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diff --git a/.gitattributes b/.gitattributes new file mode 100644 index 0000000..d7b82bc --- /dev/null +++ b/.gitattributes @@ -0,0 +1,4 @@ +*.txt text eol=lf +*.htm text eol=lf +*.html text eol=lf +*.md text eol=lf diff --git a/LICENSE.txt b/LICENSE.txt new file mode 100644 index 0000000..6312041 --- /dev/null +++ b/LICENSE.txt @@ -0,0 +1,11 @@ +This eBook, including all associated images, markup, improvements, +metadata, and any other content or labor, has been confirmed to be +in the PUBLIC DOMAIN IN THE UNITED STATES. + +Procedures for determining public domain status are described in +the "Copyright How-To" at https://www.gutenberg.org. + +No investigation has been made concerning possible copyrights in +jurisdictions other than the United States. 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Se espacian las restantes rayas según las - convenciones ortotipográficas más recientes. - - * Las páginas en blanco han sido eliminadas. - - * Se ha añadido un índice al final del libro pese a que el original - impreso no lo incluye. - - - - -HALMA - - - - - Es propiedad. Queda hecho el depósito que marca la ley. Serán - furtivos los ejemplares que no lleven el sello del autor. - - - - - NOVELAS ESPAÑOLAS CONTEMPORÁNEAS - POR - B. PÉREZ GALDÓS - - HALMA - - 10.000 - - [Ilustración] - - MADRID - SUCESORES DE HERNANDO - Arenal, 11 - 1913 - - - - - EST. TIP. DE LOS HIJOS DE TELLO - - IMPRESOR DE CÁMARA DE S. M. - - C. de San Francisco, 4 - - - - -HALMA - - - - -PRIMERA PARTE - - - - -I - - -Doy a mis lectores la mejor prueba de estimación sacrificándoles mi -amor propio de erudito investigador de genealogías... vamos, que les -perdono la vida, omitiendo aquí el larguísimo y enfadoso estudio de -linajes, por donde he podido comprobar que doña Catalina de Artal, -Xavierre, Iraeta y Merchán de Caracciolo, Condesa de Halma-Lautenberg, -pertenece a la más empingorotada nobleza de Aragón y Castilla, y que -entre sus antecesores figuran los Borjas, los Toledos, los Pignatellis, -los Gurreas, y otros nombres ilustres. Explorando la selva genealógica, -más bien que árbol, en que se entrelazan y confunden tan antiguos y -preclaros linajes, se descubre que, por el casamiento de doña Urianda -de Galcerán con un príncipe italiano, en 1319, los Artales entroncan -con los Gonzagas y los Caracciolos. Por otro lado, si los Xavierres de -Aragón aparecen injertos en los Guzmanes de Castilla, en la rama de -los Iraetas corre la savia de los Loyolas, y en la de los Moncadas de -Cataluña la de los Borromeos de Milán. De lo cual resulta que la noble -señora no solo cuenta entre sus antepasados varones insignes por sus -hazañas bélicas, sino santos gloriosos, venerados en los altares de -toda la cristiandad. - -Como he dado al buen lector mi palabra de no aburrirle, me guardo -para mejor ocasión los mil y quinientos comprobantes que reuní, -comiéndome el polvo de los archivos, para demostrar el parentesco de -doña Catalina con el antipapa don Pedro de Luna, Benedicto XIII. Busca -buscando, hallé también su entronque lejano con Papas legítimos, pues -existiendo una rama de los Artal y Ferrench que enlazó con las familias -italianas de Aldobrandini y Odescalchi, resulta claro como la luz que -son parientes lejanos de la Condesa los Pontífices Clemente VIII e -Inocencio XI. - -De monarcas no se diga, pues el árbol aparece cuajado, como de un -lozano fruto, de apellidos regios, y allí veis los Albrit y Foix de -Navarra, los Cerdas y Trastamaras de acá, y otros mil nombres que -a cien leguas trascienden a realeza, como los de Rohan, Bouillon, -Lancaster, Montmorency, etc... Fiel a mi compromiso, envaino mi -erudición, y emprendo la reseña biográfica, designando a doña -Catalina-María del Refugio-Aloysa-Tecla-Consolación-Leovigilda, etc... -de Artal y Javierre como tercera hija de los señores Marqueses de -Feramor. Huérfana de padre y madre a los siete años, quedó al cuidado -del primogénito, actualmente Marqués de Feramor, y de su hermana doña -María del Carmen Ignacia, Duquesa de Monterones. En 1890, casó con un -joven agregado a la embajada alemana, el Conde de Halma-Lautenberg, -matrimonio que hubo de realizarse contra viento y marea, pues los -hermanos de ella y toda la familia se opusieron tenazmente por cuantos -medios le sugerían su orgullo y terquedad. Querían desposarla con un -individuo de la casa de Muñoz Moreno-Isla, de nobleza mercantil, pero -bien amasada con patacones. Catalina, que desde muy niña mostraba -increíbles ascos al vil metal, se prendó del diplomático alemán, que a -su seductora figura unía un desprecio hermosísimo de las materialidades -de la existencia. Grandes trapisondas y disturbios hubo en la familia -por la tiránica firmeza de los hermanos mayores, y la resistencia -heroica, hasta el martirio, de la enamorada doncella. Casados al fin, -no sin intervención judicial, el esposo fue destinado a Bulgaria, de -aquí a Constantinopla, y allá le siguió doña Catalina, rompiendo toda -relación con sus hermanos. Calamidades, privaciones, desdichas sin -fin la esperaban en Oriente, y al conocerlas la familia de acá, por -referencias de diplomáticos extranjeros y españoles, no veía en todo -ello más que la mano de Dios castigando duramente a Catalina de Artal -por la amorosa demencia que la llevó a enlazarse con un advenedizo, de -familia desconocida, hombre sin seso, desordenadísimo en sus ideas, -desatado de nervios, y habitante aburrido de las regiones imaginativas. -Para colmo de infortunio, Carlos Federico era pobre, con el título -pelado, y sin más renta que su sueldo, pelado también, pues la familia -de Halma-Lautenberg, que desciende, según noticias que tengo por -fidedignas, del Landgrave de Turingia y Hesse, Hermann II, había venido -tan a menos como cualquier familia de por acá, de las que, después -de mil tumbos y vaivenes, caen a lo hondo del abismo social para no -levantarse nunca. - -Contratiempos mil, reveses de fortuna, escaseces y aun hambres -efectivas padeció la infeliz doña Catalina en aquellas lejanas tierras, -sin más consuelo que el amor de su esposo, que nunca le faltó, ni de -él tuvo queja, pues Dios, al privarla de tantos bienes, concediole -con creces la paz conyugal. Tiernamente amada y amante, la íntima -felicidad de su matrimonio la compensaba de tanta desdicha del orden -externo. Carlos Federico era bueno, dulce, aunque medio loco según -unos, y loco entero según otros. La mala opinión acerca de su gobierno -cerebral debió trascender hasta la Cancillería de Berlín, porque fue -destituido de su cargo. La joven pareja se encontró a merced de la -Divina voluntad, que sin duda quería someter a durísima prueba el alma -fuerte de la dama española, pues a los dos meses de la destitución, y -cuando, en espera de recursos para venirse a Occidente, vivía obscuro -y resignado el matrimonio en una humilde casita de Pera, se le declaró -al esposo una tisis, con tan graves caracteres, que no era difícil -presagiar un desenlace fúnebre en breve plazo. - -Reveló entonces su temple finísimo el alma de Catalina de Artal, pues -cobrando ánimos con aquel nuevo golpe, aventurose a pedir auxilio a sus -hermanos de Madrid, que si al principio si hicieron un poco de rogar, -cedieron al fin, mirando más al decoro de la familia que a la caridad -cristiana. Con el mezquino socorro que le enviaron, pudo la heroína -transportar a su pobre enfermo a la isla de Corfú, afamada por la -benignidad de su clima. Allí vivieron, si aquello era vivir, en un pie -de milagrosa economía; supliendo con el cariño los recursos materiales, -y las comodidades con prodigios de inteligencia, él resignado, ella -valerosa y sublime como enfermera, amantísima como esposa, diligente -en el manejo de la humilde casa, hasta que al fin Dios llamó a sí al -infeliz Conde de Halma en la madrugada del 8 de Septiembre, día de la -Natividad de Nuestra Señora. - - - - -II - - -Refieran en buen hora los sufrimientos de Catalina de Artal en -aquellos tristes días y en los que siguieron a la muerte de su -adorado esposo, los que posean mística inspiración y estén avezados -a relatar vidas y muertes de mártires gloriosos. Yo no sé hacerlo, y -dejando este trabajo a plumas expertas, que seguramente escribirán la -edificante historia, no hago más que apuntar los hechos capitales, -como antecedentes o fundamento de lo que me propongo referir. ¿Qué -puedo decir del hondísimo dolor de la dama al ver expirar en sus -brazos al que era su vida toda, amor primero, alegría última, único -bien terrestre de su alma? La opinión del mundo, que rara vez deja de -equivocarse en sus precipitados y vanos juicios, había contrahecho la -persona moral del señor Conde, pintándole en los círculos de Madrid con -colores de malicia. Pero al historiador de conciencia, bien enterado -de su asunto, toca el borrar toda falsedad con que los habladores y -envidiosos ennegrecen un noble carácter. Esto hago yo ahora, asegurando -que Carlos Federico de Halma era un bendito, y que la investigación más -rebuscona y pesimista no encontrará en su conducta, después de casado, -ninguna tacha. Desbarato resueltamente la reputación que lenguas -demasiado sueltas le hicieron en Madrid, y reconstruyo su verdadera -personalidad de hombre recto, leal, sincero, añadiendo a estas -cualidades las que adquirió en la convivencia con su digna esposa. - -No poca parte había tenido en la dudosa reputación del alemán, -antes del casorio, la volubilidad de sus ideas, la ligereza de sus -juicios, sus distracciones, que llegaron a formar un verdadero centón -anecdótico, sus displicencias negras alternadas con hervores de loco -entusiasmo por cualquier motivo de arte o amoríos, su prolijidad -machacona en las disputas, y un sinnúmero de manías, algunas de las -cuales no le abandonaron hasta su muerte. Se calentaba la cabeza -pensando en la habitabilidad de todas las estrellas del cielo, chicas -y grandes, y el que quisiera sacarle de sus casillas, no tenía más -que poner en duda la infinita difusión de familias humanas por la -inmensidad planetaria. Del absoluto menosprecio de toda religión -positiva había pasado, poco antes de casarse, y por influencia de la -angelical Catalina, a un ferviente ardor cristiano, más imaginativo -que piadoso, sed del alma que apetecía, sin satisfacerse nunca, no -devociones externas y prácticas litúrgicas, sino embriagueces de la -fantasía, mirando más a la leyenda seductora que al dogma severo. -En Oriente, la esposa logró poner algún orden en los descabellados -entusiasmos de Carlos Federico, hasta que, atacado de cruelísima -dolencia, tan difícil era combatir en él la fiebre abrasadora, como -el espiritualismo delirante. Uno y otro fuego le consumían por igual, -y creyérase que ambos, juntando sus llamas, le redujeron a ceniza -impalpable. - -La noche misma de su muerte, refirió a su mujer, entre dos ataques de -disnea, un sueño que había tenido por la tarde, y como viese Catalina -en aquel relato una extraña lógica y cierta lucidez clásica, se -afligió extremadamente, pensando que su pobre enfermo entreveía ya -los horizontes del reino de la eterna verdad. Tanto sentido, tanta -sindéresis en la composición de un poemita fantástico, pues no otra -cosa era el bien relatado sueño, ¿qué podían significar sino que el -poeta se moría? Así fue en efecto. En los últimos minutos de vida se -lanzaba, con desbocada imaginación, a un proyecto de viaje por Asia -Menor y Palestina, con el doble objeto de visitar las ruinas de Troya, -primero, y el país de Galilea después. (Átense estos cabos.) En su -pensamiento se entrelazaron dos nombres: Homero-Cristo. Y al querer dar -la explicación de aquel abrazo histórico y poético, gimió, dio una gran -voz... «¡ah!» y expiró... - -Podría creerse que la muerte del Conde fue el último dolor de la -infortunada Catalina de Artal, y que tras aquella tribulación le -concedió el cielo días de descanso, ya que no de ventura. Pues no -fue así. Sobre la tristeza de su viudez, y el recuerdo siempre vivo -del pobre muerto, viose agobiada de calamidades de otro orden. Hasta -entonces había conocido las humillaciones y escaseces indecorosas -que lastimaban su dignidad de aristócrata. Pero a poco de enviudar, -y residiendo aún en Corfú por no tener medios de trasladarse a otro -sitio, supo lo que es la miseria, la efectiva, horripilante miseria, y -sufrió vejámenes que habrían abatido almas de peor temple que la suya. -Alojada como de limosna en una casa inglesa primero, en una hostería -griega después, Catalina de Artal se vio privada de alimento algunos -días, obligada a lavar su escasa ropa, a remendarse sus zapatos, y a -prestar servicios que repugnaban a su delicado organismo. Pero todo lo -llevaba con paciencia, todo lo aceptaba por amor de Cristo, anhelando -purificarse con el sufrimiento. Como se le ofreciera una coyuntura -propicia para salir de aquella situación, quiso aprovecharla, más -que por mejorar de vida, por encontrarse entre personas allegadas, en -quienes emplear los cariños que atesoraba su hermoso corazón. Llegose -un día inopinadamente a la isla jónica un hermano de Carlos Federico, -grande aficionado a los viajes marítimos, y que divagaba por el -Archipiélago en un yate de unos comerciantes del Pireo. Propúsole el -tal llevarla a Rodas, donde era cónsul el Conde Ernesto de Lautenberg, -tío suyo y del difunto esposo de Catalina, caballero muy bondadoso y -corriente, a quien la infeliz dama había conocido en Constantinopla. - -Dejose llevar la viuda por Félix Mauricio (que así se nombraba su -cuñado), atraída principalmente por la esperanza de vivir en compañía -de la Condesa Ernesto de Lautenberg, señora húngara, muy simpática y -que había demostrado a la española, en los breves días de su trato, una -cordial adhesión. Salieron, pues, de Corfú en la embarcación griega, -mal llamada yate, pues por su pequeñez y escaso tonelaje no era más -que un balandro bonito, propio para regatas y excursiones cortas. Iba -tripulado por jóvenes _dilettantes_ de la mar. A causa del mal gobierno -y de la impericia del que hacía de capitán, no pudieron capear un -furioso temporal que les cogió entre Zante y Cefalonia, y lanzados por -el viento y el oleaje hacia el golfo de Patrás, entraron de arribada -en Misolonghi con grandes averías. Días y días estuvieron allí, -esperando buen tiempo, y lanzados de nuevo a la mar, llegaban siempre -a donde no querían ir. Félix Mauricio y el amigote ateniense que -capitaneaba la frágil nave, profesaban la teoría de que los temporales -con vino _son menos_, y empalmaban las turcas que era una maldición. -De este modo y con tales ansiedades y vicisitudes, navegando a merced -de Neptuno, y sin arte para dominarle, fueron dando tumbos por toda -la vuelta sur del Peloponeso. Como quien va describiendo eses por el -laberinto de callejuelas de una ciudad tortuosa, tan pronto tropezaban -en Candía, como en Cerigo (la antigua Cytheres); metiéronse a la -buena de Dios por entre las Cícladas, tocando en Milo y Paros, luego -recorrieron las Espóradas, visitando Samos, Cos y otras hasta parar en -Rodas, después de dos meses largos de endemoniada navegación. - -Como todo se disponía en contra de los deseos de la infeliz viuda, -resultó que el Conde Ernesto se había ido a Alemania con licencia, y -que su esposa, la simpática y bonísima húngara, se había muerto tres -meses antes. Aceptó resignada la Condesa de Halma esta nueva decepción, -y tratando con su cuñado de la necesidad de que la trasladase a -Corinto o Atenas, desde donde podría comunicarse con su familia de -Madrid, y preparar su vuelta a España, contestole el joven en forma -tan descarnada y grosera, que no pudo la señora, por más esfuerzos -que hizo, poner su humildad por encima de su orgullo en la réplica. -Hallábanse en un fonducho próximo al muelle. Renunció la dama la -hospitalidad a bordo, que el capitán del balandro le ofrecía, y -enterada de que existía en Rodas un convento de la Orden Tercera, allá -se dirigió volviendo la espalda para siempre al Conde Félix Mauricio, y -a sus insensatos compañeros de aventuras marítimas. - -Gracias a los buenos franciscanos, la noble señora fue alojada -decorosamente, y empezaron las negociaciones para su regreso a la madre -patria. Dígase de paso, a fin de completar la información, que el tal -Félix Mauricio era lo peorcito de la familia Halma-Lautenberg. Había -pertenecido al cuerpo consular, sirviendo en Alicante y en Esmirna. -Aquí casó con una griega rica, y abandonando la carrera se dedicó al -comercio de esponjas, con varia fortuna. Cuando le encontramos en el -balandro había logrado rehacerse de su primera quiebra. Su carácter -violento y quisquilloso, su exterior desagradable, y más que nada su -inclinación irresistible a las libaciones alcohólicas, le hacían poco -estimable y estimado de propios y extraños. Una tarde, hallándose -doña Catalina platicando con el guardián del convento, vio al yate -darse a la vela, y le hizo la señal de la cruz. Perdonó a la nave y a -sus tripulantes, y dio gracias a Dios por haber salido en bien de su -peligrosísima aventura por los mares de Grecia. - -Los caritativos frailes lograron arreglar a la infortunada Condesa su -regreso a Occidente, y tomándole billete en el _Lloyd Austriaco_, la -expidieron para Malta, donde otros religiosos de la misma regla se -encargarían de reexpedirla para Marsella, y de allí a Barcelona. Pero -como el _Lloyd Austriaco_ no tocaba en Rodas, la viajera tuvo que hacer -la travesía entre esta isla y el punto de escala, que era Esmirna, en -una goleta turca que cargaba frutas y trigo. Nuevos contratiempos para -la pobre señora Condesa, pues aquellos demonios de turcos hicieron la -gracia de llevar un formidable contrabando, y la goleta fue visitada -en aguas de Quíos por un falucho de guerra, y apresada y detenida -con todos sus pasajeros y tripulantes, hasta que el bajá de Esmirna -decidiera el número de palos que le habían de administrar al patrón. -Entre tanto, pasaba doña Catalina mil privaciones y amarguras, pues -allí no había frailes Franciscos que mirasen por ella. Y gracias que -al fin logró verse a bordo del vapor austriaco, el cual, para que en -todo se cumpliese el sino de la dama sin ventura, era un verdadero -inválido. Recelaba ella de todo, del mar y del cielo, y de los -desmanes de la gentuza de varias razas orientales que en aquellas -embarcaciones entra y sale de continuo. Pero ni el cielo, ni la mar, ni -el pasaje ocasionaron a la señora ningún disgusto. Fue la endiablada -máquina del vapor la que se encargó de interrumpir lastimosamente -la navegación, rompiéndose en la demora de Candía. Quedose el buque -como una boya, con el árbol de la hélice en dos pedazos, sin gobierno -el timón por rotura de los guardines. Dio al fin remolque un vapor -inglés, y le llevó a Damieta; allí trasbordaron, pasando a Alejandría, -donde, por variar, sufrieron un nuevo y penoso trasbordo con pérdida -del equipaje, y mojadura total de la ropa puesta. En rumbo para Malta, -con divertimiento de Siroco fortísimo, golpes de mar, y por fin de -fiesta, a la entrada de La Valette, rotura de una de las palas de la -hélice, retraso, peligro... En Malta, la dama errante fue atacada de -calenturas intermitentes. Dos semanas de hospital, riesgo de muerte, -consternación, abandono. Por fin, cumpliéndose en aquel triste caso -lo de _Dios aprieta, pero no ahoga_, Catalina de Halma puso el pie en -Marsella en un estado deplorable por lo tocante a nutrición, vestido -y calzado, y cinco días después, los señores Marqueses de Feramor -vieron entrar en su casa a una mujer que más bien parecía espectro, -el rostro descarnado, como de la tierra comido, los ojos brillantes y -febriles, las ropas deshechas por el tiempo, el viento y la mar, roto -el calzado..., lastimosa figura en verdad. Y como el señor Marqués, -poseído de espanto, la mirase ceñudo y dijese: - ---¿Quién es usted? - -Hubo de contestarle Catalina: - ---¿Pero de veras no me conoces? Soy tu hermana. - - - - -III - - -No dio su brazo a torcer la Condesa de Halma en las primeras -explicaciones y coloquios con sus hermanos, el Marqués de Feramor y -la Duquesa de Monterones, es decir, que no se declaró arrepentida de -su matrimonio, ni renegaba de este por los trabajos y desventuras sin -cuento que de su unión con el alemán se derivaron. La memoria de su -esposo prevalecía en ella sobre todas las cosas, y no permitía que -sus hermanos la menoscabaran con acusaciones, o chistes despiadados. -Había venido a que la amparasen, dándole el resto de su legítima si -algo restaba, después de saldar cuentas con el jefe de la familia. -Pero no se humillaba, ni al pedirlo y tomarlo, en caso de que se lo -dieran, había de abdicar su dignidad, achicándose moralmente ante sus -hermanos, y dándoles toda la razón en el negocio de su casamiento. No, -no mil veces. Si no le daban auxilio ni aun en calidad de limosna, no -le faltaría un convento de monjas en que meterse. Tampoco repugnaría -el entrar en cualquiera de las Órdenes modernísimas que se consagran -a cuidar ancianos, o a la asistencia de enfermos, que entre tantas -Congregaciones, alguna habría que admitiese viudas sin dote. Replicole -a esto gravemente su hermano que no se precipitase, y que por de pronto -no debía pensar más que en reponerse de tantos quebrantos y desazones. - -Cerca de un mes estuvo doña Catalina en la morada de su hermano sin ver -a nadie, ni recibir visitas, sin dejarse ver más que de la familia, y -de la criada que la servía. De las ropas que le ofrecieron, no aceptó -más que dos trajes negros, sencillísimos, haciendo voto de no usar -en todo el resto de su vida vestido de color, ni de seda, ni galas -de ninguna especie. Modestia y aseo serían sus únicos adornos, y en -verdad que nada cuadraba mejor a su rostro blanquísimo y a su figura -escueta y melancólica. Como todo se ha de decir, aquí encaja bien el -declarar que doña Catalina no era hermosa, por lo menos, según el -estilo mundano de hermosura. Pero el paso de tantas desdichas había -dejado en su semblante una sombra plácida, y en sus ojos una expresión -de beatitud que era el recreo de cuantos la miraban. Tenía el pelo -rubio tirando a bermejo, la nariz un poco gruesa, el labio inferior -demasiado saliente, la tez mate y limpia, la mirada dulce y serena, -la expresión total grave, la estatura talluda, el cuerpo rígido, el -continente ceremonioso. Algunos, que en aquellos días lograron verla, -aseguraban hallarle cierto parecido con doña Juana la Loca, tal como -nos han transmitido la imagen de esta señora la leyenda y el pincel. -Es caprichoso cuanto se diga de otras semejanzas del orden espiritual, -como no sea que la Condesa de Halma hablaba el alemán con la misma -perfección y soltura que el español. - -No era muy grato al señor Marqués aquel aislamiento monástico en que -vivía su hermana, ni le hacían gracia sus propósitos de renunciar -absolutamente a la vida social. Aún podría, según él, aspirar a un -segundo matrimonio, que la indemnizara de las calamidades del primero; -mas para esto era forzoso abandonar la tiesura de imagen hierática, -las inflexiones compungidas, no vestirse como la viuda de un teniente, -y frecuentar el trato de los amigos de la casa. De la misma opinión -era la Marquesa, y ambos la sermoneaban sobre este particular; pero la -firmeza con que defendía Catalina sus convicciones, manías o lo que -fuesen, les hizo comprender que nada conseguirían por el momento, y -que debían confiar al tiempo y a las evoluciones lentas de la voluntad -humana la solución de aquel problema de familia. - -Aunque es persona muy conocida en Madrid, quiero decir algo ahora -del carácter del señor Marqués de Feramor, cuya corrección inglesa -es ejemplo de tantos, y que si por su inteligencia, más sólida que -brillante, inspira admiración a muchos, a pocos o a nadie, hablando en -plata, inspira simpatías. Y es que los caracteres exóticos, formados -en el molde anglosajón, no ligan bien o no funden con nuestra pasta -indígena, amasada con harinas y leches diferentes. Don Francisco de -Paula-Rodrigo-José de Calasanz-Carlos Alberto-María de la Regla-Facundo -de Artal y Javierre, demostró desde la edad más tierna aptitudes para -la seriedad, contraviniendo los hábitos infantiles hasta el punto de -que sus compañeritos le llamaban _el viejo_. Coleccionaba sellos, -cultivaba la hucha, y se limpiaba la ropita. Recogía del suelo agujas y -alfileres, y hasta tapones de corcho en buen uso. Se cuenta que hacía -cambalaches de tantas docenas de botones por un sello de Nicaragua, -y que vendía los duplicados a precios escandalosos. Interno en los -Escolapios, estos le tomaron afecto y le daban notas de sobresaliente -en todos los exámenes, porque el chico sabía, y allá donde no llegaba -su inteligencia, que no era escasa, llegaba su amor propio, que era -excesivo. Contentísimo del niño, y queriendo hacer de él un verdadero -prócer, útil al Estado, y que fuese salvaguardia valiente de los -_intereses morales y materiales_ del país, su padre le mandó a educar -a Inglaterra. Era el señor Marqués anglómano de afición o de segunda -mano, porque jamás pasó el canal de la Mancha, y solo por vagos -conocimientos adquiridos en las tertulias sabía que de Albión son las -mejores máquinas y los mejores hombres de Estado. - -Allá fue, pues, Paquito, bien recomendado, y le metieron en uno de -los más famosos colegios de Cambridge, donde solo estuvo dos años, -porque no hallándose su papá en las mejores condiciones pecuniarias, -hubo de buscar para el chico educación menos dispendiosa. En un -modesto colegio de Peterborough dirigido por católicos, completó el -primogénito su educación, haciéndose un verdadero inglés por las -ideas y los modales, por el pensamiento y la exterioridad social. En -Peterborough no había los refinados estudios clásicos de Oxford, ni -los científicos de Cambridge; los muchachos se criaban en un medio de -burguesía ilustrada, sabiendo muchas cosas útiles, y algunas elegantes, -cultivando con moderación el _horse racing_, el _boat-racing_, y con la -suficiente práctica de _lawn-tennis_ para pasar en cualquier pueblo -del continente por perfectas hechuras de Albión. - -Hablaba el heredero de Feramor la lengua inglesa con toda perfección, -y conocía bastante bien la literatura del país que había sido su -madre intelectual, prefiriendo los estudios políticos e históricos a -los literarios, y siendo en los primeros más amigo de Macaulay que -de Carlyle, en los segundos más devoto de Milton que de Shakespeare. -Tiraba siempre a la cepa latina. Al salir del colegio, consiguiole su -padre un puesto en la embajada, para que por allá estuviese algunos -años más empapándose bien en la savia británica. En aquel periodo se -despertaron y crecieron sus aficiones políticas, hasta constituir -una verdadera pasión; estudió muy a fondo el Parlamento, y sus -prerrogativas, sus prácticas añejas, consolidadas por el tiempo, y no -perdía discurso de los que en todo asunto de importancia pronunciaban -aquellos maestros de la oratoria, tan distintos de los nuestros como lo -es el fruto de la flor, o el tronco derecho y macizo de la arbustería -viciosa. - -Ya frisaba don Francisco de Paula en los treinta años cuando por -muerte de su señor padre heredó el marquesado; vino a España, y a los -diez meses casó con doña María de Consolación Ossorio de Moscoso y -Sherman, de nobleza malagueña, mestiza de inglesa y española, joven -de mucha virtud, menos bella que rica, y de una educación que por lo -correcta y perfilada a la usanza extranjera, no desmerecía de la de su -esposo. Poco después casó la hermana mayor del Marqués con el Duque de -Monterones. Catalina, que era la más joven, no fue Condesa de Halma -hasta seis años después. - -Pues, señor, con buen pie y mejor mano entró el decimoséptimo Marqués -de Feramor en la vida social y aristocrática del pueblo a que había -traído las luces inglesas y la ortodoxia parlamentaria del país de -John Bull. Afortunadísimo en su matrimonio, por ser Consuelo y él -como cortados por la misma tijera, no lo fue menos en política, pues -desde que entró en el Senado representando una provincia levantina, -empezó a distinguirse, como persona seria por los cuatro costados, -que a refrescar venía nuestro envejecido parlamentarismo con sangre y -aliento del país parlamentario por excelencia. Su oratoria era seca, -_ceñida_, mate y sin efectos. Trataba los asuntos económicos con una -exactitud y un conocimiento que producían el vacío en los escaños. -¿Pero qué importaba esto? Al Parlamento se va a convencer, no a buscar -aplausos; el Parlamento es cosa más seria que un circo de gallos. Lo -cierto era que en aquella soledad de los bancos rojos, Feramor tenía -admiradores sinceros y hasta entusiastas, dos, tres y hasta cinco -senadores machuchos, que le oían con cierto arrobamiento, y luego -salían poniéndole en los cuernos de la luna: - ---Así se tratan las cuestiones. Aquí, aquí, en este espejo tienen que -mirarse todos: esto es lo bueno, lo inglés _de la tía Javiera_, la -marca _Londón_ legítima, de patente. - - - - -IV - - -Fuera del Senado, el Marqués tenía también su grupito de admiradores, -que le citaban de continuo como un modelo digno de imitación. Por él y -por otros muy contados próceres, se decía la frase de cajetín: «¡Ah, si -toda nuestra nobleza fuera así, otro gallo le cantara a este país!» El -amanerado argumento de achacar nuestras desgracias políticas a no tener -un patriciado a estilo inglés, con hábitos parlamentarios y verdadero -poder político, llegaba a ser una cantinela insoportable. - -Es muy digno de notarse que Feramor desmentía la vulgar creencia de -que todo inglés de alta clase ha de ser caballista, y delirante por -cualquiera de los _sports_ que en Albión se usan. Para gloria suya, -no había importado del país serio, más que la seriedad, dejándose -de lado allí del canal las chifladuras hípicas. Aunque algo y aun -algos entendía de lo referente al _turf_, no se ocupaba de ello -sino con frialdad cortés, marcando siempre la distancia que media -intelectualmente entre un _handicap_ y un discurso político, aunque -sea ministerial. Y si era cazador, y de los buenos, no mostraba por -esta afición una preferencia sistemática y absorbente. Así los gustos -como las obligaciones existían en él en su valor propio y natural, y la -inteligencia era siempre la maestra y el ama de todo. En el concierto -de sus facultades dominaba la que Dios le había dado para que gobernase -a las demás, la facultad de administrar, y mientras llegaba el caso de -llevarle las cuentas a la Nación, llevaba las suyas con un acierto y -una nimiedad que eran un nuevo tema de aplauso para sus admiradores. -«¡Un aristócrata que administra! ¡Oh, si hubiera muchos Feramor en -nuestra grandeza, la nación no andaría tan de capa caída!» - -La fortuna patrimonial del Marqués no era grande, porque su padre -había puesto en práctica doctrinas que se daban de cachetes con la -regularidad administrativa. Pero la riqueza aportada al matrimonio por -la Marquesa fortalecía considerablemente la casa, en la cual reinaba -un orden perfecto, gastándose tan solo la mitad de las rentas. Vivían, -pues, con decoro y modestia, sometidos gustosamente a un régimen de -previsión entre dos jalones, el de delante fijando el límite de -donde no debía pasar el lujo, para evitar despilfarros, el de atrás -marcando la raya de la economía, para no llegar a la sordidez. A mayor -abundamiento, la Marquesa, que parecía hecha a imagen y semejanza de -su esposo, y que con la convivencia se asimilaba prodigiosamente sus -ideas, salió tan administrativa y administradora como él, y le ayudaba -a sostener aquel venturoso equilibrio. Ambos lucían en el gobierno -de la casa, con una perfecta entonación económica, si es permitido -decirlo así. Diversas eran las opiniones mundanas sobre esta manera -de vivir, pues si algunos les criticaban por no tener una cuadra de -gran importancia hípica, como correspondía a los gustos ingleses del -Marqués, otros le elogiaban sin tasa por su excelente biblioteca, -principalmente consagrada ¡oh!... a ciencias morales y políticas. Su -mesa era inferior a la biblioteca, y superior a la cuadra. Solo había -cinco convidados un día por semana. - -Expresadas las opiniones, conviene apuntar las hablillas, aunque -estas desdoren un poco la noble figura de los Feramor. Lenguas, que -evidentemente eran malas, decían que el Marqués colocaba el sobrante -de sus rentas a préstamo con réditos enormes, sacando de apuros a -sus compañeros de grandeza, comprometidos en el juego, en el _sport_ -o en otros vicios. En esto la maledicencia no acertaba, como casi -siempre sucede, pues los préstamos del Marqués no eran de calidad -extremadamente usuraria. Se reforzaba, sí, con buenas hipotecas, -y cuando la garantía era floja y el reembolso problemático, sus -principios económicos le aconsejaban aumentar prudencialmente los -intereses. Ello es que si en rigor de verdad no debía ser llamado -usurero, tampoco habría mayor injusticia que aplicarle el calificativo -de generoso. Ni la adulación que todo lo puede, podía llamarle así. -Los amigos más benévolos no acertaban a descubrir en él un rasgo -de desprendimiento, o un ejemplo de favor desinteresado. Era todo -exactitud en el pensar, precisión matemática en las acciones, como una -máquina de vida social en la que se suprimieran los movimientos de -la manivela afectiva. No faltaba jamás a sus deberes, no se le podía -coger en descuido de sus compromisos; pero tampoco se le escapaba -la sensiblería de hacer el bien por el bien. Siempre en guardia, y -custodiándose a sí propio con llaves seguras que solo él manejaba, no -permitía nunca que la espontaneidad abriese su interior de hierro, ni -menos que mano profana penetrase en él. - -Ved aquí por qué no gozaba de simpatías, y los que le admiraban como el -último modelo inglés de corte de personas, no le querían. Encontrábanle -todos poco español, privado de las virtudes y de los defectos de -la compleja raza peninsular. Habríanle querido menos reglamentado -moralmente, menos exacto, y un poquitín perdido. Físicamente, era -hermoso, pero sin expresión, de facciones a las cuales no se podía -poner la menor tacha, rematadas por una corona negativa, es decir, por -una calva precoz, lustrosa y limpia, que él consideraba como la más -airosa tapadera de la seriedad británica. Su trato fuera de casa era -delicado y fino, dentro de una elegante tibieza, y en la intimidad -doméstica seco y autoritario, sin ninguna disonancia, pero también sin -asomos de dulzura, como un preceptor o intendente, más que como padre -y esposo. De la señora Marquesa, que no era más que el _feminismo_ -del carácter de su marido, poco hay que decir. La asimilación había -llegado a ser tan perfecta, que pensaban y hablaban lo mismo, usando -las propias locuciones familiares. Ambos se expresaban en inglés con -notable soltura. Y la asimilación no paraba en esto, pues ocurría en -aquel matrimonio joven lo que en algunos viejos, reducidos por larga -convivencia a una sola persona con dos figuras distintas. El Marqués -y la Marquesa se parecían físicamente; ¿qué digo se parecían? eran -iguales, a pesar de señalarse ella por poco bonita y él por bastante -guapo; iguales el mirar, el respirar, los movimientos musculares del -rostro, el aire grave de la frente, el temblor imperceptible de las -ventanillas de la nariz, la manera de llevar los quevedos, pues ambos -eran miopes, la boca, la sonrisa de buena educación más que de bondad. -Decía un guasón, amigo de la casa, que si uno de los dos se muriera, el -superviviente sería viudo de sí mismo. - -Vivían en la casa patrimonial de los Feramor, en una de las plazoletas -irregulares próximas a San Justo, con vistas a la calle de Segovia y -al Viaducto por la parte de Poniente; casa vetusta, pero que con los -remiendos y distribuciones hechas por el Marqués no había quedado mal. -La parte baja, agrandada y mejorada notablemente, se dividía en dos -cuartos de renta, y se alquilaron, el uno para litografía, el otro para -las oficinas de una Sacramental. El segundo, distribuido al principio -en tres cuartos de alquiler, fue después anexionado a la casa para -aposentar convenientemente a los niños mayores, a la institutriz y -a parte de la servidumbre. En aquel piso escogió su habitación doña -Catalina, no permitiendo que fuera amueblada con lujo, sino más bien -como celda de convento, a lo cual se opusieron los Marqueses, enemigos -declarados de toda exageración. La exageración les sacaba de quicio, -y por tanto arreglaron la estancia modestamente, pero evitando la -afectación de pobreza monástica. - -Al mes de su regreso a Madrid, la triste viuda empezó a salir de aquel -estupor doloroso en que había venido. Ya tomaba gusto a la vida de -familia, rompía la melancólica solemnidad de su silencio, y se distraía -algunos ratos en la sociedad inocente de sus sobrinitos, dándoles de -comer, ayudando a la institutriz, o bien recreándoles con cuentecillos -y juegos que no fueran ruidosos. Nunca bajaba al comedor grande a la -hora oficial de comida. O se la servía en su cuarto, o con la familia -menuda, en el comedor de arriba. Su vida era simplísima, y de una -regularidad conventual: se levantaba al romper el día, oía misa en -el Sacramento o en San Justo, volvía sobre las ocho, rezaba o leía -haciendo labor de gancho, y el resto del día lo empleaba en repasar a -los chiquillos la lección, volviendo de rato en rato a la misma tarea -de la lectura, el gancho y el rezo. Su cuñada subía con frecuencia -a darle conversación y distraerla; su hermano rara vez remontaba -su seriedad al segundo piso, y cuando tenía algo de interés que -comunicarle la llamaba a su despacho. Una mañana, después de preparar -el discurso que había de pronunciar aquella tarde en el Senado, -extrayendo mil y mil datos de revistas y periódicos que trataban de la -monserga económica, habló largamente con su hermana de lo que se verá a -continuación. - - - - -V - - ---Y yo te pregunto, querida hermana: ¿vas a estar así toda la vida? -¿No es ya bastante duelo? ¿No te hartas todavía de obscuridad, de -silencio, de rezos monjiles y de ese quietismo, que al fin dará al -traste con tu salud y hasta con tu vida?... ¿No respondes? Bueno. -Conociendo tu terquedad, ese silencio me indica que aún tenemos -melancolías y soledades para un rato. ¡Ah! Catalina, ¿por qué no eres -como yo? ¿por qué no tienes un poco de sentido práctico, y das de mano -a esas exageraciones? Ea, planteemos la cuestión en terreno despejado. -¿Piensas consagrar absolutamente tu vida a las devociones, a la -religión, en una palabra? - ---Sí --respondió la de Halma con lacónica firmeza. - ---Bueno. Ya tenemos una afirmación, ya es algo, aunque sea un -disparate. Vida religiosa: corriente. ¿Y tú lo has pensado bien? ¿No -temes que venga el desaliento, el cambio de ideas cuando ya sea tarde -para el remedio? - ---No. - ---Corriente. Una negación tan rotunda ya es algo. Adelante... Luego, -tu determinación es irrevocable; luego, te sientes con fuerzas para -afrontar esa vida, que yo soy el primero en alabar y enaltecer... esa -vida, ¡ah! de la cual hallamos ejemplos tan hermosos en los tiempos -pasados, pero que en los presentes... ¡ah!... Resumiendo: que te -propones ingresar en alguna de las Órdenes existentes, y acabar tu -vida en un claustro. Perfectamente; pero aquí entro yo, aquí entra tu -hermano mayor, el jefe actual de la familia, el cual tiene la suerte -de ver las cosas con gran claridad, y de plantear todas las cuestiones -en el terreno positivo. Yo te pregunto: ¿es tu deseo pertenecer a -alguna de las Órdenes claustradas y reclusas, o a estas modernas, a la -francesa, que persiguen fines esencialmente prácticos y sociales? Te lo -pregunto, querida hermana, no porque piense oponerme a tu resolución -en ninguno de los dos casos, sino para fijar bien los términos de -la cuestión, y puntualizar tus relaciones ulteriores con la familia -bajo el punto de vista social y económico. Conviene tratar el tema de -la dote, o sea de tu religiosidad bajo el aspecto de los intereses -materiales... Porque si no fijamos bien... si no demarcamos bien... - -Doña Catalina interrumpió con nerviosa impaciencia a su hermano, en el -momento en que este acentuaba sus argumentaciones con los dos dedos -índices sobre el filo de la elegantísima mesa de su despacho. - ---No te canses en tratar este asunto como si fuera una discusión del -Senado. Esto es sencillísimo; tanto, que yo sola puedo resolverlo sin -consejo ni auxilio de nadie. Quédense tus sabidurías para cosas de más -importancia. Yo tengo mis ideas... - -Aquí la interrumpió él prontamente, apoderándose de la frase para -comentarla con cierta acritud: - ---Eso es lo que yo temo, señora hermana; y cuando te oigo decir: «Tengo -mis ideas», me echo a temblar, porque los hechos me prueban que tus -ideas no son de una perfecta congruencia con la realidad. - ---Ello es que las tengo, querido hermano --dijo la Condesa de Halma -con humildad--, y tú tienes las tuyas. Fácil es que no concuerden unas -con otras. Pensamos, sentimos la vida de un modo muy distinto. Déjame -a mí por mi camino, y sigue tú el tuyo. Quizás nos encontremos, quizás -no. ¿Eso quién lo sabe? Cierto es que yo quiero hacer vida religiosa. -No puedo decirte aún si entraré en las Órdenes antiguas, o en las -modernas. Soy un poco lenta en mis resoluciones, y mis ideas han de -madurar mucho para que yo me decida a ponerlas en práctica. Quizás te -sorprenda con algún proyectillo que pase un poquito la línea de lo -común. No sé. Cada cual tiene sus aspiraciones. Yo las tengo en mi -esfera, como tú en la tuya. - ---Ya, ya --dijo el Marqués encontrando un fácil motivo de argumentación -humorística--. Mi señora hermana pica alto. La fuerza de su humildad -le sugiere ideas que se parecen al orgullo como una gota a otra gota. -No encuentra dignas de su ardor religioso las Órdenes consagradas por -el tiempo, y aspira a eclipsar la gloria de las Teresas y Claras, -fundando una nueva Regla monástica para su recreo particular... Y yo -pregunto: ¿corresponderán las facultades intelectuales de mi querida -hermana a la nobilísima aspiración de su alma generosa? Me permito -dudarlo... No me niegues que has pensado en ello, Catalina, y que -sueñas con la celebridad de fundadora. Te lo he conocido en lo que -callas, conversando conmigo, más que en lo que dices. Te lo he conocido -en ciertas reticencias sorprendidas en ti, cuando de soslayo tratamos -alguna vez del empleo que pensabas dar a los restos de tu legítima. -Y ahora, hermana mía, abordo nuevamente la cuestión de intereses, -asaltado de una duda. Yo pregunto: ¿mi señora hermana, en el estado -cerebral particularísimo que es producto infalible del misticismo, -está en el caso de apreciar con exactitud la cuantía de su legítima, -después de los suplidos de Oriente, que no hay para qué recordar ahora? -Permítaseme dudarlo. - ---Creo poder apreciarlo --dijo la de Halma con firmeza--; aunque, -según tú, me falta el sentido de las cosas materiales. - ---No es caprichosa esa opinión mía, pues la fundo en una triste -experiencia. Por no haber sabido a tiempo amaestrar la imaginación, -esta te desfigura los hechos, te agranda todo lo que pertenece al -concepto ventajoso, y te empequeñece lo... - ---¡Ay, no! --replicó la viuda con viveza--. ¿Piensas que la imaginación -me empequeñece lo malo?... Di más bien lo contrario. Veo siempre -considerablemente extendido todo aquello que me perjudica... - ---Seguramente creerás que la parte de tu legítima que está en mi poder ---dijo don Francisco de Paula con cierta conmiseración--, se eleva a -una cifra fabulosa. Fuera de que la legítima era en sí bastante menor -de lo que pudimos creer en vida de nuestro querido padre (que de Dios -goce), hay que tener en cuenta que tu disparatado casamiento más ha -sido para disminuirla que para aumentarla. - ---Dejaremos esta cuestión para cuando sea más oportuno tratarla --dijo -doña Catalina levantándose. - ---Como quieras. Pero no te impacientes por subir a tu nido, y oye -la observación que quiero hacerte respecto a tus proyectos de vida -monástica. Siéntate un momento más, y bueno será que atiendas ahora, -más que otras veces lo hiciste, a las sanas advertencias de tu hermano, -que a falta de otra sabiduría, tiene la de presentar las cuestiones -en su aspecto serio. No te censuro que te lances con ardor a la vida -religiosa y santa. También eso, aunque con apariencias imaginativas, -puede ser práctico, esencialmente práctico. Si tu conciencia, si tu -corazón te impulsan por ese camino, síguelo, que tu carácter y los -hábitos adquiridos no te permitirán quizás, o sin quizás, ir por otro. -Mi aprobación en toda regla. Cuanto pertenezca al orden de la piedad, y -a los supremos _intereses_ espirituales, me tendrá siempre en favorable -disposición. Pero concrétate a un papel puramente pasivo, pues no -naciste tú para la iniciativa ni para la actividad, en su acepción más -lata. Temo mucho a tus ambiciones de fundadora, y veo en peligro los -reducidos intereses que constituyen tu legítima. Con ellos se te podría -constituir una dote decorosa, y si me apuran, una dote espléndida. Pero -si en vez de concretarte a ser humilde oveja, como piden tu carácter -débil y, permíteme que lo diga, tus cortos alcances, te quieres meter -a pastora, no tienes ni para empezar. ¡Ah! vivimos en un siglo en que -no se pueden desmentir las leyes económicas, querida hermana; y el -que no tenga en cuenta las leyes económicas, se estrellará en toda -empresa que acometa, aun aquellas del orden espiritual. Así como no se -puede hacer una tortilla sin romper huevos, no puede emprenderse cosa -alguna sin capital. Hoy no se crean Órdenes o Congregaciones con el -esfuerzo puro de la fe y del ejemplo edificante. Se necesita que el -que funda, posea una fortuna que consagrar al servicio de Dios, o que -encuentre protectores ricos y piadosos. Tú no los encontrarás para ese -objeto, si piensas buscar apoyo en la familia. Los parientes próximos, -puedo citártelos uno por uno, no están en disposición de consagrar a -un negocio tan problemático como la salvación de las almas propias -y ajenas sus apuradas rentas. De modo, que si te obstinas en llevar -adelante un pensamiento demasiado ambicioso, no harás nada de provecho, -y perderás en vanas tentativas lo poco que tienes. Nuestra época admite -los arrebatos místicos, pero con la razón siempre por delante; admite -la caridad en grado heroico, pero con capital a la espalda, capital -para todo, hasta para allanarle a la humanidad los caminos del Cielo. -Tú no posees ni ese capital encefálico que se llama razón, ni esa razón -suprema de los actos colectivos, que se llama capital. Intenta algo que -se salga de lo común, y verás como sale un despropósito. Siembra tu -pobre iniciativa, y cogerás cosecha de tristes desengaños. - ---¿Has concluido?... ¡Qué bien se explica el señor senador! --le dijo -Catalina con gracejo--. ¿Y si te dijera que no me has convencido? Me -reñirías un poquito más. ¿Y si al reñirme más, yo me permitiera el -atrevimiento de no hacerte caso? Pero si no conoces mis ideas, ni mis -planes, ¿para qué los criticas? Es una verdadera desdicha que seas tan -parlamentario, porque a todo le das el giro de discusión de negocio -grave, y te sale un debate político de cada dedo. Yo no discuto, ni -critico, ni _parlamenteo_ nada. Lo que pienso hacer lo haré si puedo, -y si no, no. ¿Ya te estás curando en salud, creyendo que voy a pedirte -algo que no sea mío? Respira tranquilo, hombre práctico, apóstol del -dogma económico, y de las sacrosantas doctrinas del capital y la renta, -y tal y qué sé yo. Niégame que existe un capital más eficaz que el que -se forma con el dinero y la razón. - ---A ver... ¿qué? - ---La fe... No te rías... - ---Si no me río. Pues estaría bueno que yo me riera de la fe... no, -querida y respetada hermana... Debo poner punto por hoy en estas -discusiones. Sé que no he de convencerte. Yo digo: «terquedad, tu -nombre es Catalina de Halma...» Espero que otro será más afortunado que -yo. - ---¿Quién? - ---Don Manuel... Nuestro buen amigo triunfará de tus manías. - -En aquel punto entró en el despacho la Marquesa, que acababa de llegar -de misa, y cogiendo al vuelo las últimas palabras, terció en el debate, -repitiendo, como un eco de su marido: - ---Don Manuel, don Manuel te convencerá. - - - - -VI - - -Y como si las palabras de Consuelo fueran una evocación, apareció en -la puerta, sin que antes se le sintieran los pasos, un clérigo alto y -viejo, que sonriendo y con blanda vocecilla, decía: - ---Don Manuel, sí, aquí está don Manuel, dispuesto a convencer a la -misma sinrazón... ¡Oh, mi señora doña Catalina!... A fe de Manuel -Flórez que no esperaba tan grato encuentro, y pensaba, antes de -almorzar, darme una vueltecita por arriba. - ---Hoy es día solemne --dijo el Marqués con su habitual cortesanía--; -hoy tenemos a almorzar al señor don Manuel, y mi hermana, que sabe -cuánto se merece un amigo de tal calidad, quebranta su clausura, baja -al comedor y nos acompaña a la mesa. - ---No merezco yo tanto... ¡Oh! - -Doña Catalina quiso protestar sin ofender al venerable sacerdote; pero -su voz fue ahogada por admoniciones cariñosas, y poco después pasaron -los cuatro al comedor. Por el camino decía el simpático Flórez a la -Condesa de Halma: - ---No está demás, mi buena y santa amiga, aflojar un poquito la cuerda -de vez en cuando. - -Con decir que la educación del Marqués y la de su esposa era exquisita, -se dice que en el curso del almuerzo no se habló más que de cosas -gratas, en las cuales pudieran todos decir su palabra sin ninguna -violencia. Catalina estuvo melancólica y amable, don Manuel festivo, -el Marqués reservado, y Consuelo con todos fina y obsequiosa. Nada -ocurrió, pues, que merezca especial mención. Dijeron algo de política, -que Feramor trataba siempre con criterio muy elevado, huyendo de -las personalidades, cuatro palabras de literatura y academias, y un -poco también del proceso del cura Nazarín, que por aquellos días -monopolizaba la atención pública, y traía de coronilla a todos los -periodistas y _reporters_. Divididos los pareceres sobre aquella -extraña personalidad, unos le tenían por santo, otros por un demente, -en cuyo cerebro se habían reunido con extraordinaria densidad los -corpúsculos insanos que flotan, por decirlo así, en la atmósfera -intelectual de nuestro tiempo. Interrogado sobre tan peregrino caso, -el bonísimo don Manuel dijo que aún no tenía datos suficientes para -formar criterio en aquel punto, y que se reservaba su opinión para -cuando hubiese estudiado, con repetidas visitas y conferencias, al -loco, santo, o lo que fuera. La de Halma no dijo esta boca es mía, ni -aun demostró interés en un asunto, que por ser cosa que andaba en los -periódicos, debió de parecerle de interés vano y pasajero. - -Después del almuerzo, subieron don Manuel y doña Catalina al aposento -de esta, y se entretuvieron largo rato charlando con los chiquillos -y la institutriz, la cual era inglesa, de edad madura, con rostro de -pájaro disecado, buena persona, que sabía su oficio y cumplía muy -bien, transmitiendo a las criaturas sus maneras finísimas, y sus -tópicos de ciencia fácil para uso de familias bien acomodadas. Cuatro -eran los niños de los señores Marqueses, y a todos se les nombraba -con los diminutivos familiares, a la usanza inglesa. Alejandrito, el -mayor (_Sandy_), despuntaba por su corrección de pequeño _gentleman_, -y era un fiel trasunto de su papá, por lo comedido, lo económico, y -la precocidad de las cosas prácticas. Seguía Catalinita (_Kitty_), -ahijada de su tía del mismo nombre, monísima criatura, muy espiritual -y un poquitín traviesa. Paquito (_Frank_) era un poco abrutado, pero -en él despuntaba una inteligencia sólida para la mecánica y... las -obras públicas. Como que su juego preferido era imitar el ferrocarril, -haciendo él de locomotora. Seguía Teresita, de tres años, a la cual -llamaban _Thressie_, gordinflona, comilona, y nada espiritual, por -el momento. Se pirraba por chapotear en agua, lavar trapos, y otras -ordinarias ocupaciones. Era la que más daba que hacer a la _miss_, a -quien llamaban _Dolly_, que es lo mismo que Dorotea. - -Fuéronse todos de paseo muy bien arregladitos, pastoreados por la -inglesa, y solos ya la Condesa y don Manuel, se encerraron, quiero -decir, que a solas estuvieron larguísimo tiempo, casi toda la tarde, -charlando de cosas graves de religión y de beneficencia. No es posible -continuar en esta verídica narración sin afirmar que don Manuel Flórez -era un sacerdote muy simpático: sus singulares prendas lo mismo le -daban prestigio y consideración en las clases altas, que popularidad en -las inferiores. Entre diversos linajes de personas andaba de continuo, -codeándose con aristócratas, o alternando con la pobreza humilde, -y arriba y abajo sabía emplear el lenguaje más propio para hacerse -entender. En él eran de admirar, más que las virtudes hondas, las -superficiales, porque si no carecía de austeridad y rectitud en sus -principios religiosos, lo que más en él resplandecía era la pulcritud -esmerada de la persona, la dulzura, la benevolencia, y el lenguaje -afectuoso, persuasivo y en algunos casos retórico de buen gusto. La -malicia pudo alguna vez tratar de mancharle, arrojándole salpicaduras -de lodo callejero; pero siempre salió limpio y puro de aquellos ataques -por su constancia en despreciarlos y no darles ningún valor. - -Nunca tuvo ambición eclesiástica. Hubiera podido ser obispo con solo -dejarse querer de las muchas personas de gran influencia política que -le trataban con intimidad. Pero creyó siempre que, mejor que en el -gobierno de una diócesis, cumpliría su misión sacerdotal utilizando -en servicio de Dios la cualidad que este, en grado superior, le había -dado, el don de gentes. ¡Prodigiosa, inaudita cualidad, cuyos efectos -en multitud de casos se revelaban! No era solo la palabra, ya graciosa, -ya elocuente, familiar o grave según los casos; era la figura, los -ojos, el gesto, el alma flexible y escurridiza que se metía en el -alma del amigo, del penitente, del hermano en Dios, y aun del enemigo -empecatado. Podría creerse que tal cualidad serviría para lucir en -el púlpito. Pues no señor. En su juventud había probado la oratoria -sagrada con éxito dudoso. Predicador adocenado, pronto hubo de conocer -que a ninguna parte iría por aquel camino. Su apostolado tenía por -órgano la conversación, y el trato social era el campo inmenso donde -debía ganar sus grandes batallas. - -Vivía Flórez con independencia, de la renta de dos buenas fincas que -heredó de sus padres en Piedrahita. No tenía, pues, que afanarse por la -_pícara olla_, ni que volver los ojos, como otros infelices, al palacio -episcopal, a las parroquias o al Ministerio de Gracia y Justicia. Dios -le había hecho vitalicio el pan de cada día, poniéndole en condiciones -de ejercer su ministerio con la eficacia que da... una alimentación -perfecta. No le venía mal la independencia hasta para la conservación -de su fácil ortodoxia, de su perfecta conformidad con el espíritu y -la letra de cuanto enseña y practica la Santa Iglesia. Vestía con -pulcritud y hasta con cierta elegancia dentro de la severidad del traje -eclesiástico, sin que en ello hubiera ni asomos de afectación, pues en -él el aseo y la compostura eran cosa tan natural como el habla correcta -y la bondad de las acciones. Era elegante, por la misma razón porque -cantan los pájaros y nadan los peces. Cada ser tiene su epidermis -propia, producto combinado de la nutrición interior y del medio -atmosférico. La ropa es como una segunda piel, en cuya composición y -pátina tanta parte tiene lo de dentro como lo de fuera. - -Importantísimo debía de ser lo que hablaron aquella tarde don Manuel -y doña Catalina, porque la encerrona fue larga. Despidiose el buen -sacerdote al fin, diciendo al coger su teja: - ---Quedamos en eso..., ¿eh? - ---Yo no diré nada, ni haré nada. - ---Corriente, mi buena y santa amiga. Si algo le dicen a usted, -desentiéndase. Si sobreviene algún disgustillo, écheme la culpa. No -tiene más que decir: «cosas de don Manuel». - ---Perfectamente. Si consigo lo que deseo, a usted lo deberé todo, y -suya será la gloria. - ---No, eso no: la gloria es de usted, quedamos en eso, en que la gloria -es de usted. No soy más que el ejecutor o el auxiliar de una grande, de -una excelsa idea. Adiós, adiós. - - - - -VII - - -Bajó despacito las escaleras, fija la vista en los peldaños, mientras -volteaba en su mente la grande, la excelsa idea, y en el portal se -encontró a los señores Marqueses que regresaban de su paseo en coche. - ---¿Todavía por aquí, don Manuel? - ---¿Quiere quedarse a comer? - ---Gracias mil. Ya saben que no como a estas horas. Mi chocolatito, y a -la cama como un ángel. Consuelo, buenas tardes. - ---¿Y cuándo tendremos el gusto de volver a verle por aquí? --le -preguntó el Marqués. - ---Ese gusto lo tendrán ustedes mañana. - ---El disgusto será de usted. - ---Quizás... Pero en fin, mañana hablaremos. Abur, abur. - -Requirió el manteo, y se fue, dejando a su buen amigo un tanto caviloso -con aquel anuncio de conferencia, que debía de ser, se lo decía -el corazón, alguna extravagancia de su señora hermana la Condesa. -Preparose, pues, prejuzgando todos los órdenes, de razonamientos -con que podría embestirle don Manuel, y le aguardó tranquilo. Las -diez no eran todavía cuando el sacerdote entró en la casa, y ambos -en el despacho, sentaditos a uno y otro lado de la mesa, hablaron -largo tiempo. El Marqués, si le dejaban, era un águila para las -amplificaciones; pero Flórez sabía ser lacónico y contundente cuando -el caso lo exigía. La confianza autoritaria, de superior a inferior, -con que le trataba, por haber sido su maestro antes de la partida de -Feramor para Inglaterra, facilitaba mucho a don Manuel las fórmulas de -concisión. - ---Ya, ya me lo figuraba --dijo el Marqués, oída la breve exposición que -hizo don Manuel de su visita--. Desde que usted me indicó anoche... -Bajaba usted de su cuarto, donde estuvo en cónclave con ella toda la -tarde... En seguida comprendí. Mi señora hermana desea que le entregue -su legítima. - ---Exactamente. - ---¿Y para eso tanto misterio, y conferencias tan largas entre usted -y ella? ¿Por qué no me lo dice? ¿Acaso me niego a entregarle lo suyo? -¿Por ventura no tengo mis cuentas bien claras, y mi conciencia muy -tranquila, y todos los asuntos tan en regla, que fácilmente podría -contestar a cuantas objeciones se me hicieran? Vea usted, vea usted... - -Y diciendo esto sacó un legajo cuyo rótulo decía: «Cuenta de las -cantidades suplidas a mi señora hermana Catalina...» - ---Ya, ya --dijo el clérigo continuando de memoria la lectura del -rótulo--. «Suplidos en Madrid cuando se casó... y después en Sophia, -Constantinopla, Corfú...» Dame acá. - -Y tomó los papeles, y sin dignarse pasar por ellos la vista, con -resolución firme y calmosa empezó a romperlos, no pudiendo hacerlo con -todo el legajo de una vez, por ser demasiado grueso. - ---¡Qué hace usted, don Manuel! --exclamó el Marqués abalanzando su -cuerpo por encima de la mesa, pero sin atreverse a quitarle al otro de -las manos los papeles que rompía pausadamente, echando los pedazos en -una cestita próxima. - ---Ya lo ves... Hago lo que tú harías si fueras como Dios y yo queremos -que seas, lo que harás seguramente si reflexionas en ello... Déjame, -déjame que deshaga toda esta podredumbre... - ---Pero... - ---No hay pero que valga. ¡Si has de concluir por aprobarlo, y -ayudarme a romper los que quedan! Hijo mío, tengo de ti mejor idea -de lo que parece, y aunque te empeñes en disimular tu buen corazón -con esas apariencias de egoísmo que te impone la sociedad, no has -de conseguirlo. Ya, ya estás comprendiendo que debes entregarle a -tu hermana su legítima íntegra, y que esa resta infame que tenías -preparada no es propia de un caballero cristiano... como debes ser... -como eres, lo digo y lo repito, como eres. - ---¡Don Manuel! - ---Don Manuel te quiere mucho, y cuando te ve desfigurado por el -egoísmo, que todo lo contamina, te rehace a su gusto... Yo quiero que -seas conforme al tipo de caballero cristiano que quise formar en ti -cuando te llevaron a tierras de ingleses metalizados. No pongas esa -cara compungida, ni abras esos ojazos, Paco, amigo mío y discípulo -amado. Los anticipos que hiciste a tu hermana son miserias... miserias -para ti, que eres rico; y si retienes esas cantidades al entregarle -su legítima, rebajas tu dignidad, y te pones al nivel de la gente mal -nacida. Prueba que eres noble, no solo de nombre, sino de hechos, y -perdónale a tu pobre hermana las limosnas que le hiciste, que si el no -dar limosna es cosa fea, el reclamar la que se dio es cosa feísima, -plebeya, vil. - ---Permítame usted, mi querido Flórez --dijo el Marqués palideciendo, -sin ningunas ganas de ceder, pero también sin ánimo para oponerse al -rasgo de su amigo y maestro--; permítame usted que le diga que no es -esa la manera de tratar las cuestiones de intereses. Discutamos... - ---Eso es lo que tú quieres, discutir, porque en ello siempre llevas -ventaja. Pues yo aborrezco las discusiones; soy muy poco parlamentario. -¿Y para qué habíamos de discutir? Ya han desaparecido en pedacitos -mil tus famosas cuentas. Mía es la responsabilidad de este crimen de -lesa majestad... económica. Pero mi conciencia está tranquila, y aquí -donde me ves, al romper tus papelotes he sentido en mi interior un -goce vivísimo. ¡Si tú eres bueno, si tú mismo no sabes lo bueno que -eres! Ea, voy a echármelas de parlamentario. Discusión: planteo el -debate. Seré breve, muy breve. Escúchame. Tú eras rico, tu hermana -pobre. Tú habías hecho un buen casamiento, bajo todos puntos de vista; -tu hermana lo había hecho detestable. Tú eras feliz, ella desgraciada. -¿Qué menos podías hacer que socorrerla en su miseria, cuando aún no -podías entregarle su legítima, por no estar ultimada la testamentaría? -La socorriste, fuiste buen hermano, buen caballero, y ahora, cuando -ella te pide la herencia de vuestro padre, te adelantas gallardamente -y le dices: «Querida hermana, toma lo que te pertenece, y olvida los -sinsabores que te causé, como yo olvido los socorros que te di.» Esto -hace un prócer, esto hace un caballero, esto hace el primogénito de una -casa ilustre que hoy se encuentra en posesión de grandes riquezas. - ---No me deja usted hablar... ¡Pero don Manuel de mi alma...! - ---Si estoy yo _en el uso_ de la palabra, como decís allá. Después -hablará su señoría, que aún tengo mucho que decir... Sigo. Pues -me figuro que tengo delante de mí a tu padre, o mejor aún, que el -hombre que tienes frente a ti, no soy yo, sino aquel bonísimo aunque -desordenado Pepe Artal, mi noble amigo. ¿Por qué me decidí a romperte -todo este papelorio? Porque tenía la seguridad de que él lo hubiera -roto. No era yo, era él, quien lo rompía. Hago revivir ante ti la -imagen, más que la memoria, de tu padre, para que le imites en este -caso, aunque en otros me guardaría muy bien de presentártelo como -modelo. ¡Ah!... Paco mío, tu padre era un perdido... digo, tanto como -un perdido no, era una mala cabeza, el desbarajuste, la imprevisión. -Cabeza de trapo, corazón de oro. ¡Qué corazón el de Pepe Artal! Era -el caballero español, dispuesto a todas las barbaridades imaginables; -pero también generoso, verdaderamente noble y magnánimo. El pobrecito -no conoció a los economistas ingleses, ni siquiera por el forro. Había -oído hablar con grandes encarecimientos de los políticos de allá: Lord -Palmerston, Pitt, qué sé yo; pero él no les conocía más que yo a los -sacerdotes de Confucio. Creía que todo lo bueno ha de traer una marca -que diga _Londón_, y se empeñó en que tú habías de entrar en el mundo -social y político con esa etiqueta. Fuiste allá, volviste hecho un -inglesote. Vales mucho, yo no lo niego. Serás capaz de arreglar la -Hacienda española... trabajo te mando... como has arreglado la tuya. -Tienes grandes cualidades, algunas muy raras aquí, y que nos hacen -mucha falta; pero careces de otras, quizás las más elementales... -Pero yo, que te quiero tanto, tanto, te cojo, como se coge un muñeco -o cualquier figurilla de materia blanda, y te retuerzo, y te doy una -gran vuelta, hasta enderezar en ti lo que me parece torcido, y hacerte -a mi gusto... Conque se acabó el discurso. Quedamos en eso: en que le -entregarás a tu hermana su legítima sin escatimarle las sumas con que -acudiste a sus necesidades en los tiempos de su extrema pobreza... -¿Estamos? Pues bien, ahora, yo que soy un gran embustero cuando el caso -llega, subiré a ver a Catalina, y le soltaré una mentira muy gorda, -pero muy gorda... - ---¡Qué! - ---Que tú, por tu propia iniciativa, como saliendo de ti, ¿me entiendes? -has tenido ese rasgo. Que yo no te he dicho nada, que los papeles los -rompiste tú, mejor, que ya los habías roto; en fin, yo me entiendo. - ---¿Y eso dirá usted a mi hermana? - ---Eso mismo, tal como lo oyes. - ---Pues no lo creerá --dijo Feramor, sonriendo por primera vez después -del sofoco que acababa de pasar. - ---Tanto peor para ella y para ti... Pero sí lo creerá. Basta que se lo -diga yo. - ---Con muchos actos de veracidad como este... - ---¡Pero si en rigor no es mentira lo que pienso contarle! ¡Si tú, -al fin, sientes ya no haber tenido aquella espontaneidad, porque tu -corazón se ha vuelto del lado de la esplendidez galana y noble! Y el -aceptar ahora gozoso lo que antes no hiciste, es lo mismo que si lo -hubieras hecho, y llegas a creer que tú mismo rompiste las cuentas, -y... Vaya, confiésame que te has penetrado de tu papel de caballero -y de buen hermano, y que estás contento de haberlo mostrado con una -gallardísima acción. Confiésalo, di que sí, y con esa declaración me -quedo yo más tranquilo, y no me remorderá la conciencia por el embuste -que voy a encajarle a la Condesa... - ---Hm... - - - - -VIII - - ---Mire usted, mi querido don Manolo --dijo el Marqués sentándose, -después de dar dos o tres vueltas por la estancia--. Sin esfuerzo -alguno, y con solo una ligera indicación de usted o de ella misma, -habría usted visto en mí eso que llama rasgo, si supiera yo que al -entregar a mi hermana su legítima, daba un empleo útil a ese pequeño -capital... Déjeme usted seguir, que ahora me toca hablar a mí. ¡Pues no -faltaba más sino que usted se lo dijera todo! Continúo _en el uso_ de -la palabra. Cúreme usted a mi hermana de sus manías de fundadora... - ---Pero ven acá, majadero, ¿acaso la fe es una enfermedad? - ---Que hablo yo ahora: no se interrumpe al orador. Quítele usted de -la cabeza a mi señora hermana esas ideas y esos planes para cuya -realización no le ha dado Dios el cacumen que se necesita, y no solo -le entregaré gustoso lo que le pertenece, sin merma alguna, sino que -añadiré algo, siempre que ella se humanice, dejándose de aspirar a la -canonización, y vuelva al mundo, mirando por su propio interés y por -el de la familia. De buen grado daré todo el esplendor posible a la -posición que ella podría crearse, bien casándose con el viudo Muñoz -Moreno-Isla, bien con... - ---¡Paco, por Dios, no desbarres!... Sí, te interrumpo, no te dejo -hablar, no consiento que barbarices de ese modo. ¡Pero tonto, si su -grande espíritu la llama hacia cosas bien distintas de eso que llamas -posición!... ¡Vaya una posición! ¡Si ella quiere la más alta de todas, -la que será siempre inaccesible para todos esos Casa-Muñoz y demás -traficantes ennoblecidos que se revuelcan en la vulgaridad, entre -barreduras de plata y oro! ¡Buena está Catalina para vender la alegría -de su alma, que consiste en estar siempre en Dios y con Dios, por el -dinero de esos publicanos! ¡Divertida estaría tu hermana con esa gente, -pues a trueque de poseer unas cuantas acciones del Banco, tendría que -soportar a su lado noche y día al de Casa-Muñoz y oírle decir _áccido_, -_carnecería_, y otros barbarismos! ¡Y de añadidura, tener por cuñada -a la Josefita Muñoz, la _reina de las tintas_, como la llama no sé -quién, y oírla y aguantarla y estar cerca de ella, cosa tremenda, -porque es público y notorio que le huele mal el aliento!... Yo no me he -acercado... tate... Me lo han dicho. Pues otra: la madre de esos tenía -su tienda en la calle de la Sal. ¡Dios misericordioso, las varas de -sarga que me ha medido a mí la buena señora para sotanas! ¡Y hoy sus -hijos son Marqueses, y en señal de finura se llevan la mano a la boca -cuando les viene un eructo, y van a París como maletas para introducir -en España la moda... de los _huevos al plato_! ¡Y esa es la posición -que quieres para tu hermana! - ---No se puede con usted, mi buen don Manolo, cuando toma las cosas -en solfa --replicó el Marqués festivamente--. Búrlese usted todo lo -que quiera; pero yo repito y sostengo que no hay otro medio, para -crear clases directoras en esta desquiciada sociedad, que cruzar la -aristocracia de pergaminos con la de papel marquilla, dueña del dinero -que fue de la Iglesia y de las casas vinculadas. Yo le aseguro a -usted... - ---No me asegures nada... Tu hermana no quiere ser clase directora en el -sentido social. Puede serlo en otro mucho más elevado. Sus desgracias -le han hecho aborrecer toda esa miseria dorada del mundo. Ningún amor -terrestre puede sustituir en su alma al cariño que tuvo a su esposo. -Ahí donde la ves, con todo ese aire de poquita cosa, es una heroína -cristiana. Fue buena esposa, mártir de sus deberes; la memoria del -pobre muerto es su consuelo, y la llama vivísima de fe que arde en su -alma se traduce en la ambición de consagrar su vida al bien de sus -semejantes, a aliviar en lo posible los males inmensos que nos rodean, -y que vosotros los ricos, los prácticos, los parlamentarios, veis con -indiferencia, cuando no los escarnecéis, queriendo aplicar a su remedio -las famosas leyes económicas, que vienen a ser como la receta del -italiano contra las pulgas. - ---Pero si yo no me opongo a que mi hermana sea piadosa... Accedo a que -no se case, a que se dedique a la oración en la soledad de un claustro. -Soy creyente, bien lo sabe usted. - ---Hm... ¡Creyente! Todos los señores prácticos, políticos y -parlamentarios lo son por conveniencia, por decoro y exterioridad. Van -con vela a las procesiones, y cuando se arrodillan ante el Santísimo y -ven elevar la hostia, están pensando en que los cambios suben también, -o bajan. - -Dijo esto don Manuel nervioso, impaciente, levantándose y dando tumbos -por el cuarto. De pronto entra _Sandy_ a pedir a su padre los sellos -que había recibido aquellos días, y el buen sacerdote, después de -acariciarle, le dice: - ---Corre al segundo, alma mía, y a tu tiíta Catalina que baje al -momento, que tu papá y yo tenemos que hablarle. - -Subió el chiquillo como una exhalación, y en el tiempo transcurrido -hasta que se presentó la Condesa, el Marqués hubo de parafrasear -sus últimas afirmaciones para evitar que Flórez las interpretara -torcidamente. Era hombre práctico, y humillándose ante los hechos -consumados, quería quedar bien con todo el mundo. - ---He querido decir, señor don Manuel, que no ha demostrado mi hermana, -hasta ahora, aptitudes para cosa tan grande, para una empresa que no -solo requiere piedad, sino inteligencia, saber del mundo y de los -negocios. Eso sostuve y sostengo. ¿Pero acaso el que no haya demostrado -aptitudes, significa que no pueda adquirirlas cuando menos se piense? -La fe hace milagros, ¿quién lo duda? La fe puede mucho. - ---Según tú, los milagros los hace la santa economía. - ---También. Y la inteligencia, y el método, y... - -La entrada de su hermana le cortó la palabra. Antes de saludarla, don -Manuel le alargó desde lejos los brazos, diciéndole con tanta seriedad -como alegría: - ---Venga usted acá, señora Condesa de Halma, y dé las gracias a su -hermano, este noble hijo de su padre, esta gloria de los Artales y -Javierres... El señor Marqués, no bien le indiqué los proyectos de -usted, abrió, como quien dice, su corazón y su alma toda, inundada de -fe cristiana y de entusiasmo católico. Y nada... que disponga usted -de su legítima, sin merma alguna, que no hay cuentas, ni las hubo, -ni puede haberlas entre dos hermanos que tanto se aman... que si no -basta, él está dispuesto... - ---Poco a poco, don Manuel... Yo... - ---Sí, sí, quiere decir que no nos abandonará en caso de... En fin, se -ha portado como quien es, como un prócer castellano, caballero de la -fe de Cristo. Ya lo esperaba yo, que conozco la raza, y he llorado de -satisfacción viendo cómo sus ideas a las mías respondieron, cómo su -noble corazón se inundó de regocijo ante los sublimes proyectos de su -bendita hermana. ¡Vivan los Artales y Javierres, cuyo blasón no tiene -igual en nobleza, cuya historia está llena de actos magnánimos, de -virtudes heroicas! ¡Viva la familia que cuenta más santos que príncipes -en su árbol genealógico, y príncipes a centenares, y felicitémonos -todos, y yo el primero, por la honra de ser amigo de tan ilustres -personas! - ---Bien, muy bien --dijo doña Catalina entre dos sonrisas, demostrando -en la frialdad con que pronunció aquellas palabras, que no aceptaba -como artículo de fe las del clérigo. - ---No me opongo jamás --dijo Feramor tragando saliva, para ahogar con -ella la tumultuosa procesión que le andaba por dentro--, no me opongo a -nada que sea razonable. Cuando lo espiritual se presenta en condiciones -prácticas, soy el primero... ya se sabe... Mis ideas generales, -mis ideas políticas, concuerdan con todo lo que sea el _fomento y -protección_ de los intereses religiosos. La fe es una fuerza, la mayor -de las fuerzas, y con su ayuda, las demás fuerzas, ora sociales, ora -económicas, podrán realizar maravillas. Toda empresa de _mejora_ moral -me tiene a su lado, porque no veo más camino para el perfeccionamiento -humano que las creencias firmes, la misericordia, el perdón de las -ofensas, la protección del fuerte al débil, la limosna, la paz de las -conciencias. - ---¡Qué hermosas ideas! --dijo don Manuel con fingido entusiasmo--. -¡Benditas sean las riquezas que atesoras, porque con ellas harás el -bien de tus semejantes desvalidos! Si todos los ricos fueran como tú no -habría miseria, ¿verdad?, ni el problema social sería tan pavoroso. - -Al llegar a este punto, el Marqués necesitaba violentarse mucho -para no coger una silla y dejarla caer sobre la cabeza del ladino y -maleante sacerdote. Pero su corrección social, como una conciencia más -fuerte que la conciencia verdadera, se sobrepuso a su enojo, y ni un -momento desapareció de sus labios la sonrisa, que parecía esculpida, -de la buena educación... ¡Ah, la buena educación! Era la segunda -naturaleza, la visible, la que daba la cara al mundo, mientras la -otra, la constitutiva, rara vez salía de la clausura en que las bien -estudiadas formas urbanas la tenían recluida. Prescindir de aquella -segunda naturaleza para todos los actos públicos y aun domésticos, -era tan imposible como salir a la calle en cueros, en pleno día. -Los refinamientos de la educación, si en algunos casos corrigen -las asperezas nativas del ser, en otros suelen producir hombres -artificiales, que por la consecuencia de sus actos se confunden con los -verdaderos. - -Apurando los inagotables recursos de su buena educación, de aquella -fuerza en cierto modo creadora y plasmante que hace hombres o por lo -menos estatuas vivas, el Marqués sostuvo el papel que le había impuesto -el eclesiástico amigo de la casa, y terminó la conferencia diciendo -graciosamente a su hermana: - ---Dispón de... eso cuando quieras. Estoy a tus órdenes. Y, como te ha -dicho muy bien don Manuel, entre nosotros, entre hermano y hermana, -no se hable de cuentas, ni de anticipos... No, no me des las gracias. -Es mi deber perdonarte una deuda insignificante. La fortuna me ha -favorecido más que a ti; ¿qué digo la fortuna? Dios, que es quien -da y quita las riquezas. Si a mí me las ha dado, es para que puedas -consagrarte... consagrarte... - -No acabó el concepto, porque la buena educación, empleada a tan altas -dosis, hubo de agotarse... Para disimular la repentina extinción de -aquella fuerza, el Marqués no tuvo más remedio que fingir una tosecilla. - -Y don Manuel, sacando una cajita de cartón, le dijo con buena sombra: - ---Tome usted, señor parlamentario, una pastillita de las que yo gasto. - - - - -SEGUNDA PARTE - - - - -I - - -Véanse ahora los artificios que en la conducta del Marqués de Feramor -determinaba su segunda naturaleza, el ser urbano y correcto, pues el -impulso adquirido le llevó a distancias considerables de su verdadera -índole interna, petrificada en el egoísmo. Aquella noche y las -siguientes, platicando en su tertulia con las personas graves de ambos -sexos que a ella concurrían, indicó con discreta jactancia su propósito -de coadyuvar a las empresas religiosas de su hermana la Condesa. -Verdad que todo esto era de dientes afuera. Hay que manifestar que le -incitaba a la expresión de tales ideas y otras semejantes la atmósfera -que reinaba en su tertulia, y que no era más que una prolongación del -ambiente total. Porque en aquellos días, que no están muy lejanos, -había venido sobre la sociedad una de esas rachas que temporalmente la -agitan y conmueven, racha que entonces era religiosa, como otras veces -ha sido impía. El fenómeno se repite con segura periodicidad. Vienen -vientos diferentes sobre la conciencia pública: a veces como una moda -de exaltaciones democráticas; a veces la moda del ideal contrario. -En literatura también vienen y van estas ventoleras furibundas, que -harían grandes estragos si no pasaran pronto. Sopla a veces un realismo -huracanado que todo lo moja; a veces un terral clásico que todo lo seca. - -La religión no se libra de esta elasticidad atmosférica, que en cierto -modo es saludable, dígase lo que se quiera. Vienen altas presiones de -indiferentismo; siguen otras de piedad. En los días a que me refiero, -la racha religiosa venía con fuerza, y en los salones de Feramor se -arremolinaba furibunda. Hablábase con preferencia de Roma y del Santo -Padre; a cualquiera se le ocurrían frases felices para ridiculizar a -los incrédulos, o para encomiar las hermosuras del simbolismo cristiano -y de las artes auxiliares del culto; otros señalaban decadencia, -síntomas de ruina moral en los países protestantes. Sostenían estos la -frecuencia de las conversiones al catolicismo, y aquellos recordaban -con encarecimiento las vidas de santos y fundadores, encontrándolas -más bellas que las de los héroes de Plutarco. Se proyectaban viajes en -cuadrilla para admirar catedrales y huronear monasterios derruidos, y -los aficionados a la estética reconocían más talento en los escritores -ortodoxos que en los impíos o indiferentes. Algunos que nunca fueron -beatos, enseñaban bajo la mundología una punta de oreja pietista, y -los que lo eran se crecían y amenazaban comerse el mundo. De fuera, -por el vehículo de la prensa, que siempre ha sido extraordinariamente -sensible a estas mudanzas atmosféricas, venía la racha, empujando más -cada día, porque los periódicos tachados de librepensadores y que lo -eran realmente, al llegar Semana Santa, salían con todas sus columnas -abarrotadas de una santurronería que habría hecho palidecer de ira -a los progresistas de hace treinta años. Las señoras, naturalmente, -aventaban más y más la racha con el aire de sus abanicos y con el -aliento de su apasionada fraseología, hasta conseguir que se hinchara -como tromba. Ignoraban que cuando se apaciguaran aquellos vientos, -vendrían otros con nuevas ideas y pasiones nuevas. - -Pues bien, en una atmósfera densa de revindicaciones religiosas, vertía -el Marqués de Feramor sus ideas artificiales, que se llaman así para -diferenciarlas de las ideas verdaderas, encerraditas muy adentro, lejos -del histrionismo seco de la buena educación. Se esforzaba en mostrarse -contento por auxiliar a su hermana doña Catalina en las formidables -empresas cristianas que acometería muy pronto. ¡Oh, como representante -de las clases directoras, él estaba obligado a contribuir a cuanto -favoreciera los _grandes intereses espirituales_ de la sociedad! No -todo había de ser fomentar obras públicas, y defender como artículo -de fe la asociación mercantil. Había que mirar al más allá, enseñar -a las clases proletarias el olvidado camino del Cielo, y preparar -la vuelta de los grandes ideales. De este modo daba alimento a su -vanidad, preconizando en público lo que en su fuero interno detestaba, -y hacía propósito de sacar partido de lo que tan contra su voluntad se -fraguaba, en el piso segundo de su casa, entre la testaruda Condesa de -Halma y el complaciente don Manuel Flórez. - -Los concurrentes a su tertulia se veían obligados a mayores alabanzas -que las que constantemente le tributaban por su sentido inglés, -y su desprecio de las exageraciones. A excepción del Conde de -Monte-Cármenes, equilibrista incorregible, que se ponía siempre en un -justo medio muy cómodo, equidistante del misticismo y de la impiedad, -los amigos de Feramor le veían con gusto en aquel camino. Naturalmente, -los hombres de capacidad intelectual y pecuniaria como él, estaban -obligados a dar vigor al poder público, vigorizando el _resorte_ -religioso. El Marqués de Cícero no podía contener su entusiasmo; -Jacinto Villalonga, que al conseguir la senaduría vitalicia se había -constituido en adalid de los grandes principios, deploraba no ser -rico para ayudar a la Condesa de Halma en sus empresas espirituales, -que eran lo mismo que una gran batalla dada a las revoluciones; los -Trujillos, los Albert y Arnáiz, de la nobleza frescachona, opinaban que -los _títulos_ debían ponerse al frente del movimiento de regeneración; -el Conde de Casa-Bohío, Tellería de nacimiento, casado con una cubana -rica, declaraba su conformidad y aprobación entusiasta... en nombre de -Europa y América. El general Morla no hacía más que repetir y confirmar -sus ideas de toda la vida. Severiano Rodríguez cerdeaba un poco; pero -sin lanzarse resueltamente a la oposición, porque su urbanidad se lo -vedaba. - -Pero el que con mayor vehemencia y aspavientos más enfáticos hizo la -apología de los _intereses espirituales_, fue un tal José Antonio de -Urrea, primo del Marqués, parásito en la casa por temporadas, hombre -inconstante, ligero y de dudosa reputación. Más joven que Feramor, algo -se le parecía en lo físico, en lo moral poco, porque era la cabeza más -destornillada de la familia, y la mayor calamidad que pesaba sobre -ella. El Marqués le profesaba una antipatía que a veces era mortal -odio, y había hecho los imposibles por mandarle a Cuba, a Filipinas, -al fin del mundo, y librarse de sus furiosas acometidas en demanda de -socorros pecuniarios. Las adulaciones del dichoso pariente le sacaban -de quicio, porque tras ellas venía siempre el golpe inexorable. - -Verdaderamente, José Antonio de Urrea era más desgraciado que -perverso. Huérfano en edad temprana y sin patrimonio, no tuvo quien -le mandase a estudiar a Inglaterra ni a parte alguna. Los parientes -ricos quisieron darle carrera; empezó sucesivamente tres o cuatro, -Infantería, Montes, Administración Militar, Telégrafos, y no llegó ni -a la mitad de ninguna. A los veintidós años, fue preciso conseguirle -un destino. Feramor contaba por centenares los viajes al Ministerio -para pedir la reposición o el traslado. Ello es que le echaban de todas -las oficinas, porque, o no iba, o iba tarde, y no hacía más que fumar, -dibujar caricaturas y enredar con los compañeros. Abandonado de sus -parientes, dedicábase a desconocidos negocios. Veíasele algún tiempo -bien vestido, gastando en coche y teatros, sin que nadie supiese de -dónde salían aquellas misas. Tras un largo periodo de eclipse, aparecía -mi José Antonio hecho una lástima, enfermo, roto, muerto de hambre; -pero con ideas de un gran negocio, que estudiaba y que seguramente -sería su salvación. Feramor y su mujer, la Duquesa de Monterones y su -marido le compadecían, y haciéndole prometer la enmienda, se dejaban -expoliar. El pícaro se valía de mil graciosas artimañas para conquistar -los corazones, principalmente los de las señoras; con el socorro que -recogía restauraba su ropa o la hacía nueva, y allá le teníais otra vez -de punta en blanco, día y noche, de servilleta prendida, y amenizando -las tertulias con su fácil ingenio. - -Su inconstancia no era inferior a su desvergüenza: a veces desaparecía -de las casas de Feramor y Monterones, y parasiteaba en otras, donde sin -duda le pagaban con el plato sus amenidades, que no siempre eran de -buen gusto. Ello es que en la mesa y tertulia de la parentela pagaba el -trato con una adulación asfixiante, y en las casas ajenas se vengaba -de la humillación recibida hablando mal de su familia, ridiculizando -el anglicanismo de su primo, las vanidades de la Marquesa y de Ignacia -Monterones. Tras esto solía venir otro largo chapuzón en obscuridades -desconocidas, para resurgir luego arrepentido, implorando misericordia. -En cuanto su primo le veía con el incensario en la mano, se echaba -a temblar, porque las lisonjas eran siempre precursoras de un golpe -despampanante con el mandoble, que manejaba como nadie. Y así, cuando -le vio tan entusiasta de los ideales religiosos, el Marqués se dijo: -«Este viene armado esta noche. Preparémonos.» - -En efecto, aprovechando una ocasión propicia, José Antonio le asaltó -en un ángulo del billar, y allí, con alevosía, premeditación y -ensañamiento, descargó sobre su cabeza el filo cortante, quedándose el -Marqués tan aturdido del tremendo golpe, que no supo contestarle. El -terrible sablista mostrose muy animado con la esperanza de un seguro -negocio, para el cual reunía el capitalito necesario, y solo le faltaba -una cantidad, una miseria, que su primo, su querido primo, su opulento -primo y Mecenas le facilitaría al día siguiente... si podía ser por la -mañana, mejor. - - - - -II - - ---¿Pero tú estás loco? ¡Que te dé mil pesetas! --le dijo la víctima -poniéndole la mano en el pecho, y apartándole de sí como un peso que se -le venía encima--. ¡Vaya una historia! ¿Negocios tú...? Y qué es, ¿se -puede saber? - ---Un negocio editorial, pero seguro, Paco; tan seguro, que ganaré con -él en poco tiempo, unos cuantos miles de duros. - ---Echa por esa boca. La historia de siempre. ¿Y con mil pesetas -estableces una casa editorial? - ---¿No me has oído? Tengo más; pero me falta ese pico. - ---Lo que a ti te falta es vergüenza --respondió el Marqués, que ante -aquella calamidad de la familia se veía privado hasta de su buena -educación--. Déjame en paz, o te echo de mi casa. - ---Bueno, no es motivo para que te enfades. Me niegas el auxilio que -yo, pobre industrial, vengo a pedirte. Y luego me decís: «Trabaja, -trabaja, sé hombre, sienta la cabeza.» Pues señor, siento la cabeza, me -descrismo trabajando; pero ¡ay! la pícara ley económica se interpone... -¿El capital dónde está? Lo busco; encuentro parte; voy a mi opulento -primo a que me lo complete, y mi opulento primo me echa de su casa, me -condena a la miseria, me ata las manos... Bien, Paco, bien... Siempre -te querré, y te respetaré siempre... - ---¡A fe que están los tiempos para poner dinero en empresas -editoriales..., precisamente cuando hemos convenido en dedicarlo a las -espirituales! - ---Tú puedes atender a todo. Estás en el deber de fomentar lo de Dios y -lo del César. - ---Sí, sí, con la saca que me espera estos días. ¿Sabes que tengo que -dar a mi hermana...? - ---Lo sé. Le das lo suyo. - ---Pero... - ---Convenido; tu hermana está loca. - ---Habla con más respeto. - ---Loca perdida. Locura sublime, si quieres. Yo que tú, no le daba un -cuarto. Lo sublime deja de serlo en cuanto le pones dinero encima. Dame -a mí lo que te pido, que estoy bien cuerdo y bien pedestre, con mi -trabajito metódico, y mis hábitos de hombre previsor y ordenado. - -En efecto, dígase porque es verdad, el pobre Urrea llevaba medio año -de vida totalmente contraria a la que le diera fama tan triste. Había -conseguido dar forma práctica a su habilidad para la fotografía, y -asociándose con un industrial muy activo, hizo una excursión por -las provincias andaluzas, y se trajo una colección de clichés de -monumentos, que le valieron algunos cuartos. Esto le alentó. Fundó -un periódico, estudiando la Zincografía y el Heliograbado; pero la -endeblez de la parte literaria hizo fracasar la publicación. Con nuevos -elementos intentaba la creación de otro semanario ilustrado, esperando -obtener considerables ganancias, y juntaba dinero para el material -indispensable y para los primeros gastos. El impresor le exigía, a más -del papel, una cantidad en fianza para responder de la composición -y tirada de los dos primeros números. Hablando de estas materias, -metiéndose de lleno en la explicación técnica del negocio por ver si -ablandaba a su primo, afiló más el arma, llegando a fijar en dos mil -pesetas la suma que necesitaba. - ---¡Dos mil! - ---Sí, y tú me las vas a dar. Eres mejor de lo que tú mismo crees. - ---No; si yo me tengo por inmejorable. Por serlo, no te doy las dos -mil pesetas: sería lo mismo que tirarlas a la calle... Oye: una cosa -se me ocurre. Pídeselas a mi hermana, que ahora tiene dinero, o lo -tendrá pronto, y según dice don Manuel, lo dedica al socorro de la -miseria humana. Claro que tú, con tu flamante industria editorial, -estás comprendido en esa humanidad miserable, a la cual piensa Catalina -redimir. - ---Pues mira tú, no es mala idea... ¡Ah! tu hermana es una santa, una -heroína cristiana. Yo la admiro, y siempre que la veo, me dan ganas de -arrodillarme delante y rezar... Mi palabra de honor... Pues sí, ¡famosa -idea! - ---Hazle comprender que la protección a las industrias nacientes y a los -hombres emprendedores y formales como tú, debe contarse entre las obras -de misericordia, y que la caridad empieza por la familia... ¿entiendes? -¡Quién sabe, hombre, quién sabe si...! - ---No lo tomes a broma, que bien podría... Se intentará, hombre, se -intentará. Catalina es realmente un ángel, y sus desgracias le dan una -extraordinaria penetración para comprender las ajenas. Bien mirado el -asunto, debe comenzar su campaña caritativa por mí, que la venero, que -la idolatro; por mí, el más desgraciado de la familia, más que ella -seguramente, más, más. Y creo que, en conciencia, bien puedo pedirle -tres mil pesetas. - ---Sí... sube, hijo, sube. - ---Pero, ¡ay! --exclamó Urrea desalentado súbitamente, llevándose la -mano al cráneo--, no me acordaba de... ¡Ay, no puede ser, Paco de mi -alma, no puede ser! ¡Qué tontos tú y yo! Claro que dejándose llevar -mi prima de su magnánimo corazón, no habría caso. Pero como el que -gobierna en su voluntad es ese _congrio_ de don Manuel... Figúrate. - ---No te permito hablar así de nuestro dignísimo amigo. - ---Perdóname... No le ofendo. ¡Triste de mí! ¡Cuando digo que la -mayoría de los males que afligen a la humanidad son de un origen -eclesiástico!... ¡Ah! pues si yo cogiera libre a mi prima, quiero -decir, en el libre ejercicio de su misericordia, créete que mis cuatro -mil pesetillas no habría quien me las quitara. Mi palabra... - ---Veo que si no te las dan pronto, acabarás por pedir un millón. - ---Se me ocurre una idea... Quizás podríamos... Hay que verlo. ¿Puedo -contar contigo? - ---¿Conmigo? ¿para qué? - ---Para apoyarme, en caso de que ese reverendísimo _percebe_ informe, -como parece natural, en contra de mi pretensión. - ---Yo... ¿Cómo? - ---Diciéndole a la señora Condesa de Halma que ya no soy lo que era, que -me he corregido, que trabajo, que con mi pequeña industria doy de comer -a multitud de familias indigentes, en fin, que defiendo a rajatabla los -grandes ideales cristianos, y que sería obra de caridad muy meritoria -auxiliarme con cinco mil... - ---¡Calla, hombre, calla! Yo no puedo apoyarte. Creerán que me he vuelto -loco. En todo caso, demuéstrame que tus propósitos de enmienda son -verdaderos, y tus planes de trabajo cosa seria y decisiva. - -Dijo esto el Marqués, pasando al salón próximo, como si por la fuga -quisiera librarse de mosca tan importuna; pero el pariente pobre le -seguía, cosido a sus faldones, desplegando la pertinaz voluntad de -esos caracteres que no desmayan hasta no conseguir lo que se proponen. -Minutos después, Feramor se sentó en un diván para hablar de política -con Manolo Infante. El parásito hubo de agregarse con oficiosidad -pegajosa; la conversación rodó insensiblemente hacia el terreno -periodístico, y al instante Urrea se dejó caer con esta indirecta: - ---Como yo consiga echar a la calle mis _Sabatinas_, verán ustedes. -Cosa nueva, la actualidad presentada con arte y _chic_, precio -fenomenal, digo, baratísimo; la parte literaria de primera, la -heliografía _ídem de lienzo_, en fin, un negocio que solo espera un -poquitín de apoyo para enriquecer a alguien. El primer número, que -ya está preparado, lo dedico al célebre apóstol de nuestros tiempos, -el gran Nazarín, de quien presento noticias estupendas, la biografía -completa, retratos de él y sus discípulas... - ---Pero ese Nazarín, ¿qué es? --preguntó el Marqués a Manolo Infante--. -Ya nos trae locos la prensa con la dichosa cuadrilla _nazarista_, y el -proceso, y las _interviews_... ¿Le has visto tú? - ---No necesito verle --replicó Infante--, para pensar, como tu primo, -que es el pillo más ingenioso que ha echado Dios al mundo. - ---Poco a poco --dijo Urrea con el desparpajo que gastar solía para -desmentirse--. Yo no pienso tal cosa. - ---Hace un rato nos contabas a Severiano y a mí que le habías visto, -y charlado con él y sus compañeras, y que le tenías... son tus -palabras... por un impostor vulgarísimo. - ---¿Eso dije?... Vamos, os revelaré todo el intríngulis de mi -diplomacia. Por desorientaros a ti y a Severiano os dije la opinión -corriente y vulgar, reservando para mi público la novedad, la sorpresa. -Yo presento a Nazarín como resulta del sondeo que he hecho de su -carácter, visitándole en el hospital uno y otro día. - ---Y opinas que es un santo. Pues eso no es nuevo, porque no ha faltado -quien lo haya sostenido ya. - ---Pero no presentan los elementos de prueba que presentaré yo. Es un -hombre extraordinario, un innovador, que predica con actos, no con -palabras, que apostoliza con la voluntad, no con la inteligencia, y -que dejará, no se rían ustedes de lo que afirmo, un profundo surco en -nuestro siglo. - ---¡Pero si nos has dicho hace media hora que ni siquiera es loco, sino -un aventurero que se hace el demente para vivir sobre el país! - ---No me convenía hace media hora decirte mi verdadera opinión. En -diplomacia y en industria es permitido el engaño. Antes no me convenía -propagar la verdad; ahora me conviene. - ---A este le entiendo yo mejor que nadie --dijo Feramor riendo--. -Tiene sus planes, persigue su negocio, y repentinamente, un cambio -atmosférico le hace cambiar de rumbo para llegar más pronto a donde -se propone. Es muy astuto mi primo, y ahora quiere ponerse a bien con -los que dedican su dinero a los eternos ideales, a las campañas de la -caridad evangélica. ¿Es esto, sí o no? Y a propósito, Manolo, ¿sabes -tú de alguien que quiera tomar parte en una empresa editorial, con -tendencias religiosas, _nota bene_, con tendencias religiosas, haciendo -un pequeño sacrificio de seis mil pesetas? - ---Poco a poco... --dijo con viveza José Antonio--. La participación -en los beneficios no puede darse sino aportando al negocio siete mil -pesetas. - -Feramor e Infante rompieron a reír, y el otro, sin cortarse ni -abandonar el campo de su formidable _sport_, prosiguió de este modo: - ---A reír, a reír... Ya veremos quién se ríe el ultimo. Y volviendo a -_mi héroe_, les enseñaré algunas pruebas de las diferentes fotografías -que he podido sacarle en el Hospital... También tengo las de sus -compañeras. Verán. - -Echando mano al bolsillo, mostró distintas pruebas fotográficas, obra -suya, las cuales fueron examinadas con intensa curiosidad por las -distintas personas que al instante formaron grupo. - ---¿Conque este es el famoso Nazarín?... A ver, a ver... - ---Digan ustedes si cabe en lo humano un rostro más inteligente. - ---Parece moro. - ---Lo que parece es una figura bíblica. - ---¿Y esta mujer...? - ---Vean, vean esa cabeza, y díganme si la impostura puede llegar jamás -a esa ideal belleza. - ---Bonito perfil. Pero aquí hay retoque. - ---Más que la _Beatrice_ del Dante, parece un Dante joven. - ---Digan que es una pitonisa, con la inspiración pintada en sus ojos. - ---O una Santa Clara. - ---Eso no; no es figura medieval, es bíblica. - ---Del Antiguo Testamento. No confundir... - ---¿Y este? ¿Qué mico es este? - ---Esa es Ándara... la monstruosa, porque en su rostro hay un guiño del -Infierno y otro del Cielo. - ---¡Ándara!... ¡Jesús, qué endiablada fisonomía! - ---Todo es extraño, sublimemente enigmático y misterioso en esa familia, -o dígase tribu... Pero fíjense, fíjense bien en la cara de Nazarín. ¿Es -Job, es Mahoma, es San Francisco, es Abelardo, es Pedro el Ermitaño, es -Isaías, es el propio Sem, hijo de Noé? ¡Enigma inmenso! - -Desembuchaba estos calurosos encarecimientos el bueno de Urrea, como -un viajante que enseña las muestras de los artículos que ofrece al -comercio, y en tanto las fotografías corrían de mano en mano. Las -señoras principalmente las arrebataban, y ponían en ellas su atención -con una curiosidad intensísima, insaciable, febril. - - - - -III - - ---Pero, amigo Urrea --dijo el Marqués de Cícero con sinceridad -infantil--, esto debe publicarse. - ---Se publicará. - ---¿Y el texto... cosa buena? - ---¡Ah!... - ---Pero es tan considerable el gasto --dijo Feramor--, que la empresa -que ha tomado a su cargo la propaganda nazarista, solicita una -subvención de ocho mil pesetas. - ---¡Oh!... No has exagerado, querido primo --manifestó Urrea--. Y -también te aseguro, palabra de honor, que para hacerlo bien, a la -altura del asunto, no vendrían mal nueve mil. - ---Chico, más vale que llegues de una vez a la cifra redonda: dos mil -duros. - ---Para mil cosas baladís han dado eso, y mucho más, Mecenas que yo -conozco. Palabra que sí. Lo que se pretende ahora está circunscrito -dentro de los términos de una modestia casi inverosímil: diez mil -pesetas. ¿Qué menos? - ---No me parece mucho. Que se las dé a usted el Gobierno. - ---O pedirla a las Sacramentales --dijo Manolo Infante--, que tienen la -contrata de la conducción a la vida inmortal. - ---Mejor a las empresas funerarias, porque el nazarismo hace propaganda -de la muerte. - ---Pues yo que usted, Urrea --indicó una dama que sabía tomar el pelo -con suave mano--, pediría la subvención al gremio de constructores de -imágenes y de pasos para la Semana Santa. - -No se acobardaba el ingenioso aventurero por la rechifla graciosa -con que los amigos de la casa acogían sus proyectos; antes bien, -hallábase excitado, sentía en su mente audaces iniciativas y una -pasmosa fecundidad de recursos para trabajar en aquel negocio. La idea -sugerida por Feramor era felicísima. ¡Ah, si él pudiera maniobrar en -terreno libre, es decir, en el bondadoso corazón de su prima! Pero -aquel intruso y pegadizo don Manuel Flórez, tamiz por donde pasaban -todos los pensamientos y actos de Catalina de Halma, le desconcertaba, -infundiéndole la tormentosa duda del éxito. Para discurrir a sus -anchas sobre problema tan difícil, necesitaba estar solo, aguzar su -ingenio hasta lo increíble, prepararse, en fin, con todo el aparato de -artimañas y sutilezas que, en su larga experiencia de aquella esgrima, -le habían dado tantas victorias. Despreciando las burlas de que era -objeto en casa de Feramor, salió de allí presuroso, sin despedirse -de nadie; contra su costumbre, se fue a su casa, y en su reducida -alcoba se encerró a meditar el plan de ataque, tratando de prever las -posiciones del enemigo para escoger bien el palmo de terreno en que -embestirle debía. Al meterse en la cama, con los pies fríos y la cabeza -caliente, se dijo: «No hay que achicarse: la timidez será mi fracaso. -Concretando mi honrada petición a dos mil duros, podrían creer que es -para vicios. Para que vean que es un negocio serio, un asunto en que -median los _grandes intereses_ del espíritu humano, necesito correrme a -tres mil.» - -Durmiose a la madrugada, y si al principio soñó que don Manuel Flórez, -al oír su demanda, le disparaba a quemarropa un cañón Hontoria, su -sueño fue después optimista y placentero, porque se vio abrazado -tiernamente por el dicho Flórez, mientras Catalina sacaba del bargueño -una arqueta gótica, y de ella muchos fajos de billetes de Banco, de -los cuales daba una parte a Nazarín y otra a él: y como Nazarín era -todo abnegación y menosprecio de los bienes terrestres, le regalaba su -parte sin mirarla siquiera. El movimiento pudoroso del apóstol mendigo -al coger el dinero, prevaleció en la mente de Urrea aun después de -haber pasado de aquel sueño a otro bien distinto. Soñó que con parte -de aquel numerario compraba una mina de hierro, que en poco tiempo le -daba rendimientos fabulosos; con las ganancias de la mina compraba dos -manzanas de casas, y mucho papel del Estado, y negociando por alto, -llegaba a hacerse dueño de toda la red de ferrocarriles de España... -aquí que no peco... y de Francia e Inglaterra... Y a todas estas, -Nazarín apartando de sí la resma de billetes con apostólica repugnancia. - -Al romper el día, mientras cosas tan inauditas pasaban en el cerebro -de un hombre dormido, don Manuel Flórez, que vivía en la misma calle, -frente por frente al soñador Urrea, salía de su domicilio. Fue con vivo -paso a decir su misa, entretuvo después un par de horas en esta y la -otra iglesia, y a eso de las diez se dejó caer en la casa de Feramor. -Entrando sin anunciarse en el despacho del Marqués, que trabajaba con -su administrador y apoderado, le dijo: - ---Querido Paco, quisiéramos que eso se ultimara pronto, si fuera -posible, hoy. - ---¿Pues no ha de ser posible? Hoy mismo, mi querido don Manolo. Mucha -prisa tiene la redentora por entrar en funciones. - ---La miseria humana, hijo mío, es la que tiene prisa, el hambre humana, -la sed y la desnudez humanas. - ---Pues por mí no quede. - -Terció el administrador, asegurando que ya estaba avisado el notario -para preparar la documentación, y que si terminaba aquel día, en -el siguiente quedaría hecha la entrega de la legítima de la señora -Condesa, parte en fincas o valores, parte en dinero contante. - ---Perfectamente --dijo el buen sacerdote acariciándose una mano con -otra--. Y ya que estás hoy de vena de amabilidad... - ---¿Pero no se sienta, don Manuel? - ---No; me voy en seguida. Digo que ya que te encuentro en vena de -concesiones, me atrevo a hacerte presente un antojito de tu hermana, -cosa insignificante; verás... - ---Acabe usted pronto, que ya empiezo a sentir escalofrío. - ---¿Por qué, hijo de mi alma? - ---Porque podría ser que para redimir a la pobrecita humanidad, no -le bastase su legítima, y en nombre del Dios Uno y Trino me pidiese -también la mía... y podría suceder que usted se empeñase en que se la -diera. - ---Vamos, no bromees. Lo que te pide es que le adjudiques la torre de -Zaportela, en Aragón. En esa casona destartalada pasó ella parte de -su infancia con tu tía doña Rudesinda. Tiene recuerdos...; en fin, -que para nada te sirve a ti ese nidal de lagartijas, y ella tiene el -capricho de restaurarlo, y... - ---Es que la casa de Zaportela y dos predios adyacentes se los tengo -dados en usufructo a los Urreas, los tíos de este perdido de José -Antonio, pedigüeños insaciables como él, que practican la mendicidad -por el terror. Si les echo de allí, son capaces de quemarme todas las -casas que tengo en Aragón. - ---Bueno, pues en vez de Zaportela, le darás el castillo de Pedralba en -esta provincia, término de San Agustín; ya sabes... un caserón viejo, -con una torre, y no sé qué ruinas de un monasterio cisterciense... -Conque no hay que vacilar, hijo mío, y agradéceme que abra anchos -horizontes a tu generosidad. Eres un ángel, y el perfecto tipo del -caballero cristiano. - ---Basta, basta. No necesita usted emplear la lisonja para desvalijarme. -Eso se arreglará. Particípele usted a su discípula que no llore por el -castillo. Pedralba será suyo. - ---Se lo participarás tú, porque yo no subo hasta la tarde --dijo Flórez -mirando su reloj--. Tengo mucha prisa. A las once he de ver al señor -Vicario; y a las doce me esperan en Gracia y Justicia para ir a la -Nunciatura... Bueno, señor, bueno. - ---¿Qué más? - ---Nada más. ¿Te parece poco? - ---Creí que me iba usted a pedir el coche para todos esos viajes. - ---No pensaba pedírtelo; pero lo tomo si me lo das. Está Madrid perdido -de barros. Bueno, señor, bueno. - -Poco después salía gozoso y vivaracho el buen don Manolo, y en el -portal, ¡zás! José Antonio de Urrea que entraba. Quedose el joven como -quien ve visiones, y no acertaba ni a saludar al respetable limosnero -de la casa. - ---¡Pepillo, dichosos los ojos!... ¡Ven acá, hijo mío, dame un abrazo! ---le dijo el clérigo con efusión--. ¿Pero qué tienes? Te has puesto -pálido. ¿Estás enfermo?... Tiemblas. - ---No señor... La emoción... Cabalmente venía pensando en usted ---replicó Urrea besándole la mano--. ¿Cree usted que ver, después de -tanto tiempo, a este amigo venerable, a este ángel tutelar de toda la -familia, no es cosa que impresiona? - ---Calla, calla, zalamero. - ---Deme usted a besar otra vez esas manos. - ---Basta, basta. Ya sé, ya sé que estás muy corregido. Sé que trabajas, -que has sentado la cabeza. Ya era tiempo, hijo mío. - ---¿Quién se lo ha dicho a usted? --preguntole Urrea con cierta alarma, -temiendo las ironías de su primo Feramor. - ---Me lo han dicho... ¿A ti qué te importa? Tus primas, las de -Hinestrosa me lo han dicho, ea. - ---Soy otro hombre. ¡Y qué bueno es ser bueno, don Manuel! ¡Qué -hermosura es una conciencia tranquila, una pobreza honrada, y una -conducta normal, ordenada y perfectamente correcta! ¡Qué descanso la -pureza de las intenciones, la sujeción de los deseos, la adaptación de -nuestros goces a la medida de la realidad! ¡Qué consuelo tan grande -vivir en armonía con todo el mundo, y sentirse querido, respetado!... - ---Sí, hijo mío, sí. - ---Verdad que mi vida es azarosa, pues no puedo prescindir de ciertos -hábitos de decencia, y careciendo de bienes de fortuna, el pan de cada -día, mi queridísimo don Manuel, representa para mí esfuerzos hercúleos. - ---Dios bendecirá tu trabajo. Adelante por ese camino. Persiste en tus -ideas; ten constancia, valor, confianza en ti mismo. - ---Así lo haré. Descuide. - ---¿Vas a ver a Consuelo? - ---No, voy a visitar a Halma. - -Con esta brevedad familiar, _Halma_, nombraba comúnmente el parásito a -su prima. - ---Bien, bien. ¡Acompañar a los desgraciados, endulzar su tristeza con -palabras de consuelo! La pobrecita te lo agradecerá mucho. Hazme el -favor de decirle que no puedo ir hasta la tarde... ¡ah! y que eso, ya -sabe lo que es, quedará ultimado mañana. Anda, anda, hijo mío. Y que el -Señor te conserve en esa buena disposición. Adiós... - -Volvió a besarle la mano, y después de acompañarle a entrar en el -coche, subió el gran Urrea, más que gozoso, ebrio de entusiasmo y -felicidad, porque las cosas se le deparaban mejor de lo que en los -desenfrenos de su optimismo hubiera podido imaginar. Primer golpetazo -de la suerte: encontrarse a don Manuel Flórez en aquel pie de increíble -benevolencia, enterado ya de sus nuevas costumbres laboriosas. Segundo -golpetazo: saber que hasta la tarde no iría el susodicho a la débil -fortaleza, amenazada de un terrible asedio. Cierto que el enemigo podía -presentarse a última hora con un socorro formidable, ideas y autoridad -de refresco; pero también podía suceder que llegase tarde, y que, -arrancada por el sitiador una promesa, la egregia dama no tuviera más -remedio que cumplirla. El hombre se creció moral y hasta físicamente -al subir la escalera, derecho al cuarto segundo. Se sentía impetuoso, -audacísimo, invencible, y sobre todo grande, enorme. Creía tocar con su -cabeza en el tramo alto de la escalera, y que las puertas no tenían -bastante hueco para darle entrada. Sin duda la Providencia Divina -se ponía de su parte. ¡Qué bien había hecho aquella mañana en rezar -al Padre Eterno, a la Virgen y a San Antonio bendito, implorando su -eficaz auxilio! ¡Qué diantre! ¿No era él un pobre, no era un triste, -un mísero? ¿Pues qué hacía más que pedir una limosna, y proporcionar -a las buenas almas el ejercicio de la más hermosa de las virtudes, la -caridad? - -«Fuera timideces, fuera mezquindades que podrían comprometer el éxito ---se dijo al traspasar la puerta, soberbio y arrogante, como un campeón -que anhela engrandecer los peligros para que sea mayor la gloria de -vencerlos--. Allá van los hombres valientes. Le pido... pst... veinte -mil pesetas.» - - - - -IV - - -Siempre que entraba don Manuel, después de larga ausencia de medio -día o día entero, en el cuarto de su noble amiga la Condesa de Halma, -encontrábala sumergida en una melancolía profunda y tenebrosa, como -nadadora que bucea en una cisterna. Abierto sobre la falda el libro -de la _Ciudad de Dios_, de San Agustín, o alguna otra obra mística; -apoyada la mejilla en la mano derecha, el codo del mismo lado sostenido -en la mano izquierda y esta en la rodilla derecha, que se elevaba por -tener el pie sobre un taburete, parecía un Dante pensativo, revolviendo -en su mente los círculos negros del Infierno, o los luminosos del -Paraíso. Viéndola en tales tristezas anegada, silenciosa y ceñuda, -procuraba don Manuel alegrarle los ánimos con su grata conversación, y -unas veces lo conseguía y otras no. Pues aquella tarde ¿cuál no sería -la sorpresa del simpático Flórez al encontrar a su ilustre amiga en un -estado de inquietud placentera? No daba crédito a sus ojos viéndola -en pie, corriendo de un lado a otro de la estancia, como si arreglara -y pusiera en orden los libros y objetos de devoción que en varios -estantillos tenía. Y lo más extraño era que en su rostro resplandecían -la animación, la vida. Sus ojos, siempre apagados, brillaban con fulgor -de fiebre; sus mejillas, siempre macilentas, habían tomado un rosado -tinte, como si volviera de un paseo por el campo, harta de sol y de -aire. - ---¿Qué tiene usted, mi noble y santa amiga? --le preguntó el -sacerdote--. ¿Qué le pasa? - ---Nada, no me pasa nada. Estoy contenta. ¿Esto es pasar algo? - ---Sí... Me alegro mucho de verla tan gozosa. No conviene dejar caer -el espíritu en la tristeza. La virtud es por naturaleza alegre, y la -conciencia pura se regocija en sí misma... - ---Siéntese usted si gusta, y déjeme a mí en pie. Siento una -inexplicable necesidad de andar, de moverme. De repente, la quietud ha -empezado a serme molesta. - ---La he recomendado a usted un ejercicio prudencial. La virtud no -requiere precisamente la postración sedentaria, que hasta puede llegar -a ser un vicio y llamarse pereza. - ---Y ahora me preguntará usted el motivo o razón de este contento que en -mí observa. - ---En efecto, señora mía, se lo pregunto a usted. - ---Y yo le respondo que no lo sé; que no puedo explicar qué pasa esta -tarde en mi alma. Veremos si llego a darme cuenta de ello. Y ahora, voy -a interrogar yo. Dígame: ¿quién es Nazarín? - -Quedose un rato suspenso el buen Flórez, y miró el rostro de la Condesa -como quien quiere descifrar un obscuro acertijo. - ---Pues Nazarín... --murmuró. - ---¿Qué hombre es ese? ¿Le conoce usted? - ---Sí, señora. - ---¿De ahora, o le conoce usted hace tiempo? - ---Es un sacerdote, manchego, de mediana edad. Hace dos o tres años, no -recuerdo bien la fecha, tuve ocasión de tratarle en la sacristía de -San Cayetano. Pareciome un hombre excelente, de costumbres purísimas, -humilde, de no común inteligencia, parco de palabras... Después me le -encontré alguna que otra vez en la calle; hablamos. El infeliz parecía -disgustado; revelaba una pobreza honda, sin quejarse de ella. Creí que -su cortedad de genio y su extremada delicadeza le tenían en tal estado, -y le aconsejé que se sacudiera, procurando adquirir un poco de don de -gentes. Después le he visto incluido en un proceso escandaloso, y su -nombre arrastrado por la vía pública. Francamente, me supo muy mal -que un sacerdote viniese a tal situación, ya fuese por debilidad de -carácter, ya por verdadera malicia. Supe que estaba en el hospital, -convaleciente de un tifus agudísimo, y, ¿qué cree usted?... me fui a -verle. Yo soy así: me gusta enterarme por mí mismo. Le vi, hablamos -largamente, y... - ---¿Opina usted como casi todo el mundo, que es un pobre loco? - ---Esa es la opinión general. - ---Pero la de usted, la de usted es la que yo quiero saber. - ---La mía no tiene importancia. Expertos facultativos le han examinado, -profesores de enfermedades mentales y nerviosas. - ---Pero usted tiene bastante entendimiento para no necesitar de -los juicios ajenos para formar el suyo. Dígame lo que piensa, en -conciencia, de ese hombre. ¿Es un pillo? - ---Creo que no. - ---¿Firmemente que no? - ---Sostengo con plena convicción que no es un malvado. - ---Luego es un loco. - ---No me atrevo a decir tanto. - ---Luego, es un hombre de miras elevadas, un hombre que... - ---Tampoco afirmo eso. - ---Luego, usted no ha podido formar una opinión concreta. - ---No señora, no he podido. Y, créame usted, ha sido para mí el tal -Nazarín objeto de grandes confusiones. - ---¿Cómo no me había hablado de eso, don Manuel? - ---Porque no pensaba que tal asunto mereciera fijar la atención de la -señora Condesa. - ---¿Sabe usted que anda por ahí un libro que trata de Nazarín, en -el cual se cuenta cómo salió a sus peregrinaciones, cómo encontró -prosélitos, cómo realizó actos de verdadero heroísmo y de sublime -caridad? - ---He leído ese libro, que me regaló su autor, con una dedicatoria muy -expresiva. Pero no me fío de lo que allí se cuenta, por ser obra más -bien imaginativa que histórica. Los escritores del día, antes procuran -deleitar con la fantasía que instruir con la verdad. - ---¿Puedo yo leer ese libro? - ---Seguramente. Pero sin olvidar que es novela. - ---Entonces prefiero otra cosa. - ---¿Qué? - ---Ver al propio Nazarín. El sujeto vivo dará más luz que una historia -cualquiera, aun suponiendo que no fuese fantástica, y tan solo escrita -para entretenimiento de los desocupados. - ---¿Ver a Nazarín? ¿Dónde? - ---En cualquier parte. En el hospital..., aquí. - ---Eso me parece más grave. Con todo, no digo que no. - ---Diga usted que sí, y acabaremos más pronto. Ahora, punto y aparte: -hablemos de otra cosa. - ---Pues a otra cosa --repitió Flórez, algo caviloso por el repentino -salto de la tristeza al contento en el ánimo de la ilustre señora--. -Ya sabe usted que mañana se hará la entrega de la legítima. Ya hemos -salido de eso. - ---¡Gracias a Dios! Mucho tengo que agradecer también a mi hermano ---dijo Catalina sentándose algo fatigada, cual si sus excitados nervios -entraran en sedación--. Si he de decirle a usted la verdad, veo con -absoluta indiferencia la llegada de ese dinero a mis pobres manos. - ---La persona que mira al cielo --dijo el cura entornando los ojuelos -para ver mejor el rostro de su amiga--, se acostumbra mejor que otras a -despreciar los bienes terrenales. - ---Y respecto al empleo que debemos dar a ese capitalito, ya hablaremos -despacio. - ---Si no recuerdo mal, ya hemos hablado bastante. Convinimos en que -usted fundaría, en pleno campo y lejos del bullicio, un instituto de -caridad, con rentas propias... - ---Y que antes, se reservaría una suma para repartirla entre los -necesitados. - ---Sí; pero eso es difícil, porque no tendríamos ni para empezar. La -caridad debe hacerse con método, apoyándose en el criterio de la -Iglesia, y favoreciendo los planes de la misma. No vale dar limosna sin -ton ni son. Falta saber a quién se da, y cómo se da. - ---¿Sabe usted, mi buen don Manuel, que no entiendo bien eso? - ---Se lo expliqué a usted con toda latitud ayer mismo. - ---Pues lo he olvidado. Pero no hay que repetirlo. Ya lo comprenderé -cuando tenga la cabeza más serena. - -De repente, el buen clérigo se dio un golpe en la frente, como si -quisiera matar un mosquito que le picaba, y exclamó: - ---¡Ah, ya caigo, ya, ya! - ---¿Qué? - ---Nada, que mientras hablábamos, me devanaba yo los sesos pensando -quién habría estado aquí hoy de visita. Y ahora me ha venido -súbitamente a la memoria. - ---Mi primo Pepe Antonio de Urrea. - ---Le encontré en el portal: él entraba, yo salía. Me han dicho que es -hombre corregido. - ---Así parece... ¡pobrecillo! Me ha conmovido contándome sus apuros para -ganarse la vida con un rudo trabajo. - ---Y seguramente le ha pedido a usted dinero para sus empresas. - ---Sí... - ---Y le ha hablado a usted de Nazarín. - ---Exactamente. - ---Pero no puedo encontrar la relación entre Nazarín y los conflictos -pecuniarios del descendiente de los Urreas. - ---Le he prometido estudiar su petición, y resolverla de acuerdo con -usted. - ---Lo menos le habrá pedido a usted dos o tres mil reales. - ---Algo más: cinco mil duros. - ---¡Ave María purísima!... ¡San Antonio bendito! - ---Crea usted que me reí, y desde que me habló de esto, empecé a -sentirme alegre. Los apuros de un hombre por cosa que tan poco vale, -como es el dinero, me causan alegría. Es como el rechazo de todo lo -que yo he sufrido por el maldito dinero, en los días terribles en que -me hacía tanta falta. Y ahora que en nada de mi propio interés puedo -emplearlo, pues perdí el bien de mi vida, ahora que tengo bajo tierra -los restos del que era mi único amor, y considero en el cielo su alma, -me alegra el gemido de los que piden dinero con apremiante necesidad, y -al ver que lo tengo, me alegro más. Experimento, créalo usted, como un -secreto anhelo de venganza..., sí, quiero vengarme de mi destino, que -a tantas privaciones me sujetó, y tantas amarguras me hizo pasar... Y -cuando se acerca a mí un desgraciado pidiéndome aquello que yo no pude -tener cuando lo necesitaba, y que poseo ahora que no lo necesito... - ---Se venga usted... negándoselo. - ---No señor, dándoselo... Es una venganza en la cual confundo a mi -destino y al mismo dinero, materia vil y despreciable, cuyo reparto -no debe someterse a ninguna regla de orden y gobierno. Las leyes -económicas de mi hermano me parecen una de las más infames invenciones -del egoísmo humano. - ---¿De modo que usted, señora mía, cree que para despreciar al dinero y -castigarlo por su vileza, debe dársele al primer loquinario que lo pide -sin que sepamos en qué lo ha de emplear? - ---Creo que el empleo final de la moneda es siempre el mismo, dese a -quien se diere. Caiga donde caiga, va a satisfacer necesidades. El -manirroto, el disipado, el vicioso mismo, lo hacen pasar a otras manos, -que lo aprovechan en lo que debe aprovecharse. Lance usted un puñado -de billetes a la calle, o entrégueselo al primer perdido que pase, -al primer ladrón que lo solicite, y ese dinero, como van todas las -aguas a los ríos, y los ríos al mar, irá a cumplir su objeto en el -mar inmenso de la miseria humana. Cerca o lejos, aquí o allá, con ese -dinero arrojado por usted a la calle se vestirá alguien, alguien matará -su hambre y su sed. El resultado final de toda donación de numerario es -siempre el mismo. - ---Señora mía --dijo don Manuel un poco aturdido--. No seamos -paradójicos..., no seamos sofísticos. Si usted me permite que la -contradiga, que le haga una demostración clara de su error en esa -materia... - -El hombre no podía expresarse bien. Estaba sofocadísimo, sentía calor, -y se abanicaba con su teja. - - - - -V - - ---Por más que usted diga --prosiguió la Condesa--, yo creo que la -limosna consiste esencialmente en dar lo que se tiene al que no lo -tiene, sea quien fuera, y empléelo en lo que lo empleare. Imagine usted -las aplicaciones más abominables que se pueden dar al dinero, el juego, -la bebida, el libertinaje. Siempre resultará que corriendo, corriendo, -y después de satisfacer necesidades ilegítimas, va a satisfacer las -legítimas. ¡Dar a los pobres, nada más que a los pobres! Sobre que no -se sabe nunca quiénes son los verdaderos pobres, todo lo que se da va -a parar a ellos por un camino o por otro. Lo que importa es la efusión -del alma, la piedad, al desprendernos de una suma que tenemos y que -otro nos pide. - ---¿Y usted siente esa efusión del alma al dar a su primo el auxilio que -solicita? - ---Sí señor; la siento, porque veo tras su petición un mundo de -necesidades abrumadoras, de martirios horribles, en que igualmente -gimen el alma y el cuerpo. Veo la falta de alimento, la estrechez de la -vivienda, la persecución de los acreedores, la vida angustiosa, llena -de humillaciones y vergüenzas ocultas, la disparidad terrible entre los -medios de existencia y el nombre retumbante que se lleva en el mundo. -Yo creo que en mi primo son ciertos los propósitos de enmienda; pero -demos de barato que no lo sean; admitamos que nos engaña, que es un -perdido, un tronera lleno de vicios, entre los cuales descuella el de -la postulación a diestro y siniestro. ¿Y qué hará usted para sacarle -del infierno de esa vida? ¿Predicarle? Nada se conseguirá mientras no -se le ponga en condiciones de variar de conducta, y por más que usted -se devane los sesos, no hallará otra manera de redención que darle lo -que no tiene, porque su mala vida no es más que el resultado fatal, -inevitable, de la pobreza. - ---¿Según eso, señora mía --dijo el sacerdote con cierta severidad--, -usted piensa darle a José Antonio los cinco mil duros que le pide? - ---Sí señor, he resuelto dárselos, y así se lo he prometido. Mi palabra -es oro. Pero... - ---¿Pero qué?... - ---¡Oh! aún falta lo mejor. Para que vea usted que no soy paradójica ni -sofista, se los doy y no se los doy. - ---¿Se los presta usted? - ---Tampoco. Se los doy en una forma que usted ha de aprobar seguramente. -Le adjudico la cantidad, quedando esta en mis arcas, a disposición de -sus administradores. - ---Que son... - ---Usted y yo. Nosotros nos encargamos de arreglarle una casa decente, -de asegurarle la subsistencia durante el tiempo que se determinará, -y, por añadidura, le pagamos sus deudas, le rompemos esas cadenas -infames que le condenan en vida a un horrible infierno, le libramos -de la vergüenza del sablazo, de la humillación de carecer de todo. -Completaremos nuestra obra dándole medios de trabajar en esa empresa -que dice trae entre manos, especulación que conviene estudiar -detenidamente para ver si en efecto es tal que en ella puede formarse -un hombre honrado. Vamos, ¿qué me dice de esta forma de practicar la -caridad? ¿Cree usted que hay otra manera de traer al buen camino a -un hombre lleno de defectos, desquiciado, empedernido en mil hábitos -perniciosos? - ---Contesto, señora mía, que en principio aplaudo su pensamiento. -Respecto a la práctica... no sé... Dígame usted: ¿José Antonio acepta -el auxilio en la forma y condiciones que usted acaba de indicarme? - ---El pobrecillo se echó a llorar. Bien conocí que sus lágrimas brotaban -del corazón. «Eres la Providencia misma --me decía--, y realizas el -sueño de mi vida; tú me salvas, tú me redimes, tú haces de mí otro -hombre, y por ti, Halma, bien puedo decir que vuelvo a nacer.» Y -diciendo esto me besaba las manos. - ---Y yo también se las beso a usted ahora --dijo don Manuel, haciéndolo -con verdadero enternecimiento--. Es usted una santa... a su manera, -quiero decir que cada día saca usted una nueva forma de santidad. Debo -decirle, en conciencia, que en estas cosas, la originalidad suele ser -un poquitín peligrosa, pero hasta ahora vamos bien, y que siga el Señor -inspirándole esas benditas iniciativas. - ---Me complace que usted apruebe mi plan --dijo Catalina, excitada por -el aplauso--, y que se compadezca de ese desgraciado primo mío, el -cual, claramente lo veo, tiene más viciada la cabeza que el corazón. -Cierto que es la informalidad andando, que no acaba cuando se pone -a enjaretar embustes, que por procurarse el pan de cada día, comete -mil bajezas. Por eso mismo, por ser un enfermo del alma, le está -perfectamente indicada la medicina de la caridad tutelar y educativa. -¿No estoy en lo cierto? - ---Sí, señora mía --replicaba Flórez entornando los párpados y afirmando -con la cabeza. - ---La caridad se ha de ejercer en toda clase de enfermos y en toda -clase de miserables, y este Urreíta es un pobre de solemnidad... _de -tres capas_, un desgraciado, cuyas angustias parten los corazones. -Él me lo decía, haciéndome reír y llorar al mismo tiempo: «Querida -prima, el último de los pordioseros es un millonario comparado conmigo. -Recoge zoquetes de pan y peladuras de patatas; pero se lo come en paz, -y su espíritu vive con la serenidad y la alegría del pájaro, que al -amanecer canta saludando al día... Hasta los ciegos que andan por ahí -tocando la flauta o el violín son menos desdichados que yo. Envidio a -los vendedores de periódicos, a los mozos de cuerda, y a los poceros -de la Villa. Todos comen su bazofia sin comerse al propio tiempo la -vergüenza, que es amarga como la hiel.» ¡Pobrecillo de mi alma! No -puedo menos de considerarle, señor don Manuel, como un niño mañoso a -quien hay que educar. Le haremos todo el bien posible, sin escatimar -los azotes. Porque eso sí, mucha caridad, pero mucho rigor. - ---Eso, eso; y si conseguimos su enmienda, habremos hecho una obra -meritoria y grande --dijo suspirando el sacerdote, que si al principio -sintió su poquito de resquemor ante la hermosa iniciativa de su -discípula, no tardó en apropiarse las ideas de ella, con la mira de -vigorizarlas y recobrar de este modo su magisterio. - ---Y nadie me quita de la cabeza --prosiguió Halma-- que el corazón -de Pepe es bueno, y que hay en él, aunque por muy escondido no se -vea, materia abundante para obtener la verdadera virtud. De niño era -un ángel. Somos de la misma edad, y juntos vivimos algún tiempo en -Zaportela: su madre, mi tía Rudesinda, me quería locamente, y como yo -era endeblilla y enfermucha, me llevaba consigo al campo para que me -repusiera. Pepe Antonio y yo pasábamos largas temporadas hechos unos -salvajes, corriendo por praderas y sembrados, declarando la guerra a -los pobres grillos, y comiéndonos, no solo la fruta madura, sino la -verde. Pues mire usted: yo era mucho más traviesa que Pepe Antonio, -yo solía tener malicias, inocentes, eso sí, pero malicias, y él no, -él parecía un santito en agraz, y no es que fuera hipócrita, no; era -la bondad misma, la pureza y la abnegación. Un día, delante de mí, -se quitó la camisita para dársela a un niño pobre. Todo lo daba, no -era glotón, ni avaricioso, ni envidiosillo, como todos los chicos. -Mis faltas las tomaba para sí, y se dejaba castigar para que no me -castigaran. Luego, tomó camino tan diferente del mío, que estuvimos sin -vernos muchísimo tiempo. Cuando volvimos a encontrarnos, ya era él un -hombre, y hacía en Madrid una vida de vértigo y desorden. La orfandad, -la miseria vergonzante corrompieron aquella alma buena, que parecía -creada para el bien. - ---¡Qué cabeza la mía, señora Condesa! --dijo don Manuel, que con un -gesto renegaba de su flaca memoria--. ¿Pues no se me había olvidado -darle la buena noticia?... Esos recuerdos infantiles de Zaportela me -hacen recordar que el señor Marqués ha convenido conmigo en adjudicar a -usted, no esa finca, sino otra mejor, el castillo de Pedralba, en esta -provincia. ¡Tanto le dije, que...! - ---¡Oh, qué dicha!... ¿Pero es cierto? ¡Pedralba nada menos! Tiene usted -razón, mi hermano es la misma bondad, y yo no sé cómo agradecerle -tantos beneficios. De niña, también viví en Pedralba: no puede usted -figurarse el cariño que tengo a las viejas y carcomidas piedras del -castillo, que de tal no tiene más que el nombre. - ---Y la propiedad de esa finca sin duda facilita los proyectos de -fundación... ¿No es eso, señora Condesa? - -Doña Catalina no contestó, y su meditación silenciosa llenó nuevamente -de recelo el espíritu del buen sacerdote. La pregunta que antecede -había sido formulada por Flórez con objeto de explorar el pensamiento -de su noble amiga, el cual cada día se concentraba más, arrojando -de súbito alguna claridad esplendorosa, que al propio tiempo que -deslumbraba al buen maestro, le ponía en gran confusión. Tras largo -silencio, la Condesa reanudó el diálogo diciendo: - ---Quedamos en eso. - ---En que... sí... en que Pedralba puede servir de base... - ---No pensaba yo en Pedralba. Lo que digo es que usted no se opone a que -vea yo a ese que llaman Nazarín. - ---¡Ah!... sí... en efecto... Pues, sí, no hay inconveniente... - ---¿Usted no se atreve a afirmar si es loco o santo? - ---Al menos, hasta ahora... - ---Pues yo quiero saberlo, me conviene saberlo con certeza. - ---Espero llegar a la certidumbre con solo tratarle un poco; analizar -sus ideas y someter a un examen prolijo sus acciones. - ---Y aunque para mi convencimiento me baste el dictamen de usted, ¿será -impropio, será impertinente que yo misma le vea y le hable, si no por -otro motivo, por satisfacer una curiosidad que me inquieta? - ---No creo improcedente que usted aprecie por si misma su estado -cerebral --repuso el clérigo, midiendo bien las palabras--. Pero antes -conviene que le examine yo, que hablemos despacio. Luego determinaremos -en qué sitio y ocasión puede usted satisfacer su curiosidad. - ---Perfectamente... Pero prontito, don Manuel. - ---Mañana mismo le haré una visita en el hospital. Ea, es muy tarde, y -usted va a comer, y yo a mi casa. Es de noche. Adiós, amiga mía, y a -descansar. Descanse no solo el cuerpo sino el pensamiento, que harto -trabaja en idear cosas grandes. Adiós... Hasta mañana. - - - - -VI - - -Retirose don Manuel bien embozadito en su luenga pañosa, porque -apretaba el frío, y meditabundo y un poco descontento de sí, por el -camino se decía: «Esta doña Catalina es el demonio... ¡qué barbaridad! -Quiero decir que es un ángel, un ser extraordinario. Ya no me queda -duda. Tiene mucho más talento que yo, sabe más que yo, y descubre cosas -que nadie ve, que si al principio parecen disparates, bien examinadas -resultan con toda la hermosura y toda la grandeza de Dios. Cada día -sale con una novedad. ¡Y qué ideas, Dios mío! ¿Que me reservará para -mañana?» - -Esto decía, sintiendo un poquitín la humillación del maestro que se ve -convertido en educando. Pero como era tan buena persona, y no dejaba -entrar nunca en su alma la ruin envidia, y además estimaba cordialmente -a la Condesa, en vez de enojarse neciamente por el gradual desgaste de -su autoridad, se apropiaba las ideas de la discípula, y haciéndolas -suyas las presentaba de nuevo en forma metódica y sistemática, con lo -cual creía resultar a los ojos de ella, y aun a los suyos propios, -como el verdadero inspirador, siendo en verdad el inspirado. Hombre -flexible, creado para las adaptaciones sociales, y para aplicar y -defender la santa doctrina según el medio y las ocasiones en que le -correspondía actuar; bastante sagaz para conocer lo bueno donde quiera -que saliese, y bastante práctico para saber aprovecharlo, obraba como -obran siempre los caracteres de su complexión y hechura, no poniéndose -frente a ninguna fuerza que creen útil, sino dejándose llevar por dicha -fuerza, con tanto estudio y picardía en la postura, que parezca que la -dirigen y conducen. - -Metiose el buen clérigo en su casa pensando en la corrección de Urrea, -y pues la señora confiaba en su ayuda para lograrla, hacía propósito de -adelantarse a ella en el desarrollo de aquel pensamiento, de hacerlo -suyo, agregándole pormenores que lo harían de seguro más eficaz. Pero -lo que le desconcertaba era no saber qué nuevas invenciones sacaría -de su inspirado caletre la Condesa, pues a lo mejor salía por donde -menos se esperaba. Las iniciativas de él casi nunca cuajaban; las de -ella venían con tal fuerza, que al punto conquistaban al maestro, y no -había más remedio que seguirlas, componiéndolas y retocándolas después -para conservar las preeminencias exteriores del poder gobernante. En -suma, que si al principio Halma parecía una reina constitucional a la -moderna, que reinaba y no gobernaba, poco a poco iba sacando los pies -de las alforjas, y picando en absoluta soberana. Mas era tan buena, -tan discreta y piadosa, que se arreglaba habilidosamente para dejar -a su ministro las satisfacciones y aun la creencia de la iniciativa -gubernamental. - ---Bueno, Señor, bueno --decía don Manuel poniéndose ante su cena, tan -frugal como bien condimentada--. Y esto de querer avistarse con el -desdichado Nazarín, ¿para qué será? ¿Qué objeto lleva, qué ideas le -mueven, qué planes acaricia? No lo entiendo. Pero allá veremos por -dónde sale, y quiera Dios que sea por un registro fácil de entender, y -más fácil de manejar. - -A la misma hora que el respetabilísimo Flórez cenaba, pero no aquel -día, sino pasados dos o tres, José Antonio de Urrea comía con su primo -Feramor en casa de los Duques de Monterones. Fácil es comprender de qué -hablarían, al encontrarse solos en el salón, poco antes de la comida. - ---No lo creo, aunque me lo jures --le decía el Marqués, sin poder -contener la risa--. Tú estás soñando, Pepe, o quieres burlarte de mí. -¿Y dices que te lanzaste a fijar tu petición en la fabulosa cantidad -de...? - ---Cinco mil duros. Y aún creo que me quedé corto. Entré en la mística -celda decidido a plantear el negocio _sobre la base_ de los cuatro -mil... Claro, las bromas o pesadas o no darlas... Y en el curso de la -conferencia, viendo las buenas disposiciones de Halma, me arranqué -a los cinco mil. Éxito completo. ¡Ah! bien puedo decir ahora que tu -hermana es una santa; pero así como suena, ¡una santa!... todo lo -contrario de ti, que eres el Sumo Pontífice del egoísmo. ¡Qué bondad, -qué dulzura, qué penetración, qué talento sutil para comprender las -circunstancias en que yo vivo! Sostengo que ella tiene más talento -que tú, y que es mucho más práctica, sublimemente práctica. La -indulgencia noble con que iba puntualizando mis miserias, mis acciones -indecorosas, me llegó al alma, Paco, porque al propio tiempo que me -reñía dulcemente por mi conducta, la disculpaba, atribuyéndola, más -que a perversión moral, al inexorable despotismo de la necesidad, del -hábito... ¡Oh, qué mujer, qué alma grande y hermosa! Cree que me hizo -llorar... mi palabra que sí. Llegué a figurarme que era un chiquillo, -que me regañaban por la travesura de romper un juguete de precio, -prometiéndome comprarme otro. En fin, que el cielo se ha abierto al fin -para mí, después de haber llamado a su puerta inútilmente tanto tiempo. -Estoy salvado, Paco; tu hermana me salva... Creo en la Providencia, en -Dios... Soy feliz, seré otro hombre, gracias a ella, a ese ángel con -más talento que todos los Artales y Feramor de este siglo y de todos -los pasados siglos, amén. - ---Pues te doy mi enhorabuena --le dijo el Marqués con sorna--. ¿Ves -como acerté, al indicarte...? Me daba el corazón que mi hermana se -gastaría su dinero en la regeneración de los perdidos de la familia. -Obra laudable, a fe. - ---Si te burlas, peor para ti. - ---No me burlo. Ahora, lo que importa es que tu honradez esté a la -altura de la virtud de Catalina, so pena de que resulte una santidad no -solo inútil, sino merecedora del manicomio antes que de los altares. - ---No temas nada. En primer lugar, no me dan el dinero a mí, lo que en -verdad no me importa. Mejor, mejor es así. No me lo dan; lo _dedican_ -a la grande y hermosa obra de remediar las penas del primer desdichado -del mundo, y de socorrer la miseria más angustiosa y lacerante que -alumbran el sol y la luna. - -Después de la comida, excitado el hombre por la nutrición abundante -y la copiosa bebida, volvió a charlar con su primo mientras fumaban, -y se enterneció al referir las bondades de Halma. Colmaba también de -elogios a don Manuel Flórez, llamándole padre de los pobres, apóstol -de gentiles, lumbrera de la caridad, y al fin, charla que te charla, -por entre los entusiasmos del hombre extraviado, deseoso de redención, -asomó el cinismo del aventurero arbitrista. - ---Tengo además otro proyectillo. A ver qué te parece. Tu hermana -adoraba a su marido, aquel pobre _besugo_ alemán, que vino aquí a que -le matáramos el hambre. La memoria de Carlos Federico es su única -pasión mundana, y su espíritu se alimenta de la idea del muerto, como -planta que vive de lo que extraen las raíces. Hablando conmigo, se dejó -decir que su mayor gusto sería transportar a España el cuerpo, que -debe de estar incorrupto, de su esposo querido, para sepultarse ella -con él, naturalmente, cuando se la lleve Dios... Pues bien; se me ha -ocurrido proponerle la traída del difunto... Vamos, que le contrato -la conducción de las cenizas preciosas por cinco mil duros, siendo de -mi cuenta todos los gastos, embarque, transportes por ferrocarril, -aduanas... porque las momias también pagan derechos. ¿Qué te parece? - ---Que es una contrata como otra cualquiera. Redacta tu pliego de -condiciones, estudia el asunto... - ---Se pueden ganar un par de mil duros... palabra que sí. Me planto en -Corfú, hago la exhumación, y me comprometo a traerlo decorosamente, con -una cuadrilla de frailes franciscanos, que vengan cantando responsos -por toda la travesía. Y me encargo de asegurar el féretro, de envasarlo -convenientemente, y de hacer la entrega en el punto de España que ella -designe. He de percibir a toca teja dos mil duros antes de partir para -Corfú, y tres mil en el acto de entregar la santa reliquia. - ---¡Pobre hermana mía! --exclamó el Marqués, viendo súbitamente las -extravagancias de su primo bajo el aspecto serio y peligroso--. Esto le -pasa por querer gobernarse sola, desconociendo su incapacidad. Ya verá, -ya verá... José Antonio, te prevengo que si continúas inspirando a mi -desgraciada hermana esas que no sé si son tonterías o locuras, tendré -que intervenir como jefe de la familia. - -Dejole con la palabra en la boca, mascullando el cigarro. «Te desprecio ---murmuró Urrea viéndole partir--, egoistón, eterno inglés de la -humanidad desvalida, usurero... Shylock disfrazado de aristócrata...» - -No tardó en circular en la tertulia de Monterones la noticia de la -redención del perdido con los dineros y la piedad de Catalina de Halma, -y los despiadados comentarios que sobre ello se hicieron, no solo -herían a la noble señora, sino a su respetable maestro espiritual. - ---Porque yo me explico todo --decía la Duquesa--; me explico -las debilidades de mi pobre hermana, cuya cabeza se destornilló -lastimosamente desde antes de casarse; me explico las audacias de -Pepe Antonio; lo que no entiendo es que don Manuel autorice tales -despropósitos. - -Consuelo Feramor, que no hacía buenas migas con su hermana política, -y censuraba sin piedad su retraimiento, tachándolo de mojigatería y -orgullo, llegó a decir a su marido: - ---La culpa la tienes tú... y algo le toca al angelical don Manuel. -¡Pues si fuera cierto lo que me dijeron hoy en casa de Cerdañola! No, -no puede ser... Lo cuento como chiste. Pues que Catalina ha suplicado -a Flórez que le traiga a Nazarín... Esto sería demasiado, ¿verdad? -Pero qué sé yo... lo creo, me inclino a creerlo. Un entendimiento -soliviantado que se dispara, ¿a qué tonterías, a qué extravagancias no -llegará? - ---Dejémosla disponer de su dinero como guste --dijo la de San -Salomó, menos intransigente que sus amigas, sin duda por no ser de -la familia--, y alabemos a Catalina de Halma, si nos da lo que a -pedirle vamos. Y no hay que diferir nuestro sablazo, señoras mías. -Podría suceder que llegáramos tarde, y encontráramos agotado el filón. -Reunámonos mañana, plantémonos allá las tres, levantados en alto los -terribles alfanjes de oro... y ¡zás! - -Consuelo Feramor, María Ignacia Monterones y la Marquesa de San Salomó -eran al modo de presidentas, vicepresidentas o secretarias en estas o -las otras Juntas benéficas señoriles que reúnen fondos, ya por medio de -limosnas, ya con el señuelo de funciones teatrales, rifas y kermessas, -para socorrer a los pobres de tal o cuál distrito, edificar capillas, -o atender al inconmensurable montón de víctimas que los desatados -elementos o nuestras desdichas públicas acumulan de continuo sobre -la infeliz España. No hay que decir que las tres cayeron sobre la -solitaria y triste viuda con el furor de piedad que desplegar solían en -semejantes casos. Recibiólas Catalina con atento agasajo y finísimas -demostraciones de amistad; pero con la misma urbanidad serena que -empleó en las cortesanías, negoles el socorro que solicitaban. En -redondo, en seco: que cada cual debía entenderse a solas para practicar -la caridad. - -Salieron desconcertadas, confusas, rabiosas, y en el paroxismo de su -ira, Consuelo dijo a su marido: - ---Si no fuera ella quien es, y nosotros quien somos, creería yo que la -residencia natural de tu hermana era un santo manicomio. - - - - -VII - - -Feramor las calmaba, haciéndoles ver cuánta impertinencia revelaba -su enojo, pues cada cual es dueño de hacer el bien, si lo hace, en -la forma que más le acomode. Con su claro talento, su fácil palabra, -mitad en serio, mitad en broma, logró poner las cosas en su punto, -demostrando que si Catalina, por su exagerado individualismo y la -salvaje independencia que iba descubriendo, podía merecer censura, no -merecía execración, ni menos ser condenada a perpetuo encierro en una -casa de orates. Pero si Feramor lograba calmar los ánimos, creando una -situación de relativa tolerancia, muy del gusto y del género inglés, -no así don Manuel Flórez, el cual, cuando cayeron sobre él furibundas -las tres damas, pidiéndole explicaciones de la increíble conducta de -la Condesa, no sabía qué contestar, ni por dónde salir: tales eran su -confusión y azoramiento. En los días siguientes le traían loco, con -preguntas, comentarios y mortificantes indagatorias. - ---Pero dígame, don Manuel, ¿lo de la corrección de José Antonio, fue -idea de usted? - ---De ella..., mía no... La que no comprenda que es una idea -hermosísima, que no cuente conmigo para nada. - ---Hermosísima, y sobre todo práctica. - ---Hemos de ver eso. La silba que se llevará don Manuel, si la -corrección fracasa, se ha de oír en Pekín. - ---Y sepamos otra cosa: ¿es también de usted el pensamiento de traer a -Nazarín? - ---Sí señora, mío es --dijo valientemente y tragando saliva el buen -sacerdote, decidido a corroborar siempre las ideas de doña Catalina -para no perder su autoridad--. Si no comprenden la delicadeza, el noble -fin que encierra, peor para ustedes. - ---Pues mire usted, no lo comprendemos, y yo lo declaro, aunque usted -nos tenga por... indoctas. Somos muy bárbaras, queridísimo don Manuel. - ---¿Pero es cierto que traerán a casa a ese pobre demente?... o -criminal... vaya usted a saber --dijo Consuelo escandalizada. - ---¡Oh! yo voto porque venga --manifestó la de San Salomó, y las mismas -demostraciones hizo la Duquesa--. Yo rabio por ver al famoso mendigo y -apóstol Nazarín. - ---Sí, que le traigan. Y que avisen con tiempo para invitar a todas -nuestras amigas. - ---Y veremos también a Beatriz, la mística mostolense, de quien decía un -periódico que era una especie de Eloísa sin Abelardo. - ---El Abelardo es Nazarín... Y que venga también Ándara. Queremos ver -toda la tribu. Sí, don Manuel, que vengan todos. - ---Como no se trata de satisfacer una insana curiosidad, no les verán -ustedes. - ---Pues nos oponemos a que entren en casa. - ---No, no. Lo que haremos es reconocer y proclamar el delicado -pensamiento de Catalina, si los traen y nos permiten verles y hablar -con ellos... Pero que conste: ha de venir también Ándara. Ese tipo de -travesura procaz y temeridad heroica, me interesa extraordinariamente. - ---Hablaremos con ellos, nos explicarán su doctrina. - ---Les daremos una merienda. - ---Ea, basta --dijo Flórez incomodándose--. No vendrán. Las mujeres -nazaristas, no se ha pensado en traerlas. Él, el desdichado sacerdote -melancólico y errabundo, no vendrá tampoco, sencillamente porque no -quiere venir. - ---¡Ah! nuestro gozo en un pozo. - ---Entonces, irá Catalina a verles al hospital. Me parece muy -inconveniente. - ---Me parece una necedad formidable. - ---Menos pareceres y más juicio, señoras mías. Lo que disponga _este -cura_ en asuntos para los cuales no debe faltarle competencia, al menos -por su edad, ya que no por su saber, no debe ser discutido ni menos -ridiculizado por mis buenas amigas, alguna de las cuales (lo decía por -la de Monterones) recibió de estas manos el agua del bautismo. Conque -no digo más por hoy. - -Con esta admonición, en que advirtieron las tres damas un marcado -acento de severidad y amargura, cosa muy rara en don Manuel, que era un -almíbar en el trato social, especialmente con señoras, se reprimieron, -dando a sus críticas un tono puramente amistoso. Pasaron algunos -días, en los cuales no tuvo Flórez ocasión de sacar las disciplinas; -pero al ser puesto en práctica el plan de corrección del pobre Urrea, -las hablillas recrudecieron. ¡Santo Cristo! Cuando se corrió la voz -de que _le ponían casa_ a José Antonio, de que doña Catalina le -cuidaba la ropa, y don Manuel andaba por todo Madrid a la husma de -los usureros que desollaban vivo al primo de Feramor, levantose un -tumulto tan imponente, que el bueno de Flórez tuvo que plantarse. -Todo lo consentía, menos que su autoridad fuese puesta en solfa. Que -se hicieran comentarios más o menos discretos de sus acciones, no le -importaba; pero que sus acciones se desfiguraran maliciosamente, no -podía quedar sin correctivo. Fue, ¿y qué hizo? Convocó a las tres -damas que eran cabeza de motín, y les echó un sermón por todo lo -serio, dejándolas, si no convencidas, calladas, y con pocas ganas -de meterse en vidas ajenas. Retirose el buen limosnero a su casa, -fatigado de aquellas luchas a que la genial iniciativa de la Condesa -le comprometía, rompiendo la placidez fácil de su religioso gobierno, -y al introducirse en la cama, después de sus rezos, o entreverando el -rezo con la meditación profana, se decía: «¡Cuánto mejor que esta buena -señora siguiera los caminos ya hechos y despejados, en vez de empeñarse -en abrirlos nuevos, desbrozando la trocha salvaje! ¡Cuánto más cómodo -para todos que acatara _lo establecido_, y se echara en brazos de los -que ya tienen perfectamente organizados los servicios de caridad, las -Juntas de damas, las archicofradías, las hermandades, mis colectas para -escuelas, mis...! ¡Cuánto mejor abrazarse _a lo establecido_, Señor, -que...!» - -A pesar de los pesares, don Manuel dormía como un bendito. No así José -Antonio, que en la casa frontera (calle del Olivar) se pasaba las -noches en claro, por causa de la exaltación de su felicidad, pues -la onda venturosa, cuando viene con fuerza, se parece a la onda del -infortunio en que quita el sueño y aun el apetito. Tan grande novedad -era para él ver definitivamente resuelto el problema alimenticio, no -vivir mañana y tarde discurriendo en qué rama posarse para comer, que -el mismo asombro de su dicha le tenía como en ascuas, receloso de su -destino. ¡Le parecía tan inverosímil ser amo de su casa, es decir, -estar en seguras paces con el casero, ver un principio de arreglo en -las cosas necesarias para vivir; tener en su comedor loza modesta, pero -loza al fin, en vez de los dos o tres platos rotos que eran su único -ajuar; encontrarse los armarios surtidos de ropa blanca, que la misma -Catalina con solícita mano materna había puesto allí! Todo esto era -como un sueño, como un pasaje fantástico de las _Mil y una noches_. -Temía despertar, y que tantos bienes desaparecieran en un restregar de -ojos, volviéndole a la tristísima realidad de su vida anterior. Y para -colmo de ventura, podría consagrarse seriamente a un trabajo fácil y -muy de su gusto, la zincografía, pues ya le iban a disponer local y -aparatos a propósito. ¡Qué dicha, qué gloria, qué divina lotería! ¿Con -qué lengua, con qué voces bendeciría a su celestial Providencia, la -santa y amorosa Halma? - -Su nueva vida apartó al parásito de los sitios que ordinariamente -frecuentaba, sin dejar de concurrir alguna noche a las casas de -sus parientes. Y, al conocer allí los comentarios zumbones que del -nobilísimo acto de su prima se hacían, perdió el hombre los estribos, -cruzó palabras agrias con el Duque de Monterones y con dos o tres -sujetos más, cuyas esposas o hermanas se habían permitido ridiculizar -a la Condesa, y seguramente, si él fuera otro y en más le estimaran, -de sus destempladas expresiones hubiera resultado algún lance. Feramor -le calmaba, pues sus principios de buena educación repugnaban aquella -forma violenta, y hasta cierto punto española, de tratar asunto tan -delicado. Cuanto menos se hablara de ello, mejor. Pero Urrea estimaba -el silencio como una complicidad cobarde con los murmuradores, y -quería, por el contrario, hablar hasta que le oyeran los sordos, -proclamar a gritos, no solo la inmaculada virtud de Catalina, sino su -talento, y la superioridad de sus ideas, que aquel vulgo elegante y -corrompido no podría comprender nunca. Feramor le dijo con gravedad: - ---La forma, mi querido José Antonio, es cosa de suma importancia en -la vida social, y no es posible desconocer su valor positivo, sin -exponerse a gravísimos males. Todo se puede hacer haciéndolo bien; nada -es factible con malas formas. - -Retirose Urrea maldiciendo a su primo, a quien llamaba _el hombre de -cartulina Bristol_, y a la mañana siguiente muy temprano se fue a ver -a la Condesa, hacia la cual una atracción invencible le arrastraba -en cuerpo y alma. El agradecimiento vivísimo se transformaba en una -adhesión caballeresca, en un cariño fraternal o filial, que así debe -llamársele para expresar bien su pureza, en el deseo de serle útil, y -prestarle algún servicio proporcionado a la inmensidad del bien que de -la ilustre señora había recibido. Pero siempre que a ella se acercaba, -sentíase agobiado de tristeza, porque su conciencia le acusaba de -agravios inferidos anteriormente a la generosa viuda, y aquel día hizo -propósito firme de descargar su alma de aquel peso, confesando a su -bienhechora los pecados que contra ella había cometido. Encontróla -dobladillando, con la ayuda de su criada Prudencia, las sábanas y ropa -de comedor que faltaban para completar el ajuar del perdis redimido. -Retirose Prudencia, y prima y primo hablaron lo que sigue: - - - - -VIII - - ---Halma, de hoy no pasa que yo tenga contigo una explicación. Mi -conciencia me lo pide, me lo exige. Gracias a ti, no solo tengo casa y -cama en que dormir, y platos en que comer, sino conciencia. Esta me -abruma: siempre que vengo, me digo: «De esta vez, se lo confieso.» Y -siempre me falta valor. Pero lo que es hoy, querida prima, hoy, o canto -o reviento. - ---¿Pero qué es eso, José Antonio, has hecho alguna cosa inconveniente? - ---No, no: no temas que yo falte a lo tratado. Mi corrección es tan -cierta como que ahora vivimos tú y yo. Trátase de pecadillos antiguos, -que no tienen en sí mucha gravedad, quiero decir, sí la tienen por ser -contra ti. Cualquier falta cometida contra ti es gravísima. Yo quiero -confesarlos hoy... Verás... - ---Pero, hijo, vale más que se lo cuentes a un confesor. Por mí, tus -pecadillos están perdonados. Falta que Dios te los perdone. - ---Yo no tengo que buscar más perdón que el tuyo. - ---Eso... casi casi es una irreverencia. - ---Tú eres mi confesor, mi altar; tú eres mi santa, mi Virgen Santísima, -mi... - ---Calla, y no digas más desatinos. Pareces un chiquillo. - ---Lo soy. Tú me has vuelto a la infancia, a la inocencia, a la edad -aquella venturosa en que correteábamos los dos por los andurriales de -Zaportela. Soy y quiero ser un niño, y como niño, a ti, que eres como -mi madre, te confieso mis horribles pecados. Atiende. Lo primero... -cuando tu hermano me sugirió la idea de pedirte socorro, yo no tenía -más objeto que darte lo que llamamos un sablazo, ni más intención que -emplear tu dinero en pagar algunas deudas apremiantes, quizás en probar -fortuna al juego para sacar cantidad mayor. Pues cuando tu hermano me -lo indicó, yo dije que tú estabas loca. ¡Ya ves qué insolencia! - ---¿Y no es más que eso? --dijo Catalina riendo, y rasgando a tirón un -gran pedazo de lienzo, de modo que su risa y el estridor de la tela se -confundían--. Pues con muchas abominaciones como esa, tu rinconcito en -el Infierno no hay quien te lo quite. - ---Es más, es mucho más --añadió Urrea suspirando fuerte--. Dije también -que tú eras tonta. - ---¡Bah, bah! - ---¡Llamarte tonta a ti, que eres la misma inteligencia...! El tonto -es él, tu hermano, con la tiesura planchada de su alma inglesa, él, -incapaz de nada grande, ni de un rasgo de sensibilidad... - ---Eh... caballero; está usted pecando en el mismo confesonario. Por -un lado se sincera, y por otro se carga con nuevas culpas, haciendo -juicios temerarios. - ---Pues no digo nada de tu hermano. Sabrás que también hablé pestes del -bonísimo don Manuel, y le llamé _congrio_, y... - ---Ja, ja... de seguro que te lo perdonará si lo sabe. - ---Y después, una noche que comí en casa de Monterones, hablamos -tu hermano y yo. Siempre que estoy a su lado, me siento con malos -instintos, no puedo resistir las ganas de chafar su pulcra educación -inglesa, como la felpa planchada y lisa de los sombreros de copa. Me -gusta cepillarla a contrapelo, expresar conceptos que le contraríen -y le hieran. Pues con esa intención, y sin ánimo de ofenderte, dije -que yo pensaba contratar contigo, en cinco mil duros, la conducción a -España de las cenizas de tu querido esposo, y añadí mil tonterías... Te -advierto, en descargo mío, que había bebido más de la cuenta... Lo peor -fue que no hablé del pobre Carlos Federico con el respeto que merece su -memoria. Mi palabra que no. - ---Eso es un poquito más grave --dijo Halma con severidad, fijos los -ojos en su costura--; pero te lo perdono también, puesto que declaras -que no sabías lo que hablabas, y que no tenías intención de agraviarme. -¿Qué más? - ---Por ahora nada más. ¿Te parece poco? Me quedo muy tranquilo, -después de habértelo confesado. Y ahora vamos a otra cosa. ¿Sabes que -tu hermana y tu cuñadita, y todo el enjambre de amigas te critican -acerbamente, por no haber correspondido a sus cuestaciones como ellas -esperaban, y que además te ponen en solfa a ti y a don Manuel por lo -que estáis haciendo por mí? - ---¿Y qué? No me afano por eso. Les perdono cuanto digan de mi, ya sea -impertinencia sin malicia, ya malicia verdadera. - ---No se detienen en la línea del chiste más o menos discreto, sino que -la traspasan, llegando a ofenderte con apreciaciones calumniosas. La de -San Salomó dice que eres una hipócrita, y que las visitas que me has -hecho estas mañanas para arreglarme el cuarto, no pertenecen al orden -de la beneficencia domiciliaria. - ---Todo eso es para mí --dijo la viuda con augusta serenidad--, lo mismo -que el ruido del viento entre las tejas de la casa... Dios conoce -mi interior, y ante Él expongo mi conciencia como realmente es. Los -juicios de los hombres para mí no existen. - ---¡Oh, yo no tengo esa virtud! ¡Claro, cómo he de tener esa que es tan -difícil, si otras muy fáciles no las puedo tener! Lo que yo siento -es furor de venganza al oír tales infamias. Sería feliz si pudiera -retorcerle el pescuezo a la bribona que tal piensa y dice. - ---¡Oh, por Dios, Pepe, no sigas por ese camino, si no quieres -lastimarme, y perder en absoluto mi estimación! - ---Anoche tuve dos o tres agarradas en las casas de Monterones y de -Cerdañola por defenderte, porque para mí no hay mayor gloria que poner -tu nombre y tus actos por encima de cuanto hay en el mundo. Yo me -pelearía con todo el que no te confesase como la virtud más grande y -pura que conocen Madrid y España entera; y haría morder el polvo al que -pusiese en duda tu santidad, tu honestidad, tu entendimiento soberano. - ---¡Jesús, cállate por Dios, y no disparates más, primo! ¿Estás loco? - ---Y si te conviene probarlo, dime quién te ha ofendido en tu dignidad, -en tu honor, o siquiera en tu amor propio, para aplastarle contra el -suelo como un reptil, Catalina, para hacerle polvo... - -Decía esto en pie, accionando con calor y énfasis de personaje heroico. -Su prima, después de romper un hilo con los dientes, mirándole -asustada, le calmó con una franca y placentera sonrisa. - ---Dije que eras un niño, y ahora lo pareces más que nunca. Nadie me -ha ofendido en mi dignidad ni en mi honor; pero aunque alguien me -ofendiera, no consentiría yo que tú hicieses por mí el paladín en -esa forma criminal y anticristiana. Estoy pasmada de tu falta de -cristianismo. ¿Pero de dónde sales tú, desdichado? ¿En qué mundo de -soberbia y de errores has vivido? Primo mío, si quieres que yo te -proteja y mire por ti hasta hacerte persona regular, no me traigas -acá bravatas caballerescas. ¡Matar! ¿Crees tú que puedo yo estimar a -quien hiera a su semejante por un dicho, por una opinión, ni aun por un -hecho ofensivo? No, José Antonio, eso conmigo no te vale. Ahoga esos -sentimientos de crueldad, de venganza, y de desprecio de las leyes -divinas. Si no, no te quiero, no podré quererte, no serás nunca el niño -bueno, con el cual quiero hacer un hombre... mejor. - -Desbordábanse en el alma de Urrea la gratitud y el afecto filial, y -reconociendo que Halma hablaba conforme a sus cristianos sentimientos, -replicó manifestando su incondicional sumisión a cuanto la dama pensara -y resolviera. Despidiose, porque tenía que ver y escoger aquel mismo -día unos aparatos para su industria, y preguntando a su protectora si -debía volver por la tarde, díjole ella que no solo se lo permitía, sino -que le rogaba que volviese después de comer. - -A poco de salir Urrea entró don Manuel Flórez, el cual, después de -informar a la soberana de los pasos dados para recoger cuentecillas y -pagarés del primo pobre, le dijo que había visto a Nazarín; pero que -aún no podía formar juicio definitivo de aquel hombre sin semejante. -Por cierto que el Marqués, con quien hablado había del propio asunto -(y esto se lo dijo Flórez a la Condesa en la forma más delicada), no -encontraba pertinente que el infeliz sacerdote manchego fuese llevado -a su casa, porque siendo el tal, en aquellos días, objeto de las -indagaciones informativas de los noticieros de la prensa, si estos se -enteraban de que había sido conducido a la casa de Feramor, armarían -un alboroto que a él no le gustaba. Por respeto de su casa, por -consideración al mismo apóstol vagabundo, a quien él sabía respetar -también, no era procedente, no era correcto, no era oportuno..., pues... - ---Mi hermano tiene razón --dijo Halma, anticipándose al consejo de su -canciller--. No es conveniente, mientras no se calme el rebullicio del -público. Desista usted, pues, por ahora... - ---No, si ya he desistido --replicó don Manuel, queriendo hacer constar -su iniciativa. - -Y sin hablar cosa de más provecho, se retiró. Después de anochecido, -cuando la viuda acababa de comer, entró José Antonio, y movido de -nerviosa impaciencia, no aguardó mucho tiempo para decirle: - ---Vengo furioso, querida prima. ¿Sabes que abajo hacen mil catálogos, -y se permiten indicaciones ridículamente maliciosas...? Aciértame por -qué... Dicen que anoche saliste con tu criada a eso de las nueve, y -que no volviste hasta muy tarde. Están locas. Es mucho cuento que no -puedas tú salir y entrar cuando gustes. Y puesto que a esa hora no hay -novenas, ni sermón, ni Cuarenta Horas, ni costumbre de pasear, ni tú -frecuentas los teatros, aquí tienes a tres señoras de alta alcurnia -devanándose los sesos por averiguar a qué sitio, que no sea iglesia, ni -paseo, ni teatro, puede ir una dama virtuosa entre nueve y diez de la -noche. - ---Déjalas que digan lo que quieran. Con eso se entretienen las pobres. -En medio de su frivolidad, y del tumulto que las rodea, ¡se aburren -tanto!... Pues sí, anoche salimos. ¿Sabes a qué hora regresamos? Ya -habían dado las once. - -Y volviéndose a su criada, que recogía la costura, le dijo: - ---Prudencia, no recojas. Esta noche te quedas aquí cosiendo. Mi primo -me acompañará. - ---¿Sales también esta noche? --le dijo el de Urrea estupefacto. - ---Sí, y te llevo de rodrigón, por si tuviera algún mal encuentro. ¿Por -qué pones esa cara? Prudencia, mi abrigo, mi mantilla. - -En un momento se dispuso para salir. Cogiendo un lío de ropa, bien -envuelta dentro de un pañuelo prendido con alfileres, lo entregó a -su primo, y sin tomarle el brazo, bajaron y salieron a la calle. A -excepción del portero, nadie les vio salir. - ---Aunque no es muy lejos --dijo Catalina guiando hacia Puerta -Cerrada--, como los pisos están malísimos, tomaremos un coche, si te -parece. - -Así lo hicieron, y la Condesa dio las señas: San Blas, 3. - ---¿Sabes a quién vi cuando pasábamos frente a San Justo? --le dijo -Urrea, no bien empezó a rodar el pesetero--. Pues a Perico Morla. Sin -duda iba a tu casa. Se paró para mirarnos. Ese llevará el cuento a -Consuelo. - ---Déjale que lleve todos los cuentos que quiera. - ---Y de seguro ha venido en acecho hasta Puerta Cerrada, y nos ha visto -entrar en el simón. Verás qué pronto da la noticia, que será la novedad -de esta noche. - ---Bien. ¿A ti te importa algo? - ---¿A mí? Absolutamente nada. Palabra... - ---Pues a mí tampoco... - ---Lo que más me ha inquietado al ver a Morla, dejándome muy mal sabor -de boca, es que... ¿Quieres que te lo diga? - ---Sí, hombre, dímelo. - ---Pues que le debo doce duros. Ya se me había olvidado... - ---¡Ah! pues recuérdamelo mañana para mandárselos, es decir, para que se -los mandes tú. - -No tardaron en llegar al término de su viaje, que era una casa de -apariencia bastante mediana, con estrecho portal y una escalera sucia, -desquiciada y bulliciosa. Desde los descansos veíase un patio de -corredores, y en estos, arriba y abajo, multitud de puertas entornadas, -por las cuales salía ruido de voces, claridad y tufo de petróleo, -olores de cenas pobres. Subieron Catalina y su acompañante al tercero, -y cuando se aproximaban a la puerta, Urrea lanzó una exclamación, -diciendo: - ---¡Ah! ya sé a dónde vamos, prima. Desde que entré por el portal, me -pareció reconocer la casa. Pero no caía; ¡qué confusión! no daba en lo -cierto. Ya sé, ya sé. Como que aquí estuve yo la semana pasada con los -periodistas. Aquí vive Beatriz, la discípula de Nazarín. - ---Es verdad. Llama. - - - - -TERCERA PARTE - - - - -I - - -Si don Manuel Flórez inició sus visitas al místico vagabundo, don -Nazario Zaharín, por complacer a su señora y soberana, la Condesa de -Halma-Lautenberg, pronto hubo de repetirlas por cuenta y satisfacción -de sí mismo, porque, la verdad sea dicha, el misterioso apóstol árabe -manchego le encantaba, y cuanto más le veía, más quería verle y gozar -de su sencillez hermosa, de la serenidad de su espíritu, expresada con -palabra fácil y concisa. Y cada vez salía el buen presbítero social más -confuso, porque la persona del asendereado clérigo se iba creciendo a -sus ojos, y al fin en tales proporciones le veía, que no acertaba a -formular un juicio terminante. «Yo no sé si es santo, pero lo que es -a pureza de conciencia no le gana nadie. Desde luego le declararía yo -digno de canonización, si su conducta al lanzarse a correr aventuras -por los caminos no me ofreciera un punto negro, la rebeldía al -superior... De todo lo cual voy coligiendo que en este hombre bendito -existen confundidas y amalgamadas las dos naturalezas, el santo y el -loco, sin que sea fácil separar una de otra, ni marcar entre las dos -una línea divisoria. Es singular ese hombre, y en mis largos años no -he visto un caso igual, ni siquiera que remotamente se le asemeje. He -conocido sacerdotes ejemplarísimos, seglares de gran virtud; sin ir más -lejos, yo mismo, que bien puedo, acá para mí, sin modestia, ofrecerme -como ejemplo de clérigos intachables... Pero ni los que he conocido, ni -yo mismo, salimos de ciertos límites... ¿Por qué será, Dios Poderoso? -¿Será porque este maniobra en libertad, y nosotros vivimos atados por -mil lazos que comprimen nuestras ideas y nuestros actos, no dejándolas -pasar de las dimensiones establecidas? No sé, no sé...» Y con este _no -sé_, _no sé_, Flórez expresaba la turbación y las dudas de su espíritu. - -Por aquellos días acreció el tumulto periodístico, por estar próximo -a sentenciarse el proceso en que metidos andaban don Nazario y -Ándara, y menudeaban las interrogaciones, que llaman _interviews_; -los _reporters_ no dejaban en paz a ninguna de las celebridades de -la ruidosa causa, y al paso que estimulaban con picantes relaciones -la curiosidad del público, se desvivían por darle pasto abundante un -día y otro, rebuscando incidentes en la vida privada de los héroes -de aquel drama o comedia. Echábase Flórez al cuerpo la escalera que -conduce a los pisos altos del Hospital, cuando sintió tras sí voces -alegres, y dos jóvenes que con paso vivo subían de dos en dos peldaños -le alcanzaron antes de llegar al tercero. - ---Señor don Manuel, aunque usted no quiera... ¿Cómo va ese valor? - ---No tan bien como ustedes... --contestó el sacerdote parándose, más -para tomar aliento que para contestar al saludo. Y después de mirarles -fijamente y de reconocerles, añadió con severidad--: ¿Con que otra -vez aquí los señores periodistas?... ¡Pero, hombre, no han mareado ya -bastante a ese pobre señor! Francamente, me parece el delirio de la -publicidad. - ---Qué quiere usted, don Manuel. La fiera nos pide más carne, más -noticias, y no hay otro remedio que dárselas --dijo el primero de los -dos, vivaracho y simpático. - ---Agotado tenemos ya el filón --indicó el segundo--; pero como es -forzoso servir al público diariamente, ayer le di yo reseña exacta de -lo que come Nazarín, y una interesante noticia de los malos partos que -tuvo su madre. - ---Pero, hijos míos --dijo Flórez con más bondad que enojo--, vuestra -información nos va a volver locos a todos. Habéis dicho mil cosas -inconvenientes, otras que no le importan a nadie. Yo no sé cómo estos -pobrecitos presos aguantan vuestro fuego graneado de preguntas, y no os -mandan a paseo cien veces al día. - ---Servimos al público. - ---¿Pero no sería mejor que le sirvierais dirigiéndole, que dejándoos -arrastrar por su novelería caprichosa y malsana? - ---¡Ah, don Manuel! No somos nosotros, pobres _reporters_, los que -encendemos la hoguera. Nos mandan llevar cuanto combustible se -encuentra; troncos bien secos si los hay; si no, leña verde, para que -estalle, y hasta paja, si no encontramos otra cosa. - ---Bueno, señor, bueno. - ---Pues ayer, mi querido don Manuel --dijo el vivaracho, mostrando un -periódico--, me sacó usted de un gran apuro. No sabiendo qué escribir, -me metí con usted. Vea, vea lo que le digo: «Le visita diariamente el -venerable sacerdote don Manuel Flórez, que sostiene con el procesado -empeñadas controversias sobre puntos sutilísimos de teología y de alta -moral...» - ---¡Jesús!... ¡Mayor mentira! ¡Pero si no hemos hablado nada de -teología, ni...! Y además, ya os he dicho que no teníais que mentarme -a mí para nada. Yo vengo aquí a cumplir mis deberes cristianos de -consolar al triste, y dar un buen consejo al que lo ha menester. - ---Es usted un santo, don Manuel. ¡Pues menudo bombito le doy aquí, más -abajo! Vea... - ---Ninguna falta me hacen a mí vuestros bombitos, y os agradecería mucho -que no sacarais mi nombre en esta contradanza informativa. - ---Déjeme que se lo lea. Digo: «Aquel venerable y ejemplar sacerdote, -que es el primero en acudir, allí donde hay miserias que socorrer, y -grandes amarguras que mitigar con el inefable consuelo de la piedad -cristiana; aquel varón respetabilísimo, cuya modestia corre parejas -con su virtud, cuya actividad en servicio de los grandes ideales -religiosos...» - ---Basta, basta... No quiero oír más. - -Llegaron al corredor alto que da vuelta al inmenso patio, y el -vivaracho se adelantó diciendo: - ---Me temo que hoy tenga el apóstol mucha gente, y que no podamos -hablarle. - ---Pero si esto es un escándalo --dijo don Manuel--. Aquí viene, en -busca de satisfacciones de la curiosidad, un público no menos numeroso -que el que va a los teatros y a las carreras de caballos. Al pobre -Nazarín le volverían loco si ya no lo estuviera, y como es hombre que -no sabe negarse a nadie, ni ser descortés y altanero, que casos hay en -que la descortesía y un poquitín de soberbia no están de más, resulta -que los que venimos a consolarle y a poner algún concierto en sus -ideas, no podemos realizar este fin. - -Arrimáronse a una ventana el sacerdote y el segundo periodista, a -echar un cigarrillo, mientras el primero entraba en la celda de -Nazarín. Flórez sacó sus tenacillas de plata, pues no fumaba sin este -adminículo, y el otro, al darle lumbre, le habló así: - ---Dígame, señor de Flórez, ¿usted qué opina del resultado del proceso? -¿Cree usted que el tribunal verá en este hombre un criminal? - ---Hijo, no sé. Poco entiendo de Jurisprudencia criminal. - ---Pues ayer en el Congreso --prosiguió el otro con gravedad--, me dijo -a mí mismo don Antonio Cánovas del Castillo... Palabras textuales: -«Condenar a Nazarín sería la mayor de las iniquidades.» - ---Lo mismo creo. - ---Pero los pareceres están divididos, aunque la mayoría de la opinión -es favorable a la inculpabilidad del apóstol. Yo le digo a usted la -verdad. A mí me tiene medio conquistado. A poco más, voy a la redacción -descalzo, abandono la casa de huéspedes, y me paso la noche en el hueco -de una puerta... Nada, que me seduce ese hombre, que me atrae. - ---Su humildad llevada al extremo, su conformidad absoluta con la -desgracia --afirmó el sacerdote pensativo, mirando al suelo, y quitando -la ceniza del cigarro con el dedo meñique--, son, hay que reconocerlo, -una fuerza colosal para el proselitismo. Todos los que padecen sentirán -la formidable atracción. - ---Pues no hay tanta gente como yo creía --dijo el otro _chico de -la prensa_ volviendo presuroso--. Está un actor..., no me acuerdo -de su nombre... que quiere estudiar el tipo del Cristo para las -representaciones de la _Pasión y Muerte_, en no sé qué teatro. También -tenemos ahí a los pintores Sorolla y Moreno Carbonero, que quieren -hacer una cabeza de estudio, y José Antonio de Urrea, que pretende -volver a fotografiarle. - ---Pues ya le cayó que hacer al pobre don Nazario --dijo Flórez -mohíno--. Entraremos dentro de un ratito, y procuraremos despejar la -celda. Y ustedes, caballeritos, ¿se largarán pronto? - ---¡Oh, sí! tenemos que ver a Ándara. ¿Viene usted, señor don Manuel? Le -llevamos en coche. - ---Gracias. - ---Pues Ándara es deliciosa: más fea que una noche de truenos; pero con -un talento para las réplicas, y una viveza, y una energía de carácter, -que le dejan a uno pasmado. - ---Y una fe en Nazarín que vale cualquier cosa. Si la ponen en una -parrilla para que reniegue de su maestro, morirá tostada, escupiendo -sangre a sus verdugos y proclamando a Nazarín, como ella dice, el -_preferente_ de todos los santos de la tierra y del cielo, ¡caraifa! - -Llegaron otros dos del oficio, y saludando cortésmente al buen -eclesiástico, formaron todos corrillo junto a un ventanón de la galería. - ---Parece esto la antesala de un ministro --dijo uno de los que acababan -de llegar, llamado Zárate, hombre muy leído, según general opinión, -quiere decirse, que leía mucho. - ---O de un soberano del antiguo régimen. Aquí estamos aguardando que -salga la tanda que está dentro. - ---Pero falta un chambelán que ponga orden en estas audiencias. - ---Pues hoy --dijo Zárate echándose hacia atrás el sombrero--, no me -voy sin interrogarle sobre las concomitancias que veo entre el ideal -nazarista... - ---¿Y qué? - ---Y el misticismo ruso. - ---¡Hombre, por Dios! - ---Yo veo un parentesco estrecho, una filiación directa entre aquellas -y estas florescencias espiritualistas, que no son más que una -manifestación más de la soberbia humana. - - - - -II - - ---Pues ayer --manifestó el vivaracho--, le interrogué yo sobre -eso del _rusismo_. Se mostró sorprendido, y me dijo que sus actos -son la expresión de sus ideas, y estas le vienen de Dios; que no -conoce la literatura rusa más que de oídas, y que siendo una la -humanidad, los sentimientos humanos no están demarcados dentro de -secciones geográficas, por medio de líneas que se llaman fronteras. -Aseguró después que para él las ideas de nacionalidad, de raza, son -secundarias, como lo es esa ampliación del sentimiento del hogar -que llamamos patriotismo. Todo eso lo tiene nuestro don Nazario por -caprichoso y convencional. Él no mira más que a lo fundamental, por -donde viene a encontrar naturalísimo que en Oriente y Occidente haya -almas que sientan lo mismo, y plumas que escriban cosas semejantes. - ---Si es lo que yo digo --indicó el que había entrado con Zárate--. -Ese es un tío muy largo, pero muy largo... No hay quien me apee de -la opinión que formé de él el primer día. Estamos aquí haciéndole la -corte al patriarca de los tumbones, y popularizando al Mesías de la -gorronería... ¡Oh! convengamos en que hace su papel con un histrionismo -perfecto, y que ha sabido llevar hasta lo sublime el carácter del -farsante aventurero y vagabundo. Yo sostengo que este tipo es la -condensación más acabada del españolismo en todas sus fases... sin -negar que lo muy español pueda ser también muy ruso... entendámonos. - ---Pero vengan acá, señores míos --dijo don Manuel atrayendo con su -gesto y con sus palabras la atención benévola y cortés de toda aquella -tropa--. Perdónenme si meto baza en sus discusiones. Piense cada cual -de este desdichado Nazarín lo que quiera. Pero al demonio se le ocurre -ir a buscar la filiación de las ideas de este hombre nada menos que -a la Rusia. Han dicho ustedes que es un místico. Pues bien: ¿a qué -traer de tan lejos lo que es nativo de casa, lo que aquí tenemos en el -terruño y en el aire y en el habla? ¿Pues qué, señores, la abnegación, -el amor de la pobreza, el desprecio de los bienes materiales, la -paciencia, el sacrificio, el anhelo de no ser nada, frutos naturales -de esta tierra, como lo demuestran la historia y la literatura, que -debéis conocer, han de ser traídos de países extranjeros? ¡Importación -mística, cuando tenemos para surtir a las cinco partes del mundo! No -sean ustedes ligeros, y aprendan a conocer dónde viven, y a enterarse -de su abolengo. Es como si fuéramos los castellanos a buscar garbanzos -a las orillas del Don, y los andaluces a pedir aceitunas a los chinos. -Recuerden que están en el país del misticismo, que lo respiramos, que -lo comemos, que lo llevamos en el último glóbulo de la sangre, y que -somos místicos a raja tabla, y como tales nos conducimos sin darnos -cuenta de ello. No vayan tan lejos a indagar la filiación de nuestro -Nazarín, que bien clara la tienen entre nosotros, en la patria de la -santidad y la caballería, dos cosas que tanto se parecen y quizás -vienen a ser una misma cosa, pues aquí es místico el hombre político, -no se rían, que se lanza a lo desconocido, soñando con la perfección -de las leyes; es místico el soldado, que no anhela más que batirse, y -se bate sin comer; es místico el sacerdote, que todo lo sacrifica a -su ministerio espiritual; místico el maestro de escuela que, muerto -de hambre, enseña a leer a los niños; son místicos y caballerescos el -labrador, el marinero, el menestral, y hasta vosotros, pues vagáis por -el campo de las ideas, adorando una Dulcinea que no existe, o buscando -un más allá, que no encontráis, porque habéis dado en la extraña -aberración de ser místicos sin ser religiosos. He dicho. - -Celebraron los buenos _chicos_ el discurso del venerable don Manuel, -y cuando alguno, con el respeto debido, a contestarle se disponía, -llegaron nuevos visitantes, dos damas y dos caballeros aristocráticos, -que anhelaban conocer a Nazarín, y tres o cuatro personas más, gente -literaria o política, que ya le había visto y deseaba sondearle de -nuevo, porque entre sí traían grande y enmarañada discusión sobre si -era un tunante muy largo o un sencillote con la cabeza trastornada. - ---¿Qué? ¿no podemos verle? --dijo sobresaltada una de las damas. - ---Habrá que esperar a que salgan los que están dentro... la pintura, -señora, la fotografía y las artes del diseño. - ---¿Y qué? --preguntó a los periodistas uno de los de oficio literario -que acababa de entrar. - ---¿Saben ustedes si ha leído el librito de su nombre que anda por ahí? - ---Lo ha leído --replicó uno de los que llegaron con Flórez--, y dice -que el autor, movido de su afán de novelar los hechos, le enaltece -demasiado, encomiando con exceso acciones comunes, que no pertenecen al -orden del heroísmo, ni aun al de la virtud extraordinaria. - ---A mí me aseguró que no se reconoce en el héroe humanitario de -Villamanta, que él se tiene por un hombre vulgarísimo, y no por un -personaje poemático o novelesco. - ---Y dice también que en su reyerta con los bandidos en la cárcel de -Móstoles, no le costó tanto trabajo vencer su ira como en el libro se -dice; que la venció al instante y con mediano esfuerzo. - ---Pues para mí --manifestó el caballero aristocrático--, el libro -es un tejido de mentiras. Toda la escena de Nazarín con el señor de -la Coreja, la tengo por invención del escritor, porque don Pedro de -Belmonte es primo mío, le conozco bien, y sé que en ningún caso pudo -sentar a su mesa al mendigo haraposo. Esta no cuela. Que mi primo -cogiera una estaca, y le moliera los huesos, y le plantara en medio del -camino, después de soltarle los perros, muy natural, muy verosímil. -Está en carácter; ese es su genio; no puede esperarse otra cosa de su -desatinada locura. Pero agasajarle, ponerse a hablar con él del Papa -y del Verbo divino, eso no lo creo, eso no es verdad, es falsear a -mi primo Belmonte. ¡Figúrense ustedes que fui la semana pasada a la -Coreja, y a poco de entrar en su casa tuve que salir escapado en busca -de la pareja de la Guardia civil! - -En esto vieron salir a Urrea de la celda, seguido de los pintores y del -cómico. - ---Ea, ya tenemos aquí al chambelán, que viene a anunciarnos que Su -Excelencia nos espera. - -Pero el chambelán traía muy distintas órdenes. - ---Señores --les dijo--, tengo el sentimiento de participarles que el -amigo Nazarín les suplica por mi conducto que le dejen solo. Siente -fatiga, y si no me engaño, tiene bastante fiebre. Le he tomado el -pulso. Necesita descanso, quietud, silencio. - -El efecto de estas palabras fue desastroso. Las dos damas no tenían -consuelo. - ---¿Pero no podremos verle, siquiera un instante? - ---Me ha suplicado que, por hoy, le libre del vértigo de las visitas. - ---Y hace bien en cerrar la puerta --declaró Flórez--. No sé cómo -aguanta tanta impertinencia. Ea, señores, estamos de más aquí. - ---Poco a poco --dijo Urrea--. La orden tiene una excepción. Supo que -está aquí don Manuel, y ha manifestado deseos de verle. Pase usted; -pero solo. - ---¡Ay! nosotras... podríamos pasar también, hablarle un ratito... ---indicó una de las damas. - ---¡Oh!, no... sin duda quiere confesarse. Vámonos. - ---¡Qué fastidio!... ¡Volveremos otro día! Yo quiero verle. Díganme -ustedes, señores periodistas: ¿cómo es Nazarín? ¿Es cierto que su -rostro tiene tal expresión, que desconcierta a cuantos le miran? ¿Y -cómo está vestido? ¿Qué dice? ¿Ríe o llora? ¿Habla con los que le -visitan, les echa la bendición, o no hace más que mirarles? - -Contestaban los buenos _chicos_ a estas preguntas, excitando la -curiosidad de las nobles señoras, en vez de calmarla. Inconsolables -ellas por el chasco sufrido, y no pudiendo anegar sus ojos, sedientos -de aquella gran novedad, en la fisonomía del apóstol errante, los -clavaban en la puerta. ¡Ah! detrás de aquella puerta estaba... -Volverían a la mañana siguiente. - -Entró don Manuel, y desfilaron por las escaleras abajo todos los -demás. Alguno propuso a las aristócratas llevarlas a ver a Ándara. Pero -después de una espontánea conformidad con esta idea, una de las dos -reflexionó y dijo: - ---¡Imposible! ¿Está usted loco? ¡Nosotras entrar en la Galera! - -Luego fue apuntada la idea de visitar a Beatriz, y esto no pareció tan -mal a las dos señoras. Sí, sí, podrían ver a la mística vagabunda y -soñadora. Dividióse el grupo en la calle, y unos se dirigieron a la -inmediata de San Blas, y los otros a la remota de Quiñones. - -Salió Ándara al locutorio, y lo primero que le preguntaron los _chicos_ -fue si había leído el libro titulado _Nazarín_. - ---Me lo leyeron --replicó la presa--, porque a mí me estorba lo negro. -¡Ay, qué mentironas dice! Yo que ustedes, pondría en el papel que el -_escribiente_ de ese libro es un embustero, y le avergonzaría, para que -se fuera con sus papas a otra parte. ¿Pues no dice que yo pegué fuego a -la casa? - ---Tú también lo dijiste al principio; pero ahora, ausente de tu señor -Nazarín, que no te permite mentir, has arreglado con tu defensor, que -es hombre listo, esa salidita del fuego casual. El hecho queda por lo -menos dudoso, y la pena será relativamente corta. - ---¡Que fue _de_ casual, ¡ea!... ¡Caraifa con los niños de la prensa! -Yo al principio no supe lo que decía. Se me derramó el condenado -petróleo... Quedeme a obscuras... Encendí un misto, y vele ahí todo -ardiendo... ¿Que no lo creen? Así _costa_... ¿Y quién me lo desmiente? -¿Quién me prueba que fue de voluntad? Si alguno de ustedes es el que ha -escrito ese arrastrado libro, arrastrado le vea yo, ¡mal ajo! - ---¿Sabes que te estás volviendo otra vez muy mal hablada? - ---Desde que no está con el apóstol, ha vuelto a sus mañas. - ---Ándara, nosotros somos tus amigos, y te queremos mucho. Pero si dices -expresiones feas, se lo contaremos a don Nazario, y verás, verás. - ---No, no se lo digan. Es la costumbre de antes, que sale... Pero una -palabra mala, dicha sin pensar, no hace pecado. Es que me encalabrino -cuando me hablan del maldito libraco. ¡Miren que decir ese desgalichao -autor que yo parezco un palo vestido! Fea soy, digo, lo que es bonita, -no soy ahora, como lo era antes, aunque sea mala comparación... pero -no tan fea que me tenga miedo la gente. Él será un esperpento, y en -sus escrituras quiere hacer conmigo una _desageración_. ¿Verdad que no -tanto? - ---Tienes razón, no tanto, Andarilla. Otra cosa: ¿Deseas mucho ver a tu -maestro? - ---¡Ay, no me lo diga! ¡Verle! ¡Qué diera yo por verle, por oír su -voz!... Créanme, señores de la prensa, y pueden ponerlo en el papel, -si les viene a mano. Por verle daría yo la salud que ahora tengo, y la -que tendré en muchos años. Me conformaría con estar en esta cárcel o -en un presidio toda mi vida, si supiera que le había de ver todos los -días, aunque no fuera más que un cuarto de hora. - ---Eso es querer, Ándara. - ---Esto es querer, y creer en él, pues no ha mandado Dios al mundo otro -que se le parezca... lo digo y lo sostengo, aunque me claven en cruz -para que cante otra cosa. Que me desuellen viva para que diga que no le -quiero, y ayudando yo misma a que me arranquen el pellejo, diré que es -mi padre, y mi señor, y mi todo. - ---¡Bien, brava Ándara! - ---Nos contó Beatriz que ella le ve en espíritu, y siempre que quiere le -hace revivir en su imaginación... - ---Esa es muy _soñona_. Yo, como más bruta que mi hermana Beatriz, -¡bendita sea! no le veo cuando quiero, sino cuando él quiere dejarse -ver. - ---¡Hola, hola! Explícanos eso. - ---No sean _materiales_, y compréndanlo sin más explicadera. Por las -noches, cuando me tumbo en mi jergón, en medio de unas obscuridades -como las del alma de Caín, si he sido buena por el día, si no he tenido -pensamientos malos, abro los ojos, y en lo más negro de lo negro, veo -una claridad, y en ella mi Nazarín que pasa... no hace más que pasar y -mirarme sin decir nada... Pero por los ojos que me pone, entiendo lo -que quiere hablarme. Unas veces me riñe unas miajas, otras me dice que -está contento de mí. - ---Pues si le ves esta noche, no es mala peluca la que te echa. - ---¿Por qué? - ---Por esa mentira tan gorda de que el incendio de la casa fue _de_ -casual. - ---¡Eh, que no es mentira!... Mentira lo que dice el libro, tocante -a que quise _zajumar_ el cuarto... ¡Vaya, que ya es por demás tanta -conferencia! Lárguense al periódico, que allá tendrán que plumear. - ---Antes hemos de preguntarte otra cosa, ¡caraifa! - ---No respondo más. - ---¿A que sí? ¿La Beatriz viene a verte? - ---Dos veces por semana. Ayer me trajo un vestido, que le dio para mí -una señora de la grandeza. - ---¡Hola, hola!... Noticia. ¿No te dijo el nombre de esa señora? - -Y todos ellos sacaron papel y lápiz. - ---Sí; pero no me acuerdo. Era un nombre muy bonito... así como... -Señor, ¿cómo era? - ---Haz memoria, Andarilla. ¿Sería la Condesa de Halma? - ---Esa misma... Bien decía yo que era cosa buena... pues... del alma -santísima. - ---Bien, Ándara... te dejamos ya, caraifa. - ---Adiós... adiós. - - - - -III - - -En mal hora se metió don Manuel Flórez en conferencias de exploración -espiritual con el apóstol andante, porque siempre salía de la celda -medio trastornado, ya creyendo ver en Nazarín la mayor perfección a -que puede llegar alma de cristiano, ya viéndole y juzgándole como un -ser dislocado, completamente fuera del ambiente social en que vivía. -«No puede ser, Señor, no puede ser --se decía el buen viejo, dándose -palmadas en el cráneo, ya retirado en su vivienda, y descansando -de los trajines del día--. Cada tiempo trae su forma y estilos de -santidad. No nos disloquemos, Señor, no nos desviemos de nuestra -agrupación planetaria, si no queremos ser bólido errante, perdido por -los espacios. Lo que yo digo: la locura no es más que eso, o mejor -dicho, es precisamente eso, el escape por la tangente... y este hombre, -con toda su virtud, que hay que reconocer, ha tomado mucha fuerza, y -se escapa, se dispara fuera de la órbita... ¡Qué lástima, Señor, qué -lástima! Porque... lo digo con verdad... difícilmente se encontraría -un espíritu de mayor rectitud, de mayor pureza... Pero ha tomado la -doctrina en su sentido más riguroso, por lo más estrecho, por donde -duele, y... no sé, no sé... Él cree que el equivocado soy yo, y yo que -el equivocado es él. Él dice que procede conforme a razón, y con plena -conciencia de ajustarse a la ley de Cristo, y yo digo... No, Señor, -yo no digo nada, no sé, he perdido los papeles; este hombre me ha -trastornado, ha llenado mi cabeza de confusión. No, no vuelvo a verle -más. La sinrazón es contagiosa... Un loco hace mil. No más, no más.» - -Y a pesar de esto, volvía, pues siempre le quedaba algún puntillo -que dilucidar, o seno escondido que reconocer en el pensamiento -del peregrino. Volvía, y a nueva conferencia, nueva turbación y -desconcierto del buen clérigo social. Se creerá que es exageración -lo que se cuenta, pero es la verdad pura. Don Manuel llegó a perder -el apetito, cosa de extraordinaria novedad en él, dormía mal, y se -desmejoró su rostro. Creyeron sus amigos que había dado el bajón -repentino de la aproximación a los setenta, y no faltó quien atribuyese -a una causa moral la pérdida de aquel excelso aplomo que era su -característica. Quizás su bondad se resintió de haber encontrado una -bondad superior, o que tal le pareciera, y como vivía en la rutina de -no tratar más que inferiores, en el terreno de conciencia, el repentino -encuentro de un ser, ante el cual alguna de las energías de su alma -tenía que hacer reverencia, le puso quizás de mal talante, aunque sin -llegar, ni por asomo, a las tristezas de la envidia, pues era incapaz -de este odioso sentimiento. ¿Consistiría tal vez en que el trato -social, las consideraciones y aun lisonjas de que era objeto, habían -llegado a formar en su alma la concreción de amor propio (de la cual -los caracteres más dueños de sí no pueden librarse), y el conocimiento -y trato de Nazarín rebajaron un poquito el concepto de su propio valer -moral? Con independencia de la humillación y desprecio de sí mismo que -impone la idea cristiana, todo ser conserva un poder de apreciación -o evaluación psíquica, por el cual, sin darse cuenta de ello, a sí -propio se estima y tasa. Sin duda Flórez empezó a conocer que se había -tasado en algo más de lo que realmente valía. Como era recto y noble, -acababa por conformarse diciéndose: «Bueno, Señor, bueno. Yo creí ser -de lo mejorcito, y ahora resulta que hay quien me da quince y raya. -Pues reconozca yo mi insignificancia, o mi inferioridad manifiesta, y -alabada sea la perfección donde quiera que se encuentre.» - -El buen señor no podía pensar en otra cosa, y la fijeza de tal idea -iba socavando su salud. A veces se pasaba las noches en habilidosos -distingos y paralelos, anhelando engrandecer el concepto propio, sin -rebajar excesivamente el ajeno: «Él es bueno, yo también. No digamos -santos, porque la santidad en nuestros tiempos ¿dónde está? Yo soy -social, él individual; mi esfera es el mundo de los ricos, la suya el -de los pobres. En ambas esferas se sirve a Dios, ¡vaya! Él fortifica -su alma en la soledad, yo en el bullicio; yunque por yunque, no sé -decir cuál es el mejor. Cierto es que si miramos a la doctrina pura y -a su aplicación a nuestras acciones, él aparece con ventaja, yo con -desventaja; pero miremos a los resultados prácticos de una y otra forma -de ejercer el ministerio, y entonces, ¿cómo dudar que la supremacía -está de la parte acá? Y por último, Señor, él se va del seguro, él se -corre de lo posible a lo imposible, en él la virtud se permite hacer -sus escapatorias al campo de la extravagancia, y...» - -Elevando los brazos, y mirando al techo de su alcoba, en la cual se -paseaba para entretener el insomnio, añadía: «Señor, Señor, llevar a la -práctica la doctrina en todo su rigor y pureza, no puede ser, no puede -ser. Para ello sería precisa la destrucción de todo lo existente. Pues -qué, Jesús mío, ¿tu Santa Iglesia no vive en la civilización? ¿Adónde -vamos a parar si...? No, no, no hay que pensarlo... Digo que no puede -ser... Señor, ¿verdad que no puede ser?» - -Como pasaban días y días sin que Catalina le interrogase sobre el -examen o estudio psicológico del apóstol vagabundo, creyó del caso -don Manuel tomar la iniciativa en aquel asunto, que más valía dar su -opinión antes que la dama por sí misma y por otros caminos llegase a -formarla. Todo lo temía de su talento agudo, afinado por una voluntad -persistente. - ---¿Y qué? --le preguntó Halma, demostrando menos curiosidad de la que -Flórez esperaba. - ---Empiezo por declarar --dijo don Manuel con solemnidad sincera, la -mano puesta sobre su corazón--, que no conozco alma más bella que la -del desventurado sacerdote, a quien la ley ha perseguido por vagancia -y por haber dado amparo y protección a una mujer criminal. Si del -estado de su entendimiento tengo aún mis dudas, de su conciencia, de su -intención pura y rectamente cristiana, no puedo dudar. Quiero decir, -señora mía, que encuentro una disconformidad irreductible entre la -conciencia y el intellectus de ese singular hombre, y que si yo hallara -manera de conciliar una con otro, tendría que declarar a Nazarín el ser -más perfecto que ha podido formarse dentro del molde humano. - ---Según eso, usted sigue viendo en él las dos naturalezas, el santo y -el loco, y ni sabe separarlas, ni fundirlas, porque locura y santidad -no pueden ser lo mismo. - ---Exactamente. - ---Bien podría deducirse de todo ello que, en nuestra imperfectísima -comprensión de las cosas del alma, no sabemos lo que es locura, no -sabemos lo que es santidad. - ---¡No sé, no sé! --exclamó el limosnero extraordinariamente turbado, -llevándose las manos a la cabeza. - ---Serénese, don Manuel. ¿Será que usted, en su larga vida, nunca se -ha visto delante de un problema semejante? Contésteme ahora: ¿el -buen Nazarín practica la doctrina de Cristo tal como los Evangelios -santísimos nos la enseñan? - ---Sí señora. - ---Y a pesar de esto, la conducta del buen hombre nos parece -desconcertada... porque nuestras ideas así nos lo imponen. Si -creyéramos otra cosa, debiéramos imitarle, renunciar a todo, abrazando -el estado de absoluta pobreza. - ---Sí señora. - ---Y eso no puede ser. Hay algo dentro de nosotros mismos, y en la -atmósfera que respiramos y en el mundo que nos rodea, que nos dice que -no puede ser. - ---Sí... puede ser... pero no puede ser... Ser no ser... He aquí, -señora, la gran duda. - ---Sigo preguntando. ¿Nazarín es humilde? - ---Humildísimo. Asombra ver su tranquilidad ante los resultados -probables del proceso. Si le condenan a presidio, lo acepta gozoso, -lo mismo que si le hicieran subir al cadalso. Si le encierran en un -manicomio, en el manicomio entrará y vivirá sin protesta. No se queja -de la ley, ni de los jueces, ni de sus acusadores, ni de la opinión, -que con tan distintos criterios le juzga. - ---Y en el caso de que saliera libre, ¿se sometería al superior -eclesiástico, sacrificando su independencia al rigor de la disciplina? - ---También. Pues esto es lo admirable. Dice que si le absuelven -libremente, se someterá y que... - ---¿Qué más?... Sigo yo contando, pues usted, mi señor don Manuel, no -tiene hoy la palabra tan expedita como de costumbre. Dice también -el buen Nazarín que cuando se encuentre libre, persistirá en el -cumplimiento del voto de pobreza que ha hecho al Señor. - ---Cosa imposible, así tan en absoluto, pues la mendicidad, fuera de -las Órdenes que la practican por su instituto, es contraria al decoro -eclesiástico. - ---Y dice más... - ---¿Pero cómo sabe usted...? - ---Dice también que el mayor anhelo de su alma es que le devuelvan las -licencias para poder celebrar... y que se irá a vivir al presidio -a donde sea destinado el _Sacrílego_, si se lo permiten las leyes -penitenciarias, o si no, en la misma población, con objeto de verle -diariamente. Está comprometido a conducir al cielo el alma de aquel -criminal, y la conducirá. Los mismos propósitos tiene respecto -a Ándara, y su mayor gozo sería que los encierros a que ambos -delincuentes fuesen destinados, radicaran en la misma ciudad. Si no, -compartiría su tiempo entre la vecindad de Ándara y la proximidad del -_Sacrílego_, llevándose consigo a Beatriz, sin temor alguno de ser -censurado y escarnecido por la compañía de una mujer. - ---Tales son sus ideas, sí señora... Tan cierto es ello como que usted -tiene algo de zahorí --dijo don Manuel, sin disimular su asombro--. -¿Pero usted..., acaso, le ha visto, le ha oído...? - ---No; pero veo a Beatriz, de quien soy amiga, y amiga del alma. No he -querido decírselo hasta que no viniera una coyuntura propicia. - ---¡Ah!... Me parece bien... Beatriz, la discípula... - ---Pues bien, señor don Manuel de mi alma, esas ideas y propósitos del -don Nazario bastardean un poco aquella pureza del alma de que me -hablaba hace un rato. La extrema humildad, ¿no se da la mano con el -orgullo? - ---Tal vez, tal vez. - ---Por lo cual yo, más decidida que usted, sin duda porque soy más -ignorante, veo bien patente la locura de ese santo varón... ¿Es un loco -santo, o un santo loco?... - ---Locura... santidad... --murmuraba Flórez mirando al suelo, la cabeza -sostenida por ambas manos, los codos apoyados en las rodillas, con -todas las señales en rostro y acento de una hondísima turbación. - - - - -IV - - -No pudieron detenerse, como deseaban, en buscar la explicación de -aquel contrasentido, porque entró Urrea con noticias frescas, que -hacían revivir el interés del asunto nazarista. Según contó el joven -reformado, por los periodistas se sabía ya la sentencia del Tribunal, -que se publicaría sin tardanza. No encontraba la Sala en don Nazario -Zaharín culpabilidad: la vagancia, el abandono de sus deberes -sacerdotales, la sugestión ejercida sobre mendigos y criminales no eran -más que un resultado del lastimoso estado mental del clérigo, y como en -ninguno de sus actos se veía la instigación al delito, sino que, por -el contrario, sus desvaríos tendían a un fin noble y cristiano, se le -absolvía libremente. Resultando del informe de los facultativos que -repetidas veces le habían examinado, que los actos del apóstol errante -eran inconscientes, por hallarse atacado de _melancolía religiosa_, -forma de _neurosis epiléptica_, se le entregaba al poder eclesiástico -para que cuidase de su curación y custodia en un Asilo religioso, o -donde lo tuviere por conveniente. - -Don Manuel y Catalina guardaron profundo silencio al oír esta parte -interesantísima de la sentencia. - ---A Beatriz se la absuelve libremente --prosiguió Urrea--, porque nada -resulta contra ella, y la pena que merecía por vagancia, se estima -cumplida con las dos semanas que sufrió de prisión correccional. - -Ándara salía peor librada, aunque no tan mal como al principio se -creyó. De sus primeras declaraciones, y de las de Nazarín, resultaba -autora del incendio de la casa número 3 de la calle de las Amazonas. -Pero su abogado, hombre muy despierto, había conducido el asunto con -rara habilidad, demostrando que lo depuesto por Nazarín no tenía ningún -valor testifical, por hallarse este en pleno delirio pietista, presa -de la monomanía del sacrificio y de la muerte. Ándara, en sus primeras -declaraciones, había obedecido, según su defensor, a una influencia -hipnótica del falso apóstol. Ampliado el juicio, y sustentada la -no intencionalidad del incendio, el Tribunal admitió la prueba, -condenándola, por lesiones a la _Tiñosa_, a catorce meses de reclusión -penitenciaria. La causa del _Sacrílego_ no tenía nada que ver con la -de la vagancia y desafueros nazaristas. Aún no se había sentenciado, -y por bien que saliera, sus catorce o quince años de presidio no se -los quitaba nadie, porque eran muchas y muy atroces sus audacias para -llevarse la plata y vasos sagrados de las iglesias. - ---Ya ve usted --dijo al fin Catalina a su amigo y limosnero--, cómo el -Tribunal, haciendo suya la opinión de los facultativos, da por cierto -que el santo varón no tiene la cabeza en regla. - ---Y sin cabeza no hay conciencia --indicó el sacerdote con cierta -alegría, como si entreviera una solución a sus dudas. - ---Con todo --añadió la Condesa--, no debemos aceptar ese criterio como -definitivo. Se equivocan los Tribunales, se equivocan los médicos. No -afirmemos nada, y sigamos, mi señor don Manuel, en nuestras dudas. - ---Sigamos, sí, en nuestras dudas --repitió el sacerdote, para quien era -ya un descanso no pensar por cuenta propia. - ---Y mis dudas --añadió Halma--, van a ser el punto de partida para -resolver la cuestión, porque si no dudáramos, no nos propondríamos, -como nos proponemos ahora, llegar a la verdad. - ---Sí señora --dijo Flórez, hablando como una máquina. - ---La sentencia del Tribunal, que yo esperaba, me abre camino para poner -en ejecución un pensamiento que hace días me corre por el magín. - ---¡Un pensamiento! A ver... --murmuró don Manuel perplejo, admirando -de antemano y temiendo al propio tiempo las iniciativas de su ilustre -amiga. - ---Yo, digo, nosotros, sabremos al fin si nuestro pobre peregrino es -santo, o es demente. Espero que podremos reconocer en él uno de los -dos estados, con exclusión del otro. Y en el caso de que existieran -juntamente santidad y locura, en ese caso... - ---Arrancaremos la locura para echarla al fuego, como hierba mala nacida -en medio del trigo --dijo don Manuel--, conservando pura e intacta la -santidad. - ---Y si existieran juntas y confundidas, en una misma planta --agregó -Halma--, respetaríamos este fenómeno incomprensible, y nos quedaríamos -tristes y desconsolados, pero con nuestra conciencia tranquila. - -Flórez miraba al suelo, y Urrea no quitaba los ojos de su prima, -cuyas palabras deletreaba en los labios de ella, al mismo tiempo que -las oía. Después de una mediana pausa, y queriendo adelantarse al -pensamiento de la señora, dijo el sacerdote: - ---Pues para llegar a ese conocimiento y a esa separación, señora mía, -tendríamos que... digo, veríamos de... - ---No, si por más que usted discurra, no puede adivinar lo que he -pensado, lo que haremos, si Dios me ayuda, y creo que me ayudará, pues -la sentencia que acabamos de saber viene, como de molde, a favorecer -mi pensamiento, obra magna, don Manuel, una empresa de caridad que ha -de merecer su aprobación. Verá usted --añadió después de otra pausita, -aproximando su silla baja al sillón del limosnero--. Pues, señor, ahora -la ley civil le dice a la eclesiástica: yo, apoyada en la opinión de la -ciencia, he debido declarar y declaro que ese hombre está loco. Como -su locura es inofensiva, monomanía pietista nada más, que no exige -custodia ni vigilancia muy rigurosas, renuncio a albergarle en mis -casas de orates, donde tengo a los furiosos, a los lunáticos, casos -mil de las innumerables clases de desorden mental. Ahí tienes a ese -hombre; encárgate tú, Iglesia, de cuidarle, y, si puedes, de devolver -el equilibrio a su entendimiento. Es pacífico, es bueno, es de dulce -condición en su desvarío. No te será difícil restablecer en él el -hombre de conducta ejemplar, el sacerdote sumiso y obediente... - ---Y le cogemos --dijo Flórez--, y le mandamos a un convento de -Capuchinos, o a una de las hospederías religiosas, que existen para -estos casos, y le tenemos allí un año, dos, tres, al cabo de los -cuales, estará lo mismo que entró. - ---Quiere decir que no le cuidarán, que no le observarán, mirando por su -existencia y por su razón con el interés paternal que se debe a un alma -como la suya, buena, piadosa, a un alma de Dios... - ---No digo que... - ---Pero nada de esto pasará --afirmó la Condesa, levantándose nerviosa, -y cogiendo el bastón de Urrea para reforzar el gesto decidido con que -acentuaba la palabra. - ---¿Pues qué se hará, señora? - ---A usted, mi señor don Manuel, le corresponderá la gloria mundana de -esta prueba, si, como creo, Dios la corona con un éxito feliz. - ---¿Y qué tengo yo que hacer, señora mía? --preguntó el eclesiástico -un poco molesto, pues no le caía en gracia aquello de hacer él cosas -que ignoraba, ni que su autoridad quedara reducida a ejecutar órdenes -superiores, como un vulgar secretario. - ---Una cosa muy sencilla, y que me parece fácil. Mañana mismo... no hay -que perder un solo día... mañana mismo, don Manuel Flórez y del Campo, -el ejemplarísimo sacerdote, el gran diplomático de la caridad, coge el -sombrero y se va a ver al señor Obispo. Su Ilustrísima, naturalmente, -le recibe con los brazos abiertos, y usted le dice: «Señor Obispo, una -dama de nuestra aristocracia...» - ---¡Ah! ya... Una dama de nuestra aristocracia... - ---¡Si lo adivina, si lo sabe, si no tengo que decir más! Pues qué: ¿no -ha pensado usted lo mismo que yo? ¿No viene hace días dando vueltas -en su mente a esta solución? ¿No esperaba saber la sentencia para -proponérmelo? - ---Sí, sí... Yo pensaba... En efecto... La idea es buena --dijo el -limosnero, queriendo cazar al vuelo las de su noble amiga--. Claro -que había pensado yo... Pues «Ilustrísimo señor, una dama de nuestra -aristocracia, persona de grandes virtudes y celo cristiano, que quiere -consagrar su vida al santo ejercicio de la caridad, ha imaginado que...» - -Detúvose bruscamente don Manuel, vacilante, clavó sus ojos en Halma, -después en Urrea, para volver a mirar con escrutadora fijeza a la -ilustre señora, y en aquel punto, como si recibiera inspiración -del Cielo, o algún genio invisible en el oído le susurrara, vio el -pensamiento de la Condesa con toda claridad. Y recordando al instante -palabras y frases sueltas de conversaciones anteriores, y viendo en -ellas perfecto ajuste con lo que acababa de oír, ya no necesitó más el -agudo presbítero para recobrar toda su compostura mental, y sentirse -dueño de sí mismo, y a punto de serlo de la situación. Limpió el -gaznate para aclarar la voz, tomó de manos de Halma el bastón de Urrea, -y fue marcando con él sobre la alfombra estas o parecidas expresiones: - ---La señora Condesa ha tenido un pensamiento grande y bello, como -suyo. Hace tiempo concibió el proyecto de destinar su casa de Pedralba -a un fin caritativo, estableciéndose allí, al frente de una pequeña -sociedad de desvalidos y menesterosos, de pobres enfermos y de ancianos -sin recursos. Bueno, Señor, bueno. Pues ahora, la señora Condesa se -dirige por mi conducto al señor Obispo, y le dice: «A ese pobre clérigo -perseguido, absuelto y tachado de locura, yo me le llevo a Pedralba, -allí le cuido, allí le rodeo de calma, de un bienestar modesto; doy a -su espíritu la soledad campestre, a su asendereado cuerpo descanso, y -como él es bueno y sencillo, y su corazón se conserva puro, respondo -de que en breve tiempo podré devolvérselo a la Iglesia, limpio de las -nieblas que han empañado su mente. Entréguenme el vagabundo, y les -devolveré el sacerdote; denme el enfermo, y les devolveré el santo.» - ---¿Y eso puede ser? --preguntó vivamente la viuda, sin admirarse de lo -bien que el sagaz Flórez le adivinaba las intenciones--. Quiero decir: -¿consentirá el señor Obispo...? - ---¡Ah!... lo veremos. Mucha fuerza ha de hacerle su nombre, señora. - ---Y más aún la intervención de usted. - ---En casos como este de Nazarín, el Prelado adoptará uno de dos -procedimientos: o entregar al enfermo un vale perpetuo para el Asilo de -Eclesiásticos, o ponerle bajo la salvaguardia de una familia respetable -de reconocida virtud y piedad. Esto último se ha hecho hace poco con un -pobre clérigo que padecía de ataquillos de enajenación. - ---Pues la familia respetable a quien se encomiende la custodia y -cuidado de este santo varón, seré yo. - ---Sin duda. Y mucho mejor, si se constituye el Asilo o Recogimiento en -forma legal y canónica, poniéndolo, como es natural, bajo la tutela del -jefe de la diócesis. - ---En fin --dijo Halma gozosa--, que Nazarín es nuestro. Y el señor -Obispo, ya lo estoy viendo, alabará mucho este plan al saber que es -idea de usted. - ---Idea mía no --replicó Flórez sin mirar a la dama--. Si acaso, en -parte... Ambos pensamos lo mismo. Pero yo no podía pronunciar sobre -ello la primera palabra, y tuve que aguardar a que la dijese quien -debía decirla. - ---Quedamos en que mañana mismo... - ---Mañana mismo, sí señora. - ---No se nos adelante alguno... - ---¡Ah! lo que es eso... Pierda usted cuidado. - -Retirose don Manuel a su casa, y aquella noche fue acometido de una -lúgubre congoja, cuyo fundamento el buen clérigo no podía explicarse. -«Esta tristeza hondísima y que parece que me abate todo el ser --se -decía, sin poder conciliar el sueño--, no proviene de causa puramente -moral. Aquí hay algún trastorno grave de la máquina. O el hígado se me -deshace, o la cabeza se me quiere insubordinar, o el corazón se fatiga, -y me presenta la dimisión.» - - - - -V - - -Hízose todo como Catalina de Artal deseaba, sin que la gestión del buen -Flórez tropezase con ninguna dificultad ni obstáculo de importancia. -Notaban en él cuantos en aquella ocasión le vieron, lo mismo en las -oficinas eclesiásticas, que en las casas nobles que ordinariamente -visitaba, una gran decadencia física, la cual parecía más grave por -la pérdida de la jovialidad. Además, claramente se advertía cierta -inseguridad en las ideas, y dispersión de las mismas en el momento de -querer expresarlas, vamos, como si se le fuera el santo al cielo, según -el dicho vulgar. No era ya el mismo hombre; en pocos días su cuerpo -perdió la derechura que le hacía tan gallardo, su cara se había vuelto -terrosa, sus manos temblaban, y cuando quería sonreírse, su habitual -expresión afable le resultaba fúnebre. - ---O don Manuel está muy malo --decían sus amigos--, o algún hondo pesar -silenciosamente le mina. - -Una mañana, el Marqués de Feramor le mandó llamar cuando descendía del -aposento de la Condesa, y encerrándose con él en su despacho, puso la -cara de las grandes solemnidades para decirle: - ---¡Parece mentira que nuestro querido Flórez, desmintiendo su grave -carácter, se haya prestado a favorecer las increíbles extravagancias -de mi hermana! Primero, la tontería de meterse a redentores de José -Antonio, poniéndose en ridículo, y dando lugar al desbordamiento de las -hablillas y chirigotas. No era esto bastante, y entre mi hermana y su -limosnero inventan este sainetón grotesco de llevarse a Pedralba toda -la cuadrilla nazarista... porque supongo irán también las discípulas, -para mayor edificación... Ya ha principiado el coro de burlas, que a mí -no me afectan, no señor, porque todo el mundo sabe que permito a mi -hermana lanzarse por su cuenta y riesgo a estas aventuras locas, para -que encuentre en la ruina y en el ludibrio de las gentes el castigo de -su soberbia. - -La actitud y el lenguaje del señor Marqués eran de pontifical, según el -rito inglés parlamentario y economista. - ---Lo que más me duele --añadió--, es que nuestro buen amigo, en vez -de poner un freno a estas que califico benignamente llamándolas -extravagancias, les haya dado calor y apoyo con su autoridad... - -Al oír esto, una onda de sangre subió del corazón al cerebro del -sacerdote, y la ira, que era en él, por índole y por costumbre, -sentimiento casi desconocido, se encendió en su corazón súbitamente. -Al querer expresarla, las palabras se le atropellaron en la boca, su -rostro enrojeció, sus ojos se avivaron. Con lengua torpe pudo decir tan -solo: - ---¿Tú qué sabes?... ¡Eres un necio! - -Y salió, como huyendo de sí mismo, arrastrando el manteo, la teja -echada hacia atrás, murmurando incoherentes frases por la escalera -abajo. Iba por la calle dando tumbos, sosteniéndose por un desmedido -esfuerzo de la voluntad, y al llegar a su casa, agotado bruscamente el -esfuerzo, cayó redondo en el portal. Entre el portero y dos vecinos -que bajaban, levantáronle del suelo, y como cuerpo muerto le condujeron -al cuarto segundo donde vivía. El ama y la sobrina, dos mujeres -simplicísimas, ambas entradas en años, que le querían entrañablemente, -rompieron en estrepitoso llanto al verle entrar en tan mísero estado, y -la sobrina exclamaba: - ---¡Virgen de la Valvanera! Ya lo dije yo. Mi tío venía mal desde la -semana pasada. - -Acostáronle, y como una media hora tardó en recobrar el conocimiento; -mas la palabra no. El buen señor quería decir algo, y su lengua inerte -no le obedecía. Acudió el médico, fuéronle aplicados los remedios -elementales, y ya muy entrada la noche, después de algunas horas de -reposo, pudo expresarse con mediana claridad: - ---No seáis tontas --dijo al ama y la sobrina, que una a cada lado del -lecho le contemplaban atribuladas--, ni deis ahora en la manía de -asustaros... Esto no es más que un aire. Lo cogí al salir de casa de -Feramor. Ya me encuentro mejor, y con la ayuda de Dios Misericordioso -y de la Virgen Santísima, mañana podré echarme a la calle. Y en caso -de que determinen que ya estoy de más en este mundo inicuo, ¿qué hemos -de hacer más que conformarnos todos, yo con irme a donde mi Padre -Celestial me destine, según mis méritos o mis culpas, vosotras con que -me vaya y os deje en paz? - -Dispuso el doctor que no se le diera conversación y se le dejara -descansar toda la noche, ordenando diversas medicaciones internas y -externas. A la mañana siguiente la mejoría era bien clara, y desde muy -temprano acudieron a la casa multitud de personas. Una de las primeras -fue Urrea; a poco llegaron Consuelo Feramor y la de Monterones, y otras -muchas señoras y caballeros de distintas categorías. Todos prodigaron -al enfermo consuelos cariñosos, deseando su salud como la propia. -Iban entrando en la alcoba por tandas, y reunidos después en la sala, -lamentaban el repentino accidente del simpático sacerdote. - -Consuelo llevó aparte a José Antonio para decirle: - ---Sospecho que tú y Catalina no tenéis poca responsabilidad en este -arrechucho de nuestro amigo. ¡Ah! su enfermedad arranca de la parte -moral... ¿Qué... te haces el tonto? ¿No comprendes tu parte de culpa -y la de mi cuñadita, esa loca que no andaría suelta si no llevara el -nombre que lleva? ¿Ahora caes en la cuenta de que habéis desprestigiado -a este santo varón, de que le habéis puesto en ridículo a los ojos del -clero, de todos sus amigos y relaciones? - -Contestación enérgica pensó darle Urrea; pero prefirió callarse por no -alborotar en casa ajena. A poco, entró Catalina de Halma, vestidita -de negro, con humilde severísimo porte, y su hermana y cuñada la -saludaron con frialdad compasiva. Ella no les hacía ningún caso, ni -se cuidaba de que le manifestaran este o el otro sentimiento. Cuando -todos se retiraban, la Condesa expresó al ama y la sobrina su deseo de -ayudarlas día y noche en aquel penoso trajín de enfermeras. Conociendo -la sinceridad de la buena señora, la familia del sacerdote aceptó tan -noble ofrecimiento, felicitándose de que pronto sería innecesario, -porque don Manuel mejoraría, con la ayuda de Dios. Pasó a verle -Catalina, y él, regocijándose de su presencia, se excitó un poquito, -presentando síntomas vagos de trabazón de lengua y de vaguedad en la -ideación: - ---Señora mía --la dijo--, muy malito tiene usted a su limosnero. Ha -sido un aire, nada más que un aire... He soñado con el Recogimiento -de Pedralba en que estaríamos tan bien... ¡oh, tan bien! Estos -aires... son aires muy malos... La vida social... este vértigo, este -bullicio, este mentir continuo... mal aire, señora... ¡Destrucción de -los cuerpos, perjuicios de las almas!... Dios quiere llevarme ya. Ha -visto que no sirvo... que he llegado a la vejez sin hacer en el mundo -nada grande, ni hermoso, ni saludable para las almas. Mi conciencia -habla y me dice: «no hay en ti y derredor de ti más que vanidad de -vanidades...» Usted es grande, señora Condesa, yo soy pequeño, tan -pequeño, que me miro y no me veo mayor que un grano de arena. Un aire -me trae, otro me lleva... ¡Ah, la soledad de Pedralba...! Pero no, no -soy digno... El señor Marqués me mira desde la altura de su necedad, -y me humilla todo lo que yo merezco. ¿Qué he sido yo? Un fantasmón... -No hay que desmentirme. ¿Qué hice por la salvación de las almas? -Nada... ¡Y usted, que es santa, se digna venir a consolarme en mi -tribulación...! ¡Cuánta bondad, cuánta grandeza! Porque nadie mejor -que usted conoce mi insignificancia... Dios me dice: «no eres nada... -eres el vulgo cristiano, lo que es y no es... Vas bien vestido, y -calzas bonito zapato con hebillas de plata... ¿Y qué? Eres atento -en el hablar, obsequioso con todo el mundo; respetuoso de mí; pero -sin amor. El fuego del amor divino es en ti un fuego pintado, con -llamaradas de almazarrón como las de los cuadros de Ánimas. Llevas y -traes limosnas como la Administración de Correos lleva y trae cartas... -pero tu corazón... ¡ah! Yo que lo veo todo, lo he visto, lo he sentido -palpitar, más que por la miseria humana, por la elegancia de tus -hebillas de plata...» Luego viene un aire... ¡Hermosa debe de ser la -muerte para los que mueren en el Señor. Yo también quiero morir en Él, -yo quiero, yo quiero!... - -Vivamente alarmada, la Condesa se retiró de la alcoba, pensando que -la mejoría del bendito don Manuel había sido engañosa. Y firme en -su propósito de desempeñar en la casa los menesteres más humildes, -mientras estuviese enfermo su amigo del alma, concertó con el ama y -sobrina las faenas a que debía consagrarse, resolviendo entre las tres -que, pues la presencia de la señora excitaba al enfermo, sin duda -por el cariño que este le profesaba, no era conveniente que entrase -en la alcoba sino en los casos de absoluta precisión. Desembarazada -de su mantilla, tan pronto trabajaba en la cocina, como se personaba -en la sala, para recibir visitas de seglares y clérigos. Comió con -las mujeres de la casa, y no quiso que le preparasen cama, pues con -descabezar un sueño sentadita en una silla le bastaba. La enfermedad -de su amado esposo había sido para ella educación cumplida en aquellos -trabajos y desazones, y el no dormir, el no comer, la vigilancia -constante no la afectaban lo más mínimo. - -Muy bien pasó la tarde don Manuel, y a la noche llamó a sus domésticas -para que le acompañasen y diesen parola, pues la costumbre, segunda -naturaleza, le pedía trato social, conversación, amenidad. Catalina -se escondió tras de la puerta para oírle, temerosa de que volviese -a desvariar. Dijéronle Constantina y Asunción, que así se nombraban -el ama y sobrina, que ya podía darse por restablecido de aquel -arrechucho, y que le bastaría media semanita de descanso para poder -entregarse nuevamente a sus habituales quehaceres. A lo que respondió -el clérigo con serenidad: - ---Puede que tengáis razón; pero por sí o por no, yo me pongo en lo -peor, y si me apuráis mucho, digo que en lo mejor, o sea la muerte, fin -de esta vida miserable y principio de la eterna. - -Como ellas dijeran que siendo él un santo, nada podía temer, ahuecó la -voz para contestarles: - ---Ni yo soy santo, ni ustedes saben lo que se pescan, pobres -rutinarias, pobres almas sencillas y vulgares. Estoy a vuestro nivel... -no, digo mal, a un nivel más bajo. Porque vosotras habéis padecido: -tú, Constantina, con la mala vida que te dio tu marido; tú, Asunción, -con tus enfermedades y achaques dolorosos. Vosotras habéis tenido -ocasión de perdonar agravios, yo no. Vosotras habéis sufrido escaseces -cuando no estabais a mi lado; yo he vivido siempre en mi dulce y cómoda -modestia, sin carecer de nada, bien quisto de todo el mundo, niño -mimoso y predilecto de la sociedad. Vosotras habéis luchado, yo no, -porque todo me lo encontré hecho. No me llaméis santo, porque hacéis -befa de la santidad aplicándola a quien tan poco vale. - -Echáronse a llorar las dos mujeres, y le invitaron a variar de -conversación, pues aquella no era la más propia de un enfermo de la -cabeza. - ---No, no --dijo Flórez, encalabrinándose--. De esto precisamente quiero -hablar yo. Soy una pobre medianía; pero abdicando en este trance mis -ridículas pretensiones, y pisoteando delante de vosotras, y delante -del mundo entero, mi orgullo, me entrego a la misericordia de mi Padre -Celestial, para que haga de mi insignificancia lo que quiera. Mi alma -no se ennegrece con pecados infames, ni se abrillanta con heroicas -virtudes. Soy lo que el lenguaje corriente llama un buen hombre. Soy... -simpático... ¡ja, ja!, simpático. En el mundo no quedará rastro de mí, -y lo mismo que es hoy la sociedad, habría sido si Manuel Flórez y del -Campo no hubiera existido en ella. ¿Cómo llamáis santo a un hombre -que se enfada, aunque no mucho, cuando alguien le molesta? ¿A ti, -Constantina, no te he reñido alguna vez porque la sopa estaba fría, o -el chocolate muy caliente, o el arroz pegado, o el café poco fuerte? Ya -ves: ¡qué santidad es esa, ni qué...! Y tú, Asunción, ¡buenas broncas -te has llevado..., porque las hebillas de mis zapatos no estaban bien -relucientes! Ya ves: ¡como si el que relucieran o no las hebillas -importara algo!... Si os apuráis mucho por lo que os estoy diciendo, -os confesaré que en mi esfera, una esfera que parece amplísima y es -muy reducida, he hecho todo el bien que he podido, y que mal, lo que -es mal, no lo hice nunca a nadie, a sabiendas. Pero de eso a que yo -sea nada menos que santo, como vosotras creéis, pobres tontas, hay -mucho camino que andar... Los santos son otros, el santo es otro... Y -de eso que dice el vulgo de que ahora no hay santos, me río yo... Los -hay, los hay, creedlo porque os lo afirmo yo... Pero no me tengáis a -mí por tal, grandísimas babiecas, y si no, contestadme: ¿qué méritos -extraordinarios veis en mí?... ¿qué infortunios y trabajos han templado -mi alma, qué injurias he tenido que sufrir y perdonar, qué grandes -campañas por el bien humano y por la fe católica han sido las mías? -¿Acaso fui perseguido por la justicia, y tratado como los malhechores? -¿Por ventura me han ultrajado, me han escarnecido, me han llenado de -vilipendio? ¿Es tribulación andar de casa en casa, festejado y en -palmitas, aquí de servilleta prendida, allá charlando de mil vanidades -eclesiásticas y mundanas, metiéndome y sacándome con achaque de -limosnitas, socorros y colectas, que son a la verdadera caridad lo que -las comedias a la vida real? ¡Ah! si lloráis por verme rebajado de esa -categoría en que vuestra inocencia quiso ponerme, llorad, sí, llorad -conmigo, lloremos juntos, para que el Señor tenga piedad de vosotras y -de mí, y nos iguale a los tres en su santa gracia. - -No dijo más, porque el ama y sobrina, limpiándose el moco, y -sobreponiéndose a su acerba pena, le exhortaron para que callase y -no pensara cosas que al Divino Jesús y a la Virgen habían de serle -desagradables. Buena era la humildad; pero no tanto, Señor. - - - - -VI - - -También lloraba la sin par Catalina oyendo los gritos de la conciencia -de su buen amigo, y las tres convinieron luego en que mientras más -se humillara el bonísimo don Manuel al prosternarse ante el Dios -de Justicia, más le ensalzaría este, dándole el premio que por sus -virtudes merecía. A las once de la noche, ya levantados los manteles de -la frugal cena, hallándose la Condesa en el comedor, embebecida en la -lectura de sus devociones ante una lámpara con pantalla de figurines, -entró José Antonio. No pudiendo pasarse un día entero sin verla y -hablar con ella (tal era su adhesión ardiente, que más parecía de perro -que de persona), agarrábase a la obligación de informarse del estado -del enfermo para entrar en la casa y aproximarle a su bienhechora. - ---Nuestro don Manuel está mal --le dijo Halma, cerrando su libro y -marcando la página con un dedo--. Tenemos que pedir a Dios con toda -nuestra alma que nos conserve esa vida tan preciosa, tan necesaria. Hay -que rezar, rezar sin tregua, Pepe, y tú también... Pero sin duda no -sabes; lo has olvidado... Si yo quisiera enseñarte, ¿aprenderías tú? - ---Tú conseguirás de mí cuanto quieras, y nada tengo por imposible si tú -me lo mandas --replicó el joven con alegría--. Soy hechura tuya, soy un -hombre nuevo, que has formado entre tus dedos, y luego me has dado vida -y alma nuevas... - ---Entre paréntesis, dime una cosa: ¿nos critican mucho por ahí? - ---Horriblemente. Pero tu grande alma me ha enseñado lo que me parecía, -más que difícil, imposible, despreciar esas infamias, y no castigarlas -inmediatamente. - ---Dios es nuestro juez, y nos acusa o nos absuelve, por medio de -nuestra conciencia. Vete fijando en lo que te digo, y asegúralo en tu -pensamiento. Eres un niño, y como a tal te instruyo. - ---Y yo lo aprendo todo. No tendrás queja de mí. Pero yo quisiera, mi -buena Halma, que me mandaras cosas difíciles, muy difíciles, para que -probaras mi obediencia ciega. - ---Por ejemplo, que te arrojes a un horno encendido, o que te tires por -la ventana. - ---No es eso, aunque también eso haría si me lo mandaras. Cosas -difíciles digo, de las que ponen a prueba la voluntad de un hombre. -Mientras tú no me mandes eso, y yo te obedezca, no me creo digno de -lo que estás haciendo por mí. Tú eres extraordinaria, increíble, -inverosímil. Mi amor propio se pica, y también quiero salirme un -poquitín de lo común. - ---Descuida, que todo se andará. Como inverosímil, tú, que desde que -empezamos a curar tu alma con una medicina de que todo el mundo se -burlaba, te has desmentido a ti mismo. Hasta ahora parece que voy -triunfando, y que mi extravagancia llevaba y lleva en sí algo de -eficacia divina. Pero aún falta mucho, José Antonio, y si te cansas en -lo peor del camino, me dejarás mal. - ---No me cansaré. Voy contigo al fin del mundo, ya me lleves tirando -de mí por un fino hilo de seda, ya por un dogal muy fuerte. Tira sin -miedo, que no haré nada por soltarme. - ---Te advierto que aunque te sueltes, aunque al tirar de la cuerda me -hieras y lastimes, no me arrepentiré de lo hecho. - ---Porque tú eres... no diré una santa, ni un ángel, expresiones vagas -que han desacreditado los poetas y los predicadores..., sino una mujer -superior a cuantas andan por el mundo, la mejor, la única, el femenino -en grado sublime. - ---Eh... basta. Ahí tienes otra maña que he de quitarte, la lisonja. - -A los motivos de gratitud que subyugaban al parásito corregido -haciéndole esclavo sumiso de la Condesa de Halma, habíase añadido -últimamente uno, que era sin duda el más fuerte eslabón de su cadena. -A la penetración de la reformadora no podían ocultarse las recónditas -miserias y envilecimientos de la vida de Urrea, úlceras morales que -por su calidad indecorosa no podían ser mostradas. Pero la sagaz -doctora las conocía, por inducción, y creyendo, en conciencia, que para -la completa cura había que atacar aquel secreto desorden, antes que -corrompiera la parte del ser que iba paulatinamente sanando, incitó -al enfermo, en buena ley de moral médica, a la confesión o sinceridad -más radicales. Él se resistía, creyendo que cuanto a tal asunto se -refiriese no podía ni siquiera mentarse en presencia de la santa y pura -señora, como no es lícito decir en la iglesia palabras indecentes, ni -fumar, ni cubrirse. Pero ella, valerosa y serena, como Santa Isabel -de Turingia poniendo sus manos en la cabeza de los tiñosos, le abrió -camino para la explicación que deseaba, rompiendo el secreto en esta -forma: - ---No es menester ser zahorí, querido Pepe, para saber que en tu vida -de pobreza vergonzante, angustiada y vil, ha de haber, además de los -sapos que ya hemos sacado del fango, culebras que necesitamos extraer -para sanarte por entero. Es inútil que me lo niegues. ¡Ah, tonto, como -se ven los gusanos que se alimentan de la putrefacción, veo en derredor -tuyo enjambre de mujeres, a quienes solo llamaré desgraciadas, porque -no hay mayor desdicha que perder el pudor! - ---Es cierto. ¿Cómo negarte nada, si tú lo sabes todo? - ---Tienes que limpiarte de esa podredumbre, Pepe, pues de lo contrario, -estás expuesto a corromperte de nuevo el mejor día. - ---Sí, sí. - ---Pero pronto, pronto. Adivino que esto no es fácil, y que para romper -con todo ese pasado vergonzoso hay obstáculos materiales. Confiésamelo, -dímelo todo, ten conmigo la franqueza que tendrías con un camarada de -tu sexo. La vida humana ofrece tantas anomalías, que aun para librarse -de la ruina se necesita tener dinero, y que del mismo vicio no puede -huirse sin mostrarse con él caballeresco y dadivoso. - ---Es verdad. Eres la ciencia humana y divina --replicó Urrea con viva -emoción. - ---Más claro: para cortar tus lazos viles con esa infeliz gente, -necesitas dinero. Al hacer la cuenta de tus ahogos y de los compromisos -que amargaban tu vida, has ocultado esta por delicadeza, por respeto -hacia mí. ¿No es verdad? - ---Sí. - ---Quizás te encuentras obligado y sujeto por favores recibidos. - ---Sí. - ---Quizás has contraído deudas... en común. No te apures. Hablaremos de -esto lo menos posible, para ahorrarte la vergüenza que el caso entraña. -Prométeme cortar en absoluto y para siempre, con propósito de no -reincidir, esas relaciones infames, y yo te doy el dinero que necesites -para tu completa liberación. Así, así, las cosas se dicen clarito, y se -hacen con valor. - ---¡Oh, Halma! --exclamó anonadado el calavera, arrodillándose ante su -prima, e intentando besarle las manos--. Si no te digo que te tengo por -criatura sobrenatural, no expreso todo lo que siento. - ---Levántate. Hoy mismo te ocuparás de eso. Dímelo todo: no ocultes -nada. Mañana liquidas tus deudas de ignominia. Si sintieras duda, o -escrúpulo, porque hubiese algún lazo dificilillo de cortar, aun con -tijeras de oro, vienes y me lo cuentas, y yo te daré ánimos, razones... -y veremos de arreglarlo. - -Alentado por tan poderoso estímulo, Urrea cortó relaciones indecorosas, -algunas que le estorbaban horrorosamente, llenando su alma de hastío; -otras que, si afectaban algo a su corazón, no tenían raíces tan hondas -que no pudieran arrancarse con mediano esfuerzo. ¡Y qué libre, qué -ancho, qué desahogado se sintió después! ¡Con qué placer veía las caras -bonitas y risueñas perderse en la bruma que precede a las tinieblas del -olvido! Uno solo de los tirones que tuvo que dar le produjo dolor. Pero -acordándose de su prima, lo sufrió valeroso, y aun lo hubiera resistido -con heroísmo si fuera de los hondos y lacerantes. Pero ello se redujo -a un poquitín de pena o desconsuelo, y dos días bastaron para que la -mundana figura que motivaba aquel estado psíquico, se desvaneciera -también con las otras en una neblina de indiferencia. Al terminar -esto, la Condesa de Halma tomó ante su aplacado espíritu proporciones -enteramente divinas. Lo que sintió Urrea no podía compararse sino al -júbilo inenarrable del náufrago que pisa tierra después de angustiosa -lucha con las olas. Le salvaba aquella luz, faro, o estrella del mar, y -ante ella hacía la ofrenda de su vida futura. - -No satisfecho con informarse por la noche del estado de don Manuel -Flórez, José Antonio iba también por las mañanas. Comúnmente entre -nueve y diez, Catalina había vuelto de misa, y estaba barriendo y -limpiando la sala y gabinete, mientras el ama y sobrina atendían al -enfermo. Cubría la Condesa su talle con un mandil de Constantina, y -manejaba la escoba con rara habilidad. ¡Quién había de decirlo, viendo -aquellas manos aristocráticas, finas, blancas como azucenas, de forma -bonitísima, largos, gordezuelos y puntiagudos los dedos, verdaderas -manos de Santa Isabel de Murillo, que ni en las cabezas plagadas de -miseria perdían su virginal pureza y pulcritud! Urrea no se atrevió a -pedirle permiso para besarle las manos, por no profanarlas con su labio -pecador. No merecía tan grande honra. Verdaderamente aquellos dedos que -cogían la escoba eran dignos de tomar la hostia consagrada. - ---¿Y don Manuel, cómo sigue? - ---Mal. La noche ha sido intranquila. No ha podido dormir, sufría mucho -de la cabeza. No ha desvariado, antes bien, habla como un santo que es. -Hoy se le administra el Santo Sacramento. Prepárase a recibirlo con -unción y alegría. ¿Sabes en qué conozco que nuestro buen don Manuel se -nos muere? En que su alma es toda candor. Piensa y habla como un niño. -Tanta simplicidad demuestra que su alma se ha despojado de todo lo -terreno. ¡Qué hermosura morir así! Aprende, primo mío, aprende, y para -que mueras como un justo, vive en la justicia y la verdad. - ---Yo vivo donde tú me mandes --dijo el parásito apartándose para no -estorbarle en su barrido--. Donde me pongas allí me estaré. Y ahora, -déjame que te pregunte una cosa. Dicen en tu casa que te vas a vivir a -Pedralba. - ---Eso había determinado; pero la falta de este incomparable amigo -perturba mis planes, y aún no sé lo que haré. - ---¡Y yo me quedo aquí! --observó Urrea con pena--. Yo aquí solo. Verdad -que no estamos lejos, y puedo ir a verte con frecuencia. Pero no sé si -tú lo consentirás. Debo seguir en Madrid para evitarte disgustos, para -que no se ceben en ti la envidia y la malignidad. - ---Esa razón no es razón. Ya sabes que no me afectan los dichos de la -gente frívola y vana. La calumnia misma, que a otros aterra, puede -venir a mí y acometerme y destrozarme. De sus ataques saldré más -fuerte de lo que soy. Es la forma civilizada del martirio, ahora que -no tenemos Dioclecianos que persigan el Cristianismo, ni sectarios -furibundos que corten cabezas de creyentes... Pero si la calumnia -no es motivo para que aquí te quedes --añadió, dejando la escoba, y -poniendo los muebles en su sitio, después de restregarles la madera con -un paño, tarea en que gustosamente le ayudó su protegido--, en Madrid -continuarás solito, por razón de tus trabajos. No olvides la segunda -parte de nuestro convenio. Has de hacerte un hombre útil que viva -honradamente, sin depender de nadie. - ---Sí, sí. Yo realizaré tu hermosa idea. Eres como una madre para mí, y -debo venerarte, porgue me das el ser. - ---Y debo creer que este hijo mío es ya crecidito, con fuerza suficiente -para no necesitar andadores, y juicio para gobernarse por sí solo. - ---Así será, si tú lo quieres. ¿Y ahora qué me mandas? ¿Me retiro? - ---Sí, tenemos mucho que hacer. Luego hemos de preparar la casa y -adornarla para recibir al Divino Visitante, que hoy tendremos aquí. -Márchate y vuelve esta tarde a la hora del Viático. No quiero que -faltes. - ---No faltaré --dijo Urrea, y besando la orla del delantal grosero que -ceñía el cuerpo de la noble dama, se retiró triste... ¡Partir Halma, -quedarse él! ¡Enorme consumo de voluntad exigiría esta separación del -hijo y la madre, del discípulo aún muy tierno y la santa y fuerte -maestra! - - - - -VII - - -No faltó aquel día el Marqués de Feramor, que solo cruzó con su -hermana palabras secas. En su atildado lenguaje inglés, parlamentario -y económico, dijo que los hombres temen la muerte como temen los -niños entrar en un cuarto obscuro. Esto lo había escrito Bacon, y -él lo repetía, añadiendo que las penas que ocasiona la pérdida de -seres queridos, tienen el límite puesto por la Naturaleza a todas las -cosas. El mundo, la colectividad, sobreviven a las mayores desdichas -personales y públicas. No debemos entregarnos al dolor, ni ver en él un -amigo, sino un visitante importuno, a quien hay que negar todo agasajo -para que se despida lo más pronto posible. - -La ceremonia religiosa fue hermosa y patética, acudiendo un gran gentío -eclesiástico y seglar, de lo más distinguido que en una y otra esfera -contiene Madrid. Recibió el enfermo el pan eucarístico con cristiana -unción y mansedumbre, mostrando gratitud inefable al Dios que penetraba -en su humilde morada, y se mantuvo tan sereno y dueño de sí mientras -duró el acto, que parecía repuesto de su grave mal. Después habló con -entusiasmo a sus amigos del gozo que sentía, y de las esperanzas que la -santa comunión despertaba en su alma. - -Por la noche, tras un ratito de tranquilo sueño, llamó al ama y -sobrina, y les dijo: - ---Ya sé que está en casa la señora Condesa, y en verdad no sé por qué -se oculta. Su presencia es gran consuelo para mí. Que entre, pues a las -tres tengo algo que decirles. - -Besó Catalina la mano del sacerdote y se sentó junto al lecho, quedando -las otras en pie: - ---De veras os digo que estoy tranquilo. Me prosterné ante mi Dios, y -llorando amargamente, le ofrecí la confesión de toda mi vida pasada, -la cual, por mi incuria, por mi egoísmo, por mi insubstancialidad, -no ha sido muy meritoria que digamos. Lo que poseo es para vosotras, -Constantina y Asunción: ya lo sabéis. Atended a vuestras necesidades, -reduciéndolas a la medida de una santa modestia, y lo demás empleadlo -en servicio de Dios; socorred a cuantos menesterosos estén a vuestro -alcance, sin reparar si lo merecen o no. Todo necesitado merece dejar -de serlo. Y a usted, señora Condesa de Halma, nada le digo, porque -a quien es más que yo y vale más que yo, y me gana en saber de lo -espiritual y lo temporal, ¿qué ha de decirle este pobre moribundo? -He concluido con toda vanidad, y tan solo le ruego que encomiende a -Dios a su buen amigo. El que a mí me ha iluminado no está presente; si -lo estuviera, yo le diría: compañero pastor, quisiera cambiar por tu -cayado robusto el mío, que no es más que una caña adornada de marfil y -oro. Tú pastoreas, yo no; tú _haces_, yo _figuro_... - -Siguió murmurando en voz baja expresiones que las tres mujeres no -entendían. No cesaban de recomendarle el silencio y la tranquilidad. -Poco después rezaban los cuatro, llevando la de Halma el rosario. -Antes de terminar, el enfermo pareció aletargarse. Quedó Asunción de -guardia, y Constantina y la Condesa salieron de puntillas. - -Tenían de guardia en el recibimiento a la chiquilla de la portera, para -que abriese al sentir pasos de visitas, precaución indispensable por -haber sido quitada la campanilla. A poco de salir de la alcoba, el ama -dijo a la Condesa: - ---Ha entrado una mujer que quiere hablar con la señora. Debe de ser -una pobre... de estas que acosan y marean con sus petitorios. Yo que -vuesencia, le daría medio panecillo y la pondría en la calle, porque -si nos corremos demasiado en la limosna, esto será el mesón del tío -Alegría, y nos volverán locas. Trae una niña de la mano, y me da olor -a trapisonda, quiero decir, a sablazo de los que van al hueso. Con -que póngase en guardia la señora Condesa, que en eso de dar o no dar -con tino está el toque, como dice nuestro pobrecito don Manuel, de la -verdadera caridad. - -Ya sabía Catalina quién era la visitante, y sin decir nada se fue a -la sala, donde aguardaban en pie una mujer con mantón y pañuelo a la -cabeza, y una niña como de seis años, arrebujada en una toquilla. - ---Beatriz --dijo Halma, muy afectuosa, entregándoles sus dos manos, que -mujer y niña besaron con amor--, ya me impacientaba yo porque no venías -a verme. ¿Te dijo Prudencia que vinieras acá? - ---Sí señora; pero yo no quería venir, por no ser molesta --replicó -Beatriz, sentándose en el borde de una silla--. Por fin, esta noche me -determiné, y he traído a esta para que me enseñe las calles, que no -conozco bien. Rosa sabe al dedillo todos estos barrios, porque ayudaba -a sus padres a repartir la leche, cuando tuvieron la cabrería... ¡ah! -negocio malísimo, en que se metió mi prima con los vecinos del bajo -derecha, por ayudar a Ladislao, que con la afinación de pianos no -sacaba para dar de comer a la familia. El pobre Ladislao ha pasado -amarguras horribles, persiguiendo el garbanzo, y soñando siempre con la -ópera que tenía a medio componer, dentro de su cabeza. Todo lo probó: -tocaba el trombón en un teatro, y repartía prospectos por las calles. -La cabrería les empeñó más de lo que estaban. Yo he visto la miseria de -aquella casa, miseria negra, como hay tanta en Madrid, sin que nadie la -vea ni la socorra, porque no es posible, Señor, no es posible... Bien -lo sabe la señora, que la ha visto con sus propios ojos, porque con la -señora entró Dios en aquella casa... Y puedo decirle que sus palabras -cariñosas las han agradecido aquellos infelices más aún que el socorro -que les ha dado para comer y abrigarse. La señora es... no tan solo la -caridad, sino también la esperanza. - ---¿Y el pobre Ladislao, está contento? - ---Tan contento, que de puro alegre no pega los ojos. Dice que su -_desiderato_ sería la plaza de maestro de capilla; pero que si la -señora no tiene capilla en sus estados, lo mismo la servirá de cochero -que para traer leña del monte, si a mano viene... - ---Que no piense en eso, y espere --dijo la Condesa, impaciente por -tratar de otro asunto--. Bueno, Beatriz, ¿y qué...? - ---Nada, es cosa resuelta. He venido acá, para que la señora Condesa no -tarde en saber que hoy fueron a verle al hospital dos señores curas, -que parece son del Tribunal eclesiástico. Dijéronle que Su Ilustrísima -le proponía dos maneras de asistirle y curarle, en el suponer de que -está enfermo. O bien darle un vale perpetuo para el Asilo de señores -sacerdotes, o bien ser recogido en una casa honestísima de persona -principal y muy cristiana. Diéronle a escoger, y, por de contado, -escogió lo segundo. Lo he sabido por él mismo: esta tarde fui allá, y -me encontré en la celda al señorito de Urrea, que le aconsejaba salir -de aquel encierro, pues ya está libre. Mas no quiere el bendito don -Nazario gozar de libertad mientras no le dé licencia la persona que le -toma bajo su amparo, y le diga cuándo, cómo y a qué lugar ha de ir con -sus pobres huesos. - ---Pues mira lo que has de hacer, Beatriz, y pon atención a lo que te -ordeno. Mañana llegará un carro con tres mulas que he mandado venir -de Pedralba. Al amanecer del día siguiente, lo tendrás en tu calle, -y el carretero, que es un viejo llamado Cecilio, un poco hablador y -refranero, pero buen hombre, subirá a tu casa para avisarte. Metes en -el carro a Ladislao y a Aquilina con sus tres chicos, y a Nazarín, y -tú misma de añadidura. Cabréis perfectamente, y si vais estrechos, los -hombres pueden ir algunos ratos a pie... En fin, arreglaos del mejor -modo posible. No llevéis muebles ni ropas de cama. Repartid todo eso -entre los vecinos que sean más pobres. Ropa de vestir podéis llevar... -¡Ah! se me olvidaba el piano de Ladislao. Dile que es mi deseo se lo -regale al ciego, también afinador, que vive en el cuartito próximo. -Puede meter en el carro aquella balumba de papeles de música que tiene -encima de la cómoda. Todo el día emplearéis en el viaje, porque las -mulas irán al paso, para que puedan hacer un poco de ejercicio los que -se cansen de la estrechez del carro, y meterse en él un rato los _de -infantería_, para descansar de la caminata. Cecilio os llevará hasta -mi casa, y en ella os dará alojamiento hasta que, pasados unos días, -cuando yo avise, vuelvan Cecilio y las tres mulas por mí. - ---¡En carromato la señora! --exclamó Beatriz llevándose las manos a la -cabeza. - ---Como vais vosotros, iré yo. ¿Qué más da? Si es hasta más cómodo, y -más alegre. No veas en esto un mérito, ni menos afectación de pobreza: -no gusto de hacer papeles. Además, establezco en mi pequeño reino toda -la igualdad que sea posible. No me atrevo aún a decir, antes de que la -práctica me lo enseñe, a qué grado de igualdad llegaremos. - ---Reino ha dicho la señora --afirmó la nazarista con gozo--, y aunque -así no lo llamara, reina y señora nuestra será siempre. - ---Tampoco sé aún qué grado de autoridad tendré sobre vosotros. Quizás -no pueda tenerla, o la abdique desde el primer momento. Pero no -pensemos aún en lo que será, y ocupémonos tan solo de lo presente. Con -el dinero que te di, y que conservarás en tu poder... - ---Sí señora, menos lo que, por encargo de la señora, gasté en el -vestidito de Aquilina y en las botas de Ladislao. - ---Pues aún te queda para comprar zapatos y alpargatas a los tres -chicos, y para lo que gastéis por el viaje, que será bien poco. No -necesito decirte que economices, porque sé que sabes hacerlo. Como -la hija de Cecilio cuidará de daros de comer mientras yo llegue, ten -bien cerrada la bolsa, Beatriz, y no gastes ni un céntimo de lo que -en ella te quedare al llegar allá; no olvides que somos pobres, pobres -verdaderos... No creas que nuestro reino es una pequeña Jauja. - ---Si lo fuera, no nos tendría la señora por vasallos... - ---¿Te has enterado bien? - ---Sí señora --dijo Beatriz levantándose--; descuide, que todo se hará -punto por punto como la señora desea. - -Despidiéronse besándole la mano; la Condesa las besó en el rostro, y al -despedirlas en la puerta, cuando ya habían bajado algunos peldaños, las -llamó para hacerles una advertencia. - ---Oye, Beatriz. Mi buen Cecilio padece de una maldita sed que no se le -quita sino con vino. Ya está tan cascado el pobre, que sería crueldad -privarle de satisfacer su vicio. Durante el viaje, le permitirás que -tome una copa en alguna de las ventas por donde pasen, no en todas... -Fíjate bien: con tres o cuatro copas de pardillo en todo el camino -tiene bastante; pero nada más, nada más... Ea, adiós, y buen viaje. - - - - -VIII - - -Llegó poco después un señor eclesiástico, amigo íntimo de Flórez, -don Modesto Díaz, que goza fama de predicador excelente, uno de los -primeros de Madrid. Tres o cuatro veces al día iba a enterarse del -estado del enfermo, a quien entrañablemente quería, pues se conocieron -desde la infancia, y en Madrid vivieron luengos años en cordialísimas -relaciones, aunque cada cual actuaba en esfera distinta dentro de lo -eclesiástico, pues si Flórez era relativamente rico, y no tenía que -discurrir para proveer decorosamente a la existencia, Díaz, obrero -incansable, trabajó toda su vida, _propter panem_. De joven, tuvo -que ganarlo para su madre, y en edad madura crió y educó sin fin de -sobrinos huérfanos, que debían de padecer hambre canina, según lo que -el pobre cura bregaba para mantenerlos, pues él daba lecciones de latín -y moral, en colegios y casas particulares, de retórica y poética en -un instituto, traducía del francés obras religiosas para un editor -católico, y con esto y la celebración y sus sermones, que llegaron a -constituirle un ingreso de cuenta, salió el hombre adelante con todo -aquel familiaje, y algo le quedaba para socorrer a un pobre. - -La diferente atmósfera en que Díaz y Flórez vivían, y el distinto -camino de cada cual, no impidieron que se juntaran en el terreno de una -amistad tan antigua como cariñosa. Eran vecinos: muchas tardes paseaban -juntos, y perfectamente acordes en ideas y gustos, nunca surgió entre -ellos disputa ni desavenencia por cosa dogmática ni temporal. Ambos -eran buenos y estimados de todo el mundo; ambos piadosos y bienavenidos -con su conciencia. Hasta se parecían un poco en lo físico; solo que -Díaz no se arreglaba tan bien como el otro, ni era tan pulcro, o si se -quiere, tan elegante. - -Con expresiones de sincero dolor se condolió don Modesto de la gravedad -de su amigo, manifestándose confuso por aquel repentino mal, que había -venido como un escopetazo. - ---¡Pero si hace tres semanas estaba Manuel vendiendo vidas! Una tarde -que fuimos de paseo hacia la Moncloa, hicimos recuento de los años que -tenemos a la espalda, y calculando lo que podríamos vivir si el Señor -nos conservaba nuestra salud, nos corríamos tan frescos hasta los -ochenta. De buenas a primeras, Manuel da este bajón tremendo... ¿Pero -por qué? Las últimas tardes que paseamos, le noté muy metido en sí, -cosa rara, pues era hombre tan social, que siempre le veía usted el -alma revoloteando alegre fuera de la jaula... En fin, Dios lo quiere -así. Cúmplase su santa voluntad. - -Con un hondo suspiro nada más comentó la Condesa estas expresiones, y -el buen sacerdote, después de enjugarse una lágrima, cambió de tono -para decir: - ---Entre paréntesis, señora Condesa, sé que se va usted a su finca de -Pedralba, próxima a San Agustín, y conviene que sepa que el cura de -esta villa es mi sobrino Remigio, a quien escribiré para que se ponga -a las órdenes de usted, y la sirva en cuanto guste ordenarle. ¡Buen -muchacho, señora, que sabe su obligación, y tiene además un don de -gentes que ya lo quisieran más de cuatro! Yo le crié; es mi hechura, -y a mí me debe su doble carrera, pues a más del grado en teología -y cánones, es licenciado en derecho. Alguna guerra me dio cuando -estudiaba, porque en la Universidad por poco me le tuercen. Le tiraba -más la filosofía que la teología, y su comprensión fácil, su talento -flexible le encariñaron más de la cuenta con los estudios de materias -filosóficas y sociales novísimas. Bueno es saber de todo, y conocer -toda la extensión de las ideas humanas; pero yo dije: «para, hijo». -Él obstinado en doblárseme, y yo en que había de ponerle derecho como -un huso. Naturalmente, gané yo: el chico era dócil, respetuoso, y me -quería con locura. Cantó misa diez años ha, día de la Candelaria, y -ahí le tiene usted hecho un sacerdote modelo, obscurecido, es verdad, -en una villa de corto vecindario, pero con esperanzas de pasar a una -parroquia de la Corte, o a una canonjía. - -Contestó Halma con las expresiones urbanas que el caso requería, y -la conversación, por su propio peso, recayó en don Manuel, y en la -dificultad de sacarle adelante, si Dios no hacía un milagro. - ---Para mí --dijo Díaz con hondísima tristeza-- es una pérdida -irreparable, pues no tengo ningún amigo que pueda comparársele en lo -afable, en lo cariñoso y servicial. Siempre que yo necesitaba una -tarjeta de recomendación, él a dármela. Sus buenas relaciones con gente -principal eran una bendición de Dios para los que estamos en esfera -más baja. ¡Cómo le quería toda la grandeza! Y ahí tiene usted a un -hombre que hubiera podido ser obispo. Pero lo que él decía con toda -la modestia de Dios: «No sirvo, no sirvo: es mucho trabajo para mí.» -Cada lobo en su senda, y la de Manuel era fomentar la piedad en las -clases elevadas, y dirigirlas en sus campañas benéficas... Era hombre -de tan extraordinario don de gentes, que su trato lo mismo cautivaba -al rico que al pobre, y con su ten con ten, a todos les enseñaba la -buena doctrina... ¡Dios sabe cuán solo y triste me quedo sin Manuel en -este valle de lágrimas!... ¡Pues apenas tiene fecha nuestra amistad! Él -es natural de Piedrahita, yo de Muñopepe, en el mismo partido. Juntos -nos criamos, juntos fuimos a la escuela, juntos recibimos la sagrada -investidura. Él era casi rico, yo pobre; él vivía de sus rentas, yo -de mi trabajo rudo. Siempre que necesité de algún auxilio, porque hay -meses crueles, señora mía, sobre todo en verano, cuando se despuebla -Madrid, a él acudía..., ¡ay! y le encontraba siempre. ¡Qué excelente -amigo! Me facilitaba cortas cantidades, sin ningún interés... ¡Ave -María Purísima, ni hablarle de ello siquiera! Me habría pagado. ¡Entre -amigos...! Llegaba el invierno, y yo le pagaba religiosamente. Por -Navidad, de los infinitos regalos que recibe, participo yo. El Señor -le premia tanta bondad, pues sus tierras de Piedrahita siempre le dan -buenas cosechas... Así es que viviendo con decoro y sin boato, como -un buen sacerdote, tiene sobrantes, con los cuales pudo costear una -excelente escuela en Piedrahita. Sí señora, una lápida de mármol dice -a la posteridad el nombre del fundador. Pues con estas esplendideces, -aún le sobra, y no hay año que no compre alguna tierra limítrofe con -su heredad. Propietario generoso, y buen cristiano, no apura a sus -renteros, ni escatima jornales en tiempo de miseria. En fin, que -hombres como este hay pocos. El Señor le quiere para sí; acatemos su -voluntad suprema, y reconozcamos que todas las grandezas terrenas son -ceniza, polvo, nada. - -Manifestose doña Catalina conforme con todo esto, y seguían platicando -sobre la vanidad de las grandezas humanas, cuando el enfermo dio una -gran voz, diciendo: - ---¿Ha venido Modesto?... Que entre aquí. ¡Modesto, Modesto! - -Acudió el señor Díaz, y los dos amigos se abrazaron con ardiente -cariño. El sano no podía contener las lágrimas; el enfermo, debilitado -y con el cerebro inseguro, perdiendo y recobrando a cada momento el -sentido y la palabra, no hacía más que darle palmetazos en el hombro, -y sus ojos extraviados, tan pronto reconocían a don Modesto, como le -miraban con extrañeza y estupor. - ---Mi buen amigo --le dijo en un momento lúcido--, te sentí, y quise -que entraras para darte la gran noticia. Ya siento un gran alivio en -mi alma. A mi conciencia le han nacido alas, y mírame cómo subo hasta -los cielos. ¿No sabes? ¡Ay, Modesto, qué alegría! Acabo de decidir que -mi viña de Barranco de Abajo, la mejor que tengo, sea para ti. Ya es -tiempo de que descanses, hombre. ¡Qué león para el trabajo...! Ahora, -con tu viña, que puede darte tus mil cántaras, que te echen sobrinos. -Bastante tienen estas tontas con lo demás de Piedrahita, y yo nada -necesito ya, pues quiero ser pobre lo que me quede de vida... No te -vayas, Modesto, acompáñame, pues me dan más congojas... y me parece que -me he muerto, y que me han enterrado vivo, y... No, no... que no me -entierren vivo... Yo soy pobre... muy pobre, no quiero mausoleos, ni -que pongan sobre mí una de esas piedras enormes con letras de oro... -No, no quiero letras de oro, ni hebillas de plata. Y en cuanto a mi -gran cruz de Isabel la Católica, os digo que no me la pongáis, cuando -me amortajéis... el día de mi muerte. No quiero más cruz que la de mi -Redentor... a quien no me parezco nada, pero nada... Él era todo amor -del género humano, yo todo amor de mí mismo. ¿Verdad, Modesto, que no -me parezco nada... pero nada? - -Procuraban calmarle; pero ni aun podían, con la ayuda del señor Díaz, -sujetarle en el lecho, pues dos o tres veces se quiso arrojar de él -desarrollando una fuerza nerviosa increíble en su extenuación. - ---Dejadme --decía--, no seáis pesadas. Huyo de lo que fui... No quiero -verme, no quiero oírme. Hay un hombre, que en el siglo se llamó Manuel -Flórez. ¿Sabéis cómo le llamaría yo? _el santo de salón_. Yo no soy él; -yo quiero ser como mi Dios, todo amor, todo abnegación, todo caridad... -No entiendo de intereses. Aquel hacía cuentas, yo las deshago; aquel -vivió en mil vanidades, yo corro detrás de la verdad, ya la toco, y -vosotras, ruines cócoras, no me dejáis... - -El médico, que en mitad de esta crisis apareció, dispuso remedios -que no tenían más objeto que hacerle menos dolorosa la agonía. La -parálisis de la parte inferior del cuerpo era absoluta. El derrame se -había iniciado sobre la médula, dejando libre el cerebro. Don Modesto -Díaz resolvió quedarse allí toda la noche. Después de las doce, el -moribundo, inmóvil, rígido, descompuesto el rostro, honda y débil la -voz, entornados los ojos, llamó a su amigo y le dijo: - ---Modesto, hazme el favor de leerme aquel capítulo de los _Soliloquios -de nuestro Padre San Agustín... Confesión de la verdadera Fe_. - ---No necesito leértelo, querido Manuel --dijo don Modesto, con sus -manos en las manos del moribundo--, pues me lo sé de memoria: «Gracias -os hago, luz mía, porque me alumbrasteis y yo os conocí. Conocíos -Criador del Cielo, y de todas las cosas visibles e invisibles, Dios -verdadero, todopoderoso, inmortal, interminable, eterno, inaccesible, -incomprensible, inconmutable, inmenso, infinito, principio de todas -las criaturas visibles e invisibles, por el cual todas las cosas son -hechas, y todos los elementos perseveran en su ser, cuya Majestad, así -como nunca tuvo principio, así jamás tendrá fin...» - -Y siguió recitando de memoria largo trecho, hasta que Flórez, que -como extasiado escuchaba, repitiendo algunas palabras, le interrumpió -diciéndole: - ---Más adelante, más adelante, Modesto, donde dice... ¡Ah! yo lo -recuerdo: «Tarde os conocí, lumbre verdadera, tarde os conocí, porque -tenía delante de los ojos de mi vanidad una gran nube obscura y -tenebrosa, que no me dejaba ver el sol de justicia y la lumbre de la -verdad. Como hijo de tinieblas...» - -Lo restante no se entendió. Fue tan solo un murmullo ininteligible, un -pegar y despegar de labios, como si algo saboreara. - -Doña Catalina y don Modesto rezaban, y el ama y sobrina habrían hecho -lo mismo si su copioso llanto se lo permitiera. Llegaron muchos amigos, -y a la madrugada, conservando el enfermo su conocimiento, aunque -turbado, se le dio la Extremaunción. Pronunció después conceptos -incoherentes, sin conocer a nadie; pero cuando ya era día claro, como -si la luz solar alentase la última chispa del pensamiento que se -extinguía, miró y conoció a la señora Condesa, y alargando lentamente -el brazo hasta tocar la manga del vestido con su mano temblorosa, le -dijo con voz apagada: - ---No me olvide en sus oraciones, mi buena y santa amiga. Dios tendrá -misericordia de mí, el más inútil soldado de la cristiandad militante. -Nada hice de gran provecho: entrar, salir, saludar, consejos vanos... -charla, etiqueta, buena vida, sonrisas... bondad pálida.. ¿Sufrir? -nada... ¿Sacrificio? ninguno... ¿Trabajos? pocos. ¡Ah, señora mía y -hermana, de lo mucho y grande que usted hará en la vida mística que -emprende, pídale al Señor que me aplique a mí alguna parte, por la -buena fe con que servía sus ideas, figurando que las inspiraba! Yo no -he inspirado nada, nada grande... Todo pequeñito, todo vulgar... No -fui bueno, no fui santo: fui... simpático... ¡ay de mí! simpático. -Válgame ahora, Redentor mío, mi simplicidad, esta pena de no haber -sabido imitarte, de no haber sido como tú, sencillo, amoroso, manso, -de no haber sabido labrar con el bien propio el bien ajeno, ¡el bien -ajeno!, único que debe regocijar a un alma grande; la pena de no haber -muerto para toda vanidad, y vivido solamente para encenderme en tu -amor, y comunicar este fuego a mis semejantes. - -Esta llamarada de elocuencia fue la última, y precedió a la extinción -tranquila y lenta de la vida, sin sufrimiento. Diversas cláusulas -fluctuaron en sus labios, como burbujas: una invocación a la Virgen, -y la idea, la tenaz idea que no quería soltarle hasta el dintel mismo -de la eternidad, que quizás le seguiría más allá, haciéndose también -eterna: - ---No soy nada, no he hecho nada... Vida inútil, _el santo de salón, -clérigo simpático_... ¡Oh, qué dolor, _simpático_, farsa! Nada -grande... Amor no, sacrificio no, anulación no... Hebillas, pequeñez, -egoísmo... Enseñome aquel... aquel, sí... - -Acercándose mucho a su rostro, pudo el buen Díaz percibir estas -expresiones... La vida se apagó tan mansamente, que no pudieron los -doloridos circunstantes determinar el momento preciso en que entregó -su alma al Señor el virtuoso don Manuel Flórez; pero aquella diminuta -porción de tiempo, punto de escape hacia la misteriosa eternidad, se -escondía entre los quince minutos que precedieron a las nueve de la -mañana. - - - - -CUARTA PARTE - - - - -I - - -No se avenía con su desamparo José Antonio de Urrea, que, desde el -momento de la desaparición de la Condesa de Halma, arrebatada de su -presencia en carromato, y no de fuego, vivía sumergido en un mar de -tristeza, sin más entretenimiento que medir con ojos lánguidos la -extensión de la soledad cortesana que le rodeaba. Madrid, con todo su -bullicio, y los mil encantos de la vida social, habían venido a ser -para él una estepa, en cuya aridez ninguna flor, ni la del bien ni la -del mal, podía coger para su consuelo. Pasaba el día tumbado en un -sofá, rumiando sus amargos hastíos de la lectura, del trabajo, de la -meditación misma. Por las noches se lanzaba fuera de casa, buscando en -un voltijear inquieto por calles y plazas el alivio de su melancolía. -No volvió a poner los pies ni de día ni de noche en las casas de sus -parientes, hacia los cuales sentía un despego muy próximo al horror. -Sus amigos íntimos de otros tiempos, compañeros de desorden, se le -habían hecho tan antipáticos, que de ellos huía como del cólera. De -amistades de otro sexo, no se diga: éranle, más que antipáticas, -odiosas. Con todo, una noche fue tan hondo su tedio, y tan vivo su afán -de encontrar algo en que su alma se esparciera, que se dejó tentar del -demonio de sus recuerdos. Pudo creer un momento que refrescando pasadas -amistades se consolaría; pero no hizo más que llegar a las puertas del -vicio, y retrocedió sobresaltado. Las tentaciones no hacían más que -soliviantarle la imaginación; pero sin poder debelar la fortaleza de su -voluntad. - -Otro aspecto singularísimo del estado de su espíritu, era que todas las -personas que conocía se habían transformado en su criterio social así -como en sus afectos. El primo Feramor no era más que un figurón, una -inteligencia secundaria, petrificada en las fórmulas del positivismo, -y barnizada con la cortesía inglesa; Consuelo y María Ignacia dos -fantochonas, en las cuales se encontraba la comadre vulgarísima, a -poco que se rascara la delgada costra aristocrática que las cubría; -mujeres sin fe, sin calor moral, ignorantes de todo lo grave y serio, -instruidas tan solo en frivolidades que las conducirían al desorden, al -vicio mismo, si no las atara el miedo social, y las posiciones de sus -respectivos maridos; la Marquesa de San Salomó una cursi por todo lo -alto, queriendo hacer grandes papeles con mediana fortuna, echándoselas -de mujer superior porque merodeaba frases en novelas francesas, y tenía -en su tertulia media docena de señores entre políticos y literarios que -poseían cierto gracejo para hablar mal del prójimo; Zárate, un sabio -cargante que coleccionaba nombres de autores extranjeros y títulos -de obras científicas, como los chicos coleccionan sellos o cajas de -fósforos; Jacinto Villalonga un político corrompido, de esos que -envenenan cuanto tocan, y hacen de la Administración una merienda de -blancos y negros; Severiano Rodríguez otro que tal, mal revestido de -una dignidad hipócrita; el general Morla un Diógenes cuyo tonel era -el casino; el Marqués de Casa-Muñoz un ganso, digno de morar en los -estanques del Retiro; y por este estilo todos cuantos en otro tiempo -le movían a envidia o estimación, se degradaban a sus ojos hasta el -punto de que él, José Antonio de Urrea, mirado con menosprecio y -lástima, se conceptuaba ya superior a todos ellos. Para él toda la -humanidad se condensaba en una sola persona, la celestial Catalina de -Halma, resumen de cuanto bueno existe en nuestra Naturaleza, excluido -absolutamente lo malo; con la ausencia, que la misma señora le impuso -como última etapa del procedimiento educativo, tomaba en el alma del -discípulo proporciones colosales la figura moral y religiosa de su -maestra, y la veneración que hacia ella sentía iba rayando en delirio. -Sus insomnios eran martirio y consuelo, porque en la soledad de la -noche, el excitado cerebro sabía engañar la realidad, oyendo la propia -voz de Halma, y viendo entre vagas claridades la figura misma de la -noble dama. «Voy a concluir loco perdido» --se dijo una mañana--, y -diciéndolo tomó la temeraria determinación que había de poner fin a su -soledad. No se detuvo a pensarlo más, para no arrepentirse, y en el -breve espacio de algunas horas vendió sus trebejos de zincografía, y -heliograbado, traspasó la casa, arregló un breve equipaje, y liquidadas -varias cuentas pendientes, salió a tomar informes del coche de Aranda. -«No puedo más, no puedo más --decía corriendo de calle en calle--. La -desobedezco; pero ya me perdonará, si quiere. Y si no, arrostro su -enojo. Todo antes que este vacío en que me muero.» - -El coche de Aranda había salido ya cuando él llegó a la administración, -y no queriendo esperar veinticuatro horas más para lanzarse fuera de -Madrid, que había llegado a ser su Purgatorio, tomó billete en un -coche que al amanecer salía para Torrelaguna. Impaciente por partir, -la noche se le hizo larguísima. Una hora antes de la salida, ya estaba -en la administración, temeroso de que el coche se le escapara. Lo que -hizo este fue retardar media hora la salida, pero al fin, gracias a -Dios, viose el hombre en la delantera, junto al mayoral, y las casas -de Madrid se iban quedando atrás, ¡oh alegría! y atrás se quedaron -los depósitos del Lozoya, y las casetas de los vigilantes de Consumos -en Cuatro Caminos, y Tetuán; y después todo era campo, la estepa del -Norte de Madrid, a trechos esmaltada de un verde risueño, gala de los -primeros días de Abril, y limitada por el grandioso panorama de la -sierra. El corazón se le ensanchaba, el aire asoleado y puro llenábale -de vida los pulmones. Desde su infancia no se había visto tan contento, -ni gozado de una tan feliz y espléndida mañana. Se sentía niño, cantaba -a dúo con el mayoral, y lo único que de rato en rato obscurecía el sol -de su dicha era el temor de que Halma se enfadase por su desobediencia. - -Y en verdad que los Hados, o hablando cristianamente, la Providencia -Divina, no le favorecieron en aquel viaje, sin duda en castigo de -su indisciplina, porque antes de llegar a Alcobendas, una de las -caballerías (dicen las historias que fue _la Gallarda_) dio a conocer -su inquebrantable resolución de no seguir tirando del coche, por piques -sin duda y rozamientos con el mayoral. Y ni los furibundos argumentos -que en forma de palos este le aplicaba, la convencían del perjuicio que -su obstinación causaba a los viajeros. En esta y otras cosas, la parada -en Alcobendas, que debía ser breve, duró una horita larga, resultando -después que el jamelgo con que fue sustituida _la Gallarda_, cojeaba -horrorosamente. Urrea contaba llegar a San Agustín al medio día, y a -las dos, todavía faltaba largo trecho. Pero lo peor fue que como a un -tiro de fusil más allá de Fuente el Fresno, una de las ruedas dijo con -estallido formidable, que primero la hacían astillas que dar una vuelta -más, y ved aquí a todos los viajeros en pie, sin saber si quedarse -allí, o volver al pueblo por donde acababan de pasar. Urrea no vaciló -un momento, y encargando su maleta al mayoral para que la entregase en -San Agustín, echó a andar resueltamente para esta villa. A buen paso, -llegaría al caer de la tarde, y no había de ser tan desgraciado que no -encontrara allí una caballería que le llevase a Pedralba. - -Anduvo con sostenido paso y sin sentir fatiga, y cuando conceptuaba -haber andado más de una legua preguntó a un hombre que iba en la misma -dirección, en un borriquillo: - ---Buen amigo, ¿estoy muy lejos de San Agustín? - ---Como una media horica. - ---¿Encontraré allí una caballería para ir a Pedralba? - ---¿A Pedralba, señor... a la casa de los locos? - ---¡De los locos! - ---Nada, es un decir. Así la llamamos, desde que está allí esa señora -que ha traído no sé cuántos orates para ponerles en cura. - ---Doña Catalina, Condesa de Halma, a quien todo el país respetará y -venerará como una santa. - ---Dígole, señor, que mejorando lo presente, así es. ¿Sabe lo que se -cuenta en el pueblo? - ---¿Qué, hombre, qué? - ---Que la doña Catalina es reina, sí señor, una reina o emperadora de -los extranjis de allá muy lejos, y que hubo una rigolución por donde -la echaron del trono, y el Papa Santísimo la mandó acá en son de -penitencia. Eso dicen: yo no sé. - ---Patrañas. Pero en fin, ¿podré ir a caballo a Pedralba? - ---Como decírselo a lo seguro, no puedo, señor. Llegará y veralo. Para -caballerías, el cura. - ---Don Remigio Díaz, ¿no es eso? Le conozco de nombre, y por la fama de -su mérito. ¿Y el señor párroco podría facilitarme...? - ---Como tenerlo, lo tiene: jaca, y por más señas, una burra hermana de -este... Y si el señor va cansado y quiere montarse un poco... - -Sin esperar respuesta, el bondadoso campesino se desmontó, ofreciendo -su rucio al caballero. No vaciló Urrea en aceptarlo, más que por -cansancio, por no desairar tan gallarda atención. Llevando su -cabalgadura al paso del dueño de ella, siguió José Antonio pidiéndole -informes de los habitantes de Pedralba. - ---Y esa que ustedes creen reina, vendría en una carroza magnífica, -escoltada de lacayos y servidores. - ---No señor... ¡Qué risa! Vino en carromato. Parece que ha hecho voto -de vivir a lo pobre mientras no le devuelvan el reino que le quitaron. -Primero llegó el carromato con muebles, baúles de ropa fina, y cosas -para el lavatorio de las señoras principales. Un espejo trajeron de más -de una vara, y otros muchos arrequisitos de palacios reales. Después -volvió el carro trayendo a la señora, vestidita de negro, como la -Virgen de la Soledad. - ---Y esos locos que aloja consigo llegaron antes, según creo. - ---Sí señor. Los trajo Cecilio, y por ahí andan sueltos. Dicen que -uno es cura trajinante, y otro el primer músico de la capilla de los -palacios mostrencos de Inglaterra. De una de las mujeres se dice que es -loca médica, y que cura todas las enfermedades de flato con solo mirar, -y la otra parece que es la mejor mano para salar guarros que la señora -tenía en su reino. - ---Vaya --dijo Urrea parando y descendiendo del borrico--. Ya he -descansado. Muchas gracias, y vuelva usted a montarse, que si no me -equivoco, ya estamos cerca, y aquellas casas que allí se ven son las -primeras del pueblo. - ---A fe que sí. Ya llegamos --dijo el labriego, mirando hacia un grupo -de gente que por entre unos árboles, a mano derecha del camino real, a -este se aproximaba--. Señor, señor... ahí tiene a don Remigio, nuestro -peine de cura... digo peine porque sabe más que Merlín. Véalo: viene -hacia acá, y le mira a usted mucho. - -Urrea vio que hacia él se llegaba, destacándose presuroso del grupo, -un clérigo joven, vivaracho, con el balandrán colgado de los hombros, -gorro de terciopelo negro, bastón nudoso. Descubriose el madrileño para -saludarle, y el curita le preguntó con extraordinaria viveza si era don -José Antonio de Urrea. - ---Servidor de usted, señor cura. - ---¡Alto! Dese usted preso --dijo el párroco en un tono que reunía el -humorismo y la buena crianza--. Nada, nada, que se viene usted conmigo -a la prevención, señor de Urrea, donde le tengo apercibida una modesta -cama para que descanse, cena frugal, y una yegua para que le lleve a -Pedralba. - ---Señor cura, ¡cuánta bondad! Pero permítame usted que me asombre de -esa previsión que parece sobrenatural. Yo no he anunciado mi viaje... - ---Pero lo que usted no anuncia, porque se ha venido acá como un -colegial escapado, otros lo adivinan. - ---No entiendo. - ---La señora Condesa me dijo ayer: «He dejado en Madrid a un loquinario -de primo mío, con órdenes terminantes de no moverse de allí, para que -no desatienda las obligaciones que le he impuesto. Pero le conozco y -se cansará, y querrá venir a verme, con pretexto de recibir nuevas -órdenes. De hoy o mañana no pasa. Cuando recale por San Agustín, señor -don Remigio, hágame el favor de atenderle, darle hospitalidad si -llega de noche, y facilitarle una modesta caballería para que venga a -Pedralba.» - ---Estoy encantado, señor cura --dijo Urrea loco de alegría--. Esto -parece un sueño, un cuento de hadas..., y usted el genio protector, y -yo... no sé qué parezco yo, el más feliz de los hombres..., y en este -momento el más agradecido de los viajeros. - - - - -II - - -Dirigiéronse hacia la casa rectoral, escoltados por los que de paseo -venían con don Remigio, y este hizo el gasto de conversación por el -camino, dedicando un sentido recuerdo a la memoria del santo don -Manuel Flórez, y condoliendose de lo triste y solo que con tal -desgracia se habría quedado el tío Modesto. En la puerta se despidieron -afectuosamente los acompañantes, y don Remigio y su improvisado amigo -entraron. - ---¡Valeriana, Valeriana! --gritó el curita desde la puerta, y habiendo -comparecido una mujer gruesa y tan entrada en años como en carnes, le -dijo--: Este es el caballero que esperábamos, o que creíamos ver llegar -de Madrid hoy, mañana o pasado. Cenaremos pronto, Valeriana, que el -señor, diga lo que quiera, trae un apetito muy regular. ¿Verdad que sí? - -Dio las gracias Urrea cortésmente, añadiendo con cierta timidez que su -deseo era llegar pronto a Pedralba... - ---Tenga usted calma... y váyase convenciendo de que está secuestrado ---le dijo el clérigo con ese humorismo hospitalario que suelen emplear -los ricos de pueblo--. ¿Creía usted que yo le iba a soltar tan pronto? -Está fresco el señor de Urrea. Mire usted: ya es de noche, y no tenemos -luna; el camino de aquí a Pedralba es muy malo para ir a pie, y a -caballo no puede ser, porque hoy el chico del alcalde me llevó la jaca -a Torrelaguna, y esta es la hora que no ha vuelto. Conque resígnese, -y mañana con la fresca saldrá usted, acompañado de _este cura_, que -también tiene que visitar a la señora Condesa. - -¿Qué remedio tenía el impaciente viajero más que conformarse con la -voluntad de Dios, representado en aquella ocasión por el bondadoso -y vivaracho don Remigio? Entraron en una sala espaciosa, lugareña, -clerical, de paredes blancas, descubiertas las añosas vigas del techo, -limpia, oliendo a iglesia y a pajar, con diversos objetos religiosos -de adorno, enfundados en tul color de rosa para defenderlos de las -moscas. Trajo una lámpara la niña del ama, pues era ya casi de noche, -y don Remigio hizo sentar a su huésped en el largo sofá de Vitoria -con colchoneta de percal rojo rameado, ocupando él un sillón verde, -cubierto en brazos y respaldo por estrellas de _crochet_. Frente a -frente los dos, pudo Urrea observar la fisonomía del buen curita, el -cual era hombre como de treinta y cinco años, de poquísimas carnes, -mediana estatura, con la cabeza y manos siempre en movimiento, pues no -hablaba con ellas menos que con la voz. En su rostro descollaba una -nariz pequeña, picuda y roja, en cuyo caballete se apoyaba malamente la -montura de las gafas, y quedando entre estas y los ojos mayor espacio -del conveniente, tan pronto bajaba el hombre la cabeza para mirar -por encima de los vidrios, como la alzaba para mirar por ellos. La -pequeñez de la nariz le obligaba a llevarse la mano a las gafas tres -o cuatro veces por minuto, no porque se cayeran, sino porque entre -mano, nariz y anteojos había esta instintiva señal de inteligencia. -Todo el rostro era un poquito encendido de color, y las orejas más, -y su mirada revelaba agudeza, penetración, y un natural bondadoso y -tolerante. Urrea encontró en don Remigio extraordinaria semejanza, -salva la edad, con la fisonomía expresiva, inolvidable, de don Juan -Eugenio Hartzenbusch. Y en el curso de la conversación, entrando ya en -confianza, se aventuró a decírselo. Echose a reír don Remigio, y le -contestó: - ---Otros han hecho la misma observación. Indudablemente me parezco al -ilustre poeta, al gran erudito y académico, honra y prez de las letras -españolas. Es un triste honor para mí, porque el parecido del rostro -patentiza más la desemejanza intelectual entre hombres de tan relevante -mérito y esta modestísima personalidad. - ---¡Oh! no se achique usted, amigo mío --le dijo Urrea, saliendo al -encuentro de aquella modestia, un poquito afectada--. Ya sabemos, ya -sabemos lo que usted vale... - ---¡Por Dios, señor de Urrea!... Y aunque algo valiera un hombre, más -por el estudio que por dotes naturales, ¿de qué le sirve en este rincón -del mundo, en este destierro...? - -Con la presteza del pájaro que salta de un palito a otro en la -estrechez de su jaula, saltaba don Remigio de un asunto a otro en la -conversación. - ---¿Pero no sabe, señor de Urrea? --dijo levantándose del sillón para -sentarse en el sofá--. ¿No sabe a quién tengo de huésped desde hace dos -días? ¡Qué sorpresa le voy a dar! ¿No adivina? - ---No señor. - ---Pues al mismísimo padre Nazarín. - -Urrea saltó de su asiento, y lo mismo hizo don Remigio, que al -levantarse, impuso silencio a su huésped, diciéndole en voz baja: - ---Vamos a verle y observarle sin que él se entere. Venga usted conmigo. - -Llevole por un pasillo de recodos, al extremo del cual había una puerta -de cuarterones, pequeña y fuerte. La claridad de la cocina, que en -uno de los huecos de la izquierda se denunciaba con picantes olores, -permitíales recorrer sin tropiezo aquella parte de la casa, que por su -irregularidad era un modelo de arquitectura villanesca. Antes de llegar -a la puerta, que a Urrea le pareció desde el primer momento misteriosa, -don Remigio secreteó algunas explicaciones en el oído de su huésped. - ---En este cuarto, que mi antecesor destinó a la cría de palomas, he -instalado yo mi modestísima biblioteca. Aquí tengo a mi hombre. Por -esta mirilla, que hay en la tabla, fíjese bien, como del vuelo de un -duro, puede usted verle... - -El débil rayo de luz que salía por la mirilla guió a José Antonio, -que, aplicando los ojos, vio una estancia, cuya capacidad no pudo -apreciar, y en el centro de ella, junto a una mesa, frente a la puerta -sentado, un hombre... La luz de un candilón de dos mecheros, de los que -ya son arqueológicos, le iluminaba la cara, que al pronto el observador -no reconoció. Era un clérigo, vestido exactamente como don Remigio, con -gorro de terciopelo y sotana. Hojeaba un grueso librote, y después de -fijar su atención y su dedo índice en una página, escribía rápidamente -en cuartillas colocadas sobre el mismo libro. - ---Pero no es... --murmuró el forastero apartando su rostro de la -mirilla. - -Díjole el cura que se fijase bien, y en efecto, después de mucho mirar, -José Antonio reconoció y diputó al clérigo de la biblioteca por el -padre Nazarín en persona. - -Cogiéndole de un brazo, don Remigio volvió a conducir a su huésped a la -sala, para poder hablar con libertad, y antes de llegar a ella le dijo: - ---Claro, ha tardado usted en reconocerle, porque se lo figuraba como -le conoció en Madrid, con barba, y el traje de mendigo seglar. Así -nos le trajo aquí doña Catalina. Con franqueza, yo tenía curiosidad -vivísima de ver a este hombre, porque conozco el libro que de sus -inauditas aventuras cristianas anda por ahí, he leído también en la -prensa mil informaciones acerca del proceso, y así, en cuanto supe que -había llegado el tal, me planté en Pedralba con mi amigo Láinez, el -médico del pueblo. ¡Figúrese usted nuestro asombro, señor de Urrea, -cuando le hablamos, y advertimos en él discernimiento claro, serenidad -pasmosa, y una mansedumbre evangélica, de la cual creo que no hay otro -ejemplo! Claro que a pesar de estas señales, la locura existe. Algo -tiene el agua cuando la bendicen, y por algo los señores facultativos -y la Audiencia le han declarado irresponsable de las extravagancias -que constan en el proceso. Pero a pesar de todo, señor de Urrea, este -hombre ha llegado a interesarme, le he tomado cariño en los pocos días -que ha que nos tratamos, y... qué sé yo, no le tengo por cosa perdida, -ni mucho menos. La piedad angelical de la señora Condesa y nuestra -modesta cooperación, triunfarán de la malicia que se ha infiltrado -invisible en el cerebro de este buen señor, y le devolveremos sano y -equilibrado a la Iglesia militante, en la cual, o mucho me engaño, o -puede ser un elemento, sí señor, un elemento de grandísima valía. - ---Pero esta transformación... - ---A eso voy. Con mil artificios traté yo, en mis primeras visitas a -Pedralba, de despertar en él la soberbia, y no lo pude conseguir, no -señor. Creíamos todos que se quejaría de los que en una u otra forma -le han traído a mal traer de algunos meses acá. Nada de eso. Ni contra -la curia, ni contra la prensa, ni contra nadie ha pronunciado la más -leve recriminación, ni tiene por cruel o injusto lo que con él se ha -hecho. Esto es muy raro, ¿verdad? Láinez me decía: «Es muy extraño -que no observemos en él ni el menor destello de delirio persecutorio, -que es uno de los síntomas primordiales...» Si delirio es el amar sin -restricción alguna, y ponderar y encarecer como mercedes los ultrajes -que ha recibido, ahí puede estar el principio de la desorganización -cerebral. Le digo a usted que este caso nos tiene pasmados. - ---Realmente... - ---Pues verá usted. Por buscarle las vueltas, le digo: «Padre Nazarín, -gran violencia será para usted no poder salir ahora descalzo y -harapiento por los caminos.» Contestación: «Para mí, señor don Remigio, -no es violencia ningún estado que se me imponga por quien debe y -puede hacerlo. Pedí limosna cuando creí que debía vivir como los más -desdichados y menesterosos. Dios, en mi corazón, me ordenaba hacerlo -así, y ninguna ley humana me lo prohibía. Pero al mismo tiempo que la -pobreza, o antes quizás, Dios me ordena la obediencia. Yo vagaba en -libertad. La ley humana me cortó el paso, y me mandó que la siguiera. -Obedecí. Sometime sin réplica a cuanto de mí quisieron hacer. Contesté -con verdad a cuanto me preguntaron. Conforme me hallaba de antemano -con la sentencia que contra mí se pronunciara, fuera la que fuese. -Determinaron que soy un enfermo. Diéronme a escoger, para mi reposo, -entre un asilo y la morada patriarcal y campestre de la señora Condesa -de Halma, y preferí esto. Aquí me tienen dispuesto, hoy como ayer, a -la suma obediencia. La señora doña Catalina, y usted, señor cura, por -delegación de la ley eclesiástica, que ahora sustituye a la civil en -mi castigo, enmienda o curación, pues de todo habrá en ello, son los -dueños de mis acciones y de mi vida. No soy libre, ni quiero serlo, si -los que saben más que yo deciden que no debe dárseme libertad.» - ---Es extraño, sí... - ---Pues verá usted. Digo yo: «Amigo Nazarín, si la señora Condesa lo -consiente, ¿se decide usted a venirse conmigo unos días a mi modesta -casa de San Agustín?» Contestación: «Yo no decido nada. Voy a donde me -lleven.» - ---Como el loro del cuento. - ---Exactamente. Con licencia de la señora, me le traje aquí, y por el -camino se me ocurrió tantearle en teología. Un asombro, señor de Urrea. -Se expresa con sencillez, sin énfasis doctoral ni literario, y tan -fuerte está el hombre, que por más que quise no pude cogerle en tanto -así de falsedad lógica o desliz herético. En sus opiniones, ni el menor -asomo de demencia, mi señor de Urrea, de donde yo deduzco, y en ello -conviene conmigo el amigo Láinez, que el desvarío, si existe, no radica -en la parte de los espacios cerebrales que sirve como de vehículo a las -ideas, sino en aquella otra por donde pasa todo este torrente de las -acciones, de la conducta, señor de Urrea. ¿Es esto claro? - ---Sí. Pero la transformación personal... - ---A eso voy. - -(El ama anunció que estaba dispuesta la cena.) - ---Ya vamos. Pues cuando llegó aquí, le digo: «Si es verdad que yo mando -y usted obedece, amigo Nazarín, ahora mismo se va usted a afeitar, y -a vestirse con mi ropa.» Pues tan conforme. Yo mismo le afeité. Fue -una risa... Y mi modesta ropa y mi calzado, señor de Urrea, le vienen -como hechos a la medida. Cuando se lo ponía, le digo: «¡Cómo extrañará -usted la sujeción de esta ropa civilizada, hecho ya el cuerpo a su -pergenio salvaje, y bíblico, según los periodistas!» ¡Vaya que llamar -bíblico...! ¿Pues qué cree usted que me contestó? - ---(Señor cura --vino a decir el ama--, que la cena se enfría.) - ---Contestaría que el hábito no hace al monje. - ---Vamos al instante... Y que él no ha fijado nunca la atención en -las diferencias entre estos y los otros vestidos. Dijo más... Señor -de Urrea, pasemos a mi modesto comedor... Palabras textuales: «El -vestido que usted llama salvaje, señor don Remigio, no lo tenía yo -por indecoroso en mi vida errante y entre gente pobrísima. Pero esto -no quiere decir que lo prefiera yo sistemáticamente a todos los demás -estilos y maneras de cubrir el cuerpo, porque sería afectación, y la -afectación, gracias a Dios, no cabe en mí.» - ---Lo mismo nos dijo un día en el Hospital, cuando los periodistas -y otras muchas personas que íbamos a verle, nos permitíamos -interrogarle... Palabras textuales: «Vean en mí cuanto quieran, señores -míos; pero la afectación, por más que miren, no la verán jamás.» - - - - -III - - -Avisado Nazarín para la cena, ocupó su asiento a la izquierda del buen -don Remigio, después de saludar a Urrea con las fórmulas corrientes -de cortesía, sin extremos de urbanidad, sin alegría ni pena de verle. -Diríase que su presencia no le causaba la menor sorpresa, bien porque -de nada se sorprendía, bien porque hubiera previsto la visita del -protegido a su protectora. Bendijo el cura la cena, y la emprendieron -los tres con las sopas de ajo, que eran de mucha fuerza condimentaria, -crasas, picantes y espesas. No hablaba Nazarín sino para responder a lo -que le preguntaban, y don Remigio ponía toda la amenidad posible en su -palabra fácil. Las sopas precedieron a dos platos substanciosos, de ave -el uno, el otro de carnero, todo bien cargadito de especias odoríferas, -suculento, muy hecho. El vino sabía horrorosamente a pez. El olor de -paja quemada, difundido por toda la vivienda, parecía consubstancial -con el de la comida, y a Urrea no le desagradaba sentirlo y mascarlo. -No era la casa sola; el pueblo y el país entero despedían aquel olor, -que el forastero creía llevar ya dentro de sí. - ---Para que el amigo don Nazario no esté ocioso --dijo entre otras -cosas don Remigio--, le propuse hacerme un extracto del sapientísimo -libro del maestro Fray Hernando de Zárate, _Discursos de la paciencia -cristiana_. La obra consta de ocho Libros, cada uno de los cuales -contiene lo menos una docena de Discursos, todos sobre el mismo tema. -Ha de leérselos de cabo a rabo, anotando el sentido particular y -explicaciones de cada uno en sendas cuartillas de papel. Pues tan -aplicado le tiene usted, señor de Urrea, que en tres días se ha echado -al cuerpo unos cuarenta Discursos, y ya le tiene usted en el _Libro -Cuarto_, que trata... - ---«De las razones que tenemos para tener paciencia y consolarnos en -los trabajos» --dijo Nazarín sin dar importancia a su tarea--. Es cosa -fácil. Pronto concluiremos. - ---Y se me figura --apuntó Urrea irónicamente--, que ha de ser sumamente -divertido. - ---No hay más sino practicar, leyendo y escribiendo --indicó el -manchego--, la misma virtud a que el maestro Zárate consagra su gran -obra. - ---Pero usted no come nada, amigo Nazarín --observó repentinamente -don Remigio--. Siempre lo mismo. Pues dice Láinez que necesita usted -comer... de duro, y aplicarse a la carne, principalmente. - ---Señor cura --replicó don Nazario con timidez--, como lo que puedo, no -sé pasar de lo que mi naturaleza me pide para sostenerse. - -Como Urrea deseaba llevar la conversación al tema más de su gusto, -que era su prima y cuanto a ella se refiriese, interrogó a los dos -sacerdotes, recreándose anticipadamente con los elogios que esperaba -oír de la ilustre señora. - ---Yo digo, con plena conciencia --afirmó el párroco de San Agustín--, -que no creo exista en el mundo persona de virtud más pura, y de ideas -más elevadas. Si por un lado veo en ella una imagen del gran Emperador -Carlos V de Alemania y I de España, que después de reinar sobre los -pueblos, gustadas hasta la saciedad todas las grandezas humanas, se -encierra en monasterio humilde para consagrar a Dios el resto de su -vida, por otro, encuentro a la señora Condesa de Halma más grande que -aquel soberano, pues si los bienes a que renuncia no son de tanta -valía, la pobreza y humildad que acepta son más meritorias. La señora -Condesa es joven, y consagra a la caridad y a la oración los mejores -años de la vida. Y veo otra gran diferencia, a favor de nuestra doña -Catalina --añadió con tonillo pedantesco--, y es que el Monarca, -dueño de medio mundo, trajo a la soledad de Yuste, según rezan las -crónicas, innumerables servidores, cocineros, maestresalas, escuderos -y lacayos, y grande repuesto de vituallas, para que no le faltase en -su voluntario destierro nada de lo que halaga el gusto de un magnate -en la vida palatina. Pues esta señora, que ha venido a Pedralba en -carromato, no ha traído más que los indispensables objetos tocantes al -aseo y pulcritud de una noble dama, que aun en la penitencia quiere -ser limpia, y su séquito es una corte de mendigos, y gente miserable o -enferma, a cuyo cuidado piensa consagrarse. ¡Ejemplo único, señores, -ejemplo inaudito, y que es la más grande maravilla de estos tiempos -de positivismo, de estos tiempos de egoísmo, de estos tiempos de -materialismo! - ---Luego --dijo Urrea con entrañable gozo--, convienen ustedes conmigo -en que mi prima es una excepción humana, un ser en el cual se revelan -los caracteres de la inspiración divina. - ---Sí señor, convenimos en ello. - ---Y el buen curita peregrino, ¿qué dice? - ---¿Qué he de decir yo? --contestó modestamente don Nazario, no -queriendo expresar nada que resultara superior a lo dicho por su -generoso compañero--, ¿qué he de decir yo después del panegírico -elocuentísimo que acaba de hacer el señor cura? Mi palabra es torpe. -Permítanme que diga tan solo: ¡Bendita sea de Dios eternamente, la -grande, la santa Condesa de Halma! - ---Amén --dijo don Remigio entornando los ojos, y acariciando el vaso de -vino. - -A Urrea le faltaba poco para echarse a llorar. - ---Y es decisiva --añadió el cura-- la resolución de la señora Condesa -de pasar en Pedralba el resto de sus días. ¡Qué bendición para estos -olvidados y pobres lugares! Me ha dicho el otro día que en Pedralba -labrará su sepulcro y el de sus compañeros que no la abandonen. ¡Ah! yo -leo en aquella grande alma el amor de Dios en el grado más ardoroso y -puro, el amor de la Naturaleza, el amor del prójimo, y veo en el plan -de vida de la señora una síntesis admirable de estos tres amores. - ---Mi prima ha sufrido mucho --dijo Urrea, a quien el entusiasmo -ponía un nudo en la garganta--, ha pasado horrorosas humillaciones y -amarguras. Perdió a su esposo, que era su grande amor, el consuelo -único de su vida. En Madrid, como en Oriente, la vida no tenía para -ella más que espinas, tristezas, dolores. Su familia, sus hermanos, -no supieron poner un calmante en las heridas de su alma. La empujaban -hacia el ascetismo, hacia el destierro y la soledad. Mi prima empezó -por mirar con prevención la vida social, y acabó por detestarla. Todo -ese conjunto de artificios que componen la civilización le es odioso. -La tierra está para ella vacía: quiere el cielo. - ---Y lo tendrá --dijo don Remigio con tanta seguridad como si se -sintiera casero y administrador de los espacios infinitos--. Tendrá el -cielo. ¿Pues para quién es el cielo más que para esos seres escogidos, -para esas voluntades robustas, para las almas que no saben mirar más -que al bien? Según he podido comprender, amigo Urrea, la señora Condesa -ha roto todo lazo con el mundo, o sea la clase a que pertenece. Y es -más: todo afecto mundano ha muerto en ella, para poder ocupar entero el -espacio del querer con la adoración ferviente de las cosas divinas. - ---Así es sin duda --dijo Urrea--, y su sociedad con los pobres, a -quienes tratará como iguales, elevándoles un poquito, y rebajándose -ella otro tanto, resultará una comunidad dichosa, pacífica, feliz. ¿No -piensa lo mismo el buen Nazarín? - ---Pienso, señor don José Antonio, que ser el último de los protegidos, -o de los asilados, el último de los hijos, si se me permite decirlo -así, de la señora Condesa de Halma, constituye la mayor gloria a que -puede aspirar un ser humano, sobre todo si es un triste, un solitario, -un náufrago de las tempestades del mundo. - -Tan contento estaba Urrea, que al concluir la cena les abrazó a los -dos. Acostáronse todos, porque había que madrugar. Dicen las crónicas -que el huésped no pudo dormir bien, primero, porque las limpias -sábanas, impregnadas también del olor de paja, eran algo piconas; -segundo, porque sus ideas se le insubordinaron aquella noche, y la -admiración del ascetismo de su prima le encendía llamaradas en el -cerebro. Más que mujer, Halma era una diosa, un ángel femenino, y al -pensarlo así, su ferviente admirador no pasaba por que los ángeles -carecieran de sexo: era lo femenino santo, glorioso y paradisíaco. Por -entre estas imaginaciones asomaban de vez en cuando la figura austera -de Nazarín, semejante a un retrato del Greco, y el vivaracho rostro de -don Juan Eugenio Hartzenbusch, transmutado físicamente en don Remigio -Díaz de la Robla, párroco de San Agustín. - -El mismo cura le llamó al amanecer dando golpes en la puerta, y -gritándole desde fuera: - ---Arriba, compañero, que tenemos que decir misa y desayunarnos antes de -partir. - -Levantose el huésped a escape, y cuando llegó a la iglesia, ya había -salido al altar don Remigio. Nazarín oía la misa de rodillas en el -presbiterio. - -Media hora después, ya estaban todos en la rectoral, desayunándose con -chocolate, bizcochos y pan de picos, reforzado por fresquísimo requesón -de la Sierra. Varios amigos acudieron a despedirles, entre ellos el -médico don Alberto Láinez, y el alcalde, don Dámaso Moreno. - ---Usted, señor de Urrea, que sin duda es buen jinete --propuso don -Remigio con extraordinaria movilidad en manos, nariz, ojos y gafas--, -irá en el caballo de Láinez, bestia de mucha sangre, aunque segura para -quien la sepa manejar; yo voy en mi jaca, que tiene un paso como el de -un ángel, y el amigo Nazarín, pues le llevamos, sí señor, le llevamos, -oprimirá los lomos de mi modesta burra..., cabalgadura digna de un -arzobispo... Conque señores, a montar. Despejen la puerta. Valeriana, -que vendremos a cenar. - -Partió la caravana, despedida con cordiales saludos por multitud -de gente que en la plaza se reunió. Delante iban Urrea y el cura, -detrás Nazarín en su rucia, bien albardada y sin estribos. Ambos -clérigos vestían, a horcajadas, lo mismo que en el pueblo, sotana, -gorro de terciopelo, y balandrán. Regía el madrileño su caballo con -gran destreza. Don Remigio no cesaba de recomendar a su jaca la mayor -circunspección o tacto de pezuña en el desigual y áspero camino por -donde se metieron, a Occidente de San Agustín, y don Nazario, confiado -en el andamento parsimonioso de su borrica, atendía más a la admiración -del paisaje de la Sierra, que a conversar con los otros jinetes, de los -cuales parecía como escudero o espolique. - -De tan diferentes cosas habló don Remigio, que no es posible -recordarlas todas. Hizo observar a su acompañante las hermosuras de la -Naturaleza, la ruindad de los caseríos, el descuidado cultivo de las -tierras; explicó historias de ruinas y caserones viejos; se lamentó de -la falta de caminos; designó el sitio por donde se había trazado un -canal de riego, que no se abriría nunca, y estos y otros comentarios -del viaje fueron a parar a las quejas de su mala suerte, por haberle -tocado empezar su carrera en comarca tan desmedrada y pueblo tan mísero. - ---Yo me conformo, ya ve usted... Deme el Señor salud para servirle, -que lo demás no importa. Sepa usted que, al venir a este curato de -San Agustín, me dijeron que por tres meses, y ya van tres años. -Prometiéronme pasarme a Buitrago, o Colmenar Viejo, y hasta ahora. No -es que yo sea ambicioso; pero, francamente, es uno licenciado en ambos -derechos; ama uno el estudio, y la verdad, la vida obscura y ramplona -de estos poblachos no estimula al trato de los libros. El tío, que -es mejor que el buen pan, me anima, me asegura que no se descuida en -recomendarme, y que a la primera ocasión pasaré a un curato de Madrid, -¡ay! su desiderátum y el mío. Y no me hablen a mí de otras poblaciones. -¡Mi Madrid de mi alma, donde me crié, donde probé el pan del estudio, y -adquirí mis modestas luces! No aspiro yo a tener allí la independencia -de un don Manuel Flórez; sé que tengo que trabajar de firme. Quiero -que mi corta inteligencia no sea un campo baldío, como estos barbechos -que usted ve por aquí, señor de Urrea; debo cultivarla y coger en ella -algún fruto, para ofrecerle a Dios, que me la ha dado... No me quejaría -si no viera ciertas desigualdades. Amigos y compañeros míos, a los -cuales no debo mirar, porque no debo, ¡ea! como superiores en saber -religioso ni profano, ocupan plazas en catedrales, o en las parroquias -de Madrid... Mi tío me dice: «No te apures, hijo, y confía en el favor -de Dios y de la Santísima Virgen, que ya premiarán con el merecido -ascenso tu paciencia y conformidad...» Claro que me conformo, señor -de Urrea, y aun alabo al Señor porque no me da mayores males. Tengo, -gracias a Dios, un genio de mucho aguante para desgracias, injusticias -y sinsabores. Yo digo: ya me tocará la buena, ¿verdad? ya me llegará la -buena. - -Procuraba el forastero refrescarle las esperanzas, asegurando que los -méritos de su interlocutor, así morales como intelectuales, saltaban -a la vista, y no podían ser desconocidos de los que en Madrid manejan -todo este tinglado del personal eclesiástico. Y al decir esto, hizo -notar la diferencia entre los gustos y aspiraciones de uno y otro, pues -mientras a don Remigio le atraían los llamados centros de civilización, -a él, José Antonio de Urrea, los tales centros se le habían sentado en -la boca del estómago, y todo su afán era perderlos de vista. Verdad que -entre las circunstancias de uno y otro no había paridad: don Remigio -era un hombre puro y virtuoso, inteligencia llena de frescura, y a -los treinta y cinco años apenas había desflorado la vida, mientras -que Urrea, a la misma edad, se conceptuaba viejo, y aun por muerto se -tendría, si de entre las cenizas de su alma no sintiera que otra alma -nueva le brotaba. Con estas y otras pláticas se fue pasando el camino -árido, de muy escasos atractivos para el viajero. El terreno era cada -vez más quebrado, como de estribaciones de la Sierra, y ostentaba la -severa vegetación de encina baja, brezos y tomillares. De pronto señaló -don Remigio un caserío arrimado a unos cerros cubiertos de verdura, y -dijo a su compañero: - ---Ahí tiene usted a Pedralba. - -Pareciole a Urrea encantador el sitio y espléndido el paisaje, mirando -más a su interior que al paisaje mismo. Al acercarse vieron tierras de -labrantío junto a las casas, que eran tres, destartaladas y grandonas. -Picaron las caballerías, y cuando ya se hallaban como a medio -kilómetro, empezó Nazarín a dar voces: - ---¡Mírenlas, mírenlas: allí están... ya nos han visto! - ---¿Quién, hombre? - ---La señora Condesa y Beatriz. - ---¿Dónde?... Pero qué vista tiene este hombre. - ---Allá... allá... ¿Ven ustedes ese campo de amapolas todo encarnado, -todo encarnado? ¿Y más allá, no ven unos olmos? Pues por allí van..., -digo vienen, porque salen a encontrarnos. - ---No vemos nada; pero pues usted lo dice... - ---Y ahora nos saludan con los pañuelos... Miren, miren. - - - - -IV - - -Ya cerca de las casas vieron a las dos mujeres, que avanzaban por entre -un campo de cebada. Ambas miraban risueñas, y casi casi burlonas, a -los tres caballeros. Cuando Urrea, apeándose ante su prima, le pidió -perdón poco menos que de hinojos por su desobediencia, doña Catalina no -se mostró muy severa con él, sin duda por no avergonzarle delante de -los dos sacerdotes, y de otras personas que allí se reunieron. - ---Si ha habido falta, señora Condesa --dijo don Remigio galanamente--, -yo intercedo por el culpable y solicito su perdón. - ---Ya sabe el pícaro que padrinos le valen --replicó Halma sonriendo, -y todos reunidos, después que los jinetes entregaron a Cecilio las -caballerías, se encaminaron al castillo, que así en la comarca era -llamada la casona, aunque de tal castillo solo tenía la robustez de -sus paredes, y una torre desmochada, en cuyo cuerpo alto, mal cubierto -de tejas, había un palomar. Del escudo de los Artales, apenas quedaban -vestigios sobre el balcón principal del llamado castillo. La piedra era -tan heladiza que solo se podía ver una garra de dragón, y un pedazo de -la leyenda, que decía _Semper_. Mejor se conservaba la berroqueña de -los ángulos y del dovelaje, y el ladrillo revocado de los paramentos no -tenía mal aspecto; pero los hierros todos, balcones y rejas, no podían -con más orín, por lo que había dispuesto su propietaria reponerlos, -mientras un buen maestro de Colmenar preparaba la reparación de -toda la fábrica, interior y exteriormente. Veíase ya, frente a la -casa, dentro del recinto murado que a la entrada precedía, el montón -de cal batida, y maderas para andamios y obra de carpintería. Junto -a la torre, se alzaban los descarnados murallones que la tradición -designaba como ruinas de un monasterio cisterciense, y que más que -edificio destruido, parecían una segunda casa a medio hacer. Respetando -los basamentos, y aprovechando el material de lo restante, la Condesa -pensaba construir allí su capilla y panteón, con la mayor economía -posible. A un tiro de piedra de la casa-castillo, estaban las cuadras, -y más abajo, un tercer edificio, habitado por los que llevaron en -renta la finca hasta el año anterior. Últimamente, Pedralba estuvo a -cargo del administrador de las propiedades de Feramor en Buitrago, -don Pascual Díez Amador, el cual dio posesión del castillo y casas -y tierras a la señora doña Catalina, el día de su llegada en el -carromato, que fue el 22 del mes de Marzo del año de mil ochocientos -noventa y tantos. - -Era la heredad de Pedralba extensísima; pero no se labraban más que los -terrenos próximos a la casa, labor descuidada, somera y primitiva, que -daba escaso rendimiento. Lo demás era monte, bien poblado de encinas, -enebros, y algunos castaños en la parte alta. Lo más próximo al llano -sufrió varias talas, y uno de los renteros propuso al Marqués, años -atrás, la roturación. Pero asustaron al propietario los dispendios de -la empresa, y quedó en tal estado, ni monte ni labrantío, a trechos -pradera desigual, cruzada de viciosos retamares. Dos riquísimas fuentes -surtían de cristalinas y puras aguas potables a Pedralba, la una entre -la casa-castillo y las cuadras, la segunda, manantial de primer orden, -en una encañada a la vera del monte. Árboles de sombra había pocos. -Los que puso el último arrendatario se perdieron por incuria. Frutales -no existían más que tres en finca tan vasta, un moral inmenso detrás -de la torre, el cual cargaba anualmente de dulcísimas moras negras, -y dos albérchigos en el sendero que unía las dos casas. Los madroños -diseminados en distintos parajes no se contaban, por su silvestre -lozanía y lo desabrido del fruto, en el reino propiamente frutal. Tal -era Pedralba, finca de primer orden según opinión de don Pascual Díez -Amador, siempre y cuando se _tiraran_ en ella veinte o treinta mil -duros. - -No eran estos los planes de Catalina, que solo se propuso sostener -la propiedad tal como la encontró, con los mejoramientos que su -residencia imponía, y procurarse en ella la vida retirada y humilde -que adoptar anhelaba, sin caer en la tentación del negocio agrícola, -ni pensar en aumentos de riqueza que habrían desmentido sus ideas -y propósitos de modestísima existencia. Lo que le restaba de su -legítima, pensaba conservarlo en valores de renta, reservando los dos -tercios para sostenimiento de su persona y casa, y de la familia de -infelices que en torno de sí había reunido: el otro tercio lo dedicaba -a las reparaciones indispensables, a la construcción de la capilla y -enterramientos, a plantar una huerta, y, si aún había margen, a mejorar -la finca. - -Entremos ahora en el castillo, y veamos la mejor pieza de él, que era -la cocina, en el piso bajo y al fondo del edificio, a la parte del -Norte. Todo era grandioso en aquella pieza, hogar, alacenas, horno, -el piso de hormigón muy sólido, el techo alto y la campana bien -dispuesta para dar salida a los humos rápidamente. Las otras piezas -bajas valían poco; eran estrechas, y sus ventanas, que más parecían -troneras, les daban muy tasada la luz. En cambio, las del piso alto -teníanla de sobra. Seis o siete estancias existían en él, que bien -arregladas habrían podido alojar mucha gente. En dicho piso, al lado -de Levante, vivían la Condesa y Beatriz, en aposentos separados y -próximos; a la parte de Occidente, el matrimonio Ladislao-Aquilina con -sus hijos, y aún quedaban entre estas y las otras viviendas algunas -estancias vacías. En la torre, debajo del palomar, tenía su cuarto -Nazarín, comunicado con la casa-castillo por estrecho pasadizo. El -mueblaje era casi todo del siglo pasado, o del tiempo de Fernando -VII, confundido con sillerías modernas de paja, de lo más ordinario, -llevadas de Colmenar Viejo. Las cómodas y consolas, las sillas de -caoba con respaldo de lira, las camas de pabellones _a la griega_, las -laminotas con marco de ébano y asuntos pastoriles, ofrecían un aspecto -sepulcral, lastimoso, como de objetos desenterrados, a los cuales se -había limpiado el humus de la fosa, a fuerza de jabón y estropajo. - -Doña Catalina y Beatriz vestían exactamente lo mismo, con las ropas de -la primera, que habían venido a ser comunes: falda de merino negro, -calzado grueso, blusa de percal rayada de negro y blanco, y un mandil -de retor. Al adoptar la vida pobre, la señora Condesa no estimó que -debía renunciar a sus hábitos de pulcritud; decía que el aseo exterior, -por causa de la educación y la costumbre, afectaba al alma, y que la -suciedad del cuerpo era pecado tan feo como la de la conciencia. No -vacilaba, pues, en aplicar estas ideas a la realidad, manteniendo en su -cuarto y persona la misma esmerada limpieza de sus mejores tiempos de -vida cortesana. - ---El aseo --decía--, es a la pureza del alma, lo que el rubor a la -vergüenza. - -No comprendía el ascetismo de otro modo. - -Y como nada tiene la fuerza del buen ejemplo, Beatriz, que había -llegado a reinar en la intimidad y en el afecto de la Condesa, por -feliz concordancia de sentimientos, se asimiló en breve plazo los -hábitos de pulcritud de su amiga y señora, y la imitaba sin darse -cuenta de ello. Sobre la admirable simpatía, o compatibilidad, que -había llegado a borrar entre aquellos dos caracteres la diferencia de -clase y educación, hay mucho que hablar: el fenómeno se inició por un -irresistible afecto la primera vez que se vieron, cuando doña Catalina, -por mediación de su criada Prudencia, fue a socorrer en su pobre -domicilio al afinador de pianos. Mientras duró el proceso de Nazarín -y consortes, Beatriz vivía con su prima Aquilina Rubio, esposa del -mísero don Ladislao, compartiendo la escasez, ya que no el bienestar, -que ninguno tenía. Halma llevó el pan, la vida, la salud, a la triste -vivienda de la calle de San Blas, y atraída de aquel espectáculo de -pobreza y resignación, añadió al socorro material el consuelo de sus -visitas. Habló largamente con Beatriz, admirándose de lo mucho y -bueno que esta mujer humilde sabía, tocante a cosas espirituales y de -nuestras relaciones con lo invisible y eterno; admiró también su piedad -no afectada, la firmeza de sus ideas, y la elocuencia sencilla con -que las expresaba. Sentíase la Condesa inferior, por todos aquellos -respectos, a la que ya miraba como amiga del alma; aprendió de ella -muchas y buenas cosas, enseñándole a su vez otras de un orden social -más que religioso, y con este cambio llegaron a encontrarse la una -para la otra, y las dos en una, fenómeno raro en estos tiempos, que -dan pocos ejemplos de una tan radical aproximación de dos personas de -opuesta categoría. Pero de esto hemos de ver mucho en los tiempos que -ahora comienzan, porque las llamadas clases rápidamente se descomponen, -y la humanidad existe siempre, sacando de la descomposición nuevas y -vigorosas vidas. - -Ya se comprende que de la intimidad entre Beatriz y Halma nació el -vivo interés por Nazarín, y su propósito de llevársele consigo, para -intentar su curación, y devolverle sano y útil al poder eclesiástico. -Una discrepancia en cierto modo accidental existía entre la dama y -la mujer del pueblo, y era que, mientras la Condesa, sin asegurar -que Nazarín fuese loco, abrigaba sus dudas sobre punto tan difícil -de aclarar, la otra sostenía con sincera conciencia y fe la completa -regularidad de las funciones cerebrales de su maestro. - -Instaladas en Pedralba, la concordia entre una y otra llegó a ser -perfecta. Beatriz observaba delicadamente la distancia social, que -la otra con la misma o más sutil delicadeza trataba de acortar. Ambas -trabajaban juntas desde el primer día en el arreglo y limpieza del -destartalado castillo, o en la resurrección del mueblaje, y a Beatriz -no le valió reservar para sí las faenas más duras, porque la otra -invadía su terreno, y la igualdad triunfaba gradualmente, por ley de -ambos corazones, que sin darse cuenta de ello propendían a lo mismo. -Aquilina no había sido aún elevada al grado de comunidad de su prima -Beatriz. Era una mujer excelente; pero sin intuición bastante para -comprender las ideas de su bienhechora. Manteníase con tenacidad en -su puesto inferior, contenta de que su marido y sus hijos tuvieran -que comer. Los primeros días encargáronla de la cocina, oficio muy -apropiado a sus aptitudes, y las otras dos pudieron consagrarse -descuidadas al fregoteo de muebles viejos, al remendar de colchones -y a otros engorrosos menesteres. Luego alternaron en los diferentes -oficios, y mientras cocinaba la nazarista, Halma y Aquilina lavaban la -ropa en la fuente cercana. El día que precedió a la llegada de Urrea -con don Remigio y Nazarín, Aquilina actuó de cocinera, y la Condesa -y Beatriz lavaban en la fuente del monte, repartiéndose las dos por -igual la carga de la ropa al ir y volver. Como Beatriz se obstinase en -llevarla sola, pretextando ser más fuerte que su compañera, Catalina le -dijo: - ---Te equivocas si crees tener más poder de musculatura que yo. Parezco -débil, pero no lo soy, Beatriz, y esta vida ha de robustecerme más. -Y sobre todo, no me prives de este gusto de la igualdad. Es el sueño -de mi vida desde que perdí a mi esposo, y me sentí igual a todos los -desgraciados del mundo. Haz el favor de no llamarme Condesa, ni volver -a usar esa palabra estúpidamente vana delante de mí. Arrojé la corona -en los empedrados de Madrid cuando salí en el carromato... Las escobas -de los barrenderos no la encontrarán, porque fue arrojada con el -pensamiento, pues no la tenía en otra forma; pero allá quedó. Llámame -Catalina, como me llaman mis hermanos, o Halma, como mi primo. Y no -te digo que me tutees, porque parecería afectación, y ya sabes que el -maestro te la prohíbe. Pero todo se andará. - - - - -V - - -La llegada de los tres amigos no debía alterar la marcha de los asuntos -domésticos en el castillo, porque, claramente lo decía la Condesa, ya -que no ayudaran, no era bien que estorbasen. - ---Primo mío, supongo que desearás conocer esta gran finca, los estados -de Pedralba, donde hacemos vida recogida y modesta, sin pretensiones -de ascetismo, mis amigos y yo. Usted también, señor don Remigio, -necesita enterarse del terreno que consagro a mi obra. Váyanse, pues, -a dar un paseíto, guiados por el bonísimo Nazarín, que lo conoce ya -palmo a palmo, mientras nosotras les preparamos de comer. No esperen -que salgamos de nuestro pobre régimen. Aquí no hay ni puede haber -comilonas, pues aunque yo quisiera darlas, no habría con qué. Comerán -de nuestro diario frugalísimo, con el poquitín de exceso que pide la -hospitalidad. Conque vean, vean mi ínsula, y tráiganse la salsa que -nosotras no podemos hacerles, un buen apetito. - -Fuéronse los tres de paseo, conducidos de don Nazario, que les hizo -subir al monte para que vieran los castaños robustos que lo coronaban, -al barranco para probar el agua de la rica fuente, y después de brincar -y despernarse por lomas y vericuetos, volvieron a casa a las doce, hora -invariable de la comida. En una pieza próxima a la cocina, pusieron -la mesa, la cual era de una robustez patriarcal, de castaño renegrido -y con torcidos herrajes en su armadura. Dos sillas había de la misma -casta y edad, las demás variaban entre el estilo Fernando VII, de -caoba, y la forma y material llamados de Vitoria. Pero la mayor y más -sorprendente variedad estaba en la vajilla y ropa de mesa, pues al lado -de vasos de cristal finísimo, se veían otros del vidrio más ordinario, -servilletas finas, servilletas bastas, platos de porcelana rica, y -otros de cerámica tosca. - ---Dispensen la diversidad de la loza --les dijo doña Catalina--. En -mi comedor reina todavía una confusión de clases estupenda, como en -tiempos revolucionarios. Pero esta confusión no es parte para que -yo olvide las categorías de los comensales. Para los dos señores -sacerdotes lo fino, que ellos mismos irán escogiendo; para ti, José -Antonio, y don Ladislao, el barro plebeyo. - ---Pues yo propongo --dijo don Remigio con buena sombra--, que no -establezcamos diferencias humillantes, y que nos repartamos como -hermanos, como hijos de Dios, lo malo y lo bueno. Venga ese barro, -señor de Urrea. - -Lo más extraño de aquella singular comida fue que las mujeres no se -sentaron a la mesa. Las tres, funcionando con igual destreza y alegría, -servían a los señores. Luego comían ellas en la cocina. Esta era una -costumbre medieval, que Halma no alteraba jamás por consideración -alguna. Diéronles una sopa muy substanciosa hecha con hierbas -diferentes, patatas picadas muy menudito y golpes de chorizo; luego -un plato de carnero bien condimentado, vino en abundancia, postre -de requesón de la Sierra, leche con bizcochos de Torrelaguna, y a -vivir. Sobria y nutritiva, la comida fue saboreada con delicia por los -forasteros, que no cesaron de alabar el buen trato de Pedralba, y la -pericia de las tres marmitonas. - -Entre la sopa y el carnero llegó inopinadamente don Pascual Díez -Amador, administrador que fue de la finca, y propietario vecino, pues -suya es la dehesa extensísima que linda por Poniente con Pedralba. Dos -o tres veces por semana visitaba a la Condesa, caballero en su jaca -torda, para ver si se le ofrecía algo. Era un hombre mitad paleto, -mitad señor, lo primero por el habla ruda, por la camisa sin cuello -y el sombrero redondo, lo segundo por las acciones nobles, por el -andar grave, que hacía rechinar las espuelas. Una faja encarnada -parecía separar el lugareño del hidalgo, o más bien empalmar las dos -mitades. Tanto afecto había puesto en doña Catalina, que dispuso que -dos de sus guardias jurados estuviesen de punto noche y día en la -casa de abajo, para que la señora descansase en la persuasión de una -absoluta seguridad. Muchos días caía por allí en su jaca a la hora de -comer, otros a cualquier hora, en que también comía. Su cara redonda, -episcopal, crasa y mal afeitada, despedía fulgores de patriarcal -soberanía, de conformidad con la suerte, sin duda por ser esta de las -más próvidas y felices. - ---¡Hola, Remigio!... señora doña Catalina..., don Nazario..., don -Ladislao, aquí estamos todos... - -Los saludos duraron hasta después que el gordinflón paleto-señor tomó -asiento sin ceremonia, disponiéndose a comer cuanto le diesen. Porque, -eso sí, hombre de mejor diente no lo había en todo el partido judicial, -con la particularidad notable de que no sabía ponerse tasa en la bebida. - ---¿Sabe usted lo que estábamos hablando, amigo don Pascual? --dijo el -curita de San Agustín--. Que esta es una gran finca, y que es lástima -no trabajarla. - ---¡Hombre, a quién se lo cuenta! Si estos señores Feramores no tienen -perdón de Dios... ¡Menuda brega tuve yo con el Marqués actual y con -el otro, para que tiraran aquí veinte o treinta mil durillos! Sí, lo -digo: era sembrarlos hoy, para coger el día de mañana, cinco años -más o menos, tres o cuatro millones. Y esto solo con el ganado, que -metiéndonos a ponerlo todo de labrantío... ¡Jesús, oro molido...! Es -una tierra esta, que no la hay mejor ni donde están las pisadas de la -Virgen Santísima, ea. - -Don Pascual se incomodaba al tocar este punto, viéndose precisado a -sofocar su enojo con copiosas libaciones. Y como siguieran hablando -del mismo asunto, concluyó por expresar una idea muy atrevida. - ---Yo que la señora Condesa..., digo lo que siento, sin ofender, ea..., -pues yo que la señora, me dejaría de capillas y panteones, y de toda -esa monserga de poner aquí al modo de un convento para observantes -_circuspetos_ y _mendicativos_, dedicando todo mi capital a... - ---Poco a poco --replicó vivamente don Remigio--, no paso por eso. Lo -espiritual es lo primero. - ---¡Potras corvas! ¿Y de qué sirve lo _espertual_ sin lo... sin lo otro? - ---Yo que la señora Condesa, persistiría impertérrito en mi grandioso -plan... contra el dictamen de los estripaterrones. - ---Y yo, contra el _ditame_ de los engarza-rosarios, digo que sí... no, -digo que no... que sí. - ---Si no sabe usted lo que dice, amigo don Pascual. - ---¡Vaya! paz y concordia entre los príncipes cristianos --dijo doña -Catalina risueña--. Por un exceso de consideración a mis huéspedes, me -permito el lujo de darles una golosina: café. - -Alabado y festejado por todos el obsequio, Amador y don Remigio -lograron encontrar una fórmula de transacción entre sus opuestos -pareceres. Al servir el café, doña Catalina pidió perdón por la -pobreza y rustiquez de la comida, añadiendo que para otra vez tendrían -pan bueno, hecho en casa, y menos desigualdades en vajilla y servicio -de mesa. - -Mientras las mujeres comían, salieron los hombres al patio, llevando -cada uno su silla, y allí platicaron formando dos grupos. Don Remigio -y Amador charlaban de los asuntos de Colmenar Viejo, de lo mal mirado -que en la cabeza del partido estaba el cura titular, y de los esfuerzos -que hacían los caciques para hacerle saltar de allí... Naturalmente, -se gestionaría para que ocupase la vacante el curita de San Agustín. -A otra parte hablaban Urrea, don Ladislao y Nazarín, preguntando el -primero al segundo si seguía cultivando la música en aquel retiro, -a lo que contestó el afinador que no le hablaran a él de músicas ni -danzas, pues se hallaba tan contento y gozoso en su nueva vida, que -había tomado en aborrecimiento todo su pasado musical y cabrerizo. La -mejor ópera no valía ya tres pitos para él, y aunque le aseguraran que -había de componer una superior a todas las conocidas, no quería volver -a Madrid. Salió Nazarín a la defensa de arte tan bello, y le propuso -que siguiera cultivándolo allí, pues se compadecía muy bien la música -con la vida campestre. Y añadió que él se permitiría aconsejar a la -señora Condesa que trajese un órgano, para que don Ladislao compusiera -tocatas campesinas y religiosas, y les deleitara a todos con aquel arte -tan puro y que hondamente conmueve el alma. - -Con estos y otros paliques, fue llegada la hora de la partida, y Urrea -no cabía en sí de inquietud, por no haber podido hablar a solas con su -prima, ni esta decirle que se quedara, como era su deseo. El temor de -que contestase con una rotunda negativa a su propósito de permanecer -en Pedralba, le sobresaltó de tal modo, que no tuvo ánimos para -formularlo. Tristeza infinita cayó sobre su alma cuando Halma le dijo -en tono de maestro: - ---Ahora, José Antonio, te vas por donde has venido, y sin mi permiso -no vuelvas acá, ni abandones las ocupaciones a que deberás una -independencia honrada. - -Con tal autoridad pronunció estas palabras, que el calavera arrepentido -no tuvo aliento para contradecirlas y exponer su deseo. Sentíase tan -inferior, tan niño, ante la que le gobernaba en sus sentimientos y en -su conducta, que no pudo ni pedirle menos severidad, ni explicarse con -ella sobre la pesadísima y cruel condena que le imponía. Verdad que -estaban delante Nazarín y los forasteros, y no era cosa de hacer ante -ellos el colegial mimoso. Faltaban tan solo minutos para la partida, -cuando la Condesa dijo al curita de San Agustín: - ---Señor don Remigio, si usted no se opone a ello, se quedará en el -castillo el amigo don Nazario, porque si es bueno para la salud el -ejercicio del entendimiento, no lo es menos el corporal, y conviene -que alternen. Ya concluirá más adelante esa gran recopilación de los -Discursos de la Paciencia. - ---Lo que usted disponga, señora mía, es ley --replicó don Remigio, ya -con el pie en el estribo--. Si nuestro buen Nazarín prefiere quedarse, -quédese en buen hora... Que lo diga él. - -Con semblante confuso, y casi casi con lágrimas en los ojos, el -peregrino respondió: - ---Yo no determino nada. - ---¿Pero usted qué prefiere? - ---Pues, la verdad, estimando mucho la hospitalidad del señor cura, y -ofreciéndole ponerme a su disposición para terminar aquellos apuntes y -cuanto guste mandarme, hoy me quedaría, pues la señora Condesa así lo -desea. - ---Es que... verá usted, don Remigio, como tenemos tanta obra en casa, -necesito que me ayuden mis buenos amigos. Hay que estar en todo, y -cuantos viven aquí han de arrimar el hombro a las dificultades. Mañana -pienso probar el horno de pan, y deshacerlo si no nos resulta bien. -Conque... - ---Que se quede, que se quede. Usted es aquí la santa madre, usted -manda, y los hijos... a obedecer calladitos. Señor de Urrea, ¿no monta -usted? - -Lívido y tembloroso, Urrea no acertaba ni a despedirse airosamente de -su prima. Era una máquina, no un hombre. Su tristeza le cogía todo -el ser como una parálisis, matándole la voluntad. Montó a caballo, y -partió con el cura y con Amador, sin saber que existía en el mundo un -pueblo llamado, por buen nombre, San Agustín. - - - - -VI - - -Mientras Amador fue en compañía de los dos viajeros, menos mal. Don -Remigio charlaba con él de montura a montura, dejando al otro en la -libre soledad de sus pensamientos. Pero el bravo paleto se despidió en -los Molinos (encrucijada de donde partía el sendero que a sus casas -de la Alberca conducía), y ya solos el cura y el primo de la Condesa, -desencadenó aquel sobre este todo el torrente de su locuacidad. -Difícilmente, apurando sus donaires, logró sacarle del cuerpo alguna -que otra palabra, y conociendo al fin que el motivo de su tristeza no -era otro que el pronto regreso a San Agustín, quiso consolarle con -estas compasivas razones: - ---Créame, señor de Urrea, en Pedralba, a estas horas, estaría usted -soberanamente aburrido. ¿Sabe usted lo que hacen allá desde anochecido -hasta que cenan? Pues rezar, rezar, y rezar que se las pelan, y usted, -hombre de piedad muy problemática, cortesano al fin, chapado a la -modernísima, huirá del santo rezo como los gatos del agua fría. ¡Si -entiendo yo a mi gente... ah!... Verdad que también en San Agustín, -en cuanto lleguemos, rezaré yo el rosario con Valeriana y algunas -vecinas. Pero usted se puede ir con Láinez al casino, y cenar con él, -y volver a mi modesta casa, a la suya, digo, a la hora que le acomode. -En Pedralba, con el último bocado de la cena en la boca, se acuestan -todos a dormir como unos santos. ¡Bonita noche iba usted a pasar allá! -No, señor madrileño, con sus puntas de calavera, y sus ribetes de -escéptico materialista, no está usted forjado en estas costumbres entre -rústicas y monásticas. ¡El campo! ¡Pues poco que le cansará el campo! -Para usted, ponerle de noche en medio de estas soledades, será lo mismo -que si a mí me meten de patitas en un salón de baile. ¿Qué haría yo? -Salir bufando. _Suum cuique_, señor de Urrea. Conque, no le pese venir -conmigo. En el casino, entiendo que hay billar, tresillo, y se habla de -política... lo mismo que en Madrid. - -No consiguió el buen curita consolarle, y el alma del calavera -arrepentido se ennegrecía más conforme se acercaban a San Agustín. -Llegados al pueblo, resistiose a ir al casino. Desde la sala oía el -rezo del rosario en el comedor; durante la cena hizo desesperados -esfuerzos por aparentar alegría, y se retiró a la alcoba, impregnada -del olor de paja. Le dolía la cabeza. - -Interminable y tormentosa fue para él la noche; levantose muy temprano, -acompañó a la iglesia a su digno amigo y anfitrión, y mientras este se -despojaba en la sacristía de las vestiduras sacerdotales, José Antonio -puso en práctica la idea concebida entre dolorosas vacilaciones al -amanecer, resolución que, una vez compenetrada en su voluntad, adquirió -la fuerza de un acto instintivo. Como escolar castigado, que se escapa -del colegio, tomó el caminito de Pedralba, a pie, y al perder de vista -las casas de San Agustín, sintiose más aliviado de su mortal ansiedad, -y con valor para arrostrar lo que por tan atrevido paso le sucediese. -Las nueve serían cuando avistó el castillo, y antes de acercarse, -exploró las tierras circunstantes, dudando si hacer su entrada por el -camino derecho, o por algún atajo. Esto era pueril, y sus vacilaciones, -al término del viaje, denunciaban al colegial prófugo. No viendo a -nadie por aquellos contornos, anduvo un poco más, y su vista prodigiosa -le permitió distinguir desde muy lejos, en una ladera del monte, dos -bultos, dos personas. Con un poco más de aproximación pudo reconocer -a Nazarín y don Ladislao, que estaban cortando leña, y allá se fue, -rodeando un buen trecho, para que no le viera la gente del castillo. -Hablar con Nazarín antes de presentarse a la Condesa, le pareció un -trámite muy oportuno, tras del cual ya vio, con fácil optimismo, -solución satisfactoria. Al llegar junto a los dos leñadores, Nazarín, -que desde lejos le había visto venir, no manifestó sorpresa. Vestía -el cura ropas de Cecilio, calzaba gruesos zapatones, y su cabeza -descubierta recordaba más al procesado del hospital de Madrid que al -sacerdote de la rectoral de San Agustín. - ---¡Hola, don Nazario...! ¿trabajando, eh?... Aquí me tiene usted otra -vez. Pues he venido... ¿Conque cortando leña? - ---Sí señor... Este ejercicio al aire libre me agrada mucho. La señora -Condesa está buena, gracias a Dios. Parece que ha venido usted a pie. - ---Un paseíto. No estoy cansado. - ---Pues no pudimos arreglar el horno: tienen, que venir los albañiles. -La señora me mandó a paseo, quiero decir, a que me paseara, y aquí -estoy ayudando al amigo don Ladislao. - ---Bien, hombre, bien. Pues yo quería... hablar con usted, querido -Nazarín --balbuceó Urrea, abordando el asunto--. Usted es un santo, -digan lo que quieran, y me ayudará a obtener el perdón de Halma, por -haber vuelto acá sin su permiso. - ---La señora es muy indulgente. - ---Pero mi falta es más grave de lo que parece, porque he venido con -propósito firme de quedarme aquí, y no salgo ya de Pedralba si no me -sacan descuartizado. Óigame. - ---¡Hombre, hombre!... señor de Urrea --dijo Nazarín dejando a un -lado el hacha, para consagrarse a oír con calma las confidencias del -parásito corregido. - ---Pues verá usted... Mi prima quiere tenerme en Madrid. Ya está usted -al corriente. Yo era un perdido; ella, con su infinita bondad, maestra -de la virtud y destructora del pecado, me transformó; hizo de mí otro -hombre, hizo de mí un niño; me infundió el miedo del mal, el amor del -bien. Yo no me conozco. La tengo por una madre, y la obedezco en cuanto -mandarme quiera; pero no puedo obedecerla en una cosa... repito que -soy un niño... no puedo obedecerla en la disposición tiránica de vivir -en Madrid, porque lejos de ella me asaltan tentaciones, o llámense -recuerdos, de mi anterior vida mala, y la corrección que tanto ella -como yo deseamos, no se afirma, no puede afirmarse. - ---¡Hombre, hombre...! - ---Ayer vine con propósito de hablarle de este asunto y pedirle que -me dejase aquí; pero no tuve valor para decírselo. ¡Tanta gente -delante...! Convénzase usted de que soy un niño, y de que el antiguo -desparpajo del calavera se ha convertido en una timidez invencible... -Palabra que sí... Pues me dijo que me volviera a San Agustín, y me -volví; el caballo me llevó como una maleta, y hoy, sin darme cuenta -de ello, movido de una irresistible fuerza, me he venido a Pedralba, -me han traído las piernas, que antes se me romperán en mil pedazos, -que volver a llevarme a Madrid. Y yo le pregunto a usted: ¿Se enojará -mi prima? ¿Se obstinará en que viva lejos de ella? Porque ha de saber -usted que he cometido una falta gravísima, una falta en la cual parecen -reverdecer mis mañas antiguas, mi mal corregida perversidad. Verá usted. - ---¿A ver, a ver...? - ---Pues Halma me arregló en Madrid una pequeña industria para que yo -trabajase, y adquiriera, como ella dice, una honrada independencia. -Mientras Halma permaneció en Madrid, muy bien: yo trabajaba, y empecé -a ganar dinero... Pero se va ella, quiero decir, se viene acá, y adiós -hombre, adiós propósitos de enmienda, adiós trabajo y formalidad. Me -entró una murria espantosa; yo no vivía, yo no comía, yo no pegaba -los ojos. Una mañana..., no sé si fue un demonio o un ángel quien me -tentó. ¿Qué cree usted que hice? Pues en un santiamén vendí todos los -trebejos, máquinas, utensilios, papel; realicé, liquidé, y me vine acá. - ---Con propósito de no volver a la Villa y Corte. ¡Pobre señor de -Urrea! Ignoro cómo tomará la señora este arranque. Yo, sin autoridad -para juzgarlo, no lo veo con malos ojos. - ---¡Porque usted es un santo! --exclamó Urrea con ardor, levantándose -del suelo para abrazarle--. Porque usted es un santo, y el ser más -hermoso y puro que hay sobre la tierra, después de mi prima; y el que -diga que Nazarín está loco, ¡rayo! el que se atreva a decir delante de -mí tal barbaridad...! - ---¡Eh... Señor de Urrea, calma, pues creeremos que el loco es usted...! - ---Para concluir, señor Nazarín de mi alma, si usted intercede por mí, -lo primero que debe decirle, después de darle cuenta de mi última -calaverada, el traspaso de los trebejos, es que yo quiero que me -admita aquí como a uno de tantos. Quiero ser un pobre recogido, un -infeliz hospiciano. ¿Que se necesita hacer vida religiosa?... pues -seré tan religioso como el primero. ¿Que se necesita trabajar en estos -oficios rudos del campo? pues José Antonio será el más activo y el -más obediente obrero que ella pueda suponer. Pónganme en el último -lugar; aposéntenme en la cuadra que no se crea bastante cómoda para -las caballerías; rebájenme todo lo que quieran. ¿Qué piden? ¿Humildad, -paciencia, anulación? Pues aquí, bajo su gobierno, sintiendo su -autoridad materna y su divina protección, yo seré humilde, sufrido y -no tendré voluntad. ¿Que habrá que rezar largas horas? Yo rezaré cuanto -ella y usted me enseñen. Las faenas rudas no solo no me asustan, sino -que las deseo, y pienso que han de serme tan útiles para el cuerpo como -para el alma... Y diciéndole usted todo esto, señor Nazarín, como usted -puede y sabe decirlo, yo creo que... ¡Ah! se me olvidaba una cosa muy -importante... - -Diciendo esto, echó mano al bolsillo y sacó una carterita. - ---Aquí está lo que obtuve de la venta de todo aquel material, y del -traspaso de mi negocio. Déselo usted; no vaya a creer que me lo he -gastado de mala manera en Madrid. - ---No, mejor es que lo guarde para entregárselo usted mismo. - ---Pues en broma, en broma, son la friolera de nueve mil y pico de -pesetas, con las cuales _podríamos_ hacer aquí algo de lo que ayer -indicaba don Pascual Amador. - -Dijo el _podríamos_ con acento de ingenua oficiosidad, que hizo sonreír -a Nazarín. - ---No sé --replicó este, incorporándose en el suelo--. Tenga usted -presente, que al instalarse aquí la señora con nosotros, sus pobres -amigos en Dios, sus hijos más bien, ha quebrantado toda relación con -el mundo de allá, para emplear su vida en el servicio de Dios y en -actos de caridad sublime. Podría considerar la señora que usted no es -enfermo, ni pobre, ni necesitado, y que... - ---Que me admitan en concepto de loco --dijo Urrea interrumpiéndole con -viveza. - ---¡Oh, no! para locos, bastante tienen conmigo --replicó don Nazario, -con inflexión humorística, casi casi perceptible. - ---Y como pobre, ¿quién lo es más que yo? Y como necesitado de -corrección, de atmósfera moral... ¡Por Dios, queridísimo Nazarín, no me -quite usted las esperanzas! - ---Aquí no se entra sino con el corazón bien dispuesto para la piedad, -amigo Urrea, y si la señora dejó en las calles de Madrid, como ella -dice, su corona y todos los demás signos del orgullo social, nosotros -debemos arrojar en la puerta de Pedralba las pasiones, los deseos -desordenados, todo ese fárrago que entorpece la vida del espíritu. -Son aquí precisas de todo punto la obediencia a nuestra madre doña -Catalina, y un acatamiento incondicional a sus designios. - ---Nadie me ganará --afirmó Urrea con emoción--, en venerar y adorar a -mi prima, mirándola como lo que Dios nos permite ver de su presencia -en esta tierra miserable. Que me admita, y ninguno, ni usted mismo, me -aventajará en sumisión, ni en considerar a nuestra maestra y señora -como una madre. Si quiere someterme a una prueba de acatamiento, -que no me hable, que no me mire, que me dé sus órdenes por conducto -de usted o de otro cualquiera, y yo viviré calmado y satisfecho solo -con sentirme cerca de ella, bajo su dulce despotismo. Admirándola, -aprenderé el amor de Dios; y su perfección, relativa como humana, me -dará el sentimiento de la absoluta perfección divina. Ella será mi -iniciación de fe; por ella seré religioso, yo que he sido un descreído -y un disipado, y ahora no soy nada, no soy nadie, hombre deshecho, como -un edificio al cual se desmontan todas las piedras para volverlas a -montar y hacerlo nuevo. - ---Bien, señor, bien --indicó Nazarín, impresionado vivamente por esta -declaración, y sintiendo una gran simpatía hacia Urrea--. Ya se acerca -la hora de comer. Bajaré, y hablaré a la señora. Y otra cosa: ¿usted no -come? - ---¿Yo qué he de comer? Mientras usted no le hable, yo no bajo al -castillo. Cuando vuelva, don Nazario, tráigame un pedazo de pan. - ---Espéreme aquí. - ---Y acabaré de partirle aquellos troncos; así voy aprendiendo a -aprovechar el tiempo --afirmó Urrea desembarazándose de la americana y -cogiendo el hacha. - ---Como usted quiera. Adiós. Ladislao, ya es hora: vamos. - - - - -VII - - -Con infantil ardor, alentado por las esperanzas que la mediación de -Nazarín le infundía, el parásito la emprendió con los troncos; pero al -cuarto de hora de estrenarse en el oficio de leñador, tuvo que moderar -sus bríos, porque se sofocaba y un sudor copioso brotaba de su frente. -Luego volvió a la carga, conteniéndose en la medida de sus naturales -fuerzas, y mientras más troncos partía, más vivo era el contento que -inundaba su alma. ¡Ah, pues si le fuera permitido meterse de lleno -en aquella vida! Aprendería mil cosas gratas, como arar, sembrar, -escardar, cuidar aves y brutos, hacerse amigo de la tierra, súbdito -del reino vegetal y campestre. Y no se le haría cuesta arriba en tal -ambiente la vida religiosa, ascética, privándose de todo regalo y hasta -de hablar con gente. No tendría más amigos que los animales, y esclavo -del terruño, conservaría libre y gozoso el pensamiento para elevarlo a -Dios a todas horas del día. En estas cavilaciones le cogió la vuelta de -Nazarín, a eso de la una y media. Cuando le vio venir, con su reposado -paso de siempre, sin anticipar con su mirada albricias ni desengaños, -el corazón se le saltaba del pecho. - ---La señora --manifestó el cura mendigo, cuando estuvo a tiro de -palabra--, dice que baje usted a comer. - ---Pero... - ---Nada, que baje usted a comer. No me ha dicho nada más. - ---¿Sigue usted aquí cortando leña? - ---No, hoy es jueves, y toca explicar la Doctrina a los niños. Aquilina -les ha dado la lección. Cuando la señora tenga organizada la escuela, -todos alternaremos en la enseñanza. - ---Hasta eso haría yo, si ella me lo mandara: domar chicos, y meterles -en la cabeza el a, b, c. ¡Quién me lo había de decir...! En fin, voy. -¿Sabe usted que estoy temblando? ¿Y qué tal? ¿Se enfadó al saber...? - ---Se mostró más compasiva que enojada. - ---Eso ya es buen síntoma. Voy... ¿Y he de ir ahora mismo? - ---Ahora mismo, pues le tienen preparada la comida. - ---No tengo apetito... ¿Y de veras no dijo que soy una mala cabeza?... -¡Oh, qué bondad, qué santidad, Dios mío! ¡Ni siquiera recriminarme! -¿Cómo no adorarla lo mismo que al Dios que está en los altares? Nada, -verá usted cómo me perdona, y me admite, y... El corazón me dice que -sí. Procede como la Divinidad, la cual, según ustedes, concede todo -lo que se le pide con fe y compunción. Yo tengo fe en ella, querido -Nazarín, y derramo lágrimas del alma solo por sentirme bajo su divino -amparo. Vamos allá, que seguramente usted, que es también santo, habrá -intercedido gallardamente por este infeliz. Lo dicho, dicho: el que se -atreva a sostener que Nazarín está loco, se verá con José Antonio de -Urrea. No lo tolero... mi palabra que no... - ---Sea usted juicioso, amigo mío. - ---¡Locura la piedad suprema, locura la pasión del bien ajeno, locura -el amor a los desvalidos! No, no... Yo sostengo que no, y lo sostendré -delante del cura y del juez y del Obispo y del Papa, y del mundo entero. - ---No alborotarse, y vaya comprendiendo que en Pedralba no se disputa, -ni se sostienen opiniones más que por quien puede y debe hacerlo. Los -demás, a obedecer y callar. ¿Usted qué sabe si yo soy loco o soy cuerdo? - ---¿Pues no he de saberlo? - ---Ea, basta... Vamos pronto, que la señora nos aguarda. - -Bajaron, y cuando Urrea entró en la casa y en el comedor más muerto que -vivo, lo primero que le dijo su prima, poniéndole la comida en la mesa, -fue: - ---Pero, hijo, estarás desfallecido. ¿Por qué no bajaste a comer con -Nazarín y don Ladislao? - -Echose Urrea de rodillas a sus pies, diciendo con trémula voz que él -no probaría bocado mientras no recibiera el perdón que humildemente -solicitaba. - ---Eres un niño --le dijo Halma--. Come, y después hablaremos... Pero -como eres un niño grande, y con resabios mañosos, hay que sentarte un -poquito la mano. Come con calma, pobrecito... ¿Tú quieres hierro? Pues -hierro. Yo no contaba contigo para esta vida, porque nunca creí que la -resistieras. Se hará la prueba con todo el rigor que exige tu pasado y -las malas costumbres que todavía conservas. - -Comiendo y suspirando, por momentos risueño, por momentos conmovido -hasta derramar lágrimas, José Antonio le dijo que por grande que fuera -el rigor de la prueba, no lo sería tanto como su energía y tesón para -resistirla, y que a todo se hallaba dispuesto con tal de vivir bajo la -santa autoridad de Halma. No le arredraban las cuestas por agrias que -fuesen. ¿Cuesta religiosa? pues a ella. ¿Cuesta de trabajos rudos, como -de presidiario? pues a ella. - -Como llegara don Pascual Amador, se habló de otros asuntos. Iba el -paleto hidalgo a llevar a la señora unos documentos de la Alcaldía de -Colmenar para que los firmara, y se despidió después de tomar un vasito -de vino. - ---Don Pascual --le dijo Halma, entregándole la cartera que poco antes -le había dado su primo--. Hágame el favor de guardarme eso. Son... - ---Nueve mil seiscientas cincuenta --apuntó Urrea. - ---No lo necesitaré --añadió la Condesa--, hasta que emprenda la -roturación del prado grande. Porque me decido, señor don Pascual, me -decido. Hay que sacar del suelo de Dios todo lo que se pueda. La huerta -la empezaremos el lunes, rompiendo la tierra con los brazos que aquí -tengo. Mire usted, mire usted que obrerito se me ha entrado por las -puertas... - -Celebró mucho Amador los nuevos propósitos de la señora, que -concordaban con sus ideas del fomento de Pedralba, y partió a vigilar a -los jornaleros que tenía en la Alberca. - ---Para hacer boca --dijo Catalina al neófito--, me vais a desescombrar, -entre tú y los sobrinos de Cecilio, las ruinas estas, hasta descubrirme -el suelo. - ---Ahora mismo. - ---Ten calma. Esta tarde vas al cuarto bajo de la torre, donde -provisionalmente tenemos la escuela, y oirás la explicación de la -Doctrina Cristiana... Como has estado cortando leña, esta noche tendrás -unas agujetas horribles. Descansas, y mañana, a lo que te he dicho, -como preparativo para faenas más penosas. - ---Para mí no hay nada difícil estando aquí. - ---Vivirás en la otra casa, con Cecilio. Esta noche arreglarás tu -cama en el pajar, como Dios te dé a entender. ¿No has dormido tú -nunca sobre un montón de paja? Yo sí, allá muy lejos de España... y -en aquellos días de abandono y miseria, me pareció el colmo de la -incomodidad y de la humillación. Hoy me sería indiferente. - ---Me instalaré muy gustoso en el pajar. - ---Esta noche, en la nota de los encargos que ha de traer de Colmenar -el tío Valentín, pondremos: un chaquetón de paño pardo para ti, unos -zapatos gruesos, de lo más grueso que haya, una faja, una montera... -Verás qué elegante estás. Como en tu domicilio no hay espejo, podrás -mirarte en el charco de la fuente. Y cuando venga la pareja de bueyes, -aprenderás a uncirlos, a manejarlos. ¿Sabes tú lo que es un arado, y -el peso que tiene? Pues ya te irás enterando. Comerás con nosotros, -pues aquí no debe haber más que una mesa para todos los habitantes de -la ínsula. Día llegará en que Cecilio y su gente, y el tío Valentín, -comamos reunidos. Mañana, si las agujetas no te estorban mucho, después -que hayas tomado el tiento a las piedras de las ruinas, vuelves a -partir un poquito de leña... No quiero que estés ocioso ni un momento. -La prueba tiene que ser seria, para que yo pueda formar de ti un juicio -seguro, y te considere capaz o incapaz de compartir nuestra vida. Pues -aguárdate, que luego vendrán los ejercicios religiosos, el madrugar -con el alba, las mortificaciones, la asistencia de enfermos... ¡Ah! -todavía no te has hecho cargo de la gravedad de lo que deseas y pides. -Tú, hombre de salones, hombre sin principios, inteligencia demasiado -sensible a la actualidad, a lo nuevo y reciente, te has dejado influir -por esas rachas de ideas que vienen del extranjero, lo mismo que -las modas del vestir, del comer y del andar en coche. Te cogió la -ventolera religiosa, que suele soplar de vez en cuando, lanzada por -las tempestades que recorren furiosas el mundo, y ya tenemos a Urreíta -delirando por lo espiritual, como deliraría por un autor nuevo, o por -la última forma de sombreros o trajes. Y te vienes acá con una piedad -de _aficionado_, que no es lo que yo quiero, ni nos hace falta ninguna. - ---No es eso, no es eso --replicó José Antonio con acento persuasivo--. -Yo quiero creer, yo anhelo parecerme a ti, conservando la distancia -entre mi monstruosa imperfección y tu... - ---Basta: no me gusta la palabrería lisonjera. - ---Mi aspiración es volver a empezar, más claro, volver a nacer. Me he -muerto; resucito hijo tuyo, y esclavo tuyo. Encárgame de los oficios -más bajos y humillantes, y en cosas de religión lo más difícil. -¿Asistir enfermos has dicho? Nazarín me enseñará. - ---En eso y en otras muchas cosas, buen maestro tuyo y mío puede ser. - -En esto pasó Nazarín por delante de la ventana del comedor, cambiadas -ya las ropas de leñador por las de cura. Iba al ejercicio de Doctrina, -y ya los rumores de algazara infantil anunciaban que la familia menuda -se reunía en la sala provisionalmente destinada a escuela. - ---Allá voy yo también --dijo Urrea viéndole pasar--. Quiero ser como -los pequeñitos. Verdaderamente, ese hombre me parece divino, y por él, -por la influencia que sin duda tiene en ti, he conseguido tu perdón. -¿Qué te dijo, qué razones alegó en mi favor? - ---No hizo más que contarme lo que habías hecho. - ---¿Y tú...? - ---Le pedí su parecer sobre la resolución que debía tomar contigo. - ---¿Y él...? - ---Me dijo que debía admitirte. - ---¡Prima mía --exclamó Urrea con exaltación, braceando por alto--, al -que me diga que ese hombre está loco, le mato!... ¡ah, no! - -Llevose la mano a la boca como para contener la palabra, y volver a -meterla para adentro. - ---No, no le mato, dispensa. Pero le... Tampoco... Lo que haré será -decir y proclamar, contra la opinión de todo el mundo, que no es -demente, que no puede serlo, que el mayor de los contrasentidos sería -que lo fuese... Y tú crees lo mismo, Halma, no me lo niegues: tú crees -lo mismo. - ---¿Tú qué sabes?... Silencio, y a la Doctrina. - ---Voy. - - - - -QUINTA PARTE - - - - -I - - -Durante tres, cinco, diez, no sé cuántos días, corrieron los sucesos -mansamente y como por carriles en el castillo de Pedralba, y sus -campos y montes circunstantes, notándose en todo, cosas y personas, -el impulso que les diera con firme mano la organizadora de aquella -singular familia. Pero aún faltaba mucho para que la idea total de la -noble señora se viera íntegramente realizada, porque las deficiencias -de local no podían remediarse pronto, y en diversos detalles de -organización surgían a cada instante obstáculos que solo la constancia -y buena voluntad de todos vencerían al cabo. La roturación de la huerta -dio mucho que hacer, por la dureza del terruño y por la dificultad de -dotarla de aguas. Como no era fácil ni económico traerla de la fuente -por un viaje de arcaduces, se abrió un pozo, en cuya excavación no -fue preciso ahondar más que veintitantos pies para encontrar agua -abundante. A las dos semanas de empezadas las obras, ya había varios -bancales plantados de arvejas, alubias, coles y otras hortalizas de -ordinario consumo. Provisionalmente se cercó la huerta con piedra y -espinos. La pareja de bueyes no se hizo esperar, y a los tres días de -aquellos trajines, ya sabía Urrea manejar a los pacientes animales, -como si les hubiera tratado toda la vida. Pronto les tomó cariño, y no -habría cambiado su compañía silenciosa por la de amigos de la especie -humana, como tantos que había conocido en su primera vida. - -Las faenas más rudas no abatían el ánimo del calavera arrepentido: el -constante y metódico ejercicio corporal, si al principio le causaba -fatiga, no tardó en fortalecerle. La idea de ser hombre nuevo se -arraigaba tanto en su conciencia, que creyó haber criado nueva sangre, -echado nuevos músculos, y hasta que le habían sacado todos los huesos -viejos, para ponérselos flamantes. De su apetito no digamos: no -recordaba haberlo tenido igual desde la infancia. Muchos días comía en -el monte con el pastor, o con los sobrinos de Cecilio (de quienes se -hablará después); y aquella pitanza frugal y sabrosa, que le llevaban -en un pucherete Aquilina, Beatriz, o la misma Condesa, le sabía mejor -que los más refinados manjares de las mesas cortesanas. Pues cuando -improvisaban cena o almuerzo al aire libre, cocinando con escajos y -palitroques, sobre un trébede, en la sartén del pastor, unas rústicas -migas o cosa tal, el hombre gozaba lo indecible, y daba gracias a -Dios por haberle llevado a la vida salvaje. ¡Y luego el sosiego del -espíritu, la paz de la conciencia, la seguridad del mañana...! Nada -podía compararse a semejantes bienes, nuevos para él. Todo cuanto -del mundo conocía, de un orden distinto radicalmente, parecíale una -pesada broma del destino. Porque la vida de ciudad, durante los años -que a veces sin razón se llaman floridos, de los veinte a los treinta, -¿qué había sido más que suplicio sin término, humillación, ansiedad, -y cuanto malo existe? ¡Bendito salvajismo, bendita barbarie, que le -permitía lo más elemental, vivir! - -Los Borregos, que así nombraban a los dos sobrinos de Cecilio, -trabajadores a jornal en la finca, fueron los primeros compañeros de -vivienda del improvisado salvaje, y no tardaron en ser sus amigos, -maestros también en todo aquel rústico manejo. Más bárbaros no los -había criado Dios; pero tampoco más sencillotes ni de corazón más noble -y sano. Al principio, la epidermis moral de Urrea se lastimaba un poco -al rozarse con la corteza dura de aquellos infelices; pero no tardó en -criar callo, y si él al contacto se endurecía, los otros indudablemente -se suavizaban. Por las noches, al tumbarse sobre la paja rendidos, en -el breve rato que al sueño precedía, charlaban los tres, explicándose -cada cual según sus luces, y allí vierais confundida la barbarie y -la cultura, el fácil discurso y la jerga torpe, la inteligencia y la -superstición. El Borrego mayor, chicarrón de veintidós años, despuntaba -por su guapeza descocada y algo insolente; no solo se conceptuaba -hombre capaz de medirse en buena lid con el más pintado, sino que en -lo tocante al oficio de labrador no daba su brazo a torcer ni a los -más peritos. Todo se lo sabía; jactábase de conocer los secretos de la -tierra y de la atmósfera. Planta que él hincara en el suelo, de fijo -arraigaba y crecía como ninguna. Había inventado sin fin de reglas -de fisiología vegetal, de las cuales ni una sola fallaba, según él, -en la práctica. Sobre la fecundación, sobre las épocas de siembra y -trasplante, y la influencia misteriosa de las fases de la luna en la -vida de las plantas, contradecía con el mayor descaro el criterio de -los labradores viejos, defendiendo el suyo con arrogante terquedad. -A Urrea le encantaba este carácter inflexible, tenaz, basado en un -furibundo amor propio. Y más de una vez se preguntó: «En otra esfera, -con otra educación, Bartolomé, ¿qué sería?» El segundo Borrego era lo -contrario de su hermano, humilde, de voluntad perezosa, que fácilmente -se amoldaba a la voluntad ajena, corto de palabras, algo melancólico, -curioso y preguntón. Gustaba de que le contaran guerras, aventuras y -sucesos extraordinarios, y se enloquecía con las estampas, toda suerte -de muñecos pintados, aunque fueran los de las cajas de cerillas, que -le parecían tan hermosos como a nosotros los cuadros de Rafael y -Velázquez. Y Urrea se decía: «Isidrico en otra esfera y educado como -los muchachos finos, ¿qué sería?» - -Con estas reflexiones estudiaba José Antonio la Humanidad, al paso -que obtenía de la observación de la Naturaleza útiles enseñanzas. En -su anterior vida, no se había fijado en multitud de fenómenos que -le causaban maravilla. Hasta el cielo estrellado, en noches claras -y sin nubes, atraía su atención como cosa nueva y desconocida. Lo -había visto, sí, infinitas veces; pero nunca lo había visto tan bien, -ni recreádose tanto en su hermosura. Con esto, nuevas ideas iban -sustituyendo a las antiguas, que al modo de hoja seca se caían y eran -arrebatadas por el viento. Y todo el nuevo retoño cerebral venía -fuerte, anunciando una foliación y florescencia vigorosas. Él no cesaba -de repetirlo: era como nacer dos veces, la segunda por milagro de Dios, -en edad de hombre, conservando el recuerdo de la primera encarnación -para poder comparar, y apreciar mejor las ventajas de la segunda. - -Pocas veces tenían ocasión de hablarse Halma y su primo en aquellos -comienzos de la vida rústica, porque él trabajaba lejos de la casa. -Por la noche, después del rosario, o si cenaban en comunidad, la -señora le exhortaba en pocas palabras a seguir en aquel ordenado -comportamiento. Esto y los saludos de ritual, cuando por acaso se -encontraban en el campo, eran su única relación de palabra. Pero en -espíritu, Urrea no la separaba de sí: noche y día pensaba en ella, o -se la imaginaba, transfigurándola a su antojo. Nada más grato para -él que apreciar en los actos y expresiones de sus compañeros el gran -respeto que la señora les inspiraba. Y de tal modo en él mismo se había -fortalecido aquel respeto, que cuando la veía venir, se turbaba como un -chiquillo vergonzoso. Y por mucho que se estimara en su nuevo estado de -conciencia, cada día sentía crecer la distancia entre ambos, porque si -él se elevaba, ella subía desaforadamente. - -No eran pasados quince días de aprendizaje, cuando el novicio recibió -por Nazarín órdenes de trasladar su residencia. El buen clérigo -peregrino había estado tres días en San Agustín, acabando de extractar -el divino libro de la Paciencia, con empleo casi sublime de la suya, y -de vuelta a Pedralba, hizo limpieza, sin auxilio de nadie, de los dos -aposentos de la torre. Allá se estuvo toda una mañana, blanqueando las -paredes, lavando los pisos de baldosín, y extrayendo como podía cuanta -mugre había en los rincones. - ---Aquí estarás mejor que allá --dijo a Urrea por la noche, dándole -posesión de su nuevo domicilio, y mostrándole cama limpia y bien -mullida, y los muebles de madera relucientes--. Esto, querido Urrea, lo -hago por ti, que estás acostumbrado a la primera de las comodidades, -que es el aseo. Aquí la señora nos enseña a ser nuestros propios -criados, y yo te doy el ejemplo... - ---¡Vaya un ejemplo! Me lo da usted contrario, haciéndose mi sirviente. - ---No, bobito. Lo que yo hago esta semana, lo harás tú la próxima. - -Nazarín le tuteaba desde los primeros días, porque era en él añeja -costumbre. Poco fuerte en tratamientos, no abandonaba la forma familiar -más que ante personas de muchísimo respeto, como la Condesa, don -Remigio y otros tales. - ---Bueno --dijo el neófito--, yo no veo aquí más que una cama. ¿Acaso -tiene usted la suya en ese mechinal de al lado, junto a la escalera de -piedra? - ---Eso que llamas mechinal es un aposento precioso. Pasa y examínalo. -Tiene el suficiente espacio para mi lecho, que es esta tarima -forradita en una manta... ¿ves? ¡Qué lujo, qué gala!... y como yo, -aquí, no he de dar bailes, no necesito más cabida. ¿Ves? echadito en mi -tabla, con la cabeza toco en la pared de acá, y aún me falta una tercia -para tocar con los pies en la de enfrente. ¡Y si vieras qué abrigado es -esto! Lo que tiene es que en obscuridad compite con la boca de un lobo; -pero como yo no estoy aquí durante el día, y de noche puedo encender -luz, si quiero, me acomodo tan ricamente. En peores alcobas y camas he -dormido yo mucho tiempo. - ---Ya lo sé. Por eso está usted como está, y le tienen por hombre sin -seso. En fin, si ha de haber penitencias y privaciones, dénmelas a mí, -y verán qué pronto las acepto. - ---¡Penitencias, privaciones! Dios te las irá mandando cuando menos lo -pienses. Por el pronto, ¿no dices que te gustaba la holgada libertad -del pajar? Pues fastídiate. Ya no vuelves allá. ¡Aquí, en la torre, -preso! aguantando mis sermones, si se me ocurre endilgarte alguno, -rezando conmigo, sí señor, todo lo que a mí me dé la gana. - ---A eso estamos, padre Nazarín; pero en esta casa de la igualdad, -debemos alternar en las comodidades, digo, en las mortificaciones. -Una noche duermo yo en la cama y usted en la tarima, y a la noche -siguiente, cambiamos. - ---Eso lo veremos. No hay tanta igualdad como crees, ni debe haberla. -Por de pronto, yo estoy por encima de ti en edad, saber y gobierno, y -si te mando dormir en cama blanda, tendrás que fastidiarte. - -Al volver de cenar en el castillo, y antes de recogerse, charlaron otro -poco. - ---Pepe --le dijo Nazarín, sentándose en su tarima--, ¿sabes una cosa? -Después de cenar, mientras saliste a fumar tu cigarrito, la señora me -encargó que te advirtiese... - ---¿Qué? - ---Nada, no te asustes... ¡Si creerás que es algo de cuidado!... Y si -lo es, hijo, yo no lo sé... Pues que te advirtiera que si mañana, o -pasado, vamos, don Remigio y el señor de Amador te dicen alguna cosa -desagradable, algo que te lastime, procures no incomodarte. Tú no has -aprendido aún a sofocar la cólera, y en eso has de poner mucho cuidado, -José Antonio, porque la cólera es pecado muy feo. Ya sabes que cuantos -vivimos aquí hemos de ser sufridos, mansos y afrontar con semblante -sereno la ofensa, el ultraje mismo. Esto tienes que aprenderlo, Pepe, y -probar tu paciencia en la práctica, en la realidad. Si no, estás de más -en Pedralba. - ---¿Pero qué es eso que me van a decir el cura y Amador? ¡voto al hijo -de la Chápira! --gritó Urrea, disparándose. - ---Temprano empiezas --dijo Nazarín acercándose al lecho en que el otro -acababa de tumbarse--. ¡Pero, hombre, te estoy amonestando...! - ---¡A mí!... ¡decirme a mí!... ¿Pero qué? - ---¿Lo sé yo acaso, hijo de mi alma? - ---¡Oh! usted lo sabe, padre Nazarín, y si no, lo adivina, porque usted -lee en el pensamiento de las personas, y penetra las más recónditas -intenciones. - ---Que no sé, te digo... Cumplo mi encargo, y me callo. La señora -me manda advertirte que, oigas lo que oyeres, no te enfurezcas, ni -siquiera muestres enfado. Ella lo manda, Pepe. - ---Pues si ella lo manda, antes me vea muerto que desobediente... -Pero no sé, querido Nazarín, no sé lo que me pasa. Con lo que usted -me ha dicho..., siento que mi ser antiguo rebulle y patalea, como si -quisiera... ¡Ay! no se vuelve a nacer, ¿verdad? No muere uno para -seguir viviendo en otra forma y ser. Un hombre no puede ser... otro -hombre. - ---Indudablemente... uno no puede ser otro --dijo el apóstol sonriendo -benévolamente--. No canses tu cerebro con sutilezas. Déjalo descansar -en el sueño. - ---No podré dormir. - ---Rezaremos. Te contaré cuentos. Te arrullaré como a los niños. - ---Ni aun así dormiré... Mi tristeza, no sé qué punzante inquietud me -desvela. - ---Yo no quiero que estés triste, Pepe. Imítame a mí, que siempre vivo -en una alegría templada. - ---¡Oh, si pudiera...! Y no solo la tristeza. Paréceme que tengo fiebre. -Yo voy a caer malo. - ---Si caes malo --replicó el curita manchego, clavando en él una mirada -penetrante--, yo te cuidaré... y te salvaré de la muerte. - ---¡La muerte...! --exclamó Urrea con abatimiento, cerrando los ojos--. -¿Para qué defenderse de ella, cuando es la mejor, la única solución? - ---No te cuides tú de tu muerte. Dios se cuidará de eso. Ahora, hijo -mío, a dormir. - ---A dormir, sí... ¿Usted lo manda? - ---Lo deseo... - -Callaron, y poco después Urrea dormía, teniendo por guardián vigilante -a Nazarín, el cual, sentado junto al lecho, rezaba entre dientes. - - - - -II - - -Al día siguiente, hallándose el salvaje en la huerta, sintió el trote -de un caballo. Creyendo que se aproximaba don Remigio, miró con -sobresalto. Pero no; era Láinez, el médico de San Agustín, que iba -dos veces por semana a Pedralba, a celebrar consulta para todos los -pobres circunvecinos. Habíale ajustado la señora para este servicio, -temporalmente, mientras se arreglaba la instalación de un médico fijo -en la casa, para visitar y asistir a los enfermos de todo el término. -Se conocían los días de Láinez en que desde el amanecer asomaban por -aquellos vericuetos innumerables personas de cara hipocrática, lisiados -y cojos, unos con los ojos vendados, otros con la mano en cabestrillo, -este llevado en un carro, aquel arrastrándose como podía. La consulta -duraba toda la mañana, y por la tarde visitaba el doctor, por encargo -expreso de la Condesa, a los enfermos que vivían más próximos. - -Saludó Urrea cortésmente al médico cuando a su lado pasó, y estuvo -por preguntarle: «¿Tiene usted que decirme algo por encargo de don -Remigio?» Pero como Láinez no hizo más que contestar fríamente al -saludo, volvió el joven a su trabajo, silencioso y triste: «Vamos a -platicar un poquito con la tierra» --se decía, moviendo con fuerte -brazo la pala o el azadón. Y era verdad que hablaban tierra y hombre, -él contándole sus penas, ella diciéndole algo de sus misterios -impenetrables. Pero como la tierra es tan discreta, que no revela nada -de lo que con ella hablan ni los muertos ni los vivos, ignoro lo que se -comunicaron hombre y tierra. - -Por la tarde, salieron juntos Láinez y Amador. Urrea les miró alejarse, -dejando a las caballerías andar al paso. «De fijo hablan de mí» --se -dijo, mirándoles de lejos. Era una corazonada, un rasgo de adivinación -de los que no fallan, por misteriosa connivencia de los fluidos que al -parecer nos rodean. «Hablan de mí --volvió a decir José Antonio--, y -hablan mal. Tan cierto es esto, como que me alumbra el sol.» Y tornó -a contarle sus cuitas a la arcilla, teniendo por órgano a la pala, y -al revolver los esponjados terrones, y verlos quebrarse al sol, oía de -ellos vagorosas respuestas. - -Amador y Láinez, alejándose despacito de Pedralba, hablaban del neófito -lo que este no podía saber ni aun preguntándoselo al terruño. - ---Pues verá usted --dijo el paleto hidalgo-- lo que pasó. El señor -Marqués de Feramor me mandó a decir con Alonso que si iba por Madrid, -no dejase de pasar a verle. Fui el lunes, como usted sabe, y don -Paquito me contó lo escandalizada que está toda la grandeza por -haberse colado aquí ese perdido de Urreíta. Allá creen que no viene -más que a engañarla, y sacarle el poco dinero que tiene, figurándose -religioso contrito, y embaucándola con santiguaciones, y farsas de -vida labradora. Yo creo lo mismo, amigo Láinez, porque el tal está tan -arrepentido como mi jaco; es hombre de historia sucia, y el primer -trapisonda de Madrid. Aquí nosotros, los buenos amigos de mi señora -la Condesa, los que estimamos y conocemos sus _inminentes_ virtudes, -debemos abrirle los ojos, para que vea el dragón que se le ha metido en -casa... - ---De eso se trata, amigo Amador --dijo el médico, hombrecillo de figura -mezquina, con un bigote atusado y gris, que parecía pegado con goma, -ojos mortecinos, cara rugosa, cabeza deforme y con poco pelo en el -occipucio--. Don Remigio ha recibido cartas de su tío don Modesto Díaz, -y de ello resulta que el tal Urrea es un histrión... - ---¿Un qué...? - ---Un histrión, que es lo mismo que decir un cómico. Finge sentimientos, -estados peculiares del ánimo, hace sus comedias con labia y mímica -perfectas, y ahí le tiene usted dando la castaña al lucero del alba... -Pues sí señor. No me gustó ese sujeto, la primera vez que le eché la -vista encima, y ha seguido... no gustándome. Es uno un poco lince, y ha -visto muchas monstruosidades de la materia y del espíritu... Pues verá -usted. Hablamos de esto don Remigio y yo... Naturalmente, Remigio es el -más abonado para... - ---Para llevar el gato al agua. - ---Y llamar la atención de la Condesa sobre el culebrón a que ha -dado abrigo en su seno --dijo Láinez, quedando muy satisfecho de la -figura--. Anteayer, Remigio soltó las primeras puntadas; pero la -señora, según él cuenta, le oyó con disgusto, y tuvo la generosidad, -¡parece increíble! de asegurar que su primo es un hombre de bien. - ---¿Sí?... pues no se libra de un sablazo gordo, o de otra cosa peor... -porque ese no es de los que se van sin algo entre las uñas. - ---Para mí ha venido con un fin interesado --dijo el doctor mirando -fijamente al otro caballero--, y si me apuran, añadiré que con un fin -siniestro... - ---¡Hombre, tanto no! - ---Se verá... Al tiempo. - -Llegados al sitio de separación, se detuvieron para concertar el día y -hora en que debían reunirse con don Remigio para convenir en la forma y -manera de ilustrar mancomunadamente a la señora de Pedralba sobre punto -tan delicado. Puestos de acuerdo, cada cual siguió su camino. - -Y dos días después, hallándose Urrea en el monte, vio venir tres -hombres a caballo por el sendero de San Agustín. A pesar de la -distancia enorme a la cual se detuvieron, su vista prodigiosa les -conoció al instante, y el corazón le dio un tremendo vuelco. Con -furia insana descargó tremendos golpes sobre el tronco del árbol que -partiendo estaba, y el leño, en el gemido que parecía exhalar al -recibir el hachazo, le decía: «Hablan de ti, y hablan mal.» - -Urrea les miraba, suspendiendo a ratos su tarea para volver a ella con -terrible ímpetu muscular, y le decía al tronco: «En tu lugar quisiera -coger a los tres.» Observó que cerca de la finca, los jinetes se -detenían, cual si tuvieran algo importante que discutir y concertar -antes de meterse en Pedralba. - -Don Remigio, alzándose nervioso sobre los estribos, y tan poseído de su -asunto como si en el púlpito estuviera, les dirigió esta retahíla, que -más bien arenga o sermón debía llamarse: - ---Señores y amigos, la cosa es grave, y es nuestro deber acudir -prontamente al remedio, auxiliando con desinteresado consejo a la -persona que tantos bienes ha traído a esta mísera tierra. Evitemos que -las intenciones de la santa Condesa sean defraudadas por un libertino. -Si yo le hubiera conocido, cuando por primera vez llegó a San Agustín, -habríale cortado el paso de Pedralba... ¡Ah, conmigo no se juega! -Pero yo estaba en la mayor inocencia respecto a ese caballerete, y le -agasajé en mi modesta casa, y le traje aquí. En la misma inocencia -candorosa vivían ustedes, mis buenos amigos, hasta que al fin, los -tres, por noticias fidedignas, hemos caído a un tiempo de nuestros -respectivos burros. Ahora bien... - ---Permítame un momento el señor cura --dijo Amador, acordándose de -una idea que debía ser agregada a los autos--. Una palabra nada más: -lo que tiene indignado al señor Marqués, a la familia, y a todos los -títulos de Madrid, es que, habiéndole dado a doña Catalina su legítima -sin merma ni descuento... Porque han de saber ustedes que parte de la -tal legítima había sido consumida por la señora allá en tierras del -Oriente. Pues bien: el señor Marqués, por darle gusto a don Manuel -Flórez, que era un alma de Dios, no quiso descontar los suplidos, y -entregó a su hermana el total de la herencia, o sean cuarenta mil y -pico de duros, creyendo que iba a ser empleado en obras de la religión -bendita... ¿Qué resultó? Que a los pocos días de entregarle el caudal, -este pillo de Urrea le sacó un _óbolo_ de cinco mil duros... Lo que -digo, la Condesa es un ángel, y como ángel no debiera andar suelto. -Opino yo que a los ángeles... - ---Ya sabíamos lo de los cinco mil duros --dijo don Remigio, anhelante -de recobrar la palabra--. Lo que ustedes no saben es que poco antes de -venir la señora a Pedralba, ese aventurero le proponía una contrata -para traer acá las cenizas del Conde de Halma, encargándose él de todo -por otros cinco mil pesos. - ---Es un punto terrible --indicó Amador--. El Marqués dice, y tiene -razón: «doy mis intereses para el cultivo de la fe y el fomento de la -caridad, mas no para que un perdido se ría de Dios, de mi hermana y de -mí». - ---Muy bien dicho --prosiguió el cura, cogiendo la palabra con propósito -de no soltarla más--. Pues yo, que por añeja costumbre dialéctica, me -voy siempre derecho a las causas, y cuando veo un mal, busco el origen -para atacarle en él, lo mismo que hace Láinez con las enfermedades, -en este caso, advirtiendo que corren sucias las aguas, me voy al -manantial, y... en efecto, allí veo... En fin, señores, que todo lo -malo que advertimos en Pedralba, proviene de los vicios de origen, -de la defectuosa fundación. La idea de la señora Condesa es hermosa, -pero no ha sabido implantarla. La primera deficiencia que noto aquí -es que no hay cabeza. Y esto no puede ser. Para que la institución -marche, y se realice el santo propósito de la Condesa, es preciso que -al frente del establecimiento haya un director, y para que tenga mucha -autoridad, conviene que el tal director sea un eclesiástico. Declaro -que no tendría yo inconveniente en desempeñar la plaza, a pesar del -mucho trabajo y responsabilidad que puede traer consigo. Procuraría dar -ejecución práctica y visible a las ideas, a los elevados sentimientos -de caridad de la santa señora, y, modestia a un lado, creo que no me -sería difícil conseguirlo... Redactaría constituciones, en las cuales -derechos y deberes estuvieran muy claritos. Marcaría la raya entre lo -espiritual, _prima facies_, y lo temporal, que es lo secundario... -Daría denominación al instituto, estableciendo un distintivo, el cual -podría ser una cruz o varias cruces, de este o el otro color, que yo -llevaría cosidas en mi manteo... y si no yo, quien quiera que aquí -mandase con el nombre de Rector, Mampastor, o Guardián... Pero si es mi -propósito convencer a nuestra amiga de la necesidad de una dirección, -no está bien, ya lo comprenden ustedes, que yo a mí mismo me proponga -para ese modesto cargo. Y no es ambición, conste que no es ambición: en -último caso sería sacrificio, y de los grandes; pero a esas estamos. De -modo que si la señora, por inspiración divina, admite mis razones, y me -designa, no tendré más remedio que bajar la cabeza, con beneplácito del -señor Obispo, y mientras Su Ilustrísima no creyera conveniente disponer -de mi inutilidad para una parroquia de Madrid. - -Asintieron los otros dos con monosílabos. La cara de don Remigio echaba -chispas. - - - - -III - - ---Pues si el señor cura me promete no enfadarse --dijo Láinez después -de una pausa, en la cual se aseguró bien de sus ideas--, me permitiré -manifestarle que si apruebo lo de la dirección, pues sin dirección, o -llámese cabeza, no hay nada, no estoy de acuerdo con que el director -sea sacerdote. Que haya un eclesiástico, o dos, o veinticinco, para lo -pertinente al gobierno espiritual, muy santo y muy bueno. Pero, o yo no -sé lo que me pesco, o la señora Condesa ha querido fundar un instituto -higiénico, hablando más propiamente, un sanatorio médico-quirúrgico, -con vistas a la religión. - ---¡Hombre! - ---Déjeme seguir: El socorro de la indigencia, el alivio del dolor -humano, la asistencia de los enfermos, la custodia de los locos, la -práctica, en fin, de las obras de misericordia, da una importancia -desmedida al _elemento_ médico-quirúrgico-farmacéutico. Yo soy muy -práctico, reconozco la importancia del _elemento_ sacerdotal en -un organismo de esta clase; es más, creo que el tal _elemento_ es -indispensable; pero la dirección, señores, opino, respetando el parecer -del señor cura, opino, entiendo yo... que debe ser encomendada a la -ciencia. - ---¡Hombre, por Dios, no sea usted...! - ---Permítame... - ---No, si no es eso. Equivoca usted los términos... - ---¡Vaya, hombre! Yo concedo... - ---¡La ciencia! Medrados estaríamos... - ---Yo concedo... - ---Distingamos, señores... - -Y un rato estuvieron los tres quitándose uno a otro la palabra de la -boca, y tiroteándose con pedazos de expresiones. - ---Yo concedo --dijo Láinez, consiguiendo al fin acabar una frase--, que -la piedad, la fe sean el corazón de este organismo; pero la cabeza no -puede ser más que la ciencia. - ---¡Potras corvas! que alguna vez me ha de tocar a mí --gritó Amador -furioso, viendo que don Remigio rompía nuevamente, y que no había -manera de atajarle--. ¿Digo yo, o no digo mi parecer? Porque si ustedes -se lo parlan todo, ¡caracoles! estoy aquí de más... Pues entro en el -ajo como tercero en discordia, y digo que los señores _propinantes_ -barren para dentro, cada cual mirando por su casa y oficio, este para -la Iglesia, este para la Facultad. Pues yo digo que ni lo _juno_ ni lo -_jotro_, ¡caracoles! y que la dirección debe ser administrativa, lo -dicho, administrativa. Porque aquí lo primero es asegurar la olla para -todos, y no se asegura la olla sino trabajando la tierra, y sabiendo -después cómo se distribuye el fruto entre estas y las otras bocas. -Bueno que tengamos el _elemento_ tal..., religión, bueno; el _elemento_ -cual..., medicina, bueno. Pero para que estos puedan concordarse -y vivir el uno enclavijado en el otro, se necesita del _elemento_ -primero, que es el trabajo, el orden, la cuenta y razón, la labranza -de la tierra, y esto no puede hacerlo la Iglesia ni la Facultad. ¡Ah! -como ustedes no le saquen su fruto a la tierra, a fuerza de machacar -en ella, ¿con qué potras van a sostener la institución? ¿de dónde -van a salir estas misas? En Pedralba, lo primero es poner la finca -en condiciones, pues... Hoy da cuatro; debe y puede dar cuarenta, y -cuando los dé, vengan pobres, y vengan tullidos, y dementes, y tiñosos, -y ciegos, para sanarlos a todos. Lo demás, es andarse por las ramas, -y empezar las cosas por el fin. La dirección debe ser agrícola y -administrativa, y aquí no hay más pontífice del campo que _este cura_, -yo mismo, y para concluir, sepan que esos son los deseos del señor -Marqués de Feramor, según carta que tengo aquí y que puedo enseñarles. - -Callaron un rato el médico y el cura, como agobiados bajo la pesadumbre -del último argumento presentado por Amador; pero el ingenioso don -Remigio no tardó en recobrarse, y con nuevos y sutiles razonamientos, -pegó la hebra en esta forma: - ---¡Pero mi querido Amador, si el señor Marqués no es quien ha de -decidirlo! No niego yo su respetabilidad, ni su autoridad, ni sus -excelentes deseos; pero hay que desengañarse, el señor Marqués no toca -pito, no puede tocarlo en un asunto que es de exclusiva competencia de -su señora hermana. - ---Hemos convenido, amigo don Remigio --dijo Amador--, en que la -Condesa es un ángel... - ---Un ángel del cielo... - ---Los del cielo no sé; pero los de la tierra necesitan curador. Dejemos -a la virtuosísima, a la celestial doña Catalina de Halma entregada -solita a sus piedades, y a las blanduras de su corazón, y dentro de dos -años tendrá la finca embargada. - ---Se equivoca usted, Amador. La señora sabe cuidar de sus intereses. - ---Pero la señora no labra las tierras, cree que con labrar el cielo -basta, y el trigo y la cebada, ¡caracoles! y los garbanzos y las -patatas, no veo yo que nazcan de nubes arriba. - ---También arriba nacen, señor de Amador, y nuestro Padre celestial, que -da ciento por uno, derrama sus dones sobre los que con fervor le adoran. - ---Si yo no siembro, nada cogeré, por más que me pase el día y la noche -engarzando rosarios y potras. Don Remigio, todo eso del misticismo -eclesiástico y de la santísima fe católica, es cosa muy buena, pero -hace falta trigo para vivir. Señores, pongámonos en el ajo de lo -positivo. Coloquémonos _bajo el prisma_ de que el primero de los dogmas -sagrados es la alimentación. - ---¡Hombre!... - ---La alimentación he dicho, ¡caracoles! Díganme: donde no hay -manutención, ¿qué hay? - ---No exageremos --replicó Láinez, que un gran trecho había permanecido -silencioso--. Concediendo toda la importancia al _aspecto_ -administrativo, yo creo que la dirección... no nos apartemos del tema, -señores, creo que la dirección no debe ser agrícola ni administrativa. -Esto no es una granja. - ---Yo digo que sí, una granja hospitalaria y monacal. - ---No es eso. - ---Y aunque lo fuera --añadió el médico--, la dirección debe correr a -cargo de la ciencia, que todo lo abarca, la ciencia, señores, que... - ---¡Hombre, no nos dé usted más la tabarra con su cansada ciencia! -Porque francamente, si en estas cosas, nos pone usted a la religión -bajo la férula de una casquivana como la ciencia, la religión tendrá -que inhibirse y decir: «allá vosotros». - ---No señor, porque la ciencia... - ---En resumen --chilló don Remigio, algo quemado--, que usted propondrá -a la señora que le nombre jefe omnímodo de Pedralba, con poder sobre el -director espiritual y sobre todo bicho viviente. - ---¡Oh, no vengo yo aquí a trabajar _pro domo mea_! Pero si doña -Catalina de Halma se digna tomar en consideración mi dictamen, y -después de establecer la dirección científica, me hace el honor de -designarme para ese puesto, no rehusaré, no señor, tendré a mucha -gloria el desempeñarlo. - ---Pero como la señora no aceptará tal desatino, mi querido Láinez... No -se enfade, no quiero ofenderle... - ---Paz, señores, paz --dijo Amador notando en Láinez temblores del -bigotillo pegado, y en don Remigio una vertiginosa movilidad de los -ojos, las gafas, la nariz y las manos--, y ya que no nos pongamos de -acuerdo, no llevemos a la señora, en vez de consejo sano y prudente, un -embrollo de mil demonios. - ---Está en lo cierto el amigo Amador --manifestó don Remigio recobrando -su habitual placidez--; la verdad es que hemos olvidado la cuestión -concreta, en la cual estamos de acuerdo, para meternos en una cuestión -constituyente, que nosotros no hemos de resolver; al menos hasta ahora -la ilustre dama no nos ha consultado sobre la manera de organizar el -Instituto Pedralbense. ¿Estamos conformes en que debemos aconsejarle la -eliminación, no digo la expulsión, la eliminación del acogido don José -Antonio de Urrea? - ---Sí --contestaron los otros. - ---Pues no hay más que hablar. Yo tomaré la palabra en nombre de los -tres. - ---Convenido. - ---Y si en el curso de la conferencia, apunta el otro problema, el magno -problema, lo trataremos, lo discutiremos, cada cual dirá su parecer, -y allá la señora Condesa que resuelva. Es sensible que sobre el punto -grave de la organización no le llevemos una idea unánime. Vean ustedes: -ninguno de los tres es ambicioso, y no obstante, lo parecemos. Si cada -cual expresara ante la fundadora de Pedralba sus opiniones en la forma -que lo hemos hecho por el camino, lejos de ilustrarla, la llenaríamos -de confusiones, y turbaríamos la tranquilidad de su grande espíritu. -Dejémosla, que ella sola, con la ayuda del Espíritu Santo, sin oír -nuestras proposiciones radicales y un tantico interesadas, ha de llegar -a la posesión de la verdad. Las dificultades que la práctica le vaya -ofreciendo le han de hacer comprender, aunque el Divino Espíritu no -le diga nada, la necesidad de una dirección en cabeza masculina, y el -carácter que esta dirección debe tener. - -Tan acertadas y discretas razones cayeron muy bien en los oídos de los -otros dos caballeros, y como ya estaban a poca distancia del castillo, -pusieron punto a su conversación, y se aproximaron con semblante -risueño, viendo que la misma señora Condesa salía a recibirles -afectuosa. - - - - -IV - - -Por la tarde, Urrea y el mayor de los Borregos estuvieron dando vuelta -a la tierra con el arado en una de las piezas de sembradura próximas -a la casa. Nazarín y el Borrego chico regaron los plantíos nuevos de -la huerta, a mano, con cubos y regadera, y después escardaron los -bancales, que con los abundantes riegos de días anteriores, habían -formado costra. Silencioso y atento a su trabajo, el clérigo no hablaba -con su compañero más que lo preciso. Ladislao había ido a la fuente del -monte, a traer la ropa lavada por Aquilina, y los chicos, después de -dar la lección con Halma, se fueron a jugar con los nietos de Cecilio -en el campo frontero a la casa de abajo. En la cocina se hallaba la -Condesa, de mandil al cinto, fregoteando la loza, cuando Beatriz, que -arriba trajinaba, bajó a anunciarle la llegada de los tres señores a -caballo. - ---¡Ah! no les esperaba tan pronto --dijo la dama, preparándose para -recibirles decorosamente--. Vienen como en son de capítulo o consejo. -¿No sabes a qué? Luego lo sabrás. - ---Me figuro que será para que admitamos a las tres ancianas enfermas de -Colmenar, que quieren venir a Pedralba. Yo creo que tendremos local, -pasándome yo al cuarto de Aquilina. - ---No es eso: las tres viejecitas llegarán el lunes. Las acomodaremos -como se pueda, hasta que el maestro nos arregle los cuartos del Norte. -Nuestros tres amigos vienen a otro asunto, muy delicado por cierto, del -cual me habló anteayer don Remigio. Quiera Dios iluminarles para que -conozcan cuán injusto... En fin, no puedo contártelo ahora; es cosa -larga. - -Salió la señora al encuentro de los viajeros, y subieron los cuatro -a la única habitación de la casa, propia para visitas, y aun para -cónclaves tan solemnes como el que aquel día en Pedralba se celebraba, -porque tenía dotación de sillas hasta para seis personas, y un sofá de -principios de siglo con asientos de crin, que a la legua transcendía -a cosa eclesiástica y capitular. Encerrados allí la Condesa y sus -tres amigos, discutieron y peroraron todo lo que les dio la gana, sin -que fuera de la estancia se sintiese rumor alguno, ni había tampoco -por allí oreja humana que lo recogiese. A la hora y media, más bien -más que menos, salieron, y se marcharon como habían venido. Nadie -supo lo que allí con tanto sigilo se había tratado, ni ninguno de los -huéspedes de Pedralba, fuera de Urrea, sentía comezón de curiosidad -por aquella desusada reunión. Por la noche, en el rosario y cena, notó -el ex-calavera muy encendidos los ojos de su prima. Sin duda había -llorado. Concluida la cena, y cuando se despedían para marchar cada -cual a su dormitorio, la señora dijo a Urrea: - ---Poco te ha durado el buen acomodo del cuartito de la torre: tú y el -padre tendréis que iros a la casa de abajo, porque necesitamos alojar -aquí a tres ancianitas. Se os llevarán las camas allá. Ten paciencia, -Pepe. Para eso y para todo te recomiendo la paciencia, sin la cual nada -de provecho haríamos aquí. - -Y no dijo más, ni él se atrevió a expresar cosa alguna, pues al -intentarlo se le ponía un nudo en la garganta. La señora, después de -dar a cada cual la orden de trabajo para el día siguiente, se retiró. -A Beatriz le tocaba aquella noche la función de conserjería, cerrar -puertas y ventanas, apagar fuegos y luces, cuidando de que todos, -media hora después de la cena, entrasen en sus respectivos aposentos. -Buscándole las vueltas para cogerla sola, Urrea pudo cambiar con ella -algunas palabras, cuando atrancaba la puerta del Norte, después de -cerrar el gallinero. - ---Beatriz, por lo que más quieras en el mundo, dime qué han venido a -tratar con mi prima esos tres facinerosos. - ---¡Jesús, yo no sé! - ---Sí lo sabes. Dímelo por Dios. - ---Te has olvidado de una de las principales reglas que nos ha impuesto -la señora. Aquí no se permite contar lo que pasa, ni llevar y traer -cuentos. Cada cual ocúpese en desempeñar su trabajo, sin cuidarse de lo -que digan o hagan los demás. - ---Es verdad... Pero como sin duda se trata de alguna conspiración -contra mí, tengo que defenderme. - ---Yo no sé nada, José Antonio, no me preguntes. - ---Pues dime solo una cosa. ¿Ha llorado mi prima? - ---Eso no puedo negártelo, porque bien se le conoce en los ojos. - ---¿Y sabes el motivo? - ---¡Oh, el motivo!... Que no puede hacer todo el bien que quiere. Su -alma tiene grandes alas; pero la jaula es corta... Y no más. Silencio -te digo, y retírate. - -No tuvo más remedio el pobre novicio que meterse en su aposento de la -torre, donde encontró a Nazarín de rodillas frente a la imagen del -Crucificado. El farolito que alumbraba la estancia estaba en el suelo: -iluminadas de abajo arriba las dos figuras vivientes y el estrambótico -mueblaje, resultaba todo de un aspecto sepulcral. En el profundo -abatimiento de su espíritu, Urrea se creyó en un panteón. Echándose en -la cama, como para tomar la postura del sueño eterno, y sin esperar a -que el apóstol peregrino acabase su rezo, le dijo: - ---Padre, ¿se fijó usted en los ojos de mi prima? - ---Sí, hijo mío --replicó el clérigo, siguiendo de hinojos, y moviendo -tan solo la cabeza para mirarle--. La señora Condesa, nuestra reina, -nuestra madre, ¡ay!, ha llorado mucho. - ---¿Se enteró usted del conciliábulo? - ---Sé que llegaron juntos esos tres señores, y estuvieron aquí largo -rato. Como no me importa, ni es cosa de mi incumbencia, no tengo más -que decir. - ---Creo firmemente que se han reunido para expulsarme de aquí, y que -obedecen a intrigas de mi primo Feramor. Me lo dice el corazón, me lo -dice la tierra cuando la labro, los troncos cuando les pego con el -hacha, me lo dicen los bueyes cuando les pongo el yugo. No puede haber -equivocación en esto; el vivir en medio de la Naturaleza, rodeado de -soledad, le hace a uno adivino. - ---Si eso fuera cierto --dijo Nazarín levantándose, y acudiendo a él con -ademán afectuoso--, si en efecto, por estas o las otras razones, se te -mandara salir de Pedralba... - ---Ya sé lo que usted me dirá... que me vaya, es decir, que me muera. - ---Estamos aquí para la obediencia, para la resignación, para no tener -voluntad propia. Ya me ves a mí: toma mi ejemplo. - ---¿Pero usted no considera que lanzarme de aquí es ponerme en brazos de -la muerte? - ---¿Por qué? Dios velará por ti. - ---¿Y a dónde voy yo, padre? - ---Al mundo, a otra soledad como esta, que encontrarás fácilmente. -Búscala, que nada abunda tanto en la tierra como la soledad. - ---No, no: yo, fuera de aquí, soy hombre concluido. Halma debe suponer -que mi expulsión de Pedralba es mi sentencia de muerte. Dígaselo usted. - ---Yo no puedo decir eso a la señora, ni nada. Asilado como tú, la regla -me prohíbe hablar al superior, cuando este no me habla. Contesto a lo -que me preguntan, y nada más. - ---Pues se lo diré yo, le diré que desconfíe de esa gente infame... - ---No hables mal, no injuries, no aborrezcas. - ---¡Ah! Nazarín es un santo: yo quisiera serlo, pero la maldad antigua, -la que existe allá en los sedimentos del corazón no me deja. - ---Porque tú quieres. Lucha con tus malas pasiones, pídele a Dios -auxilio, y vencerás. Es menos difícil de lo que parece. Si alguien -te causa agravios, perdónale; si te injurian, no respondas con otras -injurias; si te hieren, resístelo y calla; si te persiguen en una -ciudad, huyes a otra; si te expulsan, te vas, y donde quiera que estés, -arranca de tu corazón el anhelo de venganza para poner en él el amor -de tus enemigos. - ---Y haré todo eso, que es muy hermoso, sí, muy hermoso --dijo Urrea con -ligerísima inflexión irónica--; pero antes de adoptar vida tan santa, -quiero despedirme del mundo con una satisfacción: le cortaré la cabeza -a don Remigio, que es el alma de este complot indigno. - ---Hijo mío, parece que estás loco --díjole Nazarín, posando la palma -de su mano sobre la frente ardorosa del calavera reformado--. Pero qué -absurdos se te ocurren. ¡Matar! - ---¿Pues no me matan a mí? - ---Privarte de estar aquí no es darte la muerte. - ---Me la daré yo si me arrojan. - ---Bah, eres un niño; pero yo estoy al cuidado tuyo, y procuraré que no -hagas mañas. - ---No puedo, no podré vivir fuera de aquí... Cuando salga, o me arrojaré -con una piedra al cuello en el primer río por donde pase, o buscaré un -abismo bien negro y profundo que quiera recoger mis pobres huesos. - -Su pecho se inflaba. Una opresión fortísima en la caja torácica le -impedía expulsar todo el aire recogido por sus ávidos pulmones. Se -ahogaba; le faltó la voz, y de su garganta salía un gemido angustioso. -Al fin rompió a llorar como un niño. - ---Llora, llora todo lo que quieras --le dijo el curita manchego -sentándose a su lado--. Eso es bueno. Las penas de la infancia, con el -lloro quedan reducidas a nada. - ---¡Ah, bendito Nazarín --exclamó Urrea entre sollozos, estrechándole la -mano--, soy muy desgraciado! Reconozca usted que no hay infortunio como -el mío. - ---Pues hijo, de poco te quejas. Tú eras malo, muy malo, tú mismo me lo -has dicho. La señora Condesa quiso corregirte, y lo ha conseguido hasta -un punto del cual no ha podido pasar. Pero luego viene Dios a completar -la obra, te coge por su cuenta, y te manda adversidades y amarguras -para que con ellas puedas alcanzar tu completa reforma. Bendice la -mano que te hiere, resígnate, anúlate, y sentirás en tu alma un grande -alivio. - ---No podré... no podré... --replicó José Antonio, afectado de una gran -inquietud nerviosa--. Usted, como santo, ve todo eso muy fácil... y -naturalmente, por ser usted así, dicen que está loco... No lo está, -yo sé que no lo está... pero por eso lo dicen, por no ser usted -humano como yo... Fórmeme a su imagen y semejanza, hágame divino, -y entonces... ¡ah! entonces yo también perdonaré las injurias, y -bendeciré la mano negra de don Remigio que me hiere, y la boca sucia de -Láinez que me escupe. - -Y como si le pincharan, saltó del lecho, gritando: - ---No puedo, no puedo estar en ese potro... Necesito salir, respirar el -aire, ver las estrellas... - ---Salir al campo es imposible: la regla no lo consiente, y además, la -puerta está cerrada. - ---Pues yo quiero salir, correr... ver el cielo. - ---Abriendo la ventana lo verás. Ven: ahí lo tienes. ¡Cuán hermoso esta -noche! - -Ambos contemplaron un instante el estrellado firmamento, y ante la -inmensidad muda, indiferente a nuestras desdichas, Urrea sintió crecer -su inmensa pena. Retirándose de la ventana, dijo suspirando: - ---Padre Nazarín, si usted me quiere, hable de esto con mi prima. - ---Yo no puedo hablar de esto ni de nada. ¿Qué soy yo aquí? Nadie, un -triste acogido. Ni tengo autoridad, ni voz, ni opinión, y solo en caso -de que la señora me preguntara, le manifestaría mi humilde parecer. -Calificado de demente, me han puesto en esta santa casa al amparo de la -sublime caridad de la Condesa de Halma. Figúrate tú si es posible que -esta pida consejo a un hombre cuya razón se cree perturbada, y si yo a -dárselo me atreviera, figúrate el caso que haría de mí. - ---Catalina, como yo, no cree que nuestro querido Nazarín padezca de -enajenación. Esas son vulgaridades en que un espíritu superior como el -suyo no puede incurrir. Sabe que usted posee la verdad divina, y que su -voz es la voz de Dios... - ---No digas desatinos, Pepe. Confórmate con lo que el Señor disponga de -ti. No luches contra su poder... entrégate. - -Urrea se arrojó en una silla, abatiendo sus brazos como un hombre -rendido de luchar. - ---Aunque usted todo lo sabe y todo lo penetra --dijo después de una -larga pausa--, yo necesito confiarle cuanto hay dentro de mí. Más que -por deber, lo hago por necesidad, porque el corazón no me cabe en el -pecho, porque me ahogo si no le cuento a alguien mi pena, la causa de -mi pena, y la imposibilidad del remedio de mi pena. - ---Pues sentémonos aquí, y cuéntame todo lo que quieras, que si no -tienes sueño, yo tampoco, y así pasaremos la noche. - -Tanto y tanto habló Urrea que, al concluir, ya palidecían las -estrellas, y se difundía por el cielo la purísima luz del alba. - - - - -V - - -A las nueve de la mañana, Halma y Beatriz, en un cuarto de los altos, -daban las últimas puntadas en las sábanas y colchas para las camas -de las viejas que pronto entrarían en la comunidad de Pedralba. Con -tiempo por delante, trabajo entre las manos, y sin testigo que las -cohibiese, hablaron largamente. - ---Conque ya ves --decía la Condesa--, cuando yo pensaba que en esta -soledad no vendrían a turbarnos las pasiones que hemos dejado allá, -resulta que la sociedad por todas partes se filtra; cuando creíamos -estar solas con Dios y nuestra conciencia, viene también el mundo, -vienen también los intereses mundanos a decir: «Aquí estoy, aquí -estamos. Si te vas al desierto, al desierto te seguiremos.» - ---¡Vaya, que es tecla la de esos señores! --replicó Beatriz--. ¿Qué -daño les hace el pobrecito José Antonio? - ---Este tumulto ha sido movido por mi hermano y otras personas de la -familia, que no ven nunca más que el lado malicioso y grosero de las -cosas humanas. Las almas tienen ojos: las hay ciegas, las hay miopes, -las hay enfermas de la vista... En casa de mi hermano se reúne gente -frívola y vana. Yo les perdono las mil ridiculeces que han dicho de mí; -creí que nunca más tendría que pensar en tales malicias ni aun para -perdonarlas. A mis hermanos les compadezco por ignorar que no siempre -prevalece en las almas la maldad, y que una conciencia dañada puede -purificarse. No creen; hablan mucho de Dios, admiran sus obras en la -Naturaleza, pero no saben admirarlas ni entenderlas en la conciencia -humana. No son malos, pero tampoco son buenos; viven en ese nivel -medio moral a que se debe toda la vulgaridad y toda la insulsez de la -sociedad presente. A tales personas, hazles comprender que nuestro -pobre José Antonio se ha corregido, que no es aquel hombre, sino -otro. Semejante prodigio no entra en aquellas cabezas atiborradas de -política, de falsa piedad y de una moral compuesta y bonita para uso de -las familias elegantes. - -Antes de referir lo que dijo Beatriz, conviene manifestar que, -habiéndole ordenado una y otra vez la Condesa que la tutease, hizo los -imposibles por complacerla, sin poder conseguirlo más que a medias. -La obediencia y el respeto en su lengua se tropezaban, dando lugar a -fenómenos rarísimos. Cuando estaban las dos en la cocina o lavando -ropa, y surgía conversación sobre cualquier asunto doméstico, la mujer -de pueblo llamaba de tú sin gran esfuerzo a la señora. Pero cuando -se hallaban en el piso alto de la casa, y recaía la conversación en -cualquier punto que no fuera del trajín diario, se le resistía el -empleo de la forma familiar, vamos, que con toda la voluntad del mundo, -no podía, Señor, no podía. - ---¡Y por esas cosas perversas que piensan los de Madrid --dijo -Beatriz--, tendrá la señora que arrojar de aquí a su primo! ¡Lástima -grande, porque el pobrecito cumple bien, y es tan gustoso de esta vida -del campo! - ---¡Arrojarle! Nunca he pensado en ello. Sería una crueldad. Le -defenderé mientras pueda, y creo que antes se cansarán ellos de -atacarle que yo de defenderle. Pero presumo, mi querida Beatriz, que -este negocio de mi primo ha de ocasionarme algún trastorno en mi pobre -ínsula, si esos señores insisten en señalarle como un peligro para mí -y para Pedralba. Yo desprecio la opinión aviesa y calumniosa; pero tal -podrá llegar a ser la que se ha formado en Madrid contra mí por haber -admitido aquí al pobre Pepe, que no habrá más remedio que tenerla en -cuenta. Podrían sobrevenir sucesos que dieran al traste con nuestro -humilde reino, porque las autoridades eclesiásticas me retirarán su -protección, dejándome sola, la autoridad civil me mirará también con -malos ojos, y ¡adiós Pedralba, adiós nuestra dichosa soledad, adiós -nuestros días serenos consagrados a Dios y a los pobres! - ---Eso no puede ser --dijo Beatriz muy convencida--. El Señor no lo -consentirá. - ---El Señor lo consentirá por darme un sufrimiento más, y acabar de -probarme. El Señor, que me afligió, cuando a bien lo tuvo, con tantas -desdichas, ahora me envía la mayor y más dolorosa, mi honra puesta en -duda, Beatriz, y... - ---¡_Tu_ honra! --exclamó Beatriz irguiéndose altanera, y por primera -vez empleó el _tu_ en un asunto grave--. No, yo digo que eso no puede -ser, y si la honra de la mujer más santa que existe en el mundo no -brilla como el sol, digo que el Infierno se ha desatado sobre la tierra. - ---Calma, calma. El Infierno está donde estaba, las gentes mentirosas -y frívolas hacen hoy lo que han hecho siempre, y mi conciencia, -traspasada de parte a parte por la mirada de Dios, resplandece gozosa -delante de todos los infiernos y de todas las maldades habidas y por -haber. Esto digo yo. - ---¡Y yo --exclamó Beatriz, presa de una súbita exaltación, -levantándose-- digo que _tú_ eres una santa, y que yo te adoro! - -Cayó a sus pies, como cuerpo muerto, y se los besó una y otra vez. - ---Levántate... déjame... no me gustan esos extremos --dijo Halma--. -Óyeme con tranquilidad. - ---No puedo, no puedo... ¡La idea de que ultrajan a mi reina y señora me -enloquece! - ---Ten calma y paciencia. ¿Qué te importa a ti ni a mí que me ultrajen? -¿No nos desagravia Dios al instante, dándonos la alegría del padecer, -esa felicidad que ellos no conocen?... Déjame seguir, y que acabe de -explicarte la causa de lo turbada que estoy. - ---Ya escucho --dijo Beatriz sentándose, pero sin atender a la costura. - ---Pues reducido el caso de José Antonio a cuestión pura de conciencia, -nada temo. Soy inocente, él también, y Dios lo sabe. Desprecio los -juicios de la frivolidad humana, y sigo impávida mi camino. Pero -como no somos libres, como dependemos de una autoridad, de varias -autoridades, si retengo a mi primo en Pedralba, corre peligro nuestra -pobre ínsula religiosa, esta ciudad, o más bien aldea de Dios que tanto -trabajo me ha costado fundar. Aquí tienes el horroroso conflicto en que -me veo. Si Dios no se digna iluminarme, no sé cómo he de resolverlo... -Es triste, tristísimo, que para no aparecer como rebelde a la autoridad -eclesiástica, tenga que dar el golpe de gracia a un inocente, y -apartarlo de esta bendita vida... Nunca será justo ni caritativo que le -expulse; pero ¡ay! habré de exponerle la situación y suplicarle que nos -deje. - -Callaron ambas, volvieron a funcionar las agujas, y los picotazos de -estas y los suspiros de las dos costureras parecían continuar el triste -diálogo. Metida en sí misma, la Condesa prosiguió razonando así: - ---Es triste cosa que no se encuentre la paz ni aun en el desierto. Yo -ambicionaba crearme una pequeña sociedad mía, consagrada conmigo al -servicio de Dios; yo deseaba decirlo a la sociedad grande: «No te -quiero, abomino de ti, y me voy a formar, con cuatro piedras y una -docena de personas, mi pueblo ideal, con mis leyes y mis usos, todo -con independencia de ti...» Pero no puede ser. El organismo total es -tan poderoso, que no hay manera de sustraerse a él. La Iglesia, contra -la cual no tendré nunca acción ni pensamiento, no me deja mover sin -su permiso en este humilde rincón, donde me encierro con mi piedad -y el amor de mis semejantes. Para conservarme en la compañía de mis -hermanos, de mis hijos, tengo que transigir con las rutinas de fuera, -venidas de allá, del enemigo, del mundo. Huyo de él y me acosa, me -sigue a mi Tebaida, diciéndome: «Ni en lo más hondo de la tierra te -librarás de mí.» ¡Dios me dé luces para librarme de ti, sociedad -grande! ¡Deme paciencia para sufrirte, si no consiente mi emancipación! - -Una hora más tarde, hallándose la señora en la cocina, proseguía su -monólogo, y recobraba lentamente el admirable reposo de su espíritu. - ---Vaya, que es para tomarlo a risa. Yo creí que mi ínsula, oculta entre -estas breñas, viviría pobre y obscura, ni envidiosa ni envidiada. Y -ahora resulta que la cercan y la acosan las ambiciones humanas. ¡Pobre -ínsula, tan sola, tan retirada, y ya te salen por todas partes Sanchos -que quieren ser tus gobernadores! La Iglesia me pide la dirección de -esta humilde comunidad; la Ciencia, no queriendo ser menos, también -pretende colarse, y por último, solicita dirigirnos y gobernarnos... la -Administración. ¿Y qué haré yo ante tan apremiantes intrusos? El Señor -me dirá lo que tengo que hacer, el Señor no ha de dejarme indefensa y -vacilante en medio de este conflicto. ¡Obediencia, independencia!... -¡Oh, entre vosotras dos, dígame el Señor cómo he de componerme! - -Antes de comer, Beatriz, que en toda la temporada de Madrid, y en los -días de Pedralba, no había tenido ni ataques leves de su constitutivo -mal espasmódico, creyéndose por tan largo reposo completamente curada, -sintió amagos aquel día, sin duda por las emociones violentas de su -diálogo con la señora. Procuró esta tranquilizarla, asegurándole que -con la ayuda de Dios todo se arreglaría: para que se distrajera, y -amansara con un saludable ejercicio los desatados nervios, la mandó a -llevar la comida de Urrea y Nazarín al monte, donde ambos trabajaban. -Aquilina, que era la designada para esta comisión, se quedó en -Pedralba, y Beatriz, con su cesta a la cabeza, se puso en camino -gustosa de tomar el aire y divagar por el campo. - -Por la tarde llegó don Remigio de paseo, el cual se mostró con la -señora Condesa más amable que nunca, dándole palmaditas en el hombro, -diciéndole que no se apurase por lo que los tres amigos y vecinos le -habían manifestado el día anterior; que no procediera con precipitación -en el asunto de José Antonio, ni se disgustase por tener que darle la -licencia absoluta, pues él, don Remigio, con toda cautela y habilidad, -convidándole para una cacería en Torrelaguna, o pesca en el Jarama, -le convencería de la necesidad de presentar su dimisión de asilado -pedralbense... Y así se conciliaba todo, evitando a la señora la pena -de despedirle... Y tomando resueltamente el tono festivo, dejose -caer en el otro asunto. ¡Oh! lo de la dirección médico-farmacéutica -propuesta por Láinez era una graciosísima necedad... ¿Pues y lo de la -dirección aratoria y oficinesca, producto del caletre de don Pascual -Amador? Ya supuso él que la señora Condesa se desternillaría de -risa, en su fuero interno, oyendo tales despropósitos. La dirección -religiosa, sobre la base de una perfecta concordancia de ideas y -sentimientos entre el Rector y la fundadora, se caía de su peso, y con -tal organismo, no era difícil llevar a Pedralba por caminos gloriosos. - -Oyole Halma con benevolencia, sin soltar prenda en asunto tan delicado, -y hablaron luego de los trabajos de instalación, de lo que aún no se -había hecho, y de lo que se haría pronto para completar y redondear el -pensamiento. Todo lo encontró don Remigio acertadísimo, admirable, -superior. Y como la conversación recayese en Nazarín, se acordó de que -había recibido una carta para él. - ---Aquí está --dijo poniéndola en manos de la señora--. Aunque usted y -yo estamos autorizados para leerla, se la entrego sin abrir. Trae el -sello de Alcalá, y debe de ser de los infelices Ándara y Tinoco (el -_Sacrílego_), que ya están purgando sus delitos en aquel penal. Le -llaman sin duda, ¡pobrecillos!, y si de mí dependiera, le permitiría -que fuese y les consolara, dando vigor y salud a sus desdichadas -almas. Pero temo que me venga una ronca del Superior, si ese viaje -le consiento, aunque solo sea por pocos días. Piénselo usted, no -obstante, y si la señora Condesa toma la iniciativa, y acepta la -responsabilidad... - -Negose la dama a resolver sobre aquel punto, y ya que hablaban de -Nazarín, ambos le colmaron de elogios. - ---Es tan humilde --dijo don Remigio-- y su comportamiento tan ejemplar, -su obediencia tan absoluta, que si de mí dependiera, no tendría -inconveniente en darle de alta. ¿Ha notado usted, en el tiempo que aquí -lleva, algo por donde se confirme y corrobore la opinión de demente? - ---Nada, señor don Remigio. Sus actos todos, su lenguaje, son de una -cordura perfecta. - ---¿Ni siquiera un rasgo ligero de trastorno, algo que indique por lo -menos irregularidad en la ideación...? - ---Absolutamente nada. - ---Es particular. Vive como un santo; no ocasiona el menor disgusto, -discurre bien cuando se le incita a discurrir, calla cuando debe -callar, obedece siempre, trabaja sin descanso, y no obstante... no sé, -no sé... Láinez dice que su inteligencia se aplana poco a poco. - ---No lo creo yo así. - ---La Facultad sabrá lo que afirma. Si ese síntoma crece, llegará a un -estado de imbecilidad... Lo dice Láinez... ¿Ha notado usted indicios de -aplanamiento cerebral? - ---Ninguno. - ---¿Dificultad en coordinar las ideas, lentitud para expresarlas?... - ---No señor... - ---¿Habla usted con él a menudo? - ---Muy poco. - ---Pues conviene tantear esa inteligencia, presentándole temas difíciles -por vía de ejercicio. Así se verá si hay vigor o flaqueza en sus -facultades. Yo empleé este procedimiento no ha mucho con un primo -mío, que dio en padecer disturbios de la mente, y el resultado fue -desastroso. - ---Pues en este caso, me figuro que será lisonjero. Haga usted la -prueba. - ---Que sí, que sí. Mándemele allá mañana. - ---Irá; pero... Si usted me lo permite... --dijo la de Halma, -súbitamente asaltada de una idea. - ---¿Qué? - ---Antes de mandarle allá, haré yo un pequeño examen. - ---Corriente. Y luego me toca a mí, que he de ser duro, examinador -implacable. Mire usted: le propondré, para que me los desarrolle, los -puntos más difíciles de las Summas y de las... - ---¡Pobrecillo! No tanto... - ---Como no es más que una prueba, pronto se conoce si su inteligencia -declina. - ---Y aunque declinase un poco, por causa de la edad, de los disgustos, -su razón puede conservarse sin ningún extravío, y siendo así, debiera -el Superior devolverle las licencias. - ---Lo veremos. No digo que no... Señora mía, adiós. - ---Don Remigio, muchas gracias por todo. ¿No quiere tomar nada? - ---¡Oh, gracias! Fuera de mis horas, ya sabe que no... - ---¿Ni chocolate? - ---¡Oh! ¡golosinas de viejos! Señora, somos de la hornada moderna, de la -Facultad de Derecho... Adiós, que es tarde. Descansar. - ---Hasta cuando usted quiera, señor cura. - - - - -VI - - -Rezaron, cenaron. Al dar la señora la orden para los trabajos del día -siguiente, dijo al buen don Nazario: - ---Padre, mañana no va usted al monte, ni al prado, ni a la huerta, ni -quiero que ande moviendo piedras, ni cortando troncos. - ---¿Pues qué haré, señora? - ---Mañana descansa el cuerpo, y trabajará usted con la inteligencia. - ---¿Tengo que ir a San Agustín? - ---No señor. ¡Buena le espera allá con las _Summas_...! - ---Entonces... - ---De nueve a diez, a la hora en que concluyo mis tareas de la mañana, -le espero a usted arriba, en el cuarto de la costura, que es por ahora -nuestra sala capitular. - ---Está bien. - -Amaneció Dios, y Nazarín, despachada la obligación de sus oraciones -matutinas, se limpió y acicaló muy bien, vistiéndose con las ropas -de cura que le había dado don Remigio. Decía él, distinguiendo -cuerdamente entre cosas y cosas, que si en medio del pueblo, y haciendo -vida errante, no se cuidaba para nada de la prestancia personal, al -presentarse en el aposento de una tan principal y santa señora, llamado -expresamente por ella, debía revestirse de la forma más decorosa, sin -salir de su habitual sencillez. A las nueve y media en punto, ya se -hallaba en el lugar de la cita. Díjole su discípula que se esperase, -pues la señora no tardaría en subir, y a los pocos minutos entró doña -Catalina. Esta, con gran sorpresa de Beatriz, ordenó a esta que se -quedara. Sentáronse los tres. Pausa, y alguna tosecilla. Rompió Halma -el silencio diciendo: - ---Padre Nazarín, le llamo para que me dé su opinión sobre cosas muy -graves que ocurren... no, que amenazan a nuestra pobre Pedralba. -Apenas hemos nacido, y ya parece que estamos amenazados de muerte. No -encuentro la solución de este conflicto en que me veo; mi inteligencia -es muy corta; necesita ayuda, luces de otras inteligencias más claras -que la mía. Me hace falta el consejo de usted. - ---Honor inmenso es para mí, señora Condesa --replicó el peregrino con -voz grave, permaneciendo en una inmovilidad de estatua--. Yo estimo su -confianza, y corresponderé a ella diciéndole lo que tenga por acertado, -justo y bueno, conforme a la santa ley de Dios. En este caso, como en -todos, de mis labios no sale más que la verdad, la verdad, tal como en -mí la siento. - ---¿Adivina usted sobre qué quiero consultarle? - ---Sí señora. No es adivinación. He oído algo. - ---Un conflicto tremendo. - ---Para mí no lo es. - -Tanta seguridad desconcertó a la señora, y francamente, también hubo de -inquietarla un poco el que Nazarín, al verse consultado por ella, no -rompiese con un exordio de modestia, llamándose indigno, y protestando, -como es de rigor en casos tales, de su incapacidad, etc... - ---¿Que no es un conflicto tremendo? - ---Digo que no lo tengo yo por tal. - ---Y hace dos días que pido en vano al Señor y a la Virgen Santísima que -me iluminen para resolverlo. - ---Y la han iluminado a usted --dijo don Nazario, con un aplomo que -desconcertó más a la Condesa--. Y le han dicho: «En tu conciencia, -en tu corazón, tienes la clave de esto que llamas conflicto y no lo -es.» ¡Si está resuelto! ¡Si es claro como la luz! Perdóneme usted, -señora, si le hablo con una firmeza que podrá creer arrogante y hasta -irrespetuosa. Es que cuando creo poseer la verdad en asunto grande o -chico, no puedo menos de decirla, para que la oiga y se entere bien -aquel que de ella necesita. Si usted no ha visto aún esa verdad, -conviene que yo se la ponga delante de los ojos. Ahí va: ¡Expulsar -a José Antonio! Nunca. ¡Suplicarle que se retire! Tampoco. Es una -crueldad, una flaqueza, un pecado de barbarie casi homicida, que Dios -castigará, descargando sobre Pedralba su mano justiciera. - ---Si yo no quiero que salga, no, no --dijo Catalina, desconcertada ante -la energía que no esperaba sin duda en hombre tan manso. - ---Que no salga, no --repitió en voz queda la nazarista, que sentada en -una silla baja al otro extremo de la estancia, oía y callaba. - ---Bueno: pues no sale --prosiguió Halma--. Verdaderamente, sería -injusto. El infeliz se porta bien, es otro hombre. Pero sigo viendo -mi conflicto, señor don Nazario, porque al retener a José Antonio, -contrarío los deseos de personas respetabilísimas, cuyo enojo podría -ser funesto a Pedralba. La benevolencia de esas personas, que casi casi -son instituciones para mí, nos es necesaria. Veo difícil que podamos -vivir teniéndolas en contra. - ---La señora puede llevar adelante su empresa caritativa con respecto -a nuestro buen Urrea, sin que las personas que considera como -instituciones, tengan que intervenir para nada en los asuntos de -Pedralba. - ---¿Pero cómo puede ser eso? - ---No hay nada más sencillo, y es muy extraño que usted no lo vea. - ---Lo que extraño mucho --dijo Halma, inquieta y nerviosa--, es el -desahogo con que me niega la existencia del conflicto, sin añadir -razones para que yo vea fácil y hacedero lo que hoy tengo por difícil, -si no imposible. Espero de usted luces más claras para convencerme de -que el consejo que me da no es una vana fórmula. ¿Cree usted que puedo -indisponerme con don Remigio? - ---No señora: don Remigio es nuestro inmediato jefe espiritual, y le -debemos acatamiento y sumisión. No diré yo palabra ofensiva contra él, -le respeto mucho; estoy bajo su autoridad, que es paternal y dulce. -Los demás me importan menos... pero, en fin, a todos les respeto, -y cuando he dicho que el conflicto se resolvería fácilmente, no he -querido decir que para ello tuviera la señora que malquistarse con tan -dignas personas. Al contrario, puede seguir con ellas en relaciones -cordialísimas. - ---Don Nazario --dijo la Condesa, no ya nerviosa, sino sofocada, -levantándose--, yo no le entiendo a usted. - -Parecía natural que al ver en la gobernadora de Pedralba aquel -movimiento de impaciencia, Nazarín se aturrullara, y pidiera perdón, -dando por terminado el consejo. Levantose también respetuoso, y con -muchísima flema, y tocando suavemente el hombro de la Condesa, le dijo: - ---Tenga usted calma. No hemos concluido. - -Pausa. Sentados ambos de nuevo, sonaron otra vez las tosecillas, y -Nazarín prosiguió en esta forma: - ---Estoy seguro, segurísimo de que ha de entenderme pronto. Usted dice -para sí: «¿Pero este es el hombre que andaba por los caminos, errante, -descalzo, viviendo de limosna, practicando la ley de pobreza dada por -Jesucristo? ¿Y es el mismo que ahora se llega a mí, y con dureza me -habla, y me dice _siéntate_, como se le diría a un chiquillo de nuestra -escuela?...» Pues soy el mismo, señora. De limosna viví, de limosna -vivo. Soy como los pájaros que libres cantan, y enjaulados también... -El medio en que se vive... y se canta... algo ha de significar. Antes -cantaba yo para los pobres, y era como ellos, pobre y humilde; ahora -canto para los ricos, y he de hacerlo en tonos diferentes. Pero en -este caso, como en el otro, teniendo que decir una verdad que creo -útil a las almas, no están de más las formas austeras. Lo mismo -hacía entonces: que lo diga ésa. Cierto que usted es persona grande -y de notoria virtud; pero como ahora se halla en el caso de tomar -resoluciones graves, yo, su consejero en este momento, tengo que -revestirme de autoridad, de la misma autoridad que hube de emplear ante -la pobre mujer ignorante y pecadora. - ---Me trata usted, pues --dijo la Condesa, en el colmo de la -confusión--, como a pecadora... - ---Ya sé que no; ya sé que es usted persona virtuosísima; pero podría -dejar de serlo, si con tiempo no determinara variar de ideas sobre -puntos muy fundamentales. Necesita usted modificar radicalmente su -sistema de practicar la caridad, y su sistema de vida. Si así no lo -hiciere, podría perder el reposo, y con el reposo... hasta la misma -virtud. - ---No le entiendo a usted, no sé lo que quiere decirme --replicó Halma, -no ya inquieta, sino acongojada por los estupendos y no esperados -conceptos que el mendigo errante se permitía expresar--. Quiere decir -tal vez que no he sabido dar a mis proyectos de vida cristiana la forma -más aceptable. - ---No señora, no ha sabido usted. - ---¿Lo dice de veras? - ---Como digo que desde hace bastante tiempo la señora vive en una -equivocación lastimosa... pero desde hace mucho tiempo. No vaya a creer -que me duele pronunciar ante usted la verdad de lo que siento. Al -contrario, señora, gozo en manifestarla, y la manifestaría aunque viera -que usted no la oía con gusto. - ---Le aseguro a usted que, en verdad... no me sabe muy bien lo que me -dice... Según eso, el camino que emprendo no es el mejor... - ---Es buen camino, y por él se puede llegar a la perfección. Pero usted -no llegará, no señora. - ---¿Por qué? - ---Porque no... porque su camino es otro... y ahí está la equivocación. -Y yo llego a tiempo para decirle: «Señora Condesa, su camino de usted -no es ese, sino aquel.» - - - - -VII - - -Perpleja y aturdida oyó Catalina estas palabras, que a su parecer, en -las impresiones de aquel instante, desentonaban horriblemente. Creyó -escuchar una voz de muy lejos venida, y Nazarín se desfiguraba en su -imaginación, inspirándole miedo. Presumiendo que aún le faltaban por -decir cosas más desentonadas y peregrinas, se arrepentía de haberle -pedido consejo, y deseaba terminar el capítulo lo más pronto posible. -Beatriz, inquieta, no apartaba los ojos de la señora, cuyo azoramiento -leía en su expresivo semblante, y no pudiendo dudar de la inteligencia -y sinceridad del maestro, esperaba que este explanara sus verdades, -para que la ilustre fundadora desarrugase el ceño. - ---El camino de la señora Condesa no es este, sino aquel --repitió -Nazarín--, y ahora verá qué pronto se lo hago comprender. Lo primero: -la idea de dar a Pedralba una organización pública, semejante a la -de los institutos religiosos y caritativos que hoy existen, es un -grandísimo disparate. - ---Entonces, ¿qué organización debí dar...? - ---Ninguna. - ---¡Ninguna! ¿De modo que, según usted, el mejor sistema...? - ---Es la negación de todo sistema, en el caso concreto de Pedralba, y de -usted. - ---¿Y cómo ha de entenderse esa organización... negativa? - ---De una manera muy sencilla, y que no es la desorganización ni mucho -menos. Lo mismo que usted intenta hacer aquí en servicio de Dios y de -la humanidad desvalida, puede hacerlo, y lo hará mejor, estableciéndose -en una forma de absoluta libertad, de modo que ni la Iglesia, ni el -Estado, ni la familia de Feramor, puedan intervenir en sus asuntos, ni -pedirle cuentas de sus acciones. - ---Pues si usted me da la clave de esa organización desorganizada -y libre --dijo la Condesa irónicamente--, le declararé la primera -inteligencia del mundo. - ---No soy la primera inteligencia del mundo; pero Dios quiere que en -esta ocasión pueda yo manifestar verdades que avasallen y cautiven -su grande entendimiento, permitiéndole realizar los fines que se -propone. No ha comprendido usted el concepto de libertad que me -permití expresarle. Harto sabemos que toda libertad trae aparejada una -esclavitud. Ahora es usted esclava de la sociedad. Emancipándose de -esta, cambiará la forma de su libertad y también la de su cadena... - ---Señor Nazarín --dijo Halma levantándose segunda vez--, o usted se -burla de mí, o... - ---Déjeme seguir. Tenga paciencia. Hágame el favor de sentarse y -de oírme lo que aún me resta por decirle. Después, usted sigue mi -consejo, o lo desecha, según su albedrío. ¿En qué estaba usted pensando -al constituir en Pedralba un organismo semejante a los organismos -sociales que vemos por ahí, desvencijados, máquinas gastadas y viejas -que no funcionan bien? ¿A qué conduce eso de que su ínsula sea, no -la ínsula de usted, sino una provincia de la ínsula total? Desde el -momento en que la señora se pone de acuerdo con las autoridades civil -y eclesiástica para la admisión de estos o los otros desvalidos, -da derecho a las tales autoridades para que intervengan, vigilen y -pretendan gobernar aquí como en todas partes. En cuanto usted se mueve, -viene la Iglesia, y dice: «¡alto!», y viene el intruso Estado, y dice: -«¡alto!» Una y otro quieren inspeccionar. La tutela le quitará a usted -toda iniciativa. ¡Cuánto más sencillo y más práctico, señora de mi -alma, es que no funde cosa alguna, que prescinda de toda constitución -y reglamentos, y se constituya en familia, nada más que en familia, en -señora y reina de su casa particular! Dentro de las fronteras de su -casa libre, podrá usted amparar a los pobres que quiera, sentarles a su -mesa, y proceder como le inspiren su espíritu de caridad y su amor del -bien. - -La Condesa, al fin, callaba, y oía con profunda atención. - ---Y dicha esta verdad --prosiguió Nazarín--, voy a expresar otra, pues -no es una sola la que ha de guiar a usted por el buen camino: son dos, -o quizá tres, y puesto yo a decirlas, no he de pararme en barras, ni -inquietarme porque usted se incomode o no se incomode. Aunque supiera -yo que sería despedido de su ínsula, donde estoy muy a gusto, yo no -había de callarme las verdades que aún restan por decir. Vamos allá. La -señora Condesa es joven, y en su vida relativamente corta, ha padecido -más que otros en una vida larga; en breve tiempo soportó, sí, grandes -tribulaciones y trabajos. Vio su juventud marchita tempranamente por -las desavenencias con su familia; vio morir en lejanas tierras al -esposo que adoraba; sufrió después contratiempos, desvíos, amarguras... -Su alma, hastiada de las cosas terrenas, volvióse a Dios; aspiró a ser -suya por entero, entendió que debía consagrar el resto de sus días a -la mortificación, al ascetismo, a la caridad... Perfectamente. Todo -esto es muy bueno, y yo alabo esas aspiraciones, que demuestran la -grandeza de su espíritu. Pero he de decirle sin rebozo que en ellas veo -un error grave, señora, porque la santidad con que viene soñando desde -que perdió a su esposo, no ha de alcanzarla usted por esos medios. El -ardor de vida mística no lo tiene usted más que en su imaginación, y -esto no basta, señora Condesa, porque sería usted una mística soñadora -o imaginativa, no una santa como pretende, y como todos queremos que -sea. - -Halma quiso decir algo, pero no pudo: se le trababa la lengua. - ---Llegará día, si no toma la señora otro rumbo, en que todo ese -misticismo se le convierta en un nido de pasiones, que podrían ser -buenas, y también podrían ser malas. Déjese de aspirar a la santidad -por ese camino, y apresúrese a seguir el que voy a proponerle. ¿Quién -le aconsejó a usted que renunciase a todo afecto mundano, y que se -consagrara al afecto ideal, al afecto puro de las cosas divinas? -Sin duda fue el benditísimo don Manuel Flórez, hombre muy bueno, -pero que vivía en las rutinas, y andaba siempre por los caminos -trillados. El vértigo social, en medio del cual vivió siempre nuestro -simpático don Manuel, no le permitía ver bien las complexiones -humanas, ni la fisonomía peculiar de cada alma, ni los caracteres, -ni los temperamentos. Yo he tenido la suerte de verlo más claro, -aunque tarde, a tiempo, sin duda porque el Señor me iluminó para que -sacara a usted del pantano en que se ha metido. No, la vida ascética, -solitaria, consagrada a la meditación y a la abstinencia no es para -usted. La señora de Pedralba necesita actividad, quehaceres, trabajo, -movimiento, afectos, vida humana, en fin, y en ella puede llegar, si no -a la perfección, porque la perfección nos está vedada, a una suma tal -de méritos y virtudes, que no haya en la tierra quien la supere, y sea -usted el recreo del Dios que la ha criado. - -Doña Catalina, sofocada, echaba fuego de sus mejillas. - ---Nada conseguirá usted por lo espiritual puro; todo lo tendrá usted -por lo humano. Y no hay que despreciar lo humano, señora mía, porque -despreciaríamos la obra de Dios, que si ha hecho nuestros corazones, -también es autor de nuestros nervios y nuestra sangre. Se lo dice a -usted un hombre que no conoce ni la adulación ni el miedo. Nada soy, -y si alguna vez no fuera órgano de la verdad, de poco valdría mi -existencia. A los pobres les digo que sufran y esperen, a los ricos -que amparen al pobre, a los malos que vuelvan a Dios por la vía del -arrepentimiento, a los buenos que vivan santamente, dentro de las -leyes divinas y humanas. Y a usted que es buena, y noble, y virtuosa, -le digo que no busque la perfección en el espiritualismo solitario, -porque no la encontrará, que su vida necesita del apoyo de otra vida -para no tambalearse, para andar siempre bien derecha. - -Catalina de Halma, al oír aquello del _apoyo_ de otra vida, sintió que -se le erizaba el cabello. Nazarín se levantó; ella también, los ojos -espantados, el rostro encendido. - ---Lo que usted quiere decirme --murmuró contrayendo los dedos, cual si -quisiera hacer de ellos afilada garra--, lo que usted me propone es... -¡que me case! - ---Sí señora, eso mismo: que se case usted. - -Lanzó la Condesa un grito gutural, y llevándose la mano al corazón, -como para contener un estallido, cayó al suelo atacada de fieras -convulsiones. - - - - -VIII - - -Corrió Beatriz en su auxilio, la cogió en brazos. Nazarín la miraba -impasible. En su desmayo, entre frases ininteligibles, doña Catalina -pronunció con claridad la siguiente: - ---Está loco, y quiere volverme loca a mí. - -Salió Nazarín de la sala capitular, donde Beatriz, con el auxilio de -Aquilina que acudió prontamente, trataba de volver a su normal estado -a la ilustre señora. Bastó con desabrocharle el justillo y mojarle las -sienes con agua fría, para que Halma se restableciera, y quedándose -sola otra vez con la nazarista, pasó más de un cuarto de hora sin -que ninguna de las dos dijese palabra, ni en pro ni en contra del -singularísimo consejo del apóstol mendigo. - -Catalina, poseída de una intensa languidez, fue la que primero rompió -el grave silencio, con esta pregunta: - ---Y cuando yo perdí el sentido, ¿no dijo algo más? - ---No señora. Nada más. - ---¿No dijo la tercera verdad... que debo casarme con José Antonio? - ---No le oí tal cosa. - -Quedose Halma como aletargada en el sofá, y cuando Beatriz la creía -dormida, he aquí que se incorpora la dama, muy nerviosa, y con gran -inquietud de lengua y manos, atropelladamente dice: - ---Beatriz, ese hombre es el santo, ese hombre es el justo, el misionero -de la verdad, el emisario del Verbo Divino. Su voz me trae la voluntad -de Dios, y ante ella me prosterno. Esa idea de que yo me case, me -andaba rondando el alma, sin atreverse a entrar en ella, porque yo la -tenía ocupada por mil artificios de mi vanidad de santa imaginativa, -y de mística visionaria... Me ha dicho la gran verdad, que ha tardado -en posesionarse de mi espíritu, entontecido con las ideas rutinarias -que estoy metiendo y atarugando en él desde hace algún tiempo. ¿Dónde -está tu maestro? Quiero verle. Quiero que me hable otra vez, y que me -confirme lo que antes rae dijo. - -Salieron las dos. - ---Allá está --indicó Beatriz, después de explorar por una ventana las -soledades de Pedralba--. Está paseándose debajo del moral. - -Corrieron allá, y arrodillándose ante él, Halma le dijo: - ---Padre, verdad tan grande y clara jamás oí. Usted me ha revelado a mí -misma. Yo era como el gusano que se encierra en el capullo que labra. -Usted me ha sacado de mi propia envoltura. Un sentimiento existía en -mí, de que apenas yo misma me daba cuenta: tan agazapadito estaba el -pobre en un rincón de mi alma. La voz del padrito le ha hecho saltar, -y se ha crecido el pícaro en un instante... ¡Oh, qué verdades me ha -dicho esa inteligencia soberana! Sola, en vano pediría savia y calor -al misticismo. Acompañada, tendré quien me defienda, quien me ayude, -seremos dos en uno para proseguir la santa obra. No fundo nada, no -quiero comunidad legal constituida con mil formulillas, que serían -otras tantas brechas para que se metieran a inspeccionar mis acciones -el cura y el médico y el administrador. Mi ínsula no es, no debe ser -una institución, a imagen y semejanza del Estado. Sea mi ínsula una -casa, una familia. Mi marido y yo mandamos y disponemos en ella, con -libre voluntad, conforme a la ley de Dios. - ---Mírele, mírele --dijo Nazarín señalando a un punto lejano, en que se -veía una pareja de bueyes, y un gañán tras ella--. Allí está el hombre, -el corazón grande y hermoso, el ser que usted, con su caridad, mal -comprendida por el bendito Flórez, y renegada por su hermano, sacó de -la miseria y de la abyección. Le he sondeado. He visto su alma delante -de mí, clara y patente. Es un buen hombre, y será un excelente señor de -Pedralba. - ---Y le bendeciremos a usted, padre, el santo, el justo, el que todo lo -ve y todo lo descubre. - ---No soy nada de eso --replicó el curita manchego, resistiéndose a que -Halma le besase las manos, y obligándola a levantarse--. ¡La señora de -rodillas ante mí! ¡No faltaba más! Yo no soy ni santo ni justo, señora -mía, sino un pobre hombre que, por favor de Dios, ha sabido ver lo que -nadie había visto: que la señora de Pedralba quiere a su primo, que le -quiere con amor, quizás desde que se llegó a ella, hecho un perdido, -con ánimo de pedirle una limosna. - ---Es verdad, es verdad... ¡Y yo pensé alejarle de mí! ¡Qué desvarío! -Llegué a creer que la sequedad del alma era el primer peldaño para -subir a esas santidades que soñé... Estaba yo con mi santidad como -chiquilla con zapatos nuevos. ¡Y el pobre José Antonio abrasado en un -afecto hacia mí, que yo interpretaba como agradecimiento muy vivo! Ya -sospechaba yo que sería algo más; pero tal era mi torpeza que, al ver -aquel sentimiento, le echaba tierra encima, todo el material inerte que -sacaba del hoyo místico en que enterrarme quería. - ---Y ahora, señora Condesa, ahora que las grandes verdades han salido, -con la ayuda de la luz de Dios, de la obscuridad en que se escondían, -váyase a la casa, dedíquese a sus ocupaciones habituales, y déjeme a -mí el cuidado de informar a Urrea de esta felicidad, pues si no se -la comunico con arte gradual, podría ser que el gozo repentino le -produjera conmoción demasiado fuerte y peligrosa. - -No tardó Halma en obedecerle, y allá se fue con Beatriz a sus trajines -domésticos, que aquel día le parecieron más gratos que nunca. Y el -manchego tomó pasito a paso el sendero que conducía a la tierra que el -noble Urrea estaba labrando. Hízole el bravo gañán, al verle llegar, un -gallardo saludo, levantando repetidas veces la aijada, y cuando le tuvo -a tiro de palabra, no se atrevió a preguntarle, tal miedo tenía, lo -que con tanto ardor anhelaba saber. Parados los bueyes, Urrea se quedó -como una estatua. Los pies en el barro, la mano izquierda en la esteva, -empuñando con la derecha la aijada, era una hermosa representación de -la Agricultura, labrada en _terracotta_. - ---Hijo mío --le dijo Nazarín--, no sé si las noticias que te traigo -serán satisfactorias para ti. No te alegres antes de tiempo. - -José Antonio palideció. - ---Hijo mío, si no fueras tan bruto, comprenderías que las noticias que -te traigo son medianas, tirando a buenas. - -El rostro del gañán se enrojeció. - ---La señora Condesa no quiere que te vayas de Pedralba. Pero... - ---¿Pero qué? - ---Pero... ello es que no encontraba la manera de retenerte. Al fin, -yo le he dado una formulilla o receta para resolver el conflicto, y -evitar las intrusiones probables de don Remigio, de Láinez y Amador. Se -cambiará radicalmente el régimen de Pedralba. ¿Te vas enterando? - ---No entiendo nada. - ---Porque eres muy torpe. Nada, hijo, que he convencido a la señora -Condesa... ¿te lo digo? de que debe rematar la gran obra de tu -corrección, ¿te lo digo?... haciéndote su esposo. ¿No lo crees? - -Urrea blandió la aijada, y tal movimiento le imprimió en la convulsión -de su gozosa sorpresa, que Nazarín hubiera podido creer que le -atravesaba de parte a parte. - ---Calma, hijo, no hagas locuras. Las cosas van por donde deben ir. -Da gracias a Dios por haber iluminado a tu prima. Al fin comprende -que debe llevarse la corriente de la vida por su cauce natural. Su -determinación resuelve de un modo naturalísimo todas las dificultades -que en el gobierno de esta ínsula surgieron. Los señores de Pedralba -no fundan nada; viven en su casa y hacen todo el bien que pueden. -¡Ya ves cuán fácil y sencillo! Para discurrir esto no se necesita la -intervención del Espíritu Santo. Y sin embargo, la gran inteligencia de -la señora Condesa de Halma, deslumbrada por sus propios resplandores, -no veía esta verdad elemental. Dios ha querido que yo, un pobre clérigo -vagabundo, predique el sentido común a los entendimientos atrevidos, a -las almas demasiado ambiciosas. - -José Antonio dio un abrazo a Nazarín, y no pudo expresar su alegría -sino con frases entrecortadas: - ---Yo también, yo también... vi claro... no podía decirlo... a mí propio -no decírmelo... Temía disparate... ¡Y no lo era, Cristo, no lo era! -La suma ciencia parece locura; la verdad de Dios... sinrazón de los -hombres. - ---Ahora, hijo mío, continúa en tu trabajito, como si nada hubiera -pasado. Sigue arando, arando, que esto entretiene, y al propio tiempo -que abres la tierra, das gracias a Dios por la merced que acaba de -hacerte. Este bien tan grande y hermoso no lo mereces tú. - ---No lo merezco, no --dijo Urrea con emoción--. Mucho he padecido en -este mundo. Pero aunque mis tormentos hubieran sido un millón de veces -mayores, no está en la proporción de ellos esta inmensa alegría. - ---Trabaja, hijo, trabaja. Y otra cosa te encargo. No vayas al castillo -hasta la noche... porque supongo que te traerán aquí la comida. - ---Así lo creo. - ---No muestres impaciencia, no te descompongas, ni cuando veas a tu -prima esta noche, a la hora de la cena, hagas figuras ni desplantes. -Tú... calladito hasta que ella te hable. Y cuando se digne exponerte -su pensamiento, tú le das las gracias en forma reposada y noble, -prometiendo consagrarle tu vida y tu ser todo, y haciéndole ver que -no te crees merecedor de la inaudita felicidad que te depara... Anda, -hijo, a tus bueyes, y hasta la noche... Con ese surco escribes en la -tierra tu gratitud. Ama la tierra, que a todos nos da sustento, y nos -enseña tantas cosas, entre ellas una muy difícil de aprender. ¿A que no -sabes lo que es? Esperar, hijo, esperar. La tierra guarda la sazón de -las cosas, y nos la da... cuando debe dárnosla. - - - - -IX - - -Lo que platicaron aquella noche, después de cenar, la gobernadora de -la ínsula y el futuro señor de Pedralba, no consta en los papeles del -archivo nazarista, de donde todos los materiales para componer la -presente historia han sido escrupulosamente sacados. Sin duda, después -de dar cuenta de la grave resolución matrimonial de la santa Condesa, -no creyeron los cronistas del nazarismo que debían extenderse a mayores -desarrollos historiales de tan considerable suceso, o conceptuaron -vacías de todo interés religioso y social las sentidas palabras con que -aquellas dos personas hicieron confirmación solemne de su propósito -matrimonesco. Lo único que se encuentra pertinente al caso es la -noticia de que José Antonio de Urrea se preparó aquella misma noche -para partir a Madrid a la mañanita siguiente. Y otro papel nazarista -corrobora que, en efecto, partió a caballo al romper el día, y que -Halma salió a despedirle, y a desearle un buen viaje, agregando algunas -advertencias que se le habían olvidado en su coloquio de la noche -anterior. Es un hecho incontrovertible, del cual darán fe, si preciso -fuere, testigos presenciales, que ya montado en la jaca el presunto -gobernador de la ínsula, y cuando estrechaba la mano de la Condesa, -pronunció estas palabras: - ---No llevo más que un resquemor: que nuestro don Remigio, que de seguro -tocará el cielo con las manos al ver que no le cae la breva de la -Rectoría de Pedralba, ha de fastidiarnos con dilaciones, y quizás con -entorpecimientos graves. No he cesado de cavilar sobre ello esta noche, -y al fin, querida prima, lo que saco en limpio es que necesitamos -comprar su voluntad. - ---¡Comprarle...! ¡Cómo...! ¿Qué quieres decir? - ---Ya verás. No me vengo de Madrid sin traerme su nombramiento para una -de las parroquias de allá. Es su sueño, su ambición, y si yo logro -satisfacerla, el hombre es nuestro ahora y siempre. He pensado que -nadie puede ayudarme en esta pretensión como Severiano Rodríguez, el -cual es, ya lo sabes, íntimo amigo del Obispo. Y, como Severiano y -tu hermano Feramor tuvieron una formidable agarrada en el Senado, y -ahora están a matar, espero que me apoye con interés, con ardor de -sectario. Basta para ello hacerle comprender que el parlamentario y -economista inglés ha de ver con malos ojos lo que a nosotros nos agrada -y favorece. Créelo, araré la tierra de allá, como he arado la de aquí, -por ganarnos la benevolencia del curita de San Agustín, que es quien ha -de echarnos las bendiciones. Déjame a mí, que ya sabré arreglarlo..., -mi palabra. Ya me río al pensar en el tumulto que ha de armarse cuando -yo suelte la noticia. Será como echar una bomba; de aquí oirás el -estallido, y te reirás, mientras allá me río yo, hasta que venga el día -feliz en que nos riamos juntos... Adiós, adiós, que es tarde. - -El primer día de la ausencia de Urrea, la Condesa, en largo y afectuoso -conciliábulo que celebró con Nazarín, según consta en documentos -de indubitable autenticidad, indicó al apóstol cuán justo y humano -sería darle de alta, declarándole en el pleno goce de sus facultades -intelectuales. Si ella hubiera de decidirlo, no había duda, ¿pues qué -prueba más clara del perfecto estado cerebral de don Nazario, que su -incomparable consejo y dictamen en el asunto que Halma sometió días -antes a su criterio? - -A lo que respondió serenamente el peregrino que, hallándose sujeto a -observación por el Superior jerárquico, solo este podía resolver si -debía o no ser reintegrado en sus funciones sacerdotales. Cierto que -un buen informe de la señora Condesa, a quien la Iglesia confiara la -custodia del supuesto demente, sería de gran peso y autoridad; pero a -juicio del interesado, este informe no sería eficaz si no iba precedido -de una explícita manifestación de su Superior inmediato, el cura de San -Agustín. Añadió el apóstol que su mayor gozo sería que le devolviesen -las licencias para poder celebrar el Santo Sacrificio, y si se le -concedía la libertad, se trasladaría sin pérdida de tiempo a Alcalá de -Henares, donde sus caros feligreses, el _Sacrílego_ y Ándara, sufrían -el rigor de la ley. Por lo demás, su paciencia no se agotaba nunca, -y esperaría tranquilo, decidido a no disfrutar la anhelada libertad, -mientras quien debía dársela no se la diera. - -Con don Remigio habló también la Condesa de este asunto, no obteniendo -de él más que vagas promesas de estudiarlo, sometiéndolo además al -criterio facultativo de Láinez. También dio cuenta al cura y al médico -de su proyectado casamiento, y no hay lengua humana que describir pueda -la sorpresa, el estupor de aquellas dignísimas personas, y del vecino -propietario de la Alberca. Don Remigio no paró, en todo el viaje de -Pedralba a San Agustín, de hacerse cruces sobre boca, cara y pechos. - -Cinco días estuvo José Antonio en Madrid, regresando en la mañana -del sexto, gozoso y triunfante, pues se traía bien despachado todo -el papelorio que la celebración del casamiento exigía. Contando a su -prima el escándalo que en la familia produjo el notición de la boda, -empezaba y no concluía. Al principio, lo tomaron a broma: convencidos -al fin de que era cierto, cayó sobre los solitarios de Pedralba una -lluvia de sangrientos chistes. El menos ofensivo era este: «Catalina se -llevó a Nazarín para curarle, y él la ha vuelto a ella más loca de lo -que estaba.» Hicieron Halma y Urrea lo que anunciado habían antes de la -partida de este: pasar buenos ratitos riéndose de todo aquel tumulto -de Madrid, que seguramente no les causaría inquietud ni desvelo. -Acertó a presentarse en aquel momento el buen don Remigio, y Urrea se -fue derecho a él, y dándole un abrazo tan apretado que parecía que -le ahogaba, le dijo: «Mil parabienes al ínclito cura de San Agustín, -por la justicia que sus superiores le hacen, concediéndole plaza -proporcional a sus grandísimos talentos y eminentes virtudes.» - -No comprendía don Remigio, y el otro, repitiendo el estrujón, hubo de -explicárselo con toda claridad. - ---Sepa que me he traído su nombramiento... - ---¿Para una parroquia de Madrid? - ---No ha podido ser, por no haber vacante en estos días, mi dignísimo -amigo y capellán; pero el señor Prelado, con quien habló de usted un -amigo mío, encareciéndole sus méritos, aseguró que irá usted a los -Madriles muy pronto, y que en tanto, para que hombre tan virtuoso y -sabio no esté obscurecido en ese villorrio, le nombra Ecónomo de Santa -María de Alcalá. - ---¡Santa María de Alcalá! --exclamó don Remigio como en éxtasis; ¡tan -soberbio y apetitoso le parecía su nuevo destino! - -Y un abrazo más sofocante que los anteriores, selló la amistad -imperecedera entre el buen párroco de San Agustín y el insulano de -Pedralba. - ---¿Y qué puedo hacer yo para demostrarle mi agradecimiento, señor de -Urrea, qué puede hacer este modesto cura...? - ---Ese modesto cura no tiene que hacer más que conservarnos su preciosa -amistad, que en tanto estimamos. Y antes de entregar la parroquia al -que viene a sustituirle, échenos las santas bendiciones. - ---Ahora mismo..., digo, mañana, pasado mañana. Estoy a las órdenes de -la señora doña Catalina, a quien ya no debo llamar Condesa de Halma. - ---Será pasado mañana, señor don Remigio --indicó Halma--. Y otra cosa -he de merecer de su benevolencia: que no me olvide al bendito Nazarín. - ---Como he de ir a la Corte a ver a mi tío, allá informaré -favorablemente. ¡Si salta a la vista que está en su cabal juicio! -Inteligencia clara como el sol. ¿Verdad, señora? - ---Tal creo yo. - ---No tengo inconveniente en darle de alta, bajo mi responsabilidad, -seguro de que el señor Obispo ha de confirmar mi dictamen, y si quiere -venirse conmigo a Alcalá, me le llevo, sí señor, y le daré una modesta -habitación en mi modestísima casa. - ---Nos alegramos de ello, y lo sentimos --afirmó la señora de -Pedralba--, porque la compañía del buen don Nazario nos es gratísima -sobre toda ponderación. - ---Ya vendrá a vernos --dijo Urrea--. Y al señor don Remigio también -le tendremos aquí alguna vez. Esto no es ya un instituto religioso -ni benéfico, ni aquí hay ordenanzas ni reglamentos, ni más ley que -la de una familia cristiana, que vive en su propiedad. Nosotros nos -gobernamos solos, y gobernamos nuestra cara ínsula. - ---Y así debe ser... y así no tienen ustedes quebraderos de cabeza, ni -que sufrir impertinencias de vecinos intrusos, ni el mangoneo de la -dirección de Beneficencia o de la autoridad eclesiástica. Reyes de su -casa, hacen el bien con libérrima voluntad, sin dar cuenta más que a -Dios... ¡Si es lo que yo he dicho siempre, si es la verdad sencilla, -elemental!... Ea, pasado mañana en mi parroquia, a la hora que los -señores me designen. - -Concertada la hora, don Remigio montó en su jaca, y picó espuelas. El -animalito debía participar del inquieto gozo de su amo, porque en un -soplo le llevó al vecino pueblo. - - * * * * * - -En la nota de un curiosísimo documento nazarista, que merece guardarse -como oro en paño, se dice que el mismo día de la boda salió de San -Agustín el curita manchego, caballero en la borrica del gran don -Remigio. Despidiose afectuosamente de los señores de Pedralba, y de -Beatriz, que lloraba como una Magdalena al verle partir, y tomando -la carretera hasta la barca de Algete, pasó el Jarama, siguiendo sin -descanso, al paso comedido de la pollina, hasta la nobilísima ciudad -de Alcalá de Henares, donde pensaba que sería de grande utilidad su -presencia. - - -Santander-San Quintín. -- Octubre de 1895. - - -Fin de HALMA - - - - -ÍNDICE - - - PRIMERA PARTE - Cap. I 5 - Cap. II 10 - Cap. III 19 - Cap. IV 26 - Cap. V 33 - Cap. VI 41 - Cap. VII 47 - Cap. VIII 55 - - SEGUNDA PARTE - Cap. I 65 - Cap. II 72 - Cap. III 82 - Cap. IV 91 - Cap. V 100 - Cap. VI 108 - Cap. VII 117 - Cap. VIII 124 - - TERCERA PARTE - Cap. I 135 - Cap. II 142 - Cap. III 153 - Cap. IV 161 - Cap. V 170 - Cap. VI 181 - Cap. VII 190 - Cap. VIII 199 - - CUARTA PARTE - Cap. I 211 - Cap. II 220 - Cap. III 230 - Cap. IV 241 - Cap. V 250 - Cap. VI 259 - Cap. VII 269 - - QUINTA PARTE - Cap. I 279 - Cap. II 289 - Cap. III 297 - Cap. IV 305 - Cap. V 314 - Cap. VI 326 - Cap. VII 333 - Cap. VIII 339 - Cap. IX 347 - - -*** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK 65333 *** diff --git a/old/65333-h/65333-h.htm b/old/65333-h/65333-h.htm deleted file mode 100644 index fc4707e..0000000 --- a/old/65333-h/65333-h.htm +++ /dev/null @@ -1,9224 +0,0 @@ -<!DOCTYPE html PUBLIC "-//W3C//DTD XHTML 1.0 Strict//EN" - "http://www.w3.org/TR/xhtml1/DTD/xhtml1-strict.dtd"> -<html xmlns="http://www.w3.org/1999/xhtml" xml:lang="es" lang="es"> - <head> - <meta http-equiv="Content-Type" content="text/html; charset=utf-8" /> - <meta http-equiv="Content-Style-Type" content="text/css" /> - <title> - Halma, by Benito Pérez Galdós—A Project Gutenberg eBook - </title> - <link rel="coverpage" href="images/cover.jpg" /> - <style type="text/css"> - -.formato { margin: 0 auto; max-width: 30em; } -.x-ebookmaker.formato { max-width: 100%; } - -p { margin: 0; text-align: justify; text-indent: 1.25em; } - -h1, h2, h3 { - text-align: center; font-weight: normal; clear: both; -} -h1 { margin: 0; font-size: 200%; word-spacing: 0.2em; } -h2 { margin: 1em 0 0 0; font-size: 175%; text-transform: lowercase; - font-variant: small-caps; word-spacing: 0.2em; letter-spacing: 0.1em; - margin-right: -0.1em; } -h2.nobreak { page-break-before: avoid; } -h3 { margin: 1em 0 0.5em 0; font-size: 150%; letter-spacing: 0.05em; - margin-right: -0.3em; } - -.lh150 { line-height: 150%; } -.lh200 { line-height: 200%; } - -.mt05 { margin-top: 0.5em; } -.mt1 { margin-top: 1em; } -.mt2 { margin-top: 2em; } -.mt3 { margin-top: 3em; } - -.pt05 { padding-top: .5em; } -.pt3 { padding-top: 0; } -.x-ebookmaker .pt3 { padding-top: 1em; } -.pt6 { padding-top: 0; } -.x-ebookmaker .pt6 { padding-top: 6em; } - -.fs60 { font-size: 60%; } -.fs90 { font-size: 90%; } -.fs110 { font-size: 110%; } -.fs120 { font-size: 120%; } -.fs130 { font-size: 130%; } -.fs200 { font-size: 200%; } -.fs300 { font-size: 300%; } - -.g0 { letter-spacing: 0.05em; margin-right: -0.05em; } -.g1 { letter-spacing: 0.1em; margin-right: -0.1em; } - -.ws1 { word-spacing: 0.2em; } - -hr { width: 34%; margin-left: 33%; clear: both; } -hr.full { width: 100%; margin: 3em 0; border: medium solid silver; } -hr.chap { width: 20%; margin: 3em 0 3em 40%; } -hr.tir { width: 8%; margin: 1em 0 1em 46%; } -hr.fil { width: 80%; margin: 0.5em 0 0 10%; } - -.front { padding: 3em 0 0 0; page-break-before: always; } -.front p { margin: 0; text-indent: 0; text-align: left; font-family: sans-serif; font-size: 90%; } -.tit { margin: 3em auto 0 auto; page-break-before: always; } -.tit p { text-indent: 0; text-align: center; } - -div.chapter { page-break-before: always; margin-bottom: 1.5em; } - -.centra { text-align: center; text-indent: 0; } -.asc { text-transform: lowercase; font-variant: small-caps; font-style: normal; } -.legal { margin: 0 0 0 50%; border-top: thin solid black; - border-bottom: thin solid black; padding: 1em; font-size: 90%; } -.legal p { margin: 0; } - -.pagenum { - position: absolute; - left: 92%; - font-size: small; - text-align: right; - font-family: serif; - font-style: normal; - font-weight: normal; - font-variant: normal; - letter-spacing: normal; - color: #B0B0B0; - text-indent: 0; -} - -/* Tables */ -table { margin: 0 auto; border-collapse: separate; border-spacing: 0.25em; } - -.tdl { text-align: left; } -.tdr { text-align: right; } -.tdc { text-align: center; } - -/* Images */ -.figcenter { text-align: center; page-break-inside: avoid; } -img { vertical-align: middle; } -.thin { border: solid thin black; padding: 0; } -.screenonly { display: block; } - -/* Transcriber's notes */ -.transnote { border: thin solid gray; background-color: #f8f8f8; font-family: sans-serif; - font-size: smaller; margin: 2em 0; padding: 1em 0; } -#tnote ul { list-style-type: inherit; margin: 0 0 0 1.5em; padding: 0 2em 0.5em 1em; } -#tnote li { margin-top: 0.5em; text-align: justify; } -.tnotetit { font-weight: bold; text-align: center; text-indent: 0; margin-bottom: 1em; } - - </style> - </head> - -<body class="formato"> -<div>*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK 65333 ***</div> - -<div class="front"> - <hr class="full" /> - <p><a href="#ToC">Índice</a></p> -</div> - -<div class="transnote" id="tnote"> - <p class="tnotetit">Nota de transcripción</p> - <ul> - <li>Los errores de imprenta han sido corregidos.</li> - - <li>La ortografía del texto original ha sido actualizada de acuerdo - con las normas publicadas en 2010 por la Real Academia Española.</li> - - <li>Se convierte la mayor parte de los entrecomillados en rayas iniciales - de diálogo. Se espacian las restantes rayas según las convenciones - ortotipográficas más recientes.</li> - - <li>Las páginas en blanco han sido eliminadas.</li> - - <li>Se ha añadido un índice al final del libro pese a que el original - impreso no lo incluye.</li> - </ul> -</div> - - -<div class="screenonly x-ebookmaker-drop"> - <hr class="chap" /> - <div class="figcenter"> - <img class="thin" - style="width: 28em; height: auto;" - src="images/cover.jpg" - alt="Cubierta del libro" /> - </div> -</div> - - -<div class="tit pt6"> - <hr class="chap" /> - <p><span class="pagenum" id="Page_1">p. 1</span></p> - <h1 class="g1">HALMA</h1> - <hr class="chap" /> -</div> - - -<div class="chapter pt6"> - <div class="legal"> - <p><span class="pagenum" id="Page_2">p. 2</span>Es propiedad. Queda - hecho el depósito que marca la ley. Serán furtivos los ejemplares - que no lleven el sello del autor.</p> - </div> -</div> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="tit"> - <p><span class="pagenum" id="Page_3">[p. 3]</span></p> - <p class="ws1">NOVELAS ESPAÑOLAS CONTEMPORÁNEAS</p> - <p class="fs60 mt05">POR</p> - <p class="fs120 ws1">B. PÉREZ GALDÓS</p> - <hr class="fil" /> - - <p class="fs300 g1 mt1">HALMA</p> - <hr class="tir" /> - <p class="fs110 mt1">10.000</p> - - <div class="figcenter mt3"> - <img src="images/logo.jpg" - style="width: 6em; height: auto;" - alt="Logotipo del editor" /> - </div> - - <p class="fs110 lh150 g0 mt3">MADRID</p> - <p class="fs90 lh150 g0 ws1">SUCESORES DE HERNANDO</p> - <p class="lh150 g1 ws1">Arenal, 11</p> - <p class="lh150">1913</p> -</div> - - -<div class="tit pt6"> - <hr class="chap" /> - <p><span class="pagenum" id="Page_4">p. 4</span></p> - <p class="fs130 asc lh200 ws1 g0">EST. TIP. DE LOS HIJOS DE TELLO</p> - <p class="fs90 lh200 ws1"><b>IMPRESOR DE CÁMARA DE S. M.</b></p> - <p class="fs90 lh200 ws1">C. de San Francisco, 4</p> - <hr class="chap" /> -</div> - - -<div class="chapter pt3" id="ChI_1"> - <p><span class="pagenum" id="Page_5">p. 5</span></p> - <p class="centra fs200 g1">HALMA</p> - <hr class="tir" /> - <h2 class="nobreak">PRIMERA PARTE</h2> - <h3>I</h3> -</div> - -<p>Doy a mis lectores la mejor prueba de estimación sacrificándoles -mi amor propio de erudito investigador de genealogías... vamos, que -les perdono la vida, omitiendo aquí el larguísimo y enfadoso estudio -de linajes, por donde he podido comprobar que doña Catalina de Artal, -Xavierre, Iraeta y Merchán de Caracciolo, Condesa de Halma-Lautenberg, -pertenece a la más empingorotada nobleza de Aragón y Castilla, y que -entre sus antecesores figuran los Borjas, los Toledos, los Pignatellis, -los Gurreas, y otros nombres ilustres. Explorando la selva genealógica, -más bien que árbol, en que se entrelazan y confunden tan antiguos y -preclaros linajes, se descubre que, por el casamiento de doña Urianda -de Galcerán con un príncipe italiano, en 1319, los Artales<span -class="pagenum" id="Page_6">p. 6</span> entroncan con los Gonzagas y -los Caracciolos. Por otro lado, si los Xavierres de Aragón aparecen -injertos en los Guzmanes de Castilla, en la rama de los Iraetas corre -la savia de los Loyolas, y en la de los Moncadas de Cataluña la de -los Borromeos de Milán. De lo cual resulta que la noble señora no -solo cuenta entre sus antepasados varones insignes por sus hazañas -bélicas, sino santos gloriosos, venerados en los altares de toda la -cristiandad.</p> - -<p>Como he dado al buen lector mi palabra de no aburrirle, me guardo -para mejor ocasión los mil y quinientos comprobantes que reuní, -comiéndome el polvo de los archivos, para demostrar el parentesco de -doña Catalina con el antipapa don Pedro de Luna, Benedicto XIII. Busca -buscando, hallé también su entronque lejano con Papas legítimos, pues -existiendo una rama de los Artal y Ferrench que enlazó con las familias -italianas de Aldobrandini y Odescalchi, resulta claro como la luz que -son parientes lejanos de la Condesa los Pontífices Clemente VIII e -Inocencio XI.</p> - -<p>De monarcas no se diga, pues el árbol aparece cuajado, como -de un lozano fruto, de apellidos regios, y allí veis los Albrit -y Foix de Navarra, los Cerdas y Trastamaras de acá, y otros mil -nombres que a cien leguas trascienden a realeza, como los de Rohan, -Bouillon, Lancas<span class="pagenum" id="Page_7">p. 7</span>ter, -Montmorency, etc... Fiel a mi compromiso, envaino mi erudición, y -emprendo la reseña biográfica, designando a doña Catalina-María del -Refugio-Aloysa-Tecla-Consolación-Leovigilda, etc... de Artal y Javierre -como tercera hija de los señores Marqueses de Feramor. Huérfana de -padre y madre a los siete años, quedó al cuidado del primogénito, -actualmente Marqués de Feramor, y de su hermana doña María del Carmen -Ignacia, Duquesa de Monterones. En 1890, casó con un joven agregado a -la embajada alemana, el Conde de Halma-Lautenberg, matrimonio que hubo -de realizarse contra viento y marea, pues los hermanos de ella y toda -la familia se opusieron tenazmente por cuantos medios le sugerían su -orgullo y terquedad. Querían desposarla con un individuo de la casa -de Muñoz Moreno-Isla, de nobleza mercantil, pero bien amasada con -patacones. Catalina, que desde muy niña mostraba increíbles ascos al -vil metal, se prendó del diplomático alemán, que a su seductora figura -unía un desprecio hermosísimo de las materialidades de la existencia. -Grandes trapisondas y disturbios hubo en la familia por la tiránica -firmeza de los hermanos mayores, y la resistencia heroica, hasta el -martirio, de la enamorada doncella. Casados al fin, no sin intervención -judicial, el esposo fue destinado a Bulgaria, de aquí a Constantinopla, -y<span class="pagenum" id="Page_8">p. 8</span> allá le siguió doña -Catalina, rompiendo toda relación con sus hermanos. Calamidades, -privaciones, desdichas sin fin la esperaban en Oriente, y al conocerlas -la familia de acá, por referencias de diplomáticos extranjeros y -españoles, no veía en todo ello más que la mano de Dios castigando -duramente a Catalina de Artal por la amorosa demencia que la llevó a -enlazarse con un advenedizo, de familia desconocida, hombre sin seso, -desordenadísimo en sus ideas, desatado de nervios, y habitante aburrido -de las regiones imaginativas. Para colmo de infortunio, Carlos Federico -era pobre, con el título pelado, y sin más renta que su sueldo, pelado -también, pues la familia de Halma-Lautenberg, que desciende, según -noticias que tengo por fidedignas, del Landgrave de Turingia y Hesse, -Hermann II, había venido tan a menos como cualquier familia de por -acá, de las que, después de mil tumbos y vaivenes, caen a lo hondo del -abismo social para no levantarse nunca.</p> - -<p>Contratiempos mil, reveses de fortuna, escaseces y aun hambres -efectivas padeció la infeliz doña Catalina en aquellas lejanas tierras, -sin más consuelo que el amor de su esposo, que nunca le faltó, ni de -él tuvo queja, pues Dios, al privarla de tantos bienes, concediole -con creces la paz conyugal. Tiernamente amada y amante, la íntima -felicidad de su matrimonio la com<span class="pagenum" id="Page_9">p. -9</span>pensaba de tanta desdicha del orden externo. Carlos Federico -era bueno, dulce, aunque medio loco según unos, y loco entero según -otros. La mala opinión acerca de su gobierno cerebral debió trascender -hasta la Cancillería de Berlín, porque fue destituido de su cargo. La -joven pareja se encontró a merced de la Divina voluntad, que sin duda -quería someter a durísima prueba el alma fuerte de la dama española, -pues a los dos meses de la destitución, y cuando, en espera de recursos -para venirse a Occidente, vivía obscuro y resignado el matrimonio en -una humilde casita de Pera, se le declaró al esposo una tisis, con tan -graves caracteres, que no era difícil presagiar un desenlace fúnebre en -breve plazo.</p> - -<p>Reveló entonces su temple finísimo el alma de Catalina de Artal, -pues cobrando ánimos con aquel nuevo golpe, aventurose a pedir auxilio -a sus hermanos de Madrid, que si al principio si hicieron un poco de -rogar, cedieron al fin, mirando más al decoro de la familia que a la -caridad cristiana. Con el mezquino socorro que le enviaron, pudo la -heroína transportar a su pobre enfermo a la isla de Corfú, afamada -por la benignidad de su clima. Allí vivieron, si aquello era vivir, -en un pie de milagrosa economía; supliendo con el cariño los recursos -materiales, y las comodidades con prodigios de inteligen<span -class="pagenum" id="Page_10">p. 10</span>cia, él resignado, ella -valerosa y sublime como enfermera, amantísima como esposa, diligente -en el manejo de la humilde casa, hasta que al fin Dios llamó a sí al -infeliz Conde de Halma en la madrugada del 8 de Septiembre, día de la -Natividad de Nuestra Señora.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChI_2"> - <h3>II</h3> -</div> - -<p>Refieran en buen hora los sufrimientos de Catalina de Artal en -aquellos tristes días y en los que siguieron a la muerte de su -adorado esposo, los que posean mística inspiración y estén avezados -a relatar vidas y muertes de mártires gloriosos. Yo no sé hacerlo, y -dejando este trabajo a plumas expertas, que seguramente escribirán la -edificante historia, no hago más que apuntar los hechos capitales, -como antecedentes o fundamento de lo que me propongo referir. ¿Qué -puedo decir del hondísimo dolor de la dama al ver expirar en sus -brazos al que era su vida toda, amor primero, alegría última, único -bien terrestre de su alma? La opinión del mundo, que rara vez deja de -equivocarse en sus precipitados y vanos juicios, había contrahecho la -persona moral del señor Conde, pintándole en los círculos de Madrid con -colores de malicia. Pero al historiador de conciencia, bien enterado -de su<span class="pagenum" id="Page_11">p. 11</span> asunto, toca el -borrar toda falsedad con que los habladores y envidiosos ennegrecen un -noble carácter. Esto hago yo ahora, asegurando que Carlos Federico de -Halma era un bendito, y que la investigación más rebuscona y pesimista -no encontrará en su conducta, después de casado, ninguna tacha. -Desbarato resueltamente la reputación que lenguas demasiado sueltas le -hicieron en Madrid, y reconstruyo su verdadera personalidad de hombre -recto, leal, sincero, añadiendo a estas cualidades las que adquirió en -la convivencia con su digna esposa.</p> - -<p>No poca parte había tenido en la dudosa reputación del alemán, -antes del casorio, la volubilidad de sus ideas, la ligereza de sus -juicios, sus distracciones, que llegaron a formar un verdadero centón -anecdótico, sus displicencias negras alternadas con hervores de loco -entusiasmo por cualquier motivo de arte o amoríos, su prolijidad -machacona en las disputas, y un sinnúmero de manías, algunas de las -cuales no le abandonaron hasta su muerte. Se calentaba la cabeza -pensando en la habitabilidad de todas las estrellas del cielo, chicas -y grandes, y el que quisiera sacarle de sus casillas, no tenía más -que poner en duda la infinita difusión de familias humanas por la -inmensidad planetaria. Del absoluto menosprecio de toda religión -positiva había pasado, poco antes de casarse, y por influencia de -la<span class="pagenum" id="Page_12">p. 12</span> angelical Catalina, -a un ferviente ardor cristiano, más imaginativo que piadoso, sed del -alma que apetecía, sin satisfacerse nunca, no devociones externas y -prácticas litúrgicas, sino embriagueces de la fantasía, mirando más a -la leyenda seductora que al dogma severo. En Oriente, la esposa logró -poner algún orden en los descabellados entusiasmos de Carlos Federico, -hasta que, atacado de cruelísima dolencia, tan difícil era combatir -en él la fiebre abrasadora, como el espiritualismo delirante. Uno y -otro fuego le consumían por igual, y creyérase que ambos, juntando sus -llamas, le redujeron a ceniza impalpable.</p> - -<p>La noche misma de su muerte, refirió a su mujer, entre dos ataques -de disnea, un sueño que había tenido por la tarde, y como viese -Catalina en aquel relato una extraña lógica y cierta lucidez clásica, -se afligió extremadamente, pensando que su pobre enfermo entreveía ya -los horizontes del reino de la eterna verdad. Tanto sentido, tanta -sindéresis en la composición de un poemita fantástico, pues no otra -cosa era el bien relatado sueño, ¿qué podían significar sino que el -poeta se moría? Así fue en efecto. En los últimos minutos de vida se -lanzaba, con desbocada imaginación, a un proyecto de viaje por Asia -Menor y Palestina, con el doble objeto de visitar las ruinas de Troya, -primero, y el país<span class="pagenum" id="Page_13">p. 13</span> -de Galilea después. (Átense estos cabos.) En su pensamiento se -entrelazaron dos nombres: Homero-Cristo. Y al querer dar la explicación -de aquel abrazo histórico y poético, gimió, dio una gran voz... «¡ah!» -y expiró...</p> - -<p>Podría creerse que la muerte del Conde fue el último dolor de la -infortunada Catalina de Artal, y que tras aquella tribulación le -concedió el cielo días de descanso, ya que no de ventura. Pues no -fue así. Sobre la tristeza de su viudez, y el recuerdo siempre vivo -del pobre muerto, viose agobiada de calamidades de otro orden. Hasta -entonces había conocido las humillaciones y escaseces indecorosas -que lastimaban su dignidad de aristócrata. Pero a poco de enviudar, -y residiendo aún en Corfú por no tener medios de trasladarse a otro -sitio, supo lo que es la miseria, la efectiva, horripilante miseria, y -sufrió vejámenes que habrían abatido almas de peor temple que la suya. -Alojada como de limosna en una casa inglesa primero, en una hostería -griega después, Catalina de Artal se vio privada de alimento algunos -días, obligada a lavar su escasa ropa, a remendarse sus zapatos, y a -prestar servicios que repugnaban a su delicado organismo. Pero todo lo -llevaba con paciencia, todo lo aceptaba por amor de Cristo, anhelando -purificarse con el sufrimiento. Como se le ofreciera una coyuntura -propicia para salir de aquella si<span class="pagenum" id="Page_14">p. -14</span>tuación, quiso aprovecharla, más que por mejorar de vida, por -encontrarse entre personas allegadas, en quienes emplear los cariños -que atesoraba su hermoso corazón. Llegose un día inopinadamente a la -isla jónica un hermano de Carlos Federico, grande aficionado a los -viajes marítimos, y que divagaba por el Archipiélago en un yate de unos -comerciantes del Pireo. Propúsole el tal llevarla a Rodas, donde era -cónsul el Conde Ernesto de Lautenberg, tío suyo y del difunto esposo de -Catalina, caballero muy bondadoso y corriente, a quien la infeliz dama -había conocido en Constantinopla.</p> - -<p>Dejose llevar la viuda por Félix Mauricio (que así se nombraba su -cuñado), atraída principalmente por la esperanza de vivir en compañía -de la Condesa Ernesto de Lautenberg, señora húngara, muy simpática y -que había demostrado a la española, en los breves días de su trato, una -cordial adhesión. Salieron, pues, de Corfú en la embarcación griega, -mal llamada yate, pues por su pequeñez y escaso tonelaje no era más -que un balandro bonito, propio para regatas y excursiones cortas. Iba -tripulado por jóvenes <i>dilettantes</i> de la mar. A causa del mal -gobierno y de la impericia del que hacía de capitán, no pudieron capear -un furioso temporal que les cogió entre Zante y Cefalonia, y lanzados -por el viento y el oleaje hacia el golfo de Patrás, entraron de<span -class="pagenum" id="Page_15">p. 15</span> arribada en Misolonghi con -grandes averías. Días y días estuvieron allí, esperando buen tiempo, -y lanzados de nuevo a la mar, llegaban siempre a donde no querían ir. -Félix Mauricio y el amigote ateniense que capitaneaba la frágil nave, -profesaban la teoría de que los temporales con vino <i>son menos</i>, -y empalmaban las turcas que era una maldición. De este modo y con -tales ansiedades y vicisitudes, navegando a merced de Neptuno, y -sin arte para dominarle, fueron dando tumbos por toda la vuelta sur -del Peloponeso. Como quien va describiendo eses por el laberinto de -callejuelas de una ciudad tortuosa, tan pronto tropezaban en Candía, -como en Cerigo (la antigua Cytheres); metiéronse a la buena de Dios -por entre las Cícladas, tocando en Milo y Paros, luego recorrieron las -Espóradas, visitando Samos, Cos y otras hasta parar en Rodas, después -de dos meses largos de endemoniada navegación.