á buscar un asilo entre los indios.</p> - -<p>Ese es nuestro país.</p> - -<p>Como todo pueblo que se organiza, él presenta cuadros -los más opuestos.</p> - -<p>Grandes y populosas ciudades como Buenos Aires, -con todos los placeres y halagos de la civilización, -teatros, clubs, jardines, paseos, palacios, templos, -escuelas, museos, vías férreas, una agitación vertiginosa—en -medio de unas calles estrechas, fangosas, -sucias, fétidas, que no permiten ver el horizonte, ni -el cielo limpio y puro, sembrado de estrellas relucientes,—en -las que yo me ahogo, echando de menos mi -caballo.</p> - -<p>Fuera de aquí, campos desiertos, grandes heredades, -donde vegeta el proletario en la ignorancia y la -estupidez.</p> - -<p>La iglesia, la escuela, ¿dónde están?</p> - -<p>Aquí el ruido del tráfago y la opulencia que aturde.</p> - -<p>Allá, el silencio de la pobreza y la barbarie que estremece.</p> - -<p>Allí, todo aglomerado como un grupo de moluscos, -asqueroso por el egoísmo.</p> - -<p>Allí, todo disperso, sin cohesión, como los peregrinos -de la tierra de promisión,—por el egoísmo también.</p> - -<p>Tesis y antítesis de la vida de una república.</p> - -<p>Eso dicen que es gobernar y administrar.</p> - -<p>¡Y para lucirse mejor, todos los días clamando -por gente, pidiendo inmigración!</p> - -<p>Me hace el efecto de esos matrimonios imprevisores, -sin recursos, miserables, cuyo único consuelo es -el de la palabra del verbo,—creced y multiplicaos.</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_299"></a>[Pg 299]</span></p> - -<h2 class="nobreak">XXXI</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> - -<p>Ojeada retrospectiva.—El valor á media noche, es el valor por -excelencia.—Miedo á los perros.—Cuento al caso.—Qué es -loncotear.—Sigue la orgía.—Epumer se cree insultado por mí.—Una -serenata.</p></div> - - -<p>Estábamos en el toldo de Mariano Rosas cuando conocí -por primera vez á Miguelito.</p> - -<p>La orgía había comenzado:</p> - - -<div class="poetry-container pw15"> -<div class="poetry"> -<p><span style="margin-left: 1em;">«Éste chilla, algunos lloran,</span><br /> -Y otros á beber empiezan,<br /> -De la chusma todo al cabo<br /> -La embriaguez se enseñorea.»</p> -</div> -</div> - - -<p>Los franciscanos comprendiendo que aquello no rezaba -con ellos, se pusieron en retirada, refugiándose -en el rancho de Ayala; los oficiales se habían colocado -á distancia de poder acudir en auxilio mío si era necesario; -los asistentes rodeaban la enramada con disimulo; -Camilo Arias, con su aire taciturno, se me aparecía -de vez en cuando como una sombra, diciéndome -de lejos con su mirada ardiente, expresiva, penetrante: -por aquí ando yo.</p> - -<p>Por bien templado que tengamos el corazón, es indudable -que el silencio, la soledad, el aislamiento y el<span class="pagenum"><a id="Page_300"></a>[Pg 300]</span> -abandono hacen crecer el peligro en la medrosa imaginación.</p> - -<p>Es por eso que el valor á media noche, es el valor -por excelencia.</p> - -<p>Las tinieblas tienen un no sé qué de solemne, que -suele helar la sangre en las venas hasta congelarla.</p> - -<p>Yo no creo que exista en el mundo un solo hombre -que no haya tenido miedo alguna vez de noche.</p> - -<p>De día, en medio del bullicio, ante testigos, sobre -todo ante mujeres, todo el mundo es valiente, ó se domina -lo bastante para ocultar su miedo.</p> - -<p>Yo he dicho por eso alguna vez: el valor es cuestión -de público.</p> - -<p>El hombre que en presencia de una dama hace acto -de irresolución puede sacar patente de cobarde.</p> - -<p>Yo tengo un miedo cerval á los perros, son mi pesadilla; -por donde hay, no digo perros, un perro, yo no -paso por el oro del mundo si voy solo, no lo puedo remediar, -es un heroísmo superior á mí mismo.</p> - -<p>En Rojas, cuando era capitán, tenía la costumbre -de cazar.</p> - -<p>De tarde tomaba mi escopeta y me iba por los alrededores -del pueblito.</p> - -<p>En dirección al bañado, donde los patos abundaban -más, había un rancho.</p> - -<p>Inevitablemente debía pasar por allí si quería ahorrarme -un rodeo por lo menos de tres cuartos de legua.</p> - -<p>Pues bien. Venirme la idea de salir y asaltarme el -recuerdo de un mastín que habitaba el susodicho rancho, -era todo uno.</p> - -<p>Desde este instante formaba la resolución valiente -de medírmelas con él.</p> - -<p>Salía de mi casa y llegaba al sitio crítico, haciendo -cálculos estratégicos, meditando la maniobra más con<span class="pagenum"><a id="Page_301"></a>[Pg 301]</span>veniente, -la actitud más imponente, exactamente como -si se tratara de una batalla en la que debiera batirme -cuerpo á cuerpo.</p> - -<p>En cuanto el can diabólico me divisaba, me conocía; -estiraba la cola, se apoyaba en las cuatro patas dobladas, -quedando en posición de asalto, contraía las quijadas -y mostraba dos filas de blancos y agudos dientes.</p> - -<p>Eso sólo bastaba para que yo embolsase mi violín. -Avergonzado de mí mismo, pero diciéndome interiormente:—«El -miedo es natural en el prudente,—cambiaba -de rumbo, rehuyendo al peligro».</p> - -<p>Un día me amonesté antes de salir, me proclamé, -me palpé á ver si temblaba.</p> - -<p>Estaba entero, me sentí hombre de empresas, y me -dije: <em>pasaré</em>.</p> - -<p>Salgo, marcho, avanzo y llego á Rubicón.</p> - -<p>¡Miserable! temblé, vacilé, luché, quise hacer de -tripas corazón pero fué en vano.</p> - -<p>Yo no era hombre, ni soy ahora, capaz de batirme -con perros.</p> - -<p>Juro que los detesto, si no son mansos, inofensivos -como ovejas, aunque sean falderos, cuscos ó pelados.</p> - -<p>Mi adversario, no sólo me reconoció, sino que en la -cara me conoció que tenía miedo de él.</p> - -<p>Maquinalmente bajé la escopeta que llevaba al hombro.</p> - -<p>Sea la sospecha de un tiro, sea lo que fuese, el perro -hizo una evolución, tomó distancia y se plantó, -como diciendo: descarga tu arma y después veremos.</p> - -<p>¿Habría hecho el perro lo mismo con cualquier otro -caminante?</p> - -<p>Probablemente no.</p> - -<p>Era manso, yo lo averigüé después.</p> - -<p>Pero es que yo no le había caído en gracia, y que<span class="pagenum"><a id="Page_302"></a>[Pg 302]</span> -conociendo mi debilidad, se divertía conmigo, como yo -podía haberlo hecho con un muchacho.</p> - -<p>No hay que asombrarse de esto. La memoria en los -animales, á falta de otras facultades, está sumamente -desarrollada.</p> - -<p>Cualquier caballo, mula, jumento ó perro, nos aventaja -en conocer el intrincado camino por donde tenemos -costumbre de andar.</p> - -<p>Los pájaros se trasladan todos los años de un país -á otro, emigrando á más ó menos distancia, según sus -necesidades fisiológicas.</p> - -<p>Ahí están las golondrinas que, después de larga ausencia -vuelven á la guarida de la misma torre, del mismo -techo, del mismo tejado, que habitaron el año anterior.</p> - -<p>Queda de consiguiente fuera de duda que lo que el -perro hacía conmigo, lo hacía á sabiendas. ¡Pícaro -perro!</p> - -<p>Hubo un momento en que casi lo dominé. ¡Ilusión -de un alma pusilánime!</p> - -<p>Al primer amago de carga eché á correr con escopeta -y todo; los ladridos no se hicieron esperar, esto aumentó -el pánico, de tal modo, que el animal ya no pensaba -en mí y yo seguía desolado por esos campos de -Dios.</p> - -<p>Y sin embargo, si yo hubiera ido en compañía de -alguna dama, el muy astuto no me corre.</p> - -<p>Y ella habría huido.</p> - -<p>Las mujeres tienen el don especial de hacernos hacer -todo género de disparates, inclusive el de hacernos -matar.</p> - -<p>Yo me bato con cualquier perro, aunque sea de presa, -por una mujer, aunque sea vieja y fea, si soy su -<i lang="pt" xml:lang="pt">cabaleiro servente</i>.</p> - -<p>Otro se suicida por una mujer, con pistola, navaja<span class="pagenum"><a id="Page_303"></a>[Pg 303]</span> -de barba, veneno ó arrojándose de una torre. No hay -que discutirlo.</p> - -<p>Hay héroes porque hay mujeres.</p> - -<p>Y es mejor no pensarlo—¿qué sería el hermoso planeta -que habitamos, sin ellas?</p> - -<p>La presencia é inmediación de los míos, el orgullo -de no dejarme avasallar, ni sobrepujar por aquellos -bárbaros en nada y por nada, me hacían insistir contra -las reiteradas instancias de Mariano Rosas, en no -retirarme.</p> - -<p>Mi principal temor era embriagarme demasiado. Á -una <em>loncoteada</em> no le temía tanto.</p> - -<p><em>Loncotear</em>, llaman los indios á un juego de manos, -bestial.</p> - -<p>Es un pugilato que consiste en agarrarse dos de los -cabellos y en hacer fuerza para atrás, á ver cuál resiste -más á los tirones.</p> - -<p>Desde chiquitos se ejercitan en él.</p> - -<p>Cuando á un indiecito le quieren hacer un cariño -varonil, le tiran de las mechas, y si no le saltan las lágrimas -le hacen este elogio: <em>ese toro</em>.</p> - -<p>El toro es para los indios el prototipo de la fuerza -y del valor. El que es toro, entre ellos, es un nene de -cuenta.</p> - -<p>Los «<em>yapaí</em>, hermano» ¡no cesaban!</p> - -<p>Epumer la había emprendido conmigo, y un indiecito -Caiomuta, que jamás quiso darme la mano, so -pretexto de que yo iba de mala fe: ¡<em>Winca</em> engañando! -salía constantemente de sus labios.</p> - -<p>El vino y el aguardiente corrían como agua, derramados -por la trémula mano de los beodos, que ya -rugían como fieras, ya lloraban, ya cantaban, ya caían -como piedras, roncando al punto ó trasbocando, como -atacados del cólera.</p> - -<p>Aquello daba más asco que miedo.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_304"></a>[Pg 304]</span></p> - -<p>Todos me trataban con respeto, menos Epumer y -Caiomuta.</p> - -<p>Tambaleaban de embriaguez.</p> - -<p>Epumer llevaba de vez en cuando la mano derecha -al cabo de su refulgente facón, y me miraba con torvo -ceño.</p> - -<p>Miguelito me decía:</p> - -<p>—No se descuide por delante, mi Coronel, aquí estoy -yo por detrás.</p> - -<p>Cuando rehusaba un <em>yapaí</em>, gruñían como perros, -la cólera se pintaba en sus caras vinosas y murmuraban -iracundas palabras que yo no podía entender.</p> - -<p>Miguelito me decía:</p> - -<p>—Se enojan porque usted no bebe, mi Coronel; dicen -que lo hace por no descubrir sus secretos con la -chupa.</p> - -<p>Yo entonces me dirigí á alguno de los presentes y -lo invitaba, diciéndole:</p> - -<p>—<em>Yapaí</em>, hermano, y apuraba el cuerno ó el vaso.</p> - -<p>Una algazara estrepitosa, producida por medio de -golpes dados en la boca abierta, con la palma de la -mano, estallaba incontinenti.</p> - -<p>¡¡¡Babababababababababababababababa!!!</p> - -<p>Resonaba ahogándose los últimos ecos en la garganta -de aquellos sapos gritones.</p> - -<p>Mientras el licor no se acabara, la saturnal duraría.</p> - -<p>La tarde venía.</p> - -<p>Yo no quería que me sorprendiera la noche entre -aquella chusma hedionda, cuyo cuerpo contaminado -por el uso de la carne de yegua, exhalaba nauseabundos -efluvios; regoldaba á todo trapo, cada eructo parecía -el de un cochino cebado con ajos y cebollas.</p> - -<p>En donde hay indios, hay olor á asafétida.</p> - -<p>Intenté levantarme del suelo para retirarme á la sor<span class="pagenum"><a id="Page_305"></a>[Pg 305]</span>dina, -viendo que la mayoría de los concurrentes estaba -ya achumada.</p> - -<p>Epumer me lo impidió.</p> - -<p><em>¡Yapaí! ¡yapaí!</em> me dijo.</p> - -<p><em>¡Yapaí! ¡yapaí!</em> contesté.</p> - -<p>Y uno después de otro cumplimos con el deber de la -etiqueta.</p> - -<p>El cuerno que se bebió él tenía la capacidad de una -cuarta.</p> - -<p>Una dosis semejante de aguardiente era como para -voltear á un elefante, si estos cuadrúpedos fuesen -aficionados al trago.</p> - -<p>Medio perdió la cabeza.</p> - -<p>Al llevar yo el mío á los labios, me santigüé con la -imaginación como diciendo: Dios me ampare.</p> - -<p>Jamás probé brebaje igual. Vi estrellas, sombras -de todos colores, un mosaico de tintes atornasolados, -como cuando por efecto de un dolor agudo apretamos -los párpados, y cerrando herméticamente los ojos la -retina ve visiones informes.</p> - -<p>Al enderezarse Epumer, yo no sé qué chuscada le -dije.</p> - -<p>El indio se puso furioso; quiso venírseme á las manos.</p> - -<p>Mariano Rosas y otros le sujetaron; me pidieron -encarecidamente que me retirara.</p> - -<p>Me negué; insistieron, me negué, me negué tenazmente.</p> - -<p>Me hicieron presente que cuando se <em>caldeaba</em>, se -ponía fuera de sí, que era mal intencionado.</p> - -<p>—No hay cuidado—fué toda mi contestación.</p> - -<p>El indio pugnaba por desasirse de los que le tenían; -quería abalanzarse sobre mí, su mano estaba pegada -al facón.</p> - -<p>Pataleaba, rugía, apoyaba los talones en el suelo,<span class="pagenum"><a id="Page_306"></a>[Pg 306]</span> -endurecía el cuerpo y se enderezaba como galvanizado.</p> - -<p>Sus ojos me seguían, los míos no le dejaban.</p> - -<p>En uno de los esfuerzos que hizo sacó el facón.</p> - -<p>Era una daga acerada de dos filos, con cruz y cabo -de plata; y en un vaivén llegó á ponerse casi sobre mí.</p> - -<p>—Cuidado, mi Coronel—me dijo Miguelito, interponiéndose, -y hablándole al salvaje en su lengua con -acento dulcísimo.</p> - -<p>—¡Cuidado!—gritaron varios.</p> - -<p>Yo, afectando una tranquilidad que dejase bien -puesto el honor de mi sangre y de mi raza:</p> - -<p>—No hay cuidado—contesté.</p> - -<p>El esfuerzo convulsivo supremo, hecho por el indio, -agotó el resto de sus fuerzas hercúleas enervadas por -los humos alcohólicos.</p> - -<p>Los que le sujetaban, sintiéndole desfallecer abandonaron -el cuerpo á su propia gravedad; cumplióse -la inmutable ley:</p> - -<p><i lang="it" xml:lang="it">¡E caddi, come corpo morto cade!</i></p> - -<p>Cesó la agitación.</p> - -<p>Queriendo saber qué causa, qué motivo, qué palabras -mías pusieran fuera de sí á mi contendor, pregunté:</p> - -<p>—¿Por qué se ha enojado?</p> - -<p>—Porque usted le ha llamado perro—dijo uno.</p> - -<p>—Es falso—dijo Miguelito en araucano; el Coronel -habló de perros; pero no dijo que Epumer fuera -perro.</p> - -<p>Nadie respondió.</p> - -<p>Efectivamente, en la broma que intenté hacerle á -Epumer, por ver si lo arrancaba á sus malos pensamientos, -no sé cómo interpolé el vocablo perros.</p> - -<p>Para los indios, como para los árabes, no había habido -insulto mayor que llamarles <em>perro</em>.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_307"></a>[Pg 307]</span></p> - -<p>Epumer me entendió mal y se creyó ofendido.</p> - -<p>De ahí su rapto de furia.</p> - -<p>La noche batía sus pardas alas; los indios ebrios -roncaban, vomitaban, se revolvían por el suelo, hechos -un montón, apoyando éste sus sucios pies en la -boca de aquél; el uno su panza sobre la cara del otro.