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-*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK 65333 ***
-
-NOTA DE TRANSCRIPCIÓN
-
- * Las cursivas se muestran entre _subrayados_, y las versalitas se
- han convertido a MAYÚSCULAS.
-
- * Los errores de imprenta han sido corregidos.
-
- * La ortografía del texto original ha sido actualizada de acuerdo
- con las normas publicadas en 2010 por la Real Academia Española.
-
- * Se convierte la mayor parte de los entrecomillados en rayas
- iniciales de diálogo. Se espacian las restantes rayas según las
- convenciones ortotipográficas más recientes.
-
- * Las páginas en blanco han sido eliminadas.
-
- * Se ha añadido un índice al final del libro pese a que el original
- impreso no lo incluye.
-
-
-
-
-HALMA
-
-
-
-
- Es propiedad. Queda hecho el depósito que marca la ley. Serán
- furtivos los ejemplares que no lleven el sello del autor.
-
-
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-
- NOVELAS ESPAÑOLAS CONTEMPORÁNEAS
- POR
- B. PÉREZ GALDÓS
-
- HALMA
-
- 10.000
-
- [Ilustración]
-
- MADRID
- SUCESORES DE HERNANDO
- Arenal, 11
- 1913
-
-
-
-
- EST. TIP. DE LOS HIJOS DE TELLO
-
- IMPRESOR DE CÁMARA DE S. M.
-
- C. de San Francisco, 4
-
-
-
-
-HALMA
-
-
-
-
-PRIMERA PARTE
-
-
-
-
-I
-
-
-Doy a mis lectores la mejor prueba de estimación sacrificándoles mi
-amor propio de erudito investigador de genealogías... vamos, que les
-perdono la vida, omitiendo aquí el larguísimo y enfadoso estudio de
-linajes, por donde he podido comprobar que doña Catalina de Artal,
-Xavierre, Iraeta y Merchán de Caracciolo, Condesa de Halma-Lautenberg,
-pertenece a la más empingorotada nobleza de Aragón y Castilla, y que
-entre sus antecesores figuran los Borjas, los Toledos, los Pignatellis,
-los Gurreas, y otros nombres ilustres. Explorando la selva genealógica,
-más bien que árbol, en que se entrelazan y confunden tan antiguos y
-preclaros linajes, se descubre que, por el casamiento de doña Urianda
-de Galcerán con un príncipe italiano, en 1319, los Artales entroncan
-con los Gonzagas y los Caracciolos. Por otro lado, si los Xavierres de
-Aragón aparecen injertos en los Guzmanes de Castilla, en la rama de
-los Iraetas corre la savia de los Loyolas, y en la de los Moncadas de
-Cataluña la de los Borromeos de Milán. De lo cual resulta que la noble
-señora no solo cuenta entre sus antepasados varones insignes por sus
-hazañas bélicas, sino santos gloriosos, venerados en los altares de
-toda la cristiandad.
-
-Como he dado al buen lector mi palabra de no aburrirle, me guardo
-para mejor ocasión los mil y quinientos comprobantes que reuní,
-comiéndome el polvo de los archivos, para demostrar el parentesco de
-doña Catalina con el antipapa don Pedro de Luna, Benedicto XIII. Busca
-buscando, hallé también su entronque lejano con Papas legítimos, pues
-existiendo una rama de los Artal y Ferrench que enlazó con las familias
-italianas de Aldobrandini y Odescalchi, resulta claro como la luz que
-son parientes lejanos de la Condesa los Pontífices Clemente VIII e
-Inocencio XI.
-
-De monarcas no se diga, pues el árbol aparece cuajado, como de un
-lozano fruto, de apellidos regios, y allí veis los Albrit y Foix de
-Navarra, los Cerdas y Trastamaras de acá, y otros mil nombres que
-a cien leguas trascienden a realeza, como los de Rohan, Bouillon,
-Lancaster, Montmorency, etc... Fiel a mi compromiso, envaino mi
-erudición, y emprendo la reseña biográfica, designando a doña
-Catalina-María del Refugio-Aloysa-Tecla-Consolación-Leovigilda, etc...
-de Artal y Javierre como tercera hija de los señores Marqueses de
-Feramor. Huérfana de padre y madre a los siete años, quedó al cuidado
-del primogénito, actualmente Marqués de Feramor, y de su hermana doña
-María del Carmen Ignacia, Duquesa de Monterones. En 1890, casó con un
-joven agregado a la embajada alemana, el Conde de Halma-Lautenberg,
-matrimonio que hubo de realizarse contra viento y marea, pues los
-hermanos de ella y toda la familia se opusieron tenazmente por cuantos
-medios le sugerían su orgullo y terquedad. Querían desposarla con un
-individuo de la casa de Muñoz Moreno-Isla, de nobleza mercantil, pero
-bien amasada con patacones. Catalina, que desde muy niña mostraba
-increíbles ascos al vil metal, se prendó del diplomático alemán, que a
-su seductora figura unía un desprecio hermosísimo de las materialidades
-de la existencia. Grandes trapisondas y disturbios hubo en la familia
-por la tiránica firmeza de los hermanos mayores, y la resistencia
-heroica, hasta el martirio, de la enamorada doncella. Casados al fin,
-no sin intervención judicial, el esposo fue destinado a Bulgaria, de
-aquí a Constantinopla, y allá le siguió doña Catalina, rompiendo toda
-relación con sus hermanos. Calamidades, privaciones, desdichas sin
-fin la esperaban en Oriente, y al conocerlas la familia de acá, por
-referencias de diplomáticos extranjeros y españoles, no veía en todo
-ello más que la mano de Dios castigando duramente a Catalina de Artal
-por la amorosa demencia que la llevó a enlazarse con un advenedizo, de
-familia desconocida, hombre sin seso, desordenadísimo en sus ideas,
-desatado de nervios, y habitante aburrido de las regiones imaginativas.
-Para colmo de infortunio, Carlos Federico era pobre, con el título
-pelado, y sin más renta que su sueldo, pelado también, pues la familia
-de Halma-Lautenberg, que desciende, según noticias que tengo por
-fidedignas, del Landgrave de Turingia y Hesse, Hermann II, había venido
-tan a menos como cualquier familia de por acá, de las que, después
-de mil tumbos y vaivenes, caen a lo hondo del abismo social para no
-levantarse nunca.
-
-Contratiempos mil, reveses de fortuna, escaseces y aun hambres
-efectivas padeció la infeliz doña Catalina en aquellas lejanas tierras,
-sin más consuelo que el amor de su esposo, que nunca le faltó, ni de
-él tuvo queja, pues Dios, al privarla de tantos bienes, concediole
-con creces la paz conyugal. Tiernamente amada y amante, la íntima
-felicidad de su matrimonio la compensaba de tanta desdicha del orden
-externo. Carlos Federico era bueno, dulce, aunque medio loco según
-unos, y loco entero según otros. La mala opinión acerca de su gobierno
-cerebral debió trascender hasta la Cancillería de Berlín, porque fue
-destituido de su cargo. La joven pareja se encontró a merced de la
-Divina voluntad, que sin duda quería someter a durísima prueba el alma
-fuerte de la dama española, pues a los dos meses de la destitución, y
-cuando, en espera de recursos para venirse a Occidente, vivía obscuro
-y resignado el matrimonio en una humilde casita de Pera, se le declaró
-al esposo una tisis, con tan graves caracteres, que no era difícil
-presagiar un desenlace fúnebre en breve plazo.
-
-Reveló entonces su temple finísimo el alma de Catalina de Artal, pues
-cobrando ánimos con aquel nuevo golpe, aventurose a pedir auxilio a sus
-hermanos de Madrid, que si al principio si hicieron un poco de rogar,
-cedieron al fin, mirando más al decoro de la familia que a la caridad
-cristiana. Con el mezquino socorro que le enviaron, pudo la heroína
-transportar a su pobre enfermo a la isla de Corfú, afamada por la
-benignidad de su clima. Allí vivieron, si aquello era vivir, en un pie
-de milagrosa economía; supliendo con el cariño los recursos materiales,
-y las comodidades con prodigios de inteligencia, él resignado, ella
-valerosa y sublime como enfermera, amantísima como esposa, diligente
-en el manejo de la humilde casa, hasta que al fin Dios llamó a sí al
-infeliz Conde de Halma en la madrugada del 8 de Septiembre, día de la
-Natividad de Nuestra Señora.
-
-
-
-
-II
-
-
-Refieran en buen hora los sufrimientos de Catalina de Artal en
-aquellos tristes días y en los que siguieron a la muerte de su
-adorado esposo, los que posean mística inspiración y estén avezados
-a relatar vidas y muertes de mártires gloriosos. Yo no sé hacerlo, y
-dejando este trabajo a plumas expertas, que seguramente escribirán la
-edificante historia, no hago más que apuntar los hechos capitales,
-como antecedentes o fundamento de lo que me propongo referir. ¿Qué
-puedo decir del hondísimo dolor de la dama al ver expirar en sus
-brazos al que era su vida toda, amor primero, alegría última, único
-bien terrestre de su alma? La opinión del mundo, que rara vez deja de
-equivocarse en sus precipitados y vanos juicios, había contrahecho la
-persona moral del señor Conde, pintándole en los círculos de Madrid con
-colores de malicia. Pero al historiador de conciencia, bien enterado
-de su asunto, toca el borrar toda falsedad con que los habladores y
-envidiosos ennegrecen un noble carácter. Esto hago yo ahora, asegurando
-que Carlos Federico de Halma era un bendito, y que la investigación más
-rebuscona y pesimista no encontrará en su conducta, después de casado,
-ninguna tacha. Desbarato resueltamente la reputación que lenguas
-demasiado sueltas le hicieron en Madrid, y reconstruyo su verdadera
-personalidad de hombre recto, leal, sincero, añadiendo a estas
-cualidades las que adquirió en la convivencia con su digna esposa.
-
-No poca parte había tenido en la dudosa reputación del alemán,
-antes del casorio, la volubilidad de sus ideas, la ligereza de sus
-juicios, sus distracciones, que llegaron a formar un verdadero centón
-anecdótico, sus displicencias negras alternadas con hervores de loco
-entusiasmo por cualquier motivo de arte o amoríos, su prolijidad
-machacona en las disputas, y un sinnúmero de manías, algunas de las
-cuales no le abandonaron hasta su muerte. Se calentaba la cabeza
-pensando en la habitabilidad de todas las estrellas del cielo, chicas
-y grandes, y el que quisiera sacarle de sus casillas, no tenía más
-que poner en duda la infinita difusión de familias humanas por la
-inmensidad planetaria. Del absoluto menosprecio de toda religión
-positiva había pasado, poco antes de casarse, y por influencia de la
-angelical Catalina, a un ferviente ardor cristiano, más imaginativo
-que piadoso, sed del alma que apetecía, sin satisfacerse nunca, no
-devociones externas y prácticas litúrgicas, sino embriagueces de la
-fantasía, mirando más a la leyenda seductora que al dogma severo.
-En Oriente, la esposa logró poner algún orden en los descabellados
-entusiasmos de Carlos Federico, hasta que, atacado de cruelísima
-dolencia, tan difícil era combatir en él la fiebre abrasadora, como
-el espiritualismo delirante. Uno y otro fuego le consumían por igual,
-y creyérase que ambos, juntando sus llamas, le redujeron a ceniza
-impalpable.
-
-La noche misma de su muerte, refirió a su mujer, entre dos ataques de
-disnea, un sueño que había tenido por la tarde, y como viese Catalina
-en aquel relato una extraña lógica y cierta lucidez clásica, se
-afligió extremadamente, pensando que su pobre enfermo entreveía ya
-los horizontes del reino de la eterna verdad. Tanto sentido, tanta
-sindéresis en la composición de un poemita fantástico, pues no otra
-cosa era el bien relatado sueño, ¿qué podían significar sino que el
-poeta se moría? Así fue en efecto. En los últimos minutos de vida se
-lanzaba, con desbocada imaginación, a un proyecto de viaje por Asia
-Menor y Palestina, con el doble objeto de visitar las ruinas de Troya,
-primero, y el país de Galilea después. (Átense estos cabos.) En su
-pensamiento se entrelazaron dos nombres: Homero-Cristo. Y al querer dar
-la explicación de aquel abrazo histórico y poético, gimió, dio una gran
-voz... «¡ah!» y expiró...
-
-Podría creerse que la muerte del Conde fue el último dolor de la
-infortunada Catalina de Artal, y que tras aquella tribulación le
-concedió el cielo días de descanso, ya que no de ventura. Pues no
-fue así. Sobre la tristeza de su viudez, y el recuerdo siempre vivo
-del pobre muerto, viose agobiada de calamidades de otro orden. Hasta
-entonces había conocido las humillaciones y escaseces indecorosas
-que lastimaban su dignidad de aristócrata. Pero a poco de enviudar,
-y residiendo aún en Corfú por no tener medios de trasladarse a otro
-sitio, supo lo que es la miseria, la efectiva, horripilante miseria, y
-sufrió vejámenes que habrían abatido almas de peor temple que la suya.
-Alojada como de limosna en una casa inglesa primero, en una hostería
-griega después, Catalina de Artal se vio privada de alimento algunos
-días, obligada a lavar su escasa ropa, a remendarse sus zapatos, y a
-prestar servicios que repugnaban a su delicado organismo. Pero todo lo
-llevaba con paciencia, todo lo aceptaba por amor de Cristo, anhelando
-purificarse con el sufrimiento. Como se le ofreciera una coyuntura
-propicia para salir de aquella situación, quiso aprovecharla, más
-que por mejorar de vida, por encontrarse entre personas allegadas, en
-quienes emplear los cariños que atesoraba su hermoso corazón. Llegose
-un día inopinadamente a la isla jónica un hermano de Carlos Federico,
-grande aficionado a los viajes marítimos, y que divagaba por el
-Archipiélago en un yate de unos comerciantes del Pireo. Propúsole el
-tal llevarla a Rodas, donde era cónsul el Conde Ernesto de Lautenberg,
-tío suyo y del difunto esposo de Catalina, caballero muy bondadoso y
-corriente, a quien la infeliz dama había conocido en Constantinopla.
-
-Dejose llevar la viuda por Félix Mauricio (que así se nombraba su
-cuñado), atraída principalmente por la esperanza de vivir en compañía
-de la Condesa Ernesto de Lautenberg, señora húngara, muy simpática y
-que había demostrado a la española, en los breves días de su trato, una
-cordial adhesión. Salieron, pues, de Corfú en la embarcación griega,
-mal llamada yate, pues por su pequeñez y escaso tonelaje no era más
-que un balandro bonito, propio para regatas y excursiones cortas. Iba
-tripulado por jóvenes _dilettantes_ de la mar. A causa del mal gobierno
-y de la impericia del que hacía de capitán, no pudieron capear un
-furioso temporal que les cogió entre Zante y Cefalonia, y lanzados por
-el viento y el oleaje hacia el golfo de Patrás, entraron de arribada
-en Misolonghi con grandes averías. Días y días estuvieron allí,
-esperando buen tiempo, y lanzados de nuevo a la mar, llegaban siempre
-a donde no querían ir. Félix Mauricio y el amigote ateniense que
-capitaneaba la frágil nave, profesaban la teoría de que los temporales
-con vino _son menos_, y empalmaban las turcas que era una maldición.
-De este modo y con tales ansiedades y vicisitudes, navegando a merced
-de Neptuno, y sin arte para dominarle, fueron dando tumbos por toda
-la vuelta sur del Peloponeso. Como quien va describiendo eses por el
-laberinto de callejuelas de una ciudad tortuosa, tan pronto tropezaban
-en Candía, como en Cerigo (la antigua Cytheres); metiéronse a la
-buena de Dios por entre las Cícladas, tocando en Milo y Paros, luego
-recorrieron las Espóradas, visitando Samos, Cos y otras hasta parar en
-Rodas, después de dos meses largos de endemoniada navegación.
-
-Como todo se disponía en contra de los deseos de la infeliz viuda,
-resultó que el Conde Ernesto se había ido a Alemania con licencia, y
-que su esposa, la simpática y bonísima húngara, se había muerto tres
-meses antes. Aceptó resignada la Condesa de Halma esta nueva decepción,
-y tratando con su cuñado de la necesidad de que la trasladase a
-Corinto o Atenas, desde donde podría comunicarse con su familia de
-Madrid, y preparar su vuelta a España, contestole el joven en forma
-tan descarnada y grosera, que no pudo la señora, por más esfuerzos
-que hizo, poner su humildad por encima de su orgullo en la réplica.
-Hallábanse en un fonducho próximo al muelle. Renunció la dama la
-hospitalidad a bordo, que el capitán del balandro le ofrecía, y
-enterada de que existía en Rodas un convento de la Orden Tercera, allá
-se dirigió volviendo la espalda para siempre al Conde Félix Mauricio, y
-a sus insensatos compañeros de aventuras marítimas.
-
-Gracias a los buenos franciscanos, la noble señora fue alojada
-decorosamente, y empezaron las negociaciones para su regreso a la madre
-patria. Dígase de paso, a fin de completar la información, que el tal
-Félix Mauricio era lo peorcito de la familia Halma-Lautenberg. Había
-pertenecido al cuerpo consular, sirviendo en Alicante y en Esmirna.
-Aquí casó con una griega rica, y abandonando la carrera se dedicó al
-comercio de esponjas, con varia fortuna. Cuando le encontramos en el
-balandro había logrado rehacerse de su primera quiebra. Su carácter
-violento y quisquilloso, su exterior desagradable, y más que nada su
-inclinación irresistible a las libaciones alcohólicas, le hacían poco
-estimable y estimado de propios y extraños. Una tarde, hallándose
-doña Catalina platicando con el guardián del convento, vio al yate
-darse a la vela, y le hizo la señal de la cruz. Perdonó a la nave y a
-sus tripulantes, y dio gracias a Dios por haber salido en bien de su
-peligrosísima aventura por los mares de Grecia.
-
-Los caritativos frailes lograron arreglar a la infortunada Condesa su
-regreso a Occidente, y tomándole billete en el _Lloyd Austriaco_, la
-expidieron para Malta, donde otros religiosos de la misma regla se
-encargarían de reexpedirla para Marsella, y de allí a Barcelona. Pero
-como el _Lloyd Austriaco_ no tocaba en Rodas, la viajera tuvo que hacer
-la travesía entre esta isla y el punto de escala, que era Esmirna, en
-una goleta turca que cargaba frutas y trigo. Nuevos contratiempos para
-la pobre señora Condesa, pues aquellos demonios de turcos hicieron la
-gracia de llevar un formidable contrabando, y la goleta fue visitada
-en aguas de Quíos por un falucho de guerra, y apresada y detenida
-con todos sus pasajeros y tripulantes, hasta que el bajá de Esmirna
-decidiera el número de palos que le habían de administrar al patrón.
-Entre tanto, pasaba doña Catalina mil privaciones y amarguras, pues
-allí no había frailes Franciscos que mirasen por ella. Y gracias que
-al fin logró verse a bordo del vapor austriaco, el cual, para que en
-todo se cumpliese el sino de la dama sin ventura, era un verdadero
-inválido. Recelaba ella de todo, del mar y del cielo, y de los
-desmanes de la gentuza de varias razas orientales que en aquellas
-embarcaciones entra y sale de continuo. Pero ni el cielo, ni la mar, ni
-el pasaje ocasionaron a la señora ningún disgusto. Fue la endiablada
-máquina del vapor la que se encargó de interrumpir lastimosamente
-la navegación, rompiéndose en la demora de Candía. Quedose el buque
-como una boya, con el árbol de la hélice en dos pedazos, sin gobierno
-el timón por rotura de los guardines. Dio al fin remolque un vapor
-inglés, y le llevó a Damieta; allí trasbordaron, pasando a Alejandría,
-donde, por variar, sufrieron un nuevo y penoso trasbordo con pérdida
-del equipaje, y mojadura total de la ropa puesta. En rumbo para Malta,
-con divertimiento de Siroco fortísimo, golpes de mar, y por fin de
-fiesta, a la entrada de La Valette, rotura de una de las palas de la
-hélice, retraso, peligro... En Malta, la dama errante fue atacada de
-calenturas intermitentes. Dos semanas de hospital, riesgo de muerte,
-consternación, abandono. Por fin, cumpliéndose en aquel triste caso
-lo de _Dios aprieta, pero no ahoga_, Catalina de Halma puso el pie en
-Marsella en un estado deplorable por lo tocante a nutrición, vestido
-y calzado, y cinco días después, los señores Marqueses de Feramor
-vieron entrar en su casa a una mujer que más bien parecía espectro,
-el rostro descarnado, como de la tierra comido, los ojos brillantes y
-febriles, las ropas deshechas por el tiempo, el viento y la mar, roto
-el calzado..., lastimosa figura en verdad. Y como el señor Marqués,
-poseído de espanto, la mirase ceñudo y dijese:
-
---¿Quién es usted?
-
-Hubo de contestarle Catalina:
-
---¿Pero de veras no me conoces? Soy tu hermana.
-
-
-
-
-III
-
-
-No dio su brazo a torcer la Condesa de Halma en las primeras
-explicaciones y coloquios con sus hermanos, el Marqués de Feramor y
-la Duquesa de Monterones, es decir, que no se declaró arrepentida de
-su matrimonio, ni renegaba de este por los trabajos y desventuras sin
-cuento que de su unión con el alemán se derivaron. La memoria de su
-esposo prevalecía en ella sobre todas las cosas, y no permitía que
-sus hermanos la menoscabaran con acusaciones, o chistes despiadados.
-Había venido a que la amparasen, dándole el resto de su legítima si
-algo restaba, después de saldar cuentas con el jefe de la familia.
-Pero no se humillaba, ni al pedirlo y tomarlo, en caso de que se lo
-dieran, había de abdicar su dignidad, achicándose moralmente ante sus
-hermanos, y dándoles toda la razón en el negocio de su casamiento. No,
-no mil veces. Si no le daban auxilio ni aun en calidad de limosna, no
-le faltaría un convento de monjas en que meterse. Tampoco repugnaría
-el entrar en cualquiera de las Órdenes modernísimas que se consagran
-a cuidar ancianos, o a la asistencia de enfermos, que entre tantas
-Congregaciones, alguna habría que admitiese viudas sin dote. Replicole
-a esto gravemente su hermano que no se precipitase, y que por de pronto
-no debía pensar más que en reponerse de tantos quebrantos y desazones.
-
-Cerca de un mes estuvo doña Catalina en la morada de su hermano sin ver
-a nadie, ni recibir visitas, sin dejarse ver más que de la familia, y
-de la criada que la servía. De las ropas que le ofrecieron, no aceptó
-más que dos trajes negros, sencillísimos, haciendo voto de no usar
-en todo el resto de su vida vestido de color, ni de seda, ni galas
-de ninguna especie. Modestia y aseo serían sus únicos adornos, y en
-verdad que nada cuadraba mejor a su rostro blanquísimo y a su figura
-escueta y melancólica. Como todo se ha de decir, aquí encaja bien el
-declarar que doña Catalina no era hermosa, por lo menos, según el
-estilo mundano de hermosura. Pero el paso de tantas desdichas había
-dejado en su semblante una sombra plácida, y en sus ojos una expresión
-de beatitud que era el recreo de cuantos la miraban. Tenía el pelo
-rubio tirando a bermejo, la nariz un poco gruesa, el labio inferior
-demasiado saliente, la tez mate y limpia, la mirada dulce y serena,
-la expresión total grave, la estatura talluda, el cuerpo rígido, el
-continente ceremonioso. Algunos, que en aquellos días lograron verla,
-aseguraban hallarle cierto parecido con doña Juana la Loca, tal como
-nos han transmitido la imagen de esta señora la leyenda y el pincel.
-Es caprichoso cuanto se diga de otras semejanzas del orden espiritual,
-como no sea que la Condesa de Halma hablaba el alemán con la misma
-perfección y soltura que el español.
-
-No era muy grato al señor Marqués aquel aislamiento monástico en que
-vivía su hermana, ni le hacían gracia sus propósitos de renunciar
-absolutamente a la vida social. Aún podría, según él, aspirar a un
-segundo matrimonio, que la indemnizara de las calamidades del primero;
-mas para esto era forzoso abandonar la tiesura de imagen hierática,
-las inflexiones compungidas, no vestirse como la viuda de un teniente,
-y frecuentar el trato de los amigos de la casa. De la misma opinión
-era la Marquesa, y ambos la sermoneaban sobre este particular; pero la
-firmeza con que defendía Catalina sus convicciones, manías o lo que
-fuesen, les hizo comprender que nada conseguirían por el momento, y
-que debían confiar al tiempo y a las evoluciones lentas de la voluntad
-humana la solución de aquel problema de familia.
-
-Aunque es persona muy conocida en Madrid, quiero decir algo ahora
-del carácter del señor Marqués de Feramor, cuya corrección inglesa
-es ejemplo de tantos, y que si por su inteligencia, más sólida que
-brillante, inspira admiración a muchos, a pocos o a nadie, hablando en
-plata, inspira simpatías. Y es que los caracteres exóticos, formados
-en el molde anglosajón, no ligan bien o no funden con nuestra pasta
-indígena, amasada con harinas y leches diferentes. Don Francisco de
-Paula-Rodrigo-José de Calasanz-Carlos Alberto-María de la Regla-Facundo
-de Artal y Javierre, demostró desde la edad más tierna aptitudes para
-la seriedad, contraviniendo los hábitos infantiles hasta el punto de
-que sus compañeritos le llamaban _el viejo_. Coleccionaba sellos,
-cultivaba la hucha, y se limpiaba la ropita. Recogía del suelo agujas y
-alfileres, y hasta tapones de corcho en buen uso. Se cuenta que hacía
-cambalaches de tantas docenas de botones por un sello de Nicaragua,
-y que vendía los duplicados a precios escandalosos. Interno en los
-Escolapios, estos le tomaron afecto y le daban notas de sobresaliente
-en todos los exámenes, porque el chico sabía, y allá donde no llegaba
-su inteligencia, que no era escasa, llegaba su amor propio, que era
-excesivo. Contentísimo del niño, y queriendo hacer de él un verdadero
-prócer, útil al Estado, y que fuese salvaguardia valiente de los
-_intereses morales y materiales_ del país, su padre le mandó a educar
-a Inglaterra. Era el señor Marqués anglómano de afición o de segunda
-mano, porque jamás pasó el canal de la Mancha, y solo por vagos
-conocimientos adquiridos en las tertulias sabía que de Albión son las
-mejores máquinas y los mejores hombres de Estado.
-
-Allá fue, pues, Paquito, bien recomendado, y le metieron en uno de
-los más famosos colegios de Cambridge, donde solo estuvo dos años,
-porque no hallándose su papá en las mejores condiciones pecuniarias,
-hubo de buscar para el chico educación menos dispendiosa. En un
-modesto colegio de Peterborough dirigido por católicos, completó el
-primogénito su educación, haciéndose un verdadero inglés por las
-ideas y los modales, por el pensamiento y la exterioridad social. En
-Peterborough no había los refinados estudios clásicos de Oxford, ni
-los científicos de Cambridge; los muchachos se criaban en un medio de
-burguesía ilustrada, sabiendo muchas cosas útiles, y algunas elegantes,
-cultivando con moderación el _horse racing_, el _boat-racing_, y con la
-suficiente práctica de _lawn-tennis_ para pasar en cualquier pueblo
-del continente por perfectas hechuras de Albión.
-
-Hablaba el heredero de Feramor la lengua inglesa con toda perfección,
-y conocía bastante bien la literatura del país que había sido su
-madre intelectual, prefiriendo los estudios políticos e históricos a
-los literarios, y siendo en los primeros más amigo de Macaulay que
-de Carlyle, en los segundos más devoto de Milton que de Shakespeare.
-Tiraba siempre a la cepa latina. Al salir del colegio, consiguiole su
-padre un puesto en la embajada, para que por allá estuviese algunos
-años más empapándose bien en la savia británica. En aquel periodo se
-despertaron y crecieron sus aficiones políticas, hasta constituir
-una verdadera pasión; estudió muy a fondo el Parlamento, y sus
-prerrogativas, sus prácticas añejas, consolidadas por el tiempo, y no
-perdía discurso de los que en todo asunto de importancia pronunciaban
-aquellos maestros de la oratoria, tan distintos de los nuestros como lo
-es el fruto de la flor, o el tronco derecho y macizo de la arbustería
-viciosa.
-
-Ya frisaba don Francisco de Paula en los treinta años cuando por
-muerte de su señor padre heredó el marquesado; vino a España, y a los
-diez meses casó con doña María de Consolación Ossorio de Moscoso y
-Sherman, de nobleza malagueña, mestiza de inglesa y española, joven
-de mucha virtud, menos bella que rica, y de una educación que por lo
-correcta y perfilada a la usanza extranjera, no desmerecía de la de su
-esposo. Poco después casó la hermana mayor del Marqués con el Duque de
-Monterones. Catalina, que era la más joven, no fue Condesa de Halma
-hasta seis años después.
-
-Pues, señor, con buen pie y mejor mano entró el decimoséptimo Marqués
-de Feramor en la vida social y aristocrática del pueblo a que había
-traído las luces inglesas y la ortodoxia parlamentaria del país de
-John Bull. Afortunadísimo en su matrimonio, por ser Consuelo y él
-como cortados por la misma tijera, no lo fue menos en política, pues
-desde que entró en el Senado representando una provincia levantina,
-empezó a distinguirse, como persona seria por los cuatro costados,
-que a refrescar venía nuestro envejecido parlamentarismo con sangre y
-aliento del país parlamentario por excelencia. Su oratoria era seca,
-_ceñida_, mate y sin efectos. Trataba los asuntos económicos con una
-exactitud y un conocimiento que producían el vacío en los escaños.
-¿Pero qué importaba esto? Al Parlamento se va a convencer, no a buscar
-aplausos; el Parlamento es cosa más seria que un circo de gallos. Lo
-cierto era que en aquella soledad de los bancos rojos, Feramor tenía
-admiradores sinceros y hasta entusiastas, dos, tres y hasta cinco
-senadores machuchos, que le oían con cierto arrobamiento, y luego
-salían poniéndole en los cuernos de la luna:
-
---Así se tratan las cuestiones. Aquí, aquí, en este espejo tienen que
-mirarse todos: esto es lo bueno, lo inglés _de la tía Javiera_, la
-marca _Londón_ legítima, de patente.
-
-
-
-
-IV
-
-
-Fuera del Senado, el Marqués tenía también su grupito de admiradores,
-que le citaban de continuo como un modelo digno de imitación. Por él y
-por otros muy contados próceres, se decía la frase de cajetín: «¡Ah, si
-toda nuestra nobleza fuera así, otro gallo le cantara a este país!» El
-amanerado argumento de achacar nuestras desgracias políticas a no tener
-un patriciado a estilo inglés, con hábitos parlamentarios y verdadero
-poder político, llegaba a ser una cantinela insoportable.
-
-Es muy digno de notarse que Feramor desmentía la vulgar creencia de
-que todo inglés de alta clase ha de ser caballista, y delirante por
-cualquiera de los _sports_ que en Albión se usan. Para gloria suya,
-no había importado del país serio, más que la seriedad, dejándose
-de lado allí del canal las chifladuras hípicas. Aunque algo y aun
-algos entendía de lo referente al _turf_, no se ocupaba de ello
-sino con frialdad cortés, marcando siempre la distancia que media
-intelectualmente entre un _handicap_ y un discurso político, aunque
-sea ministerial. Y si era cazador, y de los buenos, no mostraba por
-esta afición una preferencia sistemática y absorbente. Así los gustos
-como las obligaciones existían en él en su valor propio y natural, y la
-inteligencia era siempre la maestra y el ama de todo. En el concierto
-de sus facultades dominaba la que Dios le había dado para que gobernase
-a las demás, la facultad de administrar, y mientras llegaba el caso de
-llevarle las cuentas a la Nación, llevaba las suyas con un acierto y
-una nimiedad que eran un nuevo tema de aplauso para sus admiradores.
-«¡Un aristócrata que administra! ¡Oh, si hubiera muchos Feramor en
-nuestra grandeza, la nación no andaría tan de capa caída!»
-
-La fortuna patrimonial del Marqués no era grande, porque su padre
-había puesto en práctica doctrinas que se daban de cachetes con la
-regularidad administrativa. Pero la riqueza aportada al matrimonio por
-la Marquesa fortalecía considerablemente la casa, en la cual reinaba
-un orden perfecto, gastándose tan solo la mitad de las rentas. Vivían,
-pues, con decoro y modestia, sometidos gustosamente a un régimen de
-previsión entre dos jalones, el de delante fijando el límite de
-donde no debía pasar el lujo, para evitar despilfarros, el de atrás
-marcando la raya de la economía, para no llegar a la sordidez. A mayor
-abundamiento, la Marquesa, que parecía hecha a imagen y semejanza de
-su esposo, y que con la convivencia se asimilaba prodigiosamente sus
-ideas, salió tan administrativa y administradora como él, y le ayudaba
-a sostener aquel venturoso equilibrio. Ambos lucían en el gobierno
-de la casa, con una perfecta entonación económica, si es permitido
-decirlo así. Diversas eran las opiniones mundanas sobre esta manera
-de vivir, pues si algunos les criticaban por no tener una cuadra de
-gran importancia hípica, como correspondía a los gustos ingleses del
-Marqués, otros le elogiaban sin tasa por su excelente biblioteca,
-principalmente consagrada ¡oh!... a ciencias morales y políticas. Su
-mesa era inferior a la biblioteca, y superior a la cuadra. Solo había
-cinco convidados un día por semana.
-
-Expresadas las opiniones, conviene apuntar las hablillas, aunque
-estas desdoren un poco la noble figura de los Feramor. Lenguas, que
-evidentemente eran malas, decían que el Marqués colocaba el sobrante
-de sus rentas a préstamo con réditos enormes, sacando de apuros a
-sus compañeros de grandeza, comprometidos en el juego, en el _sport_
-o en otros vicios. En esto la maledicencia no acertaba, como casi
-siempre sucede, pues los préstamos del Marqués no eran de calidad
-extremadamente usuraria. Se reforzaba, sí, con buenas hipotecas,
-y cuando la garantía era floja y el reembolso problemático, sus
-principios económicos le aconsejaban aumentar prudencialmente los
-intereses. Ello es que si en rigor de verdad no debía ser llamado
-usurero, tampoco habría mayor injusticia que aplicarle el calificativo
-de generoso. Ni la adulación que todo lo puede, podía llamarle así.
-Los amigos más benévolos no acertaban a descubrir en él un rasgo
-de desprendimiento, o un ejemplo de favor desinteresado. Era todo
-exactitud en el pensar, precisión matemática en las acciones, como una
-máquina de vida social en la que se suprimieran los movimientos de
-la manivela afectiva. No faltaba jamás a sus deberes, no se le podía
-coger en descuido de sus compromisos; pero tampoco se le escapaba
-la sensiblería de hacer el bien por el bien. Siempre en guardia, y
-custodiándose a sí propio con llaves seguras que solo él manejaba, no
-permitía nunca que la espontaneidad abriese su interior de hierro, ni
-menos que mano profana penetrase en él.
-
-Ved aquí por qué no gozaba de simpatías, y los que le admiraban como el
-último modelo inglés de corte de personas, no le querían. Encontrábanle
-todos poco español, privado de las virtudes y de los defectos de
-la compleja raza peninsular. Habríanle querido menos reglamentado
-moralmente, menos exacto, y un poquitín perdido. Físicamente, era
-hermoso, pero sin expresión, de facciones a las cuales no se podía
-poner la menor tacha, rematadas por una corona negativa, es decir, por
-una calva precoz, lustrosa y limpia, que él consideraba como la más
-airosa tapadera de la seriedad británica. Su trato fuera de casa era
-delicado y fino, dentro de una elegante tibieza, y en la intimidad
-doméstica seco y autoritario, sin ninguna disonancia, pero también sin
-asomos de dulzura, como un preceptor o intendente, más que como padre
-y esposo. De la señora Marquesa, que no era más que el _feminismo_
-del carácter de su marido, poco hay que decir. La asimilación había
-llegado a ser tan perfecta, que pensaban y hablaban lo mismo, usando
-las propias locuciones familiares. Ambos se expresaban en inglés con
-notable soltura. Y la asimilación no paraba en esto, pues ocurría en
-aquel matrimonio joven lo que en algunos viejos, reducidos por larga
-convivencia a una sola persona con dos figuras distintas. El Marqués
-y la Marquesa se parecían físicamente; ¿qué digo se parecían? eran
-iguales, a pesar de señalarse ella por poco bonita y él por bastante
-guapo; iguales el mirar, el respirar, los movimientos musculares del
-rostro, el aire grave de la frente, el temblor imperceptible de las
-ventanillas de la nariz, la manera de llevar los quevedos, pues ambos
-eran miopes, la boca, la sonrisa de buena educación más que de bondad.
-Decía un guasón, amigo de la casa, que si uno de los dos se muriera, el
-superviviente sería viudo de sí mismo.
-
-Vivían en la casa patrimonial de los Feramor, en una de las plazoletas
-irregulares próximas a San Justo, con vistas a la calle de Segovia y
-al Viaducto por la parte de Poniente; casa vetusta, pero que con los
-remiendos y distribuciones hechas por el Marqués no había quedado mal.
-La parte baja, agrandada y mejorada notablemente, se dividía en dos
-cuartos de renta, y se alquilaron, el uno para litografía, el otro para
-las oficinas de una Sacramental. El segundo, distribuido al principio
-en tres cuartos de alquiler, fue después anexionado a la casa para
-aposentar convenientemente a los niños mayores, a la institutriz y
-a parte de la servidumbre. En aquel piso escogió su habitación doña
-Catalina, no permitiendo que fuera amueblada con lujo, sino más bien
-como celda de convento, a lo cual se opusieron los Marqueses, enemigos
-declarados de toda exageración. La exageración les sacaba de quicio,
-y por tanto arreglaron la estancia modestamente, pero evitando la
-afectación de pobreza monástica.
-
-Al mes de su regreso a Madrid, la triste viuda empezó a salir de aquel
-estupor doloroso en que había venido. Ya tomaba gusto a la vida de
-familia, rompía la melancólica solemnidad de su silencio, y se distraía
-algunos ratos en la sociedad inocente de sus sobrinitos, dándoles de
-comer, ayudando a la institutriz, o bien recreándoles con cuentecillos
-y juegos que no fueran ruidosos. Nunca bajaba al comedor grande a la
-hora oficial de comida. O se la servía en su cuarto, o con la familia
-menuda, en el comedor de arriba. Su vida era simplísima, y de una
-regularidad conventual: se levantaba al romper el día, oía misa en
-el Sacramento o en San Justo, volvía sobre las ocho, rezaba o leía
-haciendo labor de gancho, y el resto del día lo empleaba en repasar a
-los chiquillos la lección, volviendo de rato en rato a la misma tarea
-de la lectura, el gancho y el rezo. Su cuñada subía con frecuencia
-a darle conversación y distraerla; su hermano rara vez remontaba
-su seriedad al segundo piso, y cuando tenía algo de interés que
-comunicarle la llamaba a su despacho. Una mañana, después de preparar
-el discurso que había de pronunciar aquella tarde en el Senado,
-extrayendo mil y mil datos de revistas y periódicos que trataban de la
-monserga económica, habló largamente con su hermana de lo que se verá a
-continuación.
-
-
-
-
-V
-
-
---Y yo te pregunto, querida hermana: ¿vas a estar así toda la vida?
-¿No es ya bastante duelo? ¿No te hartas todavía de obscuridad, de
-silencio, de rezos monjiles y de ese quietismo, que al fin dará al
-traste con tu salud y hasta con tu vida?... ¿No respondes? Bueno.
-Conociendo tu terquedad, ese silencio me indica que aún tenemos
-melancolías y soledades para un rato. ¡Ah! Catalina, ¿por qué no eres
-como yo? ¿por qué no tienes un poco de sentido práctico, y das de mano
-a esas exageraciones? Ea, planteemos la cuestión en terreno despejado.
-¿Piensas consagrar absolutamente tu vida a las devociones, a la
-religión, en una palabra?
-
---Sí --respondió la de Halma con lacónica firmeza.
-
---Bueno. Ya tenemos una afirmación, ya es algo, aunque sea un
-disparate. Vida religiosa: corriente. ¿Y tú lo has pensado bien? ¿No
-temes que venga el desaliento, el cambio de ideas cuando ya sea tarde
-para el remedio?
-
---No.
-
---Corriente. Una negación tan rotunda ya es algo. Adelante... Luego,
-tu determinación es irrevocable; luego, te sientes con fuerzas para
-afrontar esa vida, que yo soy el primero en alabar y enaltecer... esa
-vida, ¡ah! de la cual hallamos ejemplos tan hermosos en los tiempos
-pasados, pero que en los presentes... ¡ah!... Resumiendo: que te
-propones ingresar en alguna de las Órdenes existentes, y acabar tu
-vida en un claustro. Perfectamente; pero aquí entro yo, aquí entra tu
-hermano mayor, el jefe actual de la familia, el cual tiene la suerte
-de ver las cosas con gran claridad, y de plantear todas las cuestiones
-en el terreno positivo. Yo te pregunto: ¿es tu deseo pertenecer a
-alguna de las Órdenes claustradas y reclusas, o a estas modernas, a la
-francesa, que persiguen fines esencialmente prácticos y sociales? Te lo
-pregunto, querida hermana, no porque piense oponerme a tu resolución
-en ninguno de los dos casos, sino para fijar bien los términos de
-la cuestión, y puntualizar tus relaciones ulteriores con la familia
-bajo el punto de vista social y económico. Conviene tratar el tema de
-la dote, o sea de tu religiosidad bajo el aspecto de los intereses
-materiales... Porque si no fijamos bien... si no demarcamos bien...
-
-Doña Catalina interrumpió con nerviosa impaciencia a su hermano, en el
-momento en que este acentuaba sus argumentaciones con los dos dedos
-índices sobre el filo de la elegantísima mesa de su despacho.
-
---No te canses en tratar este asunto como si fuera una discusión del
-Senado. Esto es sencillísimo; tanto, que yo sola puedo resolverlo sin
-consejo ni auxilio de nadie. Quédense tus sabidurías para cosas de más
-importancia. Yo tengo mis ideas...
-
-Aquí la interrumpió él prontamente, apoderándose de la frase para
-comentarla con cierta acritud:
-
---Eso es lo que yo temo, señora hermana; y cuando te oigo decir: «Tengo
-mis ideas», me echo a temblar, porque los hechos me prueban que tus
-ideas no son de una perfecta congruencia con la realidad.
-
---Ello es que las tengo, querido hermano --dijo la Condesa de Halma
-con humildad--, y tú tienes las tuyas. Fácil es que no concuerden unas
-con otras. Pensamos, sentimos la vida de un modo muy distinto. Déjame
-a mí por mi camino, y sigue tú el tuyo. Quizás nos encontremos, quizás
-no. ¿Eso quién lo sabe? Cierto es que yo quiero hacer vida religiosa.
-No puedo decirte aún si entraré en las Órdenes antiguas, o en las
-modernas. Soy un poco lenta en mis resoluciones, y mis ideas han de
-madurar mucho para que yo me decida a ponerlas en práctica. Quizás te
-sorprenda con algún proyectillo que pase un poquito la línea de lo
-común. No sé. Cada cual tiene sus aspiraciones. Yo las tengo en mi
-esfera, como tú en la tuya.
-
---Ya, ya --dijo el Marqués encontrando un fácil motivo de argumentación
-humorística--. Mi señora hermana pica alto. La fuerza de su humildad
-le sugiere ideas que se parecen al orgullo como una gota a otra gota.
-No encuentra dignas de su ardor religioso las Órdenes consagradas por
-el tiempo, y aspira a eclipsar la gloria de las Teresas y Claras,
-fundando una nueva Regla monástica para su recreo particular... Y yo
-pregunto: ¿corresponderán las facultades intelectuales de mi querida
-hermana a la nobilísima aspiración de su alma generosa? Me permito
-dudarlo... No me niegues que has pensado en ello, Catalina, y que
-sueñas con la celebridad de fundadora. Te lo he conocido en lo que
-callas, conversando conmigo, más que en lo que dices. Te lo he conocido
-en ciertas reticencias sorprendidas en ti, cuando de soslayo tratamos
-alguna vez del empleo que pensabas dar a los restos de tu legítima.
-Y ahora, hermana mía, abordo nuevamente la cuestión de intereses,
-asaltado de una duda. Yo pregunto: ¿mi señora hermana, en el estado
-cerebral particularísimo que es producto infalible del misticismo,
-está en el caso de apreciar con exactitud la cuantía de su legítima,
-después de los suplidos de Oriente, que no hay para qué recordar ahora?
-Permítaseme dudarlo.
-
---Creo poder apreciarlo --dijo la de Halma con firmeza--; aunque,
-según tú, me falta el sentido de las cosas materiales.
-
---No es caprichosa esa opinión mía, pues la fundo en una triste
-experiencia. Por no haber sabido a tiempo amaestrar la imaginación,
-esta te desfigura los hechos, te agranda todo lo que pertenece al
-concepto ventajoso, y te empequeñece lo...
-
---¡Ay, no! --replicó la viuda con viveza--. ¿Piensas que la imaginación
-me empequeñece lo malo?... Di más bien lo contrario. Veo siempre
-considerablemente extendido todo aquello que me perjudica...
-
---Seguramente creerás que la parte de tu legítima que está en mi poder
---dijo don Francisco de Paula con cierta conmiseración--, se eleva a
-una cifra fabulosa. Fuera de que la legítima era en sí bastante menor
-de lo que pudimos creer en vida de nuestro querido padre (que de Dios
-goce), hay que tener en cuenta que tu disparatado casamiento más ha
-sido para disminuirla que para aumentarla.
-
---Dejaremos esta cuestión para cuando sea más oportuno tratarla --dijo
-doña Catalina levantándose.
-
---Como quieras. Pero no te impacientes por subir a tu nido, y oye
-la observación que quiero hacerte respecto a tus proyectos de vida
-monástica. Siéntate un momento más, y bueno será que atiendas ahora,
-más que otras veces lo hiciste, a las sanas advertencias de tu hermano,
-que a falta de otra sabiduría, tiene la de presentar las cuestiones
-en su aspecto serio. No te censuro que te lances con ardor a la vida
-religiosa y santa. También eso, aunque con apariencias imaginativas,
-puede ser práctico, esencialmente práctico. Si tu conciencia, si tu
-corazón te impulsan por ese camino, síguelo, que tu carácter y los
-hábitos adquiridos no te permitirán quizás, o sin quizás, ir por otro.
-Mi aprobación en toda regla. Cuanto pertenezca al orden de la piedad, y
-a los supremos _intereses_ espirituales, me tendrá siempre en favorable
-disposición. Pero concrétate a un papel puramente pasivo, pues no
-naciste tú para la iniciativa ni para la actividad, en su acepción más
-lata. Temo mucho a tus ambiciones de fundadora, y veo en peligro los
-reducidos intereses que constituyen tu legítima. Con ellos se te podría
-constituir una dote decorosa, y si me apuran, una dote espléndida. Pero
-si en vez de concretarte a ser humilde oveja, como piden tu carácter
-débil y, permíteme que lo diga, tus cortos alcances, te quieres meter
-a pastora, no tienes ni para empezar. ¡Ah! vivimos en un siglo en que
-no se pueden desmentir las leyes económicas, querida hermana; y el
-que no tenga en cuenta las leyes económicas, se estrellará en toda
-empresa que acometa, aun aquellas del orden espiritual. Así como no se
-puede hacer una tortilla sin romper huevos, no puede emprenderse cosa
-alguna sin capital. Hoy no se crean Órdenes o Congregaciones con el
-esfuerzo puro de la fe y del ejemplo edificante. Se necesita que el
-que funda, posea una fortuna que consagrar al servicio de Dios, o que
-encuentre protectores ricos y piadosos. Tú no los encontrarás para ese
-objeto, si piensas buscar apoyo en la familia. Los parientes próximos,
-puedo citártelos uno por uno, no están en disposición de consagrar a
-un negocio tan problemático como la salvación de las almas propias
-y ajenas sus apuradas rentas. De modo, que si te obstinas en llevar
-adelante un pensamiento demasiado ambicioso, no harás nada de provecho,
-y perderás en vanas tentativas lo poco que tienes. Nuestra época admite
-los arrebatos místicos, pero con la razón siempre por delante; admite
-la caridad en grado heroico, pero con capital a la espalda, capital
-para todo, hasta para allanarle a la humanidad los caminos del Cielo.
-Tú no posees ni ese capital encefálico que se llama razón, ni esa razón
-suprema de los actos colectivos, que se llama capital. Intenta algo que
-se salga de lo común, y verás como sale un despropósito. Siembra tu
-pobre iniciativa, y cogerás cosecha de tristes desengaños.
-
---¿Has concluido?... ¡Qué bien se explica el señor senador! --le dijo
-Catalina con gracejo--. ¿Y si te dijera que no me has convencido? Me
-reñirías un poquito más. ¿Y si al reñirme más, yo me permitiera el
-atrevimiento de no hacerte caso? Pero si no conoces mis ideas, ni mis
-planes, ¿para qué los criticas? Es una verdadera desdicha que seas tan
-parlamentario, porque a todo le das el giro de discusión de negocio
-grave, y te sale un debate político de cada dedo. Yo no discuto, ni
-critico, ni _parlamenteo_ nada. Lo que pienso hacer lo haré si puedo,
-y si no, no. ¿Ya te estás curando en salud, creyendo que voy a pedirte
-algo que no sea mío? Respira tranquilo, hombre práctico, apóstol del
-dogma económico, y de las sacrosantas doctrinas del capital y la renta,
-y tal y qué sé yo. Niégame que existe un capital más eficaz que el que
-se forma con el dinero y la razón.
-
---A ver... ¿qué?
-
---La fe... No te rías...
-
---Si no me río. Pues estaría bueno que yo me riera de la fe... no,
-querida y respetada hermana... Debo poner punto por hoy en estas
-discusiones. Sé que no he de convencerte. Yo digo: «terquedad, tu
-nombre es Catalina de Halma...» Espero que otro será más afortunado que
-yo.
-
---¿Quién?
-
---Don Manuel... Nuestro buen amigo triunfará de tus manías.
-
-En aquel punto entró en el despacho la Marquesa, que acababa de llegar
-de misa, y cogiendo al vuelo las últimas palabras, terció en el debate,
-repitiendo, como un eco de su marido:
-
---Don Manuel, don Manuel te convencerá.
-
-
-
-
-VI
-
-
-Y como si las palabras de Consuelo fueran una evocación, apareció en
-la puerta, sin que antes se le sintieran los pasos, un clérigo alto y
-viejo, que sonriendo y con blanda vocecilla, decía:
-
---Don Manuel, sí, aquí está don Manuel, dispuesto a convencer a la
-misma sinrazón... ¡Oh, mi señora doña Catalina!... A fe de Manuel
-Flórez que no esperaba tan grato encuentro, y pensaba, antes de
-almorzar, darme una vueltecita por arriba.
-
---Hoy es día solemne --dijo el Marqués con su habitual cortesanía--;
-hoy tenemos a almorzar al señor don Manuel, y mi hermana, que sabe
-cuánto se merece un amigo de tal calidad, quebranta su clausura, baja
-al comedor y nos acompaña a la mesa.
-
---No merezco yo tanto... ¡Oh!
-
-Doña Catalina quiso protestar sin ofender al venerable sacerdote; pero
-su voz fue ahogada por admoniciones cariñosas, y poco después pasaron
-los cuatro al comedor. Por el camino decía el simpático Flórez a la
-Condesa de Halma:
-
---No está demás, mi buena y santa amiga, aflojar un poquito la cuerda
-de vez en cuando.
-
-Con decir que la educación del Marqués y la de su esposa era exquisita,
-se dice que en el curso del almuerzo no se habló más que de cosas
-gratas, en las cuales pudieran todos decir su palabra sin ninguna
-violencia. Catalina estuvo melancólica y amable, don Manuel festivo,
-el Marqués reservado, y Consuelo con todos fina y obsequiosa. Nada
-ocurrió, pues, que merezca especial mención. Dijeron algo de política,
-que Feramor trataba siempre con criterio muy elevado, huyendo de
-las personalidades, cuatro palabras de literatura y academias, y un
-poco también del proceso del cura Nazarín, que por aquellos días
-monopolizaba la atención pública, y traía de coronilla a todos los
-periodistas y _reporters_. Divididos los pareceres sobre aquella
-extraña personalidad, unos le tenían por santo, otros por un demente,
-en cuyo cerebro se habían reunido con extraordinaria densidad los
-corpúsculos insanos que flotan, por decirlo así, en la atmósfera
-intelectual de nuestro tiempo. Interrogado sobre tan peregrino caso,
-el bonísimo don Manuel dijo que aún no tenía datos suficientes para
-formar criterio en aquel punto, y que se reservaba su opinión para
-cuando hubiese estudiado, con repetidas visitas y conferencias, al
-loco, santo, o lo que fuera. La de Halma no dijo esta boca es mía, ni
-aun demostró interés en un asunto, que por ser cosa que andaba en los
-periódicos, debió de parecerle de interés vano y pasajero.
-
-Después del almuerzo, subieron don Manuel y doña Catalina al aposento
-de esta, y se entretuvieron largo rato charlando con los chiquillos
-y la institutriz, la cual era inglesa, de edad madura, con rostro de
-pájaro disecado, buena persona, que sabía su oficio y cumplía muy
-bien, transmitiendo a las criaturas sus maneras finísimas, y sus
-tópicos de ciencia fácil para uso de familias bien acomodadas. Cuatro
-eran los niños de los señores Marqueses, y a todos se les nombraba
-con los diminutivos familiares, a la usanza inglesa. Alejandrito, el
-mayor (_Sandy_), despuntaba por su corrección de pequeño _gentleman_,
-y era un fiel trasunto de su papá, por lo comedido, lo económico, y
-la precocidad de las cosas prácticas. Seguía Catalinita (_Kitty_),
-ahijada de su tía del mismo nombre, monísima criatura, muy espiritual
-y un poquitín traviesa. Paquito (_Frank_) era un poco abrutado, pero
-en él despuntaba una inteligencia sólida para la mecánica y... las
-obras públicas. Como que su juego preferido era imitar el ferrocarril,
-haciendo él de locomotora. Seguía Teresita, de tres años, a la cual
-llamaban _Thressie_, gordinflona, comilona, y nada espiritual, por
-el momento. Se pirraba por chapotear en agua, lavar trapos, y otras
-ordinarias ocupaciones. Era la que más daba que hacer a la _miss_, a
-quien llamaban _Dolly_, que es lo mismo que Dorotea.
-
-Fuéronse todos de paseo muy bien arregladitos, pastoreados por la
-inglesa, y solos ya la Condesa y don Manuel, se encerraron, quiero
-decir, que a solas estuvieron larguísimo tiempo, casi toda la tarde,
-charlando de cosas graves de religión y de beneficencia. No es posible
-continuar en esta verídica narración sin afirmar que don Manuel Flórez
-era un sacerdote muy simpático: sus singulares prendas lo mismo le
-daban prestigio y consideración en las clases altas, que popularidad en
-las inferiores. Entre diversos linajes de personas andaba de continuo,
-codeándose con aristócratas, o alternando con la pobreza humilde,
-y arriba y abajo sabía emplear el lenguaje más propio para hacerse
-entender. En él eran de admirar, más que las virtudes hondas, las
-superficiales, porque si no carecía de austeridad y rectitud en sus
-principios religiosos, lo que más en él resplandecía era la pulcritud
-esmerada de la persona, la dulzura, la benevolencia, y el lenguaje
-afectuoso, persuasivo y en algunos casos retórico de buen gusto. La
-malicia pudo alguna vez tratar de mancharle, arrojándole salpicaduras
-de lodo callejero; pero siempre salió limpio y puro de aquellos ataques
-por su constancia en despreciarlos y no darles ningún valor.
-
-Nunca tuvo ambición eclesiástica. Hubiera podido ser obispo con solo
-dejarse querer de las muchas personas de gran influencia política que
-le trataban con intimidad. Pero creyó siempre que, mejor que en el
-gobierno de una diócesis, cumpliría su misión sacerdotal utilizando
-en servicio de Dios la cualidad que este, en grado superior, le había
-dado, el don de gentes. ¡Prodigiosa, inaudita cualidad, cuyos efectos
-en multitud de casos se revelaban! No era solo la palabra, ya graciosa,
-ya elocuente, familiar o grave según los casos; era la figura, los
-ojos, el gesto, el alma flexible y escurridiza que se metía en el
-alma del amigo, del penitente, del hermano en Dios, y aun del enemigo
-empecatado. Podría creerse que tal cualidad serviría para lucir en
-el púlpito. Pues no señor. En su juventud había probado la oratoria
-sagrada con éxito dudoso. Predicador adocenado, pronto hubo de conocer
-que a ninguna parte iría por aquel camino. Su apostolado tenía por
-órgano la conversación, y el trato social era el campo inmenso donde
-debía ganar sus grandes batallas.
-
-Vivía Flórez con independencia, de la renta de dos buenas fincas que
-heredó de sus padres en Piedrahita. No tenía, pues, que afanarse por la
-_pícara olla_, ni que volver los ojos, como otros infelices, al palacio
-episcopal, a las parroquias o al Ministerio de Gracia y Justicia. Dios
-le había hecho vitalicio el pan de cada día, poniéndole en condiciones
-de ejercer su ministerio con la eficacia que da... una alimentación
-perfecta. No le venía mal la independencia hasta para la conservación
-de su fácil ortodoxia, de su perfecta conformidad con el espíritu y
-la letra de cuanto enseña y practica la Santa Iglesia. Vestía con
-pulcritud y hasta con cierta elegancia dentro de la severidad del traje
-eclesiástico, sin que en ello hubiera ni asomos de afectación, pues en
-él el aseo y la compostura eran cosa tan natural como el habla correcta
-y la bondad de las acciones. Era elegante, por la misma razón porque
-cantan los pájaros y nadan los peces. Cada ser tiene su epidermis
-propia, producto combinado de la nutrición interior y del medio
-atmosférico. La ropa es como una segunda piel, en cuya composición y
-pátina tanta parte tiene lo de dentro como lo de fuera.
-
-Importantísimo debía de ser lo que hablaron aquella tarde don Manuel
-y doña Catalina, porque la encerrona fue larga. Despidiose el buen
-sacerdote al fin, diciendo al coger su teja:
-
---Quedamos en eso..., ¿eh?
-
---Yo no diré nada, ni haré nada.
-
---Corriente, mi buena y santa amiga. Si algo le dicen a usted,
-desentiéndase. Si sobreviene algún disgustillo, écheme la culpa. No
-tiene más que decir: «cosas de don Manuel».
-
---Perfectamente. Si consigo lo que deseo, a usted lo deberé todo, y
-suya será la gloria.
-
---No, eso no: la gloria es de usted, quedamos en eso, en que la gloria
-es de usted. No soy más que el ejecutor o el auxiliar de una grande, de
-una excelsa idea. Adiós, adiós.
-
-
-
-
-VII
-
-
-Bajó despacito las escaleras, fija la vista en los peldaños, mientras
-volteaba en su mente la grande, la excelsa idea, y en el portal se
-encontró a los señores Marqueses que regresaban de su paseo en coche.
-
---¿Todavía por aquí, don Manuel?
-
---¿Quiere quedarse a comer?
-
---Gracias mil. Ya saben que no como a estas horas. Mi chocolatito, y a
-la cama como un ángel. Consuelo, buenas tardes.
-
---¿Y cuándo tendremos el gusto de volver a verle por aquí? --le
-preguntó el Marqués.
-
---Ese gusto lo tendrán ustedes mañana.
-
---El disgusto será de usted.
-
---Quizás... Pero en fin, mañana hablaremos. Abur, abur.
-
-Requirió el manteo, y se fue, dejando a su buen amigo un tanto caviloso
-con aquel anuncio de conferencia, que debía de ser, se lo decía
-el corazón, alguna extravagancia de su señora hermana la Condesa.
-Preparose, pues, prejuzgando todos los órdenes, de razonamientos
-con que podría embestirle don Manuel, y le aguardó tranquilo. Las
-diez no eran todavía cuando el sacerdote entró en la casa, y ambos
-en el despacho, sentaditos a uno y otro lado de la mesa, hablaron
-largo tiempo. El Marqués, si le dejaban, era un águila para las
-amplificaciones; pero Flórez sabía ser lacónico y contundente cuando
-el caso lo exigía. La confianza autoritaria, de superior a inferior,
-con que le trataba, por haber sido su maestro antes de la partida de
-Feramor para Inglaterra, facilitaba mucho a don Manuel las fórmulas de
-concisión.
-
---Ya, ya me lo figuraba --dijo el Marqués, oída la breve exposición que
-hizo don Manuel de su visita--. Desde que usted me indicó anoche...
-Bajaba usted de su cuarto, donde estuvo en cónclave con ella toda la
-tarde... En seguida comprendí. Mi señora hermana desea que le entregue
-su legítima.
-
---Exactamente.
-
---¿Y para eso tanto misterio, y conferencias tan largas entre usted
-y ella? ¿Por qué no me lo dice? ¿Acaso me niego a entregarle lo suyo?
-¿Por ventura no tengo mis cuentas bien claras, y mi conciencia muy
-tranquila, y todos los asuntos tan en regla, que fácilmente podría
-contestar a cuantas objeciones se me hicieran? Vea usted, vea usted...
-
-Y diciendo esto sacó un legajo cuyo rótulo decía: «Cuenta de las
-cantidades suplidas a mi señora hermana Catalina...»
-
---Ya, ya --dijo el clérigo continuando de memoria la lectura del
-rótulo--. «Suplidos en Madrid cuando se casó... y después en Sophia,
-Constantinopla, Corfú...» Dame acá.
-
-Y tomó los papeles, y sin dignarse pasar por ellos la vista, con
-resolución firme y calmosa empezó a romperlos, no pudiendo hacerlo con
-todo el legajo de una vez, por ser demasiado grueso.
-
---¡Qué hace usted, don Manuel! --exclamó el Marqués abalanzando su
-cuerpo por encima de la mesa, pero sin atreverse a quitarle al otro de
-las manos los papeles que rompía pausadamente, echando los pedazos en
-una cestita próxima.
-
---Ya lo ves... Hago lo que tú harías si fueras como Dios y yo queremos
-que seas, lo que harás seguramente si reflexionas en ello... Déjame,
-déjame que deshaga toda esta podredumbre...
-
---Pero...
-
---No hay pero que valga. ¡Si has de concluir por aprobarlo, y
-ayudarme a romper los que quedan! Hijo mío, tengo de ti mejor idea
-de lo que parece, y aunque te empeñes en disimular tu buen corazón
-con esas apariencias de egoísmo que te impone la sociedad, no has
-de conseguirlo. Ya, ya estás comprendiendo que debes entregarle a
-tu hermana su legítima íntegra, y que esa resta infame que tenías
-preparada no es propia de un caballero cristiano... como debes ser...
-como eres, lo digo y lo repito, como eres.
-
---¡Don Manuel!
-
---Don Manuel te quiere mucho, y cuando te ve desfigurado por el
-egoísmo, que todo lo contamina, te rehace a su gusto... Yo quiero que
-seas conforme al tipo de caballero cristiano que quise formar en ti
-cuando te llevaron a tierras de ingleses metalizados. No pongas esa
-cara compungida, ni abras esos ojazos, Paco, amigo mío y discípulo
-amado. Los anticipos que hiciste a tu hermana son miserias... miserias
-para ti, que eres rico; y si retienes esas cantidades al entregarle
-su legítima, rebajas tu dignidad, y te pones al nivel de la gente mal
-nacida. Prueba que eres noble, no solo de nombre, sino de hechos, y
-perdónale a tu pobre hermana las limosnas que le hiciste, que si el no
-dar limosna es cosa fea, el reclamar la que se dio es cosa feísima,
-plebeya, vil.
-
---Permítame usted, mi querido Flórez --dijo el Marqués palideciendo,
-sin ningunas ganas de ceder, pero también sin ánimo para oponerse al
-rasgo de su amigo y maestro--; permítame usted que le diga que no es
-esa la manera de tratar las cuestiones de intereses. Discutamos...
-
---Eso es lo que tú quieres, discutir, porque en ello siempre llevas
-ventaja. Pues yo aborrezco las discusiones; soy muy poco parlamentario.
-¿Y para qué habíamos de discutir? Ya han desaparecido en pedacitos
-mil tus famosas cuentas. Mía es la responsabilidad de este crimen de
-lesa majestad... económica. Pero mi conciencia está tranquila, y aquí
-donde me ves, al romper tus papelotes he sentido en mi interior un
-goce vivísimo. ¡Si tú eres bueno, si tú mismo no sabes lo bueno que
-eres! Ea, voy a echármelas de parlamentario. Discusión: planteo el
-debate. Seré breve, muy breve. Escúchame. Tú eras rico, tu hermana
-pobre. Tú habías hecho un buen casamiento, bajo todos puntos de vista;
-tu hermana lo había hecho detestable. Tú eras feliz, ella desgraciada.
-¿Qué menos podías hacer que socorrerla en su miseria, cuando aún no
-podías entregarle su legítima, por no estar ultimada la testamentaría?
-La socorriste, fuiste buen hermano, buen caballero, y ahora, cuando
-ella te pide la herencia de vuestro padre, te adelantas gallardamente
-y le dices: «Querida hermana, toma lo que te pertenece, y olvida los
-sinsabores que te causé, como yo olvido los socorros que te di.» Esto
-hace un prócer, esto hace un caballero, esto hace el primogénito de una
-casa ilustre que hoy se encuentra en posesión de grandes riquezas.
-
---No me deja usted hablar... ¡Pero don Manuel de mi alma...!
-
---Si estoy yo _en el uso_ de la palabra, como decís allá. Después
-hablará su señoría, que aún tengo mucho que decir... Sigo. Pues
-me figuro que tengo delante de mí a tu padre, o mejor aún, que el
-hombre que tienes frente a ti, no soy yo, sino aquel bonísimo aunque
-desordenado Pepe Artal, mi noble amigo. ¿Por qué me decidí a romperte
-todo este papelorio? Porque tenía la seguridad de que él lo hubiera
-roto. No era yo, era él, quien lo rompía. Hago revivir ante ti la
-imagen, más que la memoria, de tu padre, para que le imites en este
-caso, aunque en otros me guardaría muy bien de presentártelo como
-modelo. ¡Ah!... Paco mío, tu padre era un perdido... digo, tanto como
-un perdido no, era una mala cabeza, el desbarajuste, la imprevisión.
-Cabeza de trapo, corazón de oro. ¡Qué corazón el de Pepe Artal! Era
-el caballero español, dispuesto a todas las barbaridades imaginables;
-pero también generoso, verdaderamente noble y magnánimo. El pobrecito
-no conoció a los economistas ingleses, ni siquiera por el forro. Había
-oído hablar con grandes encarecimientos de los políticos de allá: Lord
-Palmerston, Pitt, qué sé yo; pero él no les conocía más que yo a los
-sacerdotes de Confucio. Creía que todo lo bueno ha de traer una marca
-que diga _Londón_, y se empeñó en que tú habías de entrar en el mundo
-social y político con esa etiqueta. Fuiste allá, volviste hecho un
-inglesote. Vales mucho, yo no lo niego. Serás capaz de arreglar la
-Hacienda española... trabajo te mando... como has arreglado la tuya.
-Tienes grandes cualidades, algunas muy raras aquí, y que nos hacen
-mucha falta; pero careces de otras, quizás las más elementales...
-Pero yo, que te quiero tanto, tanto, te cojo, como se coge un muñeco
-o cualquier figurilla de materia blanda, y te retuerzo, y te doy una
-gran vuelta, hasta enderezar en ti lo que me parece torcido, y hacerte
-a mi gusto... Conque se acabó el discurso. Quedamos en eso: en que le
-entregarás a tu hermana su legítima sin escatimarle las sumas con que
-acudiste a sus necesidades en los tiempos de su extrema pobreza...
-¿Estamos? Pues bien, ahora, yo que soy un gran embustero cuando el caso
-llega, subiré a ver a Catalina, y le soltaré una mentira muy gorda,
-pero muy gorda...
-
---¡Qué!
-
---Que tú, por tu propia iniciativa, como saliendo de ti, ¿me entiendes?
-has tenido ese rasgo. Que yo no te he dicho nada, que los papeles los
-rompiste tú, mejor, que ya los habías roto; en fin, yo me entiendo.
-
---¿Y eso dirá usted a mi hermana?
-
---Eso mismo, tal como lo oyes.
-
---Pues no lo creerá --dijo Feramor, sonriendo por primera vez después
-del sofoco que acababa de pasar.
-
---Tanto peor para ella y para ti... Pero sí lo creerá. Basta que se lo
-diga yo.
-
---Con muchos actos de veracidad como este...
-
---¡Pero si en rigor no es mentira lo que pienso contarle! ¡Si tú,
-al fin, sientes ya no haber tenido aquella espontaneidad, porque tu
-corazón se ha vuelto del lado de la esplendidez galana y noble! Y el
-aceptar ahora gozoso lo que antes no hiciste, es lo mismo que si lo
-hubieras hecho, y llegas a creer que tú mismo rompiste las cuentas,
-y... Vaya, confiésame que te has penetrado de tu papel de caballero
-y de buen hermano, y que estás contento de haberlo mostrado con una
-gallardísima acción. Confiésalo, di que sí, y con esa declaración me
-quedo yo más tranquilo, y no me remorderá la conciencia por el embuste
-que voy a encajarle a la Condesa...
-
---Hm...
-
-
-
-
-VIII
-
-
---Mire usted, mi querido don Manolo --dijo el Marqués sentándose,
-después de dar dos o tres vueltas por la estancia--. Sin esfuerzo
-alguno, y con solo una ligera indicación de usted o de ella misma,
-habría usted visto en mí eso que llama rasgo, si supiera yo que al
-entregar a mi hermana su legítima, daba un empleo útil a ese pequeño
-capital... Déjeme usted seguir, que ahora me toca hablar a mí. ¡Pues no
-faltaba más sino que usted se lo dijera todo! Continúo _en el uso_ de
-la palabra. Cúreme usted a mi hermana de sus manías de fundadora...
-
---Pero ven acá, majadero, ¿acaso la fe es una enfermedad?
-
---Que hablo yo ahora: no se interrumpe al orador. Quítele usted de
-la cabeza a mi señora hermana esas ideas y esos planes para cuya
-realización no le ha dado Dios el cacumen que se necesita, y no solo
-le entregaré gustoso lo que le pertenece, sin merma alguna, sino que
-añadiré algo, siempre que ella se humanice, dejándose de aspirar a la
-canonización, y vuelva al mundo, mirando por su propio interés y por
-el de la familia. De buen grado daré todo el esplendor posible a la
-posición que ella podría crearse, bien casándose con el viudo Muñoz
-Moreno-Isla, bien con...
-
---¡Paco, por Dios, no desbarres!... Sí, te interrumpo, no te dejo
-hablar, no consiento que barbarices de ese modo. ¡Pero tonto, si su
-grande espíritu la llama hacia cosas bien distintas de eso que llamas
-posición!... ¡Vaya una posición! ¡Si ella quiere la más alta de todas,
-la que será siempre inaccesible para todos esos Casa-Muñoz y demás
-traficantes ennoblecidos que se revuelcan en la vulgaridad, entre
-barreduras de plata y oro! ¡Buena está Catalina para vender la alegría
-de su alma, que consiste en estar siempre en Dios y con Dios, por el
-dinero de esos publicanos! ¡Divertida estaría tu hermana con esa gente,
-pues a trueque de poseer unas cuantas acciones del Banco, tendría que
-soportar a su lado noche y día al de Casa-Muñoz y oírle decir _áccido_,
-_carnecería_, y otros barbarismos! ¡Y de añadidura, tener por cuñada
-a la Josefita Muñoz, la _reina de las tintas_, como la llama no sé
-quién, y oírla y aguantarla y estar cerca de ella, cosa tremenda,
-porque es público y notorio que le huele mal el aliento!... Yo no me he
-acercado... tate... Me lo han dicho. Pues otra: la madre de esos tenía
-su tienda en la calle de la Sal. ¡Dios misericordioso, las varas de
-sarga que me ha medido a mí la buena señora para sotanas! ¡Y hoy sus
-hijos son Marqueses, y en señal de finura se llevan la mano a la boca
-cuando les viene un eructo, y van a París como maletas para introducir
-en España la moda... de los _huevos al plato_! ¡Y esa es la posición
-que quieres para tu hermana!
-
---No se puede con usted, mi buen don Manolo, cuando toma las cosas
-en solfa --replicó el Marqués festivamente--. Búrlese usted todo lo
-que quiera; pero yo repito y sostengo que no hay otro medio, para
-crear clases directoras en esta desquiciada sociedad, que cruzar la
-aristocracia de pergaminos con la de papel marquilla, dueña del dinero
-que fue de la Iglesia y de las casas vinculadas. Yo le aseguro a
-usted...
-
---No me asegures nada... Tu hermana no quiere ser clase directora en el
-sentido social. Puede serlo en otro mucho más elevado. Sus desgracias
-le han hecho aborrecer toda esa miseria dorada del mundo. Ningún amor
-terrestre puede sustituir en su alma al cariño que tuvo a su esposo.
-Ahí donde la ves, con todo ese aire de poquita cosa, es una heroína
-cristiana. Fue buena esposa, mártir de sus deberes; la memoria del
-pobre muerto es su consuelo, y la llama vivísima de fe que arde en su
-alma se traduce en la ambición de consagrar su vida al bien de sus
-semejantes, a aliviar en lo posible los males inmensos que nos rodean,
-y que vosotros los ricos, los prácticos, los parlamentarios, veis con
-indiferencia, cuando no los escarnecéis, queriendo aplicar a su remedio
-las famosas leyes económicas, que vienen a ser como la receta del
-italiano contra las pulgas.
-
---Pero si yo no me opongo a que mi hermana sea piadosa... Accedo a que
-no se case, a que se dedique a la oración en la soledad de un claustro.
-Soy creyente, bien lo sabe usted.
-
---Hm... ¡Creyente! Todos los señores prácticos, políticos y
-parlamentarios lo son por conveniencia, por decoro y exterioridad. Van
-con vela a las procesiones, y cuando se arrodillan ante el Santísimo y
-ven elevar la hostia, están pensando en que los cambios suben también,
-o bajan.
-
-Dijo esto don Manuel nervioso, impaciente, levantándose y dando tumbos
-por el cuarto. De pronto entra _Sandy_ a pedir a su padre los sellos
-que había recibido aquellos días, y el buen sacerdote, después de
-acariciarle, le dice:
-
---Corre al segundo, alma mía, y a tu tiíta Catalina que baje al
-momento, que tu papá y yo tenemos que hablarle.
-
-Subió el chiquillo como una exhalación, y en el tiempo transcurrido
-hasta que se presentó la Condesa, el Marqués hubo de parafrasear
-sus últimas afirmaciones para evitar que Flórez las interpretara
-torcidamente. Era hombre práctico, y humillándose ante los hechos
-consumados, quería quedar bien con todo el mundo.
-
---He querido decir, señor don Manuel, que no ha demostrado mi hermana,
-hasta ahora, aptitudes para cosa tan grande, para una empresa que no
-solo requiere piedad, sino inteligencia, saber del mundo y de los
-negocios. Eso sostuve y sostengo. ¿Pero acaso el que no haya demostrado
-aptitudes, significa que no pueda adquirirlas cuando menos se piense?
-La fe hace milagros, ¿quién lo duda? La fe puede mucho.
-
---Según tú, los milagros los hace la santa economía.
-
---También. Y la inteligencia, y el método, y...
-
-La entrada de su hermana le cortó la palabra. Antes de saludarla, don
-Manuel le alargó desde lejos los brazos, diciéndole con tanta seriedad
-como alegría:
-
---Venga usted acá, señora Condesa de Halma, y dé las gracias a su
-hermano, este noble hijo de su padre, esta gloria de los Artales y
-Javierres... El señor Marqués, no bien le indiqué los proyectos de
-usted, abrió, como quien dice, su corazón y su alma toda, inundada de
-fe cristiana y de entusiasmo católico. Y nada... que disponga usted
-de su legítima, sin merma alguna, que no hay cuentas, ni las hubo,
-ni puede haberlas entre dos hermanos que tanto se aman... que si no
-basta, él está dispuesto...
-
---Poco a poco, don Manuel... Yo...
-
---Sí, sí, quiere decir que no nos abandonará en caso de... En fin, se
-ha portado como quien es, como un prócer castellano, caballero de la
-fe de Cristo. Ya lo esperaba yo, que conozco la raza, y he llorado de
-satisfacción viendo cómo sus ideas a las mías respondieron, cómo su
-noble corazón se inundó de regocijo ante los sublimes proyectos de su
-bendita hermana. ¡Vivan los Artales y Javierres, cuyo blasón no tiene
-igual en nobleza, cuya historia está llena de actos magnánimos, de
-virtudes heroicas! ¡Viva la familia que cuenta más santos que príncipes
-en su árbol genealógico, y príncipes a centenares, y felicitémonos
-todos, y yo el primero, por la honra de ser amigo de tan ilustres
-personas!
-
---Bien, muy bien --dijo doña Catalina entre dos sonrisas, demostrando
-en la frialdad con que pronunció aquellas palabras, que no aceptaba
-como artículo de fe las del clérigo.
-
---No me opongo jamás --dijo Feramor tragando saliva, para ahogar con
-ella la tumultuosa procesión que le andaba por dentro--, no me opongo a
-nada que sea razonable. Cuando lo espiritual se presenta en condiciones
-prácticas, soy el primero... ya se sabe... Mis ideas generales,
-mis ideas políticas, concuerdan con todo lo que sea el _fomento y
-protección_ de los intereses religiosos. La fe es una fuerza, la mayor
-de las fuerzas, y con su ayuda, las demás fuerzas, ora sociales, ora
-económicas, podrán realizar maravillas. Toda empresa de _mejora_ moral
-me tiene a su lado, porque no veo más camino para el perfeccionamiento
-humano que las creencias firmes, la misericordia, el perdón de las
-ofensas, la protección del fuerte al débil, la limosna, la paz de las
-conciencias.
-
---¡Qué hermosas ideas! --dijo don Manuel con fingido entusiasmo--.
-¡Benditas sean las riquezas que atesoras, porque con ellas harás el
-bien de tus semejantes desvalidos! Si todos los ricos fueran como tú no
-habría miseria, ¿verdad?, ni el problema social sería tan pavoroso.
-
-Al llegar a este punto, el Marqués necesitaba violentarse mucho
-para no coger una silla y dejarla caer sobre la cabeza del ladino y
-maleante sacerdote. Pero su corrección social, como una conciencia más
-fuerte que la conciencia verdadera, se sobrepuso a su enojo, y ni un
-momento desapareció de sus labios la sonrisa, que parecía esculpida,
-de la buena educación... ¡Ah, la buena educación! Era la segunda
-naturaleza, la visible, la que daba la cara al mundo, mientras la
-otra, la constitutiva, rara vez salía de la clausura en que las bien
-estudiadas formas urbanas la tenían recluida. Prescindir de aquella
-segunda naturaleza para todos los actos públicos y aun domésticos,
-era tan imposible como salir a la calle en cueros, en pleno día.
-Los refinamientos de la educación, si en algunos casos corrigen
-las asperezas nativas del ser, en otros suelen producir hombres
-artificiales, que por la consecuencia de sus actos se confunden con los
-verdaderos.
-
-Apurando los inagotables recursos de su buena educación, de aquella
-fuerza en cierto modo creadora y plasmante que hace hombres o por lo
-menos estatuas vivas, el Marqués sostuvo el papel que le había impuesto
-el eclesiástico amigo de la casa, y terminó la conferencia diciendo
-graciosamente a su hermana:
-
---Dispón de... eso cuando quieras. Estoy a tus órdenes. Y, como te ha
-dicho muy bien don Manuel, entre nosotros, entre hermano y hermana,
-no se hable de cuentas, ni de anticipos... No, no me des las gracias.
-Es mi deber perdonarte una deuda insignificante. La fortuna me ha
-favorecido más que a ti; ¿qué digo la fortuna? Dios, que es quien
-da y quita las riquezas. Si a mí me las ha dado, es para que puedas
-consagrarte... consagrarte...
-
-No acabó el concepto, porque la buena educación, empleada a tan altas
-dosis, hubo de agotarse... Para disimular la repentina extinción de
-aquella fuerza, el Marqués no tuvo más remedio que fingir una tosecilla.
-
-Y don Manuel, sacando una cajita de cartón, le dijo con buena sombra:
-
---Tome usted, señor parlamentario, una pastillita de las que yo gasto.
-
-
-
-
-SEGUNDA PARTE
-
-
-
-
-I
-
-
-Véanse ahora los artificios que en la conducta del Marqués de Feramor
-determinaba su segunda naturaleza, el ser urbano y correcto, pues el
-impulso adquirido le llevó a distancias considerables de su verdadera
-índole interna, petrificada en el egoísmo. Aquella noche y las
-siguientes, platicando en su tertulia con las personas graves de ambos
-sexos que a ella concurrían, indicó con discreta jactancia su propósito
-de coadyuvar a las empresas religiosas de su hermana la Condesa.
-Verdad que todo esto era de dientes afuera. Hay que manifestar que le
-incitaba a la expresión de tales ideas y otras semejantes la atmósfera
-que reinaba en su tertulia, y que no era más que una prolongación del
-ambiente total. Porque en aquellos días, que no están muy lejanos,
-había venido sobre la sociedad una de esas rachas que temporalmente la
-agitan y conmueven, racha que entonces era religiosa, como otras veces
-ha sido impía. El fenómeno se repite con segura periodicidad. Vienen
-vientos diferentes sobre la conciencia pública: a veces como una moda
-de exaltaciones democráticas; a veces la moda del ideal contrario.
-En literatura también vienen y van estas ventoleras furibundas, que
-harían grandes estragos si no pasaran pronto. Sopla a veces un realismo
-huracanado que todo lo moja; a veces un terral clásico que todo lo seca.
-
-La religión no se libra de esta elasticidad atmosférica, que en cierto
-modo es saludable, dígase lo que se quiera. Vienen altas presiones de
-indiferentismo; siguen otras de piedad. En los días a que me refiero,
-la racha religiosa venía con fuerza, y en los salones de Feramor se
-arremolinaba furibunda. Hablábase con preferencia de Roma y del Santo
-Padre; a cualquiera se le ocurrían frases felices para ridiculizar a
-los incrédulos, o para encomiar las hermosuras del simbolismo cristiano
-y de las artes auxiliares del culto; otros señalaban decadencia,
-síntomas de ruina moral en los países protestantes. Sostenían estos la
-frecuencia de las conversiones al catolicismo, y aquellos recordaban
-con encarecimiento las vidas de santos y fundadores, encontrándolas
-más bellas que las de los héroes de Plutarco. Se proyectaban viajes en
-cuadrilla para admirar catedrales y huronear monasterios derruidos, y
-los aficionados a la estética reconocían más talento en los escritores
-ortodoxos que en los impíos o indiferentes. Algunos que nunca fueron
-beatos, enseñaban bajo la mundología una punta de oreja pietista, y
-los que lo eran se crecían y amenazaban comerse el mundo. De fuera,
-por el vehículo de la prensa, que siempre ha sido extraordinariamente
-sensible a estas mudanzas atmosféricas, venía la racha, empujando más
-cada día, porque los periódicos tachados de librepensadores y que lo
-eran realmente, al llegar Semana Santa, salían con todas sus columnas
-abarrotadas de una santurronería que habría hecho palidecer de ira
-a los progresistas de hace treinta años. Las señoras, naturalmente,
-aventaban más y más la racha con el aire de sus abanicos y con el
-aliento de su apasionada fraseología, hasta conseguir que se hinchara
-como tromba. Ignoraban que cuando se apaciguaran aquellos vientos,
-vendrían otros con nuevas ideas y pasiones nuevas.
-
-Pues bien, en una atmósfera densa de revindicaciones religiosas, vertía
-el Marqués de Feramor sus ideas artificiales, que se llaman así para
-diferenciarlas de las ideas verdaderas, encerraditas muy adentro, lejos
-del histrionismo seco de la buena educación. Se esforzaba en mostrarse
-contento por auxiliar a su hermana doña Catalina en las formidables
-empresas cristianas que acometería muy pronto. ¡Oh, como representante
-de las clases directoras, él estaba obligado a contribuir a cuanto
-favoreciera los _grandes intereses espirituales_ de la sociedad! No
-todo había de ser fomentar obras públicas, y defender como artículo
-de fe la asociación mercantil. Había que mirar al más allá, enseñar
-a las clases proletarias el olvidado camino del Cielo, y preparar
-la vuelta de los grandes ideales. De este modo daba alimento a su
-vanidad, preconizando en público lo que en su fuero interno detestaba,
-y hacía propósito de sacar partido de lo que tan contra su voluntad se
-fraguaba, en el piso segundo de su casa, entre la testaruda Condesa de
-Halma y el complaciente don Manuel Flórez.
-
-Los concurrentes a su tertulia se veían obligados a mayores alabanzas
-que las que constantemente le tributaban por su sentido inglés,
-y su desprecio de las exageraciones. A excepción del Conde de
-Monte-Cármenes, equilibrista incorregible, que se ponía siempre en un
-justo medio muy cómodo, equidistante del misticismo y de la impiedad,
-los amigos de Feramor le veían con gusto en aquel camino. Naturalmente,
-los hombres de capacidad intelectual y pecuniaria como él, estaban
-obligados a dar vigor al poder público, vigorizando el _resorte_
-religioso. El Marqués de Cícero no podía contener su entusiasmo;
-Jacinto Villalonga, que al conseguir la senaduría vitalicia se había
-constituido en adalid de los grandes principios, deploraba no ser
-rico para ayudar a la Condesa de Halma en sus empresas espirituales,
-que eran lo mismo que una gran batalla dada a las revoluciones; los
-Trujillos, los Albert y Arnáiz, de la nobleza frescachona, opinaban que
-los _títulos_ debían ponerse al frente del movimiento de regeneración;
-el Conde de Casa-Bohío, Tellería de nacimiento, casado con una cubana
-rica, declaraba su conformidad y aprobación entusiasta... en nombre de
-Europa y América. El general Morla no hacía más que repetir y confirmar
-sus ideas de toda la vida. Severiano Rodríguez cerdeaba un poco; pero
-sin lanzarse resueltamente a la oposición, porque su urbanidad se lo
-vedaba.
-
-Pero el que con mayor vehemencia y aspavientos más enfáticos hizo la
-apología de los _intereses espirituales_, fue un tal José Antonio de
-Urrea, primo del Marqués, parásito en la casa por temporadas, hombre
-inconstante, ligero y de dudosa reputación. Más joven que Feramor, algo
-se le parecía en lo físico, en lo moral poco, porque era la cabeza más
-destornillada de la familia, y la mayor calamidad que pesaba sobre
-ella. El Marqués le profesaba una antipatía que a veces era mortal
-odio, y había hecho los imposibles por mandarle a Cuba, a Filipinas,
-al fin del mundo, y librarse de sus furiosas acometidas en demanda de
-socorros pecuniarios. Las adulaciones del dichoso pariente le sacaban
-de quicio, porque tras ellas venía siempre el golpe inexorable.
-
-Verdaderamente, José Antonio de Urrea era más desgraciado que
-perverso. Huérfano en edad temprana y sin patrimonio, no tuvo quien
-le mandase a estudiar a Inglaterra ni a parte alguna. Los parientes
-ricos quisieron darle carrera; empezó sucesivamente tres o cuatro,
-Infantería, Montes, Administración Militar, Telégrafos, y no llegó ni
-a la mitad de ninguna. A los veintidós años, fue preciso conseguirle
-un destino. Feramor contaba por centenares los viajes al Ministerio
-para pedir la reposición o el traslado. Ello es que le echaban de todas
-las oficinas, porque, o no iba, o iba tarde, y no hacía más que fumar,
-dibujar caricaturas y enredar con los compañeros. Abandonado de sus
-parientes, dedicábase a desconocidos negocios. Veíasele algún tiempo
-bien vestido, gastando en coche y teatros, sin que nadie supiese de
-dónde salían aquellas misas. Tras un largo periodo de eclipse, aparecía
-mi José Antonio hecho una lástima, enfermo, roto, muerto de hambre;
-pero con ideas de un gran negocio, que estudiaba y que seguramente
-sería su salvación. Feramor y su mujer, la Duquesa de Monterones y su
-marido le compadecían, y haciéndole prometer la enmienda, se dejaban
-expoliar. El pícaro se valía de mil graciosas artimañas para conquistar
-los corazones, principalmente los de las señoras; con el socorro que
-recogía restauraba su ropa o la hacía nueva, y allá le teníais otra vez
-de punta en blanco, día y noche, de servilleta prendida, y amenizando
-las tertulias con su fácil ingenio.
-
-Su inconstancia no era inferior a su desvergüenza: a veces desaparecía
-de las casas de Feramor y Monterones, y parasiteaba en otras, donde sin
-duda le pagaban con el plato sus amenidades, que no siempre eran de
-buen gusto. Ello es que en la mesa y tertulia de la parentela pagaba el
-trato con una adulación asfixiante, y en las casas ajenas se vengaba
-de la humillación recibida hablando mal de su familia, ridiculizando
-el anglicanismo de su primo, las vanidades de la Marquesa y de Ignacia
-Monterones. Tras esto solía venir otro largo chapuzón en obscuridades
-desconocidas, para resurgir luego arrepentido, implorando misericordia.
-En cuanto su primo le veía con el incensario en la mano, se echaba
-a temblar, porque las lisonjas eran siempre precursoras de un golpe
-despampanante con el mandoble, que manejaba como nadie. Y así, cuando
-le vio tan entusiasta de los ideales religiosos, el Marqués se dijo:
-«Este viene armado esta noche. Preparémonos.»
-
-En efecto, aprovechando una ocasión propicia, José Antonio le asaltó
-en un ángulo del billar, y allí, con alevosía, premeditación y
-ensañamiento, descargó sobre su cabeza el filo cortante, quedándose el
-Marqués tan aturdido del tremendo golpe, que no supo contestarle. El
-terrible sablista mostrose muy animado con la esperanza de un seguro
-negocio, para el cual reunía el capitalito necesario, y solo le faltaba
-una cantidad, una miseria, que su primo, su querido primo, su opulento
-primo y Mecenas le facilitaría al día siguiente... si podía ser por la
-mañana, mejor.
-
-
-
-
-II
-
-
---¿Pero tú estás loco? ¡Que te dé mil pesetas! --le dijo la víctima
-poniéndole la mano en el pecho, y apartándole de sí como un peso que se
-le venía encima--. ¡Vaya una historia! ¿Negocios tú...? Y qué es, ¿se
-puede saber?
-
---Un negocio editorial, pero seguro, Paco; tan seguro, que ganaré con
-él en poco tiempo, unos cuantos miles de duros.
-
---Echa por esa boca. La historia de siempre. ¿Y con mil pesetas
-estableces una casa editorial?
-
---¿No me has oído? Tengo más; pero me falta ese pico.
-
---Lo que a ti te falta es vergüenza --respondió el Marqués, que ante
-aquella calamidad de la familia se veía privado hasta de su buena
-educación--. Déjame en paz, o te echo de mi casa.
-
---Bueno, no es motivo para que te enfades. Me niegas el auxilio que
-yo, pobre industrial, vengo a pedirte. Y luego me decís: «Trabaja,
-trabaja, sé hombre, sienta la cabeza.» Pues señor, siento la cabeza, me
-descrismo trabajando; pero ¡ay! la pícara ley económica se interpone...
-¿El capital dónde está? Lo busco; encuentro parte; voy a mi opulento
-primo a que me lo complete, y mi opulento primo me echa de su casa, me
-condena a la miseria, me ata las manos... Bien, Paco, bien... Siempre
-te querré, y te respetaré siempre...
-
---¡A fe que están los tiempos para poner dinero en empresas
-editoriales..., precisamente cuando hemos convenido en dedicarlo a las
-espirituales!
-
---Tú puedes atender a todo. Estás en el deber de fomentar lo de Dios y
-lo del César.
-
---Sí, sí, con la saca que me espera estos días. ¿Sabes que tengo que
-dar a mi hermana...?
-
---Lo sé. Le das lo suyo.
-
---Pero...
-
---Convenido; tu hermana está loca.
-
---Habla con más respeto.
-
---Loca perdida. Locura sublime, si quieres. Yo que tú, no le daba un
-cuarto. Lo sublime deja de serlo en cuanto le pones dinero encima. Dame
-a mí lo que te pido, que estoy bien cuerdo y bien pedestre, con mi
-trabajito metódico, y mis hábitos de hombre previsor y ordenado.
-
-En efecto, dígase porque es verdad, el pobre Urrea llevaba medio año
-de vida totalmente contraria a la que le diera fama tan triste. Había
-conseguido dar forma práctica a su habilidad para la fotografía, y
-asociándose con un industrial muy activo, hizo una excursión por
-las provincias andaluzas, y se trajo una colección de clichés de
-monumentos, que le valieron algunos cuartos. Esto le alentó. Fundó
-un periódico, estudiando la Zincografía y el Heliograbado; pero la
-endeblez de la parte literaria hizo fracasar la publicación. Con nuevos
-elementos intentaba la creación de otro semanario ilustrado, esperando
-obtener considerables ganancias, y juntaba dinero para el material
-indispensable y para los primeros gastos. El impresor le exigía, a más
-del papel, una cantidad en fianza para responder de la composición
-y tirada de los dos primeros números. Hablando de estas materias,
-metiéndose de lleno en la explicación técnica del negocio por ver si
-ablandaba a su primo, afiló más el arma, llegando a fijar en dos mil
-pesetas la suma que necesitaba.
-
---¡Dos mil!
-
---Sí, y tú me las vas a dar. Eres mejor de lo que tú mismo crees.
-
---No; si yo me tengo por inmejorable. Por serlo, no te doy las dos
-mil pesetas: sería lo mismo que tirarlas a la calle... Oye: una cosa
-se me ocurre. Pídeselas a mi hermana, que ahora tiene dinero, o lo
-tendrá pronto, y según dice don Manuel, lo dedica al socorro de la
-miseria humana. Claro que tú, con tu flamante industria editorial,
-estás comprendido en esa humanidad miserable, a la cual piensa Catalina
-redimir.
-
---Pues mira tú, no es mala idea... ¡Ah! tu hermana es una santa, una
-heroína cristiana. Yo la admiro, y siempre que la veo, me dan ganas de
-arrodillarme delante y rezar... Mi palabra de honor... Pues sí, ¡famosa
-idea!
-
---Hazle comprender que la protección a las industrias nacientes y a los
-hombres emprendedores y formales como tú, debe contarse entre las obras
-de misericordia, y que la caridad empieza por la familia... ¿entiendes?
-¡Quién sabe, hombre, quién sabe si...!
-
---No lo tomes a broma, que bien podría... Se intentará, hombre, se
-intentará. Catalina es realmente un ángel, y sus desgracias le dan una
-extraordinaria penetración para comprender las ajenas. Bien mirado el
-asunto, debe comenzar su campaña caritativa por mí, que la venero, que
-la idolatro; por mí, el más desgraciado de la familia, más que ella
-seguramente, más, más. Y creo que, en conciencia, bien puedo pedirle
-tres mil pesetas.
-
---Sí... sube, hijo, sube.
-
---Pero, ¡ay! --exclamó Urrea desalentado súbitamente, llevándose la
-mano al cráneo--, no me acordaba de... ¡Ay, no puede ser, Paco de mi
-alma, no puede ser! ¡Qué tontos tú y yo! Claro que dejándose llevar
-mi prima de su magnánimo corazón, no habría caso. Pero como el que
-gobierna en su voluntad es ese _congrio_ de don Manuel... Figúrate.
-
---No te permito hablar así de nuestro dignísimo amigo.
-
---Perdóname... No le ofendo. ¡Triste de mí! ¡Cuando digo que la
-mayoría de los males que afligen a la humanidad son de un origen
-eclesiástico!... ¡Ah! pues si yo cogiera libre a mi prima, quiero
-decir, en el libre ejercicio de su misericordia, créete que mis cuatro
-mil pesetillas no habría quien me las quitara. Mi palabra...
-
---Veo que si no te las dan pronto, acabarás por pedir un millón.
-
---Se me ocurre una idea... Quizás podríamos... Hay que verlo. ¿Puedo
-contar contigo?
-
---¿Conmigo? ¿para qué?
-
---Para apoyarme, en caso de que ese reverendísimo _percebe_ informe,
-como parece natural, en contra de mi pretensión.
-
---Yo... ¿Cómo?
-
---Diciéndole a la señora Condesa de Halma que ya no soy lo que era, que
-me he corregido, que trabajo, que con mi pequeña industria doy de comer
-a multitud de familias indigentes, en fin, que defiendo a rajatabla los
-grandes ideales cristianos, y que sería obra de caridad muy meritoria
-auxiliarme con cinco mil...
-
---¡Calla, hombre, calla! Yo no puedo apoyarte. Creerán que me he vuelto
-loco. En todo caso, demuéstrame que tus propósitos de enmienda son
-verdaderos, y tus planes de trabajo cosa seria y decisiva.
-
-Dijo esto el Marqués, pasando al salón próximo, como si por la fuga
-quisiera librarse de mosca tan importuna; pero el pariente pobre le
-seguía, cosido a sus faldones, desplegando la pertinaz voluntad de
-esos caracteres que no desmayan hasta no conseguir lo que se proponen.
-Minutos después, Feramor se sentó en un diván para hablar de política
-con Manolo Infante. El parásito hubo de agregarse con oficiosidad
-pegajosa; la conversación rodó insensiblemente hacia el terreno
-periodístico, y al instante Urrea se dejó caer con esta indirecta:
-
---Como yo consiga echar a la calle mis _Sabatinas_, verán ustedes.
-Cosa nueva, la actualidad presentada con arte y _chic_, precio
-fenomenal, digo, baratísimo; la parte literaria de primera, la
-heliografía _ídem de lienzo_, en fin, un negocio que solo espera un
-poquitín de apoyo para enriquecer a alguien. El primer número, que
-ya está preparado, lo dedico al célebre apóstol de nuestros tiempos,
-el gran Nazarín, de quien presento noticias estupendas, la biografía
-completa, retratos de él y sus discípulas...
-
---Pero ese Nazarín, ¿qué es? --preguntó el Marqués a Manolo Infante--.
-Ya nos trae locos la prensa con la dichosa cuadrilla _nazarista_, y el
-proceso, y las _interviews_... ¿Le has visto tú?
-
---No necesito verle --replicó Infante--, para pensar, como tu primo,
-que es el pillo más ingenioso que ha echado Dios al mundo.
-
---Poco a poco --dijo Urrea con el desparpajo que gastar solía para
-desmentirse--. Yo no pienso tal cosa.
-
---Hace un rato nos contabas a Severiano y a mí que le habías visto,
-y charlado con él y sus compañeras, y que le tenías... son tus
-palabras... por un impostor vulgarísimo.
-
---¿Eso dije?... Vamos, os revelaré todo el intríngulis de mi
-diplomacia. Por desorientaros a ti y a Severiano os dije la opinión
-corriente y vulgar, reservando para mi público la novedad, la sorpresa.
-Yo presento a Nazarín como resulta del sondeo que he hecho de su
-carácter, visitándole en el hospital uno y otro día.
-
---Y opinas que es un santo. Pues eso no es nuevo, porque no ha faltado
-quien lo haya sostenido ya.
-
---Pero no presentan los elementos de prueba que presentaré yo. Es un
-hombre extraordinario, un innovador, que predica con actos, no con
-palabras, que apostoliza con la voluntad, no con la inteligencia, y
-que dejará, no se rían ustedes de lo que afirmo, un profundo surco en
-nuestro siglo.
-
---¡Pero si nos has dicho hace media hora que ni siquiera es loco, sino
-un aventurero que se hace el demente para vivir sobre el país!
-
---No me convenía hace media hora decirte mi verdadera opinión. En
-diplomacia y en industria es permitido el engaño. Antes no me convenía
-propagar la verdad; ahora me conviene.
-
---A este le entiendo yo mejor que nadie --dijo Feramor riendo--.
-Tiene sus planes, persigue su negocio, y repentinamente, un cambio
-atmosférico le hace cambiar de rumbo para llegar más pronto a donde
-se propone. Es muy astuto mi primo, y ahora quiere ponerse a bien con
-los que dedican su dinero a los eternos ideales, a las campañas de la
-caridad evangélica. ¿Es esto, sí o no? Y a propósito, Manolo, ¿sabes
-tú de alguien que quiera tomar parte en una empresa editorial, con
-tendencias religiosas, _nota bene_, con tendencias religiosas, haciendo
-un pequeño sacrificio de seis mil pesetas?
-
---Poco a poco... --dijo con viveza José Antonio--. La participación
-en los beneficios no puede darse sino aportando al negocio siete mil
-pesetas.
-
-Feramor e Infante rompieron a reír, y el otro, sin cortarse ni
-abandonar el campo de su formidable _sport_, prosiguió de este modo:
-
---A reír, a reír... Ya veremos quién se ríe el ultimo. Y volviendo a
-_mi héroe_, les enseñaré algunas pruebas de las diferentes fotografías
-que he podido sacarle en el Hospital... También tengo las de sus
-compañeras. Verán.
-
-Echando mano al bolsillo, mostró distintas pruebas fotográficas, obra
-suya, las cuales fueron examinadas con intensa curiosidad por las
-distintas personas que al instante formaron grupo.
-
---¿Conque este es el famoso Nazarín?... A ver, a ver...
-
---Digan ustedes si cabe en lo humano un rostro más inteligente.
-
---Parece moro.
-
---Lo que parece es una figura bíblica.
-
---¿Y esta mujer...?
-
---Vean, vean esa cabeza, y díganme si la impostura puede llegar jamás
-a esa ideal belleza.
-
---Bonito perfil. Pero aquí hay retoque.
-
---Más que la _Beatrice_ del Dante, parece un Dante joven.
-
---Digan que es una pitonisa, con la inspiración pintada en sus ojos.
-
---O una Santa Clara.
-
---Eso no; no es figura medieval, es bíblica.
-
---Del Antiguo Testamento. No confundir...
-
---¿Y este? ¿Qué mico es este?
-
---Esa es Ándara... la monstruosa, porque en su rostro hay un guiño del
-Infierno y otro del Cielo.
-
---¡Ándara!... ¡Jesús, qué endiablada fisonomía!
-
---Todo es extraño, sublimemente enigmático y misterioso en esa familia,
-o dígase tribu... Pero fíjense, fíjense bien en la cara de Nazarín. ¿Es
-Job, es Mahoma, es San Francisco, es Abelardo, es Pedro el Ermitaño, es
-Isaías, es el propio Sem, hijo de Noé? ¡Enigma inmenso!
-
-Desembuchaba estos calurosos encarecimientos el bueno de Urrea, como
-un viajante que enseña las muestras de los artículos que ofrece al
-comercio, y en tanto las fotografías corrían de mano en mano. Las
-señoras principalmente las arrebataban, y ponían en ellas su atención
-con una curiosidad intensísima, insaciable, febril.
-
-
-
-
-III
-
-
---Pero, amigo Urrea --dijo el Marqués de Cícero con sinceridad
-infantil--, esto debe publicarse.
-
---Se publicará.
-
---¿Y el texto... cosa buena?
-
---¡Ah!...
-
---Pero es tan considerable el gasto --dijo Feramor--, que la empresa
-que ha tomado a su cargo la propaganda nazarista, solicita una
-subvención de ocho mil pesetas.
-
---¡Oh!... No has exagerado, querido primo --manifestó Urrea--. Y
-también te aseguro, palabra de honor, que para hacerlo bien, a la
-altura del asunto, no vendrían mal nueve mil.
-
---Chico, más vale que llegues de una vez a la cifra redonda: dos mil
-duros.
-
---Para mil cosas baladís han dado eso, y mucho más, Mecenas que yo
-conozco. Palabra que sí. Lo que se pretende ahora está circunscrito
-dentro de los términos de una modestia casi inverosímil: diez mil
-pesetas. ¿Qué menos?
-
---No me parece mucho. Que se las dé a usted el Gobierno.
-
---O pedirla a las Sacramentales --dijo Manolo Infante--, que tienen la
-contrata de la conducción a la vida inmortal.
-
---Mejor a las empresas funerarias, porque el nazarismo hace propaganda
-de la muerte.
-
---Pues yo que usted, Urrea --indicó una dama que sabía tomar el pelo
-con suave mano--, pediría la subvención al gremio de constructores de
-imágenes y de pasos para la Semana Santa.
-
-No se acobardaba el ingenioso aventurero por la rechifla graciosa
-con que los amigos de la casa acogían sus proyectos; antes bien,
-hallábase excitado, sentía en su mente audaces iniciativas y una
-pasmosa fecundidad de recursos para trabajar en aquel negocio. La idea
-sugerida por Feramor era felicísima. ¡Ah, si él pudiera maniobrar en
-terreno libre, es decir, en el bondadoso corazón de su prima! Pero
-aquel intruso y pegadizo don Manuel Flórez, tamiz por donde pasaban
-todos los pensamientos y actos de Catalina de Halma, le desconcertaba,
-infundiéndole la tormentosa duda del éxito. Para discurrir a sus
-anchas sobre problema tan difícil, necesitaba estar solo, aguzar su
-ingenio hasta lo increíble, prepararse, en fin, con todo el aparato de
-artimañas y sutilezas que, en su larga experiencia de aquella esgrima,
-le habían dado tantas victorias. Despreciando las burlas de que era
-objeto en casa de Feramor, salió de allí presuroso, sin despedirse
-de nadie; contra su costumbre, se fue a su casa, y en su reducida
-alcoba se encerró a meditar el plan de ataque, tratando de prever las
-posiciones del enemigo para escoger bien el palmo de terreno en que
-embestirle debía. Al meterse en la cama, con los pies fríos y la cabeza
-caliente, se dijo: «No hay que achicarse: la timidez será mi fracaso.
-Concretando mi honrada petición a dos mil duros, podrían creer que es
-para vicios. Para que vean que es un negocio serio, un asunto en que
-median los _grandes intereses_ del espíritu humano, necesito correrme a
-tres mil.»
-
-Durmiose a la madrugada, y si al principio soñó que don Manuel Flórez,
-al oír su demanda, le disparaba a quemarropa un cañón Hontoria, su
-sueño fue después optimista y placentero, porque se vio abrazado
-tiernamente por el dicho Flórez, mientras Catalina sacaba del bargueño
-una arqueta gótica, y de ella muchos fajos de billetes de Banco, de
-los cuales daba una parte a Nazarín y otra a él: y como Nazarín era
-todo abnegación y menosprecio de los bienes terrestres, le regalaba su
-parte sin mirarla siquiera. El movimiento pudoroso del apóstol mendigo
-al coger el dinero, prevaleció en la mente de Urrea aun después de
-haber pasado de aquel sueño a otro bien distinto. Soñó que con parte
-de aquel numerario compraba una mina de hierro, que en poco tiempo le
-daba rendimientos fabulosos; con las ganancias de la mina compraba dos
-manzanas de casas, y mucho papel del Estado, y negociando por alto,
-llegaba a hacerse dueño de toda la red de ferrocarriles de España...
-aquí que no peco... y de Francia e Inglaterra... Y a todas estas,
-Nazarín apartando de sí la resma de billetes con apostólica repugnancia.
-
-Al romper el día, mientras cosas tan inauditas pasaban en el cerebro
-de un hombre dormido, don Manuel Flórez, que vivía en la misma calle,
-frente por frente al soñador Urrea, salía de su domicilio. Fue con vivo
-paso a decir su misa, entretuvo después un par de horas en esta y la
-otra iglesia, y a eso de las diez se dejó caer en la casa de Feramor.
-Entrando sin anunciarse en el despacho del Marqués, que trabajaba con
-su administrador y apoderado, le dijo:
-
---Querido Paco, quisiéramos que eso se ultimara pronto, si fuera
-posible, hoy.
-
---¿Pues no ha de ser posible? Hoy mismo, mi querido don Manolo. Mucha
-prisa tiene la redentora por entrar en funciones.
-
---La miseria humana, hijo mío, es la que tiene prisa, el hambre humana,
-la sed y la desnudez humanas.
-
---Pues por mí no quede.
-
-Terció el administrador, asegurando que ya estaba avisado el notario
-para preparar la documentación, y que si terminaba aquel día, en
-el siguiente quedaría hecha la entrega de la legítima de la señora
-Condesa, parte en fincas o valores, parte en dinero contante.
-
---Perfectamente --dijo el buen sacerdote acariciándose una mano con
-otra--. Y ya que estás hoy de vena de amabilidad...
-
---¿Pero no se sienta, don Manuel?
-
---No; me voy en seguida. Digo que ya que te encuentro en vena de
-concesiones, me atrevo a hacerte presente un antojito de tu hermana,
-cosa insignificante; verás...
-
---Acabe usted pronto, que ya empiezo a sentir escalofrío.
-
---¿Por qué, hijo de mi alma?
-
---Porque podría ser que para redimir a la pobrecita humanidad, no
-le bastase su legítima, y en nombre del Dios Uno y Trino me pidiese
-también la mía... y podría suceder que usted se empeñase en que se la
-diera.
-
---Vamos, no bromees. Lo que te pide es que le adjudiques la torre de
-Zaportela, en Aragón. En esa casona destartalada pasó ella parte de
-su infancia con tu tía doña Rudesinda. Tiene recuerdos...; en fin,
-que para nada te sirve a ti ese nidal de lagartijas, y ella tiene el
-capricho de restaurarlo, y...
-
---Es que la casa de Zaportela y dos predios adyacentes se los tengo
-dados en usufructo a los Urreas, los tíos de este perdido de José
-Antonio, pedigüeños insaciables como él, que practican la mendicidad
-por el terror. Si les echo de allí, son capaces de quemarme todas las
-casas que tengo en Aragón.
-
---Bueno, pues en vez de Zaportela, le darás el castillo de Pedralba en
-esta provincia, término de San Agustín; ya sabes... un caserón viejo,
-con una torre, y no sé qué ruinas de un monasterio cisterciense...
-Conque no hay que vacilar, hijo mío, y agradéceme que abra anchos
-horizontes a tu generosidad. Eres un ángel, y el perfecto tipo del
-caballero cristiano.
-
---Basta, basta. No necesita usted emplear la lisonja para desvalijarme.
-Eso se arreglará. Particípele usted a su discípula que no llore por el
-castillo. Pedralba será suyo.
-
---Se lo participarás tú, porque yo no subo hasta la tarde --dijo Flórez
-mirando su reloj--. Tengo mucha prisa. A las once he de ver al señor
-Vicario; y a las doce me esperan en Gracia y Justicia para ir a la
-Nunciatura... Bueno, señor, bueno.
-
---¿Qué más?
-
---Nada más. ¿Te parece poco?
-
---Creí que me iba usted a pedir el coche para todos esos viajes.
-
---No pensaba pedírtelo; pero lo tomo si me lo das. Está Madrid perdido
-de barros. Bueno, señor, bueno.
-
-Poco después salía gozoso y vivaracho el buen don Manolo, y en el
-portal, ¡zás! José Antonio de Urrea que entraba. Quedose el joven como
-quien ve visiones, y no acertaba ni a saludar al respetable limosnero
-de la casa.
-
---¡Pepillo, dichosos los ojos!... ¡Ven acá, hijo mío, dame un abrazo!
---le dijo el clérigo con efusión--. ¿Pero qué tienes? Te has puesto
-pálido. ¿Estás enfermo?... Tiemblas.
-
---No señor... La emoción... Cabalmente venía pensando en usted
---replicó Urrea besándole la mano--. ¿Cree usted que ver, después de
-tanto tiempo, a este amigo venerable, a este ángel tutelar de toda la
-familia, no es cosa que impresiona?
-
---Calla, calla, zalamero.
-
---Deme usted a besar otra vez esas manos.
-
---Basta, basta. Ya sé, ya sé que estás muy corregido. Sé que trabajas,
-que has sentado la cabeza. Ya era tiempo, hijo mío.
-
---¿Quién se lo ha dicho a usted? --preguntole Urrea con cierta alarma,
-temiendo las ironías de su primo Feramor.
-
---Me lo han dicho... ¿A ti qué te importa? Tus primas, las de
-Hinestrosa me lo han dicho, ea.
-
---Soy otro hombre. ¡Y qué bueno es ser bueno, don Manuel! ¡Qué
-hermosura es una conciencia tranquila, una pobreza honrada, y una
-conducta normal, ordenada y perfectamente correcta! ¡Qué descanso la
-pureza de las intenciones, la sujeción de los deseos, la adaptación de
-nuestros goces a la medida de la realidad! ¡Qué consuelo tan grande
-vivir en armonía con todo el mundo, y sentirse querido, respetado!...
-
---Sí, hijo mío, sí.
-
---Verdad que mi vida es azarosa, pues no puedo prescindir de ciertos
-hábitos de decencia, y careciendo de bienes de fortuna, el pan de cada
-día, mi queridísimo don Manuel, representa para mí esfuerzos hercúleos.
-
---Dios bendecirá tu trabajo. Adelante por ese camino. Persiste en tus
-ideas; ten constancia, valor, confianza en ti mismo.
-
---Así lo haré. Descuide.
-
---¿Vas a ver a Consuelo?
-
---No, voy a visitar a Halma.
-
-Con esta brevedad familiar, _Halma_, nombraba comúnmente el parásito a
-su prima.
-
---Bien, bien. ¡Acompañar a los desgraciados, endulzar su tristeza con
-palabras de consuelo! La pobrecita te lo agradecerá mucho. Hazme el
-favor de decirle que no puedo ir hasta la tarde... ¡ah! y que eso, ya
-sabe lo que es, quedará ultimado mañana. Anda, anda, hijo mío. Y que el
-Señor te conserve en esa buena disposición. Adiós...
-
-Volvió a besarle la mano, y después de acompañarle a entrar en el
-coche, subió el gran Urrea, más que gozoso, ebrio de entusiasmo y
-felicidad, porque las cosas se le deparaban mejor de lo que en los
-desenfrenos de su optimismo hubiera podido imaginar. Primer golpetazo
-de la suerte: encontrarse a don Manuel Flórez en aquel pie de increíble
-benevolencia, enterado ya de sus nuevas costumbres laboriosas. Segundo
-golpetazo: saber que hasta la tarde no iría el susodicho a la débil
-fortaleza, amenazada de un terrible asedio. Cierto que el enemigo podía
-presentarse a última hora con un socorro formidable, ideas y autoridad
-de refresco; pero también podía suceder que llegase tarde, y que,
-arrancada por el sitiador una promesa, la egregia dama no tuviera más
-remedio que cumplirla. El hombre se creció moral y hasta físicamente
-al subir la escalera, derecho al cuarto segundo. Se sentía impetuoso,
-audacísimo, invencible, y sobre todo grande, enorme. Creía tocar con su
-cabeza en el tramo alto de la escalera, y que las puertas no tenían
-bastante hueco para darle entrada. Sin duda la Providencia Divina
-se ponía de su parte. ¡Qué bien había hecho aquella mañana en rezar
-al Padre Eterno, a la Virgen y a San Antonio bendito, implorando su
-eficaz auxilio! ¡Qué diantre! ¿No era él un pobre, no era un triste,
-un mísero? ¿Pues qué hacía más que pedir una limosna, y proporcionar
-a las buenas almas el ejercicio de la más hermosa de las virtudes, la
-caridad?
-
-«Fuera timideces, fuera mezquindades que podrían comprometer el éxito
---se dijo al traspasar la puerta, soberbio y arrogante, como un campeón
-que anhela engrandecer los peligros para que sea mayor la gloria de
-vencerlos--. Allá van los hombres valientes. Le pido... pst... veinte
-mil pesetas.»
-
-
-
-
-IV
-
-
-Siempre que entraba don Manuel, después de larga ausencia de medio
-día o día entero, en el cuarto de su noble amiga la Condesa de Halma,
-encontrábala sumergida en una melancolía profunda y tenebrosa, como
-nadadora que bucea en una cisterna. Abierto sobre la falda el libro
-de la _Ciudad de Dios_, de San Agustín, o alguna otra obra mística;
-apoyada la mejilla en la mano derecha, el codo del mismo lado sostenido
-en la mano izquierda y esta en la rodilla derecha, que se elevaba por
-tener el pie sobre un taburete, parecía un Dante pensativo, revolviendo
-en su mente los círculos negros del Infierno, o los luminosos del
-Paraíso. Viéndola en tales tristezas anegada, silenciosa y ceñuda,
-procuraba don Manuel alegrarle los ánimos con su grata conversación, y
-unas veces lo conseguía y otras no. Pues aquella tarde ¿cuál no sería
-la sorpresa del simpático Flórez al encontrar a su ilustre amiga en un
-estado de inquietud placentera? No daba crédito a sus ojos viéndola
-en pie, corriendo de un lado a otro de la estancia, como si arreglara
-y pusiera en orden los libros y objetos de devoción que en varios
-estantillos tenía. Y lo más extraño era que en su rostro resplandecían
-la animación, la vida. Sus ojos, siempre apagados, brillaban con fulgor
-de fiebre; sus mejillas, siempre macilentas, habían tomado un rosado
-tinte, como si volviera de un paseo por el campo, harta de sol y de
-aire.
-
---¿Qué tiene usted, mi noble y santa amiga? --le preguntó el
-sacerdote--. ¿Qué le pasa?
-
---Nada, no me pasa nada. Estoy contenta. ¿Esto es pasar algo?
-
---Sí... Me alegro mucho de verla tan gozosa. No conviene dejar caer
-el espíritu en la tristeza. La virtud es por naturaleza alegre, y la
-conciencia pura se regocija en sí misma...
-
---Siéntese usted si gusta, y déjeme a mí en pie. Siento una
-inexplicable necesidad de andar, de moverme. De repente, la quietud ha
-empezado a serme molesta.
-
---La he recomendado a usted un ejercicio prudencial. La virtud no
-requiere precisamente la postración sedentaria, que hasta puede llegar
-a ser un vicio y llamarse pereza.
-
---Y ahora me preguntará usted el motivo o razón de este contento que en
-mí observa.
-
---En efecto, señora mía, se lo pregunto a usted.
-
---Y yo le respondo que no lo sé; que no puedo explicar qué pasa esta
-tarde en mi alma. Veremos si llego a darme cuenta de ello. Y ahora, voy
-a interrogar yo. Dígame: ¿quién es Nazarín?
-
-Quedose un rato suspenso el buen Flórez, y miró el rostro de la Condesa
-como quien quiere descifrar un obscuro acertijo.
-
---Pues Nazarín... --murmuró.
-
---¿Qué hombre es ese? ¿Le conoce usted?
-
---Sí, señora.
-
---¿De ahora, o le conoce usted hace tiempo?
-
---Es un sacerdote, manchego, de mediana edad. Hace dos o tres años, no
-recuerdo bien la fecha, tuve ocasión de tratarle en la sacristía de
-San Cayetano. Pareciome un hombre excelente, de costumbres purísimas,
-humilde, de no común inteligencia, parco de palabras... Después me le
-encontré alguna que otra vez en la calle; hablamos. El infeliz parecía
-disgustado; revelaba una pobreza honda, sin quejarse de ella. Creí que
-su cortedad de genio y su extremada delicadeza le tenían en tal estado,
-y le aconsejé que se sacudiera, procurando adquirir un poco de don de
-gentes. Después le he visto incluido en un proceso escandaloso, y su
-nombre arrastrado por la vía pública. Francamente, me supo muy mal
-que un sacerdote viniese a tal situación, ya fuese por debilidad de
-carácter, ya por verdadera malicia. Supe que estaba en el hospital,
-convaleciente de un tifus agudísimo, y, ¿qué cree usted?... me fui a
-verle. Yo soy así: me gusta enterarme por mí mismo. Le vi, hablamos
-largamente, y...
-
---¿Opina usted como casi todo el mundo, que es un pobre loco?
-
---Esa es la opinión general.
-
---Pero la de usted, la de usted es la que yo quiero saber.
-
---La mía no tiene importancia. Expertos facultativos le han examinado,
-profesores de enfermedades mentales y nerviosas.
-
---Pero usted tiene bastante entendimiento para no necesitar de
-los juicios ajenos para formar el suyo. Dígame lo que piensa, en
-conciencia, de ese hombre. ¿Es un pillo?
-
---Creo que no.
-
---¿Firmemente que no?
-
---Sostengo con plena convicción que no es un malvado.
-
---Luego es un loco.
-
---No me atrevo a decir tanto.
-
---Luego, es un hombre de miras elevadas, un hombre que...
-
---Tampoco afirmo eso.
-
---Luego, usted no ha podido formar una opinión concreta.
-
---No señora, no he podido. Y, créame usted, ha sido para mí el tal
-Nazarín objeto de grandes confusiones.
-
---¿Cómo no me había hablado de eso, don Manuel?
-
---Porque no pensaba que tal asunto mereciera fijar la atención de la
-señora Condesa.
-
---¿Sabe usted que anda por ahí un libro que trata de Nazarín, en
-el cual se cuenta cómo salió a sus peregrinaciones, cómo encontró
-prosélitos, cómo realizó actos de verdadero heroísmo y de sublime
-caridad?
-
---He leído ese libro, que me regaló su autor, con una dedicatoria muy
-expresiva. Pero no me fío de lo que allí se cuenta, por ser obra más
-bien imaginativa que histórica. Los escritores del día, antes procuran
-deleitar con la fantasía que instruir con la verdad.
-
---¿Puedo yo leer ese libro?
-
---Seguramente. Pero sin olvidar que es novela.
-
---Entonces prefiero otra cosa.
-
---¿Qué?
-
---Ver al propio Nazarín. El sujeto vivo dará más luz que una historia
-cualquiera, aun suponiendo que no fuese fantástica, y tan solo escrita
-para entretenimiento de los desocupados.
-
---¿Ver a Nazarín? ¿Dónde?
-
---En cualquier parte. En el hospital..., aquí.
-
---Eso me parece más grave. Con todo, no digo que no.
-
---Diga usted que sí, y acabaremos más pronto. Ahora, punto y aparte:
-hablemos de otra cosa.
-
---Pues a otra cosa --repitió Flórez, algo caviloso por el repentino
-salto de la tristeza al contento en el ánimo de la ilustre señora--.
-Ya sabe usted que mañana se hará la entrega de la legítima. Ya hemos
-salido de eso.
-
---¡Gracias a Dios! Mucho tengo que agradecer también a mi hermano
---dijo Catalina sentándose algo fatigada, cual si sus excitados nervios
-entraran en sedación--. Si he de decirle a usted la verdad, veo con
-absoluta indiferencia la llegada de ese dinero a mis pobres manos.
-
---La persona que mira al cielo --dijo el cura entornando los ojuelos
-para ver mejor el rostro de su amiga--, se acostumbra mejor que otras a
-despreciar los bienes terrenales.
-
---Y respecto al empleo que debemos dar a ese capitalito, ya hablaremos
-despacio.
-
---Si no recuerdo mal, ya hemos hablado bastante. Convinimos en que
-usted fundaría, en pleno campo y lejos del bullicio, un instituto de
-caridad, con rentas propias...
-
---Y que antes, se reservaría una suma para repartirla entre los
-necesitados.
-
---Sí; pero eso es difícil, porque no tendríamos ni para empezar. La
-caridad debe hacerse con método, apoyándose en el criterio de la
-Iglesia, y favoreciendo los planes de la misma. No vale dar limosna sin
-ton ni son. Falta saber a quién se da, y cómo se da.
-
---¿Sabe usted, mi buen don Manuel, que no entiendo bien eso?
-
---Se lo expliqué a usted con toda latitud ayer mismo.
-
---Pues lo he olvidado. Pero no hay que repetirlo. Ya lo comprenderé
-cuando tenga la cabeza más serena.
-
-De repente, el buen clérigo se dio un golpe en la frente, como si
-quisiera matar un mosquito que le picaba, y exclamó:
-
---¡Ah, ya caigo, ya, ya!
-
---¿Qué?
-
---Nada, que mientras hablábamos, me devanaba yo los sesos pensando
-quién habría estado aquí hoy de visita. Y ahora me ha venido
-súbitamente a la memoria.
-
---Mi primo Pepe Antonio de Urrea.
-
---Le encontré en el portal: él entraba, yo salía. Me han dicho que es
-hombre corregido.
-
---Así parece... ¡pobrecillo! Me ha conmovido contándome sus apuros para
-ganarse la vida con un rudo trabajo.
-
---Y seguramente le ha pedido a usted dinero para sus empresas.
-
---Sí...
-
---Y le ha hablado a usted de Nazarín.
-
---Exactamente.
-
---Pero no puedo encontrar la relación entre Nazarín y los conflictos
-pecuniarios del descendiente de los Urreas.
-
---Le he prometido estudiar su petición, y resolverla de acuerdo con
-usted.
-
---Lo menos le habrá pedido a usted dos o tres mil reales.
-
---Algo más: cinco mil duros.
-
---¡Ave María purísima!... ¡San Antonio bendito!
-
---Crea usted que me reí, y desde que me habló de esto, empecé a
-sentirme alegre. Los apuros de un hombre por cosa que tan poco vale,
-como es el dinero, me causan alegría. Es como el rechazo de todo lo
-que yo he sufrido por el maldito dinero, en los días terribles en que
-me hacía tanta falta. Y ahora que en nada de mi propio interés puedo
-emplearlo, pues perdí el bien de mi vida, ahora que tengo bajo tierra
-los restos del que era mi único amor, y considero en el cielo su alma,
-me alegra el gemido de los que piden dinero con apremiante necesidad, y
-al ver que lo tengo, me alegro más. Experimento, créalo usted, como un
-secreto anhelo de venganza..., sí, quiero vengarme de mi destino, que
-a tantas privaciones me sujetó, y tantas amarguras me hizo pasar... Y
-cuando se acerca a mí un desgraciado pidiéndome aquello que yo no pude
-tener cuando lo necesitaba, y que poseo ahora que no lo necesito...
-
---Se venga usted... negándoselo.
-
---No señor, dándoselo... Es una venganza en la cual confundo a mi
-destino y al mismo dinero, materia vil y despreciable, cuyo reparto
-no debe someterse a ninguna regla de orden y gobierno. Las leyes
-económicas de mi hermano me parecen una de las más infames invenciones
-del egoísmo humano.
-
---¿De modo que usted, señora mía, cree que para despreciar al dinero y
-castigarlo por su vileza, debe dársele al primer loquinario que lo pide
-sin que sepamos en qué lo ha de emplear?
-
---Creo que el empleo final de la moneda es siempre el mismo, dese a
-quien se diere. Caiga donde caiga, va a satisfacer necesidades. El
-manirroto, el disipado, el vicioso mismo, lo hacen pasar a otras manos,
-que lo aprovechan en lo que debe aprovecharse. Lance usted un puñado
-de billetes a la calle, o entrégueselo al primer perdido que pase,
-al primer ladrón que lo solicite, y ese dinero, como van todas las
-aguas a los ríos, y los ríos al mar, irá a cumplir su objeto en el
-mar inmenso de la miseria humana. Cerca o lejos, aquí o allá, con ese
-dinero arrojado por usted a la calle se vestirá alguien, alguien matará
-su hambre y su sed. El resultado final de toda donación de numerario es
-siempre el mismo.
-
---Señora mía --dijo don Manuel un poco aturdido--. No seamos
-paradójicos..., no seamos sofísticos. Si usted me permite que la
-contradiga, que le haga una demostración clara de su error en esa
-materia...
-
-El hombre no podía expresarse bien. Estaba sofocadísimo, sentía calor,
-y se abanicaba con su teja.
-
-
-
-
-V
-
-
---Por más que usted diga --prosiguió la Condesa--, yo creo que la
-limosna consiste esencialmente en dar lo que se tiene al que no lo
-tiene, sea quien fuera, y empléelo en lo que lo empleare. Imagine usted
-las aplicaciones más abominables que se pueden dar al dinero, el juego,
-la bebida, el libertinaje. Siempre resultará que corriendo, corriendo,
-y después de satisfacer necesidades ilegítimas, va a satisfacer las
-legítimas. ¡Dar a los pobres, nada más que a los pobres! Sobre que no
-se sabe nunca quiénes son los verdaderos pobres, todo lo que se da va
-a parar a ellos por un camino o por otro. Lo que importa es la efusión
-del alma, la piedad, al desprendernos de una suma que tenemos y que
-otro nos pide.
-
---¿Y usted siente esa efusión del alma al dar a su primo el auxilio que
-solicita?
-
---Sí señor; la siento, porque veo tras su petición un mundo de
-necesidades abrumadoras, de martirios horribles, en que igualmente
-gimen el alma y el cuerpo. Veo la falta de alimento, la estrechez de la
-vivienda, la persecución de los acreedores, la vida angustiosa, llena
-de humillaciones y vergüenzas ocultas, la disparidad terrible entre los
-medios de existencia y el nombre retumbante que se lleva en el mundo.
-Yo creo que en mi primo son ciertos los propósitos de enmienda; pero
-demos de barato que no lo sean; admitamos que nos engaña, que es un
-perdido, un tronera lleno de vicios, entre los cuales descuella el de
-la postulación a diestro y siniestro. ¿Y qué hará usted para sacarle
-del infierno de esa vida? ¿Predicarle? Nada se conseguirá mientras no
-se le ponga en condiciones de variar de conducta, y por más que usted
-se devane los sesos, no hallará otra manera de redención que darle lo
-que no tiene, porque su mala vida no es más que el resultado fatal,
-inevitable, de la pobreza.
-
---¿Según eso, señora mía --dijo el sacerdote con cierta severidad--,
-usted piensa darle a José Antonio los cinco mil duros que le pide?
-
---Sí señor, he resuelto dárselos, y así se lo he prometido. Mi palabra
-es oro. Pero...
-
---¿Pero qué?...
-
---¡Oh! aún falta lo mejor. Para que vea usted que no soy paradójica ni
-sofista, se los doy y no se los doy.
-
---¿Se los presta usted?
-
---Tampoco. Se los doy en una forma que usted ha de aprobar seguramente.
-Le adjudico la cantidad, quedando esta en mis arcas, a disposición de
-sus administradores.
-
---Que son...
-
---Usted y yo. Nosotros nos encargamos de arreglarle una casa decente,
-de asegurarle la subsistencia durante el tiempo que se determinará,
-y, por añadidura, le pagamos sus deudas, le rompemos esas cadenas
-infames que le condenan en vida a un horrible infierno, le libramos
-de la vergüenza del sablazo, de la humillación de carecer de todo.
-Completaremos nuestra obra dándole medios de trabajar en esa empresa
-que dice trae entre manos, especulación que conviene estudiar
-detenidamente para ver si en efecto es tal que en ella puede formarse
-un hombre honrado. Vamos, ¿qué me dice de esta forma de practicar la
-caridad? ¿Cree usted que hay otra manera de traer al buen camino a
-un hombre lleno de defectos, desquiciado, empedernido en mil hábitos
-perniciosos?
-
---Contesto, señora mía, que en principio aplaudo su pensamiento.
-Respecto a la práctica... no sé... Dígame usted: ¿José Antonio acepta
-el auxilio en la forma y condiciones que usted acaba de indicarme?
-
---El pobrecillo se echó a llorar. Bien conocí que sus lágrimas brotaban
-del corazón. «Eres la Providencia misma --me decía--, y realizas el
-sueño de mi vida; tú me salvas, tú me redimes, tú haces de mí otro
-hombre, y por ti, Halma, bien puedo decir que vuelvo a nacer.» Y
-diciendo esto me besaba las manos.
-
---Y yo también se las beso a usted ahora --dijo don Manuel, haciéndolo
-con verdadero enternecimiento--. Es usted una santa... a su manera,
-quiero decir que cada día saca usted una nueva forma de santidad. Debo
-decirle, en conciencia, que en estas cosas, la originalidad suele ser
-un poquitín peligrosa, pero hasta ahora vamos bien, y que siga el Señor
-inspirándole esas benditas iniciativas.
-
---Me complace que usted apruebe mi plan --dijo Catalina, excitada por
-el aplauso--, y que se compadezca de ese desgraciado primo mío, el
-cual, claramente lo veo, tiene más viciada la cabeza que el corazón.
-Cierto que es la informalidad andando, que no acaba cuando se pone
-a enjaretar embustes, que por procurarse el pan de cada día, comete
-mil bajezas. Por eso mismo, por ser un enfermo del alma, le está
-perfectamente indicada la medicina de la caridad tutelar y educativa.
-¿No estoy en lo cierto?
-
---Sí, señora mía --replicaba Flórez entornando los párpados y afirmando
-con la cabeza.
-
---La caridad se ha de ejercer en toda clase de enfermos y en toda
-clase de miserables, y este Urreíta es un pobre de solemnidad... _de
-tres capas_, un desgraciado, cuyas angustias parten los corazones.
-Él me lo decía, haciéndome reír y llorar al mismo tiempo: «Querida
-prima, el último de los pordioseros es un millonario comparado conmigo.
-Recoge zoquetes de pan y peladuras de patatas; pero se lo come en paz,
-y su espíritu vive con la serenidad y la alegría del pájaro, que al
-amanecer canta saludando al día... Hasta los ciegos que andan por ahí
-tocando la flauta o el violín son menos desdichados que yo. Envidio a
-los vendedores de periódicos, a los mozos de cuerda, y a los poceros
-de la Villa. Todos comen su bazofia sin comerse al propio tiempo la
-vergüenza, que es amarga como la hiel.» ¡Pobrecillo de mi alma! No
-puedo menos de considerarle, señor don Manuel, como un niño mañoso a
-quien hay que educar. Le haremos todo el bien posible, sin escatimar
-los azotes. Porque eso sí, mucha caridad, pero mucho rigor.
-
---Eso, eso; y si conseguimos su enmienda, habremos hecho una obra
-meritoria y grande --dijo suspirando el sacerdote, que si al principio
-sintió su poquito de resquemor ante la hermosa iniciativa de su
-discípula, no tardó en apropiarse las ideas de ella, con la mira de
-vigorizarlas y recobrar de este modo su magisterio.
-
---Y nadie me quita de la cabeza --prosiguió Halma-- que el corazón
-de Pepe es bueno, y que hay en él, aunque por muy escondido no se
-vea, materia abundante para obtener la verdadera virtud. De niño era
-un ángel. Somos de la misma edad, y juntos vivimos algún tiempo en
-Zaportela: su madre, mi tía Rudesinda, me quería locamente, y como yo
-era endeblilla y enfermucha, me llevaba consigo al campo para que me
-repusiera. Pepe Antonio y yo pasábamos largas temporadas hechos unos
-salvajes, corriendo por praderas y sembrados, declarando la guerra a
-los pobres grillos, y comiéndonos, no solo la fruta madura, sino la
-verde. Pues mire usted: yo era mucho más traviesa que Pepe Antonio,
-yo solía tener malicias, inocentes, eso sí, pero malicias, y él no,
-él parecía un santito en agraz, y no es que fuera hipócrita, no; era
-la bondad misma, la pureza y la abnegación. Un día, delante de mí,
-se quitó la camisita para dársela a un niño pobre. Todo lo daba, no
-era glotón, ni avaricioso, ni envidiosillo, como todos los chicos.
-Mis faltas las tomaba para sí, y se dejaba castigar para que no me
-castigaran. Luego, tomó camino tan diferente del mío, que estuvimos sin
-vernos muchísimo tiempo. Cuando volvimos a encontrarnos, ya era él un
-hombre, y hacía en Madrid una vida de vértigo y desorden. La orfandad,
-la miseria vergonzante corrompieron aquella alma buena, que parecía
-creada para el bien.
-
---¡Qué cabeza la mía, señora Condesa! --dijo don Manuel, que con un
-gesto renegaba de su flaca memoria--. ¿Pues no se me había olvidado
-darle la buena noticia?... Esos recuerdos infantiles de Zaportela me
-hacen recordar que el señor Marqués ha convenido conmigo en adjudicar a
-usted, no esa finca, sino otra mejor, el castillo de Pedralba, en esta
-provincia. ¡Tanto le dije, que...!
-
---¡Oh, qué dicha!... ¿Pero es cierto? ¡Pedralba nada menos! Tiene usted
-razón, mi hermano es la misma bondad, y yo no sé cómo agradecerle
-tantos beneficios. De niña, también viví en Pedralba: no puede usted
-figurarse el cariño que tengo a las viejas y carcomidas piedras del
-castillo, que de tal no tiene más que el nombre.
-
---Y la propiedad de esa finca sin duda facilita los proyectos de
-fundación... ¿No es eso, señora Condesa?
-
-Doña Catalina no contestó, y su meditación silenciosa llenó nuevamente
-de recelo el espíritu del buen sacerdote. La pregunta que antecede
-había sido formulada por Flórez con objeto de explorar el pensamiento
-de su noble amiga, el cual cada día se concentraba más, arrojando
-de súbito alguna claridad esplendorosa, que al propio tiempo que
-deslumbraba al buen maestro, le ponía en gran confusión. Tras largo
-silencio, la Condesa reanudó el diálogo diciendo:
-
---Quedamos en eso.
-
---En que... sí... en que Pedralba puede servir de base...
-
---No pensaba yo en Pedralba. Lo que digo es que usted no se opone a que
-vea yo a ese que llaman Nazarín.
-
---¡Ah!... sí... en efecto... Pues, sí, no hay inconveniente...
-
---¿Usted no se atreve a afirmar si es loco o santo?
-
---Al menos, hasta ahora...
-
---Pues yo quiero saberlo, me conviene saberlo con certeza.
-
---Espero llegar a la certidumbre con solo tratarle un poco; analizar
-sus ideas y someter a un examen prolijo sus acciones.
-
---Y aunque para mi convencimiento me baste el dictamen de usted, ¿será
-impropio, será impertinente que yo misma le vea y le hable, si no por
-otro motivo, por satisfacer una curiosidad que me inquieta?
-
---No creo improcedente que usted aprecie por si misma su estado
-cerebral --repuso el clérigo, midiendo bien las palabras--. Pero antes
-conviene que le examine yo, que hablemos despacio. Luego determinaremos
-en qué sitio y ocasión puede usted satisfacer su curiosidad.
-
---Perfectamente... Pero prontito, don Manuel.
-
---Mañana mismo le haré una visita en el hospital. Ea, es muy tarde, y
-usted va a comer, y yo a mi casa. Es de noche. Adiós, amiga mía, y a
-descansar. Descanse no solo el cuerpo sino el pensamiento, que harto
-trabaja en idear cosas grandes. Adiós... Hasta mañana.
-
-
-
-
-VI
-
-
-Retirose don Manuel bien embozadito en su luenga pañosa, porque
-apretaba el frío, y meditabundo y un poco descontento de sí, por el
-camino se decía: «Esta doña Catalina es el demonio... ¡qué barbaridad!
-Quiero decir que es un ángel, un ser extraordinario. Ya no me queda
-duda. Tiene mucho más talento que yo, sabe más que yo, y descubre cosas
-que nadie ve, que si al principio parecen disparates, bien examinadas
-resultan con toda la hermosura y toda la grandeza de Dios. Cada día
-sale con una novedad. ¡Y qué ideas, Dios mío! ¿Que me reservará para
-mañana?»
-
-Esto decía, sintiendo un poquitín la humillación del maestro que se ve
-convertido en educando. Pero como era tan buena persona, y no dejaba
-entrar nunca en su alma la ruin envidia, y además estimaba cordialmente
-a la Condesa, en vez de enojarse neciamente por el gradual desgaste de
-su autoridad, se apropiaba las ideas de la discípula, y haciéndolas
-suyas las presentaba de nuevo en forma metódica y sistemática, con lo
-cual creía resultar a los ojos de ella, y aun a los suyos propios,
-como el verdadero inspirador, siendo en verdad el inspirado. Hombre
-flexible, creado para las adaptaciones sociales, y para aplicar y
-defender la santa doctrina según el medio y las ocasiones en que le
-correspondía actuar; bastante sagaz para conocer lo bueno donde quiera
-que saliese, y bastante práctico para saber aprovecharlo, obraba como
-obran siempre los caracteres de su complexión y hechura, no poniéndose
-frente a ninguna fuerza que creen útil, sino dejándose llevar por dicha
-fuerza, con tanto estudio y picardía en la postura, que parezca que la
-dirigen y conducen.
-
-Metiose el buen clérigo en su casa pensando en la corrección de Urrea,
-y pues la señora confiaba en su ayuda para lograrla, hacía propósito de
-adelantarse a ella en el desarrollo de aquel pensamiento, de hacerlo
-suyo, agregándole pormenores que lo harían de seguro más eficaz. Pero
-lo que le desconcertaba era no saber qué nuevas invenciones sacaría
-de su inspirado caletre la Condesa, pues a lo mejor salía por donde
-menos se esperaba. Las iniciativas de él casi nunca cuajaban; las de
-ella venían con tal fuerza, que al punto conquistaban al maestro, y no
-había más remedio que seguirlas, componiéndolas y retocándolas después
-para conservar las preeminencias exteriores del poder gobernante. En
-suma, que si al principio Halma parecía una reina constitucional a la
-moderna, que reinaba y no gobernaba, poco a poco iba sacando los pies
-de las alforjas, y picando en absoluta soberana. Mas era tan buena,
-tan discreta y piadosa, que se arreglaba habilidosamente para dejar
-a su ministro las satisfacciones y aun la creencia de la iniciativa
-gubernamental.
-
---Bueno, Señor, bueno --decía don Manuel poniéndose ante su cena, tan
-frugal como bien condimentada--. Y esto de querer avistarse con el
-desdichado Nazarín, ¿para qué será? ¿Qué objeto lleva, qué ideas le
-mueven, qué planes acaricia? No lo entiendo. Pero allá veremos por
-dónde sale, y quiera Dios que sea por un registro fácil de entender, y
-más fácil de manejar.
-
-A la misma hora que el respetabilísimo Flórez cenaba, pero no aquel
-día, sino pasados dos o tres, José Antonio de Urrea comía con su primo
-Feramor en casa de los Duques de Monterones. Fácil es comprender de qué
-hablarían, al encontrarse solos en el salón, poco antes de la comida.
-
---No lo creo, aunque me lo jures --le decía el Marqués, sin poder
-contener la risa--. Tú estás soñando, Pepe, o quieres burlarte de mí.
-¿Y dices que te lanzaste a fijar tu petición en la fabulosa cantidad
-de...?
-
---Cinco mil duros. Y aún creo que me quedé corto. Entré en la mística
-celda decidido a plantear el negocio _sobre la base_ de los cuatro
-mil... Claro, las bromas o pesadas o no darlas... Y en el curso de la
-conferencia, viendo las buenas disposiciones de Halma, me arranqué
-a los cinco mil. Éxito completo. ¡Ah! bien puedo decir ahora que tu
-hermana es una santa; pero así como suena, ¡una santa!... todo lo
-contrario de ti, que eres el Sumo Pontífice del egoísmo. ¡Qué bondad,
-qué dulzura, qué penetración, qué talento sutil para comprender las
-circunstancias en que yo vivo! Sostengo que ella tiene más talento
-que tú, y que es mucho más práctica, sublimemente práctica. La
-indulgencia noble con que iba puntualizando mis miserias, mis acciones
-indecorosas, me llegó al alma, Paco, porque al propio tiempo que me
-reñía dulcemente por mi conducta, la disculpaba, atribuyéndola, más
-que a perversión moral, al inexorable despotismo de la necesidad, del
-hábito... ¡Oh, qué mujer, qué alma grande y hermosa! Cree que me hizo
-llorar... mi palabra que sí. Llegué a figurarme que era un chiquillo,
-que me regañaban por la travesura de romper un juguete de precio,
-prometiéndome comprarme otro. En fin, que el cielo se ha abierto al fin
-para mí, después de haber llamado a su puerta inútilmente tanto tiempo.
-Estoy salvado, Paco; tu hermana me salva... Creo en la Providencia, en
-Dios... Soy feliz, seré otro hombre, gracias a ella, a ese ángel con
-más talento que todos los Artales y Feramor de este siglo y de todos
-los pasados siglos, amén.
-
---Pues te doy mi enhorabuena --le dijo el Marqués con sorna--. ¿Ves
-como acerté, al indicarte...? Me daba el corazón que mi hermana se
-gastaría su dinero en la regeneración de los perdidos de la familia.
-Obra laudable, a fe.
-
---Si te burlas, peor para ti.
-
---No me burlo. Ahora, lo que importa es que tu honradez esté a la
-altura de la virtud de Catalina, so pena de que resulte una santidad no
-solo inútil, sino merecedora del manicomio antes que de los altares.
-
---No temas nada. En primer lugar, no me dan el dinero a mí, lo que en
-verdad no me importa. Mejor, mejor es así. No me lo dan; lo _dedican_
-a la grande y hermosa obra de remediar las penas del primer desdichado
-del mundo, y de socorrer la miseria más angustiosa y lacerante que
-alumbran el sol y la luna.
-
-Después de la comida, excitado el hombre por la nutrición abundante
-y la copiosa bebida, volvió a charlar con su primo mientras fumaban,
-y se enterneció al referir las bondades de Halma. Colmaba también de
-elogios a don Manuel Flórez, llamándole padre de los pobres, apóstol
-de gentiles, lumbrera de la caridad, y al fin, charla que te charla,
-por entre los entusiasmos del hombre extraviado, deseoso de redención,
-asomó el cinismo del aventurero arbitrista.
-
---Tengo además otro proyectillo. A ver qué te parece. Tu hermana
-adoraba a su marido, aquel pobre _besugo_ alemán, que vino aquí a que
-le matáramos el hambre. La memoria de Carlos Federico es su única
-pasión mundana, y su espíritu se alimenta de la idea del muerto, como
-planta que vive de lo que extraen las raíces. Hablando conmigo, se dejó
-decir que su mayor gusto sería transportar a España el cuerpo, que
-debe de estar incorrupto, de su esposo querido, para sepultarse ella
-con él, naturalmente, cuando se la lleve Dios... Pues bien; se me ha
-ocurrido proponerle la traída del difunto... Vamos, que le contrato
-la conducción de las cenizas preciosas por cinco mil duros, siendo de
-mi cuenta todos los gastos, embarque, transportes por ferrocarril,
-aduanas... porque las momias también pagan derechos. ¿Qué te parece?
-
---Que es una contrata como otra cualquiera. Redacta tu pliego de
-condiciones, estudia el asunto...
-
---Se pueden ganar un par de mil duros... palabra que sí. Me planto en
-Corfú, hago la exhumación, y me comprometo a traerlo decorosamente, con
-una cuadrilla de frailes franciscanos, que vengan cantando responsos
-por toda la travesía. Y me encargo de asegurar el féretro, de envasarlo
-convenientemente, y de hacer la entrega en el punto de España que ella
-designe. He de percibir a toca teja dos mil duros antes de partir para
-Corfú, y tres mil en el acto de entregar la santa reliquia.
-
---¡Pobre hermana mía! --exclamó el Marqués, viendo súbitamente las
-extravagancias de su primo bajo el aspecto serio y peligroso--. Esto le
-pasa por querer gobernarse sola, desconociendo su incapacidad. Ya verá,
-ya verá... José Antonio, te prevengo que si continúas inspirando a mi
-desgraciada hermana esas que no sé si son tonterías o locuras, tendré
-que intervenir como jefe de la familia.
-
-Dejole con la palabra en la boca, mascullando el cigarro. «Te desprecio
---murmuró Urrea viéndole partir--, egoistón, eterno inglés de la
-humanidad desvalida, usurero... Shylock disfrazado de aristócrata...»
-
-No tardó en circular en la tertulia de Monterones la noticia de la
-redención del perdido con los dineros y la piedad de Catalina de Halma,
-y los despiadados comentarios que sobre ello se hicieron, no solo
-herían a la noble señora, sino a su respetable maestro espiritual.
-
---Porque yo me explico todo --decía la Duquesa--; me explico
-las debilidades de mi pobre hermana, cuya cabeza se destornilló
-lastimosamente desde antes de casarse; me explico las audacias de
-Pepe Antonio; lo que no entiendo es que don Manuel autorice tales
-despropósitos.
-
-Consuelo Feramor, que no hacía buenas migas con su hermana política,
-y censuraba sin piedad su retraimiento, tachándolo de mojigatería y
-orgullo, llegó a decir a su marido:
-
---La culpa la tienes tú... y algo le toca al angelical don Manuel.
-¡Pues si fuera cierto lo que me dijeron hoy en casa de Cerdañola! No,
-no puede ser... Lo cuento como chiste. Pues que Catalina ha suplicado
-a Flórez que le traiga a Nazarín... Esto sería demasiado, ¿verdad?
-Pero qué sé yo... lo creo, me inclino a creerlo. Un entendimiento
-soliviantado que se dispara, ¿a qué tonterías, a qué extravagancias no
-llegará?
-
---Dejémosla disponer de su dinero como guste --dijo la de San
-Salomó, menos intransigente que sus amigas, sin duda por no ser de
-la familia--, y alabemos a Catalina de Halma, si nos da lo que a
-pedirle vamos. Y no hay que diferir nuestro sablazo, señoras mías.
-Podría suceder que llegáramos tarde, y encontráramos agotado el filón.
-Reunámonos mañana, plantémonos allá las tres, levantados en alto los
-terribles alfanjes de oro... y ¡zás!
-
-Consuelo Feramor, María Ignacia Monterones y la Marquesa de San Salomó
-eran al modo de presidentas, vicepresidentas o secretarias en estas o
-las otras Juntas benéficas señoriles que reúnen fondos, ya por medio de
-limosnas, ya con el señuelo de funciones teatrales, rifas y kermessas,
-para socorrer a los pobres de tal o cuál distrito, edificar capillas,
-o atender al inconmensurable montón de víctimas que los desatados
-elementos o nuestras desdichas públicas acumulan de continuo sobre
-la infeliz España. No hay que decir que las tres cayeron sobre la
-solitaria y triste viuda con el furor de piedad que desplegar solían en
-semejantes casos. Recibiólas Catalina con atento agasajo y finísimas
-demostraciones de amistad; pero con la misma urbanidad serena que
-empleó en las cortesanías, negoles el socorro que solicitaban. En
-redondo, en seco: que cada cual debía entenderse a solas para practicar
-la caridad.
-
-Salieron desconcertadas, confusas, rabiosas, y en el paroxismo de su
-ira, Consuelo dijo a su marido:
-
---Si no fuera ella quien es, y nosotros quien somos, creería yo que la
-residencia natural de tu hermana era un santo manicomio.
-
-
-
-
-VII
-
-
-Feramor las calmaba, haciéndoles ver cuánta impertinencia revelaba
-su enojo, pues cada cual es dueño de hacer el bien, si lo hace, en
-la forma que más le acomode. Con su claro talento, su fácil palabra,
-mitad en serio, mitad en broma, logró poner las cosas en su punto,
-demostrando que si Catalina, por su exagerado individualismo y la
-salvaje independencia que iba descubriendo, podía merecer censura, no
-merecía execración, ni menos ser condenada a perpetuo encierro en una
-casa de orates. Pero si Feramor lograba calmar los ánimos, creando una
-situación de relativa tolerancia, muy del gusto y del género inglés,
-no así don Manuel Flórez, el cual, cuando cayeron sobre él furibundas
-las tres damas, pidiéndole explicaciones de la increíble conducta de
-la Condesa, no sabía qué contestar, ni por dónde salir: tales eran su
-confusión y azoramiento. En los días siguientes le traían loco, con
-preguntas, comentarios y mortificantes indagatorias.
-
---Pero dígame, don Manuel, ¿lo de la corrección de José Antonio, fue
-idea de usted?
-
---De ella..., mía no... La que no comprenda que es una idea
-hermosísima, que no cuente conmigo para nada.
-
---Hermosísima, y sobre todo práctica.
-
---Hemos de ver eso. La silba que se llevará don Manuel, si la
-corrección fracasa, se ha de oír en Pekín.
-
---Y sepamos otra cosa: ¿es también de usted el pensamiento de traer a
-Nazarín?
-
---Sí señora, mío es --dijo valientemente y tragando saliva el buen
-sacerdote, decidido a corroborar siempre las ideas de doña Catalina
-para no perder su autoridad--. Si no comprenden la delicadeza, el noble
-fin que encierra, peor para ustedes.
-
---Pues mire usted, no lo comprendemos, y yo lo declaro, aunque usted
-nos tenga por... indoctas. Somos muy bárbaras, queridísimo don Manuel.
-
---¿Pero es cierto que traerán a casa a ese pobre demente?... o
-criminal... vaya usted a saber --dijo Consuelo escandalizada.
-
---¡Oh! yo voto porque venga --manifestó la de San Salomó, y las mismas
-demostraciones hizo la Duquesa--. Yo rabio por ver al famoso mendigo y
-apóstol Nazarín.
-
---Sí, que le traigan. Y que avisen con tiempo para invitar a todas
-nuestras amigas.
-
---Y veremos también a Beatriz, la mística mostolense, de quien decía un
-periódico que era una especie de Eloísa sin Abelardo.
-
---El Abelardo es Nazarín... Y que venga también Ándara. Queremos ver
-toda la tribu. Sí, don Manuel, que vengan todos.
-
---Como no se trata de satisfacer una insana curiosidad, no les verán
-ustedes.
-
---Pues nos oponemos a que entren en casa.
-
---No, no. Lo que haremos es reconocer y proclamar el delicado
-pensamiento de Catalina, si los traen y nos permiten verles y hablar
-con ellos... Pero que conste: ha de venir también Ándara. Ese tipo de
-travesura procaz y temeridad heroica, me interesa extraordinariamente.
-
---Hablaremos con ellos, nos explicarán su doctrina.
-
---Les daremos una merienda.
-
---Ea, basta --dijo Flórez incomodándose--. No vendrán. Las mujeres
-nazaristas, no se ha pensado en traerlas. Él, el desdichado sacerdote
-melancólico y errabundo, no vendrá tampoco, sencillamente porque no
-quiere venir.
-
---¡Ah! nuestro gozo en un pozo.
-
---Entonces, irá Catalina a verles al hospital. Me parece muy
-inconveniente.
-
---Me parece una necedad formidable.
-
---Menos pareceres y más juicio, señoras mías. Lo que disponga _este
-cura_ en asuntos para los cuales no debe faltarle competencia, al menos
-por su edad, ya que no por su saber, no debe ser discutido ni menos
-ridiculizado por mis buenas amigas, alguna de las cuales (lo decía por
-la de Monterones) recibió de estas manos el agua del bautismo. Conque
-no digo más por hoy.
-
-Con esta admonición, en que advirtieron las tres damas un marcado
-acento de severidad y amargura, cosa muy rara en don Manuel, que era un
-almíbar en el trato social, especialmente con señoras, se reprimieron,
-dando a sus críticas un tono puramente amistoso. Pasaron algunos
-días, en los cuales no tuvo Flórez ocasión de sacar las disciplinas;
-pero al ser puesto en práctica el plan de corrección del pobre Urrea,
-las hablillas recrudecieron. ¡Santo Cristo! Cuando se corrió la voz
-de que _le ponían casa_ a José Antonio, de que doña Catalina le
-cuidaba la ropa, y don Manuel andaba por todo Madrid a la husma de
-los usureros que desollaban vivo al primo de Feramor, levantose un
-tumulto tan imponente, que el bueno de Flórez tuvo que plantarse.
-Todo lo consentía, menos que su autoridad fuese puesta en solfa. Que
-se hicieran comentarios más o menos discretos de sus acciones, no le
-importaba; pero que sus acciones se desfiguraran maliciosamente, no
-podía quedar sin correctivo. Fue, ¿y qué hizo? Convocó a las tres
-damas que eran cabeza de motín, y les echó un sermón por todo lo
-serio, dejándolas, si no convencidas, calladas, y con pocas ganas
-de meterse en vidas ajenas. Retirose el buen limosnero a su casa,
-fatigado de aquellas luchas a que la genial iniciativa de la Condesa
-le comprometía, rompiendo la placidez fácil de su religioso gobierno,
-y al introducirse en la cama, después de sus rezos, o entreverando el
-rezo con la meditación profana, se decía: «¡Cuánto mejor que esta buena
-señora siguiera los caminos ya hechos y despejados, en vez de empeñarse
-en abrirlos nuevos, desbrozando la trocha salvaje! ¡Cuánto más cómodo
-para todos que acatara _lo establecido_, y se echara en brazos de los
-que ya tienen perfectamente organizados los servicios de caridad, las
-Juntas de damas, las archicofradías, las hermandades, mis colectas para
-escuelas, mis...! ¡Cuánto mejor abrazarse _a lo establecido_, Señor,
-que...!»
-
-A pesar de los pesares, don Manuel dormía como un bendito. No así José
-Antonio, que en la casa frontera (calle del Olivar) se pasaba las
-noches en claro, por causa de la exaltación de su felicidad, pues
-la onda venturosa, cuando viene con fuerza, se parece a la onda del
-infortunio en que quita el sueño y aun el apetito. Tan grande novedad
-era para él ver definitivamente resuelto el problema alimenticio, no
-vivir mañana y tarde discurriendo en qué rama posarse para comer, que
-el mismo asombro de su dicha le tenía como en ascuas, receloso de su
-destino. ¡Le parecía tan inverosímil ser amo de su casa, es decir,
-estar en seguras paces con el casero, ver un principio de arreglo en
-las cosas necesarias para vivir; tener en su comedor loza modesta, pero
-loza al fin, en vez de los dos o tres platos rotos que eran su único
-ajuar; encontrarse los armarios surtidos de ropa blanca, que la misma
-Catalina con solícita mano materna había puesto allí! Todo esto era
-como un sueño, como un pasaje fantástico de las _Mil y una noches_.
-Temía despertar, y que tantos bienes desaparecieran en un restregar de
-ojos, volviéndole a la tristísima realidad de su vida anterior. Y para
-colmo de ventura, podría consagrarse seriamente a un trabajo fácil y
-muy de su gusto, la zincografía, pues ya le iban a disponer local y
-aparatos a propósito. ¡Qué dicha, qué gloria, qué divina lotería! ¿Con
-qué lengua, con qué voces bendeciría a su celestial Providencia, la
-santa y amorosa Halma?
-
-Su nueva vida apartó al parásito de los sitios que ordinariamente
-frecuentaba, sin dejar de concurrir alguna noche a las casas de
-sus parientes. Y, al conocer allí los comentarios zumbones que del
-nobilísimo acto de su prima se hacían, perdió el hombre los estribos,
-cruzó palabras agrias con el Duque de Monterones y con dos o tres
-sujetos más, cuyas esposas o hermanas se habían permitido ridiculizar
-a la Condesa, y seguramente, si él fuera otro y en más le estimaran,
-de sus destempladas expresiones hubiera resultado algún lance. Feramor
-le calmaba, pues sus principios de buena educación repugnaban aquella
-forma violenta, y hasta cierto punto española, de tratar asunto tan
-delicado. Cuanto menos se hablara de ello, mejor. Pero Urrea estimaba
-el silencio como una complicidad cobarde con los murmuradores, y
-quería, por el contrario, hablar hasta que le oyeran los sordos,
-proclamar a gritos, no solo la inmaculada virtud de Catalina, sino su
-talento, y la superioridad de sus ideas, que aquel vulgo elegante y
-corrompido no podría comprender nunca. Feramor le dijo con gravedad:
-
---La forma, mi querido José Antonio, es cosa de suma importancia en
-la vida social, y no es posible desconocer su valor positivo, sin
-exponerse a gravísimos males. Todo se puede hacer haciéndolo bien; nada
-es factible con malas formas.
-
-Retirose Urrea maldiciendo a su primo, a quien llamaba _el hombre de
-cartulina Bristol_, y a la mañana siguiente muy temprano se fue a ver
-a la Condesa, hacia la cual una atracción invencible le arrastraba
-en cuerpo y alma. El agradecimiento vivísimo se transformaba en una
-adhesión caballeresca, en un cariño fraternal o filial, que así debe
-llamársele para expresar bien su pureza, en el deseo de serle útil, y
-prestarle algún servicio proporcionado a la inmensidad del bien que de
-la ilustre señora había recibido. Pero siempre que a ella se acercaba,
-sentíase agobiado de tristeza, porque su conciencia le acusaba de
-agravios inferidos anteriormente a la generosa viuda, y aquel día hizo
-propósito firme de descargar su alma de aquel peso, confesando a su
-bienhechora los pecados que contra ella había cometido. Encontróla
-dobladillando, con la ayuda de su criada Prudencia, las sábanas y ropa
-de comedor que faltaban para completar el ajuar del perdis redimido.
-Retirose Prudencia, y prima y primo hablaron lo que sigue:
-
-
-
-
-VIII
-
-
---Halma, de hoy no pasa que yo tenga contigo una explicación. Mi
-conciencia me lo pide, me lo exige. Gracias a ti, no solo tengo casa y
-cama en que dormir, y platos en que comer, sino conciencia. Esta me
-abruma: siempre que vengo, me digo: «De esta vez, se lo confieso.» Y
-siempre me falta valor. Pero lo que es hoy, querida prima, hoy, o canto
-o reviento.
-
---¿Pero qué es eso, José Antonio, has hecho alguna cosa inconveniente?
-
---No, no: no temas que yo falte a lo tratado. Mi corrección es tan
-cierta como que ahora vivimos tú y yo. Trátase de pecadillos antiguos,
-que no tienen en sí mucha gravedad, quiero decir, sí la tienen por ser
-contra ti. Cualquier falta cometida contra ti es gravísima. Yo quiero
-confesarlos hoy... Verás...
-
---Pero, hijo, vale más que se lo cuentes a un confesor. Por mí, tus
-pecadillos están perdonados. Falta que Dios te los perdone.
-
---Yo no tengo que buscar más perdón que el tuyo.
-
---Eso... casi casi es una irreverencia.
-
---Tú eres mi confesor, mi altar; tú eres mi santa, mi Virgen Santísima,
-mi...
-
---Calla, y no digas más desatinos. Pareces un chiquillo.
-
---Lo soy. Tú me has vuelto a la infancia, a la inocencia, a la edad
-aquella venturosa en que correteábamos los dos por los andurriales de
-Zaportela. Soy y quiero ser un niño, y como niño, a ti, que eres como
-mi madre, te confieso mis horribles pecados. Atiende. Lo primero...
-cuando tu hermano me sugirió la idea de pedirte socorro, yo no tenía
-más objeto que darte lo que llamamos un sablazo, ni más intención que
-emplear tu dinero en pagar algunas deudas apremiantes, quizás en probar
-fortuna al juego para sacar cantidad mayor. Pues cuando tu hermano me
-lo indicó, yo dije que tú estabas loca. ¡Ya ves qué insolencia!
-
---¿Y no es más que eso? --dijo Catalina riendo, y rasgando a tirón un
-gran pedazo de lienzo, de modo que su risa y el estridor de la tela se
-confundían--. Pues con muchas abominaciones como esa, tu rinconcito en
-el Infierno no hay quien te lo quite.
-
---Es más, es mucho más --añadió Urrea suspirando fuerte--. Dije también
-que tú eras tonta.
-
---¡Bah, bah!
-
---¡Llamarte tonta a ti, que eres la misma inteligencia...! El tonto
-es él, tu hermano, con la tiesura planchada de su alma inglesa, él,
-incapaz de nada grande, ni de un rasgo de sensibilidad...
-
---Eh... caballero; está usted pecando en el mismo confesonario. Por
-un lado se sincera, y por otro se carga con nuevas culpas, haciendo
-juicios temerarios.
-
---Pues no digo nada de tu hermano. Sabrás que también hablé pestes del
-bonísimo don Manuel, y le llamé _congrio_, y...
-
---Ja, ja... de seguro que te lo perdonará si lo sabe.
-
---Y después, una noche que comí en casa de Monterones, hablamos
-tu hermano y yo. Siempre que estoy a su lado, me siento con malos
-instintos, no puedo resistir las ganas de chafar su pulcra educación
-inglesa, como la felpa planchada y lisa de los sombreros de copa. Me
-gusta cepillarla a contrapelo, expresar conceptos que le contraríen
-y le hieran. Pues con esa intención, y sin ánimo de ofenderte, dije
-que yo pensaba contratar contigo, en cinco mil duros, la conducción a
-España de las cenizas de tu querido esposo, y añadí mil tonterías... Te
-advierto, en descargo mío, que había bebido más de la cuenta... Lo peor
-fue que no hablé del pobre Carlos Federico con el respeto que merece su
-memoria. Mi palabra que no.
-
---Eso es un poquito más grave --dijo Halma con severidad, fijos los
-ojos en su costura--; pero te lo perdono también, puesto que declaras
-que no sabías lo que hablabas, y que no tenías intención de agraviarme.
-¿Qué más?
-
---Por ahora nada más. ¿Te parece poco? Me quedo muy tranquilo,
-después de habértelo confesado. Y ahora vamos a otra cosa. ¿Sabes que
-tu hermana y tu cuñadita, y todo el enjambre de amigas te critican
-acerbamente, por no haber correspondido a sus cuestaciones como ellas
-esperaban, y que además te ponen en solfa a ti y a don Manuel por lo
-que estáis haciendo por mí?
-
---¿Y qué? No me afano por eso. Les perdono cuanto digan de mi, ya sea
-impertinencia sin malicia, ya malicia verdadera.
-
---No se detienen en la línea del chiste más o menos discreto, sino que
-la traspasan, llegando a ofenderte con apreciaciones calumniosas. La de
-San Salomó dice que eres una hipócrita, y que las visitas que me has
-hecho estas mañanas para arreglarme el cuarto, no pertenecen al orden
-de la beneficencia domiciliaria.
-
---Todo eso es para mí --dijo la viuda con augusta serenidad--, lo mismo
-que el ruido del viento entre las tejas de la casa... Dios conoce
-mi interior, y ante Él expongo mi conciencia como realmente es. Los
-juicios de los hombres para mí no existen.
-
---¡Oh, yo no tengo esa virtud! ¡Claro, cómo he de tener esa que es tan
-difícil, si otras muy fáciles no las puedo tener! Lo que yo siento
-es furor de venganza al oír tales infamias. Sería feliz si pudiera
-retorcerle el pescuezo a la bribona que tal piensa y dice.
-
---¡Oh, por Dios, Pepe, no sigas por ese camino, si no quieres
-lastimarme, y perder en absoluto mi estimación!
-
---Anoche tuve dos o tres agarradas en las casas de Monterones y de
-Cerdañola por defenderte, porque para mí no hay mayor gloria que poner
-tu nombre y tus actos por encima de cuanto hay en el mundo. Yo me
-pelearía con todo el que no te confesase como la virtud más grande y
-pura que conocen Madrid y España entera; y haría morder el polvo al que
-pusiese en duda tu santidad, tu honestidad, tu entendimiento soberano.
-
---¡Jesús, cállate por Dios, y no disparates más, primo! ¿Estás loco?
-
---Y si te conviene probarlo, dime quién te ha ofendido en tu dignidad,
-en tu honor, o siquiera en tu amor propio, para aplastarle contra el
-suelo como un reptil, Catalina, para hacerle polvo...
-
-Decía esto en pie, accionando con calor y énfasis de personaje heroico.
-Su prima, después de romper un hilo con los dientes, mirándole
-asustada, le calmó con una franca y placentera sonrisa.
-
---Dije que eras un niño, y ahora lo pareces más que nunca. Nadie me
-ha ofendido en mi dignidad ni en mi honor; pero aunque alguien me
-ofendiera, no consentiría yo que tú hicieses por mí el paladín en
-esa forma criminal y anticristiana. Estoy pasmada de tu falta de
-cristianismo. ¿Pero de dónde sales tú, desdichado? ¿En qué mundo de
-soberbia y de errores has vivido? Primo mío, si quieres que yo te
-proteja y mire por ti hasta hacerte persona regular, no me traigas
-acá bravatas caballerescas. ¡Matar! ¿Crees tú que puedo yo estimar a
-quien hiera a su semejante por un dicho, por una opinión, ni aun por un
-hecho ofensivo? No, José Antonio, eso conmigo no te vale. Ahoga esos
-sentimientos de crueldad, de venganza, y de desprecio de las leyes
-divinas. Si no, no te quiero, no podré quererte, no serás nunca el niño
-bueno, con el cual quiero hacer un hombre... mejor.
-
-Desbordábanse en el alma de Urrea la gratitud y el afecto filial, y
-reconociendo que Halma hablaba conforme a sus cristianos sentimientos,
-replicó manifestando su incondicional sumisión a cuanto la dama pensara
-y resolviera. Despidiose, porque tenía que ver y escoger aquel mismo
-día unos aparatos para su industria, y preguntando a su protectora si
-debía volver por la tarde, díjole ella que no solo se lo permitía, sino
-que le rogaba que volviese después de comer.
-
-A poco de salir Urrea entró don Manuel Flórez, el cual, después de
-informar a la soberana de los pasos dados para recoger cuentecillas y
-pagarés del primo pobre, le dijo que había visto a Nazarín; pero que
-aún no podía formar juicio definitivo de aquel hombre sin semejante.
-Por cierto que el Marqués, con quien hablado había del propio asunto
-(y esto se lo dijo Flórez a la Condesa en la forma más delicada), no
-encontraba pertinente que el infeliz sacerdote manchego fuese llevado
-a su casa, porque siendo el tal, en aquellos días, objeto de las
-indagaciones informativas de los noticieros de la prensa, si estos se
-enteraban de que había sido conducido a la casa de Feramor, armarían
-un alboroto que a él no le gustaba. Por respeto de su casa, por
-consideración al mismo apóstol vagabundo, a quien él sabía respetar
-también, no era procedente, no era correcto, no era oportuno..., pues...
-
---Mi hermano tiene razón --dijo Halma, anticipándose al consejo de su
-canciller--. No es conveniente, mientras no se calme el rebullicio del
-público. Desista usted, pues, por ahora...
-
---No, si ya he desistido --replicó don Manuel, queriendo hacer constar
-su iniciativa.
-
-Y sin hablar cosa de más provecho, se retiró. Después de anochecido,
-cuando la viuda acababa de comer, entró José Antonio, y movido de
-nerviosa impaciencia, no aguardó mucho tiempo para decirle:
-
---Vengo furioso, querida prima. ¿Sabes que abajo hacen mil catálogos,
-y se permiten indicaciones ridículamente maliciosas...? Aciértame por
-qué... Dicen que anoche saliste con tu criada a eso de las nueve, y
-que no volviste hasta muy tarde. Están locas. Es mucho cuento que no
-puedas tú salir y entrar cuando gustes. Y puesto que a esa hora no hay
-novenas, ni sermón, ni Cuarenta Horas, ni costumbre de pasear, ni tú
-frecuentas los teatros, aquí tienes a tres señoras de alta alcurnia
-devanándose los sesos por averiguar a qué sitio, que no sea iglesia, ni
-paseo, ni teatro, puede ir una dama virtuosa entre nueve y diez de la
-noche.
-
---Déjalas que digan lo que quieran. Con eso se entretienen las pobres.
-En medio de su frivolidad, y del tumulto que las rodea, ¡se aburren
-tanto!... Pues sí, anoche salimos. ¿Sabes a qué hora regresamos? Ya
-habían dado las once.
-
-Y volviéndose a su criada, que recogía la costura, le dijo:
-
---Prudencia, no recojas. Esta noche te quedas aquí cosiendo. Mi primo
-me acompañará.
-
---¿Sales también esta noche? --le dijo el de Urrea estupefacto.
-
---Sí, y te llevo de rodrigón, por si tuviera algún mal encuentro. ¿Por
-qué pones esa cara? Prudencia, mi abrigo, mi mantilla.
-
-En un momento se dispuso para salir. Cogiendo un lío de ropa, bien
-envuelta dentro de un pañuelo prendido con alfileres, lo entregó a
-su primo, y sin tomarle el brazo, bajaron y salieron a la calle. A
-excepción del portero, nadie les vio salir.
-
---Aunque no es muy lejos --dijo Catalina guiando hacia Puerta
-Cerrada--, como los pisos están malísimos, tomaremos un coche, si te
-parece.
-
-Así lo hicieron, y la Condesa dio las señas: San Blas, 3.
-
---¿Sabes a quién vi cuando pasábamos frente a San Justo? --le dijo
-Urrea, no bien empezó a rodar el pesetero--. Pues a Perico Morla. Sin
-duda iba a tu casa. Se paró para mirarnos. Ese llevará el cuento a
-Consuelo.
-
---Déjale que lleve todos los cuentos que quiera.
-
---Y de seguro ha venido en acecho hasta Puerta Cerrada, y nos ha visto
-entrar en el simón. Verás qué pronto da la noticia, que será la novedad
-de esta noche.
-
---Bien. ¿A ti te importa algo?
-
---¿A mí? Absolutamente nada. Palabra...
-
---Pues a mí tampoco...
-
---Lo que más me ha inquietado al ver a Morla, dejándome muy mal sabor
-de boca, es que... ¿Quieres que te lo diga?
-
---Sí, hombre, dímelo.
-
---Pues que le debo doce duros. Ya se me había olvidado...
-
---¡Ah! pues recuérdamelo mañana para mandárselos, es decir, para que se
-los mandes tú.
-
-No tardaron en llegar al término de su viaje, que era una casa de
-apariencia bastante mediana, con estrecho portal y una escalera sucia,
-desquiciada y bulliciosa. Desde los descansos veíase un patio de
-corredores, y en estos, arriba y abajo, multitud de puertas entornadas,
-por las cuales salía ruido de voces, claridad y tufo de petróleo,
-olores de cenas pobres. Subieron Catalina y su acompañante al tercero,
-y cuando se aproximaban a la puerta, Urrea lanzó una exclamación,
-diciendo:
-
---¡Ah! ya sé a dónde vamos, prima. Desde que entré por el portal, me
-pareció reconocer la casa. Pero no caía; ¡qué confusión! no daba en lo
-cierto. Ya sé, ya sé. Como que aquí estuve yo la semana pasada con los
-periodistas. Aquí vive Beatriz, la discípula de Nazarín.
-
---Es verdad. Llama.
-
-
-
-
-TERCERA PARTE
-
-
-
-
-I
-
-
-Si don Manuel Flórez inició sus visitas al místico vagabundo, don
-Nazario Zaharín, por complacer a su señora y soberana, la Condesa de
-Halma-Lautenberg, pronto hubo de repetirlas por cuenta y satisfacción
-de sí mismo, porque, la verdad sea dicha, el misterioso apóstol árabe
-manchego le encantaba, y cuanto más le veía, más quería verle y gozar
-de su sencillez hermosa, de la serenidad de su espíritu, expresada con
-palabra fácil y concisa. Y cada vez salía el buen presbítero social más
-confuso, porque la persona del asendereado clérigo se iba creciendo a
-sus ojos, y al fin en tales proporciones le veía, que no acertaba a
-formular un juicio terminante. «Yo no sé si es santo, pero lo que es
-a pureza de conciencia no le gana nadie. Desde luego le declararía yo
-digno de canonización, si su conducta al lanzarse a correr aventuras
-por los caminos no me ofreciera un punto negro, la rebeldía al
-superior... De todo lo cual voy coligiendo que en este hombre bendito
-existen confundidas y amalgamadas las dos naturalezas, el santo y el
-loco, sin que sea fácil separar una de otra, ni marcar entre las dos
-una línea divisoria. Es singular ese hombre, y en mis largos años no
-he visto un caso igual, ni siquiera que remotamente se le asemeje. He
-conocido sacerdotes ejemplarísimos, seglares de gran virtud; sin ir más
-lejos, yo mismo, que bien puedo, acá para mí, sin modestia, ofrecerme
-como ejemplo de clérigos intachables... Pero ni los que he conocido, ni
-yo mismo, salimos de ciertos límites... ¿Por qué será, Dios Poderoso?
-¿Será porque este maniobra en libertad, y nosotros vivimos atados por
-mil lazos que comprimen nuestras ideas y nuestros actos, no dejándolas
-pasar de las dimensiones establecidas? No sé, no sé...» Y con este _no
-sé_, _no sé_, Flórez expresaba la turbación y las dudas de su espíritu.
-
-Por aquellos días acreció el tumulto periodístico, por estar próximo
-a sentenciarse el proceso en que metidos andaban don Nazario y
-Ándara, y menudeaban las interrogaciones, que llaman _interviews_;
-los _reporters_ no dejaban en paz a ninguna de las celebridades de
-la ruidosa causa, y al paso que estimulaban con picantes relaciones
-la curiosidad del público, se desvivían por darle pasto abundante un
-día y otro, rebuscando incidentes en la vida privada de los héroes
-de aquel drama o comedia. Echábase Flórez al cuerpo la escalera que
-conduce a los pisos altos del Hospital, cuando sintió tras sí voces
-alegres, y dos jóvenes que con paso vivo subían de dos en dos peldaños
-le alcanzaron antes de llegar al tercero.
-
---Señor don Manuel, aunque usted no quiera... ¿Cómo va ese valor?
-
---No tan bien como ustedes... --contestó el sacerdote parándose, más
-para tomar aliento que para contestar al saludo. Y después de mirarles
-fijamente y de reconocerles, añadió con severidad--: ¿Con que otra
-vez aquí los señores periodistas?... ¡Pero, hombre, no han mareado ya
-bastante a ese pobre señor! Francamente, me parece el delirio de la
-publicidad.
-
---Qué quiere usted, don Manuel. La fiera nos pide más carne, más
-noticias, y no hay otro remedio que dárselas --dijo el primero de los
-dos, vivaracho y simpático.
-
---Agotado tenemos ya el filón --indicó el segundo--; pero como es
-forzoso servir al público diariamente, ayer le di yo reseña exacta de
-lo que come Nazarín, y una interesante noticia de los malos partos que
-tuvo su madre.
-
---Pero, hijos míos --dijo Flórez con más bondad que enojo--, vuestra
-información nos va a volver locos a todos. Habéis dicho mil cosas
-inconvenientes, otras que no le importan a nadie. Yo no sé cómo estos
-pobrecitos presos aguantan vuestro fuego graneado de preguntas, y no os
-mandan a paseo cien veces al día.
-
---Servimos al público.
-
---¿Pero no sería mejor que le sirvierais dirigiéndole, que dejándoos
-arrastrar por su novelería caprichosa y malsana?
-
---¡Ah, don Manuel! No somos nosotros, pobres _reporters_, los que
-encendemos la hoguera. Nos mandan llevar cuanto combustible se
-encuentra; troncos bien secos si los hay; si no, leña verde, para que
-estalle, y hasta paja, si no encontramos otra cosa.
-
---Bueno, señor, bueno.
-
---Pues ayer, mi querido don Manuel --dijo el vivaracho, mostrando un
-periódico--, me sacó usted de un gran apuro. No sabiendo qué escribir,
-me metí con usted. Vea, vea lo que le digo: «Le visita diariamente el
-venerable sacerdote don Manuel Flórez, que sostiene con el procesado
-empeñadas controversias sobre puntos sutilísimos de teología y de alta
-moral...»