</p> - -<p>Como todo se disponía en contra de los deseos de la infeliz viuda, -resultó que el Conde Ernesto se había ido a Alemania con licencia, y -que su esposa, la simpática y bonísima húngara, se había muerto tres -meses antes. Aceptó resignada la Condesa de Halma esta nueva decepción, -y tratando con su cuñado de la necesidad de que la trasladase a -Corinto o Atenas, desde donde podría comunicarse con su familia de -Madrid,<span class="pagenum" id="Page_16">p. 16</span> y preparar su -vuelta a España, contestole el joven en forma tan descarnada y grosera, -que no pudo la señora, por más esfuerzos que hizo, poner su humildad -por encima de su orgullo en la réplica. Hallábanse en un fonducho -próximo al muelle. Renunció la dama la hospitalidad a bordo, que el -capitán del balandro le ofrecía, y enterada de que existía en Rodas -un convento de la Orden Tercera, allá se dirigió volviendo la espalda -para siempre al Conde Félix Mauricio, y a sus insensatos compañeros de -aventuras marítimas.</p> - -<p>Gracias a los buenos franciscanos, la noble señora fue alojada -decorosamente, y empezaron las negociaciones para su regreso a la madre -patria. Dígase de paso, a fin de completar la información, que el tal -Félix Mauricio era lo peorcito de la familia Halma-Lautenberg. Había -pertenecido al cuerpo consular, sirviendo en Alicante y en Esmirna. -Aquí casó con una griega rica, y abandonando la carrera se dedicó al -comercio de esponjas, con varia fortuna. Cuando le encontramos en el -balandro había logrado rehacerse de su primera quiebra. Su carácter -violento y quisquilloso, su exterior desagradable, y más que nada su -inclinación irresistible a las libaciones alcohólicas, le hacían poco -estimable y estimado de propios y extraños. Una tarde, hallándose -doña Catalina platicando con el<span class="pagenum" id="Page_17">p. -17</span> guardián del convento, vio al yate darse a la vela, y le -hizo la señal de la cruz. Perdonó a la nave y a sus tripulantes, y dio -gracias a Dios por haber salido en bien de su peligrosísima aventura -por los mares de Grecia.</p> - -<p>Los caritativos frailes lograron arreglar a la infortunada -Condesa su regreso a Occidente, y tomándole billete en el <i>Lloyd -Austriaco</i>, la expidieron para Malta, donde otros religiosos de la -misma regla se encargarían de reexpedirla para Marsella, y de allí a -Barcelona. Pero como el <i>Lloyd Austriaco</i> no tocaba en Rodas, -la viajera tuvo que hacer la travesía entre esta isla y el punto -de escala, que era Esmirna, en una goleta turca que cargaba frutas -y trigo. Nuevos contratiempos para la pobre señora Condesa, pues -aquellos demonios de turcos hicieron la gracia de llevar un formidable -contrabando, y la goleta fue visitada en aguas de Quíos por un falucho -de guerra, y apresada y detenida con todos sus pasajeros y tripulantes, -hasta que el bajá de Esmirna decidiera el número de palos que le -habían de administrar al patrón. Entre tanto, pasaba doña Catalina mil -privaciones y amarguras, pues allí no había frailes Franciscos que -mirasen por ella. Y gracias que al fin logró verse a bordo del vapor -austriaco, el cual, para que en todo se cumpliese el sino de la dama -sin ventura, era un verdadero inválido. Recelaba<span class="pagenum" -id="Page_18">p. 18</span> ella de todo, del mar y del cielo, y de los -desmanes de la gentuza de varias razas orientales que en aquellas -embarcaciones entra y sale de continuo. Pero ni el cielo, ni la mar, ni -el pasaje ocasionaron a la señora ningún disgusto. Fue la endiablada -máquina del vapor la que se encargó de interrumpir lastimosamente -la navegación, rompiéndose en la demora de Candía. Quedose el buque -como una boya, con el árbol de la hélice en dos pedazos, sin gobierno -el timón por rotura de los guardines. Dio al fin remolque un vapor -inglés, y le llevó a Damieta; allí trasbordaron, pasando a Alejandría, -donde, por variar, sufrieron un nuevo y penoso trasbordo con pérdida -del equipaje, y mojadura total de la ropa puesta. En rumbo para Malta, -con divertimiento de Siroco fortísimo, golpes de mar, y por fin de -fiesta, a la entrada de La Valette, rotura de una de las palas de la -hélice, retraso, peligro... En Malta, la dama errante fue atacada de -calenturas intermitentes. Dos semanas de hospital, riesgo de muerte, -consternación, abandono. Por fin, cumpliéndose en aquel triste caso lo -de <i>Dios aprieta, pero no ahoga</i>, Catalina de Halma puso el pie en -Marsella en un estado deplorable por lo tocante a nutrición, vestido -y calzado, y cinco días después, los señores Marqueses de Feramor -vieron entrar en su casa a una mujer que más bien parecía espec<span -class="pagenum" id="Page_19">p. 19</span>tro, el rostro descarnado, -como de la tierra comido, los ojos brillantes y febriles, las ropas -deshechas por el tiempo, el viento y la mar, roto el calzado..., -lastimosa figura en verdad. Y como el señor Marqués, poseído de -espanto, la mirase ceñudo y dijese:</p> - -<p>—¿Quién es usted?</p> - -<p>Hubo de contestarle Catalina:</p> - -<p>—¿Pero de veras no me conoces? Soy tu hermana.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChI_3"> - <h3>III</h3> -</div> - -<p>No dio su brazo a torcer la Condesa de Halma en las primeras -explicaciones y coloquios con sus hermanos, el Marqués de Feramor y -la Duquesa de Monterones, es decir, que no se declaró arrepentida de -su matrimonio, ni renegaba de este por los trabajos y desventuras sin -cuento que de su unión con el alemán se derivaron. La memoria de su -esposo prevalecía en ella sobre todas las cosas, y no permitía que -sus hermanos la menoscabaran con acusaciones, o chistes despiadados. -Había venido a que la amparasen, dándole el resto de su legítima si -algo restaba, después de saldar cuentas con el jefe de la familia. -Pero no se humillaba, ni al pedirlo y tomarlo, en caso de que se lo -dieran, había de abdicar su dignidad, achicándose moralmente<span -class="pagenum" id="Page_20">p. 20</span> ante sus hermanos, y -dándoles toda la razón en el negocio de su casamiento. No, no mil -veces. Si no le daban auxilio ni aun en calidad de limosna, no le -faltaría un convento de monjas en que meterse. Tampoco repugnaría el -entrar en cualquiera de las Órdenes modernísimas que se consagran -a cuidar ancianos, o a la asistencia de enfermos, que entre tantas -Congregaciones, alguna habría que admitiese viudas sin dote. Replicole -a esto gravemente su hermano que no se precipitase, y que por de -pronto no debía pensar más que en reponerse de tantos quebrantos y -desazones.</p> - -<p>Cerca de un mes estuvo doña Catalina en la morada de su hermano sin -ver a nadie, ni recibir visitas, sin dejarse ver más que de la familia, -y de la criada que la servía. De las ropas que le ofrecieron, no aceptó -más que dos trajes negros, sencillísimos, haciendo voto de no usar en -todo el resto de su vida vestido de color, ni de seda, ni galas de -ninguna especie. Modestia y aseo serían sus únicos adornos, y en verdad -que nada cuadraba mejor a su rostro blanquísimo y a su figura escueta -y melancólica. Como todo se ha de decir, aquí encaja bien el declarar -que doña Catalina no era hermosa, por lo menos, según el estilo -mundano de hermosura. Pero el paso de tantas desdichas había dejado -en su semblante una sombra plácida, y en sus ojos una expresión<span -class="pagenum" id="Page_21">p. 21</span> de beatitud que era el recreo -de cuantos la miraban. Tenía el pelo rubio tirando a bermejo, la nariz -un poco gruesa, el labio inferior demasiado saliente, la tez mate y -limpia, la mirada dulce y serena, la expresión total grave, la estatura -talluda, el cuerpo rígido, el continente ceremonioso. Algunos, que en -aquellos días lograron verla, aseguraban hallarle cierto parecido con -doña Juana la Loca, tal como nos han transmitido la imagen de esta -señora la leyenda y el pincel. Es caprichoso cuanto se diga de otras -semejanzas del orden espiritual, como no sea que la Condesa de Halma -hablaba el alemán con la misma perfección y soltura que el español.</p> - -<p>No era muy grato al señor Marqués aquel aislamiento monástico en -que vivía su hermana, ni le hacían gracia sus propósitos de renunciar -absolutamente a la vida social. Aún podría, según él, aspirar a un -segundo matrimonio, que la indemnizara de las calamidades del primero; -mas para esto era forzoso abandonar la tiesura de imagen hierática, -las inflexiones compungidas, no vestirse como la viuda de un teniente, -y frecuentar el trato de los amigos de la casa. De la misma opinión -era la Marquesa, y ambos la sermoneaban sobre este particular; pero -la firmeza con que defendía Catalina sus convicciones, manías o lo -que fuesen, les hizo comprender que nada conseguirían por el momento, -y<span class="pagenum" id="Page_22">p. 22</span> que debían confiar al -tiempo y a las evoluciones lentas de la voluntad humana la solución de -aquel problema de familia.</p> - -<p>Aunque es persona muy conocida en Madrid, quiero decir algo ahora -del carácter del señor Marqués de Feramor, cuya corrección inglesa -es ejemplo de tantos, y que si por su inteligencia, más sólida que -brillante, inspira admiración a muchos, a pocos o a nadie, hablando en -plata, inspira simpatías. Y es que los caracteres exóticos, formados -en el molde anglosajón, no ligan bien o no funden con nuestra pasta -indígena, amasada con harinas y leches diferentes. Don Francisco de -Paula-Rodrigo-José de Calasanz-Carlos Alberto-María de la Regla-Facundo -de Artal y Javierre, demostró desde la edad más tierna aptitudes para -la seriedad, contraviniendo los hábitos infantiles hasta el punto -de que sus compañeritos le llamaban <i>el viejo</i>. Coleccionaba -sellos, cultivaba la hucha, y se limpiaba la ropita. Recogía del -suelo agujas y alfileres, y hasta tapones de corcho en buen uso. Se -cuenta que hacía cambalaches de tantas docenas de botones por un sello -de Nicaragua, y que vendía los duplicados a precios escandalosos. -Interno en los Escolapios, estos le tomaron afecto y le daban notas -de sobresaliente en todos los exámenes, porque el chico sabía, y allá -donde no llegaba su inteligencia, que no era escasa, llega<span -class="pagenum" id="Page_23">p. 23</span>ba su amor propio, que era -excesivo. Contentísimo del niño, y queriendo hacer de él un verdadero -prócer, útil al Estado, y que fuese salvaguardia valiente de los -<i>intereses morales y materiales</i> del país, su padre le mandó a -educar a Inglaterra. Era el señor Marqués anglómano de afición o de -segunda mano, porque jamás pasó el canal de la Mancha, y solo por vagos -conocimientos adquiridos en las tertulias sabía que de Albión son las -mejores máquinas y los mejores hombres de Estado.</p> - -<p>Allá fue, pues, Paquito, bien recomendado, y le metieron en uno de -los más famosos colegios de Cambridge, donde solo estuvo dos años, -porque no hallándose su papá en las mejores condiciones pecuniarias, -hubo de buscar para el chico educación menos dispendiosa. En un -modesto colegio de Peterborough dirigido por católicos, completó el -primogénito su educación, haciéndose un verdadero inglés por las -ideas y los modales, por el pensamiento y la exterioridad social. En -Peterborough no había los refinados estudios clásicos de Oxford, ni -los científicos de Cambridge; los muchachos se criaban en un medio -de burguesía ilustrada, sabiendo muchas cosas útiles, y algunas -elegantes, cultivando con moderación el <i>horse racing</i>, el -<i>boat-racing</i>, y con la suficiente práctica de <i>lawn-tennis</i> -para pasar en cualquier pue<span class="pagenum" id="Page_24">p. -24</span>blo del continente por perfectas hechuras de Albión.</p> - -<p>Hablaba el heredero de Feramor la lengua inglesa con toda -perfección, y conocía bastante bien la literatura del país que había -sido su madre intelectual, prefiriendo los estudios políticos e -históricos a los literarios, y siendo en los primeros más amigo de -Macaulay que de Carlyle, en los segundos más devoto de Milton que de -Shakespeare. Tiraba siempre a la cepa latina. Al salir del colegio, -consiguiole su padre un puesto en la embajada, para que por allá -estuviese algunos años más empapándose bien en la savia británica. En -aquel periodo se despertaron y crecieron sus aficiones políticas, hasta -constituir una verdadera pasión; estudió muy a fondo el Parlamento, -y sus prerrogativas, sus prácticas añejas, consolidadas por el -tiempo, y no perdía discurso de los que en todo asunto de importancia -pronunciaban aquellos maestros de la oratoria, tan distintos de los -nuestros como lo es el fruto de la flor, o el tronco derecho y macizo -de la arbustería viciosa.</p> - -<p>Ya frisaba don Francisco de Paula en los treinta años cuando por -muerte de su señor padre heredó el marquesado; vino a España, y a -los diez meses casó con doña María de Consolación Ossorio de Moscoso -y Sherman, de nobleza malagueña, mestiza de inglesa y española, -joven<span class="pagenum" id="Page_25">p. 25</span> de mucha -virtud, menos bella que rica, y de una educación que por lo correcta -y perfilada a la usanza extranjera, no desmerecía de la de su esposo. -Poco después casó la hermana mayor del Marqués con el Duque de -Monterones. Catalina, que era la más joven, no fue Condesa de Halma -hasta seis años después.</p> - -<p>Pues, señor, con buen pie y mejor mano entró el decimoséptimo -Marqués de Feramor en la vida social y aristocrática del pueblo a que -había traído las luces inglesas y la ortodoxia parlamentaria del país -de John Bull. Afortunadísimo en su matrimonio, por ser Consuelo y él -como cortados por la misma tijera, no lo fue menos en política, pues -desde que entró en el Senado representando una provincia levantina, -empezó a distinguirse, como persona seria por los cuatro costados, -que a refrescar venía nuestro envejecido parlamentarismo con sangre y -aliento del país parlamentario por excelencia. Su oratoria era seca, -<i>ceñida</i>, mate y sin efectos. Trataba los asuntos económicos -con una exactitud y un conocimiento que producían el vacío en los -escaños. ¿Pero qué importaba esto? Al Parlamento se va a convencer, -no a buscar aplausos; el Parlamento es cosa más seria que un circo -de gallos. Lo cierto era que en aquella soledad de los bancos rojos, -Feramor tenía admiradores sinceros y hasta entusiastas, dos, tres -y<span class="pagenum" id="Page_26">p. 26</span> hasta cinco senadores -machuchos, que le oían con cierto arrobamiento, y luego salían -poniéndole en los cuernos de la luna:</p> - -<p>—Así se tratan las cuestiones. Aquí, aquí, en este espejo tienen que -mirarse todos: esto es lo bueno, lo inglés <i>de la tía Javiera</i>, la -marca <i>Londón</i> legítima, de patente.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChI_4"> - <h3>IV</h3> -</div> - -<p>Fuera del Senado, el Marqués tenía también su grupito de -admiradores, que le citaban de continuo como un modelo digno de -imitación. Por él y por otros muy contados próceres, se decía la -frase de cajetín: «¡Ah, si toda nuestra nobleza fuera así, otro gallo -le cantara a este país!» El amanerado argumento de achacar nuestras -desgracias políticas a no tener un patriciado a estilo inglés, con -hábitos parlamentarios y verdadero poder político, llegaba a ser una -cantinela insoportable.</p> - -<p>Es muy digno de notarse que Feramor desmentía la vulgar creencia de -que todo inglés de alta clase ha de ser caballista, y delirante por -cualquiera de los <i>sports</i> que en Albión se usan. Para gloria -suya, no había importado del país serio, más que la seriedad, dejándose -de lado allí del canal las chifladuras hípicas. Aunque algo y aun algos -entendía de lo referente al <i>turf</i>, no<span class="pagenum" -id="Page_27">p. 27</span> se ocupaba de ello sino con frialdad cortés, -marcando siempre la distancia que media intelectualmente entre un -<i>handicap</i> y un discurso político, aunque sea ministerial. -Y si era cazador, y de los buenos, no mostraba por esta afición -una preferencia sistemática y absorbente. Así los gustos como las -obligaciones existían en él en su valor propio y natural, y la -inteligencia era siempre la maestra y el ama de todo. En el concierto -de sus facultades dominaba la que Dios le había dado para que gobernase -a las demás, la facultad de administrar, y mientras llegaba el caso de -llevarle las cuentas a la Nación, llevaba las suyas con un acierto y -una nimiedad que eran un nuevo tema de aplauso para sus admiradores. -«¡Un aristócrata que administra! ¡Oh, si hubiera muchos Feramor en -nuestra grandeza, la nación no andaría tan de capa caída!»</p> - -<p>La fortuna patrimonial del Marqués no era grande, porque su padre -había puesto en práctica doctrinas que se daban de cachetes con la -regularidad administrativa. Pero la riqueza aportada al matrimonio -por la Marquesa fortalecía considerablemente la casa, en la cual -reinaba un orden perfecto, gastándose tan solo la mitad de las rentas. -Vivían, pues, con decoro y modestia, sometidos gustosamente a un -régimen de previsión entre dos jalones, el de de<span class="pagenum" -id="Page_28">p. 28</span>lante fijando el límite de donde no debía -pasar el lujo, para evitar despilfarros, el de atrás marcando la raya -de la economía, para no llegar a la sordidez. A mayor abundamiento, la -Marquesa, que parecía hecha a imagen y semejanza de su esposo, y que -con la convivencia se asimilaba prodigiosamente sus ideas, salió tan -administrativa y administradora como él, y le ayudaba a sostener aquel -venturoso equilibrio. Ambos lucían en el gobierno de la casa, con una -perfecta entonación económica, si es permitido decirlo así. Diversas -eran las opiniones mundanas sobre esta manera de vivir, pues si algunos -les criticaban por no tener una cuadra de gran importancia hípica, como -correspondía a los gustos ingleses del Marqués, otros le elogiaban sin -tasa por su excelente biblioteca, principalmente consagrada ¡oh!... a -ciencias morales y políticas. Su mesa era inferior a la biblioteca, y -superior a la cuadra. Solo había cinco convidados un día por semana.</p> - -<p>Expresadas las opiniones, conviene apuntar las hablillas, aunque -estas desdoren un poco la noble figura de los Feramor. Lenguas, que -evidentemente eran malas, decían que el Marqués colocaba el sobrante -de sus rentas a préstamo con réditos enormes, sacando de apuros a sus -compañeros de grandeza, comprometidos en el juego, en el <i>sport</i> -o en otros vicios. En esto la<span class="pagenum" id="Page_29">p. -29</span> maledicencia no acertaba, como casi siempre sucede, pues los -préstamos del Marqués no eran de calidad extremadamente usuraria. Se -reforzaba, sí, con buenas hipotecas, y cuando la garantía era floja y -el reembolso problemático, sus principios económicos le aconsejaban -aumentar prudencialmente los intereses. Ello es que si en rigor de -verdad no debía ser llamado usurero, tampoco habría mayor injusticia -que aplicarle el calificativo de generoso. Ni la adulación que todo -lo puede, podía llamarle así. Los amigos más benévolos no acertaban -a descubrir en él un rasgo de desprendimiento, o un ejemplo de favor -desinteresado. Era todo exactitud en el pensar, precisión matemática en -las acciones, como una máquina de vida social en la que se suprimieran -los movimientos de la manivela afectiva. No faltaba jamás a sus -deberes, no se le podía coger en descuido de sus compromisos; pero -tampoco se le escapaba la sensiblería de hacer el bien por el bien. -Siempre en guardia, y custodiándose a sí propio con llaves seguras que -solo él manejaba, no permitía nunca que la espontaneidad abriese su -interior de hierro, ni menos que mano profana penetrase en él.</p> - -<p>Ved aquí por qué no gozaba de simpatías, y los que le admiraban -como el último modelo inglés de corte de personas, no le querían. -Encontrábanle todos poco español, privado de las<span class="pagenum" -id="Page_30">p. 30</span> virtudes y de los defectos de la compleja -raza peninsular. Habríanle querido menos reglamentado moralmente, -menos exacto, y un poquitín perdido. Físicamente, era hermoso, pero -sin expresión, de facciones a las cuales no se podía poner la menor -tacha, rematadas por una corona negativa, es decir, por una calva -precoz, lustrosa y limpia, que él consideraba como la más airosa -tapadera de la seriedad británica. Su trato fuera de casa era delicado -y fino, dentro de una elegante tibieza, y en la intimidad doméstica -seco y autoritario, sin ninguna disonancia, pero también sin asomos -de dulzura, como un preceptor o intendente, más que como padre y -esposo. De la señora Marquesa, que no era más que el <i>feminismo</i> -del carácter de su marido, poco hay que decir. La asimilación había -llegado a ser tan perfecta, que pensaban y hablaban lo mismo, usando -las propias locuciones familiares. Ambos se expresaban en inglés con -notable soltura. Y la asimilación no paraba en esto, pues ocurría en -aquel matrimonio joven lo que en algunos viejos, reducidos por larga -convivencia a una sola persona con dos figuras distintas. El Marqués -y la Marquesa se parecían físicamente; ¿qué digo se parecían? eran -iguales, a pesar de señalarse ella por poco bonita y él por bastante -guapo; iguales el mirar, el respirar, los movimientos musculares del -rostro,<span class="pagenum" id="Page_31">p. 31</span> el aire grave -de la frente, el temblor imperceptible de las ventanillas de la nariz, -la manera de llevar los quevedos, pues ambos eran miopes, la boca, la -sonrisa de buena educación más que de bondad. Decía un guasón, amigo de -la casa, que si uno de los dos se muriera, el superviviente sería viudo -de sí mismo.</p> - -<p>Vivían en la casa patrimonial de los Feramor, en una de las -plazoletas irregulares próximas a San Justo, con vistas a la calle -de Segovia y al Viaducto por la parte de Poniente; casa vetusta, -pero que con los remiendos y distribuciones hechas por el Marqués no -había quedado mal. La parte baja, agrandada y mejorada notablemente, -se dividía en dos cuartos de renta, y se alquilaron, el uno para -litografía, el otro para las oficinas de una Sacramental. El segundo, -distribuido al principio en tres cuartos de alquiler, fue después -anexionado a la casa para aposentar convenientemente a los niños -mayores, a la institutriz y a parte de la servidumbre. En aquel piso -escogió su habitación doña Catalina, no permitiendo que fuera amueblada -con lujo, sino más bien como celda de convento, a lo cual se opusieron -los Marqueses, enemigos declarados de toda exageración. La exageración -les sacaba de quicio, y por tanto arreglaron la estancia modestamente, -pero evitando la afectación de pobreza monástica.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_32">p. 32</span>Al mes de su regreso -a Madrid, la triste viuda empezó a salir de aquel estupor doloroso -en que había venido. Ya tomaba gusto a la vida de familia, rompía la -melancólica solemnidad de su silencio, y se distraía algunos ratos en -la sociedad inocente de sus sobrinitos, dándoles de comer, ayudando -a la institutriz, o bien recreándoles con cuentecillos y juegos que -no fueran ruidosos. Nunca bajaba al comedor grande a la hora oficial -de comida. O se la servía en su cuarto, o con la familia menuda, en -el comedor de arriba. Su vida era simplísima, y de una regularidad -conventual: se levantaba al romper el día, oía misa en el Sacramento o -en San Justo, volvía sobre las ocho, rezaba o leía haciendo labor de -gancho, y el resto del día lo empleaba en repasar a los chiquillos la -lección, volviendo de rato en rato a la misma tarea de la lectura, el -gancho y el rezo. Su cuñada subía con frecuencia a darle conversación -y distraerla; su hermano rara vez remontaba su seriedad al segundo -piso, y cuando tenía algo de interés que comunicarle la llamaba a su -despacho. Una mañana, después de preparar el discurso que había de -pronunciar aquella tarde en el Senado, extrayendo mil y mil datos de -revistas y periódicos que trataban de la monserga económica, habló -largamente con su hermana de lo que se verá a continuación.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChI_5"> - <p><span class="pagenum" id="Page_33">p. 33</span></p> - <h3>V</h3> -</div> - -<p>—Y yo te pregunto, querida hermana: ¿vas a estar así toda la vida? -¿No es ya bastante duelo? ¿No te hartas todavía de obscuridad, de -silencio, de rezos monjiles y de ese quietismo, que al fin dará al -traste con tu salud y hasta con tu vida?... ¿No respondes? Bueno. -Conociendo tu terquedad, ese silencio me indica que aún tenemos -melancolías y soledades para un rato. ¡Ah! Catalina, ¿por qué no eres -como yo? ¿por qué no tienes un poco de sentido práctico, y das de mano -a esas exageraciones? Ea, planteemos la cuestión en terreno despejado. -¿Piensas consagrar absolutamente tu vida a las devociones, a la -religión, en una palabra?</p> - -<p>—Sí —respondió la de Halma con lacónica firmeza.</p> - -<p>—Bueno. Ya tenemos una afirmación, ya es algo, aunque sea un -disparate. Vida religiosa: corriente. ¿Y tú lo has pensado bien? ¿No -temes que venga el desaliento, el cambio de ideas cuando ya sea tarde -para el remedio?</p> - -<p>—No.</p> - -<p>—Corriente. Una negación tan rotunda ya es algo. Adelante... Luego, -tu determinación es irrevocable; luego, te sientes con fuerzas para -afrontar esa vida, que yo soy el primero en ala<span class="pagenum" -id="Page_34">p. 34</span>bar y enaltecer... esa vida, ¡ah! de la cual -hallamos ejemplos tan hermosos en los tiempos pasados, pero que en los -presentes... ¡ah!... Resumiendo: que te propones ingresar en alguna de -las Órdenes existentes, y acabar tu vida en un claustro. Perfectamente; -pero aquí entro yo, aquí entra tu hermano mayor, el jefe actual de la -familia, el cual tiene la suerte de ver las cosas con gran claridad, -y de plantear todas las cuestiones en el terreno positivo. Yo te -pregunto: ¿es tu deseo pertenecer a alguna de las Órdenes claustradas -y reclusas, o a estas modernas, a la francesa, que persiguen fines -esencialmente prácticos y sociales? Te lo pregunto, querida hermana, -no porque piense oponerme a tu resolución en ninguno de los dos casos, -sino para fijar bien los términos de la cuestión, y puntualizar tus -relaciones ulteriores con la familia bajo el punto de vista social y -económico. Conviene tratar el tema de la dote, o sea de tu religiosidad -bajo el aspecto de los intereses materiales... Porque si no fijamos -bien... si no demarcamos bien...</p> - -<p>Doña Catalina interrumpió con nerviosa impaciencia a su hermano, en -el momento en que este acentuaba sus argumentaciones con los dos dedos -índices sobre el filo de la elegantísima mesa de su despacho.</p> - -<p>—No te canses en tratar este asunto como si<span class="pagenum" -id="Page_35">p. 35</span> fuera una discusión del Senado. Esto -es sencillísimo; tanto, que yo sola puedo resolverlo sin consejo -ni auxilio de nadie. Quédense tus sabidurías para cosas de más -importancia. Yo tengo mis ideas...</p> - -<p>Aquí la interrumpió él prontamente, apoderándose de la frase para -comentarla con cierta acritud:</p> - -<p>—Eso es lo que yo temo, señora hermana; y cuando te oigo decir: -«Tengo mis ideas», me echo a temblar, porque los hechos me prueban que -tus ideas no son de una perfecta congruencia con la realidad.</p> - -<p>—Ello es que las tengo, querido hermano —dijo la Condesa de Halma -con humildad—, y tú tienes las tuyas. Fácil es que no concuerden unas -con otras. Pensamos, sentimos la vida de un modo muy distinto. Déjame -a mí por mi camino, y sigue tú el tuyo. Quizás nos encontremos, quizás -no. ¿Eso quién lo sabe? Cierto es que yo quiero hacer vida religiosa. -No puedo decirte aún si entraré en las Órdenes antiguas, o en las -modernas. Soy un poco lenta en mis resoluciones, y mis ideas han de -madurar mucho para que yo me decida a ponerlas en práctica. Quizás te -sorprenda con algún proyectillo que pase un poquito la línea de lo -común. No sé. Cada cual tiene sus aspiraciones. Yo las tengo en mi -esfera, como tú en la tuya.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_36">p. 36</span>—Ya, ya —dijo el -Marqués encontrando un fácil motivo de argumentación humorística—. Mi -señora hermana pica alto. La fuerza de su humildad le sugiere ideas que -se parecen al orgullo como una gota a otra gota. No encuentra dignas -de su ardor religioso las Órdenes consagradas por el tiempo, y aspira -a eclipsar la gloria de las Teresas y Claras, fundando una nueva Regla -monástica para su recreo particular... Y yo pregunto: ¿corresponderán -las facultades intelectuales de mi querida hermana a la nobilísima -aspiración de su alma generosa? Me permito dudarlo... No me niegues -que has pensado en ello, Catalina, y que sueñas con la celebridad de -fundadora. Te lo he conocido en lo que callas, conversando conmigo, -más que en lo que dices. Te lo he conocido en ciertas reticencias -sorprendidas en ti, cuando de soslayo tratamos alguna vez del empleo -que pensabas dar a los restos de tu legítima. Y ahora, hermana mía, -abordo nuevamente la cuestión de intereses, asaltado de una duda. Yo -pregunto: ¿mi señora hermana, en el estado cerebral particularísimo -que es producto infalible del misticismo, está en el caso de apreciar -con exactitud la cuantía de su legítima, después de los suplidos de -Oriente, que no hay para qué recordar ahora? Permítaseme dudarlo.</p> - -<p>—Creo poder apreciarlo —dijo la de Halma<span class="pagenum" -id="Page_37">p. 37</span> con firmeza—; aunque, según tú, me falta el -sentido de las cosas materiales.</p> - -<p>—No es caprichosa esa opinión mía, pues la fundo en una triste -experiencia. Por no haber sabido a tiempo amaestrar la imaginación, -esta te desfigura los hechos, te agranda todo lo que pertenece al -concepto ventajoso, y te empequeñece lo...</p> - -<p>—¡Ay, no! —replicó la viuda con viveza—. ¿Piensas que la imaginación -me empequeñece lo malo?... Di más bien lo contrario. Veo siempre -considerablemente extendido todo aquello que me perjudica...</p> - -<p>—Seguramente creerás que la parte de tu legítima que está en mi -poder —dijo don Francisco de Paula con cierta conmiseración—, se eleva -a una cifra fabulosa. Fuera de que la legítima era en sí bastante menor -de lo que pudimos creer en vida de nuestro querido padre (que de Dios -goce), hay que tener en cuenta que tu disparatado casamiento más ha -sido para disminuirla que para aumentarla.</p> - -<p>—Dejaremos esta cuestión para cuando sea más oportuno tratarla —dijo -doña Catalina levantándose.</p> - -<p>—Como quieras. Pero no te impacientes por subir a tu nido, y oye -la observación que quiero hacerte respecto a tus proyectos de vida -monástica. Siéntate un momento más, y bueno<span class="pagenum" -id="Page_38">p. 38</span> será que atiendas ahora, más que otras veces -lo hiciste, a las sanas advertencias de tu hermano, que a falta de -otra sabiduría, tiene la de presentar las cuestiones en su aspecto -serio. No te censuro que te lances con ardor a la vida religiosa y -santa. También eso, aunque con apariencias imaginativas, puede ser -práctico, esencialmente práctico. Si tu conciencia, si tu corazón -te impulsan por ese camino, síguelo, que tu carácter y los hábitos -adquiridos no te permitirán quizás, o sin quizás, ir por otro. Mi -aprobación en toda regla. Cuanto pertenezca al orden de la piedad, y -a los supremos <i>intereses</i> espirituales, me tendrá siempre en -favorable disposición. Pero concrétate a un papel puramente pasivo, -pues no naciste tú para la iniciativa ni para la actividad, en su -acepción más lata. Temo mucho a tus ambiciones de fundadora, y veo -en peligro los reducidos intereses que constituyen tu legítima. Con -ellos se te podría constituir una dote decorosa, y si me apuran, una -dote espléndida. Pero si en vez de concretarte a ser humilde oveja, -como piden tu carácter débil y, permíteme que lo diga, tus cortos -alcances, te quieres meter a pastora, no tienes ni para empezar. ¡Ah! -vivimos en un siglo en que no se pueden desmentir las leyes económicas, -querida hermana; y el que no tenga en cuenta las leyes económicas, se -estrellará<span class="pagenum" id="Page_39">p. 39</span> en toda -empresa que acometa, aun aquellas del orden espiritual. Así como no se -puede hacer una tortilla sin romper huevos, no puede emprenderse cosa -alguna sin capital. Hoy no se crean Órdenes o Congregaciones con el -esfuerzo puro de la fe y del ejemplo edificante. Se necesita que el -que funda, posea una fortuna que consagrar al servicio de Dios, o que -encuentre protectores ricos y piadosos. Tú no los encontrarás para ese -objeto, si piensas buscar apoyo en la familia. Los parientes próximos, -puedo citártelos uno por uno, no están en disposición de consagrar a -un negocio tan problemático como la salvación de las almas propias -y ajenas sus apuradas rentas. De modo, que si te obstinas en llevar -adelante un pensamiento demasiado ambicioso, no harás nada de provecho, -y perderás en vanas tentativas lo poco que tienes. Nuestra época admite -los arrebatos místicos, pero con la razón siempre por delante; admite -la caridad en grado heroico, pero con capital a la espalda, capital -para todo, hasta para allanarle a la humanidad los caminos del Cielo. -Tú no posees ni ese capital encefálico que se llama razón, ni esa razón -suprema de los actos colectivos, que se llama capital. Intenta algo que -se salga de lo común, y verás como sale un despropósito. Siembra tu -pobre iniciativa, y cogerás cosecha de tristes desengaños.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_40">p. 40</span>—¿Has concluido?... -¡Qué bien se explica el señor senador! —le dijo Catalina con gracejo—. -¿Y si te dijera que no me has convencido? Me reñirías un poquito -más. ¿Y si al reñirme más, yo me permitiera el atrevimiento de no -hacerte caso? Pero si no conoces mis ideas, ni mis planes, ¿para qué -los criticas? Es una verdadera desdicha que seas tan parlamentario, -porque a todo le das el giro de discusión de negocio grave, y te -sale un debate político de cada dedo. Yo no discuto, ni critico, ni -<i>parlamenteo</i> nada. Lo que pienso hacer lo haré si puedo, y si -no, no. ¿Ya te estás curando en salud, creyendo que voy a pedirte algo -que no sea mío? Respira tranquilo, hombre práctico, apóstol del dogma -económico, y de las sacrosantas doctrinas del capital y la renta, y tal -y qué sé yo. Niégame que existe un capital más eficaz que el que se -forma con el dinero y la razón.</p> - -<p>—A ver... ¿qué?</p> - -<p>—La fe... No te rías...</p> - -<p>—Si no me río. Pues estaría bueno que yo me riera de la fe... no, -querida y respetada hermana... Debo poner punto por hoy en estas -discusiones. Sé que no he de convencerte. Yo digo: «terquedad, tu -nombre es Catalina de Halma...» Espero que otro será más afortunado que -yo.</p> - -<p>—¿Quién?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_41">p. 41</span>—Don Manuel... -Nuestro buen amigo triunfará de tus manías.</p> - -<p>En aquel punto entró en el despacho la Marquesa, que acababa de -llegar de misa, y cogiendo al vuelo las últimas palabras, terció en el -debate, repitiendo, como un eco de su marido:</p> - -<p>—Don Manuel, don Manuel te convencerá.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChI_6"> - <h3>VI</h3> -</div> - -<p>Y como si las palabras de Consuelo fueran una evocación, apareció en -la puerta, sin que antes se le sintieran los pasos, un clérigo alto y -viejo, que sonriendo y con blanda vocecilla, decía:</p> - -<p>—Don Manuel, sí, aquí está don Manuel, dispuesto a convencer a la -misma sinrazón... ¡Oh, mi señora doña Catalina!... A fe de Manuel -Flórez que no esperaba tan grato encuentro, y pensaba, antes de -almorzar, darme una vueltecita por arriba.</p> - -<p>—Hoy es día solemne —dijo el Marqués con su habitual cortesanía—; -hoy tenemos a almorzar al señor don Manuel, y mi hermana, que sabe -cuánto se merece un amigo de tal calidad, quebranta su clausura, baja -al comedor y nos acompaña a la mesa.</p> - -<p>—No merezco yo tanto... ¡Oh!</p> - -<p>Doña Catalina quiso protestar sin ofender al venerable sacerdote; -pero su voz fue ahogada<span class="pagenum" id="Page_42">p. 42</span> -por admoniciones cariñosas, y poco después pasaron los cuatro al -comedor. Por el camino decía el simpático Flórez a la Condesa de -Halma:</p> - -<p>—No está demás, mi buena y santa amiga, aflojar un poquito la cuerda -de vez en cuando.</p> - -<p>Con decir que la educación del Marqués y la de su esposa era -exquisita, se dice que en el curso del almuerzo no se habló más que -de cosas gratas, en las cuales pudieran todos decir su palabra sin -ninguna violencia. Catalina estuvo melancólica y amable, don Manuel -festivo, el Marqués reservado, y Consuelo con todos fina y obsequiosa. -Nada ocurrió, pues, que merezca especial mención. Dijeron algo de -política, que Feramor trataba siempre con criterio muy elevado, huyendo -de las personalidades, cuatro palabras de literatura y academias, y -un poco también del proceso del cura Nazarín, que por aquellos días -monopolizaba la atención pública, y traía de coronilla a todos los -periodistas y <i>reporters</i>. Divididos los pareceres sobre aquella -extraña personalidad, unos le tenían por santo, otros por un demente, -en cuyo cerebro se habían reunido con extraordinaria densidad los -corpúsculos insanos que flotan, por decirlo así, en la atmósfera -intelectual de nuestro tiempo. Interrogado sobre tan peregrino caso, -el bonísimo don Manuel dijo que aún no tenía datos suficientes para -formar criterio en aquel punto,<span class="pagenum" id="Page_43">p. -43</span> y que se reservaba su opinión para cuando hubiese estudiado, -con repetidas visitas y conferencias, al loco, santo, o lo que fuera. -La de Halma no dijo esta boca es mía, ni aun demostró interés en -un asunto, que por ser cosa que andaba en los periódicos, debió de -parecerle de interés vano y pasajero.</p> - -<p>Después del almuerzo, subieron don Manuel y doña Catalina al -aposento de esta, y se entretuvieron largo rato charlando con los -chiquillos y la institutriz, la cual era inglesa, de edad madura, con -rostro de pájaro disecado, buena persona, que sabía su oficio y cumplía -muy bien, transmitiendo a las criaturas sus maneras finísimas, y sus -tópicos de ciencia fácil para uso de familias bien acomodadas. Cuatro -eran los niños de los señores Marqueses, y a todos se les nombraba -con los diminutivos familiares, a la usanza inglesa. Alejandrito, -el mayor (<i>Sandy</i>), despuntaba por su corrección de pequeño -<i>gentleman</i>, y era un fiel trasunto de su papá, por lo comedido, -lo económico, y la precocidad de las cosas prácticas. Seguía Catalinita -(<i>Kitty</i>), ahijada de su tía del mismo nombre, monísima criatura, -muy espiritual y un poquitín traviesa. Paquito (<i>Frank</i>) era un -poco abrutado, pero en él despuntaba una inteligencia sólida para la -mecánica y... las obras públicas. Como que su juego preferido era -imitar el ferrocarril, hacien<span class="pagenum" id="Page_44">p. -44</span>do él de locomotora. Seguía Teresita, de tres años, a la cual -llamaban <i>Thressie</i>, gordinflona, comilona, y nada espiritual, por -el momento. Se pirraba por chapotear en agua, lavar trapos, y otras -ordinarias ocupaciones. Era la que más daba que hacer a la <i>miss</i>, -a quien llamaban <i>Dolly</i>, que es lo mismo que Dorotea.</p> - -<p>Fuéronse todos de paseo muy bien arregladitos, pastoreados por la -inglesa, y solos ya la Condesa y don Manuel, se encerraron, quiero -decir, que a solas estuvieron larguísimo tiempo, casi toda la tarde, -charlando de cosas graves de religión y de beneficencia. No es posible -continuar en esta verídica narración sin afirmar que don Manuel Flórez -era un sacerdote muy simpático: sus singulares prendas lo mismo le -daban prestigio y consideración en las clases altas, que popularidad en -las inferiores. Entre diversos linajes de personas andaba de continuo, -codeándose con aristócratas, o alternando con la pobreza humilde, -y arriba y abajo sabía emplear el lenguaje más propio para hacerse -entender. En él eran de admirar, más que las virtudes hondas, las -superficiales, porque si no carecía de austeridad y rectitud en sus -principios religiosos, lo que más en él resplandecía era la pulcritud -esmerada de la persona, la dulzura, la benevolencia, y el lenguaje -afectuoso, persuasivo y en algunos casos retórico de buen gusto. La -ma<span class="pagenum" id="Page_45">p. 45</span>licia pudo alguna vez -tratar de mancharle, arrojándole salpicaduras de lodo callejero; pero -siempre salió limpio y puro de aquellos ataques por su constancia en -despreciarlos y no darles ningún valor.</p> - -<p>Nunca tuvo ambición eclesiástica. Hubiera podido ser obispo con -solo dejarse querer de las muchas personas de gran influencia política -que le trataban con intimidad. Pero creyó siempre que, mejor que en el -gobierno de una diócesis, cumpliría su misión sacerdotal utilizando -en servicio de Dios la cualidad que este, en grado superior, le había -dado, el don de gentes. ¡Prodigiosa, inaudita cualidad, cuyos efectos -en multitud de casos se revelaban! No era solo la palabra, ya graciosa, -ya elocuente, familiar o grave según los casos; era la figura, los -ojos, el gesto, el alma flexible y escurridiza que se metía en el -alma del amigo, del penitente, del hermano en Dios, y aun del enemigo -empecatado. Podría creerse que tal cualidad serviría para lucir en -el púlpito. Pues no señor. En su juventud había probado la oratoria -sagrada con éxito dudoso. Predicador adocenado, pronto hubo de conocer -que a ninguna parte iría por aquel camino. Su apostolado tenía por -órgano la conversación, y el trato social era el campo inmenso donde -debía ganar sus grandes batallas.</p> - -<p>Vivía Flórez con independencia, de la renta<span class="pagenum" -id="Page_46">p. 46</span> de dos buenas fincas que heredó de sus -padres en Piedrahita. No tenía, pues, que afanarse por la <i>pícara -olla</i>, ni que volver los ojos, como otros infelices, al palacio -episcopal, a las parroquias o al Ministerio de Gracia y Justicia. Dios -le había hecho vitalicio el pan de cada día, poniéndole en condiciones -de ejercer su ministerio con la eficacia que da... una alimentación -perfecta. No le venía mal la independencia hasta para la conservación -de su fácil ortodoxia, de su perfecta conformidad con el espíritu y -la letra de cuanto enseña y practica la Santa Iglesia. Vestía con -pulcritud y hasta con cierta elegancia dentro de la severidad del traje -eclesiástico, sin que en ello hubiera ni asomos de afectación, pues en -él el aseo y la compostura eran cosa tan natural como el habla correcta -y la bondad de las acciones. Era elegante, por la misma razón porque -cantan los pájaros y nadan los peces. Cada ser tiene su epidermis -propia, producto combinado de la nutrición interior y del medio -atmosférico. La ropa es como una segunda piel, en cuya composición y -pátina tanta parte tiene lo de dentro como lo de fuera.</p> - -<p>Importantísimo debía de ser lo que hablaron aquella tarde don Manuel -y doña Catalina, porque la encerrona fue larga. Despidiose el buen -sacerdote al fin, diciendo al coger su teja:</p> - -<p>—Quedamos en eso..., ¿eh?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_47">p. 47</span>—Yo no diré nada, ni -haré nada.</p> - -<p>—Corriente, mi buena y santa amiga. Si algo le dicen a usted, -desentiéndase. Si sobreviene algún disgustillo, écheme la culpa. No -tiene más que decir: «cosas de don Manuel».</p> - -<p>—Perfectamente. Si consigo lo que deseo, a usted lo deberé todo, y -suya será la gloria.</p> - -<p>—No, eso no: la gloria es de usted, quedamos en eso, en que la -gloria es de usted. No soy más que el ejecutor o el auxiliar de una -grande, de una excelsa idea. Adiós, adiós.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChI_7"> - <h3>VII</h3> -</div> - -<p>Bajó despacito las escaleras, fija la vista en los peldaños, -mientras volteaba en su mente la grande, la excelsa idea, y en el -portal se encontró a los señores Marqueses que regresaban de su paseo -en coche.</p> - -<p>—¿Todavía por aquí, don Manuel?</p> - -<p>—¿Quiere quedarse a comer?</p> - -<p>—Gracias mil. Ya saben que no como a estas horas. Mi chocolatito, y -a la cama como un ángel. Consuelo, buenas tardes.</p> - -<p>—¿Y cuándo tendremos el gusto de volver a verle por aquí? —le -preguntó el Marqués.</p> - -<p>—Ese gusto lo tendrán ustedes mañana.</p> - -<p>—El disgusto será de usted.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_48">p. 48</span>—Quizás... Pero en -fin, mañana hablaremos. Abur, abur.</p> - -<p>Requirió el manteo, y se fue, dejando a su buen amigo un tanto -caviloso con aquel anuncio de conferencia, que debía de ser, se lo -decía el corazón, alguna extravagancia de su señora hermana la Condesa. -Preparose, pues, prejuzgando todos los órdenes, de razonamientos -con que podría embestirle don Manuel, y le aguardó tranquilo. Las -diez no eran todavía cuando el sacerdote entró en la casa, y ambos -en el despacho, sentaditos a uno y otro lado de la mesa, hablaron -largo tiempo. El Marqués, si le dejaban, era un águila para las -amplificaciones; pero Flórez sabía ser lacónico y contundente cuando -el caso lo exigía. La confianza autoritaria, de superior a inferior, -con que le trataba, por haber sido su maestro antes de la partida de -Feramor para Inglaterra, facilitaba mucho a don Manuel las fórmulas de -concisión.</p> - -<p>—Ya, ya me lo figuraba —dijo el Marqués, oída la breve exposición -que hizo don Manuel de su visita—. Desde que usted me indicó anoche... -Bajaba usted de su cuarto, donde estuvo en cónclave con ella toda la -tarde... En seguida comprendí. Mi señora hermana desea que le entregue -su legítima.</p> - -<p>—Exactamente.</p> - -<p>—¿Y para eso tanto misterio, y conferencias<span class="pagenum" -id="Page_49">p. 49</span> tan largas entre usted y ella? ¿Por qué no -me lo dice? ¿Acaso me niego a entregarle lo suyo? ¿Por ventura no -tengo mis cuentas bien claras, y mi conciencia muy tranquila, y todos -los asuntos tan en regla, que fácilmente podría contestar a cuantas -objeciones se me hicieran? Vea usted, vea usted...</p> - -<p>Y diciendo esto sacó un legajo cuyo rótulo decía: «Cuenta de las -cantidades suplidas a mi señora hermana Catalina...»</p> - -<p>—Ya, ya —dijo el clérigo continuando de memoria la lectura del -rótulo—. «Suplidos en Madrid cuando se casó... y después en Sophia, -Constantinopla, Corfú...» Dame acá.</p> - -<p>Y tomó los papeles, y sin dignarse pasar por ellos la vista, con -resolución firme y calmosa empezó a romperlos, no pudiendo hacerlo con -todo el legajo de una vez, por ser demasiado grueso.</p> - -<p>—¡Qué hace usted, don Manuel! —exclamó el Marqués abalanzando su -cuerpo por encima de la mesa, pero sin atreverse a quitarle al otro de -las manos los papeles que rompía pausadamente, echando los pedazos en -una cestita próxima.</p> - -<p>—Ya lo ves... Hago lo que tú harías si fueras como Dios y yo -queremos que seas, lo que harás seguramente si reflexionas en ello... -Déjame, déjame que deshaga toda esta podredumbre...</p> - -<p>—Pero...</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_50">p. 50</span>—No hay pero que -valga. ¡Si has de concluir por aprobarlo, y ayudarme a romper los que -quedan! Hijo mío, tengo de ti mejor idea de lo que parece, y aunque -te empeñes en disimular tu buen corazón con esas apariencias de -egoísmo que te impone la sociedad, no has de conseguirlo. Ya, ya estás -comprendiendo que debes entregarle a tu hermana su legítima íntegra, y -que esa resta infame que tenías preparada no es propia de un caballero -cristiano... como debes ser... como eres, lo digo y lo repito, como -eres.</p> - -<p>—¡Don Manuel!</p> - -<p>—Don Manuel te quiere mucho, y cuando te ve desfigurado por el -egoísmo, que todo lo contamina, te rehace a su gusto... Yo quiero que -seas conforme al tipo de caballero cristiano que quise formar en ti -cuando te llevaron a tierras de ingleses metalizados. No pongas esa -cara compungida, ni abras esos ojazos, Paco, amigo mío y discípulo -amado. Los anticipos que hiciste a tu hermana son miserias... miserias -para ti, que eres rico; y si retienes esas cantidades al entregarle -su legítima, rebajas tu dignidad, y te pones al nivel de la gente mal -nacida. Prueba que eres noble, no solo de nombre, sino de hechos, y -perdónale a tu pobre hermana las limosnas que le hiciste, que si el no -dar limosna es cosa fea, el reclamar la que se dio es cosa feísima, -plebeya, vil.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_51">p. 51</span>—Permítame usted, -mi querido Flórez —dijo el Marqués palideciendo, sin ningunas ganas -de ceder, pero también sin ánimo para oponerse al rasgo de su amigo y -maestro—; permítame usted que le diga que no es esa la manera de tratar -las cuestiones de intereses. Discutamos...</p> - -<p>—Eso es lo que tú quieres, discutir, porque en ello siempre llevas -ventaja. Pues yo aborrezco las discusiones; soy muy poco parlamentario. -¿Y para qué habíamos de discutir? Ya han desaparecido en pedacitos -mil tus famosas cuentas. Mía es la responsabilidad de este crimen de -lesa majestad... económica. Pero mi conciencia está tranquila, y aquí -donde me ves, al romper tus papelotes he sentido en mi interior un -goce vivísimo. ¡Si tú eres bueno, si tú mismo no sabes lo bueno que -eres! Ea, voy a echármelas de parlamentario. Discusión: planteo el -debate. Seré breve, muy breve. Escúchame. Tú eras rico, tu hermana -pobre. Tú habías hecho un buen casamiento, bajo todos puntos de vista; -tu hermana lo había hecho detestable. Tú eras feliz, ella desgraciada. -¿Qué menos podías hacer que socorrerla en su miseria, cuando aún no -podías entregarle su legítima, por no estar ultimada la testamentaría? -La socorriste, fuiste buen hermano, buen caballero, y ahora, cuando -ella te pide la herencia de vuestro padre, te ade<span class="pagenum" -id="Page_52">p. 52</span>lantas gallardamente y le dices: «Querida -hermana, toma lo que te pertenece, y olvida los sinsabores que te -causé, como yo olvido los socorros que te di.» Esto hace un prócer, -esto hace un caballero, esto hace el primogénito de una casa ilustre -que hoy se encuentra en posesión de grandes riquezas.</p> - -<p>—No me deja usted hablar... ¡Pero don Manuel de mi alma...!</p> - -<p>—Si estoy yo <i>en el uso</i> de la palabra, como decís allá. -Después hablará su señoría, que aún tengo mucho que decir... Sigo. -Pues me figuro que tengo delante de mí a tu padre, o mejor aún, que -el hombre que tienes frente a ti, no soy yo, sino aquel bonísimo -aunque desordenado Pepe Artal, mi noble amigo. ¿Por qué me decidí a -romperte todo este papelorio? Porque tenía la seguridad de que él lo -hubiera roto. No era yo, era él, quien lo rompía. Hago revivir ante -ti la imagen, más que la memoria, de tu padre, para que le imites en -este caso, aunque en otros me guardaría muy bien de presentártelo -como modelo. ¡Ah!... Paco mío, tu padre era un perdido... digo, -tanto como un perdido no, era una mala cabeza, el desbarajuste, la -imprevisión. Cabeza de trapo, corazón de oro. ¡Qué corazón el de Pepe -Artal! Era el caballero español, dispuesto a todas las barbaridades -imaginables; pero también generoso, verdadera<span class="pagenum" -id="Page_53">p. 53</span>mente noble y magnánimo. El pobrecito no -conoció a los economistas ingleses, ni siquiera por el forro. Había -oído hablar con grandes encarecimientos de los políticos de allá: Lord -Palmerston, Pitt, qué sé yo; pero él no les conocía más que yo a los -sacerdotes de Confucio. Creía que todo lo bueno ha de traer una marca -que diga <i>Londón</i>, y se empeñó en que tú habías de entrar en el -mundo social y político con esa etiqueta. Fuiste allá, volviste hecho -un inglesote. Vales mucho, yo no lo niego. Serás capaz de arreglar la -Hacienda española... trabajo te mando... como has arreglado la tuya. -Tienes grandes cualidades, algunas muy raras aquí, y que nos hacen -mucha falta; pero careces de otras, quizás las más elementales... -Pero yo, que te quiero tanto, tanto, te cojo, como se coge un muñeco -o cualquier figurilla de materia blanda, y te retuerzo, y te doy una -gran vuelta, hasta enderezar en ti lo que me parece torcido, y hacerte -a mi gusto... Conque se acabó el discurso. Quedamos en eso: en que le -entregarás a tu hermana su legítima sin escatimarle las sumas con que -acudiste a sus necesidades en los tiempos de su extrema pobreza... -¿Estamos? Pues bien, ahora, yo que soy un gran embustero cuando el caso -llega, subiré a ver a Catalina, y le soltaré una mentira muy gorda, -pero muy gorda...</p> - -<p>—¡Qué!</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_54">p. 54</span>—Que tú, por tu -propia iniciativa, como saliendo de ti, ¿me entiendes? has tenido ese -rasgo. Que yo no te he dicho nada, que los papeles los rompiste tú, -mejor, que ya los habías roto; en fin, yo me entiendo.</p> - -<p>—¿Y eso dirá usted a mi hermana?</p> - -<p>—Eso mismo, tal como lo oyes.</p> - -<p>—Pues no lo creerá —dijo Feramor, sonriendo por primera vez después -del sofoco que acababa de pasar.</p> - -<p>—Tanto peor para ella y para ti... Pero sí lo creerá. Basta que se -lo diga yo.</p> - -<p>—Con muchos actos de veracidad como este...</p> - -<p>—¡Pero si en rigor no es mentira lo que pienso contarle! ¡Si tú, -al fin, sientes ya no haber tenido aquella espontaneidad, porque tu -corazón se ha vuelto del lado de la esplendidez galana y noble! Y el -aceptar ahora gozoso lo que antes no hiciste, es lo mismo que si lo -hubieras hecho, y llegas a creer que tú mismo rompiste las cuentas, -y... Vaya, confiésame que te has penetrado de tu papel de caballero -y de buen hermano, y que estás contento de haberlo mostrado con una -gallardísima acción. Confiésalo, di que sí, y con esa declaración me -quedo yo más tranquilo, y no me remorderá la conciencia por el embuste -que voy a encajarle a la Condesa...</p> - -<p>—Hm...</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChI_8"> - <p><span class="pagenum" id="Page_55">p. 55</span></p> - <h3>VIII</h3> -</div> - -<p>—Mire usted, mi querido don Manolo —dijo el Marqués sentándose, -después de dar dos o tres vueltas por la estancia—. Sin esfuerzo -alguno, y con solo una ligera indicación de usted o de ella misma, -habría usted visto en mí eso que llama rasgo, si supiera yo que al -entregar a mi hermana su legítima, daba un empleo útil a ese pequeño -capital... Déjeme usted seguir, que ahora me toca hablar a mí. ¡Pues -no faltaba más sino que usted se lo dijera todo! Continúo <i>en el -uso</i> de la palabra. Cúreme usted a mi hermana de sus manías de -fundadora...</p> - -<p>—Pero ven acá, majadero, ¿acaso la fe es una enfermedad?</p> - -<p>—Que hablo yo ahora: no se interrumpe al orador. Quítele usted -de la cabeza a mi señora hermana esas ideas y esos planes para cuya -realización no le ha dado Dios el cacumen que se necesita, y no solo -le entregaré gustoso lo que le pertenece, sin merma alguna, sino que -añadiré algo, siempre que ella se humanice, dejándose de aspirar a -la canonización, y vuelva al mundo, mirando por su propio interés y -por el de la familia. De buen grado daré todo el esplendor posible -a la posición que ella podría<span class="pagenum" id="Page_56">p. -56</span> crearse, bien casándose con el viudo Muñoz Moreno-Isla, bien -con...</p> - -<p>—¡Paco, por Dios, no desbarres!... Sí, te interrumpo, no te dejo -hablar, no consiento que barbarices de ese modo. ¡Pero tonto, si -su grande espíritu la llama hacia cosas bien distintas de eso que -llamas posición!... ¡Vaya una posición! ¡Si ella quiere la más alta -de todas, la que será siempre inaccesible para todos esos Casa-Muñoz -y demás traficantes ennoblecidos que se revuelcan en la vulgaridad, -entre barreduras de plata y oro! ¡Buena está Catalina para vender la -alegría de su alma, que consiste en estar siempre en Dios y con Dios, -por el dinero de esos publicanos! ¡Divertida estaría tu hermana con -esa gente, pues a trueque de poseer unas cuantas acciones del Banco, -tendría que soportar a su lado noche y día al de Casa-Muñoz y oírle -decir <i>áccido</i>, <i>carnecería</i>, y otros barbarismos! ¡Y de -añadidura, tener por cuñada a la Josefita Muñoz, la <i>reina de las -tintas</i>, como la llama no sé quién, y oírla y aguantarla y estar -cerca de ella, cosa tremenda, porque es público y notorio que le -huele mal el aliento!... Yo no me he acercado... tate... Me lo han -dicho. Pues otra: la madre de esos tenía su tienda en la calle de la -Sal. ¡Dios misericordioso, las varas de sarga que me ha medido a mí -la buena señora para sotanas! ¡Y hoy sus hijos son Marqueses,<span -class="pagenum" id="Page_57">p. 57</span> y en señal de finura se -llevan la mano a la boca cuando les viene un eructo, y van a París -como maletas para introducir en España la moda... de los <i>huevos al -plato</i>! ¡Y esa es la posición que quieres para tu hermana!</p> - -<p>—No se puede con usted, mi buen don Manolo, cuando toma las cosas -en solfa —replicó el Marqués festivamente—. Búrlese usted todo lo -que quiera; pero yo repito y sostengo que no hay otro medio, para -crear clases directoras en esta desquiciada sociedad, que cruzar la -aristocracia de pergaminos con la de papel marquilla, dueña del dinero -que fue de la Iglesia y de las casas vinculadas. Yo le aseguro a -usted...</p> - -<p>—No me asegures nada... Tu hermana no quiere ser clase directora -en el sentido social. Puede serlo en otro mucho más elevado. Sus -desgracias le han hecho aborrecer toda esa miseria dorada del mundo. -Ningún amor terrestre puede sustituir en su alma al cariño que tuvo a -su esposo. Ahí donde la ves, con todo ese aire de poquita cosa, es una -heroína cristiana. Fue buena esposa, mártir de sus deberes; la memoria -del pobre muerto es su consuelo, y la llama vivísima de fe que arde -en su alma se traduce en la ambición de consagrar su vida al bien de -sus semejantes, a aliviar en lo posible los males inmensos que nos -rodean, y que vosotros los ricos, los prácticos, los parlamentarios, -veis con<span class="pagenum" id="Page_58">p. 58</span> indiferencia, -cuando no los escarnecéis, queriendo aplicar a su remedio las famosas -leyes económicas, que vienen a ser como la receta del italiano contra -las pulgas.</p> - -<p>—Pero si yo no me opongo a que mi hermana sea piadosa... Accedo -a que no se case, a que se dedique a la oración en la soledad de un -claustro. Soy creyente, bien lo sabe usted.</p> - -<p>—Hm... ¡Creyente! Todos los señores prácticos, políticos y -parlamentarios lo son por conveniencia, por decoro y exterioridad. Van -con vela a las procesiones, y cuando se arrodillan ante el Santísimo y -ven elevar la hostia, están pensando en que los cambios suben también, -o bajan.</p> - -<p>Dijo esto don Manuel nervioso, impaciente, levantándose y dando -tumbos por el cuarto. De pronto entra <i>Sandy</i> a pedir a su padre -los sellos que había recibido aquellos días, y el buen sacerdote, -después de acariciarle, le dice:</p> - -<p>—Corre al segundo, alma mía, y a tu tiíta Catalina que baje al -momento, que tu papá y yo tenemos que hablarle.</p> - -<p>Subió el chiquillo como una exhalación, y en el tiempo transcurrido -hasta que se presentó la Condesa, el Marqués hubo de parafrasear -sus últimas afirmaciones para evitar que Flórez las interpretara -torcidamente. Era hombre práctico, y humillándose ante los hechos<span -class="pagenum" id="Page_59">p. 59</span> consumados, quería quedar -bien con todo el mundo.</p> - -<p>—He querido decir, señor don Manuel, que no ha demostrado mi -hermana, hasta ahora, aptitudes para cosa tan grande, para una empresa -que no solo requiere piedad, sino inteligencia, saber del mundo y -de los negocios. Eso sostuve y sostengo. ¿Pero acaso el que no haya -demostrado aptitudes, significa que no pueda adquirirlas cuando menos -se piense? La fe hace milagros, ¿quién lo duda? La fe puede mucho.</p> - -<p>—Según tú, los milagros los hace la santa economía.</p> - -<p>—También. Y la inteligencia, y el método, y...</p> - -<p>La entrada de su hermana le cortó la palabra. Antes de saludarla, -don Manuel le alargó desde lejos los brazos, diciéndole con tanta -seriedad como alegría:</p> - -<p>—Venga usted acá, señora Condesa de Halma, y dé las gracias a su -hermano, este noble hijo de su padre, esta gloria de los Artales y -Javierres... El señor Marqués, no bien le indiqué los proyectos de -usted, abrió, como quien dice, su corazón y su alma toda, inundada de -fe cristiana y de entusiasmo católico. Y nada... que disponga usted -de su legítima, sin merma alguna, que no hay cuentas, ni las hubo, ni -puede haberlas entre dos hermanos<span class="pagenum" id="Page_60">p. -60</span> que tanto se aman... que si no basta, él está dispuesto...</p> - -<p>—Poco a poco, don Manuel... Yo...</p> - -<p>—Sí, sí, quiere decir que no nos abandonará en caso de... En fin, -se ha portado como quien es, como un prócer castellano, caballero de -la fe de Cristo. Ya lo esperaba yo, que conozco la raza, y he llorado -de satisfacción viendo cómo sus ideas a las mías respondieron, cómo su -noble corazón se inundó de regocijo ante los sublimes proyectos de su -bendita hermana. ¡Vivan los Artales y Javierres, cuyo blasón no tiene -igual en nobleza, cuya historia está llena de actos magnánimos, de -virtudes heroicas! ¡Viva la familia que cuenta más santos que príncipes -en su árbol genealógico, y príncipes a centenares, y felicitémonos -todos, y yo el primero, por la honra de ser amigo de tan ilustres -personas!</p> - -<p>—Bien, muy bien —dijo doña Catalina entre dos sonrisas, demostrando -en la frialdad con que pronunció aquellas palabras, que no aceptaba -como artículo de fe las del clérigo.</p> - -<p>—No me opongo jamás —dijo Feramor tragando saliva, para ahogar -con ella la tumultuosa procesión que le andaba por dentro—, no me -opongo a nada que sea razonable. Cuando lo espiritual se presenta -en condiciones prácticas, soy el primero... ya se sabe... Mis -ideas<span class="pagenum" id="Page_61">p. 61</span> generales, -mis ideas políticas, concuerdan con todo lo que sea el <i>fomento -y protección</i> de los intereses religiosos. La fe es una fuerza, -la mayor de las fuerzas, y con su ayuda, las demás fuerzas, ora -sociales, ora económicas, podrán realizar maravillas. Toda empresa de -<i>mejora</i> moral me tiene a su lado, porque no veo más camino para -el perfeccionamiento humano que las creencias firmes, la misericordia, -el perdón de las ofensas, la protección del fuerte al débil, la -limosna, la paz de las conciencias.</p> - -<p>—¡Qué hermosas ideas! —dijo don Manuel con fingido entusiasmo—. -¡Benditas sean las riquezas que atesoras, porque con ellas harás el -bien de tus semejantes desvalidos! Si todos los ricos fueran como tú no -habría miseria, ¿verdad?, ni el problema social sería tan pavoroso.</p> - -<p>Al llegar a este punto, el Marqués necesitaba violentarse mucho para -no coger una silla y dejarla caer sobre la cabeza del ladino y maleante -sacerdote. Pero su corrección social, como una conciencia más fuerte -que la conciencia verdadera, se sobrepuso a su enojo, y ni un momento -desapareció de sus labios la sonrisa, que parecía esculpida, de la -buena educación... ¡Ah, la buena educación! Era la segunda naturaleza, -la visible, la que daba la cara al mundo, mientras la otra, la -constitutiva, rara vez salía de la clausura en que las bien estudiadas -for<span class="pagenum" id="Page_62">p. 62</span>mas urbanas la -tenían recluida. Prescindir de aquella segunda naturaleza para todos -los actos públicos y aun domésticos, era tan imposible como salir a la -calle en cueros, en pleno día. Los refinamientos de la educación, si en -algunos casos corrigen las asperezas nativas del ser, en otros suelen -producir hombres artificiales, que por la consecuencia de sus actos se -confunden con los verdaderos.</p> - -<p>Apurando los inagotables recursos de su buena educación, de aquella -fuerza en cierto modo creadora y plasmante que hace hombres o por lo -menos estatuas vivas, el Marqués sostuvo el papel que le había impuesto -el eclesiástico amigo de la casa, y terminó la conferencia diciendo -graciosamente a su hermana:</p> - -<p>—Dispón de... eso cuando quieras. Estoy a tus órdenes. Y, como te -ha dicho muy bien don Manuel, entre nosotros, entre hermano y hermana, -no se hable de cuentas, ni de anticipos... No, no me des las gracias. -Es mi deber perdonarte una deuda insignificante. La fortuna me ha -favorecido más que a ti; ¿qué digo la fortuna? Dios, que es quien -da y quita las riquezas. Si a mí me las ha dado, es para que puedas -consagrarte... consagrarte...</p> - -<p>No acabó el concepto, porque la buena educación, empleada a -tan altas dosis, hubo de agotarse... Para disimular la repentina -extinción<span class="pagenum" id="Page_63">p. 63</span> de aquella -fuerza, el Marqués no tuvo más remedio que fingir una tosecilla.</p> - -<p>Y don Manuel, sacando una cajita de cartón, le dijo con buena -sombra:</p> - -<p>—Tome usted, señor parlamentario, una pastillita de las que yo -gasto.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChII_1"> - <p><span class="pagenum" id="Page_65">p. 65</span></p> - <h2 class="nobreak">SEGUNDA PARTE</h2> - <hr class="tir" /> - <h3>I</h3> -</div> - -<p>Véanse ahora los artificios que en la conducta del Marqués de -Feramor determinaba su segunda naturaleza, el ser urbano y correcto, -pues el impulso adquirido le llevó a distancias considerables de su -verdadera índole interna, petrificada en el egoísmo. Aquella noche -y las siguientes, platicando en su tertulia con las personas graves -de ambos sexos que a ella concurrían, indicó con discreta jactancia -su propósito de coadyuvar a las empresas religiosas de su hermana -la Condesa. Verdad que todo esto era de dientes afuera. Hay que -manifestar que le incitaba a la expresión de tales ideas y otras -semejantes la atmósfera que reinaba en su tertulia, y que no era más -que una prolongación del ambiente total. Porque en aquellos días, -que no están muy lejanos, había venido sobre la sociedad una de esas -rachas que temporalmente la agitan y conmueven, racha que entonces era -religiosa, como otras veces ha sido impía. El fe<span class="pagenum" -id="Page_66">p. 66</span>nómeno se repite con segura periodicidad. -Vienen vientos diferentes sobre la conciencia pública: a veces como una -moda de exaltaciones democráticas; a veces la moda del ideal contrario. -En literatura también vienen y van estas ventoleras furibundas, que -harían grandes estragos si no pasaran pronto. Sopla a veces un realismo -huracanado que todo lo moja; a veces un terral clásico que todo lo -seca.</p> - -<p>La religión no se libra de esta elasticidad atmosférica, que en -cierto modo es saludable, dígase lo que se quiera. Vienen altas -presiones de indiferentismo; siguen otras de piedad. En los días a -que me refiero, la racha religiosa venía con fuerza, y en los salones -de Feramor se arremolinaba furibunda. Hablábase con preferencia de -Roma y del Santo Padre; a cualquiera se le ocurrían frases felices -para ridiculizar a los incrédulos, o para encomiar las hermosuras -del simbolismo cristiano y de las artes auxiliares del culto; -otros señalaban decadencia, síntomas de ruina moral en los países -protestantes. Sostenían estos la frecuencia de las conversiones al -catolicismo, y aquellos recordaban con encarecimiento las vidas de -santos y fundadores, encontrándolas más bellas que las de los héroes de -Plutarco. Se proyectaban viajes en cuadrilla para admirar catedrales -y huronear monasterios derruidos, y los aficionados a la estética -reco<span class="pagenum" id="Page_67">p. 67</span>nocían más talento -en los escritores ortodoxos que en los impíos o indiferentes. Algunos -que nunca fueron beatos, enseñaban bajo la mundología una punta de -oreja pietista, y los que lo eran se crecían y amenazaban comerse el -mundo. De fuera, por el vehículo de la prensa, que siempre ha sido -extraordinariamente sensible a estas mudanzas atmosféricas, venía -la racha, empujando más cada día, porque los periódicos tachados de -librepensadores y que lo eran realmente, al llegar Semana Santa, salían -con todas sus columnas abarrotadas de una santurronería que habría -hecho palidecer de ira a los progresistas de hace treinta años. Las -señoras, naturalmente, aventaban más y más la racha con el aire de sus -abanicos y con el aliento de su apasionada fraseología, hasta conseguir -que se hinchara como tromba. Ignoraban que cuando se apaciguaran -aquellos vientos, vendrían otros con nuevas ideas y pasiones nuevas.</p> - -<p>Pues bien, en una atmósfera densa de revindicaciones religiosas, -vertía el Marqués de Feramor sus ideas artificiales, que se llaman así -para diferenciarlas de las ideas verdaderas, encerraditas muy adentro, -lejos del histrionismo seco de la buena educación. Se esforzaba en -mostrarse contento por auxiliar a su hermana doña Catalina en las -formidables empresas cristianas que acometería muy pronto. ¡Oh, -como<span class="pagenum" id="Page_68">p. 68</span> representante -de las clases directoras, él estaba obligado a contribuir a cuanto -favoreciera los <i>grandes intereses espirituales</i> de la sociedad! -No todo había de ser fomentar obras públicas, y defender como artículo -de fe la asociación mercantil. Había que mirar al más allá, enseñar -a las clases proletarias el olvidado camino del Cielo, y preparar -la vuelta de los grandes ideales. De este modo daba alimento a su -vanidad, preconizando en público lo que en su fuero interno detestaba, -y hacía propósito de sacar partido de lo que tan contra su voluntad se -fraguaba, en el piso segundo de su casa, entre la testaruda Condesa de -Halma y el complaciente don Manuel Flórez.</p> - -<p>Los concurrentes a su tertulia se veían obligados a mayores -alabanzas que las que constantemente le tributaban por su sentido -inglés, y su desprecio de las exageraciones. A excepción del Conde de -Monte-Cármenes, equilibrista incorregible, que se ponía siempre en un -justo medio muy cómodo, equidistante del misticismo y de la impiedad, -los amigos de Feramor le veían con gusto en aquel camino. Naturalmente, -los hombres de capacidad intelectual y pecuniaria como él, estaban -obligados a dar vigor al poder público, vigorizando el <i>resorte</i> -religioso. El Marqués de Cícero no podía contener su entusiasmo; -Jacinto Villalonga, que al<span class="pagenum" id="Page_69">p. -69</span> conseguir la senaduría vitalicia se había constituido en -adalid de los grandes principios, deploraba no ser rico para ayudar a -la Condesa de Halma en sus empresas espirituales, que eran lo mismo que -una gran batalla dada a las revoluciones; los Trujillos, los Albert -y Arnáiz, de la nobleza frescachona, opinaban que los <i>títulos</i> -debían ponerse al frente del movimiento de regeneración; el Conde -de Casa-Bohío, Tellería de nacimiento, casado con una cubana rica, -declaraba su conformidad y aprobación entusiasta... en nombre de Europa -y América. El general Morla no hacía más que repetir y confirmar sus -ideas de toda la vida. Severiano Rodríguez cerdeaba un poco; pero -sin lanzarse resueltamente a la oposición, porque su urbanidad se lo -vedaba.</p> - -<p>Pero el que con mayor vehemencia y aspavientos más enfáticos hizo la -apología de los <i>intereses espirituales</i>, fue un tal José Antonio -de Urrea, primo del Marqués, parásito en la casa por temporadas, hombre -inconstante, ligero y de dudosa reputación. Más joven que Feramor, algo -se le parecía en lo físico, en lo moral poco, porque era la cabeza más -destornillada de la familia, y la mayor calamidad que pesaba sobre -ella. El Marqués le profesaba una antipatía que a veces era mortal -odio, y había hecho los imposibles por mandarle a Cuba, a Filipi<span -class="pagenum" id="Page_70">p. 70</span>nas, al fin del mundo, y -librarse de sus furiosas acometidas en demanda de socorros pecuniarios. -Las adulaciones del dichoso pariente le sacaban de quicio, porque tras -ellas venía siempre el golpe inexorable.</p> - -<p>Verdaderamente, José Antonio de Urrea era más desgraciado que -perverso. Huérfano en edad temprana y sin patrimonio, no tuvo quien -le mandase a estudiar a Inglaterra ni a parte alguna. Los parientes -ricos quisieron darle carrera; empezó sucesivamente tres o cuatro, -Infantería, Montes, Administración Militar, Telégrafos, y no llegó ni -a la mitad de ninguna. A los veintidós años, fue preciso conseguirle -un destino. Feramor contaba por centenares los viajes al Ministerio -para pedir la reposición o el traslado. Ello es que le echaban de todas -las oficinas, porque, o no iba, o iba tarde, y no hacía más que fumar, -dibujar caricaturas y enredar con los compañeros. Abandonado de sus -parientes, dedicábase a desconocidos negocios. Veíasele algún tiempo -bien vestido, gastando en coche y teatros, sin que nadie supiese de -dónde salían aquellas misas. Tras un largo periodo de eclipse, aparecía -mi José Antonio hecho una lástima, enfermo, roto, muerto de hambre; -pero con ideas de un gran negocio, que estudiaba y que seguramente -sería su salvación. Feramor y su mujer, la Duquesa de Monterones y su -ma<span class="pagenum" id="Page_71">p. 71</span>rido le compadecían, -y haciéndole prometer la enmienda, se dejaban expoliar. El pícaro -se valía de mil graciosas artimañas para conquistar los corazones, -principalmente los de las señoras; con el socorro que recogía -restauraba su ropa o la hacía nueva, y allá le teníais otra vez de -punta en blanco, día y noche, de servilleta prendida, y amenizando las -tertulias con su fácil ingenio.</p> - -<p>Su inconstancia no era inferior a su desvergüenza: a veces -desaparecía de las casas de Feramor y Monterones, y parasiteaba en -otras, donde sin duda le pagaban con el plato sus amenidades, que -no siempre eran de buen gusto. Ello es que en la mesa y tertulia de -la parentela pagaba el trato con una adulación asfixiante, y en las -casas ajenas se vengaba de la humillación recibida hablando mal de -su familia, ridiculizando el anglicanismo de su primo, las vanidades -de la Marquesa y de Ignacia Monterones. Tras esto solía venir otro -largo chapuzón en obscuridades desconocidas, para resurgir luego -arrepentido, implorando misericordia. En cuanto su primo le veía con -el incensario en la mano, se echaba a temblar, porque las lisonjas -eran siempre precursoras de un golpe despampanante con el mandoble, -que manejaba como nadie. Y así, cuando le vio tan entusiasta de los -ideales religiosos, el Marqués se dijo: «Este viene armado esta noche. -Preparémonos.»</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_72">p. 72</span>En efecto, -aprovechando una ocasión propicia, José Antonio le asaltó en un ángulo -del billar, y allí, con alevosía, premeditación y ensañamiento, -descargó sobre su cabeza el filo cortante, quedándose el Marqués tan -aturdido del tremendo golpe, que no supo contestarle. El terrible -sablista mostrose muy animado con la esperanza de un seguro negocio, -para el cual reunía el capitalito necesario, y solo le faltaba una -cantidad, una miseria, que su primo, su querido primo, su opulento -primo y Mecenas le facilitaría al día siguiente... si podía ser por la -mañana, mejor.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChII_2"> - <h3>II</h3> -</div> - -<p>—¿Pero tú estás loco? ¡Que te dé mil pesetas! —le dijo la víctima -poniéndole la mano en el pecho, y apartándole de sí como un peso que se -le venía encima—. ¡Vaya una historia! ¿Negocios tú...? Y qué es, ¿se -puede saber?</p> - -<p>—Un negocio editorial, pero seguro, Paco; tan seguro, que ganaré con -él en poco tiempo, unos cuantos miles de duros.</p> - -<p>—Echa por esa boca. La historia de siempre. ¿Y con mil pesetas -estableces una casa editorial?</p> - -<p>—¿No me has oído? Tengo más; pero me falta ese pico.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_73">p. 73</span>—Lo que a ti te falta -es vergüenza —respondió el Marqués, que ante aquella calamidad de la -familia se veía privado hasta de su buena educación—. Déjame en paz, o -te echo de mi casa.</p> - -<p>—Bueno, no es motivo para que te enfades. Me niegas el auxilio que -yo, pobre industrial, vengo a pedirte. Y luego me decís: «Trabaja, -trabaja, sé hombre, sienta la cabeza.» Pues señor, siento la cabeza, me -descrismo trabajando; pero ¡ay! la pícara ley económica se interpone... -¿El capital dónde está? Lo busco; encuentro parte; voy a mi opulento -primo a que me lo complete, y mi opulento primo me echa de su casa, me -condena a la miseria, me ata las manos... Bien, Paco, bien... Siempre -te querré, y te respetaré siempre...</p> - -<p>—¡A fe que están los tiempos para poner dinero en empresas -editoriales..., precisamente cuando hemos convenido en dedicarlo a las -espirituales!</p> - -<p>—Tú puedes atender a todo. Estás en el deber de fomentar lo de Dios -y lo del César.</p> - -<p>—Sí, sí, con la saca que me espera estos días. ¿Sabes que tengo que -dar a mi hermana...?</p> - -<p>—Lo sé. Le das lo suyo.</p> - -<p>—Pero...</p> - -<p>—Convenido; tu hermana está loca.</p> - -<p>—Habla con más respeto.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_74">p. 74</span>—Loca perdida. Locura -sublime, si quieres. Yo que tú, no le daba un cuarto. Lo sublime deja -de serlo en cuanto le pones dinero encima. Dame a mí lo que te pido, -que estoy bien cuerdo y bien pedestre, con mi trabajito metódico, y mis -hábitos de hombre previsor y ordenado.</p> - -<p>En efecto, dígase porque es verdad, el pobre Urrea llevaba medio -año de vida totalmente contraria a la que le diera fama tan triste. -Había conseguido dar forma práctica a su habilidad para la fotografía, -y asociándose con un industrial muy activo, hizo una excursión por -las provincias andaluzas, y se trajo una colección de clichés de -monumentos, que le valieron algunos cuartos. Esto le alentó. Fundó -un periódico, estudiando la Zincografía y el Heliograbado; pero la -endeblez de la parte literaria hizo fracasar la publicación. Con nuevos -elementos intentaba la creación de otro semanario ilustrado, esperando -obtener considerables ganancias, y juntaba dinero para el material -indispensable y para los primeros gastos. El impresor le exigía, a más -del papel, una cantidad en fianza para responder de la composición -y tirada de los dos primeros números. Hablando de estas materias, -metiéndose de lleno en la explicación técnica del negocio por ver si -ablandaba a su primo, afiló más el arma, llegando a fijar en dos mil -pesetas la suma que necesitaba.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_75">p. 75</span>—¡Dos mil!</p> - -<p>—Sí, y tú me las vas a dar. Eres mejor de lo que tú mismo crees.</p> - -<p>—No; si yo me tengo por inmejorable. Por serlo, no te doy las dos -mil pesetas: sería lo mismo que tirarlas a la calle... Oye: una cosa -se me ocurre. Pídeselas a mi hermana, que ahora tiene dinero, o lo -tendrá pronto, y según dice don Manuel, lo dedica al socorro de la -miseria humana. Claro que tú, con tu flamante industria editorial, -estás comprendido en esa humanidad miserable, a la cual piensa Catalina -redimir.</p> - -<p>—Pues mira tú, no es mala idea... ¡Ah! tu hermana es una santa, una -heroína cristiana. Yo la admiro, y siempre que la veo, me dan ganas de -arrodillarme delante y rezar... Mi palabra de honor... Pues sí, ¡famosa -idea!</p> - -<p>—Hazle comprender que la protección a las industrias nacientes y -a los hombres emprendedores y formales como tú, debe contarse entre -las obras de misericordia, y que la caridad empieza por la familia... -¿entiendes? ¡Quién sabe, hombre, quién sabe si...!</p> - -<p>—No lo tomes a broma, que bien podría... Se intentará, hombre, se -intentará. Catalina es realmente un ángel, y sus desgracias le dan una -extraordinaria penetración para comprender las ajenas. Bien mirado el -asunto, debe co<span class="pagenum" id="Page_76">p. 76</span>menzar -su campaña caritativa por mí, que la venero, que la idolatro; por mí, -el más desgraciado de la familia, más que ella seguramente, más, más. Y -creo que, en conciencia, bien puedo pedirle tres mil pesetas.</p> - -<p>—Sí... sube, hijo, sube.</p> - -<p>—Pero, ¡ay! —exclamó Urrea desalentado súbitamente, llevándose -la mano al cráneo—, no me acordaba de... ¡Ay, no puede ser, Paco -de mi alma, no puede ser! ¡Qué tontos tú y yo! Claro que dejándose -llevar mi prima de su magnánimo corazón, no habría caso. Pero como el -que gobierna en su voluntad es ese <i>congrio</i> de don Manuel... -Figúrate.</p> - -<p>—No te permito hablar así de nuestro dignísimo amigo.</p> - -<p>—Perdóname... No le ofendo. ¡Triste de mí! ¡Cuando digo que la -mayoría de los males que afligen a la humanidad son de un origen -eclesiástico!... ¡Ah! pues si yo cogiera libre a mi prima, quiero -decir, en el libre ejercicio de su misericordia, créete que mis cuatro -mil pesetillas no habría quien me las quitara. Mi palabra...</p> - -<p>—Veo que si no te las dan pronto, acabarás por pedir un millón.</p> - -<p>—Se me ocurre una idea... Quizás podríamos... Hay que verlo. ¿Puedo -contar contigo?</p> - -<p>—¿Conmigo? ¿para qué?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_77">p. 77</span>—Para apoyarme, en -caso de que ese reverendísimo <i>percebe</i> informe, como parece -natural, en contra de mi pretensión.</p> - -<p>—Yo... ¿Cómo?</p> - -<p>—Diciéndole a la señora Condesa de Halma que ya no soy lo que era, -que me he corregido, que trabajo, que con mi pequeña industria doy -de comer a multitud de familias indigentes, en fin, que defiendo a -rajatabla los grandes ideales cristianos, y que sería obra de caridad -muy meritoria auxiliarme con cinco mil...</p> - -<p>—¡Calla, hombre, calla! Yo no puedo apoyarte. Creerán que me he -vuelto loco. En todo caso, demuéstrame que tus propósitos de enmienda -son verdaderos, y tus planes de trabajo cosa seria y decisiva.</p> - -<p>Dijo esto el Marqués, pasando al salón próximo, como si por la fuga -quisiera librarse de mosca tan importuna; pero el pariente pobre le -seguía, cosido a sus faldones, desplegando la pertinaz voluntad de -esos caracteres que no desmayan hasta no conseguir lo que se proponen. -Minutos después, Feramor se sentó en un diván para hablar de política -con Manolo Infante. El parásito hubo de agregarse con oficiosidad -pegajosa; la conversación rodó insensiblemente hacia el terreno -periodístico, y al instante Urrea se dejó caer con esta indirecta:</p> - -<p>—Como yo consiga echar a la calle mis <i>Sabatinas</i>, verán -uste<span class="pagenum" id="Page_78">p. 78</span>des. Cosa nueva, la -actualidad presentada con arte y <i>chic</i>, precio fenomenal, digo, -baratísimo; la parte literaria de primera, la heliografía <i>ídem de -lienzo</i>, en fin, un negocio que solo espera un poquitín de apoyo -para enriquecer a alguien. El primer número, que ya está preparado, -lo dedico al célebre apóstol de nuestros tiempos, el gran Nazarín, de -quien presento noticias estupendas, la biografía completa, retratos de -él y sus discípulas...</p> - -<p>—Pero ese Nazarín, ¿qué es? —preguntó el Marqués a Manolo Infante—. -Ya nos trae locos la prensa con la dichosa cuadrilla <i>nazarista</i>, -y el proceso, y las <i>interviews</i>... ¿Le has visto tú?</p> - -<p>—No necesito verle —replicó Infante—, para pensar, como tu primo, -que es el pillo más ingenioso que ha echado Dios al mundo.</p> - -<p>—Poco a poco —dijo Urrea con el desparpajo que gastar solía para -desmentirse—. Yo no pienso tal cosa.</p> - -<p>—Hace un rato nos contabas a Severiano y a mí que le habías visto, -y charlado con él y sus compañeras, y que le tenías... son tus -palabras... por un impostor vulgarísimo.</p> - -<p>—¿Eso dije?... Vamos, os revelaré todo el intríngulis de mi -diplomacia. Por desorientaros a ti y a Severiano os dije la opinión -corriente y vulgar, reservando para mi público la novedad, la sorpresa. -Yo presento a Nazarín como resul<span class="pagenum" id="Page_79">p. -79</span>ta del sondeo que he hecho de su carácter, visitándole en el -hospital uno y otro día.</p> - -<p>—Y opinas que es un santo. Pues eso no es nuevo, porque no ha -faltado quien lo haya sostenido ya.</p> - -<p>—Pero no presentan los elementos de prueba que presentaré yo. Es -un hombre extraordinario, un innovador, que predica con actos, no con -palabras, que apostoliza con la voluntad, no con la inteligencia, y -que dejará, no se rían ustedes de lo que afirmo, un profundo surco en -nuestro siglo.</p> - -<p>—¡Pero si nos has dicho hace media hora que ni siquiera es loco, -sino un aventurero que se hace el demente para vivir sobre el país!</p> - -<p>—No me convenía hace media hora decirte mi verdadera opinión. En -diplomacia y en industria es permitido el engaño. Antes no me convenía -propagar la verdad; ahora me conviene.</p> - -<p>—A este le entiendo yo mejor que nadie —dijo Feramor riendo—. -Tiene sus planes, persigue su negocio, y repentinamente, un cambio -atmosférico le hace cambiar de rumbo para llegar más pronto a donde -se propone. Es muy astuto mi primo, y ahora quiere ponerse a bien con -los que dedican su dinero a los eternos ideales, a las campañas de la -caridad evangélica. ¿Es esto, sí o no? Y a propósito, Manolo, ¿sabes -tú<span class="pagenum" id="Page_80">p. 80</span> de alguien que -quiera tomar parte en una empresa editorial, con tendencias religiosas, -<i>nota bene</i>, con tendencias religiosas, haciendo un pequeño -sacrificio de seis mil pesetas?</p> - -<p>—Poco a poco... —dijo con viveza José Antonio—. La participación -en los beneficios no puede darse sino aportando al negocio siete mil -pesetas.</p> - -<p>Feramor e Infante rompieron a reír, y el otro, sin cortarse ni -abandonar el campo de su formidable <i>sport</i>, prosiguió de este -modo:</p> - -<p>—A reír, a reír... Ya veremos quién se ríe el ultimo. Y volviendo -a <i>mi héroe</i>, les enseñaré algunas pruebas de las diferentes -fotografías que he podido sacarle en el Hospital... También tengo las -de sus compañeras. Verán.</p> - -<p>Echando mano al bolsillo, mostró distintas pruebas fotográficas, -obra suya, las cuales fueron examinadas con intensa curiosidad por las -distintas personas que al instante formaron grupo.</p> - -<p>—¿Conque este es el famoso Nazarín?... A ver, a ver...</p> - -<p>—Digan ustedes si cabe en lo humano un rostro más inteligente.</p> - -<p>—Parece moro.</p> - -<p>—Lo que parece es una figura bíblica.</p> - -<p>—¿Y esta mujer...?</p> - -<p>—Vean, vean esa cabeza, y díganme si la im<span class="pagenum" -id="Page_81">p. 81</span>postura puede llegar jamás a esa ideal -belleza.</p> - -<p>—Bonito perfil. Pero aquí hay retoque.</p> - -<p>—Más que la <i>Beatrice</i> del Dante, parece un Dante joven.</p> - -<p>—Digan que es una pitonisa, con la inspiración pintada en sus -ojos.</p> - -<p>—O una Santa Clara.</p> - -<p>—Eso no; no es figura medieval, es bíblica.</p> - -<p>—Del Antiguo Testamento. No confundir...</p> - -<p>—¿Y este? ¿Qué mico es este?</p> - -<p>—Esa es Ándara... la monstruosa, porque en su rostro hay un guiño -del Infierno y otro del Cielo.</p> - -<p>—¡Ándara!... ¡Jesús, qué endiablada fisonomía!</p> - -<p>—Todo es extraño, sublimemente enigmático y misterioso en esa -familia, o dígase tribu... Pero fíjense, fíjense bien en la cara de -Nazarín. ¿Es Job, es Mahoma, es San Francisco, es Abelardo, es Pedro el -Ermitaño, es Isaías, es el propio Sem, hijo de Noé? ¡Enigma inmenso!</p> - -<p>Desembuchaba estos calurosos encarecimientos el bueno de Urrea, -como un viajante que enseña las muestras de los artículos que ofrece -al comercio, y en tanto las fotografías corrían de mano en mano. Las -señoras principalmente las arrebataban, y ponían en ellas su atención -con una curiosidad intensísima, insaciable, febril.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChII_3"> - <p><span class="pagenum" id="Page_82">p. 82</span></p> - <h3>III</h3> -</div> - -<p>—Pero, amigo Urrea —dijo el Marqués de Cícero con sinceridad -infantil—, esto debe publicarse.</p> - -<p>—Se publicará.</p> - -<p>—¿Y el texto... cosa buena?</p> - -<p>—¡Ah!...</p> - -<p>—Pero es tan considerable el gasto —dijo Feramor—, que la empresa -que ha tomado a su cargo la propaganda nazarista, solicita una -subvención de ocho mil pesetas.</p> - -<p>—¡Oh!... No has exagerado, querido primo —manifestó Urrea—. Y -también te aseguro, palabra de honor, que para hacerlo bien, a la -altura del asunto, no vendrían mal nueve mil.</p> - -<p>—Chico, más vale que llegues de una vez a la cifra redonda: dos mil -duros.</p> - -<p>—Para mil cosas baladís han dado eso, y mucho más, Mecenas que yo -conozco. Palabra que sí. Lo que se pretende ahora está circunscrito -dentro de los términos de una modestia casi inverosímil: diez mil -pesetas. ¿Qué menos?</p> - -<p>—No me parece mucho. Que se las dé a usted el Gobierno.</p> - -<p>—O pedirla a las Sacramentales —dijo Manolo Infante—, que tienen la -contrata de la conducción a la vida inmortal.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_83">p. 83</span>—Mejor a las empresas -funerarias, porque el nazarismo hace propaganda de la muerte.</p> - -<p>—Pues yo que usted, Urrea —indicó una dama que sabía tomar el pelo -con suave mano—, pediría la subvención al gremio de constructores de -imágenes y de pasos para la Semana Santa.</p> - -<p>No se acobardaba el ingenioso aventurero por la rechifla graciosa -con que los amigos de la casa acogían sus proyectos; antes bien, -hallábase excitado, sentía en su mente audaces iniciativas y una -pasmosa fecundidad de recursos para trabajar en aquel negocio. La idea -sugerida por Feramor era felicísima. ¡Ah, si él pudiera maniobrar en -terreno libre, es decir, en el bondadoso corazón de su prima! Pero -aquel intruso y pegadizo don Manuel Flórez, tamiz por donde pasaban -todos los pensamientos y actos de Catalina de Halma, le desconcertaba, -infundiéndole la tormentosa duda del éxito. Para discurrir a sus -anchas sobre problema tan difícil, necesitaba estar solo, aguzar su -ingenio hasta lo increíble, prepararse, en fin, con todo el aparato de -artimañas y sutilezas que, en su larga experiencia de aquella esgrima, -le habían dado tantas victorias. Despreciando las burlas de que era -objeto en casa de Feramor, salió de allí presuroso, sin despedirse -de nadie; contra su costumbre, se fue a su casa, y en su reducida -alco<span class="pagenum" id="Page_84">p. 84</span>ba se encerró -a meditar el plan de ataque, tratando de prever las posiciones del -enemigo para escoger bien el palmo de terreno en que embestirle debía. -Al meterse en la cama, con los pies fríos y la cabeza caliente, se -dijo: «No hay que achicarse: la timidez será mi fracaso. Concretando -mi honrada petición a dos mil duros, podrían creer que es para vicios. -Para que vean que es un negocio serio, un asunto en que median los -<i>grandes intereses</i> del espíritu humano, necesito correrme a tres -mil.»</p> - -<p>Durmiose a la madrugada, y si al principio soñó que don Manuel -Flórez, al oír su demanda, le disparaba a quemarropa un cañón Hontoria, -su sueño fue después optimista y placentero, porque se vio abrazado -tiernamente por el dicho Flórez, mientras Catalina sacaba del bargueño -una arqueta gótica, y de ella muchos fajos de billetes de Banco, de -los cuales daba una parte a Nazarín y otra a él: y como Nazarín era -todo abnegación y menosprecio de los bienes terrestres, le regalaba su -parte sin mirarla siquiera. El movimiento pudoroso del apóstol mendigo -al coger el dinero, prevaleció en la mente de Urrea aun después de -haber pasado de aquel sueño a otro bien distinto. Soñó que con parte -de aquel numerario compraba una mina de hierro, que en poco tiempo le -daba rendimientos fabulosos; con las ganancias de la mina com<span -class="pagenum" id="Page_85">p. 85</span>praba dos manzanas de casas, y -mucho papel del Estado, y negociando por alto, llegaba a hacerse dueño -de toda la red de ferrocarriles de España... aquí que no peco... y de -Francia e Inglaterra... Y a todas estas, Nazarín apartando de sí la -resma de billetes con apostólica repugnancia.</p> - -<p>Al romper el día, mientras cosas tan inauditas pasaban en el cerebro -de un hombre dormido, don Manuel Flórez, que vivía en la misma calle, -frente por frente al soñador Urrea, salía de su domicilio. Fue con vivo -paso a decir su misa, entretuvo después un par de horas en esta y la -otra iglesia, y a eso de las diez se dejó caer en la casa de Feramor. -Entrando sin anunciarse en el despacho del Marqués, que trabajaba con -su administrador y apoderado, le dijo:</p> - -<p>—Querido Paco, quisiéramos que eso se ultimara pronto, si fuera -posible, hoy.</p> - -<p>—¿Pues no ha de ser posible? Hoy mismo, mi querido don Manolo. Mucha -prisa tiene la redentora por entrar en funciones.</p> - -<p>—La miseria humana, hijo mío, es la que tiene prisa, el hambre -humana, la sed y la desnudez humanas.</p> - -<p>—Pues por mí no quede.</p> - -<p>Terció el administrador, asegurando que ya estaba avisado el notario -para preparar la documentación, y que si terminaba aquel día, en -el<span class="pagenum" id="Page_86">p. 86</span> siguiente quedaría -hecha la entrega de la legítima de la señora Condesa, parte en fincas o -valores, parte en dinero contante.</p> - -<p>—Perfectamente —dijo el buen sacerdote acariciándose una mano con -otra—. Y ya que estás hoy de vena de amabilidad...</p> - -<p>—¿Pero no se sienta, don Manuel?</p> - -<p>—No; me voy en seguida. Digo que ya que te encuentro en vena de -concesiones, me atrevo a hacerte presente un antojito de tu hermana, -cosa insignificante; verás...</p> - -<p>—Acabe usted pronto, que ya empiezo a sentir escalofrío.</p> - -<p>—¿Por qué, hijo de mi alma?</p> - -<p>—Porque podría ser que para redimir a la pobrecita humanidad, no -le bastase su legítima, y en nombre del Dios Uno y Trino me pidiese -también la mía... y podría suceder que usted se empeñase en que se la -diera.</p> - -<p>—Vamos, no bromees. Lo que te pide es que le adjudiques la torre -de Zaportela, en Aragón. En esa casona destartalada pasó ella parte -de su infancia con tu tía doña Rudesinda. Tiene recuerdos...; en fin, -que para nada te sirve a ti ese nidal de lagartijas, y ella tiene el -capricho de restaurarlo, y...</p> - -<p>—Es que la casa de Zaportela y dos predios adyacentes se los tengo -dados en usufructo a los Urreas, los tíos de este perdido de José -Anto<span class="pagenum" id="Page_87">p. 87</span>nio, pedigüeños -insaciables como él, que practican la mendicidad por el terror. Si les -echo de allí, son capaces de quemarme todas las casas que tengo en -Aragón.</p> - -<p>—Bueno, pues en vez de Zaportela, le darás el castillo de -Pedralba en esta provincia, término de San Agustín; ya sabes... un -caserón viejo, con una torre, y no sé qué ruinas de un monasterio -cisterciense... Conque no hay que vacilar, hijo mío, y agradéceme que -abra anchos horizontes a tu generosidad. Eres un ángel, y el perfecto -tipo del caballero cristiano.</p> - -<p>—Basta, basta. No necesita usted emplear la lisonja para -desvalijarme. Eso se arreglará. Particípele usted a su discípula que no -llore por el castillo. Pedralba será suyo.</p> - -<p>—Se lo participarás tú, porque yo no subo hasta la tarde —dijo -Flórez mirando su reloj—. Tengo mucha prisa. A las once he de ver al -señor Vicario; y a las doce me esperan en Gracia y Justicia para ir a -la Nunciatura... Bueno, señor, bueno.</p> - -<p>—¿Qué más?</p> - -<p>—Nada más. ¿Te parece poco?</p> - -<p>—Creí que me iba usted a pedir el coche para todos esos viajes.</p> - -<p>—No pensaba pedírtelo; pero lo tomo si me lo das. Está Madrid -perdido de barros. Bueno, señor, bueno.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_88">p. 88</span>Poco después salía -gozoso y vivaracho el buen don Manolo, y en el portal, ¡zás! José -Antonio de Urrea que entraba. Quedose el joven como quien ve visiones, -y no acertaba ni a saludar al respetable limosnero de la casa.</p> - -<p>—¡Pepillo, dichosos los ojos!... ¡Ven acá, hijo mío, dame un abrazo! -—le dijo el clérigo con efusión—. ¿Pero qué tienes? Te has puesto -pálido. ¿Estás enfermo?... Tiemblas.</p> - -<p>—No señor... La emoción... Cabalmente venía pensando en usted -—replicó Urrea besándole la mano—. ¿Cree usted que ver, después de -tanto tiempo, a este amigo venerable, a este ángel tutelar de toda la -familia, no es cosa que impresiona?</p> - -<p>—Calla, calla, zalamero.</p> - -<p>—Deme usted a besar otra vez esas manos.</p> - -<p>—Basta, basta. Ya sé, ya sé que estás muy corregido. Sé que -trabajas, que has sentado la cabeza. Ya era tiempo, hijo mío.</p> - -<p>—¿Quién se lo ha dicho a usted? —preguntole Urrea con cierta alarma, -temiendo las ironías de su primo Feramor.</p> - -<p>—Me lo han dicho... ¿A ti qué te importa? Tus primas, las de -Hinestrosa me lo han dicho, ea.</p> - -<p>—Soy otro hombre. ¡Y qué bueno es ser bueno, don Manuel! ¡Qué -hermosura es una conciencia tranquila, una pobreza honrada, y una -con<span class="pagenum" id="Page_89">p. 89</span>ducta normal, -ordenada y perfectamente correcta! ¡Qué descanso la pureza de las -intenciones, la sujeción de los deseos, la adaptación de nuestros goces -a la medida de la realidad! ¡Qué consuelo tan grande vivir en armonía -con todo el mundo, y sentirse querido, respetado!...</p> - -<p>—Sí, hijo mío, sí.</p> - -<p>—Verdad que mi vida es azarosa, pues no puedo prescindir de ciertos -hábitos de decencia, y careciendo de bienes de fortuna, el pan de -cada día, mi queridísimo don Manuel, representa para mí esfuerzos -hercúleos.</p> - -<p>—Dios bendecirá tu trabajo. Adelante por ese camino. Persiste en tus -ideas; ten constancia, valor, confianza en ti mismo.</p> - -<p>—Así lo haré. Descuide.</p> - -<p>—¿Vas a ver a Consuelo?</p> - -<p>—No, voy a visitar a Halma.</p> - -<p>Con esta brevedad familiar, <i>Halma</i>, nombraba comúnmente el -parásito a su prima.</p> - -<p>—Bien, bien. ¡Acompañar a los desgraciados, endulzar su tristeza con -palabras de consuelo! La pobrecita te lo agradecerá mucho. Hazme el -favor de decirle que no puedo ir hasta la tarde... ¡ah! y que eso, ya -sabe lo que es, quedará ultimado mañana. Anda, anda, hijo mío. Y que el -Señor te conserve en esa buena disposición. Adiós...</p> - -<p>Volvió a besarle la mano, y después de acom<span class="pagenum" -id="Page_90">p. 90</span>pañarle a entrar en el coche, subió el -gran Urrea, más que gozoso, ebrio de entusiasmo y felicidad, porque -las cosas se le deparaban mejor de lo que en los desenfrenos de su -optimismo hubiera podido imaginar. Primer golpetazo de la suerte: -encontrarse a don Manuel Flórez en aquel pie de increíble benevolencia, -enterado ya de sus nuevas costumbres laboriosas. Segundo golpetazo: -saber que hasta la tarde no iría el susodicho a la débil fortaleza, -amenazada de un terrible asedio. Cierto que el enemigo podía -presentarse a última hora con un socorro formidable, ideas y autoridad -de refresco; pero también podía suceder que llegase tarde, y que, -arrancada por el sitiador una promesa, la egregia dama no tuviera más -remedio que cumplirla. El hombre se creció moral y hasta físicamente -al subir la escalera, derecho al cuarto segundo. Se sentía impetuoso, -audacísimo, invencible, y sobre todo grande, enorme. Creía tocar con su -cabeza en el tramo alto de la escalera, y que las puertas no tenían -bastante hueco para darle entrada. Sin duda la Providencia Divina -se ponía de su parte. ¡Qué bien había hecho aquella mañana en rezar -al Padre Eterno, a la Virgen y a San Antonio bendito, implorando su -eficaz auxilio! ¡Qué diantre! ¿No era él un pobre, no era un triste, -un mísero? ¿Pues qué hacía más que pedir una limosna, y propor<span -class="pagenum" id="Page_91">p. 91</span>cionar a las buenas almas el -ejercicio de la más hermosa de las virtudes, la caridad?</p> - -<p>«Fuera timideces, fuera mezquindades que podrían comprometer el -éxito —se dijo al traspasar la puerta, soberbio y arrogante, como un -campeón que anhela engrandecer los peligros para que sea mayor la -gloria de vencerlos—. Allá van los hombres valientes. Le pido... pst... -veinte mil pesetas.»</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChII_4"> - <h3>IV</h3> -</div> - -<p>Siempre que entraba don Manuel, después de larga ausencia de medio -día o día entero, en el cuarto de su noble amiga la Condesa de Halma, -encontrábala sumergida en una melancolía profunda y tenebrosa, como -nadadora que bucea en una cisterna. Abierto sobre la falda el libro de -la <i>Ciudad de Dios</i>, de San Agustín, o alguna otra obra mística; -apoyada la mejilla en la mano derecha, el codo del mismo lado sostenido -en la mano izquierda y esta en la rodilla derecha, que se elevaba por -tener el pie sobre un taburete, parecía un Dante pensativo, revolviendo -en su mente los círculos negros del Infierno, o los luminosos del -Paraíso. Viéndola en tales tristezas anegada, silenciosa y ceñuda, -procuraba don Manuel alegrarle los ánimos con su grata conversación, -y unas veces lo conseguía y otras no.<span class="pagenum" -id="Page_92">p. 92</span> Pues aquella tarde ¿cuál no sería la -sorpresa del simpático Flórez al encontrar a su ilustre amiga en un -estado de inquietud placentera? No daba crédito a sus ojos viéndola -en pie, corriendo de un lado a otro de la estancia, como si arreglara -y pusiera en orden los libros y objetos de devoción que en varios -estantillos tenía. Y lo más extraño era que en su rostro resplandecían -la animación, la vida. Sus ojos, siempre apagados, brillaban con fulgor -de fiebre; sus mejillas, siempre macilentas, habían tomado un rosado -tinte, como si volviera de un paseo por el campo, harta de sol y de -aire.</p> - -<p>—¿Qué tiene usted, mi noble y santa amiga? —le preguntó el -sacerdote—. ¿Qué le pasa?</p> - -<p>—Nada, no me pasa nada. Estoy contenta. ¿Esto es pasar algo?</p> - -<p>—Sí... Me alegro mucho de verla tan gozosa. No conviene dejar caer -el espíritu en la tristeza. La virtud es por naturaleza alegre, y la -conciencia pura se regocija en sí misma...</p> - -<p>—Siéntese usted si gusta, y déjeme a mí en pie. Siento una -inexplicable necesidad de andar, de moverme. De repente, la quietud ha -empezado a serme molesta.</p> - -<p>—La he recomendado a usted un ejercicio prudencial. La virtud no -requiere precisamente la postración sedentaria, que hasta puede llegar -a ser un vicio y llamarse pereza.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_93">p. 93</span>—Y ahora me -preguntará usted el motivo o razón de este contento que en mí -observa.</p> - -<p>—En efecto, señora mía, se lo pregunto a usted.</p> - -<p>—Y yo le respondo que no lo sé; que no puedo explicar qué pasa esta -tarde en mi alma. Veremos si llego a darme cuenta de ello. Y ahora, voy -a interrogar yo. Dígame: ¿quién es Nazarín?</p> - -<p>Quedose un rato suspenso el buen Flórez, y miró el rostro de la -Condesa como quien quiere descifrar un obscuro acertijo.</p> - -<p>—Pues Nazarín... —murmuró.</p> - -<p>—¿Qué hombre es ese? ¿Le conoce usted?</p> - -<p>—Sí, señora.</p> - -<p>—¿De ahora, o le conoce usted hace tiempo?</p> - -<p>—Es un sacerdote, manchego, de mediana edad. Hace dos o tres años, -no recuerdo bien la fecha, tuve ocasión de tratarle en la sacristía de -San Cayetano. Pareciome un hombre excelente, de costumbres purísimas, -humilde, de no común inteligencia, parco de palabras... Después me le -encontré alguna que otra vez en la calle; hablamos. El infeliz parecía -disgustado; revelaba una pobreza honda, sin quejarse de ella. Creí que -su cortedad de genio y su extremada delicadeza le tenían en tal estado, -y le aconsejé que se sacudiera, procurando adquirir un poco de don -de gentes. Después le he visto<span class="pagenum" id="Page_94">p. -94</span> incluido en un proceso escandaloso, y su nombre arrastrado -por la vía pública. Francamente, me supo muy mal que un sacerdote -viniese a tal situación, ya fuese por debilidad de carácter, ya por -verdadera malicia. Supe que estaba en el hospital, convaleciente de un -tifus agudísimo, y, ¿qué cree usted?... me fui a verle. Yo soy así: me -gusta enterarme por mí mismo. Le vi, hablamos largamente, y...</p> - -<p>—¿Opina usted como casi todo el mundo, que es un pobre loco?</p> - -<p>—Esa es la opinión general.</p> - -<p>—Pero la de usted, la de usted es la que yo quiero saber.</p> - -<p>—La mía no tiene importancia. Expertos facultativos le han -examinado, profesores de enfermedades mentales y nerviosas.</p> - -<p>—Pero usted tiene bastante entendimiento para no necesitar de -los juicios ajenos para formar el suyo. Dígame lo que piensa, en -conciencia, de ese hombre. ¿Es un pillo?</p> - -<p>—Creo que no.</p> - -<p>—¿Firmemente que no?</p> - -<p>—Sostengo con plena convicción que no es un malvado.</p> - -<p>—Luego es un loco.</p> - -<p>—No me atrevo a decir tanto.</p> - -<p>—Luego, es un hombre de miras elevadas, un hombre que...</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_95">p. 95</span>—Tampoco afirmo -eso.</p> - -<p>—Luego, usted no ha podido formar una opinión concreta.</p> - -<p>—No señora, no he podido. Y, créame usted, ha sido para mí el tal -Nazarín objeto de grandes confusiones.</p> - -<p>—¿Cómo no me había hablado de eso, don Manuel?</p> - -<p>—Porque no pensaba que tal asunto mereciera fijar la atención de la -señora Condesa.</p> - -<p>—¿Sabe usted que anda por ahí un libro que trata de Nazarín, en -el cual se cuenta cómo salió a sus peregrinaciones, cómo encontró -prosélitos, cómo realizó actos de verdadero heroísmo y de sublime -caridad?</p> - -<p>—He leído ese libro, que me regaló su autor, con una dedicatoria muy -expresiva. Pero no me fío de lo que allí se cuenta, por ser obra más -bien imaginativa que histórica. Los escritores del día, antes procuran -deleitar con la fantasía que instruir con la verdad.</p> - -<p>—¿Puedo yo leer ese libro?</p> - -<p>—Seguramente. Pero sin olvidar que es novela.</p> - -<p>—Entonces prefiero otra cosa.</p> - -<p>—¿Qué?</p> - -<p>—Ver al propio Nazarín. El sujeto vivo dará más luz que una historia -cualquiera, aun suponiendo que no fuese fantástica, y tan solo es<span -class="pagenum" id="Page_96">p. 96</span>crita para entretenimiento de -los desocupados.</p> - -<p>—¿Ver a Nazarín? ¿Dónde?</p> - -<p>—En cualquier parte. En el hospital..., aquí.</p> - -<p>—Eso me parece más grave. Con todo, no digo que no.</p> - -<p>—Diga usted que sí, y acabaremos más pronto. Ahora, punto y aparte: -hablemos de otra cosa.</p> - -<p>—Pues a otra cosa —repitió Flórez, algo caviloso por el repentino -salto de la tristeza al contento en el ánimo de la ilustre señora—. -Ya sabe usted que mañana se hará la entrega de la legítima. Ya hemos -salido de eso.</p> - -<p>—¡Gracias a Dios! Mucho tengo que agradecer también a mi hermano -—dijo Catalina sentándose algo fatigada, cual si sus excitados nervios -entraran en sedación—. Si he de decirle a usted la verdad, veo con -absoluta indiferencia la llegada de ese dinero a mis pobres manos.</p> - -<p>—La persona que mira al cielo —dijo el cura entornando los ojuelos -para ver mejor el rostro de su amiga—, se acostumbra mejor que otras a -despreciar los bienes terrenales.</p> - -<p>—Y respecto al empleo que debemos dar a ese capitalito, ya -hablaremos despacio.</p> - -<p>—Si no recuerdo mal, ya hemos hablado bastante. Convinimos en que -usted fundaría, en pleno campo y lejos del bullicio, un instituto de -caridad, con rentas propias...</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_97">p. 97</span>—Y que antes, se -reservaría una suma para repartirla entre los necesitados.</p> - -<p>—Sí; pero eso es difícil, porque no tendríamos ni para empezar. -La caridad debe hacerse con método, apoyándose en el criterio de la -Iglesia, y favoreciendo los planes de la misma. No vale dar limosna sin -ton ni son. Falta saber a quién se da, y cómo se da.</p> - -<p>—¿Sabe usted, mi buen don Manuel, que no entiendo bien eso?</p> - -<p>—Se lo expliqué a usted con toda latitud ayer mismo.</p> - -<p>—Pues lo he olvidado. Pero no hay que repetirlo. Ya lo comprenderé -cuando tenga la cabeza más serena.</p> - -<p>De repente, el buen clérigo se dio un golpe en la frente, como si -quisiera matar un mosquito que le picaba, y exclamó:</p> - -<p>—¡Ah, ya caigo, ya, ya!</p> - -<p>—¿Qué?</p> - -<p>—Nada, que mientras hablábamos, me devanaba yo los sesos pensando -quién habría estado aquí hoy de visita. Y ahora me ha venido -súbitamente a la memoria.</p> - -<p>—Mi primo Pepe Antonio de Urrea.</p> - -<p>—Le encontré en el portal: él entraba, yo salía. Me han dicho que es -hombre corregido.</p> - -<p>—Así parece... ¡pobrecillo! Me ha conmovido contándome sus apuros -para ganarse la vida con un rudo trabajo.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_98">p. 98</span>—Y seguramente le ha -pedido a usted dinero para sus empresas.</p> - -<p>—Sí...</p> - -<p>—Y le ha hablado a usted de Nazarín.</p> - -<p>—Exactamente.</p> - -<p>—Pero no puedo encontrar la relación entre Nazarín y los conflictos -pecuniarios del descendiente de los Urreas.</p> - -<p>—Le he prometido estudiar su petición, y resolverla de acuerdo con -usted.</p> - -<p>—Lo menos le habrá pedido a usted dos o tres mil reales.</p> - -<p>—Algo más: cinco mil duros.</p> - -<p>—¡Ave María purísima!... ¡San Antonio bendito!</p> - -<p>—Crea usted que me reí, y desde que me habló de esto, empecé a -sentirme alegre. Los apuros de un hombre por cosa que tan poco vale, -como es el dinero, me causan alegría. Es como el rechazo de todo lo -que yo he sufrido por el maldito dinero, en los días terribles en -que me hacía tanta falta. Y ahora que en nada de mi propio interés -puedo emplearlo, pues perdí el bien de mi vida, ahora que tengo bajo -tierra los restos del que era mi único amor, y considero en el cielo -su alma, me alegra el gemido de los que piden dinero con apremiante -necesidad, y al ver que lo tengo, me alegro más. Experimento, créalo -usted, como un secreto anhelo de<span class="pagenum" id="Page_99">p. -99</span> venganza..., sí, quiero vengarme de mi destino, que a tantas -privaciones me sujetó, y tantas amarguras me hizo pasar... Y cuando -se acerca a mí un desgraciado pidiéndome aquello que yo no pude tener -cuando lo necesitaba, y que poseo ahora que no lo necesito...</p> - -<p>—Se venga usted... negándoselo.</p> - -<p>—No señor, dándoselo... Es una venganza en la cual confundo a mi -destino y al mismo dinero, materia vil y despreciable, cuyo reparto -no debe someterse a ninguna regla de orden y gobierno. Las leyes -económicas de mi hermano me parecen una de las más infames invenciones -del egoísmo humano.</p> - -<p>—¿De modo que usted, señora mía, cree que para despreciar al dinero -y castigarlo por su vileza, debe dársele al primer loquinario que lo -pide sin que sepamos en qué lo ha de emplear?</p> - -<p>—Creo que el empleo final de la moneda es siempre el mismo, dese -a quien se diere. Caiga donde caiga, va a satisfacer necesidades. -El manirroto, el disipado, el vicioso mismo, lo hacen pasar a otras -manos, que lo aprovechan en lo que debe aprovecharse. Lance usted un -puñado de billetes a la calle, o entrégueselo al primer perdido que -pase, al primer ladrón que lo solicite, y ese dinero, como van todas -las aguas a los ríos, y los ríos al mar, irá a cumplir su objeto<span -class="pagenum" id="Page_100">p. 100</span> en el mar inmenso de la -miseria humana. Cerca o lejos, aquí o allá, con ese dinero arrojado -por usted a la calle se vestirá alguien, alguien matará su hambre y su -sed. El resultado final de toda donación de numerario es siempre el -mismo.</p> - -<p>—Señora mía —dijo don Manuel un poco aturdido—. No seamos -paradójicos..., no seamos sofísticos. Si usted me permite que la -contradiga, que le haga una demostración clara de su error en esa -materia...</p> - -<p>El hombre no podía expresarse bien. Estaba sofocadísimo, sentía -calor, y se abanicaba con su teja.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChII_5"> - <h3>V</h3> -</div> - -<p>—Por más que usted diga —prosiguió la Condesa—, yo creo que la -limosna consiste esencialmente en dar lo que se tiene al que no lo -tiene, sea quien fuera, y empléelo en lo que lo empleare. Imagine usted -las aplicaciones más abominables que se pueden dar al dinero, el juego, -la bebida, el libertinaje. Siempre resultará que corriendo, corriendo, -y después de satisfacer necesidades ilegítimas, va a satisfacer las -legítimas. ¡Dar a los pobres, nada más que a los pobres! Sobre que no -se sabe nunca quiénes son los verdaderos pobres, todo lo que se da va -a<span class="pagenum" id="Page_101">p. 101</span> parar a ellos por -un camino o por otro. Lo que importa es la efusión del alma, la piedad, -al desprendernos de una suma que tenemos y que otro nos pide.</p> - -<p>—¿Y usted siente esa efusión del alma al dar a su primo el auxilio -que solicita?</p> - -<p>—Sí señor; la siento, porque veo tras su petición un mundo de -necesidades abrumadoras, de martirios horribles, en que igualmente -gimen el alma y el cuerpo. Veo la falta de alimento, la estrechez de la -vivienda, la persecución de los acreedores, la vida angustiosa, llena -de humillaciones y vergüenzas ocultas, la disparidad terrible entre los -medios de existencia y el nombre retumbante que se lleva en el mundo. -Yo creo que en mi primo son ciertos los propósitos de enmienda; pero -demos de barato que no lo sean; admitamos que nos engaña, que es un -perdido, un tronera lleno de vicios, entre los cuales descuella el de -la postulación a diestro y siniestro. ¿Y qué hará usted para sacarle -del infierno de esa vida? ¿Predicarle? Nada se conseguirá mientras no -se le ponga en condiciones de variar de conducta, y por más que usted -se devane los sesos, no hallará otra manera de redención que darle lo -que no tiene, porque su mala vida no es más que el resultado fatal, -inevitable, de la pobreza.</p> - -<p>—¿Según eso, señora mía —dijo el sacerdote<span class="pagenum" -id="Page_102">p. 102</span> con cierta severidad—, usted piensa darle a -José Antonio los cinco mil duros que le pide?</p> - -<p>—Sí señor, he resuelto dárselos, y así se lo he prometido. Mi -palabra es oro. Pero...</p> - -<p>—¿Pero qué?...</p> - -<p>—¡Oh! aún falta lo mejor. Para que vea usted que no soy paradójica -ni sofista, se los doy y no se los doy.</p> - -<p>—¿Se los presta usted?</p> - -<p>—Tampoco. Se los doy en una forma que usted ha de aprobar -seguramente. Le adjudico la cantidad, quedando esta en mis arcas, a -disposición de sus administradores.</p> - -<p>—Que son...</p> - -<p>—Usted y yo. Nosotros nos encargamos de arreglarle una casa decente, -de asegurarle la subsistencia durante el tiempo que se determinará, -y, por añadidura, le pagamos sus deudas, le rompemos esas cadenas -infames que le condenan en vida a un horrible infierno, le libramos -de la vergüenza del sablazo, de la humillación de carecer de todo. -Completaremos nuestra obra dándole medios de trabajar en esa empresa -que dice trae entre manos, especulación que conviene estudiar -detenidamente para ver si en efecto es tal que en ella puede formarse -un hombre honrado. Vamos, ¿qué me dice de esta forma de practicar -la caridad? ¿Cree usted que hay otra manera de traer al buen camino -a<span class="pagenum" id="Page_103">p. 103</span> un hombre lleno de -defectos, desquiciado, empedernido en mil hábitos perniciosos?</p> - -<p>—Contesto, señora mía, que en principio aplaudo su pensamiento. -Respecto a la práctica... no sé... Dígame usted: ¿José Antonio acepta -el auxilio en la forma y condiciones que usted acaba de indicarme?</p> - -<p>—El pobrecillo se echó a llorar. Bien conocí que sus lágrimas -brotaban del corazón. «Eres la Providencia misma —me decía—, y realizas -el sueño de mi vida; tú me salvas, tú me redimes, tú haces de mí otro -hombre, y por ti, Halma, bien puedo decir que vuelvo a nacer.» Y -diciendo esto me besaba las manos.</p> - -<p>—Y yo también se las beso a usted ahora —dijo don Manuel, haciéndolo -con verdadero enternecimiento—. Es usted una santa... a su manera, -quiero decir que cada día saca usted una nueva forma de santidad. Debo -decirle, en conciencia, que en estas cosas, la originalidad suele ser -un poquitín peligrosa, pero hasta ahora vamos bien, y que siga el Señor -inspirándole esas benditas iniciativas.</p> - -<p>—Me complace que usted apruebe mi plan —dijo Catalina, excitada por -el aplauso—, y que se compadezca de ese desgraciado primo mío, el cual, -claramente lo veo, tiene más viciada la cabeza que el corazón. Cierto -que es la informalidad andando, que no acaba cuando se pone a<span -class="pagenum" id="Page_104">p. 104</span> enjaretar embustes, que por -procurarse el pan de cada día, comete mil bajezas. Por eso mismo, por -ser un enfermo del alma, le está perfectamente indicada la medicina de -la caridad tutelar y educativa. ¿No estoy en lo cierto?</p> - -<p>—Sí, señora mía —replicaba Flórez entornando los párpados y -afirmando con la cabeza.</p> - -<p>—La caridad se ha de ejercer en toda clase de enfermos y en toda -clase de miserables, y este Urreíta es un pobre de solemnidad... <i>de -tres capas</i>, un desgraciado, cuyas angustias parten los corazones. -Él me lo decía, haciéndome reír y llorar al mismo tiempo: «Querida -prima, el último de los pordioseros es un millonario comparado conmigo. -Recoge zoquetes de pan y peladuras de patatas; pero se lo come en paz, -y su espíritu vive con la serenidad y la alegría del pájaro, que al -amanecer canta saludando al día... Hasta los ciegos que andan por ahí -tocando la flauta o el violín son menos desdichados que yo. Envidio a -los vendedores de periódicos, a los mozos de cuerda, y a los poceros -de la Villa. Todos comen su bazofia sin comerse al propio tiempo la -vergüenza, que es amarga como la hiel.» ¡Pobrecillo de mi alma! No -puedo menos de considerarle, señor don Manuel, como un niño mañoso a -quien hay que educar. Le haremos todo el bien posible, sin escatimar -los azotes. Porque eso sí, mucha caridad, pero mucho rigor.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_105">p. 105</span>—Eso, eso; y si -conseguimos su enmienda, habremos hecho una obra meritoria y grande -—dijo suspirando el sacerdote, que si al principio sintió su poquito -de resquemor ante la hermosa iniciativa de su discípula, no tardó en -apropiarse las ideas de ella, con la mira de vigorizarlas y recobrar de -este modo su magisterio.</p> - -<p>—Y nadie me quita de la cabeza —prosiguió Halma— que el corazón -de Pepe es bueno, y que hay en él, aunque por muy escondido no se -vea, materia abundante para obtener la verdadera virtud. De niño era -un ángel. Somos de la misma edad, y juntos vivimos algún tiempo en -Zaportela: su madre, mi tía Rudesinda, me quería locamente, y como -yo era endeblilla y enfermucha, me llevaba consigo al campo para que -me repusiera. Pepe Antonio y yo pasábamos largas temporadas hechos -unos salvajes, corriendo por praderas y sembrados, declarando la -guerra a los pobres grillos, y comiéndonos, no solo la fruta madura, -sino la verde. Pues mire usted: yo era mucho más traviesa que Pepe -Antonio, yo solía tener malicias, inocentes, eso sí, pero malicias, y -él no, él parecía un santito en agraz, y no es que fuera hipócrita, -no; era la bondad misma, la pureza y la abnegación. Un día, delante -de mí, se quitó la camisita para dársela a un niño pobre. Todo lo -daba,<span class="pagenum" id="Page_106">p. 106</span> no era glotón, -ni avaricioso, ni envidiosillo, como todos los chicos. Mis faltas las -tomaba para sí, y se dejaba castigar para que no me castigaran. Luego, -tomó camino tan diferente del mío, que estuvimos sin vernos muchísimo -tiempo. Cuando volvimos a encontrarnos, ya era él un hombre, y hacía -en Madrid una vida de vértigo y desorden. La orfandad, la miseria -vergonzante corrompieron aquella alma buena, que parecía creada para el -bien.</p> - -<p>—¡Qué cabeza la mía, señora Condesa! —dijo don Manuel, que con un -gesto renegaba de su flaca memoria—. ¿Pues no se me había olvidado -darle la buena noticia?... Esos recuerdos infantiles de Zaportela me -hacen recordar que el señor Marqués ha convenido conmigo en adjudicar a -usted, no esa finca, sino otra mejor, el castillo de Pedralba, en esta -provincia. ¡Tanto le dije, que...!</p> - -<p>—¡Oh, qué dicha!... ¿Pero es cierto? ¡Pedralba nada menos! Tiene -usted razón, mi hermano es la misma bondad, y yo no sé cómo agradecerle -tantos beneficios. De niña, también viví en Pedralba: no puede usted -figurarse el cariño que tengo a las viejas y carcomidas piedras del -castillo, que de tal no tiene más que el nombre.</p> - -<p>—Y la propiedad de esa finca sin duda facilita los proyectos de -fundación... ¿No es eso, señora Condesa?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_107">p. 107</span>Doña Catalina -no contestó, y su meditación silenciosa llenó nuevamente de recelo -el espíritu del buen sacerdote. La pregunta que antecede había sido -formulada por Flórez con objeto de explorar el pensamiento de su noble -amiga, el cual cada día se concentraba más, arrojando de súbito alguna -claridad esplendorosa, que al propio tiempo que deslumbraba al buen -maestro, le ponía en gran confusión. Tras largo silencio, la Condesa -reanudó el diálogo diciendo:</p> - -<p>—Quedamos en eso.</p> - -<p>—En que... sí... en que Pedralba puede servir de base...</p> - -<p>—No pensaba yo en Pedralba. Lo que digo es que usted no se opone a -que vea yo a ese que llaman Nazarín.</p> - -<p>—¡Ah!... sí... en efecto... Pues, sí, no hay inconveniente...</p> - -<p>—¿Usted no se atreve a afirmar si es loco o santo?</p> - -<p>—Al menos, hasta ahora...</p> - -<p>—Pues yo quiero saberlo, me conviene saberlo con certeza.</p> - -<p>—Espero llegar a la certidumbre con solo tratarle un poco; analizar -sus ideas y someter a un examen prolijo sus acciones.</p> - -<p>—Y aunque para mi convencimiento me baste el dictamen de usted, -¿será impropio, será impertinente que yo misma le vea y le hable,<span -class="pagenum" id="Page_108">p. 108</span> si no por otro motivo, por -satisfacer una curiosidad que me inquieta?</p> - -<p>—No creo improcedente que usted aprecie por si misma su estado -cerebral —repuso el clérigo, midiendo bien las palabras—. Pero antes -conviene que le examine yo, que hablemos despacio. Luego determinaremos -en qué sitio y ocasión puede usted satisfacer su curiosidad.</p> - -<p>—Perfectamente... Pero prontito, don Manuel.</p> - -<p>—Mañana mismo le haré una visita en el hospital. Ea, es muy tarde, -y usted va a comer, y yo a mi casa. Es de noche. Adiós, amiga mía, y a -descansar. Descanse no solo el cuerpo sino el pensamiento, que harto -trabaja en idear cosas grandes. Adiós... Hasta mañana.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChII_6"> - <h3>VI</h3> -</div> - -<p>Retirose don Manuel bien embozadito en su luenga pañosa, porque -apretaba el frío, y meditabundo y un poco descontento de sí, por el -camino se decía: «Esta doña Catalina es el demonio... ¡qué barbaridad! -Quiero decir que es un ángel, un ser extraordinario. Ya no me queda -duda. Tiene mucho más talento que yo, sabe más que yo, y descubre cosas -que nadie ve, que si al principio parecen disparates, bien examinadas -resultan con toda la hermosura y toda la grandeza de Dios. Cada día -sale con una no<span class="pagenum" id="Page_109">p. 109</span>vedad. -¡Y qué ideas, Dios mío! ¿Que me reservará para mañana?»</p> - -<p>Esto decía, sintiendo un poquitín la humillación del maestro que se -ve convertido en educando. Pero como era tan buena persona, y no dejaba -entrar nunca en su alma la ruin envidia, y además estimaba cordialmente -a la Condesa, en vez de enojarse neciamente por el gradual desgaste de -su autoridad, se apropiaba las ideas de la discípula, y haciéndolas -suyas las presentaba de nuevo en forma metódica y sistemática, con lo -cual creía resultar a los ojos de ella, y aun a los suyos propios, -como el verdadero inspirador, siendo en verdad el inspirado. Hombre -flexible, creado para las adaptaciones sociales, y para aplicar y -defender la santa doctrina según el medio y las ocasiones en que le -correspondía actuar; bastante sagaz para conocer lo bueno donde quiera -que saliese, y bastante práctico para saber aprovecharlo, obraba como -obran siempre los caracteres de su complexión y hechura, no poniéndose -frente a ninguna fuerza que creen útil, sino dejándose llevar por dicha -fuerza, con tanto estudio y picardía en la postura, que parezca que la -dirigen y conducen.</p> - -<p>Metiose el buen clérigo en su casa pensando en la corrección -de Urrea, y pues la señora confiaba en su ayuda para lograrla, -hacía propósito de adelantarse a ella en el desarrollo de<span -class="pagenum" id="Page_110">p. 110</span> aquel pensamiento, -de hacerlo suyo, agregándole pormenores que lo harían de seguro -más eficaz. Pero lo que le desconcertaba era no saber qué nuevas -invenciones sacaría de su inspirado caletre la Condesa, pues a lo mejor -salía por donde menos se esperaba. Las iniciativas de él casi nunca -cuajaban; las de ella venían con tal fuerza, que al punto conquistaban -al maestro, y no había más remedio que seguirlas, componiéndolas y -retocándolas después para conservar las preeminencias exteriores del -poder gobernante. En suma, que si al principio Halma parecía una -reina constitucional a la moderna, que reinaba y no gobernaba, poco -a poco iba sacando los pies de las alforjas, y picando en absoluta -soberana. Mas era tan buena, tan discreta y piadosa, que se arreglaba -habilidosamente para dejar a su ministro las satisfacciones y aun la -creencia de la iniciativa gubernamental.</p> - -<p>—Bueno, Señor, bueno —decía don Manuel poniéndose ante su cena, -tan frugal como bien condimentada—. Y esto de querer avistarse con el -desdichado Nazarín, ¿para qué será? ¿Qué objeto lleva, qué ideas le -mueven, qué planes acaricia? No lo entiendo. Pero allá veremos por -dónde sale, y quiera Dios que sea por un registro fácil de entender, y -más fácil de manejar.</p> - -<p>A la misma hora que el respetabilísimo Fló<span class="pagenum" -id="Page_111">p. 111</span>rez cenaba, pero no aquel día, sino pasados -dos o tres, José Antonio de Urrea comía con su primo Feramor en casa -de los Duques de Monterones. Fácil es comprender de qué hablarían, al -encontrarse solos en el salón, poco antes de la comida.</p> - -<p>—No lo creo, aunque me lo jures —le decía el Marqués, sin poder -contener la risa—. Tú estás soñando, Pepe, o quieres burlarte de mí. -¿Y dices que te lanzaste a fijar tu petición en la fabulosa cantidad -de...?</p> - -<p>—Cinco mil duros. Y aún creo que me quedé corto. Entré en la mística -celda decidido a plantear el negocio <i>sobre la base</i> de los cuatro -mil... Claro, las bromas o pesadas o no darlas... Y en el curso de la -conferencia, viendo las buenas disposiciones de Halma, me arranqué -a los cinco mil. Éxito completo. ¡Ah! bien puedo decir ahora que tu -hermana es una santa; pero así como suena, ¡una santa!... todo lo -contrario de ti, que eres el Sumo Pontífice del egoísmo. ¡Qué bondad, -qué dulzura, qué penetración, qué talento sutil para comprender las -circunstancias en que yo vivo! Sostengo que ella tiene más talento -que tú, y que es mucho más práctica, sublimemente práctica. La -indulgencia noble con que iba puntualizando mis miserias, mis acciones -indecorosas, me llegó al alma, Paco, porque al propio tiempo que me -reñía dulce<span class="pagenum" id="Page_112">p. 112</span>mente por -mi conducta, la disculpaba, atribuyéndola, más que a perversión moral, -al inexorable despotismo de la necesidad, del hábito... ¡Oh, qué mujer, -qué alma grande y hermosa! Cree que me hizo llorar... mi palabra que -sí. Llegué a figurarme que era un chiquillo, que me regañaban por la -travesura de romper un juguete de precio, prometiéndome comprarme otro. -En fin, que el cielo se ha abierto al fin para mí, después de haber -llamado a su puerta inútilmente tanto tiempo. Estoy salvado, Paco; tu -hermana me salva... Creo en la Providencia, en Dios... Soy feliz, seré -otro hombre, gracias a ella, a ese ángel con más talento que todos los -Artales y Feramor de este siglo y de todos los pasados siglos, amén.</p> - -<p>—Pues te doy mi enhorabuena —le dijo el Marqués con sorna—. ¿Ves -como acerté, al indicarte...? Me daba el corazón que mi hermana se -gastaría su dinero en la regeneración de los perdidos de la familia. -Obra laudable, a fe.</p> - -<p>—Si te burlas, peor para ti.</p> - -<p>—No me burlo. Ahora, lo que importa es que tu honradez esté a la -altura de la virtud de Catalina, so pena de que resulte una santidad no -solo inútil, sino merecedora del manicomio antes que de los altares.</p> - -<p>—No temas nada. En primer lugar, no me dan el dinero a mí, lo que en -verdad no me im<span class="pagenum" id="Page_113">p. 113</span>porta. -Mejor, mejor es así. No me lo dan; lo <i>dedican</i> a la grande y -hermosa obra de remediar las penas del primer desdichado del mundo, y -de socorrer la miseria más angustiosa y lacerante que alumbran el sol y -la luna.</p> - -<p>Después de la comida, excitado el hombre por la nutrición abundante -y la copiosa bebida, volvió a charlar con su primo mientras fumaban, -y se enterneció al referir las bondades de Halma. Colmaba también de -elogios a don Manuel Flórez, llamándole padre de los pobres, apóstol -de gentiles, lumbrera de la caridad, y al fin, charla que te charla, -por entre los entusiasmos del hombre extraviado, deseoso de redención, -asomó el cinismo del aventurero arbitrista.</p> - -<p>—Tengo además otro proyectillo. A ver qué te parece. Tu hermana -adoraba a su marido, aquel pobre <i>besugo</i> alemán, que vino aquí a -que le matáramos el hambre. La memoria de Carlos Federico es su única -pasión mundana, y su espíritu se alimenta de la idea del muerto, como -planta que vive de lo que extraen las raíces. Hablando conmigo, se -dejó decir que su mayor gusto sería transportar a España el cuerpo, -que debe de estar incorrupto, de su esposo querido, para sepultarse -ella con él, naturalmente, cuando se la lleve Dios... Pues bien; se me -ha ocurrido proponerle la traída del difunto...<span class="pagenum" -id="Page_114">p. 114</span> Vamos, que le contrato la conducción de las -cenizas preciosas por cinco mil duros, siendo de mi cuenta todos los -gastos, embarque, transportes por ferrocarril, aduanas... porque las -momias también pagan derechos. ¿Qué te parece?</p> - -<p>—Que es una contrata como otra cualquiera. Redacta tu pliego de -condiciones, estudia el asunto...</p> - -<p>—Se pueden ganar un par de mil duros... palabra que sí. Me planto en -Corfú, hago la exhumación, y me comprometo a traerlo decorosamente, con -una cuadrilla de frailes franciscanos, que vengan cantando responsos -por toda la travesía. Y me encargo de asegurar el féretro, de envasarlo -convenientemente, y de hacer la entrega en el punto de España que ella -designe. He de percibir a toca teja dos mil duros antes de partir para -Corfú, y tres mil en el acto de entregar la santa reliquia.</p> - -<p>—¡Pobre hermana mía! —exclamó el Marqués, viendo súbitamente las -extravagancias de su primo bajo el aspecto serio y peligroso—. Esto le -pasa por querer gobernarse sola, desconociendo su incapacidad. Ya verá, -ya verá... José Antonio, te prevengo que si continúas inspirando a mi -desgraciada hermana esas que no sé si son tonterías o locuras, tendré -que intervenir como jefe de la familia.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_115">p. 115</span>Dejole con la -palabra en la boca, mascullando el cigarro. «Te desprecio —murmuró -Urrea viéndole partir—, egoistón, eterno inglés de la humanidad -desvalida, usurero... Shylock disfrazado de aristócrata...»</p> - -<p>No tardó en circular en la tertulia de Monterones la noticia de la -redención del perdido con los dineros y la piedad de Catalina de Halma, -y los despiadados comentarios que sobre ello se hicieron, no solo -herían a la noble señora, sino a su respetable maestro espiritual.</p> - -<p>—Porque yo me explico todo —decía la Duquesa—; me explico -las debilidades de mi pobre hermana, cuya cabeza se destornilló -lastimosamente desde antes de casarse; me explico las audacias de -Pepe Antonio; lo que no entiendo es que don Manuel autorice tales -despropósitos.</p> - -<p>Consuelo Feramor, que no hacía buenas migas con su hermana política, -y censuraba sin piedad su retraimiento, tachándolo de mojigatería y -orgullo, llegó a decir a su marido:</p> - -<p>—La culpa la tienes tú... y algo le toca al angelical don Manuel. -¡Pues si fuera cierto lo que me dijeron hoy en casa de Cerdañola! No, -no puede ser... Lo cuento como chiste. Pues que Catalina ha suplicado a -Flórez que le traiga a Nazarín... Esto sería demasiado, ¿verdad? Pero -qué sé yo... lo creo, me inclino a creerlo. Un entendimiento<span -class="pagenum" id="Page_116">p. 116</span> soliviantado que se -dispara, ¿a qué tonterías, a qué extravagancias no llegará?</p> - -<p>—Dejémosla disponer de su dinero como guste —dijo la de San Salomó, -menos intransigente que sus amigas, sin duda por no ser de la familia—, -y alabemos a Catalina de Halma, si nos da lo que a pedirle vamos. Y -no hay que diferir nuestro sablazo, señoras mías. Podría suceder que -llegáramos tarde, y encontráramos agotado el filón. Reunámonos mañana, -plantémonos allá las tres, levantados en alto los terribles alfanjes de -oro... y ¡zás!</p> - -<p>Consuelo Feramor, María Ignacia Monterones y la Marquesa de San -Salomó eran al modo de presidentas, vicepresidentas o secretarias -en estas o las otras Juntas benéficas señoriles que reúnen fondos, -ya por medio de limosnas, ya con el señuelo de funciones teatrales, -rifas y kermessas, para socorrer a los pobres de tal o cuál distrito, -edificar capillas, o atender al inconmensurable montón de víctimas -que los desatados elementos o nuestras desdichas públicas acumulan de -continuo sobre la infeliz España. No hay que decir que las tres cayeron -sobre la solitaria y triste viuda con el furor de piedad que desplegar -solían en semejantes casos. Recibiólas Catalina con atento agasajo y -finísimas demostraciones de amistad; pero con la misma urbanidad serena -que empleó en las cortesanías,<span class="pagenum" id="Page_117">p. -117</span> negoles el socorro que solicitaban. En redondo, en seco: que -cada cual debía entenderse a solas para practicar la caridad.</p> - -<p>Salieron desconcertadas, confusas, rabiosas, y en el paroxismo de su -ira, Consuelo dijo a su marido:</p> - -<p>—Si no fuera ella quien es, y nosotros quien somos, creería yo que -la residencia natural de tu hermana era un santo manicomio.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChII_7"> - <h3>VII</h3> -</div> - -<p>Feramor las calmaba, haciéndoles ver cuánta impertinencia revelaba -su enojo, pues cada cual es dueño de hacer el bien, si lo hace, en -la forma que más le acomode. Con su claro talento, su fácil palabra, -mitad en serio, mitad en broma, logró poner las cosas en su punto, -demostrando que si Catalina, por su exagerado individualismo y la -salvaje independencia que iba descubriendo, podía merecer censura, no -merecía execración, ni menos ser condenada a perpetuo encierro en una -casa de orates. Pero si Feramor lograba calmar los ánimos, creando una -situación de relativa tolerancia, muy del gusto y del género inglés, -no así don Manuel Flórez, el cual, cuando cayeron sobre él furibundas -las tres damas, pidiéndole explicaciones de la increíble conducta de -la Condesa, no sabía qué contestar, ni por dónde salir: tales eran -su<span class="pagenum" id="Page_118">p. 118</span> confusión y -azoramiento. En los días siguientes le traían loco, con preguntas, -comentarios y mortificantes indagatorias.</p> - -<p>—Pero dígame, don Manuel, ¿lo de la corrección de José Antonio, fue -idea de usted?</p> - -<p>—De ella..., mía no... La que no comprenda que es una idea -hermosísima, que no cuente conmigo para nada.</p> - -<p>—Hermosísima, y sobre todo práctica.</p> - -<p>—Hemos de ver eso. La silba que se llevará don Manuel, si la -corrección fracasa, se ha de oír en Pekín.</p> - -<p>—Y sepamos otra cosa: ¿es también de usted el pensamiento de traer a -Nazarín?</p> - -<p>—Sí señora, mío es —dijo valientemente y tragando saliva el buen -sacerdote, decidido a corroborar siempre las ideas de doña Catalina -para no perder su autoridad—. Si no comprenden la delicadeza, el noble -fin que encierra, peor para ustedes.</p> - -<p>—Pues mire usted, no lo comprendemos, y yo lo declaro, aunque -usted nos tenga por... indoctas. Somos muy bárbaras, queridísimo don -Manuel.</p> - -<p>—¿Pero es cierto que traerán a casa a ese pobre demente?... o -criminal... vaya usted a saber —dijo Consuelo escandalizada.</p> - -<p>—¡Oh! yo voto porque venga —manifestó la de San Salomó, y las mismas -demostraciones<span class="pagenum" id="Page_119">p. 119</span> hizo -la Duquesa—. Yo rabio por ver al famoso mendigo y apóstol Nazarín.</p> - -<p>—Sí, que le traigan. Y que avisen con tiempo para invitar a todas -nuestras amigas.</p> - -<p>—Y veremos también a Beatriz, la mística mostolense, de quien decía -un periódico que era una especie de Eloísa sin Abelardo.</p> - -<p>—El Abelardo es Nazarín... Y que venga también Ándara. Queremos ver -toda la tribu. Sí, don Manuel, que vengan todos.</p> - -<p>—Como no se trata de satisfacer una insana curiosidad, no les verán -ustedes.</p> - -<p>—Pues nos oponemos a que entren en casa.</p> - -<p>—No, no. Lo que haremos es reconocer y proclamar el delicado -pensamiento de Catalina, si los traen y nos permiten verles y -hablar con ellos... Pero que conste: ha de venir también Ándara. -Ese tipo de travesura procaz y temeridad heroica, me interesa -extraordinariamente.</p> - -<p>—Hablaremos con ellos, nos explicarán su doctrina.</p> - -<p>—Les daremos una merienda.</p> - -<p>—Ea, basta —dijo Flórez incomodándose—. No vendrán. Las mujeres -nazaristas, no se ha pensado en traerlas. Él, el desdichado sacerdote -melancólico y errabundo, no vendrá tampoco, sencillamente porque no -quiere venir.</p> - -<p>—¡Ah! nuestro gozo en un pozo.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_120">p. 120</span>—Entonces, irá -Catalina a verles al hospital. Me parece muy inconveniente.</p> - -<p>—Me parece una necedad formidable.</p> - -<p>—Menos pareceres y más juicio, señoras mías. Lo que disponga <i>este -cura</i> en asuntos para los cuales no debe faltarle competencia, -al menos por su edad, ya que no por su saber, no debe ser discutido -ni menos ridiculizado por mis buenas amigas, alguna de las cuales -(lo decía por la de Monterones) recibió de estas manos el agua del -bautismo. Conque no digo más por hoy.</p> - -<p>Con esta admonición, en que advirtieron las tres damas un marcado -acento de severidad y amargura, cosa muy rara en don Manuel, que era un -almíbar en el trato social, especialmente con señoras, se reprimieron, -dando a sus críticas un tono puramente amistoso. Pasaron algunos días, -en los cuales no tuvo Flórez ocasión de sacar las disciplinas; pero -al ser puesto en práctica el plan de corrección del pobre Urrea, las -hablillas recrudecieron. ¡Santo Cristo! Cuando se corrió la voz de -que <i>le ponían casa</i> a José Antonio, de que doña Catalina le -cuidaba la ropa, y don Manuel andaba por todo Madrid a la husma de -los usureros que desollaban vivo al primo de Feramor, levantose un -tumulto tan imponente, que el bueno de Flórez tuvo que plantarse. Todo -lo consentía, menos que su au<span class="pagenum" id="Page_121">p. -121</span>toridad fuese puesta en solfa. Que se hicieran comentarios -más o menos discretos de sus acciones, no le importaba; pero que -sus acciones se desfiguraran maliciosamente, no podía quedar sin -correctivo. Fue, ¿y qué hizo? Convocó a las tres damas que eran cabeza -de motín, y les echó un sermón por todo lo serio, dejándolas, si no -convencidas, calladas, y con pocas ganas de meterse en vidas ajenas. -Retirose el buen limosnero a su casa, fatigado de aquellas luchas -a que la genial iniciativa de la Condesa le comprometía, rompiendo -la placidez fácil de su religioso gobierno, y al introducirse en la -cama, después de sus rezos, o entreverando el rezo con la meditación -profana, se decía: «¡Cuánto mejor que esta buena señora siguiera -los caminos ya hechos y despejados, en vez de empeñarse en abrirlos -nuevos, desbrozando la trocha salvaje! ¡Cuánto más cómodo para todos -que acatara <i>lo establecido</i>, y se echara en brazos de los que -ya tienen perfectamente organizados los servicios de caridad, las -Juntas de damas, las archicofradías, las hermandades, mis colectas para -escuelas, mis...! ¡Cuánto mejor abrazarse <i>a lo establecido</i>, -Señor, que...!»</p> - -<p>A pesar de los pesares, don Manuel dormía como un bendito. No así -José Antonio, que en la casa frontera (calle del Olivar) se pasaba las -noches en claro, por causa de la exaltación de<span class="pagenum" -id="Page_122">p. 122</span> su felicidad, pues la onda venturosa, -cuando viene con fuerza, se parece a la onda del infortunio en que -quita el sueño y aun el apetito. Tan grande novedad era para él ver -definitivamente resuelto el problema alimenticio, no vivir mañana -y tarde discurriendo en qué rama posarse para comer, que el mismo -asombro de su dicha le tenía como en ascuas, receloso de su destino. -¡Le parecía tan inverosímil ser amo de su casa, es decir, estar en -seguras paces con el casero, ver un principio de arreglo en las cosas -necesarias para vivir; tener en su comedor loza modesta, pero loza al -fin, en vez de los dos o tres platos rotos que eran su único ajuar; -encontrarse los armarios surtidos de ropa blanca, que la misma Catalina -con solícita mano materna había puesto allí! Todo esto era como un -sueño, como un pasaje fantástico de las <i>Mil y una noches</i>. Temía -despertar, y que tantos bienes desaparecieran en un restregar de ojos, -volviéndole a la tristísima realidad de su vida anterior. Y para colmo -de ventura, podría consagrarse seriamente a un trabajo fácil y muy de -su gusto, la zincografía, pues ya le iban a disponer local y aparatos a -propósito. ¡Qué dicha, qué gloria, qué divina lotería! ¿Con qué lengua, -con qué voces bendeciría a su celestial Providencia, la santa y amorosa -Halma?</p> - -<p>Su nueva vida apartó al parásito de los si<span class="pagenum" -id="Page_123">p. 123</span>tios que ordinariamente frecuentaba, sin -dejar de concurrir alguna noche a las casas de sus parientes. Y, al -conocer allí los comentarios zumbones que del nobilísimo acto de su -prima se hacían, perdió el hombre los estribos, cruzó palabras agrias -con el Duque de Monterones y con dos o tres sujetos más, cuyas esposas -o hermanas se habían permitido ridiculizar a la Condesa, y seguramente, -si él fuera otro y en más le estimaran, de sus destempladas expresiones -hubiera resultado algún lance. Feramor le calmaba, pues sus principios -de buena educación repugnaban aquella forma violenta, y hasta cierto -punto española, de tratar asunto tan delicado. Cuanto menos se hablara -de ello, mejor. Pero Urrea estimaba el silencio como una complicidad -cobarde con los murmuradores, y quería, por el contrario, hablar hasta -que le oyeran los sordos, proclamar a gritos, no solo la inmaculada -virtud de Catalina, sino su talento, y la superioridad de sus ideas, -que aquel vulgo elegante y corrompido no podría comprender nunca. -Feramor le dijo con gravedad:</p> - -<p>—La forma, mi querido José Antonio, es cosa de suma importancia -en la vida social, y no es posible desconocer su valor positivo, sin -exponerse a gravísimos males. Todo se puede hacer haciéndolo bien; nada -es factible con malas formas.</p> - -<p>Retirose Urrea maldiciendo a su primo, a<span class="pagenum" -id="Page_124">p. 124</span> quien llamaba <i>el hombre de cartulina -Bristol</i>, y a la mañana siguiente muy temprano se fue a ver a la -Condesa, hacia la cual una atracción invencible le arrastraba en cuerpo -y alma. El agradecimiento vivísimo se transformaba en una adhesión -caballeresca, en un cariño fraternal o filial, que así debe llamársele -para expresar bien su pureza, en el deseo de serle útil, y prestarle -algún servicio proporcionado a la inmensidad del bien que de la ilustre -señora había recibido. Pero siempre que a ella se acercaba, sentíase -agobiado de tristeza, porque su conciencia le acusaba de agravios -inferidos anteriormente a la generosa viuda, y aquel día hizo propósito -firme de descargar su alma de aquel peso, confesando a su bienhechora -los pecados que contra ella había cometido. Encontróla dobladillando, -con la ayuda de su criada Prudencia, las sábanas y ropa de comedor -que faltaban para completar el ajuar del perdis redimido. Retirose -Prudencia, y prima y primo hablaron lo que sigue:</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChII_8"> - <h3>VIII</h3> -</div> - -<p>—Halma, de hoy no pasa que yo tenga contigo una explicación. Mi -conciencia me lo pide, me lo exige. Gracias a ti, no solo tengo casa -y cama en que dormir, y platos en que comer,<span class="pagenum" -id="Page_125">p. 125</span> sino conciencia. Esta me abruma: siempre -que vengo, me digo: «De esta vez, se lo confieso.» Y siempre me falta -valor. Pero lo que es hoy, querida prima, hoy, o canto o reviento.</p> - -<p>—¿Pero qué es eso, José Antonio, has hecho alguna cosa -inconveniente?</p> - -<p>—No, no: no temas que yo falte a lo tratado. Mi corrección es tan -cierta como que ahora vivimos tú y yo. Trátase de pecadillos antiguos, -que no tienen en sí mucha gravedad, quiero decir, sí la tienen por ser -contra ti. Cualquier falta cometida contra ti es gravísima. Yo quiero -confesarlos hoy... Verás...</p> - -<p>—Pero, hijo, vale más que se lo cuentes a un confesor. Por mí, tus -pecadillos están perdonados. Falta que Dios te los perdone.</p> - -<p>—Yo no tengo que buscar más perdón que el tuyo.</p> - -<p>—Eso... casi casi es una irreverencia.</p> - -<p>—Tú eres mi confesor, mi altar; tú eres mi santa, mi Virgen -Santísima, mi...</p> - -<p>—Calla, y no digas más desatinos. Pareces un chiquillo.</p> - -<p>—Lo soy. Tú me has vuelto a la infancia, a la inocencia, a la edad -aquella venturosa en que correteábamos los dos por los andurriales -de Zaportela. Soy y quiero ser un niño, y como niño, a ti, que -eres como mi madre, te confieso mis horribles pecados. Atiende. Lo -primero...<span class="pagenum" id="Page_126">p. 126</span> cuando tu -hermano me sugirió la idea de pedirte socorro, yo no tenía más objeto -que darte lo que llamamos un sablazo, ni más intención que emplear tu -dinero en pagar algunas deudas apremiantes, quizás en probar fortuna al -juego para sacar cantidad mayor. Pues cuando tu hermano me lo indicó, -yo dije que tú estabas loca. ¡Ya ves qué insolencia!</p> - -<p>—¿Y no es más que eso? —dijo Catalina riendo, y rasgando a tirón un -gran pedazo de lienzo, de modo que su risa y el estridor de la tela se -confundían—. Pues con muchas abominaciones como esa, tu rinconcito en -el Infierno no hay quien te lo quite.</p> - -<p>—Es más, es mucho más —añadió Urrea suspirando fuerte—. Dije también -que tú eras tonta.</p> - -<p>—¡Bah, bah!</p> - -<p>—¡Llamarte tonta a ti, que eres la misma inteligencia...! El tonto -es él, tu hermano, con la tiesura planchada de su alma inglesa, él, -incapaz de nada grande, ni de un rasgo de sensibilidad...</p> - -<p>—Eh... caballero; está usted pecando en el mismo confesonario. Por -un lado se sincera, y por otro se carga con nuevas culpas, haciendo -juicios temerarios.</p> - -<p>—Pues no digo nada de tu hermano. Sabrás que también hablé pestes -del bonísimo don Manuel, y le llamé <i>congrio</i>, y...</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_127">p. 127</span>—Ja, ja... de -seguro que te lo perdonará si lo sabe.</p> - -<p>—Y después, una noche que comí en casa de Monterones, hablamos -tu hermano y yo. Siempre que estoy a su lado, me siento con malos -instintos, no puedo resistir las ganas de chafar su pulcra educación -inglesa, como la felpa planchada y lisa de los sombreros de copa. Me -gusta cepillarla a contrapelo, expresar conceptos que le contraríen -y le hieran. Pues con esa intención, y sin ánimo de ofenderte, dije -que yo pensaba contratar contigo, en cinco mil duros, la conducción a -España de las cenizas de tu querido esposo, y añadí mil tonterías... Te -advierto, en descargo mío, que había bebido más de la cuenta... Lo peor -fue que no hablé del pobre Carlos Federico con el respeto que merece su -memoria. Mi palabra que no.</p> - -<p>—Eso es un poquito más grave —dijo Halma con severidad, fijos los -ojos en su costura—; pero te lo perdono también, puesto que declaras -que no sabías lo que hablabas, y que no tenías intención de agraviarme. -¿Qué más?</p> - -<p>—Por ahora nada más. ¿Te parece poco? Me quedo muy tranquilo, -después de habértelo confesado. Y ahora vamos a otra cosa. ¿Sabes que -tu hermana y tu cuñadita, y todo el enjambre de amigas te critican -acerbamente, por no haber correspondido a sus cuestaciones como<span -class="pagenum" id="Page_128">p. 128</span> ellas esperaban, y que -además te ponen en solfa a ti y a don Manuel por lo que estáis haciendo -por mí?</p> - -<p>—¿Y qué? No me afano por eso. Les perdono cuanto digan de mi, ya sea -impertinencia sin malicia, ya malicia verdadera.</p> - -<p>—No se detienen en la línea del chiste más o menos discreto, sino -que la traspasan, llegando a ofenderte con apreciaciones calumniosas. -La de San Salomó dice que eres una hipócrita, y que las visitas que me -has hecho estas mañanas para arreglarme el cuarto, no pertenecen al -orden de la beneficencia domiciliaria.</p> - -<p>—Todo eso es para mí —dijo la viuda con augusta serenidad—, lo mismo -que el ruido del viento entre las tejas de la casa... Dios conoce -mi interior, y ante Él expongo mi conciencia como realmente es. Los -juicios de los hombres para mí no existen.</p> - -<p>—¡Oh, yo no tengo esa virtud! ¡Claro, cómo he de tener esa que es -tan difícil, si otras muy fáciles no las puedo tener! Lo que yo siento -es furor de venganza al oír tales infamias. Sería feliz si pudiera -retorcerle el pescuezo a la bribona que tal piensa y dice.</p> - -<p>—¡Oh, por Dios, Pepe, no sigas por ese camino, si no quieres -lastimarme, y perder en absoluto mi estimación!</p> - -<p>—Anoche tuve dos o tres agarradas en las<span class="pagenum" -id="Page_129">p. 129</span> casas de Monterones y de Cerdañola por -defenderte, porque para mí no hay mayor gloria que poner tu nombre y -tus actos por encima de cuanto hay en el mundo. Yo me pelearía con todo -el que no te confesase como la virtud más grande y pura que conocen -Madrid y España entera; y haría morder el polvo al que pusiese en duda -tu santidad, tu honestidad, tu entendimiento soberano.</p> - -<p>—¡Jesús, cállate por Dios, y no disparates más, primo! ¿Estás -loco?</p> - -<p>—Y si te conviene probarlo, dime quién te ha ofendido en tu -dignidad, en tu honor, o siquiera en tu amor propio, para aplastarle -contra el suelo como un reptil, Catalina, para hacerle polvo...</p> - -<p>Decía esto en pie, accionando con calor y énfasis de personaje -heroico. Su prima, después de romper un hilo con los dientes, mirándole -asustada, le calmó con una franca y placentera sonrisa.</p> - -<p>—Dije que eras un niño, y ahora lo pareces más que nunca. Nadie -me ha ofendido en mi dignidad ni en mi honor; pero aunque alguien -me ofendiera, no consentiría yo que tú hicieses por mí el paladín -en esa forma criminal y anticristiana. Estoy pasmada de tu falta de -cristianismo. ¿Pero de dónde sales tú, desdichado? ¿En qué mundo de -soberbia y de errores has vi<span class="pagenum" id="Page_130">p. -130</span>vido? Primo mío, si quieres que yo te proteja y mire -por ti hasta hacerte persona regular, no me traigas acá bravatas -caballerescas. ¡Matar! ¿Crees tú que puedo yo estimar a quien hiera -a su semejante por un dicho, por una opinión, ni aun por un hecho -ofensivo? No, José Antonio, eso conmigo no te vale. Ahoga esos -sentimientos de crueldad, de venganza, y de desprecio de las leyes -divinas. Si no, no te quiero, no podré quererte, no serás nunca el niño -bueno, con el cual quiero hacer un hombre... mejor.</p> - -<p>Desbordábanse en el alma de Urrea la gratitud y el afecto filial, y -reconociendo que Halma hablaba conforme a sus cristianos sentimientos, -replicó manifestando su incondicional sumisión a cuanto la dama pensara -y resolviera. Despidiose, porque tenía que ver y escoger aquel mismo -día unos aparatos para su industria, y preguntando a su protectora si -debía volver por la tarde, díjole ella que no solo se lo permitía, sino -que le rogaba que volviese después de comer.</p> - -<p>A poco de salir Urrea entró don Manuel Flórez, el cual, después de -informar a la soberana de los pasos dados para recoger cuentecillas y -pagarés del primo pobre, le dijo que había visto a Nazarín; pero que -aún no podía formar juicio definitivo de aquel hombre sin semejante. -Por cierto que el Marqués, con quien hablado<span class="pagenum" -id="Page_131">p. 131</span> había del propio asunto (y esto se lo -dijo Flórez a la Condesa en la forma más delicada), no encontraba -pertinente que el infeliz sacerdote manchego fuese llevado a su casa, -porque siendo el tal, en aquellos días, objeto de las indagaciones -informativas de los noticieros de la prensa, si estos se enteraban de -que había sido conducido a la casa de Feramor, armarían un alboroto -que a él no le gustaba. Por respeto de su casa, por consideración al -mismo apóstol vagabundo, a quien él sabía respetar también, no era -procedente, no era correcto, no era oportuno..., pues...</p> - -<p>—Mi hermano tiene razón —dijo Halma, anticipándose al consejo de su -canciller—. No es conveniente, mientras no se calme el rebullicio del -público. Desista usted, pues, por ahora...</p> - -<p>—No, si ya he desistido —replicó don Manuel, queriendo hacer constar -su iniciativa.</p> - -<p>Y sin hablar cosa de más provecho, se retiró. Después de anochecido, -cuando la viuda acababa de comer, entró José Antonio, y movido de -nerviosa impaciencia, no aguardó mucho tiempo para decirle:</p> - -<p>—Vengo furioso, querida prima. ¿Sabes que abajo hacen mil catálogos, -y se permiten indicaciones ridículamente maliciosas...? Aciértame por -qué... Dicen que anoche saliste con tu criada a eso de las nueve, -y que no volviste hasta muy tarde. Están lo<span class="pagenum" -id="Page_132">p. 132</span>cas. Es mucho cuento que no puedas tú salir -y entrar cuando gustes. Y puesto que a esa hora no hay novenas, ni -sermón, ni Cuarenta Horas, ni costumbre de pasear, ni tú frecuentas -los teatros, aquí tienes a tres señoras de alta alcurnia devanándose -los sesos por averiguar a qué sitio, que no sea iglesia, ni paseo, ni -teatro, puede ir una dama virtuosa entre nueve y diez de la noche.</p> - -<p>—Déjalas que digan lo que quieran. Con eso se entretienen las -pobres. En medio de su frivolidad, y del tumulto que las rodea, -¡se aburren tanto!... Pues sí, anoche salimos. ¿Sabes a qué hora -regresamos? Ya habían dado las once.</p> - -<p>Y volviéndose a su criada, que recogía la costura, le dijo:</p> - -<p>—Prudencia, no recojas. Esta noche te quedas aquí cosiendo. Mi primo -me acompañará.</p> - -<p>—¿Sales también esta noche? —le dijo el de Urrea estupefacto.</p> - -<p>—Sí, y te llevo de rodrigón, por si tuviera algún mal encuentro. -¿Por qué pones esa cara? Prudencia, mi abrigo, mi mantilla.</p> - -<p>En un momento se dispuso para salir. Cogiendo un lío de ropa, bien -envuelta dentro de un pañuelo prendido con alfileres, lo entregó a -su primo, y sin tomarle el brazo, bajaron y salieron a la calle. A -excepción del portero, nadie les vio salir.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_133">p. 133</span>—Aunque no es muy -lejos —dijo Catalina guiando hacia Puerta Cerrada—, como los pisos -están malísimos, tomaremos un coche, si te parece.</p> - -<p>Así lo hicieron, y la Condesa dio las señas: San Blas, 3.</p> - -<p>—¿Sabes a quién vi cuando pasábamos frente a San Justo? —le dijo -Urrea, no bien empezó a rodar el pesetero—. Pues a Perico Morla. Sin -duda iba a tu casa. Se paró para mirarnos. Ese llevará el cuento a -Consuelo.</p> - -<p>—Déjale que lleve todos los cuentos que quiera.</p> - -<p>—Y de seguro ha venido en acecho hasta Puerta Cerrada, y nos ha -visto entrar en el simón. Verás qué pronto da la noticia, que será la -novedad de esta noche.</p> - -<p>—Bien. ¿A ti te importa algo?</p> - -<p>—¿A mí? Absolutamente nada. Palabra...</p> - -<p>—Pues a mí tampoco...</p> - -<p>—Lo que más me ha inquietado al ver a Morla, dejándome muy mal sabor -de boca, es que... ¿Quieres que te lo diga?</p> - -<p>—Sí, hombre, dímelo.</p> - -<p>—Pues que le debo doce duros. Ya se me había olvidado...</p> - -<p>—¡Ah! pues recuérdamelo mañana para mandárselos, es decir, para que -se los mandes tú.</p> - -<p>No tardaron en llegar al término de su via<span class="pagenum" -id="Page_134">p. 134</span>je, que era una casa de apariencia bastante -mediana, con estrecho portal y una escalera sucia, desquiciada y -bulliciosa. Desde los descansos veíase un patio de corredores, y en -estos, arriba y abajo, multitud de puertas entornadas, por las cuales -salía ruido de voces, claridad y tufo de petróleo, olores de cenas -pobres. Subieron Catalina y su acompañante al tercero, y cuando se -aproximaban a la puerta, Urrea lanzó una exclamación, diciendo:</p> - -<p>—¡Ah! ya sé a dónde vamos, prima. Desde que entré por el portal, me -pareció reconocer la casa. Pero no caía; ¡qué confusión! no daba en lo -cierto. Ya sé, ya sé. Como que aquí estuve yo la semana pasada con los -periodistas. Aquí vive Beatriz, la discípula de Nazarín.</p> - -<p>—Es verdad. Llama.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChIII_1"> - <p><span class="pagenum" id="Page_135">p. 135</span></p> - <h2 class="nobreak">TERCERA PARTE</h2> - <hr class="tir" /> - <h3>I</h3> -</div> - -<p>Si don Manuel Flórez inició sus visitas al místico vagabundo, don -Nazario Zaharín, por complacer a su señora y soberana, la Condesa de -Halma-Lautenberg, pronto hubo de repetirlas por cuenta y satisfacción -de sí mismo, porque, la verdad sea dicha, el misterioso apóstol árabe -manchego le encantaba, y cuanto más le veía, más quería verle y gozar -de su sencillez hermosa, de la serenidad de su espíritu, expresada -con palabra fácil y concisa. Y cada vez salía el buen presbítero -social más confuso, porque la persona del asendereado clérigo se iba -creciendo a sus ojos, y al fin en tales proporciones le veía, que -no acertaba a formular un juicio terminante. «Yo no sé si es santo, -pero lo que es a pureza de conciencia no le gana nadie. Desde luego -le declararía yo digno de canonización, si su conducta al lanzarse -a correr aventuras por los caminos no me ofreciera un punto negro, -la rebeldía al superior... De todo lo cual<span class="pagenum" -id="Page_136">p. 136</span> voy coligiendo que en este hombre bendito -existen confundidas y amalgamadas las dos naturalezas, el santo y el -loco, sin que sea fácil separar una de otra, ni marcar entre las dos -una línea divisoria. Es singular ese hombre, y en mis largos años no -he visto un caso igual, ni siquiera que remotamente se le asemeje. He -conocido sacerdotes ejemplarísimos, seglares de gran virtud; sin ir más -lejos, yo mismo, que bien puedo, acá para mí, sin modestia, ofrecerme -como ejemplo de clérigos intachables... Pero ni los que he conocido, ni -yo mismo, salimos de ciertos límites... ¿Por qué será, Dios Poderoso? -¿Será porque este maniobra en libertad, y nosotros vivimos atados por -mil lazos que comprimen nuestras ideas y nuestros actos, no dejándolas -pasar de las dimensiones establecidas? No sé, no sé...» Y con este -<i>no sé</i>, <i>no sé</i>, Flórez expresaba la turbación y las dudas -de su espíritu.</p> - -<p>Por aquellos días acreció el tumulto periodístico, por estar próximo -a sentenciarse el proceso en que metidos andaban don Nazario y Ándara, -y menudeaban las interrogaciones, que llaman <i>interviews</i>; los -<i>reporters</i> no dejaban en paz a ninguna de las celebridades de la -ruidosa causa, y al paso que estimulaban con picantes relaciones la -curiosidad del público, se desvivían por darle pasto abundante un día y -otro, rebuscando incidentes en la vida privada de<span class="pagenum" -id="Page_137">p. 137</span> los héroes de aquel drama o comedia. -Echábase Flórez al cuerpo la escalera que conduce a los pisos altos del -Hospital, cuando sintió tras sí voces alegres, y dos jóvenes que con -paso vivo subían de dos en dos peldaños le alcanzaron antes de llegar -al tercero.</p> - -<p>—Señor don Manuel, aunque usted no quiera... ¿Cómo va ese valor?</p> - -<p>—No tan bien como ustedes... —contestó el sacerdote parándose, más -para tomar aliento que para contestar al saludo. Y después de mirarles -fijamente y de reconocerles, añadió con severidad—: ¿Con que otra vez -aquí los señores periodistas?... ¡Pero, hombre, no han mareado ya -bastante a ese pobre señor! Francamente, me parece el delirio de la -publicidad.</p> - -<p>—Qué quiere usted, don Manuel. La fiera nos pide más carne, más -noticias, y no hay otro remedio que dárselas —dijo el primero de los -dos, vivaracho y simpático.</p> - -<p>—Agotado tenemos ya el filón —indicó el segundo—; pero como es -forzoso servir al público diariamente, ayer le di yo reseña exacta de -lo que come Nazarín, y una interesante noticia de los malos partos que -tuvo su madre.</p> - -<p>—Pero, hijos míos —dijo Flórez con más bondad que enojo—, vuestra -información nos va a volver locos a todos. Habéis dicho mil cosas -inconvenientes, otras que no le importan a nadie.<span class="pagenum" -id="Page_138">p. 138</span> Yo no sé cómo estos pobrecitos presos -aguantan vuestro fuego graneado de preguntas, y no os mandan a paseo -cien veces al día.</p> - -<p>—Servimos al público.</p> - -<p>—¿Pero no sería mejor que le sirvierais dirigiéndole, que dejándoos -arrastrar por su novelería caprichosa y malsana?</p> - -<p>—¡Ah, don Manuel! No somos nosotros, pobres <i>reporters</i>, los -que encendemos la hoguera. Nos mandan llevar cuanto combustible se -encuentra; troncos bien secos si los hay; si no, leña verde, para que -estalle, y hasta paja, si no encontramos otra cosa.</p> - -<p>—Bueno, señor, bueno.</p> - -<p>—Pues ayer, mi querido don Manuel —dijo el vivaracho, mostrando un -periódico—, me sacó usted de un gran apuro. No sabiendo qué escribir, -me metí con usted. Vea, vea lo que le digo: «Le visita diariamente el -venerable sacerdote don Manuel Flórez, que sostiene con el procesado -empeñadas controversias sobre puntos sutilísimos de teología y de alta -moral...»</p> - -<p>—¡Jesús!... ¡Mayor mentira! ¡Pero si no hemos hablado nada de -teología, ni...! Y además, ya os he dicho que no teníais que mentarme -a mí para nada. Yo vengo aquí a cumplir mis deberes cristianos de -consolar al triste, y dar un buen consejo al que lo ha menester.</p> - -<p>—Es usted un santo, don Manuel. ¡Pues me<span class="pagenum" -id="Page_139">p. 139</span>nudo bombito le doy aquí, más abajo! -Vea...</p> - -<p>—Ninguna falta me hacen a mí vuestros bombitos, y os agradecería -mucho que no sacarais mi nombre en esta contradanza informativa.</p> - -<p>—Déjeme que se lo lea. Digo: «Aquel venerable y ejemplar sacerdote, -que es el primero en acudir, allí donde hay miserias que socorrer, y -grandes amarguras que mitigar con el inefable consuelo de la piedad -cristiana; aquel varón respetabilísimo, cuya modestia corre parejas -con su virtud, cuya actividad en servicio de los grandes ideales -religiosos...»</p> - -<p>—Basta, basta... No quiero oír más.</p> - -<p>Llegaron al corredor alto que da vuelta al inmenso patio, y el -vivaracho se adelantó diciendo:</p> - -<p>—Me temo que hoy tenga el apóstol mucha gente, y que no podamos -hablarle.</p> - -<p>—Pero si esto es un escándalo —dijo don Manuel—. Aquí viene, en -busca de satisfacciones de la curiosidad, un público no menos numeroso -que el que va a los teatros y a las carreras de caballos. Al pobre -Nazarín le volverían loco si ya no lo estuviera, y como es hombre que -no sabe negarse a nadie, ni ser descortés y altanero, que casos hay en -que la descortesía y un poquitín de soberbia no están de más, resulta -que los que venimos a consolarle y a poner algún concierto en sus -ideas, no podemos realizar este fin.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_140">p. 140</span>Arrimáronse a una -ventana el sacerdote y el segundo periodista, a echar un cigarrillo, -mientras el primero entraba en la celda de Nazarín. Flórez sacó sus -tenacillas de plata, pues no fumaba sin este adminículo, y el otro, al -darle lumbre, le habló así:</p> - -<p>—Dígame, señor de Flórez, ¿usted qué opina del resultado del -proceso? ¿Cree usted que el tribunal verá en este hombre un -criminal?</p> - -<p>—Hijo, no sé. Poco entiendo de Jurisprudencia criminal.</p> - -<p>—Pues ayer en el Congreso —prosiguió el otro con gravedad—, me dijo -a mí mismo don Antonio Cánovas del Castillo... Palabras textuales: -«Condenar a Nazarín sería la mayor de las iniquidades.»</p> - -<p>—Lo mismo creo.</p> - -<p>—Pero los pareceres están divididos, aunque la mayoría de la opinión -es favorable a la inculpabilidad del apóstol. Yo le digo a usted la -verdad. A mí me tiene medio conquistado. A poco más, voy a la redacción -descalzo, abandono la casa de huéspedes, y me paso la noche en el hueco -de una puerta... Nada, que me seduce ese hombre, que me atrae.</p> - -<p>—Su humildad llevada al extremo, su conformidad absoluta con la -desgracia —afirmó el sacerdote pensativo, mirando al suelo, y quitando -la ceniza del cigarro con el dedo meñique—<span class="pagenum" -id="Page_141">p. 141</span>, son, hay que reconocerlo, una fuerza -colosal para el proselitismo. Todos los que padecen sentirán la -formidable atracción.</p> - -<p>—Pues no hay tanta gente como yo creía —dijo el otro <i>chico de -la prensa</i> volviendo presuroso—. Está un actor..., no me acuerdo -de su nombre... que quiere estudiar el tipo del Cristo para las -representaciones de la <i>Pasión y Muerte</i>, en no sé qué teatro. -También tenemos ahí a los pintores Sorolla y Moreno Carbonero, que -quieren hacer una cabeza de estudio, y José Antonio de Urrea, que -pretende volver a fotografiarle.</p> - -<p>—Pues ya le cayó que hacer al pobre don Nazario —dijo Flórez -mohíno—. Entraremos dentro de un ratito, y procuraremos despejar la -celda. Y ustedes, caballeritos, ¿se largarán pronto?</p> - -<p>—¡Oh, sí! tenemos que ver a Ándara. ¿Viene usted, señor don Manuel? -Le llevamos en coche.</p> - -<p>—Gracias.</p> - -<p>—Pues Ándara es deliciosa: más fea que una noche de truenos; pero -con un talento para las réplicas, y una viveza, y una energía de -carácter, que le dejan a uno pasmado.</p> - -<p>—Y una fe en Nazarín que vale cualquier cosa. Si la ponen en una -parrilla para que reniegue de su maestro, morirá tostada, escupiendo -sangre a sus verdugos y proclamando a Nazarín, como ella dice, el -<i>preferente</i> de todos los santos de la tierra y del cielo, -¡caraifa!</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_142">p. 142</span>Llegaron otros dos -del oficio, y saludando cortésmente al buen eclesiástico, formaron -todos corrillo junto a un ventanón de la galería.</p> - -<p>—Parece esto la antesala de un ministro —dijo uno de los que -acababan de llegar, llamado Zárate, hombre muy leído, según general -opinión, quiere decirse, que leía mucho.</p> - -<p>—O de un soberano del antiguo régimen. Aquí estamos aguardando que -salga la tanda que está dentro.</p> - -<p>—Pero falta un chambelán que ponga orden en estas audiencias.</p> - -<p>—Pues hoy —dijo Zárate echándose hacia atrás el sombrero—, no me -voy sin interrogarle sobre las concomitancias que veo entre el ideal -nazarista...</p> - -<p>—¿Y qué?</p> - -<p>—Y el misticismo ruso.</p> - -<p>—¡Hombre, por Dios!</p> - -<p>—Yo veo un parentesco estrecho, una filiación directa entre -aquellas y estas florescencias espiritualistas, que no son más que una -manifestación más de la soberbia humana.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChIII_2"> - <h3>II</h3> -</div> - -<p>—Pues ayer —manifestó el vivaracho—, le interrogué yo sobre eso del -<i>rusismo</i>. Se mostró sorprendido, y me dijo que sus actos son la -ex<span class="pagenum" id="Page_143">p. 143</span>presión de sus -ideas, y estas le vienen de Dios; que no conoce la literatura rusa más -que de oídas, y que siendo una la humanidad, los sentimientos humanos -no están demarcados dentro de secciones geográficas, por medio de -líneas que se llaman fronteras. Aseguró después que para él las ideas -de nacionalidad, de raza, son secundarias, como lo es esa ampliación -del sentimiento del hogar que llamamos patriotismo. Todo eso lo tiene -nuestro don Nazario por caprichoso y convencional. Él no mira más que a -lo fundamental, por donde viene a encontrar naturalísimo que en Oriente -y Occidente haya almas que sientan lo mismo, y plumas que escriban -cosas semejantes.</p> - -<p>—Si es lo que yo digo —indicó el que había entrado con Zárate—. -Ese es un tío muy largo, pero muy largo... No hay quien me apee de -la opinión que formé de él el primer día. Estamos aquí haciéndole -la corte al patriarca de los tumbones, y popularizando al Mesías -de la gorronería... ¡Oh! convengamos en que hace su papel con un -histrionismo perfecto, y que ha sabido llevar hasta lo sublime el -carácter del farsante aventurero y vagabundo. Yo sostengo que este -tipo es la condensación más acabada del españolismo en todas sus -fases... sin negar que lo muy español pueda ser también muy ruso... -entendámonos.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_144">p. 144</span>—Pero vengan acá, -señores míos —dijo don Manuel atrayendo con su gesto y con sus palabras -la atención benévola y cortés de toda aquella tropa—. Perdónenme si -meto baza en sus discusiones. Piense cada cual de este desdichado -Nazarín lo que quiera. Pero al demonio se le ocurre ir a buscar la -filiación de las ideas de este hombre nada menos que a la Rusia. Han -dicho ustedes que es un místico. Pues bien: ¿a qué traer de tan lejos -lo que es nativo de casa, lo que aquí tenemos en el terruño y en el -aire y en el habla? ¿Pues qué, señores, la abnegación, el amor de -la pobreza, el desprecio de los bienes materiales, la paciencia, el -sacrificio, el anhelo de no ser nada, frutos naturales de esta tierra, -como lo demuestran la historia y la literatura, que debéis conocer, -han de ser traídos de países extranjeros? ¡Importación mística, -cuando tenemos para surtir a las cinco partes del mundo! No sean -ustedes ligeros, y aprendan a conocer dónde viven, y a enterarse de -su abolengo. Es como si fuéramos los castellanos a buscar garbanzos a -las orillas del Don, y los andaluces a pedir aceitunas a los chinos. -Recuerden que están en el país del misticismo, que lo respiramos, -que lo comemos, que lo llevamos en el último glóbulo de la sangre, -y que somos místicos a raja tabla, y como tales nos conducimos sin -darnos cuenta de ello. No vayan tan lejos a<span class="pagenum" -id="Page_145">p. 145</span> indagar la filiación de nuestro Nazarín, -que bien clara la tienen entre nosotros, en la patria de la santidad -y la caballería, dos cosas que tanto se parecen y quizás vienen a ser -una misma cosa, pues aquí es místico el hombre político, no se rían, -que se lanza a lo desconocido, soñando con la perfección de las leyes; -es místico el soldado, que no anhela más que batirse, y se bate sin -comer; es místico el sacerdote, que todo lo sacrifica a su ministerio -espiritual; místico el maestro de escuela que, muerto de hambre, enseña -a leer a los niños; son místicos y caballerescos el labrador, el -marinero, el menestral, y hasta vosotros, pues vagáis por el campo de -las ideas, adorando una Dulcinea que no existe, o buscando un más allá, -que no encontráis, porque habéis dado en la extraña aberración de ser -místicos sin ser religiosos. He dicho.</p> - -<p>Celebraron los buenos <i>chicos</i> el discurso del venerable -don Manuel, y cuando alguno, con el respeto debido, a contestarle -se disponía, llegaron nuevos visitantes, dos damas y dos caballeros -aristocráticos, que anhelaban conocer a Nazarín, y tres o cuatro -personas más, gente literaria o política, que ya le había visto y -deseaba sondearle de nuevo, porque entre sí traían grande y enmarañada -discusión sobre si era un tunante muy largo o un sencillote con la -cabeza trastornada.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_146">p. 146</span>—¿Qué? ¿no podemos -verle? —dijo sobresaltada una de las damas.</p> - -<p>—Habrá que esperar a que salgan los que están dentro... la pintura, -señora, la fotografía y las artes del diseño.</p> - -<p>—¿Y qué? —preguntó a los periodistas uno de los de oficio literario -que acababa de entrar.</p> - -<p>—¿Saben ustedes si ha leído el librito de su nombre que anda por -ahí?</p> - -<p>—Lo ha leído —replicó uno de los que llegaron con Flórez—, y dice -que el autor, movido de su afán de novelar los hechos, le enaltece -demasiado, encomiando con exceso acciones comunes, que no pertenecen al -orden del heroísmo, ni aun al de la virtud extraordinaria.</p> - -<p>—A mí me aseguró que no se reconoce en el héroe humanitario de -Villamanta, que él se tiene por un hombre vulgarísimo, y no por un -personaje poemático o novelesco.</p> - -<p>—Y dice también que en su reyerta con los bandidos en la cárcel de -Móstoles, no le costó tanto trabajo vencer su ira como en el libro se -dice; que la venció al instante y con mediano esfuerzo.</p> - -<p>—Pues para mí —manifestó el caballero aristocrático—, el libro -es un tejido de mentiras. Toda la escena de Nazarín con el señor de -la Coreja, la tengo por invención del escritor, porque don Pedro de -Belmonte es primo mío, le co<span class="pagenum" id="Page_147">p. -147</span>nozco bien, y sé que en ningún caso pudo sentar a su mesa al -mendigo haraposo. Esta no cuela. Que mi primo cogiera una estaca, y -le moliera los huesos, y le plantara en medio del camino, después de -soltarle los perros, muy natural, muy verosímil. Está en carácter; ese -es su genio; no puede esperarse otra cosa de su desatinada locura. Pero -agasajarle, ponerse a hablar con él del Papa y del Verbo divino, eso no -lo creo, eso no es verdad, es falsear a mi primo Belmonte. ¡Figúrense -ustedes que fui la semana pasada a la Coreja, y a poco de entrar en -su casa tuve que salir escapado en busca de la pareja de la Guardia -civil!</p> - -<p>En esto vieron salir a Urrea de la celda, seguido de los pintores y -del cómico.</p> - -<p>—Ea, ya tenemos aquí al chambelán, que viene a anunciarnos que Su -Excelencia nos espera.</p> - -<p>Pero el chambelán traía muy distintas órdenes.</p> - -<p>—Señores —les dijo—, tengo el sentimiento de participarles que el -amigo Nazarín les suplica por mi conducto que le dejen solo. Siente -fatiga, y si no me engaño, tiene bastante fiebre. Le he tomado el -pulso. Necesita descanso, quietud, silencio.</p> - -<p>El efecto de estas palabras fue desastroso. Las dos damas no tenían -consuelo.</p> - -<p>—¿Pero no podremos verle, siquiera un instante?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_148">p. 148</span>—Me ha suplicado -que, por hoy, le libre del vértigo de las visitas.</p> - -<p>—Y hace bien en cerrar la puerta —declaró Flórez—. No sé cómo -aguanta tanta impertinencia. Ea, señores, estamos de más aquí.</p> - -<p>—Poco a poco —dijo Urrea—. La orden tiene una excepción. Supo que -está aquí don Manuel, y ha manifestado deseos de verle. Pase usted; -pero solo.</p> - -<p>—¡Ay! nosotras... podríamos pasar también, hablarle un ratito... -—indicó una de las damas.</p> - -<p>—¡Oh!, no... sin duda quiere confesarse. Vámonos.</p> - -<p>—¡Qué fastidio!... ¡Volveremos otro día! Yo quiero verle. Díganme -ustedes, señores periodistas: ¿cómo es Nazarín? ¿Es cierto que su -rostro tiene tal expresión, que desconcierta a cuantos le miran? ¿Y -cómo está vestido? ¿Qué dice? ¿Ríe o llora? ¿Habla con los que le -visitan, les echa la bendición, o no hace más que mirarles?</p> - -<p>Contestaban los buenos <i>chicos</i> a estas preguntas, excitando -la curiosidad de las nobles señoras, en vez de calmarla. Inconsolables -ellas por el chasco sufrido, y no pudiendo anegar sus ojos, sedientos -de aquella gran novedad, en la fisonomía del apóstol errante, los -clavaban en la puerta. ¡Ah! detrás de aquella puerta estaba... -Volverían a la mañana siguiente.</p> - -<p>Entró don Manuel, y desfilaron por las esca<span class="pagenum" -id="Page_149">p. 149</span>leras abajo todos los demás. Alguno propuso -a las aristócratas llevarlas a ver a Ándara. Pero después de una -espontánea conformidad con esta idea, una de las dos reflexionó y -dijo:</p> - -<p>—¡Imposible! ¿Está usted loco? ¡Nosotras entrar en la Galera!</p> - -<p>Luego fue apuntada la idea de visitar a Beatriz, y esto no pareció -tan mal a las dos señoras. Sí, sí, podrían ver a la mística vagabunda -y soñadora. Dividióse el grupo en la calle, y unos se dirigieron a la -inmediata de San Blas, y los otros a la remota de Quiñones.</p> - -<p>Salió Ándara al locutorio, y lo primero que le preguntaron los -<i>chicos</i> fue si había leído el libro titulado <i>Nazarín</i>.</p> - -<p>—Me lo leyeron —replicó la presa—, porque a mí me estorba lo negro. -¡Ay, qué mentironas dice! Yo que ustedes, pondría en el papel que el -<i>escribiente</i> de ese libro es un embustero, y le avergonzaría, -para que se fuera con sus papas a otra parte. ¿Pues no dice que yo -pegué fuego a la casa?</p> - -<p>—Tú también lo dijiste al principio; pero ahora, ausente de tu señor -Nazarín, que no te permite mentir, has arreglado con tu defensor, que -es hombre listo, esa salidita del fuego casual. El hecho queda por lo -menos dudoso, y la pena será relativamente corta.</p> - -<p>—¡Que fue <i>de</i> casual, ¡ea!... ¡Caraifa con los niños -de la prensa! Yo al principio no supe lo<span class="pagenum" -id="Page_150">p. 150</span> que decía. Se me derramó el condenado -petróleo... Quedeme a obscuras... Encendí un misto, y vele ahí todo -ardiendo... ¿Que no lo creen? Así <i>costa</i>... ¿Y quién me lo -desmiente? ¿Quién me prueba que fue de voluntad? Si alguno de ustedes -es el que ha escrito ese arrastrado libro, arrastrado le vea yo, ¡mal -ajo!</p> - -<p>—¿Sabes que te estás volviendo otra vez muy mal hablada?</p> - -<p>—Desde que no está con el apóstol, ha vuelto a sus mañas.</p> - -<p>—Ándara, nosotros somos tus amigos, y te queremos mucho. Pero si -dices expresiones feas, se lo contaremos a don Nazario, y verás, -verás.</p> - -<p>—No, no se lo digan. Es la costumbre de antes, que sale... Pero una -palabra mala, dicha sin pensar, no hace pecado. Es que me encalabrino -cuando me hablan del maldito libraco. ¡Miren que decir ese desgalichao -autor que yo parezco un palo vestido! Fea soy, digo, lo que es bonita, -no soy ahora, como lo era antes, aunque sea mala comparación... pero no -tan fea que me tenga miedo la gente. Él será un esperpento, y en sus -escrituras quiere hacer conmigo una <i>desageración</i>. ¿Verdad que no -tanto?</p> - -<p>—Tienes razón, no tanto, Andarilla. Otra cosa: ¿Deseas mucho ver a -tu maestro?</p> - -<p>—¡Ay, no me lo diga! ¡Verle! ¡Qué diera yo por verle, por oír -su voz!... Créanme, señores<span class="pagenum" id="Page_151">p. -151</span> de la prensa, y pueden ponerlo en el papel, si les viene a -mano. Por verle daría yo la salud que ahora tengo, y la que tendré en -muchos años. Me conformaría con estar en esta cárcel o en un presidio -toda mi vida, si supiera que le había de ver todos los días, aunque no -fuera más que un cuarto de hora.</p> - -<p>—Eso es querer, Ándara.</p> - -<p>—Esto es querer, y creer en él, pues no ha mandado Dios al mundo -otro que se le parezca... lo digo y lo sostengo, aunque me claven en -cruz para que cante otra cosa. Que me desuellen viva para que diga que -no le quiero, y ayudando yo misma a que me arranquen el pellejo, diré -que es mi padre, y mi señor, y mi todo.</p> - -<p>—¡Bien, brava Ándara!</p> - -<p>—Nos contó Beatriz que ella le ve en espíritu, y siempre que quiere -le hace revivir en su imaginación...</p> - -<p>—Esa es muy <i>soñona</i>. Yo, como más bruta que mi hermana -Beatriz, ¡bendita sea! no le veo cuando quiero, sino cuando él quiere -dejarse ver.</p> - -<p>—¡Hola, hola! Explícanos eso.</p> - -<p>—No sean <i>materiales</i>, y compréndanlo sin más explicadera. Por -las noches, cuando me tumbo en mi jergón, en medio de unas obscuridades -como las del alma de Caín, si he sido buena por el día, si no he tenido -pensamientos<span class="pagenum" id="Page_152">p. 152</span> malos, -abro los ojos, y en lo más negro de lo negro, veo una claridad, y en -ella mi Nazarín que pasa... no hace más que pasar y mirarme sin decir -nada... Pero por los ojos que me pone, entiendo lo que quiere hablarme. -Unas veces me riñe unas miajas, otras me dice que está contento de -mí.</p> - -<p>—Pues si le ves esta noche, no es mala peluca la que te echa.</p> - -<p>—¿Por qué?</p> - -<p>—Por esa mentira tan gorda de que el incendio de la casa fue -<i>de</i> casual.</p> - -<p>—¡Eh, que no es mentira!... Mentira lo que dice el libro, tocante a -que quise <i>zajumar</i> el cuarto... ¡Vaya, que ya es por demás tanta -conferencia! Lárguense al periódico, que allá tendrán que plumear.</p> - -<p>—Antes hemos de preguntarte otra cosa, ¡caraifa!</p> - -<p>—No respondo más.</p> - -<p>—¿A que sí? ¿La Beatriz viene a verte?</p> - -<p>—Dos veces por semana. Ayer me trajo un vestido, que le dio para mí -una señora de la grandeza.</p> - -<p>—¡Hola, hola!... Noticia. ¿No te dijo el nombre de esa señora?</p> - -<p>Y todos ellos sacaron papel y lápiz.</p> - -<p>—Sí; pero no me acuerdo. Era un nombre muy bonito... así como... -Señor, ¿cómo era?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_153">p. 153</span>—Haz memoria, -Andarilla. ¿Sería la Condesa de Halma?</p> - -<p>—Esa misma... Bien decía yo que era cosa buena... pues... del alma -santísima.</p> - -<p>—Bien, Ándara... te dejamos ya, caraifa.</p> - -<p>—Adiós... adiós.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChIII_3"> - <h3>III</h3> -</div> - -<p>En mal hora se metió don Manuel Flórez en conferencias de -exploración espiritual con el apóstol andante, porque siempre salía -de la celda medio trastornado, ya creyendo ver en Nazarín la mayor -perfección a que puede llegar alma de cristiano, ya viéndole y -juzgándole como un ser dislocado, completamente fuera del ambiente -social en que vivía. «No puede ser, Señor, no puede ser —se decía el -buen viejo, dándose palmadas en el cráneo, ya retirado en su vivienda, -y descansando de los trajines del día—. Cada tiempo trae su forma y -estilos de santidad. No nos disloquemos, Señor, no nos desviemos de -nuestra agrupación planetaria, si no queremos ser bólido errante, -perdido por los espacios. Lo que yo digo: la locura no es más que eso, -o mejor dicho, es precisamente eso, el escape por la tangente... y este -hombre, con toda su virtud, que hay que reconocer, ha tomado mucha -fuerza, y se esca<span class="pagenum" id="Page_154">p. 154</span>pa, -se dispara fuera de la órbita... ¡Qué lástima, Señor, qué lástima! -Porque... lo digo con verdad... difícilmente se encontraría un espíritu -de mayor rectitud, de mayor pureza... Pero ha tomado la doctrina en su -sentido más riguroso, por lo más estrecho, por donde duele, y... no -sé, no sé... Él cree que el equivocado soy yo, y yo que el equivocado -es él. Él dice que procede conforme a razón, y con plena conciencia -de ajustarse a la ley de Cristo, y yo digo... No, Señor, yo no digo -nada, no sé, he perdido los papeles; este hombre me ha trastornado, ha -llenado mi cabeza de confusión. No, no vuelvo a verle más. La sinrazón -es contagiosa... Un loco hace mil. No más, no más.»</p> - -<p>Y a pesar de esto, volvía, pues siempre le quedaba algún puntillo -que dilucidar, o seno escondido que reconocer en el pensamiento -del peregrino. Volvía, y a nueva conferencia, nueva turbación y -desconcierto del buen clérigo social. Se creerá que es exageración -lo que se cuenta, pero es la verdad pura. Don Manuel llegó a perder -el apetito, cosa de extraordinaria novedad en él, dormía mal, y -se desmejoró su rostro. Creyeron sus amigos que había dado el -bajón repentino de la aproximación a los setenta, y no faltó quien -atribuyese a una causa moral la pérdida de aquel excelso aplomo que -era su característica. Quizás su bondad se re<span class="pagenum" -id="Page_155">p. 155</span>sintió de haber encontrado una bondad -superior, o que tal le pareciera, y como vivía en la rutina de no -tratar más que inferiores, en el terreno de conciencia, el repentino -encuentro de un ser, ante el cual alguna de las energías de su alma -tenía que hacer reverencia, le puso quizás de mal talante, aunque sin -llegar, ni por asomo, a las tristezas de la envidia, pues era incapaz -de este odioso sentimiento. ¿Consistiría tal vez en que el trato -social, las consideraciones y aun lisonjas de que era objeto, habían -llegado a formar en su alma la concreción de amor propio (de la cual -los caracteres más dueños de sí no pueden librarse), y el conocimiento -y trato de Nazarín rebajaron un poquito el concepto de su propio valer -moral? Con independencia de la humillación y desprecio de sí mismo que -impone la idea cristiana, todo ser conserva un poder de apreciación -o evaluación psíquica, por el cual, sin darse cuenta de ello, a sí -propio se estima y tasa. Sin duda Flórez empezó a conocer que se había -tasado en algo más de lo que realmente valía. Como era recto y noble, -acababa por conformarse diciéndose: «Bueno, Señor, bueno. Yo creí ser -de lo mejorcito, y ahora resulta que hay quien me da quince y raya. -Pues reconozca yo mi insignificancia, o mi inferioridad manifiesta, y -alabada sea la perfección donde quiera que se encuentre.»</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_156">p. 156</span>El buen señor -no podía pensar en otra cosa, y la fijeza de tal idea iba socavando -su salud. A veces se pasaba las noches en habilidosos distingos y -paralelos, anhelando engrandecer el concepto propio, sin rebajar -excesivamente el ajeno: «Él es bueno, yo también. No digamos santos, -porque la santidad en nuestros tiempos ¿dónde está? Yo soy social, -él individual; mi esfera es el mundo de los ricos, la suya el de -los pobres. En ambas esferas se sirve a Dios, ¡vaya! Él fortifica -su alma en la soledad, yo en el bullicio; yunque por yunque, no sé -decir cuál es el mejor. Cierto es que si miramos a la doctrina pura y -a su aplicación a nuestras acciones, él aparece con ventaja, yo con -desventaja; pero miremos a los resultados prácticos de una y otra forma -de ejercer el ministerio, y entonces, ¿cómo dudar que la supremacía -está de la parte acá? Y por último, Señor, él se va del seguro, él se -corre de lo posible a lo imposible, en él la virtud se permite hacer -sus escapatorias al campo de la extravagancia, y...»</p> - -<p>Elevando los brazos, y mirando al techo de su alcoba, en la cual -se paseaba para entretener el insomnio, añadía: «Señor, Señor, llevar -a la práctica la doctrina en todo su rigor y pureza, no puede ser, no -puede ser. Para ello sería precisa la destrucción de todo lo existente. -Pues qué, Jesús mío, ¿tu Santa Iglesia no vive en<span class="pagenum" -id="Page_157">p. 157</span> la civilización? ¿Adónde vamos a parar -si...? No, no, no hay que pensarlo... Digo que no puede ser... Señor, -¿verdad que no puede ser?»</p> - -<p>Como pasaban días y días sin que Catalina le interrogase sobre el -examen o estudio psicológico del apóstol vagabundo, creyó del caso -don Manuel tomar la iniciativa en aquel asunto, que más valía dar su -opinión antes que la dama por sí misma y por otros caminos llegase a -formarla. Todo lo temía de su talento agudo, afinado por una voluntad -persistente.</p> - -<p>—¿Y qué? —le preguntó Halma, demostrando menos curiosidad de la que -Flórez esperaba.</p> - -<p>—Empiezo por declarar —dijo don Manuel con solemnidad sincera, la -mano puesta sobre su corazón—, que no conozco alma más bella que la del -desventurado sacerdote, a quien la ley ha perseguido por vagancia y por -haber dado amparo y protección a una mujer criminal. Si del estado de -su entendimiento tengo aún mis dudas, de su conciencia, de su intención -pura y rectamente cristiana, no puedo dudar. Quiero decir, señora mía, -que encuentro una disconformidad irreductible entre la conciencia y -el intellectus de ese singular hombre, y que si yo hallara manera de -conciliar una con otro, tendría que declarar a Nazarín el ser más -perfecto que ha podido formarse dentro del molde humano.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_158">p. 158</span>—Según eso, usted -sigue viendo en él las dos naturalezas, el santo y el loco, y ni sabe -separarlas, ni fundirlas, porque locura y santidad no pueden ser lo -mismo.</p> - -<p>—Exactamente.</p> - -<p>—Bien podría deducirse de todo ello que, en nuestra imperfectísima -comprensión de las cosas del alma, no sabemos lo que es locura, no -sabemos lo que es santidad.</p> - -<p>—¡No sé, no sé! —exclamó el limosnero extraordinariamente turbado, -llevándose las manos a la cabeza.</p> - -<p>—Serénese, don Manuel. ¿Será que usted, en su larga vida, nunca -se ha visto delante de un problema semejante? Contésteme ahora: ¿el -buen Nazarín practica la doctrina de Cristo tal como los Evangelios -santísimos nos la enseñan?</p> - -<p>—Sí señora.</p> - -<p>—Y a pesar de esto, la conducta del buen hombre nos parece -desconcertada... porque nuestras ideas así nos lo imponen. Si -creyéramos otra cosa, debiéramos imitarle, renunciar a todo, abrazando -el estado de absoluta pobreza.</p> - -<p>—Sí señora.</p> - -<p>—Y eso no puede ser. Hay algo dentro de nosotros mismos, y en la -atmósfera que respiramos y en el mundo que nos rodea, que nos dice que -no puede ser.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_159">p. 159</span>—Sí... puede ser... -pero no puede ser... Ser no ser... He aquí, señora, la gran duda.</p> - -<p>—Sigo preguntando. ¿Nazarín es humilde?</p> - -<p>—Humildísimo. Asombra ver su tranquilidad ante los resultados -probables del proceso. Si le condenan a presidio, lo acepta gozoso, -lo mismo que si le hicieran subir al cadalso. Si le encierran en un -manicomio, en el manicomio entrará y vivirá sin protesta. No se queja -de la ley, ni de los jueces, ni de sus acusadores, ni de la opinión, -que con tan distintos criterios le juzga.</p> - -<p>—Y en el caso de que saliera libre, ¿se sometería al superior -eclesiástico, sacrificando su independencia al rigor de la -disciplina?</p> - -<p>—También. Pues esto es lo admirable. Dice que si le absuelven -libremente, se someterá y que...</p> - -<p>—¿Qué más?... Sigo yo contando, pues usted, mi señor don Manuel, -no tiene hoy la palabra tan expedita como de costumbre. Dice también -el buen Nazarín que cuando se encuentre libre, persistirá en el -cumplimiento del voto de pobreza que ha hecho al Señor.</p> - -<p>—Cosa imposible, así tan en absoluto, pues la mendicidad, fuera de -las Órdenes que la practican por su instituto, es contraria al decoro -eclesiástico.</p> - -<p>—Y dice más...</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_160">p. 160</span>—¿Pero cómo sabe -usted...?</p> - -<p>—Dice también que el mayor anhelo de su alma es que le devuelvan -las licencias para poder celebrar... y que se irá a vivir al presidio -a donde sea destinado el <i>Sacrílego</i>, si se lo permiten las -leyes penitenciarias, o si no, en la misma población, con objeto de -verle diariamente. Está comprometido a conducir al cielo el alma de -aquel criminal, y la conducirá. Los mismos propósitos tiene respecto -a Ándara, y su mayor gozo sería que los encierros a que ambos -delincuentes fuesen destinados, radicaran en la misma ciudad. Si no, -compartiría su tiempo entre la vecindad de Ándara y la proximidad del -<i>Sacrílego</i>, llevándose consigo a Beatriz, sin temor alguno de ser -censurado y escarnecido por la compañía de una mujer.</p> - -<p>—Tales son sus ideas, sí señora... Tan cierto es ello como que usted -tiene algo de zahorí —dijo don Manuel, sin disimular su asombro—. ¿Pero -usted..., acaso, le ha visto, le ha oído...?</p> - -<p>—No; pero veo a Beatriz, de quien soy amiga, y amiga del alma. No he -querido decírselo hasta que no viniera una coyuntura propicia.</p> - -<p>—¡Ah!... Me parece bien... Beatriz, la discípula...</p> - -<p>—Pues bien, señor don Manuel de mi alma, esas ideas y propósitos del -don Nazario bastardean un poco aquella pureza del alma de que me<span -class="pagenum" id="Page_161">p. 161</span> hablaba hace un rato. La -extrema humildad, ¿no se da la mano con el orgullo?</p> - -<p>—Tal vez, tal vez.</p> - -<p>—Por lo cual yo, más decidida que usted, sin duda porque soy más -ignorante, veo bien patente la locura de ese santo varón... ¿Es un loco -santo, o un santo loco?...</p> - -<p>—Locura... santidad... —murmuraba Flórez mirando al suelo, la cabeza -sostenida por ambas manos, los codos apoyados en las rodillas, con -todas las señales en rostro y acento de una hondísima turbación.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChIII_4"> - <h3>IV</h3> -</div> - -<p>No pudieron detenerse, como deseaban, en buscar la explicación -de aquel contrasentido, porque entró Urrea con noticias frescas, -que hacían revivir el interés del asunto nazarista. Según contó el -joven reformado, por los periodistas se sabía ya la sentencia del -Tribunal, que se publicaría sin tardanza. No encontraba la Sala en don -Nazario Zaharín culpabilidad: la vagancia, el abandono de sus deberes -sacerdotales, la sugestión ejercida sobre mendigos y criminales no -eran más que un resultado del lastimoso estado mental del clérigo, -y como en ninguno de sus actos se veía la instigación al delito, -sino que, por el contrario, sus desvaríos<span class="pagenum" -id="Page_162">p. 162</span> tendían a un fin noble y cristiano, se -le absolvía libremente. Resultando del informe de los facultativos -que repetidas veces le habían examinado, que los actos del apóstol -errante eran inconscientes, por hallarse atacado de <i>melancolía -religiosa</i>, forma de <i>neurosis epiléptica</i>, se le entregaba al -poder eclesiástico para que cuidase de su curación y custodia en un -Asilo religioso, o donde lo tuviere por conveniente.</p> - -<p>Don Manuel y Catalina guardaron profundo silencio al oír esta parte -interesantísima de la sentencia.</p> - -<p>—A Beatriz se la absuelve libremente —prosiguió Urrea—, porque nada -resulta contra ella, y la pena que merecía por vagancia, se estima -cumplida con las dos semanas que sufrió de prisión correccional.</p> - -<p>Ándara salía peor librada, aunque no tan mal como al principio se -creyó. De sus primeras declaraciones, y de las de Nazarín, resultaba -autora del incendio de la casa número 3 de la calle de las Amazonas. -Pero su abogado, hombre muy despierto, había conducido el asunto con -rara habilidad, demostrando que lo depuesto por Nazarín no tenía ningún -valor testifical, por hallarse este en pleno delirio pietista, presa -de la monomanía del sacrificio y de la muerte. Ándara, en sus primeras -declaraciones, había obedecido, según su defensor, a una influencia -hipnótica del falso após<span class="pagenum" id="Page_163">p. -163</span>tol. Ampliado el juicio, y sustentada la no intencionalidad -del incendio, el Tribunal admitió la prueba, condenándola, por lesiones -a la <i>Tiñosa</i>, a catorce meses de reclusión penitenciaria. La -causa del <i>Sacrílego</i> no tenía nada que ver con la de la vagancia -y desafueros nazaristas. Aún no se había sentenciado, y por bien que -saliera, sus catorce o quince años de presidio no se los quitaba nadie, -porque eran muchas y muy atroces sus audacias para llevarse la plata y -vasos sagrados de las iglesias.</p> - -<p>—Ya ve usted —dijo al fin Catalina a su amigo y limosnero—, cómo el -Tribunal, haciendo suya la opinión de los facultativos, da por cierto -que el santo varón no tiene la cabeza en regla.</p> - -<p>—Y sin cabeza no hay conciencia —indicó el sacerdote con cierta -alegría, como si entreviera una solución a sus dudas.</p> - -<p>—Con todo —añadió la Condesa—, no debemos aceptar ese criterio como -definitivo. Se equivocan los Tribunales, se equivocan los médicos. No -afirmemos nada, y sigamos, mi señor don Manuel, en nuestras dudas.</p> - -<p>—Sigamos, sí, en nuestras dudas —repitió el sacerdote, para quien -era ya un descanso no pensar por cuenta propia.</p> - -<p>—Y mis dudas —añadió Halma—, van a ser el punto de partida para -resolver la cuestión, por<span class="pagenum" id="Page_164">p. -164</span>que si no dudáramos, no nos propondríamos, como nos -proponemos ahora, llegar a la verdad.</p> - -<p>—Sí señora —dijo Flórez, hablando como una máquina.</p> - -<p>—La sentencia del Tribunal, que yo esperaba, me abre camino para -poner en ejecución un pensamiento que hace días me corre por el -magín.</p> - -<p>—¡Un pensamiento! A ver... —murmuró don Manuel perplejo, admirando -de antemano y temiendo al propio tiempo las iniciativas de su ilustre -amiga.</p> - -<p>—Yo, digo, nosotros, sabremos al fin si nuestro pobre peregrino es -santo, o es demente. Espero que podremos reconocer en él uno de los -dos estados, con exclusión del otro. Y en el caso de que existieran -juntamente santidad y locura, en ese caso...</p> - -<p>—Arrancaremos la locura para echarla al fuego, como hierba mala -nacida en medio del trigo —dijo don Manuel—, conservando pura e intacta -la santidad.</p> - -<p>—Y si existieran juntas y confundidas, en una misma planta —agregó -Halma—, respetaríamos este fenómeno incomprensible, y nos quedaríamos -tristes y desconsolados, pero con nuestra conciencia tranquila.</p> - -<p>Flórez miraba al suelo, y Urrea no quitaba los ojos de su prima, -cuyas palabras deletreaba<span class="pagenum" id="Page_165">p. -165</span> en los labios de ella, al mismo tiempo que las oía. Después -de una mediana pausa, y queriendo adelantarse al pensamiento de la -señora, dijo el sacerdote:</p> - -<p>—Pues para llegar a ese conocimiento y a esa separación, señora mía, -tendríamos que... digo, veríamos de...</p> - -<p>—No, si por más que usted discurra, no puede adivinar lo que he -pensado, lo que haremos, si Dios me ayuda, y creo que me ayudará, pues -la sentencia que acabamos de saber viene, como de molde, a favorecer -mi pensamiento, obra magna, don Manuel, una empresa de caridad que ha -de merecer su aprobación. Verá usted —añadió después de otra pausita, -aproximando su silla baja al sillón del limosnero—. Pues, señor, ahora -la ley civil le dice a la eclesiástica: yo, apoyada en la opinión de -la ciencia, he debido declarar y declaro que ese hombre está loco. -Como su locura es inofensiva, monomanía pietista nada más, que no -exige custodia ni vigilancia muy rigurosas, renuncio a albergarle en -mis casas de orates, donde tengo a los furiosos, a los lunáticos, -casos mil de las innumerables clases de desorden mental. Ahí tienes -a ese hombre; encárgate tú, Iglesia, de cuidarle, y, si puedes, de -devolver el equilibrio a su entendimiento. Es pacífico, es bueno, es -de dulce condición en su desvarío. No te será difícil resta<span -class="pagenum" id="Page_166">p. 166</span>blecer en él el hombre de -conducta ejemplar, el sacerdote sumiso y obediente...</p> - -<p>—Y le cogemos —dijo Flórez—, y le mandamos a un convento de -Capuchinos, o a una de las hospederías religiosas, que existen para -estos casos, y le tenemos allí un año, dos, tres, al cabo de los -cuales, estará lo mismo que entró.</p> - -<p>—Quiere decir que no le cuidarán, que no le observarán, mirando por -su existencia y por su razón con el interés paternal que se debe a un -alma como la suya, buena, piadosa, a un alma de Dios...</p> - -<p>—No digo que...</p> - -<p>—Pero nada de esto pasará —afirmó la Condesa, levantándose nerviosa, -y cogiendo el bastón de Urrea para reforzar el gesto decidido con que -acentuaba la palabra.</p> - -<p>—¿Pues qué se hará, señora?</p> - -<p>—A usted, mi señor don Manuel, le corresponderá la gloria mundana de -esta prueba, si, como creo, Dios la corona con un éxito feliz.</p> - -<p>—¿Y qué tengo yo que hacer, señora mía? —preguntó el eclesiástico -un poco molesto, pues no le caía en gracia aquello de hacer él cosas -que ignoraba, ni que su autoridad quedara reducida a ejecutar órdenes -superiores, como un vulgar secretario.</p> - -<p>—Una cosa muy sencilla, y que me parece<span class="pagenum" -id="Page_167">p. 167</span> fácil. Mañana mismo... no hay que perder -un solo día... mañana mismo, don Manuel Flórez y del Campo, el -ejemplarísimo sacerdote, el gran diplomático de la caridad, coge el -sombrero y se va a ver al señor Obispo. Su Ilustrísima, naturalmente, -le recibe con los brazos abiertos, y usted le dice: «Señor Obispo, una -dama de nuestra aristocracia...»</p> - -<p>—¡Ah! ya... Una dama de nuestra aristocracia...</p> - -<p>—¡Si lo adivina, si lo sabe, si no tengo que decir más! Pues qué: -¿no ha pensado usted lo mismo que yo? ¿No viene hace días dando vueltas -en su mente a esta solución? ¿No esperaba saber la sentencia para -proponérmelo?</p> - -<p>—Sí, sí... Yo pensaba... En efecto... La idea es buena —dijo el -limosnero, queriendo cazar al vuelo las de su noble amiga—. Claro -que había pensado yo... Pues «Ilustrísimo señor, una dama de nuestra -aristocracia, persona de grandes virtudes y celo cristiano, que quiere -consagrar su vida al santo ejercicio de la caridad, ha imaginado -que...»</p> - -<p>Detúvose bruscamente don Manuel, vacilante, clavó sus ojos en -Halma, después en Urrea, para volver a mirar con escrutadora fijeza -a la ilustre señora, y en aquel punto, como si recibiera inspiración -del Cielo, o algún genio invisible en el oído le susurrara, vio el -pen<span class="pagenum" id="Page_168">p. 168</span>samiento de la -Condesa con toda claridad. Y recordando al instante palabras y frases -sueltas de conversaciones anteriores, y viendo en ellas perfecto ajuste -con lo que acababa de oír, ya no necesitó más el agudo presbítero para -recobrar toda su compostura mental, y sentirse dueño de sí mismo, y a -punto de serlo de la situación. Limpió el gaznate para aclarar la voz, -tomó de manos de Halma el bastón de Urrea, y fue marcando con él sobre -la alfombra estas o parecidas expresiones:</p> - -<p>—La señora Condesa ha tenido un pensamiento grande y bello, como -suyo. Hace tiempo concibió el proyecto de destinar su casa de Pedralba -a un fin caritativo, estableciéndose allí, al frente de una pequeña -sociedad de desvalidos y menesterosos, de pobres enfermos y de ancianos -sin recursos. Bueno, Señor, bueno. Pues ahora, la señora Condesa se -dirige por mi conducto al señor Obispo, y le dice: «A ese pobre clérigo -perseguido, absuelto y tachado de locura, yo me le llevo a Pedralba, -allí le cuido, allí le rodeo de calma, de un bienestar modesto; doy a -su espíritu la soledad campestre, a su asendereado cuerpo descanso, y -como él es bueno y sencillo, y su corazón se conserva puro, respondo -de que en breve tiempo podré devolvérselo a la Iglesia, limpio de -las nieblas que han empañado su mente. Entréguenme el va<span -class="pagenum" id="Page_169">p. 169</span>gabundo, y les devolveré el -sacerdote; denme el enfermo, y les devolveré el santo.»</p> - -<p>—¿Y eso puede ser? —preguntó vivamente la viuda, sin admirarse de lo -bien que el sagaz Flórez le adivinaba las intenciones—. Quiero decir: -¿consentirá el señor Obispo...?</p> - -<p>—¡Ah!... lo veremos. Mucha fuerza ha de hacerle su nombre, -señora.</p> - -<p>—Y más aún la intervención de usted.</p> - -<p>—En casos como este de Nazarín, el Prelado adoptará uno de dos -procedimientos: o entregar al enfermo un vale perpetuo para el Asilo de -Eclesiásticos, o ponerle bajo la salvaguardia de una familia respetable -de reconocida virtud y piedad. Esto último se ha hecho hace poco con un -pobre clérigo que padecía de ataquillos de enajenación.</p> - -<p>—Pues la familia respetable a quien se encomiende la custodia y -cuidado de este santo varón, seré yo.</p> - -<p>—Sin duda. Y mucho mejor, si se constituye el Asilo o Recogimiento -en forma legal y canónica, poniéndolo, como es natural, bajo la tutela -del jefe de la diócesis.</p> - -<p>—En fin —dijo Halma gozosa—, que Nazarín es nuestro. Y el señor -Obispo, ya lo estoy viendo, alabará mucho este plan al saber que es -idea de usted.</p> - -<p>—Idea mía no —replicó Flórez sin mirar a la<span class="pagenum" -id="Page_170">p. 170</span> dama—. Si acaso, en parte... Ambos pensamos -lo mismo. Pero yo no podía pronunciar sobre ello la primera palabra, y -tuve que aguardar a que la dijese quien debía decirla.</p> - -<p>—Quedamos en que mañana mismo...</p> - -<p>—Mañana mismo, sí señora.</p> - -<p>—No se nos adelante alguno...</p> - -<p>—¡Ah! lo que es eso... Pierda usted cuidado.</p> - -<p>Retirose don Manuel a su casa, y aquella noche fue acometido de una -lúgubre congoja, cuyo fundamento el buen clérigo no podía explicarse. -«Esta tristeza hondísima y que parece que me abate todo el ser —se -decía, sin poder conciliar el sueño—, no proviene de causa puramente -moral. Aquí hay algún trastorno grave de la máquina. O el hígado se me -deshace, o la cabeza se me quiere insubordinar, o el corazón se fatiga, -y me presenta la dimisión.»</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChIII_5"> - <h3>V</h3> -</div> - -<p>Hízose todo como Catalina de Artal deseaba, sin que la gestión -del buen Flórez tropezase con ninguna dificultad ni obstáculo de -importancia. Notaban en él cuantos en aquella ocasión le vieron, -lo mismo en las oficinas eclesiásticas, que en las casas nobles -que ordinariamente visitaba, una gran decadencia física, la cual -parecía más grave por la pérdida de la jovialidad. Además,<span -class="pagenum" id="Page_171">p. 171</span> claramente se advertía -cierta inseguridad en las ideas, y dispersión de las mismas en el -momento de querer expresarlas, vamos, como si se le fuera el santo al -cielo, según el dicho vulgar. No era ya el mismo hombre; en pocos días -su cuerpo perdió la derechura que le hacía tan gallardo, su cara se -había vuelto terrosa, sus manos temblaban, y cuando quería sonreírse, -su habitual expresión afable le resultaba fúnebre.</p> - -<p>—O don Manuel está muy malo —decían sus amigos—, o algún hondo pesar -silenciosamente le mina.</p> - -<p>Una mañana, el Marqués de Feramor le mandó llamar cuando descendía -del aposento de la Condesa, y encerrándose con él en su despacho, puso -la cara de las grandes solemnidades para decirle:</p> - -<p>—¡Parece mentira que nuestro querido Flórez, desmintiendo su grave -carácter, se haya prestado a favorecer las increíbles extravagancias -de mi hermana! Primero, la tontería de meterse a redentores de José -Antonio, poniéndose en ridículo, y dando lugar al desbordamiento de las -hablillas y chirigotas. No era esto bastante, y entre mi hermana y su -limosnero inventan este sainetón grotesco de llevarse a Pedralba toda -la cuadrilla nazarista... porque supongo irán también las discípulas, -para mayor edificación... Ya ha principiado el coro de burlas, que a mí -no me afectan, no señor, porque<span class="pagenum" id="Page_172">p. -172</span> todo el mundo sabe que permito a mi hermana lanzarse por su -cuenta y riesgo a estas aventuras locas, para que encuentre en la ruina -y en el ludibrio de las gentes el castigo de su soberbia.</p> - -<p>La actitud y el lenguaje del señor Marqués eran de pontifical, según -el rito inglés parlamentario y economista.</p> - -<p>—Lo que más me duele —añadió—, es que nuestro buen amigo, en vez -de poner un freno a estas que califico benignamente llamándolas -extravagancias, les haya dado calor y apoyo con su autoridad...</p> - -<p>Al oír esto, una onda de sangre subió del corazón al cerebro del -sacerdote, y la ira, que era en él, por índole y por costumbre, -sentimiento casi desconocido, se encendió en su corazón súbitamente. -Al querer expresarla, las palabras se le atropellaron en la boca, su -rostro enrojeció, sus ojos se avivaron. Con lengua torpe pudo decir tan -solo:</p> - -<p>—¿Tú qué sabes?... ¡Eres un necio!</p> - -<p>Y salió, como huyendo de sí mismo, arrastrando el manteo, la teja -echada hacia atrás, murmurando incoherentes frases por la escalera -abajo. Iba por la calle dando tumbos, sosteniéndose por un desmedido -esfuerzo de la voluntad, y al llegar a su casa, agotado bruscamente el -esfuerzo, cayó redondo en el portal. Entre el<span class="pagenum" -id="Page_173">p. 173</span> portero y dos vecinos que bajaban, -levantáronle del suelo, y como cuerpo muerto le condujeron al cuarto -segundo donde vivía. El ama y la sobrina, dos mujeres simplicísimas, -ambas entradas en años, que le querían entrañablemente, rompieron en -estrepitoso llanto al verle entrar en tan mísero estado, y la sobrina -exclamaba:</p> - -<p>—¡Virgen de la Valvanera! Ya lo dije yo. Mi tío venía mal desde la -semana pasada.</p> - -<p>Acostáronle, y como una media hora tardó en recobrar el -conocimiento; mas la palabra no. El buen señor quería decir algo, y su -lengua inerte no le obedecía. Acudió el médico, fuéronle aplicados los -remedios elementales, y ya muy entrada la noche, después de algunas -horas de reposo, pudo expresarse con mediana claridad:</p> - -<p>—No seáis tontas —dijo al ama y la sobrina, que una a cada lado -del lecho le contemplaban atribuladas—, ni deis ahora en la manía de -asustaros... Esto no es más que un aire. Lo cogí al salir de casa de -Feramor. Ya me encuentro mejor, y con la ayuda de Dios Misericordioso -y de la Virgen Santísima, mañana podré echarme a la calle. Y en caso -de que determinen que ya estoy de más en este mundo inicuo, ¿qué hemos -de hacer más que conformarnos todos, yo con irme a donde mi Padre -Celestial me destine, según mis méritos o mis culpas, vosotras con que -me vaya y os deje en paz?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_174">p. 174</span>Dispuso el doctor -que no se le diera conversación y se le dejara descansar toda la noche, -ordenando diversas medicaciones internas y externas. A la mañana -siguiente la mejoría era bien clara, y desde muy temprano acudieron a -la casa multitud de personas. Una de las primeras fue Urrea; a poco -llegaron Consuelo Feramor y la de Monterones, y otras muchas señoras -y caballeros de distintas categorías. Todos prodigaron al enfermo -consuelos cariñosos, deseando su salud como la propia. Iban entrando -en la alcoba por tandas, y reunidos después en la sala, lamentaban el -repentino accidente del simpático sacerdote.</p> - -<p>Consuelo llevó aparte a José Antonio para decirle:</p> - -<p>—Sospecho que tú y Catalina no tenéis poca responsabilidad en este -arrechucho de nuestro amigo. ¡Ah! su enfermedad arranca de la parte -moral... ¿Qué... te haces el tonto? ¿No comprendes tu parte de culpa -y la de mi cuñadita, esa loca que no andaría suelta si no llevara el -nombre que lleva? ¿Ahora caes en la cuenta de que habéis desprestigiado -a este santo varón, de que le habéis puesto en ridículo a los ojos del -clero, de todos sus amigos y relaciones?</p> - -<p>Contestación enérgica pensó darle Urrea; pero prefirió callarse -por no alborotar en casa ajena. A poco, entró Catalina de Halma, -vestidita<span class="pagenum" id="Page_175">p. 175</span> de negro, -con humilde severísimo porte, y su hermana y cuñada la saludaron con -frialdad compasiva. Ella no les hacía ningún caso, ni se cuidaba de que -le manifestaran este o el otro sentimiento. Cuando todos se retiraban, -la Condesa expresó al ama y la sobrina su deseo de ayudarlas día y -noche en aquel penoso trajín de enfermeras. Conociendo la sinceridad -de la buena señora, la familia del sacerdote aceptó tan noble -ofrecimiento, felicitándose de que pronto sería innecesario, porque -don Manuel mejoraría, con la ayuda de Dios. Pasó a verle Catalina, y -él, regocijándose de su presencia, se excitó un poquito, presentando -síntomas vagos de trabazón de lengua y de vaguedad en la ideación:</p> - -<p>—Señora mía —la dijo—, muy malito tiene usted a su limosnero. Ha -sido un aire, nada más que un aire... He soñado con el Recogimiento -de Pedralba en que estaríamos tan bien... ¡oh, tan bien! Estos -aires... son aires muy malos... La vida social... este vértigo, este -bullicio, este mentir continuo... mal aire, señora... ¡Destrucción de -los cuerpos, perjuicios de las almas!... Dios quiere llevarme ya. Ha -visto que no sirvo... que he llegado a la vejez sin hacer en el mundo -nada grande, ni hermoso, ni saludable para las almas. Mi conciencia -habla y me dice: «no hay en ti y derredor de ti más que vanidad de -vanidades...» Usted es grande, señora Condesa, yo soy peque<span -class="pagenum" id="Page_176">p. 176</span>ño, tan pequeño, que me -miro y no me veo mayor que un grano de arena. Un aire me trae, otro -me lleva... ¡Ah, la soledad de Pedralba...! Pero no, no soy digno... -El señor Marqués me mira desde la altura de su necedad, y me humilla -todo lo que yo merezco. ¿Qué he sido yo? Un fantasmón... No hay que -desmentirme. ¿Qué hice por la salvación de las almas? Nada... ¡Y -usted, que es santa, se digna venir a consolarme en mi tribulación...! -¡Cuánta bondad, cuánta grandeza! Porque nadie mejor que usted conoce -mi insignificancia... Dios me dice: «no eres nada... eres el vulgo -cristiano, lo que es y no es... Vas bien vestido, y calzas bonito -zapato con hebillas de plata... ¿Y qué? Eres atento en el hablar, -obsequioso con todo el mundo; respetuoso de mí; pero sin amor. El fuego -del amor divino es en ti un fuego pintado, con llamaradas de almazarrón -como las de los cuadros de Ánimas. Llevas y traes limosnas como la -Administración de Correos lleva y trae cartas... pero tu corazón... -¡ah! Yo que lo veo todo, lo he visto, lo he sentido palpitar, más que -por la miseria humana, por la elegancia de tus hebillas de plata...» -Luego viene un aire... ¡Hermosa debe de ser la muerte para los que -mueren en el Señor. Yo también quiero morir en Él, yo quiero, yo -quiero!...</p> - -<p>Vivamente alarmada, la Condesa se retiró<span class="pagenum" -id="Page_177">p. 177</span> de la alcoba, pensando que la mejoría del -bendito don Manuel había sido engañosa. Y firme en su propósito de -desempeñar en la casa los menesteres más humildes, mientras estuviese -enfermo su amigo del alma, concertó con el ama y sobrina las faenas -a que debía consagrarse, resolviendo entre las tres que, pues la -presencia de la señora excitaba al enfermo, sin duda por el cariño -que este le profesaba, no era conveniente que entrase en la alcoba -sino en los casos de absoluta precisión. Desembarazada de su mantilla, -tan pronto trabajaba en la cocina, como se personaba en la sala, para -recibir visitas de seglares y clérigos. Comió con las mujeres de -la casa, y no quiso que le preparasen cama, pues con descabezar un -sueño sentadita en una silla le bastaba. La enfermedad de su amado -esposo había sido para ella educación cumplida en aquellos trabajos y -desazones, y el no dormir, el no comer, la vigilancia constante no la -afectaban lo más mínimo.</p> - -<p>Muy bien pasó la tarde don Manuel, y a la noche llamó a sus -domésticas para que le acompañasen y diesen parola, pues la costumbre, -segunda naturaleza, le pedía trato social, conversación, amenidad. -Catalina se escondió tras de la puerta para oírle, temerosa de que -volviese a desvariar. Dijéronle Constantina y Asunción, que así se -nombraban el ama y sobrina,<span class="pagenum" id="Page_178">p. -178</span> que ya podía darse por restablecido de aquel arrechucho, -y que le bastaría media semanita de descanso para poder entregarse -nuevamente a sus habituales quehaceres. A lo que respondió el clérigo -con serenidad:</p> - -<p>—Puede que tengáis razón; pero por sí o por no, yo me pongo en lo -peor, y si me apuráis mucho, digo que en lo mejor, o sea la muerte, fin -de esta vida miserable y principio de la eterna.</p> - -<p>Como ellas dijeran que siendo él un santo, nada podía temer, ahuecó -la voz para contestarles:</p> - -<p>—Ni yo soy santo, ni ustedes saben lo que se pescan, pobres -rutinarias, pobres almas sencillas y vulgares. Estoy a vuestro nivel... -no, digo mal, a un nivel más bajo. Porque vosotras habéis padecido: -tú, Constantina, con la mala vida que te dio tu marido; tú, Asunción, -con tus enfermedades y achaques dolorosos. Vosotras habéis tenido -ocasión de perdonar agravios, yo no. Vosotras habéis sufrido escaseces -cuando no estabais a mi lado; yo he vivido siempre en mi dulce y cómoda -modestia, sin carecer de nada, bien quisto de todo el mundo, niño -mimoso y predilecto de la sociedad. Vosotras habéis luchado, yo no, -porque todo me lo encontré hecho. No me llaméis santo, porque hacéis -befa de la santidad aplicándola a quien tan poco vale.</p> - -<p>Echáronse a llorar las dos mujeres, y le in<span class="pagenum" -id="Page_179">p. 179</span>vitaron a variar de conversación, pues -aquella no era la más propia de un enfermo de la cabeza.</p> - -<p>—No, no —dijo Flórez, encalabrinándose—. De esto precisamente quiero -hablar yo. Soy una pobre medianía; pero abdicando en este trance mis -ridículas pretensiones, y pisoteando delante de vosotras, y delante -del mundo entero, mi orgullo, me entrego a la misericordia de mi Padre -Celestial, para que haga de mi insignificancia lo que quiera. Mi alma -no se ennegrece con pecados infames, ni se abrillanta con heroicas -virtudes. Soy lo que el lenguaje corriente llama un buen hombre. Soy... -simpático... ¡ja, ja!, simpático. En el mundo no quedará rastro de mí, -y lo mismo que es hoy la sociedad, habría sido si Manuel Flórez y del -Campo no hubiera existido en ella. ¿Cómo llamáis santo a un hombre -que se enfada, aunque no mucho, cuando alguien le molesta? ¿A ti, -Constantina, no te he reñido alguna vez porque la sopa estaba fría, o -el chocolate muy caliente, o el arroz pegado, o el café poco fuerte? Ya -ves: ¡qué santidad es esa, ni qué...! Y tú, Asunción, ¡buenas broncas -te has llevado..., porque las hebillas de mis zapatos no estaban bien -relucientes! Ya ves: ¡como si el que relucieran o no las hebillas -importara algo!... Si os apuráis mucho por lo que os estoy diciendo, os -confesaré que en mi<span class="pagenum" id="Page_180">p. 180</span> -esfera, una esfera que parece amplísima y es muy reducida, he hecho -todo el bien que he podido, y que mal, lo que es mal, no lo hice nunca -a nadie, a sabiendas. Pero de eso a que yo sea nada menos que santo, -como vosotras creéis, pobres tontas, hay mucho camino que andar... Los -santos son otros, el santo es otro... Y de eso que dice el vulgo de que -ahora no hay santos, me río yo... Los hay, los hay, creedlo porque os -lo afirmo yo... Pero no me tengáis a mí por tal, grandísimas babiecas, -y si no, contestadme: ¿qué méritos extraordinarios veis en mí?... ¿qué -infortunios y trabajos han templado mi alma, qué injurias he tenido que -sufrir y perdonar, qué grandes campañas por el bien humano y por la -fe católica han sido las mías? ¿Acaso fui perseguido por la justicia, -y tratado como los malhechores? ¿Por ventura me han ultrajado, me han -escarnecido, me han llenado de vilipendio? ¿Es tribulación andar de -casa en casa, festejado y en palmitas, aquí de servilleta prendida, -allá charlando de mil vanidades eclesiásticas y mundanas, metiéndome -y sacándome con achaque de limosnitas, socorros y colectas, que son -a la verdadera caridad lo que las comedias a la vida real? ¡Ah! si -lloráis por verme rebajado de esa categoría en que vuestra inocencia -quiso ponerme, llorad, sí, llorad conmigo, lloremos juntos, para que el -Señor tenga piedad de vosotras<span class="pagenum" id="Page_181">p. -181</span> y de mí, y nos iguale a los tres en su santa gracia.</p> - -<p>No dijo más, porque el ama y sobrina, limpiándose el moco, y -sobreponiéndose a su acerba pena, le exhortaron para que callase y -no pensara cosas que al Divino Jesús y a la Virgen habían de serle -desagradables. Buena era la humildad; pero no tanto, Señor.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChIII_6"> - <h3>VI</h3> -</div> - -<p>También lloraba la sin par Catalina oyendo los gritos de la -conciencia de su buen amigo, y las tres convinieron luego en que -mientras más se humillara el bonísimo don Manuel al prosternarse -ante el Dios de Justicia, más le ensalzaría este, dándole el premio -que por sus virtudes merecía. A las once de la noche, ya levantados -los manteles de la frugal cena, hallándose la Condesa en el comedor, -embebecida en la lectura de sus devociones ante una lámpara con -pantalla de figurines, entró José Antonio. No pudiendo pasarse un día -entero sin verla y hablar con ella (tal era su adhesión ardiente, que -más parecía de perro que de persona), agarrábase a la obligación de -informarse del estado del enfermo para entrar en la casa y aproximarle -a su bienhechora.</p> - -<p>—Nuestro don Manuel está mal —le dijo Hal<span class="pagenum" -id="Page_182">p. 182</span>ma, cerrando su libro y marcando la página -con un dedo—. Tenemos que pedir a Dios con toda nuestra alma que nos -conserve esa vida tan preciosa, tan necesaria. Hay que rezar, rezar -sin tregua, Pepe, y tú también... Pero sin duda no sabes; lo has -olvidado... Si yo quisiera enseñarte, ¿aprenderías tú?</p> - -<p>—Tú conseguirás de mí cuanto quieras, y nada tengo por imposible si -tú me lo mandas —replicó el joven con alegría—. Soy hechura tuya, soy -un hombre nuevo, que has formado entre tus dedos, y luego me has dado -vida y alma nuevas...</p> - -<p>—Entre paréntesis, dime una cosa: ¿nos critican mucho por ahí?</p> - -<p>—Horriblemente. Pero tu grande alma me ha enseñado lo que me -parecía, más que difícil, imposible, despreciar esas infamias, y no -castigarlas inmediatamente.</p> - -<p>—Dios es nuestro juez, y nos acusa o nos absuelve, por medio de -nuestra conciencia. Vete fijando en lo que te digo, y asegúralo en tu -pensamiento. Eres un niño, y como a tal te instruyo.</p> - -<p>—Y yo lo aprendo todo. No tendrás queja de mí. Pero yo quisiera, mi -buena Halma, que me mandaras cosas difíciles, muy difíciles, para que -probaras mi obediencia ciega.</p> - -<p>—Por ejemplo, que te arrojes a un horno encendido, o que te tires -por la ventana.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_183">p. 183</span>—No es eso, aunque -también eso haría si me lo mandaras. Cosas difíciles digo, de las que -ponen a prueba la voluntad de un hombre. Mientras tú no me mandes eso, -y yo te obedezca, no me creo digno de lo que estás haciendo por mí. Tú -eres extraordinaria, increíble, inverosímil. Mi amor propio se pica, y -también quiero salirme un poquitín de lo común.</p> - -<p>—Descuida, que todo se andará. Como inverosímil, tú, que desde -que empezamos a curar tu alma con una medicina de que todo el mundo -se burlaba, te has desmentido a ti mismo. Hasta ahora parece que voy -triunfando, y que mi extravagancia llevaba y lleva en sí algo de -eficacia divina. Pero aún falta mucho, José Antonio, y si te cansas en -lo peor del camino, me dejarás mal.</p> - -<p>—No me cansaré. Voy contigo al fin del mundo, ya me lleves tirando -de mí por un fino hilo de seda, ya por un dogal muy fuerte. Tira sin -miedo, que no haré nada por soltarme.</p> - -<p>—Te advierto que aunque te sueltes, aunque al tirar de la cuerda me -hieras y lastimes, no me arrepentiré de lo hecho.</p> - -<p>—Porque tú eres... no diré una santa, ni un ángel, expresiones vagas -que han desacreditado los poetas y los predicadores..., sino una mujer -superior a cuantas andan por el mundo, la mejor, la única, el femenino -en grado sublime.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_184">p. 184</span>—Eh... basta. Ahí -tienes otra maña que he de quitarte, la lisonja.</p> - -<p>A los motivos de gratitud que subyugaban al parásito corregido -haciéndole esclavo sumiso de la Condesa de Halma, habíase añadido -últimamente uno, que era sin duda el más fuerte eslabón de su cadena. -A la penetración de la reformadora no podían ocultarse las recónditas -miserias y envilecimientos de la vida de Urrea, úlceras morales que -por su calidad indecorosa no podían ser mostradas. Pero la sagaz -doctora las conocía, por inducción, y creyendo, en conciencia, que para -la completa cura había que atacar aquel secreto desorden, antes que -corrompiera la parte del ser que iba paulatinamente sanando, incitó -al enfermo, en buena ley de moral médica, a la confesión o sinceridad -más radicales. Él se resistía, creyendo que cuanto a tal asunto se -refiriese no podía ni siquiera mentarse en presencia de la santa y pura -señora, como no es lícito decir en la iglesia palabras indecentes, ni -fumar, ni cubrirse. Pero ella, valerosa y serena, como Santa Isabel -de Turingia poniendo sus manos en la cabeza de los tiñosos, le abrió -camino para la explicación que deseaba, rompiendo el secreto en esta -forma:</p> - -<p>—No es menester ser zahorí, querido Pepe, para saber que en tu -vida de pobreza vergonzante, angustiada y vil, ha de haber, además -de<span class="pagenum" id="Page_185">p. 185</span> los sapos que ya -hemos sacado del fango, culebras que necesitamos extraer para sanarte -por entero. Es inútil que me lo niegues. ¡Ah, tonto, como se ven los -gusanos que se alimentan de la putrefacción, veo en derredor tuyo -enjambre de mujeres, a quienes solo llamaré desgraciadas, porque no hay -mayor desdicha que perder el pudor!</p> - -<p>—Es cierto. ¿Cómo negarte nada, si tú lo sabes todo?</p> - -<p>—Tienes que limpiarte de esa podredumbre, Pepe, pues de lo -contrario, estás expuesto a corromperte de nuevo el mejor día.</p> - -<p>—Sí, sí.</p> - -<p>—Pero pronto, pronto. Adivino que esto no es fácil, y que para -romper con todo ese pasado vergonzoso hay obstáculos materiales. -Confiésamelo, dímelo todo, ten conmigo la franqueza que tendrías con un -camarada de tu sexo. La vida humana ofrece tantas anomalías, que aun -para librarse de la ruina se necesita tener dinero, y que del mismo -vicio no puede huirse sin mostrarse con él caballeresco y dadivoso.</p> - -<p>—Es verdad. Eres la ciencia humana y divina —replicó Urrea con viva -emoción.</p> - -<p>—Más claro: para cortar tus lazos viles con esa infeliz gente, -necesitas dinero. Al hacer la cuenta de tus ahogos y de los compromisos -que amargaban tu vida, has ocultado esta por deli<span class="pagenum" -id="Page_186">p. 186</span>cadeza, por respeto hacia mí. ¿No es -verdad?</p> - -<p>—Sí.</p> - -<p>—Quizás te encuentras obligado y sujeto por favores recibidos.</p> - -<p>—Sí.</p> - -<p>—Quizás has contraído deudas... en común. No te apures. Hablaremos -de esto lo menos posible, para ahorrarte la vergüenza que el caso -entraña. Prométeme cortar en absoluto y para siempre, con propósito -de no reincidir, esas relaciones infames, y yo te doy el dinero que -necesites para tu completa liberación. Así, así, las cosas se dicen -clarito, y se hacen con valor.</p> - -<p>—¡Oh, Halma! —exclamó anonadado el calavera, arrodillándose ante su -prima, e intentando besarle las manos—. Si no te digo que te tengo por -criatura sobrenatural, no expreso todo lo que siento.</p> - -<p>—Levántate. Hoy mismo te ocuparás de eso. Dímelo todo: no ocultes -nada. Mañana liquidas tus deudas de ignominia. Si sintieras duda, o -escrúpulo, porque hubiese algún lazo dificilillo de cortar, aun con -tijeras de oro, vienes y me lo cuentas, y yo te daré ánimos, razones... -y veremos de arreglarlo.</p> - -<p>Alentado por tan poderoso estímulo, Urrea cortó relaciones -indecorosas, algunas que le estorbaban horrorosamente, llenando su -alma de hastío; otras que, si afectaban algo a su corazón,<span -class="pagenum" id="Page_187">p. 187</span> no tenían raíces tan hondas -que no pudieran arrancarse con mediano esfuerzo. ¡Y qué libre, qué -ancho, qué desahogado se sintió después! ¡Con qué placer veía las caras -bonitas y risueñas perderse en la bruma que precede a las tinieblas del -olvido! Uno solo de los tirones que tuvo que dar le produjo dolor. Pero -acordándose de su prima, lo sufrió valeroso, y aun lo hubiera resistido -con heroísmo si fuera de los hondos y lacerantes. Pero ello se redujo -a un poquitín de pena o desconsuelo, y dos días bastaron para que la -mundana figura que motivaba aquel estado psíquico, se desvaneciera -también con las otras en una neblina de indiferencia. Al terminar -esto, la Condesa de Halma tomó ante su aplacado espíritu proporciones -enteramente divinas. Lo que sintió Urrea no podía compararse sino al -júbilo inenarrable del náufrago que pisa tierra después de angustiosa -lucha con las olas. Le salvaba aquella luz, faro, o estrella del mar, y -ante ella hacía la ofrenda de su vida futura.