</p> - -<p>Varias chinas y cautivas trajeron cueros de carnero -y les hicieron cabeceras, poniéndolos en posturas cómodas.</p> - -<p>Otros se quedaron murmurando con indescriptible -é inefable fruición báquica.</p> - -<p>Mariano Rosas me hizo decir con su hombre de confianza, -que si quería darle el resto de aguardiente que -le había reservado.</p> - -<p>—De mil amores—contesté; y aprovechando la coyuntura -que se me presentaba de abandonar el campo -de mis proezas, salí de la enramada y me dirigí al -ranchito en que se habían alojado mis oficiales.</p> - -<p>Entregué el aguardiente.</p> - -<p>Me tendí cansado, como si hubiera subido con un -quintal en las espaldas á la cumbre del Vesubio.</p> - -<p>¿En qué me tendí?</p> - -<p>Sobre un cuero de potro; era el colchón de una mala -cama improvisada con palos desiguales y nudosos.</p> - -<p>El sueño no tardó en llevarme al mundo de la tranquilidad -pasajera.</p> - -<p>Gozaba, cuando una serenata me despertó.</p> - -<p>Era un negro, tocador de acordeón, una especie de -Orfeo de la pampa.</p> - -<p>Tuve que resignarme á mi estrella, que levantarme y -escuchar un cielito cantado en honor mío.</p> - -<p>¡Qué mal rato me dió el tal negro después!</p> - - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_308"></a>[Pg 308]<br /><a id="Page_309"></a>[Pg 309]</span></p> -<h2 class="nobreak">XXXII</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> - -<p>El negro del acordeón y la música.—Reflexiones sobre el criterio -vulgar.—Sueño fantástico.—Lucius Victorius Imperator.—Un -mensajero nocturno de Mariano Rosas.—Se reanuda el sueño -fantástico.—Mi entrada triunfal en Salinas Grandes.—La realidad.—Un -huésped á quien no le es permitido dormir.</p></div> - - -<p>El negro no tardó en irse con la música á otra parte. -Bendije al cielo.</p> - -<p>Como poeta festivo, como payador, no podía rivalizar -con <em>Aniceto el Gallo</em> ni con <em>Anastasio el Pollo</em>.</p> - -<p>Ni siquiera era un artista en acordeón.</p> - -<p>Yo tengo, por otra parte, poco desarrollado el órgano -frenológico de los tonos, pudiendo decir, como -Voltaire: <i lang="fr" xml:lang="fr">la musique c'est de tous les tapages le plus -supportable</i>.</p> - -<p>Es una fatalidad como cualquier otra, que me priva -de un placer inocente más en la vida.</p> - -<p>Te contaría á este respecto algo muy curioso, un -triunfo de la frenología, ó en otros términos, la historia -de mis padecimientos infantiles por la guitarra.<a id="FNanchor_3" href="#Footnote_3" class="fnanchor">[3]</a> -Y te la contaría á pesar del natural temor de que -<span class="pagenum"><a id="Page_310"></a>[Pg 310]</span>me creyesen más malo de lo que soy; porque tengo la -desgracia de ser insensible á la armonía.</p> - - -<p>Tú sabes, que según las reglas del criterio vulgar, -no puede ser bueno quien no ama la música, las flores, -aunque ame muchas otras cosas que embriagan -y deleitan más que ellas.</p> - -<p>Hay gentes que de buena fe, creen que el sentimiento -estético ó el arte es inseparable de los hombres -de corazón.</p> - -<p>Tal persona que ama con locura la música, es, sin -embargo, incapaz de un acto de generosidad.</p> - -<p>Tal otra que gastaría cien mil pesos en un auténtico -de Rubens, no haría un sacrificio por el amigo más -querido.</p> - -<p>Esas gentes viven acariciando dulces errores, lo -mismo que los que subordinan la moral al sentimiento, -y hay que dejar á cada loco con su tema.</p> - -<p>Pero semejante página sería demasiado íntima para -agregarla aquí.</p> - -<p>Me resigno, pues, á suprimirla, substrayéndome á -la tentación de una confidencia personal ajena al asunto -jefe.</p> - -<p>Apenas me vi libre de quien inhumanamente me había -arrancado de los brazos de Morfeo, volví á tenderme -en mi duro y sinuoso lecho.</p> - -<p>Poco tardé en dormirme profundamente.</p> - -<p>Saboreaba el suave beleño; soñaba que yo era el conquistador -del desierto; que los aguerridos ranqueles, -magnetizados por los ecos de la civilización, habían -depuesto sus armas; que se habían reconcentrado formando -aldeas; que la iglesia y la escuela habían arraigado -sus cimientos en aquellas comarcas desheredadas; -que la voz del Evangelio ahogaba las preocupaciones -de la idolatría; que el arado, arrancándole sus frutos -óptimos á la tierra, regada con fecundo sudor, produ<span class="pagenum"><a id="Page_311"></a>[Pg 311]</span>cía -abundantes cosechas; que el estrépito de los <em>malones</em> -invasores había cesado, pensando sólo, aquellos -bárbaros infelices, en multiplicarse y crecer, en aprovechar -las estaciones propicias, en acumular y guardar, -para tener una vejez tranquila y legarles á sus hijos -un patrimonio pingüe; que yo era el patriarca respetado -y venerado, el benefactor de todos, y que el espíritu -maligno, viéndome contento de mi obra útil y buena, -humanitaria y cristiana, me concitaba á una mala -acción, á dar mi golpe de estado.</p> - -<p>¡Mortal! me decía, aprovecha los días fugaces. ¡No -seas necio, piensa en ti, no en la Patria!</p> - -<p>La gloria del bien es efímera, humo, puro humo. -Ella pasa y nada queda. ¿No tienes mujer é hijos? -Pues bien. ¿No te obedecen y te siguen, no te quieren y -respetan estos rebaños humanos?</p> - -<p>Pues bien.</p> - -<p>¿No tienes poder, no eres de carne y huesos, no amas -el placer?</p> - -<p>Pues bien.</p> - -<p>Apártate de ese camino, ¡insensato! ¡Imprevisor, -loco! ¡Escucha la palabra de la experiencia, hazte -proclamar y coronar emperador! Imita á Aurelio I. -Tienes un nombre romano, <em>Lucius Victorius Imperator</em>, -sonará bien al oído de la multitud.</p> - -<p>Yo escuchaba con cierto placer mezclado de desconfianza -las amonestaciones tentadoras; ideaba ya si el -trono en que me había de sentar, la diadema que había -de ceñir y el cetro que había de empuñar, cuando -subiera al capitolio, serían de oro macizo, ó de cuero -de potro y de madera de caldén, cuando una voz que -conocí entre sueños llamó á mi puerta diciendo:</p> - -<p>—¡Coronel Mansilla!</p> - -<p>No contesté de pronto. Reconocí la voz, la había oído -hacía poco; pero no estaba del todo despierto.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_312"></a>[Pg 312]</span></p> - -<p>—¡Coronel Mansilla! ¡Coronel Mansilla!—volvieron -á decir.</p> - -<p>Reinaba una profunda obscuridad en el desmantelado -rancho donde me había hospedado; mis oficiales -roncaban, como hombres sin penas; un ruido tumultuoso, -sordo, llegaba confusamente hasta la nocturna -morada. Me senté en la cama y paré la oreja, á ver -si volvían á llamar, fijando la vista en un resquicio de -la puerta, que era un cuero de vaca colgado.</p> - -<p>—¡Coronel Mansilla!—volvieron á decir.</p> - -<p>Al fulgor de la luz estelar, columbré una cabeza negra, -motosa, y entre dos fajas rojas resaltando como -lustrosas cuentas negras sobre el turgente seno de una -hermosa, dos filas de ebúrneos dientes.</p> - -<p>Era el negro del acordeón.</p> - -<p>Para serenatas estaba yo.</p> - -<p>Me hizo el efecto de Mefistófeles.</p> - -<p>—<i lang="la" xml:lang="la">¡Vade retro, Satanás!</i>—le grité.</p> - -<p>No entendió. Ya lo creo. ¡Latín puro á esas horas -y al lado del toldo de Mariano Rosas!</p> - -<p>—Mi Coronel Mansilla, fué su contestación.</p> - -<p>—Vete al diablo, repliqué.</p> - -<p>—Me manda el General Mariano.</p> - -<p>—¿Y qué quiere?</p> - -<p>—Manda decir, que ¿cómo le ha ido á <em>su merced</em> -(textual), de viaje; que si no ha perdido algunos caballos; -que cómo ha pasado la noche; que—si ha dormido -bien?</p> - -<p>Me pareció una burla.</p> - -<p>Me quedé perplejo un instante, y luego contesté.</p> - -<p>—Dile que de viaje me ha ido bien; que caballos, -Wenchenao me ha robado dos, que es un pícaro: que -para saber cómo he pasado la noche y cómo he dormido, -es menester que me dejen descansar y que amanezca.</p> - -<p>Y esto diciendo, me coloqué horizontalmente hacien<span class="pagenum"><a id="Page_313"></a>[Pg 313]</span>do -una línea mixta con el cuerpo de manera que el -hueso del cuadril y los hombros coincidieran con los -hoyos de mi escabroso lecho.</p> - -<p>La cara desapareció.</p> - -<p>Hacía frío, helaba en los primeros días de abril, tenía -pocas cobijas, no era fácil conciliar el sueño bajo -tales auspicios; tanteando en las tinieblas cogí la punta -de algo que debía ser jerga ó poncho, tiré y como -quien pesca un cetáceo de arrobas, que se agarra en -el fondo fangoso, despojé á un prójimo de una de sus -<em>pilchas</em>.</p> - -<p>Me la eché encima, me envolví, me acurruqué bien, -me tapé hasta las narices y comencé á resollar fuerte, -haciendo de mis labios una especie de válvula para que -saliera el aliento condensado y crecieran los grados de -la temperatura que circundaba mi transida humanidad.</p> - -<p>Me estaba por dormir. Hay ideas que parecen una -cristalización. Así no más no se evaporan. Veía como -envuelta en una bruma rojiza la visión de la gloria.</p> - -<p>El espíritu maligno se cernía sobre ella.</p> - -<p>Yo era emperador de los Ranqueles.</p> - -<p>Hacía mi entrada triunfal en Salinas Grandes. Las -tribus de Calfucurá me aclamaban. Mi nombre llenaba -el desierto preconizado por las cien lenguas de la fama. -Me habían erigido un gran arco triunfal.</p> - -<p>Representaba un coloso como el de Rodas. Tenía -un pie en la soberbia cordillera de los Andes, otro en -las márgenes del Plata. Con una mano empuñaba una -pluma deforme de ganso, cuyas aristas brillaban como -mostacilla de oro, chispeando de su punta letras de -fuego, que era necesario leer con la rapidez del relámpago -para alcanzar á descifrar que decían: <em>mane</em>, <em>thesel</em>, -<em>phares</em>. Con la otra blandía una espada de inconmensurable -largor, cuya hoja de bruñido acero res<span class="pagenum"><a id="Page_314"></a>[Pg 314]</span>plandecía -como un meteoro, centelleando en ella diamantinas -letras que era menester leer con la rapidez -del pensamiento para adivinar que decían: <i lang="la" xml:lang="la">In hoc -signo vincis</i>.</p> - -<p>Por debajo de aquel monumento de egipcia estructura -y proporciones, capaz de provocar la envidia sangrienta, -la venganza corsa y el odio eterno de un Faraón, -desfilaba como el rayo, tirada por veinte yuntas -de yeguas chúcaras, una carreta tucumana, cubierta -de penachos, de crines caballares de varios colores y -en cuyo lecho se alzaba un dosel de pieles de carnero.</p> - -<p>En él iba sentado un mancebo de rostro pintado con -carmín. ¡Era yo! Manejaba la ecuestre recua con un -látigo de cháguara que no tenía fin, al grito infernal -de: ¡pape satán! <em>¡pape satán alepe!</em> Mi traje consistía -en un cuero de jaguar; los brazos del animal formaban -las mangas, las piernas, los calzones, lo demás -cubría el cuerpo y, por fin, la cabeza con sus colmillos -agudos adornaba y cubría mi frente á manera de antiguo -capacete.</p> - -<p>La cola no sé qué se había hecho. Un ser extraño, -invisible para todos, menos para mí, quería ponerme -una de paja. Yo le miraba como diciéndole, basta de -atavíos, y él vacilaba y me seguía sin saber qué hacer.</p> - -<p>Una escolta formada en zigzag, me precedía, cubriéndome -la retaguardia. Indígenas de todas las castas -australes se veían allí,—ranqueles, puelches, pehuenches, -picunches, patagones y araucanos. Los unos -iban en potros bravos, los otros en mansos caballos, éstos -en guanacos, aquéllos en avestruces, muchos á pie, -varios montados en cañas, infinitos en alados cóndores.</p> - -<p>Sus armas eran lanzas y bolas; sus trajes mixtos, á -lo gaucho, á la francesa, á la inglesa, á lo Adán los -más. Cantaban un himno marcial al son de unas flau<span class="pagenum"><a id="Page_315"></a>[Pg 315]</span>tas -de cañuto de grueso carrizo, y las palabras <em>Lucius -Victorius Imperator</em>, resonaban con fragor en medio -de repetidas, ¡¡¡ba-ba-ba-ba-ba-ba-ba-ba-ba!!!</p> - -<p>Nuevo Baltasar, yo marchaba á la conquista de una -ciudad poderosa, contra el dictamen de mis consejeros, -que me decían: Allí no penetrarás victorioso jamás; -porque sus calles están empedradas con enormes monolitos -y cubiertas de pantanos, por donde es imposible -que pase tu carreta.</p> - -<p>Tenaz, como soy en sueños, no quería escuchar la -voz autorizada de mis expertos monitores. Me había -hecho aclamar y coronar por aquellas gentes sencillas, -había superado ya algunos obstáculos en mi vida; -¿por qué no había de tentar la empresa de luchar y -vencer una civilización decrépita?</p> - -<p>Por otra parte, yo no había nacido en esa egregia -ciudad y ella iba á enorgullecerse de verme llegar á sus -puertas, no como Aníbal á las de Roma, sino cual otro -valiente Camilo.</p> - -<p>Por aquí iba medio despierto, medio dormido, cuando -volvieron á hacerme sentar en la cama, llamando á -mi puerta.</p> - -<p>—¡Coronel Mansilla!</p> - -<p>—¿Qué hay?—pregunté.</p> - -<p>¡El malhadado negro contestó!</p> - -<p>—Dice el General que ¿cómo ha pasado la noche?</p> - -<p>—Hombre, dile que mañana le contestaré.</p> - -<p>El mensajero contestó, no pude percibir qué.</p> - -<p>Una baraúnda repentina ahogó su voz.</p> - -<p>Volvía yo á estudiar qué postura se adaptaría más -á la cama que me habían deparado las circunstancias -y esperaba no ser interrumpido otra vez. ¡Quimeras!</p> - -<p>Mi verdadera bestia negra había ido y vuelto.</p> - -<p>—¡Coronel Mansilla! ¡Coronel Mansilla!—me -gritó.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_316"></a>[Pg 316]</span></p> - -<p>—¿Qué quieres?—le contesté con mal humor, sin -moverme.</p> - -<p>—Aquí está el hijo del General.</p> - -<p>Esto era ya más serio.</p> - -<p>Me incorporé.</p> - -<p>—¿Qué se ofrece, hermano?—pregunté.</p> - -<p>—Dice mi padre que vaya—me contestó.</p> - -<p>—¿Que vaya, ahora?</p> - -<p>—Sí.</p> - -<p>Llamé á Carmen, mi fiel ministril; le pedí agua para -lavarme, luz, peine, un cepillo de dientes, todo cuanto -podía ser un pretexto para demorarme y ganar tiempo, -á ver si venía el día.</p> - -<p>Oía el ruido de la orgía nocturna, y no me hacía -buen estómago la idea de tomar parte en ella á obscuras.</p> - -<p>Según mi costumbre en campaña, dormía vestido, -desnudándome de día por la higiene y otras hierbas.</p> - -<p>De un salto estuve en pie.</p> - -<p>Carmen trajo luz, un candil de grasa de potro, agua, -peine, cuanto le pedí, haciendo un viaje para cada cosa, -como que tenía que revolver las alforjas para hallarlas.</p> - -<p>Hice mi estudiosa <i lang="fr" xml:lang="fr">toilette</i>, lo más despacio que pude.</p> - -<p>Mientras tanto, varios curiosos, ebrios á cual más, -llegaron á mi puerta y me estuvieron observando.