-
---¡Jesús!... ¡Mayor mentira! ¡Pero si no hemos hablado nada de
-teología, ni...! Y además, ya os he dicho que no teníais que mentarme
-a mí para nada. Yo vengo aquí a cumplir mis deberes cristianos de
-consolar al triste, y dar un buen consejo al que lo ha menester.
-
---Es usted un santo, don Manuel. ¡Pues menudo bombito le doy aquí, más
-abajo! Vea...
-
---Ninguna falta me hacen a mí vuestros bombitos, y os agradecería mucho
-que no sacarais mi nombre en esta contradanza informativa.
-
---Déjeme que se lo lea. Digo: «Aquel venerable y ejemplar sacerdote,
-que es el primero en acudir, allí donde hay miserias que socorrer, y
-grandes amarguras que mitigar con el inefable consuelo de la piedad
-cristiana; aquel varón respetabilísimo, cuya modestia corre parejas
-con su virtud, cuya actividad en servicio de los grandes ideales
-religiosos...»
-
---Basta, basta... No quiero oír más.
-
-Llegaron al corredor alto que da vuelta al inmenso patio, y el
-vivaracho se adelantó diciendo:
-
---Me temo que hoy tenga el apóstol mucha gente, y que no podamos
-hablarle.
-
---Pero si esto es un escándalo --dijo don Manuel--. Aquí viene, en
-busca de satisfacciones de la curiosidad, un público no menos numeroso
-que el que va a los teatros y a las carreras de caballos. Al pobre
-Nazarín le volverían loco si ya no lo estuviera, y como es hombre que
-no sabe negarse a nadie, ni ser descortés y altanero, que casos hay en
-que la descortesía y un poquitín de soberbia no están de más, resulta
-que los que venimos a consolarle y a poner algún concierto en sus
-ideas, no podemos realizar este fin.
-
-Arrimáronse a una ventana el sacerdote y el segundo periodista, a
-echar un cigarrillo, mientras el primero entraba en la celda de
-Nazarín. Flórez sacó sus tenacillas de plata, pues no fumaba sin este
-adminículo, y el otro, al darle lumbre, le habló así:
-
---Dígame, señor de Flórez, ¿usted qué opina del resultado del proceso?
-¿Cree usted que el tribunal verá en este hombre un criminal?
-
---Hijo, no sé. Poco entiendo de Jurisprudencia criminal.
-
---Pues ayer en el Congreso --prosiguió el otro con gravedad--, me dijo
-a mí mismo don Antonio Cánovas del Castillo... Palabras textuales:
-«Condenar a Nazarín sería la mayor de las iniquidades.»
-
---Lo mismo creo.
-
---Pero los pareceres están divididos, aunque la mayoría de la opinión
-es favorable a la inculpabilidad del apóstol. Yo le digo a usted la
-verdad. A mí me tiene medio conquistado. A poco más, voy a la redacción
-descalzo, abandono la casa de huéspedes, y me paso la noche en el hueco
-de una puerta... Nada, que me seduce ese hombre, que me atrae.
-
---Su humildad llevada al extremo, su conformidad absoluta con la
-desgracia --afirmó el sacerdote pensativo, mirando al suelo, y quitando
-la ceniza del cigarro con el dedo meñique--, son, hay que reconocerlo,
-una fuerza colosal para el proselitismo. Todos los que padecen sentirán
-la formidable atracción.
-
---Pues no hay tanta gente como yo creía --dijo el otro _chico de
-la prensa_ volviendo presuroso--. Está un actor..., no me acuerdo
-de su nombre... que quiere estudiar el tipo del Cristo para las
-representaciones de la _Pasión y Muerte_, en no sé qué teatro. También
-tenemos ahí a los pintores Sorolla y Moreno Carbonero, que quieren
-hacer una cabeza de estudio, y José Antonio de Urrea, que pretende
-volver a fotografiarle.
-
---Pues ya le cayó que hacer al pobre don Nazario --dijo Flórez
-mohíno--. Entraremos dentro de un ratito, y procuraremos despejar la
-celda. Y ustedes, caballeritos, ¿se largarán pronto?
-
---¡Oh, sí! tenemos que ver a Ándara. ¿Viene usted, señor don Manuel? Le
-llevamos en coche.
-
---Gracias.
-
---Pues Ándara es deliciosa: más fea que una noche de truenos; pero con
-un talento para las réplicas, y una viveza, y una energía de carácter,
-que le dejan a uno pasmado.
-
---Y una fe en Nazarín que vale cualquier cosa. Si la ponen en una
-parrilla para que reniegue de su maestro, morirá tostada, escupiendo
-sangre a sus verdugos y proclamando a Nazarín, como ella dice, el
-_preferente_ de todos los santos de la tierra y del cielo, ¡caraifa!
-
-Llegaron otros dos del oficio, y saludando cortésmente al buen
-eclesiástico, formaron todos corrillo junto a un ventanón de la galería.
-
---Parece esto la antesala de un ministro --dijo uno de los que acababan
-de llegar, llamado Zárate, hombre muy leído, según general opinión,
-quiere decirse, que leía mucho.
-
---O de un soberano del antiguo régimen. Aquí estamos aguardando que
-salga la tanda que está dentro.
-
---Pero falta un chambelán que ponga orden en estas audiencias.
-
---Pues hoy --dijo Zárate echándose hacia atrás el sombrero--, no me
-voy sin interrogarle sobre las concomitancias que veo entre el ideal
-nazarista...
-
---¿Y qué?
-
---Y el misticismo ruso.
-
---¡Hombre, por Dios!
-
---Yo veo un parentesco estrecho, una filiación directa entre aquellas
-y estas florescencias espiritualistas, que no son más que una
-manifestación más de la soberbia humana.
-
-
-
-
-II
-
-
---Pues ayer --manifestó el vivaracho--, le interrogué yo sobre
-eso del _rusismo_. Se mostró sorprendido, y me dijo que sus actos
-son la expresión de sus ideas, y estas le vienen de Dios; que no
-conoce la literatura rusa más que de oídas, y que siendo una la
-humanidad, los sentimientos humanos no están demarcados dentro de
-secciones geográficas, por medio de líneas que se llaman fronteras.
-Aseguró después que para él las ideas de nacionalidad, de raza, son
-secundarias, como lo es esa ampliación del sentimiento del hogar
-que llamamos patriotismo. Todo eso lo tiene nuestro don Nazario por
-caprichoso y convencional. Él no mira más que a lo fundamental, por
-donde viene a encontrar naturalísimo que en Oriente y Occidente haya
-almas que sientan lo mismo, y plumas que escriban cosas semejantes.
-
---Si es lo que yo digo --indicó el que había entrado con Zárate--.
-Ese es un tío muy largo, pero muy largo... No hay quien me apee de
-la opinión que formé de él el primer día. Estamos aquí haciéndole la
-corte al patriarca de los tumbones, y popularizando al Mesías de la
-gorronería... ¡Oh! convengamos en que hace su papel con un histrionismo
-perfecto, y que ha sabido llevar hasta lo sublime el carácter del
-farsante aventurero y vagabundo. Yo sostengo que este tipo es la
-condensación más acabada del españolismo en todas sus fases... sin
-negar que lo muy español pueda ser también muy ruso... entendámonos.
-
---Pero vengan acá, señores míos --dijo don Manuel atrayendo con su
-gesto y con sus palabras la atención benévola y cortés de toda aquella
-tropa--. Perdónenme si meto baza en sus discusiones. Piense cada cual
-de este desdichado Nazarín lo que quiera. Pero al demonio se le ocurre
-ir a buscar la filiación de las ideas de este hombre nada menos que
-a la Rusia. Han dicho ustedes que es un místico. Pues bien: ¿a qué
-traer de tan lejos lo que es nativo de casa, lo que aquí tenemos en el
-terruño y en el aire y en el habla? ¿Pues qué, señores, la abnegación,
-el amor de la pobreza, el desprecio de los bienes materiales, la
-paciencia, el sacrificio, el anhelo de no ser nada, frutos naturales
-de esta tierra, como lo demuestran la historia y la literatura, que
-debéis conocer, han de ser traídos de países extranjeros? ¡Importación
-mística, cuando tenemos para surtir a las cinco partes del mundo! No
-sean ustedes ligeros, y aprendan a conocer dónde viven, y a enterarse
-de su abolengo. Es como si fuéramos los castellanos a buscar garbanzos
-a las orillas del Don, y los andaluces a pedir aceitunas a los chinos.
-Recuerden que están en el país del misticismo, que lo respiramos, que
-lo comemos, que lo llevamos en el último glóbulo de la sangre, y que
-somos místicos a raja tabla, y como tales nos conducimos sin darnos
-cuenta de ello. No vayan tan lejos a indagar la filiación de nuestro
-Nazarín, que bien clara la tienen entre nosotros, en la patria de la
-santidad y la caballería, dos cosas que tanto se parecen y quizás
-vienen a ser una misma cosa, pues aquí es místico el hombre político,
-no se rían, que se lanza a lo desconocido, soñando con la perfección
-de las leyes; es místico el soldado, que no anhela más que batirse, y
-se bate sin comer; es místico el sacerdote, que todo lo sacrifica a
-su ministerio espiritual; místico el maestro de escuela que, muerto
-de hambre, enseña a leer a los niños; son místicos y caballerescos el
-labrador, el marinero, el menestral, y hasta vosotros, pues vagáis por
-el campo de las ideas, adorando una Dulcinea que no existe, o buscando
-un más allá, que no encontráis, porque habéis dado en la extraña
-aberración de ser místicos sin ser religiosos. He dicho.
-
-Celebraron los buenos _chicos_ el discurso del venerable don Manuel,
-y cuando alguno, con el respeto debido, a contestarle se disponía,
-llegaron nuevos visitantes, dos damas y dos caballeros aristocráticos,
-que anhelaban conocer a Nazarín, y tres o cuatro personas más, gente
-literaria o política, que ya le había visto y deseaba sondearle de
-nuevo, porque entre sí traían grande y enmarañada discusión sobre si
-era un tunante muy largo o un sencillote con la cabeza trastornada.
-
---¿Qué? ¿no podemos verle? --dijo sobresaltada una de las damas.
-
---Habrá que esperar a que salgan los que están dentro... la pintura,
-señora, la fotografía y las artes del diseño.
-
---¿Y qué? --preguntó a los periodistas uno de los de oficio literario
-que acababa de entrar.
-
---¿Saben ustedes si ha leído el librito de su nombre que anda por ahí?
-
---Lo ha leído --replicó uno de los que llegaron con Flórez--, y dice
-que el autor, movido de su afán de novelar los hechos, le enaltece
-demasiado, encomiando con exceso acciones comunes, que no pertenecen al
-orden del heroísmo, ni aun al de la virtud extraordinaria.
-
---A mí me aseguró que no se reconoce en el héroe humanitario de
-Villamanta, que él se tiene por un hombre vulgarísimo, y no por un
-personaje poemático o novelesco.
-
---Y dice también que en su reyerta con los bandidos en la cárcel de
-Móstoles, no le costó tanto trabajo vencer su ira como en el libro se
-dice; que la venció al instante y con mediano esfuerzo.
-
---Pues para mí --manifestó el caballero aristocrático--, el libro
-es un tejido de mentiras. Toda la escena de Nazarín con el señor de
-la Coreja, la tengo por invención del escritor, porque don Pedro de
-Belmonte es primo mío, le conozco bien, y sé que en ningún caso pudo
-sentar a su mesa al mendigo haraposo. Esta no cuela. Que mi primo
-cogiera una estaca, y le moliera los huesos, y le plantara en medio del
-camino, después de soltarle los perros, muy natural, muy verosímil.
-Está en carácter; ese es su genio; no puede esperarse otra cosa de su
-desatinada locura. Pero agasajarle, ponerse a hablar con él del Papa
-y del Verbo divino, eso no lo creo, eso no es verdad, es falsear a
-mi primo Belmonte. ¡Figúrense ustedes que fui la semana pasada a la
-Coreja, y a poco de entrar en su casa tuve que salir escapado en busca
-de la pareja de la Guardia civil!
-
-En esto vieron salir a Urrea de la celda, seguido de los pintores y del
-cómico.
-
---Ea, ya tenemos aquí al chambelán, que viene a anunciarnos que Su
-Excelencia nos espera.
-
-Pero el chambelán traía muy distintas órdenes.
-
---Señores --les dijo--, tengo el sentimiento de participarles que el
-amigo Nazarín les suplica por mi conducto que le dejen solo. Siente
-fatiga, y si no me engaño, tiene bastante fiebre. Le he tomado el
-pulso. Necesita descanso, quietud, silencio.
-
-El efecto de estas palabras fue desastroso. Las dos damas no tenían
-consuelo.
-
---¿Pero no podremos verle, siquiera un instante?
-
---Me ha suplicado que, por hoy, le libre del vértigo de las visitas.
-
---Y hace bien en cerrar la puerta --declaró Flórez--. No sé cómo
-aguanta tanta impertinencia. Ea, señores, estamos de más aquí.
-
---Poco a poco --dijo Urrea--. La orden tiene una excepción. Supo que
-está aquí don Manuel, y ha manifestado deseos de verle. Pase usted;
-pero solo.
-
---¡Ay! nosotras... podríamos pasar también, hablarle un ratito...
---indicó una de las damas.
-
---¡Oh!, no... sin duda quiere confesarse. Vámonos.
-
---¡Qué fastidio!... ¡Volveremos otro día! Yo quiero verle. Díganme
-ustedes, señores periodistas: ¿cómo es Nazarín? ¿Es cierto que su
-rostro tiene tal expresión, que desconcierta a cuantos le miran? ¿Y
-cómo está vestido? ¿Qué dice? ¿Ríe o llora? ¿Habla con los que le
-visitan, les echa la bendición, o no hace más que mirarles?
-
-Contestaban los buenos _chicos_ a estas preguntas, excitando la
-curiosidad de las nobles señoras, en vez de calmarla. Inconsolables
-ellas por el chasco sufrido, y no pudiendo anegar sus ojos, sedientos
-de aquella gran novedad, en la fisonomía del apóstol errante, los
-clavaban en la puerta. ¡Ah! detrás de aquella puerta estaba...
-Volverían a la mañana siguiente.
-
-Entró don Manuel, y desfilaron por las escaleras abajo todos los
-demás. Alguno propuso a las aristócratas llevarlas a ver a Ándara. Pero
-después de una espontánea conformidad con esta idea, una de las dos
-reflexionó y dijo:
-
---¡Imposible! ¿Está usted loco? ¡Nosotras entrar en la Galera!
-
-Luego fue apuntada la idea de visitar a Beatriz, y esto no pareció tan
-mal a las dos señoras. Sí, sí, podrían ver a la mística vagabunda y
-soñadora. Dividióse el grupo en la calle, y unos se dirigieron a la
-inmediata de San Blas, y los otros a la remota de Quiñones.
-
-Salió Ándara al locutorio, y lo primero que le preguntaron los _chicos_
-fue si había leído el libro titulado _Nazarín_.
-
---Me lo leyeron --replicó la presa--, porque a mí me estorba lo negro.
-¡Ay, qué mentironas dice! Yo que ustedes, pondría en el papel que el
-_escribiente_ de ese libro es un embustero, y le avergonzaría, para que
-se fuera con sus papas a otra parte. ¿Pues no dice que yo pegué fuego a
-la casa?
-
---Tú también lo dijiste al principio; pero ahora, ausente de tu señor
-Nazarín, que no te permite mentir, has arreglado con tu defensor, que
-es hombre listo, esa salidita del fuego casual. El hecho queda por lo
-menos dudoso, y la pena será relativamente corta.
-
---¡Que fue _de_ casual, ¡ea!... ¡Caraifa con los niños de la prensa!
-Yo al principio no supe lo que decía. Se me derramó el condenado
-petróleo... Quedeme a obscuras... Encendí un misto, y vele ahí todo
-ardiendo... ¿Que no lo creen? Así _costa_... ¿Y quién me lo desmiente?
-¿Quién me prueba que fue de voluntad? Si alguno de ustedes es el que ha
-escrito ese arrastrado libro, arrastrado le vea yo, ¡mal ajo!
-
---¿Sabes que te estás volviendo otra vez muy mal hablada?
-
---Desde que no está con el apóstol, ha vuelto a sus mañas.
-
---Ándara, nosotros somos tus amigos, y te queremos mucho. Pero si dices
-expresiones feas, se lo contaremos a don Nazario, y verás, verás.
-
---No, no se lo digan. Es la costumbre de antes, que sale... Pero una
-palabra mala, dicha sin pensar, no hace pecado. Es que me encalabrino
-cuando me hablan del maldito libraco. ¡Miren que decir ese desgalichao
-autor que yo parezco un palo vestido! Fea soy, digo, lo que es bonita,
-no soy ahora, como lo era antes, aunque sea mala comparación... pero
-no tan fea que me tenga miedo la gente. Él será un esperpento, y en
-sus escrituras quiere hacer conmigo una _desageración_. ¿Verdad que no
-tanto?
-
---Tienes razón, no tanto, Andarilla. Otra cosa: ¿Deseas mucho ver a tu
-maestro?
-
---¡Ay, no me lo diga! ¡Verle! ¡Qué diera yo por verle, por oír su
-voz!... Créanme, señores de la prensa, y pueden ponerlo en el papel,
-si les viene a mano. Por verle daría yo la salud que ahora tengo, y la
-que tendré en muchos años. Me conformaría con estar en esta cárcel o
-en un presidio toda mi vida, si supiera que le había de ver todos los
-días, aunque no fuera más que un cuarto de hora.
-
---Eso es querer, Ándara.
-
---Esto es querer, y creer en él, pues no ha mandado Dios al mundo otro
-que se le parezca... lo digo y lo sostengo, aunque me claven en cruz
-para que cante otra cosa. Que me desuellen viva para que diga que no le
-quiero, y ayudando yo misma a que me arranquen el pellejo, diré que es
-mi padre, y mi señor, y mi todo.
-
---¡Bien, brava Ándara!
-
---Nos contó Beatriz que ella le ve en espíritu, y siempre que quiere le
-hace revivir en su imaginación...
-
---Esa es muy _soñona_. Yo, como más bruta que mi hermana Beatriz,
-¡bendita sea! no le veo cuando quiero, sino cuando él quiere dejarse
-ver.
-
---¡Hola, hola! Explícanos eso.
-
---No sean _materiales_, y compréndanlo sin más explicadera. Por las
-noches, cuando me tumbo en mi jergón, en medio de unas obscuridades
-como las del alma de Caín, si he sido buena por el día, si no he tenido
-pensamientos malos, abro los ojos, y en lo más negro de lo negro, veo
-una claridad, y en ella mi Nazarín que pasa... no hace más que pasar y
-mirarme sin decir nada... Pero por los ojos que me pone, entiendo lo
-que quiere hablarme. Unas veces me riñe unas miajas, otras me dice que
-está contento de mí.
-
---Pues si le ves esta noche, no es mala peluca la que te echa.
-
---¿Por qué?
-
---Por esa mentira tan gorda de que el incendio de la casa fue _de_
-casual.
-
---¡Eh, que no es mentira!... Mentira lo que dice el libro, tocante
-a que quise _zajumar_ el cuarto... ¡Vaya, que ya es por demás tanta
-conferencia! Lárguense al periódico, que allá tendrán que plumear.
-
---Antes hemos de preguntarte otra cosa, ¡caraifa!
-
---No respondo más.
-
---¿A que sí? ¿La Beatriz viene a verte?
-
---Dos veces por semana. Ayer me trajo un vestido, que le dio para mí
-una señora de la grandeza.
-
---¡Hola, hola!... Noticia. ¿No te dijo el nombre de esa señora?
-
-Y todos ellos sacaron papel y lápiz.
-
---Sí; pero no me acuerdo. Era un nombre muy bonito... así como...
-Señor, ¿cómo era?
-
---Haz memoria, Andarilla. ¿Sería la Condesa de Halma?
-
---Esa misma... Bien decía yo que era cosa buena... pues... del alma
-santísima.
-
---Bien, Ándara... te dejamos ya, caraifa.
-
---Adiós... adiós.
-
-
-
-
-III
-
-
-En mal hora se metió don Manuel Flórez en conferencias de exploración
-espiritual con el apóstol andante, porque siempre salía de la celda
-medio trastornado, ya creyendo ver en Nazarín la mayor perfección a
-que puede llegar alma de cristiano, ya viéndole y juzgándole como un
-ser dislocado, completamente fuera del ambiente social en que vivía.
-«No puede ser, Señor, no puede ser --se decía el buen viejo, dándose
-palmadas en el cráneo, ya retirado en su vivienda, y descansando
-de los trajines del día--. Cada tiempo trae su forma y estilos de
-santidad. No nos disloquemos, Señor, no nos desviemos de nuestra
-agrupación planetaria, si no queremos ser bólido errante, perdido por
-los espacios. Lo que yo digo: la locura no es más que eso, o mejor
-dicho, es precisamente eso, el escape por la tangente... y este hombre,
-con toda su virtud, que hay que reconocer, ha tomado mucha fuerza, y
-se escapa, se dispara fuera de la órbita... ¡Qué lástima, Señor, qué
-lástima! Porque... lo digo con verdad... difícilmente se encontraría
-un espíritu de mayor rectitud, de mayor pureza... Pero ha tomado la
-doctrina en su sentido más riguroso, por lo más estrecho, por donde
-duele, y... no sé, no sé... Él cree que el equivocado soy yo, y yo que
-el equivocado es él. Él dice que procede conforme a razón, y con plena
-conciencia de ajustarse a la ley de Cristo, y yo digo... No, Señor,
-yo no digo nada, no sé, he perdido los papeles; este hombre me ha
-trastornado, ha llenado mi cabeza de confusión. No, no vuelvo a verle
-más. La sinrazón es contagiosa... Un loco hace mil. No más, no más.»
-
-Y a pesar de esto, volvía, pues siempre le quedaba algún puntillo
-que dilucidar, o seno escondido que reconocer en el pensamiento
-del peregrino. Volvía, y a nueva conferencia, nueva turbación y
-desconcierto del buen clérigo social. Se creerá que es exageración
-lo que se cuenta, pero es la verdad pura. Don Manuel llegó a perder
-el apetito, cosa de extraordinaria novedad en él, dormía mal, y se
-desmejoró su rostro. Creyeron sus amigos que había dado el bajón
-repentino de la aproximación a los setenta, y no faltó quien atribuyese
-a una causa moral la pérdida de aquel excelso aplomo que era su
-característica. Quizás su bondad se resintió de haber encontrado una
-bondad superior, o que tal le pareciera, y como vivía en la rutina de
-no tratar más que inferiores, en el terreno de conciencia, el repentino
-encuentro de un ser, ante el cual alguna de las energías de su alma
-tenía que hacer reverencia, le puso quizás de mal talante, aunque sin
-llegar, ni por asomo, a las tristezas de la envidia, pues era incapaz
-de este odioso sentimiento. ¿Consistiría tal vez en que el trato
-social, las consideraciones y aun lisonjas de que era objeto, habían
-llegado a formar en su alma la concreción de amor propio (de la cual
-los caracteres más dueños de sí no pueden librarse), y el conocimiento
-y trato de Nazarín rebajaron un poquito el concepto de su propio valer
-moral? Con independencia de la humillación y desprecio de sí mismo que
-impone la idea cristiana, todo ser conserva un poder de apreciación
-o evaluación psíquica, por el cual, sin darse cuenta de ello, a sí
-propio se estima y tasa. Sin duda Flórez empezó a conocer que se había
-tasado en algo más de lo que realmente valía. Como era recto y noble,
-acababa por conformarse diciéndose: «Bueno, Señor, bueno. Yo creí ser
-de lo mejorcito, y ahora resulta que hay quien me da quince y raya.
-Pues reconozca yo mi insignificancia, o mi inferioridad manifiesta, y
-alabada sea la perfección donde quiera que se encuentre.»
-
-El buen señor no podía pensar en otra cosa, y la fijeza de tal idea
-iba socavando su salud. A veces se pasaba las noches en habilidosos
-distingos y paralelos, anhelando engrandecer el concepto propio, sin
-rebajar excesivamente el ajeno: «Él es bueno, yo también. No digamos
-santos, porque la santidad en nuestros tiempos ¿dónde está? Yo soy
-social, él individual; mi esfera es el mundo de los ricos, la suya el
-de los pobres. En ambas esferas se sirve a Dios, ¡vaya! Él fortifica
-su alma en la soledad, yo en el bullicio; yunque por yunque, no sé
-decir cuál es el mejor. Cierto es que si miramos a la doctrina pura y
-a su aplicación a nuestras acciones, él aparece con ventaja, yo con
-desventaja; pero miremos a los resultados prácticos de una y otra forma
-de ejercer el ministerio, y entonces, ¿cómo dudar que la supremacía
-está de la parte acá? Y por último, Señor, él se va del seguro, él se
-corre de lo posible a lo imposible, en él la virtud se permite hacer
-sus escapatorias al campo de la extravagancia, y...»
-
-Elevando los brazos, y mirando al techo de su alcoba, en la cual se
-paseaba para entretener el insomnio, añadía: «Señor, Señor, llevar a la
-práctica la doctrina en todo su rigor y pureza, no puede ser, no puede
-ser. Para ello sería precisa la destrucción de todo lo existente. Pues
-qué, Jesús mío, ¿tu Santa Iglesia no vive en la civilización? ¿Adónde
-vamos a parar si...? No, no, no hay que pensarlo... Digo que no puede
-ser... Señor, ¿verdad que no puede ser?»
-
-Como pasaban días y días sin que Catalina le interrogase sobre el
-examen o estudio psicológico del apóstol vagabundo, creyó del caso
-don Manuel tomar la iniciativa en aquel asunto, que más valía dar su
-opinión antes que la dama por sí misma y por otros caminos llegase a
-formarla. Todo lo temía de su talento agudo, afinado por una voluntad
-persistente.
-
---¿Y qué? --le preguntó Halma, demostrando menos curiosidad de la que
-Flórez esperaba.
-
---Empiezo por declarar --dijo don Manuel con solemnidad sincera, la
-mano puesta sobre su corazón--, que no conozco alma más bella que la
-del desventurado sacerdote, a quien la ley ha perseguido por vagancia
-y por haber dado amparo y protección a una mujer criminal. Si del
-estado de su entendimiento tengo aún mis dudas, de su conciencia, de su
-intención pura y rectamente cristiana, no puedo dudar. Quiero decir,
-señora mía, que encuentro una disconformidad irreductible entre la
-conciencia y el intellectus de ese singular hombre, y que si yo hallara
-manera de conciliar una con otro, tendría que declarar a Nazarín el ser
-más perfecto que ha podido formarse dentro del molde humano.
-
---Según eso, usted sigue viendo en él las dos naturalezas, el santo y
-el loco, y ni sabe separarlas, ni fundirlas, porque locura y santidad
-no pueden ser lo mismo.
-
---Exactamente.
-
---Bien podría deducirse de todo ello que, en nuestra imperfectísima
-comprensión de las cosas del alma, no sabemos lo que es locura, no
-sabemos lo que es santidad.
-
---¡No sé, no sé! --exclamó el limosnero extraordinariamente turbado,
-llevándose las manos a la cabeza.
-
---Serénese, don Manuel. ¿Será que usted, en su larga vida, nunca se
-ha visto delante de un problema semejante? Contésteme ahora: ¿el
-buen Nazarín practica la doctrina de Cristo tal como los Evangelios
-santísimos nos la enseñan?
-
---Sí señora.
-
---Y a pesar de esto, la conducta del buen hombre nos parece
-desconcertada... porque nuestras ideas así nos lo imponen. Si
-creyéramos otra cosa, debiéramos imitarle, renunciar a todo, abrazando
-el estado de absoluta pobreza.
-
---Sí señora.
-
---Y eso no puede ser. Hay algo dentro de nosotros mismos, y en la
-atmósfera que respiramos y en el mundo que nos rodea, que nos dice que
-no puede ser.
-
---Sí... puede ser... pero no puede ser... Ser no ser... He aquí,
-señora, la gran duda.
-
---Sigo preguntando. ¿Nazarín es humilde?
-
---Humildísimo. Asombra ver su tranquilidad ante los resultados
-probables del proceso. Si le condenan a presidio, lo acepta gozoso,
-lo mismo que si le hicieran subir al cadalso. Si le encierran en un
-manicomio, en el manicomio entrará y vivirá sin protesta. No se queja
-de la ley, ni de los jueces, ni de sus acusadores, ni de la opinión,
-que con tan distintos criterios le juzga.
-
---Y en el caso de que saliera libre, ¿se sometería al superior
-eclesiástico, sacrificando su independencia al rigor de la disciplina?
-
---También. Pues esto es lo admirable. Dice que si le absuelven
-libremente, se someterá y que...
-
---¿Qué más?... Sigo yo contando, pues usted, mi señor don Manuel, no
-tiene hoy la palabra tan expedita como de costumbre. Dice también
-el buen Nazarín que cuando se encuentre libre, persistirá en el
-cumplimiento del voto de pobreza que ha hecho al Señor.
-
---Cosa imposible, así tan en absoluto, pues la mendicidad, fuera de
-las Órdenes que la practican por su instituto, es contraria al decoro
-eclesiástico.
-
---Y dice más...
-
---¿Pero cómo sabe usted...?
-
---Dice también que el mayor anhelo de su alma es que le devuelvan las
-licencias para poder celebrar... y que se irá a vivir al presidio
-a donde sea destinado el _Sacrílego_, si se lo permiten las leyes
-penitenciarias, o si no, en la misma población, con objeto de verle
-diariamente. Está comprometido a conducir al cielo el alma de aquel
-criminal, y la conducirá. Los mismos propósitos tiene respecto
-a Ándara, y su mayor gozo sería que los encierros a que ambos
-delincuentes fuesen destinados, radicaran en la misma ciudad. Si no,
-compartiría su tiempo entre la vecindad de Ándara y la proximidad del
-_Sacrílego_, llevándose consigo a Beatriz, sin temor alguno de ser
-censurado y escarnecido por la compañía de una mujer.
-
---Tales son sus ideas, sí señora... Tan cierto es ello como que usted
-tiene algo de zahorí --dijo don Manuel, sin disimular su asombro--.
-¿Pero usted..., acaso, le ha visto, le ha oído...?
-
---No; pero veo a Beatriz, de quien soy amiga, y amiga del alma. No he
-querido decírselo hasta que no viniera una coyuntura propicia.
-
---¡Ah!... Me parece bien... Beatriz, la discípula...
-
---Pues bien, señor don Manuel de mi alma, esas ideas y propósitos del
-don Nazario bastardean un poco aquella pureza del alma de que me
-hablaba hace un rato. La extrema humildad, ¿no se da la mano con el
-orgullo?
-
---Tal vez, tal vez.
-
---Por lo cual yo, más decidida que usted, sin duda porque soy más
-ignorante, veo bien patente la locura de ese santo varón... ¿Es un loco
-santo, o un santo loco?...
-
---Locura... santidad... --murmuraba Flórez mirando al suelo, la cabeza
-sostenida por ambas manos, los codos apoyados en las rodillas, con
-todas las señales en rostro y acento de una hondísima turbación.
-
-
-
-
-IV
-
-
-No pudieron detenerse, como deseaban, en buscar la explicación de
-aquel contrasentido, porque entró Urrea con noticias frescas, que
-hacían revivir el interés del asunto nazarista. Según contó el joven
-reformado, por los periodistas se sabía ya la sentencia del Tribunal,
-que se publicaría sin tardanza. No encontraba la Sala en don Nazario
-Zaharín culpabilidad: la vagancia, el abandono de sus deberes
-sacerdotales, la sugestión ejercida sobre mendigos y criminales no eran
-más que un resultado del lastimoso estado mental del clérigo, y como en
-ninguno de sus actos se veía la instigación al delito, sino que, por
-el contrario, sus desvaríos tendían a un fin noble y cristiano, se le
-absolvía libremente. Resultando del informe de los facultativos que
-repetidas veces le habían examinado, que los actos del apóstol errante
-eran inconscientes, por hallarse atacado de _melancolía religiosa_,
-forma de _neurosis epiléptica_, se le entregaba al poder eclesiástico
-para que cuidase de su curación y custodia en un Asilo religioso, o
-donde lo tuviere por conveniente.
-
-Don Manuel y Catalina guardaron profundo silencio al oír esta parte
-interesantísima de la sentencia.
-
---A Beatriz se la absuelve libremente --prosiguió Urrea--, porque nada
-resulta contra ella, y la pena que merecía por vagancia, se estima
-cumplida con las dos semanas que sufrió de prisión correccional.
-
-Ándara salía peor librada, aunque no tan mal como al principio se
-creyó. De sus primeras declaraciones, y de las de Nazarín, resultaba
-autora del incendio de la casa número 3 de la calle de las Amazonas.
-Pero su abogado, hombre muy despierto, había conducido el asunto con
-rara habilidad, demostrando que lo depuesto por Nazarín no tenía ningún
-valor testifical, por hallarse este en pleno delirio pietista, presa
-de la monomanía del sacrificio y de la muerte. Ándara, en sus primeras
-declaraciones, había obedecido, según su defensor, a una influencia
-hipnótica del falso apóstol. Ampliado el juicio, y sustentada la
-no intencionalidad del incendio, el Tribunal admitió la prueba,
-condenándola, por lesiones a la _Tiñosa_, a catorce meses de reclusión
-penitenciaria. La causa del _Sacrílego_ no tenía nada que ver con la
-de la vagancia y desafueros nazaristas. Aún no se había sentenciado,
-y por bien que saliera, sus catorce o quince años de presidio no se
-los quitaba nadie, porque eran muchas y muy atroces sus audacias para
-llevarse la plata y vasos sagrados de las iglesias.
-
---Ya ve usted --dijo al fin Catalina a su amigo y limosnero--, cómo el
-Tribunal, haciendo suya la opinión de los facultativos, da por cierto
-que el santo varón no tiene la cabeza en regla.
-
---Y sin cabeza no hay conciencia --indicó el sacerdote con cierta
-alegría, como si entreviera una solución a sus dudas.
-
---Con todo --añadió la Condesa--, no debemos aceptar ese criterio como
-definitivo. Se equivocan los Tribunales, se equivocan los médicos. No
-afirmemos nada, y sigamos, mi señor don Manuel, en nuestras dudas.
-
---Sigamos, sí, en nuestras dudas --repitió el sacerdote, para quien era
-ya un descanso no pensar por cuenta propia.
-
---Y mis dudas --añadió Halma--, van a ser el punto de partida para
-resolver la cuestión, porque si no dudáramos, no nos propondríamos,
-como nos proponemos ahora, llegar a la verdad.
-
---Sí señora --dijo Flórez, hablando como una máquina.
-
---La sentencia del Tribunal, que yo esperaba, me abre camino para poner
-en ejecución un pensamiento que hace días me corre por el magín.
-
---¡Un pensamiento! A ver... --murmuró don Manuel perplejo, admirando
-de antemano y temiendo al propio tiempo las iniciativas de su ilustre
-amiga.
-
---Yo, digo, nosotros, sabremos al fin si nuestro pobre peregrino es
-santo, o es demente. Espero que podremos reconocer en él uno de los
-dos estados, con exclusión del otro. Y en el caso de que existieran
-juntamente santidad y locura, en ese caso...
-
---Arrancaremos la locura para echarla al fuego, como hierba mala nacida
-en medio del trigo --dijo don Manuel--, conservando pura e intacta la
-santidad.
-
---Y si existieran juntas y confundidas, en una misma planta --agregó
-Halma--, respetaríamos este fenómeno incomprensible, y nos quedaríamos
-tristes y desconsolados, pero con nuestra conciencia tranquila.
-
-Flórez miraba al suelo, y Urrea no quitaba los ojos de su prima,
-cuyas palabras deletreaba en los labios de ella, al mismo tiempo que
-las oía. Después de una mediana pausa, y queriendo adelantarse al
-pensamiento de la señora, dijo el sacerdote:
-
---Pues para llegar a ese conocimiento y a esa separación, señora mía,
-tendríamos que... digo, veríamos de...
-
---No, si por más que usted discurra, no puede adivinar lo que he
-pensado, lo que haremos, si Dios me ayuda, y creo que me ayudará, pues
-la sentencia que acabamos de saber viene, como de molde, a favorecer
-mi pensamiento, obra magna, don Manuel, una empresa de caridad que ha
-de merecer su aprobación. Verá usted --añadió después de otra pausita,
-aproximando su silla baja al sillón del limosnero--. Pues, señor, ahora
-la ley civil le dice a la eclesiástica: yo, apoyada en la opinión de la
-ciencia, he debido declarar y declaro que ese hombre está loco. Como
-su locura es inofensiva, monomanía pietista nada más, que no exige
-custodia ni vigilancia muy rigurosas, renuncio a albergarle en mis
-casas de orates, donde tengo a los furiosos, a los lunáticos, casos
-mil de las innumerables clases de desorden mental. Ahí tienes a ese
-hombre; encárgate tú, Iglesia, de cuidarle, y, si puedes, de devolver
-el equilibrio a su entendimiento. Es pacífico, es bueno, es de dulce
-condición en su desvarío. No te será difícil restablecer en él el
-hombre de conducta ejemplar, el sacerdote sumiso y obediente...
-
---Y le cogemos --dijo Flórez--, y le mandamos a un convento de
-Capuchinos, o a una de las hospederías religiosas, que existen para
-estos casos, y le tenemos allí un año, dos, tres, al cabo de los
-cuales, estará lo mismo que entró.
-
---Quiere decir que no le cuidarán, que no le observarán, mirando por su
-existencia y por su razón con el interés paternal que se debe a un alma
-como la suya, buena, piadosa, a un alma de Dios...
-
---No digo que...
-
---Pero nada de esto pasará --afirmó la Condesa, levantándose nerviosa,
-y cogiendo el bastón de Urrea para reforzar el gesto decidido con que
-acentuaba la palabra.
-
---¿Pues qué se hará, señora?
-
---A usted, mi señor don Manuel, le corresponderá la gloria mundana de
-esta prueba, si, como creo, Dios la corona con un éxito feliz.
-
---¿Y qué tengo yo que hacer, señora mía? --preguntó el eclesiástico
-un poco molesto, pues no le caía en gracia aquello de hacer él cosas
-que ignoraba, ni que su autoridad quedara reducida a ejecutar órdenes
-superiores, como un vulgar secretario.
-
---Una cosa muy sencilla, y que me parece fácil. Mañana mismo... no hay
-que perder un solo día... mañana mismo, don Manuel Flórez y del Campo,
-el ejemplarísimo sacerdote, el gran diplomático de la caridad, coge el
-sombrero y se va a ver al señor Obispo. Su Ilustrísima, naturalmente,
-le recibe con los brazos abiertos, y usted le dice: «Señor Obispo, una
-dama de nuestra aristocracia...»
-
---¡Ah! ya... Una dama de nuestra aristocracia...
-
---¡Si lo adivina, si lo sabe, si no tengo que decir más! Pues qué: ¿no
-ha pensado usted lo mismo que yo? ¿No viene hace días dando vueltas
-en su mente a esta solución? ¿No esperaba saber la sentencia para
-proponérmelo?
-
---Sí, sí... Yo pensaba... En efecto... La idea es buena --dijo el
-limosnero, queriendo cazar al vuelo las de su noble amiga--. Claro
-que había pensado yo... Pues «Ilustrísimo señor, una dama de nuestra
-aristocracia, persona de grandes virtudes y celo cristiano, que quiere
-consagrar su vida al santo ejercicio de la caridad, ha imaginado que...»
-
-Detúvose bruscamente don Manuel, vacilante, clavó sus ojos en Halma,
-después en Urrea, para volver a mirar con escrutadora fijeza a la
-ilustre señora, y en aquel punto, como si recibiera inspiración
-del Cielo, o algún genio invisible en el oído le susurrara, vio el
-pensamiento de la Condesa con toda claridad. Y recordando al instante
-palabras y frases sueltas de conversaciones anteriores, y viendo en
-ellas perfecto ajuste con lo que acababa de oír, ya no necesitó más el
-agudo presbítero para recobrar toda su compostura mental, y sentirse
-dueño de sí mismo, y a punto de serlo de la situación. Limpió el
-gaznate para aclarar la voz, tomó de manos de Halma el bastón de Urrea,
-y fue marcando con él sobre la alfombra estas o parecidas expresiones:
-
---La señora Condesa ha tenido un pensamiento grande y bello, como
-suyo. Hace tiempo concibió el proyecto de destinar su casa de Pedralba
-a un fin caritativo, estableciéndose allí, al frente de una pequeña
-sociedad de desvalidos y menesterosos, de pobres enfermos y de ancianos
-sin recursos. Bueno, Señor, bueno. Pues ahora, la señora Condesa se
-dirige por mi conducto al señor Obispo, y le dice: «A ese pobre clérigo
-perseguido, absuelto y tachado de locura, yo me le llevo a Pedralba,
-allí le cuido, allí le rodeo de calma, de un bienestar modesto; doy a
-su espíritu la soledad campestre, a su asendereado cuerpo descanso, y
-como él es bueno y sencillo, y su corazón se conserva puro, respondo
-de que en breve tiempo podré devolvérselo a la Iglesia, limpio de las
-nieblas que han empañado su mente. Entréguenme el vagabundo, y les
-devolveré el sacerdote; denme el enfermo, y les devolveré el santo.»
-
---¿Y eso puede ser? --preguntó vivamente la viuda, sin admirarse de lo
-bien que el sagaz Flórez le adivinaba las intenciones--. Quiero decir:
-¿consentirá el señor Obispo...?
-
---¡Ah!... lo veremos. Mucha fuerza ha de hacerle su nombre, señora.
-
---Y más aún la intervención de usted.
-
---En casos como este de Nazarín, el Prelado adoptará uno de dos
-procedimientos: o entregar al enfermo un vale perpetuo para el Asilo de
-Eclesiásticos, o ponerle bajo la salvaguardia de una familia respetable
-de reconocida virtud y piedad. Esto último se ha hecho hace poco con un
-pobre clérigo que padecía de ataquillos de enajenación.
-
---Pues la familia respetable a quien se encomiende la custodia y
-cuidado de este santo varón, seré yo.
-
---Sin duda. Y mucho mejor, si se constituye el Asilo o Recogimiento en
-forma legal y canónica, poniéndolo, como es natural, bajo la tutela del
-jefe de la diócesis.
-
---En fin --dijo Halma gozosa--, que Nazarín es nuestro. Y el señor
-Obispo, ya lo estoy viendo, alabará mucho este plan al saber que es
-idea de usted.
-
---Idea mía no --replicó Flórez sin mirar a la dama--. Si acaso, en
-parte... Ambos pensamos lo mismo. Pero yo no podía pronunciar sobre
-ello la primera palabra, y tuve que aguardar a que la dijese quien
-debía decirla.
-
---Quedamos en que mañana mismo...
-
---Mañana mismo, sí señora.
-
---No se nos adelante alguno...
-
---¡Ah! lo que es eso... Pierda usted cuidado.
-
-Retirose don Manuel a su casa, y aquella noche fue acometido de una
-lúgubre congoja, cuyo fundamento el buen clérigo no podía explicarse.
-«Esta tristeza hondísima y que parece que me abate todo el ser --se
-decía, sin poder conciliar el sueño--, no proviene de causa puramente
-moral. Aquí hay algún trastorno grave de la máquina. O el hígado se me
-deshace, o la cabeza se me quiere insubordinar, o el corazón se fatiga,
-y me presenta la dimisión.»
-
-
-
-
-V
-
-
-Hízose todo como Catalina de Artal deseaba, sin que la gestión del buen
-Flórez tropezase con ninguna dificultad ni obstáculo de importancia.
-Notaban en él cuantos en aquella ocasión le vieron, lo mismo en las
-oficinas eclesiásticas, que en las casas nobles que ordinariamente
-visitaba, una gran decadencia física, la cual parecía más grave por
-la pérdida de la jovialidad. Además, claramente se advertía cierta
-inseguridad en las ideas, y dispersión de las mismas en el momento de
-querer expresarlas, vamos, como si se le fuera el santo al cielo, según
-el dicho vulgar. No era ya el mismo hombre; en pocos días su cuerpo
-perdió la derechura que le hacía tan gallardo, su cara se había vuelto
-terrosa, sus manos temblaban, y cuando quería sonreírse, su habitual
-expresión afable le resultaba fúnebre.
-
---O don Manuel está muy malo --decían sus amigos--, o algún hondo pesar
-silenciosamente le mina.
-
-Una mañana, el Marqués de Feramor le mandó llamar cuando descendía del
-aposento de la Condesa, y encerrándose con él en su despacho, puso la
-cara de las grandes solemnidades para decirle:
-
---¡Parece mentira que nuestro querido Flórez, desmintiendo su grave
-carácter, se haya prestado a favorecer las increíbles extravagancias
-de mi hermana! Primero, la tontería de meterse a redentores de José
-Antonio, poniéndose en ridículo, y dando lugar al desbordamiento de las
-hablillas y chirigotas. No era esto bastante, y entre mi hermana y su
-limosnero inventan este sainetón grotesco de llevarse a Pedralba toda
-la cuadrilla nazarista... porque supongo irán también las discípulas,
-para mayor edificación... Ya ha principiado el coro de burlas, que a mí
-no me afectan, no señor, porque todo el mundo sabe que permito a mi
-hermana lanzarse por su cuenta y riesgo a estas aventuras locas, para
-que encuentre en la ruina y en el ludibrio de las gentes el castigo de
-su soberbia.
-
-La actitud y el lenguaje del señor Marqués eran de pontifical, según el
-rito inglés parlamentario y economista.
-
---Lo que más me duele --añadió--, es que nuestro buen amigo, en vez
-de poner un freno a estas que califico benignamente llamándolas
-extravagancias, les haya dado calor y apoyo con su autoridad...
-
-Al oír esto, una onda de sangre subió del corazón al cerebro del
-sacerdote, y la ira, que era en él, por índole y por costumbre,
-sentimiento casi desconocido, se encendió en su corazón súbitamente.
-Al querer expresarla, las palabras se le atropellaron en la boca, su
-rostro enrojeció, sus ojos se avivaron. Con lengua torpe pudo decir tan
-solo:
-
---¿Tú qué sabes?... ¡Eres un necio!
-
-Y salió, como huyendo de sí mismo, arrastrando el manteo, la teja
-echada hacia atrás, murmurando incoherentes frases por la escalera
-abajo. Iba por la calle dando tumbos, sosteniéndose por un desmedido
-esfuerzo de la voluntad, y al llegar a su casa, agotado bruscamente el
-esfuerzo, cayó redondo en el portal. Entre el portero y dos vecinos
-que bajaban, levantáronle del suelo, y como cuerpo muerto le condujeron
-al cuarto segundo donde vivía. El ama y la sobrina, dos mujeres
-simplicísimas, ambas entradas en años, que le querían entrañablemente,
-rompieron en estrepitoso llanto al verle entrar en tan mísero estado, y
-la sobrina exclamaba:
-
---¡Virgen de la Valvanera! Ya lo dije yo. Mi tío venía mal desde la
-semana pasada.
-
-Acostáronle, y como una media hora tardó en recobrar el conocimiento;
-mas la palabra no. El buen señor quería decir algo, y su lengua inerte
-no le obedecía. Acudió el médico, fuéronle aplicados los remedios
-elementales, y ya muy entrada la noche, después de algunas horas de
-reposo, pudo expresarse con mediana claridad:
-
---No seáis tontas --dijo al ama y la sobrina, que una a cada lado del
-lecho le contemplaban atribuladas--, ni deis ahora en la manía de
-asustaros... Esto no es más que un aire. Lo cogí al salir de casa de
-Feramor. Ya me encuentro mejor, y con la ayuda de Dios Misericordioso
-y de la Virgen Santísima, mañana podré echarme a la calle. Y en caso
-de que determinen que ya estoy de más en este mundo inicuo, ¿qué hemos
-de hacer más que conformarnos todos, yo con irme a donde mi Padre
-Celestial me destine, según mis méritos o mis culpas, vosotras con que
-me vaya y os deje en paz?
-
-Dispuso el doctor que no se le diera conversación y se le dejara
-descansar toda la noche, ordenando diversas medicaciones internas y
-externas. A la mañana siguiente la mejoría era bien clara, y desde muy
-temprano acudieron a la casa multitud de personas. Una de las primeras
-fue Urrea; a poco llegaron Consuelo Feramor y la de Monterones, y otras
-muchas señoras y caballeros de distintas categorías. Todos prodigaron
-al enfermo consuelos cariñosos, deseando su salud como la propia.
-Iban entrando en la alcoba por tandas, y reunidos después en la sala,
-lamentaban el repentino accidente del simpático sacerdote.
-
-Consuelo llevó aparte a José Antonio para decirle:
-
---Sospecho que tú y Catalina no tenéis poca responsabilidad en este
-arrechucho de nuestro amigo. ¡Ah! su enfermedad arranca de la parte
-moral... ¿Qué... te haces el tonto? ¿No comprendes tu parte de culpa
-y la de mi cuñadita, esa loca que no andaría suelta si no llevara el
-nombre que lleva? ¿Ahora caes en la cuenta de que habéis desprestigiado
-a este santo varón, de que le habéis puesto en ridículo a los ojos del
-clero, de todos sus amigos y relaciones?
-
-Contestación enérgica pensó darle Urrea; pero prefirió callarse por no
-alborotar en casa ajena. A poco, entró Catalina de Halma, vestidita
-de negro, con humilde severísimo porte, y su hermana y cuñada la
-saludaron con frialdad compasiva. Ella no les hacía ningún caso, ni
-se cuidaba de que le manifestaran este o el otro sentimiento. Cuando
-todos se retiraban, la Condesa expresó al ama y la sobrina su deseo de
-ayudarlas día y noche en aquel penoso trajín de enfermeras. Conociendo
-la sinceridad de la buena señora, la familia del sacerdote aceptó tan
-noble ofrecimiento, felicitándose de que pronto sería innecesario,
-porque don Manuel mejoraría, con la ayuda de Dios. Pasó a verle
-Catalina, y él, regocijándose de su presencia, se excitó un poquito,
-presentando síntomas vagos de trabazón de lengua y de vaguedad en la
-ideación:
-
---Señora mía --la dijo--, muy malito tiene usted a su limosnero. Ha
-sido un aire, nada más que un aire... He soñado con el Recogimiento
-de Pedralba en que estaríamos tan bien... ¡oh, tan bien! Estos
-aires... son aires muy malos... La vida social... este vértigo, este
-bullicio, este mentir continuo... mal aire, señora... ¡Destrucción de
-los cuerpos, perjuicios de las almas!... Dios quiere llevarme ya. Ha
-visto que no sirvo... que he llegado a la vejez sin hacer en el mundo
-nada grande, ni hermoso, ni saludable para las almas. Mi conciencia
-habla y me dice: «no hay en ti y derredor de ti más que vanidad de
-vanidades...» Usted es grande, señora Condesa, yo soy pequeño, tan
-pequeño, que me miro y no me veo mayor que un grano de arena. Un aire
-me trae, otro me lleva... ¡Ah, la soledad de Pedralba...! Pero no, no
-soy digno... El señor Marqués me mira desde la altura de su necedad,
-y me humilla todo lo que yo merezco. ¿Qué he sido yo? Un fantasmón...
-No hay que desmentirme. ¿Qué hice por la salvación de las almas?
-Nada... ¡Y usted, que es santa, se digna venir a consolarme en mi
-tribulación...! ¡Cuánta bondad, cuánta grandeza! Porque nadie mejor
-que usted conoce mi insignificancia... Dios me dice: «no eres nada...
-eres el vulgo cristiano, lo que es y no es... Vas bien vestido, y
-calzas bonito zapato con hebillas de plata... ¿Y qué? Eres atento
-en el hablar, obsequioso con todo el mundo; respetuoso de mí; pero
-sin amor. El fuego del amor divino es en ti un fuego pintado, con
-llamaradas de almazarrón como las de los cuadros de Ánimas. Llevas y
-traes limosnas como la Administración de Correos lleva y trae cartas...
-pero tu corazón... ¡ah! Yo que lo veo todo, lo he visto, lo he sentido
-palpitar, más que por la miseria humana, por la elegancia de tus
-hebillas de plata...» Luego viene un aire... ¡Hermosa debe de ser la
-muerte para los que mueren en el Señor. Yo también quiero morir en Él,
-yo quiero, yo quiero!...
-
-Vivamente alarmada, la Condesa se retiró de la alcoba, pensando que
-la mejoría del bendito don Manuel había sido engañosa. Y firme en
-su propósito de desempeñar en la casa los menesteres más humildes,
-mientras estuviese enfermo su amigo del alma, concertó con el ama y
-sobrina las faenas a que debía consagrarse, resolviendo entre las tres
-que, pues la presencia de la señora excitaba al enfermo, sin duda
-por el cariño que este le profesaba, no era conveniente que entrase
-en la alcoba sino en los casos de absoluta precisión. Desembarazada
-de su mantilla, tan pronto trabajaba en la cocina, como se personaba
-en la sala, para recibir visitas de seglares y clérigos. Comió con
-las mujeres de la casa, y no quiso que le preparasen cama, pues con
-descabezar un sueño sentadita en una silla le bastaba. La enfermedad
-de su amado esposo había sido para ella educación cumplida en aquellos
-trabajos y desazones, y el no dormir, el no comer, la vigilancia
-constante no la afectaban lo más mínimo.
-
-Muy bien pasó la tarde don Manuel, y a la noche llamó a sus domésticas
-para que le acompañasen y diesen parola, pues la costumbre, segunda
-naturaleza, le pedía trato social, conversación, amenidad. Catalina
-se escondió tras de la puerta para oírle, temerosa de que volviese
-a desvariar. Dijéronle Constantina y Asunción, que así se nombraban
-el ama y sobrina, que ya podía darse por restablecido de aquel
-arrechucho, y que le bastaría media semanita de descanso para poder
-entregarse nuevamente a sus habituales quehaceres. A lo que respondió
-el clérigo con serenidad:
-
---Puede que tengáis razón; pero por sí o por no, yo me pongo en lo
-peor, y si me apuráis mucho, digo que en lo mejor, o sea la muerte, fin
-de esta vida miserable y principio de la eterna.
-
-Como ellas dijeran que siendo él un santo, nada podía temer, ahuecó la
-voz para contestarles:
-
---Ni yo soy santo, ni ustedes saben lo que se pescan, pobres
-rutinarias, pobres almas sencillas y vulgares. Estoy a vuestro nivel...
-no, digo mal, a un nivel más bajo. Porque vosotras habéis padecido:
-tú, Constantina, con la mala vida que te dio tu marido; tú, Asunción,
-con tus enfermedades y achaques dolorosos. Vosotras habéis tenido
-ocasión de perdonar agravios, yo no. Vosotras habéis sufrido escaseces
-cuando no estabais a mi lado; yo he vivido siempre en mi dulce y cómoda
-modestia, sin carecer de nada, bien quisto de todo el mundo, niño
-mimoso y predilecto de la sociedad. Vosotras habéis luchado, yo no,
-porque todo me lo encontré hecho. No me llaméis santo, porque hacéis
-befa de la santidad aplicándola a quien tan poco vale.
-
-Echáronse a llorar las dos mujeres, y le invitaron a variar de
-conversación, pues aquella no era la más propia de un enfermo de la
-cabeza.
-
---No, no --dijo Flórez, encalabrinándose--. De esto precisamente quiero
-hablar yo. Soy una pobre medianía; pero abdicando en este trance mis
-ridículas pretensiones, y pisoteando delante de vosotras, y delante
-del mundo entero, mi orgullo, me entrego a la misericordia de mi Padre
-Celestial, para que haga de mi insignificancia lo que quiera. Mi alma
-no se ennegrece con pecados infames, ni se abrillanta con heroicas
-virtudes. Soy lo que el lenguaje corriente llama un buen hombre. Soy...
-simpático... ¡ja, ja!, simpático. En el mundo no quedará rastro de mí,
-y lo mismo que es hoy la sociedad, habría sido si Manuel Flórez y del
-Campo no hubiera existido en ella. ¿Cómo llamáis santo a un hombre
-que se enfada, aunque no mucho, cuando alguien le molesta? ¿A ti,
-Constantina, no te he reñido alguna vez porque la sopa estaba fría, o
-el chocolate muy caliente, o el arroz pegado, o el café poco fuerte? Ya
-ves: ¡qué santidad es esa, ni qué...! Y tú, Asunción, ¡buenas broncas
-te has llevado..., porque las hebillas de mis zapatos no estaban bien
-relucientes! Ya ves: ¡como si el que relucieran o no las hebillas
-importara algo!... Si os apuráis mucho por lo que os estoy diciendo,
-os confesaré que en mi esfera, una esfera que parece amplísima y es
-muy reducida, he hecho todo el bien que he podido, y que mal, lo que
-es mal, no lo hice nunca a nadie, a sabiendas. Pero de eso a que yo
-sea nada menos que santo, como vosotras creéis, pobres tontas, hay
-mucho camino que andar... Los santos son otros, el santo es otro... Y
-de eso que dice el vulgo de que ahora no hay santos, me río yo... Los
-hay, los hay, creedlo porque os lo afirmo yo... Pero no me tengáis a
-mí por tal, grandísimas babiecas, y si no, contestadme: ¿qué méritos
-extraordinarios veis en mí?... ¿qué infortunios y trabajos han templado
-mi alma, qué injurias he tenido que sufrir y perdonar, qué grandes
-campañas por el bien humano y por la fe católica han sido las mías?
-¿Acaso fui perseguido por la justicia, y tratado como los malhechores?
-¿Por ventura me han ultrajado, me han escarnecido, me han llenado de
-vilipendio? ¿Es tribulación andar de casa en casa, festejado y en
-palmitas, aquí de servilleta prendida, allá charlando de mil vanidades
-eclesiásticas y mundanas, metiéndome y sacándome con achaque de
-limosnitas, socorros y colectas, que son a la verdadera caridad lo que
-las comedias a la vida real? ¡Ah! si lloráis por verme rebajado de esa
-categoría en que vuestra inocencia quiso ponerme, llorad, sí, llorad
-conmigo, lloremos juntos, para que el Señor tenga piedad de vosotras y
-de mí, y nos iguale a los tres en su santa gracia.
-
-No dijo más, porque el ama y sobrina, limpiándose el moco, y
-sobreponiéndose a su acerba pena, le exhortaron para que callase y
-no pensara cosas que al Divino Jesús y a la Virgen habían de serle
-desagradables. Buena era la humildad; pero no tanto, Señor.
-
-
-
-
-VI
-
-
-También lloraba la sin par Catalina oyendo los gritos de la conciencia
-de su buen amigo, y las tres convinieron luego en que mientras más
-se humillara el bonísimo don Manuel al prosternarse ante el Dios
-de Justicia, más le ensalzaría este, dándole el premio que por sus
-virtudes merecía. A las once de la noche, ya levantados los manteles de
-la frugal cena, hallándose la Condesa en el comedor, embebecida en la
-lectura de sus devociones ante una lámpara con pantalla de figurines,
-entró José Antonio. No pudiendo pasarse un día entero sin verla y
-hablar con ella (tal era su adhesión ardiente, que más parecía de perro
-que de persona), agarrábase a la obligación de informarse del estado
-del enfermo para entrar en la casa y aproximarle a su bienhechora.
-
---Nuestro don Manuel está mal --le dijo Halma, cerrando su libro y
-marcando la página con un dedo--. Tenemos que pedir a Dios con toda
-nuestra alma que nos conserve esa vida tan preciosa, tan necesaria. Hay
-que rezar, rezar sin tregua, Pepe, y tú también... Pero sin duda no
-sabes; lo has olvidado... Si yo quisiera enseñarte, ¿aprenderías tú?
-
---Tú conseguirás de mí cuanto quieras, y nada tengo por imposible si tú
-me lo mandas --replicó el joven con alegría--. Soy hechura tuya, soy un
-hombre nuevo, que has formado entre tus dedos, y luego me has dado vida
-y alma nuevas...
-
---Entre paréntesis, dime una cosa: ¿nos critican mucho por ahí?
-
---Horriblemente. Pero tu grande alma me ha enseñado lo que me parecía,
-más que difícil, imposible, despreciar esas infamias, y no castigarlas
-inmediatamente.
-
---Dios es nuestro juez, y nos acusa o nos absuelve, por medio de
-nuestra conciencia. Vete fijando en lo que te digo, y asegúralo en tu
-pensamiento. Eres un niño, y como a tal te instruyo.
-
---Y yo lo aprendo todo. No tendrás queja de mí. Pero yo quisiera, mi
-buena Halma, que me mandaras cosas difíciles, muy difíciles, para que
-probaras mi obediencia ciega.
-
---Por ejemplo, que te arrojes a un horno encendido, o que te tires por
-la ventana.
-
---No es eso, aunque también eso haría si me lo mandaras. Cosas
-difíciles digo, de las que ponen a prueba la voluntad de un hombre.
-Mientras tú no me mandes eso, y yo te obedezca, no me creo digno de
-lo que estás haciendo por mí. Tú eres extraordinaria, increíble,
-inverosímil. Mi amor propio se pica, y también quiero salirme un
-poquitín de lo común.
-
---Descuida, que todo se andará. Como inverosímil, tú, que desde que
-empezamos a curar tu alma con una medicina de que todo el mundo se
-burlaba, te has desmentido a ti mismo. Hasta ahora parece que voy
-triunfando, y que mi extravagancia llevaba y lleva en sí algo de
-eficacia divina. Pero aún falta mucho, José Antonio, y si te cansas en
-lo peor del camino, me dejarás mal.
-
---No me cansaré. Voy contigo al fin del mundo, ya me lleves tirando
-de mí por un fino hilo de seda, ya por un dogal muy fuerte. Tira sin
-miedo, que no haré nada por soltarme.
-
---Te advierto que aunque te sueltes, aunque al tirar de la cuerda me
-hieras y lastimes, no me arrepentiré de lo hecho.
-
---Porque tú eres... no diré una santa, ni un ángel, expresiones vagas
-que han desacreditado los poetas y los predicadores..., sino una mujer
-superior a cuantas andan por el mundo, la mejor, la única, el femenino
-en grado sublime.
-
---Eh... basta. Ahí tienes otra maña que he de quitarte, la lisonja.
-
-A los motivos de gratitud que subyugaban al parásito corregido
-haciéndole esclavo sumiso de la Condesa de Halma, habíase añadido
-últimamente uno, que era sin duda el más fuerte eslabón de su cadena.
-A la penetración de la reformadora no podían ocultarse las recónditas
-miserias y envilecimientos de la vida de Urrea, úlceras morales que
-por su calidad indecorosa no podían ser mostradas. Pero la sagaz
-doctora las conocía, por inducción, y creyendo, en conciencia, que para
-la completa cura había que atacar aquel secreto desorden, antes que
-corrompiera la parte del ser que iba paulatinamente sanando, incitó
-al enfermo, en buena ley de moral médica, a la confesión o sinceridad
-más radicales. Él se resistía, creyendo que cuanto a tal asunto se
-refiriese no podía ni siquiera mentarse en presencia de la santa y pura
-señora, como no es lícito decir en la iglesia palabras indecentes, ni
-fumar, ni cubrirse. Pero ella, valerosa y serena, como Santa Isabel
-de Turingia poniendo sus manos en la cabeza de los tiñosos, le abrió
-camino para la explicación que deseaba, rompiendo el secreto en esta
-forma:
-
---No es menester ser zahorí, querido Pepe, para saber que en tu vida
-de pobreza vergonzante, angustiada y vil, ha de haber, además de los
-sapos que ya hemos sacado del fango, culebras que necesitamos extraer
-para sanarte por entero. Es inútil que me lo niegues. ¡Ah, tonto, como
-se ven los gusanos que se alimentan de la putrefacción, veo en derredor
-tuyo enjambre de mujeres, a quienes solo llamaré desgraciadas, porque
-no hay mayor desdicha que perder el pudor!
-
---Es cierto. ¿Cómo negarte nada, si tú lo sabes todo?
-
---Tienes que limpiarte de esa podredumbre, Pepe, pues de lo contrario,
-estás expuesto a corromperte de nuevo el mejor día.
-
---Sí, sí.
-
---Pero pronto, pronto. Adivino que esto no es fácil, y que para romper
-con todo ese pasado vergonzoso hay obstáculos materiales. Confiésamelo,
-dímelo todo, ten conmigo la franqueza que tendrías con un camarada de
-tu sexo. La vida humana ofrece tantas anomalías, que aun para librarse
-de la ruina se necesita tener dinero, y que del mismo vicio no puede
-huirse sin mostrarse con él caballeresco y dadivoso.
-
---Es verdad. Eres la ciencia humana y divina --replicó Urrea con viva
-emoción.
-
---Más claro: para cortar tus lazos viles con esa infeliz gente,
-necesitas dinero. Al hacer la cuenta de tus ahogos y de los compromisos
-que amargaban tu vida, has ocultado esta por delicadeza, por respeto
-hacia mí. ¿No es verdad?
-
---Sí.
-
---Quizás te encuentras obligado y sujeto por favores recibidos.
-
---Sí.
-
---Quizás has contraído deudas... en común. No te apures. Hablaremos de
-esto lo menos posible, para ahorrarte la vergüenza que el caso entraña.
-Prométeme cortar en absoluto y para siempre, con propósito de no
-reincidir, esas relaciones infames, y yo te doy el dinero que necesites
-para tu completa liberación. Así, así, las cosas se dicen clarito, y se
-hacen con valor.
-
---¡Oh, Halma! --exclamó anonadado el calavera, arrodillándose ante su
-prima, e intentando besarle las manos--. Si no te digo que te tengo por
-criatura sobrenatural, no expreso todo lo que siento.
-
---Levántate. Hoy mismo te ocuparás de eso. Dímelo todo: no ocultes
-nada. Mañana liquidas tus deudas de ignominia. Si sintieras duda, o
-escrúpulo, porque hubiese algún lazo dificilillo de cortar, aun con
-tijeras de oro, vienes y me lo cuentas, y yo te daré ánimos, razones...
-y veremos de arreglarlo.
-
-Alentado por tan poderoso estímulo, Urrea cortó relaciones indecorosas,
-algunas que le estorbaban horrorosamente, llenando su alma de hastío;
-otras que, si afectaban algo a su corazón, no tenían raíces tan hondas
-que no pudieran arrancarse con mediano esfuerzo. ¡Y qué libre, qué
-ancho, qué desahogado se sintió después! ¡Con qué placer veía las caras
-bonitas y risueñas perderse en la bruma que precede a las tinieblas del
-olvido! Uno solo de los tirones que tuvo que dar le produjo dolor. Pero
-acordándose de su prima, lo sufrió valeroso, y aun lo hubiera resistido
-con heroísmo si fuera de los hondos y lacerantes. Pero ello se redujo
-a un poquitín de pena o desconsuelo, y dos días bastaron para que la
-mundana figura que motivaba aquel estado psíquico, se desvaneciera
-también con las otras en una neblina de indiferencia. Al terminar
-esto, la Condesa de Halma tomó ante su aplacado espíritu proporciones
-enteramente divinas. Lo que sintió Urrea no podía compararse sino al
-júbilo inenarrable del náufrago que pisa tierra después de angustiosa
-lucha con las olas. Le salvaba aquella luz, faro, o estrella del mar, y
-ante ella hacía la ofrenda de su vida futura.
-
-No satisfecho con informarse por la noche del estado de don Manuel
-Flórez, José Antonio iba también por las mañanas. Comúnmente entre
-nueve y diez, Catalina había vuelto de misa, y estaba barriendo y
-limpiando la sala y gabinete, mientras el ama y sobrina atendían al
-enfermo. Cubría la Condesa su talle con un mandil de Constantina, y
-manejaba la escoba con rara habilidad. ¡Quién había de decirlo, viendo
-aquellas manos aristocráticas, finas, blancas como azucenas, de forma
-bonitísima, largos, gordezuelos y puntiagudos los dedos, verdaderas
-manos de Santa Isabel de Murillo, que ni en las cabezas plagadas de
-miseria perdían su virginal pureza y pulcritud! Urrea no se atrevió a
-pedirle permiso para besarle las manos, por no profanarlas con su labio
-pecador. No merecía tan grande honra. Verdaderamente aquellos dedos que
-cogían la escoba eran dignos de tomar la hostia consagrada.
-
---¿Y don Manuel, cómo sigue?
-
---Mal. La noche ha sido intranquila. No ha podido dormir, sufría mucho
-de la cabeza. No ha desvariado, antes bien, habla como un santo que es.
-Hoy se le administra el Santo Sacramento. Prepárase a recibirlo con
-unción y alegría. ¿Sabes en qué conozco que nuestro buen don Manuel se
-nos muere? En que su alma es toda candor. Piensa y habla como un niño.
-Tanta simplicidad demuestra que su alma se ha despojado de todo lo
-terreno. ¡Qué hermosura morir así! Aprende, primo mío, aprende, y para
-que mueras como un justo, vive en la justicia y la verdad.
-
---Yo vivo donde tú me mandes --dijo el parásito apartándose para no
-estorbarle en su barrido--. Donde me pongas allí me estaré. Y ahora,
-déjame que te pregunte una cosa. Dicen en tu casa que te vas a vivir a
-Pedralba.
-
---Eso había determinado; pero la falta de este incomparable amigo
-perturba mis planes, y aún no sé lo que haré.
-
---¡Y yo me quedo aquí! --observó Urrea con pena--. Yo aquí solo. Verdad
-que no estamos lejos, y puedo ir a verte con frecuencia. Pero no sé si
-tú lo consentirás. Debo seguir en Madrid para evitarte disgustos, para
-que no se ceben en ti la envidia y la malignidad.
-
---Esa razón no es razón. Ya sabes que no me afectan los dichos de la
-gente frívola y vana. La calumnia misma, que a otros aterra, puede
-venir a mí y acometerme y destrozarme. De sus ataques saldré más
-fuerte de lo que soy. Es la forma civilizada del martirio, ahora que
-no tenemos Dioclecianos que persigan el Cristianismo, ni sectarios
-furibundos que corten cabezas de creyentes... Pero si la calumnia
-no es motivo para que aquí te quedes --añadió, dejando la escoba, y
-poniendo los muebles en su sitio, después de restregarles la madera con
-un paño, tarea en que gustosamente le ayudó su protegido--, en Madrid
-continuarás solito, por razón de tus trabajos. No olvides la segunda
-parte de nuestro convenio. Has de hacerte un hombre útil que viva
-honradamente, sin depender de nadie.
-
---Sí, sí. Yo realizaré tu hermosa idea. Eres como una madre para mí, y
-debo venerarte, porgue me das el ser.
-
---Y debo creer que este hijo mío es ya crecidito, con fuerza suficiente
-para no necesitar andadores, y juicio para gobernarse por sí solo.
-
---Así será, si tú lo quieres. ¿Y ahora qué me mandas? ¿Me retiro?
-
---Sí, tenemos mucho que hacer. Luego hemos de preparar la casa y
-adornarla para recibir al Divino Visitante, que hoy tendremos aquí.
-Márchate y vuelve esta tarde a la hora del Viático. No quiero que
-faltes.
-
---No faltaré --dijo Urrea, y besando la orla del delantal grosero que
-ceñía el cuerpo de la noble dama, se retiró triste... ¡Partir Halma,
-quedarse él! ¡Enorme consumo de voluntad exigiría esta separación del
-hijo y la madre, del discípulo aún muy tierno y la santa y fuerte
-maestra!
-
-
-
-
-VII
-
-
-No faltó aquel día el Marqués de Feramor, que solo cruzó con su
-hermana palabras secas. En su atildado lenguaje inglés, parlamentario
-y económico, dijo que los hombres temen la muerte como temen los
-niños entrar en un cuarto obscuro. Esto lo había escrito Bacon, y
-él lo repetía, añadiendo que las penas que ocasiona la pérdida de
-seres queridos, tienen el límite puesto por la Naturaleza a todas las
-cosas. El mundo, la colectividad, sobreviven a las mayores desdichas
-personales y públicas. No debemos entregarnos al dolor, ni ver en él un
-amigo, sino un visitante importuno, a quien hay que negar todo agasajo
-para que se despida lo más pronto posible.
-
-La ceremonia religiosa fue hermosa y patética, acudiendo un gran gentío
-eclesiástico y seglar, de lo más distinguido que en una y otra esfera
-contiene Madrid. Recibió el enfermo el pan eucarístico con cristiana
-unción y mansedumbre, mostrando gratitud inefable al Dios que penetraba
-en su humilde morada, y se mantuvo tan sereno y dueño de sí mientras
-duró el acto, que parecía repuesto de su grave mal. Después habló con
-entusiasmo a sus amigos del gozo que sentía, y de las esperanzas que la
-santa comunión despertaba en su alma.
-
-Por la noche, tras un ratito de tranquilo sueño, llamó al ama y
-sobrina, y les dijo:
-
---Ya sé que está en casa la señora Condesa, y en verdad no sé por qué
-se oculta. Su presencia es gran consuelo para mí. Que entre, pues a las
-tres tengo algo que decirles.
-
-Besó Catalina la mano del sacerdote y se sentó junto al lecho, quedando
-las otras en pie:
-
---De veras os digo que estoy tranquilo. Me prosterné ante mi Dios, y
-llorando amargamente, le ofrecí la confesión de toda mi vida pasada,
-la cual, por mi incuria, por mi egoísmo, por mi insubstancialidad,
-no ha sido muy meritoria que digamos. Lo que poseo es para vosotras,
-Constantina y Asunción: ya lo sabéis. Atended a vuestras necesidades,
-reduciéndolas a la medida de una santa modestia, y lo demás empleadlo
-en servicio de Dios; socorred a cuantos menesterosos estén a vuestro
-alcance, sin reparar si lo merecen o no. Todo necesitado merece dejar
-de serlo. Y a usted, señora Condesa de Halma, nada le digo, porque
-a quien es más que yo y vale más que yo, y me gana en saber de lo
-espiritual y lo temporal, ¿qué ha de decirle este pobre moribundo?
-He concluido con toda vanidad, y tan solo le ruego que encomiende a
-Dios a su buen amigo. El que a mí me ha iluminado no está presente; si
-lo estuviera, yo le diría: compañero pastor, quisiera cambiar por tu
-cayado robusto el mío, que no es más que una caña adornada de marfil y
-oro. Tú pastoreas, yo no; tú _haces_, yo _figuro_...
-
-Siguió murmurando en voz baja expresiones que las tres mujeres no
-entendían. No cesaban de recomendarle el silencio y la tranquilidad.
-Poco después rezaban los cuatro, llevando la de Halma el rosario.
-Antes de terminar, el enfermo pareció aletargarse. Quedó Asunción de
-guardia, y Constantina y la Condesa salieron de puntillas.
-
-Tenían de guardia en el recibimiento a la chiquilla de la portera, para
-que abriese al sentir pasos de visitas, precaución indispensable por
-haber sido quitada la campanilla. A poco de salir de la alcoba, el ama
-dijo a la Condesa:
-
---Ha entrado una mujer que quiere hablar con la señora. Debe de ser
-una pobre... de estas que acosan y marean con sus petitorios. Yo que
-vuesencia, le daría medio panecillo y la pondría en la calle, porque
-si nos corremos demasiado en la limosna, esto será el mesón del tío
-Alegría, y nos volverán locas. Trae una niña de la mano, y me da olor
-a trapisonda, quiero decir, a sablazo de los que van al hueso. Con
-que póngase en guardia la señora Condesa, que en eso de dar o no dar
-con tino está el toque, como dice nuestro pobrecito don Manuel, de la
-verdadera caridad.
-
-Ya sabía Catalina quién era la visitante, y sin decir nada se fue a
-la sala, donde aguardaban en pie una mujer con mantón y pañuelo a la
-cabeza, y una niña como de seis años, arrebujada en una toquilla.
-
---Beatriz --dijo Halma, muy afectuosa, entregándoles sus dos manos, que
-mujer y niña besaron con amor--, ya me impacientaba yo porque no venías
-a verme. ¿Te dijo Prudencia que vinieras acá?
-
---Sí señora; pero yo no quería venir, por no ser molesta --replicó
-Beatriz, sentándose en el borde de una silla--. Por fin, esta noche me
-determiné, y he traído a esta para que me enseñe las calles, que no
-conozco bien. Rosa sabe al dedillo todos estos barrios, porque ayudaba
-a sus padres a repartir la leche, cuando tuvieron la cabrería... ¡ah!
-negocio malísimo, en que se metió mi prima con los vecinos del bajo
-derecha, por ayudar a Ladislao, que con la afinación de pianos no
-sacaba para dar de comer a la familia. El pobre Ladislao ha pasado
-amarguras horribles, persiguiendo el garbanzo, y soñando siempre con la
-ópera que tenía a medio componer, dentro de su cabeza. Todo lo probó:
-tocaba el trombón en un teatro, y repartía prospectos por las calles.
-La cabrería les empeñó más de lo que estaban. Yo he visto la miseria de
-aquella casa, miseria negra, como hay tanta en Madrid, sin que nadie la
-vea ni la socorra, porque no es posible, Señor, no es posible... Bien
-lo sabe la señora, que la ha visto con sus propios ojos, porque con la
-señora entró Dios en aquella casa... Y puedo decirle que sus palabras
-cariñosas las han agradecido aquellos infelices más aún que el socorro
-que les ha dado para comer y abrigarse. La señora es... no tan solo la
-caridad, sino también la esperanza.
-
---¿Y el pobre Ladislao, está contento?
-
---Tan contento, que de puro alegre no pega los ojos. Dice que su
-_desiderato_ sería la plaza de maestro de capilla; pero que si la
-señora no tiene capilla en sus estados, lo mismo la servirá de cochero
-que para traer leña del monte, si a mano viene...
-
---Que no piense en eso, y espere --dijo la Condesa, impaciente por
-tratar de otro asunto--. Bueno, Beatriz, ¿y qué...?
-
---Nada, es cosa resuelta. He venido acá, para que la señora Condesa no
-tarde en saber que hoy fueron a verle al hospital dos señores curas,
-que parece son del Tribunal eclesiástico. Dijéronle que Su Ilustrísima
-le proponía dos maneras de asistirle y curarle, en el suponer de que
-está enfermo. O bien darle un vale perpetuo para el Asilo de señores
-sacerdotes, o bien ser recogido en una casa honestísima de persona
-principal y muy cristiana. Diéronle a escoger, y, por de contado,
-escogió lo segundo. Lo he sabido por él mismo: esta tarde fui allá, y
-me encontré en la celda al señorito de Urrea, que le aconsejaba salir
-de aquel encierro, pues ya está libre. Mas no quiere el bendito don
-Nazario gozar de libertad mientras no le dé licencia la persona que le
-toma bajo su amparo, y le diga cuándo, cómo y a qué lugar ha de ir con
-sus pobres huesos.
-
---Pues mira lo que has de hacer, Beatriz, y pon atención a lo que te
-ordeno. Mañana llegará un carro con tres mulas que he mandado venir
-de Pedralba. Al amanecer del día siguiente, lo tendrás en tu calle,
-y el carretero, que es un viejo llamado Cecilio, un poco hablador y
-refranero, pero buen hombre, subirá a tu casa para avisarte. Metes en
-el carro a Ladislao y a Aquilina con sus tres chicos, y a Nazarín, y
-tú misma de añadidura. Cabréis perfectamente, y si vais estrechos, los
-hombres pueden ir algunos ratos a pie... En fin, arreglaos del mejor
-modo posible. No llevéis muebles ni ropas de cama. Repartid todo eso
-entre los vecinos que sean más pobres. Ropa de vestir podéis llevar...
-¡Ah! se me olvidaba el piano de Ladislao. Dile que es mi deseo se lo
-regale al ciego, también afinador, que vive en el cuartito próximo.
-Puede meter en el carro aquella balumba de papeles de música que tiene
-encima de la cómoda. Todo el día emplearéis en el viaje, porque las
-mulas irán al paso, para que puedan hacer un poco de ejercicio los que
-se cansen de la estrechez del carro, y meterse en él un rato los _de
-infantería_, para descansar de la caminata. Cecilio os llevará hasta
-mi casa, y en ella os dará alojamiento hasta que, pasados unos días,
-cuando yo avise, vuelvan Cecilio y las tres mulas por mí.
-
---¡En carromato la señora! --exclamó Beatriz llevándose las manos a la
-cabeza.
-
---Como vais vosotros, iré yo. ¿Qué más da? Si es hasta más cómodo, y
-más alegre. No veas en esto un mérito, ni menos afectación de pobreza:
-no gusto de hacer papeles. Además, establezco en mi pequeño reino toda
-la igualdad que sea posible. No me atrevo aún a decir, antes de que la
-práctica me lo enseñe, a qué grado de igualdad llegaremos.
-
---Reino ha dicho la señora --afirmó la nazarista con gozo--, y aunque
-así no lo llamara, reina y señora nuestra será siempre.
-
---Tampoco sé aún qué grado de autoridad tendré sobre vosotros. Quizás
-no pueda tenerla, o la abdique desde el primer momento. Pero no
-pensemos aún en lo que será, y ocupémonos tan solo de lo presente. Con
-el dinero que te di, y que conservarás en tu poder...
-
---Sí señora, menos lo que, por encargo de la señora, gasté en el
-vestidito de Aquilina y en las botas de Ladislao.
-
---Pues aún te queda para comprar zapatos y alpargatas a los tres
-chicos, y para lo que gastéis por el viaje, que será bien poco. No
-necesito decirte que economices, porque sé que sabes hacerlo. Como
-la hija de Cecilio cuidará de daros de comer mientras yo llegue, ten
-bien cerrada la bolsa, Beatriz, y no gastes ni un céntimo de lo que
-en ella te quedare al llegar allá; no olvides que somos pobres, pobres
-verdaderos... No creas que nuestro reino es una pequeña Jauja.
-
---Si lo fuera, no nos tendría la señora por vasallos...
-
---¿Te has enterado bien?
-
---Sí señora --dijo Beatriz levantándose--; descuide, que todo se hará
-punto por punto como la señora desea.
-
-Despidiéronse besándole la mano; la Condesa las besó en el rostro, y al
-despedirlas en la puerta, cuando ya habían bajado algunos peldaños, las
-llamó para hacerles una advertencia.
-
---Oye, Beatriz. Mi buen Cecilio padece de una maldita sed que no se le
-quita sino con vino. Ya está tan cascado el pobre, que sería crueldad
-privarle de satisfacer su vicio. Durante el viaje, le permitirás que
-tome una copa en alguna de las ventas por donde pasen, no en todas...
-Fíjate bien: con tres o cuatro copas de pardillo en todo el camino
-tiene bastante; pero nada más, nada más... Ea, adiós, y buen viaje.
-
-
-
-
-VIII
-
-
-Llegó poco después un señor eclesiástico, amigo íntimo de Flórez,
-don Modesto Díaz, que goza fama de predicador excelente, uno de los
-primeros de Madrid. Tres o cuatro veces al día iba a enterarse del
-estado del enfermo, a quien entrañablemente quería, pues se conocieron
-desde la infancia, y en Madrid vivieron luengos años en cordialísimas
-relaciones, aunque cada cual actuaba en esfera distinta dentro de lo
-eclesiástico, pues si Flórez era relativamente rico, y no tenía que
-discurrir para proveer decorosamente a la existencia, Díaz, obrero
-incansable, trabajó toda su vida, _propter panem_. De joven, tuvo
-que ganarlo para su madre, y en edad madura crió y educó sin fin de
-sobrinos huérfanos, que debían de padecer hambre canina, según lo que
-el pobre cura bregaba para mantenerlos, pues él daba lecciones de latín
-y moral, en colegios y casas particulares, de retórica y poética en
-un instituto, traducía del francés obras religiosas para un editor
-católico, y con esto y la celebración y sus sermones, que llegaron a
-constituirle un ingreso de cuenta, salió el hombre adelante con todo
-aquel familiaje, y algo le quedaba para socorrer a un pobre.
-
-La diferente atmósfera en que Díaz y Flórez vivían, y el distinto
-camino de cada cual, no impidieron que se juntaran en el terreno de una
-amistad tan antigua como cariñosa. Eran vecinos: muchas tardes paseaban
-juntos, y perfectamente acordes en ideas y gustos, nunca surgió entre
-ellos disputa ni desavenencia por cosa dogmática ni temporal. Ambos
-eran buenos y estimados de todo el mundo; ambos piadosos y bienavenidos
-con su conciencia. Hasta se parecían un poco en lo físico; solo que
-Díaz no se arreglaba tan bien como el otro, ni era tan pulcro, o si se
-quiere, tan elegante.
-
-Con expresiones de sincero dolor se condolió don Modesto de la gravedad
-de su amigo, manifestándose confuso por aquel repentino mal, que había
-venido como un escopetazo.
-
---¡Pero si hace tres semanas estaba Manuel vendiendo vidas! Una tarde
-que fuimos de paseo hacia la Moncloa, hicimos recuento de los años que
-tenemos a la espalda, y calculando lo que podríamos vivir si el Señor
-nos conservaba nuestra salud, nos corríamos tan frescos hasta los
-ochenta. De buenas a primeras, Manuel da este bajón tremendo... ¿Pero
-por qué? Las últimas tardes que paseamos, le noté muy metido en sí,
-cosa rara, pues era hombre tan social, que siempre le veía usted el
-alma revoloteando alegre fuera de la jaula... En fin, Dios lo quiere
-así. Cúmplase su santa voluntad.
-
-Con un hondo suspiro nada más comentó la Condesa estas expresiones, y
-el buen sacerdote, después de enjugarse una lágrima, cambió de tono
-para decir:
-
---Entre paréntesis, señora Condesa, sé que se va usted a su finca de
-Pedralba, próxima a San Agustín, y conviene que sepa que el cura de
-esta villa es mi sobrino Remigio, a quien escribiré para que se ponga
-a las órdenes de usted, y la sirva en cuanto guste ordenarle. ¡Buen
-muchacho, señora, que sabe su obligación, y tiene además un don de
-gentes que ya lo quisieran más de cuatro! Yo le crié; es mi hechura,
-y a mí me debe su doble carrera, pues a más del grado en teología
-y cánones, es licenciado en derecho. Alguna guerra me dio cuando
-estudiaba, porque en la Universidad por poco me le tuercen. Le tiraba
-más la filosofía que la teología, y su comprensión fácil, su talento
-flexible le encariñaron más de la cuenta con los estudios de materias
-filosóficas y sociales novísimas. Bueno es saber de todo, y conocer
-toda la extensión de las ideas humanas; pero yo dije: «para, hijo».
-Él obstinado en doblárseme, y yo en que había de ponerle derecho como
-un huso. Naturalmente, gané yo: el chico era dócil, respetuoso, y me
-quería con locura. Cantó misa diez años ha, día de la Candelaria, y
-ahí le tiene usted hecho un sacerdote modelo, obscurecido, es verdad,
-en una villa de corto vecindario, pero con esperanzas de pasar a una
-parroquia de la Corte, o a una canonjía.
-
-Contestó Halma con las expresiones urbanas que el caso requería, y
-la conversación, por su propio peso, recayó en don Manuel, y en la
-dificultad de sacarle adelante, si Dios no hacía un milagro.
-
---Para mí --dijo Díaz con hondísima tristeza-- es una pérdida
-irreparable, pues no tengo ningún amigo que pueda comparársele en lo
-afable, en lo cariñoso y servicial. Siempre que yo necesitaba una
-tarjeta de recomendación, él a dármela. Sus buenas relaciones con gente
-principal eran una bendición de Dios para los que estamos en esfera
-más baja. ¡Cómo le quería toda la grandeza! Y ahí tiene usted a un
-hombre que hubiera podido ser obispo. Pero lo que él decía con toda
-la modestia de Dios: «No sirvo, no sirvo: es mucho trabajo para mí.»
-Cada lobo en su senda, y la de Manuel era fomentar la piedad en las
-clases elevadas, y dirigirlas en sus campañas benéficas... Era hombre
-de tan extraordinario don de gentes, que su trato lo mismo cautivaba
-al rico que al pobre, y con su ten con ten, a todos les enseñaba la
-buena doctrina... ¡Dios sabe cuán solo y triste me quedo sin Manuel en
-este valle de lágrimas!... ¡Pues apenas tiene fecha nuestra amistad! Él
-es natural de Piedrahita, yo de Muñopepe, en el mismo partido. Juntos
-nos criamos, juntos fuimos a la escuela, juntos recibimos la sagrada
-investidura. Él era casi rico, yo pobre; él vivía de sus rentas, yo
-de mi trabajo rudo. Siempre que necesité de algún auxilio, porque hay
-meses crueles, señora mía, sobre todo en verano, cuando se despuebla
-Madrid, a él acudía..., ¡ay! y le encontraba siempre. ¡Qué excelente
-amigo! Me facilitaba cortas cantidades, sin ningún interés... ¡Ave
-María Purísima, ni hablarle de ello siquiera! Me habría pagado. ¡Entre
-amigos...! Llegaba el invierno, y yo le pagaba religiosamente. Por
-Navidad, de los infinitos regalos que recibe, participo yo. El Señor
-le premia tanta bondad, pues sus tierras de Piedrahita siempre le dan
-buenas cosechas... Así es que viviendo con decoro y sin boato, como
-un buen sacerdote, tiene sobrantes, con los cuales pudo costear una
-excelente escuela en Piedrahita. Sí señora, una lápida de mármol dice
-a la posteridad el nombre del fundador. Pues con estas esplendideces,
-aún le sobra, y no hay año que no compre alguna tierra limítrofe con
-su heredad. Propietario generoso, y buen cristiano, no apura a sus
-renteros, ni escatima jornales en tiempo de miseria. En fin, que
-hombres como este hay pocos. El Señor le quiere para sí; acatemos su
-voluntad suprema, y reconozcamos que todas las grandezas terrenas son
-ceniza, polvo, nada.
-
-Manifestose doña Catalina conforme con todo esto, y seguían platicando
-sobre la vanidad de las grandezas humanas, cuando el enfermo dio una
-gran voz, diciendo:
-
---¿Ha venido Modesto?... Que entre aquí. ¡Modesto, Modesto!
-
-Acudió el señor Díaz, y los dos amigos se abrazaron con ardiente
-cariño. El sano no podía contener las lágrimas; el enfermo, debilitado
-y con el cerebro inseguro, perdiendo y recobrando a cada momento el
-sentido y la palabra, no hacía más que darle palmetazos en el hombro,
-y sus ojos extraviados, tan pronto reconocían a don Modesto, como le
-miraban con extrañeza y estupor.
-
---Mi buen amigo --le dijo en un momento lúcido--, te sentí, y quise
-que entraras para darte la gran noticia. Ya siento un gran alivio en
-mi alma. A mi conciencia le han nacido alas, y mírame cómo subo hasta
-los cielos. ¿No sabes? ¡Ay, Modesto, qué alegría! Acabo de decidir que
-mi viña de Barranco de Abajo, la mejor que tengo, sea para ti. Ya es
-tiempo de que descanses, hombre. ¡Qué león para el trabajo...! Ahora,
-con tu viña, que puede darte tus mil cántaras, que te echen sobrinos.
-Bastante tienen estas tontas con lo demás de Piedrahita, y yo nada
-necesito ya, pues quiero ser pobre lo que me quede de vida... No te
-vayas, Modesto, acompáñame, pues me dan más congojas... y me parece que
-me he muerto, y que me han enterrado vivo, y... No, no... que no me
-entierren vivo... Yo soy pobre... muy pobre, no quiero mausoleos, ni
-que pongan sobre mí una de esas piedras enormes con letras de oro...
-No, no quiero letras de oro, ni hebillas de plata. Y en cuanto a mi
-gran cruz de Isabel la Católica, os digo que no me la pongáis, cuando
-me amortajéis... el día de mi muerte. No quiero más cruz que la de mi
-Redentor... a quien no me parezco nada, pero nada... Él era todo amor
-del género humano, yo todo amor de mí mismo. ¿Verdad, Modesto, que no
-me parezco nada... pero nada?
-
-Procuraban calmarle; pero ni aun podían, con la ayuda del señor Díaz,
-sujetarle en el lecho, pues dos o tres veces se quiso arrojar de él
-desarrollando una fuerza nerviosa increíble en su extenuación.
-
---Dejadme --decía--, no seáis pesadas. Huyo de lo que fui... No quiero
-verme, no quiero oírme. Hay un hombre, que en el siglo se llamó Manuel
-Flórez. ¿Sabéis cómo le llamaría yo? _el santo de salón_. Yo no soy él;
-yo quiero ser como mi Dios, todo amor, todo abnegación, todo caridad...
-No entiendo de intereses. Aquel hacía cuentas, yo las deshago; aquel
-vivió en mil vanidades, yo corro detrás de la verdad, ya la toco, y
-vosotras, ruines cócoras, no me dejáis...
-
-El médico, que en mitad de esta crisis apareció, dispuso remedios
-que no tenían más objeto que hacerle menos dolorosa la agonía. La
-parálisis de la parte inferior del cuerpo era absoluta. El derrame se
-había iniciado sobre la médula, dejando libre el cerebro. Don Modesto
-Díaz resolvió quedarse allí toda la noche. Después de las doce, el
-moribundo, inmóvil, rígido, descompuesto el rostro, honda y débil la
-voz, entornados los ojos, llamó a su amigo y le dijo:
-
---Modesto, hazme el favor de leerme aquel capítulo de los _Soliloquios
-de nuestro Padre San Agustín... Confesión de la verdadera Fe_.
-
---No necesito leértelo, querido Manuel --dijo don Modesto, con sus
-manos en las manos del moribundo--, pues me lo sé de memoria: «Gracias
-os hago, luz mía, porque me alumbrasteis y yo os conocí. Conocíos
-Criador del Cielo, y de todas las cosas visibles e invisibles, Dios
-verdadero, todopoderoso, inmortal, interminable, eterno, inaccesible,
-incomprensible, inconmutable, inmenso, infinito, principio de todas
-las criaturas visibles e invisibles, por el cual todas las cosas son
-hechas, y todos los elementos perseveran en su ser, cuya Majestad, así
-como nunca tuvo principio, así jamás tendrá fin...»
-
-Y siguió recitando de memoria largo trecho, hasta que Flórez, que
-como extasiado escuchaba, repitiendo algunas palabras, le interrumpió
-diciéndole:
-
---Más adelante, más adelante, Modesto, donde dice... ¡Ah! yo lo
-recuerdo: «Tarde os conocí, lumbre verdadera, tarde os conocí, porque
-tenía delante de los ojos de mi vanidad una gran nube obscura y
-tenebrosa, que no me dejaba ver el sol de justicia y la lumbre de la
-verdad. Como hijo de tinieblas...»
-
-Lo restante no se entendió. Fue tan solo un murmullo ininteligible, un
-pegar y despegar de labios, como si algo saboreara.
-
-Doña Catalina y don Modesto rezaban, y el ama y sobrina habrían hecho
-lo mismo si su copioso llanto se lo permitiera. Llegaron muchos amigos,
-y a la madrugada, conservando el enfermo su conocimiento, aunque
-turbado, se le dio la Extremaunción. Pronunció después conceptos
-incoherentes, sin conocer a nadie; pero cuando ya era día claro, como
-si la luz solar alentase la última chispa del pensamiento que se
-extinguía, miró y conoció a la señora Condesa, y alargando lentamente
-el brazo hasta tocar la manga del vestido con su mano temblorosa, le
-dijo con voz apagada:
-
---No me olvide en sus oraciones, mi buena y santa amiga. Dios tendrá
-misericordia de mí, el más inútil soldado de la cristiandad militante.
-Nada hice de gran provecho: entrar, salir, saludar, consejos vanos...
-charla, etiqueta, buena vida, sonrisas... bondad pálida.. ¿Sufrir?
-nada... ¿Sacrificio? ninguno... ¿Trabajos? pocos. ¡Ah, señora mía y
-hermana, de lo mucho y grande que usted hará en la vida mística que
-emprende, pídale al Señor que me aplique a mí alguna parte, por la
-buena fe con que servía sus ideas, figurando que las inspiraba! Yo no
-he inspirado nada, nada grande... Todo pequeñito, todo vulgar... No
-fui bueno, no fui santo: fui... simpático... ¡ay de mí! simpático.
-Válgame ahora, Redentor mío, mi simplicidad, esta pena de no haber
-sabido imitarte, de no haber sido como tú, sencillo, amoroso, manso,
-de no haber sabido labrar con el bien propio el bien ajeno, ¡el bien
-ajeno!, único que debe regocijar a un alma grande; la pena de no haber
-muerto para toda vanidad, y vivido solamente para encenderme en tu
-amor, y comunicar este fuego a mis semejantes.
-
-Esta llamarada de elocuencia fue la última, y precedió a la extinción
-tranquila y lenta de la vida, sin sufrimiento. Diversas cláusulas
-fluctuaron en sus labios, como burbujas: una invocación a la Virgen,
-y la idea, la tenaz idea que no quería soltarle hasta el dintel mismo
-de la eternidad, que quizás le seguiría más allá, haciéndose también
-eterna:
-
---No soy nada, no he hecho nada... Vida inútil, _el santo de salón,
-clérigo simpático_... ¡Oh, qué dolor, _simpático_, farsa! Nada
-grande... Amor no, sacrificio no, anulación no... Hebillas, pequeñez,
-egoísmo... Enseñome aquel... aquel, sí...
-
-Acercándose mucho a su rostro, pudo el buen Díaz percibir estas
-expresiones... La vida se apagó tan mansamente, que no pudieron los
-doloridos circunstantes determinar el momento preciso en que entregó
-su alma al Señor el virtuoso don Manuel Flórez; pero aquella diminuta
-porción de tiempo, punto de escape hacia la misteriosa eternidad, se
-escondía entre los quince minutos que precedieron a las nueve de la
-mañana.
-
-
-
-
-CUARTA PARTE
-
-
-
-
-I
-
-
-No se avenía con su desamparo José Antonio de Urrea, que, desde el
-momento de la desaparición de la Condesa de Halma, arrebatada de su
-presencia en carromato, y no de fuego, vivía sumergido en un mar de
-tristeza, sin más entretenimiento que medir con ojos lánguidos la
-extensión de la soledad cortesana que le rodeaba. Madrid, con todo su
-bullicio, y los mil encantos de la vida social, habían venido a ser
-para él una estepa, en cuya aridez ninguna flor, ni la del bien ni la
-del mal, podía coger para su consuelo. Pasaba el día tumbado en un
-sofá, rumiando sus amargos hastíos de la lectura, del trabajo, de la
-meditación misma. Por las noches se lanzaba fuera de casa, buscando en
-un voltijear inquieto por calles y plazas el alivio de su melancolía.
-No volvió a poner los pies ni de día ni de noche en las casas de sus
-parientes, hacia los cuales sentía un despego muy próximo al horror.
-Sus amigos íntimos de otros tiempos, compañeros de desorden, se le
-habían hecho tan antipáticos, que de ellos huía como del cólera. De
-amistades de otro sexo, no se diga: éranle, más que antipáticas,
-odiosas. Con todo, una noche fue tan hondo su tedio, y tan vivo su afán
-de encontrar algo en que su alma se esparciera, que se dejó tentar del
-demonio de sus recuerdos. Pudo creer un momento que refrescando pasadas
-amistades se consolaría; pero no hizo más que llegar a las puertas del
-vicio, y retrocedió sobresaltado. Las tentaciones no hacían más que
-soliviantarle la imaginación; pero sin poder debelar la fortaleza de su
-voluntad.
-
-Otro aspecto singularísimo del estado de su espíritu, era que todas las
-personas que conocía se habían transformado en su criterio social así
-como en sus afectos. El primo Feramor no era más que un figurón, una
-inteligencia secundaria, petrificada en las fórmulas del positivismo,
-y barnizada con la cortesía inglesa; Consuelo y María Ignacia dos
-fantochonas, en las cuales se encontraba la comadre vulgarísima, a
-poco que se rascara la delgada costra aristocrática que las cubría;
-mujeres sin fe, sin calor moral, ignorantes de todo lo grave y serio,
-instruidas tan solo en frivolidades que las conducirían al desorden, al
-vicio mismo, si no las atara el miedo social, y las posiciones de sus
-respectivos maridos; la Marquesa de San Salomó una cursi por todo lo
-alto, queriendo hacer grandes papeles con mediana fortuna, echándoselas
-de mujer superior porque merodeaba frases en novelas francesas, y tenía
-en su tertulia media docena de señores entre políticos y literarios que
-poseían cierto gracejo para hablar mal del prójimo; Zárate, un sabio
-cargante que coleccionaba nombres de autores extranjeros y títulos
-de obras científicas, como los chicos coleccionan sellos o cajas de
-fósforos; Jacinto Villalonga un político corrompido, de esos que
-envenenan cuanto tocan, y hacen de la Administración una merienda de
-blancos y negros; Severiano Rodríguez otro que tal, mal revestido de
-una dignidad hipócrita; el general Morla un Diógenes cuyo tonel era
-el casino; el Marqués de Casa-Muñoz un ganso, digno de morar en los
-estanques del Retiro; y por este estilo todos cuantos en otro tiempo
-le movían a envidia o estimación, se degradaban a sus ojos hasta el
-punto de que él, José Antonio de Urrea, mirado con menosprecio y
-lástima, se conceptuaba ya superior a todos ellos. Para él toda la
-humanidad se condensaba en una sola persona, la celestial Catalina de
-Halma, resumen de cuanto bueno existe en nuestra Naturaleza, excluido
-absolutamente lo malo; con la ausencia, que la misma señora le impuso
-como última etapa del procedimiento educativo, tomaba en el alma del
-discípulo proporciones colosales la figura moral y religiosa de su
-maestra, y la veneración que hacia ella sentía iba rayando en delirio.
-Sus insomnios eran martirio y consuelo, porque en la soledad de la
-noche, el excitado cerebro sabía engañar la realidad, oyendo la propia
-voz de Halma, y viendo entre vagas claridades la figura misma de la
-noble dama. «Voy a concluir loco perdido» --se dijo una mañana--, y
-diciéndolo tomó la temeraria determinación que había de poner fin a su
-soledad. No se detuvo a pensarlo más, para no arrepentirse, y en el
-breve espacio de algunas horas vendió sus trebejos de zincografía, y
-heliograbado, traspasó la casa, arregló un breve equipaje, y liquidadas
-varias cuentas pendientes, salió a tomar informes del coche de Aranda.
-«No puedo más, no puedo más --decía corriendo de calle en calle--. La
-desobedezco; pero ya me perdonará, si quiere. Y si no, arrostro su
-enojo. Todo antes que este vacío en que me muero.»
-
-El coche de Aranda había salido ya cuando él llegó a la administración,
-y no queriendo esperar veinticuatro horas más para lanzarse fuera de
-Madrid, que había llegado a ser su Purgatorio, tomó billete en un
-coche que al amanecer salía para Torrelaguna. Impaciente por partir,
-la noche se le hizo larguísima. Una hora antes de la salida, ya estaba
-en la administración, temeroso de que el coche se le escapara. Lo que
-hizo este fue retardar media hora la salida, pero al fin, gracias a
-Dios, viose el hombre en la delantera, junto al mayoral, y las casas
-de Madrid se iban quedando atrás, ¡oh alegría! y atrás se quedaron
-los depósitos del Lozoya, y las casetas de los vigilantes de Consumos
-en Cuatro Caminos, y Tetuán; y después todo era campo, la estepa del
-Norte de Madrid, a trechos esmaltada de un verde risueño, gala de los
-primeros días de Abril, y limitada por el grandioso panorama de la
-sierra. El corazón se le ensanchaba, el aire asoleado y puro llenábale
-de vida los pulmones. Desde su infancia no se había visto tan contento,
-ni gozado de una tan feliz y espléndida mañana. Se sentía niño, cantaba
-a dúo con el mayoral, y lo único que de rato en rato obscurecía el sol
-de su dicha era el temor de que Halma se enfadase por su desobediencia.
-
-Y en verdad que los Hados, o hablando cristianamente, la Providencia
-Divina, no le favorecieron en aquel viaje, sin duda en castigo de
-su indisciplina, porque antes de llegar a Alcobendas, una de las
-caballerías (dicen las historias que fue _la Gallarda_) dio a conocer
-su inquebrantable resolución de no seguir tirando del coche, por piques
-sin duda y rozamientos con el mayoral. Y ni los furibundos argumentos
-que en forma de palos este le aplicaba, la convencían del perjuicio que
-su obstinación causaba a los viajeros. En esta y otras cosas, la parada
-en Alcobendas, que debía ser breve, duró una horita larga, resultando
-después que el jamelgo con que fue sustituida _la Gallarda_, cojeaba
-horrorosamente. Urrea contaba llegar a San Agustín al medio día, y a
-las dos, todavía faltaba largo trecho. Pero lo peor fue que como a un
-tiro de fusil más allá de Fuente el Fresno, una de las ruedas dijo con
-estallido formidable, que primero la hacían astillas que dar una vuelta
-más, y ved aquí a todos los viajeros en pie, sin saber si quedarse
-allí, o volver al pueblo por donde acababan de pasar. Urrea no vaciló
-un momento, y encargando su maleta al mayoral para que la entregase en
-San Agustín, echó a andar resueltamente para esta villa. A buen paso,
-llegaría al caer de la tarde, y no había de ser tan desgraciado que no
-encontrara allí una caballería que le llevase a Pedralba.
-
-Anduvo con sostenido paso y sin sentir fatiga, y cuando conceptuaba
-haber andado más de una legua preguntó a un hombre que iba en la misma
-dirección, en un borriquillo:
-
---Buen amigo, ¿estoy muy lejos de San Agustín?
-
---Como una media horica.
-
---¿Encontraré allí una caballería para ir a Pedralba?
-
---¿A Pedralba, señor... a la casa de los locos?
-
---¡De los locos!
-
---Nada, es un decir. Así la llamamos, desde que está allí esa señora
-que ha traído no sé cuántos orates para ponerles en cura.
-
---Doña Catalina, Condesa de Halma, a quien todo el país respetará y
-venerará como una santa.
-
---Dígole, señor, que mejorando lo presente, así es. ¿Sabe lo que se
-cuenta en el pueblo?
-
---¿Qué, hombre, qué?
-
---Que la doña Catalina es reina, sí señor, una reina o emperadora de
-los extranjis de allá muy lejos, y que hubo una rigolución por donde
-la echaron del trono, y el Papa Santísimo la mandó acá en son de
-penitencia. Eso dicen: yo no sé.
-
---Patrañas. Pero en fin, ¿podré ir a caballo a Pedralba?
-
---Como decírselo a lo seguro, no puedo, señor. Llegará y veralo. Para
-caballerías, el cura.
-
---Don Remigio Díaz, ¿no es eso? Le conozco de nombre, y por la fama de
-su mérito. ¿Y el señor párroco podría facilitarme...?
-
---Como tenerlo, lo tiene: jaca, y por más señas, una burra hermana de
-este... Y si el señor va cansado y quiere montarse un poco...
-
-Sin esperar respuesta, el bondadoso campesino se desmontó, ofreciendo
-su rucio al caballero. No vaciló Urrea en aceptarlo, más que por
-cansancio, por no desairar tan gallarda atención. Llevando su
-cabalgadura al paso del dueño de ella, siguió José Antonio pidiéndole
-informes de los habitantes de Pedralba.
-
---Y esa que ustedes creen reina, vendría en una carroza magnífica,
-escoltada de lacayos y servidores.
-
---No señor... ¡Qué risa! Vino en carromato. Parece que ha hecho voto
-de vivir a lo pobre mientras no le devuelvan el reino que le quitaron.
-Primero llegó el carromato con muebles, baúles de ropa fina, y cosas
-para el lavatorio de las señoras principales. Un espejo trajeron de más
-de una vara, y otros muchos arrequisitos de palacios reales. Después
-volvió el carro trayendo a la señora, vestidita de negro, como la
-Virgen de la Soledad.
-
---Y esos locos que aloja consigo llegaron antes, según creo.
-
---Sí señor. Los trajo Cecilio, y por ahí andan sueltos. Dicen que
-uno es cura trajinante, y otro el primer músico de la capilla de los
-palacios mostrencos de Inglaterra. De una de las mujeres se dice que es
-loca médica, y que cura todas las enfermedades de flato con solo mirar,
-y la otra parece que es la mejor mano para salar guarros que la señora
-tenía en su reino.
-
---Vaya --dijo Urrea parando y descendiendo del borrico--. Ya he
-descansado. Muchas gracias, y vuelva usted a montarse, que si no me
-equivoco, ya estamos cerca, y aquellas casas que allí se ven son las
-primeras del pueblo.
-
---A fe que sí. Ya llegamos --dijo el labriego, mirando hacia un grupo
-de gente que por entre unos árboles, a mano derecha del camino real, a
-este se aproximaba--. Señor, señor... ahí tiene a don Remigio, nuestro
-peine de cura... digo peine porque sabe más que Merlín. Véalo: viene
-hacia acá, y le mira a usted mucho.
-
-Urrea vio que hacia él se llegaba, destacándose presuroso del grupo,
-un clérigo joven, vivaracho, con el balandrán colgado de los hombros,
-gorro de terciopelo negro, bastón nudoso. Descubriose el madrileño para
-saludarle, y el curita le preguntó con extraordinaria viveza si era don
-José Antonio de Urrea.
-
---Servidor de usted, señor cura.
-
---¡Alto! Dese usted preso --dijo el párroco en un tono que reunía el
-humorismo y la buena crianza--. Nada, nada, que se viene usted conmigo
-a la prevención, señor de Urrea, donde le tengo apercibida una modesta
-cama para que descanse, cena frugal, y una yegua para que le lleve a
-Pedralba.
-
---Señor cura, ¡cuánta bondad! Pero permítame usted que me asombre de
-esa previsión que parece sobrenatural. Yo no he anunciado mi viaje...
-
---Pero lo que usted no anuncia, porque se ha venido acá como un
-colegial escapado, otros lo adivinan.
-
---No entiendo.
-
---La señora Condesa me dijo ayer: «He dejado en Madrid a un loquinario
-de primo mío, con órdenes terminantes de no moverse de allí, para que
-no desatienda las obligaciones que le he impuesto. Pero le conozco y
-se cansará, y querrá venir a verme, con pretexto de recibir nuevas
-órdenes. De hoy o mañana no pasa. Cuando recale por San Agustín, señor
-don Remigio, hágame el favor de atenderle, darle hospitalidad si
-llega de noche, y facilitarle una modesta caballería para que venga a
-Pedralba.»
-
---Estoy encantado, señor cura --dijo Urrea loco de alegría--. Esto
-parece un sueño, un cuento de hadas..., y usted el genio protector, y
-yo... no sé qué parezco yo, el más feliz de los hombres..., y en este
-momento el más agradecido de los viajeros.
-
-
-
-
-II
-
-
-Dirigiéronse hacia la casa rectoral, escoltados por los que de paseo
-venían con don Remigio, y este hizo el gasto de conversación por el
-camino, dedicando un sentido recuerdo a la memoria del santo don
-Manuel Flórez, y condoliendose de lo triste y solo que con tal
-desgracia se habría quedado el tío Modesto. En la puerta se despidieron
-afectuosamente los acompañantes, y don Remigio y su improvisado amigo
-entraron.
-
---¡Valeriana, Valeriana! --gritó el curita desde la puerta, y habiendo
-comparecido una mujer gruesa y tan entrada en años como en carnes, le
-dijo--: Este es el caballero que esperábamos, o que creíamos ver llegar
-de Madrid hoy, mañana o pasado. Cenaremos pronto, Valeriana, que el
-señor, diga lo que quiera, trae un apetito muy regular. ¿Verdad que sí?
-
-Dio las gracias Urrea cortésmente, añadiendo con cierta timidez que su
-deseo era llegar pronto a Pedralba...
-
---Tenga usted calma... y váyase convenciendo de que está secuestrado
---le dijo el clérigo con ese humorismo hospitalario que suelen emplear
-los ricos de pueblo--. ¿Creía usted que yo le iba a soltar tan pronto?
-Está fresco el señor de Urrea. Mire usted: ya es de noche, y no tenemos
-luna; el camino de aquí a Pedralba es muy malo para ir a pie, y a
-caballo no puede ser, porque hoy el chico del alcalde me llevó la jaca
-a Torrelaguna, y esta es la hora que no ha vuelto. Conque resígnese,
-y mañana con la fresca saldrá usted, acompañado de _este cura_, que
-también tiene que visitar a la señora Condesa.
-
-¿Qué remedio tenía el impaciente viajero más que conformarse con la
-voluntad de Dios, representado en aquella ocasión por el bondadoso
-y vivaracho don Remigio? Entraron en una sala espaciosa, lugareña,
-clerical, de paredes blancas, descubiertas las añosas vigas del techo,
-limpia, oliendo a iglesia y a pajar, con diversos objetos religiosos
-de adorno, enfundados en tul color de rosa para defenderlos de las
-moscas. Trajo una lámpara la niña del ama, pues era ya casi de noche,
-y don Remigio hizo sentar a su huésped en el largo sofá de Vitoria
-con colchoneta de percal rojo rameado, ocupando él un sillón verde,
-cubierto en brazos y respaldo por estrellas de _crochet_. Frente a
-frente los dos, pudo Urrea observar la fisonomía del buen curita, el
-cual era hombre como de treinta y cinco años, de poquísimas carnes,
-mediana estatura, con la cabeza y manos siempre en movimiento, pues no
-hablaba con ellas menos que con la voz. En su rostro descollaba una
-nariz pequeña, picuda y roja, en cuyo caballete se apoyaba malamente la
-montura de las gafas, y quedando entre estas y los ojos mayor espacio
-del conveniente, tan pronto bajaba el hombre la cabeza para mirar
-por encima de los vidrios, como la alzaba para mirar por ellos. La
-pequeñez de la nariz le obligaba a llevarse la mano a las gafas tres
-o cuatro veces por minuto, no porque se cayeran, sino porque entre
-mano, nariz y anteojos había esta instintiva señal de inteligencia.
-Todo el rostro era un poquito encendido de color, y las orejas más,
-y su mirada revelaba agudeza, penetración, y un natural bondadoso y
-tolerante. Urrea encontró en don Remigio extraordinaria semejanza,
-salva la edad, con la fisonomía expresiva, inolvidable, de don Juan
-Eugenio Hartzenbusch. Y en el curso de la conversación, entrando ya en
-confianza, se aventuró a decírselo. Echose a reír don Remigio, y le
-contestó:
-
---Otros han hecho la misma observación. Indudablemente me parezco al
-ilustre poeta, al gran erudito y académico, honra y prez de las letras
-españolas. Es un triste honor para mí, porque el parecido del rostro
-patentiza más la desemejanza intelectual entre hombres de tan relevante
-mérito y esta modestísima personalidad.
-
---¡Oh! no se achique usted, amigo mío --le dijo Urrea, saliendo al
-encuentro de aquella modestia, un poquito afectada--. Ya sabemos, ya
-sabemos lo que usted vale...
-
---¡Por Dios, señor de Urrea!... Y aunque algo valiera un hombre, más
-por el estudio que por dotes naturales, ¿de qué le sirve en este rincón
-del mundo, en este destierro...?
-
-Con la presteza del pájaro que salta de un palito a otro en la
-estrechez de su jaula, saltaba don Remigio de un asunto a otro en la
-conversación.
-
---¿Pero no sabe, señor de Urrea? --dijo levantándose del sillón para
-sentarse en el sofá--. ¿No sabe a quién tengo de huésped desde hace dos
-días? ¡Qué sorpresa le voy a dar! ¿No adivina?
-
---No señor.
-
---Pues al mismísimo padre Nazarín.
-
-Urrea saltó de su asiento, y lo mismo hizo don Remigio, que al
-levantarse, impuso silencio a su huésped, diciéndole en voz baja:
-
---Vamos a verle y observarle sin que él se entere. Venga usted conmigo.
-
-Llevole por un pasillo de recodos, al extremo del cual había una puerta
-de cuarterones, pequeña y fuerte. La claridad de la cocina, que en
-uno de los huecos de la izquierda se denunciaba con picantes olores,
-permitíales recorrer sin tropiezo aquella parte de la casa, que por su
-irregularidad era un modelo de arquitectura villanesca. Antes de llegar
-a la puerta, que a Urrea le pareció desde el primer momento misteriosa,
-don Remigio secreteó algunas explicaciones en el oído de su huésped.
-
---En este cuarto, que mi antecesor destinó a la cría de palomas, he
-instalado yo mi modestísima biblioteca. Aquí tengo a mi hombre. Por
-esta mirilla, que hay en la tabla, fíjese bien, como del vuelo de un
-duro, puede usted verle...
-
-El débil rayo de luz que salía por la mirilla guió a José Antonio,
-que, aplicando los ojos, vio una estancia, cuya capacidad no pudo
-apreciar, y en el centro de ella, junto a una mesa, frente a la puerta
-sentado, un hombre... La luz de un candilón de dos mecheros, de los que
-ya son arqueológicos, le iluminaba la cara, que al pronto el observador
-no reconoció. Era un clérigo, vestido exactamente como don Remigio, con
-gorro de terciopelo y sotana. Hojeaba un grueso librote, y después de
-fijar su atención y su dedo índice en una página, escribía rápidamente
-en cuartillas colocadas sobre el mismo libro.
-
---Pero no es... --murmuró el forastero apartando su rostro de la
-mirilla.
-
-Díjole el cura que se fijase bien, y en efecto, después de mucho mirar,
-José Antonio reconoció y diputó al clérigo de la biblioteca por el
-padre Nazarín en persona.
-
-Cogiéndole de un brazo, don Remigio volvió a conducir a su huésped a la
-sala, para poder hablar con libertad, y antes de llegar a ella le dijo:
-
---Claro, ha tardado usted en reconocerle, porque se lo figuraba como
-le conoció en Madrid, con barba, y el traje de mendigo seglar. Así
-nos le trajo aquí doña Catalina. Con franqueza, yo tenía curiosidad
-vivísima de ver a este hombre, porque conozco el libro que de sus
-inauditas aventuras cristianas anda por ahí, he leído también en la
-prensa mil informaciones acerca del proceso, y así, en cuanto supe que
-había llegado el tal, me planté en Pedralba con mi amigo Láinez, el
-médico del pueblo. ¡Figúrese usted nuestro asombro, señor de Urrea,
-cuando le hablamos, y advertimos en él discernimiento claro, serenidad
-pasmosa, y una mansedumbre evangélica, de la cual creo que no hay otro
-ejemplo! Claro que a pesar de estas señales, la locura existe. Algo
-tiene el agua cuando la bendicen, y por algo los señores facultativos
-y la Audiencia le han declarado irresponsable de las extravagancias
-que constan en el proceso. Pero a pesar de todo, señor de Urrea, este
-hombre ha llegado a interesarme, le he tomado cariño en los pocos días
-que ha que nos tratamos, y... qué sé yo, no le tengo por cosa perdida,
-ni mucho menos. La piedad angelical de la señora Condesa y nuestra
-modesta cooperación, triunfarán de la malicia que se ha infiltrado
-invisible en el cerebro de este buen señor, y le devolveremos sano y
-equilibrado a la Iglesia militante, en la cual, o mucho me engaño, o
-puede ser un elemento, sí señor, un elemento de grandísima valía.
-
---Pero esta transformación...
-
---A eso voy. Con mil artificios traté yo, en mis primeras visitas a
-Pedralba, de despertar en él la soberbia, y no lo pude conseguir, no
-señor. Creíamos todos que se quejaría de los que en una u otra forma
-le han traído a mal traer de algunos meses acá. Nada de eso. Ni contra
-la curia, ni contra la prensa, ni contra nadie ha pronunciado la más
-leve recriminación, ni tiene por cruel o injusto lo que con él se ha
-hecho. Esto es muy raro, ¿verdad? Láinez me decía: «Es muy extraño
-que no observemos en él ni el menor destello de delirio persecutorio,
-que es uno de los síntomas primordiales...» Si delirio es el amar sin
-restricción alguna, y ponderar y encarecer como mercedes los ultrajes
-que ha recibido, ahí puede estar el principio de la desorganización
-cerebral. Le digo a usted que este caso nos tiene pasmados.
-
---Realmente...
-
---Pues verá usted. Por buscarle las vueltas, le digo: «Padre Nazarín,
-gran violencia será para usted no poder salir ahora descalzo y
-harapiento por los caminos.» Contestación: «Para mí, señor don Remigio,
-no es violencia ningún estado que se me imponga por quien debe y
-puede hacerlo. Pedí limosna cuando creí que debía vivir como los más
-desdichados y menesterosos. Dios, en mi corazón, me ordenaba hacerlo
-así, y ninguna ley humana me lo prohibía. Pero al mismo tiempo que la
-pobreza, o antes quizás, Dios me ordena la obediencia. Yo vagaba en
-libertad. La ley humana me cortó el paso, y me mandó que la siguiera.
-Obedecí. Sometime sin réplica a cuanto de mí quisieron hacer. Contesté
-con verdad a cuanto me preguntaron. Conforme me hallaba de antemano
-con la sentencia que contra mí se pronunciara, fuera la que fuese.
-Determinaron que soy un enfermo. Diéronme a escoger, para mi reposo,
-entre un asilo y la morada patriarcal y campestre de la señora Condesa
-de Halma, y preferí esto. Aquí me tienen dispuesto, hoy como ayer, a
-la suma obediencia. La señora doña Catalina, y usted, señor cura, por
-delegación de la ley eclesiástica, que ahora sustituye a la civil en
-mi castigo, enmienda o curación, pues de todo habrá en ello, son los
-dueños de mis acciones y de mi vida. No soy libre, ni quiero serlo, si
-los que saben más que yo deciden que no debe dárseme libertad.»
-
---Es extraño, sí...
-
---Pues verá usted. Digo yo: «Amigo Nazarín, si la señora Condesa lo
-consiente, ¿se decide usted a venirse conmigo unos días a mi modesta
-casa de San Agustín?» Contestación: «Yo no decido nada. Voy a donde me
-lleven.»
-
---Como el loro del cuento.
-
---Exactamente. Con licencia de la señora, me le traje aquí, y por el
-camino se me ocurrió tantearle en teología. Un asombro, señor de Urrea.
-Se expresa con sencillez, sin énfasis doctoral ni literario, y tan
-fuerte está el hombre, que por más que quise no pude cogerle en tanto
-así de falsedad lógica o desliz herético. En sus opiniones, ni el menor
-asomo de demencia, mi señor de Urrea, de donde yo deduzco, y en ello
-conviene conmigo el amigo Láinez, que el desvarío, si existe, no radica
-en la parte de los espacios cerebrales que sirve como de vehículo a las
-ideas, sino en aquella otra por donde pasa todo este torrente de las
-acciones, de la conducta, señor de Urrea. ¿Es esto claro?
-
---Sí. Pero la transformación personal...
-
---A eso voy.
-
-(El ama anunció que estaba dispuesta la cena.)
-
---Ya vamos. Pues cuando llegó aquí, le digo: «Si es verdad que yo mando
-y usted obedece, amigo Nazarín, ahora mismo se va usted a afeitar, y
-a vestirse con mi ropa.» Pues tan conforme. Yo mismo le afeité. Fue
-una risa... Y mi modesta ropa y mi calzado, señor de Urrea, le vienen
-como hechos a la medida. Cuando se lo ponía, le digo: «¡Cómo extrañará
-usted la sujeción de esta ropa civilizada, hecho ya el cuerpo a su
-pergenio salvaje, y bíblico, según los periodistas!» ¡Vaya que llamar
-bíblico...! ¿Pues qué cree usted que me contestó?
-
---(Señor cura --vino a decir el ama--, que la cena se enfría.)
-
---Contestaría que el hábito no hace al monje.
-
---Vamos al instante... Y que él no ha fijado nunca la atención en
-las diferencias entre estos y los otros vestidos. Dijo más... Señor
-de Urrea, pasemos a mi modesto comedor... Palabras textuales: «El
-vestido que usted llama salvaje, señor don Remigio, no lo tenía yo
-por indecoroso en mi vida errante y entre gente pobrísima. Pero esto
-no quiere decir que lo prefiera yo sistemáticamente a todos los demás
-estilos y maneras de cubrir el cuerpo, porque sería afectación, y la
-afectación, gracias a Dios, no cabe en mí.»
-
---Lo mismo nos dijo un día en el Hospital, cuando los periodistas
-y otras muchas personas que íbamos a verle, nos permitíamos
-interrogarle... Palabras textuales: «Vean en mí cuanto quieran, señores
-míos; pero la afectación, por más que miren, no la verán jamás.»
-
-
-
-
-III
-
-
-Avisado Nazarín para la cena, ocupó su asiento a la izquierda del buen
-don Remigio, después de saludar a Urrea con las fórmulas corrientes
-de cortesía, sin extremos de urbanidad, sin alegría ni pena de verle.
-Diríase que su presencia no le causaba la menor sorpresa, bien porque
-de nada se sorprendía, bien porque hubiera previsto la visita del
-protegido a su protectora. Bendijo el cura la cena, y la emprendieron
-los tres con las sopas de ajo, que eran de mucha fuerza condimentaria,
-crasas, picantes y espesas. No hablaba Nazarín sino para responder a lo
-que le preguntaban, y don Remigio ponía toda la amenidad posible en su
-palabra fácil. Las sopas precedieron a dos platos substanciosos, de ave
-el uno, el otro de carnero, todo bien cargadito de especias odoríferas,
-suculento, muy hecho. El vino sabía horrorosamente a pez. El olor de
-paja quemada, difundido por toda la vivienda, parecía consubstancial
-con el de la comida, y a Urrea no le desagradaba sentirlo y mascarlo.
-No era la casa sola; el pueblo y el país entero despedían aquel olor,
-que el forastero creía llevar ya dentro de sí.
-
---Para que el amigo don Nazario no esté ocioso --dijo entre otras
-cosas don Remigio--, le propuse hacerme un extracto del sapientísimo
-libro del maestro Fray Hernando de Zárate, _Discursos de la paciencia
-cristiana_. La obra consta de ocho Libros, cada uno de los cuales
-contiene lo menos una docena de Discursos, todos sobre el mismo tema.
-Ha de leérselos de cabo a rabo, anotando el sentido particular y
-explicaciones de cada uno en sendas cuartillas de papel. Pues tan
-aplicado le tiene usted, señor de Urrea, que en tres días se ha echado
-al cuerpo unos cuarenta Discursos, y ya le tiene usted en el _Libro
-Cuarto_, que trata...
-
---«De las razones que tenemos para tener paciencia y consolarnos en
-los trabajos» --dijo Nazarín sin dar importancia a su tarea--. Es cosa
-fácil. Pronto concluiremos.
-
---Y se me figura --apuntó Urrea irónicamente--, que ha de ser sumamente
-divertido.
-
---No hay más sino practicar, leyendo y escribiendo --indicó el
-manchego--, la misma virtud a que el maestro Zárate consagra su gran
-obra.
-
---Pero usted no come nada, amigo Nazarín --observó repentinamente
-don Remigio--. Siempre lo mismo. Pues dice Láinez que necesita usted
-comer... de duro, y aplicarse a la carne, principalmente.
-
---Señor cura --replicó don Nazario con timidez--, como lo que puedo, no
-sé pasar de lo que mi naturaleza me pide para sostenerse.
-
-Como Urrea deseaba llevar la conversación al tema más de su gusto,
-que era su prima y cuanto a ella se refiriese, interrogó a los dos
-sacerdotes, recreándose anticipadamente con los elogios que esperaba
-oír de la ilustre señora.
-
---Yo digo, con plena conciencia --afirmó el párroco de San Agustín--,
-que no creo exista en el mundo persona de virtud más pura, y de ideas
-más elevadas. Si por un lado veo en ella una imagen del gran Emperador
-Carlos V de Alemania y I de España, que después de reinar sobre los
-pueblos, gustadas hasta la saciedad todas las grandezas humanas, se
-encierra en monasterio humilde para consagrar a Dios el resto de su
-vida, por otro, encuentro a la señora Condesa de Halma más grande que
-aquel soberano, pues si los bienes a que renuncia no son de tanta
-valía, la pobreza y humildad que acepta son más meritorias. La señora
-Condesa es joven, y consagra a la caridad y a la oración los mejores
-años de la vida. Y veo otra gran diferencia, a favor de nuestra doña
-Catalina --añadió con tonillo pedantesco--, y es que el Monarca,
-dueño de medio mundo, trajo a la soledad de Yuste, según rezan las
-crónicas, innumerables servidores, cocineros, maestresalas, escuderos
-y lacayos, y grande repuesto de vituallas, para que no le faltase en
-su voluntario destierro nada de lo que halaga el gusto de un magnate
-en la vida palatina. Pues esta señora, que ha venido a Pedralba en
-carromato, no ha traído más que los indispensables objetos tocantes al
-aseo y pulcritud de una noble dama, que aun en la penitencia quiere
-ser limpia, y su séquito es una corte de mendigos, y gente miserable o
-enferma, a cuyo cuidado piensa consagrarse. ¡Ejemplo único, señores,
-ejemplo inaudito, y que es la más grande maravilla de estos tiempos
-de positivismo, de estos tiempos de egoísmo, de estos tiempos de
-materialismo!
-
---Luego --dijo Urrea con entrañable gozo--, convienen ustedes conmigo
-en que mi prima es una excepción humana, un ser en el cual se revelan
-los caracteres de la inspiración divina.
-
---Sí señor, convenimos en ello.
-
---Y el buen curita peregrino, ¿qué dice?
-
---¿Qué he de decir yo? --contestó modestamente don Nazario, no
-queriendo expresar nada que resultara superior a lo dicho por su
-generoso compañero--, ¿qué he de decir yo después del panegírico
-elocuentísimo que acaba de hacer el señor cura? Mi palabra es torpe.
-Permítanme que diga tan solo: ¡Bendita sea de Dios eternamente, la
-grande, la santa Condesa de Halma!
-
---Amén --dijo don Remigio entornando los ojos, y acariciando el vaso de
-vino.
-
-A Urrea le faltaba poco para echarse a llorar.
-
---Y es decisiva --añadió el cura-- la resolución de la señora Condesa
-de pasar en Pedralba el resto de sus días. ¡Qué bendición para estos
-olvidados y pobres lugares! Me ha dicho el otro día que en Pedralba
-labrará su sepulcro y el de sus compañeros que no la abandonen. ¡Ah! yo
-leo en aquella grande alma el amor de Dios en el grado más ardoroso y
-puro, el amor de la Naturaleza, el amor del prójimo, y veo en el plan
-de vida de la señora una síntesis admirable de estos tres amores.
-
---Mi prima ha sufrido mucho --dijo Urrea, a quien el entusiasmo
-ponía un nudo en la garganta--, ha pasado horrorosas humillaciones y
-amarguras. Perdió a su esposo, que era su grande amor, el consuelo
-único de su vida. En Madrid, como en Oriente, la vida no tenía para
-ella más que espinas, tristezas, dolores. Su familia, sus hermanos,
-no supieron poner un calmante en las heridas de su alma. La empujaban
-hacia el ascetismo, hacia el destierro y la soledad. Mi prima empezó
-por mirar con prevención la vida social, y acabó por detestarla. Todo
-ese conjunto de artificios que componen la civilización le es odioso.
-La tierra está para ella vacía: quiere el cielo.
-
---Y lo tendrá --dijo don Remigio con tanta seguridad como si se
-sintiera casero y administrador de los espacios infinitos--. Tendrá el
-cielo. ¿Pues para quién es el cielo más que para esos seres escogidos,
-para esas voluntades robustas, para las almas que no saben mirar más
-que al bien? Según he podido comprender, amigo Urrea, la señora Condesa
-ha roto todo lazo con el mundo, o sea la clase a que pertenece. Y es
-más: todo afecto mundano ha muerto en ella, para poder ocupar entero el
-espacio del querer con la adoración ferviente de las cosas divinas.
-
---Así es sin duda --dijo Urrea--, y su sociedad con los pobres, a
-quienes tratará como iguales, elevándoles un poquito, y rebajándose
-ella otro tanto, resultará una comunidad dichosa, pacífica, feliz. ¿No
-piensa lo mismo el buen Nazarín?
-
---Pienso, señor don José Antonio, que ser el último de los protegidos,
-o de los asilados, el último de los hijos, si se me permite decirlo
-así, de la señora Condesa de Halma, constituye la mayor gloria a que
-puede aspirar un ser humano, sobre todo si es un triste, un solitario,
-un náufrago de las tempestades del mundo.
-
-Tan contento estaba Urrea, que al concluir la cena les abrazó a los
-dos. Acostáronse todos, porque había que madrugar. Dicen las crónicas
-que el huésped no pudo dormir bien, primero, porque las limpias
-sábanas, impregnadas también del olor de paja, eran algo piconas;
-segundo, porque sus ideas se le insubordinaron aquella noche, y la
-admiración del ascetismo de su prima le encendía llamaradas en el
-cerebro. Más que mujer, Halma era una diosa, un ángel femenino, y al
-pensarlo así, su ferviente admirador no pasaba por que los ángeles
-carecieran de sexo: era lo femenino santo, glorioso y paradisíaco. Por
-entre estas imaginaciones asomaban de vez en cuando la figura austera
-de Nazarín, semejante a un retrato del Greco, y el vivaracho rostro de
-don Juan Eugenio Hartzenbusch, transmutado físicamente en don Remigio
-Díaz de la Robla, párroco de San Agustín.
-
-El mismo cura le llamó al amanecer dando golpes en la puerta, y
-gritándole desde fuera:
-
---Arriba, compañero, que tenemos que decir misa y desayunarnos antes de
-partir.
-
-Levantose el huésped a escape, y cuando llegó a la iglesia, ya había
-salido al altar don Remigio. Nazarín oía la misa de rodillas en el
-presbiterio.
-
-Media hora después, ya estaban todos en la rectoral, desayunándose con
-chocolate, bizcochos y pan de picos, reforzado por fresquísimo requesón
-de la Sierra. Varios amigos acudieron a despedirles, entre ellos el
-médico don Alberto Láinez, y el alcalde, don Dámaso Moreno.
-
---Usted, señor de Urrea, que sin duda es buen jinete --propuso don
-Remigio con extraordinaria movilidad en manos, nariz, ojos y gafas--,
-irá en el caballo de Láinez, bestia de mucha sangre, aunque segura para
-quien la sepa manejar; yo voy en mi jaca, que tiene un paso como el de
-un ángel, y el amigo Nazarín, pues le llevamos, sí señor, le llevamos,
-oprimirá los lomos de mi modesta burra..., cabalgadura digna de un
-arzobispo... Conque señores, a montar. Despejen la puerta. Valeriana,
-que vendremos a cenar.
-
-Partió la caravana, despedida con cordiales saludos por multitud
-de gente que en la plaza se reunió. Delante iban Urrea y el cura,
-detrás Nazarín en su rucia, bien albardada y sin estribos. Ambos
-clérigos vestían, a horcajadas, lo mismo que en el pueblo, sotana,
-gorro de terciopelo, y balandrán. Regía el madrileño su caballo con
-gran destreza. Don Remigio no cesaba de recomendar a su jaca la mayor
-circunspección o tacto de pezuña en el desigual y áspero camino por
-donde se metieron, a Occidente de San Agustín, y don Nazario, confiado
-en el andamento parsimonioso de su borrica, atendía más a la admiración
-del paisaje de la Sierra, que a conversar con los otros jinetes, de los
-cuales parecía como escudero o espolique.
-
-De tan diferentes cosas habló don Remigio, que no es posible
-recordarlas todas. Hizo observar a su acompañante las hermosuras de la
-Naturaleza, la ruindad de los caseríos, el descuidado cultivo de las
-tierras; explicó historias de ruinas y caserones viejos; se lamentó de
-la falta de caminos; designó el sitio por donde se había trazado un
-canal de riego, que no se abriría nunca, y estos y otros comentarios
-del viaje fueron a parar a las quejas de su mala suerte, por haberle
-tocado empezar su carrera en comarca tan desmedrada y pueblo tan mísero.
-
---Yo me conformo, ya ve usted... Deme el Señor salud para servirle,
-que lo demás no importa. Sepa usted que, al venir a este curato de
-San Agustín, me dijeron que por tres meses, y ya van tres años.
-Prometiéronme pasarme a Buitrago, o Colmenar Viejo, y hasta ahora. No
-es que yo sea ambicioso; pero, francamente, es uno licenciado en ambos
-derechos; ama uno el estudio, y la verdad, la vida obscura y ramplona
-de estos poblachos no estimula al trato de los libros. El tío, que
-es mejor que el buen pan, me anima, me asegura que no se descuida en
-recomendarme, y que a la primera ocasión pasaré a un curato de Madrid,
-¡ay! su desiderátum y el mío. Y no me hablen a mí de otras poblaciones.
-¡Mi Madrid de mi alma, donde me crié, donde probé el pan del estudio, y
-adquirí mis modestas luces! No aspiro yo a tener allí la independencia
-de un don Manuel Flórez; sé que tengo que trabajar de firme. Quiero
-que mi corta inteligencia no sea un campo baldío, como estos barbechos
-que usted ve por aquí, señor de Urrea; debo cultivarla y coger en ella
-algún fruto, para ofrecerle a Dios, que me la ha dado... No me quejaría
-si no viera ciertas desigualdades. Amigos y compañeros míos, a los
-cuales no debo mirar, porque no debo, ¡ea! como superiores en saber
-religioso ni profano, ocupan plazas en catedrales, o en las parroquias
-de Madrid... Mi tío me dice: «No te apures, hijo, y confía en el favor
-de Dios y de la Santísima Virgen, que ya premiarán con el merecido
-ascenso tu paciencia y conformidad...» Claro que me conformo, señor
-de Urrea, y aun alabo al Señor porque no me da mayores males. Tengo,
-gracias a Dios, un genio de mucho aguante para desgracias, injusticias
-y sinsabores. Yo digo: ya me tocará la buena, ¿verdad? ya me llegará la
-buena.
-
-Procuraba el forastero refrescarle las esperanzas, asegurando que los
-méritos de su interlocutor, así morales como intelectuales, saltaban
-a la vista, y no podían ser desconocidos de los que en Madrid manejan
-todo este tinglado del personal eclesiástico. Y al decir esto, hizo
-notar la diferencia entre los gustos y aspiraciones de uno y otro, pues
-mientras a don Remigio le atraían los llamados centros de civilización,
-a él, José Antonio de Urrea, los tales centros se le habían sentado en
-la boca del estómago, y todo su afán era perderlos de vista. Verdad que
-entre las circunstancias de uno y otro no había paridad: don Remigio
-era un hombre puro y virtuoso, inteligencia llena de frescura, y a
-los treinta y cinco años apenas había desflorado la vida, mientras
-que Urrea, a la misma edad, se conceptuaba viejo, y aun por muerto se
-tendría, si de entre las cenizas de su alma no sintiera que otra alma
-nueva le brotaba. Con estas y otras pláticas se fue pasando el camino
-árido, de muy escasos atractivos para el viajero. El terreno era cada
-vez más quebrado, como de estribaciones de la Sierra, y ostentaba la
-severa vegetación de encina baja, brezos y tomillares. De pronto señaló
-don Remigio un caserío arrimado a unos cerros cubiertos de verdura, y
-dijo a su compañero:
-
---Ahí tiene usted a Pedralba.
-
-Pareciole a Urrea encantador el sitio y espléndido el paisaje, mirando
-más a su interior que al paisaje mismo. Al acercarse vieron tierras de
-labrantío junto a las casas, que eran tres, destartaladas y grandonas.
-Picaron las caballerías, y cuando ya se hallaban como a medio
-kilómetro, empezó Nazarín a dar voces:
-
---¡Mírenlas, mírenlas: allí están... ya nos han visto!
-
---¿Quién, hombre?
-
---La señora Condesa y Beatriz.
-
---¿Dónde?... Pero qué vista tiene este hombre.
-
---Allá... allá... ¿Ven ustedes ese campo de amapolas todo encarnado,
-todo encarnado? ¿Y más allá, no ven unos olmos? Pues por allí van...,
-digo vienen, porque salen a encontrarnos.
-
---No vemos nada; pero pues usted lo dice...
-
---Y ahora nos saludan con los pañuelos... Miren, miren.
-
-
-
-
-IV
-
-
-Ya cerca de las casas vieron a las dos mujeres, que avanzaban por entre
-un campo de cebada. Ambas miraban risueñas, y casi casi burlonas, a
-los tres caballeros. Cuando Urrea, apeándose ante su prima, le pidió
-perdón poco menos que de hinojos por su desobediencia, doña Catalina no
-se mostró muy severa con él, sin duda por no avergonzarle delante de
-los dos sacerdotes, y de otras personas que allí se reunieron.
-
---Si ha habido falta, señora Condesa --dijo don Remigio galanamente--,
-yo intercedo por el culpable y solicito su perdón.
-
---Ya sabe el pícaro que padrinos le valen --replicó Halma sonriendo,
-y todos reunidos, después que los jinetes entregaron a Cecilio las
-caballerías, se encaminaron al castillo, que así en la comarca era
-llamada la casona, aunque de tal castillo solo tenía la robustez de
-sus paredes, y una torre desmochada, en cuyo cuerpo alto, mal cubierto
-de tejas, había un palomar. Del escudo de los Artales, apenas quedaban
-vestigios sobre el balcón principal del llamado castillo. La piedra era
-tan heladiza que solo se podía ver una garra de dragón, y un pedazo de
-la leyenda, que decía _Semper_. Mejor se conservaba la berroqueña de
-los ángulos y del dovelaje, y el ladrillo revocado de los paramentos no
-tenía mal aspecto; pero los hierros todos, balcones y rejas, no podían
-con más orín, por lo que había dispuesto su propietaria reponerlos,
-mientras un buen maestro de Colmenar preparaba la reparación de
-toda la fábrica, interior y exteriormente. Veíase ya, frente a la
-casa, dentro del recinto murado que a la entrada precedía, el montón
-de cal batida, y maderas para andamios y obra de carpintería. Junto
-a la torre, se alzaban los descarnados murallones que la tradición
-designaba como ruinas de un monasterio cisterciense, y que más que
-edificio destruido, parecían una segunda casa a medio hacer. Respetando
-los basamentos, y aprovechando el material de lo restante, la Condesa
-pensaba construir allí su capilla y panteón, con la mayor economía
-posible. A un tiro de piedra de la casa-castillo, estaban las cuadras,
-y más abajo, un tercer edificio, habitado por los que llevaron en
-renta la finca hasta el año anterior. Últimamente, Pedralba estuvo a
-cargo del administrador de las propiedades de Feramor en Buitrago,
-don Pascual Díez Amador, el cual dio posesión del castillo y casas
-y tierras a la señora doña Catalina, el día de su llegada en el
-carromato, que fue el 22 del mes de Marzo del año de mil ochocientos
-noventa y tantos.
-
-Era la heredad de Pedralba extensísima; pero no se labraban más que los
-terrenos próximos a la casa, labor descuidada, somera y primitiva, que
-daba escaso rendimiento. Lo demás era monte, bien poblado de encinas,
-enebros, y algunos castaños en la parte alta. Lo más próximo al llano
-sufrió varias talas, y uno de los renteros propuso al Marqués, años
-atrás, la roturación. Pero asustaron al propietario los dispendios de
-la empresa, y quedó en tal estado, ni monte ni labrantío, a trechos
-pradera desigual, cruzada de viciosos retamares. Dos riquísimas fuentes
-surtían de cristalinas y puras aguas potables a Pedralba, la una entre
-la casa-castillo y las cuadras, la segunda, manantial de primer orden,
-en una encañada a la vera del monte. Árboles de sombra había pocos.
-Los que puso el último arrendatario se perdieron por incuria. Frutales
-no existían más que tres en finca tan vasta, un moral inmenso detrás
-de la torre, el cual cargaba anualmente de dulcísimas moras negras,
-y dos albérchigos en el sendero que unía las dos casas. Los madroños
-diseminados en distintos parajes no se contaban, por su silvestre
-lozanía y lo desabrido del fruto, en el reino propiamente frutal. Tal
-era Pedralba, finca de primer orden según opinión de don Pascual Díez
-Amador, siempre y cuando se _tiraran_ en ella veinte o treinta mil
-duros.
-
-No eran estos los planes de Catalina, que solo se propuso sostener
-la propiedad tal como la encontró, con los mejoramientos que su
-residencia imponía, y procurarse en ella la vida retirada y humilde
-que adoptar anhelaba, sin caer en la tentación del negocio agrícola,
-ni pensar en aumentos de riqueza que habrían desmentido sus ideas
-y propósitos de modestísima existencia. Lo que le restaba de su
-legítima, pensaba conservarlo en valores de renta, reservando los dos
-tercios para sostenimiento de su persona y casa, y de la familia de
-infelices que en torno de sí había reunido: el otro tercio lo dedicaba
-a las reparaciones indispensables, a la construcción de la capilla y
-enterramientos, a plantar una huerta, y, si aún había margen, a mejorar
-la finca.
-
-Entremos ahora en el castillo, y veamos la mejor pieza de él, que era
-la cocina, en el piso bajo y al fondo del edificio, a la parte del
-Norte. Todo era grandioso en aquella pieza, hogar, alacenas, horno,
-el piso de hormigón muy sólido, el techo alto y la campana bien
-dispuesta para dar salida a los humos rápidamente. Las otras piezas
-bajas valían poco; eran estrechas, y sus ventanas, que más parecían
-troneras, les daban muy tasada la luz. En cambio, las del piso alto
-teníanla de sobra. Seis o siete estancias existían en él, que bien
-arregladas habrían podido alojar mucha gente. En dicho piso, al lado
-de Levante, vivían la Condesa y Beatriz, en aposentos separados y
-próximos; a la parte de Occidente, el matrimonio Ladislao-Aquilina con
-sus hijos, y aún quedaban entre estas y las otras viviendas algunas
-estancias vacías. En la torre, debajo del palomar, tenía su cuarto
-Nazarín, comunicado con la casa-castillo por estrecho pasadizo. El
-mueblaje era casi todo del siglo pasado, o del tiempo de Fernando
-VII, confundido con sillerías modernas de paja, de lo más ordinario,
-llevadas de Colmenar Viejo. Las cómodas y consolas, las sillas de
-caoba con respaldo de lira, las camas de pabellones _a la griega_, las
-laminotas con marco de ébano y asuntos pastoriles, ofrecían un aspecto
-sepulcral, lastimoso, como de objetos desenterrados, a los cuales se
-había limpiado el humus de la fosa, a fuerza de jabón y estropajo.
-
-Doña Catalina y Beatriz vestían exactamente lo mismo, con las ropas de
-la primera, que habían venido a ser comunes: falda de merino negro,
-calzado grueso, blusa de percal rayada de negro y blanco, y un mandil
-de retor. Al adoptar la vida pobre, la señora Condesa no estimó que
-debía renunciar a sus hábitos de pulcritud; decía que el aseo exterior,
-por causa de la educación y la costumbre, afectaba al alma, y que la
-suciedad del cuerpo era pecado tan feo como la de la conciencia. No
-vacilaba, pues, en aplicar estas ideas a la realidad, manteniendo en su
-cuarto y persona la misma esmerada limpieza de sus mejores tiempos de
-vida cortesana.
-
---El aseo --decía--, es a la pureza del alma, lo que el rubor a la
-vergüenza.
-
-No comprendía el ascetismo de otro modo.
-
-Y como nada tiene la fuerza del buen ejemplo, Beatriz, que había
-llegado a reinar en la intimidad y en el afecto de la Condesa, por
-feliz concordancia de sentimientos, se asimiló en breve plazo los
-hábitos de pulcritud de su amiga y señora, y la imitaba sin darse
-cuenta de ello. Sobre la admirable simpatía, o compatibilidad, que
-había llegado a borrar entre aquellos dos caracteres la diferencia de
-clase y educación, hay mucho que hablar: el fenómeno se inició por un
-irresistible afecto la primera vez que se vieron, cuando doña Catalina,
-por mediación de su criada Prudencia, fue a socorrer en su pobre
-domicilio al afinador de pianos. Mientras duró el proceso de Nazarín
-y consortes, Beatriz vivía con su prima Aquilina Rubio, esposa del
-mísero don Ladislao, compartiendo la escasez, ya que no el bienestar,
-que ninguno tenía. Halma llevó el pan, la vida, la salud, a la triste
-vivienda de la calle de San Blas, y atraída de aquel espectáculo de
-pobreza y resignación, añadió al socorro material el consuelo de sus
-visitas. Habló largamente con Beatriz, admirándose de lo mucho y
-bueno que esta mujer humilde sabía, tocante a cosas espirituales y de
-nuestras relaciones con lo invisible y eterno; admiró también su piedad
-no afectada, la firmeza de sus ideas, y la elocuencia sencilla con
-que las expresaba. Sentíase la Condesa inferior, por todos aquellos
-respectos, a la que ya miraba como amiga del alma; aprendió de ella
-muchas y buenas cosas, enseñándole a su vez otras de un orden social
-más que religioso, y con este cambio llegaron a encontrarse la una
-para la otra, y las dos en una, fenómeno raro en estos tiempos, que
-dan pocos ejemplos de una tan radical aproximación de dos personas de
-opuesta categoría. Pero de esto hemos de ver mucho en los tiempos que
-ahora comienzan, porque las llamadas clases rápidamente se descomponen,
-y la humanidad existe siempre, sacando de la descomposición nuevas y
-vigorosas vidas.
-
-Ya se comprende que de la intimidad entre Beatriz y Halma nació el
-vivo interés por Nazarín, y su propósito de llevársele consigo, para
-intentar su curación, y devolverle sano y útil al poder eclesiástico.
-Una discrepancia en cierto modo accidental existía entre la dama y
-la mujer del pueblo, y era que, mientras la Condesa, sin asegurar
-que Nazarín fuese loco, abrigaba sus dudas sobre punto tan difícil
-de aclarar, la otra sostenía con sincera conciencia y fe la completa
-regularidad de las funciones cerebrales de su maestro.
-
-Instaladas en Pedralba, la concordia entre una y otra llegó a ser
-perfecta. Beatriz observaba delicadamente la distancia social, que
-la otra con la misma o más sutil delicadeza trataba de acortar. Ambas
-trabajaban juntas desde el primer día en el arreglo y limpieza del
-destartalado castillo, o en la resurrección del mueblaje, y a Beatriz
-no le valió reservar para sí las faenas más duras, porque la otra
-invadía su terreno, y la igualdad triunfaba gradualmente, por ley de
-ambos corazones, que sin darse cuenta de ello propendían a lo mismo.
-Aquilina no había sido aún elevada al grado de comunidad de su prima
-Beatriz. Era una mujer excelente; pero sin intuición bastante para
-comprender las ideas de su bienhechora. Manteníase con tenacidad en
-su puesto inferior, contenta de que su marido y sus hijos tuvieran
-que comer. Los primeros días encargáronla de la cocina, oficio muy
-apropiado a sus aptitudes, y las otras dos pudieron consagrarse
-descuidadas al fregoteo de muebles viejos, al remendar de colchones
-y a otros engorrosos menesteres. Luego alternaron en los diferentes
-oficios, y mientras cocinaba la nazarista, Halma y Aquilina lavaban la
-ropa en la fuente cercana. El día que precedió a la llegada de Urrea
-con don Remigio y Nazarín, Aquilina actuó de cocinera, y la Condesa
-y Beatriz lavaban en la fuente del monte, repartiéndose las dos por
-igual la carga de la ropa al ir y volver. Como Beatriz se obstinase en
-llevarla sola, pretextando ser más fuerte que su compañera, Catalina le
-dijo:
-
---Te equivocas si crees tener más poder de musculatura que yo. Parezco
-débil, pero no lo soy, Beatriz, y esta vida ha de robustecerme más.
-Y sobre todo, no me prives de este gusto de la igualdad. Es el sueño
-de mi vida desde que perdí a mi esposo, y me sentí igual a todos los
-desgraciados del mundo. Haz el favor de no llamarme Condesa, ni volver
-a usar esa palabra estúpidamente vana delante de mí. Arrojé la corona
-en los empedrados de Madrid cuando salí en el carromato... Las escobas
-de los barrenderos no la encontrarán, porque fue arrojada con el
-pensamiento, pues no la tenía en otra forma; pero allá quedó. Llámame
-Catalina, como me llaman mis hermanos, o Halma, como mi primo. Y no
-te digo que me tutees, porque parecería afectación, y ya sabes que el
-maestro te la prohíbe. Pero todo se andará.
-
-
-
-
-V
-
-
-La llegada de los tres amigos no debía alterar la marcha de los asuntos
-domésticos en el castillo, porque, claramente lo decía la Condesa, ya
-que no ayudaran, no era bien que estorbasen.
-
---Primo mío, supongo que desearás conocer esta gran finca, los estados
-de Pedralba, donde hacemos vida recogida y modesta, sin pretensiones
-de ascetismo, mis amigos y yo. Usted también, señor don Remigio,
-necesita enterarse del terreno que consagro a mi obra. Váyanse, pues,
-a dar un paseíto, guiados por el bonísimo Nazarín, que lo conoce ya
-palmo a palmo, mientras nosotras les preparamos de comer. No esperen
-que salgamos de nuestro pobre régimen. Aquí no hay ni puede haber
-comilonas, pues aunque yo quisiera darlas, no habría con qué. Comerán
-de nuestro diario frugalísimo, con el poquitín de exceso que pide la
-hospitalidad. Conque vean, vean mi ínsula, y tráiganse la salsa que
-nosotras no podemos hacerles, un buen apetito.
-
-Fuéronse los tres de paseo, conducidos de don Nazario, que les hizo
-subir al monte para que vieran los castaños robustos que lo coronaban,
-al barranco para probar el agua de la rica fuente, y después de brincar
-y despernarse por lomas y vericuetos, volvieron a casa a las doce, hora
-invariable de la comida. En una pieza próxima a la cocina, pusieron
-la mesa, la cual era de una robustez patriarcal, de castaño renegrido
-y con torcidos herrajes en su armadura. Dos sillas había de la misma
-casta y edad, las demás variaban entre el estilo Fernando VII, de
-caoba, y la forma y material llamados de Vitoria. Pero la mayor y más
-sorprendente variedad estaba en la vajilla y ropa de mesa, pues al lado
-de vasos de cristal finísimo, se veían otros del vidrio más ordinario,
-servilletas finas, servilletas bastas, platos de porcelana rica, y
-otros de cerámica tosca.
-
---Dispensen la diversidad de la loza --les dijo doña Catalina--. En
-mi comedor reina todavía una confusión de clases estupenda, como en
-tiempos revolucionarios. Pero esta confusión no es parte para que
-yo olvide las categorías de los comensales. Para los dos señores
-sacerdotes lo fino, que ellos mismos irán escogiendo; para ti, José
-Antonio, y don Ladislao, el barro plebeyo.
-
---Pues yo propongo --dijo don Remigio con buena sombra--, que no
-establezcamos diferencias humillantes, y que nos repartamos como
-hermanos, como hijos de Dios, lo malo y lo bueno. Venga ese barro,
-señor de Urrea.
-
-Lo más extraño de aquella singular comida fue que las mujeres no se
-sentaron a la mesa. Las tres, funcionando con igual destreza y alegría,
-servían a los señores. Luego comían ellas en la cocina. Esta era una
-costumbre medieval, que Halma no alteraba jamás por consideración
-alguna. Diéronles una sopa muy substanciosa hecha con hierbas
-diferentes, patatas picadas muy menudito y golpes de chorizo; luego
-un plato de carnero bien condimentado, vino en abundancia, postre
-de requesón de la Sierra, leche con bizcochos de Torrelaguna, y a
-vivir. Sobria y nutritiva, la comida fue saboreada con delicia por los
-forasteros, que no cesaron de alabar el buen trato de Pedralba, y la
-pericia de las tres marmitonas.
-
-Entre la sopa y el carnero llegó inopinadamente don Pascual Díez
-Amador, administrador que fue de la finca, y propietario vecino, pues
-suya es la dehesa extensísima que linda por Poniente con Pedralba. Dos
-o tres veces por semana visitaba a la Condesa, caballero en su jaca
-torda, para ver si se le ofrecía algo. Era un hombre mitad paleto,
-mitad señor, lo primero por el habla ruda, por la camisa sin cuello
-y el sombrero redondo, lo segundo por las acciones nobles, por el
-andar grave, que hacía rechinar las espuelas. Una faja encarnada
-parecía separar el lugareño del hidalgo, o más bien empalmar las dos
-mitades. Tanto afecto había puesto en doña Catalina, que dispuso que
-dos de sus guardias jurados estuviesen de punto noche y día en la
-casa de abajo, para que la señora descansase en la persuasión de una
-absoluta seguridad. Muchos días caía por allí en su jaca a la hora de
-comer, otros a cualquier hora, en que también comía. Su cara redonda,
-episcopal, crasa y mal afeitada, despedía fulgores de patriarcal
-soberanía, de conformidad con la suerte, sin duda por ser esta de las
-más próvidas y felices.
-
---¡Hola, Remigio!... señora doña Catalina..., don Nazario..., don
-Ladislao, aquí estamos todos...
-
-Los saludos duraron hasta después que el gordinflón paleto-señor tomó
-asiento sin ceremonia, disponiéndose a comer cuanto le diesen. Porque,
-eso sí, hombre de mejor diente no lo había en todo el partido judicial,
-con la particularidad notable de que no sabía ponerse tasa en la bebida.
-
---¿Sabe usted lo que estábamos hablando, amigo don Pascual? --dijo el
-curita de San Agustín--. Que esta es una gran finca, y que es lástima
-no trabajarla.
-
---¡Hombre, a quién se lo cuenta! Si estos señores Feramores no tienen
-perdón de Dios... ¡Menuda brega tuve yo con el Marqués actual y con
-el otro, para que tiraran aquí veinte o treinta mil durillos! Sí, lo
-digo: era sembrarlos hoy, para coger el día de mañana, cinco años
-más o menos, tres o cuatro millones. Y esto solo con el ganado, que
-metiéndonos a ponerlo todo de labrantío... ¡Jesús, oro molido...! Es
-una tierra esta, que no la hay mejor ni donde están las pisadas de la
-Virgen Santísima, ea.
-
-Don Pascual se incomodaba al tocar este punto, viéndose precisado a
-sofocar su enojo con copiosas libaciones. Y como siguieran hablando
-del mismo asunto, concluyó por expresar una idea muy atrevida.
-
---Yo que la señora Condesa..., digo lo que siento, sin ofender, ea...,
-pues yo que la señora, me dejaría de capillas y panteones, y de toda
-esa monserga de poner aquí al modo de un convento para observantes
-_circuspetos_ y _mendicativos_, dedicando todo mi capital a...
-
---Poco a poco --replicó vivamente don Remigio--, no paso por eso. Lo
-espiritual es lo primero.
-
---¡Potras corvas! ¿Y de qué sirve lo _espertual_ sin lo... sin lo otro?
-
---Yo que la señora Condesa, persistiría impertérrito en mi grandioso
-plan... contra el dictamen de los estripaterrones.
-
---Y yo, contra el _ditame_ de los engarza-rosarios, digo que sí... no,
-digo que no... que sí.
-
---Si no sabe usted lo que dice, amigo don Pascual.
-
---¡Vaya! paz y concordia entre los príncipes cristianos --dijo doña
-Catalina risueña--. Por un exceso de consideración a mis huéspedes, me
-permito el lujo de darles una golosina: café.
-
-Alabado y festejado por todos el obsequio, Amador y don Remigio
-lograron encontrar una fórmula de transacción entre sus opuestos
-pareceres. Al servir el café, doña Catalina pidió perdón por la
-pobreza y rustiquez de la comida, añadiendo que para otra vez tendrían
-pan bueno, hecho en casa, y menos desigualdades en vajilla y servicio
-de mesa.
-
-Mientras las mujeres comían, salieron los hombres al patio, llevando
-cada uno su silla, y allí platicaron formando dos grupos. Don Remigio
-y Amador charlaban de los asuntos de Colmenar Viejo, de lo mal mirado
-que en la cabeza del partido estaba el cura titular, y de los esfuerzos
-que hacían los caciques para hacerle saltar de allí... Naturalmente,
-se gestionaría para que ocupase la vacante el curita de San Agustín.
-A otra parte hablaban Urrea, don Ladislao y Nazarín, preguntando el
-primero al segundo si seguía cultivando la música en aquel retiro,
-a lo que contestó el afinador que no le hablaran a él de músicas ni
-danzas, pues se hallaba tan contento y gozoso en su nueva vida, que
-había tomado en aborrecimiento todo su pasado musical y cabrerizo. La
-mejor ópera no valía ya tres pitos para él, y aunque le aseguraran que
-había de componer una superior a todas las conocidas, no quería volver
-a Madrid. Salió Nazarín a la defensa de arte tan bello, y le propuso
-que siguiera cultivándolo allí, pues se compadecía muy bien la música
-con la vida campestre. Y añadió que él se permitiría aconsejar a la
-señora Condesa que trajese un órgano, para que don Ladislao compusiera
-tocatas campesinas y religiosas, y les deleitara a todos con aquel arte
-tan puro y que hondamente conmueve el alma.
-
-Con estos y otros paliques, fue llegada la hora de la partida, y Urrea
-no cabía en sí de inquietud, por no haber podido hablar a solas con su
-prima, ni esta decirle que se quedara, como era su deseo. El temor de
-que contestase con una rotunda negativa a su propósito de permanecer
-en Pedralba, le sobresaltó de tal modo, que no tuvo ánimos para
-formularlo. Tristeza infinita cayó sobre su alma cuando Halma le dijo
-en tono de maestro:
-
---Ahora, José Antonio, te vas por donde has venido, y sin mi permiso
-no vuelvas acá, ni abandones las ocupaciones a que deberás una
-independencia honrada.
-
-Con tal autoridad pronunció estas palabras, que el calavera arrepentido
-no tuvo aliento para contradecirlas y exponer su deseo. Sentíase tan
-inferior, tan niño, ante la que le gobernaba en sus sentimientos y en
-su conducta, que no pudo ni pedirle menos severidad, ni explicarse con
-ella sobre la pesadísima y cruel condena que le imponía. Verdad que
-estaban delante Nazarín y los forasteros, y no era cosa de hacer ante
-ellos el colegial mimoso. Faltaban tan solo minutos para la partida,
-cuando la Condesa dijo al curita de San Agustín:
-
---Señor don Remigio, si usted no se opone a ello, se quedará en el
-castillo el amigo don Nazario, porque si es bueno para la salud el
-ejercicio del entendimiento, no lo es menos el corporal, y conviene
-que alternen. Ya concluirá más adelante esa gran recopilación de los
-Discursos de la Paciencia.
-
---Lo que usted disponga, señora mía, es ley --replicó don Remigio, ya
-con el pie en el estribo--. Si nuestro buen Nazarín prefiere quedarse,
-quédese en buen hora... Que lo diga él.
-
-Con semblante confuso, y casi casi con lágrimas en los ojos, el
-peregrino respondió:
-
---Yo no determino nada.
-
---¿Pero usted qué prefiere?
-
---Pues, la verdad, estimando mucho la hospitalidad del señor cura, y
-ofreciéndole ponerme a su disposición para terminar aquellos apuntes y
-cuanto guste mandarme, hoy me quedaría, pues la señora Condesa así lo
-desea.
-
---Es que... verá usted, don Remigio, como tenemos tanta obra en casa,
-necesito que me ayuden mis buenos amigos. Hay que estar en todo, y
-cuantos viven aquí han de arrimar el hombro a las dificultades. Mañana
-pienso probar el horno de pan, y deshacerlo si no nos resulta bien.
-Conque...
-
---Que se quede, que se quede. Usted es aquí la santa madre, usted
-manda, y los hijos... a obedecer calladitos. Señor de Urrea, ¿no monta
-usted?
-
-Lívido y tembloroso, Urrea no acertaba ni a despedirse airosamente de
-su prima. Era una máquina, no un hombre. Su tristeza le cogía todo
-el ser como una parálisis, matándole la voluntad. Montó a caballo, y
-partió con el cura y con Amador, sin saber que existía en el mundo un
-pueblo llamado, por buen nombre, San Agustín.
-
-
-
-
-VI
-
-
-Mientras Amador fue en compañía de los dos viajeros, menos mal. Don
-Remigio charlaba con él de montura a montura, dejando al otro en la
-libre soledad de sus pensamientos. Pero el bravo paleto se despidió en
-los Molinos (encrucijada de donde partía el sendero que a sus casas
-de la Alberca conducía), y ya solos el cura y el primo de la Condesa,
-desencadenó aquel sobre este todo el torrente de su locuacidad.
-Difícilmente, apurando sus donaires, logró sacarle del cuerpo alguna
-que otra palabra, y conociendo al fin que el motivo de su tristeza no
-era otro que el pronto regreso a San Agustín, quiso consolarle con
-estas compasivas razones:
-
---Créame, señor de Urrea, en Pedralba, a estas horas, estaría usted
-soberanamente aburrido. ¿Sabe usted lo que hacen allá desde anochecido
-hasta que cenan? Pues rezar, rezar, y rezar que se las pelan, y usted,
-hombre de piedad muy problemática, cortesano al fin, chapado a la
-modernísima, huirá del santo rezo como los gatos del agua fría. ¡Si
-entiendo yo a mi gente... ah!... Verdad que también en San Agustín,
-en cuanto lleguemos, rezaré yo el rosario con Valeriana y algunas
-vecinas. Pero usted se puede ir con Láinez al casino, y cenar con él,
-y volver a mi modesta casa, a la suya, digo, a la hora que le acomode.
-En Pedralba, con el último bocado de la cena en la boca, se acuestan
-todos a dormir como unos santos. ¡Bonita noche iba usted a pasar allá!
-No, señor madrileño, con sus puntas de calavera, y sus ribetes de
-escéptico materialista, no está usted forjado en estas costumbres entre
-rústicas y monásticas. ¡El campo! ¡Pues poco que le cansará el campo!
-Para usted, ponerle de noche en medio de estas soledades, será lo mismo
-que si a mí me meten de patitas en un salón de baile. ¿Qué haría yo?
-Salir bufando. _Suum cuique_, señor de Urrea. Conque, no le pese venir
-conmigo. En el casino, entiendo que hay billar, tresillo, y se habla de
-política... lo mismo que en Madrid.
-
-No consiguió el buen curita consolarle, y el alma del calavera
-arrepentido se ennegrecía más conforme se acercaban a San Agustín.
-Llegados al pueblo, resistiose a ir al casino. Desde la sala oía el
-rezo del rosario en el comedor; durante la cena hizo desesperados
-esfuerzos por aparentar alegría, y se retiró a la alcoba, impregnada
-del olor de paja. Le dolía la cabeza.
-
-Interminable y tormentosa fue para él la noche; levantose muy temprano,
-acompañó a la iglesia a su digno amigo y anfitrión, y mientras este se
-despojaba en la sacristía de las vestiduras sacerdotales, José Antonio
-puso en práctica la idea concebida entre dolorosas vacilaciones al
-amanecer, resolución que, una vez compenetrada en su voluntad, adquirió
-la fuerza de un acto instintivo. Como escolar castigado, que se escapa
-del colegio, tomó el caminito de Pedralba, a pie, y al perder de vista
-las casas de San Agustín, sintiose más aliviado de su mortal ansiedad,
-y con valor para arrostrar lo que por tan atrevido paso le sucediese.
-Las nueve serían cuando avistó el castillo, y antes de acercarse,
-exploró las tierras circunstantes, dudando si hacer su entrada por el
-camino derecho, o por algún atajo. Esto era pueril, y sus vacilaciones,
-al término del viaje, denunciaban al colegial prófugo. No viendo a
-nadie por aquellos contornos, anduvo un poco más, y su vista prodigiosa
-le permitió distinguir desde muy lejos, en una ladera del monte, dos
-bultos, dos personas. Con un poco más de aproximación pudo reconocer
-a Nazarín y don Ladislao, que estaban cortando leña, y allá se fue,
-rodeando un buen trecho, para que no le viera la gente del castillo.
-Hablar con Nazarín antes de presentarse a la Condesa, le pareció un
-trámite muy oportuno, tras del cual ya vio, con fácil optimismo,
-solución satisfactoria. Al llegar junto a los dos leñadores, Nazarín,
-que desde lejos le había visto venir, no manifestó sorpresa. Vestía
-el cura ropas de Cecilio, calzaba gruesos zapatones, y su cabeza
-descubierta recordaba más al procesado del hospital de Madrid que al
-sacerdote de la rectoral de San Agustín.
-
---¡Hola, don Nazario...! ¿trabajando, eh?... Aquí me tiene usted otra
-vez. Pues he venido... ¿Conque cortando leña?
-
---Sí señor... Este ejercicio al aire libre me agrada mucho. La señora
-Condesa está buena, gracias a Dios. Parece que ha venido usted a pie.
-
---Un paseíto. No estoy cansado.
-
---Pues no pudimos arreglar el horno: tienen, que venir los albañiles.
-La señora me mandó a paseo, quiero decir, a que me paseara, y aquí
-estoy ayudando al amigo don Ladislao.
-
---Bien, hombre, bien. Pues yo quería... hablar con usted, querido
-Nazarín --balbuceó Urrea, abordando el asunto--. Usted es un santo,
-digan lo que quieran, y me ayudará a obtener el perdón de Halma, por
-haber vuelto acá sin su permiso.
-
---La señora es muy indulgente.
-
---Pero mi falta es más grave de lo que parece, porque he venido con
-propósito firme de quedarme aquí, y no salgo ya de Pedralba si no me
-sacan descuartizado. Óigame.
-
---¡Hombre, hombre!... señor de Urrea --dijo Nazarín dejando a un
-lado el hacha, para consagrarse a oír con calma las confidencias del
-parásito corregido.
-
---Pues verá usted... Mi prima quiere tenerme en Madrid. Ya está usted
-al corriente. Yo era un perdido; ella, con su infinita bondad, maestra
-de la virtud y destructora del pecado, me transformó; hizo de mí otro
-hombre, hizo de mí un niño; me infundió el miedo del mal, el amor del
-bien. Yo no me conozco. La tengo por una madre, y la obedezco en cuanto
-mandarme quiera; pero no puedo obedecerla en una cosa... repito que
-soy un niño... no puedo obedecerla en la disposición tiránica de vivir
-en Madrid, porque lejos de ella me asaltan tentaciones, o llámense
-recuerdos, de mi anterior vida mala, y la corrección que tanto ella
-como yo deseamos, no se afirma, no puede afirmarse.
-
---¡Hombre, hombre...!
-
---Ayer vine con propósito de hablarle de este asunto y pedirle que
-me dejase aquí; pero no tuve valor para decírselo. ¡Tanta gente
-delante...! Convénzase usted de que soy un niño, y de que el antiguo
-desparpajo del calavera se ha convertido en una timidez invencible...
-Palabra que sí... Pues me dijo que me volviera a San Agustín, y me
-volví; el caballo me llevó como una maleta, y hoy, sin darme cuenta
-de ello, movido de una irresistible fuerza, me he venido a Pedralba,
-me han traído las piernas, que antes se me romperán en mil pedazos,
-que volver a llevarme a Madrid. Y yo le pregunto a usted: ¿Se enojará
-mi prima? ¿Se obstinará en que viva lejos de ella? Porque ha de saber
-usted que he cometido una falta gravísima, una falta en la cual parecen
-reverdecer mis mañas antiguas, mi mal corregida perversidad. Verá usted.
-
---¿A ver, a ver...?
-
---Pues Halma me arregló en Madrid una pequeña industria para que yo
-trabajase, y adquiriera, como ella dice, una honrada independencia.
-Mientras Halma permaneció en Madrid, muy bien: yo trabajaba, y empecé
-a ganar dinero... Pero se va ella, quiero decir, se viene acá, y adiós
-hombre, adiós propósitos de enmienda, adiós trabajo y formalidad. Me
-entró una murria espantosa; yo no vivía, yo no comía, yo no pegaba
-los ojos. Una mañana..., no sé si fue un demonio o un ángel quien me
-tentó. ¿Qué cree usted que hice? Pues en un santiamén vendí todos los
-trebejos, máquinas, utensilios, papel; realicé, liquidé, y me vine acá.
-
---Con propósito de no volver a la Villa y Corte. ¡Pobre señor de
-Urrea! Ignoro cómo tomará la señora este arranque. Yo, sin autoridad
-para juzgarlo, no lo veo con malos ojos.
-
---¡Porque usted es un santo! --exclamó Urrea con ardor, levantándose
-del suelo para abrazarle--. Porque usted es un santo, y el ser más
-hermoso y puro que hay sobre la tierra, después de mi prima; y el que
-diga que Nazarín está loco, ¡rayo! el que se atreva a decir delante de
-mí tal barbaridad...!
-
---¡Eh... Señor de Urrea, calma, pues creeremos que el loco es usted...!
-
---Para concluir, señor Nazarín de mi alma, si usted intercede por mí,
-lo primero que debe decirle, después de darle cuenta de mi última
-calaverada, el traspaso de los trebejos, es que yo quiero que me
-admita aquí como a uno de tantos. Quiero ser un pobre recogido, un
-infeliz hospiciano. ¿Que se necesita hacer vida religiosa?... pues
-seré tan religioso como el primero. ¿Que se necesita trabajar en estos
-oficios rudos del campo? pues José Antonio será el más activo y el
-más obediente obrero que ella pueda suponer. Pónganme en el último
-lugar; aposéntenme en la cuadra que no se crea bastante cómoda para
-las caballerías; rebájenme todo lo que quieran. ¿Qué piden? ¿Humildad,
-paciencia, anulación? Pues aquí, bajo su gobierno, sintiendo su
-autoridad materna y su divina protección, yo seré humilde, sufrido y
-no tendré voluntad. ¿Que habrá que rezar largas horas? Yo rezaré cuanto
-ella y usted me enseñen. Las faenas rudas no solo no me asustan, sino
-que las deseo, y pienso que han de serme tan útiles para el cuerpo como
-para el alma... Y diciéndole usted todo esto, señor Nazarín, como usted
-puede y sabe decirlo, yo creo que... ¡Ah! se me olvidaba una cosa muy
-importante...
-
-Diciendo esto, echó mano al bolsillo y sacó una carterita.
-
---Aquí está lo que obtuve de la venta de todo aquel material, y del
-traspaso de mi negocio. Déselo usted; no vaya a creer que me lo he
-gastado de mala manera en Madrid.
-
---No, mejor es que lo guarde para entregárselo usted mismo.
-
---Pues en broma, en broma, son la friolera de nueve mil y pico de
-pesetas, con las cuales _podríamos_ hacer aquí algo de lo que ayer
-indicaba don Pascual Amador.
-
-Dijo el _podríamos_ con acento de ingenua oficiosidad, que hizo sonreír
-a Nazarín.
-
---No sé --replicó este, incorporándose en el suelo--. Tenga usted
-presente, que al instalarse aquí la señora con nosotros, sus pobres
-amigos en Dios, sus hijos más bien, ha quebrantado toda relación con
-el mundo de allá, para emplear su vida en el servicio de Dios y en
-actos de caridad sublime. Podría considerar la señora que usted no es
-enfermo, ni pobre, ni necesitado, y que...
-
---Que me admitan en concepto de loco --dijo Urrea interrumpiéndole con
-viveza.
-
---¡Oh, no! para locos, bastante tienen conmigo --replicó don Nazario,
-con inflexión humorística, casi casi perceptible.
-
---Y como pobre, ¿quién lo es más que yo? Y como necesitado de
-corrección, de atmósfera moral... ¡Por Dios, queridísimo Nazarín, no me
-quite usted las esperanzas!
-
---Aquí no se entra sino con el corazón bien dispuesto para la piedad,
-amigo Urrea, y si la señora dejó en las calles de Madrid, como ella
-dice, su corona y todos los demás signos del orgullo social, nosotros
-debemos arrojar en la puerta de Pedralba las pasiones, los deseos
-desordenados, todo ese fárrago que entorpece la vida del espíritu.
-Son aquí precisas de todo punto la obediencia a nuestra madre doña
-Catalina, y un acatamiento incondicional a sus designios.
-
---Nadie me ganará --afirmó Urrea con emoción--, en venerar y adorar a
-mi prima, mirándola como lo que Dios nos permite ver de su presencia
-en esta tierra miserable. Que me admita, y ninguno, ni usted mismo, me
-aventajará en sumisión, ni en considerar a nuestra maestra y señora
-como una madre. Si quiere someterme a una prueba de acatamiento,
-que no me hable, que no me mire, que me dé sus órdenes por conducto
-de usted o de otro cualquiera, y yo viviré calmado y satisfecho solo
-con sentirme cerca de ella, bajo su dulce despotismo. Admirándola,
-aprenderé el amor de Dios; y su perfección, relativa como humana, me
-dará el sentimiento de la absoluta perfección divina. Ella será mi
-iniciación de fe; por ella seré religioso, yo que he sido un descreído
-y un disipado, y ahora no soy nada, no soy nadie, hombre deshecho, como
-un edificio al cual se desmontan todas las piedras para volverlas a
-montar y hacerlo nuevo.
-
---Bien, señor, bien --indicó Nazarín, impresionado vivamente por esta
-declaración, y sintiendo una gran simpatía hacia Urrea--. Ya se acerca
-la hora de comer. Bajaré, y hablaré a la señora. Y otra cosa: ¿usted no
-come?
-
---¿Yo qué he de comer? Mientras usted no le hable, yo no bajo al
-castillo. Cuando vuelva, don Nazario, tráigame un pedazo de pan.
-
---Espéreme aquí.
-
---Y acabaré de partirle aquellos troncos; así voy aprendiendo a
-aprovechar el tiempo --afirmó Urrea desembarazándose de la americana y
-cogiendo el hacha.
-
---Como usted quiera. Adiós. Ladislao, ya es hora: vamos.
-
-
-
-
-VII
-
-
-Con infantil ardor, alentado por las esperanzas que la mediación de
-Nazarín le infundía, el parásito la emprendió con los troncos; pero al
-cuarto de hora de estrenarse en el oficio de leñador, tuvo que moderar
-sus bríos, porque se sofocaba y un sudor copioso brotaba de su frente.
-Luego volvió a la carga, conteniéndose en la medida de sus naturales
-fuerzas, y mientras más troncos partía, más vivo era el contento que
-inundaba su alma. ¡Ah, pues si le fuera permitido meterse de lleno
-en aquella vida! Aprendería mil cosas gratas, como arar, sembrar,
-escardar, cuidar aves y brutos, hacerse amigo de la tierra, súbdito
-del reino vegetal y campestre. Y no se le haría cuesta arriba en tal
-ambiente la vida religiosa, ascética, privándose de todo regalo y hasta
-de hablar con gente. No tendría más amigos que los animales, y esclavo
-del terruño, conservaría libre y gozoso el pensamiento para elevarlo a
-Dios a todas horas del día. En estas cavilaciones le cogió la vuelta de
-Nazarín, a eso de la una y media. Cuando le vio venir, con su reposado
-paso de siempre, sin anticipar con su mirada albricias ni desengaños,
-el corazón se le saltaba del pecho.
-
---La señora --manifestó el cura mendigo, cuando estuvo a tiro de
-palabra--, dice que baje usted a comer.
-
---Pero...
-
---Nada, que baje usted a comer. No me ha dicho nada más.
-
---¿Sigue usted aquí cortando leña?