</p> - -<p>No satisfecho con informarse por la noche del estado de don Manuel -Flórez, José Antonio iba también por las mañanas. Comúnmente entre -nueve y diez, Catalina había vuelto de misa, y estaba barriendo y -limpiando la sala y gabinete, mientras el ama y sobrina atendían al -enfermo. Cubría la Condesa su talle con un man<span class="pagenum" -id="Page_188">p. 188</span>dil de Constantina, y manejaba la escoba -con rara habilidad. ¡Quién había de decirlo, viendo aquellas manos -aristocráticas, finas, blancas como azucenas, de forma bonitísima, -largos, gordezuelos y puntiagudos los dedos, verdaderas manos de Santa -Isabel de Murillo, que ni en las cabezas plagadas de miseria perdían su -virginal pureza y pulcritud! Urrea no se atrevió a pedirle permiso para -besarle las manos, por no profanarlas con su labio pecador. No merecía -tan grande honra. Verdaderamente aquellos dedos que cogían la escoba -eran dignos de tomar la hostia consagrada.</p> - -<p>—¿Y don Manuel, cómo sigue?</p> - -<p>—Mal. La noche ha sido intranquila. No ha podido dormir, sufría -mucho de la cabeza. No ha desvariado, antes bien, habla como un santo -que es. Hoy se le administra el Santo Sacramento. Prepárase a recibirlo -con unción y alegría. ¿Sabes en qué conozco que nuestro buen don Manuel -se nos muere? En que su alma es toda candor. Piensa y habla como un -niño. Tanta simplicidad demuestra que su alma se ha despojado de todo -lo terreno. ¡Qué hermosura morir así! Aprende, primo mío, aprende, y -para que mueras como un justo, vive en la justicia y la verdad.</p> - -<p>—Yo vivo donde tú me mandes —dijo el parásito apartándose para -no estorbarle en su ba<span class="pagenum" id="Page_189">p. -189</span>rrido—. Donde me pongas allí me estaré. Y ahora, déjame -que te pregunte una cosa. Dicen en tu casa que te vas a vivir a -Pedralba.</p> - -<p>—Eso había determinado; pero la falta de este incomparable amigo -perturba mis planes, y aún no sé lo que haré.</p> - -<p>—¡Y yo me quedo aquí! —observó Urrea con pena—. Yo aquí solo. Verdad -que no estamos lejos, y puedo ir a verte con frecuencia. Pero no sé si -tú lo consentirás. Debo seguir en Madrid para evitarte disgustos, para -que no se ceben en ti la envidia y la malignidad.</p> - -<p>—Esa razón no es razón. Ya sabes que no me afectan los dichos de -la gente frívola y vana. La calumnia misma, que a otros aterra, puede -venir a mí y acometerme y destrozarme. De sus ataques saldré más -fuerte de lo que soy. Es la forma civilizada del martirio, ahora que -no tenemos Dioclecianos que persigan el Cristianismo, ni sectarios -furibundos que corten cabezas de creyentes... Pero si la calumnia no es -motivo para que aquí te quedes —añadió, dejando la escoba, y poniendo -los muebles en su sitio, después de restregarles la madera con un paño, -tarea en que gustosamente le ayudó su protegido—, en Madrid continuarás -solito, por razón de tus trabajos. No olvides la segunda parte de -nuestro convenio. Has de hacerte un hombre útil que viva honradamente, -sin depender de nadie.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_190">p. 190</span>—Sí, sí. Yo -realizaré tu hermosa idea. Eres como una madre para mí, y debo -venerarte, porgue me das el ser.</p> - -<p>—Y debo creer que este hijo mío es ya crecidito, con fuerza -suficiente para no necesitar andadores, y juicio para gobernarse por sí -solo.</p> - -<p>—Así será, si tú lo quieres. ¿Y ahora qué me mandas? ¿Me retiro?</p> - -<p>—Sí, tenemos mucho que hacer. Luego hemos de preparar la casa y -adornarla para recibir al Divino Visitante, que hoy tendremos aquí. -Márchate y vuelve esta tarde a la hora del Viático. No quiero que -faltes.</p> - -<p>—No faltaré —dijo Urrea, y besando la orla del delantal grosero que -ceñía el cuerpo de la noble dama, se retiró triste... ¡Partir Halma, -quedarse él! ¡Enorme consumo de voluntad exigiría esta separación del -hijo y la madre, del discípulo aún muy tierno y la santa y fuerte -maestra!</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChIII_7"> - <h3>VII</h3> -</div> - -<p>No faltó aquel día el Marqués de Feramor, que solo cruzó con su -hermana palabras secas. En su atildado lenguaje inglés, parlamentario -y económico, dijo que los hombres temen la muerte como temen los niños -entrar en un cuarto obscuro. Esto lo había escrito Bacon, y él lo<span -class="pagenum" id="Page_191">p. 191</span> repetía, añadiendo que -las penas que ocasiona la pérdida de seres queridos, tienen el límite -puesto por la Naturaleza a todas las cosas. El mundo, la colectividad, -sobreviven a las mayores desdichas personales y públicas. No debemos -entregarnos al dolor, ni ver en él un amigo, sino un visitante -importuno, a quien hay que negar todo agasajo para que se despida lo -más pronto posible.</p> - -<p>La ceremonia religiosa fue hermosa y patética, acudiendo un gran -gentío eclesiástico y seglar, de lo más distinguido que en una y otra -esfera contiene Madrid. Recibió el enfermo el pan eucarístico con -cristiana unción y mansedumbre, mostrando gratitud inefable al Dios -que penetraba en su humilde morada, y se mantuvo tan sereno y dueño -de sí mientras duró el acto, que parecía repuesto de su grave mal. -Después habló con entusiasmo a sus amigos del gozo que sentía, y de las -esperanzas que la santa comunión despertaba en su alma.</p> - -<p>Por la noche, tras un ratito de tranquilo sueño, llamó al ama y -sobrina, y les dijo:</p> - -<p>—Ya sé que está en casa la señora Condesa, y en verdad no sé por qué -se oculta. Su presencia es gran consuelo para mí. Que entre, pues a las -tres tengo algo que decirles.</p> - -<p>Besó Catalina la mano del sacerdote y se sentó junto al lecho, -quedando las otras en pie:</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_192">p. 192</span>—De veras os digo -que estoy tranquilo. Me prosterné ante mi Dios, y llorando amargamente, -le ofrecí la confesión de toda mi vida pasada, la cual, por mi incuria, -por mi egoísmo, por mi insubstancialidad, no ha sido muy meritoria que -digamos. Lo que poseo es para vosotras, Constantina y Asunción: ya lo -sabéis. Atended a vuestras necesidades, reduciéndolas a la medida de -una santa modestia, y lo demás empleadlo en servicio de Dios; socorred -a cuantos menesterosos estén a vuestro alcance, sin reparar si lo -merecen o no. Todo necesitado merece dejar de serlo. Y a usted, señora -Condesa de Halma, nada le digo, porque a quien es más que yo y vale -más que yo, y me gana en saber de lo espiritual y lo temporal, ¿qué -ha de decirle este pobre moribundo? He concluido con toda vanidad, -y tan solo le ruego que encomiende a Dios a su buen amigo. El que a -mí me ha iluminado no está presente; si lo estuviera, yo le diría: -compañero pastor, quisiera cambiar por tu cayado robusto el mío, que no -es más que una caña adornada de marfil y oro. Tú pastoreas, yo no; tú -<i>haces</i>, yo <i>figuro</i>...</p> - -<p>Siguió murmurando en voz baja expresiones que las tres mujeres no -entendían. No cesaban de recomendarle el silencio y la tranquilidad. -Poco después rezaban los cuatro, llevando la de Halma el rosario. -Antes de terminar, el enfermo pareció ale<span class="pagenum" -id="Page_193">p. 193</span>targarse. Quedó Asunción de guardia, y -Constantina y la Condesa salieron de puntillas.</p> - -<p>Tenían de guardia en el recibimiento a la chiquilla de la portera, -para que abriese al sentir pasos de visitas, precaución indispensable -por haber sido quitada la campanilla. A poco de salir de la alcoba, el -ama dijo a la Condesa:</p> - -<p>—Ha entrado una mujer que quiere hablar con la señora. Debe de ser -una pobre... de estas que acosan y marean con sus petitorios. Yo que -vuesencia, le daría medio panecillo y la pondría en la calle, porque -si nos corremos demasiado en la limosna, esto será el mesón del tío -Alegría, y nos volverán locas. Trae una niña de la mano, y me da olor -a trapisonda, quiero decir, a sablazo de los que van al hueso. Con -que póngase en guardia la señora Condesa, que en eso de dar o no dar -con tino está el toque, como dice nuestro pobrecito don Manuel, de la -verdadera caridad.</p> - -<p>Ya sabía Catalina quién era la visitante, y sin decir nada se fue a -la sala, donde aguardaban en pie una mujer con mantón y pañuelo a la -cabeza, y una niña como de seis años, arrebujada en una toquilla.</p> - -<p>—Beatriz —dijo Halma, muy afectuosa, entregándoles sus dos manos, -que mujer y niña besaron con amor—, ya me impacientaba yo porque no -venías a verme. ¿Te dijo Prudencia que vinieras acá?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_194">p. 194</span>—Sí señora; pero yo -no quería venir, por no ser molesta —replicó Beatriz, sentándose en el -borde de una silla—. Por fin, esta noche me determiné, y he traído a -esta para que me enseñe las calles, que no conozco bien. Rosa sabe al -dedillo todos estos barrios, porque ayudaba a sus padres a repartir la -leche, cuando tuvieron la cabrería... ¡ah! negocio malísimo, en que se -metió mi prima con los vecinos del bajo derecha, por ayudar a Ladislao, -que con la afinación de pianos no sacaba para dar de comer a la -familia. El pobre Ladislao ha pasado amarguras horribles, persiguiendo -el garbanzo, y soñando siempre con la ópera que tenía a medio componer, -dentro de su cabeza. Todo lo probó: tocaba el trombón en un teatro, y -repartía prospectos por las calles. La cabrería les empeñó más de lo -que estaban. Yo he visto la miseria de aquella casa, miseria negra, -como hay tanta en Madrid, sin que nadie la vea ni la socorra, porque no -es posible, Señor, no es posible... Bien lo sabe la señora, que la ha -visto con sus propios ojos, porque con la señora entró Dios en aquella -casa... Y puedo decirle que sus palabras cariñosas las han agradecido -aquellos infelices más aún que el socorro que les ha dado para comer -y abrigarse. La señora es... no tan solo la caridad, sino también la -esperanza.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_195">p. 195</span>—¿Y el pobre -Ladislao, está contento?</p> - -<p>—Tan contento, que de puro alegre no pega los ojos. Dice que su -<i>desiderato</i> sería la plaza de maestro de capilla; pero que si la -señora no tiene capilla en sus estados, lo mismo la servirá de cochero -que para traer leña del monte, si a mano viene...</p> - -<p>—Que no piense en eso, y espere —dijo la Condesa, impaciente por -tratar de otro asunto—. Bueno, Beatriz, ¿y qué...?</p> - -<p>—Nada, es cosa resuelta. He venido acá, para que la señora Condesa -no tarde en saber que hoy fueron a verle al hospital dos señores curas, -que parece son del Tribunal eclesiástico. Dijéronle que Su Ilustrísima -le proponía dos maneras de asistirle y curarle, en el suponer de que -está enfermo. O bien darle un vale perpetuo para el Asilo de señores -sacerdotes, o bien ser recogido en una casa honestísima de persona -principal y muy cristiana. Diéronle a escoger, y, por de contado, -escogió lo segundo. Lo he sabido por él mismo: esta tarde fui allá, y -me encontré en la celda al señorito de Urrea, que le aconsejaba salir -de aquel encierro, pues ya está libre. Mas no quiere el bendito don -Nazario gozar de libertad mientras no le dé licencia la persona que le -toma bajo su amparo, y le diga cuándo, cómo y a qué lugar ha de ir con -sus pobres huesos.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_196">p. 196</span>—Pues mira lo -que has de hacer, Beatriz, y pon atención a lo que te ordeno. Mañana -llegará un carro con tres mulas que he mandado venir de Pedralba. Al -amanecer del día siguiente, lo tendrás en tu calle, y el carretero, -que es un viejo llamado Cecilio, un poco hablador y refranero, pero -buen hombre, subirá a tu casa para avisarte. Metes en el carro a -Ladislao y a Aquilina con sus tres chicos, y a Nazarín, y tú misma de -añadidura. Cabréis perfectamente, y si vais estrechos, los hombres -pueden ir algunos ratos a pie... En fin, arreglaos del mejor modo -posible. No llevéis muebles ni ropas de cama. Repartid todo eso entre -los vecinos que sean más pobres. Ropa de vestir podéis llevar... ¡Ah! -se me olvidaba el piano de Ladislao. Dile que es mi deseo se lo regale -al ciego, también afinador, que vive en el cuartito próximo. Puede -meter en el carro aquella balumba de papeles de música que tiene encima -de la cómoda. Todo el día emplearéis en el viaje, porque las mulas -irán al paso, para que puedan hacer un poco de ejercicio los que se -cansen de la estrechez del carro, y meterse en él un rato los <i>de -infantería</i>, para descansar de la caminata. Cecilio os llevará hasta -mi casa, y en ella os dará alojamiento hasta que, pasados unos días, -cuando yo avise, vuelvan Cecilio y las tres mulas por mí.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_197">p. 197</span>—¡En carromato la -señora! —exclamó Beatriz llevándose las manos a la cabeza.</p> - -<p>—Como vais vosotros, iré yo. ¿Qué más da? Si es hasta más cómodo, y -más alegre. No veas en esto un mérito, ni menos afectación de pobreza: -no gusto de hacer papeles. Además, establezco en mi pequeño reino toda -la igualdad que sea posible. No me atrevo aún a decir, antes de que la -práctica me lo enseñe, a qué grado de igualdad llegaremos.</p> - -<p>—Reino ha dicho la señora —afirmó la nazarista con gozo—, y aunque -así no lo llamara, reina y señora nuestra será siempre.</p> - -<p>—Tampoco sé aún qué grado de autoridad tendré sobre vosotros. -Quizás no pueda tenerla, o la abdique desde el primer momento. Pero no -pensemos aún en lo que será, y ocupémonos tan solo de lo presente. Con -el dinero que te di, y que conservarás en tu poder...</p> - -<p>—Sí señora, menos lo que, por encargo de la señora, gasté en el -vestidito de Aquilina y en las botas de Ladislao.</p> - -<p>—Pues aún te queda para comprar zapatos y alpargatas a los tres -chicos, y para lo que gastéis por el viaje, que será bien poco. No -necesito decirte que economices, porque sé que sabes hacerlo. Como la -hija de Cecilio cuidará de daros de comer mientras yo llegue, ten bien -cerrada la bolsa, Beatriz, y no gastes ni un cén<span class="pagenum" -id="Page_198">p. 198</span>timo de lo que en ella te quedare al llegar -allá; no olvides que somos pobres, pobres verdaderos... No creas que -nuestro reino es una pequeña Jauja.</p> - -<p>—Si lo fuera, no nos tendría la señora por vasallos...</p> - -<p>—¿Te has enterado bien?</p> - -<p>—Sí señora —dijo Beatriz levantándose—; descuide, que todo se hará -punto por punto como la señora desea.</p> - -<p>Despidiéronse besándole la mano; la Condesa las besó en el rostro, y -al despedirlas en la puerta, cuando ya habían bajado algunos peldaños, -las llamó para hacerles una advertencia.</p> - -<p>—Oye, Beatriz. Mi buen Cecilio padece de una maldita sed que no -se le quita sino con vino. Ya está tan cascado el pobre, que sería -crueldad privarle de satisfacer su vicio. Durante el viaje, le -permitirás que tome una copa en alguna de las ventas por donde pasen, -no en todas... Fíjate bien: con tres o cuatro copas de pardillo en todo -el camino tiene bastante; pero nada más, nada más... Ea, adiós, y buen -viaje.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChIII_8"> - <h3>VIII</h3> -</div> - -<p>Llegó poco después un señor eclesiástico, amigo íntimo de Flórez, -don Modesto Díaz, que goza fama de predicador excelente, uno de -los<span class="pagenum" id="Page_199">p. 199</span> primeros de -Madrid. Tres o cuatro veces al día iba a enterarse del estado del -enfermo, a quien entrañablemente quería, pues se conocieron desde -la infancia, y en Madrid vivieron luengos años en cordialísimas -relaciones, aunque cada cual actuaba en esfera distinta dentro de lo -eclesiástico, pues si Flórez era relativamente rico, y no tenía que -discurrir para proveer decorosamente a la existencia, Díaz, obrero -incansable, trabajó toda su vida, <i>propter panem</i>. De joven, -tuvo que ganarlo para su madre, y en edad madura crió y educó sin fin -de sobrinos huérfanos, que debían de padecer hambre canina, según lo -que el pobre cura bregaba para mantenerlos, pues él daba lecciones de -latín y moral, en colegios y casas particulares, de retórica y poética -en un instituto, traducía del francés obras religiosas para un editor -católico, y con esto y la celebración y sus sermones, que llegaron a -constituirle un ingreso de cuenta, salió el hombre adelante con todo -aquel familiaje, y algo le quedaba para socorrer a un pobre.</p> - -<p>La diferente atmósfera en que Díaz y Flórez vivían, y el distinto -camino de cada cual, no impidieron que se juntaran en el terreno de -una amistad tan antigua como cariñosa. Eran vecinos: muchas tardes -paseaban juntos, y perfectamente acordes en ideas y gustos, nunca<span -class="pagenum" id="Page_200">p. 200</span> surgió entre ellos disputa -ni desavenencia por cosa dogmática ni temporal. Ambos eran buenos -y estimados de todo el mundo; ambos piadosos y bienavenidos con su -conciencia. Hasta se parecían un poco en lo físico; solo que Díaz no se -arreglaba tan bien como el otro, ni era tan pulcro, o si se quiere, tan -elegante.</p> - -<p>Con expresiones de sincero dolor se condolió don Modesto de la -gravedad de su amigo, manifestándose confuso por aquel repentino mal, -que había venido como un escopetazo.</p> - -<p>—¡Pero si hace tres semanas estaba Manuel vendiendo vidas! Una tarde -que fuimos de paseo hacia la Moncloa, hicimos recuento de los años que -tenemos a la espalda, y calculando lo que podríamos vivir si el Señor -nos conservaba nuestra salud, nos corríamos tan frescos hasta los -ochenta. De buenas a primeras, Manuel da este bajón tremendo... ¿Pero -por qué? Las últimas tardes que paseamos, le noté muy metido en sí, -cosa rara, pues era hombre tan social, que siempre le veía usted el -alma revoloteando alegre fuera de la jaula... En fin, Dios lo quiere -así. Cúmplase su santa voluntad.</p> - -<p>Con un hondo suspiro nada más comentó la Condesa estas expresiones, -y el buen sacerdote, después de enjugarse una lágrima, cambió de tono -para decir:</p> - -<p>—Entre paréntesis, señora Condesa, sé que se va usted a su finca de -Pedralba,<span class="pagenum" id="Page_201">p. 201</span> próxima -a San Agustín, y conviene que sepa que el cura de esta villa es mi -sobrino Remigio, a quien escribiré para que se ponga a las órdenes de -usted, y la sirva en cuanto guste ordenarle. ¡Buen muchacho, señora, -que sabe su obligación, y tiene además un don de gentes que ya lo -quisieran más de cuatro! Yo le crié; es mi hechura, y a mí me debe -su doble carrera, pues a más del grado en teología y cánones, es -licenciado en derecho. Alguna guerra me dio cuando estudiaba, porque en -la Universidad por poco me le tuercen. Le tiraba más la filosofía que -la teología, y su comprensión fácil, su talento flexible le encariñaron -más de la cuenta con los estudios de materias filosóficas y sociales -novísimas. Bueno es saber de todo, y conocer toda la extensión de las -ideas humanas; pero yo dije: «para, hijo». Él obstinado en doblárseme, -y yo en que había de ponerle derecho como un huso. Naturalmente, gané -yo: el chico era dócil, respetuoso, y me quería con locura. Cantó -misa diez años ha, día de la Candelaria, y ahí le tiene usted hecho -un sacerdote modelo, obscurecido, es verdad, en una villa de corto -vecindario, pero con esperanzas de pasar a una parroquia de la Corte, o -a una canonjía.</p> - -<p>Contestó Halma con las expresiones urbanas que el caso requería, -y la conversación, por su propio peso, recayó en don Manuel, y en la -di<span class="pagenum" id="Page_202">p. 202</span>ficultad de sacarle -adelante, si Dios no hacía un milagro.</p> - -<p>—Para mí —dijo Díaz con hondísima tristeza— es una pérdida -irreparable, pues no tengo ningún amigo que pueda comparársele en lo -afable, en lo cariñoso y servicial. Siempre que yo necesitaba una -tarjeta de recomendación, él a dármela. Sus buenas relaciones con -gente principal eran una bendición de Dios para los que estamos en -esfera más baja. ¡Cómo le quería toda la grandeza! Y ahí tiene usted -a un hombre que hubiera podido ser obispo. Pero lo que él decía con -toda la modestia de Dios: «No sirvo, no sirvo: es mucho trabajo para -mí.» Cada lobo en su senda, y la de Manuel era fomentar la piedad en -las clases elevadas, y dirigirlas en sus campañas benéficas... Era -hombre de tan extraordinario don de gentes, que su trato lo mismo -cautivaba al rico que al pobre, y con su ten con ten, a todos les -enseñaba la buena doctrina... ¡Dios sabe cuán solo y triste me quedo -sin Manuel en este valle de lágrimas!... ¡Pues apenas tiene fecha -nuestra amistad! Él es natural de Piedrahita, yo de Muñopepe, en el -mismo partido. Juntos nos criamos, juntos fuimos a la escuela, juntos -recibimos la sagrada investidura. Él era casi rico, yo pobre; él vivía -de sus rentas, yo de mi trabajo rudo. Siempre que necesité de algún -auxilio, porque hay meses crue<span class="pagenum" id="Page_203">p. -203</span>les, señora mía, sobre todo en verano, cuando se despuebla -Madrid, a él acudía..., ¡ay! y le encontraba siempre. ¡Qué excelente -amigo! Me facilitaba cortas cantidades, sin ningún interés... ¡Ave -María Purísima, ni hablarle de ello siquiera! Me habría pagado. ¡Entre -amigos...! Llegaba el invierno, y yo le pagaba religiosamente. Por -Navidad, de los infinitos regalos que recibe, participo yo. El Señor -le premia tanta bondad, pues sus tierras de Piedrahita siempre le dan -buenas cosechas... Así es que viviendo con decoro y sin boato, como -un buen sacerdote, tiene sobrantes, con los cuales pudo costear una -excelente escuela en Piedrahita. Sí señora, una lápida de mármol dice -a la posteridad el nombre del fundador. Pues con estas esplendideces, -aún le sobra, y no hay año que no compre alguna tierra limítrofe con -su heredad. Propietario generoso, y buen cristiano, no apura a sus -renteros, ni escatima jornales en tiempo de miseria. En fin, que -hombres como este hay pocos. El Señor le quiere para sí; acatemos su -voluntad suprema, y reconozcamos que todas las grandezas terrenas son -ceniza, polvo, nada.</p> - -<p>Manifestose doña Catalina conforme con todo esto, y seguían -platicando sobre la vanidad de las grandezas humanas, cuando el enfermo -dio una gran voz, diciendo:</p> - -<p>—¿Ha venido Modesto?... Que entre aquí. ¡Modesto, Modesto!</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_204">p. 204</span>Acudió el señor -Díaz, y los dos amigos se abrazaron con ardiente cariño. El sano no -podía contener las lágrimas; el enfermo, debilitado y con el cerebro -inseguro, perdiendo y recobrando a cada momento el sentido y la -palabra, no hacía más que darle palmetazos en el hombro, y sus ojos -extraviados, tan pronto reconocían a don Modesto, como le miraban con -extrañeza y estupor.</p> - -<p>—Mi buen amigo —le dijo en un momento lúcido—, te sentí, y quise -que entraras para darte la gran noticia. Ya siento un gran alivio en -mi alma. A mi conciencia le han nacido alas, y mírame cómo subo hasta -los cielos. ¿No sabes? ¡Ay, Modesto, qué alegría! Acabo de decidir que -mi viña de Barranco de Abajo, la mejor que tengo, sea para ti. Ya es -tiempo de que descanses, hombre. ¡Qué león para el trabajo...! Ahora, -con tu viña, que puede darte tus mil cántaras, que te echen sobrinos. -Bastante tienen estas tontas con lo demás de Piedrahita, y yo nada -necesito ya, pues quiero ser pobre lo que me quede de vida... No te -vayas, Modesto, acompáñame, pues me dan más congojas... y me parece que -me he muerto, y que me han enterrado vivo, y... No, no... que no me -entierren vivo... Yo soy pobre... muy pobre, no quiero mausoleos, ni -que pongan sobre mí una de esas piedras enormes con letras de oro... -No, no quiero<span class="pagenum" id="Page_205">p. 205</span> letras -de oro, ni hebillas de plata. Y en cuanto a mi gran cruz de Isabel la -Católica, os digo que no me la pongáis, cuando me amortajéis... el día -de mi muerte. No quiero más cruz que la de mi Redentor... a quien no -me parezco nada, pero nada... Él era todo amor del género humano, yo -todo amor de mí mismo. ¿Verdad, Modesto, que no me parezco nada... pero -nada?</p> - -<p>Procuraban calmarle; pero ni aun podían, con la ayuda del señor -Díaz, sujetarle en el lecho, pues dos o tres veces se quiso arrojar de -él desarrollando una fuerza nerviosa increíble en su extenuación.</p> - -<p>—Dejadme —decía—, no seáis pesadas. Huyo de lo que fui... No quiero -verme, no quiero oírme. Hay un hombre, que en el siglo se llamó Manuel -Flórez. ¿Sabéis cómo le llamaría yo? <i>el santo de salón</i>. Yo -no soy él; yo quiero ser como mi Dios, todo amor, todo abnegación, -todo caridad... No entiendo de intereses. Aquel hacía cuentas, yo las -deshago; aquel vivió en mil vanidades, yo corro detrás de la verdad, ya -la toco, y vosotras, ruines cócoras, no me dejáis...</p> - -<p>El médico, que en mitad de esta crisis apareció, dispuso remedios -que no tenían más objeto que hacerle menos dolorosa la agonía. La -parálisis de la parte inferior del cuerpo era absoluta. El derrame se -había iniciado sobre la médula, dejando libre el cerebro. Don Modesto -Díaz re<span class="pagenum" id="Page_206">p. 206</span>solvió -quedarse allí toda la noche. Después de las doce, el moribundo, -inmóvil, rígido, descompuesto el rostro, honda y débil la voz, -entornados los ojos, llamó a su amigo y le dijo:</p> - -<p>—Modesto, hazme el favor de leerme aquel capítulo de los -<i>Soliloquios de nuestro Padre San Agustín... Confesión de la -verdadera Fe</i>.</p> - -<p>—No necesito leértelo, querido Manuel —dijo don Modesto, con sus -manos en las manos del moribundo—, pues me lo sé de memoria: «Gracias -os hago, luz mía, porque me alumbrasteis y yo os conocí. Conocíos -Criador del Cielo, y de todas las cosas visibles e invisibles, Dios -verdadero, todopoderoso, inmortal, interminable, eterno, inaccesible, -incomprensible, inconmutable, inmenso, infinito, principio de todas -las criaturas visibles e invisibles, por el cual todas las cosas son -hechas, y todos los elementos perseveran en su ser, cuya Majestad, así -como nunca tuvo principio, así jamás tendrá fin...»</p> - -<p>Y siguió recitando de memoria largo trecho, hasta que Flórez, que -como extasiado escuchaba, repitiendo algunas palabras, le interrumpió -diciéndole:</p> - -<p>—Más adelante, más adelante, Modesto, donde dice... ¡Ah! yo lo -recuerdo: «Tarde os conocí, lumbre verdadera, tarde os conocí, -porque tenía delante de los ojos de mi vanidad una gran nube obscura -y tenebrosa, que no me dejaba ver el sol de justicia y la<span -class="pagenum" id="Page_207">p. 207</span> lumbre de la verdad. Como -hijo de tinieblas...»</p> - -<p>Lo restante no se entendió. Fue tan solo un murmullo ininteligible, -un pegar y despegar de labios, como si algo saboreara.</p> - -<p>Doña Catalina y don Modesto rezaban, y el ama y sobrina habrían -hecho lo mismo si su copioso llanto se lo permitiera. Llegaron muchos -amigos, y a la madrugada, conservando el enfermo su conocimiento, -aunque turbado, se le dio la Extremaunción. Pronunció después conceptos -incoherentes, sin conocer a nadie; pero cuando ya era día claro, como -si la luz solar alentase la última chispa del pensamiento que se -extinguía, miró y conoció a la señora Condesa, y alargando lentamente -el brazo hasta tocar la manga del vestido con su mano temblorosa, le -dijo con voz apagada:</p> - -<p>—No me olvide en sus oraciones, mi buena y santa amiga. Dios tendrá -misericordia de mí, el más inútil soldado de la cristiandad militante. -Nada hice de gran provecho: entrar, salir, saludar, consejos vanos... -charla, etiqueta, buena vida, sonrisas... bondad pálida.. ¿Sufrir? -nada... ¿Sacrificio? ninguno... ¿Trabajos? pocos. ¡Ah, señora mía y -hermana, de lo mucho y grande que usted hará en la vida mística que -emprende, pídale al Señor que me aplique a mí alguna parte, por la -buena fe con que servía sus ideas, figurando que las inspiraba! Yo no -he inspirado nada, nada gran<span class="pagenum" id="Page_208">p. -208</span>de... Todo pequeñito, todo vulgar... No fui bueno, no fui -santo: fui... simpático... ¡ay de mí! simpático. Válgame ahora, -Redentor mío, mi simplicidad, esta pena de no haber sabido imitarte, -de no haber sido como tú, sencillo, amoroso, manso, de no haber sabido -labrar con el bien propio el bien ajeno, ¡el bien ajeno!, único que -debe regocijar a un alma grande; la pena de no haber muerto para toda -vanidad, y vivido solamente para encenderme en tu amor, y comunicar -este fuego a mis semejantes.</p> - -<p>Esta llamarada de elocuencia fue la última, y precedió a la -extinción tranquila y lenta de la vida, sin sufrimiento. Diversas -cláusulas fluctuaron en sus labios, como burbujas: una invocación a la -Virgen, y la idea, la tenaz idea que no quería soltarle hasta el dintel -mismo de la eternidad, que quizás le seguiría más allá, haciéndose -también eterna:</p> - -<p>—No soy nada, no he hecho nada... Vida inútil, <i>el santo de salón, -clérigo simpático</i>... ¡Oh, qué dolor, <i>simpático</i>, farsa! Nada -grande... Amor no, sacrificio no, anulación no... Hebillas, pequeñez, -egoísmo... Enseñome aquel... aquel, sí...</p> - -<p>Acercándose mucho a su rostro, pudo el buen Díaz percibir estas -expresiones... La vida se apagó tan mansamente, que no pudieron los -doloridos circunstantes determinar el momento preciso en que entregó -su alma al Señor el vir<span class="pagenum" id="Page_209">p. -209</span>tuoso don Manuel Flórez; pero aquella diminuta porción de -tiempo, punto de escape hacia la misteriosa eternidad, se escondía -entre los quince minutos que precedieron a las nueve de la mañana.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChIV_1"> - <p><span class="pagenum" id="Page_211">p. 211</span></p> - <h2 class="nobreak">CUARTA PARTE</h2> - <hr class="tir" /> - <h3>I</h3> -</div> - -<p>No se avenía con su desamparo José Antonio de Urrea, que, desde -el momento de la desaparición de la Condesa de Halma, arrebatada de -su presencia en carromato, y no de fuego, vivía sumergido en un mar -de tristeza, sin más entretenimiento que medir con ojos lánguidos la -extensión de la soledad cortesana que le rodeaba. Madrid, con todo -su bullicio, y los mil encantos de la vida social, habían venido a -ser para él una estepa, en cuya aridez ninguna flor, ni la del bien -ni la del mal, podía coger para su consuelo. Pasaba el día tumbado -en un sofá, rumiando sus amargos hastíos de la lectura, del trabajo, -de la meditación misma. Por las noches se lanzaba fuera de casa, -buscando en un voltijear inquieto por calles y plazas el alivio de su -melancolía. No volvió a poner los pies ni de día ni de noche en las -casas de sus parientes, hacia los cuales sentía un despego muy próximo -al horror. Sus amigos íntimos de otros tiempos,<span class="pagenum" -id="Page_212">p. 212</span> compañeros de desorden, se le habían hecho -tan antipáticos, que de ellos huía como del cólera. De amistades de -otro sexo, no se diga: éranle, más que antipáticas, odiosas. Con todo, -una noche fue tan hondo su tedio, y tan vivo su afán de encontrar -algo en que su alma se esparciera, que se dejó tentar del demonio -de sus recuerdos. Pudo creer un momento que refrescando pasadas -amistades se consolaría; pero no hizo más que llegar a las puertas del -vicio, y retrocedió sobresaltado. Las tentaciones no hacían más que -soliviantarle la imaginación; pero sin poder debelar la fortaleza de su -voluntad.</p> - -<p>Otro aspecto singularísimo del estado de su espíritu, era que -todas las personas que conocía se habían transformado en su criterio -social así como en sus afectos. El primo Feramor no era más que un -figurón, una inteligencia secundaria, petrificada en las fórmulas -del positivismo, y barnizada con la cortesía inglesa; Consuelo y -María Ignacia dos fantochonas, en las cuales se encontraba la comadre -vulgarísima, a poco que se rascara la delgada costra aristocrática que -las cubría; mujeres sin fe, sin calor moral, ignorantes de todo lo -grave y serio, instruidas tan solo en frivolidades que las conducirían -al desorden, al vicio mismo, si no las atara el miedo social, y las -posiciones de sus respectivos maridos; la Marquesa de San Salomó una -cursi por<span class="pagenum" id="Page_213">p. 213</span> todo lo -alto, queriendo hacer grandes papeles con mediana fortuna, echándoselas -de mujer superior porque merodeaba frases en novelas francesas, y tenía -en su tertulia media docena de señores entre políticos y literarios que -poseían cierto gracejo para hablar mal del prójimo; Zárate, un sabio -cargante que coleccionaba nombres de autores extranjeros y títulos -de obras científicas, como los chicos coleccionan sellos o cajas de -fósforos; Jacinto Villalonga un político corrompido, de esos que -envenenan cuanto tocan, y hacen de la Administración una merienda de -blancos y negros; Severiano Rodríguez otro que tal, mal revestido de -una dignidad hipócrita; el general Morla un Diógenes cuyo tonel era -el casino; el Marqués de Casa-Muñoz un ganso, digno de morar en los -estanques del Retiro; y por este estilo todos cuantos en otro tiempo le -movían a envidia o estimación, se degradaban a sus ojos hasta el punto -de que él, José Antonio de Urrea, mirado con menosprecio y lástima, se -conceptuaba ya superior a todos ellos. Para él toda la humanidad se -condensaba en una sola persona, la celestial Catalina de Halma, resumen -de cuanto bueno existe en nuestra Naturaleza, excluido absolutamente lo -malo; con la ausencia, que la misma señora le impuso como última etapa -del procedimiento educativo, tomaba en el alma del discípulo pro<span -class="pagenum" id="Page_214">p. 214</span>porciones colosales la -figura moral y religiosa de su maestra, y la veneración que hacia -ella sentía iba rayando en delirio. Sus insomnios eran martirio y -consuelo, porque en la soledad de la noche, el excitado cerebro sabía -engañar la realidad, oyendo la propia voz de Halma, y viendo entre -vagas claridades la figura misma de la noble dama. «Voy a concluir -loco perdido» —se dijo una mañana—, y diciéndolo tomó la temeraria -determinación que había de poner fin a su soledad. No se detuvo a -pensarlo más, para no arrepentirse, y en el breve espacio de algunas -horas vendió sus trebejos de zincografía, y heliograbado, traspasó -la casa, arregló un breve equipaje, y liquidadas varias cuentas -pendientes, salió a tomar informes del coche de Aranda. «No puedo más, -no puedo más —decía corriendo de calle en calle—. La desobedezco; pero -ya me perdonará, si quiere. Y si no, arrostro su enojo. Todo antes que -este vacío en que me muero.»</p> - -<p>El coche de Aranda había salido ya cuando él llegó a la -administración, y no queriendo esperar veinticuatro horas más para -lanzarse fuera de Madrid, que había llegado a ser su Purgatorio, -tomó billete en un coche que al amanecer salía para Torrelaguna. -Impaciente por partir, la noche se le hizo larguísima. Una hora -antes de la salida, ya estaba en la administra<span class="pagenum" -id="Page_215">p. 215</span>ción, temeroso de que el coche se le -escapara. Lo que hizo este fue retardar media hora la salida, pero -al fin, gracias a Dios, viose el hombre en la delantera, junto al -mayoral, y las casas de Madrid se iban quedando atrás, ¡oh alegría! -y atrás se quedaron los depósitos del Lozoya, y las casetas de los -vigilantes de Consumos en Cuatro Caminos, y Tetuán; y después todo -era campo, la estepa del Norte de Madrid, a trechos esmaltada de un -verde risueño, gala de los primeros días de Abril, y limitada por el -grandioso panorama de la sierra. El corazón se le ensanchaba, el aire -asoleado y puro llenábale de vida los pulmones. Desde su infancia no -se había visto tan contento, ni gozado de una tan feliz y espléndida -mañana. Se sentía niño, cantaba a dúo con el mayoral, y lo único que de -rato en rato obscurecía el sol de su dicha era el temor de que Halma se -enfadase por su desobediencia.</p> - -<p>Y en verdad que los Hados, o hablando cristianamente, la Providencia -Divina, no le favorecieron en aquel viaje, sin duda en castigo de -su indisciplina, porque antes de llegar a Alcobendas, una de las -caballerías (dicen las historias que fue <i>la Gallarda</i>) dio a -conocer su inquebrantable resolución de no seguir tirando del coche, -por piques sin duda y rozamientos con el mayoral. Y ni los furibundos -argumentos<span class="pagenum" id="Page_216">p. 216</span> que en -forma de palos este le aplicaba, la convencían del perjuicio que su -obstinación causaba a los viajeros. En esta y otras cosas, la parada -en Alcobendas, que debía ser breve, duró una horita larga, resultando -después que el jamelgo con que fue sustituida <i>la Gallarda</i>, -cojeaba horrorosamente. Urrea contaba llegar a San Agustín al medio -día, y a las dos, todavía faltaba largo trecho. Pero lo peor fue que -como a un tiro de fusil más allá de Fuente el Fresno, una de las ruedas -dijo con estallido formidable, que primero la hacían astillas que dar -una vuelta más, y ved aquí a todos los viajeros en pie, sin saber si -quedarse allí, o volver al pueblo por donde acababan de pasar. Urrea -no vaciló un momento, y encargando su maleta al mayoral para que la -entregase en San Agustín, echó a andar resueltamente para esta villa. -A buen paso, llegaría al caer de la tarde, y no había de ser tan -desgraciado que no encontrara allí una caballería que le llevase a -Pedralba.</p> - -<p>Anduvo con sostenido paso y sin sentir fatiga, y cuando conceptuaba -haber andado más de una legua preguntó a un hombre que iba en la misma -dirección, en un borriquillo:</p> - -<p>—Buen amigo, ¿estoy muy lejos de San Agustín?</p> - -<p>—Como una media horica.</p> - -<p>—¿Encontraré allí una caballería para ir a Pedralba?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_217">p. 217</span>—¿A Pedralba, -señor... a la casa de los locos?</p> - -<p>—¡De los locos!</p> - -<p>—Nada, es un decir. Así la llamamos, desde que está allí esa señora -que ha traído no sé cuántos orates para ponerles en cura.</p> - -<p>—Doña Catalina, Condesa de Halma, a quien todo el país respetará y -venerará como una santa.</p> - -<p>—Dígole, señor, que mejorando lo presente, así es. ¿Sabe lo que se -cuenta en el pueblo?</p> - -<p>—¿Qué, hombre, qué?</p> - -<p>—Que la doña Catalina es reina, sí señor, una reina o emperadora -de los extranjis de allá muy lejos, y que hubo una rigolución por -donde la echaron del trono, y el Papa Santísimo la mandó acá en son de -penitencia. Eso dicen: yo no sé.</p> - -<p>—Patrañas. Pero en fin, ¿podré ir a caballo a Pedralba?</p> - -<p>—Como decírselo a lo seguro, no puedo, señor. Llegará y veralo. Para -caballerías, el cura.</p> - -<p>—Don Remigio Díaz, ¿no es eso? Le conozco de nombre, y por la fama -de su mérito. ¿Y el señor párroco podría facilitarme...?</p> - -<p>—Como tenerlo, lo tiene: jaca, y por más señas, una burra hermana de -este... Y si el señor va cansado y quiere montarse un poco...</p> - -<p>Sin esperar respuesta, el bondadoso campesino se desmontó, -ofreciendo su rucio al caballero. No vaciló Urrea en aceptarlo, más -que<span class="pagenum" id="Page_218">p. 218</span> por cansancio, -por no desairar tan gallarda atención. Llevando su cabalgadura al paso -del dueño de ella, siguió José Antonio pidiéndole informes de los -habitantes de Pedralba.</p> - -<p>—Y esa que ustedes creen reina, vendría en una carroza magnífica, -escoltada de lacayos y servidores.</p> - -<p>—No señor... ¡Qué risa! Vino en carromato. Parece que ha hecho voto -de vivir a lo pobre mientras no le devuelvan el reino que le quitaron. -Primero llegó el carromato con muebles, baúles de ropa fina, y cosas -para el lavatorio de las señoras principales. Un espejo trajeron de más -de una vara, y otros muchos arrequisitos de palacios reales. Después -volvió el carro trayendo a la señora, vestidita de negro, como la -Virgen de la Soledad.</p> - -<p>—Y esos locos que aloja consigo llegaron antes, según creo.</p> - -<p>—Sí señor. Los trajo Cecilio, y por ahí andan sueltos. Dicen que -uno es cura trajinante, y otro el primer músico de la capilla de los -palacios mostrencos de Inglaterra. De una de las mujeres se dice que es -loca médica, y que cura todas las enfermedades de flato con solo mirar, -y la otra parece que es la mejor mano para salar guarros que la señora -tenía en su reino.</p> - -<p>—Vaya —dijo Urrea parando y descendiendo del borrico—. Ya he -descansado. Muchas gra<span class="pagenum" id="Page_219">p. -219</span>cias, y vuelva usted a montarse, que si no me equivoco, ya -estamos cerca, y aquellas casas que allí se ven son las primeras del -pueblo.</p> - -<p>—A fe que sí. Ya llegamos —dijo el labriego, mirando hacia un grupo -de gente que por entre unos árboles, a mano derecha del camino real, a -este se aproximaba—. Señor, señor... ahí tiene a don Remigio, nuestro -peine de cura... digo peine porque sabe más que Merlín. Véalo: viene -hacia acá, y le mira a usted mucho.</p> - -<p>Urrea vio que hacia él se llegaba, destacándose presuroso del grupo, -un clérigo joven, vivaracho, con el balandrán colgado de los hombros, -gorro de terciopelo negro, bastón nudoso. Descubriose el madrileño para -saludarle, y el curita le preguntó con extraordinaria viveza si era don -José Antonio de Urrea.</p> - -<p>—Servidor de usted, señor cura.</p> - -<p>—¡Alto! Dese usted preso —dijo el párroco en un tono que reunía el -humorismo y la buena crianza—. Nada, nada, que se viene usted conmigo -a la prevención, señor de Urrea, donde le tengo apercibida una modesta -cama para que descanse, cena frugal, y una yegua para que le lleve a -Pedralba.</p> - -<p>—Señor cura, ¡cuánta bondad! Pero permítame usted que me asombre -de esa previsión que parece sobrenatural. Yo no he anunciado mi -viaje...</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_220">p. 220</span>—Pero lo que usted -no anuncia, porque se ha venido acá como un colegial escapado, otros lo -adivinan.</p> - -<p>—No entiendo.</p> - -<p>—La señora Condesa me dijo ayer: «He dejado en Madrid a un -loquinario de primo mío, con órdenes terminantes de no moverse de allí, -para que no desatienda las obligaciones que le he impuesto. Pero le -conozco y se cansará, y querrá venir a verme, con pretexto de recibir -nuevas órdenes. De hoy o mañana no pasa. Cuando recale por San Agustín, -señor don Remigio, hágame el favor de atenderle, darle hospitalidad si -llega de noche, y facilitarle una modesta caballería para que venga a -Pedralba.»</p> - -<p>—Estoy encantado, señor cura —dijo Urrea loco de alegría—. Esto -parece un sueño, un cuento de hadas..., y usted el genio protector, y -yo... no sé qué parezco yo, el más feliz de los hombres..., y en este -momento el más agradecido de los viajeros.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChIV_2"> - <h3>II</h3> -</div> - -<p>Dirigiéronse hacia la casa rectoral, escoltados por los que de -paseo venían con don Remigio, y este hizo el gasto de conversación -por el camino, dedicando un sentido recuerdo a la memoria del santo -don Manuel Flórez, y condolien<span class="pagenum" id="Page_221">p. -221</span>dose de lo triste y solo que con tal desgracia se habría -quedado el tío Modesto. En la puerta se despidieron afectuosamente los -acompañantes, y don Remigio y su improvisado amigo entraron.</p> - -<p>—¡Valeriana, Valeriana! —gritó el curita desde la puerta, y habiendo -comparecido una mujer gruesa y tan entrada en años como en carnes, le -dijo—: Este es el caballero que esperábamos, o que creíamos ver llegar -de Madrid hoy, mañana o pasado. Cenaremos pronto, Valeriana, que el -señor, diga lo que quiera, trae un apetito muy regular. ¿Verdad que -sí?</p> - -<p>Dio las gracias Urrea cortésmente, añadiendo con cierta timidez que -su deseo era llegar pronto a Pedralba...</p> - -<p>—Tenga usted calma... y váyase convenciendo de que está secuestrado -—le dijo el clérigo con ese humorismo hospitalario que suelen emplear -los ricos de pueblo—. ¿Creía usted que yo le iba a soltar tan pronto? -Está fresco el señor de Urrea. Mire usted: ya es de noche, y no tenemos -luna; el camino de aquí a Pedralba es muy malo para ir a pie, y a -caballo no puede ser, porque hoy el chico del alcalde me llevó la jaca -a Torrelaguna, y esta es la hora que no ha vuelto. Conque resígnese, y -mañana con la fresca saldrá usted, acompañado de <i>este cura</i>, que -también tiene que visitar a la señora Condesa.</p> - -<p>¿Qué remedio tenía el impaciente viajero<span class="pagenum" -id="Page_222">p. 222</span> más que conformarse con la voluntad de -Dios, representado en aquella ocasión por el bondadoso y vivaracho -don Remigio? Entraron en una sala espaciosa, lugareña, clerical, de -paredes blancas, descubiertas las añosas vigas del techo, limpia, -oliendo a iglesia y a pajar, con diversos objetos religiosos de adorno, -enfundados en tul color de rosa para defenderlos de las moscas. Trajo -una lámpara la niña del ama, pues era ya casi de noche, y don Remigio -hizo sentar a su huésped en el largo sofá de Vitoria con colchoneta de -percal rojo rameado, ocupando él un sillón verde, cubierto en brazos -y respaldo por estrellas de <i>crochet</i>. Frente a frente los dos, -pudo Urrea observar la fisonomía del buen curita, el cual era hombre -como de treinta y cinco años, de poquísimas carnes, mediana estatura, -con la cabeza y manos siempre en movimiento, pues no hablaba con ellas -menos que con la voz. En su rostro descollaba una nariz pequeña, picuda -y roja, en cuyo caballete se apoyaba malamente la montura de las gafas, -y quedando entre estas y los ojos mayor espacio del conveniente, -tan pronto bajaba el hombre la cabeza para mirar por encima de los -vidrios, como la alzaba para mirar por ellos. La pequeñez de la nariz -le obligaba a llevarse la mano a las gafas tres o cuatro veces por -minuto, no porque se cayeran, sino porque entre mano, nariz y an<span -class="pagenum" id="Page_223">p. 223</span>teojos había esta instintiva -señal de inteligencia. Todo el rostro era un poquito encendido de -color, y las orejas más, y su mirada revelaba agudeza, penetración, -y un natural bondadoso y tolerante. Urrea encontró en don Remigio -extraordinaria semejanza, salva la edad, con la fisonomía expresiva, -inolvidable, de don Juan Eugenio Hartzenbusch. Y en el curso de la -conversación, entrando ya en confianza, se aventuró a decírselo. Echose -a reír don Remigio, y le contestó:</p> - -<p>—Otros han hecho la misma observación. Indudablemente me parezco al -ilustre poeta, al gran erudito y académico, honra y prez de las letras -españolas. Es un triste honor para mí, porque el parecido del rostro -patentiza más la desemejanza intelectual entre hombres de tan relevante -mérito y esta modestísima personalidad.</p> - -<p>—¡Oh! no se achique usted, amigo mío —le dijo Urrea, saliendo al -encuentro de aquella modestia, un poquito afectada—. Ya sabemos, ya -sabemos lo que usted vale...</p> - -<p>—¡Por Dios, señor de Urrea!... Y aunque algo valiera un hombre, más -por el estudio que por dotes naturales, ¿de qué le sirve en este rincón -del mundo, en este destierro...?</p> - -<p>Con la presteza del pájaro que salta de un palito a otro en la -estrechez de su jaula, saltaba don Remigio de un asunto a otro en la -conver<span class="pagenum" id="Page_224">p. 224</span>sación.</p> - -<p>—¿Pero no sabe, señor de Urrea? —dijo levantándose del sillón para -sentarse en el sofá—. ¿No sabe a quién tengo de huésped desde hace dos -días? ¡Qué sorpresa le voy a dar! ¿No adivina?</p> - -<p>—No señor.</p> - -<p>—Pues al mismísimo padre Nazarín.</p> - -<p>Urrea saltó de su asiento, y lo mismo hizo don Remigio, que al -levantarse, impuso silencio a su huésped, diciéndole en voz baja:</p> - -<p>—Vamos a verle y observarle sin que él se entere. Venga usted -conmigo.</p> - -<p>Llevole por un pasillo de recodos, al extremo del cual había una -puerta de cuarterones, pequeña y fuerte. La claridad de la cocina, que -en uno de los huecos de la izquierda se denunciaba con picantes olores, -permitíales recorrer sin tropiezo aquella parte de la casa, que por su -irregularidad era un modelo de arquitectura villanesca. Antes de llegar -a la puerta, que a Urrea le pareció desde el primer momento misteriosa, -don Remigio secreteó algunas explicaciones en el oído de su huésped.</p> - -<p>—En este cuarto, que mi antecesor destinó a la cría de palomas, he -instalado yo mi modestísima biblioteca. Aquí tengo a mi hombre. Por -esta mirilla, que hay en la tabla, fíjese bien, como del vuelo de un -duro, puede usted verle...</p> - -<p>El débil rayo de luz que salía por la mirilla<span class="pagenum" -id="Page_225">p. 225</span> guió a José Antonio, que, aplicando los -ojos, vio una estancia, cuya capacidad no pudo apreciar, y en el centro -de ella, junto a una mesa, frente a la puerta sentado, un hombre... La -luz de un candilón de dos mecheros, de los que ya son arqueológicos, -le iluminaba la cara, que al pronto el observador no reconoció. Era un -clérigo, vestido exactamente como don Remigio, con gorro de terciopelo -y sotana. Hojeaba un grueso librote, y después de fijar su atención -y su dedo índice en una página, escribía rápidamente en cuartillas -colocadas sobre el mismo libro.</p> - -<p>—Pero no es... —murmuró el forastero apartando su rostro de la -mirilla.</p> - -<p>Díjole el cura que se fijase bien, y en efecto, después de mucho -mirar, José Antonio reconoció y diputó al clérigo de la biblioteca por -el padre Nazarín en persona.</p> - -<p>Cogiéndole de un brazo, don Remigio volvió a conducir a su huésped -a la sala, para poder hablar con libertad, y antes de llegar a ella le -dijo:</p> - -<p>—Claro, ha tardado usted en reconocerle, porque se lo figuraba -como le conoció en Madrid, con barba, y el traje de mendigo seglar. -Así nos le trajo aquí doña Catalina. Con franqueza, yo tenía -curiosidad vivísima de ver a este hombre, porque conozco el libro que -de<span class="pagenum" id="Page_226">p. 226</span> sus inauditas -aventuras cristianas anda por ahí, he leído también en la prensa mil -informaciones acerca del proceso, y así, en cuanto supe que había -llegado el tal, me planté en Pedralba con mi amigo Láinez, el médico -del pueblo. ¡Figúrese usted nuestro asombro, señor de Urrea, cuando le -hablamos, y advertimos en él discernimiento claro, serenidad pasmosa, -y una mansedumbre evangélica, de la cual creo que no hay otro ejemplo! -Claro que a pesar de estas señales, la locura existe. Algo tiene el -agua cuando la bendicen, y por algo los señores facultativos y la -Audiencia le han declarado irresponsable de las extravagancias que -constan en el proceso. Pero a pesar de todo, señor de Urrea, este -hombre ha llegado a interesarme, le he tomado cariño en los pocos días -que ha que nos tratamos, y... qué sé yo, no le tengo por cosa perdida, -ni mucho menos. La piedad angelical de la señora Condesa y nuestra -modesta cooperación, triunfarán de la malicia que se ha infiltrado -invisible en el cerebro de este buen señor, y le devolveremos sano y -equilibrado a la Iglesia militante, en la cual, o mucho me engaño, o -puede ser un elemento, sí señor, un elemento de grandísima valía.</p> - -<p>—Pero esta transformación...</p> - -<p>—A eso voy. Con mil artificios traté yo, en mis primeras visitas -a Pedralba, de despertar<span class="pagenum" id="Page_227">p. -227</span> en él la soberbia, y no lo pude conseguir, no señor. -Creíamos todos que se quejaría de los que en una u otra forma le han -traído a mal traer de algunos meses acá. Nada de eso. Ni contra la -curia, ni contra la prensa, ni contra nadie ha pronunciado la más -leve recriminación, ni tiene por cruel o injusto lo que con él se ha -hecho. Esto es muy raro, ¿verdad? Láinez me decía: «Es muy extraño -que no observemos en él ni el menor destello de delirio persecutorio, -que es uno de los síntomas primordiales...» Si delirio es el amar sin -restricción alguna, y ponderar y encarecer como mercedes los ultrajes -que ha recibido, ahí puede estar el principio de la desorganización -cerebral. Le digo a usted que este caso nos tiene pasmados.</p> - -<p>—Realmente...</p> - -<p>—Pues verá usted. Por buscarle las vueltas, le digo: «Padre -Nazarín, gran violencia será para usted no poder salir ahora descalzo -y harapiento por los caminos.» Contestación: «Para mí, señor don -Remigio, no es violencia ningún estado que se me imponga por quien debe -y puede hacerlo. Pedí limosna cuando creí que debía vivir como los más -desdichados y menesterosos. Dios, en mi corazón, me ordenaba hacerlo -así, y ninguna ley humana me lo prohibía. Pero al mismo tiempo que -la pobreza, o antes quizás, Dios me ordena la obediencia. Yo vagaba -en<span class="pagenum" id="Page_228">p. 228</span> libertad. La ley -humana me cortó el paso, y me mandó que la siguiera. Obedecí. Sometime -sin réplica a cuanto de mí quisieron hacer. Contesté con verdad a -cuanto me preguntaron. Conforme me hallaba de antemano con la sentencia -que contra mí se pronunciara, fuera la que fuese. Determinaron que soy -un enfermo. Diéronme a escoger, para mi reposo, entre un asilo y la -morada patriarcal y campestre de la señora Condesa de Halma, y preferí -esto. Aquí me tienen dispuesto, hoy como ayer, a la suma obediencia. -La señora doña Catalina, y usted, señor cura, por delegación de la ley -eclesiástica, que ahora sustituye a la civil en mi castigo, enmienda o -curación, pues de todo habrá en ello, son los dueños de mis acciones y -de mi vida. No soy libre, ni quiero serlo, si los que saben más que yo -deciden que no debe dárseme libertad.»</p> - -<p>—Es extraño, sí...</p> - -<p>—Pues verá usted. Digo yo: «Amigo Nazarín, si la señora Condesa lo -consiente, ¿se decide usted a venirse conmigo unos días a mi modesta -casa de San Agustín?» Contestación: «Yo no decido nada. Voy a donde me -lleven.»</p> - -<p>—Como el loro del cuento.</p> - -<p>—Exactamente. Con licencia de la señora, me le traje aquí, y por -el camino se me ocurrió tantearle en teología. Un asombro, señor de -Urrea. Se expresa con sencillez, sin énfasis doc<span class="pagenum" -id="Page_229">p. 229</span>toral ni literario, y tan fuerte está el -hombre, que por más que quise no pude cogerle en tanto así de falsedad -lógica o desliz herético. En sus opiniones, ni el menor asomo de -demencia, mi señor de Urrea, de donde yo deduzco, y en ello conviene -conmigo el amigo Láinez, que el desvarío, si existe, no radica en la -parte de los espacios cerebrales que sirve como de vehículo a las -ideas, sino en aquella otra por donde pasa todo este torrente de las -acciones, de la conducta, señor de Urrea. ¿Es esto claro?</p> - -<p>—Sí. Pero la transformación personal...</p> - -<p>—A eso voy.</p> - -<p>(El ama anunció que estaba dispuesta la cena.)</p> - -<p>—Ya vamos. Pues cuando llegó aquí, le digo: «Si es verdad que -yo mando y usted obedece, amigo Nazarín, ahora mismo se va usted a -afeitar, y a vestirse con mi ropa.» Pues tan conforme. Yo mismo le -afeité. Fue una risa... Y mi modesta ropa y mi calzado, señor de Urrea, -le vienen como hechos a la medida. Cuando se lo ponía, le digo: «¡Cómo -extrañará usted la sujeción de esta ropa civilizada, hecho ya el cuerpo -a su pergenio salvaje, y bíblico, según los periodistas!» ¡Vaya que -llamar bíblico...! ¿Pues qué cree usted que me contestó?</p> - -<p>—(Señor cura —vino a decir el ama—, que la cena se enfría.)</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_230">p. 230</span>—Contestaría que el -hábito no hace al monje.</p> - -<p>—Vamos al instante... Y que él no ha fijado nunca la atención en -las diferencias entre estos y los otros vestidos. Dijo más... Señor -de Urrea, pasemos a mi modesto comedor... Palabras textuales: «El -vestido que usted llama salvaje, señor don Remigio, no lo tenía yo -por indecoroso en mi vida errante y entre gente pobrísima. Pero esto -no quiere decir que lo prefiera yo sistemáticamente a todos los demás -estilos y maneras de cubrir el cuerpo, porque sería afectación, y la -afectación, gracias a Dios, no cabe en mí.»</p> - -<p>—Lo mismo nos dijo un día en el Hospital, cuando los periodistas -y otras muchas personas que íbamos a verle, nos permitíamos -interrogarle... Palabras textuales: «Vean en mí cuanto quieran, señores -míos; pero la afectación, por más que miren, no la verán jamás.»</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChIV_3"> - <h3>III</h3> -</div> - -<p>Avisado Nazarín para la cena, ocupó su asiento a la izquierda -del buen don Remigio, después de saludar a Urrea con las fórmulas -corrientes de cortesía, sin extremos de urbanidad, sin alegría ni pena -de verle. Diríase que su presencia no le causaba la menor sorpresa, -bien porque de nada se sorprendía, bien porque hu<span class="pagenum" -id="Page_231">p. 231</span>biera previsto la visita del protegido a -su protectora. Bendijo el cura la cena, y la emprendieron los tres -con las sopas de ajo, que eran de mucha fuerza condimentaria, crasas, -picantes y espesas. No hablaba Nazarín sino para responder a lo que le -preguntaban, y don Remigio ponía toda la amenidad posible en su palabra -fácil. Las sopas precedieron a dos platos substanciosos, de ave el -uno, el otro de carnero, todo bien cargadito de especias odoríferas, -suculento, muy hecho. El vino sabía horrorosamente a pez. El olor de -paja quemada, difundido por toda la vivienda, parecía consubstancial -con el de la comida, y a Urrea no le desagradaba sentirlo y mascarlo. -No era la casa sola; el pueblo y el país entero despedían aquel olor, -que el forastero creía llevar ya dentro de sí.</p> - -<p>—Para que el amigo don Nazario no esté ocioso —dijo entre otras -cosas don Remigio—, le propuse hacerme un extracto del sapientísimo -libro del maestro Fray Hernando de Zárate, <i>Discursos de la -paciencia cristiana</i>. La obra consta de ocho Libros, cada uno de -los cuales contiene lo menos una docena de Discursos, todos sobre -el mismo tema. Ha de leérselos de cabo a rabo, anotando el sentido -particular y explicaciones de cada uno en sendas cuartillas de papel. -Pues tan aplicado le tiene usted, señor de Urrea, que en tres días se -ha echado al cuerpo unos cua<span class="pagenum" id="Page_232">p. -232</span>renta Discursos, y ya le tiene usted en el <i>Libro -Cuarto</i>, que trata...</p> - -<p>—«De las razones que tenemos para tener paciencia y consolarnos en -los trabajos» —dijo Nazarín sin dar importancia a su tarea—. Es cosa -fácil. Pronto concluiremos.</p> - -<p>—Y se me figura —apuntó Urrea irónicamente—, que ha de ser sumamente -divertido.</p> - -<p>—No hay más sino practicar, leyendo y escribiendo —indicó el -manchego—, la misma virtud a que el maestro Zárate consagra su gran -obra.</p> - -<p>—Pero usted no come nada, amigo Nazarín —observó repentinamente -don Remigio—. Siempre lo mismo. Pues dice Láinez que necesita usted -comer... de duro, y aplicarse a la carne, principalmente.</p> - -<p>—Señor cura —replicó don Nazario con timidez—, como lo que puedo, no -sé pasar de lo que mi naturaleza me pide para sostenerse.</p> - -<p>Como Urrea deseaba llevar la conversación al tema más de su gusto, -que era su prima y cuanto a ella se refiriese, interrogó a los dos -sacerdotes, recreándose anticipadamente con los elogios que esperaba -oír de la ilustre señora.</p> - -<p>—Yo digo, con plena conciencia —afirmó el párroco de San Agustín—, -que no creo exista en el mundo persona de virtud más pura, y de -ideas más elevadas. Si por un lado veo en ella<span class="pagenum" -id="Page_233">p. 233</span> una imagen del gran Emperador Carlos V -de Alemania y I de España, que después de reinar sobre los pueblos, -gustadas hasta la saciedad todas las grandezas humanas, se encierra en -monasterio humilde para consagrar a Dios el resto de su vida, por otro, -encuentro a la señora Condesa de Halma más grande que aquel soberano, -pues si los bienes a que renuncia no son de tanta valía, la pobreza y -humildad que acepta son más meritorias. La señora Condesa es joven, y -consagra a la caridad y a la oración los mejores años de la vida. Y -veo otra gran diferencia, a favor de nuestra doña Catalina —añadió con -tonillo pedantesco—, y es que el Monarca, dueño de medio mundo, trajo a -la soledad de Yuste, según rezan las crónicas, innumerables servidores, -cocineros, maestresalas, escuderos y lacayos, y grande repuesto de -vituallas, para que no le faltase en su voluntario destierro nada de -lo que halaga el gusto de un magnate en la vida palatina. Pues esta -señora, que ha venido a Pedralba en carromato, no ha traído más que -los indispensables objetos tocantes al aseo y pulcritud de una noble -dama, que aun en la penitencia quiere ser limpia, y su séquito es una -corte de mendigos, y gente miserable o enferma, a cuyo cuidado piensa -consagrarse. ¡Ejemplo único, señores, ejemplo inaudito, y que es la más -grande maravilla de estos tiem<span class="pagenum" id="Page_234">p. -234</span>pos de positivismo, de estos tiempos de egoísmo, de estos -tiempos de materialismo!</p> - -<p>—Luego —dijo Urrea con entrañable gozo—, convienen ustedes conmigo -en que mi prima es una excepción humana, un ser en el cual se revelan -los caracteres de la inspiración divina.</p> - -<p>—Sí señor, convenimos en ello.</p> - -<p>—Y el buen curita peregrino, ¿qué dice?</p> - -<p>—¿Qué he de decir yo? —contestó modestamente don Nazario, no -queriendo expresar nada que resultara superior a lo dicho por su -generoso compañero—, ¿qué he de decir yo después del panegírico -elocuentísimo que acaba de hacer el señor cura? Mi palabra es torpe. -Permítanme que diga tan solo: ¡Bendita sea de Dios eternamente, la -grande, la santa Condesa de Halma!</p> - -<p>—Amén —dijo don Remigio entornando los ojos, y acariciando el vaso -de vino.</p> - -<p>A Urrea le faltaba poco para echarse a llorar.</p> - -<p>—Y es decisiva —añadió el cura— la resolución de la señora Condesa -de pasar en Pedralba el resto de sus días. ¡Qué bendición para estos -olvidados y pobres lugares! Me ha dicho el otro día que en Pedralba -labrará su sepulcro y el de sus compañeros que no la abandonen. ¡Ah! yo -leo en aquella grande alma el amor de Dios en el grado más ardoroso y -puro, el amor de la Naturaleza, el amor del prójimo, y veo en el<span -class="pagenum" id="Page_235">p. 235</span> plan de vida de la señora -una síntesis admirable de estos tres amores.</p> - -<p>—Mi prima ha sufrido mucho —dijo Urrea, a quien el entusiasmo -ponía un nudo en la garganta—, ha pasado horrorosas humillaciones y -amarguras. Perdió a su esposo, que era su grande amor, el consuelo -único de su vida. En Madrid, como en Oriente, la vida no tenía para -ella más que espinas, tristezas, dolores. Su familia, sus hermanos, -no supieron poner un calmante en las heridas de su alma. La empujaban -hacia el ascetismo, hacia el destierro y la soledad. Mi prima empezó -por mirar con prevención la vida social, y acabó por detestarla. Todo -ese conjunto de artificios que componen la civilización le es odioso. -La tierra está para ella vacía: quiere el cielo.</p> - -<p>—Y lo tendrá —dijo don Remigio con tanta seguridad como si se -sintiera casero y administrador de los espacios infinitos—. Tendrá el -cielo. ¿Pues para quién es el cielo más que para esos seres escogidos, -para esas voluntades robustas, para las almas que no saben mirar más -que al bien? Según he podido comprender, amigo Urrea, la señora Condesa -ha roto todo lazo con el mundo, o sea la clase a que pertenece. Y es -más: todo afecto mundano ha muerto en ella, para poder ocupar entero el -espacio del querer con la adoración ferviente de las cosas divinas.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_236">p. 236</span>—Así es sin duda -—dijo Urrea—, y su sociedad con los pobres, a quienes tratará como -iguales, elevándoles un poquito, y rebajándose ella otro tanto, -resultará una comunidad dichosa, pacífica, feliz. ¿No piensa lo mismo -el buen Nazarín?</p> - -<p>—Pienso, señor don José Antonio, que ser el último de los -protegidos, o de los asilados, el último de los hijos, si se me permite -decirlo así, de la señora Condesa de Halma, constituye la mayor gloria -a que puede aspirar un ser humano, sobre todo si es un triste, un -solitario, un náufrago de las tempestades del mundo.</p> - -<p>Tan contento estaba Urrea, que al concluir la cena les abrazó a los -dos. Acostáronse todos, porque había que madrugar. Dicen las crónicas -que el huésped no pudo dormir bien, primero, porque las limpias -sábanas, impregnadas también del olor de paja, eran algo piconas; -segundo, porque sus ideas se le insubordinaron aquella noche, y la -admiración del ascetismo de su prima le encendía llamaradas en el -cerebro. Más que mujer, Halma era una diosa, un ángel femenino, y al -pensarlo así, su ferviente admirador no pasaba por que los ángeles -carecieran de sexo: era lo femenino santo, glorioso y paradisíaco. -Por entre estas imaginaciones asomaban de vez en cuando la figura -austera de Nazarín, semejante a un retrato del Greco, y el vivara<span -class="pagenum" id="Page_237">p. 237</span>cho rostro de don Juan -Eugenio Hartzenbusch, transmutado físicamente en don Remigio Díaz de la -Robla, párroco de San Agustín.</p> - -<p>El mismo cura le llamó al amanecer dando golpes en la puerta, y -gritándole desde fuera:</p> - -<p>—Arriba, compañero, que tenemos que decir misa y desayunarnos antes -de partir.</p> - -<p>Levantose el huésped a escape, y cuando llegó a la iglesia, ya había -salido al altar don Remigio. Nazarín oía la misa de rodillas en el -presbiterio.</p> - -<p>Media hora después, ya estaban todos en la rectoral, desayunándose -con chocolate, bizcochos y pan de picos, reforzado por fresquísimo -requesón de la Sierra. Varios amigos acudieron a despedirles, entre -ellos el médico don Alberto Láinez, y el alcalde, don Dámaso Moreno.</p> - -<p>—Usted, señor de Urrea, que sin duda es buen jinete —propuso don -Remigio con extraordinaria movilidad en manos, nariz, ojos y gafas—, -irá en el caballo de Láinez, bestia de mucha sangre, aunque segura para -quien la sepa manejar; yo voy en mi jaca, que tiene un paso como el de -un ángel, y el amigo Nazarín, pues le llevamos, sí señor, le llevamos, -oprimirá los lomos de mi modesta burra..., cabalgadura digna de un -arzobispo... Conque señores, a montar. Despejen la puerta. Valeriana, -que vendremos a cenar.</p> - -<p>Partió la caravana, despedida con cordiales saludos por multitud de -gente que en la plaza<span class="pagenum" id="Page_238">p. 238</span> -se reunió. Delante iban Urrea y el cura, detrás Nazarín en su rucia, -bien albardada y sin estribos. Ambos clérigos vestían, a horcajadas, -lo mismo que en el pueblo, sotana, gorro de terciopelo, y balandrán. -Regía el madrileño su caballo con gran destreza. Don Remigio no cesaba -de recomendar a su jaca la mayor circunspección o tacto de pezuña en -el desigual y áspero camino por donde se metieron, a Occidente de San -Agustín, y don Nazario, confiado en el andamento parsimonioso de su -borrica, atendía más a la admiración del paisaje de la Sierra, que a -conversar con los otros jinetes, de los cuales parecía como escudero o -espolique.</p> - -<p>De tan diferentes cosas habló don Remigio, que no es posible -recordarlas todas. Hizo observar a su acompañante las hermosuras de la -Naturaleza, la ruindad de los caseríos, el descuidado cultivo de las -tierras; explicó historias de ruinas y caserones viejos; se lamentó de -la falta de caminos; designó el sitio por donde se había trazado un -canal de riego, que no se abriría nunca, y estos y otros comentarios -del viaje fueron a parar a las quejas de su mala suerte, por haberle -tocado empezar su carrera en comarca tan desmedrada y pueblo tan -mísero.</p> - -<p>—Yo me conformo, ya ve usted... Deme el Señor salud para servirle, -que lo demás no importa. Sepa usted que, al venir a este curato -de<span class="pagenum" id="Page_239">p. 239</span> San Agustín, me -dijeron que por tres meses, y ya van tres años. Prometiéronme pasarme a -Buitrago, o Colmenar Viejo, y hasta ahora. No es que yo sea ambicioso; -pero, francamente, es uno licenciado en ambos derechos; ama uno el -estudio, y la verdad, la vida obscura y ramplona de estos poblachos -no estimula al trato de los libros. El tío, que es mejor que el buen -pan, me anima, me asegura que no se descuida en recomendarme, y que a -la primera ocasión pasaré a un curato de Madrid, ¡ay! su desiderátum -y el mío. Y no me hablen a mí de otras poblaciones. ¡Mi Madrid de mi -alma, donde me crié, donde probé el pan del estudio, y adquirí mis -modestas luces! No aspiro yo a tener allí la independencia de un don -Manuel Flórez; sé que tengo que trabajar de firme. Quiero que mi corta -inteligencia no sea un campo baldío, como estos barbechos que usted -ve por aquí, señor de Urrea; debo cultivarla y coger en ella algún -fruto, para ofrecerle a Dios, que me la ha dado... No me quejaría -si no viera ciertas desigualdades. Amigos y compañeros míos, a los -cuales no debo mirar, porque no debo, ¡ea! como superiores en saber -religioso ni profano, ocupan plazas en catedrales, o en las parroquias -de Madrid... Mi tío me dice: «No te apures, hijo, y confía en el favor -de Dios y de la Santísima Virgen, que ya premiarán con el merecido -ascenso tu paciencia<span class="pagenum" id="Page_240">p. 240</span> -y conformidad...» Claro que me conformo, señor de Urrea, y aun alabo al -Señor porque no me da mayores males. Tengo, gracias a Dios, un genio de -mucho aguante para desgracias, injusticias y sinsabores. Yo digo: ya me -tocará la buena, ¿verdad? ya me llegará la buena.</p> - -<p>Procuraba el forastero refrescarle las esperanzas, asegurando -que los méritos de su interlocutor, así morales como intelectuales, -saltaban a la vista, y no podían ser desconocidos de los que en Madrid -manejan todo este tinglado del personal eclesiástico. Y al decir esto, -hizo notar la diferencia entre los gustos y aspiraciones de uno y -otro, pues mientras a don Remigio le atraían los llamados centros de -civilización, a él, José Antonio de Urrea, los tales centros se le -habían sentado en la boca del estómago, y todo su afán era perderlos -de vista. Verdad que entre las circunstancias de uno y otro no había -paridad: don Remigio era un hombre puro y virtuoso, inteligencia llena -de frescura, y a los treinta y cinco años apenas había desflorado la -vida, mientras que Urrea, a la misma edad, se conceptuaba viejo, y aun -por muerto se tendría, si de entre las cenizas de su alma no sintiera -que otra alma nueva le brotaba. Con estas y otras pláticas se fue -pasando el camino árido, de muy escasos atractivos para el viajero. El -terreno era cada vez más quebrado, como de es<span class="pagenum" -id="Page_241">p. 241</span>tribaciones de la Sierra, y ostentaba la -severa vegetación de encina baja, brezos y tomillares. De pronto señaló -don Remigio un caserío arrimado a unos cerros cubiertos de verdura, y -dijo a su compañero:</p> - -<p>—Ahí tiene usted a Pedralba.</p> - -<p>Pareciole a Urrea encantador el sitio y espléndido el paisaje, -mirando más a su interior que al paisaje mismo. Al acercarse vieron -tierras de labrantío junto a las casas, que eran tres, destartaladas -y grandonas. Picaron las caballerías, y cuando ya se hallaban como a -medio kilómetro, empezó Nazarín a dar voces:</p> - -<p>—¡Mírenlas, mírenlas: allí están... ya nos han visto!</p> - -<p>—¿Quién, hombre?</p> - -<p>—La señora Condesa y Beatriz.</p> - -<p>—¿Dónde?... Pero qué vista tiene este hombre.</p> - -<p>—Allá... allá... ¿Ven ustedes ese campo de amapolas todo encarnado, -todo encarnado? ¿Y más allá, no ven unos olmos? Pues por allí van..., -digo vienen, porque salen a encontrarnos.</p> - -<p>—No vemos nada; pero pues usted lo dice...</p> - -<p>—Y ahora nos saludan con los pañuelos... Miren, miren.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChIV_4"> - <h3>IV</h3> -</div> - -<p>Ya cerca de las casas vieron a las dos mujeres, que avanzaban por -entre un campo de<span class="pagenum" id="Page_242">p. 242</span> -cebada. Ambas miraban risueñas, y casi casi burlonas, a los tres -caballeros. Cuando Urrea, apeándose ante su prima, le pidió perdón poco -menos que de hinojos por su desobediencia, doña Catalina no se mostró -muy severa con él, sin duda por no avergonzarle delante de los dos -sacerdotes, y de otras personas que allí se reunieron.</p> - -<p>—Si ha habido falta, señora Condesa —dijo don Remigio galanamente—, -yo intercedo por el culpable y solicito su perdón.</p> - -<p>—Ya sabe el pícaro que padrinos le valen —replicó Halma sonriendo, -y todos reunidos, después que los jinetes entregaron a Cecilio las -caballerías, se encaminaron al castillo, que así en la comarca era -llamada la casona, aunque de tal castillo solo tenía la robustez de -sus paredes, y una torre desmochada, en cuyo cuerpo alto, mal cubierto -de tejas, había un palomar. Del escudo de los Artales, apenas quedaban -vestigios sobre el balcón principal del llamado castillo. La piedra era -tan heladiza que solo se podía ver una garra de dragón, y un pedazo de -la leyenda, que decía <i>Semper</i>. Mejor se conservaba la berroqueña -de los ángulos y del dovelaje, y el ladrillo revocado de los paramentos -no tenía mal aspecto; pero los hierros todos, balcones y rejas, -no podían con más orín, por lo que había dispuesto su propietaria -reponerlos, mientras<span class="pagenum" id="Page_243">p. 243</span> -un buen maestro de Colmenar preparaba la reparación de toda la fábrica, -interior y exteriormente. Veíase ya, frente a la casa, dentro del -recinto murado que a la entrada precedía, el montón de cal batida, -y maderas para andamios y obra de carpintería. Junto a la torre, se -alzaban los descarnados murallones que la tradición designaba como -ruinas de un monasterio cisterciense, y que más que edificio destruido, -parecían una segunda casa a medio hacer. Respetando los basamentos, y -aprovechando el material de lo restante, la Condesa pensaba construir -allí su capilla y panteón, con la mayor economía posible. A un tiro de -piedra de la casa-castillo, estaban las cuadras, y más abajo, un tercer -edificio, habitado por los que llevaron en renta la finca hasta el año -anterior. Últimamente, Pedralba estuvo a cargo del administrador de las -propiedades de Feramor en Buitrago, don Pascual Díez Amador, el cual -dio posesión del castillo y casas y tierras a la señora doña Catalina, -el día de su llegada en el carromato, que fue el 22 del mes de Marzo -del año de mil ochocientos noventa y tantos.</p> - -<p>Era la heredad de Pedralba extensísima; pero no se labraban más que -los terrenos próximos a la casa, labor descuidada, somera y primitiva, -que daba escaso rendimiento. Lo demás era monte, bien poblado de -encinas, ene<span class="pagenum" id="Page_244">p. 244</span>bros, -y algunos castaños en la parte alta. Lo más próximo al llano sufrió -varias talas, y uno de los renteros propuso al Marqués, años atrás, -la roturación. Pero asustaron al propietario los dispendios de la -empresa, y quedó en tal estado, ni monte ni labrantío, a trechos -pradera desigual, cruzada de viciosos retamares. Dos riquísimas fuentes -surtían de cristalinas y puras aguas potables a Pedralba, la una entre -la casa-castillo y las cuadras, la segunda, manantial de primer orden, -en una encañada a la vera del monte. Árboles de sombra había pocos. -Los que puso el último arrendatario se perdieron por incuria. Frutales -no existían más que tres en finca tan vasta, un moral inmenso detrás -de la torre, el cual cargaba anualmente de dulcísimas moras negras, -y dos albérchigos en el sendero que unía las dos casas. Los madroños -diseminados en distintos parajes no se contaban, por su silvestre -lozanía y lo desabrido del fruto, en el reino propiamente frutal. Tal -era Pedralba, finca de primer orden según opinión de don Pascual Díez -Amador, siempre y cuando se <i>tiraran</i> en ella veinte o treinta mil -duros.</p> - -<p>No eran estos los planes de Catalina, que solo se propuso sostener -la propiedad tal como la encontró, con los mejoramientos que su -residencia imponía, y procurarse en ella la vida retirada y humilde que -adoptar anhelaba, sin<span class="pagenum" id="Page_245">p. 245</span> -caer en la tentación del negocio agrícola, ni pensar en aumentos de -riqueza que habrían desmentido sus ideas y propósitos de modestísima -existencia. Lo que le restaba de su legítima, pensaba conservarlo en -valores de renta, reservando los dos tercios para sostenimiento de su -persona y casa, y de la familia de infelices que en torno de sí había -reunido: el otro tercio lo dedicaba a las reparaciones indispensables, -a la construcción de la capilla y enterramientos, a plantar una huerta, -y, si aún había margen, a mejorar la finca.</p> - -<p>Entremos ahora en el castillo, y veamos la mejor pieza de él, que -era la cocina, en el piso bajo y al fondo del edificio, a la parte del -Norte. Todo era grandioso en aquella pieza, hogar, alacenas, horno, el -piso de hormigón muy sólido, el techo alto y la campana bien dispuesta -para dar salida a los humos rápidamente. Las otras piezas bajas valían -poco; eran estrechas, y sus ventanas, que más parecían troneras, les -daban muy tasada la luz. En cambio, las del piso alto teníanla de -sobra. Seis o siete estancias existían en él, que bien arregladas -habrían podido alojar mucha gente. En dicho piso, al lado de Levante, -vivían la Condesa y Beatriz, en aposentos separados y próximos; a la -parte de Occidente, el matrimonio Ladislao-Aquilina con sus hijos, y -aún quedaban entre estas y las<span class="pagenum" id="Page_246">p. -246</span> otras viviendas algunas estancias vacías. En la torre, -debajo del palomar, tenía su cuarto Nazarín, comunicado con la -casa-castillo por estrecho pasadizo. El mueblaje era casi todo del -siglo pasado, o del tiempo de Fernando VII, confundido con sillerías -modernas de paja, de lo más ordinario, llevadas de Colmenar Viejo. Las -cómodas y consolas, las sillas de caoba con respaldo de lira, las camas -de pabellones <i>a la griega</i>, las laminotas con marco de ébano y -asuntos pastoriles, ofrecían un aspecto sepulcral, lastimoso, como de -objetos desenterrados, a los cuales se había limpiado el humus de la -fosa, a fuerza de jabón y estropajo.</p> - -<p>Doña Catalina y Beatriz vestían exactamente lo mismo, con las ropas -de la primera, que habían venido a ser comunes: falda de merino negro, -calzado grueso, blusa de percal rayada de negro y blanco, y un mandil -de retor. Al adoptar la vida pobre, la señora Condesa no estimó que -debía renunciar a sus hábitos de pulcritud; decía que el aseo exterior, -por causa de la educación y la costumbre, afectaba al alma, y que la -suciedad del cuerpo era pecado tan feo como la de la conciencia. No -vacilaba, pues, en aplicar estas ideas a la realidad, manteniendo en su -cuarto y persona la misma esmerada limpieza de sus mejores tiempos de -vida cortesana.</p> - -<p>—El aseo —decía—, es a la pureza del alma, lo<span class="pagenum" -id="Page_247">p. 247</span> que el rubor a la vergüenza.</p> - -<p>No comprendía el ascetismo de otro modo.</p> - -<p>Y como nada tiene la fuerza del buen ejemplo, Beatriz, que había -llegado a reinar en la intimidad y en el afecto de la Condesa, por -feliz concordancia de sentimientos, se asimiló en breve plazo los -hábitos de pulcritud de su amiga y señora, y la imitaba sin darse -cuenta de ello. Sobre la admirable simpatía, o compatibilidad, que -había llegado a borrar entre aquellos dos caracteres la diferencia de -clase y educación, hay mucho que hablar: el fenómeno se inició por un -irresistible afecto la primera vez que se vieron, cuando doña Catalina, -por mediación de su criada Prudencia, fue a socorrer en su pobre -domicilio al afinador de pianos. Mientras duró el proceso de Nazarín -y consortes, Beatriz vivía con su prima Aquilina Rubio, esposa del -mísero don Ladislao, compartiendo la escasez, ya que no el bienestar, -que ninguno tenía. Halma llevó el pan, la vida, la salud, a la triste -vivienda de la calle de San Blas, y atraída de aquel espectáculo de -pobreza y resignación, añadió al socorro material el consuelo de sus -visitas. Habló largamente con Beatriz, admirándose de lo mucho y -bueno que esta mujer humilde sabía, tocante a cosas espirituales y de -nuestras relaciones con lo invisible y eterno; admiró también su piedad -no afectada, la<span class="pagenum" id="Page_248">p. 248</span> -firmeza de sus ideas, y la elocuencia sencilla con que las expresaba. -Sentíase la Condesa inferior, por todos aquellos respectos, a la que -ya miraba como amiga del alma; aprendió de ella muchas y buenas cosas, -enseñándole a su vez otras de un orden social más que religioso, y -con este cambio llegaron a encontrarse la una para la otra, y las dos -en una, fenómeno raro en estos tiempos, que dan pocos ejemplos de una -tan radical aproximación de dos personas de opuesta categoría. Pero -de esto hemos de ver mucho en los tiempos que ahora comienzan, porque -las llamadas clases rápidamente se descomponen, y la humanidad existe -siempre, sacando de la descomposición nuevas y vigorosas vidas.</p> - -<p>Ya se comprende que de la intimidad entre Beatriz y Halma nació el -vivo interés por Nazarín, y su propósito de llevársele consigo, para -intentar su curación, y devolverle sano y útil al poder eclesiástico. -Una discrepancia en cierto modo accidental existía entre la dama y -la mujer del pueblo, y era que, mientras la Condesa, sin asegurar -que Nazarín fuese loco, abrigaba sus dudas sobre punto tan difícil -de aclarar, la otra sostenía con sincera conciencia y fe la completa -regularidad de las funciones cerebrales de su maestro.</p> - -<p>Instaladas en Pedralba, la concordia entre una y otra llegó a -ser perfecta. Beatriz obser<span class="pagenum" id="Page_249">p. -249</span>vaba delicadamente la distancia social, que la otra con la -misma o más sutil delicadeza trataba de acortar. Ambas trabajaban -juntas desde el primer día en el arreglo y limpieza del destartalado -castillo, o en la resurrección del mueblaje, y a Beatriz no le valió -reservar para sí las faenas más duras, porque la otra invadía su -terreno, y la igualdad triunfaba gradualmente, por ley de ambos -corazones, que sin darse cuenta de ello propendían a lo mismo. Aquilina -no había sido aún elevada al grado de comunidad de su prima Beatriz. -Era una mujer excelente; pero sin intuición bastante para comprender -las ideas de su bienhechora. Manteníase con tenacidad en su puesto -inferior, contenta de que su marido y sus hijos tuvieran que comer. Los -primeros días encargáronla de la cocina, oficio muy apropiado a sus -aptitudes, y las otras dos pudieron consagrarse descuidadas al fregoteo -de muebles viejos, al remendar de colchones y a otros engorrosos -menesteres. Luego alternaron en los diferentes oficios, y mientras -cocinaba la nazarista, Halma y Aquilina lavaban la ropa en la fuente -cercana. El día que precedió a la llegada de Urrea con don Remigio y -Nazarín, Aquilina actuó de cocinera, y la Condesa y Beatriz lavaban -en la fuente del monte, repartiéndose las dos por igual la carga de -la ropa al ir y volver. Como Beatriz se obs<span class="pagenum" -id="Page_250">p. 250</span>tinase en llevarla sola, pretextando ser más -fuerte que su compañera, Catalina le dijo:</p> - -<p>—Te equivocas si crees tener más poder de musculatura que yo. -Parezco débil, pero no lo soy, Beatriz, y esta vida ha de robustecerme -más. Y sobre todo, no me prives de este gusto de la igualdad. Es el -sueño de mi vida desde que perdí a mi esposo, y me sentí igual a todos -los desgraciados del mundo. Haz el favor de no llamarme Condesa, ni -volver a usar esa palabra estúpidamente vana delante de mí. Arrojé -la corona en los empedrados de Madrid cuando salí en el carromato... -Las escobas de los barrenderos no la encontrarán, porque fue arrojada -con el pensamiento, pues no la tenía en otra forma; pero allá quedó. -Llámame Catalina, como me llaman mis hermanos, o Halma, como mi primo. -Y no te digo que me tutees, porque parecería afectación, y ya sabes que -el maestro te la prohíbe. Pero todo se andará.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChIV_5"> - <h3>V</h3> -</div> - -<p>La llegada de los tres amigos no debía alterar la marcha de los -asuntos domésticos en el castillo, porque, claramente lo decía la -Condesa, ya que no ayudaran, no era bien que estorbasen.</p> - -<p>—Primo mío, supongo que desearás cono<span class="pagenum" -id="Page_251">p. 251</span>cer esta gran finca, los estados de -Pedralba, donde hacemos vida recogida y modesta, sin pretensiones -de ascetismo, mis amigos y yo. Usted también, señor don Remigio, -necesita enterarse del terreno que consagro a mi obra. Váyanse, pues, -a dar un paseíto, guiados por el bonísimo Nazarín, que lo conoce ya -palmo a palmo, mientras nosotras les preparamos de comer. No esperen -que salgamos de nuestro pobre régimen. Aquí no hay ni puede haber -comilonas, pues aunque yo quisiera darlas, no habría con qué. Comerán -de nuestro diario frugalísimo, con el poquitín de exceso que pide la -hospitalidad. Conque vean, vean mi ínsula, y tráiganse la salsa que -nosotras no podemos hacerles, un buen apetito.</p> - -<p>Fuéronse los tres de paseo, conducidos de don Nazario, que les hizo -subir al monte para que vieran los castaños robustos que lo coronaban, -al barranco para probar el agua de la rica fuente, y después de -brincar y despernarse por lomas y vericuetos, volvieron a casa a las -doce, hora invariable de la comida. En una pieza próxima a la cocina, -pusieron la mesa, la cual era de una robustez patriarcal, de castaño -renegrido y con torcidos herrajes en su armadura. Dos sillas había de -la misma casta y edad, las demás variaban entre el estilo Fernando -VII, de caoba, y la forma y material llamados de Vitoria. Pero<span -class="pagenum" id="Page_252">p. 252</span> la mayor y más sorprendente -variedad estaba en la vajilla y ropa de mesa, pues al lado de vasos de -cristal finísimo, se veían otros del vidrio más ordinario, servilletas -finas, servilletas bastas, platos de porcelana rica, y otros de -cerámica tosca.</p> - -<p>—Dispensen la diversidad de la loza —les dijo doña Catalina—. En -mi comedor reina todavía una confusión de clases estupenda, como en -tiempos revolucionarios. Pero esta confusión no es parte para que -yo olvide las categorías de los comensales. Para los dos señores -sacerdotes lo fino, que ellos mismos irán escogiendo; para ti, José -Antonio, y don Ladislao, el barro plebeyo.</p> - -<p>—Pues yo propongo —dijo don Remigio con buena sombra—, que no -establezcamos diferencias humillantes, y que nos repartamos como -hermanos, como hijos de Dios, lo malo y lo bueno. Venga ese barro, -señor de Urrea.</p> - -<p>Lo más extraño de aquella singular comida fue que las mujeres no se -sentaron a la mesa. Las tres, funcionando con igual destreza y alegría, -servían a los señores. Luego comían ellas en la cocina. Esta era una -costumbre medieval, que Halma no alteraba jamás por consideración -alguna. Diéronles una sopa muy substanciosa hecha con hierbas -diferentes, patatas picadas muy menudito y golpes de chorizo; luego -un plato de carnero bien condimentado, vino en<span class="pagenum" -id="Page_253">p. 253</span> abundancia, postre de requesón de la -Sierra, leche con bizcochos de Torrelaguna, y a vivir. Sobria y -nutritiva, la comida fue saboreada con delicia por los forasteros, que -no cesaron de alabar el buen trato de Pedralba, y la pericia de las -tres marmitonas.</p> - -<p>Entre la sopa y el carnero llegó inopinadamente don Pascual Díez -Amador, administrador que fue de la finca, y propietario vecino, pues -suya es la dehesa extensísima que linda por Poniente con Pedralba. Dos -o tres veces por semana visitaba a la Condesa, caballero en su jaca -torda, para ver si se le ofrecía algo. Era un hombre mitad paleto, -mitad señor, lo primero por el habla ruda, por la camisa sin cuello -y el sombrero redondo, lo segundo por las acciones nobles, por el -andar grave, que hacía rechinar las espuelas. Una faja encarnada -parecía separar el lugareño del hidalgo, o más bien empalmar las dos -mitades. Tanto afecto había puesto en doña Catalina, que dispuso que -dos de sus guardias jurados estuviesen de punto noche y día en la -casa de abajo, para que la señora descansase en la persuasión de una -absoluta seguridad. Muchos días caía por allí en su jaca a la hora de -comer, otros a cualquier hora, en que también comía. Su cara redonda, -episcopal, crasa y mal afeitada, despedía fulgores de patriarcal -soberanía, de conformidad con la suerte,<span class="pagenum" -id="Page_254">p. 254</span> sin duda por ser esta de las más próvidas y -felices.</p> - -<p>—¡Hola, Remigio!... señora doña Catalina..., don Nazario..., don -Ladislao, aquí estamos todos...</p> - -<p>Los saludos duraron hasta después que el gordinflón paleto-señor -tomó asiento sin ceremonia, disponiéndose a comer cuanto le diesen. -Porque, eso sí, hombre de mejor diente no lo había en todo el partido -judicial, con la particularidad notable de que no sabía ponerse tasa en -la bebida.</p> - -<p>—¿Sabe usted lo que estábamos hablando, amigo don Pascual? —dijo el -curita de San Agustín—. Que esta es una gran finca, y que es lástima no -trabajarla.</p> - -<p>—¡Hombre, a quién se lo cuenta! Si estos señores Feramores no tienen -perdón de Dios... ¡Menuda brega tuve yo con el Marqués actual y con -el otro, para que tiraran aquí veinte o treinta mil durillos! Sí, lo -digo: era sembrarlos hoy, para coger el día de mañana, cinco años -más o menos, tres o cuatro millones. Y esto solo con el ganado, que -metiéndonos a ponerlo todo de labrantío... ¡Jesús, oro molido...! Es -una tierra esta, que no la hay mejor ni donde están las pisadas de la -Virgen Santísima, ea.</p> - -<p>Don Pascual se incomodaba al tocar este punto, viéndose precisado -a sofocar su enojo<span class="pagenum" id="Page_255">p. 255</span> -con copiosas libaciones. Y como siguieran hablando del mismo asunto, -concluyó por expresar una idea muy atrevida.</p> - -<p>—Yo que la señora Condesa..., digo lo que siento, sin ofender, -ea..., pues yo que la señora, me dejaría de capillas y panteones, y de -toda esa monserga de poner aquí al modo de un convento para observantes -<i>circuspetos</i> y <i>mendicativos</i>, dedicando todo mi capital -a...</p> - -<p>—Poco a poco —replicó vivamente don Remigio—, no paso por eso. Lo -espiritual es lo primero.</p> - -<p>—¡Potras corvas! ¿Y de qué sirve lo <i>espertual</i> sin lo... sin -lo otro?</p> - -<p>—Yo que la señora Condesa, persistiría impertérrito en mi grandioso -plan... contra el dictamen de los estripaterrones.</p> - -<p>—Y yo, contra el <i>ditame</i> de los engarza-rosarios, digo que -sí... no, digo que no... que sí.</p> - -<p>—Si no sabe usted lo que dice, amigo don Pascual.</p> - -<p>—¡Vaya! paz y concordia entre los príncipes cristianos —dijo doña -Catalina risueña—. Por un exceso de consideración a mis huéspedes, me -permito el lujo de darles una golosina: café.</p> - -<p>Alabado y festejado por todos el obsequio, Amador y don Remigio -lograron encontrar una fórmula de transacción entre sus opuestos -pareceres. Al servir el café, doña Catalina pidió<span class="pagenum" -id="Page_256">p. 256</span> perdón por la pobreza y rustiquez de la -comida, añadiendo que para otra vez tendrían pan bueno, hecho en casa, -y menos desigualdades en vajilla y servicio de mesa.</p> - -<p>Mientras las mujeres comían, salieron los hombres al patio, llevando -cada uno su silla, y allí platicaron formando dos grupos. Don Remigio -y Amador charlaban de los asuntos de Colmenar Viejo, de lo mal mirado -que en la cabeza del partido estaba el cura titular, y de los esfuerzos -que hacían los caciques para hacerle saltar de allí... Naturalmente, -se gestionaría para que ocupase la vacante el curita de San Agustín. -A otra parte hablaban Urrea, don Ladislao y Nazarín, preguntando el -primero al segundo si seguía cultivando la música en aquel retiro, a lo -que contestó el afinador que no le hablaran a él de músicas ni danzas, -pues se hallaba tan contento y gozoso en su nueva vida, que había -tomado en aborrecimiento todo su pasado musical y cabrerizo. La mejor -ópera no valía ya tres pitos para él, y aunque le aseguraran que había -de componer una superior a todas las conocidas, no quería volver a -Madrid. Salió Nazarín a la defensa de arte tan bello, y le propuso que -siguiera cultivándolo allí, pues se compadecía muy bien la música con -la vida campestre. Y añadió que él se permitiría aconsejar a la señora -Condesa que trajese un órgano,<span class="pagenum" id="Page_257">p. -257</span> para que don Ladislao compusiera tocatas campesinas y -religiosas, y les deleitara a todos con aquel arte tan puro y que -hondamente conmueve el alma.</p> - -<p>Con estos y otros paliques, fue llegada la hora de la partida, y -Urrea no cabía en sí de inquietud, por no haber podido hablar a solas -con su prima, ni esta decirle que se quedara, como era su deseo. El -temor de que contestase con una rotunda negativa a su propósito de -permanecer en Pedralba, le sobresaltó de tal modo, que no tuvo ánimos -para formularlo. Tristeza infinita cayó sobre su alma cuando Halma le -dijo en tono de maestro:</p> - -<p>—Ahora, José Antonio, te vas por donde has venido, y sin mi permiso -no vuelvas acá, ni abandones las ocupaciones a que deberás una -independencia honrada.</p> - -<p>Con tal autoridad pronunció estas palabras, que el calavera -arrepentido no tuvo aliento para contradecirlas y exponer su deseo. -Sentíase tan inferior, tan niño, ante la que le gobernaba en sus -sentimientos y en su conducta, que no pudo ni pedirle menos severidad, -ni explicarse con ella sobre la pesadísima y cruel condena que le -imponía. Verdad que estaban delante Nazarín y los forasteros, y no era -cosa de hacer ante ellos el colegial mimoso. Faltaban tan solo minutos -para la partida, cuando la Condesa dijo al curita de San Agustín:</p> - -<p>—Señor don Remigio, si usted<span class="pagenum" id="Page_258">p. -258</span> no se opone a ello, se quedará en el castillo el amigo -don Nazario, porque si es bueno para la salud el ejercicio del -entendimiento, no lo es menos el corporal, y conviene que alternen. Ya -concluirá más adelante esa gran recopilación de los Discursos de la -Paciencia.</p> - -<p>—Lo que usted disponga, señora mía, es ley —replicó don Remigio, ya -con el pie en el estribo—. Si nuestro buen Nazarín prefiere quedarse, -quédese en buen hora... Que lo diga él.</p> - -<p>Con semblante confuso, y casi casi con lágrimas en los ojos, el -peregrino respondió:</p> - -<p>—Yo no determino nada.</p> - -<p>—¿Pero usted qué prefiere?</p> - -<p>—Pues, la verdad, estimando mucho la hospitalidad del señor cura, y -ofreciéndole ponerme a su disposición para terminar aquellos apuntes y -cuanto guste mandarme, hoy me quedaría, pues la señora Condesa así lo -desea.</p> - -<p>—Es que... verá usted, don Remigio, como tenemos tanta obra en casa, -necesito que me ayuden mis buenos amigos. Hay que estar en todo, y -cuantos viven aquí han de arrimar el hombro a las dificultades. Mañana -pienso probar el horno de pan, y deshacerlo si no nos resulta bien. -Conque...</p> - -<p>—Que se quede, que se quede. Usted es aquí la santa madre, usted -manda, y los hijos... a obedecer calladitos. Señor de Urrea, ¿no monta -usted?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_259">p. 259</span>Lívido y -tembloroso, Urrea no acertaba ni a despedirse airosamente de su prima. -Era una máquina, no un hombre. Su tristeza le cogía todo el ser como -una parálisis, matándole la voluntad. Montó a caballo, y partió con el -cura y con Amador, sin saber que existía en el mundo un pueblo llamado, -por buen nombre, San Agustín.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChIV_6"> - <h3>VI</h3> -</div> - -<p>Mientras Amador fue en compañía de los dos viajeros, menos mal. Don -Remigio charlaba con él de montura a montura, dejando al otro en la -libre soledad de sus pensamientos. Pero el bravo paleto se despidió en -los Molinos (encrucijada de donde partía el sendero que a sus casas -de la Alberca conducía), y ya solos el cura y el primo de la Condesa, -desencadenó aquel sobre este todo el torrente de su locuacidad. -Difícilmente, apurando sus donaires, logró sacarle del cuerpo alguna -que otra palabra, y conociendo al fin que el motivo de su tristeza no -era otro que el pronto regreso a San Agustín, quiso consolarle con -estas compasivas razones:</p> - -<p>—Créame, señor de Urrea, en Pedralba, a estas horas, estaría usted -soberanamente aburrido. ¿Sabe usted lo que hacen allá desde anochecido -hasta que cenan? Pues rezar, rezar, y rezar que se las pelan,<span -class="pagenum" id="Page_260">p. 260</span> y usted, hombre de piedad -muy problemática, cortesano al fin, chapado a la modernísima, huirá del -santo rezo como los gatos del agua fría. ¡Si entiendo yo a mi gente... -ah!... Verdad que también en San Agustín, en cuanto lleguemos, rezaré -yo el rosario con Valeriana y algunas vecinas. Pero usted se puede ir -con Láinez al casino, y cenar con él, y volver a mi modesta casa, a -la suya, digo, a la hora que le acomode. En Pedralba, con el último -bocado de la cena en la boca, se acuestan todos a dormir como unos -santos. ¡Bonita noche iba usted a pasar allá! No, señor madrileño, con -sus puntas de calavera, y sus ribetes de escéptico materialista, no -está usted forjado en estas costumbres entre rústicas y monásticas. -¡El campo! ¡Pues poco que le cansará el campo! Para usted, ponerle de -noche en medio de estas soledades, será lo mismo que si a mí me meten -de patitas en un salón de baile. ¿Qué haría yo? Salir bufando. <i>Suum -cuique</i>, señor de Urrea. Conque, no le pese venir conmigo. En el -casino, entiendo que hay billar, tresillo, y se habla de política... lo -mismo que en Madrid.</p> - -<p>No consiguió el buen curita consolarle, y el alma del calavera -arrepentido se ennegrecía más conforme se acercaban a San Agustín. -Llegados al pueblo, resistiose a ir al casino. Desde la sala oía el -rezo del rosario en el comedor;<span class="pagenum" id="Page_261">p. -261</span> durante la cena hizo desesperados esfuerzos por aparentar -alegría, y se retiró a la alcoba, impregnada del olor de paja. Le dolía -la cabeza.</p> - -<p>Interminable y tormentosa fue para él la noche; levantose muy -temprano, acompañó a la iglesia a su digno amigo y anfitrión, -y mientras este se despojaba en la sacristía de las vestiduras -sacerdotales, José Antonio puso en práctica la idea concebida -entre dolorosas vacilaciones al amanecer, resolución que, una vez -compenetrada en su voluntad, adquirió la fuerza de un acto instintivo. -Como escolar castigado, que se escapa del colegio, tomó el caminito -de Pedralba, a pie, y al perder de vista las casas de San Agustín, -sintiose más aliviado de su mortal ansiedad, y con valor para -arrostrar lo que por tan atrevido paso le sucediese. Las nueve serían -cuando avistó el castillo, y antes de acercarse, exploró las tierras -circunstantes, dudando si hacer su entrada por el camino derecho, o -por algún atajo. Esto era pueril, y sus vacilaciones, al término del -viaje, denunciaban al colegial prófugo. No viendo a nadie por aquellos -contornos, anduvo un poco más, y su vista prodigiosa le permitió -distinguir desde muy lejos, en una ladera del monte, dos bultos, dos -personas. Con un poco más de aproximación pudo reconocer a Nazarín y -don Ladislao, que estaban cortando leña, y allá se fue, rodeando un -buen<span class="pagenum" id="Page_262">p. 262</span> trecho, para -que no le viera la gente del castillo. Hablar con Nazarín antes de -presentarse a la Condesa, le pareció un trámite muy oportuno, tras -del cual ya vio, con fácil optimismo, solución satisfactoria. Al -llegar junto a los dos leñadores, Nazarín, que desde lejos le había -visto venir, no manifestó sorpresa. Vestía el cura ropas de Cecilio, -calzaba gruesos zapatones, y su cabeza descubierta recordaba más al -procesado del hospital de Madrid que al sacerdote de la rectoral de San -Agustín.</p> - -<p>—¡Hola, don Nazario...! ¿trabajando, eh?... Aquí me tiene usted otra -vez. Pues he venido... ¿Conque cortando leña?</p> - -<p>—Sí señor... Este ejercicio al aire libre me agrada mucho. La señora -Condesa está buena, gracias a Dios. Parece que ha venido usted a -pie.</p> - -<p>—Un paseíto. No estoy cansado.</p> - -<p>—Pues no pudimos arreglar el horno: tienen, que venir los albañiles. -La señora me mandó a paseo, quiero decir, a que me paseara, y aquí -estoy ayudando al amigo don Ladislao.</p> - -<p>—Bien, hombre, bien. Pues yo quería... hablar con usted, querido -Nazarín —balbuceó Urrea, abordando el asunto—. Usted es un santo, digan -lo que quieran, y me ayudará a obtener el perdón de Halma, por haber -vuelto acá sin su permiso.</p> - -<p>—La señora es muy indulgente.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_263">p. 263</span>—Pero mi falta es -más grave de lo que parece, porque he venido con propósito firme de -quedarme aquí, y no salgo ya de Pedralba si no me sacan descuartizado. -Óigame.</p> - -<p>—¡Hombre, hombre!... señor de Urrea —dijo Nazarín dejando a un -lado el hacha, para consagrarse a oír con calma las confidencias del -parásito corregido.</p> - -<p>—Pues verá usted... Mi prima quiere tenerme en Madrid. Ya está usted -al corriente. Yo era un perdido; ella, con su infinita bondad, maestra -de la virtud y destructora del pecado, me transformó; hizo de mí otro -hombre, hizo de mí un niño; me infundió el miedo del mal, el amor del -bien. Yo no me conozco. La tengo por una madre, y la obedezco en cuanto -mandarme quiera; pero no puedo obedecerla en una cosa... repito que -soy un niño... no puedo obedecerla en la disposición tiránica de vivir -en Madrid, porque lejos de ella me asaltan tentaciones, o llámense -recuerdos, de mi anterior vida mala, y la corrección que tanto ella -como yo deseamos, no se afirma, no puede afirmarse.</p> - -<p>—¡Hombre, hombre...!</p> - -<p>—Ayer vine con propósito de hablarle de este asunto y pedirle -que me dejase aquí; pero no tuve valor para decírselo. ¡Tanta gente -delante...! Convénzase usted de que soy un niño, y de que el antiguo -desparpajo del calavera se<span class="pagenum" id="Page_264">p. -264</span> ha convertido en una timidez invencible... Palabra que sí... -Pues me dijo que me volviera a San Agustín, y me volví; el caballo -me llevó como una maleta, y hoy, sin darme cuenta de ello, movido de -una irresistible fuerza, me he venido a Pedralba, me han traído las -piernas, que antes se me romperán en mil pedazos, que volver a llevarme -a Madrid. Y yo le pregunto a usted: ¿Se enojará mi prima? ¿Se obstinará -en que viva lejos de ella? Porque ha de saber usted que he cometido -una falta gravísima, una falta en la cual parecen reverdecer mis mañas -antiguas, mi mal corregida perversidad. Verá usted.</p> - -<p>—¿A ver, a ver...?</p> - -<p>—Pues Halma me arregló en Madrid una pequeña industria para que yo -trabajase, y adquiriera, como ella dice, una honrada independencia. -Mientras Halma permaneció en Madrid, muy bien: yo trabajaba, y empecé -a ganar dinero... Pero se va ella, quiero decir, se viene acá, y adiós -hombre, adiós propósitos de enmienda, adiós trabajo y formalidad. Me -entró una murria espantosa; yo no vivía, yo no comía, yo no pegaba -los ojos. Una mañana..., no sé si fue un demonio o un ángel quien me -tentó. ¿Qué cree usted que hice? Pues en un santiamén vendí todos los -trebejos, máquinas, utensilios, papel; realicé, liquidé, y me vine -acá.</p> - -<p>—Con propósito de no volver a la Villa y<span class="pagenum" -id="Page_265">p. 265</span> Corte. ¡Pobre señor de Urrea! Ignoro cómo -tomará la señora este arranque. Yo, sin autoridad para juzgarlo, no lo -veo con malos ojos.</p> - -<p>—¡Porque usted es un santo! —exclamó Urrea con ardor, levantándose -del suelo para abrazarle—. Porque usted es un santo, y el ser más -hermoso y puro que hay sobre la tierra, después de mi prima; y el que -diga que Nazarín está loco, ¡rayo! el que se atreva a decir delante de -mí tal barbaridad...!</p> - -<p>—¡Eh... Señor de Urrea, calma, pues creeremos que el loco es -usted...!</p> - -<p>—Para concluir, señor Nazarín de mi alma, si usted intercede por -mí, lo primero que debe decirle, después de darle cuenta de mi última -calaverada, el traspaso de los trebejos, es que yo quiero que me -admita aquí como a uno de tantos. Quiero ser un pobre recogido, un -infeliz hospiciano. ¿Que se necesita hacer vida religiosa?... pues -seré tan religioso como el primero. ¿Que se necesita trabajar en -estos oficios rudos del campo? pues José Antonio será el más activo -y el más obediente obrero que ella pueda suponer. Pónganme en el -último lugar; aposéntenme en la cuadra que no se crea bastante cómoda -para las caballerías; rebájenme todo lo que quieran. ¿Qué piden? -¿Humildad, paciencia, anulación? Pues aquí, bajo su gobierno, sintiendo -su autoridad materna y su divina protección,<span class="pagenum" -id="Page_266">p. 266</span> yo seré humilde, sufrido y no tendré -voluntad. ¿Que habrá que rezar largas horas? Yo rezaré cuanto ella y -usted me enseñen. Las faenas rudas no solo no me asustan, sino que las -deseo, y pienso que han de serme tan útiles para el cuerpo como para -el alma... Y diciéndole usted todo esto, señor Nazarín, como usted -puede y sabe decirlo, yo creo que... ¡Ah! se me olvidaba una cosa muy -importante...</p> - -<p>Diciendo esto, echó mano al bolsillo y sacó una carterita.</p> - -<p>—Aquí está lo que obtuve de la venta de todo aquel material, y del -traspaso de mi negocio. Déselo usted; no vaya a creer que me lo he -gastado de mala manera en Madrid.</p> - -<p>—No, mejor es que lo guarde para entregárselo usted mismo.</p> - -<p>—Pues en broma, en broma, son la friolera de nueve mil y pico de -pesetas, con las cuales <i>podríamos</i> hacer aquí algo de lo que ayer -indicaba don Pascual Amador.</p> - -<p>Dijo el <i>podríamos</i> con acento de ingenua oficiosidad, que hizo -sonreír a Nazarín.</p> - -<p>—No sé —replicó este, incorporándose en el suelo—. Tenga usted -presente, que al instalarse aquí la señora con nosotros, sus pobres -amigos en Dios, sus hijos más bien, ha quebrantado toda relación con el -mundo de allá, para emplear su vida en el servicio de Dios y en actos -de caridad sublime. Podría considerar la señora<span class="pagenum" -id="Page_267">p. 267</span> que usted no es enfermo, ni pobre, ni -necesitado, y que...</p> - -<p>—Que me admitan en concepto de loco —dijo Urrea interrumpiéndole con -viveza.</p> - -<p>—¡Oh, no! para locos, bastante tienen conmigo —replicó don Nazario, -con inflexión humorística, casi casi perceptible.</p> - -<p>—Y como pobre, ¿quién lo es más que yo? Y como necesitado de -corrección, de atmósfera moral... ¡Por Dios, queridísimo Nazarín, no me -quite usted las esperanzas!</p> - -<p>—Aquí no se entra sino con el corazón bien dispuesto para la piedad, -amigo Urrea, y si la señora dejó en las calles de Madrid, como ella -dice, su corona y todos los demás signos del orgullo social, nosotros -debemos arrojar en la puerta de Pedralba las pasiones, los deseos -desordenados, todo ese fárrago que entorpece la vida del espíritu. -Son aquí precisas de todo punto la obediencia a nuestra madre doña -Catalina, y un acatamiento incondicional a sus designios.</p> - -<p>—Nadie me ganará —afirmó Urrea con emoción—, en venerar y adorar a -mi prima, mirándola como lo que Dios nos permite ver de su presencia -en esta tierra miserable. Que me admita, y ninguno, ni usted mismo, me -aventajará en sumisión, ni en considerar a nuestra maestra y señora -como una madre. Si quiere some<span class="pagenum" id="Page_268">p. -268</span>terme a una prueba de acatamiento, que no me hable, que -no me mire, que me dé sus órdenes por conducto de usted o de otro -cualquiera, y yo viviré calmado y satisfecho solo con sentirme cerca -de ella, bajo su dulce despotismo. Admirándola, aprenderé el amor de -Dios; y su perfección, relativa como humana, me dará el sentimiento de -la absoluta perfección divina. Ella será mi iniciación de fe; por ella -seré religioso, yo que he sido un descreído y un disipado, y ahora no -soy nada, no soy nadie, hombre deshecho, como un edificio al cual se -desmontan todas las piedras para volverlas a montar y hacerlo nuevo.</p> - -<p>—Bien, señor, bien —indicó Nazarín, impresionado vivamente por esta -declaración, y sintiendo una gran simpatía hacia Urrea—. Ya se acerca -la hora de comer. Bajaré, y hablaré a la señora. Y otra cosa: ¿usted no -come?</p> - -<p>—¿Yo qué he de comer? Mientras usted no le hable, yo no bajo al -castillo. Cuando vuelva, don Nazario, tráigame un pedazo de pan.</p> - -<p>—Espéreme aquí.</p> - -<p>—Y acabaré de partirle aquellos troncos; así voy aprendiendo a -aprovechar el tiempo —afirmó Urrea desembarazándose de la americana y -cogiendo el hacha.</p> - -<p>—Como usted quiera. Adiós. Ladislao, ya es hora: vamos.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChIV_7"> - <p><span class="pagenum" id="Page_269">p. 269</span></p> - <h3>VII</h3> -</div> - -<p>Con infantil ardor, alentado por las esperanzas que la mediación de -Nazarín le infundía, el parásito la emprendió con los troncos; pero al -cuarto de hora de estrenarse en el oficio de leñador, tuvo que moderar -sus bríos, porque se sofocaba y un sudor copioso brotaba de su frente. -Luego volvió a la carga, conteniéndose en la medida de sus naturales -fuerzas, y mientras más troncos partía, más vivo era el contento que -inundaba su alma. ¡Ah, pues si le fuera permitido meterse de lleno -en aquella vida! Aprendería mil cosas gratas, como arar, sembrar, -escardar, cuidar aves y brutos, hacerse amigo de la tierra, súbdito -del reino vegetal y campestre. Y no se le haría cuesta arriba en tal -ambiente la vida religiosa, ascética, privándose de todo regalo y hasta -de hablar con gente. No tendría más amigos que los animales, y esclavo -del terruño, conservaría libre y gozoso el pensamiento para elevarlo a -Dios a todas horas del día. En estas cavilaciones le cogió la vuelta de -Nazarín, a eso de la una y media. Cuando le vio venir, con su reposado -paso de siempre, sin anticipar con su mirada albricias ni desengaños, -el corazón se le saltaba del pecho.</p> - -<p>—La señora —manifestó el cura mendigo,<span class="pagenum" -id="Page_270">p. 270</span> cuando estuvo a tiro de palabra—, dice que -baje usted a comer.</p> - -<p>—Pero...</p> - -<p>—Nada, que baje usted a comer. No me ha dicho nada más.</p> - -<p>—¿Sigue usted aquí cortando leña?</p> - -<p>—No, hoy es jueves, y toca explicar la Doctrina a los niños. -Aquilina les ha dado la lección. Cuando la señora tenga organizada la -escuela, todos alternaremos en la enseñanza.</p> - -<p>—Hasta eso haría yo, si ella me lo mandara: domar chicos, y meterles -en la cabeza el a, b, c. ¡Quién me lo había de decir...! En fin, voy. -¿Sabe usted que estoy temblando? ¿Y qué tal? ¿Se enfadó al saber...?</p> - -<p>—Se mostró más compasiva que enojada.</p> - -<p>—Eso ya es buen síntoma. Voy... ¿Y he de ir ahora mismo?</p> - -<p>—Ahora mismo, pues le tienen preparada la comida.</p> - -<p>—No tengo apetito... ¿Y de veras no dijo que soy una mala cabeza?... -¡Oh, qué bondad, qué santidad, Dios mío! ¡Ni siquiera recriminarme! -¿Cómo no adorarla lo mismo que al Dios que está en los altares? Nada, -verá usted cómo me perdona, y me admite, y... El corazón me dice que -sí. Procede como la Divinidad, la cual, según ustedes, concede todo lo -que se le pide con fe y compunción. Yo tengo fe en ella, querido<span -class="pagenum" id="Page_271">p. 271</span> Nazarín, y derramo -lágrimas del alma solo por sentirme bajo su divino amparo. Vamos -allá, que seguramente usted, que es también santo, habrá intercedido -gallardamente por este infeliz. Lo dicho, dicho: el que se atreva a -sostener que Nazarín está loco, se verá con José Antonio de Urrea. No -lo tolero... mi palabra que no...</p> - -<p>—Sea usted juicioso, amigo mío.</p> - -<p>—¡Locura la piedad suprema, locura la pasión del bien ajeno, locura -el amor a los desvalidos! No, no... Yo sostengo que no, y lo sostendré -delante del cura y del juez y del Obispo y del Papa, y del mundo -entero.</p> - -<p>—No alborotarse, y vaya comprendiendo que en Pedralba no se disputa, -ni se sostienen opiniones más que por quien puede y debe hacerlo. -Los demás, a obedecer y callar. ¿Usted qué sabe si yo soy loco o soy -cuerdo?</p> - -<p>—¿Pues no he de saberlo?</p> - -<p>—Ea, basta... Vamos pronto, que la señora nos aguarda.</p> - -<p>Bajaron, y cuando Urrea entró en la casa y en el comedor más muerto -que vivo, lo primero que le dijo su prima, poniéndole la comida en la -mesa, fue:</p> - -<p>—Pero, hijo, estarás desfallecido. ¿Por qué no bajaste a comer con -Nazarín y don Ladislao?</p> - -<p>Echose Urrea de rodillas a sus pies, diciendo con trémula voz que él -no probaría bocado<span class="pagenum" id="Page_272">p. 272</span> -mientras no recibiera el perdón que humildemente solicitaba.</p> - -<p>—Eres un niño —le dijo Halma—. Come, y después hablaremos... Pero -como eres un niño grande, y con resabios mañosos, hay que sentarte un -poquito la mano. Come con calma, pobrecito... ¿Tú quieres hierro? Pues -hierro. Yo no contaba contigo para esta vida, porque nunca creí que la -resistieras. Se hará la prueba con todo el rigor que exige tu pasado y -las malas costumbres que todavía conservas.</p> - -<p>Comiendo y suspirando, por momentos risueño, por momentos conmovido -hasta derramar lágrimas, José Antonio le dijo que por grande que fuera -el rigor de la prueba, no lo sería tanto como su energía y tesón para -resistirla, y que a todo se hallaba dispuesto con tal de vivir bajo la -santa autoridad de Halma. No le arredraban las cuestas por agrias que -fuesen. ¿Cuesta religiosa? pues a ella. ¿Cuesta de trabajos rudos, como -de presidiario? pues a ella.</p> - -<p>Como llegara don Pascual Amador, se habló de otros asuntos. Iba el -paleto hidalgo a llevar a la señora unos documentos de la Alcaldía de -Colmenar para que los firmara, y se despidió después de tomar un vasito -de vino.</p> - -<p>—Don Pascual —le dijo Halma, entregándole la cartera que poco antes -le había dado su primo—. Hágame el favor de guardarme eso. Son...</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_273">p. 273</span>—Nueve mil -seiscientas cincuenta —apuntó Urrea.</p> - -<p>—No lo necesitaré —añadió la Condesa—, hasta que emprenda la -roturación del prado grande. Porque me decido, señor don Pascual, me -decido. Hay que sacar del suelo de Dios todo lo que se pueda. La huerta -la empezaremos el lunes, rompiendo la tierra con los brazos que aquí -tengo. Mire usted, mire usted que obrerito se me ha entrado por las -puertas...</p> - -<p>Celebró mucho Amador los nuevos propósitos de la señora, que -concordaban con sus ideas del fomento de Pedralba, y partió a vigilar a -los jornaleros que tenía en la Alberca.</p> - -<p>—Para hacer boca —dijo Catalina al neófito—, me vais a desescombrar, -entre tú y los sobrinos de Cecilio, las ruinas estas, hasta descubrirme -el suelo.</p> - -<p>—Ahora mismo.</p> - -<p>—Ten calma. Esta tarde vas al cuarto bajo de la torre, donde -provisionalmente tenemos la escuela, y oirás la explicación de la -Doctrina Cristiana... Como has estado cortando leña, esta noche tendrás -unas agujetas horribles. Descansas, y mañana, a lo que te he dicho, -como preparativo para faenas más penosas.</p> - -<p>—Para mí no hay nada difícil estando aquí.</p> - -<p>—Vivirás en la otra casa, con Cecilio. Esta noche arreglarás tu -cama en el pajar, como Dios<span class="pagenum" id="Page_274">p. -274</span> te dé a entender. ¿No has dormido tú nunca sobre un montón -de paja? Yo sí, allá muy lejos de España... y en aquellos días de -abandono y miseria, me pareció el colmo de la incomodidad y de la -humillación. Hoy me sería indiferente.</p> - -<p>—Me instalaré muy gustoso en el pajar.</p> - -<p>—Esta noche, en la nota de los encargos que ha de traer de Colmenar -el tío Valentín, pondremos: un chaquetón de paño pardo para ti, unos -zapatos gruesos, de lo más grueso que haya, una faja, una montera... -Verás qué elegante estás. Como en tu domicilio no hay espejo, podrás -mirarte en el charco de la fuente. Y cuando venga la pareja de bueyes, -aprenderás a uncirlos, a manejarlos. ¿Sabes tú lo que es un arado, y -el peso que tiene? Pues ya te irás enterando. Comerás con nosotros, -pues aquí no debe haber más que una mesa para todos los habitantes de -la ínsula. Día llegará en que Cecilio y su gente, y el tío Valentín, -comamos reunidos. Mañana, si las agujetas no te estorban mucho, -después que hayas tomado el tiento a las piedras de las ruinas, -vuelves a partir un poquito de leña... No quiero que estés ocioso ni -un momento. La prueba tiene que ser seria, para que yo pueda formar -de ti un juicio seguro, y te considere capaz o incapaz de compartir -nuestra vida. Pues aguárdate, que luego ven<span class="pagenum" -id="Page_275">p. 275</span>drán los ejercicios religiosos, el madrugar -con el alba, las mortificaciones, la asistencia de enfermos... ¡Ah! -todavía no te has hecho cargo de la gravedad de lo que deseas y pides. -Tú, hombre de salones, hombre sin principios, inteligencia demasiado -sensible a la actualidad, a lo nuevo y reciente, te has dejado influir -por esas rachas de ideas que vienen del extranjero, lo mismo que -las modas del vestir, del comer y del andar en coche. Te cogió la -ventolera religiosa, que suele soplar de vez en cuando, lanzada por -las tempestades que recorren furiosas el mundo, y ya tenemos a Urreíta -delirando por lo espiritual, como deliraría por un autor nuevo, o por -la última forma de sombreros o trajes. Y te vienes acá con una piedad -de <i>aficionado</i>, que no es lo que yo quiero, ni nos hace falta -ninguna.</p> - -<p>—No es eso, no es eso —replicó José Antonio con acento persuasivo—. -Yo quiero creer, yo anhelo parecerme a ti, conservando la distancia -entre mi monstruosa imperfección y tu...</p> - -<p>—Basta: no me gusta la palabrería lisonjera.</p> - -<p>—Mi aspiración es volver a empezar, más claro, volver a nacer. -Me he muerto; resucito hijo tuyo, y esclavo tuyo. Encárgame de los -oficios más bajos y humillantes, y en cosas de religión lo más difícil. -¿Asistir enfermos has dicho? Nazarín me enseñará.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_276">p. 276</span>—En eso y en otras -muchas cosas, buen maestro tuyo y mío puede ser.</p> - -<p>En esto pasó Nazarín por delante de la ventana del comedor, -cambiadas ya las ropas de leñador por las de cura. Iba al ejercicio -de Doctrina, y ya los rumores de algazara infantil anunciaban que -la familia menuda se reunía en la sala provisionalmente destinada a -escuela.</p> - -<p>—Allá voy yo también —dijo Urrea viéndole pasar—. Quiero ser como -los pequeñitos. Verdaderamente, ese hombre me parece divino, y por él, -por la influencia que sin duda tiene en ti, he conseguido tu perdón. -¿Qué te dijo, qué razones alegó en mi favor?</p> - -<p>—No hizo más que contarme lo que habías hecho.</p> - -<p>—¿Y tú...?</p> - -<p>—Le pedí su parecer sobre la resolución que debía tomar contigo.</p> - -<p>—¿Y él...?</p> - -<p>—Me dijo que debía admitirte.</p> - -<p>—¡Prima mía —exclamó Urrea con exaltación, braceando por alto—, al -que me diga que ese hombre está loco, le mato!... ¡ah, no!</p> - -<p>Llevose la mano a la boca como para contener la palabra, y volver a -meterla para adentro.</p> - -<p>—No, no le mato, dispensa. Pero le... Tampoco... Lo que haré -será decir y proclamar, con<span class="pagenum" id="Page_277">p. -277</span>tra la opinión de todo el mundo, que no es demente, que no -puede serlo, que el mayor de los contrasentidos sería que lo fuese... Y -tú crees lo mismo, Halma, no me lo niegues: tú crees lo mismo.</p> - -<p>—¿Tú qué sabes?... Silencio, y a la Doctrina.</p> - -<p>—Voy.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChV_1"> - <p><span class="pagenum" id="Page_279">p. 279</span></p> - <h2 class="nobreak">QUINTA PARTE</h2> - <hr class="tir" /> - <h3>I</h3> -</div> - -<p>Durante tres, cinco, diez, no sé cuántos días, corrieron los sucesos -mansamente y como por carriles en el castillo de Pedralba, y sus -campos y montes circunstantes, notándose en todo, cosas y personas, -el impulso que les diera con firme mano la organizadora de aquella -singular familia. Pero aún faltaba mucho para que la idea total de la -noble señora se viera íntegramente realizada, porque las deficiencias -de local no podían remediarse pronto, y en diversos detalles de -organización surgían a cada instante obstáculos que solo la constancia -y buena voluntad de todos vencerían al cabo. La roturación de la huerta -dio mucho que hacer, por la dureza del terruño y por la dificultad de -dotarla de aguas. Como no era fácil ni económico traerla de la fuente -por un viaje de arcaduces, se abrió un pozo, en cuya excavación no -fue preciso ahondar más que veintitantos pies para encontrar agua -abundante. A las dos semanas<span class="pagenum" id="Page_280">p. -280</span> de empezadas las obras, ya había varios bancales plantados -de arvejas, alubias, coles y otras hortalizas de ordinario consumo. -Provisionalmente se cercó la huerta con piedra y espinos. La pareja -de bueyes no se hizo esperar, y a los tres días de aquellos trajines, -ya sabía Urrea manejar a los pacientes animales, como si les hubiera -tratado toda la vida. Pronto les tomó cariño, y no habría cambiado su -compañía silenciosa por la de amigos de la especie humana, como tantos -que había conocido en su primera vida.</p> - -<p>Las faenas más rudas no abatían el ánimo del calavera arrepentido: -el constante y metódico ejercicio corporal, si al principio le causaba -fatiga, no tardó en fortalecerle. La idea de ser hombre nuevo se -arraigaba tanto en su conciencia, que creyó haber criado nueva sangre, -echado nuevos músculos, y hasta que le habían sacado todos los huesos -viejos, para ponérselos flamantes. De su apetito no digamos: no -recordaba haberlo tenido igual desde la infancia. Muchos días comía en -el monte con el pastor, o con los sobrinos de Cecilio (de quienes se -hablará después); y aquella pitanza frugal y sabrosa, que le llevaban -en un pucherete Aquilina, Beatriz, o la misma Condesa, le sabía mejor -que los más refinados manjares de las mesas cortesanas. Pues cuando -improvisaban cena o almuerzo al<span class="pagenum" id="Page_281">p. -281</span> aire libre, cocinando con escajos y palitroques, sobre un -trébede, en la sartén del pastor, unas rústicas migas o cosa tal, -el hombre gozaba lo indecible, y daba gracias a Dios por haberle -llevado a la vida salvaje. ¡Y luego el sosiego del espíritu, la paz -de la conciencia, la seguridad del mañana...! Nada podía compararse -a semejantes bienes, nuevos para él. Todo cuanto del mundo conocía, -de un orden distinto radicalmente, parecíale una pesada broma del -destino. Porque la vida de ciudad, durante los años que a veces sin -razón se llaman floridos, de los veinte a los treinta, ¿qué había sido -más que suplicio sin término, humillación, ansiedad, y cuanto malo -existe? ¡Bendito salvajismo, bendita barbarie, que le permitía lo más -elemental, vivir!</p> - -<p>Los Borregos, que así nombraban a los dos sobrinos de Cecilio, -trabajadores a jornal en la finca, fueron los primeros compañeros de -vivienda del improvisado salvaje, y no tardaron en ser sus amigos, -maestros también en todo aquel rústico manejo. Más bárbaros no los -había criado Dios; pero tampoco más sencillotes ni de corazón más -noble y sano. Al principio, la epidermis moral de Urrea se lastimaba -un poco al rozarse con la corteza dura de aquellos infelices; pero -no tardó en criar callo, y si él al contacto se endurecía, los otros -indudablemente se suavizaban. Por las noches, al tumbarse so<span -class="pagenum" id="Page_282">p. 282</span>bre la paja rendidos, en -el breve rato que al sueño precedía, charlaban los tres, explicándose -cada cual según sus luces, y allí vierais confundida la barbarie y -la cultura, el fácil discurso y la jerga torpe, la inteligencia y la -superstición. El Borrego mayor, chicarrón de veintidós años, despuntaba -por su guapeza descocada y algo insolente; no solo se conceptuaba -hombre capaz de medirse en buena lid con el más pintado, sino que -en lo tocante al oficio de labrador no daba su brazo a torcer ni a -los más peritos. Todo se lo sabía; jactábase de conocer los secretos -de la tierra y de la atmósfera. Planta que él hincara en el suelo, -de fijo arraigaba y crecía como ninguna. Había inventado sin fin de -reglas de fisiología vegetal, de las cuales ni una sola fallaba, -según él, en la práctica. Sobre la fecundación, sobre las épocas de -siembra y trasplante, y la influencia misteriosa de las fases de la -luna en la vida de las plantas, contradecía con el mayor descaro el -criterio de los labradores viejos, defendiendo el suyo con arrogante -terquedad. A Urrea le encantaba este carácter inflexible, tenaz, -basado en un furibundo amor propio. Y más de una vez se preguntó: «En -otra esfera, con otra educación, Bartolomé, ¿qué sería?» El segundo -Borrego era lo contrario de su hermano, humilde, de voluntad perezosa, -que fácilmente se amoldaba a la voluntad ajena,<span class="pagenum" -id="Page_283">p. 283</span> corto de palabras, algo melancólico, -curioso y preguntón. Gustaba de que le contaran guerras, aventuras y -sucesos extraordinarios, y se enloquecía con las estampas, toda suerte -de muñecos pintados, aunque fueran los de las cajas de cerillas, que -le parecían tan hermosos como a nosotros los cuadros de Rafael y -Velázquez. Y Urrea se decía: «Isidrico en otra esfera y educado como -los muchachos finos, ¿qué sería?»</p> - -<p>Con estas reflexiones estudiaba José Antonio la Humanidad, al paso -que obtenía de la observación de la Naturaleza útiles enseñanzas. En -su anterior vida, no se había fijado en multitud de fenómenos que -le causaban maravilla. Hasta el cielo estrellado, en noches claras -y sin nubes, atraía su atención como cosa nueva y desconocida. Lo -había visto, sí, infinitas veces; pero nunca lo había visto tan bien, -ni recreádose tanto en su hermosura. Con esto, nuevas ideas iban -sustituyendo a las antiguas, que al modo de hoja seca se caían y eran -arrebatadas por el viento. Y todo el nuevo retoño cerebral venía -fuerte, anunciando una foliación y florescencia vigorosas. Él no cesaba -de repetirlo: era como nacer dos veces, la segunda por milagro de Dios, -en edad de hombre, conservando el recuerdo de la primera encarnación -para poder comparar, y apreciar mejor las ventajas de la segunda.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_284">p. 284</span>Pocas veces tenían -ocasión de hablarse Halma y su primo en aquellos comienzos de la vida -rústica, porque él trabajaba lejos de la casa. Por la noche, después -del rosario, o si cenaban en comunidad, la señora le exhortaba en pocas -palabras a seguir en aquel ordenado comportamiento. Esto y los saludos -de ritual, cuando por acaso se encontraban en el campo, eran su única -relación de palabra. Pero en espíritu, Urrea no la separaba de sí: -noche y día pensaba en ella, o se la imaginaba, transfigurándola a su -antojo. Nada más grato para él que apreciar en los actos y expresiones -de sus compañeros el gran respeto que la señora les inspiraba. Y de -tal modo en él mismo se había fortalecido aquel respeto, que cuando -la veía venir, se turbaba como un chiquillo vergonzoso. Y por mucho -que se estimara en su nuevo estado de conciencia, cada día sentía -crecer la distancia entre ambos, porque si él se elevaba, ella subía -desaforadamente.</p> - -<p>No eran pasados quince días de aprendizaje, cuando el novicio -recibió por Nazarín órdenes de trasladar su residencia. El buen clérigo -peregrino había estado tres días en San Agustín, acabando de extractar -el divino libro de la Paciencia, con empleo casi sublime de la suya, -y de vuelta a Pedralba, hizo limpieza, sin auxilio de nadie, de los -dos aposentos de la torre. Allá<span class="pagenum" id="Page_285">p. -285</span> se estuvo toda una mañana, blanqueando las paredes, lavando -los pisos de baldosín, y extrayendo como podía cuanta mugre había en -los rincones.</p> - -<p>—Aquí estarás mejor que allá —dijo a Urrea por la noche, dándole -posesión de su nuevo domicilio, y mostrándole cama limpia y bien -mullida, y los muebles de madera relucientes—. Esto, querido Urrea, lo -hago por ti, que estás acostumbrado a la primera de las comodidades, -que es el aseo. Aquí la señora nos enseña a ser nuestros propios -criados, y yo te doy el ejemplo...</p> - -<p>—¡Vaya un ejemplo! Me lo da usted contrario, haciéndose mi -sirviente.</p> - -<p>—No, bobito. Lo que yo hago esta semana, lo harás tú la próxima.</p> - -<p>Nazarín le tuteaba desde los primeros días, porque era en él añeja -costumbre. Poco fuerte en tratamientos, no abandonaba la forma familiar -más que ante personas de muchísimo respeto, como la Condesa, don -Remigio y otros tales.</p> - -<p>—Bueno —dijo el neófito—, yo no veo aquí más que una cama. ¿Acaso -tiene usted la suya en ese mechinal de al lado, junto a la escalera de -piedra?</p> - -<p>—Eso que llamas mechinal es un aposento precioso. Pasa y examínalo. -Tiene el suficiente espacio para mi lecho, que es esta tarima -forra<span class="pagenum" id="Page_286">p. 286</span>dita en una -manta... ¿ves? ¡Qué lujo, qué gala!... y como yo, aquí, no he de dar -bailes, no necesito más cabida. ¿Ves? echadito en mi tabla, con la -cabeza toco en la pared de acá, y aún me falta una tercia para tocar -con los pies en la de enfrente. ¡Y si vieras qué abrigado es esto! Lo -que tiene es que en obscuridad compite con la boca de un lobo; pero -como yo no estoy aquí durante el día, y de noche puedo encender luz, si -quiero, me acomodo tan ricamente. En peores alcobas y camas he dormido -yo mucho tiempo.</p> - -<p>—Ya lo sé. Por eso está usted como está, y le tienen por hombre sin -seso. En fin, si ha de haber penitencias y privaciones, dénmelas a mí, -y verán qué pronto las acepto.</p> - -<p>—¡Penitencias, privaciones! Dios te las irá mandando cuando menos lo -pienses. Por el pronto, ¿no dices que te gustaba la holgada libertad -del pajar? Pues fastídiate. Ya no vuelves allá. ¡Aquí, en la torre, -preso! aguantando mis sermones, si se me ocurre endilgarte alguno, -rezando conmigo, sí señor, todo lo que a mí me dé la gana.</p> - -<p>—A eso estamos, padre Nazarín; pero en esta casa de la igualdad, -debemos alternar en las comodidades, digo, en las mortificaciones. -Una noche duermo yo en la cama y usted en la tarima, y a la noche -siguiente, cambiamos.</p> - -<p>—Eso lo veremos. No hay tanta igualdad co<span class="pagenum" -id="Page_287">p. 287</span>mo crees, ni debe haberla. Por de pronto, yo -estoy por encima de ti en edad, saber y gobierno, y si te mando dormir -en cama blanda, tendrás que fastidiarte.</p> - -<p>Al volver de cenar en el castillo, y antes de recogerse, charlaron -otro poco.</p> - -<p>—Pepe —le dijo Nazarín, sentándose en su tarima—, ¿sabes una cosa? -Después de cenar, mientras saliste a fumar tu cigarrito, la señora me -encargó que te advirtiese...</p> - -<p>—¿Qué?</p> - -<p>—Nada, no te asustes... ¡Si creerás que es algo de cuidado!... Y si -lo es, hijo, yo no lo sé... Pues que te advirtiera que si mañana, o -pasado, vamos, don Remigio y el señor de Amador te dicen alguna cosa -desagradable, algo que te lastime, procures no incomodarte. Tú no has -aprendido aún a sofocar la cólera, y en eso has de poner mucho cuidado, -José Antonio, porque la cólera es pecado muy feo. Ya sabes que cuantos -vivimos aquí hemos de ser sufridos, mansos y afrontar con semblante -sereno la ofensa, el ultraje mismo. Esto tienes que aprenderlo, Pepe, y -probar tu paciencia en la práctica, en la realidad. Si no, estás de más -en Pedralba.</p> - -<p>—¿Pero qué es eso que me van a decir el cura y Amador? ¡voto al hijo -de la Chápira! —gritó Urrea, disparándose.</p> - -<p>—Temprano empiezas —dijo Nazarín acercán<span class="pagenum" -id="Page_288">p. 288</span>dose al lecho en que el otro acababa de -tumbarse—. ¡Pero, hombre, te estoy amonestando...!</p> - -<p>—¡A mí!... ¡decirme a mí!... ¿Pero qué?</p> - -<p>—¿Lo sé yo acaso, hijo de mi alma?</p> - -<p>—¡Oh! usted lo sabe, padre Nazarín, y si no, lo adivina, porque -usted lee en el pensamiento de las personas, y penetra las más -recónditas intenciones.</p> - -<p>—Que no sé, te digo... Cumplo mi encargo, y me callo. La señora -me manda advertirte que, oigas lo que oyeres, no te enfurezcas, ni -siquiera muestres enfado. Ella lo manda, Pepe.</p> - -<p>—Pues si ella lo manda, antes me vea muerto que desobediente... -Pero no sé, querido Nazarín, no sé lo que me pasa. Con lo que usted -me ha dicho..., siento que mi ser antiguo rebulle y patalea, como si -quisiera... ¡Ay! no se vuelve a nacer, ¿verdad? No muere uno para -seguir viviendo en otra forma y ser. Un hombre no puede ser... otro -hombre.</p> - -<p>—Indudablemente... uno no puede ser otro —dijo el apóstol sonriendo -benévolamente—. No canses tu cerebro con sutilezas. Déjalo descansar en -el sueño.</p> - -<p>—No podré dormir.</p> - -<p>—Rezaremos. Te contaré cuentos. Te arrullaré como a los niños.</p> - -<p>—Ni aun así dormiré... Mi tristeza, no sé qué punzante inquietud me -desvela.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_289">p. 289</span>—Yo no quiero que -estés triste, Pepe. Imítame a mí, que siempre vivo en una alegría -templada.</p> - -<p>—¡Oh, si pudiera...! Y no solo la tristeza. Paréceme que tengo -fiebre. Yo voy a caer malo.</p> - -<p>—Si caes malo —replicó el curita manchego, clavando en él una mirada -penetrante—, yo te cuidaré... y te salvaré de la muerte.</p> - -<p>—¡La muerte...! —exclamó Urrea con abatimiento, cerrando los ojos—. -¿Para qué defenderse de ella, cuando es la mejor, la única solución?</p> - -<p>—No te cuides tú de tu muerte. Dios se cuidará de eso. Ahora, hijo -mío, a dormir.</p> - -<p>—A dormir, sí... ¿Usted lo manda?</p> - -<p>—Lo deseo...</p> - -<p>Callaron, y poco después Urrea dormía, teniendo por guardián -vigilante a Nazarín, el cual, sentado junto al lecho, rezaba entre -dientes.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChV_2"> - <h3>II</h3> -</div> - -<p>Al día siguiente, hallándose el salvaje en la huerta, sintió el -trote de un caballo. Creyendo que se aproximaba don Remigio, miró con -sobresalto. Pero no; era Láinez, el médico de San Agustín, que iba -dos veces por semana a Pedralba, a celebrar consulta para todos los -pobres circunvecinos. Habíale ajustado la señora para este servicio, -temporalmente, mientras se<span class="pagenum" id="Page_290">p. -290</span> arreglaba la instalación de un médico fijo en la casa, -para visitar y asistir a los enfermos de todo el término. Se conocían -los días de Láinez en que desde el amanecer asomaban por aquellos -vericuetos innumerables personas de cara hipocrática, lisiados y cojos, -unos con los ojos vendados, otros con la mano en cabestrillo, este -llevado en un carro, aquel arrastrándose como podía. La consulta duraba -toda la mañana, y por la tarde visitaba el doctor, por encargo expreso -de la Condesa, a los enfermos que vivían más próximos.</p> - -<p>Saludó Urrea cortésmente al médico cuando a su lado pasó, y estuvo -por preguntarle: «¿Tiene usted que decirme algo por encargo de don -Remigio?» Pero como Láinez no hizo más que contestar fríamente al -saludo, volvió el joven a su trabajo, silencioso y triste: «Vamos a -platicar un poquito con la tierra» —se decía, moviendo con fuerte -brazo la pala o el azadón. Y era verdad que hablaban tierra y hombre, -él contándole sus penas, ella diciéndole algo de sus misterios -impenetrables. Pero como la tierra es tan discreta, que no revela nada -de lo que con ella hablan ni los muertos ni los vivos, ignoro lo que se -comunicaron hombre y tierra.</p> - -<p>Por la tarde, salieron juntos Láinez y Amador. Urrea les miró -alejarse, dejando a las caballerías andar al paso. «De fijo hablan -de mí» —se<span class="pagenum" id="Page_291">p. 291</span> dijo, -mirándoles de lejos. Era una corazonada, un rasgo de adivinación de los -que no fallan, por misteriosa connivencia de los fluidos que al parecer -nos rodean. «Hablan de mí —volvió a decir José Antonio—, y hablan mal. -Tan cierto es esto, como que me alumbra el sol.» Y tornó a contarle sus -cuitas a la arcilla, teniendo por órgano a la pala, y al revolver los -esponjados terrones, y verlos quebrarse al sol, oía de ellos vagorosas -respuestas.</p> - -<p>Amador y Láinez, alejándose despacito de Pedralba, hablaban -del neófito lo que este no podía saber ni aun preguntándoselo al -terruño.</p> - -<p>—Pues verá usted —dijo el paleto hidalgo— lo que pasó. El señor -Marqués de Feramor me mandó a decir con Alonso que si iba por Madrid, -no dejase de pasar a verle. Fui el lunes, como usted sabe, y don -Paquito me contó lo escandalizada que está toda la grandeza por -haberse colado aquí ese perdido de Urreíta. Allá creen que no viene -más que a engañarla, y sacarle el poco dinero que tiene, figurándose -religioso contrito, y embaucándola con santiguaciones, y farsas de -vida labradora. Yo creo lo mismo, amigo Láinez, porque el tal está tan -arrepentido como mi jaco; es hombre de historia sucia, y el primer -trapisonda de Madrid. Aquí nosotros, los buenos amigos de mi señora -la Condesa, los que estimamos y conocemos sus<span class="pagenum" -id="Page_292">p. 292</span> <i>inminentes</i> virtudes, debemos abrirle -los ojos, para que vea el dragón que se le ha metido en casa...</p> - -<p>—De eso se trata, amigo Amador —dijo el médico, hombrecillo de -figura mezquina, con un bigote atusado y gris, que parecía pegado con -goma, ojos mortecinos, cara rugosa, cabeza deforme y con poco pelo en -el occipucio—. Don Remigio ha recibido cartas de su tío don Modesto -Díaz, y de ello resulta que el tal Urrea es un histrión...</p> - -<p>—¿Un qué...?</p> - -<p>—Un histrión, que es lo mismo que decir un cómico. Finge -sentimientos, estados peculiares del ánimo, hace sus comedias con -labia y mímica perfectas, y ahí le tiene usted dando la castaña al -lucero del alba... Pues sí señor. No me gustó ese sujeto, la primera -vez que le eché la vista encima, y ha seguido... no gustándome. Es -uno un poco lince, y ha visto muchas monstruosidades de la materia y -del espíritu... Pues verá usted. Hablamos de esto don Remigio y yo... -Naturalmente, Remigio es el más abonado para...</p> - -<p>—Para llevar el gato al agua.</p> - -<p>—Y llamar la atención de la Condesa sobre el culebrón a que ha dado -abrigo en su seno —dijo Láinez, quedando muy satisfecho de la figura—. -Anteayer, Remigio soltó las primeras puntadas; pero la señora, según él -cuenta, le oyó<span class="pagenum" id="Page_293">p. 293</span> con -disgusto, y tuvo la generosidad, ¡parece increíble! de asegurar que su -primo es un hombre de bien.</p> - -<p>—¿Sí?... pues no se libra de un sablazo gordo, o de otra cosa -peor... porque ese no es de los que se van sin algo entre las uñas.</p> - -<p>—Para mí ha venido con un fin interesado —dijo el doctor mirando -fijamente al otro caballero—, y si me apuran, añadiré que con un fin -siniestro...</p> - -<p>—¡Hombre, tanto no!</p> - -<p>—Se verá... Al tiempo.</p> - -<p>Llegados al sitio de separación, se detuvieron para concertar el día -y hora en que debían reunirse con don Remigio para convenir en la forma -y manera de ilustrar mancomunadamente a la señora de Pedralba sobre -punto tan delicado. Puestos de acuerdo, cada cual siguió su camino.</p> - -<p>Y dos días después, hallándose Urrea en el monte, vio venir tres -hombres a caballo por el sendero de San Agustín. A pesar de la -distancia enorme a la cual se detuvieron, su vista prodigiosa les -conoció al instante, y el corazón le dio un tremendo vuelco. Con -furia insana descargó tremendos golpes sobre el tronco del árbol que -partiendo estaba, y el leño, en el gemido que parecía exhalar al -recibir el hachazo, le decía: «Hablan de ti, y hablan mal.»</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_294">p. 294</span>Urrea les miraba, -suspendiendo a ratos su tarea para volver a ella con terrible ímpetu -muscular, y le decía al tronco: «En tu lugar quisiera coger a los -tres.» Observó que cerca de la finca, los jinetes se detenían, cual si -tuvieran algo importante que discutir y concertar antes de meterse en -Pedralba.</p> - -<p>Don Remigio, alzándose nervioso sobre los estribos, y tan poseído de -su asunto como si en el púlpito estuviera, les dirigió esta retahíla, -que más bien arenga o sermón debía llamarse:</p> - -<p>—Señores y amigos, la cosa es grave, y es nuestro deber acudir -prontamente al remedio, auxiliando con desinteresado consejo a la -persona que tantos bienes ha traído a esta mísera tierra. Evitemos que -las intenciones de la santa Condesa sean defraudadas por un libertino. -Si yo le hubiera conocido, cuando por primera vez llegó a San Agustín, -habríale cortado el paso de Pedralba... ¡Ah, conmigo no se juega! -Pero yo estaba en la mayor inocencia respecto a ese caballerete, y le -agasajé en mi modesta casa, y le traje aquí. En la misma inocencia -candorosa vivían ustedes, mis buenos amigos, hasta que al fin, los -tres, por noticias fidedignas, hemos caído a un tiempo de nuestros -respectivos burros. Ahora bien...</p> - -<p>—Permítame un momento el señor cura —dijo Amador, acordándose de -una idea que debía ser agregada a los autos—. Una palabra nada<span -class="pagenum" id="Page_295">p. 295</span> más: lo que tiene indignado -al señor Marqués, a la familia, y a todos los títulos de Madrid, -es que, habiéndole dado a doña Catalina su legítima sin merma ni -descuento... Porque han de saber ustedes que parte de la tal legítima -había sido consumida por la señora allá en tierras del Oriente. Pues -bien: el señor Marqués, por darle gusto a don Manuel Flórez, que era un -alma de Dios, no quiso descontar los suplidos, y entregó a su hermana -el total de la herencia, o sean cuarenta mil y pico de duros, creyendo -que iba a ser empleado en obras de la religión bendita... ¿Qué resultó? -Que a los pocos días de entregarle el caudal, este pillo de Urrea le -sacó un <i>óbolo</i> de cinco mil duros... Lo que digo, la Condesa es -un ángel, y como ángel no debiera andar suelto. Opino yo que a los -ángeles...</p> - -<p>—Ya sabíamos lo de los cinco mil duros —dijo don Remigio, anhelante -de recobrar la palabra—. Lo que ustedes no saben es que poco antes de -venir la señora a Pedralba, ese aventurero le proponía una contrata -para traer acá las cenizas del Conde de Halma, encargándose él de todo -por otros cinco mil pesos.</p> - -<p>—Es un punto terrible —indicó Amador—. El Marqués dice, y tiene -razón: «doy mis intereses para el cultivo de la fe y el fomento de la -caridad, mas no para que un perdido se ría de Dios, de mi hermana y de -mí».</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_296">p. 296</span>—Muy bien dicho -—prosiguió el cura, cogiendo la palabra con propósito de no soltarla -más—. Pues yo, que por añeja costumbre dialéctica, me voy siempre -derecho a las causas, y cuando veo un mal, busco el origen para -atacarle en él, lo mismo que hace Láinez con las enfermedades, en este -caso, advirtiendo que corren sucias las aguas, me voy al manantial, -y... en efecto, allí veo... En fin, señores, que todo lo malo que -advertimos en Pedralba, proviene de los vicios de origen, de la -defectuosa fundación. La idea de la señora Condesa es hermosa, pero -no ha sabido implantarla. La primera deficiencia que noto aquí es que -no hay cabeza. Y esto no puede ser. Para que la institución marche, -y se realice el santo propósito de la Condesa, es preciso que al -frente del establecimiento haya un director, y para que tenga mucha -autoridad, conviene que el tal director sea un eclesiástico. Declaro -que no tendría yo inconveniente en desempeñar la plaza, a pesar del -mucho trabajo y responsabilidad que puede traer consigo. Procuraría dar -ejecución práctica y visible a las ideas, a los elevados sentimientos -de caridad de la santa señora, y, modestia a un lado, creo que no me -sería difícil conseguirlo... Redactaría constituciones, en las cuales -derechos y deberes estuvieran muy claritos. Marcaría la raya entre lo -espiritual, <i>prima<span class="pagenum" id="Page_297">p. 297</span> -facies</i>, y lo temporal, que es lo secundario... Daría denominación -al instituto, estableciendo un distintivo, el cual podría ser una cruz -o varias cruces, de este o el otro color, que yo llevaría cosidas en -mi manteo... y si no yo, quien quiera que aquí mandase con el nombre -de Rector, Mampastor, o Guardián... Pero si es mi propósito convencer -a nuestra amiga de la necesidad de una dirección, no está bien, ya lo -comprenden ustedes, que yo a mí mismo me proponga para ese modesto -cargo. Y no es ambición, conste que no es ambición: en último caso -sería sacrificio, y de los grandes; pero a esas estamos. De modo que si -la señora, por inspiración divina, admite mis razones, y me designa, -no tendré más remedio que bajar la cabeza, con beneplácito del señor -Obispo, y mientras Su Ilustrísima no creyera conveniente disponer de mi -inutilidad para una parroquia de Madrid.</p> - -<p>Asintieron los otros dos con monosílabos. La cara de don Remigio -echaba chispas.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChV_3"> - <h3>III</h3> -</div> - -<p>—Pues si el señor cura me promete no enfadarse —dijo Láinez después -de una pausa, en la cual se aseguró bien de sus ideas—, me permitiré -manifestarle que si apruebo lo de la dirección, pues sin dirección, o -llámese cabeza, no<span class="pagenum" id="Page_298">p. 298</span> -hay nada, no estoy de acuerdo con que el director sea sacerdote. Que -haya un eclesiástico, o dos, o veinticinco, para lo pertinente al -gobierno espiritual, muy santo y muy bueno. Pero, o yo no sé lo que me -pesco, o la señora Condesa ha querido fundar un instituto higiénico, -hablando más propiamente, un sanatorio médico-quirúrgico, con vistas a -la religión.</p> - -<p>—¡Hombre!</p> - -<p>—Déjeme seguir: El socorro de la indigencia, el alivio del dolor -humano, la asistencia de los enfermos, la custodia de los locos, la -práctica, en fin, de las obras de misericordia, da una importancia -desmedida al <i>elemento</i> médico-quirúrgico-farmacéutico. Yo soy muy -práctico, reconozco la importancia del <i>elemento</i> sacerdotal en -un organismo de esta clase; es más, creo que el tal <i>elemento</i> es -indispensable; pero la dirección, señores, opino, respetando el parecer -del señor cura, opino, entiendo yo... que debe ser encomendada a la -ciencia.</p> - -<p>—¡Hombre, por Dios, no sea usted...!</p> - -<p>—Permítame...</p> - -<p>—No, si no es eso. Equivoca usted los términos...</p> - -<p>—¡Vaya, hombre! Yo concedo...</p> - -<p>—¡La ciencia! Medrados estaríamos...</p> - -<p>—Yo concedo...</p> - -<p>—Distingamos, señores...</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_299">p. 299</span>Y un rato -estuvieron los tres quitándose uno a otro la palabra de la boca, y -tiroteándose con pedazos de expresiones.</p> - -<p>—Yo concedo —dijo Láinez, consiguiendo al fin acabar una frase—, que -la piedad, la fe sean el corazón de este organismo; pero la cabeza no -puede ser más que la ciencia.</p> - -<p>—¡Potras corvas! que alguna vez me ha de tocar a mí —gritó Amador -furioso, viendo que don Remigio rompía nuevamente, y que no había -manera de atajarle—. ¿Digo yo, o no digo mi parecer? Porque si -ustedes se lo parlan todo, ¡caracoles! estoy aquí de más... Pues -entro en el ajo como tercero en discordia, y digo que los señores -<i>propinantes</i> barren para dentro, cada cual mirando por su casa y -oficio, este para la Iglesia, este para la Facultad. Pues yo digo que -ni lo <i>juno</i> ni lo <i>jotro</i>, ¡caracoles! y que la dirección -debe ser administrativa, lo dicho, administrativa. Porque aquí lo -primero es asegurar la olla para todos, y no se asegura la olla sino -trabajando la tierra, y sabiendo después cómo se distribuye el fruto -entre estas y las otras bocas. Bueno que tengamos el <i>elemento</i> -tal..., religión, bueno; el <i>elemento</i> cual..., medicina, bueno. -Pero para que estos puedan concordarse y vivir el uno enclavijado en -el otro, se necesita del <i>elemento</i> primero, que es el trabajo, -el orden, la cuenta y razón, la labranza de la tierra, y esto<span -class="pagenum" id="Page_300">p. 300</span> no puede hacerlo la -Iglesia ni la Facultad. ¡Ah! como ustedes no le saquen su fruto a la -tierra, a fuerza de machacar en ella, ¿con qué potras van a sostener -la institución? ¿de dónde van a salir estas misas? En Pedralba, lo -primero es poner la finca en condiciones, pues... Hoy da cuatro; debe y -puede dar cuarenta, y cuando los dé, vengan pobres, y vengan tullidos, -y dementes, y tiñosos, y ciegos, para sanarlos a todos. Lo demás, es -andarse por las ramas, y empezar las cosas por el fin. La dirección -debe ser agrícola y administrativa, y aquí no hay más pontífice del -campo que <i>este cura</i>, yo mismo, y para concluir, sepan que esos -son los deseos del señor Marqués de Feramor, según carta que tengo aquí -y que puedo enseñarles.</p> - -<p>Callaron un rato el médico y el cura, como agobiados bajo la -pesadumbre del último argumento presentado por Amador; pero el -ingenioso don Remigio no tardó en recobrarse, y con nuevos y sutiles -razonamientos, pegó la hebra en esta forma:</p> - -<p>—¡Pero mi querido Amador, si el señor Marqués no es quien ha de -decidirlo! No niego yo su respetabilidad, ni su autoridad, ni sus -excelentes deseos; pero hay que desengañarse, el señor Marqués no toca -pito, no puede tocarlo en un asunto que es de exclusiva competencia de -su señora hermana.</p> - -<p>—Hemos convenido, amigo don Remigio —<span class="pagenum" -id="Page_301">p. 301</span>dijo Amador—, en que la Condesa es un -ángel...</p> - -<p>—Un ángel del cielo...</p> - -<p>—Los del cielo no sé; pero los de la tierra necesitan curador. -Dejemos a la virtuosísima, a la celestial doña Catalina de Halma -entregada solita a sus piedades, y a las blanduras de su corazón, y -dentro de dos años tendrá la finca embargada.</p> - -<p>—Se equivoca usted, Amador. La señora sabe cuidar de sus -intereses.</p> - -<p>—Pero la señora no labra las tierras, cree que con labrar el cielo -basta, y el trigo y la cebada, ¡caracoles! y los garbanzos y las -patatas, no veo yo que nazcan de nubes arriba.</p> - -<p>—También arriba nacen, señor de Amador, y nuestro Padre celestial, -que da ciento por uno, derrama sus dones sobre los que con fervor le -adoran.</p> - -<p>—Si yo no siembro, nada cogeré, por más que me pase el día y -la noche engarzando rosarios y potras. Don Remigio, todo eso del -misticismo eclesiástico y de la santísima fe católica, es cosa muy -buena, pero hace falta trigo para vivir. Señores, pongámonos en el ajo -de lo positivo. Coloquémonos <i>bajo el prisma</i> de que el primero de -los dogmas sagrados es la alimentación.</p> - -<p>—¡Hombre!...</p> - -<p>—La alimentación he dicho, ¡caracoles! Dí<span class="pagenum" -id="Page_302">p. 302</span>ganme: donde no hay manutención, ¿qué -hay?</p> - -<p>—No exageremos —replicó Láinez, que un gran trecho había permanecido -silencioso—. Concediendo toda la importancia al <i>aspecto</i> -administrativo, yo creo que la dirección... no nos apartemos del tema, -señores, creo que la dirección no debe ser agrícola ni administrativa. -Esto no es una granja.</p> - -<p>—Yo digo que sí, una granja hospitalaria y monacal.</p> - -<p>—No es eso.</p> - -<p>—Y aunque lo fuera —añadió el médico—, la dirección debe correr a -cargo de la ciencia, que todo lo abarca, la ciencia, señores, que...</p> - -<p>—¡Hombre, no nos dé usted más la tabarra con su cansada ciencia! -Porque francamente, si en estas cosas, nos pone usted a la religión -bajo la férula de una casquivana como la ciencia, la religión tendrá -que inhibirse y decir: «allá vosotros».</p> - -<p>—No señor, porque la ciencia...</p> - -<p>—En resumen —chilló don Remigio, algo quemado—, que usted propondrá -a la señora que le nombre jefe omnímodo de Pedralba, con poder sobre el -director espiritual y sobre todo bicho viviente.</p> - -<p>—¡Oh, no vengo yo aquí a trabajar <i>pro domo mea</i>! Pero si -doña Catalina de Halma se digna tomar en consideración mi dictamen, -y después<span class="pagenum" id="Page_303">p. 303</span> de -establecer la dirección científica, me hace el honor de designarme -para ese puesto, no rehusaré, no señor, tendré a mucha gloria el -desempeñarlo.</p> - -<p>—Pero como la señora no aceptará tal desatino, mi querido Láinez... -No se enfade, no quiero ofenderle...</p> - -<p>—Paz, señores, paz —dijo Amador notando en Láinez temblores del -bigotillo pegado, y en don Remigio una vertiginosa movilidad de los -ojos, las gafas, la nariz y las manos—, y ya que no nos pongamos de -acuerdo, no llevemos a la señora, en vez de consejo sano y prudente, un -embrollo de mil demonios.</p> - -<p>—Está en lo cierto el amigo Amador —manifestó don Remigio recobrando -su habitual placidez—; la verdad es que hemos olvidado la cuestión -concreta, en la cual estamos de acuerdo, para meternos en una cuestión -constituyente, que nosotros no hemos de resolver; al menos hasta ahora -la ilustre dama no nos ha consultado sobre la manera de organizar el -Instituto Pedralbense. ¿Estamos conformes en que debemos aconsejarle la -eliminación, no digo la expulsión, la eliminación del acogido don José -Antonio de Urrea?</p> - -<p>—Sí —contestaron los otros.</p> - -<p>—Pues no hay más que hablar. Yo tomaré la palabra en nombre de los -tres.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_304">p. 304</span>—Convenido.</p> - -<p>—Y si en el curso de la conferencia, apunta el otro problema, el -magno problema, lo trataremos, lo discutiremos, cada cual dirá su -parecer, y allá la señora Condesa que resuelva. Es sensible que sobre -el punto grave de la organización no le llevemos una idea unánime. Vean -ustedes: ninguno de los tres es ambicioso, y no obstante, lo parecemos. -Si cada cual expresara ante la fundadora de Pedralba sus opiniones en -la forma que lo hemos hecho por el camino, lejos de ilustrarla, la -llenaríamos de confusiones, y turbaríamos la tranquilidad de su grande -espíritu. Dejémosla, que ella sola, con la ayuda del Espíritu Santo, -sin oír nuestras proposiciones radicales y un tantico interesadas, ha -de llegar a la posesión de la verdad. Las dificultades que la práctica -le vaya ofreciendo le han de hacer comprender, aunque el Divino -Espíritu no le diga nada, la necesidad de una dirección en cabeza -masculina, y el carácter que esta dirección debe tener.</p> - -<p>Tan acertadas y discretas razones cayeron muy bien en los oídos -de los otros dos caballeros, y como ya estaban a poca distancia -del castillo, pusieron punto a su conversación, y se aproximaron -con semblante risueño, viendo que la misma señora Condesa salía a -recibirles afectuosa.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChV_4"> - <p><span class="pagenum" id="Page_305">p. 305</span></p> - <h3>IV</h3> -</div> - -<p>Por la tarde, Urrea y el mayor de los Borregos estuvieron dando -vuelta a la tierra con el arado en una de las piezas de sembradura -próximas a la casa. Nazarín y el Borrego chico regaron los plantíos -nuevos de la huerta, a mano, con cubos y regadera, y después escardaron -los bancales, que con los abundantes riegos de días anteriores, habían -formado costra. Silencioso y atento a su trabajo, el clérigo no hablaba -con su compañero más que lo preciso. Ladislao había ido a la fuente del -monte, a traer la ropa lavada por Aquilina, y los chicos, después de -dar la lección con Halma, se fueron a jugar con los nietos de Cecilio -en el campo frontero a la casa de abajo. En la cocina se hallaba la -Condesa, de mandil al cinto, fregoteando la loza, cuando Beatriz, que -arriba trajinaba, bajó a anunciarle la llegada de los tres señores a -caballo.</p> - -<p>—¡Ah! no les esperaba tan pronto —dijo la dama, preparándose para -recibirles decorosamente—. Vienen como en son de capítulo o consejo. -¿No sabes a qué? Luego lo sabrás.</p> - -<p>—Me figuro que será para que admitamos a las tres ancianas enfermas -de Colmenar, que quieren venir a Pedralba. Yo creo que tendremos local, -pasándome yo al cuarto de Aquilina.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_306">p. 306</span>—No es eso: las -tres viejecitas llegarán el lunes. Las acomodaremos como se pueda, -hasta que el maestro nos arregle los cuartos del Norte. Nuestros tres -amigos vienen a otro asunto, muy delicado por cierto, del cual me habló -anteayer don Remigio. Quiera Dios iluminarles para que conozcan cuán -injusto... En fin, no puedo contártelo ahora; es cosa larga.</p> - -<p>Salió la señora al encuentro de los viajeros, y subieron los cuatro -a la única habitación de la casa, propia para visitas, y aun para -cónclaves tan solemnes como el que aquel día en Pedralba se celebraba, -porque tenía dotación de sillas hasta para seis personas, y un sofá de -principios de siglo con asientos de crin, que a la legua transcendía -a cosa eclesiástica y capitular. Encerrados allí la Condesa y sus -tres amigos, discutieron y peroraron todo lo que les dio la gana, sin -que fuera de la estancia se sintiese rumor alguno, ni había tampoco -por allí oreja humana que lo recogiese. A la hora y media, más bien -más que menos, salieron, y se marcharon como habían venido. Nadie -supo lo que allí con tanto sigilo se había tratado, ni ninguno de los -huéspedes de Pedralba, fuera de Urrea, sentía comezón de curiosidad -por aquella desusada reunión. Por la noche, en el rosario y cena, -notó el ex-calavera muy encendidos los ojos de su prima. Sin duda -había llorado. Concluida la ce<span class="pagenum" id="Page_307">p. -307</span>na, y cuando se despedían para marchar cada cual a su -dormitorio, la señora dijo a Urrea:</p> - -<p>—Poco te ha durado el buen acomodo del cuartito de la torre: tú y el -padre tendréis que iros a la casa de abajo, porque necesitamos alojar -aquí a tres ancianitas. Se os llevarán las camas allá. Ten paciencia, -Pepe. Para eso y para todo te recomiendo la paciencia, sin la cual nada -de provecho haríamos aquí.</p> - -<p>Y no dijo más, ni él se atrevió a expresar cosa alguna, pues al -intentarlo se le ponía un nudo en la garganta. La señora, después de -dar a cada cual la orden de trabajo para el día siguiente, se retiró. -A Beatriz le tocaba aquella noche la función de conserjería, cerrar -puertas y ventanas, apagar fuegos y luces, cuidando de que todos, -media hora después de la cena, entrasen en sus respectivos aposentos. -Buscándole las vueltas para cogerla sola, Urrea pudo cambiar con ella -algunas palabras, cuando atrancaba la puerta del Norte, después de -cerrar el gallinero.</p> - -<p>—Beatriz, por lo que más quieras en el mundo, dime qué han venido a -tratar con mi prima esos tres facinerosos.</p> - -<p>—¡Jesús, yo no sé!</p> - -<p>—Sí lo sabes. Dímelo por Dios.</p> - -<p>—Te has olvidado de una de las principales reglas que nos ha -impuesto la señora. Aquí no<span class="pagenum" id="Page_308">p. -308</span> se permite contar lo que pasa, ni llevar y traer cuentos. -Cada cual ocúpese en desempeñar su trabajo, sin cuidarse de lo que -digan o hagan los demás.</p> - -<p>—Es verdad... Pero como sin duda se trata de alguna conspiración -contra mí, tengo que defenderme.</p> - -<p>—Yo no sé nada, José Antonio, no me preguntes.</p> - -<p>—Pues dime solo una cosa. ¿Ha llorado mi prima?</p> - -<p>—Eso no puedo negártelo, porque bien se le conoce en los ojos.</p> - -<p>—¿Y sabes el motivo?</p> - -<p>—¡Oh, el motivo!... Que no puede hacer todo el bien que quiere. Su -alma tiene grandes alas; pero la jaula es corta... Y no más. Silencio -te digo, y retírate.</p> - -<p>No tuvo más remedio el pobre novicio que meterse en su aposento de -la torre, donde encontró a Nazarín de rodillas frente a la imagen del -Crucificado. El farolito que alumbraba la estancia estaba en el suelo: -iluminadas de abajo arriba las dos figuras vivientes y el estrambótico -mueblaje, resultaba todo de un aspecto sepulcral. En el profundo -abatimiento de su espíritu, Urrea se creyó en un panteón. Echándose -en la cama, como para tomar la postura del sueño eterno, y sin -esperar a que el apóstol pere<span class="pagenum" id="Page_309">p. -309</span>grino acabase su rezo, le dijo:</p> - -<p>—Padre, ¿se fijó usted en los ojos de mi prima?</p> - -<p>—Sí, hijo mío —replicó el clérigo, siguiendo de hinojos, y moviendo -tan solo la cabeza para mirarle—. La señora Condesa, nuestra reina, -nuestra madre, ¡ay!, ha llorado mucho.</p> - -<p>—¿Se enteró usted del conciliábulo?</p> - -<p>—Sé que llegaron juntos esos tres señores, y estuvieron aquí largo -rato. Como no me importa, ni es cosa de mi incumbencia, no tengo más -que decir.</p> - -<p>—Creo firmemente que se han reunido para expulsarme de aquí, y que -obedecen a intrigas de mi primo Feramor. Me lo dice el corazón, me lo -dice la tierra cuando la labro, los troncos cuando les pego con el -hacha, me lo dicen los bueyes cuando les pongo el yugo. No puede haber -equivocación en esto; el vivir en medio de la Naturaleza, rodeado de -soledad, le hace a uno adivino.</p> - -<p>—Si eso fuera cierto —dijo Nazarín levantándose, y acudiendo a él -con ademán afectuoso—, si en efecto, por estas o las otras razones, se -te mandara salir de Pedralba...</p> - -<p>—Ya sé lo que usted me dirá... que me vaya, es decir, que me -muera.</p> - -<p>—Estamos aquí para la obediencia, para la resignación, para no tener -voluntad propia. Ya me ves a mí: toma mi ejemplo.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_310">p. 310</span>—¿Pero usted no -considera que lanzarme de aquí es ponerme en brazos de la muerte?</p> - -<p>—¿Por qué? Dios velará por ti.</p> - -<p>—¿Y a dónde voy yo, padre?</p> - -<p>—Al mundo, a otra soledad como esta, que encontrarás fácilmente. -Búscala, que nada abunda tanto en la tierra como la soledad.</p> - -<p>—No, no: yo, fuera de aquí, soy hombre concluido. Halma debe suponer -que mi expulsión de Pedralba es mi sentencia de muerte. Dígaselo -usted.</p> - -<p>—Yo no puedo decir eso a la señora, ni nada. Asilado como tú, la -regla me prohíbe hablar al superior, cuando este no me habla. Contesto -a lo que me preguntan, y nada más.</p> - -<p>—Pues se lo diré yo, le diré que desconfíe de esa gente infame...</p> - -<p>—No hables mal, no injuries, no aborrezcas.</p> - -<p>—¡Ah! Nazarín es un santo: yo quisiera serlo, pero la maldad -antigua, la que existe allá en los sedimentos del corazón no me -deja.</p> - -<p>—Porque tú quieres. Lucha con tus malas pasiones, pídele a Dios -auxilio, y vencerás. Es menos difícil de lo que parece. Si alguien -te causa agravios, perdónale; si te injurian, no respondas con otras -injurias; si te hieren, resístelo y calla; si te persiguen en una -ciudad, huyes a otra; si te expulsan, te vas, y donde quiera que -estés, arranca de tu corazón el anhelo de ven<span class="pagenum" -id="Page_311">p. 311</span>ganza para poner en él el amor de tus -enemigos.</p> - -<p>—Y haré todo eso, que es muy hermoso, sí, muy hermoso —dijo Urrea -con ligerísima inflexión irónica—; pero antes de adoptar vida tan -santa, quiero despedirme del mundo con una satisfacción: le cortaré la -cabeza a don Remigio, que es el alma de este complot indigno.</p> - -<p>—Hijo mío, parece que estás loco —díjole Nazarín, posando la palma -de su mano sobre la frente ardorosa del calavera reformado—. Pero qué -absurdos se te ocurren. ¡Matar!</p> - -<p>—¿Pues no me matan a mí?</p> - -<p>—Privarte de estar aquí no es darte la muerte.</p> - -<p>—Me la daré yo si me arrojan.</p> - -<p>—Bah, eres un niño; pero yo estoy al cuidado tuyo, y procuraré que -no hagas mañas.</p> - -<p>—No puedo, no podré vivir fuera de aquí... Cuando salga, o me -arrojaré con una piedra al cuello en el primer río por donde pase, o -buscaré un abismo bien negro y profundo que quiera recoger mis pobres -huesos.</p> - -<p>Su pecho se inflaba. Una opresión fortísima en la caja torácica le -impedía expulsar todo el aire recogido por sus ávidos pulmones. Se -ahogaba; le faltó la voz, y de su garganta salía un gemido angustioso. -Al fin rompió a llorar como un niño.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_312">p. 312</span>—Llora, llora todo -lo que quieras —le dijo el curita manchego sentándose a su lado—. Eso -es bueno. Las penas de la infancia, con el lloro quedan reducidas a -nada.</p> - -<p>—¡Ah, bendito Nazarín —exclamó Urrea entre sollozos, estrechándole -la mano—, soy muy desgraciado! Reconozca usted que no hay infortunio -como el mío.</p> - -<p>—Pues hijo, de poco te quejas. Tú eras malo, muy malo, tú mismo me -lo has dicho. La señora Condesa quiso corregirte, y lo ha conseguido -hasta un punto del cual no ha podido pasar. Pero luego viene Dios a -completar la obra, te coge por su cuenta, y te manda adversidades y -amarguras para que con ellas puedas alcanzar tu completa reforma. -Bendice la mano que te hiere, resígnate, anúlate, y sentirás en tu alma -un grande alivio.</p> - -<p>—No podré... no podré... —replicó José Antonio, afectado de una -gran inquietud nerviosa—. Usted, como santo, ve todo eso muy fácil... -y naturalmente, por ser usted así, dicen que está loco... No lo está, -yo sé que no lo está... pero por eso lo dicen, por no ser usted -humano como yo... Fórmeme a su imagen y semejanza, hágame divino, -y entonces... ¡ah! entonces yo también perdonaré las injurias, y -bendeciré la mano negra de don Remigio que me hiere, y la boca sucia de -Láinez que me escupe.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_313">p. 313</span>Y como si le -pincharan, saltó del lecho, gritando:</p> - -<p>—No puedo, no puedo estar en ese potro... Necesito salir, respirar -el aire, ver las estrellas...</p> - -<p>—Salir al campo es imposible: la regla no lo consiente, y además, la -puerta está cerrada.</p> - -<p>—Pues yo quiero salir, correr... ver el cielo.</p> - -<p>—Abriendo la ventana lo verás. Ven: ahí lo tienes. ¡Cuán hermoso -esta noche!</p> - -<p>Ambos contemplaron un instante el estrellado firmamento, y ante la -inmensidad muda, indiferente a nuestras desdichas, Urrea sintió crecer -su inmensa pena. Retirándose de la ventana, dijo suspirando:</p> - -<p>—Padre Nazarín, si usted me quiere, hable de esto con mi prima.</p> - -<p>—Yo no puedo hablar de esto ni de nada. ¿Qué soy yo aquí? Nadie, un -triste acogido. Ni tengo autoridad, ni voz, ni opinión, y solo en caso -de que la señora me preguntara, le manifestaría mi humilde parecer. -Calificado de demente, me han puesto en esta santa casa al amparo de la -sublime caridad de la Condesa de Halma. Figúrate tú si es posible que -esta pida consejo a un hombre cuya razón se cree perturbada, y si yo a -dárselo me atreviera, figúrate el caso que haría de mí.</p> - -<p>—Catalina, como yo, no cree que nuestro querido Nazarín padezca de -enajenación. Esas son vulgaridades en que un espíritu superior<span -class="pagenum" id="Page_314">p. 314</span> como el suyo no puede -incurrir. Sabe que usted posee la verdad divina, y que su voz es la voz -de Dios...</p> - -<p>—No digas desatinos, Pepe. Confórmate con lo que el Señor disponga -de ti. No luches contra su poder... entrégate.</p> - -<p>Urrea se arrojó en una silla, abatiendo sus brazos como un hombre -rendido de luchar.</p> - -<p>—Aunque usted todo lo sabe y todo lo penetra —dijo después de una -larga pausa—, yo necesito confiarle cuanto hay dentro de mí. Más que -por deber, lo hago por necesidad, porque el corazón no me cabe en el -pecho, porque me ahogo si no le cuento a alguien mi pena, la causa de -mi pena, y la imposibilidad del remedio de mi pena.</p> - -<p>—Pues sentémonos aquí, y cuéntame todo lo que quieras, que si no -tienes sueño, yo tampoco, y así pasaremos la noche.</p> - -<p>Tanto y tanto habló Urrea que, al concluir, ya palidecían las -estrellas, y se difundía por el cielo la purísima luz del alba.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChV_5"> - <h3>V</h3> -</div> - -<p>A las nueve de la mañana, Halma y Beatriz, en un cuarto de los -altos, daban las últimas puntadas en las sábanas y colchas para las -camas de las viejas que pronto entrarían en la co<span class="pagenum" -id="Page_315">p. 315</span>munidad de Pedralba. Con tiempo por delante, -trabajo entre las manos, y sin testigo que las cohibiese, hablaron -largamente.</p> - -<p>—Conque ya ves —decía la Condesa—, cuando yo pensaba que en esta -soledad no vendrían a turbarnos las pasiones que hemos dejado allá, -resulta que la sociedad por todas partes se filtra; cuando creíamos -estar solas con Dios y nuestra conciencia, viene también el mundo, -vienen también los intereses mundanos a decir: «Aquí estoy, aquí -estamos. Si te vas al desierto, al desierto te seguiremos.»</p> - -<p>—¡Vaya, que es tecla la de esos señores! —replicó Beatriz—. ¿Qué -daño les hace el pobrecito José Antonio?</p> - -<p>—Este tumulto ha sido movido por mi hermano y otras personas de la -familia, que no ven nunca más que el lado malicioso y grosero de las -cosas humanas. Las almas tienen ojos: las hay ciegas, las hay miopes, -las hay enfermas de la vista... En casa de mi hermano se reúne gente -frívola y vana. Yo les perdono las mil ridiculeces que han dicho de mí; -creí que nunca más tendría que pensar en tales malicias ni aun para -perdonarlas. A mis hermanos les compadezco por ignorar que no siempre -prevalece en las almas la maldad, y que una conciencia dañada puede -purificarse. No creen; hablan mucho de Dios, admiran sus obras en la -Natu<span class="pagenum" id="Page_316">p. 316</span>raleza, pero -no saben admirarlas ni entenderlas en la conciencia humana. No son -malos, pero tampoco son buenos; viven en ese nivel medio moral a que -se debe toda la vulgaridad y toda la insulsez de la sociedad presente. -A tales personas, hazles comprender que nuestro pobre José Antonio se -ha corregido, que no es aquel hombre, sino otro. Semejante prodigio no -entra en aquellas cabezas atiborradas de política, de falsa piedad y de -una moral compuesta y bonita para uso de las familias elegantes.</p> - -<p>Antes de referir lo que dijo Beatriz, conviene manifestar que, -habiéndole ordenado una y otra vez la Condesa que la tutease, hizo los -imposibles por complacerla, sin poder conseguirlo más que a medias. -La obediencia y el respeto en su lengua se tropezaban, dando lugar a -fenómenos rarísimos. Cuando estaban las dos en la cocina o lavando -ropa, y surgía conversación sobre cualquier asunto doméstico, la mujer -de pueblo llamaba de tú sin gran esfuerzo a la señora. Pero cuando -se hallaban en el piso alto de la casa, y recaía la conversación en -cualquier punto que no fuera del trajín diario, se le resistía el -empleo de la forma familiar, vamos, que con toda la voluntad del mundo, -no podía, Señor, no podía.</p> - -<p>—¡Y por esas cosas perversas que piensan los de Madrid —dijo -Beatriz—, tendrá la señora que<span class="pagenum" id="Page_317">p. -317</span> arrojar de aquí a su primo! ¡Lástima grande, porque el -pobrecito cumple bien, y es tan gustoso de esta vida del campo!</p> - -<p>—¡Arrojarle! Nunca he pensado en ello. Sería una crueldad. Le -defenderé mientras pueda, y creo que antes se cansarán ellos de -atacarle que yo de defenderle. Pero presumo, mi querida Beatriz, que -este negocio de mi primo ha de ocasionarme algún trastorno en mi pobre -ínsula, si esos señores insisten en señalarle como un peligro para mí -y para Pedralba. Yo desprecio la opinión aviesa y calumniosa; pero tal -podrá llegar a ser la que se ha formado en Madrid contra mí por haber -admitido aquí al pobre Pepe, que no habrá más remedio que tenerla en -cuenta. Podrían sobrevenir sucesos que dieran al traste con nuestro -humilde reino, porque las autoridades eclesiásticas me retirarán su -protección, dejándome sola, la autoridad civil me mirará también con -malos ojos, y ¡adiós Pedralba, adiós nuestra dichosa soledad, adiós -nuestros días serenos consagrados a Dios y a los pobres!</p> - -<p>—Eso no puede ser —dijo Beatriz muy convencida—. El Señor no lo -consentirá.</p> - -<p>—El Señor lo consentirá por darme un sufrimiento más, y acabar -de probarme. El Señor, que me afligió, cuando a bien lo tuvo, con -tantas desdichas, ahora me envía la mayor y más<span class="pagenum" -id="Page_318">p. 318</span> dolorosa, mi honra puesta en duda, Beatriz, -y...</p> - -<p>—¡<i>Tu</i> honra! —exclamó Beatriz irguiéndose altanera, y por -primera vez empleó el <i>tu</i> en un asunto grave—. No, yo digo que -eso no puede ser, y si la honra de la mujer más santa que existe en el -mundo no brilla como el sol, digo que el Infierno se ha desatado sobre -la tierra.</p> - -<p>—Calma, calma. El Infierno está donde estaba, las gentes mentirosas -y frívolas hacen hoy lo que han hecho siempre, y mi conciencia, -traspasada de parte a parte por la mirada de Dios, resplandece gozosa -delante de todos los infiernos y de todas las maldades habidas y por -haber. Esto digo yo.</p> - -<p>—¡Y yo —exclamó Beatriz, presa de una súbita exaltación, -levantándose— digo que <i>tú</i> eres una santa, y que yo te adoro!</p> - -<p>Cayó a sus pies, como cuerpo muerto, y se los besó una y otra -vez.</p> - -<p>—Levántate... déjame... no me gustan esos extremos —dijo Halma—. -Óyeme con tranquilidad.</p> - -<p>—No puedo, no puedo... ¡La idea de que ultrajan a mi reina y señora -me enloquece!</p> - -<p>—Ten calma y paciencia. ¿Qué te importa a ti ni a mí que me -ultrajen? ¿No nos desagravia Dios al instante, dándonos la alegría del -padecer, esa felicidad que ellos no conocen?... Déjame seguir, y que -acabe de explicarte la causa de lo turbada que estoy.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_319">p. 319</span>—Ya escucho —dijo -Beatriz sentándose, pero sin atender a la costura.</p> - -<p>—Pues reducido el caso de José Antonio a cuestión pura de -conciencia, nada temo. Soy inocente, él también, y Dios lo sabe. -Desprecio los juicios de la frivolidad humana, y sigo impávida mi -camino. Pero como no somos libres, como dependemos de una autoridad, de -varias autoridades, si retengo a mi primo en Pedralba, corre peligro -nuestra pobre ínsula religiosa, esta ciudad, o más bien aldea de Dios -que tanto trabajo me ha costado fundar. Aquí tienes el horroroso -conflicto en que me veo. Si Dios no se digna iluminarme, no sé cómo -he de resolverlo... Es triste, tristísimo, que para no aparecer como -rebelde a la autoridad eclesiástica, tenga que dar el golpe de gracia -a un inocente, y apartarlo de esta bendita vida... Nunca será justo ni -caritativo que le expulse; pero ¡ay! habré de exponerle la situación y -suplicarle que nos deje.</p> - -<p>Callaron ambas, volvieron a funcionar las agujas, y los picotazos de -estas y los suspiros de las dos costureras parecían continuar el triste -diálogo. Metida en sí misma, la Condesa prosiguió razonando así:</p> - -<p>—Es triste cosa que no se encuentre la paz ni aun en el desierto. -Yo ambicionaba crearme una pequeña sociedad mía, consagrada conmigo -al servicio de Dios; yo de<span class="pagenum" id="Page_320">p. -320</span>seaba decirlo a la sociedad grande: «No te quiero, abomino -de ti, y me voy a formar, con cuatro piedras y una docena de personas, -mi pueblo ideal, con mis leyes y mis usos, todo con independencia de -ti...» Pero no puede ser. El organismo total es tan poderoso, que no -hay manera de sustraerse a él. La Iglesia, contra la cual no tendré -nunca acción ni pensamiento, no me deja mover sin su permiso en este -humilde rincón, donde me encierro con mi piedad y el amor de mis -semejantes. Para conservarme en la compañía de mis hermanos, de mis -hijos, tengo que transigir con las rutinas de fuera, venidas de allá, -del enemigo, del mundo. Huyo de él y me acosa, me sigue a mi Tebaida, -diciéndome: «Ni en lo más hondo de la tierra te librarás de mí.» ¡Dios -me dé luces para librarme de ti, sociedad grande! ¡Deme paciencia para -sufrirte, si no consiente mi emancipación!</p> - -<p>Una hora más tarde, hallándose la señora en la cocina, proseguía su -monólogo, y recobraba lentamente el admirable reposo de su espíritu.</p> - -<p>—Vaya, que es para tomarlo a risa. Yo creí que mi ínsula, oculta -entre estas breñas, viviría pobre y obscura, ni envidiosa ni envidiada. -Y ahora resulta que la cercan y la acosan las ambiciones humanas. -¡Pobre ínsula, tan sola, tan retirada, y ya te salen por todas -partes Sanchos que quieren ser tus gobernadores! La Iglesia me<span -class="pagenum" id="Page_321">p. 321</span> pide la dirección de -esta humilde comunidad; la Ciencia, no queriendo ser menos, también -pretende colarse, y por último, solicita dirigirnos y gobernarnos... la -Administración. ¿Y qué haré yo ante tan apremiantes intrusos? El Señor -me dirá lo que tengo que hacer, el Señor no ha de dejarme indefensa y -vacilante en medio de este conflicto. ¡Obediencia, independencia!... -¡Oh, entre vosotras dos, dígame el Señor cómo he de componerme!</p> - -<p>Antes de comer, Beatriz, que en toda la temporada de Madrid, -y en los días de Pedralba, no había tenido ni ataques leves de -su constitutivo mal espasmódico, creyéndose por tan largo reposo -completamente curada, sintió amagos aquel día, sin duda por las -emociones violentas de su diálogo con la señora. Procuró esta -tranquilizarla, asegurándole que con la ayuda de Dios todo se -arreglaría: para que se distrajera, y amansara con un saludable -ejercicio los desatados nervios, la mandó a llevar la comida de Urrea -y Nazarín al monte, donde ambos trabajaban. Aquilina, que era la -designada para esta comisión, se quedó en Pedralba, y Beatriz, con su -cesta a la cabeza, se puso en camino gustosa de tomar el aire y divagar -por el campo.</p> - -<p>Por la tarde llegó don Remigio de paseo, el cual se mostró con la -señora Condesa más amable que nunca, dándole palmaditas en el hom<span -class="pagenum" id="Page_322">p. 322</span>bro, diciéndole que no se -apurase por lo que los tres amigos y vecinos le habían manifestado el -día anterior; que no procediera con precipitación en el asunto de José -Antonio, ni se disgustase por tener que darle la licencia absoluta, -pues él, don Remigio, con toda cautela y habilidad, convidándole para -una cacería en Torrelaguna, o pesca en el Jarama, le convencería de -la necesidad de presentar su dimisión de asilado pedralbense... Y así -se conciliaba todo, evitando a la señora la pena de despedirle... Y -tomando resueltamente el tono festivo, dejose caer en el otro asunto. -¡Oh! lo de la dirección médico-farmacéutica propuesta por Láinez era -una graciosísima necedad... ¿Pues y lo de la dirección aratoria y -oficinesca, producto del caletre de don Pascual Amador? Ya supuso él -que la señora Condesa se desternillaría de risa, en su fuero interno, -oyendo tales despropósitos. La dirección religiosa, sobre la base de -una perfecta concordancia de ideas y sentimientos entre el Rector y -la fundadora, se caía de su peso, y con tal organismo, no era difícil -llevar a Pedralba por caminos gloriosos.</p> - -<p>Oyole Halma con benevolencia, sin soltar prenda en asunto tan -delicado, y hablaron luego de los trabajos de instalación, de lo que -aún no se había hecho, y de lo que se haría pronto para completar -y redondear el pensamiento.<span class="pagenum" id="Page_323">p. -323</span> Todo lo encontró don Remigio acertadísimo, admirable, -superior. Y como la conversación recayese en Nazarín, se acordó de que -había recibido una carta para él.</p> - -<p>—Aquí está —dijo poniéndola en manos de la señora—. Aunque usted -y yo estamos autorizados para leerla, se la entrego sin abrir. Trae -el sello de Alcalá, y debe de ser de los infelices Ándara y Tinoco -(el <i>Sacrílego</i>), que ya están purgando sus delitos en aquel -penal. Le llaman sin duda, ¡pobrecillos!, y si de mí dependiera, -le permitiría que fuese y les consolara, dando vigor y salud a sus -desdichadas almas. Pero temo que me venga una ronca del Superior, si -ese viaje le consiento, aunque solo sea por pocos días. Piénselo usted, -no obstante, y si la señora Condesa toma la iniciativa, y acepta la -responsabilidad...</p> - -<p>Negose la dama a resolver sobre aquel punto, y ya que hablaban de -Nazarín, ambos le colmaron de elogios.</p> - -<p>—Es tan humilde —dijo don Remigio— y su comportamiento tan ejemplar, -su obediencia tan absoluta, que si de mí dependiera, no tendría -inconveniente en darle de alta. ¿Ha notado usted, en el tiempo que aquí -lleva, algo por donde se confirme y corrobore la opinión de demente?</p> - -<p>—Nada, señor don Remigio. Sus actos todos, su lenguaje, son de una -cordura perfecta.</p> - -<p>—¿Ni siquiera un rasgo ligero de trastorno,<span class="pagenum" -id="Page_324">p. 324</span> algo que indique por lo menos irregularidad -en la ideación...?</p> - -<p>—Absolutamente nada.</p> - -<p>—Es particular. Vive como un santo; no ocasiona el menor disgusto, -discurre bien cuando se le incita a discurrir, calla cuando debe -callar, obedece siempre, trabaja sin descanso, y no obstante... no sé, -no sé... Láinez dice que su inteligencia se aplana poco a poco.</p> - -<p>—No lo creo yo así.</p> - -<p>—La Facultad sabrá lo que afirma. Si ese síntoma crece, llegará a un -estado de imbecilidad... Lo dice Láinez... ¿Ha notado usted indicios de -aplanamiento cerebral?</p> - -<p>—Ninguno.</p> - -<p>—¿Dificultad en coordinar las ideas, lentitud para -expresarlas?...</p> - -<p>—No señor...</p> - -<p>—¿Habla usted con él a menudo?</p> - -<p>—Muy poco.</p> - -<p>—Pues conviene tantear esa inteligencia, presentándole temas -difíciles por vía de ejercicio. Así se verá si hay vigor o flaqueza en -sus facultades. Yo empleé este procedimiento no ha mucho con un primo -mío, que dio en padecer disturbios de la mente, y el resultado fue -desastroso.</p> - -<p>—Pues en este caso, me figuro que será lisonjero. Haga usted la -prueba.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_325">p. 325</span>—Que sí, que sí. -Mándemele allá mañana.</p> - -<p>—Irá; pero... Si usted me lo permite... —dijo la de Halma, -súbitamente asaltada de una idea.</p> - -<p>—¿Qué?</p> - -<p>—Antes de mandarle allá, haré yo un pequeño examen.</p> - -<p>—Corriente. Y luego me toca a mí, que he de ser duro, examinador -implacable. Mire usted: le propondré, para que me los desarrolle, los -puntos más difíciles de las Summas y de las...</p> - -<p>—¡Pobrecillo! No tanto...</p> - -<p>—Como no es más que una prueba, pronto se conoce si su inteligencia -declina.</p> - -<p>—Y aunque declinase un poco, por causa de la edad, de los disgustos, -su razón puede conservarse sin ningún extravío, y siendo así, debiera -el Superior devolverle las licencias.</p> - -<p>—Lo veremos. No digo que no... Señora mía, adiós.</p> - -<p>—Don Remigio, muchas gracias por todo. ¿No quiere tomar nada?</p> - -<p>—¡Oh, gracias! Fuera de mis horas, ya sabe que no...</p> - -<p>—¿Ni chocolate?</p> - -<p>—¡Oh! ¡golosinas de viejos! Señora, somos de la hornada moderna, de -la Facultad de Derecho... Adiós, que es tarde. Descansar.</p> - -<p>—Hasta cuando usted quiera, señor cura.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChV_6"> - <p><span class="pagenum" id="Page_326">p. 326</span></p> - <h3>VI</h3> -</div> - -<p>Rezaron, cenaron. Al dar la señora la orden para los trabajos del -día siguiente, dijo al buen don Nazario:</p> - -<p>—Padre, mañana no va usted al monte, ni al prado, ni a la huerta, ni -quiero que ande moviendo piedras, ni cortando troncos.</p> - -<p>—¿Pues qué haré, señora?</p> - -<p>—Mañana descansa el cuerpo, y trabajará usted con la -inteligencia.</p> - -<p>—¿Tengo que ir a San Agustín?</p> - -<p>—No señor. ¡Buena le espera allá con las <i>Summas</i>...!</p> - -<p>—Entonces...</p> - -<p>—De nueve a diez, a la hora en que concluyo mis tareas de la mañana, -le espero a usted arriba, en el cuarto de la costura, que es por ahora -nuestra sala capitular.</p> - -<p>—Está bien.</p> - -<p>Amaneció Dios, y Nazarín, despachada la obligación de sus oraciones -matutinas, se limpió y acicaló muy bien, vistiéndose con las ropas -de cura que le había dado don Remigio. Decía él, distinguiendo -cuerdamente entre cosas y cosas, que si en medio del pueblo, y haciendo -vida errante, no se cuidaba para nada de la prestancia personal, -al presentarse en el aposento de una tan principal y santa señora, -llamado ex<span class="pagenum" id="Page_327">p. 327</span>presamente -por ella, debía revestirse de la forma más decorosa, sin salir de su -habitual sencillez. A las nueve y media en punto, ya se hallaba en el -lugar de la cita. Díjole su discípula que se esperase, pues la señora -no tardaría en subir, y a los pocos minutos entró doña Catalina. Esta, -con gran sorpresa de Beatriz, ordenó a esta que se quedara. Sentáronse -los tres. Pausa, y alguna tosecilla. Rompió Halma el silencio -diciendo:</p> - -<p>—Padre Nazarín, le llamo para que me dé su opinión sobre cosas -muy graves que ocurren... no, que amenazan a nuestra pobre Pedralba. -Apenas hemos nacido, y ya parece que estamos amenazados de muerte. No -encuentro la solución de este conflicto en que me veo; mi inteligencia -es muy corta; necesita ayuda, luces de otras inteligencias más claras -que la mía. Me hace falta el consejo de usted.</p> - -<p>—Honor inmenso es para mí, señora Condesa —replicó el peregrino con -voz grave, permaneciendo en una inmovilidad de estatua—. Yo estimo su -confianza, y corresponderé a ella diciéndole lo que tenga por acertado, -justo y bueno, conforme a la santa ley de Dios. En este caso, como en -todos, de mis labios no sale más que la verdad, la verdad, tal como en -mí la siento.</p> - -<p>—¿Adivina usted sobre qué quiero consultarle?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_328">p. 328</span>—Sí señora. No es -adivinación. He oído algo.</p> - -<p>—Un conflicto tremendo.</p> - -<p>—Para mí no lo es.</p> - -<p>Tanta seguridad desconcertó a la señora, y francamente, también hubo -de inquietarla un poco el que Nazarín, al verse consultado por ella, no -rompiese con un exordio de modestia, llamándose indigno, y protestando, -como es de rigor en casos tales, de su incapacidad, etc...</p> - -<p>—¿Que no es un conflicto tremendo?</p> - -<p>—Digo que no lo tengo yo por tal.</p> - -<p>—Y hace dos días que pido en vano al Señor y a la Virgen Santísima -que me iluminen para resolverlo.</p> - -<p>—Y la han iluminado a usted —dijo don Nazario, con un aplomo que -desconcertó más a la Condesa—. Y le han dicho: «En tu conciencia, en tu -corazón, tienes la clave de esto que llamas conflicto y no lo es.» ¡Si -está resuelto! ¡Si es claro como la luz! Perdóneme usted, señora, si le -hablo con una firmeza que podrá creer arrogante y hasta irrespetuosa. -Es que cuando creo poseer la verdad en asunto grande o chico, no puedo -menos de decirla, para que la oiga y se entere bien aquel que de ella -necesita. Si usted no ha visto aún esa verdad, conviene que yo se la -ponga delante de los ojos. Ahí va: ¡Expulsar a José Antonio! Nunca. -¡Suplicarle que se retire! Tampoco. Es una crueldad, una fla<span -class="pagenum" id="Page_329">p. 329</span>queza, un pecado de barbarie -casi homicida, que Dios castigará, descargando sobre Pedralba su mano -justiciera.</p> - -<p>—Si yo no quiero que salga, no, no —dijo Catalina, desconcertada -ante la energía que no esperaba sin duda en hombre tan manso.</p> - -<p>—Que no salga, no —repitió en voz queda la nazarista, que sentada en -una silla baja al otro extremo de la estancia, oía y callaba.</p> - -<p>—Bueno: pues no sale —prosiguió Halma—. Verdaderamente, sería -injusto. El infeliz se porta bien, es otro hombre. Pero sigo viendo -mi conflicto, señor don Nazario, porque al retener a José Antonio, -contrarío los deseos de personas respetabilísimas, cuyo enojo podría -ser funesto a Pedralba. La benevolencia de esas personas, que casi casi -son instituciones para mí, nos es necesaria. Veo difícil que podamos -vivir teniéndolas en contra.</p> - -<p>—La señora puede llevar adelante su empresa caritativa con -respecto a nuestro buen Urrea, sin que las personas que considera -como instituciones, tengan que intervenir para nada en los asuntos de -Pedralba.</p> - -<p>—¿Pero cómo puede ser eso?</p> - -<p>—No hay nada más sencillo, y es muy extraño que usted no lo vea.</p> - -<p>—Lo que extraño mucho —dijo Halma, inquieta y nerviosa—, es el -desahogo con que me<span class="pagenum" id="Page_330">p. 330</span> -niega la existencia del conflicto, sin añadir razones para que yo vea -fácil y hacedero lo que hoy tengo por difícil, si no imposible. Espero -de usted luces más claras para convencerme de que el consejo que me -da no es una vana fórmula. ¿Cree usted que puedo indisponerme con don -Remigio?</p> - -<p>—No señora: don Remigio es nuestro inmediato jefe espiritual, y le -debemos acatamiento y sumisión. No diré yo palabra ofensiva contra él, -le respeto mucho; estoy bajo su autoridad, que es paternal y dulce. -Los demás me importan menos... pero, en fin, a todos les respeto, -y cuando he dicho que el conflicto se resolvería fácilmente, no he -querido decir que para ello tuviera la señora que malquistarse con tan -dignas personas. Al contrario, puede seguir con ellas en relaciones -cordialísimas.</p> - -<p>—Don Nazario —dijo la Condesa, no ya nerviosa, sino sofocada, -levantándose—, yo no le entiendo a usted.</p> - -<p>Parecía natural que al ver en la gobernadora de Pedralba aquel -movimiento de impaciencia, Nazarín se aturrullara, y pidiera perdón, -dando por terminado el consejo. Levantose también respetuoso, y con -muchísima flema, y tocando suavemente el hombro de la Condesa, le -dijo:</p> - -<p>—Tenga usted calma. No hemos concluido.</p> - -<p>Pausa. Sentados ambos de nuevo, sonaron<span class="pagenum" -id="Page_331">p. 331</span> otra vez las tosecillas, y Nazarín -prosiguió en esta forma:</p> - -<p>—Estoy seguro, segurísimo de que ha de entenderme pronto. Usted -dice para sí: «¿Pero este es el hombre que andaba por los caminos, -errante, descalzo, viviendo de limosna, practicando la ley de pobreza -dada por Jesucristo? ¿Y es el mismo que ahora se llega a mí, y con -dureza me habla, y me dice <i>siéntate</i>, como se le diría a un -chiquillo de nuestra escuela?...» Pues soy el mismo, señora. De limosna -viví, de limosna vivo. Soy como los pájaros que libres cantan, y -enjaulados también... El medio en que se vive... y se canta... algo -ha de significar. Antes cantaba yo para los pobres, y era como ellos, -pobre y humilde; ahora canto para los ricos, y he de hacerlo en tonos -diferentes. Pero en este caso, como en el otro, teniendo que decir una -verdad que creo útil a las almas, no están de más las formas austeras. -Lo mismo hacía entonces: que lo diga ésa. Cierto que usted es persona -grande y de notoria virtud; pero como ahora se halla en el caso de -tomar resoluciones graves, yo, su consejero en este momento, tengo que -revestirme de autoridad, de la misma autoridad que hube de emplear ante -la pobre mujer ignorante y pecadora.</p> - -<p>—Me trata usted, pues —dijo la Condesa, en el colmo de la -confusión—, como a pecadora...</p> - -<p>—Ya sé que no; ya sé que es usted persona<span class="pagenum" -id="Page_332">p. 332</span> virtuosísima; pero podría dejar de -serlo, si con tiempo no determinara variar de ideas sobre puntos muy -fundamentales. Necesita usted modificar radicalmente su sistema de -practicar la caridad, y su sistema de vida. Si así no lo hiciere, -podría perder el reposo, y con el reposo... hasta la misma virtud.</p> - -<p>—No le entiendo a usted, no sé lo que quiere decirme —replicó Halma, -no ya inquieta, sino acongojada por los estupendos y no esperados -conceptos que el mendigo errante se permitía expresar—. Quiere decir -tal vez que no he sabido dar a mis proyectos de vida cristiana la forma -más aceptable.</p> - -<p>—No señora, no ha sabido usted.</p> - -<p>—¿Lo dice de veras?</p> - -<p>—Como digo que desde hace bastante tiempo la señora vive en una -equivocación lastimosa... pero desde hace mucho tiempo. No vaya a creer -que me duele pronunciar ante usted la verdad de lo que siento. Al -contrario, señora, gozo en manifestarla, y la manifestaría aunque viera -que usted no la oía con gusto.</p> - -<p>—Le aseguro a usted que, en verdad... no me sabe muy bien lo que me -dice... Según eso, el camino que emprendo no es el mejor...</p> - -<p>—Es buen camino, y por él se puede llegar a la perfección. Pero -usted no llegará, no señora.</p> - -<p>—¿Por qué?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_333">p. 333</span>—Porque no... -porque su camino es otro... y ahí está la equivocación. Y yo llego a -tiempo para decirle: «Señora Condesa, su camino de usted no es ese, -sino aquel.»</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChV_7"> - <h3>VII</h3> -</div> - -<p>Perpleja y aturdida oyó Catalina estas palabras, que a su parecer, -en las impresiones de aquel instante, desentonaban horriblemente. Creyó -escuchar una voz de muy lejos venida, y Nazarín se desfiguraba en su -imaginación, inspirándole miedo. Presumiendo que aún le faltaban por -decir cosas más desentonadas y peregrinas, se arrepentía de haberle -pedido consejo, y deseaba terminar el capítulo lo más pronto posible. -Beatriz, inquieta, no apartaba los ojos de la señora, cuyo azoramiento -leía en su expresivo semblante, y no pudiendo dudar de la inteligencia -y sinceridad del maestro, esperaba que este explanara sus verdades, -para que la ilustre fundadora desarrugase el ceño.</p> - -<p>—El camino de la señora Condesa no es este, sino aquel —repitió -Nazarín—, y ahora verá qué pronto se lo hago comprender. Lo primero: la -idea de dar a Pedralba una organización pública, semejante a la de los -institutos religiosos y caritativos que hoy existen, es un grandísimo -disparate.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_334">p. 334</span>—Entonces, ¿qué -organización debí dar...?</p> - -<p>—Ninguna.</p> - -<p>—¡Ninguna! ¿De modo que, según usted, el mejor sistema...?</p> - -<p>—Es la negación de todo sistema, en el caso concreto de Pedralba, y -de usted.</p> - -<p>—¿Y cómo ha de entenderse esa organización... negativa?</p> - -<p>—De una manera muy sencilla, y que no es la desorganización ni mucho -menos. Lo mismo que usted intenta hacer aquí en servicio de Dios y de -la humanidad desvalida, puede hacerlo, y lo hará mejor, estableciéndose -en una forma de absoluta libertad, de modo que ni la Iglesia, ni el -Estado, ni la familia de Feramor, puedan intervenir en sus asuntos, ni -pedirle cuentas de sus acciones.</p> - -<p>—Pues si usted me da la clave de esa organización desorganizada -y libre —dijo la Condesa irónicamente—, le declararé la primera -inteligencia del mundo.</p> - -<p>—No soy la primera inteligencia del mundo; pero Dios quiere que en -esta ocasión pueda yo manifestar verdades que avasallen y cautiven -su grande entendimiento, permitiéndole realizar los fines que se -propone. No ha comprendido usted el concepto de libertad que me -permití expresarle. Harto sabemos que toda libertad trae aparejada -una esclavitud. Ahora es usted<span class="pagenum" id="Page_335">p. -335</span> esclava de la sociedad. Emancipándose de esta, cambiará la -forma de su libertad y también la de su cadena...</p> - -<p>—Señor Nazarín —dijo Halma levantándose segunda vez—, o usted se -burla de mí, o...</p> - -<p>—Déjeme seguir. Tenga paciencia. Hágame el favor de sentarse y -de oírme lo que aún me resta por decirle. Después, usted sigue mi -consejo, o lo desecha, según su albedrío. ¿En qué estaba usted pensando -al constituir en Pedralba un organismo semejante a los organismos -sociales que vemos por ahí, desvencijados, máquinas gastadas y viejas -que no funcionan bien? ¿A qué conduce eso de que su ínsula sea, no -la ínsula de usted, sino una provincia de la ínsula total? Desde el -momento en que la señora se pone de acuerdo con las autoridades civil -y eclesiástica para la admisión de estos o los otros desvalidos, -da derecho a las tales autoridades para que intervengan, vigilen y -pretendan gobernar aquí como en todas partes. En cuanto usted se mueve, -viene la Iglesia, y dice: «¡alto!», y viene el intruso Estado, y dice: -«¡alto!» Una y otro quieren inspeccionar. La tutela le quitará a usted -toda iniciativa. ¡Cuánto más sencillo y más práctico, señora de mi -alma, es que no funde cosa alguna, que prescinda de toda constitución -y reglamentos, y se constituya en familia, nada más que en familia, -en señora y reina de su casa<span class="pagenum" id="Page_336">p. -336</span> particular! Dentro de las fronteras de su casa libre, podrá -usted amparar a los pobres que quiera, sentarles a su mesa, y proceder -como le inspiren su espíritu de caridad y su amor del bien.</p> - -<p>La Condesa, al fin, callaba, y oía con profunda atención.</p> - -<p>—Y dicha esta verdad —prosiguió Nazarín—, voy a expresar otra, pues -no es una sola la que ha de guiar a usted por el buen camino: son dos, -o quizá tres, y puesto yo a decirlas, no he de pararme en barras, ni -inquietarme porque usted se incomode o no se incomode. Aunque supiera -yo que sería despedido de su ínsula, donde estoy muy a gusto, yo no -había de callarme las verdades que aún restan por decir. Vamos allá. La -señora Condesa es joven, y en su vida relativamente corta, ha padecido -más que otros en una vida larga; en breve tiempo soportó, sí, grandes -tribulaciones y trabajos. Vio su juventud marchita tempranamente por -las desavenencias con su familia; vio morir en lejanas tierras al -esposo que adoraba; sufrió después contratiempos, desvíos, amarguras... -Su alma, hastiada de las cosas terrenas, volvióse a Dios; aspiró a ser -suya por entero, entendió que debía consagrar el resto de sus días a la -mortificación, al ascetismo, a la caridad... Perfectamente. Todo esto -es muy bueno, y yo alabo esas<span class="pagenum" id="Page_337">p. -337</span> aspiraciones, que demuestran la grandeza de su espíritu. -Pero he de decirle sin rebozo que en ellas veo un error grave, señora, -porque la santidad con que viene soñando desde que perdió a su esposo, -no ha de alcanzarla usted por esos medios. El ardor de vida mística -no lo tiene usted más que en su imaginación, y esto no basta, señora -Condesa, porque sería usted una mística soñadora o imaginativa, no una -santa como pretende, y como todos queremos que sea.</p> - -<p>Halma quiso decir algo, pero no pudo: se le trababa la lengua.</p> - -<p>—Llegará día, si no toma la señora otro rumbo, en que todo ese -misticismo se le convierta en un nido de pasiones, que podrían ser -buenas, y también podrían ser malas. Déjese de aspirar a la santidad -por ese camino, y apresúrese a seguir el que voy a proponerle. ¿Quién -le aconsejó a usted que renunciase a todo afecto mundano, y que se -consagrara al afecto ideal, al afecto puro de las cosas divinas? Sin -duda fue el benditísimo don Manuel Flórez, hombre muy bueno, pero que -vivía en las rutinas, y andaba siempre por los caminos trillados. El -vértigo social, en medio del cual vivió siempre nuestro simpático -don Manuel, no le permitía ver bien las complexiones humanas, ni -la fisonomía peculiar de cada alma, ni los caracteres, ni los -temperamentos. Yo he tenido la suerte de verlo<span class="pagenum" -id="Page_338">p. 338</span> más claro, aunque tarde, a tiempo, sin -duda porque el Señor me iluminó para que sacara a usted del pantano -en que se ha metido. No, la vida ascética, solitaria, consagrada a la -meditación y a la abstinencia no es para usted. La señora de Pedralba -necesita actividad, quehaceres, trabajo, movimiento, afectos, vida -humana, en fin, y en ella puede llegar, si no a la perfección, porque -la perfección nos está vedada, a una suma tal de méritos y virtudes, -que no haya en la tierra quien la supere, y sea usted el recreo del -Dios que la ha criado.</p> - -<p>Doña Catalina, sofocada, echaba fuego de sus mejillas.</p> - -<p>—Nada conseguirá usted por lo espiritual puro; todo lo tendrá usted -por lo humano. Y no hay que despreciar lo humano, señora mía, porque -despreciaríamos la obra de Dios, que si ha hecho nuestros corazones, -también es autor de nuestros nervios y nuestra sangre. Se lo dice a -usted un hombre que no conoce ni la adulación ni el miedo. Nada soy, -y si alguna vez no fuera órgano de la verdad, de poco valdría mi -existencia. A los pobres les digo que sufran y esperen, a los ricos -que amparen al pobre, a los malos que vuelvan a Dios por la vía del -arrepentimiento, a los buenos que vivan santamente, dentro de las leyes -divinas y humanas. Y a usted que es buena, y noble, y virtuosa, le -digo<span class="pagenum" id="Page_339">p. 339</span> que no busque la -perfección en el espiritualismo solitario, porque no la encontrará, que -su vida necesita del apoyo de otra vida para no tambalearse, para andar -siempre bien derecha.</p> - -<p>Catalina de Halma, al oír aquello del <i>apoyo</i> de otra vida, -sintió que se le erizaba el cabello. Nazarín se levantó; ella también, -los ojos espantados, el rostro encendido.</p> - -<p>—Lo que usted quiere decirme —murmuró contrayendo los dedos, cual si -quisiera hacer de ellos afilada garra—, lo que usted me propone es... -¡que me case!</p> - -<p>—Sí señora, eso mismo: que se case usted.</p> - -<p>Lanzó la Condesa un grito gutural, y llevándose la mano al corazón, -como para contener un estallido, cayó al suelo atacada de fieras -convulsiones.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChV_8"> - <h3>VIII</h3> -</div> - -<p>Corrió Beatriz en su auxilio, la cogió en brazos. Nazarín la miraba -impasible. En su desmayo, entre frases ininteligibles, doña Catalina -pronunció con claridad la siguiente:</p> - -<p>—Está loco, y quiere volverme loca a mí.</p> - -<p>Salió Nazarín de la sala capitular, donde Beatriz, con el auxilio de -Aquilina que acudió prontamente, trataba de volver a su normal estado -a la ilustre señora. Bastó con desabrocharle el justillo y mojarle las -sienes con agua fría,<span class="pagenum" id="Page_340">p. 340</span> -para que Halma se restableciera, y quedándose sola otra vez con la -nazarista, pasó más de un cuarto de hora sin que ninguna de las dos -dijese palabra, ni en pro ni en contra del singularísimo consejo del -apóstol mendigo.</p> - -<p>Catalina, poseída de una intensa languidez, fue la que primero -rompió el grave silencio, con esta pregunta:</p> - -<p>—Y cuando yo perdí el sentido, ¿no dijo algo más?</p> - -<p>—No señora. Nada más.</p> - -<p>—¿No dijo la tercera verdad... que debo casarme con José Antonio?</p> - -<p>—No le oí tal cosa.</p> - -<p>Quedose Halma como aletargada en el sofá, y cuando Beatriz la creía -dormida, he aquí que se incorpora la dama, muy nerviosa, y con gran -inquietud de lengua y manos, atropelladamente dice:</p> - -<p>—Beatriz, ese hombre es el santo, ese hombre es el justo, el -misionero de la verdad, el emisario del Verbo Divino. Su voz me trae la -voluntad de Dios, y ante ella me prosterno. Esa idea de que yo me case, -me andaba rondando el alma, sin atreverse a entrar en ella, porque yo -la tenía ocupada por mil artificios de mi vanidad de santa imaginativa, -y de mística visionaria... Me ha dicho la gran verdad, que ha tardado -en posesionarse de mi espíritu, entontecido con las ideas rutinarias -que estoy metiendo y ataru<span class="pagenum" id="Page_341">p. -341</span>gando en él desde hace algún tiempo. ¿Dónde está tu maestro? -Quiero verle. Quiero que me hable otra vez, y que me confirme lo que -antes rae dijo.</p> - -<p>Salieron las dos.</p> - -<p>—Allá está —indicó Beatriz, después de explorar por una ventana las -soledades de Pedralba—. Está paseándose debajo del moral.</p> - -<p>Corrieron allá, y arrodillándose ante él, Halma le dijo:</p> - -<p>—Padre, verdad tan grande y clara jamás oí. Usted me ha revelado -a mí misma. Yo era como el gusano que se encierra en el capullo que -labra. Usted me ha sacado de mi propia envoltura. Un sentimiento -existía en mí, de que apenas yo misma me daba cuenta: tan agazapadito -estaba el pobre en un rincón de mi alma. La voz del padrito le ha hecho -saltar, y se ha crecido el pícaro en un instante... ¡Oh, qué verdades -me ha dicho esa inteligencia soberana! Sola, en vano pediría savia y -calor al misticismo. Acompañada, tendré quien me defienda, quien me -ayude, seremos dos en uno para proseguir la santa obra. No fundo nada, -no quiero comunidad legal constituida con mil formulillas, que serían -otras tantas brechas para que se metieran a inspeccionar mis acciones -el cura y el médico y el administrador. Mi ínsula no es, no debe ser -una institución, a imagen y semejanza del Estado. Sea mi ínsula una -casa, una familia. Mi<span class="pagenum" id="Page_342">p. 342</span> -marido y yo mandamos y disponemos en ella, con libre voluntad, conforme -a la ley de Dios.</p> - -<p>—Mírele, mírele —dijo Nazarín señalando a un punto lejano, en que se -veía una pareja de bueyes, y un gañán tras ella—. Allí está el hombre, -el corazón grande y hermoso, el ser que usted, con su caridad, mal -comprendida por el bendito Flórez, y renegada por su hermano, sacó de -la miseria y de la abyección. Le he sondeado. He visto su alma delante -de mí, clara y patente. Es un buen hombre, y será un excelente señor de -Pedralba.</p> - -<p>—Y le bendeciremos a usted, padre, el santo, el justo, el que todo -lo ve y todo lo descubre.</p> - -<p>—No soy nada de eso —replicó el curita manchego, resistiéndose a que -Halma le besase las manos, y obligándola a levantarse—. ¡La señora de -rodillas ante mí! ¡No faltaba más! Yo no soy ni santo ni justo, señora -mía, sino un pobre hombre que, por favor de Dios, ha sabido ver lo que -nadie había visto: que la señora de Pedralba quiere a su primo, que le -quiere con amor, quizás desde que se llegó a ella, hecho un perdido, -con ánimo de pedirle una limosna.</p> - -<p>—Es verdad, es verdad... ¡Y yo pensé alejarle de mí! ¡Qué desvarío! -Llegué a creer que la sequedad del alma era el primer peldaño para -subir a esas santidades que soñé... Estaba yo con mi santidad como -chiquilla con zapatos nuevos.<span class="pagenum" id="Page_343">p. -343</span> ¡Y el pobre José Antonio abrasado en un afecto hacia mí, -que yo interpretaba como agradecimiento muy vivo! Ya sospechaba yo que -sería algo más; pero tal era mi torpeza que, al ver aquel sentimiento, -le echaba tierra encima, todo el material inerte que sacaba del hoyo -místico en que enterrarme quería.</p> - -<p>—Y ahora, señora Condesa, ahora que las grandes verdades han salido, -con la ayuda de la luz de Dios, de la obscuridad en que se escondían, -váyase a la casa, dedíquese a sus ocupaciones habituales, y déjeme a -mí el cuidado de informar a Urrea de esta felicidad, pues si no se -la comunico con arte gradual, podría ser que el gozo repentino le -produjera conmoción demasiado fuerte y peligrosa.</p> - -<p>No tardó Halma en obedecerle, y allá se fue con Beatriz a sus -trajines domésticos, que aquel día le parecieron más gratos que nunca. -Y el manchego tomó pasito a paso el sendero que conducía a la tierra -que el noble Urrea estaba labrando. Hízole el bravo gañán, al verle -llegar, un gallardo saludo, levantando repetidas veces la aijada, -y cuando le tuvo a tiro de palabra, no se atrevió a preguntarle, -tal miedo tenía, lo que con tanto ardor anhelaba saber. Parados -los bueyes, Urrea se quedó como una estatua. Los pies en el barro, -la mano izquierda en la esteva, empuñando con la derecha la<span -class="pagenum" id="Page_344">p. 344</span> aijada, era una hermosa -representación de la Agricultura, labrada en <i>terracotta</i>.</p> - -<p>—Hijo mío —le dijo Nazarín—, no sé si las noticias que te traigo -serán satisfactorias para ti. No te alegres antes de tiempo.</p> - -<p>José Antonio palideció.</p> - -<p>—Hijo mío, si no fueras tan bruto, comprenderías que las noticias -que te traigo son medianas, tirando a buenas.</p> - -<p>El rostro del gañán se enrojeció.</p> - -<p>—La señora Condesa no quiere que te vayas de Pedralba. Pero...</p> - -<p>—¿Pero qué?</p> - -<p>—Pero... ello es que no encontraba la manera de retenerte. Al fin, -yo le he dado una formulilla o receta para resolver el conflicto, y -evitar las intrusiones probables de don Remigio, de Láinez y Amador. Se -cambiará radicalmente el régimen de Pedralba. ¿Te vas enterando?</p> - -<p>—No entiendo nada.</p> - -<p>—Porque eres muy torpe. Nada, hijo, que he convencido a la señora -Condesa... ¿te lo digo? de que debe rematar la gran obra de tu -corrección, ¿te lo digo?... haciéndote su esposo. ¿No lo crees?</p> - -<p>Urrea blandió la aijada, y tal movimiento le imprimió en la -convulsión de su gozosa sorpresa, que Nazarín hubiera podido creer que -le atravesaba de parte a parte.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_345">p. 345</span>—Calma, hijo, no -hagas locuras. Las cosas van por donde deben ir. Da gracias a Dios -por haber iluminado a tu prima. Al fin comprende que debe llevarse la -corriente de la vida por su cauce natural. Su determinación resuelve de -un modo naturalísimo todas las dificultades que en el gobierno de esta -ínsula surgieron. Los señores de Pedralba no fundan nada; viven en su -casa y hacen todo el bien que pueden. ¡Ya ves cuán fácil y sencillo! -Para discurrir esto no se necesita la intervención del Espíritu -Santo. Y sin embargo, la gran inteligencia de la señora Condesa de -Halma, deslumbrada por sus propios resplandores, no veía esta verdad -elemental. Dios ha querido que yo, un pobre clérigo vagabundo, predique -el sentido común a los entendimientos atrevidos, a las almas demasiado -ambiciosas.</p> - -<p>José Antonio dio un abrazo a Nazarín, y no pudo expresar su alegría -sino con frases entrecortadas:</p> - -<p>—Yo también, yo también... vi claro... no podía decirlo... a mí -propio no decírmelo... Temía disparate... ¡Y no lo era, Cristo, no lo -era! La suma ciencia parece locura; la verdad de Dios... sinrazón de -los hombres.</p> - -<p>—Ahora, hijo mío, continúa en tu trabajito, como si nada hubiera -pasado. Sigue arando, arando, que esto entretiene, y al propio tiempo -que abres la tierra, das gracias a Dios por la<span class="pagenum" -id="Page_346">p. 346</span> merced que acaba de hacerte. Este bien tan -grande y hermoso no lo mereces tú.</p> - -<p>—No lo merezco, no —dijo Urrea con emoción—. Mucho he padecido en -este mundo. Pero aunque mis tormentos hubieran sido un millón de veces -mayores, no está en la proporción de ellos esta inmensa alegría.</p> - -<p>—Trabaja, hijo, trabaja. Y otra cosa te encargo. No vayas al -castillo hasta la noche... porque supongo que te traerán aquí la -comida.</p> - -<p>—Así lo creo.</p> - -<p>—No muestres impaciencia, no te descompongas, ni cuando veas a tu -prima esta noche, a la hora de la cena, hagas figuras ni desplantes. -Tú... calladito hasta que ella te hable. Y cuando se digne exponerte -su pensamiento, tú le das las gracias en forma reposada y noble, -prometiendo consagrarle tu vida y tu ser todo, y haciéndole ver que -no te crees merecedor de la inaudita felicidad que te depara... Anda, -hijo, a tus bueyes, y hasta la noche... Con ese surco escribes en la -tierra tu gratitud. Ama la tierra, que a todos nos da sustento, y nos -enseña tantas cosas, entre ellas una muy difícil de aprender. ¿A que no -sabes lo que es? Esperar, hijo, esperar. La tierra guarda la sazón de -las cosas, y nos la da... cuando debe dárnosla.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChV_9"> - <p><span class="pagenum" id="Page_347">p. 347</span></p> - <h3>IX</h3> -</div> - -<p>Lo que platicaron aquella noche, después de cenar, la gobernadora -de la ínsula y el futuro señor de Pedralba, no consta en los papeles -del archivo nazarista, de donde todos los materiales para componer -la presente historia han sido escrupulosamente sacados. Sin duda, -después de dar cuenta de la grave resolución matrimonial de la santa -Condesa, no creyeron los cronistas del nazarismo que debían extenderse -a mayores desarrollos historiales de tan considerable suceso, o -conceptuaron vacías de todo interés religioso y social las sentidas -palabras con que aquellas dos personas hicieron confirmación solemne -de su propósito matrimonesco. Lo único que se encuentra pertinente al -caso es la noticia de que José Antonio de Urrea se preparó aquella -misma noche para partir a Madrid a la mañanita siguiente. Y otro papel -nazarista corrobora que, en efecto, partió a caballo al romper el día, -y que Halma salió a despedirle, y a desearle un buen viaje, agregando -algunas advertencias que se le habían olvidado en su coloquio de la -noche anterior. Es un hecho incontrovertible, del cual darán fe, si -preciso fuere, testigos presenciales, que ya montado en la jaca el -presunto gobernador de la ínsula, y cuando estre<span class="pagenum" -id="Page_348">p. 348</span>chaba la mano de la Condesa, pronunció estas -palabras:</p> - -<p>—No llevo más que un resquemor: que nuestro don Remigio, que de -seguro tocará el cielo con las manos al ver que no le cae la breva -de la Rectoría de Pedralba, ha de fastidiarnos con dilaciones, y -quizás con entorpecimientos graves. No he cesado de cavilar sobre ello -esta noche, y al fin, querida prima, lo que saco en limpio es que -necesitamos comprar su voluntad.</p> - -<p>—¡Comprarle...! ¡Cómo...! ¿Qué quieres decir?</p> - -<p>—Ya verás. No me vengo de Madrid sin traerme su nombramiento para -una de las parroquias de allá. Es su sueño, su ambición, y si yo logro -satisfacerla, el hombre es nuestro ahora y siempre. He pensado que -nadie puede ayudarme en esta pretensión como Severiano Rodríguez, el -cual es, ya lo sabes, íntimo amigo del Obispo. Y, como Severiano y -tu hermano Feramor tuvieron una formidable agarrada en el Senado, y -ahora están a matar, espero que me apoye con interés, con ardor de -sectario. Basta para ello hacerle comprender que el parlamentario y -economista inglés ha de ver con malos ojos lo que a nosotros nos agrada -y favorece. Créelo, araré la tierra de allá, como he arado la de aquí, -por ganarnos la benevolencia del curita de San Agustín, que es quien ha -de echarnos las bendiciones. Déjame a mí, que ya<span class="pagenum" -id="Page_349">p. 349</span> sabré arreglarlo..., mi palabra. Ya me río -al pensar en el tumulto que ha de armarse cuando yo suelte la noticia. -Será como echar una bomba; de aquí oirás el estallido, y te reirás, -mientras allá me río yo, hasta que venga el día feliz en que nos riamos -juntos... Adiós, adiós, que es tarde.</p> - -<p>El primer día de la ausencia de Urrea, la Condesa, en largo y -afectuoso conciliábulo que celebró con Nazarín, según consta en -documentos de indubitable autenticidad, indicó al apóstol cuán justo -y humano sería darle de alta, declarándole en el pleno goce de sus -facultades intelectuales. Si ella hubiera de decidirlo, no había duda, -¿pues qué prueba más clara del perfecto estado cerebral de don Nazario, -que su incomparable consejo y dictamen en el asunto que Halma sometió -días antes a su criterio?</p> - -<p>A lo que respondió serenamente el peregrino que, hallándose sujeto -a observación por el Superior jerárquico, solo este podía resolver si -debía o no ser reintegrado en sus funciones sacerdotales. Cierto que -un buen informe de la señora Condesa, a quien la Iglesia confiara la -custodia del supuesto demente, sería de gran peso y autoridad; pero a -juicio del interesado, este informe no sería eficaz si no iba precedido -de una explícita manifestación de su Superior inmediato, el cura de San -Agustín. Añadió el<span class="pagenum" id="Page_350">p. 350</span> -apóstol que su mayor gozo sería que le devolviesen las licencias para -poder celebrar el Santo Sacrificio, y si se le concedía la libertad, se -trasladaría sin pérdida de tiempo a Alcalá de Henares, donde sus caros -feligreses, el <i>Sacrílego</i> y Ándara, sufrían el rigor de la ley. -Por lo demás, su paciencia no se agotaba nunca, y esperaría tranquilo, -decidido a no disfrutar la anhelada libertad, mientras quien debía -dársela no se la diera.</p> - -<p>Con don Remigio habló también la Condesa de este asunto, no -obteniendo de él más que vagas promesas de estudiarlo, sometiéndolo -además al criterio facultativo de Láinez. También dio cuenta al cura -y al médico de su proyectado casamiento, y no hay lengua humana -que describir pueda la sorpresa, el estupor de aquellas dignísimas -personas, y del vecino propietario de la Alberca. Don Remigio no paró, -en todo el viaje de Pedralba a San Agustín, de hacerse cruces sobre -boca, cara y pechos.</p> - -<p>Cinco días estuvo José Antonio en Madrid, regresando en la mañana -del sexto, gozoso y triunfante, pues se traía bien despachado todo el -papelorio que la celebración del casamiento exigía. Contando a su prima -el escándalo que en la familia produjo el notición de la boda, empezaba -y no concluía. Al principio, lo tomaron a broma: convencidos al fin de -que era cierto,<span class="pagenum" id="Page_351">p. 351</span> cayó -sobre los solitarios de Pedralba una lluvia de sangrientos chistes. El -menos ofensivo era este: «Catalina se llevó a Nazarín para curarle, y -él la ha vuelto a ella más loca de lo que estaba.» Hicieron Halma y -Urrea lo que anunciado habían antes de la partida de este: pasar buenos -ratitos riéndose de todo aquel tumulto de Madrid, que seguramente -no les causaría inquietud ni desvelo. Acertó a presentarse en aquel -momento el buen don Remigio, y Urrea se fue derecho a él, y dándole -un abrazo tan apretado que parecía que le ahogaba, le dijo: «Mil -parabienes al ínclito cura de San Agustín, por la justicia que sus -superiores le hacen, concediéndole plaza proporcional a sus grandísimos -talentos y eminentes virtudes.»</p> - -<p>No comprendía don Remigio, y el otro, repitiendo el estrujón, hubo -de explicárselo con toda claridad.</p> - -<p>—Sepa que me he traído su nombramiento...</p> - -<p>—¿Para una parroquia de Madrid?</p> - -<p>—No ha podido ser, por no haber vacante en estos días, mi dignísimo -amigo y capellán; pero el señor Prelado, con quien habló de usted un -amigo mío, encareciéndole sus méritos, aseguró que irá usted a los -Madriles muy pronto, y que en tanto, para que hombre tan virtuoso y -sabio no esté obscurecido en ese villorrio, le nombra Ecónomo de Santa -María de Alcalá.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_352">p. 352</span>—¡Santa María de -Alcalá! —exclamó don Remigio como en éxtasis; ¡tan soberbio y apetitoso -le parecía su nuevo destino!</p> - -<p>Y un abrazo más sofocante que los anteriores, selló la amistad -imperecedera entre el buen párroco de San Agustín y el insulano de -Pedralba.</p> - -<p>—¿Y qué puedo hacer yo para demostrarle mi agradecimiento, señor de -Urrea, qué puede hacer este modesto cura...?</p> - -<p>—Ese modesto cura no tiene que hacer más que conservarnos su -preciosa amistad, que en tanto estimamos. Y antes de entregar -la parroquia al que viene a sustituirle, échenos las santas -bendiciones.</p> - -<p>—Ahora mismo..., digo, mañana, pasado mañana. Estoy a las órdenes de -la señora doña Catalina, a quien ya no debo llamar Condesa de Halma.</p> - -<p>—Será pasado mañana, señor don Remigio —indicó Halma—. Y otra -cosa he de merecer de su benevolencia: que no me olvide al bendito -Nazarín.</p> - -<p>—Como he de ir a la Corte a ver a mi tío, allá informaré -favorablemente. ¡Si salta a la vista que está en su cabal juicio! -Inteligencia clara como el sol. ¿Verdad, señora?</p> - -<p>—Tal creo yo.</p> - -<p>—No tengo inconveniente en darle de alta,<span class="pagenum" -id="Page_353">p. 353</span> bajo mi responsabilidad, seguro de que el -señor Obispo ha de confirmar mi dictamen, y si quiere venirse conmigo a -Alcalá, me le llevo, sí señor, y le daré una modesta habitación en mi -modestísima casa.</p> - -<p>—Nos alegramos de ello, y lo sentimos —afirmó la señora de -Pedralba—, porque la compañía del buen don Nazario nos es gratísima -sobre toda ponderación.</p> - -<p>—Ya vendrá a vernos —dijo Urrea—. Y al señor don Remigio también -le tendremos aquí alguna vez. Esto no es ya un instituto religioso -ni benéfico, ni aquí hay ordenanzas ni reglamentos, ni más ley que -la de una familia cristiana, que vive en su propiedad. Nosotros nos -gobernamos solos, y gobernamos nuestra cara ínsula.</p> - -<p>—Y así debe ser... y así no tienen ustedes quebraderos de cabeza, -ni que sufrir impertinencias de vecinos intrusos, ni el mangoneo de la -dirección de Beneficencia o de la autoridad eclesiástica. Reyes de su -casa, hacen el bien con libérrima voluntad, sin dar cuenta más que a -Dios... ¡Si es lo que yo he dicho siempre, si es la verdad sencilla, -elemental!... Ea, pasado mañana en mi parroquia, a la hora que los -señores me designen.</p> - -<p>Concertada la hora, don Remigio montó en su jaca, y picó espuelas. -El animalito debía par<span class="pagenum" id="Page_354">p. -354</span>ticipar del inquieto gozo de su amo, porque en un soplo le -llevó al vecino pueblo.</p> - - -<p class="mt2">En la nota de un curiosísimo documento nazarista, que -merece guardarse como oro en paño, se dice que el mismo día de la boda -salió de San Agustín el curita manchego, caballero en la borrica del -gran don Remigio. Despidiose afectuosamente de los señores de Pedralba, -y de Beatriz, que lloraba como una Magdalena al verle partir, y tomando -la carretera hasta la barca de Algete, pasó el Jarama, siguiendo sin -descanso, al paso comedido de la pollina, hasta la nobilísima ciudad -de Alcalá de Henares, donde pensaba que sería de grande utilidad su -presencia.</p> - - -<p class="fs90 mt2">Santander-San Quintín. — Octubre de 1895.</p> - - -<p class="centra fs90 ws1 mt2">Fin de HALMA</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ToC"> - <h2 class="nobreak">ÍNDICE</h2> - <hr class="tir" /> -</div> - -<table summary="Índice de contenidos"> - <tr> - <td colspan="2" class="tdc asc">PRIMERA PARTE</td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChI_1">Cap. I</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_5">5</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChI_2">Cap. II</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_10">10</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChI_3">Cap. III</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_19">19</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChI_4">Cap. IV</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_26">26</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChI_5">Cap. V</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_33">33</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChI_6">Cap. VI</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_41">41</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChI_7">Cap. VII</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_47">47</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChI_8">Cap. VIII</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_55">55</a></td> - </tr> - <tr> - <td colspan="2" class="tdc asc pt05">SEGUNDA PARTE</td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChII_1">Cap. I</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_65">65</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChII_2">Cap. II</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_72">72</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChII_3">Cap. III</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_82">82</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChII_4">Cap. IV</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_91">91</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChII_5">Cap. V</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_100">100</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChII_6">Cap. VI</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_108">108</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChII_7">Cap. VII</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_117">117</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChII_8">Cap. VIII</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_124">124</a></td> - </tr> - <tr> - <td colspan="2" class="tdc asc pt05">TERCERA PARTE</td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChIII_1">Cap. I</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_135">135</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChIII_2">Cap. II</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_142">142</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChIII_3">Cap. III</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_153">153</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChIII_4">Cap. IV</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_161">161</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChIII_5">Cap. V</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_170">170</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChIII_6">Cap. VI</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_181">181</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChIII_7">Cap. VII</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_190">190</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChIII_8">Cap. VIII</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_199">199</a></td> - </tr> - <tr> - <td colspan="2" class="tdc asc pt05">CUARTA PARTE</td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChIV_1">Cap. I</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_211">211</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChIV_2">Cap. II</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_220">220</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChIV_3">Cap. III</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_230">230</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChIV_4">Cap. IV</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_241">241</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChIV_5">Cap. V</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_250">250</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChIV_6">Cap. VI</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_259">259</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChIV_7">Cap. VII</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_269">269</a></td> - </tr> - <tr> - <td colspan="2" class="tdc asc pt05">QUINTA PARTE</td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChV_1">Cap. I</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_279">279</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChV_2">Cap. II</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_289">289</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChV_3">Cap. III</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_297">297</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChV_4">Cap. IV</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_305">305</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChV_5">Cap. V</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_314">314</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChV_6">Cap. VI</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_326">326</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChV_7">Cap. VII</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_333">333</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChV_8">Cap. VIII</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_339">339</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChV_9">Cap. IX</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_347">347</a></td> - </tr> -</table> - -<div>*** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK 65333 ***</div> -</body> -</html> - diff --git a/old/65333-h/images/cover.jpg b/old/65333-h/images/cover.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index 7112e8a..0000000 --- a/old/65333-h/images/cover.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/65333-h/images/logo.jpg b/old/65333-h/images/logo.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index 3957043..0000000 --- a/old/65333-h/images/logo.