</p> - -<p>Como tardase en salir del rancho, presentóse una -nueva diputación. La componían dos hijos de Mariano. -Tomó la palabra el mayor de ellos y me dijo:</p> - -<p>—Dice mi padre, ¿que cómo está, que cómo le va, -que cómo ha pasado la noche, que cuándo va, que está -medio <em>caldeado</em> y tiene ganas de <em>rematarse</em> con usted?</p> - -<p>Contesté con la mayor política, agradeciendo tantas -atenciones, y asegurando que no tardaría en presentármele -al General.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_317"></a>[Pg 317]</span></p> - -<p>Tardé más en limpiarme los dientes, que en lustrar -un par de botas granaderas.</p> - -<p>El negro explicaba como perito aquella operación.</p> - -<p>El muy pillo había sido esclavo de no recuerdo qué -estanciero del Sur de Buenos Aires, soldado del General -Rivas, desertor y conocía bien los usos y costumbres -de los cristianos civilizados.</p> - -<p>Decía que eso que yo hacía era para que nunca se -me cayeran los dientes.</p> - -<p>Los apostrofaba á los indios de ¡ustedes son muy -bárbaros! tocaba su infernal acordeón, cantaba, bailaba -al compás de él y me apuraba diciéndome de cuando -en cuando: ¡Vamos, vamos, mi amo!</p> - -<p>Al fin tuve que obedecer, y digo que obedecer, porque -lo que hice no fué otra cosa.</p> - -<p>Tenía tanta gana de tomar aguardiente como de hacerme -cortar una oreja.</p> - -<p>Salí del rancho, dejando á mis compañeros dormidos -como piedras. El padre Moisés roncaba más fuerte que -todos. El padre Marcos se había alojado en el rancho -de Ayala.</p> - -<p>La noche estaba fría, el día lejano aún. Las estrellas -brillaban con esa luz diáfana del invierno. El -campo, cubierto por la helada, parecía salpicado de -piedras finas. Un gran fogón moribundo ardía en la -enramada del Cacique. Apiñados unos sobre otros, lo -rodeaban varios montones de indios <em>achumados</em>. Muchos -caballos ensillados estaban con la rienda caída, -inmóviles, donde los habían dejado el día antes. Mariano -Rosas, con una limeta en una mano y un cuerno -en la otra se tambaleaba junto con otros entre los mansos -animales.</p> - -<p>Armaban una algarabía, y entre <em>yapaí</em> y <em>yapaí</em>, resonaba -frecuentemente el nombre del Coronel Mansilla.</p> - - -<p>Escoltado por el negro, por los hijos de Mariano y -los curiosos llegué adonde ellos estaban.</p> - -<p>Al verme, hicieron lo que todos los borrachos que no -han perdido completamente la cabeza, pretendieron disimular -su estado.</p> - -<p>Mariano Rosas me echó un discurso en su lengua, -que no entendí, y fué muy aplaudido. Comprendí, sin -embargo, que había hablado de mí en términos los más -cariñosos, porque mientras peroraba, varias voces dijeron: -¡Ese cristiano bueno, ese cristiano toro!</p> - -<p>Terminó haciéndome un <em>yapaí</em>.</p> - -<p>Bebió el primero, según se estila.</p> - -<p>Apuraba el cuerno, cuando una voz muy simpática -para mí, me dijo al oído:</p> - -<p>—Aquí estoy yo, mi Coronel, no tenga cuidado; y -su comadre Carmen está allí en la enramada haciendo -que duerme, para escuchar todo.</p> - -<p>Era Miguelito.</p> - -<p>Le estreché la mano, y tomé el cuerno lleno de licor -que me pasaba Mariano.</p> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_318"></a>[Pg 318]</span></p> -</div> - - -<div class="footnotes"> -<p class="p4 center big2">NOTAS:</p> - -<div class="footnote"> - -<p><a id="Footnote_3" href="#FNanchor_3" class="label">[3]</a> Mi madre conserva entre sus papeles, empastado en gro de -aguas blanco, un <cite>Método para aprender la guitarra</cite>, escrito por mí -á los doce años.</p></div></div> - - - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_319"></a>[Pg 319]</span></p> -<h2 class="nobreak">XXXIII</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> - -<p>Retrato de Mariano Rosas.—Su política.—Cómo le tomaron prisionero -los cristianos.—Rosas le hace peón de su estancia del -Pino.—Su fuga.—Agradecimiento por su antiguo patrón.—Paralelo.—De -pillo á pillo.—Voto de un indio.—Muerte de Painé.—Derecho -hereditario entre los indios.—Los refugiados políticos.—Mareo.—Mariano -Rosas quiere <em>loncotear</em> conmigo.—Apuros.—Una -sombra.</p></div> - - -<p>El cacique general de las tribus Ranquelinas tendrá -cuarenta y cinco años de edad.</p> - -<p>Pertenece á la categoría de los hombres de talla -mediana. Es delgado, pero tiene unos miembros de -acero. Nadie bolea, ni piala, ni sujeta un potro del -cabestro como él.</p> - -<p>Una negra cabellera larga y lacia, nevada ya, cae -sobre sus hombros y hermosea su frente despejada, -surcada de arrugas horizontales. Unos grandes ojos -rasgados, hundidos, garzos y chispeantes, que miran -con fijeza por entre largas y pobladas pestañas, cuya -expresión habitual es la melancolía, pero que se animan -gradualmente, revelando entonces orgullo, ener<span class="pagenum"><a id="Page_320"></a>[Pg 320]</span>gía -y fiereza; una nariz pequeña deprimida en la punta, -de abiertas ventanas, signo de desconfianza, de -líneas regulares y acentuadas; una boca de labios delgados -que casi nunca muestra los dientes, marca de -astucia y crueldad; una barba aguda, unos juanetes -saltados, como si la piel estuviese disecada, manifestación -de valor, y unas cejas vellosas, arqueadas, entre -las cuales hay siempre unas rayas perpendiculares, -señal inequívoca de irascibilidad, caracterizan su fisonomía, -bronceada por naturaleza, requemada por las -inclemencias del sol, del aire frío, seco y penetrante -del desierto pampeano.</p> - -<p>Mariano Rosas es hijo del famoso cacique Painé.</p> - -<p>Colocado estratégicamente en Leubucó, entre las tribus -de los caciques Ramón y Baigorrita, es el jefe de -una confederación. Apoyando unas veces á Ramón contra -Baigorrita y otras á Baigorrita contra Ramón, su -predominio sobre ambos es constante.</p> - -<p>Dividir para reinar, es su divisa. Así Baigorrita y -Ramón, que son bravos en la pelea, diestros en todos -los ejercicios ecuestres, entendidos en todo género -de faenas rurales, sin tenerle envidia á este Bismarck -ranquelino, ponderan la prudencia de sus consejos, -su sesuda previsión, su carácter persistente y conciliador.</p> - -<p>El año de 1834 fué hecho prisionero en la Laguna -de Langhelo, situada donde actualmente existe el -fuerte «Gainza» cuyos primeros cimientos los puse -yo, al avanzar, hace ocho meses, la frontera Sud de -Santa Fe.</p> - -<p>Este paraje dista como treinta leguas de Melincué.</p> - -<p>Mariano Rosas, junto con algunos indiecitos y alguna -chusma se habían quedado allí, cuidando una caballada -de refresco, mientras su belicoso padre daba -un <em>malón</em>, internándose muy adentro.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_321"></a>[Pg 321]</span></p> - -<p>Los cristianos encargados de la seguridad de la -frontera Norte de Buenos Aires, maniobrando hábilmente, -se lanzaron al Sud cuando sintieron la invasión, -para salirles á los ladrones de adelante; ocuparon y -se posesionaron de una de las aguadas principales por -donde debían pasar con el botín, sorprendieron á los -caballerizos, les quitaron toda la caballada y los cautivaron -lo mismo que á la chusma.</p> - -<p>Mariano Rosas y sus compañeros de infortunio fueron -conducidos á los Santos Lugares. Allí permanecieron -engrillados y presos, tratados con dureza, cerca -de un año, según sus recuerdos.</p> - -<p>Perdían la esperanza de mejorar de suerte. Mas como -está de Dios que el hombre suba á la cumbre de -la montaña cuando menos lo espera, cayendo en el -abismo de la desgracia cuando todo sonreía á su alrededor, -un día los llevaron á presencia del Dictador -don Juan Manuel de Rosas.</p> - -<p>Interrogándolos minuciosamente, supo éste que Mariano, -que se llamaba á la sazón como su padre, era -hijo de un cacique principal de mucha nombradía. -Le hizo bautizar, sirviéndole de padrino, le puso Mariano -en la pila, le dió su apellido y le mandó con los -otros de peón á su estancia del «Pino».</p> - -<p>En ella pasaron algunos años trabajando duro, alojados -al raso contra un corral de ñandubay, recibiendo -lecciones útiles y provechosas sobre la manera de hacer -las faenas de campo, sobre el modo de amansar debidamente -un potro, aprendiendo á regentar un establecimiento -en forma, tratados unas veces á rebencazos, -sin haber faltado en nada, atendidos generalmente -con cariño, recibiendo raciones y salario como uno de -tantos trabajadores—hasta que el amor de la familia, -el recuerdo de las tolderías, el anhelo de una completa<span class="pagenum"><a id="Page_322"></a>[Pg 322]</span> -libertad, despertaron en ellos la idea de la fuga, á costa -de cualquier riesgo.</p> - -<p>Aprovechando una hermosa noche de luna y la confianza -que en ellos tenían, echaron mano de una tropilla -de caballos escogidos, y alzándose, rumbearon al -Occidente. Perdiéronse por los campos, porque no -eran baqueanos y porque temerosos de ser descubiertos -y aprehendidos no querían acercarse á las estancias -á preguntar dónde quedaba el Bragado, pueblito -que conocían por haber andado <em>maloqueando</em> por allí, -siendo muchachos.</p> - -<p>Notada en el «Pino» su desaparición, fueron perseguidos, -según supieron después por una mujer que -cautivaron; pero no los alcanzaron.</p> - -<p>En el puente de Márquez hallaron una partida de -policía. La engañaron diciendo que habían venido á -comercio y que se volvían para Tierra Adentro. Llegaron -á la Federación, hoy Junín, después de haber -andado seis días por los campos sin rumbo determinado; -descansando y ocultándose entre los cardales y -pajonales, y allí los dejaron pasar, mediante un pretexto -igual al anterior. Entonces había paz con algunas -tribus que vivían por el Toay, de modo que la -composición de lugar ideada para escapar á la persecución, -se concibe que surtiera efecto.</p> - -<p>Ésta es la referencia que el mismo Mariano Rosas -me ha hecho. Si no te pareciese verosímil, recuerda -aquello, Santiago amigo, de:</p> - -<div class="poetry-container pw20"> -<div class="poetry"> -<p>«Y si lector dijeres ser comento,<br /> -Como me lo contaron te lo cuento.»</p> -</div> -</div> - -<p>Mariano Rosas conserva el más grato recuerdo de -veneración por su padrino; habla de él con el mayor<span class="pagenum"><a id="Page_323"></a>[Pg 323]</span> -respeto, dice que cuanto es y sabe se lo debe á él; -que después de Dios no ha tenido otro padre mejor; -que por él sabe cómo se arregla y compone un caballo -parejero; cómo se cuida el ganado vacuno, yeguarizo -y lanar, para que se aumente pronto y esté en buenas -carnes en toda estación; que él le enseñó á enlazar, á -pialar y á bolear á lo gaucho.</p> - -<p>Que á más de estos beneficios incomparables le debe -el ser cristiano, lo que le ha valido ser muy afortunado -en sus empresas.</p> - -<p>Ya te he dicho que estos bárbaros respetan á los -cristianos, reconociendo su superioridad moral, aunque -les gusta vivir como indios, el <i lang="it" xml:lang="it">dolce far niente</i>, tener el -mayor número posible de mujeres, tantas cuantas -pueden mantener, en una palabra, ser evangelista en -cuanto esto presupone cierta virtud misteriosa para -ser felices en la paz y en la guerra.</p> - -<p>Verdad es que la civilización moderna hace lo mismo -con cierto disimulo, y es por esto, sin duda, que -alguien ha dicho que nuestra pretendida civilización -no es muchas veces más que un estado de barbarie -refinada.</p> - -<p>Por supuesto, que siendo yo sobrino carnal de Rosas, -oyéndolo hablar al indio de su padrino y progenitor -postizo, me haría la ilusión de que lo más fácil -del mundo para mí era catequizarlo. Al más dueño se -le queman los libros en presencia de un hombre de estado -primitivo.</p> - -<p>La vanidad y tontera humanas, ¿dónde no reciben -su castigo? Ya veremos cómo la diplomacia es igual -en todas partes, lo mismo en Londres que en Viena, -en Buenos Aires que en Leubucó; que la cuña para -ser buena ha de ser del mismo palo. Y lo que es más -filosófico aún, que la gratitud anda á caballo en casa -de aquéllos que creen merecérselo todo.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_324"></a>[Pg 324]</span></p> - -<p>Al poco tiempo de estar Mariano Rosas en su tierra, -su padrino, que no daba puntada sin nudo, viendo -que el pájaro se le había escapado de la jaula, y -que es bueno tener presente, que quien cría cuervos -se expone á que éstos le saquen los ojos, le mandó un -regalo.</p> - -<p>Consistía en doscientas yeguas, cincuenta vacas y -diez toros de un pelo, dos tropillas de overos negros -con madrinas obscuras, un apero completo con muchas -prendas de plata, algunas arrobas de hierba y -azúcar, tabaco y papel, ropa fina, un uniforme de coronel -y muchas divisas coloradas.</p> - -<p>Con este regio presente iba una afectuosa misiva, -que Mariano conserva, concebida más ó menos así:</p> - -<p>«Mi querido ahijado: No crea usted que estoy enojado -por su partida, aunque debió habérmelo prevenido -para evitarme el disgusto de no saber qué se había -hecho. Nada más natural que usted quisiera ver á sus -padres, sin embargo que nunca me lo manifestó. Yo -le habría ayudado en el viaje haciéndolo acompañar. -Dígale á Painé que tengo mucho cariño por él, que le -deseo todo bien, lo mismo que á sus Capitanejos é -indiadas. Reciba ese pequeño obsequio que es cuanto -por ahora le puedo mandar. Ocurra á mí siempre -que esté pobre. No olvide mis consejos porque son los -de un padrino cariñoso, y que Dios le dé mucha salud -y larga vida. Su afectísimo—<em>Juan de Rosas</em>.»</p> - -<p>Esta cartita meliflua y calculada, llevaba un apéndice -insignificante al parecer:</p> - -<p>«<em>Post Data.</em> Cuando se desocupe, véngase á visitarme -con algunos amigos».</p> - -<p>Difícil y algo más que difícil, ardua cosa es desentrañar -las intenciones del más inocente mortal.</p> - -<p>Que cada cual comente á su manera la carta y la -<em>post data</em> susodichas, pues.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_325"></a>[Pg 325]</span></p> - -<p>Yo, cuando se trata de los pensamientos del prójimo, -siempre tengo presente el dicho de cierto moralista -de nota, con el que lo confundió una vez á un -hombre de Estado: la ley de Dios que prohíbe los -juicios temerarios es no solamente ley de caridad, sino -de justicia y buena lógica.</p> - -<p>Mariano Rosas recibió la carta y el presente, deliberó -qué debía hacer, y como la mejor suerte de los -dados es no jugarlos, ó como diría Sancho, si de ésta -escapo y no muero, no más bodas en el cielo, resolvió: -agradecerle la fineza y no visitarle.</p> - -<p>Con este motivo, y para que en ningún tiempo se dudara -de sus sentimientos, después de consultar á las -viejas agoreras, juró no moverse jamás de su tierra.