-
---No, hoy es jueves, y toca explicar la Doctrina a los niños. Aquilina
-les ha dado la lección. Cuando la señora tenga organizada la escuela,
-todos alternaremos en la enseñanza.
-
---Hasta eso haría yo, si ella me lo mandara: domar chicos, y meterles
-en la cabeza el a, b, c. ¡Quién me lo había de decir...! En fin, voy.
-¿Sabe usted que estoy temblando? ¿Y qué tal? ¿Se enfadó al saber...?
-
---Se mostró más compasiva que enojada.
-
---Eso ya es buen síntoma. Voy... ¿Y he de ir ahora mismo?
-
---Ahora mismo, pues le tienen preparada la comida.
-
---No tengo apetito... ¿Y de veras no dijo que soy una mala cabeza?...
-¡Oh, qué bondad, qué santidad, Dios mío! ¡Ni siquiera recriminarme!
-¿Cómo no adorarla lo mismo que al Dios que está en los altares? Nada,
-verá usted cómo me perdona, y me admite, y... El corazón me dice que
-sí. Procede como la Divinidad, la cual, según ustedes, concede todo
-lo que se le pide con fe y compunción. Yo tengo fe en ella, querido
-Nazarín, y derramo lágrimas del alma solo por sentirme bajo su divino
-amparo. Vamos allá, que seguramente usted, que es también santo, habrá
-intercedido gallardamente por este infeliz. Lo dicho, dicho: el que se
-atreva a sostener que Nazarín está loco, se verá con José Antonio de
-Urrea. No lo tolero... mi palabra que no...
-
---Sea usted juicioso, amigo mío.
-
---¡Locura la piedad suprema, locura la pasión del bien ajeno, locura
-el amor a los desvalidos! No, no... Yo sostengo que no, y lo sostendré
-delante del cura y del juez y del Obispo y del Papa, y del mundo entero.
-
---No alborotarse, y vaya comprendiendo que en Pedralba no se disputa,
-ni se sostienen opiniones más que por quien puede y debe hacerlo. Los
-demás, a obedecer y callar. ¿Usted qué sabe si yo soy loco o soy cuerdo?
-
---¿Pues no he de saberlo?
-
---Ea, basta... Vamos pronto, que la señora nos aguarda.
-
-Bajaron, y cuando Urrea entró en la casa y en el comedor más muerto que
-vivo, lo primero que le dijo su prima, poniéndole la comida en la mesa,
-fue:
-
---Pero, hijo, estarás desfallecido. ¿Por qué no bajaste a comer con
-Nazarín y don Ladislao?
-
-Echose Urrea de rodillas a sus pies, diciendo con trémula voz que él
-no probaría bocado mientras no recibiera el perdón que humildemente
-solicitaba.
-
---Eres un niño --le dijo Halma--. Come, y después hablaremos... Pero
-como eres un niño grande, y con resabios mañosos, hay que sentarte un
-poquito la mano. Come con calma, pobrecito... ¿Tú quieres hierro? Pues
-hierro. Yo no contaba contigo para esta vida, porque nunca creí que la
-resistieras. Se hará la prueba con todo el rigor que exige tu pasado y
-las malas costumbres que todavía conservas.
-
-Comiendo y suspirando, por momentos risueño, por momentos conmovido
-hasta derramar lágrimas, José Antonio le dijo que por grande que fuera
-el rigor de la prueba, no lo sería tanto como su energía y tesón para
-resistirla, y que a todo se hallaba dispuesto con tal de vivir bajo la
-santa autoridad de Halma. No le arredraban las cuestas por agrias que
-fuesen. ¿Cuesta religiosa? pues a ella. ¿Cuesta de trabajos rudos, como
-de presidiario? pues a ella.
-
-Como llegara don Pascual Amador, se habló de otros asuntos. Iba el
-paleto hidalgo a llevar a la señora unos documentos de la Alcaldía de
-Colmenar para que los firmara, y se despidió después de tomar un vasito
-de vino.
-
---Don Pascual --le dijo Halma, entregándole la cartera que poco antes
-le había dado su primo--. Hágame el favor de guardarme eso. Son...
-
---Nueve mil seiscientas cincuenta --apuntó Urrea.
-
---No lo necesitaré --añadió la Condesa--, hasta que emprenda la
-roturación del prado grande. Porque me decido, señor don Pascual, me
-decido. Hay que sacar del suelo de Dios todo lo que se pueda. La huerta
-la empezaremos el lunes, rompiendo la tierra con los brazos que aquí
-tengo. Mire usted, mire usted que obrerito se me ha entrado por las
-puertas...
-
-Celebró mucho Amador los nuevos propósitos de la señora, que
-concordaban con sus ideas del fomento de Pedralba, y partió a vigilar a
-los jornaleros que tenía en la Alberca.
-
---Para hacer boca --dijo Catalina al neófito--, me vais a desescombrar,
-entre tú y los sobrinos de Cecilio, las ruinas estas, hasta descubrirme
-el suelo.
-
---Ahora mismo.
-
---Ten calma. Esta tarde vas al cuarto bajo de la torre, donde
-provisionalmente tenemos la escuela, y oirás la explicación de la
-Doctrina Cristiana... Como has estado cortando leña, esta noche tendrás
-unas agujetas horribles. Descansas, y mañana, a lo que te he dicho,
-como preparativo para faenas más penosas.
-
---Para mí no hay nada difícil estando aquí.
-
---Vivirás en la otra casa, con Cecilio. Esta noche arreglarás tu
-cama en el pajar, como Dios te dé a entender. ¿No has dormido tú
-nunca sobre un montón de paja? Yo sí, allá muy lejos de España... y
-en aquellos días de abandono y miseria, me pareció el colmo de la
-incomodidad y de la humillación. Hoy me sería indiferente.
-
---Me instalaré muy gustoso en el pajar.
-
---Esta noche, en la nota de los encargos que ha de traer de Colmenar
-el tío Valentín, pondremos: un chaquetón de paño pardo para ti, unos
-zapatos gruesos, de lo más grueso que haya, una faja, una montera...
-Verás qué elegante estás. Como en tu domicilio no hay espejo, podrás
-mirarte en el charco de la fuente. Y cuando venga la pareja de bueyes,
-aprenderás a uncirlos, a manejarlos. ¿Sabes tú lo que es un arado, y
-el peso que tiene? Pues ya te irás enterando. Comerás con nosotros,
-pues aquí no debe haber más que una mesa para todos los habitantes de
-la ínsula. Día llegará en que Cecilio y su gente, y el tío Valentín,
-comamos reunidos. Mañana, si las agujetas no te estorban mucho, después
-que hayas tomado el tiento a las piedras de las ruinas, vuelves a
-partir un poquito de leña... No quiero que estés ocioso ni un momento.
-La prueba tiene que ser seria, para que yo pueda formar de ti un juicio
-seguro, y te considere capaz o incapaz de compartir nuestra vida. Pues
-aguárdate, que luego vendrán los ejercicios religiosos, el madrugar
-con el alba, las mortificaciones, la asistencia de enfermos... ¡Ah!
-todavía no te has hecho cargo de la gravedad de lo que deseas y pides.
-Tú, hombre de salones, hombre sin principios, inteligencia demasiado
-sensible a la actualidad, a lo nuevo y reciente, te has dejado influir
-por esas rachas de ideas que vienen del extranjero, lo mismo que
-las modas del vestir, del comer y del andar en coche. Te cogió la
-ventolera religiosa, que suele soplar de vez en cuando, lanzada por
-las tempestades que recorren furiosas el mundo, y ya tenemos a Urreíta
-delirando por lo espiritual, como deliraría por un autor nuevo, o por
-la última forma de sombreros o trajes. Y te vienes acá con una piedad
-de _aficionado_, que no es lo que yo quiero, ni nos hace falta ninguna.
-
---No es eso, no es eso --replicó José Antonio con acento persuasivo--.
-Yo quiero creer, yo anhelo parecerme a ti, conservando la distancia
-entre mi monstruosa imperfección y tu...
-
---Basta: no me gusta la palabrería lisonjera.
-
---Mi aspiración es volver a empezar, más claro, volver a nacer. Me he
-muerto; resucito hijo tuyo, y esclavo tuyo. Encárgame de los oficios
-más bajos y humillantes, y en cosas de religión lo más difícil.
-¿Asistir enfermos has dicho? Nazarín me enseñará.
-
---En eso y en otras muchas cosas, buen maestro tuyo y mío puede ser.
-
-En esto pasó Nazarín por delante de la ventana del comedor, cambiadas
-ya las ropas de leñador por las de cura. Iba al ejercicio de Doctrina,
-y ya los rumores de algazara infantil anunciaban que la familia menuda
-se reunía en la sala provisionalmente destinada a escuela.
-
---Allá voy yo también --dijo Urrea viéndole pasar--. Quiero ser como
-los pequeñitos. Verdaderamente, ese hombre me parece divino, y por él,
-por la influencia que sin duda tiene en ti, he conseguido tu perdón.
-¿Qué te dijo, qué razones alegó en mi favor?
-
---No hizo más que contarme lo que habías hecho.
-
---¿Y tú...?
-
---Le pedí su parecer sobre la resolución que debía tomar contigo.
-
---¿Y él...?
-
---Me dijo que debía admitirte.
-
---¡Prima mía --exclamó Urrea con exaltación, braceando por alto--, al
-que me diga que ese hombre está loco, le mato!... ¡ah, no!
-
-Llevose la mano a la boca como para contener la palabra, y volver a
-meterla para adentro.
-
---No, no le mato, dispensa. Pero le... Tampoco... Lo que haré será
-decir y proclamar, contra la opinión de todo el mundo, que no es
-demente, que no puede serlo, que el mayor de los contrasentidos sería
-que lo fuese... Y tú crees lo mismo, Halma, no me lo niegues: tú crees
-lo mismo.
-
---¿Tú qué sabes?... Silencio, y a la Doctrina.
-
---Voy.
-
-
-
-
-QUINTA PARTE
-
-
-
-
-I
-
-
-Durante tres, cinco, diez, no sé cuántos días, corrieron los sucesos
-mansamente y como por carriles en el castillo de Pedralba, y sus
-campos y montes circunstantes, notándose en todo, cosas y personas,
-el impulso que les diera con firme mano la organizadora de aquella
-singular familia. Pero aún faltaba mucho para que la idea total de la
-noble señora se viera íntegramente realizada, porque las deficiencias
-de local no podían remediarse pronto, y en diversos detalles de
-organización surgían a cada instante obstáculos que solo la constancia
-y buena voluntad de todos vencerían al cabo. La roturación de la huerta
-dio mucho que hacer, por la dureza del terruño y por la dificultad de
-dotarla de aguas. Como no era fácil ni económico traerla de la fuente
-por un viaje de arcaduces, se abrió un pozo, en cuya excavación no
-fue preciso ahondar más que veintitantos pies para encontrar agua
-abundante. A las dos semanas de empezadas las obras, ya había varios
-bancales plantados de arvejas, alubias, coles y otras hortalizas de
-ordinario consumo. Provisionalmente se cercó la huerta con piedra y
-espinos. La pareja de bueyes no se hizo esperar, y a los tres días de
-aquellos trajines, ya sabía Urrea manejar a los pacientes animales,
-como si les hubiera tratado toda la vida. Pronto les tomó cariño, y no
-habría cambiado su compañía silenciosa por la de amigos de la especie
-humana, como tantos que había conocido en su primera vida.
-
-Las faenas más rudas no abatían el ánimo del calavera arrepentido: el
-constante y metódico ejercicio corporal, si al principio le causaba
-fatiga, no tardó en fortalecerle. La idea de ser hombre nuevo se
-arraigaba tanto en su conciencia, que creyó haber criado nueva sangre,
-echado nuevos músculos, y hasta que le habían sacado todos los huesos
-viejos, para ponérselos flamantes. De su apetito no digamos: no
-recordaba haberlo tenido igual desde la infancia. Muchos días comía en
-el monte con el pastor, o con los sobrinos de Cecilio (de quienes se
-hablará después); y aquella pitanza frugal y sabrosa, que le llevaban
-en un pucherete Aquilina, Beatriz, o la misma Condesa, le sabía mejor
-que los más refinados manjares de las mesas cortesanas. Pues cuando
-improvisaban cena o almuerzo al aire libre, cocinando con escajos y
-palitroques, sobre un trébede, en la sartén del pastor, unas rústicas
-migas o cosa tal, el hombre gozaba lo indecible, y daba gracias a
-Dios por haberle llevado a la vida salvaje. ¡Y luego el sosiego del
-espíritu, la paz de la conciencia, la seguridad del mañana...! Nada
-podía compararse a semejantes bienes, nuevos para él. Todo cuanto
-del mundo conocía, de un orden distinto radicalmente, parecíale una
-pesada broma del destino. Porque la vida de ciudad, durante los años
-que a veces sin razón se llaman floridos, de los veinte a los treinta,
-¿qué había sido más que suplicio sin término, humillación, ansiedad,
-y cuanto malo existe? ¡Bendito salvajismo, bendita barbarie, que le
-permitía lo más elemental, vivir!
-
-Los Borregos, que así nombraban a los dos sobrinos de Cecilio,
-trabajadores a jornal en la finca, fueron los primeros compañeros de
-vivienda del improvisado salvaje, y no tardaron en ser sus amigos,
-maestros también en todo aquel rústico manejo. Más bárbaros no los
-había criado Dios; pero tampoco más sencillotes ni de corazón más noble
-y sano. Al principio, la epidermis moral de Urrea se lastimaba un poco
-al rozarse con la corteza dura de aquellos infelices; pero no tardó en
-criar callo, y si él al contacto se endurecía, los otros indudablemente
-se suavizaban. Por las noches, al tumbarse sobre la paja rendidos, en
-el breve rato que al sueño precedía, charlaban los tres, explicándose
-cada cual según sus luces, y allí vierais confundida la barbarie y
-la cultura, el fácil discurso y la jerga torpe, la inteligencia y la
-superstición. El Borrego mayor, chicarrón de veintidós años, despuntaba
-por su guapeza descocada y algo insolente; no solo se conceptuaba
-hombre capaz de medirse en buena lid con el más pintado, sino que en
-lo tocante al oficio de labrador no daba su brazo a torcer ni a los
-más peritos. Todo se lo sabía; jactábase de conocer los secretos de la
-tierra y de la atmósfera. Planta que él hincara en el suelo, de fijo
-arraigaba y crecía como ninguna. Había inventado sin fin de reglas
-de fisiología vegetal, de las cuales ni una sola fallaba, según él,
-en la práctica. Sobre la fecundación, sobre las épocas de siembra y
-trasplante, y la influencia misteriosa de las fases de la luna en la
-vida de las plantas, contradecía con el mayor descaro el criterio de
-los labradores viejos, defendiendo el suyo con arrogante terquedad.
-A Urrea le encantaba este carácter inflexible, tenaz, basado en un
-furibundo amor propio. Y más de una vez se preguntó: «En otra esfera,
-con otra educación, Bartolomé, ¿qué sería?» El segundo Borrego era lo
-contrario de su hermano, humilde, de voluntad perezosa, que fácilmente
-se amoldaba a la voluntad ajena, corto de palabras, algo melancólico,
-curioso y preguntón. Gustaba de que le contaran guerras, aventuras y
-sucesos extraordinarios, y se enloquecía con las estampas, toda suerte
-de muñecos pintados, aunque fueran los de las cajas de cerillas, que
-le parecían tan hermosos como a nosotros los cuadros de Rafael y
-Velázquez. Y Urrea se decía: «Isidrico en otra esfera y educado como
-los muchachos finos, ¿qué sería?»
-
-Con estas reflexiones estudiaba José Antonio la Humanidad, al paso
-que obtenía de la observación de la Naturaleza útiles enseñanzas. En
-su anterior vida, no se había fijado en multitud de fenómenos que
-le causaban maravilla. Hasta el cielo estrellado, en noches claras
-y sin nubes, atraía su atención como cosa nueva y desconocida. Lo
-había visto, sí, infinitas veces; pero nunca lo había visto tan bien,
-ni recreádose tanto en su hermosura. Con esto, nuevas ideas iban
-sustituyendo a las antiguas, que al modo de hoja seca se caían y eran
-arrebatadas por el viento. Y todo el nuevo retoño cerebral venía
-fuerte, anunciando una foliación y florescencia vigorosas. Él no cesaba
-de repetirlo: era como nacer dos veces, la segunda por milagro de Dios,
-en edad de hombre, conservando el recuerdo de la primera encarnación
-para poder comparar, y apreciar mejor las ventajas de la segunda.
-
-Pocas veces tenían ocasión de hablarse Halma y su primo en aquellos
-comienzos de la vida rústica, porque él trabajaba lejos de la casa.
-Por la noche, después del rosario, o si cenaban en comunidad, la
-señora le exhortaba en pocas palabras a seguir en aquel ordenado
-comportamiento. Esto y los saludos de ritual, cuando por acaso se
-encontraban en el campo, eran su única relación de palabra. Pero en
-espíritu, Urrea no la separaba de sí: noche y día pensaba en ella, o
-se la imaginaba, transfigurándola a su antojo. Nada más grato para
-él que apreciar en los actos y expresiones de sus compañeros el gran
-respeto que la señora les inspiraba. Y de tal modo en él mismo se había
-fortalecido aquel respeto, que cuando la veía venir, se turbaba como un
-chiquillo vergonzoso. Y por mucho que se estimara en su nuevo estado de
-conciencia, cada día sentía crecer la distancia entre ambos, porque si
-él se elevaba, ella subía desaforadamente.
-
-No eran pasados quince días de aprendizaje, cuando el novicio recibió
-por Nazarín órdenes de trasladar su residencia. El buen clérigo
-peregrino había estado tres días en San Agustín, acabando de extractar
-el divino libro de la Paciencia, con empleo casi sublime de la suya, y
-de vuelta a Pedralba, hizo limpieza, sin auxilio de nadie, de los dos
-aposentos de la torre. Allá se estuvo toda una mañana, blanqueando las
-paredes, lavando los pisos de baldosín, y extrayendo como podía cuanta
-mugre había en los rincones.
-
---Aquí estarás mejor que allá --dijo a Urrea por la noche, dándole
-posesión de su nuevo domicilio, y mostrándole cama limpia y bien
-mullida, y los muebles de madera relucientes--. Esto, querido Urrea, lo
-hago por ti, que estás acostumbrado a la primera de las comodidades,
-que es el aseo. Aquí la señora nos enseña a ser nuestros propios
-criados, y yo te doy el ejemplo...
-
---¡Vaya un ejemplo! Me lo da usted contrario, haciéndose mi sirviente.
-
---No, bobito. Lo que yo hago esta semana, lo harás tú la próxima.
-
-Nazarín le tuteaba desde los primeros días, porque era en él añeja
-costumbre. Poco fuerte en tratamientos, no abandonaba la forma familiar
-más que ante personas de muchísimo respeto, como la Condesa, don
-Remigio y otros tales.
-
---Bueno --dijo el neófito--, yo no veo aquí más que una cama. ¿Acaso
-tiene usted la suya en ese mechinal de al lado, junto a la escalera de
-piedra?
-
---Eso que llamas mechinal es un aposento precioso. Pasa y examínalo.
-Tiene el suficiente espacio para mi lecho, que es esta tarima
-forradita en una manta... ¿ves? ¡Qué lujo, qué gala!... y como yo,
-aquí, no he de dar bailes, no necesito más cabida. ¿Ves? echadito en mi
-tabla, con la cabeza toco en la pared de acá, y aún me falta una tercia
-para tocar con los pies en la de enfrente. ¡Y si vieras qué abrigado es
-esto! Lo que tiene es que en obscuridad compite con la boca de un lobo;
-pero como yo no estoy aquí durante el día, y de noche puedo encender
-luz, si quiero, me acomodo tan ricamente. En peores alcobas y camas he
-dormido yo mucho tiempo.
-
---Ya lo sé. Por eso está usted como está, y le tienen por hombre sin
-seso. En fin, si ha de haber penitencias y privaciones, dénmelas a mí,
-y verán qué pronto las acepto.
-
---¡Penitencias, privaciones! Dios te las irá mandando cuando menos lo
-pienses. Por el pronto, ¿no dices que te gustaba la holgada libertad
-del pajar? Pues fastídiate. Ya no vuelves allá. ¡Aquí, en la torre,
-preso! aguantando mis sermones, si se me ocurre endilgarte alguno,
-rezando conmigo, sí señor, todo lo que a mí me dé la gana.
-
---A eso estamos, padre Nazarín; pero en esta casa de la igualdad,
-debemos alternar en las comodidades, digo, en las mortificaciones.
-Una noche duermo yo en la cama y usted en la tarima, y a la noche
-siguiente, cambiamos.
-
---Eso lo veremos. No hay tanta igualdad como crees, ni debe haberla.
-Por de pronto, yo estoy por encima de ti en edad, saber y gobierno, y
-si te mando dormir en cama blanda, tendrás que fastidiarte.
-
-Al volver de cenar en el castillo, y antes de recogerse, charlaron otro
-poco.
-
---Pepe --le dijo Nazarín, sentándose en su tarima--, ¿sabes una cosa?
-Después de cenar, mientras saliste a fumar tu cigarrito, la señora me
-encargó que te advirtiese...
-
---¿Qué?
-
---Nada, no te asustes... ¡Si creerás que es algo de cuidado!... Y si
-lo es, hijo, yo no lo sé... Pues que te advirtiera que si mañana, o
-pasado, vamos, don Remigio y el señor de Amador te dicen alguna cosa
-desagradable, algo que te lastime, procures no incomodarte. Tú no has
-aprendido aún a sofocar la cólera, y en eso has de poner mucho cuidado,
-José Antonio, porque la cólera es pecado muy feo. Ya sabes que cuantos
-vivimos aquí hemos de ser sufridos, mansos y afrontar con semblante
-sereno la ofensa, el ultraje mismo. Esto tienes que aprenderlo, Pepe, y
-probar tu paciencia en la práctica, en la realidad. Si no, estás de más
-en Pedralba.
-
---¿Pero qué es eso que me van a decir el cura y Amador? ¡voto al hijo
-de la Chápira! --gritó Urrea, disparándose.
-
---Temprano empiezas --dijo Nazarín acercándose al lecho en que el otro
-acababa de tumbarse--. ¡Pero, hombre, te estoy amonestando...!
-
---¡A mí!... ¡decirme a mí!... ¿Pero qué?
-
---¿Lo sé yo acaso, hijo de mi alma?
-
---¡Oh! usted lo sabe, padre Nazarín, y si no, lo adivina, porque usted
-lee en el pensamiento de las personas, y penetra las más recónditas
-intenciones.
-
---Que no sé, te digo... Cumplo mi encargo, y me callo. La señora
-me manda advertirte que, oigas lo que oyeres, no te enfurezcas, ni
-siquiera muestres enfado. Ella lo manda, Pepe.
-
---Pues si ella lo manda, antes me vea muerto que desobediente...
-Pero no sé, querido Nazarín, no sé lo que me pasa. Con lo que usted
-me ha dicho..., siento que mi ser antiguo rebulle y patalea, como si
-quisiera... ¡Ay! no se vuelve a nacer, ¿verdad? No muere uno para
-seguir viviendo en otra forma y ser. Un hombre no puede ser... otro
-hombre.
-
---Indudablemente... uno no puede ser otro --dijo el apóstol sonriendo
-benévolamente--. No canses tu cerebro con sutilezas. Déjalo descansar
-en el sueño.
-
---No podré dormir.
-
---Rezaremos. Te contaré cuentos. Te arrullaré como a los niños.
-
---Ni aun así dormiré... Mi tristeza, no sé qué punzante inquietud me
-desvela.
-
---Yo no quiero que estés triste, Pepe. Imítame a mí, que siempre vivo
-en una alegría templada.
-
---¡Oh, si pudiera...! Y no solo la tristeza. Paréceme que tengo fiebre.
-Yo voy a caer malo.
-
---Si caes malo --replicó el curita manchego, clavando en él una mirada
-penetrante--, yo te cuidaré... y te salvaré de la muerte.
-
---¡La muerte...! --exclamó Urrea con abatimiento, cerrando los ojos--.
-¿Para qué defenderse de ella, cuando es la mejor, la única solución?
-
---No te cuides tú de tu muerte. Dios se cuidará de eso. Ahora, hijo
-mío, a dormir.
-
---A dormir, sí... ¿Usted lo manda?
-
---Lo deseo...
-
-Callaron, y poco después Urrea dormía, teniendo por guardián vigilante
-a Nazarín, el cual, sentado junto al lecho, rezaba entre dientes.
-
-
-
-
-II
-
-
-Al día siguiente, hallándose el salvaje en la huerta, sintió el trote
-de un caballo. Creyendo que se aproximaba don Remigio, miró con
-sobresalto. Pero no; era Láinez, el médico de San Agustín, que iba
-dos veces por semana a Pedralba, a celebrar consulta para todos los
-pobres circunvecinos. Habíale ajustado la señora para este servicio,
-temporalmente, mientras se arreglaba la instalación de un médico fijo
-en la casa, para visitar y asistir a los enfermos de todo el término.
-Se conocían los días de Láinez en que desde el amanecer asomaban por
-aquellos vericuetos innumerables personas de cara hipocrática, lisiados
-y cojos, unos con los ojos vendados, otros con la mano en cabestrillo,
-este llevado en un carro, aquel arrastrándose como podía. La consulta
-duraba toda la mañana, y por la tarde visitaba el doctor, por encargo
-expreso de la Condesa, a los enfermos que vivían más próximos.
-
-Saludó Urrea cortésmente al médico cuando a su lado pasó, y estuvo
-por preguntarle: «¿Tiene usted que decirme algo por encargo de don
-Remigio?» Pero como Láinez no hizo más que contestar fríamente al
-saludo, volvió el joven a su trabajo, silencioso y triste: «Vamos a
-platicar un poquito con la tierra» --se decía, moviendo con fuerte
-brazo la pala o el azadón. Y era verdad que hablaban tierra y hombre,
-él contándole sus penas, ella diciéndole algo de sus misterios
-impenetrables. Pero como la tierra es tan discreta, que no revela nada
-de lo que con ella hablan ni los muertos ni los vivos, ignoro lo que se
-comunicaron hombre y tierra.
-
-Por la tarde, salieron juntos Láinez y Amador. Urrea les miró alejarse,
-dejando a las caballerías andar al paso. «De fijo hablan de mí» --se
-dijo, mirándoles de lejos. Era una corazonada, un rasgo de adivinación
-de los que no fallan, por misteriosa connivencia de los fluidos que al
-parecer nos rodean. «Hablan de mí --volvió a decir José Antonio--, y
-hablan mal. Tan cierto es esto, como que me alumbra el sol.» Y tornó
-a contarle sus cuitas a la arcilla, teniendo por órgano a la pala, y
-al revolver los esponjados terrones, y verlos quebrarse al sol, oía de
-ellos vagorosas respuestas.
-
-Amador y Láinez, alejándose despacito de Pedralba, hablaban del neófito
-lo que este no podía saber ni aun preguntándoselo al terruño.
-
---Pues verá usted --dijo el paleto hidalgo-- lo que pasó. El señor
-Marqués de Feramor me mandó a decir con Alonso que si iba por Madrid,
-no dejase de pasar a verle. Fui el lunes, como usted sabe, y don
-Paquito me contó lo escandalizada que está toda la grandeza por
-haberse colado aquí ese perdido de Urreíta. Allá creen que no viene
-más que a engañarla, y sacarle el poco dinero que tiene, figurándose
-religioso contrito, y embaucándola con santiguaciones, y farsas de
-vida labradora. Yo creo lo mismo, amigo Láinez, porque el tal está tan
-arrepentido como mi jaco; es hombre de historia sucia, y el primer
-trapisonda de Madrid. Aquí nosotros, los buenos amigos de mi señora
-la Condesa, los que estimamos y conocemos sus _inminentes_ virtudes,
-debemos abrirle los ojos, para que vea el dragón que se le ha metido en
-casa...
-
---De eso se trata, amigo Amador --dijo el médico, hombrecillo de figura
-mezquina, con un bigote atusado y gris, que parecía pegado con goma,
-ojos mortecinos, cara rugosa, cabeza deforme y con poco pelo en el
-occipucio--. Don Remigio ha recibido cartas de su tío don Modesto Díaz,
-y de ello resulta que el tal Urrea es un histrión...
-
---¿Un qué...?
-
---Un histrión, que es lo mismo que decir un cómico. Finge sentimientos,
-estados peculiares del ánimo, hace sus comedias con labia y mímica
-perfectas, y ahí le tiene usted dando la castaña al lucero del alba...
-Pues sí señor. No me gustó ese sujeto, la primera vez que le eché la
-vista encima, y ha seguido... no gustándome. Es uno un poco lince, y ha
-visto muchas monstruosidades de la materia y del espíritu... Pues verá
-usted. Hablamos de esto don Remigio y yo... Naturalmente, Remigio es el
-más abonado para...
-
---Para llevar el gato al agua.
-
---Y llamar la atención de la Condesa sobre el culebrón a que ha
-dado abrigo en su seno --dijo Láinez, quedando muy satisfecho de la
-figura--. Anteayer, Remigio soltó las primeras puntadas; pero la
-señora, según él cuenta, le oyó con disgusto, y tuvo la generosidad,
-¡parece increíble! de asegurar que su primo es un hombre de bien.
-
---¿Sí?... pues no se libra de un sablazo gordo, o de otra cosa peor...
-porque ese no es de los que se van sin algo entre las uñas.
-
---Para mí ha venido con un fin interesado --dijo el doctor mirando
-fijamente al otro caballero--, y si me apuran, añadiré que con un fin
-siniestro...
-
---¡Hombre, tanto no!
-
---Se verá... Al tiempo.
-
-Llegados al sitio de separación, se detuvieron para concertar el día y
-hora en que debían reunirse con don Remigio para convenir en la forma y
-manera de ilustrar mancomunadamente a la señora de Pedralba sobre punto
-tan delicado. Puestos de acuerdo, cada cual siguió su camino.
-
-Y dos días después, hallándose Urrea en el monte, vio venir tres
-hombres a caballo por el sendero de San Agustín. A pesar de la
-distancia enorme a la cual se detuvieron, su vista prodigiosa les
-conoció al instante, y el corazón le dio un tremendo vuelco. Con
-furia insana descargó tremendos golpes sobre el tronco del árbol que
-partiendo estaba, y el leño, en el gemido que parecía exhalar al
-recibir el hachazo, le decía: «Hablan de ti, y hablan mal.»
-
-Urrea les miraba, suspendiendo a ratos su tarea para volver a ella con
-terrible ímpetu muscular, y le decía al tronco: «En tu lugar quisiera
-coger a los tres.» Observó que cerca de la finca, los jinetes se
-detenían, cual si tuvieran algo importante que discutir y concertar
-antes de meterse en Pedralba.
-
-Don Remigio, alzándose nervioso sobre los estribos, y tan poseído de su
-asunto como si en el púlpito estuviera, les dirigió esta retahíla, que
-más bien arenga o sermón debía llamarse:
-
---Señores y amigos, la cosa es grave, y es nuestro deber acudir
-prontamente al remedio, auxiliando con desinteresado consejo a la
-persona que tantos bienes ha traído a esta mísera tierra. Evitemos que
-las intenciones de la santa Condesa sean defraudadas por un libertino.
-Si yo le hubiera conocido, cuando por primera vez llegó a San Agustín,
-habríale cortado el paso de Pedralba... ¡Ah, conmigo no se juega!
-Pero yo estaba en la mayor inocencia respecto a ese caballerete, y le
-agasajé en mi modesta casa, y le traje aquí. En la misma inocencia
-candorosa vivían ustedes, mis buenos amigos, hasta que al fin, los
-tres, por noticias fidedignas, hemos caído a un tiempo de nuestros
-respectivos burros. Ahora bien...
-
---Permítame un momento el señor cura --dijo Amador, acordándose de
-una idea que debía ser agregada a los autos--. Una palabra nada más:
-lo que tiene indignado al señor Marqués, a la familia, y a todos los
-títulos de Madrid, es que, habiéndole dado a doña Catalina su legítima
-sin merma ni descuento... Porque han de saber ustedes que parte de la
-tal legítima había sido consumida por la señora allá en tierras del
-Oriente. Pues bien: el señor Marqués, por darle gusto a don Manuel
-Flórez, que era un alma de Dios, no quiso descontar los suplidos, y
-entregó a su hermana el total de la herencia, o sean cuarenta mil y
-pico de duros, creyendo que iba a ser empleado en obras de la religión
-bendita... ¿Qué resultó? Que a los pocos días de entregarle el caudal,
-este pillo de Urrea le sacó un _óbolo_ de cinco mil duros... Lo que
-digo, la Condesa es un ángel, y como ángel no debiera andar suelto.
-Opino yo que a los ángeles...
-
---Ya sabíamos lo de los cinco mil duros --dijo don Remigio, anhelante
-de recobrar la palabra--. Lo que ustedes no saben es que poco antes de
-venir la señora a Pedralba, ese aventurero le proponía una contrata
-para traer acá las cenizas del Conde de Halma, encargándose él de todo
-por otros cinco mil pesos.
-
---Es un punto terrible --indicó Amador--. El Marqués dice, y tiene
-razón: «doy mis intereses para el cultivo de la fe y el fomento de la
-caridad, mas no para que un perdido se ría de Dios, de mi hermana y de
-mí».
-
---Muy bien dicho --prosiguió el cura, cogiendo la palabra con propósito
-de no soltarla más--. Pues yo, que por añeja costumbre dialéctica, me
-voy siempre derecho a las causas, y cuando veo un mal, busco el origen
-para atacarle en él, lo mismo que hace Láinez con las enfermedades,
-en este caso, advirtiendo que corren sucias las aguas, me voy al
-manantial, y... en efecto, allí veo... En fin, señores, que todo lo
-malo que advertimos en Pedralba, proviene de los vicios de origen,
-de la defectuosa fundación. La idea de la señora Condesa es hermosa,
-pero no ha sabido implantarla. La primera deficiencia que noto aquí
-es que no hay cabeza. Y esto no puede ser. Para que la institución
-marche, y se realice el santo propósito de la Condesa, es preciso que
-al frente del establecimiento haya un director, y para que tenga mucha
-autoridad, conviene que el tal director sea un eclesiástico. Declaro
-que no tendría yo inconveniente en desempeñar la plaza, a pesar del
-mucho trabajo y responsabilidad que puede traer consigo. Procuraría dar
-ejecución práctica y visible a las ideas, a los elevados sentimientos
-de caridad de la santa señora, y, modestia a un lado, creo que no me
-sería difícil conseguirlo... Redactaría constituciones, en las cuales
-derechos y deberes estuvieran muy claritos. Marcaría la raya entre lo
-espiritual, _prima facies_, y lo temporal, que es lo secundario...
-Daría denominación al instituto, estableciendo un distintivo, el cual
-podría ser una cruz o varias cruces, de este o el otro color, que yo
-llevaría cosidas en mi manteo... y si no yo, quien quiera que aquí
-mandase con el nombre de Rector, Mampastor, o Guardián... Pero si es mi
-propósito convencer a nuestra amiga de la necesidad de una dirección,
-no está bien, ya lo comprenden ustedes, que yo a mí mismo me proponga
-para ese modesto cargo. Y no es ambición, conste que no es ambición: en
-último caso sería sacrificio, y de los grandes; pero a esas estamos. De
-modo que si la señora, por inspiración divina, admite mis razones, y me
-designa, no tendré más remedio que bajar la cabeza, con beneplácito del
-señor Obispo, y mientras Su Ilustrísima no creyera conveniente disponer
-de mi inutilidad para una parroquia de Madrid.
-
-Asintieron los otros dos con monosílabos. La cara de don Remigio echaba
-chispas.
-
-
-
-
-III
-
-
---Pues si el señor cura me promete no enfadarse --dijo Láinez después
-de una pausa, en la cual se aseguró bien de sus ideas--, me permitiré
-manifestarle que si apruebo lo de la dirección, pues sin dirección, o
-llámese cabeza, no hay nada, no estoy de acuerdo con que el director
-sea sacerdote. Que haya un eclesiástico, o dos, o veinticinco, para lo
-pertinente al gobierno espiritual, muy santo y muy bueno. Pero, o yo no
-sé lo que me pesco, o la señora Condesa ha querido fundar un instituto
-higiénico, hablando más propiamente, un sanatorio médico-quirúrgico,
-con vistas a la religión.
-
---¡Hombre!
-
---Déjeme seguir: El socorro de la indigencia, el alivio del dolor
-humano, la asistencia de los enfermos, la custodia de los locos, la
-práctica, en fin, de las obras de misericordia, da una importancia
-desmedida al _elemento_ médico-quirúrgico-farmacéutico. Yo soy muy
-práctico, reconozco la importancia del _elemento_ sacerdotal en
-un organismo de esta clase; es más, creo que el tal _elemento_ es
-indispensable; pero la dirección, señores, opino, respetando el parecer
-del señor cura, opino, entiendo yo... que debe ser encomendada a la
-ciencia.
-
---¡Hombre, por Dios, no sea usted...!
-
---Permítame...
-
---No, si no es eso. Equivoca usted los términos...
-
---¡Vaya, hombre! Yo concedo...
-
---¡La ciencia! Medrados estaríamos...
-
---Yo concedo...
-
---Distingamos, señores...
-
-Y un rato estuvieron los tres quitándose uno a otro la palabra de la
-boca, y tiroteándose con pedazos de expresiones.
-
---Yo concedo --dijo Láinez, consiguiendo al fin acabar una frase--, que
-la piedad, la fe sean el corazón de este organismo; pero la cabeza no
-puede ser más que la ciencia.
-
---¡Potras corvas! que alguna vez me ha de tocar a mí --gritó Amador
-furioso, viendo que don Remigio rompía nuevamente, y que no había
-manera de atajarle--. ¿Digo yo, o no digo mi parecer? Porque si ustedes
-se lo parlan todo, ¡caracoles! estoy aquí de más... Pues entro en el
-ajo como tercero en discordia, y digo que los señores _propinantes_
-barren para dentro, cada cual mirando por su casa y oficio, este para
-la Iglesia, este para la Facultad. Pues yo digo que ni lo _juno_ ni lo
-_jotro_, ¡caracoles! y que la dirección debe ser administrativa, lo
-dicho, administrativa. Porque aquí lo primero es asegurar la olla para
-todos, y no se asegura la olla sino trabajando la tierra, y sabiendo
-después cómo se distribuye el fruto entre estas y las otras bocas.
-Bueno que tengamos el _elemento_ tal..., religión, bueno; el _elemento_
-cual..., medicina, bueno. Pero para que estos puedan concordarse
-y vivir el uno enclavijado en el otro, se necesita del _elemento_
-primero, que es el trabajo, el orden, la cuenta y razón, la labranza
-de la tierra, y esto no puede hacerlo la Iglesia ni la Facultad. ¡Ah!
-como ustedes no le saquen su fruto a la tierra, a fuerza de machacar
-en ella, ¿con qué potras van a sostener la institución? ¿de dónde
-van a salir estas misas? En Pedralba, lo primero es poner la finca
-en condiciones, pues... Hoy da cuatro; debe y puede dar cuarenta, y
-cuando los dé, vengan pobres, y vengan tullidos, y dementes, y tiñosos,
-y ciegos, para sanarlos a todos. Lo demás, es andarse por las ramas,
-y empezar las cosas por el fin. La dirección debe ser agrícola y
-administrativa, y aquí no hay más pontífice del campo que _este cura_,
-yo mismo, y para concluir, sepan que esos son los deseos del señor
-Marqués de Feramor, según carta que tengo aquí y que puedo enseñarles.
-
-Callaron un rato el médico y el cura, como agobiados bajo la pesadumbre
-del último argumento presentado por Amador; pero el ingenioso don
-Remigio no tardó en recobrarse, y con nuevos y sutiles razonamientos,
-pegó la hebra en esta forma:
-
---¡Pero mi querido Amador, si el señor Marqués no es quien ha de
-decidirlo! No niego yo su respetabilidad, ni su autoridad, ni sus
-excelentes deseos; pero hay que desengañarse, el señor Marqués no toca
-pito, no puede tocarlo en un asunto que es de exclusiva competencia de
-su señora hermana.
-
---Hemos convenido, amigo don Remigio --dijo Amador--, en que la
-Condesa es un ángel...
-
---Un ángel del cielo...
-
---Los del cielo no sé; pero los de la tierra necesitan curador. Dejemos
-a la virtuosísima, a la celestial doña Catalina de Halma entregada
-solita a sus piedades, y a las blanduras de su corazón, y dentro de dos
-años tendrá la finca embargada.
-
---Se equivoca usted, Amador. La señora sabe cuidar de sus intereses.
-
---Pero la señora no labra las tierras, cree que con labrar el cielo
-basta, y el trigo y la cebada, ¡caracoles! y los garbanzos y las
-patatas, no veo yo que nazcan de nubes arriba.
-
---También arriba nacen, señor de Amador, y nuestro Padre celestial, que
-da ciento por uno, derrama sus dones sobre los que con fervor le adoran.
-
---Si yo no siembro, nada cogeré, por más que me pase el día y la noche
-engarzando rosarios y potras. Don Remigio, todo eso del misticismo
-eclesiástico y de la santísima fe católica, es cosa muy buena, pero
-hace falta trigo para vivir. Señores, pongámonos en el ajo de lo
-positivo. Coloquémonos _bajo el prisma_ de que el primero de los dogmas
-sagrados es la alimentación.
-
---¡Hombre!...
-
---La alimentación he dicho, ¡caracoles! Díganme: donde no hay
-manutención, ¿qué hay?
-
---No exageremos --replicó Láinez, que un gran trecho había permanecido
-silencioso--. Concediendo toda la importancia al _aspecto_
-administrativo, yo creo que la dirección... no nos apartemos del tema,
-señores, creo que la dirección no debe ser agrícola ni administrativa.
-Esto no es una granja.
-
---Yo digo que sí, una granja hospitalaria y monacal.
-
---No es eso.
-
---Y aunque lo fuera --añadió el médico--, la dirección debe correr a
-cargo de la ciencia, que todo lo abarca, la ciencia, señores, que...
-
---¡Hombre, no nos dé usted más la tabarra con su cansada ciencia!
-Porque francamente, si en estas cosas, nos pone usted a la religión
-bajo la férula de una casquivana como la ciencia, la religión tendrá
-que inhibirse y decir: «allá vosotros».
-
---No señor, porque la ciencia...
-
---En resumen --chilló don Remigio, algo quemado--, que usted propondrá
-a la señora que le nombre jefe omnímodo de Pedralba, con poder sobre el
-director espiritual y sobre todo bicho viviente.
-
---¡Oh, no vengo yo aquí a trabajar _pro domo mea_! Pero si doña
-Catalina de Halma se digna tomar en consideración mi dictamen, y
-después de establecer la dirección científica, me hace el honor de
-designarme para ese puesto, no rehusaré, no señor, tendré a mucha
-gloria el desempeñarlo.
-
---Pero como la señora no aceptará tal desatino, mi querido Láinez... No
-se enfade, no quiero ofenderle...
-
---Paz, señores, paz --dijo Amador notando en Láinez temblores del
-bigotillo pegado, y en don Remigio una vertiginosa movilidad de los
-ojos, las gafas, la nariz y las manos--, y ya que no nos pongamos de
-acuerdo, no llevemos a la señora, en vez de consejo sano y prudente, un
-embrollo de mil demonios.
-
---Está en lo cierto el amigo Amador --manifestó don Remigio recobrando
-su habitual placidez--; la verdad es que hemos olvidado la cuestión
-concreta, en la cual estamos de acuerdo, para meternos en una cuestión
-constituyente, que nosotros no hemos de resolver; al menos hasta ahora
-la ilustre dama no nos ha consultado sobre la manera de organizar el
-Instituto Pedralbense. ¿Estamos conformes en que debemos aconsejarle la
-eliminación, no digo la expulsión, la eliminación del acogido don José
-Antonio de Urrea?
-
---Sí --contestaron los otros.
-
---Pues no hay más que hablar. Yo tomaré la palabra en nombre de los
-tres.
-
---Convenido.
-
---Y si en el curso de la conferencia, apunta el otro problema, el magno
-problema, lo trataremos, lo discutiremos, cada cual dirá su parecer,
-y allá la señora Condesa que resuelva. Es sensible que sobre el punto
-grave de la organización no le llevemos una idea unánime. Vean ustedes:
-ninguno de los tres es ambicioso, y no obstante, lo parecemos. Si cada
-cual expresara ante la fundadora de Pedralba sus opiniones en la forma
-que lo hemos hecho por el camino, lejos de ilustrarla, la llenaríamos
-de confusiones, y turbaríamos la tranquilidad de su grande espíritu.
-Dejémosla, que ella sola, con la ayuda del Espíritu Santo, sin oír
-nuestras proposiciones radicales y un tantico interesadas, ha de llegar
-a la posesión de la verdad. Las dificultades que la práctica le vaya
-ofreciendo le han de hacer comprender, aunque el Divino Espíritu no
-le diga nada, la necesidad de una dirección en cabeza masculina, y el
-carácter que esta dirección debe tener.
-
-Tan acertadas y discretas razones cayeron muy bien en los oídos de los
-otros dos caballeros, y como ya estaban a poca distancia del castillo,
-pusieron punto a su conversación, y se aproximaron con semblante
-risueño, viendo que la misma señora Condesa salía a recibirles
-afectuosa.
-
-
-
-
-IV
-
-
-Por la tarde, Urrea y el mayor de los Borregos estuvieron dando vuelta
-a la tierra con el arado en una de las piezas de sembradura próximas
-a la casa. Nazarín y el Borrego chico regaron los plantíos nuevos de
-la huerta, a mano, con cubos y regadera, y después escardaron los
-bancales, que con los abundantes riegos de días anteriores, habían
-formado costra. Silencioso y atento a su trabajo, el clérigo no hablaba
-con su compañero más que lo preciso. Ladislao había ido a la fuente del
-monte, a traer la ropa lavada por Aquilina, y los chicos, después de
-dar la lección con Halma, se fueron a jugar con los nietos de Cecilio
-en el campo frontero a la casa de abajo. En la cocina se hallaba la
-Condesa, de mandil al cinto, fregoteando la loza, cuando Beatriz, que
-arriba trajinaba, bajó a anunciarle la llegada de los tres señores a
-caballo.
-
---¡Ah! no les esperaba tan pronto --dijo la dama, preparándose para
-recibirles decorosamente--. Vienen como en son de capítulo o consejo.
-¿No sabes a qué? Luego lo sabrás.
-
---Me figuro que será para que admitamos a las tres ancianas enfermas de
-Colmenar, que quieren venir a Pedralba. Yo creo que tendremos local,
-pasándome yo al cuarto de Aquilina.
-
---No es eso: las tres viejecitas llegarán el lunes. Las acomodaremos
-como se pueda, hasta que el maestro nos arregle los cuartos del Norte.
-Nuestros tres amigos vienen a otro asunto, muy delicado por cierto, del
-cual me habló anteayer don Remigio. Quiera Dios iluminarles para que
-conozcan cuán injusto... En fin, no puedo contártelo ahora; es cosa
-larga.
-
-Salió la señora al encuentro de los viajeros, y subieron los cuatro
-a la única habitación de la casa, propia para visitas, y aun para
-cónclaves tan solemnes como el que aquel día en Pedralba se celebraba,
-porque tenía dotación de sillas hasta para seis personas, y un sofá de
-principios de siglo con asientos de crin, que a la legua transcendía
-a cosa eclesiástica y capitular. Encerrados allí la Condesa y sus
-tres amigos, discutieron y peroraron todo lo que les dio la gana, sin
-que fuera de la estancia se sintiese rumor alguno, ni había tampoco
-por allí oreja humana que lo recogiese. A la hora y media, más bien
-más que menos, salieron, y se marcharon como habían venido. Nadie
-supo lo que allí con tanto sigilo se había tratado, ni ninguno de los
-huéspedes de Pedralba, fuera de Urrea, sentía comezón de curiosidad
-por aquella desusada reunión. Por la noche, en el rosario y cena, notó
-el ex-calavera muy encendidos los ojos de su prima. Sin duda había
-llorado. Concluida la cena, y cuando se despedían para marchar cada
-cual a su dormitorio, la señora dijo a Urrea:
-
---Poco te ha durado el buen acomodo del cuartito de la torre: tú y el
-padre tendréis que iros a la casa de abajo, porque necesitamos alojar
-aquí a tres ancianitas. Se os llevarán las camas allá. Ten paciencia,
-Pepe. Para eso y para todo te recomiendo la paciencia, sin la cual nada
-de provecho haríamos aquí.
-
-Y no dijo más, ni él se atrevió a expresar cosa alguna, pues al
-intentarlo se le ponía un nudo en la garganta. La señora, después de
-dar a cada cual la orden de trabajo para el día siguiente, se retiró.
-A Beatriz le tocaba aquella noche la función de conserjería, cerrar
-puertas y ventanas, apagar fuegos y luces, cuidando de que todos,
-media hora después de la cena, entrasen en sus respectivos aposentos.
-Buscándole las vueltas para cogerla sola, Urrea pudo cambiar con ella
-algunas palabras, cuando atrancaba la puerta del Norte, después de
-cerrar el gallinero.
-
---Beatriz, por lo que más quieras en el mundo, dime qué han venido a
-tratar con mi prima esos tres facinerosos.
-
---¡Jesús, yo no sé!
-
---Sí lo sabes. Dímelo por Dios.
-
---Te has olvidado de una de las principales reglas que nos ha impuesto
-la señora. Aquí no se permite contar lo que pasa, ni llevar y traer
-cuentos. Cada cual ocúpese en desempeñar su trabajo, sin cuidarse de lo
-que digan o hagan los demás.
-
---Es verdad... Pero como sin duda se trata de alguna conspiración
-contra mí, tengo que defenderme.
-
---Yo no sé nada, José Antonio, no me preguntes.
-
---Pues dime solo una cosa. ¿Ha llorado mi prima?
-
---Eso no puedo negártelo, porque bien se le conoce en los ojos.
-
---¿Y sabes el motivo?
-
---¡Oh, el motivo!... Que no puede hacer todo el bien que quiere. Su
-alma tiene grandes alas; pero la jaula es corta... Y no más. Silencio
-te digo, y retírate.
-
-No tuvo más remedio el pobre novicio que meterse en su aposento de la
-torre, donde encontró a Nazarín de rodillas frente a la imagen del
-Crucificado. El farolito que alumbraba la estancia estaba en el suelo:
-iluminadas de abajo arriba las dos figuras vivientes y el estrambótico
-mueblaje, resultaba todo de un aspecto sepulcral. En el profundo
-abatimiento de su espíritu, Urrea se creyó en un panteón. Echándose en
-la cama, como para tomar la postura del sueño eterno, y sin esperar a
-que el apóstol peregrino acabase su rezo, le dijo:
-
---Padre, ¿se fijó usted en los ojos de mi prima?
-
---Sí, hijo mío --replicó el clérigo, siguiendo de hinojos, y moviendo
-tan solo la cabeza para mirarle--. La señora Condesa, nuestra reina,
-nuestra madre, ¡ay!, ha llorado mucho.
-
---¿Se enteró usted del conciliábulo?
-
---Sé que llegaron juntos esos tres señores, y estuvieron aquí largo
-rato. Como no me importa, ni es cosa de mi incumbencia, no tengo más
-que decir.
-
---Creo firmemente que se han reunido para expulsarme de aquí, y que
-obedecen a intrigas de mi primo Feramor. Me lo dice el corazón, me lo
-dice la tierra cuando la labro, los troncos cuando les pego con el
-hacha, me lo dicen los bueyes cuando les pongo el yugo. No puede haber
-equivocación en esto; el vivir en medio de la Naturaleza, rodeado de
-soledad, le hace a uno adivino.
-
---Si eso fuera cierto --dijo Nazarín levantándose, y acudiendo a él con
-ademán afectuoso--, si en efecto, por estas o las otras razones, se te
-mandara salir de Pedralba...
-
---Ya sé lo que usted me dirá... que me vaya, es decir, que me muera.
-
---Estamos aquí para la obediencia, para la resignación, para no tener
-voluntad propia. Ya me ves a mí: toma mi ejemplo.
-
---¿Pero usted no considera que lanzarme de aquí es ponerme en brazos de
-la muerte?
-
---¿Por qué? Dios velará por ti.
-
---¿Y a dónde voy yo, padre?
-
---Al mundo, a otra soledad como esta, que encontrarás fácilmente.
-Búscala, que nada abunda tanto en la tierra como la soledad.
-
---No, no: yo, fuera de aquí, soy hombre concluido. Halma debe suponer
-que mi expulsión de Pedralba es mi sentencia de muerte. Dígaselo usted.
-
---Yo no puedo decir eso a la señora, ni nada. Asilado como tú, la regla
-me prohíbe hablar al superior, cuando este no me habla. Contesto a lo
-que me preguntan, y nada más.
-
---Pues se lo diré yo, le diré que desconfíe de esa gente infame...
-
---No hables mal, no injuries, no aborrezcas.
-
---¡Ah! Nazarín es un santo: yo quisiera serlo, pero la maldad antigua,
-la que existe allá en los sedimentos del corazón no me deja.
-
---Porque tú quieres. Lucha con tus malas pasiones, pídele a Dios
-auxilio, y vencerás. Es menos difícil de lo que parece. Si alguien
-te causa agravios, perdónale; si te injurian, no respondas con otras
-injurias; si te hieren, resístelo y calla; si te persiguen en una
-ciudad, huyes a otra; si te expulsan, te vas, y donde quiera que estés,
-arranca de tu corazón el anhelo de venganza para poner en él el amor
-de tus enemigos.
-
---Y haré todo eso, que es muy hermoso, sí, muy hermoso --dijo Urrea con
-ligerísima inflexión irónica--; pero antes de adoptar vida tan santa,
-quiero despedirme del mundo con una satisfacción: le cortaré la cabeza
-a don Remigio, que es el alma de este complot indigno.
-
---Hijo mío, parece que estás loco --díjole Nazarín, posando la palma
-de su mano sobre la frente ardorosa del calavera reformado--. Pero qué
-absurdos se te ocurren. ¡Matar!
-
---¿Pues no me matan a mí?
-
---Privarte de estar aquí no es darte la muerte.
-
---Me la daré yo si me arrojan.
-
---Bah, eres un niño; pero yo estoy al cuidado tuyo, y procuraré que no
-hagas mañas.
-
---No puedo, no podré vivir fuera de aquí... Cuando salga, o me arrojaré
-con una piedra al cuello en el primer río por donde pase, o buscaré un
-abismo bien negro y profundo que quiera recoger mis pobres huesos.
-
-Su pecho se inflaba. Una opresión fortísima en la caja torácica le
-impedía expulsar todo el aire recogido por sus ávidos pulmones. Se
-ahogaba; le faltó la voz, y de su garganta salía un gemido angustioso.
-Al fin rompió a llorar como un niño.
-
---Llora, llora todo lo que quieras --le dijo el curita manchego
-sentándose a su lado--. Eso es bueno. Las penas de la infancia, con el
-lloro quedan reducidas a nada.
-
---¡Ah, bendito Nazarín --exclamó Urrea entre sollozos, estrechándole la
-mano--, soy muy desgraciado! Reconozca usted que no hay infortunio como
-el mío.
-
---Pues hijo, de poco te quejas. Tú eras malo, muy malo, tú mismo me lo
-has dicho. La señora Condesa quiso corregirte, y lo ha conseguido hasta
-un punto del cual no ha podido pasar. Pero luego viene Dios a completar
-la obra, te coge por su cuenta, y te manda adversidades y amarguras
-para que con ellas puedas alcanzar tu completa reforma. Bendice la
-mano que te hiere, resígnate, anúlate, y sentirás en tu alma un grande
-alivio.
-
---No podré... no podré... --replicó José Antonio, afectado de una gran
-inquietud nerviosa--. Usted, como santo, ve todo eso muy fácil... y
-naturalmente, por ser usted así, dicen que está loco... No lo está,
-yo sé que no lo está... pero por eso lo dicen, por no ser usted
-humano como yo... Fórmeme a su imagen y semejanza, hágame divino,
-y entonces... ¡ah! entonces yo también perdonaré las injurias, y
-bendeciré la mano negra de don Remigio que me hiere, y la boca sucia de
-Láinez que me escupe.
-
-Y como si le pincharan, saltó del lecho, gritando:
-
---No puedo, no puedo estar en ese potro... Necesito salir, respirar el
-aire, ver las estrellas...
-
---Salir al campo es imposible: la regla no lo consiente, y además, la
-puerta está cerrada.
-
---Pues yo quiero salir, correr... ver el cielo.
-
---Abriendo la ventana lo verás. Ven: ahí lo tienes. ¡Cuán hermoso esta
-noche!
-
-Ambos contemplaron un instante el estrellado firmamento, y ante la
-inmensidad muda, indiferente a nuestras desdichas, Urrea sintió crecer
-su inmensa pena. Retirándose de la ventana, dijo suspirando:
-
---Padre Nazarín, si usted me quiere, hable de esto con mi prima.
-
---Yo no puedo hablar de esto ni de nada. ¿Qué soy yo aquí? Nadie, un
-triste acogido. Ni tengo autoridad, ni voz, ni opinión, y solo en caso
-de que la señora me preguntara, le manifestaría mi humilde parecer.
-Calificado de demente, me han puesto en esta santa casa al amparo de la
-sublime caridad de la Condesa de Halma. Figúrate tú si es posible que
-esta pida consejo a un hombre cuya razón se cree perturbada, y si yo a
-dárselo me atreviera, figúrate el caso que haría de mí.
-
---Catalina, como yo, no cree que nuestro querido Nazarín padezca de
-enajenación. Esas son vulgaridades en que un espíritu superior como el
-suyo no puede incurrir. Sabe que usted posee la verdad divina, y que su
-voz es la voz de Dios...
-
---No digas desatinos, Pepe. Confórmate con lo que el Señor disponga de
-ti. No luches contra su poder... entrégate.
-
-Urrea se arrojó en una silla, abatiendo sus brazos como un hombre
-rendido de luchar.
-
---Aunque usted todo lo sabe y todo lo penetra --dijo después de una
-larga pausa--, yo necesito confiarle cuanto hay dentro de mí. Más que
-por deber, lo hago por necesidad, porque el corazón no me cabe en el
-pecho, porque me ahogo si no le cuento a alguien mi pena, la causa de
-mi pena, y la imposibilidad del remedio de mi pena.
-
---Pues sentémonos aquí, y cuéntame todo lo que quieras, que si no
-tienes sueño, yo tampoco, y así pasaremos la noche.
-
-Tanto y tanto habló Urrea que, al concluir, ya palidecían las
-estrellas, y se difundía por el cielo la purísima luz del alba.
-
-
-
-
-V
-
-
-A las nueve de la mañana, Halma y Beatriz, en un cuarto de los altos,
-daban las últimas puntadas en las sábanas y colchas para las camas
-de las viejas que pronto entrarían en la comunidad de Pedralba. Con
-tiempo por delante, trabajo entre las manos, y sin testigo que las
-cohibiese, hablaron largamente.
-
---Conque ya ves --decía la Condesa--, cuando yo pensaba que en esta
-soledad no vendrían a turbarnos las pasiones que hemos dejado allá,
-resulta que la sociedad por todas partes se filtra; cuando creíamos
-estar solas con Dios y nuestra conciencia, viene también el mundo,
-vienen también los intereses mundanos a decir: «Aquí estoy, aquí
-estamos. Si te vas al desierto, al desierto te seguiremos.»
-
---¡Vaya, que es tecla la de esos señores! --replicó Beatriz--. ¿Qué
-daño les hace el pobrecito José Antonio?
-
---Este tumulto ha sido movido por mi hermano y otras personas de la
-familia, que no ven nunca más que el lado malicioso y grosero de las
-cosas humanas. Las almas tienen ojos: las hay ciegas, las hay miopes,
-las hay enfermas de la vista... En casa de mi hermano se reúne gente
-frívola y vana. Yo les perdono las mil ridiculeces que han dicho de mí;
-creí que nunca más tendría que pensar en tales malicias ni aun para
-perdonarlas. A mis hermanos les compadezco por ignorar que no siempre
-prevalece en las almas la maldad, y que una conciencia dañada puede
-purificarse. No creen; hablan mucho de Dios, admiran sus obras en la
-Naturaleza, pero no saben admirarlas ni entenderlas en la conciencia
-humana. No son malos, pero tampoco son buenos; viven en ese nivel
-medio moral a que se debe toda la vulgaridad y toda la insulsez de la
-sociedad presente. A tales personas, hazles comprender que nuestro
-pobre José Antonio se ha corregido, que no es aquel hombre, sino
-otro. Semejante prodigio no entra en aquellas cabezas atiborradas de
-política, de falsa piedad y de una moral compuesta y bonita para uso de
-las familias elegantes.
-
-Antes de referir lo que dijo Beatriz, conviene manifestar que,
-habiéndole ordenado una y otra vez la Condesa que la tutease, hizo los
-imposibles por complacerla, sin poder conseguirlo más que a medias.
-La obediencia y el respeto en su lengua se tropezaban, dando lugar a
-fenómenos rarísimos. Cuando estaban las dos en la cocina o lavando
-ropa, y surgía conversación sobre cualquier asunto doméstico, la mujer
-de pueblo llamaba de tú sin gran esfuerzo a la señora. Pero cuando
-se hallaban en el piso alto de la casa, y recaía la conversación en
-cualquier punto que no fuera del trajín diario, se le resistía el
-empleo de la forma familiar, vamos, que con toda la voluntad del mundo,
-no podía, Señor, no podía.
-
---¡Y por esas cosas perversas que piensan los de Madrid --dijo
-Beatriz--, tendrá la señora que arrojar de aquí a su primo! ¡Lástima
-grande, porque el pobrecito cumple bien, y es tan gustoso de esta vida
-del campo!
-
---¡Arrojarle! Nunca he pensado en ello. Sería una crueldad. Le
-defenderé mientras pueda, y creo que antes se cansarán ellos de
-atacarle que yo de defenderle. Pero presumo, mi querida Beatriz, que
-este negocio de mi primo ha de ocasionarme algún trastorno en mi pobre
-ínsula, si esos señores insisten en señalarle como un peligro para mí
-y para Pedralba. Yo desprecio la opinión aviesa y calumniosa; pero tal
-podrá llegar a ser la que se ha formado en Madrid contra mí por haber
-admitido aquí al pobre Pepe, que no habrá más remedio que tenerla en
-cuenta. Podrían sobrevenir sucesos que dieran al traste con nuestro
-humilde reino, porque las autoridades eclesiásticas me retirarán su
-protección, dejándome sola, la autoridad civil me mirará también con
-malos ojos, y ¡adiós Pedralba, adiós nuestra dichosa soledad, adiós
-nuestros días serenos consagrados a Dios y a los pobres!
-
---Eso no puede ser --dijo Beatriz muy convencida--. El Señor no lo
-consentirá.
-
---El Señor lo consentirá por darme un sufrimiento más, y acabar de
-probarme. El Señor, que me afligió, cuando a bien lo tuvo, con tantas
-desdichas, ahora me envía la mayor y más dolorosa, mi honra puesta en
-duda, Beatriz, y...
-
---¡_Tu_ honra! --exclamó Beatriz irguiéndose altanera, y por primera
-vez empleó el _tu_ en un asunto grave--. No, yo digo que eso no puede
-ser, y si la honra de la mujer más santa que existe en el mundo no
-brilla como el sol, digo que el Infierno se ha desatado sobre la tierra.
-
---Calma, calma. El Infierno está donde estaba, las gentes mentirosas
-y frívolas hacen hoy lo que han hecho siempre, y mi conciencia,
-traspasada de parte a parte por la mirada de Dios, resplandece gozosa
-delante de todos los infiernos y de todas las maldades habidas y por
-haber. Esto digo yo.
-
---¡Y yo --exclamó Beatriz, presa de una súbita exaltación,
-levantándose-- digo que _tú_ eres una santa, y que yo te adoro!
-
-Cayó a sus pies, como cuerpo muerto, y se los besó una y otra vez.
-
---Levántate... déjame... no me gustan esos extremos --dijo Halma--.
-Óyeme con tranquilidad.
-
---No puedo, no puedo... ¡La idea de que ultrajan a mi reina y señora me
-enloquece!
-
---Ten calma y paciencia. ¿Qué te importa a ti ni a mí que me ultrajen?
-¿No nos desagravia Dios al instante, dándonos la alegría del padecer,
-esa felicidad que ellos no conocen?... Déjame seguir, y que acabe de
-explicarte la causa de lo turbada que estoy.
-
---Ya escucho --dijo Beatriz sentándose, pero sin atender a la costura.
-
---Pues reducido el caso de José Antonio a cuestión pura de conciencia,
-nada temo. Soy inocente, él también, y Dios lo sabe. Desprecio los
-juicios de la frivolidad humana, y sigo impávida mi camino. Pero
-como no somos libres, como dependemos de una autoridad, de varias
-autoridades, si retengo a mi primo en Pedralba, corre peligro nuestra
-pobre ínsula religiosa, esta ciudad, o más bien aldea de Dios que tanto
-trabajo me ha costado fundar. Aquí tienes el horroroso conflicto en que
-me veo. Si Dios no se digna iluminarme, no sé cómo he de resolverlo...
-Es triste, tristísimo, que para no aparecer como rebelde a la autoridad
-eclesiástica, tenga que dar el golpe de gracia a un inocente, y
-apartarlo de esta bendita vida... Nunca será justo ni caritativo que le
-expulse; pero ¡ay! habré de exponerle la situación y suplicarle que nos
-deje.
-
-Callaron ambas, volvieron a funcionar las agujas, y los picotazos de
-estas y los suspiros de las dos costureras parecían continuar el triste
-diálogo. Metida en sí misma, la Condesa prosiguió razonando así:
-
---Es triste cosa que no se encuentre la paz ni aun en el desierto. Yo
-ambicionaba crearme una pequeña sociedad mía, consagrada conmigo al
-servicio de Dios; yo deseaba decirlo a la sociedad grande: «No te
-quiero, abomino de ti, y me voy a formar, con cuatro piedras y una
-docena de personas, mi pueblo ideal, con mis leyes y mis usos, todo
-con independencia de ti...» Pero no puede ser. El organismo total es
-tan poderoso, que no hay manera de sustraerse a él. La Iglesia, contra
-la cual no tendré nunca acción ni pensamiento, no me deja mover sin
-su permiso en este humilde rincón, donde me encierro con mi piedad
-y el amor de mis semejantes. Para conservarme en la compañía de mis
-hermanos, de mis hijos, tengo que transigir con las rutinas de fuera,
-venidas de allá, del enemigo, del mundo. Huyo de él y me acosa, me
-sigue a mi Tebaida, diciéndome: «Ni en lo más hondo de la tierra te
-librarás de mí.» ¡Dios me dé luces para librarme de ti, sociedad
-grande! ¡Deme paciencia para sufrirte, si no consiente mi emancipación!
-
-Una hora más tarde, hallándose la señora en la cocina, proseguía su
-monólogo, y recobraba lentamente el admirable reposo de su espíritu.
-
---Vaya, que es para tomarlo a risa. Yo creí que mi ínsula, oculta entre
-estas breñas, viviría pobre y obscura, ni envidiosa ni envidiada. Y
-ahora resulta que la cercan y la acosan las ambiciones humanas. ¡Pobre
-ínsula, tan sola, tan retirada, y ya te salen por todas partes Sanchos
-que quieren ser tus gobernadores! La Iglesia me pide la dirección de
-esta humilde comunidad; la Ciencia, no queriendo ser menos, también
-pretende colarse, y por último, solicita dirigirnos y gobernarnos... la
-Administración. ¿Y qué haré yo ante tan apremiantes intrusos? El Señor
-me dirá lo que tengo que hacer, el Señor no ha de dejarme indefensa y
-vacilante en medio de este conflicto. ¡Obediencia, independencia!...
-¡Oh, entre vosotras dos, dígame el Señor cómo he de componerme!
-
-Antes de comer, Beatriz, que en toda la temporada de Madrid, y en los
-días de Pedralba, no había tenido ni ataques leves de su constitutivo
-mal espasmódico, creyéndose por tan largo reposo completamente curada,
-sintió amagos aquel día, sin duda por las emociones violentas de su
-diálogo con la señora. Procuró esta tranquilizarla, asegurándole que
-con la ayuda de Dios todo se arreglaría: para que se distrajera, y
-amansara con un saludable ejercicio los desatados nervios, la mandó a
-llevar la comida de Urrea y Nazarín al monte, donde ambos trabajaban.
-Aquilina, que era la designada para esta comisión, se quedó en
-Pedralba, y Beatriz, con su cesta a la cabeza, se puso en camino
-gustosa de tomar el aire y divagar por el campo.
-
-Por la tarde llegó don Remigio de paseo, el cual se mostró con la
-señora Condesa más amable que nunca, dándole palmaditas en el hombro,
-diciéndole que no se apurase por lo que los tres amigos y vecinos le
-habían manifestado el día anterior; que no procediera con precipitación
-en el asunto de José Antonio, ni se disgustase por tener que darle la
-licencia absoluta, pues él, don Remigio, con toda cautela y habilidad,
-convidándole para una cacería en Torrelaguna, o pesca en el Jarama,
-le convencería de la necesidad de presentar su dimisión de asilado
-pedralbense... Y así se conciliaba todo, evitando a la señora la pena
-de despedirle... Y tomando resueltamente el tono festivo, dejose
-caer en el otro asunto. ¡Oh! lo de la dirección médico-farmacéutica
-propuesta por Láinez era una graciosísima necedad... ¿Pues y lo de la
-dirección aratoria y oficinesca, producto del caletre de don Pascual
-Amador? Ya supuso él que la señora Condesa se desternillaría de
-risa, en su fuero interno, oyendo tales despropósitos. La dirección
-religiosa, sobre la base de una perfecta concordancia de ideas y
-sentimientos entre el Rector y la fundadora, se caía de su peso, y con
-tal organismo, no era difícil llevar a Pedralba por caminos gloriosos.
-
-Oyole Halma con benevolencia, sin soltar prenda en asunto tan delicado,
-y hablaron luego de los trabajos de instalación, de lo que aún no se
-había hecho, y de lo que se haría pronto para completar y redondear el
-pensamiento. Todo lo encontró don Remigio acertadísimo, admirable,
-superior. Y como la conversación recayese en Nazarín, se acordó de que
-había recibido una carta para él.
-
---Aquí está --dijo poniéndola en manos de la señora--. Aunque usted y
-yo estamos autorizados para leerla, se la entrego sin abrir. Trae el
-sello de Alcalá, y debe de ser de los infelices Ándara y Tinoco (el
-_Sacrílego_), que ya están purgando sus delitos en aquel penal. Le
-llaman sin duda, ¡pobrecillos!, y si de mí dependiera, le permitiría
-que fuese y les consolara, dando vigor y salud a sus desdichadas
-almas. Pero temo que me venga una ronca del Superior, si ese viaje
-le consiento, aunque solo sea por pocos días. Piénselo usted, no
-obstante, y si la señora Condesa toma la iniciativa, y acepta la
-responsabilidad...
-
-Negose la dama a resolver sobre aquel punto, y ya que hablaban de
-Nazarín, ambos le colmaron de elogios.
-
---Es tan humilde --dijo don Remigio-- y su comportamiento tan ejemplar,
-su obediencia tan absoluta, que si de mí dependiera, no tendría
-inconveniente en darle de alta. ¿Ha notado usted, en el tiempo que aquí
-lleva, algo por donde se confirme y corrobore la opinión de demente?
-
---Nada, señor don Remigio. Sus actos todos, su lenguaje, son de una
-cordura perfecta.
-
---¿Ni siquiera un rasgo ligero de trastorno, algo que indique por lo
-menos irregularidad en la ideación...?
-
---Absolutamente nada.
-
---Es particular. Vive como un santo; no ocasiona el menor disgusto,
-discurre bien cuando se le incita a discurrir, calla cuando debe
-callar, obedece siempre, trabaja sin descanso, y no obstante... no sé,
-no sé... Láinez dice que su inteligencia se aplana poco a poco.
-
---No lo creo yo así.
-
---La Facultad sabrá lo que afirma. Si ese síntoma crece, llegará a un
-estado de imbecilidad... Lo dice Láinez... ¿Ha notado usted indicios de
-aplanamiento cerebral?
-
---Ninguno.
-
---¿Dificultad en coordinar las ideas, lentitud para expresarlas?...
-
---No señor...
-
---¿Habla usted con él a menudo?
-
---Muy poco.
-
---Pues conviene tantear esa inteligencia, presentándole temas difíciles
-por vía de ejercicio. Así se verá si hay vigor o flaqueza en sus
-facultades. Yo empleé este procedimiento no ha mucho con un primo
-mío, que dio en padecer disturbios de la mente, y el resultado fue
-desastroso.
-
---Pues en este caso, me figuro que será lisonjero. Haga usted la
-prueba.
-
---Que sí, que sí. Mándemele allá mañana.
-
---Irá; pero... Si usted me lo permite... --dijo la de Halma,
-súbitamente asaltada de una idea.
-
---¿Qué?
-
---Antes de mandarle allá, haré yo un pequeño examen.
-
---Corriente. Y luego me toca a mí, que he de ser duro, examinador
-implacable. Mire usted: le propondré, para que me los desarrolle, los
-puntos más difíciles de las Summas y de las...
-
---¡Pobrecillo! No tanto...
-
---Como no es más que una prueba, pronto se conoce si su inteligencia
-declina.
-
---Y aunque declinase un poco, por causa de la edad, de los disgustos,
-su razón puede conservarse sin ningún extravío, y siendo así, debiera
-el Superior devolverle las licencias.
-
---Lo veremos. No digo que no... Señora mía, adiós.
-
---Don Remigio, muchas gracias por todo. ¿No quiere tomar nada?
-
---¡Oh, gracias! Fuera de mis horas, ya sabe que no...
-
---¿Ni chocolate?
-
---¡Oh! ¡golosinas de viejos! Señora, somos de la hornada moderna, de la
-Facultad de Derecho... Adiós, que es tarde. Descansar.
-
---Hasta cuando usted quiera, señor cura.
-
-
-
-
-VI
-
-
-Rezaron, cenaron. Al dar la señora la orden para los trabajos del día
-siguiente, dijo al buen don Nazario:
-
---Padre, mañana no va usted al monte, ni al prado, ni a la huerta, ni
-quiero que ande moviendo piedras, ni cortando troncos.
-
---¿Pues qué haré, señora?
-
---Mañana descansa el cuerpo, y trabajará usted con la inteligencia.
-
---¿Tengo que ir a San Agustín?
-
---No señor. ¡Buena le espera allá con las _Summas_...!
-
---Entonces...
-
---De nueve a diez, a la hora en que concluyo mis tareas de la mañana,
-le espero a usted arriba, en el cuarto de la costura, que es por ahora
-nuestra sala capitular.
-
---Está bien.
-
-Amaneció Dios, y Nazarín, despachada la obligación de sus oraciones
-matutinas, se limpió y acicaló muy bien, vistiéndose con las ropas
-de cura que le había dado don Remigio. Decía él, distinguiendo
-cuerdamente entre cosas y cosas, que si en medio del pueblo, y haciendo
-vida errante, no se cuidaba para nada de la prestancia personal, al
-presentarse en el aposento de una tan principal y santa señora, llamado
-expresamente por ella, debía revestirse de la forma más decorosa, sin
-salir de su habitual sencillez. A las nueve y media en punto, ya se
-hallaba en el lugar de la cita. Díjole su discípula que se esperase,
-pues la señora no tardaría en subir, y a los pocos minutos entró doña
-Catalina. Esta, con gran sorpresa de Beatriz, ordenó a esta que se
-quedara. Sentáronse los tres. Pausa, y alguna tosecilla. Rompió Halma
-el silencio diciendo:
-
---Padre Nazarín, le llamo para que me dé su opinión sobre cosas muy
-graves que ocurren... no, que amenazan a nuestra pobre Pedralba.
-Apenas hemos nacido, y ya parece que estamos amenazados de muerte. No
-encuentro la solución de este conflicto en que me veo; mi inteligencia
-es muy corta; necesita ayuda, luces de otras inteligencias más claras
-que la mía. Me hace falta el consejo de usted.
-
---Honor inmenso es para mí, señora Condesa --replicó el peregrino con
-voz grave, permaneciendo en una inmovilidad de estatua--. Yo estimo su
-confianza, y corresponderé a ella diciéndole lo que tenga por acertado,
-justo y bueno, conforme a la santa ley de Dios. En este caso, como en
-todos, de mis labios no sale más que la verdad, la verdad, tal como en
-mí la siento.
-
---¿Adivina usted sobre qué quiero consultarle?
-
---Sí señora. No es adivinación. He oído algo.
-
---Un conflicto tremendo.
-
---Para mí no lo es.
-
-Tanta seguridad desconcertó a la señora, y francamente, también hubo de
-inquietarla un poco el que Nazarín, al verse consultado por ella, no
-rompiese con un exordio de modestia, llamándose indigno, y protestando,
-como es de rigor en casos tales, de su incapacidad, etc...
-
---¿Que no es un conflicto tremendo?
-
---Digo que no lo tengo yo por tal.
-
---Y hace dos días que pido en vano al Señor y a la Virgen Santísima que
-me iluminen para resolverlo.
-
---Y la han iluminado a usted --dijo don Nazario, con un aplomo que
-desconcertó más a la Condesa--. Y le han dicho: «En tu conciencia,
-en tu corazón, tienes la clave de esto que llamas conflicto y no lo
-es.» ¡Si está resuelto! ¡Si es claro como la luz! Perdóneme usted,
-señora, si le hablo con una firmeza que podrá creer arrogante y hasta
-irrespetuosa. Es que cuando creo poseer la verdad en asunto grande o
-chico, no puedo menos de decirla, para que la oiga y se entere bien
-aquel que de ella necesita. Si usted no ha visto aún esa verdad,
-conviene que yo se la ponga delante de los ojos. Ahí va: ¡Expulsar
-a José Antonio! Nunca. ¡Suplicarle que se retire! Tampoco. Es una
-crueldad, una flaqueza, un pecado de barbarie casi homicida, que Dios
-castigará, descargando sobre Pedralba su mano justiciera.
-
---Si yo no quiero que salga, no, no --dijo Catalina, desconcertada ante
-la energía que no esperaba sin duda en hombre tan manso.
-
---Que no salga, no --repitió en voz queda la nazarista, que sentada en
-una silla baja al otro extremo de la estancia, oía y callaba.
-
---Bueno: pues no sale --prosiguió Halma--. Verdaderamente, sería
-injusto. El infeliz se porta bien, es otro hombre. Pero sigo viendo
-mi conflicto, señor don Nazario, porque al retener a José Antonio,
-contrarío los deseos de personas respetabilísimas, cuyo enojo podría
-ser funesto a Pedralba. La benevolencia de esas personas, que casi casi
-son instituciones para mí, nos es necesaria. Veo difícil que podamos
-vivir teniéndolas en contra.
-
---La señora puede llevar adelante su empresa caritativa con respecto
-a nuestro buen Urrea, sin que las personas que considera como
-instituciones, tengan que intervenir para nada en los asuntos de
-Pedralba.
-
---¿Pero cómo puede ser eso?
-
---No hay nada más sencillo, y es muy extraño que usted no lo vea.
-
---Lo que extraño mucho --dijo Halma, inquieta y nerviosa--, es el
-desahogo con que me niega la existencia del conflicto, sin añadir
-razones para que yo vea fácil y hacedero lo que hoy tengo por difícil,
-si no imposible. Espero de usted luces más claras para convencerme de
-que el consejo que me da no es una vana fórmula. ¿Cree usted que puedo
-indisponerme con don Remigio?
-
---No señora: don Remigio es nuestro inmediato jefe espiritual, y le
-debemos acatamiento y sumisión. No diré yo palabra ofensiva contra él,
-le respeto mucho; estoy bajo su autoridad, que es paternal y dulce.
-Los demás me importan menos... pero, en fin, a todos les respeto,
-y cuando he dicho que el conflicto se resolvería fácilmente, no he
-querido decir que para ello tuviera la señora que malquistarse con tan
-dignas personas. Al contrario, puede seguir con ellas en relaciones
-cordialísimas.
-
---Don Nazario --dijo la Condesa, no ya nerviosa, sino sofocada,
-levantándose--, yo no le entiendo a usted.
-
-Parecía natural que al ver en la gobernadora de Pedralba aquel
-movimiento de impaciencia, Nazarín se aturrullara, y pidiera perdón,
-dando por terminado el consejo. Levantose también respetuoso, y con
-muchísima flema, y tocando suavemente el hombro de la Condesa, le dijo:
-
---Tenga usted calma. No hemos concluido.
-
-Pausa. Sentados ambos de nuevo, sonaron otra vez las tosecillas, y
-Nazarín prosiguió en esta forma:
-
---Estoy seguro, segurísimo de que ha de entenderme pronto. Usted dice
-para sí: «¿Pero este es el hombre que andaba por los caminos, errante,
-descalzo, viviendo de limosna, practicando la ley de pobreza dada por
-Jesucristo? ¿Y es el mismo que ahora se llega a mí, y con dureza me
-habla, y me dice _siéntate_, como se le diría a un chiquillo de nuestra
-escuela?...» Pues soy el mismo, señora. De limosna viví, de limosna
-vivo. Soy como los pájaros que libres cantan, y enjaulados también...
-El medio en que se vive... y se canta... algo ha de significar. Antes
-cantaba yo para los pobres, y era como ellos, pobre y humilde; ahora
-canto para los ricos, y he de hacerlo en tonos diferentes. Pero en
-este caso, como en el otro, teniendo que decir una verdad que creo
-útil a las almas, no están de más las formas austeras. Lo mismo
-hacía entonces: que lo diga ésa. Cierto que usted es persona grande
-y de notoria virtud; pero como ahora se halla en el caso de tomar
-resoluciones graves, yo, su consejero en este momento, tengo que
-revestirme de autoridad, de la misma autoridad que hube de emplear ante
-la pobre mujer ignorante y pecadora.
-
---Me trata usted, pues --dijo la Condesa, en el colmo de la
-confusión--, como a pecadora...
-
---Ya sé que no; ya sé que es usted persona virtuosísima; pero podría
-dejar de serlo, si con tiempo no determinara variar de ideas sobre
-puntos muy fundamentales. Necesita usted modificar radicalmente su
-sistema de practicar la caridad, y su sistema de vida. Si así no lo
-hiciere, podría perder el reposo, y con el reposo... hasta la misma
-virtud.
-
---No le entiendo a usted, no sé lo que quiere decirme --replicó Halma,
-no ya inquieta, sino acongojada por los estupendos y no esperados
-conceptos que el mendigo errante se permitía expresar--. Quiere decir
-tal vez que no he sabido dar a mis proyectos de vida cristiana la forma
-más aceptable.
-
---No señora, no ha sabido usted.
-
---¿Lo dice de veras?
-
---Como digo que desde hace bastante tiempo la señora vive en una
-equivocación lastimosa... pero desde hace mucho tiempo. No vaya a creer
-que me duele pronunciar ante usted la verdad de lo que siento. Al
-contrario, señora, gozo en manifestarla, y la manifestaría aunque viera
-que usted no la oía con gusto.
-
---Le aseguro a usted que, en verdad... no me sabe muy bien lo que me
-dice... Según eso, el camino que emprendo no es el mejor...
-
---Es buen camino, y por él se puede llegar a la perfección. Pero usted
-no llegará, no señora.
-
---¿Por qué?
-
---Porque no... porque su camino es otro... y ahí está la equivocación.
-Y yo llego a tiempo para decirle: «Señora Condesa, su camino de usted
-no es ese, sino aquel.»
-
-
-
-
-VII
-
-
-Perpleja y aturdida oyó Catalina estas palabras, que a su parecer, en
-las impresiones de aquel instante, desentonaban horriblemente. Creyó
-escuchar una voz de muy lejos venida, y Nazarín se desfiguraba en su
-imaginación, inspirándole miedo. Presumiendo que aún le faltaban por
-decir cosas más desentonadas y peregrinas, se arrepentía de haberle
-pedido consejo, y deseaba terminar el capítulo lo más pronto posible.
-Beatriz, inquieta, no apartaba los ojos de la señora, cuyo azoramiento
-leía en su expresivo semblante, y no pudiendo dudar de la inteligencia
-y sinceridad del maestro, esperaba que este explanara sus verdades,
-para que la ilustre fundadora desarrugase el ceño.
-
---El camino de la señora Condesa no es este, sino aquel --repitió
-Nazarín--, y ahora verá qué pronto se lo hago comprender. Lo primero:
-la idea de dar a Pedralba una organización pública, semejante a la
-de los institutos religiosos y caritativos que hoy existen, es un
-grandísimo disparate.
-
---Entonces, ¿qué organización debí dar...?
-
---Ninguna.
-
---¡Ninguna! ¿De modo que, según usted, el mejor sistema...?
-
---Es la negación de todo sistema, en el caso concreto de Pedralba, y de
-usted.
-
---¿Y cómo ha de entenderse esa organización... negativa?
-
---De una manera muy sencilla, y que no es la desorganización ni mucho
-menos. Lo mismo que usted intenta hacer aquí en servicio de Dios y de
-la humanidad desvalida, puede hacerlo, y lo hará mejor, estableciéndose
-en una forma de absoluta libertad, de modo que ni la Iglesia, ni el
-Estado, ni la familia de Feramor, puedan intervenir en sus asuntos, ni
-pedirle cuentas de sus acciones.
-
---Pues si usted me da la clave de esa organización desorganizada
-y libre --dijo la Condesa irónicamente--, le declararé la primera
-inteligencia del mundo.
-
---No soy la primera inteligencia del mundo; pero Dios quiere que en
-esta ocasión pueda yo manifestar verdades que avasallen y cautiven
-su grande entendimiento, permitiéndole realizar los fines que se
-propone. No ha comprendido usted el concepto de libertad que me
-permití expresarle. Harto sabemos que toda libertad trae aparejada una
-esclavitud. Ahora es usted esclava de la sociedad. Emancipándose de
-esta, cambiará la forma de su libertad y también la de su cadena...
-
---Señor Nazarín --dijo Halma levantándose segunda vez--, o usted se
-burla de mí, o...
-
---Déjeme seguir. Tenga paciencia. Hágame el favor de sentarse y
-de oírme lo que aún me resta por decirle. Después, usted sigue mi
-consejo, o lo desecha, según su albedrío. ¿En qué estaba usted pensando
-al constituir en Pedralba un organismo semejante a los organismos
-sociales que vemos por ahí, desvencijados, máquinas gastadas y viejas
-que no funcionan bien? ¿A qué conduce eso de que su ínsula sea, no
-la ínsula de usted, sino una provincia de la ínsula total? Desde el
-momento en que la señora se pone de acuerdo con las autoridades civil
-y eclesiástica para la admisión de estos o los otros desvalidos,
-da derecho a las tales autoridades para que intervengan, vigilen y
-pretendan gobernar aquí como en todas partes. En cuanto usted se mueve,
-viene la Iglesia, y dice: «¡alto!», y viene el intruso Estado, y dice:
-«¡alto!» Una y otro quieren inspeccionar. La tutela le quitará a usted
-toda iniciativa. ¡Cuánto más sencillo y más práctico, señora de mi
-alma, es que no funde cosa alguna, que prescinda de toda constitución
-y reglamentos, y se constituya en familia, nada más que en familia, en
-señora y reina de su casa particular! Dentro de las fronteras de su
-casa libre, podrá usted amparar a los pobres que quiera, sentarles a su
-mesa, y proceder como le inspiren su espíritu de caridad y su amor del
-bien.
-
-La Condesa, al fin, callaba, y oía con profunda atención.
-
---Y dicha esta verdad --prosiguió Nazarín--, voy a expresar otra, pues
-no es una sola la que ha de guiar a usted por el buen camino: son dos,
-o quizá tres, y puesto yo a decirlas, no he de pararme en barras, ni
-inquietarme porque usted se incomode o no se incomode. Aunque supiera
-yo que sería despedido de su ínsula, donde estoy muy a gusto, yo no
-había de callarme las verdades que aún restan por decir. Vamos allá. La
-señora Condesa es joven, y en su vida relativamente corta, ha padecido
-más que otros en una vida larga; en breve tiempo soportó, sí, grandes
-tribulaciones y trabajos. Vio su juventud marchita tempranamente por
-las desavenencias con su familia; vio morir en lejanas tierras al
-esposo que adoraba; sufrió después contratiempos, desvíos, amarguras...
-Su alma, hastiada de las cosas terrenas, volvióse a Dios; aspiró a ser
-suya por entero, entendió que debía consagrar el resto de sus días a
-la mortificación, al ascetismo, a la caridad... Perfectamente. Todo
-esto es muy bueno, y yo alabo esas aspiraciones, que demuestran la
-grandeza de su espíritu. Pero he de decirle sin rebozo que en ellas veo
-un error grave, señora, porque la santidad con que viene soñando desde
-que perdió a su esposo, no ha de alcanzarla usted por esos medios. El
-ardor de vida mística no lo tiene usted más que en su imaginación, y
-esto no basta, señora Condesa, porque sería usted una mística soñadora
-o imaginativa, no una santa como pretende, y como todos queremos que
-sea.
-
-Halma quiso decir algo, pero no pudo: se le trababa la lengua.
-
---Llegará día, si no toma la señora otro rumbo, en que todo ese
-misticismo se le convierta en un nido de pasiones, que podrían ser
-buenas, y también podrían ser malas. Déjese de aspirar a la santidad
-por ese camino, y apresúrese a seguir el que voy a proponerle. ¿Quién
-le aconsejó a usted que renunciase a todo afecto mundano, y que se
-consagrara al afecto ideal, al afecto puro de las cosas divinas?
-Sin duda fue el benditísimo don Manuel Flórez, hombre muy bueno,
-pero que vivía en las rutinas, y andaba siempre por los caminos
-trillados. El vértigo social, en medio del cual vivió siempre nuestro
-simpático don Manuel, no le permitía ver bien las complexiones
-humanas, ni la fisonomía peculiar de cada alma, ni los caracteres,
-ni los temperamentos. Yo he tenido la suerte de verlo más claro,
-aunque tarde, a tiempo, sin duda porque el Señor me iluminó para que
-sacara a usted del pantano en que se ha metido. No, la vida ascética,
-solitaria, consagrada a la meditación y a la abstinencia no es para
-usted. La señora de Pedralba necesita actividad, quehaceres, trabajo,
-movimiento, afectos, vida humana, en fin, y en ella puede llegar, si no
-a la perfección, porque la perfección nos está vedada, a una suma tal
-de méritos y virtudes, que no haya en la tierra quien la supere, y sea
-usted el recreo del Dios que la ha criado.
-
-Doña Catalina, sofocada, echaba fuego de sus mejillas.
-
---Nada conseguirá usted por lo espiritual puro; todo lo tendrá usted
-por lo humano. Y no hay que despreciar lo humano, señora mía, porque
-despreciaríamos la obra de Dios, que si ha hecho nuestros corazones,
-también es autor de nuestros nervios y nuestra sangre. Se lo dice a
-usted un hombre que no conoce ni la adulación ni el miedo. Nada soy,
-y si alguna vez no fuera órgano de la verdad, de poco valdría mi
-existencia. A los pobres les digo que sufran y esperen, a los ricos
-que amparen al pobre, a los malos que vuelvan a Dios por la vía del
-arrepentimiento, a los buenos que vivan santamente, dentro de las
-leyes divinas y humanas. Y a usted que es buena, y noble, y virtuosa,
-le digo que no busque la perfección en el espiritualismo solitario,
-porque no la encontrará, que su vida necesita del apoyo de otra vida
-para no tambalearse, para andar siempre bien derecha.
-
-Catalina de Halma, al oír aquello del _apoyo_ de otra vida, sintió que
-se le erizaba el cabello. Nazarín se levantó; ella también, los ojos
-espantados, el rostro encendido.
-
---Lo que usted quiere decirme --murmuró contrayendo los dedos, cual si
-quisiera hacer de ellos afilada garra--, lo que usted me propone es...
-¡que me case!
-
---Sí señora, eso mismo: que se case usted.
-
-Lanzó la Condesa un grito gutural, y llevándose la mano al corazón,
-como para contener un estallido, cayó al suelo atacada de fieras
-convulsiones.
-
-
-
-
-VIII
-
-
-Corrió Beatriz en su auxilio, la cogió en brazos. Nazarín la miraba
-impasible. En su desmayo, entre frases ininteligibles, doña Catalina
-pronunció con claridad la siguiente:
-
---Está loco, y quiere volverme loca a mí.
-
-Salió Nazarín de la sala capitular, donde Beatriz, con el auxilio de
-Aquilina que acudió prontamente, trataba de volver a su normal estado
-a la ilustre señora. Bastó con desabrocharle el justillo y mojarle las
-sienes con agua fría, para que Halma se restableciera, y quedándose
-sola otra vez con la nazarista, pasó más de un cuarto de hora sin
-que ninguna de las dos dijese palabra, ni en pro ni en contra del
-singularísimo consejo del apóstol mendigo.
-
-Catalina, poseída de una intensa languidez, fue la que primero rompió
-el grave silencio, con esta pregunta:
-
---Y cuando yo perdí el sentido, ¿no dijo algo más?
-
---No señora. Nada más.
-
---¿No dijo la tercera verdad... que debo casarme con José Antonio?
-
---No le oí tal cosa.
-
-Quedose Halma como aletargada en el sofá, y cuando Beatriz la creía
-dormida, he aquí que se incorpora la dama, muy nerviosa, y con gran
-inquietud de lengua y manos, atropelladamente dice:
-
---Beatriz, ese hombre es el santo, ese hombre es el justo, el misionero
-de la verdad, el emisario del Verbo Divino. Su voz me trae la voluntad
-de Dios, y ante ella me prosterno. Esa idea de que yo me case, me
-andaba rondando el alma, sin atreverse a entrar en ella, porque yo la
-tenía ocupada por mil artificios de mi vanidad de santa imaginativa,
-y de mística visionaria... Me ha dicho la gran verdad, que ha tardado
-en posesionarse de mi espíritu, entontecido con las ideas rutinarias
-que estoy metiendo y atarugando en él desde hace algún tiempo. ¿Dónde
-está tu maestro? Quiero verle. Quiero que me hable otra vez, y que me
-confirme lo que antes rae dijo.
-
-Salieron las dos.
-
---Allá está --indicó Beatriz, después de explorar por una ventana las
-soledades de Pedralba--. Está paseándose debajo del moral.
-
-Corrieron allá, y arrodillándose ante él, Halma le dijo:
-
---Padre, verdad tan grande y clara jamás oí. Usted me ha revelado a mí
-misma. Yo era como el gusano que se encierra en el capullo que labra.
-Usted me ha sacado de mi propia envoltura. Un sentimiento existía en
-mí, de que apenas yo misma me daba cuenta: tan agazapadito estaba el
-pobre en un rincón de mi alma. La voz del padrito le ha hecho saltar,
-y se ha crecido el pícaro en un instante... ¡Oh, qué verdades me ha
-dicho esa inteligencia soberana! Sola, en vano pediría savia y calor
-al misticismo. Acompañada, tendré quien me defienda, quien me ayude,
-seremos dos en uno para proseguir la santa obra. No fundo nada, no
-quiero comunidad legal constituida con mil formulillas, que serían
-otras tantas brechas para que se metieran a inspeccionar mis acciones
-el cura y el médico y el administrador. Mi ínsula no es, no debe ser
-una institución, a imagen y semejanza del Estado. Sea mi ínsula una
-casa, una familia. Mi marido y yo mandamos y disponemos en ella, con
-libre voluntad, conforme a la ley de Dios.
-
---Mírele, mírele --dijo Nazarín señalando a un punto lejano, en que se
-veía una pareja de bueyes, y un gañán tras ella--. Allí está el hombre,
-el corazón grande y hermoso, el ser que usted, con su caridad, mal
-comprendida por el bendito Flórez, y renegada por su hermano, sacó de
-la miseria y de la abyección. Le he sondeado. He visto su alma delante
-de mí, clara y patente. Es un buen hombre, y será un excelente señor de
-Pedralba.
-
---Y le bendeciremos a usted, padre, el santo, el justo, el que todo lo
-ve y todo lo descubre.
-
---No soy nada de eso --replicó el curita manchego, resistiéndose a que
-Halma le besase las manos, y obligándola a levantarse--. ¡La señora de
-rodillas ante mí! ¡No faltaba más! Yo no soy ni santo ni justo, señora
-mía, sino un pobre hombre que, por favor de Dios, ha sabido ver lo que
-nadie había visto: que la señora de Pedralba quiere a su primo, que le
-quiere con amor, quizás desde que se llegó a ella, hecho un perdido,
-con ánimo de pedirle una limosna.
-
---Es verdad, es verdad... ¡Y yo pensé alejarle de mí! ¡Qué desvarío!
-Llegué a creer que la sequedad del alma era el primer peldaño para
-subir a esas santidades que soñé... Estaba yo con mi santidad como
-chiquilla con zapatos nuevos. ¡Y el pobre José Antonio abrasado en un
-afecto hacia mí, que yo interpretaba como agradecimiento muy vivo! Ya
-sospechaba yo que sería algo más; pero tal era mi torpeza que, al ver
-aquel sentimiento, le echaba tierra encima, todo el material inerte que
-sacaba del hoyo místico en que enterrarme quería.
-
---Y ahora, señora Condesa, ahora que las grandes verdades han salido,
-con la ayuda de la luz de Dios, de la obscuridad en que se escondían,
-váyase a la casa, dedíquese a sus ocupaciones habituales, y déjeme a
-mí el cuidado de informar a Urrea de esta felicidad, pues si no se
-la comunico con arte gradual, podría ser que el gozo repentino le
-produjera conmoción demasiado fuerte y peligrosa.
-
-No tardó Halma en obedecerle, y allá se fue con Beatriz a sus trajines
-domésticos, que aquel día le parecieron más gratos que nunca. Y el
-manchego tomó pasito a paso el sendero que conducía a la tierra que el
-noble Urrea estaba labrando. Hízole el bravo gañán, al verle llegar, un
-gallardo saludo, levantando repetidas veces la aijada, y cuando le tuvo
-a tiro de palabra, no se atrevió a preguntarle, tal miedo tenía, lo
-que con tanto ardor anhelaba saber. Parados los bueyes, Urrea se quedó
-como una estatua. Los pies en el barro, la mano izquierda en la esteva,
-empuñando con la derecha la aijada, era una hermosa representación de
-la Agricultura, labrada en _terracotta_.
-
---Hijo mío --le dijo Nazarín--, no sé si las noticias que te traigo
-serán satisfactorias para ti. No te alegres antes de tiempo.
-
-José Antonio palideció.
-
---Hijo mío, si no fueras tan bruto, comprenderías que las noticias que
-te traigo son medianas, tirando a buenas.
-
-El rostro del gañán se enrojeció.
-
---La señora Condesa no quiere que te vayas de Pedralba. Pero...
-
---¿Pero qué?
-
---Pero... ello es que no encontraba la manera de retenerte. Al fin,
-yo le he dado una formulilla o receta para resolver el conflicto, y
-evitar las intrusiones probables de don Remigio, de Láinez y Amador. Se
-cambiará radicalmente el régimen de Pedralba. ¿Te vas enterando?
-
---No entiendo nada.
-
---Porque eres muy torpe. Nada, hijo, que he convencido a la señora
-Condesa... ¿te lo digo? de que debe rematar la gran obra de tu
-corrección, ¿te lo digo?... haciéndote su esposo. ¿No lo crees?
-
-Urrea blandió la aijada, y tal movimiento le imprimió en la convulsión
-de su gozosa sorpresa, que Nazarín hubiera podido creer que le
-atravesaba de parte a parte.
-
---Calma, hijo, no hagas locuras. Las cosas van por donde deben ir.
-Da gracias a Dios por haber iluminado a tu prima. Al fin comprende
-que debe llevarse la corriente de la vida por su cauce natural. Su
-determinación resuelve de un modo naturalísimo todas las dificultades
-que en el gobierno de esta ínsula surgieron. Los señores de Pedralba
-no fundan nada; viven en su casa y hacen todo el bien que pueden.
-¡Ya ves cuán fácil y sencillo! Para discurrir esto no se necesita la
-intervención del Espíritu Santo. Y sin embargo, la gran inteligencia de
-la señora Condesa de Halma, deslumbrada por sus propios resplandores,
-no veía esta verdad elemental. Dios ha querido que yo, un pobre clérigo
-vagabundo, predique el sentido común a los entendimientos atrevidos, a
-las almas demasiado ambiciosas.
-
-José Antonio dio un abrazo a Nazarín, y no pudo expresar su alegría
-sino con frases entrecortadas:
-
---Yo también, yo también... vi claro... no podía decirlo... a mí propio
-no decírmelo... Temía disparate... ¡Y no lo era, Cristo, no lo era!
-La suma ciencia parece locura; la verdad de Dios... sinrazón de los
-hombres.
-
---Ahora, hijo mío, continúa en tu trabajito, como si nada hubiera
-pasado. Sigue arando, arando, que esto entretiene, y al propio tiempo
-que abres la tierra, das gracias a Dios por la merced que acaba de
-hacerte. Este bien tan grande y hermoso no lo mereces tú.
-
---No lo merezco, no --dijo Urrea con emoción--. Mucho he padecido en
-este mundo. Pero aunque mis tormentos hubieran sido un millón de veces
-mayores, no está en la proporción de ellos esta inmensa alegría.
-
---Trabaja, hijo, trabaja. Y otra cosa te encargo. No vayas al castillo
-hasta la noche... porque supongo que te traerán aquí la comida.
-
---Así lo creo.
-
---No muestres impaciencia, no te descompongas, ni cuando veas a tu
-prima esta noche, a la hora de la cena, hagas figuras ni desplantes.
-Tú... calladito hasta que ella te hable. Y cuando se digne exponerte
-su pensamiento, tú le das las gracias en forma reposada y noble,
-prometiendo consagrarle tu vida y tu ser todo, y haciéndole ver que
-no te crees merecedor de la inaudita felicidad que te depara... Anda,
-hijo, a tus bueyes, y hasta la noche... Con ese surco escribes en la
-tierra tu gratitud. Ama la tierra, que a todos nos da sustento, y nos
-enseña tantas cosas, entre ellas una muy difícil de aprender. ¿A que no
-sabes lo que es? Esperar, hijo, esperar. La tierra guarda la sazón de
-las cosas, y nos la da... cuando debe dárnosla.
-
-
-
-
-IX
-
-
-Lo que platicaron aquella noche, después de cenar, la gobernadora de
-la ínsula y el futuro señor de Pedralba, no consta en los papeles del
-archivo nazarista, de donde todos los materiales para componer la
-presente historia han sido escrupulosamente sacados. Sin duda, después
-de dar cuenta de la grave resolución matrimonial de la santa Condesa,
-no creyeron los cronistas del nazarismo que debían extenderse a mayores
-desarrollos historiales de tan considerable suceso, o conceptuaron
-vacías de todo interés religioso y social las sentidas palabras con que
-aquellas dos personas hicieron confirmación solemne de su propósito
-matrimonesco. Lo único que se encuentra pertinente al caso es la
-noticia de que José Antonio de Urrea se preparó aquella misma noche
-para partir a Madrid a la mañanita siguiente. Y otro papel nazarista
-corrobora que, en efecto, partió a caballo al romper el día, y que
-Halma salió a despedirle, y a desearle un buen viaje, agregando algunas
-advertencias que se le habían olvidado en su coloquio de la noche
-anterior. Es un hecho incontrovertible, del cual darán fe, si preciso
-fuere, testigos presenciales, que ya montado en la jaca el presunto
-gobernador de la ínsula, y cuando estrechaba la mano de la Condesa,
-pronunció estas palabras:
-
---No llevo más que un resquemor: que nuestro don Remigio, que de seguro
-tocará el cielo con las manos al ver que no le cae la breva de la
-Rectoría de Pedralba, ha de fastidiarnos con dilaciones, y quizás con
-entorpecimientos graves. No he cesado de cavilar sobre ello esta noche,
-y al fin, querida prima, lo que saco en limpio es que necesitamos
-comprar su voluntad.
-
---¡Comprarle...! ¡Cómo...! ¿Qué quieres decir?
-
---Ya verás. No me vengo de Madrid sin traerme su nombramiento para una
-de las parroquias de allá. Es su sueño, su ambición, y si yo logro
-satisfacerla, el hombre es nuestro ahora y siempre. He pensado que
-nadie puede ayudarme en esta pretensión como Severiano Rodríguez, el
-cual es, ya lo sabes, íntimo amigo del Obispo. Y, como Severiano y
-tu hermano Feramor tuvieron una formidable agarrada en el Senado, y
-ahora están a matar, espero que me apoye con interés, con ardor de
-sectario. Basta para ello hacerle comprender que el parlamentario y
-economista inglés ha de ver con malos ojos lo que a nosotros nos agrada
-y favorece. Créelo, araré la tierra de allá, como he arado la de aquí,
-por ganarnos la benevolencia del curita de San Agustín, que es quien ha
-de echarnos las bendiciones. Déjame a mí, que ya sabré arreglarlo...,
-mi palabra. Ya me río al pensar en el tumulto que ha de armarse cuando
-yo suelte la noticia. Será como echar una bomba; de aquí oirás el
-estallido, y te reirás, mientras allá me río yo, hasta que venga el día
-feliz en que nos riamos juntos... Adiós, adiós, que es tarde.
-
-El primer día de la ausencia de Urrea, la Condesa, en largo y afectuoso
-conciliábulo que celebró con Nazarín, según consta en documentos
-de indubitable autenticidad, indicó al apóstol cuán justo y humano
-sería darle de alta, declarándole en el pleno goce de sus facultades
-intelectuales. Si ella hubiera de decidirlo, no había duda, ¿pues qué
-prueba más clara del perfecto estado cerebral de don Nazario, que su
-incomparable consejo y dictamen en el asunto que Halma sometió días
-antes a su criterio?
-
-A lo que respondió serenamente el peregrino que, hallándose sujeto a
-observación por el Superior jerárquico, solo este podía resolver si
-debía o no ser reintegrado en sus funciones sacerdotales. Cierto que
-un buen informe de la señora Condesa, a quien la Iglesia confiara la
-custodia del supuesto demente, sería de gran peso y autoridad; pero a
-juicio del interesado, este informe no sería eficaz si no iba precedido
-de una explícita manifestación de su Superior inmediato, el cura de San
-Agustín. Añadió el apóstol que su mayor gozo sería que le devolviesen
-las licencias para poder celebrar el Santo Sacrificio, y si se le
-concedía la libertad, se trasladaría sin pérdida de tiempo a Alcalá de
-Henares, donde sus caros feligreses, el _Sacrílego_ y Ándara, sufrían
-el rigor de la ley. Por lo demás, su paciencia no se agotaba nunca,
-y esperaría tranquilo, decidido a no disfrutar la anhelada libertad,
-mientras quien debía dársela no se la diera.
-
-Con don Remigio habló también la Condesa de este asunto, no obteniendo
-de él más que vagas promesas de estudiarlo, sometiéndolo además al
-criterio facultativo de Láinez. También dio cuenta al cura y al médico
-de su proyectado casamiento, y no hay lengua humana que describir pueda
-la sorpresa, el estupor de aquellas dignísimas personas, y del vecino
-propietario de la Alberca. Don Remigio no paró, en todo el viaje de
-Pedralba a San Agustín, de hacerse cruces sobre boca, cara y pechos.
-
-Cinco días estuvo José Antonio en Madrid, regresando en la mañana
-del sexto, gozoso y triunfante, pues se traía bien despachado todo
-el papelorio que la celebración del casamiento exigía. Contando a su
-prima el escándalo que en la familia produjo el notición de la boda,
-empezaba y no concluía. Al principio, lo tomaron a broma: convencidos
-al fin de que era cierto, cayó sobre los solitarios de Pedralba una
-lluvia de sangrientos chistes. El menos ofensivo era este: «Catalina se
-llevó a Nazarín para curarle, y él la ha vuelto a ella más loca de lo
-que estaba.» Hicieron Halma y Urrea lo que anunciado habían antes de la
-partida de este: pasar buenos ratitos riéndose de todo aquel tumulto
-de Madrid, que seguramente no les causaría inquietud ni desvelo.
-Acertó a presentarse en aquel momento el buen don Remigio, y Urrea se
-fue derecho a él, y dándole un abrazo tan apretado que parecía que
-le ahogaba, le dijo: «Mil parabienes al ínclito cura de San Agustín,
-por la justicia que sus superiores le hacen, concediéndole plaza
-proporcional a sus grandísimos talentos y eminentes virtudes.»
-
-No comprendía don Remigio, y el otro, repitiendo el estrujón, hubo de
-explicárselo con toda claridad.
-
---Sepa que me he traído su nombramiento...
-
---¿Para una parroquia de Madrid?
-
---No ha podido ser, por no haber vacante en estos días, mi dignísimo
-amigo y capellán; pero el señor Prelado, con quien habló de usted un
-amigo mío, encareciéndole sus méritos, aseguró que irá usted a los
-Madriles muy pronto, y que en tanto, para que hombre tan virtuoso y
-sabio no esté obscurecido en ese villorrio, le nombra Ecónomo de Santa
-María de Alcalá.
-
---¡Santa María de Alcalá! --exclamó don Remigio como en éxtasis; ¡tan
-soberbio y apetitoso le parecía su nuevo destino!
-
-Y un abrazo más sofocante que los anteriores, selló la amistad
-imperecedera entre el buen párroco de San Agustín y el insulano de
-Pedralba.
-
---¿Y qué puedo hacer yo para demostrarle mi agradecimiento, señor de
-Urrea, qué puede hacer este modesto cura...?
-
---Ese modesto cura no tiene que hacer más que conservarnos su preciosa
-amistad, que en tanto estimamos. Y antes de entregar la parroquia al
-que viene a sustituirle, échenos las santas bendiciones.
-
---Ahora mismo..., digo, mañana, pasado mañana. Estoy a las órdenes de
-la señora doña Catalina, a quien ya no debo llamar Condesa de Halma.
-
---Será pasado mañana, señor don Remigio --indicó Halma--. Y otra cosa
-he de merecer de su benevolencia: que no me olvide al bendito Nazarín.
-
---Como he de ir a la Corte a ver a mi tío, allá informaré
-favorablemente. ¡Si salta a la vista que está en su cabal juicio!
-Inteligencia clara como el sol. ¿Verdad, señora?
-
---Tal creo yo.
-
---No tengo inconveniente en darle de alta, bajo mi responsabilidad,
-seguro de que el señor Obispo ha de confirmar mi dictamen, y si quiere
-venirse conmigo a Alcalá, me le llevo, sí señor, y le daré una modesta
-habitación en mi modestísima casa.
-
---Nos alegramos de ello, y lo sentimos --afirmó la señora de
-Pedralba--, porque la compañía del buen don Nazario nos es gratísima
-sobre toda ponderación.
-
---Ya vendrá a vernos --dijo Urrea--. Y al señor don Remigio también
-le tendremos aquí alguna vez. Esto no es ya un instituto religioso
-ni benéfico, ni aquí hay ordenanzas ni reglamentos, ni más ley que
-la de una familia cristiana, que vive en su propiedad. Nosotros nos
-gobernamos solos, y gobernamos nuestra cara ínsula.
-
---Y así debe ser... y así no tienen ustedes quebraderos de cabeza, ni
-que sufrir impertinencias de vecinos intrusos, ni el mangoneo de la
-dirección de Beneficencia o de la autoridad eclesiástica. Reyes de su
-casa, hacen el bien con libérrima voluntad, sin dar cuenta más que a
-Dios... ¡Si es lo que yo he dicho siempre, si es la verdad sencilla,
-elemental!... Ea, pasado mañana en mi parroquia, a la hora que los
-señores me designen.
-
-Concertada la hora, don Remigio montó en su jaca, y picó espuelas. El
-animalito debía participar del inquieto gozo de su amo, porque en un
-soplo le llevó al vecino pueblo.
-
- * * * * *
-
-En la nota de un curiosísimo documento nazarista, que merece guardarse
-como oro en paño, se dice que el mismo día de la boda salió de San
-Agustín el curita manchego, caballero en la borrica del gran don
-Remigio. Despidiose afectuosamente de los señores de Pedralba, y de
-Beatriz, que lloraba como una Magdalena al verle partir, y tomando
-la carretera hasta la barca de Algete, pasó el Jarama, siguiendo sin
-descanso, al paso comedido de la pollina, hasta la nobilísima ciudad
-de Alcalá de Henares, donde pensaba que sería de grande utilidad su
-presencia.
-
-
-Santander-San Quintín. -- Octubre de 1895.
-
-
-Fin de HALMA
-
-
-
-
-ÍNDICE
-
-
- PRIMERA PARTE
- Cap. I 5
- Cap. II 10
- Cap. III 19
- Cap. IV 26
- Cap. V 33
- Cap. VI 41
- Cap. VII 47
- Cap. VIII 55
-
- SEGUNDA PARTE
- Cap. I 65
- Cap. II 72
- Cap. III 82
- Cap. IV 91
- Cap. V 100
- Cap. VI 108
- Cap. VII 117
- Cap. VIII 124
-
- TERCERA PARTE
- Cap. I 135
- Cap. II 142
- Cap. III 153
- Cap. IV 161
- Cap. V 170
- Cap. VI 181
- Cap. VII 190
- Cap. VIII 199
-
- CUARTA PARTE
- Cap. I 211
- Cap. II 220
- Cap. III 230
- Cap. IV 241
- Cap. V 250
- Cap. VI 259
- Cap. VII 269
-
- QUINTA PARTE
- Cap. I 279
- Cap. II 289
- Cap. III 297
- Cap. IV 305
- Cap. V 314
- Cap. VI 326
- Cap. VII 333
- Cap. VIII 339
- Cap. IX 347
-
-
-*** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK 65333 ***
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- Halma, by Benito Pérez Galdós&mdash;A Project Gutenberg eBook
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-
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- <hr class="full" />
- <p><a href="#ToC">Índice</a></p>
-</div>
-
-<div class="transnote" id="tnote">
- <p class="tnotetit">Nota de transcripción</p>
- <ul>
- <li>Los errores de imprenta han sido corregidos.</li>
-
- <li>La ortografía del texto original ha sido actualizada de acuerdo
- con las normas publicadas en 2010 por la Real Academia Española.</li>
-
- <li>Se convierte la mayor parte de los entrecomillados en rayas iniciales
- de diálogo. Se espacian las restantes rayas según las convenciones
- ortotipográficas más recientes.</li>
-
- <li>Las páginas en blanco han sido eliminadas.</li>
-
- <li>Se ha añadido un índice al final del libro pese a que el original
- impreso no lo incluye.</li>
- </ul>
-</div>
-
-
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-
-
-<div class="tit pt6">
- <hr class="chap" />
- <p><span class="pagenum" id="Page_1">p. 1</span></p>
- <h1 class="g1">HALMA</h1>
- <hr class="chap" />
-</div>
-
-
-<div class="chapter pt6">
- <div class="legal">
- <p><span class="pagenum" id="Page_2">p. 2</span>Es propiedad. Queda
- hecho el depósito que marca la ley. Serán furtivos los ejemplares
- que no lleven el sello del autor.</p>
- </div>
-</div>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="tit">
- <p><span class="pagenum" id="Page_3">[p. 3]</span></p>
- <p class="ws1">NOVELAS ESPAÑOLAS CONTEMPORÁNEAS</p>
- <p class="fs60 mt05">POR</p>
- <p class="fs120 ws1">B. PÉREZ GALDÓS</p>
- <hr class="fil" />
-
- <p class="fs300 g1 mt1">HALMA</p>
- <hr class="tir" />
- <p class="fs110 mt1">10.000</p>
-
- <div class="figcenter mt3">
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- alt="Logotipo del editor" />
- </div>
-
- <p class="fs110 lh150 g0 mt3">MADRID</p>
- <p class="fs90 lh150 g0 ws1">SUCESORES DE HERNANDO</p>
- <p class="lh150 g1 ws1">Arenal, 11</p>
- <p class="lh150">1913</p>
-</div>
-
-
-<div class="tit pt6">
- <hr class="chap" />
- <p><span class="pagenum" id="Page_4">p. 4</span></p>
- <p class="fs130 asc lh200 ws1 g0">EST. TIP. DE LOS HIJOS DE TELLO</p>
- <p class="fs90 lh200 ws1"><b>IMPRESOR DE CÁMARA DE S. M.</b></p>
- <p class="fs90 lh200 ws1">C. de San Francisco, 4</p>
- <hr class="chap" />
-</div>
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChI_1">
- <p><span class="pagenum" id="Page_5">p. 5</span></p>
- <p class="centra fs200 g1">HALMA</p>
- <hr class="tir" />
- <h2 class="nobreak">PRIMERA PARTE</h2>
- <h3>I</h3>
-</div>
-
-<p>Doy a mis lectores la mejor prueba de estimación sacrificándoles
-mi amor propio de erudito investigador de genealogías... vamos, que
-les perdono la vida, omitiendo aquí el larguísimo y enfadoso estudio
-de linajes, por donde he podido comprobar que doña Catalina de Artal,
-Xavierre, Iraeta y Merchán de Caracciolo, Condesa de Halma-Lautenberg,
-pertenece a la más empingorotada nobleza de Aragón y Castilla, y que
-entre sus antecesores figuran los Borjas, los Toledos, los Pignatellis,
-los Gurreas, y otros nombres ilustres. Explorando la selva genealógica,
-más bien que árbol, en que se entrelazan y confunden tan antiguos y
-preclaros linajes, se descubre que, por el casamiento de doña Urianda
-de Galcerán con un príncipe italiano, en 1319, los Artales<span
-class="pagenum" id="Page_6">p. 6</span> entroncan con los Gonzagas y
-los Caracciolos. Por otro lado, si los Xavierres de Aragón aparecen
-injertos en los Guzmanes de Castilla, en la rama de los Iraetas corre
-la savia de los Loyolas, y en la de los Moncadas de Cataluña la de
-los Borromeos de Milán. De lo cual resulta que la noble señora no
-solo cuenta entre sus antepasados varones insignes por sus hazañas
-bélicas, sino santos gloriosos, venerados en los altares de toda la
-cristiandad.</p>
-
-<p>Como he dado al buen lector mi palabra de no aburrirle, me guardo
-para mejor ocasión los mil y quinientos comprobantes que reuní,
-comiéndome el polvo de los archivos, para demostrar el parentesco de
-doña Catalina con el antipapa don Pedro de Luna, Benedicto XIII. Busca
-buscando, hallé también su entronque lejano con Papas legítimos, pues
-existiendo una rama de los Artal y Ferrench que enlazó con las familias
-italianas de Aldobrandini y Odescalchi, resulta claro como la luz que
-son parientes lejanos de la Condesa los Pontífices Clemente VIII e
-Inocencio XI.</p>
-
-<p>De monarcas no se diga, pues el árbol aparece cuajado, como
-de un lozano fruto, de apellidos regios, y allí veis los Albrit
-y Foix de Navarra, los Cerdas y Trastamaras de acá, y otros mil
-nombres que a cien leguas trascienden a realeza, como los de Rohan,
-Bouillon, Lancas<span class="pagenum" id="Page_7">p. 7</span>ter,
-Montmorency, etc... Fiel a mi compromiso, envaino mi erudición, y
-emprendo la reseña biográfica, designando a doña Catalina-María del
-Refugio-Aloysa-Tecla-Consolación-Leovigilda, etc... de Artal y Javierre
-como tercera hija de los señores Marqueses de Feramor. Huérfana de
-padre y madre a los siete años, quedó al cuidado del primogénito,
-actualmente Marqués de Feramor, y de su hermana doña María del Carmen
-Ignacia, Duquesa de Monterones. En 1890, casó con un joven agregado a
-la embajada alemana, el Conde de Halma-Lautenberg, matrimonio que hubo
-de realizarse contra viento y marea, pues los hermanos de ella y toda
-la familia se opusieron tenazmente por cuantos medios le sugerían su
-orgullo y terquedad. Querían desposarla con un individuo de la casa
-de Muñoz Moreno-Isla, de nobleza mercantil, pero bien amasada con
-patacones. Catalina, que desde muy niña mostraba increíbles ascos al
-vil metal, se prendó del diplomático alemán, que a su seductora figura
-unía un desprecio hermosísimo de las materialidades de la existencia.
-Grandes trapisondas y disturbios hubo en la familia por la tiránica
-firmeza de los hermanos mayores, y la resistencia heroica, hasta el
-martirio, de la enamorada doncella. Casados al fin, no sin intervención
-judicial, el esposo fue destinado a Bulgaria, de aquí a Constantinopla,
-y<span class="pagenum" id="Page_8">p. 8</span> allá le siguió doña
-Catalina, rompiendo toda relación con sus hermanos. Calamidades,
-privaciones, desdichas sin fin la esperaban en Oriente, y al conocerlas
-la familia de acá, por referencias de diplomáticos extranjeros y
-españoles, no veía en todo ello más que la mano de Dios castigando
-duramente a Catalina de Artal por la amorosa demencia que la llevó a
-enlazarse con un advenedizo, de familia desconocida, hombre sin seso,
-desordenadísimo en sus ideas, desatado de nervios, y habitante aburrido
-de las regiones imaginativas. Para colmo de infortunio, Carlos Federico
-era pobre, con el título pelado, y sin más renta que su sueldo, pelado
-también, pues la familia de Halma-Lautenberg, que desciende, según
-noticias que tengo por fidedignas, del Landgrave de Turingia y Hesse,
-Hermann II, había venido tan a menos como cualquier familia de por
-acá, de las que, después de mil tumbos y vaivenes, caen a lo hondo del
-abismo social para no levantarse nunca.</p>
-
-<p>Contratiempos mil, reveses de fortuna, escaseces y aun hambres
-efectivas padeció la infeliz doña Catalina en aquellas lejanas tierras,
-sin más consuelo que el amor de su esposo, que nunca le faltó, ni de
-él tuvo queja, pues Dios, al privarla de tantos bienes, concediole
-con creces la paz conyugal. Tiernamente amada y amante, la íntima
-felicidad de su matrimonio la com<span class="pagenum" id="Page_9">p.
-9</span>pensaba de tanta desdicha del orden externo. Carlos Federico
-era bueno, dulce, aunque medio loco según unos, y loco entero según
-otros. La mala opinión acerca de su gobierno cerebral debió trascender
-hasta la Cancillería de Berlín, porque fue destituido de su cargo. La
-joven pareja se encontró a merced de la Divina voluntad, que sin duda
-quería someter a durísima prueba el alma fuerte de la dama española,
-pues a los dos meses de la destitución, y cuando, en espera de recursos
-para venirse a Occidente, vivía obscuro y resignado el matrimonio en
-una humilde casita de Pera, se le declaró al esposo una tisis, con tan
-graves caracteres, que no era difícil presagiar un desenlace fúnebre en
-breve plazo.</p>
-
-<p>Reveló entonces su temple finísimo el alma de Catalina de Artal,
-pues cobrando ánimos con aquel nuevo golpe, aventurose a pedir auxilio
-a sus hermanos de Madrid, que si al principio si hicieron un poco de
-rogar, cedieron al fin, mirando más al decoro de la familia que a la
-caridad cristiana. Con el mezquino socorro que le enviaron, pudo la
-heroína transportar a su pobre enfermo a la isla de Corfú, afamada
-por la benignidad de su clima. Allí vivieron, si aquello era vivir,
-en un pie de milagrosa economía; supliendo con el cariño los recursos
-materiales, y las comodidades con prodigios de inteligen<span
-class="pagenum" id="Page_10">p. 10</span>cia, él resignado, ella
-valerosa y sublime como enfermera, amantísima como esposa, diligente
-en el manejo de la humilde casa, hasta que al fin Dios llamó a sí al
-infeliz Conde de Halma en la madrugada del 8 de Septiembre, día de la
-Natividad de Nuestra Señora.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChI_2">
- <h3>II</h3>
-</div>
-
-<p>Refieran en buen hora los sufrimientos de Catalina de Artal en
-aquellos tristes días y en los que siguieron a la muerte de su
-adorado esposo, los que posean mística inspiración y estén avezados
-a relatar vidas y muertes de mártires gloriosos. Yo no sé hacerlo, y
-dejando este trabajo a plumas expertas, que seguramente escribirán la
-edificante historia, no hago más que apuntar los hechos capitales,
-como antecedentes o fundamento de lo que me propongo referir. ¿Qué
-puedo decir del hondísimo dolor de la dama al ver expirar en sus
-brazos al que era su vida toda, amor primero, alegría última, único
-bien terrestre de su alma? La opinión del mundo, que rara vez deja de
-equivocarse en sus precipitados y vanos juicios, había contrahecho la
-persona moral del señor Conde, pintándole en los círculos de Madrid con
-colores de malicia. Pero al historiador de conciencia, bien enterado
-de su<span class="pagenum" id="Page_11">p. 11</span> asunto, toca el
-borrar toda falsedad con que los habladores y envidiosos ennegrecen un
-noble carácter. Esto hago yo ahora, asegurando que Carlos Federico de
-Halma era un bendito, y que la investigación más rebuscona y pesimista
-no encontrará en su conducta, después de casado, ninguna tacha.
-Desbarato resueltamente la reputación que lenguas demasiado sueltas le
-hicieron en Madrid, y reconstruyo su verdadera personalidad de hombre
-recto, leal, sincero, añadiendo a estas cualidades las que adquirió en
-la convivencia con su digna esposa.</p>
-
-<p>No poca parte había tenido en la dudosa reputación del alemán,
-antes del casorio, la volubilidad de sus ideas, la ligereza de sus
-juicios, sus distracciones, que llegaron a formar un verdadero centón
-anecdótico, sus displicencias negras alternadas con hervores de loco
-entusiasmo por cualquier motivo de arte o amoríos, su prolijidad
-machacona en las disputas, y un sinnúmero de manías, algunas de las
-cuales no le abandonaron hasta su muerte. Se calentaba la cabeza
-pensando en la habitabilidad de todas las estrellas del cielo, chicas
-y grandes, y el que quisiera sacarle de sus casillas, no tenía más
-que poner en duda la infinita difusión de familias humanas por la
-inmensidad planetaria. Del absoluto menosprecio de toda religión
-positiva había pasado, poco antes de casarse, y por influencia de
-la<span class="pagenum" id="Page_12">p. 12</span> angelical Catalina,
-a un ferviente ardor cristiano, más imaginativo que piadoso, sed del
-alma que apetecía, sin satisfacerse nunca, no devociones externas y
-prácticas litúrgicas, sino embriagueces de la fantasía, mirando más a
-la leyenda seductora que al dogma severo. En Oriente, la esposa logró
-poner algún orden en los descabellados entusiasmos de Carlos Federico,
-hasta que, atacado de cruelísima dolencia, tan difícil era combatir
-en él la fiebre abrasadora, como el espiritualismo delirante. Uno y
-otro fuego le consumían por igual, y creyérase que ambos, juntando sus
-llamas, le redujeron a ceniza impalpable.</p>
-
-<p>La noche misma de su muerte, refirió a su mujer, entre dos ataques
-de disnea, un sueño que había tenido por la tarde, y como viese
-Catalina en aquel relato una extraña lógica y cierta lucidez clásica,
-se afligió extremadamente, pensando que su pobre enfermo entreveía ya
-los horizontes del reino de la eterna verdad. Tanto sentido, tanta
-sindéresis en la composición de un poemita fantástico, pues no otra
-cosa era el bien relatado sueño, ¿qué podían significar sino que el
-poeta se moría? Así fue en efecto. En los últimos minutos de vida se
-lanzaba, con desbocada imaginación, a un proyecto de viaje por Asia
-Menor y Palestina, con el doble objeto de visitar las ruinas de Troya,
-primero, y el país<span class="pagenum" id="Page_13">p. 13</span>
-de Galilea después. (Átense estos cabos.) En su pensamiento se
-entrelazaron dos nombres: Homero-Cristo. Y al querer dar la explicación
-de aquel abrazo histórico y poético, gimió, dio una gran voz... «¡ah!»
-y expiró...</p>
-
-<p>Podría creerse que la muerte del Conde fue el último dolor de la
-infortunada Catalina de Artal, y que tras aquella tribulación le
-concedió el cielo días de descanso, ya que no de ventura. Pues no
-fue así. Sobre la tristeza de su viudez, y el recuerdo siempre vivo
-del pobre muerto, viose agobiada de calamidades de otro orden. Hasta
-entonces había conocido las humillaciones y escaseces indecorosas
-que lastimaban su dignidad de aristócrata. Pero a poco de enviudar,
-y residiendo aún en Corfú por no tener medios de trasladarse a otro
-sitio, supo lo que es la miseria, la efectiva, horripilante miseria, y
-sufrió vejámenes que habrían abatido almas de peor temple que la suya.
-Alojada como de limosna en una casa inglesa primero, en una hostería
-griega después, Catalina de Artal se vio privada de alimento algunos
-días, obligada a lavar su escasa ropa, a remendarse sus zapatos, y a
-prestar servicios que repugnaban a su delicado organismo. Pero todo lo
-llevaba con paciencia, todo lo aceptaba por amor de Cristo, anhelando
-purificarse con el sufrimiento. Como se le ofreciera una coyuntura
-propicia para salir de aquella si<span class="pagenum" id="Page_14">p.
-14</span>tuación, quiso aprovecharla, más que por mejorar de vida, por
-encontrarse entre personas allegadas, en quienes emplear los cariños
-que atesoraba su hermoso corazón. Llegose un día inopinadamente a la
-isla jónica un hermano de Carlos Federico, grande aficionado a los
-viajes marítimos, y que divagaba por el Archipiélago en un yate de unos
-comerciantes del Pireo. Propúsole el tal llevarla a Rodas, donde era
-cónsul el Conde Ernesto de Lautenberg, tío suyo y del difunto esposo de
-Catalina, caballero muy bondadoso y corriente, a quien la infeliz dama
-había conocido en Constantinopla.</p>
-
-<p>Dejose llevar la viuda por Félix Mauricio (que así se nombraba su
-cuñado), atraída principalmente por la esperanza de vivir en compañía
-de la Condesa Ernesto de Lautenberg, señora húngara, muy simpática y
-que había demostrado a la española, en los breves días de su trato, una
-cordial adhesión. Salieron, pues, de Corfú en la embarcación griega,
-mal llamada yate, pues por su pequeñez y escaso tonelaje no era más
-que un balandro bonito, propio para regatas y excursiones cortas. Iba
-tripulado por jóvenes <i>dilettantes</i> de la mar. A causa del mal
-gobierno y de la impericia del que hacía de capitán, no pudieron capear
-un furioso temporal que les cogió entre Zante y Cefalonia, y lanzados
-por el viento y el oleaje hacia el golfo de Patrás, entraron de<span
-class="pagenum" id="Page_15">p. 15</span> arribada en Misolonghi con
-grandes averías. Días y días estuvieron allí, esperando buen tiempo,
-y lanzados de nuevo a la mar, llegaban siempre a donde no querían ir.
-Félix Mauricio y el amigote ateniense que capitaneaba la frágil nave,
-profesaban la teoría de que los temporales con vino <i>son menos</i>,
-y empalmaban las turcas que era una maldición. De este modo y con
-tales ansiedades y vicisitudes, navegando a merced de Neptuno, y
-sin arte para dominarle, fueron dando tumbos por toda la vuelta sur
-del Peloponeso. Como quien va describiendo eses por el laberinto de
-callejuelas de una ciudad tortuosa, tan pronto tropezaban en Candía,
-como en Cerigo (la antigua Cytheres); metiéronse a la buena de Dios
-por entre las Cícladas, tocando en Milo y Paros, luego recorrieron las
-Espóradas, visitando Samos, Cos y otras hasta parar en Rodas, después
-de dos meses largos de endemoniada navegación.</p>
-
-<p>Como todo se disponía en contra de los deseos de la infeliz viuda,
-resultó que el Conde Ernesto se había ido a Alemania con licencia, y
-que su esposa, la simpática y bonísima húngara, se había muerto tres
-meses antes. Aceptó resignada la Condesa de Halma esta nueva decepción,
-y tratando con su cuñado de la necesidad de que la trasladase a
-Corinto o Atenas, desde donde podría comunicarse con su familia de
-Madrid,<span class="pagenum" id="Page_16">p. 16</span> y preparar su
-vuelta a España, contestole el joven en forma tan descarnada y grosera,
-que no pudo la señora, por más esfuerzos que hizo, poner su humildad
-por encima de su orgullo en la réplica. Hallábanse en un fonducho
-próximo al muelle. Renunció la dama la hospitalidad a bordo, que el
-capitán del balandro le ofrecía, y enterada de que existía en Rodas
-un convento de la Orden Tercera, allá se dirigió volviendo la espalda
-para siempre al Conde Félix Mauricio, y a sus insensatos compañeros de
-aventuras marítimas.</p>
-
-<p>Gracias a los buenos franciscanos, la noble señora fue alojada
-decorosamente, y empezaron las negociaciones para su regreso a la madre
-patria. Dígase de paso, a fin de completar la información, que el tal
-Félix Mauricio era lo peorcito de la familia Halma-Lautenberg. Había
-pertenecido al cuerpo consular, sirviendo en Alicante y en Esmirna.
-Aquí casó con una griega rica, y abandonando la carrera se dedicó al
-comercio de esponjas, con varia fortuna. Cuando le encontramos en el
-balandro había logrado rehacerse de su primera quiebra. Su carácter
-violento y quisquilloso, su exterior desagradable, y más que nada su
-inclinación irresistible a las libaciones alcohólicas, le hacían poco
-estimable y estimado de propios y extraños. Una tarde, hallándose
-doña Catalina platicando con el<span class="pagenum" id="Page_17">p.
-17</span> guardián del convento, vio al yate darse a la vela, y le
-hizo la señal de la cruz. Perdonó a la nave y a sus tripulantes, y dio
-gracias a Dios por haber salido en bien de su peligrosísima aventura
-por los mares de Grecia.</p>
-
-<p>Los caritativos frailes lograron arreglar a la infortunada
-Condesa su regreso a Occidente, y tomándole billete en el <i>Lloyd
-Austriaco</i>, la expidieron para Malta, donde otros religiosos de la
-misma regla se encargarían de reexpedirla para Marsella, y de allí a
-Barcelona. Pero como el <i>Lloyd Austriaco</i> no tocaba en Rodas,
-la viajera tuvo que hacer la travesía entre esta isla y el punto
-de escala, que era Esmirna, en una goleta turca que cargaba frutas
-y trigo. Nuevos contratiempos para la pobre señora Condesa, pues
-aquellos demonios de turcos hicieron la gracia de llevar un formidable
-contrabando, y la goleta fue visitada en aguas de Quíos por un falucho
-de guerra, y apresada y detenida con todos sus pasajeros y tripulantes,
-hasta que el bajá de Esmirna decidiera el número de palos que le
-habían de administrar al patrón. Entre tanto, pasaba doña Catalina mil
-privaciones y amarguras, pues allí no había frailes Franciscos que
-mirasen por ella. Y gracias que al fin logró verse a bordo del vapor
-austriaco, el cual, para que en todo se cumpliese el sino de la dama
-sin ventura, era un verdadero inválido. Recelaba<span class="pagenum"
-id="Page_18">p. 18</span> ella de todo, del mar y del cielo, y de los
-desmanes de la gentuza de varias razas orientales que en aquellas
-embarcaciones entra y sale de continuo. Pero ni el cielo, ni la mar, ni
-el pasaje ocasionaron a la señora ningún disgusto. Fue la endiablada
-máquina del vapor la que se encargó de interrumpir lastimosamente
-la navegación, rompiéndose en la demora de Candía. Quedose el buque
-como una boya, con el árbol de la hélice en dos pedazos, sin gobierno
-el timón por rotura de los guardines. Dio al fin remolque un vapor
-inglés, y le llevó a Damieta; allí trasbordaron, pasando a Alejandría,
-donde, por variar, sufrieron un nuevo y penoso trasbordo con pérdida
-del equipaje, y mojadura total de la ropa puesta. En rumbo para Malta,
-con divertimiento de Siroco fortísimo, golpes de mar, y por fin de
-fiesta, a la entrada de La Valette, rotura de una de las palas de la
-hélice, retraso, peligro... En Malta, la dama errante fue atacada de
-calenturas intermitentes. Dos semanas de hospital, riesgo de muerte,
-consternación, abandono. Por fin, cumpliéndose en aquel triste caso lo
-de <i>Dios aprieta, pero no ahoga</i>, Catalina de Halma puso el pie en
-Marsella en un estado deplorable por lo tocante a nutrición, vestido
-y calzado, y cinco días después, los señores Marqueses de Feramor
-vieron entrar en su casa a una mujer que más bien parecía espec<span
-class="pagenum" id="Page_19">p. 19</span>tro, el rostro descarnado,
-como de la tierra comido, los ojos brillantes y febriles, las ropas
-deshechas por el tiempo, el viento y la mar, roto el calzado...,
-lastimosa figura en verdad. Y como el señor Marqués, poseído de
-espanto, la mirase ceñudo y dijese:</p>
-
-<p>—¿Quién es usted?</p>
-
-<p>Hubo de contestarle Catalina:</p>
-
-<p>—¿Pero de veras no me conoces? Soy tu hermana.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChI_3">
- <h3>III</h3>
-</div>
-
-<p>No dio su brazo a torcer la Condesa de Halma en las primeras
-explicaciones y coloquios con sus hermanos, el Marqués de Feramor y
-la Duquesa de Monterones, es decir, que no se declaró arrepentida de
-su matrimonio, ni renegaba de este por los trabajos y desventuras sin
-cuento que de su unión con el alemán se derivaron. La memoria de su
-esposo prevalecía en ella sobre todas las cosas, y no permitía que
-sus hermanos la menoscabaran con acusaciones, o chistes despiadados.
-Había venido a que la amparasen, dándole el resto de su legítima si
-algo restaba, después de saldar cuentas con el jefe de la familia.
-Pero no se humillaba, ni al pedirlo y tomarlo, en caso de que se lo
-dieran, había de abdicar su dignidad, achicándose moralmente<span
-class="pagenum" id="Page_20">p. 20</span> ante sus hermanos, y
-dándoles toda la razón en el negocio de su casamiento. No, no mil
-veces. Si no le daban auxilio ni aun en calidad de limosna, no le
-faltaría un convento de monjas en que meterse. Tampoco repugnaría el
-entrar en cualquiera de las Órdenes modernísimas que se consagran
-a cuidar ancianos, o a la asistencia de enfermos, que entre tantas
-Congregaciones, alguna habría que admitiese viudas sin dote. Replicole
-a esto gravemente su hermano que no se precipitase, y que por de
-pronto no debía pensar más que en reponerse de tantos quebrantos y
-desazones.</p>
-
-<p>Cerca de un mes estuvo doña Catalina en la morada de su hermano sin
-ver a nadie, ni recibir visitas, sin dejarse ver más que de la familia,
-y de la criada que la servía. De las ropas que le ofrecieron, no aceptó
-más que dos trajes negros, sencillísimos, haciendo voto de no usar en
-todo el resto de su vida vestido de color, ni de seda, ni galas de
-ninguna especie. Modestia y aseo serían sus únicos adornos, y en verdad
-que nada cuadraba mejor a su rostro blanquísimo y a su figura escueta
-y melancólica. Como todo se ha de decir, aquí encaja bien el declarar
-que doña Catalina no era hermosa, por lo menos, según el estilo
-mundano de hermosura. Pero el paso de tantas desdichas había dejado
-en su semblante una sombra plácida, y en sus ojos una expresión<span
-class="pagenum" id="Page_21">p. 21</span> de beatitud que era el recreo
-de cuantos la miraban. Tenía el pelo rubio tirando a bermejo, la nariz
-un poco gruesa, el labio inferior demasiado saliente, la tez mate y
-limpia, la mirada dulce y serena, la expresión total grave, la estatura
-talluda, el cuerpo rígido, el continente ceremonioso. Algunos, que en
-aquellos días lograron verla, aseguraban hallarle cierto parecido con
-doña Juana la Loca, tal como nos han transmitido la imagen de esta
-señora la leyenda y el pincel. Es caprichoso cuanto se diga de otras
-semejanzas del orden espiritual, como no sea que la Condesa de Halma
-hablaba el alemán con la misma perfección y soltura que el español.</p>
-
-<p>No era muy grato al señor Marqués aquel aislamiento monástico en
-que vivía su hermana, ni le hacían gracia sus propósitos de renunciar
-absolutamente a la vida social. Aún podría, según él, aspirar a un
-segundo matrimonio, que la indemnizara de las calamidades del primero;
-mas para esto era forzoso abandonar la tiesura de imagen hierática,
-las inflexiones compungidas, no vestirse como la viuda de un teniente,
-y frecuentar el trato de los amigos de la casa. De la misma opinión
-era la Marquesa, y ambos la sermoneaban sobre este particular; pero
-la firmeza con que defendía Catalina sus convicciones, manías o lo
-que fuesen, les hizo comprender que nada conseguirían por el momento,
-y<span class="pagenum" id="Page_22">p. 22</span> que debían confiar al
-tiempo y a las evoluciones lentas de la voluntad humana la solución de
-aquel problema de familia.</p>
-
-<p>Aunque es persona muy conocida en Madrid, quiero decir algo ahora
-del carácter del señor Marqués de Feramor, cuya corrección inglesa
-es ejemplo de tantos, y que si por su inteligencia, más sólida que
-brillante, inspira admiración a muchos, a pocos o a nadie, hablando en
-plata, inspira simpatías. Y es que los caracteres exóticos, formados
-en el molde anglosajón, no ligan bien o no funden con nuestra pasta
-indígena, amasada con harinas y leches diferentes. Don Francisco de
-Paula-Rodrigo-José de Calasanz-Carlos Alberto-María de la Regla-Facundo
-de Artal y Javierre, demostró desde la edad más tierna aptitudes para
-la seriedad, contraviniendo los hábitos infantiles hasta el punto
-de que sus compañeritos le llamaban <i>el viejo</i>. Coleccionaba
-sellos, cultivaba la hucha, y se limpiaba la ropita. Recogía del
-suelo agujas y alfileres, y hasta tapones de corcho en buen uso. Se
-cuenta que hacía cambalaches de tantas docenas de botones por un sello
-de Nicaragua, y que vendía los duplicados a precios escandalosos.
-Interno en los Escolapios, estos le tomaron afecto y le daban notas
-de sobresaliente en todos los exámenes, porque el chico sabía, y allá
-donde no llegaba su inteligencia, que no era escasa, llega<span
-class="pagenum" id="Page_23">p. 23</span>ba su amor propio, que era
-excesivo. Contentísimo del niño, y queriendo hacer de él un verdadero
-prócer, útil al Estado, y que fuese salvaguardia valiente de los
-<i>intereses morales y materiales</i> del país, su padre le mandó a
-educar a Inglaterra. Era el señor Marqués anglómano de afición o de
-segunda mano, porque jamás pasó el canal de la Mancha, y solo por vagos
-conocimientos adquiridos en las tertulias sabía que de Albión son las
-mejores máquinas y los mejores hombres de Estado.</p>
-
-<p>Allá fue, pues, Paquito, bien recomendado, y le metieron en uno de
-los más famosos colegios de Cambridge, donde solo estuvo dos años,
-porque no hallándose su papá en las mejores condiciones pecuniarias,
-hubo de buscar para el chico educación menos dispendiosa. En un
-modesto colegio de Peterborough dirigido por católicos, completó el
-primogénito su educación, haciéndose un verdadero inglés por las
-ideas y los modales, por el pensamiento y la exterioridad social. En
-Peterborough no había los refinados estudios clásicos de Oxford, ni
-los científicos de Cambridge; los muchachos se criaban en un medio
-de burguesía ilustrada, sabiendo muchas cosas útiles, y algunas
-elegantes, cultivando con moderación el <i>horse racing</i>, el
-<i>boat-racing</i>, y con la suficiente práctica de <i>lawn-tennis</i>
-para pasar en cualquier pue<span class="pagenum" id="Page_24">p.
-24</span>blo del continente por perfectas hechuras de Albión.</p>
-
-<p>Hablaba el heredero de Feramor la lengua inglesa con toda
-perfección, y conocía bastante bien la literatura del país que había
-sido su madre intelectual, prefiriendo los estudios políticos e
-históricos a los literarios, y siendo en los primeros más amigo de
-Macaulay que de Carlyle, en los segundos más devoto de Milton que de
-Shakespeare. Tiraba siempre a la cepa latina. Al salir del colegio,
-consiguiole su padre un puesto en la embajada, para que por allá
-estuviese algunos años más empapándose bien en la savia británica. En
-aquel periodo se despertaron y crecieron sus aficiones políticas, hasta
-constituir una verdadera pasión; estudió muy a fondo el Parlamento,
-y sus prerrogativas, sus prácticas añejas, consolidadas por el
-tiempo, y no perdía discurso de los que en todo asunto de importancia
-pronunciaban aquellos maestros de la oratoria, tan distintos de los
-nuestros como lo es el fruto de la flor, o el tronco derecho y macizo
-de la arbustería viciosa.</p>
-
-<p>Ya frisaba don Francisco de Paula en los treinta años cuando por
-muerte de su señor padre heredó el marquesado; vino a España, y a
-los diez meses casó con doña María de Consolación Ossorio de Moscoso
-y Sherman, de nobleza malagueña, mestiza de inglesa y española,
-joven<span class="pagenum" id="Page_25">p. 25</span> de mucha
-virtud, menos bella que rica, y de una educación que por lo correcta
-y perfilada a la usanza extranjera, no desmerecía de la de su esposo.
-Poco después casó la hermana mayor del Marqués con el Duque de
-Monterones. Catalina, que era la más joven, no fue Condesa de Halma
-hasta seis años después.</p>
-
-<p>Pues, señor, con buen pie y mejor mano entró el decimoséptimo
-Marqués de Feramor en la vida social y aristocrática del pueblo a que
-había traído las luces inglesas y la ortodoxia parlamentaria del país
-de John Bull. Afortunadísimo en su matrimonio, por ser Consuelo y él
-como cortados por la misma tijera, no lo fue menos en política, pues
-desde que entró en el Senado representando una provincia levantina,
-empezó a distinguirse, como persona seria por los cuatro costados,
-que a refrescar venía nuestro envejecido parlamentarismo con sangre y
-aliento del país parlamentario por excelencia. Su oratoria era seca,
-<i>ceñida</i>, mate y sin efectos. Trataba los asuntos económicos
-con una exactitud y un conocimiento que producían el vacío en los
-escaños. ¿Pero qué importaba esto? Al Parlamento se va a convencer,
-no a buscar aplausos; el Parlamento es cosa más seria que un circo
-de gallos. Lo cierto era que en aquella soledad de los bancos rojos,
-Feramor tenía admiradores sinceros y hasta entusiastas, dos, tres
-y<span class="pagenum" id="Page_26">p. 26</span> hasta cinco senadores
-machuchos, que le oían con cierto arrobamiento, y luego salían
-poniéndole en los cuernos de la luna:</p>
-
-<p>—Así se tratan las cuestiones. Aquí, aquí, en este espejo tienen que
-mirarse todos: esto es lo bueno, lo inglés <i>de la tía Javiera</i>, la
-marca <i>Londón</i> legítima, de patente.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChI_4">
- <h3>IV</h3>
-</div>
-
-<p>Fuera del Senado, el Marqués tenía también su grupito de
-admiradores, que le citaban de continuo como un modelo digno de
-imitación. Por él y por otros muy contados próceres, se decía la
-frase de cajetín: «¡Ah, si toda nuestra nobleza fuera así, otro gallo
-le cantara a este país!» El amanerado argumento de achacar nuestras
-desgracias políticas a no tener un patriciado a estilo inglés, con
-hábitos parlamentarios y verdadero poder político, llegaba a ser una
-cantinela insoportable.</p>
-
-<p>Es muy digno de notarse que Feramor desmentía la vulgar creencia de
-que todo inglés de alta clase ha de ser caballista, y delirante por
-cualquiera de los <i>sports</i> que en Albión se usan. Para gloria
-suya, no había importado del país serio, más que la seriedad, dejándose
-de lado allí del canal las chifladuras hípicas. Aunque algo y aun algos
-entendía de lo referente al <i>turf</i>, no<span class="pagenum"
-id="Page_27">p. 27</span> se ocupaba de ello sino con frialdad cortés,
-marcando siempre la distancia que media intelectualmente entre un
-<i>handicap</i> y un discurso político, aunque sea ministerial.
-Y si era cazador, y de los buenos, no mostraba por esta afición
-una preferencia sistemática y absorbente. Así los gustos como las
-obligaciones existían en él en su valor propio y natural, y la
-inteligencia era siempre la maestra y el ama de todo. En el concierto
-de sus facultades dominaba la que Dios le había dado para que gobernase
-a las demás, la facultad de administrar, y mientras llegaba el caso de
-llevarle las cuentas a la Nación, llevaba las suyas con un acierto y
-una nimiedad que eran un nuevo tema de aplauso para sus admiradores.
-«¡Un aristócrata que administra! ¡Oh, si hubiera muchos Feramor en
-nuestra grandeza, la nación no andaría tan de capa caída!»</p>
-
-<p>La fortuna patrimonial del Marqués no era grande, porque su padre
-había puesto en práctica doctrinas que se daban de cachetes con la
-regularidad administrativa. Pero la riqueza aportada al matrimonio
-por la Marquesa fortalecía considerablemente la casa, en la cual
-reinaba un orden perfecto, gastándose tan solo la mitad de las rentas.
-Vivían, pues, con decoro y modestia, sometidos gustosamente a un
-régimen de previsión entre dos jalones, el de de<span class="pagenum"
-id="Page_28">p. 28</span>lante fijando el límite de donde no debía
-pasar el lujo, para evitar despilfarros, el de atrás marcando la raya
-de la economía, para no llegar a la sordidez. A mayor abundamiento, la
-Marquesa, que parecía hecha a imagen y semejanza de su esposo, y que
-con la convivencia se asimilaba prodigiosamente sus ideas, salió tan
-administrativa y administradora como él, y le ayudaba a sostener aquel
-venturoso equilibrio. Ambos lucían en el gobierno de la casa, con una
-perfecta entonación económica, si es permitido decirlo así. Diversas
-eran las opiniones mundanas sobre esta manera de vivir, pues si algunos
-les criticaban por no tener una cuadra de gran importancia hípica, como
-correspondía a los gustos ingleses del Marqués, otros le elogiaban sin
-tasa por su excelente biblioteca, principalmente consagrada ¡oh!... a
-ciencias morales y políticas. Su mesa era inferior a la biblioteca, y
-superior a la cuadra. Solo había cinco convidados un día por semana.</p>
-
-<p>Expresadas las opiniones, conviene apuntar las hablillas, aunque
-estas desdoren un poco la noble figura de los Feramor. Lenguas, que
-evidentemente eran malas, decían que el Marqués colocaba el sobrante
-de sus rentas a préstamo con réditos enormes, sacando de apuros a sus
-compañeros de grandeza, comprometidos en el juego, en el <i>sport</i>
-o en otros vicios. En esto la<span class="pagenum" id="Page_29">p.
-29</span> maledicencia no acertaba, como casi siempre sucede, pues los
-préstamos del Marqués no eran de calidad extremadamente usuraria. Se
-reforzaba, sí, con buenas hipotecas, y cuando la garantía era floja y
-el reembolso problemático, sus principios económicos le aconsejaban
-aumentar prudencialmente los intereses. Ello es que si en rigor de
-verdad no debía ser llamado usurero, tampoco habría mayor injusticia
-que aplicarle el calificativo de generoso. Ni la adulación que todo
-lo puede, podía llamarle así. Los amigos más benévolos no acertaban
-a descubrir en él un rasgo de desprendimiento, o un ejemplo de favor
-desinteresado. Era todo exactitud en el pensar, precisión matemática en
-las acciones, como una máquina de vida social en la que se suprimieran
-los movimientos de la manivela afectiva. No faltaba jamás a sus
-deberes, no se le podía coger en descuido de sus compromisos; pero
-tampoco se le escapaba la sensiblería de hacer el bien por el bien.
-Siempre en guardia, y custodiándose a sí propio con llaves seguras que
-solo él manejaba, no permitía nunca que la espontaneidad abriese su
-interior de hierro, ni menos que mano profana penetrase en él.</p>
-
-<p>Ved aquí por qué no gozaba de simpatías, y los que le admiraban
-como el último modelo inglés de corte de personas, no le querían.
-Encontrábanle todos poco español, privado de las<span class="pagenum"
-id="Page_30">p. 30</span> virtudes y de los defectos de la compleja
-raza peninsular. Habríanle querido menos reglamentado moralmente,
-menos exacto, y un poquitín perdido. Físicamente, era hermoso, pero
-sin expresión, de facciones a las cuales no se podía poner la menor
-tacha, rematadas por una corona negativa, es decir, por una calva
-precoz, lustrosa y limpia, que él consideraba como la más airosa
-tapadera de la seriedad británica. Su trato fuera de casa era delicado
-y fino, dentro de una elegante tibieza, y en la intimidad doméstica
-seco y autoritario, sin ninguna disonancia, pero también sin asomos
-de dulzura, como un preceptor o intendente, más que como padre y
-esposo. De la señora Marquesa, que no era más que el <i>feminismo</i>
-del carácter de su marido, poco hay que decir. La asimilación había
-llegado a ser tan perfecta, que pensaban y hablaban lo mismo, usando
-las propias locuciones familiares. Ambos se expresaban en inglés con
-notable soltura. Y la asimilación no paraba en esto, pues ocurría en
-aquel matrimonio joven lo que en algunos viejos, reducidos por larga
-convivencia a una sola persona con dos figuras distintas. El Marqués
-y la Marquesa se parecían físicamente; ¿qué digo se parecían? eran
-iguales, a pesar de señalarse ella por poco bonita y él por bastante
-guapo; iguales el mirar, el respirar, los movimientos musculares del
-rostro,<span class="pagenum" id="Page_31">p. 31</span> el aire grave
-de la frente, el temblor imperceptible de las ventanillas de la nariz,
-la manera de llevar los quevedos, pues ambos eran miopes, la boca, la
-sonrisa de buena educación más que de bondad. Decía un guasón, amigo de
-la casa, que si uno de los dos se muriera, el superviviente sería viudo
-de sí mismo.</p>
-
-<p>Vivían en la casa patrimonial de los Feramor, en una de las
-plazoletas irregulares próximas a San Justo, con vistas a la calle
-de Segovia y al Viaducto por la parte de Poniente; casa vetusta,
-pero que con los remiendos y distribuciones hechas por el Marqués no
-había quedado mal. La parte baja, agrandada y mejorada notablemente,
-se dividía en dos cuartos de renta, y se alquilaron, el uno para
-litografía, el otro para las oficinas de una Sacramental. El segundo,
-distribuido al principio en tres cuartos de alquiler, fue después
-anexionado a la casa para aposentar convenientemente a los niños
-mayores, a la institutriz y a parte de la servidumbre. En aquel piso
-escogió su habitación doña Catalina, no permitiendo que fuera amueblada
-con lujo, sino más bien como celda de convento, a lo cual se opusieron
-los Marqueses, enemigos declarados de toda exageración. La exageración
-les sacaba de quicio, y por tanto arreglaron la estancia modestamente,
-pero evitando la afectación de pobreza monástica.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_32">p. 32</span>Al mes de su regreso
-a Madrid, la triste viuda empezó a salir de aquel estupor doloroso
-en que había venido. Ya tomaba gusto a la vida de familia, rompía la
-melancólica solemnidad de su silencio, y se distraía algunos ratos en
-la sociedad inocente de sus sobrinitos, dándoles de comer, ayudando
-a la institutriz, o bien recreándoles con cuentecillos y juegos que
-no fueran ruidosos. Nunca bajaba al comedor grande a la hora oficial
-de comida. O se la servía en su cuarto, o con la familia menuda, en
-el comedor de arriba. Su vida era simplísima, y de una regularidad
-conventual: se levantaba al romper el día, oía misa en el Sacramento o
-en San Justo, volvía sobre las ocho, rezaba o leía haciendo labor de
-gancho, y el resto del día lo empleaba en repasar a los chiquillos la
-lección, volviendo de rato en rato a la misma tarea de la lectura, el
-gancho y el rezo. Su cuñada subía con frecuencia a darle conversación
-y distraerla; su hermano rara vez remontaba su seriedad al segundo
-piso, y cuando tenía algo de interés que comunicarle la llamaba a su
-despacho. Una mañana, después de preparar el discurso que había de
-pronunciar aquella tarde en el Senado, extrayendo mil y mil datos de
-revistas y periódicos que trataban de la monserga económica, habló
-largamente con su hermana de lo que se verá a continuación.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChI_5">
- <p><span class="pagenum" id="Page_33">p. 33</span></p>
- <h3>V</h3>
-</div>
-
-<p>—Y yo te pregunto, querida hermana: ¿vas a estar así toda la vida?
-¿No es ya bastante duelo? ¿No te hartas todavía de obscuridad, de
-silencio, de rezos monjiles y de ese quietismo, que al fin dará al
-traste con tu salud y hasta con tu vida?... ¿No respondes? Bueno.
-Conociendo tu terquedad, ese silencio me indica que aún tenemos
-melancolías y soledades para un rato. ¡Ah! Catalina, ¿por qué no eres
-como yo? ¿por qué no tienes un poco de sentido práctico, y das de mano
-a esas exageraciones? Ea, planteemos la cuestión en terreno despejado.
-¿Piensas consagrar absolutamente tu vida a las devociones, a la
-religión, en una palabra?</p>
-
-<p>—Sí —respondió la de Halma con lacónica firmeza.</p>
-
-<p>—Bueno. Ya tenemos una afirmación, ya es algo, aunque sea un
-disparate. Vida religiosa: corriente. ¿Y tú lo has pensado bien? ¿No
-temes que venga el desaliento, el cambio de ideas cuando ya sea tarde
-para el remedio?</p>
-
-<p>—No.</p>
-
-<p>—Corriente. Una negación tan rotunda ya es algo. Adelante... Luego,
-tu determinación es irrevocable; luego, te sientes con fuerzas para
-afrontar esa vida, que yo soy el primero en ala<span class="pagenum"
-id="Page_34">p. 34</span>bar y enaltecer... esa vida, ¡ah! de la cual
-hallamos ejemplos tan hermosos en los tiempos pasados, pero que en los
-presentes... ¡ah!... Resumiendo: que te propones ingresar en alguna de
-las Órdenes existentes, y acabar tu vida en un claustro. Perfectamente;
-pero aquí entro yo, aquí entra tu hermano mayor, el jefe actual de la
-familia, el cual tiene la suerte de ver las cosas con gran claridad,
-y de plantear todas las cuestiones en el terreno positivo. Yo te
-pregunto: ¿es tu deseo pertenecer a alguna de las Órdenes claustradas
-y reclusas, o a estas modernas, a la francesa, que persiguen fines
-esencialmente prácticos y sociales? Te lo pregunto, querida hermana,
-no porque piense oponerme a tu resolución en ninguno de los dos casos,
-sino para fijar bien los términos de la cuestión, y puntualizar tus
-relaciones ulteriores con la familia bajo el punto de vista social y
-económico. Conviene tratar el tema de la dote, o sea de tu religiosidad
-bajo el aspecto de los intereses materiales... Porque si no fijamos
-bien... si no demarcamos bien...</p>
-
-<p>Doña Catalina interrumpió con nerviosa impaciencia a su hermano, en
-el momento en que este acentuaba sus argumentaciones con los dos dedos
-índices sobre el filo de la elegantísima mesa de su despacho.</p>
-
-<p>—No te canses en tratar este asunto como si<span class="pagenum"
-id="Page_35">p. 35</span> fuera una discusión del Senado. Esto
-es sencillísimo; tanto, que yo sola puedo resolverlo sin consejo
-ni auxilio de nadie. Quédense tus sabidurías para cosas de más
-importancia. Yo tengo mis ideas...</p>
-
-<p>Aquí la interrumpió él prontamente, apoderándose de la frase para
-comentarla con cierta acritud:</p>
-
-<p>—Eso es lo que yo temo, señora hermana; y cuando te oigo decir:
-«Tengo mis ideas», me echo a temblar, porque los hechos me prueban que
-tus ideas no son de una perfecta congruencia con la realidad.</p>
-
-<p>—Ello es que las tengo, querido hermano —dijo la Condesa de Halma
-con humildad—, y tú tienes las tuyas. Fácil es que no concuerden unas
-con otras. Pensamos, sentimos la vida de un modo muy distinto. Déjame
-a mí por mi camino, y sigue tú el tuyo. Quizás nos encontremos, quizás
-no. ¿Eso quién lo sabe? Cierto es que yo quiero hacer vida religiosa.
-No puedo decirte aún si entraré en las Órdenes antiguas, o en las
-modernas. Soy un poco lenta en mis resoluciones, y mis ideas han de
-madurar mucho para que yo me decida a ponerlas en práctica. Quizás te
-sorprenda con algún proyectillo que pase un poquito la línea de lo
-común. No sé. Cada cual tiene sus aspiraciones. Yo las tengo en mi
-esfera, como tú en la tuya.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_36">p. 36</span>—Ya, ya —dijo el
-Marqués encontrando un fácil motivo de argumentación humorística—. Mi
-señora hermana pica alto. La fuerza de su humildad le sugiere ideas que
-se parecen al orgullo como una gota a otra gota. No encuentra dignas
-de su ardor religioso las Órdenes consagradas por el tiempo, y aspira
-a eclipsar la gloria de las Teresas y Claras, fundando una nueva Regla
-monástica para su recreo particular... Y yo pregunto: ¿corresponderán
-las facultades intelectuales de mi querida hermana a la nobilísima
-aspiración de su alma generosa? Me permito dudarlo... No me niegues
-que has pensado en ello, Catalina, y que sueñas con la celebridad de
-fundadora. Te lo he conocido en lo que callas, conversando conmigo,
-más que en lo que dices. Te lo he conocido en ciertas reticencias
-sorprendidas en ti, cuando de soslayo tratamos alguna vez del empleo
-que pensabas dar a los restos de tu legítima. Y ahora, hermana mía,
-abordo nuevamente la cuestión de intereses, asaltado de una duda. Yo
-pregunto: ¿mi señora hermana, en el estado cerebral particularísimo
-que es producto infalible del misticismo, está en el caso de apreciar
-con exactitud la cuantía de su legítima, después de los suplidos de
-Oriente, que no hay para qué recordar ahora? Permítaseme dudarlo.</p>
-
-<p>—Creo poder apreciarlo —dijo la de Halma<span class="pagenum"
-id="Page_37">p. 37</span> con firmeza—; aunque, según tú, me falta el
-sentido de las cosas materiales.</p>
-
-<p>—No es caprichosa esa opinión mía, pues la fundo en una triste
-experiencia. Por no haber sabido a tiempo amaestrar la imaginación,
-esta te desfigura los hechos, te agranda todo lo que pertenece al
-concepto ventajoso, y te empequeñece lo...</p>
-
-<p>—¡Ay, no! —replicó la viuda con viveza—. ¿Piensas que la imaginación
-me empequeñece lo malo?... Di más bien lo contrario. Veo siempre
-considerablemente extendido todo aquello que me perjudica...</p>
-
-<p>—Seguramente creerás que la parte de tu legítima que está en mi
-poder —dijo don Francisco de Paula con cierta conmiseración—, se eleva
-a una cifra fabulosa. Fuera de que la legítima era en sí bastante menor
-de lo que pudimos creer en vida de nuestro querido padre (que de Dios
-goce), hay que tener en cuenta que tu disparatado casamiento más ha
-sido para disminuirla que para aumentarla.</p>
-
-<p>—Dejaremos esta cuestión para cuando sea más oportuno tratarla —dijo
-doña Catalina levantándose.</p>
-
-<p>—Como quieras. Pero no te impacientes por subir a tu nido, y oye
-la observación que quiero hacerte respecto a tus proyectos de vida
-monástica. Siéntate un momento más, y bueno<span class="pagenum"
-id="Page_38">p. 38</span> será que atiendas ahora, más que otras veces
-lo hiciste, a las sanas advertencias de tu hermano, que a falta de
-otra sabiduría, tiene la de presentar las cuestiones en su aspecto
-serio. No te censuro que te lances con ardor a la vida religiosa y
-santa. También eso, aunque con apariencias imaginativas, puede ser
-práctico, esencialmente práctico. Si tu conciencia, si tu corazón
-te impulsan por ese camino, síguelo, que tu carácter y los hábitos
-adquiridos no te permitirán quizás, o sin quizás, ir por otro. Mi
-aprobación en toda regla. Cuanto pertenezca al orden de la piedad, y
-a los supremos <i>intereses</i> espirituales, me tendrá siempre en
-favorable disposición. Pero concrétate a un papel puramente pasivo,
-pues no naciste tú para la iniciativa ni para la actividad, en su
-acepción más lata. Temo mucho a tus ambiciones de fundadora, y veo
-en peligro los reducidos intereses que constituyen tu legítima. Con
-ellos se te podría constituir una dote decorosa, y si me apuran, una
-dote espléndida. Pero si en vez de concretarte a ser humilde oveja,
-como piden tu carácter débil y, permíteme que lo diga, tus cortos
-alcances, te quieres meter a pastora, no tienes ni para empezar. ¡Ah!
-vivimos en un siglo en que no se pueden desmentir las leyes económicas,
-querida hermana; y el que no tenga en cuenta las leyes económicas, se
-estrellará<span class="pagenum" id="Page_39">p. 39</span> en toda
-empresa que acometa, aun aquellas del orden espiritual. Así como no se
-puede hacer una tortilla sin romper huevos, no puede emprenderse cosa
-alguna sin capital. Hoy no se crean Órdenes o Congregaciones con el
-esfuerzo puro de la fe y del ejemplo edificante. Se necesita que el
-que funda, posea una fortuna que consagrar al servicio de Dios, o que
-encuentre protectores ricos y piadosos. Tú no los encontrarás para ese
-objeto, si piensas buscar apoyo en la familia. Los parientes próximos,
-puedo citártelos uno por uno, no están en disposición de consagrar a
-un negocio tan problemático como la salvación de las almas propias
-y ajenas sus apuradas rentas. De modo, que si te obstinas en llevar
-adelante un pensamiento demasiado ambicioso, no harás nada de provecho,
-y perderás en vanas tentativas lo poco que tienes. Nuestra época admite
-los arrebatos místicos, pero con la razón siempre por delante; admite
-la caridad en grado heroico, pero con capital a la espalda, capital
-para todo, hasta para allanarle a la humanidad los caminos del Cielo.
-Tú no posees ni ese capital encefálico que se llama razón, ni esa razón
-suprema de los actos colectivos, que se llama capital. Intenta algo que
-se salga de lo común, y verás como sale un despropósito. Siembra tu
-pobre iniciativa, y cogerás cosecha de tristes desengaños.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_40">p. 40</span>—¿Has concluido?...
-¡Qué bien se explica el señor senador! —le dijo Catalina con gracejo—.
-¿Y si te dijera que no me has convencido? Me reñirías un poquito
-más. ¿Y si al reñirme más, yo me permitiera el atrevimiento de no
-hacerte caso? Pero si no conoces mis ideas, ni mis planes, ¿para qué
-los criticas? Es una verdadera desdicha que seas tan parlamentario,
-porque a todo le das el giro de discusión de negocio grave, y te
-sale un debate político de cada dedo. Yo no discuto, ni critico, ni
-<i>parlamenteo</i> nada. Lo que pienso hacer lo haré si puedo, y si
-no, no. ¿Ya te estás curando en salud, creyendo que voy a pedirte algo
-que no sea mío? Respira tranquilo, hombre práctico, apóstol del dogma
-económico, y de las sacrosantas doctrinas del capital y la renta, y tal
-y qué sé yo. Niégame que existe un capital más eficaz que el que se
-forma con el dinero y la razón.</p>
-
-<p>—A ver... ¿qué?</p>
-
-<p>—La fe... No te rías...</p>
-
-<p>—Si no me río. Pues estaría bueno que yo me riera de la fe... no,
-querida y respetada hermana... Debo poner punto por hoy en estas
-discusiones. Sé que no he de convencerte. Yo digo: «terquedad, tu
-nombre es Catalina de Halma...» Espero que otro será más afortunado que
-yo.</p>
-
-<p>—¿Quién?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_41">p. 41</span>—Don Manuel...
-Nuestro buen amigo triunfará de tus manías.</p>
-
-<p>En aquel punto entró en el despacho la Marquesa, que acababa de
-llegar de misa, y cogiendo al vuelo las últimas palabras, terció en el
-debate, repitiendo, como un eco de su marido:</p>
-
-<p>—Don Manuel, don Manuel te convencerá.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChI_6">
- <h3>VI</h3>
-</div>
-
-<p>Y como si las palabras de Consuelo fueran una evocación, apareció en
-la puerta, sin que antes se le sintieran los pasos, un clérigo alto y
-viejo, que sonriendo y con blanda vocecilla, decía:</p>
-
-<p>—Don Manuel, sí, aquí está don Manuel, dispuesto a convencer a la
-misma sinrazón... ¡Oh, mi señora doña Catalina!... A fe de Manuel
-Flórez que no esperaba tan grato encuentro, y pensaba, antes de
-almorzar, darme una vueltecita por arriba.</p>
-
-<p>—Hoy es día solemne —dijo el Marqués con su habitual cortesanía—;
-hoy tenemos a almorzar al señor don Manuel, y mi hermana, que sabe
-cuánto se merece un amigo de tal calidad, quebranta su clausura, baja
-al comedor y nos acompaña a la mesa.</p>
-
-<p>—No merezco yo tanto... ¡Oh!</p>
-
-<p>Doña Catalina quiso protestar sin ofender al venerable sacerdote;
-pero su voz fue ahogada<span class="pagenum" id="Page_42">p. 42</span>
-por admoniciones cariñosas, y poco después pasaron los cuatro al
-comedor. Por el camino decía el simpático Flórez a la Condesa de
-Halma:</p>
-
-<p>—No está demás, mi buena y santa amiga, aflojar un poquito la cuerda
-de vez en cuando.</p>
-
-<p>Con decir que la educación del Marqués y la de su esposa era
-exquisita, se dice que en el curso del almuerzo no se habló más que
-de cosas gratas, en las cuales pudieran todos decir su palabra sin
-ninguna violencia. Catalina estuvo melancólica y amable, don Manuel
-festivo, el Marqués reservado, y Consuelo con todos fina y obsequiosa.
-Nada ocurrió, pues, que merezca especial mención. Dijeron algo de
-política, que Feramor trataba siempre con criterio muy elevado, huyendo
-de las personalidades, cuatro palabras de literatura y academias, y
-un poco también del proceso del cura Nazarín, que por aquellos días
-monopolizaba la atención pública, y traía de coronilla a todos los
-periodistas y <i>reporters</i>. Divididos los pareceres sobre aquella
-extraña personalidad, unos le tenían por santo, otros por un demente,
-en cuyo cerebro se habían reunido con extraordinaria densidad los
-corpúsculos insanos que flotan, por decirlo así, en la atmósfera
-intelectual de nuestro tiempo. Interrogado sobre tan peregrino caso,
-el bonísimo don Manuel dijo que aún no tenía datos suficientes para
-formar criterio en aquel punto,<span class="pagenum" id="Page_43">p.
-43</span> y que se reservaba su opinión para cuando hubiese estudiado,
-con repetidas visitas y conferencias, al loco, santo, o lo que fuera.
-La de Halma no dijo esta boca es mía, ni aun demostró interés en
-un asunto, que por ser cosa que andaba en los periódicos, debió de
-parecerle de interés vano y pasajero.</p>
-
-<p>Después del almuerzo, subieron don Manuel y doña Catalina al
-aposento de esta, y se entretuvieron largo rato charlando con los
-chiquillos y la institutriz, la cual era inglesa, de edad madura, con
-rostro de pájaro disecado, buena persona, que sabía su oficio y cumplía
-muy bien, transmitiendo a las criaturas sus maneras finísimas, y sus
-tópicos de ciencia fácil para uso de familias bien acomodadas. Cuatro
-eran los niños de los señores Marqueses, y a todos se les nombraba
-con los diminutivos familiares, a la usanza inglesa. Alejandrito,
-el mayor (<i>Sandy</i>), despuntaba por su corrección de pequeño
-<i>gentleman</i>, y era un fiel trasunto de su papá, por lo comedido,
-lo económico, y la precocidad de las cosas prácticas. Seguía Catalinita
-(<i>Kitty</i>), ahijada de su tía del mismo nombre, monísima criatura,
-muy espiritual y un poquitín traviesa. Paquito (<i>Frank</i>) era un
-poco abrutado, pero en él despuntaba una inteligencia sólida para la
-mecánica y... las obras públicas. Como que su juego preferido era
-imitar el ferrocarril, hacien<span class="pagenum" id="Page_44">p.
-44</span>do él de locomotora. Seguía Teresita, de tres años, a la cual
-llamaban <i>Thressie</i>, gordinflona, comilona, y nada espiritual, por
-el momento. Se pirraba por chapotear en agua, lavar trapos, y otras
-ordinarias ocupaciones. Era la que más daba que hacer a la <i>miss</i>,
-a quien llamaban <i>Dolly</i>, que es lo mismo que Dorotea.</p>
-
-<p>Fuéronse todos de paseo muy bien arregladitos, pastoreados por la
-inglesa, y solos ya la Condesa y don Manuel, se encerraron, quiero
-decir, que a solas estuvieron larguísimo tiempo, casi toda la tarde,
-charlando de cosas graves de religión y de beneficencia. No es posible
-continuar en esta verídica narración sin afirmar que don Manuel Flórez
-era un sacerdote muy simpático: sus singulares prendas lo mismo le
-daban prestigio y consideración en las clases altas, que popularidad en
-las inferiores. Entre diversos linajes de personas andaba de continuo,
-codeándose con aristócratas, o alternando con la pobreza humilde,
-y arriba y abajo sabía emplear el lenguaje más propio para hacerse
-entender. En él eran de admirar, más que las virtudes hondas, las
-superficiales, porque si no carecía de austeridad y rectitud en sus
-principios religiosos, lo que más en él resplandecía era la pulcritud
-esmerada de la persona, la dulzura, la benevolencia, y el lenguaje
-afectuoso, persuasivo y en algunos casos retórico de buen gusto. La
-ma<span class="pagenum" id="Page_45">p. 45</span>licia pudo alguna vez
-tratar de mancharle, arrojándole salpicaduras de lodo callejero; pero
-siempre salió limpio y puro de aquellos ataques por su constancia en
-despreciarlos y no darles ningún valor.</p>
-
-<p>Nunca tuvo ambición eclesiástica. Hubiera podido ser obispo con
-solo dejarse querer de las muchas personas de gran influencia política
-que le trataban con intimidad. Pero creyó siempre que, mejor que en el
-gobierno de una diócesis, cumpliría su misión sacerdotal utilizando
-en servicio de Dios la cualidad que este, en grado superior, le había
-dado, el don de gentes. ¡Prodigiosa, inaudita cualidad, cuyos efectos
-en multitud de casos se revelaban! No era solo la palabra, ya graciosa,
-ya elocuente, familiar o grave según los casos; era la figura, los
-ojos, el gesto, el alma flexible y escurridiza que se metía en el
-alma del amigo, del penitente, del hermano en Dios, y aun del enemigo
-empecatado. Podría creerse que tal cualidad serviría para lucir en
-el púlpito. Pues no señor. En su juventud había probado la oratoria
-sagrada con éxito dudoso. Predicador adocenado, pronto hubo de conocer
-que a ninguna parte iría por aquel camino. Su apostolado tenía por
-órgano la conversación, y el trato social era el campo inmenso donde
-debía ganar sus grandes batallas.</p>
-
-<p>Vivía Flórez con independencia, de la renta<span class="pagenum"
-id="Page_46">p. 46</span> de dos buenas fincas que heredó de sus
-padres en Piedrahita. No tenía, pues, que afanarse por la <i>pícara
-olla</i>, ni que volver los ojos, como otros infelices, al palacio
-episcopal, a las parroquias o al Ministerio de Gracia y Justicia. Dios
-le había hecho vitalicio el pan de cada día, poniéndole en condiciones
-de ejercer su ministerio con la eficacia que da... una alimentación
-perfecta. No le venía mal la independencia hasta para la conservación
-de su fácil ortodoxia, de su perfecta conformidad con el espíritu y
-la letra de cuanto enseña y practica la Santa Iglesia. Vestía con
-pulcritud y hasta con cierta elegancia dentro de la severidad del traje
-eclesiástico, sin que en ello hubiera ni asomos de afectación, pues en
-él el aseo y la compostura eran cosa tan natural como el habla correcta
-y la bondad de las acciones. Era elegante, por la misma razón porque
-cantan los pájaros y nadan los peces. Cada ser tiene su epidermis
-propia, producto combinado de la nutrición interior y del medio
-atmosférico. La ropa es como una segunda piel, en cuya composición y
-pátina tanta parte tiene lo de dentro como lo de fuera.</p>
-
-<p>Importantísimo debía de ser lo que hablaron aquella tarde don Manuel
-y doña Catalina, porque la encerrona fue larga. Despidiose el buen
-sacerdote al fin, diciendo al coger su teja:</p>
-
-<p>—Quedamos en eso..., ¿eh?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_47">p. 47</span>—Yo no diré nada, ni
-haré nada.</p>
-
-<p>—Corriente, mi buena y santa amiga. Si algo le dicen a usted,
-desentiéndase. Si sobreviene algún disgustillo, écheme la culpa. No
-tiene más que decir: «cosas de don Manuel».</p>
-
-<p>—Perfectamente. Si consigo lo que deseo, a usted lo deberé todo, y
-suya será la gloria.</p>
-
-<p>—No, eso no: la gloria es de usted, quedamos en eso, en que la
-gloria es de usted. No soy más que el ejecutor o el auxiliar de una
-grande, de una excelsa idea. Adiós, adiós.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChI_7">
- <h3>VII</h3>
-</div>
-
-<p>Bajó despacito las escaleras, fija la vista en los peldaños,
-mientras volteaba en su mente la grande, la excelsa idea, y en el
-portal se encontró a los señores Marqueses que regresaban de su paseo
-en coche.</p>
-
-<p>—¿Todavía por aquí, don Manuel?</p>
-
-<p>—¿Quiere quedarse a comer?</p>
-
-<p>—Gracias mil. Ya saben que no como a estas horas. Mi chocolatito, y
-a la cama como un ángel. Consuelo, buenas tardes.</p>
-
-<p>—¿Y cuándo tendremos el gusto de volver a verle por aquí? —le
-preguntó el Marqués.</p>
-
-<p>—Ese gusto lo tendrán ustedes mañana.</p>
-
-<p>—El disgusto será de usted.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_48">p. 48</span>—Quizás... Pero en
-fin, mañana hablaremos. Abur, abur.</p>
-
-<p>Requirió el manteo, y se fue, dejando a su buen amigo un tanto
-caviloso con aquel anuncio de conferencia, que debía de ser, se lo
-decía el corazón, alguna extravagancia de su señora hermana la Condesa.