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/old/65333-0.txt b/old/old/65333-0.txt deleted file mode 100644 index 94911cd..0000000 --- a/old/old/65333-0.txt +++ /dev/null @@ -1,8945 +0,0 @@ -The Project Gutenberg eBook of Halma, by Benito Pérez Galdós - -This eBook is for the use of anyone anywhere in the United States and -most other parts of the world at no cost and with almost no restrictions -whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms -of the Project Gutenberg License included with this eBook or online at -www.gutenberg.org. If you are not located in the United States, you -will have to check the laws of the country where you are located before -using this eBook. - -Title: Halma - -Author: Benito Pérez Galdós - -Release Date: May 13, 2021 [eBook #65333] - -Language: Spanish - -Character set encoding: UTF-8 - -Produced by: Ramón Pajares Box and the Online Distributed Proofreading - Team at https://www.pgdp.net (This file was produced from - images generously made available by The Internet - Archive/Canadian Libraries) - -*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK HALMA *** - -NOTA DE TRANSCRIPCIÓN - - * Las cursivas se muestran entre _subrayados_, y las versalitas se - han convertido a MAYÚSCULAS. - - * Los errores de imprenta han sido corregidos. - - * La ortografía del texto original ha sido actualizada de acuerdo - con las normas publicadas en 2010 por la Real Academia Española. - - * Se convierte la mayor parte de los entrecomillados en rayas - iniciales de diálogo. Se espacian las restantes rayas según las - convenciones ortotipográficas más recientes. - - * Las páginas en blanco han sido eliminadas. - - * Se ha añadido un índice al final del libro pese a que el original - impreso no lo incluye. - - - - -HALMA - - - - - Es propiedad. Queda hecho el depósito que marca la ley. Serán - furtivos los ejemplares que no lleven el sello del autor. - - - - - NOVELAS ESPAÑOLAS CONTEMPORÁNEAS - POR - B. PÉREZ GALDÓS - - HALMA - - 10.000 - - [Ilustración] - - MADRID - SUCESORES DE HERNANDO - Arenal, 11 - 1913 - - - - - EST. TIP. DE LOS HIJOS DE TELLO - - IMPRESOR DE CÁMARA DE S. M. - - C. de San Francisco, 4 - - - - -HALMA - - - - -PRIMERA PARTE - - - - -I - - -Doy a mis lectores la mejor prueba de estimación sacrificándoles mi -amor propio de erudito investigador de genealogías... vamos, que les -perdono la vida, omitiendo aquí el larguísimo y enfadoso estudio de -linajes, por donde he podido comprobar que doña Catalina de Artal, -Xavierre, Iraeta y Merchán de Caracciolo, Condesa de Halma-Lautenberg, -pertenece a la más empingorotada nobleza de Aragón y Castilla, y que -entre sus antecesores figuran los Borjas, los Toledos, los Pignatellis, -los Gurreas, y otros nombres ilustres. Explorando la selva genealógica, -más bien que árbol, en que se entrelazan y confunden tan antiguos y -preclaros linajes, se descubre que, por el casamiento de doña Urianda -de Galcerán con un príncipe italiano, en 1319, los Artales entroncan -con los Gonzagas y los Caracciolos. Por otro lado, si los Xavierres de -Aragón aparecen injertos en los Guzmanes de Castilla, en la rama de -los Iraetas corre la savia de los Loyolas, y en la de los Moncadas de -Cataluña la de los Borromeos de Milán. De lo cual resulta que la noble -señora no solo cuenta entre sus antepasados varones insignes por sus -hazañas bélicas, sino santos gloriosos, venerados en los altares de -toda la cristiandad. - -Como he dado al buen lector mi palabra de no aburrirle, me guardo -para mejor ocasión los mil y quinientos comprobantes que reuní, -comiéndome el polvo de los archivos, para demostrar el parentesco de -doña Catalina con el antipapa don Pedro de Luna, Benedicto XIII. Busca -buscando, hallé también su entronque lejano con Papas legítimos, pues -existiendo una rama de los Artal y Ferrench que enlazó con las familias -italianas de Aldobrandini y Odescalchi, resulta claro como la luz que -son parientes lejanos de la Condesa los Pontífices Clemente VIII e -Inocencio XI. - -De monarcas no se diga, pues el árbol aparece cuajado, como de un -lozano fruto, de apellidos regios, y allí veis los Albrit y Foix de -Navarra, los Cerdas y Trastamaras de acá, y otros mil nombres que -a cien leguas trascienden a realeza, como los de Rohan, Bouillon, -Lancaster, Montmorency, etc... Fiel a mi compromiso, envaino mi -erudición, y emprendo la reseña biográfica, designando a doña -Catalina-María del Refugio-Aloysa-Tecla-Consolación-Leovigilda, etc... -de Artal y Javierre como tercera hija de los señores Marqueses de -Feramor. Huérfana de padre y madre a los siete años, quedó al cuidado -del primogénito, actualmente Marqués de Feramor, y de su hermana doña -María del Carmen Ignacia, Duquesa de Monterones. En 1890, casó con un -joven agregado a la embajada alemana, el Conde de Halma-Lautenberg, -matrimonio que hubo de realizarse contra viento y marea, pues los -hermanos de ella y toda la familia se opusieron tenazmente por cuantos -medios le sugerían su orgullo y terquedad. Querían desposarla con un -individuo de la casa de Muñoz Moreno-Isla, de nobleza mercantil, pero -bien amasada con patacones. Catalina, que desde muy niña mostraba -increíbles ascos al vil metal, se prendó del diplomático alemán, que a -su seductora figura unía un desprecio hermosísimo de las materialidades -de la existencia. Grandes trapisondas y disturbios hubo en la familia -por la tiránica firmeza de los hermanos mayores, y la resistencia -heroica, hasta el martirio, de la enamorada doncella. Casados al fin, -no sin intervención judicial, el esposo fue destinado a Bulgaria, de -aquí a Constantinopla, y allá le siguió doña Catalina, rompiendo toda -relación con sus hermanos. Calamidades, privaciones, desdichas sin -fin la esperaban en Oriente, y al conocerlas la familia de acá, por -referencias de diplomáticos extranjeros y españoles, no veía en todo -ello más que la mano de Dios castigando duramente a Catalina de Artal -por la amorosa demencia que la llevó a enlazarse con un advenedizo, de -familia desconocida, hombre sin seso, desordenadísimo en sus ideas, -desatado de nervios, y habitante aburrido de las regiones imaginativas. -Para colmo de infortunio, Carlos Federico era pobre, con el título -pelado, y sin más renta que su sueldo, pelado también, pues la familia -de Halma-Lautenberg, que desciende, según noticias que tengo por -fidedignas, del Landgrave de Turingia y Hesse, Hermann II, había venido -tan a menos como cualquier familia de por acá, de las que, después -de mil tumbos y vaivenes, caen a lo hondo del abismo social para no -levantarse nunca. - -Contratiempos mil, reveses de fortuna, escaseces y aun hambres -efectivas padeció la infeliz doña Catalina en aquellas lejanas tierras, -sin más consuelo que el amor de su esposo, que nunca le faltó, ni de -él tuvo queja, pues Dios, al privarla de tantos bienes, concediole -con creces la paz conyugal. Tiernamente amada y amante, la íntima -felicidad de su matrimonio la compensaba de tanta desdicha del orden -externo. Carlos Federico era bueno, dulce, aunque medio loco según -unos, y loco entero según otros. La mala opinión acerca de su gobierno -cerebral debió trascender hasta la Cancillería de Berlín, porque fue -destituido de su cargo. La joven pareja se encontró a merced de la -Divina voluntad, que sin duda quería someter a durísima prueba el alma -fuerte de la dama española, pues a los dos meses de la destitución, y -cuando, en espera de recursos para venirse a Occidente, vivía obscuro -y resignado el matrimonio en una humilde casita de Pera, se le declaró -al esposo una tisis, con tan graves caracteres, que no era difícil -presagiar un desenlace fúnebre en breve plazo. - -Reveló entonces su temple finísimo el alma de Catalina de Artal, pues -cobrando ánimos con aquel nuevo golpe, aventurose a pedir auxilio a sus -hermanos de Madrid, que si al principio si hicieron un poco de rogar, -cedieron al fin, mirando más al decoro de la familia que a la caridad -cristiana. Con el mezquino socorro que le enviaron, pudo la heroína -transportar a su pobre enfermo a la isla de Corfú, afamada por la -benignidad de su clima. Allí vivieron, si aquello era vivir, en un pie -de milagrosa economía; supliendo con el cariño los recursos materiales, -y las comodidades con prodigios de inteligencia, él resignado, ella -valerosa y sublime como enfermera, amantísima como esposa, diligente -en el manejo de la humilde casa, hasta que al fin Dios llamó a sí al -infeliz Conde de Halma en la madrugada del 8 de Septiembre, día de la -Natividad de Nuestra Señora. - - - - -II - - -Refieran en buen hora los sufrimientos de Catalina de Artal en -aquellos tristes días y en los que siguieron a la muerte de su -adorado esposo, los que posean mística inspiración y estén avezados -a relatar vidas y muertes de mártires gloriosos. Yo no sé hacerlo, y -dejando este trabajo a plumas expertas, que seguramente escribirán la -edificante historia, no hago más que apuntar los hechos capitales, -como antecedentes o fundamento de lo que me propongo referir. ¿Qué -puedo decir del hondísimo dolor de la dama al ver expirar en sus -brazos al que era su vida toda, amor primero, alegría última, único -bien terrestre de su alma? La opinión del mundo, que rara vez deja de -equivocarse en sus precipitados y vanos juicios, había contrahecho la -persona moral del señor Conde, pintándole en los círculos de Madrid con -colores de malicia. Pero al historiador de conciencia, bien enterado -de su asunto, toca el borrar toda falsedad con que los habladores y -envidiosos ennegrecen un noble carácter. Esto hago yo ahora, asegurando -que Carlos Federico de Halma era un bendito, y que la investigación más -rebuscona y pesimista no encontrará en su conducta, después de casado, -ninguna tacha. Desbarato resueltamente la reputación que lenguas -demasiado sueltas le hicieron en Madrid, y reconstruyo su verdadera -personalidad de hombre recto, leal, sincero, añadiendo a estas -cualidades las que adquirió en la convivencia con su digna esposa. - -No poca parte había tenido en la dudosa reputación del alemán, -antes del casorio, la volubilidad de sus ideas, la ligereza de sus -juicios, sus distracciones, que llegaron a formar un verdadero centón -anecdótico, sus displicencias negras alternadas con hervores de loco -entusiasmo por cualquier motivo de arte o amoríos, su prolijidad -machacona en las disputas, y un sinnúmero de manías, algunas de las -cuales no le abandonaron hasta su muerte. Se calentaba la cabeza -pensando en la habitabilidad de todas las estrellas del cielo, chicas -y grandes, y el que quisiera sacarle de sus casillas, no tenía más -que poner en duda la infinita difusión de familias humanas por la -inmensidad planetaria. Del absoluto menosprecio de toda religión -positiva había pasado, poco antes de casarse, y por influencia de la -angelical Catalina, a un ferviente ardor cristiano, más imaginativo -que piadoso, sed del alma que apetecía, sin satisfacerse nunca, no -devociones externas y prácticas litúrgicas, sino embriagueces de la -fantasía, mirando más a la leyenda seductora que al dogma severo. -En Oriente, la esposa logró poner algún orden en los descabellados -entusiasmos de Carlos Federico, hasta que, atacado de cruelísima -dolencia, tan difícil era combatir en él la fiebre abrasadora, como -el espiritualismo delirante. Uno y otro fuego le consumían por igual, -y creyérase que ambos, juntando sus llamas, le redujeron a ceniza -impalpable. - -La noche misma de su muerte, refirió a su mujer, entre dos ataques de -disnea, un sueño que había tenido por la tarde, y como viese Catalina -en aquel relato una extraña lógica y cierta lucidez clásica, se -afligió extremadamente, pensando que su pobre enfermo entreveía ya -los horizontes del reino de la eterna verdad. Tanto sentido, tanta -sindéresis en la composición de un poemita fantástico, pues no otra -cosa era el bien relatado sueño, ¿qué podían significar sino que el -poeta se moría? Así fue en efecto. En los últimos minutos de vida se -lanzaba, con desbocada imaginación, a un proyecto de viaje por Asia -Menor y Palestina, con el doble objeto de visitar las ruinas de Troya, -primero, y el país de Galilea después. (Átense estos cabos.) En su -pensamiento se entrelazaron dos nombres: Homero-Cristo. Y al querer dar -la explicación de aquel abrazo histórico y poético, gimió, dio una gran -voz... «¡ah!» y expiró... - -Podría creerse que la muerte del Conde fue el último dolor de la -infortunada Catalina de Artal, y que tras aquella tribulación le -concedió el cielo días de descanso, ya que no de ventura. Pues no -fue así. Sobre la tristeza de su viudez, y el recuerdo siempre vivo -del pobre muerto, viose agobiada de calamidades de otro orden. Hasta -entonces había conocido las humillaciones y escaseces indecorosas -que lastimaban su dignidad de aristócrata. Pero a poco de enviudar, -y residiendo aún en Corfú por no tener medios de trasladarse a otro -sitio, supo lo que es la miseria, la efectiva, horripilante miseria, y -sufrió vejámenes que habrían abatido almas de peor temple que la suya. -Alojada como de limosna en una casa inglesa primero, en una hostería -griega después, Catalina de Artal se vio privada de alimento algunos -días, obligada a lavar su escasa ropa, a remendarse sus zapatos, y a -prestar servicios que repugnaban a su delicado organismo. Pero todo lo -llevaba con paciencia, todo lo aceptaba por amor de Cristo, anhelando -purificarse con el sufrimiento. Como se le ofreciera una coyuntura -propicia para salir de aquella situación, quiso aprovecharla, más -que por mejorar de vida, por encontrarse entre personas allegadas, en -quienes emplear los cariños que atesoraba su hermoso corazón. Llegose -un día inopinadamente a la isla jónica un hermano de Carlos Federico, -grande aficionado a los viajes marítimos, y que divagaba por el -Archipiélago en un yate de unos comerciantes del Pireo. Propúsole el -tal llevarla a Rodas, donde era cónsul el Conde Ernesto de Lautenberg, -tío suyo y del difunto esposo de Catalina, caballero muy bondadoso y -corriente, a quien la infeliz dama había conocido en Constantinopla. - -Dejose llevar la viuda por Félix Mauricio (que así se nombraba su -cuñado), atraída principalmente por la esperanza de vivir en compañía -de la Condesa Ernesto de Lautenberg, señora húngara, muy simpática y -que había demostrado a la española, en los breves días de su trato, una -cordial adhesión. Salieron, pues, de Corfú en la embarcación griega, -mal llamada yate, pues por su pequeñez y escaso tonelaje no era más -que un balandro bonito, propio para regatas y excursiones cortas. Iba -tripulado por jóvenes _dilettantes_ de la mar. A causa del mal gobierno -y de la impericia del que hacía de capitán, no pudieron capear un -furioso temporal que les cogió entre Zante y Cefalonia, y lanzados por -el viento y el oleaje hacia el golfo de Patrás, entraron de arribada -en Misolonghi con grandes averías. Días y días estuvieron allí, -esperando buen tiempo, y lanzados de nuevo a la mar, llegaban siempre -a donde no querían ir. Félix Mauricio y el amigote ateniense que -capitaneaba la frágil nave, profesaban la teoría de que los temporales -con vino _son menos_, y empalmaban las turcas que era una maldición. -De este modo y con tales ansiedades y vicisitudes, navegando a merced -de Neptuno, y sin arte para dominarle, fueron dando tumbos por toda -la vuelta sur del Peloponeso. Como quien va describiendo eses por el -laberinto de callejuelas de una ciudad tortuosa, tan pronto tropezaban -en Candía, como en Cerigo (la antigua Cytheres); metiéronse a la -buena de Dios por entre las Cícladas, tocando en Milo y Paros, luego -recorrieron las Espóradas, visitando Samos, Cos y otras hasta parar en -Rodas, después de dos meses largos de endemoniada navegación. - -Como todo se disponía en contra de los deseos de la infeliz viuda, -resultó que el Conde Ernesto se había ido a Alemania con licencia, y -que su esposa, la simpática y bonísima húngara, se había muerto tres -meses antes. Aceptó resignada la Condesa de Halma esta nueva decepción, -y tratando con su cuñado de la necesidad de que la trasladase a -Corinto o Atenas, desde donde podría comunicarse con su familia de -Madrid, y preparar su vuelta a España, contestole el joven en forma -tan descarnada y grosera, que no pudo la señora, por más esfuerzos -que hizo, poner su humildad por encima de su orgullo en la réplica. -Hallábanse en un fonducho próximo al muelle. Renunció la dama la -hospitalidad a bordo, que el capitán del balandro le ofrecía, y -enterada de que existía en Rodas un convento de la Orden Tercera, allá -se dirigió volviendo la espalda para siempre al Conde Félix Mauricio, y -a sus insensatos compañeros de aventuras marítimas. - -Gracias a los buenos franciscanos, la noble señora fue alojada -decorosamente, y empezaron las negociaciones para su regreso a la madre -patria. Dígase de paso, a fin de completar la información, que el tal -Félix Mauricio era lo peorcito de la familia Halma-Lautenberg. Había -pertenecido al cuerpo consular, sirviendo en Alicante y en Esmirna. -Aquí casó con una griega rica, y abandonando la carrera se dedicó al -comercio de esponjas, con varia fortuna. Cuando le encontramos en el -balandro había logrado rehacerse de su primera quiebra. Su carácter -violento y quisquilloso, su exterior desagradable, y más que nada su -inclinación irresistible a las libaciones alcohólicas, le hacían poco -estimable y estimado de propios y extraños. Una tarde, hallándose -doña Catalina platicando con el guardián del convento, vio al yate -darse a la vela, y le hizo la señal de la cruz. Perdonó a la nave y a -sus tripulantes, y dio gracias a Dios por haber salido en bien de su -peligrosísima aventura por los mares de Grecia. - -Los caritativos frailes lograron arreglar a la infortunada Condesa su -regreso a Occidente, y tomándole billete en el _Lloyd Austriaco_, la -expidieron para Malta, donde otros religiosos de la misma regla se -encargarían de reexpedirla para Marsella, y de allí a Barcelona. Pero -como el _Lloyd Austriaco_ no tocaba en Rodas, la viajera tuvo que hacer -la travesía entre esta isla y el punto de escala, que era Esmirna, en -una goleta turca que cargaba frutas y trigo. Nuevos contratiempos para -la pobre señora Condesa, pues aquellos demonios de turcos hicieron la -gracia de llevar un formidable contrabando, y la goleta fue visitada -en aguas de Quíos por un falucho de guerra, y apresada y detenida -con todos sus pasajeros y tripulantes, hasta que el bajá de Esmirna -decidiera el número de palos que le habían de administrar al patrón. -Entre tanto, pasaba doña Catalina mil privaciones y amarguras, pues -allí no había frailes Franciscos que mirasen por ella. Y gracias que -al fin logró verse a bordo del vapor austriaco, el cual, para que en -todo se cumpliese el sino de la dama sin ventura, era un verdadero -inválido. Recelaba ella de todo, del mar y del cielo, y de los -desmanes de la gentuza de varias razas orientales que en aquellas -embarcaciones entra y sale de continuo. Pero ni el cielo, ni la mar, ni -el pasaje ocasionaron a la señora ningún disgusto. Fue la endiablada -máquina del vapor la que se encargó de interrumpir lastimosamente -la navegación, rompiéndose en la demora de Candía. Quedose el buque -como una boya, con el árbol de la hélice en dos pedazos, sin gobierno -el timón por rotura de los guardines. Dio al fin remolque un vapor -inglés, y le llevó a Damieta; allí trasbordaron, pasando a Alejandría, -donde, por variar, sufrieron un nuevo y penoso trasbordo con pérdida -del equipaje, y mojadura total de la ropa puesta. En rumbo para Malta, -con divertimiento de Siroco fortísimo, golpes de mar, y por fin de -fiesta, a la entrada de La Valette, rotura de una de las palas de la -hélice, retraso, peligro... En Malta, la dama errante fue atacada de -calenturas intermitentes. Dos semanas de hospital, riesgo de muerte, -consternación, abandono. Por fin, cumpliéndose en aquel triste caso -lo de _Dios aprieta, pero no ahoga_, Catalina de Halma puso el pie en -Marsella en un estado deplorable por lo tocante a nutrición, vestido -y calzado, y cinco días después, los señores Marqueses de Feramor -vieron entrar en su casa a una mujer que más bien parecía espectro, -el rostro descarnado, como de la tierra comido, los ojos brillantes y -febriles, las ropas deshechas por el tiempo, el viento y la mar, roto -el calzado..., lastimosa figura en verdad. Y como el señor Marqués, -poseído de espanto, la mirase ceñudo y dijese: - ---¿Quién es usted? - -Hubo de contestarle Catalina: - ---¿Pero de veras no me conoces? Soy tu hermana. - - - - -III - - -No dio su brazo a torcer la Condesa de Halma en las primeras -explicaciones y coloquios con sus hermanos, el Marqués de Feramor y -la Duquesa de Monterones, es decir, que no se declaró arrepentida de -su matrimonio, ni renegaba de este por los trabajos y desventuras sin -cuento que de su unión con el alemán se derivaron. La memoria de su -esposo prevalecía en ella sobre todas las cosas, y no permitía que -sus hermanos la menoscabaran con acusaciones, o chistes despiadados. -Había venido a que la amparasen, dándole el resto de su legítima si -algo restaba, después de saldar cuentas con el jefe de la familia. -Pero no se humillaba, ni al pedirlo y tomarlo, en caso de que se lo -dieran, había de abdicar su dignidad, achicándose moralmente ante sus -hermanos, y dándoles toda la razón en el negocio de su casamiento. No, -no mil veces. Si no le daban auxilio ni aun en calidad de limosna, no -le faltaría un convento de monjas en que meterse. Tampoco repugnaría -el entrar en cualquiera de las Órdenes modernísimas que se consagran -a cuidar ancianos, o a la asistencia de enfermos, que entre tantas -Congregaciones, alguna habría que admitiese viudas sin dote. Replicole -a esto gravemente su hermano que no se precipitase, y que por de pronto -no debía pensar más que en reponerse de tantos quebrantos y desazones. - -Cerca de un mes estuvo doña Catalina en la morada de su hermano sin ver -a nadie, ni recibir visitas, sin dejarse ver más que de la familia, y -de la criada que la servía. De las ropas que le ofrecieron, no aceptó -más que dos trajes negros, sencillísimos, haciendo voto de no usar -en todo el resto de su vida vestido de color, ni de seda, ni galas -de ninguna especie. Modestia y aseo serían sus únicos adornos, y en -verdad que nada cuadraba mejor a su rostro blanquísimo y a su figura -escueta y melancólica. Como todo se ha de decir, aquí encaja bien el -declarar que doña Catalina no era hermosa, por lo menos, según el -estilo mundano de hermosura. Pero el paso de tantas desdichas había -dejado en su semblante una sombra plácida, y en sus ojos una expresión -de beatitud que era el recreo de cuantos la miraban. Tenía el pelo -rubio tirando a bermejo, la nariz un poco gruesa, el labio inferior -demasiado saliente, la tez mate y limpia, la mirada dulce y serena, -la expresión total grave, la estatura talluda, el cuerpo rígido, el -continente ceremonioso. Algunos, que en aquellos días lograron verla, -aseguraban hallarle cierto parecido con doña Juana la Loca, tal como -nos han transmitido la imagen de esta señora la leyenda y el pincel. -Es caprichoso cuanto se diga de otras semejanzas del orden espiritual, -como no sea que la Condesa de Halma hablaba el alemán con la misma -perfección y soltura que el español. - -No era muy grato al señor Marqués aquel aislamiento monástico en que -vivía su hermana, ni le hacían gracia sus propósitos de renunciar -absolutamente a la vida social. Aún podría, según él, aspirar a un -segundo matrimonio, que la indemnizara de las calamidades del primero; -mas para esto era forzoso abandonar la tiesura de imagen hierática, -las inflexiones compungidas, no vestirse como la viuda de un teniente, -y frecuentar el trato de los amigos de la casa. De la misma opinión -era la Marquesa, y ambos la sermoneaban sobre este particular; pero la -firmeza con que defendía Catalina sus convicciones, manías o lo que -fuesen, les hizo comprender que nada conseguirían por el momento, y -que debían confiar al tiempo y a las evoluciones lentas de la voluntad -humana la solución de aquel problema de familia. - -Aunque es persona muy conocida en Madrid, quiero decir algo ahora -del carácter del señor Marqués de Feramor, cuya corrección inglesa -es ejemplo de tantos, y que si por su inteligencia, más sólida que -brillante, inspira admiración a muchos, a pocos o a nadie, hablando en -plata, inspira simpatías. Y es que los caracteres exóticos, formados -en el molde anglosajón, no ligan bien o no funden con nuestra pasta -indígena, amasada con harinas y leches diferentes. Don Francisco de -Paula-Rodrigo-José de Calasanz-Carlos Alberto-María de la Regla-Facundo -de Artal y Javierre, demostró desde la edad más tierna aptitudes para -la seriedad, contraviniendo los hábitos infantiles hasta el punto de -que sus compañeritos le llamaban _el viejo_. Coleccionaba sellos, -cultivaba la hucha, y se limpiaba la ropita. Recogía del suelo agujas y -alfileres, y hasta tapones de corcho en buen uso. Se cuenta que hacía -cambalaches de tantas docenas de botones por un sello de Nicaragua, -y que vendía los duplicados a precios escandalosos. Interno en los -Escolapios, estos le tomaron afecto y le daban notas de sobresaliente -en todos los exámenes, porque el chico sabía, y allá donde no llegaba -su inteligencia, que no era escasa, llegaba su amor propio, que era -excesivo. Contentísimo del niño, y queriendo hacer de él un verdadero -prócer, útil al Estado, y que fuese salvaguardia valiente de los -_intereses morales y materiales_ del país, su padre le mandó a educar -a Inglaterra. Era el señor Marqués anglómano de afición o de segunda -mano, porque jamás pasó el canal de la Mancha, y solo por vagos -conocimientos adquiridos en las tertulias sabía que de Albión son las -mejores máquinas y los mejores hombres de Estado. - -Allá fue, pues, Paquito, bien recomendado, y le metieron en uno de -los más famosos colegios de Cambridge, donde solo estuvo dos años, -porque no hallándose su papá en las mejores condiciones pecuniarias, -hubo de buscar para el chico educación menos dispendiosa. En un -modesto colegio de Peterborough dirigido por católicos, completó el -primogénito su educación, haciéndose un verdadero inglés por las -ideas y los modales, por el pensamiento y la exterioridad social. En -Peterborough no había los refinados estudios clásicos de Oxford, ni -los científicos de Cambridge; los muchachos se criaban en un medio de -burguesía ilustrada, sabiendo muchas cosas útiles, y algunas elegantes, -cultivando con moderación el _horse racing_, el _boat-racing_, y con la -suficiente práctica de _lawn-tennis_ para pasar en cualquier pueblo -del continente por perfectas hechuras de Albión. - -Hablaba el heredero de Feramor la lengua inglesa con toda perfección, -y conocía bastante bien la literatura del país que había sido su -madre intelectual, prefiriendo los estudios políticos e históricos a -los literarios, y siendo en los primeros más amigo de Macaulay que -de Carlyle, en los segundos más devoto de Milton que de Shakespeare. -Tiraba siempre a la cepa latina. Al salir del colegio, consiguiole su -padre un puesto en la embajada, para que por allá estuviese algunos -años más empapándose bien en la savia británica. En aquel periodo se -despertaron y crecieron sus aficiones políticas, hasta constituir -una verdadera pasión; estudió muy a fondo el Parlamento, y sus -prerrogativas, sus prácticas añejas, consolidadas por el tiempo, y no -perdía discurso de los que en todo asunto de importancia pronunciaban -aquellos maestros de la oratoria, tan distintos de los nuestros como lo -es el fruto de la flor, o el tronco derecho y macizo de la arbustería -viciosa. - -Ya frisaba don Francisco de Paula en los treinta años cuando por -muerte de su señor padre heredó el marquesado; vino a España, y a los -diez meses casó con doña María de Consolación Ossorio de Moscoso y -Sherman, de nobleza malagueña, mestiza de inglesa y española, joven -de mucha virtud, menos bella que rica, y de una educación que por lo -correcta y perfilada a la usanza extranjera, no desmerecía de la de su -esposo. Poco después casó la hermana mayor del Marqués con el Duque de -Monterones. Catalina, que era la más joven, no fue Condesa de Halma -hasta seis años después. - -Pues, señor, con buen pie y mejor mano entró el decimoséptimo Marqués -de Feramor en la vida social y aristocrática del pueblo a que había -traído las luces inglesas y la ortodoxia parlamentaria del país de -John Bull. Afortunadísimo en su matrimonio, por ser Consuelo y él -como cortados por la misma tijera, no lo fue menos en política, pues -desde que entró en el Senado representando una provincia levantina, -empezó a distinguirse, como persona seria por los cuatro costados, -que a refrescar venía nuestro envejecido parlamentarismo con sangre y -aliento del país parlamentario por excelencia. Su oratoria era seca, -_ceñida_, mate y sin efectos. Trataba los asuntos económicos con una -exactitud y un conocimiento que producían el vacío en los escaños. -¿Pero qué importaba esto? Al Parlamento se va a convencer, no a buscar -aplausos; el Parlamento es cosa más seria que un circo de gallos. Lo -cierto era que en aquella soledad de los bancos rojos, Feramor tenía -admiradores sinceros y hasta entusiastas, dos, tres y hasta cinco -senadores machuchos, que le oían con cierto arrobamiento, y luego -salían poniéndole en los cuernos de la luna: - ---Así se tratan las cuestiones. Aquí, aquí, en este espejo tienen que -mirarse todos: esto es lo bueno, lo inglés _de la tía Javiera_, la -marca _Londón_ legítima, de patente. - - - - -IV - - -Fuera del Senado, el Marqués tenía también su grupito de admiradores, -que le citaban de continuo como un modelo digno de imitación. Por él y -por otros muy contados próceres, se decía la frase de cajetín: «¡Ah, si -toda nuestra nobleza fuera así, otro gallo le cantara a este país!» El -amanerado argumento de achacar nuestras desgracias políticas a no tener -un patriciado a estilo inglés, con hábitos parlamentarios y verdadero -poder político, llegaba a ser una cantinela insoportable. - -Es muy digno de notarse que Feramor desmentía la vulgar creencia de -que todo inglés de alta clase ha de ser caballista, y delirante por -cualquiera de los _sports_ que en Albión se usan. Para gloria suya, -no había importado del país serio, más que la seriedad, dejándose -de lado allí del canal las chifladuras hípicas. Aunque algo y aun -algos entendía de lo referente al _turf_, no se ocupaba de ello -sino con frialdad cortés, marcando siempre la distancia que media -intelectualmente entre un _handicap_ y un discurso político, aunque -sea ministerial. Y si era cazador, y de los buenos, no mostraba por -esta afición una preferencia sistemática y absorbente. Así los gustos -como las obligaciones existían en él en su valor propio y natural, y la -inteligencia era siempre la maestra y el ama de todo. En el concierto -de sus facultades dominaba la que Dios le había dado para que gobernase -a las demás, la facultad de administrar, y mientras llegaba el caso de -llevarle las cuentas a la Nación, llevaba las suyas con un acierto y -una nimiedad que eran un nuevo tema de aplauso para sus admiradores. -«¡Un aristócrata que administra! ¡Oh, si hubiera muchos Feramor en -nuestra grandeza, la nación no andaría tan de capa caída!» - -La fortuna patrimonial del Marqués no era grande, porque su padre -había puesto en práctica doctrinas que se daban de cachetes con la -regularidad administrativa. Pero la riqueza aportada al matrimonio por -la Marquesa fortalecía considerablemente la casa, en la cual reinaba -un orden perfecto, gastándose tan solo la mitad de las rentas. Vivían, -pues, con decoro y modestia, sometidos gustosamente a un régimen de -previsión entre dos jalones, el de delante fijando el límite de -donde no debía pasar el lujo, para evitar despilfarros, el de atrás -marcando la raya de la economía, para no llegar a la sordidez. A mayor -abundamiento, la Marquesa, que parecía hecha a imagen y semejanza de -su esposo, y que con la convivencia se asimilaba prodigiosamente sus -ideas, salió tan administrativa y administradora como él, y le ayudaba -a sostener aquel venturoso equilibrio. Ambos lucían en el gobierno -de la casa, con una perfecta entonación económica, si es permitido -decirlo así. Diversas eran las opiniones mundanas sobre esta manera -de vivir, pues si algunos les criticaban por no tener una cuadra de -gran importancia hípica, como correspondía a los gustos ingleses del -Marqués, otros le elogiaban sin tasa por su excelente biblioteca, -principalmente consagrada ¡oh!... a ciencias morales y políticas. Su -mesa era inferior a la biblioteca, y superior a la cuadra. Solo había -cinco convidados un día por semana. - -Expresadas las opiniones, conviene apuntar las hablillas, aunque -estas desdoren un poco la noble figura de los Feramor. Lenguas, que -evidentemente eran malas, decían que el Marqués colocaba el sobrante -de sus rentas a préstamo con réditos enormes, sacando de apuros a -sus compañeros de grandeza, comprometidos en el juego, en el _sport_ -o en otros vicios. En esto la maledicencia no acertaba, como casi -siempre sucede, pues los préstamos del Marqués no eran de calidad -extremadamente usuraria. Se reforzaba, sí, con buenas hipotecas, -y cuando la garantía era floja y el reembolso problemático, sus -principios económicos le aconsejaban aumentar prudencialmente los -intereses. Ello es que si en rigor de verdad no debía ser llamado -usurero, tampoco habría mayor injusticia que aplicarle el calificativo -de generoso. Ni la adulación que todo lo puede, podía llamarle así. -Los amigos más benévolos no acertaban a descubrir en él un rasgo -de desprendimiento, o un ejemplo de favor desinteresado. Era todo -exactitud en el pensar, precisión matemática en las acciones, como una -máquina de vida social en la que se suprimieran los movimientos de -la manivela afectiva. No faltaba jamás a sus deberes, no se le podía -coger en descuido de sus compromisos; pero tampoco se le escapaba -la sensiblería de hacer el bien por el bien. Siempre en guardia, y -custodiándose a sí propio con llaves seguras que solo él manejaba, no -permitía nunca que la espontaneidad abriese su interior de hierro, ni -menos que mano profana penetrase en él. - -Ved aquí por qué no gozaba de simpatías, y los que le admiraban como el -último modelo inglés de corte de personas, no le querían. Encontrábanle -todos poco español, privado de las virtudes y de los defectos de -la compleja raza peninsular. Habríanle querido menos reglamentado -moralmente, menos exacto, y un poquitín perdido. Físicamente, era -hermoso, pero sin expresión, de facciones a las cuales no se podía -poner la menor tacha, rematadas por una corona negativa, es decir, por -una calva precoz, lustrosa y limpia, que él consideraba como la más -airosa tapadera de la seriedad británica. Su trato fuera de casa era -delicado y fino, dentro de una elegante tibieza, y en la intimidad -doméstica seco y autoritario, sin ninguna disonancia, pero también sin -asomos de dulzura, como un preceptor o intendente, más que como padre -y esposo. De la señora Marquesa, que no era más que el _feminismo_ -del carácter de su marido, poco hay que decir. La asimilación había -llegado a ser tan perfecta, que pensaban y hablaban lo mismo, usando -las propias locuciones familiares. Ambos se expresaban en inglés con -notable soltura. Y la asimilación no paraba en esto, pues ocurría en -aquel matrimonio joven lo que en algunos viejos, reducidos por larga -convivencia a una sola persona con dos figuras distintas. El Marqués -y la Marquesa se parecían físicamente; ¿qué digo se parecían? eran -iguales, a pesar de señalarse ella por poco bonita y él por bastante -guapo; iguales el mirar, el respirar, los movimientos musculares del -rostro, el aire grave de la frente, el temblor imperceptible de las -ventanillas de la nariz, la manera de llevar los quevedos, pues ambos -eran miopes, la boca, la sonrisa de buena educación más que de bondad. -Decía un guasón, amigo de la casa, que si uno de los dos se muriera, el -superviviente sería viudo de sí mismo. - -Vivían en la casa patrimonial de los Feramor, en una de las plazoletas -irregulares próximas a San Justo, con vistas a la calle de Segovia y -al Viaducto por la parte de Poniente; casa vetusta, pero que con los -remiendos y distribuciones hechas por el Marqués no había quedado mal. -La parte baja, agrandada y mejorada notablemente, se dividía en dos -cuartos de renta, y se alquilaron, el uno para litografía, el otro para -las oficinas de una Sacramental. El segundo, distribuido al principio -en tres cuartos de alquiler, fue después anexionado a la casa para -aposentar convenientemente a los niños mayores, a la institutriz y -a parte de la servidumbre. En aquel piso escogió su habitación doña -Catalina, no permitiendo que fuera amueblada con lujo, sino más bien -como celda de convento, a lo cual se opusieron los Marqueses, enemigos -declarados de toda exageración. La exageración les sacaba de quicio, -y por tanto arreglaron la estancia modestamente, pero evitando la -afectación de pobreza monástica. - -Al mes de su regreso a Madrid, la triste viuda empezó a salir de aquel -estupor doloroso en que había venido. Ya tomaba gusto a la vida de -familia, rompía la melancólica solemnidad de su silencio, y se distraía -algunos ratos en la sociedad inocente de sus sobrinitos, dándoles de -comer, ayudando a la institutriz, o bien recreándoles con cuentecillos -y juegos que no fueran ruidosos. Nunca bajaba al comedor grande a la -hora oficial de comida. O se la servía en su cuarto, o con la familia -menuda, en el comedor de arriba. Su vida era simplísima, y de una -regularidad conventual: se levantaba al romper el día, oía misa en -el Sacramento o en San Justo, volvía sobre las ocho, rezaba o leía -haciendo labor de gancho, y el resto del día lo empleaba en repasar a -los chiquillos la lección, volviendo de rato en rato a la misma tarea -de la lectura, el gancho y el rezo. Su cuñada subía con frecuencia -a darle conversación y distraerla; su hermano rara vez remontaba -su seriedad al segundo piso, y cuando tenía algo de interés que -comunicarle la llamaba a su despacho. Una mañana, después de preparar -el discurso que había de pronunciar aquella tarde en el Senado, -extrayendo mil y mil datos de revistas y periódicos que trataban de la -monserga económica, habló largamente con su hermana de lo que se verá a -continuación. - - - - -V - - ---Y yo te pregunto, querida hermana: ¿vas a estar así toda la vida? -¿No es ya bastante duelo? ¿No te hartas todavía de obscuridad, de -silencio, de rezos monjiles y de ese quietismo, que al fin dará al -traste con tu salud y hasta con tu vida?... ¿No respondes? Bueno. -Conociendo tu terquedad, ese silencio me indica que aún tenemos -melancolías y soledades para un rato. ¡Ah! Catalina, ¿por qué no eres -como yo? ¿por qué no tienes un poco de sentido práctico, y das de mano -a esas exageraciones? Ea, planteemos la cuestión en terreno despejado. -¿Piensas consagrar absolutamente tu vida a las devociones, a la -religión, en una palabra? - ---Sí --respondió la de Halma con lacónica firmeza. - ---Bueno. Ya tenemos una afirmación, ya es algo, aunque sea un -disparate. Vida religiosa: corriente. ¿Y tú lo has pensado bien? ¿No -temes que venga el desaliento, el cambio de ideas cuando ya sea tarde -para el remedio? - ---No. - ---Corriente. Una negación tan rotunda ya es algo. Adelante... Luego, -tu determinación es irrevocable; luego, te sientes con fuerzas para -afrontar esa vida, que yo soy el primero en alabar y enaltecer... esa -vida, ¡ah! de la cual hallamos ejemplos tan hermosos en los tiempos -pasados, pero que en los presentes... ¡ah!... Resumiendo: que te -propones ingresar en alguna de las Órdenes existentes, y acabar tu -vida en un claustro. Perfectamente; pero aquí entro yo, aquí entra tu -hermano mayor, el jefe actual de la familia, el cual tiene la suerte -de ver las cosas con gran claridad, y de plantear todas las cuestiones -en el terreno positivo. Yo te pregunto: ¿es tu deseo pertenecer a -alguna de las Órdenes claustradas y reclusas, o a estas modernas, a la -francesa, que persiguen fines esencialmente prácticos y sociales? Te lo -pregunto, querida hermana, no porque piense oponerme a tu resolución -en ninguno de los dos casos, sino para fijar bien los términos de -la cuestión, y puntualizar tus relaciones ulteriores con la familia -bajo el punto de vista social y económico. Conviene tratar el tema de -la dote, o sea de tu religiosidad bajo el aspecto de los intereses -materiales... Porque si no fijamos bien... si no demarcamos bien... - -Doña Catalina interrumpió con nerviosa impaciencia a su hermano, en el -momento en que este acentuaba sus argumentaciones con los dos dedos -índices sobre el filo de la elegantísima mesa de su despacho. - ---No te canses en tratar este asunto como si fuera una discusión del -Senado. Esto es sencillísimo; tanto, que yo sola puedo resolverlo sin -consejo ni auxilio de nadie. Quédense tus sabidurías para cosas de más -importancia. Yo tengo mis ideas... - -Aquí la interrumpió él prontamente, apoderándose de la frase para -comentarla con cierta acritud: - ---Eso es lo que yo temo, señora hermana; y cuando te oigo decir: «Tengo -mis ideas», me echo a temblar, porque los hechos me prueban que tus -ideas no son de una perfecta congruencia con la realidad. - ---Ello es que las tengo, querido hermano --dijo la Condesa de Halma -con humildad--, y tú tienes las tuyas. Fácil es que no concuerden unas -con otras. Pensamos, sentimos la vida de un modo muy distinto. Déjame -a mí por mi camino, y sigue tú el tuyo. Quizás nos encontremos, quizás -no. ¿Eso quién lo sabe? Cierto es que yo quiero hacer vida religiosa. -No puedo decirte aún si entraré en las Órdenes antiguas, o en las -modernas. Soy un poco lenta en mis resoluciones, y mis ideas han de -madurar mucho para que yo me decida a ponerlas en práctica. Quizás te -sorprenda con algún proyectillo que pase un poquito la línea de lo -común. No sé. Cada cual tiene sus aspiraciones. Yo las tengo en mi -esfera, como tú en la tuya. - ---Ya, ya --dijo el Marqués encontrando un fácil motivo de argumentación -humorística--. Mi señora hermana pica alto. La fuerza de su humildad -le sugiere ideas que se parecen al orgullo como una gota a otra gota. -No encuentra dignas de su ardor religioso las Órdenes consagradas por -el tiempo, y aspira a eclipsar la gloria de las Teresas y Claras, -fundando una nueva Regla monástica para su recreo particular... Y yo -pregunto: ¿corresponderán las facultades intelectuales de mi querida -hermana a la nobilísima aspiración de su alma generosa? Me permito -dudarlo... No me niegues que has pensado en ello, Catalina, y que -sueñas con la celebridad de fundadora. Te lo he conocido en lo que -callas, conversando conmigo, más que en lo que dices. Te lo he conocido -en ciertas reticencias sorprendidas en ti, cuando de soslayo tratamos -alguna vez del empleo que pensabas dar a los restos de tu legítima. -Y ahora, hermana mía, abordo nuevamente la cuestión de intereses, -asaltado de una duda. Yo pregunto: ¿mi señora hermana, en el estado -cerebral particularísimo que es producto infalible del misticismo, -está en el caso de apreciar con exactitud la cuantía de su legítima, -después de los suplidos de Oriente, que no hay para qué recordar ahora? -Permítaseme dudarlo. - ---Creo poder apreciarlo --dijo la de Halma con firmeza--; aunque, -según tú, me falta el sentido de las cosas materiales. - ---No es caprichosa esa opinión mía, pues la fundo en una triste -experiencia. Por no haber sabido a tiempo amaestrar la imaginación, -esta te desfigura los hechos, te agranda todo lo que pertenece al -concepto ventajoso, y te empequeñece lo... - ---¡Ay, no! --replicó la viuda con viveza--. ¿Piensas que la imaginación -me empequeñece lo malo?... Di más bien lo contrario. Veo siempre -considerablemente extendido todo aquello que me perjudica... - ---Seguramente creerás que la parte de tu legítima que está en mi poder ---dijo don Francisco de Paula con cierta conmiseración--, se eleva a -una cifra fabulosa. Fuera de que la legítima era en sí bastante menor -de lo que pudimos creer en vida de nuestro querido padre (que de Dios -goce), hay que tener en cuenta que tu disparatado casamiento más ha -sido para disminuirla que para aumentarla. - ---Dejaremos esta cuestión para cuando sea más oportuno tratarla --dijo -doña Catalina levantándose. - ---Como quieras. Pero no te impacientes por subir a tu nido, y oye -la observación que quiero hacerte respecto a tus proyectos de vida -monástica. Siéntate un momento más, y bueno será que atiendas ahora, -más que otras veces lo hiciste, a las sanas advertencias de tu hermano, -que a falta de otra sabiduría, tiene la de presentar las cuestiones -en su aspecto serio. No te censuro que te lances con ardor a la vida -religiosa y santa. También eso, aunque con apariencias imaginativas, -puede ser práctico, esencialmente práctico. Si tu conciencia, si tu -corazón te impulsan por ese camino, síguelo, que tu carácter y los -hábitos adquiridos no te permitirán quizás, o sin quizás, ir por otro. -Mi aprobación en toda regla. Cuanto pertenezca al orden de la piedad, y -a los supremos _intereses_ espirituales, me tendrá siempre en favorable -disposición. Pero concrétate a un papel puramente pasivo, pues no -naciste tú para la iniciativa ni para la actividad, en su acepción más -lata. Temo mucho a tus ambiciones de fundadora, y veo en peligro los -reducidos intereses que constituyen tu legítima. Con ellos se te podría -constituir una dote decorosa, y si me apuran, una dote espléndida. Pero -si en vez de concretarte a ser humilde oveja, como piden tu carácter -débil y, permíteme que lo diga, tus cortos alcances, te quieres meter -a pastora, no tienes ni para empezar. ¡Ah! vivimos en un siglo en que -no se pueden desmentir las leyes económicas, querida hermana; y el -que no tenga en cuenta las leyes económicas, se estrellará en toda -empresa que acometa, aun aquellas del orden espiritual. Así como no se -puede hacer una tortilla sin romper huevos, no puede emprenderse cosa -alguna sin capital. Hoy no se crean Órdenes o Congregaciones con el -esfuerzo puro de la fe y del ejemplo edificante. Se necesita que el -que funda, posea una fortuna que consagrar al servicio de Dios, o que -encuentre protectores ricos y piadosos. Tú no los encontrarás para ese -objeto, si piensas buscar apoyo en la familia. Los parientes próximos, -puedo citártelos uno por uno, no están en disposición de consagrar a -un negocio tan problemático como la salvación de las almas propias -y ajenas sus apuradas rentas. De modo, que si te obstinas en llevar -adelante un pensamiento demasiado ambicioso, no harás nada de provecho, -y perderás en vanas tentativas lo poco que tienes. Nuestra época admite -los arrebatos místicos, pero con la razón siempre por delante; admite -la caridad en grado heroico, pero con capital a la espalda, capital -para todo, hasta para allanarle a la humanidad los caminos del Cielo. -Tú no posees ni ese capital encefálico que se llama razón, ni esa razón -suprema de los actos colectivos, que se llama capital. Intenta algo que -se salga de lo común, y verás como sale un despropósito. Siembra tu -pobre iniciativa, y cogerás cosecha de tristes desengaños. - ---¿Has concluido?... ¡Qué bien se explica el señor senador! --le dijo -Catalina con gracejo--. ¿Y si te dijera que no me has convencido? Me -reñirías un poquito más. ¿Y si al reñirme más, yo me permitiera el -atrevimiento de no hacerte caso? Pero si no conoces mis ideas, ni mis -planes, ¿para qué los criticas? Es una verdadera desdicha que seas tan -parlamentario, porque a todo le das el giro de discusión de negocio -grave, y te sale un debate político de cada dedo. Yo no discuto, ni -critico, ni _parlamenteo_ nada. Lo que pienso hacer lo haré si puedo, -y si no, no. ¿Ya te estás curando en salud, creyendo que voy a pedirte -algo que no sea mío? Respira tranquilo, hombre práctico, apóstol del -dogma económico, y de las sacrosantas doctrinas del capital y la renta, -y tal y qué sé yo. Niégame que existe un capital más eficaz que el que -se forma con el dinero y la razón. - ---A ver... ¿qué? - ---La fe... No te rías... - ---Si no me río. Pues estaría bueno que yo me riera de la fe... no, -querida y respetada hermana... Debo poner punto por hoy en estas -discusiones. Sé que no he de convencerte. Yo digo: «terquedad, tu -nombre es Catalina de Halma...» Espero que otro será más afortunado que -yo. - ---¿Quién? - ---Don Manuel... Nuestro buen amigo triunfará de tus manías. - -En aquel punto entró en el despacho la Marquesa, que acababa de llegar -de misa, y cogiendo al vuelo las últimas palabras, terció en el debate, -repitiendo, como un eco de su marido: - ---Don Manuel, don Manuel te convencerá. - - - - -VI - - -Y como si las palabras de Consuelo fueran una evocación, apareció en -la puerta, sin que antes se le sintieran los pasos, un clérigo alto y -viejo, que sonriendo y con blanda vocecilla, decía: - ---Don Manuel, sí, aquí está don Manuel, dispuesto a convencer a la -misma sinrazón... ¡Oh, mi señora doña Catalina!... A fe de Manuel -Flórez que no esperaba tan grato encuentro, y pensaba, antes de -almorzar, darme una vueltecita por arriba. - ---Hoy es día solemne --dijo el Marqués con su habitual cortesanía--; -hoy tenemos a almorzar al señor don Manuel, y mi hermana, que sabe -cuánto se merece un amigo de tal calidad, quebranta su clausura, baja -al comedor y nos acompaña a la mesa. - ---No merezco yo tanto... ¡Oh! - -Doña Catalina quiso protestar sin ofender al venerable sacerdote; pero -su voz fue ahogada por admoniciones cariñosas, y poco después pasaron -los cuatro al comedor. Por el camino decía el simpático Flórez a la -Condesa de Halma: - ---No está demás, mi buena y santa amiga, aflojar un poquito la cuerda -de vez en cuando. - -Con decir que la educación del Marqués y la de su esposa era exquisita, -se dice que en el curso del almuerzo no se habló más que de cosas -gratas, en las cuales pudieran todos decir su palabra sin ninguna -violencia. Catalina estuvo melancólica y amable, don Manuel festivo, -el Marqués reservado, y Consuelo con todos fina y obsequiosa. Nada -ocurrió, pues, que merezca especial mención. Dijeron algo de política, -que Feramor trataba siempre con criterio muy elevado, huyendo de -las personalidades, cuatro palabras de literatura y academias, y un -poco también del proceso del cura Nazarín, que por aquellos días -monopolizaba la atención pública, y traía de coronilla a todos los -periodistas y _reporters_. Divididos los pareceres sobre aquella -extraña personalidad, unos le tenían por santo, otros por un demente, -en cuyo cerebro se habían reunido con extraordinaria densidad los -corpúsculos insanos que flotan, por decirlo así, en la atmósfera -intelectual de nuestro tiempo. Interrogado sobre tan peregrino caso, -el bonísimo don Manuel dijo que aún no tenía datos suficientes para -formar criterio en aquel punto, y que se reservaba su opinión para -cuando hubiese estudiado, con repetidas visitas y conferencias, al -loco, santo, o lo que fuera. La de Halma no dijo esta boca es mía, ni -aun demostró interés en un asunto, que por ser cosa que andaba en los -periódicos, debió de parecerle de interés vano y pasajero. - -Después del almuerzo, subieron don Manuel y doña Catalina al aposento -de esta, y se entretuvieron largo rato charlando con los chiquillos -y la institutriz, la cual era inglesa, de edad madura, con rostro de -pájaro disecado, buena persona, que sabía su oficio y cumplía muy -bien, transmitiendo a las criaturas sus maneras finísimas, y sus -tópicos de ciencia fácil para uso de familias bien acomodadas. Cuatro -eran los niños de los señores Marqueses, y a todos se les nombraba -con los diminutivos familiares, a la usanza inglesa. Alejandrito, el -mayor (_Sandy_), despuntaba por su corrección de pequeño _gentleman_, -y era un fiel trasunto de su papá, por lo comedido, lo económico, y -la precocidad de las cosas prácticas. Seguía Catalinita (_Kitty_), -ahijada de su tía del mismo nombre, monísima criatura, muy espiritual -y un poquitín traviesa. Paquito (_Frank_) era un poco abrutado, pero -en él despuntaba una inteligencia sólida para la mecánica y... las -obras públicas. Como que su juego preferido era imitar el ferrocarril, -haciendo él de locomotora. Seguía Teresita, de tres años, a la cual -llamaban _Thressie_, gordinflona, comilona, y nada espiritual, por -el momento. Se pirraba por chapotear en agua, lavar trapos, y otras -ordinarias ocupaciones. Era la que más daba que hacer a la _miss_, a -quien llamaban _Dolly_, que es lo mismo que Dorotea. - -Fuéronse todos de paseo muy bien arregladitos, pastoreados por la -inglesa, y solos ya la Condesa y don Manuel, se encerraron, quiero -decir, que a solas estuvieron larguísimo tiempo, casi toda la tarde, -charlando de cosas graves de religión y de beneficencia. No es posible -continuar en esta verídica narración sin afirmar que don Manuel Flórez -era un sacerdote muy simpático: sus singulares prendas lo mismo le -daban prestigio y consideración en las clases altas, que popularidad en -las inferiores. Entre diversos linajes de personas andaba de continuo, -codeándose con aristócratas, o alternando con la pobreza humilde, -y arriba y abajo sabía emplear el lenguaje más propio para hacerse -entender. En él eran de admirar, más que las virtudes hondas, las -superficiales, porque si no carecía de austeridad y rectitud en sus -principios religiosos, lo que más en él resplandecía era la pulcritud -esmerada de la persona, la dulzura, la benevolencia, y el lenguaje -afectuoso, persuasivo y en algunos casos retórico de buen gusto. La -malicia pudo alguna vez tratar de mancharle, arrojándole salpicaduras -de lodo callejero; pero siempre salió limpio y puro de aquellos ataques -por su constancia en despreciarlos y no darles ningún valor. - -Nunca tuvo ambición eclesiástica. Hubiera podido ser obispo con solo -dejarse querer de las muchas personas de gran influencia política que -le trataban con intimidad. Pero creyó siempre que, mejor que en el -gobierno de una diócesis, cumpliría su misión sacerdotal utilizando -en servicio de Dios la cualidad que este, en grado superior, le había -dado, el don de gentes. ¡Prodigiosa, inaudita cualidad, cuyos efectos -en multitud de casos se revelaban! No era solo la palabra, ya graciosa, -ya elocuente, familiar o grave según los casos; era la figura, los -ojos, el gesto, el alma flexible y escurridiza que se metía en el -alma del amigo, del penitente, del hermano en Dios, y aun del enemigo -empecatado. Podría creerse que tal cualidad serviría para lucir en -el púlpito. Pues no señor. En su juventud había probado la oratoria -sagrada con éxito dudoso. Predicador adocenado, pronto hubo de conocer -que a ninguna parte iría por aquel camino. Su apostolado tenía por -órgano la conversación, y el trato social era el campo inmenso donde -debía ganar sus grandes batallas. - -Vivía Flórez con independencia, de la renta de dos buenas fincas que -heredó de sus padres en Piedrahita. No tenía, pues, que afanarse por la -_pícara olla_, ni que volver los ojos, como otros infelices, al palacio -episcopal, a las parroquias o al Ministerio de Gracia y Justicia. Dios -le había hecho vitalicio el pan de cada día, poniéndole en condiciones -de ejercer su ministerio con la eficacia que da... una alimentación -perfecta. No le venía mal la independencia hasta para la conservación -de su fácil ortodoxia, de su perfecta conformidad con el espíritu y -la letra de cuanto enseña y practica la Santa Iglesia. Vestía con -pulcritud y hasta con cierta elegancia dentro de la severidad del traje -eclesiástico, sin que en ello hubiera ni asomos de afectación, pues en -él el aseo y la compostura eran cosa tan natural como el habla correcta -y la bondad de las acciones. Era elegante, por la misma razón porque -cantan los pájaros y nadan los peces. Cada ser tiene su epidermis -propia, producto combinado de la nutrición interior y del medio -atmosférico. La ropa es como una segunda piel, en cuya composición y -pátina tanta parte tiene lo de dentro como lo de fuera. - -Importantísimo debía de ser lo que hablaron aquella tarde don Manuel -y doña Catalina, porque la encerrona fue larga. Despidiose el buen -sacerdote al fin, diciendo al coger su teja: - ---Quedamos en eso..., ¿eh? - ---Yo no diré nada, ni haré nada. - ---Corriente, mi buena y santa amiga. Si algo le dicen a usted, -desentiéndase. Si sobreviene algún disgustillo, écheme la culpa. No -tiene más que decir: «cosas de don Manuel». - ---Perfectamente. Si consigo lo que deseo, a usted lo deberé todo, y -suya será la gloria. - ---No, eso no: la gloria es de usted, quedamos en eso, en que la gloria -es de usted. No soy más que el ejecutor o el auxiliar de una grande, de -una excelsa idea. Adiós, adiós. - - - - -VII - - -Bajó despacito las escaleras, fija la vista en los peldaños, mientras -volteaba en su mente la grande, la excelsa idea, y en el portal se -encontró a los señores Marqueses que regresaban de su paseo en coche. - ---¿Todavía por aquí, don Manuel? - ---¿Quiere quedarse a comer? - ---Gracias mil. Ya saben que no como a estas horas. Mi chocolatito, y a -la cama como un ángel. Consuelo, buenas tardes. - ---¿Y cuándo tendremos el gusto de volver a verle por aquí? --le -preguntó el Marqués. - ---Ese gusto lo tendrán ustedes mañana. - ---El disgusto será de usted. - ---Quizás... Pero en fin, mañana hablaremos. Abur, abur. - -Requirió el manteo, y se fue, dejando a su buen amigo un tanto caviloso -con aquel anuncio de conferencia, que debía de ser, se lo decía -el corazón, alguna extravagancia de su señora hermana la Condesa. -Preparose, pues, prejuzgando todos los órdenes, de razonamientos -con que podría embestirle don Manuel, y le aguardó tranquilo. Las -diez no eran todavía cuando el sacerdote entró en la casa, y ambos -en el despacho, sentaditos a uno y otro lado de la mesa, hablaron -largo tiempo. El Marqués, si le dejaban, era un águila para las -amplificaciones; pero Flórez sabía ser lacónico y contundente cuando -el caso lo exigía. La confianza autoritaria, de superior a inferior, -con que le trataba, por haber sido su maestro antes de la partida de -Feramor para Inglaterra, facilitaba mucho a don Manuel las fórmulas de -concisión. - ---Ya, ya me lo figuraba --dijo el Marqués, oída la breve exposición que -hizo don Manuel de su visita--. Desde que usted me indicó anoche... -Bajaba usted de su cuarto, donde estuvo en cónclave con ella toda la -tarde... En seguida comprendí. Mi señora hermana desea que le entregue -su legítima. - ---Exactamente. - ---¿Y para eso tanto misterio, y conferencias tan largas entre usted -y ella? ¿Por qué no me lo dice? ¿Acaso me niego a entregarle lo suyo? -¿Por ventura no tengo mis cuentas bien claras, y mi conciencia muy -tranquila, y todos los asuntos tan en regla, que fácilmente podría -contestar a cuantas objeciones se me hicieran? Vea usted, vea usted... - -Y diciendo esto sacó un legajo cuyo rótulo decía: «Cuenta de las -cantidades suplidas a mi señora hermana Catalina...» - ---Ya, ya --dijo el clérigo continuando de memoria la lectura del -rótulo--. «Suplidos en Madrid cuando se casó... y después en Sophia, -Constantinopla, Corfú...» Dame acá. - -Y tomó los papeles, y sin dignarse pasar por ellos la vista, con -resolución firme y calmosa empezó a romperlos, no pudiendo hacerlo con -todo el legajo de una vez, por ser demasiado grueso. - ---¡Qué hace usted, don Manuel! --exclamó el Marqués abalanzando su -cuerpo por encima de la mesa, pero sin atreverse a quitarle al otro de -las manos los papeles que rompía pausadamente, echando los pedazos en -una cestita próxima. - ---Ya lo ves... Hago lo que tú harías si fueras como Dios y yo queremos -que seas, lo que harás seguramente si reflexionas en ello... Déjame, -déjame que deshaga toda esta podredumbre... - ---Pero... - ---No hay pero que valga. ¡Si has de concluir por aprobarlo, y -ayudarme a romper los que quedan! Hijo mío, tengo de ti mejor idea -de lo que parece, y aunque te empeñes en disimular tu buen corazón -con esas apariencias de egoísmo que te impone la sociedad, no has -de conseguirlo. Ya, ya estás comprendiendo que debes entregarle a -tu hermana su legítima íntegra, y que esa resta infame que tenías -preparada no es propia de un caballero cristiano... como debes ser... -como eres, lo digo y lo repito, como eres. - ---¡Don Manuel! - ---Don Manuel te quiere mucho, y cuando te ve desfigurado por el -egoísmo, que todo lo contamina, te rehace a su gusto... Yo quiero que -seas conforme al tipo de caballero cristiano que quise formar en ti -cuando te llevaron a tierras de ingleses metalizados. No pongas esa -cara compungida, ni abras esos ojazos, Paco, amigo mío y discípulo -amado. Los anticipos que hiciste a tu hermana son miserias... miserias -para ti, que eres rico; y si retienes esas cantidades al entregarle -su legítima, rebajas tu dignidad, y te pones al nivel de la gente mal -nacida. Prueba que eres noble, no solo de nombre, sino de hechos, y -perdónale a tu pobre hermana las limosnas que le hiciste, que si el no -dar limosna es cosa fea, el reclamar la que se dio es cosa feísima, -plebeya, vil. - ---Permítame usted, mi querido Flórez --dijo el Marqués palideciendo, -sin ningunas ganas de ceder, pero también sin ánimo para oponerse al -rasgo de su amigo y maestro--; permítame usted que le diga que no es -esa la manera de tratar las cuestiones de intereses. Discutamos... - ---Eso es lo que tú quieres, discutir, porque en ello siempre llevas -ventaja. Pues yo aborrezco las discusiones; soy muy poco parlamentario. -¿Y para qué habíamos de discutir? Ya han desaparecido en pedacitos -mil tus famosas cuentas. Mía es la responsabilidad de este crimen de -lesa majestad... económica. Pero mi conciencia está tranquila, y aquí -donde me ves, al romper tus papelotes he sentido en mi interior un -goce vivísimo. ¡Si tú eres bueno, si tú mismo no sabes lo bueno que -eres! Ea, voy a echármelas de parlamentario. Discusión: planteo el -debate. Seré breve, muy breve. Escúchame. Tú eras rico, tu hermana -pobre. Tú habías hecho un buen casamiento, bajo todos puntos de vista; -tu hermana lo había hecho detestable. Tú eras feliz, ella desgraciada. -¿Qué menos podías hacer que socorrerla en su miseria, cuando aún no -podías entregarle su legítima, por no estar ultimada la testamentaría? -La socorriste, fuiste buen hermano, buen caballero, y ahora, cuando -ella te pide la herencia de vuestro padre, te adelantas gallardamente -y le dices: «Querida hermana, toma lo que te pertenece, y olvida los -sinsabores que te causé, como yo olvido los socorros que te di.» Esto -hace un prócer, esto hace un caballero, esto hace el primogénito de una -casa ilustre que hoy se encuentra en posesión de grandes riquezas. - ---No me deja usted hablar... ¡Pero don Manuel de mi alma...! - ---Si estoy yo _en el uso_ de la palabra, como decís allá. Después -hablará su señoría, que aún tengo mucho que decir... Sigo. Pues -me figuro que tengo delante de mí a tu padre, o mejor aún, que el -hombre que tienes frente a ti, no soy yo, sino aquel bonísimo aunque -desordenado Pepe Artal, mi noble amigo. ¿Por qué me decidí a romperte -todo este papelorio? Porque tenía la seguridad de que él lo hubiera -roto. No era yo, era él, quien lo rompía. Hago revivir ante ti la -imagen, más que la memoria, de tu padre, para que le imites en este -caso, aunque en otros me guardaría muy bien de presentártelo como -modelo. ¡Ah!... Paco mío, tu padre era un perdido... digo, tanto como -un perdido no, era una mala cabeza, el desbarajuste, la imprevisión. -Cabeza de trapo, corazón de oro. ¡Qué corazón el de Pepe Artal! Era -el caballero español, dispuesto a todas las barbaridades imaginables; -pero también generoso, verdaderamente noble y magnánimo. El pobrecito -no conoció a los economistas ingleses, ni siquiera por el forro. Había -oído hablar con grandes encarecimientos de los políticos de allá: Lord -Palmerston, Pitt, qué sé yo; pero él no les conocía más que yo a los -sacerdotes de Confucio. Creía que todo lo bueno ha de traer una marca -que diga _Londón_, y se empeñó en que tú habías de entrar en el mundo -social y político con esa etiqueta. Fuiste allá, volviste hecho un -inglesote. Vales mucho, yo no lo niego. Serás capaz de arreglar la -Hacienda española... trabajo te mando... como has arreglado la tuya. -Tienes grandes cualidades, algunas muy raras aquí, y que nos hacen -mucha falta; pero careces de otras, quizás las más elementales... -Pero yo, que te quiero tanto, tanto, te cojo, como se coge un muñeco -o cualquier figurilla de materia blanda, y te retuerzo, y te doy una -gran vuelta, hasta enderezar en ti lo que me parece torcido, y hacerte -a mi gusto... Conque se acabó el discurso. Quedamos en eso: en que le -entregarás a tu hermana su legítima sin escatimarle las sumas con que -acudiste a sus necesidades en los tiempos de su extrema pobreza... -¿Estamos? Pues bien, ahora, yo que soy un gran embustero cuando el caso -llega, subiré a ver a Catalina, y le soltaré una mentira muy gorda, -pero muy gorda... - ---¡Qué! - ---Que tú, por tu propia iniciativa, como saliendo de ti, ¿me entiendes? -has tenido ese rasgo. Que yo no te he dicho nada, que los papeles los -rompiste tú, mejor, que ya los habías roto; en fin, yo me entiendo. - ---¿Y eso dirá usted a mi hermana? - ---Eso mismo, tal como lo oyes. - ---Pues no lo creerá --dijo Feramor, sonriendo por primera vez después -del sofoco que acababa de pasar. - ---Tanto peor para ella y para ti... Pero sí lo creerá. Basta que se lo -diga yo. - ---Con muchos actos de veracidad como este... - ---¡Pero si en rigor no es mentira lo que pienso contarle! ¡Si tú, -al fin, sientes ya no haber tenido aquella espontaneidad, porque tu -corazón se ha vuelto del lado de la esplendidez galana y noble! Y el -aceptar ahora gozoso lo que antes no hiciste, es lo mismo que si lo -hubieras hecho, y llegas a creer que tú mismo rompiste las cuentas, -y... Vaya, confiésame que te has penetrado de tu papel de caballero -y de buen hermano, y que estás contento de haberlo mostrado con una -gallardísima acción. Confiésalo, di que sí, y con esa declaración me -quedo yo más tranquilo, y no me remorderá la conciencia por el embuste -que voy a encajarle a la Condesa... - ---Hm... - - - - -VIII - - ---Mire usted, mi querido don Manolo --dijo el Marqués sentándose, -después de dar dos o tres vueltas por la estancia--. Sin esfuerzo -alguno, y con solo una ligera indicación de usted o de ella misma, -habría usted visto en mí eso que llama rasgo, si supiera yo que al -entregar a mi hermana su legítima, daba un empleo útil a ese pequeño -capital... Déjeme usted seguir, que ahora me toca hablar a mí. ¡Pues no -faltaba más sino que usted se lo dijera todo! Continúo _en el uso_ de -la palabra. Cúreme usted a mi hermana de sus manías de fundadora... - ---Pero ven acá, majadero, ¿acaso la fe es una enfermedad? - ---Que hablo yo ahora: no se interrumpe al orador. Quítele usted de -la cabeza a mi señora hermana esas ideas y esos planes para cuya -realización no le ha dado Dios el cacumen que se necesita, y no solo -le entregaré gustoso lo que le pertenece, sin merma alguna, sino que -añadiré algo, siempre que ella se humanice, dejándose de aspirar a la -canonización, y vuelva al mundo, mirando por su propio interés y por -el de la familia. De buen grado daré todo el esplendor posible a la -posición que ella podría crearse, bien casándose con el viudo Muñoz -Moreno-Isla, bien con... - ---¡Paco, por Dios, no desbarres!... Sí, te interrumpo, no te dejo -hablar, no consiento que barbarices de ese modo. ¡Pero tonto, si su -grande espíritu la llama hacia cosas bien distintas de eso que llamas -posición!... ¡Vaya una posición! ¡Si ella quiere la más alta de todas, -la que será siempre inaccesible para todos esos Casa-Muñoz y demás -traficantes ennoblecidos que se revuelcan en la vulgaridad, entre -barreduras de plata y oro! ¡Buena está Catalina para vender la alegría -de su alma, que consiste en estar siempre en Dios y con Dios, por el -dinero de esos publicanos! ¡Divertida estaría tu hermana con esa gente, -pues a trueque de poseer unas cuantas acciones del Banco, tendría que -soportar a su lado noche y día al de Casa-Muñoz y oírle decir _áccido_, -_carnecería_, y otros barbarismos! ¡Y de añadidura, tener por cuñada -a la Josefita Muñoz, la _reina de las tintas_, como la llama no sé -quién, y oírla y aguantarla y estar cerca de ella, cosa tremenda, -porque es público y notorio que le huele mal el aliento!... Yo no me he -acercado... tate... Me lo han dicho. Pues otra: la madre de esos tenía -su tienda en la calle de la Sal. ¡Dios misericordioso, las varas de -sarga que me ha medido a mí la buena señora para sotanas! ¡Y hoy sus -hijos son Marqueses, y en señal de finura se llevan la mano a la boca -cuando les viene un eructo, y van a París como maletas para introducir -en España la moda... de los _huevos al plato_! ¡Y esa es la posición -que quieres para tu hermana! - ---No se puede con usted, mi buen don Manolo, cuando toma las cosas -en solfa --replicó el Marqués festivamente--. Búrlese usted todo lo -que quiera; pero yo repito y sostengo que no hay otro medio, para -crear clases directoras en esta desquiciada sociedad, que cruzar la -aristocracia de pergaminos con la de papel marquilla, dueña del dinero -que fue de la Iglesia y de las casas vinculadas. Yo le aseguro a -usted... - ---No me asegures nada... Tu hermana no quiere ser clase directora en el -sentido social. Puede serlo en otro mucho más elevado. Sus desgracias -le han hecho aborrecer toda esa miseria dorada del mundo. Ningún amor -terrestre puede sustituir en su alma al cariño que tuvo a su esposo. -Ahí donde la ves, con todo ese aire de poquita cosa, es una heroína -cristiana. Fue buena esposa, mártir de sus deberes; la memoria del -pobre muerto es su consuelo, y la llama vivísima de fe que arde en su -alma se traduce en la ambición de consagrar su vida al bien de sus -semejantes, a aliviar en lo posible los males inmensos que nos rodean, -y que vosotros los ricos, los prácticos, los parlamentarios, veis con -indiferencia, cuando no los escarnecéis, queriendo aplicar a su remedio -las famosas leyes económicas, que vienen a ser como la receta del -italiano contra las pulgas. - ---Pero si yo no me opongo a que mi hermana sea piadosa... Accedo a que -no se case, a que se dedique a la oración en la soledad de un claustro. -Soy creyente, bien lo sabe usted. - ---Hm... ¡Creyente! Todos los señores prácticos, políticos y -parlamentarios lo son por conveniencia, por decoro y exterioridad. Van -con vela a las procesiones, y cuando se arrodillan ante el Santísimo y -ven elevar la hostia, están pensando en que los cambios suben también, -o bajan. - -Dijo esto don Manuel nervioso, impaciente, levantándose y dando tumbos -por el cuarto. De pronto entra _Sandy_ a pedir a su padre los sellos -que había recibido aquellos días, y el buen sacerdote, después de -acariciarle, le dice: - ---Corre al segundo, alma mía, y a tu tiíta Catalina que baje al -momento, que tu papá y yo tenemos que hablarle. - -Subió el chiquillo como una exhalación, y en el tiempo transcurrido -hasta que se presentó la Condesa, el Marqués hubo de parafrasear -sus últimas afirmaciones para evitar que Flórez las interpretara -torcidamente. Era hombre práctico, y humillándose ante los hechos -consumados, quería quedar bien con todo el mundo. - ---He querido decir, señor don Manuel, que no ha demostrado mi hermana, -hasta ahora, aptitudes para cosa tan grande, para una empresa que no -solo requiere piedad, sino inteligencia, saber del mundo y de los -negocios. Eso sostuve y sostengo. ¿Pero acaso el que no haya demostrado -aptitudes, significa que no pueda adquirirlas cuando menos se piense? -La fe hace milagros, ¿quién lo duda? La fe puede mucho. - ---Según tú, los milagros los hace la santa economía. - ---También. Y la inteligencia, y el método, y... - -La entrada de su hermana le cortó la palabra. Antes de saludarla, don -Manuel le alargó desde lejos los brazos, diciéndole con tanta seriedad -como alegría: - ---Venga usted acá, señora Condesa de Halma, y dé las gracias a su -hermano, este noble hijo de su padre, esta gloria de los Artales y -Javierres... El señor Marqués, no bien le indiqué los proyectos de -usted, abrió, como quien dice, su corazón y su alma toda, inundada de -fe cristiana y de entusiasmo católico. Y nada... que disponga usted -de su legítima, sin merma alguna, que no hay cuentas, ni las hubo, -ni puede haberlas entre dos hermanos que tanto se aman... que si no -basta, él está dispuesto... - ---Poco a poco, don Manuel... Yo... - ---Sí, sí, quiere decir que no nos abandonará en caso de... En fin, se -ha portado como quien es, como un prócer castellano, caballero de la -fe de Cristo. Ya lo esperaba yo, que conozco la raza, y he llorado de -satisfacción viendo cómo sus ideas a las mías respondieron, cómo su -noble corazón se inundó de regocijo ante los sublimes proyectos de su -bendita hermana. ¡Vivan los Artales y Javierres, cuyo blasón no tiene -igual en nobleza, cuya historia está llena de actos magnánimos, de -virtudes heroicas! ¡Viva la familia que cuenta más santos que príncipes -en su árbol genealógico, y príncipes a centenares, y felicitémonos -todos, y yo el primero, por la honra de ser amigo de tan ilustres -personas! - ---Bien, muy bien --dijo doña Catalina entre dos sonrisas, demostrando -en la frialdad con que pronunció aquellas palabras, que no aceptaba -como artículo de fe las del clérigo. - ---No me opongo jamás --dijo Feramor tragando saliva, para ahogar con -ella la tumultuosa procesión que le andaba por dentro--, no me opongo a -nada que sea razonable. Cuando lo espiritual se presenta en condiciones -prácticas, soy el primero... ya se sabe... Mis ideas generales, -mis ideas políticas, concuerdan con todo lo que sea el _fomento y -protección_ de los intereses religiosos. La fe es una fuerza, la mayor -de las fuerzas, y con su ayuda, las demás fuerzas, ora sociales, ora -económicas, podrán realizar maravillas. Toda empresa de _mejora_ moral -me tiene a su lado, porque no veo más camino para el perfeccionamiento -humano que las creencias firmes, la misericordia, el perdón de las -ofensas, la protección del fuerte al débil, la limosna, la paz de las -conciencias. - ---¡Qué hermosas ideas! --dijo don Manuel con fingido entusiasmo--. -¡Benditas sean las riquezas que atesoras, porque con ellas harás el -bien de tus semejantes desvalidos! Si todos los ricos fueran como tú no -habría miseria, ¿verdad?, ni el problema social sería tan pavoroso. - -Al llegar a este punto, el Marqués necesitaba violentarse mucho -para no coger una silla y dejarla caer sobre la cabeza del ladino y -maleante sacerdote. Pero su corrección social, como una conciencia más -fuerte que la conciencia verdadera, se sobrepuso a su enojo, y ni un -momento desapareció de sus labios la sonrisa, que parecía esculpida, -de la buena educación... ¡Ah, la buena educación! Era la segunda -naturaleza, la visible, la que daba la cara al mundo, mientras la -otra, la constitutiva, rara vez salía de la clausura en que las bien -estudiadas formas urbanas la tenían recluida. Prescindir de aquella -segunda naturaleza para todos los actos públicos y aun domésticos, -era tan imposible como salir a la calle en cueros, en pleno día. -Los refinamientos de la educación, si en algunos casos corrigen -las asperezas nativas del ser, en otros suelen producir hombres -artificiales, que por la consecuencia de sus actos se confunden con los -verdaderos. - -Apurando los inagotables recursos de su buena educación, de aquella -fuerza en cierto modo creadora y plasmante que hace hombres o por lo -menos estatuas vivas, el Marqués sostuvo el papel que le había impuesto -el eclesiástico amigo de la casa, y terminó la conferencia diciendo -graciosamente a su hermana: - ---Dispón de... eso cuando quieras. Estoy a tus órdenes. Y, como te ha -dicho muy bien don Manuel, entre nosotros, entre hermano y hermana, -no se hable de cuentas, ni de anticipos... No, no me des las gracias. -Es mi deber perdonarte una deuda insignificante. La fortuna me ha -favorecido más que a ti; ¿qué digo la fortuna? Dios, que es quien -da y quita las riquezas. Si a mí me las ha dado, es para que puedas -consagrarte... consagrarte... - -No acabó el concepto, porque la buena educación, empleada a tan altas -dosis, hubo de agotarse... Para disimular la repentina extinción de -aquella fuerza, el Marqués no tuvo más remedio que fingir una tosecilla. - -Y don Manuel, sacando una cajita de cartón, le dijo con buena sombra: - ---Tome usted, señor parlamentario, una pastillita de las que yo gasto. - - - - -SEGUNDA PARTE - - - - -I - - -Véanse ahora los artificios que en la conducta del Marqués de Feramor -determinaba su segunda naturaleza, el ser urbano y correcto, pues el -impulso adquirido le llevó a distancias considerables de su verdadera -índole interna, petrificada en el egoísmo. Aquella noche y las -siguientes, platicando en su tertulia con las personas graves de ambos -sexos que a ella concurrían, indicó con discreta jactancia su propósito -de coadyuvar a las empresas religiosas de su hermana la Condesa. -Verdad que todo esto era de dientes afuera. Hay que manifestar que le -incitaba a la expresión de tales ideas y otras semejantes la atmósfera -que reinaba en su tertulia, y que no era más que una prolongación del -ambiente total. Porque en aquellos días, que no están muy lejanos, -había venido sobre la sociedad una de esas rachas que temporalmente la -agitan y conmueven, racha que entonces era religiosa, como otras veces -ha sido impía. El fenómeno se repite con segura periodicidad. Vienen -vientos diferentes sobre la conciencia pública: a veces como una moda -de exaltaciones democráticas; a veces la moda del ideal contrario. -En literatura también vienen y van estas ventoleras furibundas, que -harían grandes estragos si no pasaran pronto. Sopla a veces un realismo -huracanado que todo lo moja; a veces un terral clásico que todo lo seca. - -La religión no se libra de esta elasticidad atmosférica, que en cierto -modo es saludable, dígase lo que se quiera. Vienen altas presiones de -indiferentismo; siguen otras de piedad. En los días a que me refiero, -la racha religiosa venía con fuerza, y en los salones de Feramor se -arremolinaba furibunda. Hablábase con preferencia de Roma y del Santo -Padre; a cualquiera se le ocurrían frases felices para ridiculizar a -los incrédulos, o para encomiar las hermosuras del simbolismo cristiano -y de las artes auxiliares del culto; otros señalaban decadencia, -síntomas de ruina moral en los países protestantes. Sostenían estos la -frecuencia de las conversiones al catolicismo, y aquellos recordaban -con encarecimiento las vidas de santos y fundadores, encontrándolas -más bellas que las de los héroes de Plutarco. Se proyectaban viajes en -cuadrilla para admirar catedrales y huronear monasterios derruidos, y -los aficionados a la estética reconocían más talento en los escritores -ortodoxos que en los impíos o indiferentes. Algunos que nunca fueron -beatos, enseñaban bajo la mundología una punta de oreja pietista, y -los que lo eran se crecían y amenazaban comerse el mundo. De fuera, -por el vehículo de la prensa, que siempre ha sido extraordinariamente -sensible a estas mudanzas atmosféricas, venía la racha, empujando más -cada día, porque los periódicos tachados de librepensadores y que lo -eran realmente, al llegar Semana Santa, salían con todas sus columnas -abarrotadas de una santurronería que habría hecho palidecer de ira -a los progresistas de hace treinta años. Las señoras, naturalmente, -aventaban más y más la racha con el aire de sus abanicos y con el -aliento de su apasionada fraseología, hasta conseguir que se hinchara -como tromba. Ignoraban que cuando se apaciguaran aquellos vientos, -vendrían otros con nuevas ideas y pasiones nuevas. - -Pues bien, en una atmósfera densa de revindicaciones religiosas, vertía -el Marqués de Feramor sus ideas artificiales, que se llaman así para -diferenciarlas de las ideas verdaderas, encerraditas muy adentro, lejos -del histrionismo seco de la buena educación. Se esforzaba en mostrarse -contento por auxiliar a su hermana doña Catalina en las formidables -empresas cristianas que acometería muy pronto. ¡Oh, como representante -de las clases directoras, él estaba obligado a contribuir a cuanto -favoreciera los _grandes intereses espirituales_ de la sociedad! No -todo había de ser fomentar obras públicas, y defender como artículo -de fe la asociación mercantil. Había que mirar al más allá, enseñar -a las clases proletarias el olvidado camino del Cielo, y preparar -la vuelta de los grandes ideales. De este modo daba alimento a su -vanidad, preconizando en público lo que en su fuero interno detestaba, -y hacía propósito de sacar partido de lo que tan contra su voluntad se -fraguaba, en el piso segundo de su casa, entre la testaruda Condesa de -Halma y el complaciente don Manuel Flórez. - -Los concurrentes a su tertulia se veían obligados a mayores alabanzas -que las que constantemente le tributaban por su sentido inglés, -y su desprecio de las exageraciones. A excepción del Conde de -Monte-Cármenes, equilibrista incorregible, que se ponía siempre en un -justo medio muy cómodo, equidistante del misticismo y de la impiedad, -los amigos de Feramor le veían con gusto en aquel camino. Naturalmente, -los hombres de capacidad intelectual y pecuniaria como él, estaban -obligados a dar vigor al poder público, vigorizando el _resorte_ -religioso. El Marqués de Cícero no podía contener su entusiasmo; -Jacinto Villalonga, que al conseguir la senaduría vitalicia se había -constituido en adalid de los grandes principios, deploraba no ser -rico para ayudar a la Condesa de Halma en sus empresas espirituales, -que eran lo mismo que una gran batalla dada a las revoluciones; los -Trujillos, los Albert y Arnáiz, de la nobleza frescachona, opinaban que -los _títulos_ debían ponerse al frente del movimiento de regeneración; -el Conde de Casa-Bohío, Tellería de nacimiento, casado con una cubana -rica, declaraba su conformidad y aprobación entusiasta... en nombre de -Europa y América. El general Morla no hacía más que repetir y confirmar -sus ideas de toda la vida. Severiano Rodríguez cerdeaba un poco; pero -sin lanzarse resueltamente a la oposición, porque su urbanidad se lo -vedaba. - -Pero el que con mayor vehemencia y aspavientos más enfáticos hizo la -apología de los _intereses espirituales_, fue un tal José Antonio de -Urrea, primo del Marqués, parásito en la casa por temporadas, hombre -inconstante, ligero y de dudosa reputación. Más joven que Feramor, algo -se le parecía en lo físico, en lo moral poco, porque era la cabeza más -destornillada de la familia, y la mayor calamidad que pesaba sobre -ella. El Marqués le profesaba una antipatía que a veces era mortal -odio, y había hecho los imposibles por mandarle a Cuba, a Filipinas, -al fin del mundo, y librarse de sus furiosas acometidas en demanda de -socorros pecuniarios. Las adulaciones del dichoso pariente le sacaban -de quicio, porque tras ellas venía siempre el golpe inexorable. - -Verdaderamente, José Antonio de Urrea era más desgraciado que -perverso. Huérfano en edad temprana y sin patrimonio, no tuvo quien -le mandase a estudiar a Inglaterra ni a parte alguna. Los parientes -ricos quisieron darle carrera; empezó sucesivamente tres o cuatro, -Infantería, Montes, Administración Militar, Telégrafos, y no llegó ni -a la mitad de ninguna. A los veintidós años, fue preciso conseguirle -un destino. Feramor contaba por centenares los viajes al Ministerio -para pedir la reposición o el traslado. Ello es que le echaban de todas -las oficinas, porque, o no iba, o iba tarde, y no hacía más que fumar, -dibujar caricaturas y enredar con los compañeros. Abandonado de sus -parientes, dedicábase a desconocidos negocios. Veíasele algún tiempo -bien vestido, gastando en coche y teatros, sin que nadie supiese de -dónde salían aquellas misas. Tras un largo periodo de eclipse, aparecía -mi José Antonio hecho una lástima, enfermo, roto, muerto de hambre; -pero con ideas de un gran negocio, que estudiaba y que seguramente -sería su salvación. Feramor y su mujer, la Duquesa de Monterones y su -marido le compadecían, y haciéndole prometer la enmienda, se dejaban -expoliar. El pícaro se valía de mil graciosas artimañas para conquistar -los corazones, principalmente los de las señoras; con el socorro que -recogía restauraba su ropa o la hacía nueva, y allá le teníais otra vez -de punta en blanco, día y noche, de servilleta prendida, y amenizando -las tertulias con su fácil ingenio. - -Su inconstancia no era inferior a su desvergüenza: a veces desaparecía -de las casas de Feramor y Monterones, y parasiteaba en otras, donde sin -duda le pagaban con el plato sus amenidades, que no siempre eran de -buen gusto. Ello es que en la mesa y tertulia de la parentela pagaba el -trato con una adulación asfixiante, y en las casas ajenas se vengaba -de la humillación recibida hablando mal de su familia, ridiculizando -el anglicanismo de su primo, las vanidades de la Marquesa y de Ignacia -Monterones. Tras esto solía venir otro largo chapuzón en obscuridades -desconocidas, para resurgir luego arrepentido, implorando misericordia. -En cuanto su primo le veía con el incensario en la mano, se echaba -a temblar, porque las lisonjas eran siempre precursoras de un golpe -despampanante con el mandoble, que manejaba como nadie. Y así, cuando -le vio tan entusiasta de los ideales religiosos, el Marqués se dijo: -«Este viene armado esta noche. Preparémonos.» - -En efecto, aprovechando una ocasión propicia, José Antonio le asaltó -en un ángulo del billar, y allí, con alevosía, premeditación y -ensañamiento, descargó sobre su cabeza el filo cortante, quedándose el -Marqués tan aturdido del tremendo golpe, que no supo contestarle. El -terrible sablista mostrose muy animado con la esperanza de un seguro -negocio, para el cual reunía el capitalito necesario, y solo le faltaba -una cantidad, una miseria, que su primo, su querido primo, su opulento -primo y Mecenas le facilitaría al día siguiente... si podía ser por la -mañana, mejor. - - - - -II - - ---¿Pero tú estás loco? ¡Que te dé mil pesetas! --le dijo la víctima -poniéndole la mano en el pecho, y apartándole de sí como un peso que se -le venía encima--. ¡Vaya una historia! ¿Negocios tú...? Y qué es, ¿se -puede saber? - ---Un negocio editorial, pero seguro, Paco; tan seguro, que ganaré con -él en poco tiempo, unos cuantos miles de duros. - ---Echa por esa boca. La historia de siempre. ¿Y con mil pesetas -estableces una casa editorial? - ---¿No me has oído? Tengo más; pero me falta ese pico. - ---Lo que a ti te falta es vergüenza --respondió el Marqués, que ante -aquella calamidad de la familia se veía privado hasta de su buena -educación--. Déjame en paz, o te echo de mi casa. - ---Bueno, no es motivo para que te enfades. Me niegas el auxilio que -yo, pobre industrial, vengo a pedirte. Y luego me decís: «Trabaja, -trabaja, sé hombre, sienta la cabeza.» Pues señor, siento la cabeza, me -descrismo trabajando; pero ¡ay! la pícara ley económica se interpone... -¿El capital dónde está? Lo busco; encuentro parte; voy a mi opulento -primo a que me lo complete, y mi opulento primo me echa de su casa, me -condena a la miseria, me ata las manos... Bien, Paco, bien... Siempre -te querré, y te respetaré siempre... - ---¡A fe que están los tiempos para poner dinero en empresas -editoriales..., precisamente cuando hemos convenido en dedicarlo a las -espirituales! - ---Tú puedes atender a todo. Estás en el deber de fomentar lo de Dios y -lo del César. - ---Sí, sí, con la saca que me espera estos días. ¿Sabes que tengo que -dar a mi hermana...? - ---Lo sé. Le das lo suyo. - ---Pero... - ---Convenido; tu hermana está loca. - ---Habla con más respeto. - ---Loca perdida. Locura sublime, si quieres. Yo que tú, no le daba un -cuarto. Lo sublime deja de serlo en cuanto le pones dinero encima. Dame -a mí lo que te pido, que estoy bien cuerdo y bien pedestre, con mi -trabajito metódico, y mis hábitos de hombre previsor y ordenado. - -En efecto, dígase porque es verdad, el pobre Urrea llevaba medio año -de vida totalmente contraria a la que le diera fama tan triste. Había -conseguido dar forma práctica a su habilidad para la fotografía, y -asociándose con un industrial muy activo, hizo una excursión por -las provincias andaluzas, y se trajo una colección de clichés de -monumentos, que le valieron algunos cuartos. Esto le alentó. Fundó -un periódico, estudiando la Zincografía y el Heliograbado; pero la -endeblez de la parte literaria hizo fracasar la publicación. Con nuevos -elementos intentaba la creación de otro semanario ilustrado, esperando -obtener considerables ganancias, y juntaba dinero para el material -indispensable y para los primeros gastos. El impresor le exigía, a más -del papel, una cantidad en fianza para responder de la composición -y tirada de los dos primeros números. Hablando de estas materias, -metiéndose de lleno en la explicación técnica del negocio por ver si -ablandaba a su primo, afiló más el arma, llegando a fijar en dos mil -pesetas la suma que necesitaba. - ---¡Dos mil! - ---Sí, y tú me las vas a dar. Eres mejor de lo que tú mismo crees. - ---No; si yo me tengo por inmejorable. Por serlo, no te doy las dos -mil pesetas: sería lo mismo que tirarlas a la calle... Oye: una cosa -se me ocurre. Pídeselas a mi hermana, que ahora tiene dinero, o lo -tendrá pronto, y según dice don Manuel, lo dedica al socorro de la -miseria humana. Claro que tú, con tu flamante industria editorial, -estás comprendido en esa humanidad miserable, a la cual piensa Catalina -redimir. - ---Pues mira tú, no es mala idea... ¡Ah! tu hermana es una santa, una -heroína cristiana. Yo la admiro, y siempre que la veo, me dan ganas de -arrodillarme delante y rezar... Mi palabra de honor... Pues sí, ¡famosa -idea! - ---Hazle comprender que la protección a las industrias nacientes y a los -hombres emprendedores y formales como tú, debe contarse entre las obras -de misericordia, y que la caridad empieza por la familia... ¿entiendes? -¡Quién sabe, hombre, quién sabe si...! - ---No lo tomes a broma, que bien podría... Se intentará, hombre, se -intentará. Catalina es realmente un ángel, y sus desgracias le dan una -extraordinaria penetración para comprender las ajenas. Bien mirado el -asunto, debe comenzar su campaña caritativa por mí, que la venero, que -la idolatro; por mí, el más desgraciado de la familia, más que ella -seguramente, más, más. Y creo que, en conciencia, bien puedo pedirle -tres mil pesetas. - ---Sí... sube, hijo, sube. - ---Pero, ¡ay! --exclamó Urrea desalentado súbitamente, llevándose la -mano al cráneo--, no me acordaba de... ¡Ay, no puede ser, Paco de mi -alma, no puede ser! ¡Qué tontos tú y yo! Claro que dejándose llevar -mi prima de su magnánimo corazón, no habría caso. Pero como el que -gobierna en su voluntad es ese _congrio_ de don Manuel... Figúrate. - ---No te permito hablar así de nuestro dignísimo amigo. - ---Perdóname... No le ofendo. ¡Triste de mí! ¡Cuando digo que la -mayoría de los males que afligen a la humanidad son de un origen -eclesiástico!... ¡Ah! pues si yo cogiera libre a mi prima, quiero -decir, en el libre ejercicio de su misericordia, créete que mis cuatro -mil pesetillas no habría quien me las quitara. Mi palabra... - ---Veo que si no te las dan pronto, acabarás por pedir un millón. - ---Se me ocurre una idea... Quizás podríamos... Hay que verlo. ¿Puedo -contar contigo? - ---¿Conmigo? ¿para qué? - ---Para apoyarme, en caso de que ese reverendísimo _percebe_ informe, -como parece natural, en contra de mi pretensión. - ---Yo... ¿Cómo? - ---Diciéndole a la señora Condesa de Halma que ya no soy lo que era, que -me he corregido, que trabajo, que con mi pequeña industria doy de comer -a multitud de familias indigentes, en fin, que defiendo a rajatabla los -grandes ideales cristianos, y que sería obra de caridad muy meritoria -auxiliarme con cinco mil... - ---¡Calla, hombre, calla! Yo no puedo apoyarte. Creerán que me he vuelto -loco. En todo caso, demuéstrame que tus propósitos de enmienda son -verdaderos, y tus planes de trabajo cosa seria y decisiva. - -Dijo esto el Marqués, pasando al salón próximo, como si por la fuga -quisiera librarse de mosca tan importuna; pero el pariente pobre le -seguía, cosido a sus faldones, desplegando la pertinaz voluntad de -esos caracteres que no desmayan hasta no conseguir lo que se proponen. -Minutos después, Feramor se sentó en un diván para hablar de política -con Manolo Infante. El parásito hubo de agregarse con oficiosidad -pegajosa; la conversación rodó insensiblemente hacia el terreno -periodístico, y al instante Urrea se dejó caer con esta indirecta: - ---Como yo consiga echar a la calle mis _Sabatinas_, verán ustedes. -Cosa nueva, la actualidad presentada con arte y _chic_, precio -fenomenal, digo, baratísimo; la parte literaria de primera, la -heliografía _ídem de lienzo_, en fin, un negocio que solo espera un -poquitín de apoyo para enriquecer a alguien. El primer número, que -ya está preparado, lo dedico al célebre apóstol de nuestros tiempos, -el gran Nazarín, de quien presento noticias estupendas, la biografía -completa, retratos de él y sus discípulas... - ---Pero ese Nazarín, ¿qué es? --preguntó el Marqués a Manolo Infante--. -Ya nos trae locos la prensa con la dichosa cuadrilla _nazarista_, y el -proceso, y las _interviews_... ¿Le has visto tú? - ---No necesito verle --replicó Infante--, para pensar, como tu primo, -que es el pillo más ingenioso que ha echado Dios al mundo. - ---Poco a poco --dijo Urrea con el desparpajo que gastar solía para -desmentirse--. Yo no pienso tal cosa. - ---Hace un rato nos contabas a Severiano y a mí que le habías visto, -y charlado con él y sus compañeras, y que le tenías... son tus -palabras... por un impostor vulgarísimo. - ---¿Eso dije?... Vamos, os revelaré todo el intríngulis de mi -diplomacia. Por desorientaros a ti y a Severiano os dije la opinión -corriente y vulgar, reservando para mi público la novedad, la sorpresa. -Yo presento a Nazarín como resulta del sondeo que he hecho de su -carácter, visitándole en el hospital uno y otro día. - ---Y opinas que es un santo. Pues eso no es nuevo, porque no ha faltado -quien lo haya sostenido ya. - ---Pero no presentan los elementos de prueba que presentaré yo. Es un -hombre extraordinario, un innovador, que predica con actos, no con -palabras, que apostoliza con la voluntad, no con la inteligencia, y -que dejará, no se rían ustedes de lo que afirmo, un profundo surco en -nuestro siglo. - ---¡Pero si nos has dicho hace media hora que ni siquiera es loco, sino -un aventurero que se hace el demente para vivir sobre el país! - ---No me convenía hace media hora decirte mi verdadera opinión. En -diplomacia y en industria es permitido el engaño. Antes no me convenía -propagar la verdad; ahora me conviene. - ---A este le entiendo yo mejor que nadie --dijo Feramor riendo--. -Tiene sus planes, persigue su negocio, y repentinamente, un cambio -atmosférico le hace cambiar de rumbo para llegar más pronto a donde -se propone. Es muy astuto mi primo, y ahora quiere ponerse a bien con -los que dedican su dinero a los eternos ideales, a las campañas de la -caridad evangélica. ¿Es esto, sí o no? Y a propósito, Manolo, ¿sabes -tú de alguien que quiera tomar parte en una empresa editorial, con -tendencias religiosas, _nota bene_, con tendencias religiosas, haciendo -un pequeño sacrificio de seis mil pesetas? - ---Poco a poco... --dijo con viveza José Antonio--. La participación -en los beneficios no puede darse sino aportando al negocio siete mil -pesetas. - -Feramor e Infante rompieron a reír, y el otro, sin cortarse ni -abandonar el campo de su formidable _sport_, prosiguió de este modo: - ---A reír, a reír... Ya veremos quién se ríe el ultimo. Y volviendo a -_mi héroe_, les enseñaré algunas pruebas de las diferentes fotografías -que he podido sacarle en el Hospital... También tengo las de sus -compañeras. Verán. - -Echando mano al bolsillo, mostró distintas pruebas fotográficas, obra -suya, las cuales fueron examinadas con intensa curiosidad por las -distintas personas que al instante formaron grupo. - ---¿Conque este es el famoso Nazarín?... A ver, a ver... - ---Digan ustedes si cabe en lo humano un rostro más inteligente. - ---Parece moro. - ---Lo que parece es una figura bíblica. - ---¿Y esta mujer...? - ---Vean, vean esa cabeza, y díganme si la impostura puede llegar jamás -a esa ideal belleza. - ---Bonito perfil. Pero aquí hay retoque. - ---Más que la _Beatrice_ del Dante, parece un Dante joven. - ---Digan que es una pitonisa, con la inspiración pintada en sus ojos. - ---O una Santa Clara. - ---Eso no; no es figura medieval, es bíblica. - ---Del Antiguo Testamento. No confundir... - ---¿Y este? ¿Qué mico es este? - ---Esa es Ándara... la monstruosa, porque en su rostro hay un guiño del -Infierno y otro del Cielo. - ---¡Ándara!... ¡Jesús, qué endiablada fisonomía! - ---Todo es extraño, sublimemente enigmático y misterioso en esa familia, -o dígase tribu... Pero fíjense, fíjense bien en la cara de Nazarín. ¿Es -Job, es Mahoma, es San Francisco, es Abelardo, es Pedro el Ermitaño, es -Isaías, es el propio Sem, hijo de Noé? ¡Enigma inmenso! - -Desembuchaba estos calurosos encarecimientos el bueno de Urrea, como -un viajante que enseña las muestras de los artículos que ofrece al -comercio, y en tanto las fotografías corrían de mano en mano. Las -señoras principalmente las arrebataban, y ponían en ellas su atención -con una curiosidad intensísima, insaciable, febril. - - - - -III - - ---Pero, amigo Urrea --dijo el Marqués de Cícero con sinceridad -infantil--, esto debe publicarse. - ---Se publicará. - ---¿Y el texto... cosa buena? - ---¡Ah!... - ---Pero es tan considerable el gasto --dijo Feramor--, que la empresa -que ha tomado a su cargo la propaganda nazarista, solicita una -subvención de ocho mil pesetas. - ---¡Oh!... No has exagerado, querido primo --manifestó Urrea--. Y -también te aseguro, palabra de honor, que para hacerlo bien, a la -altura del asunto, no vendrían mal nueve mil. - ---Chico, más vale que llegues de una vez a la cifra redonda: dos mil -duros. - ---Para mil cosas baladís han dado eso, y mucho más, Mecenas que yo -conozco. Palabra que sí. Lo que se pretende ahora está circunscrito -dentro de los términos de una modestia casi inverosímil: diez mil -pesetas. ¿Qué menos? - ---No me parece mucho. Que se las dé a usted el Gobierno. - ---O pedirla a las Sacramentales --dijo Manolo Infante--, que tienen la -contrata de la conducción a la vida inmortal. - ---Mejor a las empresas funerarias, porque el nazarismo hace propaganda -de la muerte. - ---Pues yo que usted, Urrea --indicó una dama que sabía tomar el pelo -con suave mano--, pediría la subvención al gremio de constructores de -imágenes y de pasos para la Semana Santa. - -No se acobardaba el ingenioso aventurero por la rechifla graciosa -con que los amigos de la casa acogían sus proyectos; antes bien, -hallábase excitado, sentía en su mente audaces iniciativas y una -pasmosa fecundidad de recursos para trabajar en aquel negocio. La idea -sugerida por Feramor era felicísima. ¡Ah, si él pudiera maniobrar en -terreno libre, es decir, en el bondadoso corazón de su prima! Pero -aquel intruso y pegadizo don Manuel Flórez, tamiz por donde pasaban -todos los pensamientos y actos de Catalina de Halma, le desconcertaba, -infundiéndole la tormentosa duda del éxito. Para discurrir a sus -anchas sobre problema tan difícil, necesitaba estar solo, aguzar su -ingenio hasta lo increíble, prepararse, en fin, con todo el aparato de -artimañas y sutilezas que, en su larga experiencia de aquella esgrima, -le habían dado tantas victorias. Despreciando las burlas de que era -objeto en casa de Feramor, salió de allí presuroso, sin despedirse -de nadie; contra su costumbre, se fue a su casa, y en su reducida -alcoba se encerró a meditar el plan de ataque, tratando de prever las -posiciones del enemigo para escoger bien el palmo de terreno en que -embestirle debía. Al meterse en la cama, con los pies fríos y la cabeza -caliente, se dijo: «No hay que achicarse: la timidez será mi fracaso. -Concretando mi honrada petición a dos mil duros, podrían creer que es -para vicios. Para que vean que es un negocio serio, un asunto en que -median los _grandes intereses_ del espíritu humano, necesito correrme a -tres mil.» - -Durmiose a la madrugada, y si al principio soñó que don Manuel Flórez, -al oír su demanda, le disparaba a quemarropa un cañón Hontoria, su -sueño fue después optimista y placentero, porque se vio abrazado -tiernamente por el dicho Flórez, mientras Catalina sacaba del bargueño -una arqueta gótica, y de ella muchos fajos de billetes de Banco, de -los cuales daba una parte a Nazarín y otra a él: y como Nazarín era -todo abnegación y menosprecio de los bienes terrestres, le regalaba su -parte sin mirarla siquiera. El movimiento pudoroso del apóstol mendigo -al coger el dinero, prevaleció en la mente de Urrea aun después de -haber pasado de aquel sueño a otro bien distinto. Soñó que con parte -de aquel numerario compraba una mina de hierro, que en poco tiempo le -daba rendimientos fabulosos; con las ganancias de la mina compraba dos -manzanas de casas, y mucho papel del Estado, y negociando por alto, -llegaba a hacerse dueño de toda la red de ferrocarriles de España... -aquí que no peco... y de Francia e Inglaterra... Y a todas estas, -Nazarín apartando de sí la resma de billetes con apostólica repugnancia. - -Al romper el día, mientras cosas tan inauditas pasaban en el cerebro -de un hombre dormido, don Manuel Flórez, que vivía en la misma calle, -frente por frente al soñador Urrea, salía de su domicilio. Fue con vivo -paso a decir su misa, entretuvo después un par de horas en esta y la -otra iglesia, y a eso de las diez se dejó caer en la casa de Feramor. -Entrando sin anunciarse en el despacho del Marqués, que trabajaba con -su administrador y apoderado, le dijo: - ---Querido Paco, quisiéramos que eso se ultimara pronto, si fuera -posible, hoy. - ---¿Pues no ha de ser posible? Hoy mismo, mi querido don Manolo. Mucha -prisa tiene la redentora por entrar en funciones. - ---La miseria humana, hijo mío, es la que tiene prisa, el hambre humana, -la sed y la desnudez humanas. - ---Pues por mí no quede. - -Terció el administrador, asegurando que ya estaba avisado el notario -para preparar la documentación, y que si terminaba aquel día, en -el siguiente quedaría hecha la entrega de la legítima de la señora -Condesa, parte en fincas o valores, parte en dinero contante. - ---Perfectamente --dijo el buen sacerdote acariciándose una mano con -otra--. Y ya que estás hoy de vena de amabilidad... - ---¿Pero no se sienta, don Manuel? - ---No; me voy en seguida. Digo que ya que te encuentro en vena de -concesiones, me atrevo a hacerte presente un antojito de tu hermana, -cosa insignificante; verás... - ---Acabe usted pronto, que ya empiezo a sentir escalofrío. - ---¿Por qué, hijo de mi alma? - ---Porque podría ser que para redimir a la pobrecita humanidad, no -le bastase su legítima, y en nombre del Dios Uno y Trino me pidiese -también la mía... y podría suceder que usted se empeñase en que se la -diera. - ---Vamos, no bromees. Lo que te pide es que le adjudiques la torre de -Zaportela, en Aragón. En esa casona destartalada pasó ella parte de -su infancia con tu tía doña Rudesinda. Tiene recuerdos...; en fin, -que para nada te sirve a ti ese nidal de lagartijas, y ella tiene el -capricho de restaurarlo, y... - ---Es que la casa de Zaportela y dos predios adyacentes se los tengo -dados en usufructo a los Urreas, los tíos de este perdido de José -Antonio, pedigüeños insaciables como él, que practican la mendicidad -por el terror. Si les echo de allí, son capaces de quemarme todas las -casas que tengo en Aragón. - ---Bueno, pues en vez de Zaportela, le darás el castillo de Pedralba en -esta provincia, término de San Agustín; ya sabes... un caserón viejo, -con una torre, y no sé qué ruinas de un monasterio cisterciense... -Conque no hay que vacilar, hijo mío, y agradéceme que abra anchos -horizontes a tu generosidad. Eres un ángel, y el perfecto tipo del -caballero cristiano. - ---Basta, basta. No necesita usted emplear la lisonja para desvalijarme. -Eso se arreglará. Particípele usted a su discípula que no llore por el -castillo. Pedralba será suyo. - ---Se lo participarás tú, porque yo no subo hasta la tarde --dijo Flórez -mirando su reloj--. Tengo mucha prisa. A las once he de ver al señor -Vicario; y a las doce me esperan en Gracia y Justicia para ir a la -Nunciatura... Bueno, señor, bueno. - ---¿Qué más? - ---Nada más. ¿Te parece poco? - ---Creí que me iba usted a pedir el coche para todos esos viajes. - ---No pensaba pedírtelo; pero lo tomo si me lo das. Está Madrid perdido -de barros. Bueno, señor, bueno. - -Poco después salía gozoso y vivaracho el buen don Manolo, y en el -portal, ¡zás! José Antonio de Urrea que entraba. Quedose el joven como -quien ve visiones, y no acertaba ni a saludar al respetable limosnero -de la casa. - ---¡Pepillo, dichosos los ojos!... ¡Ven acá, hijo mío, dame un abrazo! ---le dijo el clérigo con efusión--. ¿Pero qué tienes? Te has puesto -pálido. ¿Estás enfermo?... Tiemblas. - ---No señor... La emoción... Cabalmente venía pensando en usted ---replicó Urrea besándole la mano--. ¿Cree usted que ver, después de -tanto tiempo, a este amigo venerable, a este ángel tutelar de toda la -familia, no es cosa que impresiona? - ---Calla, calla, zalamero. - ---Deme usted a besar otra vez esas manos. - ---Basta, basta. Ya sé, ya sé que estás muy corregido. Sé que trabajas, -que has sentado la cabeza. Ya era tiempo, hijo mío. - ---¿Quién se lo ha dicho a usted? --preguntole Urrea con cierta alarma, -temiendo las ironías le su primo Feramor. - ---Me lo han dicho... ¿A ti qué te importa? Tus primas, las de -Hinestrosa me lo han dicho, ea. - ---Soy otro hombre. ¡Y qué bueno es ser bueno, don Manuel! ¡Qué -hermosura es una conciencia tranquila, una pobreza honrada, y una -conducta normal, ordenada y perfectamente correcta! ¡Qué descanso la -pureza de las intenciones, la sujeción de los deseos, la adaptación de -nuestros goces a la medida de la realidad! ¡Qué consuelo tan grande -vivir en armonía con todo el mundo, y sentirse querido, respetado!... - ---Sí, hijo mío, sí. - ---Verdad que mi vida es azarosa, pues no puedo prescindir de ciertos -hábitos de decencia, y careciendo de bienes de fortuna, el pan de cada -día, mi queridísimo don Manuel, representa para mí esfuerzos hercúleos. - ---Dios bendecirá tu trabajo. Adelante por ese camino. Persiste en tus -ideas; ten constancia, valor, confianza en ti mismo. - ---Así lo haré. Descuide. - ---¿Vas a ver a Consuelo? - ---No, voy a visitar a Halma. - -Con esta brevedad familiar, _Halma_, nombraba comúnmente el parásito a -su prima. - ---Bien, bien. ¡Acompañar a los desgraciados, endulzar su tristeza con -palabras de consuelo! La pobrecita te lo agradecerá mucho. Hazme el -favor de decirle que no puedo ir hasta la tarde... ¡ah! y que eso, ya -sabe lo que es, quedará ultimado mañana. Anda, anda, hijo mío. Y que el -Señor te conserve en esa buena disposición. Adiós... - -Volvió a besarle la mano, y después de acompañarle a entrar en el -coche, subió el gran Urrea, más que gozoso, ebrio de entusiasmo y -felicidad, porque las cosas se le deparaban mejor de lo que en los -desenfrenos de su optimismo hubiera podido imaginar. Primer golpetazo -de la suerte: encontrarse a don Manuel Flórez en aquel pie de increíble -benevolencia, enterado ya de sus nuevas costumbres laboriosas. Segundo -golpetazo: saber que hasta la tarde no iría el susodicho a la débil -fortaleza, amenazada de un terrible asedio. Cierto que el enemigo podía -presentarse a última hora con un socorro formidable, ideas y autoridad -de refresco; pero también podía suceder que llegase tarde, y que, -arrancada por el sitiador una promesa, la egregia dama no tuviera más -remedio que cumplirla. El hombre se creció moral y hasta físicamente -al subir la escalera, derecho al cuarto segundo. Se sentía impetuoso, -audacísimo, invencible, y sobre todo grande, enorme. Creía tocar con su -cabeza en el tramo alto de la escalera, y que las puertas no tenían -bastante hueco para darle entrada. Sin duda la Providencia Divina -se ponía de su parte. ¡Qué bien había hecho aquella mañana en rezar -al Padre Eterno, a la Virgen y a San Antonio bendito, implorando su -eficaz auxilio! ¡Qué diantre! ¿No era él un pobre, no era un triste, -un mísero? ¿Pues qué hacía más que pedir una limosna, y proporcionar -a las buenas almas el ejercicio de la más hermosa de las virtudes, la -caridad? - -«Fuera timideces, fuera mezquindades que podrían comprometer el éxito ---se dijo al traspasar la puerta, soberbio y arrogante, como un campeón -que anhela engrandecer los peligros para que sea mayor la gloria de -vencerlos--. Allá van los hombres valientes. Le pido... pst... veinte -mil pesetas.» - - - - -IV - - -Siempre que entraba don Manuel, después de larga ausencia de medio -día o día entero, en el cuarto de su noble amiga la Condesa de Halma, -encontrábala sumergida en una melancolía profunda y tenebrosa, como -nadadora que bucea en una cisterna. Abierto sobre la falda el libro -de la _Ciudad de Dios_, de San Agustín, o alguna otra obra mística; -apoyada la mejilla en la mano derecha, el codo del mismo lado sostenido -en la mano izquierda y esta en la rodilla derecha, que se elevaba por -tener el pie sobre un taburete, parecía un Dante pensativo, revolviendo -en su mente los círculos negros del Infierno, o los luminosos del -Paraíso. Viéndola en tales tristezas anegada, silenciosa y ceñuda, -procuraba don Manuel alegrarle los ánimos con su grata conversación, y -unas veces lo conseguía y otras no. Pues aquella tarde ¿cuál no sería -la sorpresa del simpático Flórez al encontrar a su ilustre amiga en un -estado de inquietud placentera? No daba crédito a sus ojos viéndola -en pie, corriendo de un lado a otro de la estancia, como si arreglara -y pusiera en orden los libros y objetos de devoción que en varios -estantillos tenía. Y lo más extraño era que en su rostro resplandecían -la animación, la vida. Sus ojos, siempre apagados, brillaban con fulgor -de fiebre; sus mejillas, siempre macilentas, habían tomado un rosado -tinte, como si volviera de un paseo por el campo, harta de sol y de -aire. - ---¿Qué tiene usted, mi noble y santa amiga? --le preguntó el -sacerdote--. ¿Qué le pasa? - ---Nada, no me pasa nada. Estoy contenta. ¿Esto es pasar algo? - ---Sí... Me alegro mucho de verla tan gozosa. No conviene dejar caer -el espíritu en la tristeza. La virtud es por naturaleza alegre, y la -conciencia pura se regocija en sí misma... - ---Siéntese usted si gusta, y déjeme a mí en pie. Siento una -inexplicable necesidad de andar, de moverme. De repente, la quietud ha -empezado a serme molesta. - ---La he recomendado a usted un ejercicio prudencial. La virtud no -requiere precisamente la postración sedentaria, que hasta puede llegar -a ser un vicio y llamarse pereza. - ---Y ahora me preguntará usted el motivo o razón de este contento que en -mí observa. - ---En efecto, señora mía, se lo pregunto a usted. - ---Y yo le respondo que no lo sé; que no puedo explicar qué pasa esta -tarde en mi alma. Veremos si llego a darme cuenta de ello. Y ahora, voy -a interrogar yo. Dígame: ¿quién es Nazarín? - -Quedose un rato suspenso el buen Flórez, y miró el rostro de la Condesa -como quien quiere descifrar un obscuro acertijo. - ---Pues Nazarín... --murmuró. - ---¿Qué hombre es ese? ¿Le conoce usted? - ---Sí, señora. - ---¿De ahora, o le conoce usted hace tiempo? - ---Es un sacerdote, manchego, de mediana edad. Hace dos o tres años, no -recuerdo bien la fecha, tuve ocasión de tratarle en la sacristía de -San Cayetano. Pareciome un hombre excelente, de costumbres purísimas, -humilde, de no común inteligencia, parco de palabras... Después me le -encontré alguna que otra vez en la calle; hablamos. El infeliz parecía -disgustado; revelaba una pobreza honda, sin quejarse de ella. Creí que -su cortedad de genio y su extremada delicadeza le tenían en tal estado, -y le aconsejé que se sacudiera, procurando adquirir un poco de don de -gentes. Después le he visto incluido en un proceso escandaloso, y su -nombre arrastrado por la vía pública. Francamente, me supo muy mal -que un sacerdote viniese a tal situación, ya fuese por debilidad de -carácter, ya por verdadera malicia. Supe que estaba en el hospital, -convaleciente de un tifus agudísimo, y, ¿qué cree usted?... me fui a -verle. Yo soy así: me gusta enterarme por mí mismo. Le vi, hablamos -largamente, y... - ---¿Opina usted como casi todo el mundo, que es un pobre loco? - ---Esa es la opinión general. - ---Pero la de usted, la de usted es la que yo quiero saber. - ---La mía no tiene importancia. Expertos facultativos le han examinado, -profesores de enfermedades mentales y nerviosas. - ---Pero usted tiene bastante entendimiento para no necesitar de -los juicios ajenos para formar el suyo. Dígame lo que piensa, en -conciencia, de ese hombre. ¿Es un pillo? - ---Creo que no. - ---¿Firmemente que no? - ---Sostengo con plena convicción que no es un malvado. - ---Luego es un loco. - ---No me atrevo a decir tanto. - ---Luego, es un hombre de miras elevadas, un hombre que... - ---Tampoco afirmo eso. - ---Luego, usted no ha podido formar una opinión concreta. - ---No señora, no he podido. Y, créame usted, ha sido para mí el tal -Nazarín objeto de grandes confusiones. - ---¿Cómo no me había hablado de eso, don Manuel? - ---Porque no pensaba que tal asunto mereciera fijar la atención de la -señora Condesa. - ---¿Sabe usted que anda por ahí un libro que trata de Nazarín, en -el cual se cuenta cómo salió a sus peregrinaciones, cómo encontró -prosélitos, cómo realizó actos de verdadero heroísmo y de sublime -caridad? - ---He leído ese libro, que me regaló su autor, con una dedicatoria muy -expresiva. Pero no me fío de lo que allí se cuenta, por ser obra más -bien imaginativa que histórica. Los escritores del día, antes procuran -deleitar con la fantasía que instruir con la verdad. - ---¿Puedo yo leer ese libro? - ---Seguramente. Pero sin olvidar que es novela. - ---Entonces prefiero otra cosa. - ---¿Qué? - ---Ver al propio Nazarín. El sujeto vivo dará más luz que una historia -cualquiera, aun suponiendo que no fuese fantástica, y tan solo escrita -para entretenimiento de los desocupados. - ---¿Ver a Nazarín? ¿Dónde? - ---En cualquier parte. En el hospital..., aquí. - ---Eso me parece más grave. Con todo, no digo que no. - ---Diga usted que sí, y acabaremos más pronto. Ahora, punto y aparte: -hablemos de otra cosa. - ---Pues a otra cosa --repitió Flórez, algo caviloso por el repentino -salto de la tristeza al contento en el ánimo de la ilustre señora--. -Ya sabe usted que mañana se hará la entrega de la legítima. Ya hemos -salido de eso. - ---¡Gracias a Dios! Mucho tengo que agradecer también a mi hermano ---dijo Catalina sentándose algo fatigada, cual si sus excitados nervios -entraran en sedación--. Si he de decirle a usted la verdad, veo con -absoluta indiferencia la llegada de ese dinero a mis pobres manos. - ---La persona que mira al cielo --dijo el cura entornando los ojuelos -para ver mejor el rostro de su amiga--, se acostumbra mejor que otras a -despreciar los bienes terrenales. - ---Y respecto al empleo que debemos dar a ese capitalito, ya hablaremos -despacio. - ---Si no recuerdo mal, ya hemos hablado bastante. Convinimos en que -usted fundaría, en pleno campo y lejos del bullicio, un instituto de -caridad, con rentas propias... - ---Y que antes, se reservaría una suma para repartirla entre los -necesitados. - ---Sí; pero eso es difícil, porque no tendríamos ni para empezar. La -caridad debe hacerse con método, apoyándose en el criterio de la -Iglesia, y favoreciendo los planes de la misma. No vale dar limosna sin -ton ni son. Falta saber a quién se da, y cómo se da. - ---¿Sabe usted, mi buen don Manuel, que no entiendo bien eso? - ---Se lo expliqué a usted con toda latitud ayer mismo. - ---Pues lo he olvidado. Pero no hay que repetirlo. Ya lo comprenderé -cuando tenga la cabeza más serena. - -De repente, el buen clérigo se dio un golpe en la frente, como si -quisiera matar un mosquito que le picaba, y exclamó: - ---¡Ah, ya caigo, ya, ya! - ---¿Qué? - ---Nada, que mientras hablábamos, me devanaba yo los sesos pensando -quién habría estado aquí hoy de visita. Y ahora me ha venido -súbitamente a la memoria. - ---Mi primo Pepe Antonio de Urrea. - ---Le encontré en el portal: él entraba, yo salía. Me han dicho que es -hombre corregido. - ---Así parece... ¡pobrecillo! Me ha conmovido contándome sus apuros para -ganarse la vida con un rudo trabajo. - ---Y seguramente le ha pedido a usted dinero para sus empresas. - ---Sí... - ---Y le ha hablado a usted de Nazarín. - ---Exactamente. - ---Pero no puedo encontrar la relación entre Nazarín y los conflictos -pecuniarios del descendiente de los Urreas. - ---Le he prometido estudiar su petición, y resolverla de acuerdo con -usted. - ---Lo menos le habrá pedido a usted dos o tres mil reales. - ---Algo más: cinco mil duros. - ---¡Ave María purísima!... ¡San Antonio bendito! - ---Crea usted que me reí, y desde que me habló de esto, empecé a -sentirme alegre. Los apuros de un hombre por cosa que tan poco vale, -como es el dinero, me causan alegría. Es como el rechazo de todo lo -que yo he sufrido por el maldito dinero, en los días terribles en que -me hacía tanta falta. Y ahora que en nada de mi propio interés puedo -emplearlo, pues perdí el bien de mi vida, ahora que tengo bajo tierra -los restos del que era mi único amor, y considero en el cielo su alma, -me alegra el gemido de los que piden dinero con apremiante necesidad, y -al ver que lo tengo, me alegro más. Experimento, créalo usted, como un -secreto anhelo de venganza..., sí, quiero vengarme de mi destino, que -a tantas privaciones me sujetó, y tantas amarguras me hizo pasar... Y -cuando se acerca a mí un desgraciado pidiéndome aquello que yo no pude -tener cuando lo necesitaba, y que poseo ahora que no lo necesito... - ---Se venga usted... negándoselo. - ---No señor, dándoselo... Es una venganza en la cual confundo a mi -destino y al mismo dinero, materia vil y despreciable, cuyo reparto -no debe someterse a ninguna regla de orden y gobierno. Las leyes -económicas de mi hermano me parecen una de las más infames invenciones -del egoísmo humano. - ---¿De modo que usted, señora mía, cree que para despreciar al dinero y -castigarlo por su vileza, debe dársele al primer loquinario que lo pide -sin que sepamos en qué lo ha de emplear? - ---Creo que el empleo final de la moneda es siempre el mismo, dese a -quien se diere. Caiga donde caiga, va a satisfacer necesidades. El -manirroto, el disipado, el vicioso mismo, lo hacen pasar a otras manos, -que lo aprovechan en lo que debe aprovecharse. Lance usted un puñado -de billetes a la calle, o entrégueselo al primer perdido que pase, -al primer ladrón que lo solicite, y ese dinero, como van todas las -aguas a los ríos, y los ríos al mar, irá a cumplir su objeto en el -mar inmenso de la miseria humana. Cerca o lejos, aquí o allá, con ese -dinero arrojado por usted a la calle se vestirá alguien, alguien matará -su hambre y su sed. El resultado final de toda donación de numerario es -siempre el mismo. - ---Señora mía --dijo don Manuel un poco aturdido--. No seamos -paradójicos..., no seamos sofísticos. Si usted me permite que la -contradiga, que le haga una demostración clara de su error en esa -materia... - -El hombre no podía expresarse bien. Estaba sofocadísimo, sentía calor, -y se abanicaba con su teja. - - - - -V - - ---Por más que usted diga --prosiguió la Condesa--, yo creo que la -limosna consiste esencialmente en dar lo que se tiene al que no lo -tiene, sea quien fuera, y empléelo en lo que lo empleare. Imagine usted -las aplicaciones más abominables que se pueden dar al dinero, el juego, -la bebida, el libertinaje. Siempre resultará que corriendo, corriendo, -y después de satisfacer necesidades ilegítimas, va a satisfacer las -legítimas. ¡Dar a los pobres, nada más que a los pobres! Sobre que no -se sabe nunca quiénes son los verdaderos pobres, todo lo que se da va -a parar a ellos por un camino o por otro. Lo que importa es la efusión -del alma, la piedad, al desprendernos de una suma que tenemos y que -otro nos pide. - ---¿Y usted siente esa efusión del alma al dar a su primo el auxilio que -solicita? - ---Sí señor; la siento, porque veo tras su petición un mundo de -necesidades abrumadoras, de martirios horribles, en que igualmente -gimen el alma y el cuerpo. Veo la falta de alimento, la estrechez de la -vivienda, la persecución de los acreedores, la vida angustiosa, llena -de humillaciones y vergüenzas ocultas, la disparidad terrible entre los -medios de existencia y el nombre retumbante que se lleva en el mundo. -Yo creo que en mi primo son ciertos los propósitos de enmienda; pero -demos de barato que no lo sean; admitamos que nos engaña, que es un -perdido, un tronera lleno de vicios, entre los cuales descuella el de -la postulación a diestro y siniestro. ¿Y qué hará usted para sacarle -del infierno de esa vida? ¿Predicarle? Nada se conseguirá mientras no -se le ponga en condiciones de variar de conducta, y por más que usted -se devane los sesos, no hallará otra manera de redención que darle lo -que no tiene, porque su mala vida no es más que el resultado fatal, -inevitable, de la pobreza. - ---¿Según eso, señora mía --dijo el sacerdote con cierta severidad--, -usted piensa darle a José Antonio los cinco mil duros que le pide? - ---Sí señor, he resuelto dárselos, y así se lo he prometido. Mi palabra -es oro. Pero... - ---¿Pero qué?... - ---¡Oh! aún falta lo mejor. Para que vea usted que no soy paradójica ni -sofista, se los doy y no se los doy. - ---¿Se los presta usted? - ---Tampoco. Se los doy en una forma que usted ha de aprobar seguramente. -Le adjudico la cantidad, quedando esta en mis arcas, a disposición de -sus administradores. - ---Que son... - ---Usted y yo. Nosotros nos encargamos de arreglarle una casa decente, -de asegurarle la subsistencia durante el tiempo que se determinará, -y, por añadidura, le pagamos sus deudas, le rompemos esas cadenas -infames que le condenan en vida a un horrible infierno, le libramos -de la vergüenza del sablazo, de la humillación de carecer de todo. -Completaremos nuestra obra dándole medios de trabajar en esa empresa -que dice trae entre manos, especulación que conviene estudiar -detenidamente para ver si en efecto es tal que en ella puede formarse -un hombre honrado. Vamos, ¿qué me dice de esta forma de practicar la -caridad? ¿Cree usted que hay otra manera de traer al buen camino a -un hombre lleno de defectos, desquiciado, empedernido en mil hábitos -perniciosos? - ---Contesto, señora mía, que en principio aplaudo su pensamiento. -Respecto a la práctica... no sé... Dígame usted: ¿José Antonio acepta -el auxilio en la forma y condiciones que usted acaba de indicarme? - ---El pobrecillo se echó a llorar. Bien conocí que sus lágrimas brotaban -del corazón. «Eres la Providencia misma --me decía--, y realizas el -sueño de mi vida; tú me salvas, tú me redimes, tú haces de mí otro -hombre, y por ti, Halma, bien puedo decir que vuelvo a nacer.» Y -diciendo esto me besaba las manos. - ---Y yo también se las beso a usted ahora --dijo don Manuel, haciéndolo -con verdadero enternecimiento--. Es usted una santa... a su manera, -quiero decir que cada día saca usted una nueva forma de santidad. Debo -decirle, en conciencia, que en estas cosas, la originalidad suele ser -un poquitín peligrosa, pero hasta ahora vamos bien, y que siga el Señor -inspirándole esas benditas iniciativas. - ---Me complace que usted apruebe mi plan --dijo Catalina, excitada por -el aplauso--, y que se compadezca de ese desgraciado primo mío, el -cual, claramente lo veo, tiene más viciada la cabeza que el corazón. -Cierto que es la informalidad andando, que no acaba cuando se pone -a enjaretar embustes, que por procurarse el pan de cada día, comete -mil bajezas. Por eso mismo, por ser un enfermo del alma, le está -perfectamente indicada la medicina de la caridad tutelar y educativa. -¿No estoy en lo cierto? - ---Sí, señora mía --replicaba Flórez entornando los párpados y afirmando -con la cabeza. - ---La caridad se ha de ejercer en toda clase de enfermos y en toda -clase de miserables, y este Urreíta es un pobre de solemnidad... _de -tres capas_, un desgraciado, cuyas angustias parten los corazones. -Él me lo decía, haciéndome reír y llorar al mismo tiempo: «Querida -prima, el último de los pordioseros es un millonario comparado conmigo. -Recoge zoquetes de pan y peladuras de patatas; pero se lo come en paz, -y su espíritu vive con la serenidad y la alegría del pájaro, que al -amanecer canta saludando al día... Hasta los ciegos que andan por ahí -tocando la flauta o el violín son menos desdichados que yo. Envidio a -los vendedores de periódicos, a los mozos de cuerda, y a los poceros -de la Villa. Todos comen su bazofia sin comerse al propio tiempo la -vergüenza, que es amarga como la hiel.» ¡Pobrecillo de mi alma! No -puedo menos de considerarle, señor don Manuel, como un niño mañoso a -quien hay que educar. Le haremos todo el bien posible, sin escatimar -los azotes. Porque eso sí, mucha caridad, pero mucho rigor. - ---Eso, eso; y si conseguimos su enmienda, habremos hecho una obra -meritoria y grande --dijo suspirando el sacerdote, que si al principio -sintió su poquito de resquemor ante la hermosa iniciativa de su -discípula, no tardó en apropiarse las ideas de ella, con la mira de -vigorizarlas y recobrar de este modo su magisterio. - ---Y nadie me quita de la cabeza --prosiguió Halma-- que el corazón -de Pepe es bueno, y que hay en él, aunque por muy escondido no se -vea, materia abundante para obtener la verdadera virtud. De niño era -un ángel. Somos de la misma edad, y juntos vivimos algún tiempo en -Zaportela: su madre, mi tía Rudesinda, me quería locamente, y como yo -era endeblilla y enfermucha, me llevaba consigo al campo para que me -repusiera. Pepe Antonio y yo pasábamos largas temporadas hechos unos -salvajes, corriendo por praderas y sembrados, declarando la guerra a -los pobres grillos, y comiéndonos, no solo la fruta madura, sino la -verde. Pues mire usted: yo era mucho más traviesa que Pepe Antonio, -yo solía tener malicias, inocentes, eso sí, pero malicias, y él no, -él parecía un santito en agraz, y no es que fuera hipócrita, no; era -la bondad misma, la pureza y la abnegación. Un día, delante de mí, -se quitó la camisita para dársela a un niño pobre. Todo lo daba, no -era glotón, ni avaricioso, ni envidiosillo, como todos los chicos. -Mis faltas las tomaba para sí, y se dejaba castigar para que no me -castigaran. Luego, tomó camino tan diferente del mío, que estuvimos sin -vernos muchísimo tiempo. Cuando volvimos a encontrarnos, ya era él un -hombre, y hacía en Madrid una vida de vértigo y desorden. La orfandad, -la miseria vergonzante corrompieron aquella alma buena, que parecía -creada para el bien. - ---¡Qué cabeza la mía, señora Condesa! --dijo don Manuel, que con un -gesto renegaba de su flaca memoria--. ¿Pues no se me había olvidado -darle la buena noticia?... Esos recuerdos infantiles de Zaportela me -hacen recordar que el señor Marqués ha convenido conmigo en adjudicar a -usted, no esa finca, sino otra mejor, el castillo de Pedralba, en esta -provincia. ¡Tanto le dije, que...! - ---¡Oh, qué dicha!... ¿Pero es cierto? ¡Pedralba nada menos! Tiene usted -razón, mi hermano es la misma bondad, y yo no sé cómo agradecerle -tantos beneficios. De niña, también viví en Pedralba: no puede usted -figurarse el cariño que tengo a las viejas y carcomidas piedras del -castillo, que de tal no tiene más que el nombre. - ---Y la propiedad de esa finca sin duda facilita los proyectos de -fundación... ¿No es eso, señora Condesa? - -Doña Catalina no contestó, y su meditación silenciosa llenó nuevamente -de recelo el espíritu del buen sacerdote. La pregunta que antecede -había sido formulada por Flórez con objeto de explorar el pensamiento -de su noble amiga, el cual cada día se concentraba más, arrojando -de súbito alguna claridad esplendorosa, que al propio tiempo que -deslumbraba al buen maestro, le ponía en gran confusión. Tras largo -silencio, la Condesa reanudó el diálogo diciendo: - ---Quedamos en eso. - ---En que... sí... en que Pedralba puede servir de base... - ---No pensaba yo en Pedralba. Lo que digo es que usted no se opone a que -vea yo a ese que llaman Nazarín. - ---¡Ah!... sí... en efecto... Pues, sí, no hay inconveniente... - ---¿Usted no se atreve a afirmar si es loco o santo? - ---Al menos, hasta ahora... - ---Pues yo quiero saberlo, me conviene saberlo con certeza. - ---Espero llegar a la certidumbre con solo tratarle un poco; analizar -sus ideas y someter a un examen prolijo sus acciones. - ---Y aunque para mi convencimiento me baste el dictamen de usted, ¿será -impropio, será impertinente que yo misma le vea y le hable, si no por -otro motivo, por satisfacer una curiosidad que me inquieta? - ---No creo improcedente que usted aprecie por si misma su estado -cerebral --repuso el clérigo, midiendo bien las palabras--. Pero antes -conviene que le examine yo, que hablemos despacio. Luego determinaremos -en qué sitio y ocasión puede usted satisfacer su curiosidad. - ---Perfectamente... Pero prontito, don Manuel. - ---Mañana mismo le haré una visita en el hospital. Ea, es muy tarde, y -usted va a comer, y yo a mi casa. Es de noche. Adiós, amiga mía, y a -descansar. Descanse no solo el cuerpo sino el pensamiento, que harto -trabaja en idear cosas grandes. Adiós... Hasta mañana. - - - - -VI - - -Retirose don Manuel bien embozadito en su luenga pañosa, porque -apretaba el frío, y meditabundo y un poco descontento de sí, por el -camino se decía: «Esta doña Catalina es el demonio... ¡qué barbaridad! -Quiero decir que es un ángel, un ser extraordinario. Ya no me queda -duda. Tiene mucho más talento que yo, sabe más que yo, y descubre cosas -que nadie ve, que si al principio parecen disparates, bien examinadas -resultan con toda la hermosura y toda la grandeza de Dios. Cada día -sale con una novedad. ¡Y qué ideas, Dios mío! ¿Que me reservará para -mañana?» - -Esto decía, sintiendo un poquitín la humillación del maestro que se ve -convertido en educando. Pero como era tan buena persona, y no dejaba -entrar nunca en su alma la ruin envidia, y además estimaba cordialmente -a la Condesa, en vez de enojarse neciamente por el gradual desgaste de -su autoridad, se apropiaba las ideas de la discípula, y haciéndolas -suyas las presentaba de nuevo en forma metódica y sistemática, con lo -cual creía resultar a los ojos de ella, y aun a los suyos propios, -como el verdadero inspirador, siendo en verdad el inspirado. Hombre -flexible, creado para las adaptaciones sociales, y para aplicar y -defender la santa doctrina según el medio y las ocasiones en que le -correspondía actuar; bastante sagaz para conocer lo bueno donde quiera -que saliese, y bastante práctico para saber aprovecharlo, obraba como -obran siempre los caracteres de su complexión y hechura, no poniéndose -frente a ninguna fuerza que creen útil, sino dejándose llevar por dicha -fuerza, con tanto estudio y picardía en la postura, que parezca que la -dirigen y conducen. - -Metiose el buen clérigo en su casa pensando en la corrección de Urrea, -y pues la señora confiaba en su ayuda para lograrla, hacía propósito de -adelantarse a ella en el desarrollo de aquel pensamiento, de hacerlo -suyo, agregándole pormenores que lo harían de seguro más eficaz. Pero -lo que le desconcertaba era no saber qué nuevas invenciones sacaría -de su inspirado caletre la Condesa, pues a lo mejor salía por donde -menos se esperaba. Las iniciativas de él casi nunca cuajaban; las de -ella venían con tal fuerza, que al punto conquistaban al maestro, y no -había más remedio que seguirlas, componiéndolas y retocándolas después -para conservar las preeminencias exteriores del poder gobernante. En -suma, que si al principio Halma parecía una reina constitucional a la -moderna, que reinaba y no gobernaba, poco a poco iba sacando los pies -de las alforjas, y picando en absoluta soberana. Mas era tan buena, -tan discreta y piadosa, que se arreglaba habilidosamente para dejar -a su ministro las satisfacciones y aun la creencia de la iniciativa -gubernamental. - ---Bueno, Señor, bueno --decía don Manuel poniéndose ante su cena, tan -frugal como bien condimentada--. Y esto de querer avistarse con el -desdichado Nazarín, ¿para qué será? ¿Qué objeto lleva, qué ideas le -mueven, qué planes acaricia? No lo entiendo. Pero allá veremos por -dónde sale, y quiera Dios que sea por un registro fácil de entender, y -más fácil de manejar. - -A la misma hora que el respetabilísimo Flórez cenaba, pero no aquel -día, sino pasados dos o tres, José Antonio de Urrea comía con su primo -Feramor en casa de los Duques de Monterones. Fácil es comprender de qué -hablarían, al encontrarse solos en el salón, poco antes de la comida. - ---No lo creo, aunque me lo jures --le decía el Marqués, sin poder -contener la risa--. Tú estás soñando, Pepe, o quieres burlarte de mí. -¿Y dices que te lanzaste a fijar tu petición en la fabulosa cantidad -de...? - ---Cinco mil duros. Y aún creo que me quedé corto. Entré en la mística -celda decidido a plantear el negocio _sobre la base_ de los cuatro -mil... Claro, las bromas o pesadas o no darlas... Y en el curso de la -conferencia, viendo las buenas disposiciones de Halma, me arranqué -a los cinco mil. Éxito completo. ¡Ah! bien puedo decir ahora que tu -hermana es una santa; pero así como suena, ¡una santa!... todo lo -contrario de ti, que eres el Sumo Pontífice del egoísmo. ¡Qué bondad, -qué dulzura, qué penetración, qué talento sutil para comprender las -circunstancias en que yo vivo! Sostengo que ella tiene más talento -que tú, y que es mucho más práctica, sublimemente práctica. La -indulgencia noble con que iba puntualizando mis miserias, mis acciones -indecorosas, me llegó al alma, Paco, porque al propio tiempo que me -reñía dulcemente por mi conducta, la disculpaba, atribuyéndola, más -que a perversión moral, al inexorable despotismo de la necesidad, del -hábito... ¡Oh, qué mujer, qué alma grande y hermosa! Cree que me hizo -llorar... mi palabra que sí. Llegué a figurarme que era un chiquillo, -que me regañaban por la travesura de romper un juguete de precio, -prometiéndome comprarme otro. En fin, que el cielo se ha abierto al fin -para mí, después de haber llamado a su puerta inútilmente tanto tiempo. -Estoy salvado, Paco; tu hermana me salva... Creo en la Providencia, en -Dios... Soy feliz, seré otro hombre, gracias a ella, a ese ángel con -más talento que todos los Artales y Feramor de este siglo y de todos -los pasados siglos, amén. - ---Pues te doy mi enhorabuena --le dijo el Marqués con sorna--. ¿Ves -como acerté, al indicarte...? Me daba el corazón que mi hermana se -gastaría su dinero en la regeneración de los perdidos de la familia. -Obra laudable, a fe. - ---Si te burlas, peor para ti. - ---No me burlo. Ahora, lo que importa es que tu honradez esté a la -altura de la virtud de Catalina, so pena de que resulte una santidad no -solo inútil, sino merecedora del manicomio antes que de los altares. - ---No temas nada. En primer lugar, no me dan el dinero a mí, lo que en -verdad no me importa. Mejor, mejor es así. No me lo dan; lo _dedican_ -a la grande y hermosa obra de remediar las penas del primer desdichado -del mundo, y de socorrer la miseria más angustiosa y lacerante que -alumbran el sol y la luna. - -Después de la comida, excitado el hombre por la nutrición abundante -y la copiosa bebida, volvió a charlar con su primo mientras fumaban, -y se enterneció al referir las bondades de Halma. Colmaba también de -elogios a don Manuel Flórez, llamándole padre de los pobres, apóstol -de gentiles, lumbrera de la caridad, y al fin, charla que te charla, -por entre los entusiasmos del hombre extraviado, deseoso de redención, -asomó el cinismo del aventurero arbitrista. - ---Tengo además otro proyectillo. A ver qué te parece. Tu hermana -adoraba a su marido, aquel pobre _besugo_ alemán, que vino aquí a que -le matáramos el hambre. La memoria de Carlos Federico es su única -pasión mundana, y su espíritu se alimenta de la idea del muerto, como -planta que vive de lo que extraen las raíces. Hablando conmigo, se dejó -decir que su mayor gusto sería transportar a España el cuerpo, que -debe de estar incorrupto, de su esposo querido, para sepultarse ella -con él, naturalmente, cuando se la lleve Dios... Pues bien; se me ha -ocurrido proponerle la traída del difunto... Vamos, que le contrato -la conducción de las cenizas preciosas por cinco mil duros, siendo de -mi cuenta todos los gastos, embarque, transportes por ferrocarril, -aduanas... porque las momias también pagan derechos. ¿Qué te parece? - ---Que es una contrata como otra cualquiera. Redacta tu pliego de -condiciones, estudia el asunto... - ---Se pueden ganar un par de mil duros... palabra que sí. Me planto en -Corfú, hago la exhumación, y me comprometo a traerlo decorosamente, con -una cuadrilla de frailes franciscanos, que vengan cantando responsos -por toda la travesía. Y me encargo de asegurar el féretro, de envasarlo -convenientemente, y de hacer la entrega en el punto de España que ella -designe. He de percibir a toca teja dos mil duros antes de partir para -Corfú, y tres mil en el acto de entregar la santa reliquia. - ---¡Pobre hermana mía! --exclamó el Marqués, viendo súbitamente las -extravagancias de su primo bajo el aspecto serio y peligroso--. Esto le -pasa por querer gobernarse sola, desconociendo su incapacidad. Ya verá, -ya verá... José Antonio, te prevengo que si continúas inspirando a mi -desgraciada hermana esas que no sé si son tonterías o locuras, tendré -que intervenir como jefe de la familia. - -Dejole con la palabra en la boca, mascullando el cigarro. «Te desprecio ---murmuró Urrea viéndole partir--, egoistón, eterno inglés de la -humanidad desvalida, usurero... Shylock disfrazado de aristócrata...» - -No tardó en circular en la tertulia de Monterones la noticia de la -redención del perdido con los dineros y la piedad de Catalina de Halma, -y los despiadados comentarios que sobre ello se hicieron, no solo -herían a la noble señora, sino a su respetable maestro espiritual. - ---Porque yo me explico todo --decía la Duquesa--; me explico -las debilidades de mi pobre hermana, cuya cabeza se destornilló -lastimosamente desde antes de casarse; me explico las audacias de -Pepe Antonio; lo que no entiendo es que don Manuel autorice tales -despropósitos. - -Consuelo Feramor, que no hacía buenas migas con su hermana política, -y censuraba sin piedad su retraimiento, tachándolo de mojigatería y -orgullo, llegó a decir a su marido: - ---La culpa la tienes tú... y algo le toca al angelical don Manuel. -¡Pues si fuera cierto lo que me dijeron hoy en casa de Cerdañola! No, -no puede ser... Lo cuento como chiste. Pues que Catalina ha suplicado -a Flórez que le traiga a Nazarín... Esto sería demasiado, ¿verdad? -Pero qué sé yo... lo creo, me inclino a creerlo. Un entendimiento -soliviantado que se dispara, ¿a qué tonterías, a qué extravagancias no -llegará? - ---Dejémosla disponer de su dinero como guste --dijo la de San -Salomó, menos intransigente que sus amigas, sin duda por no ser de -la familia--, y alabemos a Catalina de Halma, si nos da lo que a -pedirle vamos. Y no hay que diferir nuestro sablazo, señoras mías. -Podría suceder que llegáramos tarde, y encontráramos agotado el filón. -Reunámonos mañana, plantémonos allá las tres, levantados en alto los -terribles alfanjes de oro... y ¡zás! - -Consuelo Feramor, María Ignacia Monterones y la Marquesa de San Salomó -eran al modo de presidentas, vicepresidentas o secretarias en estas o -las otras Juntas benéficas señoriles que reúnen fondos, ya por medio de -limosnas, ya con el señuelo de funciones teatrales, rifas y kermessas, -para socorrer a los pobres de tal o cuál distrito, edificar capillas, -o atender al inconmensurable montón de víctimas que los desatados -elementos o nuestras desdichas públicas acumulan de continuo sobre -la infeliz España. No hay que decir que las tres cayeron sobre la -solitaria y triste viuda con el furor de piedad que desplegar solían en -semejantes casos. Recibiólas Catalina con atento agasajo y finísimas -demostraciones de amistad; pero con la misma urbanidad serena que -empleó en las cortesanías, negoles el socorro que solicitaban. En -redondo, en seco: que cada cual debía entenderse a solas para practicar -la caridad. - -Salieron desconcertadas, confusas, rabiosas, y en el paroxismo de su -ira, Consuelo dijo a su marido: - ---Si no fuera ella quien es, y nosotros quien somos, creería yo que la -residencia natural de tu hermana era un santo manicomio. - - - - -VII - - -Feramor las calmaba, haciéndoles ver cuánta impertinencia revelaba -su enojo, pues cada cual es dueño de hacer el bien, si lo hace, en -la forma que más le acomode. Con su claro talento, su fácil palabra, -mitad en serio, mitad en broma, logró poner las cosas en su punto, -demostrando que si Catalina, por su exagerado individualismo y la -salvaje independencia que iba descubriendo, podía merecer censura, no -merecía execración, ni menos ser condenada a perpetuo encierro en una -casa de orates. Pero si Feramor lograba calmar los ánimos, creando una -situación de relativa tolerancia, muy del gusto y del género inglés, -no así don Manuel Flórez, el cual, cuando cayeron sobre él furibundas -las tres damas, pidiéndole explicaciones de la increíble conducta de -la Condesa, no sabía qué contestar, ni por dónde salir: tales eran su -confusión y azoramiento. En los días siguientes le traían loco, con -preguntas, comentarios y mortificantes indagatorias. - ---Pero dígame, don Manuel, ¿lo de la corrección de José Antonio, fue -idea de usted? - ---De ella..., mía no... La que no comprenda que es una idea -hermosísima, que no cuente conmigo para nada. - ---Hermosísima, y sobre todo práctica. - ---Hemos de ver eso. La silba que se llevará don Manuel, si la -corrección fracasa, se ha de oír en Pekín. - ---Y sepamos otra cosa: ¿es también de usted el pensamiento de traer a -Nazarín? - ---Sí señora, mío es --dijo valientemente y tragando saliva el buen -sacerdote, decidido a corroborar siempre las ideas de doña Catalina -para no perder su autoridad--. Si no comprenden la delicadeza, el noble -fin que encierra, peor para ustedes. - ---Pues mire usted, no lo comprendemos, y yo lo declaro, aunque usted -nos tenga por... indoctas. Somos muy bárbaras, queridísimo don Manuel. - ---¿Pero es cierto que traerán a casa a ese pobre demente?... o -criminal... vaya usted a saber --dijo Consuelo escandalizada. - ---¡Oh! yo voto porque venga --manifestó la de San Salomó, y las mismas -demostraciones hizo la Duquesa--. Yo rabio por ver al famoso mendigo y -apóstol Nazarín. - ---Sí, que le traigan. Y que avisen con tiempo para invitar a todas -nuestras amigas. - ---Y veremos también a Beatriz, la mística mostolense, de quien decía un -periódico que era una especie de Eloísa sin Abelardo. - ---El Abelardo es Nazarín... Y que venga también Ándara. Queremos ver -toda la tribu. Sí, don Manuel, que vengan todos. - ---Como no se trata de satisfacer una insana curiosidad, no les verán -ustedes. - ---Pues nos oponemos a que entren en casa. - ---No, no. Lo que haremos es reconocer y proclamar el delicado -pensamiento de Catalina, si los traen y nos permiten verles y hablar -con ellos... Pero que conste: ha de venir también Ándara. Ese tipo de -travesura procaz y temeridad heroica, me interesa extraordinariamente. - ---Hablaremos con ellos, nos explicarán su doctrina. - ---Les daremos una merienda. - ---Ea, basta --dijo Flórez incomodándose--. No vendrán. Las mujeres -nazaristas, no se ha pensado en traerlas. Él, el desdichado sacerdote -melancólico y errabundo, no vendrá tampoco, sencillamente porque no -quiere venir. - ---¡Ah! nuestro gozo en un pozo. - ---Entonces, irá Catalina a verles al hospital. Me parece muy -inconveniente. - ---Me parece una necedad formidable. - ---Menos pareceres y más juicio, señoras mías. Lo que disponga _este -cura_ en asuntos para los cuales no debe faltarle competencia, al menos -por su edad, ya que no por su saber, no debe ser discutido ni menos -ridiculizado por mis buenas amigas, alguna de las cuales (lo decía por -la de Monterones) recibió de estas manos el agua del bautismo. Conque -no digo más por hoy. - -Con esta admonición, en que advirtieron las tres damas un marcado -acento de severidad y amargura, cosa muy rara en don Manuel, que era un -almíbar en el trato social, especialmente con señoras, se reprimieron, -dando a sus críticas un tono puramente amistoso. Pasaron algunos -días, en los cuales no tuvo Flórez ocasión de sacar las disciplinas; -pero al ser puesto en práctica el plan de corrección del pobre Urrea, -las hablillas recrudecieron. ¡Santo Cristo! Cuando se corrió la voz -de que _le ponían casa_ a José Antonio, de que doña Catalina le -cuidaba la ropa, y don Manuel andaba por todo Madrid a la husma de -los usureros que desollaban vivo al primo de Feramor, levantose un -tumulto tan imponente, que el bueno de Flórez tuvo que plantarse. -Todo lo consentía, menos que su autoridad fuese puesta en solfa. Que -se hicieran comentarios más o menos discretos de sus acciones, no le -importaba; pero que sus acciones se desfiguraran maliciosamente, no -podía quedar sin correctivo. Fue, ¿y qué hizo? Convocó a las tres -damas que eran cabeza de motín, y les echó un sermón por todo lo -serio, dejándolas, si no convencidas, calladas, y con pocas ganas -de meterse en vidas ajenas. Retirose el buen limosnero a su casa, -fatigado de aquellas luchas a que la genial iniciativa de la Condesa -le comprometía, rompiendo la placidez fácil de su religioso gobierno, -y al introducirse en la cama, después de sus rezos, o entreverando el -rezo con la meditación profana, se decía: «¡Cuánto mejor que esta buena -señora siguiera los caminos ya hechos y despejados, en vez de empeñarse -en abrirlos nuevos, desbrozando la trocha salvaje! ¡Cuánto más cómodo -para todos que acatara _lo establecido_, y se echara en brazos de los -que ya tienen perfectamente organizados los servicios de caridad, las -Juntas de damas, las archicofradías, las hermandades, mis colectas para -escuelas, mis...! ¡Cuánto mejor abrazarse _a lo establecido_, Señor, -que...!» - -A pesar de los pesares, don Manuel dormía como un bendito. No así José -Antonio, que en la casa frontera (calle del Olivar) se pasaba las -noches en claro, por causa de la exaltación de su felicidad, pues -la onda venturosa, cuando viene con fuerza, se parece a la onda del -infortunio en que quita el sueño y aun el apetito. Tan grande novedad -era para él ver definitivamente resuelto el problema alimenticio, no -vivir mañana y tarde discurriendo en qué rama posarse para comer, que -el mismo asombro de su dicha le tenía como en ascuas, receloso de su -destino. ¡Le parecía tan inverosímil ser amo de su casa, es decir, -estar en seguras paces con el casero, ver un principio de arreglo en -las cosas necesarias para vivir; tener en su comedor loza modesta, pero -loza al fin, en vez de los dos o tres platos rotos que eran su único -ajuar; encontrarse los armarios surtidos de ropa blanca, que la misma -Catalina con solícita mano materna había puesto allí! Todo esto era -como un sueño, como un pasaje fantástico de las _Mil y una noches_. -Temía despertar, y que tantos bienes desaparecieran en un restregar de -ojos, volviéndole a la tristísima realidad de su vida anterior. Y para -colmo de ventura, podría consagrarse seriamente a un trabajo fácil y -muy de su gusto, la zincografía, pues ya le iban a disponer local y -aparatos a propósito. ¡Qué dicha, qué gloria, qué divina lotería! ¿Con -qué lengua, con qué voces bendeciría a su celestial Providencia, la -santa y amorosa Halma? - -Su nueva vida apartó al parásito de los sitios que ordinariamente -frecuentaba, sin dejar de concurrir alguna noche a las casas de -sus parientes. Y, al conocer allí los comentarios zumbones que del -nobilísimo acto de su prima se hacían, perdió el hombre los estribos, -cruzó palabras agrias con el Duque de Monterones y con dos o tres -sujetos más, cuyas esposas o hermanas se habían permitido ridiculizar -a la Condesa, y seguramente, si él fuera otro y en más le estimaran, -de sus destempladas expresiones hubiera resultado algún lance. Feramor -le calmaba, pues sus principios de buena educación repugnaban aquella -forma violenta, y hasta cierto punto española, de tratar asunto tan -delicado. Cuanto menos se hablara de ello, mejor. Pero Urrea estimaba -el silencio como una complicidad cobarde con los murmuradores, y -quería, por el contrario, hablar hasta que le oyeran los sordos, -proclamar a gritos, no solo la inmaculada virtud de Catalina, sino su -talento, y la superioridad de sus ideas, que aquel vulgo elegante y -corrompido no podría comprender nunca. Feramor le dijo con gravedad: - ---La forma, mi querido José Antonio, es cosa de suma importancia en -la vida social, y no es posible desconocer su valor positivo, sin -exponerse a gravísimos males. Todo se puede hacer haciéndolo bien; nada -es factible con malas formas. - -Retirose Urrea maldiciendo a su primo, a quien llamaba _el hombre de -cartulina Bristol_, y a la mañana siguiente muy temprano se fue a ver -a la Condesa, hacia la cual una atracción invencible le arrastraba -en cuerpo y alma. El agradecimiento vivísimo se transformaba en una -adhesión caballeresca, en un cariño fraternal o filial, que así debe -llamársele para expresar bien su pureza, en el deseo de serle útil, y -prestarle algún servicio proporcionado a la inmensidad del bien que de -la ilustre señora había recibido. Pero siempre que a ella se acercaba, -sentíase agobiado de tristeza, porque su conciencia le acusaba de -agravios inferidos anteriormente a la generosa viuda, y aquel día hizo -propósito firme de descargar su alma de aquel peso, confesando a su -bienhechora los pecados que contra ella había cometido. Encontróla -dobladillando, con la ayuda de su criada Prudencia, las sábanas y ropa -de comedor que faltaban para completar el ajuar del perdis redimido. -Retirose Prudencia, y prima y primo hablaron lo que sigue: - - - - -VIII - - ---Halma, de hoy no pasa que yo tenga contigo una explicación. Mi -conciencia me lo pide, me lo exige. Gracias a ti, no solo tengo casa y -cama en que dormir, y platos en que comer, sino conciencia. Esta me -abruma: siempre que vengo, me digo: «De esta vez, se lo confieso.» Y -siempre me falta valor. Pero lo que es hoy, querida prima, hoy, o canto -o reviento. - ---¿Pero qué es eso, José Antonio, has hecho alguna cosa inconveniente? - ---No, no: no temas que yo falte a lo tratado. Mi corrección es tan -cierta como que ahora vivimos tú y yo. Trátase de pecadillos antiguos, -que no tienen en sí mucha gravedad, quiero decir, sí la tienen por ser -contra ti. Cualquier falta cometida contra ti es gravísima. Yo quiero -confesarlos hoy... Verás... - ---Pero, hijo, vale más que se lo cuentes a un confesor. Por mí, tus -pecadillos están perdonados. Falta que Dios te los perdone. - ---Yo no tengo que buscar más perdón que el tuyo. - ---Eso... casi casi es una irreverencia. - ---Tú eres mi confesor, mi altar; tú eres mi santa, mi Virgen Santísima, -mi... - ---Calla, y no digas más desatinos. Pareces un chiquillo. - ---Lo soy. Tú me has vuelto a la infancia, a la inocencia, a la edad -aquella venturosa en que correteábamos los dos por los andurriales de -Zaportela. Soy y quiero ser un niño, y como niño, a ti, que eres como -mi madre, te confieso mis horribles pecados. Atiende. Lo primero... -cuando tu hermano me sugirió la idea de pedirte socorro, yo no tenía -más objeto que darte lo que llamamos un sablazo, ni más intención que -emplear tu dinero en pagar algunas deudas apremiantes, quizás en probar -fortuna al juego para sacar cantidad mayor. Pues cuando tu hermano me -lo indicó, yo dije que tú estabas loca. ¡Ya ves qué insolencia! - ---¿Y no es más que eso? --dijo Catalina riendo, y rasgando a tirón un -gran pedazo de lienzo, de modo que su risa y el estridor de la tela se -confundían--. Pues con muchas abominaciones como esa, tu rinconcito en -el Infierno no hay quien te lo quite. - ---Es más, es mucho más --añadió Urrea suspirando fuerte--. Dije también -que tú eras tonta. - ---¡Bah, bah! - ---¡Llamarte tonta a ti, que eres la misma inteligencia...! El tonto -es él, tu hermano, con la tiesura planchada de su alma inglesa, él, -incapaz de nada grande, ni de un rasgo de sensibilidad... - ---Eh... caballero; está usted pecando en el mismo confesonario. Por -un lado se sincera, y por otro se carga con nuevas culpas, haciendo -juicios temerarios. - ---Pues no digo nada de tu hermano. Sabrás que también hablé pestes del -bonísimo don Manuel, y le llamé _congrio_, y... - ---Ja, ja... de seguro que te lo perdonará si lo sabe. - ---Y después, una noche que comí en casa de Monterones, hablamos -tu hermano y yo. Siempre que estoy a su lado, me siento con malos -instintos, no puedo resistir las ganas de chafar su pulcra educación -inglesa, como la felpa planchada y lisa de los sombreros de copa. Me -gusta cepillarla a contrapelo, expresar conceptos que le contraríen -y le hieran. Pues con esa intención, y sin ánimo de ofenderte, dije -que yo pensaba contratar contigo, en cinco mil duros, la conducción a -España de las cenizas de tu querido esposo, y añadí mil tonterías... Te -advierto, en descargo mío, que había bebido más de la cuenta... Lo peor -fue que no hablé del pobre Carlos Federico con el respeto que merece su -memoria. Mi palabra que no. - ---Eso es un poquito más grave --dijo Halma con severidad, fijos los -ojos en su costura--; pero te lo perdono también, puesto que declaras -que no sabías lo que hablabas, y que no tenías intención de agraviarme. -¿Qué más? - ---Por ahora nada más. ¿Te parece poco? Me quedo muy tranquilo, -después de habértelo confesado. Y ahora vamos a otra cosa. ¿Sabes que -tu hermana y tu cuñadita, y todo el enjambre de amigas te critican -acerbamente, por no haber correspondido a sus cuestaciones como ellas -esperaban, y que además te ponen en solfa a ti y a don Manuel por lo -que estáis haciendo por mí? - ---¿Y qué? No me afano por eso. Les perdono cuanto digan de mi, ya sea -impertinencia sin malicia, ya malicia verdadera. - ---No se detienen en la línea del chiste más o menos discreto, sino que -la traspasan, llegando a ofenderte con apreciaciones calumniosas. La de -San Salomó dice que eres una hipócrita, y que las visitas que me has -hecho estas mañanas para arreglarme el cuarto, no pertenecen al orden -de la beneficencia domiciliaria. - ---Todo eso es para mí --dijo la viuda con augusta serenidad--, lo mismo -que el ruido del viento entre las tejas de la casa... Dios conoce -mi interior, y ante Él expongo mi conciencia como realmente es. Los -juicios de los hombres para mí no existen. - ---¡Oh, yo no tengo esa virtud! ¡Claro, cómo he de tener esa que es tan -difícil, si otras muy fáciles no las puedo tener! Lo que yo siento -es furor de venganza al oír tales infamias. Sería feliz si pudiera -retorcerle el pescuezo a la bribona que tal piensa y dice. - ---¡Oh, por Dios, Pepe, no sigas por ese camino, si no quieres -lastimarme, y perder en absoluto mi estimación! - ---Anoche tuve dos o tres agarradas en las casas de Monterones y de -Cerdañola por defenderte, porque para mí no hay mayor gloria que poner -tu nombre y tus actos por encima de cuanto hay en el mundo. Yo me -pelearía con todo el que no te confesase como la virtud más grande y -pura que conocen Madrid y España entera; y haría morder el polvo al que -pusiese en duda tu santidad, tu honestidad, tu entendimiento soberano. - ---¡Jesús, cállate por Dios, y no disparates más, primo! ¿Estás loco? - ---Y si te conviene probarlo, dime quién te ha ofendido en tu dignidad, -en tu honor, o siquiera en tu amor propio, para aplastarle contra el -suelo como un reptil, Catalina, para hacerle polvo... - -Decía esto en pie, accionando con calor y énfasis de personaje heroico. -Su prima, después de romper un hilo con los dientes, mirándole -asustada, le calmó con una franca y placentera sonrisa. - ---Dije que eras un niño, y ahora lo pareces más que nunca. Nadie me -ha ofendido en mi dignidad ni en mi honor; pero aunque alguien me -ofendiera, no consentiría yo que tú hicieses por mí el paladín en -esa forma criminal y anticristiana. Estoy pasmada de tu falta de -cristianismo. ¿Pero de dónde sales tú, desdichado? ¿En qué mundo de -soberbia y de errores has vivido? Primo mío, si quieres que yo te -proteja y mire por ti hasta hacerte persona regular, no me traigas -acá bravatas caballerescas. ¡Matar! ¿Crees tú que puedo yo estimar a -quien hiera a su semejante por un dicho, por una opinión, ni aun por un -hecho ofensivo? No, José Antonio, eso conmigo no te vale. Ahoga esos -sentimientos de crueldad, de venganza, y de desprecio de las leyes -divinas. Si no, no te quiero, no podré quererte, no serás nunca el niño -bueno, con el cual quiero hacer un hombre... mejor. - -Desbordábanse en el alma de Urrea la gratitud y el afecto filial, y -reconociendo que Halma hablaba conforme a sus cristianos sentimientos, -replicó manifestando su incondicional sumisión a cuanto la dama pensara -y resolviera. Despidiose, porque tenía que ver y escoger aquel mismo -día unos aparatos para su industria, y preguntando a su protectora si -debía volver por la tarde, díjole ella que no solo se lo permitía, sino -que le rogaba que volviese después de comer. - -A poco de salir Urrea entró don Manuel Flórez, el cual, después de -informar a la soberana de los pasos dados para recoger cuentecillas y -pagarés del primo pobre, le dijo que había visto a Nazarín; pero que -aún no podía formar juicio definitivo de aquel hombre sin semejante. -Por cierto que el Marqués, con quien hablado había del propio asunto -(y esto se lo dijo Flórez a la Condesa en la forma más delicada), no -encontraba pertinente que el infeliz sacerdote manchego fuese llevado -a su casa, porque siendo el tal, en aquellos días, objeto de las -indagaciones informativas de los noticieros de la prensa, si estos se -enteraban de que había sido conducido a la casa de Feramor, armarían -un alboroto que a él no le gustaba. Por respeto de su casa, por -consideración al mismo apóstol vagabundo, a quien él sabía respetar -también, no era procedente, no era correcto, no era oportuno..., pues... - ---Mi hermano tiene razón --dijo Halma, anticipándose al consejo de su -canciller--. No es conveniente, mientras no se calme el rebullicio del -público. Desista usted, pues, por ahora... - ---No, si ya he desistido --replicó don Manuel, queriendo hacer constar -su iniciativa. - -Y sin hablar cosa de más provecho, se retiró. Después de anochecido, -cuando la viuda acababa de comer, entró José Antonio, y movido de -nerviosa impaciencia, no aguardó mucho tiempo para decirle: - ---Vengo furioso, querida prima. ¿Sabes que abajo hacen mil catálogos, -y se permiten indicaciones ridículamente maliciosas...? Aciértame por -qué... Dicen que anoche saliste con tu criada a eso de las nueve, y -que no volviste hasta muy tarde. Están locas. Es mucho cuento que no -puedas tú salir y entrar cuando gustes. Y puesto que a esa hora no hay -novenas, ni sermón, ni Cuarenta Horas, ni costumbre de pasear, ni tú -frecuentas los teatros, aquí tienes a tres señoras de alta alcurnia -devanándose los sesos por averiguar a qué sitio, que no sea iglesia, ni -paseo, ni teatro, puede ir una dama virtuosa entre nueve y diez de la -noche. - ---Déjalas que digan lo que quieran. Con eso se entretienen las pobres. -En medio de su frivolidad, y del tumulto que las rodea, ¡se aburren -tanto!... Pues sí, anoche salimos. ¿Sabes a qué hora regresamos? Ya -habían dado las once. - -Y volviéndose a su criada, que recogía la costura, le dijo: - ---Prudencia, no recojas. Esta noche te quedas aquí cosiendo. Mi primo -me acompañará. - ---¿Sales también esta noche? --le dijo el de Urrea estupefacto. - ---Sí, y te llevo de rodrigón, por si tuviera algún mal encuentro. ¿Por -qué pones esa cara? Prudencia, mi abrigo, mi mantilla. - -En un momento se dispuso para salir. Cogiendo un lío de ropa, bien -envuelta dentro de un pañuelo prendido con alfileres, lo entregó a -su primo, y sin tomarle el brazo, bajaron y salieron a la calle. A -excepción del portero, nadie les vio salir. - ---Aunque no es muy lejos --dijo Catalina guiando hacia Puerta -Cerrada--, como los pisos están malísimos, tomaremos un coche, si te -parece. - -Así lo hicieron, y la Condesa dio las señas: San Blas, 3. - ---¿Sabes a quién vi cuando pasábamos frente a San Justo? --le dijo -Urrea, no bien empezó a rodar el pesetero--. Pues a Perico Morla. Sin -duda iba a tu casa. Se paró para mirarnos. Ese llevará el cuento a -Consuelo. - ---Déjale que lleve todos los cuentos que quiera. - ---Y de seguro ha venido en acecho hasta Puerta Cerrada, y nos ha visto -entrar en el simón. Verás qué pronto da la noticia, que será la novedad -de esta noche. - ---Bien. ¿A ti te importa algo? - ---¿A mí? Absolutamente nada. Palabra... - ---Pues a mí tampoco... - ---Lo que más me ha inquietado al ver a Morla, dejándome muy mal sabor -de boca, es que... ¿Quieres que te lo diga? - ---Sí, hombre, dímelo. - ---Pues que le debo doce duros. Ya se me había olvidado... - ---¡Ah! pues recuérdamelo mañana para mandárselos, es decir, para que se -los mandes tú. - -No tardaron en llegar al término de su viaje, que era una casa de -apariencia bastante mediana, con estrecho portal y una escalera sucia, -desquiciada y bulliciosa. Desde los descansos veíase un patio de -corredores, y en estos, arriba y abajo, multitud de puertas entornadas, -por las cuales salía ruido de voces, claridad y tufo de petróleo, -olores de cenas pobres. Subieron Catalina y su acompañante al tercero, -y cuando se aproximaban a la puerta, Urrea lanzó una exclamación, -diciendo: - ---¡Ah! ya sé a dónde vamos, prima. Desde que entré por el portal, me -pareció reconocer la casa. Pero no caía; ¡qué confusión! no daba en lo -cierto. Ya sé, ya sé. Como que aquí estuve yo la semana pasada con los -periodistas. Aquí vive Beatriz, la discípula de Nazarín. - ---Es verdad. Llama. - - - - -TERCERA PARTE - - - - -I - - -Si don Manuel Flórez inició sus visitas al místico vagabundo, don -Nazario Zaharín, por complacer a su señora y soberana, la Condesa de -Halma-Lautenberg, pronto hubo de repetirlas por cuenta y satisfacción -de sí mismo, porque, la verdad sea dicha, el misterioso apóstol árabe -manchego le encantaba, y cuanto más le veía, más quería verle y gozar -de su sencillez hermosa, de la serenidad de su espíritu, expresada con -palabra fácil y concisa. Y cada vez salía el buen presbítero social más -confuso, porque la persona del asendereado clérigo se iba creciendo a -sus ojos, y al fin en tales proporciones le veía, que no acertaba a -formular un juicio terminante. «Yo no sé si es santo, pero lo que es -a pureza de conciencia no le gana nadie. Desde luego le declararía yo -digno de canonización, si su conducta al lanzarse a correr aventuras -por los caminos no me ofreciera un punto negro, la rebeldía al -superior... De todo lo cual voy coligiendo que en este hombre bendito -existen confundidas y amalgamadas las dos naturalezas, el santo y el -loco, sin que sea fácil separar una de otra, ni marcar entre las dos -una línea divisoria. Es singular ese hombre, y en mis largos años no -he visto un caso igual, ni siquiera que remotamente se le asemeje. He -conocido sacerdotes ejemplarísimos, seglares de gran virtud; sin ir más -lejos, yo mismo, que bien puedo, acá para mí, sin modestia, ofrecerme -como ejemplo de clérigos intachables... Pero ni los que he conocido, ni -yo mismo, salimos de ciertos límites... ¿Por qué será, Dios Poderoso? -¿Será porque este maniobra en libertad, y nosotros vivimos atados por -mil lazos que comprimen nuestras ideas y nuestros actos, no dejándolas -pasar de las dimensiones establecidas? No sé, no sé...» Y con este _no -sé_, _no sé_, Flórez expresaba la turbación y las dudas de su espíritu. - -Por aquellos días acreció el tumulto periodístico, por estar próximo -a sentenciarse el proceso en que metidos andaban don Nazario y -Ándara, y menudeaban las interrogaciones, que llaman _interviews_; -los _reporters_ no dejaban en paz a ninguna de las celebridades de -la ruidosa causa, y al paso que estimulaban con picantes relaciones -la curiosidad del público, se desvivían por darle pasto abundante un -día y otro, rebuscando incidentes en la vida privada de los héroes -de aquel drama o comedia. Echábase Flórez al cuerpo la escalera que -conduce a los pisos altos del Hospital, cuando sintió tras sí voces -alegres, y dos jóvenes que con paso vivo subían de dos en dos peldaños -le alcanzaron antes de llegar al tercero. - ---Señor don Manuel, aunque usted no quiera... ¿Cómo va ese valor? - ---No tan bien como ustedes... --contestó el sacerdote parándose, más -para tomar aliento que para contestar al saludo. Y después de mirarles -fijamente y de reconocerles, añadió con severidad--: ¿Con que otra -vez aquí los señores periodistas?... ¡Pero, hombre, no han mareado ya -bastante a ese pobre señor! Francamente, me parece el delirio de la -publicidad. - ---Qué quiere usted, don Manuel. La fiera nos pide más carne, más -noticias, y no hay otro remedio que dárselas --dijo el primero de los -dos, vivaracho y simpático. - ---Agotado tenemos ya el filón --indicó el segundo--; pero como es -forzoso servir al público diariamente, ayer le di yo reseña exacta de -lo que come Nazarín, y una interesante noticia de los malos partos que -tuvo su madre. - ---Pero, hijos míos --dijo Flórez con más bondad que enojo--, vuestra -información nos va a volver locos a todos. Habéis dicho mil cosas -inconvenientes, otras que no le importan a nadie. Yo no sé cómo estos -pobrecitos presos aguantan vuestro fuego graneado de preguntas, y no os -mandan a paseo cien veces al día. - ---Servimos al público. - ---¿Pero no sería mejor que le sirvierais dirigiéndole, que dejándoos -arrastrar por su novelería caprichosa y malsana? - ---¡Ah, don Manuel! No somos nosotros, pobres _reporters_, los que -encendemos la hoguera. Nos mandan llevar cuanto combustible se -encuentra; troncos bien secos si los hay; si no, leña verde, para que -estalle, y hasta paja, si no encontramos otra cosa. - ---Bueno, señor, bueno. - ---Pues ayer, mi querido don Manuel --dijo el vivaracho, mostrando un -periódico--, me sacó usted de un gran apuro. No sabiendo qué escribir, -me metí con usted. Vea, vea lo que le digo: «Le visita diariamente el -venerable sacerdote don Manuel Flórez, que sostiene con el procesado -empeñadas controversias sobre puntos sutilísimos de teología y de alta -moral...» - ---¡Jesús!... ¡Mayor mentira! ¡Pero si no hemos hablado nada de -teología, ni...! Y además, ya os he dicho que no teníais que mentarme -a mí para nada. Yo vengo aquí a cumplir mis deberes cristianos de -consolar al triste, y dar un buen consejo al que lo ha menester. - ---Es usted un santo, don Manuel. ¡Pues menudo bombito le doy aquí, más -abajo! Vea... - ---Ninguna falta me hacen a mí vuestros bombitos, y os agradecería mucho -que no sacarais mi nombre en esta contradanza informativa. - ---Déjeme que se lo lea. Digo: «Aquel venerable y ejemplar sacerdote, -que es el primero en acudir, allí donde hay miserias que socorrer, y -grandes amarguras que mitigar con el inefable consuelo de la piedad -cristiana; aquel varón respetabilísimo, cuya modestia corre parejas -con su virtud, cuya actividad en servicio de los grandes ideales -religiosos...» - ---Basta, basta... No quiero oír más. - -Llegaron al corredor alto que da vuelta al inmenso patio, y el -vivaracho se adelantó diciendo: - ---Me temo que hoy tenga el apóstol mucha gente, y que no podamos -hablarle. - ---Pero si esto es un escándalo --dijo don Manuel--. Aquí viene, en -busca de satisfacciones de la curiosidad, un público no menos numeroso -que el que va a los teatros y a las carreras de caballos. Al pobre -Nazarín le volverían loco si ya no lo estuviera, y como es hombre que -no sabe negarse a nadie, ni ser descortés y altanero, que casos hay en -que la descortesía y un poquitín de soberbia no están de más, resulta -que los que venimos a consolarle y a poner algún concierto en sus -ideas, no podemos realizar este fin. - -Arrimáronse a una ventana el sacerdote y el segundo periodista, a -echar un cigarrillo, mientras el primero entraba en la celda de -Nazarín. Flórez sacó sus tenacillas de plata, pues no fumaba sin este -adminículo, y el otro, al darle lumbre, le habló así: - ---Dígame, señor de Flórez, ¿usted qué opina del resultado del proceso? -¿Cree usted que el tribunal verá en este hombre un criminal? - ---Hijo, no sé. Poco entiendo de Jurisprudencia criminal. - ---Pues ayer en el Congreso --prosiguió el otro con gravedad--, me dijo -a mí mismo don Antonio Cánovas del Castillo... Palabras textuales: -«Condenar a Nazarín sería la mayor de las iniquidades.» - ---Lo mismo creo. - ---Pero los pareceres están divididos, aunque la mayoría de la opinión -es favorable a la inculpabilidad del apóstol. Yo le digo a usted la -verdad. A mí me tiene medio conquistado. A poco más, voy a la redacción -descalzo, abandono la casa de huéspedes, y me paso la noche en el hueco -de una puerta... Nada, que me seduce ese hombre, que me atrae. - ---Su humildad llevada al extremo, su conformidad absoluta con la -desgracia --afirmó el sacerdote pensativo, mirando al suelo, y quitando -la ceniza del cigarro con el dedo meñique--, son, hay que reconocerlo, -una fuerza colosal para el proselitismo. Todos los que padecen sentirán -la formidable atracción. - ---Pues no hay tanta gente como yo creía --dijo el otro _chico de -la prensa_ volviendo presuroso--. Está un actor..., no me acuerdo -de su nombre... que quiere estudiar el tipo del Cristo para las -representaciones de la _Pasión y Muerte_, en no sé qué teatro. También -tenemos ahí a los pintores Sorolla y Moreno Carbonero, que quieren -hacer una cabeza de estudio, y José Antonio de Urrea, que pretende -volver a fotografiarle. - ---Pues ya le cayó que hacer al pobre don Nazario --dijo Flórez -mohíno--. Entraremos dentro de un ratito, y procuraremos despejar la -celda. Y ustedes, caballeritos, ¿se largarán pronto? - ---¡Oh, sí! tenemos que ver a Ándara. ¿Viene usted, señor don Manuel? Le -llevamos en coche. - ---Gracias. - ---Pues Ándara es deliciosa: más fea que una noche de truenos; pero con -un talento para las réplicas, y una viveza, y una energía de carácter, -que le dejan a uno pasmado. - ---Y una fe en Nazarín que vale cualquier cosa. Si la ponen en una -parrilla para que reniegue de su maestro, morirá tostada, escupiendo -sangre a sus verdugos y proclamando a Nazarín, como ella dice, el -_preferente_ de todos los santos de la tierra y del cielo, ¡caraifa! - -Llegaron otros dos del oficio, y saludando cortésmente al buen -eclesiástico, formaron todos corrillo junto a un ventanón de la galería. - ---Parece esto la antesala de un ministro --dijo uno de los que acababan -de llegar, llamado Zárate, hombre muy leído, según general opinión, -quiere decirse, que leía mucho. - ---O de un soberano del antiguo régimen. Aquí estamos aguardando que -salga la tanda que está dentro. - ---Pero falta un chambelán que ponga orden en estas audiencias. - ---Pues hoy --dijo Zárate echándose hacia atrás el sombrero--, no me -voy sin interrogarle sobre las concomitancias que veo entre el ideal -nazarista... - ---¿Y qué? - ---Y el misticismo ruso. - ---¡Hombre, por Dios! - ---Yo veo un parentesco estrecho, una filiación directa entre aquellas -y estas florescencias espiritualistas, que no son más que una -manifestación más de la soberbia humana. - - - - -II - - ---Pues ayer --manifestó el vivaracho--, le interrogué yo sobre -eso del _rusismo_. Se mostró sorprendido, y me dijo que sus actos -son la expresión de sus ideas, y estas le vienen de Dios; que no -conoce la literatura rusa más que de oídas, y que siendo una la -humanidad, los sentimientos humanos no están demarcados dentro de -secciones geográficas, por medio de líneas que se llaman fronteras. -Aseguró después que para él las ideas de nacionalidad, de raza, son -secundarias, como lo es esa ampliación del sentimiento del hogar -que llamamos patriotismo. Todo eso lo tiene nuestro don Nazario por -caprichoso y convencional. Él no mira más que a lo fundamental, por -donde viene a encontrar naturalísimo que en Oriente y Occidente haya -almas que sientan lo mismo, y plumas que escriban cosas semejantes. - ---Si es lo que yo digo --indicó el que había entrado con Zárate--. -Ese es un tío muy largo, pero muy largo... No hay quien me apee de -la opinión que formé de él el primer día. Estamos aquí haciéndole la -corte al patriarca de los tumbones, y popularizando al Mesías de la -gorronería... ¡Oh! convengamos en que hace su papel con un histrionismo -perfecto, y que ha sabido llevar hasta lo sublime el carácter del -farsante aventurero y vagabundo. Yo sostengo que este tipo es la -condensación más acabada del españolismo en todas sus fases... sin -negar que lo muy español pueda ser también muy ruso... entendámonos. - ---Pero vengan acá, señores míos --dijo don Manuel atrayendo con su -gesto y con sus palabras la atención benévola y cortés de toda aquella -tropa--. Perdónenme si meto baza en sus discusiones. Piense cada cual -de este desdichado Nazarín lo que quiera. Pero al demonio se le ocurre -ir a buscar la filiación de las ideas de este hombre nada menos que -a la Rusia. Han dicho ustedes que es un místico. Pues bien: ¿a qué -traer de tan lejos lo que es nativo de casa, lo que aquí tenemos en el -terruño y en el aire y en el habla? ¿Pues qué, señores, la abnegación, -el amor de la pobreza, el desprecio de los bienes materiales, la -paciencia, el sacrificio, el anhelo de no ser nada, frutos naturales -de esta tierra, como lo demuestran la historia y la literatura, que -debéis conocer, han de ser traídos de países extranjeros? ¡Importación -mística, cuando tenemos para surtir a las cinco partes del mundo! No -sean ustedes ligeros, y aprendan a conocer dónde viven, y a enterarse -de su abolengo. Es como si fuéramos los castellanos a buscar garbanzos -a las orillas del Don, y los andaluces a pedir aceitunas a los chinos. -Recuerden que están en el país del misticismo, que lo respiramos, que -lo comemos, que lo llevamos en el último glóbulo de la sangre, y que -somos místicos a raja tabla, y como tales nos conducimos sin darnos -cuenta de ello. No vayan tan lejos a indagar la filiación de nuestro -Nazarín, que bien clara la tienen entre nosotros, en la patria de la -santidad y la caballería, dos cosas que tanto se parecen y quizás -vienen a ser una misma cosa, pues aquí es místico el hombre político, -no se rían, que se lanza a lo desconocido, soñando con la perfección -de las leyes; es místico el soldado, que no anhela más que batirse, y -se bate sin comer; es místico el sacerdote, que todo lo sacrifica a -su ministerio espiritual; místico el maestro de escuela que, muerto -de hambre, enseña a leer a los niños; son místicos y caballerescos el -labrador, el marinero, el menestral, y hasta vosotros, pues vagáis por -el campo de las ideas, adorando una Dulcinea que no existe, o buscando -un más allá, que no encontráis, porque habéis dado en la extraña -aberración de ser místicos sin ser religiosos. He dicho. - -Celebraron los buenos _chicos_ el discurso del venerable don Manuel, -y cuando alguno, con el respeto debido, a contestarle se disponía, -llegaron nuevos visitantes, dos damas y dos caballeros aristocráticos, -que anhelaban conocer a Nazarín, y tres o cuatro personas más, gente -literaria o política, que ya le había visto y deseaba sondearle de -nuevo, porque entre sí traían grande y enmarañada discusión sobre si -era un tunante muy largo o un sencillote con la cabeza trastornada. - ---¿Qué? ¿no podemos verle? --dijo sobresaltada una de las damas. - ---Habrá que esperar a que salgan los que están dentro... la pintura, -señora, la fotografía y las artes del diseño. - ---¿Y qué? --preguntó a los periodistas uno de los de oficio literario -que acababa de entrar. - ---¿Saben ustedes si ha leído el librito de su nombre que anda por ahí? - ---Lo ha leído --replicó uno de los que llegaron con Flórez--, y dice -que el autor, movido de su afán de novelar los hechos, le enaltece -demasiado, encomiando con exceso acciones comunes, que no pertenecen al -orden del heroísmo, ni aun al de la virtud extraordinaria. - ---A mí me aseguró que no se reconoce en el héroe humanitario de -Villamanta, que él se tiene por un hombre vulgarísimo, y no por un -personaje poemático o novelesco. - ---Y dice también que en su reyerta con los bandidos en la cárcel de -Móstoles, no le costó tanto trabajo vencer su ira como en el libro se -dice; que la venció al instante y con mediano esfuerzo. - ---Pues para mí --manifestó el caballero aristocrático--, el libro -es un tejido de mentiras. Toda la escena de Nazarín con el señor de -la Coreja, la tengo por invención del escritor, porque don Pedro de -Belmonte es primo mío, le conozco bien, y sé que en ningún caso pudo -sentar a su mesa al mendigo haraposo. Esta no cuela. Que mi primo -cogiera una estaca, y le moliera los huesos, y le plantara en medio del -camino, después de soltarle los perros, muy natural, muy verosímil. -Está en carácter; ese es su genio; no puede esperarse otra cosa de su -desatinada locura. Pero agasajarle, ponerse a hablar con él del Papa -y del Verbo divino, eso no lo creo, eso no es verdad, es falsear a -mi primo Belmonte. ¡Figúrense ustedes que fui la semana pasada a la -Coreja, y a poco de entrar en su casa tuve que salir escapado en busca -de la pareja de la Guardia civil! - -En esto vieron salir a Urrea de la celda, seguido de los pintores y del -cómico. - ---Ea, ya tenemos aquí al chambelán, que viene a anunciarnos que Su -Excelencia nos espera. - -Pero el chambelán traía muy distintas órdenes. - ---Señores --les dijo--, tengo el sentimiento de participarles que el -amigo Nazarín les suplica por mi conducto que le dejen solo. Siente -fatiga, y si no me engaño, tiene bastante fiebre. Le he tomado el -pulso. Necesita descanso, quietud, silencio. - -El efecto de estas palabras fue desastroso. Las dos damas no tenían -consuelo. - ---¿Pero no podremos verle, siquiera un instante? - ---Me ha suplicado que, por hoy, le libre del vértigo de las visitas. - ---Y hace bien en cerrar la puerta --declaró Flórez--. No sé cómo -aguanta tanta impertinencia. Ea, señores, estamos de más aquí. - ---Poco a poco --dijo Urrea--. La orden tiene una excepción. Supo que -está aquí don Manuel, y ha manifestado deseos de verle. Pase usted; -pero solo. - ---¡Ay! nosotras... podríamos pasar también, hablarle un ratito... ---indicó una de las damas. - ---¡Oh!, no... sin duda quiere confesarse. Vámonos. - ---¡Qué fastidio!... ¡Volveremos otro día! Yo quiero verle. Díganme -ustedes, señores periodistas: ¿cómo es Nazarín? ¿Es cierto que su -rostro tiene tal expresión, que desconcierta a cuantos le miran? ¿Y -cómo está vestido? ¿Qué dice? ¿Ríe o llora? ¿Habla con los que le -visitan, les echa la bendición, o no hace más que mirarles? - -Contestaban los buenos _chicos_ a estas preguntas, excitando la -curiosidad de las nobles señoras, en vez de calmarla. Inconsolables -ellas por el chasco sufrido, y no pudiendo anegar sus ojos, sedientos -de aquella gran novedad, en la fisonomía del apóstol errante, los -clavaban en la puerta. ¡Ah! detrás de aquella puerta estaba... -Volverían a la mañana siguiente. - -Entró don Manuel, y desfilaron por las escaleras abajo todos los -demás. Alguno propuso a las aristócratas llevarlas a ver a Ándara. Pero -después de una espontánea conformidad con esta idea, una de las dos -reflexionó y dijo: - ---¡Imposible! ¿Está usted loco? ¡Nosotras entrar en la Galera! - -Luego fue apuntada la idea de visitar a Beatriz, y esto no pareció tan -mal a las dos señoras. Sí, sí, podrían ver a la mística vagabunda y -soñadora. Dividióse el grupo en la calle, y unos se dirigieron a la -inmediata de San Blas, y los otros a la remota de Quiñones. - -Salió Ándara al locutorio, y lo primero que le preguntaron los _chicos_ -fue si había leído el libro titulado _Nazarín_. - ---Me lo leyeron --replicó la presa--, porque a mí me estorba lo negro. -¡Ay, qué mentironas dice! Yo que ustedes, pondría en el papel que el -_escribiente_ de ese libro es un embustero, y le avergonzaría, para que -se fuera con sus papas a otra parte. ¿Pues no dice que yo pegué fuego a -la casa? - ---Tú también lo dijiste al principio; pero ahora, ausente de tu señor -Nazarín, que no te permite mentir, has arreglado con tu defensor, que -es hombre listo, esa salidita del fuego casual. El hecho queda por lo -menos dudoso, y la pena será relativamente corta. - ---¡Que fue _de_ casual, ¡ea!... ¡Caraifa con los niños de la prensa! -Yo al principio no supe lo que decía. Se me derramó el condenado -petróleo... Quedeme a obscuras... Encendí un misto, y vele ahí todo -ardiendo... ¿Que no lo creen? Así _costa_... ¿Y quién me lo desmiente? -¿Quién me prueba que fue de voluntad? Si alguno de ustedes es el que ha -escrito ese arrastrado libro, arrastrado le vea yo, ¡mal ajo! - ---¿Sabes que te estás volviendo otra vez muy mal hablada? - ---Desde que no está con el apóstol, ha vuelto a sus mañas. - ---Ándara, nosotros somos tus amigos, y te queremos mucho. Pero si dices -expresiones feas, se lo contaremos a don Nazario, y verás, verás. - ---No, no se lo digan. Es la costumbre de antes, que sale... Pero una -palabra mala, dicha sin pensar, no hace pecado. Es que me encalabrino -cuando me hablan del maldito libraco. ¡Miren que decir ese desgalichao -autor que yo parezco un palo vestido! Fea soy, digo, lo que es bonita, -no soy ahora, como lo era antes, aunque sea mala comparación... pero -no tan fea que me tenga miedo la gente. Él será un esperpento, y en -sus escrituras quiere hacer conmigo una _desageración_. ¿Verdad que no -tanto? - ---Tienes razón, no tanto, Andarilla. Otra cosa: ¿Deseas mucho ver a tu -maestro? - ---¡Ay, no me lo diga! ¡Verle! ¡Qué diera yo por verle, por oír su -voz!... Créanme, señores de la prensa, y pueden ponerlo en el papel, -si les viene a mano. Por verle daría yo la salud que ahora tengo, y la -que tendré en muchos años. Me conformaría con estar en esta cárcel o -en un presidio toda mi vida, si supiera que le había de ver todos los -días, aunque no fuera más que un cuarto de hora. - ---Eso es querer, Ándara. - ---Esto es querer, y creer en él, pues no ha mandado Dios al mundo otro -que se le parezca... lo digo y lo sostengo, aunque me claven en cruz -para que cante otra cosa. Que me desuellen viva para que diga que no le -quiero, y ayudando yo misma a que me arranquen el pellejo, diré que es -mi padre, y mi señor, y mi todo. - ---¡Bien, brava Ándara! - ---Nos contó Beatriz que ella le ve en espíritu, y siempre que quiere le -hace revivir en su imaginación... - ---Esa es muy _soñona_. Yo, como más bruta que mi hermana Beatriz, -¡bendita sea! no le veo cuando quiero, sino cuando él quiere dejarse -ver. - ---¡Hola, hola! Explícanos eso. - ---No sean _materiales_, y compréndanlo sin más explicadera. Por las -noches, cuando me tumbo en mi jergón, en medio de unas obscuridades -como las del alma de Caín, si he sido buena por el día, si no he tenido -pensamientos malos, abro los ojos, y en lo más negro de lo negro, veo -una claridad, y en ella mi Nazarín que pasa... no hace más que pasar y -mirarme sin decir nada... Pero por los ojos que me pone, entiendo lo -que quiere hablarme. Unas veces me riñe unas miajas, otras me dice que -está contento de mí. - ---Pues si le ves esta noche, no es mala peluca la que te echa. - ---¿Por qué? - ---Por esa mentira tan gorda de que el incendio de la casa fue _de_ -casual. - ---¡Eh, que no es mentira!... Mentira lo que dice el libro, tocante -a que quise _zajumar_ el cuarto... ¡Vaya, que ya es por demás tanta -conferencia! Lárguense al periódico, que allá tendrán que plumear. - ---Antes hemos de preguntarte otra cosa, ¡caraifa! - ---No respondo más. - ---¿A que sí? ¿La Beatriz viene a verte? - ---Dos veces por semana. Ayer me trajo un vestido, que le dio para mí -una señora de la grandeza. - ---¡Hola, hola!... Noticia. ¿No te dijo el nombre de esa señora? - -Y todos ellos sacaron papel y lápiz. - ---Sí; pero no me acuerdo. Era un nombre muy bonito... así como... -Señor, ¿cómo era? - ---Haz memoria, Andarilla. ¿Sería la Condesa de Halma? - ---Esa misma... Bien decía yo que era cosa buena... pues... del alma -santísima. - ---Bien, Ándara... te dejamos ya, caraifa. - ---Adiós... adiós. - - - - -III - - -En mal hora se metió don Manuel Flórez en conferencias de exploración -espiritual con el apóstol andante, porque siempre salía de la celda -medio trastornado, ya creyendo ver en Nazarín la mayor perfección a -que puede llegar alma de cristiano, ya viéndole y juzgándole como un -ser dislocado, completamente fuera del ambiente social en que vivía. -«No puede ser, Señor, no puede ser --se decía el buen viejo, dándose -palmadas en el cráneo, ya retirado en su vivienda, y descansando -de los trajines del día--. Cada tiempo trae su forma y estilos de -santidad. No nos disloquemos, Señor, no nos desviemos de nuestra -agrupación planetaria, si no queremos ser bólido errante, perdido por -los espacios. Lo que yo digo: la locura no es más que eso, o mejor -dicho, es precisamente eso, el escape por la tangente... y este hombre, -con toda su virtud, que hay que reconocer, ha tomado mucha fuerza, y -se escapa, se dispara fuera de la órbita... ¡Qué lástima, Señor, qué -lástima! Porque... lo digo con verdad... difícilmente se encontraría -un espíritu de mayor rectitud, de mayor pureza... Pero ha tomado la -doctrina en su sentido más riguroso, por lo más estrecho, por donde -duele, y... no sé, no sé... Él cree que el equivocado soy yo, y yo que -el equivocado es él. Él dice que procede conforme a razón, y con plena -conciencia de ajustarse a la ley de Cristo, y yo digo... No, Señor, -yo no digo nada, no sé, he perdido los papeles; este hombre me ha -trastornado, ha llenado mi cabeza de confusión. No, no vuelvo a verle -más. La sinrazón es contagiosa... Un loco hace mil. No más, no más.» - -Y a pesar de esto, volvía, pues siempre le quedaba algún puntillo -que dilucidar, o seno escondido que reconocer en el pensamiento -del peregrino. Volvía, y a nueva conferencia, nueva turbación y -desconcierto del buen clérigo social. Se creerá que es exageración -lo que se cuenta, pero es la verdad pura. Don Manuel llegó a perder -el apetito, cosa de extraordinaria novedad en él, dormía mal, y se -desmejoró su rostro. Creyeron sus amigos que había dado el bajón -repentino de la aproximación a los setenta, y no faltó quien atribuyese -a una causa moral la pérdida de aquel excelso aplomo que era su -característica. Quizás su bondad se resintió de haber encontrado una -bondad superior, o que tal le pareciera, y como vivía en la rutina de -no tratar más que inferiores, en el terreno de conciencia, el repentino -encuentro de un ser, ante el cual alguna de las energías de su alma -tenía que hacer reverencia, le puso quizás de mal talante, aunque sin -llegar, ni por asomo, a las tristezas de la envidia, pues era incapaz -de este odioso sentimiento. ¿Consistiría tal vez en que el trato -social, las consideraciones y aun lisonjas de que era objeto, habían -llegado a formar en su alma la concreción de amor propio (de la cual -los caracteres más dueños de sí no pueden librarse), y el conocimiento -y trato de Nazarín rebajaron un poquito el concepto de su propio valer -moral? Con independencia de la humillación y desprecio de sí mismo que -impone la idea cristiana, todo ser conserva un poder de apreciación -o evaluación psíquica, por el cual, sin darse cuenta de ello, a sí -propio se estima y tasa. Sin duda Flórez empezó a conocer que se había -tasado en algo más de lo que realmente valía. Como era recto y noble, -acababa por conformarse diciéndose: «Bueno, Señor, bueno. Yo creí ser -de lo mejorcito, y ahora resulta que hay quien me da quince y raya. -Pues reconozca yo mi insignificancia, o mi inferioridad manifiesta, y -alabada sea la perfección donde quiera que se encuentre.» - -El buen señor no podía pensar en otra cosa, y la fijeza de tal idea -iba socavando su salud. A veces se pasaba las noches en habilidosos -distingos y paralelos, anhelando engrandecer el concepto propio, sin -rebajar excesivamente el ajeno: «Él es bueno, yo también. No digamos -santos, porque la santidad en nuestros tiempos ¿dónde está? Yo soy -social, él individual; mi esfera es el mundo de los ricos, la suya el -de los pobres. En ambas esferas se sirve a Dios, ¡vaya! Él fortifica -su alma en la soledad, yo en el bullicio; yunque por yunque, no sé -decir cuál es el mejor. Cierto es que si miramos a la doctrina pura y -a su aplicación a nuestras acciones, él aparece con ventaja, yo con -desventaja; pero miremos a los resultados prácticos de una y otra forma -de ejercer el ministerio, y entonces, ¿cómo dudar que la supremacía -está de la parte acá? Y por último, Señor, él se va del seguro, él se -corre de lo posible a lo imposible, en él la virtud se permite hacer -sus escapatorias al campo de la extravagancia, y...» - -Elevando los brazos, y mirando al techo de su alcoba, en la cual se -paseaba para entretener el insomnio, añadía: «Señor, Señor, llevar a la -práctica la doctrina en todo su rigor y pureza, no puede ser, no puede -ser. Para ello sería precisa la destrucción de todo lo existente. Pues -qué, Jesús mío, ¿tu Santa Iglesia no vive en la civilización? ¿Adónde -vamos a parar si...? No, no, no hay que pensarlo... Digo que no puede -ser... Señor, ¿verdad que no puede ser?» - -Como pasaban días y días sin que Catalina le interrogase sobre el -examen o estudio psicológico del apóstol vagabundo, creyó del caso -don Manuel tomar la iniciativa en aquel asunto, que más valía dar su -opinión antes que la dama por sí misma y por otros caminos llegase a -formarla. Todo lo temía de su talento agudo, afinado por una voluntad -persistente. - ---¿Y qué? --le preguntó Halma, demostrando menos curiosidad de la que -Flórez esperaba. - ---Empiezo por declarar --dijo don Manuel con solemnidad sincera, la -mano puesta sobre su corazón--, que no conozco alma más bella que la -del desventurado sacerdote, a quien la ley ha perseguido por vagancia -y por haber dado amparo y protección a una mujer criminal. Si del -estado de su entendimiento tengo aún mis dudas, de su conciencia, de su -intención pura y rectamente cristiana, no puedo dudar. Quiero decir, -señora mía, que encuentro una disconformidad irreductible entre la -conciencia y el intellectus de ese singular hombre, y que si yo hallara -manera de conciliar una con otro, tendría que declarar a Nazarín el ser -más perfecto que ha podido formarse dentro del molde humano. - ---Según eso, usted sigue viendo en él las dos naturalezas, el santo y -el loco, y ni sabe separarlas, ni fundirlas, porque locura y santidad -no pueden ser lo mismo. - ---Exactamente. - ---Bien podría deducirse de todo ello que, en nuestra imperfectísima -comprensión de las cosas del alma, no sabemos lo que es locura, no -sabemos lo que es santidad. - ---¡No sé, no sé! --exclamó el limosnero extraordinariamente turbado, -llevándose las manos a la cabeza. - ---Serénese, don Manuel. ¿Será que usted, en su larga vida, nunca se -ha visto delante de un problema semejante? Contésteme ahora: ¿el -buen Nazarín practica la doctrina de Cristo tal como los Evangelios -santísimos nos la enseñan? - ---Sí señora. - ---Y a pesar de esto, la conducta del buen hombre nos parece -desconcertada... porque nuestras ideas así nos lo imponen. Si -creyéramos otra cosa, debiéramos imitarle, renunciar a todo, abrazando -el estado de absoluta pobreza. - ---Sí señora. - ---Y eso no puede ser. Hay algo dentro de nosotros mismos, y en la -atmósfera que respiramos y en el mundo que nos rodea, que nos dice que -no puede ser. - ---Sí... puede ser... pero no puede ser... Ser no ser... He aquí, -señora, la gran duda. - ---Sigo preguntando. ¿Nazarín es humilde? - ---Humildísimo. Asombra ver su tranquilidad ante los resultados -probables del proceso. Si le condenan a presidio, lo acepta gozoso, -lo mismo que si le hicieran subir al cadalso. Si le encierran en un -manicomio, en el manicomio entrará y vivirá sin protesta. No se queja -de la ley, ni de los jueces, ni de sus acusadores, ni de la opinión, -que con tan distintos criterios le juzga. - ---Y en el caso de que saliera libre, ¿se sometería al superior -eclesiástico, sacrificando su independencia al rigor de la disciplina? - ---También. Pues esto es lo admirable. Dice que si le absuelven -libremente, se someterá y que... - ---¿Qué más?... Sigo yo contando, pues usted, mi señor don Manuel, no -tiene hoy la palabra tan expedita como de costumbre. Dice también -el buen Nazarín que cuando se encuentre libre, persistirá en el -cumplimiento del voto de pobreza que ha hecho al Señor. - ---Cosa imposible, así tan en absoluto, pues la mendicidad, fuera de -las Órdenes que la practican por su instituto, es contraria al decoro -eclesiástico. - ---Y dice más... - ---¿Pero cómo sabe usted...? - ---Dice también que el mayor anhelo de su alma es que le devuelvan las -licencias para poder celebrar... y que se irá a vivir al presidio -a donde sea destinado el _Sacrílego_, si se lo permiten las leyes -penitenciarias, o si no, en la misma población, con objeto de verle -diariamente. Está comprometido a conducir al cielo el alma de aquel -criminal, y la conducirá. Los mismos propósitos tiene respecto -a Ándara, y su mayor gozo sería que los encierros a que ambos -delincuentes fuesen destinados, radicaran en la misma ciudad. Si no, -compartiría su tiempo entre la vecindad de Ándara y la proximidad del -_Sacrílego_, llevándose consigo a Beatriz, sin temor alguno de ser -censurado y escarnecido por la compañía de una mujer. - ---Tales son sus ideas, sí señora... Tan cierto es ello como que usted -tiene algo de zahorí --dijo don Manuel, sin disimular su asombro--. -¿Pero usted..., acaso, le ha visto, le ha oído...? - ---No; pero veo a Beatriz, de quien soy amiga, y amiga del alma. No he -querido decírselo hasta que no viniera una coyuntura propicia. - ---¡Ah!... Me parece bien... Beatriz, la discípula... - ---Pues bien, señor don Manuel de mi alma, esas ideas y propósitos del -don Nazario bastardean un poco aquella pureza del alma de que me -hablaba hace un rato. La extrema humildad, ¿no se da la mano con el -orgullo? - ---Tal vez, tal vez. - ---Por lo cual yo, más decidida que usted, sin duda porque soy más -ignorante, veo bien patente la locura de ese santo varón... ¿Es un loco -santo, o un santo loco?... - ---Locura... santidad... --murmuraba Flórez mirando al suelo, la cabeza -sostenida por ambas manos, los codos apoyados en las rodillas, con -todas las señales en rostro y acento de una hondísima turbación. - - - - -IV - - -No pudieron detenerse, como deseaban, en buscar la explicación de -aquel contrasentido, porque entró Urrea con noticias frescas, que -hacían revivir el interés del asunto nazarista. Según contó el joven -reformado, por los periodistas se sabía ya la sentencia del Tribunal, -que se publicaría sin tardanza. No encontraba la Sala en don Nazario -Zaharín culpabilidad: la vagancia, el abandono de sus deberes -sacerdotales, la sugestión ejercida sobre mendigos y criminales no eran -más que un resultado del lastimoso estado mental del clérigo, y como en -ninguno de sus actos se veía la instigación al delito, sino que, por -el contrario, sus desvaríos tendían a un fin noble y cristiano, se le -absolvía libremente. Resultando del informe de los facultativos que -repetidas veces le habían examinado, que los actos del apóstol errante -eran inconscientes, por hallarse atacado de _melancolía religiosa_, -forma de _neurosis epiléptica_, se le entregaba al poder eclesiástico -para que cuidase de su curación y custodia en un Asilo religioso, o -donde lo tuviere por conveniente. - -Don Manuel y Catalina guardaron profundo silencio al oír esta parte -interesantísima de la sentencia. - ---A Beatriz se la absuelve libremente --prosiguió Urrea--, porque nada -resulta contra ella, y la pena que merecía por vagancia, se estima -cumplida con las dos semanas que sufrió de prisión correccional. - -Ándara salía peor librada, aunque no tan mal como al principio se -creyó. De sus primeras declaraciones, y de las de Nazarín, resultaba -autora del incendio de la casa número 3 de la calle de las Amazonas. -Pero su abogado, hombre muy despierto, había conducido el asunto con -rara habilidad, demostrando que lo depuesto por Nazarín no tenía ningún -valor testifical, por hallarse este en pleno delirio pietista, presa -de la monomanía del sacrificio y de la muerte. Ándara, en sus primeras -declaraciones, había obedecido, según su defensor, a una influencia -hipnótica del falso apóstol. Ampliado el juicio, y sustentada la -no intencionalidad del incendio, el Tribunal admitió la prueba, -condenándola, por lesiones a la _Tiñosa_, a catorce meses de reclusión -penitenciaria. La causa del _Sacrílego_ no tenía nada que ver con la -de la vagancia y desafueros nazaristas. Aún no se había sentenciado, -y por bien que saliera, sus catorce o quince años de presidio no se -los quitaba nadie, porque eran muchas y muy atroces sus audacias para -llevarse la plata y vasos sagrados de las iglesias. - ---Ya ve usted --dijo al fin Catalina a su amigo y limosnero--, cómo el -Tribunal, haciendo suya la opinión de los facultativos, da por cierto -que el santo varón no tiene la cabeza en regla. - ---Y sin cabeza no hay conciencia --indicó el sacerdote con cierta -alegría, como si entreviera una solución a sus dudas. - ---Con todo --añadió la Condesa--, no debemos aceptar ese criterio como -definitivo. Se equivocan los Tribunales, se equivocan los médicos. No -afirmemos nada, y sigamos, mi señor don Manuel, en nuestras dudas. - ---Sigamos, sí, en nuestras dudas --repitió el sacerdote, para quien era -ya un descanso no pensar por cuenta propia. - ---Y mis dudas --añadió Halma--, van a ser el punto de partida para -resolver la cuestión, porque si no dudáramos, no nos propondríamos, -como nos proponemos ahora, llegar a la verdad. - ---Sí señora --dijo Flórez, hablando como una máquina. - ---La sentencia del Tribunal, que yo esperaba, me abre camino para poner -en ejecución un pensamiento que hace días me corre por el magín. - ---¡Un pensamiento! A ver... --murmuró don Manuel perplejo, admirando -de antemano y temiendo al propio tiempo las iniciativas de su ilustre -amiga. - ---Yo, digo, nosotros, sabremos al fin si nuestro pobre peregrino es -santo, o es demente. Espero que podremos reconocer en él uno de los -dos estados, con exclusión del otro. Y en el caso de que existieran -juntamente santidad y locura, en ese caso... - ---Arrancaremos la locura para echarla al fuego, como hierba mala nacida -en medio del trigo --dijo don Manuel--, conservando pura e intacta la -santidad. - ---Y si existieran juntas y confundidas, en una misma planta --agregó -Halma--, respetaríamos este fenómeno incomprensible, y nos quedaríamos -tristes y desconsolados, pero con nuestra conciencia tranquila. - -Flórez miraba al suelo, y Urrea no quitaba los ojos de su prima, -cuyas palabras deletreaba en los labios de ella, al mismo tiempo que -las oía. Después de una mediana pausa, y queriendo adelantarse al -pensamiento de la señora, dijo el sacerdote: - ---Pues para llegar a ese conocimiento y a esa separación, señora mía, -tendríamos que... digo, veríamos de... - ---No, si por más que usted discurra, no puede adivinar lo que he -pensado, lo que haremos, si Dios me ayuda, y creo que me ayudará, pues -la sentencia que acabamos de saber viene, como de molde, a favorecer -mi pensamiento, obra magna, don Manuel, una empresa de caridad que ha -de merecer su aprobación. Verá usted --añadió después de otra pausita, -aproximando su silla baja al sillón del limosnero--. Pues, señor, ahora -la ley civil le dice a la eclesiástica: yo, apoyada en la opinión de la -ciencia, he debido declarar y declaro que ese hombre está loco. Como -su locura es inofensiva, monomanía pietista nada más, que no exige -custodia ni vigilancia muy rigurosas, renuncio a albergarle en mis -casas de orates, donde tengo a los furiosos, a los lunáticos, casos -mil de las innumerables clases de desorden mental. Ahí tienes a ese -hombre; encárgate tú, Iglesia, de cuidarle, y, si puedes, de devolver -el equilibrio a su entendimiento. Es pacífico, es bueno, es de dulce -condición en su desvarío. No te será difícil restablecer en él el -hombre de conducta ejemplar, el sacerdote sumiso y obediente... - ---Y le cogemos --dijo Flórez--, y le mandamos a un convento de -Capuchinos, o a una de las hospederías religiosas, que existen para -estos casos, y le tenemos allí un año, dos, tres, al cabo de los -cuales, estará lo mismo que entró. - ---Quiere decir que no le cuidarán, que no le observarán, mirando por su -existencia y por su razón con el interés paternal que se debe a un alma -como la suya, buena, piadosa, a un alma de Dios... - ---No digo que... - ---Pero nada de esto pasará --afirmó la Condesa, levantándose nerviosa, -y cogiendo el bastón de Urrea para reforzar el gesto decidido con que -acentuaba la palabra. - ---¿Pues qué se hará, señora? - ---A usted, mi señor don Manuel, le corresponderá la gloria mundana de -esta prueba, si, como creo, Dios la corona con un éxito feliz. - ---¿Y qué tengo yo que hacer, señora mía? --preguntó el eclesiástico -un poco molesto, pues no le caía en gracia aquello de hacer él cosas -que ignoraba, ni que su autoridad quedara reducida a ejecutar órdenes -superiores, como un vulgar secretario. - ---Una cosa muy sencilla, y que me parece fácil. Mañana mismo... no hay -que perder un solo día... mañana mismo, don Manuel Flórez y del Campo, -el ejemplarísimo sacerdote, el gran diplomático de la caridad, coge el -sombrero y se va a ver al señor Obispo. Su Ilustrísima, naturalmente, -le recibe con los brazos abiertos, y usted le dice: «Señor Obispo, una -dama de nuestra aristocracia...» - ---¡Ah! ya... Una dama de nuestra aristocracia... - ---¡Si lo adivina, si lo sabe, si no tengo que decir más! Pues qué: ¿no -ha pensado usted lo mismo que yo? ¿No viene hace días dando vueltas -en su mente a esta solución? ¿No esperaba saber la sentencia para -proponérmelo? - ---Sí, sí... Yo pensaba... En efecto... La idea es buena --dijo el -limosnero, queriendo cazar al vuelo las de su noble amiga--. Claro -que había pensado yo... Pues «Ilustrísimo señor, una dama de nuestra -aristocracia, persona de grandes virtudes y celo cristiano, que quiere -consagrar su vida al santo ejercicio de la caridad, ha imaginado que...» - -Detúvose bruscamente don Manuel, vacilante, clavó sus ojos en Halma, -después en Urrea, para volver a mirar con escrutadora fijeza a la -ilustre señora, y en aquel punto, como si recibiera inspiración -del Cielo, o algún genio invisible en el oído le susurrara, vio el -pensamiento de la Condesa con toda claridad. Y recordando al instante -palabras y frases sueltas de conversaciones anteriores, y viendo en -ellas perfecto ajuste con lo que acababa de oír, ya no necesitó más el -agudo presbítero para recobrar toda su compostura mental, y sentirse -dueño de sí mismo, y a punto de serlo de la situación. Limpió el -gaznate para aclarar la voz, tomó de manos de Halma el bastón de Urrea, -y fue marcando con él sobre la alfombra estas o parecidas expresiones: - ---La señora Condesa ha tenido un pensamiento grande y bello, como -suyo. Hace tiempo concibió el proyecto de destinar su casa de Pedralba -a un fin caritativo, estableciéndose allí, al frente de una pequeña -sociedad de desvalidos y menesterosos, de pobres enfermos y de ancianos -sin recursos. Bueno, Señor, bueno. Pues ahora, la señora Condesa se -dirige por mi conducto al señor Obispo, y le dice: «A ese pobre clérigo -perseguido, absuelto y tachado de locura, yo me le llevo a Pedralba, -allí le cuido, allí le rodeo de calma, de un bienestar modesto; doy a -su espíritu la soledad campestre, a su asendereado cuerpo descanso, y -como él es bueno y sencillo, y su corazón se conserva puro, respondo -de que en breve tiempo podré devolvérselo a la Iglesia, limpio de las -nieblas que han empañado su mente. Entréguenme el vagabundo, y les -devolveré el sacerdote; denme el enfermo, y les devolveré el santo.» - ---¿Y eso puede ser? --preguntó vivamente la viuda, sin admirarse de lo -bien que el sagaz Flórez le adivinaba las intenciones--. Quiero decir: -¿consentirá el señor Obispo...? - ---¡Ah!... lo veremos. Mucha fuerza ha de hacerle su nombre, señora. - ---Y más aún la intervención de usted. - ---En casos como este de Nazarín, el Prelado adoptará uno de dos -procedimientos: o entregar al enfermo un vale perpetuo para el Asilo de -Eclesiásticos, o ponerle bajo la salvaguardia de una familia respetable -de reconocida virtud y piedad. Esto último se ha hecho hace poco con un -pobre clérigo que padecía de ataquillos de enajenación. - ---Pues la familia respetable a quien se encomiende la custodia y -cuidado de este santo varón, seré yo. - ---Sin duda. Y mucho mejor, si se constituye el Asilo o Recogimiento en -forma legal y canónica, poniéndolo, como es natural, bajo la tutela del -jefe de la diócesis. - ---En fin --dijo Halma gozosa--, que Nazarín es nuestro. Y el señor -Obispo, ya lo estoy viendo, alabará mucho este plan al saber que es -idea de usted. - ---Idea mía no --replicó Flórez sin mirar a la dama--. Si acaso, en -parte... Ambos pensamos lo mismo. Pero yo no podía pronunciar sobre -ello la primera palabra, y tuve que aguardar a que la dijese quien -debía decirla. - ---Quedamos en que mañana mismo... - ---Mañana mismo, sí señora. - ---No se nos adelante alguno... - ---¡Ah! lo que es eso... Pierda usted cuidado. - -Retirose don Manuel a su casa, y aquella noche fue acometido de una -lúgubre congoja, cuyo fundamento el buen clérigo no podía explicarse. -«Esta tristeza hondísima y que parece que me abate todo el ser --se -decía, sin poder conciliar el sueño--, no proviene de causa puramente -moral. Aquí hay algún trastorno grave de la máquina. O el hígado se me -deshace, o la cabeza se me quiere insubordinar, o el corazón se fatiga, -y me presenta la dimisión.» - - - - -V - - -Hízose todo como Catalina de Artal deseaba, sin que la gestión del buen -Flórez tropezase con ninguna dificultad ni obstáculo de importancia. -Notaban en él cuantos en aquella ocasión le vieron, lo mismo en las -oficinas eclesiásticas, que en las casas nobles que ordinariamente -visitaba, una gran decadencia física, la cual parecía más grave por -la pérdida de la jovialidad. Además, claramente se advertía cierta -inseguridad en las ideas, y dispersión de las mismas en el momento de -querer expresarlas, vamos, como si se le fuera el santo al cielo, según -el dicho vulgar. No era ya el mismo hombre; en pocos días su cuerpo -perdió la derechura que le hacía tan gallardo, su cara se había vuelto -terrosa, sus manos temblaban, y cuando quería sonreírse, su habitual -expresión afable le resultaba fúnebre. - ---O don Manuel está muy malo --decían sus amigos--, o algún hondo pesar -silenciosamente le mina. - -Una mañana, el Marqués de Feramor le mandó llamar cuando descendía del -aposento de la Condesa, y encerrándose con él en su despacho, puso la -cara de las grandes solemnidades para decirle: - ---¡Parece mentira que nuestro querido Flórez, desmintiendo su grave -carácter, se haya prestado a favorecer las increíbles extravagancias -de mi hermana! Primero, la tontería de meterse a redentores de José -Antonio, poniéndose en ridículo, y dando lugar al desbordamiento de las -hablillas y chirigotas. No era esto bastante, y entre mi hermana y su -limosnero inventan este sainetón grotesco de llevarse a Pedralba toda -la cuadrilla nazarista... porque supongo irán también las discípulas, -para mayor edificación... Ya ha principiado el coro de burlas, que a mí -no me afectan, no señor, porque todo el mundo sabe que permito a mi -hermana lanzarse por su cuenta y riesgo a estas aventuras locas, para -que encuentre en la ruina y en el ludibrio de las gentes el castigo de -su soberbia. - -La actitud y el lenguaje del señor Marqués eran de pontifical, según el -rito inglés parlamentario y economista. - ---Lo que más me duele --añadió--, es que nuestro buen amigo, en vez -de poner un freno a estas que califico benignamente llamándolas -extravagancias, les haya dado calor y apoyo con su autoridad... - -Al oír esto, una onda de sangre subió del corazón al cerebro del -sacerdote, y la ira, que era en él, por índole y por costumbre, -sentimiento casi desconocido, se encendió en su corazón súbitamente. -Al querer expresarla, las palabras se le atropellaron en la boca, su -rostro enrojeció, sus ojos se avivaron. Con lengua torpe pudo decir tan -solo: - ---¿Tú qué sabes?... ¡Eres un necio! - -Y salió, como huyendo de sí mismo, arrastrando el manteo, la teja -echada hacia atrás, murmurando incoherentes frases por la escalera -abajo. Iba por la calle dando tumbos, sosteniéndose por un desmedido -esfuerzo de la voluntad, y al llegar a su casa, agotado bruscamente el -esfuerzo, cayó redondo en el portal. Entre el portero y dos vecinos -que bajaban, levantáronle del suelo, y como cuerpo muerto le condujeron -al cuarto segundo donde vivía. El ama y la sobrina, dos mujeres -simplicísimas, ambas entradas en años, que le querían entrañablemente, -rompieron en estrepitoso llanto al verle entrar en tan mísero estado, y -la sobrina exclamaba: - ---¡Virgen de la Valvanera! Ya lo dije yo. Mi tío venía mal desde la -semana pasada. - -Acostáronle, y como una media hora tardó en recobrar el conocimiento; -mas la palabra no. El buen señor quería decir algo, y su lengua inerte -no le obedecía. Acudió el médico, fuéronle aplicados los remedios -elementales, y ya muy entrada la noche, después de algunas horas de -reposo, pudo expresarse con mediana claridad: - ---No seáis tontas --dijo al ama y la sobrina, que una a cada lado del -lecho le contemplaban atribuladas--, ni deis ahora en la manía de -asustaros... Esto no es más que un aire. Lo cogí al salir de casa de -Feramor. Ya me encuentro mejor, y con la ayuda de Dios Misericordioso -y de la Virgen Santísima, mañana podré echarme a la calle. Y en caso -de que determinen que ya estoy de más en este mundo inicuo, ¿qué hemos -de hacer más que conformarnos todos, yo con irme a donde mi Padre -Celestial me destine, según mis méritos o mis culpas, vosotras con que -me vaya y os deje en paz? - -Dispuso el doctor que no se le diera conversación y se le dejara -descansar toda la noche, ordenando diversas medicaciones internas y -externas. A la mañana siguiente la mejoría era bien clara, y desde muy -temprano acudieron a la casa multitud de personas. Una de las primeras -fue Urrea; a poco llegaron Consuelo Feramor y la de Monterones, y otras -muchas señoras y caballeros de distintas categorías. Todos prodigaron -al enfermo consuelos cariñosos, deseando su salud como la propia. -Iban entrando en la alcoba por tandas, y reunidos después en la sala, -lamentaban el repentino accidente del simpático sacerdote. - -Consuelo llevó aparte a José Antonio para decirle: - ---Sospecho que tú y Catalina no tenéis poca responsabilidad en este -arrechucho de nuestro amigo. ¡Ah! su enfermedad arranca de la parte -moral... ¿Qué... te haces el tonto? ¿No comprendes tu parte de culpa -y la de mi cuñadita, esa loca que no andaría suelta si no llevara el -nombre que lleva? ¿Ahora caes en la cuenta de que habéis desprestigiado -a este santo varón, de que le habéis puesto en ridículo a los ojos del -clero, de todos sus amigos y relaciones? - -Contestación enérgica pensó darle Urrea; pero prefirió callarse por no -alborotar en casa ajena. A poco, entró Catalina de Halma, vestidita -de negro, con humilde severísimo porte, y su hermana y cuñada la -saludaron con frialdad compasiva. Ella no les hacía ningún caso, ni -se cuidaba de que le manifestaran este o el otro sentimiento. Cuando -todos se retiraban, la Condesa expresó al ama y la sobrina su deseo de -ayudarlas día y noche en aquel penoso trajín de enfermeras. Conociendo -la sinceridad de la buena señora, la familia del sacerdote aceptó tan -noble ofrecimiento, felicitándose de que pronto sería innecesario, -porque don Manuel mejoraría, con la ayuda de Dios. Pasó a verle -Catalina, y él, regocijándose de su presencia, se excitó un poquito, -presentando síntomas vagos de trabazón de lengua y de vaguedad en la -ideación: - ---Señora mía --la dijo--, muy malito tiene usted a su limosnero. Ha -sido un aire, nada más que un aire... He soñado con el Recogimiento -de Pedralba en que estaríamos tan bien... ¡oh, tan bien! Estos -aires... son aires muy malos... La vida social... este vértigo, este -bullicio, este mentir continuo... mal aire, señora... ¡Destrucción de -los cuerpos, perjuicios de las almas!... Dios quiere llevarme ya. Ha -visto que no sirvo... que he llegado a la vejez sin hacer en el mundo -nada grande, ni hermoso, ni saludable para las almas. Mi conciencia -habla y me dice: «no hay en ti y derredor de ti más que vanidad de -vanidades...» Usted es grande, señora Condesa, yo soy pequeño, tan -pequeño, que me miro y no me veo mayor que un grano de arena. Un aire -me trae, otro me lleva... ¡Ah, la soledad de Pedralba...! Pero no, no -soy digno... El señor Marqués me mira desde la altura de su necedad, -y me humilla todo lo que yo merezco. ¿Qué he sido yo? Un fantasmón... -No hay que desmentirme. ¿Qué hice por la salvación de las almas? -Nada... ¡Y usted, que es santa, se digna venir a consolarme en mi -tribulación...! ¡Cuánta bondad, cuánta grandeza! Porque nadie mejor -que usted conoce mi insignificancia... Dios me dice: «no eres nada... -eres el vulgo cristiano, lo que es y no es... Vas bien vestido, y -calzas bonito zapato con hebillas de plata... ¿Y qué? Eres atento -en el hablar, obsequioso con todo el mundo; respetuoso de mí; pero -sin amor. El fuego del amor divino es en ti un fuego pintado, con -llamaradas de almazarrón como las de los cuadros de Ánimas. Llevas y -traes limosnas como la Administración de Correos lleva y trae cartas... -pero tu corazón... ¡ah! Yo que lo veo todo, lo he visto, lo he sentido -palpitar, más que por la miseria humana, por la elegancia de tus -hebillas de plata...» Luego viene un aire... ¡Hermosa debe de ser la -muerte para los que mueren en el Señor. Yo también quiero morir en Él, -yo quiero, yo quiero!... - -Vivamente alarmada, la Condesa se retiró de la alcoba, pensando que -la mejoría del bendito don Manuel había sido engañosa. Y firme en -su propósito de desempeñar en la casa los menesteres más humildes, -mientras estuviese enfermo su amigo del alma, concertó con el ama y -sobrina las faenas a que debía consagrarse, resolviendo entre las tres -que, pues la presencia de la señora excitaba al enfermo, sin duda -por el cariño que este le profesaba, no era conveniente que entrase -en la alcoba sino en los casos de absoluta precisión. Desembarazada -de su mantilla, tan pronto trabajaba en la cocina, como se personaba -en la sala, para recibir visitas de seglares y clérigos. Comió con -las mujeres de la casa, y no quiso que le preparasen cama, pues con -descabezar un sueño sentadita en una silla le bastaba. La enfermedad -de su amado esposo había sido para ella educación cumplida en aquellos -trabajos y desazones, y el no dormir, el no comer, la vigilancia -constante no la afectaban lo más mínimo. - -Muy bien pasó la tarde don Manuel, y a la noche llamó a sus domésticas -para que le acompañasen y diesen parola, pues la costumbre, segunda -naturaleza, le pedía trato social, conversación, amenidad. Catalina -se escondió tras de la puerta para oírle, temerosa de que volviese -a desvariar. Dijéronle Constantina y Asunción, que así se nombraban -el ama y sobrina, que ya podía darse por restablecido de aquel -arrechucho, y que le bastaría media semanita de descanso para poder -entregarse nuevamente a sus habituales quehaceres. A lo que respondió -el clérigo con serenidad: - ---Puede que tengáis razón; pero por sí o por no, yo me pongo en lo -peor, y si me apuráis mucho, digo que en lo mejor, o sea la muerte, fin -de esta vida miserable y principio de la eterna. - -Como ellas dijeran que siendo él un santo, nada podía temer, ahuecó la -voz para contestarles: - ---Ni yo soy santo, ni ustedes saben lo que se pescan, pobres -rutinarias, pobres almas sencillas y vulgares. Estoy a vuestro nivel... -no, digo mal, a un nivel más bajo. Porque vosotras habéis padecido: -tú, Constantina, con la mala vida que te dio tu marido; tú, Asunción, -con tus enfermedades y achaques dolorosos. Vosotras habéis tenido -ocasión de perdonar agravios, yo no. Vosotras habéis sufrido escaseces -cuando no estabais a mi lado; yo he vivido siempre en mi dulce y cómoda -modestia, sin carecer de nada, bien quisto de todo el mundo, niño -mimoso y predilecto de la sociedad. Vosotras habéis luchado, yo no, -porque todo me lo encontré hecho. No me llaméis santo, porque hacéis -befa de la santidad aplicándola a quien tan poco vale. - -Echáronse a llorar las dos mujeres, y le invitaron a variar de -conversación, pues aquella no era la más propia de un enfermo de la -cabeza. - ---No, no --dijo Flórez, encalabrinándose--. De esto precisamente quiero -hablar yo. Soy una pobre medianía; pero abdicando en este trance mis -ridículas pretensiones, y pisoteando delante de vosotras, y delante -del mundo entero, mi orgullo, me entrego a la misericordia de mi Padre -Celestial, para que haga de mi insignificancia lo que quiera. Mi alma -no se ennegrece con pecados infames, ni se abrillanta con heroicas -virtudes. Soy lo que el lenguaje corriente llama un buen hombre. Soy... -simpático... ¡ja, ja!, simpático. En el mundo no quedará rastro de mí, -y lo mismo que es hoy la sociedad, habría sido si Manuel Flórez y del -Campo no hubiera existido en ella. ¿Cómo llamáis santo a un hombre -que se enfada, aunque no mucho, cuando alguien le molesta? ¿A ti, -Constantina, no te he reñido alguna vez porque la sopa estaba fría, o -el chocolate muy caliente, o el arroz pegado, o el café poco fuerte? Ya -ves: ¡qué santidad es esa, ni qué...! Y tú, Asunción, ¡buenas broncas -te has llevado..., porque las hebillas de mis zapatos no estaban bien -relucientes! Ya ves: ¡como si el que relucieran o no las hebillas -importara algo!... Si os apuráis mucho por lo que os estoy diciendo, -os confesaré que en mi esfera, una esfera que parece amplísima y es -muy reducida, he hecho todo el bien que he podido, y que mal, lo que -es mal, no lo hice nunca a nadie, a sabiendas. Pero de eso a que yo -sea nada menos que santo, como vosotras creéis, pobres tontas, hay -mucho camino que andar... Los santos son otros, el santo es otro... Y -de eso que dice el vulgo de que ahora no hay santos, me río yo... Los -hay, los hay, creedlo porque os lo afirmo yo... Pero no me tengáis a -mí por tal, grandísimas babiecas, y si no, contestadme: ¿qué méritos -extraordinarios veis en mí?... ¿qué infortunios y trabajos han templado -mi alma, qué injurias he tenido que sufrir y perdonar, qué grandes -campañas por el bien humano y por la fe católica han sido las mías? -¿Acaso fui perseguido por la justicia, y tratado como los malhechores? -¿Por ventura me han ultrajado, me han escarnecido, me han llenado de -vilipendio? ¿Es tribulación andar de casa en casa, festejado y en -palmitas, aquí de servilleta prendida, allá charlando de mil vanidades -eclesiásticas y mundanas, metiéndome y sacándome con achaque de -limosnitas, socorros y colectas, que son a la verdadera caridad lo que -las comedias a la vida real? ¡Ah! si lloráis por verme rebajado de esa -categoría en que vuestra inocencia quiso ponerme, llorad, sí, llorad -conmigo, lloremos juntos, para que el Señor tenga piedad de vosotras y -de mí, y nos iguale a los tres en su santa gracia. - -No dijo más, porque el ama y sobrina, limpiándose el moco, y -sobreponiéndose a su acerba pena, le exhortaron para que callase y -no pensara cosas que al Divino Jesús y a la Virgen habían de serle -desagradables. Buena era la humildad; pero no tanto, Señor. - - - - -VI - - -También lloraba la sin par Catalina oyendo los gritos de la conciencia -de su buen amigo, y las tres convinieron luego en que mientras más -se humillara el bonísimo don Manuel al prosternarse ante el Dios -de Justicia, más le ensalzaría este, dándole el premio que por sus -virtudes merecía. A las once de la noche, ya levantados los manteles de -la frugal cena, hallándose la Condesa en el comedor, embebecida en la -lectura de sus devociones ante una lámpara con pantalla de figurines, -entró José Antonio. No pudiendo pasarse un día entero sin verla y -hablar con ella (tal era su adhesión ardiente, que más parecía de perro -que de persona), agarrábase a la obligación de informarse del estado -del enfermo para entrar en la casa y aproximarle a su bienhechora. - ---Nuestro don Manuel está mal --le dijo Halma, cerrando su libro y -marcando la página con un dedo--. Tenemos que pedir a Dios con toda -nuestra alma que nos conserve esa vida tan preciosa, tan necesaria. Hay -que rezar, rezar sin tregua, Pepe, y tú también... Pero sin duda no -sabes; lo has olvidado... Si yo quisiera enseñarte, ¿aprenderías tú? - ---Tú conseguirás de mí cuanto quieras, y nada tengo por imposible si tú -me lo mandas --replicó el joven con alegría--. Soy hechura tuya, soy un -hombre nuevo, que has formado entre tus dedos, y luego me has dado vida -y alma nuevas... - ---Entre paréntesis, dime una cosa: ¿nos critican mucho por ahí? - ---Horriblemente. Pero tu grande alma me ha enseñado lo que me parecía, -más que difícil, imposible, despreciar esas infamias, y no castigarlas -inmediatamente. - ---Dios es nuestro juez, y nos acusa o nos absuelve, por medio de -nuestra conciencia. Vete fijando en lo que te digo, y asegúralo en tu -pensamiento. Eres un niño, y como a tal te instruyo. - ---Y yo lo aprendo todo. No tendrás queja de mí. Pero yo quisiera, mi -buena Halma, que me mandaras cosas difíciles, muy difíciles, para que -probaras mi obediencia ciega. - ---Por ejemplo, que te arrojes a un horno encendido, o que te tires por -la ventana. - ---No es eso, aunque también eso haría si me lo mandaras. Cosas -difíciles digo, de las que ponen a prueba la voluntad de un hombre. -Mientras tú no me mandes eso, y yo te obedezca, no me creo digno de -lo que estás haciendo por mí. Tú eres extraordinaria, increíble, -inverosímil. Mi amor propio se pica, y también quiero salirme un -poquitín de lo común. - ---Descuida, que todo se andará. Como inverosímil, tú, que desde que -empezamos a curar tu alma con una medicina de que todo el mundo se -burlaba, te has desmentido a ti mismo. Hasta ahora parece que voy -triunfando, y que mi extravagancia llevaba y lleva en sí algo de -eficacia divina. Pero aún falta mucho, José Antonio, y si te cansas en -lo peor del camino, me dejarás mal. - ---No me cansaré. Voy contigo al fin del mundo, ya me lleves tirando -de mí por un fino hilo de seda, ya por un dogal muy fuerte. Tira sin -miedo, que no haré nada por soltarme. - ---Te advierto que aunque te sueltes, aunque al tirar de la cuerda me -hieras y lastimes, no me arrepentiré de lo hecho. - ---Porque tú eres... no diré una santa, ni un ángel, expresiones vagas -que han desacreditado los poetas y los predicadores..., sino una mujer -superior a cuantas andan por el mundo, la mejor, la única, el femenino -en grado sublime. - ---Eh... basta. Ahí tienes otra maña que he de quitarte, la lisonja. - -A los motivos de gratitud que subyugaban al parásito corregido -haciéndole esclavo sumiso de la Condesa de Halma, habíase añadido -últimamente uno, que era sin duda el más fuerte eslabón de su cadena. -A la penetración de la reformadora no podían ocultarse las recónditas -miserias y envilecimientos de la vida de Urrea, úlceras morales que -por su calidad indecorosa no podían ser mostradas. Pero la sagaz -doctora las conocía, por inducción, y creyendo, en conciencia, que para -la completa cura había que atacar aquel secreto desorden, antes que -corrompiera la parte del ser que iba paulatinamente sanando, incitó -al enfermo, en buena ley de moral médica, a la confesión o sinceridad -más radicales. Él se resistía, creyendo que cuanto a tal asunto se -refiriese no podía ni siquiera mentarse en presencia de la santa y pura -señora, como no es lícito decir en la iglesia palabras indecentes, ni -fumar, ni cubrirse. Pero ella, valerosa y serena, como Santa Isabel -de Turingia poniendo sus manos en la cabeza de los tiñosos, le abrió -camino para la explicación que deseaba, rompiendo el secreto en esta -forma: - ---No es menester ser zahorí, querido Pepe, para saber que en tu vida -de pobreza vergonzante, angustiada y vil, ha de haber, además de los -sapos que ya hemos sacado del fango, culebras que necesitamos extraer -para sanarte por entero. Es inútil que me lo niegues. ¡Ah, tonto, como -se ven los gusanos que se alimentan de la putrefacción, veo en derredor -tuyo enjambre de mujeres, a quienes solo llamaré desgraciadas, porque -no hay mayor desdicha que perder el pudor! - ---Es cierto. ¿Cómo negarte nada, si tú lo sabes todo? - ---Tienes que limpiarte de esa podredumbre, Pepe, pues de lo contrario, -estás expuesto a corromperte de nuevo el mejor día. - ---Sí, sí. - ---Pero pronto, pronto. Adivino que esto no es fácil, y que para romper -con todo ese pasado vergonzoso hay obstáculos materiales. Confiésamelo, -dímelo todo, ten conmigo la franqueza que tendrías con un camarada de -tu sexo. La vida humana ofrece tantas anomalías, que aun para librarse -de la ruina se necesita tener dinero, y que del mismo vicio no puede -huirse sin mostrarse con él caballeresco y dadivoso. - ---Es verdad. Eres la ciencia humana y divina --replicó Urrea con viva -emoción. - ---Más claro: para cortar tus lazos viles con esa infeliz gente, -necesitas dinero. Al hacer la cuenta de tus ahogos y de los compromisos -que amargaban tu vida, has ocultado esta por delicadeza, por respeto -hacia mí. ¿No es verdad? - ---Sí. - ---Quizás te encuentras obligado y sujeto por favores recibidos. - ---Sí. - ---Quizás has contraído deudas... en común. No te apures. Hablaremos de -esto lo menos posible, para ahorrarte la vergüenza que el caso entraña. -Prométeme cortar en absoluto y para siempre, con propósito de no -reincidir, esas relaciones infames, y yo te doy el dinero que necesites -para tu completa liberación. Así, así, las cosas se dicen clarito, y se -hacen con valor. - ---¡Oh, Halma! --exclamó anonadado el calavera, arrodillándose ante su -prima, e intentando besarle las manos--. Si no te digo que te tengo por -criatura sobrenatural, no expreso todo lo que siento. - ---Levántate. Hoy mismo te ocuparás de eso. Dímelo todo: no ocultes -nada. Mañana liquidas tus deudas de ignominia. Si sintieras duda, o -escrúpulo, porque hubiese algún lazo dificilillo de cortar, aun con -tijeras de oro, vienes y me lo cuentas, y yo te daré ánimos, razones... -y veremos de arreglarlo. - -Alentado por tan poderoso estímulo, Urrea cortó relaciones indecorosas, -algunas que le estorbaban horrorosamente, llenando su alma de hastío; -otras que, si afectaban algo a su corazón, no tenían raíces tan hondas -que no pudieran arrancarse con mediano esfuerzo. ¡Y qué libre, qué -ancho, qué desahogado se sintió después! ¡Con qué placer veía las caras -bonitas y risueñas perderse en la bruma que precede a las tinieblas del -olvido! Uno solo de los tirones que tuvo que dar le produjo dolor. Pero -acordándose de su prima, lo sufrió valeroso, y aun lo hubiera resistido -con heroísmo si fuera de los hondos y lacerantes. Pero ello se redujo -a un poquitín de pena o desconsuelo, y dos días bastaron para que la -mundana figura que motivaba aquel estado psíquico, se desvaneciera -también con las otras en una neblina de indiferencia. Al terminar -esto, la Condesa de Halma tomó ante su aplacado espíritu proporciones -enteramente divinas. Lo que sintió Urrea no podía compararse sino al -júbilo inenarrable del náufrago que pisa tierra después de angustiosa -lucha con las olas. Le salvaba aquella luz, faro, o estrella del mar, y -ante ella hacía la ofrenda de su vida futura. - -No satisfecho con informarse por la noche del estado de don Manuel -Flórez, José Antonio iba también por las mañanas. Comúnmente entre -nueve y diez, Catalina había vuelto de misa, y estaba barriendo y -limpiando la sala y gabinete, mientras el ama y sobrina atendían al -enfermo. Cubría la Condesa su talle con un mandil de Constantina, y -manejaba la escoba con rara habilidad. ¡Quién había de decirlo, viendo -aquellas manos aristocráticas, finas, blancas como azucenas, de forma -bonitísima, largos, gordezuelos y puntiagudos los dedos, verdaderas -manos de Santa Isabel de Murillo, que ni en las cabezas plagadas de -miseria perdían su virginal pureza y pulcritud! Urrea no se atrevió a -pedirle permiso para besarle las manos, por no profanarlas con su labio -pecador. No merecía tan grande honra. Verdaderamente aquellos dedos que -cogían la escoba eran dignos de tomar la hostia consagrada. - ---¿Y don Manuel, cómo sigue? - ---Mal. La noche