</p> - -<p>Vinculado por este voto solemne á su hogar, al terreno -donde nació, á los bosques en que pasó su infancia, -Mariano Rosas no ha pisado, después de su cautiverio, -en tierra de cristianos, y tiene la preocupación -de que si viene personalmente á alguna invasión caerá -prisionero.</p> - -<p>Conozco este episodio de su vida, porque él mismo -me lo ha contado.</p> - -<p>Diciéndole que el General Arredondo me había encargado -le manifestara los vivos deseos que tenía de conocerle -y que cuando estuviera afianzada la paz era -conveniente que le hiciera una visita en Villa de Mercedes, -me contestó:</p> - -<p>—Eso no, hermano.</p> - -<p>—¿Y por qué?—le pregunté.</p> - -<p>Refirióme entonces con minuciosos detalles lo que -llevo relatado—para que se vea que toda la ciencia de -los indios, en su trato con los cristianos, se reduce á -un aforismo que nosotros practicamos todos los días: -la desconfianza es madre de la seguridad.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_326"></a>[Pg 326]</span></p> - -<p>He dicho que Mariano Rosas era hijo de Painé.</p> - -<p>Painé murió trágicamente.</p> - -<p>El general don Emilio Mitre, para salvar su división -en 1856, tuvo que dejar en el desierto la mayor parte -de su material de guerra.</p> - -<p>Llegó hasta Chamalcó y de allí contramarchó.</p> - -<p>Los indios se vinieron sobre su rastro.</p> - -<p>Painé, cacique general entonces de las tribus Ranquelinas, -los acaudillaba. En los montes hallaron un -armón de municiones.</p> - -<p>Entre ellas había granadas.</p> - -<p>Un accidente hizo reventar una.</p> - -<p>El armón voló y con él Painé.</p> - -<p>Así murió ese cacique mentado.</p> - -<p>Su hijo mayor, Mariano Rosas, heredó entonces el -gobierno y el poder.</p> - -<p>Se cree generalmente que entre los indios, prevaleciendo -el derecho del más fuerte, cualquiera puede hacerse -Cacique ó Capitanejo.</p> - -<p>Pero no es así, ellos tienen sus costumbres, que son -sus leyes.</p> - -<p>Aquellas jerarquías son hereditarias, existiendo hasta -la abdicación del padre en favor del hijo mayor, si -es apto para el mando.</p> - -<p>Por eso actualmente, viviendo el padre del Cacique -Ramón, es éste quien gobierna las indiadas de Carrilobo.</p> - -<p>Entre los indios, como en todas partes, hay revoluciones -que derrocan á los que invisten el poder supremo. -La regla, sin embargo, es la que dejo dicho; sólo -sufre alteración cuando el Cacique ó el Capitanejo no -tiene hijos ni hermanos que puedan heredar su puesto.</p> - -<p>En este caso se hace un plebiscito y la mayoría dirime -pacíficamente las cosas, ni más ni menos que como<span class="pagenum"><a id="Page_327"></a>[Pg 327]</span> -en un pueblo donde el sufragio universal campea por -sus respetos.</p> - -<p>Más revoluciones hemos hecho nosotros, víctimas -hoy de una oclocracia, mañana de otra, quitando y poniendo -Gobernadores, que los indios por la ambición -de gobernar.</p> - -<p>Y es asunto que se presta á fecundas consideraciones, -que los que aman la libertad racional se persigan -unos á otros y se exterminen con implacable saña, -conculcando las instituciones que ellos mismos han -formulado, reconociendo y jurando que son salvadores, -por la satisfacción sensual del poder, y que los -que sólo aman la libertad natural no quiebran lanzas -en fratricidas guerras.</p> - -<p>Pero ya caigo.</p> - -<p>Es que los bárbaros no andan detrás de la mejor de -las Repúblicas.</p> - -<p>Es que ellos creen una cosa de que nosotros no nos -queremos convencer: que los principios son todo, los -hombres nada; que no hay hombres necesarios; «que -si César hubiese pensado como Catón, otros hubieran -pensado como César, y que la República destinada á -perecer habría sido arrastrada al precipicio por cualquier -otra mano».</p> - -<p>Mariano Rosas se viste como un gaucho, paquete, -pero sin lujo.</p> - -<p>Á mí me recibió con camiseta de Crimea, mordoré, -adornada de trencilla negra, pañuelo de seda al cuello, -chiripá de poncho inglés, calzoncillo con fleco, bota de -becerro, tirador con cuatro botones de plata y sombrero -de castor fino, con ancha cinta colorada.</p> - -<p>Como Leubucó es el asiento principal de todos los refugiados -políticos, la santa federación está allí á la -orden del día.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_328"></a>[Pg 328]</span></p> - -<p>Y aunque parezca broma ó exageración, debo decirlo, -las noticias no escasean.</p> - -<p>Todo cuanto sueñan los refugiados circula como noticia -que ha venido de Mendoza ó San Luis, de Córdoba -ó el Rosario.</p> - -<p>Hoy es Urquiza quien se ha pronunciado contra los -<em>salvajes</em>, mañana Saa que ha invadido; al día siguiente -Guayama, el bandolero de los llanos es el que ha -sublevado la Rioja, después los Taboada han dado el -grito contra el Gobierno.</p> - -<p>Todas estas voces se discuten, se comentan, se prestan -á mil conjeturas, se trata de saber cómo han llegado, -quién las ha traído, y el tiempo corre y nada sucede, -y el <em>malón</em> aplazado se realiza, porque el tiempo -es oro y es necesario no perderlo, ya que los amigos federales -se duermen en las pajas. No hay idea de todas -las quimeras que en aquellos mundos han mecido la -imaginación con motivo de la guerra del Paraguay. -Ha sido una comedia.</p> - -<p>Pero ahora que ya sabes el origen de Mariano Rosas, -qué cara tiene, cómo se viste, de qué se ocupan -los politicastros de Tierra Adentro y otras particularidades, -reanudemos el hilo del relato empezado al terminar -mi carta anterior.</p> - -<p>Mariano me había hecho un yapaí. Yo tenía el cuerno -lleno de aguardiente en la mano.</p> - -<p>—Yapaí, hermano—le dije, y me lo bebí de un sorbo -para no tomarle el gusto, como si fuera una purga de -aceite de castor.</p> - -<p>Sentí como si me hubieran echado una brasa de fuego -en el estómago. La erupción no se hizo esperar; -mi boca era un albañal. Despedía á torrentes todo cuanto -había comido y una revolución intestinal rugía dentro -de mí. Oía el bullicio porque tenía orejas, no veía -nada. Se me figuraba que no estaba en el suelo sino<span class="pagenum"><a id="Page_329"></a>[Pg 329]</span> -suspendido en el aire, dando vueltas á la manera de -una rueda que gira sobre un eje, aunque me parecía -que la cabeza siempre quedaba para abajo, gravitando -más que todo el resto de mi humanidad. Horribles -ansias, nauseabundas arcadas, bascas agrias como vinagre, -una desazón é inquietud imponderables me devoraban.</p> - -<p>Pasó el mareo.</p> - -<p>Los yapaí siguieron para reforzar la tranca, como -decía cierto espiritual amigo sectario de Baco, cuando -entraba al Club del Progreso, picado ya, y le pedía al -mozo una copa de coñac.</p> - -<p>Hay situaciones que son como un incendio en alta -mar; todas las probabilidades están en contra. Yo me -hallaba en una de ellas.</p> - -<p>Para remate de fiestas, Mariano quería loncotear conmigo, -¡<em>loncotear</em> á las tres de la mañana! ¡Era nada -lo del ojo y lo llevaba en la mano! Me defendí como -pude. El indio no estaba para bromas. Viendo que loncotear -era imposible, le dió por agarrarme de los hombros -con entrambas manos sacudiéndome con sus fuerzas -atléticas unas veces, empujándome para atrás -otras. ¡Hermano! ¡hermano! me decía con estridente -voz, mimbreándose como una vara. Yo le contenía y -le rechazaba con moderación. Un movimiento brusco -mío podía hacerle dar un traspiés. Y si se caía de narices, -quién sabe si sus comensales no me hacían á mí -lo que los arrieros á don Quijote.</p> - -<p>Bien considerado el caso, era peliagudo. Una de las -veces que esforzándome en contenerlo tropezó, por poco -no cae despatarrado, despachurrándose.</p> - -<p>Abrazóse de mí con sus membrudos brazos. Temí -algo. Le busqué el puñal, lo hallé, lo empuñé vigorosamente -para que no pudiese hacer uso de él, y así permanecimos -un rato, él pugnando por sacarme campo<span class="pagenum"><a id="Page_330"></a>[Pg 330]</span> -afuera, yo luchando por no retirarme de la enramada. -Nos separábamos, nos volvíamos á abrazar. Tornábamos -á separarnos y en cada atropellada que me hacía -metíame las manos por la cara.</p> - -<p>Yo estaba tentado de llamar á mis oficiales y asistentes, -porque francamente, recelaba un desaguisado. -Pero me daba no sé qué hacerlo. Cierto es que allí no -había perros que me asustaran, mas es que tampoco -había miriñaques que me alentaran. Aquel público, -el instinto que despertaba en mí era el de la conservación.</p> - -<p>De aguardiente no quedaba ya sino el olor.</p> - -<p>La chusma quería rematarse.</p> - -<p>—Dando más aguardiente, Coronel—me decían.</p> - -<p>—Otro poco, hermano—me dijo Mariano.</p> - -<p>Miguelito les habló en su lengua, y tirándome de -un brazo:</p> - -<p>—Vamos, mi Coronel—me dijo.</p> - -<p>Comprendí que quería sacarme de allí. Lo seguí. -Los indios se echaron en el suelo, unos sobre otros, -todos revueltos.</p> - -<p>Miguelito me llevaba en dirección á mi rancho, iba -á amanecer. El cielo se había cubierto de nubes. La -luz de las estrellas apenas brillaban al través. Estábamos -en tinieblas. Yo caminaba, no por mi voluntad -sino arrastrado por mi guardián. Me bamboleaba perdiendo -por momentos el equilibrio. Llegamos á la -puerta de mi rancho, Miguelito alzó el cuero.</p> - -<p>—Entre y descanse—me dijo,—mi Coronel. Yo voy -á entretenerlos á aquéllos.</p> - -<p>Entré.</p> - -<p>Detrás de mí entró una sombra.</p> - -<p>Á la luz moribunda del candil que había llevado -Carmen hacía un rato, me pareció ver una mujer.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_331"></a>[Pg 331]</span></p> - -<p>Estas mujeres se le aparecen á uno en todas partes. -Nos aman con abnegación.</p> - -<p>¡Y tan crueles que somos después con ellas!</p> - -<p>Nos dan la vida, el placer, la felicidad.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_332"></a>[Pg 332]</span></p> -<p>¿Y para qué? Para que tarde ó temprano en un -arranque de hastío, exclamemos:</p> - -<p>«Siempre igual, necias mujeres.»</p> - - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_333"></a>[Pg 333]</span></p> -<h2 class="nobreak">XXXIV</h2> -</div> - -<div class="blockquot"> - -<p>Efectos del aguardiente.—Una mano femenil.—Mi comadre Carmen -me cuenta lo sucedido.—Unas coplas.—La vida de un artista -en acordeón, en dos palabras.—Preguntas y respuestas.—Las -obras públicas de Leubucó.—Insistencia del organista.—Un baño.—Mariano -Rosas en el corral.—Cómo matan los indios -la res.</p></div> - - -<p>El candil ardía y se apagaba como un fuego fatuo.</p> - -<p>Buscando mi cama donde no estaba, porque los últimos -humos del mareo me hacían ver todos los objetos -transformados, al revés, tropecé con la luz y la extinguí. -Con los ojos de la imaginación veía el caos. -Trataba de buscar un punto de apoyo para no caerme. -Mis brazos funcionaban como las aspas de un molino. -Me caí. Me levanté. Volví á caerme encima de los compañeros -de rancho.</p> - -<p>Ni los frailes, ni los oficiales sintieron la mole que -repetidas veces se desplomó sobre ellos.</p> - -<p>Mi ronca voz, ahogándose en la garganta, llamaba -un asistente.</p> - -<p>Nadie me oía.</p> - -<p>Tanteando como un ciego perlático, cogí una cosa -blanda, sedosa, suave, y, al mismo tiempo, percibí como -en sueños un ruido de gallinas. Mi mano había<span class="pagenum"><a id="Page_334"></a>[Pg 334]</span> -asido de la rabadilla un gallo ó pollo, despertando -todo el gallinero de Mariano Rosas, que huyendo de -la helada, sin duda, se había guarecido en nuestra morada, -tomando posesión de mi lecho.</p> - -<p>La sorpresa me hizo soltar mi presa, abandonar el -punto de apoyo y caer de boca, posándola sobre algo -blando, hediondo y frío.</p> - -<p>Creí asfixiarme, porque no podía cambiar de posición.</p> - -<p>Mis piernas parecían dislocadas, como las de un -muñeco. Haciendo un esfuerzo supremo, me enderecé.</p> - -<p>Describí dos semicírculos con los brazos. Hallé una -mano pequeña, pulida, caliente, que me sostuvo, arrastrándome -poco á poco. Un brazo rodeó mi cuerpo. Recliné -mi cabeza desvanecida sobre un seno palpitante -y di unos cuantos pasos, lo mismo que un herido, alzóse -el cuero de la puerta del rancho y penetró en él, -hiriendo mis ojos medio abiertos, la luz crepuscular.</p> - -<p>Confusamente percibí varias voces que decían:</p> - -<p>—¿Dónde está ese Coronel Mansilla?</p> - -<p>—Dando más aguardiente.</p> - -<p>Una voz contestó:</p> - -<p>—No está aquí.</p> - -<p>Y al mismo tiempo, cayendo el cuero de improviso, -volvió á quedar el rancho envuelto en una completa -obscuridad.</p> - -<p>Oí como el murmullo de gente que refunfuña y ruido -como el de pisadas que se alejan.</p> - -<p>Sentí que una cosa áspera, como una tela de lana, -repasaba mi rostro y que me empujaban hacia adelante.</p> - -<p>Yo no era dueño de mí mismo. Obedecía, abría y cerraba -los ojos.</p> - -<p>Vi entrar de nuevo la luz del alba en el rancho. Des<span class="pagenum"><a id="Page_335"></a>[Pg 335]</span>pués -sentí frío. Caminaba á la par de otra persona -que con cariño me sustentaba.</p> - -<p>Me quedé dormido.</p> - -<p>Al rato me desperté al lado de un gran fogón.</p> - -<p>En torno de él estaban tres mujeres y tres hombres, -cristianos todos. Me habían hecho una cama con jergas -y cueros. Á mi lado estaba una china.</p> - -<p>—¿Qué quiere tomar—me dijo,—mate ó café?</p> - -<p>Fijé con agradecimiento los ojos en ella y reconocí -á mi comadre Carmen.</p> - -<p>—Café, comadre—le contesté.</p> - -<p>Y mientras lo preparaba, contóme que cuando me -separé de Mariano Rosas, ella estaba en la enramada, -despierta por si algo necesitaba; que se deslizó entre -las sombras de la noche, ayudándole á Miguelito á llevarme -á mi rancho; que al salir, varios indios habían -acudido á preguntar por mí; que fingiendo voz -de cristiano les había contestado que no estaba; y que -para que no me incomodaran y me dejaran descansar, -me había llevado á un toldo vecino en el que habitaban -puros cristianos.</p> - -<p>Me puse á tomar café. Gradualmente fueron desapareciendo -los efectos narcóticos del aguardiente. La aurora, -color de rosa, entraba con sus rayos de fuego por -entre las rendijas del toldo. Cantaban los gallos, cacareaban -las gallinas, relinchaban los caballos, bramaban -los toros, oíase el balido de las ovejas, agitábase -todo al despertar de la Naturaleza.</p> - -<p>Vibraron las notas de un mal tocado acordeón, y una -voz que me hizo crispar los nervios, entonó unas coplas:</p> - -<div class="poetry-container pw15"> -<div class="poetry"> -<p>Señor Coronel Mansilla<br /> -Permítame que le cante</p> -</div> -</div> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_336"></a>[Pg 336]</span></p> - -<p>Iba á tronar contra el negro, porque era él en cuerpo -y alma el de la música, cuando entró en el toldo, y -plegando su instrumento y sellando sus labios, interrumpió -las coplas para decirme:</p> - -<p>—Buenos días, mi amo, ¿su mercé ha pasado bien -la noche?