-Preparose, pues, prejuzgando todos los órdenes, de razonamientos
-con que podría embestirle don Manuel, y le aguardó tranquilo. Las
-diez no eran todavía cuando el sacerdote entró en la casa, y ambos
-en el despacho, sentaditos a uno y otro lado de la mesa, hablaron
-largo tiempo. El Marqués, si le dejaban, era un águila para las
-amplificaciones; pero Flórez sabía ser lacónico y contundente cuando
-el caso lo exigía. La confianza autoritaria, de superior a inferior,
-con que le trataba, por haber sido su maestro antes de la partida de
-Feramor para Inglaterra, facilitaba mucho a don Manuel las fórmulas de
-concisión.</p>
-
-<p>—Ya, ya me lo figuraba —dijo el Marqués, oída la breve exposición
-que hizo don Manuel de su visita—. Desde que usted me indicó anoche...
-Bajaba usted de su cuarto, donde estuvo en cónclave con ella toda la
-tarde... En seguida comprendí. Mi señora hermana desea que le entregue
-su legítima.</p>
-
-<p>—Exactamente.</p>
-
-<p>—¿Y para eso tanto misterio, y conferencias<span class="pagenum"
-id="Page_49">p. 49</span> tan largas entre usted y ella? ¿Por qué no
-me lo dice? ¿Acaso me niego a entregarle lo suyo? ¿Por ventura no
-tengo mis cuentas bien claras, y mi conciencia muy tranquila, y todos
-los asuntos tan en regla, que fácilmente podría contestar a cuantas
-objeciones se me hicieran? Vea usted, vea usted...</p>
-
-<p>Y diciendo esto sacó un legajo cuyo rótulo decía: «Cuenta de las
-cantidades suplidas a mi señora hermana Catalina...»</p>
-
-<p>—Ya, ya —dijo el clérigo continuando de memoria la lectura del
-rótulo—. «Suplidos en Madrid cuando se casó... y después en Sophia,
-Constantinopla, Corfú...» Dame acá.</p>
-
-<p>Y tomó los papeles, y sin dignarse pasar por ellos la vista, con
-resolución firme y calmosa empezó a romperlos, no pudiendo hacerlo con
-todo el legajo de una vez, por ser demasiado grueso.</p>
-
-<p>—¡Qué hace usted, don Manuel! —exclamó el Marqués abalanzando su
-cuerpo por encima de la mesa, pero sin atreverse a quitarle al otro de
-las manos los papeles que rompía pausadamente, echando los pedazos en
-una cestita próxima.</p>
-
-<p>—Ya lo ves... Hago lo que tú harías si fueras como Dios y yo
-queremos que seas, lo que harás seguramente si reflexionas en ello...
-Déjame, déjame que deshaga toda esta podredumbre...</p>
-
-<p>—Pero...</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_50">p. 50</span>—No hay pero que
-valga. ¡Si has de concluir por aprobarlo, y ayudarme a romper los que
-quedan! Hijo mío, tengo de ti mejor idea de lo que parece, y aunque
-te empeñes en disimular tu buen corazón con esas apariencias de
-egoísmo que te impone la sociedad, no has de conseguirlo. Ya, ya estás
-comprendiendo que debes entregarle a tu hermana su legítima íntegra, y
-que esa resta infame que tenías preparada no es propia de un caballero
-cristiano... como debes ser... como eres, lo digo y lo repito, como
-eres.</p>
-
-<p>—¡Don Manuel!</p>
-
-<p>—Don Manuel te quiere mucho, y cuando te ve desfigurado por el
-egoísmo, que todo lo contamina, te rehace a su gusto... Yo quiero que
-seas conforme al tipo de caballero cristiano que quise formar en ti
-cuando te llevaron a tierras de ingleses metalizados. No pongas esa
-cara compungida, ni abras esos ojazos, Paco, amigo mío y discípulo
-amado. Los anticipos que hiciste a tu hermana son miserias... miserias
-para ti, que eres rico; y si retienes esas cantidades al entregarle
-su legítima, rebajas tu dignidad, y te pones al nivel de la gente mal
-nacida. Prueba que eres noble, no solo de nombre, sino de hechos, y
-perdónale a tu pobre hermana las limosnas que le hiciste, que si el no
-dar limosna es cosa fea, el reclamar la que se dio es cosa feísima,
-plebeya, vil.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_51">p. 51</span>—Permítame usted,
-mi querido Flórez —dijo el Marqués palideciendo, sin ningunas ganas
-de ceder, pero también sin ánimo para oponerse al rasgo de su amigo y
-maestro—; permítame usted que le diga que no es esa la manera de tratar
-las cuestiones de intereses. Discutamos...</p>
-
-<p>—Eso es lo que tú quieres, discutir, porque en ello siempre llevas
-ventaja. Pues yo aborrezco las discusiones; soy muy poco parlamentario.
-¿Y para qué habíamos de discutir? Ya han desaparecido en pedacitos
-mil tus famosas cuentas. Mía es la responsabilidad de este crimen de
-lesa majestad... económica. Pero mi conciencia está tranquila, y aquí
-donde me ves, al romper tus papelotes he sentido en mi interior un
-goce vivísimo. ¡Si tú eres bueno, si tú mismo no sabes lo bueno que
-eres! Ea, voy a echármelas de parlamentario. Discusión: planteo el
-debate. Seré breve, muy breve. Escúchame. Tú eras rico, tu hermana
-pobre. Tú habías hecho un buen casamiento, bajo todos puntos de vista;
-tu hermana lo había hecho detestable. Tú eras feliz, ella desgraciada.
-¿Qué menos podías hacer que socorrerla en su miseria, cuando aún no
-podías entregarle su legítima, por no estar ultimada la testamentaría?
-La socorriste, fuiste buen hermano, buen caballero, y ahora, cuando
-ella te pide la herencia de vuestro padre, te ade<span class="pagenum"
-id="Page_52">p. 52</span>lantas gallardamente y le dices: «Querida
-hermana, toma lo que te pertenece, y olvida los sinsabores que te
-causé, como yo olvido los socorros que te di.» Esto hace un prócer,
-esto hace un caballero, esto hace el primogénito de una casa ilustre
-que hoy se encuentra en posesión de grandes riquezas.</p>
-
-<p>—No me deja usted hablar... ¡Pero don Manuel de mi alma...!</p>
-
-<p>—Si estoy yo <i>en el uso</i> de la palabra, como decís allá.
-Después hablará su señoría, que aún tengo mucho que decir... Sigo.
-Pues me figuro que tengo delante de mí a tu padre, o mejor aún, que
-el hombre que tienes frente a ti, no soy yo, sino aquel bonísimo
-aunque desordenado Pepe Artal, mi noble amigo. ¿Por qué me decidí a
-romperte todo este papelorio? Porque tenía la seguridad de que él lo
-hubiera roto. No era yo, era él, quien lo rompía. Hago revivir ante
-ti la imagen, más que la memoria, de tu padre, para que le imites en
-este caso, aunque en otros me guardaría muy bien de presentártelo
-como modelo. ¡Ah!... Paco mío, tu padre era un perdido... digo,
-tanto como un perdido no, era una mala cabeza, el desbarajuste, la
-imprevisión. Cabeza de trapo, corazón de oro. ¡Qué corazón el de Pepe
-Artal! Era el caballero español, dispuesto a todas las barbaridades
-imaginables; pero también generoso, verdadera<span class="pagenum"
-id="Page_53">p. 53</span>mente noble y magnánimo. El pobrecito no
-conoció a los economistas ingleses, ni siquiera por el forro. Había
-oído hablar con grandes encarecimientos de los políticos de allá: Lord
-Palmerston, Pitt, qué sé yo; pero él no les conocía más que yo a los
-sacerdotes de Confucio. Creía que todo lo bueno ha de traer una marca
-que diga <i>Londón</i>, y se empeñó en que tú habías de entrar en el
-mundo social y político con esa etiqueta. Fuiste allá, volviste hecho
-un inglesote. Vales mucho, yo no lo niego. Serás capaz de arreglar la
-Hacienda española... trabajo te mando... como has arreglado la tuya.
-Tienes grandes cualidades, algunas muy raras aquí, y que nos hacen
-mucha falta; pero careces de otras, quizás las más elementales...
-Pero yo, que te quiero tanto, tanto, te cojo, como se coge un muñeco
-o cualquier figurilla de materia blanda, y te retuerzo, y te doy una
-gran vuelta, hasta enderezar en ti lo que me parece torcido, y hacerte
-a mi gusto... Conque se acabó el discurso. Quedamos en eso: en que le
-entregarás a tu hermana su legítima sin escatimarle las sumas con que
-acudiste a sus necesidades en los tiempos de su extrema pobreza...
-¿Estamos? Pues bien, ahora, yo que soy un gran embustero cuando el caso
-llega, subiré a ver a Catalina, y le soltaré una mentira muy gorda,
-pero muy gorda...</p>
-
-<p>—¡Qué!</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_54">p. 54</span>—Que tú, por tu
-propia iniciativa, como saliendo de ti, ¿me entiendes? has tenido ese
-rasgo. Que yo no te he dicho nada, que los papeles los rompiste tú,
-mejor, que ya los habías roto; en fin, yo me entiendo.</p>
-
-<p>—¿Y eso dirá usted a mi hermana?</p>
-
-<p>—Eso mismo, tal como lo oyes.</p>
-
-<p>—Pues no lo creerá —dijo Feramor, sonriendo por primera vez después
-del sofoco que acababa de pasar.</p>
-
-<p>—Tanto peor para ella y para ti... Pero sí lo creerá. Basta que se
-lo diga yo.</p>
-
-<p>—Con muchos actos de veracidad como este...</p>
-
-<p>—¡Pero si en rigor no es mentira lo que pienso contarle! ¡Si tú,
-al fin, sientes ya no haber tenido aquella espontaneidad, porque tu
-corazón se ha vuelto del lado de la esplendidez galana y noble! Y el
-aceptar ahora gozoso lo que antes no hiciste, es lo mismo que si lo
-hubieras hecho, y llegas a creer que tú mismo rompiste las cuentas,
-y... Vaya, confiésame que te has penetrado de tu papel de caballero
-y de buen hermano, y que estás contento de haberlo mostrado con una
-gallardísima acción. Confiésalo, di que sí, y con esa declaración me
-quedo yo más tranquilo, y no me remorderá la conciencia por el embuste
-que voy a encajarle a la Condesa...</p>
-
-<p>—Hm...</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChI_8">
- <p><span class="pagenum" id="Page_55">p. 55</span></p>
- <h3>VIII</h3>
-</div>
-
-<p>—Mire usted, mi querido don Manolo —dijo el Marqués sentándose,
-después de dar dos o tres vueltas por la estancia—. Sin esfuerzo
-alguno, y con solo una ligera indicación de usted o de ella misma,
-habría usted visto en mí eso que llama rasgo, si supiera yo que al
-entregar a mi hermana su legítima, daba un empleo útil a ese pequeño
-capital... Déjeme usted seguir, que ahora me toca hablar a mí. ¡Pues
-no faltaba más sino que usted se lo dijera todo! Continúo <i>en el
-uso</i> de la palabra. Cúreme usted a mi hermana de sus manías de
-fundadora...</p>
-
-<p>—Pero ven acá, majadero, ¿acaso la fe es una enfermedad?</p>
-
-<p>—Que hablo yo ahora: no se interrumpe al orador. Quítele usted
-de la cabeza a mi señora hermana esas ideas y esos planes para cuya
-realización no le ha dado Dios el cacumen que se necesita, y no solo
-le entregaré gustoso lo que le pertenece, sin merma alguna, sino que
-añadiré algo, siempre que ella se humanice, dejándose de aspirar a
-la canonización, y vuelva al mundo, mirando por su propio interés y
-por el de la familia. De buen grado daré todo el esplendor posible
-a la posición que ella podría<span class="pagenum" id="Page_56">p.
-56</span> crearse, bien casándose con el viudo Muñoz Moreno-Isla, bien
-con...</p>
-
-<p>—¡Paco, por Dios, no desbarres!... Sí, te interrumpo, no te dejo
-hablar, no consiento que barbarices de ese modo. ¡Pero tonto, si
-su grande espíritu la llama hacia cosas bien distintas de eso que
-llamas posición!... ¡Vaya una posición! ¡Si ella quiere la más alta
-de todas, la que será siempre inaccesible para todos esos Casa-Muñoz
-y demás traficantes ennoblecidos que se revuelcan en la vulgaridad,
-entre barreduras de plata y oro! ¡Buena está Catalina para vender la
-alegría de su alma, que consiste en estar siempre en Dios y con Dios,
-por el dinero de esos publicanos! ¡Divertida estaría tu hermana con
-esa gente, pues a trueque de poseer unas cuantas acciones del Banco,
-tendría que soportar a su lado noche y día al de Casa-Muñoz y oírle
-decir <i>áccido</i>, <i>carnecería</i>, y otros barbarismos! ¡Y de
-añadidura, tener por cuñada a la Josefita Muñoz, la <i>reina de las
-tintas</i>, como la llama no sé quién, y oírla y aguantarla y estar
-cerca de ella, cosa tremenda, porque es público y notorio que le
-huele mal el aliento!... Yo no me he acercado... tate... Me lo han
-dicho. Pues otra: la madre de esos tenía su tienda en la calle de la
-Sal. ¡Dios misericordioso, las varas de sarga que me ha medido a mí
-la buena señora para sotanas! ¡Y hoy sus hijos son Marqueses,<span
-class="pagenum" id="Page_57">p. 57</span> y en señal de finura se
-llevan la mano a la boca cuando les viene un eructo, y van a París
-como maletas para introducir en España la moda... de los <i>huevos al
-plato</i>! ¡Y esa es la posición que quieres para tu hermana!</p>
-
-<p>—No se puede con usted, mi buen don Manolo, cuando toma las cosas
-en solfa —replicó el Marqués festivamente—. Búrlese usted todo lo
-que quiera; pero yo repito y sostengo que no hay otro medio, para
-crear clases directoras en esta desquiciada sociedad, que cruzar la
-aristocracia de pergaminos con la de papel marquilla, dueña del dinero
-que fue de la Iglesia y de las casas vinculadas. Yo le aseguro a
-usted...</p>
-
-<p>—No me asegures nada... Tu hermana no quiere ser clase directora
-en el sentido social. Puede serlo en otro mucho más elevado. Sus
-desgracias le han hecho aborrecer toda esa miseria dorada del mundo.
-Ningún amor terrestre puede sustituir en su alma al cariño que tuvo a
-su esposo. Ahí donde la ves, con todo ese aire de poquita cosa, es una
-heroína cristiana. Fue buena esposa, mártir de sus deberes; la memoria
-del pobre muerto es su consuelo, y la llama vivísima de fe que arde
-en su alma se traduce en la ambición de consagrar su vida al bien de
-sus semejantes, a aliviar en lo posible los males inmensos que nos
-rodean, y que vosotros los ricos, los prácticos, los parlamentarios,
-veis con<span class="pagenum" id="Page_58">p. 58</span> indiferencia,
-cuando no los escarnecéis, queriendo aplicar a su remedio las famosas
-leyes económicas, que vienen a ser como la receta del italiano contra
-las pulgas.</p>
-
-<p>—Pero si yo no me opongo a que mi hermana sea piadosa... Accedo
-a que no se case, a que se dedique a la oración en la soledad de un
-claustro. Soy creyente, bien lo sabe usted.</p>
-
-<p>—Hm... ¡Creyente! Todos los señores prácticos, políticos y
-parlamentarios lo son por conveniencia, por decoro y exterioridad. Van
-con vela a las procesiones, y cuando se arrodillan ante el Santísimo y
-ven elevar la hostia, están pensando en que los cambios suben también,
-o bajan.</p>
-
-<p>Dijo esto don Manuel nervioso, impaciente, levantándose y dando
-tumbos por el cuarto. De pronto entra <i>Sandy</i> a pedir a su padre
-los sellos que había recibido aquellos días, y el buen sacerdote,
-después de acariciarle, le dice:</p>
-
-<p>—Corre al segundo, alma mía, y a tu tiíta Catalina que baje al
-momento, que tu papá y yo tenemos que hablarle.</p>
-
-<p>Subió el chiquillo como una exhalación, y en el tiempo transcurrido
-hasta que se presentó la Condesa, el Marqués hubo de parafrasear
-sus últimas afirmaciones para evitar que Flórez las interpretara
-torcidamente. Era hombre práctico, y humillándose ante los hechos<span
-class="pagenum" id="Page_59">p. 59</span> consumados, quería quedar
-bien con todo el mundo.</p>
-
-<p>—He querido decir, señor don Manuel, que no ha demostrado mi
-hermana, hasta ahora, aptitudes para cosa tan grande, para una empresa
-que no solo requiere piedad, sino inteligencia, saber del mundo y
-de los negocios. Eso sostuve y sostengo. ¿Pero acaso el que no haya
-demostrado aptitudes, significa que no pueda adquirirlas cuando menos
-se piense? La fe hace milagros, ¿quién lo duda? La fe puede mucho.</p>
-
-<p>—Según tú, los milagros los hace la santa economía.</p>
-
-<p>—También. Y la inteligencia, y el método, y...</p>
-
-<p>La entrada de su hermana le cortó la palabra. Antes de saludarla,
-don Manuel le alargó desde lejos los brazos, diciéndole con tanta
-seriedad como alegría:</p>
-
-<p>—Venga usted acá, señora Condesa de Halma, y dé las gracias a su
-hermano, este noble hijo de su padre, esta gloria de los Artales y
-Javierres... El señor Marqués, no bien le indiqué los proyectos de
-usted, abrió, como quien dice, su corazón y su alma toda, inundada de
-fe cristiana y de entusiasmo católico. Y nada... que disponga usted
-de su legítima, sin merma alguna, que no hay cuentas, ni las hubo, ni
-puede haberlas entre dos hermanos<span class="pagenum" id="Page_60">p.
-60</span> que tanto se aman... que si no basta, él está dispuesto...</p>
-
-<p>—Poco a poco, don Manuel... Yo...</p>
-
-<p>—Sí, sí, quiere decir que no nos abandonará en caso de... En fin,
-se ha portado como quien es, como un prócer castellano, caballero de
-la fe de Cristo. Ya lo esperaba yo, que conozco la raza, y he llorado
-de satisfacción viendo cómo sus ideas a las mías respondieron, cómo su
-noble corazón se inundó de regocijo ante los sublimes proyectos de su
-bendita hermana. ¡Vivan los Artales y Javierres, cuyo blasón no tiene
-igual en nobleza, cuya historia está llena de actos magnánimos, de
-virtudes heroicas! ¡Viva la familia que cuenta más santos que príncipes
-en su árbol genealógico, y príncipes a centenares, y felicitémonos
-todos, y yo el primero, por la honra de ser amigo de tan ilustres
-personas!</p>
-
-<p>—Bien, muy bien —dijo doña Catalina entre dos sonrisas, demostrando
-en la frialdad con que pronunció aquellas palabras, que no aceptaba
-como artículo de fe las del clérigo.</p>
-
-<p>—No me opongo jamás —dijo Feramor tragando saliva, para ahogar
-con ella la tumultuosa procesión que le andaba por dentro—, no me
-opongo a nada que sea razonable. Cuando lo espiritual se presenta
-en condiciones prácticas, soy el primero... ya se sabe... Mis
-ideas<span class="pagenum" id="Page_61">p. 61</span> generales,
-mis ideas políticas, concuerdan con todo lo que sea el <i>fomento
-y protección</i> de los intereses religiosos. La fe es una fuerza,
-la mayor de las fuerzas, y con su ayuda, las demás fuerzas, ora
-sociales, ora económicas, podrán realizar maravillas. Toda empresa de
-<i>mejora</i> moral me tiene a su lado, porque no veo más camino para
-el perfeccionamiento humano que las creencias firmes, la misericordia,
-el perdón de las ofensas, la protección del fuerte al débil, la
-limosna, la paz de las conciencias.</p>
-
-<p>—¡Qué hermosas ideas! —dijo don Manuel con fingido entusiasmo—.
-¡Benditas sean las riquezas que atesoras, porque con ellas harás el
-bien de tus semejantes desvalidos! Si todos los ricos fueran como tú no
-habría miseria, ¿verdad?, ni el problema social sería tan pavoroso.</p>
-
-<p>Al llegar a este punto, el Marqués necesitaba violentarse mucho para
-no coger una silla y dejarla caer sobre la cabeza del ladino y maleante
-sacerdote. Pero su corrección social, como una conciencia más fuerte
-que la conciencia verdadera, se sobrepuso a su enojo, y ni un momento
-desapareció de sus labios la sonrisa, que parecía esculpida, de la
-buena educación... ¡Ah, la buena educación! Era la segunda naturaleza,
-la visible, la que daba la cara al mundo, mientras la otra, la
-constitutiva, rara vez salía de la clausura en que las bien estudiadas
-for<span class="pagenum" id="Page_62">p. 62</span>mas urbanas la
-tenían recluida. Prescindir de aquella segunda naturaleza para todos
-los actos públicos y aun domésticos, era tan imposible como salir a la
-calle en cueros, en pleno día. Los refinamientos de la educación, si en
-algunos casos corrigen las asperezas nativas del ser, en otros suelen
-producir hombres artificiales, que por la consecuencia de sus actos se
-confunden con los verdaderos.</p>
-
-<p>Apurando los inagotables recursos de su buena educación, de aquella
-fuerza en cierto modo creadora y plasmante que hace hombres o por lo
-menos estatuas vivas, el Marqués sostuvo el papel que le había impuesto
-el eclesiástico amigo de la casa, y terminó la conferencia diciendo
-graciosamente a su hermana:</p>
-
-<p>—Dispón de... eso cuando quieras. Estoy a tus órdenes. Y, como te
-ha dicho muy bien don Manuel, entre nosotros, entre hermano y hermana,
-no se hable de cuentas, ni de anticipos... No, no me des las gracias.
-Es mi deber perdonarte una deuda insignificante. La fortuna me ha
-favorecido más que a ti; ¿qué digo la fortuna? Dios, que es quien
-da y quita las riquezas. Si a mí me las ha dado, es para que puedas
-consagrarte... consagrarte...</p>
-
-<p>No acabó el concepto, porque la buena educación, empleada a
-tan altas dosis, hubo de agotarse... Para disimular la repentina
-extinción<span class="pagenum" id="Page_63">p. 63</span> de aquella
-fuerza, el Marqués no tuvo más remedio que fingir una tosecilla.</p>
-
-<p>Y don Manuel, sacando una cajita de cartón, le dijo con buena
-sombra:</p>
-
-<p>—Tome usted, señor parlamentario, una pastillita de las que yo
-gasto.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChII_1">
- <p><span class="pagenum" id="Page_65">p. 65</span></p>
- <h2 class="nobreak">SEGUNDA PARTE</h2>
- <hr class="tir" />
- <h3>I</h3>
-</div>
-
-<p>Véanse ahora los artificios que en la conducta del Marqués de
-Feramor determinaba su segunda naturaleza, el ser urbano y correcto,
-pues el impulso adquirido le llevó a distancias considerables de su
-verdadera índole interna, petrificada en el egoísmo. Aquella noche
-y las siguientes, platicando en su tertulia con las personas graves
-de ambos sexos que a ella concurrían, indicó con discreta jactancia
-su propósito de coadyuvar a las empresas religiosas de su hermana
-la Condesa. Verdad que todo esto era de dientes afuera. Hay que
-manifestar que le incitaba a la expresión de tales ideas y otras
-semejantes la atmósfera que reinaba en su tertulia, y que no era más
-que una prolongación del ambiente total. Porque en aquellos días,
-que no están muy lejanos, había venido sobre la sociedad una de esas
-rachas que temporalmente la agitan y conmueven, racha que entonces era
-religiosa, como otras veces ha sido impía. El fe<span class="pagenum"
-id="Page_66">p. 66</span>nómeno se repite con segura periodicidad.
-Vienen vientos diferentes sobre la conciencia pública: a veces como una
-moda de exaltaciones democráticas; a veces la moda del ideal contrario.
-En literatura también vienen y van estas ventoleras furibundas, que
-harían grandes estragos si no pasaran pronto. Sopla a veces un realismo
-huracanado que todo lo moja; a veces un terral clásico que todo lo
-seca.</p>
-
-<p>La religión no se libra de esta elasticidad atmosférica, que en
-cierto modo es saludable, dígase lo que se quiera. Vienen altas
-presiones de indiferentismo; siguen otras de piedad. En los días a
-que me refiero, la racha religiosa venía con fuerza, y en los salones
-de Feramor se arremolinaba furibunda. Hablábase con preferencia de
-Roma y del Santo Padre; a cualquiera se le ocurrían frases felices
-para ridiculizar a los incrédulos, o para encomiar las hermosuras
-del simbolismo cristiano y de las artes auxiliares del culto;
-otros señalaban decadencia, síntomas de ruina moral en los países
-protestantes. Sostenían estos la frecuencia de las conversiones al
-catolicismo, y aquellos recordaban con encarecimiento las vidas de
-santos y fundadores, encontrándolas más bellas que las de los héroes de
-Plutarco. Se proyectaban viajes en cuadrilla para admirar catedrales
-y huronear monasterios derruidos, y los aficionados a la estética
-reco<span class="pagenum" id="Page_67">p. 67</span>nocían más talento
-en los escritores ortodoxos que en los impíos o indiferentes. Algunos
-que nunca fueron beatos, enseñaban bajo la mundología una punta de
-oreja pietista, y los que lo eran se crecían y amenazaban comerse el
-mundo. De fuera, por el vehículo de la prensa, que siempre ha sido
-extraordinariamente sensible a estas mudanzas atmosféricas, venía
-la racha, empujando más cada día, porque los periódicos tachados de
-librepensadores y que lo eran realmente, al llegar Semana Santa, salían
-con todas sus columnas abarrotadas de una santurronería que habría
-hecho palidecer de ira a los progresistas de hace treinta años. Las
-señoras, naturalmente, aventaban más y más la racha con el aire de sus
-abanicos y con el aliento de su apasionada fraseología, hasta conseguir
-que se hinchara como tromba. Ignoraban que cuando se apaciguaran
-aquellos vientos, vendrían otros con nuevas ideas y pasiones nuevas.</p>
-
-<p>Pues bien, en una atmósfera densa de revindicaciones religiosas,
-vertía el Marqués de Feramor sus ideas artificiales, que se llaman así
-para diferenciarlas de las ideas verdaderas, encerraditas muy adentro,
-lejos del histrionismo seco de la buena educación. Se esforzaba en
-mostrarse contento por auxiliar a su hermana doña Catalina en las
-formidables empresas cristianas que acometería muy pronto. ¡Oh,
-como<span class="pagenum" id="Page_68">p. 68</span> representante
-de las clases directoras, él estaba obligado a contribuir a cuanto
-favoreciera los <i>grandes intereses espirituales</i> de la sociedad!
-No todo había de ser fomentar obras públicas, y defender como artículo
-de fe la asociación mercantil. Había que mirar al más allá, enseñar
-a las clases proletarias el olvidado camino del Cielo, y preparar
-la vuelta de los grandes ideales. De este modo daba alimento a su
-vanidad, preconizando en público lo que en su fuero interno detestaba,
-y hacía propósito de sacar partido de lo que tan contra su voluntad se
-fraguaba, en el piso segundo de su casa, entre la testaruda Condesa de
-Halma y el complaciente don Manuel Flórez.</p>
-
-<p>Los concurrentes a su tertulia se veían obligados a mayores
-alabanzas que las que constantemente le tributaban por su sentido
-inglés, y su desprecio de las exageraciones. A excepción del Conde de
-Monte-Cármenes, equilibrista incorregible, que se ponía siempre en un
-justo medio muy cómodo, equidistante del misticismo y de la impiedad,
-los amigos de Feramor le veían con gusto en aquel camino. Naturalmente,
-los hombres de capacidad intelectual y pecuniaria como él, estaban
-obligados a dar vigor al poder público, vigorizando el <i>resorte</i>
-religioso. El Marqués de Cícero no podía contener su entusiasmo;
-Jacinto Villalonga, que al<span class="pagenum" id="Page_69">p.
-69</span> conseguir la senaduría vitalicia se había constituido en
-adalid de los grandes principios, deploraba no ser rico para ayudar a
-la Condesa de Halma en sus empresas espirituales, que eran lo mismo que
-una gran batalla dada a las revoluciones; los Trujillos, los Albert
-y Arnáiz, de la nobleza frescachona, opinaban que los <i>títulos</i>
-debían ponerse al frente del movimiento de regeneración; el Conde
-de Casa-Bohío, Tellería de nacimiento, casado con una cubana rica,
-declaraba su conformidad y aprobación entusiasta... en nombre de Europa
-y América. El general Morla no hacía más que repetir y confirmar sus
-ideas de toda la vida. Severiano Rodríguez cerdeaba un poco; pero
-sin lanzarse resueltamente a la oposición, porque su urbanidad se lo
-vedaba.</p>
-
-<p>Pero el que con mayor vehemencia y aspavientos más enfáticos hizo la
-apología de los <i>intereses espirituales</i>, fue un tal José Antonio
-de Urrea, primo del Marqués, parásito en la casa por temporadas, hombre
-inconstante, ligero y de dudosa reputación. Más joven que Feramor, algo
-se le parecía en lo físico, en lo moral poco, porque era la cabeza más
-destornillada de la familia, y la mayor calamidad que pesaba sobre
-ella. El Marqués le profesaba una antipatía que a veces era mortal
-odio, y había hecho los imposibles por mandarle a Cuba, a Filipi<span
-class="pagenum" id="Page_70">p. 70</span>nas, al fin del mundo, y
-librarse de sus furiosas acometidas en demanda de socorros pecuniarios.
-Las adulaciones del dichoso pariente le sacaban de quicio, porque tras
-ellas venía siempre el golpe inexorable.</p>
-
-<p>Verdaderamente, José Antonio de Urrea era más desgraciado que
-perverso. Huérfano en edad temprana y sin patrimonio, no tuvo quien
-le mandase a estudiar a Inglaterra ni a parte alguna. Los parientes
-ricos quisieron darle carrera; empezó sucesivamente tres o cuatro,
-Infantería, Montes, Administración Militar, Telégrafos, y no llegó ni
-a la mitad de ninguna. A los veintidós años, fue preciso conseguirle
-un destino. Feramor contaba por centenares los viajes al Ministerio
-para pedir la reposición o el traslado. Ello es que le echaban de todas
-las oficinas, porque, o no iba, o iba tarde, y no hacía más que fumar,
-dibujar caricaturas y enredar con los compañeros. Abandonado de sus
-parientes, dedicábase a desconocidos negocios. Veíasele algún tiempo
-bien vestido, gastando en coche y teatros, sin que nadie supiese de
-dónde salían aquellas misas. Tras un largo periodo de eclipse, aparecía
-mi José Antonio hecho una lástima, enfermo, roto, muerto de hambre;
-pero con ideas de un gran negocio, que estudiaba y que seguramente
-sería su salvación. Feramor y su mujer, la Duquesa de Monterones y su
-ma<span class="pagenum" id="Page_71">p. 71</span>rido le compadecían,
-y haciéndole prometer la enmienda, se dejaban expoliar. El pícaro
-se valía de mil graciosas artimañas para conquistar los corazones,
-principalmente los de las señoras; con el socorro que recogía
-restauraba su ropa o la hacía nueva, y allá le teníais otra vez de
-punta en blanco, día y noche, de servilleta prendida, y amenizando las
-tertulias con su fácil ingenio.</p>
-
-<p>Su inconstancia no era inferior a su desvergüenza: a veces
-desaparecía de las casas de Feramor y Monterones, y parasiteaba en
-otras, donde sin duda le pagaban con el plato sus amenidades, que
-no siempre eran de buen gusto. Ello es que en la mesa y tertulia de
-la parentela pagaba el trato con una adulación asfixiante, y en las
-casas ajenas se vengaba de la humillación recibida hablando mal de
-su familia, ridiculizando el anglicanismo de su primo, las vanidades
-de la Marquesa y de Ignacia Monterones. Tras esto solía venir otro
-largo chapuzón en obscuridades desconocidas, para resurgir luego
-arrepentido, implorando misericordia. En cuanto su primo le veía con
-el incensario en la mano, se echaba a temblar, porque las lisonjas
-eran siempre precursoras de un golpe despampanante con el mandoble,
-que manejaba como nadie. Y así, cuando le vio tan entusiasta de los
-ideales religiosos, el Marqués se dijo: «Este viene armado esta noche.
-Preparémonos.»</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_72">p. 72</span>En efecto,
-aprovechando una ocasión propicia, José Antonio le asaltó en un ángulo
-del billar, y allí, con alevosía, premeditación y ensañamiento,
-descargó sobre su cabeza el filo cortante, quedándose el Marqués tan
-aturdido del tremendo golpe, que no supo contestarle. El terrible
-sablista mostrose muy animado con la esperanza de un seguro negocio,
-para el cual reunía el capitalito necesario, y solo le faltaba una
-cantidad, una miseria, que su primo, su querido primo, su opulento
-primo y Mecenas le facilitaría al día siguiente... si podía ser por la
-mañana, mejor.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChII_2">
- <h3>II</h3>
-</div>
-
-<p>—¿Pero tú estás loco? ¡Que te dé mil pesetas! —le dijo la víctima
-poniéndole la mano en el pecho, y apartándole de sí como un peso que se
-le venía encima—. ¡Vaya una historia! ¿Negocios tú...? Y qué es, ¿se
-puede saber?</p>
-
-<p>—Un negocio editorial, pero seguro, Paco; tan seguro, que ganaré con
-él en poco tiempo, unos cuantos miles de duros.</p>
-
-<p>—Echa por esa boca. La historia de siempre. ¿Y con mil pesetas
-estableces una casa editorial?</p>
-
-<p>—¿No me has oído? Tengo más; pero me falta ese pico.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_73">p. 73</span>—Lo que a ti te falta
-es vergüenza —respondió el Marqués, que ante aquella calamidad de la
-familia se veía privado hasta de su buena educación—. Déjame en paz, o
-te echo de mi casa.</p>
-
-<p>—Bueno, no es motivo para que te enfades. Me niegas el auxilio que
-yo, pobre industrial, vengo a pedirte. Y luego me decís: «Trabaja,
-trabaja, sé hombre, sienta la cabeza.» Pues señor, siento la cabeza, me
-descrismo trabajando; pero ¡ay! la pícara ley económica se interpone...
-¿El capital dónde está? Lo busco; encuentro parte; voy a mi opulento
-primo a que me lo complete, y mi opulento primo me echa de su casa, me
-condena a la miseria, me ata las manos... Bien, Paco, bien... Siempre
-te querré, y te respetaré siempre...</p>
-
-<p>—¡A fe que están los tiempos para poner dinero en empresas
-editoriales..., precisamente cuando hemos convenido en dedicarlo a las
-espirituales!</p>
-
-<p>—Tú puedes atender a todo. Estás en el deber de fomentar lo de Dios
-y lo del César.</p>
-
-<p>—Sí, sí, con la saca que me espera estos días. ¿Sabes que tengo que
-dar a mi hermana...?</p>
-
-<p>—Lo sé. Le das lo suyo.</p>
-
-<p>—Pero...</p>
-
-<p>—Convenido; tu hermana está loca.</p>
-
-<p>—Habla con más respeto.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_74">p. 74</span>—Loca perdida. Locura
-sublime, si quieres. Yo que tú, no le daba un cuarto. Lo sublime deja
-de serlo en cuanto le pones dinero encima. Dame a mí lo que te pido,
-que estoy bien cuerdo y bien pedestre, con mi trabajito metódico, y mis
-hábitos de hombre previsor y ordenado.</p>
-
-<p>En efecto, dígase porque es verdad, el pobre Urrea llevaba medio
-año de vida totalmente contraria a la que le diera fama tan triste.
-Había conseguido dar forma práctica a su habilidad para la fotografía,
-y asociándose con un industrial muy activo, hizo una excursión por
-las provincias andaluzas, y se trajo una colección de clichés de
-monumentos, que le valieron algunos cuartos. Esto le alentó. Fundó
-un periódico, estudiando la Zincografía y el Heliograbado; pero la
-endeblez de la parte literaria hizo fracasar la publicación. Con nuevos
-elementos intentaba la creación de otro semanario ilustrado, esperando
-obtener considerables ganancias, y juntaba dinero para el material
-indispensable y para los primeros gastos. El impresor le exigía, a más
-del papel, una cantidad en fianza para responder de la composición
-y tirada de los dos primeros números. Hablando de estas materias,
-metiéndose de lleno en la explicación técnica del negocio por ver si
-ablandaba a su primo, afiló más el arma, llegando a fijar en dos mil
-pesetas la suma que necesitaba.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_75">p. 75</span>—¡Dos mil!</p>
-
-<p>—Sí, y tú me las vas a dar. Eres mejor de lo que tú mismo crees.</p>
-
-<p>—No; si yo me tengo por inmejorable. Por serlo, no te doy las dos
-mil pesetas: sería lo mismo que tirarlas a la calle... Oye: una cosa
-se me ocurre. Pídeselas a mi hermana, que ahora tiene dinero, o lo
-tendrá pronto, y según dice don Manuel, lo dedica al socorro de la
-miseria humana. Claro que tú, con tu flamante industria editorial,
-estás comprendido en esa humanidad miserable, a la cual piensa Catalina
-redimir.</p>
-
-<p>—Pues mira tú, no es mala idea... ¡Ah! tu hermana es una santa, una
-heroína cristiana. Yo la admiro, y siempre que la veo, me dan ganas de
-arrodillarme delante y rezar... Mi palabra de honor... Pues sí, ¡famosa
-idea!</p>
-
-<p>—Hazle comprender que la protección a las industrias nacientes y
-a los hombres emprendedores y formales como tú, debe contarse entre
-las obras de misericordia, y que la caridad empieza por la familia...
-¿entiendes? ¡Quién sabe, hombre, quién sabe si...!</p>
-
-<p>—No lo tomes a broma, que bien podría... Se intentará, hombre, se
-intentará. Catalina es realmente un ángel, y sus desgracias le dan una
-extraordinaria penetración para comprender las ajenas. Bien mirado el
-asunto, debe co<span class="pagenum" id="Page_76">p. 76</span>menzar
-su campaña caritativa por mí, que la venero, que la idolatro; por mí,
-el más desgraciado de la familia, más que ella seguramente, más, más. Y
-creo que, en conciencia, bien puedo pedirle tres mil pesetas.</p>
-
-<p>—Sí... sube, hijo, sube.</p>
-
-<p>—Pero, ¡ay! —exclamó Urrea desalentado súbitamente, llevándose
-la mano al cráneo—, no me acordaba de... ¡Ay, no puede ser, Paco
-de mi alma, no puede ser! ¡Qué tontos tú y yo! Claro que dejándose
-llevar mi prima de su magnánimo corazón, no habría caso. Pero como el
-que gobierna en su voluntad es ese <i>congrio</i> de don Manuel...
-Figúrate.</p>
-
-<p>—No te permito hablar así de nuestro dignísimo amigo.</p>
-
-<p>—Perdóname... No le ofendo. ¡Triste de mí! ¡Cuando digo que la
-mayoría de los males que afligen a la humanidad son de un origen
-eclesiástico!... ¡Ah! pues si yo cogiera libre a mi prima, quiero
-decir, en el libre ejercicio de su misericordia, créete que mis cuatro
-mil pesetillas no habría quien me las quitara. Mi palabra...</p>
-
-<p>—Veo que si no te las dan pronto, acabarás por pedir un millón.</p>
-
-<p>—Se me ocurre una idea... Quizás podríamos... Hay que verlo. ¿Puedo
-contar contigo?</p>
-
-<p>—¿Conmigo? ¿para qué?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_77">p. 77</span>—Para apoyarme, en
-caso de que ese reverendísimo <i>percebe</i> informe, como parece
-natural, en contra de mi pretensión.</p>
-
-<p>—Yo... ¿Cómo?</p>
-
-<p>—Diciéndole a la señora Condesa de Halma que ya no soy lo que era,
-que me he corregido, que trabajo, que con mi pequeña industria doy
-de comer a multitud de familias indigentes, en fin, que defiendo a
-rajatabla los grandes ideales cristianos, y que sería obra de caridad
-muy meritoria auxiliarme con cinco mil...</p>
-
-<p>—¡Calla, hombre, calla! Yo no puedo apoyarte. Creerán que me he
-vuelto loco. En todo caso, demuéstrame que tus propósitos de enmienda
-son verdaderos, y tus planes de trabajo cosa seria y decisiva.</p>
-
-<p>Dijo esto el Marqués, pasando al salón próximo, como si por la fuga
-quisiera librarse de mosca tan importuna; pero el pariente pobre le
-seguía, cosido a sus faldones, desplegando la pertinaz voluntad de
-esos caracteres que no desmayan hasta no conseguir lo que se proponen.
-Minutos después, Feramor se sentó en un diván para hablar de política
-con Manolo Infante. El parásito hubo de agregarse con oficiosidad
-pegajosa; la conversación rodó insensiblemente hacia el terreno
-periodístico, y al instante Urrea se dejó caer con esta indirecta:</p>
-
-<p>—Como yo consiga echar a la calle mis <i>Sabatinas</i>, verán
-uste<span class="pagenum" id="Page_78">p. 78</span>des. Cosa nueva, la
-actualidad presentada con arte y <i>chic</i>, precio fenomenal, digo,
-baratísimo; la parte literaria de primera, la heliografía <i>ídem de
-lienzo</i>, en fin, un negocio que solo espera un poquitín de apoyo
-para enriquecer a alguien. El primer número, que ya está preparado,
-lo dedico al célebre apóstol de nuestros tiempos, el gran Nazarín, de
-quien presento noticias estupendas, la biografía completa, retratos de
-él y sus discípulas...</p>
-
-<p>—Pero ese Nazarín, ¿qué es? —preguntó el Marqués a Manolo Infante—.
-Ya nos trae locos la prensa con la dichosa cuadrilla <i>nazarista</i>,
-y el proceso, y las <i>interviews</i>... ¿Le has visto tú?</p>
-
-<p>—No necesito verle —replicó Infante—, para pensar, como tu primo,
-que es el pillo más ingenioso que ha echado Dios al mundo.</p>
-
-<p>—Poco a poco —dijo Urrea con el desparpajo que gastar solía para
-desmentirse—. Yo no pienso tal cosa.</p>
-
-<p>—Hace un rato nos contabas a Severiano y a mí que le habías visto,
-y charlado con él y sus compañeras, y que le tenías... son tus
-palabras... por un impostor vulgarísimo.</p>
-
-<p>—¿Eso dije?... Vamos, os revelaré todo el intríngulis de mi
-diplomacia. Por desorientaros a ti y a Severiano os dije la opinión
-corriente y vulgar, reservando para mi público la novedad, la sorpresa.
-Yo presento a Nazarín como resul<span class="pagenum" id="Page_79">p.
-79</span>ta del sondeo que he hecho de su carácter, visitándole en el
-hospital uno y otro día.</p>
-
-<p>—Y opinas que es un santo. Pues eso no es nuevo, porque no ha
-faltado quien lo haya sostenido ya.</p>
-
-<p>—Pero no presentan los elementos de prueba que presentaré yo. Es
-un hombre extraordinario, un innovador, que predica con actos, no con
-palabras, que apostoliza con la voluntad, no con la inteligencia, y
-que dejará, no se rían ustedes de lo que afirmo, un profundo surco en
-nuestro siglo.</p>
-
-<p>—¡Pero si nos has dicho hace media hora que ni siquiera es loco,
-sino un aventurero que se hace el demente para vivir sobre el país!</p>
-
-<p>—No me convenía hace media hora decirte mi verdadera opinión. En
-diplomacia y en industria es permitido el engaño. Antes no me convenía
-propagar la verdad; ahora me conviene.</p>
-
-<p>—A este le entiendo yo mejor que nadie —dijo Feramor riendo—.
-Tiene sus planes, persigue su negocio, y repentinamente, un cambio
-atmosférico le hace cambiar de rumbo para llegar más pronto a donde
-se propone. Es muy astuto mi primo, y ahora quiere ponerse a bien con
-los que dedican su dinero a los eternos ideales, a las campañas de la
-caridad evangélica. ¿Es esto, sí o no? Y a propósito, Manolo, ¿sabes
-tú<span class="pagenum" id="Page_80">p. 80</span> de alguien que
-quiera tomar parte en una empresa editorial, con tendencias religiosas,
-<i>nota bene</i>, con tendencias religiosas, haciendo un pequeño
-sacrificio de seis mil pesetas?</p>
-
-<p>—Poco a poco... —dijo con viveza José Antonio—. La participación
-en los beneficios no puede darse sino aportando al negocio siete mil
-pesetas.</p>
-
-<p>Feramor e Infante rompieron a reír, y el otro, sin cortarse ni
-abandonar el campo de su formidable <i>sport</i>, prosiguió de este
-modo:</p>
-
-<p>—A reír, a reír... Ya veremos quién se ríe el ultimo. Y volviendo
-a <i>mi héroe</i>, les enseñaré algunas pruebas de las diferentes
-fotografías que he podido sacarle en el Hospital... También tengo las
-de sus compañeras. Verán.</p>
-
-<p>Echando mano al bolsillo, mostró distintas pruebas fotográficas,
-obra suya, las cuales fueron examinadas con intensa curiosidad por las
-distintas personas que al instante formaron grupo.</p>
-
-<p>—¿Conque este es el famoso Nazarín?... A ver, a ver...</p>
-
-<p>—Digan ustedes si cabe en lo humano un rostro más inteligente.</p>
-
-<p>—Parece moro.</p>
-
-<p>—Lo que parece es una figura bíblica.</p>
-
-<p>—¿Y esta mujer...?</p>
-
-<p>—Vean, vean esa cabeza, y díganme si la im<span class="pagenum"
-id="Page_81">p. 81</span>postura puede llegar jamás a esa ideal
-belleza.</p>
-
-<p>—Bonito perfil. Pero aquí hay retoque.</p>
-
-<p>—Más que la <i>Beatrice</i> del Dante, parece un Dante joven.</p>
-
-<p>—Digan que es una pitonisa, con la inspiración pintada en sus
-ojos.</p>
-
-<p>—O una Santa Clara.</p>
-
-<p>—Eso no; no es figura medieval, es bíblica.</p>
-
-<p>—Del Antiguo Testamento. No confundir...</p>
-
-<p>—¿Y este? ¿Qué mico es este?</p>
-
-<p>—Esa es Ándara... la monstruosa, porque en su rostro hay un guiño
-del Infierno y otro del Cielo.</p>
-
-<p>—¡Ándara!... ¡Jesús, qué endiablada fisonomía!</p>
-
-<p>—Todo es extraño, sublimemente enigmático y misterioso en esa
-familia, o dígase tribu... Pero fíjense, fíjense bien en la cara de
-Nazarín. ¿Es Job, es Mahoma, es San Francisco, es Abelardo, es Pedro el
-Ermitaño, es Isaías, es el propio Sem, hijo de Noé? ¡Enigma inmenso!</p>
-
-<p>Desembuchaba estos calurosos encarecimientos el bueno de Urrea,
-como un viajante que enseña las muestras de los artículos que ofrece
-al comercio, y en tanto las fotografías corrían de mano en mano. Las
-señoras principalmente las arrebataban, y ponían en ellas su atención
-con una curiosidad intensísima, insaciable, febril.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChII_3">
- <p><span class="pagenum" id="Page_82">p. 82</span></p>
- <h3>III</h3>
-</div>
-
-<p>—Pero, amigo Urrea —dijo el Marqués de Cícero con sinceridad
-infantil—, esto debe publicarse.</p>
-
-<p>—Se publicará.</p>
-
-<p>—¿Y el texto... cosa buena?</p>
-
-<p>—¡Ah!...</p>
-
-<p>—Pero es tan considerable el gasto —dijo Feramor—, que la empresa
-que ha tomado a su cargo la propaganda nazarista, solicita una
-subvención de ocho mil pesetas.</p>
-
-<p>—¡Oh!... No has exagerado, querido primo —manifestó Urrea—. Y
-también te aseguro, palabra de honor, que para hacerlo bien, a la
-altura del asunto, no vendrían mal nueve mil.</p>
-
-<p>—Chico, más vale que llegues de una vez a la cifra redonda: dos mil
-duros.</p>
-
-<p>—Para mil cosas baladís han dado eso, y mucho más, Mecenas que yo
-conozco. Palabra que sí. Lo que se pretende ahora está circunscrito
-dentro de los términos de una modestia casi inverosímil: diez mil
-pesetas. ¿Qué menos?</p>
-
-<p>—No me parece mucho. Que se las dé a usted el Gobierno.</p>
-
-<p>—O pedirla a las Sacramentales —dijo Manolo Infante—, que tienen la
-contrata de la conducción a la vida inmortal.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_83">p. 83</span>—Mejor a las empresas
-funerarias, porque el nazarismo hace propaganda de la muerte.</p>
-
-<p>—Pues yo que usted, Urrea —indicó una dama que sabía tomar el pelo
-con suave mano—, pediría la subvención al gremio de constructores de
-imágenes y de pasos para la Semana Santa.</p>
-
-<p>No se acobardaba el ingenioso aventurero por la rechifla graciosa
-con que los amigos de la casa acogían sus proyectos; antes bien,
-hallábase excitado, sentía en su mente audaces iniciativas y una
-pasmosa fecundidad de recursos para trabajar en aquel negocio. La idea
-sugerida por Feramor era felicísima. ¡Ah, si él pudiera maniobrar en
-terreno libre, es decir, en el bondadoso corazón de su prima! Pero
-aquel intruso y pegadizo don Manuel Flórez, tamiz por donde pasaban
-todos los pensamientos y actos de Catalina de Halma, le desconcertaba,
-infundiéndole la tormentosa duda del éxito. Para discurrir a sus
-anchas sobre problema tan difícil, necesitaba estar solo, aguzar su
-ingenio hasta lo increíble, prepararse, en fin, con todo el aparato de
-artimañas y sutilezas que, en su larga experiencia de aquella esgrima,
-le habían dado tantas victorias. Despreciando las burlas de que era
-objeto en casa de Feramor, salió de allí presuroso, sin despedirse
-de nadie; contra su costumbre, se fue a su casa, y en su reducida
-alco<span class="pagenum" id="Page_84">p. 84</span>ba se encerró
-a meditar el plan de ataque, tratando de prever las posiciones del
-enemigo para escoger bien el palmo de terreno en que embestirle debía.
-Al meterse en la cama, con los pies fríos y la cabeza caliente, se
-dijo: «No hay que achicarse: la timidez será mi fracaso. Concretando
-mi honrada petición a dos mil duros, podrían creer que es para vicios.
-Para que vean que es un negocio serio, un asunto en que median los
-<i>grandes intereses</i> del espíritu humano, necesito correrme a tres
-mil.»</p>
-
-<p>Durmiose a la madrugada, y si al principio soñó que don Manuel
-Flórez, al oír su demanda, le disparaba a quemarropa un cañón Hontoria,
-su sueño fue después optimista y placentero, porque se vio abrazado
-tiernamente por el dicho Flórez, mientras Catalina sacaba del bargueño
-una arqueta gótica, y de ella muchos fajos de billetes de Banco, de
-los cuales daba una parte a Nazarín y otra a él: y como Nazarín era
-todo abnegación y menosprecio de los bienes terrestres, le regalaba su
-parte sin mirarla siquiera. El movimiento pudoroso del apóstol mendigo
-al coger el dinero, prevaleció en la mente de Urrea aun después de
-haber pasado de aquel sueño a otro bien distinto. Soñó que con parte
-de aquel numerario compraba una mina de hierro, que en poco tiempo le
-daba rendimientos fabulosos; con las ganancias de la mina com<span
-class="pagenum" id="Page_85">p. 85</span>praba dos manzanas de casas, y
-mucho papel del Estado, y negociando por alto, llegaba a hacerse dueño
-de toda la red de ferrocarriles de España... aquí que no peco... y de
-Francia e Inglaterra... Y a todas estas, Nazarín apartando de sí la
-resma de billetes con apostólica repugnancia.</p>
-
-<p>Al romper el día, mientras cosas tan inauditas pasaban en el cerebro
-de un hombre dormido, don Manuel Flórez, que vivía en la misma calle,
-frente por frente al soñador Urrea, salía de su domicilio. Fue con vivo
-paso a decir su misa, entretuvo después un par de horas en esta y la
-otra iglesia, y a eso de las diez se dejó caer en la casa de Feramor.
-Entrando sin anunciarse en el despacho del Marqués, que trabajaba con
-su administrador y apoderado, le dijo:</p>
-
-<p>—Querido Paco, quisiéramos que eso se ultimara pronto, si fuera
-posible, hoy.</p>
-
-<p>—¿Pues no ha de ser posible? Hoy mismo, mi querido don Manolo. Mucha
-prisa tiene la redentora por entrar en funciones.</p>
-
-<p>—La miseria humana, hijo mío, es la que tiene prisa, el hambre
-humana, la sed y la desnudez humanas.</p>
-
-<p>—Pues por mí no quede.</p>
-
-<p>Terció el administrador, asegurando que ya estaba avisado el notario
-para preparar la documentación, y que si terminaba aquel día, en
-el<span class="pagenum" id="Page_86">p. 86</span> siguiente quedaría
-hecha la entrega de la legítima de la señora Condesa, parte en fincas o
-valores, parte en dinero contante.</p>
-
-<p>—Perfectamente —dijo el buen sacerdote acariciándose una mano con
-otra—. Y ya que estás hoy de vena de amabilidad...</p>
-
-<p>—¿Pero no se sienta, don Manuel?</p>
-
-<p>—No; me voy en seguida. Digo que ya que te encuentro en vena de
-concesiones, me atrevo a hacerte presente un antojito de tu hermana,
-cosa insignificante; verás...</p>
-
-<p>—Acabe usted pronto, que ya empiezo a sentir escalofrío.</p>
-
-<p>—¿Por qué, hijo de mi alma?</p>
-
-<p>—Porque podría ser que para redimir a la pobrecita humanidad, no
-le bastase su legítima, y en nombre del Dios Uno y Trino me pidiese
-también la mía... y podría suceder que usted se empeñase en que se la
-diera.</p>
-
-<p>—Vamos, no bromees. Lo que te pide es que le adjudiques la torre
-de Zaportela, en Aragón. En esa casona destartalada pasó ella parte
-de su infancia con tu tía doña Rudesinda. Tiene recuerdos...; en fin,
-que para nada te sirve a ti ese nidal de lagartijas, y ella tiene el
-capricho de restaurarlo, y...</p>
-
-<p>—Es que la casa de Zaportela y dos predios adyacentes se los tengo
-dados en usufructo a los Urreas, los tíos de este perdido de José
-Anto<span class="pagenum" id="Page_87">p. 87</span>nio, pedigüeños
-insaciables como él, que practican la mendicidad por el terror. Si les
-echo de allí, son capaces de quemarme todas las casas que tengo en
-Aragón.</p>
-
-<p>—Bueno, pues en vez de Zaportela, le darás el castillo de
-Pedralba en esta provincia, término de San Agustín; ya sabes... un
-caserón viejo, con una torre, y no sé qué ruinas de un monasterio
-cisterciense... Conque no hay que vacilar, hijo mío, y agradéceme que
-abra anchos horizontes a tu generosidad. Eres un ángel, y el perfecto
-tipo del caballero cristiano.</p>
-
-<p>—Basta, basta. No necesita usted emplear la lisonja para
-desvalijarme. Eso se arreglará. Particípele usted a su discípula que no
-llore por el castillo. Pedralba será suyo.</p>
-
-<p>—Se lo participarás tú, porque yo no subo hasta la tarde —dijo
-Flórez mirando su reloj—. Tengo mucha prisa. A las once he de ver al
-señor Vicario; y a las doce me esperan en Gracia y Justicia para ir a
-la Nunciatura... Bueno, señor, bueno.</p>
-
-<p>—¿Qué más?</p>
-
-<p>—Nada más. ¿Te parece poco?</p>
-
-<p>—Creí que me iba usted a pedir el coche para todos esos viajes.</p>
-
-<p>—No pensaba pedírtelo; pero lo tomo si me lo das. Está Madrid
-perdido de barros. Bueno, señor, bueno.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_88">p. 88</span>Poco después salía
-gozoso y vivaracho el buen don Manolo, y en el portal, ¡zás! José
-Antonio de Urrea que entraba. Quedose el joven como quien ve visiones,
-y no acertaba ni a saludar al respetable limosnero de la casa.</p>
-
-<p>—¡Pepillo, dichosos los ojos!... ¡Ven acá, hijo mío, dame un abrazo!
-—le dijo el clérigo con efusión—. ¿Pero qué tienes? Te has puesto
-pálido. ¿Estás enfermo?... Tiemblas.</p>
-
-<p>—No señor... La emoción... Cabalmente venía pensando en usted
-—replicó Urrea besándole la mano—. ¿Cree usted que ver, después de
-tanto tiempo, a este amigo venerable, a este ángel tutelar de toda la
-familia, no es cosa que impresiona?</p>
-
-<p>—Calla, calla, zalamero.</p>
-
-<p>—Deme usted a besar otra vez esas manos.</p>
-
-<p>—Basta, basta. Ya sé, ya sé que estás muy corregido. Sé que
-trabajas, que has sentado la cabeza. Ya era tiempo, hijo mío.</p>
-
-<p>—¿Quién se lo ha dicho a usted? —preguntole Urrea con cierta alarma,
-temiendo las ironías de su primo Feramor.</p>
-
-<p>—Me lo han dicho... ¿A ti qué te importa? Tus primas, las de
-Hinestrosa me lo han dicho, ea.</p>
-
-<p>—Soy otro hombre. ¡Y qué bueno es ser bueno, don Manuel! ¡Qué
-hermosura es una conciencia tranquila, una pobreza honrada, y una
-con<span class="pagenum" id="Page_89">p. 89</span>ducta normal,
-ordenada y perfectamente correcta! ¡Qué descanso la pureza de las
-intenciones, la sujeción de los deseos, la adaptación de nuestros goces
-a la medida de la realidad! ¡Qué consuelo tan grande vivir en armonía
-con todo el mundo, y sentirse querido, respetado!...</p>
-
-<p>—Sí, hijo mío, sí.</p>
-
-<p>—Verdad que mi vida es azarosa, pues no puedo prescindir de ciertos
-hábitos de decencia, y careciendo de bienes de fortuna, el pan de
-cada día, mi queridísimo don Manuel, representa para mí esfuerzos
-hercúleos.</p>
-
-<p>—Dios bendecirá tu trabajo. Adelante por ese camino. Persiste en tus
-ideas; ten constancia, valor, confianza en ti mismo.</p>
-
-<p>—Así lo haré. Descuide.</p>
-
-<p>—¿Vas a ver a Consuelo?</p>
-
-<p>—No, voy a visitar a Halma.</p>
-
-<p>Con esta brevedad familiar, <i>Halma</i>, nombraba comúnmente el
-parásito a su prima.</p>
-
-<p>—Bien, bien. ¡Acompañar a los desgraciados, endulzar su tristeza con
-palabras de consuelo! La pobrecita te lo agradecerá mucho. Hazme el
-favor de decirle que no puedo ir hasta la tarde... ¡ah! y que eso, ya
-sabe lo que es, quedará ultimado mañana. Anda, anda, hijo mío. Y que el
-Señor te conserve en esa buena disposición. Adiós...</p>
-
-<p>Volvió a besarle la mano, y después de acom<span class="pagenum"
-id="Page_90">p. 90</span>pañarle a entrar en el coche, subió el
-gran Urrea, más que gozoso, ebrio de entusiasmo y felicidad, porque
-las cosas se le deparaban mejor de lo que en los desenfrenos de su
-optimismo hubiera podido imaginar. Primer golpetazo de la suerte:
-encontrarse a don Manuel Flórez en aquel pie de increíble benevolencia,
-enterado ya de sus nuevas costumbres laboriosas. Segundo golpetazo:
-saber que hasta la tarde no iría el susodicho a la débil fortaleza,
-amenazada de un terrible asedio. Cierto que el enemigo podía
-presentarse a última hora con un socorro formidable, ideas y autoridad
-de refresco; pero también podía suceder que llegase tarde, y que,
-arrancada por el sitiador una promesa, la egregia dama no tuviera más
-remedio que cumplirla. El hombre se creció moral y hasta físicamente
-al subir la escalera, derecho al cuarto segundo. Se sentía impetuoso,
-audacísimo, invencible, y sobre todo grande, enorme. Creía tocar con su
-cabeza en el tramo alto de la escalera, y que las puertas no tenían
-bastante hueco para darle entrada. Sin duda la Providencia Divina
-se ponía de su parte. ¡Qué bien había hecho aquella mañana en rezar
-al Padre Eterno, a la Virgen y a San Antonio bendito, implorando su
-eficaz auxilio! ¡Qué diantre! ¿No era él un pobre, no era un triste,
-un mísero? ¿Pues qué hacía más que pedir una limosna, y propor<span
-class="pagenum" id="Page_91">p. 91</span>cionar a las buenas almas el
-ejercicio de la más hermosa de las virtudes, la caridad?</p>
-
-<p>«Fuera timideces, fuera mezquindades que podrían comprometer el
-éxito —se dijo al traspasar la puerta, soberbio y arrogante, como un
-campeón que anhela engrandecer los peligros para que sea mayor la
-gloria de vencerlos—. Allá van los hombres valientes. Le pido... pst...
-veinte mil pesetas.»</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChII_4">
- <h3>IV</h3>
-</div>
-
-<p>Siempre que entraba don Manuel, después de larga ausencia de medio
-día o día entero, en el cuarto de su noble amiga la Condesa de Halma,
-encontrábala sumergida en una melancolía profunda y tenebrosa, como
-nadadora que bucea en una cisterna. Abierto sobre la falda el libro de
-la <i>Ciudad de Dios</i>, de San Agustín, o alguna otra obra mística;
-apoyada la mejilla en la mano derecha, el codo del mismo lado sostenido
-en la mano izquierda y esta en la rodilla derecha, que se elevaba por
-tener el pie sobre un taburete, parecía un Dante pensativo, revolviendo
-en su mente los círculos negros del Infierno, o los luminosos del
-Paraíso. Viéndola en tales tristezas anegada, silenciosa y ceñuda,
-procuraba don Manuel alegrarle los ánimos con su grata conversación,
-y unas veces lo conseguía y otras no.<span class="pagenum"
-id="Page_92">p. 92</span> Pues aquella tarde ¿cuál no sería la
-sorpresa del simpático Flórez al encontrar a su ilustre amiga en un
-estado de inquietud placentera? No daba crédito a sus ojos viéndola
-en pie, corriendo de un lado a otro de la estancia, como si arreglara
-y pusiera en orden los libros y objetos de devoción que en varios
-estantillos tenía. Y lo más extraño era que en su rostro resplandecían
-la animación, la vida. Sus ojos, siempre apagados, brillaban con fulgor
-de fiebre; sus mejillas, siempre macilentas, habían tomado un rosado
-tinte, como si volviera de un paseo por el campo, harta de sol y de
-aire.</p>
-
-<p>—¿Qué tiene usted, mi noble y santa amiga? —le preguntó el
-sacerdote—. ¿Qué le pasa?</p>
-
-<p>—Nada, no me pasa nada. Estoy contenta. ¿Esto es pasar algo?</p>
-
-<p>—Sí... Me alegro mucho de verla tan gozosa. No conviene dejar caer
-el espíritu en la tristeza. La virtud es por naturaleza alegre, y la
-conciencia pura se regocija en sí misma...</p>
-
-<p>—Siéntese usted si gusta, y déjeme a mí en pie. Siento una
-inexplicable necesidad de andar, de moverme. De repente, la quietud ha
-empezado a serme molesta.</p>
-
-<p>—La he recomendado a usted un ejercicio prudencial. La virtud no
-requiere precisamente la postración sedentaria, que hasta puede llegar
-a ser un vicio y llamarse pereza.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_93">p. 93</span>—Y ahora me
-preguntará usted el motivo o razón de este contento que en mí
-observa.</p>
-
-<p>—En efecto, señora mía, se lo pregunto a usted.</p>
-
-<p>—Y yo le respondo que no lo sé; que no puedo explicar qué pasa esta
-tarde en mi alma. Veremos si llego a darme cuenta de ello. Y ahora, voy
-a interrogar yo. Dígame: ¿quién es Nazarín?</p>
-
-<p>Quedose un rato suspenso el buen Flórez, y miró el rostro de la
-Condesa como quien quiere descifrar un obscuro acertijo.</p>
-
-<p>—Pues Nazarín... —murmuró.</p>
-
-<p>—¿Qué hombre es ese? ¿Le conoce usted?</p>
-
-<p>—Sí, señora.</p>
-
-<p>—¿De ahora, o le conoce usted hace tiempo?</p>
-
-<p>—Es un sacerdote, manchego, de mediana edad. Hace dos o tres años,
-no recuerdo bien la fecha, tuve ocasión de tratarle en la sacristía de
-San Cayetano. Pareciome un hombre excelente, de costumbres purísimas,
-humilde, de no común inteligencia, parco de palabras... Después me le
-encontré alguna que otra vez en la calle; hablamos. El infeliz parecía
-disgustado; revelaba una pobreza honda, sin quejarse de ella. Creí que
-su cortedad de genio y su extremada delicadeza le tenían en tal estado,
-y le aconsejé que se sacudiera, procurando adquirir un poco de don
-de gentes. Después le he visto<span class="pagenum" id="Page_94">p.
-94</span> incluido en un proceso escandaloso, y su nombre arrastrado
-por la vía pública. Francamente, me supo muy mal que un sacerdote
-viniese a tal situación, ya fuese por debilidad de carácter, ya por
-verdadera malicia. Supe que estaba en el hospital, convaleciente de un
-tifus agudísimo, y, ¿qué cree usted?... me fui a verle. Yo soy así: me
-gusta enterarme por mí mismo. Le vi, hablamos largamente, y...</p>
-
-<p>—¿Opina usted como casi todo el mundo, que es un pobre loco?</p>
-
-<p>—Esa es la opinión general.</p>
-
-<p>—Pero la de usted, la de usted es la que yo quiero saber.</p>
-
-<p>—La mía no tiene importancia. Expertos facultativos le han
-examinado, profesores de enfermedades mentales y nerviosas.</p>
-
-<p>—Pero usted tiene bastante entendimiento para no necesitar de
-los juicios ajenos para formar el suyo. Dígame lo que piensa, en
-conciencia, de ese hombre. ¿Es un pillo?</p>
-
-<p>—Creo que no.</p>
-
-<p>—¿Firmemente que no?</p>
-
-<p>—Sostengo con plena convicción que no es un malvado.</p>
-
-<p>—Luego es un loco.</p>
-
-<p>—No me atrevo a decir tanto.</p>
-
-<p>—Luego, es un hombre de miras elevadas, un hombre que...</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_95">p. 95</span>—Tampoco afirmo
-eso.</p>
-
-<p>—Luego, usted no ha podido formar una opinión concreta.</p>
-
-<p>—No señora, no he podido. Y, créame usted, ha sido para mí el tal
-Nazarín objeto de grandes confusiones.</p>
-
-<p>—¿Cómo no me había hablado de eso, don Manuel?</p>
-
-<p>—Porque no pensaba que tal asunto mereciera fijar la atención de la
-señora Condesa.</p>
-
-<p>—¿Sabe usted que anda por ahí un libro que trata de Nazarín, en
-el cual se cuenta cómo salió a sus peregrinaciones, cómo encontró
-prosélitos, cómo realizó actos de verdadero heroísmo y de sublime
-caridad?</p>
-
-<p>—He leído ese libro, que me regaló su autor, con una dedicatoria muy
-expresiva. Pero no me fío de lo que allí se cuenta, por ser obra más
-bien imaginativa que histórica. Los escritores del día, antes procuran
-deleitar con la fantasía que instruir con la verdad.</p>
-
-<p>—¿Puedo yo leer ese libro?</p>
-
-<p>—Seguramente. Pero sin olvidar que es novela.</p>
-
-<p>—Entonces prefiero otra cosa.</p>
-
-<p>—¿Qué?</p>
-
-<p>—Ver al propio Nazarín. El sujeto vivo dará más luz que una historia
-cualquiera, aun suponiendo que no fuese fantástica, y tan solo es<span
-class="pagenum" id="Page_96">p. 96</span>crita para entretenimiento de
-los desocupados.</p>
-
-<p>—¿Ver a Nazarín? ¿Dónde?</p>
-
-<p>—En cualquier parte. En el hospital..., aquí.</p>
-
-<p>—Eso me parece más grave. Con todo, no digo que no.</p>
-
-<p>—Diga usted que sí, y acabaremos más pronto. Ahora, punto y aparte:
-hablemos de otra cosa.</p>
-
-<p>—Pues a otra cosa —repitió Flórez, algo caviloso por el repentino
-salto de la tristeza al contento en el ánimo de la ilustre señora—.
-Ya sabe usted que mañana se hará la entrega de la legítima. Ya hemos
-salido de eso.</p>
-
-<p>—¡Gracias a Dios! Mucho tengo que agradecer también a mi hermano
-—dijo Catalina sentándose algo fatigada, cual si sus excitados nervios
-entraran en sedación—. Si he de decirle a usted la verdad, veo con
-absoluta indiferencia la llegada de ese dinero a mis pobres manos.</p>
-
-<p>—La persona que mira al cielo —dijo el cura entornando los ojuelos
-para ver mejor el rostro de su amiga—, se acostumbra mejor que otras a
-despreciar los bienes terrenales.</p>
-
-<p>—Y respecto al empleo que debemos dar a ese capitalito, ya
-hablaremos despacio.</p>
-
-<p>—Si no recuerdo mal, ya hemos hablado bastante. Convinimos en que
-usted fundaría, en pleno campo y lejos del bullicio, un instituto de
-caridad, con rentas propias...</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_97">p. 97</span>—Y que antes, se
-reservaría una suma para repartirla entre los necesitados.</p>
-
-<p>—Sí; pero eso es difícil, porque no tendríamos ni para empezar.
-La caridad debe hacerse con método, apoyándose en el criterio de la
-Iglesia, y favoreciendo los planes de la misma. No vale dar limosna sin
-ton ni son. Falta saber a quién se da, y cómo se da.</p>
-
-<p>—¿Sabe usted, mi buen don Manuel, que no entiendo bien eso?</p>
-
-<p>—Se lo expliqué a usted con toda latitud ayer mismo.</p>
-
-<p>—Pues lo he olvidado. Pero no hay que repetirlo. Ya lo comprenderé
-cuando tenga la cabeza más serena.</p>
-
-<p>De repente, el buen clérigo se dio un golpe en la frente, como si
-quisiera matar un mosquito que le picaba, y exclamó:</p>
-
-<p>—¡Ah, ya caigo, ya, ya!</p>
-
-<p>—¿Qué?</p>
-
-<p>—Nada, que mientras hablábamos, me devanaba yo los sesos pensando
-quién habría estado aquí hoy de visita. Y ahora me ha venido
-súbitamente a la memoria.</p>
-
-<p>—Mi primo Pepe Antonio de Urrea.</p>
-
-<p>—Le encontré en el portal: él entraba, yo salía. Me han dicho que es
-hombre corregido.</p>
-
-<p>—Así parece... ¡pobrecillo! Me ha conmovido contándome sus apuros
-para ganarse la vida con un rudo trabajo.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_98">p. 98</span>—Y seguramente le ha
-pedido a usted dinero para sus empresas.</p>
-
-<p>—Sí...</p>
-
-<p>—Y le ha hablado a usted de Nazarín.</p>
-
-<p>—Exactamente.</p>
-
-<p>—Pero no puedo encontrar la relación entre Nazarín y los conflictos
-pecuniarios del descendiente de los Urreas.</p>
-
-<p>—Le he prometido estudiar su petición, y resolverla de acuerdo con
-usted.</p>
-
-<p>—Lo menos le habrá pedido a usted dos o tres mil reales.</p>
-
-<p>—Algo más: cinco mil duros.</p>
-
-<p>—¡Ave María purísima!... ¡San Antonio bendito!</p>
-
-<p>—Crea usted que me reí, y desde que me habló de esto, empecé a
-sentirme alegre. Los apuros de un hombre por cosa que tan poco vale,
-como es el dinero, me causan alegría. Es como el rechazo de todo lo
-que yo he sufrido por el maldito dinero, en los días terribles en
-que me hacía tanta falta. Y ahora que en nada de mi propio interés
-puedo emplearlo, pues perdí el bien de mi vida, ahora que tengo bajo
-tierra los restos del que era mi único amor, y considero en el cielo
-su alma, me alegra el gemido de los que piden dinero con apremiante
-necesidad, y al ver que lo tengo, me alegro más. Experimento, créalo
-usted, como un secreto anhelo de<span class="pagenum" id="Page_99">p.
-99</span> venganza..., sí, quiero vengarme de mi destino, que a tantas
-privaciones me sujetó, y tantas amarguras me hizo pasar... Y cuando
-se acerca a mí un desgraciado pidiéndome aquello que yo no pude tener
-cuando lo necesitaba, y que poseo ahora que no lo necesito...</p>
-
-<p>—Se venga usted... negándoselo.</p>
-
-<p>—No señor, dándoselo... Es una venganza en la cual confundo a mi
-destino y al mismo dinero, materia vil y despreciable, cuyo reparto
-no debe someterse a ninguna regla de orden y gobierno. Las leyes
-económicas de mi hermano me parecen una de las más infames invenciones
-del egoísmo humano.</p>
-
-<p>—¿De modo que usted, señora mía, cree que para despreciar al dinero
-y castigarlo por su vileza, debe dársele al primer loquinario que lo
-pide sin que sepamos en qué lo ha de emplear?</p>
-
-<p>—Creo que el empleo final de la moneda es siempre el mismo, dese
-a quien se diere. Caiga donde caiga, va a satisfacer necesidades.
-El manirroto, el disipado, el vicioso mismo, lo hacen pasar a otras
-manos, que lo aprovechan en lo que debe aprovecharse. Lance usted un
-puñado de billetes a la calle, o entrégueselo al primer perdido que
-pase, al primer ladrón que lo solicite, y ese dinero, como van todas
-las aguas a los ríos, y los ríos al mar, irá a cumplir su objeto<span
-class="pagenum" id="Page_100">p. 100</span> en el mar inmenso de la
-miseria humana. Cerca o lejos, aquí o allá, con ese dinero arrojado
-por usted a la calle se vestirá alguien, alguien matará su hambre y su
-sed. El resultado final de toda donación de numerario es siempre el
-mismo.</p>
-
-<p>—Señora mía —dijo don Manuel un poco aturdido—. No seamos
-paradójicos..., no seamos sofísticos. Si usted me permite que la
-contradiga, que le haga una demostración clara de su error en esa
-materia...</p>
-
-<p>El hombre no podía expresarse bien. Estaba sofocadísimo, sentía
-calor, y se abanicaba con su teja.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChII_5">
- <h3>V</h3>
-</div>
-
-<p>—Por más que usted diga —prosiguió la Condesa—, yo creo que la
-limosna consiste esencialmente en dar lo que se tiene al que no lo
-tiene, sea quien fuera, y empléelo en lo que lo empleare. Imagine usted
-las aplicaciones más abominables que se pueden dar al dinero, el juego,
-la bebida, el libertinaje. Siempre resultará que corriendo, corriendo,
-y después de satisfacer necesidades ilegítimas, va a satisfacer las
-legítimas. ¡Dar a los pobres, nada más que a los pobres! Sobre que no
-se sabe nunca quiénes son los verdaderos pobres, todo lo que se da va
-a<span class="pagenum" id="Page_101">p. 101</span> parar a ellos por
-un camino o por otro. Lo que importa es la efusión del alma, la piedad,
-al desprendernos de una suma que tenemos y que otro nos pide.</p>
-
-<p>—¿Y usted siente esa efusión del alma al dar a su primo el auxilio
-que solicita?</p>
-
-<p>—Sí señor; la siento, porque veo tras su petición un mundo de
-necesidades abrumadoras, de martirios horribles, en que igualmente
-gimen el alma y el cuerpo. Veo la falta de alimento, la estrechez de la
-vivienda, la persecución de los acreedores, la vida angustiosa, llena
-de humillaciones y vergüenzas ocultas, la disparidad terrible entre los
-medios de existencia y el nombre retumbante que se lleva en el mundo.
-Yo creo que en mi primo son ciertos los propósitos de enmienda; pero
-demos de barato que no lo sean; admitamos que nos engaña, que es un
-perdido, un tronera lleno de vicios, entre los cuales descuella el de
-la postulación a diestro y siniestro. ¿Y qué hará usted para sacarle
-del infierno de esa vida? ¿Predicarle? Nada se conseguirá mientras no
-se le ponga en condiciones de variar de conducta, y por más que usted
-se devane los sesos, no hallará otra manera de redención que darle lo
-que no tiene, porque su mala vida no es más que el resultado fatal,
-inevitable, de la pobreza.</p>
-
-<p>—¿Según eso, señora mía —dijo el sacerdote<span class="pagenum"
-id="Page_102">p. 102</span> con cierta severidad—, usted piensa darle a
-José Antonio los cinco mil duros que le pide?</p>
-
-<p>—Sí señor, he resuelto dárselos, y así se lo he prometido. Mi
-palabra es oro. Pero...</p>
-
-<p>—¿Pero qué?...</p>
-
-<p>—¡Oh! aún falta lo mejor. Para que vea usted que no soy paradójica
-ni sofista, se los doy y no se los doy.</p>
-
-<p>—¿Se los presta usted?</p>
-
-<p>—Tampoco. Se los doy en una forma que usted ha de aprobar
-seguramente. Le adjudico la cantidad, quedando esta en mis arcas, a
-disposición de sus administradores.</p>
-
-<p>—Que son...</p>
-
-<p>—Usted y yo. Nosotros nos encargamos de arreglarle una casa decente,
-de asegurarle la subsistencia durante el tiempo que se determinará,
-y, por añadidura, le pagamos sus deudas, le rompemos esas cadenas
-infames que le condenan en vida a un horrible infierno, le libramos
-de la vergüenza del sablazo, de la humillación de carecer de todo.
-Completaremos nuestra obra dándole medios de trabajar en esa empresa
-que dice trae entre manos, especulación que conviene estudiar
-detenidamente para ver si en efecto es tal que en ella puede formarse
-un hombre honrado. Vamos, ¿qué me dice de esta forma de practicar
-la caridad? ¿Cree usted que hay otra manera de traer al buen camino
-a<span class="pagenum" id="Page_103">p. 103</span> un hombre lleno de
-defectos, desquiciado, empedernido en mil hábitos perniciosos?</p>
-
-<p>—Contesto, señora mía, que en principio aplaudo su pensamiento.
-Respecto a la práctica... no sé... Dígame usted: ¿José Antonio acepta
-el auxilio en la forma y condiciones que usted acaba de indicarme?</p>
-
-<p>—El pobrecillo se echó a llorar. Bien conocí que sus lágrimas
-brotaban del corazón. «Eres la Providencia misma —me decía—, y realizas
-el sueño de mi vida; tú me salvas, tú me redimes, tú haces de mí otro
-hombre, y por ti, Halma, bien puedo decir que vuelvo a nacer.» Y
-diciendo esto me besaba las manos.</p>
-
-<p>—Y yo también se las beso a usted ahora —dijo don Manuel, haciéndolo
-con verdadero enternecimiento—. Es usted una santa... a su manera,
-quiero decir que cada día saca usted una nueva forma de santidad. Debo
-decirle, en conciencia, que en estas cosas, la originalidad suele ser
-un poquitín peligrosa, pero hasta ahora vamos bien, y que siga el Señor
-inspirándole esas benditas iniciativas.</p>
-
-<p>—Me complace que usted apruebe mi plan —dijo Catalina, excitada por
-el aplauso—, y que se compadezca de ese desgraciado primo mío, el cual,
-claramente lo veo, tiene más viciada la cabeza que el corazón. Cierto
-que es la informalidad andando, que no acaba cuando se pone a<span
-class="pagenum" id="Page_104">p. 104</span> enjaretar embustes, que por
-procurarse el pan de cada día, comete mil bajezas. Por eso mismo, por
-ser un enfermo del alma, le está perfectamente indicada la medicina de
-la caridad tutelar y educativa. ¿No estoy en lo cierto?</p>
-
-<p>—Sí, señora mía —replicaba Flórez entornando los párpados y
-afirmando con la cabeza.</p>
-
-<p>—La caridad se ha de ejercer en toda clase de enfermos y en toda
-clase de miserables, y este Urreíta es un pobre de solemnidad... <i>de
-tres capas</i>, un desgraciado, cuyas angustias parten los corazones.
-Él me lo decía, haciéndome reír y llorar al mismo tiempo: «Querida
-prima, el último de los pordioseros es un millonario comparado conmigo.
-Recoge zoquetes de pan y peladuras de patatas; pero se lo come en paz,
-y su espíritu vive con la serenidad y la alegría del pájaro, que al
-amanecer canta saludando al día... Hasta los ciegos que andan por ahí
-tocando la flauta o el violín son menos desdichados que yo. Envidio a
-los vendedores de periódicos, a los mozos de cuerda, y a los poceros
-de la Villa. Todos comen su bazofia sin comerse al propio tiempo la
-vergüenza, que es amarga como la hiel.» ¡Pobrecillo de mi alma! No
-puedo menos de considerarle, señor don Manuel, como un niño mañoso a
-quien hay que educar. Le haremos todo el bien posible, sin escatimar
-los azotes. Porque eso sí, mucha caridad, pero mucho rigor.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_105">p. 105</span>—Eso, eso; y si
-conseguimos su enmienda, habremos hecho una obra meritoria y grande
-—dijo suspirando el sacerdote, que si al principio sintió su poquito
-de resquemor ante la hermosa iniciativa de su discípula, no tardó en
-apropiarse las ideas de ella, con la mira de vigorizarlas y recobrar de
-este modo su magisterio.</p>
-
-<p>—Y nadie me quita de la cabeza —prosiguió Halma— que el corazón
-de Pepe es bueno, y que hay en él, aunque por muy escondido no se
-vea, materia abundante para obtener la verdadera virtud. De niño era
-un ángel. Somos de la misma edad, y juntos vivimos algún tiempo en
-Zaportela: su madre, mi tía Rudesinda, me quería locamente, y como
-yo era endeblilla y enfermucha, me llevaba consigo al campo para que
-me repusiera. Pepe Antonio y yo pasábamos largas temporadas hechos
-unos salvajes, corriendo por praderas y sembrados, declarando la
-guerra a los pobres grillos, y comiéndonos, no solo la fruta madura,
-sino la verde. Pues mire usted: yo era mucho más traviesa que Pepe
-Antonio, yo solía tener malicias, inocentes, eso sí, pero malicias, y
-él no, él parecía un santito en agraz, y no es que fuera hipócrita,
-no; era la bondad misma, la pureza y la abnegación. Un día, delante
-de mí, se quitó la camisita para dársela a un niño pobre. Todo lo
-daba,<span class="pagenum" id="Page_106">p. 106</span> no era glotón,
-ni avaricioso, ni envidiosillo, como todos los chicos. Mis faltas las
-tomaba para sí, y se dejaba castigar para que no me castigaran. Luego,
-tomó camino tan diferente del mío, que estuvimos sin vernos muchísimo
-tiempo. Cuando volvimos a encontrarnos, ya era él un hombre, y hacía
-en Madrid una vida de vértigo y desorden. La orfandad, la miseria
-vergonzante corrompieron aquella alma buena, que parecía creada para el
-bien.</p>
-
-<p>—¡Qué cabeza la mía, señora Condesa! —dijo don Manuel, que con un
-gesto renegaba de su flaca memoria—. ¿Pues no se me había olvidado
-darle la buena noticia?... Esos recuerdos infantiles de Zaportela me
-hacen recordar que el señor Marqués ha convenido conmigo en adjudicar a
-usted, no esa finca, sino otra mejor, el castillo de Pedralba, en esta
-provincia. ¡Tanto le dije, que...!</p>
-
-<p>—¡Oh, qué dicha!... ¿Pero es cierto? ¡Pedralba nada menos! Tiene
-usted razón, mi hermano es la misma bondad, y yo no sé cómo agradecerle
-tantos beneficios. De niña, también viví en Pedralba: no puede usted
-figurarse el cariño que tengo a las viejas y carcomidas piedras del
-castillo, que de tal no tiene más que el nombre.</p>
-
-<p>—Y la propiedad de esa finca sin duda facilita los proyectos de
-fundación... ¿No es eso, señora Condesa?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_107">p. 107</span>Doña Catalina
-no contestó, y su meditación silenciosa llenó nuevamente de recelo
-el espíritu del buen sacerdote. La pregunta que antecede había sido
-formulada por Flórez con objeto de explorar el pensamiento de su noble
-amiga, el cual cada día se concentraba más, arrojando de súbito alguna
-claridad esplendorosa, que al propio tiempo que deslumbraba al buen
-maestro, le ponía en gran confusión. Tras largo silencio, la Condesa
-reanudó el diálogo diciendo:</p>
-
-<p>—Quedamos en eso.</p>
-
-<p>—En que... sí... en que Pedralba puede servir de base...</p>
-
-<p>—No pensaba yo en Pedralba. Lo que digo es que usted no se opone a
-que vea yo a ese que llaman Nazarín.</p>
-
-<p>—¡Ah!... sí... en efecto... Pues, sí, no hay inconveniente...</p>
-
-<p>—¿Usted no se atreve a afirmar si es loco o santo?</p>
-
-<p>—Al menos, hasta ahora...</p>
-
-<p>—Pues yo quiero saberlo, me conviene saberlo con certeza.</p>
-
-<p>—Espero llegar a la certidumbre con solo tratarle un poco; analizar
-sus ideas y someter a un examen prolijo sus acciones.</p>
-
-<p>—Y aunque para mi convencimiento me baste el dictamen de usted,
-¿será impropio, será impertinente que yo misma le vea y le hable,<span
-class="pagenum" id="Page_108">p. 108</span> si no por otro motivo, por
-satisfacer una curiosidad que me inquieta?</p>
-
-<p>—No creo improcedente que usted aprecie por si misma su estado
-cerebral —repuso el clérigo, midiendo bien las palabras—. Pero antes
-conviene que le examine yo, que hablemos despacio. Luego determinaremos
-en qué sitio y ocasión puede usted satisfacer su curiosidad.</p>
-
-<p>—Perfectamente... Pero prontito, don Manuel.</p>
-
-<p>—Mañana mismo le haré una visita en el hospital. Ea, es muy tarde,
-y usted va a comer, y yo a mi casa. Es de noche. Adiós, amiga mía, y a
-descansar. Descanse no solo el cuerpo sino el pensamiento, que harto
-trabaja en idear cosas grandes. Adiós... Hasta mañana.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChII_6">
- <h3>VI</h3>
-</div>
-
-<p>Retirose don Manuel bien embozadito en su luenga pañosa, porque
-apretaba el frío, y meditabundo y un poco descontento de sí, por el
-camino se decía: «Esta doña Catalina es el demonio... ¡qué barbaridad!
-Quiero decir que es un ángel, un ser extraordinario. Ya no me queda
-duda. Tiene mucho más talento que yo, sabe más que yo, y descubre cosas
-que nadie ve, que si al principio parecen disparates, bien examinadas
-resultan con toda la hermosura y toda la grandeza de Dios. Cada día
-sale con una no<span class="pagenum" id="Page_109">p. 109</span>vedad.
-¡Y qué ideas, Dios mío! ¿Que me reservará para mañana?»</p>
-
-<p>Esto decía, sintiendo un poquitín la humillación del maestro que se
-ve convertido en educando. Pero como era tan buena persona, y no dejaba
-entrar nunca en su alma la ruin envidia, y además estimaba cordialmente
-a la Condesa, en vez de enojarse neciamente por el gradual desgaste de
-su autoridad, se apropiaba las ideas de la discípula, y haciéndolas
-suyas las presentaba de nuevo en forma metódica y sistemática, con lo
-cual creía resultar a los ojos de ella, y aun a los suyos propios,
-como el verdadero inspirador, siendo en verdad el inspirado. Hombre
-flexible, creado para las adaptaciones sociales, y para aplicar y
-defender la santa doctrina según el medio y las ocasiones en que le
-correspondía actuar; bastante sagaz para conocer lo bueno donde quiera
-que saliese, y bastante práctico para saber aprovecharlo, obraba como
-obran siempre los caracteres de su complexión y hechura, no poniéndose
-frente a ninguna fuerza que creen útil, sino dejándose llevar por dicha
-fuerza, con tanto estudio y picardía en la postura, que parezca que la
-dirigen y conducen.</p>
-
-<p>Metiose el buen clérigo en su casa pensando en la corrección
-de Urrea, y pues la señora confiaba en su ayuda para lograrla,
-hacía propósito de adelantarse a ella en el desarrollo de<span
-class="pagenum" id="Page_110">p. 110</span> aquel pensamiento,
-de hacerlo suyo, agregándole pormenores que lo harían de seguro
-más eficaz. Pero lo que le desconcertaba era no saber qué nuevas
-invenciones sacaría de su inspirado caletre la Condesa, pues a lo mejor
-salía por donde menos se esperaba. Las iniciativas de él casi nunca
-cuajaban; las de ella venían con tal fuerza, que al punto conquistaban
-al maestro, y no había más remedio que seguirlas, componiéndolas y
-retocándolas después para conservar las preeminencias exteriores del
-poder gobernante. En suma, que si al principio Halma parecía una
-reina constitucional a la moderna, que reinaba y no gobernaba, poco
-a poco iba sacando los pies de las alforjas, y picando en absoluta
-soberana. Mas era tan buena, tan discreta y piadosa, que se arreglaba
-habilidosamente para dejar a su ministro las satisfacciones y aun la
-creencia de la iniciativa gubernamental.</p>
-
-<p>—Bueno, Señor, bueno —decía don Manuel poniéndose ante su cena,
-tan frugal como bien condimentada—. Y esto de querer avistarse con el
-desdichado Nazarín, ¿para qué será? ¿Qué objeto lleva, qué ideas le
-mueven, qué planes acaricia? No lo entiendo. Pero allá veremos por
-dónde sale, y quiera Dios que sea por un registro fácil de entender, y
-más fácil de manejar.</p>
-
-<p>A la misma hora que el respetabilísimo Fló<span class="pagenum"
-id="Page_111">p. 111</span>rez cenaba, pero no aquel día, sino pasados
-dos o tres, José Antonio de Urrea comía con su primo Feramor en casa
-de los Duques de Monterones. Fácil es comprender de qué hablarían, al
-encontrarse solos en el salón, poco antes de la comida.</p>
-
-<p>—No lo creo, aunque me lo jures —le decía el Marqués, sin poder
-contener la risa—. Tú estás soñando, Pepe, o quieres burlarte de mí.
-¿Y dices que te lanzaste a fijar tu petición en la fabulosa cantidad
-de...?</p>
-
-<p>—Cinco mil duros. Y aún creo que me quedé corto. Entré en la mística
-celda decidido a plantear el negocio <i>sobre la base</i> de los cuatro
-mil... Claro, las bromas o pesadas o no darlas... Y en el curso de la
-conferencia, viendo las buenas disposiciones de Halma, me arranqué
-a los cinco mil. Éxito completo. ¡Ah! bien puedo decir ahora que tu
-hermana es una santa; pero así como suena, ¡una santa!... todo lo
-contrario de ti, que eres el Sumo Pontífice del egoísmo. ¡Qué bondad,
-qué dulzura, qué penetración, qué talento sutil para comprender las
-circunstancias en que yo vivo! Sostengo que ella tiene más talento
-que tú, y que es mucho más práctica, sublimemente práctica. La
-indulgencia noble con que iba puntualizando mis miserias, mis acciones
-indecorosas, me llegó al alma, Paco, porque al propio tiempo que me
-reñía dulce<span class="pagenum" id="Page_112">p. 112</span>mente por
-mi conducta, la disculpaba, atribuyéndola, más que a perversión moral,
-al inexorable despotismo de la necesidad, del hábito... ¡Oh, qué mujer,
-qué alma grande y hermosa! Cree que me hizo llorar... mi palabra que
-sí. Llegué a figurarme que era un chiquillo, que me regañaban por la
-travesura de romper un juguete de precio, prometiéndome comprarme otro.
-En fin, que el cielo se ha abierto al fin para mí, después de haber
-llamado a su puerta inútilmente tanto tiempo. Estoy salvado, Paco; tu
-hermana me salva... Creo en la Providencia, en Dios... Soy feliz, seré
-otro hombre, gracias a ella, a ese ángel con más talento que todos los
-Artales y Feramor de este siglo y de todos los pasados siglos, amén.</p>
-
-<p>—Pues te doy mi enhorabuena —le dijo el Marqués con sorna—. ¿Ves
-como acerté, al indicarte...? Me daba el corazón que mi hermana se
-gastaría su dinero en la regeneración de los perdidos de la familia.
-Obra laudable, a fe.</p>
-
-<p>—Si te burlas, peor para ti.</p>
-
-<p>—No me burlo. Ahora, lo que importa es que tu honradez esté a la
-altura de la virtud de Catalina, so pena de que resulte una santidad no
-solo inútil, sino merecedora del manicomio antes que de los altares.</p>
-
-<p>—No temas nada. En primer lugar, no me dan el dinero a mí, lo que en
-verdad no me im<span class="pagenum" id="Page_113">p. 113</span>porta.
-Mejor, mejor es así. No me lo dan; lo <i>dedican</i> a la grande y
-hermosa obra de remediar las penas del primer desdichado del mundo, y
-de socorrer la miseria más angustiosa y lacerante que alumbran el sol y
-la luna.</p>
-
-<p>Después de la comida, excitado el hombre por la nutrición abundante
-y la copiosa bebida, volvió a charlar con su primo mientras fumaban,
-y se enterneció al referir las bondades de Halma. Colmaba también de
-elogios a don Manuel Flórez, llamándole padre de los pobres, apóstol
-de gentiles, lumbrera de la caridad, y al fin, charla que te charla,
-por entre los entusiasmos del hombre extraviado, deseoso de redención,
-asomó el cinismo del aventurero arbitrista.</p>
-
-<p>—Tengo además otro proyectillo. A ver qué te parece. Tu hermana
-adoraba a su marido, aquel pobre <i>besugo</i> alemán, que vino aquí a
-que le matáramos el hambre. La memoria de Carlos Federico es su única
-pasión mundana, y su espíritu se alimenta de la idea del muerto, como
-planta que vive de lo que extraen las raíces. Hablando conmigo, se
-dejó decir que su mayor gusto sería transportar a España el cuerpo,
-que debe de estar incorrupto, de su esposo querido, para sepultarse
-ella con él, naturalmente, cuando se la lleve Dios... Pues bien; se me
-ha ocurrido proponerle la traída del difunto...<span class="pagenum"
-id="Page_114">p. 114</span> Vamos, que le contrato la conducción de las
-cenizas preciosas por cinco mil duros, siendo de mi cuenta todos los
-gastos, embarque, transportes por ferrocarril, aduanas... porque las
-momias también pagan derechos. ¿Qué te parece?</p>
-
-<p>—Que es una contrata como otra cualquiera. Redacta tu pliego de
-condiciones, estudia el asunto...</p>
-
-<p>—Se pueden ganar un par de mil duros... palabra que sí. Me planto en
-Corfú, hago la exhumación, y me comprometo a traerlo decorosamente, con
-una cuadrilla de frailes franciscanos, que vengan cantando responsos
-por toda la travesía. Y me encargo de asegurar el féretro, de envasarlo
-convenientemente, y de hacer la entrega en el punto de España que ella
-designe. He de percibir a toca teja dos mil duros antes de partir para
-Corfú, y tres mil en el acto de entregar la santa reliquia.</p>
-
-<p>—¡Pobre hermana mía! —exclamó el Marqués, viendo súbitamente las
-extravagancias de su primo bajo el aspecto serio y peligroso—. Esto le
-pasa por querer gobernarse sola, desconociendo su incapacidad. Ya verá,
-ya verá... José Antonio, te prevengo que si continúas inspirando a mi
-desgraciada hermana esas que no sé si son tonterías o locuras, tendré
-que intervenir como jefe de la familia.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_115">p. 115</span>Dejole con la
-palabra en la boca, mascullando el cigarro. «Te desprecio —murmuró
-Urrea viéndole partir—, egoistón, eterno inglés de la humanidad
-desvalida, usurero... Shylock disfrazado de aristócrata...»</p>
-
-<p>No tardó en circular en la tertulia de Monterones la noticia de la
-redención del perdido con los dineros y la piedad de Catalina de Halma,
-y los despiadados comentarios que sobre ello se hicieron, no solo
-herían a la noble señora, sino a su respetable maestro espiritual.</p>
-
-<p>—Porque yo me explico todo —decía la Duquesa—; me explico
-las debilidades de mi pobre hermana, cuya cabeza se destornilló
-lastimosamente desde antes de casarse; me explico las audacias de
-Pepe Antonio; lo que no entiendo es que don Manuel autorice tales
-despropósitos.</p>
-
-<p>Consuelo Feramor, que no hacía buenas migas con su hermana política,
-y censuraba sin piedad su retraimiento, tachándolo de mojigatería y
-orgullo, llegó a decir a su marido:</p>
-
-<p>—La culpa la tienes tú... y algo le toca al angelical don Manuel.
-¡Pues si fuera cierto lo que me dijeron hoy en casa de Cerdañola! No,
-no puede ser... Lo cuento como chiste. Pues que Catalina ha suplicado a
-Flórez que le traiga a Nazarín... Esto sería demasiado, ¿verdad? Pero
-qué sé yo... lo creo, me inclino a creerlo. Un entendimiento<span
-class="pagenum" id="Page_116">p. 116</span> soliviantado que se
-dispara, ¿a qué tonterías, a qué extravagancias no llegará?</p>
-
-<p>—Dejémosla disponer de su dinero como guste —dijo la de San Salomó,
-menos intransigente que sus amigas, sin duda por no ser de la familia—,
-y alabemos a Catalina de Halma, si nos da lo que a pedirle vamos. Y
-no hay que diferir nuestro sablazo, señoras mías. Podría suceder que
-llegáramos tarde, y encontráramos agotado el filón. Reunámonos mañana,
-plantémonos allá las tres, levantados en alto los terribles alfanjes de
-oro... y ¡zás!</p>
-
-<p>Consuelo Feramor, María Ignacia Monterones y la Marquesa de San
-Salomó eran al modo de presidentas, vicepresidentas o secretarias
-en estas o las otras Juntas benéficas señoriles que reúnen fondos,
-ya por medio de limosnas, ya con el señuelo de funciones teatrales,
-rifas y kermessas, para socorrer a los pobres de tal o cuál distrito,
-edificar capillas, o atender al inconmensurable montón de víctimas
-que los desatados elementos o nuestras desdichas públicas acumulan de
-continuo sobre la infeliz España. No hay que decir que las tres cayeron
-sobre la solitaria y triste viuda con el furor de piedad que desplegar
-solían en semejantes casos. Recibiólas Catalina con atento agasajo y
-finísimas demostraciones de amistad; pero con la misma urbanidad serena
-que empleó en las cortesanías,<span class="pagenum" id="Page_117">p.
-117</span> negoles el socorro que solicitaban. En redondo, en seco: que
-cada cual debía entenderse a solas para practicar la caridad.</p>
-
-<p>Salieron desconcertadas, confusas, rabiosas, y en el paroxismo de su
-ira, Consuelo dijo a su marido:</p>
-
-<p>—Si no fuera ella quien es, y nosotros quien somos, creería yo que
-la residencia natural de tu hermana era un santo manicomio.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChII_7">
- <h3>VII</h3>
-</div>
-
-<p>Feramor las calmaba, haciéndoles ver cuánta impertinencia revelaba
-su enojo, pues cada cual es dueño de hacer el bien, si lo hace, en
-la forma que más le acomode. Con su claro talento, su fácil palabra,
-mitad en serio, mitad en broma, logró poner las cosas en su punto,
-demostrando que si Catalina, por su exagerado individualismo y la
-salvaje independencia que iba descubriendo, podía merecer censura, no
-merecía execración, ni menos ser condenada a perpetuo encierro en una
-casa de orates. Pero si Feramor lograba calmar los ánimos, creando una
-situación de relativa tolerancia, muy del gusto y del género inglés,
-no así don Manuel Flórez, el cual, cuando cayeron sobre él furibundas
-las tres damas, pidiéndole explicaciones de la increíble conducta de
-la Condesa, no sabía qué contestar, ni por dónde salir: tales eran
-su<span class="pagenum" id="Page_118">p. 118</span> confusión y
-azoramiento. En los días siguientes le traían loco, con preguntas,
-comentarios y mortificantes indagatorias.</p>
-
-<p>—Pero dígame, don Manuel, ¿lo de la corrección de José Antonio, fue
-idea de usted?</p>
-
-<p>—De ella..., mía no... La que no comprenda que es una idea
-hermosísima, que no cuente conmigo para nada.</p>
-
-<p>—Hermosísima, y sobre todo práctica.</p>
-
-<p>—Hemos de ver eso. La silba que se llevará don Manuel, si la
-corrección fracasa, se ha de oír en Pekín.</p>
-
-<p>—Y sepamos otra cosa: ¿es también de usted el pensamiento de traer a
-Nazarín?</p>
-
-<p>—Sí señora, mío es —dijo valientemente y tragando saliva el buen
-sacerdote, decidido a corroborar siempre las ideas de doña Catalina
-para no perder su autoridad—. Si no comprenden la delicadeza, el noble
-fin que encierra, peor para ustedes.</p>
-
-<p>—Pues mire usted, no lo comprendemos, y yo lo declaro, aunque
-usted nos tenga por... indoctas. Somos muy bárbaras, queridísimo don
-Manuel.</p>
-
-<p>—¿Pero es cierto que traerán a casa a ese pobre demente?... o
-criminal... vaya usted a saber —dijo Consuelo escandalizada.</p>
-
-<p>—¡Oh! yo voto porque venga —manifestó la de San Salomó, y las mismas
-demostraciones<span class="pagenum" id="Page_119">p. 119</span> hizo
-la Duquesa—. Yo rabio por ver al famoso mendigo y apóstol Nazarín.</p>
-
-<p>—Sí, que le traigan. Y que avisen con tiempo para invitar a todas
-nuestras amigas.</p>
-
-<p>—Y veremos también a Beatriz, la mística mostolense, de quien decía
-un periódico que era una especie de Eloísa sin Abelardo.</p>
-
-<p>—El Abelardo es Nazarín... Y que venga también Ándara. Queremos ver
-toda la tribu. Sí, don Manuel, que vengan todos.</p>
-
-<p>—Como no se trata de satisfacer una insana curiosidad, no les verán
-ustedes.</p>
-
-<p>—Pues nos oponemos a que entren en casa.</p>
-
-<p>—No, no. Lo que haremos es reconocer y proclamar el delicado
-pensamiento de Catalina, si los traen y nos permiten verles y
-hablar con ellos... Pero que conste: ha de venir también Ándara.
-Ese tipo de travesura procaz y temeridad heroica, me interesa
-extraordinariamente.</p>
-
-<p>—Hablaremos con ellos, nos explicarán su doctrina.</p>
-
-<p>—Les daremos una merienda.</p>
-
-<p>—Ea, basta —dijo Flórez incomodándose—. No vendrán. Las mujeres
-nazaristas, no se ha pensado en traerlas. Él, el desdichado sacerdote
-melancólico y errabundo, no vendrá tampoco, sencillamente porque no
-quiere venir.</p>
-
-<p>—¡Ah! nuestro gozo en un pozo.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_120">p. 120</span>—Entonces, irá
-Catalina a verles al hospital. Me parece muy inconveniente.</p>
-
-<p>—Me parece una necedad formidable.</p>
-
-<p>—Menos pareceres y más juicio, señoras mías. Lo que disponga <i>este
-cura</i> en asuntos para los cuales no debe faltarle competencia,
-al menos por su edad, ya que no por su saber, no debe ser discutido
-ni menos ridiculizado por mis buenas amigas, alguna de las cuales
-(lo decía por la de Monterones) recibió de estas manos el agua del
-bautismo. Conque no digo más por hoy.</p>
-
-<p>Con esta admonición, en que advirtieron las tres damas un marcado
-acento de severidad y amargura, cosa muy rara en don Manuel, que era un
-almíbar en el trato social, especialmente con señoras, se reprimieron,
-dando a sus críticas un tono puramente amistoso. Pasaron algunos días,
-en los cuales no tuvo Flórez ocasión de sacar las disciplinas; pero
-al ser puesto en práctica el plan de corrección del pobre Urrea, las
-hablillas recrudecieron. ¡Santo Cristo! Cuando se corrió la voz de
-que <i>le ponían casa</i> a José Antonio, de que doña Catalina le
-cuidaba la ropa, y don Manuel andaba por todo Madrid a la husma de
-los usureros que desollaban vivo al primo de Feramor, levantose un
-tumulto tan imponente, que el bueno de Flórez tuvo que plantarse. Todo
-lo consentía, menos que su au<span class="pagenum" id="Page_121">p.
-121</span>toridad fuese puesta en solfa. Que se hicieran comentarios
-más o menos discretos de sus acciones, no le importaba; pero que
-sus acciones se desfiguraran maliciosamente, no podía quedar sin
-correctivo. Fue, ¿y qué hizo? Convocó a las tres damas que eran cabeza
-de motín, y les echó un sermón por todo lo serio, dejándolas, si no
-convencidas, calladas, y con pocas ganas de meterse en vidas ajenas.
-Retirose el buen limosnero a su casa, fatigado de aquellas luchas
-a que la genial iniciativa de la Condesa le comprometía, rompiendo
-la placidez fácil de su religioso gobierno, y al introducirse en la
-cama, después de sus rezos, o entreverando el rezo con la meditación
-profana, se decía: «¡Cuánto mejor que esta buena señora siguiera
-los caminos ya hechos y despejados, en vez de empeñarse en abrirlos
-nuevos, desbrozando la trocha salvaje! ¡Cuánto más cómodo para todos
-que acatara <i>lo establecido</i>, y se echara en brazos de los que
-ya tienen perfectamente organizados los servicios de caridad, las
-Juntas de damas, las archicofradías, las hermandades, mis colectas para
-escuelas, mis...! ¡Cuánto mejor abrazarse <i>a lo establecido</i>,
-Señor, que...!»</p>
-
-<p>A pesar de los pesares, don Manuel dormía como un bendito. No así
-José Antonio, que en la casa frontera (calle del Olivar) se pasaba las
-noches en claro, por causa de la exaltación de<span class="pagenum"
-id="Page_122">p. 122</span> su felicidad, pues la onda venturosa,
-cuando viene con fuerza, se parece a la onda del infortunio en que
-quita el sueño y aun el apetito. Tan grande novedad era para él ver
-definitivamente resuelto el problema alimenticio, no vivir mañana
-y tarde discurriendo en qué rama posarse para comer, que el mismo
-asombro de su dicha le tenía como en ascuas, receloso de su destino.
-¡Le parecía tan inverosímil ser amo de su casa, es decir, estar en
-seguras paces con el casero, ver un principio de arreglo en las cosas
-necesarias para vivir; tener en su comedor loza modesta, pero loza al
-fin, en vez de los dos o tres platos rotos que eran su único ajuar;
-encontrarse los armarios surtidos de ropa blanca, que la misma Catalina
-con solícita mano materna había puesto allí! Todo esto era como un
-sueño, como un pasaje fantástico de las <i>Mil y una noches</i>. Temía
-despertar, y que tantos bienes desaparecieran en un restregar de ojos,
-volviéndole a la tristísima realidad de su vida anterior. Y para colmo
-de ventura, podría consagrarse seriamente a un trabajo fácil y muy de
-su gusto, la zincografía, pues ya le iban a disponer local y aparatos a
-propósito. ¡Qué dicha, qué gloria, qué divina lotería! ¿Con qué lengua,
-con qué voces bendeciría a su celestial Providencia, la santa y amorosa
-Halma?</p>
-
-<p>Su nueva vida apartó al parásito de los si<span class="pagenum"
-id="Page_123">p. 123</span>tios que ordinariamente frecuentaba, sin
-dejar de concurrir alguna noche a las casas de sus parientes. Y, al
-conocer allí los comentarios zumbones que del nobilísimo acto de su
-prima se hacían, perdió el hombre los estribos, cruzó palabras agrias
-con el Duque de Monterones y con dos o tres sujetos más, cuyas esposas
-o hermanas se habían permitido ridiculizar a la Condesa, y seguramente,
-si él fuera otro y en más le estimaran, de sus destempladas expresiones
-hubiera resultado algún lance. Feramor le calmaba, pues sus principios
-de buena educación repugnaban aquella forma violenta, y hasta cierto
-punto española, de tratar asunto tan delicado. Cuanto menos se hablara
-de ello, mejor. Pero Urrea estimaba el silencio como una complicidad
-cobarde con los murmuradores, y quería, por el contrario, hablar hasta
-que le oyeran los sordos, proclamar a gritos, no solo la inmaculada
-virtud de Catalina, sino su talento, y la superioridad de sus ideas,
-que aquel vulgo elegante y corrompido no podría comprender nunca.
-Feramor le dijo con gravedad:</p>
-
-<p>—La forma, mi querido José Antonio, es cosa de suma importancia
-en la vida social, y no es posible desconocer su valor positivo, sin
-exponerse a gravísimos males. Todo se puede hacer haciéndolo bien; nada
-es factible con malas formas.</p>
-
-<p>Retirose Urrea maldiciendo a su primo, a<span class="pagenum"
-id="Page_124">p. 124</span> quien llamaba <i>el hombre de cartulina
-Bristol</i>, y a la mañana siguiente muy temprano se fue a ver a la
-Condesa, hacia la cual una atracción invencible le arrastraba en cuerpo
-y alma. El agradecimiento vivísimo se transformaba en una adhesión
-caballeresca, en un cariño fraternal o filial, que así debe llamársele
-para expresar bien su pureza, en el deseo de serle útil, y prestarle
-algún servicio proporcionado a la inmensidad del bien que de la ilustre
-señora había recibido. Pero siempre que a ella se acercaba, sentíase
-agobiado de tristeza, porque su conciencia le acusaba de agravios
-inferidos anteriormente a la generosa viuda, y aquel día hizo propósito
-firme de descargar su alma de aquel peso, confesando a su bienhechora
-los pecados que contra ella había cometido. Encontróla dobladillando,
-con la ayuda de su criada Prudencia, las sábanas y ropa de comedor
-que faltaban para completar el ajuar del perdis redimido. Retirose
-Prudencia, y prima y primo hablaron lo que sigue:</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChII_8">
- <h3>VIII</h3>
-</div>
-
-<p>—Halma, de hoy no pasa que yo tenga contigo una explicación. Mi
-conciencia me lo pide, me lo exige. Gracias a ti, no solo tengo casa
-y cama en que dormir, y platos en que comer,<span class="pagenum"
-id="Page_125">p. 125</span> sino conciencia. Esta me abruma: siempre
-que vengo, me digo: «De esta vez, se lo confieso.» Y siempre me falta
-valor. Pero lo que es hoy, querida prima, hoy, o canto o reviento.</p>
-
-<p>—¿Pero qué es eso, José Antonio, has hecho alguna cosa
-inconveniente?</p>
-
-<p>—No, no: no temas que yo falte a lo tratado. Mi corrección es tan
-cierta como que ahora vivimos tú y yo. Trátase de pecadillos antiguos,
-que no tienen en sí mucha gravedad, quiero decir, sí la tienen por ser
-contra ti. Cualquier falta cometida contra ti es gravísima. Yo quiero
-confesarlos hoy... Verás...</p>
-
-<p>—Pero, hijo, vale más que se lo cuentes a un confesor. Por mí, tus
-pecadillos están perdonados. Falta que Dios te los perdone.</p>
-
-<p>—Yo no tengo que buscar más perdón que el tuyo.</p>
-
-<p>—Eso... casi casi es una irreverencia.</p>
-
-<p>—Tú eres mi confesor, mi altar; tú eres mi santa, mi Virgen
-Santísima, mi...</p>
-
-<p>—Calla, y no digas más desatinos. Pareces un chiquillo.</p>
-
-<p>—Lo soy. Tú me has vuelto a la infancia, a la inocencia, a la edad
-aquella venturosa en que correteábamos los dos por los andurriales
-de Zaportela. Soy y quiero ser un niño, y como niño, a ti, que
-eres como mi madre, te confieso mis horribles pecados. Atiende. Lo
-primero...<span class="pagenum" id="Page_126">p. 126</span> cuando tu
-hermano me sugirió la idea de pedirte socorro, yo no tenía más objeto
-que darte lo que llamamos un sablazo, ni más intención que emplear tu
-dinero en pagar algunas deudas apremiantes, quizás en probar fortuna al
-juego para sacar cantidad mayor. Pues cuando tu hermano me lo indicó,
-yo dije que tú estabas loca. ¡Ya ves qué insolencia!</p>
-
-<p>—¿Y no es más que eso? —dijo Catalina riendo, y rasgando a tirón un
-gran pedazo de lienzo, de modo que su risa y el estridor de la tela se
-confundían—. Pues con muchas abominaciones como esa, tu rinconcito en
-el Infierno no hay quien te lo quite.</p>
-
-<p>—Es más, es mucho más —añadió Urrea suspirando fuerte—. Dije también
-que tú eras tonta.</p>
-
-<p>—¡Bah, bah!</p>
-
-<p>—¡Llamarte tonta a ti, que eres la misma inteligencia...! El tonto
-es él, tu hermano, con la tiesura planchada de su alma inglesa, él,
-incapaz de nada grande, ni de un rasgo de sensibilidad...</p>
-
-<p>—Eh... caballero; está usted pecando en el mismo confesonario. Por
-un lado se sincera, y por otro se carga con nuevas culpas, haciendo
-juicios temerarios.</p>
-
-<p>—Pues no digo nada de tu hermano. Sabrás que también hablé pestes
-del bonísimo don Manuel, y le llamé <i>congrio</i>, y...</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_127">p. 127</span>—Ja, ja... de
-seguro que te lo perdonará si lo sabe.</p>
-
-<p>—Y después, una noche que comí en casa de Monterones, hablamos
-tu hermano y yo. Siempre que estoy a su lado, me siento con malos
-instintos, no puedo resistir las ganas de chafar su pulcra educación
-inglesa, como la felpa planchada y lisa de los sombreros de copa. Me
-gusta cepillarla a contrapelo, expresar conceptos que le contraríen
-y le hieran. Pues con esa intención, y sin ánimo de ofenderte, dije
-que yo pensaba contratar contigo, en cinco mil duros, la conducción a
-España de las cenizas de tu querido esposo, y añadí mil tonterías... Te
-advierto, en descargo mío, que había bebido más de la cuenta... Lo peor
-fue que no hablé del pobre Carlos Federico con el respeto que merece su
-memoria. Mi palabra que no.</p>
-
-<p>—Eso es un poquito más grave —dijo Halma con severidad, fijos los
-ojos en su costura—; pero te lo perdono también, puesto que declaras
-que no sabías lo que hablabas, y que no tenías intención de agraviarme.
-¿Qué más?</p>
-
-<p>—Por ahora nada más. ¿Te parece poco? Me quedo muy tranquilo,
-después de habértelo confesado. Y ahora vamos a otra cosa. ¿Sabes que
-tu hermana y tu cuñadita, y todo el enjambre de amigas te critican
-acerbamente, por no haber correspondido a sus cuestaciones como<span
-class="pagenum" id="Page_128">p. 128</span> ellas esperaban, y que
-además te ponen en solfa a ti y a don Manuel por lo que estáis haciendo
-por mí?</p>
-
-<p>—¿Y qué? No me afano por eso. Les perdono cuanto digan de mi, ya sea
-impertinencia sin malicia, ya malicia verdadera.</p>
-
-<p>—No se detienen en la línea del chiste más o menos discreto, sino
-que la traspasan, llegando a ofenderte con apreciaciones calumniosas.
-La de San Salomó dice que eres una hipócrita, y que las visitas que me
-has hecho estas mañanas para arreglarme el cuarto, no pertenecen al
-orden de la beneficencia domiciliaria.</p>
-
-<p>—Todo eso es para mí —dijo la viuda con augusta serenidad—, lo mismo
-que el ruido del viento entre las tejas de la casa... Dios conoce
-mi interior, y ante Él expongo mi conciencia como realmente es. Los
-juicios de los hombres para mí no existen.</p>
-
-<p>—¡Oh, yo no tengo esa virtud! ¡Claro, cómo he de tener esa que es
-tan difícil, si otras muy fáciles no las puedo tener! Lo que yo siento
-es furor de venganza al oír tales infamias. Sería feliz si pudiera
-retorcerle el pescuezo a la bribona que tal piensa y dice.</p>
-
-<p>—¡Oh, por Dios, Pepe, no sigas por ese camino, si no quieres
-lastimarme, y perder en absoluto mi estimación!</p>
-
-<p>—Anoche tuve dos o tres agarradas en las<span class="pagenum"
-id="Page_129">p. 129</span> casas de Monterones y de Cerdañola por
-defenderte, porque para mí no hay mayor gloria que poner tu nombre y
-tus actos por encima de cuanto hay en el mundo. Yo me pelearía con todo
-el que no te confesase como la virtud más grande y pura que conocen
-Madrid y España entera; y haría morder el polvo al que pusiese en duda
-tu santidad, tu honestidad, tu entendimiento soberano.</p>
-
-<p>—¡Jesús, cállate por Dios, y no disparates más, primo! ¿Estás
-loco?</p>
-
-<p>—Y si te conviene probarlo, dime quién te ha ofendido en tu
-dignidad, en tu honor, o siquiera en tu amor propio, para aplastarle
-contra el suelo como un reptil, Catalina, para hacerle polvo...</p>
-
-<p>Decía esto en pie, accionando con calor y énfasis de personaje
-heroico. Su prima, después de romper un hilo con los dientes, mirándole
-asustada, le calmó con una franca y placentera sonrisa.</p>
-
-<p>—Dije que eras un niño, y ahora lo pareces más que nunca. Nadie
-me ha ofendido en mi dignidad ni en mi honor; pero aunque alguien
-me ofendiera, no consentiría yo que tú hicieses por mí el paladín
-en esa forma criminal y anticristiana. Estoy pasmada de tu falta de
-cristianismo. ¿Pero de dónde sales tú, desdichado? ¿En qué mundo de
-soberbia y de errores has vi<span class="pagenum" id="Page_130">p.
-130</span>vido? Primo mío, si quieres que yo te proteja y mire
-por ti hasta hacerte persona regular, no me traigas acá bravatas
-caballerescas. ¡Matar! ¿Crees tú que puedo yo estimar a quien hiera
-a su semejante por un dicho, por una opinión, ni aun por un hecho
-ofensivo? No, José Antonio, eso conmigo no te vale. Ahoga esos
-sentimientos de crueldad, de venganza, y de desprecio de las leyes
-divinas. Si no, no te quiero, no podré quererte, no serás nunca el niño
-bueno, con el cual quiero hacer un hombre... mejor.</p>
-
-<p>Desbordábanse en el alma de Urrea la gratitud y el afecto filial, y
-reconociendo que Halma hablaba conforme a sus cristianos sentimientos,
-replicó manifestando su incondicional sumisión a cuanto la dama pensara
-y resolviera. Despidiose, porque tenía que ver y escoger aquel mismo
-día unos aparatos para su industria, y preguntando a su protectora si
-debía volver por la tarde, díjole ella que no solo se lo permitía, sino
-que le rogaba que volviese después de comer.</p>
-
-<p>A poco de salir Urrea entró don Manuel Flórez, el cual, después de
-informar a la soberana de los pasos dados para recoger cuentecillas y
-pagarés del primo pobre, le dijo que había visto a Nazarín; pero que
-aún no podía formar juicio definitivo de aquel hombre sin semejante.
-Por cierto que el Marqués, con quien hablado<span class="pagenum"
-id="Page_131">p. 131</span> había del propio asunto (y esto se lo
-dijo Flórez a la Condesa en la forma más delicada), no encontraba
-pertinente que el infeliz sacerdote manchego fuese llevado a su casa,
-porque siendo el tal, en aquellos días, objeto de las indagaciones
-informativas de los noticieros de la prensa, si estos se enteraban de
-que había sido conducido a la casa de Feramor, armarían un alboroto
-que a él no le gustaba. Por respeto de su casa, por consideración al
-mismo apóstol vagabundo, a quien él sabía respetar también, no era
-procedente, no era correcto, no era oportuno..., pues...</p>
-
-<p>—Mi hermano tiene razón —dijo Halma, anticipándose al consejo de su
-canciller—. No es conveniente, mientras no se calme el rebullicio del
-público. Desista usted, pues, por ahora...</p>
-
-<p>—No, si ya he desistido —replicó don Manuel, queriendo hacer constar
-su iniciativa.</p>
-
-<p>Y sin hablar cosa de más provecho, se retiró. Después de anochecido,
-cuando la viuda acababa de comer, entró José Antonio, y movido de
-nerviosa impaciencia, no aguardó mucho tiempo para decirle:</p>
-
-<p>—Vengo furioso, querida prima. ¿Sabes que abajo hacen mil catálogos,
-y se permiten indicaciones ridículamente maliciosas...? Aciértame por
-qué... Dicen que anoche saliste con tu criada a eso de las nueve,
-y que no volviste hasta muy tarde. Están lo<span class="pagenum"
-id="Page_132">p. 132</span>cas. Es mucho cuento que no puedas tú salir
-y entrar cuando gustes. Y puesto que a esa hora no hay novenas, ni
-sermón, ni Cuarenta Horas, ni costumbre de pasear, ni tú frecuentas
-los teatros, aquí tienes a tres señoras de alta alcurnia devanándose
-los sesos por averiguar a qué sitio, que no sea iglesia, ni paseo, ni
-teatro, puede ir una dama virtuosa entre nueve y diez de la noche.</p>
-
-<p>—Déjalas que digan lo que quieran. Con eso se entretienen las
-pobres. En medio de su frivolidad, y del tumulto que las rodea,
-¡se aburren tanto!... Pues sí, anoche salimos. ¿Sabes a qué hora
-regresamos? Ya habían dado las once.</p>
-
-<p>Y volviéndose a su criada, que recogía la costura, le dijo:</p>
-
-<p>—Prudencia, no recojas. Esta noche te quedas aquí cosiendo. Mi primo
-me acompañará.</p>
-
-<p>—¿Sales también esta noche? —le dijo el de Urrea estupefacto.</p>
-
-<p>—Sí, y te llevo de rodrigón, por si tuviera algún mal encuentro.
-¿Por qué pones esa cara? Prudencia, mi abrigo, mi mantilla.</p>
-
-<p>En un momento se dispuso para salir. Cogiendo un lío de ropa, bien
-envuelta dentro de un pañuelo prendido con alfileres, lo entregó a
-su primo, y sin tomarle el brazo, bajaron y salieron a la calle. A
-excepción del portero, nadie les vio salir.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_133">p. 133</span>—Aunque no es muy
-lejos —dijo Catalina guiando hacia Puerta Cerrada—, como los pisos
-están malísimos, tomaremos un coche, si te parece.</p>
-
-<p>Así lo hicieron, y la Condesa dio las señas: San Blas, 3.</p>
-
-<p>—¿Sabes a quién vi cuando pasábamos frente a San Justo? —le dijo
-Urrea, no bien empezó a rodar el pesetero—. Pues a Perico Morla. Sin
-duda iba a tu casa. Se paró para mirarnos. Ese llevará el cuento a
-Consuelo.</p>
-
-<p>—Déjale que lleve todos los cuentos que quiera.</p>
-
-<p>—Y de seguro ha venido en acecho hasta Puerta Cerrada, y nos ha
-visto entrar en el simón. Verás qué pronto da la noticia, que será la
-novedad de esta noche.</p>
-
-<p>—Bien. ¿A ti te importa algo?</p>
-
-<p>—¿A mí? Absolutamente nada. Palabra...</p>
-
-<p>—Pues a mí tampoco...</p>
-
-<p>—Lo que más me ha inquietado al ver a Morla, dejándome muy mal sabor
-de boca, es que... ¿Quieres que te lo diga?</p>
-
-<p>—Sí, hombre, dímelo.</p>
-
-<p>—Pues que le debo doce duros. Ya se me había olvidado...</p>
-
-<p>—¡Ah! pues recuérdamelo mañana para mandárselos, es decir, para que
-se los mandes tú.</p>
-
-<p>No tardaron en llegar al término de su via<span class="pagenum"
-id="Page_134">p. 134</span>je, que era una casa de apariencia bastante
-mediana, con estrecho portal y una escalera sucia, desquiciada y
-bulliciosa. Desde los descansos veíase un patio de corredores, y en
-estos, arriba y abajo, multitud de puertas entornadas, por las cuales
-salía ruido de voces, claridad y tufo de petróleo, olores de cenas
-pobres. Subieron Catalina y su acompañante al tercero, y cuando se
-aproximaban a la puerta, Urrea lanzó una exclamación, diciendo:</p>
-
-<p>—¡Ah! ya sé a dónde vamos, prima. Desde que entré por el portal, me
-pareció reconocer la casa. Pero no caía; ¡qué confusión! no daba en lo
-cierto. Ya sé, ya sé. Como que aquí estuve yo la semana pasada con los
-periodistas. Aquí vive Beatriz, la discípula de Nazarín.</p>
-
-<p>—Es verdad. Llama.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChIII_1">
- <p><span class="pagenum" id="Page_135">p. 135</span></p>
- <h2 class="nobreak">TERCERA PARTE</h2>
- <hr class="tir" />
- <h3>I</h3>
-</div>
-
-<p>Si don Manuel Flórez inició sus visitas al místico vagabundo, don
-Nazario Zaharín, por complacer a su señora y soberana, la Condesa de
-Halma-Lautenberg, pronto hubo de repetirlas por cuenta y satisfacción
-de sí mismo, porque, la verdad sea dicha, el misterioso apóstol árabe
-manchego le encantaba, y cuanto más le veía, más quería verle y gozar
-de su sencillez hermosa, de la serenidad de su espíritu, expresada
-con palabra fácil y concisa. Y cada vez salía el buen presbítero
-social más confuso, porque la persona del asendereado clérigo se iba
-creciendo a sus ojos, y al fin en tales proporciones le veía, que
-no acertaba a formular un juicio terminante. «Yo no sé si es santo,
-pero lo que es a pureza de conciencia no le gana nadie. Desde luego
-le declararía yo digno de canonización, si su conducta al lanzarse
-a correr aventuras por los caminos no me ofreciera un punto negro,
-la rebeldía al superior... De todo lo cual<span class="pagenum"
-id="Page_136">p. 136</span> voy coligiendo que en este hombre bendito
-existen confundidas y amalgamadas las dos naturalezas, el santo y el
-loco, sin que sea fácil separar una de otra, ni marcar entre las dos
-una línea divisoria. Es singular ese hombre, y en mis largos años no
-he visto un caso igual, ni siquiera que remotamente se le asemeje. He
-conocido sacerdotes ejemplarísimos, seglares de gran virtud; sin ir más
-lejos, yo mismo, que bien puedo, acá para mí, sin modestia, ofrecerme
-como ejemplo de clérigos intachables... Pero ni los que he conocido, ni
-yo mismo, salimos de ciertos límites... ¿Por qué será, Dios Poderoso?
-¿Será porque este maniobra en libertad, y nosotros vivimos atados por
-mil lazos que comprimen nuestras ideas y nuestros actos, no dejándolas
-pasar de las dimensiones establecidas? No sé, no sé...» Y con este
-<i>no sé</i>, <i>no sé</i>, Flórez expresaba la turbación y las dudas
-de su espíritu.</p>
-
-<p>Por aquellos días acreció el tumulto periodístico, por estar próximo
-a sentenciarse el proceso en que metidos andaban don Nazario y Ándara,
-y menudeaban las interrogaciones, que llaman <i>interviews</i>; los
-<i>reporters</i> no dejaban en paz a ninguna de las celebridades de la
-ruidosa causa, y al paso que estimulaban con picantes relaciones la
-curiosidad del público, se desvivían por darle pasto abundante un día y
-otro, rebuscando incidentes en la vida privada de<span class="pagenum"
-id="Page_137">p. 137</span> los héroes de aquel drama o comedia.
-Echábase Flórez al cuerpo la escalera que conduce a los pisos altos del
-Hospital, cuando sintió tras sí voces alegres, y dos jóvenes que con
-paso vivo subían de dos en dos peldaños le alcanzaron antes de llegar
-al tercero.</p>
-
-<p>—Señor don Manuel, aunque usted no quiera... ¿Cómo va ese valor?</p>
-
-<p>—No tan bien como ustedes... —contestó el sacerdote parándose, más
-para tomar aliento que para contestar al saludo. Y después de mirarles
-fijamente y de reconocerles, añadió con severidad—: ¿Con que otra vez
-aquí los señores periodistas?... ¡Pero, hombre, no han mareado ya
-bastante a ese pobre señor! Francamente, me parece el delirio de la
-publicidad.</p>
-
-<p>—Qué quiere usted, don Manuel. La fiera nos pide más carne, más
-noticias, y no hay otro remedio que dárselas —dijo el primero de los
-dos, vivaracho y simpático.</p>
-
-<p>—Agotado tenemos ya el filón —indicó el segundo—; pero como es
-forzoso servir al público diariamente, ayer le di yo reseña exacta de
-lo que come Nazarín, y una interesante noticia de los malos partos que
-tuvo su madre.</p>
-
-<p>—Pero, hijos míos —dijo Flórez con más bondad que enojo—, vuestra
-información nos va a volver locos a todos. Habéis dicho mil cosas
-inconvenientes, otras que no le importan a nadie.<span class="pagenum"
-id="Page_138">p. 138</span> Yo no sé cómo estos pobrecitos presos
-aguantan vuestro fuego graneado de preguntas, y no os mandan a paseo
-cien veces al día.</p>
-
-<p>—Servimos al público.</p>
-
-<p>—¿Pero no sería mejor que le sirvierais dirigiéndole, que dejándoos
-arrastrar por su novelería caprichosa y malsana?</p>
-
-<p>—¡Ah, don Manuel! No somos nosotros, pobres <i>reporters</i>, los
-que encendemos la hoguera. Nos mandan llevar cuanto combustible se
-encuentra; troncos bien secos si los hay; si no, leña verde, para que
-estalle, y hasta paja, si no encontramos otra cosa.</p>
-
-<p>—Bueno, señor, bueno.</p>
-
-<p>—Pues ayer, mi querido don Manuel —dijo el vivaracho, mostrando un
-periódico—, me sacó usted de un gran apuro. No sabiendo qué escribir,
-me metí con usted. Vea, vea lo que le digo: «Le visita diariamente el
-venerable sacerdote don Manuel Flórez, que sostiene con el procesado
-empeñadas controversias sobre puntos sutilísimos de teología y de alta
-moral...»</p>
-
-<p>—¡Jesús!... ¡Mayor mentira! ¡Pero si no hemos hablado nada de
-teología, ni...! Y además, ya os he dicho que no teníais que mentarme
-a mí para nada. Yo vengo aquí a cumplir mis deberes cristianos de
-consolar al triste, y dar un buen consejo al que lo ha menester.</p>
-
-<p>—Es usted un santo, don Manuel. ¡Pues me<span class="pagenum"
-id="Page_139">p. 139</span>nudo bombito le doy aquí, más abajo!
-Vea...</p>
-
-<p>—Ninguna falta me hacen a mí vuestros bombitos, y os agradecería
-mucho que no sacarais mi nombre en esta contradanza informativa.</p>
-
-<p>—Déjeme que se lo lea. Digo: «Aquel venerable y ejemplar sacerdote,
-que es el primero en acudir, allí donde hay miserias que socorrer, y
-grandes amarguras que mitigar con el inefable consuelo de la piedad
-cristiana; aquel varón respetabilísimo, cuya modestia corre parejas
-con su virtud, cuya actividad en servicio de los grandes ideales
-religiosos...»</p>
-
-<p>—Basta, basta... No quiero oír más.</p>
-
-<p>Llegaron al corredor alto que da vuelta al inmenso patio, y el
-vivaracho se adelantó diciendo:</p>
-
-<p>—Me temo que hoy tenga el apóstol mucha gente, y que no podamos
-hablarle.</p>
-
-<p>—Pero si esto es un escándalo —dijo don Manuel—. Aquí viene, en
-busca de satisfacciones de la curiosidad, un público no menos numeroso
-que el que va a los teatros y a las carreras de caballos. Al pobre
-Nazarín le volverían loco si ya no lo estuviera, y como es hombre que
-no sabe negarse a nadie, ni ser descortés y altanero, que casos hay en
-que la descortesía y un poquitín de soberbia no están de más, resulta
-que los que venimos a consolarle y a poner algún concierto en sus
-ideas, no podemos realizar este fin.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_140">p. 140</span>Arrimáronse a una
-ventana el sacerdote y el segundo periodista, a echar un cigarrillo,
-mientras el primero entraba en la celda de Nazarín. Flórez sacó sus
-tenacillas de plata, pues no fumaba sin este adminículo, y el otro, al
-darle lumbre, le habló así:</p>
-
-<p>—Dígame, señor de Flórez, ¿usted qué opina del resultado del
-proceso? ¿Cree usted que el tribunal verá en este hombre un
-criminal?</p>
-
-<p>—Hijo, no sé. Poco entiendo de Jurisprudencia criminal.</p>
-
-<p>—Pues ayer en el Congreso —prosiguió el otro con gravedad—, me dijo
-a mí mismo don Antonio Cánovas del Castillo... Palabras textuales:
-«Condenar a Nazarín sería la mayor de las iniquidades.»</p>
-
-<p>—Lo mismo creo.</p>
-
-<p>—Pero los pareceres están divididos, aunque la mayoría de la opinión
-es favorable a la inculpabilidad del apóstol. Yo le digo a usted la
-verdad. A mí me tiene medio conquistado. A poco más, voy a la redacción
-descalzo, abandono la casa de huéspedes, y me paso la noche en el hueco
-de una puerta... Nada, que me seduce ese hombre, que me atrae.</p>
-
-<p>—Su humildad llevada al extremo, su conformidad absoluta con la
-desgracia —afirmó el sacerdote pensativo, mirando al suelo, y quitando
-la ceniza del cigarro con el dedo meñique—<span class="pagenum"
-id="Page_141">p. 141</span>, son, hay que reconocerlo, una fuerza
-colosal para el proselitismo. Todos los que padecen sentirán la
-formidable atracción.</p>
-
-<p>—Pues no hay tanta gente como yo creía —dijo el otro <i>chico de
-la prensa</i> volviendo presuroso—. Está un actor..., no me acuerdo
-de su nombre... que quiere estudiar el tipo del Cristo para las
-representaciones de la <i>Pasión y Muerte</i>, en no sé qué teatro.
-También tenemos ahí a los pintores Sorolla y Moreno Carbonero, que
-quieren hacer una cabeza de estudio, y José Antonio de Urrea, que
-pretende volver a fotografiarle.</p>
-
-<p>—Pues ya le cayó que hacer al pobre don Nazario —dijo Flórez
-mohíno—. Entraremos dentro de un ratito, y procuraremos despejar la
-celda. Y ustedes, caballeritos, ¿se largarán pronto?</p>
-
-<p>—¡Oh, sí! tenemos que ver a Ándara. ¿Viene usted, señor don Manuel?
-Le llevamos en coche.</p>
-
-<p>—Gracias.</p>
-
-<p>—Pues Ándara es deliciosa: más fea que una noche de truenos; pero
-con un talento para las réplicas, y una viveza, y una energía de
-carácter, que le dejan a uno pasmado.</p>
-
-<p>—Y una fe en Nazarín que vale cualquier cosa. Si la ponen en una
-parrilla para que reniegue de su maestro, morirá tostada, escupiendo
-sangre a sus verdugos y proclamando a Nazarín, como ella dice, el
-<i>preferente</i> de todos los santos de la tierra y del cielo,
-¡caraifa!</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_142">p. 142</span>Llegaron otros dos
-del oficio, y saludando cortésmente al buen eclesiástico, formaron
-todos corrillo junto a un ventanón de la galería.</p>
-
-<p>—Parece esto la antesala de un ministro —dijo uno de los que
-acababan de llegar, llamado Zárate, hombre muy leído, según general
-opinión, quiere decirse, que leía mucho.</p>
-
-<p>—O de un soberano del antiguo régimen. Aquí estamos aguardando que
-salga la tanda que está dentro.</p>
-
-<p>—Pero falta un chambelán que ponga orden en estas audiencias.</p>
-
-<p>—Pues hoy —dijo Zárate echándose hacia atrás el sombrero—, no me
-voy sin interrogarle sobre las concomitancias que veo entre el ideal
-nazarista...</p>
-
-<p>—¿Y qué?</p>
-
-<p>—Y el misticismo ruso.</p>
-
-<p>—¡Hombre, por Dios!</p>
-
-<p>—Yo veo un parentesco estrecho, una filiación directa entre
-aquellas y estas florescencias espiritualistas, que no son más que una
-manifestación más de la soberbia humana.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChIII_2">
- <h3>II</h3>
-</div>
-
-<p>—Pues ayer —manifestó el vivaracho—, le interrogué yo sobre eso del
-<i>rusismo</i>. Se mostró sorprendido, y me dijo que sus actos son la
-ex<span class="pagenum" id="Page_143">p. 143</span>presión de sus
-ideas, y estas le vienen de Dios; que no conoce la literatura rusa más
-que de oídas, y que siendo una la humanidad, los sentimientos humanos
-no están demarcados dentro de secciones geográficas, por medio de
-líneas que se llaman fronteras. Aseguró después que para él las ideas
-de nacionalidad, de raza, son secundarias, como lo es esa ampliación
-del sentimiento del hogar que llamamos patriotismo. Todo eso lo tiene
-nuestro don Nazario por caprichoso y convencional. Él no mira más que a
-lo fundamental, por donde viene a encontrar naturalísimo que en Oriente
-y Occidente haya almas que sientan lo mismo, y plumas que escriban
-cosas semejantes.</p>
-
-<p>—Si es lo que yo digo —indicó el que había entrado con Zárate—.
-Ese es un tío muy largo, pero muy largo... No hay quien me apee de
-la opinión que formé de él el primer día. Estamos aquí haciéndole
-la corte al patriarca de los tumbones, y popularizando al Mesías
-de la gorronería... ¡Oh! convengamos en que hace su papel con un
-histrionismo perfecto, y que ha sabido llevar hasta lo sublime el
-carácter del farsante aventurero y vagabundo. Yo sostengo que este
-tipo es la condensación más acabada del españolismo en todas sus
-fases... sin negar que lo muy español pueda ser también muy ruso...
-entendámonos.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_144">p. 144</span>—Pero vengan acá,
-señores míos —dijo don Manuel atrayendo con su gesto y con sus palabras
-la atención benévola y cortés de toda aquella tropa—. Perdónenme si
-meto baza en sus discusiones. Piense cada cual de este desdichado
-Nazarín lo que quiera. Pero al demonio se le ocurre ir a buscar la
-filiación de las ideas de este hombre nada menos que a la Rusia. Han
-dicho ustedes que es un místico. Pues bien: ¿a qué traer de tan lejos
-lo que es nativo de casa, lo que aquí tenemos en el terruño y en el
-aire y en el habla? ¿Pues qué, señores, la abnegación, el amor de
-la pobreza, el desprecio de los bienes materiales, la paciencia, el
-sacrificio, el anhelo de no ser nada, frutos naturales de esta tierra,
-como lo demuestran la historia y la literatura, que debéis conocer,
-han de ser traídos de países extranjeros? ¡Importación mística,
-cuando tenemos para surtir a las cinco partes del mundo! No sean
-ustedes ligeros, y aprendan a conocer dónde viven, y a enterarse de
-su abolengo. Es como si fuéramos los castellanos a buscar garbanzos a
-las orillas del Don, y los andaluces a pedir aceitunas a los chinos.
-Recuerden que están en el país del misticismo, que lo respiramos,
-que lo comemos, que lo llevamos en el último glóbulo de la sangre,
-y que somos místicos a raja tabla, y como tales nos conducimos sin
-darnos cuenta de ello. No vayan tan lejos a<span class="pagenum"
-id="Page_145">p. 145</span> indagar la filiación de nuestro Nazarín,
-que bien clara la tienen entre nosotros, en la patria de la santidad
-y la caballería, dos cosas que tanto se parecen y quizás vienen a ser
-una misma cosa, pues aquí es místico el hombre político, no se rían,
-que se lanza a lo desconocido, soñando con la perfección de las leyes;
-es místico el soldado, que no anhela más que batirse, y se bate sin
-comer; es místico el sacerdote, que todo lo sacrifica a su ministerio
-espiritual; místico el maestro de escuela que, muerto de hambre, enseña
-a leer a los niños; son místicos y caballerescos el labrador, el
-marinero, el menestral, y hasta vosotros, pues vagáis por el campo de
-las ideas, adorando una Dulcinea que no existe, o buscando un más allá,
-que no encontráis, porque habéis dado en la extraña aberración de ser
-místicos sin ser religiosos. He dicho.</p>
-
-<p>Celebraron los buenos <i>chicos</i> el discurso del venerable
-don Manuel, y cuando alguno, con el respeto debido, a contestarle
-se disponía, llegaron nuevos visitantes, dos damas y dos caballeros
-aristocráticos, que anhelaban conocer a Nazarín, y tres o cuatro
-personas más, gente literaria o política, que ya le había visto y
-deseaba sondearle de nuevo, porque entre sí traían grande y enmarañada
-discusión sobre si era un tunante muy largo o un sencillote con la
-cabeza trastornada.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_146">p. 146</span>—¿Qué? ¿no podemos
-verle? —dijo sobresaltada una de las damas.</p>
-
-<p>—Habrá que esperar a que salgan los que están dentro... la pintura,
-señora, la fotografía y las artes del diseño.</p>
-
-<p>—¿Y qué? —preguntó a los periodistas uno de los de oficio literario
-que acababa de entrar.</p>
-
-<p>—¿Saben ustedes si ha leído el librito de su nombre que anda por
-ahí?</p>
-
-<p>—Lo ha leído —replicó uno de los que llegaron con Flórez—, y dice
-que el autor, movido de su afán de novelar los hechos, le enaltece
-demasiado, encomiando con exceso acciones comunes, que no pertenecen al
-orden del heroísmo, ni aun al de la virtud extraordinaria.</p>
-
-<p>—A mí me aseguró que no se reconoce en el héroe humanitario de
-Villamanta, que él se tiene por un hombre vulgarísimo, y no por un
-personaje poemático o novelesco.</p>
-
-<p>—Y dice también que en su reyerta con los bandidos en la cárcel de
-Móstoles, no le costó tanto trabajo vencer su ira como en el libro se
-dice; que la venció al instante y con mediano esfuerzo.</p>
-
-<p>—Pues para mí —manifestó el caballero aristocrático—, el libro
-es un tejido de mentiras. Toda la escena de Nazarín con el señor de
-la Coreja, la tengo por invención del escritor, porque don Pedro de
-Belmonte es primo mío, le co<span class="pagenum" id="Page_147">p.
-147</span>nozco bien, y sé que en ningún caso pudo sentar a su mesa al
-mendigo haraposo. Esta no cuela. Que mi primo cogiera una estaca, y
-le moliera los huesos, y le plantara en medio del camino, después de
-soltarle los perros, muy natural, muy verosímil. Está en carácter; ese
-es su genio; no puede esperarse otra cosa de su desatinada locura. Pero
-agasajarle, ponerse a hablar con él del Papa y del Verbo divino, eso no
-lo creo, eso no es verdad, es falsear a mi primo Belmonte. ¡Figúrense
-ustedes que fui la semana pasada a la Coreja, y a poco de entrar en
-su casa tuve que salir escapado en busca de la pareja de la Guardia
-civil!</p>
-
-<p>En esto vieron salir a Urrea de la celda, seguido de los pintores y
-del cómico.</p>
-
-<p>—Ea, ya tenemos aquí al chambelán, que viene a anunciarnos que Su
-Excelencia nos espera.</p>
-
-<p>Pero el chambelán traía muy distintas órdenes.</p>
-
-<p>—Señores —les dijo—, tengo el sentimiento de participarles que el
-amigo Nazarín les suplica por mi conducto que le dejen solo. Siente
-fatiga, y si no me engaño, tiene bastante fiebre. Le he tomado el
-pulso. Necesita descanso, quietud, silencio.</p>
-
-<p>El efecto de estas palabras fue desastroso. Las dos damas no tenían
-consuelo.</p>
-
-<p>—¿Pero no podremos verle, siquiera un instante?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_148">p. 148</span>—Me ha suplicado
-que, por hoy, le libre del vértigo de las visitas.</p>
-
-<p>—Y hace bien en cerrar la puerta —declaró Flórez—. No sé cómo
-aguanta tanta impertinencia. Ea, señores, estamos de más aquí.</p>
-
-<p>—Poco a poco —dijo Urrea—. La orden tiene una excepción. Supo que
-está aquí don Manuel, y ha manifestado deseos de verle. Pase usted;
-pero solo.</p>
-
-<p>—¡Ay! nosotras... podríamos pasar también, hablarle un ratito...
-—indicó una de las damas.</p>
-
-<p>—¡Oh!, no... sin duda quiere confesarse. Vámonos.</p>
-
-<p>—¡Qué fastidio!... ¡Volveremos otro día! Yo quiero verle. Díganme
-ustedes, señores periodistas: ¿cómo es Nazarín? ¿Es cierto que su
-rostro tiene tal expresión, que desconcierta a cuantos le miran? ¿Y
-cómo está vestido? ¿Qué dice? ¿Ríe o llora? ¿Habla con los que le
-visitan, les echa la bendición, o no hace más que mirarles?</p>
-
-<p>Contestaban los buenos <i>chicos</i> a estas preguntas, excitando
-la curiosidad de las nobles señoras, en vez de calmarla. Inconsolables
-ellas por el chasco sufrido, y no pudiendo anegar sus ojos, sedientos
-de aquella gran novedad, en la fisonomía del apóstol errante, los
-clavaban en la puerta. ¡Ah! detrás de aquella puerta estaba...
-Volverían a la mañana siguiente.</p>
-
-<p>Entró don Manuel, y desfilaron por las esca<span class="pagenum"
-id="Page_149">p. 149</span>leras abajo todos los demás. Alguno propuso
-a las aristócratas llevarlas a ver a Ándara. Pero después de una
-espontánea conformidad con esta idea, una de las dos reflexionó y
-dijo:</p>
-
-<p>—¡Imposible! ¿Está usted loco? ¡Nosotras entrar en la Galera!</p>
-
-<p>Luego fue apuntada la idea de visitar a Beatriz, y esto no pareció
-tan mal a las dos señoras. Sí, sí, podrían ver a la mística vagabunda
-y soñadora. Dividióse el grupo en la calle, y unos se dirigieron a la
-inmediata de San Blas, y los otros a la remota de Quiñones.</p>
-
-<p>Salió Ándara al locutorio, y lo primero que le preguntaron los
-<i>chicos</i> fue si había leído el libro titulado <i>Nazarín</i>.</p>
-
-<p>—Me lo leyeron —replicó la presa—, porque a mí me estorba lo negro.
-¡Ay, qué mentironas dice! Yo que ustedes, pondría en el papel que el
-<i>escribiente</i> de ese libro es un embustero, y le avergonzaría,
-para que se fuera con sus papas a otra parte. ¿Pues no dice que yo
-pegué fuego a la casa?</p>
-
-<p>—Tú también lo dijiste al principio; pero ahora, ausente de tu señor
-Nazarín, que no te permite mentir, has arreglado con tu defensor, que
-es hombre listo, esa salidita del fuego casual. El hecho queda por lo
-menos dudoso, y la pena será relativamente corta.</p>
-
-<p>—¡Que fue <i>de</i> casual, ¡ea!... ¡Caraifa con los niños
-de la prensa! Yo al principio no supe lo<span class="pagenum"
-id="Page_150">p. 150</span> que decía. Se me derramó el condenado
-petróleo... Quedeme a obscuras... Encendí un misto, y vele ahí todo
-ardiendo... ¿Que no lo creen? Así <i>costa</i>... ¿Y quién me lo
-desmiente? ¿Quién me prueba que fue de voluntad? Si alguno de ustedes
-es el que ha escrito ese arrastrado libro, arrastrado le vea yo, ¡mal
-ajo!</p>
-
-<p>—¿Sabes que te estás volviendo otra vez muy mal hablada?</p>
-
-<p>—Desde que no está con el apóstol, ha vuelto a sus mañas.</p>
-
-<p>—Ándara, nosotros somos tus amigos, y te queremos mucho. Pero si
-dices expresiones feas, se lo contaremos a don Nazario, y verás,
-verás.</p>
-
-<p>—No, no se lo digan. Es la costumbre de antes, que sale... Pero una
-palabra mala, dicha sin pensar, no hace pecado. Es que me encalabrino
-cuando me hablan del maldito libraco. ¡Miren que decir ese desgalichao
-autor que yo parezco un palo vestido! Fea soy, digo, lo que es bonita,
-no soy ahora, como lo era antes, aunque sea mala comparación... pero no
-tan fea que me tenga miedo la gente. Él será un esperpento, y en sus
-escrituras quiere hacer conmigo una <i>desageración</i>. ¿Verdad que no
-tanto?</p>
-
-<p>—Tienes razón, no tanto, Andarilla. Otra cosa: ¿Deseas mucho ver a
-tu maestro?</p>
-
-<p>—¡Ay, no me lo diga! ¡Verle! ¡Qué diera yo por verle, por oír
-su voz!... Créanme, señores<span class="pagenum" id="Page_151">p.
-151</span> de la prensa, y pueden ponerlo en el papel, si les viene a
-mano. Por verle daría yo la salud que ahora tengo, y la que tendré en
-muchos años. Me conformaría con estar en esta cárcel o en un presidio
-toda mi vida, si supiera que le había de ver todos los días, aunque no
-fuera más que un cuarto de hora.</p>
-
-<p>—Eso es querer, Ándara.</p>
-
-<p>—Esto es querer, y creer en él, pues no ha mandado Dios al mundo
-otro que se le parezca... lo digo y lo sostengo, aunque me claven en
-cruz para que cante otra cosa. Que me desuellen viva para que diga que
-no le quiero, y ayudando yo misma a que me arranquen el pellejo, diré
-que es mi padre, y mi señor, y mi todo.</p>
-
-<p>—¡Bien, brava Ándara!</p>
-
-<p>—Nos contó Beatriz que ella le ve en espíritu, y siempre que quiere
-le hace revivir en su imaginación...</p>
-
-<p>—Esa es muy <i>soñona</i>. Yo, como más bruta que mi hermana
-Beatriz, ¡bendita sea! no le veo cuando quiero, sino cuando él quiere
-dejarse ver.</p>
-
-<p>—¡Hola, hola! Explícanos eso.</p>
-
-<p>—No sean <i>materiales</i>, y compréndanlo sin más explicadera. Por
-las noches, cuando me tumbo en mi jergón, en medio de unas obscuridades
-como las del alma de Caín, si he sido buena por el día, si no he tenido
-pensamientos<span class="pagenum" id="Page_152">p. 152</span> malos,
-abro los ojos, y en lo más negro de lo negro, veo una claridad, y en
-ella mi Nazarín que pasa... no hace más que pasar y mirarme sin decir
-nada... Pero por los ojos que me pone, entiendo lo que quiere hablarme.
-Unas veces me riñe unas miajas, otras me dice que está contento de
-mí.</p>
-
-<p>—Pues si le ves esta noche, no es mala peluca la que te echa.</p>
-
-<p>—¿Por qué?</p>
-
-<p>—Por esa mentira tan gorda de que el incendio de la casa fue
-<i>de</i> casual.</p>
-
-<p>—¡Eh, que no es mentira!... Mentira lo que dice el libro, tocante a
-que quise <i>zajumar</i> el cuarto... ¡Vaya, que ya es por demás tanta
-conferencia! Lárguense al periódico, que allá tendrán que plumear.</p>
-
-<p>—Antes hemos de preguntarte otra cosa, ¡caraifa!</p>
-
-<p>—No respondo más.</p>
-
-<p>—¿A que sí? ¿La Beatriz viene a verte?</p>
-
-<p>—Dos veces por semana. Ayer me trajo un vestido, que le dio para mí
-una señora de la grandeza.</p>
-
-<p>—¡Hola, hola!... Noticia. ¿No te dijo el nombre de esa señora?</p>
-
-<p>Y todos ellos sacaron papel y lápiz.</p>
-
-<p>—Sí; pero no me acuerdo. Era un nombre muy bonito... así como...
-Señor, ¿cómo era?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_153">p. 153</span>—Haz memoria,
-Andarilla. ¿Sería la Condesa de Halma?</p>
-
-<p>—Esa misma... Bien decía yo que era cosa buena... pues... del alma
-santísima.</p>
-
-<p>—Bien, Ándara... te dejamos ya, caraifa.</p>
-
-<p>—Adiós... adiós.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChIII_3">
- <h3>III</h3>
-</div>
-
-<p>En mal hora se metió don Manuel Flórez en conferencias de
-exploración espiritual con el apóstol andante, porque siempre salía
-de la celda medio trastornado, ya creyendo ver en Nazarín la mayor
-perfección a que puede llegar alma de cristiano, ya viéndole y
-juzgándole como un ser dislocado, completamente fuera del ambiente
-social en que vivía. «No puede ser, Señor, no puede ser —se decía el
-buen viejo, dándose palmadas en el cráneo, ya retirado en su vivienda,
-y descansando de los trajines del día—. Cada tiempo trae su forma y
-estilos de santidad. No nos disloquemos, Señor, no nos desviemos de
-nuestra agrupación planetaria, si no queremos ser bólido errante,
-perdido por los espacios. Lo que yo digo: la locura no es más que eso,
-o mejor dicho, es precisamente eso, el escape por la tangente... y este
-hombre, con toda su virtud, que hay que reconocer, ha tomado mucha
-fuerza, y se esca<span class="pagenum" id="Page_154">p. 154</span>pa,
-se dispara fuera de la órbita... ¡Qué lástima, Señor, qué lástima!
-Porque... lo digo con verdad... difícilmente se encontraría un espíritu
-de mayor rectitud, de mayor pureza... Pero ha tomado la doctrina en su
-sentido más riguroso, por lo más estrecho, por donde duele, y... no
-sé, no sé... Él cree que el equivocado soy yo, y yo que el equivocado
-es él. Él dice que procede conforme a razón, y con plena conciencia
-de ajustarse a la ley de Cristo, y yo digo... No, Señor, yo no digo
-nada, no sé, he perdido los papeles; este hombre me ha trastornado, ha
-llenado mi cabeza de confusión. No, no vuelvo a verle más. La sinrazón
-es contagiosa... Un loco hace mil. No más, no más.»</p>
-
-<p>Y a pesar de esto, volvía, pues siempre le quedaba algún puntillo
-que dilucidar, o seno escondido que reconocer en el pensamiento
-del peregrino. Volvía, y a nueva conferencia, nueva turbación y
-desconcierto del buen clérigo social. Se creerá que es exageración
-lo que se cuenta, pero es la verdad pura. Don Manuel llegó a perder
-el apetito, cosa de extraordinaria novedad en él, dormía mal, y
-se desmejoró su rostro. Creyeron sus amigos que había dado el
-bajón repentino de la aproximación a los setenta, y no faltó quien
-atribuyese a una causa moral la pérdida de aquel excelso aplomo que
-era su característica. Quizás su bondad se re<span class="pagenum"
-id="Page_155">p. 155</span>sintió de haber encontrado una bondad
-superior, o que tal le pareciera, y como vivía en la rutina de no
-tratar más que inferiores, en el terreno de conciencia, el repentino
-encuentro de un ser, ante el cual alguna de las energías de su alma
-tenía que hacer reverencia, le puso quizás de mal talante, aunque sin
-llegar, ni por asomo, a las tristezas de la envidia, pues era incapaz
-de este odioso sentimiento. ¿Consistiría tal vez en que el trato
-social, las consideraciones y aun lisonjas de que era objeto, habían
-llegado a formar en su alma la concreción de amor propio (de la cual
-los caracteres más dueños de sí no pueden librarse), y el conocimiento
-y trato de Nazarín rebajaron un poquito el concepto de su propio valer
-moral? Con independencia de la humillación y desprecio de sí mismo que
-impone la idea cristiana, todo ser conserva un poder de apreciación
-o evaluación psíquica, por el cual, sin darse cuenta de ello, a sí
-propio se estima y tasa. Sin duda Flórez empezó a conocer que se había
-tasado en algo más de lo que realmente valía. Como era recto y noble,
-acababa por conformarse diciéndose: «Bueno, Señor, bueno. Yo creí ser
-de lo mejorcito, y ahora resulta que hay quien me da quince y raya.
-Pues reconozca yo mi insignificancia, o mi inferioridad manifiesta, y
-alabada sea la perfección donde quiera que se encuentre.»</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_156">p. 156</span>El buen señor
-no podía pensar en otra cosa, y la fijeza de tal idea iba socavando
-su salud. A veces se pasaba las noches en habilidosos distingos y
-paralelos, anhelando engrandecer el concepto propio, sin rebajar
-excesivamente el ajeno: «Él es bueno, yo también. No digamos santos,
-porque la santidad en nuestros tiempos ¿dónde está? Yo soy social,
-él individual; mi esfera es el mundo de los ricos, la suya el de
-los pobres. En ambas esferas se sirve a Dios, ¡vaya! Él fortifica
-su alma en la soledad, yo en el bullicio; yunque por yunque, no sé
-decir cuál es el mejor. Cierto es que si miramos a la doctrina pura y
-a su aplicación a nuestras acciones, él aparece con ventaja, yo con
-desventaja; pero miremos a los resultados prácticos de una y otra forma
-de ejercer el ministerio, y entonces, ¿cómo dudar que la supremacía
-está de la parte acá? Y por último, Señor, él se va del seguro, él se
-corre de lo posible a lo imposible, en él la virtud se permite hacer
-sus escapatorias al campo de la extravagancia, y...»</p>
-
-<p>Elevando los brazos, y mirando al techo de su alcoba, en la cual
-se paseaba para entretener el insomnio, añadía: «Señor, Señor, llevar
-a la práctica la doctrina en todo su rigor y pureza, no puede ser, no
-puede ser. Para ello sería precisa la destrucción de todo lo existente.
-Pues qué, Jesús mío, ¿tu Santa Iglesia no vive en<span class="pagenum"
-id="Page_157">p. 157</span> la civilización? ¿Adónde vamos a parar
-si...? No, no, no hay que pensarlo... Digo que no puede ser... Señor,
-¿verdad que no puede ser?»</p>
-
-<p>Como pasaban días y días sin que Catalina le interrogase sobre el
-examen o estudio psicológico del apóstol vagabundo, creyó del caso
-don Manuel tomar la iniciativa en aquel asunto, que más valía dar su
-opinión antes que la dama por sí misma y por otros caminos llegase a
-formarla. Todo lo temía de su talento agudo, afinado por una voluntad
-persistente.</p>
-
-<p>—¿Y qué? —le preguntó Halma, demostrando menos curiosidad de la que
-Flórez esperaba.</p>
-
-<p>—Empiezo por declarar —dijo don Manuel con solemnidad sincera, la
-mano puesta sobre su corazón—, que no conozco alma más bella que la del
-desventurado sacerdote, a quien la ley ha perseguido por vagancia y por
-haber dado amparo y protección a una mujer criminal. Si del estado de
-su entendimiento tengo aún mis dudas, de su conciencia, de su intención
-pura y rectamente cristiana, no puedo dudar. Quiero decir, señora mía,
-que encuentro una disconformidad irreductible entre la conciencia y
-el intellectus de ese singular hombre, y que si yo hallara manera de
-conciliar una con otro, tendría que declarar a Nazarín el ser más
-perfecto que ha podido formarse dentro del molde humano.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_158">p. 158</span>—Según eso, usted
-sigue viendo en él las dos naturalezas, el santo y el loco, y ni sabe
-separarlas, ni fundirlas, porque locura y santidad no pueden ser lo
-mismo.</p>
-
-<p>—Exactamente.</p>
-
-<p>—Bien podría deducirse de todo ello que, en nuestra imperfectísima
-comprensión de las cosas del alma, no sabemos lo que es locura, no
-sabemos lo que es santidad.</p>
-
-<p>—¡No sé, no sé! —exclamó el limosnero extraordinariamente turbado,
-llevándose las manos a la cabeza.</p>
-
-<p>—Serénese, don Manuel. ¿Será que usted, en su larga vida, nunca
-se ha visto delante de un problema semejante? Contésteme ahora: ¿el
-buen Nazarín practica la doctrina de Cristo tal como los Evangelios
-santísimos nos la enseñan?</p>
-
-<p>—Sí señora.</p>
-
-<p>—Y a pesar de esto, la conducta del buen hombre nos parece
-desconcertada... porque nuestras ideas así nos lo imponen. Si
-creyéramos otra cosa, debiéramos imitarle, renunciar a todo, abrazando
-el estado de absoluta pobreza.</p>
-
-<p>—Sí señora.</p>
-
-<p>—Y eso no puede ser. Hay algo dentro de nosotros mismos, y en la
-atmósfera que respiramos y en el mundo que nos rodea, que nos dice que
-no puede ser.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_159">p. 159</span>—Sí... puede ser...
-pero no puede ser... Ser no ser... He aquí, señora, la gran duda.</p>
-
-<p>—Sigo preguntando. ¿Nazarín es humilde?</p>
-
-<p>—Humildísimo. Asombra ver su tranquilidad ante los resultados
-probables del proceso. Si le condenan a presidio, lo acepta gozoso,
-lo mismo que si le hicieran subir al cadalso. Si le encierran en un
-manicomio, en el manicomio entrará y vivirá sin protesta. No se queja
-de la ley, ni de los jueces, ni de sus acusadores, ni de la opinión,
-que con tan distintos criterios le juzga.</p>
-
-<p>—Y en el caso de que saliera libre, ¿se sometería al superior
-eclesiástico, sacrificando su independencia al rigor de la
-disciplina?</p>
-
-<p>—También. Pues esto es lo admirable. Dice que si le absuelven
-libremente, se someterá y que...</p>
-
-<p>—¿Qué más?... Sigo yo contando, pues usted, mi señor don Manuel,
-no tiene hoy la palabra tan expedita como de costumbre. Dice también
-el buen Nazarín que cuando se encuentre libre, persistirá en el
-cumplimiento del voto de pobreza que ha hecho al Señor.</p>
-
-<p>—Cosa imposible, así tan en absoluto, pues la mendicidad, fuera de
-las Órdenes que la practican por su instituto, es contraria al decoro
-eclesiástico.</p>
-
-<p>—Y dice más...</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_160">p. 160</span>—¿Pero cómo sabe
-usted...?</p>
-
-<p>—Dice también que el mayor anhelo de su alma es que le devuelvan
-las licencias para poder celebrar... y que se irá a vivir al presidio
-a donde sea destinado el <i>Sacrílego</i>, si se lo permiten las
-leyes penitenciarias, o si no, en la misma población, con objeto de
-verle diariamente. Está comprometido a conducir al cielo el alma de
-aquel criminal, y la conducirá. Los mismos propósitos tiene respecto
-a Ándara, y su mayor gozo sería que los encierros a que ambos
-delincuentes fuesen destinados, radicaran en la misma ciudad. Si no,
-compartiría su tiempo entre la vecindad de Ándara y la proximidad del
-<i>Sacrílego</i>, llevándose consigo a Beatriz, sin temor alguno de ser
-censurado y escarnecido por la compañía de una mujer.</p>
-
-<p>—Tales son sus ideas, sí señora... Tan cierto es ello como que usted
-tiene algo de zahorí —dijo don Manuel, sin disimular su asombro—. ¿Pero
-usted..., acaso, le ha visto, le ha oído...?</p>
-
-<p>—No; pero veo a Beatriz, de quien soy amiga, y amiga del alma. No he
-querido decírselo hasta que no viniera una coyuntura propicia.</p>
-
-<p>—¡Ah!... Me parece bien... Beatriz, la discípula...</p>
-
-<p>—Pues bien, señor don Manuel de mi alma, esas ideas y propósitos del
-don Nazario bastardean un poco aquella pureza del alma de que me<span
-class="pagenum" id="Page_161">p. 161</span> hablaba hace un rato. La
-extrema humildad, ¿no se da la mano con el orgullo?</p>
-
-<p>—Tal vez, tal vez.</p>
-
-<p>—Por lo cual yo, más decidida que usted, sin duda porque soy más
-ignorante, veo bien patente la locura de ese santo varón... ¿Es un loco
-santo, o un santo loco?...</p>
-
-<p>—Locura... santidad... —murmuraba Flórez mirando al suelo, la cabeza
-sostenida por ambas manos, los codos apoyados en las rodillas, con
-todas las señales en rostro y acento de una hondísima turbación.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChIII_4">
- <h3>IV</h3>
-</div>
-
-<p>No pudieron detenerse, como deseaban, en buscar la explicación
-de aquel contrasentido, porque entró Urrea con noticias frescas,
-que hacían revivir el interés del asunto nazarista. Según contó el
-joven reformado, por los periodistas se sabía ya la sentencia del
-Tribunal, que se publicaría sin tardanza. No encontraba la Sala en don
-Nazario Zaharín culpabilidad: la vagancia, el abandono de sus deberes
-sacerdotales, la sugestión ejercida sobre mendigos y criminales no
-eran más que un resultado del lastimoso estado mental del clérigo,
-y como en ninguno de sus actos se veía la instigación al delito,
-sino que, por el contrario, sus desvaríos<span class="pagenum"
-id="Page_162">p. 162</span> tendían a un fin noble y cristiano, se
-le absolvía libremente. Resultando del informe de los facultativos
-que repetidas veces le habían examinado, que los actos del apóstol
-errante eran inconscientes, por hallarse atacado de <i>melancolía
-religiosa</i>, forma de <i>neurosis epiléptica</i>, se le entregaba al
-poder eclesiástico para que cuidase de su curación y custodia en un
-Asilo religioso, o donde lo tuviere por conveniente.</p>
-
-<p>Don Manuel y Catalina guardaron profundo silencio al oír esta parte
-interesantísima de la sentencia.</p>
-
-<p>—A Beatriz se la absuelve libremente —prosiguió Urrea—, porque nada
-resulta contra ella, y la pena que merecía por vagancia, se estima
-cumplida con las dos semanas que sufrió de prisión correccional.</p>
-
-<p>Ándara salía peor librada, aunque no tan mal como al principio se
-creyó. De sus primeras declaraciones, y de las de Nazarín, resultaba
-autora del incendio de la casa número 3 de la calle de las Amazonas.
-Pero su abogado, hombre muy despierto, había conducido el asunto con
-rara habilidad, demostrando que lo depuesto por Nazarín no tenía ningún
-valor testifical, por hallarse este en pleno delirio pietista, presa
-de la monomanía del sacrificio y de la muerte. Ándara, en sus primeras
-declaraciones, había obedecido, según su defensor, a una influencia
-hipnótica del falso após<span class="pagenum" id="Page_163">p.
-163</span>tol. Ampliado el juicio, y sustentada la no intencionalidad
-del incendio, el Tribunal admitió la prueba, condenándola, por lesiones
-a la <i>Tiñosa</i>, a catorce meses de reclusión penitenciaria. La
-causa del <i>Sacrílego</i> no tenía nada que ver con la de la vagancia
-y desafueros nazaristas. Aún no se había sentenciado, y por bien que
-saliera, sus catorce o quince años de presidio no se los quitaba nadie,
-porque eran muchas y muy atroces sus audacias para llevarse la plata y
-vasos sagrados de las iglesias.</p>
-
-<p>—Ya ve usted —dijo al fin Catalina a su amigo y limosnero—, cómo el
-Tribunal, haciendo suya la opinión de los facultativos, da por cierto
-que el santo varón no tiene la cabeza en regla.</p>
-
-<p>—Y sin cabeza no hay conciencia —indicó el sacerdote con cierta
-alegría, como si entreviera una solución a sus dudas.</p>
-
-<p>—Con todo —añadió la Condesa—, no debemos aceptar ese criterio como
-definitivo. Se equivocan los Tribunales, se equivocan los médicos. No
-afirmemos nada, y sigamos, mi señor don Manuel, en nuestras dudas.</p>
-
-<p>—Sigamos, sí, en nuestras dudas —repitió el sacerdote, para quien
-era ya un descanso no pensar por cuenta propia.</p>
-
-<p>—Y mis dudas —añadió Halma—, van a ser el punto de partida para
-resolver la cuestión, por<span class="pagenum" id="Page_164">p.
-164</span>que si no dudáramos, no nos propondríamos, como nos
-proponemos ahora, llegar a la verdad.</p>
-
-<p>—Sí señora —dijo Flórez, hablando como una máquina.</p>
-
-<p>—La sentencia del Tribunal, que yo esperaba, me abre camino para
-poner en ejecución un pensamiento que hace días me corre por el
-magín.</p>
-
-<p>—¡Un pensamiento! A ver... —murmuró don Manuel perplejo, admirando
-de antemano y temiendo al propio tiempo las iniciativas de su ilustre
-amiga.</p>
-
-<p>—Yo, digo, nosotros, sabremos al fin si nuestro pobre peregrino es
-santo, o es demente. Espero que podremos reconocer en él uno de los
-dos estados, con exclusión del otro. Y en el caso de que existieran
-juntamente santidad y locura, en ese caso...</p>
-
-<p>—Arrancaremos la locura para echarla al fuego, como hierba mala
-nacida en medio del trigo —dijo don Manuel—, conservando pura e intacta
-la santidad.</p>
-
-<p>—Y si existieran juntas y confundidas, en una misma planta —agregó
-Halma—, respetaríamos este fenómeno incomprensible, y nos quedaríamos
-tristes y desconsolados, pero con nuestra conciencia tranquila.</p>
-
-<p>Flórez miraba al suelo, y Urrea no quitaba los ojos de su prima,
-cuyas palabras deletreaba<span class="pagenum" id="Page_165">p.
-165</span> en los labios de ella, al mismo tiempo que las oía. Después
-de una mediana pausa, y queriendo adelantarse al pensamiento de la
-señora, dijo el sacerdote:</p>
-
-<p>—Pues para llegar a ese conocimiento y a esa separación, señora mía,
-tendríamos que... digo, veríamos de...</p>
-
-<p>—No, si por más que usted discurra, no puede adivinar lo que he
-pensado, lo que haremos, si Dios me ayuda, y creo que me ayudará, pues
-la sentencia que acabamos de saber viene, como de molde, a favorecer
-mi pensamiento, obra magna, don Manuel, una empresa de caridad que ha
-de merecer su aprobación. Verá usted —añadió después de otra pausita,
-aproximando su silla baja al sillón del limosnero—. Pues, señor, ahora
-la ley civil le dice a la eclesiástica: yo, apoyada en la opinión de
-la ciencia, he debido declarar y declaro que ese hombre está loco.
-Como su locura es inofensiva, monomanía pietista nada más, que no
-exige custodia ni vigilancia muy rigurosas, renuncio a albergarle en
-mis casas de orates, donde tengo a los furiosos, a los lunáticos,
-casos mil de las innumerables clases de desorden mental. Ahí tienes
-a ese hombre; encárgate tú, Iglesia, de cuidarle, y, si puedes, de
-devolver el equilibrio a su entendimiento. Es pacífico, es bueno, es
-de dulce condición en su desvarío. No te será difícil resta<span
-class="pagenum" id="Page_166">p. 166</span>blecer en él el hombre de
-conducta ejemplar, el sacerdote sumiso y obediente...</p>
-
-<p>—Y le cogemos —dijo Flórez—, y le mandamos a un convento de
-Capuchinos, o a una de las hospederías religiosas, que existen para
-estos casos, y le tenemos allí un año, dos, tres, al cabo de los
-cuales, estará lo mismo que entró.</p>
-
-<p>—Quiere decir que no le cuidarán, que no le observarán, mirando por
-su existencia y por su razón con el interés paternal que se debe a un
-alma como la suya, buena, piadosa, a un alma de Dios...</p>
-
-<p>—No digo que...</p>
-
-<p>—Pero nada de esto pasará —afirmó la Condesa, levantándose nerviosa,
-y cogiendo el bastón de Urrea para reforzar el gesto decidido con que
-acentuaba la palabra.</p>
-
-<p>—¿Pues qué se hará, señora?</p>
-
-<p>—A usted, mi señor don Manuel, le corresponderá la gloria mundana de
-esta prueba, si, como creo, Dios la corona con un éxito feliz.</p>
-
-<p>—¿Y qué tengo yo que hacer, señora mía? —preguntó el eclesiástico
-un poco molesto, pues no le caía en gracia aquello de hacer él cosas
-que ignoraba, ni que su autoridad quedara reducida a ejecutar órdenes
-superiores, como un vulgar secretario.</p>
-
-<p>—Una cosa muy sencilla, y que me parece<span class="pagenum"
-id="Page_167">p. 167</span> fácil. Mañana mismo... no hay que perder
-un solo día... mañana mismo, don Manuel Flórez y del Campo, el
-ejemplarísimo sacerdote, el gran diplomático de la caridad, coge el
-sombrero y se va a ver al señor Obispo. Su Ilustrísima, naturalmente,
-le recibe con los brazos abiertos, y usted le dice: «Señor Obispo, una
-dama de nuestra aristocracia...»</p>
-
-<p>—¡Ah! ya... Una dama de nuestra aristocracia...</p>
-
-<p>—¡Si lo adivina, si lo sabe, si no tengo que decir más! Pues qué:
-¿no ha pensado usted lo mismo que yo? ¿No viene hace días dando vueltas
-en su mente a esta solución? ¿No esperaba saber la sentencia para
-proponérmelo?</p>
-
-<p>—Sí, sí... Yo pensaba... En efecto... La idea es buena —dijo el
-limosnero, queriendo cazar al vuelo las de su noble amiga—. Claro
-que había pensado yo... Pues «Ilustrísimo señor, una dama de nuestra
-aristocracia, persona de grandes virtudes y celo cristiano, que quiere
-consagrar su vida al santo ejercicio de la caridad, ha imaginado
-que...»</p>
-
-<p>Detúvose bruscamente don Manuel, vacilante, clavó sus ojos en
-Halma, después en Urrea, para volver a mirar con escrutadora fijeza
-a la ilustre señora, y en aquel punto, como si recibiera inspiración
-del Cielo, o algún genio invisible en el oído le susurrara, vio el
-pen<span class="pagenum" id="Page_168">p. 168</span>samiento de la
-Condesa con toda claridad. Y recordando al instante palabras y frases
-sueltas de conversaciones anteriores, y viendo en ellas perfecto ajuste
-con lo que acababa de oír, ya no necesitó más el agudo presbítero para
-recobrar toda su compostura mental, y sentirse dueño de sí mismo, y a
-punto de serlo de la situación. Limpió el gaznate para aclarar la voz,
-tomó de manos de Halma el bastón de Urrea, y fue marcando con él sobre
-la alfombra estas o parecidas expresiones:</p>
-
-<p>—La señora Condesa ha tenido un pensamiento grande y bello, como
-suyo. Hace tiempo concibió el proyecto de destinar su casa de Pedralba
-a un fin caritativo, estableciéndose allí, al frente de una pequeña
-sociedad de desvalidos y menesterosos, de pobres enfermos y de ancianos
-sin recursos. Bueno, Señor, bueno. Pues ahora, la señora Condesa se
-dirige por mi conducto al señor Obispo, y le dice: «A ese pobre clérigo
-perseguido, absuelto y tachado de locura, yo me le llevo a Pedralba,
-allí le cuido, allí le rodeo de calma, de un bienestar modesto; doy a
-su espíritu la soledad campestre, a su asendereado cuerpo descanso, y
-como él es bueno y sencillo, y su corazón se conserva puro, respondo
-de que en breve tiempo podré devolvérselo a la Iglesia, limpio de
-las nieblas que han empañado su mente. Entréguenme el va<span
-class="pagenum" id="Page_169">p. 169</span>gabundo, y les devolveré el
-sacerdote; denme el enfermo, y les devolveré el santo.»</p>
-
-<p>—¿Y eso puede ser? —preguntó vivamente la viuda, sin admirarse de lo
-bien que el sagaz Flórez le adivinaba las intenciones—. Quiero decir:
-¿consentirá el señor Obispo...?</p>
-
-<p>—¡Ah!... lo veremos. Mucha fuerza ha de hacerle su nombre,
-señora.</p>
-
-<p>—Y más aún la intervención de usted.</p>
-
-<p>—En casos como este de Nazarín, el Prelado adoptará uno de dos
-procedimientos: o entregar al enfermo un vale perpetuo para el Asilo de
-Eclesiásticos, o ponerle bajo la salvaguardia de una familia respetable
-de reconocida virtud y piedad. Esto último se ha hecho hace poco con un
-pobre clérigo que padecía de ataquillos de enajenación.</p>
-
-<p>—Pues la familia respetable a quien se encomiende la custodia y
-cuidado de este santo varón, seré yo.</p>
-
-<p>—Sin duda. Y mucho mejor, si se constituye el Asilo o Recogimiento
-en forma legal y canónica, poniéndolo, como es natural, bajo la tutela
-del jefe de la diócesis.</p>
-
-<p>—En fin —dijo Halma gozosa—, que Nazarín es nuestro. Y el señor
-Obispo, ya lo estoy viendo, alabará mucho este plan al saber que es
-idea de usted.</p>
-
-<p>—Idea mía no —replicó Flórez sin mirar a la<span class="pagenum"
-id="Page_170">p. 170</span> dama—. Si acaso, en parte... Ambos pensamos
-lo mismo. Pero yo no podía pronunciar sobre ello la primera palabra, y
-tuve que aguardar a que la dijese quien debía decirla.</p>
-
-<p>—Quedamos en que mañana mismo...</p>
-
-<p>—Mañana mismo, sí señora.</p>
-
-<p>—No se nos adelante alguno...</p>
-
-<p>—¡Ah! lo que es eso... Pierda usted cuidado.</p>
-
-<p>Retirose don Manuel a su casa, y aquella noche fue acometido de una
-lúgubre congoja, cuyo fundamento el buen clérigo no podía explicarse.