ha sido intranquila. No ha podido dormir, sufría mucho -de la cabeza. No ha desvariado, antes bien, habla como un santo que es. -Hoy se le administra el Santo Sacramento. Prepárase a recibirlo con -unción y alegría. ¿Sabes en qué conozco que nuestro buen don Manuel se -nos muere? En que su alma es toda candor. Piensa y habla como un niño. -Tanta simplicidad demuestra que su alma se ha despojado de todo lo -terreno. ¡Qué hermosura morir así! Aprende, primo mío, aprende, y para -que mueras como un justo, vive en la justicia y la verdad. - ---Yo vivo donde tú me mandes --dijo el parásito apartándose para no -estorbarle en su barrido--. Donde me pongas allí me estaré. Y ahora, -déjame que te pregunte una cosa. Dicen en tu casa que te vas a vivir a -Pedralba. - ---Eso había determinado; pero la falta de este incomparable amigo -perturba mis planes, y aún no sé lo que haré. - ---¡Y yo me quedo aquí! --observó Urrea con pena--. Yo aquí solo. Verdad -que no estamos lejos, y puedo ir a verte con frecuencia. Pero no sé si -tú lo consentirás. Debo seguir en Madrid para evitarte disgustos, para -que no se ceben en ti la envidia y la malignidad. - ---Esa razón no es razón. Ya sabes que no me afectan los dichos de la -gente frívola y vana. La calumnia misma, que a otros aterra, puede -venir a mí y acometerme y destrozarme. De sus ataques saldré más -fuerte de lo que soy. Es la forma civilizada del martirio, ahora que -no tenemos Dioclecianos que persigan el Cristianismo, ni sectarios -furibundos que corten cabezas de creyentes... Pero si la calumnia -no es motivo para que aquí te quedes --añadió, dejando la escoba, y -poniendo los muebles en su sitio, después de restregarles la madera con -un paño, tarea en que gustosamente le ayudó su protegido--, en Madrid -continuarás solito, por razón de tus trabajos. No olvides la segunda -parte de nuestro convenio. Has de hacerte un hombre útil que viva -honradamente, sin depender de nadie. - ---Sí, sí. Yo realizaré tu hermosa idea. Eres como una madre para mí, y -debo venerarte, porgue me das el ser. - ---Y debo creer que este hijo mío es ya crecidito, con fuerza suficiente -para no necesitar andadores, y juicio para gobernarse por sí solo. - ---Así será, si tú lo quieres. ¿Y ahora qué me mandas? ¿Me retiro? - ---Sí, tenemos mucho que hacer. Luego hemos de preparar la casa y -adornarla para recibir al Divino Visitante, que hoy tendremos aquí. -Márchate y vuelve esta tarde a la hora del Viático. No quiero que -faltes. - ---No faltaré --dijo Urrea, y besando la orla del delantal grosero que -ceñía el cuerpo de la noble dama, se retiró triste... ¡Partir Halma, -quedarse él! ¡Enorme consumo de voluntad exigiría esta separación del -hijo y la madre, del discípulo aún muy tierno y la santa y fuerte -maestra! - - - - -VII - - -No faltó aquel día el Marqués de Feramor, que solo cruzó con su -hermana palabras secas. En su atildado lenguaje inglés, parlamentario -y económico, dijo que los hombres temen la muerte como temen los -niños entrar en un cuarto obscuro. Esto lo había escrito Bacon, y -él lo repetía, añadiendo que las penas que ocasiona la pérdida de -seres queridos, tienen el límite puesto por la Naturaleza a todas las -cosas. El mundo, la colectividad, sobreviven a las mayores desdichas -personales y públicas. No debemos entregarnos al dolor, ni ver en él un -amigo, sino un visitante importuno, a quien hay que negar todo agasajo -para que se despida lo más pronto posible. - -La ceremonia religiosa fue hermosa y patética, acudiendo un gran gentío -eclesiástico y seglar, de lo más distinguido que en una y otra esfera -contiene Madrid. Recibió el enfermo el pan eucarístico con cristiana -unción y mansedumbre, mostrando gratitud inefable al Dios que penetraba -en su humilde morada, y se mantuvo tan sereno y dueño de sí mientras -duró el acto, que parecía repuesto de su grave mal. Después habló con -entusiasmo a sus amigos del gozo que sentía, y de las esperanzas que la -santa comunión despertaba en su alma. - -Por la noche, tras un ratito de tranquilo sueño, llamó al ama y -sobrina, y les dijo: - ---Ya sé que está en casa la señora Condesa, y en verdad no sé por qué -se oculta. Su presencia es gran consuelo para mí. Que entre, pues a las -tres tengo algo que decirles. - -Besó Catalina la mano del sacerdote y se sentó junto al lecho, quedando -las otras en pie: - ---De veras os digo que estoy tranquilo. Me prosterné ante mi Dios, y -llorando amargamente, le ofrecí la confesión de toda mi vida pasada, -la cual, por mi incuria, por mi egoísmo, por mi insubstancialidad, -no ha sido muy meritoria que digamos. Lo que poseo es para vosotras, -Constantina y Asunción: ya lo sabéis. Atended a vuestras necesidades, -reduciéndolas a la medida de una santa modestia, y lo demás empleadlo -en servicio de Dios; socorred a cuantos menesterosos estén a vuestro -alcance, sin reparar si lo merecen o no. Todo necesitado merece dejar -de serlo. Y a usted, señora Condesa de Halma, nada le digo, porque -a quien es más que yo y vale más que yo, y me gana en saber de lo -espiritual y lo temporal, ¿qué ha de decirle este pobre moribundo? -He concluido con toda vanidad, y tan solo le ruego que encomiende a -Dios a su buen amigo. El que a mí me ha iluminado no está presente; si -lo estuviera, yo le diría: compañero pastor, quisiera cambiar por tu -cayado robusto el mío, que no es más que una caña adornada de marfil y -oro. Tú pastoreas, yo no; tú _haces_, yo _figuro_... - -Siguió murmurando en voz baja expresiones que las tres mujeres no -entendían. No cesaban de recomendarle el silencio y la tranquilidad. -Poco después rezaban los cuatro, llevando la de Halma el rosario. -Antes de terminar, el enfermo pareció aletargarse. Quedó Asunción de -guardia, y Constantina y la Condesa salieron de puntillas. - -Tenían de guardia en el recibimiento a la chiquilla de la portera, para -que abriese al sentir pasos de visitas, precaución indispensable por -haber sido quitada la campanilla. A poco de salir de la alcoba, el ama -dijo a la Condesa: - ---Ha entrado una mujer que quiere hablar con la señora. Debe de ser -una pobre... de estas que acosan y marean con sus petitorios. Yo que -vuesencia, le daría medio panecillo y la pondría en la calle, porque -si nos corremos demasiado en la limosna, esto será el mesón del tío -Alegría, y nos volverán locas. Trae una niña de la mano, y me da olor -a trapisonda, quiero decir, a sablazo de los que van al hueso. Con -que póngase en guardia la señora Condesa, que en eso de dar o no dar -con tino está el toque, como dice nuestro pobrecito don Manuel, de la -verdadera caridad. - -Ya sabía Catalina quién era la visitante, y sin decir nada se fue a -la sala, donde aguardaban en pie una mujer con mantón y pañuelo a la -cabeza, y una niña como de seis años, arrebujada en una toquilla. - ---Beatriz --dijo Halma, muy afectuosa, entregándoles sus dos manos, que -mujer y niña besaron con amor--, ya me impacientaba yo porque no venías -a verme. ¿Te dijo Prudencia que vinieras acá? - ---Sí señora; pero yo no quería venir, por no ser molesta --replicó -Beatriz, sentándose en el borde de una silla--. Por fin, esta noche me -determiné, y he traído a esta para que me enseñe las calles, que no -conozco bien. Rosa sabe al dedillo todos estos barrios, porque ayudaba -a sus padres a repartir la leche, cuando tuvieron la cabrería... ¡ah! -negocio malísimo, en que se metió mi prima con los vecinos del bajo -derecha, por ayudar a Ladislao, que con la afinación de pianos no -sacaba para dar de comer a la familia. El pobre Ladislao ha pasado -amarguras horribles, persiguiendo el garbanzo, y soñando siempre con la -ópera que tenía a medio componer, dentro de su cabeza. Todo lo probó: -tocaba el trombón en un teatro, y repartía prospectos por las calles. -La cabrería les empeñó más de lo que estaban. Yo he visto la miseria de -aquella casa, miseria negra, como hay tanta en Madrid, sin que nadie la -vea ni la socorra, porque no es posible, Señor, no es posible... Bien -lo sabe la señora, que la ha visto con sus propios ojos, porque con la -señora entró Dios en aquella casa... Y puedo decirle que sus palabras -cariñosas las han agradecido aquellos infelices más aún que el socorro -que les ha dado para comer y abrigarse. La señora es... no tan solo la -caridad, sino también la esperanza. - ---¿Y el pobre Ladislao, está contento? - ---Tan contento, que de puro alegre no pega los ojos. Dice que su -_desiderato_ sería la plaza de maestro de capilla; pero que si la -señora no tiene capilla en sus estados, lo mismo la servirá de cochero -que para traer leña del monte, si a mano viene... - ---Que no piense en eso, y espere --dijo la Condesa, impaciente por -tratar de otro asunto--. Bueno, Beatriz, ¿y qué...? - ---Nada, es cosa resuelta. He venido acá, para que la señora Condesa no -tarde en saber que hoy fueron a verle al hospital dos señores curas, -que parece son del Tribunal eclesiástico. Dijéronle que Su Ilustrísima -le proponía dos maneras de asistirle y curarle, en el suponer de que -está enfermo. O bien darle un vale perpetuo para el Asilo de señores -sacerdotes, o bien ser recogido en una casa honestísima de persona -principal y muy cristiana. Diéronle a escoger, y, por de contado, -escogió lo segundo. Lo he sabido por él mismo: esta tarde fui allá, y -me encontré en la celda al señorito de Urrea, que le aconsejaba salir -de aquel encierro, pues ya está libre. Mas no quiere el bendito don -Nazario gozar de libertad mientras no le dé licencia la persona que le -toma bajo su amparo, y le diga cuándo, cómo y a qué lugar ha de ir con -sus pobres huesos. - ---Pues mira lo que has de hacer, Beatriz, y pon atención a lo que te -ordeno. Mañana llegará un carro con tres mulas que he mandado venir -de Pedralba. Al amanecer del día siguiente, lo tendrás en tu calle, -y el carretero, que es un viejo llamado Cecilio, un poco hablador y -refranero, pero buen hombre, subirá a tu casa para avisarte. Metes en -el carro a Ladislao y a Aquilina con sus tres chicos, y a Nazarín, y -tú misma de añadidura. Cabréis perfectamente, y si vais estrechos, los -hombres pueden ir algunos ratos a pie... En fin, arreglaos del mejor -modo posible. No llevéis muebles ni ropas de cama. Repartid todo eso -entre los vecinos que sean más pobres. Ropa de vestir podéis llevar... -¡Ah! se me olvidaba el piano de Ladislao. Dile que es mi deseo se lo -regale al ciego, también afinador, que vive en el cuartito próximo. -Puede meter en el carro aquella balumba de papeles de música que tiene -encima de la cómoda. Todo el día emplearéis en el viaje, porque las -mulas irán al paso, para que puedan hacer un poco de ejercicio los que -se cansen de la estrechez del carro, y meterse en él un rato los _de -infantería_, para descansar de la caminata. Cecilio os llevará hasta -mi casa, y en ella os dará alojamiento hasta que, pasados unos días, -cuando yo avise, vuelvan Cecilio y las tres mulas por mí. - ---¡En carromato la señora! --exclamó Beatriz llevándose las manos a la -cabeza. - ---Como vais vosotros, iré yo. ¿Qué más da? Si es hasta más cómodo, y -más alegre. No veas en esto un mérito, ni menos afectación de pobreza: -no gusto de hacer papeles. Además, establezco en mi pequeño reino toda -la igualdad que sea posible. No me atrevo aún a decir, antes de que la -práctica me lo enseñe, a qué grado de igualdad llegaremos. - ---Reino ha dicho la señora --afirmó la nazarista con gozo--, y aunque -así no lo llamara, reina y señora nuestra será siempre. - ---Tampoco sé aún qué grado de autoridad tendré sobre vosotros. Quizás -no pueda tenerla, o la abdique desde el primer momento. Pero no -pensemos aún en lo que será, y ocupémonos tan solo de lo presente. Con -el dinero que te di, y que conservarás en tu poder... - ---Sí señora, menos lo que, por encargo de la señora, gasté en el -vestidito de Aquilina y en las botas de Ladislao. - ---Pues aún te queda para comprar zapatos y alpargatas a los tres -chicos, y para lo que gastéis por el viaje, que será bien poco. No -necesito decirte que economices, porque sé que sabes hacerlo. Como -la hija de Cecilio cuidará de daros de comer mientras yo llegue, ten -bien cerrada la bolsa, Beatriz, y no gastes ni un céntimo de lo que -en ella te quedare al llegar allá; no olvides que somos pobres, pobres -verdaderos... No creas que nuestro reino es una pequeña Jauja. - ---Si lo fuera, no nos tendría la señora por vasallos... - ---¿Te has enterado bien? - ---Sí señora --dijo Beatriz levantándose--; descuide, que todo se hará -punto por punto como la señora desea. - -Despidiéronse besándole la mano; la Condesa las besó en el rostro, y al -despedirlas en la puerta, cuando ya habían bajado algunos peldaños, las -llamó para hacerles una advertencia. - ---Oye, Beatriz. Mi buen Cecilio padece de una maldita sed que no se le -quita sino con vino. Ya está tan cascado el pobre, que sería crueldad -privarle de satisfacer su vicio. Durante el viaje, le permitirás que -tome una copa en alguna de las ventas por donde pasen, no en todas... -Fíjate bien: con tres o cuatro copas de pardillo en todo el camino -tiene bastante; pero nada más, nada más... Ea, adiós, y buen viaje. - - - - -VIII - - -Llegó poco después un señor eclesiástico, amigo íntimo de Flórez, -don Modesto Díaz, que goza fama de predicador excelente, uno de los -primeros de Madrid. Tres o cuatro veces al día iba a enterarse del -estado del enfermo, a quien entrañablemente quería, pues se conocieron -desde la infancia, y en Madrid vivieron luengos años en cordialísimas -relaciones, aunque cada cual actuaba en esfera distinta dentro de lo -eclesiástico, pues si Flórez era relativamente rico, y no tenía que -discurrir para proveer decorosamente a la existencia, Díaz, obrero -incansable, trabajó toda su vida, _propter panem_. De joven, tuvo -que ganarlo para su madre, y en edad madura crió y educó sin fin de -sobrinos huérfanos, que debían de padecer hambre canina, según lo que -el pobre cura bregaba para mantenerlos, pues él daba lecciones de latín -y moral, en colegios y casas particulares, de retórica y poética en -un instituto, traducía del francés obras religiosas para un editor -católico, y con esto y la celebración y sus sermones, que llegaron a -constituirle un ingreso de cuenta, salió el hombre adelante con todo -aquel familiaje, y algo le quedaba para socorrer a un pobre. - -La diferente atmósfera en que Díaz y Flórez vivían, y el distinto -camino de cada cual, no impidieron que se juntaran en el terreno de una -amistad tan antigua como cariñosa. Eran vecinos: muchas tardes paseaban -juntos, y perfectamente acordes en ideas y gustos, nunca surgió entre -ellos disputa ni desavenencia por cosa dogmática ni temporal. Ambos -eran buenos y estimados de todo el mundo; ambos piadosos y bienavenidos -con su conciencia. Hasta se parecían un poco en lo físico; solo que -Díaz no se arreglaba tan bien como el otro, ni era tan pulcro, o si se -quiere, tan elegante. - -Con expresiones de sincero dolor se condolió don Modesto de la gravedad -de su amigo, manifestándose confuso por aquel repentino mal, que había -venido como un escopetazo. - ---¡Pero si hace tres semanas estaba Manuel vendiendo vidas! Una tarde -que fuimos de paseo hacia la Moncloa, hicimos recuento de los años que -tenemos a la espalda, y calculando lo que podríamos vivir si el Señor -nos conservaba nuestra salud, nos corríamos tan frescos hasta los -ochenta. De buenas a primeras, Manuel da este bajón tremendo... ¿Pero -por qué? Las últimas tardes que paseamos, le noté muy metido en sí, -cosa rara, pues era hombre tan social, que siempre le veía usted el -alma revoloteando alegre fuera de la jaula... En fin, Dios lo quiere -así. Cúmplase su santa voluntad. - -Con un hondo suspiro nada más comentó la Condesa estas expresiones, y -el buen sacerdote, después de enjugarse una lágrima, cambió de tono -para decir: - ---Entre paréntesis, señora Condesa, sé que se va usted a su finca de -Pedralba, próxima a San Agustín, y conviene que sepa que el cura de -esta villa es mi sobrino Remigio, a quien escribiré para que se ponga -a las órdenes de usted, y la sirva en cuanto guste ordenarle. ¡Buen -muchacho, señora, que sabe su obligación, y tiene además un don de -gentes que ya lo quisieran más de cuatro! Yo le crié; es mi hechura, -y a mí me debe su doble carrera, pues a más del grado en teología -y cánones, es licenciado en derecho. Alguna guerra me dio cuando -estudiaba, porque en la Universidad por poco me le tuercen. Le tiraba -más la filosofía que la teología, y su comprensión fácil, su talento -flexible le encariñaron más de la cuenta con los estudios de materias -filosóficas y sociales novísimas. Bueno es saber de todo, y conocer -toda la extensión de las ideas humanas; pero yo dije: «para, hijo». -Él obstinado en doblárseme, y yo en que había de ponerle derecho como -un huso. Naturalmente, gané yo: el chico era dócil, respetuoso, y me -quería con locura. Cantó misa diez años ha, día de la Candelaria, y -ahí le tiene usted hecho un sacerdote modelo, obscurecido, es verdad, -en una villa de corto vecindario, pero con esperanzas de pasar a una -parroquia de la Corte, o a una canonjía. - -Contestó Halma con las expresiones urbanas que el caso requería, y -la conversación, por su propio peso, recayó en don Manuel, y en la -dificultad de sacarle adelante, si Dios no hacía un milagro. - ---Para mí --dijo Díaz con hondísima tristeza-- es una pérdida -irreparable, pues no tengo ningún amigo que pueda comparársele en lo -afable, en lo cariñoso y servicial. Siempre que yo necesitaba una -tarjeta de recomendación, él a dármela. Sus buenas relaciones con gente -principal eran una bendición de Dios para los que estamos en esfera -más baja. ¡Cómo le quería toda la grandeza! Y ahí tiene usted a un -hombre que hubiera podido ser obispo. Pero lo que él decía con toda -la modestia de Dios: «No sirvo, no sirvo: es mucho trabajo para mí.» -Cada lobo en su senda, y la de Manuel era fomentar la piedad en las -clases elevadas, y dirigirlas en sus campañas benéficas... Era hombre -de tan extraordinario don de gentes, que su trato lo mismo cautivaba -al rico que al pobre, y con su ten con ten, a todos les enseñaba la -buena doctrina... ¡Dios sabe cuán solo y triste me quedo sin Manuel en -este valle de lágrimas!... ¡Pues apenas tiene fecha nuestra amistad! Él -es natural de Piedrahita, yo de Muñopepe, en el mismo partido. Juntos -nos criamos, juntos fuimos a la escuela, juntos recibimos la sagrada -investidura. Él era casi rico, yo pobre; él vivía de sus rentas, yo -de mi trabajo rudo. Siempre que necesité de algún auxilio, porque hay -meses crueles, señora mía, sobre todo en verano, cuando se despuebla -Madrid, a él acudía..., ¡ay! y le encontraba siempre. ¡Qué excelente -amigo! Me facilitaba cortas cantidades, sin ningún interés... ¡Ave -María Purísima, ni hablarle de ello siquiera! Me habría pegado. ¡Entre -amigos...! Llegaba el invierno, y yo le pagaba religiosamente. Por -Navidad, de los infinitos regalos que recibe, participo yo. El Señor -le premia tanta bondad, pues sus tierras de Piedrahita siempre le dan -buenas cosechas... Así es que viviendo con decoro y sin boato, como -un buen sacerdote, tiene sobrantes, con los cuales pudo costear una -excelente escuela en Piedrahita. Sí señora, una lápida de mármol dice -a la posteridad el nombre del fundador. Pues con estas esplendideces, -aún le sobra, y no hay año que no compre alguna tierra limítrofe con -su heredad. Propietario generoso, y buen cristiano, no apura a sus -renteros, ni escatima jornales en tiempo de miseria. En fin, que -hombres como este hay pocos. El Señor le quiere para sí; acatemos su -voluntad suprema, y reconozcamos que todas las grandezas terrenas son -ceniza, polvo, nada. - -Manifestose doña Catalina conforme con todo esto, y seguían platicando -sobre la vanidad de las grandezas humanas, cuando el enfermo dio una -gran voz, diciendo: - ---¿Ha venido Modesto?... Que entre aquí. ¡Modesto, Modesto! - -Acudió el señor Díaz, y los dos amigos se abrazaron con ardiente -cariño. El sano no podía contener las lágrimas; el enfermo, debilitado -y con el cerebro inseguro, perdiendo y recobrando a cada momento el -sentido y la palabra, no hacía más que darle palmetazos en el hombro, -y sus ojos extraviados, tan pronto reconocían a don Modesto, como le -miraban con extrañeza y estupor. - ---Mi buen amigo --le dijo en un momento lúcido--, te sentí, y quise -que entraras para darte la gran noticia. Ya siento un gran alivio en -mi alma. A mi conciencia le han nacido alas, y mírame cómo subo hasta -los cielos. ¿No sabes? ¡Ay, Modesto, qué alegría! Acabo de decidir que -mi viña de Barranco de Abajo, la mejor que tengo, sea para ti. Ya es -tiempo de que descanses, hombre. ¡Qué león para el trabajo...! Ahora, -con tu viña, que puede darte tus mil cántaras, que te echen sobrinos. -Bastante tienen estas tontas con lo demás de Piedrahita, y yo nada -necesito ya, pues quiero ser pobre lo que me quede de vida... No te -vayas, Modesto, acompáñame, pues me dan más congojas... y me parece que -me he muerto, y que me han enterrado vivo, y... No, no... que no me -entierren vivo... Yo soy pobre... muy pobre, no quiero mausoleos, ni -que pongan sobre mí una de esas piedras enormes con letras de oro... -No, no quiero letras de oro, ni hebillas de plata. Y en cuanto a mi -gran cruz de Isabel la Católica, os digo que no me la pongáis, cuando -me amortajéis... el día de mi muerte. No quiero más cruz que la de mi -Redentor... a quien no me parezco nada, pero nada... Él era todo amor -del género humano, yo todo amor de mí mismo. ¿Verdad, Modesto, que no -me parezco nada... pero nada? - -Procuraban calmarle; pero ni aun podían, con la ayuda del señor Díaz, -sujetarle en el lecho, pues dos o tres veces se quiso arrojar de él -desarrollando una fuerza nerviosa increíble en su extenuación. - ---Dejadme --decía--, no seáis pesadas. Huyo de lo que fui... No quiero -verme, no quiero oírme. Hay un hombre, que en el siglo se llamó Manuel -Flórez. ¿Sabéis cómo le llamaría yo? _el santo de salón_. Yo no soy él; -yo quiero ser como mi Dios, todo amor, todo abnegación, todo caridad... -No entiendo de intereses. Aquel hacía cuentas, yo las deshago; aquel -vivió en mil vanidades, yo corro detrás de la verdad, ya la toco, y -vosotras, ruines cócoras, no me dejáis... - -El médico, que en mitad de esta crisis apareció, dispuso remedios -que no tenían más objeto que hacerle menos dolorosa la agonía. La -parálisis de la parte inferior del cuerpo era absoluta. El derrame se -había iniciado sobre la médula, dejando libre el cerebro. Don Modesto -Díaz resolvió quedarse allí toda la noche. Después de las doce, el -moribundo, inmóvil, rígido, descompuesto el rostro, honda y débil la -voz, entornados los ojos, llamó a su amigo y le dijo: - ---Modesto, hazme el favor de leerme aquel capítulo de los _Soliloquios -de nuestro Padre San Agustín... Confesión de la verdadera Fe_. - ---No necesito leértelo, querido Manuel --dijo don Modesto, con sus -manos en las manos del moribundo--, pues me lo sé de memoria: «Gracias -os hago, luz mía, porque me alumbrasteis y yo os conocí. Conocíos -Criador del Cielo, y de todas las cosas visibles e invisibles, Dios -verdadero, todopoderoso, inmortal, interminable, eterno, inaccesible, -incomprensible, inconmutable, inmenso, infinito, principio de todas -las criaturas visibles e invisibles, por el cual todas las cosas son -hechas, y todos los elementos perseveran en su ser, cuya Majestad, así -como nunca tuvo principio, así jamás tendrá fin...» - -Y siguió recitando de memoria largo trecho, hasta que Flórez, que -como extasiado escuchaba, repitiendo algunas palabras, le interrumpió -diciéndole: - ---Más adelante, más adelante, Modesto, donde dice... ¡Ah! yo lo -recuerdo: «Tarde os conocí, lumbre verdadera, tarde os conocí, porque -tenía delante de los ojos de mi vanidad una gran nube obscura y -tenebrosa, que no me dejaba ver el sol de justicia y la lumbre de la -verdad. Como hijo de tinieblas...» - -Lo restante no se entendió. Fue tan solo un murmullo ininteligible, un -pegar y despegar de labios, como si algo saboreara. - -Doña Catalina y don Modesto rezaban, y el ama y sobrina habrían hecho -lo mismo si su copioso llanto se lo permitiera. Llegaron muchos amigos, -y a la madrugada, conservando el enfermo su conocimiento, aunque -turbado, se le dio la Extremaunción. Pronunció después conceptos -incoherentes, sin conocer a nadie; pero cuando ya era día claro, como -si la luz solar alentase la última chispa del pensamiento que se -extinguía, miró y conoció a la señora Condesa, y alargando lentamente -el brazo hasta tocar la manga del vestido con su mano temblorosa, le -dijo con voz apagada: - ---No me olvide en sus oraciones, mi buena y santa amiga. Dios tendrá -misericordia de mí, el más inútil soldado de la cristiandad militante. -Nada hice de gran provecho: entrar, salir, saludar, consejos vanos... -charla, etiqueta, buena vida, sonrisas... bondad pálida.. ¿Sufrir? -nada... ¿Sacrificio? ninguno... ¿Trabajos? pocos. ¡Ah, señora mía y -hermana, de lo mucho y grande que usted hará en la vida mística que -emprende, pídale al Señor que me aplique a mí alguna parte, por la -buena fe con que servía sus ideas, figurando que las inspiraba! Yo no -he inspirado nada, nada grande... Todo pequeñito, todo vulgar... No -fui bueno, no fui santo: fui... simpático... ¡ay de mí! simpático. -Válgame ahora, Redentor mío, mi simplicidad, esta pena de no haber -sabido imitarte, de no haber sido como tú, sencillo, amoroso, manso, -de no haber sabido labrar con el bien propio el bien ajeno, ¡el bien -ajeno!, único que debe regocijar a un alma grande; la pena de no haber -muerto para toda vanidad, y vivido solamente para encenderme en tu -amor, y comunicar este fuego a mis semejantes. - -Esta llamarada de elocuencia fue la última, y precedió a la extinción -tranquila y lenta de la vida, sin sufrimiento. Diversas cláusulas -fluctuaron en sus labios, como burbujas: una invocación a la Virgen, -y la idea, la tenaz idea que no quería soltarle hasta el dintel mismo -de la eternidad, que quizás le seguiría más allá, haciéndose también -eterna: - ---No soy nada, no he hecho nada... Vida inútil, _el santo de salón, -clérigo simpático_... ¡Oh, qué dolor, _simpático_, farsa! Nada -grande... Amor no, sacrificio no, anulación no... Hebillas, pequeñez, -egoísmo... Enseñome aquel... aquel, sí... - -Acercándose mucho a su rostro, pudo el buen Díaz percibir estas -expresiones... La vida se apagó tan mansamente, que no pudieron los -doloridos circunstantes determinar el momento preciso en que entregó -su alma al Señor el virtuoso don Manuel Flórez; pero aquella diminuta -porción de tiempo, punto de escape hacia la misteriosa eternidad, se -escondía entre los quince minutos que precedieron a las nueve de la -mañana. - - - - -CUARTA PARTE - - - - -I - - -No se avenía con su desamparo José Antonio de Urrea, que, desde el -momento de la desaparición de la Condesa de Halma, arrebatada de su -presencia en carromato, y no de fuego, vivía sumergido en un mar de -tristeza, sin más entretenimiento que medir con ojos lánguidos la -extensión de la soledad cortesana que le rodeaba. Madrid, con todo su -bullicio, y los mil encantos de la vida social, habían venido a ser -para él una estepa, en cuya aridez ninguna flor, ni la del bien ni la -del mal, podía coger para su consuelo. Pasaba el día tumbado en un -sofá, rumiando sus amargos hastíos de la lectura, del trabajo, de la -meditación misma. Por las noches se lanzaba fuera de casa, buscando en -un voltijear inquieto por calles y plazas el alivio de su melancolía. -No volvió a poner los pies ni de día ni de noche en las casas de sus -parientes, hacia los cuales sentía un despego muy próximo al horror. -Sus amigos íntimos de otros tiempos, compañeros de desorden, se le -habían hecho tan antipáticos, que de ellos huía como del cólera. De -amistades de otro sexo, no se diga: éranle, más que antipáticas, -odiosas. Con todo, una noche fue tan hondo su tedio, y tan vivo su afán -de encontrar algo en que su alma se esparciera, que se dejó tentar del -demonio de sus recuerdos. Pudo creer un momento que refrescando pasadas -amistades se consolaría; pero no hizo más que llegar a las puertas del -vicio, y retrocedió sobresaltado. Las tentaciones no hacían más que -soliviantarle la imaginación; pero sin poder debelar la fortaleza de su -voluntad. - -Otro aspecto singularísimo del estado de su espíritu, era que todas las -personas que conocía se habían transformado en su criterio social así -como en sus afectos. El primo Feramor no era más que un figurón, una -inteligencia secundaria, petrificada en las fórmulas del positivismo, -y barnizada con la cortesía inglesa; Consuelo y María Ignacia dos -fantochonas, en las cuales se encontraba la comadre vulgarísima, a -poco que se rascara la delgada costra aristocrática que las cubría; -mujeres sin fe, sin calor moral, ignorantes de todo lo grave y serio, -instruidas tan solo en frivolidades que las conducirían al desorden, al -vicio mismo, si no las atara el miedo social, y las posiciones de sus -respectivos maridos; la Marquesa de San Salomó una cursi por todo lo -alto, queriendo hacer grandes papeles con mediana fortuna, echándoselas -de mujer superior porque merodeaba frases en novelas francesas, y tenía -en su tertulia media docena de señores entre políticos y literarios que -poseían cierto gracejo para hablar mal del prójimo; Zárate, un sabio -cargante que coleccionaba nombres de autores extranjeros y títulos -de obras científicas, como los chicos coleccionan sellos o cajas de -fósforos; Jacinto Villalonga un político corrompido, de esos que -envenenan cuanto tocan, y hacen de la Administración una merienda de -blancos y negros; Severiano Rodríguez otro que tal, mal revestido de -una dignidad hipócrita; el general Morla un Diógenes cuyo tonel era -el casino; el Marqués de Casa-Muñoz un ganso, digno de morar en los -estanques del Retiro; y por este estilo todos cuantos en otro tiempo -le movían a envidia o estimación, se degradaban a sus ojos hasta el -punto de que él, José Antonio de Urrea, mirado con menosprecio y -lástima, se conceptuaba ya superior a todos ellos. Para él toda la -humanidad se condensaba en una sola persona, la celestial Catalina de -Halma, resumen de cuanto bueno existe en nuestra Naturaleza, excluido -absolutamente lo malo; con la ausencia, que la misma señora le impuso -como última etapa del procedimiento educativo, tomaba en el alma del -discípulo proporciones colosales la figura moral y religiosa de su -maestra, y la veneración que hacia ella sentía iba rayando en delirio. -Sus insomnios eran martirio y consuelo, porque en la soledad de la -noche, el excitado cerebro sabía engañar la realidad, oyendo la propia -voz de Halma, y viendo entre vagas claridades la figura misma de la -noble dama. «Voy a concluir loco perdido» --se dijo una mañana--, y -diciéndolo tomó la temeraria determinación que había de poner fin a su -soledad. No se detuvo a pensarlo más, para no arrepentirse, y en el -breve espacio de algunas horas vendió sus trebejos de zincografía, y -heliograbado, traspasó la casa, arregló un breve equipaje, y liquidadas -varias cuentas pendientes, salió a tomar informes del coche de Aranda. -«No puedo más, no puedo más --decía corriendo de calle en calle--. La -desobedezco; pero ya me perdonará, si quiere. Y si no, arrostro su -enojo. Todo antes que este vacío en que me muero.» - -El coche de Aranda había salido ya cuando él llegó a la administración, -y no queriendo esperar veinticuatro horas más para lanzarse fuera de -Madrid, que había llegado a ser su Purgatorio, tomó billete en un -coche que al amanecer salía para Torrelaguna. Impaciente por partir, -la noche se le hizo larguísima. Una hora antes de la salida, ya estaba -en la administración, temeroso de que el coche se le escapara. Lo que -hizo este fue retardar media hora la salida, pero al fin, gracias a -Dios, viose el hombre en la delantera, junto al mayoral, y las casas -de Madrid se iban quedando atrás, ¡oh alegría! y atrás se quedaron -los depósitos del Lozoya, y las casetas de los vigilantes de Consumos -en Cuatro Caminos, y Tetuán; y después todo era campo, la estepa del -Norte de Madrid, a trechos esmaltada de un verde risueño, gala de los -primeros días de Abril, y limitada por el grandioso panorama de la -sierra. El corazón se le ensanchaba, el aire asoleado y puro llenábale -de vida los pulmones. Desde su infancia no se había visto tan contento, -ni gozado de una tan feliz y espléndida mañana. Se sentía niño, cantaba -a dúo con el mayoral, y lo único que de rato en rato obscurecía el sol -de su dicha era el temor de que Halma se enfadase por su desobediencia. - -Y en verdad que los Hados, o hablando cristianamente, la Providencia -Divina, no le favorecieron en aquel viaje, sin duda en castigo de -su indisciplina, porque antes de llegar a Alcobendas, una de las -caballerías (dicen las historias que fue _la Gallarda_) dio a conocer -su inquebrantable resolución de no seguir tirando del coche, por piques -sin duda y rozamientos con el mayoral. Y ni los furibundos argumentos -que en forma de palos este le aplicaba, la convencían del perjuicio que -su obstinación causaba a los viajeros. En esta y otras cosas, la parada -en Alcobendas, que debía ser breve, duró una horita larga, resultando -después que el jamelgo con que fue sustituida _la Gallarda_, cojeaba -horrorosamente. Urrea contaba llegar a San Agustín al medio día, y a -las dos, todavía faltaba largo trecho. Pero lo peor fue que como a un -tiro de fusil más allá de Fuente el Fresno, una de las ruedas dijo con -estallido formidable, que primero la hacían astillas que dar una vuelta -más, y ved aquí a todos los viajeros en pie, sin saber si quedarse -allí, o volver al pueblo por donde acababan de pasar. Urrea no vaciló -un momento, y encargando su maleta al mayoral para que la entregase en -San Agustín, echó a andar resueltamente para esta villa. A buen paso, -llegaría al caer de la tarde, y no había de ser tan desgraciado que no -encontrara allí una caballería que le llevase a Pedralba. - -Anduvo con sostenido paso y sin sentir fatiga, y cuando conceptuaba -haber andado más de una legua preguntó a un hombre que iba en la misma -dirección, en un borriquillo: - ---Buen amigo, ¿estoy muy lejos de San Agustín? - ---Como una media horica. - ---¿Encontraré allí una caballería para ir a Pedralba? - ---¿A Pedralba, señor... a la casa de los locos? - ---¡De los locos! - ---Nada, es un decir. Así la llamamos, desde que está allí esa señora -que ha traído no sé cuántos orates para ponerles en cura. - ---Doña Catalina, Condesa de Halma, a quien todo el país respetará y -venerará como una santa. - ---Dígole, señor, que mejorando lo presente, así es. ¿Sabe lo que se -cuenta en el pueblo? - ---¿Qué, hombre, qué? - ---Que la doña Catalina es reina, sí señor, una reina o emperadora de -los extranjis de allá muy lejos, y que hubo una rigolución por donde -la echaron del trono, y el Papa Santísimo la mandó acá en son de -penitencia. Eso dicen: yo no sé. - ---Patrañas. Pero en fin, ¿podré ir a caballo a Pedralba? - ---Como decírselo a lo seguro, no puedo, señor. Llegará y veralo. Para -caballerías, el cura. - ---Don Remigio Díaz, ¿no es eso? Le conozco de nombre, y por la fama de -su mérito. ¿Y el señor párroco podría facilitarme...? - ---Como tenerlo, lo tiene: jaca, y por más señas, una burra hermana de -este... Y si el señor va cansado y quiere montarse un poco... - -Sin esperar respuesta, el bondadoso campesino se desmontó, ofreciendo -su rucio al caballero. No vaciló Urrea en aceptarlo, más que por -cansancio, por no desairar tan gallarda atención. Llevando su -cabalgadura al paso del dueño de ella, siguió José Antonio pidiéndole -informes de los habitantes de Pedralba. - ---Y esa que ustedes creen reina, vendría en una carroza magnífica, -escoltada de lacayos y servidores. - ---No señor... ¡Qué risa! Vino en carromato. Parece que ha hecho voto -de vivir a lo pobre mientras no le devuelvan el reino que le quitaron. -Primero llegó el carromato con muebles, baúles de ropa fina, y cosas -para el lavatorio de las señoras principales. Un espejo trajeron de más -de una vara, y otros muchos arrequisitos de palacios reales. Después -volvió el carro trayendo a la señora, vestidita de negro, como la -Virgen de la Soledad. - ---Y esos locos que aloja consigo llegaron antes, según creo. - ---Sí señor. Los trajo Cecilio, y por ahí andan sueltos. Dicen que -uno es cura trajinante, y otro el primer músico de la capilla de los -palacios mostrencos de Inglaterra. De una de las mujeres se dice que es -loca médica, y que cura todas las enfermedades de flato con solo mirar, -y la otra parece que es la mejor mano para salar guarros que la señora -tenía en su reino. - ---Vaya --dijo Urrea parando y descendiendo del borrico--. Ya he -descansado. Muchas gracias, y vuelva usted a montarse, que si no me -equivoco, ya estamos cerca, y aquellas casas que allí se ven son las -primeras del pueblo. - ---A fe que sí. Ya llegamos --dijo el labriego, mirando hacia un grupo -de gente que por entre unos árboles, a mano derecha del camino real, a -este se aproximaba--. Señor, señor... ahí tiene a don Remigio, nuestro -peine de cura... digo peine porque sabe más que Merlín. Véalo: viene -hacia acá, y le mira a usted mucho. - -Urrea vio que hacia él se llegaba, destacándose presuroso del grupo, -un clérigo joven, vivaracho, con el balandrán colgado de los hombros, -gorro de terciopelo negro, bastón nudoso. Descubriose el madrileño para -saludarle, y el curita le preguntó con extraordinaria viveza si era don -José Antonio de Urrea. - ---Servidor de usted, señor cura. - ---¡Alto! Dese usted preso --dijo el párroco en un tono que reunía el -humorismo y la buena crianza--. Nada, nada, que se viene usted conmigo -a la prevención, señor de Urrea, donde le tengo apercibida una modesta -cama para que descanse, cena frugal, y una yegua para que le lleve a -Pedralba. - ---Señor cura, ¡cuánta bondad! Pero permítame usted que me asombre de -esa previsión que parece sobrenatural. Yo no he anunciado mi viaje... - ---Pero lo que usted no anuncia, porque se ha venido acá como un -colegial escapado, otros lo adivinan. - ---No entiendo. - ---La señora Condesa me dijo ayer: «He dejado en Madrid a un loquinario -de primo mío, con órdenes terminantes de no moverse de allí, para que -no desatienda las obligaciones que le he impuesto. Pero le conozco y -se cansará, y querrá venir a verme, con pretexto de recibir nuevas -órdenes. De hoy o mañana no pasa. Cuando recale por San Agustín, señor -don Remigio, hágame el favor de atenderle, darle hospitalidad si -llega de noche, y facilitarle una modesta caballería para que venga a -Pedralba.» - ---Estoy encantado, señor cura --dijo Urrea loco de alegría--. Esto -parece un sueño, un cuento de hadas..., y usted el genio protector, y -yo... no sé qué parezco yo, el más feliz de los hombres..., y en este -momento el más agradecido de los viajeros. - - - - -II - - -Dirigiéronse hacia la casa rectoral, escoltados por los que de paseo -venían con don Remigio, y este hizo el gasto de conversación por el -camino, dedicando un sentido recuerdo a la memoria del santo don -Manuel Flórez, y condoliendose de lo triste y solo que con tal -desgracia se habría quedado el tío Modesto. En la puerta se despidieron -afectuosamente los acompañantes, y don Remigio y su improvisado amigo -entraron. - ---¡Valeriana, Valeriana! --gritó el curita desde la puerta, y habiendo -comparecido una mujer gruesa y tan entrada en años como en carnes, le -dijo--: Este es el caballero que esperábamos, o que creíamos ver llegar -de Madrid hoy, mañana o pasado. Cenaremos pronto, Valeriana, que el -señor, diga lo que quiera, trae un apetito muy regular. ¿Verdad que sí? - -Dio las gracias Urrea cortésmente, añadiendo con cierta timidez que su -deseo era llegar pronto a Pedralba... - ---Tenga usted calma... y váyase convenciendo de que está secuestrado ---le dijo el clérigo con ese humorismo hospitalario que suelen emplear -los ricos de pueblo--. ¿Creía usted que yo le iba a soltar tan pronto? -Está fresco el señor de Urrea. Mire usted: ya es de noche, y no tenemos -luna; el camino de aquí a Pedralba es muy malo para ir a pie, y a -caballo no puede ser, porque hoy el chico del alcalde me llevó la jaca -a Torrelaguna, y esta es la hora que no ha vuelto. Conque resígnese, -y mañana con la fresca saldrá usted, acompañado de _este cura_, que -también tiene que visitar a la señora Condesa. - -¿Qué remedio tenía el impaciente viajero más que conformarse con la -voluntad de Dios, representado en aquella ocasión por el bondadoso -y vivaracho don Remigio? Entraron en una sala espaciosa, lugareña, -clerical, de paredes blancas, descubiertas las añosas vigas del techo, -limpia, oliendo a iglesia y a pajar, con diversos objetos religiosos -de adorno, enfundados en tul color de rosa para defenderlos de las -moscas. Trajo una lámpara la niña del ama, pues era ya casi de noche, -y don Remigio hizo sentar a su huésped en el largo sofá de Vitoria -con colchoneta de percal rojo rameado, ocupando él un sillón verde, -cubierto en brazos y respaldo por estrellas de _crochet_. Frente a -frente los dos, pudo Urrea observar la fisonomía del buen curita, el -cual era hombre como de treinta y cinco años, de poquísimas carnes, -mediana estatura, con la cabeza y manos siempre en movimiento, pues no -hablaba con ellas menos que con la voz. En su rostro descollaba una -nariz pequeña, picuda y roja, en cuyo caballete se apoyaba malamente la -montura de las gafas, y quedando entre estas y los ojos mayor espacio -del conveniente, tan pronto bajaba el hombre la cabeza para mirar -por encima de los vidrios, como la alzaba para mirar por ellos. La -pequeñez de la nariz le obligaba a llevarse la mano a las gafas tres -o cuatro veces por minuto, no porque se cayeran, sino porque entre -mano, nariz y anteojos había esta instintiva señal de inteligencia. -Todo el rostro era un poquito encendido de color, y las orejas más, -y su mirada revelaba agudeza, penetración, y un natural bondadoso y -tolerante. Urrea encontró en don Remigio extraordinaria semejanza, -salva la edad, con la fisonomía expresiva, inolvidable, de don Juan -Eugenio Hartzenbusch. Y en el curso de la conversación, entrando ya en -confianza, se aventuró a decírselo. Echose a reír don Remigio, y le -contestó: - ---Otros han hecho la misma observación. Indudablemente me parezco al -ilustre poeta, al gran erudito y académico, honra y prez de las letras -españolas. Es un triste honor para mí, porque el parecido del rostro -patentiza más la desemejanza intelectual entre hombres de tan relevante -mérito y esta modestísima personalidad. - ---¡Oh! no se achique usted, amigo mío --le dijo Urrea, saliendo al -encuentro de aquella modestia, un poquito afectada--. Ya sabemos, ya -sabemos lo que usted vale... - ---¡Por Dios, señor de Urrea!... Y aunque algo valiera un hombre, más -por el estudio que por dotes naturales, ¿de qué le sirve en este rincón -del mundo, en este destierro...? - -Con la presteza del pájaro que salta de un palito a otro en la -estrechez de su jaula, saltaba don Remigio de un asunto a otro en la -conversación. - ---¿Pero no sabe, señor de Urrea? --dijo levantándose del sillón para -sentarse en el sofá--. ¿No sabe a quién tengo de huésped desde hace dos -días? ¡Qué sorpresa le voy a dar! ¿No adivina? - ---No señor. - ---Pues al mismísimo padre Nazarín. - -Urrea saltó de su asiento, y lo mismo hizo don Remigio, que al -levantarse, impuso silencio a su huésped, diciéndole en voz baja: - ---Vamos a verle y observarle sin que él se entere. Venga usted conmigo. - -Llevole por un pasillo de recodos, al extremo del cual había una puerta -de cuarterones, pequeña y fuerte. La claridad de la cocina, que en -uno de los huecos de la izquierda se denunciaba con picantes olores, -permitíales recorrer sin tropiezo aquella parte de la casa, que por su -irregularidad era un modelo de arquitectura villanesca. Antes de llegar -a la puerta, que a Urrea le pareció desde el primer momento misteriosa, -don Remigio secreteó algunas explicaciones en el oído de su huésped. - ---En este cuarto, que mi antecesor destinó a la cría de palomas, he -instalado yo mi modestísima biblioteca. Aquí tengo a mi hombre. Por -esta mirilla, que hay en la tabla, fíjese bien, como del vuelo de un -duro, puede usted verle... - -El débil rayo de luz que salía por la mirilla guió a José Antonio, -que, aplicando los ojos, vio una estancia, cuya capacidad no pudo -apreciar, y en el centro de ella, junto a una mesa, frente a la puerta -sentado, un hombre... La luz de un candilón de dos mecheros, de los que -ya son arqueológicos, le iluminaba la cara, que al pronto el observador -no reconoció. Era un clérigo, vestido exactamente como don Remigio, con -gorro de terciopelo y sotana. Hojeaba un grueso librote, y después de -fijar su atención y su dedo índice en una página, escribía rápidamente -en cuartillas colocadas sobre el mismo libro. - ---Pero no es... --murmuró el forastero apartando su rostro de la -mirilla. - -Díjole el cura que se fijase bien, y en efecto, después de mucho mirar, -José Antonio reconoció y diputó al clérigo de la biblioteca por el -padre Nazarín en persona. - -Cogiéndole de un brazo, don Remigio volvió a conducir a su huésped a la -sala, para poder hablar con libertad, y antes de llegar a ella le dijo: - ---Claro, ha tardado usted en reconocerle, porque se lo figuraba como -le conoció en Madrid, con barba, y el traje de mendigo seglar. Así -nos le trajo aquí doña Catalina. Con franqueza, yo tenía curiosidad -vivísima de ver a este hombre, porque conozco el libro que de sus -inauditas aventuras cristianas anda por ahí, he leído también en la -prensa mil informaciones acerca del proceso, y así, en cuanto supe que -había llegado el tal, me planté en Pedralba con mi amigo Láinez, el -médico del pueblo. ¡Figúrese usted nuestro asombro, señor de Urrea, -cuando le hablamos, y advertimos en él discernimiento claro, serenidad -pasmosa, y una mansedumbre evangélica, de la cual creo que no hay otro -ejemplo! Claro que a pesar de estas señales, la locura existe. Algo -tiene el agua cuando la bendicen, y por algo los señores facultativos -y la Audiencia le han declarado irresponsable de las extravagancias -que constan en el proceso. Pero a pesar de todo, señor de Urrea, este -hombre ha llegado a interesarme, le he tomado cariño en los pocos días -que ha que nos tratamos, y... qué sé yo, no le tengo por cosa perdida, -ni mucho menos. La piedad angelical de la señora Condesa y nuestra -modesta cooperación, triunfarán de la malicia que se ha infiltrado -invisible en el cerebro de este buen señor, y le devolveremos sano y -equilibrado a la Iglesia militante, en la cual, o mucho me engaño, o -puede ser un elemento, sí señor, un elemento de grandísima valía. - ---Pero esta transformación... - ---A eso voy. Con mil artificios traté yo, en mis primeras visitas a -Pedralba, de despertar en él la soberbia, y no lo pude conseguir, no -señor. Creíamos todos que se quejaría de los que en una u otra forma -le han traído a mal traer de algunos meses acá. Nada de eso. Ni contra -la curia, ni contra la prensa, ni contra nadie ha pronunciado la más -leve recriminación, ni tiene por cruel o injusto lo que con él se ha -hecho. Esto es muy raro, ¿verdad? Láinez me decía: «Es muy extraño -que no observemos en él ni el menor destello de delirio persecutorio, -que es uno de los síntomas primordiales...» Si delirio es el amar sin -restricción alguna, y ponderar y encarecer como mercedes los ultrajes -que ha recibido, ahí puede estar el principio de la desorganización -cerebral. Le digo a usted que este caso nos tiene pasmados. - ---Realmente... - ---Pues verá usted. Por buscarle las vueltas, le digo: «Padre Nazarín, -gran violencia será para usted no poder salir ahora descalzo y -harapiento por los caminos.» Contestación: «Para mí, señor don Remigio, -no es violencia ningún estado que se me imponga por quien debe y -puede hacerlo. Pedí limosna cuando creí que debía vivir como los más -desdichados y menesterosos. Dios, en mi corazón, me ordenaba hacerlo -así, y ninguna ley humana me lo prohibía. Pero al mismo tiempo que la -pobreza, o antes quizás, Dios me ordena la obediencia. Yo vagaba en -libertad. La ley humana me cortó el paso, y me mandó que la siguiera. -Obedecí. Sometime sin réplica a cuanto de mí quisieron hacer. Contesté -con verdad a cuanto me preguntaron. Conforme me hallaba de antemano -con la sentencia que contra mí se pronunciara, fuera la que fuese. -Determinaron que soy un enfermo. Diéronme a escoger, para mi reposo, -entre un asilo y la morada patriarcal y campestre de la señora Condesa -de Halma, y preferí esto. Aquí me tienen dispuesto, hoy como ayer, a -la suma obediencia. La señora doña Catalina, y usted, señor cura, por -delegación de la ley eclesiástica, que ahora sustituye a la civil en -mi castigo, enmienda o curación, pues de todo habrá en ello, son los -dueños de mis acciones y de mi vida. No soy libre, ni quiero serlo, si -los que saben más que yo deciden que no debe dárseme libertad.» - ---Es extraño, sí... - ---Pues verá usted. Digo yo: «Amigo Nazarín, si la señora Condesa lo -consiente, ¿se decide usted a venirse conmigo unos días a mi modesta -casa de San Agustín?» Contestación: «Yo no decido nada. Voy a donde me -lleven.» - ---Como el loro del cuento. - ---Exactamente. Con licencia de la señora, me le traje aquí, y por el -camino se me ocurrió tantearle en teología. Un asombro, señor de Urrea. -Se expresa con sencillez, sin énfasis doctoral ni literario, y tan -fuerte está el hombre, que por más que quise no pude cogerle en tanto -así de falsedad lógica o desliz herético. En sus opiniones, ni el menor -asomo de demencia, mi señor de Urrea, de donde yo deduzco, y en ello -conviene conmigo el amigo Láinez, que el desvarío, si existe, no radica -en la parte de los espacios cerebrales que sirve como de vehículo a las -ideas, sino en aquella otra por donde pasa todo este torrente de las -acciones, de la conducta, señor de Urrea. ¿Es esto claro? - ---Sí. Pero la transformación personal... - ---A eso voy. - -(El ama anunció que estaba dispuesta la cena.) - ---Ya vamos. Pues cuando llegó aquí, le digo: «Si es verdad que yo mando -y usted obedece, amigo Nazarín, ahora mismo se va usted a afeitar, y -a vestirse con mi ropa.» Pues tan conforme. Yo mismo le afeité. Fue -una risa... Y mi modesta ropa y mi calzado, señor de Urrea, le vienen -como hechos a la medida. Cuando se lo ponía, le digo: «¡Cómo extrañará -usted la sujeción de esta ropa civilizada, hecho ya el cuerpo a su -pergenio salvaje, y bíblico, según los periodistas!» ¡Vaya que llamar -bíblico...! ¿Pues qué cree usted que me contestó? - ---(Señor cura --vino a decir el ama--, que la cena se enfría.) - ---Contestaría que el hábito no hace al monje. - ---Vamos al instante... Y que él no ha fijado nunca la atención en -las diferencias entre estos y los otros vestidos. Dijo más... Señor -de Urrea, pasemos a mi modesto comedor... Palabras textuales: «El -vestido que usted llama salvaje, señor don Remigio, no lo tenía yo -por indecoroso en mi vida errante y entre gente pobrísima. Pero esto -no quiere decir que lo prefiera yo sistemáticamente a todos los demás -estilos y maneras de cubrir el cuerpo, porque sería afectación, y la -afectación, gracias a Dios, no cabe en mí.» - ---Lo mismo nos dijo un día en el Hospital, cuando los periodistas -y otras muchas personas que íbamos a verle, nos permitíamos -interrogarle... Palabras textuales: «Vean en mí cuanto quieran, señores -míos; pero la afectación, por más que miren, no la verán jamás.» - - - - -III - - -Avisado Nazarín para la cena, ocupó su asiento a la izquierda del buen -don Remigio, después de saludar a Urrea con las fórmulas corrientes -de cortesía, sin extremos de urbanidad, sin alegría ni pena de verle. -Diríase que su presencia no le causaba la menor sorpresa, bien porque -de nada se sorprendía, bien porque hubiera previsto la visita del -protegido a su protectora. Bendijo el cura la cena, y la emprendieron -los tres con las sopas de ajo, que eran de mucha fuerza condimentaria, -crasas, picantes y espesas. No hablaba Nazarín sino para responder a lo -que le preguntaban, y don Remigio ponía toda la amenidad posible en su -palabra fácil. Las sopas precedieron a dos platos substanciosos, de ave -el uno, el otro de carnero, todo bien cargadito de especias odoríferas, -suculento, muy hecho. El vino sabía horrorosamente a pez. El olor de -paja quemada, difundido por toda la vivienda, parecía consubstancial -con el de la comida, y a Urrea no le desagradaba sentirlo y mascarlo. -No era la casa sola; el pueblo y el país entero despedían aquel olor, -que el forastero creía llevar ya dentro de sí. - ---Para que el amigo don Nazario no esté ocioso --dijo entre otras -cosas don Remigio--, le propuse hacerme un extracto del sapientísimo -libro del maestro Fray Hernando de Zárate, _Discursos de la paciencia -cristiana_. La obra consta de ocho Libros, cada uno de los cuales -contiene lo menos una docena de Discursos, todos sobre el mismo tema. -Ha de leérselos de cabo a rabo, anotando el sentido particular y -explicaciones de cada uno en sendas cuartillas de papel. Pues tan -aplicado le tiene usted, señor de Urrea, que en tres días se ha echado -al cuerpo unos cuarenta Discursos, y ya le tiene usted en el _Libro -Cuarto_, que trata... - ---«De las razones que tenemos para tener paciencia y consolarnos en -los trabajos» --dijo Nazarín sin dar importancia a su tarea--. Es cosa -fácil. Pronto concluiremos. - ---Y se me figura --apuntó Urrea irónicamente--, que ha de ser sumamente -divertido. - ---No hay más sino practicar, leyendo y escribiendo --indicó el -manchego--, la misma virtud a que el maestro Zárate consagra su gran -obra. - ---Pero usted no come nada, amigo Nazarín --observó repentinamente -don Remigio--. Siempre lo mismo. Pues dice Láinez que necesita usted -comer... de duro, y aplicarse a la carne, principalmente. - ---Señor cura --replicó don Nazario con timidez--, como lo que puedo, no -sé pasar de lo que mi naturaleza me pide para sostenerse. - -Como Urrea deseaba llevar la conversación al tema más de su gusto, -que era su prima y cuanto a ella se refiriese, interrogó a los dos -sacerdotes, recreándose anticipadamente con los elogios que esperaba -oír de la ilustre señora. - ---Yo digo, con plena conciencia --afirmó el párroco de San Agustín--, -que no creo exista en el mundo persona de virtud más pura, y de ideas -más elevadas. Si por un lado veo en ella una imagen del gran Emperador -Carlos V de Alemania y I de España, que después de reinar sobre los -pueblos, gustadas hasta la saciedad todas las grandezas humanas, se -encierra en monasterio humilde para consagrar a Dios el resto de su -vida, por otro, encuentro a la señora Condesa de Halma más grande que -aquel soberano, pues si los bienes a que renuncia no son de tanta -valía, la pobreza y humildad que acepta son más meritorias. La señora -Condesa es joven, y consagra a la caridad y a la oración los mejores -años de la vida. Y veo otra gran diferencia, a favor de nuestra doña -Catalina --añadió con tonillo pedantesco--, y es que el Monarca, -dueño de medio mundo, trajo a la soledad de Yuste, según rezan las -crónicas, innumerables servidores, cocineros, maestresalas, escuderos -y lacayos, y grande repuesto de vituallas, para que no le faltase en -su voluntario destierro nada de lo que halaga el gusto de un magnate -en la vida palatina. Pues esta señora, que ha venido a Pedralba en -carromato, no ha traído más que los indispensables objetos tocantes al -aseo y pulcritud de una noble dama, que aun en la penitencia quiere -ser limpia, y su séquito es una corte de mendigos, y gente miserable o -enferma, a cuyo cuidado piensa consagrarse. ¡Ejemplo único, señores, -ejemplo inaudito, y que es la más grande maravilla de estos tiempos -de positivismo, de estos tiempos de egoísmo, de estos tiempos de -materialismo! - ---Luego --dijo Urrea con entrañable gozo--, convienen ustedes conmigo -en que mi prima es una excepción humana, un ser en el cual se revelan -los caracteres de la inspiración divina. - ---Sí señor, convenimos en ello. - ---Y el buen curita peregrino, ¿qué dice? - ---¿Qué he de decir yo? --contestó modestamente don Nazario, no -queriendo expresar nada que resultara superior a lo dicho por su -generoso compañero--, ¿qué he de decir yo después del panegírico -elocuentísimo que acaba de hacer el señor cura? Mi palabra es torpe. -Permítanme que diga tan solo: ¡Bendita sea de Dios eternamente, la -grande, la santa Condesa de Halma! - ---Amén --dijo don Remigio entornando los ojos, y acariciando el vaso de -vino. - -A Urrea le faltaba poco para echarse a llorar. - ---Y es decisiva --añadió el cura-- la resolución de la señora Condesa -de pasar en Pedralba el resto de sus días. ¡Qué bendición para estos -olvidados y pobres lugares! Me ha dicho el otro día que en Pedralba -labrará su sepulcro y el de sus compañeros que no la abandonen. ¡Ah! yo -leo en aquella grande alma el amor de Dios en el grado más ardoroso y -puro, el amor de la Naturaleza, el amor del prójimo, y veo en el plan -de vida de la señora una síntesis admirable de estos tres amores. - ---Mi prima ha sufrido mucho --dijo Urrea, a quien el entusiasmo -ponía un nudo en la garganta--, ha pasado horrorosas humillaciones y -amarguras. Perdió a su esposo, que era su grande amor, el consuelo -único de su vida. En Madrid, como en Oriente, la vida no tenía para -ella más que espinas, tristezas, dolores. Su familia, sus hermanos, -no supieron poner un calmante en las heridas de su alma. La empujaban -hacia el ascetismo, hacia el destierro y la soledad. Mi prima empezó -por mirar con prevención la vida social, y acabó por detestarla. Todo -ese conjunto de artificios que componen la civilización le es odioso. -La tierra está para ella vacía: quiere el cielo. - ---Y lo tendrá --dijo don Remigio con tanta seguridad como si se -sintiera casero y administrador de los espacios infinitos--. Tendrá el -cielo. ¿Pues para quién es el cielo más que para esos seres escogidos, -para esas voluntades robustas, para las almas que no saben mirar más -que al bien? Según he podido comprender, amigo Urrea, la señora Condesa -ha roto todo lazo con el mundo, o sea la clase a que pertenece. Y es -más: todo afecto mundano ha muerto en ella, para poder ocupar entero el -espacio del querer con la adoración ferviente de las cosas divinas. - ---Así es sin duda --dijo Urrea--, y su sociedad con los pobres, a -quienes tratará como iguales, elevándoles un poquito, y rebajándose -ella otro tanto, resultará una comunidad dichosa, pacífica, feliz. ¿No -piensa lo mismo el buen Nazarín? - ---Pienso, señor don José Antonio, que ser el último de los protegidos, -o de los asilados, el último de los hijos, si se me permite decirlo -así, de la señora Condesa de Halma, constituye la mayor gloria a que -puede aspirar un ser humano, sobre todo si es un triste, un solitario, -un náufrago de las tempestades del mundo. - -Tan contento estaba Urrea, que al concluir la cena les abrazó a los -dos. Acostáronse todos, porque había que madrugar. Dicen las crónicas -que el huésped no pudo dormir bien, primero, porque las limpias -sábanas, impregnadas también del olor de paja, eran algo piconas; -segundo, porque sus ideas se le insubordinaron aquella noche, y la -admiración del ascetismo de su prima le encendía llamaradas en el -cerebro. Más que mujer, Halma era una diosa, un ángel femenino, y al -pensarlo así, su ferviente admirador no pasaba por que los ángeles -carecieran de sexo: era lo femenino santo, glorioso y paradisíaco. Por -entre estas imaginaciones asomaban de vez en cuando la figura austera -de Nazarín, semejante a un retrato del Greco, y el vivaracho rostro de -don Juan Eugenio Hartzenbusch, transmutado físicamente en don Remigio -Díaz de la Robla, párroco de San Agustín. - -El mismo cura le llamó al amanecer dando golpes en la puerta, y -gritándole desde fuera: - ---Arriba, compañero, que tenemos que decir misa y desayunarnos antes de -partir. - -Levantose el huésped a escape, y cuando llegó a la iglesia, ya había -salido al altar don Remigio. Nazarín oía la misa de rodillas en el -presbiterio. - -Media hora después, ya estaban todos en la rectoral, desayunándose con -chocolate, bizcochos y pan de picos, reforzado por fresquísimo requesón -de la Sierra. Varios amigos acudieron a despedirles, entre ellos el -médico don Alberto Láinez, y el alcalde, don Dámaso Moreno. - ---Usted, señor de Urrea, que sin duda es buen jinete --propuso don -Remigio con extraordinaria movilidad en manos, nariz, ojos y gafas--, -irá en el caballo de Láinez, bestia de mucha sangre, aunque segura para -quien la sepa manejar; yo voy en mi jaca, que tiene un paso como el de -un ángel, y el amigo Nazarín, pues le llevamos, sí señor, le llevamos, -oprimirá los lomos de mi modesta burra..., cabalgadura digna de un -arzobispo... Conque señores, a montar. Despejen la puerta. Valeriana, -que vendremos a cenar. - -Partió la caravana, despedida con cordiales saludos por multitud -de gente que en la plaza se reunió. Delante iban Urrea y el cura, -detrás Nazarín en su rucia, bien albardada y sin estribos. Ambos -clérigos vestían, a horcajadas, lo mismo que en el pueblo, sotana, -gorro de terciopelo, y balandrán. Regía el madrileño su caballo con -gran destreza. Don Remigio no cesaba de recomendar a su jaca la mayor -circunspección o tacto de pezuña en el desigual y áspero camino por -donde se metieron, a Occidente de San Agustín, y don Nazario, confiado -en el andamento parsimonioso de su borrica, atendía más a la admiración -del paisaje de la Sierra, que a conversar con los otros jinetes, de los -cuales parecía como escudero o espolique. - -De tan diferentes cosas habló don Remigio, que no es posible -recordarlas todas. Hizo observar a su acompañante las hermosuras de la -Naturaleza, la ruindad de los caseríos, el descuidado cultivo de las -tierras; explicó historias de ruinas y caserones viejos; se lamentó de -la falta de caminos; designó el sitio por donde se había trazado un -canal de riego, que no se abriría nunca, y estos y otros comentarios -del viaje fueron a parar a las quejas de su mala suerte, por haberle -tocado empezar su carrera en comarca tan desmedrada y pueblo tan mísero. - ---Yo me conformo, ya ve usted... Deme el Señor salud para servirle, -que lo demás no importa. Sepa usted que, al venir a este curato de -San Agustín, me dijeron que por tres meses, y ya van tres años. -Prometiéronme pasarme a Buitrago, o Colmenar Viejo, y hasta ahora. No -es que yo sea ambicioso; pero, francamente, es uno licenciado en ambos -derechos; ama uno el estudio, y la verdad, la vida obscura y ramplona -de estos poblachos no estimula al trato de los libros. El tío, que -es mejor que el buen pan, me anima, me asegura que no se descuida en -recomendarme, y que a la primera ocasión pasaré a un curato de Madrid, -¡ay! su desiderátum y el mío. Y no me hablen a mí de otras poblaciones. -¡Mi Madrid de mi alma, donde me crié, donde probé el pan del estudio, y -adquirí mis modestas luces! No aspiro yo a tener allí la independencia -de un don Manuel Flórez; sé que tengo que trabajar de firme. Quiero -que mi corta inteligencia no sea un campo baldío, como estos barbechos -que usted ve por aquí, señor de Urrea; debo cultivarla y coger en ella -algún fruto, para ofrecerle a Dios, que me la ha dado... No me quejaría -si no viera ciertas desigualdades. Amigos y compañeros míos, a los -cuales no debo mirar, porque no debo, ¡ea! como superiores en saber -religioso ni profano, ocupan plazas en catedrales, o en las parroquias -de Madrid... Mi tío me dice: «No te apures, hijo, y confía en el favor -de Dios y de la Santísima Virgen, que ya premiarán con el merecido -ascenso tu paciencia y conformidad...» Claro que me conformo, señor -de Urrea, y aun alabo al Señor porque no me da mayores males. Tengo, -gracias a Dios, un genio de mucho aguante para desgracias, injusticias -y sinsabores. Yo digo: ya me tocará la buena, ¿verdad? ya me llegará la -buena. - -Procuraba el forastero refrescarle las esperanzas, asegurando que los -méritos de su interlocutor, así morales como intelectuales, saltaban -a la vista, y no podían ser desconocidos de los que en Madrid manejan -todo este tinglado del personal eclesiástico. Y al decir esto, hizo -notar la diferencia entre los gustos y aspiraciones de uno y otro, pues -mientras a don Remigio le atraían los llamados centros de civilización, -a él, José Antonio de Urrea, los tales centros se le habían sentado en -la boca del estómago, y todo su afán era perderlos de vista. Verdad que -entre las circunstancias de uno y otro no había paridad: don Remigio -era un hombre puro y virtuoso, inteligencia llena de frescura, y a -los treinta y cinco años apenas había desflorado la vida, mientras -que Urrea, a la misma edad, se conceptuaba viejo, y aun por muerto se -tendría, si de entre las cenizas de su alma no sintiera que otra alma -nueva le brotaba. Con estas y otras pláticas se fue pasando el camino -árido, de muy escasos atractivos para el viajero. El terreno era cada -vez más quebrado, como de estribaciones de la Sierra, y ostentaba la -severa vegetación de encina baja, brezos y tomillares. De pronto señaló -don Remigio un caserío arrimado a unos cerros cubiertos de verdura, y -dijo a su compañero: - ---Ahí tiene usted a Pedralba. - -Pareciole a Urrea encantador el sitio y espléndido el paisaje, mirando -más a su interior que al paisaje mismo. Al acercarse vieron tierras de -labrantío junto a las casas, que eran tres, destartaladas y grandonas. -Picaron las caballerías, y cuando ya se hallaban como a medio -kilómetro, empezó Nazarín a dar voces: - ---¡Mírenlas, mírenlas: allí están... ya nos han visto! - ---¿Quién, hombre? - ---La señora Condesa y Beatriz. - ---¿Dónde?... Pero qué vista tiene este hombre. - ---Allá... allá... ¿Ven ustedes ese campo de amapolas todo encarnado, -todo encarnado? ¿Y más allá, no ven unos olmos? Pues por allí van..., -digo vienen, porque salen a encontrarnos. - ---No vemos nada; pero pues usted lo dice... - ---Y ahora nos saludan con los pañuelos... Miren, miren. - - - - -IV - - -Ya cerca de las casas vieron a las dos mujeres, que avanzaban por entre -un campo de cebada. Ambas miraban risueñas, y casi casi burlonas, a -los tres caballeros. Cuando Urrea, apeándose ante su prima, le pidió -perdón poco menos que de hinojos por su desobediencia, doña Catalina no -se mostró muy severa con él, sin duda por no avergonzarle delante de -los dos sacerdotes, y de otras personas que allí se reunieron. - ---Si ha habido falta, señora Condesa --dijo don Remigio galanamente--, -yo intercedo por el culpable y solicito su perdón. - ---Ya sabe el pícaro que padrinos le valen --replicó Halma sonriendo, -y todos reunidos, después que los jinetes entregaron a Cecilio las -caballerías, se encaminaron al castillo, que así en la comarca era -llamada la casona, aunque de tal castillo solo tenía la robustez de -sus paredes, y una torre desmochada, en cuyo cuerpo alto, mal cubierto -de tejas, había un palomar. Del escudo de los Artales, apenas quedaban -vestigios sobre el balcón principal del llamado castillo. La piedra era -tan heladiza que solo se podía ver una garra de dragón, y un pedazo de -la leyenda, que decía _Semper_. Mejor se conservaba la berroqueña de -los ángulos y del dovelaje, y el ladrillo revocado de los paramentos no -tenía mal aspecto; pero los hierros todos, balcones y rejas, no podían -con más orín, por lo que había dispuesto su propietaria reponerlos, -mientras un buen maestro de Colmenar preparaba la reparación de -toda la fábrica, interior y exteriormente. Veíase ya, frente a la -casa, dentro del recinto murado que a la entrada precedía, el montón -de cal batida, y maderas para andamios y obra de carpintería. Junto -a la torre, se alzaban los descarnados murallones que la tradición -designaba como ruinas de un monasterio cisterciense, y que más que -edificio destruido, parecían una segunda casa a medio hacer. Respetando -los basamentos, y aprovechando el material de lo restante, la Condesa -pensaba construir allí su capilla y panteón, con la mayor economía -posible. A un tiro de piedra de la casa-castillo, estaban las cuadras, -y más abajo, un tercer edificio, habitado por los que llevaron en -renta la finca hasta el año anterior. Últimamente, Pedralba estuvo a -cargo del administrador de las propiedades de Feramor en Buitrago, -don Pascual Díez Amador, el cual dio posesión del castillo y casas -y tierras a la señora doña Catalina, el día de su llegada en el -carromato, que fue el 22 del mes de Marzo del año de mil ochocientos -noventa y tantos. - -Era la heredad de Pedralba extensísima; pero no se labraban más que los -terrenos próximos a la casa, labor descuidada, somera y primitiva, que -daba escaso rendimiento. Lo demás era monte, bien poblado de encinas, -enebros, y algunos castaños en la parte alta. Lo más próximo al llano -sufrió varias talas, y uno de los renteros propuso al Marqués, años -atrás, la roturación. Pero asustaron al propietario los dispendios de -la empresa, y quedó en tal estado, ni monte ni labrantío, a trechos -pradera desigual, cruzada de viciosos retamares. Dos riquísimas fuentes -surtían de cristalinas y puras aguas potables a Pedralba, la una entre -la casa-castillo y las cuadras, la segunda, manantial de primer orden, -en una encañada a la vera del monte. Árboles de sombra había pocos. -Los que puso el último arrendatario se perdieron por incuria. Frutales -no existían más que tres en finca tan vasta, un moral inmenso detrás -de la torre, el cual cargaba anualmente de dulcísimas moras negras, -y dos albérchigos en el sendero que unía las dos casas. Los madroños -diseminados en distintos parajes no se contaban, por su silvestre -lozanía y lo desabrido del fruto, en el reino propiamente frutal. Tal -era Pedralba, finca de primer orden según opinión de don Pascual Díez -Amador, siempre y cuando se _tiraran_ en ella veinte o treinta mil -duros. - -No eran estos los planes de Catalina, que solo se propuso sostener -la propiedad tal como la encontró, con los mejoramientos que su -residencia imponía, y procurarse en ella la vida retirada y humilde -que adoptar anhelaba, sin caer en la tentación del negocio agrícola, -ni pensar en aumentos de riqueza que habrían desmentido sus ideas -y propósitos de modestísima existencia. Lo que le restaba de su -legítima, pensaba conservarlo en valores de renta, reservando los dos -tercios para sostenimiento de su persona y casa, y de la familia de -infelices que en torno de sí había reunido: el otro tercio lo dedicaba -a las reparaciones indispensables, a la construcción de la capilla y -enterramientos, a plantar una huerta, y, si aún había margen, a mejorar -la finca. - -Entremos ahora en el castillo, y veamos la mejor pieza de él, que era -la cocina, en el piso bajo y al fondo del edificio, a la parte del -Norte. Todo era grandioso en aquella pieza, hogar, alacenas, horno, -el piso de hormigón muy sólido, el techo alto y la campana bien -dispuesta para dar salida a los humos rápidamente. Las otras piezas -bajas valían poco; eran estrechas, y sus ventanas, que más parecían -troneras, les daban muy tasada la luz. En cambio, las del piso alto -teníanla de sobra. Seis o siete estancias existían en él, que bien -arregladas habrían podido alojar mucha gente. En dicho piso, al lado -de Levante, vivían la Condesa y Beatriz, en aposentos separados y -próximos; a la parte de Occidente, el matrimonio Ladislao-Aquilina con -sus hijos, y aún quedaban entre estas y las otras viviendas algunas -estancias vacías. En la torre, debajo del palomar, tenía su cuarto -Nazarín, comunicado con la casa-castillo por estrecho pasadizo. El -mueblaje era casi todo del siglo pasado, o del tiempo de Fernando -VII, confundido con sillerías modernas de paja, de lo más ordinario, -llevadas de Colmenar Viejo. Las cómodas y consolas, las sillas de -caoba con respaldo de lira, las camas de pabellones _a la griega_, las -laminotas con marco de ébano y asuntos pastoriles, ofrecían un aspecto -sepulcral, lastimoso, como de objetos desenterrados, a los cuales se -había limpiado el humus de la fosa, a fuerza de jabón y estropajo. - -Doña Catalina y Beatriz vestían exactamente lo mismo, con las ropas de -la primera, que habían venido a ser comunes: falda de merino negro, -calzado grueso, blusa de percal rayada de negro y blanco, y un mandil -de retor. Al adoptar la vida pobre, la señora Condesa no estimó que -debía renunciar a sus hábitos de pulcritud; decía que el aseo exterior, -por causa de la educación y la costumbre, afectaba al alma, y que la -suciedad del cuerpo era pecado tan feo como la de la conciencia. No -vacilaba, pues, en aplicar estas ideas a la realidad, manteniendo en su -cuarto y persona la misma esmerada limpieza de sus mejores tiempos de -vida cortesana. - ---El aseo --decía--, es a la pureza del alma, lo que el rubor a la -vergüenza. - -No comprendía el ascetismo de otro modo. - -Y como nada tiene la fuerza del buen ejemplo, Beatriz, que había -llegado a reinar en la intimidad y en el afecto de la Condesa, por -feliz concordancia de sentimientos, se asimiló en breve plazo los -hábitos de pulcritud de su amiga y señora, y la imitaba sin darse -cuenta de ello. Sobre la admirable simpatía, o compatibilidad, que -había llegado a borrar entre aquellos dos caracteres la diferencia de -clase y educación, hay mucho que hablar: el fenómeno se inició por un -irresistible afecto la primera vez que se vieron, cuando doña Catalina, -por mediación de su criada Prudencia, fue a socorrer en su pobre -domicilio al afinador de pianos. Mientras duró el proceso de Nazarín -y consortes, Beatriz vivía con su prima Aquilina Rubio, esposa del -mísero don Ladislao, compartiendo la escasez, ya que no el bienestar, -que ninguno tenía. Halma llevó el pan, la vida, la salud, a la triste -vivienda de la calle de San Blas, y atraída de aquel espectáculo de -pobreza y resignación, añadió al socorro material el consuelo de sus -visitas. Habló largamente con Beatriz, admirándose de lo mucho y -bueno que esta mujer humilde sabía, tocante a cosas espirituales y de -nuestras relaciones con lo invisible y eterno; admiró también su piedad -no afectada, la firmeza de sus ideas, y la elocuencia sencilla con -que las expresaba. Sentíase la Condesa inferior, por todos aquellos -respectos, a la que ya miraba como amiga del alma; aprendió de ella -muchas y buenas cosas, enseñándole a su vez otras de un orden social -más que religioso, y con este cambio llegaron a encontrarse la una -para la otra, y las dos en una, fenómeno raro en estos tiempos, que -dan pocos ejemplos de una tan radical aproximación de dos personas de -opuesta categoría. Pero de esto hemos de ver mucho en los tiempos que -ahora comienzan, porque las llamadas clases rápidamente se descomponen, -y la humanidad existe siempre, sacando de la descomposición nuevas y -vigorosas vidas. - -Ya se comprende que de la intimidad entre Beatriz y Halma nació el -vivo interés por Nazarín, y su propósito de llevársele consigo, para -intentar su curación, y devolverle sano y útil al poder eclesiástico. -Una discrepancia en cierto modo accidental existía entre la dama y -la mujer del pueblo, y era que, mientras la Condesa, sin asegurar -que Nazarín fuese loco, abrigaba sus dudas sobre punto tan difícil -de aclarar, la otra sostenía con sincera conciencia y fe la completa -regularidad de las funciones cerebrales de su maestro. - -Instaladas en Pedralba, la concordia entre una y otra llegó a ser -perfecta. Beatriz observaba delicadamente la distancia social, que -la otra con la misma o más sutil delicadeza trataba de acortar. Ambas -trabajaban juntas desde el primer día en el arreglo y limpieza del -destartalado castillo, o en la resurrección del mueblaje, y a Beatriz -no le valió reservar para sí las faenas más duras, porque la otra -invadía su terreno, y la igualdad triunfaba gradualmente, por ley de -ambos corazones, que sin darse cuenta de ello propendían a lo mismo. -Aquilina no había sido aún elevada al grado de comunidad de su prima -Beatriz. Era una mujer excelente; pero sin intuición bastante para -comprender las ideas de su bienhechora. Manteníase con tenacidad en -su puesto inferior, contenta de que su marido y sus hijos tuvieran -que comer. Los primeros días encargáronla de la cocina, oficio muy -apropiado a sus aptitudes, y las otras dos pudieron consagrarse -descuidadas al fregoteo de muebles viejos, al remendar de colchones -y a otros engorrosos menesteres. Luego alternaron en los diferentes -oficios, y mientras cocinaba la nazarista, Halma y Aquilina lavaban la -ropa en la fuente cercana. El día que precedió a la llegada de Urrea -con don Remigio y Nazarín, Aquilina actuó de cocinera, y la Condesa -y Beatriz lavaban en la fuente del monte, repartiéndose las dos por -igual la carga de la ropa al ir y volver. Como Beatriz se obstinase en -llevarla sola, pretextando ser más fuerte que su compañera, Catalina le -dijo: - ---Te equivocas si crees tener más poder de musculatura que yo. Parezco -débil, pero no lo soy, Beatriz, y esta vida ha de robustecerme más. -Y sobre todo, no me prives de este gusto de la igualdad. Es el sueño -de mi vida desde que perdí a mi esposo, y me sentí igual a todos los -desgraciados del mundo. Haz el favor de no llamarme Condesa, ni volver -a usar esa palabra estúpidamente vana delante de mí. Arrojé la corona -en los empedrados de Madrid cuando salí en el carromato... Las escobas -de los barrenderos no la encontrarán, porque fue arrojada con el -pensamiento, pues no la tenía en otra forma; pero allá quedó. Llámame -Catalina, como me llaman mis hermanos, o Halma, como mi primo. Y no -te digo que me tutees, porque parecería afectación, y ya sabes que el -maestro te la prohíbe. Pero todo se andará. - - - - -V - - -La llegada de los tres amigos no debía alterar la marcha de los asuntos -domésticos en el castillo, porque, claramente lo decía la Condesa, ya -que no ayudaran, no era bien que estorbasen. - ---Primo mío, supongo que desearás conocer esta gran finca, los estados -de Pedralba, donde hacemos vida recogida y modesta, sin pretensiones -de ascetismo, mis amigos y yo. Usted también, señor don Remigio, -necesita enterarse del terreno que consagro a mi obra. Váyanse, pues, -a dar un paseíto, guiados por el bonísimo Nazarín, que lo conoce ya -palmo a palmo, mientras nosotras les preparamos de comer. No esperen -que salgamos de nuestro pobre régimen. Aquí no hay ni puede haber -comilonas, pues aunque yo quisiera darlas, no habría con qué. Comerán -de nuestro diario frugalísimo, con el poquitín de exceso que pide la -hospitalidad. Conque vean, vean mi ínsula, y tráiganse la salsa que -nosotras no podemos hacerles, un buen apetito. - -Fuéronse los tres de paseo, conducidos de don Nazario, que les hizo -subir al monte para que vieran los castaños robustos que lo coronaban, -al barranco para probar el agua de la rica fuente, y después de brincar -y despernarse por lomas y vericuetos, volvieron a casa a las doce, hora -invariable de la comida. En una pieza próxima a la cocina, pusieron -la mesa, la cual era de una robustez patriarcal, de castaño renegrido -y con torcidos herrajes en su armadura. Dos sillas había de la misma -casta y edad, las demás variaban entre el estilo Fernando VII, de -caoba, y la forma y material llamados de Vitoria. Pero la mayor y más -sorprendente variedad estaba en la vajilla y ropa de mesa, pues al lado -de vasos de cristal finísimo, se veían otros del vidrio más ordinario, -servilletas finas, servilletas bastas, platos de porcelana rica, y -otros de cerámica tosca. - ---Dispensen la diversidad de la loza --les dijo doña Catalina--. En -mi comedor reina todavía una confusión de clases estupenda, como en -tiempos revolucionarios. Pero esta confusión no es parte para que -yo olvide las categorías de los comensales. Para los dos señores -sacerdotes lo fino, que ellos mismos irán escogiendo; para ti, José -Antonio, y don Ladislao, el barro plebeyo. - ---Pues yo propongo --dijo don Remigio con buena sombra--, que no -establezcamos diferencias humillantes, y que nos repartamos como -hermanos, como hijos de Dios, lo malo y lo bueno. Venga ese barro, -señor de Urrea. - -Lo más extraño de aquella singular comida fue que las mujeres no se -sentaron a la mesa. Las tres, funcionando con igual destreza y alegría, -servían a los señores. Luego comían ellas en la cocina. Esta era una -costumbre medieval, que Halma no alteraba jamás por consideración -alguna. Diéronles una sopa muy substanciosa hecha con hierbas -diferentes, patatas picadas muy menudito y golpes de chorizo; luego -un plato de carnero bien condimentado, vino en abundancia, postre -de requesón de la Sierra, leche con bizcochos de Torrelaguna, y a -vivir. Sobria y nutritiva, la comida fue saboreada con delicia por los -forasteros, que no cesaron de alabar el buen trato de Pedralba, y la -pericia de las tres marmitonas. - -Entre la sopa y el carnero llegó inopinadamente don Pascual Díez -Amador, administrador que fue de la finca, y propietario vecino, pues -suya es la dehesa extensísima que linda por Poniente con Pedralba. Dos -o tres veces por semana visitaba a la Condesa, caballero en su jaca -torda, para ver si se le ofrecía algo. Era un hombre mitad paleto, -mitad señor, lo primero por el habla ruda, por la camisa sin cuello -y el sombrero redondo, lo segundo por las acciones nobles, por el -andar grave, que hacía rechinar las espuelas. Una faja encarnada -parecía separar el lugareño del hidalgo, o más bien empalmar las dos -mitades. Tanto afecto había puesto en doña Catalina, que dispuso que -dos de sus guardias jurados estuviesen de punto noche y día en la -casa de abajo, para que la señora descansase en la persuasión de una -absoluta seguridad. Muchos días caía por allí en su jaca a la hora de -comer, otros a cualquier hora, en que también comía. Su cara redonda, -episcopal, crasa y mal afeitada, despedía fulgores de patriarcal -soberanía, de conformidad con la suerte, sin duda por ser esta de las -más próvidas y felices. - ---¡Hola, Remigio!... señora doña Catalina..., don Nazario..., don -Ladislao, aquí estamos todos... - -Los saludos duraron hasta después que el gordinflón paleto-señor tomó -asiento sin ceremonia, disponiéndose a comer cuanto le diesen. Porque, -eso sí, hombre de mejor diente no lo había en todo el partido judicial, -con la particularidad notable de que no sabía ponerse tasa en la bebida. - ---¿Sabe usted lo que estábamos hablando, amigo don Pascual? --dijo el -curita de San Agustín--. Que esta es una gran finca, y que es lástima -no trabajarla. - ---¡Hombre, a quién se lo cuenta! Si estos señores Feramores no tienen -perdón de Dios... ¡Menuda brega tuve yo con el Marqués actual y con -el otro, para que tiraran aquí veinte o treinta mil durillos! Sí, lo -digo: era sembrarlos hoy, para coger el día de mañana, cinco años -más o menos, tres o cuatro millones. Y esto solo con el ganado, que -metiéndonos a ponerlo todo de labrantío... ¡Jesús, oro molido...! Es -una tierra esta, que no la hay mejor ni donde están las pisadas de la -Virgen Santísima, ea. - -Don Pascual se incomodaba al tocar este punto, viéndose precisado a -sofocar su enojo con copiosas libaciones. Y como siguieran hablando -del mismo asunto, concluyó por expresar una idea muy atrevida. - ---Yo que la señora Condesa..., digo lo que siento, sin ofender, ea..., -pues yo que la señora, me dejaría de capillas y panteones, y de toda -esa monserga de poner aquí al modo de un convento para observantes -_circuspetos_ y _mendicativos_, dedicando todo mi capital a... - ---Poco a poco --replicó vivamente don Remigio--, no paso por eso. Lo -espiritual es lo primero. - ---¡Potras corvas! ¿Y de qué sirve lo _espertual_ sin lo... sin lo otro? - ---Yo que la señora Condesa, persistiría impertérrito en mi grandioso -plan... contra el dictamen de los estripaterrones. - ---Y yo, contra el _ditame_ de los engarza-rosarios, digo que sí... no, -digo que no... que sí. - ---Si no sabe usted lo que dice, amigo don Pascual. - ---¡Vaya! paz y concordia entre los príncipes cristianos --dijo doña -Catalina risueña--. Por un exceso de consideración a mis huéspedes, me -permito el lujo de darles una golosina: café. - -Alabado y festejado por todos el obsequio, Amador y don Remigio -lograron encontrar una fórmula de transacción entre sus opuestos -pareceres. Al servir el café, doña Catalina pidió perdón por la -pobreza y rustiquez de la comida, añadiendo que para otra vez tendrían -pan bueno, hecho en casa, y menos desigualdades en vajilla y servicio -de mesa. - -Mientras las mujeres comían, salieron los hombres al patio, llevando -cada uno su silla, y allí platicaron formando dos grupos. Don Remigio -y Amador charlaban de los asuntos de Colmenar Viejo, de lo mal mirado -que en la cabeza del partido estaba el cura titular, y de los esfuerzos -que hacían los caciques para hacerle saltar de allí... Naturalmente, -se gestionaría para que ocupase la vacante el curita de San Agustín. -A otra parte hablaban Urrea, don Ladislao y Nazarín, preguntando el -primero al segundo si seguía cultivando la música en aquel retiro, -a lo que contestó el afinador que no le hablaran a él de músicas ni -danzas, pues se hallaba tan contento y gozoso en su nueva vida, que -había tomado en aborrecimiento todo su pasado musical y cabrerizo. La -mejor ópera no valía ya tres pitos para él, y aunque le aseguraran que -había de componer una superior a todas las conocidas, no quería volver -a Madrid. Salió Nazarín a la defensa de arte tan bello, y le propuso -que siguiera cultivándolo allí, pues se compadecía muy bien la música -con la vida campestre. Y añadió que él se permitiría aconsejar a la -señora Condesa que trajese un órgano, para que don Ladislao compusiera -tocatas campesinas y religiosas, y les deleitara a todos con aquel arte -tan puro y que hondamente conmueve el alma. - -Con estos y otros paliques, fue llegada la hora de la partida, y Urrea -no cabía en sí de inquietud, por no haber podido hablar a solas con su -prima, ni esta decirle que se quedara, como era su deseo. El temor de -que contestase con una rotunda negativa a su propósito de permanecer -en Pedralba, le sobresaltó de tal modo, que no tuvo ánimos para -formularlo. Tristeza infinita cayó sobre su alma cuando Halma le dijo -en tono de maestro: - ---Ahora, José Antonio, te vas por donde has venido, y sin mi permiso -no vuelvas acá, ni abandones las ocupaciones a que deberás una -independencia honrada. - -Con tal autoridad pronunció estas palabras, que el calavera arrepentido -no tuvo aliento para contradecirlas y exponer su deseo. Sentíase tan -inferior, tan niño, ante la que le gobernaba en sus sentimientos y en -su conducta, que no pudo ni pedirle menos severidad, ni explicarse con -ella sobre la pesadísima y cruel condena que le imponía. Verdad que -estaban delante Nazarín y los forasteros, y no era cosa de hacer ante -ellos el colegial mimoso. Faltaban tan solo minutos para la partida, -cuando la Condesa dijo al curita de San Agustín: - ---Señor don Remigio, si usted no se opone a ello, se quedará en el -castillo el amigo don Nazario, porque si es bueno para la salud el -ejercicio del entendimiento, no lo es menos el corporal, y conviene -que alternen. Ya concluirá más adelante esa gran recopilación de los -Discursos de la Paciencia. - ---Lo que usted disponga, señora mía, es ley --replicó don Remigio, ya -con el pie en el estribo--. Si nuestro buen Nazarín prefiere quedarse, -quédese en buen hora... Que lo diga él. - -Con semblante confuso, y casi casi con lágrimas en los ojos, el -peregrino respondió: - ---Yo no determino nada. - ---¿Pero usted qué prefiere? - ---Pues, la verdad, estimando mucho la hospitalidad del señor cura, y -ofreciéndole ponerme a su disposición para terminar aquellos apuntes y -cuanto guste mandarme, hoy me quedaría, pues la señora Condesa así lo -desea. - ---Es que... verá usted, don Remigio, como tenemos tanta obra en casa, -necesito que me ayuden mis buenos amigos. Hay que estar en todo, y -cuantos viven aquí han de arrimar el hombro a las dificultades. Mañana -pienso probar el horno de pan, y deshacerlo si no nos resulta bien. -Conque... - ---Que se quede, que se quede. Usted es aquí la santa madre, usted -manda, y los hijos... a obedecer calladitos. Señor de Urrea, ¿no monta -usted? - -Lívido y tembloroso, Urrea no acertaba ni a despedirse airosamente de -su prima. Era una máquina, no un hombre. Su tristeza le cogía todo -el ser como una parálisis, matándole la voluntad. Montó a caballo, y -partió con el cura y con Amador, sin saber que existía en el mundo un -pueblo llamado, por buen nombre, San Agustín. - - - - -VI - - -Mientras Amador fue en compañía de los dos viajeros, menos mal. Don -Remigio charlaba con él de montura a montura, dejando al otro en la -libre soledad de sus pensamientos. Pero el bravo paleto se despidió en -los Molinos (encrucijada de donde partía el sendero que a sus casas -de la Alberca conducía), y ya solos el cura y el primo de la Condesa, -desencadenó aquel sobre este todo el torrente de su locuacidad. -Difícilmente, apurando sus donaires, logró sacarle del cuerpo alguna -que otra palabra, y conociendo al fin que el motivo de su tristeza no -era otro que el pronto regreso a San Agustín, quiso consolarle con -estas compasivas razones: - ---Créame, señor de Urrea, en Pedralba, a estas horas, estaría usted -soberanamente aburrido. ¿Sabe usted lo que hacen allá desde anochecido -hasta que cenan? Pues rezar, rezar, y rezar que se las pelan, y usted, -hombre de piedad muy problemática, cortesano al fin, chapado a la -modernísima, huirá del santo rezo como los gatos del agua fría. ¡Si -entiendo yo a mi gente... ah!... Verdad que también en San Agustín, -en cuanto lleguemos, rezaré yo el rosario con Valeriana y algunas -vecinas. Pero usted se puede ir con Láinez al casino, y cenar con él, -y volver a mi modesta casa, a la suya, digo, a la hora que le acomode. -En Pedralba, con el último bocado de la cena en la boca, se acuestan -todos a dormir como unos santos. ¡Bonita noche iba usted a pasar allá! -No, señor madrileño, con sus puntas de calavera, y sus ribetes de -escéptico materialista, no está usted forjado en estas costumbres entre -rústicas y monásticas. ¡El campo! ¡Pues poco que le cansará el campo! -Para usted, ponerle de noche en medio de estas soledades, será lo mismo -que si a mí me meten de patitas en un salón de baile. ¿Qué haría yo? -Salir bufando. _Suum cuique_, señor de Urrea. Conque, no le pese venir -conmigo. En el casino, entiendo que hay billar, tresillo, y se habla de -política... lo mismo que en Madrid. - -No consiguió el buen curita consolarle, y el alma del calavera -arrepentido se ennegrecía más conforme se acercaban a San Agustín. -Llegados al pueblo, resistiose a ir al casino. Desde la sala oía el -rezo del rosario en el comedor; durante la cena hizo desesperados -esfuerzos por aparentar alegría, y se retiró a la alcoba, impregnada -del olor de paja. Le dolía la cabeza. - -Interminable y tormentosa fue para él la noche; levantose muy temprano, -acompañó a la iglesia a su digno amigo y anfitrión, y mientras este se -despojaba en la sacristía de las vestiduras sacerdotales, José Antonio -puso en práctica la idea concebida entre dolorosas vacilaciones al -amanecer, resolución que, una vez compenetrada en su voluntad, adquirió -la fuerza de un acto instintivo. Como escolar castigado, que se escapa -del colegio, tomó el caminito de Pedralba, a pie, y al perder de vista -las casas de San Agustín, sintiose más aliviado de su mortal ansiedad, -y con valor para arrostrar lo que por tan atrevido paso le sucediese. -Las nueve serían cuando avistó el castillo, y antes de acercarse, -exploró las tierras circunstantes, dudando si hacer su entrada por el -camino derecho, o por algún atajo. Esto era pueril, y sus vacilaciones, -al término del viaje, denunciaban al colegial prófugo. No viendo a -nadie por aquellos contornos, anduvo un poco más, y su vista prodigiosa -le permitió distinguir desde muy lejos, en una ladera del monte, dos -bultos, dos personas. Con un poco más de aproximación pudo reconocer -a Nazarín y don Ladislao, que estaban cortando leña, y allá se fue, -rodeando un buen trecho, para que no le viera la gente del castillo. -Hablar con Nazarín antes de presentarse a la Condesa, le pareció un -trámite muy oportuno, tras del cual ya vio, con fácil optimismo, -solución satisfactoria. Al llegar junto a los dos leñadores, Nazarín, -que desde lejos le había visto venir, no manifestó sorpresa. Vestía -el cura ropas de Cecilio, calzaba gruesos zapatones, y su cabeza -descubierta recordaba más al procesado del hospital de Madrid que al -sacerdote de la rectoral de San Agustín. - ---¡Hola, don Nazario...! ¿trabajando, eh?... Aquí me tiene usted otra -vez. Pues he venido... ¿Conque cortando leña? - ---Sí señor... Este ejercicio al aire libre me agrada mucho. La señora -Condesa está buena, gracias a Dios. Parece que ha venido usted a pie. - ---Un paseíto. No estoy cansado. - ---Pues no pudimos arreglar el horno: tienen, que venir los albañiles. -La señora me mandó a paseo, quiero decir, a que me paseara, y aquí -estoy ayudando al amigo don Ladislao. - ---Bien, hombre, bien. Pues yo quería... hablar con usted, querido -Nazarín --balbuceó Urrea, abordando el asunto--. Usted es un santo, -digan lo que quieran, y me ayudará a obtener el perdón de Halma, por -haber vuelto acá sin su permiso. - ---La señora es muy indulgente. - ---Pero mi falta es más grave de lo que parece, porque he venido con -propósito firme de quedarme aquí, y no salgo ya de Pedralba si no me -sacan descuartizado. Óigame. - ---¡Hombre, hombre!... señor de Urrea --dijo Nazarín dejando a un -lado el hacha, para consagrarse a oír con calma las confidencias del -parásito corregido. - ---Pues verá usted... Mi prima quiere tenerme en Madrid. Ya está usted -al corriente. Yo era un perdido; ella, con su infinita bondad, maestra -de la virtud y destructora del pecado, me transformó; hizo de mí otro -hombre, hizo de mí un niño; me infundió el miedo del mal, el amor del -bien. Yo no me conozco. La tengo por una madre, y la obedezco en cuanto -mandarme quiera; pero no puedo obedecerla en una cosa... repito que -soy un niño... no puedo obedecerla en la disposición tiránica de vivir -en Madrid, porque lejos de ella me asaltan tentaciones, o llámense -recuerdos, de mi anterior vida mala, y la corrección que tanto ella -como yo deseamos, no se afirma, no puede afirmarse. - ---¡Hombre, hombre...! - ---Ayer vine con propósito de hablarle de este asunto y pedirle que -me dejase aquí; pero no tuve valor para decírselo. ¡Tanta gente -delante...! Convénzase usted de que soy un niño, y de que el antiguo -desparpajo del calavera se ha convertido en una timidez invencible... -Palabra que sí... Pues me dijo que me volviera a San Agustín, y me -volví; el caballo me llevó como una maleta, y hoy, sin darme cuenta -de ello, movido de una irresistible fuerza, me he venido a Pedralba, -me han traído las piernas, que antes se me romperán en mil pedazos, -que volver a llevarme a Madrid. Y yo le pregunto a usted: ¿Se enojará -mi prima? ¿Se obstinará en que viva lejos de ella? Porque ha de saber -usted que he cometido una falta gravísima, una falta en la cual parecen -reverdecer mis mañas antiguas, mi mal corregida perversidad. Verá usted. - ---¿A ver, a ver...? - ---Pues Halma me arregló en Madrid una pequeña industria para que yo -trabajase, y adquiriera, como ella dice, una honrada independencia. -Mientras Halma permaneció en Madrid, muy bien: yo trabajaba, y empecé -a ganar dinero... Pero se va ella, quiero decir, se viene acá, y adiós -hombre, adiós propósitos de enmienda, adiós trabajo y formalidad. Me -entró una murria espantosa; yo no vivía, yo no comía, yo no pegaba -los ojos. Una mañana..., no sé si fue un demonio o un ángel quien me -tentó. ¿Qué cree usted que hice? Pues en un santiamén vendí todos los -trebejos, máquinas, utensilios, papel; realicé, liquidé, y me vine acá. - ---Con propósito de no volver a la Villa y Corte. ¡Pobre señor de -Urrea! Ignoro cómo tomará la señora este arranque. Yo, sin autoridad -para juzgarlo, no lo veo con malos ojos. - ---¡Porque usted es un santo! --exclamó Urrea con ardor, levantándose -del suelo para abrazarle--. Porque usted es un santo, y el ser más -hermoso y puro que hay sobre la tierra, después de mi prima; y el que -diga que Nazarín está loco, ¡rayo! el que se atreva a decir delante de -mí tal barbaridad...! - ---¡Eh... Señor de Urrea, calma, pues creeremos que el loco es usted...! - ---Para concluir, señor Nazarín de mi alma, si usted intercede por mí, -lo primero que debe decirle, después de darle cuenta de mi última -calaverada, el traspaso de los trebejos, es que yo quiero que me -admita aquí como a uno de tantos. Quiero ser un pobre recogido, un -infeliz hospiciano. ¿Que se necesita hacer vida religiosa?... pues -seré tan religioso como el primero. ¿Que se necesita trabajar en estos -oficios rudos del campo? pues José Antonio será el más activo y el -más obediente obrero que ella pueda suponer. Pónganme en el último -lugar; aposéntenme en la cuadra que no se crea bastante cómoda para -las caballerías; rebájenme todo lo que quieran. ¿Qué piden? ¿Humildad, -paciencia, anulación? Pues aquí, bajo su gobierno, sintiendo su -autoridad materna y su divina protección, yo seré humilde, sufrido y -no tendré voluntad. ¿Que habrá que rezar largas horas? Yo rezaré cuanto -ella y usted me enseñen. Las faenas rudas no solo no me asustan, sino -que las deseo, y pienso que han de serme tan útiles para el cuerpo como -para el alma... Y diciéndole usted todo esto, señor Nazarín, como usted -puede y sabe decirlo, yo creo que... ¡Ah! se me olvidaba una cosa muy -importante... - -Diciendo esto, echó mano al bolsillo y sacó una carterita. - ---Aquí está lo que obtuve de la venta de todo aquel material, y del -traspaso de mi negocio. Déselo usted; no vaya a creer que me lo he -gastado de mala manera en Madrid. - ---No, mejor es que lo guarde para entregárselo usted mismo. - ---Pues en broma, en broma, son la friolera de nueve mil y pico de -pesetas, con las cuales _podríamos_ hacer aquí algo de lo que ayer -indicaba don Pascual Amador. - -Dijo el _podríamos_ con acento de ingenua oficiosidad, que hizo sonreír -a Nazarín. - ---No sé --replicó este, incorporándose en el suelo--. Tenga usted -presente, que al instalarse aquí la señora con nosotros, sus pobres -amigos en Dios, sus hijos más bien, ha quebrantado toda relación con -el mundo de allá, para emplear su vida en el servicio de Dios y en -actos de caridad sublime. Podría considerar la señora que usted no es -enfermo, ni pobre, ni necesitado, y que... - ---Que me admitan en concepto de loco --dijo Urrea interrumpiéndole con -viveza. - ---¡Oh, no! para locos, bastante tienen conmigo --replicó don Nazario, -con inflexión humorística, casi casi perceptible. - ---Y como pobre, ¿quién lo es más que yo? Y como necesitado de -corrección, de atmósfera moral... ¡Por Dios, queridísimo Nazarín, no me -quite usted las esperanzas! - ---Aquí no se entra sino con el corazón bien dispuesto para la piedad, -amigo Urrea, y si la señora dejó en las calles de Madrid, como ella -dice, su corona y todos los demás signos del orgullo social, nosotros -debemos arrojar en la puerta de Pedralba las pasiones, los deseos -desordenados, todo ese fárrago que entorpece la vida del espíritu. -Son aquí precisas de todo punto la obediencia a nuestra madre doña -Catalina, y un acatamiento incondicional a sus designios. - ---Nadie me ganará --afirmó Urrea con emoción--, en venerar y adorar a -mi prima, mirándola como lo que Dios nos permite ver de su presencia -en esta tierra miserable. Que me admita, y ninguno, ni usted mismo, me -aventajará en sumisión, ni en considerar a nuestra maestra y señora -como una madre. Si quiere someterme a una prueba de acatamiento, -que no me hable, que no me mire, que me dé sus órdenes por conducto -de usted o de otro cualquiera, y yo viviré calmado y satisfecho solo -con sentirme cerca de ella, bajo su dulce despotismo. Admirándola, -aprenderé el amor de Dios; y su perfección, relativa como humana, me -dará el sentimiento de la absoluta perfección divina. Ella será mi -iniciación de fe; por ella seré religioso, yo que he sido un descreído -y un disipado, y ahora no soy nada, no soy nadie, hombre deshecho, como -un edificio al cual se desmontan todas las piedras para volverlas a -montar y hacerlo nuevo. - ---Bien, señor, bien --indicó Nazarín, impresionado vivamente por esta -declaración, y sintiendo una gran simpatía hacia Urrea--. Ya se acerca -la hora de comer. Bajaré, y hablaré a la señora. Y otra cosa: ¿usted no -come? - ---¿Yo qué he de comer? Mientras usted no le hable, yo no bajo al -castillo. Cuando vuelva, don Nazario, tráigame un pedazo de pan. - ---Espéreme aquí. - ---Y acabaré de partirle aquellos troncos; así voy aprendiendo a -aprovechar el tiempo --afirmó Urrea desembarazándose de la americana y -cogiendo el hacha. - ---Como usted quiera. Adiós. Ladislao, ya es hora: vamos. - - - - -VII - - -Con infantil ardor, alentado por las esperanzas que la mediación de -Nazarín le infundía, el parásito la emprendió con los troncos; pero al -cuarto de hora de estrenarse en el oficio de leñador, tuvo que moderar -sus bríos, porque se sofocaba y un sudor copioso brotaba de su frente. -Luego volvió a la carga, conteniéndose en la medida de sus naturales -fuerzas, y mientras más troncos partía, más vivo era el contento que -inundaba su alma. ¡Ah, pues si le fuera permitido meterse de lleno -en aquella vida! Aprendería mil cosas gratas, como arar, sembrar, -escardar, cuidar aves y brutos, hacerse amigo de la tierra, súbdito -del reino vegetal y campestre. Y no se le haría cuesta arriba en tal -ambiente la vida religiosa, ascética, privándose de todo regalo y hasta -de hablar con gente. No tendría más amigos que los animales, y esclavo -del terruño, conservaría libre y gozoso el pensamiento para elevarlo a -Dios a todas horas del día. En estas cavilaciones le cogió la vuelta de -Nazarín, a eso de la una y media. Cuando le vio venir, con su reposado -paso de siempre, sin anticipar con su mirada albricias ni desengaños, -el corazón se le saltaba del pecho. - ---La señora --manifestó el cura mendigo, cuando estuvo a tiro de -palabra--, dice que baje usted a comer. - ---Pero... - ---Nada, que baje usted a comer. No me ha dicho nada más. - ---¿Sigue usted aquí cortando leña? - ---No, hoy es jueves, y toca explicar la Doctrina a los niños. Aquilina -les ha dado la lección. Cuando la señora tenga organizada la escuela, -todos alternaremos en la enseñanza. - ---Hasta eso haría yo, si ella me lo mandara: domar chicos, y meterles -en la cabeza el a, b, c. ¡Quién me lo había de decir...! En fin, voy. -¿Sabe usted que estoy temblando? ¿Y qué tal? ¿Se enfadó al saber...? - ---Se mostró más compasiva que enojada. - ---Eso ya es buen síntoma. Voy... ¿Y he de ir ahora mismo? - ---Ahora mismo, pues le tienen preparada la comida. - ---No tengo apetito... ¿Y de veras no dijo que soy una mala cabeza?... -¡Oh, qué bondad, qué santidad, Dios mío! ¡Ni siquiera recriminarme! -¿Cómo no adorarla lo mismo que al Dios que está en los altares? Nada, -verá usted cómo me perdona, y me admite, y... El corazón me dice que -sí. Procede como la Divinidad, la cual, según ustedes, concede todo -lo que se le pide con fe y compunción. Yo tengo fe en ella, querido -Nazarín, y derramo lágrimas del alma solo por sentirme bajo su divino -amparo. Vamos allá, que seguramente usted, que es también santo, habrá -intercedido gallardamente por este infeliz. Lo dicho, dicho: el que se -atreva a sostener que Nazarín está loco, se verá con José Antonio de -Urrea. No lo tolero... mi palabra que no... - ---Sea usted juicioso, amigo mío. - ---¡Locura la piedad suprema, locura la pasión del bien ajeno, locura -el amor a los desvalidos! No, no... Yo sostengo que no, y lo sostendré -delante del cura y del juez y del Obispo y del Papa, y del mundo entero. - ---No alborotarse, y vaya comprendiendo que en Pedralba no se disputa, -ni se sostienen opiniones más que por quien puede y debe hacerlo. Los -demás, a obedecer y callar. ¿Usted qué sabe si yo soy loco o soy cuerdo? - ---¿Pues no he de saberlo? - ---Ea, basta... Vamos pronto, que la señora nos aguarda. - -Bajaron, y cuando Urrea entró en la casa y en el comedor más muerto que -vivo, lo primero que le dijo su prima, poniéndole la comida en la mesa, -fue: - ---Pero, hijo, estarás desfallecido. ¿Por qué no bajaste a comer con -Nazarín y don Ladislao? - -Echose Urrea de rodillas a sus pies, diciendo con trémula voz que él -no probaría bocado mientras no recibiera el perdón que humildemente -solicitaba. - ---Eres un niño --le dijo Halma--. Come, y después hablaremos... Pero -como eres un niño grande, y con resabios mañosos, hay que sentarte un -poquito la mano. Come con calma, pobrecito... ¿Tú quieres hierro? Pues -hierro. Yo no contaba contigo para esta vida, porque nunca creí que la -resistieras. Se hará la prueba con todo el rigor que exige tu pasado y -las malas costumbres que todavía conservas. - -Comiendo y suspirando, por momentos risueño, por momentos conmovido -hasta derramar lágrimas, José Antonio le dijo que por grande que fuera -el rigor de la prueba, no lo sería tanto como su energía y tesón para -resistirla, y que a todo se hallaba dispuesto con tal de vivir bajo la -santa autoridad de Halma. No le arredraban las cuestas por agrias que -fuesen. ¿Cuesta religiosa? pues a ella. ¿Cuesta de trabajos rudos, como -de presidiario? pues a ella. - -Como llegara don Pascual Amador, se habló de otros asuntos. Iba el -paleto hidalgo a llevar a la señora unos documentos de la Alcaldía de -Colmenar para que los firmara, y se despidió después de tomar un vasito -de vino. - ---Don Pascual --le dijo Halma, entregándole la cartera que poco antes -le había dado su primo--. Hágame el favor de guardarme eso. Son... - ---Nueve mil seiscientas cincuenta --apuntó Urrea. - ---No lo necesitaré --añadió la Condesa--, hasta que emprenda la -roturación del prado grande. Porque me decido, señor don Pascual, me -decido. Hay que sacar del suelo de Dios todo lo que se pueda. La huerta -la empezaremos el lunes, rompiendo la tierra con los brazos que aquí -tengo. Mire usted, mire usted qué obrerito se me ha entrado por las -puertas... - -Celebró mucho Amador los nuevos propósitos de la señora, que -concordaban con sus ideas del fomento de Pedralba, y partió a vigilar a -los jornaleros que tenía en la Alberca. - ---Para hacer boca --dijo Catalina al neófito--, me vais a desescombrar, -entre tú y los sobrinos de Cecilio, las ruinas estas, hasta descubrirme -el suelo. - ---Ahora mismo. - ---Ten calma. Esta tarde vas al cuarto bajo de la torre, donde -provisionalmente tenemos la escuela, y oirás la explicación de la -Doctrina Cristiana... Como has estado cortando leña, esta noche tendrás -unas agujetas horribles. Descansas, y mañana, a lo que te he dicho, -como preparativo para faenas más penosas. - ---Para mí no hay nada difícil estando aquí. - ---Vivirás en la otra casa, con Cecilio. Esta noche arreglarás tu -cama en el pajar, como Dios te dé a entender. ¿No has dormido tú -nunca sobre un montón de paja? Yo sí, allá muy lejos de España... y -en aquellos días de abandono y miseria, me pareció el colmo de la -incomodidad y de la humillación. Hoy me sería indiferente. - ---Me instalaré muy gustoso en el pajar. - ---Esta noche, en la nota de los encargos que ha de traer de Colmenar -el tío Valentín, pondremos: un chaquetón de paño pardo para ti, unos -zapatos gruesos, de lo más grueso que haya, una faja, una montera... -Verás qué elegante estás. Como en tu domicilio no hay espejo, podrás -mirarte en el charco de la fuente. Y cuando venga la pareja de bueyes, -aprenderás a uncirlos, a manejarlos. ¿Sabes tú lo que es un arado, y -el peso que tiene? Pues ya te irás enterando. Comerás con nosotros, -pues aquí no debe haber más que una mesa para todos los habitantes de -la ínsula. Día llegará en que Cecilio y su gente, y el tío Valentín, -comamos reunidos. Mañana, si las agujetas no te estorban mucho, después -que hayas tomado el tiento a las piedras de las ruinas, vuelves a -partir un poquito de leña... No quiero que estés ocioso ni un momento. -La prueba tiene que ser seria, para que yo pueda formar de ti un juicio -seguro, y te considere capaz o incapaz de compartir nuestra vida. Pues -aguárdate, que luego vendrán los ejercicios religiosos, el madrugar -con el alba, las mortificaciones, la asistencia de enfermos... ¡Ah! -todavía no te has hecho cargo de la gravedad de lo que deseas y pides. -Tú, hombre de salones, hombre sin principios, inteligencia demasiado -sensible a la actualidad, a lo nuevo y reciente, te has dejado influir -por esas rachas de ideas que vienen del extranjero, lo mismo que -las modas del vestir, del comer y del andar en coche. Te cogió la -ventolera religiosa, que suele soplar de vez en cuando, lanzada por -las tempestades que recorren furiosas el mundo, y ya tenemos a Urreíta -delirando por lo espiritual, como deliraría por un autor nuevo, o por -la última forma de sombreros o trajes. Y te vienes acá con una piedad -de _aficionado_, que no es lo que yo quiero, ni nos hace falta ninguna. - ---No es eso, no es eso --replicó José Antonio con acento persuasivo--. -Yo quiero creer, yo anhelo parecerme a ti, conservando la distancia -entre mi monstruosa imperfección y tu... - ---Basta: no me gusta la palabrería lisonjera. - ---Mi aspiración es volver a empezar, más claro, volver a nacer. Me he -muerto; resucito hijo tuyo, y esclavo tuyo. Encárgame de los oficios -más bajos y humillantes, y en cosas de religión lo más difícil. -¿Asistir enfermos has dicho? Nazarín me enseñará. - ---En eso y en otras muchas cosas, buen maestro tuyo y mío puede ser. - -En esto pasó Nazarín por delante de la ventana del comedor, cambiadas -ya las ropas de leñador por las de cura. Iba al ejercicio de Doctrina, -y ya los rumores de algazara infantil anunciaban que la familia menuda -se reunía en la sala provisionalmente destinada a escuela. - ---Allá voy yo también --dijo Urrea viéndole pasar--. Quiero ser como -los pequeñitos. Verdaderamente, ese hombre me parece divino, y por él, -por la influencia que sin duda tiene en ti, he conseguido tu perdón. -¿Qué te dijo, qué razones alegó en mi favor? - ---No hizo más que contarme lo que habías hecho. - ---¿Y tú...? - ---Le pedí su parecer sobre la resolución que debía tomar contigo. - ---¿Y él...? - ---Me dijo que debía admitirte. - ---¡Prima mía --exclamó Urrea con exaltación, braceando por alto--, al -que me diga que ese hombre está loco, le mato!... ¡ah, no! - -Llevose la mano a la boca como para contener la palabra, y volver a -meterla para adentro. - ---No, no le mato, dispensa. Pero le... Tampoco... Lo que haré será -decir y proclamar, contra la opinión de todo el mundo, que no es -demente, que no puede serlo, que el mayor de los contrasentidos sería -que lo fuese... Y tú crees lo mismo, Halma, no me lo niegues: tú crees -lo mismo. - ---¿Tú qué sabes?... Silencio, y a la Doctrina. - ---Voy. - - - - -QUINTA PARTE - - - - -I - - -Durante tres, cinco, diez, no sé cuántos días, corrieron los sucesos -mansamente y como por carriles en el castillo de Pedralba, y sus -campos y montes circunstantes, notándose en todo, cosas y personas, -el impulso que les diera con firme mano la organizadora de aquella -singular familia. Pero aún faltaba mucho para que la idea total de la -noble señora se viera íntegramente realizada, porque las deficiencias -de local no podían remediarse pronto, y en diversos detalles de -organización surgían a cada instante obstáculos que solo la constancia -y buena voluntad de todos vencerían al cabo. La roturación de la huerta -dio mucho que hacer, por la dureza del terruño y por la dificultad de -dotarla de aguas. Como no era fácil ni económico traerla de la fuente -por un viaje de arcaduces, se abrió un pozo, en cuya excavación no -fue preciso ahondar más que veintitantos pies para encontrar agua -abundante. A las dos semanas de empezadas las obras, ya había varios -bancales plantados de arvejas, alubias, coles y otras hortalizas de -ordinario consumo. Provisionalmente se cercó la huerta con piedra y -espinos. La pareja de bueyes no se hizo esperar, y a los tres días de -aquellos trajines, ya sabía Urrea manejar a los pacientes animales, -como si les hubiera tratado toda la vida. Pronto les tomó cariño, y no -habría cambiado su compañía silenciosa por la de amigos de la especie -humana, como tantos que había conocido en su primera vida. - -Las faenas más rudas no abatían el ánimo del calavera arrepentido: el -constante y metódico ejercicio corporal, si al principio le causaba -fatiga, no tardó en fortalecerle. La idea de ser hombre nuevo se -arraigaba tanto en su conciencia, que creyó haber criado nueva sangre, -echado nuevos músculos, y hasta que le habían sacado todos los huesos -viejos, para ponérselos flamantes. De su apetito no digamos: no -recordaba haberlo tenido igual desde la infancia. Muchos días comía en -el monte con el pastor, o con los sobrinos de Cecilio (de quienes se -hablará después); y aquella pitanza frugal y sabrosa, que le llevaban -en un pucherete Aquilina, Beatriz, o la misma Condesa, le sabía mejor -que los más refinados manjares de las mesas cortesanas. Pues cuando -improvisaban cena o almuerzo al aire libre, cocinando con escajos y -palitroques, sobre un trébede, en la sartén del pastor, unas rústicas -migas o cosa tal, el hombre gozaba lo indecible, y daba gracias a -Dios por haberle llevado a la vida salvaje. ¡Y luego el sosiego del -espíritu, la paz de la conciencia, la seguridad del mañana...! Nada -podía compararse a semejantes bienes, nuevos para él. Todo cuanto -del mundo conocía, de un orden distinto radicalmente, parecíale una -pesada broma del destino. Porque la vida de ciudad, durante los años -que a veces sin razón se llaman floridos, de los veinte a los treinta, -¿qué había sido más que suplicio sin término, humillación, ansiedad, -y cuanto malo existe? ¡Bendito salvajismo, bendita barbarie, que le -permitía lo más elemental, vivir! - -Los Borregos, que así nombraban a los dos sobrinos de Cecilio, -trabajadores a jornal en la finca, fueron los primeros compañeros de -vivienda del improvisado salvaje, y no tardaron en ser sus amigos, -maestros también en todo aquel rústico manejo. Más bárbaros no los -había criado Dios; pero tampoco más sencillotes ni de corazón más noble -y sano. Al principio, la epidermis moral de Urrea se lastimaba un poco -al rozarse con la corteza dura de aquellos infelices; pero no tardó en -criar callo, y si él al contacto se endurecía, los otros indudablemente -se suavizaban. Por las noches, al tumbarse sobre la paja rendidos, en -el breve rato que al sueño precedía, charlaban los tres, explicándose -cada cual según sus luces, y allí vierais confundida la barbarie y -la cultura, el fácil discurso y la jerga torpe, la inteligencia y la -superstición. El Borrego mayor, chicarrón de veintidós años, despuntaba -por su guapeza descocada y algo insolente; no solo se conceptuaba -hombre capaz de medirse en buena lid con el más pintado, sino que en -lo tocante al oficio de labrador no daba su brazo a torcer ni a los -más peritos. Todo se lo sabía; jactábase de conocer los secretos de la -tierra y de la atmósfera. Planta que él hincara en el suelo, de fijo -arraigaba y crecía como ninguna. Había inventado sin fin de reglas -de fisiología vegetal, de las cuales ni una sola fallaba, según él, -en la práctica. Sobre la fecundación, sobre las épocas de siembra y -trasplante, y la influencia misteriosa de las fases de la luna en la -vida de las plantas, contradecía con el mayor descaro el criterio de -los labradores viejos, defendiendo el suyo con arrogante terquedad. -A Urrea le encantaba este carácter inflexible, tenaz, basado en un -furibundo amor propio. Y más de una vez se preguntó: «En otra esfera, -con otra educación, Bartolomé, ¿qué sería?» El segundo Borrego era lo -contrario de su hermano, humilde, de voluntad perezosa, que fácilmente -se amoldaba a la voluntad ajena, corto de palabras, algo melancólico, -curioso y preguntón. Gustaba de que le contaran guerras, aventuras y -sucesos extraordinarios, y se enloquecía con las estampas, toda suerte -de muñecos pintados, aunque fueran los de las cajas de cerillas, que -le parecían tan hermosos como a nosotros los cuadros de Rafael y -Velázquez. Y Urrea se decía: «Isidrico en otra esfera y educado como -los muchachos finos, ¿qué sería?» - -Con estas reflexiones estudiaba José Antonio la Humanidad, al paso -que obtenía de la observación de la Naturaleza útiles enseñanzas. En -su anterior vida, no se había fijado en multitud de fenómenos que -le causaban maravilla. Hasta el cielo estrellado, en noches claras -y sin nubes, atraía su atención como cosa nueva y desconocida. Lo -había visto, sí, infinitas veces; pero nunca lo había visto tan bien, -ni recreádose tanto en su hermosura. Con esto, nuevas ideas iban -sustituyendo a las antiguas, que al modo de hoja seca se caían y eran -arrebatadas por el viento. Y todo el nuevo retoño cerebral venía -fuerte, anunciando una foliación y florescencia vigorosas. Él no cesaba -de repetirlo: era como nacer dos veces, la segunda por milagro de Dios, -en edad de hombre, conservando el recuerdo de la primera encarnación -para poder comparar, y apreciar mejor las ventajas de la segunda. - -Pocas veces tenían ocasión de hablarse Halma y su primo en aquellos -comienzos de la vida rústica, porque él trabajaba lejos de la casa. -Por la noche, después del rosario, o si cenaban en comunidad, la -señora le exhortaba en pocas palabras a seguir en aquel ordenado -comportamiento. Esto y los saludos de ritual, cuando por acaso se -encontraban en el campo, eran su única relación de palabra. Pero en -espíritu, Urrea no la separaba de sí: noche y día pensaba en ella, o -se la imaginaba, transfigurándola a su antojo. Nada más grato para -él que apreciar en los actos y expresiones de sus compañeros el gran -respeto que la señora les inspiraba. Y de tal modo en él mismo se había -fortalecido aquel respeto, que cuando la veía venir, se turbaba como un -chiquillo vergonzoso. Y por mucho que se estimara en su nuevo estado de -conciencia, cada día sentía crecer la distancia entre ambos, porque si -él se elevaba, ella subía desaforadamente. - -No eran pasados quince días de aprendizaje, cuando el novicio recibió -por Nazarín órdenes de trasladar su residencia. El buen clérigo -peregrino había estado tres días en San Agustín, acabando de extractar -el divino libro de la Paciencia, con empleo casi sublime de la suya, y -de vuelta a Pedralba, hizo limpieza, sin auxilio de nadie, de los dos -aposentos de la torre. Allá se estuvo toda una mañana, blanqueando las -paredes, lavando los pisos de baldosín, y extrayendo como podía cuanta -mugre había en los rincones. - ---Aquí estarás mejor que allá --dijo a Urrea por la noche, dándole -posesión de su nuevo domicilio, y mostrándole cama limpia y bien -mullida, y los muebles de madera relucientes--. Esto, querido Urrea, lo -hago por ti, que estás acostumbrado a la primera de las comodidades, -que es el aseo. Aquí la señora nos enseña a ser nuestros propios -criados, y yo te doy el ejemplo... - ---¡Vaya un ejemplo! Me lo da usted contrario, haciéndose mi sirviente. - ---No, bobito. Lo que yo hago esta semana, lo harás tú la próxima. - -Nazarín le tuteaba desde los primeros días, porque era en él añeja -costumbre. Poco fuerte en tratamientos, no abandonaba la forma familiar -más que ante personas de muchísimo respeto, como la Condesa, don -Remigio y otros tales. - ---Bueno --dijo el neófito--, yo no veo aquí más que una cama. ¿Acaso -tiene usted la suya en ese mechinal de al lado, junto a la escalera de -piedra? - ---Eso que llamas mechinal es un aposento precioso. Pasa y examínalo. -Tiene el suficiente espacio para mi lecho, que es esta tarima -forradita en una manta... ¿ves? ¡Qué lujo, qué gala!... y como yo, -aquí, no he de dar bailes, no necesito más cabida. ¿Ves? echadito en mi -tabla, con la cabeza toco en la pared de acá, y aún me falta una tercia -para tocar con los pies en la de enfrente. ¡Y si vieras qué abrigado es -esto! Lo que tiene es que en obscuridad compite con la boca de un lobo; -pero como yo no estoy aquí durante el día, y de noche puedo encender -luz, si quiero, me acomodo tan ricamente. En peores alcobas y camas he -dormido yo mucho tiempo. - ---Ya lo sé. Por eso está usted como está, y le tienen por hombre sin -seso. En fin, si ha de haber penitencias y privaciones, dénmelas a mí, -y verán qué pronto las acepto. - ---¡Penitencias, privaciones! Dios te las irá mandando cuando menos lo -pienses. Por el pronto, ¿no dices que te gustaba la holgada libertad -del pajar? Pues fastídiate. Ya no vuelves allá. ¡Aquí, en la torre, -preso! aguantando mis sermones, si se me ocurre endilgarte alguno, -rezando conmigo, sí señor, todo lo que a mí me dé la gana. - ---A eso estamos, padre Nazarín; pero en esta casa de la igualdad, -debemos alternar en las comodidades, digo, en las mortificaciones. -Una noche duermo yo en la cama y usted en la tarima, y a la noche -siguiente, cambiamos. - ---Eso lo veremos. No hay tanta igualdad como crees, ni debe haberla. -Por de pronto, yo estoy por encima de ti en edad, saber y gobierno, y -si te mando dormir en cama blanda, tendrás que fastidiarte. - -Al volver de cenar en el castillo, y antes de recogerse, charlaron otro -poco. - ---Pepe --le dijo Nazarín, sentándose en su tarima--, ¿sabes una cosa? -Después de cenar, mientras saliste a fumar tu cigarrito, la señora me -encargó que te advirtiese... - ---¿Qué? - ---Nada, no te asustes... ¡Si creerás que es algo de cuidado!... Y si -lo es, hijo, yo no lo sé... Pues que te advirtiera que si mañana, o -pasado, vamos, don Remigio y el señor de Amador te dicen alguna cosa -desagradable, algo que te lastime, procures no incomodarte. Tú no has -aprendido aún a sofocar la cólera, y en eso has de poner mucho cuidado, -José Antonio, porque la cólera es pecado muy feo. Ya sabes que cuantos -vivimos aquí hemos de ser sufridos, mansos y afrontar con semblante -sereno la ofensa, el ultraje mismo. Esto tienes que aprenderlo, Pepe, y -probar tu paciencia en la práctica, en la realidad. Si no, estás de más -en Pedralba. - ---¿Pero qué es eso que me van decir el cura y Amador? ¡voto al hijo de -la Chápira! --gritó Urrea, disparándose. - ---Temprano empiezas --dijo Nazarín acercándose al lecho en que el otro -acababa de tumbarse--. ¡Pero, hombre, te estoy amonestando...! - ---¡A mí!... ¡decirme a mí!... ¿Pero qué? - ---¿Lo sé yo acaso, hijo de mi alma? - ---¡Oh! usted lo sabe, padre Nazarín, y si no, lo adivina, porque usted -lee en el pensamiento de las personas, y penetra las más recónditas -intenciones. - ---Que no sé, te digo... Cumplo mi encargo, y me callo. La señora -me manda advertirte que, oigas lo que oyeres, no te enfurezcas, ni -siquiera muestres enfado. Ella lo manda, Pepe. - ---Pues si ella lo manda, antes me vea muerto que desobediente... -Pero no sé, querido Nazarín, no sé lo que me pasa. Con lo que usted -me ha dicho..., siento que mi ser antiguo rebulle y patalea, como si -quisiera... ¡Ay! no se vuelve a nacer, ¿verdad? No muere uno para -seguir viviendo en otra forma y ser. Un hombre no puede ser... otro -hombre. - ---Indudablemente... uno no puede ser otro --dijo el apóstol sonriendo -benévolamente--. No canses tu cerebro con sutilezas. Déjalo descansar -en el sueño. - ---No podré dormir. - ---Rezaremos. Te contaré cuentos. Te arrullaré como a los niños. - ---Ni aun así dormiré... Mi tristeza, no sé qué punzante inquietud me -desvela. - ---Yo no quiero que estés triste, Pepe. Imítame a mí, que siempre vivo -en una alegría templada. - ---¡Oh, si pudiera...! Y no solo la tristeza. Paréceme que tengo fiebre. -Yo voy a caer malo. - ---Si caes malo --replicó el curita manchego, clavando en él una mirada -penetrante--, yo te cuidaré... y te salvaré de la muerte. - ---¡La muerte...! --exclamó Urrea con abatimiento, cerrando los ojos--. -¿Para qué defenderse de ella, cuando es la mejor, la única solución? - ---No te cuides tú de tu muerte. Dios se cuidará de eso. Ahora, hijo -mío, a dormir. - ---A dormir, sí... ¿Usted lo manda? - ---Lo deseo... - -Callaron, y poco después Urrea dormía, teniendo por guardián vigilante -a Nazarín, el cual, sentado junto al lecho, rezaba entre dientes. - - - - -II - - -Al día siguiente, hallándose el salvaje en la huerta, sintió el trote -de un caballo. Creyendo que se aproximaba don Remigio, miró con -sobresalto. Pero no; era Láinez, el médico de San Agustín, que iba -dos veces por semana a Pedralba, a celebrar consulta para todos los -pobres circunvecinos. Habíale ajustado la señora para este servicio, -temporalmente, mientras se arreglaba la instalación de un médico fijo -en la casa, para visitar y asistir a los enfermos de todo el término. -Se conocían los días de Láinez en que desde el amanecer asomaban por -aquellos vericuetos innumerables personas de cara hipocrática, lisiados -y cojos, unos con los ojos vendados, otros con la mano en cabestrillo, -este llevado en un carro, aquel arrastrándose como podía. La consulta -duraba toda la mañana, y por la tarde visitaba el doctor, por encargo -expreso de la Condesa, a los enfermos que vivían más próximos. - -Saludó Urrea cortésmente al médico cuando a su lado pasó, y estuvo -por preguntarle: «¿Tiene usted que decirme algo por encargo de don -Remigio?» Pero como Láinez no hizo más que contestar fríamente al -saludo, volvió el joven a su trabajo, silencioso y triste: «Vamos a -platicar un poquito con la tierra» --se decía, moviendo con fuerte -brazo la pala o el azadón. Y era verdad que hablaban tierra y hombre, -él contándole sus penas, ella diciéndole algo de sus misterios -impenetrables. Pero como la tierra es tan discreta, que no revela nada -de lo que con ella hablan ni los muertos ni los vivos, ignoro lo que se -comunicaron hombre y tierra. - -Por la tarde, salieron juntos Láinez y Amador. Urrea les miró alejarse, -dejando a las caballerías andar al paso. «De fijo hablan de mí» --se -dijo, mirándoles de lejos. Era una corazonada, un rasgo de adivinación -de los que no fallan, por misteriosa connivencia de los fluidos que al -parecer nos rodean. «Hablan de mí --volvió a decir José Antonio--, y -hablan mal. Tan cierto es esto, como que me alumbra el sol.» Y tornó -a contarle sus cuitas a la arcilla, teniendo por órgano a la pala, y -al revolver los esponjados terrones, y verlos quebrarse al sol, oía de -ellos vagorosas respuestas. - -Amador y Láinez, alejándose despacito de Pedralba, hablaban del neófito -lo que este no podía saber ni aun preguntándoselo al terruño. - ---Pues verá usted --dijo el paleto hidalgo-- lo que pasó. El señor -Marqués de Feramor me mandó a decir con Alonso que si iba por Madrid, -no dejase de pasar a verle. Fui el lunes, como usted sabe, y don -Paquito me contó lo escandalizada que está toda la grandeza por -haberse colado aquí ese perdido de Urreíta. Allá creen que no viene -más que a engañarla, y sacarle el poco dinero que tiene, figurándose -religioso contrito, y embaucándola con santiguaciones, y farsas de -vida labradora. Yo creo lo mismo, amigo Láinez, porque el tal está tan -arrepentido como mi jaco; es hombre de historia sucia, y el primer -trapisonda de Madrid. Aquí nosotros, los buenos amigos de mi señora -la Condesa, los que estimamos y conocemos sus _inminentes_ virtudes, -debemos abrirle los ojos, para que vea el dragón que se le ha metido en -casa... - ---De eso se trata, amigo Amador --dijo el médico, hombrecillo de figura -mezquina, con un bigote atusado y gris, que parecía pegado con goma, -ojos mortecinos, cara rugosa, cabeza deforme y con poco pelo en el -occipucio--. Don Remigio ha recibido cartas de su tío don Modesto Díaz, -y de ello resulta que el tal Urrea es un histrión... - ---¿Un qué...? - ---Un histrión, que es lo mismo que decir un cómico. Finge sentimientos, -estados peculiares del ánimo, hace sus comedias con labia y mímica -perfectas, y ahí le tiene usted dando la castaña al lucero del alba... -Pues sí señor. No me gustó ese sujeto, la primera vez que le eché la -vista encima, y ha seguido... no gustándome. Es uno un poco lince, y ha -visto muchas monstruosidades de la materia y del espíritu... Pues verá -usted. Hablamos de esto don Remigio y yo... Naturalmente, Remigio es el -más abonado para... - ---Para llevar el gato al agua. - ---Y llamar la atención de la Condesa sobre el culebrón a que ha -dado abrigo en su seno --dijo Láinez, quedando muy satisfecho de la -figura--. Anteayer, Remigio soltó las primeras puntadas; pero la -señora, según él cuenta, le oyó con disgusto, y tuvo la generosidad, -¡parece increíble! de asegurar que su primo es un hombre de bien. - ---¿Sí?... pues no se libra de un sablazo gordo, o de otra cosa peor... -porque ese no es de los que se van sin algo entre las uñas. - ---Para mí ha venido con un fin interesado --dijo el doctor mirando -fijamente al otro caballero--, y si me apuran, añadiré que con un fin -siniestro... - ---¡Hombre, tanto no! - ---Se verá... Al tiempo. - -Llegados al sitio de separación, se detuvieron para concertar el día y -hora en que debían reunirse con don Remigio para convenir en la forma y -manera de ilustrar mancomunadamente a la señora de Pedralba sobre punto -tan delicado. Puestos de acuerdo, cada cual siguió su camino. - -Y dos días después, hallándose Urrea en el monte, vio venir tres -hombres a caballo por el sendero de San Agustín. A pesar de la -distancia enorme a la cual se detuvieron, su vista prodigiosa les -conoció al instante, y el corazón le dio un tremendo vuelco. Con -furia insana descargó tremendos golpes sobre el tronco del árbol que -partiendo estaba, y el leño, en el gemido que parecía exhalar al -recibir el hachazo, le decía: «Hablan de ti, y hablan mal.» - -Urrea les miraba, suspendiendo a ratos su tarea para volver a ella con -terrible ímpetu muscular, y le decía al tronco: «En tu lugar quisiera -coger a los tres.» Observó que cerca de la finca, los jinetes se -detenían, cual si tuvieran algo importante que discutir y concertar -antes de meterse en Pedralba. - -Don Remigio, alzándose nervioso sobre los estribos, y tan poseído de su -asunto como si en el púlpito estuviera, les dirigió esta retahíla, que -más bien arenga o sermón debía llamarse: - ---Señores y amigos, la cosa es grave, y es nuestro deber acudir -prontamente al remedio, auxiliando con desinteresado consejo a la -persona que tantos bienes ha traído a esta mísera tierra. Evitemos que -las intenciones de la santa Condesa sean defraudadas por un libertino. -Si yo le hubiera conocido, cuando por primera vez llegó a San Agustín, -habríale cortado el paso de Pedralba... ¡Ah, conmigo no se juega! -Pero yo estaba en la mayor inocencia respecto a ese caballerete, y le -agasajé en mi modesta casa, y le traje aquí. En la misma inocencia -candorosa vivían ustedes, mis buenos amigos, hasta que al fin, los -tres, por noticias fidedignas, hemos caído a un tiempo de nuestros -respectivos burros. Ahora bien... - ---Permítame un momento el señor cura --dijo Amador, acordándose de -una idea que debía ser agregada a los autos--. Una palabra nada más: -lo que tiene indignado al señor Marqués, a la familia, y a todos los -títulos de Madrid, es que, habiéndole dado a doña Catalina su legítima -sin merma ni descuento... Porque han de saber ustedes que parte de la -tal legítima había sido consumida por la señora allá en tierras del -Oriente. Pues bien: el señor Marqués, por darle gusto a don Manuel -Flórez, que era un alma de Dios, no quiso descontar los suplidos, y -entregó a su hermana el total de la herencia, o sean cuarenta mil y -pico de duros, creyendo que iba a ser empleado en obras de la religión -bendita... ¿Qué resultó? Que a los pocos días de entregarle el caudal, -este pillo de Urrea le sacó un _óbolo_ de cinco mil duros... Lo que -digo, la Condesa es un ángel, y como ángel no debiera andar suelto. -Opino yo que a los ángeles... - ---Ya sabíamos lo de los cinco mil duros --dijo don Remigio, anhelante -de recobrar la palabra--. Lo que ustedes no saben es que poco antes de -venir la señora a Pedralba, ese aventurero le proponía una contrata -para traer acá las cenizas del Conde de Halma, encargándose él de todo -por otros cinco mil pesos. - ---Es un punto terrible --indicó Amador--. El Marqués dice, y tiene -razón: «doy mis intereses para el cultivo de la fe y el fomento de la -caridad, mas no para que un perdido se ría de Dios, de mi hermana y de -mí». - ---Muy bien dicho --prosiguió el cura, cogiendo la palabra con propósito -de no soltarla más--. Pues yo, que por añeja costumbre dialéctica, me -voy siempre derecho a las causas, y cuando veo un mal, busco el origen -para atacarle en él, lo mismo que hace Láinez con las enfermedades, -en este caso, advirtiendo que corren sucias las aguas, me voy al -manantial, y... en efecto, allí veo... En fin, señores, que todo lo -malo que advertimos en Pedralba, proviene de los vicios de origen, -de la defectuosa fundación. La idea de la señora Condesa es hermosa, -pero no ha sabido implantarla. La primera deficiencia que noto aquí -es que no hay cabeza. Y esto no puede ser. Para que la institución -marche, y se realice el santo propósito de la Condesa, es preciso que -al frente del establecimiento haya un director, y para que tenga mucha -autoridad, conviene que el tal director sea un eclesiástico. Declaro -que no tendría yo inconveniente en desempeñar la plaza, a pesar del -mucho trabajo y responsabilidad que puede traer consigo. Procuraría dar -ejecución práctica y visible a las ideas, a los elevados sentimientos -de caridad de la santa señora, y, modestia a un lado, creo que no me -sería difícil conseguirlo... Redactaría constituciones, en las cuales -derechos y deberes estuvieran muy claritos. Marcaría la raya entre lo -espiritual, _prima facies_, y lo temporal, que es lo secundario... -Daría denominación al instituto, estableciendo un distintivo, el cual -podría ser una cruz o varias cruces, de este o el otro color, que yo -llevaría cosidas en mi manteo... y si no yo, quien quiera que aquí -mandase con el nombre de Rector, Mampastor, o Guardián... Pero si es mi -propósito convencer a nuestra amiga de la necesidad de una dirección, -no está bien, ya lo comprenden ustedes, que yo a mí mismo me proponga -para ese modesto cargo. Y no es ambición, conste que no es ambición: en -último caso sería sacrificio, y de los grandes; pero a esas estamos. De -modo que si la señora, por inspiración divina, admite mis razones, y me -designa, no tendré más remedio que bajar la cabeza, con beneplácito del -señor Obispo, y mientras Su Ilustrísima no creyera conveniente disponer -de mi inutilidad para una parroquia de Madrid. - -Asintieron los otros dos con monosílabos. La cara de don Remigio echaba -chispas. - - - - -III - - ---Pues si el señor cura me promete no enfadarse --dijo Láinez después -de una pausa, en la cual se aseguró bien de sus ideas--, me permitiré -manifestarle que si apruebo lo de la dirección, pues sin dirección, o -llámese cabeza, no hay nada, no estoy de acuerdo con que el director -sea sacerdote. Que haya un eclesiástico, o dos, o veinticinco, para lo -pertinente al gobierno espiritual, muy santo y muy bueno. Pero, o yo no -sé lo que me pesco, o la señora Condesa ha querido fundar un instituto -higiénico, hablando más propiamente, un sanatorio médico-quirúrgico, -con vistas a la religión. - ---¡Hombre! - ---Déjeme seguir: El socorro de la indigencia, el alivio del dolor -humano, la asistencia de los enfermos, la custodia de los locos, la -práctica, en fin, de las obras de misericordia, da una importancia -desmedida al _elemento_ médico-quirúrgico-farmacéutico. Yo soy muy -práctico, reconozco la importancia del _elemento_ sacerdotal en -un organismo de esta clase; es más, creo que el tal _elemento_ es -indispensable; pero la dirección, señores, opino, respetando el parecer -del señor cura, opino, entiendo yo... que debe ser encomendada a la -ciencia. - ---¡Hombre, por Dios, no sea usted...! - ---Permítame... - ---No, si no es eso. Equivoca usted los términos... - ---¡Vaya, hombre! Yo concedo... - ---¡La ciencia! Medrados estaríamos... - ---Yo concedo... - ---Distingamos, señores... - -Y un rato estuvieron los tres quitándose uno a otro la palabra de la -boca, y tiroteándose con pedazos de expresiones. - ---Yo concedo --dijo Láinez, consiguiendo al fin acabar una frase--, que -la piedad, la fe sean el corazón de este organismo; pero la cabeza no -puede ser más que la ciencia. - ---¡Potras corvas! que alguna vez me ha de tocar a mí --gritó Amador -furioso, viendo que don Remigio rompía nuevamente, y que no había -manera de atajarle--. ¿Digo yo, o no digo mi parecer? Porque si ustedes -se lo parlan todo, ¡caracoles! estoy aquí de más... Pues entro en el -ajo como tercero en discordia, y digo que los señores _propinantes_ -barren para dentro, cada cual mirando por su casa y oficio, este para -la Iglesia, este para la Facultad. Pues yo digo que ni lo _juno_ ni lo -_jotro_, ¡caracoles! y que la dirección debe ser administrativa, lo -dicho, administrativa. Porque aquí lo primero es asegurar la olla para -todos, y no se asegura la olla sino trabajando la tierra, y sabiendo -después cómo se distribuye el fruto entre estas y las otras bocas. -Bueno que tengamos el _elemento_ tal..., religión, bueno; el _elemento_ -cual..., medicina, bueno. Pero para que estos puedan concordarse -y vivir el uno enclavijado en el otro, se necesita del _elemento_ -primero, que es el trabajo, el orden, la cuenta y razón, la labranza -de la tierra, y esto no puede hacerlo la Iglesia ni la Facultad. ¡Ah! -como ustedes no le saquen su fruto a la tierra, a fuerza de machacar -en ella, ¿con qué potras van a sostener la institución? ¿de dónde -van a salir estas misas? En Pedralba, lo primero es poner la finca -en condiciones, pues... Hoy da cuatro; debe y puede dar cuarenta, y -cuando los dé, vengan pobres, y vengan tullidos, y dementes, y tiñosos, -y ciegos, para sanarlos a todos. Lo demás, es andarse por las ramas, -y empezar las cosas por el fin. La dirección debe ser agrícola y -administrativa, y aquí no hay más pontífice del campo que _este cura_, -yo mismo, y para concluir, sepan que esos son los deseos del señor -Marqués de Feramor, según carta que tengo aquí y que puedo enseñarles. - -Callaron un rato el médico y el cura, como agobiados bajo la pesadumbre -del último argumento presentado por Amador; pero el ingenioso don -Remigio no tardó en recobrarse, y con nuevos y sutiles razonamientos, -pegó la hebra en esta forma: - ---¡Pero mi querido Amador, si el señor Marqués no es quien ha de -decidirlo! No niego yo su respetabilidad, ni su autoridad, ni sus -excelentes deseos; pero hay que desengañarse, el señor Marqués no toca -pito, no puede tocarlo en un asunto que es de exclusiva competencia de -su señora hermana. - ---Hemos convenido, amigo don Remigio --dijo Amador--, en que la -Condesa es un ángel... - ---Un ángel del cielo... - ---Los del cielo no sé; pero los de la tierra necesitan curador. Dejemos -a la virtuosísima, a la celestial doña Catalina de Halma entregada -solita a sus piedades, y a las blanduras de su corazón, y dentro de dos -años tendrá la finca embargada. - ---Se equivoca usted, Amador. La señora sabe cuidar de sus intereses. - ---Pero la señora no labra las tierras, cree que con labrar el cielo -basta, y el trigo y la cebada, ¡caracoles! y los garbanzos y las -patatas, no veo yo que nazcan de nubes arriba. - ---También arriba nacen, señor de Amador, y nuestro Padre celestial, que -da ciento por uno, derrama sus dones sobre los que con fervor le adoran. - ---Si yo no siembro, nada cogeré, por más que me pase el día y la noche -engarzando rosarios y potras. Don Remigio, todo eso del misticismo -eclesiástico y de la santísima fe católica, es cosa muy buena, pero -hace falta trigo para vivir. Señores, pongámonos en el ajo de lo -positivo. Coloquémonos _bajo el prisma_ de que el primero de los dogmas -sagrados es la alimentación. - ---¡Hombre!... - ---La alimentación he dicho, ¡caracoles! Díganme: donde no hay -manutención, ¿qué hay? - ---No exageremos --replicó Láinez, que un gran trecho había permanecido -silencioso--. Concediendo toda la importancia al _aspecto_ -administrativo, yo creo que la dirección... no nos apartemos del tema, -señores, creo que la dirección no debe ser agrícola ni administrativa. -Esto no es una granja. - ---Yo digo que sí, una granja hospitalaria y monacal. - ---No es eso. - ---Y aunque lo fuera --añadió el médico--, la dirección debe correr a -cargo de la ciencia, que todo lo abarca, la ciencia, señores, que... - ---¡Hombre, no nos dé usted más la tabarra con su cansada ciencia! -Porque francamente, si en estas cosas, nos pone usted a la religión -bajo la férula de una casquivana como la ciencia, la religión tendrá -que inhibirse y decir: «allá vosotros». - ---No señor, porque la ciencia... - ---En resumen --chilló don Remigio, algo quemado--, que usted propondrá -a la señora que le nombre jefe omnímodo de Pedralba, con poder sobre el -director espiritual y sobre todo bicho viviente. - ---¡Oh, no vengo yo aquí a trabajar _pro domo mea_! Pero si doña -Catalina de Halma se digna tomar en consideración mi dictamen, y -después de establecer la dirección científica, me hace el honor de -designarme para ese puesto, no rehusaré, no señor, tendré a mucha -gloria el desempeñarlo. - ---Pero como la señora no aceptará tal desatino, mi querido Láinez... No -se enfade, no quiero ofenderle... - ---Paz, señores, paz --dijo Amador notando en Láinez temblores del -bigotillo pegado, y en don Remigio una vertiginosa movilidad de los -ojos, las gafas, la nariz y las manos--, y ya que no nos pongamos de -acuerdo, no llevemos a la señora, en vez de consejo sano y prudente, un -embrollo de mil demonios. - ---Está en lo cierto el amigo Amador --manifestó don Remigio recobrando -su habitual placidez--; la verdad es que hemos olvidado la cuestión -concreta, en la cual estamos de acuerdo, para meternos en una cuestión -constituyente, que nosotros no hemos de resolver; al menos hasta ahora -la ilustre dama no nos ha consultado sobre la manera de organizar el -Instituto Pedralbense. ¿Estamos conformes en que debemos aconsejarle la -eliminación, no digo la expulsión, la eliminación del acogido don José -Antonio de Urrea? - ---Sí --contestaron los otros. - ---Pues no hay más que hablar. Yo tomaré la palabra en nombre de los -tres. - ---Convenido. - ---Y si en el curso de la conferencia, apunta el otro problema, el magno -problema, lo trataremos, lo discutiremos, cada cual dirá su parecer, -y allá la señora Condesa que resuelva. Es sensible que sobre el punto -grave de la organización no le llevemos una idea unánime. Vean ustedes: -ninguno de los tres es ambicioso, y no obstante, lo parecemos. Si cada -cual expresara ante la fundadora de Pedralba sus opiniones en la forma -que lo hemos hecho por el camino, lejos de ilustrarla, la llenaríamos -de confusiones, y turbaríamos la tranquilidad de su grande espíritu. -Dejémosla, que ella sola, con la ayuda del Espíritu Santo, sin oír -nuestras proposiciones radicales y un tantico interesadas, ha de llegar -a la posesión de la verdad. Las dificultades que la práctica le vaya -ofreciendo le han de hacer comprender, aunque el Divino Espíritu no -le diga nada, la necesidad de una dirección en cabeza masculina, y el -carácter que esta dirección debe tener. - -Tan acertadas y discretas razones cayeron muy bien en los oídos de los -otros dos caballeros, y como ya estaban a poca distancia del castillo, -pusieron punto a su conversación, y se aproximaron con semblante -risueño, viendo que la misma señora Condesa salía a recibirles -afectuosa. - - - - -IV - - -Por la tarde, Urrea y el mayor de los Borregos estuvieron dando vuelta -a la tierra con el arado en una de las piezas de sembradura próximas -a la casa. Nazarín y el Borrego chico regaron los plantíos nuevos de -la huerta, a mano, con cubos y regadera, y después escardaron los -bancales, que con los abundantes riegos de días anteriores, habían -formado costra. Silencioso y atento a su trabajo, el clérigo no hablaba -con su compañero más que lo preciso. Ladislao había ido a la fuente del -monte, a traer la ropa lavada por Aquilina, y los chicos, después de -dar la lección con Halma, se fueron a jugar con los nietos de Cecilio -en el campo frontero a la casa de abajo. En la cocina se hallaba la -Condesa, de mandil al cinto, fregoteando la loza, cuando Beatriz, que -arriba trajinaba, bajó a anunciarle la llegada de los tres señores a -caballo. - ---¡Ah! no les esperaba tan pronto --dijo la dama, preparándose para -recibirles decorosamente--. Vienen como en son de capítulo o consejo. -¿No sabes a qué? Luego lo sabrás. - ---Me figuro que será para que admitamos a las tres ancianas enfermas de -Colmenar, que quieren venir a Pedralba. Yo creo que tendremos local, -pasándome yo al cuarto de Aquilina. - ---No es eso: las tres viejecitas llegarán el lunes. Las acomodaremos -como se pueda, hasta que el maestro nos arregle los cuartos del Norte. -Nuestros tres amigos vienen a otro asunto, muy delicado por cierto, del -cual me habló anteayer don Remigio. Quiera Dios iluminarles para que -conozcan cuán injusto... En fin, no puedo contártelo ahora; es cosa -larga. - -Salió la señora al encuentro de los viajeros, y subieron los cuatro -a la única habitación de la casa, propia para visitas, y aun para -cónclaves tan solemnes como el que aquel día en Pedralba se celebraba, -porque tenía dotación de sillas hasta para seis personas, y un sofá de -principios de siglo con asientos de crin, que a la legua transcendía -a cosa eclesiástica y capitular. Encerrados allí la Condesa y sus -tres amigos, discutieron y peroraron todo lo que les dio la gana, sin -que fuera de la estancia se sintiese rumor alguno, ni había tampoco -por allí oreja humana que lo recogiese. A la hora y media, más bien -más que menos, salieron, y se marcharon como habían venido. Nadie -supo lo que allí con tanto sigilo se había tratado, ni ninguno de los -huéspedes de Pedralba, fuera de Urrea, sentía comezón de curiosidad -por aquella desusada reunión. Por la noche, en el rosario y cena, notó -el ex-calavera muy encendidos los ojos de su prima. Sin duda había -llorado. Concluida la cena, y cuando se despedían para marchar cada -cual a su dormitorio, la señora dijo a Urrea: - ---Poco te ha durado el buen acomodo del cuartito de la torre: tú y el -padre tendréis que iros a la casa de abajo, porque necesitamos alojar -aquí a tres ancianitas. Se os llevarán las camas allá. Ten paciencia, -Pepe. Para eso y para todo te recomiendo la paciencia, sin la cual nada -de provecho haríamos aquí. - -Y no dijo más, ni él se atrevió a expresar cosa alguna, pues al -intentarlo se le ponía un nudo en la garganta. La señora, después de -dar a cada cual la orden de trabajo para el día siguiente, se retiró. -A Beatriz le tocaba aquella noche la función de conserjería, cerrar -puertas y ventanas, apagar fuegos y luces, cuidando de que todos, -media hora después de la cena, entrasen en sus respectivos aposentos. -Buscándole las vueltas para cogerla sola, Urrea pudo cambiar con ella -algunas palabras, cuando atrancaba la puerta del Norte, después de -cerrar el gallinero. - ---Beatriz, por lo que más quieras en el mundo, dime qué han venido a -tratar con mi prima esos tres facinerosos. - ---¡Jesús, yo no sé! - ---Sí lo sabes. Dímelo por Dios. - ---Te has olvidado de una de las principales reglas que nos ha impuesto -la señora. Aquí no se permite contar lo que pasa, ni llevar y traer -cuentos. Cada cual ocúpese en desempeñar su trabajo, sin cuidarse de lo -que digan o hagan los demás. - ---Es verdad... Pero como sin duda se trata de alguna conspiración -contra mí, tengo que defenderme. - ---Yo no sé nada, José Antonio, no me preguntes. - ---Pues dime solo una cosa. ¿Ha llorado mi prima? - ---Eso no puedo negártelo, porque bien se le conoce en los ojos. - ---¿Y sabes el motivo? - ---¡Oh, el motivo!... Que no puede hacer todo el bien que quiere. Su -alma tiene grandes alas; pero la jaula es corta... Y no más. Silencio -te digo, y retírate. - -No tuvo más remedio el pobre novicio que meterse en su aposento de la -torre, donde encontró a Nazarín de rodillas frente a la imagen del -Crucificado. El farolito que alumbraba la estancia estaba en el suelo: -iluminadas de abajo arriba las dos figuras vivientes y el estrambótico -mueblaje, resultaba todo de un aspecto sepulcral. En el profundo -abatimiento de su espíritu, Urrea se creyó en un panteón. Echándose en -la cama, como para tomar la postura del sueño eterno, y sin esperar a -que el apóstol peregrino acabase su rezo, le dijo: - ---Padre, ¿se fijó usted en los ojos de mi prima? - ---Sí, hijo mío --replicó el clérigo, siguiendo de hinojos, y moviendo -tan solo la cabeza para mirarle--. La señora Condesa, nuestra reina, -nuestra madre, ¡ay!, ha llorado mucho. - ---¿Se enteró usted del conciliábulo? - ---Sé que llegaron juntos esos tres señores, y estuvieron aquí largo -rato. Como no me importa, ni es cosa de mi incumbencia, no tengo más -que decir. - ---Creo firmemente que se han reunido para expulsarme de aquí, y que -obedecen a intrigas de mi primo Feramor. Me lo dice el corazón, me lo -dice la tierra cuando la labro, los troncos cuando les pego con el -hacha, me lo dicen los bueyes cuando les pongo el yugo. No puede haber -equivocación en esto; el vivir en medio de la Naturaleza, rodeado de -soledad, le hace a uno adivino. - ---Si eso fuera cierto --dijo Nazarín levantándose, y acudiendo a él con -ademán afectuoso--, si en efecto, por estas o las otras razones, se te -mandara salir de Pedralba... - ---Ya sé lo que usted me dirá... que me vaya, es decir, que me muera. - ---Estamos aquí para la obediencia, para la resignación, para no tener -voluntad propia. Ya me ves a mí: toma mi ejemplo. - ---¿Pero usted no considera que lanzarme de aquí es ponerme en brazos de -la muerte? - ---¿Por qué? Dios velará por ti. - ---¿Y a dónde voy yo, padre? - ---Al mundo, a otra soledad como esta, que encontrarás fácilmente. -Búscala, que nada abunda tanto en la tierra como la soledad. - ---No, no: yo, fuera de aquí, soy hombre concluido. Halma debe suponer -que mi expulsión de Pedralba es mi sentencia de muerte. Dígaselo usted. - ---Yo no puedo decir eso a la señora, ni nada. Asilado como tú, la regla -me prohíbe hablar al superior, cuando este no me habla. Contesto a lo -que me preguntan, y nada más. - ---Pues se lo diré yo, le diré que desconfíe de esa gente infame... - ---No hables mal, no injuries, no aborrezcas. - ---¡Ah! Nazarín es un santo: yo quisiera serlo, pero la maldad antigua, -la que existe allá en los sedimentos del corazón no me deja. - ---Porque tú quieres. Lucha con tus malas pasiones, pídele a Dios -auxilio, y vencerás. Es menos difícil de lo que parece. Si alguien -te causa agravios, perdónale; si te injurian, no respondas con otras -injurias; si te hieren, resístelo y calla; si te persiguen en una -ciudad, huyes a otra; si te expulsan, te vas, y donde quiera que estés, -arranca de tu corazón el anhelo de venganza para poner en él el amor -de tus enemigos. - ---Y haré todo eso, que es muy hermoso, sí, muy hermoso --dijo Urrea con -ligerísima inflexión irónica--; pero antes de adoptar vida tan santa, -quiero despedirme del mundo con una satisfacción: le cortaré la cabeza -a don Remigio, que es el alma de este complot indigno. - ---Hijo mío, parece que estás loco --díjole Nazarín, posando la palma -de su mano sobre la frente ardorosa del calavera reformado--. Pero qué -absurdos se te ocurren. ¡Matar! - ---¿Pues no me matan a mí? - ---Privarte de estar aquí no es darte la muerte. - ---Me la daré yo si me arrojan. - ---Bah, eres un niño; pero yo estoy al cuidado tuyo, y procuraré que no -hagas mañas. - ---No puedo, no podré vivir fuera de aquí... Cuando salga, o me arrojaré -con una piedra al cuello en el primer río por donde pase, o buscaré un -abismo bien negro y profundo que quiera recoger mis pobres huesos. - -Su pecho se inflaba. Una opresión fortísima en la caja torácica le -impedía expulsar todo el aire recogido por sus ávidos pulmones. Se -ahogaba; le faltó la voz, y de su garganta salía un gemido angustioso. -Al fin rompió a llorar como un niño. - ---Llora, llora todo lo que quieras --le dijo el curita manchego -sentándose a su lado--. Eso es bueno. Las penas de la infancia, con el -lloro quedan reducidas a nada. - ---¡Ah, bendito Nazarín --exclamó Urrea entre sollozos, estrechándole la -mano--, soy muy desgraciado! Reconozca usted que no hay infortunio como -el mío. - ---Pues hijo, de poco te quejas. Tú eras malo, muy malo, tú mismo me lo -has dicho. La señora Condesa quiso corregirte, y lo ha conseguido hasta -un punto del cual no ha podido pasar. Pero luego viene Dios a completar -la obra, te coge por su cuenta, y te manda adversidades y amarguras -para que con ellas puedas alcanzar tu completa reforma. Bendice la -mano que te hiere, resígnate, anúlate, y sentirás en tu alma un grande -alivio. - ---No podré... no podré... --replicó José Antonio, afectado de una gran -inquietud nerviosa--. Usted, como santo, ve todo eso muy fácil... y -naturalmente, por ser usted así, dicen que está loco... No lo está, -yo sé que no lo está... pero por eso lo dicen, por no ser usted -humano como yo... Fórmeme a su imagen y semejanza, hágame divino, -y entonces... ¡ah! entonces yo también perdonaré las injurias, y -bendeciré la mano negra de don Remigio que me hiere, y la boca sucia de -Láinez que me escupe. - -Y como si le pincharan, saltó del lecho, gritando: - ---No puedo, no puedo estar en ese potro... Necesito salir, respirar el -aire, ver las estrellas... - ---Salir al campo es imposible: la regla no lo consiente, y además, la -puerta está cerrada. - ---Pues yo quiero salir, correr... ver el cielo. - ---Abriendo la ventana lo verás. Ven: ahí lo tienes. ¡Cuán hermoso esta -noche! - -Ambos contemplaron un instante el estrellado firmamento, y ante la -inmensidad muda, indiferente a nuestras desdichas, Urrea sintió crecer -su inmensa pena. Retirándose de la ventana, dijo suspirando: - ---Padre Nazarín, si usted me quiere, hable de esto con mi prima. - ---Yo no puedo hablar de esto ni de nada. ¿Qué soy yo aquí? Nadie, un -triste acogido. Ni tengo autoridad, ni voz, ni opinión, y solo en caso -de que la señora me preguntara, le manifestaría mi humilde parecer. -Calificado de demente, me han puesto en esta santa casa al amparo de la -sublime caridad de la Condesa de Halma. Figúrate tú si es posible que -esta pida consejo a un hombre cuya razón se cree perturbada, y si yo a -dárselo me atreviera, figúrate el caso que haría de mí. - ---Catalina, como yo, no cree que nuestro querido Nazarín padezca de -enajenación. Esas son vulgaridades en que un espíritu superior como el -suyo no puede incurrir. Sabe que usted posee la verdad divina, y que su -voz es la voz de Dios... - ---No digas desatinos, Pepe. Confórmate con lo que el Señor disponga de -ti. No luches contra su poder... entrégate. - -Urrea se arrojó en una silla, abatiendo sus brazos como un hombre -rendido de luchar. - ---Aunque usted todo lo sabe y todo lo penetra --dijo después de una -larga pausa--, yo necesito confiarle cuanto hay dentro de mí. Más que -por deber, lo hago por necesidad, porque el corazón no me cabe en el -pecho, porque me ahogo si no le cuento a alguien mi pena, la causa de -mi pena, y la imposibilidad del remedio de mi pena. - ---Pues sentémonos aquí, y cuéntame todo lo que quieras, que si no -tienes sueño, yo tampoco, y así pasaremos la noche. - -Tanto y tanto habló Urrea que, al concluir, ya palidecían las -estrellas, y se difundía por el cielo la purísima luz del alba. - - - - -V - - -A las nueve de la mañana, Halma y Beatriz, en un cuarto de los altos, -daban las últimas puntadas en las sábanas y colchas para las camas -de las viejas que pronto entrarían en la comunidad de Pedralba. Con -tiempo por delante, trabajo entre las manos, y sin testigo que las -cohibiese, hablaron largamente. - ---Conque ya ves --decía la Condesa--, cuando yo pensaba que en esta -soledad no vendrían a turbarnos las pasiones que hemos dejado allá, -resulta que la sociedad por todas partes se filtra; cuando creíamos -estar solas con Dios y nuestra conciencia, viene también el mundo, -vienen también los intereses mundanos a decir: «Aquí estoy, aquí -estamos. Si te vas al desierto, al desierto te seguiremos.» - ---¡Vaya, que es tecla la de esos señores! --replicó Beatriz--. ¿Qué -daño les hace el pobrecito José Antonio? - ---Este tumulto ha sido movido por mi hermano y otras personas de la -familia, que no ven nunca más que el lado malicioso y grosero de las -cosas humanas. Las almas tienen ojos: las hay ciegas, las hay miopes, -las hay enfermas de la vista... En casa de mi hermano se reúne gente -frívola y vana. Yo les perdono las mil ridiculeces que han dicho de mí; -creí que nunca más tendría que pensar en tales malicias ni aun para -perdonarlas. A mis hermanos les compadezco por ignorar que no siempre -prevalece en las almas la maldad, y que una conciencia dañada puede -purificarse. No creen; hablan mucho de Dios, admiran sus obras en la -Naturaleza, pero no saben admirarlas ni entenderlas en la conciencia -humana. No son malos, pero tampoco son buenos; viven en ese nivel -medio moral a que se debe toda la vulgaridad y toda la insulsez de la -sociedad presente. A tales personas, hazles comprender que nuestro -pobre José Antonio se ha corregido, que no es aquel hombre, sino -otro. Semejante prodigio no entra en aquellas cabezas atiborradas de -política, de falsa piedad y de una moral compuesta y bonita para uso de -las familias elegantes. - -Antes de referir lo que dijo Beatriz, conviene manifestar que, -habiéndole ordenado una y otra vez la Condesa que la tutease, hizo los -imposibles por complacerla, sin poder conseguirlo más que a medias. -La obediencia y el respeto en su lengua se tropezaban, dando lugar a -fenómenos rarísimos. Cuando estaban las dos en la cocina o lavando -ropa, y surgía conversación sobre cualquier asunto doméstico, la mujer -de pueblo llamaba de tú sin gran esfuerzo a la señora. Pero cuando -se hallaban en el piso alto de la casa, y recaía la conversación en -cualquier punto que no fuera del trajín diario, se le resistía el -empleo de la forma familiar, vamos, que con toda la voluntad del mundo, -no podía, Señor, no podía. - ---¡Y por esas cosas perversas que piensan los de Madrid --dijo -Beatriz--, tendrá la señora que arrojar de aquí a su primo! ¡Lástima -grande, porque el pobrecito cumple bien, y es tan gustoso de esta vida -del campo! - ---¡Arrojarle! Nunca he pensado en ello. Sería una crueldad. Le -defenderé mientras pueda, y creo que antes se cansarán ellos de -atacarle que yo de defenderle. Pero presumo, mi querida Beatriz, que -este negocio de mi primo ha de ocasionarme algún trastorno en mi pobre -ínsula, si esos señores insisten en señalarle como un peligro para mí -y para Pedralba. Yo desprecio la opinión aviesa y calumniosa; pero tal -podrá llegar a ser la que se ha formado en Madrid contra mí por haber -admitido aquí al pobre Pepe, que no habrá más remedio que tenerla en -cuenta. Podrían sobrevenir sucesos que dieran al traste con nuestro -humilde reino, porque las autoridades eclesiásticas me retirarán su -protección, dejándome sola, la autoridad civil me mirará también con -malos ojos, y ¡adiós Pedralba, adiós nuestra dichosa soledad, adiós -nuestros días serenos consagrados a Dios y a los pobres! - ---Eso no puede ser --dijo Beatriz muy convencida--. El Señor no lo -consentirá. - ---El Señor lo consentirá por darme un sufrimiento más, y acabar de -probarme. El Señor, que me afligió, cuando a bien lo tuvo, con tantas -desdichas, ahora me envía la mayor y más dolorosa, mi honra puesta en -duda, Beatriz, y... - ---¡_Tu_ honra! --exclamó Beatriz irguiéndose altanera, y por primera -vez empleó el _tu_ en un asunto grave--. No, yo digo que eso no puede -ser, y si la honra de la mujer más santa que existe en el mundo no -brilla como el sol, digo que el Infierno se ha desatado sobre la tierra. - ---Calma, calma. El Infierno está donde estaba, las gentes mentirosas -y frívolas hacen hoy lo que han hecho siempre, y mi conciencia, -traspasada de parte a parte por la mirada de Dios, resplandece gozosa -delante de todos los infiernos y de todas las maldades habidas y por -haber. Esto digo yo. - ---¡Y yo --exclamó Beatriz, presa de una súbita exaltación, -levantándose-- digo que _tú_ eres una santa, y que yo te adoro! - -Cayó a sus pies, como cuerpo muerto, y se los besó una y otra vez. - ---Levántate... déjame... no me gustan esos extremos --dijo Halma--. -Óyeme con tranquilidad. - ---No puedo, no puedo... ¡La idea de que ultrajan a mi reina y señora me -enloquece! - ---Ten calma y paciencia. ¿Qué te importa a ti ni a mí que me ultrajen? -¿No nos desagravia Dios al instante, dándonos la alegría del padecer, -esa felicidad que ellos no conocen?... Déjame seguir, y que acabe de -explicarte la causa de lo turbada que estoy. - ---Ya escucho --dijo Beatriz sentándose, pero sin atender a la costura. - ---Pues reducido el caso de José Antonio a cuestión pura de conciencia, -nada temo. Soy inocente, él también, y Dios lo sabe. Desprecio los -juicios de la frivolidad humana, y sigo impávida mi camino. Pero -como no somos libres, como dependemos de una autoridad, de varias -autoridades, si retengo a mi primo en Pedralba, corre peligro nuestra -pobre ínsula religiosa, esta ciudad, o más bien aldea de Dios que tanto -trabajo me ha costado fundar. Aquí tienes el horroroso conflicto en que -me veo. Si Dios no se digna iluminarme, no sé cómo he de resolverlo... -Es triste, tristísimo, que para no aparecer como rebelde a la autoridad -eclesiástica, tenga que dar el golpe de gracia a un inocente, y -apartarlo de esta bendita vida... Nunca será justo ni caritativo que le -expulse; pero ¡ay! habré de exponerle la situación y suplicarle que nos -deje. - -Callaron ambas, volvieron a funcionar las agujas, y los picotazos de -estas y los suspiros de las dos costureras parecían continuar el triste -diálogo. Metida en sí misma, la Condesa prosiguió razonando así: - ---Es triste cosa que no se encuentre la paz ni aun en el desierto. Yo -ambicionaba crearme una pequeña sociedad mía, consagrada conmigo al -servicio de Dios; yo deseaba decirlo a la sociedad grande: «No te -quiero, abomino de ti, y me voy a formar, con cuatro piedras y una -docena de personas, mi pueblo ideal, con mis leyes y mis usos, todo -con independencia de ti...» Pero no puede ser. El organismo total es -tan poderoso, que no hay manera de sustraerse a él. La Iglesia, contra -la cual no tendré nunca acción ni pensamiento, no me deja mover sin -su permiso en este humilde rincón, donde me encierro con mi piedad -y el amor de mis semejantes. Para conservarme en la compañía de mis -hermanos, de mis hijos, tengo que transigir con las rutinas de fuera, -venidas de allá, del enemigo, del mundo. Huyo de él y me acosa, me -sigue a mi Tebaida, diciéndome: «Ni en lo más hondo de la tierra te -librarás de mí.» ¡Dios me dé luces para librarme de ti, sociedad -grande! ¡Deme paciencia para sufrirte, si no consiente mi emancipación! - -Una hora más tarde, hallándose la señora en la cocina, proseguía su -monólogo, y recobraba lentamente el admirable reposo de su espíritu. - ---Vaya, que es para tomarlo a risa. Yo creí que mi ínsula, oculta entre -estas breñas, viviría pobre y obscura, ni envidiosa ni envidiada. Y -ahora resulta que la cercan y la acosan las ambiciones humanas. ¡Pobre -ínsula, tan sola, tan retirada, y ya te salen por todas partes Sanchos -que quieren ser tus gobernadores! La Iglesia me pide la dirección de -esta humilde comunidad; la Ciencia, no queriendo ser menos, también -pretende colarse, y por último, solicita dirigimos y gobernarnos... la -Administración. ¿Y qué haré yo ante tan apremiantes intrusos? El Señor -me dirá lo que tengo que hacer, el Señor no ha de dejarme indefensa y -vacilante en medio de este conflicto. ¡Obediencia, independencia!... -¡Oh, entre vosotras dos, dígame el Señor cómo he de componerme! - -Antes de comer, Beatriz, que en toda la temporada de Madrid, y en los -días de Pedralba, no había tenido ni ataques leves de su constitutivo -mal espasmódico, creyéndose por tan largo reposo completamente curada, -sintió amagos aquel día, sin duda por las emociones violentas de su -diálogo con la señora. Procuró esta tranquilizarla, asegurándole que -con la ayuda de Dios todo se arreglaría: para que se distrajera, y -amansara con un saludable ejercicio los desatados nervios, la mandó a -llevar la comida de Urrea y Nazarín al monte, donde ambos trabajaban. -Aquilina, que era la designada para esta comisión, se quedó en -Pedralba, y Beatriz, con su cesta a la cabeza, se puso en camino -gustosa de tomar el aire y divagar por el campo. - -Por la tarde llegó don Remigio de paseo, el cual se mostró con la -señora Condesa más amable que nunca, dándole palmaditas en el hombro, -diciéndole que no se apurase por lo que los tres amigos y vecinos le -habían manifestado el día anterior; que no procediera con precipitación -en el asunto de José Antonio, ni se disgustase por tener que darle la -licencia absoluta, pues él, don Remigio, con toda cautela y habilidad, -convidándole para una cacería en Torrelaguna, o pesca en el Jarama, -le convencería de la necesidad de presentar su dimisión de asilado -pedralbense... Y así se conciliaba todo, evitando a la señora la pena -de despedirle... Y tomando resueltamente el tono festivo, dejose -caer en el otro asunto. ¡Oh! lo de la dirección médico-farmacéutica -propuesta por Láinez era una graciosísima necedad... ¿Pues y lo de la -dirección aratoria y oficinesca, producto del caletre de don Pascual -Amador? Ya supuso él que la señora Condesa se desternillaría de -risa, en su fuero interno, oyendo tales despropósitos. La dirección -religiosa, sobre la base de una perfecta concordancia de ideas y -sentimientos entre el Rector y la fundadora, se caía de su peso, y con -tal organismo, no era difícil llevar a Pedralba por caminos gloriosos. - -Oyole Halma con benevolencia, sin soltar prenda en asunto tan delicado, -y hablaron luego de los trabajos de instalación, de lo que aún no se -había hecho, y de lo que se haría pronto para completar y redondear el -pensamiento. Todo lo encontró don Remigio acertadísimo, admirable, -superior. Y como la conversación recayese en Nazarín, se acordó de que -había recibido una carta para él. - ---Aquí está --dijo poniéndola en manos de la señora--. Aunque usted y -yo estamos autorizados para leerla, se la entrego sin abrir. Trae el -sello de Alcalá, y debe de ser de los infelices Ándara y Tinoco (el -_Sacrílego_), que ya están purgando sus delitos en aquel penal. Le -llaman sin duda, ¡pobrecillos!, y si de mí dependiera, le permitiría -que fuese y les consolara, dando vigor y salud a sus desdichadas -almas. Pero temo que me venga una ronca del Superior, si ese viaje -le consiento, aunque solo sea por pocos días. Piénselo usted, no -obstante, y si la señora Condesa toma la iniciativa, y acepta la -responsabilidad... - -Negose la dama a resolver sobre aquel punto, y ya que hablaban de -Nazarín, ambos le colmaron de elogios. - ---Es tan humilde --dijo don Remigio-- y su comportamiento tan ejemplar, -su obediencia tan absoluta, que si de mí dependiera, no tendría -inconveniente en darle de alta. ¿Ha notado usted, en el tiempo que aquí -lleva, algo por donde se confirme y corrobore la opinión de demente? - ---Nada, señor don Remigio. Sus actos todos, su lenguaje, son de una -cordura perfecta. - ---¿Ni siquiera un rasgo ligero de trastorno, algo que indique por lo -menos irregularidad en la ideación...? - ---Absolutamente nada. - ---Es particular. Vive como un santo; no ocasiona el menor disgusto, -discurre bien cuando se le incita a discurrir, calla cuando debe -callar, obedece siempre, trabaja sin descanso, y no obstante... no sé, -no sé... Láinez dice que su inteligencia se aplana poco a poco. - ---No lo creo yo así. - ---La Facultad sabrá lo que afirma. Si ese síntoma crece, llegará a un -estado de imbecilidad... Lo dice Láinez... ¿Ha notado usted indicios de -aplanamiento cerebral? - ---Ninguno. - ---¿Dificultad en coordinar las ideas, lentitud para expresarlas?... - ---No señor... - ---¿Habla usted con él a menudo? - ---Muy poco. - ---Pues conviene tantear esa inteligencia, presentándole temas difíciles -por vía de ejercicio. Así se verá si hay vigor o flaqueza en sus -facultades. Yo empleé este procedimiento no ha mucho con un primo -mío, que dio en padecer disturbios de la mente, y el resultado fue -desastroso. - ---Pues en este caso, me figuro que será lisonjero. Haga usted la -prueba. - ---Que sí, que sí. Mándemele allá mañana. - ---Irá; pero... Si usted me lo permite... --dijo la de Halma, -súbitamente asaltada de una idea. - ---¿Qué? - ---Antes de mandarle allá, haré yo un pequeño examen. - ---Corriente. Y luego me toca a mí, que he de ser duro, examinador -implacable. Mire usted: le propondré, para que me los desarrolle, los -puntos más difíciles de las Summas y de las... - ---¡Pobrecillo! No tanto... - ---Como no es más que una prueba, pronto se conoce si su inteligencia -declina. - ---Y aunque declinase un poco, por causa de la edad, de los disgustos, -su razón puede conservarse sin ningún extravío, y siendo así, debiera -el Superior devolverle las licencias. - ---Lo veremos. No digo que no... Señora mía, adiós. - ---Don Remigio, muchas gracias por todo. ¿No quiere tomar nada? - ---¡Oh, gracias! Fuera de mis horas, ya sabe que no... - ---¿Ni chocolate? - ---¡Oh! ¡golosinas de viejos! Señora, somos de la hornada moderna, de la -Facultad de Derecho... Adiós, que es tarde. Descansar. - ---Hasta cuando usted quiera, señor cura. - - - - -VI - - -Rezaron, cenaron. Al dar la señora la orden para los trabajos del día -siguiente, dijo al buen don Nazario: - ---Padre, mañana no va usted al monte, ni al prado, ni a la huerta, ni -quiero que ande moviendo piedras, ni cortando troncos. - ---¿Pues qué haré, señora? - ---Mañana descansa el cuerpo, y trabajará usted con la inteligencia. - ---¿Tengo que ir a San Agustín? - ---No señor. ¡Buena le espera allá con las _Summas_...! - ---Entonces... - ---De nueve a diez, a la hora en que concluyo mis tareas de la mañana, -le espero a usted arriba, en el cuarto de la costura, que es por ahora -nuestra sala capitular. - ---Está bien. - -Amaneció Dios, y Nazarín, despachada la obligación de sus oraciones -matutinas, se limpió y acicaló muy bien, vistiéndose con las ropas -de cura que le había dado don Remigio. Decía él, distinguiendo -cuerdamente entre cosas y cosas, que si en medio del pueblo, y haciendo -vida errante, no se cuidaba para nada de la prestancia personal, al -presentarse en el aposento de una tan principal y santa señora, llamado -expresamente por ella, debía revestirse de la forma más decorosa, sin -salir de su habitual sencillez. A las nueve y media en punto, ya se -hallaba en el lugar de la cita. Díjole su discípula que se esperase, -pues la señora no tardaría en subir, y a los pocos minutos entró doña -Catalina. Esta, con gran sorpresa de Beatriz, ordenó a esta que se -quedara. Sentáronse los tres. Pausa, y alguna tosecilla. Rompió Halma -el silencio diciendo: - ---Padre Nazarín, le llamo para que me dé su opinión sobre cosas muy -graves que ocurren... no, que amenazan a nuestra pobre Pedralba. -Apenas hemos nacido, y ya parece que estamos amenazados de muerte. No -encuentro la solución de este conflicto en que me veo; mi inteligencia -es muy corta; necesita ayuda, luces de otras inteligencias más claras -que la mía. Me hace falta el consejo de usted. - ---Honor inmenso es para mí, señora Condesa --replicó el peregrino con -voz grave, permaneciendo en una inmovilidad de estatua--. Yo estimo su -confianza, y corresponderé a ella diciéndole lo que tenga por acertado, -justo y bueno, conforme a la santa ley de Dios. En este caso, como en -todos, de mis labios no sale más que la verdad, la verdad, tal como en -mí la siento. - ---¿Adivina usted sobre qué quiero consultarle? - ---Sí señora. No es adivinación. He oído algo. - ---Un conflicto tremendo. - ---Para mí no lo es. - -Tanta seguridad desconcertó a la señora, y francamente, también hubo de -inquietarla un poco el que Nazarín, al verse consultado por ella, no -rompiese con un exordio de modestia, llamándose indigno, y protestando, -como es de rigor en casos tales, de su incapacidad, etc... - ---¿Que no es un conflicto tremendo? - ---Digo que no lo tengo yo por tal. - ---Y hace dos días que pido en vano al Señor y a la Virgen Santísima que -me iluminen para resolverlo. - ---Y la han iluminado a usted --dijo don Nazario, con un aplomo que -desconcertó más a la Condesa--. Y le han dicho: «En tu conciencia, -en tu corazón, tienes la clave de esto que llamas conflicto y no lo -es.» ¡Si está resuelto! ¡Si es claro como la luz! Perdóneme usted, -señora, si le hablo con una firmeza que podrá creer arrogante y hasta -irrespetuosa. Es que cuando creo poseer la verdad en asunto grande o -chico, no puedo menos de decirla, para que la oiga y se entere bien -aquel que de ella necesita. Si usted no ha visto aún esa verdad, -conviene que yo se la ponga delante de los ojos. Ahí va: ¡Expulsar -a José Antonio! Nunca. ¡Suplicarle que se retire! Tampoco. Es una -crueldad, una flaqueza, un pecado de barbarie casi homicida, que Dios -castigará, descargando sobre Pedralba su mano justiciera. - ---Si yo no quiero que salga, no, no --dijo Catalina, desconcertada ante -la energía que no esperaba sin duda en hombre tan manso. - ---Que no salga, no --repitió en voz queda la nazarista, que sentada en -una silla baja al otro extremo de la estancia, oía y callaba. - ---Bueno: pues no sale --prosiguió Halma--. Verdaderamente, sería -injusto. El infeliz se porta bien, es otro hombre. Pero sigo viendo -mi conflicto, señor don Nazario, porque al retener a José Antonio, -contrarío los deseos de personas respetabilísimas, cuyo enojo podría -ser funesto a Pedralba. La benevolencia de esas personas, que casi casi -son instituciones para mí, nos es necesaria. Veo difícil que podamos -vivir teniéndolas en contra. - ---La señora puede llevar adelante su empresa caritativa con respecto -a nuestro buen Urrea, sin que las personas que considera como -instituciones, tengan que intervenir para nada en los asuntos de -Pedralba. - ---¿Pero cómo puede ser eso? - ---No hay nada más sencillo, y es muy extraño que usted no lo vea. - ---Lo que extraño mucho --dijo Halma, inquieta y nerviosa--, es el -desahogo con que me niega la existencia del conflicto, sin añadir -razones para que yo vea fácil y hacedero lo que hoy tengo por difícil, -si no imposible. Espero de usted luces más claras para convencerme de -que el consejo que me da no es una vana fórmula. ¿Cree usted que puedo -indisponerme con don Remigio? - ---No señora: don Remigio es nuestro inmediato jefe espiritual, y le -debemos acatamiento y sumisión. No diré yo palabra ofensiva contra él, -le respeto mucho; estoy bajo su autoridad, que es paternal y dulce. -Los demás me importan menos... pero, en fin, a todos les respeto, -y cuando he dicho que el conflicto se resolvería fácilmente, no he -querido decir que para ello tuviera la señora que malquistarse con tan -dignas personas. Al contrario, puede seguir con ellas en relaciones -cordialísimas. - ---Don Nazario --dijo la Condesa, no ya nerviosa, sino sofocada, -levantándose--, yo no le entiendo a usted. - -Parecía natural que al ver en la gobernadora de Pedralba aquel -movimiento de impaciencia, Nazarín se aturrullara, y pidiera perdón, -dando por terminado el consejo. Levantose también respetuoso, y con -muchísima flema, y tocando suavemente el hombro de la Condesa, le dijo: - ---Tenga usted calma. No hemos concluido. - -Pausa. Sentados ambos de nuevo, sonaron otra vez las tosecillas, y -Nazarín prosiguió en esta forma: - ---Estoy seguro, segurísimo de que ha de entenderme pronto. Usted dice -para sí: «¿Pero este es el hombre que andaba por los caminos, errante, -descalzo, viviendo de limosna, practicando la ley de pobreza dada por -Jesucristo? ¿Y es el mismo que ahora se llega a mí, y con dureza me -habla, y me dice _siéntate_, como se le diría a un chiquillo de nuestra -escuela?...» Pues soy el mismo, señora. De limosna viví, de limosna -vivo. Soy como los pájaros que libres cantan, y enjaulados también... -El medio en que se vive... y se canta... algo ha de significar. Antes -cantaba yo para los pobres, y era como ellos, pobre y humilde; ahora -canto para los ricos, y he de hacerlo en tonos diferentes. Pero en -este caso, como en el otro, teniendo que decir una verdad que creo -útil a las almas, no están de más las formas austeras. Lo mismo -hacía entonces: que lo diga ésa. Cierto que usted es persona grande -y de notoria virtud; pero como ahora se halla en el caso de tomar -resoluciones graves, yo, su consejero en este momento, tengo que -revestirme de autoridad, de la misma autoridad que hube de emplear ante -la pobre mujer ignorante y pecadora. - ---Me trata usted, pues --dijo la Condesa, en el colmo de la -confusión--, como a pecadora... - ---Ya sé que no; ya sé que es usted persona virtuosísima; pero podría -dejar de serlo, si con tiempo no determinara variar de ideas sobre -puntos muy fundamentales. Necesita usted modificar radicalmente su -sistema de practicar la caridad, y su sistema de vida. Si así no lo -hiciere, podría perder el reposo, y con el reposo... hasta la misma -virtud. - ---No le entiendo a usted, no sé lo que quiere decirme --replicó Halma, -no ya inquieta, sino acongojada por los estupendos y no esperados -conceptos que el mendigo errante se permitía expresar--. Quiere decir -tal vez que no he sabido dar a mis proyectos de vida cristiana la forma -más aceptable. - ---No señora, no ha sabido usted. - ---¿Lo dice de veras? - ---Como digo que desde hace bastante tiempo la señora vive en una -equivocación lastimosa... pero desde hace mucho tiempo. No vaya a creer -que me duele pronunciar ante usted la verdad de lo que siento. Al -contrario, señora, gozo en manifestarla, y la manifestaría aunque viera -que usted no la oía con gusto. - ---Le aseguro a usted que, en verdad... no me sabe muy bien lo que me -dice... Según eso, el camino que emprendo no es el mejor... - ---Es buen camino, y por él se puede llegar a la perfección. Pero usted -no llegará, no señora. - ---¿Por qué? - ---Porque no... porque su camino es otro... y ahí está la equivocación. -Y yo llego a tiempo para decirle: «Señora Condesa, su camino de usted -no es ese, sino aquel.» - - - - -VII - - -Perpleja y aturdida oyó Catalina estas palabras, que a su parecer, en -las impresiones de aquel instante, desentonaban horriblemente. Creyó -escuchar una voz de muy lejos venida, y Nazarín se desfiguraba en su -imaginación, inspirándole miedo. Presumiendo que aún le faltaban por -decir cosas más desentonadas y peregrinas, se arrepentía de haberle -pedido consejo, y deseaba terminar el capítulo lo más pronto posible. -Beatriz, inquieta, no apartaba los ojos de la señora, cuyo azoramiento -leía en su expresivo semblante, y no pudiendo dudar de la inteligencia -y sinceridad del maestro, esperaba que este explanara sus verdades, -para que la ilustre fundadora desarrugase el ceño. - ---El camino de la señora Condesa no es este, sino aquel --repitió -Nazarín--, y ahora verá qué pronto se lo hago comprender. Lo primero: -la idea de dar a Pedralba una organización pública, semejante a la -de los institutos religiosos y caritativos que hoy existen, es un -grandísimo disparate. - ---Entonces, ¿qué organización debí dar...? - ---Ninguna. - ---¡Ninguna! ¿De modo que, según usted, el mejor sistema...? - ---Es la negación de todo sistema, en el caso concreto de Pedralba, y de -usted. - ---¿Y cómo ha de entenderse esa organización... negativa? - ---De una manera muy sencilla, y que no es la desorganización ni mucho -menos. Lo mismo que usted intenta hacer aquí en servicio de Dios y de -la humanidad desvalida, puede hacerlo, y lo hará mejor, estableciéndose -en una forma de absoluta libertad, de modo que ni la Iglesia, ni el -Estado, ni la familia de Feramor, puedan intervenir en sus asuntos, ni -pedirle cuentas de sus acciones. - ---Pues si usted me da la clave de esa organización desorganizada -y libre --dijo la Condesa irónicamente--, le declararé la primera -inteligencia del mundo. - ---No soy la primera inteligencia del mundo; pero Dios quiere que en -esta ocasión pueda yo manifestar verdades que avasallen y cautiven -su grande entendimiento, permitiéndole realizar los fines que se -propone. No ha comprendido usted el concepto de libertad que me -permití expresarle. Harto sabemos que toda libertad trae aparejada una -esclavitud. Ahora es usted esclava de la sociedad. Emancipándose de -esta, cambiará la forma de su libertad y también la de su cadena... - ---Señor Nazarín --dijo Halma levantándose segunda vez--, o usted se -burla de mí, o... - ---Déjeme seguir. Tenga paciencia. Hágame el favor de sentarse y -de oírme lo que aún me resta por decirle. Después, usted sigue mi -consejo, o lo desecha, según su albedrío. ¿En qué estaba usted pensando -al constituir en Pedralba un organismo semejante a los organismos -sociales que vemos por ahí, desvencijados, máquinas gastadas y viejas -que no funcionan bien? ¿A qué conduce eso de que su ínsula sea, no -la ínsula de usted, sino una provincia de la ínsula total? Desde el -momento en que la señora se pone de acuerdo con las autoridades civil -y eclesiástica para la admisión de estos o los otros desvalidos, -da derecho a las tales autoridades para que intervengan, vigilen y -pretendan gobernar aquí como en todas partes. En cuanto usted se mueve, -viene la Iglesia, y dice: «¡alto!», y viene el intruso Estado, y dice: -«¡alto!» Una y otro quieren inspeccionar. La tutela le quitará a usted -toda iniciativa. ¡Cuánto más sencillo y más práctico, señora de mi -alma, es que no funde cosa alguna, que prescinda de toda constitución -y reglamentos, y se constituya en familia, nada más que en familia, en -señora y reina de su casa particular! Dentro de las fronteras de su -casa libre, podrá usted amparar a los pobres que quiera, sentarles a su -mesa, y proceder como le inspiren su espíritu de caridad y su amor del -bien. - -La Condesa, al fin, callaba, y oía con profunda atención. - ---Y dicha esta verdad --prosiguió Nazarín--, voy a expresar otra, pues -no es una sola la que ha de guiar a usted por el buen camino: son dos, -o quizá tres, y puesto yo a decirlas, no he de pararme en barras, ni -inquietarme porque usted se incomode o no se incomode. Aunque supiera -yo que sería despedido de su ínsula, donde estoy muy a gusto, yo no -había de callarme las verdades que aún restan por decir. Vamos allá. La -señora Condesa es joven, y en su vida relativamente corta, ha padecido -más que otros en una vida larga; en breve tiempo soportó, sí, grandes -tribulaciones y trabajos. Vio su juventud marchita tempranamente por -las desavenencias con su familia; vio morir en lejanas tierras al -esposo que adoraba; sufrió después contratiempos, desvíos, amarguras... -Su alma, hastiada de las cosas terrenas, volvióse a Dios; aspiró a ser -suya por entero, entendió que debía consagrar el resto de sus días a -la mortificación, al ascetismo, a la caridad... Perfectamente. Todo -esto es muy bueno, y yo alabo esas aspiraciones, que demuestran la -grandeza de su espíritu. Pero he de decirle sin rebozo que en ellas veo -un error grave, señora, porque la santidad con que viene soñando desde -que perdió a su esposo, no ha de alcanzarla usted por esos medios. El -ardor de vida mística no lo tiene usted más que en su imaginación, y -esto no basta, señora Condesa, porque sería usted una mística soñadora -o imaginativa, no una santa como pretende, y como todos queremos que -sea. - -Halma quiso decir algo, pero no pudo: se le trababa la lengua. - ---Llegará día, si no toma la señora otro rumbo, en que todo ese -misticismo se le convierta en un nido de pasiones, que podrían ser -buenas, y también podrían ser malas. Déjese de aspirar a la santidad -por ese camino, y apresúrese a seguir el que voy a proponerle. ¿Quién -le aconsejó a usted que renunciase a todo afecto mundano, y que se -consagrara al afecto ideal, al afecto puro de las cosas divinas? -Sin duda fue el benditísimo don Manuel Flórez, hombre muy bueno, -pero que vivía en las rutinas, y andaba siempre por los caminos -trillados. El vértigo social, en medio del cual vivió siempre nuestro -simpático don Manuel, no le permitía ver bien las complexiones -humanas, ni la fisonomía peculiar de cada alma, ni los caracteres, -ni los temperamentos. Yo he tenido la suerte de verlo más claro, -aunque tarde, a tiempo, sin duda porque el Señor me iluminó para que -sacara a usted del pantano en que se ha metido. No, la vida ascética, -solitaria, consagrada a la meditación y a la abstinencia no es para -usted. La señora de Pedralba necesita actividad, quehaceres, trabajo, -movimiento, afectos, vida humana, en fin, y en ella puede llegar, si no -a la perfección, porque la perfección nos está vedada, a una suma tal -de méritos y virtudes, que no haya en la tierra quien la supere, y sea -usted el recreo del Dios que la ha criado. - -Doña Catalina, sofocada, echaba fuego de sus mejillas. - ---Nada conseguirá usted por lo espiritual puro; todo lo tendrá usted -por lo humano. Y no hay que despreciar lo humano, señora mía, porque -despreciaríamos la obra de Dios, que si ha hecho nuestros corazones, -también es autor de nuestros nervios y nuestra sangre. Se lo dice a -usted un hombre que no conoce ni la adulación ni el miedo. Nada soy, -y si alguna vez no fuera órgano de la verdad, de poco valdría mi -existencia. A los pobres les digo que sufran y esperen, a los ricos -que amparen al pobre, a los malos que vuelvan a Dios por la vía del -arrepentimiento, a los buenos que vivan santamente, dentro de las -leyes divinas y humanas. Y a usted que es buena, y noble, y virtuosa, -le digo que no busque la perfección en el espiritualismo solitario, -porque no la encontrará, que su vida necesita del apoyo de otra vida -para no tambalearse, para andar siempre bien derecha. - -Catalina de Halma, al oír aquello del _apoyo_ de otra vida, sintió que -se le erizaba el cabello. Nazarín se levantó; ella también, los ojos -espantados, el rostro encendido. - ---Lo que usted quiere decirme --murmuró contrayendo los dedos, cual si -quisiera hacer de ellos afilada garra--, lo que usted me propone es... -¡que me case! - ---Sí señora, eso mismo: que se case usted. - -Lanzó la Condesa un grito gutural, y llevándose la mano al corazón, -como para contener un estallido, cayó al suelo atacada de fieras -convulsiones. - - - - -VIII - - -Corrió Beatriz en su auxilio, la cogió en brazos. Nazarín la miraba -impasible. En su desmayo, entre frases ininteligibles, doña Catalina -pronunció con claridad la siguiente: - ---Está loco, y quiere volverme loca a mí. - -Salió Nazarín de la sala capitular, donde Beatriz, con el auxilio de -Aquilina que acudió prontamente, trataba de volver a su normal estado -a la ilustre señora. Bastó con desabrocharle el justillo y mojarle las -sienes con agua fría, para que Halma se restableciera, y quedándose -sola otra vez con la nazarista, pasó más de un cuarto de hora sin -que ninguna de las dos dijese palabra, ni en pro ni en contra del -singularísimo consejo del apóstol mendigo. - -Catalina, poseída de una intensa languidez, fue la que primero rompió -el grave silencio, con esta pregunta: - ---Y cuando yo perdí el sentido, ¿no dijo algo más? - ---No señora. Nada más. - ---¿No dijo la tercera verdad... que debo casarme con José Antonio? - ---No le oí tal cosa. - -Quedose Halma como aletargada en el sofá, y cuando Beatriz la creía -dormida, he aquí que se incorpora la dama, muy nerviosa, y con gran -inquietud de lengua y manos, atropelladamente dice: - ---Beatriz, ese hombre es el santo, ese hombre es el justo, el misionero -de la verdad, el emisario del Verbo Divino. Su voz me trae la voluntad -de Dios, y ante ella me prosterno. Esa idea de que yo me case, me -andaba rondando el alma, sin atreverse a entrar en ella, porque yo la -tenía ocupada por mil artificios de mi vanidad de santa imaginativa, -y de mística visionaria... Me ha dicho la gran verdad, que ha tardado -en posesionarse de mi espíritu, entontecido con las ideas rutinarias -que estoy metiendo y atarugando en él desde hace algún tiempo. ¿Dónde -está tu maestro? Quiero verle. Quiero que me hable otra vez, y que me -confirme lo que antes rae dijo. - -Salieron las dos. - ---Allá está --indicó Beatriz, después de explorar por una ventana las -soledades de Pedralba--. Está paseándose debajo del moral. - -Corrieron allá, y arrodillándose ante él, Halma le dijo: - ---Padre, verdad tan grande y clara jamás oí. Usted me ha revelado a mí -misma. Yo era como el gusano que se encierra en el capullo que labra. -Usted me ha sacado de mi propia envoltura. Un sentimiento existía en -mí, de que apenas yo misma me daba cuenta: tan agazapadito estaba el -pobre en un rincón de mi alma. La voz del padrito le ha hecho saltar, -y se ha crecido el pícaro en un instante... ¡Oh, qué verdades me ha -dicho esa inteligencia soberana! Sola, en vano pediría savia y calor -al misticismo. Acompañada, tendré quien me defienda, quien me ayude, -seremos dos en uno para proseguir la santa obra. No fundo nada, no -quiero comunidad legal constituida con mil formulillas, que serían -otras tantas brechas para que se metieran a inspeccionar mis acciones -el cura y el médico y el administrador. Mi ínsula no es, no debe ser -una institución, a imagen y semejanza del Estado. Sea mi ínsula una -casa, una familia. Mi marido y yo mandamos y disponemos en ella, con -libre voluntad, conforme a la ley de Dios. - ---Mírele, mírele --dijo Nazarín señalando a un punto lejano, en que se -veía una pareja de bueyes, y un gañán tras ella--. Allí está el hombre, -el corazón grande y hermoso, el ser que usted, con su caridad, mal -comprendida por el bendito Flórez, y renegada por su hermano, sacó de -la miseria y de la abyección. Le he sondeado. He visto su alma delante -de mí, clara y patente. Es un buen hombre, y será un excelente señor de -Pedralba. - ---Y le bendeciremos a usted, padre, el santo, el justo, el que todo lo -ve y todo lo descubre. - ---No soy nada de eso --replicó el curita manchego, resistiéndose a que -Halma le besase las manos, y obligándola a levantarse--. ¡La señora de -rodillas ante mí! ¡No faltaba más! Yo no soy ni santo ni justo, señora -mía, sino un pobre hombre que, por favor de Dios, ha sabido ver lo que -nadie había visto: que la señora de Pedralba quiere a su primo, que le -quiere con amor, quizás desde que se llegó a ella, hecho un perdido, -con ánimo de pedirle una limosna. - ---Es verdad, es verdad... ¡Y yo pensé alejarle de mí! ¡Qué desvarío! -Llegué a creer que la sequedad del alma era el primer peldaño para -subir a esas santidades que soñé... Estaba yo con mi santidad como -chiquilla con zapatos nuevos. ¡Y el pobre José Antonio abrasado en un -afecto hacia mí, que yo interpretaba como agradecimiento muy vivo! Ya -sospechaba yo que sería algo más; pero tal era mi torpeza que, al ver -aquel sentimiento, le echaba tierra encima, todo el material inerte que -sacaba del hoyo místico en que enterrarme quería. - ---Y ahora, señora Condesa, ahora que las grandes verdades han salido, -con la ayuda de la luz de Dios, de la obscuridad en que se escondían, -váyase a la casa, dedíquese a sus ocupaciones habituales, y déjeme a -mí el cuidado de informar a Urrea de esta felicidad, pues si no se -la comunico con arte gradual, podría ser que el gozo repentino le -produjera conmoción demasiado fuerte y peligrosa. - -No tardó Halma en obedecerle, y allá se fue con Beatriz a sus trajines -domésticos, que aquel día le parecieron más gratos que nunca. Y el -manchego tomó pasito a paso el sendero que conducía a la tierra que el -noble Urrea estaba labrando. Hízole el bravo gañán, al verle llegar, un -gallardo saludo, levantando repetidas veces la aijada, y cuando le tuvo -a tiro de palabra, no se atrevió a preguntarle, tal miedo tenía, lo -que con tanto ardor anhelaba saber. Parados los bueyes, Urrea se quedó -como una estatua. Los pies en el barro, la mano izquierda en la esteva, -empuñando con la derecha la aijada, era una hermosa representación de -la Agricultura, labrada en _terracotta_. - ---Hijo mío --le dijo Nazarín--, no sé si las noticias que te traigo -serán satisfactorias para ti. No te alegres antes de tiempo. - -José Antonio palideció. - ---Hijo mío, si no fueras tan bruto, comprenderías que las noticias que -te traigo son medianas, tirando a buenas. - -El rostro del gañán se enrojeció. - ---La señora Condesa no quiere que te vayas de Pedralba. Pero... - ---¿Pero qué? - ---Pero... ello es que no encontraba la manera de retenerte. Al fin, -yo le he dado una formulilla o receta para resolver el conflicto, y -evitar las intrusiones probables de don Remigio, de Láinez y Amador. Se -cambiará radicalmente el régimen de Pedralba. ¿Te vas enterando? - ---No entiendo nada. - ---Porque eres muy torpe. Nada, hijo, que he convencido a la señora -Condesa... ¿te lo digo? de que debe rematar la gran obra de tu -corrección, ¿te lo digo?... haciéndote su esposo. ¿No lo crees? - -Urrea blandió la aijada, y tal movimiento le imprimió en la convulsión -de su gozosa sorpresa, que Nazarín hubiera podido creer que le -atravesaba de parte a parte. - ---Calma, hijo, no hagas locuras. Las cosas van por donde deben ir. -Da gracias a Dios por haber iluminado a tu prima. Al fin comprende -que debe llevarse la corriente de la vida por su cauce natural. Su -determinación resuelve de un modo naturalísimo todas las dificultades -que en el gobierno de esta ínsula surgieron. Los señores de Pedralba -no fundan nada; viven en su casa y hacen todo el bien que pueden. -¡Ya ves cuán fácil y sencillo! Para discurrir esto no se necesita la -intervención del Espíritu Santo. Y sin embargo, la gran inteligencia de -la señora Condesa de Halma, deslumbrada por sus propios resplandores, -no veía esta verdad elemental. Dios ha querido que yo, un pobre clérigo -vagabundo, predique el sentido común a los entendimientos atrevidos, a -las almas demasiado ambiciosas. - -José Antonio dio un abrazo a Nazarín, y no pudo expresar su alegría -sino con frases entrecortadas: - ---Yo también, yo también... vi claro... no podía decirlo... a mí propio -no decírmelo... Temía disparate... ¡Y no lo era, Cristo, no lo era! -La suma ciencia parece locura; la verdad de Dios... sinrazón de los -hombres. - ---Ahora, hijo mío, continúa en tu trabajito, como si nada hubiera -pasado. Sigue arando, arando, que esto entretiene, y al propio tiempo -que abres la tierra, das gracias a Dios por la merced que acaba de -hacerte. Este bien tan grande y hermoso no lo mereces tú. - ---No lo merezco, no --dijo Urrea con emoción--. Mucho he padecido en -este mundo. Pero aunque mis tormentos hubieran sido un millón de veces -mayores, no está en la proporción de ellos esta inmensa alegría. - ---Trabaja, hijo, trabaja. Y otra cosa te encargo. No vayas al castillo -hasta la noche... porque supongo que te traerán aquí la comida. - ---Así lo creo. - ---No muestres impaciencia, no te descompongas, ni cuando veas a tu -prima esta noche, a la hora de la cena, hagas figuras ni desplantes. -Tú... calladito hasta que ella te hable. Y cuando se digne exponerte -su pensamiento, tú le das las gracias en forma reposada y noble, -prometiendo consagrarle tu vida y tu ser todo, y haciéndole ver que -no te crees merecedor de la inaudita felicidad que te depara... Anda, -hijo, a tus bueyes, y hasta la noche... Con ese surco escribes en la -tierra tu gratitud. Ama la tierra, que a todos nos da sustento, y nos -enseña tantas cosas, entre ellas una muy difícil de aprender. ¿A que no -sabes lo que es? Esperar, hijo, esperar. La tierra guarda la sazón de -las cosas, y nos la da... cuando debe dárnosla. - - - - -IX - - -Lo que platicaron aquella noche, después de cenar, la gobernadora de -la ínsula y el futuro señor de Pedralba, no consta en los papeles del -archivo nazarista, de donde todos los materiales para componer la -presente historia han sido escrupulosamente sacados. Sin duda, después -de dar cuenta de la grave resolución matrimonial de la santa Condesa, -no creyeron los cronistas del nazarismo que debían extenderse a mayores -desarrollos historiales de tan considerable suceso, o conceptuaron -vacías de todo interés religioso y social las sentidas palabras con que -aquellas dos personas hicieron confirmación solemne de su propósito -matrimonesco. Lo único que se encuentra pertinente al caso es la -noticia de que José Antonio de Urrea se preparó aquella misma noche -para partir a Madrid a la mañanita siguiente. Y otro papel nazarista -corrobora que, en efecto, partió a caballo al romper el día, y que -Halma salió a despedirle, y a desearle un buen viaje, agregando algunas -advertencias que se le habían olvidado en su coloquio de la noche -anterior. Es un hecho incontrovertible, del cual darán fe, si preciso -fuere, testigos presenciales, que ya montado en la jaca el presunto -gobernador de la ínsula, y cuando estrechaba la mano de la Condesa, -pronunció estas palabras: - ---No llevo más que un resquemor: que nuestro don Remigio, que de seguro -tocará el cielo con las manos al ver que no le cae la breva de la -Rectoría de Pedralba, ha de fastidiarnos con dilaciones, y quizás con -entorpecimientos graves. No he cesado de cavilar sobre ello esta noche, -y al fin, querida prima, lo que saco en limpio es que necesitamos -comprar su voluntad. - ---¡Comprarle...! ¡Cómo...! ¿Qué quieres decir? - ---Ya verás. No me vengo de Madrid sin traerme su nombramiento para una -de las parroquias de allá. Es su sueño, su ambición, y si yo logro -satisfacerla, el hombre es nuestro ahora y siempre. He pensado que -nadie puede ayudarme en esta pretensión como Severiano Rodríguez, el -cual es, ya lo sabes, íntimo amigo del Obispo. Y, como Severiano y -tu hermano Feramor tuvieron una formidable agarrada en el Senado, y -ahora están a matar, espero que me apoye con interés, con ardor de -sectario. Basta para ello hacerle comprender que el parlamentario y -economista inglés ha de ver con malos ojos lo que a nosotros nos agrada -y favorece. Créelo, araré la tierra de allá, como he arado la de aquí, -por ganarnos la benevolencia del curita de San Agustín, que es quien ha -de echarnos las bendiciones. Déjame a mí, que ya sabré arreglarlo..., -mi palabra. Ya me río al pensar en el tumulto que ha de armarse cuando -yo suelte la noticia. Será como echar una bomba; de aquí oirás el -estallido, y te reirás, mientras allá me río yo, hasta que venga el día -feliz en que nos riamos juntos... Adiós, adiós, que es tarde. - -El primer día de la ausencia de Urrea, la Condesa, en largo y afectuoso -conciliábulo que celebró con Nazarín, según consta en documentos -de indubitable autenticidad, indicó al apóstol cuán justo y humano -sería darle de alta, declarándole en el pleno goce de sus facultades -intelectuales. Si ella hubiera de decidirlo, no había duda, ¿pues qué -prueba más clara del perfecto estado cerebral de don Nazario, que su -incomparable consejo y dictamen en el asunto que Halma sometió días -antes a su criterio? - -A lo que respondió serenamente el peregrino que, hallándose sujeto a -observación por el Superior jerárquico, solo este podía resolver si -debía o no ser reintegrado en sus funciones sacerdotales. Cierto que -un buen informe de la señora Condesa, a quien la Iglesia confiara la -custodia del supuesto demente, sería de gran peso y autoridad; pero a -juicio del interesado, este informe no sería eficaz si no iba precedido -de una explícita manifestación de su Superior inmediato, el cura de San -Agustín. Añadió el apóstol que su mayor gozo sería que le devolviesen -las licencias para poder celebrar el Santo Sacrificio, y si se le -concedía la libertad, se trasladaría sin pérdida de tiempo a Alcalá de -Henares, donde sus caros feligreses, el _Sacrílego_ y Ándara, sufrían -el rigor de la ley. Por lo demás, su paciencia no se agotaba nunca, -y esperaría tranquilo, decidido a no disfrutar la anhelada libertad, -mientras quien debía dársela no se la diera. - -Con don Remigio habló también la Condesa de este asunto, no obteniendo -de él más que vagas promesas de estudiarlo, sometiéndolo además al -criterio facultativo de Láinez. También dio cuenta al cura y al médico -de su proyectado casamiento, y no hay lengua humana que describir pueda -la sorpresa, el estupor de aquellas dignísimas personas, y del vecino -propietario de la Alberca. Don Remigio no paró, en todo el viaje de -Pedralba a San Agustín, de hacerse cruces sobre boca, cara y pechos. - -Cinco días estuvo José Antonio en Madrid, regresando en la mañana -del sexto, gozoso y triunfante, pues se traía bien despachado todo -el papelorio que la celebración del casamiento exigía. Contando a su -prima el escándalo que en la familia produjo el notición de la boda, -empezaba y no concluía. Al principio, lo tomaron a broma: convencidos -al fin de que era cierto, cayó sobre los solitarios de Pedralba una -lluvia de sangrientos chistes. El menos ofensivo era este: «Catalina se -llevó a Nazarín para curarle, y él la ha vuelto a ella más loca de lo -que estaba.» Hicieron Halma y Urrea lo que anunciado habían antes de la -partida de este: pasar buenos ratitos riéndose de todo aquel tumulto -de Madrid, que seguramente no les causaría inquietud ni desvelo. -Acertó a presentarse en aquel momento el buen don Remigio, y Urrea se -fue derecho a él, y dándole un abrazo tan apretado que parecía que -le ahogaba, le dijo: «Mil parabienes al ínclito cura de San Agustín, -por la justicia que sus superiores le hacen, concediéndole plaza -proporcional a sus grandísimos talentos y eminentes virtudes.» - -No comprendía don Remigio, y el otro, repitiendo el estrujón, hubo de -explicárselo con toda claridad. - ---Sepa que me he traído su nombramiento... - ---¿Para una parroquia de Madrid? - ---No ha podido ser, por no haber vacante en estos días, mi dignísimo -amigo y capellán; pero el señor Prelado, con quien habló de usted un -amigo mío, encareciéndole sus méritos, aseguró que irá usted a los -Madriles muy pronto, y que en tanto, para que hombre tan virtuoso y -sabio no esté obscurecido en ese villorrio, le nombra Ecónomo de Santa -María de Alcalá. - ---¡Santa María de Alcalá! --exclamó don Remigio como en éxtasis; ¡tan -soberbio y apetitoso le parecía su nuevo destino! - -Y un abrazo más sofocante que los anteriores, selló la amistad -imperecedera entre el buen párroco de San Agustín y el insulano de -Pedralba. - ---¿Y qué puedo hacer yo para demostrarle mi agradecimiento, señor de -Urrea, qué puede hacer este modesto cura...? - ---Ese modesto cura no tiene que hacer más que conservarnos su preciosa -amistad, que en tanto estimamos. Y antes de entregar la parroquia al -que viene a sustituirle, échenos las santas bendiciones. - ---Ahora mismo..., digo, mañana, pasado mañana. Estoy a las órdenes de -la señora doña Catalina, a quien ya no debo llamar Condesa de Halma. - ---Será pasado mañana, señor don Remigio --indicó Halma--. Y otra cosa -he de merecer de su benevolencia: que no me olvide al bendito Nazarín. - ---Como he de ir a la Corte a ver a mi tío, allá informaré -favorablemente. ¡Si salta a la vista que está en su cabal juicio! -Inteligencia clara como el sol. ¿Verdad, señora? - ---Tal creo yo. - ---No tengo inconveniente en darle de alta, bajo mi responsabilidad, -seguro de que el señor Obispo ha de confirmar mi dictamen, y si quiere -venirse conmigo a Alcalá, me le llevo, sí señor, y le daré una modesta -habitación en mi modestísima casa. - ---Nos alegramos de ello, y lo sentimos --afirmó la señora de -Pedralba--, porque la compañía del buen don Nazario nos es gratísima -sobre toda ponderación. - ---Ya vendrá a vernos --dijo Urrea--. Y al señor don Remigio también -le tendremos aquí alguna vez. Esto no es ya un instituto religioso -ni benéfico, ni aquí hay ordenanzas ni reglamentos, ni más ley que -la de una familia cristiana, que vive en su propiedad. Nosotros nos -gobernamos solos, y gobernamos nuestra cara ínsula. - ---Y así debe ser... y así no tienen ustedes quebraderos de cabeza, ni -que sufrir impertinencias de vecinos intrusos, ni el mangoneo de la -dirección de Beneficencia o de la autoridad eclesiástica. Reyes de su -casa, hacen el bien con libérrima voluntad, sin dar cuenta más que a -Dios... ¡Si es lo que yo he dicho siempre, si es la verdad sencilla, -elemental!... Ea, pasado mañana en mi parroquia, a la hora que los -señores me designen. - -Concertada la hora, don Remigio montó en su jaca, y picó espuelas. El -animalito debía participar del inquieto gozo de su amo, porque en un -soplo le llevó al vecino pueblo. - - * * * * * - -En la nota de un curiosísimo documento nazarista, que merece guardarse -como oro en paño, se dice que el mismo día de la boda salió de San -Agustín el curita manchego, caballero en la borrica del gran don -Remigio. Despidiose afectuosamente de los señores de Pedralba, y de -Beatriz, que lloraba como una Magdalena al verle partir, y tomando -la carretera hasta la barca de Algete, pasó el Jarama, siguiendo sin -descanso, al paso comedido de la pollina, hasta la nobilísima ciudad -de Alcalá de Henares, donde pensaba que sería de grande utilidad su -presencia. - - -Santander-San Quintín. -- Octubre de 1895. - - -Fin de HALMA - - - - -ÍNDICE - - - PRIMERA PARTE - Cap. I 5 - Cap. II 10 - Cap. III 19 - Cap. IV 26 - Cap. V 33 - Cap. VI 41 - Cap. VII 47 - Cap. VIII 55 - - SEGUNDA PARTE - Cap. I 65 - Cap. II 72 - Cap. III 82 - Cap. IV 91 - Cap. V 100 - Cap. VI 108 - Cap. VII 117 - Cap. VIII 124 - - TERCERA PARTE - Cap. I 135 - Cap. II 142 - Cap. III 153 - Cap. IV 161 - Cap. V 170 - Cap. VI 181 - Cap. VII 190 - Cap. VIII 199 - - CUARTA PARTE - Cap. I 211 - Cap. II 220 - Cap. III 230 - Cap. IV 241 - Cap. V 250 - Cap. VI 259 - Cap. VII 269 - - QUINTA PARTE - Cap. I 279 - Cap. II 289 - Cap. III 297 - Cap. IV 305 - Cap. V 314 - Cap. VI 326 - Cap. VII 333 - Cap. VIII 339 - Cap. IX 347 - -*** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK HALMA *** - -Updated editions will replace the previous one--the old editions will -be renamed. - -Creating the works from print editions not protected by U.S. copyright -law means that no one owns a United States copyright in these works, -so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the -United States without permission and without paying copyright -royalties. Special rules, set forth in the General Terms of Use part -of this license, apply to copying and distributing Project -Gutenberg-tm electronic works to protect the PROJECT GUTENBERG-tm -concept and trademark. Project Gutenberg is a registered trademark, -and may not be used if you charge for an eBook, except by following -the terms of the trademark license, including paying royalties for use -of the Project Gutenberg trademark. 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INDEMNITY - You agree to indemnify and hold the Foundation, the -trademark owner, any agent or employee of the Foundation, anyone -providing copies of Project Gutenberg-tm electronic works in -accordance with this agreement, and any volunteers associated with the -production, promotion and distribution of Project Gutenberg-tm -electronic works, harmless from all liability, costs and expenses, -including legal fees, that arise directly or indirectly from any of -the following which you do or cause to occur: (a) distribution of this -or any Project Gutenberg-tm work, (b) alteration, modification, or -additions or deletions to any Project Gutenberg-tm work, and (c) any -Defect you cause. - -Section 2. Information about the Mission of Project Gutenberg-tm - -Project Gutenberg-tm is synonymous with the free distribution of -electronic works in formats readable by the widest variety of -computers including obsolete, old, middle-aged and new computers. 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Hart was the originator of the Project -Gutenberg-tm concept of a library of electronic works that could be -freely shared with anyone. For forty years, he produced and -distributed Project Gutenberg-tm eBooks with only a loose network of -volunteer support. - -Project Gutenberg-tm eBooks are often created from several printed -editions, all of which are confirmed as not protected by copyright in -the U.S. unless a copyright notice is included. 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You may copy it, give it away or re-use it under the terms -of the Project Gutenberg License included with this eBook or online -at <a href="https://www.gutenberg.org">www.gutenberg.org</a>. 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Se espacian las restantes rayas según las convenciones - ortotipográficas más recientes.</li> - - <li>Las páginas en blanco han sido eliminadas.</li> - - <li>Se ha añadido un índice al final del libro pese a que el original - impreso no lo incluye.</li> - </ul> -</div> - - -<div class="screenonly x-ebookmaker-drop"> - <hr class="chap" /> - <div class="figcenter"> - <img class="thin" - style="width: 28em; height: auto;" - src="images/cover.jpg" - alt="Cubierta del libro" /> - </div> -</div> - - -<div class="tit pt6"> - <hr class="chap" /> - <p><span class="pagenum" id="Page_1">p. 1</span></p> - <h1 class="g1">HALMA</h1> - <hr class="chap" /> -</div> - - -<div class="chapter pt6"> - <div class="legal"> - <p><span class="pagenum" id="Page_2">p. 2</span>Es propiedad. Queda - hecho el depósito que marca la ley. Serán furtivos los ejemplares - que no lleven el sello del autor.</p> - </div> -</div> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="tit"> - <p><span class="pagenum" id="Page_3">[p. 3]</span></p> - <p class="ws1">NOVELAS ESPAÑOLAS CONTEMPORÁNEAS</p> - <p class="fs60 mt05">POR</p> - <p class="fs120 ws1">B. PÉREZ GALDÓS</p> - <hr class="fil" /> - - <p class="fs300 g1 mt1">HALMA</p> - <hr class="tir" /> - <p class="fs110 mt1">10.000</p> - - <div class="figcenter mt3"> - <img src="images/logo.jpg" - style="width: 6em; height: auto;" - alt="Logotipo del editor" /> - </div> - - <p class="fs110 lh150 g0 mt3">MADRID</p> - <p class="fs90 lh150 g0 ws1">SUCESORES DE HERNANDO</p> - <p class="lh150 g1 ws1">Arenal, 11</p> - <p class="lh150">1913</p> -</div> - - -<div class="tit pt6"> - <hr class="chap" /> - <p><span class="pagenum" id="Page_4">p. 4</span></p> - <p class="fs130 asc lh200 ws1 g0">EST. TIP. DE LOS HIJOS DE TELLO</p> - <p class="fs90 lh200 ws1"><b>IMPRESOR DE CÁMARA DE S. M.</b></p> - <p class="fs90 lh200 ws1">C. de San Francisco, 4</p> - <hr class="chap" /> -</div> - - -<div class="chapter pt3" id="ChI_1"> - <p><span class="pagenum" id="Page_5">p. 5</span></p> - <p class="centra fs200 g1">HALMA</p> - <hr class="tir" /> - <h2 class="nobreak">PRIMERA PARTE</h2> - <h3>I</h3> -</div> - -<p>Doy a mis lectores la mejor prueba de estimación sacrificándoles -mi amor propio de erudito investigador de genealogías... vamos, que -les perdono la vida, omitiendo aquí el larguísimo y enfadoso estudio -de linajes, por donde he podido comprobar que doña Catalina de Artal, -Xavierre, Iraeta y Merchán de Caracciolo, Condesa de Halma-Lautenberg, -pertenece a la más empingorotada nobleza de Aragón y Castilla, y que -entre sus antecesores figuran los Borjas, los Toledos, los Pignatellis, -los Gurreas, y otros nombres ilustres. Explorando la selva genealógica, -más bien que árbol, en que se entrelazan y confunden tan antiguos y -preclaros linajes, se descubre que, por el casamiento de doña Urianda -de Galcerán con un príncipe italiano, en 1319, los Artales<span -class="pagenum" id="Page_6">p. 6</span> entroncan con los Gonzagas y -los Caracciolos. Por otro lado, si los Xavierres de Aragón aparecen -injertos en los Guzmanes de Castilla, en la rama de los Iraetas corre -la savia de los Loyolas, y en la de los Moncadas de Cataluña la de -los Borromeos de Milán. De lo cual resulta que la noble señora no -solo cuenta entre sus antepasados varones insignes por sus hazañas -bélicas, sino santos gloriosos, venerados en los altares de toda la -cristiandad.</p> - -<p>Como he dado al buen lector mi palabra de no aburrirle, me guardo -para mejor ocasión los mil y quinientos comprobantes que reuní, -comiéndome el polvo de los archivos, para demostrar el parentesco de -doña Catalina con el antipapa don Pedro de Luna, Benedicto XIII. Busca -buscando, hallé también su entronque lejano con Papas legítimos, pues -existiendo una rama de los Artal y Ferrench que enlazó con las familias -italianas de Aldobrandini y Odescalchi, resulta claro como la luz que -son parientes lejanos de la Condesa los Pontífices Clemente VIII e -Inocencio XI.</p> - -<p>De monarcas no se diga, pues el árbol aparece cuajado, como -de un lozano fruto, de apellidos regios, y allí veis los Albrit -y Foix de Navarra, los Cerdas y Trastamaras de acá, y otros mil -nombres que a cien leguas trascienden a realeza, como los de Rohan, -Bouillon, Lancas<span class="pagenum" id="Page_7">p. 7</span>ter, -Montmorency, etc... Fiel a mi compromiso, envaino mi erudición, y -emprendo la reseña biográfica, designando a doña Catalina-María del -Refugio-Aloysa-Tecla-Consolación-Leovigilda, etc... de Artal y Javierre -como tercera hija de los señores Marqueses de Feramor. Huérfana de -padre y madre a los siete años, quedó al cuidado del primogénito, -actualmente Marqués de Feramor, y de su hermana doña María del Carmen -Ignacia, Duquesa de Monterones. En 1890, casó con un joven agregado a -la embajada alemana, el Conde de Halma-Lautenberg, matrimonio que hubo -de realizarse contra viento y marea, pues los hermanos de ella y toda -la familia se opusieron tenazmente por cuantos medios le sugerían su -orgullo y terquedad. Querían desposarla con un individuo de la casa -de Muñoz Moreno-Isla, de nobleza mercantil, pero bien amasada con -patacones. Catalina, que desde muy niña mostraba increíbles ascos al -vil metal, se prendó del diplomático alemán, que a su seductora figura -unía un desprecio hermosísimo de las materialidades de la existencia. -Grandes trapisondas y disturbios hubo en la familia por la tiránica -firmeza de los hermanos mayores, y la resistencia heroica, hasta el -martirio, de la enamorada doncella. Casados al fin, no sin intervención -judicial, el esposo fue destinado a Bulgaria, de aquí a Constantinopla, -y<span class="pagenum" id="Page_8">p. 8</span> allá le siguió doña -Catalina, rompiendo toda relación con sus hermanos. Calamidades, -privaciones, desdichas sin fin la esperaban en Oriente, y al conocerlas -la familia de acá, por referencias de diplomáticos extranjeros y -españoles, no veía en todo ello más que la mano de Dios castigando -duramente a Catalina de Artal por la amorosa demencia que la llevó a -enlazarse con un advenedizo, de familia desconocida, hombre sin seso, -desordenadísimo en sus ideas, desatado de nervios, y habitante aburrido -de las regiones imaginativas. Para colmo de infortunio, Carlos Federico -era pobre, con el título pelado, y sin más renta que su sueldo, pelado -también, pues la familia de Halma-Lautenberg, que desciende, según -noticias que tengo por fidedignas, del Landgrave de Turingia y Hesse, -Hermann II, había venido tan a menos como cualquier familia de por -acá, de las que, después de mil tumbos y vaivenes, caen a lo hondo del -abismo social para no levantarse nunca.</p> - -<p>Contratiempos mil, reveses de fortuna, escaseces y aun hambres -efectivas padeció la infeliz doña Catalina en aquellas lejanas tierras, -sin más consuelo que el amor de su esposo, que nunca le faltó, ni de -él tuvo queja, pues Dios, al privarla de tantos bienes, concediole -con creces la paz conyugal. Tiernamente amada y amante, la íntima -felicidad de su matrimonio la com<span class="pagenum" id="Page_9">p. -9</span>pensaba de tanta desdicha del orden externo. Carlos Federico -era bueno, dulce, aunque medio loco según unos, y loco entero según -otros. La mala opinión acerca de su gobierno cerebral debió trascender -hasta la Cancillería de Berlín, porque fue destituido de su cargo. La -joven pareja se encontró a merced de la Divina voluntad, que sin duda -quería someter a durísima prueba el alma fuerte de la dama española, -pues a los dos meses de la destitución, y cuando, en espera de recursos -para venirse a Occidente, vivía obscuro y resignado el matrimonio en -una humilde casita de Pera, se le declaró al esposo una tisis, con tan -graves caracteres, que no era difícil presagiar un desenlace fúnebre en -breve plazo.</p> - -<p>Reveló entonces su temple finísimo el alma de Catalina de Artal, -pues cobrando ánimos con aquel nuevo golpe, aventurose a pedir auxilio -a sus hermanos de Madrid, que si al principio si hicieron un poco de -rogar, cedieron al fin, mirando más al decoro de la familia que a la -caridad cristiana. Con el mezquino socorro que le enviaron, pudo la -heroína transportar a su pobre enfermo a la isla de Corfú, afamada -por la benignidad de su clima. Allí vivieron, si aquello era vivir, -en un pie de milagrosa economía; supliendo con el cariño los recursos -materiales, y las comodidades con prodigios de inteligen<span -class="pagenum" id="Page_10">p. 10</span>cia, él resignado, ella -valerosa y sublime como enfermera, amantísima como esposa, diligente -en el manejo de la humilde casa, hasta que al fin Dios llamó a sí al -infeliz Conde de Halma en la madrugada del 8 de Septiembre, día de la -Natividad de Nuestra Señora.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChI_2"> - <h3>II</h3> -</div> - -<p>Refieran en buen hora los sufrimientos de Catalina de Artal en -aquellos tristes días y en los que siguieron a la muerte de su -adorado esposo, los que posean mística inspiración y estén avezados -a relatar vidas y muertes de mártires gloriosos. Yo no sé hacerlo, y -dejando este trabajo a plumas expertas, que seguramente escribirán la -edificante historia, no hago más que apuntar los hechos capitales, -como antecedentes o fundamento de lo que me propongo referir. ¿Qué -puedo decir del hondísimo dolor de la dama al ver expirar en sus -brazos al que era su vida toda, amor primero, alegría última, único -bien terrestre de su alma? La opinión del mundo, que rara vez deja de -equivocarse en sus precipitados y vanos juicios, había contrahecho la -persona moral del señor Conde, pintándole en los círculos de Madrid con -colores de malicia. Pero al historiador de conciencia, bien enterado -de su<span class="pagenum" id="Page_11">p. 11</span> asunto, toca el -borrar toda falsedad con que los habladores y envidiosos ennegrecen un -noble carácter. Esto hago yo ahora, asegurando que Carlos Federico de -Halma era un bendito, y que la investigación más rebuscona y pesimista -no encontrará en su conducta, después de casado, ninguna tacha. -Desbarato resueltamente la reputación que lenguas demasiado sueltas le -hicieron en Madrid, y reconstruyo su verdadera personalidad de hombre -recto, leal, sincero, añadiendo a estas cualidades las que adquirió en -la convivencia con su digna esposa.</p> - -<p>No poca parte había tenido en la dudosa reputación del alemán, -antes del casorio, la volubilidad de sus ideas, la ligereza de sus -juicios, sus distracciones, que llegaron a formar un verdadero centón -anecdótico, sus displicencias negras alternadas con hervores de loco -entusiasmo por cualquier motivo de arte o amoríos, su prolijidad -machacona en las disputas, y un sinnúmero de manías, algunas de las -cuales no le abandonaron hasta su muerte. Se calentaba la cabeza -pensando en la habitabilidad de todas las estrellas del cielo, chicas -y grandes, y el que quisiera sacarle de sus casillas, no tenía más -que poner en duda la infinita difusión de familias humanas por la -inmensidad planetaria. Del absoluto menosprecio de toda religión -positiva había pasado, poco antes de casarse, y por influencia de -la<span class="pagenum" id="Page_12">p. 12</span> angelical Catalina, -a un ferviente ardor cristiano, más imaginativo que piadoso, sed del -alma que apetecía, sin satisfacerse nunca, no devociones externas y -prácticas litúrgicas, sino embriagueces de la fantasía, mirando más a -la leyenda seductora que al dogma severo. En Oriente, la esposa logró -poner algún orden en los descabellados entusiasmos de Carlos Federico, -hasta que, atacado de cruelísima dolencia, tan difícil era combatir -en él la fiebre abrasadora, como el espiritualismo delirante. Uno y -otro fuego le consumían por igual, y creyérase que ambos, juntando sus -llamas, le redujeron a ceniza impalpable.</p> - -<p>La noche misma de su muerte, refirió a su mujer, entre dos ataques -de disnea, un sueño que había tenido por la tarde, y como viese -Catalina en aquel relato una extraña lógica y cierta lucidez clásica, -se afligió extremadamente, pensando que su pobre enfermo entreveía ya -los horizontes del reino de la eterna verdad. Tanto sentido, tanta -sindéresis en la composición de un poemita fantástico, pues no otra -cosa era el bien relatado sueño, ¿qué podían significar sino que el -poeta se moría? Así fue en efecto. En los últimos minutos de vida se -lanzaba, con desbocada imaginación, a un proyecto de viaje por Asia -Menor y Palestina, con el doble objeto de visitar las ruinas de Troya, -primero, y el país<span class="pagenum" id="Page_13">p. 13</span> -de Galilea después. (Átense estos cabos.) En su pensamiento se -entrelazaron dos nombres: Homero-Cristo. Y al querer dar la explicación -de aquel abrazo histórico y poético, gimió, dio una gran voz... «¡ah!» -y expiró...</p> - -<p>Podría creerse que la muerte del Conde fue el último dolor de la -infortunada Catalina de Artal, y que tras aquella tribulación le -concedió el cielo días de descanso, ya que no de ventura. Pues no -fue así. Sobre la tristeza de su viudez, y el recuerdo siempre vivo -del pobre muerto, viose agobiada de calamidades de otro orden. Hasta -entonces había conocido las humillaciones y escaseces indecorosas -que lastimaban su dignidad de aristócrata. Pero a poco de enviudar, -y residiendo aún en Corfú por no tener medios de trasladarse a otro -sitio, supo lo que es la miseria, la efectiva, horripilante miseria, y -sufrió vejámenes que habrían abatido almas de peor temple que la suya. -Alojada como de limosna en una casa inglesa primero, en una hostería -griega después, Catalina de Artal se vio privada de alimento algunos -días, obligada a lavar su escasa ropa, a remendarse sus zapatos, y a -prestar servicios que repugnaban a su delicado organismo. Pero todo lo -llevaba con paciencia, todo lo aceptaba por amor de Cristo, anhelando -purificarse con el sufrimiento. Como se le ofreciera una coyuntura -propicia para salir de aquella si<span class="pagenum" id="Page_14">p. -14</span>tuación, quiso aprovecharla, más que por mejorar de vida, por -encontrarse entre personas allegadas, en quienes emplear los cariños -que atesoraba su hermoso corazón. Llegose un día inopinadamente a la -isla jónica un hermano de Carlos Federico, grande aficionado a los -viajes marítimos, y que divagaba por el Archipiélago en un yate de unos -comerciantes del Pireo. Propúsole el tal llevarla a Rodas, donde era -cónsul el Conde Ernesto de Lautenberg, tío suyo y del difunto esposo de -Catalina, caballero muy bondadoso y corriente, a quien la infeliz dama -había conocido en Constantinopla.</p> - -<p>Dejose llevar la viuda por Félix Mauricio (que así se nombraba su -cuñado), atraída principalmente por la esperanza de vivir en compañía -de la Condesa Ernesto de Lautenberg, señora húngara, muy simpática y -que había demostrado a la española, en los breves días de su trato, una -cordial adhesión. Salieron, pues, de Corfú en la embarcación griega, -mal llamada yate, pues por su pequeñez y escaso tonelaje no era más -que un balandro bonito, propio para regatas y excursiones cortas. Iba -tripulado por jóvenes <i>dilettantes</i> de la mar. A causa del mal -gobierno y de la impericia del que hacía de capitán, no pudieron capear -un furioso temporal que les cogió entre Zante y Cefalonia, y lanzados -por el viento y el oleaje hacia el golfo de Patrás, entraron de<span -class="pagenum" id="Page_15">p. 15</span> arribada en Misolonghi con -grandes averías. Días y días estuvieron allí, esperando buen tiempo, -y lanzados de nuevo a la mar, llegaban siempre a donde no querían ir. -Félix Mauricio y el amigote ateniense que capitaneaba la frágil nave, -profesaban la teoría de que los temporales con vino <i>son menos</i>, -y empalmaban las turcas que era una maldición. De este modo y con -tales ansiedades y vicisitudes, navegando a merced de Neptuno, y -sin arte para dominarle, fueron dando tumbos por toda la vuelta sur -del Peloponeso. Como quien va describiendo eses por el laberinto de -callejuelas de una ciudad tortuosa, tan pronto tropezaban en Candía, -como en Cerigo (la antigua Cytheres); metiéronse a la buena de Dios -por entre las Cícladas, tocando en Milo y Paros, luego recorrieron las -Espóradas, visitando Samos, Cos y otras hasta parar en Rodas, después -de dos meses largos de endemoniada navegación.</p> - -<p>Como todo se disponía en contra de los deseos de la infeliz viuda, -resultó que el Conde Ernesto se había ido a Alemania con licencia, y -que su esposa, la simpática y bonísima húngara, se había muerto tres -meses antes. Aceptó resignada la Condesa de Halma esta nueva decepción, -y tratando con su cuñado de la necesidad de que la trasladase a -Corinto o Atenas, desde donde podría comunicarse con su familia de -Madrid,<span class="pagenum" id="Page_16">p. 16</span> y preparar su -vuelta a España, contestole el joven en forma tan descarnada y grosera, -que no pudo la señora, por más esfuerzos que hizo, poner su humildad -por encima de su orgullo en la réplica. Hallábanse en un fonducho -próximo al muelle. Renunció la dama la hospitalidad a bordo, que el -capitán del balandro le ofrecía, y enterada de que existía en Rodas -un convento de la Orden Tercera, allá se dirigió volviendo la espalda -para siempre al Conde Félix Mauricio, y a sus insensatos compañeros de -aventuras marítimas.</p> - -<p>Gracias a los buenos franciscanos, la noble señora fue alojada -decorosamente, y empezaron las negociaciones para su regreso a la madre -patria. Dígase de paso, a fin de completar la información, que el tal -Félix Mauricio era lo peorcito de la familia Halma-Lautenberg. Había -pertenecido al cuerpo consular, sirviendo en Alicante y en Esmirna. -Aquí casó con una griega rica, y abandonando la carrera se dedicó al -comercio de esponjas, con varia fortuna. Cuando le encontramos en el -balandro había logrado rehacerse de su primera quiebra. Su carácter -violento y quisquilloso, su exterior desagradable, y más que nada su -inclinación irresistible a las libaciones alcohólicas, le hacían poco -estimable y estimado de propios y extraños. Una tarde, hallándose -doña Catalina platicando con el<span class="pagenum" id="Page_17">p. -17</span> guardián del convento, vio al yate darse a la vela, y le -hizo la señal de la cruz. Perdonó a la nave y a sus tripulantes, y dio -gracias a Dios por haber salido en bien de su peligrosísima aventura -por los mares de Grecia.