</p> - -<p>Me pareció mejor írmele á las buenas, y así le contesté:</p> - -<p>—Muy bien, hombre, gracias, siéntate. Pero con la -condición que no has de tocar tu maldito acordeón, -ni has de cantar. Ya estoy harto.</p> - -<p>Sentóse.</p> - -<p>Le pasaron un mate, y entre chupada y chupada, -me refirió su vida en cuatro palabras.</p> - -<p>—Mi amo, me dijo, yo soy federal. Cuando cayó -nuestro padre Rosas, que nos dió la libertad á los negros, -estaba de baja. Me hicieron veterano otra vez. -Estuve en el Azul con el General Rivas. De allí me -deserté y me vine para acá. Y no he de salir de aquí -hasta que no venga el Restaurador, que ha de ser -pronto, porque don Juan Saa nos ha escrito que él lo -va á mandar buscar. Yo he sido de los negros de Ravelo.</p> - -<p>Y aquí interrumpió la historia de su vida, entonando, -ó mejor dicho, desentonando, esta canción:</p> - -<div class="poetry-container pw15"> -<div class="poetry"> -<p> -<span style="margin-left: 1em;">Que viva la patria</span><br /> -Libre de cadenas.<br /> -Y viva el gran Rosas<br /> -Para defenderla.</p> -</div> -</div> - - -<p>Le atajé el resuello, diciéndole:</p> - -<p>—Hombre, ya te he dicho que no quiero oirte cantar.</p> - -<p>Callóse, y mirándome con cierta desconfianza me -preguntó:</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_337"></a>[Pg 337]</span></p> - -<p>—¿Usted es sobrino de Rosas?</p> - -<p>—Sí.</p> - -<p>—¿Federal?</p> - -<p>—No.</p> - -<p>—¿Salvaje?</p> - -<p>—No.</p> - -<p>—¿Y entonces, qué es?</p> - -<p>—¡Qué te importa!</p> - -<p>El negro frunció la frente, y con voz y aire irrespetuoso:</p> - -<p>—No me trate mal porque soy negro y pobre, me -dijo:</p> - -<p>—No seas insolente—le contesté.</p> - -<p>—Aquí todos somos iguales, repuso, agregando algo -indecente.</p> - -<p>Agarré una astilla de leña enorme, levanté el brazo, -y diciéndole: ahora verás,—iba á darle un garrotazo, -cuando mi comadre Carmen me contuvo, diciéndome:</p> - -<p>—No le haga caso, compadre, á ese negro borracho.</p> - -<p>Dirigióse á él hablándole en araucano, y el negro, -que se había puesto de pie, volvió á sentarse, diciéndome:</p> - -<p>—Dispense, su mercé.</p> - -<p>—¡Estás dispensado—le contesté,—pero cuidado -con volver á tratarme como me has tratado!</p> - -<p>Intentó desplegar su acordeón. Era en vano. Me hacía -el efecto de una lima de acero, que raspa los dientes.</p> - -<p>Tuvo que renunciar á su pasión filarmónica. Tomó -la palabra, y siguió hablando de sus opiniones políticas, -y de las delicias de aquella tierra.</p> - -<p>—Aquí hay de todo, mi Coronel, me decía. Al que -es hombre de bien, lo tratan bien, y al que es pícaro,<span class="pagenum"><a id="Page_338"></a>[Pg 338]</span> -el General Mariano lo castiga, haciéndole trabajar en -las obras públicas.</p> - -<p>Solté una carcajada amplia é ingenua.</p> - -<p>—¿Las obras públicas?</p> - -<p>—Sí, mi amo.</p> - -<p>—¿Y qué obras públicas son ésas?</p> - -<p>—¡Ahhhhh! los corrales del General.</p> - -<p>En este momento entró, refregándose los ojos, el -padre Marcos, atraído por la lumbre de nuestro hermoso -fogón, buscando agua caliente para tomar un -jarro de té.</p> - -<p>Sentóse en la rueda el buen franciscano y siguió la -charla, sazonándola el negro con algunas agudezas, y -rogándome de vez en cuando que le dejara tocar su -acordeón.</p> - -<p>—No, no, le decía yo, prefiero oir un cuerno á tu -acordeón.</p> - -<p>Su aire favorito era el muy popular de <em>arrincónemela</em><a id="FNanchor_4" href="#Footnote_4" class="fnanchor">[4]</a>, -y esta tocata, recordándome á Buenos Aires, -me entristecía.</p> - -<p>Suplicaba.</p> - -<p>Decididamente, el acordeón era para él una necesidad—como -el violín para Paganini,—el piano, para -Gottschalk.</p> - -<p>Yo me negaba inflexiblemente.</p> - -<p>Y no sólo me negaba á que luciera su habilidad, sino -que le amenazaba con hacerle perder la gracia de -Mariano Rosas, si no tenía juicio, mandándole á éste -á mi regreso al Río 4.º, un organito de resorte.</p> - -<p>—Entonces—le decía,—ya no serás un hombre necesario -aquí.</p> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_339"></a>[Pg 339]</span></p> -<p>Salió el sol; tenía necesidad de refrescar mi cuerpo. -Recuerda, Santiago amigo, que no he dormido ni -me he lavado, desde que estábamos en Calcumuleu.</p> - -<p>Pregunté si no había por allí cerca dónde bañarse.</p> - -<p>Me dijeron que sí, que á veinte cuadras de distancia -había un gran jagüel, con piso de tosca, donde se -bañaban de madrugada las chinas de Mariano y él -mismo.</p> - -<p>Le pedí á un cristiano que me lo enseñara.</p> - -<p>Llamé á un asistente, hice traer un caballo, abandoné -el fogón, salté en pelo y de una sentada estuve -en el baño.</p> - -<p>Hacía un frío glacial. Manuel Gazcón, que es un -pato, un hidrópata por estudio y por convicción, se -habría deleitado allí.</p> - -<p>Las abluciones despejaron mis sentidos y retemplaron -mi cuerpo, borrando hasta los rastros de la mala -noche. Me sentí otro hombre.</p> - -<p>Hice que mi asistente se bañara, y mientras él tiritaba -de frío, dando diente con diente, por la falta -de costumbre de zambullirse en el agua con el alba, -yo me paseaba á largos trancos por la blanda arena, -provocando la reacción. Se produjo, monté á caballo -y tomé el camino de los toldos.</p> - -<p>De regreso vi mucha gente, y una gran polvareda -cerca de la orilla del monte. Corrían dentro de un corral. -Cambié de dirección y fuí á ver qué hacían.</p> - -<p>Habían enlazado una vaca gorda y se disponían á -carnearla.</p> - -<p>Mariano Rosas estaba allí, fresco como una lechuga. -Se había bañado primero que yo. Nadie que no -estuviera en el secreto habría sospechado la noche -que había pasado. Los estragos hechos en su cuerpo -por el aguardiente se descubrían, sin embargo, en la<span class="pagenum"><a id="Page_340"></a>[Pg 340]</span> -depresión de los párpados inferiores, cuyo tinte era -violáceo.</p> - -<p>En el instante de acercarme al corral, revoleaba el -lazo para echar un piale. Lo recogió, y viniendo á mí -con el mayor cariño y cortesía, me estiró la mano y -me dió los buenos días, preguntándome cómo había -pasado la noche, que si no me había incomodado.</p> - -<p>Estuve tan galante y afectuoso como él.</p> - -<p>—Esa vaca gorda es para usted, hermano—me dijo.</p> - -<p>Y súbito, revoleó el lazo y echó un piale maestro, -y volviéndose á mí, haciendo pie con una destreza -admirable, me dijo:</p> - -<p>—Esto se lo debo á su tío, hermano.</p> - -<p>Enlazada y pialada la res, cayó en tierra.</p> - -<p>Creí que iban á matarla como lo hacemos los cristianos, -clavándole primero el cuchillo repetidas veces -en el pecho, y degollándola en medio de bramidos desgarradores -que hacen estremecer la tierra.</p> - -<p>Hicieron otra cosa.</p> - -<p>Un indio le dió un bolazo en la frente dejándola sin -sentido.</p> - -<p>En seguida la degollaron.</p> - -<p>—¿Para qué es ese bolazo, hermano?—le pregunté -á Mariano.</p> - -<p>—Para que no brame, hermano—me contestó. ¿No -ve que da lástima matarla así?</p> - -<p>Que la civilización haga sus comentarios y se conteste -á sí misma, si bárbaros que tienen el sentimiento -de la bondad para con los animales sean susceptibles -ó no de una generosa redención.</p> - -<p>Degollada la res, la abandonaron á las chinas. -Ellas la desollaron, la descuartizaron y la despostaron, -recogiendo hasta la sangre.</p> - -<p>Mariano Rosas y yo nos volvimos juntos á su toldo, -conversando por el camino como dos viejos camaradas.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_341"></a>[Pg 341]</span></p> - -<p>Ni él, ni yo hicimos mención para nada de las escenas -de la noche anterior.</p> - -<p>Mariano montaba un caballo obscuro de su predilección, -aperado con sencillez.</p> - -<p>Era un animal vigoroso. Tenía la marca del General -don Ángel Pacheco.</p> - -<p>Llegamos á su toldo. Nos apeamos, nos sentamos, -y poco á poco comenzaron á llegar visitas, entrando y -saliendo las gentes de la casa. Yo era objeto de todo género -de atenciones. Me cebaron mate, me sirvieron un -churrasco gordo, suculento, chorreando sangre, á la -inglesa.</p> - -<p>Me lo comí todo entero, quemándome los dedos y -chupándomelos después, como se estila en esta tierra. -Donde no hay manteles ni servilletas, ¿qué otra cosa -se ha de hacer?</p> - -<p>Mariano me pidió permiso para dejarme solo un momento. -Salió, desensilló el obscuro, lo soltó, ensilló un -moro, y lo ató de la rienda en el palenque. Dió algunas -órdenes y volvió á la enramada sobando una manea.</p> - -<p>—Hermano—me dijo,—á mí me gusta hacer yo mismo -mis cosas. Así salen mejor. Mi apero no lo maneja -nadie, ni mis caballos tampoco. Mi padrino era lo mismo -cuando yo lo conocí. Á Dios gracias, soy hombre -sano.</p> - -<p>Después de esto cambiamos algunas palabras sin interés. -Por último me ofreció presentarme su familia.</p> - -<p>Mañana estaremos de recepción.</p> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_342"></a>[Pg 342]</span></p> -</div> - -<div class="footnotes"> -<p class="p4 center big2">NOTAS:</p> - -<div class="footnote"> - -<p><a id="Footnote_4" href="#FNanchor_4" class="label">[4]</a> La había sacado de oído oyéndosela tocar en la guitarra á -un desertor.</p></div></div> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_343"></a>[Pg 343]</span></p> -</div> - -<h2 class="no-break">XXXV</h2> - -<div class="blockquot"> - -<p>El toldo de Mariano Rosas visto de la enramada.—Preparativos -para recibirme.—Un bufón de Leubucó.—De visita.—Descripción -de un toldo.—La mesa.—El indio y el gaucho.—Paralelo -afligente.—Reflexiones.—La comida.—Un incidente gaucho.</p></div> - - -<p>La puerta del toldo de Mariano Rosas caía á la -enramada.</p> - -<p>Varias chinas y cautivas lo barrían con escobas de -biznaga, regaban el suelo arrojando en él jarros de -agua, que sacaban con una mano de un gran tiesto de -madera que sostenían con otra; colocaban á derecha é -izquierda asientos de cueros negros de carnero, muy lanudos, -ponían todo en orden, haciendo líos de los aperos, -tendiendo las camas, colgando en ganchos de madera, -hechos de horquetas de chañar, lazos, bolas, -riendas, maneadores y bozales.</p> - -<p>Una cuadrilla de indiecitos sacaba en cueros, -arrastrados mediante una soga de lo mismo, los montones -de basura é inmundicia que las chinas y cautivas -iban haciendo en simetría, revelando que aquella operación -era hecha con frecuencia.</p> - -<p>Un grupo de chinas de varias edades se peinaba con -escobitas de paja brava, arreglando sus largos y lustrosos -cabellos en dos trenzas de á tres gruesas guede<span class="pagenum"><a id="Page_344"></a>[Pg 344]</span>jas -cada una que remataban en una cinta pampa, y, -para ajustarlas y alisarlas mejor, las humedecían con -saliva, se pintaban unas á las otras con carmín en -polvo, los labios y los pómulos, se sombreaban los párpados -y se ponían lunarcitos negros con el barro consabido; -se ponían zarcillos, brazaletes, collares, se ceñían -el cuerpo bien con una ancha faja de vivos colores, y -por último, se miraban en espejitos redondos de plomo -de dos tapas, de unos que todo el mundo habrá visto en -nuestros almacenes.</p> - -<p>Yo veía todos estos preparativos, echando miradas -furtivas al interior del toldo.</p> - -<p>El negro del acordeón se presentó con su instrumento -en mano. Estaban identificados por lo visto, no podían -separarse; sin negro no había acordeón, sin acordeón -no había negro.</p> - -<p>Preludió un airecito y entonó unas coplas de su invención.</p> - -<p>También era poeta, ya lo previne, aunque haciendo -constar que sus baladas no recordaban las de Tirteo.</p> - -<div class="poetry-container pw15"> -<div class="poetry"> -<p>«Señor don Mariano Rosas<br /> -La familia ya lo espera.»</p> -</div> -</div> - -<p>Cantó el maestro de ceremonias de Leubucó, fiel judío -de la política, resuelto á esperar allí hasta la consumación -de sus días la venida del Mesías—el regreso -del Restaurador.</p> - -<p>Mariano le miró con esa cara benévola, con esa sonrisa -afectuosa con que los hombres ensoberbecidos por -el poder miran á sus palaciegos y aduladores.</p> - -<p>El negro que conocía su posición, hizo algunas piruetas -y danzó.</p> - -<p>Parecía un sátiro.</p> - -<p>Tenía la mota parada como cuernos, los ojos salta<span class="pagenum"><a id="Page_345"></a>[Pg 345]</span>dos -enrojecidos por el alcohol, unas narices anchas y -chatas llenas de excrecencias, unos labios gordos y rosados -como salchichas crudas.</p> - -<p>Se le hizo bueno su partido y siguió tocando su acordeón, -mirándome picarescamente, como quien dice: -ahora te tengo.</p> - -<p>La buena crianza no permitía manifestarme disgustado -de las gracias coreográficas, ni de la habilidad -musical de aquel valido predilecto y mimado del dueño -de casa.</p> - -<p>Al contrario, como Mariano Rosas me mirara, de -cuando en cuando sonriéndose, tenía que sonreirme.</p> - -<p>Los circunstantes festejaban las bufonadas del negro.</p> - -<p>Estaba radiante de júbilo; se sentaba al lado del -cacique: le palmeaba, le abrazaba y mirándole con -admiración, exclamaba ¡ah! ¡toro lindo! ¡Éste es -mi padre! ¡Yo doy por él la vida! ¿No es verdad, mi -amo?</p> - -<p>Mariano hacía un movimiento de aprobación con la -cabeza y en voz baja me decía: es muy fiel.</p> - -<p>¡Miserable condición humana!</p> - -<p>El hombre es el mismo en todas partes, se inclina á -los que lisonjean su necio orgullo, su amor propio, su -vanidad; huye y se aleja de los que se estiman lo bastante -para no envilecerse con la mentira.</p> - -<p>No en balde Dante ha colocado á los aduladores en -el Malebolge—la fosa maldita,—hundidos hasta las -narices en pestíferas letrinas.</p> - -<p>Llegaron más visitas.</p> - -<p>Todas fueron recibidas por Mariano con estudiada -cortesía, observando estrictamente el ceremonial.</p> - -<p>Y sabemos que consiste en una serie monótona de -preguntas y respuestas.</p> - -<p>Para todo el mundo había asiento.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_346"></a>[Pg 346]</span></p> - -<p>Después que terminaban los saludos, venía la presentación.</p> - -<p>Yo tenía que levantarme, que dar la mano, que abrazar -y que contestar con frases análogas, esas preguntas -y salutaciones:</p> - -<p>¡Me alegro de haberle conocido!</p> - -<p>¿Cómo le ha ido de camino?</p> - -<p>¿No ha perdido algunos caballos?</p> - -<p>¡Estamos muy contentos de verlo aquí!