-«Esta tristeza hondísima y que parece que me abate todo el ser —se
-decía, sin poder conciliar el sueño—, no proviene de causa puramente
-moral. Aquí hay algún trastorno grave de la máquina. O el hígado se me
-deshace, o la cabeza se me quiere insubordinar, o el corazón se fatiga,
-y me presenta la dimisión.»</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChIII_5">
- <h3>V</h3>
-</div>
-
-<p>Hízose todo como Catalina de Artal deseaba, sin que la gestión
-del buen Flórez tropezase con ninguna dificultad ni obstáculo de
-importancia. Notaban en él cuantos en aquella ocasión le vieron,
-lo mismo en las oficinas eclesiásticas, que en las casas nobles
-que ordinariamente visitaba, una gran decadencia física, la cual
-parecía más grave por la pérdida de la jovialidad. Además,<span
-class="pagenum" id="Page_171">p. 171</span> claramente se advertía
-cierta inseguridad en las ideas, y dispersión de las mismas en el
-momento de querer expresarlas, vamos, como si se le fuera el santo al
-cielo, según el dicho vulgar. No era ya el mismo hombre; en pocos días
-su cuerpo perdió la derechura que le hacía tan gallardo, su cara se
-había vuelto terrosa, sus manos temblaban, y cuando quería sonreírse,
-su habitual expresión afable le resultaba fúnebre.</p>
-
-<p>—O don Manuel está muy malo —decían sus amigos—, o algún hondo pesar
-silenciosamente le mina.</p>
-
-<p>Una mañana, el Marqués de Feramor le mandó llamar cuando descendía
-del aposento de la Condesa, y encerrándose con él en su despacho, puso
-la cara de las grandes solemnidades para decirle:</p>
-
-<p>—¡Parece mentira que nuestro querido Flórez, desmintiendo su grave
-carácter, se haya prestado a favorecer las increíbles extravagancias
-de mi hermana! Primero, la tontería de meterse a redentores de José
-Antonio, poniéndose en ridículo, y dando lugar al desbordamiento de las
-hablillas y chirigotas. No era esto bastante, y entre mi hermana y su
-limosnero inventan este sainetón grotesco de llevarse a Pedralba toda
-la cuadrilla nazarista... porque supongo irán también las discípulas,
-para mayor edificación... Ya ha principiado el coro de burlas, que a mí
-no me afectan, no señor, porque<span class="pagenum" id="Page_172">p.
-172</span> todo el mundo sabe que permito a mi hermana lanzarse por su
-cuenta y riesgo a estas aventuras locas, para que encuentre en la ruina
-y en el ludibrio de las gentes el castigo de su soberbia.</p>
-
-<p>La actitud y el lenguaje del señor Marqués eran de pontifical, según
-el rito inglés parlamentario y economista.</p>
-
-<p>—Lo que más me duele —añadió—, es que nuestro buen amigo, en vez
-de poner un freno a estas que califico benignamente llamándolas
-extravagancias, les haya dado calor y apoyo con su autoridad...</p>
-
-<p>Al oír esto, una onda de sangre subió del corazón al cerebro del
-sacerdote, y la ira, que era en él, por índole y por costumbre,
-sentimiento casi desconocido, se encendió en su corazón súbitamente.
-Al querer expresarla, las palabras se le atropellaron en la boca, su
-rostro enrojeció, sus ojos se avivaron. Con lengua torpe pudo decir tan
-solo:</p>
-
-<p>—¿Tú qué sabes?... ¡Eres un necio!</p>
-
-<p>Y salió, como huyendo de sí mismo, arrastrando el manteo, la teja
-echada hacia atrás, murmurando incoherentes frases por la escalera
-abajo. Iba por la calle dando tumbos, sosteniéndose por un desmedido
-esfuerzo de la voluntad, y al llegar a su casa, agotado bruscamente el
-esfuerzo, cayó redondo en el portal. Entre el<span class="pagenum"
-id="Page_173">p. 173</span> portero y dos vecinos que bajaban,
-levantáronle del suelo, y como cuerpo muerto le condujeron al cuarto
-segundo donde vivía. El ama y la sobrina, dos mujeres simplicísimas,
-ambas entradas en años, que le querían entrañablemente, rompieron en
-estrepitoso llanto al verle entrar en tan mísero estado, y la sobrina
-exclamaba:</p>
-
-<p>—¡Virgen de la Valvanera! Ya lo dije yo. Mi tío venía mal desde la
-semana pasada.</p>
-
-<p>Acostáronle, y como una media hora tardó en recobrar el
-conocimiento; mas la palabra no. El buen señor quería decir algo, y su
-lengua inerte no le obedecía. Acudió el médico, fuéronle aplicados los
-remedios elementales, y ya muy entrada la noche, después de algunas
-horas de reposo, pudo expresarse con mediana claridad:</p>
-
-<p>—No seáis tontas —dijo al ama y la sobrina, que una a cada lado
-del lecho le contemplaban atribuladas—, ni deis ahora en la manía de
-asustaros... Esto no es más que un aire. Lo cogí al salir de casa de
-Feramor. Ya me encuentro mejor, y con la ayuda de Dios Misericordioso
-y de la Virgen Santísima, mañana podré echarme a la calle. Y en caso
-de que determinen que ya estoy de más en este mundo inicuo, ¿qué hemos
-de hacer más que conformarnos todos, yo con irme a donde mi Padre
-Celestial me destine, según mis méritos o mis culpas, vosotras con que
-me vaya y os deje en paz?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_174">p. 174</span>Dispuso el doctor
-que no se le diera conversación y se le dejara descansar toda la noche,
-ordenando diversas medicaciones internas y externas. A la mañana
-siguiente la mejoría era bien clara, y desde muy temprano acudieron a
-la casa multitud de personas. Una de las primeras fue Urrea; a poco
-llegaron Consuelo Feramor y la de Monterones, y otras muchas señoras
-y caballeros de distintas categorías. Todos prodigaron al enfermo
-consuelos cariñosos, deseando su salud como la propia. Iban entrando
-en la alcoba por tandas, y reunidos después en la sala, lamentaban el
-repentino accidente del simpático sacerdote.</p>
-
-<p>Consuelo llevó aparte a José Antonio para decirle:</p>
-
-<p>—Sospecho que tú y Catalina no tenéis poca responsabilidad en este
-arrechucho de nuestro amigo. ¡Ah! su enfermedad arranca de la parte
-moral... ¿Qué... te haces el tonto? ¿No comprendes tu parte de culpa
-y la de mi cuñadita, esa loca que no andaría suelta si no llevara el
-nombre que lleva? ¿Ahora caes en la cuenta de que habéis desprestigiado
-a este santo varón, de que le habéis puesto en ridículo a los ojos del
-clero, de todos sus amigos y relaciones?</p>
-
-<p>Contestación enérgica pensó darle Urrea; pero prefirió callarse
-por no alborotar en casa ajena. A poco, entró Catalina de Halma,
-vestidita<span class="pagenum" id="Page_175">p. 175</span> de negro,
-con humilde severísimo porte, y su hermana y cuñada la saludaron con
-frialdad compasiva. Ella no les hacía ningún caso, ni se cuidaba de que
-le manifestaran este o el otro sentimiento. Cuando todos se retiraban,
-la Condesa expresó al ama y la sobrina su deseo de ayudarlas día y
-noche en aquel penoso trajín de enfermeras. Conociendo la sinceridad
-de la buena señora, la familia del sacerdote aceptó tan noble
-ofrecimiento, felicitándose de que pronto sería innecesario, porque
-don Manuel mejoraría, con la ayuda de Dios. Pasó a verle Catalina, y
-él, regocijándose de su presencia, se excitó un poquito, presentando
-síntomas vagos de trabazón de lengua y de vaguedad en la ideación:</p>
-
-<p>—Señora mía —la dijo—, muy malito tiene usted a su limosnero. Ha
-sido un aire, nada más que un aire... He soñado con el Recogimiento
-de Pedralba en que estaríamos tan bien... ¡oh, tan bien! Estos
-aires... son aires muy malos... La vida social... este vértigo, este
-bullicio, este mentir continuo... mal aire, señora... ¡Destrucción de
-los cuerpos, perjuicios de las almas!... Dios quiere llevarme ya. Ha
-visto que no sirvo... que he llegado a la vejez sin hacer en el mundo
-nada grande, ni hermoso, ni saludable para las almas. Mi conciencia
-habla y me dice: «no hay en ti y derredor de ti más que vanidad de
-vanidades...» Usted es grande, señora Condesa, yo soy peque<span
-class="pagenum" id="Page_176">p. 176</span>ño, tan pequeño, que me
-miro y no me veo mayor que un grano de arena. Un aire me trae, otro
-me lleva... ¡Ah, la soledad de Pedralba...! Pero no, no soy digno...
-El señor Marqués me mira desde la altura de su necedad, y me humilla
-todo lo que yo merezco. ¿Qué he sido yo? Un fantasmón... No hay que
-desmentirme. ¿Qué hice por la salvación de las almas? Nada... ¡Y
-usted, que es santa, se digna venir a consolarme en mi tribulación...!
-¡Cuánta bondad, cuánta grandeza! Porque nadie mejor que usted conoce
-mi insignificancia... Dios me dice: «no eres nada... eres el vulgo
-cristiano, lo que es y no es... Vas bien vestido, y calzas bonito
-zapato con hebillas de plata... ¿Y qué? Eres atento en el hablar,
-obsequioso con todo el mundo; respetuoso de mí; pero sin amor. El fuego
-del amor divino es en ti un fuego pintado, con llamaradas de almazarrón
-como las de los cuadros de Ánimas. Llevas y traes limosnas como la
-Administración de Correos lleva y trae cartas... pero tu corazón...
-¡ah! Yo que lo veo todo, lo he visto, lo he sentido palpitar, más que
-por la miseria humana, por la elegancia de tus hebillas de plata...»
-Luego viene un aire... ¡Hermosa debe de ser la muerte para los que
-mueren en el Señor. Yo también quiero morir en Él, yo quiero, yo
-quiero!...</p>
-
-<p>Vivamente alarmada, la Condesa se retiró<span class="pagenum"
-id="Page_177">p. 177</span> de la alcoba, pensando que la mejoría del
-bendito don Manuel había sido engañosa. Y firme en su propósito de
-desempeñar en la casa los menesteres más humildes, mientras estuviese
-enfermo su amigo del alma, concertó con el ama y sobrina las faenas
-a que debía consagrarse, resolviendo entre las tres que, pues la
-presencia de la señora excitaba al enfermo, sin duda por el cariño
-que este le profesaba, no era conveniente que entrase en la alcoba
-sino en los casos de absoluta precisión. Desembarazada de su mantilla,
-tan pronto trabajaba en la cocina, como se personaba en la sala, para
-recibir visitas de seglares y clérigos. Comió con las mujeres de
-la casa, y no quiso que le preparasen cama, pues con descabezar un
-sueño sentadita en una silla le bastaba. La enfermedad de su amado
-esposo había sido para ella educación cumplida en aquellos trabajos y
-desazones, y el no dormir, el no comer, la vigilancia constante no la
-afectaban lo más mínimo.</p>
-
-<p>Muy bien pasó la tarde don Manuel, y a la noche llamó a sus
-domésticas para que le acompañasen y diesen parola, pues la costumbre,
-segunda naturaleza, le pedía trato social, conversación, amenidad.
-Catalina se escondió tras de la puerta para oírle, temerosa de que
-volviese a desvariar. Dijéronle Constantina y Asunción, que así se
-nombraban el ama y sobrina,<span class="pagenum" id="Page_178">p.
-178</span> que ya podía darse por restablecido de aquel arrechucho,
-y que le bastaría media semanita de descanso para poder entregarse
-nuevamente a sus habituales quehaceres. A lo que respondió el clérigo
-con serenidad:</p>
-
-<p>—Puede que tengáis razón; pero por sí o por no, yo me pongo en lo
-peor, y si me apuráis mucho, digo que en lo mejor, o sea la muerte, fin
-de esta vida miserable y principio de la eterna.</p>
-
-<p>Como ellas dijeran que siendo él un santo, nada podía temer, ahuecó
-la voz para contestarles:</p>
-
-<p>—Ni yo soy santo, ni ustedes saben lo que se pescan, pobres
-rutinarias, pobres almas sencillas y vulgares. Estoy a vuestro nivel...
-no, digo mal, a un nivel más bajo. Porque vosotras habéis padecido:
-tú, Constantina, con la mala vida que te dio tu marido; tú, Asunción,
-con tus enfermedades y achaques dolorosos. Vosotras habéis tenido
-ocasión de perdonar agravios, yo no. Vosotras habéis sufrido escaseces
-cuando no estabais a mi lado; yo he vivido siempre en mi dulce y cómoda
-modestia, sin carecer de nada, bien quisto de todo el mundo, niño
-mimoso y predilecto de la sociedad. Vosotras habéis luchado, yo no,
-porque todo me lo encontré hecho. No me llaméis santo, porque hacéis
-befa de la santidad aplicándola a quien tan poco vale.</p>
-
-<p>Echáronse a llorar las dos mujeres, y le in<span class="pagenum"
-id="Page_179">p. 179</span>vitaron a variar de conversación, pues
-aquella no era la más propia de un enfermo de la cabeza.</p>
-
-<p>—No, no —dijo Flórez, encalabrinándose—. De esto precisamente quiero
-hablar yo. Soy una pobre medianía; pero abdicando en este trance mis
-ridículas pretensiones, y pisoteando delante de vosotras, y delante
-del mundo entero, mi orgullo, me entrego a la misericordia de mi Padre
-Celestial, para que haga de mi insignificancia lo que quiera. Mi alma
-no se ennegrece con pecados infames, ni se abrillanta con heroicas
-virtudes. Soy lo que el lenguaje corriente llama un buen hombre. Soy...
-simpático... ¡ja, ja!, simpático. En el mundo no quedará rastro de mí,
-y lo mismo que es hoy la sociedad, habría sido si Manuel Flórez y del
-Campo no hubiera existido en ella. ¿Cómo llamáis santo a un hombre
-que se enfada, aunque no mucho, cuando alguien le molesta? ¿A ti,
-Constantina, no te he reñido alguna vez porque la sopa estaba fría, o
-el chocolate muy caliente, o el arroz pegado, o el café poco fuerte? Ya
-ves: ¡qué santidad es esa, ni qué...! Y tú, Asunción, ¡buenas broncas
-te has llevado..., porque las hebillas de mis zapatos no estaban bien
-relucientes! Ya ves: ¡como si el que relucieran o no las hebillas
-importara algo!... Si os apuráis mucho por lo que os estoy diciendo, os
-confesaré que en mi<span class="pagenum" id="Page_180">p. 180</span>
-esfera, una esfera que parece amplísima y es muy reducida, he hecho
-todo el bien que he podido, y que mal, lo que es mal, no lo hice nunca
-a nadie, a sabiendas. Pero de eso a que yo sea nada menos que santo,
-como vosotras creéis, pobres tontas, hay mucho camino que andar... Los
-santos son otros, el santo es otro... Y de eso que dice el vulgo de que
-ahora no hay santos, me río yo... Los hay, los hay, creedlo porque os
-lo afirmo yo... Pero no me tengáis a mí por tal, grandísimas babiecas,
-y si no, contestadme: ¿qué méritos extraordinarios veis en mí?... ¿qué
-infortunios y trabajos han templado mi alma, qué injurias he tenido que
-sufrir y perdonar, qué grandes campañas por el bien humano y por la
-fe católica han sido las mías? ¿Acaso fui perseguido por la justicia,
-y tratado como los malhechores? ¿Por ventura me han ultrajado, me han
-escarnecido, me han llenado de vilipendio? ¿Es tribulación andar de
-casa en casa, festejado y en palmitas, aquí de servilleta prendida,
-allá charlando de mil vanidades eclesiásticas y mundanas, metiéndome
-y sacándome con achaque de limosnitas, socorros y colectas, que son
-a la verdadera caridad lo que las comedias a la vida real? ¡Ah! si
-lloráis por verme rebajado de esa categoría en que vuestra inocencia
-quiso ponerme, llorad, sí, llorad conmigo, lloremos juntos, para que el
-Señor tenga piedad de vosotras<span class="pagenum" id="Page_181">p.
-181</span> y de mí, y nos iguale a los tres en su santa gracia.</p>
-
-<p>No dijo más, porque el ama y sobrina, limpiándose el moco, y
-sobreponiéndose a su acerba pena, le exhortaron para que callase y
-no pensara cosas que al Divino Jesús y a la Virgen habían de serle
-desagradables. Buena era la humildad; pero no tanto, Señor.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChIII_6">
- <h3>VI</h3>
-</div>
-
-<p>También lloraba la sin par Catalina oyendo los gritos de la
-conciencia de su buen amigo, y las tres convinieron luego en que
-mientras más se humillara el bonísimo don Manuel al prosternarse
-ante el Dios de Justicia, más le ensalzaría este, dándole el premio
-que por sus virtudes merecía. A las once de la noche, ya levantados
-los manteles de la frugal cena, hallándose la Condesa en el comedor,
-embebecida en la lectura de sus devociones ante una lámpara con
-pantalla de figurines, entró José Antonio. No pudiendo pasarse un día
-entero sin verla y hablar con ella (tal era su adhesión ardiente, que
-más parecía de perro que de persona), agarrábase a la obligación de
-informarse del estado del enfermo para entrar en la casa y aproximarle
-a su bienhechora.</p>
-
-<p>—Nuestro don Manuel está mal —le dijo Hal<span class="pagenum"
-id="Page_182">p. 182</span>ma, cerrando su libro y marcando la página
-con un dedo—. Tenemos que pedir a Dios con toda nuestra alma que nos
-conserve esa vida tan preciosa, tan necesaria. Hay que rezar, rezar
-sin tregua, Pepe, y tú también... Pero sin duda no sabes; lo has
-olvidado... Si yo quisiera enseñarte, ¿aprenderías tú?</p>
-
-<p>—Tú conseguirás de mí cuanto quieras, y nada tengo por imposible si
-tú me lo mandas —replicó el joven con alegría—. Soy hechura tuya, soy
-un hombre nuevo, que has formado entre tus dedos, y luego me has dado
-vida y alma nuevas...</p>
-
-<p>—Entre paréntesis, dime una cosa: ¿nos critican mucho por ahí?</p>
-
-<p>—Horriblemente. Pero tu grande alma me ha enseñado lo que me
-parecía, más que difícil, imposible, despreciar esas infamias, y no
-castigarlas inmediatamente.</p>
-
-<p>—Dios es nuestro juez, y nos acusa o nos absuelve, por medio de
-nuestra conciencia. Vete fijando en lo que te digo, y asegúralo en tu
-pensamiento. Eres un niño, y como a tal te instruyo.</p>
-
-<p>—Y yo lo aprendo todo. No tendrás queja de mí. Pero yo quisiera, mi
-buena Halma, que me mandaras cosas difíciles, muy difíciles, para que
-probaras mi obediencia ciega.</p>
-
-<p>—Por ejemplo, que te arrojes a un horno encendido, o que te tires
-por la ventana.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_183">p. 183</span>—No es eso, aunque
-también eso haría si me lo mandaras. Cosas difíciles digo, de las que
-ponen a prueba la voluntad de un hombre. Mientras tú no me mandes eso,
-y yo te obedezca, no me creo digno de lo que estás haciendo por mí. Tú
-eres extraordinaria, increíble, inverosímil. Mi amor propio se pica, y
-también quiero salirme un poquitín de lo común.</p>
-
-<p>—Descuida, que todo se andará. Como inverosímil, tú, que desde
-que empezamos a curar tu alma con una medicina de que todo el mundo
-se burlaba, te has desmentido a ti mismo. Hasta ahora parece que voy
-triunfando, y que mi extravagancia llevaba y lleva en sí algo de
-eficacia divina. Pero aún falta mucho, José Antonio, y si te cansas en
-lo peor del camino, me dejarás mal.</p>
-
-<p>—No me cansaré. Voy contigo al fin del mundo, ya me lleves tirando
-de mí por un fino hilo de seda, ya por un dogal muy fuerte. Tira sin
-miedo, que no haré nada por soltarme.</p>
-
-<p>—Te advierto que aunque te sueltes, aunque al tirar de la cuerda me
-hieras y lastimes, no me arrepentiré de lo hecho.</p>
-
-<p>—Porque tú eres... no diré una santa, ni un ángel, expresiones vagas
-que han desacreditado los poetas y los predicadores..., sino una mujer
-superior a cuantas andan por el mundo, la mejor, la única, el femenino
-en grado sublime.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_184">p. 184</span>—Eh... basta. Ahí
-tienes otra maña que he de quitarte, la lisonja.</p>
-
-<p>A los motivos de gratitud que subyugaban al parásito corregido
-haciéndole esclavo sumiso de la Condesa de Halma, habíase añadido
-últimamente uno, que era sin duda el más fuerte eslabón de su cadena.
-A la penetración de la reformadora no podían ocultarse las recónditas
-miserias y envilecimientos de la vida de Urrea, úlceras morales que
-por su calidad indecorosa no podían ser mostradas. Pero la sagaz
-doctora las conocía, por inducción, y creyendo, en conciencia, que para
-la completa cura había que atacar aquel secreto desorden, antes que
-corrompiera la parte del ser que iba paulatinamente sanando, incitó
-al enfermo, en buena ley de moral médica, a la confesión o sinceridad
-más radicales. Él se resistía, creyendo que cuanto a tal asunto se
-refiriese no podía ni siquiera mentarse en presencia de la santa y pura
-señora, como no es lícito decir en la iglesia palabras indecentes, ni
-fumar, ni cubrirse. Pero ella, valerosa y serena, como Santa Isabel
-de Turingia poniendo sus manos en la cabeza de los tiñosos, le abrió
-camino para la explicación que deseaba, rompiendo el secreto en esta
-forma:</p>
-
-<p>—No es menester ser zahorí, querido Pepe, para saber que en tu
-vida de pobreza vergonzante, angustiada y vil, ha de haber, además
-de<span class="pagenum" id="Page_185">p. 185</span> los sapos que ya
-hemos sacado del fango, culebras que necesitamos extraer para sanarte
-por entero. Es inútil que me lo niegues. ¡Ah, tonto, como se ven los
-gusanos que se alimentan de la putrefacción, veo en derredor tuyo
-enjambre de mujeres, a quienes solo llamaré desgraciadas, porque no hay
-mayor desdicha que perder el pudor!</p>
-
-<p>—Es cierto. ¿Cómo negarte nada, si tú lo sabes todo?</p>
-
-<p>—Tienes que limpiarte de esa podredumbre, Pepe, pues de lo
-contrario, estás expuesto a corromperte de nuevo el mejor día.</p>
-
-<p>—Sí, sí.</p>
-
-<p>—Pero pronto, pronto. Adivino que esto no es fácil, y que para
-romper con todo ese pasado vergonzoso hay obstáculos materiales.
-Confiésamelo, dímelo todo, ten conmigo la franqueza que tendrías con un
-camarada de tu sexo. La vida humana ofrece tantas anomalías, que aun
-para librarse de la ruina se necesita tener dinero, y que del mismo
-vicio no puede huirse sin mostrarse con él caballeresco y dadivoso.</p>
-
-<p>—Es verdad. Eres la ciencia humana y divina —replicó Urrea con viva
-emoción.</p>
-
-<p>—Más claro: para cortar tus lazos viles con esa infeliz gente,
-necesitas dinero. Al hacer la cuenta de tus ahogos y de los compromisos
-que amargaban tu vida, has ocultado esta por deli<span class="pagenum"
-id="Page_186">p. 186</span>cadeza, por respeto hacia mí. ¿No es
-verdad?</p>
-
-<p>—Sí.</p>
-
-<p>—Quizás te encuentras obligado y sujeto por favores recibidos.</p>
-
-<p>—Sí.</p>
-
-<p>—Quizás has contraído deudas... en común. No te apures. Hablaremos
-de esto lo menos posible, para ahorrarte la vergüenza que el caso
-entraña. Prométeme cortar en absoluto y para siempre, con propósito
-de no reincidir, esas relaciones infames, y yo te doy el dinero que
-necesites para tu completa liberación. Así, así, las cosas se dicen
-clarito, y se hacen con valor.</p>
-
-<p>—¡Oh, Halma! —exclamó anonadado el calavera, arrodillándose ante su
-prima, e intentando besarle las manos—. Si no te digo que te tengo por
-criatura sobrenatural, no expreso todo lo que siento.</p>
-
-<p>—Levántate. Hoy mismo te ocuparás de eso. Dímelo todo: no ocultes
-nada. Mañana liquidas tus deudas de ignominia. Si sintieras duda, o
-escrúpulo, porque hubiese algún lazo dificilillo de cortar, aun con
-tijeras de oro, vienes y me lo cuentas, y yo te daré ánimos, razones...
-y veremos de arreglarlo.</p>
-
-<p>Alentado por tan poderoso estímulo, Urrea cortó relaciones
-indecorosas, algunas que le estorbaban horrorosamente, llenando su
-alma de hastío; otras que, si afectaban algo a su corazón,<span
-class="pagenum" id="Page_187">p. 187</span> no tenían raíces tan hondas
-que no pudieran arrancarse con mediano esfuerzo. ¡Y qué libre, qué
-ancho, qué desahogado se sintió después! ¡Con qué placer veía las caras
-bonitas y risueñas perderse en la bruma que precede a las tinieblas del
-olvido! Uno solo de los tirones que tuvo que dar le produjo dolor. Pero
-acordándose de su prima, lo sufrió valeroso, y aun lo hubiera resistido
-con heroísmo si fuera de los hondos y lacerantes. Pero ello se redujo
-a un poquitín de pena o desconsuelo, y dos días bastaron para que la
-mundana figura que motivaba aquel estado psíquico, se desvaneciera
-también con las otras en una neblina de indiferencia. Al terminar
-esto, la Condesa de Halma tomó ante su aplacado espíritu proporciones
-enteramente divinas. Lo que sintió Urrea no podía compararse sino al
-júbilo inenarrable del náufrago que pisa tierra después de angustiosa
-lucha con las olas. Le salvaba aquella luz, faro, o estrella del mar, y
-ante ella hacía la ofrenda de su vida futura.</p>
-
-<p>No satisfecho con informarse por la noche del estado de don Manuel
-Flórez, José Antonio iba también por las mañanas. Comúnmente entre
-nueve y diez, Catalina había vuelto de misa, y estaba barriendo y
-limpiando la sala y gabinete, mientras el ama y sobrina atendían al
-enfermo. Cubría la Condesa su talle con un man<span class="pagenum"
-id="Page_188">p. 188</span>dil de Constantina, y manejaba la escoba
-con rara habilidad. ¡Quién había de decirlo, viendo aquellas manos
-aristocráticas, finas, blancas como azucenas, de forma bonitísima,
-largos, gordezuelos y puntiagudos los dedos, verdaderas manos de Santa
-Isabel de Murillo, que ni en las cabezas plagadas de miseria perdían su
-virginal pureza y pulcritud! Urrea no se atrevió a pedirle permiso para
-besarle las manos, por no profanarlas con su labio pecador. No merecía
-tan grande honra. Verdaderamente aquellos dedos que cogían la escoba
-eran dignos de tomar la hostia consagrada.</p>
-
-<p>—¿Y don Manuel, cómo sigue?</p>
-
-<p>—Mal. La noche ha sido intranquila. No ha podido dormir, sufría
-mucho de la cabeza. No ha desvariado, antes bien, habla como un santo
-que es. Hoy se le administra el Santo Sacramento. Prepárase a recibirlo
-con unción y alegría. ¿Sabes en qué conozco que nuestro buen don Manuel
-se nos muere? En que su alma es toda candor. Piensa y habla como un
-niño. Tanta simplicidad demuestra que su alma se ha despojado de todo
-lo terreno. ¡Qué hermosura morir así! Aprende, primo mío, aprende, y
-para que mueras como un justo, vive en la justicia y la verdad.</p>
-
-<p>—Yo vivo donde tú me mandes —dijo el parásito apartándose para
-no estorbarle en su ba<span class="pagenum" id="Page_189">p.
-189</span>rrido—. Donde me pongas allí me estaré. Y ahora, déjame
-que te pregunte una cosa. Dicen en tu casa que te vas a vivir a
-Pedralba.</p>
-
-<p>—Eso había determinado; pero la falta de este incomparable amigo
-perturba mis planes, y aún no sé lo que haré.</p>
-
-<p>—¡Y yo me quedo aquí! —observó Urrea con pena—. Yo aquí solo. Verdad
-que no estamos lejos, y puedo ir a verte con frecuencia. Pero no sé si
-tú lo consentirás. Debo seguir en Madrid para evitarte disgustos, para
-que no se ceben en ti la envidia y la malignidad.</p>
-
-<p>—Esa razón no es razón. Ya sabes que no me afectan los dichos de
-la gente frívola y vana. La calumnia misma, que a otros aterra, puede
-venir a mí y acometerme y destrozarme. De sus ataques saldré más
-fuerte de lo que soy. Es la forma civilizada del martirio, ahora que
-no tenemos Dioclecianos que persigan el Cristianismo, ni sectarios
-furibundos que corten cabezas de creyentes... Pero si la calumnia no es
-motivo para que aquí te quedes —añadió, dejando la escoba, y poniendo
-los muebles en su sitio, después de restregarles la madera con un paño,
-tarea en que gustosamente le ayudó su protegido—, en Madrid continuarás
-solito, por razón de tus trabajos. No olvides la segunda parte de
-nuestro convenio. Has de hacerte un hombre útil que viva honradamente,
-sin depender de nadie.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_190">p. 190</span>—Sí, sí. Yo
-realizaré tu hermosa idea. Eres como una madre para mí, y debo
-venerarte, porgue me das el ser.</p>
-
-<p>—Y debo creer que este hijo mío es ya crecidito, con fuerza
-suficiente para no necesitar andadores, y juicio para gobernarse por sí
-solo.</p>
-
-<p>—Así será, si tú lo quieres. ¿Y ahora qué me mandas? ¿Me retiro?</p>
-
-<p>—Sí, tenemos mucho que hacer. Luego hemos de preparar la casa y
-adornarla para recibir al Divino Visitante, que hoy tendremos aquí.
-Márchate y vuelve esta tarde a la hora del Viático. No quiero que
-faltes.</p>
-
-<p>—No faltaré —dijo Urrea, y besando la orla del delantal grosero que
-ceñía el cuerpo de la noble dama, se retiró triste... ¡Partir Halma,
-quedarse él! ¡Enorme consumo de voluntad exigiría esta separación del
-hijo y la madre, del discípulo aún muy tierno y la santa y fuerte
-maestra!</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChIII_7">
- <h3>VII</h3>
-</div>
-
-<p>No faltó aquel día el Marqués de Feramor, que solo cruzó con su
-hermana palabras secas. En su atildado lenguaje inglés, parlamentario
-y económico, dijo que los hombres temen la muerte como temen los niños
-entrar en un cuarto obscuro. Esto lo había escrito Bacon, y él lo<span
-class="pagenum" id="Page_191">p. 191</span> repetía, añadiendo que
-las penas que ocasiona la pérdida de seres queridos, tienen el límite
-puesto por la Naturaleza a todas las cosas. El mundo, la colectividad,
-sobreviven a las mayores desdichas personales y públicas. No debemos
-entregarnos al dolor, ni ver en él un amigo, sino un visitante
-importuno, a quien hay que negar todo agasajo para que se despida lo
-más pronto posible.</p>
-
-<p>La ceremonia religiosa fue hermosa y patética, acudiendo un gran
-gentío eclesiástico y seglar, de lo más distinguido que en una y otra
-esfera contiene Madrid. Recibió el enfermo el pan eucarístico con
-cristiana unción y mansedumbre, mostrando gratitud inefable al Dios
-que penetraba en su humilde morada, y se mantuvo tan sereno y dueño
-de sí mientras duró el acto, que parecía repuesto de su grave mal.
-Después habló con entusiasmo a sus amigos del gozo que sentía, y de las
-esperanzas que la santa comunión despertaba en su alma.</p>
-
-<p>Por la noche, tras un ratito de tranquilo sueño, llamó al ama y
-sobrina, y les dijo:</p>
-
-<p>—Ya sé que está en casa la señora Condesa, y en verdad no sé por qué
-se oculta. Su presencia es gran consuelo para mí. Que entre, pues a las
-tres tengo algo que decirles.</p>
-
-<p>Besó Catalina la mano del sacerdote y se sentó junto al lecho,
-quedando las otras en pie:</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_192">p. 192</span>—De veras os digo
-que estoy tranquilo. Me prosterné ante mi Dios, y llorando amargamente,
-le ofrecí la confesión de toda mi vida pasada, la cual, por mi incuria,
-por mi egoísmo, por mi insubstancialidad, no ha sido muy meritoria que
-digamos. Lo que poseo es para vosotras, Constantina y Asunción: ya lo
-sabéis. Atended a vuestras necesidades, reduciéndolas a la medida de
-una santa modestia, y lo demás empleadlo en servicio de Dios; socorred
-a cuantos menesterosos estén a vuestro alcance, sin reparar si lo
-merecen o no. Todo necesitado merece dejar de serlo. Y a usted, señora
-Condesa de Halma, nada le digo, porque a quien es más que yo y vale
-más que yo, y me gana en saber de lo espiritual y lo temporal, ¿qué
-ha de decirle este pobre moribundo? He concluido con toda vanidad,
-y tan solo le ruego que encomiende a Dios a su buen amigo. El que a
-mí me ha iluminado no está presente; si lo estuviera, yo le diría:
-compañero pastor, quisiera cambiar por tu cayado robusto el mío, que no
-es más que una caña adornada de marfil y oro. Tú pastoreas, yo no; tú
-<i>haces</i>, yo <i>figuro</i>...</p>
-
-<p>Siguió murmurando en voz baja expresiones que las tres mujeres no
-entendían. No cesaban de recomendarle el silencio y la tranquilidad.
-Poco después rezaban los cuatro, llevando la de Halma el rosario.
-Antes de terminar, el enfermo pareció ale<span class="pagenum"
-id="Page_193">p. 193</span>targarse. Quedó Asunción de guardia, y
-Constantina y la Condesa salieron de puntillas.</p>
-
-<p>Tenían de guardia en el recibimiento a la chiquilla de la portera,
-para que abriese al sentir pasos de visitas, precaución indispensable
-por haber sido quitada la campanilla. A poco de salir de la alcoba, el
-ama dijo a la Condesa:</p>
-
-<p>—Ha entrado una mujer que quiere hablar con la señora. Debe de ser
-una pobre... de estas que acosan y marean con sus petitorios. Yo que
-vuesencia, le daría medio panecillo y la pondría en la calle, porque
-si nos corremos demasiado en la limosna, esto será el mesón del tío
-Alegría, y nos volverán locas. Trae una niña de la mano, y me da olor
-a trapisonda, quiero decir, a sablazo de los que van al hueso. Con
-que póngase en guardia la señora Condesa, que en eso de dar o no dar
-con tino está el toque, como dice nuestro pobrecito don Manuel, de la
-verdadera caridad.</p>
-
-<p>Ya sabía Catalina quién era la visitante, y sin decir nada se fue a
-la sala, donde aguardaban en pie una mujer con mantón y pañuelo a la
-cabeza, y una niña como de seis años, arrebujada en una toquilla.</p>
-
-<p>—Beatriz —dijo Halma, muy afectuosa, entregándoles sus dos manos,
-que mujer y niña besaron con amor—, ya me impacientaba yo porque no
-venías a verme. ¿Te dijo Prudencia que vinieras acá?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_194">p. 194</span>—Sí señora; pero yo
-no quería venir, por no ser molesta —replicó Beatriz, sentándose en el
-borde de una silla—. Por fin, esta noche me determiné, y he traído a
-esta para que me enseñe las calles, que no conozco bien. Rosa sabe al
-dedillo todos estos barrios, porque ayudaba a sus padres a repartir la
-leche, cuando tuvieron la cabrería... ¡ah! negocio malísimo, en que se
-metió mi prima con los vecinos del bajo derecha, por ayudar a Ladislao,
-que con la afinación de pianos no sacaba para dar de comer a la
-familia. El pobre Ladislao ha pasado amarguras horribles, persiguiendo
-el garbanzo, y soñando siempre con la ópera que tenía a medio componer,
-dentro de su cabeza. Todo lo probó: tocaba el trombón en un teatro, y
-repartía prospectos por las calles. La cabrería les empeñó más de lo
-que estaban. Yo he visto la miseria de aquella casa, miseria negra,
-como hay tanta en Madrid, sin que nadie la vea ni la socorra, porque no
-es posible, Señor, no es posible... Bien lo sabe la señora, que la ha
-visto con sus propios ojos, porque con la señora entró Dios en aquella
-casa... Y puedo decirle que sus palabras cariñosas las han agradecido
-aquellos infelices más aún que el socorro que les ha dado para comer
-y abrigarse. La señora es... no tan solo la caridad, sino también la
-esperanza.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_195">p. 195</span>—¿Y el pobre
-Ladislao, está contento?</p>
-
-<p>—Tan contento, que de puro alegre no pega los ojos. Dice que su
-<i>desiderato</i> sería la plaza de maestro de capilla; pero que si la
-señora no tiene capilla en sus estados, lo mismo la servirá de cochero
-que para traer leña del monte, si a mano viene...</p>
-
-<p>—Que no piense en eso, y espere —dijo la Condesa, impaciente por
-tratar de otro asunto—. Bueno, Beatriz, ¿y qué...?</p>
-
-<p>—Nada, es cosa resuelta. He venido acá, para que la señora Condesa
-no tarde en saber que hoy fueron a verle al hospital dos señores curas,
-que parece son del Tribunal eclesiástico. Dijéronle que Su Ilustrísima
-le proponía dos maneras de asistirle y curarle, en el suponer de que
-está enfermo. O bien darle un vale perpetuo para el Asilo de señores
-sacerdotes, o bien ser recogido en una casa honestísima de persona
-principal y muy cristiana. Diéronle a escoger, y, por de contado,
-escogió lo segundo. Lo he sabido por él mismo: esta tarde fui allá, y
-me encontré en la celda al señorito de Urrea, que le aconsejaba salir
-de aquel encierro, pues ya está libre. Mas no quiere el bendito don
-Nazario gozar de libertad mientras no le dé licencia la persona que le
-toma bajo su amparo, y le diga cuándo, cómo y a qué lugar ha de ir con
-sus pobres huesos.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_196">p. 196</span>—Pues mira lo
-que has de hacer, Beatriz, y pon atención a lo que te ordeno. Mañana
-llegará un carro con tres mulas que he mandado venir de Pedralba. Al
-amanecer del día siguiente, lo tendrás en tu calle, y el carretero,
-que es un viejo llamado Cecilio, un poco hablador y refranero, pero
-buen hombre, subirá a tu casa para avisarte. Metes en el carro a
-Ladislao y a Aquilina con sus tres chicos, y a Nazarín, y tú misma de
-añadidura. Cabréis perfectamente, y si vais estrechos, los hombres
-pueden ir algunos ratos a pie... En fin, arreglaos del mejor modo
-posible. No llevéis muebles ni ropas de cama. Repartid todo eso entre
-los vecinos que sean más pobres. Ropa de vestir podéis llevar... ¡Ah!
-se me olvidaba el piano de Ladislao. Dile que es mi deseo se lo regale
-al ciego, también afinador, que vive en el cuartito próximo. Puede
-meter en el carro aquella balumba de papeles de música que tiene encima
-de la cómoda. Todo el día emplearéis en el viaje, porque las mulas
-irán al paso, para que puedan hacer un poco de ejercicio los que se
-cansen de la estrechez del carro, y meterse en él un rato los <i>de
-infantería</i>, para descansar de la caminata. Cecilio os llevará hasta
-mi casa, y en ella os dará alojamiento hasta que, pasados unos días,
-cuando yo avise, vuelvan Cecilio y las tres mulas por mí.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_197">p. 197</span>—¡En carromato la
-señora! —exclamó Beatriz llevándose las manos a la cabeza.</p>
-
-<p>—Como vais vosotros, iré yo. ¿Qué más da? Si es hasta más cómodo, y
-más alegre. No veas en esto un mérito, ni menos afectación de pobreza:
-no gusto de hacer papeles. Además, establezco en mi pequeño reino toda
-la igualdad que sea posible. No me atrevo aún a decir, antes de que la
-práctica me lo enseñe, a qué grado de igualdad llegaremos.</p>
-
-<p>—Reino ha dicho la señora —afirmó la nazarista con gozo—, y aunque
-así no lo llamara, reina y señora nuestra será siempre.</p>
-
-<p>—Tampoco sé aún qué grado de autoridad tendré sobre vosotros.
-Quizás no pueda tenerla, o la abdique desde el primer momento. Pero no
-pensemos aún en lo que será, y ocupémonos tan solo de lo presente. Con
-el dinero que te di, y que conservarás en tu poder...</p>
-
-<p>—Sí señora, menos lo que, por encargo de la señora, gasté en el
-vestidito de Aquilina y en las botas de Ladislao.</p>
-
-<p>—Pues aún te queda para comprar zapatos y alpargatas a los tres
-chicos, y para lo que gastéis por el viaje, que será bien poco. No
-necesito decirte que economices, porque sé que sabes hacerlo. Como la
-hija de Cecilio cuidará de daros de comer mientras yo llegue, ten bien
-cerrada la bolsa, Beatriz, y no gastes ni un cén<span class="pagenum"
-id="Page_198">p. 198</span>timo de lo que en ella te quedare al llegar
-allá; no olvides que somos pobres, pobres verdaderos... No creas que
-nuestro reino es una pequeña Jauja.</p>
-
-<p>—Si lo fuera, no nos tendría la señora por vasallos...</p>
-
-<p>—¿Te has enterado bien?</p>
-
-<p>—Sí señora —dijo Beatriz levantándose—; descuide, que todo se hará
-punto por punto como la señora desea.</p>
-
-<p>Despidiéronse besándole la mano; la Condesa las besó en el rostro, y
-al despedirlas en la puerta, cuando ya habían bajado algunos peldaños,
-las llamó para hacerles una advertencia.</p>
-
-<p>—Oye, Beatriz. Mi buen Cecilio padece de una maldita sed que no
-se le quita sino con vino. Ya está tan cascado el pobre, que sería
-crueldad privarle de satisfacer su vicio. Durante el viaje, le
-permitirás que tome una copa en alguna de las ventas por donde pasen,
-no en todas... Fíjate bien: con tres o cuatro copas de pardillo en todo
-el camino tiene bastante; pero nada más, nada más... Ea, adiós, y buen
-viaje.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChIII_8">
- <h3>VIII</h3>
-</div>
-
-<p>Llegó poco después un señor eclesiástico, amigo íntimo de Flórez,
-don Modesto Díaz, que goza fama de predicador excelente, uno de
-los<span class="pagenum" id="Page_199">p. 199</span> primeros de
-Madrid. Tres o cuatro veces al día iba a enterarse del estado del
-enfermo, a quien entrañablemente quería, pues se conocieron desde
-la infancia, y en Madrid vivieron luengos años en cordialísimas
-relaciones, aunque cada cual actuaba en esfera distinta dentro de lo
-eclesiástico, pues si Flórez era relativamente rico, y no tenía que
-discurrir para proveer decorosamente a la existencia, Díaz, obrero
-incansable, trabajó toda su vida, <i>propter panem</i>. De joven,
-tuvo que ganarlo para su madre, y en edad madura crió y educó sin fin
-de sobrinos huérfanos, que debían de padecer hambre canina, según lo
-que el pobre cura bregaba para mantenerlos, pues él daba lecciones de
-latín y moral, en colegios y casas particulares, de retórica y poética
-en un instituto, traducía del francés obras religiosas para un editor
-católico, y con esto y la celebración y sus sermones, que llegaron a
-constituirle un ingreso de cuenta, salió el hombre adelante con todo
-aquel familiaje, y algo le quedaba para socorrer a un pobre.</p>
-
-<p>La diferente atmósfera en que Díaz y Flórez vivían, y el distinto
-camino de cada cual, no impidieron que se juntaran en el terreno de
-una amistad tan antigua como cariñosa. Eran vecinos: muchas tardes
-paseaban juntos, y perfectamente acordes en ideas y gustos, nunca<span
-class="pagenum" id="Page_200">p. 200</span> surgió entre ellos disputa
-ni desavenencia por cosa dogmática ni temporal. Ambos eran buenos
-y estimados de todo el mundo; ambos piadosos y bienavenidos con su
-conciencia. Hasta se parecían un poco en lo físico; solo que Díaz no se
-arreglaba tan bien como el otro, ni era tan pulcro, o si se quiere, tan
-elegante.</p>
-
-<p>Con expresiones de sincero dolor se condolió don Modesto de la
-gravedad de su amigo, manifestándose confuso por aquel repentino mal,
-que había venido como un escopetazo.</p>
-
-<p>—¡Pero si hace tres semanas estaba Manuel vendiendo vidas! Una tarde
-que fuimos de paseo hacia la Moncloa, hicimos recuento de los años que
-tenemos a la espalda, y calculando lo que podríamos vivir si el Señor
-nos conservaba nuestra salud, nos corríamos tan frescos hasta los
-ochenta. De buenas a primeras, Manuel da este bajón tremendo... ¿Pero
-por qué? Las últimas tardes que paseamos, le noté muy metido en sí,
-cosa rara, pues era hombre tan social, que siempre le veía usted el
-alma revoloteando alegre fuera de la jaula... En fin, Dios lo quiere
-así. Cúmplase su santa voluntad.</p>
-
-<p>Con un hondo suspiro nada más comentó la Condesa estas expresiones,
-y el buen sacerdote, después de enjugarse una lágrima, cambió de tono
-para decir:</p>
-
-<p>—Entre paréntesis, señora Condesa, sé que se va usted a su finca de
-Pedralba,<span class="pagenum" id="Page_201">p. 201</span> próxima
-a San Agustín, y conviene que sepa que el cura de esta villa es mi
-sobrino Remigio, a quien escribiré para que se ponga a las órdenes de
-usted, y la sirva en cuanto guste ordenarle. ¡Buen muchacho, señora,
-que sabe su obligación, y tiene además un don de gentes que ya lo
-quisieran más de cuatro! Yo le crié; es mi hechura, y a mí me debe
-su doble carrera, pues a más del grado en teología y cánones, es
-licenciado en derecho. Alguna guerra me dio cuando estudiaba, porque en
-la Universidad por poco me le tuercen. Le tiraba más la filosofía que
-la teología, y su comprensión fácil, su talento flexible le encariñaron
-más de la cuenta con los estudios de materias filosóficas y sociales
-novísimas. Bueno es saber de todo, y conocer toda la extensión de las
-ideas humanas; pero yo dije: «para, hijo». Él obstinado en doblárseme,
-y yo en que había de ponerle derecho como un huso. Naturalmente, gané
-yo: el chico era dócil, respetuoso, y me quería con locura. Cantó
-misa diez años ha, día de la Candelaria, y ahí le tiene usted hecho
-un sacerdote modelo, obscurecido, es verdad, en una villa de corto
-vecindario, pero con esperanzas de pasar a una parroquia de la Corte, o
-a una canonjía.</p>
-
-<p>Contestó Halma con las expresiones urbanas que el caso requería,
-y la conversación, por su propio peso, recayó en don Manuel, y en la
-di<span class="pagenum" id="Page_202">p. 202</span>ficultad de sacarle
-adelante, si Dios no hacía un milagro.</p>
-
-<p>—Para mí —dijo Díaz con hondísima tristeza— es una pérdida
-irreparable, pues no tengo ningún amigo que pueda comparársele en lo
-afable, en lo cariñoso y servicial. Siempre que yo necesitaba una
-tarjeta de recomendación, él a dármela. Sus buenas relaciones con
-gente principal eran una bendición de Dios para los que estamos en
-esfera más baja. ¡Cómo le quería toda la grandeza! Y ahí tiene usted
-a un hombre que hubiera podido ser obispo. Pero lo que él decía con
-toda la modestia de Dios: «No sirvo, no sirvo: es mucho trabajo para
-mí.» Cada lobo en su senda, y la de Manuel era fomentar la piedad en
-las clases elevadas, y dirigirlas en sus campañas benéficas... Era
-hombre de tan extraordinario don de gentes, que su trato lo mismo
-cautivaba al rico que al pobre, y con su ten con ten, a todos les
-enseñaba la buena doctrina... ¡Dios sabe cuán solo y triste me quedo
-sin Manuel en este valle de lágrimas!... ¡Pues apenas tiene fecha
-nuestra amistad! Él es natural de Piedrahita, yo de Muñopepe, en el
-mismo partido. Juntos nos criamos, juntos fuimos a la escuela, juntos
-recibimos la sagrada investidura. Él era casi rico, yo pobre; él vivía
-de sus rentas, yo de mi trabajo rudo. Siempre que necesité de algún
-auxilio, porque hay meses crue<span class="pagenum" id="Page_203">p.
-203</span>les, señora mía, sobre todo en verano, cuando se despuebla
-Madrid, a él acudía..., ¡ay! y le encontraba siempre. ¡Qué excelente
-amigo! Me facilitaba cortas cantidades, sin ningún interés... ¡Ave
-María Purísima, ni hablarle de ello siquiera! Me habría pagado. ¡Entre
-amigos...! Llegaba el invierno, y yo le pagaba religiosamente. Por
-Navidad, de los infinitos regalos que recibe, participo yo. El Señor
-le premia tanta bondad, pues sus tierras de Piedrahita siempre le dan
-buenas cosechas... Así es que viviendo con decoro y sin boato, como
-un buen sacerdote, tiene sobrantes, con los cuales pudo costear una
-excelente escuela en Piedrahita. Sí señora, una lápida de mármol dice
-a la posteridad el nombre del fundador. Pues con estas esplendideces,
-aún le sobra, y no hay año que no compre alguna tierra limítrofe con
-su heredad. Propietario generoso, y buen cristiano, no apura a sus
-renteros, ni escatima jornales en tiempo de miseria. En fin, que
-hombres como este hay pocos. El Señor le quiere para sí; acatemos su
-voluntad suprema, y reconozcamos que todas las grandezas terrenas son
-ceniza, polvo, nada.</p>
-
-<p>Manifestose doña Catalina conforme con todo esto, y seguían
-platicando sobre la vanidad de las grandezas humanas, cuando el enfermo
-dio una gran voz, diciendo:</p>
-
-<p>—¿Ha venido Modesto?... Que entre aquí. ¡Modesto, Modesto!</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_204">p. 204</span>Acudió el señor
-Díaz, y los dos amigos se abrazaron con ardiente cariño. El sano no
-podía contener las lágrimas; el enfermo, debilitado y con el cerebro
-inseguro, perdiendo y recobrando a cada momento el sentido y la
-palabra, no hacía más que darle palmetazos en el hombro, y sus ojos
-extraviados, tan pronto reconocían a don Modesto, como le miraban con
-extrañeza y estupor.</p>
-
-<p>—Mi buen amigo —le dijo en un momento lúcido—, te sentí, y quise
-que entraras para darte la gran noticia. Ya siento un gran alivio en
-mi alma. A mi conciencia le han nacido alas, y mírame cómo subo hasta
-los cielos. ¿No sabes? ¡Ay, Modesto, qué alegría! Acabo de decidir que
-mi viña de Barranco de Abajo, la mejor que tengo, sea para ti. Ya es
-tiempo de que descanses, hombre. ¡Qué león para el trabajo...! Ahora,
-con tu viña, que puede darte tus mil cántaras, que te echen sobrinos.
-Bastante tienen estas tontas con lo demás de Piedrahita, y yo nada
-necesito ya, pues quiero ser pobre lo que me quede de vida... No te
-vayas, Modesto, acompáñame, pues me dan más congojas... y me parece que
-me he muerto, y que me han enterrado vivo, y... No, no... que no me
-entierren vivo... Yo soy pobre... muy pobre, no quiero mausoleos, ni
-que pongan sobre mí una de esas piedras enormes con letras de oro...
-No, no quiero<span class="pagenum" id="Page_205">p. 205</span> letras
-de oro, ni hebillas de plata. Y en cuanto a mi gran cruz de Isabel la
-Católica, os digo que no me la pongáis, cuando me amortajéis... el día
-de mi muerte. No quiero más cruz que la de mi Redentor... a quien no
-me parezco nada, pero nada... Él era todo amor del género humano, yo
-todo amor de mí mismo. ¿Verdad, Modesto, que no me parezco nada... pero
-nada?</p>
-
-<p>Procuraban calmarle; pero ni aun podían, con la ayuda del señor
-Díaz, sujetarle en el lecho, pues dos o tres veces se quiso arrojar de
-él desarrollando una fuerza nerviosa increíble en su extenuación.</p>
-
-<p>—Dejadme —decía—, no seáis pesadas. Huyo de lo que fui... No quiero
-verme, no quiero oírme. Hay un hombre, que en el siglo se llamó Manuel
-Flórez. ¿Sabéis cómo le llamaría yo? <i>el santo de salón</i>. Yo
-no soy él; yo quiero ser como mi Dios, todo amor, todo abnegación,
-todo caridad... No entiendo de intereses. Aquel hacía cuentas, yo las
-deshago; aquel vivió en mil vanidades, yo corro detrás de la verdad, ya
-la toco, y vosotras, ruines cócoras, no me dejáis...</p>
-
-<p>El médico, que en mitad de esta crisis apareció, dispuso remedios
-que no tenían más objeto que hacerle menos dolorosa la agonía. La
-parálisis de la parte inferior del cuerpo era absoluta. El derrame se
-había iniciado sobre la médula, dejando libre el cerebro. Don Modesto
-Díaz re<span class="pagenum" id="Page_206">p. 206</span>solvió
-quedarse allí toda la noche. Después de las doce, el moribundo,
-inmóvil, rígido, descompuesto el rostro, honda y débil la voz,
-entornados los ojos, llamó a su amigo y le dijo:</p>
-
-<p>—Modesto, hazme el favor de leerme aquel capítulo de los
-<i>Soliloquios de nuestro Padre San Agustín... Confesión de la
-verdadera Fe</i>.</p>
-
-<p>—No necesito leértelo, querido Manuel —dijo don Modesto, con sus
-manos en las manos del moribundo—, pues me lo sé de memoria: «Gracias
-os hago, luz mía, porque me alumbrasteis y yo os conocí. Conocíos
-Criador del Cielo, y de todas las cosas visibles e invisibles, Dios
-verdadero, todopoderoso, inmortal, interminable, eterno, inaccesible,
-incomprensible, inconmutable, inmenso, infinito, principio de todas
-las criaturas visibles e invisibles, por el cual todas las cosas son
-hechas, y todos los elementos perseveran en su ser, cuya Majestad, así
-como nunca tuvo principio, así jamás tendrá fin...»</p>
-
-<p>Y siguió recitando de memoria largo trecho, hasta que Flórez, que
-como extasiado escuchaba, repitiendo algunas palabras, le interrumpió
-diciéndole:</p>
-
-<p>—Más adelante, más adelante, Modesto, donde dice... ¡Ah! yo lo
-recuerdo: «Tarde os conocí, lumbre verdadera, tarde os conocí,
-porque tenía delante de los ojos de mi vanidad una gran nube obscura
-y tenebrosa, que no me dejaba ver el sol de justicia y la<span
-class="pagenum" id="Page_207">p. 207</span> lumbre de la verdad. Como
-hijo de tinieblas...»</p>
-
-<p>Lo restante no se entendió. Fue tan solo un murmullo ininteligible,
-un pegar y despegar de labios, como si algo saboreara.</p>
-
-<p>Doña Catalina y don Modesto rezaban, y el ama y sobrina habrían
-hecho lo mismo si su copioso llanto se lo permitiera. Llegaron muchos
-amigos, y a la madrugada, conservando el enfermo su conocimiento,
-aunque turbado, se le dio la Extremaunción. Pronunció después conceptos
-incoherentes, sin conocer a nadie; pero cuando ya era día claro, como
-si la luz solar alentase la última chispa del pensamiento que se
-extinguía, miró y conoció a la señora Condesa, y alargando lentamente
-el brazo hasta tocar la manga del vestido con su mano temblorosa, le
-dijo con voz apagada:</p>
-
-<p>—No me olvide en sus oraciones, mi buena y santa amiga. Dios tendrá
-misericordia de mí, el más inútil soldado de la cristiandad militante.
-Nada hice de gran provecho: entrar, salir, saludar, consejos vanos...
-charla, etiqueta, buena vida, sonrisas... bondad pálida.. ¿Sufrir?
-nada... ¿Sacrificio? ninguno... ¿Trabajos? pocos. ¡Ah, señora mía y
-hermana, de lo mucho y grande que usted hará en la vida mística que
-emprende, pídale al Señor que me aplique a mí alguna parte, por la
-buena fe con que servía sus ideas, figurando que las inspiraba! Yo no
-he inspirado nada, nada gran<span class="pagenum" id="Page_208">p.
-208</span>de... Todo pequeñito, todo vulgar... No fui bueno, no fui
-santo: fui... simpático... ¡ay de mí! simpático. Válgame ahora,
-Redentor mío, mi simplicidad, esta pena de no haber sabido imitarte,
-de no haber sido como tú, sencillo, amoroso, manso, de no haber sabido
-labrar con el bien propio el bien ajeno, ¡el bien ajeno!, único que
-debe regocijar a un alma grande; la pena de no haber muerto para toda
-vanidad, y vivido solamente para encenderme en tu amor, y comunicar
-este fuego a mis semejantes.</p>
-
-<p>Esta llamarada de elocuencia fue la última, y precedió a la
-extinción tranquila y lenta de la vida, sin sufrimiento. Diversas
-cláusulas fluctuaron en sus labios, como burbujas: una invocación a la
-Virgen, y la idea, la tenaz idea que no quería soltarle hasta el dintel
-mismo de la eternidad, que quizás le seguiría más allá, haciéndose
-también eterna:</p>
-
-<p>—No soy nada, no he hecho nada... Vida inútil, <i>el santo de salón,
-clérigo simpático</i>... ¡Oh, qué dolor, <i>simpático</i>, farsa! Nada
-grande... Amor no, sacrificio no, anulación no... Hebillas, pequeñez,
-egoísmo... Enseñome aquel... aquel, sí...</p>
-
-<p>Acercándose mucho a su rostro, pudo el buen Díaz percibir estas
-expresiones... La vida se apagó tan mansamente, que no pudieron los
-doloridos circunstantes determinar el momento preciso en que entregó
-su alma al Señor el vir<span class="pagenum" id="Page_209">p.
-209</span>tuoso don Manuel Flórez; pero aquella diminuta porción de
-tiempo, punto de escape hacia la misteriosa eternidad, se escondía
-entre los quince minutos que precedieron a las nueve de la mañana.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChIV_1">
- <p><span class="pagenum" id="Page_211">p. 211</span></p>
- <h2 class="nobreak">CUARTA PARTE</h2>
- <hr class="tir" />
- <h3>I</h3>
-</div>
-
-<p>No se avenía con su desamparo José Antonio de Urrea, que, desde
-el momento de la desaparición de la Condesa de Halma, arrebatada de
-su presencia en carromato, y no de fuego, vivía sumergido en un mar
-de tristeza, sin más entretenimiento que medir con ojos lánguidos la
-extensión de la soledad cortesana que le rodeaba. Madrid, con todo
-su bullicio, y los mil encantos de la vida social, habían venido a
-ser para él una estepa, en cuya aridez ninguna flor, ni la del bien
-ni la del mal, podía coger para su consuelo. Pasaba el día tumbado
-en un sofá, rumiando sus amargos hastíos de la lectura, del trabajo,
-de la meditación misma. Por las noches se lanzaba fuera de casa,
-buscando en un voltijear inquieto por calles y plazas el alivio de su
-melancolía. No volvió a poner los pies ni de día ni de noche en las
-casas de sus parientes, hacia los cuales sentía un despego muy próximo
-al horror. Sus amigos íntimos de otros tiempos,<span class="pagenum"
-id="Page_212">p. 212</span> compañeros de desorden, se le habían hecho
-tan antipáticos, que de ellos huía como del cólera. De amistades de
-otro sexo, no se diga: éranle, más que antipáticas, odiosas. Con todo,
-una noche fue tan hondo su tedio, y tan vivo su afán de encontrar
-algo en que su alma se esparciera, que se dejó tentar del demonio
-de sus recuerdos. Pudo creer un momento que refrescando pasadas
-amistades se consolaría; pero no hizo más que llegar a las puertas del
-vicio, y retrocedió sobresaltado. Las tentaciones no hacían más que
-soliviantarle la imaginación; pero sin poder debelar la fortaleza de su
-voluntad.</p>
-
-<p>Otro aspecto singularísimo del estado de su espíritu, era que
-todas las personas que conocía se habían transformado en su criterio
-social así como en sus afectos. El primo Feramor no era más que un
-figurón, una inteligencia secundaria, petrificada en las fórmulas
-del positivismo, y barnizada con la cortesía inglesa; Consuelo y
-María Ignacia dos fantochonas, en las cuales se encontraba la comadre
-vulgarísima, a poco que se rascara la delgada costra aristocrática que
-las cubría; mujeres sin fe, sin calor moral, ignorantes de todo lo
-grave y serio, instruidas tan solo en frivolidades que las conducirían
-al desorden, al vicio mismo, si no las atara el miedo social, y las
-posiciones de sus respectivos maridos; la Marquesa de San Salomó una
-cursi por<span class="pagenum" id="Page_213">p. 213</span> todo lo
-alto, queriendo hacer grandes papeles con mediana fortuna, echándoselas
-de mujer superior porque merodeaba frases en novelas francesas, y tenía
-en su tertulia media docena de señores entre políticos y literarios que
-poseían cierto gracejo para hablar mal del prójimo; Zárate, un sabio
-cargante que coleccionaba nombres de autores extranjeros y títulos
-de obras científicas, como los chicos coleccionan sellos o cajas de
-fósforos; Jacinto Villalonga un político corrompido, de esos que
-envenenan cuanto tocan, y hacen de la Administración una merienda de
-blancos y negros; Severiano Rodríguez otro que tal, mal revestido de
-una dignidad hipócrita; el general Morla un Diógenes cuyo tonel era
-el casino; el Marqués de Casa-Muñoz un ganso, digno de morar en los
-estanques del Retiro; y por este estilo todos cuantos en otro tiempo le
-movían a envidia o estimación, se degradaban a sus ojos hasta el punto
-de que él, José Antonio de Urrea, mirado con menosprecio y lástima, se
-conceptuaba ya superior a todos ellos. Para él toda la humanidad se
-condensaba en una sola persona, la celestial Catalina de Halma, resumen
-de cuanto bueno existe en nuestra Naturaleza, excluido absolutamente lo
-malo; con la ausencia, que la misma señora le impuso como última etapa
-del procedimiento educativo, tomaba en el alma del discípulo pro<span
-class="pagenum" id="Page_214">p. 214</span>porciones colosales la
-figura moral y religiosa de su maestra, y la veneración que hacia
-ella sentía iba rayando en delirio. Sus insomnios eran martirio y
-consuelo, porque en la soledad de la noche, el excitado cerebro sabía
-engañar la realidad, oyendo la propia voz de Halma, y viendo entre
-vagas claridades la figura misma de la noble dama. «Voy a concluir
-loco perdido» —se dijo una mañana—, y diciéndolo tomó la temeraria
-determinación que había de poner fin a su soledad. No se detuvo a
-pensarlo más, para no arrepentirse, y en el breve espacio de algunas
-horas vendió sus trebejos de zincografía, y heliograbado, traspasó
-la casa, arregló un breve equipaje, y liquidadas varias cuentas
-pendientes, salió a tomar informes del coche de Aranda. «No puedo más,
-no puedo más —decía corriendo de calle en calle—. La desobedezco; pero
-ya me perdonará, si quiere. Y si no, arrostro su enojo. Todo antes que
-este vacío en que me muero.»</p>
-
-<p>El coche de Aranda había salido ya cuando él llegó a la
-administración, y no queriendo esperar veinticuatro horas más para
-lanzarse fuera de Madrid, que había llegado a ser su Purgatorio,
-tomó billete en un coche que al amanecer salía para Torrelaguna.
-Impaciente por partir, la noche se le hizo larguísima. Una hora
-antes de la salida, ya estaba en la administra<span class="pagenum"
-id="Page_215">p. 215</span>ción, temeroso de que el coche se le
-escapara. Lo que hizo este fue retardar media hora la salida, pero
-al fin, gracias a Dios, viose el hombre en la delantera, junto al
-mayoral, y las casas de Madrid se iban quedando atrás, ¡oh alegría!
-y atrás se quedaron los depósitos del Lozoya, y las casetas de los
-vigilantes de Consumos en Cuatro Caminos, y Tetuán; y después todo
-era campo, la estepa del Norte de Madrid, a trechos esmaltada de un
-verde risueño, gala de los primeros días de Abril, y limitada por el
-grandioso panorama de la sierra. El corazón se le ensanchaba, el aire
-asoleado y puro llenábale de vida los pulmones. Desde su infancia no
-se había visto tan contento, ni gozado de una tan feliz y espléndida
-mañana. Se sentía niño, cantaba a dúo con el mayoral, y lo único que de
-rato en rato obscurecía el sol de su dicha era el temor de que Halma se
-enfadase por su desobediencia.</p>
-
-<p>Y en verdad que los Hados, o hablando cristianamente, la Providencia
-Divina, no le favorecieron en aquel viaje, sin duda en castigo de
-su indisciplina, porque antes de llegar a Alcobendas, una de las
-caballerías (dicen las historias que fue <i>la Gallarda</i>) dio a
-conocer su inquebrantable resolución de no seguir tirando del coche,
-por piques sin duda y rozamientos con el mayoral. Y ni los furibundos
-argumentos<span class="pagenum" id="Page_216">p. 216</span> que en
-forma de palos este le aplicaba, la convencían del perjuicio que su
-obstinación causaba a los viajeros. En esta y otras cosas, la parada
-en Alcobendas, que debía ser breve, duró una horita larga, resultando
-después que el jamelgo con que fue sustituida <i>la Gallarda</i>,
-cojeaba horrorosamente. Urrea contaba llegar a San Agustín al medio
-día, y a las dos, todavía faltaba largo trecho. Pero lo peor fue que
-como a un tiro de fusil más allá de Fuente el Fresno, una de las ruedas
-dijo con estallido formidable, que primero la hacían astillas que dar
-una vuelta más, y ved aquí a todos los viajeros en pie, sin saber si
-quedarse allí, o volver al pueblo por donde acababan de pasar. Urrea
-no vaciló un momento, y encargando su maleta al mayoral para que la
-entregase en San Agustín, echó a andar resueltamente para esta villa.
-A buen paso, llegaría al caer de la tarde, y no había de ser tan
-desgraciado que no encontrara allí una caballería que le llevase a
-Pedralba.</p>
-
-<p>Anduvo con sostenido paso y sin sentir fatiga, y cuando conceptuaba
-haber andado más de una legua preguntó a un hombre que iba en la misma
-dirección, en un borriquillo:</p>
-
-<p>—Buen amigo, ¿estoy muy lejos de San Agustín?</p>
-
-<p>—Como una media horica.</p>
-
-<p>—¿Encontraré allí una caballería para ir a Pedralba?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_217">p. 217</span>—¿A Pedralba,
-señor... a la casa de los locos?</p>
-
-<p>—¡De los locos!</p>
-
-<p>—Nada, es un decir. Así la llamamos, desde que está allí esa señora
-que ha traído no sé cuántos orates para ponerles en cura.</p>
-
-<p>—Doña Catalina, Condesa de Halma, a quien todo el país respetará y
-venerará como una santa.</p>
-
-<p>—Dígole, señor, que mejorando lo presente, así es. ¿Sabe lo que se
-cuenta en el pueblo?</p>
-
-<p>—¿Qué, hombre, qué?</p>
-
-<p>—Que la doña Catalina es reina, sí señor, una reina o emperadora
-de los extranjis de allá muy lejos, y que hubo una rigolución por
-donde la echaron del trono, y el Papa Santísimo la mandó acá en son de
-penitencia. Eso dicen: yo no sé.</p>
-
-<p>—Patrañas. Pero en fin, ¿podré ir a caballo a Pedralba?</p>
-
-<p>—Como decírselo a lo seguro, no puedo, señor. Llegará y veralo. Para
-caballerías, el cura.</p>
-
-<p>—Don Remigio Díaz, ¿no es eso? Le conozco de nombre, y por la fama
-de su mérito. ¿Y el señor párroco podría facilitarme...?</p>
-
-<p>—Como tenerlo, lo tiene: jaca, y por más señas, una burra hermana de
-este... Y si el señor va cansado y quiere montarse un poco...</p>
-
-<p>Sin esperar respuesta, el bondadoso campesino se desmontó,
-ofreciendo su rucio al caballero. No vaciló Urrea en aceptarlo, más
-que<span class="pagenum" id="Page_218">p. 218</span> por cansancio,
-por no desairar tan gallarda atención. Llevando su cabalgadura al paso
-del dueño de ella, siguió José Antonio pidiéndole informes de los
-habitantes de Pedralba.</p>
-
-<p>—Y esa que ustedes creen reina, vendría en una carroza magnífica,
-escoltada de lacayos y servidores.</p>
-
-<p>—No señor... ¡Qué risa! Vino en carromato. Parece que ha hecho voto
-de vivir a lo pobre mientras no le devuelvan el reino que le quitaron.
-Primero llegó el carromato con muebles, baúles de ropa fina, y cosas
-para el lavatorio de las señoras principales. Un espejo trajeron de más
-de una vara, y otros muchos arrequisitos de palacios reales. Después
-volvió el carro trayendo a la señora, vestidita de negro, como la
-Virgen de la Soledad.</p>
-
-<p>—Y esos locos que aloja consigo llegaron antes, según creo.</p>
-
-<p>—Sí señor. Los trajo Cecilio, y por ahí andan sueltos. Dicen que
-uno es cura trajinante, y otro el primer músico de la capilla de los
-palacios mostrencos de Inglaterra. De una de las mujeres se dice que es
-loca médica, y que cura todas las enfermedades de flato con solo mirar,
-y la otra parece que es la mejor mano para salar guarros que la señora
-tenía en su reino.</p>
-
-<p>—Vaya —dijo Urrea parando y descendiendo del borrico—. Ya he
-descansado. Muchas gra<span class="pagenum" id="Page_219">p.
-219</span>cias, y vuelva usted a montarse, que si no me equivoco, ya
-estamos cerca, y aquellas casas que allí se ven son las primeras del
-pueblo.</p>
-
-<p>—A fe que sí. Ya llegamos —dijo el labriego, mirando hacia un grupo
-de gente que por entre unos árboles, a mano derecha del camino real, a
-este se aproximaba—. Señor, señor... ahí tiene a don Remigio, nuestro
-peine de cura... digo peine porque sabe más que Merlín. Véalo: viene
-hacia acá, y le mira a usted mucho.</p>
-
-<p>Urrea vio que hacia él se llegaba, destacándose presuroso del grupo,
-un clérigo joven, vivaracho, con el balandrán colgado de los hombros,
-gorro de terciopelo negro, bastón nudoso. Descubriose el madrileño para
-saludarle, y el curita le preguntó con extraordinaria viveza si era don
-José Antonio de Urrea.</p>
-
-<p>—Servidor de usted, señor cura.</p>
-
-<p>—¡Alto! Dese usted preso —dijo el párroco en un tono que reunía el
-humorismo y la buena crianza—. Nada, nada, que se viene usted conmigo
-a la prevención, señor de Urrea, donde le tengo apercibida una modesta
-cama para que descanse, cena frugal, y una yegua para que le lleve a
-Pedralba.</p>
-
-<p>—Señor cura, ¡cuánta bondad! Pero permítame usted que me asombre
-de esa previsión que parece sobrenatural. Yo no he anunciado mi
-viaje...</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_220">p. 220</span>—Pero lo que usted
-no anuncia, porque se ha venido acá como un colegial escapado, otros lo
-adivinan.</p>
-
-<p>—No entiendo.</p>
-
-<p>—La señora Condesa me dijo ayer: «He dejado en Madrid a un
-loquinario de primo mío, con órdenes terminantes de no moverse de allí,
-para que no desatienda las obligaciones que le he impuesto. Pero le
-conozco y se cansará, y querrá venir a verme, con pretexto de recibir
-nuevas órdenes. De hoy o mañana no pasa. Cuando recale por San Agustín,
-señor don Remigio, hágame el favor de atenderle, darle hospitalidad si
-llega de noche, y facilitarle una modesta caballería para que venga a
-Pedralba.»</p>
-
-<p>—Estoy encantado, señor cura —dijo Urrea loco de alegría—. Esto
-parece un sueño, un cuento de hadas..., y usted el genio protector, y
-yo... no sé qué parezco yo, el más feliz de los hombres..., y en este
-momento el más agradecido de los viajeros.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChIV_2">
- <h3>II</h3>
-</div>
-
-<p>Dirigiéronse hacia la casa rectoral, escoltados por los que de
-paseo venían con don Remigio, y este hizo el gasto de conversación
-por el camino, dedicando un sentido recuerdo a la memoria del santo
-don Manuel Flórez, y condolien<span class="pagenum" id="Page_221">p.
-221</span>dose de lo triste y solo que con tal desgracia se habría
-quedado el tío Modesto. En la puerta se despidieron afectuosamente los
-acompañantes, y don Remigio y su improvisado amigo entraron.</p>
-
-<p>—¡Valeriana, Valeriana! —gritó el curita desde la puerta, y habiendo
-comparecido una mujer gruesa y tan entrada en años como en carnes, le
-dijo—: Este es el caballero que esperábamos, o que creíamos ver llegar
-de Madrid hoy, mañana o pasado. Cenaremos pronto, Valeriana, que el
-señor, diga lo que quiera, trae un apetito muy regular. ¿Verdad que
-sí?</p>
-
-<p>Dio las gracias Urrea cortésmente, añadiendo con cierta timidez que
-su deseo era llegar pronto a Pedralba...</p>
-
-<p>—Tenga usted calma... y váyase convenciendo de que está secuestrado
-—le dijo el clérigo con ese humorismo hospitalario que suelen emplear
-los ricos de pueblo—. ¿Creía usted que yo le iba a soltar tan pronto?
-Está fresco el señor de Urrea. Mire usted: ya es de noche, y no tenemos
-luna; el camino de aquí a Pedralba es muy malo para ir a pie, y a
-caballo no puede ser, porque hoy el chico del alcalde me llevó la jaca
-a Torrelaguna, y esta es la hora que no ha vuelto. Conque resígnese, y
-mañana con la fresca saldrá usted, acompañado de <i>este cura</i>, que
-también tiene que visitar a la señora Condesa.</p>
-
-<p>¿Qué remedio tenía el impaciente viajero<span class="pagenum"
-id="Page_222">p. 222</span> más que conformarse con la voluntad de
-Dios, representado en aquella ocasión por el bondadoso y vivaracho
-don Remigio? Entraron en una sala espaciosa, lugareña, clerical, de
-paredes blancas, descubiertas las añosas vigas del techo, limpia,
-oliendo a iglesia y a pajar, con diversos objetos religiosos de adorno,
-enfundados en tul color de rosa para defenderlos de las moscas. Trajo
-una lámpara la niña del ama, pues era ya casi de noche, y don Remigio
-hizo sentar a su huésped en el largo sofá de Vitoria con colchoneta de
-percal rojo rameado, ocupando él un sillón verde, cubierto en brazos
-y respaldo por estrellas de <i>crochet</i>. Frente a frente los dos,
-pudo Urrea observar la fisonomía del buen curita, el cual era hombre
-como de treinta y cinco años, de poquísimas carnes, mediana estatura,
-con la cabeza y manos siempre en movimiento, pues no hablaba con ellas
-menos que con la voz. En su rostro descollaba una nariz pequeña, picuda
-y roja, en cuyo caballete se apoyaba malamente la montura de las gafas,
-y quedando entre estas y los ojos mayor espacio del conveniente,
-tan pronto bajaba el hombre la cabeza para mirar por encima de los
-vidrios, como la alzaba para mirar por ellos. La pequeñez de la nariz
-le obligaba a llevarse la mano a las gafas tres o cuatro veces por
-minuto, no porque se cayeran, sino porque entre mano, nariz y an<span
-class="pagenum" id="Page_223">p. 223</span>teojos había esta instintiva
-señal de inteligencia. Todo el rostro era un poquito encendido de
-color, y las orejas más, y su mirada revelaba agudeza, penetración,
-y un natural bondadoso y tolerante. Urrea encontró en don Remigio
-extraordinaria semejanza, salva la edad, con la fisonomía expresiva,
-inolvidable, de don Juan Eugenio Hartzenbusch. Y en el curso de la
-conversación, entrando ya en confianza, se aventuró a decírselo. Echose
-a reír don Remigio, y le contestó:</p>
-
-<p>—Otros han hecho la misma observación. Indudablemente me parezco al
-ilustre poeta, al gran erudito y académico, honra y prez de las letras
-españolas. Es un triste honor para mí, porque el parecido del rostro
-patentiza más la desemejanza intelectual entre hombres de tan relevante
-mérito y esta modestísima personalidad.</p>
-
-<p>—¡Oh! no se achique usted, amigo mío —le dijo Urrea, saliendo al
-encuentro de aquella modestia, un poquito afectada—. Ya sabemos, ya
-sabemos lo que usted vale...</p>
-
-<p>—¡Por Dios, señor de Urrea!... Y aunque algo valiera un hombre, más
-por el estudio que por dotes naturales, ¿de qué le sirve en este rincón
-del mundo, en este destierro...?</p>
-
-<p>Con la presteza del pájaro que salta de un palito a otro en la
-estrechez de su jaula, saltaba don Remigio de un asunto a otro en la
-conver<span class="pagenum" id="Page_224">p. 224</span>sación.</p>
-
-<p>—¿Pero no sabe, señor de Urrea? —dijo levantándose del sillón para
-sentarse en el sofá—. ¿No sabe a quién tengo de huésped desde hace dos
-días? ¡Qué sorpresa le voy a dar! ¿No adivina?</p>
-
-<p>—No señor.</p>
-
-<p>—Pues al mismísimo padre Nazarín.</p>
-
-<p>Urrea saltó de su asiento, y lo mismo hizo don Remigio, que al
-levantarse, impuso silencio a su huésped, diciéndole en voz baja:</p>
-
-<p>—Vamos a verle y observarle sin que él se entere. Venga usted
-conmigo.</p>
-
-<p>Llevole por un pasillo de recodos, al extremo del cual había una
-puerta de cuarterones, pequeña y fuerte. La claridad de la cocina, que
-en uno de los huecos de la izquierda se denunciaba con picantes olores,
-permitíales recorrer sin tropiezo aquella parte de la casa, que por su
-irregularidad era un modelo de arquitectura villanesca. Antes de llegar
-a la puerta, que a Urrea le pareció desde el primer momento misteriosa,
-don Remigio secreteó algunas explicaciones en el oído de su huésped.</p>
-
-<p>—En este cuarto, que mi antecesor destinó a la cría de palomas, he
-instalado yo mi modestísima biblioteca. Aquí tengo a mi hombre. Por
-esta mirilla, que hay en la tabla, fíjese bien, como del vuelo de un
-duro, puede usted verle...</p>
-
-<p>El débil rayo de luz que salía por la mirilla<span class="pagenum"
-id="Page_225">p. 225</span> guió a José Antonio, que, aplicando los
-ojos, vio una estancia, cuya capacidad no pudo apreciar, y en el centro
-de ella, junto a una mesa, frente a la puerta sentado, un hombre... La
-luz de un candilón de dos mecheros, de los que ya son arqueológicos,
-le iluminaba la cara, que al pronto el observador no reconoció. Era un
-clérigo, vestido exactamente como don Remigio, con gorro de terciopelo
-y sotana. Hojeaba un grueso librote, y después de fijar su atención
-y su dedo índice en una página, escribía rápidamente en cuartillas
-colocadas sobre el mismo libro.</p>
-
-<p>—Pero no es... —murmuró el forastero apartando su rostro de la
-mirilla.</p>
-
-<p>Díjole el cura que se fijase bien, y en efecto, después de mucho
-mirar, José Antonio reconoció y diputó al clérigo de la biblioteca por
-el padre Nazarín en persona.</p>
-
-<p>Cogiéndole de un brazo, don Remigio volvió a conducir a su huésped
-a la sala, para poder hablar con libertad, y antes de llegar a ella le
-dijo:</p>
-
-<p>—Claro, ha tardado usted en reconocerle, porque se lo figuraba
-como le conoció en Madrid, con barba, y el traje de mendigo seglar.
-Así nos le trajo aquí doña Catalina. Con franqueza, yo tenía
-curiosidad vivísima de ver a este hombre, porque conozco el libro que
-de<span class="pagenum" id="Page_226">p. 226</span> sus inauditas
-aventuras cristianas anda por ahí, he leído también en la prensa mil
-informaciones acerca del proceso, y así, en cuanto supe que había
-llegado el tal, me planté en Pedralba con mi amigo Láinez, el médico
-del pueblo. ¡Figúrese usted nuestro asombro, señor de Urrea, cuando le
-hablamos, y advertimos en él discernimiento claro, serenidad pasmosa,
-y una mansedumbre evangélica, de la cual creo que no hay otro ejemplo!
-Claro que a pesar de estas señales, la locura existe. Algo tiene el
-agua cuando la bendicen, y por algo los señores facultativos y la
-Audiencia le han declarado irresponsable de las extravagancias que
-constan en el proceso. Pero a pesar de todo, señor de Urrea, este
-hombre ha llegado a interesarme, le he tomado cariño en los pocos días
-que ha que nos tratamos, y... qué sé yo, no le tengo por cosa perdida,
-ni mucho menos. La piedad angelical de la señora Condesa y nuestra
-modesta cooperación, triunfarán de la malicia que se ha infiltrado
-invisible en el cerebro de este buen señor, y le devolveremos sano y
-equilibrado a la Iglesia militante, en la cual, o mucho me engaño, o
-puede ser un elemento, sí señor, un elemento de grandísima valía.</p>
-
-<p>—Pero esta transformación...</p>
-
-<p>—A eso voy. Con mil artificios traté yo, en mis primeras visitas
-a Pedralba, de despertar<span class="pagenum" id="Page_227">p.
-227</span> en él la soberbia, y no lo pude conseguir, no señor.
-Creíamos todos que se quejaría de los que en una u otra forma le han
-traído a mal traer de algunos meses acá. Nada de eso. Ni contra la
-curia, ni contra la prensa, ni contra nadie ha pronunciado la más
-leve recriminación, ni tiene por cruel o injusto lo que con él se ha
-hecho. Esto es muy raro, ¿verdad? Láinez me decía: «Es muy extraño
-que no observemos en él ni el menor destello de delirio persecutorio,
-que es uno de los síntomas primordiales...» Si delirio es el amar sin
-restricción alguna, y ponderar y encarecer como mercedes los ultrajes
-que ha recibido, ahí puede estar el principio de la desorganización
-cerebral. Le digo a usted que este caso nos tiene pasmados.</p>
-
-<p>—Realmente...</p>
-
-<p>—Pues verá usted. Por buscarle las vueltas, le digo: «Padre
-Nazarín, gran violencia será para usted no poder salir ahora descalzo
-y harapiento por los caminos.» Contestación: «Para mí, señor don
-Remigio, no es violencia ningún estado que se me imponga por quien debe
-y puede hacerlo. Pedí limosna cuando creí que debía vivir como los más
-desdichados y menesterosos. Dios, en mi corazón, me ordenaba hacerlo
-así, y ninguna ley humana me lo prohibía. Pero al mismo tiempo que
-la pobreza, o antes quizás, Dios me ordena la obediencia. Yo vagaba
-en<span class="pagenum" id="Page_228">p. 228</span> libertad. La ley
-humana me cortó el paso, y me mandó que la siguiera. Obedecí. Sometime
-sin réplica a cuanto de mí quisieron hacer. Contesté con verdad a
-cuanto me preguntaron. Conforme me hallaba de antemano con la sentencia
-que contra mí se pronunciara, fuera la que fuese. Determinaron que soy
-un enfermo. Diéronme a escoger, para mi reposo, entre un asilo y la
-morada patriarcal y campestre de la señora Condesa de Halma, y preferí
-esto. Aquí me tienen dispuesto, hoy como ayer, a la suma obediencia.
-La señora doña Catalina, y usted, señor cura, por delegación de la ley
-eclesiástica, que ahora sustituye a la civil en mi castigo, enmienda o
-curación, pues de todo habrá en ello, son los dueños de mis acciones y
-de mi vida. No soy libre, ni quiero serlo, si los que saben más que yo
-deciden que no debe dárseme libertad.»</p>
-
-<p>—Es extraño, sí...</p>
-
-<p>—Pues verá usted. Digo yo: «Amigo Nazarín, si la señora Condesa lo
-consiente, ¿se decide usted a venirse conmigo unos días a mi modesta
-casa de San Agustín?» Contestación: «Yo no decido nada. Voy a donde me
-lleven.»</p>
-
-<p>—Como el loro del cuento.</p>
-
-<p>—Exactamente. Con licencia de la señora, me le traje aquí, y por
-el camino se me ocurrió tantearle en teología. Un asombro, señor de
-Urrea. Se expresa con sencillez, sin énfasis doc<span class="pagenum"
-id="Page_229">p. 229</span>toral ni literario, y tan fuerte está el
-hombre, que por más que quise no pude cogerle en tanto así de falsedad
-lógica o desliz herético. En sus opiniones, ni el menor asomo de
-demencia, mi señor de Urrea, de donde yo deduzco, y en ello conviene
-conmigo el amigo Láinez, que el desvarío, si existe, no radica en la
-parte de los espacios cerebrales que sirve como de vehículo a las
-ideas, sino en aquella otra por donde pasa todo este torrente de las
-acciones, de la conducta, señor de Urrea. ¿Es esto claro?</p>
-
-<p>—Sí. Pero la transformación personal...</p>
-
-<p>—A eso voy.</p>
-
-<p>(El ama anunció que estaba dispuesta la cena.)</p>
-
-<p>—Ya vamos. Pues cuando llegó aquí, le digo: «Si es verdad que
-yo mando y usted obedece, amigo Nazarín, ahora mismo se va usted a
-afeitar, y a vestirse con mi ropa.» Pues tan conforme. Yo mismo le
-afeité. Fue una risa... Y mi modesta ropa y mi calzado, señor de Urrea,
-le vienen como hechos a la medida. Cuando se lo ponía, le digo: «¡Cómo
-extrañará usted la sujeción de esta ropa civilizada, hecho ya el cuerpo
-a su pergenio salvaje, y bíblico, según los periodistas!» ¡Vaya que
-llamar bíblico...! ¿Pues qué cree usted que me contestó?</p>
-
-<p>—(Señor cura —vino a decir el ama—, que la cena se enfría.)</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_230">p. 230</span>—Contestaría que el
-hábito no hace al monje.</p>
-
-<p>—Vamos al instante... Y que él no ha fijado nunca la atención en
-las diferencias entre estos y los otros vestidos. Dijo más... Señor
-de Urrea, pasemos a mi modesto comedor... Palabras textuales: «El
-vestido que usted llama salvaje, señor don Remigio, no lo tenía yo
-por indecoroso en mi vida errante y entre gente pobrísima. Pero esto
-no quiere decir que lo prefiera yo sistemáticamente a todos los demás
-estilos y maneras de cubrir el cuerpo, porque sería afectación, y la
-afectación, gracias a Dios, no cabe en mí.»</p>
-
-<p>—Lo mismo nos dijo un día en el Hospital, cuando los periodistas
-y otras muchas personas que íbamos a verle, nos permitíamos
-interrogarle... Palabras textuales: «Vean en mí cuanto quieran, señores
-míos; pero la afectación, por más que miren, no la verán jamás.»</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChIV_3">
- <h3>III</h3>
-</div>
-
-<p>Avisado Nazarín para la cena, ocupó su asiento a la izquierda
-del buen don Remigio, después de saludar a Urrea con las fórmulas
-corrientes de cortesía, sin extremos de urbanidad, sin alegría ni pena
-de verle. Diríase que su presencia no le causaba la menor sorpresa,
-bien porque de nada se sorprendía, bien porque hu<span class="pagenum"
-id="Page_231">p. 231</span>biera previsto la visita del protegido a
-su protectora. Bendijo el cura la cena, y la emprendieron los tres
-con las sopas de ajo, que eran de mucha fuerza condimentaria, crasas,
-picantes y espesas. No hablaba Nazarín sino para responder a lo que le
-preguntaban, y don Remigio ponía toda la amenidad posible en su palabra
-fácil. Las sopas precedieron a dos platos substanciosos, de ave el
-uno, el otro de carnero, todo bien cargadito de especias odoríferas,
-suculento, muy hecho. El vino sabía horrorosamente a pez. El olor de
-paja quemada, difundido por toda la vivienda, parecía consubstancial
-con el de la comida, y a Urrea no le desagradaba sentirlo y mascarlo.
-No era la casa sola; el pueblo y el país entero despedían aquel olor,
-que el forastero creía llevar ya dentro de sí.</p>
-
-<p>—Para que el amigo don Nazario no esté ocioso —dijo entre otras
-cosas don Remigio—, le propuse hacerme un extracto del sapientísimo
-libro del maestro Fray Hernando de Zárate, <i>Discursos de la
-paciencia cristiana</i>. La obra consta de ocho Libros, cada uno de
-los cuales contiene lo menos una docena de Discursos, todos sobre
-el mismo tema. Ha de leérselos de cabo a rabo, anotando el sentido
-particular y explicaciones de cada uno en sendas cuartillas de papel.
-Pues tan aplicado le tiene usted, señor de Urrea, que en tres días se
-ha echado al cuerpo unos cua<span class="pagenum" id="Page_232">p.
-232</span>renta Discursos, y ya le tiene usted en el <i>Libro
-Cuarto</i>, que trata...</p>
-
-<p>—«De las razones que tenemos para tener paciencia y consolarnos en
-los trabajos» —dijo Nazarín sin dar importancia a su tarea—. Es cosa
-fácil. Pronto concluiremos.</p>
-
-<p>—Y se me figura —apuntó Urrea irónicamente—, que ha de ser sumamente
-divertido.</p>
-
-<p>—No hay más sino practicar, leyendo y escribiendo —indicó el
-manchego—, la misma virtud a que el maestro Zárate consagra su gran
-obra.</p>
-
-<p>—Pero usted no come nada, amigo Nazarín —observó repentinamente
-don Remigio—. Siempre lo mismo. Pues dice Láinez que necesita usted
-comer... de duro, y aplicarse a la carne, principalmente.</p>
-
-<p>—Señor cura —replicó don Nazario con timidez—, como lo que puedo, no
-sé pasar de lo que mi naturaleza me pide para sostenerse.</p>
-
-<p>Como Urrea deseaba llevar la conversación al tema más de su gusto,
-que era su prima y cuanto a ella se refiriese, interrogó a los dos
-sacerdotes, recreándose anticipadamente con los elogios que esperaba
-oír de la ilustre señora.</p>
-
-<p>—Yo digo, con plena conciencia —afirmó el párroco de San Agustín—,
-que no creo exista en el mundo persona de virtud más pura, y de
-ideas más elevadas. Si por un lado veo en ella<span class="pagenum"
-id="Page_233">p. 233</span> una imagen del gran Emperador Carlos V
-de Alemania y I de España, que después de reinar sobre los pueblos,
-gustadas hasta la saciedad todas las grandezas humanas, se encierra en
-monasterio humilde para consagrar a Dios el resto de su vida, por otro,
-encuentro a la señora Condesa de Halma más grande que aquel soberano,
-pues si los bienes a que renuncia no son de tanta valía, la pobreza y
-humildad que acepta son más meritorias. La señora Condesa es joven, y
-consagra a la caridad y a la oración los mejores años de la vida. Y
-veo otra gran diferencia, a favor de nuestra doña Catalina —añadió con
-tonillo pedantesco—, y es que el Monarca, dueño de medio mundo, trajo a
-la soledad de Yuste, según rezan las crónicas, innumerables servidores,
-cocineros, maestresalas, escuderos y lacayos, y grande repuesto de
-vituallas, para que no le faltase en su voluntario destierro nada de
-lo que halaga el gusto de un magnate en la vida palatina. Pues esta
-señora, que ha venido a Pedralba en carromato, no ha traído más que
-los indispensables objetos tocantes al aseo y pulcritud de una noble
-dama, que aun en la penitencia quiere ser limpia, y su séquito es una
-corte de mendigos, y gente miserable o enferma, a cuyo cuidado piensa
-consagrarse. ¡Ejemplo único, señores, ejemplo inaudito, y que es la más
-grande maravilla de estos tiem<span class="pagenum" id="Page_234">p.
-234</span>pos de positivismo, de estos tiempos de egoísmo, de estos
-tiempos de materialismo!</p>
-
-<p>—Luego —dijo Urrea con entrañable gozo—, convienen ustedes conmigo
-en que mi prima es una excepción humana, un ser en el cual se revelan
-los caracteres de la inspiración divina.</p>
-
-<p>—Sí señor, convenimos en ello.</p>
-
-<p>—Y el buen curita peregrino, ¿qué dice?</p>
-
-<p>—¿Qué he de decir yo? —contestó modestamente don Nazario, no
-queriendo expresar nada que resultara superior a lo dicho por su
-generoso compañero—, ¿qué he de decir yo después del panegírico
-elocuentísimo que acaba de hacer el señor cura? Mi palabra es torpe.
-Permítanme que diga tan solo: ¡Bendita sea de Dios eternamente, la
-grande, la santa Condesa de Halma!</p>
-
-<p>—Amén —dijo don Remigio entornando los ojos, y acariciando el vaso
-de vino.</p>
-
-<p>A Urrea le faltaba poco para echarse a llorar.</p>
-
-<p>—Y es decisiva —añadió el cura— la resolución de la señora Condesa
-de pasar en Pedralba el resto de sus días. ¡Qué bendición para estos
-olvidados y pobres lugares! Me ha dicho el otro día que en Pedralba
-labrará su sepulcro y el de sus compañeros que no la abandonen. ¡Ah! yo
-leo en aquella grande alma el amor de Dios en el grado más ardoroso y
-puro, el amor de la Naturaleza, el amor del prójimo, y veo en el<span
-class="pagenum" id="Page_235">p. 235</span> plan de vida de la señora
-una síntesis admirable de estos tres amores.</p>
-
-<p>—Mi prima ha sufrido mucho —dijo Urrea, a quien el entusiasmo
-ponía un nudo en la garganta—, ha pasado horrorosas humillaciones y
-amarguras. Perdió a su esposo, que era su grande amor, el consuelo
-único de su vida. En Madrid, como en Oriente, la vida no tenía para
-ella más que espinas, tristezas, dolores. Su familia, sus hermanos,
-no supieron poner un calmante en las heridas de su alma. La empujaban
-hacia el ascetismo, hacia el destierro y la soledad. Mi prima empezó
-por mirar con prevención la vida social, y acabó por detestarla. Todo
-ese conjunto de artificios que componen la civilización le es odioso.
-La tierra está para ella vacía: quiere el cielo.</p>
-
-<p>—Y lo tendrá —dijo don Remigio con tanta seguridad como si se
-sintiera casero y administrador de los espacios infinitos—. Tendrá el
-cielo. ¿Pues para quién es el cielo más que para esos seres escogidos,
-para esas voluntades robustas, para las almas que no saben mirar más
-que al bien? Según he podido comprender, amigo Urrea, la señora Condesa
-ha roto todo lazo con el mundo, o sea la clase a que pertenece. Y es
-más: todo afecto mundano ha muerto en ella, para poder ocupar entero el
-espacio del querer con la adoración ferviente de las cosas divinas.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_236">p. 236</span>—Así es sin duda
-—dijo Urrea—, y su sociedad con los pobres, a quienes tratará como
-iguales, elevándoles un poquito, y rebajándose ella otro tanto,
-resultará una comunidad dichosa, pacífica, feliz. ¿No piensa lo mismo
-el buen Nazarín?</p>
-
-<p>—Pienso, señor don José Antonio, que ser el último de los
-protegidos, o de los asilados, el último de los hijos, si se me permite
-decirlo así, de la señora Condesa de Halma, constituye la mayor gloria
-a que puede aspirar un ser humano, sobre todo si es un triste, un
-solitario, un náufrago de las tempestades del mundo.</p>
-
-<p>Tan contento estaba Urrea, que al concluir la cena les abrazó a los
-dos. Acostáronse todos, porque había que madrugar. Dicen las crónicas
-que el huésped no pudo dormir bien, primero, porque las limpias
-sábanas, impregnadas también del olor de paja, eran algo piconas;
-segundo, porque sus ideas se le insubordinaron aquella noche, y la
-admiración del ascetismo de su prima le encendía llamaradas en el
-cerebro. Más que mujer, Halma era una diosa, un ángel femenino, y al
-pensarlo así, su ferviente admirador no pasaba por que los ángeles
-carecieran de sexo: era lo femenino santo, glorioso y paradisíaco.
-Por entre estas imaginaciones asomaban de vez en cuando la figura
-austera de Nazarín, semejante a un retrato del Greco, y el vivara<span
-class="pagenum" id="Page_237">p. 237</span>cho rostro de don Juan
-Eugenio Hartzenbusch, transmutado físicamente en don Remigio Díaz de la
-Robla, párroco de San Agustín.</p>
-
-<p>El mismo cura le llamó al amanecer dando golpes en la puerta, y
-gritándole desde fuera:</p>
-
-<p>—Arriba, compañero, que tenemos que decir misa y desayunarnos antes
-de partir.</p>
-
-<p>Levantose el huésped a escape, y cuando llegó a la iglesia, ya había
-salido al altar don Remigio. Nazarín oía la misa de rodillas en el
-presbiterio.</p>
-
-<p>Media hora después, ya estaban todos en la rectoral, desayunándose
-con chocolate, bizcochos y pan de picos, reforzado por fresquísimo
-requesón de la Sierra. Varios amigos acudieron a despedirles, entre
-ellos el médico don Alberto Láinez, y el alcalde, don Dámaso Moreno.</p>
-
-<p>—Usted, señor de Urrea, que sin duda es buen jinete —propuso don
-Remigio con extraordinaria movilidad en manos, nariz, ojos y gafas—,
-irá en el caballo de Láinez, bestia de mucha sangre, aunque segura para
-quien la sepa manejar; yo voy en mi jaca, que tiene un paso como el de
-un ángel, y el amigo Nazarín, pues le llevamos, sí señor, le llevamos,
-oprimirá los lomos de mi modesta burra..., cabalgadura digna de un
-arzobispo... Conque señores, a montar. Despejen la puerta. Valeriana,
-que vendremos a cenar.</p>
-
-<p>Partió la caravana, despedida con cordiales saludos por multitud de
-gente que en la plaza<span class="pagenum" id="Page_238">p. 238</span>
-se reunió. Delante iban Urrea y el cura, detrás Nazarín en su rucia,
-bien albardada y sin estribos. Ambos clérigos vestían, a horcajadas,
-lo mismo que en el pueblo, sotana, gorro de terciopelo, y balandrán.
-Regía el madrileño su caballo con gran destreza. Don Remigio no cesaba
-de recomendar a su jaca la mayor circunspección o tacto de pezuña en
-el desigual y áspero camino por donde se metieron, a Occidente de San
-Agustín, y don Nazario, confiado en el andamento parsimonioso de su
-borrica, atendía más a la admiración del paisaje de la Sierra, que a
-conversar con los otros jinetes, de los cuales parecía como escudero o
-espolique.</p>
-
-<p>De tan diferentes cosas habló don Remigio, que no es posible
-recordarlas todas. Hizo observar a su acompañante las hermosuras de la
-Naturaleza, la ruindad de los caseríos, el descuidado cultivo de las
-tierras; explicó historias de ruinas y caserones viejos; se lamentó de
-la falta de caminos; designó el sitio por donde se había trazado un
-canal de riego, que no se abriría nunca, y estos y otros comentarios
-del viaje fueron a parar a las quejas de su mala suerte, por haberle
-tocado empezar su carrera en comarca tan desmedrada y pueblo tan
-mísero.</p>
-
-<p>—Yo me conformo, ya ve usted... Deme el Señor salud para servirle,
-que lo demás no importa. Sepa usted que, al venir a este curato
-de<span class="pagenum" id="Page_239">p. 239</span> San Agustín, me
-dijeron que por tres meses, y ya van tres años. Prometiéronme pasarme a
-Buitrago, o Colmenar Viejo, y hasta ahora. No es que yo sea ambicioso;
-pero, francamente, es uno licenciado en ambos derechos; ama uno el
-estudio, y la verdad, la vida obscura y ramplona de estos poblachos
-no estimula al trato de los libros. El tío, que es mejor que el buen
-pan, me anima, me asegura que no se descuida en recomendarme, y que a
-la primera ocasión pasaré a un curato de Madrid, ¡ay! su desiderátum
-y el mío. Y no me hablen a mí de otras poblaciones. ¡Mi Madrid de mi
-alma, donde me crié, donde probé el pan del estudio, y adquirí mis
-modestas luces! No aspiro yo a tener allí la independencia de un don
-Manuel Flórez; sé que tengo que trabajar de firme. Quiero que mi corta
-inteligencia no sea un campo baldío, como estos barbechos que usted
-ve por aquí, señor de Urrea; debo cultivarla y coger en ella algún
-fruto, para ofrecerle a Dios, que me la ha dado... No me quejaría
-si no viera ciertas desigualdades. Amigos y compañeros míos, a los
-cuales no debo mirar, porque no debo, ¡ea! como superiores en saber
-religioso ni profano, ocupan plazas en catedrales, o en las parroquias
-de Madrid... Mi tío me dice: «No te apures, hijo, y confía en el favor
-de Dios y de la Santísima Virgen, que ya premiarán con el merecido
-ascenso tu paciencia<span class="pagenum" id="Page_240">p. 240</span>
-y conformidad...» Claro que me conformo, señor de Urrea, y aun alabo al
-Señor porque no me da mayores males. Tengo, gracias a Dios, un genio de
-mucho aguante para desgracias, injusticias y sinsabores. Yo digo: ya me
-tocará la buena, ¿verdad? ya me llegará la buena.</p>
-
-<p>Procuraba el forastero refrescarle las esperanzas, asegurando
-que los méritos de su interlocutor, así morales como intelectuales,
-saltaban a la vista, y no podían ser desconocidos de los que en Madrid
-manejan todo este tinglado del personal eclesiástico. Y al decir esto,
-hizo notar la diferencia entre los gustos y aspiraciones de uno y
-otro, pues mientras a don Remigio le atraían los llamados centros de
-civilización, a él, José Antonio de Urrea, los tales centros se le
-habían sentado en la boca del estómago, y todo su afán era perderlos
-de vista. Verdad que entre las circunstancias de uno y otro no había
-paridad: don Remigio era un hombre puro y virtuoso, inteligencia llena
-de frescura, y a los treinta y cinco años apenas había desflorado la
-vida, mientras que Urrea, a la misma edad, se conceptuaba viejo, y aun
-por muerto se tendría, si de entre las cenizas de su alma no sintiera
-que otra alma nueva le brotaba. Con estas y otras pláticas se fue
-pasando el camino árido, de muy escasos atractivos para el viajero. El
-terreno era cada vez más quebrado, como de es<span class="pagenum"
-id="Page_241">p. 241</span>tribaciones de la Sierra, y ostentaba la
-severa vegetación de encina baja, brezos y tomillares. De pronto señaló
-don Remigio un caserío arrimado a unos cerros cubiertos de verdura, y
-dijo a su compañero:</p>
-
-<p>—Ahí tiene usted a Pedralba.</p>
-
-<p>Pareciole a Urrea encantador el sitio y espléndido el paisaje,
-mirando más a su interior que al paisaje mismo. Al acercarse vieron
-tierras de labrantío junto a las casas, que eran tres, destartaladas
-y grandonas. Picaron las caballerías, y cuando ya se hallaban como a
-medio kilómetro, empezó Nazarín a dar voces:</p>
-
-<p>—¡Mírenlas, mírenlas: allí están... ya nos han visto!</p>
-
-<p>—¿Quién, hombre?</p>
-
-<p>—La señora Condesa y Beatriz.</p>
-
-<p>—¿Dónde?... Pero qué vista tiene este hombre.</p>
-
-<p>—Allá... allá... ¿Ven ustedes ese campo de amapolas todo encarnado,
-todo encarnado? ¿Y más allá, no ven unos olmos? Pues por allí van...,
-digo vienen, porque salen a encontrarnos.</p>
-
-<p>—No vemos nada; pero pues usted lo dice...</p>
-
-<p>—Y ahora nos saludan con los pañuelos... Miren, miren.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChIV_4">
- <h3>IV</h3>
-</div>
-
-<p>Ya cerca de las casas vieron a las dos mujeres, que avanzaban por
-entre un campo de<span class="pagenum" id="Page_242">p. 242</span>
-cebada. Ambas miraban risueñas, y casi casi burlonas, a los tres
-caballeros. Cuando Urrea, apeándose ante su prima, le pidió perdón poco
-menos que de hinojos por su desobediencia, doña Catalina no se mostró
-muy severa con él, sin duda por no avergonzarle delante de los dos
-sacerdotes, y de otras personas que allí se reunieron.</p>
-
-<p>—Si ha habido falta, señora Condesa —dijo don Remigio galanamente—,
-yo intercedo por el culpable y solicito su perdón.</p>
-
-<p>—Ya sabe el pícaro que padrinos le valen —replicó Halma sonriendo,
-y todos reunidos, después que los jinetes entregaron a Cecilio las
-caballerías, se encaminaron al castillo, que así en la comarca era
-llamada la casona, aunque de tal castillo solo tenía la robustez de
-sus paredes, y una torre desmochada, en cuyo cuerpo alto, mal cubierto
-de tejas, había un palomar. Del escudo de los Artales, apenas quedaban
-vestigios sobre el balcón principal del llamado castillo. La piedra era
-tan heladiza que solo se podía ver una garra de dragón, y un pedazo de
-la leyenda, que decía <i>Semper</i>. Mejor se conservaba la berroqueña
-de los ángulos y del dovelaje, y el ladrillo revocado de los paramentos
-no tenía mal aspecto; pero los hierros todos, balcones y rejas,
-no podían con más orín, por lo que había dispuesto su propietaria
-reponerlos, mientras<span class="pagenum" id="Page_243">p. 243</span>
-un buen maestro de Colmenar preparaba la reparación de toda la fábrica,
-interior y exteriormente. Veíase ya, frente a la casa, dentro del
-recinto murado que a la entrada precedía, el montón de cal batida,
-y maderas para andamios y obra de carpintería. Junto a la torre, se
-alzaban los descarnados murallones que la tradición designaba como
-ruinas de un monasterio cisterciense, y que más que edificio destruido,
-parecían una segunda casa a medio hacer. Respetando los basamentos, y
-aprovechando el material de lo restante, la Condesa pensaba construir
-allí su capilla y panteón, con la mayor economía posible. A un tiro de
-piedra de la casa-castillo, estaban las cuadras, y más abajo, un tercer
-edificio, habitado por los que llevaron en renta la finca hasta el año
-anterior. Últimamente, Pedralba estuvo a cargo del administrador de las
-propiedades de Feramor en Buitrago, don Pascual Díez Amador, el cual
-dio posesión del castillo y casas y tierras a la señora doña Catalina,
-el día de su llegada en el carromato, que fue el 22 del mes de Marzo
-del año de mil ochocientos noventa y tantos.</p>
-
-<p>Era la heredad de Pedralba extensísima; pero no se labraban más que
-los terrenos próximos a la casa, labor descuidada, somera y primitiva,
-que daba escaso rendimiento. Lo demás era monte, bien poblado de
-encinas, ene<span class="pagenum" id="Page_244">p. 244</span>bros,
-y algunos castaños en la parte alta. Lo más próximo al llano sufrió
-varias talas, y uno de los renteros propuso al Marqués, años atrás,
-la roturación. Pero asustaron al propietario los dispendios de la
-empresa, y quedó en tal estado, ni monte ni labrantío, a trechos
-pradera desigual, cruzada de viciosos retamares. Dos riquísimas fuentes
-surtían de cristalinas y puras aguas potables a Pedralba, la una entre
-la casa-castillo y las cuadras, la segunda, manantial de primer orden,
-en una encañada a la vera del monte. Árboles de sombra había pocos.
-Los que puso el último arrendatario se perdieron por incuria. Frutales
-no existían más que tres en finca tan vasta, un moral inmenso detrás
-de la torre, el cual cargaba anualmente de dulcísimas moras negras,
-y dos albérchigos en el sendero que unía las dos casas. Los madroños
-diseminados en distintos parajes no se contaban, por su silvestre
-lozanía y lo desabrido del fruto, en el reino propiamente frutal. Tal
-era Pedralba, finca de primer orden según opinión de don Pascual Díez
-Amador, siempre y cuando se <i>tiraran</i> en ella veinte o treinta mil
-duros.</p>
-
-<p>No eran estos los planes de Catalina, que solo se propuso sostener
-la propiedad tal como la encontró, con los mejoramientos que su
-residencia imponía, y procurarse en ella la vida retirada y humilde que
-adoptar anhelaba, sin<span class="pagenum" id="Page_245">p. 245</span>
-caer en la tentación del negocio agrícola, ni pensar en aumentos de
-riqueza que habrían desmentido sus ideas y propósitos de modestísima
-existencia. Lo que le restaba de su legítima, pensaba conservarlo en
-valores de renta, reservando los dos tercios para sostenimiento de su
-persona y casa, y de la familia de infelices que en torno de sí había
-reunido: el otro tercio lo dedicaba a las reparaciones indispensables,
-a la construcción de la capilla y enterramientos, a plantar una huerta,
-y, si aún había margen, a mejorar la finca.</p>
-
-<p>Entremos ahora en el castillo, y veamos la mejor pieza de él, que
-era la cocina, en el piso bajo y al fondo del edificio, a la parte del
-Norte. Todo era grandioso en aquella pieza, hogar, alacenas, horno, el
-piso de hormigón muy sólido, el techo alto y la campana bien dispuesta
-para dar salida a los humos rápidamente. Las otras piezas bajas valían
-poco; eran estrechas, y sus ventanas, que más parecían troneras, les
-daban muy tasada la luz. En cambio, las del piso alto teníanla de
-sobra. Seis o siete estancias existían en él, que bien arregladas
-habrían podido alojar mucha gente. En dicho piso, al lado de Levante,
-vivían la Condesa y Beatriz, en aposentos separados y próximos; a la
-parte de Occidente, el matrimonio Ladislao-Aquilina con sus hijos, y
-aún quedaban entre estas y las<span class="pagenum" id="Page_246">p.
-246</span> otras viviendas algunas estancias vacías. En la torre,
-debajo del palomar, tenía su cuarto Nazarín, comunicado con la
-casa-castillo por estrecho pasadizo. El mueblaje era casi todo del
-siglo pasado, o del tiempo de Fernando VII, confundido con sillerías
-modernas de paja, de lo más ordinario, llevadas de Colmenar Viejo. Las
-cómodas y consolas, las sillas de caoba con respaldo de lira, las camas
-de pabellones <i>a la griega</i>, las laminotas con marco de ébano y
-asuntos pastoriles, ofrecían un aspecto sepulcral, lastimoso, como de
-objetos desenterrados, a los cuales se había limpiado el humus de la
-fosa, a fuerza de jabón y estropajo.</p>
-
-<p>Doña Catalina y Beatriz vestían exactamente lo mismo, con las ropas
-de la primera, que habían venido a ser comunes: falda de merino negro,
-calzado grueso, blusa de percal rayada de negro y blanco, y un mandil
-de retor. Al adoptar la vida pobre, la señora Condesa no estimó que
-debía renunciar a sus hábitos de pulcritud; decía que el aseo exterior,
-por causa de la educación y la costumbre, afectaba al alma, y que la
-suciedad del cuerpo era pecado tan feo como la de la conciencia. No
-vacilaba, pues, en aplicar estas ideas a la realidad, manteniendo en su
-cuarto y persona la misma esmerada limpieza de sus mejores tiempos de
-vida cortesana.</p>
-
-<p>—El aseo —decía—, es a la pureza del alma, lo<span class="pagenum"
-id="Page_247">p. 247</span> que el rubor a la vergüenza.</p>
-
-<p>No comprendía el ascetismo de otro modo.</p>
-
-<p>Y como nada tiene la fuerza del buen ejemplo, Beatriz, que había
-llegado a reinar en la intimidad y en el afecto de la Condesa, por
-feliz concordancia de sentimientos, se asimiló en breve plazo los
-hábitos de pulcritud de su amiga y señora, y la imitaba sin darse
-cuenta de ello. Sobre la admirable simpatía, o compatibilidad, que
-había llegado a borrar entre aquellos dos caracteres la diferencia de
-clase y educación, hay mucho que hablar: el fenómeno se inició por un
-irresistible afecto la primera vez que se vieron, cuando doña Catalina,
-por mediación de su criada Prudencia, fue a socorrer en su pobre
-domicilio al afinador de pianos. Mientras duró el proceso de Nazarín
-y consortes, Beatriz vivía con su prima Aquilina Rubio, esposa del
-mísero don Ladislao, compartiendo la escasez, ya que no el bienestar,
-que ninguno tenía. Halma llevó el pan, la vida, la salud, a la triste
-vivienda de la calle de San Blas, y atraída de aquel espectáculo de
-pobreza y resignación, añadió al socorro material el consuelo de sus
-visitas. Habló largamente con Beatriz, admirándose de lo mucho y
-bueno que esta mujer humilde sabía, tocante a cosas espirituales y de
-nuestras relaciones con lo invisible y eterno; admiró también su piedad
-no afectada, la<span class="pagenum" id="Page_248">p. 248</span>
-firmeza de sus ideas, y la elocuencia sencilla con que las expresaba.
-Sentíase la Condesa inferior, por todos aquellos respectos, a la que
-ya miraba como amiga del alma; aprendió de ella muchas y buenas cosas,
-enseñándole a su vez otras de un orden social más que religioso, y
-con este cambio llegaron a encontrarse la una para la otra, y las dos
-en una, fenómeno raro en estos tiempos, que dan pocos ejemplos de una
-tan radical aproximación de dos personas de opuesta categoría. Pero
-de esto hemos de ver mucho en los tiempos que ahora comienzan, porque
-las llamadas clases rápidamente se descomponen, y la humanidad existe
-siempre, sacando de la descomposición nuevas y vigorosas vidas.</p>
-
-<p>Ya se comprende que de la intimidad entre Beatriz y Halma nació el
-vivo interés por Nazarín, y su propósito de llevársele consigo, para
-intentar su curación, y devolverle sano y útil al poder eclesiástico.
-Una discrepancia en cierto modo accidental existía entre la dama y
-la mujer del pueblo, y era que, mientras la Condesa, sin asegurar
-que Nazarín fuese loco, abrigaba sus dudas sobre punto tan difícil
-de aclarar, la otra sostenía con sincera conciencia y fe la completa
-regularidad de las funciones cerebrales de su maestro.</p>
-
-<p>Instaladas en Pedralba, la concordia entre una y otra llegó a
-ser perfecta. Beatriz obser<span class="pagenum" id="Page_249">p.
-249</span>vaba delicadamente la distancia social, que la otra con la
-misma o más sutil delicadeza trataba de acortar. Ambas trabajaban
-juntas desde el primer día en el arreglo y limpieza del destartalado
-castillo, o en la resurrección del mueblaje, y a Beatriz no le valió
-reservar para sí las faenas más duras, porque la otra invadía su
-terreno, y la igualdad triunfaba gradualmente, por ley de ambos
-corazones, que sin darse cuenta de ello propendían a lo mismo. Aquilina
-no había sido aún elevada al grado de comunidad de su prima Beatriz.
-Era una mujer excelente; pero sin intuición bastante para comprender
-las ideas de su bienhechora. Manteníase con tenacidad en su puesto
-inferior, contenta de que su marido y sus hijos tuvieran que comer. Los
-primeros días encargáronla de la cocina, oficio muy apropiado a sus
-aptitudes, y las otras dos pudieron consagrarse descuidadas al fregoteo
-de muebles viejos, al remendar de colchones y a otros engorrosos
-menesteres. Luego alternaron en los diferentes oficios, y mientras
-cocinaba la nazarista, Halma y Aquilina lavaban la ropa en la fuente
-cercana. El día que precedió a la llegada de Urrea con don Remigio y
-Nazarín, Aquilina actuó de cocinera, y la Condesa y Beatriz lavaban
-en la fuente del monte, repartiéndose las dos por igual la carga de
-la ropa al ir y volver. Como Beatriz se obs<span class="pagenum"
-id="Page_250">p. 250</span>tinase en llevarla sola, pretextando ser más
-fuerte que su compañera, Catalina le dijo:</p>
-
-<p>—Te equivocas si crees tener más poder de musculatura que yo.
-Parezco débil, pero no lo soy, Beatriz, y esta vida ha de robustecerme
-más. Y sobre todo, no me prives de este gusto de la igualdad. Es el
-sueño de mi vida desde que perdí a mi esposo, y me sentí igual a todos
-los desgraciados del mundo. Haz el favor de no llamarme Condesa, ni
-volver a usar esa palabra estúpidamente vana delante de mí. Arrojé
-la corona en los empedrados de Madrid cuando salí en el carromato...
-Las escobas de los barrenderos no la encontrarán, porque fue arrojada
-con el pensamiento, pues no la tenía en otra forma; pero allá quedó.
-Llámame Catalina, como me llaman mis hermanos, o Halma, como mi primo.
-Y no te digo que me tutees, porque parecería afectación, y ya sabes que
-el maestro te la prohíbe. Pero todo se andará.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChIV_5">
- <h3>V</h3>
-</div>
-
-<p>La llegada de los tres amigos no debía alterar la marcha de los
-asuntos domésticos en el castillo, porque, claramente lo decía la
-Condesa, ya que no ayudaran, no era bien que estorbasen.</p>
-
-<p>—Primo mío, supongo que desearás cono<span class="pagenum"
-id="Page_251">p. 251</span>cer esta gran finca, los estados de
-Pedralba, donde hacemos vida recogida y modesta, sin pretensiones
-de ascetismo, mis amigos y yo. Usted también, señor don Remigio,
-necesita enterarse del terreno que consagro a mi obra. Váyanse, pues,
-a dar un paseíto, guiados por el bonísimo Nazarín, que lo conoce ya
-palmo a palmo, mientras nosotras les preparamos de comer. No esperen
-que salgamos de nuestro pobre régimen. Aquí no hay ni puede haber
-comilonas, pues aunque yo quisiera darlas, no habría con qué. Comerán
-de nuestro diario frugalísimo, con el poquitín de exceso que pide la
-hospitalidad. Conque vean, vean mi ínsula, y tráiganse la salsa que
-nosotras no podemos hacerles, un buen apetito.</p>
-
-<p>Fuéronse los tres de paseo, conducidos de don Nazario, que les hizo
-subir al monte para que vieran los castaños robustos que lo coronaban,
-al barranco para probar el agua de la rica fuente, y después de
-brincar y despernarse por lomas y vericuetos, volvieron a casa a las
-doce, hora invariable de la comida. En una pieza próxima a la cocina,
-pusieron la mesa, la cual era de una robustez patriarcal, de castaño
-renegrido y con torcidos herrajes en su armadura. Dos sillas había de
-la misma casta y edad, las demás variaban entre el estilo Fernando
-VII, de caoba, y la forma y material llamados de Vitoria. Pero<span
-class="pagenum" id="Page_252">p. 252</span> la mayor y más sorprendente
-variedad estaba en la vajilla y ropa de mesa, pues al lado de vasos de
-cristal finísimo, se veían otros del vidrio más ordinario, servilletas
-finas, servilletas bastas, platos de porcelana rica, y otros de
-cerámica tosca.</p>
-
-<p>—Dispensen la diversidad de la loza —les dijo doña Catalina—. En
-mi comedor reina todavía una confusión de clases estupenda, como en
-tiempos revolucionarios. Pero esta confusión no es parte para que
-yo olvide las categorías de los comensales. Para los dos señores
-sacerdotes lo fino, que ellos mismos irán escogiendo; para ti, José
-Antonio, y don Ladislao, el barro plebeyo.</p>
-
-<p>—Pues yo propongo —dijo don Remigio con buena sombra—, que no
-establezcamos diferencias humillantes, y que nos repartamos como
-hermanos, como hijos de Dios, lo malo y lo bueno. Venga ese barro,
-señor de Urrea.</p>
-
-<p>Lo más extraño de aquella singular comida fue que las mujeres no se
-sentaron a la mesa. Las tres, funcionando con igual destreza y alegría,
-servían a los señores. Luego comían ellas en la cocina. Esta era una
-costumbre medieval, que Halma no alteraba jamás por consideración
-alguna. Diéronles una sopa muy substanciosa hecha con hierbas
-diferentes, patatas picadas muy menudito y golpes de chorizo; luego
-un plato de carnero bien condimentado, vino en<span class="pagenum"
-id="Page_253">p. 253</span> abundancia, postre de requesón de la
-Sierra, leche con bizcochos de Torrelaguna, y a vivir. Sobria y
-nutritiva, la comida fue saboreada con delicia por los forasteros, que
-no cesaron de alabar el buen trato de Pedralba, y la pericia de las
-tres marmitonas.</p>
-
-<p>Entre la sopa y el carnero llegó inopinadamente don Pascual Díez
-Amador, administrador que fue de la finca, y propietario vecino, pues
-suya es la dehesa extensísima que linda por Poniente con Pedralba. Dos
-o tres veces por semana visitaba a la Condesa, caballero en su jaca
-torda, para ver si se le ofrecía algo. Era un hombre mitad paleto,
-mitad señor, lo primero por el habla ruda, por la camisa sin cuello
-y el sombrero redondo, lo segundo por las acciones nobles, por el
-andar grave, que hacía rechinar las espuelas. Una faja encarnada
-parecía separar el lugareño del hidalgo, o más bien empalmar las dos
-mitades. Tanto afecto había puesto en doña Catalina, que dispuso que
-dos de sus guardias jurados estuviesen de punto noche y día en la
-casa de abajo, para que la señora descansase en la persuasión de una
-absoluta seguridad. Muchos días caía por allí en su jaca a la hora de
-comer, otros a cualquier hora, en que también comía. Su cara redonda,
-episcopal, crasa y mal afeitada, despedía fulgores de patriarcal
-soberanía, de conformidad con la suerte,<span class="pagenum"
-id="Page_254">p. 254</span> sin duda por ser esta de las más próvidas y
-felices.</p>
-
-<p>—¡Hola, Remigio!... señora doña Catalina..., don Nazario..., don
-Ladislao, aquí estamos todos...</p>
-
-<p>Los saludos duraron hasta después que el gordinflón paleto-señor
-tomó asiento sin ceremonia, disponiéndose a comer cuanto le diesen.
-Porque, eso sí, hombre de mejor diente no lo había en todo el partido
-judicial, con la particularidad notable de que no sabía ponerse tasa en
-la bebida.</p>
-
-<p>—¿Sabe usted lo que estábamos hablando, amigo don Pascual? —dijo el
-curita de San Agustín—. Que esta es una gran finca, y que es lástima no
-trabajarla.</p>
-
-<p>—¡Hombre, a quién se lo cuenta! Si estos señores Feramores no tienen
-perdón de Dios... ¡Menuda brega tuve yo con el Marqués actual y con
-el otro, para que tiraran aquí veinte o treinta mil durillos! Sí, lo
-digo: era sembrarlos hoy, para coger el día de mañana, cinco años
-más o menos, tres o cuatro millones. Y esto solo con el ganado, que
-metiéndonos a ponerlo todo de labrantío... ¡Jesús, oro molido...! Es
-una tierra esta, que no la hay mejor ni donde están las pisadas de la
-Virgen Santísima, ea.</p>
-
-<p>Don Pascual se incomodaba al tocar este punto, viéndose precisado
-a sofocar su enojo<span class="pagenum" id="Page_255">p. 255</span>
-con copiosas libaciones. Y como siguieran hablando del mismo asunto,
-concluyó por expresar una idea muy atrevida.</p>
-
-<p>—Yo que la señora Condesa..., digo lo que siento, sin ofender,
-ea..., pues yo que la señora, me dejaría de capillas y panteones, y de
-toda esa monserga de poner aquí al modo de un convento para observantes
-<i>circuspetos</i> y <i>mendicativos</i>, dedicando todo mi capital
-a...</p>
-
-<p>—Poco a poco —replicó vivamente don Remigio—, no paso por eso. Lo
-espiritual es lo primero.</p>
-
-<p>—¡Potras corvas! ¿Y de qué sirve lo <i>espertual</i> sin lo... sin
-lo otro?</p>
-
-<p>—Yo que la señora Condesa, persistiría impertérrito en mi grandioso
-plan... contra el dictamen de los estripaterrones.</p>
-
-<p>—Y yo, contra el <i>ditame</i> de los engarza-rosarios, digo que
-sí... no, digo que no... que sí.</p>
-
-<p>—Si no sabe usted lo que dice, amigo don Pascual.</p>
-
-<p>—¡Vaya! paz y concordia entre los príncipes cristianos —dijo doña
-Catalina risueña—. Por un exceso de consideración a mis huéspedes, me
-permito el lujo de darles una golosina: café.</p>
-
-<p>Alabado y festejado por todos el obsequio, Amador y don Remigio
-lograron encontrar una fórmula de transacción entre sus opuestos
-pareceres. Al servir el café, doña Catalina pidió<span class="pagenum"
-id="Page_256">p. 256</span> perdón por la pobreza y rustiquez de la
-comida, añadiendo que para otra vez tendrían pan bueno, hecho en casa,
-y menos desigualdades en vajilla y servicio de mesa.</p>
-
-<p>Mientras las mujeres comían, salieron los hombres al patio, llevando
-cada uno su silla, y allí platicaron formando dos grupos. Don Remigio
-y Amador charlaban de los asuntos de Colmenar Viejo, de lo mal mirado
-que en la cabeza del partido estaba el cura titular, y de los esfuerzos
-que hacían los caciques para hacerle saltar de allí... Naturalmente,
-se gestionaría para que ocupase la vacante el curita de San Agustín.
-A otra parte hablaban Urrea, don Ladislao y Nazarín, preguntando el
-primero al segundo si seguía cultivando la música en aquel retiro, a lo
-que contestó el afinador que no le hablaran a él de músicas ni danzas,
-pues se hallaba tan contento y gozoso en su nueva vida, que había
-tomado en aborrecimiento todo su pasado musical y cabrerizo. La mejor
-ópera no valía ya tres pitos para él, y aunque le aseguraran que había
-de componer una superior a todas las conocidas, no quería volver a
-Madrid. Salió Nazarín a la defensa de arte tan bello, y le propuso que
-siguiera cultivándolo allí, pues se compadecía muy bien la música con
-la vida campestre. Y añadió que él se permitiría aconsejar a la señora
-Condesa que trajese un órgano,<span class="pagenum" id="Page_257">p.
-257</span> para que don Ladislao compusiera tocatas campesinas y
-religiosas, y les deleitara a todos con aquel arte tan puro y que
-hondamente conmueve el alma.</p>
-
-<p>Con estos y otros paliques, fue llegada la hora de la partida, y
-Urrea no cabía en sí de inquietud, por no haber podido hablar a solas
-con su prima, ni esta decirle que se quedara, como era su deseo. El
-temor de que contestase con una rotunda negativa a su propósito de
-permanecer en Pedralba, le sobresaltó de tal modo, que no tuvo ánimos
-para formularlo. Tristeza infinita cayó sobre su alma cuando Halma le
-dijo en tono de maestro:</p>
-
-<p>—Ahora, José Antonio, te vas por donde has venido, y sin mi permiso
-no vuelvas acá, ni abandones las ocupaciones a que deberás una
-independencia honrada.</p>
-
-<p>Con tal autoridad pronunció estas palabras, que el calavera
-arrepentido no tuvo aliento para contradecirlas y exponer su deseo.
-Sentíase tan inferior, tan niño, ante la que le gobernaba en sus
-sentimientos y en su conducta, que no pudo ni pedirle menos severidad,
-ni explicarse con ella sobre la pesadísima y cruel condena que le
-imponía. Verdad que estaban delante Nazarín y los forasteros, y no era
-cosa de hacer ante ellos el colegial mimoso. Faltaban tan solo minutos
-para la partida, cuando la Condesa dijo al curita de San Agustín:</p>
-
-<p>—Señor don Remigio, si usted<span class="pagenum" id="Page_258">p.
-258</span> no se opone a ello, se quedará en el castillo el amigo
-don Nazario, porque si es bueno para la salud el ejercicio del
-entendimiento, no lo es menos el corporal, y conviene que alternen. Ya
-concluirá más adelante esa gran recopilación de los Discursos de la
-Paciencia.</p>
-
-<p>—Lo que usted disponga, señora mía, es ley —replicó don Remigio, ya
-con el pie en el estribo—. Si nuestro buen Nazarín prefiere quedarse,
-quédese en buen hora... Que lo diga él.</p>
-
-<p>Con semblante confuso, y casi casi con lágrimas en los ojos, el
-peregrino respondió:</p>
-
-<p>—Yo no determino nada.</p>
-
-<p>—¿Pero usted qué prefiere?</p>
-
-<p>—Pues, la verdad, estimando mucho la hospitalidad del señor cura, y
-ofreciéndole ponerme a su disposición para terminar aquellos apuntes y
-cuanto guste mandarme, hoy me quedaría, pues la señora Condesa así lo
-desea.</p>
-
-<p>—Es que... verá usted, don Remigio, como tenemos tanta obra en casa,
-necesito que me ayuden mis buenos amigos. Hay que estar en todo, y
-cuantos viven aquí han de arrimar el hombro a las dificultades. Mañana
-pienso probar el horno de pan, y deshacerlo si no nos resulta bien.
-Conque...</p>
-
-<p>—Que se quede, que se quede. Usted es aquí la santa madre, usted
-manda, y los hijos... a obedecer calladitos. Señor de Urrea, ¿no monta
-usted?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_259">p. 259</span>Lívido y
-tembloroso, Urrea no acertaba ni a despedirse airosamente de su prima.
-Era una máquina, no un hombre. Su tristeza le cogía todo el ser como
-una parálisis, matándole la voluntad. Montó a caballo, y partió con el
-cura y con Amador, sin saber que existía en el mundo un pueblo llamado,
-por buen nombre, San Agustín.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChIV_6">
- <h3>VI</h3>
-</div>
-
-<p>Mientras Amador fue en compañía de los dos viajeros, menos mal. Don
-Remigio charlaba con él de montura a montura, dejando al otro en la
-libre soledad de sus pensamientos. Pero el bravo paleto se despidió en
-los Molinos (encrucijada de donde partía el sendero que a sus casas
-de la Alberca conducía), y ya solos el cura y el primo de la Condesa,
-desencadenó aquel sobre este todo el torrente de su locuacidad.
-Difícilmente, apurando sus donaires, logró sacarle del cuerpo alguna
-que otra palabra, y conociendo al fin que el motivo de su tristeza no
-era otro que el pronto regreso a San Agustín, quiso consolarle con
-estas compasivas razones:</p>
-
-<p>—Créame, señor de Urrea, en Pedralba, a estas horas, estaría usted
-soberanamente aburrido. ¿Sabe usted lo que hacen allá desde anochecido
-hasta que cenan? Pues rezar, rezar, y rezar que se las pelan,<span
-class="pagenum" id="Page_260">p. 260</span> y usted, hombre de piedad
-muy problemática, cortesano al fin, chapado a la modernísima, huirá del
-santo rezo como los gatos del agua fría. ¡Si entiendo yo a mi gente...
-ah!... Verdad que también en San Agustín, en cuanto lleguemos, rezaré
-yo el rosario con Valeriana y algunas vecinas. Pero usted se puede ir
-con Láinez al casino, y cenar con él, y volver a mi modesta casa, a
-la suya, digo, a la hora que le acomode. En Pedralba, con el último
-bocado de la cena en la boca, se acuestan todos a dormir como unos
-santos. ¡Bonita noche iba usted a pasar allá! No, señor madrileño, con
-sus puntas de calavera, y sus ribetes de escéptico materialista, no
-está usted forjado en estas costumbres entre rústicas y monásticas.
-¡El campo! ¡Pues poco que le cansará el campo! Para usted, ponerle de
-noche en medio de estas soledades, será lo mismo que si a mí me meten
-de patitas en un salón de baile. ¿Qué haría yo? Salir bufando. <i>Suum
-cuique</i>, señor de Urrea. Conque, no le pese venir conmigo. En el
-casino, entiendo que hay billar, tresillo, y se habla de política... lo
-mismo que en Madrid.</p>
-
-<p>No consiguió el buen curita consolarle, y el alma del calavera
-arrepentido se ennegrecía más conforme se acercaban a San Agustín.
-Llegados al pueblo, resistiose a ir al casino. Desde la sala oía el
-rezo del rosario en el comedor;<span class="pagenum" id="Page_261">p.
-261</span> durante la cena hizo desesperados esfuerzos por aparentar
-alegría, y se retiró a la alcoba, impregnada del olor de paja. Le dolía
-la cabeza.</p>
-
-<p>Interminable y tormentosa fue para él la noche; levantose muy
-temprano, acompañó a la iglesia a su digno amigo y anfitrión,
-y mientras este se despojaba en la sacristía de las vestiduras
-sacerdotales, José Antonio puso en práctica la idea concebida
-entre dolorosas vacilaciones al amanecer, resolución que, una vez
-compenetrada en su voluntad, adquirió la fuerza de un acto instintivo.
-Como escolar castigado, que se escapa del colegio, tomó el caminito
-de Pedralba, a pie, y al perder de vista las casas de San Agustín,
-sintiose más aliviado de su mortal ansiedad, y con valor para
-arrostrar lo que por tan atrevido paso le sucediese. Las nueve serían
-cuando avistó el castillo, y antes de acercarse, exploró las tierras
-circunstantes, dudando si hacer su entrada por el camino derecho, o
-por algún atajo. Esto era pueril, y sus vacilaciones, al término del
-viaje, denunciaban al colegial prófugo. No viendo a nadie por aquellos
-contornos, anduvo un poco más, y su vista prodigiosa le permitió
-distinguir desde muy lejos, en una ladera del monte, dos bultos, dos
-personas. Con un poco más de aproximación pudo reconocer a Nazarín y
-don Ladislao, que estaban cortando leña, y allá se fue, rodeando un
-buen<span class="pagenum" id="Page_262">p. 262</span> trecho, para
-que no le viera la gente del castillo. Hablar con Nazarín antes de
-presentarse a la Condesa, le pareció un trámite muy oportuno, tras
-del cual ya vio, con fácil optimismo, solución satisfactoria. Al
-llegar junto a los dos leñadores, Nazarín, que desde lejos le había
-visto venir, no manifestó sorpresa. Vestía el cura ropas de Cecilio,
-calzaba gruesos zapatones, y su cabeza descubierta recordaba más al
-procesado del hospital de Madrid que al sacerdote de la rectoral de San
-Agustín.</p>
-
-<p>—¡Hola, don Nazario...! ¿trabajando, eh?... Aquí me tiene usted otra
-vez. Pues he venido... ¿Conque cortando leña?</p>
-
-<p>—Sí señor... Este ejercicio al aire libre me agrada mucho. La señora
-Condesa está buena, gracias a Dios. Parece que ha venido usted a
-pie.</p>
-
-<p>—Un paseíto. No estoy cansado.</p>
-
-<p>—Pues no pudimos arreglar el horno: tienen, que venir los albañiles.
-La señora me mandó a paseo, quiero decir, a que me paseara, y aquí
-estoy ayudando al amigo don Ladislao.</p>
-
-<p>—Bien, hombre, bien. Pues yo quería... hablar con usted, querido
-Nazarín —balbuceó Urrea, abordando el asunto—. Usted es un santo, digan
-lo que quieran, y me ayudará a obtener el perdón de Halma, por haber
-vuelto acá sin su permiso.</p>
-
-<p>—La señora es muy indulgente.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_263">p. 263</span>—Pero mi falta es
-más grave de lo que parece, porque he venido con propósito firme de
-quedarme aquí, y no salgo ya de Pedralba si no me sacan descuartizado.
-Óigame.</p>
-
-<p>—¡Hombre, hombre!... señor de Urrea —dijo Nazarín dejando a un
-lado el hacha, para consagrarse a oír con calma las confidencias del
-parásito corregido.</p>
-
-<p>—Pues verá usted... Mi prima quiere tenerme en Madrid. Ya está usted
-al corriente. Yo era un perdido; ella, con su infinita bondad, maestra
-de la virtud y destructora del pecado, me transformó; hizo de mí otro
-hombre, hizo de mí un niño; me infundió el miedo del mal, el amor del
-bien. Yo no me conozco. La tengo por una madre, y la obedezco en cuanto
-mandarme quiera; pero no puedo obedecerla en una cosa... repito que
-soy un niño... no puedo obedecerla en la disposición tiránica de vivir
-en Madrid, porque lejos de ella me asaltan tentaciones, o llámense
-recuerdos, de mi anterior vida mala, y la corrección que tanto ella
-como yo deseamos, no se afirma, no puede afirmarse.</p>
-
-<p>—¡Hombre, hombre...!</p>
-
-<p>—Ayer vine con propósito de hablarle de este asunto y pedirle
-que me dejase aquí; pero no tuve valor para decírselo. ¡Tanta gente
-delante...! Convénzase usted de que soy un niño, y de que el antiguo
-desparpajo del calavera se<span class="pagenum" id="Page_264">p.
-264</span> ha convertido en una timidez invencible... Palabra que sí...
-Pues me dijo que me volviera a San Agustín, y me volví; el caballo
-me llevó como una maleta, y hoy, sin darme cuenta de ello, movido de
-una irresistible fuerza, me he venido a Pedralba, me han traído las
-piernas, que antes se me romperán en mil pedazos, que volver a llevarme
-a Madrid. Y yo le pregunto a usted: ¿Se enojará mi prima? ¿Se obstinará
-en que viva lejos de ella? Porque ha de saber usted que he cometido
-una falta gravísima, una falta en la cual parecen reverdecer mis mañas
-antiguas, mi mal corregida perversidad. Verá usted.</p>
-
-<p>—¿A ver, a ver...?</p>
-
-<p>—Pues Halma me arregló en Madrid una pequeña industria para que yo
-trabajase, y adquiriera, como ella dice, una honrada independencia.
-Mientras Halma permaneció en Madrid, muy bien: yo trabajaba, y empecé
-a ganar dinero... Pero se va ella, quiero decir, se viene acá, y adiós
-hombre, adiós propósitos de enmienda, adiós trabajo y formalidad. Me
-entró una murria espantosa; yo no vivía, yo no comía, yo no pegaba
-los ojos. Una mañana..., no sé si fue un demonio o un ángel quien me
-tentó. ¿Qué cree usted que hice? Pues en un santiamén vendí todos los
-trebejos, máquinas, utensilios, papel; realicé, liquidé, y me vine
-acá.</p>
-
-<p>—Con propósito de no volver a la Villa y<span class="pagenum"
-id="Page_265">p. 265</span> Corte. ¡Pobre señor de Urrea! Ignoro cómo
-tomará la señora este arranque. Yo, sin autoridad para juzgarlo, no lo
-veo con malos ojos.</p>
-
-<p>—¡Porque usted es un santo! —exclamó Urrea con ardor, levantándose
-del suelo para abrazarle—. Porque usted es un santo, y el ser más
-hermoso y puro que hay sobre la tierra, después de mi prima; y el que
-diga que Nazarín está loco, ¡rayo! el que se atreva a decir delante de
-mí tal barbaridad...!</p>
-
-<p>—¡Eh... Señor de Urrea, calma, pues creeremos que el loco es
-usted...!</p>
-
-<p>—Para concluir, señor Nazarín de mi alma, si usted intercede por
-mí, lo primero que debe decirle, después de darle cuenta de mi última
-calaverada, el traspaso de los trebejos, es que yo quiero que me
-admita aquí como a uno de tantos. Quiero ser un pobre recogido, un
-infeliz hospiciano. ¿Que se necesita hacer vida religiosa?... pues
-seré tan religioso como el primero. ¿Que se necesita trabajar en
-estos oficios rudos del campo? pues José Antonio será el más activo
-y el más obediente obrero que ella pueda suponer. Pónganme en el
-último lugar; aposéntenme en la cuadra que no se crea bastante cómoda
-para las caballerías; rebájenme todo lo que quieran. ¿Qué piden?
-¿Humildad, paciencia, anulación? Pues aquí, bajo su gobierno, sintiendo
-su autoridad materna y su divina protección,<span class="pagenum"
-id="Page_266">p. 266</span> yo seré humilde, sufrido y no tendré
-voluntad. ¿Que habrá que rezar largas horas? Yo rezaré cuanto ella y
-usted me enseñen. Las faenas rudas no solo no me asustan, sino que las
-deseo, y pienso que han de serme tan útiles para el cuerpo como para
-el alma... Y diciéndole usted todo esto, señor Nazarín, como usted
-puede y sabe decirlo, yo creo que... ¡Ah! se me olvidaba una cosa muy
-importante...</p>
-
-<p>Diciendo esto, echó mano al bolsillo y sacó una carterita.</p>
-
-<p>—Aquí está lo que obtuve de la venta de todo aquel material, y del
-traspaso de mi negocio. Déselo usted; no vaya a creer que me lo he
-gastado de mala manera en Madrid.</p>
-
-<p>—No, mejor es que lo guarde para entregárselo usted mismo.</p>
-
-<p>—Pues en broma, en broma, son la friolera de nueve mil y pico de
-pesetas, con las cuales <i>podríamos</i> hacer aquí algo de lo que ayer
-indicaba don Pascual Amador.</p>
-
-<p>Dijo el <i>podríamos</i> con acento de ingenua oficiosidad, que hizo
-sonreír a Nazarín.</p>
-
-<p>—No sé —replicó este, incorporándose en el suelo—. Tenga usted
-presente, que al instalarse aquí la señora con nosotros, sus pobres
-amigos en Dios, sus hijos más bien, ha quebrantado toda relación con el
-mundo de allá, para emplear su vida en el servicio de Dios y en actos
-de caridad sublime. Podría considerar la señora<span class="pagenum"
-id="Page_267">p. 267</span> que usted no es enfermo, ni pobre, ni
-necesitado, y que...</p>
-
-<p>—Que me admitan en concepto de loco —dijo Urrea interrumpiéndole con
-viveza.</p>
-
-<p>—¡Oh, no! para locos, bastante tienen conmigo —replicó don Nazario,
-con inflexión humorística, casi casi perceptible.</p>
-
-<p>—Y como pobre, ¿quién lo es más que yo? Y como necesitado de
-corrección, de atmósfera moral... ¡Por Dios, queridísimo Nazarín, no me
-quite usted las esperanzas!</p>
-
-<p>—Aquí no se entra sino con el corazón bien dispuesto para la piedad,
-amigo Urrea, y si la señora dejó en las calles de Madrid, como ella
-dice, su corona y todos los demás signos del orgullo social, nosotros
-debemos arrojar en la puerta de Pedralba las pasiones, los deseos
-desordenados, todo ese fárrago que entorpece la vida del espíritu.
-Son aquí precisas de todo punto la obediencia a nuestra madre doña
-Catalina, y un acatamiento incondicional a sus designios.</p>
-
-<p>—Nadie me ganará —afirmó Urrea con emoción—, en venerar y adorar a
-mi prima, mirándola como lo que Dios nos permite ver de su presencia
-en esta tierra miserable. Que me admita, y ninguno, ni usted mismo, me
-aventajará en sumisión, ni en considerar a nuestra maestra y señora
-como una madre. Si quiere some<span class="pagenum" id="Page_268">p.
-268</span>terme a una prueba de acatamiento, que no me hable, que
-no me mire, que me dé sus órdenes por conducto de usted o de otro
-cualquiera, y yo viviré calmado y satisfecho solo con sentirme cerca
-de ella, bajo su dulce despotismo. Admirándola, aprenderé el amor de
-Dios; y su perfección, relativa como humana, me dará el sentimiento de
-la absoluta perfección divina. Ella será mi iniciación de fe; por ella
-seré religioso, yo que he sido un descreído y un disipado, y ahora no
-soy nada, no soy nadie, hombre deshecho, como un edificio al cual se
-desmontan todas las piedras para volverlas a montar y hacerlo nuevo.</p>
-
-<p>—Bien, señor, bien —indicó Nazarín, impresionado vivamente por esta
-declaración, y sintiendo una gran simpatía hacia Urrea—. Ya se acerca
-la hora de comer. Bajaré, y hablaré a la señora. Y otra cosa: ¿usted no
-come?</p>
-
-<p>—¿Yo qué he de comer? Mientras usted no le hable, yo no bajo al
-castillo. Cuando vuelva, don Nazario, tráigame un pedazo de pan.</p>
-
-<p>—Espéreme aquí.</p>
-
-<p>—Y acabaré de partirle aquellos troncos; así voy aprendiendo a
-aprovechar el tiempo —afirmó Urrea desembarazándose de la americana y
-cogiendo el hacha.</p>
-
-<p>—Como usted quiera. Adiós. Ladislao, ya es hora: vamos.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChIV_7">
- <p><span class="pagenum" id="Page_269">p. 269</span></p>
- <h3>VII</h3>
-</div>
-
-<p>Con infantil ardor, alentado por las esperanzas que la mediación de
-Nazarín le infundía, el parásito la emprendió con los troncos; pero al
-cuarto de hora de estrenarse en el oficio de leñador, tuvo que moderar
-sus bríos, porque se sofocaba y un sudor copioso brotaba de su frente.
-Luego volvió a la carga, conteniéndose en la medida de sus naturales
-fuerzas, y mientras más troncos partía, más vivo era el contento que
-inundaba su alma. ¡Ah, pues si le fuera permitido meterse de lleno
-en aquella vida! Aprendería mil cosas gratas, como arar, sembrar,
-escardar, cuidar aves y brutos, hacerse amigo de la tierra, súbdito
-del reino vegetal y campestre. Y no se le haría cuesta arriba en tal
-ambiente la vida religiosa, ascética, privándose de todo regalo y hasta
-de hablar con gente. No tendría más amigos que los animales, y esclavo
-del terruño, conservaría libre y gozoso el pensamiento para elevarlo a
-Dios a todas horas del día. En estas cavilaciones le cogió la vuelta de
-Nazarín, a eso de la una y media. Cuando le vio venir, con su reposado
-paso de siempre, sin anticipar con su mirada albricias ni desengaños,
-el corazón se le saltaba del pecho.</p>
-
-<p>—La señora —manifestó el cura mendigo,<span class="pagenum"
-id="Page_270">p. 270</span> cuando estuvo a tiro de palabra—, dice que
-baje usted a comer.</p>
-
-<p>—Pero...</p>
-
-<p>—Nada, que baje usted a comer. No me ha dicho nada más.</p>
-
-<p>—¿Sigue usted aquí cortando leña?</p>
-
-<p>—No, hoy es jueves, y toca explicar la Doctrina a los niños.
-Aquilina les ha dado la lección. Cuando la señora tenga organizada la
-escuela, todos alternaremos en la enseñanza.</p>
-
-<p>—Hasta eso haría yo, si ella me lo mandara: domar chicos, y meterles
-en la cabeza el a, b, c. ¡Quién me lo había de decir...! En fin, voy.
-¿Sabe usted que estoy temblando? ¿Y qué tal? ¿Se enfadó al saber...?</p>
-
-<p>—Se mostró más compasiva que enojada.</p>
-
-<p>—Eso ya es buen síntoma. Voy... ¿Y he de ir ahora mismo?</p>
-
-<p>—Ahora mismo, pues le tienen preparada la comida.</p>
-
-<p>—No tengo apetito... ¿Y de veras no dijo que soy una mala cabeza?...
-¡Oh, qué bondad, qué santidad, Dios mío! ¡Ni siquiera recriminarme!
-¿Cómo no adorarla lo mismo que al Dios que está en los altares? Nada,
-verá usted cómo me perdona, y me admite, y... El corazón me dice que
-sí. Procede como la Divinidad, la cual, según ustedes, concede todo lo
-que se le pide con fe y compunción. Yo tengo fe en ella, querido<span
-class="pagenum" id="Page_271">p. 271</span> Nazarín, y derramo
-lágrimas del alma solo por sentirme bajo su divino amparo. Vamos
-allá, que seguramente usted, que es también santo, habrá intercedido
-gallardamente por este infeliz. Lo dicho, dicho: el que se atreva a
-sostener que Nazarín está loco, se verá con José Antonio de Urrea. No
-lo tolero... mi palabra que no...</p>
-
-<p>—Sea usted juicioso, amigo mío.</p>
-
-<p>—¡Locura la piedad suprema, locura la pasión del bien ajeno, locura
-el amor a los desvalidos! No, no... Yo sostengo que no, y lo sostendré
-delante del cura y del juez y del Obispo y del Papa, y del mundo
-entero.</p>
-
-<p>—No alborotarse, y vaya comprendiendo que en Pedralba no se disputa,
-ni se sostienen opiniones más que por quien puede y debe hacerlo.
-Los demás, a obedecer y callar. ¿Usted qué sabe si yo soy loco o soy
-cuerdo?</p>
-
-<p>—¿Pues no he de saberlo?</p>
-
-<p>—Ea, basta... Vamos pronto, que la señora nos aguarda.</p>
-
-<p>Bajaron, y cuando Urrea entró en la casa y en el comedor más muerto
-que vivo, lo primero que le dijo su prima, poniéndole la comida en la
-mesa, fue:</p>
-
-<p>—Pero, hijo, estarás desfallecido. ¿Por qué no bajaste a comer con
-Nazarín y don Ladislao?</p>
-
-<p>Echose Urrea de rodillas a sus pies, diciendo con trémula voz que él
-no probaría bocado<span class="pagenum" id="Page_272">p. 272</span>
-mientras no recibiera el perdón que humildemente solicitaba.</p>
-
-<p>—Eres un niño —le dijo Halma—. Come, y después hablaremos... Pero
-como eres un niño grande, y con resabios mañosos, hay que sentarte un
-poquito la mano. Come con calma, pobrecito... ¿Tú quieres hierro? Pues
-hierro. Yo no contaba contigo para esta vida, porque nunca creí que la
-resistieras. Se hará la prueba con todo el rigor que exige tu pasado y
-las malas costumbres que todavía conservas.</p>
-
-<p>Comiendo y suspirando, por momentos risueño, por momentos conmovido
-hasta derramar lágrimas, José Antonio le dijo que por grande que fuera
-el rigor de la prueba, no lo sería tanto como su energía y tesón para
-resistirla, y que a todo se hallaba dispuesto con tal de vivir bajo la
-santa autoridad de Halma. No le arredraban las cuestas por agrias que
-fuesen. ¿Cuesta religiosa? pues a ella. ¿Cuesta de trabajos rudos, como
-de presidiario? pues a ella.</p>
-
-<p>Como llegara don Pascual Amador, se habló de otros asuntos. Iba el
-paleto hidalgo a llevar a la señora unos documentos de la Alcaldía de
-Colmenar para que los firmara, y se despidió después de tomar un vasito
-de vino.</p>
-
-<p>—Don Pascual —le dijo Halma, entregándole la cartera que poco antes
-le había dado su primo—. Hágame el favor de guardarme eso. Son...</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_273">p. 273</span>—Nueve mil
-seiscientas cincuenta —apuntó Urrea.</p>
-
-<p>—No lo necesitaré —añadió la Condesa—, hasta que emprenda la
-roturación del prado grande. Porque me decido, señor don Pascual, me
-decido. Hay que sacar del suelo de Dios todo lo que se pueda. La huerta
-la empezaremos el lunes, rompiendo la tierra con los brazos que aquí
-tengo. Mire usted, mire usted que obrerito se me ha entrado por las
-puertas...</p>
-
-<p>Celebró mucho Amador los nuevos propósitos de la señora, que
-concordaban con sus ideas del fomento de Pedralba, y partió a vigilar a
-los jornaleros que tenía en la Alberca.</p>
-
-<p>—Para hacer boca —dijo Catalina al neófito—, me vais a desescombrar,
-entre tú y los sobrinos de Cecilio, las ruinas estas, hasta descubrirme
-el suelo.</p>
-
-<p>—Ahora mismo.</p>
-
-<p>—Ten calma. Esta tarde vas al cuarto bajo de la torre, donde
-provisionalmente tenemos la escuela, y oirás la explicación de la
-Doctrina Cristiana... Como has estado cortando leña, esta noche tendrás
-unas agujetas horribles. Descansas, y mañana, a lo que te he dicho,
-como preparativo para faenas más penosas.</p>
-
-<p>—Para mí no hay nada difícil estando aquí.</p>
-
-<p>—Vivirás en la otra casa, con Cecilio. Esta noche arreglarás tu
-cama en el pajar, como Dios<span class="pagenum" id="Page_274">p.
-274</span> te dé a entender. ¿No has dormido tú nunca sobre un montón
-de paja? Yo sí, allá muy lejos de España... y en aquellos días de
-abandono y miseria, me pareció el colmo de la incomodidad y de la
-humillación. Hoy me sería indiferente.</p>
-
-<p>—Me instalaré muy gustoso en el pajar.</p>
-
-<p>—Esta noche, en la nota de los encargos que ha de traer de Colmenar
-el tío Valentín, pondremos: un chaquetón de paño pardo para ti, unos
-zapatos gruesos, de lo más grueso que haya, una faja, una montera...
-Verás qué elegante estás. Como en tu domicilio no hay espejo, podrás
-mirarte en el charco de la fuente. Y cuando venga la pareja de bueyes,
-aprenderás a uncirlos, a manejarlos. ¿Sabes tú lo que es un arado, y
-el peso que tiene? Pues ya te irás enterando. Comerás con nosotros,
-pues aquí no debe haber más que una mesa para todos los habitantes de
-la ínsula. Día llegará en que Cecilio y su gente, y el tío Valentín,
-comamos reunidos. Mañana, si las agujetas no te estorban mucho,
-después que hayas tomado el tiento a las piedras de las ruinas,
-vuelves a partir un poquito de leña... No quiero que estés ocioso ni
-un momento. La prueba tiene que ser seria, para que yo pueda formar
-de ti un juicio seguro, y te considere capaz o incapaz de compartir
-nuestra vida. Pues aguárdate, que luego ven<span class="pagenum"
-id="Page_275">p. 275</span>drán los ejercicios religiosos, el madrugar
-con el alba, las mortificaciones, la asistencia de enfermos... ¡Ah!
-todavía no te has hecho cargo de la gravedad de lo que deseas y pides.
-Tú, hombre de salones, hombre sin principios, inteligencia demasiado
-sensible a la actualidad, a lo nuevo y reciente, te has dejado influir
-por esas rachas de ideas que vienen del extranjero, lo mismo que
-las modas del vestir, del comer y del andar en coche. Te cogió la
-ventolera religiosa, que suele soplar de vez en cuando, lanzada por
-las tempestades que recorren furiosas el mundo, y ya tenemos a Urreíta
-delirando por lo espiritual, como deliraría por un autor nuevo, o por
-la última forma de sombreros o trajes. Y te vienes acá con una piedad
-de <i>aficionado</i>, que no es lo que yo quiero, ni nos hace falta
-ninguna.</p>
-
-<p>—No es eso, no es eso —replicó José Antonio con acento persuasivo—.
-Yo quiero creer, yo anhelo parecerme a ti, conservando la distancia
-entre mi monstruosa imperfección y tu...</p>
-
-<p>—Basta: no me gusta la palabrería lisonjera.</p>
-
-<p>—Mi aspiración es volver a empezar, más claro, volver a nacer.
-Me he muerto; resucito hijo tuyo, y esclavo tuyo. Encárgame de los
-oficios más bajos y humillantes, y en cosas de religión lo más difícil.
-¿Asistir enfermos has dicho? Nazarín me enseñará.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_276">p. 276</span>—En eso y en otras
-muchas cosas, buen maestro tuyo y mío puede ser.</p>
-
-<p>En esto pasó Nazarín por delante de la ventana del comedor,
-cambiadas ya las ropas de leñador por las de cura. Iba al ejercicio
-de Doctrina, y ya los rumores de algazara infantil anunciaban que
-la familia menuda se reunía en la sala provisionalmente destinada a
-escuela.</p>
-
-<p>—Allá voy yo también —dijo Urrea viéndole pasar—. Quiero ser como
-los pequeñitos. Verdaderamente, ese hombre me parece divino, y por él,
-por la influencia que sin duda tiene en ti, he conseguido tu perdón.
-¿Qué te dijo, qué razones alegó en mi favor?</p>
-
-<p>—No hizo más que contarme lo que habías hecho.</p>
-
-<p>—¿Y tú...?</p>
-
-<p>—Le pedí su parecer sobre la resolución que debía tomar contigo.</p>
-
-<p>—¿Y él...?</p>
-
-<p>—Me dijo que debía admitirte.</p>
-
-<p>—¡Prima mía —exclamó Urrea con exaltación, braceando por alto—, al
-que me diga que ese hombre está loco, le mato!... ¡ah, no!</p>
-
-<p>Llevose la mano a la boca como para contener la palabra, y volver a
-meterla para adentro.</p>
-
-<p>—No, no le mato, dispensa. Pero le... Tampoco... Lo que haré
-será decir y proclamar, con<span class="pagenum" id="Page_277">p.
-277</span>tra la opinión de todo el mundo, que no es demente, que no
-puede serlo, que el mayor de los contrasentidos sería que lo fuese... Y
-tú crees lo mismo, Halma, no me lo niegues: tú crees lo mismo.</p>
-
-<p>—¿Tú qué sabes?... Silencio, y a la Doctrina.</p>
-
-<p>—Voy.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChV_1">
- <p><span class="pagenum" id="Page_279">p. 279</span></p>
- <h2 class="nobreak">QUINTA PARTE</h2>
- <hr class="tir" />
- <h3>I</h3>
-</div>
-
-<p>Durante tres, cinco, diez, no sé cuántos días, corrieron los sucesos
-mansamente y como por carriles en el castillo de Pedralba, y sus
-campos y montes circunstantes, notándose en todo, cosas y personas,
-el impulso que les diera con firme mano la organizadora de aquella
-singular familia. Pero aún faltaba mucho para que la idea total de la
-noble señora se viera íntegramente realizada, porque las deficiencias
-de local no podían remediarse pronto, y en diversos detalles de
-organización surgían a cada instante obstáculos que solo la constancia
-y buena voluntad de todos vencerían al cabo. La roturación de la huerta
-dio mucho que hacer, por la dureza del terruño y por la dificultad de
-dotarla de aguas. Como no era fácil ni económico traerla de la fuente
-por un viaje de arcaduces, se abrió un pozo, en cuya excavación no
-fue preciso ahondar más que veintitantos pies para encontrar agua
-abundante. A las dos semanas<span class="pagenum" id="Page_280">p.
-280</span> de empezadas las obras, ya había varios bancales plantados
-de arvejas, alubias, coles y otras hortalizas de ordinario consumo.
-Provisionalmente se cercó la huerta con piedra y espinos. La pareja
-de bueyes no se hizo esperar, y a los tres días de aquellos trajines,
-ya sabía Urrea manejar a los pacientes animales, como si les hubiera
-tratado toda la vida. Pronto les tomó cariño, y no habría cambiado su
-compañía silenciosa por la de amigos de la especie humana, como tantos
-que había conocido en su primera vida.</p>
-
-<p>Las faenas más rudas no abatían el ánimo del calavera arrepentido:
-el constante y metódico ejercicio corporal, si al principio le causaba
-fatiga, no tardó en fortalecerle. La idea de ser hombre nuevo se
-arraigaba tanto en su conciencia, que creyó haber criado nueva sangre,
-echado nuevos músculos, y hasta que le habían sacado todos los huesos
-viejos, para ponérselos flamantes. De su apetito no digamos: no
-recordaba haberlo tenido igual desde la infancia. Muchos días comía en
-el monte con el pastor, o con los sobrinos de Cecilio (de quienes se
-hablará después); y aquella pitanza frugal y sabrosa, que le llevaban
-en un pucherete Aquilina, Beatriz, o la misma Condesa, le sabía mejor
-que los más refinados manjares de las mesas cortesanas. Pues cuando
-improvisaban cena o almuerzo al<span class="pagenum" id="Page_281">p.
-281</span> aire libre, cocinando con escajos y palitroques, sobre un
-trébede, en la sartén del pastor, unas rústicas migas o cosa tal,
-el hombre gozaba lo indecible, y daba gracias a Dios por haberle
-llevado a la vida salvaje. ¡Y luego el sosiego del espíritu, la paz
-de la conciencia, la seguridad del mañana...! Nada podía compararse
-a semejantes bienes, nuevos para él. Todo cuanto del mundo conocía,
-de un orden distinto radicalmente, parecíale una pesada broma del
-destino. Porque la vida de ciudad, durante los años que a veces sin
-razón se llaman floridos, de los veinte a los treinta, ¿qué había sido
-más que suplicio sin término, humillación, ansiedad, y cuanto malo
-existe? ¡Bendito salvajismo, bendita barbarie, que le permitía lo más
-elemental, vivir!</p>
-
-<p>Los Borregos, que así nombraban a los dos sobrinos de Cecilio,
-trabajadores a jornal en la finca, fueron los primeros compañeros de
-vivienda del improvisado salvaje, y no tardaron en ser sus amigos,
-maestros también en todo aquel rústico manejo. Más bárbaros no los
-había criado Dios; pero tampoco más sencillotes ni de corazón más
-noble y sano. Al principio, la epidermis moral de Urrea se lastimaba
-un poco al rozarse con la corteza dura de aquellos infelices; pero
-no tardó en criar callo, y si él al contacto se endurecía, los otros
-indudablemente se suavizaban. Por las noches, al tumbarse so<span
-class="pagenum" id="Page_282">p. 282</span>bre la paja rendidos, en
-el breve rato que al sueño precedía, charlaban los tres, explicándose
-cada cual según sus luces, y allí vierais confundida la barbarie y
-la cultura, el fácil discurso y la jerga torpe, la inteligencia y la
-superstición. El Borrego mayor, chicarrón de veintidós años, despuntaba
-por su guapeza descocada y algo insolente; no solo se conceptuaba
-hombre capaz de medirse en buena lid con el más pintado, sino que
-en lo tocante al oficio de labrador no daba su brazo a torcer ni a
-los más peritos. Todo se lo sabía; jactábase de conocer los secretos
-de la tierra y de la atmósfera. Planta que él hincara en el suelo,
-de fijo arraigaba y crecía como ninguna. Había inventado sin fin de
-reglas de fisiología vegetal, de las cuales ni una sola fallaba,
-según él, en la práctica. Sobre la fecundación, sobre las épocas de
-siembra y trasplante, y la influencia misteriosa de las fases de la
-luna en la vida de las plantas, contradecía con el mayor descaro el
-criterio de los labradores viejos, defendiendo el suyo con arrogante
-terquedad. A Urrea le encantaba este carácter inflexible, tenaz,
-basado en un furibundo amor propio. Y más de una vez se preguntó: «En
-otra esfera, con otra educación, Bartolomé, ¿qué sería?» El segundo
-Borrego era lo contrario de su hermano, humilde, de voluntad perezosa,
-que fácilmente se amoldaba a la voluntad ajena,<span class="pagenum"
-id="Page_283">p. 283</span> corto de palabras, algo melancólico,
-curioso y preguntón. Gustaba de que le contaran guerras, aventuras y
-sucesos extraordinarios, y se enloquecía con las estampas, toda suerte
-de muñecos pintados, aunque fueran los de las cajas de cerillas, que
-le parecían tan hermosos como a nosotros los cuadros de Rafael y
-Velázquez. Y Urrea se decía: «Isidrico en otra esfera y educado como
-los muchachos finos, ¿qué sería?»</p>
-
-<p>Con estas reflexiones estudiaba José Antonio la Humanidad, al paso
-que obtenía de la observación de la Naturaleza útiles enseñanzas. En
-su anterior vida, no se había fijado en multitud de fenómenos que
-le causaban maravilla. Hasta el cielo estrellado, en noches claras
-y sin nubes, atraía su atención como cosa nueva y desconocida. Lo
-había visto, sí, infinitas veces; pero nunca lo había visto tan bien,
-ni recreádose tanto en su hermosura. Con esto, nuevas ideas iban
-sustituyendo a las antiguas, que al modo de hoja seca se caían y eran
-arrebatadas por el viento. Y todo el nuevo retoño cerebral venía
-fuerte, anunciando una foliación y florescencia vigorosas. Él no cesaba
-de repetirlo: era como nacer dos veces, la segunda por milagro de Dios,
-en edad de hombre, conservando el recuerdo de la primera encarnación
-para poder comparar, y apreciar mejor las ventajas de la segunda.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_284">p. 284</span>Pocas veces tenían
-ocasión de hablarse Halma y su primo en aquellos comienzos de la vida
-rústica, porque él trabajaba lejos de la casa. Por la noche, después
-del rosario, o si cenaban en comunidad, la señora le exhortaba en pocas
-palabras a seguir en aquel ordenado comportamiento. Esto y los saludos
-de ritual, cuando por acaso se encontraban en el campo, eran su única
-relación de palabra. Pero en espíritu, Urrea no la separaba de sí:
-noche y día pensaba en ella, o se la imaginaba, transfigurándola a su
-antojo. Nada más grato para él que apreciar en los actos y expresiones
-de sus compañeros el gran respeto que la señora les inspiraba. Y de
-tal modo en él mismo se había fortalecido aquel respeto, que cuando
-la veía venir, se turbaba como un chiquillo vergonzoso. Y por mucho
-que se estimara en su nuevo estado de conciencia, cada día sentía
-crecer la distancia entre ambos, porque si él se elevaba, ella subía
-desaforadamente.</p>
-
-<p>No eran pasados quince días de aprendizaje, cuando el novicio
-recibió por Nazarín órdenes de trasladar su residencia. El buen clérigo
-peregrino había estado tres días en San Agustín, acabando de extractar
-el divino libro de la Paciencia, con empleo casi sublime de la suya,
-y de vuelta a Pedralba, hizo limpieza, sin auxilio de nadie, de los
-dos aposentos de la torre. Allá<span class="pagenum" id="Page_285">p.
-285</span> se estuvo toda una mañana, blanqueando las paredes, lavando
-los pisos de baldosín, y extrayendo como podía cuanta mugre había en
-los rincones.</p>
-
-<p>—Aquí estarás mejor que allá —dijo a Urrea por la noche, dándole
-posesión de su nuevo domicilio, y mostrándole cama limpia y bien
-mullida, y los muebles de madera relucientes—. Esto, querido Urrea, lo
-hago por ti, que estás acostumbrado a la primera de las comodidades,
-que es el aseo. Aquí la señora nos enseña a ser nuestros propios
-criados, y yo te doy el ejemplo...</p>
-
-<p>—¡Vaya un ejemplo! Me lo da usted contrario, haciéndose mi
-sirviente.</p>
-
-<p>—No, bobito. Lo que yo hago esta semana, lo harás tú la próxima.</p>
-
-<p>Nazarín le tuteaba desde los primeros días, porque era en él añeja
-costumbre. Poco fuerte en tratamientos, no abandonaba la forma familiar
-más que ante personas de muchísimo respeto, como la Condesa, don
-Remigio y otros tales.</p>
-
-<p>—Bueno —dijo el neófito—, yo no veo aquí más que una cama. ¿Acaso
-tiene usted la suya en ese mechinal de al lado, junto a la escalera de
-piedra?</p>
-
-<p>—Eso que llamas mechinal es un aposento precioso. Pasa y examínalo.
-Tiene el suficiente espacio para mi lecho, que es esta tarima
-forra<span class="pagenum" id="Page_286">p. 286</span>dita en una
-manta... ¿ves? ¡Qué lujo, qué gala!... y como yo, aquí, no he de dar
-bailes, no necesito más cabida. ¿Ves? echadito en mi tabla, con la
-cabeza toco en la pared de acá, y aún me falta una tercia para tocar
-con los pies en la de enfrente. ¡Y si vieras qué abrigado es esto! Lo
-que tiene es que en obscuridad compite con la boca de un lobo; pero
-como yo no estoy aquí durante el día, y de noche puedo encender luz, si
-quiero, me acomodo tan ricamente. En peores alcobas y camas he dormido
-yo mucho tiempo.</p>
-
-<p>—Ya lo sé. Por eso está usted como está, y le tienen por hombre sin
-seso. En fin, si ha de haber penitencias y privaciones, dénmelas a mí,
-y verán qué pronto las acepto.</p>
-
-<p>—¡Penitencias, privaciones! Dios te las irá mandando cuando menos lo
-pienses. Por el pronto, ¿no dices que te gustaba la holgada libertad
-del pajar? Pues fastídiate. Ya no vuelves allá. ¡Aquí, en la torre,
-preso! aguantando mis sermones, si se me ocurre endilgarte alguno,
-rezando conmigo, sí señor, todo lo que a mí me dé la gana.</p>
-
-<p>—A eso estamos, padre Nazarín; pero en esta casa de la igualdad,
-debemos alternar en las comodidades, digo, en las mortificaciones.
-Una noche duermo yo en la cama y usted en la tarima, y a la noche
-siguiente, cambiamos.</p>
-
-<p>—Eso lo veremos. No hay tanta igualdad co<span class="pagenum"
-id="Page_287">p. 287</span>mo crees, ni debe haberla. Por de pronto, yo
-estoy por encima de ti en edad, saber y gobierno, y si te mando dormir
-en cama blanda, tendrás que fastidiarte.</p>
-
-<p>Al volver de cenar en el castillo, y antes de recogerse, charlaron
-otro poco.</p>
-
-<p>—Pepe —le dijo Nazarín, sentándose en su tarima—, ¿sabes una cosa?
-Después de cenar, mientras saliste a fumar tu cigarrito, la señora me
-encargó que te advirtiese...</p>
-
-<p>—¿Qué?</p>
-
-<p>—Nada, no te asustes... ¡Si creerás que es algo de cuidado!... Y si
-lo es, hijo, yo no lo sé... Pues que te advirtiera que si mañana, o
-pasado, vamos, don Remigio y el señor de Amador te dicen alguna cosa
-desagradable, algo que te lastime, procures no incomodarte. Tú no has
-aprendido aún a sofocar la cólera, y en eso has de poner mucho cuidado,
-José Antonio, porque la cólera es pecado muy feo. Ya sabes que cuantos
-vivimos aquí hemos de ser sufridos, mansos y afrontar con semblante
-sereno la ofensa, el ultraje mismo. Esto tienes que aprenderlo, Pepe, y
-probar tu paciencia en la práctica, en la realidad. Si no, estás de más
-en Pedralba.</p>
-
-<p>—¿Pero qué es eso que me van a decir el cura y Amador? ¡voto al hijo
-de la Chápira! —gritó Urrea, disparándose.</p>
-
-<p>—Temprano empiezas —dijo Nazarín acercán<span class="pagenum"
-id="Page_288">p. 288</span>dose al lecho en que el otro acababa de
-tumbarse—. ¡Pero, hombre, te estoy amonestando...!</p>
-
-<p>—¡A mí!... ¡decirme a mí!... ¿Pero qué?</p>
-
-<p>—¿Lo sé yo acaso, hijo de mi alma?</p>
-
-<p>—¡Oh! usted lo sabe, padre Nazarín, y si no, lo adivina, porque
-usted lee en el pensamiento de las personas, y penetra las más
-recónditas intenciones.</p>
-
-<p>—Que no sé, te digo... Cumplo mi encargo, y me callo. La señora
-me manda advertirte que, oigas lo que oyeres, no te enfurezcas, ni
-siquiera muestres enfado. Ella lo manda, Pepe.</p>
-
-<p>—Pues si ella lo manda, antes me vea muerto que desobediente...
-Pero no sé, querido Nazarín, no sé lo que me pasa. Con lo que usted
-me ha dicho..., siento que mi ser antiguo rebulle y patalea, como si
-quisiera... ¡Ay! no se vuelve a nacer, ¿verdad? No muere uno para
-seguir viviendo en otra forma y ser. Un hombre no puede ser... otro
-hombre.</p>
-
-<p>—Indudablemente... uno no puede ser otro —dijo el apóstol sonriendo
-benévolamente—. No canses tu cerebro con sutilezas. Déjalo descansar en
-el sueño.</p>
-
-<p>—No podré dormir.</p>
-
-<p>—Rezaremos. Te contaré cuentos. Te arrullaré como a los niños.</p>
-
-<p>—Ni aun así dormiré... Mi tristeza, no sé qué punzante inquietud me
-desvela.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_289">p. 289</span>—Yo no quiero que
-estés triste, Pepe. Imítame a mí, que siempre vivo en una alegría
-templada.</p>
-
-<p>—¡Oh, si pudiera...! Y no solo la tristeza. Paréceme que tengo
-fiebre. Yo voy a caer malo.</p>
-
-<p>—Si caes malo —replicó el curita manchego, clavando en él una mirada
-penetrante—, yo te cuidaré... y te salvaré de la muerte.</p>
-
-<p>—¡La muerte...! —exclamó Urrea con abatimiento, cerrando los ojos—.
-¿Para qué defenderse de ella, cuando es la mejor, la única solución?</p>
-
-<p>—No te cuides tú de tu muerte. Dios se cuidará de eso. Ahora, hijo
-mío, a dormir.</p>
-
-<p>—A dormir, sí... ¿Usted lo manda?</p>
-
-<p>—Lo deseo...</p>
-
-<p>Callaron, y poco después Urrea dormía, teniendo por guardián
-vigilante a Nazarín, el cual, sentado junto al lecho, rezaba entre
-dientes.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChV_2">
- <h3>II</h3>
-</div>
-
-<p>Al día siguiente, hallándose el salvaje en la huerta, sintió el
-trote de un caballo. Creyendo que se aproximaba don Remigio, miró con
-sobresalto. Pero no; era Láinez, el médico de San Agustín, que iba
-dos veces por semana a Pedralba, a celebrar consulta para todos los
-pobres circunvecinos. Habíale ajustado la señora para este servicio,
-temporalmente, mientras se<span class="pagenum" id="Page_290">p.
-290</span> arreglaba la instalación de un médico fijo en la casa,
-para visitar y asistir a los enfermos de todo el término. Se conocían
-los días de Láinez en que desde el amanecer asomaban por aquellos
-vericuetos innumerables personas de cara hipocrática, lisiados y cojos,
-unos con los ojos vendados, otros con la mano en cabestrillo, este
-llevado en un carro, aquel arrastrándose como podía. La consulta duraba
-toda la mañana, y por la tarde visitaba el doctor, por encargo expreso
-de la Condesa, a los enfermos que vivían más próximos.</p>
-
-<p>Saludó Urrea cortésmente al médico cuando a su lado pasó, y estuvo
-por preguntarle: «¿Tiene usted que decirme algo por encargo de don
-Remigio?» Pero como Láinez no hizo más que contestar fríamente al
-saludo, volvió el joven a su trabajo, silencioso y triste: «Vamos a
-platicar un poquito con la tierra» —se decía, moviendo con fuerte
-brazo la pala o el azadón. Y era verdad que hablaban tierra y hombre,
-él contándole sus penas, ella diciéndole algo de sus misterios
-impenetrables. Pero como la tierra es tan discreta, que no revela nada
-de lo que con ella hablan ni los muertos ni los vivos, ignoro lo que se
-comunicaron hombre y tierra.</p>
-
-<p>Por la tarde, salieron juntos Láinez y Amador. Urrea les miró
-alejarse, dejando a las caballerías andar al paso. «De fijo hablan
-de mí» —se<span class="pagenum" id="Page_291">p. 291</span> dijo,
-mirándoles de lejos. Era una corazonada, un rasgo de adivinación de los
-que no fallan, por misteriosa connivencia de los fluidos que al parecer
-nos rodean. «Hablan de mí —volvió a decir José Antonio—, y hablan mal.
-Tan cierto es esto, como que me alumbra el sol.» Y tornó a contarle sus
-cuitas a la arcilla, teniendo por órgano a la pala, y al revolver los
-esponjados terrones, y verlos quebrarse al sol, oía de ellos vagorosas
-respuestas.</p>
-
-<p>Amador y Láinez, alejándose despacito de Pedralba, hablaban
-del neófito lo que este no podía saber ni aun preguntándoselo al
-terruño.</p>
-
-<p>—Pues verá usted —dijo el paleto hidalgo— lo que pasó. El señor
-Marqués de Feramor me mandó a decir con Alonso que si iba por Madrid,
-no dejase de pasar a verle. Fui el lunes, como usted sabe, y don
-Paquito me contó lo escandalizada que está toda la grandeza por
-haberse colado aquí ese perdido de Urreíta. Allá creen que no viene
-más que a engañarla, y sacarle el poco dinero que tiene, figurándose
-religioso contrito, y embaucándola con santiguaciones, y farsas de
-vida labradora. Yo creo lo mismo, amigo Láinez, porque el tal está tan
-arrepentido como mi jaco; es hombre de historia sucia, y el primer
-trapisonda de Madrid. Aquí nosotros, los buenos amigos de mi señora
-la Condesa, los que estimamos y conocemos sus<span class="pagenum"
-id="Page_292">p. 292</span> <i>inminentes</i> virtudes, debemos abrirle
-los ojos, para que vea el dragón que se le ha metido en casa...</p>
-
-<p>—De eso se trata, amigo Amador —dijo el médico, hombrecillo de
-figura mezquina, con un bigote atusado y gris, que parecía pegado con
-goma, ojos mortecinos, cara rugosa, cabeza deforme y con poco pelo en
-el occipucio—. Don Remigio ha recibido cartas de su tío don Modesto
-Díaz, y de ello resulta que el tal Urrea es un histrión...</p>
-
-<p>—¿Un qué...?</p>
-
-<p>—Un histrión, que es lo mismo que decir un cómico. Finge
-sentimientos, estados peculiares del ánimo, hace sus comedias con
-labia y mímica perfectas, y ahí le tiene usted dando la castaña al
-lucero del alba... Pues sí señor. No me gustó ese sujeto, la primera
-vez que le eché la vista encima, y ha seguido... no gustándome. Es
-uno un poco lince, y ha visto muchas monstruosidades de la materia y
-del espíritu... Pues verá usted. Hablamos de esto don Remigio y yo...
-Naturalmente, Remigio es el más abonado para...</p>
-
-<p>—Para llevar el gato al agua.</p>
-
-<p>—Y llamar la atención de la Condesa sobre el culebrón a que ha dado
-abrigo en su seno —dijo Láinez, quedando muy satisfecho de la figura—.