</p> - -<p>Los caritativos frailes lograron arreglar a la infortunada -Condesa su regreso a Occidente, y tomándole billete en el <i>Lloyd -Austriaco</i>, la expidieron para Malta, donde otros religiosos de la -misma regla se encargarían de reexpedirla para Marsella, y de allí a -Barcelona. Pero como el <i>Lloyd Austriaco</i> no tocaba en Rodas, -la viajera tuvo que hacer la travesía entre esta isla y el punto -de escala, que era Esmirna, en una goleta turca que cargaba frutas -y trigo. Nuevos contratiempos para la pobre señora Condesa, pues -aquellos demonios de turcos hicieron la gracia de llevar un formidable -contrabando, y la goleta fue visitada en aguas de Quíos por un falucho -de guerra, y apresada y detenida con todos sus pasajeros y tripulantes, -hasta que el bajá de Esmirna decidiera el número de palos que le -habían de administrar al patrón. Entre tanto, pasaba doña Catalina mil -privaciones y amarguras, pues allí no había frailes Franciscos que -mirasen por ella. Y gracias que al fin logró verse a bordo del vapor -austriaco, el cual, para que en todo se cumpliese el sino de la dama -sin ventura, era un verdadero inválido. Recelaba<span class="pagenum" -id="Page_18">p. 18</span> ella de todo, del mar y del cielo, y de los -desmanes de la gentuza de varias razas orientales que en aquellas -embarcaciones entra y sale de continuo. Pero ni el cielo, ni la mar, ni -el pasaje ocasionaron a la señora ningún disgusto. Fue la endiablada -máquina del vapor la que se encargó de interrumpir lastimosamente -la navegación, rompiéndose en la demora de Candía. Quedose el buque -como una boya, con el árbol de la hélice en dos pedazos, sin gobierno -el timón por rotura de los guardines. Dio al fin remolque un vapor -inglés, y le llevó a Damieta; allí trasbordaron, pasando a Alejandría, -donde, por variar, sufrieron un nuevo y penoso trasbordo con pérdida -del equipaje, y mojadura total de la ropa puesta. En rumbo para Malta, -con divertimiento de Siroco fortísimo, golpes de mar, y por fin de -fiesta, a la entrada de La Valette, rotura de una de las palas de la -hélice, retraso, peligro... En Malta, la dama errante fue atacada de -calenturas intermitentes. Dos semanas de hospital, riesgo de muerte, -consternación, abandono. Por fin, cumpliéndose en aquel triste caso lo -de <i>Dios aprieta, pero no ahoga</i>, Catalina de Halma puso el pie en -Marsella en un estado deplorable por lo tocante a nutrición, vestido -y calzado, y cinco días después, los señores Marqueses de Feramor -vieron entrar en su casa a una mujer que más bien parecía espec<span -class="pagenum" id="Page_19">p. 19</span>tro, el rostro descarnado, -como de la tierra comido, los ojos brillantes y febriles, las ropas -deshechas por el tiempo, el viento y la mar, roto el calzado..., -lastimosa figura en verdad. Y como el señor Marqués, poseído de -espanto, la mirase ceñudo y dijese:</p> - -<p>—¿Quién es usted?</p> - -<p>Hubo de contestarle Catalina:</p> - -<p>—¿Pero de veras no me conoces? Soy tu hermana.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChI_3"> - <h3>III</h3> -</div> - -<p>No dio su brazo a torcer la Condesa de Halma en las primeras -explicaciones y coloquios con sus hermanos, el Marqués de Feramor y -la Duquesa de Monterones, es decir, que no se declaró arrepentida de -su matrimonio, ni renegaba de este por los trabajos y desventuras sin -cuento que de su unión con el alemán se derivaron. La memoria de su -esposo prevalecía en ella sobre todas las cosas, y no permitía que -sus hermanos la menoscabaran con acusaciones, o chistes despiadados. -Había venido a que la amparasen, dándole el resto de su legítima si -algo restaba, después de saldar cuentas con el jefe de la familia. -Pero no se humillaba, ni al pedirlo y tomarlo, en caso de que se lo -dieran, había de abdicar su dignidad, achicándose moralmente<span -class="pagenum" id="Page_20">p. 20</span> ante sus hermanos, y -dándoles toda la razón en el negocio de su casamiento. No, no mil -veces. Si no le daban auxilio ni aun en calidad de limosna, no le -faltaría un convento de monjas en que meterse. Tampoco repugnaría el -entrar en cualquiera de las Órdenes modernísimas que se consagran -a cuidar ancianos, o a la asistencia de enfermos, que entre tantas -Congregaciones, alguna habría que admitiese viudas sin dote. Replicole -a esto gravemente su hermano que no se precipitase, y que por de -pronto no debía pensar más que en reponerse de tantos quebrantos y -desazones.</p> - -<p>Cerca de un mes estuvo doña Catalina en la morada de su hermano sin -ver a nadie, ni recibir visitas, sin dejarse ver más que de la familia, -y de la criada que la servía. De las ropas que le ofrecieron, no aceptó -más que dos trajes negros, sencillísimos, haciendo voto de no usar en -todo el resto de su vida vestido de color, ni de seda, ni galas de -ninguna especie. Modestia y aseo serían sus únicos adornos, y en verdad -que nada cuadraba mejor a su rostro blanquísimo y a su figura escueta -y melancólica. Como todo se ha de decir, aquí encaja bien el declarar -que doña Catalina no era hermosa, por lo menos, según el estilo -mundano de hermosura. Pero el paso de tantas desdichas había dejado -en su semblante una sombra plácida, y en sus ojos una expresión<span -class="pagenum" id="Page_21">p. 21</span> de beatitud que era el recreo -de cuantos la miraban. Tenía el pelo rubio tirando a bermejo, la nariz -un poco gruesa, el labio inferior demasiado saliente, la tez mate y -limpia, la mirada dulce y serena, la expresión total grave, la estatura -talluda, el cuerpo rígido, el continente ceremonioso. Algunos, que en -aquellos días lograron verla, aseguraban hallarle cierto parecido con -doña Juana la Loca, tal como nos han transmitido la imagen de esta -señora la leyenda y el pincel. Es caprichoso cuanto se diga de otras -semejanzas del orden espiritual, como no sea que la Condesa de Halma -hablaba el alemán con la misma perfección y soltura que el español.</p> - -<p>No era muy grato al señor Marqués aquel aislamiento monástico en -que vivía su hermana, ni le hacían gracia sus propósitos de renunciar -absolutamente a la vida social. Aún podría, según él, aspirar a un -segundo matrimonio, que la indemnizara de las calamidades del primero; -mas para esto era forzoso abandonar la tiesura de imagen hierática, -las inflexiones compungidas, no vestirse como la viuda de un teniente, -y frecuentar el trato de los amigos de la casa. De la misma opinión -era la Marquesa, y ambos la sermoneaban sobre este particular; pero -la firmeza con que defendía Catalina sus convicciones, manías o lo -que fuesen, les hizo comprender que nada conseguirían por el momento, -y<span class="pagenum" id="Page_22">p. 22</span> que debían confiar al -tiempo y a las evoluciones lentas de la voluntad humana la solución de -aquel problema de familia.</p> - -<p>Aunque es persona muy conocida en Madrid, quiero decir algo ahora -del carácter del señor Marqués de Feramor, cuya corrección inglesa -es ejemplo de tantos, y que si por su inteligencia, más sólida que -brillante, inspira admiración a muchos, a pocos o a nadie, hablando en -plata, inspira simpatías. Y es que los caracteres exóticos, formados -en el molde anglosajón, no ligan bien o no funden con nuestra pasta -indígena, amasada con harinas y leches diferentes. Don Francisco de -Paula-Rodrigo-José de Calasanz-Carlos Alberto-María de la Regla-Facundo -de Artal y Javierre, demostró desde la edad más tierna aptitudes para -la seriedad, contraviniendo los hábitos infantiles hasta el punto -de que sus compañeritos le llamaban <i>el viejo</i>. Coleccionaba -sellos, cultivaba la hucha, y se limpiaba la ropita. Recogía del -suelo agujas y alfileres, y hasta tapones de corcho en buen uso. Se -cuenta que hacía cambalaches de tantas docenas de botones por un sello -de Nicaragua, y que vendía los duplicados a precios escandalosos. -Interno en los Escolapios, estos le tomaron afecto y le daban notas -de sobresaliente en todos los exámenes, porque el chico sabía, y allá -donde no llegaba su inteligencia, que no era escasa, llega<span -class="pagenum" id="Page_23">p. 23</span>ba su amor propio, que era -excesivo. Contentísimo del niño, y queriendo hacer de él un verdadero -prócer, útil al Estado, y que fuese salvaguardia valiente de los -<i>intereses morales y materiales</i> del país, su padre le mandó a -educar a Inglaterra. Era el señor Marqués anglómano de afición o de -segunda mano, porque jamás pasó el canal de la Mancha, y solo por vagos -conocimientos adquiridos en las tertulias sabía que de Albión son las -mejores máquinas y los mejores hombres de Estado.</p> - -<p>Allá fue, pues, Paquito, bien recomendado, y le metieron en uno de -los más famosos colegios de Cambridge, donde solo estuvo dos años, -porque no hallándose su papá en las mejores condiciones pecuniarias, -hubo de buscar para el chico educación menos dispendiosa. En un -modesto colegio de Peterborough dirigido por católicos, completó el -primogénito su educación, haciéndose un verdadero inglés por las -ideas y los modales, por el pensamiento y la exterioridad social. En -Peterborough no había los refinados estudios clásicos de Oxford, ni -los científicos de Cambridge; los muchachos se criaban en un medio -de burguesía ilustrada, sabiendo muchas cosas útiles, y algunas -elegantes, cultivando con moderación el <i>horse racing</i>, el -<i>boat-racing</i>, y con la suficiente práctica de <i>lawn-tennis</i> -para pasar en cualquier pue<span class="pagenum" id="Page_24">p. -24</span>blo del continente por perfectas hechuras de Albión.</p> - -<p>Hablaba el heredero de Feramor la lengua inglesa con toda -perfección, y conocía bastante bien la literatura del país que había -sido su madre intelectual, prefiriendo los estudios políticos e -históricos a los literarios, y siendo en los primeros más amigo de -Macaulay que de Carlyle, en los segundos más devoto de Milton que de -Shakespeare. Tiraba siempre a la cepa latina. Al salir del colegio, -consiguiole su padre un puesto en la embajada, para que por allá -estuviese algunos años más empapándose bien en la savia británica. En -aquel periodo se despertaron y crecieron sus aficiones políticas, hasta -constituir una verdadera pasión; estudió muy a fondo el Parlamento, -y sus prerrogativas, sus prácticas añejas, consolidadas por el -tiempo, y no perdía discurso de los que en todo asunto de importancia -pronunciaban aquellos maestros de la oratoria, tan distintos de los -nuestros como lo es el fruto de la flor, o el tronco derecho y macizo -de la arbustería viciosa.</p> - -<p>Ya frisaba don Francisco de Paula en los treinta años cuando por -muerte de su señor padre heredó el marquesado; vino a España, y a -los diez meses casó con doña María de Consolación Ossorio de Moscoso -y Sherman, de nobleza malagueña, mestiza de inglesa y española, -joven<span class="pagenum" id="Page_25">p. 25</span> de mucha -virtud, menos bella que rica, y de una educación que por lo correcta -y perfilada a la usanza extranjera, no desmerecía de la de su esposo. -Poco después casó la hermana mayor del Marqués con el Duque de -Monterones. Catalina, que era la más joven, no fue Condesa de Halma -hasta seis años después.</p> - -<p>Pues, señor, con buen pie y mejor mano entró el decimoséptimo -Marqués de Feramor en la vida social y aristocrática del pueblo a que -había traído las luces inglesas y la ortodoxia parlamentaria del país -de John Bull. Afortunadísimo en su matrimonio, por ser Consuelo y él -como cortados por la misma tijera, no lo fue menos en política, pues -desde que entró en el Senado representando una provincia levantina, -empezó a distinguirse, como persona seria por los cuatro costados, -que a refrescar venía nuestro envejecido parlamentarismo con sangre y -aliento del país parlamentario por excelencia. Su oratoria era seca, -<i>ceñida</i>, mate y sin efectos. Trataba los asuntos económicos -con una exactitud y un conocimiento que producían el vacío en los -escaños. ¿Pero qué importaba esto? Al Parlamento se va a convencer, -no a buscar aplausos; el Parlamento es cosa más seria que un circo -de gallos. Lo cierto era que en aquella soledad de los bancos rojos, -Feramor tenía admiradores sinceros y hasta entusiastas, dos, tres -y<span class="pagenum" id="Page_26">p. 26</span> hasta cinco senadores -machuchos, que le oían con cierto arrobamiento, y luego salían -poniéndole en los cuernos de la luna:</p> - -<p>—Así se tratan las cuestiones. Aquí, aquí, en este espejo tienen que -mirarse todos: esto es lo bueno, lo inglés <i>de la tía Javiera</i>, la -marca <i>Londón</i> legítima, de patente.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChI_4"> - <h3>IV</h3> -</div> - -<p>Fuera del Senado, el Marqués tenía también su grupito de -admiradores, que le citaban de continuo como un modelo digno de -imitación. Por él y por otros muy contados próceres, se decía la -frase de cajetín: «¡Ah, si toda nuestra nobleza fuera así, otro gallo -le cantara a este país!» El amanerado argumento de achacar nuestras -desgracias políticas a no tener un patriciado a estilo inglés, con -hábitos parlamentarios y verdadero poder político, llegaba a ser una -cantinela insoportable.</p> - -<p>Es muy digno de notarse que Feramor desmentía la vulgar creencia de -que todo inglés de alta clase ha de ser caballista, y delirante por -cualquiera de los <i>sports</i> que en Albión se usan. Para gloria -suya, no había importado del país serio, más que la seriedad, dejándose -de lado allí del canal las chifladuras hípicas. Aunque algo y aun algos -entendía de lo referente al <i>turf</i>, no<span class="pagenum" -id="Page_27">p. 27</span> se ocupaba de ello sino con frialdad cortés, -marcando siempre la distancia que media intelectualmente entre un -<i>handicap</i> y un discurso político, aunque sea ministerial. -Y si era cazador, y de los buenos, no mostraba por esta afición -una preferencia sistemática y absorbente. Así los gustos como las -obligaciones existían en él en su valor propio y natural, y la -inteligencia era siempre la maestra y el ama de todo. En el concierto -de sus facultades dominaba la que Dios le había dado para que gobernase -a las demás, la facultad de administrar, y mientras llegaba el caso de -llevarle las cuentas a la Nación, llevaba las suyas con un acierto y -una nimiedad que eran un nuevo tema de aplauso para sus admiradores. -«¡Un aristócrata que administra! ¡Oh, si hubiera muchos Feramor en -nuestra grandeza, la nación no andaría tan de capa caída!»</p> - -<p>La fortuna patrimonial del Marqués no era grande, porque su padre -había puesto en práctica doctrinas que se daban de cachetes con la -regularidad administrativa. Pero la riqueza aportada al matrimonio -por la Marquesa fortalecía considerablemente la casa, en la cual -reinaba un orden perfecto, gastándose tan solo la mitad de las rentas. -Vivían, pues, con decoro y modestia, sometidos gustosamente a un -régimen de previsión entre dos jalones, el de de<span class="pagenum" -id="Page_28">p. 28</span>lante fijando el límite de donde no debía -pasar el lujo, para evitar despilfarros, el de atrás marcando la raya -de la economía, para no llegar a la sordidez. A mayor abundamiento, la -Marquesa, que parecía hecha a imagen y semejanza de su esposo, y que -con la convivencia se asimilaba prodigiosamente sus ideas, salió tan -administrativa y administradora como él, y le ayudaba a sostener aquel -venturoso equilibrio. Ambos lucían en el gobierno de la casa, con una -perfecta entonación económica, si es permitido decirlo así. Diversas -eran las opiniones mundanas sobre esta manera de vivir, pues si algunos -les criticaban por no tener una cuadra de gran importancia hípica, como -correspondía a los gustos ingleses del Marqués, otros le elogiaban sin -tasa por su excelente biblioteca, principalmente consagrada ¡oh!... a -ciencias morales y políticas. Su mesa era inferior a la biblioteca, y -superior a la cuadra. Solo había cinco convidados un día por semana.</p> - -<p>Expresadas las opiniones, conviene apuntar las hablillas, aunque -estas desdoren un poco la noble figura de los Feramor. Lenguas, que -evidentemente eran malas, decían que el Marqués colocaba el sobrante -de sus rentas a préstamo con réditos enormes, sacando de apuros a sus -compañeros de grandeza, comprometidos en el juego, en el <i>sport</i> -o en otros vicios. En esto la<span class="pagenum" id="Page_29">p. -29</span> maledicencia no acertaba, como casi siempre sucede, pues los -préstamos del Marqués no eran de calidad extremadamente usuraria. Se -reforzaba, sí, con buenas hipotecas, y cuando la garantía era floja y -el reembolso problemático, sus principios económicos le aconsejaban -aumentar prudencialmente los intereses. Ello es que si en rigor de -verdad no debía ser llamado usurero, tampoco habría mayor injusticia -que aplicarle el calificativo de generoso. Ni la adulación que todo -lo puede, podía llamarle así. Los amigos más benévolos no acertaban -a descubrir en él un rasgo de desprendimiento, o un ejemplo de favor -desinteresado. Era todo exactitud en el pensar, precisión matemática en -las acciones, como una máquina de vida social en la que se suprimieran -los movimientos de la manivela afectiva. No faltaba jamás a sus -deberes, no se le podía coger en descuido de sus compromisos; pero -tampoco se le escapaba la sensiblería de hacer el bien por el bien. -Siempre en guardia, y custodiándose a sí propio con llaves seguras que -solo él manejaba, no permitía nunca que la espontaneidad abriese su -interior de hierro, ni menos que mano profana penetrase en él.</p> - -<p>Ved aquí por qué no gozaba de simpatías, y los que le admiraban -como el último modelo inglés de corte de personas, no le querían. -Encontrábanle todos poco español, privado de las<span class="pagenum" -id="Page_30">p. 30</span> virtudes y de los defectos de la compleja -raza peninsular. Habríanle querido menos reglamentado moralmente, -menos exacto, y un poquitín perdido. Físicamente, era hermoso, pero -sin expresión, de facciones a las cuales no se podía poner la menor -tacha, rematadas por una corona negativa, es decir, por una calva -precoz, lustrosa y limpia, que él consideraba como la más airosa -tapadera de la seriedad británica. Su trato fuera de casa era delicado -y fino, dentro de una elegante tibieza, y en la intimidad doméstica -seco y autoritario, sin ninguna disonancia, pero también sin asomos -de dulzura, como un preceptor o intendente, más que como padre y -esposo. De la señora Marquesa, que no era más que el <i>feminismo</i> -del carácter de su marido, poco hay que decir. La asimilación había -llegado a ser tan perfecta, que pensaban y hablaban lo mismo, usando -las propias locuciones familiares. Ambos se expresaban en inglés con -notable soltura. Y la asimilación no paraba en esto, pues ocurría en -aquel matrimonio joven lo que en algunos viejos, reducidos por larga -convivencia a una sola persona con dos figuras distintas. El Marqués -y la Marquesa se parecían físicamente; ¿qué digo se parecían? eran -iguales, a pesar de señalarse ella por poco bonita y él por bastante -guapo; iguales el mirar, el respirar, los movimientos musculares del -rostro,<span class="pagenum" id="Page_31">p. 31</span> el aire grave -de la frente, el temblor imperceptible de las ventanillas de la nariz, -la manera de llevar los quevedos, pues ambos eran miopes, la boca, la -sonrisa de buena educación más que de bondad. Decía un guasón, amigo de -la casa, que si uno de los dos se muriera, el superviviente sería viudo -de sí mismo.</p> - -<p>Vivían en la casa patrimonial de los Feramor, en una de las -plazoletas irregulares próximas a San Justo, con vistas a la calle -de Segovia y al Viaducto por la parte de Poniente; casa vetusta, -pero que con los remiendos y distribuciones hechas por el Marqués no -había quedado mal. La parte baja, agrandada y mejorada notablemente, -se dividía en dos cuartos de renta, y se alquilaron, el uno para -litografía, el otro para las oficinas de una Sacramental. El segundo, -distribuido al principio en tres cuartos de alquiler, fue después -anexionado a la casa para aposentar convenientemente a los niños -mayores, a la institutriz y a parte de la servidumbre. En aquel piso -escogió su habitación doña Catalina, no permitiendo que fuera amueblada -con lujo, sino más bien como celda de convento, a lo cual se opusieron -los Marqueses, enemigos declarados de toda exageración. La exageración -les sacaba de quicio, y por tanto arreglaron la estancia modestamente, -pero evitando la afectación de pobreza monástica.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_32">p. 32</span>Al mes de su regreso -a Madrid, la triste viuda empezó a salir de aquel estupor doloroso -en que había venido. Ya tomaba gusto a la vida de familia, rompía la -melancólica solemnidad de su silencio, y se distraía algunos ratos en -la sociedad inocente de sus sobrinitos, dándoles de comer, ayudando -a la institutriz, o bien recreándoles con cuentecillos y juegos que -no fueran ruidosos. Nunca bajaba al comedor grande a la hora oficial -de comida. O se la servía en su cuarto, o con la familia menuda, en -el comedor de arriba. Su vida era simplísima, y de una regularidad -conventual: se levantaba al romper el día, oía misa en el Sacramento o -en San Justo, volvía sobre las ocho, rezaba o leía haciendo labor de -gancho, y el resto del día lo empleaba en repasar a los chiquillos la -lección, volviendo de rato en rato a la misma tarea de la lectura, el -gancho y el rezo. Su cuñada subía con frecuencia a darle conversación -y distraerla; su hermano rara vez remontaba su seriedad al segundo -piso, y cuando tenía algo de interés que comunicarle la llamaba a su -despacho. Una mañana, después de preparar el discurso que había de -pronunciar aquella tarde en el Senado, extrayendo mil y mil datos de -revistas y periódicos que trataban de la monserga económica, habló -largamente con su hermana de lo que se verá a continuación.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChI_5"> - <p><span class="pagenum" id="Page_33">p. 33</span></p> - <h3>V</h3> -</div> - -<p>—Y yo te pregunto, querida hermana: ¿vas a estar así toda la vida? -¿No es ya bastante duelo? ¿No te hartas todavía de obscuridad, de -silencio, de rezos monjiles y de ese quietismo, que al fin dará al -traste con tu salud y hasta con tu vida?... ¿No respondes? Bueno. -Conociendo tu terquedad, ese silencio me indica que aún tenemos -melancolías y soledades para un rato. ¡Ah! Catalina, ¿por qué no eres -como yo? ¿por qué no tienes un poco de sentido práctico, y das de mano -a esas exageraciones? Ea, planteemos la cuestión en terreno despejado. -¿Piensas consagrar absolutamente tu vida a las devociones, a la -religión, en una palabra?</p> - -<p>—Sí —respondió la de Halma con lacónica firmeza.</p> - -<p>—Bueno. Ya tenemos una afirmación, ya es algo, aunque sea un -disparate. Vida religiosa: corriente. ¿Y tú lo has pensado bien? ¿No -temes que venga el desaliento, el cambio de ideas cuando ya sea tarde -para el remedio?</p> - -<p>—No.</p> - -<p>—Corriente. Una negación tan rotunda ya es algo. Adelante... Luego, -tu determinación es irrevocable; luego, te sientes con fuerzas para -afrontar esa vida, que yo soy el primero en ala<span class="pagenum" -id="Page_34">p. 34</span>bar y enaltecer... esa vida, ¡ah! de la cual -hallamos ejemplos tan hermosos en los tiempos pasados, pero que en los -presentes... ¡ah!... Resumiendo: que te propones ingresar en alguna de -las Órdenes existentes, y acabar tu vida en un claustro. Perfectamente; -pero aquí entro yo, aquí entra tu hermano mayor, el jefe actual de la -familia, el cual tiene la suerte de ver las cosas con gran claridad, -y de plantear todas las cuestiones en el terreno positivo. Yo te -pregunto: ¿es tu deseo pertenecer a alguna de las Órdenes claustradas -y reclusas, o a estas modernas, a la francesa, que persiguen fines -esencialmente prácticos y sociales? Te lo pregunto, querida hermana, -no porque piense oponerme a tu resolución en ninguno de los dos casos, -sino para fijar bien los términos de la cuestión, y puntualizar tus -relaciones ulteriores con la familia bajo el punto de vista social y -económico. Conviene tratar el tema de la dote, o sea de tu religiosidad -bajo el aspecto de los intereses materiales... Porque si no fijamos -bien... si no demarcamos bien...</p> - -<p>Doña Catalina interrumpió con nerviosa impaciencia a su hermano, en -el momento en que este acentuaba sus argumentaciones con los dos dedos -índices sobre el filo de la elegantísima mesa de su despacho.</p> - -<p>—No te canses en tratar este asunto como si<span class="pagenum" -id="Page_35">p. 35</span> fuera una discusión del Senado. Esto -es sencillísimo; tanto, que yo sola puedo resolverlo sin consejo -ni auxilio de nadie. Quédense tus sabidurías para cosas de más -importancia. Yo tengo mis ideas...</p> - -<p>Aquí la interrumpió él prontamente, apoderándose de la frase para -comentarla con cierta acritud:</p> - -<p>—Eso es lo que yo temo, señora hermana; y cuando te oigo decir: -«Tengo mis ideas», me echo a temblar, porque los hechos me prueban que -tus ideas no son de una perfecta congruencia con la realidad.</p> - -<p>—Ello es que las tengo, querido hermano —dijo la Condesa de Halma -con humildad—, y tú tienes las tuyas. Fácil es que no concuerden unas -con otras. Pensamos, sentimos la vida de un modo muy distinto. Déjame -a mí por mi camino, y sigue tú el tuyo. Quizás nos encontremos, quizás -no. ¿Eso quién lo sabe? Cierto es que yo quiero hacer vida religiosa. -No puedo decirte aún si entraré en las Órdenes antiguas, o en las -modernas. Soy un poco lenta en mis resoluciones, y mis ideas han de -madurar mucho para que yo me decida a ponerlas en práctica. Quizás te -sorprenda con algún proyectillo que pase un poquito la línea de lo -común. No sé. Cada cual tiene sus aspiraciones. Yo las tengo en mi -esfera, como tú en la tuya.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_36">p. 36</span>—Ya, ya —dijo el -Marqués encontrando un fácil motivo de argumentación humorística—. Mi -señora hermana pica alto. La fuerza de su humildad le sugiere ideas que -se parecen al orgullo como una gota a otra gota. No encuentra dignas -de su ardor religioso las Órdenes consagradas por el tiempo, y aspira -a eclipsar la gloria de las Teresas y Claras, fundando una nueva Regla -monástica para su recreo particular... Y yo pregunto: ¿corresponderán -las facultades intelectuales de mi querida hermana a la nobilísima -aspiración de su alma generosa? Me permito dudarlo... No me niegues -que has pensado en ello, Catalina, y que sueñas con la celebridad de -fundadora. Te lo he conocido en lo que callas, conversando conmigo, -más que en lo que dices. Te lo he conocido en ciertas reticencias -sorprendidas en ti, cuando de soslayo tratamos alguna vez del empleo -que pensabas dar a los restos de tu legítima. Y ahora, hermana mía, -abordo nuevamente la cuestión de intereses, asaltado de una duda. Yo -pregunto: ¿mi señora hermana, en el estado cerebral particularísimo -que es producto infalible del misticismo, está en el caso de apreciar -con exactitud la cuantía de su legítima, después de los suplidos de -Oriente, que no hay para qué recordar ahora? Permítaseme dudarlo.</p> - -<p>—Creo poder apreciarlo —dijo la de Halma<span class="pagenum" -id="Page_37">p. 37</span> con firmeza—; aunque, según tú, me falta el -sentido de las cosas materiales.</p> - -<p>—No es caprichosa esa opinión mía, pues la fundo en una triste -experiencia. Por no haber sabido a tiempo amaestrar la imaginación, -esta te desfigura los hechos, te agranda todo lo que pertenece al -concepto ventajoso, y te empequeñece lo...</p> - -<p>—¡Ay, no! —replicó la viuda con viveza—. ¿Piensas que la imaginación -me empequeñece lo malo?... Di más bien lo contrario. Veo siempre -considerablemente extendido todo aquello que me perjudica...</p> - -<p>—Seguramente creerás que la parte de tu legítima que está en mi -poder —dijo don Francisco de Paula con cierta conmiseración—, se eleva -a una cifra fabulosa. Fuera de que la legítima era en sí bastante menor -de lo que pudimos creer en vida de nuestro querido padre (que de Dios -goce), hay que tener en cuenta que tu disparatado casamiento más ha -sido para disminuirla que para aumentarla.</p> - -<p>—Dejaremos esta cuestión para cuando sea más oportuno tratarla —dijo -doña Catalina levantándose.</p> - -<p>—Como quieras. Pero no te impacientes por subir a tu nido, y oye -la observación que quiero hacerte respecto a tus proyectos de vida -monástica. Siéntate un momento más, y bueno<span class="pagenum" -id="Page_38">p. 38</span> será que atiendas ahora, más que otras veces -lo hiciste, a las sanas advertencias de tu hermano, que a falta de -otra sabiduría, tiene la de presentar las cuestiones en su aspecto -serio. No te censuro que te lances con ardor a la vida religiosa y -santa. También eso, aunque con apariencias imaginativas, puede ser -práctico, esencialmente práctico. Si tu conciencia, si tu corazón -te impulsan por ese camino, síguelo, que tu carácter y los hábitos -adquiridos no te permitirán quizás, o sin quizás, ir por otro. Mi -aprobación en toda regla. Cuanto pertenezca al orden de la piedad, y -a los supremos <i>intereses</i> espirituales, me tendrá siempre en -favorable disposición. Pero concrétate a un papel puramente pasivo, -pues no naciste tú para la iniciativa ni para la actividad, en su -acepción más lata. Temo mucho a tus ambiciones de fundadora, y veo -en peligro los reducidos intereses que constituyen tu legítima. Con -ellos se te podría constituir una dote decorosa, y si me apuran, una -dote espléndida. Pero si en vez de concretarte a ser humilde oveja, -como piden tu carácter débil y, permíteme que lo diga, tus cortos -alcances, te quieres meter a pastora, no tienes ni para empezar. ¡Ah! -vivimos en un siglo en que no se pueden desmentir las leyes económicas, -querida hermana; y el que no tenga en cuenta las leyes económicas, se -estrellará<span class="pagenum" id="Page_39">p. 39</span> en toda -empresa que acometa, aun aquellas del orden espiritual. Así como no se -puede hacer una tortilla sin romper huevos, no puede emprenderse cosa -alguna sin capital. Hoy no se crean Órdenes o Congregaciones con el -esfuerzo puro de la fe y del ejemplo edificante. Se necesita que el -que funda, posea una fortuna que consagrar al servicio de Dios, o que -encuentre protectores ricos y piadosos. Tú no los encontrarás para ese -objeto, si piensas buscar apoyo en la familia. Los parientes próximos, -puedo citártelos uno por uno, no están en disposición de consagrar a -un negocio tan problemático como la salvación de las almas propias -y ajenas sus apuradas rentas. De modo, que si te obstinas en llevar -adelante un pensamiento demasiado ambicioso, no harás nada de provecho, -y perderás en vanas tentativas lo poco que tienes. Nuestra época admite -los arrebatos místicos, pero con la razón siempre por delante; admite -la caridad en grado heroico, pero con capital a la espalda, capital -para todo, hasta para allanarle a la humanidad los caminos del Cielo. -Tú no posees ni ese capital encefálico que se llama razón, ni esa razón -suprema de los actos colectivos, que se llama capital. Intenta algo que -se salga de lo común, y verás como sale un despropósito. Siembra tu -pobre iniciativa, y cogerás cosecha de tristes desengaños.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_40">p. 40</span>—¿Has concluido?... -¡Qué bien se explica el señor senador! —le dijo Catalina con gracejo—. -¿Y si te dijera que no me has convencido? Me reñirías un poquito -más. ¿Y si al reñirme más, yo me permitiera el atrevimiento de no -hacerte caso? Pero si no conoces mis ideas, ni mis planes, ¿para qué -los criticas? Es una verdadera desdicha que seas tan parlamentario, -porque a todo le das el giro de discusión de negocio grave, y te -sale un debate político de cada dedo. Yo no discuto, ni critico, ni -<i>parlamenteo</i> nada. Lo que pienso hacer lo haré si puedo, y si -no, no. ¿Ya te estás curando en salud, creyendo que voy a pedirte algo -que no sea mío? Respira tranquilo, hombre práctico, apóstol del dogma -económico, y de las sacrosantas doctrinas del capital y la renta, y tal -y qué sé yo. Niégame que existe un capital más eficaz que el que se -forma con el dinero y la razón.</p> - -<p>—A ver... ¿qué?</p> - -<p>—La fe... No te rías...</p> - -<p>—Si no me río. Pues estaría bueno que yo me riera de la fe... no, -querida y respetada hermana... Debo poner punto por hoy en estas -discusiones. Sé que no he de convencerte. Yo digo: «terquedad, tu -nombre es Catalina de Halma...» Espero que otro será más afortunado que -yo.</p> - -<p>—¿Quién?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_41">p. 41</span>—Don Manuel... -Nuestro buen amigo triunfará de tus manías.</p> - -<p>En aquel punto entró en el despacho la Marquesa, que acababa de -llegar de misa, y cogiendo al vuelo las últimas palabras, terció en el -debate, repitiendo, como un eco de su marido:</p> - -<p>—Don Manuel, don Manuel te convencerá.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChI_6"> - <h3>VI</h3> -</div> - -<p>Y como si las palabras de Consuelo fueran una evocación, apareció en -la puerta, sin que antes se le sintieran los pasos, un clérigo alto y -viejo, que sonriendo y con blanda vocecilla, decía:</p> - -<p>—Don Manuel, sí, aquí está don Manuel, dispuesto a convencer a la -misma sinrazón... ¡Oh, mi señora doña Catalina!... A fe de Manuel -Flórez que no esperaba tan grato encuentro, y pensaba, antes de -almorzar, darme una vueltecita por arriba.</p> - -<p>—Hoy es día solemne —dijo el Marqués con su habitual cortesanía—; -hoy tenemos a almorzar al señor don Manuel, y mi hermana, que sabe -cuánto se merece un amigo de tal calidad, quebranta su clausura, baja -al comedor y nos acompaña a la mesa.</p> - -<p>—No merezco yo tanto... ¡Oh!</p> - -<p>Doña Catalina quiso protestar sin ofender al venerable sacerdote; -pero su voz fue ahogada<span class="pagenum" id="Page_42">p. 42</span> -por admoniciones cariñosas, y poco después pasaron los cuatro al -comedor. Por el camino decía el simpático Flórez a la Condesa de -Halma:</p> - -<p>—No está demás, mi buena y santa amiga, aflojar un poquito la cuerda -de vez en cuando.</p> - -<p>Con decir que la educación del Marqués y la de su esposa era -exquisita, se dice que en el curso del almuerzo no se habló más que -de cosas gratas, en las cuales pudieran todos decir su palabra sin -ninguna violencia. Catalina estuvo melancólica y amable, don Manuel -festivo, el Marqués reservado, y Consuelo con todos fina y obsequiosa. -Nada ocurrió, pues, que merezca especial mención. Dijeron algo de -política, que Feramor trataba siempre con criterio muy elevado, huyendo -de las personalidades, cuatro palabras de literatura y academias, y -un poco también del proceso del cura Nazarín, que por aquellos días -monopolizaba la atención pública, y traía de coronilla a todos los -periodistas y <i>reporters</i>. Divididos los pareceres sobre aquella -extraña personalidad, unos le tenían por santo, otros por un demente, -en cuyo cerebro se habían reunido con extraordinaria densidad los -corpúsculos insanos que flotan, por decirlo así, en la atmósfera -intelectual de nuestro tiempo. Interrogado sobre tan peregrino caso, -el bonísimo don Manuel dijo que aún no tenía datos suficientes para -formar criterio en aquel punto,<span class="pagenum" id="Page_43">p. -43</span> y que se reservaba su opinión para cuando hubiese estudiado, -con repetidas visitas y conferencias, al loco, santo, o lo que fuera. -La de Halma no dijo esta boca es mía, ni aun demostró interés en -un asunto, que por ser cosa que andaba en los periódicos, debió de -parecerle de interés vano y pasajero.</p> - -<p>Después del almuerzo, subieron don Manuel y doña Catalina al -aposento de esta, y se entretuvieron largo rato charlando con los -chiquillos y la institutriz, la cual era inglesa, de edad madura, con -rostro de pájaro disecado, buena persona, que sabía su oficio y cumplía -muy bien, transmitiendo a las criaturas sus maneras finísimas, y sus -tópicos de ciencia fácil para uso de familias bien acomodadas. Cuatro -eran los niños de los señores Marqueses, y a todos se les nombraba -con los diminutivos familiares, a la usanza inglesa. Alejandrito, -el mayor (<i>Sandy</i>), despuntaba por su corrección de pequeño -<i>gentleman</i>, y era un fiel trasunto de su papá, por lo comedido, -lo económico, y la precocidad de las cosas prácticas. Seguía Catalinita -(<i>Kitty</i>), ahijada de su tía del mismo nombre, monísima criatura, -muy espiritual y un poquitín traviesa. Paquito (<i>Frank</i>) era un -poco abrutado, pero en él despuntaba una inteligencia sólida para la -mecánica y... las obras públicas. Como que su juego preferido era -imitar el ferrocarril, hacien<span class="pagenum" id="Page_44">p. -44</span>do él de locomotora. Seguía Teresita, de tres años, a la cual -llamaban <i>Thressie</i>, gordinflona, comilona, y nada espiritual, por -el momento. Se pirraba por chapotear en agua, lavar trapos, y otras -ordinarias ocupaciones. Era la que más daba que hacer a la <i>miss</i>, -a quien llamaban <i>Dolly</i>, que es lo mismo que Dorotea.</p> - -<p>Fuéronse todos de paseo muy bien arregladitos, pastoreados por la -inglesa, y solos ya la Condesa y don Manuel, se encerraron, quiero -decir, que a solas estuvieron larguísimo tiempo, casi toda la tarde, -charlando de cosas graves de religión y de beneficencia. No es posible -continuar en esta verídica narración sin afirmar que don Manuel Flórez -era un sacerdote muy simpático: sus singulares prendas lo mismo le -daban prestigio y consideración en las clases altas, que popularidad en -las inferiores. Entre diversos linajes de personas andaba de continuo, -codeándose con aristócratas, o alternando con la pobreza humilde, -y arriba y abajo sabía emplear el lenguaje más propio para hacerse -entender. En él eran de admirar, más que las virtudes hondas, las -superficiales, porque si no carecía de austeridad y rectitud en sus -principios religiosos, lo que más en él resplandecía era la pulcritud -esmerada de la persona, la dulzura, la benevolencia, y el lenguaje -afectuoso, persuasivo y en algunos casos retórico de buen gusto. La -ma<span class="pagenum" id="Page_45">p. 45</span>licia pudo alguna vez -tratar de mancharle, arrojándole salpicaduras de lodo callejero; pero -siempre salió limpio y puro de aquellos ataques por su constancia en -despreciarlos y no darles ningún valor.</p> - -<p>Nunca tuvo ambición eclesiástica. Hubiera podido ser obispo con -solo dejarse querer de las muchas personas de gran influencia política -que le trataban con intimidad. Pero creyó siempre que, mejor que en el -gobierno de una diócesis, cumpliría su misión sacerdotal utilizando -en servicio de Dios la cualidad que este, en grado superior, le había -dado, el don de gentes. ¡Prodigiosa, inaudita cualidad, cuyos efectos -en multitud de casos se revelaban! No era solo la palabra, ya graciosa, -ya elocuente, familiar o grave según los casos; era la figura, los -ojos, el gesto, el alma flexible y escurridiza que se metía en el -alma del amigo, del penitente, del hermano en Dios, y aun del enemigo -empecatado. Podría creerse que tal cualidad serviría para lucir en -el púlpito. Pues no señor. En su juventud había probado la oratoria -sagrada con éxito dudoso. Predicador adocenado, pronto hubo de conocer -que a ninguna parte iría por aquel camino. Su apostolado tenía por -órgano la conversación, y el trato social era el campo inmenso donde -debía ganar sus grandes batallas.</p> - -<p>Vivía Flórez con independencia, de la renta<span class="pagenum" -id="Page_46">p. 46</span> de dos buenas fincas que heredó de sus -padres en Piedrahita. No tenía, pues, que afanarse por la <i>pícara -olla</i>, ni que volver los ojos, como otros infelices, al palacio -episcopal, a las parroquias o al Ministerio de Gracia y Justicia. Dios -le había hecho vitalicio el pan de cada día, poniéndole en condiciones -de ejercer su ministerio con la eficacia que da... una alimentación -perfecta. No le venía mal la independencia hasta para la conservación -de su fácil ortodoxia, de su perfecta conformidad con el espíritu y -la letra de cuanto enseña y practica la Santa Iglesia. Vestía con -pulcritud y hasta con cierta elegancia dentro de la severidad del traje -eclesiástico, sin que en ello hubiera ni asomos de afectación, pues en -él el aseo y la compostura eran cosa tan natural como el habla correcta -y la bondad de las acciones. Era elegante, por la misma razón porque -cantan los pájaros y nadan los peces. Cada ser tiene su epidermis -propia, producto combinado de la nutrición interior y del medio -atmosférico. La ropa es como una segunda piel, en cuya composición y -pátina tanta parte tiene lo de dentro como lo de fuera.</p> - -<p>Importantísimo debía de ser lo que hablaron aquella tarde don Manuel -y doña Catalina, porque la encerrona fue larga. Despidiose el buen -sacerdote al fin, diciendo al coger su teja:</p> - -<p>—Quedamos en eso..., ¿eh?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_47">p. 47</span>—Yo no diré nada, ni -haré nada.</p> - -<p>—Corriente, mi buena y santa amiga. Si algo le dicen a usted, -desentiéndase. Si sobreviene algún disgustillo, écheme la culpa. No -tiene más que decir: «cosas de don Manuel».</p> - -<p>—Perfectamente. Si consigo lo que deseo, a usted lo deberé todo, y -suya será la gloria.</p> - -<p>—No, eso no: la gloria es de usted, quedamos en eso, en que la -gloria es de usted. No soy más que el ejecutor o el auxiliar de una -grande, de una excelsa idea. Adiós, adiós.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChI_7"> - <h3>VII</h3> -</div> - -<p>Bajó despacito las escaleras, fija la vista en los peldaños, -mientras volteaba en su mente la grande, la excelsa idea, y en el -portal se encontró a los señores Marqueses que regresaban de su paseo -en coche.</p> - -<p>—¿Todavía por aquí, don Manuel?</p> - -<p>—¿Quiere quedarse a comer?</p> - -<p>—Gracias mil. Ya saben que no como a estas horas. Mi chocolatito, y -a la cama como un ángel. Consuelo, buenas tardes.</p> - -<p>—¿Y cuándo tendremos el gusto de volver a verle por aquí? —le -preguntó el Marqués.</p> - -<p>—Ese gusto lo tendrán ustedes mañana.</p> - -<p>—El disgusto será de usted.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_48">p. 48</span>—Quizás... Pero en -fin, mañana hablaremos. Abur, abur.</p> - -<p>Requirió el manteo, y se fue, dejando a su buen amigo un tanto -caviloso con aquel anuncio de conferencia, que debía de ser, se lo -decía el corazón, alguna extravagancia de su señora hermana la Condesa. -Preparose, pues, prejuzgando todos los órdenes, de razonamientos -con que podría embestirle don Manuel, y le aguardó tranquilo. Las -diez no eran todavía cuando el sacerdote entró en la casa, y ambos -en el despacho, sentaditos a uno y otro lado de la mesa, hablaron -largo tiempo. El Marqués, si le dejaban, era un águila para las -amplificaciones; pero Flórez sabía ser lacónico y contundente cuando -el caso lo exigía. La confianza autoritaria, de superior a inferior, -con que le trataba, por haber sido su maestro antes de la partida de -Feramor para Inglaterra, facilitaba mucho a don Manuel las fórmulas de -concisión.</p> - -<p>—Ya, ya me lo figuraba —dijo el Marqués, oída la breve exposición -que hizo don Manuel de su visita—. Desde que usted me indicó anoche... -Bajaba usted de su cuarto, donde estuvo en cónclave con ella toda la -tarde... En seguida comprendí. Mi señora hermana desea que le entregue -su legítima.</p> - -<p>—Exactamente.</p> - -<p>—¿Y para eso tanto misterio, y conferencias<span class="pagenum" -id="Page_49">p. 49</span> tan largas entre usted y ella? ¿Por qué no -me lo dice? ¿Acaso me niego a entregarle lo suyo? ¿Por ventura no -tengo mis cuentas bien claras, y mi conciencia muy tranquila, y todos -los asuntos tan en regla, que fácilmente podría contestar a cuantas -objeciones se me hicieran? Vea usted, vea usted...</p> - -<p>Y diciendo esto sacó un legajo cuyo rótulo decía: «Cuenta de las -cantidades suplidas a mi señora hermana Catalina...»</p> - -<p>—Ya, ya —dijo el clérigo continuando de memoria la lectura del -rótulo—. «Suplidos en Madrid cuando se casó... y después en Sophia, -Constantinopla, Corfú...» Dame acá.</p> - -<p>Y tomó los papeles, y sin dignarse pasar por ellos la vista, con -resolución firme y calmosa empezó a romperlos, no pudiendo hacerlo con -todo el legajo de una vez, por ser demasiado grueso.</p> - -<p>—¡Qué hace usted, don Manuel! —exclamó el Marqués abalanzando su -cuerpo por encima de la mesa, pero sin atreverse a quitarle al otro de -las manos los papeles que rompía pausadamente, echando los pedazos en -una cestita próxima.</p> - -<p>—Ya lo ves... Hago lo que tú harías si fueras como Dios y yo -queremos que seas, lo que harás seguramente si reflexionas en ello... -Déjame, déjame que deshaga toda esta podredumbre...</p> - -<p>—Pero...</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_50">p. 50</span>—No hay pero que -valga. ¡Si has de concluir por aprobarlo, y ayudarme a romper los que -quedan! Hijo mío, tengo de ti mejor idea de lo que parece, y aunque -te empeñes en disimular tu buen corazón con esas apariencias de -egoísmo que te impone la sociedad, no has de conseguirlo. Ya, ya estás -comprendiendo que debes entregarle a tu hermana su legítima íntegra, y -que esa resta infame que tenías preparada no es propia de un caballero -cristiano... como debes ser... como eres, lo digo y lo repito, como -eres.</p> - -<p>—¡Don Manuel!</p> - -<p>—Don Manuel te quiere mucho, y cuando te ve desfigurado por el -egoísmo, que todo lo contamina, te rehace a su gusto... Yo quiero que -seas conforme al tipo de caballero cristiano que quise formar en ti -cuando te llevaron a tierras de ingleses metalizados. No pongas esa -cara compungida, ni abras esos ojazos, Paco, amigo mío y discípulo -amado. Los anticipos que hiciste a tu hermana son miserias... miserias -para ti, que eres rico; y si retienes esas cantidades al entregarle -su legítima, rebajas tu dignidad, y te pones al nivel de la gente mal -nacida. Prueba que eres noble, no solo de nombre, sino de hechos, y -perdónale a tu pobre hermana las limosnas que le hiciste, que si el no -dar limosna es cosa fea, el reclamar la que se dio es cosa feísima, -plebeya, vil.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_51">p. 51</span>—Permítame usted, -mi querido Flórez —dijo el Marqués palideciendo, sin ningunas ganas -de ceder, pero también sin ánimo para oponerse al rasgo de su amigo y -maestro—; permítame usted que le diga que no es esa la manera de tratar -las cuestiones de intereses. Discutamos...</p> - -<p>—Eso es lo que tú quieres, discutir, porque en ello siempre llevas -ventaja. Pues yo aborrezco las discusiones; soy muy poco parlamentario. -¿Y para qué habíamos de discutir? Ya han desaparecido en pedacitos -mil tus famosas cuentas. Mía es la responsabilidad de este crimen de -lesa majestad... económica. Pero mi conciencia está tranquila, y aquí -donde me ves, al romper tus papelotes he sentido en mi interior un -goce vivísimo. ¡Si tú eres bueno, si tú mismo no sabes lo bueno que -eres! Ea, voy a echármelas de parlamentario. Discusión: planteo el -debate. Seré breve, muy breve. Escúchame. Tú eras rico, tu hermana -pobre. Tú habías hecho un buen casamiento, bajo todos puntos de vista; -tu hermana lo había hecho detestable. Tú eras feliz, ella desgraciada. -¿Qué menos podías hacer que socorrerla en su miseria, cuando aún no -podías entregarle su legítima, por no estar ultimada la testamentaría? -La socorriste, fuiste buen hermano, buen caballero, y ahora, cuando -ella te pide la herencia de vuestro padre, te ade<span class="pagenum" -id="Page_52">p. 52</span>lantas gallardamente y le dices: «Querida -hermana, toma lo que te pertenece, y olvida los sinsabores que te -causé, como yo olvido los socorros que te di.» Esto hace un prócer, -esto hace un caballero, esto hace el primogénito de una casa ilustre -que hoy se encuentra en posesión de grandes riquezas.</p> - -<p>—No me deja usted hablar... ¡Pero don Manuel de mi alma...!</p> - -<p>—Si estoy yo <i>en el uso</i> de la palabra, como decís allá. -Después hablará su señoría, que aún tengo mucho que decir... Sigo. -Pues me figuro que tengo delante de mí a tu padre, o mejor aún, que -el hombre que tienes frente a ti, no soy yo, sino aquel bonísimo -aunque desordenado Pepe Artal, mi noble amigo. ¿Por qué me decidí a -romperte todo este papelorio? Porque tenía la seguridad de que él lo -hubiera roto. No era yo, era él, quien lo rompía. Hago revivir ante -ti la imagen, más que la memoria, de tu padre, para que le imites en -este caso, aunque en otros me guardaría muy bien de presentártelo -como modelo. ¡Ah!... Paco mío, tu padre era un perdido... digo, -tanto como un perdido no, era una mala cabeza, el desbarajuste, la -imprevisión. Cabeza de trapo, corazón de oro. ¡Qué corazón el de Pepe -Artal! Era el caballero español, dispuesto a todas las barbaridades -imaginables; pero también generoso, verdadera<span class="pagenum" -id="Page_53">p. 53</span>mente noble y magnánimo. El pobrecito no -conoció a los economistas ingleses, ni siquiera por el forro. Había -oído hablar con grandes encarecimientos de los políticos de allá: Lord -Palmerston, Pitt, qué sé yo; pero él no les conocía más que yo a los -sacerdotes de Confucio. Creía que todo lo bueno ha de traer una marca -que diga <i>Londón</i>, y se empeñó en que tú habías de entrar en el -mundo social y político con esa etiqueta. Fuiste allá, volviste hecho -un inglesote. Vales mucho, yo no lo niego. Serás capaz de arreglar la -Hacienda española... trabajo te mando... como has arreglado la tuya. -Tienes grandes cualidades, algunas muy raras aquí, y que nos hacen -mucha falta; pero careces de otras, quizás las más elementales... -Pero yo, que te quiero tanto, tanto, te cojo, como se coge un muñeco -o cualquier figurilla de materia blanda, y te retuerzo, y te doy una -gran vuelta, hasta enderezar en ti lo que me parece torcido, y hacerte -a mi gusto... Conque se acabó el discurso. Quedamos en eso: en que le -entregarás a tu hermana su legítima sin escatimarle las sumas con que -acudiste a sus necesidades en los tiempos de su extrema pobreza... -¿Estamos? Pues bien, ahora, yo que soy un gran embustero cuando el caso -llega, subiré a ver a Catalina, y le soltaré una mentira muy gorda, -pero muy gorda...</p> - -<p>—¡Qué!</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_54">p. 54</span>—Que tú, por tu -propia iniciativa, como saliendo de ti, ¿me entiendes? has tenido ese -rasgo. Que yo no te he dicho nada, que los papeles los rompiste tú, -mejor, que ya los habías roto; en fin, yo me entiendo.</p> - -<p>—¿Y eso dirá usted a mi hermana?</p> - -<p>—Eso mismo, tal como lo oyes.</p> - -<p>—Pues no lo creerá —dijo Feramor, sonriendo por primera vez después -del sofoco que acababa de pasar.</p> - -<p>—Tanto peor para ella y para ti... Pero sí lo creerá. Basta que se -lo diga yo.</p> - -<p>—Con muchos actos de veracidad como este...</p> - -<p>—¡Pero si en rigor no es mentira lo que pienso contarle! ¡Si tú, -al fin, sientes ya no haber tenido aquella espontaneidad, porque tu -corazón se ha vuelto del lado de la esplendidez galana y noble! Y el -aceptar ahora gozoso lo que antes no hiciste, es lo mismo que si lo -hubieras hecho, y llegas a creer que tú mismo rompiste las cuentas, -y... Vaya, confiésame que te has penetrado de tu papel de caballero -y de buen hermano, y que estás contento de haberlo mostrado con una -gallardísima acción. Confiésalo, di que sí, y con esa declaración me -quedo yo más tranquilo, y no me remorderá la conciencia por el embuste -que voy a encajarle a la Condesa...</p> - -<p>—Hm...</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChI_8"> - <p><span class="pagenum" id="Page_55">p. 55</span></p> - <h3>VIII</h3> -</div> - -<p>—Mire usted, mi querido don Manolo —dijo el Marqués sentándose, -después de dar dos o tres vueltas por la estancia—. Sin esfuerzo -alguno, y con solo una ligera indicación de usted o de ella misma, -habría usted visto en mí eso que llama rasgo, si supiera yo que al -entregar a mi hermana su legítima, daba un empleo útil a ese pequeño -capital... Déjeme usted seguir, que ahora me toca hablar a mí. ¡Pues -no faltaba más sino que usted se lo dijera todo! Continúo <i>en el -uso</i> de la palabra. Cúreme usted a mi hermana de sus manías de -fundadora...</p> - -<p>—Pero ven acá, majadero, ¿acaso la fe es una enfermedad?</p> - -<p>—Que hablo yo ahora: no se interrumpe al orador. Quítele usted -de la cabeza a mi señora hermana esas ideas y esos planes para cuya -realización no le ha dado Dios el cacumen que se necesita, y no solo -le entregaré gustoso lo que le pertenece, sin merma alguna, sino que -añadiré algo, siempre que ella se humanice, dejándose de aspirar a -la canonización, y vuelva al mundo, mirando por su propio interés y -por el de la familia. De buen grado daré todo el esplendor posible -a la posición que ella podría<span class="pagenum" id="Page_56">p. -56</span> crearse, bien casándose con el viudo Muñoz Moreno-Isla, bien -con...</p> - -<p>—¡Paco, por Dios, no desbarres!... Sí, te interrumpo, no te dejo -hablar, no consiento que barbarices de ese modo. ¡Pero tonto, si -su grande espíritu la llama hacia cosas bien distintas de eso que -llamas posición!... ¡Vaya una posición! ¡Si ella quiere la más alta -de todas, la que será siempre inaccesible para todos esos Casa-Muñoz -y demás traficantes ennoblecidos que se revuelcan en la vulgaridad, -entre barreduras de plata y oro! ¡Buena está Catalina para vender la -alegría de su alma, que consiste en estar siempre en Dios y con Dios, -por el dinero de esos publicanos! ¡Divertida estaría tu hermana con -esa gente, pues a trueque de poseer unas cuantas acciones del Banco, -tendría que soportar a su lado noche y día al de Casa-Muñoz y oírle -decir <i>áccido</i>, <i>carnecería</i>, y otros barbarismos! ¡Y de -añadidura, tener por cuñada a la Josefita Muñoz, la <i>reina de las -tintas</i>, como la llama no sé quién, y oírla y aguantarla y estar -cerca de ella, cosa tremenda, porque es público y notorio que le -huele mal el aliento!... Yo no me he acercado... tate... Me lo han -dicho. Pues otra: la madre de esos tenía su tienda en la calle de la -Sal. ¡Dios misericordioso, las varas de sarga que me ha medido a mí -la buena señora para sotanas! ¡Y hoy sus hijos son Marqueses,<span -class="pagenum" id="Page_57">p. 57</span> y en señal de finura se -llevan la mano a la boca cuando les viene un eructo, y van a París -como maletas para introducir en España la moda... de los <i>huevos al -plato</i>! ¡Y esa es la posición que quieres para tu hermana!</p> - -<p>—No se puede con usted, mi buen don Manolo, cuando toma las cosas -en solfa —replicó el Marqués festivamente—. Búrlese usted todo lo -que quiera; pero yo repito y sostengo que no hay otro medio, para -crear clases directoras en esta desquiciada sociedad, que cruzar la -aristocracia de pergaminos con la de papel marquilla, dueña del dinero -que fue de la Iglesia y de las casas vinculadas. Yo le aseguro a -usted...</p> - -<p>—No me asegures nada... Tu hermana no quiere ser clase directora -en el sentido social. Puede serlo en otro mucho más elevado. Sus -desgracias le han hecho aborrecer toda esa miseria dorada del mundo. -Ningún amor terrestre puede sustituir en su alma al cariño que tuvo a -su esposo. Ahí donde la ves, con todo ese aire de poquita cosa, es una -heroína cristiana. Fue buena esposa, mártir de sus deberes; la memoria -del pobre muerto es su consuelo, y la llama vivísima de fe que arde -en su alma se traduce en la ambición de consagrar su vida al bien de -sus semejantes, a aliviar en lo posible los males inmensos que nos -rodean, y que vosotros los ricos, los prácticos, los parlamentarios, -veis con<span class="pagenum" id="Page_58">p. 58</span> indiferencia, -cuando no los escarnecéis, queriendo aplicar a su remedio las famosas -leyes económicas, que vienen a ser como la receta del italiano contra -las pulgas.</p> - -<p>—Pero si yo no me opongo a que mi hermana sea piadosa... Accedo -a que no se case, a que se dedique a la oración en la soledad de un -claustro. Soy creyente, bien lo sabe usted.</p> - -<p>—Hm... ¡Creyente! Todos los señores prácticos, políticos y -parlamentarios lo son por conveniencia, por decoro y exterioridad. Van -con vela a las procesiones, y cuando se arrodillan ante el Santísimo y -ven elevar la hostia, están pensando en que los cambios suben también, -o bajan.</p> - -<p>Dijo esto don Manuel nervioso, impaciente, levantándose y dando -tumbos por el cuarto. De pronto entra <i>Sandy</i> a pedir a su padre -los sellos que había recibido aquellos días, y el buen sacerdote, -después de acariciarle, le dice:</p> - -<p>—Corre al segundo, alma mía, y a tu tiíta Catalina que baje al -momento, que tu papá y yo tenemos que hablarle.</p> - -<p>Subió el chiquillo como una exhalación, y en el tiempo transcurrido -hasta que se presentó la Condesa, el Marqués hubo de parafrasear -sus últimas afirmaciones para evitar que Flórez las interpretara -torcidamente. Era hombre práctico, y humillándose ante los hechos<span -class="pagenum" id="Page_59">p. 59</span> consumados, quería quedar -bien con todo el mundo.</p> - -<p>—He querido decir, señor don Manuel, que no ha demostrado mi -hermana, hasta ahora, aptitudes para cosa tan grande, para una empresa -que no solo requiere piedad, sino inteligencia, saber del mundo y -de los negocios. Eso sostuve y sostengo. ¿Pero acaso el que no haya -demostrado aptitudes, significa que no pueda adquirirlas cuando menos -se piense? La fe hace milagros, ¿quién lo duda? La fe puede mucho.</p> - -<p>—Según tú, los milagros los hace la santa economía.</p> - -<p>—También. Y la inteligencia, y el método, y...</p> - -<p>La entrada de su hermana le cortó la palabra. Antes de saludarla, -don Manuel le alargó desde lejos los brazos, diciéndole con tanta -seriedad como alegría:</p> - -<p>—Venga usted acá, señora Condesa de Halma, y dé las gracias a su -hermano, este noble hijo de su padre, esta gloria de los Artales y -Javierres... El señor Marqués, no bien le indiqué los proyectos de -usted, abrió, como quien dice, su corazón y su alma toda, inundada de -fe cristiana y de entusiasmo católico. Y nada... que disponga usted -de su legítima, sin merma alguna, que no hay cuentas, ni las hubo, ni -puede haberlas entre dos hermanos<span class="pagenum" id="Page_60">p. -60</span> que tanto se aman... que si no basta, él está dispuesto...</p> - -<p>—Poco a poco, don Manuel... Yo...</p> - -<p>—Sí, sí, quiere decir que no nos abandonará en caso de... En fin, -se ha portado como quien es, como un prócer castellano, caballero de -la fe de Cristo. Ya lo esperaba yo, que conozco la raza, y he llorado -de satisfacción viendo cómo sus ideas a las mías respondieron, cómo su -noble corazón se inundó de regocijo ante los sublimes proyectos de su -bendita hermana. ¡Vivan los Artales y Javierres, cuyo blasón no tiene -igual en nobleza, cuya historia está llena de actos magnánimos, de -virtudes heroicas! ¡Viva la familia que cuenta más santos que príncipes -en su árbol genealógico, y príncipes a centenares, y felicitémonos -todos, y yo el primero, por la honra de ser amigo de tan ilustres -personas!</p> - -<p>—Bien, muy bien —dijo doña Catalina entre dos sonrisas, demostrando -en la frialdad con que pronunció aquellas palabras, que no aceptaba -como artículo de fe las del clérigo.</p> - -<p>—No me opongo jamás —dijo Feramor tragando saliva, para ahogar -con ella la tumultuosa procesión que le andaba por dentro—, no me -opongo a nada que sea razonable. Cuando lo espiritual se presenta -en condiciones prácticas, soy el primero... ya se sabe... Mis -ideas<span class="pagenum" id="Page_61">p. 61</span> generales, -mis ideas políticas, concuerdan con todo lo que sea el <i>fomento -y protección</i> de los intereses religiosos. La fe es una fuerza, -la mayor de las fuerzas, y con su ayuda, las demás fuerzas, ora -sociales, ora económicas, podrán realizar maravillas. Toda empresa de -<i>mejora</i> moral me tiene a su lado, porque no veo más camino para -el perfeccionamiento humano que las creencias firmes, la misericordia, -el perdón de las ofensas, la protección del fuerte al débil, la -limosna, la paz de las conciencias.</p> - -<p>—¡Qué hermosas ideas! —dijo don Manuel con fingido entusiasmo—. -¡Benditas sean las riquezas que atesoras, porque con ellas harás el -bien de tus semejantes desvalidos! Si todos los ricos fueran como tú no -habría miseria, ¿verdad?, ni el problema social sería tan pavoroso.</p> - -<p>Al llegar a este punto, el Marqués necesitaba violentarse mucho para -no coger una silla y dejarla caer sobre la cabeza del ladino y maleante -sacerdote. Pero su corrección social, como una conciencia más fuerte -que la conciencia verdadera, se sobrepuso a su enojo, y ni un momento -desapareció de sus labios la sonrisa, que parecía esculpida, de la -buena educación... ¡Ah, la buena educación! Era la segunda naturaleza, -la visible, la que daba la cara al mundo, mientras la otra, la -constitutiva, rara vez salía de la clausura en que las bien estudiadas -for<span class="pagenum" id="Page_62">p. 62</span>mas urbanas la -tenían recluida. Prescindir de aquella segunda naturaleza para todos -los actos públicos y aun domésticos, era tan imposible como salir a la -calle en cueros, en pleno día. Los refinamientos de la educación, si en -algunos casos corrigen las asperezas nativas del ser, en otros suelen -producir hombres artificiales, que por la consecuencia de sus actos se -confunden con los verdaderos.</p> - -<p>Apurando los inagotables recursos de su buena educación, de aquella -fuerza en cierto modo creadora y plasmante que hace hombres o por lo -menos estatuas vivas, el Marqués sostuvo el papel que le había impuesto -el eclesiástico amigo de la casa, y terminó la conferencia diciendo -graciosamente a su hermana:</p> - -<p>—Dispón de... eso cuando quieras. Estoy a tus órdenes. Y, como te -ha dicho muy bien don Manuel, entre nosotros, entre hermano y hermana, -no se hable de cuentas, ni de anticipos... No, no me des las gracias. -Es mi deber perdonarte una deuda insignificante. La fortuna me ha -favorecido más que a ti; ¿qué digo la fortuna? Dios, que es quien -da y quita las riquezas. Si a mí me las ha dado, es para que puedas -consagrarte... consagrarte...</p> - -<p>No acabó el concepto, porque la buena educación, empleada a -tan altas dosis, hubo de agotarse... Para disimular la repentina -extinción<span class="pagenum" id="Page_63">p. 63</span> de aquella -fuerza, el Marqués no tuvo más remedio que fingir una tosecilla.</p> - -<p>Y don Manuel, sacando una cajita de cartón, le dijo con buena -sombra:</p> - -<p>—Tome usted, señor parlamentario, una pastillita de las que yo -gasto.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChII_1"> - <p><span class="pagenum" id="Page_65">p. 65</span></p> - <h2 class="nobreak">SEGUNDA PARTE</h2> - <hr class="tir" /> - <h3>I</h3> -</div> - -<p>Véanse ahora los artificios que en la conducta del Marqués de -Feramor determinaba su segunda naturaleza, el ser urbano y correcto, -pues el impulso adquirido le llevó a distancias considerables de su -verdadera índole interna, petrificada en el egoísmo. Aquella noche -y las siguientes, platicando en su tertulia con las personas graves -de ambos sexos que a ella concurrían, indicó con discreta jactancia -su propósito de coadyuvar a las empresas religiosas de su hermana -la Condesa. Verdad que todo esto era de dientes afuera. Hay que -manifestar que le incitaba a la expresión de tales ideas y otras -semejantes la atmósfera que reinaba en su tertulia, y que no era más -que una prolongación del ambiente total. Porque en aquellos días, -que no están muy lejanos, había venido sobre la sociedad una de esas -rachas que temporalmente la agitan y conmueven, racha que entonces era -religiosa, como otras veces ha sido impía. El fe<span class="pagenum" -id="Page_66">p. 66</span>nómeno se repite con segura periodicidad. -Vienen vientos diferentes sobre la conciencia pública: a veces como una -moda de exaltaciones democráticas; a veces la moda del ideal contrario. -En literatura también vienen y van estas ventoleras furibundas, que -harían grandes estragos si no pasaran pronto. Sopla a veces un realismo -huracanado que todo lo moja; a veces un terral clásico que todo lo -seca.</p> - -<p>La religión no se libra de esta elasticidad atmosférica, que en -cierto modo es saludable, dígase lo que se quiera. Vienen altas -presiones de indiferentismo; siguen otras de piedad. En los días a -que me refiero, la racha religiosa venía con fuerza, y en los salones -de Feramor se arremolinaba furibunda. Hablábase con preferencia de -Roma y del Santo Padre; a cualquiera se le ocurrían frases felices -para ridiculizar a los incrédulos, o para encomiar las hermosuras -del simbolismo cristiano y de las artes auxiliares del culto; -otros señalaban decadencia, síntomas de ruina moral en los países -protestantes. Sostenían estos la frecuencia de las conversiones al -catolicismo, y aquellos recordaban con encarecimiento las vidas de -santos y fundadores, encontrándolas más bellas que las de los héroes de -Plutarco. Se proyectaban viajes en cuadrilla para admirar catedrales -y huronear monasterios derruidos, y los aficionados a la estética -reco<span class="pagenum" id="Page_67">p. 67</span>nocían más talento -en los escritores ortodoxos que en los impíos o indiferentes. Algunos -que nunca fueron beatos, enseñaban bajo la mundología una punta de -oreja pietista, y los que lo eran se crecían y amenazaban comerse el -mundo. De fuera, por el vehículo de la prensa, que siempre ha sido -extraordinariamente sensible a estas mudanzas atmosféricas, venía -la racha, empujando más cada día, porque los periódicos tachados de -librepensadores y que lo eran realmente, al llegar Semana Santa, salían -con todas sus columnas abarrotadas de una santurronería que habría -hecho palidecer de ira a los progresistas de hace treinta años. Las -señoras, naturalmente, aventaban más y más la racha con el aire de sus -abanicos y con el aliento de su apasionada fraseología, hasta conseguir -que se hinchara como tromba. Ignoraban que cuando se apaciguaran -aquellos vientos, vendrían otros con nuevas ideas y pasiones nuevas.</p> - -<p>Pues bien, en una atmósfera densa de revindicaciones religiosas, -vertía el Marqués de Feramor sus ideas artificiales, que se llaman así -para diferenciarlas de las ideas verdaderas, encerraditas muy adentro, -lejos del histrionismo seco de la buena educación. Se esforzaba en -mostrarse contento por auxiliar a su hermana doña Catalina en las -formidables empresas cristianas que acometería muy pronto. ¡Oh, -como<span class="pagenum" id="Page_68">p. 68</span> representante -de las clases directoras, él estaba obligado a contribuir a cuanto -favoreciera los <i>grandes intereses espirituales</i> de la sociedad! -No todo había de ser fomentar obras públicas, y defender como artículo -de fe la asociación mercantil. Había que mirar al más allá, enseñar -a las clases proletarias el olvidado camino del Cielo, y preparar -la vuelta de los grandes ideales. De este modo daba alimento a su -vanidad, preconizando en público lo que en su fuero interno detestaba, -y hacía propósito de sacar partido de lo que tan contra su voluntad se -fraguaba, en el piso segundo de su casa, entre la testaruda Condesa de -Halma y el complaciente don Manuel Flórez.</p> - -<p>Los concurrentes a su tertulia se veían obligados a mayores -alabanzas que las que constantemente le tributaban por su sentido -inglés, y su desprecio de las exageraciones. A excepción del Conde de -Monte-Cármenes, equilibrista incorregible, que se ponía siempre en un -justo medio muy cómodo, equidistante del misticismo y de la impiedad, -los amigos de Feramor le veían con gusto en aquel camino. Naturalmente, -los hombres de capacidad intelectual y pecuniaria como él, estaban -obligados a dar vigor al poder público, vigorizando el <i>resorte</i> -religioso. El Marqués de Cícero no podía contener su entusiasmo; -Jacinto Villalonga, que al<span class="pagenum" id="Page_69">p. -69</span> conseguir la senaduría vitalicia se había constituido en -adalid de los grandes principios, deploraba no ser rico para ayudar a -la Condesa de Halma en sus empresas espirituales, que eran lo mismo que -una gran batalla dada a las revoluciones; los Trujillos, los Albert -y Arnáiz, de la nobleza frescachona, opinaban que los <i>títulos</i> -debían ponerse al frente del movimiento de regeneración; el Conde -de Casa-Bohío, Tellería de nacimiento, casado con una cubana rica, -declaraba su conformidad y aprobación entusiasta... en nombre de Europa -y América. El general Morla no hacía más que repetir y confirmar sus -ideas de toda la vida. Severiano Rodríguez cerdeaba un poco; pero -sin lanzarse resueltamente a la oposición, porque su urbanidad se lo -vedaba.</p> - -<p>Pero el que con mayor vehemencia y aspavientos más enfáticos hizo la -apología de los <i>intereses espirituales</i>, fue un tal José Antonio -de Urrea, primo del Marqués, parásito en la casa por temporadas, hombre -inconstante, ligero y de dudosa reputación. Más joven que Feramor, algo -se le parecía en lo físico, en lo moral poco, porque era la cabeza más -destornillada de la familia, y la mayor calamidad que pesaba sobre -ella. El Marqués le profesaba una antipatía que a veces era mortal -odio, y había hecho los imposibles por mandarle a Cuba, a Filipi<span -class="pagenum" id="Page_70">p. 70</span>nas, al fin del mundo, y -librarse de sus furiosas acometidas en demanda de socorros pecuniarios. -Las adulaciones del dichoso pariente le sacaban de quicio, porque tras -ellas venía siempre el golpe inexorable.</p> - -<p>Verdaderamente, José Antonio de Urrea era más desgraciado que -perverso. Huérfano en edad temprana y sin patrimonio, no tuvo quien -le mandase a estudiar a Inglaterra ni a parte alguna. Los parientes -ricos quisieron darle carrera; empezó sucesivamente tres o cuatro, -Infantería, Montes, Administración Militar, Telégrafos, y no llegó ni -a la mitad de ninguna. A los veintidós años, fue preciso conseguirle -un destino. Feramor contaba por centenares los viajes al Ministerio -para pedir la reposición o el traslado. Ello es que le echaban de todas -las oficinas, porque, o no iba, o iba tarde, y no hacía más que fumar, -dibujar caricaturas y enredar con los compañeros. Abandonado de sus -parientes, dedicábase a desconocidos negocios. Veíasele algún tiempo -bien vestido, gastando en coche y teatros, sin que nadie supiese de -dónde salían aquellas misas. Tras un largo periodo de eclipse, aparecía -mi José Antonio hecho una lástima, enfermo, roto, muerto de hambre; -pero con ideas de un gran negocio, que estudiaba y que seguramente -sería su salvación. Feramor y su mujer, la Duquesa de Monterones y su -ma<span class="pagenum" id="Page_71">p. 71</span>rido le compadecían, -y haciéndole prometer la enmienda, se dejaban expoliar. El pícaro -se valía de mil graciosas artimañas para conquistar los corazones, -principalmente los de las señoras; con el socorro que recogía -restauraba su ropa o la hacía nueva, y allá le teníais otra vez de -punta en blanco, día y noche, de servilleta prendida, y amenizando las -tertulias con su fácil ingenio.</p> - -<p>Su inconstancia no era inferior a su desvergüenza: a veces -desaparecía de las casas de Feramor y Monterones, y parasiteaba en -otras, donde sin duda le pagaban con el plato sus amenidades, que -no siempre eran de buen gusto. Ello es que en la mesa y tertulia de -la parentela pagaba el trato con una adulación asfixiante, y en las -casas ajenas se vengaba de la humillación recibida hablando mal de -su familia, ridiculizando el anglicanismo de su primo, las vanidades -de la Marquesa y de Ignacia Monterones. Tras esto solía venir otro -largo chapuzón en obscuridades desconocidas, para resurgir luego -arrepentido, implorando misericordia. En cuanto su primo le veía con -el incensario en la mano, se echaba a temblar, porque las lisonjas -eran siempre precursoras de un golpe despampanante con el mandoble, -que manejaba como nadie. Y así, cuando le vio tan entusiasta de los -ideales religiosos, el Marqués se dijo: «Este viene armado esta noche. -Preparémonos.»</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_72">p. 72</span>En efecto, -aprovechando una ocasión propicia, José Antonio le asaltó en un ángulo -del billar, y allí, con alevosía, premeditación y ensañamiento, -descargó sobre su cabeza el filo cortante, quedándose el Marqués tan -aturdido del tremendo golpe, que no supo contestarle. El terrible -sablista mostrose muy animado con la esperanza de un seguro negocio, -para el cual reunía el capitalito necesario, y solo le faltaba una -cantidad, una miseria, que su primo, su querido primo, su opulento -primo y Mecenas le facilitaría al día siguiente... si podía ser por la -mañana, mejor.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChII_2"> - <h3>II</h3> -</div> - -<p>—¿Pero tú estás loco? ¡Que te dé mil pesetas! —le dijo la víctima -poniéndole la mano en el pecho, y apartándole de sí como un peso que se -le venía encima—. ¡Vaya una historia! ¿Negocios tú...? Y qué es, ¿se -puede saber?</p> - -<p>—Un negocio editorial, pero seguro, Paco; tan seguro, que ganaré con -él en poco tiempo, unos cuantos miles de duros.</p> - -<p>—Echa por esa boca. La historia de siempre. ¿Y con mil pesetas -estableces una casa editorial?</p> - -<p>—¿No me has oído? Tengo más; pero me falta ese pico.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_73">p. 73</span>—Lo que a ti te falta -es vergüenza —respondió el Marqués, que ante aquella calamidad de la -familia se veía privado hasta de su buena educación—. Déjame en paz, o -te echo de mi casa.</p> - -<p>—Bueno, no es motivo para que te enfades. Me niegas el auxilio que -yo, pobre industrial, vengo a pedirte. Y luego me decís: «Trabaja, -trabaja, sé hombre, sienta la cabeza.» Pues señor, siento la cabeza, me -descrismo trabajando; pero ¡ay! la pícara ley económica se interpone... -¿El capital dónde está? Lo busco; encuentro parte; voy a mi opulento -primo a que me lo complete, y mi opulento primo me echa de su casa, me -condena a la miseria, me ata las manos... Bien, Paco, bien... Siempre -te querré, y te respetaré siempre...</p> - -<p>—¡A fe que están los tiempos para poner dinero en empresas -editoriales..., precisamente cuando hemos convenido en dedicarlo a las -espirituales!</p> - -<p>—Tú puedes atender a todo. Estás en el deber de fomentar lo de Dios -y lo del César.</p> - -<p>—Sí, sí, con la saca que me espera estos días. ¿Sabes que tengo que -dar a mi hermana...?</p> - -<p>—Lo sé. Le das lo suyo.</p> - -<p>—Pero...</p> - -<p>—Convenido; tu hermana está loca.</p> - -<p>—Habla con más respeto.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_74">p. 74</span>—Loca perdida. Locura -sublime, si quieres. Yo que tú, no le daba un cuarto. Lo sublime deja -de serlo en cuanto le pones dinero encima. Dame a mí lo que te pido, -que estoy bien cuerdo y bien pedestre, con mi trabajito metódico, y mis -hábitos de hombre previsor y ordenado.</p> - -<p>En efecto, dígase porque es verdad, el pobre Urrea llevaba medio -año de vida totalmente contraria a la que le diera fama tan triste. -Había conseguido dar forma práctica a su habilidad para la fotografía, -y asociándose con un industrial muy activo, hizo una excursión por -las provincias andaluzas, y se trajo una colección de clichés de -monumentos, que le valieron algunos cuartos. Esto le alentó. Fundó -un periódico, estudiando la Zincografía y el Heliograbado; pero la -endeblez de la parte literaria hizo fracasar la publicación. Con nuevos -elementos intentaba la creación de otro semanario ilustrado, esperando -obtener considerables ganancias, y juntaba dinero para el material -indispensable y para los primeros gastos. El impresor le exigía, a más -del papel, una cantidad en fianza para responder de la composición -y tirada de los dos primeros números. Hablando de estas materias, -metiéndose de lleno en la explicación técnica del negocio por ver si -ablandaba a su primo, afiló más el arma, llegando a fijar en dos mil -pesetas la suma que necesitaba.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_75">p. 75</span>—¡Dos mil!</p> - -<p>—Sí, y tú me las vas a dar. Eres mejor de lo que tú mismo crees.</p> - -<p>—No; si yo me tengo por inmejorable. Por serlo, no te doy las dos -mil pesetas: sería lo mismo que tirarlas a la calle... Oye: una cosa -se me ocurre. Pídeselas a mi hermana, que ahora tiene dinero, o lo -tendrá pronto, y según dice don Manuel, lo dedica al socorro de la -miseria humana. Claro que tú, con tu flamante industria editorial, -estás comprendido en esa humanidad miserable, a la cual piensa Catalina -redimir.</p> - -<p>—Pues mira tú, no es mala idea... ¡Ah! tu hermana es una santa, una -heroína cristiana. Yo la admiro, y siempre que la veo, me dan ganas de -arrodillarme delante y rezar... Mi palabra de honor... Pues sí, ¡famosa -idea!</p> - -<p>—Hazle comprender que la protección a las industrias nacientes y -a los hombres emprendedores y formales como tú, debe contarse entre -las obras de misericordia, y que la caridad empieza por la familia... -¿entiendes? ¡Quién sabe, hombre, quién sabe si...!</p> - -<p>—No lo tomes a broma, que bien podría... Se intentará, hombre, se -intentará. Catalina es realmente un ángel, y sus desgracias le dan una -extraordinaria penetración para comprender las ajenas. Bien mirado el -asunto, debe co<span class="pagenum" id="Page_76">p. 76</span>menzar -su campaña caritativa por mí, que la venero, que la idolatro; por mí, -el más desgraciado de la familia, más que ella seguramente, más, más. Y -creo que, en conciencia, bien puedo pedirle tres mil pesetas.</p> - -<p>—Sí... sube, hijo, sube.</p> - -<p>—Pero, ¡ay! —exclamó Urrea desalentado súbitamente, llevándose -la mano al cráneo—, no me acordaba de... ¡Ay, no puede ser, Paco -de mi alma, no puede ser! ¡Qué tontos tú y yo! Claro que dejándose -llevar mi prima de su magnánimo corazón, no habría caso. Pero como el -que gobierna en su voluntad es ese <i>congrio</i> de don Manuel... -Figúrate.</p> - -<p>—No te permito hablar así de nuestro dignísimo amigo.</p> - -<p>—Perdóname... No le ofendo. ¡Triste de mí! ¡Cuando digo que la -mayoría de los males que afligen a la humanidad son de un origen -eclesiástico!... ¡Ah! pues si yo cogiera libre a mi prima, quiero -decir, en el libre ejercicio de su misericordia, créete que mis cuatro -mil pesetillas no habría quien me las quitara. Mi palabra...</p> - -<p>—Veo que si no te las dan pronto, acabarás por pedir un millón.</p> - -<p>—Se me ocurre una idea... Quizás podríamos... Hay que verlo. ¿Puedo -contar contigo?</p> - -<p>—¿Conmigo? ¿para qué?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_77">p. 77</span>—Para apoyarme, en -caso de que ese reverendísimo <i>percebe</i> informe, como parece -natural, en contra de mi pretensión.</p> - -<p>—Yo... ¿Cómo?</p> - -<p>—Diciéndole a la señora Condesa de Halma que ya no soy lo que era, -que me he corregido, que trabajo, que con mi pequeña industria doy -de comer a multitud de familias indigentes, en fin, que defiendo a -rajatabla los grandes ideales cristianos, y que sería obra de caridad -muy meritoria auxiliarme con cinco mil...</p> - -<p>—¡Calla, hombre, calla! Yo no puedo apoyarte. Creerán que me he -vuelto loco. En todo caso, demuéstrame que tus propósitos de enmienda -son verdaderos, y tus planes de trabajo cosa seria y decisiva.</p> - -<p>Dijo esto el Marqués, pasando al salón próximo, como si por la fuga -quisiera librarse de mosca tan importuna; pero el pariente pobre le -seguía, cosido a sus faldones, desplegando la pertinaz voluntad de -esos caracteres que no desmayan hasta no conseguir lo que se proponen. -Minutos después, Feramor se sentó en un diván para hablar de política -con Manolo Infante. El parásito hubo de agregarse con oficiosidad -pegajosa; la conversación rodó insensiblemente hacia el terreno -periodístico, y al instante Urrea se dejó caer con esta indirecta:</p> - -<p>—Como yo consiga echar a la calle mis <i>Sabatinas</i>, verán -uste<span class="pagenum" id="Page_78">p. 78</span>des. Cosa nueva, la -actualidad presentada con arte y <i>chic</i>, precio fenomenal, digo, -baratísimo; la parte literaria de primera, la heliografía <i>ídem de -lienzo</i>, en fin, un negocio que solo espera un poquitín de apoyo -para enriquecer a alguien. El primer número, que ya está preparado, -lo dedico al célebre apóstol de nuestros tiempos, el gran Nazarín, de -quien presento noticias estupendas, la biografía completa, retratos de -él y sus discípulas...</p> - -<p>—Pero ese Nazarín, ¿qué es? —preguntó el Marqués a Manolo Infante—. -Ya nos trae locos la prensa con la dichosa cuadrilla <i>nazarista</i>, -y el proceso, y las <i>interviews</i>... ¿Le has visto tú?</p> - -<p>—No necesito verle —replicó Infante—, para pensar, como tu primo, -que es el pillo más ingenioso que ha echado Dios al mundo.</p> - -<p>—Poco a poco —dijo Urrea con el desparpajo que gastar solía para -desmentirse—. Yo no pienso tal cosa.</p> - -<p>—Hace un rato nos contabas a Severiano y a mí que le habías visto, -y charlado con él y sus compañeras, y que le tenías... son tus -palabras... por un impostor vulgarísimo.</p> - -<p>—¿Eso dije?... Vamos, os revelaré todo el intríngulis de mi -diplomacia. Por desorientaros a ti y a Severiano os dije la opinión -corriente y vulgar, reservando para mi público la novedad, la sorpresa. -Yo presento a Nazarín como resul<span class="pagenum" id="Page_79">p. -79</span>ta del sondeo que he hecho de su carácter, visitándole en el -hospital uno y otro día.</p> - -<p>—Y opinas que es un santo. Pues eso no es nuevo, porque no ha -faltado quien lo haya sostenido ya.</p> - -<p>—Pero no presentan los elementos de prueba que presentaré yo. Es -un hombre extraordinario, un innovador, que predica con actos, no con -palabras, que apostoliza con la voluntad, no con la inteligencia, y -que dejará, no se rían ustedes de lo que afirmo, un profundo surco en -nuestro siglo.</p> - -<p>—¡Pero si nos has dicho hace media hora que ni siquiera es loco, -sino un aventurero que se hace el demente para vivir sobre el país!</p> - -<p>—No me convenía hace media hora decirte mi verdadera opinión. En -diplomacia y en industria es permitido el engaño. Antes no me convenía -propagar la verdad; ahora me conviene.</p> - -<p>—A este le entiendo yo mejor que nadie —dijo Feramor riendo—. -Tiene sus planes, persigue su negocio, y repentinamente, un cambio -atmosférico le hace cambiar de rumbo para llegar más pronto a donde -se propone. Es muy astuto mi primo, y ahora quiere ponerse a bien con -los que dedican su dinero a los eternos ideales, a las campañas de la -caridad evangélica. ¿Es esto, sí o no? Y a propósito, Manolo, ¿sabes -tú<span class="pagenum" id="Page_80">p. 80</span> de alguien que -quiera tomar parte en una empresa editorial, con tendencias religiosas, -<i>nota bene</i>, con tendencias religiosas, haciendo un pequeño -sacrificio de seis mil pesetas?</p> - -<p>—Poco a poco... —dijo con viveza José Antonio—. La participación -en los beneficios no puede darse sino aportando al negocio siete mil -pesetas.</p> - -<p>Feramor e Infante rompieron a reír, y el otro, sin cortarse ni -abandonar el campo de su formidable <i>sport</i>, prosiguió de este -modo:</p> - -<p>—A reír, a reír... Ya veremos quién se ríe el ultimo. Y volviendo -a <i>mi héroe</i>, les enseñaré algunas pruebas de las diferentes -fotografías que he podido sacarle en el Hospital... También tengo las -de sus compañeras. Verán.</p> - -<p>Echando mano al bolsillo, mostró distintas pruebas fotográficas, -obra suya, las cuales fueron examinadas con intensa curiosidad por las -distintas personas que al instante formaron grupo.</p> - -<p>—¿Conque este es el famoso Nazarín?... A ver, a ver...</p> - -<p>—Digan ustedes si cabe en lo humano un rostro más inteligente.</p> - -<p>—Parece moro.</p> - -<p>—Lo que parece es una figura bíblica.</p> - -<p>—¿Y esta mujer...?</p> - -<p>—Vean, vean esa cabeza, y díganme si la im<span class="pagenum" -id="Page_81">p. 81</span>postura puede llegar jamás a esa ideal -belleza.</p> - -<p>—Bonito perfil. Pero aquí hay retoque.</p> - -<p>—Más que la <i>Beatrice</i> del Dante, parece un Dante joven.</p> - -<p>—Digan que es una pitonisa, con la inspiración pintada en sus -ojos.</p> - -<p>—O una Santa Clara.</p> - -<p>—Eso no; no es figura medieval, es bíblica.</p> - -<p>—Del Antiguo Testamento. No confundir...</p> - -<p>—¿Y este? ¿Qué mico es este?</p> - -<p>—Esa es Ándara... la monstruosa, porque en su rostro hay un guiño -del Infierno y otro del Cielo.</p> - -<p>—¡Ándara!... ¡Jesús, qué endiablada fisonomía!</p> - -<p>—Todo es extraño, sublimemente enigmático y misterioso en esa -familia, o dígase tribu... Pero fíjense, fíjense bien en la cara de -Nazarín. ¿Es Job, es Mahoma, es San Francisco, es Abelardo, es Pedro el -Ermitaño, es Isaías, es el propio Sem, hijo de Noé? ¡Enigma inmenso!</p> - -<p>Desembuchaba estos calurosos encarecimientos el bueno de Urrea, -como un viajante que enseña las muestras de los artículos que ofrece -al comercio, y en tanto las fotografías corrían de mano en mano. Las -señoras principalmente las arrebataban, y ponían en ellas su atención -con una curiosidad intensísima, insaciable, febril.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChII_3"> - <p><span class="pagenum" id="Page_82">p. 82</span></p> - <h3>III</h3> -</div> - -<p>—Pero, amigo Urrea —dijo el Marqués de Cícero con sinceridad -infantil—, esto debe publicarse.</p> - -<p>—Se publicará.</p> - -<p>—¿Y el texto... cosa buena?</p> - -<p>—¡Ah!...</p> - -<p>—Pero es tan considerable el gasto —dijo Feramor—, que la empresa -que ha tomado a su cargo la propaganda nazarista, solicita una -subvención de ocho mil pesetas.</p> - -<p>—¡Oh!... No has exagerado, querido primo —manifestó Urrea—. Y -también te aseguro, palabra de honor, que para hacerlo bien, a la -altura del asunto, no vendrían mal nueve mil.</p> - -<p>—Chico, más vale que llegues de una vez a la cifra redonda: dos mil -duros.</p> - -<p>—Para mil cosas baladís han dado eso, y mucho más, Mecenas que yo -conozco. Palabra que sí. Lo que se pretende ahora está circunscrito -dentro de los términos de una modestia casi inverosímil: diez mil -pesetas. ¿Qué menos?</p> - -<p>—No me parece mucho. Que se las dé a usted el Gobierno.</p> - -<p>—O pedirla a las Sacramentales —dijo Manolo Infante—, que tienen la -contrata de la conducción a la vida inmortal.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_83">p. 83</span>—Mejor a las empresas -funerarias, porque el nazarismo hace propaganda de la muerte.</p> - -<p>—Pues yo que usted, Urrea —indicó una dama que sabía tomar el pelo -con suave mano—, pediría la subvención al gremio de constructores de -imágenes y de pasos para la Semana Santa.</p> - -<p>No se acobardaba el ingenioso aventurero por la rechifla graciosa -con que los amigos de la casa acogían sus proyectos; antes bien, -hallábase excitado, sentía en su mente audaces iniciativas y una -pasmosa fecundidad de recursos para trabajar en aquel negocio. La idea -sugerida por Feramor era felicísima. ¡Ah, si él pudiera maniobrar en -terreno libre, es decir, en el bondadoso corazón de su prima! Pero -aquel intruso y pegadizo don Manuel Flórez, tamiz por donde pasaban -todos los pensamientos y actos de Catalina de Halma, le desconcertaba, -infundiéndole la tormentosa duda del éxito. Para discurrir a sus -anchas sobre problema tan difícil, necesitaba estar solo, aguzar su -ingenio hasta lo increíble, prepararse, en fin, con todo el aparato de -artimañas y sutilezas que, en su larga experiencia de aquella esgrima, -le habían dado tantas victorias. Despreciando las burlas de que era -objeto en casa de Feramor, salió de allí presuroso, sin despedirse -de nadie; contra su costumbre, se fue a su casa, y en su reducida -alco<span class="pagenum" id="Page_84">p. 84</span>ba se encerró -a meditar el plan de ataque, tratando de prever las posiciones del -enemigo para escoger bien el palmo de terreno en que embestirle debía. -Al meterse en la cama, con los pies fríos y la cabeza caliente, se -dijo: «No hay que achicarse: la timidez será mi fracaso. Concretando -mi honrada petición a dos mil duros, podrían creer que es para vicios. -Para que vean que es un negocio serio, un asunto en que median los -<i>grandes intereses</i> del espíritu humano, necesito correrme a tres -mil.»</p> - -<p>Durmiose a la madrugada, y si al principio soñó que don Manuel -Flórez, al oír su demanda, le disparaba a quemarropa un cañón Hontoria, -su sueño fue después optimista y placentero, porque se vio abrazado -tiernamente por el dicho Flórez, mientras Catalina sacaba del bargueño -una arqueta gótica, y de ella muchos fajos de billetes de Banco, de -los cuales daba una parte a Nazarín y otra a él: y como Nazarín era -todo abnegación y menosprecio de los bienes terrestres, le regalaba su -parte sin mirarla siquiera. El movimiento pudoroso del apóstol mendigo -al coger el dinero, prevaleció en la mente de Urrea aun después de -haber pasado de aquel sueño a otro bien distinto. Soñó que con parte -de aquel numerario compraba una mina de hierro, que en poco tiempo le -daba rendimientos fabulosos; con las ganancias de la mina com<span -class="pagenum" id="Page_85">p. 85</span>praba dos manzanas de casas, y -mucho papel del Estado, y negociando por alto, llegaba a hacerse dueño -de toda la red de ferrocarriles de España... aquí que no peco... y de -Francia e Inglaterra... Y a todas estas, Nazarín apartando de sí la -resma de billetes con apostólica repugnancia.</p> - -<p>Al romper el día, mientras cosas tan inauditas pasaban en el cerebro -de un hombre dormido, don Manuel Flórez, que vivía en la misma calle, -frente por frente al soñador Urrea, salía de su domicilio. Fue con vivo -paso a decir su misa, entretuvo después un par de horas en esta y la -otra iglesia, y a eso de las diez se dejó caer en la casa de Feramor. -Entrando sin anunciarse en el despacho del Marqués, que trabajaba con -su administrador y apoderado, le dijo:</p> - -<p>—Querido Paco, quisiéramos que eso se ultimara pronto, si fuera -posible, hoy.</p> - -<p>—¿Pues no ha de ser posible? Hoy mismo, mi querido don Manolo. Mucha -prisa tiene la redentora por entrar en funciones.</p> - -<p>—La miseria humana, hijo mío, es la que tiene prisa, el hambre -humana, la sed y la desnudez humanas.</p> - -<p>—Pues por mí no quede.</p> - -<p>Terció el administrador, asegurando que ya estaba avisado el notario -para preparar la documentación, y que si terminaba aquel día, en -el<span class="pagenum" id="Page_86">p. 86</span> siguiente quedaría -hecha la entrega de la legítima de la señora Condesa, parte en fincas o -valores, parte en dinero contante.</p> - -<p>—Perfectamente —dijo el buen sacerdote acariciándose una mano con -otra—. Y ya que estás hoy de vena de amabilidad...</p> - -<p>—¿Pero no se sienta, don Manuel?</p> - -<p>—No; me voy en seguida. Digo que ya que te encuentro en vena de -concesiones, me atrevo a hacerte presente un antojito de tu hermana, -cosa insignificante; verás...</p> - -<p>—Acabe usted pronto, que ya empiezo a sentir escalofrío.</p> - -<p>—¿Por qué, hijo de mi alma?</p> - -<p>—Porque podría ser que para redimir a la pobrecita humanidad, no -le bastase su legítima, y en nombre del Dios Uno y Trino me pidiese -también la mía... y podría suceder que usted se empeñase en que se la -diera.</p> - -<p>—Vamos, no bromees. Lo que te pide es que le adjudiques la torre -de Zaportela, en Aragón. En esa casona destartalada pasó ella parte -de su infancia con tu tía doña Rudesinda. Tiene recuerdos...; en fin, -que para nada te sirve a ti ese nidal de lagartijas, y ella tiene el -capricho de restaurarlo, y...</p> - -<p>—Es que la casa de Zaportela y dos predios adyacentes se los tengo -dados en usufructo a los Urreas, los tíos de este perdido de José -Anto<span class="pagenum" id="Page_87">p. 87</span>nio, pedigüeños -insaciables como él, que practican la mendicidad por el terror. Si les -echo de allí, son capaces de quemarme todas las casas que tengo en -Aragón.</p> - -<p>—Bueno, pues en vez de Zaportela, le darás el castillo de -Pedralba en esta provincia, término de San Agustín; ya sabes... un -caserón viejo, con una torre, y no sé qué ruinas de un monasterio -cisterciense... Conque no hay que vacilar, hijo mío, y agradéceme que -abra anchos horizontes a tu generosidad. Eres un ángel, y el perfecto -tipo del caballero cristiano.</p> - -<p>—Basta, basta. No necesita usted emplear la lisonja para -desvalijarme. Eso se arreglará. Particípele usted a su discípula que no -llore por el castillo. Pedralba será suyo.</p> - -<p>—Se lo participarás tú, porque yo no subo hasta la tarde —dijo -Flórez mirando su reloj—. Tengo mucha prisa. A las once he de ver al -señor Vicario; y a las doce me esperan en Gracia y Justicia para ir a -la Nunciatura... Bueno, señor, bueno.</p> - -<p>—¿Qué más?</p> - -<p>—Nada más. ¿Te parece poco?</p> - -<p>—Creí que me iba usted a pedir el coche para todos esos viajes.</p> - -<p>—No pensaba pedírtelo; pero lo tomo si me lo das. Está Madrid -perdido de barros. Bueno, señor, bueno.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_88">p. 88</span>Poco después salía -gozoso y vivaracho el buen don Manolo, y en el portal, ¡zás! José -Antonio de Urrea que entraba. Quedose el joven como quien ve visiones, -y no acertaba ni a saludar al respetable limosnero de la casa.</p> - -<p>—¡Pepillo, dichosos los ojos!... ¡Ven acá, hijo mío, dame un abrazo! -—le dijo el clérigo con efusión—. ¿Pero qué tienes? Te has puesto -pálido. ¿Estás enfermo?... Tiemblas.</p> - -<p>—No señor... La emoción... Cabalmente venía pensando en usted -—replicó Urrea besándole la mano—. ¿Cree usted que ver, después de -tanto tiempo, a este amigo venerable, a este ángel tutelar de toda la -familia, no es cosa que impresiona?</p> - -<p>—Calla, calla, zalamero.</p> - -<p>—Deme usted a besar otra vez esas manos.</p> - -<p>—Basta, basta. Ya sé, ya sé que estás muy corregido. Sé que -trabajas, que has sentado la cabeza. Ya era tiempo, hijo mío.</p> - -<p>—¿Quién se lo ha dicho a usted? —preguntole Urrea con cierta alarma, -temiendo las ironías le su primo Feramor.</p> - -<p>—Me lo han dicho... ¿A ti qué te importa? Tus primas, las de -Hinestrosa me lo han dicho, ea.</p> - -<p>—Soy otro hombre. ¡Y qué bueno es ser bueno, don Manuel! ¡Qué -hermosura es una conciencia tranquila, una pobreza honrada, y una -con<span class="pagenum" id="Page_89">p. 89</span>ducta normal, -ordenada y perfectamente correcta! ¡Qué descanso la pureza de las -intenciones, la sujeción de los deseos, la adaptación de nuestros goces -a la medida de la realidad! ¡Qué consuelo tan grande vivir en armonía -con todo el mundo, y sentirse querido, respetado!...</p> - -<p>—Sí, hijo mío, sí.</p> - -<p>—Verdad que mi vida es azarosa, pues no puedo prescindir de ciertos -hábitos de decencia, y careciendo de bienes de fortuna, el pan de -cada día, mi queridísimo don Manuel, representa para mí esfuerzos -hercúleos.</p> - -<p>—Dios bendecirá tu trabajo. Adelante por ese camino. Persiste en tus -ideas; ten constancia, valor, confianza en ti mismo.</p> - -<p>—Así lo haré. Descuide.</p> - -<p>—¿Vas a ver a Consuelo?</p> - -<p>—No, voy a visitar a Halma.</p> - -<p>Con esta brevedad familiar, <i>Halma</i>, nombraba comúnmente el -parásito a su prima.</p> - -<p>—Bien, bien. ¡Acompañar a los desgraciados, endulzar su tristeza con -palabras de consuelo! La pobrecita te lo agradecerá mucho. Hazme el -favor de decirle que no puedo ir hasta la tarde... ¡ah! y que eso, ya -sabe lo que es, quedará ultimado mañana. Anda, anda, hijo mío. Y que el -Señor te conserve en esa buena disposición. Adiós...</p> - -<p>Volvió a besarle la mano, y después de acom<span class="pagenum" -id="Page_90">p. 90</span>pañarle a entrar en el coche, subió el -gran Urrea, más que gozoso, ebrio de entusiasmo y felicidad, porque -las cosas se le deparaban mejor de lo que en los desenfrenos de su -optimismo hubiera podido imaginar. Primer golpetazo de la suerte: -encontrarse a don Manuel Flórez en aquel pie de increíble benevolencia, -enterado ya de sus nuevas costumbres laboriosas. Segundo golpetazo: -saber que hasta la tarde no iría el susodicho a la débil fortaleza, -amenazada de un terrible asedio. Cierto que el enemigo podía -presentarse a última hora con un socorro formidable, ideas y autoridad -de refresco; pero también podía suceder que llegase tarde, y que, -arrancada por el sitiador una promesa, la egregia dama no tuviera más -remedio que cumplirla. El hombre se creció moral y hasta físicamente -al subir la escalera, derecho al cuarto segundo. Se sentía impetuoso, -audacísimo, invencible, y sobre todo grande, enorme. Creía tocar con su -cabeza en el tramo alto de la escalera, y que las puertas no tenían -bastante hueco para darle entrada. Sin duda la Providencia Divina -se ponía de su parte. ¡Qué bien había hecho aquella mañana en rezar -al Padre Eterno, a la Virgen y a San Antonio bendito, implorando su -eficaz auxilio! ¡Qué diantre! ¿No era él un pobre, no era un triste, -un mísero? ¿Pues qué hacía más que pedir una limosna, y propor<span -class="pagenum" id="Page_91">p. 91</span>cionar a las buenas almas el -ejercicio de la más hermosa de las virtudes, la caridad?</p> - -<p>«Fuera timideces, fuera mezquindades que podrían comprometer el -éxito —se dijo al traspasar la puerta, soberbio y arrogante, como un -campeón que anhela engrandecer los peligros para que sea mayor la -gloria de vencerlos—. Allá van los hombres valientes. Le pido... pst... -veinte mil pesetas.»</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChII_4"> - <h3>IV</h3> -</div> - -<p>Siempre que entraba don Manuel, después de larga ausencia de medio -día o día entero, en el cuarto de su noble amiga la Condesa de Halma, -encontrábala sumergida en una melancolía profunda y tenebrosa, como -nadadora que bucea en una cisterna. Abierto sobre la falda el libro de -la <i>Ciudad de Dios</i>, de San Agustín, o alguna otra obra mística; -apoyada la mejilla en la mano derecha, el codo del mismo lado sostenido -en la mano izquierda y esta en la rodilla derecha, que se elevaba por -tener el pie sobre un taburete, parecía un Dante pensativo, revolviendo -en su mente los círculos negros del Infierno, o los luminosos del -Paraíso. Viéndola en tales tristezas anegada, silenciosa y ceñuda, -procuraba don Manuel alegrarle los ánimos con su grata conversación, -y unas veces lo conseguía y otras no.<span class="pagenum" -id="Page_92">p. 92</span> Pues aquella tarde ¿cuál no sería la -sorpresa del simpático Flórez al encontrar a su ilustre amiga en un -estado de inquietud placentera? No daba crédito a sus ojos viéndola -en pie, corriendo de un lado a otro de la estancia, como si arreglara -y pusiera en orden los libros y objetos de devoción que en varios -estantillos tenía. Y lo más extraño era que en su rostro resplandecían -la animación, la vida. Sus ojos, siempre apagados, brillaban con fulgor -de fiebre; sus mejillas, siempre macilentas, habían tomado un rosado -tinte, como si volviera de un paseo por el campo, harta de sol y de -aire.</p> - -<p>—¿Qué tiene usted, mi noble y santa amiga? —le preguntó el -sacerdote—. ¿Qué le pasa?</p> - -<p>—Nada, no me pasa nada. Estoy contenta. ¿Esto es pasar algo?</p> - -<p>—Sí... Me alegro mucho de verla tan gozosa. No conviene dejar caer -el espíritu en la tristeza. La virtud es por naturaleza alegre, y la -conciencia pura se regocija en sí misma...</p> - -<p>—Siéntese usted si gusta, y déjeme a mí en pie. Siento una -inexplicable necesidad de andar, de moverme. De repente, la quietud ha -empezado a serme molesta.</p> - -<p>—La he recomendado a usted un ejercicio prudencial. La virtud no -requiere precisamente la postración sedentaria, que hasta puede llegar -a ser un vicio y llamarse pereza.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_93">p. 93</span>—Y ahora me -preguntará usted el motivo o razón de este contento que en mí -observa.</p> - -<p>—En efecto, señora mía, se lo pregunto a usted.</p> - -<p>—Y yo le respondo que no lo sé; que no puedo explicar qué pasa esta -tarde en mi alma. Veremos si llego a darme cuenta de ello. Y ahora, voy -a interrogar yo. Dígame: ¿quién es Nazarín?</p> - -<p>Quedose un rato suspenso el buen Flórez, y miró el rostro de la -Condesa como quien quiere descifrar un obscuro acertijo.</p> - -<p>—Pues Nazarín... —murmuró.</p> - -<p>—¿Qué hombre es ese? ¿Le conoce usted?</p> - -<p>—Sí, señora.</p> - -<p>—¿De ahora, o le conoce usted hace tiempo?</p> - -<p>—Es un sacerdote, manchego, de mediana edad. Hace dos o tres años, -no recuerdo bien la fecha, tuve ocasión de tratarle en la sacristía de -San Cayetano. Pareciome un hombre excelente, de costumbres purísimas, -humilde, de no común inteligencia, parco de palabras... Después me le -encontré alguna que otra vez en la calle; hablamos. El infeliz parecía -disgustado; revelaba una pobreza honda, sin quejarse de ella. Creí que -su cortedad de genio y su extremada delicadeza le tenían en tal estado, -y le aconsejé que se sacudiera, procurando adquirir un poco de don -de gentes. Después le he visto<span class="pagenum" id="Page_94">p. -94</span> incluido en un proceso escandaloso, y su nombre arrastrado -por la vía pública. Francamente, me supo muy mal que un sacerdote -viniese a tal situación, ya fuese por debilidad de carácter, ya por -verdadera malicia. Supe que estaba en el hospital, convaleciente de un -tifus agudísimo, y, ¿qué cree usted?... me fui a verle. Yo soy así: me -gusta enterarme por mí mismo. Le vi, hablamos largamente, y...</p> - -<p>—¿Opina usted como casi todo el mundo, que es un pobre loco?</p> - -<p>—Esa es la opinión general.</p> - -<p>—Pero la de usted, la de usted es la que yo quiero saber.</p> - -<p>—La mía no tiene importancia. Expertos facultativos le han -examinado, profesores de enfermedades mentales y nerviosas.</p> - -<p>—Pero usted tiene bastante entendimiento para no necesitar de -los juicios ajenos para formar el suyo. Dígame lo que piensa, en -conciencia, de ese hombre. ¿Es un pillo?</p> - -<p>—Creo que no.</p> - -<p>—¿Firmemente que no?</p> - -<p>—Sostengo con plena convicción que no es un malvado.</p> - -<p>—Luego es un loco.</p> - -<p>—No me atrevo a decir tanto.</p> - -<p>—Luego, es un hombre de miras elevadas, un hombre que...</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_95">p. 95</span>—Tampoco afirmo -eso.</p> - -<p>—Luego, usted no ha podido formar una opinión concreta.</p> - -<p>—No señora, no he podido. Y, créame usted, ha sido para mí el tal -Nazarín objeto de grandes confusiones.</p> - -<p>—¿Cómo no me había hablado de eso, don Manuel?</p> - -<p>—Porque no pensaba que tal asunto mereciera fijar la atención de la -señora Condesa.</p> - -<p>—¿Sabe usted que anda por ahí un libro que trata de Nazarín, en -el cual se cuenta cómo salió a sus peregrinaciones, cómo encontró -prosélitos, cómo realizó actos de verdadero heroísmo y de sublime -caridad?</p> - -<p>—He leído ese libro, que me regaló su autor, con una dedicatoria muy -expresiva. Pero no me fío de lo que allí se cuenta, por ser obra más -bien imaginativa que histórica. Los escritores del día, antes procuran -deleitar con la fantasía que instruir con la verdad.</p> - -<p>—¿Puedo yo leer ese libro?</p> - -<p>—Seguramente. Pero sin olvidar que es novela.</p> - -<p>—Entonces prefiero otra cosa.</p> - -<p>—¿Qué?</p> - -<p>—Ver al propio Nazarín. El sujeto vivo dará más luz que una historia -cualquiera, aun suponiendo que no fuese fantástica, y tan solo es<span -class="pagenum" id="Page_96">p. 96</span>crita para entretenimiento de -los desocupados.</p> - -<p>—¿Ver a Nazarín? ¿Dónde?</p> - -<p>—En cualquier parte. En el hospital..., aquí.</p> - -<p>—Eso me parece más grave. Con todo, no digo que no.</p> - -<p>—Diga usted que sí, y acabaremos más pronto. Ahora, punto y aparte: -hablemos de otra cosa.</p> - -<p>—Pues a otra cosa —repitió Flórez, algo caviloso por el repentino -salto de la tristeza al contento en el ánimo de la ilustre señora—. -Ya sabe usted que mañana se hará la entrega de la legítima. Ya hemos -salido de eso.</p> - -<p>—¡Gracias a Dios! Mucho tengo que agradecer también a mi hermano -—dijo Catalina sentándose algo fatigada, cual si sus excitados nervios -entraran en sedación—. Si he de decirle a usted la verdad, veo con -absoluta indiferencia la llegada de ese dinero a mis pobres manos.</p> - -<p>—La persona que mira al cielo —dijo el cura entornando los ojuelos -para ver mejor el rostro de su amiga—, se acostumbra mejor que otras a -despreciar los bienes terrenales.</p> - -<p>—Y respecto al empleo que debemos dar a ese capitalito, ya -hablaremos despacio.</p> - -<p>—Si no recuerdo mal, ya hemos hablado bastante. Convinimos en que -usted fundaría, en pleno campo y lejos del bullicio, un instituto de -caridad, con rentas propias...</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_97">p. 97</span>—Y que antes, se -reservaría una suma para repartirla entre los necesitados.</p> - -<p>—Sí; pero eso es difícil, porque no tendríamos ni para empezar. -La caridad debe hacerse con método, apoyándose en el criterio de la -Iglesia, y favoreciendo los planes de la misma. No vale dar limosna sin -ton ni son. Falta saber a quién se da, y cómo se da.</p> - -<p>—¿Sabe usted, mi buen don Manuel, que no entiendo bien eso?</p> - -<p>—Se lo expliqué a usted con toda latitud ayer mismo.</p> - -<p>—Pues lo he olvidado. Pero no hay que repetirlo. Ya lo comprenderé -cuando tenga la cabeza más serena.</p> - -<p>De repente, el buen clérigo se dio un golpe en la frente, como si -quisiera matar un mosquito que le picaba, y exclamó:</p> - -<p>—¡Ah, ya caigo, ya, ya!</p> - -<p>—¿Qué?</p> - -<p>—Nada, que mientras hablábamos, me devanaba yo los sesos pensando -quién habría estado aquí hoy de visita. Y ahora me ha venido -súbitamente a la memoria.</p> - -<p>—Mi primo Pepe Antonio de Urrea.</p> - -<p>—Le encontré en el portal: él entraba, yo salía. Me han dicho que es -hombre corregido.</p> - -<p>—Así parece... ¡pobrecillo! Me ha conmovido contándome sus apuros -para ganarse la vida con un rudo trabajo.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_98">p. 98</span>—Y seguramente le ha -pedido a usted dinero para sus empresas.</p> - -<p>—Sí...</p> - -<p>—Y le ha hablado a usted de Nazarín.</p> - -<p>—Exactamente.</p> - -<p>—Pero no puedo encontrar la relación entre Nazarín y los conflictos -pecuniarios del descendiente de los Urreas.</p> - -<p>—Le he prometido estudiar su petición, y resolverla de acuerdo con -usted.</p> - -<p>—Lo menos le habrá pedido a usted dos o tres mil reales.</p> - -<p>—Algo más: cinco mil duros.</p> - -<p>—¡Ave María purísima!... ¡San Antonio bendito!</p> - -<p>—Crea usted que me reí, y desde que me habló de esto, empecé a -sentirme alegre. Los apuros de un hombre por cosa que tan poco vale, -como es el dinero, me causan alegría. Es como el rechazo de todo lo -que yo he sufrido por el maldito dinero, en los días terribles en -que me hacía tanta falta. Y ahora que en nada de mi propio interés -puedo emplearlo, pues perdí el bien de mi vida, ahora que tengo bajo -tierra los restos del que era mi único amor, y considero en el cielo -su alma, me alegra el gemido de los que piden dinero con apremiante -necesidad, y al ver que lo tengo, me alegro más. Experimento, créalo -usted, como un secreto anhelo de<span class="pagenum" id="Page_99">p. -99</span> venganza..., sí, quiero vengarme de mi destino, que a tantas -privaciones me sujetó, y tantas amarguras me hizo pasar... Y cuando -se acerca a mí un desgraciado pidiéndome aquello que yo no pude tener -cuando lo necesitaba, y que poseo ahora que no lo necesito...</p> - -<p>—Se venga usted... negándoselo.</p> - -<p>—No señor, dándoselo... Es una venganza en la cual confundo a mi -destino y al mismo dinero, materia vil y despreciable, cuyo reparto -no debe someterse a ninguna regla de orden y gobierno. Las leyes -económicas de mi hermano me parecen una de las más infames invenciones -del egoísmo humano.</p> - -<p>—¿De modo que usted, señora mía, cree que para despreciar al dinero -y castigarlo por su vileza, debe dársele al primer loquinario que lo -pide sin que sepamos en qué lo ha de emplear?</p> - -<p>—Creo que el empleo final de la moneda es siempre el mismo, dese -a quien se diere. Caiga donde caiga, va a satisfacer necesidades. -El manirroto, el disipado, el vicioso mismo, lo hacen pasar a otras -manos, que lo aprovechan en lo que debe aprovecharse. Lance usted un -puñado de billetes a la calle, o entrégueselo al primer perdido que -pase, al primer ladrón que lo solicite, y ese dinero, como van todas -las aguas a los ríos, y los ríos al mar, irá a cumplir su objeto<span -class="pagenum" id="Page_100">p. 100</span> en el mar inmenso de la -miseria humana. Cerca o lejos, aquí o allá, con ese dinero arrojado -por usted a la calle se vestirá alguien, alguien matará su hambre y su -sed. El resultado final de toda donación de numerario es siempre el -mismo.</p> - -<p>—Señora mía —dijo don Manuel un poco aturdido—. No seamos -paradójicos..., no seamos sofísticos. Si usted me permite que la -contradiga, que le haga una demostración clara de su error en esa -materia...</p> - -<p>El hombre no podía expresarse bien. Estaba sofocadísimo, sentía -calor, y se abanicaba con su teja.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChII_5"> - <h3>V</h3> -</div> - -<p>—Por más que usted diga —prosiguió la Condesa—, yo creo que la -limosna consiste esencialmente en dar lo que se tiene al que no lo -tiene, sea quien fuera, y empléelo en lo que lo empleare. Imagine usted -las aplicaciones más abominables que se pueden dar al dinero, el juego, -la bebida, el libertinaje. Siempre resultará que corriendo, corriendo, -y después de satisfacer necesidades ilegítimas, va a satisfacer las -legítimas. ¡Dar a los pobres, nada más que a los pobres! Sobre que no -se sabe nunca quiénes son los verdaderos pobres, todo lo que se da va -a<span class="pagenum" id="Page_101">p. 101</span> parar a ellos por -un camino o por otro. Lo que importa es la efusión del alma, la piedad, -al desprendernos de una suma que tenemos y que otro nos pide.</p> - -<p>—¿Y usted siente esa efusión del alma al dar a su primo el auxilio -que solicita?</p> - -<p>—Sí señor; la siento, porque veo tras su petición un mundo de -necesidades abrumadoras, de martirios horribles, en que igualmente -gimen el alma y el cuerpo. Veo la falta de alimento, la estrechez de la -vivienda, la persecución de los acreedores, la vida angustiosa, llena -de humillaciones y vergüenzas ocultas, la disparidad terrible entre los -medios de existencia y el nombre retumbante que se lleva en el mundo. -Yo creo que en mi primo son ciertos los propósitos de enmienda; pero -demos de barato que no lo sean; admitamos que nos engaña, que es un -perdido, un tronera lleno de vicios, entre los cuales descuella el de -la postulación a diestro y siniestro. ¿Y qué hará usted para sacarle -del infierno de esa vida? ¿Predicarle? Nada se conseguirá mientras no -se le ponga en condiciones de variar de conducta, y por más que usted -se devane los sesos, no hallará otra manera de redención que darle lo -que no tiene, porque su mala vida no es más que el resultado fatal, -inevitable, de la pobreza.</p> - -<p>—¿Según eso, señora mía —dijo el sacerdote<span class="pagenum" -id="Page_102">p. 102</span> con cierta severidad—, usted piensa darle a -José Antonio los cinco mil duros que le pide?</p> - -<p>—Sí señor, he resuelto dárselos, y así se lo he prometido. Mi -palabra es oro. Pero...</p> - -<p>—¿Pero qué?...</p> - -<p>—¡Oh! aún falta lo mejor. Para que vea usted que no soy paradójica -ni sofista, se los doy y no se los doy.</p> - -<p>—¿Se los presta usted?</p> - -<p>—Tampoco. Se los doy en una forma que usted ha de aprobar -seguramente. Le adjudico la cantidad, quedando esta en mis arcas, a -disposición de sus administradores.</p> - -<p>—Que son...</p> - -<p>—Usted y yo. Nosotros nos encargamos de arreglarle una casa decente, -de asegurarle la subsistencia durante el tiempo que se determinará, -y, por añadidura, le pagamos sus deudas, le rompemos esas cadenas -infames que le condenan en vida a un horrible infierno, le libramos -de la vergüenza del sablazo, de la humillación de carecer de todo. -Completaremos nuestra obra dándole medios de trabajar en esa empresa -que dice trae entre manos, especulación que conviene estudiar -detenidamente para ver si en efecto es tal que en ella puede formarse -un hombre honrado. Vamos, ¿qué me dice de esta forma de practicar -la caridad? ¿Cree usted que hay otra manera de traer al buen camino -a<span class="pagenum" id="Page_103">p. 103</span> un hombre lleno de -defectos, desquiciado, empedernido en mil hábitos perniciosos?</p> - -<p>—Contesto, señora mía, que en principio aplaudo su pensamiento. -Respecto a la práctica... no sé... Dígame usted: ¿José Antonio acepta -el auxilio en la forma y condiciones que usted acaba de indicarme?</p> - -<p>—El pobrecillo se echó a llorar. Bien conocí que sus lágrimas -brotaban del corazón. «Eres la Providencia misma —me decía—, y realizas -el sueño de mi vida; tú me salvas, tú me redimes, tú haces de mí otro -hombre, y por ti, Halma, bien puedo decir que vuelvo a nacer.» Y -diciendo esto me besaba las manos.</p> - -<p>—Y yo también se las beso a usted ahora —dijo don Manuel, haciéndolo -con verdadero enternecimiento—. Es usted una santa... a su manera, -quiero decir que cada día saca usted una nueva forma de santidad. Debo -decirle, en conciencia, que en estas cosas, la originalidad suele ser -un poquitín peligrosa, pero hasta ahora vamos bien, y que siga el Señor -inspirándole esas benditas iniciativas.</p> - -<p>—Me complace que usted apruebe mi plan —dijo Catalina, excitada por -el aplauso—, y que se compadezca de ese desgraciado primo mío, el cual, -claramente lo veo, tiene más viciada la cabeza que el corazón. Cierto -que es la informalidad andando, que no acaba cuando se pone a<span -class="pagenum" id="Page_104">p. 104</span> enjaretar embustes, que por -procurarse el pan de cada día, comete mil bajezas. Por eso mismo, por -ser un enfermo del alma, le está perfectamente indicada la medicina de -la caridad tutelar y educativa. ¿No estoy en lo cierto?</p> - -<p>—Sí, señora mía —replicaba Flórez entornando los párpados y -afirmando con la cabeza.</p> - -<p>—La caridad se ha de ejercer en toda clase de enfermos y en toda -clase de miserables, y este Urreíta es un pobre de solemnidad... <i>de -tres capas</i>, un desgraciado, cuyas angustias parten los corazones. -Él me lo decía, haciéndome reír y llorar al mismo tiempo: «Querida -prima, el último de los pordioseros es un millonario comparado conmigo. -Recoge zoquetes de pan y peladuras de patatas; pero se lo come en paz, -y su espíritu vive con la serenidad y la alegría del pájaro, que al -amanecer canta saludando al día... Hasta los ciegos que andan por ahí -tocando la flauta o el violín son menos desdichados que yo. Envidio a -los vendedores de periódicos, a los mozos de cuerda, y a los poceros -de la Villa. Todos comen su bazofia sin comerse al propio tiempo la -vergüenza, que es amarga como la hiel.» ¡Pobrecillo de mi alma! No -puedo menos de considerarle, señor don Manuel, como un niño mañoso a -quien hay que educar. Le haremos todo el bien posible, sin escatimar -los azotes. Porque eso sí, mucha caridad, pero mucho rigor.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_105">p. 105</span>—Eso, eso; y si -conseguimos su enmienda, habremos hecho una obra meritoria y grande -—dijo suspirando el sacerdote, que si al principio sintió su poquito -de resquemor ante la hermosa iniciativa de su discípula, no tardó en -apropiarse las ideas de ella, con la mira de vigorizarlas y recobrar de -este modo su magisterio.</p> - -<p>—Y nadie me quita de la cabeza —prosiguió Halma— que el corazón -de Pepe es bueno, y que hay en él, aunque por muy escondido no se -vea, materia abundante para obtener la verdadera virtud. De niño era -un ángel. Somos de la misma edad, y juntos vivimos algún tiempo en -Zaportela: su madre, mi tía Rudesinda, me quería locamente, y como -yo era endeblilla y enfermucha, me llevaba consigo al campo para que -me repusiera. Pepe Antonio y yo pasábamos largas temporadas hechos -unos salvajes, corriendo por praderas y sembrados, declarando la -guerra a los pobres grillos, y comiéndonos, no solo la fruta madura, -sino la verde. Pues mire usted: yo era mucho más traviesa que Pepe -Antonio, yo solía tener malicias, inocentes, eso sí, pero malicias, y -él no, él parecía un santito en agraz, y no es que fuera hipócrita, -no; era la bondad misma, la pureza y la abnegación. Un día, delante -de mí, se quitó la camisita para dársela a un niño pobre. Todo lo -daba,<span class="pagenum" id="Page_106">p. 106</span> no era glotón, -ni avaricioso, ni envidiosillo, como todos los chicos. Mis faltas las -tomaba para sí, y se dejaba castigar para que no me castigaran. Luego, -tomó camino tan diferente del mío, que estuvimos sin vernos muchísimo -tiempo. Cuando volvimos a encontrarnos, ya era él un hombre, y hacía -en Madrid una vida de vértigo y desorden. La orfandad, la miseria -vergonzante corrompieron aquella alma buena, que parecía creada para el -bien.</p> - -<p>—¡Qué cabeza la mía, señora Condesa! —dijo don Manuel, que con un -gesto renegaba de su flaca memoria—. ¿Pues no se me había olvidado -darle la buena noticia?... Esos recuerdos infantiles de Zaportela me -hacen recordar que el señor Marqués ha convenido conmigo en adjudicar a -usted, no esa finca, sino otra mejor, el castillo de Pedralba, en esta -provincia. ¡Tanto le dije, que...!</p> - -<p>—¡Oh, qué dicha!... ¿Pero es cierto? ¡Pedralba nada menos! Tiene -usted razón, mi hermano es la misma bondad, y yo no sé cómo agradecerle -tantos beneficios. De niña, también viví en Pedralba: no puede usted -figurarse el cariño que tengo a las viejas y carcomidas piedras del -castillo, que de tal no tiene más que el nombre.</p> - -<p>—Y la propiedad de esa finca sin duda facilita los proyectos de -fundación... ¿No es eso, señora Condesa?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_107">p. 107</span>Doña Catalina -no contestó, y su meditación silenciosa llenó nuevamente de recelo -el espíritu del buen sacerdote. La pregunta que antecede había sido -formulada por Flórez con objeto de explorar el pensamiento de su noble -amiga, el cual cada día se concentraba más, arrojando de súbito alguna -claridad esplendorosa, que al propio tiempo que deslumbraba al buen -maestro, le ponía en gran confusión. Tras largo silencio, la Condesa -reanudó el diálogo diciendo:</p> - -<p>—Quedamos en eso.</p> - -<p>—En que... sí... en que Pedralba puede servir de base...</p> - -<p>—No pensaba yo en Pedralba. Lo que digo es que usted no se opone a -que vea yo a ese que llaman Nazarín.</p> - -<p>—¡Ah!... sí... en efecto... Pues, sí, no hay inconveniente...</p> - -<p>—¿Usted no se atreve a afirmar si es loco o santo?</p> - -<p>—Al menos, hasta ahora...</p> - -<p>—Pues yo quiero saberlo, me conviene saberlo con certeza.</p> - -<p>—Espero llegar a la certidumbre con solo tratarle un poco; analizar -sus ideas y someter a un examen prolijo sus acciones.</p> - -<p>—Y aunque para mi convencimiento me baste el dictamen de usted, -¿será impropio, será impertinente que yo misma le vea y le hable,<span -class="pagenum" id="Page_108">p. 108</span> si no por otro motivo, por -satisfacer una curiosidad que me inquieta?</p> - -<p>—No creo improcedente que usted aprecie por si misma su estado -cerebral —repuso el clérigo, midiendo bien las palabras—. Pero antes -conviene que le examine yo, que hablemos despacio. Luego determinaremos -en qué sitio y ocasión puede usted satisfacer su curiosidad.</p> - -<p>—Perfectamente... Pero prontito, don Manuel.</p> - -<p>—Mañana mismo le haré una visita en el hospital. Ea, es muy tarde, -y usted va a comer, y yo a mi casa. Es de noche. Adiós, amiga mía, y a -descansar. Descanse no solo el cuerpo sino el pensamiento, que harto -trabaja en idear cosas grandes. Adiós... Hasta mañana.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChII_6"> - <h3>VI</h3> -</div> - -<p>Retirose don Manuel bien embozadito en su luenga pañosa, porque -apretaba el frío, y meditabundo y un poco descontento de sí, por el -camino se decía: «Esta doña Catalina es el demonio... ¡qué barbaridad! -Quiero decir que es un ángel, un ser extraordinario. Ya no me queda -duda. Tiene mucho más talento que yo, sabe más que yo, y descubre cosas -que nadie ve, que si al principio parecen disparates, bien examinadas -resultan con toda la hermosura y toda la grandeza de Dios. Cada día -sale con una no<span class="pagenum" id="Page_109">p. 109</span>vedad. -¡Y qué ideas, Dios mío! ¿Que me reservará para mañana?»</p> - -<p>Esto decía, sintiendo un poquitín la humillación del maestro que se -ve convertido en educando. Pero como era tan buena persona, y no dejaba -entrar nunca en su alma la ruin envidia, y además estimaba cordialmente -a la Condesa, en vez de enojarse neciamente por el gradual desgaste de -su autoridad, se apropiaba las ideas de la discípula, y haciéndolas -suyas las presentaba de nuevo en forma metódica y sistemática, con lo -cual creía resultar a los ojos de ella, y aun a los suyos propios, -como el verdadero inspirador, siendo en verdad el inspirado. Hombre -flexible, creado para las adaptaciones sociales, y para aplicar y -defender la santa doctrina según el medio y las ocasiones en que le -correspondía actuar; bastante sagaz para conocer lo bueno donde quiera -que saliese, y bastante práctico para saber aprovecharlo, obraba como -obran siempre los caracteres de su complexión y hechura, no poniéndose -frente a ninguna fuerza que creen útil, sino dejándose llevar por dicha -fuerza, con tanto estudio y picardía en la postura, que parezca que la -dirigen y conducen.</p> - -<p>Metiose el buen clérigo en su casa pensando en la corrección -de Urrea, y pues la señora confiaba en su ayuda para lograrla, -hacía propósito de adelantarse a ella en el desarrollo de<span -class="pagenum" id="Page_110">p. 110</span> aquel pensamiento, -de hacerlo suyo, agregándole pormenores que lo harían de seguro -más eficaz. Pero lo que le desconcertaba era no saber qué nuevas -invenciones sacaría de su inspirado caletre la Condesa, pues a lo mejor -salía por donde menos se esperaba. Las iniciativas de él casi nunca -cuajaban; las de ella venían con tal fuerza, que al punto conquistaban -al maestro, y no había más remedio que seguirlas, componiéndolas y -retocándolas después para conservar las preeminencias exteriores del -poder gobernante. En suma, que si al principio Halma parecía una -reina constitucional a la moderna, que reinaba y no gobernaba, poco -a poco iba sacando los pies de las alforjas, y picando en absoluta -soberana. Mas era tan buena, tan discreta y piadosa, que se arreglaba -habilidosamente para dejar a su ministro las satisfacciones y aun la -creencia de la iniciativa gubernamental.</p> - -<p>—Bueno, Señor, bueno —decía don Manuel poniéndose ante su cena, -tan frugal como bien condimentada—. Y esto de querer avistarse con el -desdichado Nazarín, ¿para qué será? ¿Qué objeto lleva, qué ideas le -mueven, qué planes acaricia? No lo entiendo. Pero allá veremos por -dónde sale, y quiera Dios que sea por un registro fácil de entender, y -más fácil de manejar.</p> - -<p>A la misma hora que el respetabilísimo Fló<span class="pagenum" -id="Page_111">p. 111</span>rez cenaba, pero no aquel día, sino pasados -dos o tres, José Antonio de Urrea comía con su primo Feramor en casa -de los Duques de Monterones. Fácil es comprender de qué hablarían, al -encontrarse solos en el salón, poco antes de la comida.</p> - -<p>—No lo creo, aunque me lo jures —le decía el Marqués, sin poder -contener la risa—. Tú estás soñando, Pepe, o quieres burlarte de mí. -¿Y dices que te lanzaste a fijar tu petición en la fabulosa cantidad -de...?</p> - -<p>—Cinco mil duros. Y aún creo que me quedé corto. Entré en la mística -celda decidido a plantear el negocio <i>sobre la base</i> de los cuatro -mil... Claro, las bromas o pesadas o no darlas... Y en el curso de la -conferencia, viendo las buenas disposiciones de Halma, me arranqué -a los cinco mil. Éxito completo. ¡Ah! bien puedo decir ahora que tu -hermana es una santa; pero así como suena, ¡una santa!... todo lo -contrario de ti, que eres el Sumo Pontífice del egoísmo. ¡Qué bondad, -qué dulzura, qué penetración, qué talento sutil para comprender las -circunstancias en que yo vivo! Sostengo que ella tiene más talento -que tú, y que es mucho más práctica, sublimemente práctica. La -indulgencia noble con que iba puntualizando mis miserias, mis acciones -indecorosas, me llegó al alma, Paco, porque al propio tiempo que me -reñía dulce<span class="pagenum" id="Page_112">p. 112</span>mente por -mi conducta, la disculpaba, atribuyéndola, más que a perversión moral, -al inexorable despotismo de la necesidad, del hábito... ¡Oh, qué mujer, -qué alma grande y hermosa! Cree que me hizo llorar... mi palabra que -sí. Llegué a figurarme que era un chiquillo, que me regañaban por la -travesura de romper un juguete de precio, prometiéndome comprarme otro. -En fin, que el cielo se ha abierto al fin para mí, después de haber -llamado a su puerta inútilmente tanto tiempo. Estoy salvado, Paco; tu -hermana me salva... Creo en la Providencia, en Dios... Soy feliz, seré -otro hombre, gracias a ella, a ese ángel con más talento que todos los -Artales y Feramor de este siglo y de todos los pasados siglos, amén.</p> - -<p>—Pues te doy mi enhorabuena —le dijo el Marqués con sorna—. ¿Ves -como acerté, al indicarte...? Me daba el corazón que mi hermana se -gastaría su dinero en la regeneración de los perdidos de la familia. -Obra laudable, a fe.</p> - -<p>—Si te burlas, peor para ti.</p> - -<p>—No me burlo. Ahora, lo que importa es que tu honradez esté a la -altura de la virtud de Catalina, so pena de que resulte una santidad no -solo inútil, sino merecedora del manicomio antes que de los altares.</p> - -<p>—No temas nada. En primer lugar, no me dan el dinero a mí, lo que en -verdad no me im<span class="pagenum" id="Page_113">p. 113</span>porta. -Mejor, mejor es así. No me lo dan; lo <i>dedican</i> a la grande y -hermosa obra de remediar las penas del primer desdichado del mundo, y -de socorrer la miseria más angustiosa y lacerante que alumbran el sol y -la luna.</p> - -<p>Después de la comida, excitado el hombre por la nutrición abundante -y la copiosa bebida, volvió a charlar con su primo mientras fumaban, -y se enterneció al referir las bondades de Halma. Colmaba también de -elogios a don Manuel Flórez, llamándole padre de los pobres, apóstol -de gentiles, lumbrera de la caridad, y al fin, charla que te charla, -por entre los entusiasmos del hombre extraviado, deseoso de redención, -asomó el cinismo del aventurero arbitrista.</p> - -<p>—Tengo además otro proyectillo. A ver qué te parece. Tu hermana -adoraba a su marido, aquel pobre <i>besugo</i> alemán, que vino aquí a -que le matáramos el hambre. La memoria de Carlos Federico es su única -pasión mundana, y su espíritu se alimenta de la idea del muerto, como -planta que vive de lo que extraen las raíces. Hablando conmigo, se -dejó decir que su mayor gusto sería transportar a España el cuerpo, -que debe de estar incorrupto, de su esposo querido, para sepultarse -ella con él, naturalmente, cuando se la lleve Dios... Pues bien; se me -ha ocurrido proponerle la traída del difunto...<span class="pagenum" -id="Page_114">p. 114</span> Vamos, que le contrato la conducción de las -cenizas preciosas por cinco mil duros, siendo de mi cuenta todos los -gastos, embarque, transportes por ferrocarril, aduanas... porque las -momias también pagan derechos. ¿Qué te parece?</p> - -<p>—Que es una contrata como otra cualquiera. Redacta tu pliego de -condiciones, estudia el asunto...</p> - -<p>—Se pueden ganar un par de mil duros... palabra que sí. Me planto en -Corfú, hago la exhumación, y me comprometo a traerlo decorosamente, con -una cuadrilla de frailes franciscanos, que vengan cantando responsos -por toda la travesía. Y me encargo de asegurar el féretro, de envasarlo -convenientemente, y de hacer la entrega en el punto de España que ella -designe. He de percibir a toca teja dos mil duros antes de partir para -Corfú, y tres mil en el acto de entregar la santa reliquia.</p> - -<p>—¡Pobre hermana mía! —exclamó el Marqués, viendo súbitamente las -extravagancias de su primo bajo el aspecto serio y peligroso—. Esto le -pasa por querer gobernarse sola, desconociendo su incapacidad. Ya verá, -ya verá... José Antonio, te prevengo que si continúas inspirando a mi -desgraciada hermana esas que no sé si son tonterías o locuras, tendré -que intervenir como jefe de la familia.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_115">p. 115</span>Dejole con la -palabra en la boca, mascullando el cigarro. «Te desprecio —murmuró -Urrea viéndole partir—, egoistón, eterno inglés de la humanidad -desvalida, usurero... Shylock disfrazado de aristócrata...»</p> - -<p>No tardó en circular en la tertulia de Monterones la noticia de la -redención del perdido con los dineros y la piedad de Catalina de Halma, -y los despiadados comentarios que sobre ello se hicieron, no solo -herían a la noble señora, sino a su respetable maestro espiritual.</p> - -<p>—Porque yo me explico todo —decía la Duquesa—; me explico -las debilidades de mi pobre hermana, cuya cabeza se destornilló -lastimosamente desde antes de casarse; me explico las audacias de -Pepe Antonio; lo que no entiendo es que don Manuel autorice tales -despropósitos.</p> - -<p>Consuelo Feramor, que no hacía buenas migas con su hermana política, -y censuraba sin piedad su retraimiento, tachándolo de mojigatería y -orgullo, llegó a decir a su marido:</p> - -<p>—La culpa la tienes tú... y algo le toca al angelical don Manuel. -¡Pues si fuera cierto lo que me dijeron hoy en casa de Cerdañola! No, -no puede ser... Lo cuento como chiste. Pues que Catalina ha suplicado a -Flórez que le traiga a Nazarín... Esto sería demasiado, ¿verdad? Pero -qué sé yo... lo creo, me inclino a creerlo. Un entendimiento<span -class="pagenum" id="Page_116">p. 116</span> soliviantado que se -dispara, ¿a qué tonterías, a qué extravagancias no llegará?</p> - -<p>—Dejémosla disponer de su dinero como guste —dijo la de San Salomó, -menos intransigente que sus amigas, sin duda por no ser de la familia—, -y alabemos a Catalina de Halma, si nos da lo que a pedirle vamos. Y -no hay que diferir nuestro sablazo, señoras mías. Podría suceder que -llegáramos tarde, y encontráramos agotado el filón. Reunámonos mañana, -plantémonos allá las tres, levantados en alto los terribles alfanjes de -oro... y ¡zás!</p> - -<p>Consuelo Feramor, María Ignacia Monterones y la Marquesa de San -Salomó eran al modo de presidentas, vicepresidentas o secretarias -en estas o las otras Juntas benéficas señoriles que reúnen fondos, -ya por medio de limosnas, ya con el señuelo de funciones teatrales, -rifas y kermessas, para socorrer a los pobres de tal o cuál distrito, -edificar capillas, o atender al inconmensurable montón de víctimas -que los desatados elementos o nuestras desdichas públicas acumulan de -continuo sobre la infeliz España. No hay que decir que las tres cayeron -sobre la solitaria y triste viuda con el furor de piedad que desplegar -solían en semejantes casos. Recibiólas Catalina con atento agasajo y -finísimas demostraciones de amistad; pero con la misma urbanidad serena -que empleó en las cortesanías,<span class="pagenum" id="Page_117">p. -117</span> negoles el socorro que solicitaban. En redondo, en seco: que -cada cual debía entenderse a solas para practicar la caridad.</p> - -<p>Salieron desconcertadas, confusas, rabiosas, y en el paroxismo de su -ira, Consuelo dijo a su marido:</p> - -<p>—Si no fuera ella quien es, y nosotros quien somos, creería yo que -la residencia natural de tu hermana era un santo manicomio.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChII_7"> - <h3>VII</h3> -</div> - -<p>Feramor las calmaba, haciéndoles ver cuánta impertinencia revelaba -su enojo, pues cada cual es dueño de hacer el bien, si lo hace, en -la forma que más le acomode. Con su claro talento, su fácil palabra, -mitad en serio, mitad en broma, logró poner las cosas en su punto, -demostrando que si Catalina, por su exagerado individualismo y la -salvaje independencia que iba descubriendo, podía merecer censura, no -merecía execración, ni menos ser condenada a perpetuo encierro en una -casa de orates. Pero si Feramor lograba calmar los ánimos, creando una -situación de relativa tolerancia, muy del gusto y del género inglés, -no así don Manuel Flórez, el cual, cuando cayeron sobre él furibundas -las tres damas, pidiéndole explicaciones de la increíble conducta de -la Condesa, no sabía qué contestar, ni por dónde salir: tales eran -su<span class="pagenum" id="Page_118">p. 118</span> confusión y -azoramiento. En los días siguientes le traían loco, con preguntas, -comentarios y mortificantes indagatorias.</p> - -<p>—Pero dígame, don Manuel, ¿lo de la corrección de José Antonio, fue -idea de usted?</p> - -<p>—De ella..., mía no... La que no comprenda que es una idea -hermosísima, que no cuente conmigo para nada.</p> - -<p>—Hermosísima, y sobre todo práctica.</p> - -<p>—Hemos de ver eso. La silba que se llevará don Manuel, si la -corrección fracasa, se ha de oír en Pekín.</p> - -<p>—Y sepamos otra cosa: ¿es también de usted el pensamiento de traer a -Nazarín?</p> - -<p>—Sí señora, mío es —dijo valientemente y tragando saliva el buen -sacerdote, decidido a corroborar siempre las ideas de doña Catalina -para no perder su autoridad—. Si no comprenden la delicadeza, el noble -fin que encierra, peor para ustedes.</p> - -<p>—Pues mire usted, no lo comprendemos, y yo lo declaro, aunque -usted nos tenga por... indoctas. Somos muy bárbaras, queridísimo don -Manuel.</p> - -<p>—¿Pero es cierto que traerán a casa a ese pobre demente?... o -criminal... vaya usted a saber —dijo Consuelo escandalizada.</p> - -<p>—¡Oh! yo voto porque venga —manifestó la de San Salomó, y las mismas -demostraciones<span class="pagenum" id="Page_119">p. 119</span> hizo -la Duquesa—. Yo rabio por ver al famoso mendigo y apóstol Nazarín.</p> - -<p>—Sí, que le traigan. Y que avisen con tiempo para invitar a todas -nuestras amigas.</p> - -<p>—Y veremos también a Beatriz, la mística mostolense, de quien decía -un periódico que era una especie de Eloísa sin Abelardo.</p> - -<p>—El Abelardo es Nazarín... Y que venga también Ándara. Queremos ver -toda la tribu. Sí, don Manuel, que vengan todos.</p> - -<p>—Como no se trata de satisfacer una insana curiosidad, no les verán -ustedes.</p> - -<p>—Pues nos oponemos a que entren en casa.</p> - -<p>—No, no. Lo que haremos es reconocer y proclamar el delicado -pensamiento de Catalina, si los traen y nos permiten verles y -hablar con ellos... Pero que conste: ha de venir también Ándara. -Ese tipo de travesura procaz y temeridad heroica, me interesa -extraordinariamente.</p> - -<p>—Hablaremos con ellos, nos explicarán su doctrina.</p> - -<p>—Les daremos una merienda.</p> - -<p>—Ea, basta —dijo Flórez incomodándose—. No vendrán. Las mujeres -nazaristas, no se ha pensado en traerlas. Él, el desdichado sacerdote -melancólico y errabundo, no vendrá tampoco, sencillamente porque no -quiere venir.</p> - -<p>—¡Ah! nuestro gozo en un pozo.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_120">p. 120</span>—Entonces, irá -Catalina a verles al hospital. Me parece muy inconveniente.</p> - -<p>—Me parece una necedad formidable.</p> - -<p>—Menos pareceres y más juicio, señoras mías. Lo que disponga <i>este -cura</i> en asuntos para los cuales no debe faltarle competencia, -al menos por su edad, ya que no por su saber, no debe ser discutido -ni menos ridiculizado por mis buenas amigas, alguna de las cuales -(lo decía por la de Monterones) recibió de estas manos el agua del -bautismo. Conque no digo más por hoy.</p> - -<p>Con esta admonición, en que advirtieron las tres damas un marcado -acento de severidad y amargura, cosa muy rara en don Manuel, que era un -almíbar en el trato social, especialmente con señoras, se reprimieron, -dando a sus críticas un tono puramente amistoso. Pasaron algunos días, -en los cuales no tuvo Flórez ocasión de sacar las disciplinas; pero -al ser puesto en práctica el plan de corrección del pobre Urrea, las -hablillas recrudecieron. ¡Santo Cristo! Cuando se corrió la voz de -que <i>le ponían casa</i> a José Antonio, de que doña Catalina le -cuidaba la ropa, y don Manuel andaba por todo Madrid a la husma de -los usureros que desollaban vivo al primo de Feramor, levantose un -tumulto tan imponente, que el bueno de Flórez tuvo que plantarse. Todo -lo consentía, menos que su au<span class="pagenum" id="Page_121">p. -121</span>toridad fuese puesta en solfa. Que se hicieran comentarios -más o menos discretos de sus acciones, no le importaba; pero que -sus acciones se desfiguraran maliciosamente, no podía quedar sin -correctivo. Fue, ¿y qué hizo? Convocó a las tres damas que eran cabeza -de motín, y les echó un sermón por todo lo serio, dejándolas, si no -convencidas, calladas, y con pocas ganas de meterse en vidas ajenas. -Retirose el buen limosnero a su casa, fatigado de aquellas luchas -a que la genial iniciativa de la Condesa le comprometía, rompiendo -la placidez fácil de su religioso gobierno, y al introducirse en la -cama, después de sus rezos, o entreverando el rezo con la meditación -profana, se decía: «¡Cuánto mejor que esta buena señora siguiera -los caminos ya hechos y despejados, en vez de empeñarse en abrirlos -nuevos, desbrozando la trocha salvaje! ¡Cuánto más cómodo para todos -que acatara <i>lo establecido</i>, y se echara en brazos de los que -ya tienen perfectamente organizados los servicios de caridad, las -Juntas de damas, las archicofradías, las hermandades, mis colectas para -escuelas, mis...! ¡Cuánto mejor abrazarse <i>a lo establecido</i>, -Señor, que...!»</p> - -<p>A pesar de los pesares, don Manuel dormía como un bendito. No así -José Antonio, que en la casa frontera (calle del Olivar) se pasaba las -noches en claro, por causa de la exaltación de<span class="pagenum" -id="Page_122">p. 122</span> su felicidad, pues la onda venturosa, -cuando viene con fuerza, se parece a la onda del infortunio en que -quita el sueño y aun el apetito. Tan grande novedad era para él ver -definitivamente resuelto el problema alimenticio, no vivir mañana -y tarde discurriendo en qué rama posarse para comer, que el mismo -asombro de su dicha le tenía como en ascuas, receloso de su destino. -¡Le parecía tan inverosímil ser amo de su casa, es decir, estar en -seguras paces con el casero, ver un principio de arreglo en las cosas -necesarias para vivir; tener en su comedor loza modesta, pero loza al -fin, en vez de los dos o tres platos rotos que eran su único ajuar; -encontrarse los armarios surtidos de ropa blanca, que la misma Catalina -con solícita mano materna había puesto allí! Todo esto era como un -sueño, como un pasaje fantástico de las <i>Mil y una noches</i>. Temía -despertar, y que tantos bienes desaparecieran en un restregar de ojos, -volviéndole a la tristísima realidad de su vida anterior. Y para colmo -de ventura, podría consagrarse seriamente a un trabajo fácil y muy de -su gusto, la zincografía, pues ya le iban a disponer local y aparatos a -propósito. ¡Qué dicha, qué gloria, qué divina lotería! ¿Con qué lengua, -con qué voces bendeciría a su celestial Providencia, la santa y amorosa -Halma?</p> - -<p>Su nueva vida apartó al parásito de los si<span class="pagenum" -id="Page_123">p. 123</span>tios que ordinariamente frecuentaba, sin -dejar de concurrir alguna noche a las casas de sus parientes. Y, al -conocer allí los comentarios zumbones que del nobilísimo acto de su -prima se hacían, perdió el hombre los estribos, cruzó palabras agrias -con el Duque de Monterones y con dos o tres sujetos más, cuyas esposas -o hermanas se habían permitido ridiculizar a la Condesa, y seguramente, -si él fuera otro y en más le estimaran, de sus destempladas expresiones -hubiera resultado algún lance. Feramor le calmaba, pues sus principios -de buena educación repugnaban aquella forma violenta, y hasta cierto -punto española, de tratar asunto tan delicado. Cuanto menos se hablara -de ello, mejor. Pero Urrea estimaba el silencio como una complicidad -cobarde con los murmuradores, y quería, por el contrario, hablar hasta -que le oyeran los sordos, proclamar a gritos, no solo la inmaculada -virtud de Catalina, sino su talento, y la superioridad de sus ideas, -que aquel vulgo elegante y corrompido no podría comprender nunca. -Feramor le dijo con gravedad:</p> - -<p>—La forma, mi querido José Antonio, es cosa de suma importancia -en la vida social, y no es posible desconocer su valor positivo, sin -exponerse a gravísimos males. Todo se puede hacer haciéndolo bien; nada -es factible con malas formas.</p> - -<p>Retirose Urrea maldiciendo a su primo, a<span class="pagenum" -id="Page_124">p. 124</span> quien llamaba <i>el hombre de cartulina -Bristol</i>, y a la mañana siguiente muy temprano se fue a ver a la -Condesa, hacia la cual una atracción invencible le arrastraba en cuerpo -y alma. El agradecimiento vivísimo se transformaba en una adhesión -caballeresca, en un cariño fraternal o filial, que así debe llamársele -para expresar bien su pureza, en el deseo de serle útil, y prestarle -algún servicio proporcionado a la inmensidad del bien que de la ilustre -señora había recibido. Pero siempre que a ella se acercaba, sentíase -agobiado de tristeza, porque su conciencia le acusaba de agravios -inferidos anteriormente a la generosa viuda, y aquel día hizo propósito -firme de descargar su alma de aquel peso, confesando a su bienhechora -los pecados que contra ella había cometido. Encontróla dobladillando, -con la ayuda de su criada Prudencia, las sábanas y ropa de comedor -que faltaban para completar el ajuar del perdis redimido. Retirose -Prudencia, y prima y primo hablaron lo que sigue:</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChII_8"> - <h3>VIII</h3> -</div> - -<p>—Halma, de hoy no pasa que yo tenga contigo una explicación. Mi -conciencia me lo pide, me lo exige. Gracias a ti, no solo tengo casa -y cama en que dormir, y platos en que comer,<span class="pagenum" -id="Page_125">p. 125</span> sino conciencia. Esta me abruma: siempre -que vengo, me digo: «De esta vez, se lo confieso.» Y siempre me falta -valor. Pero lo que es hoy, querida prima, hoy, o canto o reviento.</p> - -<p>—¿Pero qué es eso, José Antonio, has hecho alguna cosa -inconveniente?</p> - -<p>—No, no: no temas que yo falte a lo tratado. Mi corrección es tan -cierta como que ahora vivimos tú y yo. Trátase de pecadillos antiguos, -que no tienen en sí mucha gravedad, quiero decir, sí la tienen por ser -contra ti. Cualquier falta cometida contra ti es gravísima. Yo quiero -confesarlos hoy... Verás...</p> - -<p>—Pero, hijo, vale más que se lo cuentes a un confesor. Por mí, tus -pecadillos están perdonados. Falta que Dios te los perdone.</p> - -<p>—Yo no tengo que buscar más perdón que el tuyo.</p> - -<p>—Eso... casi casi es una irreverencia.</p> - -<p>—Tú eres mi confesor, mi altar; tú eres mi santa, mi Virgen -Santísima, mi...</p> - -<p>—Calla, y no digas más desatinos. Pareces un chiquillo.</p> - -<p>—Lo soy. Tú me has vuelto a la infancia, a la inocencia, a la edad -aquella venturosa en que correteábamos los dos por los andurriales -de Zaportela. Soy y quiero ser un niño, y como niño, a ti, que -eres como mi madre, te confieso mis horribles pecados. Atiende. Lo -primero...<span class="pagenum" id="Page_126">p. 126</span> cuando tu -hermano me sugirió la idea de pedirte socorro, yo no tenía más objeto -que darte lo que llamamos un sablazo, ni más intención que emplear tu -dinero en pagar algunas deudas apremiantes, quizás en probar fortuna al -juego para sacar cantidad mayor. Pues cuando tu hermano me lo indicó, -yo dije que tú estabas loca. ¡Ya ves qué insolencia!</p> - -<p>—¿Y no es más que eso? —dijo Catalina riendo, y rasgando a tirón un -gran pedazo de lienzo, de modo que su risa y el estridor de la tela se -confundían—. Pues con muchas abominaciones como esa, tu rinconcito en -el Infierno no hay quien te lo quite.</p> - -<p>—Es más, es mucho más —añadió Urrea suspirando fuerte—. Dije también -que tú eras tonta.</p> - -<p>—¡Bah, bah!</p> - -<p>—¡Llamarte tonta a ti, que eres la misma inteligencia...! El tonto -es él, tu hermano, con la tiesura planchada de su alma inglesa, él, -incapaz de nada grande, ni de un rasgo de sensibilidad...</p> - -<p>—Eh... caballero; está usted pecando en el mismo confesonario. Por -un lado se sincera, y por otro se carga con nuevas culpas, haciendo -juicios temerarios.</p> - -<p>—Pues no digo nada de tu hermano. Sabrás que también hablé pestes -del bonísimo don Manuel, y le llamé <i>congrio</i>, y...</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_127">p. 127</span>—Ja, ja... de -seguro que te lo perdonará si lo sabe.</p> - -<p>—Y después, una noche que comí en casa de Monterones, hablamos -tu hermano y yo. Siempre que estoy a su lado, me siento con malos -instintos, no puedo resistir las ganas de chafar su pulcra educación -inglesa, como la felpa planchada y lisa de los sombreros de copa. Me -gusta cepillarla a contrapelo, expresar conceptos que le contraríen -y le hieran. Pues con esa intención, y sin ánimo de ofenderte, dije -que yo pensaba contratar contigo, en cinco mil duros, la conducción a -España de las cenizas de tu querido esposo, y añadí mil tonterías... Te -advierto, en descargo mío, que había bebido más de la cuenta... Lo peor -fue que no hablé del pobre Carlos Federico con el respeto que merece su -memoria. Mi palabra que no.</p> - -<p>—Eso es un poquito más grave —dijo Halma con severidad, fijos los -ojos en su costura—; pero te lo perdono también, puesto que declaras -que no sabías lo que hablabas, y que no tenías intención de agraviarme. -¿Qué más?</p> - -<p>—Por ahora nada más. ¿Te parece poco? Me quedo muy tranquilo, -después de habértelo confesado. Y ahora vamos a otra cosa. ¿Sabes que -tu hermana y tu cuñadita, y todo el enjambre de amigas te critican -acerbamente, por no haber correspondido a sus cuestaciones como<span -class="pagenum" id="Page_128">p. 128</span> ellas esperaban, y que -además te ponen en solfa a ti y a don Manuel por lo que estáis haciendo -por mí?</p> - -<p>—¿Y qué? No me afano por eso. Les perdono cuanto digan de mi, ya sea -impertinencia sin malicia, ya malicia verdadera.</p> - -<p>—No se detienen en la línea del chiste más o menos discreto, sino -que la traspasan, llegando a ofenderte con apreciaciones calumniosas. -La de San Salomó dice que eres una hipócrita, y que las visitas que me -has hecho estas mañanas para arreglarme el cuarto, no pertenecen al -orden de la beneficencia domiciliaria.</p> - -<p>—Todo eso es para mí —dijo la viuda con augusta serenidad—, lo mismo -que el ruido del viento entre las tejas de la casa... Dios conoce -mi interior, y ante Él expongo mi conciencia como realmente es. Los -juicios de los hombres para mí no existen.</p> - -<p>—¡Oh, yo no tengo esa virtud! ¡Claro, cómo he de tener esa que es -tan difícil, si otras muy fáciles no las puedo tener! Lo que yo siento -es furor de venganza al oír tales infamias. Sería feliz si pudiera -retorcerle el pescuezo a la bribona que tal piensa y dice.</p> - -<p>—¡Oh, por Dios, Pepe, no sigas por ese camino, si no quieres -lastimarme, y perder en absoluto mi estimación!</p> - -<p>—Anoche tuve dos o tres agarradas en las<span class="pagenum" -id="Page_129">p. 129</span> casas de Monterones y de Cerdañola por -defenderte, porque para mí no hay mayor gloria que poner tu nombre y -tus actos por encima de cuanto hay en el mundo. Yo me pelearía con todo -el que no te confesase como la virtud más grande y pura que conocen -Madrid y España entera; y haría morder el polvo al que pusiese en duda -tu santidad, tu honestidad, tu entendimiento soberano.</p> - -<p>—¡Jesús, cállate por Dios, y no disparates más, primo! ¿Estás -loco?</p> - -<p>—Y si te conviene probarlo, dime quién te ha ofendido en tu -dignidad, en tu honor, o siquiera en tu amor propio, para aplastarle -contra el suelo como un reptil, Catalina, para hacerle polvo...</p> - -<p>Decía esto en pie, accionando con calor y énfasis de personaje -heroico. Su prima, después de romper un hilo con los dientes, mirándole -asustada, le calmó con una franca y placentera sonrisa.</p> - -<p>—Dije que eras un niño, y ahora lo pareces más que nunca. Nadie -me ha ofendido en mi dignidad ni en mi honor; pero aunque alguien -me ofendiera, no consentiría yo que tú hicieses por mí el paladín -en esa forma criminal y anticristiana. Estoy pasmada de tu falta de -cristianismo. ¿Pero de dónde sales tú, desdichado? ¿En qué mundo de -soberbia y de errores has vi<span class="pagenum" id="Page_130">p. -130</span>vido? Primo mío, si quieres que yo te proteja y mire -por ti hasta hacerte persona regular, no me traigas acá bravatas -caballerescas. ¡Matar! ¿Crees tú que puedo yo estimar a quien hiera -a su semejante por un dicho, por una opinión, ni aun por un hecho -ofensivo? No, José Antonio, eso conmigo no te vale. Ahoga esos -sentimientos de crueldad, de venganza, y de desprecio de las leyes -divinas. Si no, no te quiero, no podré quererte, no serás nunca el niño -bueno, con el cual quiero hacer un hombre... mejor.</p> - -<p>Desbordábanse en el alma de Urrea la gratitud y el afecto filial, y -reconociendo que Halma hablaba conforme a sus cristianos sentimientos, -replicó manifestando su incondicional sumisión a cuanto la dama pensara -y resolviera. Despidiose, porque tenía que ver y escoger aquel mismo -día unos aparatos para su industria, y preguntando a su protectora si -debía volver por la tarde, díjole ella que no solo se lo permitía, sino -que le rogaba que volviese después de comer.</p> - -<p>A poco de salir Urrea entró don Manuel Flórez, el cual, después de -informar a la soberana de los pasos dados para recoger cuentecillas y -pagarés del primo pobre, le dijo que había visto a Nazarín; pero que -aún no podía formar juicio definitivo de aquel hombre sin semejante. -Por cierto que el Marqués, con quien hablado<span class="pagenum" -id="Page_131">p. 131</span> había del propio asunto (y esto se lo -dijo Flórez a la Condesa en la forma más delicada), no encontraba -pertinente que el infeliz sacerdote manchego fuese llevado a su casa, -porque siendo el tal, en aquellos días, objeto de las indagaciones -informativas de los noticieros de la prensa, si estos se enteraban de -que había sido conducido a la casa de Feramor, armarían un alboroto -que a él no le gustaba. Por respeto de su casa, por consideración al -mismo apóstol vagabundo, a quien él sabía respetar también, no era -procedente, no era correcto, no era oportuno..., pues...</p> - -<p>—Mi hermano tiene razón —dijo Halma, anticipándose al consejo de su -canciller—. No es conveniente, mientras no se calme el rebullicio del -público. Desista usted, pues, por ahora...</p> - -<p>—No, si ya he desistido —replicó don Manuel, queriendo hacer constar -su iniciativa.</p> - -<p>Y sin hablar cosa de más provecho, se retiró. Después de anochecido, -cuando la viuda acababa de comer, entró José Antonio, y movido de -nerviosa impaciencia, no aguardó mucho tiempo para decirle:</p> - -<p>—Vengo furioso, querida prima. ¿Sabes que abajo hacen mil catálogos, -y se permiten indicaciones ridículamente maliciosas...? Aciértame por -qué... Dicen que anoche saliste con tu criada a eso de las nueve, -y que no volviste hasta muy tarde. Están lo<span class="pagenum" -id="Page_132">p. 132</span>cas. Es mucho cuento que no puedas tú salir -y entrar cuando gustes. Y puesto que a esa hora no hay novenas, ni -sermón, ni Cuarenta Horas, ni costumbre de pasear, ni tú frecuentas -los teatros, aquí tienes a tres señoras de alta alcurnia devanándose -los sesos por averiguar a qué sitio, que no sea iglesia, ni paseo, ni -teatro, puede ir una dama virtuosa entre nueve y diez de la noche.</p> - -<p>—Déjalas que digan lo que quieran. Con eso se entretienen las -pobres. En medio de su frivolidad, y del tumulto que las rodea, -¡se aburren tanto!... Pues sí, anoche salimos. ¿Sabes a qué hora -regresamos? Ya habían dado las once.</p> - -<p>Y volviéndose a su criada, que recogía la costura, le dijo:</p> - -<p>—Prudencia, no recojas. Esta noche te quedas aquí cosiendo. Mi primo -me acompañará.</p> - -<p>—¿Sales también esta noche? —le dijo el de Urrea estupefacto.</p> - -<p>—Sí, y te llevo de rodrigón, por si tuviera algún mal encuentro. -¿Por qué pones esa cara? Prudencia, mi abrigo, mi mantilla.</p> - -<p>En un momento se dispuso para salir. Cogiendo un lío de ropa, bien -envuelta dentro de un pañuelo prendido con alfileres, lo entregó a -su primo, y sin tomarle el brazo, bajaron y salieron a la calle. A -excepción del portero, nadie les vio salir.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_133">p. 133</span>—Aunque no es muy -lejos —dijo Catalina guiando hacia Puerta Cerrada—, como los pisos -están malísimos, tomaremos un coche, si te parece.</p> - -<p>Así lo hicieron, y la Condesa dio las señas: San Blas, 3.</p> - -<p>—¿Sabes a quién vi cuando pasábamos frente a San Justo? —le dijo -Urrea, no bien empezó a rodar el pesetero—. Pues a Perico Morla. Sin -duda iba a tu casa. Se paró para mirarnos. Ese llevará el cuento a -Consuelo.</p> - -<p>—Déjale que lleve todos los cuentos que quiera.</p> - -<p>—Y de seguro ha venido en acecho hasta Puerta Cerrada, y nos ha -visto entrar en el simón. Verás qué pronto da la noticia, que será la -novedad de esta noche.</p> - -<p>—Bien. ¿A ti te importa algo?</p> - -<p>—¿A mí? Absolutamente nada. Palabra...</p> - -<p>—Pues a mí tampoco...</p> - -<p>—Lo que más me ha inquietado al ver a Morla, dejándome muy mal sabor -de boca, es que... ¿Quieres que te lo diga?</p> - -<p>—Sí, hombre, dímelo.</p> - -<p>—Pues que le debo doce duros. Ya se me había olvidado...</p> - -<p>—¡Ah! pues recuérdamelo mañana para mandárselos, es decir, para que -se los mandes tú.</p> - -<p>No tardaron en llegar al término de su via<span class="pagenum" -id="Page_134">p. 134</span>je, que era una casa de apariencia bastante -mediana, con estrecho portal y una escalera sucia, desquiciada y -bulliciosa. Desde los descansos veíase un patio de corredores, y en -estos, arriba y abajo, multitud de puertas entornadas, por las cuales -salía ruido de voces, claridad y tufo de petróleo, olores de cenas -pobres. Subieron Catalina y su acompañante al tercero, y cuando se -aproximaban a la puerta, Urrea lanzó una exclamación, diciendo:</p> - -<p>—¡Ah! ya sé a dónde vamos, prima. Desde que entré por el portal, me -pareció reconocer la casa. Pero no caía; ¡qué confusión! no daba en lo -cierto. Ya sé, ya sé. Como que aquí estuve yo la semana pasada con los -periodistas. Aquí vive Beatriz, la discípula de Nazarín.</p> - -<p>—Es verdad. Llama.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChIII_1"> - <p><span class="pagenum" id="Page_135">p. 135</span></p> - <h2 class="nobreak">TERCERA PARTE</h2> - <hr class="tir" /> - <h3>I</h3> -</div> - -<p>Si don Manuel Flórez inició sus visitas al místico vagabundo, don -Nazario Zaharín, por complacer a su señora y soberana, la Condesa de -Halma-Lautenberg, pronto hubo de repetirlas por cuenta y satisfacción -de sí mismo, porque, la verdad sea dicha, el misterioso apóstol árabe -manchego le encantaba, y cuanto más le veía, más quería verle y gozar -de su sencillez hermosa, de la serenidad de su espíritu, expresada -con palabra fácil y concisa. Y cada vez salía el buen presbítero -social más confuso, porque la persona del asendereado clérigo se iba -creciendo a sus ojos, y al fin en tales proporciones le veía, que -no acertaba a formular un juicio terminante. «Yo no sé si es santo, -pero lo que es a pureza de conciencia no le gana nadie. Desde luego -le declararía yo digno de canonización, si su conducta al lanzarse -a correr aventuras por los caminos no me ofreciera un punto negro, -la rebeldía al superior... De todo lo cual<span class="pagenum" -id="Page_136">p. 136</span> voy coligiendo que en este hombre bendito -existen confundidas y amalgamadas las dos naturalezas, el santo y el -loco, sin que sea fácil separar una de otra, ni marcar entre las dos -una línea divisoria. Es singular ese hombre, y en mis largos años no -he visto un caso igual, ni siquiera que remotamente se le asemeje. He -conocido sacerdotes ejemplarísimos, seglares de gran virtud; sin ir más -lejos, yo mismo, que bien puedo, acá para mí, sin modestia, ofrecerme -como ejemplo de clérigos intachables... Pero ni los que he conocido, ni -yo mismo, salimos de ciertos límites... ¿Por qué será, Dios Poderoso? -¿Será porque este maniobra en libertad, y nosotros vivimos atados por -mil lazos que comprimen nuestras ideas y nuestros actos, no dejándolas -pasar de las dimensiones establecidas? No sé, no sé...» Y con este -<i>no sé</i>, <i>no sé</i>, Flórez expresaba la turbación y las dudas -de su espíritu.</p> - -<p>Por aquellos días acreció el tumulto periodístico, por estar próximo -a sentenciarse el proceso en que metidos andaban don Nazario y Ándara, -y menudeaban las interrogaciones, que llaman <i>interviews</i>; los -<i>reporters</i> no dejaban en paz a ninguna de las celebridades de la -ruidosa causa, y al paso que estimulaban con picantes relaciones la -curiosidad del público, se desvivían por darle pasto abundante un día y -otro, rebuscando incidentes en la vida privada de<span class="pagenum" -id="Page_137">p. 137</span> los héroes de aquel drama o comedia. -Echábase Flórez al cuerpo la escalera que conduce a los pisos altos del -Hospital, cuando sintió tras sí voces alegres, y dos jóvenes que con -paso vivo subían de dos en dos peldaños le alcanzaron antes de llegar -al tercero.</p> - -<p>—Señor don Manuel, aunque usted no quiera... ¿Cómo va ese valor?</p> - -<p>—No tan bien como ustedes... —contestó el sacerdote parándose, más -para tomar aliento que para contestar al saludo. Y después de mirarles -fijamente y de reconocerles, añadió con severidad—: ¿Con que otra vez -aquí los señores periodistas?... ¡Pero, hombre, no han mareado ya -bastante a ese pobre señor! Francamente, me parece el delirio de la -publicidad.</p> - -<p>—Qué quiere usted, don Manuel. La fiera nos pide más carne, más -noticias, y no hay otro remedio que dárselas —dijo el primero de los -dos, vivaracho y simpático.</p> - -<p>—Agotado tenemos ya el filón —indicó el segundo—; pero como es -forzoso servir al público diariamente, ayer le di yo reseña exacta de -lo que come Nazarín, y una interesante noticia de los malos partos que -tuvo su madre.</p> - -<p>—Pero, hijos míos —dijo Flórez con más bondad que enojo—, vuestra -información nos va a volver locos a todos. Habéis dicho mil cosas -inconvenientes, otras que no le importan a nadie.<span class="pagenum" -id="Page_138">p. 138</span> Yo no sé cómo estos pobrecitos presos -aguantan vuestro fuego graneado de preguntas, y no os mandan a paseo -cien veces al día.</p> - -<p>—Servimos al público.</p> - -<p>—¿Pero no sería mejor que le sirvierais dirigiéndole, que dejándoos -arrastrar por su novelería caprichosa y malsana?</p> - -<p>—¡Ah, don Manuel! No somos nosotros, pobres <i>reporters</i>, los -que encendemos la hoguera. Nos mandan llevar cuanto combustible se -encuentra; troncos bien secos si los hay; si no, leña verde, para que -estalle, y hasta paja, si no encontramos otra cosa.</p> - -<p>—Bueno, señor, bueno.</p> - -<p>—Pues ayer, mi querido don Manuel —dijo el vivaracho, mostrando un -periódico—, me sacó usted de un gran apuro. No sabiendo qué escribir, -me metí con usted. Vea, vea lo que le digo: «Le visita diariamente el -venerable sacerdote don Manuel Flórez, que sostiene con el procesado -empeñadas controversias sobre puntos sutilísimos de teología y de alta -moral...»</p> - -<p>—¡Jesús!... ¡Mayor mentira! ¡Pero si no hemos hablado nada de -teología, ni...! Y además, ya os he dicho que no teníais que mentarme -a mí para nada. Yo vengo aquí a cumplir mis deberes cristianos de -consolar al triste, y dar un buen consejo al que lo ha menester.</p> - -<p>—Es usted un santo, don Manuel. ¡Pues me<span class="pagenum" -id="Page_139">p. 139</span>nudo bombito le doy aquí, más abajo! -Vea...</p> - -<p>—Ninguna falta me hacen a mí vuestros bombitos, y os agradecería -mucho que no sacarais mi nombre en esta contradanza informativa.</p> - -<p>—Déjeme que se lo lea. Digo: «Aquel venerable y ejemplar sacerdote, -que es el primero en acudir, allí donde hay miserias que socorrer, y -grandes amarguras que mitigar con el inefable consuelo de la piedad -cristiana; aquel varón respetabilísimo, cuya modestia corre parejas -con su virtud, cuya actividad en servicio de los grandes ideales -religiosos...»</p> - -<p>—Basta, basta... No quiero oír más.</p> - -<p>Llegaron al corredor alto que da vuelta al inmenso patio, y el -vivaracho se adelantó diciendo:</p> - -<p>—Me temo que hoy tenga el apóstol mucha gente, y que no podamos -hablarle.</p> - -<p>—Pero si esto es un escándalo —dijo don Manuel—. Aquí viene, en -busca de satisfacciones de la curiosidad, un público no menos numeroso -que el que va a los teatros y a las carreras de caballos. Al pobre -Nazarín le volverían loco si ya no lo estuviera, y como es hombre que -no sabe negarse a nadie, ni ser descortés y altanero, que casos hay en -que la descortesía y un poquitín de soberbia no están de más, resulta -que los que venimos a consolarle y a poner algún concierto en sus -ideas, no podemos realizar este fin.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_140">p. 140</span>Arrimáronse a una -ventana el sacerdote y el segundo periodista, a echar un cigarrillo, -mientras el primero entraba en la celda de Nazarín. Flórez sacó sus -tenacillas de plata, pues no fumaba sin este adminículo, y el otro, al -darle lumbre, le habló así:</p> - -<p>—Dígame, señor de Flórez, ¿usted qué opina del resultado del -proceso? ¿Cree usted que el tribunal verá en este hombre un -criminal?</p> - -<p>—Hijo, no sé. Poco entiendo de Jurisprudencia criminal.</p> - -<p>—Pues ayer en el Congreso —prosiguió el otro con gravedad—, me dijo -a mí mismo don Antonio Cánovas del Castillo... Palabras textuales: -«Condenar a Nazarín sería la mayor de las iniquidades.»</p> - -<p>—Lo mismo creo.</p> - -<p>—Pero los pareceres están divididos, aunque la mayoría de la opinión -es favorable a la inculpabilidad del apóstol. Yo le digo a usted la -verdad. A mí me tiene medio conquistado. A poco más, voy a la redacción -descalzo, abandono la casa de huéspedes, y me paso la noche en el hueco -de una puerta... Nada, que me seduce ese hombre, que me atrae.</p> - -<p>—Su humildad llevada al extremo, su conformidad absoluta con la -desgracia —afirmó el sacerdote pensativo, mirando al suelo, y quitando -la ceniza del cigarro con el dedo meñique—<span class="pagenum" -id="Page_141">p. 141</span>, son, hay que reconocerlo, una fuerza -colosal para el proselitismo. Todos los que padecen sentirán la -formidable atracción.</p> - -<p>—Pues no hay tanta gente como yo creía —dijo el otro <i>chico de -la prensa</i> volviendo presuroso—. Está un actor..., no me acuerdo -de su nombre... que quiere estudiar el tipo del Cristo para las -representaciones de la <i>Pasión y Muerte</i>, en no sé qué teatro. -También tenemos ahí a los pintores Sorolla y Moreno Carbonero, que -quieren hacer una cabeza de estudio, y José Antonio de Urrea, que -pretende volver a fotografiarle.</p> - -<p>—Pues ya le cayó que hacer al pobre don Nazario —dijo Flórez -mohíno—. Entraremos dentro de un ratito, y procuraremos despejar la -celda. Y ustedes, caballeritos, ¿se largarán pronto?</p> - -<p>—¡Oh, sí! tenemos que ver a Ándara. ¿Viene usted, señor don Manuel? -Le llevamos en coche.</p> - -<p>—Gracias.</p> - -<p>—Pues Ándara es deliciosa: más fea que una noche de truenos; pero -con un talento para las réplicas, y una viveza, y una energía de -carácter, que le dejan a uno pasmado.</p> - -<p>—Y una fe en Nazarín que vale cualquier cosa. Si la ponen en una -parrilla para que reniegue de su maestro, morirá tostada, escupiendo -sangre a sus verdugos y proclamando a Nazarín, como ella dice, el -<i>preferente</i> de todos los santos de la tierra y del cielo, -¡caraifa!</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_142">p. 142</span>Llegaron otros dos -del oficio, y saludando cortésmente al buen eclesiástico, formaron -todos corrillo junto a un ventanón de la galería.</p> - -<p>—Parece esto la antesala de un ministro —dijo uno de los que -acababan de llegar, llamado Zárate, hombre muy leído, según general -opinión, quiere decirse, que leía mucho.</p> - -<p>—O de un soberano del antiguo régimen. Aquí estamos aguardando que -salga la tanda que está dentro.</p> - -<p>—Pero falta un chambelán que ponga orden en estas audiencias.</p> - -<p>—Pues hoy —dijo Zárate echándose hacia atrás el sombrero—, no me -voy sin interrogarle sobre las concomitancias que veo entre el ideal -nazarista...</p> - -<p>—¿Y qué?</p> - -<p>—Y el misticismo ruso.</p> - -<p>—¡Hombre, por Dios!</p> - -<p>—Yo veo un parentesco estrecho, una filiación directa entre -aquellas y estas florescencias espiritualistas, que no son más que una -manifestación más de la soberbia humana.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChIII_2"> - <h3>II</h3> -</div> - -<p>—Pues ayer —manifestó el vivaracho—, le interrogué yo sobre eso del -<i>rusismo</i>. Se mostró sorprendido, y me dijo que sus actos son la -ex<span class="pagenum" id="Page_143">p. 143</span>presión de sus -ideas, y estas le vienen de Dios; que no conoce la literatura rusa más -que de oídas, y que siendo una la humanidad, los sentimientos humanos -no están demarcados dentro de secciones geográficas, por medio de -líneas que se llaman fronteras. Aseguró después que para él las ideas -de nacionalidad, de raza, son secundarias, como lo es esa ampliación -del sentimiento del hogar que llamamos patriotismo. Todo eso lo tiene -nuestro don Nazario por caprichoso y convencional. Él no mira más que a -lo fundamental, por donde viene a encontrar naturalísimo que en Oriente -y Occidente haya almas que sientan lo mismo, y plumas que escriban -cosas semejantes.</p> - -<p>—Si es lo que yo digo —indicó el que había entrado con Zárate—. -Ese es un tío muy largo, pero muy largo... No hay quien me apee de -la opinión que formé de él el primer día. Estamos aquí haciéndole -la corte al patriarca de los tumbones, y popularizando al Mesías -de la gorronería... ¡Oh! convengamos en que hace su papel con un -histrionismo perfecto, y que ha sabido llevar hasta lo sublime el -carácter del farsante aventurero y vagabundo. Yo sostengo que este -tipo es la condensación más acabada del españolismo en todas sus -fases... sin negar que lo muy español pueda ser también muy ruso... -entendámonos.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_144">p. 144</span>—Pero vengan acá, -señores míos —dijo don Manuel atrayendo con su gesto y con sus palabras -la atención benévola y cortés de toda aquella tropa—. Perdónenme si -meto baza en sus discusiones. Piense cada cual de este desdichado -Nazarín lo que quiera. Pero al demonio se le ocurre ir a buscar la -filiación de las ideas de este hombre nada menos que a la Rusia. Han -dicho ustedes que es un místico. Pues bien: ¿a qué traer de tan lejos -lo que es nativo de casa, lo que aquí tenemos en el terruño y en el -aire y en el habla? ¿Pues qué, señores, la abnegación, el amor de -la pobreza, el desprecio de los bienes materiales, la paciencia, el -sacrificio, el anhelo de no ser nada, frutos naturales de esta tierra, -como lo demuestran la historia y la literatura, que debéis conocer, -han de ser traídos de países extranjeros? ¡Importación mística, -cuando tenemos para surtir a las cinco partes del mundo! No sean -ustedes ligeros, y aprendan a conocer dónde viven, y a enterarse de -su abolengo. Es como si fuéramos los castellanos a buscar garbanzos a -las orillas del Don, y los andaluces a pedir aceitunas a los chinos. -Recuerden que están en el país del misticismo, que lo respiramos, -que lo comemos, que lo llevamos en el último glóbulo de la sangre, -y que somos místicos a raja tabla, y como tales nos conducimos sin -darnos cuenta de ello. No vayan tan lejos a<span class="pagenum" -id="Page_145">p. 145</span> indagar la filiación de nuestro Nazarín, -que bien clara la tienen entre nosotros, en la patria de la santidad -y la caballería, dos cosas que tanto se parecen y quizás vienen a ser -una misma cosa, pues aquí es místico el hombre político, no se rían, -que se lanza a lo desconocido, soñando con la perfección de las leyes; -es místico el soldado, que no anhela más que batirse, y se bate sin -comer; es místico el sacerdote, que todo lo sacrifica a su ministerio -espiritual; místico el maestro de escuela que, muerto de hambre, enseña -a leer a los niños; son místicos y caballerescos el labrador, el -marinero, el menestral, y hasta vosotros, pues vagáis por el campo de -las ideas, adorando una Dulcinea que no existe, o buscando un más allá, -que no encontráis, porque habéis dado en la extraña aberración de ser -místicos sin ser religiosos. He dicho.</p> - -<p>Celebraron los buenos <i>chicos</i> el discurso del venerable -don Manuel, y cuando alguno, con el respeto debido, a contestarle -se disponía, llegaron nuevos visitantes, dos damas y dos caballeros -aristocráticos, que anhelaban conocer a Nazarín, y tres o cuatro -personas más, gente literaria o política, que ya le había visto y -deseaba sondearle de nuevo, porque entre sí traían grande y enmarañada -discusión sobre si era un tunante muy largo o un sencillote con la -cabeza trastornada.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_146">p. 146</span>—¿Qué? ¿no podemos -verle? —dijo sobresaltada una de las damas.</p> - -<p>—Habrá que esperar a que salgan los que están dentro... la pintura, -señora, la fotografía y las artes del diseño.</p> - -<p>—¿Y qué? —preguntó a los periodistas uno de los de oficio literario -que acababa de entrar.</p> - -<p>—¿Saben ustedes si ha leído el librito de su nombre que anda por -ahí?</p> - -<p>—Lo ha leído —replicó uno de los que llegaron con Flórez—, y dice -que el autor, movido de su afán de novelar los hechos, le enaltece -demasiado, encomiando con exceso acciones comunes, que no pertenecen al -orden del heroísmo, ni aun al de la virtud extraordinaria.</p> - -<p>—A mí me aseguró que no se reconoce en el héroe humanitario de -Villamanta, que él se tiene por un hombre vulgarísimo, y no por un -personaje poemático o novelesco.</p> - -<p>—Y dice también que en su reyerta con los bandidos en la cárcel de -Móstoles, no le costó tanto trabajo vencer su ira como en el libro se -dice; que la venció al instante y con mediano esfuerzo.</p> - -<p>—Pues para mí —manifestó el caballero aristocrático—, el libro -es un tejido de mentiras. Toda la escena de Nazarín con el señor de -la Coreja, la tengo por invención del escritor, porque don Pedro de -Belmonte es primo mío, le co<span class="pagenum" id="Page_147">p. -147</span>nozco bien, y sé que en ningún caso pudo sentar a su mesa al -mendigo haraposo. Esta no cuela. Que mi primo cogiera una estaca, y -le moliera los huesos, y le plantara en medio del camino, después de -soltarle los perros, muy natural, muy verosímil. Está en carácter; ese -es su genio; no puede esperarse otra cosa de su desatinada locura. Pero -agasajarle, ponerse a hablar con él del Papa y del Verbo divino, eso no -lo creo, eso no es verdad, es falsear a mi primo Belmonte. ¡Figúrense -ustedes que fui la semana pasada a la Coreja, y a poco de entrar en -su casa tuve que salir escapado en busca de la pareja de la Guardia -civil!</p> - -<p>En esto vieron salir a Urrea de la celda, seguido de los pintores y -del cómico.</p> - -<p>—Ea, ya tenemos aquí al chambelán, que viene a anunciarnos que Su -Excelencia nos espera.</p> - -<p>Pero el chambelán traía muy distintas órdenes.</p> - -<p>—Señores —les dijo—, tengo el sentimiento de participarles que el -amigo Nazarín les suplica por mi conducto que le dejen solo. Siente -fatiga, y si no me engaño, tiene bastante fiebre. Le he tomado el -pulso. Necesita descanso, quietud, silencio.</p> - -<p>El efecto de estas palabras fue desastroso. Las dos damas no tenían -consuelo.</p> - -<p>—¿Pero no podremos verle, siquiera un instante?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_148">p. 148</span>—Me ha suplicado -que, por hoy, le libre del vértigo de las visitas.</p> - -<p>—Y hace bien en cerrar la puerta —declaró Flórez—. No sé cómo -aguanta tanta impertinencia. Ea, señores, estamos de más aquí.</p> - -<p>—Poco a poco —dijo Urrea—. La orden tiene una excepción. Supo que -está aquí don Manuel, y ha manifestado deseos de verle. Pase usted; -pero solo.</p> - -<p>—¡Ay! nosotras... podríamos pasar también, hablarle un ratito... -—indicó una de las damas.</p> - -<p>—¡Oh!, no... sin duda quiere confesarse. Vámonos.</p> - -<p>—¡Qué fastidio!... ¡Volveremos otro día! Yo quiero verle. Díganme -ustedes, señores periodistas: ¿cómo es Nazarín? ¿Es cierto que su -rostro tiene tal expresión, que desconcierta a cuantos le miran? ¿Y -cómo está vestido? ¿Qué dice? ¿Ríe o llora? ¿Habla con los que le -visitan, les echa la bendición, o no hace más que mirarles?</p> - -<p>Contestaban los buenos <i>chicos</i> a estas preguntas, excitando -la curiosidad de las nobles señoras, en vez de calmarla. Inconsolables -ellas por el chasco sufrido, y no pudiendo anegar sus ojos, sedientos -de aquella gran novedad, en la fisonomía del apóstol errante, los -clavaban en la puerta. ¡Ah! detrás de aquella puerta estaba... -Volverían a la mañana siguiente.</p> - -<p>Entró don Manuel, y desfilaron por las esca<span class="pagenum" -id="Page_149">p. 149</span>leras abajo todos los demás. Alguno propuso -a las aristócratas llevarlas a ver a Ándara. Pero después de una -espontánea conformidad con esta idea, una de las dos reflexionó y -dijo:</p> - -<p>—¡Imposible! ¿Está usted loco? ¡Nosotras entrar en la Galera!</p> - -<p>Luego fue apuntada la idea de visitar a Beatriz, y esto no pareció -tan mal a las dos señoras. Sí, sí, podrían ver a la mística vagabunda -y soñadora. Dividióse el grupo en la calle, y unos se dirigieron a la -inmediata de San Blas, y los otros a la remota de Quiñones.</p> - -<p>Salió Ándara al locutorio, y lo primero que le preguntaron los -<i>chicos</i> fue si había leído el libro titulado <i>Nazarín</i>.</p> - -<p>—Me lo leyeron —replicó la presa—, porque a mí me estorba lo negro. -¡Ay, qué mentironas dice! Yo que ustedes, pondría en el papel que el -<i>escribiente</i> de ese libro es un embustero, y le avergonzaría, -para que se fuera con sus papas a otra parte. ¿Pues no dice que yo -pegué fuego a la casa?</p> - -<p>—Tú también lo dijiste al principio; pero ahora, ausente de tu señor -Nazarín, que no te permite mentir, has arreglado con tu defensor, que -es hombre listo, esa salidita del fuego casual. El hecho queda por lo -menos dudoso, y la pena será relativamente corta.</p> - -<p>—¡Que fue <i>de</i> casual, ¡ea!... ¡Caraifa con los niños -de la prensa! Yo al principio no supe lo<span class="pagenum" -id="Page_150">p. 150</span> que decía. Se me derramó el condenado -petróleo... Quedeme a obscuras... Encendí un misto, y vele ahí todo -ardiendo... ¿Que no lo creen? Así <i>costa</i>... ¿Y quién me lo -desmiente? ¿Quién me prueba que fue de voluntad? Si alguno de ustedes -es el que ha escrito ese arrastrado libro, arrastrado le vea yo, ¡mal -ajo!</p> - -<p>—¿Sabes que te estás volviendo otra vez muy mal hablada?</p> - -<p>—Desde que no está con el apóstol, ha vuelto a sus mañas.</p> - -<p>—Ándara, nosotros somos tus amigos, y te queremos mucho. Pero si -dices expresiones feas, se lo contaremos a don Nazario, y verás, -verás.</p> - -<p>—No, no se lo digan. Es la costumbre de antes, que sale... Pero una -palabra mala, dicha sin pensar, no hace pecado. Es que me encalabrino -cuando me hablan del maldito libraco. ¡Miren que decir ese desgalichao -autor que yo parezco un palo vestido! Fea soy, digo, lo que es bonita, -no soy ahora, como lo era antes, aunque sea mala comparación... pero no -tan fea que me tenga miedo la gente. Él será un esperpento, y en sus -escrituras quiere hacer conmigo una <i>desageración</i>. ¿Verdad que no -tanto?</p> - -<p>—Tienes razón, no tanto, Andarilla. Otra cosa: ¿Deseas mucho ver a -tu maestro?</p> - -<p>—¡Ay, no me lo diga! ¡Verle! ¡Qué diera yo por verle, por oír -su voz!... Créanme, señores<span class="pagenum" id="Page_151">p. -151</span> de la prensa, y pueden ponerlo en el papel, si les viene a -mano. Por verle daría yo la salud que ahora tengo, y la que tendré en -muchos años. Me conformaría con estar en esta cárcel o en un presidio -toda mi vida, si supiera que le había de ver todos los días, aunque no -fuera más que un cuarto de hora.</p> - -<p>—Eso es querer, Ándara.</p> - -<p>—Esto es querer, y creer en él, pues no ha mandado Dios al mundo -otro que se le parezca... lo digo y lo sostengo, aunque me claven en -cruz para que cante otra cosa. Que me desuellen viva para que diga que -no le quiero, y ayudando yo misma a que me arranquen el pellejo, diré -que es mi padre, y mi señor, y mi todo.</p> - -<p>—¡Bien, brava Ándara!</p> - -<p>—Nos contó Beatriz que ella le ve en espíritu, y siempre que quiere -le hace revivir en su imaginación...</p> - -<p>—Esa es muy <i>soñona</i>. Yo, como más bruta que mi hermana -Beatriz, ¡bendita sea! no le veo cuando quiero, sino cuando él quiere -dejarse ver.</p> - -<p>—¡Hola, hola! Explícanos eso.</p> - -<p>—No sean <i>materiales</i>, y compréndanlo sin más explicadera. Por -las noches, cuando me tumbo en mi jergón, en medio de unas obscuridades -como las del alma de Caín, si he sido buena por el día, si no he tenido -pensamientos<span class="pagenum" id="Page_152">p. 152</span> malos, -abro los ojos, y en lo más negro de lo negro, veo una claridad, y en -ella mi Nazarín que pasa... no hace más que pasar y mirarme sin decir -nada... Pero por los ojos que me pone, entiendo lo que quiere hablarme. -Unas veces me riñe unas miajas, otras me dice que está contento de -mí.</p> - -<p>—Pues si le ves esta noche, no es mala peluca la que te echa.</p> - -<p>—¿Por qué?</p> - -<p>—Por esa mentira tan gorda de que el incendio de la casa fue -<i>de</i> casual.</p> - -<p>—¡Eh, que no es mentira!... Mentira lo que dice el libro, tocante a -que quise <i>zajumar</i> el cuarto... ¡Vaya, que ya es por demás tanta -conferencia! Lárguense al periódico, que allá tendrán que plumear.</p> - -<p>—Antes hemos de preguntarte otra cosa, ¡caraifa!</p> - -<p>—No respondo más.</p> - -<p>—¿A que sí? ¿La Beatriz viene a verte?</p> - -<p>—Dos veces por semana. Ayer me trajo un vestido, que le dio para mí -una señora de la grandeza.</p> - -<p>—¡Hola, hola!... Noticia. ¿No te dijo el nombre de esa señora?</p> - -<p>Y todos ellos sacaron papel y lápiz.</p> - -<p>—Sí; pero no me acuerdo. Era un nombre muy bonito... así como... -Señor, ¿cómo era?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_153">p. 153</span>—Haz memoria, -Andarilla. ¿Sería la Condesa de Halma?</p> - -<p>—Esa misma... Bien decía yo que era cosa buena... pues... del alma -santísima.</p> - -<p>—Bien, Ándara... te dejamos ya, caraifa.</p> - -<p>—Adiós... adiós.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChIII_3"> - <h3>III</h3> -</div> - -<p>En mal hora se metió don Manuel Flórez en conferencias de -exploración espiritual con el apóstol andante, porque siempre salía -de la celda medio trastornado, ya creyendo ver en Nazarín la mayor -perfección a que puede llegar alma de cristiano, ya viéndole y -juzgándole como un ser dislocado, completamente fuera del ambiente -social en que vivía. «No puede ser, Señor, no puede ser —se decía el -buen viejo, dándose palmadas en el cráneo, ya retirado en su vivienda, -y descansando de los trajines del día—. Cada tiempo trae su forma y -estilos de santidad. No nos disloquemos, Señor, no nos desviemos de -nuestra agrupación planetaria, si no queremos ser bólido errante, -perdido por los espacios. Lo que yo digo: la locura no es más que eso, -o mejor dicho, es precisamente eso, el escape por la tangente... y este -hombre, con toda su virtud, que hay que reconocer, ha tomado mucha -fuerza, y se esca<span class="pagenum" id="Page_154">p. 154</span>pa, -se dispara fuera de la órbita... ¡Qué lástima, Señor, qué lástima! -Porque... lo digo con verdad... difícilmente se encontraría un espíritu -de mayor rectitud, de mayor pureza... Pero ha tomado la doctrina en su -sentido más riguroso, por lo más estrecho, por donde duele, y... no -sé, no sé... Él cree que el equivocado soy yo, y yo que el equivocado -es él. Él dice que procede conforme a razón, y con plena conciencia -de ajustarse a la ley de Cristo, y yo digo... No, Señor, yo no digo -nada, no sé, he perdido los papeles; este hombre me ha trastornado, ha -llenado mi cabeza de confusión. No, no vuelvo a verle más. La sinrazón -es contagiosa... Un loco hace mil. No más, no más.»</p> - -<p>Y a pesar de esto, volvía, pues siempre le quedaba algún puntillo -que dilucidar, o seno escondido que reconocer en el pensamiento -del peregrino. Volvía, y a nueva conferencia, nueva turbación y -desconcierto del buen clérigo social. Se creerá que es exageración -lo que se cuenta, pero es la verdad pura. Don Manuel llegó a perder -el apetito, cosa de extraordinaria novedad en él, dormía mal, y -se desmejoró su rostro. Creyeron sus amigos que había dado el -bajón repentino de la aproximación a los setenta, y no faltó quien -atribuyese a una causa moral la pérdida de aquel excelso aplomo que -era su característica. Quizás su bondad se re<span class="pagenum" -id="Page_155">p. 155</span>sintió de haber encontrado una bondad -superior, o que tal le pareciera, y como vivía en la rutina de no -tratar más que inferiores, en el terreno de conciencia, el repentino -encuentro de un ser, ante el cual alguna de las energías de su alma -tenía que hacer reverencia, le puso quizás de mal talante, aunque sin -llegar, ni por asomo, a las tristezas de la envidia, pues era incapaz -de este odioso sentimiento. ¿Consistiría tal vez en que el trato -social, las consideraciones y aun lisonjas de que era objeto, habían -llegado a formar en su alma la concreción de amor propio (de la cual -los caracteres más dueños de sí no pueden librarse), y el conocimiento -y trato de Nazarín rebajaron un poquito el concepto de su propio valer -moral? Con independencia de la humillación y desprecio de sí mismo que -impone la idea cristiana, todo ser conserva un poder de apreciación -o evaluación psíquica, por el cual, sin darse cuenta de ello, a sí -propio se estima y tasa. Sin duda Flórez empezó a conocer que se había -tasado en algo más de lo que realmente valía. Como era recto y noble, -acababa por conformarse diciéndose: «Bueno, Señor, bueno. Yo creí ser -de lo mejorcito, y ahora resulta que hay quien me da quince y raya. -Pues reconozca yo mi insignificancia, o mi inferioridad manifiesta, y -alabada sea la perfección donde quiera que se encuentre.»</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_156">p. 156</span>El buen señor -no podía pensar en otra cosa, y la fijeza de tal idea iba socavando -su salud. A veces se pasaba las noches en habilidosos distingos y -paralelos, anhelando engrandecer el concepto propio, sin rebajar -excesivamente el ajeno: «Él es bueno, yo también. No digamos santos, -porque la santidad en nuestros tiempos ¿dónde está? Yo soy social, -él individual; mi esfera es el mundo de los ricos, la suya el de -los pobres. En ambas esferas se sirve a Dios, ¡vaya! Él fortifica -su alma en la soledad, yo en el bullicio; yunque por yunque, no sé -decir cuál es el mejor. Cierto es que si miramos a la doctrina pura y -a su aplicación a nuestras acciones, él aparece con ventaja, yo con -desventaja; pero miremos a los resultados prácticos de una y otra forma -de ejercer el ministerio, y entonces, ¿cómo dudar que la supremacía -está de la parte acá? Y por último, Señor, él se va del seguro, él se -corre de lo posible a lo imposible, en él la virtud se permite hacer -sus escapatorias al campo de la extravagancia, y...»</p> - -<p>Elevando los brazos, y mirando al techo de su alcoba, en la cual -se paseaba para entretener el insomnio, añadía: «Señor, Señor, llevar -a la práctica la doctrina en todo su rigor y pureza, no puede ser, no -puede ser. Para ello sería precisa la destrucción de todo lo existente. -Pues qué, Jesús mío, ¿tu Santa Iglesia no vive en<span class="pagenum" -id="Page_157">p. 157</span> la civilización? ¿Adónde vamos a parar -si...? No, no, no hay que pensarlo... Digo que no puede ser... Señor, -¿verdad que no puede ser?»</p> - -<p>Como pasaban días y días sin que Catalina le interrogase sobre el -examen o estudio psicológico del apóstol vagabundo, creyó del caso -don Manuel tomar la iniciativa en aquel asunto, que más valía dar su -opinión antes que la dama por sí misma y por otros caminos llegase a -formarla. Todo lo temía de su talento agudo, afinado por una voluntad -persistente.</p> - -<p>—¿Y qué? —le preguntó Halma, demostrando menos curiosidad de la que -Flórez esperaba.</p> - -<p>—Empiezo por declarar —dijo don Manuel con solemnidad sincera, la -mano puesta sobre su corazón—, que no conozco alma más bella que la del -desventurado sacerdote, a quien la ley ha perseguido por vagancia y por -haber dado amparo y protección a una mujer criminal. Si del estado de -su entendimiento tengo aún mis dudas, de su conciencia, de su intención -pura y rectamente cristiana, no puedo dudar. Quiero decir, señora mía, -que encuentro una disconformidad irreductible entre la conciencia y -el intellectus de ese singular hombre, y que si yo hallara manera de -conciliar una con otro, tendría que declarar a Nazarín el ser más -perfecto que ha podido formarse dentro del molde humano.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_158">p. 158</span>—Según eso, usted -sigue viendo en él las dos naturalezas, el santo y el loco, y ni sabe -separarlas, ni fundirlas, porque locura y santidad no pueden ser lo -mismo.</p> - -<p>—Exactamente.</p> - -<p>—Bien podría deducirse de todo ello que, en nuestra imperfectísima -comprensión de las cosas del alma, no sabemos lo que es locura, no -sabemos lo que es santidad.</p> - -<p>—¡No sé, no sé! —exclamó el limosnero extraordinariamente turbado, -llevándose las manos a la cabeza.</p> - -<p>—Serénese, don Manuel. ¿Será que usted, en su larga vida, nunca -se ha visto delante de un problema semejante? Contésteme ahora: ¿el -buen Nazarín practica la doctrina de Cristo tal como los Evangelios -santísimos nos la enseñan?</p> - -<p>—Sí señora.</p> - -<p>—Y a pesar de esto, la conducta del buen hombre nos parece -desconcertada... porque nuestras ideas así nos lo imponen. Si -creyéramos otra cosa, debiéramos imitarle, renunciar a todo, abrazando -el estado de absoluta pobreza.</p> - -<p>—Sí señora.</p> - -<p>—Y eso no puede ser. Hay algo dentro de nosotros mismos, y en la -atmósfera que respiramos y en el mundo que nos rodea, que nos dice que -no puede ser.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_159">p. 159</span>—Sí... puede ser... -pero no puede ser... Ser no ser... He aquí, señora, la gran duda.</p> - -<p>—Sigo preguntando. ¿Nazarín es humilde?</p> - -<p>—Humildísimo. Asombra ver su tranquilidad ante los resultados -probables del proceso. Si le condenan a presidio, lo acepta gozoso, -lo mismo que si le hicieran subir al cadalso. Si le encierran en un -manicomio, en el manicomio entrará y vivirá sin protesta. No se queja -de la ley, ni de los jueces, ni de sus acusadores, ni de la opinión, -que con tan distintos criterios le juzga.</p> - -<p>—Y en el caso de que saliera libre, ¿se sometería al superior -eclesiástico, sacrificando su independencia al rigor de la -disciplina?</p> - -<p>—También. Pues esto es lo admirable. Dice que si le absuelven -libremente, se someterá y que...</p> - -<p>—¿Qué más?... Sigo yo contando, pues usted, mi señor don Manuel, -no tiene hoy la palabra tan expedita como de costumbre. Dice también -el buen Nazarín que cuando se encuentre libre, persistirá en el -cumplimiento del voto de pobreza que ha hecho al Señor.</p> - -<p>—Cosa imposible, así tan en absoluto, pues la mendicidad, fuera de -las Órdenes que la practican por su instituto, es contraria al decoro -eclesiástico.</p> - -<p>—Y dice más...</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_160">p. 160</span>—¿Pero cómo sabe -usted...?</p> - -<p>—Dice también que el mayor anhelo de su alma es que le devuelvan -las licencias para poder celebrar... y que se irá a vivir al presidio -a donde sea destinado el <i>Sacrílego</i>, si se lo permiten las -leyes penitenciarias, o si no, en la misma población, con objeto de -verle diariamente. Está comprometido a conducir al cielo el alma de -aquel criminal, y la conducirá. Los mismos propósitos tiene respecto -a Ándara, y su mayor gozo sería que los encierros a que ambos -delincuentes fuesen destinados, radicaran en la misma ciudad. Si no, -compartiría su tiempo entre la vecindad de Ándara y la proximidad del -<i>Sacrílego</i>, llevándose consigo a Beatriz, sin temor alguno de ser -censurado y escarnecido por la compañía de una mujer.</p> - -<p>—Tales son sus ideas, sí señora... Tan cierto es ello como que usted -tiene algo de zahorí —dijo don Manuel, sin disimular su asombro—. ¿Pero -usted..., acaso, le ha visto, le ha oído...?</p> - -<p>—No; pero veo a Beatriz, de quien soy amiga, y amiga del alma. No he -querido decírselo hasta que no viniera una coyuntura propicia.</p> - -<p>—¡Ah!... Me parece bien... Beatriz, la discípula...</p> - -<p>—Pues bien, señor don Manuel de mi alma, esas ideas y propósitos del -don Nazario bastardean un poco aquella pureza del alma de que me<span -class="pagenum" id="Page_161">p. 161</span> hablaba hace un rato. La -extrema humildad, ¿no se da la mano con el orgullo?</p> - -<p>—Tal vez, tal vez.</p> - -<p>—Por lo cual yo, más decidida que usted, sin duda porque soy más -ignorante, veo bien patente la locura de ese santo varón... ¿Es un loco -santo, o un santo loco?...</p> - -<p>—Locura... santidad... —murmuraba Flórez mirando al suelo, la cabeza -sostenida por ambas manos, los codos apoyados en las rodillas, con -todas las señales en rostro y acento de una hondísima turbación.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChIII_4"> - <h3>IV</h3> -</div> - -<p>No pudieron detenerse, como deseaban, en buscar la explicación -de aquel contrasentido, porque entró Urrea con noticias frescas, -que hacían revivir el interés del asunto nazarista. Según contó el -joven reformado, por los periodistas se sabía ya la sentencia del -Tribunal, que se publicaría sin tardanza. No encontraba la Sala en don -Nazario Zaharín culpabilidad: la vagancia, el abandono de sus deberes -sacerdotales, la sugestión ejercida sobre mendigos y criminales no -eran más que un resultado del lastimoso estado mental del clérigo, -y como en ninguno de sus actos se veía la instigación al delito, -sino que, por el contrario, sus desvaríos<span class="pagenum" -id="Page_162">p. 162</span> tendían a un fin noble y cristiano, se -le absolvía libremente. Resultando del informe de los facultativos -que repetidas veces le habían examinado, que los actos del apóstol -errante eran inconscientes, por hallarse atacado de <i>melancolía -religiosa</i>, forma de <i>neurosis epiléptica</i>, se le entregaba al -poder eclesiástico para que cuidase de su curación y custodia en un -Asilo religioso, o donde lo tuviere por conveniente.</p> - -<p>Don Manuel y Catalina guardaron profundo silencio al oír esta parte -interesantísima de la sentencia.</p> - -<p>—A Beatriz se la absuelve libremente —prosiguió Urrea—, porque nada -resulta contra ella, y la pena que merecía por vagancia, se estima -cumplida con las dos semanas que sufrió de prisión correccional.</p> - -<p>Ándara salía peor librada, aunque no tan mal como al principio se -creyó. De sus primeras declaraciones, y de las de Nazarín, resultaba -autora del incendio de la casa número 3 de la calle de las Amazonas. -Pero su abogado, hombre muy despierto, había conducido el asunto con -rara habilidad, demostrando que lo depuesto por Nazarín no tenía ningún -valor testifical, por hallarse este en pleno delirio pietista, presa -de la monomanía del sacrificio y de la muerte. Ándara, en sus primeras -declaraciones, había obedecido, según su defensor, a una influencia -hipnótica del falso após<span class="pagenum" id="Page_163">p. -163</span>tol. Ampliado el juicio, y sustentada la no intencionalidad -del incendio, el Tribunal admitió la prueba, condenándola, por lesiones -a la <i>Tiñosa</i>, a catorce meses de reclusión penitenciaria. La -causa del <i>Sacrílego</i> no tenía nada que ver con la de la vagancia -y desafueros nazaristas. Aún no se había sentenciado, y por bien que -saliera, sus catorce o quince años de presidio no se los quitaba nadie, -porque eran muchas y muy atroces sus audacias para llevarse la plata y -vasos sagrados de las iglesias.</p> - -<p>—Ya ve usted —dijo al fin Catalina a su amigo y limosnero—, cómo el -Tribunal, haciendo suya la opinión de los facultativos, da por cierto -que el santo varón no tiene la cabeza en regla.</p> - -<p>—Y sin cabeza no hay conciencia —indicó el sacerdote con cierta -alegría, como si entreviera una solución a sus dudas.</p> - -<p>—Con todo —añadió la Condesa—, no debemos aceptar ese criterio como -definitivo. Se equivocan los Tribunales, se equivocan los médicos. No -afirmemos nada, y sigamos, mi señor don Manuel, en nuestras dudas.</p> - -<p>—Sigamos, sí, en nuestras dudas —repitió el sacerdote, para quien -era ya un descanso no pensar por cuenta propia.</p> - -<p>—Y mis dudas —añadió Halma—, van a ser el punto de partida para -resolver la cuestión, por<span class="pagenum" id="Page_164">p. -164</span>que si no dudáramos, no nos propondríamos, como nos -proponemos ahora, llegar a la verdad.</p> - -<p>—Sí señora —dijo Flórez, hablando como una máquina.</p> - -<p>—La sentencia del Tribunal, que yo esperaba, me abre camino para -poner en ejecución un pensamiento que hace días me corre por el -magín.</p> - -<p>—¡Un pensamiento! A ver... —murmuró don Manuel perplejo, admirando -de antemano y temiendo al propio tiempo las iniciativas de su ilustre -amiga.</p> - -<p>—Yo, digo, nosotros, sabremos al fin si nuestro pobre peregrino es -santo, o es demente. Espero que podremos reconocer en él uno de los -dos estados, con exclusión del otro. Y en el caso de que existieran -juntamente santidad y locura, en ese caso...</p> - -<p>—Arrancaremos la locura para echarla al fuego, como hierba mala -nacida en medio del trigo —dijo don Manuel—, conservando pura e intacta -la santidad.</p> - -<p>—Y si existieran juntas y confundidas, en una misma planta —agregó -Halma—, respetaríamos este fenómeno incomprensible, y nos quedaríamos -tristes y desconsolados, pero con nuestra conciencia tranquila.</p> - -<p>Flórez miraba al suelo, y Urrea no quitaba los ojos de su prima, -cuyas palabras deletreaba<span class="pagenum" id="Page_165">p. -165</span> en los labios de ella, al mismo tiempo que las oía. Después -de una mediana pausa, y queriendo adelantarse al pensamiento de la -señora, dijo el sacerdote:</p> - -<p>—Pues para llegar a ese conocimiento y a esa separación, señora mía, -tendríamos que... digo, veríamos de...</p> - -<p>—No, si por más que usted discurra, no puede adivinar lo que he -pensado, lo que haremos, si Dios me ayuda, y creo que me ayudará, pues -la sentencia que acabamos de saber viene, como de molde, a favorecer -mi pensamiento, obra magna, don Manuel, una empresa de caridad que ha -de merecer su aprobación. Verá usted —añadió después de otra pausita, -aproximando su silla baja al sillón del limosnero—. Pues, señor, ahora -la ley civil le dice a la eclesiástica: yo, apoyada en la opinión de -la ciencia, he debido declarar y declaro que ese hombre está loco. -Como su locura es inofensiva, monomanía pietista nada más, que no -exige custodia ni vigilancia muy rigurosas, renuncio a albergarle en -mis casas de orates, donde tengo a los furiosos, a los lunáticos, -casos mil de las innumerables clases de desorden mental. Ahí tienes -a ese hombre; encárgate tú, Iglesia, de cuidarle, y, si puedes, de -devolver el equilibrio a su entendimiento. Es pacífico, es bueno, es -de dulce condición en su desvarío. No te será difícil resta<span -class="pagenum" id="Page_166">p. 166</span>blecer en él el hombre de -conducta ejemplar, el sacerdote sumiso y obediente...</p> - -<p>—Y le cogemos —dijo Flórez—, y le mandamos a un convento de -Capuchinos, o a una de las hospederías religiosas, que existen para -estos casos, y le tenemos allí un año, dos, tres, al cabo de los -cuales, estará lo mismo que entró.</p> - -<p>—Quiere decir que no le cuidarán, que no le observarán, mirando por -su existencia y por su razón con el interés paternal que se debe a un -alma como la suya, buena, piadosa, a un alma de Dios...</p> - -<p>—No digo que...</p> - -<p>—Pero nada de esto pasará —afirmó la Condesa, levantándose nerviosa, -y cogiendo el bastón de Urrea para reforzar el gesto decidido con que -acentuaba la palabra.</p> - -<p>—¿Pues qué se hará, señora?</p> - -<p>—A usted, mi señor don Manuel, le corresponderá la gloria mundana de -esta prueba, si, como creo, Dios la corona con un éxito feliz.</p> - -<p>—¿Y qué tengo yo que hacer, señora mía? —preguntó el eclesiástico -un poco molesto, pues no le caía en gracia aquello de hacer él cosas -que ignoraba, ni que su autoridad quedara reducida a ejecutar órdenes -superiores, como un vulgar secretario.</p> - -<p>—Una cosa muy sencilla, y que me parece<span class="pagenum" -id="Page_167">p. 167</span> fácil. Mañana mismo... no hay que perder -un solo día... mañana mismo, don Manuel Flórez y del Campo, el -ejemplarísimo sacerdote, el gran diplomático de la caridad, coge el -sombrero y se va a ver al señor Obispo. Su Ilustrísima, naturalmente, -le recibe con los brazos abiertos, y usted le dice: «Señor Obispo, una -dama de nuestra aristocracia...»</p> - -<p>—¡Ah! ya... Una dama de nuestra aristocracia...</p> - -<p>—¡Si lo adivina, si lo sabe, si no tengo que decir más! Pues qué: -¿no ha pensado usted lo mismo que yo? ¿No viene hace días dando vueltas -en su mente a esta solución? ¿No esperaba saber la sentencia para -proponérmelo?</p> - -<p>—Sí, sí... Yo pensaba... En efecto... La idea es buena —dijo el -limosnero, queriendo cazar al vuelo las de su noble amiga—. Claro -que había pensado yo... Pues «Ilustrísimo señor, una dama de nuestra -aristocracia, persona de grandes virtudes y celo cristiano, que quiere -consagrar su vida al santo ejercicio de la caridad, ha imaginado -que...»</p> - -<p>Detúvose bruscamente don Manuel, vacilante, clavó sus ojos en -Halma, después en Urrea, para volver a mirar con escrutadora fijeza -a la ilustre señora, y en aquel punto, como si recibiera inspiración -del Cielo, o algún genio invisible en el oído le susurrara, vio el -pen<span class="pagenum" id="Page_168">p. 168</span>samiento de la -Condesa con toda claridad. Y recordando al instante palabras y frases -sueltas de conversaciones anteriores, y viendo en ellas perfecto ajuste -con lo que acababa de oír, ya no necesitó más el agudo presbítero para -recobrar toda su compostura mental, y sentirse dueño de sí mismo, y a -punto de serlo de la situación. Limpió el gaznate para aclarar la voz, -tomó de manos de Halma el bastón de Urrea, y fue marcando con él sobre -la alfombra estas o parecidas expresiones:</p> - -<p>—La señora Condesa ha tenido un pensamiento grande y bello, como -suyo. Hace tiempo concibió el proyecto de destinar su casa de Pedralba -a un fin caritativo, estableciéndose allí, al frente de una pequeña -sociedad de desvalidos y menesterosos, de pobres enfermos y de ancianos -sin recursos. Bueno, Señor, bueno. Pues ahora, la señora Condesa se -dirige por mi conducto al señor Obispo, y le dice: «A ese pobre clérigo -perseguido, absuelto y tachado de locura, yo me le llevo a Pedralba, -allí le cuido, allí le rodeo de calma, de un bienestar modesto; doy a -su espíritu la soledad campestre, a su asendereado cuerpo descanso, y -como él es bueno y sencillo, y su corazón se conserva puro, respondo -de que en breve tiempo podré devolvérselo a la Iglesia, limpio de -las nieblas que han empañado su mente. Entréguenme el va<span -class="pagenum" id="Page_169">p. 169</span>gabundo, y les devolveré el -sacerdote; denme el enfermo, y les devolveré el santo.»</p> - -<p>—¿Y eso puede ser? —preguntó vivamente la viuda, sin admirarse de lo -bien que el sagaz Flórez le adivinaba las intenciones—. Quiero decir: -¿consentirá el señor Obispo...?</p> - -<p>—¡Ah!... lo veremos. Mucha fuerza ha de hacerle su nombre, -señora.</p> - -<p>—Y más aún la intervención de usted.</p> - -<p>—En casos como este de Nazarín, el Prelado adoptará uno de dos -procedimientos: o entregar al enfermo un vale perpetuo para el Asilo de -Eclesiásticos, o ponerle bajo la salvaguardia de una familia respetable -de reconocida virtud y piedad. Esto último se ha hecho hace poco con un -pobre clérigo que padecía de ataquillos de enajenación.</p> - -<p>—Pues la familia respetable a quien se encomiende la custodia y -cuidado de este santo varón, seré yo.</p> - -<p>—Sin duda. Y mucho mejor, si se constituye el Asilo o Recogimiento -en forma legal y canónica, poniéndolo, como es natural, bajo la tutela -del jefe de la diócesis.</p> - -<p>—En fin —dijo Halma gozosa—, que Nazarín es nuestro. Y el señor -Obispo, ya lo estoy viendo, alabará mucho este plan al saber que es -idea de usted.</p> - -<p>—Idea mía no —replicó Flórez sin mirar a la<span class="pagenum" -id="Page_170">p. 170</span> dama—. Si acaso, en parte... Ambos pensamos -lo mismo. Pero yo no podía pronunciar sobre ello la primera palabra, y -tuve que aguardar a que la dijese quien debía decirla.</p> - -<p>—Quedamos en que mañana mismo...</p> - -<p>—Mañana mismo, sí señora.</p> - -<p>—No se nos adelante alguno...</p> - -<p>—¡Ah! lo que es eso... Pierda usted cuidado.</p> - -<p>Retirose don Manuel a su casa, y aquella noche fue acometido de una -lúgubre congoja, cuyo fundamento el buen clérigo no podía explicarse. -«Esta tristeza hondísima y que parece que me abate todo el ser —se -decía, sin poder conciliar el sueño—, no proviene de causa puramente -moral. Aquí hay algún trastorno grave de la máquina. O el hígado se me -deshace, o la cabeza se me quiere insubordinar, o el corazón se fatiga, -y me presenta la dimisión.»</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChIII_5"> - <h3>V</h3> -</div> - -<p>Hízose todo como Catalina de Artal deseaba, sin que la gestión -del buen Flórez tropezase con ninguna dificultad ni obstáculo de -importancia. Notaban en él cuantos en aquella ocasión le vieron, -lo mismo en las oficinas eclesiásticas, que en las casas nobles -que ordinariamente visitaba, una gran decadencia física, la cual -parecía más grave por la pérdida de la jovialidad. Además,<span -class="pagenum" id="Page_171">p. 171</span> claramente se advertía -cierta inseguridad en las ideas, y dispersión de las mismas en el -momento de querer expresarlas, vamos, como si se le fuera el santo al -cielo, según el dicho vulgar. No era ya el mismo hombre; en pocos días -su cuerpo perdió la derechura que le hacía tan gallardo, su cara se -había vuelto terrosa, sus manos temblaban, y cuando quería sonreírse, -su habitual expresión afable le resultaba fúnebre.</p> - -<p>—O don Manuel está muy malo —decían sus amigos—, o algún hondo pesar -silenciosamente le mina.</p> - -<p>Una mañana, el Marqués de Feramor le mandó llamar cuando descendía -del aposento de la Condesa, y encerrándose con él en su despacho, puso -la cara de las grandes solemnidades para decirle:</p> - -<p>—¡Parece mentira que nuestro querido Flórez, desmintiendo su grave -carácter, se haya prestado a favorecer las increíbles extravagancias -de mi hermana! Primero, la tontería de meterse a redentores de José -Antonio, poniéndose en ridículo, y dando lugar al desbordamiento de las -hablillas y chirigotas. No era esto bastante, y entre mi hermana y su -limosnero inventan este sainetón grotesco de llevarse a Pedralba toda -la cuadrilla nazarista... porque supongo irán también las discípulas, -para mayor edificación... Ya ha principiado el coro de burlas, que a mí -no me afectan, no señor, porque<span class="pagenum" id="Page_172">p. -172</span> todo el mundo sabe que permito a mi hermana lanzarse por su -cuenta y riesgo a estas aventuras locas, para que encuentre en la ruina -y en el ludibrio de las gentes el castigo de su soberbia.</p> - -<p>La actitud y el lenguaje del señor Marqués eran de pontifical, según -el rito inglés parlamentario y economista.</p> - -<p>—Lo que más me duele —añadió—, es que nuestro buen amigo, en vez -de poner un freno a estas que califico benignamente llamándolas -extravagancias, les haya dado calor y apoyo con su autoridad...</p> - -<p>Al oír esto, una onda de sangre subió del corazón al cerebro del -sacerdote, y la ira, que era en él, por índole y por costumbre, -sentimiento casi desconocido, se encendió en su corazón súbitamente. -Al querer expresarla, las palabras se le atropellaron en la boca, su -rostro enrojeció, sus ojos se avivaron. Con lengua torpe pudo decir tan -solo:</p> - -<p>—¿Tú qué sabes?... ¡Eres un necio!</p> - -<p>Y salió, como huyendo de sí mismo, arrastrando el manteo, la teja -echada hacia atrás, murmurando incoherentes frases por la escalera -abajo. Iba por la calle dando tumbos, sosteniéndose por un desmedido -esfuerzo de la voluntad, y al llegar a su casa, agotado bruscamente el -esfuerzo, cayó redondo en el portal. Entre el<span class="pagenum" -id="Page_173">p. 173</span> portero y dos vecinos que bajaban, -levantáronle del suelo, y como cuerpo muerto le condujeron al cuarto -segundo donde vivía. El ama y la sobrina, dos mujeres simplicísimas, -ambas entradas en años, que le querían entrañablemente, rompieron en -estrepitoso llanto al verle entrar en tan mísero estado, y la sobrina -exclamaba:</p> - -<p>—¡Virgen de la Valvanera! Ya lo dije yo. Mi tío venía mal desde la -semana pasada.</p> - -<p>Acostáronle, y como una media hora tardó en recobrar el -conocimiento; mas la palabra no. El buen señor quería decir algo, y su -lengua inerte no le obedecía. Acudió el médico, fuéronle aplicados los -remedios elementales, y ya muy entrada la noche, después de algunas -horas de reposo, pudo expresarse con mediana claridad:</p> - -<p>—No seáis tontas —dijo al ama y la sobrina, que una a cada lado -del lecho le contemplaban atribuladas—, ni deis ahora en la manía de -asustaros... Esto no es más que un aire. Lo cogí al salir de casa de -Feramor. Ya me encuentro mejor, y con la ayuda de Dios Misericordioso -y de la Virgen Santísima, mañana podré echarme a la calle. Y en caso -de que determinen que ya estoy de más en este mundo inicuo, ¿qué hemos -de hacer más que conformarnos todos, yo con irme a donde mi Padre -Celestial me destine, según mis méritos o mis culpas, vosotras con que -me vaya y os deje en paz?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_174">p. 174</span>Dispuso el doctor -que no se le diera conversación y se le dejara descansar toda la noche, -ordenando diversas medicaciones internas y externas. A la mañana -siguiente la mejoría era bien clara, y desde muy temprano acudieron a -la casa multitud de personas. Una de las primeras fue Urrea; a poco -llegaron Consuelo Feramor y la de Monterones, y otras muchas señoras -y caballeros de distintas categorías. Todos prodigaron al enfermo -consuelos cariñosos, deseando su salud como la propia. Iban entrando -en la alcoba por tandas, y reunidos después en la sala, lamentaban el -repentino accidente del simpático sacerdote.</p> - -<p>Consuelo llevó aparte a José Antonio para decirle:</p> - -<p>—Sospecho que tú y Catalina no tenéis poca responsabilidad en este -arrechucho de nuestro amigo. ¡Ah! su enfermedad arranca de la parte -moral... ¿Qué... te haces el tonto? ¿No comprendes tu parte de culpa -y la de mi cuñadita, esa loca que no andaría suelta si no llevara el -nombre que lleva? ¿Ahora caes en la cuenta de que habéis desprestigiado -a este santo varón, de que le habéis puesto en ridículo a los ojos del -clero, de todos sus amigos y relaciones?</p> - -<p>Contestación enérgica pensó darle Urrea; pero prefirió callarse -por no alborotar en casa ajena. A poco, entró Catalina de Halma, -vestidita<span class="pagenum" id="Page_175">p. 175</span> de negro, -con humilde severísimo porte, y su hermana y cuñada la saludaron con -frialdad compasiva. Ella no les hacía ningún caso, ni se cuidaba de que -le manifestaran este o el otro sentimiento. Cuando todos se retiraban, -la Condesa expresó al ama y la sobrina su deseo de ayudarlas día y -noche en aquel penoso trajín de enfermeras. Conociendo la sinceridad -de la buena señora, la familia del sacerdote aceptó tan noble -ofrecimiento, felicitándose de que pronto sería innecesario, porque -don Manuel mejoraría, con la ayuda de Dios. Pasó a verle Catalina, y -él, regocijándose de su presencia, se excitó un poquito, presentando -síntomas vagos de trabazón de lengua y de vaguedad en la ideación:</p> - -<p>—Señora mía —la dijo—, muy malito tiene usted a su limosnero. Ha -sido un aire, nada más que un aire... He soñado con el Recogimiento -de Pedralba en que estaríamos tan bien... ¡oh, tan bien! Estos -aires... son aires muy malos... La vida social... este vértigo, este -bullicio, este mentir continuo... mal aire, señora... ¡Destrucción de -los cuerpos, perjuicios de las almas!... Dios quiere llevarme ya. Ha -visto que no sirvo... que he llegado a la vejez sin hacer en el mundo -nada grande, ni hermoso, ni saludable para las almas. Mi conciencia -habla y me dice: «no hay en ti y derredor de ti más que vanidad de -vanidades...» Usted es grande, señora Condesa, yo soy peque<span -class="pagenum" id="Page_176">p. 176</span>ño, tan pequeño, que me -miro y no me veo mayor que un grano de arena. Un aire me trae, otro -me lleva... ¡Ah, la soledad de Pedralba...! Pero no, no soy digno... -El señor Marqués me mira desde la altura de su necedad, y me humilla -todo lo que yo merezco. ¿Qué he sido yo? Un fantasmón... No hay que -desmentirme. ¿Qué hice por la salvación de las almas? Nada... ¡Y -usted, que es santa, se digna venir a consolarme en mi tribulación...! -¡Cuánta bondad, cuánta grandeza! Porque nadie mejor que usted conoce -mi insignificancia... Dios me dice: «no eres nada... eres el vulgo -cristiano, lo que es y no es... Vas bien vestido, y calzas bonito -zapato con hebillas de plata... ¿Y qué? Eres atento en el hablar, -obsequioso con todo el mundo; respetuoso de mí; pero sin amor. El fuego -del amor divino es en ti un fuego pintado, con llamaradas de almazarrón -como las de los cuadros de Ánimas. Llevas y traes limosnas como la -Administración de Correos lleva y trae cartas... pero tu corazón... -¡ah! Yo que lo veo todo, lo he visto, lo he sentido palpitar, más que -por la miseria humana, por la elegancia de tus hebillas de plata...» -Luego viene un aire... ¡Hermosa debe de ser la muerte para los que -mueren en el Señor. Yo también quiero morir en Él, yo quiero, yo -quiero!...</p> - -<p>Vivamente alarmada, la Condesa se retiró<span class="pagenum" -id="Page_177">p. 177</span> de la alcoba, pensando que la mejoría del -bendito don Manuel había sido engañosa. Y firme en su propósito de -desempeñar en la casa los menesteres más humildes, mientras estuviese -enfermo su amigo del alma, concertó con el ama y sobrina las faenas -a que debía consagrarse, resolviendo entre las tres que, pues la -presencia de la señora excitaba al enfermo, sin duda por el cariño -que este le profesaba, no era conveniente que entrase en la alcoba -sino en los casos de absoluta precisión. Desembarazada de su mantilla, -tan pronto trabajaba en la cocina, como se personaba en la sala, para -recibir visitas de seglares y clérigos. Comió con las mujeres de -la casa, y no quiso que le preparasen cama, pues con descabezar un -sueño sentadita en una silla le bastaba. La enfermedad de su amado -esposo había sido para ella educación cumplida en aquellos trabajos y -desazones, y el no dormir, el no comer, la vigilancia constante no la -afectaban lo más mínimo.</p> - -<p>Muy bien pasó la tarde don Manuel, y a la noche llamó a sus -domésticas para que le acompañasen y diesen parola, pues la costumbre, -segunda naturaleza, le pedía trato social, conversación, amenidad. -Catalina se escondió tras de la puerta para oírle, temerosa de que -volviese a desvariar. Dijéronle Constantina y Asunción, que así se -nombraban el ama y sobrina,<span class="pagenum" id="Page_178">p. -178</span> que ya podía darse por restablecido de aquel arrechucho, -y que le bastaría media semanita de descanso para poder entregarse -nuevamente a sus habituales quehaceres. A lo que respondió el clérigo -con serenidad:</p> - -<p>—Puede que tengáis razón; pero por sí o por no, yo me pongo en lo -peor, y si me apuráis mucho, digo que en lo mejor, o sea la muerte, fin -de esta vida miserable y principio de la eterna.</p> - -<p>Como ellas dijeran que siendo él un santo, nada podía temer, ahuecó -la voz para contestarles:</p> - -<p>—Ni yo soy santo, ni ustedes saben lo que se pescan, pobres -rutinarias, pobres almas sencillas y vulgares. Estoy a vuestro nivel... -no, digo mal, a un nivel más bajo. Porque vosotras habéis padecido: -tú, Constantina, con la mala vida que te dio tu marido; tú, Asunción, -con tus enfermedades y achaques dolorosos. Vosotras habéis tenido -ocasión de perdonar agravios, yo no. Vosotras habéis sufrido escaseces -cuando no estabais a mi lado; yo he vivido siempre en mi dulce y cómoda -modestia, sin carecer de nada, bien quisto de todo el mundo, niño -mimoso y predilecto de la sociedad. Vosotras habéis luchado, yo no, -porque todo me lo encontré hecho. No me llaméis santo, porque hacéis -befa de la santidad aplicándola a quien tan poco vale.</p> - -<p>Echáronse a llorar las dos mujeres, y le in<span class="pagenum" -id="Page_179">p. 179</span>vitaron a variar de conversación, pues -aquella no era la más propia de un enfermo de la cabeza.</p> - -<p>—No, no —dijo Flórez, encalabrinándose—. De esto precisamente quiero -hablar yo. Soy una pobre medianía; pero abdicando en este trance mis -ridículas pretensiones, y pisoteando delante de vosotras, y delante -del mundo entero, mi orgullo, me entrego a la misericordia de mi Padre -Celestial, para que haga de mi insignificancia lo que quiera. Mi alma -no se ennegrece con pecados infames, ni se abrillanta con heroicas -virtudes. Soy lo que el lenguaje corriente llama un buen hombre. Soy... -simpático... ¡ja, ja!, simpático. En el mundo no quedará rastro de mí, -y lo mismo que es hoy la sociedad, habría sido si Manuel Flórez y del -Campo no hubiera existido en ella. ¿Cómo llamáis santo a un hombre -que se enfada, aunque no mucho, cuando alguien le molesta? ¿A ti, -Constantina, no te he reñido alguna vez porque la sopa estaba fría, o -el chocolate muy caliente, o el arroz pegado, o el café poco fuerte? Ya -ves: ¡qué santidad es esa, ni qué...! Y tú, Asunción, ¡buenas broncas -te has llevado..., porque las hebillas de mis zapatos no estaban bien -relucientes! Ya ves: ¡como si el que relucieran o no las hebillas -importara algo!... Si os apuráis mucho por lo que os estoy diciendo, os -confesaré que en mi<span class="pagenum" id="Page_180">p. 180</span> -esfera, una esfera que parece amplísima y es muy reducida, he hecho -todo el bien que he podido, y que mal, lo que es mal, no lo hice nunca -a nadie, a sabiendas. Pero de eso a que yo sea nada menos que santo, -como vosotras creéis, pobres tontas, hay mucho camino que andar... Los -santos son otros, el santo es otro... Y de eso que dice el vulgo de que -ahora no hay santos, me río yo... Los hay, los hay, creedlo porque os -lo afirmo yo... Pero no me tengáis a mí por tal, grandísimas babiecas, -y si no, contestadme: ¿qué méritos extraordinarios veis en mí?... ¿qué -infortunios y trabajos han templado mi alma, qué injurias he tenido que -sufrir y perdonar, qué grandes campañas por el bien humano y por la -fe católica han sido las mías? ¿Acaso fui perseguido por la justicia, -y tratado como los malhechores? ¿Por ventura me han ultrajado, me han -escarnecido, me han llenado de vilipendio? ¿Es tribulación andar de -casa en casa, festejado y en palmitas, aquí de servilleta prendida, -allá charlando de mil vanidades eclesiásticas y mundanas, metiéndome -y sacándome con achaque de limosnitas, socorros y colectas, que son -a la verdadera caridad lo que las comedias a la vida real? ¡Ah! si -lloráis por verme rebajado de esa categoría en que vuestra inocencia -quiso ponerme, llorad, sí, llorad conmigo, lloremos juntos, para que el -Señor tenga piedad de vosotras<span class="pagenum" id="Page_181">p. -181</span> y de mí, y nos iguale a los tres en su santa gracia.</p> - -<p>No dijo más, porque el ama y sobrina, limpiándose el moco, y -sobreponiéndose a su acerba pena, le exhortaron para que callase y -no pensara cosas que al Divino Jesús y a la Virgen habían de serle -desagradables. Buena era la humildad; pero no tanto, Señor.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChIII_6"> - <h3>VI</h3> -</div> - -<p>También lloraba la sin par Catalina oyendo los gritos de la -conciencia de su buen amigo, y las tres convinieron luego en que -mientras más se humillara el bonísimo don Manuel al prosternarse -ante el Dios de Justicia, más le ensalzaría este, dándole el premio -que por sus virtudes merecía. A las once de la noche, ya levantados -los manteles de la frugal cena, hallándose la Condesa en el comedor, -embebecida en la lectura de sus devociones ante una lámpara con -pantalla de figurines, entró José Antonio. No pudiendo pasarse un día -entero sin verla y hablar con ella (tal era su adhesión ardiente, que -más parecía de perro que de persona), agarrábase a la obligación de -informarse del estado del enfermo para entrar en la casa y aproximarle -a su bienhechora.</p> - -<p>—Nuestro don Manuel está mal —le dijo Hal<span class="pagenum" -id="Page_182">p. 182</span>ma, cerrando su libro y marcando la página -con un dedo—. Tenemos que pedir a Dios con toda nuestra alma que nos -conserve esa vida tan preciosa, tan necesaria. Hay que rezar, rezar -sin tregua, Pepe, y tú también... Pero sin duda no sabes; lo has -olvidado... Si yo quisiera enseñarte, ¿aprenderías tú?</p> - -<p>—Tú conseguirás de mí cuanto quieras, y nada tengo por imposible si -tú me lo mandas —replicó el joven con alegría—. Soy hechura tuya, soy -un hombre nuevo, que has formado entre tus dedos, y luego me has dado -vida y alma nuevas...</p> - -<p>—Entre paréntesis, dime una cosa: ¿nos critican mucho por ahí?</p> - -<p>—Horriblemente. Pero tu grande alma me ha enseñado lo que me -parecía, más que difícil, imposible, despreciar esas infamias, y no -castigarlas inmediatamente.</p> - -<p>—Dios es nuestro juez, y nos acusa o nos absuelve, por medio de -nuestra conciencia. Vete fijando en lo que te digo, y asegúralo en tu -pensamiento. Eres un niño, y como a tal te instruyo.</p> - -<p>—Y yo lo aprendo todo. No tendrás queja de mí. Pero yo quisiera, mi -buena Halma, que me mandaras cosas difíciles, muy difíciles, para que -probaras mi obediencia ciega.</p> - -<p>—Por ejemplo, que te arrojes a un horno encendido, o que te tires -por la ventana.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_183">p. 183</span>—No es eso, aunque -también eso haría si me lo mandaras. Cosas difíciles digo, de las que -ponen a prueba la voluntad de un hombre. Mientras tú no me mandes eso, -y yo te obedezca, no me creo digno de lo que estás haciendo por mí. Tú -eres extraordinaria, increíble, inverosímil. Mi amor propio se pica, y -también quiero salirme un poquitín de lo común.</p> - -<p>—Descuida, que todo se andará. Como inverosímil, tú, que desde -que empezamos a curar tu alma con una medicina de que todo el mundo -se burlaba, te has desmentido a ti mismo. Hasta ahora parece que voy -triunfando, y que mi extravagancia llevaba y lleva en sí algo de -eficacia divina. Pero aún falta mucho, José Antonio, y si te cansas en -lo peor del camino, me dejarás mal.</p> - -<p>—No me cansaré. Voy contigo al fin del mundo, ya me lleves tirando -de mí por un fino hilo de seda, ya por un dogal muy fuerte. Tira sin -miedo, que no haré nada por soltarme.</p> - -<p>—Te advierto que aunque te sueltes, aunque al tirar de la cuerda me -hieras y lastimes, no me arrepentiré de lo hecho.</p> - -<p>—Porque tú eres... no diré una santa, ni un ángel, expresiones vagas -que han desacreditado los poetas y los predicadores..., sino una mujer -superior a cuantas andan por el mundo, la mejor, la única, el femenino -en grado sublime.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_184">p. 184</span>—Eh... basta. Ahí -tienes otra maña que he de quitarte, la lisonja.</p> - -<p>A los motivos de gratitud que subyugaban al parásito corregido -haciéndole esclavo sumiso de la Condesa de Halma, habíase añadido -últimamente uno, que era sin duda el más fuerte eslabón de su cadena. -A la penetración de la reformadora no podían ocultarse las recónditas -miserias y envilecimientos de la vida de Urrea, úlceras morales que -por su calidad indecorosa no podían ser mostradas. Pero la sagaz -doctora las conocía, por inducción, y creyendo, en conciencia, que para -la completa cura había que atacar aquel secreto desorden, antes que -corrompiera la parte del ser que iba paulatinamente sanando, incitó -al enfermo, en buena ley de moral médica, a la confesión o sinceridad -más radicales. Él se resistía, creyendo que cuanto a tal asunto se -refiriese no podía ni siquiera mentarse en presencia de la santa y pura -señora, como no es lícito decir en la iglesia palabras indecentes, ni -fumar, ni cubrirse. Pero ella, valerosa y serena, como Santa Isabel -de Turingia poniendo sus manos en la cabeza de los tiñosos, le abrió -camino para la explicación que deseaba, rompiendo el secreto en esta -forma:</p> - -<p>—No es menester ser zahorí, querido Pepe, para saber que en tu -vida de pobreza vergonzante, angustiada y vil, ha de haber, además -de<span class="pagenum" id="Page_185">p. 185</span> los sapos que ya -hemos sacado del fango, culebras que necesitamos extraer para sanarte -por entero. Es inútil que me lo niegues. ¡Ah, tonto, como se ven los -gusanos que se alimentan de la putrefacción, veo en derredor tuyo -enjambre de mujeres, a quienes solo llamaré desgraciadas, porque no hay -mayor desdicha que perder el pudor!</p> - -<p>—Es cierto. ¿Cómo negarte nada, si tú lo sabes todo?</p> - -<p>—Tienes que limpiarte de esa podredumbre, Pepe, pues de lo -contrario, estás expuesto a corromperte de nuevo el mejor día.</p> - -<p>—Sí, sí.</p> - -<p>—Pero pronto, pronto. Adivino que esto no es fácil, y que para -romper con todo ese pasado vergonzoso hay obstáculos materiales. -Confiésamelo, dímelo todo, ten conmigo la franqueza que tendrías con un -camarada de tu sexo. La vida humana ofrece tantas anomalías, que aun -para librarse de la ruina se necesita tener dinero, y que del mismo -vicio no puede huirse sin mostrarse con él caballeresco y dadivoso.</p> - -<p>—Es verdad. Eres la ciencia humana y divina —replicó Urrea con viva -emoción.</p> - -<p>—Más claro: para cortar tus lazos viles con esa infeliz gente, -necesitas dinero. Al hacer la cuenta de tus ahogos y de los compromisos -que amargaban tu vida, has ocultado esta por deli<span class="pagenum" -id="Page_186">p. 186</span>cadeza, por respeto hacia mí. ¿No es -verdad?</p> - -<p>—Sí.</p> - -<p>—Quizás te encuentras obligado y sujeto por favores recibidos.</p> - -<p>—Sí.</p> - -<p>—Quizás has contraído deudas... en común. No te apures. Hablaremos -de esto lo menos posible, para ahorrarte la vergüenza que el caso -entraña. Prométeme cortar en absoluto y para siempre, con propósito -de no reincidir, esas relaciones infames, y yo te doy el dinero que -necesites para tu completa liberación. Así, así, las cosas se dicen -clarito, y se hacen con valor.</p> - -<p>—¡Oh, Halma! —exclamó anonadado el calavera, arrodillándose ante su -prima, e intentando besarle las manos—. Si no te digo que te tengo por -criatura sobrenatural, no expreso todo lo que siento.</p> - -<p>—Levántate. Hoy mismo te ocuparás de eso. Dímelo todo: no ocultes -nada. Mañana liquidas tus deudas de ignominia. Si sintieras duda, o -escrúpulo, porque hubiese algún lazo dificilillo de cortar, aun con -tijeras de oro, vienes y me lo cuentas, y yo te daré ánimos, razones... -y veremos de arreglarlo.</p> - -<p>Alentado por tan poderoso estímulo, Urrea cortó relaciones -indecorosas, algunas que le estorbaban horrorosamente, llenando su -alma de hastío; otras que, si afectaban algo a su corazón,<span -class="pagenum" id="Page_187">p. 187</span> no tenían raíces tan hondas -que no pudieran arrancarse con mediano esfuerzo. ¡Y qué libre, qué -ancho, qué desahogado se sintió después! ¡Con qué placer veía las caras -bonitas y risueñas perderse en la bruma que precede a las tinieblas del -olvido! Uno solo de los tirones que tuvo que dar le produjo dolor. Pero -acordándose de su prima, lo sufrió valeroso, y aun lo hubiera resistido -con heroísmo si fuera de los hondos y lacerantes. Pero ello se redujo -a un poquitín de pena o desconsuelo, y dos días bastaron para que la -mundana figura que motivaba aquel estado psíquico, se desvaneciera -también con las otras en una neblina de indiferencia. Al terminar -esto, la Condesa de Halma tomó ante su aplacado espíritu proporciones -enteramente divinas. Lo que sintió Urrea no podía compararse sino al -júbilo inenarrable del náufrago que pisa tierra después de angustiosa -lucha con las olas. Le salvaba aquella luz, faro, o estrella del mar, y -ante ella hacía la ofrenda de su vida futura.</p> - -<p>No satisfecho con informarse por la noche del estado de don Manuel -Flórez, José Antonio iba también por las mañanas. Comúnmente entre -nueve y diez, Catalina había vuelto de misa, y estaba barriendo y -limpiando la sala y gabinete, mientras el ama y sobrina atendían al -enfermo. Cubría la Condesa su talle con un man<span class="pagenum" -id="Page_188">p. 188</span>dil de Constantina, y manejaba la escoba -con rara habilidad. ¡Quién había de decirlo, viendo aquellas manos -aristocráticas, finas, blancas como azucenas, de forma bonitísima, -largos, gordezuelos y puntiagudos los dedos, verdaderas manos de Santa -Isabel de Murillo, que ni en las cabezas plagadas de miseria perdían su -virginal pureza y pulcritud! Urrea no se atrevió a pedirle permiso para -besarle las manos, por no profanarlas con su labio pecador. No merecía -tan grande honra. Verdaderamente aquellos dedos que cogían la escoba -eran dignos de tomar la hostia consagrada.</p> - -<p>—¿Y don Manuel, cómo sigue?</p> - -<p>—Mal. La noche ha sido intranquila. No ha podido dormir, sufría -mucho de la cabeza. No ha desvariado, antes bien, habla como un santo -que es. Hoy se le administra el Santo Sacramento. Prepárase a recibirlo -con unción y alegría. ¿Sabes en qué conozco que nuestro buen don Manuel -se nos muere? En que su alma es toda candor. Piensa y habla como un -niño. Tanta simplicidad demuestra que su alma se ha despojado de todo -lo terreno. ¡Qué hermosura morir así! Aprende, primo mío, aprende, y -para que mueras como un justo, vive en la justicia y la verdad.</p> - -<p>—Yo vivo donde tú me mandes —dijo el parásito apartándose para -no estorbarle en su ba<span class="pagenum" id="Page_189">p. -189</span>rrido—. Donde me pongas allí me estaré. Y ahora, déjame -que te pregunte una cosa. Dicen en tu casa que te vas a vivir a -Pedralba.</p> - -<p>—Eso había determinado; pero la falta de este incomparable amigo -perturba mis planes, y aún no sé lo que haré.</p> - -<p>—¡Y yo me quedo aquí! —observó Urrea con pena—. Yo aquí solo. Verdad -que no estamos lejos, y puedo ir a verte con frecuencia. Pero no sé si -tú lo consentirás. Debo seguir en Madrid para evitarte disgustos, para -que no se ceben en ti la envidia y la malignidad.</p> - -<p>—Esa razón no es razón. Ya sabes que no me afectan los dichos de -la gente frívola y vana. La calumnia misma, que a otros aterra, puede -venir a mí y acometerme y destrozarme. De sus ataques saldré más -fuerte de lo que soy. Es la forma civilizada del martirio, ahora que -no tenemos Dioclecianos que persigan el Cristianismo, ni sectarios -furibundos que corten cabezas de creyentes... Pero si la calumnia no es -motivo para que aquí te quedes —añadió, dejando la escoba, y poniendo -los muebles en su sitio, después de restregarles la madera con un paño, -tarea en que gustosamente le ayudó su protegido—, en Madrid continuarás -solito, por razón de tus trabajos. No olvides la segunda parte de -nuestro convenio. Has de hacerte un hombre útil que viva honradamente, -sin depender de nadie.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_190">p. 190</span>—Sí, sí. Yo -realizaré tu hermosa idea. Eres como una madre para mí, y debo -venerarte, porgue me das el ser.