</p> - -<p>El negro tocaba, cantaba, bailaba y á quien mejor -le parecía le adjudicaba una patochada. Para él era -lo mismo que fuera un cacique que un capitanejo; un -indio que un cristiano. Tenía influencia en palacio y -podía usar y abusar de sus festejadas gracias.</p> - -<p>Llamé á los franciscanos para que los recién llegados -les conocieran.</p> - -<p>Vinieron. Con su aire dulce y manso saludaron todos, -siendo objeto de demostraciones de respeto. El sacerdote -es para los indios algo de venerando.</p> - -<p>Hay en ellos un germen fecundo que explotar en -bien de la religión, de la civilización y de la humanidad.</p> - -<p>Mientras tanto ¿qué se ha hecho?</p> - -<p>¿Cómo se llaman, pregunto yo, los mártires generosos -que han dado el noble ejemplo de ir á predicar el -Evangelio entre los infieles de esta parte del continente -americano?</p> - -<p>¿Cuántas cruces ha regado la barbarie con sangre -de misioneros propagadores de la fe?</p> - -<p>¡Ah! esta civilización nuestra puede jactarse de todo, -hasta de ser cruel y exterminadora consigo misma. -Hay, sin embargo, un título modesto que no puede -reivindicar todavía—es haber cumplido con los indígenas -los deberes del más fuerte.—Ni siquiera clementes -hemos sido. Es el peor de los males.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_347"></a>[Pg 347]</span></p> - -<p>La presencia de los franciscanos no fué un obstáculo -para que siguiera funcionando el acordeón.</p> - -<p>Yo estaba impaciente por entrar en el toldo de Mariano -y conocer su familia.</p> - -<p>En una de las vueltas que el negro daba, sentándose -acá y allá, se puso á mi lado.</p> - -<p>—Mira—le dije al oído,—si sigues tocando, en cuanto -llegue al Río 4.º mandaré lo que te dije, el organito -para Mariano.</p> - -<p>Me miró como diciéndome, por piedad no; y haciendo -callar el instrumento y dirigiéndose á Mariano le -dijo:</p> - -<p>—Ya está todo pronto.</p> - -<p>Mariano me invitó entonces á pasar al toldo, se -puso de pie y me enseñó el camino.</p> - -<p>Le seguí dejando á los franciscanos con las visitas -en la enramada.</p> - -<p>Entramos.</p> - -<p>Sus mujeres, que eran cinco, sus hijas que eran tres -y sus hijos que eran Epumer, Waiquiner, Amunao, -Lincoln, Duguinao y Piutrín, estaban sentados en -rueda.</p> - -<p>Á cierta distancia había un grupo de cautivas.</p> - -<p>Las chinas me saludaron con la cabeza, los varones -se pusieron de pie, me dieron la mano y me abrazaron.</p> - -<p>Las cautivas con la mirada. Me conmovieron.</p> - -<p>¿Quién no se conmueve con la mirada triste y llorosa -de una mujer?</p> - -<p>Mariano me enseñó un asiento, me senté; él se puso -á mi lado dándome la izquierda.</p> - -<p>En frente había otra fila de asientos. Entraron varios -indios y los ocuparon. Eran indios predilectos de -Mariano.</p> - -<p>Las chinas se levantaron y se pusieron en movimien<span class="pagenum"><a id="Page_348"></a>[Pg 348]</span>to. -En medio del toldo había tres fogones en línea y en -cada uno de ellos humeaban grandes ollas de puchero -y se tostaban gordos asados.</p> - -<p>Un toldo, es un galpón de madera y cuero. Las cumbreras, -horcones y costaneras son de madera; el techo -y las paredes de cuero de potro cosido con vena de -avestruz. El mojinete tiene una gran abertura; por -allí sale el humo y entra la ventilación.</p> - -<p>Los indios no hacen nunca fuego al raso. Cuando -van á malón tapan sus fogones. El fuego y el humo -traicionan al hombre en la Pampa, son su enemigo. -Se ven de lejos. El fuego es un faro. El humo una -atalaya.</p> - -<p>Todo toldo está dividido en dos secciones de nichos -á derecha é izquierda, como los camarotes de un buque. -En cada nicho hay un catre de madera, con colchones -y almohadas de pieles de carnero; y unos sacos -de cuero de potro colgados en los pilares de la -cama. En ellos guardan los indios sus cosas.</p> - -<p>En cada nicho pernocta una persona.</p> - -<p>De las teorías de Balzac sobre los lechos matrimoniales, -los indios creen que la mejor para la conservación -de la paz doméstica es la que aconseja cama separada.</p> - -<p>Como ves, Santiago amigo, el espectáculo que presenta -el toldo de un indio, es más consolador que el -que presenta el rancho de un gaucho. Y no obstante, -el gaucho es un hombre civilizado. ¿Ó son bárbaros? -¿Cuáles son los verdaderos caracteres de la barbarie?</p> - -<p>En el toldo de un indio, hay divisiones para evitar -la promiscuidad de los sexos: camas cómodas, asientos, -ollas, platos, cubiertos, una porción de utensilios -que revelan costumbres, necesidades.</p> - -<p>En el rancho de un gaucho falta todo. El marido, -la mujer, los hijos, los hermanos, los parientes, los<span class="pagenum"><a id="Page_349"></a>[Pg 349]</span> -allegados, viven juntos, y duermen revueltos. ¡Qué -escena aquélla para la moral!</p> - -<p>En el rancho del gaucho no hay generalmente puerta.</p> - -<p>Se sientan en el suelo, en duros pedazos de palo, ó -en cabezas de vaca disecadas. No usan tenedores, ni -cucharas, ni platos. Rara vez hacen puchero, porque -no tienen olla. Cuando lo hacen, beben el caldo en ella, -pasándosela unos á otros. No tienen jarro, un cuerno -de buey lo suple. Á veces ni esto hay. Una caldera no -falta jamás, porque hay que calentar agua para tomar -mate. Nunca tiene tapa. Es un trabajo taparla y -destaparla. La pereza se la arranca y la bota.</p> - -<p>El asado se asa en un asador de hierro, ó de palo, y -se come con el mismo cuchillo con que se mata al prójimo, -quemándose los dedos.</p> - -<p>¡Qué triste y desconsolador es todo esto! Me parte -el alma tener que decirlo. Pero para sacar de su -ignorancia á nuestra orgullosa civilización, hay que -obligarla á entablar comparaciones.</p> - -<p>Así se replegará cuanto antes sobre sí misma, y -comprenderá que la solución de los problemas sociales -de esta tierra es apremiante.</p> - -<p>La suerte de las instituciones libres, el porvenir de -la democracia y de la libertad serán siempre inseguros -mientras las masas populares permanezcan en la -ignorancia y atraso.</p> - -<p>El <em>cabrío emisario</em> de las leyes, tienen que ser las -costumbres. Dadme una asociación de hombres cualquiera -con hábitos de trabajo, con necesidades, con -decencia, y os prometo en poco tiempo un pueblo con -leyes bien calculadas. El bien es una utopía cuando la -semilla que debe producirlo no está sazonada. La aspiración -de la libertad racional es una quimera, cuando -los instrumentos que deben practicarla son corrompidos.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_350"></a>[Pg 350]</span></p> - -<p>Dios ha ligado fatalmente los efectos á las causas. -Ni los olmos dan peras, ni las instituciones sus frutos -donde las nociones del bien y del mal, de lo bueno y -de lo malo, no están universalmente encarnadas en -todo pecho. Siguiendo la ruta que llevamos, elevaremos -los andamios del templo; pero al levantar la bóveda, -el edificio se desplomará con estrépito y aplastará con -sus escombros á todos.</p> - -<p>Los artífices desaparecerán y el desaliento de los -que contemplaban su obra conducirá á la anarquía. -Por eso el primer deber de los hombres de estado es -conocer su país.</p> - -<p>Á los cinco minutos de estar en el toldo nos sirvieron -de comer. Á cada cual le pusieron delante un gran -plato de madera con puchero abundante de choclos y -zapallo, cubiertos, cuchara, tenedor, cuchillo y agua.</p> - -<p>Las cautivas eran las sirvientas. Algunas vestían -como indias, estaban pintadas como ellas. Otras ocultaban -su desnudez en andrajosos y sucios vestidos.</p> - -<p>¡Cómo me miraban estas pobres! ¡Qué mal disimulada -resignación traicionaban sus rostros! La que más -avenida parecía era la nodriza de la hija menor de -Mariano; había sido criada en la casa de don Juan -Manuel de Rosas. La cautivaron en Mulitas, en la -famosa invasión que trajo el indio Cristo, en la época -del gobierno de Urquiza, cuando lo que se robaba aquí -se vendía en las fronteras de Córdoba y San Luis.</p> - -<p>Yo no había comido más que un churrasquito, desde -el día antes; el puchero estaba muy apetitoso y -bien condimentado. Me puse, pues, á comer con tanta -gana como anoche en el Club del Progreso. Y como no -habían olvidado los trapos, como olvidaron las servilletas -allí, lo hice como un caballero.</p> - -<p>Terminado el puchero, trajeron asado, después sandías.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_351"></a>[Pg 351]</span></p> - -<p>Estábamos en los postres, cuando volvió á presentarse -el negro con su inseparable acordeón. Se sentó -como en su casa al lado de Mariano y comenzó la música. -Afortunadamente se había puesto muy ronco y -no podía cantar. Que te dure la ronquera, decía yo -para mis adentros, y lo miraba, haciéndole con la cabeza -una especie de amenaza de mandar el organito -ofrecido y temido por él. El sátrapa me miraba compasivamente. -Lo dejé seguir.</p> - -<p>Conversábamos como en un salón, cada uno con quien -quería.</p> - -<p>Los indios no dan cigarros á los cristianos que están -de visita. Para fumar yo, tuve que regalar de los míos -á todos.</p> - -<p>Los indiecitos nos alcanzaban fuego, y cuando se -quedaban jugando ó distraídos, Mariano los aventaba -diciéndoles: Salgan de ahí, no falten al respeto á sus -mayores, eran sus palabras casi textuales. Observé que -eran en este sentido bien criados.</p> - -<p>Mariano, queriendo ponderarme uno de sus hijos -me dijo:</p> - -<p>—Éste es muy gaucho.</p> - -<p>Después me explicaron la frase. El indiecito ya robaba -maneas y bozales. Más tarde completaría su educación -robando ovejas, después vacas. Es la escala.</p> - -<p>En seguida me presentó otro.</p> - -<p>Era un muchacho de <em>trece</em> años, no podía tener -más. Y eso debía tener por la época en que me aseguraran -había nacido. Su mérito consistía en tener mujer -ya. Su cara no carecía de atractivos; tenía bastante -expresión. Revelaba excesos prematuros, un tísico en -perspectiva.</p> - -<p>Fumábamos y charlábamos alegremente, cuando se -presentó Epumer, con mi capa colorada, la capa cau<span class="pagenum"><a id="Page_352"></a>[Pg 352]</span>sante -de tantos malos ratos y dolores de cabeza. Confieso -que no me pareció tan fea.</p> - -<p>Me saludó con política y me habló con cariño.</p> - -<p>Pidió aguardiente, y Mariano le dijo en su lengua, -que no era hora de beber.</p> - -<p>Sentóse y tomó parte en la conversación.</p> - -<p>Una cara, que yo no había visto desde que llegamos, -cuya aparición por allí debía preocuparme, se -mostró por una rendija del toldo y con disimulo me -hizo una seña significativa.</p> - -<p>Fingí un pretexto. Se lo comuniqué á mi huésped y -le pedí permiso para retirarme, y me retiré diciéndome -á mí mismo, lleno de curiosidad: ¿qué habrá?</p> - - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_353"></a>[Pg 353]</span></p> - -<h2 class="nobreak">XXXVI<a id="FNanchor_5" href="#Footnote_5" class="fnanchor">[5]</a></h2> -</div> - -<div class="blockquot"> - -<p>Por qué se me presentaba Camilo Arias.—Caracteres de este -hombre y de nuestros paisanos.—El indio Blanco.—Sus amenazas.—Le -pido una entrevista á Mariano Rosas.—Me tranquiliza.—Costumbre -de los indios.—No existe la prostitución -de la mujer soltera.—Qué es <em>cancanear</em>.—El pudor entre las indias.—La -mujer casada.—De cuántos modos se casan las indias.—Las -viudas.—Escena con Rufino Pereira.—Igualdad.—Miguelito -intercede por Rufino.</p></div> - - -<p>La cara era la de Camilo Arias.</p> - -<p>Salí del toldo, entré en la enramada, eché una visual -hacia el lado por donde me habían llamado la -atención, y viendo que aquél se dirigía á mi rancho, -haciendo un rodeo, me apresuré á entrar en él.</p> - -<p>Entré luego.</p> - -<p>Hice salir á los que estaban dentro; al capitán Rivadavia -le ordené que estuviera en acecho de los espías -<span class="pagenum"><a id="Page_354"></a>[Pg 354]</span>que, según costumbre, debían observar mis movimientos -y escuchar mis conversaciones; y á otro oficial, -que con todo disimulo se acercara á Camilo y le dijera -que podía entrar.</p> - - -<p>Mi fiel y adicto compañero de tantas correrías por la -frontera no se hizo esperar.</p> - -<p>Según mis instrucciones, no se me había acercado -desde el día que llegamos á Leubucó.</p> - -<p>Algo grave, alarmante ó que convenía que yo no -ignorase acontecía, cuando se me presentaba.</p> - -<p>Él no era hombre de alarmarse, ni de faltar á su consigna -sin razón. Tenía toda la sangre fría, toda la astucia, -toda la experiencia del mundo, que tan prematuramente -adquieren nuestros paisanos; son condiciones -características en ellos, que la vida errante y azarosa -que llevan desarrolla en sumo grado.</p> - -<p>Es cosa que pasma verlos desde chiquitos cruzar los -campos solos, á toda hora del día y de la noche, en un -mancarrón ó picando una carreta; alejarse de las casas -ó de las poblaciones, á bolear avestruces, guanacos ó -gamas, á <em>peludear</em> ó <em>quirquinchar</em>, dormir entre las -pajas, desafiar las intemperies, casi desnudos, con el caballo -de la rienda, y precaverse contra todas eventualidades, -de los indios, de los cuatreros, de los ladrones.</p> - -<p>Apenas entró Camilo en el rancho, le pregunté:</p> - -<p>—¿Qué hay?</p> - -<p>Miró á su alrededor, se cercioró de que no había nadie, -y dudando aun del testimonio de sus sentidos, se -me acercó al oído y me dijo:</p> - -<p>—El indio Blanco ha venido.</p> - -<p>—¿Y qué?...—le contesté encogiéndome de hombros.</p> - -<p>—Está en una pulpería y dice que si Mariano Rosas -ha hecho la paz, él no la ha hecho.</p> - -<p>—¿Y quién está con él?</p> - -<p>—Varios indios y cristianos.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_355"></a>[Pg 355]</span></p> - -<p>—¿Y qué dicen?</p> - -<p>—Lo mismo que él, que si Mariano Rosas ha hecho -la paz, ellos no la han hecho.</p> - -<p>—¿Nada más dicen?</p> - -<p>—Sí, dicen más; dicen que ya lo veremos.</p> - -<p>—¿Y cómo lo has sabido?</p> - -<p>—Haciéndome el zonzo, el que no entendía, me allegué -á ellos, y como algo entiendo su lengua he comprendido -todo.</p> - -<p>—Bien, retírate, cuidado esta noche con los caballos.</p> - -<p>—No hay cuidado, señor.</p> - -<p>Se marchó, y me quedé pensando qué haría. Después -de un momento de reflexión, resolví decirle á -Mariano Rosas lo que ocurría.</p> - -<p>Llamé al capitán Rivadavia y le ordené que le -anunciara mi visita.</p> - -<p>Me contestó que podía ir cuando gustase.</p> - -<p>Volví á su toldo, despidió á las visitas, y cuando -nos quedamos solos le referí el caso.</p> - -<p>Por más que quiso disimular, le conocí que la conducta -del indio Blanco le irritaba, porque desconocía -su autoridad.</p> - -<p>—No tenga cuidado, hermano—me dijo, y mandó á -uno de sus hijos que llamara á Camargo.