-Anteayer, Remigio soltó las primeras puntadas; pero la señora, según él
-cuenta, le oyó<span class="pagenum" id="Page_293">p. 293</span> con
-disgusto, y tuvo la generosidad, ¡parece increíble! de asegurar que su
-primo es un hombre de bien.</p>
-
-<p>—¿Sí?... pues no se libra de un sablazo gordo, o de otra cosa
-peor... porque ese no es de los que se van sin algo entre las uñas.</p>
-
-<p>—Para mí ha venido con un fin interesado —dijo el doctor mirando
-fijamente al otro caballero—, y si me apuran, añadiré que con un fin
-siniestro...</p>
-
-<p>—¡Hombre, tanto no!</p>
-
-<p>—Se verá... Al tiempo.</p>
-
-<p>Llegados al sitio de separación, se detuvieron para concertar el día
-y hora en que debían reunirse con don Remigio para convenir en la forma
-y manera de ilustrar mancomunadamente a la señora de Pedralba sobre
-punto tan delicado. Puestos de acuerdo, cada cual siguió su camino.</p>
-
-<p>Y dos días después, hallándose Urrea en el monte, vio venir tres
-hombres a caballo por el sendero de San Agustín. A pesar de la
-distancia enorme a la cual se detuvieron, su vista prodigiosa les
-conoció al instante, y el corazón le dio un tremendo vuelco. Con
-furia insana descargó tremendos golpes sobre el tronco del árbol que
-partiendo estaba, y el leño, en el gemido que parecía exhalar al
-recibir el hachazo, le decía: «Hablan de ti, y hablan mal.»</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_294">p. 294</span>Urrea les miraba,
-suspendiendo a ratos su tarea para volver a ella con terrible ímpetu
-muscular, y le decía al tronco: «En tu lugar quisiera coger a los
-tres.» Observó que cerca de la finca, los jinetes se detenían, cual si
-tuvieran algo importante que discutir y concertar antes de meterse en
-Pedralba.</p>
-
-<p>Don Remigio, alzándose nervioso sobre los estribos, y tan poseído de
-su asunto como si en el púlpito estuviera, les dirigió esta retahíla,
-que más bien arenga o sermón debía llamarse:</p>
-
-<p>—Señores y amigos, la cosa es grave, y es nuestro deber acudir
-prontamente al remedio, auxiliando con desinteresado consejo a la
-persona que tantos bienes ha traído a esta mísera tierra. Evitemos que
-las intenciones de la santa Condesa sean defraudadas por un libertino.
-Si yo le hubiera conocido, cuando por primera vez llegó a San Agustín,
-habríale cortado el paso de Pedralba... ¡Ah, conmigo no se juega!
-Pero yo estaba en la mayor inocencia respecto a ese caballerete, y le
-agasajé en mi modesta casa, y le traje aquí. En la misma inocencia
-candorosa vivían ustedes, mis buenos amigos, hasta que al fin, los
-tres, por noticias fidedignas, hemos caído a un tiempo de nuestros
-respectivos burros. Ahora bien...</p>
-
-<p>—Permítame un momento el señor cura —dijo Amador, acordándose de
-una idea que debía ser agregada a los autos—. Una palabra nada<span
-class="pagenum" id="Page_295">p. 295</span> más: lo que tiene indignado
-al señor Marqués, a la familia, y a todos los títulos de Madrid,
-es que, habiéndole dado a doña Catalina su legítima sin merma ni
-descuento... Porque han de saber ustedes que parte de la tal legítima
-había sido consumida por la señora allá en tierras del Oriente. Pues
-bien: el señor Marqués, por darle gusto a don Manuel Flórez, que era un
-alma de Dios, no quiso descontar los suplidos, y entregó a su hermana
-el total de la herencia, o sean cuarenta mil y pico de duros, creyendo
-que iba a ser empleado en obras de la religión bendita... ¿Qué resultó?
-Que a los pocos días de entregarle el caudal, este pillo de Urrea le
-sacó un <i>óbolo</i> de cinco mil duros... Lo que digo, la Condesa es
-un ángel, y como ángel no debiera andar suelto. Opino yo que a los
-ángeles...</p>
-
-<p>—Ya sabíamos lo de los cinco mil duros —dijo don Remigio, anhelante
-de recobrar la palabra—. Lo que ustedes no saben es que poco antes de
-venir la señora a Pedralba, ese aventurero le proponía una contrata
-para traer acá las cenizas del Conde de Halma, encargándose él de todo
-por otros cinco mil pesos.</p>
-
-<p>—Es un punto terrible —indicó Amador—. El Marqués dice, y tiene
-razón: «doy mis intereses para el cultivo de la fe y el fomento de la
-caridad, mas no para que un perdido se ría de Dios, de mi hermana y de
-mí».</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_296">p. 296</span>—Muy bien dicho
-—prosiguió el cura, cogiendo la palabra con propósito de no soltarla
-más—. Pues yo, que por añeja costumbre dialéctica, me voy siempre
-derecho a las causas, y cuando veo un mal, busco el origen para
-atacarle en él, lo mismo que hace Láinez con las enfermedades, en este
-caso, advirtiendo que corren sucias las aguas, me voy al manantial,
-y... en efecto, allí veo... En fin, señores, que todo lo malo que
-advertimos en Pedralba, proviene de los vicios de origen, de la
-defectuosa fundación. La idea de la señora Condesa es hermosa, pero
-no ha sabido implantarla. La primera deficiencia que noto aquí es que
-no hay cabeza. Y esto no puede ser. Para que la institución marche,
-y se realice el santo propósito de la Condesa, es preciso que al
-frente del establecimiento haya un director, y para que tenga mucha
-autoridad, conviene que el tal director sea un eclesiástico. Declaro
-que no tendría yo inconveniente en desempeñar la plaza, a pesar del
-mucho trabajo y responsabilidad que puede traer consigo. Procuraría dar
-ejecución práctica y visible a las ideas, a los elevados sentimientos
-de caridad de la santa señora, y, modestia a un lado, creo que no me
-sería difícil conseguirlo... Redactaría constituciones, en las cuales
-derechos y deberes estuvieran muy claritos. Marcaría la raya entre lo
-espiritual, <i>prima<span class="pagenum" id="Page_297">p. 297</span>
-facies</i>, y lo temporal, que es lo secundario... Daría denominación
-al instituto, estableciendo un distintivo, el cual podría ser una cruz
-o varias cruces, de este o el otro color, que yo llevaría cosidas en
-mi manteo... y si no yo, quien quiera que aquí mandase con el nombre
-de Rector, Mampastor, o Guardián... Pero si es mi propósito convencer
-a nuestra amiga de la necesidad de una dirección, no está bien, ya lo
-comprenden ustedes, que yo a mí mismo me proponga para ese modesto
-cargo. Y no es ambición, conste que no es ambición: en último caso
-sería sacrificio, y de los grandes; pero a esas estamos. De modo que si
-la señora, por inspiración divina, admite mis razones, y me designa,
-no tendré más remedio que bajar la cabeza, con beneplácito del señor
-Obispo, y mientras Su Ilustrísima no creyera conveniente disponer de mi
-inutilidad para una parroquia de Madrid.</p>
-
-<p>Asintieron los otros dos con monosílabos. La cara de don Remigio
-echaba chispas.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChV_3">
- <h3>III</h3>
-</div>
-
-<p>—Pues si el señor cura me promete no enfadarse —dijo Láinez después
-de una pausa, en la cual se aseguró bien de sus ideas—, me permitiré
-manifestarle que si apruebo lo de la dirección, pues sin dirección, o
-llámese cabeza, no<span class="pagenum" id="Page_298">p. 298</span>
-hay nada, no estoy de acuerdo con que el director sea sacerdote. Que
-haya un eclesiástico, o dos, o veinticinco, para lo pertinente al
-gobierno espiritual, muy santo y muy bueno. Pero, o yo no sé lo que me
-pesco, o la señora Condesa ha querido fundar un instituto higiénico,
-hablando más propiamente, un sanatorio médico-quirúrgico, con vistas a
-la religión.</p>
-
-<p>—¡Hombre!</p>
-
-<p>—Déjeme seguir: El socorro de la indigencia, el alivio del dolor
-humano, la asistencia de los enfermos, la custodia de los locos, la
-práctica, en fin, de las obras de misericordia, da una importancia
-desmedida al <i>elemento</i> médico-quirúrgico-farmacéutico. Yo soy muy
-práctico, reconozco la importancia del <i>elemento</i> sacerdotal en
-un organismo de esta clase; es más, creo que el tal <i>elemento</i> es
-indispensable; pero la dirección, señores, opino, respetando el parecer
-del señor cura, opino, entiendo yo... que debe ser encomendada a la
-ciencia.</p>
-
-<p>—¡Hombre, por Dios, no sea usted...!</p>
-
-<p>—Permítame...</p>
-
-<p>—No, si no es eso. Equivoca usted los términos...</p>
-
-<p>—¡Vaya, hombre! Yo concedo...</p>
-
-<p>—¡La ciencia! Medrados estaríamos...</p>
-
-<p>—Yo concedo...</p>
-
-<p>—Distingamos, señores...</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_299">p. 299</span>Y un rato
-estuvieron los tres quitándose uno a otro la palabra de la boca, y
-tiroteándose con pedazos de expresiones.</p>
-
-<p>—Yo concedo —dijo Láinez, consiguiendo al fin acabar una frase—, que
-la piedad, la fe sean el corazón de este organismo; pero la cabeza no
-puede ser más que la ciencia.</p>
-
-<p>—¡Potras corvas! que alguna vez me ha de tocar a mí —gritó Amador
-furioso, viendo que don Remigio rompía nuevamente, y que no había
-manera de atajarle—. ¿Digo yo, o no digo mi parecer? Porque si
-ustedes se lo parlan todo, ¡caracoles! estoy aquí de más... Pues
-entro en el ajo como tercero en discordia, y digo que los señores
-<i>propinantes</i> barren para dentro, cada cual mirando por su casa y
-oficio, este para la Iglesia, este para la Facultad. Pues yo digo que
-ni lo <i>juno</i> ni lo <i>jotro</i>, ¡caracoles! y que la dirección
-debe ser administrativa, lo dicho, administrativa. Porque aquí lo
-primero es asegurar la olla para todos, y no se asegura la olla sino
-trabajando la tierra, y sabiendo después cómo se distribuye el fruto
-entre estas y las otras bocas. Bueno que tengamos el <i>elemento</i>
-tal..., religión, bueno; el <i>elemento</i> cual..., medicina, bueno.
-Pero para que estos puedan concordarse y vivir el uno enclavijado en
-el otro, se necesita del <i>elemento</i> primero, que es el trabajo,
-el orden, la cuenta y razón, la labranza de la tierra, y esto<span
-class="pagenum" id="Page_300">p. 300</span> no puede hacerlo la
-Iglesia ni la Facultad. ¡Ah! como ustedes no le saquen su fruto a la
-tierra, a fuerza de machacar en ella, ¿con qué potras van a sostener
-la institución? ¿de dónde van a salir estas misas? En Pedralba, lo
-primero es poner la finca en condiciones, pues... Hoy da cuatro; debe y
-puede dar cuarenta, y cuando los dé, vengan pobres, y vengan tullidos,
-y dementes, y tiñosos, y ciegos, para sanarlos a todos. Lo demás, es
-andarse por las ramas, y empezar las cosas por el fin. La dirección
-debe ser agrícola y administrativa, y aquí no hay más pontífice del
-campo que <i>este cura</i>, yo mismo, y para concluir, sepan que esos
-son los deseos del señor Marqués de Feramor, según carta que tengo aquí
-y que puedo enseñarles.</p>
-
-<p>Callaron un rato el médico y el cura, como agobiados bajo la
-pesadumbre del último argumento presentado por Amador; pero el
-ingenioso don Remigio no tardó en recobrarse, y con nuevos y sutiles
-razonamientos, pegó la hebra en esta forma:</p>
-
-<p>—¡Pero mi querido Amador, si el señor Marqués no es quien ha de
-decidirlo! No niego yo su respetabilidad, ni su autoridad, ni sus
-excelentes deseos; pero hay que desengañarse, el señor Marqués no toca
-pito, no puede tocarlo en un asunto que es de exclusiva competencia de
-su señora hermana.</p>
-
-<p>—Hemos convenido, amigo don Remigio —<span class="pagenum"
-id="Page_301">p. 301</span>dijo Amador—, en que la Condesa es un
-ángel...</p>
-
-<p>—Un ángel del cielo...</p>
-
-<p>—Los del cielo no sé; pero los de la tierra necesitan curador.
-Dejemos a la virtuosísima, a la celestial doña Catalina de Halma
-entregada solita a sus piedades, y a las blanduras de su corazón, y
-dentro de dos años tendrá la finca embargada.</p>
-
-<p>—Se equivoca usted, Amador. La señora sabe cuidar de sus
-intereses.</p>
-
-<p>—Pero la señora no labra las tierras, cree que con labrar el cielo
-basta, y el trigo y la cebada, ¡caracoles! y los garbanzos y las
-patatas, no veo yo que nazcan de nubes arriba.</p>
-
-<p>—También arriba nacen, señor de Amador, y nuestro Padre celestial,
-que da ciento por uno, derrama sus dones sobre los que con fervor le
-adoran.</p>
-
-<p>—Si yo no siembro, nada cogeré, por más que me pase el día y
-la noche engarzando rosarios y potras. Don Remigio, todo eso del
-misticismo eclesiástico y de la santísima fe católica, es cosa muy
-buena, pero hace falta trigo para vivir. Señores, pongámonos en el ajo
-de lo positivo. Coloquémonos <i>bajo el prisma</i> de que el primero de
-los dogmas sagrados es la alimentación.</p>
-
-<p>—¡Hombre!...</p>
-
-<p>—La alimentación he dicho, ¡caracoles! Dí<span class="pagenum"
-id="Page_302">p. 302</span>ganme: donde no hay manutención, ¿qué
-hay?</p>
-
-<p>—No exageremos —replicó Láinez, que un gran trecho había permanecido
-silencioso—. Concediendo toda la importancia al <i>aspecto</i>
-administrativo, yo creo que la dirección... no nos apartemos del tema,
-señores, creo que la dirección no debe ser agrícola ni administrativa.
-Esto no es una granja.</p>
-
-<p>—Yo digo que sí, una granja hospitalaria y monacal.</p>
-
-<p>—No es eso.</p>
-
-<p>—Y aunque lo fuera —añadió el médico—, la dirección debe correr a
-cargo de la ciencia, que todo lo abarca, la ciencia, señores, que...</p>
-
-<p>—¡Hombre, no nos dé usted más la tabarra con su cansada ciencia!
-Porque francamente, si en estas cosas, nos pone usted a la religión
-bajo la férula de una casquivana como la ciencia, la religión tendrá
-que inhibirse y decir: «allá vosotros».</p>
-
-<p>—No señor, porque la ciencia...</p>
-
-<p>—En resumen —chilló don Remigio, algo quemado—, que usted propondrá
-a la señora que le nombre jefe omnímodo de Pedralba, con poder sobre el
-director espiritual y sobre todo bicho viviente.</p>
-
-<p>—¡Oh, no vengo yo aquí a trabajar <i>pro domo mea</i>! Pero si
-doña Catalina de Halma se digna tomar en consideración mi dictamen,
-y después<span class="pagenum" id="Page_303">p. 303</span> de
-establecer la dirección científica, me hace el honor de designarme
-para ese puesto, no rehusaré, no señor, tendré a mucha gloria el
-desempeñarlo.</p>
-
-<p>—Pero como la señora no aceptará tal desatino, mi querido Láinez...
-No se enfade, no quiero ofenderle...</p>
-
-<p>—Paz, señores, paz —dijo Amador notando en Láinez temblores del
-bigotillo pegado, y en don Remigio una vertiginosa movilidad de los
-ojos, las gafas, la nariz y las manos—, y ya que no nos pongamos de
-acuerdo, no llevemos a la señora, en vez de consejo sano y prudente, un
-embrollo de mil demonios.</p>
-
-<p>—Está en lo cierto el amigo Amador —manifestó don Remigio recobrando
-su habitual placidez—; la verdad es que hemos olvidado la cuestión
-concreta, en la cual estamos de acuerdo, para meternos en una cuestión
-constituyente, que nosotros no hemos de resolver; al menos hasta ahora
-la ilustre dama no nos ha consultado sobre la manera de organizar el
-Instituto Pedralbense. ¿Estamos conformes en que debemos aconsejarle la
-eliminación, no digo la expulsión, la eliminación del acogido don José
-Antonio de Urrea?</p>
-
-<p>—Sí —contestaron los otros.</p>
-
-<p>—Pues no hay más que hablar. Yo tomaré la palabra en nombre de los
-tres.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_304">p. 304</span>—Convenido.</p>
-
-<p>—Y si en el curso de la conferencia, apunta el otro problema, el
-magno problema, lo trataremos, lo discutiremos, cada cual dirá su
-parecer, y allá la señora Condesa que resuelva. Es sensible que sobre
-el punto grave de la organización no le llevemos una idea unánime. Vean
-ustedes: ninguno de los tres es ambicioso, y no obstante, lo parecemos.
-Si cada cual expresara ante la fundadora de Pedralba sus opiniones en
-la forma que lo hemos hecho por el camino, lejos de ilustrarla, la
-llenaríamos de confusiones, y turbaríamos la tranquilidad de su grande
-espíritu. Dejémosla, que ella sola, con la ayuda del Espíritu Santo,
-sin oír nuestras proposiciones radicales y un tantico interesadas, ha
-de llegar a la posesión de la verdad. Las dificultades que la práctica
-le vaya ofreciendo le han de hacer comprender, aunque el Divino
-Espíritu no le diga nada, la necesidad de una dirección en cabeza
-masculina, y el carácter que esta dirección debe tener.</p>
-
-<p>Tan acertadas y discretas razones cayeron muy bien en los oídos
-de los otros dos caballeros, y como ya estaban a poca distancia
-del castillo, pusieron punto a su conversación, y se aproximaron
-con semblante risueño, viendo que la misma señora Condesa salía a
-recibirles afectuosa.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChV_4">
- <p><span class="pagenum" id="Page_305">p. 305</span></p>
- <h3>IV</h3>
-</div>
-
-<p>Por la tarde, Urrea y el mayor de los Borregos estuvieron dando
-vuelta a la tierra con el arado en una de las piezas de sembradura
-próximas a la casa. Nazarín y el Borrego chico regaron los plantíos
-nuevos de la huerta, a mano, con cubos y regadera, y después escardaron
-los bancales, que con los abundantes riegos de días anteriores, habían
-formado costra. Silencioso y atento a su trabajo, el clérigo no hablaba
-con su compañero más que lo preciso. Ladislao había ido a la fuente del
-monte, a traer la ropa lavada por Aquilina, y los chicos, después de
-dar la lección con Halma, se fueron a jugar con los nietos de Cecilio
-en el campo frontero a la casa de abajo. En la cocina se hallaba la
-Condesa, de mandil al cinto, fregoteando la loza, cuando Beatriz, que
-arriba trajinaba, bajó a anunciarle la llegada de los tres señores a
-caballo.</p>
-
-<p>—¡Ah! no les esperaba tan pronto —dijo la dama, preparándose para
-recibirles decorosamente—. Vienen como en son de capítulo o consejo.
-¿No sabes a qué? Luego lo sabrás.</p>
-
-<p>—Me figuro que será para que admitamos a las tres ancianas enfermas
-de Colmenar, que quieren venir a Pedralba. Yo creo que tendremos local,
-pasándome yo al cuarto de Aquilina.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_306">p. 306</span>—No es eso: las
-tres viejecitas llegarán el lunes. Las acomodaremos como se pueda,
-hasta que el maestro nos arregle los cuartos del Norte. Nuestros tres
-amigos vienen a otro asunto, muy delicado por cierto, del cual me habló
-anteayer don Remigio. Quiera Dios iluminarles para que conozcan cuán
-injusto... En fin, no puedo contártelo ahora; es cosa larga.</p>
-
-<p>Salió la señora al encuentro de los viajeros, y subieron los cuatro
-a la única habitación de la casa, propia para visitas, y aun para
-cónclaves tan solemnes como el que aquel día en Pedralba se celebraba,
-porque tenía dotación de sillas hasta para seis personas, y un sofá de
-principios de siglo con asientos de crin, que a la legua transcendía
-a cosa eclesiástica y capitular. Encerrados allí la Condesa y sus
-tres amigos, discutieron y peroraron todo lo que les dio la gana, sin
-que fuera de la estancia se sintiese rumor alguno, ni había tampoco
-por allí oreja humana que lo recogiese. A la hora y media, más bien
-más que menos, salieron, y se marcharon como habían venido. Nadie
-supo lo que allí con tanto sigilo se había tratado, ni ninguno de los
-huéspedes de Pedralba, fuera de Urrea, sentía comezón de curiosidad
-por aquella desusada reunión. Por la noche, en el rosario y cena,
-notó el ex-calavera muy encendidos los ojos de su prima. Sin duda
-había llorado. Concluida la ce<span class="pagenum" id="Page_307">p.
-307</span>na, y cuando se despedían para marchar cada cual a su
-dormitorio, la señora dijo a Urrea:</p>
-
-<p>—Poco te ha durado el buen acomodo del cuartito de la torre: tú y el
-padre tendréis que iros a la casa de abajo, porque necesitamos alojar
-aquí a tres ancianitas. Se os llevarán las camas allá. Ten paciencia,
-Pepe. Para eso y para todo te recomiendo la paciencia, sin la cual nada
-de provecho haríamos aquí.</p>
-
-<p>Y no dijo más, ni él se atrevió a expresar cosa alguna, pues al
-intentarlo se le ponía un nudo en la garganta. La señora, después de
-dar a cada cual la orden de trabajo para el día siguiente, se retiró.
-A Beatriz le tocaba aquella noche la función de conserjería, cerrar
-puertas y ventanas, apagar fuegos y luces, cuidando de que todos,
-media hora después de la cena, entrasen en sus respectivos aposentos.
-Buscándole las vueltas para cogerla sola, Urrea pudo cambiar con ella
-algunas palabras, cuando atrancaba la puerta del Norte, después de
-cerrar el gallinero.</p>
-
-<p>—Beatriz, por lo que más quieras en el mundo, dime qué han venido a
-tratar con mi prima esos tres facinerosos.</p>
-
-<p>—¡Jesús, yo no sé!</p>
-
-<p>—Sí lo sabes. Dímelo por Dios.</p>
-
-<p>—Te has olvidado de una de las principales reglas que nos ha
-impuesto la señora. Aquí no<span class="pagenum" id="Page_308">p.
-308</span> se permite contar lo que pasa, ni llevar y traer cuentos.
-Cada cual ocúpese en desempeñar su trabajo, sin cuidarse de lo que
-digan o hagan los demás.</p>
-
-<p>—Es verdad... Pero como sin duda se trata de alguna conspiración
-contra mí, tengo que defenderme.</p>
-
-<p>—Yo no sé nada, José Antonio, no me preguntes.</p>
-
-<p>—Pues dime solo una cosa. ¿Ha llorado mi prima?</p>
-
-<p>—Eso no puedo negártelo, porque bien se le conoce en los ojos.</p>
-
-<p>—¿Y sabes el motivo?</p>
-
-<p>—¡Oh, el motivo!... Que no puede hacer todo el bien que quiere. Su
-alma tiene grandes alas; pero la jaula es corta... Y no más. Silencio
-te digo, y retírate.</p>
-
-<p>No tuvo más remedio el pobre novicio que meterse en su aposento de
-la torre, donde encontró a Nazarín de rodillas frente a la imagen del
-Crucificado. El farolito que alumbraba la estancia estaba en el suelo:
-iluminadas de abajo arriba las dos figuras vivientes y el estrambótico
-mueblaje, resultaba todo de un aspecto sepulcral. En el profundo
-abatimiento de su espíritu, Urrea se creyó en un panteón. Echándose
-en la cama, como para tomar la postura del sueño eterno, y sin
-esperar a que el apóstol pere<span class="pagenum" id="Page_309">p.
-309</span>grino acabase su rezo, le dijo:</p>
-
-<p>—Padre, ¿se fijó usted en los ojos de mi prima?</p>
-
-<p>—Sí, hijo mío —replicó el clérigo, siguiendo de hinojos, y moviendo
-tan solo la cabeza para mirarle—. La señora Condesa, nuestra reina,
-nuestra madre, ¡ay!, ha llorado mucho.</p>
-
-<p>—¿Se enteró usted del conciliábulo?</p>
-
-<p>—Sé que llegaron juntos esos tres señores, y estuvieron aquí largo
-rato. Como no me importa, ni es cosa de mi incumbencia, no tengo más
-que decir.</p>
-
-<p>—Creo firmemente que se han reunido para expulsarme de aquí, y que
-obedecen a intrigas de mi primo Feramor. Me lo dice el corazón, me lo
-dice la tierra cuando la labro, los troncos cuando les pego con el
-hacha, me lo dicen los bueyes cuando les pongo el yugo. No puede haber
-equivocación en esto; el vivir en medio de la Naturaleza, rodeado de
-soledad, le hace a uno adivino.</p>
-
-<p>—Si eso fuera cierto —dijo Nazarín levantándose, y acudiendo a él
-con ademán afectuoso—, si en efecto, por estas o las otras razones, se
-te mandara salir de Pedralba...</p>
-
-<p>—Ya sé lo que usted me dirá... que me vaya, es decir, que me
-muera.</p>
-
-<p>—Estamos aquí para la obediencia, para la resignación, para no tener
-voluntad propia. Ya me ves a mí: toma mi ejemplo.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_310">p. 310</span>—¿Pero usted no
-considera que lanzarme de aquí es ponerme en brazos de la muerte?</p>
-
-<p>—¿Por qué? Dios velará por ti.</p>
-
-<p>—¿Y a dónde voy yo, padre?</p>
-
-<p>—Al mundo, a otra soledad como esta, que encontrarás fácilmente.
-Búscala, que nada abunda tanto en la tierra como la soledad.</p>
-
-<p>—No, no: yo, fuera de aquí, soy hombre concluido. Halma debe suponer
-que mi expulsión de Pedralba es mi sentencia de muerte. Dígaselo
-usted.</p>
-
-<p>—Yo no puedo decir eso a la señora, ni nada. Asilado como tú, la
-regla me prohíbe hablar al superior, cuando este no me habla. Contesto
-a lo que me preguntan, y nada más.</p>
-
-<p>—Pues se lo diré yo, le diré que desconfíe de esa gente infame...</p>
-
-<p>—No hables mal, no injuries, no aborrezcas.</p>
-
-<p>—¡Ah! Nazarín es un santo: yo quisiera serlo, pero la maldad
-antigua, la que existe allá en los sedimentos del corazón no me
-deja.</p>
-
-<p>—Porque tú quieres. Lucha con tus malas pasiones, pídele a Dios
-auxilio, y vencerás. Es menos difícil de lo que parece. Si alguien
-te causa agravios, perdónale; si te injurian, no respondas con otras
-injurias; si te hieren, resístelo y calla; si te persiguen en una
-ciudad, huyes a otra; si te expulsan, te vas, y donde quiera que
-estés, arranca de tu corazón el anhelo de ven<span class="pagenum"
-id="Page_311">p. 311</span>ganza para poner en él el amor de tus
-enemigos.</p>
-
-<p>—Y haré todo eso, que es muy hermoso, sí, muy hermoso —dijo Urrea
-con ligerísima inflexión irónica—; pero antes de adoptar vida tan
-santa, quiero despedirme del mundo con una satisfacción: le cortaré la
-cabeza a don Remigio, que es el alma de este complot indigno.</p>
-
-<p>—Hijo mío, parece que estás loco —díjole Nazarín, posando la palma
-de su mano sobre la frente ardorosa del calavera reformado—. Pero qué
-absurdos se te ocurren. ¡Matar!</p>
-
-<p>—¿Pues no me matan a mí?</p>
-
-<p>—Privarte de estar aquí no es darte la muerte.</p>
-
-<p>—Me la daré yo si me arrojan.</p>
-
-<p>—Bah, eres un niño; pero yo estoy al cuidado tuyo, y procuraré que
-no hagas mañas.</p>
-
-<p>—No puedo, no podré vivir fuera de aquí... Cuando salga, o me
-arrojaré con una piedra al cuello en el primer río por donde pase, o
-buscaré un abismo bien negro y profundo que quiera recoger mis pobres
-huesos.</p>
-
-<p>Su pecho se inflaba. Una opresión fortísima en la caja torácica le
-impedía expulsar todo el aire recogido por sus ávidos pulmones. Se
-ahogaba; le faltó la voz, y de su garganta salía un gemido angustioso.
-Al fin rompió a llorar como un niño.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_312">p. 312</span>—Llora, llora todo
-lo que quieras —le dijo el curita manchego sentándose a su lado—. Eso
-es bueno. Las penas de la infancia, con el lloro quedan reducidas a
-nada.</p>
-
-<p>—¡Ah, bendito Nazarín —exclamó Urrea entre sollozos, estrechándole
-la mano—, soy muy desgraciado! Reconozca usted que no hay infortunio
-como el mío.</p>
-
-<p>—Pues hijo, de poco te quejas. Tú eras malo, muy malo, tú mismo me
-lo has dicho. La señora Condesa quiso corregirte, y lo ha conseguido
-hasta un punto del cual no ha podido pasar. Pero luego viene Dios a
-completar la obra, te coge por su cuenta, y te manda adversidades y
-amarguras para que con ellas puedas alcanzar tu completa reforma.
-Bendice la mano que te hiere, resígnate, anúlate, y sentirás en tu alma
-un grande alivio.</p>
-
-<p>—No podré... no podré... —replicó José Antonio, afectado de una
-gran inquietud nerviosa—. Usted, como santo, ve todo eso muy fácil...
-y naturalmente, por ser usted así, dicen que está loco... No lo está,
-yo sé que no lo está... pero por eso lo dicen, por no ser usted
-humano como yo... Fórmeme a su imagen y semejanza, hágame divino,
-y entonces... ¡ah! entonces yo también perdonaré las injurias, y
-bendeciré la mano negra de don Remigio que me hiere, y la boca sucia de
-Láinez que me escupe.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_313">p. 313</span>Y como si le
-pincharan, saltó del lecho, gritando:</p>
-
-<p>—No puedo, no puedo estar en ese potro... Necesito salir, respirar
-el aire, ver las estrellas...</p>
-
-<p>—Salir al campo es imposible: la regla no lo consiente, y además, la
-puerta está cerrada.</p>
-
-<p>—Pues yo quiero salir, correr... ver el cielo.</p>
-
-<p>—Abriendo la ventana lo verás. Ven: ahí lo tienes. ¡Cuán hermoso
-esta noche!</p>
-
-<p>Ambos contemplaron un instante el estrellado firmamento, y ante la
-inmensidad muda, indiferente a nuestras desdichas, Urrea sintió crecer
-su inmensa pena. Retirándose de la ventana, dijo suspirando:</p>
-
-<p>—Padre Nazarín, si usted me quiere, hable de esto con mi prima.</p>
-
-<p>—Yo no puedo hablar de esto ni de nada. ¿Qué soy yo aquí? Nadie, un
-triste acogido. Ni tengo autoridad, ni voz, ni opinión, y solo en caso
-de que la señora me preguntara, le manifestaría mi humilde parecer.
-Calificado de demente, me han puesto en esta santa casa al amparo de la
-sublime caridad de la Condesa de Halma. Figúrate tú si es posible que
-esta pida consejo a un hombre cuya razón se cree perturbada, y si yo a
-dárselo me atreviera, figúrate el caso que haría de mí.</p>
-
-<p>—Catalina, como yo, no cree que nuestro querido Nazarín padezca de
-enajenación. Esas son vulgaridades en que un espíritu superior<span
-class="pagenum" id="Page_314">p. 314</span> como el suyo no puede
-incurrir. Sabe que usted posee la verdad divina, y que su voz es la voz
-de Dios...</p>
-
-<p>—No digas desatinos, Pepe. Confórmate con lo que el Señor disponga
-de ti. No luches contra su poder... entrégate.</p>
-
-<p>Urrea se arrojó en una silla, abatiendo sus brazos como un hombre
-rendido de luchar.</p>
-
-<p>—Aunque usted todo lo sabe y todo lo penetra —dijo después de una
-larga pausa—, yo necesito confiarle cuanto hay dentro de mí. Más que
-por deber, lo hago por necesidad, porque el corazón no me cabe en el
-pecho, porque me ahogo si no le cuento a alguien mi pena, la causa de
-mi pena, y la imposibilidad del remedio de mi pena.</p>
-
-<p>—Pues sentémonos aquí, y cuéntame todo lo que quieras, que si no
-tienes sueño, yo tampoco, y así pasaremos la noche.</p>
-
-<p>Tanto y tanto habló Urrea que, al concluir, ya palidecían las
-estrellas, y se difundía por el cielo la purísima luz del alba.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChV_5">
- <h3>V</h3>
-</div>
-
-<p>A las nueve de la mañana, Halma y Beatriz, en un cuarto de los
-altos, daban las últimas puntadas en las sábanas y colchas para las
-camas de las viejas que pronto entrarían en la co<span class="pagenum"
-id="Page_315">p. 315</span>munidad de Pedralba. Con tiempo por delante,
-trabajo entre las manos, y sin testigo que las cohibiese, hablaron
-largamente.</p>
-
-<p>—Conque ya ves —decía la Condesa—, cuando yo pensaba que en esta
-soledad no vendrían a turbarnos las pasiones que hemos dejado allá,
-resulta que la sociedad por todas partes se filtra; cuando creíamos
-estar solas con Dios y nuestra conciencia, viene también el mundo,
-vienen también los intereses mundanos a decir: «Aquí estoy, aquí
-estamos. Si te vas al desierto, al desierto te seguiremos.»</p>
-
-<p>—¡Vaya, que es tecla la de esos señores! —replicó Beatriz—. ¿Qué
-daño les hace el pobrecito José Antonio?</p>
-
-<p>—Este tumulto ha sido movido por mi hermano y otras personas de la
-familia, que no ven nunca más que el lado malicioso y grosero de las
-cosas humanas. Las almas tienen ojos: las hay ciegas, las hay miopes,
-las hay enfermas de la vista... En casa de mi hermano se reúne gente
-frívola y vana. Yo les perdono las mil ridiculeces que han dicho de mí;
-creí que nunca más tendría que pensar en tales malicias ni aun para
-perdonarlas. A mis hermanos les compadezco por ignorar que no siempre
-prevalece en las almas la maldad, y que una conciencia dañada puede
-purificarse. No creen; hablan mucho de Dios, admiran sus obras en la
-Natu<span class="pagenum" id="Page_316">p. 316</span>raleza, pero
-no saben admirarlas ni entenderlas en la conciencia humana. No son
-malos, pero tampoco son buenos; viven en ese nivel medio moral a que
-se debe toda la vulgaridad y toda la insulsez de la sociedad presente.
-A tales personas, hazles comprender que nuestro pobre José Antonio se
-ha corregido, que no es aquel hombre, sino otro. Semejante prodigio no
-entra en aquellas cabezas atiborradas de política, de falsa piedad y de
-una moral compuesta y bonita para uso de las familias elegantes.</p>
-
-<p>Antes de referir lo que dijo Beatriz, conviene manifestar que,
-habiéndole ordenado una y otra vez la Condesa que la tutease, hizo los
-imposibles por complacerla, sin poder conseguirlo más que a medias.
-La obediencia y el respeto en su lengua se tropezaban, dando lugar a
-fenómenos rarísimos. Cuando estaban las dos en la cocina o lavando
-ropa, y surgía conversación sobre cualquier asunto doméstico, la mujer
-de pueblo llamaba de tú sin gran esfuerzo a la señora. Pero cuando
-se hallaban en el piso alto de la casa, y recaía la conversación en
-cualquier punto que no fuera del trajín diario, se le resistía el
-empleo de la forma familiar, vamos, que con toda la voluntad del mundo,
-no podía, Señor, no podía.</p>
-
-<p>—¡Y por esas cosas perversas que piensan los de Madrid —dijo
-Beatriz—, tendrá la señora que<span class="pagenum" id="Page_317">p.
-317</span> arrojar de aquí a su primo! ¡Lástima grande, porque el
-pobrecito cumple bien, y es tan gustoso de esta vida del campo!</p>
-
-<p>—¡Arrojarle! Nunca he pensado en ello. Sería una crueldad. Le
-defenderé mientras pueda, y creo que antes se cansarán ellos de
-atacarle que yo de defenderle. Pero presumo, mi querida Beatriz, que
-este negocio de mi primo ha de ocasionarme algún trastorno en mi pobre
-ínsula, si esos señores insisten en señalarle como un peligro para mí
-y para Pedralba. Yo desprecio la opinión aviesa y calumniosa; pero tal
-podrá llegar a ser la que se ha formado en Madrid contra mí por haber
-admitido aquí al pobre Pepe, que no habrá más remedio que tenerla en
-cuenta. Podrían sobrevenir sucesos que dieran al traste con nuestro
-humilde reino, porque las autoridades eclesiásticas me retirarán su
-protección, dejándome sola, la autoridad civil me mirará también con
-malos ojos, y ¡adiós Pedralba, adiós nuestra dichosa soledad, adiós
-nuestros días serenos consagrados a Dios y a los pobres!</p>
-
-<p>—Eso no puede ser —dijo Beatriz muy convencida—. El Señor no lo
-consentirá.</p>
-
-<p>—El Señor lo consentirá por darme un sufrimiento más, y acabar
-de probarme. El Señor, que me afligió, cuando a bien lo tuvo, con
-tantas desdichas, ahora me envía la mayor y más<span class="pagenum"
-id="Page_318">p. 318</span> dolorosa, mi honra puesta en duda, Beatriz,
-y...</p>
-
-<p>—¡<i>Tu</i> honra! —exclamó Beatriz irguiéndose altanera, y por
-primera vez empleó el <i>tu</i> en un asunto grave—. No, yo digo que
-eso no puede ser, y si la honra de la mujer más santa que existe en el
-mundo no brilla como el sol, digo que el Infierno se ha desatado sobre
-la tierra.</p>
-
-<p>—Calma, calma. El Infierno está donde estaba, las gentes mentirosas
-y frívolas hacen hoy lo que han hecho siempre, y mi conciencia,
-traspasada de parte a parte por la mirada de Dios, resplandece gozosa
-delante de todos los infiernos y de todas las maldades habidas y por
-haber. Esto digo yo.</p>
-
-<p>—¡Y yo —exclamó Beatriz, presa de una súbita exaltación,
-levantándose— digo que <i>tú</i> eres una santa, y que yo te adoro!</p>
-
-<p>Cayó a sus pies, como cuerpo muerto, y se los besó una y otra
-vez.</p>
-
-<p>—Levántate... déjame... no me gustan esos extremos —dijo Halma—.
-Óyeme con tranquilidad.</p>
-
-<p>—No puedo, no puedo... ¡La idea de que ultrajan a mi reina y señora
-me enloquece!</p>
-
-<p>—Ten calma y paciencia. ¿Qué te importa a ti ni a mí que me
-ultrajen? ¿No nos desagravia Dios al instante, dándonos la alegría del
-padecer, esa felicidad que ellos no conocen?... Déjame seguir, y que
-acabe de explicarte la causa de lo turbada que estoy.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_319">p. 319</span>—Ya escucho —dijo
-Beatriz sentándose, pero sin atender a la costura.</p>
-
-<p>—Pues reducido el caso de José Antonio a cuestión pura de
-conciencia, nada temo. Soy inocente, él también, y Dios lo sabe.
-Desprecio los juicios de la frivolidad humana, y sigo impávida mi
-camino. Pero como no somos libres, como dependemos de una autoridad, de
-varias autoridades, si retengo a mi primo en Pedralba, corre peligro
-nuestra pobre ínsula religiosa, esta ciudad, o más bien aldea de Dios
-que tanto trabajo me ha costado fundar. Aquí tienes el horroroso
-conflicto en que me veo. Si Dios no se digna iluminarme, no sé cómo
-he de resolverlo... Es triste, tristísimo, que para no aparecer como
-rebelde a la autoridad eclesiástica, tenga que dar el golpe de gracia
-a un inocente, y apartarlo de esta bendita vida... Nunca será justo ni
-caritativo que le expulse; pero ¡ay! habré de exponerle la situación y
-suplicarle que nos deje.</p>
-
-<p>Callaron ambas, volvieron a funcionar las agujas, y los picotazos de
-estas y los suspiros de las dos costureras parecían continuar el triste
-diálogo. Metida en sí misma, la Condesa prosiguió razonando así:</p>
-
-<p>—Es triste cosa que no se encuentre la paz ni aun en el desierto.
-Yo ambicionaba crearme una pequeña sociedad mía, consagrada conmigo
-al servicio de Dios; yo de<span class="pagenum" id="Page_320">p.
-320</span>seaba decirlo a la sociedad grande: «No te quiero, abomino
-de ti, y me voy a formar, con cuatro piedras y una docena de personas,
-mi pueblo ideal, con mis leyes y mis usos, todo con independencia de
-ti...» Pero no puede ser. El organismo total es tan poderoso, que no
-hay manera de sustraerse a él. La Iglesia, contra la cual no tendré
-nunca acción ni pensamiento, no me deja mover sin su permiso en este
-humilde rincón, donde me encierro con mi piedad y el amor de mis
-semejantes. Para conservarme en la compañía de mis hermanos, de mis
-hijos, tengo que transigir con las rutinas de fuera, venidas de allá,
-del enemigo, del mundo. Huyo de él y me acosa, me sigue a mi Tebaida,
-diciéndome: «Ni en lo más hondo de la tierra te librarás de mí.» ¡Dios
-me dé luces para librarme de ti, sociedad grande! ¡Deme paciencia para
-sufrirte, si no consiente mi emancipación!</p>
-
-<p>Una hora más tarde, hallándose la señora en la cocina, proseguía su
-monólogo, y recobraba lentamente el admirable reposo de su espíritu.</p>
-
-<p>—Vaya, que es para tomarlo a risa. Yo creí que mi ínsula, oculta
-entre estas breñas, viviría pobre y obscura, ni envidiosa ni envidiada.
-Y ahora resulta que la cercan y la acosan las ambiciones humanas.
-¡Pobre ínsula, tan sola, tan retirada, y ya te salen por todas
-partes Sanchos que quieren ser tus gobernadores! La Iglesia me<span
-class="pagenum" id="Page_321">p. 321</span> pide la dirección de
-esta humilde comunidad; la Ciencia, no queriendo ser menos, también
-pretende colarse, y por último, solicita dirigirnos y gobernarnos... la
-Administración. ¿Y qué haré yo ante tan apremiantes intrusos? El Señor
-me dirá lo que tengo que hacer, el Señor no ha de dejarme indefensa y
-vacilante en medio de este conflicto. ¡Obediencia, independencia!...
-¡Oh, entre vosotras dos, dígame el Señor cómo he de componerme!</p>
-
-<p>Antes de comer, Beatriz, que en toda la temporada de Madrid,
-y en los días de Pedralba, no había tenido ni ataques leves de
-su constitutivo mal espasmódico, creyéndose por tan largo reposo
-completamente curada, sintió amagos aquel día, sin duda por las
-emociones violentas de su diálogo con la señora. Procuró esta
-tranquilizarla, asegurándole que con la ayuda de Dios todo se
-arreglaría: para que se distrajera, y amansara con un saludable
-ejercicio los desatados nervios, la mandó a llevar la comida de Urrea
-y Nazarín al monte, donde ambos trabajaban. Aquilina, que era la
-designada para esta comisión, se quedó en Pedralba, y Beatriz, con su
-cesta a la cabeza, se puso en camino gustosa de tomar el aire y divagar
-por el campo.</p>
-
-<p>Por la tarde llegó don Remigio de paseo, el cual se mostró con la
-señora Condesa más amable que nunca, dándole palmaditas en el hom<span
-class="pagenum" id="Page_322">p. 322</span>bro, diciéndole que no se
-apurase por lo que los tres amigos y vecinos le habían manifestado el
-día anterior; que no procediera con precipitación en el asunto de José
-Antonio, ni se disgustase por tener que darle la licencia absoluta,
-pues él, don Remigio, con toda cautela y habilidad, convidándole para
-una cacería en Torrelaguna, o pesca en el Jarama, le convencería de
-la necesidad de presentar su dimisión de asilado pedralbense... Y así
-se conciliaba todo, evitando a la señora la pena de despedirle... Y
-tomando resueltamente el tono festivo, dejose caer en el otro asunto.
-¡Oh! lo de la dirección médico-farmacéutica propuesta por Láinez era
-una graciosísima necedad... ¿Pues y lo de la dirección aratoria y
-oficinesca, producto del caletre de don Pascual Amador? Ya supuso él
-que la señora Condesa se desternillaría de risa, en su fuero interno,
-oyendo tales despropósitos. La dirección religiosa, sobre la base de
-una perfecta concordancia de ideas y sentimientos entre el Rector y
-la fundadora, se caía de su peso, y con tal organismo, no era difícil
-llevar a Pedralba por caminos gloriosos.</p>
-
-<p>Oyole Halma con benevolencia, sin soltar prenda en asunto tan
-delicado, y hablaron luego de los trabajos de instalación, de lo que
-aún no se había hecho, y de lo que se haría pronto para completar
-y redondear el pensamiento.<span class="pagenum" id="Page_323">p.
-323</span> Todo lo encontró don Remigio acertadísimo, admirable,
-superior. Y como la conversación recayese en Nazarín, se acordó de que
-había recibido una carta para él.</p>
-
-<p>—Aquí está —dijo poniéndola en manos de la señora—. Aunque usted
-y yo estamos autorizados para leerla, se la entrego sin abrir. Trae
-el sello de Alcalá, y debe de ser de los infelices Ándara y Tinoco
-(el <i>Sacrílego</i>), que ya están purgando sus delitos en aquel
-penal. Le llaman sin duda, ¡pobrecillos!, y si de mí dependiera,
-le permitiría que fuese y les consolara, dando vigor y salud a sus
-desdichadas almas. Pero temo que me venga una ronca del Superior, si
-ese viaje le consiento, aunque solo sea por pocos días. Piénselo usted,
-no obstante, y si la señora Condesa toma la iniciativa, y acepta la
-responsabilidad...</p>
-
-<p>Negose la dama a resolver sobre aquel punto, y ya que hablaban de
-Nazarín, ambos le colmaron de elogios.</p>
-
-<p>—Es tan humilde —dijo don Remigio— y su comportamiento tan ejemplar,
-su obediencia tan absoluta, que si de mí dependiera, no tendría
-inconveniente en darle de alta. ¿Ha notado usted, en el tiempo que aquí
-lleva, algo por donde se confirme y corrobore la opinión de demente?</p>
-
-<p>—Nada, señor don Remigio. Sus actos todos, su lenguaje, son de una
-cordura perfecta.</p>
-
-<p>—¿Ni siquiera un rasgo ligero de trastorno,<span class="pagenum"
-id="Page_324">p. 324</span> algo que indique por lo menos irregularidad
-en la ideación...?</p>
-
-<p>—Absolutamente nada.</p>
-
-<p>—Es particular. Vive como un santo; no ocasiona el menor disgusto,
-discurre bien cuando se le incita a discurrir, calla cuando debe
-callar, obedece siempre, trabaja sin descanso, y no obstante... no sé,
-no sé... Láinez dice que su inteligencia se aplana poco a poco.</p>
-
-<p>—No lo creo yo así.</p>
-
-<p>—La Facultad sabrá lo que afirma. Si ese síntoma crece, llegará a un
-estado de imbecilidad... Lo dice Láinez... ¿Ha notado usted indicios de
-aplanamiento cerebral?</p>
-
-<p>—Ninguno.</p>
-
-<p>—¿Dificultad en coordinar las ideas, lentitud para
-expresarlas?...</p>
-
-<p>—No señor...</p>
-
-<p>—¿Habla usted con él a menudo?</p>
-
-<p>—Muy poco.</p>
-
-<p>—Pues conviene tantear esa inteligencia, presentándole temas
-difíciles por vía de ejercicio. Así se verá si hay vigor o flaqueza en
-sus facultades. Yo empleé este procedimiento no ha mucho con un primo
-mío, que dio en padecer disturbios de la mente, y el resultado fue
-desastroso.</p>
-
-<p>—Pues en este caso, me figuro que será lisonjero. Haga usted la
-prueba.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_325">p. 325</span>—Que sí, que sí.
-Mándemele allá mañana.</p>
-
-<p>—Irá; pero... Si usted me lo permite... —dijo la de Halma,
-súbitamente asaltada de una idea.</p>
-
-<p>—¿Qué?</p>
-
-<p>—Antes de mandarle allá, haré yo un pequeño examen.</p>
-
-<p>—Corriente. Y luego me toca a mí, que he de ser duro, examinador
-implacable. Mire usted: le propondré, para que me los desarrolle, los
-puntos más difíciles de las Summas y de las...</p>
-
-<p>—¡Pobrecillo! No tanto...</p>
-
-<p>—Como no es más que una prueba, pronto se conoce si su inteligencia
-declina.</p>
-
-<p>—Y aunque declinase un poco, por causa de la edad, de los disgustos,
-su razón puede conservarse sin ningún extravío, y siendo así, debiera
-el Superior devolverle las licencias.</p>
-
-<p>—Lo veremos. No digo que no... Señora mía, adiós.</p>
-
-<p>—Don Remigio, muchas gracias por todo. ¿No quiere tomar nada?</p>
-
-<p>—¡Oh, gracias! Fuera de mis horas, ya sabe que no...</p>
-
-<p>—¿Ni chocolate?</p>
-
-<p>—¡Oh! ¡golosinas de viejos! Señora, somos de la hornada moderna, de
-la Facultad de Derecho... Adiós, que es tarde. Descansar.</p>
-
-<p>—Hasta cuando usted quiera, señor cura.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChV_6">
- <p><span class="pagenum" id="Page_326">p. 326</span></p>
- <h3>VI</h3>
-</div>
-
-<p>Rezaron, cenaron. Al dar la señora la orden para los trabajos del
-día siguiente, dijo al buen don Nazario:</p>
-
-<p>—Padre, mañana no va usted al monte, ni al prado, ni a la huerta, ni
-quiero que ande moviendo piedras, ni cortando troncos.</p>
-
-<p>—¿Pues qué haré, señora?</p>
-
-<p>—Mañana descansa el cuerpo, y trabajará usted con la
-inteligencia.</p>
-
-<p>—¿Tengo que ir a San Agustín?</p>
-
-<p>—No señor. ¡Buena le espera allá con las <i>Summas</i>...!</p>
-
-<p>—Entonces...</p>
-
-<p>—De nueve a diez, a la hora en que concluyo mis tareas de la mañana,
-le espero a usted arriba, en el cuarto de la costura, que es por ahora
-nuestra sala capitular.</p>
-
-<p>—Está bien.</p>
-
-<p>Amaneció Dios, y Nazarín, despachada la obligación de sus oraciones
-matutinas, se limpió y acicaló muy bien, vistiéndose con las ropas
-de cura que le había dado don Remigio. Decía él, distinguiendo
-cuerdamente entre cosas y cosas, que si en medio del pueblo, y haciendo
-vida errante, no se cuidaba para nada de la prestancia personal,
-al presentarse en el aposento de una tan principal y santa señora,
-llamado ex<span class="pagenum" id="Page_327">p. 327</span>presamente
-por ella, debía revestirse de la forma más decorosa, sin salir de su
-habitual sencillez. A las nueve y media en punto, ya se hallaba en el
-lugar de la cita. Díjole su discípula que se esperase, pues la señora
-no tardaría en subir, y a los pocos minutos entró doña Catalina. Esta,
-con gran sorpresa de Beatriz, ordenó a esta que se quedara. Sentáronse
-los tres. Pausa, y alguna tosecilla. Rompió Halma el silencio
-diciendo:</p>
-
-<p>—Padre Nazarín, le llamo para que me dé su opinión sobre cosas
-muy graves que ocurren... no, que amenazan a nuestra pobre Pedralba.
-Apenas hemos nacido, y ya parece que estamos amenazados de muerte. No
-encuentro la solución de este conflicto en que me veo; mi inteligencia
-es muy corta; necesita ayuda, luces de otras inteligencias más claras
-que la mía. Me hace falta el consejo de usted.</p>
-
-<p>—Honor inmenso es para mí, señora Condesa —replicó el peregrino con
-voz grave, permaneciendo en una inmovilidad de estatua—. Yo estimo su
-confianza, y corresponderé a ella diciéndole lo que tenga por acertado,
-justo y bueno, conforme a la santa ley de Dios. En este caso, como en
-todos, de mis labios no sale más que la verdad, la verdad, tal como en
-mí la siento.</p>
-
-<p>—¿Adivina usted sobre qué quiero consultarle?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_328">p. 328</span>—Sí señora. No es
-adivinación. He oído algo.</p>
-
-<p>—Un conflicto tremendo.</p>
-
-<p>—Para mí no lo es.</p>
-
-<p>Tanta seguridad desconcertó a la señora, y francamente, también hubo
-de inquietarla un poco el que Nazarín, al verse consultado por ella, no
-rompiese con un exordio de modestia, llamándose indigno, y protestando,
-como es de rigor en casos tales, de su incapacidad, etc...</p>
-
-<p>—¿Que no es un conflicto tremendo?</p>
-
-<p>—Digo que no lo tengo yo por tal.</p>
-
-<p>—Y hace dos días que pido en vano al Señor y a la Virgen Santísima
-que me iluminen para resolverlo.</p>
-
-<p>—Y la han iluminado a usted —dijo don Nazario, con un aplomo que
-desconcertó más a la Condesa—. Y le han dicho: «En tu conciencia, en tu
-corazón, tienes la clave de esto que llamas conflicto y no lo es.» ¡Si
-está resuelto! ¡Si es claro como la luz! Perdóneme usted, señora, si le
-hablo con una firmeza que podrá creer arrogante y hasta irrespetuosa.
-Es que cuando creo poseer la verdad en asunto grande o chico, no puedo
-menos de decirla, para que la oiga y se entere bien aquel que de ella
-necesita. Si usted no ha visto aún esa verdad, conviene que yo se la
-ponga delante de los ojos. Ahí va: ¡Expulsar a José Antonio! Nunca.
-¡Suplicarle que se retire! Tampoco. Es una crueldad, una fla<span
-class="pagenum" id="Page_329">p. 329</span>queza, un pecado de barbarie
-casi homicida, que Dios castigará, descargando sobre Pedralba su mano
-justiciera.</p>
-
-<p>—Si yo no quiero que salga, no, no —dijo Catalina, desconcertada
-ante la energía que no esperaba sin duda en hombre tan manso.</p>
-
-<p>—Que no salga, no —repitió en voz queda la nazarista, que sentada en
-una silla baja al otro extremo de la estancia, oía y callaba.</p>
-
-<p>—Bueno: pues no sale —prosiguió Halma—. Verdaderamente, sería
-injusto. El infeliz se porta bien, es otro hombre. Pero sigo viendo
-mi conflicto, señor don Nazario, porque al retener a José Antonio,
-contrarío los deseos de personas respetabilísimas, cuyo enojo podría
-ser funesto a Pedralba. La benevolencia de esas personas, que casi casi
-son instituciones para mí, nos es necesaria. Veo difícil que podamos
-vivir teniéndolas en contra.</p>
-
-<p>—La señora puede llevar adelante su empresa caritativa con
-respecto a nuestro buen Urrea, sin que las personas que considera
-como instituciones, tengan que intervenir para nada en los asuntos de
-Pedralba.</p>
-
-<p>—¿Pero cómo puede ser eso?</p>
-
-<p>—No hay nada más sencillo, y es muy extraño que usted no lo vea.</p>
-
-<p>—Lo que extraño mucho —dijo Halma, inquieta y nerviosa—, es el
-desahogo con que me<span class="pagenum" id="Page_330">p. 330</span>
-niega la existencia del conflicto, sin añadir razones para que yo vea
-fácil y hacedero lo que hoy tengo por difícil, si no imposible. Espero
-de usted luces más claras para convencerme de que el consejo que me
-da no es una vana fórmula. ¿Cree usted que puedo indisponerme con don
-Remigio?</p>
-
-<p>—No señora: don Remigio es nuestro inmediato jefe espiritual, y le
-debemos acatamiento y sumisión. No diré yo palabra ofensiva contra él,
-le respeto mucho; estoy bajo su autoridad, que es paternal y dulce.
-Los demás me importan menos... pero, en fin, a todos les respeto,
-y cuando he dicho que el conflicto se resolvería fácilmente, no he
-querido decir que para ello tuviera la señora que malquistarse con tan
-dignas personas. Al contrario, puede seguir con ellas en relaciones
-cordialísimas.</p>
-
-<p>—Don Nazario —dijo la Condesa, no ya nerviosa, sino sofocada,
-levantándose—, yo no le entiendo a usted.</p>
-
-<p>Parecía natural que al ver en la gobernadora de Pedralba aquel
-movimiento de impaciencia, Nazarín se aturrullara, y pidiera perdón,
-dando por terminado el consejo. Levantose también respetuoso, y con
-muchísima flema, y tocando suavemente el hombro de la Condesa, le
-dijo:</p>
-
-<p>—Tenga usted calma. No hemos concluido.</p>
-
-<p>Pausa. Sentados ambos de nuevo, sonaron<span class="pagenum"
-id="Page_331">p. 331</span> otra vez las tosecillas, y Nazarín
-prosiguió en esta forma:</p>
-
-<p>—Estoy seguro, segurísimo de que ha de entenderme pronto. Usted
-dice para sí: «¿Pero este es el hombre que andaba por los caminos,
-errante, descalzo, viviendo de limosna, practicando la ley de pobreza
-dada por Jesucristo? ¿Y es el mismo que ahora se llega a mí, y con
-dureza me habla, y me dice <i>siéntate</i>, como se le diría a un
-chiquillo de nuestra escuela?...» Pues soy el mismo, señora. De limosna
-viví, de limosna vivo. Soy como los pájaros que libres cantan, y
-enjaulados también... El medio en que se vive... y se canta... algo
-ha de significar. Antes cantaba yo para los pobres, y era como ellos,
-pobre y humilde; ahora canto para los ricos, y he de hacerlo en tonos
-diferentes. Pero en este caso, como en el otro, teniendo que decir una
-verdad que creo útil a las almas, no están de más las formas austeras.
-Lo mismo hacía entonces: que lo diga ésa. Cierto que usted es persona
-grande y de notoria virtud; pero como ahora se halla en el caso de
-tomar resoluciones graves, yo, su consejero en este momento, tengo que
-revestirme de autoridad, de la misma autoridad que hube de emplear ante
-la pobre mujer ignorante y pecadora.</p>
-
-<p>—Me trata usted, pues —dijo la Condesa, en el colmo de la
-confusión—, como a pecadora...</p>
-
-<p>—Ya sé que no; ya sé que es usted persona<span class="pagenum"
-id="Page_332">p. 332</span> virtuosísima; pero podría dejar de
-serlo, si con tiempo no determinara variar de ideas sobre puntos muy
-fundamentales. Necesita usted modificar radicalmente su sistema de
-practicar la caridad, y su sistema de vida. Si así no lo hiciere,
-podría perder el reposo, y con el reposo... hasta la misma virtud.</p>
-
-<p>—No le entiendo a usted, no sé lo que quiere decirme —replicó Halma,
-no ya inquieta, sino acongojada por los estupendos y no esperados
-conceptos que el mendigo errante se permitía expresar—. Quiere decir
-tal vez que no he sabido dar a mis proyectos de vida cristiana la forma
-más aceptable.</p>
-
-<p>—No señora, no ha sabido usted.</p>
-
-<p>—¿Lo dice de veras?</p>
-
-<p>—Como digo que desde hace bastante tiempo la señora vive en una
-equivocación lastimosa... pero desde hace mucho tiempo. No vaya a creer
-que me duele pronunciar ante usted la verdad de lo que siento. Al
-contrario, señora, gozo en manifestarla, y la manifestaría aunque viera
-que usted no la oía con gusto.</p>
-
-<p>—Le aseguro a usted que, en verdad... no me sabe muy bien lo que me
-dice... Según eso, el camino que emprendo no es el mejor...</p>
-
-<p>—Es buen camino, y por él se puede llegar a la perfección. Pero
-usted no llegará, no señora.</p>
-
-<p>—¿Por qué?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_333">p. 333</span>—Porque no...
-porque su camino es otro... y ahí está la equivocación. Y yo llego a
-tiempo para decirle: «Señora Condesa, su camino de usted no es ese,
-sino aquel.»</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChV_7">
- <h3>VII</h3>
-</div>
-
-<p>Perpleja y aturdida oyó Catalina estas palabras, que a su parecer,
-en las impresiones de aquel instante, desentonaban horriblemente. Creyó
-escuchar una voz de muy lejos venida, y Nazarín se desfiguraba en su
-imaginación, inspirándole miedo. Presumiendo que aún le faltaban por
-decir cosas más desentonadas y peregrinas, se arrepentía de haberle
-pedido consejo, y deseaba terminar el capítulo lo más pronto posible.
-Beatriz, inquieta, no apartaba los ojos de la señora, cuyo azoramiento
-leía en su expresivo semblante, y no pudiendo dudar de la inteligencia
-y sinceridad del maestro, esperaba que este explanara sus verdades,
-para que la ilustre fundadora desarrugase el ceño.</p>
-
-<p>—El camino de la señora Condesa no es este, sino aquel —repitió
-Nazarín—, y ahora verá qué pronto se lo hago comprender. Lo primero: la
-idea de dar a Pedralba una organización pública, semejante a la de los
-institutos religiosos y caritativos que hoy existen, es un grandísimo
-disparate.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_334">p. 334</span>—Entonces, ¿qué
-organización debí dar...?</p>
-
-<p>—Ninguna.</p>
-
-<p>—¡Ninguna! ¿De modo que, según usted, el mejor sistema...?</p>
-
-<p>—Es la negación de todo sistema, en el caso concreto de Pedralba, y
-de usted.</p>
-
-<p>—¿Y cómo ha de entenderse esa organización... negativa?</p>
-
-<p>—De una manera muy sencilla, y que no es la desorganización ni mucho
-menos. Lo mismo que usted intenta hacer aquí en servicio de Dios y de
-la humanidad desvalida, puede hacerlo, y lo hará mejor, estableciéndose
-en una forma de absoluta libertad, de modo que ni la Iglesia, ni el
-Estado, ni la familia de Feramor, puedan intervenir en sus asuntos, ni
-pedirle cuentas de sus acciones.</p>
-
-<p>—Pues si usted me da la clave de esa organización desorganizada
-y libre —dijo la Condesa irónicamente—, le declararé la primera
-inteligencia del mundo.</p>
-
-<p>—No soy la primera inteligencia del mundo; pero Dios quiere que en
-esta ocasión pueda yo manifestar verdades que avasallen y cautiven
-su grande entendimiento, permitiéndole realizar los fines que se
-propone. No ha comprendido usted el concepto de libertad que me
-permití expresarle. Harto sabemos que toda libertad trae aparejada
-una esclavitud. Ahora es usted<span class="pagenum" id="Page_335">p.
-335</span> esclava de la sociedad. Emancipándose de esta, cambiará la
-forma de su libertad y también la de su cadena...</p>
-
-<p>—Señor Nazarín —dijo Halma levantándose segunda vez—, o usted se
-burla de mí, o...</p>
-
-<p>—Déjeme seguir. Tenga paciencia. Hágame el favor de sentarse y
-de oírme lo que aún me resta por decirle. Después, usted sigue mi
-consejo, o lo desecha, según su albedrío. ¿En qué estaba usted pensando
-al constituir en Pedralba un organismo semejante a los organismos
-sociales que vemos por ahí, desvencijados, máquinas gastadas y viejas
-que no funcionan bien? ¿A qué conduce eso de que su ínsula sea, no
-la ínsula de usted, sino una provincia de la ínsula total? Desde el
-momento en que la señora se pone de acuerdo con las autoridades civil
-y eclesiástica para la admisión de estos o los otros desvalidos,
-da derecho a las tales autoridades para que intervengan, vigilen y
-pretendan gobernar aquí como en todas partes. En cuanto usted se mueve,
-viene la Iglesia, y dice: «¡alto!», y viene el intruso Estado, y dice:
-«¡alto!» Una y otro quieren inspeccionar. La tutela le quitará a usted
-toda iniciativa. ¡Cuánto más sencillo y más práctico, señora de mi
-alma, es que no funde cosa alguna, que prescinda de toda constitución
-y reglamentos, y se constituya en familia, nada más que en familia,
-en señora y reina de su casa<span class="pagenum" id="Page_336">p.
-336</span> particular! Dentro de las fronteras de su casa libre, podrá
-usted amparar a los pobres que quiera, sentarles a su mesa, y proceder
-como le inspiren su espíritu de caridad y su amor del bien.</p>
-
-<p>La Condesa, al fin, callaba, y oía con profunda atención.</p>
-
-<p>—Y dicha esta verdad —prosiguió Nazarín—, voy a expresar otra, pues
-no es una sola la que ha de guiar a usted por el buen camino: son dos,
-o quizá tres, y puesto yo a decirlas, no he de pararme en barras, ni
-inquietarme porque usted se incomode o no se incomode. Aunque supiera
-yo que sería despedido de su ínsula, donde estoy muy a gusto, yo no
-había de callarme las verdades que aún restan por decir. Vamos allá. La
-señora Condesa es joven, y en su vida relativamente corta, ha padecido
-más que otros en una vida larga; en breve tiempo soportó, sí, grandes
-tribulaciones y trabajos. Vio su juventud marchita tempranamente por
-las desavenencias con su familia; vio morir en lejanas tierras al
-esposo que adoraba; sufrió después contratiempos, desvíos, amarguras...
-Su alma, hastiada de las cosas terrenas, volvióse a Dios; aspiró a ser
-suya por entero, entendió que debía consagrar el resto de sus días a la
-mortificación, al ascetismo, a la caridad... Perfectamente. Todo esto
-es muy bueno, y yo alabo esas<span class="pagenum" id="Page_337">p.
-337</span> aspiraciones, que demuestran la grandeza de su espíritu.
-Pero he de decirle sin rebozo que en ellas veo un error grave, señora,
-porque la santidad con que viene soñando desde que perdió a su esposo,
-no ha de alcanzarla usted por esos medios. El ardor de vida mística
-no lo tiene usted más que en su imaginación, y esto no basta, señora
-Condesa, porque sería usted una mística soñadora o imaginativa, no una
-santa como pretende, y como todos queremos que sea.</p>
-
-<p>Halma quiso decir algo, pero no pudo: se le trababa la lengua.</p>
-
-<p>—Llegará día, si no toma la señora otro rumbo, en que todo ese
-misticismo se le convierta en un nido de pasiones, que podrían ser
-buenas, y también podrían ser malas. Déjese de aspirar a la santidad
-por ese camino, y apresúrese a seguir el que voy a proponerle. ¿Quién
-le aconsejó a usted que renunciase a todo afecto mundano, y que se
-consagrara al afecto ideal, al afecto puro de las cosas divinas? Sin
-duda fue el benditísimo don Manuel Flórez, hombre muy bueno, pero que
-vivía en las rutinas, y andaba siempre por los caminos trillados. El
-vértigo social, en medio del cual vivió siempre nuestro simpático
-don Manuel, no le permitía ver bien las complexiones humanas, ni
-la fisonomía peculiar de cada alma, ni los caracteres, ni los
-temperamentos. Yo he tenido la suerte de verlo<span class="pagenum"
-id="Page_338">p. 338</span> más claro, aunque tarde, a tiempo, sin
-duda porque el Señor me iluminó para que sacara a usted del pantano
-en que se ha metido. No, la vida ascética, solitaria, consagrada a la
-meditación y a la abstinencia no es para usted. La señora de Pedralba
-necesita actividad, quehaceres, trabajo, movimiento, afectos, vida
-humana, en fin, y en ella puede llegar, si no a la perfección, porque
-la perfección nos está vedada, a una suma tal de méritos y virtudes,
-que no haya en la tierra quien la supere, y sea usted el recreo del
-Dios que la ha criado.</p>
-
-<p>Doña Catalina, sofocada, echaba fuego de sus mejillas.</p>
-
-<p>—Nada conseguirá usted por lo espiritual puro; todo lo tendrá usted
-por lo humano. Y no hay que despreciar lo humano, señora mía, porque
-despreciaríamos la obra de Dios, que si ha hecho nuestros corazones,
-también es autor de nuestros nervios y nuestra sangre. Se lo dice a
-usted un hombre que no conoce ni la adulación ni el miedo. Nada soy,
-y si alguna vez no fuera órgano de la verdad, de poco valdría mi
-existencia. A los pobres les digo que sufran y esperen, a los ricos
-que amparen al pobre, a los malos que vuelvan a Dios por la vía del
-arrepentimiento, a los buenos que vivan santamente, dentro de las leyes
-divinas y humanas. Y a usted que es buena, y noble, y virtuosa, le
-digo<span class="pagenum" id="Page_339">p. 339</span> que no busque la
-perfección en el espiritualismo solitario, porque no la encontrará, que
-su vida necesita del apoyo de otra vida para no tambalearse, para andar
-siempre bien derecha.</p>
-
-<p>Catalina de Halma, al oír aquello del <i>apoyo</i> de otra vida,
-sintió que se le erizaba el cabello. Nazarín se levantó; ella también,
-los ojos espantados, el rostro encendido.</p>
-
-<p>—Lo que usted quiere decirme —murmuró contrayendo los dedos, cual si
-quisiera hacer de ellos afilada garra—, lo que usted me propone es...
-¡que me case!</p>
-
-<p>—Sí señora, eso mismo: que se case usted.</p>
-
-<p>Lanzó la Condesa un grito gutural, y llevándose la mano al corazón,
-como para contener un estallido, cayó al suelo atacada de fieras
-convulsiones.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChV_8">
- <h3>VIII</h3>
-</div>
-
-<p>Corrió Beatriz en su auxilio, la cogió en brazos. Nazarín la miraba
-impasible. En su desmayo, entre frases ininteligibles, doña Catalina
-pronunció con claridad la siguiente:</p>
-
-<p>—Está loco, y quiere volverme loca a mí.</p>
-
-<p>Salió Nazarín de la sala capitular, donde Beatriz, con el auxilio de
-Aquilina que acudió prontamente, trataba de volver a su normal estado
-a la ilustre señora. Bastó con desabrocharle el justillo y mojarle las
-sienes con agua fría,<span class="pagenum" id="Page_340">p. 340</span>
-para que Halma se restableciera, y quedándose sola otra vez con la
-nazarista, pasó más de un cuarto de hora sin que ninguna de las dos
-dijese palabra, ni en pro ni en contra del singularísimo consejo del
-apóstol mendigo.</p>
-
-<p>Catalina, poseída de una intensa languidez, fue la que primero
-rompió el grave silencio, con esta pregunta:</p>
-
-<p>—Y cuando yo perdí el sentido, ¿no dijo algo más?</p>
-
-<p>—No señora. Nada más.</p>
-
-<p>—¿No dijo la tercera verdad... que debo casarme con José Antonio?</p>
-
-<p>—No le oí tal cosa.</p>
-
-<p>Quedose Halma como aletargada en el sofá, y cuando Beatriz la creía
-dormida, he aquí que se incorpora la dama, muy nerviosa, y con gran
-inquietud de lengua y manos, atropelladamente dice:</p>
-
-<p>—Beatriz, ese hombre es el santo, ese hombre es el justo, el
-misionero de la verdad, el emisario del Verbo Divino. Su voz me trae la
-voluntad de Dios, y ante ella me prosterno. Esa idea de que yo me case,
-me andaba rondando el alma, sin atreverse a entrar en ella, porque yo
-la tenía ocupada por mil artificios de mi vanidad de santa imaginativa,
-y de mística visionaria... Me ha dicho la gran verdad, que ha tardado
-en posesionarse de mi espíritu, entontecido con las ideas rutinarias
-que estoy metiendo y ataru<span class="pagenum" id="Page_341">p.
-341</span>gando en él desde hace algún tiempo. ¿Dónde está tu maestro?
-Quiero verle. Quiero que me hable otra vez, y que me confirme lo que
-antes rae dijo.</p>
-
-<p>Salieron las dos.</p>
-
-<p>—Allá está —indicó Beatriz, después de explorar por una ventana las
-soledades de Pedralba—. Está paseándose debajo del moral.</p>
-
-<p>Corrieron allá, y arrodillándose ante él, Halma le dijo:</p>
-
-<p>—Padre, verdad tan grande y clara jamás oí. Usted me ha revelado
-a mí misma. Yo era como el gusano que se encierra en el capullo que
-labra. Usted me ha sacado de mi propia envoltura. Un sentimiento
-existía en mí, de que apenas yo misma me daba cuenta: tan agazapadito
-estaba el pobre en un rincón de mi alma. La voz del padrito le ha hecho
-saltar, y se ha crecido el pícaro en un instante... ¡Oh, qué verdades
-me ha dicho esa inteligencia soberana! Sola, en vano pediría savia y
-calor al misticismo. Acompañada, tendré quien me defienda, quien me
-ayude, seremos dos en uno para proseguir la santa obra. No fundo nada,
-no quiero comunidad legal constituida con mil formulillas, que serían
-otras tantas brechas para que se metieran a inspeccionar mis acciones
-el cura y el médico y el administrador. Mi ínsula no es, no debe ser
-una institución, a imagen y semejanza del Estado. Sea mi ínsula una
-casa, una familia. Mi<span class="pagenum" id="Page_342">p. 342</span>
-marido y yo mandamos y disponemos en ella, con libre voluntad, conforme
-a la ley de Dios.</p>
-
-<p>—Mírele, mírele —dijo Nazarín señalando a un punto lejano, en que se
-veía una pareja de bueyes, y un gañán tras ella—. Allí está el hombre,
-el corazón grande y hermoso, el ser que usted, con su caridad, mal
-comprendida por el bendito Flórez, y renegada por su hermano, sacó de
-la miseria y de la abyección. Le he sondeado. He visto su alma delante
-de mí, clara y patente. Es un buen hombre, y será un excelente señor de
-Pedralba.</p>
-
-<p>—Y le bendeciremos a usted, padre, el santo, el justo, el que todo
-lo ve y todo lo descubre.</p>
-
-<p>—No soy nada de eso —replicó el curita manchego, resistiéndose a que
-Halma le besase las manos, y obligándola a levantarse—. ¡La señora de
-rodillas ante mí! ¡No faltaba más! Yo no soy ni santo ni justo, señora
-mía, sino un pobre hombre que, por favor de Dios, ha sabido ver lo que
-nadie había visto: que la señora de Pedralba quiere a su primo, que le
-quiere con amor, quizás desde que se llegó a ella, hecho un perdido,
-con ánimo de pedirle una limosna.</p>
-
-<p>—Es verdad, es verdad... ¡Y yo pensé alejarle de mí! ¡Qué desvarío!
-Llegué a creer que la sequedad del alma era el primer peldaño para
-subir a esas santidades que soñé... Estaba yo con mi santidad como
-chiquilla con zapatos nuevos.<span class="pagenum" id="Page_343">p.
-343</span> ¡Y el pobre José Antonio abrasado en un afecto hacia mí,
-que yo interpretaba como agradecimiento muy vivo! Ya sospechaba yo que
-sería algo más; pero tal era mi torpeza que, al ver aquel sentimiento,
-le echaba tierra encima, todo el material inerte que sacaba del hoyo
-místico en que enterrarme quería.</p>
-
-<p>—Y ahora, señora Condesa, ahora que las grandes verdades han salido,
-con la ayuda de la luz de Dios, de la obscuridad en que se escondían,
-váyase a la casa, dedíquese a sus ocupaciones habituales, y déjeme a
-mí el cuidado de informar a Urrea de esta felicidad, pues si no se
-la comunico con arte gradual, podría ser que el gozo repentino le
-produjera conmoción demasiado fuerte y peligrosa.</p>
-
-<p>No tardó Halma en obedecerle, y allá se fue con Beatriz a sus
-trajines domésticos, que aquel día le parecieron más gratos que nunca.
-Y el manchego tomó pasito a paso el sendero que conducía a la tierra
-que el noble Urrea estaba labrando. Hízole el bravo gañán, al verle
-llegar, un gallardo saludo, levantando repetidas veces la aijada,
-y cuando le tuvo a tiro de palabra, no se atrevió a preguntarle,
-tal miedo tenía, lo que con tanto ardor anhelaba saber. Parados
-los bueyes, Urrea se quedó como una estatua. Los pies en el barro,
-la mano izquierda en la esteva, empuñando con la derecha la<span
-class="pagenum" id="Page_344">p. 344</span> aijada, era una hermosa
-representación de la Agricultura, labrada en <i>terracotta</i>.</p>
-
-<p>—Hijo mío —le dijo Nazarín—, no sé si las noticias que te traigo
-serán satisfactorias para ti. No te alegres antes de tiempo.</p>
-
-<p>José Antonio palideció.</p>
-
-<p>—Hijo mío, si no fueras tan bruto, comprenderías que las noticias
-que te traigo son medianas, tirando a buenas.</p>
-
-<p>El rostro del gañán se enrojeció.</p>
-
-<p>—La señora Condesa no quiere que te vayas de Pedralba. Pero...</p>
-
-<p>—¿Pero qué?</p>
-
-<p>—Pero... ello es que no encontraba la manera de retenerte. Al fin,
-yo le he dado una formulilla o receta para resolver el conflicto, y
-evitar las intrusiones probables de don Remigio, de Láinez y Amador. Se
-cambiará radicalmente el régimen de Pedralba. ¿Te vas enterando?</p>
-
-<p>—No entiendo nada.</p>
-
-<p>—Porque eres muy torpe. Nada, hijo, que he convencido a la señora
-Condesa... ¿te lo digo? de que debe rematar la gran obra de tu
-corrección, ¿te lo digo?... haciéndote su esposo. ¿No lo crees?</p>
-
-<p>Urrea blandió la aijada, y tal movimiento le imprimió en la
-convulsión de su gozosa sorpresa, que Nazarín hubiera podido creer que
-le atravesaba de parte a parte.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_345">p. 345</span>—Calma, hijo, no
-hagas locuras. Las cosas van por donde deben ir. Da gracias a Dios
-por haber iluminado a tu prima. Al fin comprende que debe llevarse la
-corriente de la vida por su cauce natural. Su determinación resuelve de
-un modo naturalísimo todas las dificultades que en el gobierno de esta
-ínsula surgieron. Los señores de Pedralba no fundan nada; viven en su
-casa y hacen todo el bien que pueden. ¡Ya ves cuán fácil y sencillo!
-Para discurrir esto no se necesita la intervención del Espíritu
-Santo. Y sin embargo, la gran inteligencia de la señora Condesa de
-Halma, deslumbrada por sus propios resplandores, no veía esta verdad
-elemental. Dios ha querido que yo, un pobre clérigo vagabundo, predique
-el sentido común a los entendimientos atrevidos, a las almas demasiado
-ambiciosas.</p>
-
-<p>José Antonio dio un abrazo a Nazarín, y no pudo expresar su alegría
-sino con frases entrecortadas:</p>
-
-<p>—Yo también, yo también... vi claro... no podía decirlo... a mí
-propio no decírmelo... Temía disparate... ¡Y no lo era, Cristo, no lo
-era! La suma ciencia parece locura; la verdad de Dios... sinrazón de
-los hombres.</p>
-
-<p>—Ahora, hijo mío, continúa en tu trabajito, como si nada hubiera
-pasado. Sigue arando, arando, que esto entretiene, y al propio tiempo
-que abres la tierra, das gracias a Dios por la<span class="pagenum"
-id="Page_346">p. 346</span> merced que acaba de hacerte. Este bien tan
-grande y hermoso no lo mereces tú.</p>
-
-<p>—No lo merezco, no —dijo Urrea con emoción—. Mucho he padecido en
-este mundo. Pero aunque mis tormentos hubieran sido un millón de veces
-mayores, no está en la proporción de ellos esta inmensa alegría.</p>
-
-<p>—Trabaja, hijo, trabaja. Y otra cosa te encargo. No vayas al
-castillo hasta la noche... porque supongo que te traerán aquí la
-comida.</p>
-
-<p>—Así lo creo.</p>
-
-<p>—No muestres impaciencia, no te descompongas, ni cuando veas a tu
-prima esta noche, a la hora de la cena, hagas figuras ni desplantes.
-Tú... calladito hasta que ella te hable. Y cuando se digne exponerte
-su pensamiento, tú le das las gracias en forma reposada y noble,
-prometiendo consagrarle tu vida y tu ser todo, y haciéndole ver que
-no te crees merecedor de la inaudita felicidad que te depara... Anda,
-hijo, a tus bueyes, y hasta la noche... Con ese surco escribes en la
-tierra tu gratitud. Ama la tierra, que a todos nos da sustento, y nos
-enseña tantas cosas, entre ellas una muy difícil de aprender. ¿A que no
-sabes lo que es? Esperar, hijo, esperar. La tierra guarda la sazón de
-las cosas, y nos la da... cuando debe dárnosla.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChV_9">
- <p><span class="pagenum" id="Page_347">p. 347</span></p>
- <h3>IX</h3>
-</div>
-
-<p>Lo que platicaron aquella noche, después de cenar, la gobernadora
-de la ínsula y el futuro señor de Pedralba, no consta en los papeles
-del archivo nazarista, de donde todos los materiales para componer
-la presente historia han sido escrupulosamente sacados. Sin duda,
-después de dar cuenta de la grave resolución matrimonial de la santa
-Condesa, no creyeron los cronistas del nazarismo que debían extenderse
-a mayores desarrollos historiales de tan considerable suceso, o
-conceptuaron vacías de todo interés religioso y social las sentidas
-palabras con que aquellas dos personas hicieron confirmación solemne
-de su propósito matrimonesco. Lo único que se encuentra pertinente al
-caso es la noticia de que José Antonio de Urrea se preparó aquella
-misma noche para partir a Madrid a la mañanita siguiente. Y otro papel
-nazarista corrobora que, en efecto, partió a caballo al romper el día,
-y que Halma salió a despedirle, y a desearle un buen viaje, agregando
-algunas advertencias que se le habían olvidado en su coloquio de la
-noche anterior. Es un hecho incontrovertible, del cual darán fe, si
-preciso fuere, testigos presenciales, que ya montado en la jaca el
-presunto gobernador de la ínsula, y cuando estre<span class="pagenum"
-id="Page_348">p. 348</span>chaba la mano de la Condesa, pronunció estas
-palabras:</p>
-
-<p>—No llevo más que un resquemor: que nuestro don Remigio, que de
-seguro tocará el cielo con las manos al ver que no le cae la breva
-de la Rectoría de Pedralba, ha de fastidiarnos con dilaciones, y
-quizás con entorpecimientos graves. No he cesado de cavilar sobre ello
-esta noche, y al fin, querida prima, lo que saco en limpio es que
-necesitamos comprar su voluntad.</p>
-
-<p>—¡Comprarle...! ¡Cómo...! ¿Qué quieres decir?</p>
-
-<p>—Ya verás. No me vengo de Madrid sin traerme su nombramiento para
-una de las parroquias de allá. Es su sueño, su ambición, y si yo logro
-satisfacerla, el hombre es nuestro ahora y siempre. He pensado que
-nadie puede ayudarme en esta pretensión como Severiano Rodríguez, el
-cual es, ya lo sabes, íntimo amigo del Obispo. Y, como Severiano y
-tu hermano Feramor tuvieron una formidable agarrada en el Senado, y
-ahora están a matar, espero que me apoye con interés, con ardor de
-sectario. Basta para ello hacerle comprender que el parlamentario y
-economista inglés ha de ver con malos ojos lo que a nosotros nos agrada
-y favorece. Créelo, araré la tierra de allá, como he arado la de aquí,
-por ganarnos la benevolencia del curita de San Agustín, que es quien ha
-de echarnos las bendiciones. Déjame a mí, que ya<span class="pagenum"
-id="Page_349">p. 349</span> sabré arreglarlo..., mi palabra. Ya me río
-al pensar en el tumulto que ha de armarse cuando yo suelte la noticia.
-Será como echar una bomba; de aquí oirás el estallido, y te reirás,
-mientras allá me río yo, hasta que venga el día feliz en que nos riamos
-juntos... Adiós, adiós, que es tarde.</p>
-
-<p>El primer día de la ausencia de Urrea, la Condesa, en largo y
-afectuoso conciliábulo que celebró con Nazarín, según consta en
-documentos de indubitable autenticidad, indicó al apóstol cuán justo
-y humano sería darle de alta, declarándole en el pleno goce de sus
-facultades intelectuales. Si ella hubiera de decidirlo, no había duda,
-¿pues qué prueba más clara del perfecto estado cerebral de don Nazario,
-que su incomparable consejo y dictamen en el asunto que Halma sometió
-días antes a su criterio?</p>
-
-<p>A lo que respondió serenamente el peregrino que, hallándose sujeto
-a observación por el Superior jerárquico, solo este podía resolver si
-debía o no ser reintegrado en sus funciones sacerdotales. Cierto que
-un buen informe de la señora Condesa, a quien la Iglesia confiara la
-custodia del supuesto demente, sería de gran peso y autoridad; pero a
-juicio del interesado, este informe no sería eficaz si no iba precedido
-de una explícita manifestación de su Superior inmediato, el cura de San
-Agustín. Añadió el<span class="pagenum" id="Page_350">p. 350</span>
-apóstol que su mayor gozo sería que le devolviesen las licencias para
-poder celebrar el Santo Sacrificio, y si se le concedía la libertad, se
-trasladaría sin pérdida de tiempo a Alcalá de Henares, donde sus caros
-feligreses, el <i>Sacrílego</i> y Ándara, sufrían el rigor de la ley.
-Por lo demás, su paciencia no se agotaba nunca, y esperaría tranquilo,
-decidido a no disfrutar la anhelada libertad, mientras quien debía
-dársela no se la diera.</p>
-
-<p>Con don Remigio habló también la Condesa de este asunto, no
-obteniendo de él más que vagas promesas de estudiarlo, sometiéndolo
-además al criterio facultativo de Láinez. También dio cuenta al cura
-y al médico de su proyectado casamiento, y no hay lengua humana
-que describir pueda la sorpresa, el estupor de aquellas dignísimas
-personas, y del vecino propietario de la Alberca. Don Remigio no paró,
-en todo el viaje de Pedralba a San Agustín, de hacerse cruces sobre
-boca, cara y pechos.</p>
-
-<p>Cinco días estuvo José Antonio en Madrid, regresando en la mañana
-del sexto, gozoso y triunfante, pues se traía bien despachado todo el
-papelorio que la celebración del casamiento exigía. Contando a su prima
-el escándalo que en la familia produjo el notición de la boda, empezaba
-y no concluía. Al principio, lo tomaron a broma: convencidos al fin de
-que era cierto,<span class="pagenum" id="Page_351">p. 351</span> cayó
-sobre los solitarios de Pedralba una lluvia de sangrientos chistes. El
-menos ofensivo era este: «Catalina se llevó a Nazarín para curarle, y
-él la ha vuelto a ella más loca de lo que estaba.» Hicieron Halma y
-Urrea lo que anunciado habían antes de la partida de este: pasar buenos
-ratitos riéndose de todo aquel tumulto de Madrid, que seguramente
-no les causaría inquietud ni desvelo. Acertó a presentarse en aquel
-momento el buen don Remigio, y Urrea se fue derecho a él, y dándole
-un abrazo tan apretado que parecía que le ahogaba, le dijo: «Mil
-parabienes al ínclito cura de San Agustín, por la justicia que sus
-superiores le hacen, concediéndole plaza proporcional a sus grandísimos
-talentos y eminentes virtudes.»</p>
-
-<p>No comprendía don Remigio, y el otro, repitiendo el estrujón, hubo
-de explicárselo con toda claridad.</p>
-
-<p>—Sepa que me he traído su nombramiento...</p>
-
-<p>—¿Para una parroquia de Madrid?</p>
-
-<p>—No ha podido ser, por no haber vacante en estos días, mi dignísimo
-amigo y capellán; pero el señor Prelado, con quien habló de usted un
-amigo mío, encareciéndole sus méritos, aseguró que irá usted a los
-Madriles muy pronto, y que en tanto, para que hombre tan virtuoso y
-sabio no esté obscurecido en ese villorrio, le nombra Ecónomo de Santa
-María de Alcalá.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_352">p. 352</span>—¡Santa María de
-Alcalá! —exclamó don Remigio como en éxtasis; ¡tan soberbio y apetitoso
-le parecía su nuevo destino!</p>
-
-<p>Y un abrazo más sofocante que los anteriores, selló la amistad
-imperecedera entre el buen párroco de San Agustín y el insulano de
-Pedralba.</p>
-
-<p>—¿Y qué puedo hacer yo para demostrarle mi agradecimiento, señor de
-Urrea, qué puede hacer este modesto cura...?</p>
-
-<p>—Ese modesto cura no tiene que hacer más que conservarnos su
-preciosa amistad, que en tanto estimamos. Y antes de entregar
-la parroquia al que viene a sustituirle, échenos las santas
-bendiciones.</p>
-
-<p>—Ahora mismo..., digo, mañana, pasado mañana. Estoy a las órdenes de
-la señora doña Catalina, a quien ya no debo llamar Condesa de Halma.</p>
-
-<p>—Será pasado mañana, señor don Remigio —indicó Halma—. Y otra
-cosa he de merecer de su benevolencia: que no me olvide al bendito
-Nazarín.</p>
-
-<p>—Como he de ir a la Corte a ver a mi tío, allá informaré
-favorablemente. ¡Si salta a la vista que está en su cabal juicio!
-Inteligencia clara como el sol. ¿Verdad, señora?</p>
-
-<p>—Tal creo yo.</p>
-
-<p>—No tengo inconveniente en darle de alta,<span class="pagenum"
-id="Page_353">p. 353</span> bajo mi responsabilidad, seguro de que el
-señor Obispo ha de confirmar mi dictamen, y si quiere venirse conmigo a
-Alcalá, me le llevo, sí señor, y le daré una modesta habitación en mi
-modestísima casa.</p>
-
-<p>—Nos alegramos de ello, y lo sentimos —afirmó la señora de
-Pedralba—, porque la compañía del buen don Nazario nos es gratísima
-sobre toda ponderación.</p>
-
-<p>—Ya vendrá a vernos —dijo Urrea—. Y al señor don Remigio también
-le tendremos aquí alguna vez. Esto no es ya un instituto religioso
-ni benéfico, ni aquí hay ordenanzas ni reglamentos, ni más ley que
-la de una familia cristiana, que vive en su propiedad. Nosotros nos
-gobernamos solos, y gobernamos nuestra cara ínsula.</p>
-
-<p>—Y así debe ser... y así no tienen ustedes quebraderos de cabeza,
-ni que sufrir impertinencias de vecinos intrusos, ni el mangoneo de la
-dirección de Beneficencia o de la autoridad eclesiástica. Reyes de su
-casa, hacen el bien con libérrima voluntad, sin dar cuenta más que a
-Dios... ¡Si es lo que yo he dicho siempre, si es la verdad sencilla,
-elemental!... Ea, pasado mañana en mi parroquia, a la hora que los
-señores me designen.</p>
-
-<p>Concertada la hora, don Remigio montó en su jaca, y picó espuelas.
-El animalito debía par<span class="pagenum" id="Page_354">p.
-354</span>ticipar del inquieto gozo de su amo, porque en un soplo le
-llevó al vecino pueblo.</p>
-
-
-<p class="mt2">En la nota de un curiosísimo documento nazarista, que
-merece guardarse como oro en paño, se dice que el mismo día de la boda
-salió de San Agustín el curita manchego, caballero en la borrica del
-gran don Remigio. Despidiose afectuosamente de los señores de Pedralba,
-y de Beatriz, que lloraba como una Magdalena al verle partir, y tomando
-la carretera hasta la barca de Algete, pasó el Jarama, siguiendo sin
-descanso, al paso comedido de la pollina, hasta la nobilísima ciudad
-de Alcalá de Henares, donde pensaba que sería de grande utilidad su
-presencia.</p>
-
-
-<p class="fs90 mt2">Santander-San Quintín. — Octubre de 1895.</p>
-
-
-<p class="centra fs90 ws1 mt2">Fin de HALMA</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ToC">
- <h2 class="nobreak">ÍNDICE</h2>
- <hr class="tir" />
-</div>
-
-<table summary="Índice de contenidos">
- <tr>
- <td colspan="2" class="tdc asc">PRIMERA PARTE</td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChI_1">Cap. I</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_5">5</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChI_2">Cap. II</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_10">10</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChI_3">Cap. III</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_19">19</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChI_4">Cap. IV</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_26">26</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChI_5">Cap. V</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_33">33</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChI_6">Cap. VI</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_41">41</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChI_7">Cap. VII</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_47">47</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChI_8">Cap. VIII</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_55">55</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td colspan="2" class="tdc asc pt05">SEGUNDA PARTE</td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChII_1">Cap. I</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_65">65</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChII_2">Cap. II</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_72">72</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChII_3">Cap. III</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_82">82</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChII_4">Cap. IV</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_91">91</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChII_5">Cap. V</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_100">100</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChII_6">Cap. VI</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_108">108</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChII_7">Cap. VII</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_117">117</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChII_8">Cap. VIII</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_124">124</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td colspan="2" class="tdc asc pt05">TERCERA PARTE</td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChIII_1">Cap. I</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_135">135</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChIII_2">Cap. II</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_142">142</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChIII_3">Cap. III</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_153">153</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChIII_4">Cap. IV</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_161">161</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChIII_5">Cap. V</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_170">170</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChIII_6">Cap. VI</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_181">181</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChIII_7">Cap. VII</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_190">190</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChIII_8">Cap. VIII</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_199">199</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td colspan="2" class="tdc asc pt05">CUARTA PARTE</td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChIV_1">Cap. I</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_211">211</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChIV_2">Cap. II</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_220">220</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChIV_3">Cap. III</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_230">230</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChIV_4">Cap. IV</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_241">241</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChIV_5">Cap. V</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_250">250</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChIV_6">Cap. VI</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_259">259</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChIV_7">Cap. VII</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_269">269</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td colspan="2" class="tdc asc pt05">QUINTA PARTE</td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChV_1">Cap. I</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_279">279</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChV_2">Cap. II</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_289">289</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChV_3">Cap. III</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_297">297</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChV_4">Cap. IV</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_305">305</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChV_5">Cap. V</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_314">314</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChV_6">Cap. VI</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_326">326</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChV_7">Cap. VII</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_333">333</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChV_8">Cap. VIII</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_339">339</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChV_9">Cap. IX</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_347">347</a></td>
- </tr>
-</table>
-
-<div>*** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK 65333 ***</div>
-</body>
-</html>
-
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@@ -1,8945 +0,0 @@
-The Project Gutenberg eBook of Halma, by Benito Pérez Galdós
-
-This eBook is for the use of anyone anywhere in the United States and
-most other parts of the world at no cost and with almost no restrictions
-whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms
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-will have to check the laws of the country where you are located before
-using this eBook.
-
-Title: Halma
-
-Author: Benito Pérez Galdós
-
-Release Date: May 13, 2021 [eBook #65333]
-
-Language: Spanish
-
-Character set encoding: UTF-8
-
-Produced by: Ramón Pajares Box and the Online Distributed Proofreading
- Team at https://www.pgdp.net (This file was produced from
- images generously made available by The Internet
- Archive/Canadian Libraries)
-
-*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK HALMA ***
-
-NOTA DE TRANSCRIPCIÓN
-
- * Las cursivas se muestran entre _subrayados_, y las versalitas se
- han convertido a MAYÚSCULAS.
-
- * Los errores de imprenta han sido corregidos.
-
- * La ortografía del texto original ha sido actualizada de acuerdo
- con las normas publicadas en 2010 por la Real Academia Española.
-
- * Se convierte la mayor parte de los entrecomillados en rayas
- iniciales de diálogo. Se espacian las restantes rayas según las
- convenciones ortotipográficas más recientes.
-
- * Las páginas en blanco han sido eliminadas.
-
- * Se ha añadido un índice al final del libro pese a que el original
- impreso no lo incluye.
-
-
-
-
-HALMA
-
-
-
-
- Es propiedad. Queda hecho el depósito que marca la ley. Serán
- furtivos los ejemplares que no lleven el sello del autor.
-
-
-
-
- NOVELAS ESPAÑOLAS CONTEMPORÁNEAS
- POR
- B. PÉREZ GALDÓS
-
- HALMA
-
- 10.000
-
- [Ilustración]
-
- MADRID
- SUCESORES DE HERNANDO
- Arenal, 11
- 1913
-
-
-
-
- EST. TIP. DE LOS HIJOS DE TELLO
-
- IMPRESOR DE CÁMARA DE S. M.
-
- C. de San Francisco, 4
-
-
-
-
-HALMA
-
-
-
-
-PRIMERA PARTE
-
-
-
-
-I
-
-
-Doy a mis lectores la mejor prueba de estimación sacrificándoles mi
-amor propio de erudito investigador de genealogías... vamos, que les
-perdono la vida, omitiendo aquí el larguísimo y enfadoso estudio de
-linajes, por donde he podido comprobar que doña Catalina de Artal,
-Xavierre, Iraeta y Merchán de Caracciolo, Condesa de Halma-Lautenberg,
-pertenece a la más empingorotada nobleza de Aragón y Castilla, y que
-entre sus antecesores figuran los Borjas, los Toledos, los Pignatellis,
-los Gurreas, y otros nombres ilustres. Explorando la selva genealógica,
-más bien que árbol, en que se entrelazan y confunden tan antiguos y
-preclaros linajes, se descubre que, por el casamiento de doña Urianda
-de Galcerán con un príncipe italiano, en 1319, los Artales entroncan
-con los Gonzagas y los Caracciolos. Por otro lado, si los Xavierres de
-Aragón aparecen injertos en los Guzmanes de Castilla, en la rama de
-los Iraetas corre la savia de los Loyolas, y en la de los Moncadas de
-Cataluña la de los Borromeos de Milán. De lo cual resulta que la noble
-señora no solo cuenta entre sus antepasados varones insignes por sus
-hazañas bélicas, sino santos gloriosos, venerados en los altares de
-toda la cristiandad.
-
-Como he dado al buen lector mi palabra de no aburrirle, me guardo
-para mejor ocasión los mil y quinientos comprobantes que reuní,
-comiéndome el polvo de los archivos, para demostrar el parentesco de
-doña Catalina con el antipapa don Pedro de Luna, Benedicto XIII. Busca
-buscando, hallé también su entronque lejano con Papas legítimos, pues
-existiendo una rama de los Artal y Ferrench que enlazó con las familias
-italianas de Aldobrandini y Odescalchi, resulta claro como la luz que
-son parientes lejanos de la Condesa los Pontífices Clemente VIII e
-Inocencio XI.
-
-De monarcas no se diga, pues el árbol aparece cuajado, como de un
-lozano fruto, de apellidos regios, y allí veis los Albrit y Foix de
-Navarra, los Cerdas y Trastamaras de acá, y otros mil nombres que
-a cien leguas trascienden a realeza, como los de Rohan, Bouillon,
-Lancaster, Montmorency, etc... Fiel a mi compromiso, envaino mi
-erudición, y emprendo la reseña biográfica, designando a doña
-Catalina-María del Refugio-Aloysa-Tecla-Consolación-Leovigilda, etc...
-de Artal y Javierre como tercera hija de los señores Marqueses de
-Feramor. Huérfana de padre y madre a los siete años, quedó al cuidado
-del primogénito, actualmente Marqués de Feramor, y de su hermana doña
-María del Carmen Ignacia, Duquesa de Monterones. En 1890, casó con un
-joven agregado a la embajada alemana, el Conde de Halma-Lautenberg,
-matrimonio que hubo de realizarse contra viento y marea, pues los
-hermanos de ella y toda la familia se opusieron tenazmente por cuantos
-medios le sugerían su orgullo y terquedad. Querían desposarla con un
-individuo de la casa de Muñoz Moreno-Isla, de nobleza mercantil, pero
-bien amasada con patacones. Catalina, que desde muy niña mostraba
-increíbles ascos al vil metal, se prendó del diplomático alemán, que a
-su seductora figura unía un desprecio hermosísimo de las materialidades
-de la existencia. Grandes trapisondas y disturbios hubo en la familia
-por la tiránica firmeza de los hermanos mayores, y la resistencia
-heroica, hasta el martirio, de la enamorada doncella. Casados al fin,
-no sin intervención judicial, el esposo fue destinado a Bulgaria, de
-aquí a Constantinopla, y allá le siguió doña Catalina, rompiendo toda
-relación con sus hermanos. Calamidades, privaciones, desdichas sin
-fin la esperaban en Oriente, y al conocerlas la familia de acá, por
-referencias de diplomáticos extranjeros y españoles, no veía en todo
-ello más que la mano de Dios castigando duramente a Catalina de Artal
-por la amorosa demencia que la llevó a enlazarse con un advenedizo, de
-familia desconocida, hombre sin seso, desordenadísimo en sus ideas,
-desatado de nervios, y habitante aburrido de las regiones imaginativas.
-Para colmo de infortunio, Carlos Federico era pobre, con el título
-pelado, y sin más renta que su sueldo, pelado también, pues la familia
-de Halma-Lautenberg, que desciende, según noticias que tengo por
-fidedignas, del Landgrave de Turingia y Hesse, Hermann II, había venido
-tan a menos como cualquier familia de por acá, de las que, después
-de mil tumbos y vaivenes, caen a lo hondo del abismo social para no
-levantarse nunca.
-
-Contratiempos mil, reveses de fortuna, escaseces y aun hambres
-efectivas padeció la infeliz doña Catalina en aquellas lejanas tierras,
-sin más consuelo que el amor de su esposo, que nunca le faltó, ni de
-él tuvo queja, pues Dios, al privarla de tantos bienes, concediole
-con creces la paz conyugal. Tiernamente amada y amante, la íntima
-felicidad de su matrimonio la compensaba de tanta desdicha del orden
-externo. Carlos Federico era bueno, dulce, aunque medio loco según
-unos, y loco entero según otros. La mala opinión acerca de su gobierno
-cerebral debió trascender hasta la Cancillería de Berlín, porque fue
-destituido de su cargo. La joven pareja se encontró a merced de la
-Divina voluntad, que sin duda quería someter a durísima prueba el alma
-fuerte de la dama española, pues a los dos meses de la destitución, y
-cuando, en espera de recursos para venirse a Occidente, vivía obscuro
-y resignado el matrimonio en una humilde casita de Pera, se le declaró
-al esposo una tisis, con tan graves caracteres, que no era difícil
-presagiar un desenlace fúnebre en breve plazo.
-
-Reveló entonces su temple finísimo el alma de Catalina de Artal, pues
-cobrando ánimos con aquel nuevo golpe, aventurose a pedir auxilio a sus
-hermanos de Madrid, que si al principio si hicieron un poco de rogar,
-cedieron al fin, mirando más al decoro de la familia que a la caridad
-cristiana. Con el mezquino socorro que le enviaron, pudo la heroína
-transportar a su pobre enfermo a la isla de Corfú, afamada por la
-benignidad de su clima. Allí vivieron, si aquello era vivir, en un pie
-de milagrosa economía; supliendo con el cariño los recursos materiales,
-y las comodidades con prodigios de inteligencia, él resignado, ella
-valerosa y sublime como enfermera, amantísima como esposa, diligente
-en el manejo de la humilde casa, hasta que al fin Dios llamó a sí al
-infeliz Conde de Halma en la madrugada del 8 de Septiembre, día de la
-Natividad de Nuestra Señora.
-
-
-
-
-II
-
-
-Refieran en buen hora los sufrimientos de Catalina de Artal en
-aquellos tristes días y en los que siguieron a la muerte de su
-adorado esposo, los que posean mística inspiración y estén avezados
-a relatar vidas y muertes de mártires gloriosos. Yo no sé hacerlo, y
-dejando este trabajo a plumas expertas, que seguramente escribirán la
-edificante historia, no hago más que apuntar los hechos capitales,
-como antecedentes o fundamento de lo que me propongo referir. ¿Qué
-puedo decir del hondísimo dolor de la dama al ver expirar en sus
-brazos al que era su vida toda, amor primero, alegría última, único
-bien terrestre de su alma? La opinión del mundo, que rara vez deja de
-equivocarse en sus precipitados y vanos juicios, había contrahecho la
-persona moral del señor Conde, pintándole en los círculos de Madrid con
-colores de malicia. Pero al historiador de conciencia, bien enterado
-de su asunto, toca el borrar toda falsedad con que los habladores y
-envidiosos ennegrecen un noble carácter. Esto hago yo ahora, asegurando
-que Carlos Federico de Halma era un bendito, y que la investigación más
-rebuscona y pesimista no encontrará en su conducta, después de casado,
-ninguna tacha. Desbarato resueltamente la reputación que lenguas
-demasiado sueltas le hicieron en Madrid, y reconstruyo su verdadera
-personalidad de hombre recto, leal, sincero, añadiendo a estas
-cualidades las que adquirió en la convivencia con su digna esposa.
-
-No poca parte había tenido en la dudosa reputación del alemán,
-antes del casorio, la volubilidad de sus ideas, la ligereza de sus
-juicios, sus distracciones, que llegaron a formar un verdadero centón
-anecdótico, sus displicencias negras alternadas con hervores de loco
-entusiasmo por cualquier motivo de arte o amoríos, su prolijidad
-machacona en las disputas, y un sinnúmero de manías, algunas de las
-cuales no le abandonaron hasta su muerte. Se calentaba la cabeza
-pensando en la habitabilidad de todas las estrellas del cielo, chicas
-y grandes, y el que quisiera sacarle de sus casillas, no tenía más
-que poner en duda la infinita difusión de familias humanas por la
-inmensidad planetaria. Del absoluto menosprecio de toda religión
-positiva había pasado, poco antes de casarse, y por influencia de la
-angelical Catalina, a un ferviente ardor cristiano, más imaginativo
-que piadoso, sed del alma que apetecía, sin satisfacerse nunca, no
-devociones externas y prácticas litúrgicas, sino embriagueces de la
-fantasía, mirando más a la leyenda seductora que al dogma severo.
-En Oriente, la esposa logró poner algún orden en los descabellados
-entusiasmos de Carlos Federico, hasta que, atacado de cruelísima
-dolencia, tan difícil era combatir en él la fiebre abrasadora, como
-el espiritualismo delirante. Uno y otro fuego le consumían por igual,
-y creyérase que ambos, juntando sus llamas, le redujeron a ceniza
-impalpable.
-
-La noche misma de su muerte, refirió a su mujer, entre dos ataques de
-disnea, un sueño que había tenido por la tarde, y como viese Catalina
-en aquel relato una extraña lógica y cierta lucidez clásica, se
-afligió extremadamente, pensando que su pobre enfermo entreveía ya
-los horizontes del reino de la eterna verdad. Tanto sentido, tanta
-sindéresis en la composición de un poemita fantástico, pues no otra
-cosa era el bien relatado sueño, ¿qué podían significar sino que el
-poeta se moría? Así fue en efecto. En los últimos minutos de vida se
-lanzaba, con desbocada imaginación, a un proyecto de viaje por Asia
-Menor y Palestina, con el doble objeto de visitar las ruinas de Troya,
-primero, y el país de Galilea después. (Átense estos cabos.) En su
-pensamiento se entrelazaron dos nombres: Homero-Cristo. Y al querer dar
-la explicación de aquel abrazo histórico y poético, gimió, dio una gran
-voz... «¡ah!» y expiró...
-
-Podría creerse que la muerte del Conde fue el último dolor de la
-infortunada Catalina de Artal, y que tras aquella tribulación le
-concedió el cielo días de descanso, ya que no de ventura. Pues no
-fue así. Sobre la tristeza de su viudez, y el recuerdo siempre vivo
-del pobre muerto, viose agobiada de calamidades de otro orden. Hasta
-entonces había conocido las humillaciones y escaseces indecorosas
-que lastimaban su dignidad de aristócrata. Pero a poco de enviudar,
-y residiendo aún en Corfú por no tener medios de trasladarse a otro
-sitio, supo lo que es la miseria, la efectiva, horripilante miseria, y
-sufrió vejámenes que habrían abatido almas de peor temple que la suya.
-Alojada como de limosna en una casa inglesa primero, en una hostería
-griega después, Catalina de Artal se vio privada de alimento algunos
-días, obligada a lavar su escasa ropa, a remendarse sus zapatos, y a
-prestar servicios que repugnaban a su delicado organismo. Pero todo lo
-llevaba con paciencia, todo lo aceptaba por amor de Cristo, anhelando
-purificarse con el sufrimiento. Como se le ofreciera una coyuntura
-propicia para salir de aquella situación, quiso aprovecharla, más
-que por mejorar de vida, por encontrarse entre personas allegadas, en
-quienes emplear los cariños que atesoraba su hermoso corazón. Llegose
-un día inopinadamente a la isla jónica un hermano de Carlos Federico,
-grande aficionado a los viajes marítimos, y que divagaba por el
-Archipiélago en un yate de unos comerciantes del Pireo. Propúsole el
-tal llevarla a Rodas, donde era cónsul el Conde Ernesto de Lautenberg,
-tío suyo y del difunto esposo de Catalina, caballero muy bondadoso y
-corriente, a quien la infeliz dama había conocido en Constantinopla.
-
-Dejose llevar la viuda por Félix Mauricio (que así se nombraba su
-cuñado), atraída principalmente por la esperanza de vivir en compañía
-de la Condesa Ernesto de Lautenberg, señora húngara, muy simpática y
-que había demostrado a la española, en los breves días de su trato, una
-cordial adhesión. Salieron, pues, de Corfú en la embarcación griega,
-mal llamada yate, pues por su pequeñez y escaso tonelaje no era más
-que un balandro bonito, propio para regatas y excursiones cortas. Iba
-tripulado por jóvenes _dilettantes_ de la mar. A causa del mal gobierno
-y de la impericia del que hacía de capitán, no pudieron capear un
-furioso temporal que les cogió entre Zante y Cefalonia, y lanzados por
-el viento y el oleaje hacia el golfo de Patrás, entraron de arribada
-en Misolonghi con grandes averías. Días y días estuvieron allí,
-esperando buen tiempo, y lanzados de nuevo a la mar, llegaban siempre
-a donde no querían ir. Félix Mauricio y el amigote ateniense que
-capitaneaba la frágil nave, profesaban la teoría de que los temporales
-con vino _son menos_, y empalmaban las turcas que era una maldición.
-De este modo y con tales ansiedades y vicisitudes, navegando a merced
-de Neptuno, y sin arte para dominarle, fueron dando tumbos por toda
-la vuelta sur del Peloponeso. Como quien va describiendo eses por el
-laberinto de callejuelas de una ciudad tortuosa, tan pronto tropezaban
-en Candía, como en Cerigo (la antigua Cytheres); metiéronse a la
-buena de Dios por entre las Cícladas, tocando en Milo y Paros, luego
-recorrieron las Espóradas, visitando Samos, Cos y otras hasta parar en
-Rodas, después de dos meses largos de endemoniada navegación.
-
-Como todo se disponía en contra de los deseos de la infeliz viuda,
-resultó que el Conde Ernesto se había ido a Alemania con licencia, y
-que su esposa, la simpática y bonísima húngara, se había muerto tres
-meses antes. Aceptó resignada la Condesa de Halma esta nueva decepción,
-y tratando con su cuñado de la necesidad de que la trasladase a
-Corinto o Atenas, desde donde podría comunicarse con su familia de
-Madrid, y preparar su vuelta a España, contestole el joven en forma
-tan descarnada y grosera, que no pudo la señora, por más esfuerzos
-que hizo, poner su humildad por encima de su orgullo en la réplica.
-Hallábanse en un fonducho próximo al muelle. Renunció la dama la
-hospitalidad a bordo, que el capitán del balandro le ofrecía, y
-enterada de que existía en Rodas un convento de la Orden Tercera, allá
-se dirigió volviendo la espalda para siempre al Conde Félix Mauricio, y
-a sus insensatos compañeros de aventuras marítimas.
-
-Gracias a los buenos franciscanos, la noble señora fue alojada
-decorosamente, y empezaron las negociaciones para su regreso a la madre
-patria. Dígase de paso, a fin de completar la información, que el tal
-Félix Mauricio era lo peorcito de la familia Halma-Lautenberg. Había
-pertenecido al cuerpo consular, sirviendo en Alicante y en Esmirna.
-Aquí casó con una griega rica, y abandonando la carrera se dedicó al
-comercio de esponjas, con varia fortuna. Cuando le encontramos en el
-balandro había logrado rehacerse de su primera quiebra. Su carácter
-violento y quisquilloso, su exterior desagradable, y más que nada su
-inclinación irresistible a las libaciones alcohólicas, le hacían poco
-estimable y estimado de propios y extraños. Una tarde, hallándose
-doña Catalina platicando con el guardián del convento, vio al yate
-darse a la vela, y le hizo la señal de la cruz. Perdonó a la nave y a
-sus tripulantes, y dio gracias a Dios por haber salido en bien de su
-peligrosísima aventura por los mares de Grecia.
-
-Los caritativos frailes lograron arreglar a la infortunada Condesa su
-regreso a Occidente, y tomándole billete en el _Lloyd Austriaco_, la
-expidieron para Malta, donde otros religiosos de la misma regla se
-encargarían de reexpedirla para Marsella, y de allí a Barcelona. Pero
-como el _Lloyd Austriaco_ no tocaba en Rodas, la viajera tuvo que hacer
-la travesía entre esta isla y el punto de escala, que era Esmirna, en
-una goleta turca que cargaba frutas y trigo. Nuevos contratiempos para
-la pobre señora Condesa, pues aquellos demonios de turcos hicieron la
-gracia de llevar un formidable contrabando, y la goleta fue visitada
-en aguas de Quíos por un falucho de guerra, y apresada y detenida
-con todos sus pasajeros y tripulantes, hasta que el bajá de Esmirna
-decidiera el número de palos que le habían de administrar al patrón.
-Entre tanto, pasaba doña Catalina mil privaciones y amarguras, pues
-allí no había frailes Franciscos que mirasen por ella. Y gracias que
-al fin logró verse a bordo del vapor austriaco, el cual, para que en
-todo se cumpliese el sino de la dama sin ventura, era un verdadero
-inválido. Recelaba ella de todo, del mar y del cielo, y de los
-desmanes de la gentuza de varias razas orientales que en aquellas
-embarcaciones entra y sale de continuo. Pero ni el cielo, ni la mar, ni
-el pasaje ocasionaron a la señora ningún disgusto. Fue la endiablada
-máquina del vapor la que se encargó de interrumpir lastimosamente
-la navegación, rompiéndose en la demora de Candía. Quedose el buque
-como una boya, con el árbol de la hélice en dos pedazos, sin gobierno
-el timón por rotura de los guardines. Dio al fin remolque un vapor
-inglés, y le llevó a Damieta; allí trasbordaron, pasando a Alejandría,
-donde, por variar, sufrieron un nuevo y penoso trasbordo con pérdida
-del equipaje, y mojadura total de la ropa puesta. En rumbo para Malta,
-con divertimiento de Siroco fortísimo, golpes de mar, y por fin de
-fiesta, a la entrada de La Valette, rotura de una de las palas de la
-hélice, retraso, peligro... En Malta, la dama errante fue atacada de
-calenturas intermitentes. Dos semanas de hospital, riesgo de muerte,
-consternación, abandono. Por fin, cumpliéndose en aquel triste caso
-lo de _Dios aprieta, pero no ahoga_, Catalina de Halma puso el pie en
-Marsella en un estado deplorable por lo tocante a nutrición, vestido
-y calzado, y cinco días después, los señores Marqueses de Feramor
-vieron entrar en su casa a una mujer que más bien parecía espectro,
-el rostro descarnado, como de la tierra comido, los ojos brillantes y
-febriles, las ropas deshechas por el tiempo, el viento y la mar, roto
-el calzado..., lastimosa figura en verdad. Y como el señor Marqués,
-poseído de espanto, la mirase ceñudo y dijese:
-
---¿Quién es usted?
-
-Hubo de contestarle Catalina:
-
---¿Pero de veras no me conoces? Soy tu hermana.
-
-
-
-
-III
-
-
-No dio su brazo a torcer la Condesa de Halma en las primeras
-explicaciones y coloquios con sus hermanos, el Marqués de Feramor y
-la Duquesa de Monterones, es decir, que no se declaró arrepentida de
-su matrimonio, ni renegaba de este por los trabajos y desventuras sin
-cuento que de su unión con el alemán se derivaron. La memoria de su
-esposo prevalecía en ella sobre todas las cosas, y no permitía que
-sus hermanos la menoscabaran con acusaciones, o chistes despiadados.
-Había venido a que la amparasen, dándole el resto de su legítima si
-algo restaba, después de saldar cuentas con el jefe de la familia.
-Pero no se humillaba, ni al pedirlo y tomarlo, en caso de que se lo
-dieran, había de abdicar su dignidad, achicándose moralmente ante sus
-hermanos, y dándoles toda la razón en el negocio de su casamiento. No,
-no mil veces. Si no le daban auxilio ni aun en calidad de limosna, no
-le faltaría un convento de monjas en que meterse. Tampoco repugnaría
-el entrar en cualquiera de las Órdenes modernísimas que se consagran
-a cuidar ancianos, o a la asistencia de enfermos, que entre tantas
-Congregaciones, alguna habría que admitiese viudas sin dote. Replicole
-a esto gravemente su hermano que no se precipitase, y que por de pronto
-no debía pensar más que en reponerse de tantos quebrantos y desazones.
-
-Cerca de un mes estuvo doña Catalina en la morada de su hermano sin ver
-a nadie, ni recibir visitas, sin dejarse ver más que de la familia, y
-de la criada que la servía. De las ropas que le ofrecieron, no aceptó
-más que dos trajes negros, sencillísimos, haciendo voto de no usar
-en todo el resto de su vida vestido de color, ni de seda, ni galas
-de ninguna especie. Modestia y aseo serían sus únicos adornos, y en
-verdad que nada cuadraba mejor a su rostro blanquísimo y a su figura
-escueta y melancólica. Como todo se ha de decir, aquí encaja bien el
-declarar que doña Catalina no era hermosa, por lo menos, según el
-estilo mundano de hermosura. Pero el paso de tantas desdichas había
-dejado en su semblante una sombra plácida, y en sus ojos una expresión
-de beatitud que era el recreo de cuantos la miraban. Tenía el pelo
-rubio tirando a bermejo, la nariz un poco gruesa, el labio inferior
-demasiado saliente, la tez mate y limpia, la mirada dulce y serena,
-la expresión total grave, la estatura talluda, el cuerpo rígido, el
-continente ceremonioso. Algunos, que en aquellos días lograron verla,
-aseguraban hallarle cierto parecido con doña Juana la Loca, tal como
-nos han transmitido la imagen de esta señora la leyenda y el pincel.
-Es caprichoso cuanto se diga de otras semejanzas del orden espiritual,
-como no sea que la Condesa de Halma hablaba el alemán con la misma
-perfección y soltura que el español.
-
-No era muy grato al señor Marqués aquel aislamiento monástico en que
-vivía su hermana, ni le hacían gracia sus propósitos de renunciar
-absolutamente a la vida social. Aún podría, según él, aspirar a un
-segundo matrimonio, que la indemnizara de las calamidades del primero;
-mas para esto era forzoso abandonar la tiesura de imagen hierática,
-las inflexiones compungidas, no vestirse como la viuda de un teniente,
-y frecuentar el trato de los amigos de la casa. De la misma opinión
-era la Marquesa, y ambos la sermoneaban sobre este particular; pero la
-firmeza con que defendía Catalina sus convicciones, manías o lo que
-fuesen, les hizo comprender que nada conseguirían por el momento, y
-que debían confiar al tiempo y a las evoluciones lentas de la voluntad
-humana la solución de aquel problema de familia.
-
-Aunque es persona muy conocida en Madrid, quiero decir algo ahora
-del carácter del señor Marqués de Feramor, cuya corrección inglesa
-es ejemplo de tantos, y que si por su inteligencia, más sólida que
-brillante, inspira admiración a muchos, a pocos o a nadie, hablando en
-plata, inspira simpatías. Y es que los caracteres exóticos, formados
-en el molde anglosajón, no ligan bien o no funden con nuestra pasta
-indígena, amasada con harinas y leches diferentes. Don Francisco de
-Paula-Rodrigo-José de Calasanz-Carlos Alberto-María de la Regla-Facundo
-de Artal y Javierre, demostró desde la edad más tierna aptitudes para
-la seriedad, contraviniendo los hábitos infantiles hasta el punto de
-que sus compañeritos le llamaban _el viejo_. Coleccionaba sellos,
-cultivaba la hucha, y se limpiaba la ropita. Recogía del suelo agujas y
-alfileres, y hasta tapones de corcho en buen uso. Se cuenta que hacía
-cambalaches de tantas docenas de botones por un sello de Nicaragua,
-y que vendía los duplicados a precios escandalosos. Interno en los
-Escolapios, estos le tomaron afecto y le daban notas de sobresaliente
-en todos los exámenes, porque el chico sabía, y allá donde no llegaba
-su inteligencia, que no era escasa, llegaba su amor propio, que era
-excesivo. Contentísimo del niño, y queriendo hacer de él un verdadero
-prócer, útil al Estado, y que fuese salvaguardia valiente de los
-_intereses morales y materiales_ del país, su padre le mandó a educar
-a Inglaterra. Era el señor Marqués anglómano de afición o de segunda
-mano, porque jamás pasó el canal de la Mancha, y solo por vagos
-conocimientos adquiridos en las tertulias sabía que de Albión son las
-mejores máquinas y los mejores hombres de Estado.
-
-Allá fue, pues, Paquito, bien recomendado, y le metieron en uno de
-los más famosos colegios de Cambridge, donde solo estuvo dos años,
-porque no hallándose su papá en las mejores condiciones pecuniarias,
-hubo de buscar para el chico educación menos dispendiosa. En un
-modesto colegio de Peterborough dirigido por católicos, completó el
-primogénito su educación, haciéndose un verdadero inglés por las
-ideas y los modales, por el pensamiento y la exterioridad social. En
-Peterborough no había los refinados estudios clásicos de Oxford, ni
-los científicos de Cambridge; los muchachos se criaban en un medio de
-burguesía ilustrada, sabiendo muchas cosas útiles, y algunas elegantes,
-cultivando con moderación el _horse racing_, el _boat-racing_, y con la
-suficiente práctica de _lawn-tennis_ para pasar en cualquier pueblo
-del continente por perfectas hechuras de Albión.
-
-Hablaba el heredero de Feramor la lengua inglesa con toda perfección,
-y conocía bastante bien la literatura del país que había sido su
-madre intelectual, prefiriendo los estudios políticos e históricos a
-los literarios, y siendo en los primeros más amigo de Macaulay que
-de Carlyle, en los segundos más devoto de Milton que de Shakespeare.
-Tiraba siempre a la cepa latina. Al salir del colegio, consiguiole su
-padre un puesto en la embajada, para que por allá estuviese algunos
-años más empapándose bien en la savia británica. En aquel periodo se
-despertaron y crecieron sus aficiones políticas, hasta constituir
-una verdadera pasión; estudió muy a fondo el Parlamento, y sus
-prerrogativas, sus prácticas añejas, consolidadas por el tiempo, y no
-perdía discurso de los que en todo asunto de importancia pronunciaban
-aquellos maestros de la oratoria, tan distintos de los nuestros como lo
-es el fruto de la flor, o el tronco derecho y macizo de la arbustería
-viciosa.
-
-Ya frisaba don Francisco de Paula en los treinta años cuando por
-muerte de su señor padre heredó el marquesado; vino a España, y a los
-diez meses casó con doña María de Consolación Ossorio de Moscoso y
-Sherman, de nobleza malagueña, mestiza de inglesa y española, joven
-de mucha virtud, menos bella que rica, y de una educación que por lo
-correcta y perfilada a la usanza extranjera, no desmerecía de la de su
-esposo. Poco después casó la hermana mayor del Marqués con el Duque de
-Monterones. Catalina, que era la más joven, no fue Condesa de Halma
-hasta seis años después.
-
-Pues, señor, con buen pie y mejor mano entró el decimoséptimo Marqués
-de Feramor en la vida social y aristocrática del pueblo a que había
-traído las luces inglesas y la ortodoxia parlamentaria del país de
-John Bull. Afortunadísimo en su matrimonio, por ser Consuelo y él
-como cortados por la misma tijera, no lo fue menos en política, pues
-desde que entró en el Senado representando una provincia levantina,
-empezó a distinguirse, como persona seria por los cuatro costados,
-que a refrescar venía nuestro envejecido parlamentarismo con sangre y
-aliento del país parlamentario por excelencia. Su oratoria era seca,
-_ceñida_, mate y sin efectos. Trataba los asuntos económicos con una
-exactitud y un conocimiento que producían el vacío en los escaños.
-¿Pero qué importaba esto? Al Parlamento se va a convencer, no a buscar
-aplausos; el Parlamento es cosa más seria que un circo de gallos. Lo
-cierto era que en aquella soledad de los bancos rojos, Feramor tenía
-admiradores sinceros y hasta entusiastas, dos, tres y hasta cinco
-senadores machuchos, que le oían con cierto arrobamiento, y luego
-salían poniéndole en los cuernos de la luna:
-
---Así se tratan las cuestiones. Aquí, aquí, en este espejo tienen que
-mirarse todos: esto es lo bueno, lo inglés _de la tía Javiera_, la
-marca _Londón_ legítima, de patente.
-
-
-
-
-IV
-
-
-Fuera del Senado, el Marqués tenía también su grupito de admiradores,
-que le citaban de continuo como un modelo digno de imitación. Por él y
-por otros muy contados próceres, se decía la frase de cajetín: «¡Ah, si
-toda nuestra nobleza fuera así, otro gallo le cantara a este país!» El
-amanerado argumento de achacar nuestras desgracias políticas a no tener
-un patriciado a estilo inglés, con hábitos parlamentarios y verdadero
-poder político, llegaba a ser una cantinela insoportable.
-
-Es muy digno de notarse que Feramor desmentía la vulgar creencia de
-que todo inglés de alta clase ha de ser caballista, y delirante por
-cualquiera de los _sports_ que en Albión se usan. Para gloria suya,
-no había importado del país serio, más que la seriedad, dejándose
-de lado allí del canal las chifladuras hípicas. Aunque algo y aun
-algos entendía de lo referente al _turf_, no se ocupaba de ello
-sino con frialdad cortés, marcando siempre la distancia que media
-intelectualmente entre un _handicap_ y un discurso político, aunque
-sea ministerial. Y si era cazador, y de los buenos, no mostraba por
-esta afición una preferencia sistemática y absorbente. Así los gustos
-como las obligaciones existían en él en su valor propio y natural, y la
-inteligencia era siempre la maestra y el ama de todo. En el concierto
-de sus facultades dominaba la que Dios le había dado para que gobernase
-a las demás, la facultad de administrar, y mientras llegaba el caso de
-llevarle las cuentas a la Nación, llevaba las suyas con un acierto y
-una nimiedad que eran un nuevo tema de aplauso para sus admiradores.
-«¡Un aristócrata que administra! ¡Oh, si hubiera muchos Feramor en
-nuestra grandeza, la nación no andaría tan de capa caída!»
-
-La fortuna patrimonial del Marqués no era grande, porque su padre
-había puesto en práctica doctrinas que se daban de cachetes con la
-regularidad administrativa. Pero la riqueza aportada al matrimonio por
-la Marquesa fortalecía considerablemente la casa, en la cual reinaba
-un orden perfecto, gastándose tan solo la mitad de las rentas. Vivían,
-pues, con decoro y modestia, sometidos gustosamente a un régimen de
-previsión entre dos jalones, el de delante fijando el límite de
-donde no debía pasar el lujo, para evitar despilfarros, el de atrás
-marcando la raya de la economía, para no llegar a la sordidez. A mayor
-abundamiento, la Marquesa, que parecía hecha a imagen y semejanza de
-su esposo, y que con la convivencia se asimilaba prodigiosamente sus
-ideas, salió tan administrativa y administradora como él, y le ayudaba
-a sostener aquel venturoso equilibrio. Ambos lucían en el gobierno
-de la casa, con una perfecta entonación económica, si es permitido
-decirlo así. Diversas eran las opiniones mundanas sobre esta manera
-de vivir, pues si algunos les criticaban por no tener una cuadra de
-gran importancia hípica, como correspondía a los gustos ingleses del
-Marqués, otros le elogiaban sin tasa por su excelente biblioteca,
-principalmente consagrada ¡oh!... a ciencias morales y políticas. Su
-mesa era inferior a la biblioteca, y superior a la cuadra. Solo había
-cinco convidados un día por semana.
-
-Expresadas las opiniones, conviene apuntar las hablillas, aunque
-estas desdoren un poco la noble figura de los Feramor. Lenguas, que
-evidentemente eran malas, decían que el Marqués colocaba el sobrante
-de sus rentas a préstamo con réditos enormes, sacando de apuros a
-sus compañeros de grandeza, comprometidos en el juego, en el _sport_
-o en otros vicios. En esto la maledicencia no acertaba, como casi
-siempre sucede, pues los préstamos del Marqués no eran de calidad
-extremadamente usuraria. Se reforzaba, sí, con buenas hipotecas,
-y cuando la garantía era floja y el reembolso problemático, sus
-principios económicos le aconsejaban aumentar prudencialmente los
-intereses. Ello es que si en rigor de verdad no debía ser llamado
-usurero, tampoco habría mayor injusticia que aplicarle el calificativo
-de generoso. Ni la adulación que todo lo puede, podía llamarle así.
-Los amigos más benévolos no acertaban a descubrir en él un rasgo
-de desprendimiento, o un ejemplo de favor desinteresado. Era todo
-exactitud en el pensar, precisión matemática en las acciones, como una
-máquina de vida social en la que se suprimieran los movimientos de
-la manivela afectiva. No faltaba jamás a sus deberes, no se le podía
-coger en descuido de sus compromisos; pero tampoco se le escapaba
-la sensiblería de hacer el bien por el bien. Siempre en guardia, y
-custodiándose a sí propio con llaves seguras que solo él manejaba, no
-permitía nunca que la espontaneidad abriese su interior de hierro, ni
-menos que mano profana penetrase en él.
-
-Ved aquí por qué no gozaba de simpatías, y los que le admiraban como el
-último modelo inglés de corte de personas, no le querían. Encontrábanle
-todos poco español, privado de las virtudes y de los defectos de
-la compleja raza peninsular. Habríanle querido menos reglamentado
-moralmente, menos exacto, y un poquitín perdido. Físicamente, era
-hermoso, pero sin expresión, de facciones a las cuales no se podía
-poner la menor tacha, rematadas por una corona negativa, es decir, por
-una calva precoz, lustrosa y limpia, que él consideraba como la más
-airosa tapadera de la seriedad británica. Su trato fuera de casa era
-delicado y fino, dentro de una elegante tibieza, y en la intimidad
-doméstica seco y autoritario, sin ninguna disonancia, pero también sin
-asomos de dulzura, como un preceptor o intendente, más que como padre
-y esposo. De la señora Marquesa, que no era más que el _feminismo_
-del carácter de su marido, poco hay que decir. La asimilación había
-llegado a ser tan perfecta, que pensaban y hablaban lo mismo, usando
-las propias locuciones familiares. Ambos se expresaban en inglés con
-notable soltura. Y la asimilación no paraba en esto, pues ocurría en
-aquel matrimonio joven lo que en algunos viejos, reducidos por larga
-convivencia a una sola persona con dos figuras distintas. El Marqués
-y la Marquesa se parecían físicamente; ¿qué digo se parecían? eran
-iguales, a pesar de señalarse ella por poco bonita y él por bastante
-guapo; iguales el mirar, el respirar, los movimientos musculares del
-rostro, el aire grave de la frente, el temblor imperceptible de las
-ventanillas de la nariz, la manera de llevar los quevedos, pues ambos
-eran miopes, la boca, la sonrisa de buena educación más que de bondad.
-Decía un guasón, amigo de la casa, que si uno de los dos se muriera, el
-superviviente sería viudo de sí mismo.
-
-Vivían en la casa patrimonial de los Feramor, en una de las plazoletas
-irregulares próximas a San Justo, con vistas a la calle de Segovia y
-al Viaducto por la parte de Poniente; casa vetusta, pero que con los
-remiendos y distribuciones hechas por el Marqués no había quedado mal.
-La parte baja, agrandada y mejorada notablemente, se dividía en dos
-cuartos de renta, y se alquilaron, el uno para litografía, el otro para
-las oficinas de una Sacramental. El segundo, distribuido al principio
-en tres cuartos de alquiler, fue después anexionado a la casa para
-aposentar convenientemente a los niños mayores, a la institutriz y
-a parte de la servidumbre. En aquel piso escogió su habitación doña
-Catalina, no permitiendo que fuera amueblada con lujo, sino más bien
-como celda de convento, a lo cual se opusieron los Marqueses, enemigos
-declarados de toda exageración. La exageración les sacaba de quicio,
-y por tanto arreglaron la estancia modestamente, pero evitando la
-afectación de pobreza monástica.
-
-Al mes de su regreso a Madrid, la triste viuda empezó a salir de aquel
-estupor doloroso en que había venido. Ya tomaba gusto a la vida de
-familia, rompía la melancólica solemnidad de su silencio, y se distraía
-algunos ratos en la sociedad inocente de sus sobrinitos, dándoles de
-comer, ayudando a la institutriz, o bien recreándoles con cuentecillos
-y juegos que no fueran ruidosos. Nunca bajaba al comedor grande a la
-hora oficial de comida. O se la servía en su cuarto, o con la familia
-menuda, en el comedor de arriba. Su vida era simplísima, y de una
-regularidad conventual: se levantaba al romper el día, oía misa en
-el Sacramento o en San Justo, volvía sobre las ocho, rezaba o leía
-haciendo labor de gancho, y el resto del día lo empleaba en repasar a
-los chiquillos la lección, volviendo de rato en rato a la misma tarea
-de la lectura, el gancho y el rezo. Su cuñada subía con frecuencia
-a darle conversación y distraerla; su hermano rara vez remontaba
-su seriedad al segundo piso, y cuando tenía algo de interés que
-comunicarle la llamaba a su despacho. Una mañana, después de preparar
-el discurso que había de pronunciar aquella tarde en el Senado,
-extrayendo mil y mil datos de revistas y periódicos que trataban de la
-monserga económica, habló largamente con su hermana de lo que se verá a
-continuación.
-
-
-
-
-V
-
-
---Y yo te pregunto, querida hermana: ¿vas a estar así toda la vida?
-¿No es ya bastante duelo? ¿No te hartas todavía de obscuridad, de
-silencio, de rezos monjiles y de ese quietismo, que al fin dará al
-traste con tu salud y hasta con tu vida?... ¿No respondes? Bueno.
-Conociendo tu terquedad, ese silencio me indica que aún tenemos
-melancolías y soledades para un rato. ¡Ah! Catalina, ¿por qué no eres
-como yo? ¿por qué no tienes un poco de sentido práctico, y das de mano
-a esas exageraciones? Ea, planteemos la cuestión en terreno despejado.
-¿Piensas consagrar absolutamente tu vida a las devociones, a la
-religión, en una palabra?
-
---Sí --respondió la de Halma con lacónica firmeza.
-
---Bueno. Ya tenemos una afirmación, ya es algo, aunque sea un
-disparate. Vida religiosa: corriente. ¿Y tú lo has pensado bien? ¿No
-temes que venga el desaliento, el cambio de ideas cuando ya sea tarde
-para el remedio?
-
---No.
-
---Corriente. Una negación tan rotunda ya es algo. Adelante... Luego,
-tu determinación es irrevocable; luego, te sientes con fuerzas para
-afrontar esa vida, que yo soy el primero en alabar y enaltecer... esa
-vida, ¡ah! de la cual hallamos ejemplos tan hermosos en los tiempos
-pasados, pero que en los presentes... ¡ah!... Resumiendo: que te
-propones ingresar en alguna de las Órdenes existentes, y acabar tu
-vida en un claustro. Perfectamente; pero aquí entro yo, aquí entra tu
-hermano mayor, el jefe actual de la familia, el cual tiene la suerte
-de ver las cosas con gran claridad, y de plantear todas las cuestiones
-en el terreno positivo. Yo te pregunto: ¿es tu deseo pertenecer a
-alguna de las Órdenes claustradas y reclusas, o a estas modernas, a la
-francesa, que persiguen fines esencialmente prácticos y sociales? Te lo
-pregunto, querida hermana, no porque piense oponerme a tu resolución
-en ninguno de los dos casos, sino para fijar bien los términos de
-la cuestión, y puntualizar tus relaciones ulteriores con la familia
-bajo el punto de vista social y económico. Conviene tratar el tema de
-la dote, o sea de tu religiosidad bajo el aspecto de los intereses
-materiales... Porque si no fijamos bien... si no demarcamos bien...
-
-Doña Catalina interrumpió con nerviosa impaciencia a su hermano, en el
-momento en que este acentuaba sus argumentaciones con los dos dedos
-índices sobre el filo de la elegantísima mesa de su despacho.
-
---No te canses en tratar este asunto como si fuera una discusión del
-Senado. Esto es sencillísimo; tanto, que yo sola puedo resolverlo sin
-consejo ni auxilio de nadie. Quédense tus sabidurías para cosas de más
-importancia. Yo tengo mis ideas...
-
-Aquí la interrumpió él prontamente, apoderándose de la frase para
-comentarla con cierta acritud:
-
---Eso es lo que yo temo, señora hermana; y cuando te oigo decir: «Tengo
-mis ideas», me echo a temblar, porque los hechos me prueban que tus
-ideas no son de una perfecta congruencia con la realidad.
-
---Ello es que las tengo, querido hermano --dijo la Condesa de Halma
-con humildad--, y tú tienes las tuyas. Fácil es que no concuerden unas
-con otras. Pensamos, sentimos la vida de un modo muy distinto. Déjame
-a mí por mi camino, y sigue tú el tuyo. Quizás nos encontremos, quizás
-no. ¿Eso quién lo sabe? Cierto es que yo quiero hacer vida religiosa.
-No puedo decirte aún si entraré en las Órdenes antiguas, o en las
-modernas. Soy un poco lenta en mis resoluciones, y mis ideas han de
-madurar mucho para que yo me decida a ponerlas en práctica. Quizás te
-sorprenda con algún proyectillo que pase un poquito la línea de lo
-común. No sé. Cada cual tiene sus aspiraciones. Yo las tengo en mi
-esfera, como tú en la tuya.
-
---Ya, ya --dijo el Marqués encontrando un fácil motivo de argumentación
-humorística--. Mi señora hermana pica alto. La fuerza de su humildad
-le sugiere ideas que se parecen al orgullo como una gota a otra gota.
-No encuentra dignas de su ardor religioso las Órdenes consagradas por
-el tiempo, y aspira a eclipsar la gloria de las Teresas y Claras,
-fundando una nueva Regla monástica para su recreo particular... Y yo
-pregunto: ¿corresponderán las facultades intelectuales de mi querida
-hermana a la nobilísima aspiración de su alma generosa? Me permito
-dudarlo... No me niegues que has pensado en ello, Catalina, y que
-sueñas con la celebridad de fundadora. Te lo he conocido en lo que
-callas, conversando conmigo, más que en lo que dices. Te lo he conocido
-en ciertas reticencias sorprendidas en ti, cuando de soslayo tratamos
-alguna vez del empleo que pensabas dar a los restos de tu legítima.
-Y ahora, hermana mía, abordo nuevamente la cuestión de intereses,
-asaltado de una duda. Yo pregunto: ¿mi señora hermana, en el estado
-cerebral particularísimo que es producto infalible del misticismo,
-está en el caso de apreciar con exactitud la cuantía de su legítima,
-después de los suplidos de Oriente, que no hay para qué recordar ahora?
-Permítaseme dudarlo.
-
---Creo poder apreciarlo --dijo la de Halma con firmeza--; aunque,
-según tú, me falta el sentido de las cosas materiales.
-
---No es caprichosa esa opinión mía, pues la fundo en una triste
-experiencia. Por no haber sabido a tiempo amaestrar la imaginación,
-esta te desfigura los hechos, te agranda todo lo que pertenece al
-concepto ventajoso, y te empequeñece lo...
-
---¡Ay, no! --replicó la viuda con viveza--. ¿Piensas que la imaginación
-me empequeñece lo malo?... Di más bien lo contrario. Veo siempre
-considerablemente extendido todo aquello que me perjudica...
-
---Seguramente creerás que la parte de tu legítima que está en mi poder
---dijo don Francisco de Paula con cierta conmiseración--, se eleva a
-una cifra fabulosa. Fuera de que la legítima era en sí bastante menor
-de lo que pudimos creer en vida de nuestro querido padre (que de Dios
-goce), hay que tener en cuenta que tu disparatado casamiento más ha
-sido para disminuirla que para aumentarla.
-
---Dejaremos esta cuestión para cuando sea más oportuno tratarla --dijo
-doña Catalina levantándose.
-
---Como quieras. Pero no te impacientes por subir a tu nido, y oye
-la observación que quiero hacerte respecto a tus proyectos de vida
-monástica. Siéntate un momento más, y bueno será que atiendas ahora,
-más que otras veces lo hiciste, a las sanas advertencias de tu hermano,
-que a falta de otra sabiduría, tiene la de presentar las cuestiones
-en su aspecto serio. No te censuro que te lances con ardor a la vida
-religiosa y santa. También eso, aunque con apariencias imaginativas,
-puede ser práctico, esencialmente práctico. Si tu conciencia, si tu
-corazón te impulsan por ese camino, síguelo, que tu carácter y los
-hábitos adquiridos no te permitirán quizás, o sin quizás, ir por otro.
-Mi aprobación en toda regla. Cuanto pertenezca al orden de la piedad, y
-a los supremos _intereses_ espirituales, me tendrá siempre en favorable
-disposición. Pero concrétate a un papel puramente pasivo, pues no
-naciste tú para la iniciativa ni para la actividad, en su acepción más
-lata. Temo mucho a tus ambiciones de fundadora, y veo en peligro los
-reducidos intereses que constituyen tu legítima. Con ellos se te podría
-constituir una dote decorosa, y si me apuran, una dote espléndida. Pero
-si en vez de concretarte a ser humilde oveja, como piden tu carácter
-débil y, permíteme que lo diga, tus cortos alcances, te quieres meter
-a pastora, no tienes ni para empezar. ¡Ah! vivimos en un siglo en que
-no se pueden desmentir las leyes económicas, querida hermana; y el
-que no tenga en cuenta las leyes económicas, se estrellará en toda
-empresa que acometa, aun aquellas del orden espiritual. Así como no se
-puede hacer una tortilla sin romper huevos, no puede emprenderse cosa
-alguna sin capital. Hoy no se crean Órdenes o Congregaciones con el
-esfuerzo puro de la fe y del ejemplo edificante. Se necesita que el
-que funda, posea una fortuna que consagrar al servicio de Dios, o que
-encuentre protectores ricos y piadosos. Tú no los encontrarás para ese
-objeto, si piensas buscar apoyo en la familia. Los parientes próximos,
-puedo citártelos uno por uno, no están en disposición de consagrar a
-un negocio tan problemático como la salvación de las almas propias
-y ajenas sus apuradas rentas. De modo, que si te obstinas en llevar
-adelante un pensamiento demasiado ambicioso, no harás nada de provecho,
-y perderás en vanas tentativas lo poco que tienes. Nuestra época admite
-los arrebatos místicos, pero con la razón siempre por delante; admite
-la caridad en grado heroico, pero con capital a la espalda, capital
-para todo, hasta para allanarle a la humanidad los caminos del Cielo.
-Tú no posees ni ese capital encefálico que se llama razón, ni esa razón
-suprema de los actos colectivos, que se llama capital. Intenta algo que
-se salga de lo común, y verás como sale un despropósito. Siembra tu
-pobre iniciativa, y cogerás cosecha de tristes desengaños.
-
---¿Has concluido?... ¡Qué bien se explica el señor senador! --le dijo
-Catalina con gracejo--. ¿Y si te dijera que no me has convencido? Me
-reñirías un poquito más. ¿Y si al reñirme más, yo me permitiera el
-atrevimiento de no hacerte caso? Pero si no conoces mis ideas, ni mis
-planes, ¿para qué los criticas? Es una verdadera desdicha que seas tan
-parlamentario, porque a todo le das el giro de discusión de negocio
-grave, y te sale un debate político de cada dedo. Yo no discuto, ni
-critico, ni _parlamenteo_ nada. Lo que pienso hacer lo haré si puedo,
-y si no, no. ¿Ya te estás curando en salud, creyendo que voy a pedirte
-algo que no sea mío? Respira tranquilo, hombre práctico, apóstol del
-dogma económico, y de las sacrosantas doctrinas del capital y la renta,
-y tal y qué sé yo. Niégame que existe un capital más eficaz que el que
-se forma con el dinero y la razón.
-
---A ver... ¿qué?
-
---La fe... No te rías...
-
---Si no me río. Pues estaría bueno que yo me riera de la fe... no,
-querida y respetada hermana... Debo poner punto por hoy en estas
-discusiones. Sé que no he de convencerte. Yo digo: «terquedad, tu
-nombre es Catalina de Halma...» Espero que otro será más afortunado que
-yo.
-
---¿Quién?
-
---Don Manuel... Nuestro buen amigo triunfará de tus manías.
-
-En aquel punto entró en el despacho la Marquesa, que acababa de llegar
-de misa, y cogiendo al vuelo las últimas palabras, terció en el debate,
-repitiendo, como un eco de su marido:
-
---Don Manuel, don Manuel te convencerá.
-
-
-
-
-VI
-
-
-Y como si las palabras de Consuelo fueran una evocación, apareció en
-la puerta, sin que antes se le sintieran los pasos, un clérigo alto y
-viejo, que sonriendo y con blanda vocecilla, decía:
-
---Don Manuel, sí, aquí está don Manuel, dispuesto a convencer a la
-misma sinrazón... ¡Oh, mi señora doña Catalina!... A fe de Manuel
-Flórez que no esperaba tan grato encuentro, y pensaba, antes de
-almorzar, darme una vueltecita por arriba.
-
---Hoy es día solemne --dijo el Marqués con su habitual cortesanía--;
-hoy tenemos a almorzar al señor don Manuel, y mi hermana, que sabe
-cuánto se merece un amigo de tal calidad, quebranta su clausura, baja
-al comedor y nos acompaña a la mesa.
-
---No merezco yo tanto... ¡Oh!
-
-Doña Catalina quiso protestar sin ofender al venerable sacerdote; pero
-su voz fue ahogada por admoniciones cariñosas, y poco después pasaron
-los cuatro al comedor. Por el camino decía el simpático Flórez a la
-Condesa de Halma:
-
---No está demás, mi buena y santa amiga, aflojar un poquito la cuerda
-de vez en cuando.
-
-Con decir que la educación del Marqués y la de su esposa era exquisita,
-se dice que en el curso del almuerzo no se habló más que de cosas
-gratas, en las cuales pudieran todos decir su palabra sin ninguna
-violencia. Catalina estuvo melancólica y amable, don Manuel festivo,
-el Marqués reservado, y Consuelo con todos fina y obsequiosa. Nada
-ocurrió, pues, que merezca especial mención. Dijeron algo de política,
-que Feramor trataba siempre con criterio muy elevado, huyendo de
-las personalidades, cuatro palabras de literatura y academias, y un
-poco también del proceso del cura Nazarín, que por aquellos días
-monopolizaba la atención pública, y traía de coronilla a todos los
-periodistas y _reporters_. Divididos los pareceres sobre aquella
-extraña personalidad, unos le tenían por santo, otros por un demente,
-en cuyo cerebro se habían reunido con extraordinaria densidad los
-corpúsculos insanos que flotan, por decirlo así, en la atmósfera
-intelectual de nuestro tiempo. Interrogado sobre tan peregrino caso,
-el bonísimo don Manuel dijo que aún no tenía datos suficientes para
-formar criterio en aquel punto, y que se reservaba su opinión para
-cuando hubiese estudiado, con repetidas visitas y conferencias, al
-loco, santo, o lo que fuera. La de Halma no dijo esta boca es mía, ni
-aun demostró interés en un asunto, que por ser cosa que andaba en los
-periódicos, debió de parecerle de interés vano y pasajero.
-
-Después del almuerzo, subieron don Manuel y doña Catalina al aposento
-de esta, y se entretuvieron largo rato charlando con los chiquillos
-y la institutriz, la cual era inglesa, de edad madura, con rostro de
-pájaro disecado, buena persona, que sabía su oficio y cumplía muy
-bien, transmitiendo a las criaturas sus maneras finísimas, y sus
-tópicos de ciencia fácil para uso de familias bien acomodadas. Cuatro
-eran los niños de los señores Marqueses, y a todos se les nombraba
-con los diminutivos familiares, a la usanza inglesa. Alejandrito, el
-mayor (_Sandy_), despuntaba por su corrección de pequeño _gentleman_,
-y era un fiel trasunto de su papá, por lo comedido, lo económico, y
-la precocidad de las cosas prácticas. Seguía Catalinita (_Kitty_),
-ahijada de su tía del mismo nombre, monísima criatura, muy espiritual
-y un poquitín traviesa. Paquito (_Frank_) era un poco abrutado, pero
-en él despuntaba una inteligencia sólida para la mecánica y... las
-obras públicas. Como que su juego preferido era imitar el ferrocarril,
-haciendo él de locomotora. Seguía Teresita, de tres años, a la cual
-llamaban _Thressie_, gordinflona, comilona, y nada espiritual, por
-el momento. Se pirraba por chapotear en agua, lavar trapos, y otras
-ordinarias ocupaciones. Era la que más daba que hacer a la _miss_, a
-quien llamaban _Dolly_, que es lo mismo que Dorotea.
-
-Fuéronse todos de paseo muy bien arregladitos, pastoreados por la
-inglesa, y solos ya la Condesa y don Manuel, se encerraron, quiero
-decir, que a solas estuvieron larguísimo tiempo, casi toda la tarde,
-charlando de cosas graves de religión y de beneficencia. No es posible
-continuar en esta verídica narración sin afirmar que don Manuel Flórez
-era un sacerdote muy simpático: sus singulares prendas lo mismo le
-daban prestigio y consideración en las clases altas, que popularidad en
-las inferiores. Entre diversos linajes de personas andaba de continuo,
-codeándose con aristócratas, o alternando con la pobreza humilde,
-y arriba y abajo sabía emplear el lenguaje más propio para hacerse
-entender. En él eran de admirar, más que las virtudes hondas, las
-superficiales, porque si no carecía de austeridad y rectitud en sus
-principios religiosos, lo que más en él resplandecía era la pulcritud
-esmerada de la persona, la dulzura, la benevolencia, y el lenguaje
-afectuoso, persuasivo y en algunos casos retórico de buen gusto. La
-malicia pudo alguna vez tratar de mancharle, arrojándole salpicaduras
-de lodo callejero; pero siempre salió limpio y puro de aquellos ataques
-por su constancia en despreciarlos y no darles ningún valor.
-
-Nunca tuvo ambición eclesiástica. Hubiera podido ser obispo con solo
-dejarse querer de las muchas personas de gran influencia política que
-le trataban con intimidad. Pero creyó siempre que, mejor que en el
-gobierno de una diócesis, cumpliría su misión sacerdotal utilizando
-en servicio de Dios la cualidad que este, en grado superior, le había
-dado, el don de gentes. ¡Prodigiosa, inaudita cualidad, cuyos efectos
-en multitud de casos se revelaban! No era solo la palabra, ya graciosa,
-ya elocuente, familiar o grave según los casos; era la figura, los
-ojos, el gesto, el alma flexible y escurridiza que se metía en el
-alma del amigo, del penitente, del hermano en Dios, y aun del enemigo
-empecatado. Podría creerse que tal cualidad serviría para lucir en
-el púlpito. Pues no señor. En su juventud había probado la oratoria
-sagrada con éxito dudoso. Predicador adocenado, pronto hubo de conocer
-que a ninguna parte iría por aquel camino. Su apostolado tenía por
-órgano la conversación, y el trato social era el campo inmenso donde
-debía ganar sus grandes batallas.
-
-Vivía Flórez con independencia, de la renta de dos buenas fincas que
-heredó de sus padres en Piedrahita. No tenía, pues, que afanarse por la
-_pícara olla_, ni que volver los ojos, como otros infelices, al palacio
-episcopal, a las parroquias o al Ministerio de Gracia y Justicia. Dios
-le había hecho vitalicio el pan de cada día, poniéndole en condiciones
-de ejercer su ministerio con la eficacia que da... una alimentación
-perfecta. No le venía mal la independencia hasta para la conservación
-de su fácil ortodoxia, de su perfecta conformidad con el espíritu y
-la letra de cuanto enseña y practica la Santa Iglesia. Vestía con
-pulcritud y hasta con cierta elegancia dentro de la severidad del traje
-eclesiástico, sin que en ello hubiera ni asomos de afectación, pues en
-él el aseo y la compostura eran cosa tan natural como el habla correcta
-y la bondad de las acciones. Era elegante, por la misma razón porque
-cantan los pájaros y nadan los peces. Cada ser tiene su epidermis
-propia, producto combinado de la nutrición interior y del medio
-atmosférico. La ropa es como una segunda piel, en cuya composición y
-pátina tanta parte tiene lo de dentro como lo de fuera.
-
-Importantísimo debía de ser lo que hablaron aquella tarde don Manuel
-y doña Catalina, porque la encerrona fue larga. Despidiose el buen
-sacerdote al fin, diciendo al coger su teja:
-
---Quedamos en eso..., ¿eh?
-
---Yo no diré nada, ni haré nada.
-
---Corriente, mi buena y santa amiga. Si algo le dicen a usted,
-desentiéndase. Si sobreviene algún disgustillo, écheme la culpa. No
-tiene más que decir: «cosas de don Manuel».
-
---Perfectamente. Si consigo lo que deseo, a usted lo deberé todo, y
-suya será la gloria.
-
---No, eso no: la gloria es de usted, quedamos en eso, en que la gloria
-es de usted. No soy más que el ejecutor o el auxiliar de una grande, de
-una excelsa idea. Adiós, adiós.
-
-
-
-
-VII
-
-
-Bajó despacito las escaleras, fija la vista en los peldaños, mientras
-volteaba en su mente la grande, la excelsa idea, y en el portal se
-encontró a los señores Marqueses que regresaban de su paseo en coche.
-
---¿Todavía por aquí, don Manuel?
-
---¿Quiere quedarse a comer?
-
---Gracias mil. Ya saben que no como a estas horas. Mi chocolatito, y a
-la cama como un ángel. Consuelo, buenas tardes.
-
---¿Y cuándo tendremos el gusto de volver a verle por aquí? --le
-preguntó el Marqués.
-
---Ese gusto lo tendrán ustedes mañana.
-
---El disgusto será de usted.
-
---Quizás... Pero en fin, mañana hablaremos. Abur, abur.
-
-Requirió el manteo, y se fue, dejando a su buen amigo un tanto caviloso
-con aquel anuncio de conferencia, que debía de ser, se lo decía
-el corazón, alguna extravagancia de su señora hermana la Condesa.
-Preparose, pues, prejuzgando todos los órdenes, de razonamientos
-con que podría embestirle don Manuel, y le aguardó tranquilo. Las
-diez no eran todavía cuando el sacerdote entró en la casa, y ambos
-en el despacho, sentaditos a uno y otro lado de la mesa, hablaron
-largo tiempo. El Marqués, si le dejaban, era un águila para las
-amplificaciones; pero Flórez sabía ser lacónico y contundente cuando
-el caso lo exigía. La confianza autoritaria, de superior a inferior,
-con que le trataba, por haber sido su maestro antes de la partida de
-Feramor para Inglaterra, facilitaba mucho a don Manuel las fórmulas de
-concisión.
-
---Ya, ya me lo figuraba --dijo el Marqués, oída la breve exposición que
-hizo don Manuel de su visita--. Desde que usted me indicó anoche...
-Bajaba usted de su cuarto, donde estuvo en cónclave con ella toda la
-tarde... En seguida comprendí. Mi señora hermana desea que le entregue
-su legítima.
-
---Exactamente.
-
---¿Y para eso tanto misterio, y conferencias tan largas entre usted
-y ella? ¿Por qué no me lo dice? ¿Acaso me niego a entregarle lo suyo?
-¿Por ventura no tengo mis cuentas bien claras, y mi conciencia muy
-tranquila, y todos los asuntos tan en regla, que fácilmente podría
-contestar a cuantas objeciones se me hicieran? Vea usted, vea usted...
-
-Y diciendo esto sacó un legajo cuyo rótulo decía: «Cuenta de las
-cantidades suplidas a mi señora hermana Catalina...»
-
---Ya, ya --dijo el clérigo continuando de memoria la lectura del
-rótulo--. «Suplidos en Madrid cuando se casó... y después en Sophia,
-Constantinopla, Corfú...» Dame acá.
-
-Y tomó los papeles, y sin dignarse pasar por ellos la vista, con
-resolución firme y calmosa empezó a romperlos, no pudiendo hacerlo con
-todo el legajo de una vez, por ser demasiado grueso.
-
---¡Qué hace usted, don Manuel! --exclamó el Marqués abalanzando su
-cuerpo por encima de la mesa, pero sin atreverse a quitarle al otro de
-las manos los papeles que rompía pausadamente, echando los pedazos en
-una cestita próxima.
-
---Ya lo ves... Hago lo que tú harías si fueras como Dios y yo queremos
-que seas, lo que harás seguramente si reflexionas en ello... Déjame,
-déjame que deshaga toda esta podredumbre...
-
---Pero...
-
---No hay pero que valga. ¡Si has de concluir por aprobarlo, y
-ayudarme a romper los que quedan! Hijo mío, tengo de ti mejor idea
-de lo que parece, y aunque te empeñes en disimular tu buen corazón
-con esas apariencias de egoísmo que te impone la sociedad, no has
-de conseguirlo. Ya, ya estás comprendiendo que debes entregarle a
-tu hermana su legítima íntegra, y que esa resta infame que tenías
-preparada no es propia de un caballero cristiano... como debes ser...
-como eres, lo digo y lo repito, como eres.
-
---¡Don Manuel!
-
---Don Manuel te quiere mucho, y cuando te ve desfigurado por el
-egoísmo, que todo lo contamina, te rehace a su gusto... Yo quiero que
-seas conforme al tipo de caballero cristiano que quise formar en ti
-cuando te llevaron a tierras de ingleses metalizados. No pongas esa
-cara compungida, ni abras esos ojazos, Paco, amigo mío y discípulo
-amado. Los anticipos que hiciste a tu hermana son miserias... miserias
-para ti, que eres rico; y si retienes esas cantidades al entregarle
-su legítima, rebajas tu dignidad, y te pones al nivel de la gente mal
-nacida. Prueba que eres noble, no solo de nombre, sino de hechos, y
-perdónale a tu pobre hermana las limosnas que le hiciste, que si el no
-dar limosna es cosa fea, el reclamar la que se dio es cosa feísima,
-plebeya, vil.
-
---Permítame usted, mi querido Flórez --dijo el Marqués palideciendo,
-sin ningunas ganas de ceder, pero también sin ánimo para oponerse al
-rasgo de su amigo y maestro--; permítame usted que le diga que no es
-esa la manera de tratar las cuestiones de intereses. Discutamos...
-
---Eso es lo que tú quieres, discutir, porque en ello siempre llevas
-ventaja. Pues yo aborrezco las discusiones; soy muy poco parlamentario.
-¿Y para qué habíamos de discutir? Ya han desaparecido en pedacitos
-mil tus famosas cuentas. Mía es la responsabilidad de este crimen de
-lesa majestad... económica. Pero mi conciencia está tranquila, y aquí
-donde me ves, al romper tus papelotes he sentido en mi interior un
-goce vivísimo. ¡Si tú eres bueno, si tú mismo no sabes lo bueno que
-eres! Ea, voy a echármelas de parlamentario. Discusión: planteo el
-debate. Seré breve, muy breve. Escúchame. Tú eras rico, tu hermana
-pobre. Tú habías hecho un buen casamiento, bajo todos puntos de vista;
-tu hermana lo había hecho detestable. Tú eras feliz, ella desgraciada.
-¿Qué menos podías hacer que socorrerla en su miseria, cuando aún no
-podías entregarle su legítima, por no estar ultimada la testamentaría?
-La socorriste, fuiste buen hermano, buen caballero, y ahora, cuando
-ella te pide la herencia de vuestro padre, te adelantas gallardamente
-y le dices: «Querida hermana, toma lo que te pertenece, y olvida los
-sinsabores que te causé, como yo olvido los socorros que te di.» Esto
-hace un prócer, esto hace un caballero, esto hace el primogénito de una
-casa ilustre que hoy se encuentra en posesión de grandes riquezas.
-
---No me deja usted hablar... ¡Pero don Manuel de mi alma...!
-
---Si estoy yo _en el uso_ de la palabra, como decís allá. Después
-hablará su señoría, que aún tengo mucho que decir... Sigo. Pues
-me figuro que tengo delante de mí a tu padre, o mejor aún, que el
-hombre que tienes frente a ti, no soy yo, sino aquel bonísimo aunque
-desordenado Pepe Artal, mi noble amigo. ¿Por qué me decidí a romperte
-todo este papelorio? Porque tenía la seguridad de que él lo hubiera
-roto. No era yo, era él, quien lo rompía. Hago revivir ante ti la
-imagen, más que la memoria, de tu padre, para que le imites en este
-caso, aunque en otros me guardaría muy bien de presentártelo como
-modelo. ¡Ah!... Paco mío, tu padre era un perdido... digo, tanto como
-un perdido no, era una mala cabeza, el desbarajuste, la imprevisión.
-Cabeza de trapo, corazón de oro. ¡Qué corazón el de Pepe Artal! Era
-el caballero español, dispuesto a todas las barbaridades imaginables;
-pero también generoso, verdaderamente noble y magnánimo. El pobrecito
-no conoció a los economistas ingleses, ni siquiera por el forro. Había
-oído hablar con grandes encarecimientos de los políticos de allá: Lord
-Palmerston, Pitt, qué sé yo; pero él no les conocía más que yo a los
-sacerdotes de Confucio. Creía que todo lo bueno ha de traer una marca
-que diga _Londón_, y se empeñó en que tú habías de entrar en el mundo
-social y político con esa etiqueta. Fuiste allá, volviste hecho un
-inglesote. Vales mucho, yo no lo niego. Serás capaz de arreglar la
-Hacienda española... trabajo te mando... como has arreglado la tuya.
-Tienes grandes cualidades, algunas muy raras aquí, y que nos hacen
-mucha falta; pero careces de otras, quizás las más elementales...
-Pero yo, que te quiero tanto, tanto, te cojo, como se coge un muñeco
-o cualquier figurilla de materia blanda, y te retuerzo, y te doy una
-gran vuelta, hasta enderezar en ti lo que me parece torcido, y hacerte
-a mi gusto... Conque se acabó el discurso. Quedamos en eso: en que le
-entregarás a tu hermana su legítima sin escatimarle las sumas con que
-acudiste a sus necesidades en los tiempos de su extrema pobreza...
-¿Estamos? Pues bien, ahora, yo que soy un gran embustero cuando el caso
-llega, subiré a ver a Catalina, y le soltaré una mentira muy gorda,
-pero muy gorda...
-
---¡Qué!
-
---Que tú, por tu propia iniciativa, como saliendo de ti, ¿me entiendes?
-has tenido ese rasgo. Que yo no te he dicho nada, que los papeles los
-rompiste tú, mejor, que ya los habías roto; en fin, yo me entiendo.
-
---¿Y eso dirá usted a mi hermana?
-
---Eso mismo, tal como lo oyes.
-
---Pues no lo creerá --dijo Feramor, sonriendo por primera vez después
-del sofoco que acababa de pasar.
-
---Tanto peor para ella y para ti... Pero sí lo creerá. Basta que se lo
-diga yo.
-
---Con muchos actos de veracidad como este...
-
---¡Pero si en rigor no es mentira lo que pienso contarle! ¡Si tú,
-al fin, sientes ya no haber tenido aquella espontaneidad, porque tu
-corazón se ha vuelto del lado de la esplendidez galana y noble! Y el
-aceptar ahora gozoso lo que antes no hiciste, es lo mismo que si lo
-hubieras hecho, y llegas a creer que tú mismo rompiste las cuentas,
-y... Vaya, confiésame que te has penetrado de tu papel de caballero
-y de buen hermano, y que estás contento de haberlo mostrado con una
-gallardísima acción. Confiésalo, di que sí, y con esa declaración me
-quedo yo más tranquilo, y no me remorderá la conciencia por el embuste
-que voy a encajarle a la Condesa...
-
---Hm...
-
-
-
-
-VIII
-
-
---Mire usted, mi querido don Manolo --dijo el Marqués sentándose,
-después de dar dos o tres vueltas por la estancia--. Sin esfuerzo
-alguno, y con solo una ligera indicación de usted o de ella misma,
-habría usted visto en mí eso que llama rasgo, si supiera yo que al
-entregar a mi hermana su legítima, daba un empleo útil a ese pequeño
-capital... Déjeme usted seguir, que ahora me toca hablar a mí. ¡Pues no
-faltaba más sino que usted se lo dijera todo! Continúo _en el uso_ de
-la palabra. Cúreme usted a mi hermana de sus manías de fundadora...
-
---Pero ven acá, majadero, ¿acaso la fe es una enfermedad?
-
---Que hablo yo ahora: no se interrumpe al orador. Quítele usted de
-la cabeza a mi señora hermana esas ideas y esos planes para cuya
-realización no le ha dado Dios el cacumen que se necesita, y no solo
-le entregaré gustoso lo que le pertenece, sin merma alguna, sino que
-añadiré algo, siempre que ella se humanice, dejándose de aspirar a la
-canonización, y vuelva al mundo, mirando por su propio interés y por
-el de la familia. De buen grado daré todo el esplendor posible a la
-posición que ella podría crearse, bien casándose con el viudo Muñoz
-Moreno-Isla, bien con...
-
---¡Paco, por Dios, no desbarres!... Sí, te interrumpo, no te dejo
-hablar, no consiento que barbarices de ese modo. ¡Pero tonto, si su
-grande espíritu la llama hacia cosas bien distintas de eso que llamas
-posición!... ¡Vaya una posición! ¡Si ella quiere la más alta de todas,
-la que será siempre inaccesible para todos esos Casa-Muñoz y demás
-traficantes ennoblecidos que se revuelcan en la vulgaridad, entre
-barreduras de plata y oro! ¡Buena está Catalina para vender la alegría
-de su alma, que consiste en estar siempre en Dios y con Dios, por el
-dinero de esos publicanos! ¡Divertida estaría tu hermana con esa gente,
-pues a trueque de poseer unas cuantas acciones del Banco, tendría que
-soportar a su lado noche y día al de Casa-Muñoz y oírle decir _áccido_,
-_carnecería_, y otros barbarismos! ¡Y de añadidura, tener por cuñada
-a la Josefita Muñoz, la _reina de las tintas_, como la llama no sé
-quién, y oírla y aguantarla y estar cerca de ella, cosa tremenda,
-porque es público y notorio que le huele mal el aliento!... Yo no me he
-acercado... tate... Me lo han dicho. Pues otra: la madre de esos tenía
-su tienda en la calle de la Sal. ¡Dios misericordioso, las varas de
-sarga que me ha medido a mí la buena señora para sotanas! ¡Y hoy sus
-hijos son Marqueses, y en señal de finura se llevan la mano a la boca
-cuando les viene un eructo, y van a París como maletas para introducir
-en España la moda... de los _huevos al plato_! ¡Y esa es la posición
-que quieres para tu hermana!
-
---No se puede con usted, mi buen don Manolo, cuando toma las cosas
-en solfa --replicó el Marqués festivamente--. Búrlese usted todo lo
-que quiera; pero yo repito y sostengo que no hay otro medio, para
-crear clases directoras en esta desquiciada sociedad, que cruzar la
-aristocracia de pergaminos con la de papel marquilla, dueña del dinero
-que fue de la Iglesia y de las casas vinculadas. Yo le aseguro a
-usted...
-
---No me asegures nada... Tu hermana no quiere ser clase directora en el
-sentido social. Puede serlo en otro mucho más elevado. Sus desgracias
-le han hecho aborrecer toda esa miseria dorada del mundo. Ningún amor
-terrestre puede sustituir en su alma al cariño que tuvo a su esposo.
-Ahí donde la ves, con todo ese aire de poquita cosa, es una heroína
-cristiana. Fue buena esposa, mártir de sus deberes; la memoria del
-pobre muerto es su consuelo, y la llama vivísima de fe que arde en su
-alma se traduce en la ambición de consagrar su vida al bien de sus
-semejantes, a aliviar en lo posible los males inmensos que nos rodean,
-y que vosotros los ricos, los prácticos, los parlamentarios, veis con
-indiferencia, cuando no los escarnecéis, queriendo aplicar a su remedio
-las famosas leyes económicas, que vienen a ser como la receta del
-italiano contra las pulgas.
-
---Pero si yo no me opongo a que mi hermana sea piadosa... Accedo a que
-no se case, a que se dedique a la oración en la soledad de un claustro.
-Soy creyente, bien lo sabe usted.
-
---Hm... ¡Creyente! Todos los señores prácticos, políticos y
-parlamentarios lo son por conveniencia, por decoro y exterioridad. Van
-con vela a las procesiones, y cuando se arrodillan ante el Santísimo y
-ven elevar la hostia, están pensando en que los cambios suben también,
-o bajan.
-
-Dijo esto don Manuel nervioso, impaciente, levantándose y dando tumbos
-por el cuarto. De pronto entra _Sandy_ a pedir a su padre los sellos
-que había recibido aquellos días, y el buen sacerdote, después de
-acariciarle, le dice:
-
---Corre al segundo, alma mía, y a tu tiíta Catalina que baje al
-momento, que tu papá y yo tenemos que hablarle.
-
-Subió el chiquillo como una exhalación, y en el tiempo transcurrido
-hasta que se presentó la Condesa, el Marqués hubo de parafrasear
-sus últimas afirmaciones para evitar que Flórez las interpretara
-torcidamente. Era hombre práctico, y humillándose ante los hechos
-consumados, quería quedar bien con todo el mundo.
-
---He querido decir, señor don Manuel, que no ha demostrado mi hermana,
-hasta ahora, aptitudes para cosa tan grande, para una empresa que no
-solo requiere piedad, sino inteligencia, saber del mundo y de los
-negocios. Eso sostuve y sostengo. ¿Pero acaso el que no haya demostrado
-aptitudes, significa que no pueda adquirirlas cuando menos se piense?
-La fe hace milagros, ¿quién lo duda? La fe puede mucho.
-
---Según tú, los milagros los hace la santa economía.
-
---También. Y la inteligencia, y el método, y...
-
-La entrada de su hermana le cortó la palabra. Antes de saludarla, don
-Manuel le alargó desde lejos los brazos, diciéndole con tanta seriedad
-como alegría:
-
---Venga usted acá, señora Condesa de Halma, y dé las gracias a su
-hermano, este noble hijo de su padre, esta gloria de los Artales y
-Javierres... El señor Marqués, no bien le indiqué los proyectos de
-usted, abrió, como quien dice, su corazón y su alma toda, inundada de
-fe cristiana y de entusiasmo católico. Y nada... que disponga usted
-de su legítima, sin merma alguna, que no hay cuentas, ni las hubo,
-ni puede haberlas entre dos hermanos que tanto se aman... que si no
-basta, él está dispuesto...
-
---Poco a poco, don Manuel... Yo...
-
---Sí, sí, quiere decir que no nos abandonará en caso de... En fin, se
-ha portado como quien es, como un prócer castellano, caballero de la
-fe de Cristo. Ya lo esperaba yo, que conozco la raza, y he llorado de
-satisfacción viendo cómo sus ideas a las mías respondieron, cómo su
-noble corazón se inundó de regocijo ante los sublimes proyectos de su
-bendita hermana. ¡Vivan los Artales y Javierres, cuyo blasón no tiene
-igual en nobleza, cuya historia está llena de actos magnánimos, de
-virtudes heroicas! ¡Viva la familia que cuenta más santos que príncipes
-en su árbol genealógico, y príncipes a centenares, y felicitémonos
-todos, y yo el primero, por la honra de ser amigo de tan ilustres
-personas!
-
---Bien, muy bien --dijo doña Catalina entre dos sonrisas, demostrando
-en la frialdad con que pronunció aquellas palabras, que no aceptaba
-como artículo de fe las del clérigo.
-
---No me opongo jamás --dijo Feramor tragando saliva, para ahogar con
-ella la tumultuosa procesión que le andaba por dentro--, no me opongo a
-nada que sea razonable. Cuando lo espiritual se presenta en condiciones
-prácticas, soy el primero... ya se sabe... Mis ideas generales,
-mis ideas políticas, concuerdan con todo lo que sea el _fomento y
-protección_ de los intereses religiosos. La fe es una fuerza, la mayor
-de las fuerzas, y con su ayuda, las demás fuerzas, ora sociales, ora
-económicas, podrán realizar maravillas. Toda empresa de _mejora_ moral
-me tiene a su lado, porque no veo más camino para el perfeccionamiento
-humano que las creencias firmes, la misericordia, el perdón de las
-ofensas, la protección del fuerte al débil, la limosna, la paz de las
-conciencias.
-
---¡Qué hermosas ideas! --dijo don Manuel con fingido entusiasmo--.
-¡Benditas sean las riquezas que atesoras, porque con ellas harás el
-bien de tus semejantes desvalidos! Si todos los ricos fueran como tú no
-habría miseria, ¿verdad?, ni el problema social sería tan pavoroso.
-
-Al llegar a este punto, el Marqués necesitaba violentarse mucho
-para no coger una silla y dejarla caer sobre la cabeza del ladino y
-maleante sacerdote. Pero su corrección social, como una conciencia más
-fuerte que la conciencia verdadera, se sobrepuso a su enojo, y ni un
-momento desapareció de sus labios la sonrisa, que parecía esculpida,
-de la buena educación... ¡Ah, la buena educación! Era la segunda
-naturaleza, la visible, la que daba la cara al mundo, mientras la
-otra, la constitutiva, rara vez salía de la clausura en que las bien
-estudiadas formas urbanas la tenían recluida. Prescindir de aquella
-segunda naturaleza para todos los actos públicos y aun domésticos,
-era tan imposible como salir a la calle en cueros, en pleno día.
-Los refinamientos de la educación, si en algunos casos corrigen
-las asperezas nativas del ser, en otros suelen producir hombres
-artificiales, que por la consecuencia de sus actos se confunden con los
-verdaderos.
-
-Apurando los inagotables recursos de su buena educación, de aquella
-fuerza en cierto modo creadora y plasmante que hace hombres o por lo
-menos estatuas vivas, el Marqués sostuvo el papel que le había impuesto
-el eclesiástico amigo de la casa, y terminó la conferencia diciendo
-graciosamente a su hermana:
-
---Dispón de... eso cuando quieras. Estoy a tus órdenes. Y, como te ha
-dicho muy bien don Manuel, entre nosotros, entre hermano y hermana,
-no se hable de cuentas, ni de anticipos... No, no me des las gracias.
-Es mi deber perdonarte una deuda insignificante. La fortuna me ha
-favorecido más que a ti; ¿qué digo la fortuna? Dios, que es quien
-da y quita las riquezas. Si a mí me las ha dado, es para que puedas
-consagrarte... consagrarte...
-
-No acabó el concepto, porque la buena educación, empleada a tan altas
-dosis, hubo de agotarse... Para disimular la repentina extinción de
-aquella fuerza, el Marqués no tuvo más remedio que fingir una tosecilla.
-
-Y don Manuel, sacando una cajita de cartón, le dijo con buena sombra:
-
---Tome usted, señor parlamentario, una pastillita de las que yo gasto.
-
-
-
-
-SEGUNDA PARTE
-
-
-
-
-I
-
-
-Véanse ahora los artificios que en la conducta del Marqués de Feramor
-determinaba su segunda naturaleza, el ser urbano y correcto, pues el
-impulso adquirido le llevó a distancias considerables de su verdadera
-índole interna, petrificada en el egoísmo. Aquella noche y las
-siguientes, platicando en su tertulia con las personas graves de ambos
-sexos que a ella concurrían, indicó con discreta jactancia su propósito
-de coadyuvar a las empresas religiosas de su hermana la Condesa.
-Verdad que todo esto era de dientes afuera. Hay que manifestar que le
-incitaba a la expresión de tales ideas y otras semejantes la atmósfera
-que reinaba en su tertulia, y que no era más que una prolongación del
-ambiente total. Porque en aquellos días, que no están muy lejanos,
-había venido sobre la sociedad una de esas rachas que temporalmente la
-agitan y conmueven, racha que entonces era religiosa, como otras veces
-ha sido impía. El fenómeno se repite con segura periodicidad. Vienen
-vientos diferentes sobre la conciencia pública: a veces como una moda
-de exaltaciones democráticas; a veces la moda del ideal contrario.
-En literatura también vienen y van estas ventoleras furibundas, que
-harían grandes estragos si no pasaran pronto. Sopla a veces un realismo
-huracanado que todo lo moja; a veces un terral clásico que todo lo seca.
-
-La religión no se libra de esta elasticidad atmosférica, que en cierto
-modo es saludable, dígase lo que se quiera. Vienen altas presiones de
-indiferentismo; siguen otras de piedad. En los días a que me refiero,
-la racha religiosa venía con fuerza, y en los salones de Feramor se
-arremolinaba furibunda. Hablábase con preferencia de Roma y del Santo
-Padre; a cualquiera se le ocurrían frases felices para ridiculizar a
-los incrédulos, o para encomiar las hermosuras del simbolismo cristiano
-y de las artes auxiliares del culto; otros señalaban decadencia,
-síntomas de ruina moral en los países protestantes. Sostenían estos la
-frecuencia de las conversiones al catolicismo, y aquellos recordaban
-con encarecimiento las vidas de santos y fundadores, encontrándolas
-más bellas que las de los héroes de Plutarco. Se proyectaban viajes en
-cuadrilla para admirar catedrales y huronear monasterios derruidos, y
-los aficionados a la estética reconocían más talento en los escritores
-ortodoxos que en los impíos o indiferentes. Algunos que nunca fueron
-beatos, enseñaban bajo la mundología una punta de oreja pietista, y
-los que lo eran se crecían y amenazaban comerse el mundo. De fuera,
-por el vehículo de la prensa, que siempre ha sido extraordinariamente
-sensible a estas mudanzas atmosféricas, venía la racha, empujando más
-cada día, porque los periódicos tachados de librepensadores y que lo
-eran realmente, al llegar Semana Santa, salían con todas sus columnas
-abarrotadas de una santurronería que habría hecho palidecer de ira
-a los progresistas de hace treinta años. Las señoras, naturalmente,
-aventaban más y más la racha con el aire de sus abanicos y con el
-aliento de su apasionada fraseología, hasta conseguir que se hinchara
-como tromba. Ignoraban que cuando se apaciguaran aquellos vientos,
-vendrían otros con nuevas ideas y pasiones nuevas.
-
-Pues bien, en una atmósfera densa de revindicaciones religiosas, vertía
-el Marqués de Feramor sus ideas artificiales, que se llaman así para
-diferenciarlas de las ideas verdaderas, encerraditas muy adentro, lejos
-del histrionismo seco de la buena educación. Se esforzaba en mostrarse
-contento por auxiliar a su hermana doña Catalina en las formidables
-empresas cristianas que acometería muy pronto. ¡Oh, como representante
-de las clases directoras, él estaba obligado a contribuir a cuanto
-favoreciera los _grandes intereses espirituales_ de la sociedad! No
-todo había de ser fomentar obras públicas, y defender como artículo
-de fe la asociación mercantil. Había que mirar al más allá, enseñar
-a las clases proletarias el olvidado camino del Cielo, y preparar
-la vuelta de los grandes ideales. De este modo daba alimento a su
-vanidad, preconizando en público lo que en su fuero interno detestaba,
-y hacía propósito de sacar partido de lo que tan contra su voluntad se
-fraguaba, en el piso segundo de su casa, entre la testaruda Condesa de
-Halma y el complaciente don Manuel Flórez.