</p> - -<p>—Y debo creer que este hijo mío es ya crecidito, con fuerza -suficiente para no necesitar andadores, y juicio para gobernarse por sí -solo.</p> - -<p>—Así será, si tú lo quieres. ¿Y ahora qué me mandas? ¿Me retiro?</p> - -<p>—Sí, tenemos mucho que hacer. Luego hemos de preparar la casa y -adornarla para recibir al Divino Visitante, que hoy tendremos aquí. -Márchate y vuelve esta tarde a la hora del Viático. No quiero que -faltes.</p> - -<p>—No faltaré —dijo Urrea, y besando la orla del delantal grosero que -ceñía el cuerpo de la noble dama, se retiró triste... ¡Partir Halma, -quedarse él! ¡Enorme consumo de voluntad exigiría esta separación del -hijo y la madre, del discípulo aún muy tierno y la santa y fuerte -maestra!</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChIII_7"> - <h3>VII</h3> -</div> - -<p>No faltó aquel día el Marqués de Feramor, que solo cruzó con su -hermana palabras secas. En su atildado lenguaje inglés, parlamentario -y económico, dijo que los hombres temen la muerte como temen los niños -entrar en un cuarto obscuro. Esto lo había escrito Bacon, y él lo<span -class="pagenum" id="Page_191">p. 191</span> repetía, añadiendo que -las penas que ocasiona la pérdida de seres queridos, tienen el límite -puesto por la Naturaleza a todas las cosas. El mundo, la colectividad, -sobreviven a las mayores desdichas personales y públicas. No debemos -entregarnos al dolor, ni ver en él un amigo, sino un visitante -importuno, a quien hay que negar todo agasajo para que se despida lo -más pronto posible.</p> - -<p>La ceremonia religiosa fue hermosa y patética, acudiendo un gran -gentío eclesiástico y seglar, de lo más distinguido que en una y otra -esfera contiene Madrid. Recibió el enfermo el pan eucarístico con -cristiana unción y mansedumbre, mostrando gratitud inefable al Dios -que penetraba en su humilde morada, y se mantuvo tan sereno y dueño -de sí mientras duró el acto, que parecía repuesto de su grave mal. -Después habló con entusiasmo a sus amigos del gozo que sentía, y de las -esperanzas que la santa comunión despertaba en su alma.</p> - -<p>Por la noche, tras un ratito de tranquilo sueño, llamó al ama y -sobrina, y les dijo:</p> - -<p>—Ya sé que está en casa la señora Condesa, y en verdad no sé por qué -se oculta. Su presencia es gran consuelo para mí. Que entre, pues a las -tres tengo algo que decirles.</p> - -<p>Besó Catalina la mano del sacerdote y se sentó junto al lecho, -quedando las otras en pie:</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_192">p. 192</span>—De veras os digo -que estoy tranquilo. Me prosterné ante mi Dios, y llorando amargamente, -le ofrecí la confesión de toda mi vida pasada, la cual, por mi incuria, -por mi egoísmo, por mi insubstancialidad, no ha sido muy meritoria que -digamos. Lo que poseo es para vosotras, Constantina y Asunción: ya lo -sabéis. Atended a vuestras necesidades, reduciéndolas a la medida de -una santa modestia, y lo demás empleadlo en servicio de Dios; socorred -a cuantos menesterosos estén a vuestro alcance, sin reparar si lo -merecen o no. Todo necesitado merece dejar de serlo. Y a usted, señora -Condesa de Halma, nada le digo, porque a quien es más que yo y vale -más que yo, y me gana en saber de lo espiritual y lo temporal, ¿qué -ha de decirle este pobre moribundo? He concluido con toda vanidad, -y tan solo le ruego que encomiende a Dios a su buen amigo. El que a -mí me ha iluminado no está presente; si lo estuviera, yo le diría: -compañero pastor, quisiera cambiar por tu cayado robusto el mío, que no -es más que una caña adornada de marfil y oro. Tú pastoreas, yo no; tú -<i>haces</i>, yo <i>figuro</i>...</p> - -<p>Siguió murmurando en voz baja expresiones que las tres mujeres no -entendían. No cesaban de recomendarle el silencio y la tranquilidad. -Poco después rezaban los cuatro, llevando la de Halma el rosario. -Antes de terminar, el enfermo pareció ale<span class="pagenum" -id="Page_193">p. 193</span>targarse. Quedó Asunción de guardia, y -Constantina y la Condesa salieron de puntillas.</p> - -<p>Tenían de guardia en el recibimiento a la chiquilla de la portera, -para que abriese al sentir pasos de visitas, precaución indispensable -por haber sido quitada la campanilla. A poco de salir de la alcoba, el -ama dijo a la Condesa:</p> - -<p>—Ha entrado una mujer que quiere hablar con la señora. Debe de ser -una pobre... de estas que acosan y marean con sus petitorios. Yo que -vuesencia, le daría medio panecillo y la pondría en la calle, porque -si nos corremos demasiado en la limosna, esto será el mesón del tío -Alegría, y nos volverán locas. Trae una niña de la mano, y me da olor -a trapisonda, quiero decir, a sablazo de los que van al hueso. Con -que póngase en guardia la señora Condesa, que en eso de dar o no dar -con tino está el toque, como dice nuestro pobrecito don Manuel, de la -verdadera caridad.</p> - -<p>Ya sabía Catalina quién era la visitante, y sin decir nada se fue a -la sala, donde aguardaban en pie una mujer con mantón y pañuelo a la -cabeza, y una niña como de seis años, arrebujada en una toquilla.</p> - -<p>—Beatriz —dijo Halma, muy afectuosa, entregándoles sus dos manos, -que mujer y niña besaron con amor—, ya me impacientaba yo porque no -venías a verme. ¿Te dijo Prudencia que vinieras acá?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_194">p. 194</span>—Sí señora; pero yo -no quería venir, por no ser molesta —replicó Beatriz, sentándose en el -borde de una silla—. Por fin, esta noche me determiné, y he traído a -esta para que me enseñe las calles, que no conozco bien. Rosa sabe al -dedillo todos estos barrios, porque ayudaba a sus padres a repartir la -leche, cuando tuvieron la cabrería... ¡ah! negocio malísimo, en que se -metió mi prima con los vecinos del bajo derecha, por ayudar a Ladislao, -que con la afinación de pianos no sacaba para dar de comer a la -familia. El pobre Ladislao ha pasado amarguras horribles, persiguiendo -el garbanzo, y soñando siempre con la ópera que tenía a medio componer, -dentro de su cabeza. Todo lo probó: tocaba el trombón en un teatro, y -repartía prospectos por las calles. La cabrería les empeñó más de lo -que estaban. Yo he visto la miseria de aquella casa, miseria negra, -como hay tanta en Madrid, sin que nadie la vea ni la socorra, porque no -es posible, Señor, no es posible... Bien lo sabe la señora, que la ha -visto con sus propios ojos, porque con la señora entró Dios en aquella -casa... Y puedo decirle que sus palabras cariñosas las han agradecido -aquellos infelices más aún que el socorro que les ha dado para comer -y abrigarse. La señora es... no tan solo la caridad, sino también la -esperanza.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_195">p. 195</span>—¿Y el pobre -Ladislao, está contento?</p> - -<p>—Tan contento, que de puro alegre no pega los ojos. Dice que su -<i>desiderato</i> sería la plaza de maestro de capilla; pero que si la -señora no tiene capilla en sus estados, lo mismo la servirá de cochero -que para traer leña del monte, si a mano viene...</p> - -<p>—Que no piense en eso, y espere —dijo la Condesa, impaciente por -tratar de otro asunto—. Bueno, Beatriz, ¿y qué...?</p> - -<p>—Nada, es cosa resuelta. He venido acá, para que la señora Condesa -no tarde en saber que hoy fueron a verle al hospital dos señores curas, -que parece son del Tribunal eclesiástico. Dijéronle que Su Ilustrísima -le proponía dos maneras de asistirle y curarle, en el suponer de que -está enfermo. O bien darle un vale perpetuo para el Asilo de señores -sacerdotes, o bien ser recogido en una casa honestísima de persona -principal y muy cristiana. Diéronle a escoger, y, por de contado, -escogió lo segundo. Lo he sabido por él mismo: esta tarde fui allá, y -me encontré en la celda al señorito de Urrea, que le aconsejaba salir -de aquel encierro, pues ya está libre. Mas no quiere el bendito don -Nazario gozar de libertad mientras no le dé licencia la persona que le -toma bajo su amparo, y le diga cuándo, cómo y a qué lugar ha de ir con -sus pobres huesos.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_196">p. 196</span>—Pues mira lo -que has de hacer, Beatriz, y pon atención a lo que te ordeno. Mañana -llegará un carro con tres mulas que he mandado venir de Pedralba. Al -amanecer del día siguiente, lo tendrás en tu calle, y el carretero, -que es un viejo llamado Cecilio, un poco hablador y refranero, pero -buen hombre, subirá a tu casa para avisarte. Metes en el carro a -Ladislao y a Aquilina con sus tres chicos, y a Nazarín, y tú misma de -añadidura. Cabréis perfectamente, y si vais estrechos, los hombres -pueden ir algunos ratos a pie... En fin, arreglaos del mejor modo -posible. No llevéis muebles ni ropas de cama. Repartid todo eso entre -los vecinos que sean más pobres. Ropa de vestir podéis llevar... ¡Ah! -se me olvidaba el piano de Ladislao. Dile que es mi deseo se lo regale -al ciego, también afinador, que vive en el cuartito próximo. Puede -meter en el carro aquella balumba de papeles de música que tiene encima -de la cómoda. Todo el día emplearéis en el viaje, porque las mulas -irán al paso, para que puedan hacer un poco de ejercicio los que se -cansen de la estrechez del carro, y meterse en él un rato los <i>de -infantería</i>, para descansar de la caminata. Cecilio os llevará hasta -mi casa, y en ella os dará alojamiento hasta que, pasados unos días, -cuando yo avise, vuelvan Cecilio y las tres mulas por mí.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_197">p. 197</span>—¡En carromato la -señora! —exclamó Beatriz llevándose las manos a la cabeza.</p> - -<p>—Como vais vosotros, iré yo. ¿Qué más da? Si es hasta más cómodo, y -más alegre. No veas en esto un mérito, ni menos afectación de pobreza: -no gusto de hacer papeles. Además, establezco en mi pequeño reino toda -la igualdad que sea posible. No me atrevo aún a decir, antes de que la -práctica me lo enseñe, a qué grado de igualdad llegaremos.</p> - -<p>—Reino ha dicho la señora —afirmó la nazarista con gozo—, y aunque -así no lo llamara, reina y señora nuestra será siempre.</p> - -<p>—Tampoco sé aún qué grado de autoridad tendré sobre vosotros. -Quizás no pueda tenerla, o la abdique desde el primer momento. Pero no -pensemos aún en lo que será, y ocupémonos tan solo de lo presente. Con -el dinero que te di, y que conservarás en tu poder...</p> - -<p>—Sí señora, menos lo que, por encargo de la señora, gasté en el -vestidito de Aquilina y en las botas de Ladislao.</p> - -<p>—Pues aún te queda para comprar zapatos y alpargatas a los tres -chicos, y para lo que gastéis por el viaje, que será bien poco. No -necesito decirte que economices, porque sé que sabes hacerlo. Como la -hija de Cecilio cuidará de daros de comer mientras yo llegue, ten bien -cerrada la bolsa, Beatriz, y no gastes ni un cén<span class="pagenum" -id="Page_198">p. 198</span>timo de lo que en ella te quedare al llegar -allá; no olvides que somos pobres, pobres verdaderos... No creas que -nuestro reino es una pequeña Jauja.</p> - -<p>—Si lo fuera, no nos tendría la señora por vasallos...</p> - -<p>—¿Te has enterado bien?</p> - -<p>—Sí señora —dijo Beatriz levantándose—; descuide, que todo se hará -punto por punto como la señora desea.</p> - -<p>Despidiéronse besándole la mano; la Condesa las besó en el rostro, y -al despedirlas en la puerta, cuando ya habían bajado algunos peldaños, -las llamó para hacerles una advertencia.</p> - -<p>—Oye, Beatriz. Mi buen Cecilio padece de una maldita sed que no -se le quita sino con vino. Ya está tan cascado el pobre, que sería -crueldad privarle de satisfacer su vicio. Durante el viaje, le -permitirás que tome una copa en alguna de las ventas por donde pasen, -no en todas... Fíjate bien: con tres o cuatro copas de pardillo en todo -el camino tiene bastante; pero nada más, nada más... Ea, adiós, y buen -viaje.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChIII_8"> - <h3>VIII</h3> -</div> - -<p>Llegó poco después un señor eclesiástico, amigo íntimo de Flórez, -don Modesto Díaz, que goza fama de predicador excelente, uno de -los<span class="pagenum" id="Page_199">p. 199</span> primeros de -Madrid. Tres o cuatro veces al día iba a enterarse del estado del -enfermo, a quien entrañablemente quería, pues se conocieron desde -la infancia, y en Madrid vivieron luengos años en cordialísimas -relaciones, aunque cada cual actuaba en esfera distinta dentro de lo -eclesiástico, pues si Flórez era relativamente rico, y no tenía que -discurrir para proveer decorosamente a la existencia, Díaz, obrero -incansable, trabajó toda su vida, <i>propter panem</i>. De joven, -tuvo que ganarlo para su madre, y en edad madura crió y educó sin fin -de sobrinos huérfanos, que debían de padecer hambre canina, según lo -que el pobre cura bregaba para mantenerlos, pues él daba lecciones de -latín y moral, en colegios y casas particulares, de retórica y poética -en un instituto, traducía del francés obras religiosas para un editor -católico, y con esto y la celebración y sus sermones, que llegaron a -constituirle un ingreso de cuenta, salió el hombre adelante con todo -aquel familiaje, y algo le quedaba para socorrer a un pobre.</p> - -<p>La diferente atmósfera en que Díaz y Flórez vivían, y el distinto -camino de cada cual, no impidieron que se juntaran en el terreno de -una amistad tan antigua como cariñosa. Eran vecinos: muchas tardes -paseaban juntos, y perfectamente acordes en ideas y gustos, nunca<span -class="pagenum" id="Page_200">p. 200</span> surgió entre ellos disputa -ni desavenencia por cosa dogmática ni temporal. Ambos eran buenos -y estimados de todo el mundo; ambos piadosos y bienavenidos con su -conciencia. Hasta se parecían un poco en lo físico; solo que Díaz no se -arreglaba tan bien como el otro, ni era tan pulcro, o si se quiere, tan -elegante.</p> - -<p>Con expresiones de sincero dolor se condolió don Modesto de la -gravedad de su amigo, manifestándose confuso por aquel repentino mal, -que había venido como un escopetazo.</p> - -<p>—¡Pero si hace tres semanas estaba Manuel vendiendo vidas! Una tarde -que fuimos de paseo hacia la Moncloa, hicimos recuento de los años que -tenemos a la espalda, y calculando lo que podríamos vivir si el Señor -nos conservaba nuestra salud, nos corríamos tan frescos hasta los -ochenta. De buenas a primeras, Manuel da este bajón tremendo... ¿Pero -por qué? Las últimas tardes que paseamos, le noté muy metido en sí, -cosa rara, pues era hombre tan social, que siempre le veía usted el -alma revoloteando alegre fuera de la jaula... En fin, Dios lo quiere -así. Cúmplase su santa voluntad.</p> - -<p>Con un hondo suspiro nada más comentó la Condesa estas expresiones, -y el buen sacerdote, después de enjugarse una lágrima, cambió de tono -para decir:</p> - -<p>—Entre paréntesis, señora Condesa, sé que se va usted a su finca de -Pedralba,<span class="pagenum" id="Page_201">p. 201</span> próxima -a San Agustín, y conviene que sepa que el cura de esta villa es mi -sobrino Remigio, a quien escribiré para que se ponga a las órdenes de -usted, y la sirva en cuanto guste ordenarle. ¡Buen muchacho, señora, -que sabe su obligación, y tiene además un don de gentes que ya lo -quisieran más de cuatro! Yo le crié; es mi hechura, y a mí me debe -su doble carrera, pues a más del grado en teología y cánones, es -licenciado en derecho. Alguna guerra me dio cuando estudiaba, porque en -la Universidad por poco me le tuercen. Le tiraba más la filosofía que -la teología, y su comprensión fácil, su talento flexible le encariñaron -más de la cuenta con los estudios de materias filosóficas y sociales -novísimas. Bueno es saber de todo, y conocer toda la extensión de las -ideas humanas; pero yo dije: «para, hijo». Él obstinado en doblárseme, -y yo en que había de ponerle derecho como un huso. Naturalmente, gané -yo: el chico era dócil, respetuoso, y me quería con locura. Cantó -misa diez años ha, día de la Candelaria, y ahí le tiene usted hecho -un sacerdote modelo, obscurecido, es verdad, en una villa de corto -vecindario, pero con esperanzas de pasar a una parroquia de la Corte, o -a una canonjía.</p> - -<p>Contestó Halma con las expresiones urbanas que el caso requería, -y la conversación, por su propio peso, recayó en don Manuel, y en la -di<span class="pagenum" id="Page_202">p. 202</span>ficultad de sacarle -adelante, si Dios no hacía un milagro.</p> - -<p>—Para mí —dijo Díaz con hondísima tristeza— es una pérdida -irreparable, pues no tengo ningún amigo que pueda comparársele en lo -afable, en lo cariñoso y servicial. Siempre que yo necesitaba una -tarjeta de recomendación, él a dármela. Sus buenas relaciones con -gente principal eran una bendición de Dios para los que estamos en -esfera más baja. ¡Cómo le quería toda la grandeza! Y ahí tiene usted -a un hombre que hubiera podido ser obispo. Pero lo que él decía con -toda la modestia de Dios: «No sirvo, no sirvo: es mucho trabajo para -mí.» Cada lobo en su senda, y la de Manuel era fomentar la piedad en -las clases elevadas, y dirigirlas en sus campañas benéficas... Era -hombre de tan extraordinario don de gentes, que su trato lo mismo -cautivaba al rico que al pobre, y con su ten con ten, a todos les -enseñaba la buena doctrina... ¡Dios sabe cuán solo y triste me quedo -sin Manuel en este valle de lágrimas!... ¡Pues apenas tiene fecha -nuestra amistad! Él es natural de Piedrahita, yo de Muñopepe, en el -mismo partido. Juntos nos criamos, juntos fuimos a la escuela, juntos -recibimos la sagrada investidura. Él era casi rico, yo pobre; él vivía -de sus rentas, yo de mi trabajo rudo. Siempre que necesité de algún -auxilio, porque hay meses crue<span class="pagenum" id="Page_203">p. -203</span>les, señora mía, sobre todo en verano, cuando se despuebla -Madrid, a él acudía..., ¡ay! y le encontraba siempre. ¡Qué excelente -amigo! Me facilitaba cortas cantidades, sin ningún interés... ¡Ave -María Purísima, ni hablarle de ello siquiera! Me habría pegado. ¡Entre -amigos...! Llegaba el invierno, y yo le pagaba religiosamente. Por -Navidad, de los infinitos regalos que recibe, participo yo. El Señor -le premia tanta bondad, pues sus tierras de Piedrahita siempre le dan -buenas cosechas... Así es que viviendo con decoro y sin boato, como -un buen sacerdote, tiene sobrantes, con los cuales pudo costear una -excelente escuela en Piedrahita. Sí señora, una lápida de mármol dice -a la posteridad el nombre del fundador. Pues con estas esplendideces, -aún le sobra, y no hay año que no compre alguna tierra limítrofe con -su heredad. Propietario generoso, y buen cristiano, no apura a sus -renteros, ni escatima jornales en tiempo de miseria. En fin, que -hombres como este hay pocos. El Señor le quiere para sí; acatemos su -voluntad suprema, y reconozcamos que todas las grandezas terrenas son -ceniza, polvo, nada.</p> - -<p>Manifestose doña Catalina conforme con todo esto, y seguían -platicando sobre la vanidad de las grandezas humanas, cuando el enfermo -dio una gran voz, diciendo:</p> - -<p>—¿Ha venido Modesto?... Que entre aquí. ¡Modesto, Modesto!</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_204">p. 204</span>Acudió el señor -Díaz, y los dos amigos se abrazaron con ardiente cariño. El sano no -podía contener las lágrimas; el enfermo, debilitado y con el cerebro -inseguro, perdiendo y recobrando a cada momento el sentido y la -palabra, no hacía más que darle palmetazos en el hombro, y sus ojos -extraviados, tan pronto reconocían a don Modesto, como le miraban con -extrañeza y estupor.</p> - -<p>—Mi buen amigo —le dijo en un momento lúcido—, te sentí, y quise -que entraras para darte la gran noticia. Ya siento un gran alivio en -mi alma. A mi conciencia le han nacido alas, y mírame cómo subo hasta -los cielos. ¿No sabes? ¡Ay, Modesto, qué alegría! Acabo de decidir que -mi viña de Barranco de Abajo, la mejor que tengo, sea para ti. Ya es -tiempo de que descanses, hombre. ¡Qué león para el trabajo...! Ahora, -con tu viña, que puede darte tus mil cántaras, que te echen sobrinos. -Bastante tienen estas tontas con lo demás de Piedrahita, y yo nada -necesito ya, pues quiero ser pobre lo que me quede de vida... No te -vayas, Modesto, acompáñame, pues me dan más congojas... y me parece que -me he muerto, y que me han enterrado vivo, y... No, no... que no me -entierren vivo... Yo soy pobre... muy pobre, no quiero mausoleos, ni -que pongan sobre mí una de esas piedras enormes con letras de oro... -No, no quiero<span class="pagenum" id="Page_205">p. 205</span> letras -de oro, ni hebillas de plata. Y en cuanto a mi gran cruz de Isabel la -Católica, os digo que no me la pongáis, cuando me amortajéis... el día -de mi muerte. No quiero más cruz que la de mi Redentor... a quien no -me parezco nada, pero nada... Él era todo amor del género humano, yo -todo amor de mí mismo. ¿Verdad, Modesto, que no me parezco nada... pero -nada?</p> - -<p>Procuraban calmarle; pero ni aun podían, con la ayuda del señor -Díaz, sujetarle en el lecho, pues dos o tres veces se quiso arrojar de -él desarrollando una fuerza nerviosa increíble en su extenuación.</p> - -<p>—Dejadme —decía—, no seáis pesadas. Huyo de lo que fui... No quiero -verme, no quiero oírme. Hay un hombre, que en el siglo se llamó Manuel -Flórez. ¿Sabéis cómo le llamaría yo? <i>el santo de salón</i>. Yo -no soy él; yo quiero ser como mi Dios, todo amor, todo abnegación, -todo caridad... No entiendo de intereses. Aquel hacía cuentas, yo las -deshago; aquel vivió en mil vanidades, yo corro detrás de la verdad, ya -la toco, y vosotras, ruines cócoras, no me dejáis...</p> - -<p>El médico, que en mitad de esta crisis apareció, dispuso remedios -que no tenían más objeto que hacerle menos dolorosa la agonía. La -parálisis de la parte inferior del cuerpo era absoluta. El derrame se -había iniciado sobre la médula, dejando libre el cerebro. Don Modesto -Díaz re<span class="pagenum" id="Page_206">p. 206</span>solvió -quedarse allí toda la noche. Después de las doce, el moribundo, -inmóvil, rígido, descompuesto el rostro, honda y débil la voz, -entornados los ojos, llamó a su amigo y le dijo:</p> - -<p>—Modesto, hazme el favor de leerme aquel capítulo de los -<i>Soliloquios de nuestro Padre San Agustín... Confesión de la -verdadera Fe</i>.</p> - -<p>—No necesito leértelo, querido Manuel —dijo don Modesto, con sus -manos en las manos del moribundo—, pues me lo sé de memoria: «Gracias -os hago, luz mía, porque me alumbrasteis y yo os conocí. Conocíos -Criador del Cielo, y de todas las cosas visibles e invisibles, Dios -verdadero, todopoderoso, inmortal, interminable, eterno, inaccesible, -incomprensible, inconmutable, inmenso, infinito, principio de todas -las criaturas visibles e invisibles, por el cual todas las cosas son -hechas, y todos los elementos perseveran en su ser, cuya Majestad, así -como nunca tuvo principio, así jamás tendrá fin...»</p> - -<p>Y siguió recitando de memoria largo trecho, hasta que Flórez, que -como extasiado escuchaba, repitiendo algunas palabras, le interrumpió -diciéndole:</p> - -<p>—Más adelante, más adelante, Modesto, donde dice... ¡Ah! yo lo -recuerdo: «Tarde os conocí, lumbre verdadera, tarde os conocí, -porque tenía delante de los ojos de mi vanidad una gran nube obscura -y tenebrosa, que no me dejaba ver el sol de justicia y la<span -class="pagenum" id="Page_207">p. 207</span> lumbre de la verdad. Como -hijo de tinieblas...»</p> - -<p>Lo restante no se entendió. Fue tan solo un murmullo ininteligible, -un pegar y despegar de labios, como si algo saboreara.</p> - -<p>Doña Catalina y don Modesto rezaban, y el ama y sobrina habrían -hecho lo mismo si su copioso llanto se lo permitiera. Llegaron muchos -amigos, y a la madrugada, conservando el enfermo su conocimiento, -aunque turbado, se le dio la Extremaunción. Pronunció después conceptos -incoherentes, sin conocer a nadie; pero cuando ya era día claro, como -si la luz solar alentase la última chispa del pensamiento que se -extinguía, miró y conoció a la señora Condesa, y alargando lentamente -el brazo hasta tocar la manga del vestido con su mano temblorosa, le -dijo con voz apagada:</p> - -<p>—No me olvide en sus oraciones, mi buena y santa amiga. Dios tendrá -misericordia de mí, el más inútil soldado de la cristiandad militante. -Nada hice de gran provecho: entrar, salir, saludar, consejos vanos... -charla, etiqueta, buena vida, sonrisas... bondad pálida.. ¿Sufrir? -nada... ¿Sacrificio? ninguno... ¿Trabajos? pocos. ¡Ah, señora mía y -hermana, de lo mucho y grande que usted hará en la vida mística que -emprende, pídale al Señor que me aplique a mí alguna parte, por la -buena fe con que servía sus ideas, figurando que las inspiraba! Yo no -he inspirado nada, nada gran<span class="pagenum" id="Page_208">p. -208</span>de... Todo pequeñito, todo vulgar... No fui bueno, no fui -santo: fui... simpático... ¡ay de mí! simpático. Válgame ahora, -Redentor mío, mi simplicidad, esta pena de no haber sabido imitarte, -de no haber sido como tú, sencillo, amoroso, manso, de no haber sabido -labrar con el bien propio el bien ajeno, ¡el bien ajeno!, único que -debe regocijar a un alma grande; la pena de no haber muerto para toda -vanidad, y vivido solamente para encenderme en tu amor, y comunicar -este fuego a mis semejantes.</p> - -<p>Esta llamarada de elocuencia fue la última, y precedió a la -extinción tranquila y lenta de la vida, sin sufrimiento. Diversas -cláusulas fluctuaron en sus labios, como burbujas: una invocación a la -Virgen, y la idea, la tenaz idea que no quería soltarle hasta el dintel -mismo de la eternidad, que quizás le seguiría más allá, haciéndose -también eterna:</p> - -<p>—No soy nada, no he hecho nada... Vida inútil, <i>el santo de salón, -clérigo simpático</i>... ¡Oh, qué dolor, <i>simpático</i>, farsa! Nada -grande... Amor no, sacrificio no, anulación no... Hebillas, pequeñez, -egoísmo... Enseñome aquel... aquel, sí...</p> - -<p>Acercándose mucho a su rostro, pudo el buen Díaz percibir estas -expresiones... La vida se apagó tan mansamente, que no pudieron los -doloridos circunstantes determinar el momento preciso en que entregó -su alma al Señor el vir<span class="pagenum" id="Page_209">p. -209</span>tuoso don Manuel Flórez; pero aquella diminuta porción de -tiempo, punto de escape hacia la misteriosa eternidad, se escondía -entre los quince minutos que precedieron a las nueve de la mañana.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChIV_1"> - <p><span class="pagenum" id="Page_211">p. 211</span></p> - <h2 class="nobreak">CUARTA PARTE</h2> - <hr class="tir" /> - <h3>I</h3> -</div> - -<p>No se avenía con su desamparo José Antonio de Urrea, que, desde -el momento de la desaparición de la Condesa de Halma, arrebatada de -su presencia en carromato, y no de fuego, vivía sumergido en un mar -de tristeza, sin más entretenimiento que medir con ojos lánguidos la -extensión de la soledad cortesana que le rodeaba. Madrid, con todo -su bullicio, y los mil encantos de la vida social, habían venido a -ser para él una estepa, en cuya aridez ninguna flor, ni la del bien -ni la del mal, podía coger para su consuelo. Pasaba el día tumbado -en un sofá, rumiando sus amargos hastíos de la lectura, del trabajo, -de la meditación misma. Por las noches se lanzaba fuera de casa, -buscando en un voltijear inquieto por calles y plazas el alivio de su -melancolía. No volvió a poner los pies ni de día ni de noche en las -casas de sus parientes, hacia los cuales sentía un despego muy próximo -al horror. Sus amigos íntimos de otros tiempos,<span class="pagenum" -id="Page_212">p. 212</span> compañeros de desorden, se le habían hecho -tan antipáticos, que de ellos huía como del cólera. De amistades de -otro sexo, no se diga: éranle, más que antipáticas, odiosas. Con todo, -una noche fue tan hondo su tedio, y tan vivo su afán de encontrar -algo en que su alma se esparciera, que se dejó tentar del demonio -de sus recuerdos. Pudo creer un momento que refrescando pasadas -amistades se consolaría; pero no hizo más que llegar a las puertas del -vicio, y retrocedió sobresaltado. Las tentaciones no hacían más que -soliviantarle la imaginación; pero sin poder debelar la fortaleza de su -voluntad.</p> - -<p>Otro aspecto singularísimo del estado de su espíritu, era que -todas las personas que conocía se habían transformado en su criterio -social así como en sus afectos. El primo Feramor no era más que un -figurón, una inteligencia secundaria, petrificada en las fórmulas -del positivismo, y barnizada con la cortesía inglesa; Consuelo y -María Ignacia dos fantochonas, en las cuales se encontraba la comadre -vulgarísima, a poco que se rascara la delgada costra aristocrática que -las cubría; mujeres sin fe, sin calor moral, ignorantes de todo lo -grave y serio, instruidas tan solo en frivolidades que las conducirían -al desorden, al vicio mismo, si no las atara el miedo social, y las -posiciones de sus respectivos maridos; la Marquesa de San Salomó una -cursi por<span class="pagenum" id="Page_213">p. 213</span> todo lo -alto, queriendo hacer grandes papeles con mediana fortuna, echándoselas -de mujer superior porque merodeaba frases en novelas francesas, y tenía -en su tertulia media docena de señores entre políticos y literarios que -poseían cierto gracejo para hablar mal del prójimo; Zárate, un sabio -cargante que coleccionaba nombres de autores extranjeros y títulos -de obras científicas, como los chicos coleccionan sellos o cajas de -fósforos; Jacinto Villalonga un político corrompido, de esos que -envenenan cuanto tocan, y hacen de la Administración una merienda de -blancos y negros; Severiano Rodríguez otro que tal, mal revestido de -una dignidad hipócrita; el general Morla un Diógenes cuyo tonel era -el casino; el Marqués de Casa-Muñoz un ganso, digno de morar en los -estanques del Retiro; y por este estilo todos cuantos en otro tiempo le -movían a envidia o estimación, se degradaban a sus ojos hasta el punto -de que él, José Antonio de Urrea, mirado con menosprecio y lástima, se -conceptuaba ya superior a todos ellos. Para él toda la humanidad se -condensaba en una sola persona, la celestial Catalina de Halma, resumen -de cuanto bueno existe en nuestra Naturaleza, excluido absolutamente lo -malo; con la ausencia, que la misma señora le impuso como última etapa -del procedimiento educativo, tomaba en el alma del discípulo pro<span -class="pagenum" id="Page_214">p. 214</span>porciones colosales la -figura moral y religiosa de su maestra, y la veneración que hacia -ella sentía iba rayando en delirio. Sus insomnios eran martirio y -consuelo, porque en la soledad de la noche, el excitado cerebro sabía -engañar la realidad, oyendo la propia voz de Halma, y viendo entre -vagas claridades la figura misma de la noble dama. «Voy a concluir -loco perdido» —se dijo una mañana—, y diciéndolo tomó la temeraria -determinación que había de poner fin a su soledad. No se detuvo a -pensarlo más, para no arrepentirse, y en el breve espacio de algunas -horas vendió sus trebejos de zincografía, y heliograbado, traspasó -la casa, arregló un breve equipaje, y liquidadas varias cuentas -pendientes, salió a tomar informes del coche de Aranda. «No puedo más, -no puedo más —decía corriendo de calle en calle—. La desobedezco; pero -ya me perdonará, si quiere. Y si no, arrostro su enojo. Todo antes que -este vacío en que me muero.»</p> - -<p>El coche de Aranda había salido ya cuando él llegó a la -administración, y no queriendo esperar veinticuatro horas más para -lanzarse fuera de Madrid, que había llegado a ser su Purgatorio, -tomó billete en un coche que al amanecer salía para Torrelaguna. -Impaciente por partir, la noche se le hizo larguísima. Una hora -antes de la salida, ya estaba en la administra<span class="pagenum" -id="Page_215">p. 215</span>ción, temeroso de que el coche se le -escapara. Lo que hizo este fue retardar media hora la salida, pero -al fin, gracias a Dios, viose el hombre en la delantera, junto al -mayoral, y las casas de Madrid se iban quedando atrás, ¡oh alegría! -y atrás se quedaron los depósitos del Lozoya, y las casetas de los -vigilantes de Consumos en Cuatro Caminos, y Tetuán; y después todo -era campo, la estepa del Norte de Madrid, a trechos esmaltada de un -verde risueño, gala de los primeros días de Abril, y limitada por el -grandioso panorama de la sierra. El corazón se le ensanchaba, el aire -asoleado y puro llenábale de vida los pulmones. Desde su infancia no -se había visto tan contento, ni gozado de una tan feliz y espléndida -mañana. Se sentía niño, cantaba a dúo con el mayoral, y lo único que de -rato en rato obscurecía el sol de su dicha era el temor de que Halma se -enfadase por su desobediencia.</p> - -<p>Y en verdad que los Hados, o hablando cristianamente, la Providencia -Divina, no le favorecieron en aquel viaje, sin duda en castigo de -su indisciplina, porque antes de llegar a Alcobendas, una de las -caballerías (dicen las historias que fue <i>la Gallarda</i>) dio a -conocer su inquebrantable resolución de no seguir tirando del coche, -por piques sin duda y rozamientos con el mayoral. Y ni los furibundos -argumentos<span class="pagenum" id="Page_216">p. 216</span> que en -forma de palos este le aplicaba, la convencían del perjuicio que su -obstinación causaba a los viajeros. En esta y otras cosas, la parada -en Alcobendas, que debía ser breve, duró una horita larga, resultando -después que el jamelgo con que fue sustituida <i>la Gallarda</i>, -cojeaba horrorosamente. Urrea contaba llegar a San Agustín al medio -día, y a las dos, todavía faltaba largo trecho. Pero lo peor fue que -como a un tiro de fusil más allá de Fuente el Fresno, una de las ruedas -dijo con estallido formidable, que primero la hacían astillas que dar -una vuelta más, y ved aquí a todos los viajeros en pie, sin saber si -quedarse allí, o volver al pueblo por donde acababan de pasar. Urrea -no vaciló un momento, y encargando su maleta al mayoral para que la -entregase en San Agustín, echó a andar resueltamente para esta villa. -A buen paso, llegaría al caer de la tarde, y no había de ser tan -desgraciado que no encontrara allí una caballería que le llevase a -Pedralba.</p> - -<p>Anduvo con sostenido paso y sin sentir fatiga, y cuando conceptuaba -haber andado más de una legua preguntó a un hombre que iba en la misma -dirección, en un borriquillo:</p> - -<p>—Buen amigo, ¿estoy muy lejos de San Agustín?</p> - -<p>—Como una media horica.</p> - -<p>—¿Encontraré allí una caballería para ir a Pedralba?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_217">p. 217</span>—¿A Pedralba, -señor... a la casa de los locos?</p> - -<p>—¡De los locos!</p> - -<p>—Nada, es un decir. Así la llamamos, desde que está allí esa señora -que ha traído no sé cuántos orates para ponerles en cura.</p> - -<p>—Doña Catalina, Condesa de Halma, a quien todo el país respetará y -venerará como una santa.</p> - -<p>—Dígole, señor, que mejorando lo presente, así es. ¿Sabe lo que se -cuenta en el pueblo?</p> - -<p>—¿Qué, hombre, qué?</p> - -<p>—Que la doña Catalina es reina, sí señor, una reina o emperadora -de los extranjis de allá muy lejos, y que hubo una rigolución por -donde la echaron del trono, y el Papa Santísimo la mandó acá en son de -penitencia. Eso dicen: yo no sé.</p> - -<p>—Patrañas. Pero en fin, ¿podré ir a caballo a Pedralba?</p> - -<p>—Como decírselo a lo seguro, no puedo, señor. Llegará y veralo. Para -caballerías, el cura.</p> - -<p>—Don Remigio Díaz, ¿no es eso? Le conozco de nombre, y por la fama -de su mérito. ¿Y el señor párroco podría facilitarme...?</p> - -<p>—Como tenerlo, lo tiene: jaca, y por más señas, una burra hermana de -este... Y si el señor va cansado y quiere montarse un poco...</p> - -<p>Sin esperar respuesta, el bondadoso campesino se desmontó, -ofreciendo su rucio al caballero. No vaciló Urrea en aceptarlo, más -que<span class="pagenum" id="Page_218">p. 218</span> por cansancio, -por no desairar tan gallarda atención. Llevando su cabalgadura al paso -del dueño de ella, siguió José Antonio pidiéndole informes de los -habitantes de Pedralba.</p> - -<p>—Y esa que ustedes creen reina, vendría en una carroza magnífica, -escoltada de lacayos y servidores.</p> - -<p>—No señor... ¡Qué risa! Vino en carromato. Parece que ha hecho voto -de vivir a lo pobre mientras no le devuelvan el reino que le quitaron. -Primero llegó el carromato con muebles, baúles de ropa fina, y cosas -para el lavatorio de las señoras principales. Un espejo trajeron de más -de una vara, y otros muchos arrequisitos de palacios reales. Después -volvió el carro trayendo a la señora, vestidita de negro, como la -Virgen de la Soledad.</p> - -<p>—Y esos locos que aloja consigo llegaron antes, según creo.</p> - -<p>—Sí señor. Los trajo Cecilio, y por ahí andan sueltos. Dicen que -uno es cura trajinante, y otro el primer músico de la capilla de los -palacios mostrencos de Inglaterra. De una de las mujeres se dice que es -loca médica, y que cura todas las enfermedades de flato con solo mirar, -y la otra parece que es la mejor mano para salar guarros que la señora -tenía en su reino.</p> - -<p>—Vaya —dijo Urrea parando y descendiendo del borrico—. Ya he -descansado. Muchas gra<span class="pagenum" id="Page_219">p. -219</span>cias, y vuelva usted a montarse, que si no me equivoco, ya -estamos cerca, y aquellas casas que allí se ven son las primeras del -pueblo.</p> - -<p>—A fe que sí. Ya llegamos —dijo el labriego, mirando hacia un grupo -de gente que por entre unos árboles, a mano derecha del camino real, a -este se aproximaba—. Señor, señor... ahí tiene a don Remigio, nuestro -peine de cura... digo peine porque sabe más que Merlín. Véalo: viene -hacia acá, y le mira a usted mucho.</p> - -<p>Urrea vio que hacia él se llegaba, destacándose presuroso del grupo, -un clérigo joven, vivaracho, con el balandrán colgado de los hombros, -gorro de terciopelo negro, bastón nudoso. Descubriose el madrileño para -saludarle, y el curita le preguntó con extraordinaria viveza si era don -José Antonio de Urrea.</p> - -<p>—Servidor de usted, señor cura.</p> - -<p>—¡Alto! Dese usted preso —dijo el párroco en un tono que reunía el -humorismo y la buena crianza—. Nada, nada, que se viene usted conmigo -a la prevención, señor de Urrea, donde le tengo apercibida una modesta -cama para que descanse, cena frugal, y una yegua para que le lleve a -Pedralba.</p> - -<p>—Señor cura, ¡cuánta bondad! Pero permítame usted que me asombre -de esa previsión que parece sobrenatural. Yo no he anunciado mi -viaje...</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_220">p. 220</span>—Pero lo que usted -no anuncia, porque se ha venido acá como un colegial escapado, otros lo -adivinan.</p> - -<p>—No entiendo.</p> - -<p>—La señora Condesa me dijo ayer: «He dejado en Madrid a un -loquinario de primo mío, con órdenes terminantes de no moverse de allí, -para que no desatienda las obligaciones que le he impuesto. Pero le -conozco y se cansará, y querrá venir a verme, con pretexto de recibir -nuevas órdenes. De hoy o mañana no pasa. Cuando recale por San Agustín, -señor don Remigio, hágame el favor de atenderle, darle hospitalidad si -llega de noche, y facilitarle una modesta caballería para que venga a -Pedralba.»</p> - -<p>—Estoy encantado, señor cura —dijo Urrea loco de alegría—. Esto -parece un sueño, un cuento de hadas..., y usted el genio protector, y -yo... no sé qué parezco yo, el más feliz de los hombres..., y en este -momento el más agradecido de los viajeros.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChIV_2"> - <h3>II</h3> -</div> - -<p>Dirigiéronse hacia la casa rectoral, escoltados por los que de -paseo venían con don Remigio, y este hizo el gasto de conversación -por el camino, dedicando un sentido recuerdo a la memoria del santo -don Manuel Flórez, y condolien<span class="pagenum" id="Page_221">p. -221</span>dose de lo triste y solo que con tal desgracia se habría -quedado el tío Modesto. En la puerta se despidieron afectuosamente los -acompañantes, y don Remigio y su improvisado amigo entraron.</p> - -<p>—¡Valeriana, Valeriana! —gritó el curita desde la puerta, y habiendo -comparecido una mujer gruesa y tan entrada en años como en carnes, le -dijo—: Este es el caballero que esperábamos, o que creíamos ver llegar -de Madrid hoy, mañana o pasado. Cenaremos pronto, Valeriana, que el -señor, diga lo que quiera, trae un apetito muy regular. ¿Verdad que -sí?</p> - -<p>Dio las gracias Urrea cortésmente, añadiendo con cierta timidez que -su deseo era llegar pronto a Pedralba...</p> - -<p>—Tenga usted calma... y váyase convenciendo de que está secuestrado -—le dijo el clérigo con ese humorismo hospitalario que suelen emplear -los ricos de pueblo—. ¿Creía usted que yo le iba a soltar tan pronto? -Está fresco el señor de Urrea. Mire usted: ya es de noche, y no tenemos -luna; el camino de aquí a Pedralba es muy malo para ir a pie, y a -caballo no puede ser, porque hoy el chico del alcalde me llevó la jaca -a Torrelaguna, y esta es la hora que no ha vuelto. Conque resígnese, y -mañana con la fresca saldrá usted, acompañado de <i>este cura</i>, que -también tiene que visitar a la señora Condesa.</p> - -<p>¿Qué remedio tenía el impaciente viajero<span class="pagenum" -id="Page_222">p. 222</span> más que conformarse con la voluntad de -Dios, representado en aquella ocasión por el bondadoso y vivaracho -don Remigio? Entraron en una sala espaciosa, lugareña, clerical, de -paredes blancas, descubiertas las añosas vigas del techo, limpia, -oliendo a iglesia y a pajar, con diversos objetos religiosos de adorno, -enfundados en tul color de rosa para defenderlos de las moscas. Trajo -una lámpara la niña del ama, pues era ya casi de noche, y don Remigio -hizo sentar a su huésped en el largo sofá de Vitoria con colchoneta de -percal rojo rameado, ocupando él un sillón verde, cubierto en brazos -y respaldo por estrellas de <i>crochet</i>. Frente a frente los dos, -pudo Urrea observar la fisonomía del buen curita, el cual era hombre -como de treinta y cinco años, de poquísimas carnes, mediana estatura, -con la cabeza y manos siempre en movimiento, pues no hablaba con ellas -menos que con la voz. En su rostro descollaba una nariz pequeña, picuda -y roja, en cuyo caballete se apoyaba malamente la montura de las gafas, -y quedando entre estas y los ojos mayor espacio del conveniente, -tan pronto bajaba el hombre la cabeza para mirar por encima de los -vidrios, como la alzaba para mirar por ellos. La pequeñez de la nariz -le obligaba a llevarse la mano a las gafas tres o cuatro veces por -minuto, no porque se cayeran, sino porque entre mano, nariz y an<span -class="pagenum" id="Page_223">p. 223</span>teojos había esta instintiva -señal de inteligencia. Todo el rostro era un poquito encendido de -color, y las orejas más, y su mirada revelaba agudeza, penetración, -y un natural bondadoso y tolerante. Urrea encontró en don Remigio -extraordinaria semejanza, salva la edad, con la fisonomía expresiva, -inolvidable, de don Juan Eugenio Hartzenbusch. Y en el curso de la -conversación, entrando ya en confianza, se aventuró a decírselo. Echose -a reír don Remigio, y le contestó:</p> - -<p>—Otros han hecho la misma observación. Indudablemente me parezco al -ilustre poeta, al gran erudito y académico, honra y prez de las letras -españolas. Es un triste honor para mí, porque el parecido del rostro -patentiza más la desemejanza intelectual entre hombres de tan relevante -mérito y esta modestísima personalidad.</p> - -<p>—¡Oh! no se achique usted, amigo mío —le dijo Urrea, saliendo al -encuentro de aquella modestia, un poquito afectada—. Ya sabemos, ya -sabemos lo que usted vale...</p> - -<p>—¡Por Dios, señor de Urrea!... Y aunque algo valiera un hombre, más -por el estudio que por dotes naturales, ¿de qué le sirve en este rincón -del mundo, en este destierro...?</p> - -<p>Con la presteza del pájaro que salta de un palito a otro en la -estrechez de su jaula, saltaba don Remigio de un asunto a otro en la -conver<span class="pagenum" id="Page_224">p. 224</span>sación.</p> - -<p>—¿Pero no sabe, señor de Urrea? —dijo levantándose del sillón para -sentarse en el sofá—. ¿No sabe a quién tengo de huésped desde hace dos -días? ¡Qué sorpresa le voy a dar! ¿No adivina?</p> - -<p>—No señor.</p> - -<p>—Pues al mismísimo padre Nazarín.</p> - -<p>Urrea saltó de su asiento, y lo mismo hizo don Remigio, que al -levantarse, impuso silencio a su huésped, diciéndole en voz baja:</p> - -<p>—Vamos a verle y observarle sin que él se entere. Venga usted -conmigo.</p> - -<p>Llevole por un pasillo de recodos, al extremo del cual había una -puerta de cuarterones, pequeña y fuerte. La claridad de la cocina, que -en uno de los huecos de la izquierda se denunciaba con picantes olores, -permitíales recorrer sin tropiezo aquella parte de la casa, que por su -irregularidad era un modelo de arquitectura villanesca. Antes de llegar -a la puerta, que a Urrea le pareció desde el primer momento misteriosa, -don Remigio secreteó algunas explicaciones en el oído de su huésped.</p> - -<p>—En este cuarto, que mi antecesor destinó a la cría de palomas, he -instalado yo mi modestísima biblioteca. Aquí tengo a mi hombre. Por -esta mirilla, que hay en la tabla, fíjese bien, como del vuelo de un -duro, puede usted verle...</p> - -<p>El débil rayo de luz que salía por la mirilla<span class="pagenum" -id="Page_225">p. 225</span> guió a José Antonio, que, aplicando los -ojos, vio una estancia, cuya capacidad no pudo apreciar, y en el centro -de ella, junto a una mesa, frente a la puerta sentado, un hombre... La -luz de un candilón de dos mecheros, de los que ya son arqueológicos, -le iluminaba la cara, que al pronto el observador no reconoció. Era un -clérigo, vestido exactamente como don Remigio, con gorro de terciopelo -y sotana. Hojeaba un grueso librote, y después de fijar su atención -y su dedo índice en una página, escribía rápidamente en cuartillas -colocadas sobre el mismo libro.</p> - -<p>—Pero no es... —murmuró el forastero apartando su rostro de la -mirilla.</p> - -<p>Díjole el cura que se fijase bien, y en efecto, después de mucho -mirar, José Antonio reconoció y diputó al clérigo de la biblioteca por -el padre Nazarín en persona.</p> - -<p>Cogiéndole de un brazo, don Remigio volvió a conducir a su huésped -a la sala, para poder hablar con libertad, y antes de llegar a ella le -dijo:</p> - -<p>—Claro, ha tardado usted en reconocerle, porque se lo figuraba -como le conoció en Madrid, con barba, y el traje de mendigo seglar. -Así nos le trajo aquí doña Catalina. Con franqueza, yo tenía -curiosidad vivísima de ver a este hombre, porque conozco el libro que -de<span class="pagenum" id="Page_226">p. 226</span> sus inauditas -aventuras cristianas anda por ahí, he leído también en la prensa mil -informaciones acerca del proceso, y así, en cuanto supe que había -llegado el tal, me planté en Pedralba con mi amigo Láinez, el médico -del pueblo. ¡Figúrese usted nuestro asombro, señor de Urrea, cuando le -hablamos, y advertimos en él discernimiento claro, serenidad pasmosa, -y una mansedumbre evangélica, de la cual creo que no hay otro ejemplo! -Claro que a pesar de estas señales, la locura existe. Algo tiene el -agua cuando la bendicen, y por algo los señores facultativos y la -Audiencia le han declarado irresponsable de las extravagancias que -constan en el proceso. Pero a pesar de todo, señor de Urrea, este -hombre ha llegado a interesarme, le he tomado cariño en los pocos días -que ha que nos tratamos, y... qué sé yo, no le tengo por cosa perdida, -ni mucho menos. La piedad angelical de la señora Condesa y nuestra -modesta cooperación, triunfarán de la malicia que se ha infiltrado -invisible en el cerebro de este buen señor, y le devolveremos sano y -equilibrado a la Iglesia militante, en la cual, o mucho me engaño, o -puede ser un elemento, sí señor, un elemento de grandísima valía.</p> - -<p>—Pero esta transformación...</p> - -<p>—A eso voy. Con mil artificios traté yo, en mis primeras visitas -a Pedralba, de despertar<span class="pagenum" id="Page_227">p. -227</span> en él la soberbia, y no lo pude conseguir, no señor. -Creíamos todos que se quejaría de los que en una u otra forma le han -traído a mal traer de algunos meses acá. Nada de eso. Ni contra la -curia, ni contra la prensa, ni contra nadie ha pronunciado la más -leve recriminación, ni tiene por cruel o injusto lo que con él se ha -hecho. Esto es muy raro, ¿verdad? Láinez me decía: «Es muy extraño -que no observemos en él ni el menor destello de delirio persecutorio, -que es uno de los síntomas primordiales...» Si delirio es el amar sin -restricción alguna, y ponderar y encarecer como mercedes los ultrajes -que ha recibido, ahí puede estar el principio de la desorganización -cerebral. Le digo a usted que este caso nos tiene pasmados.</p> - -<p>—Realmente...</p> - -<p>—Pues verá usted. Por buscarle las vueltas, le digo: «Padre -Nazarín, gran violencia será para usted no poder salir ahora descalzo -y harapiento por los caminos.» Contestación: «Para mí, señor don -Remigio, no es violencia ningún estado que se me imponga por quien debe -y puede hacerlo. Pedí limosna cuando creí que debía vivir como los más -desdichados y menesterosos. Dios, en mi corazón, me ordenaba hacerlo -así, y ninguna ley humana me lo prohibía. Pero al mismo tiempo que -la pobreza, o antes quizás, Dios me ordena la obediencia. Yo vagaba -en<span class="pagenum" id="Page_228">p. 228</span> libertad. La ley -humana me cortó el paso, y me mandó que la siguiera. Obedecí. Sometime -sin réplica a cuanto de mí quisieron hacer. Contesté con verdad a -cuanto me preguntaron. Conforme me hallaba de antemano con la sentencia -que contra mí se pronunciara, fuera la que fuese. Determinaron que soy -un enfermo. Diéronme a escoger, para mi reposo, entre un asilo y la -morada patriarcal y campestre de la señora Condesa de Halma, y preferí -esto. Aquí me tienen dispuesto, hoy como ayer, a la suma obediencia. -La señora doña Catalina, y usted, señor cura, por delegación de la ley -eclesiástica, que ahora sustituye a la civil en mi castigo, enmienda o -curación, pues de todo habrá en ello, son los dueños de mis acciones y -de mi vida. No soy libre, ni quiero serlo, si los que saben más que yo -deciden que no debe dárseme libertad.»</p> - -<p>—Es extraño, sí...</p> - -<p>—Pues verá usted. Digo yo: «Amigo Nazarín, si la señora Condesa lo -consiente, ¿se decide usted a venirse conmigo unos días a mi modesta -casa de San Agustín?» Contestación: «Yo no decido nada. Voy a donde me -lleven.»</p> - -<p>—Como el loro del cuento.</p> - -<p>—Exactamente. Con licencia de la señora, me le traje aquí, y por -el camino se me ocurrió tantearle en teología. Un asombro, señor de -Urrea. Se expresa con sencillez, sin énfasis doc<span class="pagenum" -id="Page_229">p. 229</span>toral ni literario, y tan fuerte está el -hombre, que por más que quise no pude cogerle en tanto así de falsedad -lógica o desliz herético. En sus opiniones, ni el menor asomo de -demencia, mi señor de Urrea, de donde yo deduzco, y en ello conviene -conmigo el amigo Láinez, que el desvarío, si existe, no radica en la -parte de los espacios cerebrales que sirve como de vehículo a las -ideas, sino en aquella otra por donde pasa todo este torrente de las -acciones, de la conducta, señor de Urrea. ¿Es esto claro?</p> - -<p>—Sí. Pero la transformación personal...</p> - -<p>—A eso voy.</p> - -<p>(El ama anunció que estaba dispuesta la cena.)</p> - -<p>—Ya vamos. Pues cuando llegó aquí, le digo: «Si es verdad que -yo mando y usted obedece, amigo Nazarín, ahora mismo se va usted a -afeitar, y a vestirse con mi ropa.» Pues tan conforme. Yo mismo le -afeité. Fue una risa... Y mi modesta ropa y mi calzado, señor de Urrea, -le vienen como hechos a la medida. Cuando se lo ponía, le digo: «¡Cómo -extrañará usted la sujeción de esta ropa civilizada, hecho ya el cuerpo -a su pergenio salvaje, y bíblico, según los periodistas!» ¡Vaya que -llamar bíblico...! ¿Pues qué cree usted que me contestó?</p> - -<p>—(Señor cura —vino a decir el ama—, que la cena se enfría.)</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_230">p. 230</span>—Contestaría que el -hábito no hace al monje.</p> - -<p>—Vamos al instante... Y que él no ha fijado nunca la atención en -las diferencias entre estos y los otros vestidos. Dijo más... Señor -de Urrea, pasemos a mi modesto comedor... Palabras textuales: «El -vestido que usted llama salvaje, señor don Remigio, no lo tenía yo -por indecoroso en mi vida errante y entre gente pobrísima. Pero esto -no quiere decir que lo prefiera yo sistemáticamente a todos los demás -estilos y maneras de cubrir el cuerpo, porque sería afectación, y la -afectación, gracias a Dios, no cabe en mí.»</p> - -<p>—Lo mismo nos dijo un día en el Hospital, cuando los periodistas -y otras muchas personas que íbamos a verle, nos permitíamos -interrogarle... Palabras textuales: «Vean en mí cuanto quieran, señores -míos; pero la afectación, por más que miren, no la verán jamás.»</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChIV_3"> - <h3>III</h3> -</div> - -<p>Avisado Nazarín para la cena, ocupó su asiento a la izquierda -del buen don Remigio, después de saludar a Urrea con las fórmulas -corrientes de cortesía, sin extremos de urbanidad, sin alegría ni pena -de verle. Diríase que su presencia no le causaba la menor sorpresa, -bien porque de nada se sorprendía, bien porque hu<span class="pagenum" -id="Page_231">p. 231</span>biera previsto la visita del protegido a -su protectora. Bendijo el cura la cena, y la emprendieron los tres -con las sopas de ajo, que eran de mucha fuerza condimentaria, crasas, -picantes y espesas. No hablaba Nazarín sino para responder a lo que le -preguntaban, y don Remigio ponía toda la amenidad posible en su palabra -fácil. Las sopas precedieron a dos platos substanciosos, de ave el -uno, el otro de carnero, todo bien cargadito de especias odoríferas, -suculento, muy hecho. El vino sabía horrorosamente a pez. El olor de -paja quemada, difundido por toda la vivienda, parecía consubstancial -con el de la comida, y a Urrea no le desagradaba sentirlo y mascarlo. -No era la casa sola; el pueblo y el país entero despedían aquel olor, -que el forastero creía llevar ya dentro de sí.</p> - -<p>—Para que el amigo don Nazario no esté ocioso —dijo entre otras -cosas don Remigio—, le propuse hacerme un extracto del sapientísimo -libro del maestro Fray Hernando de Zárate, <i>Discursos de la -paciencia cristiana</i>. La obra consta de ocho Libros, cada uno de -los cuales contiene lo menos una docena de Discursos, todos sobre -el mismo tema. Ha de leérselos de cabo a rabo, anotando el sentido -particular y explicaciones de cada uno en sendas cuartillas de papel. -Pues tan aplicado le tiene usted, señor de Urrea, que en tres días se -ha echado al cuerpo unos cua<span class="pagenum" id="Page_232">p. -232</span>renta Discursos, y ya le tiene usted en el <i>Libro -Cuarto</i>, que trata...</p> - -<p>—«De las razones que tenemos para tener paciencia y consolarnos en -los trabajos» —dijo Nazarín sin dar importancia a su tarea—. Es cosa -fácil. Pronto concluiremos.</p> - -<p>—Y se me figura —apuntó Urrea irónicamente—, que ha de ser sumamente -divertido.</p> - -<p>—No hay más sino practicar, leyendo y escribiendo —indicó el -manchego—, la misma virtud a que el maestro Zárate consagra su gran -obra.</p> - -<p>—Pero usted no come nada, amigo Nazarín —observó repentinamente -don Remigio—. Siempre lo mismo. Pues dice Láinez que necesita usted -comer... de duro, y aplicarse a la carne, principalmente.</p> - -<p>—Señor cura —replicó don Nazario con timidez—, como lo que puedo, no -sé pasar de lo que mi naturaleza me pide para sostenerse.</p> - -<p>Como Urrea deseaba llevar la conversación al tema más de su gusto, -que era su prima y cuanto a ella se refiriese, interrogó a los dos -sacerdotes, recreándose anticipadamente con los elogios que esperaba -oír de la ilustre señora.</p> - -<p>—Yo digo, con plena conciencia —afirmó el párroco de San Agustín—, -que no creo exista en el mundo persona de virtud más pura, y de -ideas más elevadas. Si por un lado veo en ella<span class="pagenum" -id="Page_233">p. 233</span> una imagen del gran Emperador Carlos V -de Alemania y I de España, que después de reinar sobre los pueblos, -gustadas hasta la saciedad todas las grandezas humanas, se encierra en -monasterio humilde para consagrar a Dios el resto de su vida, por otro, -encuentro a la señora Condesa de Halma más grande que aquel soberano, -pues si los bienes a que renuncia no son de tanta valía, la pobreza y -humildad que acepta son más meritorias. La señora Condesa es joven, y -consagra a la caridad y a la oración los mejores años de la vida. Y -veo otra gran diferencia, a favor de nuestra doña Catalina —añadió con -tonillo pedantesco—, y es que el Monarca, dueño de medio mundo, trajo a -la soledad de Yuste, según rezan las crónicas, innumerables servidores, -cocineros, maestresalas, escuderos y lacayos, y grande repuesto de -vituallas, para que no le faltase en su voluntario destierro nada de -lo que halaga el gusto de un magnate en la vida palatina. Pues esta -señora, que ha venido a Pedralba en carromato, no ha traído más que -los indispensables objetos tocantes al aseo y pulcritud de una noble -dama, que aun en la penitencia quiere ser limpia, y su séquito es una -corte de mendigos, y gente miserable o enferma, a cuyo cuidado piensa -consagrarse. ¡Ejemplo único, señores, ejemplo inaudito, y que es la más -grande maravilla de estos tiem<span class="pagenum" id="Page_234">p. -234</span>pos de positivismo, de estos tiempos de egoísmo, de estos -tiempos de materialismo!</p> - -<p>—Luego —dijo Urrea con entrañable gozo—, convienen ustedes conmigo -en que mi prima es una excepción humana, un ser en el cual se revelan -los caracteres de la inspiración divina.</p> - -<p>—Sí señor, convenimos en ello.</p> - -<p>—Y el buen curita peregrino, ¿qué dice?</p> - -<p>—¿Qué he de decir yo? —contestó modestamente don Nazario, no -queriendo expresar nada que resultara superior a lo dicho por su -generoso compañero—, ¿qué he de decir yo después del panegírico -elocuentísimo que acaba de hacer el señor cura? Mi palabra es torpe. -Permítanme que diga tan solo: ¡Bendita sea de Dios eternamente, la -grande, la santa Condesa de Halma!</p> - -<p>—Amén —dijo don Remigio entornando los ojos, y acariciando el vaso -de vino.</p> - -<p>A Urrea le faltaba poco para echarse a llorar.</p> - -<p>—Y es decisiva —añadió el cura— la resolución de la señora Condesa -de pasar en Pedralba el resto de sus días. ¡Qué bendición para estos -olvidados y pobres lugares! Me ha dicho el otro día que en Pedralba -labrará su sepulcro y el de sus compañeros que no la abandonen. ¡Ah! yo -leo en aquella grande alma el amor de Dios en el grado más ardoroso y -puro, el amor de la Naturaleza, el amor del prójimo, y veo en el<span -class="pagenum" id="Page_235">p. 235</span> plan de vida de la señora -una síntesis admirable de estos tres amores.</p> - -<p>—Mi prima ha sufrido mucho —dijo Urrea, a quien el entusiasmo -ponía un nudo en la garganta—, ha pasado horrorosas humillaciones y -amarguras. Perdió a su esposo, que era su grande amor, el consuelo -único de su vida. En Madrid, como en Oriente, la vida no tenía para -ella más que espinas, tristezas, dolores. Su familia, sus hermanos, -no supieron poner un calmante en las heridas de su alma. La empujaban -hacia el ascetismo, hacia el destierro y la soledad. Mi prima empezó -por mirar con prevención la vida social, y acabó por detestarla. Todo -ese conjunto de artificios que componen la civilización le es odioso. -La tierra está para ella vacía: quiere el cielo.</p> - -<p>—Y lo tendrá —dijo don Remigio con tanta seguridad como si se -sintiera casero y administrador de los espacios infinitos—. Tendrá el -cielo. ¿Pues para quién es el cielo más que para esos seres escogidos, -para esas voluntades robustas, para las almas que no saben mirar más -que al bien? Según he podido comprender, amigo Urrea, la señora Condesa -ha roto todo lazo con el mundo, o sea la clase a que pertenece. Y es -más: todo afecto mundano ha muerto en ella, para poder ocupar entero el -espacio del querer con la adoración ferviente de las cosas divinas.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_236">p. 236</span>—Así es sin duda -—dijo Urrea—, y su sociedad con los pobres, a quienes tratará como -iguales, elevándoles un poquito, y rebajándose ella otro tanto, -resultará una comunidad dichosa, pacífica, feliz. ¿No piensa lo mismo -el buen Nazarín?</p> - -<p>—Pienso, señor don José Antonio, que ser el último de los -protegidos, o de los asilados, el último de los hijos, si se me permite -decirlo así, de la señora Condesa de Halma, constituye la mayor gloria -a que puede aspirar un ser humano, sobre todo si es un triste, un -solitario, un náufrago de las tempestades del mundo.</p> - -<p>Tan contento estaba Urrea, que al concluir la cena les abrazó a los -dos. Acostáronse todos, porque había que madrugar. Dicen las crónicas -que el huésped no pudo dormir bien, primero, porque las limpias -sábanas, impregnadas también del olor de paja, eran algo piconas; -segundo, porque sus ideas se le insubordinaron aquella noche, y la -admiración del ascetismo de su prima le encendía llamaradas en el -cerebro. Más que mujer, Halma era una diosa, un ángel femenino, y al -pensarlo así, su ferviente admirador no pasaba por que los ángeles -carecieran de sexo: era lo femenino santo, glorioso y paradisíaco. -Por entre estas imaginaciones asomaban de vez en cuando la figura -austera de Nazarín, semejante a un retrato del Greco, y el vivara<span -class="pagenum" id="Page_237">p. 237</span>cho rostro de don Juan -Eugenio Hartzenbusch, transmutado físicamente en don Remigio Díaz de la -Robla, párroco de San Agustín.</p> - -<p>El mismo cura le llamó al amanecer dando golpes en la puerta, y -gritándole desde fuera:</p> - -<p>—Arriba, compañero, que tenemos que decir misa y desayunarnos antes -de partir.</p> - -<p>Levantose el huésped a escape, y cuando llegó a la iglesia, ya había -salido al altar don Remigio. Nazarín oía la misa de rodillas en el -presbiterio.</p> - -<p>Media hora después, ya estaban todos en la rectoral, desayunándose -con chocolate, bizcochos y pan de picos, reforzado por fresquísimo -requesón de la Sierra. Varios amigos acudieron a despedirles, entre -ellos el médico don Alberto Láinez, y el alcalde, don Dámaso Moreno.</p> - -<p>—Usted, señor de Urrea, que sin duda es buen jinete —propuso don -Remigio con extraordinaria movilidad en manos, nariz, ojos y gafas—, -irá en el caballo de Láinez, bestia de mucha sangre, aunque segura para -quien la sepa manejar; yo voy en mi jaca, que tiene un paso como el de -un ángel, y el amigo Nazarín, pues le llevamos, sí señor, le llevamos, -oprimirá los lomos de mi modesta burra..., cabalgadura digna de un -arzobispo... Conque señores, a montar. Despejen la puerta. Valeriana, -que vendremos a cenar.</p> - -<p>Partió la caravana, despedida con cordiales saludos por multitud de -gente que en la plaza<span class="pagenum" id="Page_238">p. 238</span> -se reunió. Delante iban Urrea y el cura, detrás Nazarín en su rucia, -bien albardada y sin estribos. Ambos clérigos vestían, a horcajadas, -lo mismo que en el pueblo, sotana, gorro de terciopelo, y balandrán. -Regía el madrileño su caballo con gran destreza. Don Remigio no cesaba -de recomendar a su jaca la mayor circunspección o tacto de pezuña en -el desigual y áspero camino por donde se metieron, a Occidente de San -Agustín, y don Nazario, confiado en el andamento parsimonioso de su -borrica, atendía más a la admiración del paisaje de la Sierra, que a -conversar con los otros jinetes, de los cuales parecía como escudero o -espolique.</p> - -<p>De tan diferentes cosas habló don Remigio, que no es posible -recordarlas todas. Hizo observar a su acompañante las hermosuras de la -Naturaleza, la ruindad de los caseríos, el descuidado cultivo de las -tierras; explicó historias de ruinas y caserones viejos; se lamentó de -la falta de caminos; designó el sitio por donde se había trazado un -canal de riego, que no se abriría nunca, y estos y otros comentarios -del viaje fueron a parar a las quejas de su mala suerte, por haberle -tocado empezar su carrera en comarca tan desmedrada y pueblo tan -mísero.</p> - -<p>—Yo me conformo, ya ve usted... Deme el Señor salud para servirle, -que lo demás no importa. Sepa usted que, al venir a este curato -de<span class="pagenum" id="Page_239">p. 239</span> San Agustín, me -dijeron que por tres meses, y ya van tres años. Prometiéronme pasarme a -Buitrago, o Colmenar Viejo, y hasta ahora. No es que yo sea ambicioso; -pero, francamente, es uno licenciado en ambos derechos; ama uno el -estudio, y la verdad, la vida obscura y ramplona de estos poblachos -no estimula al trato de los libros. El tío, que es mejor que el buen -pan, me anima, me asegura que no se descuida en recomendarme, y que a -la primera ocasión pasaré a un curato de Madrid, ¡ay! su desiderátum -y el mío. Y no me hablen a mí de otras poblaciones. ¡Mi Madrid de mi -alma, donde me crié, donde probé el pan del estudio, y adquirí mis -modestas luces! No aspiro yo a tener allí la independencia de un don -Manuel Flórez; sé que tengo que trabajar de firme. Quiero que mi corta -inteligencia no sea un campo baldío, como estos barbechos que usted -ve por aquí, señor de Urrea; debo cultivarla y coger en ella algún -fruto, para ofrecerle a Dios, que me la ha dado... No me quejaría -si no viera ciertas desigualdades. Amigos y compañeros míos, a los -cuales no debo mirar, porque no debo, ¡ea! como superiores en saber -religioso ni profano, ocupan plazas en catedrales, o en las parroquias -de Madrid... Mi tío me dice: «No te apures, hijo, y confía en el favor -de Dios y de la Santísima Virgen, que ya premiarán con el merecido -ascenso tu paciencia<span class="pagenum" id="Page_240">p. 240</span> -y conformidad...» Claro que me conformo, señor de Urrea, y aun alabo al -Señor porque no me da mayores males. Tengo, gracias a Dios, un genio de -mucho aguante para desgracias, injusticias y sinsabores. Yo digo: ya me -tocará la buena, ¿verdad? ya me llegará la buena.</p> - -<p>Procuraba el forastero refrescarle las esperanzas, asegurando -que los méritos de su interlocutor, así morales como intelectuales, -saltaban a la vista, y no podían ser desconocidos de los que en Madrid -manejan todo este tinglado del personal eclesiástico. Y al decir esto, -hizo notar la diferencia entre los gustos y aspiraciones de uno y -otro, pues mientras a don Remigio le atraían los llamados centros de -civilización, a él, José Antonio de Urrea, los tales centros se le -habían sentado en la boca del estómago, y todo su afán era perderlos -de vista. Verdad que entre las circunstancias de uno y otro no había -paridad: don Remigio era un hombre puro y virtuoso, inteligencia llena -de frescura, y a los treinta y cinco años apenas había desflorado la -vida, mientras que Urrea, a la misma edad, se conceptuaba viejo, y aun -por muerto se tendría, si de entre las cenizas de su alma no sintiera -que otra alma nueva le brotaba. Con estas y otras pláticas se fue -pasando el camino árido, de muy escasos atractivos para el viajero. El -terreno era cada vez más quebrado, como de es<span class="pagenum" -id="Page_241">p. 241</span>tribaciones de la Sierra, y ostentaba la -severa vegetación de encina baja, brezos y tomillares. De pronto señaló -don Remigio un caserío arrimado a unos cerros cubiertos de verdura, y -dijo a su compañero:</p> - -<p>—Ahí tiene usted a Pedralba.</p> - -<p>Pareciole a Urrea encantador el sitio y espléndido el paisaje, -mirando más a su interior que al paisaje mismo. Al acercarse vieron -tierras de labrantío junto a las casas, que eran tres, destartaladas -y grandonas. Picaron las caballerías, y cuando ya se hallaban como a -medio kilómetro, empezó Nazarín a dar voces:</p> - -<p>—¡Mírenlas, mírenlas: allí están... ya nos han visto!</p> - -<p>—¿Quién, hombre?</p> - -<p>—La señora Condesa y Beatriz.</p> - -<p>—¿Dónde?... Pero qué vista tiene este hombre.</p> - -<p>—Allá... allá... ¿Ven ustedes ese campo de amapolas todo encarnado, -todo encarnado? ¿Y más allá, no ven unos olmos? Pues por allí van..., -digo vienen, porque salen a encontrarnos.</p> - -<p>—No vemos nada; pero pues usted lo dice...</p> - -<p>—Y ahora nos saludan con los pañuelos... Miren, miren.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChIV_4"> - <h3>IV</h3> -</div> - -<p>Ya cerca de las casas vieron a las dos mujeres, que avanzaban por -entre un campo de<span class="pagenum" id="Page_242">p. 242</span> -cebada. Ambas miraban risueñas, y casi casi burlonas, a los tres -caballeros. Cuando Urrea, apeándose ante su prima, le pidió perdón poco -menos que de hinojos por su desobediencia, doña Catalina no se mostró -muy severa con él, sin duda por no avergonzarle delante de los dos -sacerdotes, y de otras personas que allí se reunieron.</p> - -<p>—Si ha habido falta, señora Condesa —dijo don Remigio galanamente—, -yo intercedo por el culpable y solicito su perdón.</p> - -<p>—Ya sabe el pícaro que padrinos le valen —replicó Halma sonriendo, -y todos reunidos, después que los jinetes entregaron a Cecilio las -caballerías, se encaminaron al castillo, que así en la comarca era -llamada la casona, aunque de tal castillo solo tenía la robustez de -sus paredes, y una torre desmochada, en cuyo cuerpo alto, mal cubierto -de tejas, había un palomar. Del escudo de los Artales, apenas quedaban -vestigios sobre el balcón principal del llamado castillo. La piedra era -tan heladiza que solo se podía ver una garra de dragón, y un pedazo de -la leyenda, que decía <i>Semper</i>. Mejor se conservaba la berroqueña -de los ángulos y del dovelaje, y el ladrillo revocado de los paramentos -no tenía mal aspecto; pero los hierros todos, balcones y rejas, -no podían con más orín, por lo que había dispuesto su propietaria -reponerlos, mientras<span class="pagenum" id="Page_243">p. 243</span> -un buen maestro de Colmenar preparaba la reparación de toda la fábrica, -interior y exteriormente. Veíase ya, frente a la casa, dentro del -recinto murado que a la entrada precedía, el montón de cal batida, -y maderas para andamios y obra de carpintería. Junto a la torre, se -alzaban los descarnados murallones que la tradición designaba como -ruinas de un monasterio cisterciense, y que más que edificio destruido, -parecían una segunda casa a medio hacer. Respetando los basamentos, y -aprovechando el material de lo restante, la Condesa pensaba construir -allí su capilla y panteón, con la mayor economía posible. A un tiro de -piedra de la casa-castillo, estaban las cuadras, y más abajo, un tercer -edificio, habitado por los que llevaron en renta la finca hasta el año -anterior. Últimamente, Pedralba estuvo a cargo del administrador de las -propiedades de Feramor en Buitrago, don Pascual Díez Amador, el cual -dio posesión del castillo y casas y tierras a la señora doña Catalina, -el día de su llegada en el carromato, que fue el 22 del mes de Marzo -del año de mil ochocientos noventa y tantos.</p> - -<p>Era la heredad de Pedralba extensísima; pero no se labraban más que -los terrenos próximos a la casa, labor descuidada, somera y primitiva, -que daba escaso rendimiento. Lo demás era monte, bien poblado de -encinas, ene<span class="pagenum" id="Page_244">p. 244</span>bros, -y algunos castaños en la parte alta. Lo más próximo al llano sufrió -varias talas, y uno de los renteros propuso al Marqués, años atrás, -la roturación. Pero asustaron al propietario los dispendios de la -empresa, y quedó en tal estado, ni monte ni labrantío, a trechos -pradera desigual, cruzada de viciosos retamares. Dos riquísimas fuentes -surtían de cristalinas y puras aguas potables a Pedralba, la una entre -la casa-castillo y las cuadras, la segunda, manantial de primer orden, -en una encañada a la vera del monte. Árboles de sombra había pocos. -Los que puso el último arrendatario se perdieron por incuria. Frutales -no existían más que tres en finca tan vasta, un moral inmenso detrás -de la torre, el cual cargaba anualmente de dulcísimas moras negras, -y dos albérchigos en el sendero que unía las dos casas. Los madroños -diseminados en distintos parajes no se contaban, por su silvestre -lozanía y lo desabrido del fruto, en el reino propiamente frutal. Tal -era Pedralba, finca de primer orden según opinión de don Pascual Díez -Amador, siempre y cuando se <i>tiraran</i> en ella veinte o treinta mil -duros.</p> - -<p>No eran estos los planes de Catalina, que solo se propuso sostener -la propiedad tal como la encontró, con los mejoramientos que su -residencia imponía, y procurarse en ella la vida retirada y humilde que -adoptar anhelaba, sin<span class="pagenum" id="Page_245">p. 245</span> -caer en la tentación del negocio agrícola, ni pensar en aumentos de -riqueza que habrían desmentido sus ideas y propósitos de modestísima -existencia. Lo que le restaba de su legítima, pensaba conservarlo en -valores de renta, reservando los dos tercios para sostenimiento de su -persona y casa, y de la familia de infelices que en torno de sí había -reunido: el otro tercio lo dedicaba a las reparaciones indispensables, -a la construcción de la capilla y enterramientos, a plantar una huerta, -y, si aún había margen, a mejorar la finca.</p> - -<p>Entremos ahora en el castillo, y veamos la mejor pieza de él, que -era la cocina, en el piso bajo y al fondo del edificio, a la parte del -Norte. Todo era grandioso en aquella pieza, hogar, alacenas, horno, el -piso de hormigón muy sólido, el techo alto y la campana bien dispuesta -para dar salida a los humos rápidamente. Las otras piezas bajas valían -poco; eran estrechas, y sus ventanas, que más parecían troneras, les -daban muy tasada la luz. En cambio, las del piso alto teníanla de -sobra. Seis o siete estancias existían en él, que bien arregladas -habrían podido alojar mucha gente. En dicho piso, al lado de Levante, -vivían la Condesa y Beatriz, en aposentos separados y próximos; a la -parte de Occidente, el matrimonio Ladislao-Aquilina con sus hijos, y -aún quedaban entre estas y las<span class="pagenum" id="Page_246">p. -246</span> otras viviendas algunas estancias vacías. En la torre, -debajo del palomar, tenía su cuarto Nazarín, comunicado con la -casa-castillo por estrecho pasadizo. El mueblaje era casi todo del -siglo pasado, o del tiempo de Fernando VII, confundido con sillerías -modernas de paja, de lo más ordinario, llevadas de Colmenar Viejo. Las -cómodas y consolas, las sillas de caoba con respaldo de lira, las camas -de pabellones <i>a la griega</i>, las laminotas con marco de ébano y -asuntos pastoriles, ofrecían un aspecto sepulcral, lastimoso, como de -objetos desenterrados, a los cuales se había limpiado el humus de la -fosa, a fuerza de jabón y estropajo.</p> - -<p>Doña Catalina y Beatriz vestían exactamente lo mismo, con las ropas -de la primera, que habían venido a ser comunes: falda de merino negro, -calzado grueso, blusa de percal rayada de negro y blanco, y un mandil -de retor. Al adoptar la vida pobre, la señora Condesa no estimó que -debía renunciar a sus hábitos de pulcritud; decía que el aseo exterior, -por causa de la educación y la costumbre, afectaba al alma, y que la -suciedad del cuerpo era pecado tan feo como la de la conciencia. No -vacilaba, pues, en aplicar estas ideas a la realidad, manteniendo en su -cuarto y persona la misma esmerada limpieza de sus mejores tiempos de -vida cortesana.</p> - -<p>—El aseo —decía—, es a la pureza del alma, lo<span class="pagenum" -id="Page_247">p. 247</span> que el rubor a la vergüenza.</p> - -<p>No comprendía el ascetismo de otro modo.</p> - -<p>Y como nada tiene la fuerza del buen ejemplo, Beatriz, que había -llegado a reinar en la intimidad y en el afecto de la Condesa, por -feliz concordancia de sentimientos, se asimiló en breve plazo los -hábitos de pulcritud de su amiga y señora, y la imitaba sin darse -cuenta de ello. Sobre la admirable simpatía, o compatibilidad, que -había llegado a borrar entre aquellos dos caracteres la diferencia de -clase y educación, hay mucho que hablar: el fenómeno se inició por un -irresistible afecto la primera vez que se vieron, cuando doña Catalina, -por mediación de su criada Prudencia, fue a socorrer en su pobre -domicilio al afinador de pianos. Mientras duró el proceso de Nazarín -y consortes, Beatriz vivía con su prima Aquilina Rubio, esposa del -mísero don Ladislao, compartiendo la escasez, ya que no el bienestar, -que ninguno tenía. Halma llevó el pan, la vida, la salud, a la triste -vivienda de la calle de San Blas, y atraída de aquel espectáculo de -pobreza y resignación, añadió al socorro material el consuelo de sus -visitas. Habló largamente con Beatriz, admirándose de lo mucho y -bueno que esta mujer humilde sabía, tocante a cosas espirituales y de -nuestras relaciones con lo invisible y eterno; admiró también su piedad -no afectada, la<span class="pagenum" id="Page_248">p. 248</span> -firmeza de sus ideas, y la elocuencia sencilla con que las expresaba. -Sentíase la Condesa inferior, por todos aquellos respectos, a la que -ya miraba como amiga del alma; aprendió de ella muchas y buenas cosas, -enseñándole a su vez otras de un orden social más que religioso, y -con este cambio llegaron a encontrarse la una para la otra, y las dos -en una, fenómeno raro en estos tiempos, que dan pocos ejemplos de una -tan radical aproximación de dos personas de opuesta categoría. Pero -de esto hemos de ver mucho en los tiempos que ahora comienzan, porque -las llamadas clases rápidamente se descomponen, y la humanidad existe -siempre, sacando de la descomposición nuevas y vigorosas vidas.</p> - -<p>Ya se comprende que de la intimidad entre Beatriz y Halma nació el -vivo interés por Nazarín, y su propósito de llevársele consigo, para -intentar su curación, y devolverle sano y útil al poder eclesiástico. -Una discrepancia en cierto modo accidental existía entre la dama y -la mujer del pueblo, y era que, mientras la Condesa, sin asegurar -que Nazarín fuese loco, abrigaba sus dudas sobre punto tan difícil -de aclarar, la otra sostenía con sincera conciencia y fe la completa -regularidad de las funciones cerebrales de su maestro.</p> - -<p>Instaladas en Pedralba, la concordia entre una y otra llegó a -ser perfecta. Beatriz obser<span class="pagenum" id="Page_249">p. -249</span>vaba delicadamente la distancia social, que la otra con la -misma o más sutil delicadeza trataba de acortar. Ambas trabajaban -juntas desde el primer día en el arreglo y limpieza del destartalado -castillo, o en la resurrección del mueblaje, y a Beatriz no le valió -reservar para sí las faenas más duras, porque la otra invadía su -terreno, y la igualdad triunfaba gradualmente, por ley de ambos -corazones, que sin darse cuenta de ello propendían a lo mismo. Aquilina -no había sido aún elevada al grado de comunidad de su prima Beatriz. -Era una mujer excelente; pero sin intuición bastante para comprender -las ideas de su bienhechora. Manteníase con tenacidad en su puesto -inferior, contenta de que su marido y sus hijos tuvieran que comer. Los -primeros días encargáronla de la cocina, oficio muy apropiado a sus -aptitudes, y las otras dos pudieron consagrarse descuidadas al fregoteo -de muebles viejos, al remendar de colchones y a otros engorrosos -menesteres. Luego alternaron en los diferentes oficios, y mientras -cocinaba la nazarista, Halma y Aquilina lavaban la ropa en la fuente -cercana. El día que precedió a la llegada de Urrea con don Remigio y -Nazarín, Aquilina actuó de cocinera, y la Condesa y Beatriz lavaban -en la fuente del monte, repartiéndose las dos por igual la carga de -la ropa al ir y volver. Como Beatriz se obs<span class="pagenum" -id="Page_250">p. 250</span>tinase en llevarla sola, pretextando ser más -fuerte que su compañera, Catalina le dijo:</p> - -<p>—Te equivocas si crees tener más poder de musculatura que yo. -Parezco débil, pero no lo soy, Beatriz, y esta vida ha de robustecerme -más. Y sobre todo, no me prives de este gusto de la igualdad. Es el -sueño de mi vida desde que perdí a mi esposo, y me sentí igual a todos -los desgraciados del mundo. Haz el favor de no llamarme Condesa, ni -volver a usar esa palabra estúpidamente vana delante de mí. Arrojé -la corona en los empedrados de Madrid cuando salí en el carromato... -Las escobas de los barrenderos no la encontrarán, porque fue arrojada -con el pensamiento, pues no la tenía en otra forma; pero allá quedó. -Llámame Catalina, como me llaman mis hermanos, o Halma, como mi primo. -Y no te digo que me tutees, porque parecería afectación, y ya sabes que -el maestro te la prohíbe. Pero todo se andará.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChIV_5"> - <h3>V</h3> -</div> - -<p>La llegada de los tres amigos no debía alterar la marcha de los -asuntos domésticos en el castillo, porque, claramente lo decía la -Condesa, ya que no ayudaran, no era bien que estorbasen.</p> - -<p>—Primo mío, supongo que desearás cono<span class="pagenum" -id="Page_251">p. 251</span>cer esta gran finca, los estados de -Pedralba, donde hacemos vida recogida y modesta, sin pretensiones -de ascetismo, mis amigos y yo. Usted también, señor don Remigio, -necesita enterarse del terreno que consagro a mi obra. Váyanse, pues, -a dar un paseíto, guiados por el bonísimo Nazarín, que lo conoce ya -palmo a palmo, mientras nosotras les preparamos de comer. No esperen -que salgamos de nuestro pobre régimen. Aquí no hay ni puede haber -comilonas, pues aunque yo quisiera darlas, no habría con qué. Comerán -de nuestro diario frugalísimo, con el poquitín de exceso que pide la -hospitalidad. Conque vean, vean mi ínsula, y tráiganse la salsa que -nosotras no podemos hacerles, un buen apetito.</p> - -<p>Fuéronse los tres de paseo, conducidos de don Nazario, que les hizo -subir al monte para que vieran los castaños robustos que lo coronaban, -al barranco para probar el agua de la rica fuente, y después de -brincar y despernarse por lomas y vericuetos, volvieron a casa a las -doce, hora invariable de la comida. En una pieza próxima a la cocina, -pusieron la mesa, la cual era de una robustez patriarcal, de castaño -renegrido y con torcidos herrajes en su armadura. Dos sillas había de -la misma casta y edad, las demás variaban entre el estilo Fernando -VII, de caoba, y la forma y material llamados de Vitoria. Pero<span -class="pagenum" id="Page_252">p. 252</span> la mayor y más sorprendente -variedad estaba en la vajilla y ropa de mesa, pues al lado de vasos de -cristal finísimo, se veían otros del vidrio más ordinario, servilletas -finas, servilletas bastas, platos de porcelana rica, y otros de -cerámica tosca.</p> - -<p>—Dispensen la diversidad de la loza —les dijo doña Catalina—. En -mi comedor reina todavía una confusión de clases estupenda, como en -tiempos revolucionarios. Pero esta confusión no es parte para que -yo olvide las categorías de los comensales. Para los dos señores -sacerdotes lo fino, que ellos mismos irán escogiendo; para ti, José -Antonio, y don Ladislao, el barro plebeyo.</p> - -<p>—Pues yo propongo —dijo don Remigio con buena sombra—, que no -establezcamos diferencias humillantes, y que nos repartamos como -hermanos, como hijos de Dios, lo malo y lo bueno. Venga ese barro, -señor de Urrea.</p> - -<p>Lo más extraño de aquella singular comida fue que las mujeres no se -sentaron a la mesa. Las tres, funcionando con igual destreza y alegría, -servían a los señores. Luego comían ellas en la cocina. Esta era una -costumbre medieval, que Halma no alteraba jamás por consideración -alguna. Diéronles una sopa muy substanciosa hecha con hierbas -diferentes, patatas picadas muy menudito y golpes de chorizo; luego -un plato de carnero bien condimentado, vino en<span class="pagenum" -id="Page_253">p. 253</span> abundancia, postre de requesón de la -Sierra, leche con bizcochos de Torrelaguna, y a vivir. Sobria y -nutritiva, la comida fue saboreada con delicia por los forasteros, que -no cesaron de alabar el buen trato de Pedralba, y la pericia de las -tres marmitonas.</p> - -<p>Entre la sopa y el carnero llegó inopinadamente don Pascual Díez -Amador, administrador que fue de la finca, y propietario vecino, pues -suya es la dehesa extensísima que linda por Poniente con Pedralba. Dos -o tres veces por semana visitaba a la Condesa, caballero en su jaca -torda, para ver si se le ofrecía algo. Era un hombre mitad paleto, -mitad señor, lo primero por el habla ruda, por la camisa sin cuello -y el sombrero redondo, lo segundo por las acciones nobles, por el -andar grave, que hacía rechinar las espuelas. Una faja encarnada -parecía separar el lugareño del hidalgo, o más bien empalmar las dos -mitades. Tanto afecto había puesto en doña Catalina, que dispuso que -dos de sus guardias jurados estuviesen de punto noche y día en la -casa de abajo, para que la señora descansase en la persuasión de una -absoluta seguridad. Muchos días caía por allí en su jaca a la hora de -comer, otros a cualquier hora, en que también comía. Su cara redonda, -episcopal, crasa y mal afeitada, despedía fulgores de patriarcal -soberanía, de conformidad con la suerte,<span class="pagenum" -id="Page_254">p. 254</span> sin duda por ser esta de las más próvidas y -felices.</p> - -<p>—¡Hola, Remigio!... señora doña Catalina..., don Nazario..., don -Ladislao, aquí estamos todos...</p> - -<p>Los saludos duraron hasta después que el gordinflón paleto-señor -tomó asiento sin ceremonia, disponiéndose a comer cuanto le diesen. -Porque, eso sí, hombre de mejor diente no lo había en todo el partido -judicial, con la particularidad notable de que no sabía ponerse tasa en -la bebida.</p> - -<p>—¿Sabe usted lo que estábamos hablando, amigo don Pascual? —dijo el -curita de San Agustín—. Que esta es una gran finca, y que es lástima no -trabajarla.</p> - -<p>—¡Hombre, a quién se lo cuenta! Si estos señores Feramores no tienen -perdón de Dios... ¡Menuda brega tuve yo con el Marqués actual y con -el otro, para que tiraran aquí veinte o treinta mil durillos! Sí, lo -digo: era sembrarlos hoy, para coger el día de mañana, cinco años -más o menos, tres o cuatro millones. Y esto solo con el ganado, que -metiéndonos a ponerlo todo de labrantío... ¡Jesús, oro molido...! Es -una tierra esta, que no la hay mejor ni donde están las pisadas de la -Virgen Santísima, ea.</p> - -<p>Don Pascual se incomodaba al tocar este punto, viéndose precisado -a sofocar su enojo<span class="pagenum" id="Page_255">p. 255</span> -con copiosas libaciones. Y como siguieran hablando del mismo asunto, -concluyó por expresar una idea muy atrevida.</p> - -<p>—Yo que la señora Condesa..., digo lo que siento, sin ofender, -ea..., pues yo que la señora, me dejaría de capillas y panteones, y de -toda esa monserga de poner aquí al modo de un convento para observantes -<i>circuspetos</i> y <i>mendicativos</i>, dedicando todo mi capital -a...</p> - -<p>—Poco a poco —replicó vivamente don Remigio—, no paso por eso. Lo -espiritual es lo primero.</p> - -<p>—¡Potras corvas! ¿Y de qué sirve lo <i>espertual</i> sin lo... sin -lo otro?</p> - -<p>—Yo que la señora Condesa, persistiría impertérrito en mi grandioso -plan... contra el dictamen de los estripaterrones.</p> - -<p>—Y yo, contra el <i>ditame</i> de los engarza-rosarios, digo que -sí... no, digo que no... que sí.</p> - -<p>—Si no sabe usted lo que dice, amigo don Pascual.</p> - -<p>—¡Vaya! paz y concordia entre los príncipes cristianos —dijo doña -Catalina risueña—. Por un exceso de consideración a mis huéspedes, me -permito el lujo de darles una golosina: café.</p> - -<p>Alabado y festejado por todos el obsequio, Amador y don Remigio -lograron encontrar una fórmula de transacción entre sus opuestos -pareceres. Al servir el café, doña Catalina pidió<span class="pagenum" -id="Page_256">p. 256</span> perdón por la pobreza y rustiquez de la -comida, añadiendo que para otra vez tendrían pan bueno, hecho en casa, -y menos desigualdades en vajilla y servicio de mesa.</p> - -<p>Mientras las mujeres comían, salieron los hombres al patio, llevando -cada uno su silla, y allí platicaron formando dos grupos. Don Remigio -y Amador charlaban de los asuntos de Colmenar Viejo, de lo mal mirado -que en la cabeza del partido estaba el cura titular, y de los esfuerzos -que hacían los caciques para hacerle saltar de allí... Naturalmente, -se gestionaría para que ocupase la vacante el curita de San Agustín. -A otra parte hablaban Urrea, don Ladislao y Nazarín, preguntando el -primero al segundo si seguía cultivando la música en aquel retiro, a lo -que contestó el afinador que no le hablaran a él de músicas ni danzas, -pues se hallaba tan contento y gozoso en su nueva vida, que había -tomado en aborrecimiento todo su pasado musical y cabrerizo. La mejor -ópera no valía ya tres pitos para él, y aunque le aseguraran que había -de componer una superior a todas las conocidas, no quería volver a -Madrid. Salió Nazarín a la defensa de arte tan bello, y le propuso que -siguiera cultivándolo allí, pues se compadecía muy bien la música con -la vida campestre. Y añadió que él se permitiría aconsejar a la señora -Condesa que trajese un órgano,<span class="pagenum" id="Page_257">p. -257</span> para que don Ladislao compusiera tocatas campesinas y -religiosas, y les deleitara a todos con aquel arte tan puro y que -hondamente conmueve el alma.</p> - -<p>Con estos y otros paliques, fue llegada la hora de la partida, y -Urrea no cabía en sí de inquietud, por no haber podido hablar a solas -con su prima, ni esta decirle que se quedara, como era su deseo. El -temor de que contestase con una rotunda negativa a su propósito de -permanecer en Pedralba, le sobresaltó de tal modo, que no tuvo ánimos -para formularlo. Tristeza infinita cayó sobre su alma cuando Halma le -dijo en tono de maestro:</p> - -<p>—Ahora, José Antonio, te vas por donde has venido, y sin mi permiso -no vuelvas acá, ni abandones las ocupaciones a que deberás una -independencia honrada.</p> - -<p>Con tal autoridad pronunció estas palabras, que el calavera -arrepentido no tuvo aliento para contradecirlas y exponer su deseo. -Sentíase tan inferior, tan niño, ante la que le gobernaba en sus -sentimientos y en su conducta, que no pudo ni pedirle menos severidad, -ni explicarse con ella sobre la pesadísima y cruel condena que le -imponía. Verdad que estaban delante Nazarín y los forasteros, y no era -cosa de hacer ante ellos el colegial mimoso. Faltaban tan solo minutos -para la partida, cuando la Condesa dijo al curita de San Agustín:</p> - -<p>—Señor don Remigio, si usted<span class="pagenum" id="Page_258">p. -258</span> no se opone a ello, se quedará en el castillo el amigo -don Nazario, porque si es bueno para la salud el ejercicio del -entendimiento, no lo es menos el corporal, y conviene que alternen. Ya -concluirá más adelante esa gran recopilación de los Discursos de la -Paciencia.</p> - -<p>—Lo que usted disponga, señora mía, es ley —replicó don Remigio, ya -con el pie en el estribo—. Si nuestro buen Nazarín prefiere quedarse, -quédese en buen hora... Que lo diga él.</p> - -<p>Con semblante confuso, y casi casi con lágrimas en los ojos, el -peregrino respondió:</p> - -<p>—Yo no determino nada.</p> - -<p>—¿Pero usted qué prefiere?</p> - -<p>—Pues, la verdad, estimando mucho la hospitalidad del señor cura, y -ofreciéndole ponerme a su disposición para terminar aquellos apuntes y -cuanto guste mandarme, hoy me quedaría, pues la señora Condesa así lo -desea.</p> - -<p>—Es que... verá usted, don Remigio, como tenemos tanta obra en casa, -necesito que me ayuden mis buenos amigos. Hay que estar en todo, y -cuantos viven aquí han de arrimar el hombro a las dificultades. Mañana -pienso probar el horno de pan, y deshacerlo si no nos resulta bien. -Conque...</p> - -<p>—Que se quede, que se quede. Usted es aquí la santa madre, usted -manda, y los hijos... a obedecer calladitos. Señor de Urrea, ¿no monta -usted?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_259">p. 259</span>Lívido y -tembloroso, Urrea no acertaba ni a despedirse airosamente de su prima. -Era una máquina, no un hombre. Su tristeza le cogía todo el ser como -una parálisis, matándole la voluntad. Montó a caballo, y partió con el -cura y con Amador, sin saber que existía en el mundo un pueblo llamado, -por buen nombre, San Agustín.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChIV_6"> - <h3>VI</h3> -</div> - -<p>Mientras Amador fue en compañía de los dos viajeros, menos mal. Don -Remigio charlaba con él de montura a montura, dejando al otro en la -libre soledad de sus pensamientos. Pero el bravo paleto se despidió en -los Molinos (encrucijada de donde partía el sendero que a sus casas -de la Alberca conducía), y ya solos el cura y el primo de la Condesa, -desencadenó aquel sobre este todo el torrente de su locuacidad. -Difícilmente, apurando sus donaires, logró sacarle del cuerpo alguna -que otra palabra, y conociendo al fin que el motivo de su tristeza no -era otro que el pronto regreso a San Agustín, quiso consolarle con -estas compasivas razones:</p> - -<p>—Créame, señor de Urrea, en Pedralba, a estas horas, estaría usted -soberanamente aburrido. ¿Sabe usted lo que hacen allá desde anochecido -hasta que cenan? Pues rezar, rezar, y rezar que se las pelan,<span -class="pagenum" id="Page_260">p. 260</span> y usted, hombre de piedad -muy problemática, cortesano al fin, chapado a la modernísima, huirá del -santo rezo como los gatos del agua fría. ¡Si entiendo yo a mi gente... -ah!... Verdad que también en San Agustín, en cuanto lleguemos, rezaré -yo el rosario con Valeriana y algunas vecinas. Pero usted se puede ir -con Láinez al casino, y cenar con él, y volver a mi modesta casa, a -la suya, digo, a la hora que le acomode. En Pedralba, con el último -bocado de la cena en la boca, se acuestan todos a dormir como unos -santos. ¡Bonita noche iba usted a pasar allá! No, señor madrileño, con -sus puntas de calavera, y sus ribetes de escéptico materialista, no -está usted forjado en estas costumbres entre rústicas y monásticas. -¡El campo! ¡Pues poco que le cansará el campo! Para usted, ponerle de -noche en medio de estas soledades, será lo mismo que si a mí me meten -de patitas en un salón de baile. ¿Qué haría yo? Salir bufando. <i>Suum -cuique</i>, señor de Urrea. Conque, no le pese venir conmigo. En el -casino, entiendo que hay billar, tresillo, y se habla de política... lo -mismo que en Madrid.</p> - -<p>No consiguió el buen curita consolarle, y el alma del calavera -arrepentido se ennegrecía más conforme se acercaban a San Agustín. -Llegados al pueblo, resistiose a ir al casino. Desde la sala oía el -rezo del rosario en el comedor;<span class="pagenum" id="Page_261">p. -261</span> durante la cena hizo desesperados esfuerzos por aparentar -alegría, y se retiró a la alcoba, impregnada del olor de paja. Le dolía -la cabeza.</p> - -<p>Interminable y tormentosa fue para él la noche; levantose muy -temprano, acompañó a la iglesia a su digno amigo y anfitrión, -y mientras este se despojaba en la sacristía de las vestiduras -sacerdotales, José Antonio puso en práctica la idea concebida -entre dolorosas vacilaciones al amanecer, resolución que, una vez -compenetrada en su voluntad, adquirió la fuerza de un acto instintivo. -Como escolar castigado, que se escapa del colegio, tomó el caminito -de Pedralba, a pie, y al perder de vista las casas de San Agustín, -sintiose más aliviado de su mortal ansiedad, y con valor para -arrostrar lo que por tan atrevido paso le sucediese. Las nueve serían -cuando avistó el castillo, y antes de acercarse, exploró las tierras -circunstantes, dudando si hacer su entrada por el camino derecho, o -por algún atajo. Esto era pueril, y sus vacilaciones, al término del -viaje, denunciaban al colegial prófugo. No viendo a nadie por aquellos -contornos, anduvo un poco más, y su vista prodigiosa le permitió -distinguir desde muy lejos, en una ladera del monte, dos bultos, dos -personas. Con un poco más de aproximación pudo reconocer a Nazarín y -don Ladislao, que estaban cortando leña, y allá se fue, rodeando un -buen<span class="pagenum" id="Page_262">p. 262</span> trecho, para -que no le viera la gente del castillo. Hablar con Nazarín antes de -presentarse a la Condesa, le pareció un trámite muy oportuno, tras -del cual ya vio, con fácil optimismo, solución satisfactoria. Al -llegar junto a los dos leñadores, Nazarín, que desde lejos le había -visto venir, no manifestó sorpresa. Vestía el cura ropas de Cecilio, -calzaba gruesos zapatones, y su cabeza descubierta recordaba más al -procesado del hospital de Madrid que al sacerdote de la rectoral de San -Agustín.</p> - -<p>—¡Hola, don Nazario...! ¿trabajando, eh?... Aquí me tiene usted otra -vez. Pues he venido... ¿Conque cortando leña?</p> - -<p>—Sí señor... Este ejercicio al aire libre me agrada mucho. La señora -Condesa está buena, gracias a Dios. Parece que ha venido usted a -pie.</p> - -<p>—Un paseíto. No estoy cansado.</p> - -<p>—Pues no pudimos arreglar el horno: tienen, que venir los albañiles. -La señora me mandó a paseo, quiero decir, a que me paseara, y aquí -estoy ayudando al amigo don Ladislao.</p> - -<p>—Bien, hombre, bien. Pues yo quería... hablar con usted, querido -Nazarín —balbuceó Urrea, abordando el asunto—. Usted es un santo, digan -lo que quieran, y me ayudará a obtener el perdón de Halma, por haber -vuelto acá sin su permiso.</p> - -<p>—La señora es muy indulgente.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_263">p. 263</span>—Pero mi falta es -más grave de lo que parece, porque he venido con propósito firme de -quedarme aquí, y no salgo ya de Pedralba si no me sacan descuartizado. -Óigame.</p> - -<p>—¡Hombre, hombre!... señor de Urrea —dijo Nazarín dejando a un -lado el hacha, para consagrarse a oír con calma las confidencias del -parásito corregido.</p> - -<p>—Pues verá usted... Mi prima quiere tenerme en Madrid. Ya está usted -al corriente. Yo era un perdido; ella, con su infinita bondad, maestra -de la virtud y destructora del pecado, me transformó; hizo de mí otro -hombre, hizo de mí un niño; me infundió el miedo del mal, el amor del -bien. Yo no me conozco. La tengo por una madre, y la obedezco en cuanto -mandarme quiera; pero no puedo obedecerla en una cosa... repito que -soy un niño... no puedo obedecerla en la disposición tiránica de vivir -en Madrid, porque lejos de ella me asaltan tentaciones, o llámense -recuerdos, de mi anterior vida mala, y la corrección que tanto ella -como yo deseamos, no se afirma, no puede afirmarse.</p> - -<p>—¡Hombre, hombre...!</p> - -<p>—Ayer vine con propósito de hablarle de este asunto y pedirle -que me dejase aquí; pero no tuve valor para decírselo. ¡Tanta gente -delante...! Convénzase usted de que soy un niño, y de que el antiguo -desparpajo del calavera se<span class="pagenum" id="Page_264">p. -264</span> ha convertido en una timidez invencible... Palabra que sí... -Pues me dijo que me volviera a San Agustín, y me volví; el caballo -me llevó como una maleta, y hoy, sin darme cuenta de ello, movido de -una irresistible fuerza, me he venido a Pedralba, me han traído las -piernas, que antes se me romperán en mil pedazos, que volver a llevarme -a Madrid. Y yo le pregunto a usted: ¿Se enojará mi prima? ¿Se obstinará -en que viva lejos de ella? Porque ha de saber usted que he cometido -una falta gravísima, una falta en la cual parecen reverdecer mis mañas -antiguas, mi mal corregida perversidad. Verá usted.</p> - -<p>—¿A ver, a ver...?</p> - -<p>—Pues Halma me arregló en Madrid una pequeña industria para que yo -trabajase, y adquiriera, como ella dice, una honrada independencia. -Mientras Halma permaneció en Madrid, muy bien: yo trabajaba, y empecé -a ganar dinero... Pero se va ella, quiero decir, se viene acá, y adiós -hombre, adiós propósitos de enmienda, adiós trabajo y formalidad. Me -entró una murria espantosa; yo no vivía, yo no comía, yo no pegaba -los ojos. Una mañana..., no sé si fue un demonio o un ángel quien me -tentó. ¿Qué cree usted que hice? Pues en un santiamén vendí todos los -trebejos, máquinas, utensilios, papel; realicé, liquidé, y me vine -acá.</p> - -<p>—Con propósito de no volver a la Villa y<span class="pagenum" -id="Page_265">p. 265</span> Corte. ¡Pobre señor de Urrea! Ignoro cómo -tomará la señora este arranque. Yo, sin autoridad para juzgarlo, no lo -veo con malos ojos.</p> - -<p>—¡Porque usted es un santo! —exclamó Urrea con ardor, levantándose -del suelo para abrazarle—. Porque usted es un santo, y el ser más -hermoso y puro que hay sobre la tierra, después de mi prima; y el que -diga que Nazarín está loco, ¡rayo! el que se atreva a decir delante de -mí tal barbaridad...!</p> - -<p>—¡Eh... Señor de Urrea, calma, pues creeremos que el loco es -usted...!</p> - -<p>—Para concluir, señor Nazarín de mi alma, si usted intercede por -mí, lo primero que debe decirle, después de darle cuenta de mi última -calaverada, el traspaso de los trebejos, es que yo quiero que me -admita aquí como a uno de tantos. Quiero ser un pobre recogido, un -infeliz hospiciano. ¿Que se necesita hacer vida religiosa?... pues -seré tan religioso como el primero. ¿Que se necesita trabajar en -estos oficios rudos del campo? pues José Antonio será el más activo -y el más obediente obrero que ella pueda suponer. Pónganme en el -último lugar; aposéntenme en la cuadra que no se crea bastante cómoda -para las caballerías; rebájenme todo lo que quieran. ¿Qué piden? -¿Humildad, paciencia, anulación? Pues aquí, bajo su gobierno, sintiendo -su autoridad materna y su divina protección,<span class="pagenum" -id="Page_266">p. 266</span> yo seré humilde, sufrido y no tendré -voluntad. ¿Que habrá que rezar largas horas? Yo rezaré cuanto ella y -usted me enseñen. Las faenas rudas no solo no me asustan, sino que las -deseo, y pienso que han de serme tan útiles para el cuerpo como para -el alma... Y diciéndole usted todo esto, señor Nazarín, como usted -puede y sabe decirlo, yo creo que... ¡Ah! se me olvidaba una cosa muy -importante...</p> - -<p>Diciendo esto, echó mano al bolsillo y sacó una carterita.</p> - -<p>—Aquí está lo que obtuve de la venta de todo aquel material, y del -traspaso de mi negocio. Déselo usted; no vaya a creer que me lo he -gastado de mala manera en Madrid.</p> - -<p>—No, mejor es que lo guarde para entregárselo usted mismo.</p> - -<p>—Pues en broma, en broma, son la friolera de nueve mil y pico de -pesetas, con las cuales <i>podríamos</i> hacer aquí algo de lo que ayer -indicaba don Pascual Amador.</p> - -<p>Dijo el <i>podríamos</i> con acento de ingenua oficiosidad, que hizo -sonreír a Nazarín.</p> - -<p>—No sé —replicó este, incorporándose en el suelo—. Tenga usted -presente, que al instalarse aquí la señora con nosotros, sus pobres -amigos en Dios, sus hijos más bien, ha quebrantado toda relación con el -mundo de allá, para emplear su vida en el servicio de Dios y en actos -de caridad sublime. Podría considerar la señora<span class="pagenum" -id="Page_267">p. 267</span> que usted no es enfermo, ni pobre, ni -necesitado, y que...</p> - -<p>—Que me admitan en concepto de loco —dijo Urrea interrumpiéndole con -viveza.</p> - -<p>—¡Oh, no! para locos, bastante tienen conmigo —replicó don Nazario, -con inflexión humorística, casi casi perceptible.</p> - -<p>—Y como pobre, ¿quién lo es más que yo? Y como necesitado de -corrección, de atmósfera moral... ¡Por Dios, queridísimo Nazarín, no me -quite usted las esperanzas!</p> - -<p>—Aquí no se entra sino con el corazón bien dispuesto para la piedad, -amigo Urrea, y si la señora dejó en las calles de Madrid, como ella -dice, su corona y todos los demás signos del orgullo social, nosotros -debemos arrojar en la puerta de Pedralba las pasiones, los deseos -desordenados, todo ese fárrago que entorpece la vida del espíritu. -Son aquí precisas de todo punto la obediencia a nuestra madre doña -Catalina, y un acatamiento incondicional a sus designios.</p> - -<p>—Nadie me ganará —afirmó Urrea con emoción—, en venerar y adorar a -mi prima, mirándola como lo que Dios nos permite ver de su presencia -en esta tierra miserable. Que me admita, y ninguno, ni usted mismo, me -aventajará en sumisión, ni en considerar a nuestra maestra y señora -como una madre. Si quiere some<span class="pagenum" id="Page_268">p. -268</span>terme a una prueba de acatamiento, que no me hable, que -no me mire, que me dé sus órdenes por conducto de usted o de otro -cualquiera, y yo viviré calmado y satisfecho solo con sentirme cerca -de ella, bajo su dulce despotismo. Admirándola, aprenderé el amor de -Dios; y su perfección, relativa como humana, me dará el sentimiento de -la absoluta perfección divina. Ella será mi iniciación de fe; por ella -seré religioso, yo que he sido un descreído y un disipado, y ahora no -soy nada, no soy nadie, hombre deshecho, como un edificio al cual se -desmontan todas las piedras para volverlas a montar y hacerlo nuevo.</p> - -<p>—Bien, señor, bien —indicó Nazarín, impresionado vivamente por esta -declaración, y sintiendo una gran simpatía hacia Urrea—. Ya se acerca -la hora de comer. Bajaré, y hablaré a la señora. Y otra cosa: ¿usted no -come?</p> - -<p>—¿Yo qué he de comer? Mientras usted no le hable, yo no bajo al -castillo. Cuando vuelva, don Nazario, tráigame un pedazo de pan.</p> - -<p>—Espéreme aquí.</p> - -<p>—Y acabaré de partirle aquellos troncos; así voy aprendiendo a -aprovechar el tiempo —afirmó Urrea desembarazándose de la americana y -cogiendo el hacha.</p> - -<p>—Como usted quiera. Adiós. Ladislao, ya es hora: vamos.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChIV_7"> - <p><span class="pagenum" id="Page_269">p. 269</span></p> - <h3>VII</h3> -</div> - -<p>Con infantil ardor, alentado por las esperanzas que la mediación de -Nazarín le infundía, el parásito la emprendió con los troncos; pero al -cuarto de hora de estrenarse en el oficio de leñador, tuvo que moderar -sus bríos, porque se sofocaba y un sudor copioso brotaba de su frente. -Luego volvió a la carga, conteniéndose en la medida de sus naturales -fuerzas, y mientras más troncos partía, más vivo era el contento que -inundaba su alma. ¡Ah, pues si le fuera permitido meterse de lleno -en aquella vida! Aprendería mil cosas gratas, como arar, sembrar, -escardar, cuidar aves y brutos, hacerse amigo de la tierra, súbdito -del reino vegetal y campestre. Y no se le haría cuesta arriba en tal -ambiente la vida religiosa, ascética, privándose de todo regalo y hasta -de hablar con gente. No tendría más amigos que los animales, y esclavo -del terruño, conservaría libre y gozoso el pensamiento para elevarlo a -Dios a todas horas del día. En estas cavilaciones le cogió la vuelta de -Nazarín, a eso de la una y media. Cuando le vio venir, con su reposado -paso de siempre, sin anticipar con su mirada albricias ni desengaños, -el corazón se le saltaba del pecho.</p> - -<p>—La señora —manifestó el cura mendigo,<span class="pagenum" -id="Page_270">p. 270</span> cuando estuvo a tiro de palabra—, dice que -baje usted a comer.</p> - -<p>—Pero...</p> - -<p>—Nada, que baje usted a comer. No me ha dicho nada más.</p> - -<p>—¿Sigue usted aquí cortando leña?</p> - -<p>—No, hoy es jueves, y toca explicar la Doctrina a los niños. -Aquilina les ha dado la lección. Cuando la señora tenga organizada la -escuela, todos alternaremos en la enseñanza.</p> - -<p>—Hasta eso haría yo, si ella me lo mandara: domar chicos, y meterles -en la cabeza el a, b, c. ¡Quién me lo había de decir...! En fin, voy. -¿Sabe usted que estoy temblando? ¿Y qué tal? ¿Se enfadó al saber...?</p> - -<p>—Se mostró más compasiva que enojada.</p> - -<p>—Eso ya es buen síntoma. Voy... ¿Y he de ir ahora mismo?</p> - -<p>—Ahora mismo, pues le tienen preparada la comida.</p> - -<p>—No tengo apetito... ¿Y de veras no dijo que soy una mala cabeza?... -¡Oh, qué bondad, qué santidad, Dios mío! ¡Ni siquiera recriminarme! -¿Cómo no adorarla lo mismo que al Dios que está en los altares? Nada, -verá usted cómo me perdona, y me admite, y... El corazón me dice que -sí. Procede como la Divinidad, la cual, según ustedes, concede todo lo -que se le pide con fe y compunción. Yo tengo fe en ella, querido<span -class="pagenum" id="Page_271">p. 271</span> Nazarín, y derramo -lágrimas del alma solo por sentirme bajo su divino amparo. Vamos -allá, que seguramente usted, que es también santo, habrá intercedido -gallardamente por este infeliz. Lo dicho, dicho: el que se atreva a -sostener que Nazarín está loco, se verá con José Antonio de Urrea. No -lo tolero... mi palabra que no...</p> - -<p>—Sea usted juicioso, amigo mío.</p> - -<p>—¡Locura la piedad suprema, locura la pasión del bien ajeno, locura -el amor a los desvalidos! No, no... Yo sostengo que no, y lo sostendré -delante del cura y del juez y del Obispo y del Papa, y del mundo -entero.</p> - -<p>—No alborotarse, y vaya comprendiendo que en Pedralba no se disputa, -ni se sostienen opiniones más que por quien puede y debe hacerlo. -Los demás, a obedecer y callar. ¿Usted qué sabe si yo soy loco o soy -cuerdo?</p> - -<p>—¿Pues no he de saberlo?</p> - -<p>—Ea, basta... Vamos pronto, que la señora nos aguarda.</p> - -<p>Bajaron, y cuando Urrea entró en la casa y en el comedor más muerto -que vivo, lo primero que le dijo su prima, poniéndole la comida en la -mesa, fue:</p> - -<p>—Pero, hijo, estarás desfallecido. ¿Por qué no bajaste a comer con -Nazarín y don Ladislao?</p> - -<p>Echose Urrea de rodillas a sus pies, diciendo con trémula voz que él -no probaría bocado<span class="pagenum" id="Page_272">p. 272</span> -mientras no recibiera el perdón que humildemente solicitaba.</p> - -<p>—Eres un niño —le dijo Halma—. Come, y después hablaremos... Pero -como eres un niño grande, y con resabios mañosos, hay que sentarte un -poquito la mano. Come con calma, pobrecito... ¿Tú quieres hierro? Pues -hierro. Yo no contaba contigo para esta vida, porque nunca creí que la -resistieras. Se hará la prueba con todo el rigor que exige tu pasado y -las malas costumbres que todavía conservas.</p> - -<p>Comiendo y suspirando, por momentos risueño, por momentos conmovido -hasta derramar lágrimas, José Antonio le dijo que por grande que fuera -el rigor de la prueba, no lo sería tanto como su energía y tesón para -resistirla, y que a todo se hallaba dispuesto con tal de vivir bajo la -santa autoridad de Halma. No le arredraban las cuestas por agrias que -fuesen. ¿Cuesta religiosa? pues a ella. ¿Cuesta de trabajos rudos, como -de presidiario? pues a ella.</p> - -<p>Como llegara don Pascual Amador, se habló de otros asuntos. Iba el -paleto hidalgo a llevar a la señora unos documentos de la Alcaldía de -Colmenar para que los firmara, y se despidió después de tomar un vasito -de vino.</p> - -<p>—Don Pascual —le dijo Halma, entregándole la cartera que poco antes -le había dado su primo—. Hágame el favor de guardarme eso. Son...</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_273">p. 273</span>—Nueve mil -seiscientas cincuenta —apuntó Urrea.</p> - -<p>—No lo necesitaré —añadió la Condesa—, hasta que emprenda la -roturación del prado grande. Porque me decido, señor don Pascual, me -decido. Hay que sacar del suelo de Dios todo lo que se pueda. La huerta -la empezaremos el lunes, rompiendo la tierra con los brazos que aquí -tengo. Mire usted, mire usted qué obrerito se me ha entrado por las -puertas...</p> - -<p>Celebró mucho Amador los nuevos propósitos de la señora, que -concordaban con sus ideas del fomento de Pedralba, y partió a vigilar a -los jornaleros que tenía en la Alberca.</p> - -<p>—Para hacer boca —dijo Catalina al neófito—, me vais a desescombrar, -entre tú y los sobrinos de Cecilio, las ruinas estas, hasta descubrirme -el suelo.</p> - -<p>—Ahora mismo.</p> - -<p>—Ten calma. Esta tarde vas al cuarto bajo de la torre, donde -provisionalmente tenemos la escuela, y oirás la explicación de la -Doctrina Cristiana... Como has estado cortando leña, esta noche tendrás -unas agujetas horribles. Descansas, y mañana, a lo que te he dicho, -como preparativo para faenas más penosas.</p> - -<p>—Para mí no hay nada difícil estando aquí.</p> - -<p>—Vivirás en la otra casa, con Cecilio. Esta noche arreglarás tu -cama en el pajar, como Dios<span class="pagenum" id="Page_274">p. -274</span> te dé a entender. ¿No has dormido tú nunca sobre un montón -de paja? Yo sí, allá muy lejos de España... y en aquellos días de -abandono y miseria, me pareció el colmo de la incomodidad y de la -humillación. Hoy me sería indiferente.</p> - -<p>—Me instalaré muy gustoso en el pajar.</p> - -<p>—Esta noche, en la nota de los encargos que ha de traer de Colmenar -el tío Valentín, pondremos: un chaquetón de paño pardo para ti, unos -zapatos gruesos, de lo más grueso que haya, una faja, una montera... -Verás qué elegante estás. Como en tu domicilio no hay espejo, podrás -mirarte en el charco de la fuente. Y cuando venga la pareja de bueyes, -aprenderás a uncirlos, a manejarlos. ¿Sabes tú lo que es un arado, y -el peso que tiene? Pues ya te irás enterando. Comerás con nosotros, -pues aquí no debe haber más que una mesa para todos los habitantes de -la ínsula. Día llegará en que Cecilio y su gente, y el tío Valentín, -comamos reunidos. Mañana, si las agujetas no te estorban mucho, -después que hayas tomado el tiento a las piedras de las ruinas, -vuelves a partir un poquito de leña... No quiero que estés ocioso ni -un momento. La prueba tiene que ser seria, para que yo pueda formar -de ti un juicio seguro, y te considere capaz o incapaz de compartir -nuestra vida. Pues aguárdate, que luego ven<span class="pagenum" -id="Page_275">p. 275</span>drán los ejercicios religiosos, el madrugar -con el alba, las mortificaciones, la asistencia de enfermos... ¡Ah! -todavía no te has hecho cargo de la gravedad de lo que deseas y pides. -Tú, hombre de salones, hombre sin principios, inteligencia demasiado -sensible a la actualidad, a lo nuevo y reciente, te has dejado influir -por esas rachas de ideas que vienen del extranjero, lo mismo que -las modas del vestir, del comer y del andar en coche. Te cogió la -ventolera religiosa, que suele soplar de vez en cuando, lanzada por -las tempestades que recorren furiosas el mundo, y ya tenemos a Urreíta -delirando por lo espiritual, como deliraría por un autor nuevo, o por -la última forma de sombreros o trajes. Y te vienes acá con una piedad -de <i>aficionado</i>, que no es lo que yo quiero, ni nos hace falta -ninguna.</p> - -<p>—No es eso, no es eso —replicó José Antonio con acento persuasivo—. -Yo quiero creer, yo anhelo parecerme a ti, conservando la distancia -entre mi monstruosa imperfección y tu...</p> - -<p>—Basta: no me gusta la palabrería lisonjera.</p> - -<p>—Mi aspiración es volver a empezar, más claro, volver a nacer. -Me he muerto; resucito hijo tuyo, y esclavo tuyo. Encárgame de los -oficios más bajos y humillantes, y en cosas de religión lo más difícil. -¿Asistir enfermos has dicho? Nazarín me enseñará.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_276">p. 276</span>—En eso y en otras -muchas cosas, buen maestro tuyo y mío puede ser.</p> - -<p>En esto pasó Nazarín por delante de la ventana del comedor, -cambiadas ya las ropas de leñador por las de cura. Iba al ejercicio -de Doctrina, y ya los rumores de algazara infantil anunciaban que -la familia menuda se reunía en la sala provisionalmente destinada a -escuela.</p> - -<p>—Allá voy yo también —dijo Urrea viéndole pasar—. Quiero ser como -los pequeñitos. Verdaderamente, ese hombre me parece divino, y por él, -por la influencia que sin duda tiene en ti, he conseguido tu perdón. -¿Qué te dijo, qué razones alegó en mi favor?</p> - -<p>—No hizo más que contarme lo que habías hecho.</p> - -<p>—¿Y tú...?</p> - -<p>—Le pedí su parecer sobre la resolución que debía tomar contigo.</p> - -<p>—¿Y él...?</p> - -<p>—Me dijo que debía admitirte.</p> - -<p>—¡Prima mía —exclamó Urrea con exaltación, braceando por alto—, al -que me diga que ese hombre está loco, le mato!... ¡ah, no!</p> - -<p>Llevose la mano a la boca como para contener la palabra, y volver a -meterla para adentro.</p> - -<p>—No, no le mato, dispensa. Pero le... Tampoco... Lo que haré -será decir y proclamar, con<span class="pagenum" id="Page_277">p. -277</span>tra la opinión de todo el mundo, que no es demente, que no -puede serlo, que el mayor de los contrasentidos sería que lo fuese... Y -tú crees lo mismo, Halma, no me lo niegues: tú crees lo mismo.</p> - -<p>—¿Tú qué sabes?... Silencio, y a la Doctrina.</p> - -<p>—Voy.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChV_1"> - <p><span class="pagenum" id="Page_279">p. 279</span></p> - <h2 class="nobreak">QUINTA PARTE</h2> - <hr class="tir" /> - <h3>I</h3> -</div> - -<p>Durante tres, cinco, diez, no sé cuántos días, corrieron los sucesos -mansamente y como por carriles en el castillo de Pedralba, y sus -campos y montes circunstantes, notándose en todo, cosas y personas, -el impulso que les diera con firme mano la organizadora de aquella -singular familia. Pero aún faltaba mucho para que la idea total de la -noble señora se viera íntegramente realizada, porque las deficiencias -de local no podían remediarse pronto, y en diversos detalles de -organización surgían a cada instante obstáculos que solo la constancia -y buena voluntad de todos vencerían al cabo. La roturación de la huerta -dio mucho que hacer, por la dureza del terruño y por la dificultad de -dotarla de aguas. Como no era fácil ni económico traerla de la fuente -por un viaje de arcaduces, se abrió un pozo, en cuya excavación no -fue preciso ahondar más que veintitantos pies para encontrar agua -abundante. A las dos semanas<span class="pagenum" id="Page_280">p. -280</span> de empezadas las obras, ya había varios bancales plantados -de arvejas, alubias, coles y otras hortalizas de ordinario consumo. -Provisionalmente se cercó la huerta con piedra y espinos. La pareja -de bueyes no se hizo esperar, y a los tres días de aquellos trajines, -ya sabía Urrea manejar a los pacientes animales, como si les hubiera -tratado toda la vida. Pronto les tomó cariño, y no habría cambiado su -compañía silenciosa por la de amigos de la especie humana, como tantos -que había conocido en su primera vida.</p> - -<p>Las faenas más rudas no abatían el ánimo del calavera arrepentido: -el constante y metódico ejercicio corporal, si al principio le causaba -fatiga, no tardó en fortalecerle. La idea de ser hombre nuevo se -arraigaba tanto en su conciencia, que creyó haber criado nueva sangre, -echado nuevos músculos, y hasta que le habían sacado todos los huesos -viejos, para ponérselos flamantes. De su apetito no digamos: no -recordaba haberlo tenido igual desde la infancia. Muchos días comía en -el monte con el pastor, o con los sobrinos de Cecilio (de quienes se -hablará después); y aquella pitanza frugal y sabrosa, que le llevaban -en un pucherete Aquilina, Beatriz, o la misma Condesa, le sabía mejor -que los más refinados manjares de las mesas cortesanas. Pues cuando -improvisaban cena o almuerzo al<span class="pagenum" id="Page_281">p. -281</span> aire libre, cocinando con escajos y palitroques, sobre un -trébede, en la sartén del pastor, unas rústicas migas o cosa tal, -el hombre gozaba lo indecible, y daba gracias a Dios por haberle -llevado a la vida salvaje. ¡Y luego el sosiego del espíritu, la paz -de la conciencia, la seguridad del mañana...! Nada podía compararse -a semejantes bienes, nuevos para él. Todo cuanto del mundo conocía, -de un orden distinto radicalmente, parecíale una pesada broma del -destino. Porque la vida de ciudad, durante los años que a veces sin -razón se llaman floridos, de los veinte a los treinta, ¿qué había sido -más que suplicio sin término, humillación, ansiedad, y cuanto malo -existe? ¡Bendito salvajismo, bendita barbarie, que le permitía lo más -elemental, vivir!</p> - -<p>Los Borregos, que así nombraban a los dos sobrinos de Cecilio, -trabajadores a jornal en la finca, fueron los primeros compañeros de -vivienda del improvisado salvaje, y no tardaron en ser sus amigos, -maestros también en todo aquel rústico manejo. Más bárbaros no los -había criado Dios; pero tampoco más sencillotes ni de corazón más -noble y sano. Al principio, la epidermis moral de Urrea se lastimaba -un poco al rozarse con la corteza dura de aquellos infelices; pero -no tardó en criar callo, y si él al contacto se endurecía, los otros -indudablemente se suavizaban. Por las noches, al tumbarse so<span -class="pagenum" id="Page_282">p. 282</span>bre la paja rendidos, en -el breve rato que al sueño precedía, charlaban los tres, explicándose -cada cual según sus luces, y allí vierais confundida la barbarie y -la cultura, el fácil discurso y la jerga torpe, la inteligencia y la -superstición. El Borrego mayor, chicarrón de veintidós años, despuntaba -por su guapeza descocada y algo insolente; no solo se conceptuaba -hombre capaz de medirse en buena lid con el más pintado, sino que -en lo tocante al oficio de labrador no daba su brazo a torcer ni a -los más peritos. Todo se lo sabía; jactábase de conocer los secretos -de la tierra y de la atmósfera. Planta que él hincara en el suelo, -de fijo arraigaba y crecía como ninguna. Había inventado sin fin de -reglas de fisiología vegetal, de las cuales ni una sola fallaba, -según él, en la práctica. Sobre la fecundación, sobre las épocas de -siembra y trasplante, y la influencia misteriosa de las fases de la -luna en la vida de las plantas, contradecía con el mayor descaro el -criterio de los labradores viejos, defendiendo el suyo con arrogante -terquedad. A Urrea le encantaba este carácter inflexible, tenaz, -basado en un furibundo amor propio. Y más de una vez se preguntó: «En -otra esfera, con otra educación, Bartolomé, ¿qué sería?» El segundo -Borrego era lo contrario de su hermano, humilde, de voluntad perezosa, -que fácilmente se amoldaba a la voluntad ajena,<span class="pagenum" -id="Page_283">p. 283</span> corto de palabras, algo melancólico, -curioso y preguntón. Gustaba de que le contaran guerras, aventuras y -sucesos extraordinarios, y se enloquecía con las estampas, toda suerte -de muñecos pintados, aunque fueran los de las cajas de cerillas, que -le parecían tan hermosos como a nosotros los cuadros de Rafael y -Velázquez. Y Urrea se decía: «Isidrico en otra esfera y educado como -los muchachos finos, ¿qué sería?»</p> - -<p>Con estas reflexiones estudiaba José Antonio la Humanidad, al paso -que obtenía de la observación de la Naturaleza útiles enseñanzas. En -su anterior vida, no se había fijado en multitud de fenómenos que -le causaban maravilla. Hasta el cielo estrellado, en noches claras -y sin nubes, atraía su atención como cosa nueva y desconocida. Lo -había visto, sí, infinitas veces; pero nunca lo había visto tan bien, -ni recreádose tanto en su hermosura. Con esto, nuevas ideas iban -sustituyendo a las antiguas, que al modo de hoja seca se caían y eran -arrebatadas por el viento. Y todo el nuevo retoño cerebral venía -fuerte, anunciando una foliación y florescencia vigorosas. Él no cesaba -de repetirlo: era como nacer dos veces, la segunda por milagro de Dios, -en edad de hombre, conservando el recuerdo de la primera encarnación -para poder comparar, y apreciar mejor las ventajas de la segunda.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_284">p. 284</span>Pocas veces tenían -ocasión de hablarse Halma y su primo en aquellos comienzos de la vida -rústica, porque él trabajaba lejos de la casa. Por la noche, después -del rosario, o si cenaban en comunidad, la señora le exhortaba en pocas -palabras a seguir en aquel ordenado comportamiento. Esto y los saludos -de ritual, cuando por acaso se encontraban en el campo, eran su única -relación de palabra. Pero en espíritu, Urrea no la separaba de sí: -noche y día pensaba en ella, o se la imaginaba, transfigurándola a su -antojo. Nada más grato para él que apreciar en los actos y expresiones -de sus compañeros el gran respeto que la señora les inspiraba. Y de -tal modo en él mismo se había fortalecido aquel respeto, que cuando -la veía venir, se turbaba como un chiquillo vergonzoso. Y por mucho -que se estimara en su nuevo estado de conciencia, cada día sentía -crecer la distancia entre ambos, porque si él se elevaba, ella subía -desaforadamente.</p> - -<p>No eran pasados quince días de aprendizaje, cuando el novicio -recibió por Nazarín órdenes de trasladar su residencia. El buen clérigo -peregrino había estado tres días en San Agustín, acabando de extractar -el divino libro de la Paciencia, con empleo casi sublime de la suya, -y de vuelta a Pedralba, hizo limpieza, sin auxilio de nadie, de los -dos aposentos de la torre. Allá<span class="pagenum" id="Page_285">p. -285</span> se estuvo toda una mañana, blanqueando las paredes, lavando -los pisos de baldosín, y extrayendo como podía cuanta mugre había en -los rincones.</p> - -<p>—Aquí estarás mejor que allá —dijo a Urrea por la noche, dándole -posesión de su nuevo domicilio, y mostrándole cama limpia y bien -mullida, y los muebles de madera relucientes—. Esto, querido Urrea, lo -hago por ti, que estás acostumbrado a la primera de las comodidades, -que es el aseo. Aquí la señora nos enseña a ser nuestros propios -criados, y yo te doy el ejemplo...</p> - -<p>—¡Vaya un ejemplo! Me lo da usted contrario, haciéndose mi -sirviente.</p> - -<p>—No, bobito. Lo que yo hago esta semana, lo harás tú la próxima.</p> - -<p>Nazarín le tuteaba desde los primeros días, porque era en él añeja -costumbre. Poco fuerte en tratamientos, no abandonaba la forma familiar -más que ante personas de muchísimo respeto, como la Condesa, don -Remigio y otros tales.</p> - -<p>—Bueno —dijo el neófito—, yo no veo aquí más que una cama. ¿Acaso -tiene usted la suya en ese mechinal de al lado, junto a la escalera de -piedra?</p> - -<p>—Eso que llamas mechinal es un aposento precioso. Pasa y examínalo. -Tiene el suficiente espacio para mi lecho, que es esta tarima -forra<span class="pagenum" id="Page_286">p. 286</span>dita en una -manta... ¿ves? ¡Qué lujo, qué gala!... y como yo, aquí, no he de dar -bailes, no necesito más cabida. ¿Ves? echadito en mi tabla, con la -cabeza toco en la pared de acá, y aún me falta una tercia para tocar -con los pies en la de enfrente. ¡Y si vieras qué abrigado es esto! Lo -que tiene es que en obscuridad compite con la boca de un lobo; pero -como yo no estoy aquí durante el día, y de noche puedo encender luz, si -quiero, me acomodo tan ricamente. En peores alcobas y camas he dormido -yo mucho tiempo.</p> - -<p>—Ya lo sé. Por eso está usted como está, y le tienen por hombre sin -seso. En fin, si ha de haber penitencias y privaciones, dénmelas a mí, -y verán qué pronto las acepto.</p> - -<p>—¡Penitencias, privaciones! Dios te las irá mandando cuando menos lo -pienses. Por el pronto, ¿no dices que te gustaba la holgada libertad -del pajar? Pues fastídiate. Ya no vuelves allá. ¡Aquí, en la torre, -preso! aguantando mis sermones, si se me ocurre endilgarte alguno, -rezando conmigo, sí señor, todo lo que a mí me dé la gana.</p> - -<p>—A eso estamos, padre Nazarín; pero en esta casa de la igualdad, -debemos alternar en las comodidades, digo, en las mortificaciones. -Una noche duermo yo en la cama y usted en la tarima, y a la noche -siguiente, cambiamos.</p> - -<p>—Eso lo veremos. No hay tanta igualdad co<span class="pagenum" -id="Page_287">p. 287</span>mo crees, ni debe haberla. Por de pronto, yo -estoy por encima de ti en edad, saber y gobierno, y si te mando dormir -en cama blanda, tendrás que fastidiarte.</p> - -<p>Al volver de cenar en el castillo, y antes de recogerse, charlaron -otro poco.</p> - -<p>—Pepe —le dijo Nazarín, sentándose en su tarima—, ¿sabes una cosa? -Después de cenar, mientras saliste a fumar tu cigarrito, la señora me -encargó que te advirtiese...</p> - -<p>—¿Qué?</p> - -<p>—Nada, no te asustes... ¡Si creerás que es algo de cuidado!... Y si -lo es, hijo, yo no lo sé... Pues que te advirtiera que si mañana, o -pasado, vamos, don Remigio y el señor de Amador te dicen alguna cosa -desagradable, algo que te lastime, procures no incomodarte. Tú no has -aprendido aún a sofocar la cólera, y en eso has de poner mucho cuidado, -José Antonio, porque la cólera es pecado muy feo. Ya sabes que cuantos -vivimos aquí hemos de ser sufridos, mansos y afrontar con semblante -sereno la ofensa, el ultraje mismo. Esto tienes que aprenderlo, Pepe, y -probar tu paciencia en la práctica, en la realidad. Si no, estás de más -en Pedralba.</p> - -<p>—¿Pero qué es eso que me van decir el cura y Amador? ¡voto al hijo -de la Chápira! —gritó Urrea, disparándose.</p> - -<p>—Temprano empiezas —dijo Nazarín acercán<span class="pagenum" -id="Page_288">p. 288</span>dose al lecho en que el otro acababa de -tumbarse—. ¡Pero, hombre, te estoy amonestando...!</p> - -<p>—¡A mí!... ¡decirme a mí!... ¿Pero qué?</p> - -<p>—¿Lo sé yo acaso, hijo de mi alma?</p> - -<p>—¡Oh! usted lo sabe, padre Nazarín, y si no, lo adivina, porque -usted lee en el pensamiento de las personas, y penetra las más -recónditas intenciones.</p> - -<p>—Que no sé, te digo... Cumplo mi encargo, y me callo. La señora -me manda advertirte que, oigas lo que oyeres, no te enfurezcas, ni -siquiera muestres enfado. Ella lo manda, Pepe.</p> - -<p>—Pues si ella lo manda, antes me vea muerto que desobediente... -Pero no sé, querido Nazarín, no sé lo que me pasa. Con lo que usted -me ha dicho..., siento que mi ser antiguo rebulle y patalea, como si -quisiera... ¡Ay! no se vuelve a nacer, ¿verdad? No muere uno para -seguir viviendo en otra forma y ser. Un hombre no puede ser... otro -hombre.</p> - -<p>—Indudablemente... uno no puede ser otro —dijo el apóstol sonriendo -benévolamente—. No canses tu cerebro con sutilezas. Déjalo descansar en -el sueño.</p> - -<p>—No podré dormir.</p> - -<p>—Rezaremos. Te contaré cuentos. Te arrullaré como a los niños.</p> - -<p>—Ni aun así dormiré... Mi tristeza, no sé qué punzante inquietud me -desvela.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_289">p. 289</span>—Yo no quiero que -estés triste, Pepe. Imítame a mí, que siempre vivo en una alegría -templada.</p> - -<p>—¡Oh, si pudiera...! Y no solo la tristeza. Paréceme que tengo -fiebre. Yo voy a caer malo.</p> - -<p>—Si caes malo —replicó el curita manchego, clavando en él una mirada -penetrante—, yo te cuidaré... y te salvaré de la muerte.</p> - -<p>—¡La muerte...! —exclamó Urrea con abatimiento, cerrando los ojos—. -¿Para qué defenderse de ella, cuando es la mejor, la única solución?</p> - -<p>—No te cuides tú de tu muerte. Dios se cuidará de eso. Ahora, hijo -mío, a dormir.</p> - -<p>—A dormir, sí... ¿Usted lo manda?</p> - -<p>—Lo deseo...</p> - -<p>Callaron, y poco después Urrea dormía, teniendo por guardián -vigilante a Nazarín, el cual, sentado junto al lecho, rezaba entre -dientes.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChV_2"> - <h3>II</h3> -</div> - -<p>Al día siguiente, hallándose el salvaje en la huerta, sintió el -trote de un caballo. Creyendo que se aproximaba don Remigio, miró con -sobresalto. Pero no; era Láinez, el médico de San Agustín, que iba -dos veces por semana a Pedralba, a celebrar consulta para todos los -pobres circunvecinos. Habíale ajustado la señora para este servicio, -temporalmente, mientras se<span class="pagenum" id="Page_290">p. -290</span> arreglaba la instalación de un médico fijo en la casa, -para visitar y asistir a los enfermos de todo el término. Se conocían -los días de Láinez en que desde el amanecer asomaban por aquellos -vericuetos innumerables personas de cara hipocrática, lisiados y cojos, -unos con los ojos vendados, otros con la mano en cabestrillo, este -llevado en un carro, aquel arrastrándose como podía. La consulta duraba -toda la mañana, y por la tarde visitaba el doctor, por encargo expreso -de la Condesa, a los enfermos que vivían más próximos.</p> - -<p>Saludó Urrea cortésmente al médico cuando a su lado pasó, y estuvo -por preguntarle: «¿Tiene usted que decirme algo por encargo de don -Remigio?» Pero como Láinez no hizo más que contestar fríamente al -saludo, volvió el joven a su trabajo, silencioso y triste: «Vamos a -platicar un poquito con la tierra» —se decía, moviendo con fuerte -brazo la pala o el azadón. Y era verdad que hablaban tierra y hombre, -él contándole sus penas, ella diciéndole algo de sus misterios -impenetrables. Pero como la tierra es tan discreta, que no revela nada -de lo que con ella hablan ni los muertos ni los vivos, ignoro lo que se -comunicaron hombre y tierra.</p> - -<p>Por la tarde, salieron juntos Láinez y Amador. Urrea les miró -alejarse, dejando a las caballerías andar al paso. «De fijo hablan -de mí» —se<span class="pagenum" id="Page_291">p. 291</span> dijo, -mirándoles de lejos. Era una corazonada, un rasgo de adivinación de los -que no fallan, por misteriosa connivencia de los fluidos que al parecer -nos rodean. «Hablan de mí —volvió a decir José Antonio—, y hablan mal. -Tan cierto es esto, como que me alumbra el sol.» Y tornó a contarle sus -cuitas a la arcilla, teniendo por órgano a la pala, y al revolver los -esponjados terrones, y verlos quebrarse al sol, oía de ellos vagorosas -respuestas.</p> - -<p>Amador y Láinez, alejándose despacito de Pedralba, hablaban -del neófito lo que este no podía saber ni aun preguntándoselo al -terruño.</p> - -<p>—Pues verá usted —dijo el paleto hidalgo— lo que pasó. El señor -Marqués de Feramor me mandó a decir con Alonso que si iba por Madrid, -no dejase de pasar a verle. Fui el lunes, como usted sabe, y don -Paquito me contó lo escandalizada que está toda la grandeza por -haberse colado aquí ese perdido de Urreíta. Allá creen que no viene -más que a engañarla, y sacarle el poco dinero que tiene, figurándose -religioso contrito, y embaucándola con santiguaciones, y farsas de -vida labradora. Yo creo lo mismo, amigo Láinez, porque el tal está tan -arrepentido como mi jaco; es hombre de historia sucia, y el primer -trapisonda de Madrid. Aquí nosotros, los buenos amigos de mi señora -la Condesa, los que estimamos y conocemos sus<span class="pagenum" -id="Page_292">p. 292</span> <i>inminentes</i> virtudes, debemos abrirle -los ojos, para que vea el dragón que se le ha metido en casa...</p> - -<p>—De eso se trata, amigo Amador —dijo el médico, hombrecillo de -figura mezquina, con un bigote atusado y gris, que parecía pegado con -goma, ojos mortecinos, cara rugosa, cabeza deforme y con poco pelo en -el occipucio—. Don Remigio ha recibido cartas de su tío don Modesto -Díaz, y de ello resulta que el tal Urrea es un histrión...</p> - -<p>—¿Un qué...?</p> - -<p>—Un histrión, que es lo mismo que decir un cómico. Finge -sentimientos, estados peculiares del ánimo, hace sus comedias con -labia y mímica perfectas, y ahí le tiene usted dando la castaña al -lucero del alba... Pues sí señor. No me gustó ese sujeto, la primera -vez que le eché la vista encima, y ha seguido... no gustándome. Es -uno un poco lince, y ha visto muchas monstruosidades de la materia y -del espíritu... Pues verá usted. Hablamos de esto don Remigio y yo... -Naturalmente, Remigio es el más abonado para...</p> - -<p>—Para llevar el gato al agua.</p> - -<p>—Y llamar la atención de la Condesa sobre el culebrón a que ha dado -abrigo en su seno —dijo Láinez, quedando muy satisfecho de la figura—. -Anteayer, Remigio soltó las primeras puntadas; pero la señora, según él -cuenta, le oyó<span class="pagenum" id="Page_293">p. 293</span> con -disgusto, y tuvo la generosidad, ¡parece increíble! de asegurar que su -primo es un hombre de bien.</p> - -<p>—¿Sí?... pues no se libra de un sablazo gordo, o de otra cosa -peor... porque ese no es de los que se van sin algo entre las uñas.</p> - -<p>—Para mí ha venido con un fin interesado —dijo el doctor mirando -fijamente al otro caballero—, y si me apuran, añadiré que con un fin -siniestro...</p> - -<p>—¡Hombre, tanto no!</p> - -<p>—Se verá... Al tiempo.</p> - -<p>Llegados al sitio de separación, se detuvieron para concertar el día -y hora en que debían reunirse con don Remigio para convenir en la forma -y manera de ilustrar mancomunadamente a la señora de Pedralba sobre -punto tan delicado. Puestos de acuerdo, cada cual siguió su camino.</p> - -<p>Y dos días después, hallándose Urrea en el monte, vio venir tres -hombres a caballo por el sendero de San Agustín. A pesar de la -distancia enorme a la cual se detuvieron, su vista prodigiosa les -conoció al instante, y el corazón le dio un tremendo vuelco. Con -furia insana descargó tremendos golpes sobre el tronco del árbol que -partiendo estaba, y el leño, en el gemido que parecía exhalar al -recibir el hachazo, le decía: «Hablan de ti, y hablan mal.»</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_294">p. 294</span>Urrea les miraba, -suspendiendo a ratos su tarea para volver a ella con terrible ímpetu -muscular, y le decía al tronco: «En tu lugar quisiera coger a los -tres.» Observó que cerca de la finca, los jinetes se detenían, cual si -tuvieran algo importante que discutir y concertar antes de meterse en -Pedralba.</p> - -<p>Don Remigio, alzándose nervioso sobre los estribos, y tan poseído de -su asunto como si en el púlpito estuviera, les dirigió esta retahíla, -que más bien arenga o sermón debía llamarse:</p> - -<p>—Señores y amigos, la cosa es grave, y es nuestro deber acudir -prontamente al remedio, auxiliando con desinteresado consejo a la -persona que tantos bienes ha traído a esta mísera tierra. Evitemos que -las intenciones de la santa Condesa sean defraudadas por un libertino. -Si yo le hubiera conocido, cuando por primera vez llegó a San Agustín, -habríale cortado el paso de Pedralba... ¡Ah, conmigo no se juega! -Pero yo estaba en la mayor inocencia respecto a ese caballerete, y le -agasajé en mi modesta casa, y le traje aquí. En la misma inocencia -candorosa vivían ustedes, mis buenos amigos, hasta que al fin, los -tres, por noticias fidedignas, hemos caído a un tiempo de nuestros -respectivos burros. Ahora bien...</p> - -<p>—Permítame un momento el señor cura —dijo Amador, acordándose de -una idea que debía ser agregada a los autos—. Una palabra nada<span -class="pagenum" id="Page_295">p. 295</span> más: lo que tiene indignado -al señor Marqués, a la familia, y a todos los títulos de Madrid, -es que, habiéndole dado a doña Catalina su legítima sin merma ni -descuento... Porque han de saber ustedes que parte de la tal legítima -había sido consumida por la señora allá en tierras del Oriente. Pues -bien: el señor Marqués, por darle gusto a don Manuel Flórez, que era un -alma de Dios, no quiso descontar los suplidos, y entregó a su hermana -el total de la herencia, o sean cuarenta mil y pico de duros, creyendo -que iba a ser empleado en obras de la religión bendita... ¿Qué resultó? -Que a los pocos días de entregarle el caudal, este pillo de Urrea le -sacó un <i>óbolo</i> de cinco mil duros... Lo que digo, la Condesa es -un ángel, y como ángel no debiera andar suelto. Opino yo que a los -ángeles...</p> - -<p>—Ya sabíamos lo de los cinco mil duros —dijo don Remigio, anhelante -de recobrar la palabra—. Lo que ustedes no saben es que poco antes de -venir la señora a Pedralba, ese aventurero le proponía una contrata -para traer acá las cenizas del Conde de Halma, encargándose él de todo -por otros cinco mil pesos.</p> - -<p>—Es un punto terrible —indicó Amador—. El Marqués dice, y tiene -razón: «doy mis intereses para el cultivo de la fe y el fomento de la -caridad, mas no para que un perdido se ría de Dios, de mi hermana y de -mí».</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_296">p. 296</span>—Muy bien dicho -—prosiguió el cura, cogiendo la palabra con propósito de no soltarla -más—. Pues yo, que por añeja costumbre dialéctica, me voy siempre -derecho a las causas, y cuando veo un mal, busco el origen para -atacarle en él, lo mismo que hace Láinez con las enfermedades, en este -caso, advirtiendo que corren sucias las aguas, me voy al manantial, -y... en efecto, allí veo... En fin, señores, que todo lo malo que -advertimos en Pedralba, proviene de los vicios de origen, de la -defectuosa fundación. La idea de la señora Condesa es hermosa, pero -no ha sabido implantarla. La primera deficiencia que noto aquí es que -no hay cabeza. Y esto no puede ser. Para que la institución marche, -y se realice el santo propósito de la Condesa, es preciso que al -frente del establecimiento haya un director, y para que tenga mucha -autoridad, conviene que el tal director sea un eclesiástico. Declaro -que no tendría yo inconveniente en desempeñar la plaza, a pesar del -mucho trabajo y responsabilidad que puede traer consigo. Procuraría dar -ejecución práctica y visible a las ideas, a los elevados sentimientos -de caridad de la santa señora, y, modestia a un lado, creo que no me -sería difícil conseguirlo... Redactaría constituciones, en las cuales -derechos y deberes estuvieran muy claritos. Marcaría la raya entre lo -espiritual, <i>prima<span class="pagenum" id="Page_297">p. 297</span> -facies</i>, y lo temporal, que es lo secundario... Daría denominación -al instituto, estableciendo un distintivo, el cual podría ser una cruz -o varias cruces, de este o el otro color, que yo llevaría cosidas en -mi manteo... y si no yo, quien quiera que aquí mandase con el nombre -de Rector, Mampastor, o Guardián... Pero si es mi propósito convencer -a nuestra amiga de la necesidad de una dirección, no está bien, ya lo -comprenden ustedes, que yo a mí mismo me proponga para ese modesto -cargo. Y no es ambición, conste que no es ambición: en último caso -sería sacrificio, y de los grandes; pero a esas estamos. De modo que si -la señora, por inspiración divina, admite mis razones, y me designa, -no tendré más remedio que bajar la cabeza, con beneplácito del señor -Obispo, y mientras Su Ilustrísima no creyera conveniente disponer de mi -inutilidad para una parroquia de Madrid.</p> - -<p>Asintieron los otros dos con monosílabos. La cara de don Remigio -echaba chispas.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChV_3"> - <h3>III</h3> -</div> - -<p>—Pues si el señor cura me promete no enfadarse —dijo Láinez después -de una pausa, en la cual se aseguró bien de sus ideas—, me permitiré -manifestarle que si apruebo lo de la dirección, pues sin dirección, o -llámese cabeza, no<span class="pagenum" id="Page_298">p. 298</span> -hay nada, no estoy de acuerdo con que el director sea sacerdote. Que -haya un eclesiástico, o dos, o veinticinco, para lo pertinente al -gobierno espiritual, muy santo y muy bueno. Pero, o yo no sé lo que me -pesco, o la señora Condesa ha querido fundar un instituto higiénico, -hablando más propiamente, un sanatorio médico-quirúrgico, con vistas a -la religión.</p> - -<p>—¡Hombre!</p> - -<p>—Déjeme seguir: El socorro de la indigencia, el alivio del dolor -humano, la asistencia de los enfermos, la custodia de los locos, la -práctica, en fin, de las obras de misericordia, da una importancia -desmedida al <i>elemento</i> médico-quirúrgico-farmacéutico. Yo soy muy -práctico, reconozco la importancia del <i>elemento</i> sacerdotal en -un organismo de esta clase; es más, creo que el tal <i>elemento</i> es -indispensable; pero la dirección, señores, opino, respetando el parecer -del señor cura, opino, entiendo yo... que debe ser encomendada a la -ciencia.</p> - -<p>—¡Hombre, por Dios, no sea usted...!</p> - -<p>—Permítame...</p> - -<p>—No, si no es eso. Equivoca usted los términos...</p> - -<p>—¡Vaya, hombre! Yo concedo...</p> - -<p>—¡La ciencia! Medrados estaríamos...</p> - -<p>—Yo concedo...</p> - -<p>—Distingamos, señores...</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_299">p. 299</span>Y un rato -estuvieron los tres quitándose uno a otro la palabra de la boca, y -tiroteándose con pedazos de expresiones.</p> - -<p>—Yo concedo —dijo Láinez, consiguiendo al fin acabar una frase—, que -la piedad, la fe sean el corazón de este organismo; pero la cabeza no -puede ser más que la ciencia.</p> - -<p>—¡Potras corvas! que alguna vez me ha de tocar a mí —gritó Amador -furioso, viendo que don Remigio rompía nuevamente, y que no había -manera de atajarle—. ¿Digo yo, o no digo mi parecer? Porque si -ustedes se lo parlan todo, ¡caracoles! estoy aquí de más... Pues -entro en el ajo como tercero en discordia, y digo que los señores -<i>propinantes</i> barren para dentro, cada cual mirando por su casa y -oficio, este para la Iglesia, este para la Facultad. Pues yo digo que -ni lo <i>juno</i> ni lo <i>jotro</i>, ¡caracoles! y que la dirección -debe ser administrativa, lo dicho, administrativa. Porque aquí lo -primero es asegurar la olla para todos, y no se asegura la olla sino -trabajando la tierra, y sabiendo después cómo se distribuye el fruto -entre estas y las otras bocas. Bueno que tengamos el <i>elemento</i> -tal..., religión, bueno; el <i>elemento</i> cual..., medicina, bueno. -Pero para que estos puedan concordarse y vivir el uno enclavijado en -el otro, se necesita del <i>elemento</i> primero, que es el trabajo, -el orden, la cuenta y razón, la labranza de la tierra, y esto<span -class="pagenum" id="Page_300">p. 300</span> no puede hacerlo la -Iglesia ni la Facultad. ¡Ah! como ustedes no le saquen su fruto a la -tierra, a fuerza de machacar en ella, ¿con qué potras van a sostener -la institución? ¿de dónde van a salir estas misas? En Pedralba, lo -primero es poner la finca en condiciones, pues... Hoy da cuatro; debe y -puede dar cuarenta, y cuando los dé, vengan pobres, y vengan tullidos, -y dementes, y tiñosos, y ciegos, para sanarlos a todos. Lo demás, es -andarse por las ramas, y empezar las cosas por el fin. La dirección -debe ser agrícola y administrativa, y aquí no hay más pontífice del -campo que <i>este cura</i>, yo mismo, y para concluir, sepan que esos -son los deseos del señor Marqués de Feramor, según carta que tengo aquí -y que puedo enseñarles.</p> - -<p>Callaron un rato el médico y el cura, como agobiados bajo la -pesadumbre del último argumento presentado por Amador; pero el -ingenioso don Remigio no tardó en recobrarse, y con nuevos y sutiles -razonamientos, pegó la hebra en esta forma:</p> - -<p>—¡Pero mi querido Amador, si el señor Marqués no es quien ha de -decidirlo! No niego yo su respetabilidad, ni su autoridad, ni sus -excelentes deseos; pero hay que desengañarse, el señor Marqués no toca -pito, no puede tocarlo en un asunto que es de exclusiva competencia de -su señora hermana.</p> - -<p>—Hemos convenido, amigo don Remigio —<span class="pagenum" -id="Page_301">p. 301</span>dijo Amador—, en que la Condesa es un -ángel...</p> - -<p>—Un ángel del cielo...</p> - -<p>—Los del cielo no sé; pero los de la tierra necesitan curador. -Dejemos a la virtuosísima, a la celestial doña Catalina de Halma -entregada solita a sus piedades, y a las blanduras de su corazón, y -dentro de dos años tendrá la finca embargada.</p> - -<p>—Se equivoca usted, Amador. La señora sabe cuidar de sus -intereses.</p> - -<p>—Pero la señora no labra las tierras, cree que con labrar el cielo -basta, y el trigo y la cebada, ¡caracoles! y los garbanzos y las -patatas, no veo yo que nazcan de nubes arriba.</p> - -<p>—También arriba nacen, señor de Amador, y nuestro Padre celestial, -que da ciento por uno, derrama sus dones sobre los que con fervor le -adoran.</p> - -<p>—Si yo no siembro, nada cogeré, por más que me pase el día y -la noche engarzando rosarios y potras. Don Remigio, todo eso del -misticismo eclesiástico y de la santísima fe católica, es cosa muy -buena, pero hace falta trigo para vivir. Señores, pongámonos en el ajo -de lo positivo. Coloquémonos <i>bajo el prisma</i> de que el primero de -los dogmas sagrados es la alimentación.</p> - -<p>—¡Hombre!...</p> - -<p>—La alimentación he dicho, ¡caracoles! Dí<span class="pagenum" -id="Page_302">p. 302</span>ganme: donde no hay manutención, ¿qué -hay?</p> - -<p>—No exageremos —replicó Láinez, que un gran trecho había permanecido -silencioso—. Concediendo toda la importancia al <i>aspecto</i> -administrativo, yo creo que la dirección... no nos apartemos del tema, -señores, creo que la dirección no debe ser agrícola ni administrativa. -Esto no es una granja.</p> - -<p>—Yo digo que sí, una granja hospitalaria y monacal.</p> - -<p>—No es eso.</p> - -<p>—Y aunque lo fuera —añadió el médico—, la dirección debe correr a -cargo de la ciencia, que todo lo abarca, la ciencia, señores, que...</p> - -<p>—¡Hombre, no nos dé usted más la tabarra con su cansada ciencia! -Porque francamente, si en estas cosas, nos pone usted a la religión -bajo la férula de una casquivana como la ciencia, la religión tendrá -que inhibirse y decir: «allá vosotros».</p> - -<p>—No señor, porque la ciencia...</p> - -<p>—En resumen —chilló don Remigio, algo quemado—, que usted propondrá -a la señora que le nombre jefe omnímodo de Pedralba, con poder sobre el -director espiritual y sobre todo bicho viviente.</p> - -<p>—¡Oh, no vengo yo aquí a trabajar <i>pro domo mea</i>! Pero si -doña Catalina de Halma se digna tomar en consideración mi dictamen, -y después<span class="pagenum" id="Page_303">p. 303</span> de -establecer la dirección científica, me hace el honor de designarme -para ese puesto, no rehusaré, no señor, tendré a mucha gloria el -desempeñarlo.</p> - -<p>—Pero como la señora no aceptará tal desatino, mi querido Láinez... -No se enfade, no quiero ofenderle...</p> - -<p>—Paz, señores, paz —dijo Amador notando en Láinez temblores del -bigotillo pegado, y en don Remigio una vertiginosa movilidad de los -ojos, las gafas, la nariz y las manos—, y ya que no nos pongamos de -acuerdo, no llevemos a la señora, en vez de consejo sano y prudente, un -embrollo de mil demonios.</p> - -<p>—Está en lo cierto el amigo Amador —manifestó don Remigio recobrando -su habitual placidez—; la verdad es que hemos olvidado la cuestión -concreta, en la cual estamos de acuerdo, para meternos en una cuestión -constituyente, que nosotros no hemos de resolver; al menos hasta ahora -la ilustre dama no nos ha consultado sobre la manera de organizar el -Instituto Pedralbense. ¿Estamos conformes en que debemos aconsejarle la -eliminación, no digo la expulsión, la eliminación del acogido don José -Antonio de Urrea?</p> - -<p>—Sí —contestaron los otros.</p> - -<p>—Pues no hay más que hablar. Yo tomaré la palabra en nombre de los -tres.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_304">p. 304</span>—Convenido.</p> - -<p>—Y si en el curso de la conferencia, apunta el otro problema, el -magno problema, lo trataremos, lo discutiremos, cada cual dirá su -parecer, y allá la señora Condesa que resuelva. Es sensible que sobre -el punto grave de la organización no le llevemos una idea unánime. Vean -ustedes: ninguno de los tres es ambicioso, y no obstante, lo parecemos. -Si cada cual expresara ante la fundadora de Pedralba sus opiniones en -la forma que lo hemos hecho por el camino, lejos de ilustrarla, la -llenaríamos de confusiones, y turbaríamos la tranquilidad de su grande -espíritu. Dejémosla, que ella sola, con la ayuda del Espíritu Santo, -sin oír nuestras proposiciones radicales y un tantico interesadas, ha -de llegar a la posesión de la verdad. Las dificultades que la práctica -le vaya ofreciendo le han de hacer comprender, aunque el Divino -Espíritu no le diga nada, la necesidad de una dirección en cabeza -masculina, y el carácter que esta dirección debe tener.</p> - -<p>Tan acertadas y discretas razones cayeron muy bien en los oídos -de los otros dos caballeros, y como ya estaban a poca distancia -del castillo, pusieron punto a su conversación, y se aproximaron -con semblante risueño, viendo que la misma señora Condesa salía a -recibirles afectuosa.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChV_4"> - <p><span class="pagenum" id="Page_305">p. 305</span></p> - <h3>IV</h3> -</div> - -<p>Por la tarde, Urrea y el mayor de los Borregos estuvieron dando -vuelta a la tierra con el arado en una de las piezas de sembradura -próximas a la casa. Nazarín y el Borrego chico regaron los plantíos -nuevos de la huerta, a mano, con cubos y regadera, y después escardaron -los bancales, que con los abundantes riegos de días anteriores, habían -formado costra. Silencioso y atento a su trabajo, el clérigo no hablaba -con su compañero más que lo preciso. Ladislao había ido a la fuente del -monte, a traer la ropa lavada por Aquilina, y los chicos, después de -dar la lección con Halma, se fueron a jugar con los nietos de Cecilio -en el campo frontero a la casa de abajo. En la cocina se hallaba la -Condesa, de mandil al cinto, fregoteando la loza, cuando Beatriz, que -arriba trajinaba, bajó a anunciarle la llegada de los tres señores a -caballo.</p> - -<p>—¡Ah! no les esperaba tan pronto —dijo la dama, preparándose para -recibirles decorosamente—. Vienen como en son de capítulo o consejo. -¿No sabes a qué? Luego lo sabrás.</p> - -<p>—Me figuro que será para que admitamos a las tres ancianas enfermas -de Colmenar, que quieren venir a Pedralba. Yo creo que tendremos local, -pasándome yo al cuarto de Aquilina.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_306">p. 306</span>—No es eso: las -tres viejecitas llegarán el lunes. Las acomodaremos como se pueda, -hasta que el maestro nos arregle los cuartos del Norte. Nuestros tres -amigos vienen a otro asunto, muy delicado por cierto, del cual me habló -anteayer don Remigio. Quiera Dios iluminarles para que conozcan cuán -injusto... En fin, no puedo contártelo ahora; es cosa larga.</p> - -<p>Salió la señora al encuentro de los viajeros, y subieron los cuatro -a la única habitación de la casa, propia para visitas, y aun para -cónclaves tan solemnes como el que aquel día en Pedralba se celebraba, -porque tenía dotación de sillas hasta para seis personas, y un sofá de -principios de siglo con asientos de crin, que a la legua transcendía -a cosa eclesiástica y capitular. Encerrados allí la Condesa y sus -tres amigos, discutieron y peroraron todo lo que les dio la gana, sin -que fuera de la estancia se sintiese rumor alguno, ni había tampoco -por allí oreja humana que lo recogiese. A la hora y media, más bien -más que menos, salieron, y se marcharon como habían venido. Nadie -supo lo que allí con tanto sigilo se había tratado, ni ninguno de los -huéspedes de Pedralba, fuera de Urrea, sentía comezón de curiosidad -por aquella desusada reunión. Por la noche, en el rosario y cena, -notó el ex-calavera muy encendidos los ojos de su prima. Sin duda -había llorado. Concluida la ce<span class="pagenum" id="Page_307">p. -307</span>na, y cuando se despedían para marchar cada cual a su -dormitorio, la señora dijo a Urrea:</p> - -<p>—Poco te ha durado el buen acomodo del cuartito de la torre: tú y el -padre tendréis que iros a la casa de abajo, porque necesitamos alojar -aquí a tres ancianitas. Se os llevarán las camas allá. Ten paciencia, -Pepe. Para eso y para todo te recomiendo la paciencia, sin la cual nada -de provecho haríamos aquí.</p> - -<p>Y no dijo más, ni él se atrevió a expresar cosa alguna, pues al -intentarlo se le ponía un nudo en la garganta. La señora, después de -dar a cada cual la orden de trabajo para el día siguiente, se retiró. -A Beatriz le tocaba aquella noche la función de conserjería, cerrar -puertas y ventanas, apagar fuegos y luces, cuidando de que todos, -media hora después de la cena, entrasen en sus respectivos aposentos. -Buscándole las vueltas para cogerla sola, Urrea pudo cambiar con ella -algunas palabras, cuando atrancaba la puerta del Norte, después de -cerrar el gallinero.</p> - -<p>—Beatriz, por lo que más quieras en el mundo, dime qué han venido a -tratar con mi prima esos tres facinerosos.</p> - -<p>—¡Jesús, yo no sé!</p> - -<p>—Sí lo sabes. Dímelo por Dios.</p> - -<p>—Te has olvidado de una de las principales reglas que nos ha -impuesto la señora. Aquí no<span class="pagenum" id="Page_308">p. -308</span> se permite contar lo que pasa, ni llevar y traer cuentos. -Cada cual ocúpese en desempeñar su trabajo, sin cuidarse de lo que -digan o hagan los demás.</p> - -<p>—Es verdad... Pero como sin duda se trata de alguna conspiración -contra mí, tengo que defenderme.</p> - -<p>—Yo no sé nada, José Antonio, no me preguntes.</p> - -<p>—Pues dime solo una cosa. ¿Ha llorado mi prima?</p> - -<p>—Eso no puedo negártelo, porque bien se le conoce en los ojos.</p> - -<p>—¿Y sabes el motivo?</p> - -<p>—¡Oh, el motivo!... Que no puede hacer todo el bien que quiere. Su -alma tiene grandes alas; pero la jaula es corta... Y no más. Silencio -te digo, y retírate.</p> - -<p>No tuvo más remedio el pobre novicio que meterse en su aposento de -la torre, donde encontró a Nazarín de rodillas frente a la imagen del -Crucificado. El farolito que alumbraba la estancia estaba en el suelo: -iluminadas de abajo arriba las dos figuras vivientes y el estrambótico -mueblaje, resultaba todo de un aspecto sepulcral. En el profundo -abatimiento de su espíritu, Urrea se creyó en un panteón. Echándose -en la cama, como para tomar la postura del sueño eterno, y sin -esperar a que el apóstol pere<span class="pagenum" id="Page_309">p. -309</span>grino acabase su rezo, le dijo:</p> - -<p>—Padre, ¿se fijó usted en los ojos de mi prima?</p> - -<p>—Sí, hijo mío —replicó el clérigo, siguiendo de hinojos, y moviendo -tan solo la cabeza para mirarle—. La señora Condesa, nuestra reina, -nuestra madre, ¡ay!, ha llorado mucho.</p> - -<p>—¿Se enteró usted del conciliábulo?</p> - -<p>—Sé que llegaron juntos esos tres señores, y estuvieron aquí largo -rato. Como no me importa, ni es cosa de mi incumbencia, no tengo más -que decir.</p> - -<p>—Creo firmemente que se han reunido para expulsarme de aquí, y que -obedecen a intrigas de mi primo Feramor. Me lo dice el corazón, me lo -dice la tierra cuando la labro, los troncos cuando les pego con el -hacha, me lo dicen los bueyes cuando les pongo el yugo. No puede haber -equivocación en esto; el vivir en medio de la Naturaleza, rodeado de -soledad, le hace a uno adivino.</p> - -<p>—Si eso fuera cierto —dijo Nazarín levantándose, y acudiendo a él -con ademán afectuoso—, si en efecto, por estas o las otras razones, se -te mandara salir de Pedralba...</p> - -<p>—Ya sé lo que usted me dirá... que me vaya, es decir, que me -muera.</p> - -<p>—Estamos aquí para la obediencia, para la resignación, para no tener -voluntad propia. Ya me ves a mí: toma mi ejemplo.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_310">p. 310</span>—¿Pero usted no -considera que lanzarme de aquí es ponerme en brazos de la muerte?</p> - -<p>—¿Por qué? Dios velará por ti.</p> - -<p>—¿Y a dónde voy yo, padre?</p> - -<p>—Al mundo, a otra soledad como esta, que encontrarás fácilmente. -Búscala, que nada abunda tanto en la tierra como la soledad.</p> - -<p>—No, no: yo, fuera de aquí, soy hombre concluido. Halma debe suponer -que mi expulsión de Pedralba es mi sentencia de muerte. Dígaselo -usted.</p> - -<p>—Yo no puedo decir eso a la señora, ni nada. Asilado como tú, la -regla me prohíbe hablar al superior, cuando este no me habla. Contesto -a lo que me preguntan, y nada más.</p> - -<p>—Pues se lo diré yo, le diré que desconfíe de esa gente infame...</p> - -<p>—No hables mal, no injuries, no aborrezcas.</p> - -<p>—¡Ah! Nazarín es un santo: yo quisiera serlo, pero la maldad -antigua, la que existe allá en los sedimentos del corazón no me -deja.</p> - -<p>—Porque tú quieres. Lucha con tus malas pasiones, pídele a Dios -auxilio, y vencerás. Es menos difícil de lo que parece. Si alguien -te causa agravios, perdónale; si te injurian, no respondas con otras -injurias; si te hieren, resístelo y calla; si te persiguen en una -ciudad, huyes a otra; si te expulsan, te vas, y donde quiera que -estés, arranca de tu corazón el anhelo de ven<span class="pagenum" -id="Page_311">p. 311</span>ganza para poner en él el amor de tus -enemigos.</p> - -<p>—Y haré todo eso, que es muy hermoso, sí, muy hermoso —dijo Urrea -con ligerísima inflexión irónica—; pero antes de adoptar vida tan -santa, quiero despedirme del mundo con una satisfacción: le cortaré la -cabeza a don Remigio, que es el alma de este complot indigno.</p> - -<p>—Hijo mío, parece que estás loco —díjole Nazarín, posando la palma -de su mano sobre la frente ardorosa del calavera reformado—. Pero qué -absurdos se te ocurren. ¡Matar!</p> - -<p>—¿Pues no me matan a mí?</p> - -<p>—Privarte de estar aquí no es darte la muerte.</p> - -<p>—Me la daré yo si me arrojan.</p> - -<p>—Bah, eres un niño; pero yo estoy al cuidado tuyo, y procuraré que -no hagas mañas.</p> - -<p>—No puedo, no podré vivir fuera de aquí... Cuando salga, o me -arrojaré con una piedra al cuello en el primer río por donde pase, o -buscaré un abismo bien negro y profundo que quiera recoger mis pobres -huesos.</p> - -<p>Su pecho se inflaba. Una opresión fortísima en la caja torácica le -impedía expulsar todo el aire recogido por sus ávidos pulmones. Se -ahogaba; le faltó la voz, y de su garganta salía un gemido angustioso. -Al fin rompió a llorar como un niño.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_312">p. 312</span>—Llora, llora todo -lo que quieras —le dijo el curita manchego sentándose a su lado—. Eso -es bueno. Las penas de la infancia, con el lloro quedan reducidas a -nada.</p> - -<p>—¡Ah, bendito Nazarín —exclamó Urrea entre sollozos, estrechándole -la mano—, soy muy desgraciado! Reconozca usted que no hay infortunio -como el mío.</p> - -<p>—Pues hijo, de poco te quejas. Tú eras malo, muy malo, tú mismo me -lo has dicho. La señora Condesa quiso corregirte, y lo ha conseguido -hasta un punto del cual no ha podido pasar. Pero luego viene Dios a -completar la obra, te coge por su cuenta, y te manda adversidades y -amarguras para que con ellas puedas alcanzar tu completa reforma. -Bendice la mano que te hiere, resígnate, anúlate, y sentirás en tu alma -un grande alivio.</p> - -<p>—No podré... no podré... —replicó José Antonio, afectado de una -gran inquietud nerviosa—. Usted, como santo, ve todo eso muy fácil... -y naturalmente, por ser usted así, dicen que está loco... No lo está, -yo sé que no lo está... pero por eso lo dicen, por no ser usted -humano como yo... Fórmeme a su imagen y semejanza, hágame divino, -y entonces... ¡ah! entonces yo también perdonaré las injurias, y -bendeciré la mano negra de don Remigio que me hiere, y la boca sucia de -Láinez que me escupe.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_313">p. 313</span>Y como si le -pincharan, saltó del lecho, gritando:</p> - -<p>—No puedo, no puedo estar en ese potro... Necesito salir, respirar -el aire, ver las estrellas...</p> - -<p>—Salir al campo es imposible: la regla no lo consiente, y además, la -puerta está cerrada.</p> - -<p>—Pues yo quiero salir, correr... ver el cielo.</p> - -<p>—Abriendo la ventana lo verás. Ven: ahí lo tienes. ¡Cuán hermoso -esta noche!</p> - -<p>Ambos contemplaron un instante el estrellado firmamento, y ante la -inmensidad muda, indiferente a nuestras desdichas, Urrea sintió crecer -su inmensa pena. Retirándose de la ventana, dijo suspirando:</p> - -<p>—Padre Nazarín, si usted me quiere, hable de esto con mi prima.</p> - -<p>—Yo no puedo hablar de esto ni de nada. ¿Qué soy yo aquí? Nadie, un -triste acogido. Ni tengo autoridad, ni voz, ni opinión, y solo en caso -de que la señora me preguntara, le manifestaría mi humilde parecer. -Calificado de demente, me han puesto en esta santa casa al amparo de la -sublime caridad de la Condesa de Halma. Figúrate tú si es posible que -esta pida consejo a un hombre cuya razón se cree perturbada, y si yo a -dárselo me atreviera, figúrate el caso que haría de mí.</p> - -<p>—Catalina, como yo, no cree que nuestro querido Nazarín padezca de -enajenación. Esas son vulgaridades en que un espíritu superior<span -class="pagenum" id="Page_314">p. 314</span> como el suyo no puede -incurrir. Sabe que usted posee la verdad divina, y que su voz es la voz -de Dios...</p> - -<p>—No digas desatinos, Pepe. Confórmate con lo que el Señor disponga -de ti. No luches contra su poder... entrégate.</p> - -<p>Urrea se arrojó en una silla, abatiendo sus brazos como un hombre -rendido de luchar.</p> - -<p>—Aunque usted todo lo sabe y todo lo penetra —dijo después de una -larga pausa—, yo necesito confiarle cuanto hay dentro de mí. Más que -por deber, lo hago por necesidad, porque el corazón no me cabe en el -pecho, porque me ahogo si no le cuento a alguien mi pena, la causa de -mi pena, y la imposibilidad del remedio de mi pena.</p> - -<p>—Pues sentémonos aquí, y cuéntame todo lo que quieras, que si no -tienes sueño, yo tampoco, y así pasaremos la noche.</p> - -<p>Tanto y tanto habló Urrea que, al concluir, ya palidecían las -estrellas, y se difundía por el cielo la purísima luz del alba.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChV_5"> - <h3>V</h3> -</div> - -<p>A las nueve de la mañana, Halma y Beatriz, en un cuarto de los -altos, daban las últimas puntadas en las sábanas y colchas para las -camas de las viejas que pronto entrarían en la co<span class="pagenum" -id="Page_315">p. 315</span>munidad de Pedralba. Con tiempo por delante, -trabajo entre las manos, y sin testigo que las cohibiese, hablaron -largamente.</p> - -<p>—Conque ya ves —decía la Condesa—, cuando yo pensaba que en esta -soledad no vendrían a turbarnos las pasiones que hemos dejado allá, -resulta que la sociedad por todas partes se filtra; cuando creíamos -estar solas con Dios y nuestra conciencia, viene también el mundo, -vienen también los intereses mundanos a decir: «Aquí estoy, aquí -estamos. Si te vas al desierto, al desierto te seguiremos.»</p> - -<p>—¡Vaya, que es tecla la de esos señores! —replicó Beatriz—. ¿Qué -daño les hace el pobrecito José Antonio?</p> - -<p>—Este tumulto ha sido movido por mi hermano y otras personas de la -familia, que no ven nunca más que el lado malicioso y grosero de las -cosas humanas. Las almas tienen ojos: las hay ciegas, las hay miopes, -las hay enfermas de la vista... En casa de mi hermano se reúne gente -frívola y vana. Yo les perdono las mil ridiculeces que han dicho de mí; -creí que nunca más tendría que pensar en tales malicias ni aun para -perdonarlas. A mis hermanos les compadezco por ignorar que no siempre -prevalece en las almas la maldad, y que una conciencia dañada puede -purificarse. No creen; hablan mucho de Dios, admiran sus obras en la -Natu<span class="pagenum" id="Page_316">p. 316</span>raleza, pero -no saben admirarlas ni entenderlas en la conciencia humana. No son -malos, pero tampoco son buenos; viven en ese nivel medio moral a que -se debe toda la vulgaridad y toda la insulsez de la sociedad presente. -A tales personas, hazles comprender que nuestro pobre José Antonio se -ha corregido, que no es aquel hombre, sino otro. Semejante prodigio no -entra en aquellas cabezas atiborradas de política, de falsa piedad y de -una moral compuesta y bonita para uso de las familias elegantes.</p> - -<p>Antes de referir lo que dijo Beatriz, conviene manifestar que, -habiéndole ordenado una y otra vez la Condesa que la tutease, hizo los -imposibles por complacerla, sin poder conseguirlo más que a medias. -La obediencia y el respeto en su lengua se tropezaban, dando lugar a -fenómenos rarísimos. Cuando estaban las dos en la cocina o lavando -ropa, y surgía conversación sobre cualquier asunto doméstico, la mujer -de pueblo llamaba de tú sin gran esfuerzo a la señora. Pero cuando -se hallaban en el piso alto de la casa, y recaía la conversación en -cualquier punto que no fuera del trajín diario, se le resistía el -empleo de la forma familiar, vamos, que con toda la voluntad del mundo, -no podía, Señor, no podía.</p> - -<p>—¡Y por esas cosas perversas que piensan los de Madrid —dijo -Beatriz—, tendrá la señora que<span class="pagenum" id="Page_317">p. -317</span> arrojar de aquí a su primo! ¡Lástima grande, porque el -pobrecito cumple bien, y es tan gustoso de esta vida del campo!</p> - -<p>—¡Arrojarle! Nunca he pensado en ello. Sería una crueldad. Le -defenderé mientras pueda, y creo que antes se cansarán ellos de -atacarle que yo de defenderle. Pero presumo, mi querida Beatriz, que -este negocio de mi primo ha de ocasionarme algún trastorno en mi pobre -ínsula, si esos señores insisten en señalarle como un peligro para mí -y para Pedralba. Yo desprecio la opinión aviesa y calumniosa; pero tal -podrá llegar a ser la que se ha formado en Madrid contra mí por haber -admitido aquí al pobre Pepe, que no habrá más remedio que tenerla en -cuenta. Podrían sobrevenir sucesos que dieran al traste con nuestro -humilde reino, porque las autoridades eclesiásticas me retirarán su -protección, dejándome sola, la autoridad civil me mirará también con -malos ojos, y ¡adiós Pedralba, adiós nuestra dichosa soledad, adiós -nuestros días serenos consagrados a Dios y a los pobres!</p> - -<p>—Eso no puede ser —dijo Beatriz muy convencida—. El Señor no lo -consentirá.</p> - -<p>—El Señor lo consentirá por darme un sufrimiento más, y acabar -de probarme. El Señor, que me afligió, cuando a bien lo tuvo, con -tantas desdichas, ahora me envía la mayor y más<span class="pagenum" -id="Page_318">p. 318</span> dolorosa, mi honra puesta en duda, Beatriz, -y...</p> - -<p>—¡<i>Tu</i> honra! —exclamó Beatriz irguiéndose altanera, y por -primera vez empleó el <i>tu</i> en un asunto grave—. No, yo digo que -eso no puede ser, y si la honra de la mujer más santa que existe en el -mundo no brilla como el sol, digo que el Infierno se ha desatado sobre -la tierra.</p> - -<p>—Calma, calma. El Infierno está donde estaba, las gentes mentirosas -y frívolas hacen hoy lo que han hecho siempre, y mi conciencia, -traspasada de parte a parte por la mirada de Dios, resplandece gozosa -delante de todos los infiernos y de todas las maldades habidas y por -haber. Esto digo yo.</p> - -<p>—¡Y yo —exclamó Beatriz, presa de una súbita exaltación, -levantándose— digo que <i>tú</i> eres una santa, y que yo te adoro!</p> - -<p>Cayó a sus pies, como cuerpo muerto, y se los besó una y otra -vez.</p> - -<p>—Levántate... déjame... no me gustan esos extremos —dijo Halma—. -Óyeme con tranquilidad.</p> - -<p>—No puedo, no puedo... ¡La idea de que ultrajan a mi reina y señora -me enloquece!</p> - -<p>—Ten calma y paciencia. ¿Qué te importa a ti ni a mí que me -ultrajen? ¿No nos desagravia Dios al instante, dándonos la alegría del -padecer, esa felicidad que ellos no conocen?... Déjame seguir, y que -acabe de explicarte la causa de lo turbada que estoy.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_319">p. 319</span>—Ya escucho —dijo -Beatriz sentándose, pero sin atender a la costura.</p> - -<p>—Pues reducido el caso de José Antonio a cuestión pura de -conciencia, nada temo. Soy inocente, él también, y Dios lo sabe. -Desprecio los juicios de la frivolidad humana, y sigo impávida mi -camino. Pero como no somos libres, como dependemos de una autoridad, de -varias autoridades, si retengo a mi primo en Pedralba, corre peligro -nuestra pobre ínsula religiosa, esta ciudad, o más bien aldea de Dios -que tanto trabajo me ha costado fundar. Aquí tienes el horroroso -conflicto en que me veo. Si Dios no se digna iluminarme, no sé cómo -he de resolverlo... Es triste, tristísimo, que para no aparecer como -rebelde a la autoridad eclesiástica, tenga que dar el golpe de gracia -a un inocente, y apartarlo de esta bendita vida... Nunca será justo ni -caritativo que le expulse; pero ¡ay! habré de exponerle la situación y -suplicarle que nos deje.</p> - -<p>Callaron ambas, volvieron a funcionar las agujas, y los picotazos de -estas y los suspiros de las dos costureras parecían continuar el triste -diálogo. Metida en sí misma, la Condesa prosiguió razonando así:</p> - -<p>—Es triste cosa que no se encuentre la paz ni aun en el desierto. -Yo ambicionaba crearme una pequeña sociedad mía, consagrada conmigo -al servicio de Dios; yo de<span class="pagenum" id="Page_320">p. -320</span>seaba decirlo a la sociedad grande: «No te quiero, abomino -de ti, y me voy a formar, con cuatro piedras y una docena de personas, -mi pueblo ideal, con mis leyes y mis usos, todo con independencia de -ti...» Pero no puede ser. El organismo total es tan poderoso, que no -hay manera de sustraerse a él. La Iglesia, contra la cual no tendré -nunca acción ni pensamiento, no me deja mover sin su permiso en este -humilde rincón, donde me encierro con mi piedad y el amor de mis -semejantes. Para conservarme en la compañía de mis hermanos, de mis -hijos, tengo que transigir con las rutinas de fuera, venidas de allá, -del enemigo, del mundo. Huyo de él y me acosa, me sigue a mi Tebaida, -diciéndome: «Ni en lo más hondo de la tierra te librarás de mí.» ¡Dios -me dé luces para librarme de ti, sociedad grande! ¡Deme paciencia para -sufrirte, si no consiente mi emancipación!</p> - -<p>Una hora más tarde, hallándose la señora en la cocina, proseguía su -monólogo, y recobraba lentamente el admirable reposo de su espíritu.</p> - -<p>—Vaya, que es para tomarlo a risa. Yo creí que mi ínsula, oculta -entre estas breñas, viviría pobre y obscura, ni envidiosa ni envidiada. -Y ahora resulta que la cercan y la acosan las ambiciones humanas. -¡Pobre ínsula, tan sola, tan retirada, y ya te salen por todas -partes Sanchos que quieren ser tus gobernadores! La Iglesia me<span -class="pagenum" id="Page_321">p. 321</span> pide la dirección de -esta humilde comunidad; la Ciencia, no queriendo ser menos, también -pretende colarse, y por último, solicita dirigimos y gobernarnos... la -Administración. ¿Y qué haré yo ante tan apremiantes intrusos? El Señor -me dirá lo que tengo que hacer, el Señor no ha de dejarme indefensa y -vacilante en medio de este conflicto. ¡Obediencia, independencia!... -¡Oh, entre vosotras dos, dígame el Señor cómo he de componerme!</p> - -<p>Antes de comer, Beatriz, que en toda la temporada de Madrid, -y en los días de Pedralba, no había tenido ni ataques leves de -su constitutivo mal espasmódico, creyéndose por tan largo reposo -completamente curada, sintió amagos aquel día, sin duda por las -emociones violentas de su diálogo con la señora. Procuró esta -tranquilizarla, asegurándole que con la ayuda de Dios todo se -arreglaría: para que se distrajera, y amansara con un saludable -ejercicio los desatados nervios, la mandó a llevar la comida de Urrea -y Nazarín al monte, donde ambos trabajaban. Aquilina, que era la -designada para esta comisión, se quedó en Pedralba, y Beatriz, con su -cesta a la cabeza, se puso en camino gustosa de tomar el aire y divagar -por el campo.</p> - -<p>Por la tarde llegó don Remigio de paseo, el cual se mostró con la -señora Condesa más amable que nunca, dándole palmaditas en el hom<span -class="pagenum" id="Page_322">p. 322</span>bro, diciéndole que no se -apurase por lo que los tres amigos y vecinos le habían manifestado el -día anterior; que no procediera con precipitación en el asunto de José -Antonio, ni se disgustase por tener que darle la licencia absoluta, -pues él, don Remigio, con toda cautela y habilidad, convidándole para -una cacería en Torrelaguna, o pesca en el Jarama, le convencería de -la necesidad de presentar su dimisión de asilado pedralbense... Y así -se conciliaba todo, evitando a la señora la pena de despedirle... Y -tomando resueltamente el tono festivo, dejose caer en el otro asunto. -¡Oh! lo de la dirección médico-farmacéutica propuesta por Láinez era -una graciosísima necedad... ¿Pues y lo de la dirección aratoria y -oficinesca, producto del caletre de don Pascual Amador? Ya supuso él -que la señora Condesa se desternillaría de risa, en su fuero interno, -oyendo tales despropósitos. La dirección religiosa, sobre la base de -una perfecta concordancia de ideas y sentimientos entre el Rector y -la fundadora, se caía de su peso, y con tal organismo, no era difícil -llevar a Pedralba por caminos gloriosos.</p> - -<p>Oyole Halma con benevolencia, sin soltar prenda en asunto tan -delicado, y hablaron luego de los trabajos de instalación, de lo que -aún no se había hecho, y de lo que se haría pronto para completar -y redondear el pensamiento.<span class="pagenum" id="Page_323">p. -323</span> Todo lo encontró don Remigio acertadísimo, admirable, -superior. Y como la conversación recayese en Nazarín, se acordó de que -había recibido una carta para él.</p> - -<p>—Aquí está —dijo poniéndola en manos de la señora—. Aunque usted -y yo estamos autorizados para leerla, se la entrego sin abrir. Trae -el sello de Alcalá, y debe de ser de los infelices Ándara y Tinoco -(el <i>Sacrílego</i>), que ya están purgando sus delitos en aquel -penal. Le llaman sin duda, ¡pobrecillos!, y si de mí dependiera, -le permitiría que fuese y les consolara, dando vigor y salud a sus -desdichadas almas. Pero temo que me venga una ronca del Superior, si -ese viaje le consiento, aunque solo sea por pocos días. Piénselo usted, -no obstante, y si la señora Condesa toma la iniciativa, y acepta la -responsabilidad...</p> - -<p>Negose la dama a resolver sobre aquel punto, y ya que hablaban de -Nazarín, ambos le colmaron de elogios.</p> - -<p>—Es tan humilde —dijo don Remigio— y su comportamiento tan ejemplar, -su obediencia tan absoluta, que si de mí dependiera, no tendría -inconveniente en darle de alta. ¿Ha notado usted, en el tiempo que aquí -lleva, algo por donde se confirme y corrobore la opinión de demente?</p> - -<p>—Nada, señor don Remigio. Sus actos todos, su lenguaje, son de una -cordura perfecta.</p> - -<p>—¿Ni siquiera un rasgo ligero de trastorno,<span class="pagenum" -id="Page_324">p. 324</span> algo que indique por lo menos irregularidad -en la ideación...?</p> - -<p>—Absolutamente nada.</p> - -<p>—Es particular. Vive como un santo; no ocasiona el menor disgusto, -discurre bien cuando se le incita a discurrir, calla cuando debe -callar, obedece siempre, trabaja sin descanso, y no obstante... no sé, -no sé... Láinez dice que su inteligencia se aplana poco a poco.</p> - -<p>—No lo creo yo así.</p> - -<p>—La Facultad sabrá lo que afirma. Si ese síntoma crece, llegará a un -estado de imbecilidad... Lo dice Láinez... ¿Ha notado usted indicios de -aplanamiento cerebral?</p> - -<p>—Ninguno.</p> - -<p>—¿Dificultad en coordinar las ideas, lentitud para -expresarlas?...</p> - -<p>—No señor...</p> - -<p>—¿Habla usted con él a menudo?</p> - -<p>—Muy poco.</p> - -<p>—Pues conviene tantear esa inteligencia, presentándole temas -difíciles por vía de ejercicio. Así se verá si hay vigor o flaqueza en -sus facultades. Yo empleé este procedimiento no ha mucho con un primo -mío, que dio en padecer disturbios de la mente, y el resultado fue -desastroso.</p> - -<p>—Pues en este caso, me figuro que será lisonjero. Haga usted la -prueba.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_325">p. 325</span>—Que sí, que sí. -Mándemele allá mañana.</p> - -<p>—Irá; pero... Si usted me lo permite... —dijo la de Halma, -súbitamente asaltada de una idea.</p> - -<p>—¿Qué?</p> - -<p>—Antes de mandarle allá, haré yo un pequeño examen.</p> - -<p>—Corriente. Y luego me toca a mí, que he de ser duro, examinador -implacable. Mire usted: le propondré, para que me los desarrolle, los -puntos más difíciles de las Summas y de las...</p> - -<p>—¡Pobrecillo! No tanto...</p> - -<p>—Como no es más que una prueba, pronto se conoce si su inteligencia -declina.</p> - -<p>—Y aunque declinase un poco, por causa de la edad, de los disgustos, -su razón puede conservarse sin ningún extravío, y siendo así, debiera -el Superior devolverle las licencias.</p> - -<p>—Lo veremos. No digo que no... Señora mía, adiós.</p> - -<p>—Don Remigio, muchas gracias por todo. ¿No quiere tomar nada?</p> - -<p>—¡Oh, gracias! Fuera de mis horas, ya sabe que no...</p> - -<p>—¿Ni chocolate?</p> - -<p>—¡Oh! ¡golosinas de viejos! Señora, somos de la hornada moderna, de -la Facultad de Derecho... Adiós, que es tarde. Descansar.</p> - -<p>—Hasta cuando usted quiera, señor cura.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChV_6"> - <p><span class="pagenum" id="Page_326">p. 326</span></p> - <h3>VI</h3> -</div> - -<p>Rezaron, cenaron. Al dar la señora la orden para los trabajos del -día siguiente, dijo al buen don Nazario:</p> - -<p>—Padre, mañana no va usted al monte, ni al prado, ni a la huerta, ni -quiero que ande moviendo piedras, ni cortando troncos.</p> - -<p>—¿Pues qué haré, señora?</p> - -<p>—Mañana descansa el cuerpo, y trabajará usted con la -inteligencia.</p> - -<p>—¿Tengo que ir a San Agustín?</p> - -<p>—No señor. ¡Buena le espera allá con las <i>Summas</i>...!</p> - -<p>—Entonces...</p> - -<p>—De nueve a diez, a la hora en que concluyo mis tareas de la mañana, -le espero a usted arriba, en el cuarto de la costura, que es por ahora -nuestra sala capitular.</p> - -<p>—Está bien.</p> - -<p>Amaneció Dios, y Nazarín, despachada la obligación de sus oraciones -matutinas, se limpió y acicaló muy bien, vistiéndose con las ropas -de cura que le había dado don Remigio. Decía él, distinguiendo -cuerdamente entre cosas y cosas, que si en medio del pueblo, y haciendo -vida errante, no se cuidaba para nada de la prestancia personal, -al presentarse en el aposento de una tan principal y santa señora, -llamado ex<span class="pagenum" id="Page_327">p. 327</span>presamente -por ella, debía revestirse de la forma más decorosa, sin salir de su -habitual sencillez. A las nueve y media en punto, ya se hallaba en el -lugar de la cita. Díjole su discípula que se esperase, pues la señora -no tardaría en subir, y a los pocos minutos entró doña Catalina. Esta, -con gran sorpresa de Beatriz, ordenó a esta que se quedara. Sentáronse -los tres. Pausa, y alguna tosecilla. Rompió Halma el silencio -diciendo:</p> - -<p>—Padre Nazarín, le llamo para que me dé su opinión sobre cosas -muy graves que ocurren... no, que amenazan a nuestra pobre Pedralba. -Apenas hemos nacido, y ya parece que estamos amenazados de muerte. No -encuentro la solución de este conflicto en que me veo; mi inteligencia -es muy corta; necesita ayuda, luces de otras inteligencias más claras -que la mía. Me hace falta el consejo de usted.</p> - -<p>—Honor inmenso es para mí, señora Condesa —replicó el peregrino con -voz grave, permaneciendo en una inmovilidad de estatua—. Yo estimo su -confianza, y corresponderé a ella diciéndole lo que tenga por acertado, -justo y bueno, conforme a la santa ley de Dios. En este caso, como en -todos, de mis labios no sale más que la verdad, la verdad, tal como en -mí la siento.</p> - -<p>—¿Adivina usted sobre qué quiero consultarle?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_328">p. 328</span>—Sí señora. No es -adivinación. He oído algo.</p> - -<p>—Un conflicto tremendo.</p> - -<p>—Para mí no lo es.</p> - -<p>Tanta seguridad desconcertó a la señora, y francamente, también hubo -de inquietarla un poco el que Nazarín, al verse consultado por ella, no -rompiese con un exordio de modestia, llamándose indigno, y protestando, -como es de rigor en casos tales, de su incapacidad, etc...</p> - -<p>—¿Que no es un conflicto tremendo?</p> - -<p>—Digo que no lo tengo yo por tal.</p> - -<p>—Y hace dos días que pido en vano al Señor y a la Virgen Santísima -que me iluminen para resolverlo.</p> - -<p>—Y la han iluminado a usted —dijo don Nazario, con un aplomo que -desconcertó más a la Condesa—. Y le han dicho: «En tu conciencia, en tu -corazón, tienes la clave de esto que llamas conflicto y no lo es.» ¡Si -está resuelto! ¡Si es claro como la luz! Perdóneme usted, señora, si le -hablo con una firmeza que podrá creer arrogante y hasta irrespetuosa. -Es que cuando creo poseer la verdad en asunto grande o chico, no puedo -menos de decirla, para que la oiga y se entere bien aquel que de ella -necesita. Si usted no ha visto aún esa verdad, conviene que yo se la -ponga delante de los ojos. Ahí va: ¡Expulsar a José Antonio! Nunca. -¡Suplicarle que se retire! Tampoco. Es una crueldad, una fla<span -class="pagenum" id="Page_329">p. 329</span>queza, un pecado de barbarie -casi homicida, que Dios castigará, descargando sobre Pedralba su mano -justiciera.</p> - -<p>—Si yo no quiero que salga, no, no —dijo Catalina, desconcertada -ante la energía que no esperaba sin duda en hombre tan manso.</p> - -<p>—Que no salga, no —repitió en voz queda la nazarista, que sentada en -una silla baja al otro extremo de la estancia, oía y callaba.</p> - -<p>—Bueno: pues no sale —prosiguió Halma—. Verdaderamente, sería -injusto. El infeliz se porta bien, es otro hombre. Pero sigo viendo -mi conflicto, señor don Nazario, porque al retener a José Antonio, -contrarío los deseos de personas respetabilísimas, cuyo enojo podría -ser funesto a Pedralba. La benevolencia de esas personas, que casi casi -son instituciones para mí, nos es necesaria. Veo difícil que podamos -vivir teniéndolas en contra.</p> - -<p>—La señora puede llevar adelante su empresa caritativa con -respecto a nuestro buen Urrea, sin que las personas que considera -como instituciones, tengan que intervenir para nada en los asuntos de -Pedralba.</p> - -<p>—¿Pero cómo puede ser eso?</p> - -<p>—No hay nada más sencillo, y es muy extraño que usted no lo vea.</p> - -<p>—Lo que extraño mucho —dijo Halma, inquieta y nerviosa—, es el -desahogo con que me<span class="pagenum" id="Page_330">p. 330</span> -niega la existencia del conflicto, sin añadir razones para que yo vea -fácil y hacedero lo que hoy tengo por difícil, si no imposible. Espero -de usted luces más claras para convencerme de que el consejo que me -da no es una vana fórmula. ¿Cree usted que puedo indisponerme con don -Remigio?</p> - -<p>—No señora: don Remigio es nuestro inmediato jefe espiritual, y le -debemos acatamiento y sumisión. No diré yo palabra ofensiva contra él, -le respeto mucho; estoy bajo su autoridad, que es paternal y dulce. -Los demás me importan menos... pero, en fin, a todos les respeto, -y cuando he dicho que el conflicto se resolvería fácilmente, no he -querido decir que para ello tuviera la señora que malquistarse con tan -dignas personas. Al contrario, puede seguir con ellas en relaciones -cordialísimas.</p> - -<p>—Don Nazario —dijo la Condesa, no ya nerviosa, sino sofocada, -levantándose—, yo no le entiendo a usted.</p> - -<p>Parecía natural que al ver en la gobernadora de Pedralba aquel -movimiento de impaciencia, Nazarín se aturrullara, y pidiera perdón, -dando por terminado el consejo. Levantose también respetuoso, y con -muchísima flema, y tocando suavemente el hombro de la Condesa, le -dijo:</p> - -<p>—Tenga usted calma. No hemos concluido.</p> - -<p>Pausa. Sentados ambos de nuevo, sonaron<span class="pagenum" -id="Page_331">p. 331</span> otra vez las tosecillas, y Nazarín -prosiguió en esta forma:</p> - -<p>—Estoy seguro, segurísimo de que ha de entenderme pronto. Usted -dice para sí: «¿Pero este es el hombre que andaba por los caminos, -errante, descalzo, viviendo de limosna, practicando la ley de pobreza -dada por Jesucristo? ¿Y es el mismo que ahora se llega a mí, y con -dureza me habla, y me dice <i>siéntate</i>, como se le diría a un -chiquillo de nuestra escuela?...» Pues soy el mismo, señora. De limosna -viví, de limosna vivo. Soy como los pájaros que libres cantan, y -enjaulados también... El medio en que se vive... y se canta... algo -ha de significar. Antes cantaba yo para los pobres, y era como ellos, -pobre y humilde; ahora canto para los ricos, y he de hacerlo en tonos -diferentes. Pero en este caso, como en el otro, teniendo que decir una -verdad que creo útil a las almas, no están de más las formas austeras. -Lo mismo hacía entonces: que lo diga ésa. Cierto que usted es persona -grande y de notoria virtud; pero como ahora se halla en el caso de -tomar resoluciones graves, yo, su consejero en este momento, tengo que -revestirme de autoridad, de la misma autoridad que hube de emplear ante -la pobre mujer ignorante y pecadora.</p> - -<p>—Me trata usted, pues —dijo la Condesa, en el colmo de la -confusión—, como a pecadora...</p> - -<p>—Ya sé que no; ya sé que es usted persona<span class="pagenum" -id="Page_332">p. 332</span> virtuosísima; pero podría dejar de -serlo, si con tiempo no determinara variar de ideas sobre puntos muy -fundamentales. Necesita usted modificar radicalmente su sistema de -practicar la caridad, y su sistema de vida. Si así no lo hiciere, -podría perder el reposo, y con el reposo... hasta la misma virtud.</p> - -<p>—No le entiendo a usted, no sé lo que quiere decirme —replicó Halma, -no ya inquieta, sino acongojada por los estupendos y no esperados -conceptos que el mendigo errante se permitía expresar—. Quiere decir -tal vez que no he sabido dar a mis proyectos de vida cristiana la forma -más aceptable.</p> - -<p>—No señora, no ha sabido usted.</p> - -<p>—¿Lo dice de veras?</p> - -<p>—Como digo que desde hace bastante tiempo la señora vive en una -equivocación lastimosa... pero desde hace mucho tiempo. No vaya a creer -que me duele pronunciar ante usted la verdad de lo que siento. Al -contrario, señora, gozo en manifestarla, y la manifestaría aunque viera -que usted no la oía con gusto.</p> - -<p>—Le aseguro a usted que, en verdad... no me sabe muy bien lo que me -dice... Según eso, el camino que emprendo no es el mejor...</p> - -<p>—Es buen camino, y por él se puede llegar a la perfección. Pero -usted no llegará, no señora.</p> - -<p>—¿Por qué?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_333">p. 333</span>—Porque no... -porque su camino es otro... y ahí está la equivocación. Y yo llego a -tiempo para decirle: «Señora Condesa, su camino de usted no es ese, -sino aquel.»</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChV_7"> - <h3>VII</h3> -</div> - -<p>Perpleja y aturdida oyó Catalina estas palabras, que a su parecer, -en las impresiones de aquel instante, desentonaban horriblemente. Creyó -escuchar una voz de muy lejos venida, y Nazarín se desfiguraba en su -imaginación, inspirándole miedo. Presumiendo que aún le faltaban por -decir cosas más desentonadas y peregrinas, se arrepentía de haberle -pedido consejo, y deseaba terminar el capítulo lo más pronto posible. -Beatriz, inquieta, no apartaba los ojos de la señora, cuyo azoramiento -leía en su expresivo semblante, y no pudiendo dudar de la inteligencia -y sinceridad del maestro, esperaba que este explanara sus verdades, -para que la ilustre fundadora desarrugase el ceño.</p> - -<p>—El camino de la señora Condesa no es este, sino aquel —repitió -Nazarín—, y ahora verá qué pronto se lo hago comprender. Lo primero: la -idea de dar a Pedralba una organización pública, semejante a la de los -institutos religiosos y caritativos que hoy existen, es un grandísimo -disparate.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_334">p. 334</span>—Entonces, ¿qué -organización debí dar...?</p> - -<p>—Ninguna.</p> - -<p>—¡Ninguna! ¿De modo que, según usted, el mejor sistema...?</p> - -<p>—Es la negación de todo sistema, en el caso concreto de Pedralba, y -de usted.</p> - -<p>—¿Y cómo ha de entenderse esa organización... negativa?</p> - -<p>—De una manera muy sencilla, y que no es la desorganización ni mucho -menos. Lo mismo que usted intenta hacer aquí en servicio de Dios y de -la humanidad desvalida, puede hacerlo, y lo hará mejor, estableciéndose -en una forma de absoluta libertad, de modo que ni la Iglesia, ni el -Estado, ni la familia de Feramor, puedan intervenir en sus asuntos, ni -pedirle cuentas de sus acciones.</p> - -<p>—Pues si usted me da la clave de esa organización desorganizada -y libre —dijo la Condesa irónicamente—, le declararé la primera -inteligencia del mundo.</p> - -<p>—No soy la primera inteligencia del mundo; pero Dios quiere que en -esta ocasión pueda yo manifestar verdades que avasallen y cautiven -su grande entendimiento, permitiéndole realizar los fines que se -propone. No ha comprendido usted el concepto de libertad que me -permití expresarle. Harto sabemos que toda libertad trae aparejada -una esclavitud. Ahora es usted<span class="pagenum" id="Page_335">p. -335</span> esclava de la sociedad. Emancipándose de esta, cambiará la -forma de su libertad y también la de su cadena...</p> - -<p>—Señor Nazarín —dijo Halma levantándose segunda vez—, o usted se -burla de mí, o...</p> - -<p>—Déjeme seguir. Tenga paciencia. Hágame el favor de sentarse y -de oírme lo que aún me resta por decirle. Después, usted sigue mi -consejo, o lo desecha, según su albedrío. ¿En qué estaba usted pensando -al constituir en Pedralba un organismo semejante a los organismos -sociales que vemos por ahí, desvencijados, máquinas gastadas y viejas -que no funcionan bien? ¿A qué conduce eso de que su ínsula sea, no -la ínsula de usted, sino una provincia de la ínsula total? Desde el -momento en que la señora se pone de acuerdo con las autoridades civil -y eclesiástica para la admisión de estos o los otros desvalidos, -da derecho a las tales autoridades para que intervengan, vigilen y -pretendan gobernar aquí como en todas partes. En cuanto usted se mueve, -viene la Iglesia, y dice: «¡alto!», y viene el intruso Estado, y dice: -«¡alto!» Una y otro quieren inspeccionar. La tutela le quitará a usted -toda iniciativa. ¡Cuánto más sencillo y más práctico, señora de mi -alma, es que no funde cosa alguna, que prescinda de toda constitución -y reglamentos, y se constituya en familia, nada más que en familia, -en señora y reina de su casa<span class="pagenum" id="Page_336">p. -336</span> particular! Dentro de las fronteras de su casa libre, podrá -usted amparar a los pobres que quiera, sentarles a su mesa, y proceder -como le inspiren su espíritu de caridad y su amor del bien.</p> - -<p>La Condesa, al fin, callaba, y oía con profunda atención.</p> - -<p>—Y dicha esta verdad —prosiguió Nazarín—, voy a expresar otra, pues -no es una sola la que ha de guiar a usted por el buen camino: son dos, -o quizá tres, y puesto yo a decirlas, no he de pararme en barras, ni -inquietarme porque usted se incomode o no se incomode. Aunque supiera -yo que sería despedido de su ínsula, donde estoy muy a gusto, yo no -había de callarme las verdades que aún restan por decir. Vamos allá. La -señora Condesa es joven, y en su vida relativamente corta, ha padecido -más que otros en una vida larga; en breve tiempo soportó, sí, grandes -tribulaciones y trabajos. Vio su juventud marchita tempranamente por -las desavenencias con su familia; vio morir en lejanas tierras al -esposo que adoraba; sufrió después contratiempos, desvíos, amarguras... -Su alma, hastiada de las cosas terrenas, volvióse a Dios; aspiró a ser -suya por entero, entendió que debía consagrar el resto de sus días a la -mortificación, al ascetismo, a la caridad... Perfectamente. Todo esto -es muy bueno, y yo alabo esas<span class="pagenum" id="Page_337">p. -337</span> aspiraciones, que demuestran la grandeza de su espíritu. -Pero he de decirle sin rebozo que en ellas veo un error grave, señora, -porque la santidad con que viene soñando desde que perdió a su esposo, -no ha de alcanzarla usted por esos medios. El ardor de vida mística -no lo tiene usted más que en su imaginación, y esto no basta, señora -Condesa, porque sería usted una mística soñadora o imaginativa, no una -santa como pretende, y como todos queremos que sea.</p> - -<p>Halma quiso decir algo, pero no pudo: se le trababa la lengua.</p> - -<p>—Llegará día, si no toma la señora otro rumbo, en que todo ese -misticismo se le convierta en un nido de pasiones, que podrían ser -buenas, y también podrían ser malas. Déjese de aspirar a la santidad -por ese camino, y apresúrese a seguir el que voy a proponerle. ¿Quién -le aconsejó a usted que renunciase a todo afecto mundano, y que se -consagrara al afecto ideal, al afecto puro de las cosas divinas? Sin -duda fue el benditísimo don Manuel Flórez, hombre muy bueno, pero que -vivía en las rutinas, y andaba siempre por los caminos trillados. El -vértigo social, en medio del cual vivió siempre nuestro simpático -don Manuel, no le permitía ver bien las complexiones humanas, ni -la fisonomía peculiar de cada alma, ni los caracteres, ni los -temperamentos. Yo he tenido la suerte de verlo<span class="pagenum" -id="Page_338">p. 338</span> más claro, aunque tarde, a tiempo, sin -duda porque el Señor me iluminó para que sacara a usted del pantano -en que se ha metido. No, la vida ascética, solitaria, consagrada a la -meditación y a la abstinencia no es para usted. La señora de Pedralba -necesita actividad, quehaceres, trabajo, movimiento, afectos, vida -humana, en fin, y en ella puede llegar, si no a la perfección, porque -la perfección nos está vedada, a una suma tal de méritos y virtudes, -que no haya en la tierra quien la supere, y sea usted el recreo del -Dios que la ha criado.</p> - -<p>Doña Catalina, sofocada, echaba fuego de sus mejillas.</p> - -<p>—Nada conseguirá usted por lo espiritual puro; todo lo tendrá usted -por lo humano. Y no hay que despreciar lo humano, señora mía, porque -despreciaríamos la obra de Dios, que si ha hecho nuestros corazones, -también es autor de nuestros nervios y nuestra sangre. Se lo dice a -usted un hombre que no conoce ni la adulación ni el miedo. Nada soy, -y si alguna vez no fuera órgano de la verdad, de poco valdría mi -existencia. A los pobres les digo que sufran y esperen, a los ricos -que amparen al pobre, a los malos que vuelvan a Dios por la vía del -arrepentimiento, a los buenos que vivan santamente, dentro de las leyes -divinas y humanas. Y a usted que es buena, y noble, y virtuosa, le -digo<span class="pagenum" id="Page_339">p. 339</span> que no busque la -perfección en el espiritualismo solitario, porque no la encontrará, que -su vida necesita del apoyo de otra vida para no tambalearse, para andar -siempre bien derecha.</p> - -<p>Catalina de Halma, al oír aquello del <i>apoyo</i> de otra vida, -sintió que se le erizaba el cabello. Nazarín se levantó; ella también, -los ojos espantados, el rostro encendido.</p> - -<p>—Lo que usted quiere decirme —murmuró contrayendo los dedos, cual si -quisiera hacer de ellos afilada garra—, lo que usted me propone es... -¡que me case!</p> - -<p>—Sí señora, eso mismo: que se case usted.</p> - -<p>Lanzó la Condesa un grito gutural, y llevándose la mano al corazón, -como para contener un estallido, cayó al suelo atacada de fieras -convulsiones.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChV_8"> - <h3>VIII</h3> -</div> - -<p>Corrió Beatriz en su auxilio, la cogió en brazos. Nazarín la miraba -impasible. En su desmayo, entre frases ininteligibles, doña Catalina -pronunció con claridad la siguiente:</p> - -<p>—Está loco, y quiere volverme loca a mí.</p> - -<p>Salió Nazarín de la sala capitular, donde Beatriz, con el auxilio de -Aquilina que acudió prontamente, trataba de volver a su normal estado -a la ilustre señora. Bastó con desabrocharle el justillo y mojarle las -sienes con agua fría,<span class="pagenum" id="Page_340">p. 340</span> -para que Halma se restableciera, y quedándose sola otra vez con la -nazarista, pasó más de un cuarto de hora sin que ninguna de las dos -dijese palabra, ni en pro ni en contra del singularísimo consejo del -apóstol mendigo.</p> - -<p>Catalina, poseída de una intensa languidez, fue la que primero -rompió el grave silencio, con esta pregunta:</p> - -<p>—Y cuando yo perdí el sentido, ¿no dijo algo más?</p> - -<p>—No señora. Nada más.</p> - -<p>—¿No dijo la tercera verdad... que debo casarme con José Antonio?</p> - -<p>—No le oí tal cosa.</p> - -<p>Quedose Halma como aletargada en el sofá, y cuando Beatriz la creía -dormida, he aquí que se incorpora la dama, muy nerviosa, y con gran -inquietud de lengua y manos, atropelladamente dice:</p> - -<p>—Beatriz, ese hombre es el santo, ese hombre es el justo, el -misionero de la verdad, el emisario del Verbo Divino. Su voz me trae la -voluntad de Dios, y ante ella me prosterno. Esa idea de que yo me case, -me andaba rondando el alma, sin atreverse a entrar en ella, porque yo -la tenía ocupada por mil artificios de mi vanidad de santa imaginativa, -y de mística visionaria... Me ha dicho la gran verdad, que ha tardado -en posesionarse de mi espíritu, entontecido con las ideas rutinarias -que estoy metiendo y ataru<span class="pagenum" id="Page_341">p. -341</span>gando en él desde hace algún tiempo. ¿Dónde está tu maestro? -Quiero verle. Quiero que me hable otra vez, y que me confirme lo que -antes rae dijo.</p> - -<p>Salieron las dos.</p> - -<p>—Allá está —indicó Beatriz, después de explorar por una ventana las -soledades de Pedralba—. Está paseándose debajo del moral.</p> - -<p>Corrieron allá, y arrodillándose ante él, Halma le dijo:</p> - -<p>—Padre, verdad tan grande y clara jamás oí. Usted me ha revelado -a mí misma. Yo era como el gusano que se encierra en el capullo que -labra. Usted me ha sacado de mi propia envoltura. Un sentimiento -existía en mí, de que apenas yo misma me daba cuenta: tan agazapadito -estaba el pobre en un rincón de mi alma. La voz del padrito le ha hecho -saltar, y se ha crecido el pícaro en un instante... ¡Oh, qué verdades -me ha dicho esa inteligencia soberana! Sola, en vano pediría savia y -calor al misticismo. Acompañada, tendré quien me defienda, quien me -ayude, seremos dos en uno para proseguir la santa obra. No fundo nada, -no quiero comunidad legal constituida con mil formulillas, que serían -otras tantas brechas para que se metieran a inspeccionar mis acciones -el cura y el médico y el administrador. Mi ínsula no es, no debe ser -una institución, a imagen y semejanza del Estado. Sea mi ínsula una -casa, una familia. Mi<span class="pagenum" id="Page_342">p. 342</span> -marido y yo mandamos y disponemos en ella, con libre voluntad, conforme -a la ley de Dios.</p> - -<p>—Mírele, mírele —dijo Nazarín señalando a un punto lejano, en que se -veía una pareja de bueyes, y un gañán tras ella—. Allí está el hombre, -el corazón grande y hermoso, el ser que usted, con su caridad, mal -comprendida por el bendito Flórez, y renegada por su hermano, sacó de -la miseria y de la abyección. Le he sondeado. He visto su alma delante -de mí, clara y patente. Es un buen hombre, y será un excelente señor de -Pedralba.</p> - -<p>—Y le bendeciremos a usted, padre, el santo, el justo, el que todo -lo ve y todo lo descubre.</p> - -<p>—No soy nada de eso —replicó el curita manchego, resistiéndose a que -Halma le besase las manos, y obligándola a levantarse—. ¡La señora de -rodillas ante mí! ¡No faltaba más! Yo no soy ni santo ni justo, señora -mía, sino un pobre hombre que, por favor de Dios, ha sabido ver lo que -nadie había visto: que la señora de Pedralba quiere a su primo, que le -quiere con amor, quizás desde que se llegó a ella, hecho un perdido, -con ánimo de pedirle una limosna.</p> - -<p>—Es verdad, es verdad... ¡Y yo pensé alejarle de mí! ¡Qué desvarío! -Llegué a creer que la sequedad del alma era el primer peldaño para -subir a esas santidades que soñé... Estaba yo con mi santidad como -chiquilla con zapatos nuevos.<span class="pagenum" id="Page_343">p. -343</span> ¡Y el pobre José Antonio abrasado en un afecto hacia mí, -que yo interpretaba como agradecimiento muy vivo! Ya sospechaba yo que -sería algo más; pero tal era mi torpeza que, al ver aquel sentimiento, -le echaba tierra encima, todo el material inerte que sacaba del hoyo -místico en que enterrarme quería.</p> - -<p>—Y ahora, señora Condesa, ahora que las grandes verdades han salido, -con la ayuda de la luz de Dios, de la obscuridad en que se escondían, -váyase a la casa, dedíquese a sus ocupaciones habituales, y déjeme a -mí el cuidado de informar a Urrea de esta felicidad, pues si no se -la comunico con arte gradual, podría ser que el gozo repentino le -produjera conmoción demasiado fuerte y peligrosa.</p> - -<p>No tardó Halma en obedecerle, y allá se fue con Beatriz a sus -trajines domésticos, que aquel día le parecieron más gratos que nunca. -Y el manchego tomó pasito a paso el sendero que conducía a la tierra -que el noble Urrea estaba labrando. Hízole el bravo gañán, al verle -llegar, un gallardo saludo, levantando repetidas veces la aijada, -y cuando le tuvo a tiro de palabra, no se atrevió a preguntarle, -tal miedo tenía, lo que con tanto ardor anhelaba saber. Parados -los bueyes, Urrea se quedó como una estatua. Los pies en el barro, -la mano izquierda en la esteva, empuñando con la derecha la<span -class="pagenum" id="Page_344">p. 344</span> aijada, era una hermosa -representación de la Agricultura, labrada en <i>terracotta</i>.</p> - -<p>—Hijo mío —le dijo Nazarín—, no sé si las noticias que te traigo -serán satisfactorias para ti. No te alegres antes de tiempo.</p> - -<p>José Antonio palideció.</p> - -<p>—Hijo mío, si no fueras tan bruto, comprenderías que las noticias -que te traigo son medianas, tirando a buenas.</p> - -<p>El rostro del gañán se enrojeció.</p> - -<p>—La señora Condesa no quiere que te vayas de Pedralba. Pero...</p> - -<p>—¿Pero qué?</p> - -<p>—Pero... ello es que no encontraba la manera de retenerte. Al fin, -yo le he dado una formulilla o receta para resolver el conflicto, y -evitar las intrusiones probables de don Remigio, de Láinez y Amador. Se -cambiará radicalmente el régimen de Pedralba. ¿Te vas enterando?</p> - -<p>—No entiendo nada.</p> - -<p>—Porque eres muy torpe. Nada, hijo, que he convencido a la señora -Condesa... ¿te lo digo? de que debe rematar la gran obra de tu -corrección, ¿te lo digo?... haciéndote su esposo. ¿No lo crees?</p> - -<p>Urrea blandió la aijada, y tal movimiento le imprimió en la -convulsión de su gozosa sorpresa, que Nazarín hubiera podido creer que -le atravesaba de parte a parte.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_345">p. 345</span>—Calma, hijo, no -hagas locuras. Las cosas van por donde deben ir. Da gracias a Dios -por haber iluminado a tu prima. Al fin comprende que debe llevarse la -corriente de la vida por su cauce natural. Su determinación resuelve de -un modo naturalísimo todas las dificultades que en el gobierno de esta -ínsula surgieron. Los señores de Pedralba no fundan nada; viven en su -casa y hacen todo el bien que pueden. ¡Ya ves cuán fácil y sencillo! -Para discurrir esto no se necesita la intervención del Espíritu -Santo. Y sin embargo, la gran inteligencia de la señora Condesa de -Halma, deslumbrada por sus propios resplandores, no veía esta verdad -elemental. Dios ha querido que yo, un pobre clérigo vagabundo, predique -el sentido común a los entendimientos atrevidos, a las almas demasiado -ambiciosas.</p> - -<p>José Antonio dio un abrazo a Nazarín, y no pudo expresar su alegría -sino con frases entrecortadas:</p> - -<p>—Yo también, yo también... vi claro... no podía decirlo... a mí -propio no decírmelo... Temía disparate... ¡Y no lo era, Cristo, no lo -era! La suma ciencia parece locura; la verdad de Dios... sinrazón de -los hombres.</p> - -<p>—Ahora, hijo mío, continúa en tu trabajito, como si nada hubiera -pasado. Sigue arando, arando, que esto entretiene, y al propio tiempo -que abres la tierra, das gracias a Dios por la<span class="pagenum" -id="Page_346">p. 346</span> merced que acaba de hacerte. Este bien tan -grande y hermoso no lo mereces tú.</p> - -<p>—No lo merezco, no —dijo Urrea con emoción—. Mucho he padecido en -este mundo. Pero aunque mis tormentos hubieran sido un millón de veces -mayores, no está en la proporción de ellos esta inmensa alegría.</p> - -<p>—Trabaja, hijo, trabaja. Y otra cosa te encargo. No vayas al -castillo hasta la noche... porque supongo que te traerán aquí la -comida.</p> - -<p>—Así lo creo.</p> - -<p>—No muestres impaciencia, no te descompongas, ni cuando veas a tu -prima esta noche, a la hora de la cena, hagas figuras ni desplantes. -Tú... calladito hasta que ella te hable. Y cuando se digne exponerte -su pensamiento, tú le das las gracias en forma reposada y noble, -prometiendo consagrarle tu vida y tu ser todo, y haciéndole ver que -no te crees merecedor de la inaudita felicidad que te depara... Anda, -hijo, a tus bueyes, y hasta la noche... Con ese surco escribes en la -tierra tu gratitud. Ama la tierra, que a todos nos da sustento, y nos -enseña tantas cosas, entre ellas una muy difícil de aprender. ¿A que no -sabes lo que es? Esperar, hijo, esperar. La tierra guarda la sazón de -las cosas, y nos la da... cuando debe dárnosla.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ChV_9"> - <p><span class="pagenum" id="Page_347">p. 347</span></p> - <h3>IX</h3> -</div> - -<p>Lo que platicaron aquella noche, después de cenar, la gobernadora -de la ínsula y el futuro señor de Pedralba, no consta en los papeles -del archivo nazarista, de donde todos los materiales para componer -la presente historia han sido escrupulosamente sacados. Sin duda, -después de dar cuenta de la grave resolución matrimonial de la santa -Condesa, no creyeron los cronistas del nazarismo que debían extenderse -a mayores desarrollos historiales de tan considerable suceso, o -conceptuaron vacías de todo interés religioso y social las sentidas -palabras con que aquellas dos personas hicieron confirmación solemne -de su propósito matrimonesco. Lo único que se encuentra pertinente al -caso es la noticia de que José Antonio de Urrea se preparó aquella -misma noche para partir a Madrid a la mañanita siguiente. Y otro papel -nazarista corrobora que, en efecto, partió a caballo al romper el día, -y que Halma salió a despedirle, y a desearle un buen viaje, agregando -algunas advertencias que se le habían olvidado en su coloquio de la -noche anterior. Es un hecho incontrovertible, del cual darán fe, si -preciso fuere, testigos presenciales, que ya montado en la jaca el -presunto gobernador de la ínsula, y cuando estre<span class="pagenum" -id="Page_348">p. 348</span>chaba la mano de la Condesa, pronunció estas -palabras:</p> - -<p>—No llevo más que un resquemor: que nuestro don Remigio, que de -seguro tocará el cielo con las manos al ver que no le cae la breva -de la Rectoría de Pedralba, ha de fastidiarnos con dilaciones, y -quizás con entorpecimientos graves. No he cesado de cavilar sobre ello -esta noche, y al fin, querida prima, lo que saco en limpio es que -necesitamos comprar su voluntad.</p> - -<p>—¡Comprarle...! ¡Cómo...! ¿Qué quieres decir?</p> - -<p>—Ya verás. No me vengo de Madrid sin traerme su nombramiento para -una de las parroquias de allá. Es su sueño, su ambición, y si yo logro -satisfacerla, el hombre es nuestro ahora y siempre. He pensado que -nadie puede ayudarme en esta pretensión como Severiano Rodríguez, el -cual es, ya lo sabes, íntimo amigo del Obispo. Y, como Severiano y -tu hermano Feramor tuvieron una formidable agarrada en el Senado, y -ahora están a matar, espero que me apoye con interés, con ardor de -sectario. Basta para ello hacerle comprender que el parlamentario y -economista inglés ha de ver con malos ojos lo que a nosotros nos agrada -y favorece. Créelo, araré la tierra de allá, como he arado la de aquí, -por ganarnos la benevolencia del curita de San Agustín, que es quien ha -de echarnos las bendiciones. Déjame a mí, que ya<span class="pagenum" -id="Page_349">p. 349</span> sabré arreglarlo..., mi palabra. Ya me río -al pensar en el tumulto que ha de armarse cuando yo suelte la noticia. -Será como echar una bomba; de aquí oirás el estallido, y te reirás, -mientras allá me río yo, hasta que venga el día feliz en que nos riamos -juntos... Adiós, adiós, que es tarde.</p> - -<p>El primer día de la ausencia de Urrea, la Condesa, en largo y -afectuoso conciliábulo que celebró con Nazarín, según consta en -documentos de indubitable autenticidad, indicó al apóstol cuán justo -y humano sería darle de alta, declarándole en el pleno goce de sus -facultades intelectuales. Si ella hubiera de decidirlo, no había duda, -¿pues qué prueba más clara del perfecto estado cerebral de don Nazario, -que su incomparable consejo y dictamen en el asunto que Halma sometió -días antes a su criterio?</p> - -<p>A lo que respondió serenamente el peregrino que, hallándose sujeto -a observación por el Superior jerárquico, solo este podía resolver si -debía o no ser reintegrado en sus funciones sacerdotales. Cierto que -un buen informe de la señora Condesa, a quien la Iglesia confiara la -custodia del supuesto demente, sería de gran peso y autoridad; pero a -juicio del interesado, este informe no sería eficaz si no iba precedido -de una explícita manifestación de su Superior inmediato, el cura de San -Agustín. Añadió el<span class="pagenum" id="Page_350">p. 350</span> -apóstol que su mayor gozo sería que le devolviesen las licencias para -poder celebrar el Santo Sacrificio, y si se le concedía la libertad, se -trasladaría sin pérdida de tiempo a Alcalá de Henares, donde sus caros -feligreses, el <i>Sacrílego</i> y Ándara, sufrían el rigor de la ley. -Por lo demás, su paciencia no se agotaba nunca, y esperaría tranquilo, -decidido a no disfrutar la anhelada libertad, mientras quien debía -dársela no se la diera.</p> - -<p>Con don Remigio habló también la Condesa de este asunto, no -obteniendo de él más que vagas promesas de estudiarlo, sometiéndolo -además al criterio facultativo de Láinez. También dio cuenta al cura -y al médico de su proyectado casamiento, y no hay lengua humana -que describir pueda la sorpresa, el estupor de aquellas dignísimas -personas, y del vecino propietario de la Alberca. Don Remigio no paró, -en todo el viaje de Pedralba a San Agustín, de hacerse cruces sobre -boca, cara y pechos.</p> - -<p>Cinco días estuvo José Antonio en Madrid, regresando en la mañana -del sexto, gozoso y triunfante, pues se traía bien despachado todo el -papelorio que la celebración del casamiento exigía. Contando a su prima -el escándalo que en la familia produjo el notición de la boda, empezaba -y no concluía. Al principio, lo tomaron a broma: convencidos al fin de -que era cierto,<span class="pagenum" id="Page_351">p. 351</span> cayó -sobre los solitarios de Pedralba una lluvia de sangrientos chistes. El -menos ofensivo era este: «Catalina se llevó a Nazarín para curarle, y -él la ha vuelto a ella más loca de lo que estaba.» Hicieron Halma y -Urrea lo que anunciado habían antes de la partida de este: pasar buenos -ratitos riéndose de todo aquel tumulto de Madrid, que seguramente -no les causaría inquietud ni desvelo. Acertó a presentarse en aquel -momento el buen don Remigio, y Urrea se fue derecho a él, y dándole -un abrazo tan apretado que parecía que le ahogaba, le dijo: «Mil -parabienes al ínclito cura de San Agustín, por la justicia que sus -superiores le hacen, concediéndole plaza proporcional a sus grandísimos -talentos y eminentes virtudes.»</p> - -<p>No comprendía don Remigio, y el otro, repitiendo el estrujón, hubo -de explicárselo con toda claridad.</p> - -<p>—Sepa que me he traído su nombramiento...</p> - -<p>—¿Para una parroquia de Madrid?</p> - -<p>—No ha podido ser, por no haber vacante en estos días, mi dignísimo -amigo y capellán; pero el señor Prelado, con quien habló de usted un -amigo mío, encareciéndole sus méritos, aseguró que irá usted a los -Madriles muy pronto, y que en tanto, para que hombre tan virtuoso y -sabio no esté obscurecido en ese villorrio, le nombra Ecónomo de Santa -María de Alcalá.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_352">p. 352</span>—¡Santa María de -Alcalá! —exclamó don Remigio como en éxtasis; ¡tan soberbio y apetitoso -le parecía su nuevo destino!</p> - -<p>Y un abrazo más sofocante que los anteriores, selló la amistad -imperecedera entre el buen párroco de San Agustín y el insulano de -Pedralba.</p> - -<p>—¿Y qué puedo hacer yo para demostrarle mi agradecimiento, señor de -Urrea, qué puede hacer este modesto cura...?</p> - -<p>—Ese modesto cura no tiene que hacer más que conservarnos su -preciosa amistad, que en tanto estimamos. Y antes de entregar -la parroquia al que viene a sustituirle, échenos las santas -bendiciones.</p> - -<p>—Ahora mismo..., digo, mañana, pasado mañana. Estoy a las órdenes de -la señora doña Catalina, a quien ya no debo llamar Condesa de Halma.</p> - -<p>—Será pasado mañana, señor don Remigio —indicó Halma—. Y otra -cosa he de merecer de su benevolencia: que no me olvide al bendito -Nazarín.</p> - -<p>—Como he de ir a la Corte a ver a mi tío, allá informaré -favorablemente. ¡Si salta a la vista que está en su cabal juicio! -Inteligencia clara como el sol. ¿Verdad, señora?</p> - -<p>—Tal creo yo.</p> - -<p>—No tengo inconveniente en darle de alta,<span class="pagenum" -id="Page_353">p. 353</span> bajo mi responsabilidad, seguro de que el -señor Obispo ha de confirmar mi dictamen, y si quiere venirse conmigo a -Alcalá, me le llevo, sí señor, y le daré una modesta habitación en mi -modestísima casa.</p> - -<p>—Nos alegramos de ello, y lo sentimos —afirmó la señora de -Pedralba—, porque la compañía del buen don Nazario nos es gratísima -sobre toda ponderación.</p> - -<p>—Ya vendrá a vernos —dijo Urrea—. Y al señor don Remigio también -le tendremos aquí alguna vez. Esto no es ya un instituto religioso -ni benéfico, ni aquí hay ordenanzas ni reglamentos, ni más ley que -la de una familia cristiana, que vive en su propiedad. Nosotros nos -gobernamos solos, y gobernamos nuestra cara ínsula.</p> - -<p>—Y así debe ser... y así no tienen ustedes quebraderos de cabeza, -ni que sufrir impertinencias de vecinos intrusos, ni el mangoneo de la -dirección de Beneficencia o de la autoridad eclesiástica. Reyes de su -casa, hacen el bien con libérrima voluntad, sin dar cuenta más que a -Dios... ¡Si es lo que yo he dicho siempre, si es la verdad sencilla, -elemental!... Ea, pasado mañana en mi parroquia, a la hora que los -señores me designen.</p> - -<p>Concertada la hora, don Remigio montó en su jaca, y picó espuelas. -El animalito debía par<span class="pagenum" id="Page_354">p. -354</span>ticipar del inquieto gozo de su amo, porque en un soplo le -llevó al vecino pueblo.</p> - - -<p class="mt2">En la nota de un curiosísimo documento nazarista, que -merece guardarse como oro en paño, se dice que el mismo día de la boda -salió de San Agustín el curita manchego, caballero en la borrica del -gran don Remigio. Despidiose afectuosamente de los señores de Pedralba, -y de Beatriz, que lloraba como una Magdalena al verle partir, y tomando -la carretera hasta la barca de Algete, pasó el Jarama, siguiendo sin -descanso, al paso comedido de la pollina, hasta la nobilísima ciudad -de Alcalá de Henares, donde pensaba que sería de grande utilidad su -presencia.</p> - - -<p class="fs90 mt2">Santander-San Quintín. — Octubre de 1895.</p> - - -<p class="centra fs90 ws1 mt2">Fin de HALMA</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ToC"> - <h2 class="nobreak">ÍNDICE</h2> - <hr class="tir" /> -</div> - -<table summary="Índice de contenidos"> - <tr> - <td colspan="2" class="tdc asc">PRIMERA PARTE</td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChI_1">Cap. I</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_5">5</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChI_2">Cap. II</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_10">10</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChI_3">Cap. III</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_19">19</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChI_4">Cap. IV</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_26">26</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChI_5">Cap. V</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_33">33</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChI_6">Cap. VI</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_41">41</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChI_7">Cap. VII</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_47">47</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChI_8">Cap. VIII</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_55">55</a></td> - </tr> - <tr> - <td colspan="2" class="tdc asc pt05">SEGUNDA PARTE</td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChII_1">Cap. I</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_65">65</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChII_2">Cap. II</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_72">72</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChII_3">Cap. III</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_82">82</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChII_4">Cap. IV</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_91">91</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChII_5">Cap. V</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_100">100</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChII_6">Cap. VI</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_108">108</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChII_7">Cap. VII</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_117">117</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChII_8">Cap. VIII</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_124">124</a></td> - </tr> - <tr> - <td colspan="2" class="tdc asc pt05">TERCERA PARTE</td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChIII_1">Cap. I</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_135">135</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChIII_2">Cap. II</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_142">142</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChIII_3">Cap. III</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_153">153</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChIII_4">Cap. IV</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_161">161</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChIII_5">Cap. V</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_170">170</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChIII_6">Cap. VI</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_181">181</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChIII_7">Cap. VII</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_190">190</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChIII_8">Cap. VIII</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_199">199</a></td> - </tr> - <tr> - <td colspan="2" class="tdc asc pt05">CUARTA PARTE</td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChIV_1">Cap. I</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_211">211</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChIV_2">Cap. II</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_220">220</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChIV_3">Cap. III</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_230">230</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChIV_4">Cap. IV</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_241">241</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChIV_5">Cap. V</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_250">250</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChIV_6">Cap. VI</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_259">259</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChIV_7">Cap. VII</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_269">269</a></td> - </tr> - <tr> - <td colspan="2" class="tdc asc pt05">QUINTA PARTE</td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChV_1">Cap. I</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_279">279</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChV_2">Cap. II</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_289">289</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChV_3">Cap. III</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_297">297</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChV_4">Cap. IV</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_305">305</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChV_5">Cap. V</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_314">314</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChV_6">Cap. VI</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_326">326</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChV_7">Cap. VII</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_333">333</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChV_8">Cap. VIII</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_339">339</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#ChV_9">Cap. IX</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Page_347">347</a></td> - </tr> -</table> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<hr class="full" /> - -<div style='display:block; margin-top:4em'>*** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK HALMA ***</div> -<div style='text-align:left'> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -Updated editions will replace the previous one—the old editions will -be renamed. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -Creating the works from print editions not protected by U.S. copyright -law means that no one owns a United States copyright in these works, -so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the United -States without permission and without paying copyright -royalties. Special rules, set forth in the General Terms of Use part -of this license, apply to copying and distributing Project -Gutenberg™ electronic works to protect the PROJECT GUTENBERG™ -concept and trademark. 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Redistribution is subject to the trademark -license, especially commercial redistribution. -</div> - -<div style='margin:0.83em 0; font-size:1.1em; text-align:center'>START: FULL LICENSE<br /> -<span style='font-size:smaller'>THE FULL PROJECT GUTENBERG LICENSE<br /> -PLEASE READ THIS BEFORE YOU DISTRIBUTE OR USE THIS WORK</span> -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -To protect the Project Gutenberg™ mission of promoting the free -distribution of electronic works, by using or distributing this work -(or any other work associated in any way with the phrase “Project -Gutenberg”), you agree to comply with all the terms of the Full -Project Gutenberg™ License available with this file or online at -www.gutenberg.org/license. -</div> - -<div style='display:block; font-size:1.1em; margin:1em 0; font-weight:bold'> -Section 1. General Terms of Use and Redistributing Project Gutenberg™ electronic works -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -1.A. By reading or using any part of this Project Gutenberg™ -electronic work, you indicate that you have read, understand, agree to -and accept all the terms of this license and intellectual property -(trademark/copyright) agreement. If you do not agree to abide by all -the terms of this agreement, you must cease using and return or -destroy all copies of Project Gutenberg™ electronic works in your -possession. If you paid a fee for obtaining a copy of or access to a -Project Gutenberg™ electronic work and you do not agree to be bound -by the terms of this agreement, you may obtain a refund from the person -or entity to whom you paid the fee as set forth in paragraph 1.E.8. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -1.B. “Project Gutenberg” is a registered trademark. It may only be -used on or associated in any way with an electronic work by people who -agree to be bound by the terms of this agreement. 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Information about the Mission of Project Gutenberg™ -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -Project Gutenberg™ is synonymous with the free distribution of -electronic works in formats readable by the widest variety of -computers including obsolete, old, middle-aged and new computers. It -exists because of the efforts of hundreds of volunteers and donations -from people in all walks of life. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -Volunteers and financial support to provide volunteers with the -assistance they need are critical to reaching Project Gutenberg™’s -goals and ensuring that the Project Gutenberg™ collection will -remain freely available for generations to come. In 2001, the Project -Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure -and permanent future for Project Gutenberg™ and future -generations. 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Information about Donations to the Project Gutenberg Literary Archive Foundation -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -Project Gutenberg™ depends upon and cannot survive without widespread -public support and donations to carry out its mission of -increasing the number of public domain and licensed works that can be -freely distributed in machine-readable form accessible by the widest -array of equipment including outdated equipment. Many small donations -($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt -status with the IRS. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -The Foundation is committed to complying with the laws regulating -charities and charitable donations in all 50 states of the United -States. Compliance requirements are not uniform and it takes a -considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up -with these requirements. 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