</p> - -<p>Mientras éste vino, me enteró de algunas costumbres -de su tierra.</p> - -<p>—Hermano—me dijo, más ó menos,—aquí á mi toldo -puede entrar á la hora que guste, con confianza, de -día ó de noche es lo mismo. Está en su casa. Los indios -somos gente franca y sencilla, no hacemos ceremonia -con los amigos, damos lo que tenemos, y cuando -no tenemos pedimos.</p> - -<p>No sabemos trabajar, porque no nos han enseñado. -Si fuéramos como los cristianos, seríamos ricos, pero<span class="pagenum"><a id="Page_356"></a>[Pg 356]</span> -no somos como ellos y somos pobres. Ya ve cómo vivimos. -Yo no he querido aceptar su ofrecimiento de hacerme -una casa de ladrillo, no porque desconozca que -es mejor vivir bajo de un techo que como vivo, sino -porque, ¿qué dirían los que no tuviesen las mismas -comodidades que yo? Que ya no vivía como vivió mi -padre, que me había hecho hombre delicado, que soy -un flojo.</p> - -<p>Era excusado refutar estas razones; me limitaba á -escuchar con atención y manifiesto interés.</p> - -<p>Siguió hablando y me explicó, que entre los indios -no existe la prostitución de la mujer soltera. Ésta -se entrega al hombre de su predilección. El que quiere -penetrar en un toldo de noche, se acerca á la cama de -la china que le gusta y le habla.</p> - -<p>Ni el padre, ni la madre, ni los hermanos le dicen -una palabra. No es asunto de ellos, sino de la china. -Ella es dueña de su voluntad y de su cuerpo, puede hacer -de él lo que quiera. Si cede, no se deshonra, no es -criticada, ni mal mirada. Al contrario, es una prueba -de que algo vale; de otra manera no la habrían solicitado, -ó <em>cancaneado</em>.</p> - -<p>En lengua araucana, el acto de penetrar en un toldo -á deshoras de la noche se llama <em>cancanear</em> y <em>cancán</em> -equivale á seducción.</p> - -<p>Los filólogos franceses pueden averiguar si estos vocablos -se los han tomado los indios á los galos ó éstos -á los indios.</p> - -<p>Yo sólo sé decir que es muy curioso que entre indios -y franceses <em>cancanear</em> y <em>cancán</em>, respondan á ideas que -se relacionan con Cupido y sus tentaciones.</p> - -<p>Como se ve, la mujer soltera es libre como los pájaros -para los placeres del amor entre los indios.</p> - -<p>¿Se creerá por esto que la licencia es general entre -ellos, que los Lovelace abundan y que no hay más que<span class="pagenum"><a id="Page_357"></a>[Pg 357]</span> -fijarse en una china para exclamar después: <em>fuí, vi y -vencí</em>?</p> - -<p>No tal.</p> - -<p>La libertad es un correctivo en todo. Como la lanza -del guerrero antiguo, ella cura las mismas heridas que -hace. Esta verdad es vieja en el mundo.</p> - -<p>La libertad trae la licencia, pero la licencia tiene su -antídoto en la licencia misma.</p> - -<p>En cuanto á la libertad de la mujer, esta observación -social ha sido hecha ya no recuerdo por quien.</p> - -<p>Las francesas se casan para ser libres; las inglesas -para dejar de serlo. ¿Cuáles son los efectos? Que en -Francia es mayor el número de mujeres solteras seducidas -y en Inglaterra el de casadas.</p> - -<p>Y, por regla general, los predestinados del matrimonio -son los celosos. ¿Por qué? porque el pudor es el -mayor cancerbero de la mujer.</p> - -<p>¿Existe el pudor entre las indias? se me preguntará -quizá mañana por algunos curiosos.</p> - -<p>Para ahorrarme contestaciones, anticiparé que en -todas partes del mundo, así entre los pueblos civilizados, -como entre las tribus salvajes más atrasadas, la -mujer tiene el instinto de saber que el pudor aumenta -el misterio del amor.</p> - -<p>De lo contrario, sería cosa de hacerse uno indio mañana -mismo, de renunciar á la seguridad de las fronteras -y dejarnos conquistar por las Ranqueles.</p> - -<p>Al lado de la mujer soltera, la mujer casada es una -esclava, entre los indios.</p> - -<p>La mujer soltera tiene una gran libertad de acción; -sale cuando quiere, va donde quiere, habla con quien -quiere, hace lo que quiere.</p> - -<p>La mujer casada, depende de su marido para todo.</p> - -<p>Nada puede hacer sin permiso de éste.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_358"></a>[Pg 358]</span></p> - -<p>Tiene sobre ella derecho de vida ó muerte.</p> - -<p>Por una simple sospecha, por haberla visto hablando -con otro hombre, puede matarla.</p> - -<p>¡Así son de desgraciadas!</p> - -<p>Y tanto más cuanto que quieran ó no, tienen que casarse -con quien las pueda comprar.</p> - -<p>Hay tres modos de casarse.</p> - -<p>El primero es como en todas partes. Con consentimiento -de los padres y por amor, con el apéndice de -que hay que pagarles á aquéllos. En este caso, si después -de casada una china, se le escapa al marido y se -refugia en casa de sus padres, el tonto que se casó por -amor, pierde mujer y cuanto por ella dió.</p> - -<p>El segundo, consiste en rodear el toldo de la china -que se quiere, acompañado de varios y en arrancarla -á viva fuerza, con el beneplácito y ayuda de sus padres. -En este otro caso, también hay que pagar; pero -más que en el anterior. Si la mujer huye después y -se refugia en el toldo paterno, hay que entregarla.</p> - -<p>El tercero, es parecido al anterior; se rodea el toldo -de la china, con el mayor número de amigos posible, -y quiera ella ó no, quieran los padres ó no, se la arranca -á viva fuerza. Pero en este caso hay que pagar mucho -más que en el otro. Si la mujer huye después y se -refugia en el toldo paterno, la entregan ó no. Si no -la entregan los padres, en uso de su derecho, el marido -pierde lo que pagó. Y el loco que se casó á la fuerza, -por la pena es cuerdo.</p> - -<p>No están tan mal las cosas dispuestas entre los indios; -el amor y la violencia exponen á iguales riesgos.</p> - -<p>Un indio puede casarse con dos ó más mujeres; generalmente -no tienen más que una, porque casarse es -negocio serio, cuesta mucha plata.</p> - -<p>Hay que tener muchos amigos que presten las pren<span class="pagenum"><a id="Page_359"></a>[Pg 359]</span>das -que deben darse en el primer caso, y en el segundo -y tercero las prendas y el auxilio de la fuerza.</p> - -<p>Sólo los caciques y los capitanejos tienen más de una -mujer.</p> - -<p>La más antigua es la que regenta el toldo; las demás -tienen que obedecerle, aunque hay siempre una -favorita que se substrae á su dominio.</p> - -<p>Las viudas representan un gran papel entre los indios -cuando son hermosas.</p> - -<p>Son tan libres como las solteras en un sentido, en -otro más, porque nadie puede obligarlas á casarse, ni -robarlas.</p> - -<p>De manera, que las tales viudas, lo mismo entre los -indios que entre los cristianos, son las criaturas más -felices del mundo.</p> - -<p>Con razón hay mujeres que corren el riesgo de casarse -á ver si enviudan.</p> - -<p>El cacique Epumer está casado con una viuda y no -tiene más que una mujer.</p> - -<p>Yo la encontré muy hermosa<a id="FNanchor_6" href="#Footnote_6" class="fnanchor">[6]</a> é interesante, y en -una visita que la hice me recibió con suma amabilidad -y gracia.</p> - -<p>Es una india cuyo porte y aseo sorprenden.</p> - -<p>¡Viuda había de ser la que lograse dominar á un -hombre como Epumer, bravío, impetuoso, tremendo!</p> - -<p>Terminaba Mariano Rosas sus lecciones ranquelinas, -cuando llegó su hijo con Camargo.</p> - -<p>—Teniente—le dijo,—vaya, dígale á Epumer que he -sabido que Blanco ha llegado y que anda hablando lo -que no debe; que lo cite para la junta que debe haber, -y que si no calla ya sabe.</p> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_360"></a>[Pg 360]</span></p> -<p>Este <em>ya sabe</em> quería decir que lo matasen si era necesario, -si no obedecía.</p> - -<p>Camargo obedeció y salió, volviendo al rato con la -contestación de Epumer.</p> - -<p>Decía éste, que ya había sabido lo que andaba hablando -Blanco y que le había hecho decir que se moderase.</p> - -<p>Oyendo esto Mariano, me dijo:</p> - -<p>—Ya ve, hermano, cómo no hay cuidado. No haga -caso de ese indio. Yo he de hacer que se someta, y de -no, que se vaya. Cuando oyó decir que nos iban á invadir, -dejó el «Cuero» y sin mi permiso se fué para -Chile con cuanto tenía. Y ahora que sabe que estamos -de paz, que no hay temor de que nos invadan, vuelve. -Ése es amigo para los buenos tiempos. No ha de hacer -nada, es pura boca.</p> - -<p>Camargo confirmó todo cuanto dijo Mariano y agregó -algunas observaciones muy de gaucho, como por -ejemplo: yo sé dónde ese indio pícaro tiene la vida.</p> - -<p>En estas pláticas estábamos y la hora de comer se -acercaba, cuando entrando el capitán Rivadavia, me -dijo que me esperaban con la comida pronta.</p> - -<p>Saqué el reloj, y haciéndoselo ver á Mariano, dije:</p> - -<p>—Las cuatro.</p> - -<p>El indio lo miró, como dándome á entender que estaba -familiarizado con el objeto y me dijo:</p> - -<p>—Muy bueno, yo tengo uno de plata. Pero no lo uso. -Aquí no hay necesidad.</p> - -<p>—Es verdad—le contesté.</p> - -<p>Y él repuso:</p> - -<p>—Vaya, no más, hermano, á comer, ya es un poco -tarde.</p> - -<p>Salí, pues, nuevamente del toldo, comí, y al entrarse -el sol, volví á la enramada.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_361"></a>[Pg 361]</span></p> - -<p>Mariano estaba sentado con unos cuantos indios medio -<em>achumado</em> con ellos.</p> - -<p>Me ofrecieron asiento, lo acepté.</p> - -<p>Bebían aguardiente.</p> - -<p>Me hicieron un <em>yapaí</em>, acepté.</p> - -<p>Me hicieron otro, acepté.</p> - -<p>Me hicieron otro, acepté.</p> - -<p>Felizmente para mis entrañas, la copa en que echaban -el aguardiente era un cuerno muy pequeñito, y la -botella de aguardiente estaba ya por acabarse en los -momentos que llegué.</p> - -<p>Mariano se había quedado meditabundo con la vista -fija en el suelo.</p> - -<p>Los otros indios se iban durmiendo.</p> - -<p>Yo me engolfaba no sé en qué pensamientos, cuando -un hombre de <em>mi séquito</em> se presentó, manteniendo el -equilibrio con dificultad y teniendo un cuchillo en una -mano y una botella de aguardiente en la otra.</p> - -<p>Al verle, la cólera paralizó la circulación de mi sangre.</p> - -<p>—¡Retírate, Rufino!—le grité.</p> - -<p>No me obedeció y siguió avanzando.</p> - -<p>—¡Retírate!—volví á gritarle con más fuerza.</p> - -<p>No me obedeció tampoco y siguió avanzando, y ofreciéndole -la botella á Mariano Rosas, le dijo:</p> - -<p>—Tome, mi General.</p> - -<p>Mariano la tomó.</p> - -<p>Se la quité. Aquel momento era decisivo para mí. -Si me dejaba faltar al respeto por uno de mis mismos -soldados era hombre perdido.</p> - -<p>Y quitándosela, eché mano al puñal y gritándole al -gaucho, <em>¡retírate!</em> con más fuerza que antes, me abalancé -sobre él, saltando por sobre varios indios.</p> - -<p>Rufino obedeció entonces y huyó. Volví sobre mis -pasos y me senté agitadísimo; la bilis me ahogaba.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_362"></a>[Pg 362]</span></p> - -<p>Mariano, que no se había movido de su sitio, me dijo -con estudiosa calma y siniestra expresión:</p> - -<p>—Aquí somos todos iguales, hermano.</p> - -<p>—No, hermano—le contesté.—Usted será igual á sus -indios. Yo no soy igual á mis soldados. Ese pícaro me -ha faltado al respeto, viniendo ebrio adonde yo estoy -y negándose á obedecerme á la primera intimación de -que se retirara. Aquí más que en ninguna parte me -deben respetar los míos.</p> - -<p>El indio frunció el ceño, tomando su fisonomía una -expresión en la que me pareció leer: este hombre es -audaz.</p> - -<p>Yo no calculé el efecto, aunque comprendí que si me -dejaba dominar por el borracho me desprestigiaba á -los ojos de aquel bárbaro.</p> - -<p>Nos quedamos en silencio un largo rato.</p> - -<p>Ni él ni yo queríamos hablar.</p> - -<p>Él murmuró de nuevo: «aquí todos somos iguales».</p> - -<p>Mi contestación fué, viendo que Rufino armaba un -alboroto en el fogón de mis asistentes, gritar, fingiéndome -furioso, porque había recobrado la serenidad:</p> - -<p>—Pónganle una mordaza.</p> - -<p>El indio arrugó más la frente. Yo hice lo mismo y -permanecimos mudos.</p> - -<p>Miguelito nos sacó del abismo de nuestras reflexiones.</p> - -<p>Venía á interceder por Rufino, ofreciéndome cuidarle -él mismo.</p> - -<p>Me pareció oportuno ceder.</p> - -<p>—Llévalo—le dije.—¡Pero cuidado!</p> - -<p>Rufino oyó y contestó: no hay cuidado, mi Coronel, -y comenzó á dar vivas al coronel Mansilla.</p> - -<p>Le hice señas con el dedo que callara, obedeció.</p> - -<p>Un momento después oíase en un toldo vecino, en el -que había una pulpería, su voz tonante.</p> - -<p>Mariano me dijo:</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_363"></a>[Pg 363]</span></p> - -<p>—Están alegres los mozos.</p> - -<p>—Sí—le contesté secamente,—y dándole las buenas -tardes, le dejé solo.</p> - -<p>La noche se acercaba, lo mandé traer á Rufino y le -hice acostar á dormir.</p> - -<p>Rufino tiene una historia.</p> - -<p>Es un tipo de gaucho malo.</p> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_364"></a>[Pg 364]</span></p> -</div> - -<div class="footnotes"> -<p class="p4 center big2">NOTAS:</p> - -<div class="footnote"> - -<p><a id="Footnote_5" href="#FNanchor_5" class="label">[5]</a> Esta carta será mejor que no la lean las señoras.</p></div> - -<div class="footnote"> - -<p><a id="Footnote_6" href="#FNanchor_6" class="label">[6]</a> Con permiso de los que pretenden que los gustos se pueden -discutir.</p></div></div> - -<div class="chapter"> -<p><span class="pagenum"><a id="Page_365"></a>[Pg 365]</span></p> -</div> - -<h2 class="no-break">XXXVII</h2> - -<div class="blockquot"> - -<p>El fogón al amanecer.—Quién era Rufino Pereira.—Su vida y -compromisos conmigo.—Cómo consiguen los indios que los -caballos de los cristianos adquieran más vigor.</p></div> - - -<p>Dormí muy bien sin que nadie ni nada me interrumpiera.</p> - -<p>El hombre se aviene á todo.</p> - -<p>Mi cama desigual y dura, me pareció de plumas.</p> - -<p>Si no me hubieran faltado algunas cobijas, podría -decir que pasé una noche deliciosa.</p> - -<p>Me levanté con el lucero del alba, gritando:</p> - -<p>—¡Fuego! ¡fuego!</p> - -<p>En un abrir y cerrar de ojos hice mi <i lang="fr" xml:lang="fr">toilette</i>, á la -luz de un candil.</p> - -<p>Salí del rancho.</p> - -<p>El fogón ardía ya y el agua hervía en la caldera.</p> - -<p>Me puse á <em>matear</em>, divirtiéndome en escuchar los -dicharachos y los cuentos de los soldados.</p> - -<p>Cada uno tenía una anécdota que referir.</p> - -<p>Á todos les había pasado algo con los indios.</p> - -<p>El uno había tenido que dar hasta los cigarros; el -otro las botas; éste el poncho; aquél la camisa.</p> - -<p>Sólo un mendocino, muy agarrado, había tenido el -talento de hacerse sordo y mudo. Los pedigüeños no -habían podido con él.