-
-Los concurrentes a su tertulia se veían obligados a mayores alabanzas
-que las que constantemente le tributaban por su sentido inglés,
-y su desprecio de las exageraciones. A excepción del Conde de
-Monte-Cármenes, equilibrista incorregible, que se ponía siempre en un
-justo medio muy cómodo, equidistante del misticismo y de la impiedad,
-los amigos de Feramor le veían con gusto en aquel camino. Naturalmente,
-los hombres de capacidad intelectual y pecuniaria como él, estaban
-obligados a dar vigor al poder público, vigorizando el _resorte_
-religioso. El Marqués de Cícero no podía contener su entusiasmo;
-Jacinto Villalonga, que al conseguir la senaduría vitalicia se había
-constituido en adalid de los grandes principios, deploraba no ser
-rico para ayudar a la Condesa de Halma en sus empresas espirituales,
-que eran lo mismo que una gran batalla dada a las revoluciones; los
-Trujillos, los Albert y Arnáiz, de la nobleza frescachona, opinaban que
-los _títulos_ debían ponerse al frente del movimiento de regeneración;
-el Conde de Casa-Bohío, Tellería de nacimiento, casado con una cubana
-rica, declaraba su conformidad y aprobación entusiasta... en nombre de
-Europa y América. El general Morla no hacía más que repetir y confirmar
-sus ideas de toda la vida. Severiano Rodríguez cerdeaba un poco; pero
-sin lanzarse resueltamente a la oposición, porque su urbanidad se lo
-vedaba.
-
-Pero el que con mayor vehemencia y aspavientos más enfáticos hizo la
-apología de los _intereses espirituales_, fue un tal José Antonio de
-Urrea, primo del Marqués, parásito en la casa por temporadas, hombre
-inconstante, ligero y de dudosa reputación. Más joven que Feramor, algo
-se le parecía en lo físico, en lo moral poco, porque era la cabeza más
-destornillada de la familia, y la mayor calamidad que pesaba sobre
-ella. El Marqués le profesaba una antipatía que a veces era mortal
-odio, y había hecho los imposibles por mandarle a Cuba, a Filipinas,
-al fin del mundo, y librarse de sus furiosas acometidas en demanda de
-socorros pecuniarios. Las adulaciones del dichoso pariente le sacaban
-de quicio, porque tras ellas venía siempre el golpe inexorable.
-
-Verdaderamente, José Antonio de Urrea era más desgraciado que
-perverso. Huérfano en edad temprana y sin patrimonio, no tuvo quien
-le mandase a estudiar a Inglaterra ni a parte alguna. Los parientes
-ricos quisieron darle carrera; empezó sucesivamente tres o cuatro,
-Infantería, Montes, Administración Militar, Telégrafos, y no llegó ni
-a la mitad de ninguna. A los veintidós años, fue preciso conseguirle
-un destino. Feramor contaba por centenares los viajes al Ministerio
-para pedir la reposición o el traslado. Ello es que le echaban de todas
-las oficinas, porque, o no iba, o iba tarde, y no hacía más que fumar,
-dibujar caricaturas y enredar con los compañeros. Abandonado de sus
-parientes, dedicábase a desconocidos negocios. Veíasele algún tiempo
-bien vestido, gastando en coche y teatros, sin que nadie supiese de
-dónde salían aquellas misas. Tras un largo periodo de eclipse, aparecía
-mi José Antonio hecho una lástima, enfermo, roto, muerto de hambre;
-pero con ideas de un gran negocio, que estudiaba y que seguramente
-sería su salvación. Feramor y su mujer, la Duquesa de Monterones y su
-marido le compadecían, y haciéndole prometer la enmienda, se dejaban
-expoliar. El pícaro se valía de mil graciosas artimañas para conquistar
-los corazones, principalmente los de las señoras; con el socorro que
-recogía restauraba su ropa o la hacía nueva, y allá le teníais otra vez
-de punta en blanco, día y noche, de servilleta prendida, y amenizando
-las tertulias con su fácil ingenio.
-
-Su inconstancia no era inferior a su desvergüenza: a veces desaparecía
-de las casas de Feramor y Monterones, y parasiteaba en otras, donde sin
-duda le pagaban con el plato sus amenidades, que no siempre eran de
-buen gusto. Ello es que en la mesa y tertulia de la parentela pagaba el
-trato con una adulación asfixiante, y en las casas ajenas se vengaba
-de la humillación recibida hablando mal de su familia, ridiculizando
-el anglicanismo de su primo, las vanidades de la Marquesa y de Ignacia
-Monterones. Tras esto solía venir otro largo chapuzón en obscuridades
-desconocidas, para resurgir luego arrepentido, implorando misericordia.
-En cuanto su primo le veía con el incensario en la mano, se echaba
-a temblar, porque las lisonjas eran siempre precursoras de un golpe
-despampanante con el mandoble, que manejaba como nadie. Y así, cuando
-le vio tan entusiasta de los ideales religiosos, el Marqués se dijo:
-«Este viene armado esta noche. Preparémonos.»
-
-En efecto, aprovechando una ocasión propicia, José Antonio le asaltó
-en un ángulo del billar, y allí, con alevosía, premeditación y
-ensañamiento, descargó sobre su cabeza el filo cortante, quedándose el
-Marqués tan aturdido del tremendo golpe, que no supo contestarle. El
-terrible sablista mostrose muy animado con la esperanza de un seguro
-negocio, para el cual reunía el capitalito necesario, y solo le faltaba
-una cantidad, una miseria, que su primo, su querido primo, su opulento
-primo y Mecenas le facilitaría al día siguiente... si podía ser por la
-mañana, mejor.
-
-
-
-
-II
-
-
---¿Pero tú estás loco? ¡Que te dé mil pesetas! --le dijo la víctima
-poniéndole la mano en el pecho, y apartándole de sí como un peso que se
-le venía encima--. ¡Vaya una historia! ¿Negocios tú...? Y qué es, ¿se
-puede saber?
-
---Un negocio editorial, pero seguro, Paco; tan seguro, que ganaré con
-él en poco tiempo, unos cuantos miles de duros.
-
---Echa por esa boca. La historia de siempre. ¿Y con mil pesetas
-estableces una casa editorial?
-
---¿No me has oído? Tengo más; pero me falta ese pico.
-
---Lo que a ti te falta es vergüenza --respondió el Marqués, que ante
-aquella calamidad de la familia se veía privado hasta de su buena
-educación--. Déjame en paz, o te echo de mi casa.
-
---Bueno, no es motivo para que te enfades. Me niegas el auxilio que
-yo, pobre industrial, vengo a pedirte. Y luego me decís: «Trabaja,
-trabaja, sé hombre, sienta la cabeza.» Pues señor, siento la cabeza, me
-descrismo trabajando; pero ¡ay! la pícara ley económica se interpone...
-¿El capital dónde está? Lo busco; encuentro parte; voy a mi opulento
-primo a que me lo complete, y mi opulento primo me echa de su casa, me
-condena a la miseria, me ata las manos... Bien, Paco, bien... Siempre
-te querré, y te respetaré siempre...
-
---¡A fe que están los tiempos para poner dinero en empresas
-editoriales..., precisamente cuando hemos convenido en dedicarlo a las
-espirituales!
-
---Tú puedes atender a todo. Estás en el deber de fomentar lo de Dios y
-lo del César.
-
---Sí, sí, con la saca que me espera estos días. ¿Sabes que tengo que
-dar a mi hermana...?
-
---Lo sé. Le das lo suyo.
-
---Pero...
-
---Convenido; tu hermana está loca.
-
---Habla con más respeto.
-
---Loca perdida. Locura sublime, si quieres. Yo que tú, no le daba un
-cuarto. Lo sublime deja de serlo en cuanto le pones dinero encima. Dame
-a mí lo que te pido, que estoy bien cuerdo y bien pedestre, con mi
-trabajito metódico, y mis hábitos de hombre previsor y ordenado.
-
-En efecto, dígase porque es verdad, el pobre Urrea llevaba medio año
-de vida totalmente contraria a la que le diera fama tan triste. Había
-conseguido dar forma práctica a su habilidad para la fotografía, y
-asociándose con un industrial muy activo, hizo una excursión por
-las provincias andaluzas, y se trajo una colección de clichés de
-monumentos, que le valieron algunos cuartos. Esto le alentó. Fundó
-un periódico, estudiando la Zincografía y el Heliograbado; pero la
-endeblez de la parte literaria hizo fracasar la publicación. Con nuevos
-elementos intentaba la creación de otro semanario ilustrado, esperando
-obtener considerables ganancias, y juntaba dinero para el material
-indispensable y para los primeros gastos. El impresor le exigía, a más
-del papel, una cantidad en fianza para responder de la composición
-y tirada de los dos primeros números. Hablando de estas materias,
-metiéndose de lleno en la explicación técnica del negocio por ver si
-ablandaba a su primo, afiló más el arma, llegando a fijar en dos mil
-pesetas la suma que necesitaba.
-
---¡Dos mil!
-
---Sí, y tú me las vas a dar. Eres mejor de lo que tú mismo crees.
-
---No; si yo me tengo por inmejorable. Por serlo, no te doy las dos
-mil pesetas: sería lo mismo que tirarlas a la calle... Oye: una cosa
-se me ocurre. Pídeselas a mi hermana, que ahora tiene dinero, o lo
-tendrá pronto, y según dice don Manuel, lo dedica al socorro de la
-miseria humana. Claro que tú, con tu flamante industria editorial,
-estás comprendido en esa humanidad miserable, a la cual piensa Catalina
-redimir.
-
---Pues mira tú, no es mala idea... ¡Ah! tu hermana es una santa, una
-heroína cristiana. Yo la admiro, y siempre que la veo, me dan ganas de
-arrodillarme delante y rezar... Mi palabra de honor... Pues sí, ¡famosa
-idea!
-
---Hazle comprender que la protección a las industrias nacientes y a los
-hombres emprendedores y formales como tú, debe contarse entre las obras
-de misericordia, y que la caridad empieza por la familia... ¿entiendes?
-¡Quién sabe, hombre, quién sabe si...!
-
---No lo tomes a broma, que bien podría... Se intentará, hombre, se
-intentará. Catalina es realmente un ángel, y sus desgracias le dan una
-extraordinaria penetración para comprender las ajenas. Bien mirado el
-asunto, debe comenzar su campaña caritativa por mí, que la venero, que
-la idolatro; por mí, el más desgraciado de la familia, más que ella
-seguramente, más, más. Y creo que, en conciencia, bien puedo pedirle
-tres mil pesetas.
-
---Sí... sube, hijo, sube.
-
---Pero, ¡ay! --exclamó Urrea desalentado súbitamente, llevándose la
-mano al cráneo--, no me acordaba de... ¡Ay, no puede ser, Paco de mi
-alma, no puede ser! ¡Qué tontos tú y yo! Claro que dejándose llevar
-mi prima de su magnánimo corazón, no habría caso. Pero como el que
-gobierna en su voluntad es ese _congrio_ de don Manuel... Figúrate.
-
---No te permito hablar así de nuestro dignísimo amigo.
-
---Perdóname... No le ofendo. ¡Triste de mí! ¡Cuando digo que la
-mayoría de los males que afligen a la humanidad son de un origen
-eclesiástico!... ¡Ah! pues si yo cogiera libre a mi prima, quiero
-decir, en el libre ejercicio de su misericordia, créete que mis cuatro
-mil pesetillas no habría quien me las quitara. Mi palabra...
-
---Veo que si no te las dan pronto, acabarás por pedir un millón.
-
---Se me ocurre una idea... Quizás podríamos... Hay que verlo. ¿Puedo
-contar contigo?
-
---¿Conmigo? ¿para qué?
-
---Para apoyarme, en caso de que ese reverendísimo _percebe_ informe,
-como parece natural, en contra de mi pretensión.
-
---Yo... ¿Cómo?
-
---Diciéndole a la señora Condesa de Halma que ya no soy lo que era, que
-me he corregido, que trabajo, que con mi pequeña industria doy de comer
-a multitud de familias indigentes, en fin, que defiendo a rajatabla los
-grandes ideales cristianos, y que sería obra de caridad muy meritoria
-auxiliarme con cinco mil...
-
---¡Calla, hombre, calla! Yo no puedo apoyarte. Creerán que me he vuelto
-loco. En todo caso, demuéstrame que tus propósitos de enmienda son
-verdaderos, y tus planes de trabajo cosa seria y decisiva.
-
-Dijo esto el Marqués, pasando al salón próximo, como si por la fuga
-quisiera librarse de mosca tan importuna; pero el pariente pobre le
-seguía, cosido a sus faldones, desplegando la pertinaz voluntad de
-esos caracteres que no desmayan hasta no conseguir lo que se proponen.
-Minutos después, Feramor se sentó en un diván para hablar de política
-con Manolo Infante. El parásito hubo de agregarse con oficiosidad
-pegajosa; la conversación rodó insensiblemente hacia el terreno
-periodístico, y al instante Urrea se dejó caer con esta indirecta:
-
---Como yo consiga echar a la calle mis _Sabatinas_, verán ustedes.
-Cosa nueva, la actualidad presentada con arte y _chic_, precio
-fenomenal, digo, baratísimo; la parte literaria de primera, la
-heliografía _ídem de lienzo_, en fin, un negocio que solo espera un
-poquitín de apoyo para enriquecer a alguien. El primer número, que
-ya está preparado, lo dedico al célebre apóstol de nuestros tiempos,
-el gran Nazarín, de quien presento noticias estupendas, la biografía
-completa, retratos de él y sus discípulas...
-
---Pero ese Nazarín, ¿qué es? --preguntó el Marqués a Manolo Infante--.
-Ya nos trae locos la prensa con la dichosa cuadrilla _nazarista_, y el
-proceso, y las _interviews_... ¿Le has visto tú?
-
---No necesito verle --replicó Infante--, para pensar, como tu primo,
-que es el pillo más ingenioso que ha echado Dios al mundo.
-
---Poco a poco --dijo Urrea con el desparpajo que gastar solía para
-desmentirse--. Yo no pienso tal cosa.
-
---Hace un rato nos contabas a Severiano y a mí que le habías visto,
-y charlado con él y sus compañeras, y que le tenías... son tus
-palabras... por un impostor vulgarísimo.
-
---¿Eso dije?... Vamos, os revelaré todo el intríngulis de mi
-diplomacia. Por desorientaros a ti y a Severiano os dije la opinión
-corriente y vulgar, reservando para mi público la novedad, la sorpresa.
-Yo presento a Nazarín como resulta del sondeo que he hecho de su
-carácter, visitándole en el hospital uno y otro día.
-
---Y opinas que es un santo. Pues eso no es nuevo, porque no ha faltado
-quien lo haya sostenido ya.
-
---Pero no presentan los elementos de prueba que presentaré yo. Es un
-hombre extraordinario, un innovador, que predica con actos, no con
-palabras, que apostoliza con la voluntad, no con la inteligencia, y
-que dejará, no se rían ustedes de lo que afirmo, un profundo surco en
-nuestro siglo.
-
---¡Pero si nos has dicho hace media hora que ni siquiera es loco, sino
-un aventurero que se hace el demente para vivir sobre el país!
-
---No me convenía hace media hora decirte mi verdadera opinión. En
-diplomacia y en industria es permitido el engaño. Antes no me convenía
-propagar la verdad; ahora me conviene.
-
---A este le entiendo yo mejor que nadie --dijo Feramor riendo--.
-Tiene sus planes, persigue su negocio, y repentinamente, un cambio
-atmosférico le hace cambiar de rumbo para llegar más pronto a donde
-se propone. Es muy astuto mi primo, y ahora quiere ponerse a bien con
-los que dedican su dinero a los eternos ideales, a las campañas de la
-caridad evangélica. ¿Es esto, sí o no? Y a propósito, Manolo, ¿sabes
-tú de alguien que quiera tomar parte en una empresa editorial, con
-tendencias religiosas, _nota bene_, con tendencias religiosas, haciendo
-un pequeño sacrificio de seis mil pesetas?
-
---Poco a poco... --dijo con viveza José Antonio--. La participación
-en los beneficios no puede darse sino aportando al negocio siete mil
-pesetas.
-
-Feramor e Infante rompieron a reír, y el otro, sin cortarse ni
-abandonar el campo de su formidable _sport_, prosiguió de este modo:
-
---A reír, a reír... Ya veremos quién se ríe el ultimo. Y volviendo a
-_mi héroe_, les enseñaré algunas pruebas de las diferentes fotografías
-que he podido sacarle en el Hospital... También tengo las de sus
-compañeras. Verán.
-
-Echando mano al bolsillo, mostró distintas pruebas fotográficas, obra
-suya, las cuales fueron examinadas con intensa curiosidad por las
-distintas personas que al instante formaron grupo.
-
---¿Conque este es el famoso Nazarín?... A ver, a ver...
-
---Digan ustedes si cabe en lo humano un rostro más inteligente.
-
---Parece moro.
-
---Lo que parece es una figura bíblica.
-
---¿Y esta mujer...?
-
---Vean, vean esa cabeza, y díganme si la impostura puede llegar jamás
-a esa ideal belleza.
-
---Bonito perfil. Pero aquí hay retoque.
-
---Más que la _Beatrice_ del Dante, parece un Dante joven.
-
---Digan que es una pitonisa, con la inspiración pintada en sus ojos.
-
---O una Santa Clara.
-
---Eso no; no es figura medieval, es bíblica.
-
---Del Antiguo Testamento. No confundir...
-
---¿Y este? ¿Qué mico es este?
-
---Esa es Ándara... la monstruosa, porque en su rostro hay un guiño del
-Infierno y otro del Cielo.
-
---¡Ándara!... ¡Jesús, qué endiablada fisonomía!
-
---Todo es extraño, sublimemente enigmático y misterioso en esa familia,
-o dígase tribu... Pero fíjense, fíjense bien en la cara de Nazarín. ¿Es
-Job, es Mahoma, es San Francisco, es Abelardo, es Pedro el Ermitaño, es
-Isaías, es el propio Sem, hijo de Noé? ¡Enigma inmenso!
-
-Desembuchaba estos calurosos encarecimientos el bueno de Urrea, como
-un viajante que enseña las muestras de los artículos que ofrece al
-comercio, y en tanto las fotografías corrían de mano en mano. Las
-señoras principalmente las arrebataban, y ponían en ellas su atención
-con una curiosidad intensísima, insaciable, febril.
-
-
-
-
-III
-
-
---Pero, amigo Urrea --dijo el Marqués de Cícero con sinceridad
-infantil--, esto debe publicarse.
-
---Se publicará.
-
---¿Y el texto... cosa buena?
-
---¡Ah!...
-
---Pero es tan considerable el gasto --dijo Feramor--, que la empresa
-que ha tomado a su cargo la propaganda nazarista, solicita una
-subvención de ocho mil pesetas.
-
---¡Oh!... No has exagerado, querido primo --manifestó Urrea--. Y
-también te aseguro, palabra de honor, que para hacerlo bien, a la
-altura del asunto, no vendrían mal nueve mil.
-
---Chico, más vale que llegues de una vez a la cifra redonda: dos mil
-duros.
-
---Para mil cosas baladís han dado eso, y mucho más, Mecenas que yo
-conozco. Palabra que sí. Lo que se pretende ahora está circunscrito
-dentro de los términos de una modestia casi inverosímil: diez mil
-pesetas. ¿Qué menos?
-
---No me parece mucho. Que se las dé a usted el Gobierno.
-
---O pedirla a las Sacramentales --dijo Manolo Infante--, que tienen la
-contrata de la conducción a la vida inmortal.
-
---Mejor a las empresas funerarias, porque el nazarismo hace propaganda
-de la muerte.
-
---Pues yo que usted, Urrea --indicó una dama que sabía tomar el pelo
-con suave mano--, pediría la subvención al gremio de constructores de
-imágenes y de pasos para la Semana Santa.
-
-No se acobardaba el ingenioso aventurero por la rechifla graciosa
-con que los amigos de la casa acogían sus proyectos; antes bien,
-hallábase excitado, sentía en su mente audaces iniciativas y una
-pasmosa fecundidad de recursos para trabajar en aquel negocio. La idea
-sugerida por Feramor era felicísima. ¡Ah, si él pudiera maniobrar en
-terreno libre, es decir, en el bondadoso corazón de su prima! Pero
-aquel intruso y pegadizo don Manuel Flórez, tamiz por donde pasaban
-todos los pensamientos y actos de Catalina de Halma, le desconcertaba,
-infundiéndole la tormentosa duda del éxito. Para discurrir a sus
-anchas sobre problema tan difícil, necesitaba estar solo, aguzar su
-ingenio hasta lo increíble, prepararse, en fin, con todo el aparato de
-artimañas y sutilezas que, en su larga experiencia de aquella esgrima,
-le habían dado tantas victorias. Despreciando las burlas de que era
-objeto en casa de Feramor, salió de allí presuroso, sin despedirse
-de nadie; contra su costumbre, se fue a su casa, y en su reducida
-alcoba se encerró a meditar el plan de ataque, tratando de prever las
-posiciones del enemigo para escoger bien el palmo de terreno en que
-embestirle debía. Al meterse en la cama, con los pies fríos y la cabeza
-caliente, se dijo: «No hay que achicarse: la timidez será mi fracaso.
-Concretando mi honrada petición a dos mil duros, podrían creer que es
-para vicios. Para que vean que es un negocio serio, un asunto en que
-median los _grandes intereses_ del espíritu humano, necesito correrme a
-tres mil.»
-
-Durmiose a la madrugada, y si al principio soñó que don Manuel Flórez,
-al oír su demanda, le disparaba a quemarropa un cañón Hontoria, su
-sueño fue después optimista y placentero, porque se vio abrazado
-tiernamente por el dicho Flórez, mientras Catalina sacaba del bargueño
-una arqueta gótica, y de ella muchos fajos de billetes de Banco, de
-los cuales daba una parte a Nazarín y otra a él: y como Nazarín era
-todo abnegación y menosprecio de los bienes terrestres, le regalaba su
-parte sin mirarla siquiera. El movimiento pudoroso del apóstol mendigo
-al coger el dinero, prevaleció en la mente de Urrea aun después de
-haber pasado de aquel sueño a otro bien distinto. Soñó que con parte
-de aquel numerario compraba una mina de hierro, que en poco tiempo le
-daba rendimientos fabulosos; con las ganancias de la mina compraba dos
-manzanas de casas, y mucho papel del Estado, y negociando por alto,
-llegaba a hacerse dueño de toda la red de ferrocarriles de España...
-aquí que no peco... y de Francia e Inglaterra... Y a todas estas,
-Nazarín apartando de sí la resma de billetes con apostólica repugnancia.
-
-Al romper el día, mientras cosas tan inauditas pasaban en el cerebro
-de un hombre dormido, don Manuel Flórez, que vivía en la misma calle,
-frente por frente al soñador Urrea, salía de su domicilio. Fue con vivo
-paso a decir su misa, entretuvo después un par de horas en esta y la
-otra iglesia, y a eso de las diez se dejó caer en la casa de Feramor.
-Entrando sin anunciarse en el despacho del Marqués, que trabajaba con
-su administrador y apoderado, le dijo:
-
---Querido Paco, quisiéramos que eso se ultimara pronto, si fuera
-posible, hoy.
-
---¿Pues no ha de ser posible? Hoy mismo, mi querido don Manolo. Mucha
-prisa tiene la redentora por entrar en funciones.
-
---La miseria humana, hijo mío, es la que tiene prisa, el hambre humana,
-la sed y la desnudez humanas.
-
---Pues por mí no quede.
-
-Terció el administrador, asegurando que ya estaba avisado el notario
-para preparar la documentación, y que si terminaba aquel día, en
-el siguiente quedaría hecha la entrega de la legítima de la señora
-Condesa, parte en fincas o valores, parte en dinero contante.
-
---Perfectamente --dijo el buen sacerdote acariciándose una mano con
-otra--. Y ya que estás hoy de vena de amabilidad...
-
---¿Pero no se sienta, don Manuel?
-
---No; me voy en seguida. Digo que ya que te encuentro en vena de
-concesiones, me atrevo a hacerte presente un antojito de tu hermana,
-cosa insignificante; verás...
-
---Acabe usted pronto, que ya empiezo a sentir escalofrío.
-
---¿Por qué, hijo de mi alma?
-
---Porque podría ser que para redimir a la pobrecita humanidad, no
-le bastase su legítima, y en nombre del Dios Uno y Trino me pidiese
-también la mía... y podría suceder que usted se empeñase en que se la
-diera.
-
---Vamos, no bromees. Lo que te pide es que le adjudiques la torre de
-Zaportela, en Aragón. En esa casona destartalada pasó ella parte de
-su infancia con tu tía doña Rudesinda. Tiene recuerdos...; en fin,
-que para nada te sirve a ti ese nidal de lagartijas, y ella tiene el
-capricho de restaurarlo, y...
-
---Es que la casa de Zaportela y dos predios adyacentes se los tengo
-dados en usufructo a los Urreas, los tíos de este perdido de José
-Antonio, pedigüeños insaciables como él, que practican la mendicidad
-por el terror. Si les echo de allí, son capaces de quemarme todas las
-casas que tengo en Aragón.
-
---Bueno, pues en vez de Zaportela, le darás el castillo de Pedralba en
-esta provincia, término de San Agustín; ya sabes... un caserón viejo,
-con una torre, y no sé qué ruinas de un monasterio cisterciense...
-Conque no hay que vacilar, hijo mío, y agradéceme que abra anchos
-horizontes a tu generosidad. Eres un ángel, y el perfecto tipo del
-caballero cristiano.
-
---Basta, basta. No necesita usted emplear la lisonja para desvalijarme.
-Eso se arreglará. Particípele usted a su discípula que no llore por el
-castillo. Pedralba será suyo.
-
---Se lo participarás tú, porque yo no subo hasta la tarde --dijo Flórez
-mirando su reloj--. Tengo mucha prisa. A las once he de ver al señor
-Vicario; y a las doce me esperan en Gracia y Justicia para ir a la
-Nunciatura... Bueno, señor, bueno.
-
---¿Qué más?
-
---Nada más. ¿Te parece poco?
-
---Creí que me iba usted a pedir el coche para todos esos viajes.
-
---No pensaba pedírtelo; pero lo tomo si me lo das. Está Madrid perdido
-de barros. Bueno, señor, bueno.
-
-Poco después salía gozoso y vivaracho el buen don Manolo, y en el
-portal, ¡zás! José Antonio de Urrea que entraba. Quedose el joven como
-quien ve visiones, y no acertaba ni a saludar al respetable limosnero
-de la casa.
-
---¡Pepillo, dichosos los ojos!... ¡Ven acá, hijo mío, dame un abrazo!
---le dijo el clérigo con efusión--. ¿Pero qué tienes? Te has puesto
-pálido. ¿Estás enfermo?... Tiemblas.
-
---No señor... La emoción... Cabalmente venía pensando en usted
---replicó Urrea besándole la mano--. ¿Cree usted que ver, después de
-tanto tiempo, a este amigo venerable, a este ángel tutelar de toda la
-familia, no es cosa que impresiona?
-
---Calla, calla, zalamero.
-
---Deme usted a besar otra vez esas manos.
-
---Basta, basta. Ya sé, ya sé que estás muy corregido. Sé que trabajas,
-que has sentado la cabeza. Ya era tiempo, hijo mío.
-
---¿Quién se lo ha dicho a usted? --preguntole Urrea con cierta alarma,
-temiendo las ironías le su primo Feramor.
-
---Me lo han dicho... ¿A ti qué te importa? Tus primas, las de
-Hinestrosa me lo han dicho, ea.
-
---Soy otro hombre. ¡Y qué bueno es ser bueno, don Manuel! ¡Qué
-hermosura es una conciencia tranquila, una pobreza honrada, y una
-conducta normal, ordenada y perfectamente correcta! ¡Qué descanso la
-pureza de las intenciones, la sujeción de los deseos, la adaptación de
-nuestros goces a la medida de la realidad! ¡Qué consuelo tan grande
-vivir en armonía con todo el mundo, y sentirse querido, respetado!...
-
---Sí, hijo mío, sí.
-
---Verdad que mi vida es azarosa, pues no puedo prescindir de ciertos
-hábitos de decencia, y careciendo de bienes de fortuna, el pan de cada
-día, mi queridísimo don Manuel, representa para mí esfuerzos hercúleos.
-
---Dios bendecirá tu trabajo. Adelante por ese camino. Persiste en tus
-ideas; ten constancia, valor, confianza en ti mismo.
-
---Así lo haré. Descuide.
-
---¿Vas a ver a Consuelo?
-
---No, voy a visitar a Halma.
-
-Con esta brevedad familiar, _Halma_, nombraba comúnmente el parásito a
-su prima.
-
---Bien, bien. ¡Acompañar a los desgraciados, endulzar su tristeza con
-palabras de consuelo! La pobrecita te lo agradecerá mucho. Hazme el
-favor de decirle que no puedo ir hasta la tarde... ¡ah! y que eso, ya
-sabe lo que es, quedará ultimado mañana. Anda, anda, hijo mío. Y que el
-Señor te conserve en esa buena disposición. Adiós...
-
-Volvió a besarle la mano, y después de acompañarle a entrar en el
-coche, subió el gran Urrea, más que gozoso, ebrio de entusiasmo y
-felicidad, porque las cosas se le deparaban mejor de lo que en los
-desenfrenos de su optimismo hubiera podido imaginar. Primer golpetazo
-de la suerte: encontrarse a don Manuel Flórez en aquel pie de increíble
-benevolencia, enterado ya de sus nuevas costumbres laboriosas. Segundo
-golpetazo: saber que hasta la tarde no iría el susodicho a la débil
-fortaleza, amenazada de un terrible asedio. Cierto que el enemigo podía
-presentarse a última hora con un socorro formidable, ideas y autoridad
-de refresco; pero también podía suceder que llegase tarde, y que,
-arrancada por el sitiador una promesa, la egregia dama no tuviera más
-remedio que cumplirla. El hombre se creció moral y hasta físicamente
-al subir la escalera, derecho al cuarto segundo. Se sentía impetuoso,
-audacísimo, invencible, y sobre todo grande, enorme. Creía tocar con su
-cabeza en el tramo alto de la escalera, y que las puertas no tenían
-bastante hueco para darle entrada. Sin duda la Providencia Divina
-se ponía de su parte. ¡Qué bien había hecho aquella mañana en rezar
-al Padre Eterno, a la Virgen y a San Antonio bendito, implorando su
-eficaz auxilio! ¡Qué diantre! ¿No era él un pobre, no era un triste,
-un mísero? ¿Pues qué hacía más que pedir una limosna, y proporcionar
-a las buenas almas el ejercicio de la más hermosa de las virtudes, la
-caridad?
-
-«Fuera timideces, fuera mezquindades que podrían comprometer el éxito
---se dijo al traspasar la puerta, soberbio y arrogante, como un campeón
-que anhela engrandecer los peligros para que sea mayor la gloria de
-vencerlos--. Allá van los hombres valientes. Le pido... pst... veinte
-mil pesetas.»
-
-
-
-
-IV
-
-
-Siempre que entraba don Manuel, después de larga ausencia de medio
-día o día entero, en el cuarto de su noble amiga la Condesa de Halma,
-encontrábala sumergida en una melancolía profunda y tenebrosa, como
-nadadora que bucea en una cisterna. Abierto sobre la falda el libro
-de la _Ciudad de Dios_, de San Agustín, o alguna otra obra mística;
-apoyada la mejilla en la mano derecha, el codo del mismo lado sostenido
-en la mano izquierda y esta en la rodilla derecha, que se elevaba por
-tener el pie sobre un taburete, parecía un Dante pensativo, revolviendo
-en su mente los círculos negros del Infierno, o los luminosos del
-Paraíso. Viéndola en tales tristezas anegada, silenciosa y ceñuda,
-procuraba don Manuel alegrarle los ánimos con su grata conversación, y
-unas veces lo conseguía y otras no. Pues aquella tarde ¿cuál no sería
-la sorpresa del simpático Flórez al encontrar a su ilustre amiga en un
-estado de inquietud placentera? No daba crédito a sus ojos viéndola
-en pie, corriendo de un lado a otro de la estancia, como si arreglara
-y pusiera en orden los libros y objetos de devoción que en varios
-estantillos tenía. Y lo más extraño era que en su rostro resplandecían
-la animación, la vida. Sus ojos, siempre apagados, brillaban con fulgor
-de fiebre; sus mejillas, siempre macilentas, habían tomado un rosado
-tinte, como si volviera de un paseo por el campo, harta de sol y de
-aire.
-
---¿Qué tiene usted, mi noble y santa amiga? --le preguntó el
-sacerdote--. ¿Qué le pasa?
-
---Nada, no me pasa nada. Estoy contenta. ¿Esto es pasar algo?
-
---Sí... Me alegro mucho de verla tan gozosa. No conviene dejar caer
-el espíritu en la tristeza. La virtud es por naturaleza alegre, y la
-conciencia pura se regocija en sí misma...
-
---Siéntese usted si gusta, y déjeme a mí en pie. Siento una
-inexplicable necesidad de andar, de moverme. De repente, la quietud ha
-empezado a serme molesta.
-
---La he recomendado a usted un ejercicio prudencial. La virtud no
-requiere precisamente la postración sedentaria, que hasta puede llegar
-a ser un vicio y llamarse pereza.
-
---Y ahora me preguntará usted el motivo o razón de este contento que en
-mí observa.
-
---En efecto, señora mía, se lo pregunto a usted.
-
---Y yo le respondo que no lo sé; que no puedo explicar qué pasa esta
-tarde en mi alma. Veremos si llego a darme cuenta de ello. Y ahora, voy
-a interrogar yo. Dígame: ¿quién es Nazarín?
-
-Quedose un rato suspenso el buen Flórez, y miró el rostro de la Condesa
-como quien quiere descifrar un obscuro acertijo.
-
---Pues Nazarín... --murmuró.
-
---¿Qué hombre es ese? ¿Le conoce usted?
-
---Sí, señora.
-
---¿De ahora, o le conoce usted hace tiempo?
-
---Es un sacerdote, manchego, de mediana edad. Hace dos o tres años, no
-recuerdo bien la fecha, tuve ocasión de tratarle en la sacristía de
-San Cayetano. Pareciome un hombre excelente, de costumbres purísimas,
-humilde, de no común inteligencia, parco de palabras... Después me le
-encontré alguna que otra vez en la calle; hablamos. El infeliz parecía
-disgustado; revelaba una pobreza honda, sin quejarse de ella. Creí que
-su cortedad de genio y su extremada delicadeza le tenían en tal estado,
-y le aconsejé que se sacudiera, procurando adquirir un poco de don de
-gentes. Después le he visto incluido en un proceso escandaloso, y su
-nombre arrastrado por la vía pública. Francamente, me supo muy mal
-que un sacerdote viniese a tal situación, ya fuese por debilidad de
-carácter, ya por verdadera malicia. Supe que estaba en el hospital,
-convaleciente de un tifus agudísimo, y, ¿qué cree usted?... me fui a
-verle. Yo soy así: me gusta enterarme por mí mismo. Le vi, hablamos
-largamente, y...
-
---¿Opina usted como casi todo el mundo, que es un pobre loco?
-
---Esa es la opinión general.
-
---Pero la de usted, la de usted es la que yo quiero saber.
-
---La mía no tiene importancia. Expertos facultativos le han examinado,
-profesores de enfermedades mentales y nerviosas.
-
---Pero usted tiene bastante entendimiento para no necesitar de
-los juicios ajenos para formar el suyo. Dígame lo que piensa, en
-conciencia, de ese hombre. ¿Es un pillo?
-
---Creo que no.
-
---¿Firmemente que no?
-
---Sostengo con plena convicción que no es un malvado.
-
---Luego es un loco.
-
---No me atrevo a decir tanto.
-
---Luego, es un hombre de miras elevadas, un hombre que...
-
---Tampoco afirmo eso.
-
---Luego, usted no ha podido formar una opinión concreta.
-
---No señora, no he podido. Y, créame usted, ha sido para mí el tal
-Nazarín objeto de grandes confusiones.
-
---¿Cómo no me había hablado de eso, don Manuel?
-
---Porque no pensaba que tal asunto mereciera fijar la atención de la
-señora Condesa.
-
---¿Sabe usted que anda por ahí un libro que trata de Nazarín, en
-el cual se cuenta cómo salió a sus peregrinaciones, cómo encontró
-prosélitos, cómo realizó actos de verdadero heroísmo y de sublime
-caridad?
-
---He leído ese libro, que me regaló su autor, con una dedicatoria muy
-expresiva. Pero no me fío de lo que allí se cuenta, por ser obra más
-bien imaginativa que histórica. Los escritores del día, antes procuran
-deleitar con la fantasía que instruir con la verdad.
-
---¿Puedo yo leer ese libro?
-
---Seguramente. Pero sin olvidar que es novela.
-
---Entonces prefiero otra cosa.
-
---¿Qué?
-
---Ver al propio Nazarín. El sujeto vivo dará más luz que una historia
-cualquiera, aun suponiendo que no fuese fantástica, y tan solo escrita
-para entretenimiento de los desocupados.
-
---¿Ver a Nazarín? ¿Dónde?
-
---En cualquier parte. En el hospital..., aquí.
-
---Eso me parece más grave. Con todo, no digo que no.
-
---Diga usted que sí, y acabaremos más pronto. Ahora, punto y aparte:
-hablemos de otra cosa.
-
---Pues a otra cosa --repitió Flórez, algo caviloso por el repentino
-salto de la tristeza al contento en el ánimo de la ilustre señora--.
-Ya sabe usted que mañana se hará la entrega de la legítima. Ya hemos
-salido de eso.
-
---¡Gracias a Dios! Mucho tengo que agradecer también a mi hermano
---dijo Catalina sentándose algo fatigada, cual si sus excitados nervios
-entraran en sedación--. Si he de decirle a usted la verdad, veo con
-absoluta indiferencia la llegada de ese dinero a mis pobres manos.
-
---La persona que mira al cielo --dijo el cura entornando los ojuelos
-para ver mejor el rostro de su amiga--, se acostumbra mejor que otras a
-despreciar los bienes terrenales.
-
---Y respecto al empleo que debemos dar a ese capitalito, ya hablaremos
-despacio.
-
---Si no recuerdo mal, ya hemos hablado bastante. Convinimos en que
-usted fundaría, en pleno campo y lejos del bullicio, un instituto de
-caridad, con rentas propias...
-
---Y que antes, se reservaría una suma para repartirla entre los
-necesitados.
-
---Sí; pero eso es difícil, porque no tendríamos ni para empezar. La
-caridad debe hacerse con método, apoyándose en el criterio de la
-Iglesia, y favoreciendo los planes de la misma. No vale dar limosna sin
-ton ni son. Falta saber a quién se da, y cómo se da.
-
---¿Sabe usted, mi buen don Manuel, que no entiendo bien eso?
-
---Se lo expliqué a usted con toda latitud ayer mismo.
-
---Pues lo he olvidado. Pero no hay que repetirlo. Ya lo comprenderé
-cuando tenga la cabeza más serena.
-
-De repente, el buen clérigo se dio un golpe en la frente, como si
-quisiera matar un mosquito que le picaba, y exclamó:
-
---¡Ah, ya caigo, ya, ya!
-
---¿Qué?
-
---Nada, que mientras hablábamos, me devanaba yo los sesos pensando
-quién habría estado aquí hoy de visita. Y ahora me ha venido
-súbitamente a la memoria.
-
---Mi primo Pepe Antonio de Urrea.
-
---Le encontré en el portal: él entraba, yo salía. Me han dicho que es
-hombre corregido.
-
---Así parece... ¡pobrecillo! Me ha conmovido contándome sus apuros para
-ganarse la vida con un rudo trabajo.
-
---Y seguramente le ha pedido a usted dinero para sus empresas.
-
---Sí...
-
---Y le ha hablado a usted de Nazarín.
-
---Exactamente.
-
---Pero no puedo encontrar la relación entre Nazarín y los conflictos
-pecuniarios del descendiente de los Urreas.
-
---Le he prometido estudiar su petición, y resolverla de acuerdo con
-usted.
-
---Lo menos le habrá pedido a usted dos o tres mil reales.
-
---Algo más: cinco mil duros.
-
---¡Ave María purísima!... ¡San Antonio bendito!
-
---Crea usted que me reí, y desde que me habló de esto, empecé a
-sentirme alegre. Los apuros de un hombre por cosa que tan poco vale,
-como es el dinero, me causan alegría. Es como el rechazo de todo lo
-que yo he sufrido por el maldito dinero, en los días terribles en que
-me hacía tanta falta. Y ahora que en nada de mi propio interés puedo
-emplearlo, pues perdí el bien de mi vida, ahora que tengo bajo tierra
-los restos del que era mi único amor, y considero en el cielo su alma,
-me alegra el gemido de los que piden dinero con apremiante necesidad, y
-al ver que lo tengo, me alegro más. Experimento, créalo usted, como un
-secreto anhelo de venganza..., sí, quiero vengarme de mi destino, que
-a tantas privaciones me sujetó, y tantas amarguras me hizo pasar... Y
-cuando se acerca a mí un desgraciado pidiéndome aquello que yo no pude
-tener cuando lo necesitaba, y que poseo ahora que no lo necesito...
-
---Se venga usted... negándoselo.
-
---No señor, dándoselo... Es una venganza en la cual confundo a mi
-destino y al mismo dinero, materia vil y despreciable, cuyo reparto
-no debe someterse a ninguna regla de orden y gobierno. Las leyes
-económicas de mi hermano me parecen una de las más infames invenciones
-del egoísmo humano.
-
---¿De modo que usted, señora mía, cree que para despreciar al dinero y
-castigarlo por su vileza, debe dársele al primer loquinario que lo pide
-sin que sepamos en qué lo ha de emplear?
-
---Creo que el empleo final de la moneda es siempre el mismo, dese a
-quien se diere. Caiga donde caiga, va a satisfacer necesidades. El
-manirroto, el disipado, el vicioso mismo, lo hacen pasar a otras manos,
-que lo aprovechan en lo que debe aprovecharse. Lance usted un puñado
-de billetes a la calle, o entrégueselo al primer perdido que pase,
-al primer ladrón que lo solicite, y ese dinero, como van todas las
-aguas a los ríos, y los ríos al mar, irá a cumplir su objeto en el
-mar inmenso de la miseria humana. Cerca o lejos, aquí o allá, con ese
-dinero arrojado por usted a la calle se vestirá alguien, alguien matará
-su hambre y su sed. El resultado final de toda donación de numerario es
-siempre el mismo.
-
---Señora mía --dijo don Manuel un poco aturdido--. No seamos
-paradójicos..., no seamos sofísticos. Si usted me permite que la
-contradiga, que le haga una demostración clara de su error en esa
-materia...
-
-El hombre no podía expresarse bien. Estaba sofocadísimo, sentía calor,
-y se abanicaba con su teja.
-
-
-
-
-V
-
-
---Por más que usted diga --prosiguió la Condesa--, yo creo que la
-limosna consiste esencialmente en dar lo que se tiene al que no lo
-tiene, sea quien fuera, y empléelo en lo que lo empleare. Imagine usted
-las aplicaciones más abominables que se pueden dar al dinero, el juego,
-la bebida, el libertinaje. Siempre resultará que corriendo, corriendo,
-y después de satisfacer necesidades ilegítimas, va a satisfacer las
-legítimas. ¡Dar a los pobres, nada más que a los pobres! Sobre que no
-se sabe nunca quiénes son los verdaderos pobres, todo lo que se da va
-a parar a ellos por un camino o por otro. Lo que importa es la efusión
-del alma, la piedad, al desprendernos de una suma que tenemos y que
-otro nos pide.
-
---¿Y usted siente esa efusión del alma al dar a su primo el auxilio que
-solicita?
-
---Sí señor; la siento, porque veo tras su petición un mundo de
-necesidades abrumadoras, de martirios horribles, en que igualmente
-gimen el alma y el cuerpo. Veo la falta de alimento, la estrechez de la
-vivienda, la persecución de los acreedores, la vida angustiosa, llena
-de humillaciones y vergüenzas ocultas, la disparidad terrible entre los
-medios de existencia y el nombre retumbante que se lleva en el mundo.
-Yo creo que en mi primo son ciertos los propósitos de enmienda; pero
-demos de barato que no lo sean; admitamos que nos engaña, que es un
-perdido, un tronera lleno de vicios, entre los cuales descuella el de
-la postulación a diestro y siniestro. ¿Y qué hará usted para sacarle
-del infierno de esa vida? ¿Predicarle? Nada se conseguirá mientras no
-se le ponga en condiciones de variar de conducta, y por más que usted
-se devane los sesos, no hallará otra manera de redención que darle lo
-que no tiene, porque su mala vida no es más que el resultado fatal,
-inevitable, de la pobreza.
-
---¿Según eso, señora mía --dijo el sacerdote con cierta severidad--,
-usted piensa darle a José Antonio los cinco mil duros que le pide?
-
---Sí señor, he resuelto dárselos, y así se lo he prometido. Mi palabra
-es oro. Pero...
-
---¿Pero qué?...
-
---¡Oh! aún falta lo mejor. Para que vea usted que no soy paradójica ni
-sofista, se los doy y no se los doy.
-
---¿Se los presta usted?
-
---Tampoco. Se los doy en una forma que usted ha de aprobar seguramente.
-Le adjudico la cantidad, quedando esta en mis arcas, a disposición de
-sus administradores.
-
---Que son...
-
---Usted y yo. Nosotros nos encargamos de arreglarle una casa decente,
-de asegurarle la subsistencia durante el tiempo que se determinará,
-y, por añadidura, le pagamos sus deudas, le rompemos esas cadenas
-infames que le condenan en vida a un horrible infierno, le libramos
-de la vergüenza del sablazo, de la humillación de carecer de todo.
-Completaremos nuestra obra dándole medios de trabajar en esa empresa
-que dice trae entre manos, especulación que conviene estudiar
-detenidamente para ver si en efecto es tal que en ella puede formarse
-un hombre honrado. Vamos, ¿qué me dice de esta forma de practicar la
-caridad? ¿Cree usted que hay otra manera de traer al buen camino a
-un hombre lleno de defectos, desquiciado, empedernido en mil hábitos
-perniciosos?
-
---Contesto, señora mía, que en principio aplaudo su pensamiento.
-Respecto a la práctica... no sé... Dígame usted: ¿José Antonio acepta
-el auxilio en la forma y condiciones que usted acaba de indicarme?
-
---El pobrecillo se echó a llorar. Bien conocí que sus lágrimas brotaban
-del corazón. «Eres la Providencia misma --me decía--, y realizas el
-sueño de mi vida; tú me salvas, tú me redimes, tú haces de mí otro
-hombre, y por ti, Halma, bien puedo decir que vuelvo a nacer.» Y
-diciendo esto me besaba las manos.
-
---Y yo también se las beso a usted ahora --dijo don Manuel, haciéndolo
-con verdadero enternecimiento--. Es usted una santa... a su manera,
-quiero decir que cada día saca usted una nueva forma de santidad. Debo
-decirle, en conciencia, que en estas cosas, la originalidad suele ser
-un poquitín peligrosa, pero hasta ahora vamos bien, y que siga el Señor
-inspirándole esas benditas iniciativas.
-
---Me complace que usted apruebe mi plan --dijo Catalina, excitada por
-el aplauso--, y que se compadezca de ese desgraciado primo mío, el
-cual, claramente lo veo, tiene más viciada la cabeza que el corazón.
-Cierto que es la informalidad andando, que no acaba cuando se pone
-a enjaretar embustes, que por procurarse el pan de cada día, comete
-mil bajezas. Por eso mismo, por ser un enfermo del alma, le está
-perfectamente indicada la medicina de la caridad tutelar y educativa.
-¿No estoy en lo cierto?
-
---Sí, señora mía --replicaba Flórez entornando los párpados y afirmando
-con la cabeza.
-
---La caridad se ha de ejercer en toda clase de enfermos y en toda
-clase de miserables, y este Urreíta es un pobre de solemnidad... _de
-tres capas_, un desgraciado, cuyas angustias parten los corazones.
-Él me lo decía, haciéndome reír y llorar al mismo tiempo: «Querida
-prima, el último de los pordioseros es un millonario comparado conmigo.
-Recoge zoquetes de pan y peladuras de patatas; pero se lo come en paz,
-y su espíritu vive con la serenidad y la alegría del pájaro, que al
-amanecer canta saludando al día... Hasta los ciegos que andan por ahí
-tocando la flauta o el violín son menos desdichados que yo. Envidio a
-los vendedores de periódicos, a los mozos de cuerda, y a los poceros
-de la Villa. Todos comen su bazofia sin comerse al propio tiempo la
-vergüenza, que es amarga como la hiel.» ¡Pobrecillo de mi alma! No
-puedo menos de considerarle, señor don Manuel, como un niño mañoso a
-quien hay que educar. Le haremos todo el bien posible, sin escatimar
-los azotes. Porque eso sí, mucha caridad, pero mucho rigor.
-
---Eso, eso; y si conseguimos su enmienda, habremos hecho una obra
-meritoria y grande --dijo suspirando el sacerdote, que si al principio
-sintió su poquito de resquemor ante la hermosa iniciativa de su
-discípula, no tardó en apropiarse las ideas de ella, con la mira de
-vigorizarlas y recobrar de este modo su magisterio.
-
---Y nadie me quita de la cabeza --prosiguió Halma-- que el corazón
-de Pepe es bueno, y que hay en él, aunque por muy escondido no se
-vea, materia abundante para obtener la verdadera virtud. De niño era
-un ángel. Somos de la misma edad, y juntos vivimos algún tiempo en
-Zaportela: su madre, mi tía Rudesinda, me quería locamente, y como yo
-era endeblilla y enfermucha, me llevaba consigo al campo para que me
-repusiera. Pepe Antonio y yo pasábamos largas temporadas hechos unos
-salvajes, corriendo por praderas y sembrados, declarando la guerra a
-los pobres grillos, y comiéndonos, no solo la fruta madura, sino la
-verde. Pues mire usted: yo era mucho más traviesa que Pepe Antonio,
-yo solía tener malicias, inocentes, eso sí, pero malicias, y él no,
-él parecía un santito en agraz, y no es que fuera hipócrita, no; era
-la bondad misma, la pureza y la abnegación. Un día, delante de mí,
-se quitó la camisita para dársela a un niño pobre. Todo lo daba, no
-era glotón, ni avaricioso, ni envidiosillo, como todos los chicos.
-Mis faltas las tomaba para sí, y se dejaba castigar para que no me
-castigaran. Luego, tomó camino tan diferente del mío, que estuvimos sin
-vernos muchísimo tiempo. Cuando volvimos a encontrarnos, ya era él un
-hombre, y hacía en Madrid una vida de vértigo y desorden. La orfandad,
-la miseria vergonzante corrompieron aquella alma buena, que parecía
-creada para el bien.
-
---¡Qué cabeza la mía, señora Condesa! --dijo don Manuel, que con un
-gesto renegaba de su flaca memoria--. ¿Pues no se me había olvidado
-darle la buena noticia?... Esos recuerdos infantiles de Zaportela me
-hacen recordar que el señor Marqués ha convenido conmigo en adjudicar a
-usted, no esa finca, sino otra mejor, el castillo de Pedralba, en esta
-provincia. ¡Tanto le dije, que...!
-
---¡Oh, qué dicha!... ¿Pero es cierto? ¡Pedralba nada menos! Tiene usted
-razón, mi hermano es la misma bondad, y yo no sé cómo agradecerle
-tantos beneficios. De niña, también viví en Pedralba: no puede usted
-figurarse el cariño que tengo a las viejas y carcomidas piedras del
-castillo, que de tal no tiene más que el nombre.
-
---Y la propiedad de esa finca sin duda facilita los proyectos de
-fundación... ¿No es eso, señora Condesa?
-
-Doña Catalina no contestó, y su meditación silenciosa llenó nuevamente
-de recelo el espíritu del buen sacerdote. La pregunta que antecede
-había sido formulada por Flórez con objeto de explorar el pensamiento
-de su noble amiga, el cual cada día se concentraba más, arrojando
-de súbito alguna claridad esplendorosa, que al propio tiempo que
-deslumbraba al buen maestro, le ponía en gran confusión. Tras largo
-silencio, la Condesa reanudó el diálogo diciendo:
-
---Quedamos en eso.
-
---En que... sí... en que Pedralba puede servir de base...
-
---No pensaba yo en Pedralba. Lo que digo es que usted no se opone a que
-vea yo a ese que llaman Nazarín.
-
---¡Ah!... sí... en efecto... Pues, sí, no hay inconveniente...
-
---¿Usted no se atreve a afirmar si es loco o santo?
-
---Al menos, hasta ahora...
-
---Pues yo quiero saberlo, me conviene saberlo con certeza.
-
---Espero llegar a la certidumbre con solo tratarle un poco; analizar
-sus ideas y someter a un examen prolijo sus acciones.
-
---Y aunque para mi convencimiento me baste el dictamen de usted, ¿será
-impropio, será impertinente que yo misma le vea y le hable, si no por
-otro motivo, por satisfacer una curiosidad que me inquieta?
-
---No creo improcedente que usted aprecie por si misma su estado
-cerebral --repuso el clérigo, midiendo bien las palabras--. Pero antes
-conviene que le examine yo, que hablemos despacio. Luego determinaremos
-en qué sitio y ocasión puede usted satisfacer su curiosidad.
-
---Perfectamente... Pero prontito, don Manuel.
-
---Mañana mismo le haré una visita en el hospital. Ea, es muy tarde, y
-usted va a comer, y yo a mi casa. Es de noche. Adiós, amiga mía, y a
-descansar. Descanse no solo el cuerpo sino el pensamiento, que harto
-trabaja en idear cosas grandes. Adiós... Hasta mañana.
-
-
-
-
-VI
-
-
-Retirose don Manuel bien embozadito en su luenga pañosa, porque
-apretaba el frío, y meditabundo y un poco descontento de sí, por el
-camino se decía: «Esta doña Catalina es el demonio... ¡qué barbaridad!
-Quiero decir que es un ángel, un ser extraordinario. Ya no me queda
-duda. Tiene mucho más talento que yo, sabe más que yo, y descubre cosas
-que nadie ve, que si al principio parecen disparates, bien examinadas
-resultan con toda la hermosura y toda la grandeza de Dios. Cada día
-sale con una novedad. ¡Y qué ideas, Dios mío! ¿Que me reservará para
-mañana?»
-
-Esto decía, sintiendo un poquitín la humillación del maestro que se ve
-convertido en educando. Pero como era tan buena persona, y no dejaba
-entrar nunca en su alma la ruin envidia, y además estimaba cordialmente
-a la Condesa, en vez de enojarse neciamente por el gradual desgaste de
-su autoridad, se apropiaba las ideas de la discípula, y haciéndolas
-suyas las presentaba de nuevo en forma metódica y sistemática, con lo
-cual creía resultar a los ojos de ella, y aun a los suyos propios,
-como el verdadero inspirador, siendo en verdad el inspirado. Hombre
-flexible, creado para las adaptaciones sociales, y para aplicar y
-defender la santa doctrina según el medio y las ocasiones en que le
-correspondía actuar; bastante sagaz para conocer lo bueno donde quiera
-que saliese, y bastante práctico para saber aprovecharlo, obraba como
-obran siempre los caracteres de su complexión y hechura, no poniéndose
-frente a ninguna fuerza que creen útil, sino dejándose llevar por dicha
-fuerza, con tanto estudio y picardía en la postura, que parezca que la
-dirigen y conducen.
-
-Metiose el buen clérigo en su casa pensando en la corrección de Urrea,
-y pues la señora confiaba en su ayuda para lograrla, hacía propósito de
-adelantarse a ella en el desarrollo de aquel pensamiento, de hacerlo
-suyo, agregándole pormenores que lo harían de seguro más eficaz. Pero
-lo que le desconcertaba era no saber qué nuevas invenciones sacaría
-de su inspirado caletre la Condesa, pues a lo mejor salía por donde
-menos se esperaba. Las iniciativas de él casi nunca cuajaban; las de
-ella venían con tal fuerza, que al punto conquistaban al maestro, y no
-había más remedio que seguirlas, componiéndolas y retocándolas después
-para conservar las preeminencias exteriores del poder gobernante. En
-suma, que si al principio Halma parecía una reina constitucional a la
-moderna, que reinaba y no gobernaba, poco a poco iba sacando los pies
-de las alforjas, y picando en absoluta soberana. Mas era tan buena,
-tan discreta y piadosa, que se arreglaba habilidosamente para dejar
-a su ministro las satisfacciones y aun la creencia de la iniciativa
-gubernamental.
-
---Bueno, Señor, bueno --decía don Manuel poniéndose ante su cena, tan
-frugal como bien condimentada--. Y esto de querer avistarse con el
-desdichado Nazarín, ¿para qué será? ¿Qué objeto lleva, qué ideas le
-mueven, qué planes acaricia? No lo entiendo. Pero allá veremos por
-dónde sale, y quiera Dios que sea por un registro fácil de entender, y
-más fácil de manejar.
-
-A la misma hora que el respetabilísimo Flórez cenaba, pero no aquel
-día, sino pasados dos o tres, José Antonio de Urrea comía con su primo
-Feramor en casa de los Duques de Monterones. Fácil es comprender de qué
-hablarían, al encontrarse solos en el salón, poco antes de la comida.
-
---No lo creo, aunque me lo jures --le decía el Marqués, sin poder
-contener la risa--. Tú estás soñando, Pepe, o quieres burlarte de mí.
-¿Y dices que te lanzaste a fijar tu petición en la fabulosa cantidad
-de...?
-
---Cinco mil duros. Y aún creo que me quedé corto. Entré en la mística
-celda decidido a plantear el negocio _sobre la base_ de los cuatro
-mil... Claro, las bromas o pesadas o no darlas... Y en el curso de la
-conferencia, viendo las buenas disposiciones de Halma, me arranqué
-a los cinco mil. Éxito completo. ¡Ah! bien puedo decir ahora que tu
-hermana es una santa; pero así como suena, ¡una santa!... todo lo
-contrario de ti, que eres el Sumo Pontífice del egoísmo. ¡Qué bondad,
-qué dulzura, qué penetración, qué talento sutil para comprender las
-circunstancias en que yo vivo! Sostengo que ella tiene más talento
-que tú, y que es mucho más práctica, sublimemente práctica. La
-indulgencia noble con que iba puntualizando mis miserias, mis acciones
-indecorosas, me llegó al alma, Paco, porque al propio tiempo que me
-reñía dulcemente por mi conducta, la disculpaba, atribuyéndola, más
-que a perversión moral, al inexorable despotismo de la necesidad, del
-hábito... ¡Oh, qué mujer, qué alma grande y hermosa! Cree que me hizo
-llorar... mi palabra que sí. Llegué a figurarme que era un chiquillo,
-que me regañaban por la travesura de romper un juguete de precio,
-prometiéndome comprarme otro. En fin, que el cielo se ha abierto al fin
-para mí, después de haber llamado a su puerta inútilmente tanto tiempo.
-Estoy salvado, Paco; tu hermana me salva... Creo en la Providencia, en
-Dios... Soy feliz, seré otro hombre, gracias a ella, a ese ángel con
-más talento que todos los Artales y Feramor de este siglo y de todos
-los pasados siglos, amén.
-
---Pues te doy mi enhorabuena --le dijo el Marqués con sorna--. ¿Ves
-como acerté, al indicarte...? Me daba el corazón que mi hermana se
-gastaría su dinero en la regeneración de los perdidos de la familia.
-Obra laudable, a fe.
-
---Si te burlas, peor para ti.
-
---No me burlo. Ahora, lo que importa es que tu honradez esté a la
-altura de la virtud de Catalina, so pena de que resulte una santidad no
-solo inútil, sino merecedora del manicomio antes que de los altares.
-
---No temas nada. En primer lugar, no me dan el dinero a mí, lo que en
-verdad no me importa. Mejor, mejor es así. No me lo dan; lo _dedican_
-a la grande y hermosa obra de remediar las penas del primer desdichado
-del mundo, y de socorrer la miseria más angustiosa y lacerante que
-alumbran el sol y la luna.
-
-Después de la comida, excitado el hombre por la nutrición abundante
-y la copiosa bebida, volvió a charlar con su primo mientras fumaban,
-y se enterneció al referir las bondades de Halma. Colmaba también de
-elogios a don Manuel Flórez, llamándole padre de los pobres, apóstol
-de gentiles, lumbrera de la caridad, y al fin, charla que te charla,
-por entre los entusiasmos del hombre extraviado, deseoso de redención,
-asomó el cinismo del aventurero arbitrista.
-
---Tengo además otro proyectillo. A ver qué te parece. Tu hermana
-adoraba a su marido, aquel pobre _besugo_ alemán, que vino aquí a que
-le matáramos el hambre. La memoria de Carlos Federico es su única
-pasión mundana, y su espíritu se alimenta de la idea del muerto, como
-planta que vive de lo que extraen las raíces. Hablando conmigo, se dejó
-decir que su mayor gusto sería transportar a España el cuerpo, que
-debe de estar incorrupto, de su esposo querido, para sepultarse ella
-con él, naturalmente, cuando se la lleve Dios... Pues bien; se me ha
-ocurrido proponerle la traída del difunto... Vamos, que le contrato
-la conducción de las cenizas preciosas por cinco mil duros, siendo de
-mi cuenta todos los gastos, embarque, transportes por ferrocarril,
-aduanas... porque las momias también pagan derechos. ¿Qué te parece?
-
---Que es una contrata como otra cualquiera. Redacta tu pliego de
-condiciones, estudia el asunto...
-
---Se pueden ganar un par de mil duros... palabra que sí. Me planto en
-Corfú, hago la exhumación, y me comprometo a traerlo decorosamente, con
-una cuadrilla de frailes franciscanos, que vengan cantando responsos
-por toda la travesía. Y me encargo de asegurar el féretro, de envasarlo
-convenientemente, y de hacer la entrega en el punto de España que ella
-designe. He de percibir a toca teja dos mil duros antes de partir para
-Corfú, y tres mil en el acto de entregar la santa reliquia.
-
---¡Pobre hermana mía! --exclamó el Marqués, viendo súbitamente las
-extravagancias de su primo bajo el aspecto serio y peligroso--. Esto le
-pasa por querer gobernarse sola, desconociendo su incapacidad. Ya verá,
-ya verá... José Antonio, te prevengo que si continúas inspirando a mi
-desgraciada hermana esas que no sé si son tonterías o locuras, tendré
-que intervenir como jefe de la familia.
-
-Dejole con la palabra en la boca, mascullando el cigarro. «Te desprecio
---murmuró Urrea viéndole partir--, egoistón, eterno inglés de la
-humanidad desvalida, usurero... Shylock disfrazado de aristócrata...»
-
-No tardó en circular en la tertulia de Monterones la noticia de la
-redención del perdido con los dineros y la piedad de Catalina de Halma,
-y los despiadados comentarios que sobre ello se hicieron, no solo
-herían a la noble señora, sino a su respetable maestro espiritual.
-
---Porque yo me explico todo --decía la Duquesa--; me explico
-las debilidades de mi pobre hermana, cuya cabeza se destornilló
-lastimosamente desde antes de casarse; me explico las audacias de
-Pepe Antonio; lo que no entiendo es que don Manuel autorice tales
-despropósitos.
-
-Consuelo Feramor, que no hacía buenas migas con su hermana política,
-y censuraba sin piedad su retraimiento, tachándolo de mojigatería y
-orgullo, llegó a decir a su marido:
-
---La culpa la tienes tú... y algo le toca al angelical don Manuel.
-¡Pues si fuera cierto lo que me dijeron hoy en casa de Cerdañola! No,
-no puede ser... Lo cuento como chiste. Pues que Catalina ha suplicado
-a Flórez que le traiga a Nazarín... Esto sería demasiado, ¿verdad?
-Pero qué sé yo... lo creo, me inclino a creerlo. Un entendimiento
-soliviantado que se dispara, ¿a qué tonterías, a qué extravagancias no
-llegará?
-
---Dejémosla disponer de su dinero como guste --dijo la de San
-Salomó, menos intransigente que sus amigas, sin duda por no ser de
-la familia--, y alabemos a Catalina de Halma, si nos da lo que a
-pedirle vamos. Y no hay que diferir nuestro sablazo, señoras mías.
-Podría suceder que llegáramos tarde, y encontráramos agotado el filón.
-Reunámonos mañana, plantémonos allá las tres, levantados en alto los
-terribles alfanjes de oro... y ¡zás!
-
-Consuelo Feramor, María Ignacia Monterones y la Marquesa de San Salomó
-eran al modo de presidentas, vicepresidentas o secretarias en estas o
-las otras Juntas benéficas señoriles que reúnen fondos, ya por medio de
-limosnas, ya con el señuelo de funciones teatrales, rifas y kermessas,
-para socorrer a los pobres de tal o cuál distrito, edificar capillas,
-o atender al inconmensurable montón de víctimas que los desatados
-elementos o nuestras desdichas públicas acumulan de continuo sobre
-la infeliz España. No hay que decir que las tres cayeron sobre la
-solitaria y triste viuda con el furor de piedad que desplegar solían en
-semejantes casos. Recibiólas Catalina con atento agasajo y finísimas
-demostraciones de amistad; pero con la misma urbanidad serena que
-empleó en las cortesanías, negoles el socorro que solicitaban. En
-redondo, en seco: que cada cual debía entenderse a solas para practicar
-la caridad.
-
-Salieron desconcertadas, confusas, rabiosas, y en el paroxismo de su
-ira, Consuelo dijo a su marido:
-
---Si no fuera ella quien es, y nosotros quien somos, creería yo que la
-residencia natural de tu hermana era un santo manicomio.
-
-
-
-
-VII
-
-
-Feramor las calmaba, haciéndoles ver cuánta impertinencia revelaba
-su enojo, pues cada cual es dueño de hacer el bien, si lo hace, en
-la forma que más le acomode. Con su claro talento, su fácil palabra,
-mitad en serio, mitad en broma, logró poner las cosas en su punto,
-demostrando que si Catalina, por su exagerado individualismo y la
-salvaje independencia que iba descubriendo, podía merecer censura, no
-merecía execración, ni menos ser condenada a perpetuo encierro en una
-casa de orates. Pero si Feramor lograba calmar los ánimos, creando una
-situación de relativa tolerancia, muy del gusto y del género inglés,
-no así don Manuel Flórez, el cual, cuando cayeron sobre él furibundas
-las tres damas, pidiéndole explicaciones de la increíble conducta de
-la Condesa, no sabía qué contestar, ni por dónde salir: tales eran su
-confusión y azoramiento. En los días siguientes le traían loco, con
-preguntas, comentarios y mortificantes indagatorias.
-
---Pero dígame, don Manuel, ¿lo de la corrección de José Antonio, fue
-idea de usted?
-
---De ella..., mía no... La que no comprenda que es una idea
-hermosísima, que no cuente conmigo para nada.
-
---Hermosísima, y sobre todo práctica.
-
---Hemos de ver eso. La silba que se llevará don Manuel, si la
-corrección fracasa, se ha de oír en Pekín.
-
---Y sepamos otra cosa: ¿es también de usted el pensamiento de traer a
-Nazarín?
-
---Sí señora, mío es --dijo valientemente y tragando saliva el buen
-sacerdote, decidido a corroborar siempre las ideas de doña Catalina
-para no perder su autoridad--. Si no comprenden la delicadeza, el noble
-fin que encierra, peor para ustedes.
-
---Pues mire usted, no lo comprendemos, y yo lo declaro, aunque usted
-nos tenga por... indoctas. Somos muy bárbaras, queridísimo don Manuel.
-
---¿Pero es cierto que traerán a casa a ese pobre demente?... o
-criminal... vaya usted a saber --dijo Consuelo escandalizada.
-
---¡Oh! yo voto porque venga --manifestó la de San Salomó, y las mismas
-demostraciones hizo la Duquesa--. Yo rabio por ver al famoso mendigo y
-apóstol Nazarín.
-
---Sí, que le traigan. Y que avisen con tiempo para invitar a todas
-nuestras amigas.
-
---Y veremos también a Beatriz, la mística mostolense, de quien decía un
-periódico que era una especie de Eloísa sin Abelardo.
-
---El Abelardo es Nazarín... Y que venga también Ándara. Queremos ver
-toda la tribu. Sí, don Manuel, que vengan todos.
-
---Como no se trata de satisfacer una insana curiosidad, no les verán
-ustedes.
-
---Pues nos oponemos a que entren en casa.
-
---No, no. Lo que haremos es reconocer y proclamar el delicado
-pensamiento de Catalina, si los traen y nos permiten verles y hablar
-con ellos... Pero que conste: ha de venir también Ándara. Ese tipo de
-travesura procaz y temeridad heroica, me interesa extraordinariamente.
-
---Hablaremos con ellos, nos explicarán su doctrina.
-
---Les daremos una merienda.
-
---Ea, basta --dijo Flórez incomodándose--. No vendrán. Las mujeres
-nazaristas, no se ha pensado en traerlas. Él, el desdichado sacerdote
-melancólico y errabundo, no vendrá tampoco, sencillamente porque no
-quiere venir.
-
---¡Ah! nuestro gozo en un pozo.
-
---Entonces, irá Catalina a verles al hospital. Me parece muy
-inconveniente.
-
---Me parece una necedad formidable.
-
---Menos pareceres y más juicio, señoras mías. Lo que disponga _este
-cura_ en asuntos para los cuales no debe faltarle competencia, al menos
-por su edad, ya que no por su saber, no debe ser discutido ni menos
-ridiculizado por mis buenas amigas, alguna de las cuales (lo decía por
-la de Monterones) recibió de estas manos el agua del bautismo. Conque
-no digo más por hoy.
-
-Con esta admonición, en que advirtieron las tres damas un marcado
-acento de severidad y amargura, cosa muy rara en don Manuel, que era un
-almíbar en el trato social, especialmente con señoras, se reprimieron,
-dando a sus críticas un tono puramente amistoso. Pasaron algunos
-días, en los cuales no tuvo Flórez ocasión de sacar las disciplinas;
-pero al ser puesto en práctica el plan de corrección del pobre Urrea,
-las hablillas recrudecieron. ¡Santo Cristo! Cuando se corrió la voz
-de que _le ponían casa_ a José Antonio, de que doña Catalina le
-cuidaba la ropa, y don Manuel andaba por todo Madrid a la husma de
-los usureros que desollaban vivo al primo de Feramor, levantose un
-tumulto tan imponente, que el bueno de Flórez tuvo que plantarse.
-Todo lo consentía, menos que su autoridad fuese puesta en solfa. Que
-se hicieran comentarios más o menos discretos de sus acciones, no le
-importaba; pero que sus acciones se desfiguraran maliciosamente, no
-podía quedar sin correctivo. Fue, ¿y qué hizo? Convocó a las tres
-damas que eran cabeza de motín, y les echó un sermón por todo lo
-serio, dejándolas, si no convencidas, calladas, y con pocas ganas
-de meterse en vidas ajenas. Retirose el buen limosnero a su casa,
-fatigado de aquellas luchas a que la genial iniciativa de la Condesa
-le comprometía, rompiendo la placidez fácil de su religioso gobierno,
-y al introducirse en la cama, después de sus rezos, o entreverando el
-rezo con la meditación profana, se decía: «¡Cuánto mejor que esta buena
-señora siguiera los caminos ya hechos y despejados, en vez de empeñarse
-en abrirlos nuevos, desbrozando la trocha salvaje! ¡Cuánto más cómodo
-para todos que acatara _lo establecido_, y se echara en brazos de los
-que ya tienen perfectamente organizados los servicios de caridad, las
-Juntas de damas, las archicofradías, las hermandades, mis colectas para
-escuelas, mis...! ¡Cuánto mejor abrazarse _a lo establecido_, Señor,
-que...!»
-
-A pesar de los pesares, don Manuel dormía como un bendito. No así José
-Antonio, que en la casa frontera (calle del Olivar) se pasaba las
-noches en claro, por causa de la exaltación de su felicidad, pues
-la onda venturosa, cuando viene con fuerza, se parece a la onda del
-infortunio en que quita el sueño y aun el apetito. Tan grande novedad
-era para él ver definitivamente resuelto el problema alimenticio, no
-vivir mañana y tarde discurriendo en qué rama posarse para comer, que
-el mismo asombro de su dicha le tenía como en ascuas, receloso de su
-destino. ¡Le parecía tan inverosímil ser amo de su casa, es decir,
-estar en seguras paces con el casero, ver un principio de arreglo en
-las cosas necesarias para vivir; tener en su comedor loza modesta, pero
-loza al fin, en vez de los dos o tres platos rotos que eran su único
-ajuar; encontrarse los armarios surtidos de ropa blanca, que la misma
-Catalina con solícita mano materna había puesto allí! Todo esto era
-como un sueño, como un pasaje fantástico de las _Mil y una noches_.
-Temía despertar, y que tantos bienes desaparecieran en un restregar de
-ojos, volviéndole a la tristísima realidad de su vida anterior. Y para
-colmo de ventura, podría consagrarse seriamente a un trabajo fácil y
-muy de su gusto, la zincografía, pues ya le iban a disponer local y
-aparatos a propósito. ¡Qué dicha, qué gloria, qué divina lotería! ¿Con
-qué lengua, con qué voces bendeciría a su celestial Providencia, la
-santa y amorosa Halma?
-
-Su nueva vida apartó al parásito de los sitios que ordinariamente
-frecuentaba, sin dejar de concurrir alguna noche a las casas de
-sus parientes. Y, al conocer allí los comentarios zumbones que del
-nobilísimo acto de su prima se hacían, perdió el hombre los estribos,
-cruzó palabras agrias con el Duque de Monterones y con dos o tres
-sujetos más, cuyas esposas o hermanas se habían permitido ridiculizar
-a la Condesa, y seguramente, si él fuera otro y en más le estimaran,
-de sus destempladas expresiones hubiera resultado algún lance. Feramor
-le calmaba, pues sus principios de buena educación repugnaban aquella
-forma violenta, y hasta cierto punto española, de tratar asunto tan
-delicado. Cuanto menos se hablara de ello, mejor. Pero Urrea estimaba
-el silencio como una complicidad cobarde con los murmuradores, y
-quería, por el contrario, hablar hasta que le oyeran los sordos,
-proclamar a gritos, no solo la inmaculada virtud de Catalina, sino su
-talento, y la superioridad de sus ideas, que aquel vulgo elegante y
-corrompido no podría comprender nunca. Feramor le dijo con gravedad:
-
---La forma, mi querido José Antonio, es cosa de suma importancia en
-la vida social, y no es posible desconocer su valor positivo, sin
-exponerse a gravísimos males. Todo se puede hacer haciéndolo bien; nada
-es factible con malas formas.
-
-Retirose Urrea maldiciendo a su primo, a quien llamaba _el hombre de
-cartulina Bristol_, y a la mañana siguiente muy temprano se fue a ver
-a la Condesa, hacia la cual una atracción invencible le arrastraba
-en cuerpo y alma. El agradecimiento vivísimo se transformaba en una
-adhesión caballeresca, en un cariño fraternal o filial, que así debe
-llamársele para expresar bien su pureza, en el deseo de serle útil, y
-prestarle algún servicio proporcionado a la inmensidad del bien que de
-la ilustre señora había recibido. Pero siempre que a ella se acercaba,
-sentíase agobiado de tristeza, porque su conciencia le acusaba de
-agravios inferidos anteriormente a la generosa viuda, y aquel día hizo
-propósito firme de descargar su alma de aquel peso, confesando a su
-bienhechora los pecados que contra ella había cometido. Encontróla
-dobladillando, con la ayuda de su criada Prudencia, las sábanas y ropa
-de comedor que faltaban para completar el ajuar del perdis redimido.
-Retirose Prudencia, y prima y primo hablaron lo que sigue:
-
-
-
-
-VIII
-
-
---Halma, de hoy no pasa que yo tenga contigo una explicación. Mi
-conciencia me lo pide, me lo exige. Gracias a ti, no solo tengo casa y
-cama en que dormir, y platos en que comer, sino conciencia. Esta me
-abruma: siempre que vengo, me digo: «De esta vez, se lo confieso.» Y
-siempre me falta valor. Pero lo que es hoy, querida prima, hoy, o canto
-o reviento.
-
---¿Pero qué es eso, José Antonio, has hecho alguna cosa inconveniente?
-
---No, no: no temas que yo falte a lo tratado. Mi corrección es tan
-cierta como que ahora vivimos tú y yo. Trátase de pecadillos antiguos,
-que no tienen en sí mucha gravedad, quiero decir, sí la tienen por ser
-contra ti. Cualquier falta cometida contra ti es gravísima. Yo quiero
-confesarlos hoy... Verás...
-
---Pero, hijo, vale más que se lo cuentes a un confesor. Por mí, tus
-pecadillos están perdonados. Falta que Dios te los perdone.
-
---Yo no tengo que buscar más perdón que el tuyo.
-
---Eso... casi casi es una irreverencia.
-
---Tú eres mi confesor, mi altar; tú eres mi santa, mi Virgen Santísima,
-mi...
-
---Calla, y no digas más desatinos. Pareces un chiquillo.
-
---Lo soy. Tú me has vuelto a la infancia, a la inocencia, a la edad
-aquella venturosa en que correteábamos los dos por los andurriales de
-Zaportela. Soy y quiero ser un niño, y como niño, a ti, que eres como
-mi madre, te confieso mis horribles pecados. Atiende. Lo primero...
-cuando tu hermano me sugirió la idea de pedirte socorro, yo no tenía
-más objeto que darte lo que llamamos un sablazo, ni más intención que
-emplear tu dinero en pagar algunas deudas apremiantes, quizás en probar
-fortuna al juego para sacar cantidad mayor. Pues cuando tu hermano me
-lo indicó, yo dije que tú estabas loca. ¡Ya ves qué insolencia!
-
---¿Y no es más que eso? --dijo Catalina riendo, y rasgando a tirón un
-gran pedazo de lienzo, de modo que su risa y el estridor de la tela se
-confundían--. Pues con muchas abominaciones como esa, tu rinconcito en
-el Infierno no hay quien te lo quite.
-
---Es más, es mucho más --añadió Urrea suspirando fuerte--. Dije también
-que tú eras tonta.
-
---¡Bah, bah!
-
---¡Llamarte tonta a ti, que eres la misma inteligencia...! El tonto
-es él, tu hermano, con la tiesura planchada de su alma inglesa, él,
-incapaz de nada grande, ni de un rasgo de sensibilidad...
-
---Eh... caballero; está usted pecando en el mismo confesonario. Por
-un lado se sincera, y por otro se carga con nuevas culpas, haciendo
-juicios temerarios.
-
---Pues no digo nada de tu hermano. Sabrás que también hablé pestes del
-bonísimo don Manuel, y le llamé _congrio_, y...
-
---Ja, ja... de seguro que te lo perdonará si lo sabe.
-
---Y después, una noche que comí en casa de Monterones, hablamos
-tu hermano y yo. Siempre que estoy a su lado, me siento con malos
-instintos, no puedo resistir las ganas de chafar su pulcra educación
-inglesa, como la felpa planchada y lisa de los sombreros de copa. Me
-gusta cepillarla a contrapelo, expresar conceptos que le contraríen
-y le hieran. Pues con esa intención, y sin ánimo de ofenderte, dije
-que yo pensaba contratar contigo, en cinco mil duros, la conducción a
-España de las cenizas de tu querido esposo, y añadí mil tonterías... Te
-advierto, en descargo mío, que había bebido más de la cuenta... Lo peor
-fue que no hablé del pobre Carlos Federico con el respeto que merece su
-memoria. Mi palabra que no.
-
---Eso es un poquito más grave --dijo Halma con severidad, fijos los
-ojos en su costura--; pero te lo perdono también, puesto que declaras
-que no sabías lo que hablabas, y que no tenías intención de agraviarme.
-¿Qué más?
-
---Por ahora nada más. ¿Te parece poco? Me quedo muy tranquilo,
-después de habértelo confesado. Y ahora vamos a otra cosa. ¿Sabes que
-tu hermana y tu cuñadita, y todo el enjambre de amigas te critican
-acerbamente, por no haber correspondido a sus cuestaciones como ellas
-esperaban, y que además te ponen en solfa a ti y a don Manuel por lo
-que estáis haciendo por mí?
-
---¿Y qué? No me afano por eso. Les perdono cuanto digan de mi, ya sea
-impertinencia sin malicia, ya malicia verdadera.
-
---No se detienen en la línea del chiste más o menos discreto, sino que
-la traspasan, llegando a ofenderte con apreciaciones calumniosas. La de
-San Salomó dice que eres una hipócrita, y que las visitas que me has
-hecho estas mañanas para arreglarme el cuarto, no pertenecen al orden
-de la beneficencia domiciliaria.
-
---Todo eso es para mí --dijo la viuda con augusta serenidad--, lo mismo
-que el ruido del viento entre las tejas de la casa... Dios conoce
-mi interior, y ante Él expongo mi conciencia como realmente es. Los
-juicios de los hombres para mí no existen.
-
---¡Oh, yo no tengo esa virtud! ¡Claro, cómo he de tener esa que es tan
-difícil, si otras muy fáciles no las puedo tener! Lo que yo siento
-es furor de venganza al oír tales infamias. Sería feliz si pudiera
-retorcerle el pescuezo a la bribona que tal piensa y dice.
-
---¡Oh, por Dios, Pepe, no sigas por ese camino, si no quieres
-lastimarme, y perder en absoluto mi estimación!
-
---Anoche tuve dos o tres agarradas en las casas de Monterones y de
-Cerdañola por defenderte, porque para mí no hay mayor gloria que poner
-tu nombre y tus actos por encima de cuanto hay en el mundo. Yo me
-pelearía con todo el que no te confesase como la virtud más grande y
-pura que conocen Madrid y España entera; y haría morder el polvo al que
-pusiese en duda tu santidad, tu honestidad, tu entendimiento soberano.
-
---¡Jesús, cállate por Dios, y no disparates más, primo! ¿Estás loco?
-
---Y si te conviene probarlo, dime quién te ha ofendido en tu dignidad,
-en tu honor, o siquiera en tu amor propio, para aplastarle contra el
-suelo como un reptil, Catalina, para hacerle polvo...
-
-Decía esto en pie, accionando con calor y énfasis de personaje heroico.
-Su prima, después de romper un hilo con los dientes, mirándole
-asustada, le calmó con una franca y placentera sonrisa.
-
---Dije que eras un niño, y ahora lo pareces más que nunca. Nadie me
-ha ofendido en mi dignidad ni en mi honor; pero aunque alguien me
-ofendiera, no consentiría yo que tú hicieses por mí el paladín en
-esa forma criminal y anticristiana. Estoy pasmada de tu falta de
-cristianismo. ¿Pero de dónde sales tú, desdichado? ¿En qué mundo de
-soberbia y de errores has vivido? Primo mío, si quieres que yo te
-proteja y mire por ti hasta hacerte persona regular, no me traigas
-acá bravatas caballerescas. ¡Matar! ¿Crees tú que puedo yo estimar a
-quien hiera a su semejante por un dicho, por una opinión, ni aun por un
-hecho ofensivo? No, José Antonio, eso conmigo no te vale. Ahoga esos
-sentimientos de crueldad, de venganza, y de desprecio de las leyes
-divinas. Si no, no te quiero, no podré quererte, no serás nunca el niño
-bueno, con el cual quiero hacer un hombre... mejor.
-
-Desbordábanse en el alma de Urrea la gratitud y el afecto filial, y
-reconociendo que Halma hablaba conforme a sus cristianos sentimientos,
-replicó manifestando su incondicional sumisión a cuanto la dama pensara
-y resolviera. Despidiose, porque tenía que ver y escoger aquel mismo
-día unos aparatos para su industria, y preguntando a su protectora si
-debía volver por la tarde, díjole ella que no solo se lo permitía, sino
-que le rogaba que volviese después de comer.
-
-A poco de salir Urrea entró don Manuel Flórez, el cual, después de
-informar a la soberana de los pasos dados para recoger cuentecillas y
-pagarés del primo pobre, le dijo que había visto a Nazarín; pero que
-aún no podía formar juicio definitivo de aquel hombre sin semejante.
-Por cierto que el Marqués, con quien hablado había del propio asunto
-(y esto se lo dijo Flórez a la Condesa en la forma más delicada), no
-encontraba pertinente que el infeliz sacerdote manchego fuese llevado
-a su casa, porque siendo el tal, en aquellos días, objeto de las
-indagaciones informativas de los noticieros de la prensa, si estos se
-enteraban de que había sido conducido a la casa de Feramor, armarían
-un alboroto que a él no le gustaba. Por respeto de su casa, por
-consideración al mismo apóstol vagabundo, a quien él sabía respetar
-también, no era procedente, no era correcto, no era oportuno..., pues...
-
---Mi hermano tiene razón --dijo Halma, anticipándose al consejo de su
-canciller--. No es conveniente, mientras no se calme el rebullicio del
-público. Desista usted, pues, por ahora...
-
---No, si ya he desistido --replicó don Manuel, queriendo hacer constar
-su iniciativa.
-
-Y sin hablar cosa de más provecho, se retiró. Después de anochecido,
-cuando la viuda acababa de comer, entró José Antonio, y movido de
-nerviosa impaciencia, no aguardó mucho tiempo para decirle:
-
---Vengo furioso, querida prima. ¿Sabes que abajo hacen mil catálogos,
-y se permiten indicaciones ridículamente maliciosas...? Aciértame por
-qué... Dicen que anoche saliste con tu criada a eso de las nueve, y
-que no volviste hasta muy tarde. Están locas. Es mucho cuento que no
-puedas tú salir y entrar cuando gustes. Y puesto que a esa hora no hay
-novenas, ni sermón, ni Cuarenta Horas, ni costumbre de pasear, ni tú
-frecuentas los teatros, aquí tienes a tres señoras de alta alcurnia
-devanándose los sesos por averiguar a qué sitio, que no sea iglesia, ni
-paseo, ni teatro, puede ir una dama virtuosa entre nueve y diez de la
-noche.
-
---Déjalas que digan lo que quieran. Con eso se entretienen las pobres.
-En medio de su frivolidad, y del tumulto que las rodea, ¡se aburren
-tanto!... Pues sí, anoche salimos. ¿Sabes a qué hora regresamos? Ya
-habían dado las once.
-
-Y volviéndose a su criada, que recogía la costura, le dijo:
-
---Prudencia, no recojas. Esta noche te quedas aquí cosiendo. Mi primo
-me acompañará.
-
---¿Sales también esta noche? --le dijo el de Urrea estupefacto.
-
---Sí, y te llevo de rodrigón, por si tuviera algún mal encuentro. ¿Por
-qué pones esa cara? Prudencia, mi abrigo, mi mantilla.
-
-En un momento se dispuso para salir. Cogiendo un lío de ropa, bien
-envuelta dentro de un pañuelo prendido con alfileres, lo entregó a
-su primo, y sin tomarle el brazo, bajaron y salieron a la calle. A
-excepción del portero, nadie les vio salir.
-
---Aunque no es muy lejos --dijo Catalina guiando hacia Puerta
-Cerrada--, como los pisos están malísimos, tomaremos un coche, si te
-parece.
-
-Así lo hicieron, y la Condesa dio las señas: San Blas, 3.
-
---¿Sabes a quién vi cuando pasábamos frente a San Justo? --le dijo
-Urrea, no bien empezó a rodar el pesetero--. Pues a Perico Morla. Sin
-duda iba a tu casa. Se paró para mirarnos. Ese llevará el cuento a
-Consuelo.
-
---Déjale que lleve todos los cuentos que quiera.
-
---Y de seguro ha venido en acecho hasta Puerta Cerrada, y nos ha visto
-entrar en el simón. Verás qué pronto da la noticia, que será la novedad
-de esta noche.
-
---Bien. ¿A ti te importa algo?
-
---¿A mí? Absolutamente nada. Palabra...
-
---Pues a mí tampoco...
-
---Lo que más me ha inquietado al ver a Morla, dejándome muy mal sabor
-de boca, es que... ¿Quieres que te lo diga?
-
---Sí, hombre, dímelo.
-
---Pues que le debo doce duros. Ya se me había olvidado...
-
---¡Ah! pues recuérdamelo mañana para mandárselos, es decir, para que se
-los mandes tú.
-
-No tardaron en llegar al término de su viaje, que era una casa de
-apariencia bastante mediana, con estrecho portal y una escalera sucia,
-desquiciada y bulliciosa. Desde los descansos veíase un patio de
-corredores, y en estos, arriba y abajo, multitud de puertas entornadas,
-por las cuales salía ruido de voces, claridad y tufo de petróleo,
-olores de cenas pobres. Subieron Catalina y su acompañante al tercero,
-y cuando se aproximaban a la puerta, Urrea lanzó una exclamación,
-diciendo:
-
---¡Ah! ya sé a dónde vamos, prima. Desde que entré por el portal, me
-pareció reconocer la casa. Pero no caía; ¡qué confusión! no daba en lo
-cierto. Ya sé, ya sé. Como que aquí estuve yo la semana pasada con los
-periodistas. Aquí vive Beatriz, la discípula de Nazarín.
-
---Es verdad. Llama.
-
-
-
-
-TERCERA PARTE
-
-
-
-
-I
-
-
-Si don Manuel Flórez inició sus visitas al místico vagabundo, don
-Nazario Zaharín, por complacer a su señora y soberana, la Condesa de
-Halma-Lautenberg, pronto hubo de repetirlas por cuenta y satisfacción
-de sí mismo, porque, la verdad sea dicha, el misterioso apóstol árabe
-manchego le encantaba, y cuanto más le veía, más quería verle y gozar
-de su sencillez hermosa, de la serenidad de su espíritu, expresada con
-palabra fácil y concisa. Y cada vez salía el buen presbítero social más
-confuso, porque la persona del asendereado clérigo se iba creciendo a
-sus ojos, y al fin en tales proporciones le veía, que no acertaba a
-formular un juicio terminante. «Yo no sé si es santo, pero lo que es
-a pureza de conciencia no le gana nadie. Desde luego le declararía yo
-digno de canonización, si su conducta al lanzarse a correr aventuras
-por los caminos no me ofreciera un punto negro, la rebeldía al
-superior... De todo lo cual voy coligiendo que en este hombre bendito
-existen confundidas y amalgamadas las dos naturalezas, el santo y el
-loco, sin que sea fácil separar una de otra, ni marcar entre las dos
-una línea divisoria. Es singular ese hombre, y en mis largos años no
-he visto un caso igual, ni siquiera que remotamente se le asemeje. He
-conocido sacerdotes ejemplarísimos, seglares de gran virtud; sin ir más
-lejos, yo mismo, que bien puedo, acá para mí, sin modestia, ofrecerme
-como ejemplo de clérigos intachables... Pero ni los que he conocido, ni
-yo mismo, salimos de ciertos límites... ¿Por qué será, Dios Poderoso?
-¿Será porque este maniobra en libertad, y nosotros vivimos atados por
-mil lazos que comprimen nuestras ideas y nuestros actos, no dejándolas
-pasar de las dimensiones establecidas? No sé, no sé...» Y con este _no
-sé_, _no sé_, Flórez expresaba la turbación y las dudas de su espíritu.
-
-Por aquellos días acreció el tumulto periodístico, por estar próximo
-a sentenciarse el proceso en que metidos andaban don Nazario y
-Ándara, y menudeaban las interrogaciones, que llaman _interviews_;
-los _reporters_ no dejaban en paz a ninguna de las celebridades de
-la ruidosa causa, y al paso que estimulaban con picantes relaciones
-la curiosidad del público, se desvivían por darle pasto abundante un
-día y otro, rebuscando incidentes en la vida privada de los héroes
-de aquel drama o comedia. Echábase Flórez al cuerpo la escalera que
-conduce a los pisos altos del Hospital, cuando sintió tras sí voces
-alegres, y dos jóvenes que con paso vivo subían de dos en dos peldaños
-le alcanzaron antes de llegar al tercero.
-
---Señor don Manuel, aunque usted no quiera... ¿Cómo va ese valor?
-
---No tan bien como ustedes... --contestó el sacerdote parándose, más
-para tomar aliento que para contestar al saludo. Y después de mirarles
-fijamente y de reconocerles, añadió con severidad--: ¿Con que otra
-vez aquí los señores periodistas?... ¡Pero, hombre, no han mareado ya
-bastante a ese pobre señor! Francamente, me parece el delirio de la
-publicidad.
-
---Qué quiere usted, don Manuel. La fiera nos pide más carne, más
-noticias, y no hay otro remedio que dárselas --dijo el primero de los
-dos, vivaracho y simpático.
-
---Agotado tenemos ya el filón --indicó el segundo--; pero como es
-forzoso servir al público diariamente, ayer le di yo reseña exacta de
-lo que come Nazarín, y una interesante noticia de los malos partos que
-tuvo su madre.
-
---Pero, hijos míos --dijo Flórez con más bondad que enojo--, vuestra
-información nos va a volver locos a todos. Habéis dicho mil cosas
-inconvenientes, otras que no le importan a nadie. Yo no sé cómo estos
-pobrecitos presos aguantan vuestro fuego graneado de preguntas, y no os
-mandan a paseo cien veces al día.
-
---Servimos al público.
-
---¿Pero no sería mejor que le sirvierais dirigiéndole, que dejándoos
-arrastrar por su novelería caprichosa y malsana?
-
---¡Ah, don Manuel! No somos nosotros, pobres _reporters_, los que
-encendemos la hoguera. Nos mandan llevar cuanto combustible se
-encuentra; troncos bien secos si los hay; si no, leña verde, para que
-estalle, y hasta paja, si no encontramos otra cosa.
-
---Bueno, señor, bueno.
-
---Pues ayer, mi querido don Manuel --dijo el vivaracho, mostrando un
-periódico--, me sacó usted de un gran apuro. No sabiendo qué escribir,
-me metí con usted. Vea, vea lo que le digo: «Le visita diariamente el
-venerable sacerdote don Manuel Flórez, que sostiene con el procesado
-empeñadas controversias sobre puntos sutilísimos de teología y de alta
-moral...»
-
---¡Jesús!... ¡Mayor mentira! ¡Pero si no hemos hablado nada de
-teología, ni...! Y además, ya os he dicho que no teníais que mentarme
-a mí para nada. Yo vengo aquí a cumplir mis deberes cristianos de
-consolar al triste, y dar un buen consejo al que lo ha menester.
-
---Es usted un santo, don Manuel. ¡Pues menudo bombito le doy aquí, más
-abajo! Vea...
-
---Ninguna falta me hacen a mí vuestros bombitos, y os agradecería mucho
-que no sacarais mi nombre en esta contradanza informativa.
-
---Déjeme que se lo lea. Digo: «Aquel venerable y ejemplar sacerdote,
-que es el primero en acudir, allí donde hay miserias que socorrer, y
-grandes amarguras que mitigar con el inefable consuelo de la piedad
-cristiana; aquel varón respetabilísimo, cuya modestia corre parejas
-con su virtud, cuya actividad en servicio de los grandes ideales
-religiosos...»
-
---Basta, basta... No quiero oír más.
-
-Llegaron al corredor alto que da vuelta al inmenso patio, y el
-vivaracho se adelantó diciendo:
-
---Me temo que hoy tenga el apóstol mucha gente, y que no podamos
-hablarle.
-
---Pero si esto es un escándalo --dijo don Manuel--. Aquí viene, en
-busca de satisfacciones de la curiosidad, un público no menos numeroso
-que el que va a los teatros y a las carreras de caballos. Al pobre
-Nazarín le volverían loco si ya no lo estuviera, y como es hombre que
-no sabe negarse a nadie, ni ser descortés y altanero, que casos hay en
-que la descortesía y un poquitín de soberbia no están de más, resulta
-que los que venimos a consolarle y a poner algún concierto en sus
-ideas, no podemos realizar este fin.
-
-Arrimáronse a una ventana el sacerdote y el segundo periodista, a
-echar un cigarrillo, mientras el primero entraba en la celda de
-Nazarín. Flórez sacó sus tenacillas de plata, pues no fumaba sin este
-adminículo, y el otro, al darle lumbre, le habló así:
-
---Dígame, señor de Flórez, ¿usted qué opina del resultado del proceso?
-¿Cree usted que el tribunal verá en este hombre un criminal?
-
---Hijo, no sé. Poco entiendo de Jurisprudencia criminal.
-
---Pues ayer en el Congreso --prosiguió el otro con gravedad--, me dijo
-a mí mismo don Antonio Cánovas del Castillo... Palabras textuales:
-«Condenar a Nazarín sería la mayor de las iniquidades.»
-
---Lo mismo creo.
-
---Pero los pareceres están divididos, aunque la mayoría de la opinión
-es favorable a la inculpabilidad del apóstol. Yo le digo a usted la
-verdad. A mí me tiene medio conquistado. A poco más, voy a la redacción
-descalzo, abandono la casa de huéspedes, y me paso la noche en el hueco
-de una puerta... Nada, que me seduce ese hombre, que me atrae.
-
---Su humildad llevada al extremo, su conformidad absoluta con la
-desgracia --afirmó el sacerdote pensativo, mirando al suelo, y quitando
-la ceniza del cigarro con el dedo meñique--, son, hay que reconocerlo,
-una fuerza colosal para el proselitismo. Todos los que padecen sentirán
-la formidable atracción.
-
---Pues no hay tanta gente como yo creía --dijo el otro _chico de
-la prensa_ volviendo presuroso--. Está un actor..., no me acuerdo
-de su nombre... que quiere estudiar el tipo del Cristo para las
-representaciones de la _Pasión y Muerte_, en no sé qué teatro. También
-tenemos ahí a los pintores Sorolla y Moreno Carbonero, que quieren
-hacer una cabeza de estudio, y José Antonio de Urrea, que pretende
-volver a fotografiarle.
-
---Pues ya le cayó que hacer al pobre don Nazario --dijo Flórez
-mohíno--. Entraremos dentro de un ratito, y procuraremos despejar la
-celda. Y ustedes, caballeritos, ¿se largarán pronto?
-
---¡Oh, sí! tenemos que ver a Ándara. ¿Viene usted, señor don Manuel? Le
-llevamos en coche.
-
---Gracias.
-
---Pues Ándara es deliciosa: más fea que una noche de truenos; pero con
-un talento para las réplicas, y una viveza, y una energía de carácter,
-que le dejan a uno pasmado.
-
---Y una fe en Nazarín que vale cualquier cosa. Si la ponen en una
-parrilla para que reniegue de su maestro, morirá tostada, escupiendo
-sangre a sus verdugos y proclamando a Nazarín, como ella dice, el
-_preferente_ de todos los santos de la tierra y del cielo, ¡caraifa!
-
-Llegaron otros dos del oficio, y saludando cortésmente al buen
-eclesiástico, formaron todos corrillo junto a un ventanón de la galería.
-
---Parece esto la antesala de un ministro --dijo uno de los que acababan
-de llegar, llamado Zárate, hombre muy leído, según general opinión,
-quiere decirse, que leía mucho.
-
---O de un soberano del antiguo régimen. Aquí estamos aguardando que
-salga la tanda que está dentro.
-
---Pero falta un chambelán que ponga orden en estas audiencias.
-
---Pues hoy --dijo Zárate echándose hacia atrás el sombrero--, no me
-voy sin interrogarle sobre las concomitancias que veo entre el ideal
-nazarista...
-
---¿Y qué?
-
---Y el misticismo ruso.
-
---¡Hombre, por Dios!
-
---Yo veo un parentesco estrecho, una filiación directa entre aquellas
-y estas florescencias espiritualistas, que no son más que una
-manifestación más de la soberbia humana.
-
-
-
-
-II
-
-
---Pues ayer --manifestó el vivaracho--, le interrogué yo sobre
-eso del _rusismo_. Se mostró sorprendido, y me dijo que sus actos
-son la expresión de sus ideas, y estas le vienen de Dios; que no
-conoce la literatura rusa más que de oídas, y que siendo una la
-humanidad, los sentimientos humanos no están demarcados dentro de
-secciones geográficas, por medio de líneas que se llaman fronteras.
-Aseguró después que para él las ideas de nacionalidad, de raza, son
-secundarias, como lo es esa ampliación del sentimiento del hogar
-que llamamos patriotismo. Todo eso lo tiene nuestro don Nazario por
-caprichoso y convencional. Él no mira más que a lo fundamental, por
-donde viene a encontrar naturalísimo que en Oriente y Occidente haya
-almas que sientan lo mismo, y plumas que escriban cosas semejantes.
-
---Si es lo que yo digo --indicó el que había entrado con Zárate--.
-Ese es un tío muy largo, pero muy largo... No hay quien me apee de
-la opinión que formé de él el primer día. Estamos aquí haciéndole la
-corte al patriarca de los tumbones, y popularizando al Mesías de la
-gorronería... ¡Oh! convengamos en que hace su papel con un histrionismo
-perfecto, y que ha sabido llevar hasta lo sublime el carácter del
-farsante aventurero y vagabundo. Yo sostengo que este tipo es la
-condensación más acabada del españolismo en todas sus fases... sin
-negar que lo muy español pueda ser también muy ruso... entendámonos.
-
---Pero vengan acá, señores míos --dijo don Manuel atrayendo con su
-gesto y con sus palabras la atención benévola y cortés de toda aquella
-tropa--. Perdónenme si meto baza en sus discusiones. Piense cada cual
-de este desdichado Nazarín lo que quiera. Pero al demonio se le ocurre
-ir a buscar la filiación de las ideas de este hombre nada menos que
-a la Rusia. Han dicho ustedes que es un místico. Pues bien: ¿a qué
-traer de tan lejos lo que es nativo de casa, lo que aquí tenemos en el
-terruño y en el aire y en el habla? ¿Pues qué, señores, la abnegación,
-el amor de la pobreza, el desprecio de los bienes materiales, la
-paciencia, el sacrificio, el anhelo de no ser nada, frutos naturales
-de esta tierra, como lo demuestran la historia y la literatura, que
-debéis conocer, han de ser traídos de países extranjeros? ¡Importación
-mística, cuando tenemos para surtir a las cinco partes del mundo! No
-sean ustedes ligeros, y aprendan a conocer dónde viven, y a enterarse
-de su abolengo. Es como si fuéramos los castellanos a buscar garbanzos
-a las orillas del Don, y los andaluces a pedir aceitunas a los chinos.
-Recuerden que están en el país del misticismo, que lo respiramos, que
-lo comemos, que lo llevamos en el último glóbulo de la sangre, y que
-somos místicos a raja tabla, y como tales nos conducimos sin darnos
-cuenta de ello. No vayan tan lejos a indagar la filiación de nuestro
-Nazarín, que bien clara la tienen entre nosotros, en la patria de la
-santidad y la caballería, dos cosas que tanto se parecen y quizás
-vienen a ser una misma cosa, pues aquí es místico el hombre político,
-no se rían, que se lanza a lo desconocido, soñando con la perfección
-de las leyes; es místico el soldado, que no anhela más que batirse, y
-se bate sin comer; es místico el sacerdote, que todo lo sacrifica a
-su ministerio espiritual; místico el maestro de escuela que, muerto
-de hambre, enseña a leer a los niños; son místicos y caballerescos el
-labrador, el marinero, el menestral, y hasta vosotros, pues vagáis por
-el campo de las ideas, adorando una Dulcinea que no existe, o buscando
-un más allá, que no encontráis, porque habéis dado en la extraña
-aberración de ser místicos sin ser religiosos. He dicho.
-
-Celebraron los buenos _chicos_ el discurso del venerable don Manuel,
-y cuando alguno, con el respeto debido, a contestarle se disponía,
-llegaron nuevos visitantes, dos damas y dos caballeros aristocráticos,
-que anhelaban conocer a Nazarín, y tres o cuatro personas más, gente
-literaria o política, que ya le había visto y deseaba sondearle de
-nuevo, porque entre sí traían grande y enmarañada discusión sobre si
-era un tunante muy largo o un sencillote con la cabeza trastornada.
-
---¿Qué? ¿no podemos verle? --dijo sobresaltada una de las damas.
-
---Habrá que esperar a que salgan los que están dentro... la pintura,
-señora, la fotografía y las artes del diseño.
-
---¿Y qué? --preguntó a los periodistas uno de los de oficio literario
-que acababa de entrar.
-
---¿Saben ustedes si ha leído el librito de su nombre que anda por ahí?
-
---Lo ha leído --replicó uno de los que llegaron con Flórez--, y dice
-que el autor, movido de su afán de novelar los hechos, le enaltece
-demasiado, encomiando con exceso acciones comunes, que no pertenecen al
-orden del heroísmo, ni aun al de la virtud extraordinaria.
-
---A mí me aseguró que no se reconoce en el héroe humanitario de
-Villamanta, que él se tiene por un hombre vulgarísimo, y no por un
-personaje poemático o novelesco.
-
---Y dice también que en su reyerta con los bandidos en la cárcel de
-Móstoles, no le costó tanto trabajo vencer su ira como en el libro se
-dice; que la venció al instante y con mediano esfuerzo.
-
---Pues para mí --manifestó el caballero aristocrático--, el libro
-es un tejido de mentiras. Toda la escena de Nazarín con el señor de
-la Coreja, la tengo por invención del escritor, porque don Pedro de
-Belmonte es primo mío, le conozco bien, y sé que en ningún caso pudo
-sentar a su mesa al mendigo haraposo. Esta no cuela. Que mi primo
-cogiera una estaca, y le moliera los huesos, y le plantara en medio del
-camino, después de soltarle los perros, muy natural, muy verosímil.
-Está en carácter; ese es su genio; no puede esperarse otra cosa de su
-desatinada locura. Pero agasajarle, ponerse a hablar con él del Papa
-y del Verbo divino, eso no lo creo, eso no es verdad, es falsear a
-mi primo Belmonte. ¡Figúrense ustedes que fui la semana pasada a la
-Coreja, y a poco de entrar en su casa tuve que salir escapado en busca
-de la pareja de la Guardia civil!
-
-En esto vieron salir a Urrea de la celda, seguido de los pintores y del
-cómico.
-
---Ea, ya tenemos aquí al chambelán, que viene a anunciarnos que Su
-Excelencia nos espera.
-
-Pero el chambelán traía muy distintas órdenes.
-
---Señores --les dijo--, tengo el sentimiento de participarles que el
-amigo Nazarín les suplica por mi conducto que le dejen solo. Siente
-fatiga, y si no me engaño, tiene bastante fiebre. Le he tomado el
-pulso. Necesita descanso, quietud, silencio.
-
-El efecto de estas palabras fue desastroso. Las dos damas no tenían
-consuelo.
-
---¿Pero no podremos verle, siquiera un instante?
-
---Me ha suplicado que, por hoy, le libre del vértigo de las visitas.
-
---Y hace bien en cerrar la puerta --declaró Flórez--. No sé cómo
-aguanta tanta impertinencia. Ea, señores, estamos de más aquí.
-
---Poco a poco --dijo Urrea--. La orden tiene una excepción. Supo que
-está aquí don Manuel, y ha manifestado deseos de verle. Pase usted;
-pero solo.
-
---¡Ay! nosotras... podríamos pasar también, hablarle un ratito...
---indicó una de las damas.
-
---¡Oh!, no... sin duda quiere confesarse. Vámonos.
-
---¡Qué fastidio!... ¡Volveremos otro día! Yo quiero verle. Díganme
-ustedes, señores periodistas: ¿cómo es Nazarín? ¿Es cierto que su
-rostro tiene tal expresión, que desconcierta a cuantos le miran? ¿Y
-cómo está vestido? ¿Qué dice? ¿Ríe o llora? ¿Habla con los que le
-visitan, les echa la bendición, o no hace más que mirarles?
-
-Contestaban los buenos _chicos_ a estas preguntas, excitando la
-curiosidad de las nobles señoras, en vez de calmarla. Inconsolables
-ellas por el chasco sufrido, y no pudiendo anegar sus ojos, sedientos
-de aquella gran novedad, en la fisonomía del apóstol errante, los
-clavaban en la puerta. ¡Ah! detrás de aquella puerta estaba...
-Volverían a la mañana siguiente.
-
-Entró don Manuel, y desfilaron por las escaleras abajo todos los
-demás. Alguno propuso a las aristócratas llevarlas a ver a Ándara. Pero
-después de una espontánea conformidad con esta idea, una de las dos
-reflexionó y dijo:
-
---¡Imposible! ¿Está usted loco? ¡Nosotras entrar en la Galera!
-
-Luego fue apuntada la idea de visitar a Beatriz, y esto no pareció tan
-mal a las dos señoras. Sí, sí, podrían ver a la mística vagabunda y
-soñadora. Dividióse el grupo en la calle, y unos se dirigieron a la
-inmediata de San Blas, y los otros a la remota de Quiñones.
-
-Salió Ándara al locutorio, y lo primero que le preguntaron los _chicos_
-fue si había leído el libro titulado _Nazarín_.
-
---Me lo leyeron --replicó la presa--, porque a mí me estorba lo negro.
-¡Ay, qué mentironas dice! Yo que ustedes, pondría en el papel que el
-_escribiente_ de ese libro es un embustero, y le avergonzaría, para que
-se fuera con sus papas a otra parte. ¿Pues no dice que yo pegué fuego a
-la casa?
-
---Tú también lo dijiste al principio; pero ahora, ausente de tu señor
-Nazarín, que no te permite mentir, has arreglado con tu defensor, que
-es hombre listo, esa salidita del fuego casual. El hecho queda por lo
-menos dudoso, y la pena será relativamente corta.
-
---¡Que fue _de_ casual, ¡ea!... ¡Caraifa con los niños de la prensa!
-Yo al principio no supe lo que decía. Se me derramó el condenado
-petróleo... Quedeme a obscuras... Encendí un misto, y vele ahí todo
-ardiendo... ¿Que no lo creen? Así _costa_... ¿Y quién me lo desmiente?
-¿Quién me prueba que fue de voluntad? Si alguno de ustedes es el que ha
-escrito ese arrastrado libro, arrastrado le vea yo, ¡mal ajo!
-
---¿Sabes que te estás volviendo otra vez muy mal hablada?
-
---Desde que no está con el apóstol, ha vuelto a sus mañas.
-
---Ándara, nosotros somos tus amigos, y te queremos mucho. Pero si dices
-expresiones feas, se lo contaremos a don Nazario, y verás, verás.
-
---No, no se lo digan. Es la costumbre de antes, que sale... Pero una
-palabra mala, dicha sin pensar, no hace pecado. Es que me encalabrino
-cuando me hablan del maldito libraco. ¡Miren que decir ese desgalichao
-autor que yo parezco un palo vestido! Fea soy, digo, lo que es bonita,
-no soy ahora, como lo era antes, aunque sea mala comparación... pero
-no tan fea que me tenga miedo la gente. Él será un esperpento, y en
-sus escrituras quiere hacer conmigo una _desageración_. ¿Verdad que no
-tanto?
-
---Tienes razón, no tanto, Andarilla. Otra cosa: ¿Deseas mucho ver a tu
-maestro?
-
---¡Ay, no me lo diga! ¡Verle! ¡Qué diera yo por verle, por oír su
-voz!... Créanme, señores de la prensa, y pueden ponerlo en el papel,
-si les viene a mano. Por verle daría yo la salud que ahora tengo, y la
-que tendré en muchos años. Me conformaría con estar en esta cárcel o
-en un presidio toda mi vida, si supiera que le había de ver todos los
-días, aunque no fuera más que un cuarto de hora.
-
---Eso es querer, Ándara.
-
---Esto es querer, y creer en él, pues no ha mandado Dios al mundo otro
-que se le parezca... lo digo y lo sostengo, aunque me claven en cruz
-para que cante otra cosa. Que me desuellen viva para que diga que no le
-quiero, y ayudando yo misma a que me arranquen el pellejo, diré que es
-mi padre, y mi señor, y mi todo.
-
---¡Bien, brava Ándara!
-
---Nos contó Beatriz que ella le ve en espíritu, y siempre que quiere le
-hace revivir en su imaginación...
-
---Esa es muy _soñona_. Yo, como más bruta que mi hermana Beatriz,
-¡bendita sea! no le veo cuando quiero, sino cuando él quiere dejarse
-ver.
-
---¡Hola, hola! Explícanos eso.
-
---No sean _materiales_, y compréndanlo sin más explicadera. Por las
-noches, cuando me tumbo en mi jergón, en medio de unas obscuridades
-como las del alma de Caín, si he sido buena por el día, si no he tenido
-pensamientos malos, abro los ojos, y en lo más negro de lo negro, veo
-una claridad, y en ella mi Nazarín que pasa... no hace más que pasar y
-mirarme sin decir nada... Pero por los ojos que me pone, entiendo lo
-que quiere hablarme. Unas veces me riñe unas miajas, otras me dice que
-está contento de mí.
-
---Pues si le ves esta noche, no es mala peluca la que te echa.
-
---¿Por qué?
-
---Por esa mentira tan gorda de que el incendio de la casa fue _de_
-casual.
-
---¡Eh, que no es mentira!... Mentira lo que dice el libro, tocante
-a que quise _zajumar_ el cuarto... ¡Vaya, que ya es por demás tanta
-conferencia! Lárguense al periódico, que allá tendrán que plumear.
-
---Antes hemos de preguntarte otra cosa, ¡caraifa!
-
---No respondo más.
-
---¿A que sí? ¿La Beatriz viene a verte?
-
---Dos veces por semana. Ayer me trajo un vestido, que le dio para mí
-una señora de la grandeza.
-
---¡Hola, hola!... Noticia. ¿No te dijo el nombre de esa señora?
-
-Y todos ellos sacaron papel y lápiz.
-
---Sí; pero no me acuerdo. Era un nombre muy bonito... así como...
-Señor, ¿cómo era?
-
---Haz memoria, Andarilla. ¿Sería la Condesa de Halma?
-
---Esa misma... Bien decía yo que era cosa buena... pues... del alma
-santísima.
-
---Bien, Ándara... te dejamos ya, caraifa.
-
---Adiós... adiós.
-
-
-
-
-III
-
-
-En mal hora se metió don Manuel Flórez en conferencias de exploración
-espiritual con el apóstol andante, porque siempre salía de la celda
-medio trastornado, ya creyendo ver en Nazarín la mayor perfección a
-que puede llegar alma de cristiano, ya viéndole y juzgándole como un
-ser dislocado, completamente fuera del ambiente social en que vivía.
-«No puede ser, Señor, no puede ser --se decía el buen viejo, dándose
-palmadas en el cráneo, ya retirado en su vivienda, y descansando
-de los trajines del día--. Cada tiempo trae su forma y estilos de
-santidad. No nos disloquemos, Señor, no nos desviemos de nuestra
-agrupación planetaria, si no queremos ser bólido errante, perdido por
-los espacios. Lo que yo digo: la locura no es más que eso, o mejor
-dicho, es precisamente eso, el escape por la tangente... y este hombre,
-con toda su virtud, que hay que reconocer, ha tomado mucha fuerza, y
-se escapa, se dispara fuera de la órbita... ¡Qué lástima, Señor, qué
-lástima! Porque... lo digo con verdad... difícilmente se encontraría
-un espíritu de mayor rectitud, de mayor pureza... Pero ha tomado la
-doctrina en su sentido más riguroso, por lo más estrecho, por donde
-duele, y... no sé, no sé... Él cree que el equivocado soy yo, y yo que
-el equivocado es él. Él dice que procede conforme a razón, y con plena
-conciencia de ajustarse a la ley de Cristo, y yo digo... No, Señor,
-yo no digo nada, no sé, he perdido los papeles; este hombre me ha
-trastornado, ha llenado mi cabeza de confusión. No, no vuelvo a verle
-más. La sinrazón es contagiosa... Un loco hace mil. No más, no más.»
-
-Y a pesar de esto, volvía, pues siempre le quedaba algún puntillo
-que dilucidar, o seno escondido que reconocer en el pensamiento
-del peregrino. Volvía, y a nueva conferencia, nueva turbación y
-desconcierto del buen clérigo social. Se creerá que es exageración
-lo que se cuenta, pero es la verdad pura. Don Manuel llegó a perder
-el apetito, cosa de extraordinaria novedad en él, dormía mal, y se
-desmejoró su rostro. Creyeron sus amigos que había dado el bajón
-repentino de la aproximación a los setenta, y no faltó quien atribuyese
-a una causa moral la pérdida de aquel excelso aplomo que era su
-característica. Quizás su bondad se resintió de haber encontrado una
-bondad superior, o que tal le pareciera, y como vivía en la rutina de
-no tratar más que inferiores, en el terreno de conciencia, el repentino
-encuentro de un ser, ante el cual alguna de las energías de su alma
-tenía que hacer reverencia, le puso quizás de mal talante, aunque sin
-llegar, ni por asomo, a las tristezas de la envidia, pues era incapaz
-de este odioso sentimiento. ¿Consistiría tal vez en que el trato
-social, las consideraciones y aun lisonjas de que era objeto, habían
-llegado a formar en su alma la concreción de amor propio (de la cual
-los caracteres más dueños de sí no pueden librarse), y el conocimiento
-y trato de Nazarín rebajaron un poquito el concepto de su propio valer
-moral? Con independencia de la humillación y desprecio de sí mismo que
-impone la idea cristiana, todo ser conserva un poder de apreciación
-o evaluación psíquica, por el cual, sin darse cuenta de ello, a sí
-propio se estima y tasa. Sin duda Flórez empezó a conocer que se había
-tasado en algo más de lo que realmente valía. Como era recto y noble,
-acababa por conformarse diciéndose: «Bueno, Señor, bueno. Yo creí ser
-de lo mejorcito, y ahora resulta que hay quien me da quince y raya.
-Pues reconozca yo mi insignificancia, o mi inferioridad manifiesta, y
-alabada sea la perfección donde quiera que se encuentre.»
-
-El buen señor no podía pensar en otra cosa, y la fijeza de tal idea
-iba socavando su salud. A veces se pasaba las noches en habilidosos
-distingos y paralelos, anhelando engrandecer el concepto propio, sin
-rebajar excesivamente el ajeno: «Él es bueno, yo también. No digamos
-santos, porque la santidad en nuestros tiempos ¿dónde está? Yo soy
-social, él individual; mi esfera es el mundo de los ricos, la suya el
-de los pobres. En ambas esferas se sirve a Dios, ¡vaya! Él fortifica
-su alma en la soledad, yo en el bullicio; yunque por yunque, no sé
-decir cuál es el mejor. Cierto es que si miramos a la doctrina pura y
-a su aplicación a nuestras acciones, él aparece con ventaja, yo con
-desventaja; pero miremos a los resultados prácticos de una y otra forma
-de ejercer el ministerio, y entonces, ¿cómo dudar que la supremacía
-está de la parte acá? Y por último, Señor, él se va del seguro, él se
-corre de lo posible a lo imposible, en él la virtud se permite hacer
-sus escapatorias al campo de la extravagancia, y...»
-
-Elevando los brazos, y mirando al techo de su alcoba, en la cual se
-paseaba para entretener el insomnio, añadía: «Señor, Señor, llevar a la
-práctica la doctrina en todo su rigor y pureza, no puede ser, no puede
-ser. Para ello sería precisa la destrucción de todo lo existente. Pues
-qué, Jesús mío, ¿tu Santa Iglesia no vive en la civilización? ¿Adónde
-vamos a parar si...? No, no, no hay que pensarlo... Digo que no puede
-ser... Señor, ¿verdad que no puede ser?»
-
-Como pasaban días y días sin que Catalina le interrogase sobre el
-examen o estudio psicológico del apóstol vagabundo, creyó del caso
-don Manuel tomar la iniciativa en aquel asunto, que más valía dar su
-opinión antes que la dama por sí misma y por otros caminos llegase a
-formarla. Todo lo temía de su talento agudo, afinado por una voluntad
-persistente.
-
---¿Y qué? --le preguntó Halma, demostrando menos curiosidad de la que
-Flórez esperaba.
-
---Empiezo por declarar --dijo don Manuel con solemnidad sincera, la
-mano puesta sobre su corazón--, que no conozco alma más bella que la
-del desventurado sacerdote, a quien la ley ha perseguido por vagancia
-y por haber dado amparo y protección a una mujer criminal. Si del
-estado de su entendimiento tengo aún mis dudas, de su conciencia, de su
-intención pura y rectamente cristiana, no puedo dudar. Quiero decir,
-señora mía, que encuentro una disconformidad irreductible entre la
-conciencia y el intellectus de ese singular hombre, y que si yo hallara
-manera de conciliar una con otro, tendría que declarar a Nazarín el ser
-más perfecto que ha podido formarse dentro del molde humano.
-
---Según eso, usted sigue viendo en él las dos naturalezas, el santo y
-el loco, y ni sabe separarlas, ni fundirlas, porque locura y santidad
-no pueden ser lo mismo.
-
---Exactamente.
-
---Bien podría deducirse de todo ello que, en nuestra imperfectísima
-comprensión de las cosas del alma, no sabemos lo que es locura, no
-sabemos lo que es santidad.
-
---¡No sé, no sé! --exclamó el limosnero extraordinariamente turbado,
-llevándose las manos a la cabeza.
-
---Serénese, don Manuel. ¿Será que usted, en su larga vida, nunca se
-ha visto delante de un problema semejante? Contésteme ahora: ¿el
-buen Nazarín practica la doctrina de Cristo tal como los Evangelios
-santísimos nos la enseñan?
-
---Sí señora.
-
---Y a pesar de esto, la conducta del buen hombre nos parece
-desconcertada... porque nuestras ideas así nos lo imponen. Si
-creyéramos otra cosa, debiéramos imitarle, renunciar a todo, abrazando
-el estado de absoluta pobreza.
-
---Sí señora.
-
---Y eso no puede ser. Hay algo dentro de nosotros mismos, y en la
-atmósfera que respiramos y en el mundo que nos rodea, que nos dice que
-no puede ser.
-
---Sí... puede ser... pero no puede ser... Ser no ser... He aquí,
-señora, la gran duda.
-
---Sigo preguntando. ¿Nazarín es humilde?
-
---Humildísimo. Asombra ver su tranquilidad ante los resultados
-probables del proceso. Si le condenan a presidio, lo acepta gozoso,
-lo mismo que si le hicieran subir al cadalso. Si le encierran en un
-manicomio, en el manicomio entrará y vivirá sin protesta. No se queja
-de la ley, ni de los jueces, ni de sus acusadores, ni de la opinión,
-que con tan distintos criterios le juzga.
-
---Y en el caso de que saliera libre, ¿se sometería al superior
-eclesiástico, sacrificando su independencia al rigor de la disciplina?
-
---También. Pues esto es lo admirable. Dice que si le absuelven
-libremente, se someterá y que...
-
---¿Qué más?... Sigo yo contando, pues usted, mi señor don Manuel, no
-tiene hoy la palabra tan expedita como de costumbre. Dice también
-el buen Nazarín que cuando se encuentre libre, persistirá en el
-cumplimiento del voto de pobreza que ha hecho al Señor.
-
---Cosa imposible, así tan en absoluto, pues la mendicidad, fuera de
-las Órdenes que la practican por su instituto, es contraria al decoro
-eclesiástico.
-
---Y dice más...
-
---¿Pero cómo sabe usted...?
-
---Dice también que el mayor anhelo de su alma es que le devuelvan las
-licencias para poder celebrar... y que se irá a vivir al presidio
-a donde sea destinado el _Sacrílego_, si se lo permiten las leyes
-penitenciarias, o si no, en la misma población, con objeto de verle
-diariamente. Está comprometido a conducir al cielo el alma de aquel
-criminal, y la conducirá. Los mismos propósitos tiene respecto
-a Ándara, y su mayor gozo sería que los encierros a que ambos
-delincuentes fuesen destinados, radicaran en la misma ciudad. Si no,
-compartiría su tiempo entre la vecindad de Ándara y la proximidad del
-_Sacrílego_, llevándose consigo a Beatriz, sin temor alguno de ser
-censurado y escarnecido por la compañía de una mujer.
-
---Tales son sus ideas, sí señora... Tan cierto es ello como que usted
-tiene algo de zahorí --dijo don Manuel, sin disimular su asombro--.
-¿Pero usted..., acaso, le ha visto, le ha oído...?
-
---No; pero veo a Beatriz, de quien soy amiga, y amiga del alma. No he
-querido decírselo hasta que no viniera una coyuntura propicia.
-
---¡Ah!... Me parece bien... Beatriz, la discípula...
-
---Pues bien, señor don Manuel de mi alma, esas ideas y propósitos del
-don Nazario bastardean un poco aquella pureza del alma de que me
-hablaba hace un rato. La extrema humildad, ¿no se da la mano con el
-orgullo?
-
---Tal vez, tal vez.
-
---Por lo cual yo, más decidida que usted, sin duda porque soy más
-ignorante, veo bien patente la locura de ese santo varón... ¿Es un loco
-santo, o un santo loco?...
-
---Locura... santidad... --murmuraba Flórez mirando al suelo, la cabeza
-sostenida por ambas manos, los codos apoyados en las rodillas, con
-todas las señales en rostro y acento de una hondísima turbación.
-
-
-
-
-IV
-
-
-No pudieron detenerse, como deseaban, en buscar la explicación de
-aquel contrasentido, porque entró Urrea con noticias frescas, que
-hacían revivir el interés del asunto nazarista. Según contó el joven
-reformado, por los periodistas se sabía ya la sentencia del Tribunal,
-que se publicaría sin tardanza. No encontraba la Sala en don Nazario
-Zaharín culpabilidad: la vagancia, el abandono de sus deberes
-sacerdotales, la sugestión ejercida sobre mendigos y criminales no eran
-más que un resultado del lastimoso estado mental del clérigo, y como en
-ninguno de sus actos se veía la instigación al delito, sino que, por
-el contrario, sus desvaríos tendían a un fin noble y cristiano, se le
-absolvía libremente. Resultando del informe de los facultativos que
-repetidas veces le habían examinado, que los actos del apóstol errante
-eran inconscientes, por hallarse atacado de _melancolía religiosa_,
-forma de _neurosis epiléptica_, se le entregaba al poder eclesiástico
-para que cuidase de su curación y custodia en un Asilo religioso, o
-donde lo tuviere por conveniente.
-
-Don Manuel y Catalina guardaron profundo silencio al oír esta parte
-interesantísima de la sentencia.
-
---A Beatriz se la absuelve libremente --prosiguió Urrea--, porque nada
-resulta contra ella, y la pena que merecía por vagancia, se estima
-cumplida con las dos semanas que sufrió de prisión correccional.
-
-Ándara salía peor librada, aunque no tan mal como al principio se
-creyó. De sus primeras declaraciones, y de las de Nazarín, resultaba
-autora del incendio de la casa número 3 de la calle de las Amazonas.
-Pero su abogado, hombre muy despierto, había conducido el asunto con
-rara habilidad, demostrando que lo depuesto por Nazarín no tenía ningún
-valor testifical, por hallarse este en pleno delirio pietista, presa
-de la monomanía del sacrificio y de la muerte. Ándara, en sus primeras
-declaraciones, había obedecido, según su defensor, a una influencia
-hipnótica del falso apóstol. Ampliado el juicio, y sustentada la
-no intencionalidad del incendio, el Tribunal admitió la prueba,
-condenándola, por lesiones a la _Tiñosa_, a catorce meses de reclusión
-penitenciaria. La causa del _Sacrílego_ no tenía nada que ver con la
-de la vagancia y desafueros nazaristas. Aún no se había sentenciado,
-y por bien que saliera, sus catorce o quince años de presidio no se
-los quitaba nadie, porque eran muchas y muy atroces sus audacias para
-llevarse la plata y vasos sagrados de las iglesias.
-
---Ya ve usted --dijo al fin Catalina a su amigo y limosnero--, cómo el
-Tribunal, haciendo suya la opinión de los facultativos, da por cierto
-que el santo varón no tiene la cabeza en regla.
-
---Y sin cabeza no hay conciencia --indicó el sacerdote con cierta
-alegría, como si entreviera una solución a sus dudas.
-
---Con todo --añadió la Condesa--, no debemos aceptar ese criterio como
-definitivo. Se equivocan los Tribunales, se equivocan los médicos. No
-afirmemos nada, y sigamos, mi señor don Manuel, en nuestras dudas.
-
---Sigamos, sí, en nuestras dudas --repitió el sacerdote, para quien era
-ya un descanso no pensar por cuenta propia.
-
---Y mis dudas --añadió Halma--, van a ser el punto de partida para
-resolver la cuestión, porque si no dudáramos, no nos propondríamos,
-como nos proponemos ahora, llegar a la verdad.
-
---Sí señora --dijo Flórez, hablando como una máquina.
-
---La sentencia del Tribunal, que yo esperaba, me abre camino para poner
-en ejecución un pensamiento que hace días me corre por el magín.
-
---¡Un pensamiento! A ver... --murmuró don Manuel perplejo, admirando
-de antemano y temiendo al propio tiempo las iniciativas de su ilustre
-amiga.
-
---Yo, digo, nosotros, sabremos al fin si nuestro pobre peregrino es
-santo, o es demente. Espero que podremos reconocer en él uno de los
-dos estados, con exclusión del otro. Y en el caso de que existieran
-juntamente santidad y locura, en ese caso...
-
---Arrancaremos la locura para echarla al fuego, como hierba mala nacida
-en medio del trigo --dijo don Manuel--, conservando pura e intacta la
-santidad.
-
---Y si existieran juntas y confundidas, en una misma planta --agregó
-Halma--, respetaríamos este fenómeno incomprensible, y nos quedaríamos
-tristes y desconsolados, pero con nuestra conciencia tranquila.
-
-Flórez miraba al suelo, y Urrea no quitaba los ojos de su prima,
-cuyas palabras deletreaba en los labios de ella, al mismo tiempo que
-las oía. Después de una mediana pausa, y queriendo adelantarse al
-pensamiento de la señora, dijo el sacerdote:
-
---Pues para llegar a ese conocimiento y a esa separación, señora mía,
-tendríamos que... digo, veríamos de...
-
---No, si por más que usted discurra, no puede adivinar lo que he
-pensado, lo que haremos, si Dios me ayuda, y creo que me ayudará, pues
-la sentencia que acabamos de saber viene, como de molde, a favorecer
-mi pensamiento, obra magna, don Manuel, una empresa de caridad que ha
-de merecer su aprobación. Verá usted --añadió después de otra pausita,
-aproximando su silla baja al sillón del limosnero--. Pues, señor, ahora
-la ley civil le dice a la eclesiástica: yo, apoyada en la opinión de la
-ciencia, he debido declarar y declaro que ese hombre está loco. Como
-su locura es inofensiva, monomanía pietista nada más, que no exige
-custodia ni vigilancia muy rigurosas, renuncio a albergarle en mis
-casas de orates, donde tengo a los furiosos, a los lunáticos, casos
-mil de las innumerables clases de desorden mental. Ahí tienes a ese
-hombre; encárgate tú, Iglesia, de cuidarle, y, si puedes, de devolver
-el equilibrio a su entendimiento. Es pacífico, es bueno, es de dulce
-condición en su desvarío. No te será difícil restablecer en él el
-hombre de conducta ejemplar, el sacerdote sumiso y obediente...
-
---Y le cogemos --dijo Flórez--, y le mandamos a un convento de
-Capuchinos, o a una de las hospederías religiosas, que existen para
-estos casos, y le tenemos allí un año, dos, tres, al cabo de los
-cuales, estará lo mismo que entró.
-
---Quiere decir que no le cuidarán, que no le observarán, mirando por su
-existencia y por su razón con el interés paternal que se debe a un alma
-como la suya, buena, piadosa, a un alma de Dios...
-
---No digo que...
-
---Pero nada de esto pasará --afirmó la Condesa, levantándose nerviosa,
-y cogiendo el bastón de Urrea para reforzar el gesto decidido con que
-acentuaba la palabra.
-
---¿Pues qué se hará, señora?
-
---A usted, mi señor don Manuel, le corresponderá la gloria mundana de
-esta prueba, si, como creo, Dios la corona con un éxito feliz.
-
---¿Y qué tengo yo que hacer, señora mía? --preguntó el eclesiástico
-un poco molesto, pues no le caía en gracia aquello de hacer él cosas
-que ignoraba, ni que su autoridad quedara reducida a ejecutar órdenes
-superiores, como un vulgar secretario.
-
---Una cosa muy sencilla, y que me parece fácil. Mañana mismo... no hay
-que perder un solo día... mañana mismo, don Manuel Flórez y del Campo,
-el ejemplarísimo sacerdote, el gran diplomático de la caridad, coge el
-sombrero y se va a ver al señor Obispo. Su Ilustrísima, naturalmente,
-le recibe con los brazos abiertos, y usted le dice: «Señor Obispo, una
-dama de nuestra aristocracia...»
-
---¡Ah! ya... Una dama de nuestra aristocracia...
-
---¡Si lo adivina, si lo sabe, si no tengo que decir más! Pues qué: ¿no
-ha pensado usted lo mismo que yo? ¿No viene hace días dando vueltas
-en su mente a esta solución? ¿No esperaba saber la sentencia para
-proponérmelo?
-
---Sí, sí... Yo pensaba... En efecto... La idea es buena --dijo el
-limosnero, queriendo cazar al vuelo las de su noble amiga--. Claro
-que había pensado yo... Pues «Ilustrísimo señor, una dama de nuestra
-aristocracia, persona de grandes virtudes y celo cristiano, que quiere
-consagrar su vida al santo ejercicio de la caridad, ha imaginado que...»
-
-Detúvose bruscamente don Manuel, vacilante, clavó sus ojos en Halma,
-después en Urrea, para volver a mirar con escrutadora fijeza a la
-ilustre señora, y en aquel punto, como si recibiera inspiración
-del Cielo, o algún genio invisible en el oído le susurrara, vio el
-pensamiento de la Condesa con toda claridad. Y recordando al instante
-palabras y frases sueltas de conversaciones anteriores, y viendo en
-ellas perfecto ajuste con lo que acababa de oír, ya no necesitó más el
-agudo presbítero para recobrar toda su compostura mental, y sentirse
-dueño de sí mismo, y a punto de serlo de la situación. Limpió el
-gaznate para aclarar la voz, tomó de manos de Halma el bastón de Urrea,
-y fue marcando con él sobre la alfombra estas o parecidas expresiones:
-
---La señora Condesa ha tenido un pensamiento grande y bello, como
-suyo. Hace tiempo concibió el proyecto de destinar su casa de Pedralba
-a un fin caritativo, estableciéndose allí, al frente de una pequeña
-sociedad de desvalidos y menesterosos, de pobres enfermos y de ancianos
-sin recursos. Bueno, Señor, bueno. Pues ahora, la señora Condesa se
-dirige por mi conducto al señor Obispo, y le dice: «A ese pobre clérigo
-perseguido, absuelto y tachado de locura, yo me le llevo a Pedralba,
-allí le cuido, allí le rodeo de calma, de un bienestar modesto; doy a
-su espíritu la soledad campestre, a su asendereado cuerpo descanso, y
-como él es bueno y sencillo, y su corazón se conserva puro, respondo
-de que en breve tiempo podré devolvérselo a la Iglesia, limpio de las
-nieblas que han empañado su mente. Entréguenme el vagabundo, y les
-devolveré el sacerdote; denme el enfermo, y les devolveré el santo.»
-
---¿Y eso puede ser? --preguntó vivamente la viuda, sin admirarse de lo
-bien que el sagaz Flórez le adivinaba las intenciones--. Quiero decir:
-¿consentirá el señor Obispo...?
-
---¡Ah!... lo veremos. Mucha fuerza ha de hacerle su nombre, señora.
-
---Y más aún la intervención de usted.
-
---En casos como este de Nazarín, el Prelado adoptará uno de dos
-procedimientos: o entregar al enfermo un vale perpetuo para el Asilo de
-Eclesiásticos, o ponerle bajo la salvaguardia de una familia respetable
-de reconocida virtud y piedad. Esto último se ha hecho hace poco con un
-pobre clérigo que padecía de ataquillos de enajenación.
-
---Pues la familia respetable a quien se encomiende la custodia y
-cuidado de este santo varón, seré yo.
-
---Sin duda. Y mucho mejor, si se constituye el Asilo o Recogimiento en
-forma legal y canónica, poniéndolo, como es natural, bajo la tutela del
-jefe de la diócesis.
-
---En fin --dijo Halma gozosa--, que Nazarín es nuestro. Y el señor
-Obispo, ya lo estoy viendo, alabará mucho este plan al saber que es
-idea de usted.
-
---Idea mía no --replicó Flórez sin mirar a la dama--. Si acaso, en
-parte... Ambos pensamos lo mismo. Pero yo no podía pronunciar sobre
-ello la primera palabra, y tuve que aguardar a que la dijese quien
-debía decirla.
-
---Quedamos en que mañana mismo...
-
---Mañana mismo, sí señora.
-
---No se nos adelante alguno...
-
---¡Ah! lo que es eso... Pierda usted cuidado.
-
-Retirose don Manuel a su casa, y aquella noche fue acometido de una
-lúgubre congoja, cuyo fundamento el buen clérigo no podía explicarse.
-«Esta tristeza hondísima y que parece que me abate todo el ser --se
-decía, sin poder conciliar el sueño--, no proviene de causa puramente
-moral. Aquí hay algún trastorno grave de la máquina. O el hígado se me
-deshace, o la cabeza se me quiere insubordinar, o el corazón se fatiga,
-y me presenta la dimisión.»
-
-
-
-
-V
-
-
-Hízose todo como Catalina de Artal deseaba, sin que la gestión del buen
-Flórez tropezase con ninguna dificultad ni obstáculo de importancia.
-Notaban en él cuantos en aquella ocasión le vieron, lo mismo en las
-oficinas eclesiásticas, que en las casas nobles que ordinariamente
-visitaba, una gran decadencia física, la cual parecía más grave por
-la pérdida de la jovialidad. Además, claramente se advertía cierta
-inseguridad en las ideas, y dispersión de las mismas en el momento de
-querer expresarlas, vamos, como si se le fuera el santo al cielo, según
-el dicho vulgar. No era ya el mismo hombre; en pocos días su cuerpo
-perdió la derechura que le hacía tan gallardo, su cara se había vuelto
-terrosa, sus manos temblaban, y cuando quería sonreírse, su habitual
-expresión afable le resultaba fúnebre.
-
---O don Manuel está muy malo --decían sus amigos--, o algún hondo pesar
-silenciosamente le mina.
-
-Una mañana, el Marqués de Feramor le mandó llamar cuando descendía del
-aposento de la Condesa, y encerrándose con él en su despacho, puso la
-cara de las grandes solemnidades para decirle:
-
---¡Parece mentira que nuestro querido Flórez, desmintiendo su grave
-carácter, se haya prestado a favorecer las increíbles extravagancias
-de mi hermana! Primero, la tontería de meterse a redentores de José
-Antonio, poniéndose en ridículo, y dando lugar al desbordamiento de las
-hablillas y chirigotas. No era esto bastante, y entre mi hermana y su
-limosnero inventan este sainetón grotesco de llevarse a Pedralba toda
-la cuadrilla nazarista... porque supongo irán también las discípulas,
-para mayor edificación... Ya ha principiado el coro de burlas, que a mí
-no me afectan, no señor, porque todo el mundo sabe que permito a mi
-hermana lanzarse por su cuenta y riesgo a estas aventuras locas, para
-que encuentre en la ruina y en el ludibrio de las gentes el castigo de
-su soberbia.
-
-La actitud y el lenguaje del señor Marqués eran de pontifical, según el
-rito inglés parlamentario y economista.
-
---Lo que más me duele --añadió--, es que nuestro buen amigo, en vez
-de poner un freno a estas que califico benignamente llamándolas
-extravagancias, les haya dado calor y apoyo con su autoridad...
-
-Al oír esto, una onda de sangre subió del corazón al cerebro del
-sacerdote, y la ira, que era en él, por índole y por costumbre,
-sentimiento casi desconocido, se encendió en su corazón súbitamente.
-Al querer expresarla, las palabras se le atropellaron en la boca, su
-rostro enrojeció, sus ojos se avivaron. Con lengua torpe pudo decir tan
-solo:
-
---¿Tú qué sabes?... ¡Eres un necio!
-
-Y salió, como huyendo de sí mismo, arrastrando el manteo, la teja
-echada hacia atrás, murmurando incoherentes frases por la escalera
-abajo. Iba por la calle dando tumbos, sosteniéndose por un desmedido
-esfuerzo de la voluntad, y al llegar a su casa, agotado bruscamente el
-esfuerzo, cayó redondo en el portal. Entre el portero y dos vecinos
-que bajaban, levantáronle del suelo, y como cuerpo muerto le condujeron
-al cuarto segundo donde vivía. El ama y la sobrina, dos mujeres
-simplicísimas, ambas entradas en años, que le querían entrañablemente,
-rompieron en estrepitoso llanto al verle entrar en tan mísero estado, y
-la sobrina exclamaba:
-
---¡Virgen de la Valvanera! Ya lo dije yo. Mi tío venía mal desde la
-semana pasada.
-
-Acostáronle, y como una media hora tardó en recobrar el conocimiento;
-mas la palabra no. El buen señor quería decir algo, y su lengua inerte
-no le obedecía. Acudió el médico, fuéronle aplicados los remedios
-elementales, y ya muy entrada la noche, después de algunas horas de
-reposo, pudo expresarse con mediana claridad:
-
---No seáis tontas --dijo al ama y la sobrina, que una a cada lado del
-lecho le contemplaban atribuladas--, ni deis ahora en la manía de
-asustaros... Esto no es más que un aire. Lo cogí al salir de casa de
-Feramor. Ya me encuentro mejor, y con la ayuda de Dios Misericordioso
-y de la Virgen Santísima, mañana podré echarme a la calle. Y en caso
-de que determinen que ya estoy de más en este mundo inicuo, ¿qué hemos
-de hacer más que conformarnos todos, yo con irme a donde mi Padre
-Celestial me destine, según mis méritos o mis culpas, vosotras con que
-me vaya y os deje en paz?
-
-Dispuso el doctor que no se le diera conversación y se le dejara
-descansar toda la noche, ordenando diversas medicaciones internas y
-externas. A la mañana siguiente la mejoría era bien clara, y desde muy
-temprano acudieron a la casa multitud de personas. Una de las primeras
-fue Urrea; a poco llegaron Consuelo Feramor y la de Monterones, y otras
-muchas señoras y caballeros de distintas categorías. Todos prodigaron
-al enfermo consuelos cariñosos, deseando su salud como la propia.
-Iban entrando en la alcoba por tandas, y reunidos después en la sala,
-lamentaban el repentino accidente del simpático sacerdote.
-
-Consuelo llevó aparte a José Antonio para decirle:
-
---Sospecho que tú y Catalina no tenéis poca responsabilidad en este
-arrechucho de nuestro amigo. ¡Ah! su enfermedad arranca de la parte
-moral... ¿Qué... te haces el tonto? ¿No comprendes tu parte de culpa
-y la de mi cuñadita, esa loca que no andaría suelta si no llevara el
-nombre que lleva? ¿Ahora caes en la cuenta de que habéis desprestigiado
-a este santo varón, de que le habéis puesto en ridículo a los ojos del
-clero, de todos sus amigos y relaciones?
-
-Contestación enérgica pensó darle Urrea; pero prefirió callarse por no
-alborotar en casa ajena. A poco, entró Catalina de Halma, vestidita
-de negro, con humilde severísimo porte, y su hermana y cuñada la
-saludaron con frialdad compasiva. Ella no les hacía ningún caso, ni
-se cuidaba de que le manifestaran este o el otro sentimiento. Cuando
-todos se retiraban, la Condesa expresó al ama y la sobrina su deseo de
-ayudarlas día y noche en aquel penoso trajín de enfermeras. Conociendo
-la sinceridad de la buena señora, la familia del sacerdote aceptó tan
-noble ofrecimiento, felicitándose de que pronto sería innecesario,
-porque don Manuel mejoraría, con la ayuda de Dios. Pasó a verle
-Catalina, y él, regocijándose de su presencia, se excitó un poquito,
-presentando síntomas vagos de trabazón de lengua y de vaguedad en la
-ideación:
-
---Señora mía --la dijo--, muy malito tiene usted a su limosnero. Ha
-sido un aire, nada más que un aire... He soñado con el Recogimiento
-de Pedralba en que estaríamos tan bien... ¡oh, tan bien! Estos
-aires... son aires muy malos... La vida social... este vértigo, este
-bullicio, este mentir continuo... mal aire, señora... ¡Destrucción de
-los cuerpos, perjuicios de las almas!... Dios quiere llevarme ya. Ha
-visto que no sirvo... que he llegado a la vejez sin hacer en el mundo
-nada grande, ni hermoso, ni saludable para las almas. Mi conciencia
-habla y me dice: «no hay en ti y derredor de ti más que vanidad de
-vanidades...» Usted es grande, señora Condesa, yo soy pequeño, tan
-pequeño, que me miro y no me veo mayor que un grano de arena. Un aire
-me trae, otro me lleva... ¡Ah, la soledad de Pedralba...! Pero no, no
-soy digno... El señor Marqués me mira desde la altura de su necedad,
-y me humilla todo lo que yo merezco. ¿Qué he sido yo? Un fantasmón...
-No hay que desmentirme. ¿Qué hice por la salvación de las almas?
-Nada... ¡Y usted, que es santa, se digna venir a consolarme en mi
-tribulación...! ¡Cuánta bondad, cuánta grandeza! Porque nadie mejor
-que usted conoce mi insignificancia... Dios me dice: «no eres nada...
-eres el vulgo cristiano, lo que es y no es... Vas bien vestido, y
-calzas bonito zapato con hebillas de plata... ¿Y qué? Eres atento
-en el hablar, obsequioso con todo el mundo; respetuoso de mí; pero
-sin amor. El fuego del amor divino es en ti un fuego pintado, con
-llamaradas de almazarrón como las de los cuadros de Ánimas. Llevas y
-traes limosnas como la Administración de Correos lleva y trae cartas...
-pero tu corazón... ¡ah! Yo que lo veo todo, lo he visto, lo he sentido
-palpitar, más que por la miseria humana, por la elegancia de tus
-hebillas de plata...» Luego viene un aire... ¡Hermosa debe de ser la
-muerte para los que mueren en el Señor. Yo también quiero morir en Él,
-yo quiero, yo quiero!...
-
-Vivamente alarmada, la Condesa se retiró de la alcoba, pensando que
-la mejoría del bendito don Manuel había sido engañosa. Y firme en
-su propósito de desempeñar en la casa los menesteres más humildes,
-mientras estuviese enfermo su amigo del alma, concertó con el ama y
-sobrina las faenas a que debía consagrarse, resolviendo entre las tres
-que, pues la presencia de la señora excitaba al enfermo, sin duda
-por el cariño que este le profesaba, no era conveniente que entrase
-en la alcoba sino en los casos de absoluta precisión. Desembarazada
-de su mantilla, tan pronto trabajaba en la cocina, como se personaba
-en la sala, para recibir visitas de seglares y clérigos. Comió con
-las mujeres de la casa, y no quiso que le preparasen cama, pues con
-descabezar un sueño sentadita en una silla le bastaba. La enfermedad
-de su amado esposo había sido para ella educación cumplida en aquellos
-trabajos y desazones, y el no dormir, el no comer, la vigilancia
-constante no la afectaban lo más mínimo.
-
-Muy bien pasó la tarde don Manuel, y a la noche llamó a sus domésticas
-para que le acompañasen y diesen parola, pues la costumbre, segunda
-naturaleza, le pedía trato social, conversación, amenidad. Catalina
-se escondió tras de la puerta para oírle, temerosa de que volviese
-a desvariar. Dijéronle Constantina y Asunción, que así se nombraban
-el ama y sobrina, que ya podía darse por restablecido de aquel
-arrechucho, y que le bastaría media semanita de descanso para poder
-entregarse nuevamente a sus habituales quehaceres. A lo que respondió
-el clérigo con serenidad:
-
---Puede que tengáis razón; pero por sí o por no, yo me pongo en lo
-peor, y si me apuráis mucho, digo que en lo mejor, o sea la muerte, fin
-de esta vida miserable y principio de la eterna.
-
-Como ellas dijeran que siendo él un santo, nada podía temer, ahuecó la
-voz para contestarles:
-
---Ni yo soy santo, ni ustedes saben lo que se pescan, pobres
-rutinarias, pobres almas sencillas y vulgares. Estoy a vuestro nivel...
-no, digo mal, a un nivel más bajo. Porque vosotras habéis padecido:
-tú, Constantina, con la mala vida que te dio tu marido; tú, Asunción,
-con tus enfermedades y achaques dolorosos. Vosotras habéis tenido
-ocasión de perdonar agravios, yo no. Vosotras habéis sufrido escaseces
-cuando no estabais a mi lado; yo he vivido siempre en mi dulce y cómoda
-modestia, sin carecer de nada, bien quisto de todo el mundo, niño
-mimoso y predilecto de la sociedad. Vosotras habéis luchado, yo no,
-porque todo me lo encontré hecho. No me llaméis santo, porque hacéis
-befa de la santidad aplicándola a quien tan poco vale.
-
-Echáronse a llorar las dos mujeres, y le invitaron a variar de
-conversación, pues aquella no era la más propia de un enfermo de la
-cabeza.
-
---No, no --dijo Flórez, encalabrinándose--. De esto precisamente quiero
-hablar yo. Soy una pobre medianía; pero abdicando en este trance mis
-ridículas pretensiones, y pisoteando delante de vosotras, y delante
-del mundo entero, mi orgullo, me entrego a la misericordia de mi Padre
-Celestial, para que haga de mi insignificancia lo que quiera. Mi alma
-no se ennegrece con pecados infames, ni se abrillanta con heroicas
-virtudes. Soy lo que el lenguaje corriente llama un buen hombre. Soy...
-simpático... ¡ja, ja!, simpático. En el mundo no quedará rastro de mí,
-y lo mismo que es hoy la sociedad, habría sido si Manuel Flórez y del
-Campo no hubiera existido en ella. ¿Cómo llamáis santo a un hombre
-que se enfada, aunque no mucho, cuando alguien le molesta? ¿A ti,
-Constantina, no te he reñido alguna vez porque la sopa estaba fría, o
-el chocolate muy caliente, o el arroz pegado, o el café poco fuerte? Ya
-ves: ¡qué santidad es esa, ni qué...! Y tú, Asunción, ¡buenas broncas
-te has llevado..., porque las hebillas de mis zapatos no estaban bien
-relucientes! Ya ves: ¡como si el que relucieran o no las hebillas
-importara algo!... Si os apuráis mucho por lo que os estoy diciendo,
-os confesaré que en mi esfera, una esfera que parece amplísima y es
-muy reducida, he hecho todo el bien que he podido, y que mal, lo que
-es mal, no lo hice nunca a nadie, a sabiendas. Pero de eso a que yo
-sea nada menos que santo, como vosotras creéis, pobres tontas, hay
-mucho camino que andar... Los santos son otros, el santo es otro... Y
-de eso que dice el vulgo de que ahora no hay santos, me río yo... Los
-hay, los hay, creedlo porque os lo afirmo yo... Pero no me tengáis a
-mí por tal, grandísimas babiecas, y si no, contestadme: ¿qué méritos
-extraordinarios veis en mí?... ¿qué infortunios y trabajos han templado
-mi alma, qué injurias he tenido que sufrir y perdonar, qué grandes
-campañas por el bien humano y por la fe católica han sido las mías?
-¿Acaso fui perseguido por la justicia, y tratado como los malhechores?
-¿Por ventura me han ultrajado, me han escarnecido, me han llenado de
-vilipendio? ¿Es tribulación andar de casa en casa, festejado y en
-palmitas, aquí de servilleta prendida, allá charlando de mil vanidades
-eclesiásticas y mundanas, metiéndome y sacándome con achaque de
-limosnitas, socorros y colectas, que son a la verdadera caridad lo que
-las comedias a la vida real? ¡Ah! si lloráis por verme rebajado de esa
-categoría en que vuestra inocencia quiso ponerme, llorad, sí, llorad
-conmigo, lloremos juntos, para que el Señor tenga piedad de vosotras y
-de mí, y nos iguale a los tres en su santa gracia.
-
-No dijo más, porque el ama y sobrina, limpiándose el moco, y
-sobreponiéndose a su acerba pena, le exhortaron para que callase y
-no pensara cosas que al Divino Jesús y a la Virgen habían de serle
-desagradables. Buena era la humildad; pero no tanto, Señor.
-
-
-
-
-VI
-
-
-También lloraba la sin par Catalina oyendo los gritos de la conciencia
-de su buen amigo, y las tres convinieron luego en que mientras más
-se humillara el bonísimo don Manuel al prosternarse ante el Dios
-de Justicia, más le ensalzaría este, dándole el premio que por sus
-virtudes merecía. A las once de la noche, ya levantados los manteles de
-la frugal cena, hallándose la Condesa en el comedor, embebecida en la
-lectura de sus devociones ante una lámpara con pantalla de figurines,
-entró José Antonio. No pudiendo pasarse un día entero sin verla y
-hablar con ella (tal era su adhesión ardiente, que más parecía de perro
-que de persona), agarrábase a la obligación de informarse del estado
-del enfermo para entrar en la casa y aproximarle a su bienhechora.
-
---Nuestro don Manuel está mal --le dijo Halma, cerrando su libro y
-marcando la página con un dedo--. Tenemos que pedir a Dios con toda
-nuestra alma que nos conserve esa vida tan preciosa, tan necesaria. Hay
-que rezar, rezar sin tregua, Pepe, y tú también... Pero sin duda no
-sabes; lo has olvidado... Si yo quisiera enseñarte, ¿aprenderías tú?
-
---Tú conseguirás de mí cuanto quieras, y nada tengo por imposible si tú
-me lo mandas --replicó el joven con alegría--. Soy hechura tuya, soy un
-hombre nuevo, que has formado entre tus dedos, y luego me has dado vida
-y alma nuevas...
-
---Entre paréntesis, dime una cosa: ¿nos critican mucho por ahí?
-
---Horriblemente. Pero tu grande alma me ha enseñado lo que me parecía,
-más que difícil, imposible, despreciar esas infamias, y no castigarlas
-inmediatamente.
-
---Dios es nuestro juez, y nos acusa o nos absuelve, por medio de
-nuestra conciencia. Vete fijando en lo que te digo, y asegúralo en tu
-pensamiento. Eres un niño, y como a tal te instruyo.
-
---Y yo lo aprendo todo. No tendrás queja de mí. Pero yo quisiera, mi
-buena Halma, que me mandaras cosas difíciles, muy difíciles, para que
-probaras mi obediencia ciega.
-
---Por ejemplo, que te arrojes a un horno encendido, o que te tires por
-la ventana.
-
---No es eso, aunque también eso haría si me lo mandaras. Cosas
-difíciles digo, de las que ponen a prueba la voluntad de un hombre.
-Mientras tú no me mandes eso, y yo te obedezca, no me creo digno de
-lo que estás haciendo por mí. Tú eres extraordinaria, increíble,
-inverosímil. Mi amor propio se pica, y también quiero salirme un
-poquitín de lo común.
-
---Descuida, que todo se andará. Como inverosímil, tú, que desde que
-empezamos a curar tu alma con una medicina de que todo el mundo se
-burlaba, te has desmentido a ti mismo. Hasta ahora parece que voy
-triunfando, y que mi extravagancia llevaba y lleva en sí algo de
-eficacia divina. Pero aún falta mucho, José Antonio, y si te cansas en
-lo peor del camino, me dejarás mal.
-
---No me cansaré. Voy contigo al fin del mundo, ya me lleves tirando
-de mí por un fino hilo de seda, ya por un dogal muy fuerte. Tira sin
-miedo, que no haré nada por soltarme.
-
---Te advierto que aunque te sueltes, aunque al tirar de la cuerda me
-hieras y lastimes, no me arrepentiré de lo hecho.
-
---Porque tú eres... no diré una santa, ni un ángel, expresiones vagas
-que han desacreditado los poetas y los predicadores..., sino una mujer
-superior a cuantas andan por el mundo, la mejor, la única, el femenino
-en grado sublime.
-
---Eh... basta. Ahí tienes otra maña que he de quitarte, la lisonja.
-
-A los motivos de gratitud que subyugaban al parásito corregido
-haciéndole esclavo sumiso de la Condesa de Halma, habíase añadido
-últimamente uno, que era sin duda el más fuerte eslabón de su cadena.
-A la penetración de la reformadora no podían ocultarse las recónditas
-miserias y envilecimientos de la vida de Urrea, úlceras morales que
-por su calidad indecorosa no podían ser mostradas. Pero la sagaz
-doctora las conocía, por inducción, y creyendo, en conciencia, que para
-la completa cura había que atacar aquel secreto desorden, antes que
-corrompiera la parte del ser que iba paulatinamente sanando, incitó
-al enfermo, en buena ley de moral médica, a la confesión o sinceridad
-más radicales. Él se resistía, creyendo que cuanto a tal asunto se
-refiriese no podía ni siquiera mentarse en presencia de la santa y pura
-señora, como no es lícito decir en la iglesia palabras indecentes, ni
-fumar, ni cubrirse. Pero ella, valerosa y serena, como Santa Isabel
-de Turingia poniendo sus manos en la cabeza de los tiñosos, le abrió
-camino para la explicación que deseaba, rompiendo el secreto en esta
-forma:
-
---No es menester ser zahorí, querido Pepe, para saber que en tu vida
-de pobreza vergonzante, angustiada y vil, ha de haber, además de los
-sapos que ya hemos sacado del fango, culebras que necesitamos extraer
-para sanarte por entero. Es inútil que me lo niegues. ¡Ah, tonto, como
-se ven los gusanos que se alimentan de la putrefacción, veo en derredor
-tuyo enjambre de mujeres, a quienes solo llamaré desgraciadas, porque
-no hay mayor desdicha que perder el pudor!
-
---Es cierto. ¿Cómo negarte nada, si tú lo sabes todo?
-
---Tienes que limpiarte de esa podredumbre, Pepe, pues de lo contrario,
-estás expuesto a corromperte de nuevo el mejor día.
-
---Sí, sí.
-
---Pero pronto, pronto. Adivino que esto no es fácil, y que para romper
-con todo ese pasado vergonzoso hay obstáculos materiales. Confiésamelo,
-dímelo todo, ten conmigo la franqueza que tendrías con un camarada de
-tu sexo. La vida humana ofrece tantas anomalías, que aun para librarse
-de la ruina se necesita tener dinero, y que del mismo vicio no puede
-huirse sin mostrarse con él caballeresco y dadivoso.
-
---Es verdad. Eres la ciencia humana y divina --replicó Urrea con viva
-emoción.
-
---Más claro: para cortar tus lazos viles con esa infeliz gente,
-necesitas dinero. Al hacer la cuenta de tus ahogos y de los compromisos
-que amargaban tu vida, has ocultado esta por delicadeza, por respeto
-hacia mí. ¿No es verdad?
-
---Sí.
-
---Quizás te encuentras obligado y sujeto por favores recibidos.
-
---Sí.
-
---Quizás has contraído deudas... en común. No te apures. Hablaremos de
-esto lo menos posible, para ahorrarte la vergüenza que el caso entraña.
-Prométeme cortar en absoluto y para siempre, con propósito de no
-reincidir, esas relaciones infames, y yo te doy el dinero que necesites
-para tu completa liberación. Así, así, las cosas se dicen clarito, y se
-hacen con valor.
-
---¡Oh, Halma! --exclamó anonadado el calavera, arrodillándose ante su
-prima, e intentando besarle las manos--. Si no te digo que te tengo por
-criatura sobrenatural, no expreso todo lo que siento.
-
---Levántate. Hoy mismo te ocuparás de eso. Dímelo todo: no ocultes
-nada. Mañana liquidas tus deudas de ignominia. Si sintieras duda, o
-escrúpulo, porque hubiese algún lazo dificilillo de cortar, aun con
-tijeras de oro, vienes y me lo cuentas, y yo te daré ánimos, razones...
-y veremos de arreglarlo.
-
-Alentado por tan poderoso estímulo, Urrea cortó relaciones indecorosas,
-algunas que le estorbaban horrorosamente, llenando su alma de hastío;
-otras que, si afectaban algo a su corazón, no tenían raíces tan hondas
-que no pudieran arrancarse con mediano esfuerzo. ¡Y qué libre, qué
-ancho, qué desahogado se sintió después! ¡Con qué placer veía las caras
-bonitas y risueñas perderse en la bruma que precede a las tinieblas del
-olvido! Uno solo de los tirones que tuvo que dar le produjo dolor. Pero
-acordándose de su prima, lo sufrió valeroso, y aun lo hubiera resistido
-con heroísmo si fuera de los hondos y lacerantes. Pero ello se redujo
-a un poquitín de pena o desconsuelo, y dos días bastaron para que la
-mundana figura que motivaba aquel estado psíquico, se desvaneciera
-también con las otras en una neblina de indiferencia. Al terminar
-esto, la Condesa de Halma tomó ante su aplacado espíritu proporciones
-enteramente divinas. Lo que sintió Urrea no podía compararse sino al
-júbilo inenarrable del náufrago que pisa tierra después de angustiosa
-lucha con las olas. Le salvaba aquella luz, faro, o estrella del mar, y
-ante ella hacía la ofrenda de su vida futura.
-
-No satisfecho con informarse por la noche del estado de don Manuel
-Flórez, José Antonio iba también por las mañanas. Comúnmente entre
-nueve y diez, Catalina había vuelto de misa, y estaba barriendo y
-limpiando la sala y gabinete, mientras el ama y sobrina atendían al
-enfermo. Cubría la Condesa su talle con un mandil de Constantina, y
-manejaba la escoba con rara habilidad. ¡Quién había de decirlo, viendo
-aquellas manos aristocráticas, finas, blancas como azucenas, de forma
-bonitísima, largos, gordezuelos y puntiagudos los dedos, verdaderas
-manos de Santa Isabel de Murillo, que ni en las cabezas plagadas de
-miseria perdían su virginal pureza y pulcritud! Urrea no se atrevió a
-pedirle permiso para besarle las manos, por no profanarlas con su labio
-pecador. No merecía tan grande honra. Verdaderamente aquellos dedos que
-cogían la escoba eran dignos de tomar la hostia consagrada.
-
---¿Y don Manuel, cómo sigue?
-
---Mal. La noche ha sido intranquila. No ha podido dormir, sufría mucho
-de la cabeza. No ha desvariado, antes bien, habla como un santo que es.
-Hoy se le administra el Santo Sacramento. Prepárase a recibirlo con
-unción y alegría. ¿Sabes en qué conozco que nuestro buen don Manuel se
-nos muere? En que su alma es toda candor. Piensa y habla como un niño.
-Tanta simplicidad demuestra que su alma se ha despojado de todo lo
-terreno. ¡Qué hermosura morir así! Aprende, primo mío, aprende, y para
-que mueras como un justo, vive en la justicia y la verdad.
-
---Yo vivo donde tú me mandes --dijo el parásito apartándose para no
-estorbarle en su barrido--. Donde me pongas allí me estaré. Y ahora,
-déjame que te pregunte una cosa. Dicen en tu casa que te vas a vivir a
-Pedralba.
-
---Eso había determinado; pero la falta de este incomparable amigo
-perturba mis planes, y aún no sé lo que haré.
-
---¡Y yo me quedo aquí! --observó Urrea con pena--. Yo aquí solo. Verdad
-que no estamos lejos, y puedo ir a verte con frecuencia. Pero no sé si
-tú lo consentirás. Debo seguir en Madrid para evitarte disgustos, para
-que no se ceben en ti la envidia y la malignidad.
-
---Esa razón no es razón. Ya sabes que no me afectan los dichos de la
-gente frívola y vana. La calumnia misma, que a otros aterra, puede
-venir a mí y acometerme y destrozarme. De sus ataques saldré más
-fuerte de lo que soy. Es la forma civilizada del martirio, ahora que
-no tenemos Dioclecianos que persigan el Cristianismo, ni sectarios
-furibundos que corten cabezas de creyentes... Pero si la calumnia
-no es motivo para que aquí te quedes --añadió, dejando la escoba, y
-poniendo los muebles en su sitio, después de restregarles la madera con
-un paño, tarea en que gustosamente le ayudó su protegido--, en Madrid
-continuarás solito, por razón de tus trabajos. No olvides la segunda
-parte de nuestro convenio. Has de hacerte un hombre útil que viva
-honradamente, sin depender de nadie.
-
---Sí, sí. Yo realizaré tu hermosa idea. Eres como una madre para mí, y
-debo venerarte, porgue me das el ser.
-
---Y debo creer que este hijo mío es ya crecidito, con fuerza suficiente
-para no necesitar andadores, y juicio para gobernarse por sí solo.
-
---Así será, si tú lo quieres. ¿Y ahora qué me mandas? ¿Me retiro?
-
---Sí, tenemos mucho que hacer. Luego hemos de preparar la casa y
-adornarla para recibir al Divino Visitante, que hoy tendremos aquí.
-Márchate y vuelve esta tarde a la hora del Viático. No quiero que
-faltes.
-
---No faltaré --dijo Urrea, y besando la orla del delantal grosero que
-ceñía el cuerpo de la noble dama, se retiró triste... ¡Partir Halma,
-quedarse él! ¡Enorme consumo de voluntad exigiría esta separación del
-hijo y la madre, del discípulo aún muy tierno y la santa y fuerte
-maestra!
-
-
-
-
-VII
-
-
-No faltó aquel día el Marqués de Feramor, que solo cruzó con su
-hermana palabras secas. En su atildado lenguaje inglés, parlamentario
-y económico, dijo que los hombres temen la muerte como temen los
-niños entrar en un cuarto obscuro. Esto lo había escrito Bacon, y
-él lo repetía, añadiendo que las penas que ocasiona la pérdida de
-seres queridos, tienen el límite puesto por la Naturaleza a todas las
-cosas. El mundo, la colectividad, sobreviven a las mayores desdichas
-personales y públicas. No debemos entregarnos al dolor, ni ver en él un
-amigo, sino un visitante importuno, a quien hay que negar todo agasajo
-para que se despida lo más pronto posible.
-
-La ceremonia religiosa fue hermosa y patética, acudiendo un gran gentío
-eclesiástico y seglar, de lo más distinguido que en una y otra esfera
-contiene Madrid. Recibió el enfermo el pan eucarístico con cristiana
-unción y mansedumbre, mostrando gratitud inefable al Dios que penetraba
-en su humilde morada, y se mantuvo tan sereno y dueño de sí mientras
-duró el acto, que parecía repuesto de su grave mal. Después habló con
-entusiasmo a sus amigos del gozo que sentía, y de las esperanzas que la
-santa comunión despertaba en su alma.
-
-Por la noche, tras un ratito de tranquilo sueño, llamó al ama y
-sobrina, y les dijo:
-
---Ya sé que está en casa la señora Condesa, y en verdad no sé por qué
-se oculta. Su presencia es gran consuelo para mí. Que entre, pues a las
-tres tengo algo que decirles.
-
-Besó Catalina la mano del sacerdote y se sentó junto al lecho, quedando
-las otras en pie:
-
---De veras os digo que estoy tranquilo. Me prosterné ante mi Dios, y
-llorando amargamente, le ofrecí la confesión de toda mi vida pasada,
-la cual, por mi incuria, por mi egoísmo, por mi insubstancialidad,
-no ha sido muy meritoria que digamos. Lo que poseo es para vosotras,
-Constantina y Asunción: ya lo sabéis. Atended a vuestras necesidades,
-reduciéndolas a la medida de una santa modestia, y lo demás empleadlo
-en servicio de Dios; socorred a cuantos menesterosos estén a vuestro
-alcance, sin reparar si lo merecen o no. Todo necesitado merece dejar
-de serlo. Y a usted, señora Condesa de Halma, nada le digo, porque
-a quien es más que yo y vale más que yo, y me gana en saber de lo
-espiritual y lo temporal, ¿qué ha de decirle este pobre moribundo?
-He concluido con toda vanidad, y tan solo le ruego que encomiende a
-Dios a su buen amigo. El que a mí me ha iluminado no está presente; si
-lo estuviera, yo le diría: compañero pastor, quisiera cambiar por tu
-cayado robusto el mío, que no es más que una caña adornada de marfil y
-oro. Tú pastoreas, yo no; tú _haces_, yo _figuro_...
-
-Siguió murmurando en voz baja expresiones que las tres mujeres no
-entendían. No cesaban de recomendarle el silencio y la tranquilidad.
-Poco después rezaban los cuatro, llevando la de Halma el rosario.
-Antes de terminar, el enfermo pareció aletargarse. Quedó Asunción de
-guardia, y Constantina y la Condesa salieron de puntillas.
-
-Tenían de guardia en el recibimiento a la chiquilla de la portera, para
-que abriese al sentir pasos de visitas, precaución indispensable por
-haber sido quitada la campanilla. A poco de salir de la alcoba, el ama
-dijo a la Condesa:
-
---Ha entrado una mujer que quiere hablar con la señora. Debe de ser
-una pobre... de estas que acosan y marean con sus petitorios. Yo que
-vuesencia, le daría medio panecillo y la pondría en la calle, porque
-si nos corremos demasiado en la limosna, esto será el mesón del tío
-Alegría, y nos volverán locas. Trae una niña de la mano, y me da olor
-a trapisonda, quiero decir, a sablazo de los que van al hueso. Con
-que póngase en guardia la señora Condesa, que en eso de dar o no dar
-con tino está el toque, como dice nuestro pobrecito don Manuel, de la
-verdadera caridad.
-
-Ya sabía Catalina quién era la visitante, y sin decir nada se fue a
-la sala, donde aguardaban en pie una mujer con mantón y pañuelo a la
-cabeza, y una niña como de seis años, arrebujada en una toquilla.
-
---Beatriz --dijo Halma, muy afectuosa, entregándoles sus dos manos, que
-mujer y niña besaron con amor--, ya me impacientaba yo porque no venías
-a verme. ¿Te dijo Prudencia que vinieras acá?
-
---Sí señora; pero yo no quería venir, por no ser molesta --replicó
-Beatriz, sentándose en el borde de una silla--. Por fin, esta noche me
-determiné, y he traído a esta para que me enseñe las calles, que no
-conozco bien. Rosa sabe al dedillo todos estos barrios, porque ayudaba
-a sus padres a repartir la leche, cuando tuvieron la cabrería... ¡ah!
-negocio malísimo, en que se metió mi prima con los vecinos del bajo
-derecha, por ayudar a Ladislao, que con la afinación de pianos no
-sacaba para dar de comer a la familia. El pobre Ladislao ha pasado
-amarguras horribles, persiguiendo el garbanzo, y soñando siempre con la
-ópera que tenía a medio componer, dentro de su cabeza. Todo lo probó:
-tocaba el trombón en un teatro, y repartía prospectos por las calles.
-La cabrería les empeñó más de lo que estaban. Yo he visto la miseria de
-aquella casa, miseria negra, como hay tanta en Madrid, sin que nadie la
-vea ni la socorra, porque no es posible, Señor, no es posible... Bien
-lo sabe la señora, que la ha visto con sus propios ojos, porque con la
-señora entró Dios en aquella casa... Y puedo decirle que sus palabras
-cariñosas las han agradecido aquellos infelices más aún que el socorro
-que les ha dado para comer y abrigarse. La señora es... no tan solo la
-caridad, sino también la esperanza.
-
---¿Y el pobre Ladislao, está contento?
-
---Tan contento, que de puro alegre no pega los ojos. Dice que su
-_desiderato_ sería la plaza de maestro de capilla; pero que si la
-señora no tiene capilla en sus estados, lo mismo la servirá de cochero
-que para traer leña del monte, si a mano viene...
-
---Que no piense en eso, y espere --dijo la Condesa, impaciente por
-tratar de otro asunto--. Bueno, Beatriz, ¿y qué...?
-
---Nada, es cosa resuelta. He venido acá, para que la señora Condesa no
-tarde en saber que hoy fueron a verle al hospital dos señores curas,
-que parece son del Tribunal eclesiástico. Dijéronle que Su Ilustrísima
-le proponía dos maneras de asistirle y curarle, en el suponer de que
-está enfermo. O bien darle un vale perpetuo para el Asilo de señores
-sacerdotes, o bien ser recogido en una casa honestísima de persona
-principal y muy cristiana. Diéronle a escoger, y, por de contado,
-escogió lo segundo. Lo he sabido por él mismo: esta tarde fui allá, y
-me encontré en la celda al señorito de Urrea, que le aconsejaba salir
-de aquel encierro, pues ya está libre. Mas no quiere el bendito don
-Nazario gozar de libertad mientras no le dé licencia la persona que le
-toma bajo su amparo, y le diga cuándo, cómo y a qué lugar ha de ir con
-sus pobres huesos.
-
---Pues mira lo que has de hacer, Beatriz, y pon atención a lo que te
-ordeno. Mañana llegará un carro con tres mulas que he mandado venir
-de Pedralba. Al amanecer del día siguiente, lo tendrás en tu calle,
-y el carretero, que es un viejo llamado Cecilio, un poco hablador y
-refranero, pero buen hombre, subirá a tu casa para avisarte. Metes en
-el carro a Ladislao y a Aquilina con sus tres chicos, y a Nazarín, y
-tú misma de añadidura. Cabréis perfectamente, y si vais estrechos, los
-hombres pueden ir algunos ratos a pie... En fin, arreglaos del mejor
-modo posible. No llevéis muebles ni ropas de cama. Repartid todo eso
-entre los vecinos que sean más pobres. Ropa de vestir podéis llevar...
-¡Ah! se me olvidaba el piano de Ladislao. Dile que es mi deseo se lo
-regale al ciego, también afinador, que vive en el cuartito próximo.
-Puede meter en el carro aquella balumba de papeles de música que tiene
-encima de la cómoda. Todo el día emplearéis en el viaje, porque las
-mulas irán al paso, para que puedan hacer un poco de ejercicio los que
-se cansen de la estrechez del carro, y meterse en él un rato los _de
-infantería_, para descansar de la caminata. Cecilio os llevará hasta
-mi casa, y en ella os dará alojamiento hasta que, pasados unos días,
-cuando yo avise, vuelvan Cecilio y las tres mulas por mí.
-
---¡En carromato la señora! --exclamó Beatriz llevándose las manos a la
-cabeza.
-
---Como vais vosotros, iré yo. ¿Qué más da? Si es hasta más cómodo, y
-más alegre. No veas en esto un mérito, ni menos afectación de pobreza:
-no gusto de hacer papeles. Además, establezco en mi pequeño reino toda
-la igualdad que sea posible. No me atrevo aún a decir, antes de que la
-práctica me lo enseñe, a qué grado de igualdad llegaremos.
-
---Reino ha dicho la señora --afirmó la nazarista con gozo--, y aunque
-así no lo llamara, reina y señora nuestra será siempre.
-
---Tampoco sé aún qué grado de autoridad tendré sobre vosotros. Quizás
-no pueda tenerla, o la abdique desde el primer momento. Pero no
-pensemos aún en lo que será, y ocupémonos tan solo de lo presente. Con
-el dinero que te di, y que conservarás en tu poder...
-
---Sí señora, menos lo que, por encargo de la señora, gasté en el
-vestidito de Aquilina y en las botas de Ladislao.
-
---Pues aún te queda para comprar zapatos y alpargatas a los tres
-chicos, y para lo que gastéis por el viaje, que será bien poco. No
-necesito decirte que economices, porque sé que sabes hacerlo. Como
-la hija de Cecilio cuidará de daros de comer mientras yo llegue, ten
-bien cerrada la bolsa, Beatriz, y no gastes ni un céntimo de lo que
-en ella te quedare al llegar allá; no olvides que somos pobres, pobres
-verdaderos... No creas que nuestro reino es una pequeña Jauja.
-
---Si lo fuera, no nos tendría la señora por vasallos...
-
---¿Te has enterado bien?
-
---Sí señora --dijo Beatriz levantándose--; descuide, que todo se hará
-punto por punto como la señora desea.
-
-Despidiéronse besándole la mano; la Condesa las besó en el rostro, y al
-despedirlas en la puerta, cuando ya habían bajado algunos peldaños, las
-llamó para hacerles una advertencia.
-
---Oye, Beatriz. Mi buen Cecilio padece de una maldita sed que no se le
-quita sino con vino. Ya está tan cascado el pobre, que sería crueldad
-privarle de satisfacer su vicio. Durante el viaje, le permitirás que
-tome una copa en alguna de las ventas por donde pasen, no en todas...
-Fíjate bien: con tres o cuatro copas de pardillo en todo el camino
-tiene bastante; pero nada más, nada más... Ea, adiós, y buen viaje.
-
-
-
-
-VIII
-
-
-Llegó poco después un señor eclesiástico, amigo íntimo de Flórez,
-don Modesto Díaz, que goza fama de predicador excelente, uno de los
-primeros de Madrid. Tres o cuatro veces al día iba a enterarse del
-estado del enfermo, a quien entrañablemente quería, pues se conocieron
-desde la infancia, y en Madrid vivieron luengos años en cordialísimas
-relaciones, aunque cada cual actuaba en esfera distinta dentro de lo
-eclesiástico, pues si Flórez era relativamente rico, y no tenía que
-discurrir para proveer decorosamente a la existencia, Díaz, obrero
-incansable, trabajó toda su vida, _propter panem_. De joven, tuvo
-que ganarlo para su madre, y en edad madura crió y educó sin fin de
-sobrinos huérfanos, que debían de padecer hambre canina, según lo que
-el pobre cura bregaba para mantenerlos, pues él daba lecciones de latín
-y moral, en colegios y casas particulares, de retórica y poética en
-un instituto, traducía del francés obras religiosas para un editor
-católico, y con esto y la celebración y sus sermones, que llegaron a
-constituirle un ingreso de cuenta, salió el hombre adelante con todo
-aquel familiaje, y algo le quedaba para socorrer a un pobre.
-
-La diferente atmósfera en que Díaz y Flórez vivían, y el distinto
-camino de cada cual, no impidieron que se juntaran en el terreno de una
-amistad tan antigua como cariñosa. Eran vecinos: muchas tardes paseaban
-juntos, y perfectamente acordes en ideas y gustos, nunca surgió entre
-ellos disputa ni desavenencia por cosa dogmática ni temporal. Ambos
-eran buenos y estimados de todo el mundo; ambos piadosos y bienavenidos
-con su conciencia. Hasta se parecían un poco en lo físico; solo que
-Díaz no se arreglaba tan bien como el otro, ni era tan pulcro, o si se
-quiere, tan elegante.
-
-Con expresiones de sincero dolor se condolió don Modesto de la gravedad
-de su amigo, manifestándose confuso por aquel repentino mal, que había
-venido como un escopetazo.