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_366"></a>[Pg 366]</span></p> - -<p>Mientras amanecía, me puse á hacerles un curso sobre -la conducta y el porte que debían observar; sobre -los inconvenientes de que no fuesen moderados, de que -no cuidasen y respetasen á sus superiores más que -nunca.</p> - -<p>Comprendían perfectamente mis razones, y las escuchaban -con religiosa atención.</p> - -<p>Á Rufino le eché un sermón con aspereza.</p> - -<p>Este Rufino era un gaucho de Villanueva, con quien -nadie podía.</p> - -<p>Azote de los campos, le tomaron y le destinaron al -12 de línea, junto con otros de su jaez, haciéndome el -Comandante militar las mayores recomendaciones, previniéndome -que tuviera con él muchísimo cuidado, -porque era un hombre de avería.</p> - -<p>Comprendiendo que en el batallón 12 de línea sería -un mal elemento, á los tres días de destinado lo hice -venir á mi presencia.</p> - -<p>Le habían cortado su larga cabellera, le habían encasquetado -ya el kepis, plantificado la chaquetilla y la -bombacha.</p> - -<p>El gaucho había desaparecido bajo el exterior del -recluta.</p> - -<p>Era un hombre alto, fornido, de grandes ojos negros, -de fisonomía expresiva, de mirada inquieta, de movimientos -fáciles, de aspecto resuelto, en suma.</p> - -<p>Entablé con él el siguiente diálogo:</p> - -<p>—¿Cómo te llamas?</p> - -<p>—Rufino Pereira.</p> - -<p>—¿De dónde eres?</p> - -<p>—No sé.</p> - -<p>—¿Dónde has nacido?</p> - -<p>—No sé.</p> - -<p>—¿Quiénes son tus padres?</p> - -<p>—No sé.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_367"></a>[Pg 367]</span></p> - -<p>—¿En qué trabajabas antes de ser soldado?</p> - -<p>—En nada.</p> - -<p>—¿Sabes por qué te han destinado?</p> - -<p>—No sé.</p> - -<p>—Dicen que eres ladrón, cuatrero y asesino.</p> - -<p>—Así será.</p> - -<p>—¿Pero tú qué crees?</p> - -<p>—Yo no soy hombre malo.</p> - -<p>—¿Qué eres entonces?</p> - -<p>—Soy hombre gaucho.</p> - -<p>—Pero, por eso solamente no te han de haber destinado.</p> - -<p>—Es que los jueces no me quieren.</p> - -<p>—No te habrás querido someter á su autoridad.</p> - -<p>—No me ha gustado ser soldado; cuando he sabido -que me buscaban, he andado á monte. He peleado algunas -veces con la partida, y la he corrido.</p> - -<p>—¿Eso es todo lo que has hecho?</p> - -<p>—Todo.</p> - -<p>—Pero me has dicho que no trabajabas en nada, y -para vivir sin hacer daño al prójimo es menester trabajar -en algo. Te vuelvo á preguntar, ¿de qué vivías?</p> - -<p>—Soy jugador.</p> - -<p>—¿Pero cómo es posible que digan que eres ladrón, -cuatrero y asesino, si no lo eres?</p> - -<p>—Me han achacado las cosas de otros compañeros -que no he querido delatar, y dirán que soy asesino, -porque les he dado algunos tajos á los de la partida.</p> - -<p>—¿Quieres que hagamos un trato?</p> - -<p>—Como usted quiera, Coronel.</p> - -<p>—¿Tienes palabra?</p> - -<p>—Sí, señor.</p> - -<p>—¿Tienes honor?</p> - -<p>Rufino no contestó.</p> - -<p>—¿Sabes lo que es el honor?</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_368"></a>[Pg 368]</span></p> - -<p>Volvió á guardar silencio.</p> - -<p>—El honor consiste en cumplir uno siempre su palabra, -aunque le cueste la vida. ¿Me entiendes ahora?</p> - -<p>—Sí, Coronel.</p> - -<p>—Bien, vas á ser mi asistente, vas á cuidar mis caballos, -vas á ser mi hombre de confianza, y ahora mismo -te voy á hacer poner en libertad.</p> - -<p>El gaucho no contestó una palabra.</p> - -<p>—¿Te animas á servirme bien? Yo no puedo darte -la baja. Tienes que ser soldado; te ayudaré en tus -necesidades. ¿Qué te parece? ¿Te animas?</p> - -<p>—Sí, mi Coronel.</p> - -<p>Sólo entonces el gaucho me dijo al contestarme: <em>mi -Coronel</em>.</p> - -<p>Di las órdenes en el cuerpo, y al rato andaba Rufino -por Villanueva, como uno de tantos militares.</p> - -<p>Vinieron á avisarme que se había desertado, y expliqué -lo que había.</p> - -<p>Me aseguraron que se iría, y contesté que lo dudaba.</p> - -<p>Yo decía para mis adentros:</p> - -<p>—Si el bandido se va, porque tiene la libertad de -hacerlo, se irá solo, no llevará otros consigo.</p> - -<p>Yo vivía en la casa de Belzor Moyano.</p> - -<p>Allí vivía él.</p> - -<p>Todo el mundo estaba asombrado, tal era el terror -que Rufino Pereira inspiraba.</p> - -<p>Una mañana estaba él en el zaguán, mientras yo -hablaba en la puerta de la calle con un sargento de la -partida de Policía.</p> - -<p>Entré con el sargento á mi cuarto, que tenía puerta -al zaguán, y detrás de mí, sin que yo lo viera, entró -Rufino.</p> - -<p>Cuando me apercibí de su presencia, estaba sentado -en una silla.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_369"></a>[Pg 369]</span></p> - -<p>—¿Por qué no se acuesta, amigo, en la cama—le -dije,—con confianza?</p> - -<p>Al oir esta irónica insinuación se puso de pie.</p> - -<p>—Hola—le dije,—¿conque sabías que no debías sentarte -delante de tu jefe, ni entrar cuando él no te llamara?</p> - -<p>Y esto diciendo le saqué de allí á fuertes empellones.</p> - -<p>El gaucho hizo pie y se encrespó diciéndome con -una tonada la más cordobesa, con tonada de la Sierra:</p> - -<p>—¿Y si no sé, por qué no me enseña pues?</p> - -<p>—Pues, por esa compadrada, toma—le dije, y le di -algo que solemos dar los militares cuando queremos -aventar un recluta que no tiene el instinto de la disciplina -y del respeto á sus superiores.</p> - -<p>Durante algunos días el gaucho anduvo con el ceño -fruncido, mirándome de reojo, como viendo el lugar -de mi cuerpo que más le convenía para acomodarme -una puñalada.</p> - -<p>No había más que un solo medio de dominarle; -despreciarle é inspirarle confianza plena á la vez.</p> - -<p>Llamélo y le dije:</p> - -<p>—Mañana, en cuanto salga el lucero, ensillas mi -zaino grande, empujas la puerta de mi cuarto, entras -despacio, te acercas á mi cama, me llamas, y si no me -despierto, me mueves.</p> - -<p>Preparé un rollo de cincuenta bolivianos y una carta -para el Comandante Racedo, del Batallón 12 de -línea, que estaba de allí cinco leguas, diciéndole:</p> - -<p>«Eso que lleva Rufino Pereira, es con el objeto de -probarle, despáchele sin demora, y anote la hora en -que llega y la hora en que sale.»</p> - -<p>Yo tengo el sueño sumamente liviano.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_370"></a>[Pg 370]</span></p> - -<p>Á la hora consabida, sentí que abrían la puerta de -mi cuarto; fingí que roncaba. Rufino entró, llegó hasta -mi cama, caminando despacito, porque el cuarto estaba -completamente á obscuras.</p> - -<p>—Mi Coronel—me dijo.—No contesté. Volvió á llamarme. -Hice lo mismo. Me llamó por tercera vez. Permanecí -mudo. Me tocó y me movió. Sólo entonces, contestando -como quien despierta de un sueño profundo:</p> - -<p>—¿Quién es?—pregunté.</p> - -<p>—Yo soy.</p> - -<p>—Busca los fósforos que están ahí, en la silla, al -lado de la cabecera, y prende la vela.</p> - -<p>Rufino obedeció, y tanteando encontró los fósforos, -sacó fuego y se hizo la luz.</p> - -<p>Sin incorporarme siquiera metí la mano bajo la -cabecera, saqué el rollo de bolivianos y la carta, y dándoselos, -le dije:</p> - -<p>—¿Sabes dónde queda el arroyo de Cabral?</p> - -<p>—Sí, mi Coronel.</p> - -<p>—¿Has ensillado el zaino?</p> - -<p>—Sí, mi Coronel.</p> - -<p>—Llévale eso al Comandante Racedo, y á las doce -estás de vuelta. Son diez leguas. No tienes por qué -apurarte. No me vayas á sobar el pingo.</p> - -<p>—No—contestó. Se cuadró militarmente, hizo la venia, -dió media vuelta y salió.</p> - -<p>Apagué la luz y me quedé dormido. Me había acostado -muy tarde. Esa noche había estado en un baile.</p> - -<p>Dormía profundamente, sentí pisadas cerca de mi -cama, me desperté, abrí los ojos, miré—Rufino Pereira -estaba ahí, de vuelta, alargándome la mano con -una carta.</p> - -<p>La tomé, rompí la nema y leí.</p> - -<p>Racedo me decía: «Entregó todo á las nueve y media -y regresa.»</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_371"></a>[Pg 371]</span></p> - -<p>Desde ese día seguí tratando á Rufino Pereira con -la mayor confianza, y el gaucho me sirvió en todo honradamente, -hasta en cosas reservadas.</p> - -<p>Nuestros campos están llenos de Rufinos Pereiras.</p> - -<p>La raza de este ser desheredado que se llama <em>gaucho</em>, -digan lo que quieran, es excelente y como blanda -cera, puede ser modelada para el bien; pero falta, triste -es decirlo, la protección generosa, el cariño y la benevolencia. -El hombre suele ser hijo del rigor, pero inclinado -naturalmente al mal, hay que contrariar sus -tendencias, despertando en él ideas nobles y elevadas, -convenciéndonos de que más se hace con miel que con -hiel.</p> - -<p>Durante dos años, Rufino, el gaucho malo de Villanueva, -el bandido famoso, temido por todos, acusado -de todo linaje de iniquidades—sólo cometió un -desliz,—el que le hizo presentarse ebrio delante de Mariano -Rosas y de mí.</p> - -<p>Fiel á mi regla de conducta, á mis propósitos y á -mis convicciones arraigadas, por el estudio que he hecho -del corazón, de la humanidad, después del reto le -di al gaucho una porción de consejos útiles, exhortándolo -con cariño á que no los echase en saco roto.</p> - -<p>Me prometió no volver á incurrir en la falta cometida, -y lo cumplió.</p> - -<p>El licor se le iba á la cabeza fácilmente. Mientras -estuvimos entre los indios no volvió á beber.</p> - -<p>El disco de fuego del sol, resplandeciendo en el horizonte, -lo teñía con ricos colores de púrpura y mieles.</p> - -<p>Hacía un rato que había amanecido.</p> - -<p>Resolví irme á bañar al jagüel. Me puse de pie, -abandoné el fogón y tomé el camino del baño.</p> - -<p>Había andado unos pocos pasos, cuando me encontré -con Mariano Rosas. Venía del jagüel, sus mojadas -melenas y la frescura de su tez lo revelaban.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_372"></a>[Pg 372]</span></p> - -<p>Nos saludamos con cariño.</p> - -<p>—Voy á bañarme, hermano—le dije.</p> - -<p>—Yo acabo de hacer lo mismo—me contestó,—y -ahora voy á varear mi caballo.</p> - -<p>Marchamos en opuesto rumbo.</p> - -<p>Yo regresaba del baño y él regresaba con su caballo -cubierto de espumoso sudor.</p> - -<p>Llegó, se apeó, lo desensilló, lo soltó y ensilló otro -que estaba atado al palenque. Terminada la operación -le puso el freno y lo volvió á atar de la rienda.</p> - -<p>Los indios hacen esta operación todas las mañanas.</p> - -<p>Cuando nos roban caballos, empiezan por soltarlos -en los montes para que se aquerencien y <em>tomen el pasto</em>. -Una vez conseguido esto, hoy ensillan un caballo, -mañana otro, y así sucesivamente, y al salir el sol -los galopan fuerte por el campo más quebrado, más -arenoso, más lleno de médanos.</p> - -<p>Nuestros caballos, mediante una segunda educación, -cobran un vigor extraordinario. Y como durante -veinticuatro horas permanecen al palo, sin comer ni -beber, con el freno puesto, resisten asombrosamente á -las más largas privaciones.</p> - -<p>De ahí la superioridad del indio en la guerra de -fronteras.</p> - -<p>Toda su estrategia estriba en huir, esquivando el -combate. Son ladrones, no guerreros. Pelear es para -ellos el recurso extremo. Su gloria consiste en que el -malón sea pingüe y en volver de él con el menor número -de indios sacrificados en aras del trabajo.</p> - -<p>¡Cómo han de competir nuestros caballos con los de -ellos! ¡Cómo hemos de darles alcance, cuando llevándonos -algunas horas de ventaja salimos en su persecución!</p> - -<p>Es como correr tras el viento.</p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_373"></a>[Pg 373]</span></p> - -<p>Después que Mariano ató su caballo, nos sentamos -bajo la enramada y convinimos en ocuparnos de asuntos -oficiales.</p> - -<p>Mañana tendremos la primer conferencia diplomática.</p> - - -<p class="p4 center"><small>FIN DEL TOMO PRIMERO</small></p> - -<p><span class="pagenum"><a id="Page_374"></a>[Pg 374]<br /><a id="Page_375"></a>[Pg 375]<br /><a id="Page_376"></a>[Pg 376]<br /><a id="Page_377"></a>[Pg 377]<br /><a id="Page_378"></a>[Pg 378]<br /><a id="Page_379"></a>[Pg 379]<br /><a id="Page_380"></a>[Pg 380]<br /><a id="Page_381"></a>[Pg 381]<br /><a id="Page_382"></a>[Pg 382]<br /><a id="Page_383"></a>[Pg 383]</span></p> - - - - - - - - - -<pre> - - - - - -End of the Project Gutenberg EBook of Una Excursión a los Indios Ranqueles - Tomo 1, by Lucio Mansilla - -*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK UNA EXCURSIÓN A LOS INDIOS *** - -***** This file should be named 63600-h.htm or 63600-h.zip ***** -This and all associated files of various formats will be found in: - http://www.gutenberg.org/6/3/6/0/63600/ - -Produced by Andrés V. Galia, Jude Eylander, Sanly Bowitts, -Santiago and the Online Distributed Proofreading Team at -https://www.pgdp.net (This file was produced from images -generously made available by The Internet Archive) - -Updated editions will replace the previous one--the old editions will -be renamed. - -Creating the works from print editions not protected by U.S. copyright -law means that no one owns a United States copyright in these works, -so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the United -States without permission and without paying copyright -royalties. Special rules, set forth in the General Terms of Use part -of this license, apply to copying and distributing Project -Gutenberg-tm electronic works to protect the PROJECT GUTENBERG-tm -concept and trademark. Project Gutenberg is a registered trademark, -and may not be used if you charge for the eBooks, unless you receive -specific permission. 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General Terms of Use and Redistributing Project -Gutenberg-tm electronic works - -1.A. By reading or using any part of this Project Gutenberg-tm -electronic work, you indicate that you have read, understand, agree to -and accept all the terms of this license and intellectual property -(trademark/copyright) agreement. If you do not agree to abide by all -the terms of this agreement, you must cease using and return or -destroy all copies of Project Gutenberg-tm electronic works in your -possession. If you paid a fee for obtaining a copy of or access to a -Project Gutenberg-tm electronic work and you do not agree to be bound -by the terms of this agreement, you may obtain a refund from the -person or entity to whom you paid the fee as set forth in paragraph -1.E.8. - -1.B. "Project Gutenberg" is a registered trademark. It may only be -used on or associated in any way with an electronic work by people who -agree to be bound by the terms of this agreement. 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