-
---¡Pero si hace tres semanas estaba Manuel vendiendo vidas! Una tarde
-que fuimos de paseo hacia la Moncloa, hicimos recuento de los años que
-tenemos a la espalda, y calculando lo que podríamos vivir si el Señor
-nos conservaba nuestra salud, nos corríamos tan frescos hasta los
-ochenta. De buenas a primeras, Manuel da este bajón tremendo... ¿Pero
-por qué? Las últimas tardes que paseamos, le noté muy metido en sí,
-cosa rara, pues era hombre tan social, que siempre le veía usted el
-alma revoloteando alegre fuera de la jaula... En fin, Dios lo quiere
-así. Cúmplase su santa voluntad.
-
-Con un hondo suspiro nada más comentó la Condesa estas expresiones, y
-el buen sacerdote, después de enjugarse una lágrima, cambió de tono
-para decir:
-
---Entre paréntesis, señora Condesa, sé que se va usted a su finca de
-Pedralba, próxima a San Agustín, y conviene que sepa que el cura de
-esta villa es mi sobrino Remigio, a quien escribiré para que se ponga
-a las órdenes de usted, y la sirva en cuanto guste ordenarle. ¡Buen
-muchacho, señora, que sabe su obligación, y tiene además un don de
-gentes que ya lo quisieran más de cuatro! Yo le crié; es mi hechura,
-y a mí me debe su doble carrera, pues a más del grado en teología
-y cánones, es licenciado en derecho. Alguna guerra me dio cuando
-estudiaba, porque en la Universidad por poco me le tuercen. Le tiraba
-más la filosofía que la teología, y su comprensión fácil, su talento
-flexible le encariñaron más de la cuenta con los estudios de materias
-filosóficas y sociales novísimas. Bueno es saber de todo, y conocer
-toda la extensión de las ideas humanas; pero yo dije: «para, hijo».
-Él obstinado en doblárseme, y yo en que había de ponerle derecho como
-un huso. Naturalmente, gané yo: el chico era dócil, respetuoso, y me
-quería con locura. Cantó misa diez años ha, día de la Candelaria, y
-ahí le tiene usted hecho un sacerdote modelo, obscurecido, es verdad,
-en una villa de corto vecindario, pero con esperanzas de pasar a una
-parroquia de la Corte, o a una canonjía.
-
-Contestó Halma con las expresiones urbanas que el caso requería, y
-la conversación, por su propio peso, recayó en don Manuel, y en la
-dificultad de sacarle adelante, si Dios no hacía un milagro.
-
---Para mí --dijo Díaz con hondísima tristeza-- es una pérdida
-irreparable, pues no tengo ningún amigo que pueda comparársele en lo
-afable, en lo cariñoso y servicial. Siempre que yo necesitaba una
-tarjeta de recomendación, él a dármela. Sus buenas relaciones con gente
-principal eran una bendición de Dios para los que estamos en esfera
-más baja. ¡Cómo le quería toda la grandeza! Y ahí tiene usted a un
-hombre que hubiera podido ser obispo. Pero lo que él decía con toda
-la modestia de Dios: «No sirvo, no sirvo: es mucho trabajo para mí.»
-Cada lobo en su senda, y la de Manuel era fomentar la piedad en las
-clases elevadas, y dirigirlas en sus campañas benéficas... Era hombre
-de tan extraordinario don de gentes, que su trato lo mismo cautivaba
-al rico que al pobre, y con su ten con ten, a todos les enseñaba la
-buena doctrina... ¡Dios sabe cuán solo y triste me quedo sin Manuel en
-este valle de lágrimas!... ¡Pues apenas tiene fecha nuestra amistad! Él
-es natural de Piedrahita, yo de Muñopepe, en el mismo partido. Juntos
-nos criamos, juntos fuimos a la escuela, juntos recibimos la sagrada
-investidura. Él era casi rico, yo pobre; él vivía de sus rentas, yo
-de mi trabajo rudo. Siempre que necesité de algún auxilio, porque hay
-meses crueles, señora mía, sobre todo en verano, cuando se despuebla
-Madrid, a él acudía..., ¡ay! y le encontraba siempre. ¡Qué excelente
-amigo! Me facilitaba cortas cantidades, sin ningún interés... ¡Ave
-María Purísima, ni hablarle de ello siquiera! Me habría pegado. ¡Entre
-amigos...! Llegaba el invierno, y yo le pagaba religiosamente. Por
-Navidad, de los infinitos regalos que recibe, participo yo. El Señor
-le premia tanta bondad, pues sus tierras de Piedrahita siempre le dan
-buenas cosechas... Así es que viviendo con decoro y sin boato, como
-un buen sacerdote, tiene sobrantes, con los cuales pudo costear una
-excelente escuela en Piedrahita. Sí señora, una lápida de mármol dice
-a la posteridad el nombre del fundador. Pues con estas esplendideces,
-aún le sobra, y no hay año que no compre alguna tierra limítrofe con
-su heredad. Propietario generoso, y buen cristiano, no apura a sus
-renteros, ni escatima jornales en tiempo de miseria. En fin, que
-hombres como este hay pocos. El Señor le quiere para sí; acatemos su
-voluntad suprema, y reconozcamos que todas las grandezas terrenas son
-ceniza, polvo, nada.
-
-Manifestose doña Catalina conforme con todo esto, y seguían platicando
-sobre la vanidad de las grandezas humanas, cuando el enfermo dio una
-gran voz, diciendo:
-
---¿Ha venido Modesto?... Que entre aquí. ¡Modesto, Modesto!
-
-Acudió el señor Díaz, y los dos amigos se abrazaron con ardiente
-cariño. El sano no podía contener las lágrimas; el enfermo, debilitado
-y con el cerebro inseguro, perdiendo y recobrando a cada momento el
-sentido y la palabra, no hacía más que darle palmetazos en el hombro,
-y sus ojos extraviados, tan pronto reconocían a don Modesto, como le
-miraban con extrañeza y estupor.
-
---Mi buen amigo --le dijo en un momento lúcido--, te sentí, y quise
-que entraras para darte la gran noticia. Ya siento un gran alivio en
-mi alma. A mi conciencia le han nacido alas, y mírame cómo subo hasta
-los cielos. ¿No sabes? ¡Ay, Modesto, qué alegría! Acabo de decidir que
-mi viña de Barranco de Abajo, la mejor que tengo, sea para ti. Ya es
-tiempo de que descanses, hombre. ¡Qué león para el trabajo...! Ahora,
-con tu viña, que puede darte tus mil cántaras, que te echen sobrinos.
-Bastante tienen estas tontas con lo demás de Piedrahita, y yo nada
-necesito ya, pues quiero ser pobre lo que me quede de vida... No te
-vayas, Modesto, acompáñame, pues me dan más congojas... y me parece que
-me he muerto, y que me han enterrado vivo, y... No, no... que no me
-entierren vivo... Yo soy pobre... muy pobre, no quiero mausoleos, ni
-que pongan sobre mí una de esas piedras enormes con letras de oro...
-No, no quiero letras de oro, ni hebillas de plata. Y en cuanto a mi
-gran cruz de Isabel la Católica, os digo que no me la pongáis, cuando
-me amortajéis... el día de mi muerte. No quiero más cruz que la de mi
-Redentor... a quien no me parezco nada, pero nada... Él era todo amor
-del género humano, yo todo amor de mí mismo. ¿Verdad, Modesto, que no
-me parezco nada... pero nada?
-
-Procuraban calmarle; pero ni aun podían, con la ayuda del señor Díaz,
-sujetarle en el lecho, pues dos o tres veces se quiso arrojar de él
-desarrollando una fuerza nerviosa increíble en su extenuación.
-
---Dejadme --decía--, no seáis pesadas. Huyo de lo que fui... No quiero
-verme, no quiero oírme. Hay un hombre, que en el siglo se llamó Manuel
-Flórez. ¿Sabéis cómo le llamaría yo? _el santo de salón_. Yo no soy él;
-yo quiero ser como mi Dios, todo amor, todo abnegación, todo caridad...
-No entiendo de intereses. Aquel hacía cuentas, yo las deshago; aquel
-vivió en mil vanidades, yo corro detrás de la verdad, ya la toco, y
-vosotras, ruines cócoras, no me dejáis...
-
-El médico, que en mitad de esta crisis apareció, dispuso remedios
-que no tenían más objeto que hacerle menos dolorosa la agonía. La
-parálisis de la parte inferior del cuerpo era absoluta. El derrame se
-había iniciado sobre la médula, dejando libre el cerebro. Don Modesto
-Díaz resolvió quedarse allí toda la noche. Después de las doce, el
-moribundo, inmóvil, rígido, descompuesto el rostro, honda y débil la
-voz, entornados los ojos, llamó a su amigo y le dijo:
-
---Modesto, hazme el favor de leerme aquel capítulo de los _Soliloquios
-de nuestro Padre San Agustín... Confesión de la verdadera Fe_.
-
---No necesito leértelo, querido Manuel --dijo don Modesto, con sus
-manos en las manos del moribundo--, pues me lo sé de memoria: «Gracias
-os hago, luz mía, porque me alumbrasteis y yo os conocí. Conocíos
-Criador del Cielo, y de todas las cosas visibles e invisibles, Dios
-verdadero, todopoderoso, inmortal, interminable, eterno, inaccesible,
-incomprensible, inconmutable, inmenso, infinito, principio de todas
-las criaturas visibles e invisibles, por el cual todas las cosas son
-hechas, y todos los elementos perseveran en su ser, cuya Majestad, así
-como nunca tuvo principio, así jamás tendrá fin...»
-
-Y siguió recitando de memoria largo trecho, hasta que Flórez, que
-como extasiado escuchaba, repitiendo algunas palabras, le interrumpió
-diciéndole:
-
---Más adelante, más adelante, Modesto, donde dice... ¡Ah! yo lo
-recuerdo: «Tarde os conocí, lumbre verdadera, tarde os conocí, porque
-tenía delante de los ojos de mi vanidad una gran nube obscura y
-tenebrosa, que no me dejaba ver el sol de justicia y la lumbre de la
-verdad. Como hijo de tinieblas...»
-
-Lo restante no se entendió. Fue tan solo un murmullo ininteligible, un
-pegar y despegar de labios, como si algo saboreara.
-
-Doña Catalina y don Modesto rezaban, y el ama y sobrina habrían hecho
-lo mismo si su copioso llanto se lo permitiera. Llegaron muchos amigos,
-y a la madrugada, conservando el enfermo su conocimiento, aunque
-turbado, se le dio la Extremaunción. Pronunció después conceptos
-incoherentes, sin conocer a nadie; pero cuando ya era día claro, como
-si la luz solar alentase la última chispa del pensamiento que se
-extinguía, miró y conoció a la señora Condesa, y alargando lentamente
-el brazo hasta tocar la manga del vestido con su mano temblorosa, le
-dijo con voz apagada:
-
---No me olvide en sus oraciones, mi buena y santa amiga. Dios tendrá
-misericordia de mí, el más inútil soldado de la cristiandad militante.
-Nada hice de gran provecho: entrar, salir, saludar, consejos vanos...
-charla, etiqueta, buena vida, sonrisas... bondad pálida.. ¿Sufrir?
-nada... ¿Sacrificio? ninguno... ¿Trabajos? pocos. ¡Ah, señora mía y
-hermana, de lo mucho y grande que usted hará en la vida mística que
-emprende, pídale al Señor que me aplique a mí alguna parte, por la
-buena fe con que servía sus ideas, figurando que las inspiraba! Yo no
-he inspirado nada, nada grande... Todo pequeñito, todo vulgar... No
-fui bueno, no fui santo: fui... simpático... ¡ay de mí! simpático.
-Válgame ahora, Redentor mío, mi simplicidad, esta pena de no haber
-sabido imitarte, de no haber sido como tú, sencillo, amoroso, manso,
-de no haber sabido labrar con el bien propio el bien ajeno, ¡el bien
-ajeno!, único que debe regocijar a un alma grande; la pena de no haber
-muerto para toda vanidad, y vivido solamente para encenderme en tu
-amor, y comunicar este fuego a mis semejantes.
-
-Esta llamarada de elocuencia fue la última, y precedió a la extinción
-tranquila y lenta de la vida, sin sufrimiento. Diversas cláusulas
-fluctuaron en sus labios, como burbujas: una invocación a la Virgen,
-y la idea, la tenaz idea que no quería soltarle hasta el dintel mismo
-de la eternidad, que quizás le seguiría más allá, haciéndose también
-eterna:
-
---No soy nada, no he hecho nada... Vida inútil, _el santo de salón,
-clérigo simpático_... ¡Oh, qué dolor, _simpático_, farsa! Nada
-grande... Amor no, sacrificio no, anulación no... Hebillas, pequeñez,
-egoísmo... Enseñome aquel... aquel, sí...
-
-Acercándose mucho a su rostro, pudo el buen Díaz percibir estas
-expresiones... La vida se apagó tan mansamente, que no pudieron los
-doloridos circunstantes determinar el momento preciso en que entregó
-su alma al Señor el virtuoso don Manuel Flórez; pero aquella diminuta
-porción de tiempo, punto de escape hacia la misteriosa eternidad, se
-escondía entre los quince minutos que precedieron a las nueve de la
-mañana.
-
-
-
-
-CUARTA PARTE
-
-
-
-
-I
-
-
-No se avenía con su desamparo José Antonio de Urrea, que, desde el
-momento de la desaparición de la Condesa de Halma, arrebatada de su
-presencia en carromato, y no de fuego, vivía sumergido en un mar de
-tristeza, sin más entretenimiento que medir con ojos lánguidos la
-extensión de la soledad cortesana que le rodeaba. Madrid, con todo su
-bullicio, y los mil encantos de la vida social, habían venido a ser
-para él una estepa, en cuya aridez ninguna flor, ni la del bien ni la
-del mal, podía coger para su consuelo. Pasaba el día tumbado en un
-sofá, rumiando sus amargos hastíos de la lectura, del trabajo, de la
-meditación misma. Por las noches se lanzaba fuera de casa, buscando en
-un voltijear inquieto por calles y plazas el alivio de su melancolía.
-No volvió a poner los pies ni de día ni de noche en las casas de sus
-parientes, hacia los cuales sentía un despego muy próximo al horror.
-Sus amigos íntimos de otros tiempos, compañeros de desorden, se le
-habían hecho tan antipáticos, que de ellos huía como del cólera. De
-amistades de otro sexo, no se diga: éranle, más que antipáticas,
-odiosas. Con todo, una noche fue tan hondo su tedio, y tan vivo su afán
-de encontrar algo en que su alma se esparciera, que se dejó tentar del
-demonio de sus recuerdos. Pudo creer un momento que refrescando pasadas
-amistades se consolaría; pero no hizo más que llegar a las puertas del
-vicio, y retrocedió sobresaltado. Las tentaciones no hacían más que
-soliviantarle la imaginación; pero sin poder debelar la fortaleza de su
-voluntad.
-
-Otro aspecto singularísimo del estado de su espíritu, era que todas las
-personas que conocía se habían transformado en su criterio social así
-como en sus afectos. El primo Feramor no era más que un figurón, una
-inteligencia secundaria, petrificada en las fórmulas del positivismo,
-y barnizada con la cortesía inglesa; Consuelo y María Ignacia dos
-fantochonas, en las cuales se encontraba la comadre vulgarísima, a
-poco que se rascara la delgada costra aristocrática que las cubría;
-mujeres sin fe, sin calor moral, ignorantes de todo lo grave y serio,
-instruidas tan solo en frivolidades que las conducirían al desorden, al
-vicio mismo, si no las atara el miedo social, y las posiciones de sus
-respectivos maridos; la Marquesa de San Salomó una cursi por todo lo
-alto, queriendo hacer grandes papeles con mediana fortuna, echándoselas
-de mujer superior porque merodeaba frases en novelas francesas, y tenía
-en su tertulia media docena de señores entre políticos y literarios que
-poseían cierto gracejo para hablar mal del prójimo; Zárate, un sabio
-cargante que coleccionaba nombres de autores extranjeros y títulos
-de obras científicas, como los chicos coleccionan sellos o cajas de
-fósforos; Jacinto Villalonga un político corrompido, de esos que
-envenenan cuanto tocan, y hacen de la Administración una merienda de
-blancos y negros; Severiano Rodríguez otro que tal, mal revestido de
-una dignidad hipócrita; el general Morla un Diógenes cuyo tonel era
-el casino; el Marqués de Casa-Muñoz un ganso, digno de morar en los
-estanques del Retiro; y por este estilo todos cuantos en otro tiempo
-le movían a envidia o estimación, se degradaban a sus ojos hasta el
-punto de que él, José Antonio de Urrea, mirado con menosprecio y
-lástima, se conceptuaba ya superior a todos ellos. Para él toda la
-humanidad se condensaba en una sola persona, la celestial Catalina de
-Halma, resumen de cuanto bueno existe en nuestra Naturaleza, excluido
-absolutamente lo malo; con la ausencia, que la misma señora le impuso
-como última etapa del procedimiento educativo, tomaba en el alma del
-discípulo proporciones colosales la figura moral y religiosa de su
-maestra, y la veneración que hacia ella sentía iba rayando en delirio.
-Sus insomnios eran martirio y consuelo, porque en la soledad de la
-noche, el excitado cerebro sabía engañar la realidad, oyendo la propia
-voz de Halma, y viendo entre vagas claridades la figura misma de la
-noble dama. «Voy a concluir loco perdido» --se dijo una mañana--, y
-diciéndolo tomó la temeraria determinación que había de poner fin a su
-soledad. No se detuvo a pensarlo más, para no arrepentirse, y en el
-breve espacio de algunas horas vendió sus trebejos de zincografía, y
-heliograbado, traspasó la casa, arregló un breve equipaje, y liquidadas
-varias cuentas pendientes, salió a tomar informes del coche de Aranda.
-«No puedo más, no puedo más --decía corriendo de calle en calle--. La
-desobedezco; pero ya me perdonará, si quiere. Y si no, arrostro su
-enojo. Todo antes que este vacío en que me muero.»
-
-El coche de Aranda había salido ya cuando él llegó a la administración,
-y no queriendo esperar veinticuatro horas más para lanzarse fuera de
-Madrid, que había llegado a ser su Purgatorio, tomó billete en un
-coche que al amanecer salía para Torrelaguna. Impaciente por partir,
-la noche se le hizo larguísima. Una hora antes de la salida, ya estaba
-en la administración, temeroso de que el coche se le escapara. Lo que
-hizo este fue retardar media hora la salida, pero al fin, gracias a
-Dios, viose el hombre en la delantera, junto al mayoral, y las casas
-de Madrid se iban quedando atrás, ¡oh alegría! y atrás se quedaron
-los depósitos del Lozoya, y las casetas de los vigilantes de Consumos
-en Cuatro Caminos, y Tetuán; y después todo era campo, la estepa del
-Norte de Madrid, a trechos esmaltada de un verde risueño, gala de los
-primeros días de Abril, y limitada por el grandioso panorama de la
-sierra. El corazón se le ensanchaba, el aire asoleado y puro llenábale
-de vida los pulmones. Desde su infancia no se había visto tan contento,
-ni gozado de una tan feliz y espléndida mañana. Se sentía niño, cantaba
-a dúo con el mayoral, y lo único que de rato en rato obscurecía el sol
-de su dicha era el temor de que Halma se enfadase por su desobediencia.
-
-Y en verdad que los Hados, o hablando cristianamente, la Providencia
-Divina, no le favorecieron en aquel viaje, sin duda en castigo de
-su indisciplina, porque antes de llegar a Alcobendas, una de las
-caballerías (dicen las historias que fue _la Gallarda_) dio a conocer
-su inquebrantable resolución de no seguir tirando del coche, por piques
-sin duda y rozamientos con el mayoral. Y ni los furibundos argumentos
-que en forma de palos este le aplicaba, la convencían del perjuicio que
-su obstinación causaba a los viajeros. En esta y otras cosas, la parada
-en Alcobendas, que debía ser breve, duró una horita larga, resultando
-después que el jamelgo con que fue sustituida _la Gallarda_, cojeaba
-horrorosamente. Urrea contaba llegar a San Agustín al medio día, y a
-las dos, todavía faltaba largo trecho. Pero lo peor fue que como a un
-tiro de fusil más allá de Fuente el Fresno, una de las ruedas dijo con
-estallido formidable, que primero la hacían astillas que dar una vuelta
-más, y ved aquí a todos los viajeros en pie, sin saber si quedarse
-allí, o volver al pueblo por donde acababan de pasar. Urrea no vaciló
-un momento, y encargando su maleta al mayoral para que la entregase en
-San Agustín, echó a andar resueltamente para esta villa. A buen paso,
-llegaría al caer de la tarde, y no había de ser tan desgraciado que no
-encontrara allí una caballería que le llevase a Pedralba.
-
-Anduvo con sostenido paso y sin sentir fatiga, y cuando conceptuaba
-haber andado más de una legua preguntó a un hombre que iba en la misma
-dirección, en un borriquillo:
-
---Buen amigo, ¿estoy muy lejos de San Agustín?
-
---Como una media horica.
-
---¿Encontraré allí una caballería para ir a Pedralba?
-
---¿A Pedralba, señor... a la casa de los locos?
-
---¡De los locos!
-
---Nada, es un decir. Así la llamamos, desde que está allí esa señora
-que ha traído no sé cuántos orates para ponerles en cura.
-
---Doña Catalina, Condesa de Halma, a quien todo el país respetará y
-venerará como una santa.
-
---Dígole, señor, que mejorando lo presente, así es. ¿Sabe lo que se
-cuenta en el pueblo?
-
---¿Qué, hombre, qué?
-
---Que la doña Catalina es reina, sí señor, una reina o emperadora de
-los extranjis de allá muy lejos, y que hubo una rigolución por donde
-la echaron del trono, y el Papa Santísimo la mandó acá en son de
-penitencia. Eso dicen: yo no sé.
-
---Patrañas. Pero en fin, ¿podré ir a caballo a Pedralba?
-
---Como decírselo a lo seguro, no puedo, señor. Llegará y veralo. Para
-caballerías, el cura.
-
---Don Remigio Díaz, ¿no es eso? Le conozco de nombre, y por la fama de
-su mérito. ¿Y el señor párroco podría facilitarme...?
-
---Como tenerlo, lo tiene: jaca, y por más señas, una burra hermana de
-este... Y si el señor va cansado y quiere montarse un poco...
-
-Sin esperar respuesta, el bondadoso campesino se desmontó, ofreciendo
-su rucio al caballero. No vaciló Urrea en aceptarlo, más que por
-cansancio, por no desairar tan gallarda atención. Llevando su
-cabalgadura al paso del dueño de ella, siguió José Antonio pidiéndole
-informes de los habitantes de Pedralba.
-
---Y esa que ustedes creen reina, vendría en una carroza magnífica,
-escoltada de lacayos y servidores.
-
---No señor... ¡Qué risa! Vino en carromato. Parece que ha hecho voto
-de vivir a lo pobre mientras no le devuelvan el reino que le quitaron.
-Primero llegó el carromato con muebles, baúles de ropa fina, y cosas
-para el lavatorio de las señoras principales. Un espejo trajeron de más
-de una vara, y otros muchos arrequisitos de palacios reales. Después
-volvió el carro trayendo a la señora, vestidita de negro, como la
-Virgen de la Soledad.
-
---Y esos locos que aloja consigo llegaron antes, según creo.
-
---Sí señor. Los trajo Cecilio, y por ahí andan sueltos. Dicen que
-uno es cura trajinante, y otro el primer músico de la capilla de los
-palacios mostrencos de Inglaterra. De una de las mujeres se dice que es
-loca médica, y que cura todas las enfermedades de flato con solo mirar,
-y la otra parece que es la mejor mano para salar guarros que la señora
-tenía en su reino.
-
---Vaya --dijo Urrea parando y descendiendo del borrico--. Ya he
-descansado. Muchas gracias, y vuelva usted a montarse, que si no me
-equivoco, ya estamos cerca, y aquellas casas que allí se ven son las
-primeras del pueblo.
-
---A fe que sí. Ya llegamos --dijo el labriego, mirando hacia un grupo
-de gente que por entre unos árboles, a mano derecha del camino real, a
-este se aproximaba--. Señor, señor... ahí tiene a don Remigio, nuestro
-peine de cura... digo peine porque sabe más que Merlín. Véalo: viene
-hacia acá, y le mira a usted mucho.
-
-Urrea vio que hacia él se llegaba, destacándose presuroso del grupo,
-un clérigo joven, vivaracho, con el balandrán colgado de los hombros,
-gorro de terciopelo negro, bastón nudoso. Descubriose el madrileño para
-saludarle, y el curita le preguntó con extraordinaria viveza si era don
-José Antonio de Urrea.
-
---Servidor de usted, señor cura.
-
---¡Alto! Dese usted preso --dijo el párroco en un tono que reunía el
-humorismo y la buena crianza--. Nada, nada, que se viene usted conmigo
-a la prevención, señor de Urrea, donde le tengo apercibida una modesta
-cama para que descanse, cena frugal, y una yegua para que le lleve a
-Pedralba.
-
---Señor cura, ¡cuánta bondad! Pero permítame usted que me asombre de
-esa previsión que parece sobrenatural. Yo no he anunciado mi viaje...
-
---Pero lo que usted no anuncia, porque se ha venido acá como un
-colegial escapado, otros lo adivinan.
-
---No entiendo.
-
---La señora Condesa me dijo ayer: «He dejado en Madrid a un loquinario
-de primo mío, con órdenes terminantes de no moverse de allí, para que
-no desatienda las obligaciones que le he impuesto. Pero le conozco y
-se cansará, y querrá venir a verme, con pretexto de recibir nuevas
-órdenes. De hoy o mañana no pasa. Cuando recale por San Agustín, señor
-don Remigio, hágame el favor de atenderle, darle hospitalidad si
-llega de noche, y facilitarle una modesta caballería para que venga a
-Pedralba.»
-
---Estoy encantado, señor cura --dijo Urrea loco de alegría--. Esto
-parece un sueño, un cuento de hadas..., y usted el genio protector, y
-yo... no sé qué parezco yo, el más feliz de los hombres..., y en este
-momento el más agradecido de los viajeros.
-
-
-
-
-II
-
-
-Dirigiéronse hacia la casa rectoral, escoltados por los que de paseo
-venían con don Remigio, y este hizo el gasto de conversación por el
-camino, dedicando un sentido recuerdo a la memoria del santo don
-Manuel Flórez, y condoliendose de lo triste y solo que con tal
-desgracia se habría quedado el tío Modesto. En la puerta se despidieron
-afectuosamente los acompañantes, y don Remigio y su improvisado amigo
-entraron.
-
---¡Valeriana, Valeriana! --gritó el curita desde la puerta, y habiendo
-comparecido una mujer gruesa y tan entrada en años como en carnes, le
-dijo--: Este es el caballero que esperábamos, o que creíamos ver llegar
-de Madrid hoy, mañana o pasado. Cenaremos pronto, Valeriana, que el
-señor, diga lo que quiera, trae un apetito muy regular. ¿Verdad que sí?
-
-Dio las gracias Urrea cortésmente, añadiendo con cierta timidez que su
-deseo era llegar pronto a Pedralba...
-
---Tenga usted calma... y váyase convenciendo de que está secuestrado
---le dijo el clérigo con ese humorismo hospitalario que suelen emplear
-los ricos de pueblo--. ¿Creía usted que yo le iba a soltar tan pronto?
-Está fresco el señor de Urrea. Mire usted: ya es de noche, y no tenemos
-luna; el camino de aquí a Pedralba es muy malo para ir a pie, y a
-caballo no puede ser, porque hoy el chico del alcalde me llevó la jaca
-a Torrelaguna, y esta es la hora que no ha vuelto. Conque resígnese,
-y mañana con la fresca saldrá usted, acompañado de _este cura_, que
-también tiene que visitar a la señora Condesa.
-
-¿Qué remedio tenía el impaciente viajero más que conformarse con la
-voluntad de Dios, representado en aquella ocasión por el bondadoso
-y vivaracho don Remigio? Entraron en una sala espaciosa, lugareña,
-clerical, de paredes blancas, descubiertas las añosas vigas del techo,
-limpia, oliendo a iglesia y a pajar, con diversos objetos religiosos
-de adorno, enfundados en tul color de rosa para defenderlos de las
-moscas. Trajo una lámpara la niña del ama, pues era ya casi de noche,
-y don Remigio hizo sentar a su huésped en el largo sofá de Vitoria
-con colchoneta de percal rojo rameado, ocupando él un sillón verde,
-cubierto en brazos y respaldo por estrellas de _crochet_. Frente a
-frente los dos, pudo Urrea observar la fisonomía del buen curita, el
-cual era hombre como de treinta y cinco años, de poquísimas carnes,
-mediana estatura, con la cabeza y manos siempre en movimiento, pues no
-hablaba con ellas menos que con la voz. En su rostro descollaba una
-nariz pequeña, picuda y roja, en cuyo caballete se apoyaba malamente la
-montura de las gafas, y quedando entre estas y los ojos mayor espacio
-del conveniente, tan pronto bajaba el hombre la cabeza para mirar
-por encima de los vidrios, como la alzaba para mirar por ellos. La
-pequeñez de la nariz le obligaba a llevarse la mano a las gafas tres
-o cuatro veces por minuto, no porque se cayeran, sino porque entre
-mano, nariz y anteojos había esta instintiva señal de inteligencia.
-Todo el rostro era un poquito encendido de color, y las orejas más,
-y su mirada revelaba agudeza, penetración, y un natural bondadoso y
-tolerante. Urrea encontró en don Remigio extraordinaria semejanza,
-salva la edad, con la fisonomía expresiva, inolvidable, de don Juan
-Eugenio Hartzenbusch. Y en el curso de la conversación, entrando ya en
-confianza, se aventuró a decírselo. Echose a reír don Remigio, y le
-contestó:
-
---Otros han hecho la misma observación. Indudablemente me parezco al
-ilustre poeta, al gran erudito y académico, honra y prez de las letras
-españolas. Es un triste honor para mí, porque el parecido del rostro
-patentiza más la desemejanza intelectual entre hombres de tan relevante
-mérito y esta modestísima personalidad.
-
---¡Oh! no se achique usted, amigo mío --le dijo Urrea, saliendo al
-encuentro de aquella modestia, un poquito afectada--. Ya sabemos, ya
-sabemos lo que usted vale...
-
---¡Por Dios, señor de Urrea!... Y aunque algo valiera un hombre, más
-por el estudio que por dotes naturales, ¿de qué le sirve en este rincón
-del mundo, en este destierro...?
-
-Con la presteza del pájaro que salta de un palito a otro en la
-estrechez de su jaula, saltaba don Remigio de un asunto a otro en la
-conversación.
-
---¿Pero no sabe, señor de Urrea? --dijo levantándose del sillón para
-sentarse en el sofá--. ¿No sabe a quién tengo de huésped desde hace dos
-días? ¡Qué sorpresa le voy a dar! ¿No adivina?
-
---No señor.
-
---Pues al mismísimo padre Nazarín.
-
-Urrea saltó de su asiento, y lo mismo hizo don Remigio, que al
-levantarse, impuso silencio a su huésped, diciéndole en voz baja:
-
---Vamos a verle y observarle sin que él se entere. Venga usted conmigo.
-
-Llevole por un pasillo de recodos, al extremo del cual había una puerta
-de cuarterones, pequeña y fuerte. La claridad de la cocina, que en
-uno de los huecos de la izquierda se denunciaba con picantes olores,
-permitíales recorrer sin tropiezo aquella parte de la casa, que por su
-irregularidad era un modelo de arquitectura villanesca. Antes de llegar
-a la puerta, que a Urrea le pareció desde el primer momento misteriosa,
-don Remigio secreteó algunas explicaciones en el oído de su huésped.
-
---En este cuarto, que mi antecesor destinó a la cría de palomas, he
-instalado yo mi modestísima biblioteca. Aquí tengo a mi hombre. Por
-esta mirilla, que hay en la tabla, fíjese bien, como del vuelo de un
-duro, puede usted verle...
-
-El débil rayo de luz que salía por la mirilla guió a José Antonio,
-que, aplicando los ojos, vio una estancia, cuya capacidad no pudo
-apreciar, y en el centro de ella, junto a una mesa, frente a la puerta
-sentado, un hombre... La luz de un candilón de dos mecheros, de los que
-ya son arqueológicos, le iluminaba la cara, que al pronto el observador
-no reconoció. Era un clérigo, vestido exactamente como don Remigio, con
-gorro de terciopelo y sotana. Hojeaba un grueso librote, y después de
-fijar su atención y su dedo índice en una página, escribía rápidamente
-en cuartillas colocadas sobre el mismo libro.
-
---Pero no es... --murmuró el forastero apartando su rostro de la
-mirilla.
-
-Díjole el cura que se fijase bien, y en efecto, después de mucho mirar,
-José Antonio reconoció y diputó al clérigo de la biblioteca por el
-padre Nazarín en persona.
-
-Cogiéndole de un brazo, don Remigio volvió a conducir a su huésped a la
-sala, para poder hablar con libertad, y antes de llegar a ella le dijo:
-
---Claro, ha tardado usted en reconocerle, porque se lo figuraba como
-le conoció en Madrid, con barba, y el traje de mendigo seglar. Así
-nos le trajo aquí doña Catalina. Con franqueza, yo tenía curiosidad
-vivísima de ver a este hombre, porque conozco el libro que de sus
-inauditas aventuras cristianas anda por ahí, he leído también en la
-prensa mil informaciones acerca del proceso, y así, en cuanto supe que
-había llegado el tal, me planté en Pedralba con mi amigo Láinez, el
-médico del pueblo. ¡Figúrese usted nuestro asombro, señor de Urrea,
-cuando le hablamos, y advertimos en él discernimiento claro, serenidad
-pasmosa, y una mansedumbre evangélica, de la cual creo que no hay otro
-ejemplo! Claro que a pesar de estas señales, la locura existe. Algo
-tiene el agua cuando la bendicen, y por algo los señores facultativos
-y la Audiencia le han declarado irresponsable de las extravagancias
-que constan en el proceso. Pero a pesar de todo, señor de Urrea, este
-hombre ha llegado a interesarme, le he tomado cariño en los pocos días
-que ha que nos tratamos, y... qué sé yo, no le tengo por cosa perdida,
-ni mucho menos. La piedad angelical de la señora Condesa y nuestra
-modesta cooperación, triunfarán de la malicia que se ha infiltrado
-invisible en el cerebro de este buen señor, y le devolveremos sano y
-equilibrado a la Iglesia militante, en la cual, o mucho me engaño, o
-puede ser un elemento, sí señor, un elemento de grandísima valía.
-
---Pero esta transformación...
-
---A eso voy. Con mil artificios traté yo, en mis primeras visitas a
-Pedralba, de despertar en él la soberbia, y no lo pude conseguir, no
-señor. Creíamos todos que se quejaría de los que en una u otra forma
-le han traído a mal traer de algunos meses acá. Nada de eso. Ni contra
-la curia, ni contra la prensa, ni contra nadie ha pronunciado la más
-leve recriminación, ni tiene por cruel o injusto lo que con él se ha
-hecho. Esto es muy raro, ¿verdad? Láinez me decía: «Es muy extraño
-que no observemos en él ni el menor destello de delirio persecutorio,
-que es uno de los síntomas primordiales...» Si delirio es el amar sin
-restricción alguna, y ponderar y encarecer como mercedes los ultrajes
-que ha recibido, ahí puede estar el principio de la desorganización
-cerebral. Le digo a usted que este caso nos tiene pasmados.
-
---Realmente...
-
---Pues verá usted. Por buscarle las vueltas, le digo: «Padre Nazarín,
-gran violencia será para usted no poder salir ahora descalzo y
-harapiento por los caminos.» Contestación: «Para mí, señor don Remigio,
-no es violencia ningún estado que se me imponga por quien debe y
-puede hacerlo. Pedí limosna cuando creí que debía vivir como los más
-desdichados y menesterosos. Dios, en mi corazón, me ordenaba hacerlo
-así, y ninguna ley humana me lo prohibía. Pero al mismo tiempo que la
-pobreza, o antes quizás, Dios me ordena la obediencia. Yo vagaba en
-libertad. La ley humana me cortó el paso, y me mandó que la siguiera.
-Obedecí. Sometime sin réplica a cuanto de mí quisieron hacer. Contesté
-con verdad a cuanto me preguntaron. Conforme me hallaba de antemano
-con la sentencia que contra mí se pronunciara, fuera la que fuese.
-Determinaron que soy un enfermo. Diéronme a escoger, para mi reposo,
-entre un asilo y la morada patriarcal y campestre de la señora Condesa
-de Halma, y preferí esto. Aquí me tienen dispuesto, hoy como ayer, a
-la suma obediencia. La señora doña Catalina, y usted, señor cura, por
-delegación de la ley eclesiástica, que ahora sustituye a la civil en
-mi castigo, enmienda o curación, pues de todo habrá en ello, son los
-dueños de mis acciones y de mi vida. No soy libre, ni quiero serlo, si
-los que saben más que yo deciden que no debe dárseme libertad.»
-
---Es extraño, sí...
-
---Pues verá usted. Digo yo: «Amigo Nazarín, si la señora Condesa lo
-consiente, ¿se decide usted a venirse conmigo unos días a mi modesta
-casa de San Agustín?» Contestación: «Yo no decido nada. Voy a donde me
-lleven.»
-
---Como el loro del cuento.
-
---Exactamente. Con licencia de la señora, me le traje aquí, y por el
-camino se me ocurrió tantearle en teología. Un asombro, señor de Urrea.
-Se expresa con sencillez, sin énfasis doctoral ni literario, y tan
-fuerte está el hombre, que por más que quise no pude cogerle en tanto
-así de falsedad lógica o desliz herético. En sus opiniones, ni el menor
-asomo de demencia, mi señor de Urrea, de donde yo deduzco, y en ello
-conviene conmigo el amigo Láinez, que el desvarío, si existe, no radica
-en la parte de los espacios cerebrales que sirve como de vehículo a las
-ideas, sino en aquella otra por donde pasa todo este torrente de las
-acciones, de la conducta, señor de Urrea. ¿Es esto claro?
-
---Sí. Pero la transformación personal...
-
---A eso voy.
-
-(El ama anunció que estaba dispuesta la cena.)
-
---Ya vamos. Pues cuando llegó aquí, le digo: «Si es verdad que yo mando
-y usted obedece, amigo Nazarín, ahora mismo se va usted a afeitar, y
-a vestirse con mi ropa.» Pues tan conforme. Yo mismo le afeité. Fue
-una risa... Y mi modesta ropa y mi calzado, señor de Urrea, le vienen
-como hechos a la medida. Cuando se lo ponía, le digo: «¡Cómo extrañará
-usted la sujeción de esta ropa civilizada, hecho ya el cuerpo a su
-pergenio salvaje, y bíblico, según los periodistas!» ¡Vaya que llamar
-bíblico...! ¿Pues qué cree usted que me contestó?
-
---(Señor cura --vino a decir el ama--, que la cena se enfría.)
-
---Contestaría que el hábito no hace al monje.
-
---Vamos al instante... Y que él no ha fijado nunca la atención en
-las diferencias entre estos y los otros vestidos. Dijo más... Señor
-de Urrea, pasemos a mi modesto comedor... Palabras textuales: «El
-vestido que usted llama salvaje, señor don Remigio, no lo tenía yo
-por indecoroso en mi vida errante y entre gente pobrísima. Pero esto
-no quiere decir que lo prefiera yo sistemáticamente a todos los demás
-estilos y maneras de cubrir el cuerpo, porque sería afectación, y la
-afectación, gracias a Dios, no cabe en mí.»
-
---Lo mismo nos dijo un día en el Hospital, cuando los periodistas
-y otras muchas personas que íbamos a verle, nos permitíamos
-interrogarle... Palabras textuales: «Vean en mí cuanto quieran, señores
-míos; pero la afectación, por más que miren, no la verán jamás.»
-
-
-
-
-III
-
-
-Avisado Nazarín para la cena, ocupó su asiento a la izquierda del buen
-don Remigio, después de saludar a Urrea con las fórmulas corrientes
-de cortesía, sin extremos de urbanidad, sin alegría ni pena de verle.
-Diríase que su presencia no le causaba la menor sorpresa, bien porque
-de nada se sorprendía, bien porque hubiera previsto la visita del
-protegido a su protectora. Bendijo el cura la cena, y la emprendieron
-los tres con las sopas de ajo, que eran de mucha fuerza condimentaria,
-crasas, picantes y espesas. No hablaba Nazarín sino para responder a lo
-que le preguntaban, y don Remigio ponía toda la amenidad posible en su
-palabra fácil. Las sopas precedieron a dos platos substanciosos, de ave
-el uno, el otro de carnero, todo bien cargadito de especias odoríferas,
-suculento, muy hecho. El vino sabía horrorosamente a pez. El olor de
-paja quemada, difundido por toda la vivienda, parecía consubstancial
-con el de la comida, y a Urrea no le desagradaba sentirlo y mascarlo.
-No era la casa sola; el pueblo y el país entero despedían aquel olor,
-que el forastero creía llevar ya dentro de sí.
-
---Para que el amigo don Nazario no esté ocioso --dijo entre otras
-cosas don Remigio--, le propuse hacerme un extracto del sapientísimo
-libro del maestro Fray Hernando de Zárate, _Discursos de la paciencia
-cristiana_. La obra consta de ocho Libros, cada uno de los cuales
-contiene lo menos una docena de Discursos, todos sobre el mismo tema.
-Ha de leérselos de cabo a rabo, anotando el sentido particular y
-explicaciones de cada uno en sendas cuartillas de papel. Pues tan
-aplicado le tiene usted, señor de Urrea, que en tres días se ha echado
-al cuerpo unos cuarenta Discursos, y ya le tiene usted en el _Libro
-Cuarto_, que trata...
-
---«De las razones que tenemos para tener paciencia y consolarnos en
-los trabajos» --dijo Nazarín sin dar importancia a su tarea--. Es cosa
-fácil. Pronto concluiremos.
-
---Y se me figura --apuntó Urrea irónicamente--, que ha de ser sumamente
-divertido.
-
---No hay más sino practicar, leyendo y escribiendo --indicó el
-manchego--, la misma virtud a que el maestro Zárate consagra su gran
-obra.
-
---Pero usted no come nada, amigo Nazarín --observó repentinamente
-don Remigio--. Siempre lo mismo. Pues dice Láinez que necesita usted
-comer... de duro, y aplicarse a la carne, principalmente.
-
---Señor cura --replicó don Nazario con timidez--, como lo que puedo, no
-sé pasar de lo que mi naturaleza me pide para sostenerse.
-
-Como Urrea deseaba llevar la conversación al tema más de su gusto,
-que era su prima y cuanto a ella se refiriese, interrogó a los dos
-sacerdotes, recreándose anticipadamente con los elogios que esperaba
-oír de la ilustre señora.
-
---Yo digo, con plena conciencia --afirmó el párroco de San Agustín--,
-que no creo exista en el mundo persona de virtud más pura, y de ideas
-más elevadas. Si por un lado veo en ella una imagen del gran Emperador
-Carlos V de Alemania y I de España, que después de reinar sobre los
-pueblos, gustadas hasta la saciedad todas las grandezas humanas, se
-encierra en monasterio humilde para consagrar a Dios el resto de su
-vida, por otro, encuentro a la señora Condesa de Halma más grande que
-aquel soberano, pues si los bienes a que renuncia no son de tanta
-valía, la pobreza y humildad que acepta son más meritorias. La señora
-Condesa es joven, y consagra a la caridad y a la oración los mejores
-años de la vida. Y veo otra gran diferencia, a favor de nuestra doña
-Catalina --añadió con tonillo pedantesco--, y es que el Monarca,
-dueño de medio mundo, trajo a la soledad de Yuste, según rezan las
-crónicas, innumerables servidores, cocineros, maestresalas, escuderos
-y lacayos, y grande repuesto de vituallas, para que no le faltase en
-su voluntario destierro nada de lo que halaga el gusto de un magnate
-en la vida palatina. Pues esta señora, que ha venido a Pedralba en
-carromato, no ha traído más que los indispensables objetos tocantes al
-aseo y pulcritud de una noble dama, que aun en la penitencia quiere
-ser limpia, y su séquito es una corte de mendigos, y gente miserable o
-enferma, a cuyo cuidado piensa consagrarse. ¡Ejemplo único, señores,
-ejemplo inaudito, y que es la más grande maravilla de estos tiempos
-de positivismo, de estos tiempos de egoísmo, de estos tiempos de
-materialismo!
-
---Luego --dijo Urrea con entrañable gozo--, convienen ustedes conmigo
-en que mi prima es una excepción humana, un ser en el cual se revelan
-los caracteres de la inspiración divina.
-
---Sí señor, convenimos en ello.
-
---Y el buen curita peregrino, ¿qué dice?
-
---¿Qué he de decir yo? --contestó modestamente don Nazario, no
-queriendo expresar nada que resultara superior a lo dicho por su
-generoso compañero--, ¿qué he de decir yo después del panegírico
-elocuentísimo que acaba de hacer el señor cura? Mi palabra es torpe.
-Permítanme que diga tan solo: ¡Bendita sea de Dios eternamente, la
-grande, la santa Condesa de Halma!
-
---Amén --dijo don Remigio entornando los ojos, y acariciando el vaso de
-vino.
-
-A Urrea le faltaba poco para echarse a llorar.
-
---Y es decisiva --añadió el cura-- la resolución de la señora Condesa
-de pasar en Pedralba el resto de sus días. ¡Qué bendición para estos
-olvidados y pobres lugares! Me ha dicho el otro día que en Pedralba
-labrará su sepulcro y el de sus compañeros que no la abandonen. ¡Ah! yo
-leo en aquella grande alma el amor de Dios en el grado más ardoroso y
-puro, el amor de la Naturaleza, el amor del prójimo, y veo en el plan
-de vida de la señora una síntesis admirable de estos tres amores.
-
---Mi prima ha sufrido mucho --dijo Urrea, a quien el entusiasmo
-ponía un nudo en la garganta--, ha pasado horrorosas humillaciones y
-amarguras. Perdió a su esposo, que era su grande amor, el consuelo
-único de su vida. En Madrid, como en Oriente, la vida no tenía para
-ella más que espinas, tristezas, dolores. Su familia, sus hermanos,
-no supieron poner un calmante en las heridas de su alma. La empujaban
-hacia el ascetismo, hacia el destierro y la soledad. Mi prima empezó
-por mirar con prevención la vida social, y acabó por detestarla. Todo
-ese conjunto de artificios que componen la civilización le es odioso.
-La tierra está para ella vacía: quiere el cielo.
-
---Y lo tendrá --dijo don Remigio con tanta seguridad como si se
-sintiera casero y administrador de los espacios infinitos--. Tendrá el
-cielo. ¿Pues para quién es el cielo más que para esos seres escogidos,
-para esas voluntades robustas, para las almas que no saben mirar más
-que al bien? Según he podido comprender, amigo Urrea, la señora Condesa
-ha roto todo lazo con el mundo, o sea la clase a que pertenece. Y es
-más: todo afecto mundano ha muerto en ella, para poder ocupar entero el
-espacio del querer con la adoración ferviente de las cosas divinas.
-
---Así es sin duda --dijo Urrea--, y su sociedad con los pobres, a
-quienes tratará como iguales, elevándoles un poquito, y rebajándose
-ella otro tanto, resultará una comunidad dichosa, pacífica, feliz. ¿No
-piensa lo mismo el buen Nazarín?
-
---Pienso, señor don José Antonio, que ser el último de los protegidos,
-o de los asilados, el último de los hijos, si se me permite decirlo
-así, de la señora Condesa de Halma, constituye la mayor gloria a que
-puede aspirar un ser humano, sobre todo si es un triste, un solitario,
-un náufrago de las tempestades del mundo.
-
-Tan contento estaba Urrea, que al concluir la cena les abrazó a los
-dos. Acostáronse todos, porque había que madrugar. Dicen las crónicas
-que el huésped no pudo dormir bien, primero, porque las limpias
-sábanas, impregnadas también del olor de paja, eran algo piconas;
-segundo, porque sus ideas se le insubordinaron aquella noche, y la
-admiración del ascetismo de su prima le encendía llamaradas en el
-cerebro. Más que mujer, Halma era una diosa, un ángel femenino, y al
-pensarlo así, su ferviente admirador no pasaba por que los ángeles
-carecieran de sexo: era lo femenino santo, glorioso y paradisíaco. Por
-entre estas imaginaciones asomaban de vez en cuando la figura austera
-de Nazarín, semejante a un retrato del Greco, y el vivaracho rostro de
-don Juan Eugenio Hartzenbusch, transmutado físicamente en don Remigio
-Díaz de la Robla, párroco de San Agustín.
-
-El mismo cura le llamó al amanecer dando golpes en la puerta, y
-gritándole desde fuera:
-
---Arriba, compañero, que tenemos que decir misa y desayunarnos antes de
-partir.
-
-Levantose el huésped a escape, y cuando llegó a la iglesia, ya había
-salido al altar don Remigio. Nazarín oía la misa de rodillas en el
-presbiterio.
-
-Media hora después, ya estaban todos en la rectoral, desayunándose con
-chocolate, bizcochos y pan de picos, reforzado por fresquísimo requesón
-de la Sierra. Varios amigos acudieron a despedirles, entre ellos el
-médico don Alberto Láinez, y el alcalde, don Dámaso Moreno.
-
---Usted, señor de Urrea, que sin duda es buen jinete --propuso don
-Remigio con extraordinaria movilidad en manos, nariz, ojos y gafas--,
-irá en el caballo de Láinez, bestia de mucha sangre, aunque segura para
-quien la sepa manejar; yo voy en mi jaca, que tiene un paso como el de
-un ángel, y el amigo Nazarín, pues le llevamos, sí señor, le llevamos,
-oprimirá los lomos de mi modesta burra..., cabalgadura digna de un
-arzobispo... Conque señores, a montar. Despejen la puerta. Valeriana,
-que vendremos a cenar.
-
-Partió la caravana, despedida con cordiales saludos por multitud
-de gente que en la plaza se reunió. Delante iban Urrea y el cura,
-detrás Nazarín en su rucia, bien albardada y sin estribos. Ambos
-clérigos vestían, a horcajadas, lo mismo que en el pueblo, sotana,
-gorro de terciopelo, y balandrán. Regía el madrileño su caballo con
-gran destreza. Don Remigio no cesaba de recomendar a su jaca la mayor
-circunspección o tacto de pezuña en el desigual y áspero camino por
-donde se metieron, a Occidente de San Agustín, y don Nazario, confiado
-en el andamento parsimonioso de su borrica, atendía más a la admiración
-del paisaje de la Sierra, que a conversar con los otros jinetes, de los
-cuales parecía como escudero o espolique.
-
-De tan diferentes cosas habló don Remigio, que no es posible
-recordarlas todas. Hizo observar a su acompañante las hermosuras de la
-Naturaleza, la ruindad de los caseríos, el descuidado cultivo de las
-tierras; explicó historias de ruinas y caserones viejos; se lamentó de
-la falta de caminos; designó el sitio por donde se había trazado un
-canal de riego, que no se abriría nunca, y estos y otros comentarios
-del viaje fueron a parar a las quejas de su mala suerte, por haberle
-tocado empezar su carrera en comarca tan desmedrada y pueblo tan mísero.
-
---Yo me conformo, ya ve usted... Deme el Señor salud para servirle,
-que lo demás no importa. Sepa usted que, al venir a este curato de
-San Agustín, me dijeron que por tres meses, y ya van tres años.
-Prometiéronme pasarme a Buitrago, o Colmenar Viejo, y hasta ahora. No
-es que yo sea ambicioso; pero, francamente, es uno licenciado en ambos
-derechos; ama uno el estudio, y la verdad, la vida obscura y ramplona
-de estos poblachos no estimula al trato de los libros. El tío, que
-es mejor que el buen pan, me anima, me asegura que no se descuida en
-recomendarme, y que a la primera ocasión pasaré a un curato de Madrid,
-¡ay! su desiderátum y el mío. Y no me hablen a mí de otras poblaciones.
-¡Mi Madrid de mi alma, donde me crié, donde probé el pan del estudio, y
-adquirí mis modestas luces! No aspiro yo a tener allí la independencia
-de un don Manuel Flórez; sé que tengo que trabajar de firme. Quiero
-que mi corta inteligencia no sea un campo baldío, como estos barbechos
-que usted ve por aquí, señor de Urrea; debo cultivarla y coger en ella
-algún fruto, para ofrecerle a Dios, que me la ha dado... No me quejaría
-si no viera ciertas desigualdades. Amigos y compañeros míos, a los
-cuales no debo mirar, porque no debo, ¡ea! como superiores en saber
-religioso ni profano, ocupan plazas en catedrales, o en las parroquias
-de Madrid... Mi tío me dice: «No te apures, hijo, y confía en el favor
-de Dios y de la Santísima Virgen, que ya premiarán con el merecido
-ascenso tu paciencia y conformidad...» Claro que me conformo, señor
-de Urrea, y aun alabo al Señor porque no me da mayores males. Tengo,
-gracias a Dios, un genio de mucho aguante para desgracias, injusticias
-y sinsabores. Yo digo: ya me tocará la buena, ¿verdad? ya me llegará la
-buena.
-
-Procuraba el forastero refrescarle las esperanzas, asegurando que los
-méritos de su interlocutor, así morales como intelectuales, saltaban
-a la vista, y no podían ser desconocidos de los que en Madrid manejan
-todo este tinglado del personal eclesiástico. Y al decir esto, hizo
-notar la diferencia entre los gustos y aspiraciones de uno y otro, pues
-mientras a don Remigio le atraían los llamados centros de civilización,
-a él, José Antonio de Urrea, los tales centros se le habían sentado en
-la boca del estómago, y todo su afán era perderlos de vista. Verdad que
-entre las circunstancias de uno y otro no había paridad: don Remigio
-era un hombre puro y virtuoso, inteligencia llena de frescura, y a
-los treinta y cinco años apenas había desflorado la vida, mientras
-que Urrea, a la misma edad, se conceptuaba viejo, y aun por muerto se
-tendría, si de entre las cenizas de su alma no sintiera que otra alma
-nueva le brotaba. Con estas y otras pláticas se fue pasando el camino
-árido, de muy escasos atractivos para el viajero. El terreno era cada
-vez más quebrado, como de estribaciones de la Sierra, y ostentaba la
-severa vegetación de encina baja, brezos y tomillares. De pronto señaló
-don Remigio un caserío arrimado a unos cerros cubiertos de verdura, y
-dijo a su compañero:
-
---Ahí tiene usted a Pedralba.
-
-Pareciole a Urrea encantador el sitio y espléndido el paisaje, mirando
-más a su interior que al paisaje mismo. Al acercarse vieron tierras de
-labrantío junto a las casas, que eran tres, destartaladas y grandonas.
-Picaron las caballerías, y cuando ya se hallaban como a medio
-kilómetro, empezó Nazarín a dar voces:
-
---¡Mírenlas, mírenlas: allí están... ya nos han visto!
-
---¿Quién, hombre?
-
---La señora Condesa y Beatriz.
-
---¿Dónde?... Pero qué vista tiene este hombre.
-
---Allá... allá... ¿Ven ustedes ese campo de amapolas todo encarnado,
-todo encarnado? ¿Y más allá, no ven unos olmos? Pues por allí van...,
-digo vienen, porque salen a encontrarnos.
-
---No vemos nada; pero pues usted lo dice...
-
---Y ahora nos saludan con los pañuelos... Miren, miren.
-
-
-
-
-IV
-
-
-Ya cerca de las casas vieron a las dos mujeres, que avanzaban por entre
-un campo de cebada. Ambas miraban risueñas, y casi casi burlonas, a
-los tres caballeros. Cuando Urrea, apeándose ante su prima, le pidió
-perdón poco menos que de hinojos por su desobediencia, doña Catalina no
-se mostró muy severa con él, sin duda por no avergonzarle delante de
-los dos sacerdotes, y de otras personas que allí se reunieron.
-
---Si ha habido falta, señora Condesa --dijo don Remigio galanamente--,
-yo intercedo por el culpable y solicito su perdón.
-
---Ya sabe el pícaro que padrinos le valen --replicó Halma sonriendo,
-y todos reunidos, después que los jinetes entregaron a Cecilio las
-caballerías, se encaminaron al castillo, que así en la comarca era
-llamada la casona, aunque de tal castillo solo tenía la robustez de
-sus paredes, y una torre desmochada, en cuyo cuerpo alto, mal cubierto
-de tejas, había un palomar. Del escudo de los Artales, apenas quedaban
-vestigios sobre el balcón principal del llamado castillo. La piedra era
-tan heladiza que solo se podía ver una garra de dragón, y un pedazo de
-la leyenda, que decía _Semper_. Mejor se conservaba la berroqueña de
-los ángulos y del dovelaje, y el ladrillo revocado de los paramentos no
-tenía mal aspecto; pero los hierros todos, balcones y rejas, no podían
-con más orín, por lo que había dispuesto su propietaria reponerlos,
-mientras un buen maestro de Colmenar preparaba la reparación de
-toda la fábrica, interior y exteriormente. Veíase ya, frente a la
-casa, dentro del recinto murado que a la entrada precedía, el montón
-de cal batida, y maderas para andamios y obra de carpintería. Junto
-a la torre, se alzaban los descarnados murallones que la tradición
-designaba como ruinas de un monasterio cisterciense, y que más que
-edificio destruido, parecían una segunda casa a medio hacer. Respetando
-los basamentos, y aprovechando el material de lo restante, la Condesa
-pensaba construir allí su capilla y panteón, con la mayor economía
-posible. A un tiro de piedra de la casa-castillo, estaban las cuadras,
-y más abajo, un tercer edificio, habitado por los que llevaron en
-renta la finca hasta el año anterior. Últimamente, Pedralba estuvo a
-cargo del administrador de las propiedades de Feramor en Buitrago,
-don Pascual Díez Amador, el cual dio posesión del castillo y casas
-y tierras a la señora doña Catalina, el día de su llegada en el
-carromato, que fue el 22 del mes de Marzo del año de mil ochocientos
-noventa y tantos.
-
-Era la heredad de Pedralba extensísima; pero no se labraban más que los
-terrenos próximos a la casa, labor descuidada, somera y primitiva, que
-daba escaso rendimiento. Lo demás era monte, bien poblado de encinas,
-enebros, y algunos castaños en la parte alta. Lo más próximo al llano
-sufrió varias talas, y uno de los renteros propuso al Marqués, años
-atrás, la roturación. Pero asustaron al propietario los dispendios de
-la empresa, y quedó en tal estado, ni monte ni labrantío, a trechos
-pradera desigual, cruzada de viciosos retamares. Dos riquísimas fuentes
-surtían de cristalinas y puras aguas potables a Pedralba, la una entre
-la casa-castillo y las cuadras, la segunda, manantial de primer orden,
-en una encañada a la vera del monte. Árboles de sombra había pocos.
-Los que puso el último arrendatario se perdieron por incuria. Frutales
-no existían más que tres en finca tan vasta, un moral inmenso detrás
-de la torre, el cual cargaba anualmente de dulcísimas moras negras,
-y dos albérchigos en el sendero que unía las dos casas. Los madroños
-diseminados en distintos parajes no se contaban, por su silvestre
-lozanía y lo desabrido del fruto, en el reino propiamente frutal. Tal
-era Pedralba, finca de primer orden según opinión de don Pascual Díez
-Amador, siempre y cuando se _tiraran_ en ella veinte o treinta mil
-duros.
-
-No eran estos los planes de Catalina, que solo se propuso sostener
-la propiedad tal como la encontró, con los mejoramientos que su
-residencia imponía, y procurarse en ella la vida retirada y humilde
-que adoptar anhelaba, sin caer en la tentación del negocio agrícola,
-ni pensar en aumentos de riqueza que habrían desmentido sus ideas
-y propósitos de modestísima existencia. Lo que le restaba de su
-legítima, pensaba conservarlo en valores de renta, reservando los dos
-tercios para sostenimiento de su persona y casa, y de la familia de
-infelices que en torno de sí había reunido: el otro tercio lo dedicaba
-a las reparaciones indispensables, a la construcción de la capilla y
-enterramientos, a plantar una huerta, y, si aún había margen, a mejorar
-la finca.
-
-Entremos ahora en el castillo, y veamos la mejor pieza de él, que era
-la cocina, en el piso bajo y al fondo del edificio, a la parte del
-Norte. Todo era grandioso en aquella pieza, hogar, alacenas, horno,
-el piso de hormigón muy sólido, el techo alto y la campana bien
-dispuesta para dar salida a los humos rápidamente. Las otras piezas
-bajas valían poco; eran estrechas, y sus ventanas, que más parecían
-troneras, les daban muy tasada la luz. En cambio, las del piso alto
-teníanla de sobra. Seis o siete estancias existían en él, que bien
-arregladas habrían podido alojar mucha gente. En dicho piso, al lado
-de Levante, vivían la Condesa y Beatriz, en aposentos separados y
-próximos; a la parte de Occidente, el matrimonio Ladislao-Aquilina con
-sus hijos, y aún quedaban entre estas y las otras viviendas algunas
-estancias vacías. En la torre, debajo del palomar, tenía su cuarto
-Nazarín, comunicado con la casa-castillo por estrecho pasadizo. El
-mueblaje era casi todo del siglo pasado, o del tiempo de Fernando
-VII, confundido con sillerías modernas de paja, de lo más ordinario,
-llevadas de Colmenar Viejo. Las cómodas y consolas, las sillas de
-caoba con respaldo de lira, las camas de pabellones _a la griega_, las
-laminotas con marco de ébano y asuntos pastoriles, ofrecían un aspecto
-sepulcral, lastimoso, como de objetos desenterrados, a los cuales se
-había limpiado el humus de la fosa, a fuerza de jabón y estropajo.
-
-Doña Catalina y Beatriz vestían exactamente lo mismo, con las ropas de
-la primera, que habían venido a ser comunes: falda de merino negro,
-calzado grueso, blusa de percal rayada de negro y blanco, y un mandil
-de retor. Al adoptar la vida pobre, la señora Condesa no estimó que
-debía renunciar a sus hábitos de pulcritud; decía que el aseo exterior,
-por causa de la educación y la costumbre, afectaba al alma, y que la
-suciedad del cuerpo era pecado tan feo como la de la conciencia. No
-vacilaba, pues, en aplicar estas ideas a la realidad, manteniendo en su
-cuarto y persona la misma esmerada limpieza de sus mejores tiempos de
-vida cortesana.
-
---El aseo --decía--, es a la pureza del alma, lo que el rubor a la
-vergüenza.
-
-No comprendía el ascetismo de otro modo.
-
-Y como nada tiene la fuerza del buen ejemplo, Beatriz, que había
-llegado a reinar en la intimidad y en el afecto de la Condesa, por
-feliz concordancia de sentimientos, se asimiló en breve plazo los
-hábitos de pulcritud de su amiga y señora, y la imitaba sin darse
-cuenta de ello. Sobre la admirable simpatía, o compatibilidad, que
-había llegado a borrar entre aquellos dos caracteres la diferencia de
-clase y educación, hay mucho que hablar: el fenómeno se inició por un
-irresistible afecto la primera vez que se vieron, cuando doña Catalina,
-por mediación de su criada Prudencia, fue a socorrer en su pobre
-domicilio al afinador de pianos. Mientras duró el proceso de Nazarín
-y consortes, Beatriz vivía con su prima Aquilina Rubio, esposa del
-mísero don Ladislao, compartiendo la escasez, ya que no el bienestar,
-que ninguno tenía. Halma llevó el pan, la vida, la salud, a la triste
-vivienda de la calle de San Blas, y atraída de aquel espectáculo de
-pobreza y resignación, añadió al socorro material el consuelo de sus
-visitas. Habló largamente con Beatriz, admirándose de lo mucho y
-bueno que esta mujer humilde sabía, tocante a cosas espirituales y de
-nuestras relaciones con lo invisible y eterno; admiró también su piedad
-no afectada, la firmeza de sus ideas, y la elocuencia sencilla con
-que las expresaba. Sentíase la Condesa inferior, por todos aquellos
-respectos, a la que ya miraba como amiga del alma; aprendió de ella
-muchas y buenas cosas, enseñándole a su vez otras de un orden social
-más que religioso, y con este cambio llegaron a encontrarse la una
-para la otra, y las dos en una, fenómeno raro en estos tiempos, que
-dan pocos ejemplos de una tan radical aproximación de dos personas de
-opuesta categoría. Pero de esto hemos de ver mucho en los tiempos que
-ahora comienzan, porque las llamadas clases rápidamente se descomponen,
-y la humanidad existe siempre, sacando de la descomposición nuevas y
-vigorosas vidas.
-
-Ya se comprende que de la intimidad entre Beatriz y Halma nació el
-vivo interés por Nazarín, y su propósito de llevársele consigo, para
-intentar su curación, y devolverle sano y útil al poder eclesiástico.
-Una discrepancia en cierto modo accidental existía entre la dama y
-la mujer del pueblo, y era que, mientras la Condesa, sin asegurar
-que Nazarín fuese loco, abrigaba sus dudas sobre punto tan difícil
-de aclarar, la otra sostenía con sincera conciencia y fe la completa
-regularidad de las funciones cerebrales de su maestro.
-
-Instaladas en Pedralba, la concordia entre una y otra llegó a ser
-perfecta. Beatriz observaba delicadamente la distancia social, que
-la otra con la misma o más sutil delicadeza trataba de acortar. Ambas
-trabajaban juntas desde el primer día en el arreglo y limpieza del
-destartalado castillo, o en la resurrección del mueblaje, y a Beatriz
-no le valió reservar para sí las faenas más duras, porque la otra
-invadía su terreno, y la igualdad triunfaba gradualmente, por ley de
-ambos corazones, que sin darse cuenta de ello propendían a lo mismo.
-Aquilina no había sido aún elevada al grado de comunidad de su prima
-Beatriz. Era una mujer excelente; pero sin intuición bastante para
-comprender las ideas de su bienhechora. Manteníase con tenacidad en
-su puesto inferior, contenta de que su marido y sus hijos tuvieran
-que comer. Los primeros días encargáronla de la cocina, oficio muy
-apropiado a sus aptitudes, y las otras dos pudieron consagrarse
-descuidadas al fregoteo de muebles viejos, al remendar de colchones
-y a otros engorrosos menesteres. Luego alternaron en los diferentes
-oficios, y mientras cocinaba la nazarista, Halma y Aquilina lavaban la
-ropa en la fuente cercana. El día que precedió a la llegada de Urrea
-con don Remigio y Nazarín, Aquilina actuó de cocinera, y la Condesa
-y Beatriz lavaban en la fuente del monte, repartiéndose las dos por
-igual la carga de la ropa al ir y volver. Como Beatriz se obstinase en
-llevarla sola, pretextando ser más fuerte que su compañera, Catalina le
-dijo:
-
---Te equivocas si crees tener más poder de musculatura que yo. Parezco
-débil, pero no lo soy, Beatriz, y esta vida ha de robustecerme más.
-Y sobre todo, no me prives de este gusto de la igualdad. Es el sueño
-de mi vida desde que perdí a mi esposo, y me sentí igual a todos los
-desgraciados del mundo. Haz el favor de no llamarme Condesa, ni volver
-a usar esa palabra estúpidamente vana delante de mí. Arrojé la corona
-en los empedrados de Madrid cuando salí en el carromato... Las escobas
-de los barrenderos no la encontrarán, porque fue arrojada con el
-pensamiento, pues no la tenía en otra forma; pero allá quedó. Llámame
-Catalina, como me llaman mis hermanos, o Halma, como mi primo. Y no
-te digo que me tutees, porque parecería afectación, y ya sabes que el
-maestro te la prohíbe. Pero todo se andará.
-
-
-
-
-V
-
-
-La llegada de los tres amigos no debía alterar la marcha de los asuntos
-domésticos en el castillo, porque, claramente lo decía la Condesa, ya
-que no ayudaran, no era bien que estorbasen.
-
---Primo mío, supongo que desearás conocer esta gran finca, los estados
-de Pedralba, donde hacemos vida recogida y modesta, sin pretensiones
-de ascetismo, mis amigos y yo. Usted también, señor don Remigio,
-necesita enterarse del terreno que consagro a mi obra. Váyanse, pues,
-a dar un paseíto, guiados por el bonísimo Nazarín, que lo conoce ya
-palmo a palmo, mientras nosotras les preparamos de comer. No esperen
-que salgamos de nuestro pobre régimen. Aquí no hay ni puede haber
-comilonas, pues aunque yo quisiera darlas, no habría con qué. Comerán
-de nuestro diario frugalísimo, con el poquitín de exceso que pide la
-hospitalidad. Conque vean, vean mi ínsula, y tráiganse la salsa que
-nosotras no podemos hacerles, un buen apetito.
-
-Fuéronse los tres de paseo, conducidos de don Nazario, que les hizo
-subir al monte para que vieran los castaños robustos que lo coronaban,
-al barranco para probar el agua de la rica fuente, y después de brincar
-y despernarse por lomas y vericuetos, volvieron a casa a las doce, hora
-invariable de la comida. En una pieza próxima a la cocina, pusieron
-la mesa, la cual era de una robustez patriarcal, de castaño renegrido
-y con torcidos herrajes en su armadura. Dos sillas había de la misma
-casta y edad, las demás variaban entre el estilo Fernando VII, de
-caoba, y la forma y material llamados de Vitoria. Pero la mayor y más
-sorprendente variedad estaba en la vajilla y ropa de mesa, pues al lado
-de vasos de cristal finísimo, se veían otros del vidrio más ordinario,
-servilletas finas, servilletas bastas, platos de porcelana rica, y
-otros de cerámica tosca.
-
---Dispensen la diversidad de la loza --les dijo doña Catalina--. En
-mi comedor reina todavía una confusión de clases estupenda, como en
-tiempos revolucionarios. Pero esta confusión no es parte para que
-yo olvide las categorías de los comensales. Para los dos señores
-sacerdotes lo fino, que ellos mismos irán escogiendo; para ti, José
-Antonio, y don Ladislao, el barro plebeyo.
-
---Pues yo propongo --dijo don Remigio con buena sombra--, que no
-establezcamos diferencias humillantes, y que nos repartamos como
-hermanos, como hijos de Dios, lo malo y lo bueno. Venga ese barro,
-señor de Urrea.
-
-Lo más extraño de aquella singular comida fue que las mujeres no se
-sentaron a la mesa. Las tres, funcionando con igual destreza y alegría,
-servían a los señores. Luego comían ellas en la cocina. Esta era una
-costumbre medieval, que Halma no alteraba jamás por consideración
-alguna. Diéronles una sopa muy substanciosa hecha con hierbas
-diferentes, patatas picadas muy menudito y golpes de chorizo; luego
-un plato de carnero bien condimentado, vino en abundancia, postre
-de requesón de la Sierra, leche con bizcochos de Torrelaguna, y a
-vivir. Sobria y nutritiva, la comida fue saboreada con delicia por los
-forasteros, que no cesaron de alabar el buen trato de Pedralba, y la
-pericia de las tres marmitonas.
-
-Entre la sopa y el carnero llegó inopinadamente don Pascual Díez
-Amador, administrador que fue de la finca, y propietario vecino, pues
-suya es la dehesa extensísima que linda por Poniente con Pedralba. Dos
-o tres veces por semana visitaba a la Condesa, caballero en su jaca
-torda, para ver si se le ofrecía algo. Era un hombre mitad paleto,
-mitad señor, lo primero por el habla ruda, por la camisa sin cuello
-y el sombrero redondo, lo segundo por las acciones nobles, por el
-andar grave, que hacía rechinar las espuelas. Una faja encarnada
-parecía separar el lugareño del hidalgo, o más bien empalmar las dos
-mitades. Tanto afecto había puesto en doña Catalina, que dispuso que
-dos de sus guardias jurados estuviesen de punto noche y día en la
-casa de abajo, para que la señora descansase en la persuasión de una
-absoluta seguridad. Muchos días caía por allí en su jaca a la hora de
-comer, otros a cualquier hora, en que también comía. Su cara redonda,
-episcopal, crasa y mal afeitada, despedía fulgores de patriarcal
-soberanía, de conformidad con la suerte, sin duda por ser esta de las
-más próvidas y felices.
-
---¡Hola, Remigio!... señora doña Catalina..., don Nazario..., don
-Ladislao, aquí estamos todos...
-
-Los saludos duraron hasta después que el gordinflón paleto-señor tomó
-asiento sin ceremonia, disponiéndose a comer cuanto le diesen. Porque,
-eso sí, hombre de mejor diente no lo había en todo el partido judicial,
-con la particularidad notable de que no sabía ponerse tasa en la bebida.
-
---¿Sabe usted lo que estábamos hablando, amigo don Pascual? --dijo el
-curita de San Agustín--. Que esta es una gran finca, y que es lástima
-no trabajarla.
-
---¡Hombre, a quién se lo cuenta! Si estos señores Feramores no tienen
-perdón de Dios... ¡Menuda brega tuve yo con el Marqués actual y con
-el otro, para que tiraran aquí veinte o treinta mil durillos! Sí, lo
-digo: era sembrarlos hoy, para coger el día de mañana, cinco años
-más o menos, tres o cuatro millones. Y esto solo con el ganado, que
-metiéndonos a ponerlo todo de labrantío... ¡Jesús, oro molido...! Es
-una tierra esta, que no la hay mejor ni donde están las pisadas de la
-Virgen Santísima, ea.
-
-Don Pascual se incomodaba al tocar este punto, viéndose precisado a
-sofocar su enojo con copiosas libaciones. Y como siguieran hablando
-del mismo asunto, concluyó por expresar una idea muy atrevida.
-
---Yo que la señora Condesa..., digo lo que siento, sin ofender, ea...,
-pues yo que la señora, me dejaría de capillas y panteones, y de toda
-esa monserga de poner aquí al modo de un convento para observantes
-_circuspetos_ y _mendicativos_, dedicando todo mi capital a...
-
---Poco a poco --replicó vivamente don Remigio--, no paso por eso. Lo
-espiritual es lo primero.
-
---¡Potras corvas! ¿Y de qué sirve lo _espertual_ sin lo... sin lo otro?
-
---Yo que la señora Condesa, persistiría impertérrito en mi grandioso
-plan... contra el dictamen de los estripaterrones.
-
---Y yo, contra el _ditame_ de los engarza-rosarios, digo que sí... no,
-digo que no... que sí.
-
---Si no sabe usted lo que dice, amigo don Pascual.
-
---¡Vaya! paz y concordia entre los príncipes cristianos --dijo doña
-Catalina risueña--. Por un exceso de consideración a mis huéspedes, me
-permito el lujo de darles una golosina: café.
-
-Alabado y festejado por todos el obsequio, Amador y don Remigio
-lograron encontrar una fórmula de transacción entre sus opuestos
-pareceres. Al servir el café, doña Catalina pidió perdón por la
-pobreza y rustiquez de la comida, añadiendo que para otra vez tendrían
-pan bueno, hecho en casa, y menos desigualdades en vajilla y servicio
-de mesa.
-
-Mientras las mujeres comían, salieron los hombres al patio, llevando
-cada uno su silla, y allí platicaron formando dos grupos. Don Remigio
-y Amador charlaban de los asuntos de Colmenar Viejo, de lo mal mirado
-que en la cabeza del partido estaba el cura titular, y de los esfuerzos
-que hacían los caciques para hacerle saltar de allí... Naturalmente,
-se gestionaría para que ocupase la vacante el curita de San Agustín.
-A otra parte hablaban Urrea, don Ladislao y Nazarín, preguntando el
-primero al segundo si seguía cultivando la música en aquel retiro,
-a lo que contestó el afinador que no le hablaran a él de músicas ni
-danzas, pues se hallaba tan contento y gozoso en su nueva vida, que
-había tomado en aborrecimiento todo su pasado musical y cabrerizo. La
-mejor ópera no valía ya tres pitos para él, y aunque le aseguraran que
-había de componer una superior a todas las conocidas, no quería volver
-a Madrid. Salió Nazarín a la defensa de arte tan bello, y le propuso
-que siguiera cultivándolo allí, pues se compadecía muy bien la música
-con la vida campestre. Y añadió que él se permitiría aconsejar a la
-señora Condesa que trajese un órgano, para que don Ladislao compusiera
-tocatas campesinas y religiosas, y les deleitara a todos con aquel arte
-tan puro y que hondamente conmueve el alma.
-
-Con estos y otros paliques, fue llegada la hora de la partida, y Urrea
-no cabía en sí de inquietud, por no haber podido hablar a solas con su
-prima, ni esta decirle que se quedara, como era su deseo. El temor de
-que contestase con una rotunda negativa a su propósito de permanecer
-en Pedralba, le sobresaltó de tal modo, que no tuvo ánimos para
-formularlo. Tristeza infinita cayó sobre su alma cuando Halma le dijo
-en tono de maestro:
-
---Ahora, José Antonio, te vas por donde has venido, y sin mi permiso
-no vuelvas acá, ni abandones las ocupaciones a que deberás una
-independencia honrada.
-
-Con tal autoridad pronunció estas palabras, que el calavera arrepentido
-no tuvo aliento para contradecirlas y exponer su deseo. Sentíase tan
-inferior, tan niño, ante la que le gobernaba en sus sentimientos y en
-su conducta, que no pudo ni pedirle menos severidad, ni explicarse con
-ella sobre la pesadísima y cruel condena que le imponía. Verdad que
-estaban delante Nazarín y los forasteros, y no era cosa de hacer ante
-ellos el colegial mimoso. Faltaban tan solo minutos para la partida,
-cuando la Condesa dijo al curita de San Agustín:
-
---Señor don Remigio, si usted no se opone a ello, se quedará en el
-castillo el amigo don Nazario, porque si es bueno para la salud el
-ejercicio del entendimiento, no lo es menos el corporal, y conviene
-que alternen. Ya concluirá más adelante esa gran recopilación de los
-Discursos de la Paciencia.
-
---Lo que usted disponga, señora mía, es ley --replicó don Remigio, ya
-con el pie en el estribo--. Si nuestro buen Nazarín prefiere quedarse,
-quédese en buen hora... Que lo diga él.
-
-Con semblante confuso, y casi casi con lágrimas en los ojos, el
-peregrino respondió:
-
---Yo no determino nada.
-
---¿Pero usted qué prefiere?
-
---Pues, la verdad, estimando mucho la hospitalidad del señor cura, y
-ofreciéndole ponerme a su disposición para terminar aquellos apuntes y
-cuanto guste mandarme, hoy me quedaría, pues la señora Condesa así lo
-desea.
-
---Es que... verá usted, don Remigio, como tenemos tanta obra en casa,
-necesito que me ayuden mis buenos amigos. Hay que estar en todo, y
-cuantos viven aquí han de arrimar el hombro a las dificultades. Mañana
-pienso probar el horno de pan, y deshacerlo si no nos resulta bien.
-Conque...
-
---Que se quede, que se quede. Usted es aquí la santa madre, usted
-manda, y los hijos... a obedecer calladitos. Señor de Urrea, ¿no monta
-usted?
-
-Lívido y tembloroso, Urrea no acertaba ni a despedirse airosamente de
-su prima. Era una máquina, no un hombre. Su tristeza le cogía todo
-el ser como una parálisis, matándole la voluntad. Montó a caballo, y
-partió con el cura y con Amador, sin saber que existía en el mundo un
-pueblo llamado, por buen nombre, San Agustín.
-
-
-
-
-VI
-
-
-Mientras Amador fue en compañía de los dos viajeros, menos mal. Don
-Remigio charlaba con él de montura a montura, dejando al otro en la
-libre soledad de sus pensamientos. Pero el bravo paleto se despidió en
-los Molinos (encrucijada de donde partía el sendero que a sus casas
-de la Alberca conducía), y ya solos el cura y el primo de la Condesa,
-desencadenó aquel sobre este todo el torrente de su locuacidad.
-Difícilmente, apurando sus donaires, logró sacarle del cuerpo alguna
-que otra palabra, y conociendo al fin que el motivo de su tristeza no
-era otro que el pronto regreso a San Agustín, quiso consolarle con
-estas compasivas razones:
-
---Créame, señor de Urrea, en Pedralba, a estas horas, estaría usted
-soberanamente aburrido. ¿Sabe usted lo que hacen allá desde anochecido
-hasta que cenan? Pues rezar, rezar, y rezar que se las pelan, y usted,
-hombre de piedad muy problemática, cortesano al fin, chapado a la
-modernísima, huirá del santo rezo como los gatos del agua fría. ¡Si
-entiendo yo a mi gente... ah!... Verdad que también en San Agustín,
-en cuanto lleguemos, rezaré yo el rosario con Valeriana y algunas
-vecinas. Pero usted se puede ir con Láinez al casino, y cenar con él,
-y volver a mi modesta casa, a la suya, digo, a la hora que le acomode.
-En Pedralba, con el último bocado de la cena en la boca, se acuestan
-todos a dormir como unos santos. ¡Bonita noche iba usted a pasar allá!
-No, señor madrileño, con sus puntas de calavera, y sus ribetes de
-escéptico materialista, no está usted forjado en estas costumbres entre
-rústicas y monásticas. ¡El campo! ¡Pues poco que le cansará el campo!
-Para usted, ponerle de noche en medio de estas soledades, será lo mismo
-que si a mí me meten de patitas en un salón de baile. ¿Qué haría yo?
-Salir bufando. _Suum cuique_, señor de Urrea. Conque, no le pese venir
-conmigo. En el casino, entiendo que hay billar, tresillo, y se habla de
-política... lo mismo que en Madrid.
-
-No consiguió el buen curita consolarle, y el alma del calavera
-arrepentido se ennegrecía más conforme se acercaban a San Agustín.
-Llegados al pueblo, resistiose a ir al casino. Desde la sala oía el
-rezo del rosario en el comedor; durante la cena hizo desesperados
-esfuerzos por aparentar alegría, y se retiró a la alcoba, impregnada
-del olor de paja. Le dolía la cabeza.
-
-Interminable y tormentosa fue para él la noche; levantose muy temprano,
-acompañó a la iglesia a su digno amigo y anfitrión, y mientras este se
-despojaba en la sacristía de las vestiduras sacerdotales, José Antonio
-puso en práctica la idea concebida entre dolorosas vacilaciones al
-amanecer, resolución que, una vez compenetrada en su voluntad, adquirió
-la fuerza de un acto instintivo. Como escolar castigado, que se escapa
-del colegio, tomó el caminito de Pedralba, a pie, y al perder de vista
-las casas de San Agustín, sintiose más aliviado de su mortal ansiedad,
-y con valor para arrostrar lo que por tan atrevido paso le sucediese.
-Las nueve serían cuando avistó el castillo, y antes de acercarse,
-exploró las tierras circunstantes, dudando si hacer su entrada por el
-camino derecho, o por algún atajo. Esto era pueril, y sus vacilaciones,
-al término del viaje, denunciaban al colegial prófugo. No viendo a
-nadie por aquellos contornos, anduvo un poco más, y su vista prodigiosa
-le permitió distinguir desde muy lejos, en una ladera del monte, dos
-bultos, dos personas. Con un poco más de aproximación pudo reconocer
-a Nazarín y don Ladislao, que estaban cortando leña, y allá se fue,
-rodeando un buen trecho, para que no le viera la gente del castillo.
-Hablar con Nazarín antes de presentarse a la Condesa, le pareció un
-trámite muy oportuno, tras del cual ya vio, con fácil optimismo,
-solución satisfactoria. Al llegar junto a los dos leñadores, Nazarín,
-que desde lejos le había visto venir, no manifestó sorpresa. Vestía
-el cura ropas de Cecilio, calzaba gruesos zapatones, y su cabeza
-descubierta recordaba más al procesado del hospital de Madrid que al
-sacerdote de la rectoral de San Agustín.
-
---¡Hola, don Nazario...! ¿trabajando, eh?... Aquí me tiene usted otra
-vez. Pues he venido... ¿Conque cortando leña?
-
---Sí señor... Este ejercicio al aire libre me agrada mucho. La señora
-Condesa está buena, gracias a Dios. Parece que ha venido usted a pie.
-
---Un paseíto. No estoy cansado.
-
---Pues no pudimos arreglar el horno: tienen, que venir los albañiles.
-La señora me mandó a paseo, quiero decir, a que me paseara, y aquí
-estoy ayudando al amigo don Ladislao.
-
---Bien, hombre, bien. Pues yo quería... hablar con usted, querido
-Nazarín --balbuceó Urrea, abordando el asunto--. Usted es un santo,
-digan lo que quieran, y me ayudará a obtener el perdón de Halma, por
-haber vuelto acá sin su permiso.
-
---La señora es muy indulgente.
-
---Pero mi falta es más grave de lo que parece, porque he venido con
-propósito firme de quedarme aquí, y no salgo ya de Pedralba si no me
-sacan descuartizado. Óigame.
-
---¡Hombre, hombre!... señor de Urrea --dijo Nazarín dejando a un
-lado el hacha, para consagrarse a oír con calma las confidencias del
-parásito corregido.
-
---Pues verá usted... Mi prima quiere tenerme en Madrid. Ya está usted
-al corriente. Yo era un perdido; ella, con su infinita bondad, maestra
-de la virtud y destructora del pecado, me transformó; hizo de mí otro
-hombre, hizo de mí un niño; me infundió el miedo del mal, el amor del
-bien. Yo no me conozco. La tengo por una madre, y la obedezco en cuanto
-mandarme quiera; pero no puedo obedecerla en una cosa... repito que
-soy un niño... no puedo obedecerla en la disposición tiránica de vivir
-en Madrid, porque lejos de ella me asaltan tentaciones, o llámense
-recuerdos, de mi anterior vida mala, y la corrección que tanto ella
-como yo deseamos, no se afirma, no puede afirmarse.
-
---¡Hombre, hombre...!
-
---Ayer vine con propósito de hablarle de este asunto y pedirle que
-me dejase aquí; pero no tuve valor para decírselo. ¡Tanta gente
-delante...! Convénzase usted de que soy un niño, y de que el antiguo
-desparpajo del calavera se ha convertido en una timidez invencible...
-Palabra que sí... Pues me dijo que me volviera a San Agustín, y me
-volví; el caballo me llevó como una maleta, y hoy, sin darme cuenta
-de ello, movido de una irresistible fuerza, me he venido a Pedralba,
-me han traído las piernas, que antes se me romperán en mil pedazos,
-que volver a llevarme a Madrid. Y yo le pregunto a usted: ¿Se enojará
-mi prima? ¿Se obstinará en que viva lejos de ella? Porque ha de saber
-usted que he cometido una falta gravísima, una falta en la cual parecen
-reverdecer mis mañas antiguas, mi mal corregida perversidad. Verá usted.
-
---¿A ver, a ver...?
-
---Pues Halma me arregló en Madrid una pequeña industria para que yo
-trabajase, y adquiriera, como ella dice, una honrada independencia.
-Mientras Halma permaneció en Madrid, muy bien: yo trabajaba, y empecé
-a ganar dinero... Pero se va ella, quiero decir, se viene acá, y adiós
-hombre, adiós propósitos de enmienda, adiós trabajo y formalidad. Me
-entró una murria espantosa; yo no vivía, yo no comía, yo no pegaba
-los ojos. Una mañana..., no sé si fue un demonio o un ángel quien me
-tentó. ¿Qué cree usted que hice? Pues en un santiamén vendí todos los
-trebejos, máquinas, utensilios, papel; realicé, liquidé, y me vine acá.
-
---Con propósito de no volver a la Villa y Corte. ¡Pobre señor de
-Urrea! Ignoro cómo tomará la señora este arranque. Yo, sin autoridad
-para juzgarlo, no lo veo con malos ojos.
-
---¡Porque usted es un santo! --exclamó Urrea con ardor, levantándose
-del suelo para abrazarle--. Porque usted es un santo, y el ser más
-hermoso y puro que hay sobre la tierra, después de mi prima; y el que
-diga que Nazarín está loco, ¡rayo! el que se atreva a decir delante de
-mí tal barbaridad...!
-
---¡Eh... Señor de Urrea, calma, pues creeremos que el loco es usted...!
-
---Para concluir, señor Nazarín de mi alma, si usted intercede por mí,
-lo primero que debe decirle, después de darle cuenta de mi última
-calaverada, el traspaso de los trebejos, es que yo quiero que me
-admita aquí como a uno de tantos. Quiero ser un pobre recogido, un
-infeliz hospiciano. ¿Que se necesita hacer vida religiosa?... pues
-seré tan religioso como el primero. ¿Que se necesita trabajar en estos
-oficios rudos del campo? pues José Antonio será el más activo y el
-más obediente obrero que ella pueda suponer. Pónganme en el último
-lugar; aposéntenme en la cuadra que no se crea bastante cómoda para
-las caballerías; rebájenme todo lo que quieran. ¿Qué piden? ¿Humildad,
-paciencia, anulación? Pues aquí, bajo su gobierno, sintiendo su
-autoridad materna y su divina protección, yo seré humilde, sufrido y
-no tendré voluntad. ¿Que habrá que rezar largas horas? Yo rezaré cuanto
-ella y usted me enseñen. Las faenas rudas no solo no me asustan, sino
-que las deseo, y pienso que han de serme tan útiles para el cuerpo como
-para el alma... Y diciéndole usted todo esto, señor Nazarín, como usted
-puede y sabe decirlo, yo creo que... ¡Ah! se me olvidaba una cosa muy
-importante...
-
-Diciendo esto, echó mano al bolsillo y sacó una carterita.
-
---Aquí está lo que obtuve de la venta de todo aquel material, y del
-traspaso de mi negocio. Déselo usted; no vaya a creer que me lo he
-gastado de mala manera en Madrid.
-
---No, mejor es que lo guarde para entregárselo usted mismo.
-
---Pues en broma, en broma, son la friolera de nueve mil y pico de
-pesetas, con las cuales _podríamos_ hacer aquí algo de lo que ayer
-indicaba don Pascual Amador.
-
-Dijo el _podríamos_ con acento de ingenua oficiosidad, que hizo sonreír
-a Nazarín.
-
---No sé --replicó este, incorporándose en el suelo--. Tenga usted
-presente, que al instalarse aquí la señora con nosotros, sus pobres
-amigos en Dios, sus hijos más bien, ha quebrantado toda relación con
-el mundo de allá, para emplear su vida en el servicio de Dios y en
-actos de caridad sublime. Podría considerar la señora que usted no es
-enfermo, ni pobre, ni necesitado, y que...
-
---Que me admitan en concepto de loco --dijo Urrea interrumpiéndole con
-viveza.
-
---¡Oh, no! para locos, bastante tienen conmigo --replicó don Nazario,
-con inflexión humorística, casi casi perceptible.
-
---Y como pobre, ¿quién lo es más que yo? Y como necesitado de
-corrección, de atmósfera moral... ¡Por Dios, queridísimo Nazarín, no me
-quite usted las esperanzas!
-
---Aquí no se entra sino con el corazón bien dispuesto para la piedad,
-amigo Urrea, y si la señora dejó en las calles de Madrid, como ella
-dice, su corona y todos los demás signos del orgullo social, nosotros
-debemos arrojar en la puerta de Pedralba las pasiones, los deseos
-desordenados, todo ese fárrago que entorpece la vida del espíritu.
-Son aquí precisas de todo punto la obediencia a nuestra madre doña
-Catalina, y un acatamiento incondicional a sus designios.
-
---Nadie me ganará --afirmó Urrea con emoción--, en venerar y adorar a
-mi prima, mirándola como lo que Dios nos permite ver de su presencia
-en esta tierra miserable. Que me admita, y ninguno, ni usted mismo, me
-aventajará en sumisión, ni en considerar a nuestra maestra y señora
-como una madre. Si quiere someterme a una prueba de acatamiento,
-que no me hable, que no me mire, que me dé sus órdenes por conducto
-de usted o de otro cualquiera, y yo viviré calmado y satisfecho solo
-con sentirme cerca de ella, bajo su dulce despotismo. Admirándola,
-aprenderé el amor de Dios; y su perfección, relativa como humana, me
-dará el sentimiento de la absoluta perfección divina. Ella será mi
-iniciación de fe; por ella seré religioso, yo que he sido un descreído
-y un disipado, y ahora no soy nada, no soy nadie, hombre deshecho, como
-un edificio al cual se desmontan todas las piedras para volverlas a
-montar y hacerlo nuevo.
-
---Bien, señor, bien --indicó Nazarín, impresionado vivamente por esta
-declaración, y sintiendo una gran simpatía hacia Urrea--. Ya se acerca
-la hora de comer. Bajaré, y hablaré a la señora. Y otra cosa: ¿usted no
-come?
-
---¿Yo qué he de comer? Mientras usted no le hable, yo no bajo al
-castillo. Cuando vuelva, don Nazario, tráigame un pedazo de pan.
-
---Espéreme aquí.
-
---Y acabaré de partirle aquellos troncos; así voy aprendiendo a
-aprovechar el tiempo --afirmó Urrea desembarazándose de la americana y
-cogiendo el hacha.
-
---Como usted quiera. Adiós. Ladislao, ya es hora: vamos.
-
-
-
-
-VII
-
-
-Con infantil ardor, alentado por las esperanzas que la mediación de
-Nazarín le infundía, el parásito la emprendió con los troncos; pero al
-cuarto de hora de estrenarse en el oficio de leñador, tuvo que moderar
-sus bríos, porque se sofocaba y un sudor copioso brotaba de su frente.
-Luego volvió a la carga, conteniéndose en la medida de sus naturales
-fuerzas, y mientras más troncos partía, más vivo era el contento que
-inundaba su alma. ¡Ah, pues si le fuera permitido meterse de lleno
-en aquella vida! Aprendería mil cosas gratas, como arar, sembrar,
-escardar, cuidar aves y brutos, hacerse amigo de la tierra, súbdito
-del reino vegetal y campestre. Y no se le haría cuesta arriba en tal
-ambiente la vida religiosa, ascética, privándose de todo regalo y hasta
-de hablar con gente. No tendría más amigos que los animales, y esclavo
-del terruño, conservaría libre y gozoso el pensamiento para elevarlo a
-Dios a todas horas del día. En estas cavilaciones le cogió la vuelta de
-Nazarín, a eso de la una y media. Cuando le vio venir, con su reposado
-paso de siempre, sin anticipar con su mirada albricias ni desengaños,
-el corazón se le saltaba del pecho.
-
---La señora --manifestó el cura mendigo, cuando estuvo a tiro de
-palabra--, dice que baje usted a comer.
-
---Pero...
-
---Nada, que baje usted a comer. No me ha dicho nada más.
-
---¿Sigue usted aquí cortando leña?
-
---No, hoy es jueves, y toca explicar la Doctrina a los niños. Aquilina
-les ha dado la lección. Cuando la señora tenga organizada la escuela,
-todos alternaremos en la enseñanza.
-
---Hasta eso haría yo, si ella me lo mandara: domar chicos, y meterles
-en la cabeza el a, b, c. ¡Quién me lo había de decir...! En fin, voy.
-¿Sabe usted que estoy temblando? ¿Y qué tal? ¿Se enfadó al saber...?
-
---Se mostró más compasiva que enojada.
-
---Eso ya es buen síntoma. Voy... ¿Y he de ir ahora mismo?
-
---Ahora mismo, pues le tienen preparada la comida.
-
---No tengo apetito... ¿Y de veras no dijo que soy una mala cabeza?...
-¡Oh, qué bondad, qué santidad, Dios mío! ¡Ni siquiera recriminarme!
-¿Cómo no adorarla lo mismo que al Dios que está en los altares? Nada,
-verá usted cómo me perdona, y me admite, y... El corazón me dice que
-sí. Procede como la Divinidad, la cual, según ustedes, concede todo
-lo que se le pide con fe y compunción. Yo tengo fe en ella, querido
-Nazarín, y derramo lágrimas del alma solo por sentirme bajo su divino
-amparo. Vamos allá, que seguramente usted, que es también santo, habrá
-intercedido gallardamente por este infeliz. Lo dicho, dicho: el que se
-atreva a sostener que Nazarín está loco, se verá con José Antonio de
-Urrea. No lo tolero... mi palabra que no...
-
---Sea usted juicioso, amigo mío.
-
---¡Locura la piedad suprema, locura la pasión del bien ajeno, locura
-el amor a los desvalidos! No, no... Yo sostengo que no, y lo sostendré
-delante del cura y del juez y del Obispo y del Papa, y del mundo entero.
-
---No alborotarse, y vaya comprendiendo que en Pedralba no se disputa,
-ni se sostienen opiniones más que por quien puede y debe hacerlo. Los
-demás, a obedecer y callar. ¿Usted qué sabe si yo soy loco o soy cuerdo?
-
---¿Pues no he de saberlo?
-
---Ea, basta... Vamos pronto, que la señora nos aguarda.
-
-Bajaron, y cuando Urrea entró en la casa y en el comedor más muerto que
-vivo, lo primero que le dijo su prima, poniéndole la comida en la mesa,
-fue:
-
---Pero, hijo, estarás desfallecido. ¿Por qué no bajaste a comer con
-Nazarín y don Ladislao?
-
-Echose Urrea de rodillas a sus pies, diciendo con trémula voz que él
-no probaría bocado mientras no recibiera el perdón que humildemente
-solicitaba.
-
---Eres un niño --le dijo Halma--. Come, y después hablaremos... Pero
-como eres un niño grande, y con resabios mañosos, hay que sentarte un
-poquito la mano. Come con calma, pobrecito... ¿Tú quieres hierro? Pues
-hierro. Yo no contaba contigo para esta vida, porque nunca creí que la
-resistieras. Se hará la prueba con todo el rigor que exige tu pasado y
-las malas costumbres que todavía conservas.
-
-Comiendo y suspirando, por momentos risueño, por momentos conmovido
-hasta derramar lágrimas, José Antonio le dijo que por grande que fuera
-el rigor de la prueba, no lo sería tanto como su energía y tesón para
-resistirla, y que a todo se hallaba dispuesto con tal de vivir bajo la
-santa autoridad de Halma. No le arredraban las cuestas por agrias que
-fuesen. ¿Cuesta religiosa? pues a ella. ¿Cuesta de trabajos rudos, como
-de presidiario? pues a ella.
-
-Como llegara don Pascual Amador, se habló de otros asuntos. Iba el
-paleto hidalgo a llevar a la señora unos documentos de la Alcaldía de
-Colmenar para que los firmara, y se despidió después de tomar un vasito
-de vino.
-
---Don Pascual --le dijo Halma, entregándole la cartera que poco antes
-le había dado su primo--. Hágame el favor de guardarme eso. Son...
-
---Nueve mil seiscientas cincuenta --apuntó Urrea.
-
---No lo necesitaré --añadió la Condesa--, hasta que emprenda la
-roturación del prado grande. Porque me decido, señor don Pascual, me
-decido. Hay que sacar del suelo de Dios todo lo que se pueda. La huerta
-la empezaremos el lunes, rompiendo la tierra con los brazos que aquí
-tengo. Mire usted, mire usted qué obrerito se me ha entrado por las
-puertas...
-
-Celebró mucho Amador los nuevos propósitos de la señora, que
-concordaban con sus ideas del fomento de Pedralba, y partió a vigilar a
-los jornaleros que tenía en la Alberca.
-
---Para hacer boca --dijo Catalina al neófito--, me vais a desescombrar,
-entre tú y los sobrinos de Cecilio, las ruinas estas, hasta descubrirme
-el suelo.
-
---Ahora mismo.
-
---Ten calma. Esta tarde vas al cuarto bajo de la torre, donde
-provisionalmente tenemos la escuela, y oirás la explicación de la
-Doctrina Cristiana... Como has estado cortando leña, esta noche tendrás
-unas agujetas horribles. Descansas, y mañana, a lo que te he dicho,
-como preparativo para faenas más penosas.
-
---Para mí no hay nada difícil estando aquí.
-
---Vivirás en la otra casa, con Cecilio. Esta noche arreglarás tu
-cama en el pajar, como Dios te dé a entender. ¿No has dormido tú
-nunca sobre un montón de paja? Yo sí, allá muy lejos de España... y
-en aquellos días de abandono y miseria, me pareció el colmo de la
-incomodidad y de la humillación. Hoy me sería indiferente.
-
---Me instalaré muy gustoso en el pajar.
-
---Esta noche, en la nota de los encargos que ha de traer de Colmenar
-el tío Valentín, pondremos: un chaquetón de paño pardo para ti, unos
-zapatos gruesos, de lo más grueso que haya, una faja, una montera...
-Verás qué elegante estás. Como en tu domicilio no hay espejo, podrás
-mirarte en el charco de la fuente. Y cuando venga la pareja de bueyes,
-aprenderás a uncirlos, a manejarlos. ¿Sabes tú lo que es un arado, y
-el peso que tiene? Pues ya te irás enterando. Comerás con nosotros,
-pues aquí no debe haber más que una mesa para todos los habitantes de
-la ínsula. Día llegará en que Cecilio y su gente, y el tío Valentín,
-comamos reunidos. Mañana, si las agujetas no te estorban mucho, después
-que hayas tomado el tiento a las piedras de las ruinas, vuelves a
-partir un poquito de leña... No quiero que estés ocioso ni un momento.
-La prueba tiene que ser seria, para que yo pueda formar de ti un juicio
-seguro, y te considere capaz o incapaz de compartir nuestra vida. Pues
-aguárdate, que luego vendrán los ejercicios religiosos, el madrugar
-con el alba, las mortificaciones, la asistencia de enfermos... ¡Ah!
-todavía no te has hecho cargo de la gravedad de lo que deseas y pides.
-Tú, hombre de salones, hombre sin principios, inteligencia demasiado
-sensible a la actualidad, a lo nuevo y reciente, te has dejado influir
-por esas rachas de ideas que vienen del extranjero, lo mismo que
-las modas del vestir, del comer y del andar en coche. Te cogió la
-ventolera religiosa, que suele soplar de vez en cuando, lanzada por
-las tempestades que recorren furiosas el mundo, y ya tenemos a Urreíta
-delirando por lo espiritual, como deliraría por un autor nuevo, o por
-la última forma de sombreros o trajes. Y te vienes acá con una piedad
-de _aficionado_, que no es lo que yo quiero, ni nos hace falta ninguna.
-
---No es eso, no es eso --replicó José Antonio con acento persuasivo--.
-Yo quiero creer, yo anhelo parecerme a ti, conservando la distancia
-entre mi monstruosa imperfección y tu...
-
---Basta: no me gusta la palabrería lisonjera.
-
---Mi aspiración es volver a empezar, más claro, volver a nacer. Me he
-muerto; resucito hijo tuyo, y esclavo tuyo. Encárgame de los oficios
-más bajos y humillantes, y en cosas de religión lo más difícil.
-¿Asistir enfermos has dicho? Nazarín me enseñará.
-
---En eso y en otras muchas cosas, buen maestro tuyo y mío puede ser.
-
-En esto pasó Nazarín por delante de la ventana del comedor, cambiadas
-ya las ropas de leñador por las de cura. Iba al ejercicio de Doctrina,
-y ya los rumores de algazara infantil anunciaban que la familia menuda
-se reunía en la sala provisionalmente destinada a escuela.
-
---Allá voy yo también --dijo Urrea viéndole pasar--. Quiero ser como
-los pequeñitos. Verdaderamente, ese hombre me parece divino, y por él,
-por la influencia que sin duda tiene en ti, he conseguido tu perdón.
-¿Qué te dijo, qué razones alegó en mi favor?
-
---No hizo más que contarme lo que habías hecho.
-
---¿Y tú...?
-
---Le pedí su parecer sobre la resolución que debía tomar contigo.
-
---¿Y él...?
-
---Me dijo que debía admitirte.
-
---¡Prima mía --exclamó Urrea con exaltación, braceando por alto--, al
-que me diga que ese hombre está loco, le mato!... ¡ah, no!
-
-Llevose la mano a la boca como para contener la palabra, y volver a
-meterla para adentro.
-
---No, no le mato, dispensa. Pero le... Tampoco... Lo que haré será
-decir y proclamar, contra la opinión de todo el mundo, que no es
-demente, que no puede serlo, que el mayor de los contrasentidos sería
-que lo fuese... Y tú crees lo mismo, Halma, no me lo niegues: tú crees
-lo mismo.
-
---¿Tú qué sabes?... Silencio, y a la Doctrina.
-
---Voy.
-
-
-
-
-QUINTA PARTE
-
-
-
-
-I
-
-
-Durante tres, cinco, diez, no sé cuántos días, corrieron los sucesos
-mansamente y como por carriles en el castillo de Pedralba, y sus
-campos y montes circunstantes, notándose en todo, cosas y personas,
-el impulso que les diera con firme mano la organizadora de aquella
-singular familia. Pero aún faltaba mucho para que la idea total de la
-noble señora se viera íntegramente realizada, porque las deficiencias
-de local no podían remediarse pronto, y en diversos detalles de
-organización surgían a cada instante obstáculos que solo la constancia
-y buena voluntad de todos vencerían al cabo. La roturación de la huerta
-dio mucho que hacer, por la dureza del terruño y por la dificultad de
-dotarla de aguas. Como no era fácil ni económico traerla de la fuente
-por un viaje de arcaduces, se abrió un pozo, en cuya excavación no
-fue preciso ahondar más que veintitantos pies para encontrar agua
-abundante. A las dos semanas de empezadas las obras, ya había varios
-bancales plantados de arvejas, alubias, coles y otras hortalizas de
-ordinario consumo. Provisionalmente se cercó la huerta con piedra y
-espinos. La pareja de bueyes no se hizo esperar, y a los tres días de
-aquellos trajines, ya sabía Urrea manejar a los pacientes animales,
-como si les hubiera tratado toda la vida. Pronto les tomó cariño, y no
-habría cambiado su compañía silenciosa por la de amigos de la especie
-humana, como tantos que había conocido en su primera vida.
-
-Las faenas más rudas no abatían el ánimo del calavera arrepentido: el
-constante y metódico ejercicio corporal, si al principio le causaba
-fatiga, no tardó en fortalecerle. La idea de ser hombre nuevo se
-arraigaba tanto en su conciencia, que creyó haber criado nueva sangre,
-echado nuevos músculos, y hasta que le habían sacado todos los huesos
-viejos, para ponérselos flamantes. De su apetito no digamos: no
-recordaba haberlo tenido igual desde la infancia. Muchos días comía en
-el monte con el pastor, o con los sobrinos de Cecilio (de quienes se
-hablará después); y aquella pitanza frugal y sabrosa, que le llevaban
-en un pucherete Aquilina, Beatriz, o la misma Condesa, le sabía mejor
-que los más refinados manjares de las mesas cortesanas. Pues cuando
-improvisaban cena o almuerzo al aire libre, cocinando con escajos y
-palitroques, sobre un trébede, en la sartén del pastor, unas rústicas
-migas o cosa tal, el hombre gozaba lo indecible, y daba gracias a
-Dios por haberle llevado a la vida salvaje. ¡Y luego el sosiego del
-espíritu, la paz de la conciencia, la seguridad del mañana...! Nada
-podía compararse a semejantes bienes, nuevos para él. Todo cuanto
-del mundo conocía, de un orden distinto radicalmente, parecíale una
-pesada broma del destino. Porque la vida de ciudad, durante los años
-que a veces sin razón se llaman floridos, de los veinte a los treinta,
-¿qué había sido más que suplicio sin término, humillación, ansiedad,
-y cuanto malo existe? ¡Bendito salvajismo, bendita barbarie, que le
-permitía lo más elemental, vivir!
-
-Los Borregos, que así nombraban a los dos sobrinos de Cecilio,
-trabajadores a jornal en la finca, fueron los primeros compañeros de
-vivienda del improvisado salvaje, y no tardaron en ser sus amigos,
-maestros también en todo aquel rústico manejo. Más bárbaros no los
-había criado Dios; pero tampoco más sencillotes ni de corazón más noble
-y sano. Al principio, la epidermis moral de Urrea se lastimaba un poco
-al rozarse con la corteza dura de aquellos infelices; pero no tardó en
-criar callo, y si él al contacto se endurecía, los otros indudablemente
-se suavizaban. Por las noches, al tumbarse sobre la paja rendidos, en
-el breve rato que al sueño precedía, charlaban los tres, explicándose
-cada cual según sus luces, y allí vierais confundida la barbarie y
-la cultura, el fácil discurso y la jerga torpe, la inteligencia y la
-superstición. El Borrego mayor, chicarrón de veintidós años, despuntaba
-por su guapeza descocada y algo insolente; no solo se conceptuaba
-hombre capaz de medirse en buena lid con el más pintado, sino que en
-lo tocante al oficio de labrador no daba su brazo a torcer ni a los
-más peritos. Todo se lo sabía; jactábase de conocer los secretos de la
-tierra y de la atmósfera. Planta que él hincara en el suelo, de fijo
-arraigaba y crecía como ninguna. Había inventado sin fin de reglas
-de fisiología vegetal, de las cuales ni una sola fallaba, según él,
-en la práctica. Sobre la fecundación, sobre las épocas de siembra y
-trasplante, y la influencia misteriosa de las fases de la luna en la
-vida de las plantas, contradecía con el mayor descaro el criterio de
-los labradores viejos, defendiendo el suyo con arrogante terquedad.
-A Urrea le encantaba este carácter inflexible, tenaz, basado en un
-furibundo amor propio. Y más de una vez se preguntó: «En otra esfera,
-con otra educación, Bartolomé, ¿qué sería?» El segundo Borrego era lo
-contrario de su hermano, humilde, de voluntad perezosa, que fácilmente
-se amoldaba a la voluntad ajena, corto de palabras, algo melancólico,
-curioso y preguntón. Gustaba de que le contaran guerras, aventuras y
-sucesos extraordinarios, y se enloquecía con las estampas, toda suerte
-de muñecos pintados, aunque fueran los de las cajas de cerillas, que
-le parecían tan hermosos como a nosotros los cuadros de Rafael y
-Velázquez. Y Urrea se decía: «Isidrico en otra esfera y educado como
-los muchachos finos, ¿qué sería?»
-
-Con estas reflexiones estudiaba José Antonio la Humanidad, al paso
-que obtenía de la observación de la Naturaleza útiles enseñanzas. En
-su anterior vida, no se había fijado en multitud de fenómenos que
-le causaban maravilla. Hasta el cielo estrellado, en noches claras
-y sin nubes, atraía su atención como cosa nueva y desconocida. Lo
-había visto, sí, infinitas veces; pero nunca lo había visto tan bien,
-ni recreádose tanto en su hermosura. Con esto, nuevas ideas iban
-sustituyendo a las antiguas, que al modo de hoja seca se caían y eran
-arrebatadas por el viento. Y todo el nuevo retoño cerebral venía
-fuerte, anunciando una foliación y florescencia vigorosas. Él no cesaba
-de repetirlo: era como nacer dos veces, la segunda por milagro de Dios,
-en edad de hombre, conservando el recuerdo de la primera encarnación
-para poder comparar, y apreciar mejor las ventajas de la segunda.
-
-Pocas veces tenían ocasión de hablarse Halma y su primo en aquellos
-comienzos de la vida rústica, porque él trabajaba lejos de la casa.
-Por la noche, después del rosario, o si cenaban en comunidad, la
-señora le exhortaba en pocas palabras a seguir en aquel ordenado
-comportamiento. Esto y los saludos de ritual, cuando por acaso se
-encontraban en el campo, eran su única relación de palabra. Pero en
-espíritu, Urrea no la separaba de sí: noche y día pensaba en ella, o
-se la imaginaba, transfigurándola a su antojo. Nada más grato para
-él que apreciar en los actos y expresiones de sus compañeros el gran
-respeto que la señora les inspiraba. Y de tal modo en él mismo se había
-fortalecido aquel respeto, que cuando la veía venir, se turbaba como un
-chiquillo vergonzoso. Y por mucho que se estimara en su nuevo estado de
-conciencia, cada día sentía crecer la distancia entre ambos, porque si
-él se elevaba, ella subía desaforadamente.
-
-No eran pasados quince días de aprendizaje, cuando el novicio recibió
-por Nazarín órdenes de trasladar su residencia. El buen clérigo
-peregrino había estado tres días en San Agustín, acabando de extractar
-el divino libro de la Paciencia, con empleo casi sublime de la suya, y
-de vuelta a Pedralba, hizo limpieza, sin auxilio de nadie, de los dos
-aposentos de la torre. Allá se estuvo toda una mañana, blanqueando las
-paredes, lavando los pisos de baldosín, y extrayendo como podía cuanta
-mugre había en los rincones.
-
---Aquí estarás mejor que allá --dijo a Urrea por la noche, dándole
-posesión de su nuevo domicilio, y mostrándole cama limpia y bien
-mullida, y los muebles de madera relucientes--. Esto, querido Urrea, lo
-hago por ti, que estás acostumbrado a la primera de las comodidades,
-que es el aseo. Aquí la señora nos enseña a ser nuestros propios
-criados, y yo te doy el ejemplo...
-
---¡Vaya un ejemplo! Me lo da usted contrario, haciéndose mi sirviente.
-
---No, bobito. Lo que yo hago esta semana, lo harás tú la próxima.
-
-Nazarín le tuteaba desde los primeros días, porque era en él añeja
-costumbre. Poco fuerte en tratamientos, no abandonaba la forma familiar
-más que ante personas de muchísimo respeto, como la Condesa, don
-Remigio y otros tales.
-
---Bueno --dijo el neófito--, yo no veo aquí más que una cama. ¿Acaso
-tiene usted la suya en ese mechinal de al lado, junto a la escalera de
-piedra?
-
---Eso que llamas mechinal es un aposento precioso. Pasa y examínalo.
-Tiene el suficiente espacio para mi lecho, que es esta tarima
-forradita en una manta... ¿ves? ¡Qué lujo, qué gala!... y como yo,
-aquí, no he de dar bailes, no necesito más cabida. ¿Ves? echadito en mi
-tabla, con la cabeza toco en la pared de acá, y aún me falta una tercia
-para tocar con los pies en la de enfrente. ¡Y si vieras qué abrigado es
-esto! Lo que tiene es que en obscuridad compite con la boca de un lobo;
-pero como yo no estoy aquí durante el día, y de noche puedo encender
-luz, si quiero, me acomodo tan ricamente. En peores alcobas y camas he
-dormido yo mucho tiempo.
-
---Ya lo sé. Por eso está usted como está, y le tienen por hombre sin
-seso. En fin, si ha de haber penitencias y privaciones, dénmelas a mí,
-y verán qué pronto las acepto.
-
---¡Penitencias, privaciones! Dios te las irá mandando cuando menos lo
-pienses. Por el pronto, ¿no dices que te gustaba la holgada libertad
-del pajar? Pues fastídiate. Ya no vuelves allá. ¡Aquí, en la torre,
-preso! aguantando mis sermones, si se me ocurre endilgarte alguno,
-rezando conmigo, sí señor, todo lo que a mí me dé la gana.
-
---A eso estamos, padre Nazarín; pero en esta casa de la igualdad,
-debemos alternar en las comodidades, digo, en las mortificaciones.
-Una noche duermo yo en la cama y usted en la tarima, y a la noche
-siguiente, cambiamos.
-
---Eso lo veremos. No hay tanta igualdad como crees, ni debe haberla.
-Por de pronto, yo estoy por encima de ti en edad, saber y gobierno, y
-si te mando dormir en cama blanda, tendrás que fastidiarte.
-
-Al volver de cenar en el castillo, y antes de recogerse, charlaron otro
-poco.
-
---Pepe --le dijo Nazarín, sentándose en su tarima--, ¿sabes una cosa?
-Después de cenar, mientras saliste a fumar tu cigarrito, la señora me
-encargó que te advirtiese...
-
---¿Qué?
-
---Nada, no te asustes... ¡Si creerás que es algo de cuidado!... Y si
-lo es, hijo, yo no lo sé... Pues que te advirtiera que si mañana, o
-pasado, vamos, don Remigio y el señor de Amador te dicen alguna cosa
-desagradable, algo que te lastime, procures no incomodarte. Tú no has
-aprendido aún a sofocar la cólera, y en eso has de poner mucho cuidado,
-José Antonio, porque la cólera es pecado muy feo. Ya sabes que cuantos
-vivimos aquí hemos de ser sufridos, mansos y afrontar con semblante
-sereno la ofensa, el ultraje mismo. Esto tienes que aprenderlo, Pepe, y
-probar tu paciencia en la práctica, en la realidad. Si no, estás de más
-en Pedralba.
-
---¿Pero qué es eso que me van decir el cura y Amador? ¡voto al hijo de
-la Chápira! --gritó Urrea, disparándose.
-
---Temprano empiezas --dijo Nazarín acercándose al lecho en que el otro
-acababa de tumbarse--. ¡Pero, hombre, te estoy amonestando...!
-
---¡A mí!... ¡decirme a mí!... ¿Pero qué?
-
---¿Lo sé yo acaso, hijo de mi alma?
-
---¡Oh! usted lo sabe, padre Nazarín, y si no, lo adivina, porque usted
-lee en el pensamiento de las personas, y penetra las más recónditas
-intenciones.
-
---Que no sé, te digo... Cumplo mi encargo, y me callo. La señora
-me manda advertirte que, oigas lo que oyeres, no te enfurezcas, ni
-siquiera muestres enfado. Ella lo manda, Pepe.
-
---Pues si ella lo manda, antes me vea muerto que desobediente...
-Pero no sé, querido Nazarín, no sé lo que me pasa. Con lo que usted
-me ha dicho..., siento que mi ser antiguo rebulle y patalea, como si
-quisiera... ¡Ay! no se vuelve a nacer, ¿verdad? No muere uno para
-seguir viviendo en otra forma y ser. Un hombre no puede ser... otro
-hombre.
-
---Indudablemente... uno no puede ser otro --dijo el apóstol sonriendo
-benévolamente--. No canses tu cerebro con sutilezas. Déjalo descansar
-en el sueño.
-
---No podré dormir.
-
---Rezaremos. Te contaré cuentos. Te arrullaré como a los niños.
-
---Ni aun así dormiré... Mi tristeza, no sé qué punzante inquietud me
-desvela.
-
---Yo no quiero que estés triste, Pepe. Imítame a mí, que siempre vivo
-en una alegría templada.
-
---¡Oh, si pudiera...! Y no solo la tristeza. Paréceme que tengo fiebre.
-Yo voy a caer malo.
-
---Si caes malo --replicó el curita manchego, clavando en él una mirada
-penetrante--, yo te cuidaré... y te salvaré de la muerte.
-
---¡La muerte...! --exclamó Urrea con abatimiento, cerrando los ojos--.
-¿Para qué defenderse de ella, cuando es la mejor, la única solución?
-
---No te cuides tú de tu muerte. Dios se cuidará de eso. Ahora, hijo
-mío, a dormir.
-
---A dormir, sí... ¿Usted lo manda?
-
---Lo deseo...
-
-Callaron, y poco después Urrea dormía, teniendo por guardián vigilante
-a Nazarín, el cual, sentado junto al lecho, rezaba entre dientes.
-
-
-
-
-II
-
-
-Al día siguiente, hallándose el salvaje en la huerta, sintió el trote
-de un caballo. Creyendo que se aproximaba don Remigio, miró con
-sobresalto. Pero no; era Láinez, el médico de San Agustín, que iba
-dos veces por semana a Pedralba, a celebrar consulta para todos los
-pobres circunvecinos. Habíale ajustado la señora para este servicio,
-temporalmente, mientras se arreglaba la instalación de un médico fijo
-en la casa, para visitar y asistir a los enfermos de todo el término.
-Se conocían los días de Láinez en que desde el amanecer asomaban por
-aquellos vericuetos innumerables personas de cara hipocrática, lisiados
-y cojos, unos con los ojos vendados, otros con la mano en cabestrillo,
-este llevado en un carro, aquel arrastrándose como podía. La consulta
-duraba toda la mañana, y por la tarde visitaba el doctor, por encargo
-expreso de la Condesa, a los enfermos que vivían más próximos.
-
-Saludó Urrea cortésmente al médico cuando a su lado pasó, y estuvo
-por preguntarle: «¿Tiene usted que decirme algo por encargo de don
-Remigio?» Pero como Láinez no hizo más que contestar fríamente al
-saludo, volvió el joven a su trabajo, silencioso y triste: «Vamos a
-platicar un poquito con la tierra» --se decía, moviendo con fuerte
-brazo la pala o el azadón. Y era verdad que hablaban tierra y hombre,
-él contándole sus penas, ella diciéndole algo de sus misterios
-impenetrables. Pero como la tierra es tan discreta, que no revela nada
-de lo que con ella hablan ni los muertos ni los vivos, ignoro lo que se
-comunicaron hombre y tierra.
-
-Por la tarde, salieron juntos Láinez y Amador. Urrea les miró alejarse,
-dejando a las caballerías andar al paso. «De fijo hablan de mí» --se
-dijo, mirándoles de lejos. Era una corazonada, un rasgo de adivinación
-de los que no fallan, por misteriosa connivencia de los fluidos que al
-parecer nos rodean. «Hablan de mí --volvió a decir José Antonio--, y
-hablan mal. Tan cierto es esto, como que me alumbra el sol.» Y tornó
-a contarle sus cuitas a la arcilla, teniendo por órgano a la pala, y
-al revolver los esponjados terrones, y verlos quebrarse al sol, oía de
-ellos vagorosas respuestas.
-
-Amador y Láinez, alejándose despacito de Pedralba, hablaban del neófito
-lo que este no podía saber ni aun preguntándoselo al terruño.
-
---Pues verá usted --dijo el paleto hidalgo-- lo que pasó. El señor
-Marqués de Feramor me mandó a decir con Alonso que si iba por Madrid,
-no dejase de pasar a verle. Fui el lunes, como usted sabe, y don
-Paquito me contó lo escandalizada que está toda la grandeza por
-haberse colado aquí ese perdido de Urreíta. Allá creen que no viene
-más que a engañarla, y sacarle el poco dinero que tiene, figurándose
-religioso contrito, y embaucándola con santiguaciones, y farsas de
-vida labradora. Yo creo lo mismo, amigo Láinez, porque el tal está tan
-arrepentido como mi jaco; es hombre de historia sucia, y el primer
-trapisonda de Madrid. Aquí nosotros, los buenos amigos de mi señora
-la Condesa, los que estimamos y conocemos sus _inminentes_ virtudes,
-debemos abrirle los ojos, para que vea el dragón que se le ha metido en
-casa...
-
---De eso se trata, amigo Amador --dijo el médico, hombrecillo de figura
-mezquina, con un bigote atusado y gris, que parecía pegado con goma,
-ojos mortecinos, cara rugosa, cabeza deforme y con poco pelo en el
-occipucio--. Don Remigio ha recibido cartas de su tío don Modesto Díaz,
-y de ello resulta que el tal Urrea es un histrión...
-
---¿Un qué...?
-
---Un histrión, que es lo mismo que decir un cómico. Finge sentimientos,
-estados peculiares del ánimo, hace sus comedias con labia y mímica
-perfectas, y ahí le tiene usted dando la castaña al lucero del alba...
-Pues sí señor. No me gustó ese sujeto, la primera vez que le eché la
-vista encima, y ha seguido... no gustándome. Es uno un poco lince, y ha
-visto muchas monstruosidades de la materia y del espíritu... Pues verá
-usted. Hablamos de esto don Remigio y yo... Naturalmente, Remigio es el
-más abonado para...
-
---Para llevar el gato al agua.
-
---Y llamar la atención de la Condesa sobre el culebrón a que ha
-dado abrigo en su seno --dijo Láinez, quedando muy satisfecho de la
-figura--. Anteayer, Remigio soltó las primeras puntadas; pero la
-señora, según él cuenta, le oyó con disgusto, y tuvo la generosidad,
-¡parece increíble! de asegurar que su primo es un hombre de bien.
-
---¿Sí?... pues no se libra de un sablazo gordo, o de otra cosa peor...
-porque ese no es de los que se van sin algo entre las uñas.
-
---Para mí ha venido con un fin interesado --dijo el doctor mirando
-fijamente al otro caballero--, y si me apuran, añadiré que con un fin
-siniestro...
-
---¡Hombre, tanto no!
-
---Se verá... Al tiempo.
-
-Llegados al sitio de separación, se detuvieron para concertar el día y
-hora en que debían reunirse con don Remigio para convenir en la forma y
-manera de ilustrar mancomunadamente a la señora de Pedralba sobre punto
-tan delicado. Puestos de acuerdo, cada cual siguió su camino.
-
-Y dos días después, hallándose Urrea en el monte, vio venir tres
-hombres a caballo por el sendero de San Agustín. A pesar de la
-distancia enorme a la cual se detuvieron, su vista prodigiosa les
-conoció al instante, y el corazón le dio un tremendo vuelco. Con
-furia insana descargó tremendos golpes sobre el tronco del árbol que
-partiendo estaba, y el leño, en el gemido que parecía exhalar al
-recibir el hachazo, le decía: «Hablan de ti, y hablan mal.»
-
-Urrea les miraba, suspendiendo a ratos su tarea para volver a ella con
-terrible ímpetu muscular, y le decía al tronco: «En tu lugar quisiera
-coger a los tres.» Observó que cerca de la finca, los jinetes se
-detenían, cual si tuvieran algo importante que discutir y concertar
-antes de meterse en Pedralba.
-
-Don Remigio, alzándose nervioso sobre los estribos, y tan poseído de su
-asunto como si en el púlpito estuviera, les dirigió esta retahíla, que
-más bien arenga o sermón debía llamarse:
-
---Señores y amigos, la cosa es grave, y es nuestro deber acudir
-prontamente al remedio, auxiliando con desinteresado consejo a la
-persona que tantos bienes ha traído a esta mísera tierra. Evitemos que
-las intenciones de la santa Condesa sean defraudadas por un libertino.
-Si yo le hubiera conocido, cuando por primera vez llegó a San Agustín,
-habríale cortado el paso de Pedralba... ¡Ah, conmigo no se juega!
-Pero yo estaba en la mayor inocencia respecto a ese caballerete, y le
-agasajé en mi modesta casa, y le traje aquí. En la misma inocencia
-candorosa vivían ustedes, mis buenos amigos, hasta que al fin, los
-tres, por noticias fidedignas, hemos caído a un tiempo de nuestros
-respectivos burros. Ahora bien...
-
---Permítame un momento el señor cura --dijo Amador, acordándose de
-una idea que debía ser agregada a los autos--. Una palabra nada más:
-lo que tiene indignado al señor Marqués, a la familia, y a todos los
-títulos de Madrid, es que, habiéndole dado a doña Catalina su legítima
-sin merma ni descuento... Porque han de saber ustedes que parte de la
-tal legítima había sido consumida por la señora allá en tierras del
-Oriente. Pues bien: el señor Marqués, por darle gusto a don Manuel
-Flórez, que era un alma de Dios, no quiso descontar los suplidos, y
-entregó a su hermana el total de la herencia, o sean cuarenta mil y
-pico de duros, creyendo que iba a ser empleado en obras de la religión
-bendita... ¿Qué resultó? Que a los pocos días de entregarle el caudal,
-este pillo de Urrea le sacó un _óbolo_ de cinco mil duros... Lo que
-digo, la Condesa es un ángel, y como ángel no debiera andar suelto.
-Opino yo que a los ángeles...
-
---Ya sabíamos lo de los cinco mil duros --dijo don Remigio, anhelante
-de recobrar la palabra--. Lo que ustedes no saben es que poco antes de
-venir la señora a Pedralba, ese aventurero le proponía una contrata
-para traer acá las cenizas del Conde de Halma, encargándose él de todo
-por otros cinco mil pesos.
-
---Es un punto terrible --indicó Amador--. El Marqués dice, y tiene
-razón: «doy mis intereses para el cultivo de la fe y el fomento de la
-caridad, mas no para que un perdido se ría de Dios, de mi hermana y de
-mí».
-
---Muy bien dicho --prosiguió el cura, cogiendo la palabra con propósito
-de no soltarla más--. Pues yo, que por añeja costumbre dialéctica, me
-voy siempre derecho a las causas, y cuando veo un mal, busco el origen
-para atacarle en él, lo mismo que hace Láinez con las enfermedades,
-en este caso, advirtiendo que corren sucias las aguas, me voy al
-manantial, y... en efecto, allí veo... En fin, señores, que todo lo
-malo que advertimos en Pedralba, proviene de los vicios de origen,
-de la defectuosa fundación. La idea de la señora Condesa es hermosa,
-pero no ha sabido implantarla. La primera deficiencia que noto aquí
-es que no hay cabeza. Y esto no puede ser. Para que la institución
-marche, y se realice el santo propósito de la Condesa, es preciso que
-al frente del establecimiento haya un director, y para que tenga mucha
-autoridad, conviene que el tal director sea un eclesiástico. Declaro
-que no tendría yo inconveniente en desempeñar la plaza, a pesar del
-mucho trabajo y responsabilidad que puede traer consigo. Procuraría dar
-ejecución práctica y visible a las ideas, a los elevados sentimientos
-de caridad de la santa señora, y, modestia a un lado, creo que no me
-sería difícil conseguirlo... Redactaría constituciones, en las cuales
-derechos y deberes estuvieran muy claritos. Marcaría la raya entre lo
-espiritual, _prima facies_, y lo temporal, que es lo secundario...
-Daría denominación al instituto, estableciendo un distintivo, el cual
-podría ser una cruz o varias cruces, de este o el otro color, que yo
-llevaría cosidas en mi manteo... y si no yo, quien quiera que aquí
-mandase con el nombre de Rector, Mampastor, o Guardián... Pero si es mi
-propósito convencer a nuestra amiga de la necesidad de una dirección,
-no está bien, ya lo comprenden ustedes, que yo a mí mismo me proponga
-para ese modesto cargo. Y no es ambición, conste que no es ambición: en
-último caso sería sacrificio, y de los grandes; pero a esas estamos. De
-modo que si la señora, por inspiración divina, admite mis razones, y me
-designa, no tendré más remedio que bajar la cabeza, con beneplácito del
-señor Obispo, y mientras Su Ilustrísima no creyera conveniente disponer
-de mi inutilidad para una parroquia de Madrid.
-
-Asintieron los otros dos con monosílabos. La cara de don Remigio echaba
-chispas.
-
-
-
-
-III
-
-
---Pues si el señor cura me promete no enfadarse --dijo Láinez después
-de una pausa, en la cual se aseguró bien de sus ideas--, me permitiré
-manifestarle que si apruebo lo de la dirección, pues sin dirección, o
-llámese cabeza, no hay nada, no estoy de acuerdo con que el director
-sea sacerdote. Que haya un eclesiástico, o dos, o veinticinco, para lo
-pertinente al gobierno espiritual, muy santo y muy bueno. Pero, o yo no
-sé lo que me pesco, o la señora Condesa ha querido fundar un instituto
-higiénico, hablando más propiamente, un sanatorio médico-quirúrgico,
-con vistas a la religión.
-
---¡Hombre!
-
---Déjeme seguir: El socorro de la indigencia, el alivio del dolor
-humano, la asistencia de los enfermos, la custodia de los locos, la
-práctica, en fin, de las obras de misericordia, da una importancia
-desmedida al _elemento_ médico-quirúrgico-farmacéutico. Yo soy muy
-práctico, reconozco la importancia del _elemento_ sacerdotal en
-un organismo de esta clase; es más, creo que el tal _elemento_ es
-indispensable; pero la dirección, señores, opino, respetando el parecer
-del señor cura, opino, entiendo yo... que debe ser encomendada a la
-ciencia.
-
---¡Hombre, por Dios, no sea usted...!
-
---Permítame...
-
---No, si no es eso. Equivoca usted los términos...
-
---¡Vaya, hombre! Yo concedo...
-
---¡La ciencia! Medrados estaríamos...
-
---Yo concedo...
-
---Distingamos, señores...
-
-Y un rato estuvieron los tres quitándose uno a otro la palabra de la
-boca, y tiroteándose con pedazos de expresiones.
-
---Yo concedo --dijo Láinez, consiguiendo al fin acabar una frase--, que
-la piedad, la fe sean el corazón de este organismo; pero la cabeza no
-puede ser más que la ciencia.
-
---¡Potras corvas! que alguna vez me ha de tocar a mí --gritó Amador
-furioso, viendo que don Remigio rompía nuevamente, y que no había
-manera de atajarle--. ¿Digo yo, o no digo mi parecer? Porque si ustedes
-se lo parlan todo, ¡caracoles! estoy aquí de más... Pues entro en el
-ajo como tercero en discordia, y digo que los señores _propinantes_
-barren para dentro, cada cual mirando por su casa y oficio, este para
-la Iglesia, este para la Facultad. Pues yo digo que ni lo _juno_ ni lo
-_jotro_, ¡caracoles! y que la dirección debe ser administrativa, lo
-dicho, administrativa. Porque aquí lo primero es asegurar la olla para
-todos, y no se asegura la olla sino trabajando la tierra, y sabiendo
-después cómo se distribuye el fruto entre estas y las otras bocas.
-Bueno que tengamos el _elemento_ tal..., religión, bueno; el _elemento_
-cual..., medicina, bueno. Pero para que estos puedan concordarse
-y vivir el uno enclavijado en el otro, se necesita del _elemento_
-primero, que es el trabajo, el orden, la cuenta y razón, la labranza
-de la tierra, y esto no puede hacerlo la Iglesia ni la Facultad. ¡Ah!
-como ustedes no le saquen su fruto a la tierra, a fuerza de machacar
-en ella, ¿con qué potras van a sostener la institución? ¿de dónde
-van a salir estas misas? En Pedralba, lo primero es poner la finca
-en condiciones, pues... Hoy da cuatro; debe y puede dar cuarenta, y
-cuando los dé, vengan pobres, y vengan tullidos, y dementes, y tiñosos,
-y ciegos, para sanarlos a todos. Lo demás, es andarse por las ramas,
-y empezar las cosas por el fin. La dirección debe ser agrícola y
-administrativa, y aquí no hay más pontífice del campo que _este cura_,
-yo mismo, y para concluir, sepan que esos son los deseos del señor
-Marqués de Feramor, según carta que tengo aquí y que puedo enseñarles.
-
-Callaron un rato el médico y el cura, como agobiados bajo la pesadumbre
-del último argumento presentado por Amador; pero el ingenioso don
-Remigio no tardó en recobrarse, y con nuevos y sutiles razonamientos,
-pegó la hebra en esta forma:
-
---¡Pero mi querido Amador, si el señor Marqués no es quien ha de
-decidirlo! No niego yo su respetabilidad, ni su autoridad, ni sus
-excelentes deseos; pero hay que desengañarse, el señor Marqués no toca
-pito, no puede tocarlo en un asunto que es de exclusiva competencia de
-su señora hermana.
-
---Hemos convenido, amigo don Remigio --dijo Amador--, en que la
-Condesa es un ángel...
-
---Un ángel del cielo...
-
---Los del cielo no sé; pero los de la tierra necesitan curador. Dejemos
-a la virtuosísima, a la celestial doña Catalina de Halma entregada
-solita a sus piedades, y a las blanduras de su corazón, y dentro de dos
-años tendrá la finca embargada.
-
---Se equivoca usted, Amador. La señora sabe cuidar de sus intereses.
-
---Pero la señora no labra las tierras, cree que con labrar el cielo
-basta, y el trigo y la cebada, ¡caracoles! y los garbanzos y las
-patatas, no veo yo que nazcan de nubes arriba.
-
---También arriba nacen, señor de Amador, y nuestro Padre celestial, que
-da ciento por uno, derrama sus dones sobre los que con fervor le adoran.
-
---Si yo no siembro, nada cogeré, por más que me pase el día y la noche
-engarzando rosarios y potras. Don Remigio, todo eso del misticismo
-eclesiástico y de la santísima fe católica, es cosa muy buena, pero
-hace falta trigo para vivir. Señores, pongámonos en el ajo de lo
-positivo. Coloquémonos _bajo el prisma_ de que el primero de los dogmas
-sagrados es la alimentación.
-
---¡Hombre!...
-
---La alimentación he dicho, ¡caracoles! Díganme: donde no hay
-manutención, ¿qué hay?
-
---No exageremos --replicó Láinez, que un gran trecho había permanecido
-silencioso--. Concediendo toda la importancia al _aspecto_
-administrativo, yo creo que la dirección... no nos apartemos del tema,
-señores, creo que la dirección no debe ser agrícola ni administrativa.
-Esto no es una granja.
-
---Yo digo que sí, una granja hospitalaria y monacal.
-
---No es eso.
-
---Y aunque lo fuera --añadió el médico--, la dirección debe correr a
-cargo de la ciencia, que todo lo abarca, la ciencia, señores, que...
-
---¡Hombre, no nos dé usted más la tabarra con su cansada ciencia!
-Porque francamente, si en estas cosas, nos pone usted a la religión
-bajo la férula de una casquivana como la ciencia, la religión tendrá
-que inhibirse y decir: «allá vosotros».
-
---No señor, porque la ciencia...
-
---En resumen --chilló don Remigio, algo quemado--, que usted propondrá
-a la señora que le nombre jefe omnímodo de Pedralba, con poder sobre el
-director espiritual y sobre todo bicho viviente.
-
---¡Oh, no vengo yo aquí a trabajar _pro domo mea_! Pero si doña
-Catalina de Halma se digna tomar en consideración mi dictamen, y
-después de establecer la dirección científica, me hace el honor de
-designarme para ese puesto, no rehusaré, no señor, tendré a mucha
-gloria el desempeñarlo.
-
---Pero como la señora no aceptará tal desatino, mi querido Láinez... No
-se enfade, no quiero ofenderle...
-
---Paz, señores, paz --dijo Amador notando en Láinez temblores del
-bigotillo pegado, y en don Remigio una vertiginosa movilidad de los
-ojos, las gafas, la nariz y las manos--, y ya que no nos pongamos de
-acuerdo, no llevemos a la señora, en vez de consejo sano y prudente, un
-embrollo de mil demonios.
-
---Está en lo cierto el amigo Amador --manifestó don Remigio recobrando
-su habitual placidez--; la verdad es que hemos olvidado la cuestión
-concreta, en la cual estamos de acuerdo, para meternos en una cuestión
-constituyente, que nosotros no hemos de resolver; al menos hasta ahora
-la ilustre dama no nos ha consultado sobre la manera de organizar el
-Instituto Pedralbense. ¿Estamos conformes en que debemos aconsejarle la
-eliminación, no digo la expulsión, la eliminación del acogido don José
-Antonio de Urrea?
-
---Sí --contestaron los otros.
-
---Pues no hay más que hablar. Yo tomaré la palabra en nombre de los
-tres.
-
---Convenido.
-
---Y si en el curso de la conferencia, apunta el otro problema, el magno
-problema, lo trataremos, lo discutiremos, cada cual dirá su parecer,
-y allá la señora Condesa que resuelva. Es sensible que sobre el punto
-grave de la organización no le llevemos una idea unánime. Vean ustedes:
-ninguno de los tres es ambicioso, y no obstante, lo parecemos. Si cada
-cual expresara ante la fundadora de Pedralba sus opiniones en la forma
-que lo hemos hecho por el camino, lejos de ilustrarla, la llenaríamos
-de confusiones, y turbaríamos la tranquilidad de su grande espíritu.
-Dejémosla, que ella sola, con la ayuda del Espíritu Santo, sin oír
-nuestras proposiciones radicales y un tantico interesadas, ha de llegar
-a la posesión de la verdad. Las dificultades que la práctica le vaya
-ofreciendo le han de hacer comprender, aunque el Divino Espíritu no
-le diga nada, la necesidad de una dirección en cabeza masculina, y el
-carácter que esta dirección debe tener.
-
-Tan acertadas y discretas razones cayeron muy bien en los oídos de los
-otros dos caballeros, y como ya estaban a poca distancia del castillo,
-pusieron punto a su conversación, y se aproximaron con semblante
-risueño, viendo que la misma señora Condesa salía a recibirles
-afectuosa.
-
-
-
-
-IV
-
-
-Por la tarde, Urrea y el mayor de los Borregos estuvieron dando vuelta
-a la tierra con el arado en una de las piezas de sembradura próximas
-a la casa. Nazarín y el Borrego chico regaron los plantíos nuevos de
-la huerta, a mano, con cubos y regadera, y después escardaron los
-bancales, que con los abundantes riegos de días anteriores, habían
-formado costra. Silencioso y atento a su trabajo, el clérigo no hablaba
-con su compañero más que lo preciso. Ladislao había ido a la fuente del
-monte, a traer la ropa lavada por Aquilina, y los chicos, después de
-dar la lección con Halma, se fueron a jugar con los nietos de Cecilio
-en el campo frontero a la casa de abajo. En la cocina se hallaba la
-Condesa, de mandil al cinto, fregoteando la loza, cuando Beatriz, que
-arriba trajinaba, bajó a anunciarle la llegada de los tres señores a
-caballo.
-
---¡Ah! no les esperaba tan pronto --dijo la dama, preparándose para
-recibirles decorosamente--. Vienen como en son de capítulo o consejo.
-¿No sabes a qué? Luego lo sabrás.
-
---Me figuro que será para que admitamos a las tres ancianas enfermas de
-Colmenar, que quieren venir a Pedralba. Yo creo que tendremos local,
-pasándome yo al cuarto de Aquilina.
-
---No es eso: las tres viejecitas llegarán el lunes. Las acomodaremos
-como se pueda, hasta que el maestro nos arregle los cuartos del Norte.
-Nuestros tres amigos vienen a otro asunto, muy delicado por cierto, del
-cual me habló anteayer don Remigio. Quiera Dios iluminarles para que
-conozcan cuán injusto... En fin, no puedo contártelo ahora; es cosa
-larga.
-
-Salió la señora al encuentro de los viajeros, y subieron los cuatro
-a la única habitación de la casa, propia para visitas, y aun para
-cónclaves tan solemnes como el que aquel día en Pedralba se celebraba,
-porque tenía dotación de sillas hasta para seis personas, y un sofá de
-principios de siglo con asientos de crin, que a la legua transcendía
-a cosa eclesiástica y capitular. Encerrados allí la Condesa y sus
-tres amigos, discutieron y peroraron todo lo que les dio la gana, sin
-que fuera de la estancia se sintiese rumor alguno, ni había tampoco
-por allí oreja humana que lo recogiese. A la hora y media, más bien
-más que menos, salieron, y se marcharon como habían venido. Nadie
-supo lo que allí con tanto sigilo se había tratado, ni ninguno de los
-huéspedes de Pedralba, fuera de Urrea, sentía comezón de curiosidad
-por aquella desusada reunión. Por la noche, en el rosario y cena, notó
-el ex-calavera muy encendidos los ojos de su prima. Sin duda había
-llorado. Concluida la cena, y cuando se despedían para marchar cada
-cual a su dormitorio, la señora dijo a Urrea:
-
---Poco te ha durado el buen acomodo del cuartito de la torre: tú y el
-padre tendréis que iros a la casa de abajo, porque necesitamos alojar
-aquí a tres ancianitas. Se os llevarán las camas allá. Ten paciencia,
-Pepe. Para eso y para todo te recomiendo la paciencia, sin la cual nada
-de provecho haríamos aquí.
-
-Y no dijo más, ni él se atrevió a expresar cosa alguna, pues al
-intentarlo se le ponía un nudo en la garganta. La señora, después de
-dar a cada cual la orden de trabajo para el día siguiente, se retiró.
-A Beatriz le tocaba aquella noche la función de conserjería, cerrar
-puertas y ventanas, apagar fuegos y luces, cuidando de que todos,
-media hora después de la cena, entrasen en sus respectivos aposentos.
-Buscándole las vueltas para cogerla sola, Urrea pudo cambiar con ella
-algunas palabras, cuando atrancaba la puerta del Norte, después de
-cerrar el gallinero.
-
---Beatriz, por lo que más quieras en el mundo, dime qué han venido a
-tratar con mi prima esos tres facinerosos.
-
---¡Jesús, yo no sé!
-
---Sí lo sabes. Dímelo por Dios.
-
---Te has olvidado de una de las principales reglas que nos ha impuesto
-la señora. Aquí no se permite contar lo que pasa, ni llevar y traer
-cuentos. Cada cual ocúpese en desempeñar su trabajo, sin cuidarse de lo
-que digan o hagan los demás.
-
---Es verdad... Pero como sin duda se trata de alguna conspiración
-contra mí, tengo que defenderme.
-
---Yo no sé nada, José Antonio, no me preguntes.
-
---Pues dime solo una cosa. ¿Ha llorado mi prima?
-
---Eso no puedo negártelo, porque bien se le conoce en los ojos.
-
---¿Y sabes el motivo?
-
---¡Oh, el motivo!... Que no puede hacer todo el bien que quiere. Su
-alma tiene grandes alas; pero la jaula es corta... Y no más. Silencio
-te digo, y retírate.
-
-No tuvo más remedio el pobre novicio que meterse en su aposento de la
-torre, donde encontró a Nazarín de rodillas frente a la imagen del
-Crucificado. El farolito que alumbraba la estancia estaba en el suelo:
-iluminadas de abajo arriba las dos figuras vivientes y el estrambótico
-mueblaje, resultaba todo de un aspecto sepulcral. En el profundo
-abatimiento de su espíritu, Urrea se creyó en un panteón. Echándose en
-la cama, como para tomar la postura del sueño eterno, y sin esperar a
-que el apóstol peregrino acabase su rezo, le dijo:
-
---Padre, ¿se fijó usted en los ojos de mi prima?
-
---Sí, hijo mío --replicó el clérigo, siguiendo de hinojos, y moviendo
-tan solo la cabeza para mirarle--. La señora Condesa, nuestra reina,
-nuestra madre, ¡ay!, ha llorado mucho.
-
---¿Se enteró usted del conciliábulo?
-
---Sé que llegaron juntos esos tres señores, y estuvieron aquí largo
-rato. Como no me importa, ni es cosa de mi incumbencia, no tengo más
-que decir.
-
---Creo firmemente que se han reunido para expulsarme de aquí, y que
-obedecen a intrigas de mi primo Feramor. Me lo dice el corazón, me lo
-dice la tierra cuando la labro, los troncos cuando les pego con el
-hacha, me lo dicen los bueyes cuando les pongo el yugo. No puede haber
-equivocación en esto; el vivir en medio de la Naturaleza, rodeado de
-soledad, le hace a uno adivino.
-
---Si eso fuera cierto --dijo Nazarín levantándose, y acudiendo a él con
-ademán afectuoso--, si en efecto, por estas o las otras razones, se te
-mandara salir de Pedralba...
-
---Ya sé lo que usted me dirá... que me vaya, es decir, que me muera.
-
---Estamos aquí para la obediencia, para la resignación, para no tener
-voluntad propia. Ya me ves a mí: toma mi ejemplo.
-
---¿Pero usted no considera que lanzarme de aquí es ponerme en brazos de
-la muerte?
-
---¿Por qué? Dios velará por ti.
-
---¿Y a dónde voy yo, padre?
-
---Al mundo, a otra soledad como esta, que encontrarás fácilmente.
-Búscala, que nada abunda tanto en la tierra como la soledad.
-
---No, no: yo, fuera de aquí, soy hombre concluido. Halma debe suponer
-que mi expulsión de Pedralba es mi sentencia de muerte. Dígaselo usted.
-
---Yo no puedo decir eso a la señora, ni nada. Asilado como tú, la regla
-me prohíbe hablar al superior, cuando este no me habla. Contesto a lo
-que me preguntan, y nada más.
-
---Pues se lo diré yo, le diré que desconfíe de esa gente infame...
-
---No hables mal, no injuries, no aborrezcas.
-
---¡Ah! Nazarín es un santo: yo quisiera serlo, pero la maldad antigua,
-la que existe allá en los sedimentos del corazón no me deja.
-
---Porque tú quieres. Lucha con tus malas pasiones, pídele a Dios
-auxilio, y vencerás. Es menos difícil de lo que parece. Si alguien
-te causa agravios, perdónale; si te injurian, no respondas con otras
-injurias; si te hieren, resístelo y calla; si te persiguen en una
-ciudad, huyes a otra; si te expulsan, te vas, y donde quiera que estés,
-arranca de tu corazón el anhelo de venganza para poner en él el amor
-de tus enemigos.
-
---Y haré todo eso, que es muy hermoso, sí, muy hermoso --dijo Urrea con
-ligerísima inflexión irónica--; pero antes de adoptar vida tan santa,
-quiero despedirme del mundo con una satisfacción: le cortaré la cabeza
-a don Remigio, que es el alma de este complot indigno.
-
---Hijo mío, parece que estás loco --díjole Nazarín, posando la palma
-de su mano sobre la frente ardorosa del calavera reformado--. Pero qué
-absurdos se te ocurren. ¡Matar!
-
---¿Pues no me matan a mí?
-
---Privarte de estar aquí no es darte la muerte.
-
---Me la daré yo si me arrojan.
-
---Bah, eres un niño; pero yo estoy al cuidado tuyo, y procuraré que no
-hagas mañas.
-
---No puedo, no podré vivir fuera de aquí... Cuando salga, o me arrojaré
-con una piedra al cuello en el primer río por donde pase, o buscaré un
-abismo bien negro y profundo que quiera recoger mis pobres huesos.
-
-Su pecho se inflaba. Una opresión fortísima en la caja torácica le
-impedía expulsar todo el aire recogido por sus ávidos pulmones. Se
-ahogaba; le faltó la voz, y de su garganta salía un gemido angustioso.
-Al fin rompió a llorar como un niño.
-
---Llora, llora todo lo que quieras --le dijo el curita manchego
-sentándose a su lado--. Eso es bueno. Las penas de la infancia, con el
-lloro quedan reducidas a nada.
-
---¡Ah, bendito Nazarín --exclamó Urrea entre sollozos, estrechándole la
-mano--, soy muy desgraciado! Reconozca usted que no hay infortunio como
-el mío.
-
---Pues hijo, de poco te quejas. Tú eras malo, muy malo, tú mismo me lo
-has dicho. La señora Condesa quiso corregirte, y lo ha conseguido hasta
-un punto del cual no ha podido pasar. Pero luego viene Dios a completar
-la obra, te coge por su cuenta, y te manda adversidades y amarguras
-para que con ellas puedas alcanzar tu completa reforma. Bendice la
-mano que te hiere, resígnate, anúlate, y sentirás en tu alma un grande
-alivio.
-
---No podré... no podré... --replicó José Antonio, afectado de una gran
-inquietud nerviosa--. Usted, como santo, ve todo eso muy fácil... y
-naturalmente, por ser usted así, dicen que está loco... No lo está,
-yo sé que no lo está... pero por eso lo dicen, por no ser usted
-humano como yo... Fórmeme a su imagen y semejanza, hágame divino,
-y entonces... ¡ah! entonces yo también perdonaré las injurias, y
-bendeciré la mano negra de don Remigio que me hiere, y la boca sucia de
-Láinez que me escupe.
-
-Y como si le pincharan, saltó del lecho, gritando:
-
---No puedo, no puedo estar en ese potro... Necesito salir, respirar el
-aire, ver las estrellas...
-
---Salir al campo es imposible: la regla no lo consiente, y además, la
-puerta está cerrada.
-
---Pues yo quiero salir, correr... ver el cielo.
-
---Abriendo la ventana lo verás. Ven: ahí lo tienes. ¡Cuán hermoso esta
-noche!
-
-Ambos contemplaron un instante el estrellado firmamento, y ante la
-inmensidad muda, indiferente a nuestras desdichas, Urrea sintió crecer
-su inmensa pena. Retirándose de la ventana, dijo suspirando:
-
---Padre Nazarín, si usted me quiere, hable de esto con mi prima.
-
---Yo no puedo hablar de esto ni de nada. ¿Qué soy yo aquí? Nadie, un
-triste acogido. Ni tengo autoridad, ni voz, ni opinión, y solo en caso
-de que la señora me preguntara, le manifestaría mi humilde parecer.
-Calificado de demente, me han puesto en esta santa casa al amparo de la
-sublime caridad de la Condesa de Halma. Figúrate tú si es posible que
-esta pida consejo a un hombre cuya razón se cree perturbada, y si yo a
-dárselo me atreviera, figúrate el caso que haría de mí.
-
---Catalina, como yo, no cree que nuestro querido Nazarín padezca de
-enajenación. Esas son vulgaridades en que un espíritu superior como el
-suyo no puede incurrir. Sabe que usted posee la verdad divina, y que su
-voz es la voz de Dios...
-
---No digas desatinos, Pepe. Confórmate con lo que el Señor disponga de
-ti. No luches contra su poder... entrégate.
-
-Urrea se arrojó en una silla, abatiendo sus brazos como un hombre
-rendido de luchar.
-
---Aunque usted todo lo sabe y todo lo penetra --dijo después de una
-larga pausa--, yo necesito confiarle cuanto hay dentro de mí. Más que
-por deber, lo hago por necesidad, porque el corazón no me cabe en el
-pecho, porque me ahogo si no le cuento a alguien mi pena, la causa de
-mi pena, y la imposibilidad del remedio de mi pena.
-
---Pues sentémonos aquí, y cuéntame todo lo que quieras, que si no
-tienes sueño, yo tampoco, y así pasaremos la noche.
-
-Tanto y tanto habló Urrea que, al concluir, ya palidecían las
-estrellas, y se difundía por el cielo la purísima luz del alba.
-
-
-
-
-V
-
-
-A las nueve de la mañana, Halma y Beatriz, en un cuarto de los altos,
-daban las últimas puntadas en las sábanas y colchas para las camas
-de las viejas que pronto entrarían en la comunidad de Pedralba. Con
-tiempo por delante, trabajo entre las manos, y sin testigo que las
-cohibiese, hablaron largamente.
-
---Conque ya ves --decía la Condesa--, cuando yo pensaba que en esta
-soledad no vendrían a turbarnos las pasiones que hemos dejado allá,
-resulta que la sociedad por todas partes se filtra; cuando creíamos
-estar solas con Dios y nuestra conciencia, viene también el mundo,
-vienen también los intereses mundanos a decir: «Aquí estoy, aquí
-estamos. Si te vas al desierto, al desierto te seguiremos.»
-
---¡Vaya, que es tecla la de esos señores! --replicó Beatriz--. ¿Qué
-daño les hace el pobrecito José Antonio?
-
---Este tumulto ha sido movido por mi hermano y otras personas de la
-familia, que no ven nunca más que el lado malicioso y grosero de las
-cosas humanas. Las almas tienen ojos: las hay ciegas, las hay miopes,
-las hay enfermas de la vista... En casa de mi hermano se reúne gente
-frívola y vana. Yo les perdono las mil ridiculeces que han dicho de mí;
-creí que nunca más tendría que pensar en tales malicias ni aun para
-perdonarlas. A mis hermanos les compadezco por ignorar que no siempre
-prevalece en las almas la maldad, y que una conciencia dañada puede
-purificarse. No creen; hablan mucho de Dios, admiran sus obras en la
-Naturaleza, pero no saben admirarlas ni entenderlas en la conciencia
-humana. No son malos, pero tampoco son buenos; viven en ese nivel
-medio moral a que se debe toda la vulgaridad y toda la insulsez de la
-sociedad presente. A tales personas, hazles comprender que nuestro
-pobre José Antonio se ha corregido, que no es aquel hombre, sino
-otro. Semejante prodigio no entra en aquellas cabezas atiborradas de
-política, de falsa piedad y de una moral compuesta y bonita para uso de
-las familias elegantes.
-
-Antes de referir lo que dijo Beatriz, conviene manifestar que,
-habiéndole ordenado una y otra vez la Condesa que la tutease, hizo los
-imposibles por complacerla, sin poder conseguirlo más que a medias.
-La obediencia y el respeto en su lengua se tropezaban, dando lugar a
-fenómenos rarísimos. Cuando estaban las dos en la cocina o lavando
-ropa, y surgía conversación sobre cualquier asunto doméstico, la mujer
-de pueblo llamaba de tú sin gran esfuerzo a la señora. Pero cuando
-se hallaban en el piso alto de la casa, y recaía la conversación en
-cualquier punto que no fuera del trajín diario, se le resistía el
-empleo de la forma familiar, vamos, que con toda la voluntad del mundo,
-no podía, Señor, no podía.
-
---¡Y por esas cosas perversas que piensan los de Madrid --dijo
-Beatriz--, tendrá la señora que arrojar de aquí a su primo! ¡Lástima
-grande, porque el pobrecito cumple bien, y es tan gustoso de esta vida
-del campo!
-
---¡Arrojarle! Nunca he pensado en ello. Sería una crueldad. Le
-defenderé mientras pueda, y creo que antes se cansarán ellos de
-atacarle que yo de defenderle. Pero presumo, mi querida Beatriz, que
-este negocio de mi primo ha de ocasionarme algún trastorno en mi pobre
-ínsula, si esos señores insisten en señalarle como un peligro para mí
-y para Pedralba. Yo desprecio la opinión aviesa y calumniosa; pero tal
-podrá llegar a ser la que se ha formado en Madrid contra mí por haber
-admitido aquí al pobre Pepe, que no habrá más remedio que tenerla en
-cuenta. Podrían sobrevenir sucesos que dieran al traste con nuestro
-humilde reino, porque las autoridades eclesiásticas me retirarán su
-protección, dejándome sola, la autoridad civil me mirará también con
-malos ojos, y ¡adiós Pedralba, adiós nuestra dichosa soledad, adiós
-nuestros días serenos consagrados a Dios y a los pobres!
-
---Eso no puede ser --dijo Beatriz muy convencida--. El Señor no lo
-consentirá.
-
---El Señor lo consentirá por darme un sufrimiento más, y acabar de
-probarme. El Señor, que me afligió, cuando a bien lo tuvo, con tantas
-desdichas, ahora me envía la mayor y más dolorosa, mi honra puesta en
-duda, Beatriz, y...
-
---¡_Tu_ honra! --exclamó Beatriz irguiéndose altanera, y por primera
-vez empleó el _tu_ en un asunto grave--. No, yo digo que eso no puede
-ser, y si la honra de la mujer más santa que existe en el mundo no
-brilla como el sol, digo que el Infierno se ha desatado sobre la tierra.
-
---Calma, calma. El Infierno está donde estaba, las gentes mentirosas
-y frívolas hacen hoy lo que han hecho siempre, y mi conciencia,
-traspasada de parte a parte por la mirada de Dios, resplandece gozosa
-delante de todos los infiernos y de todas las maldades habidas y por
-haber. Esto digo yo.
-
---¡Y yo --exclamó Beatriz, presa de una súbita exaltación,
-levantándose-- digo que _tú_ eres una santa, y que yo te adoro!
-
-Cayó a sus pies, como cuerpo muerto, y se los besó una y otra vez.
-
---Levántate... déjame... no me gustan esos extremos --dijo Halma--.
-Óyeme con tranquilidad.
-
---No puedo, no puedo... ¡La idea de que ultrajan a mi reina y señora me
-enloquece!
-
---Ten calma y paciencia. ¿Qué te importa a ti ni a mí que me ultrajen?
-¿No nos desagravia Dios al instante, dándonos la alegría del padecer,
-esa felicidad que ellos no conocen?... Déjame seguir, y que acabe de
-explicarte la causa de lo turbada que estoy.
-
---Ya escucho --dijo Beatriz sentándose, pero sin atender a la costura.
-
---Pues reducido el caso de José Antonio a cuestión pura de conciencia,
-nada temo. Soy inocente, él también, y Dios lo sabe. Desprecio los
-juicios de la frivolidad humana, y sigo impávida mi camino. Pero
-como no somos libres, como dependemos de una autoridad, de varias
-autoridades, si retengo a mi primo en Pedralba, corre peligro nuestra
-pobre ínsula religiosa, esta ciudad, o más bien aldea de Dios que tanto
-trabajo me ha costado fundar. Aquí tienes el horroroso conflicto en que
-me veo. Si Dios no se digna iluminarme, no sé cómo he de resolverlo...
-Es triste, tristísimo, que para no aparecer como rebelde a la autoridad
-eclesiástica, tenga que dar el golpe de gracia a un inocente, y
-apartarlo de esta bendita vida... Nunca será justo ni caritativo que le
-expulse; pero ¡ay! habré de exponerle la situación y suplicarle que nos
-deje.
-
-Callaron ambas, volvieron a funcionar las agujas, y los picotazos de
-estas y los suspiros de las dos costureras parecían continuar el triste
-diálogo. Metida en sí misma, la Condesa prosiguió razonando así:
-
---Es triste cosa que no se encuentre la paz ni aun en el desierto. Yo
-ambicionaba crearme una pequeña sociedad mía, consagrada conmigo al
-servicio de Dios; yo deseaba decirlo a la sociedad grande: «No te
-quiero, abomino de ti, y me voy a formar, con cuatro piedras y una
-docena de personas, mi pueblo ideal, con mis leyes y mis usos, todo
-con independencia de ti...» Pero no puede ser. El organismo total es
-tan poderoso, que no hay manera de sustraerse a él. La Iglesia, contra
-la cual no tendré nunca acción ni pensamiento, no me deja mover sin
-su permiso en este humilde rincón, donde me encierro con mi piedad
-y el amor de mis semejantes. Para conservarme en la compañía de mis
-hermanos, de mis hijos, tengo que transigir con las rutinas de fuera,
-venidas de allá, del enemigo, del mundo. Huyo de él y me acosa, me
-sigue a mi Tebaida, diciéndome: «Ni en lo más hondo de la tierra te
-librarás de mí.» ¡Dios me dé luces para librarme de ti, sociedad
-grande! ¡Deme paciencia para sufrirte, si no consiente mi emancipación!
-
-Una hora más tarde, hallándose la señora en la cocina, proseguía su
-monólogo, y recobraba lentamente el admirable reposo de su espíritu.
-
---Vaya, que es para tomarlo a risa. Yo creí que mi ínsula, oculta entre
-estas breñas, viviría pobre y obscura, ni envidiosa ni envidiada. Y
-ahora resulta que la cercan y la acosan las ambiciones humanas. ¡Pobre
-ínsula, tan sola, tan retirada, y ya te salen por todas partes Sanchos
-que quieren ser tus gobernadores! La Iglesia me pide la dirección de
-esta humilde comunidad; la Ciencia, no queriendo ser menos, también
-pretende colarse, y por último, solicita dirigimos y gobernarnos... la
-Administración. ¿Y qué haré yo ante tan apremiantes intrusos? El Señor
-me dirá lo que tengo que hacer, el Señor no ha de dejarme indefensa y
-vacilante en medio de este conflicto. ¡Obediencia, independencia!...
-¡Oh, entre vosotras dos, dígame el Señor cómo he de componerme!
-
-Antes de comer, Beatriz, que en toda la temporada de Madrid, y en los
-días de Pedralba, no había tenido ni ataques leves de su constitutivo
-mal espasmódico, creyéndose por tan largo reposo completamente curada,
-sintió amagos aquel día, sin duda por las emociones violentas de su
-diálogo con la señora. Procuró esta tranquilizarla, asegurándole que
-con la ayuda de Dios todo se arreglaría: para que se distrajera, y
-amansara con un saludable ejercicio los desatados nervios, la mandó a
-llevar la comida de Urrea y Nazarín al monte, donde ambos trabajaban.
-Aquilina, que era la designada para esta comisión, se quedó en
-Pedralba, y Beatriz, con su cesta a la cabeza, se puso en camino
-gustosa de tomar el aire y divagar por el campo.
-
-Por la tarde llegó don Remigio de paseo, el cual se mostró con la
-señora Condesa más amable que nunca, dándole palmaditas en el hombro,
-diciéndole que no se apurase por lo que los tres amigos y vecinos le
-habían manifestado el día anterior; que no procediera con precipitación
-en el asunto de José Antonio, ni se disgustase por tener que darle la
-licencia absoluta, pues él, don Remigio, con toda cautela y habilidad,
-convidándole para una cacería en Torrelaguna, o pesca en el Jarama,
-le convencería de la necesidad de presentar su dimisión de asilado
-pedralbense... Y así se conciliaba todo, evitando a la señora la pena
-de despedirle... Y tomando resueltamente el tono festivo, dejose
-caer en el otro asunto. ¡Oh! lo de la dirección médico-farmacéutica
-propuesta por Láinez era una graciosísima necedad... ¿Pues y lo de la
-dirección aratoria y oficinesca, producto del caletre de don Pascual
-Amador? Ya supuso él que la señora Condesa se desternillaría de
-risa, en su fuero interno, oyendo tales despropósitos. La dirección
-religiosa, sobre la base de una perfecta concordancia de ideas y
-sentimientos entre el Rector y la fundadora, se caía de su peso, y con
-tal organismo, no era difícil llevar a Pedralba por caminos gloriosos.
-
-Oyole Halma con benevolencia, sin soltar prenda en asunto tan delicado,
-y hablaron luego de los trabajos de instalación, de lo que aún no se
-había hecho, y de lo que se haría pronto para completar y redondear el
-pensamiento. Todo lo encontró don Remigio acertadísimo, admirable,
-superior. Y como la conversación recayese en Nazarín, se acordó de que
-había recibido una carta para él.
-
---Aquí está --dijo poniéndola en manos de la señora--. Aunque usted y
-yo estamos autorizados para leerla, se la entrego sin abrir. Trae el
-sello de Alcalá, y debe de ser de los infelices Ándara y Tinoco (el
-_Sacrílego_), que ya están purgando sus delitos en aquel penal. Le
-llaman sin duda, ¡pobrecillos!, y si de mí dependiera, le permitiría
-que fuese y les consolara, dando vigor y salud a sus desdichadas
-almas. Pero temo que me venga una ronca del Superior, si ese viaje
-le consiento, aunque solo sea por pocos días. Piénselo usted, no
-obstante, y si la señora Condesa toma la iniciativa, y acepta la
-responsabilidad...
-
-Negose la dama a resolver sobre aquel punto, y ya que hablaban de
-Nazarín, ambos le colmaron de elogios.
-
---Es tan humilde --dijo don Remigio-- y su comportamiento tan ejemplar,
-su obediencia tan absoluta, que si de mí dependiera, no tendría
-inconveniente en darle de alta. ¿Ha notado usted, en el tiempo que aquí
-lleva, algo por donde se confirme y corrobore la opinión de demente?
-
---Nada, señor don Remigio. Sus actos todos, su lenguaje, son de una
-cordura perfecta.
-
---¿Ni siquiera un rasgo ligero de trastorno, algo que indique por lo
-menos irregularidad en la ideación...?
-
---Absolutamente nada.
-
---Es particular. Vive como un santo; no ocasiona el menor disgusto,
-discurre bien cuando se le incita a discurrir, calla cuando debe
-callar, obedece siempre, trabaja sin descanso, y no obstante... no sé,
-no sé... Láinez dice que su inteligencia se aplana poco a poco.
-
---No lo creo yo así.
-
---La Facultad sabrá lo que afirma. Si ese síntoma crece, llegará a un
-estado de imbecilidad... Lo dice Láinez... ¿Ha notado usted indicios de
-aplanamiento cerebral?
-
---Ninguno.
-
---¿Dificultad en coordinar las ideas, lentitud para expresarlas?...
-
---No señor...
-
---¿Habla usted con él a menudo?
-
---Muy poco.
-
---Pues conviene tantear esa inteligencia, presentándole temas difíciles
-por vía de ejercicio. Así se verá si hay vigor o flaqueza en sus
-facultades. Yo empleé este procedimiento no ha mucho con un primo
-mío, que dio en padecer disturbios de la mente, y el resultado fue
-desastroso.
-
---Pues en este caso, me figuro que será lisonjero. Haga usted la
-prueba.
-
---Que sí, que sí. Mándemele allá mañana.
-
---Irá; pero... Si usted me lo permite... --dijo la de Halma,
-súbitamente asaltada de una idea.
-
---¿Qué?
-
---Antes de mandarle allá, haré yo un pequeño examen.
-
---Corriente. Y luego me toca a mí, que he de ser duro, examinador
-implacable. Mire usted: le propondré, para que me los desarrolle, los
-puntos más difíciles de las Summas y de las...
-
---¡Pobrecillo! No tanto...
-
---Como no es más que una prueba, pronto se conoce si su inteligencia
-declina.
-
---Y aunque declinase un poco, por causa de la edad, de los disgustos,
-su razón puede conservarse sin ningún extravío, y siendo así, debiera
-el Superior devolverle las licencias.
-
---Lo veremos. No digo que no... Señora mía, adiós.
-
---Don Remigio, muchas gracias por todo. ¿No quiere tomar nada?
-
---¡Oh, gracias! Fuera de mis horas, ya sabe que no...
-
---¿Ni chocolate?
-
---¡Oh! ¡golosinas de viejos! Señora, somos de la hornada moderna, de la
-Facultad de Derecho... Adiós, que es tarde. Descansar.
-
---Hasta cuando usted quiera, señor cura.
-
-
-
-
-VI
-
-
-Rezaron, cenaron. Al dar la señora la orden para los trabajos del día
-siguiente, dijo al buen don Nazario:
-
---Padre, mañana no va usted al monte, ni al prado, ni a la huerta, ni
-quiero que ande moviendo piedras, ni cortando troncos.
-
---¿Pues qué haré, señora?
-
---Mañana descansa el cuerpo, y trabajará usted con la inteligencia.
-
---¿Tengo que ir a San Agustín?
-
---No señor. ¡Buena le espera allá con las _Summas_...!
-
---Entonces...
-
---De nueve a diez, a la hora en que concluyo mis tareas de la mañana,
-le espero a usted arriba, en el cuarto de la costura, que es por ahora
-nuestra sala capitular.
-
---Está bien.
-
-Amaneció Dios, y Nazarín, despachada la obligación de sus oraciones
-matutinas, se limpió y acicaló muy bien, vistiéndose con las ropas
-de cura que le había dado don Remigio. Decía él, distinguiendo
-cuerdamente entre cosas y cosas, que si en medio del pueblo, y haciendo
-vida errante, no se cuidaba para nada de la prestancia personal, al
-presentarse en el aposento de una tan principal y santa señora, llamado
-expresamente por ella, debía revestirse de la forma más decorosa, sin
-salir de su habitual sencillez. A las nueve y media en punto, ya se
-hallaba en el lugar de la cita. Díjole su discípula que se esperase,
-pues la señora no tardaría en subir, y a los pocos minutos entró doña
-Catalina. Esta, con gran sorpresa de Beatriz, ordenó a esta que se
-quedara. Sentáronse los tres. Pausa, y alguna tosecilla. Rompió Halma
-el silencio diciendo:
-
---Padre Nazarín, le llamo para que me dé su opinión sobre cosas muy
-graves que ocurren... no, que amenazan a nuestra pobre Pedralba.
-Apenas hemos nacido, y ya parece que estamos amenazados de muerte. No
-encuentro la solución de este conflicto en que me veo; mi inteligencia
-es muy corta; necesita ayuda, luces de otras inteligencias más claras
-que la mía. Me hace falta el consejo de usted.
-
---Honor inmenso es para mí, señora Condesa --replicó el peregrino con
-voz grave, permaneciendo en una inmovilidad de estatua--. Yo estimo su
-confianza, y corresponderé a ella diciéndole lo que tenga por acertado,
-justo y bueno, conforme a la santa ley de Dios. En este caso, como en
-todos, de mis labios no sale más que la verdad, la verdad, tal como en
-mí la siento.
-
---¿Adivina usted sobre qué quiero consultarle?
-
---Sí señora. No es adivinación. He oído algo.
-
---Un conflicto tremendo.
-
---Para mí no lo es.
-
-Tanta seguridad desconcertó a la señora, y francamente, también hubo de
-inquietarla un poco el que Nazarín, al verse consultado por ella, no
-rompiese con un exordio de modestia, llamándose indigno, y protestando,
-como es de rigor en casos tales, de su incapacidad, etc...
-
---¿Que no es un conflicto tremendo?
-
---Digo que no lo tengo yo por tal.
-
---Y hace dos días que pido en vano al Señor y a la Virgen Santísima que
-me iluminen para resolverlo.
-
---Y la han iluminado a usted --dijo don Nazario, con un aplomo que
-desconcertó más a la Condesa--. Y le han dicho: «En tu conciencia,
-en tu corazón, tienes la clave de esto que llamas conflicto y no lo
-es.» ¡Si está resuelto! ¡Si es claro como la luz! Perdóneme usted,
-señora, si le hablo con una firmeza que podrá creer arrogante y hasta
-irrespetuosa. Es que cuando creo poseer la verdad en asunto grande o
-chico, no puedo menos de decirla, para que la oiga y se entere bien
-aquel que de ella necesita. Si usted no ha visto aún esa verdad,
-conviene que yo se la ponga delante de los ojos. Ahí va: ¡Expulsar
-a José Antonio! Nunca. ¡Suplicarle que se retire! Tampoco. Es una
-crueldad, una flaqueza, un pecado de barbarie casi homicida, que Dios
-castigará, descargando sobre Pedralba su mano justiciera.
-
---Si yo no quiero que salga, no, no --dijo Catalina, desconcertada ante
-la energía que no esperaba sin duda en hombre tan manso.
-
---Que no salga, no --repitió en voz queda la nazarista, que sentada en
-una silla baja al otro extremo de la estancia, oía y callaba.
-
---Bueno: pues no sale --prosiguió Halma--. Verdaderamente, sería
-injusto. El infeliz se porta bien, es otro hombre. Pero sigo viendo
-mi conflicto, señor don Nazario, porque al retener a José Antonio,
-contrarío los deseos de personas respetabilísimas, cuyo enojo podría
-ser funesto a Pedralba. La benevolencia de esas personas, que casi casi
-son instituciones para mí, nos es necesaria. Veo difícil que podamos
-vivir teniéndolas en contra.
-
---La señora puede llevar adelante su empresa caritativa con respecto
-a nuestro buen Urrea, sin que las personas que considera como
-instituciones, tengan que intervenir para nada en los asuntos de
-Pedralba.
-
---¿Pero cómo puede ser eso?
-
---No hay nada más sencillo, y es muy extraño que usted no lo vea.
-
---Lo que extraño mucho --dijo Halma, inquieta y nerviosa--, es el
-desahogo con que me niega la existencia del conflicto, sin añadir
-razones para que yo vea fácil y hacedero lo que hoy tengo por difícil,
-si no imposible. Espero de usted luces más claras para convencerme de
-que el consejo que me da no es una vana fórmula. ¿Cree usted que puedo
-indisponerme con don Remigio?
-
---No señora: don Remigio es nuestro inmediato jefe espiritual, y le
-debemos acatamiento y sumisión. No diré yo palabra ofensiva contra él,
-le respeto mucho; estoy bajo su autoridad, que es paternal y dulce.
-Los demás me importan menos... pero, en fin, a todos les respeto,
-y cuando he dicho que el conflicto se resolvería fácilmente, no he
-querido decir que para ello tuviera la señora que malquistarse con tan
-dignas personas. Al contrario, puede seguir con ellas en relaciones
-cordialísimas.
-
---Don Nazario --dijo la Condesa, no ya nerviosa, sino sofocada,
-levantándose--, yo no le entiendo a usted.
-
-Parecía natural que al ver en la gobernadora de Pedralba aquel
-movimiento de impaciencia, Nazarín se aturrullara, y pidiera perdón,
-dando por terminado el consejo. Levantose también respetuoso, y con
-muchísima flema, y tocando suavemente el hombro de la Condesa, le dijo:
-
---Tenga usted calma. No hemos concluido.
-
-Pausa. Sentados ambos de nuevo, sonaron otra vez las tosecillas, y
-Nazarín prosiguió en esta forma:
-
---Estoy seguro, segurísimo de que ha de entenderme pronto. Usted dice
-para sí: «¿Pero este es el hombre que andaba por los caminos, errante,
-descalzo, viviendo de limosna, practicando la ley de pobreza dada por
-Jesucristo? ¿Y es el mismo que ahora se llega a mí, y con dureza me
-habla, y me dice _siéntate_, como se le diría a un chiquillo de nuestra
-escuela?...» Pues soy el mismo, señora. De limosna viví, de limosna
-vivo. Soy como los pájaros que libres cantan, y enjaulados también...
-El medio en que se vive... y se canta... algo ha de significar. Antes
-cantaba yo para los pobres, y era como ellos, pobre y humilde; ahora
-canto para los ricos, y he de hacerlo en tonos diferentes. Pero en
-este caso, como en el otro, teniendo que decir una verdad que creo
-útil a las almas, no están de más las formas austeras. Lo mismo
-hacía entonces: que lo diga ésa. Cierto que usted es persona grande
-y de notoria virtud; pero como ahora se halla en el caso de tomar
-resoluciones graves, yo, su consejero en este momento, tengo que
-revestirme de autoridad, de la misma autoridad que hube de emplear ante
-la pobre mujer ignorante y pecadora.
-
---Me trata usted, pues --dijo la Condesa, en el colmo de la
-confusión--, como a pecadora...
-
---Ya sé que no; ya sé que es usted persona virtuosísima; pero podría
-dejar de serlo, si con tiempo no determinara variar de ideas sobre
-puntos muy fundamentales. Necesita usted modificar radicalmente su
-sistema de practicar la caridad, y su sistema de vida. Si así no lo
-hiciere, podría perder el reposo, y con el reposo... hasta la misma
-virtud.
-
---No le entiendo a usted, no sé lo que quiere decirme --replicó Halma,
-no ya inquieta, sino acongojada por los estupendos y no esperados
-conceptos que el mendigo errante se permitía expresar--. Quiere decir
-tal vez que no he sabido dar a mis proyectos de vida cristiana la forma
-más aceptable.
-
---No señora, no ha sabido usted.
-
---¿Lo dice de veras?
-
---Como digo que desde hace bastante tiempo la señora vive en una
-equivocación lastimosa... pero desde hace mucho tiempo. No vaya a creer
-que me duele pronunciar ante usted la verdad de lo que siento. Al
-contrario, señora, gozo en manifestarla, y la manifestaría aunque viera
-que usted no la oía con gusto.
-
---Le aseguro a usted que, en verdad... no me sabe muy bien lo que me
-dice... Según eso, el camino que emprendo no es el mejor...
-
---Es buen camino, y por él se puede llegar a la perfección. Pero usted
-no llegará, no señora.
-
---¿Por qué?
-
---Porque no... porque su camino es otro... y ahí está la equivocación.
-Y yo llego a tiempo para decirle: «Señora Condesa, su camino de usted
-no es ese, sino aquel.»
-
-
-
-
-VII
-
-
-Perpleja y aturdida oyó Catalina estas palabras, que a su parecer, en
-las impresiones de aquel instante, desentonaban horriblemente. Creyó
-escuchar una voz de muy lejos venida, y Nazarín se desfiguraba en su
-imaginación, inspirándole miedo. Presumiendo que aún le faltaban por
-decir cosas más desentonadas y peregrinas, se arrepentía de haberle
-pedido consejo, y deseaba terminar el capítulo lo más pronto posible.
-Beatriz, inquieta, no apartaba los ojos de la señora, cuyo azoramiento
-leía en su expresivo semblante, y no pudiendo dudar de la inteligencia
-y sinceridad del maestro, esperaba que este explanara sus verdades,
-para que la ilustre fundadora desarrugase el ceño.
-
---El camino de la señora Condesa no es este, sino aquel --repitió
-Nazarín--, y ahora verá qué pronto se lo hago comprender. Lo primero:
-la idea de dar a Pedralba una organización pública, semejante a la
-de los institutos religiosos y caritativos que hoy existen, es un
-grandísimo disparate.
-
---Entonces, ¿qué organización debí dar...?
-
---Ninguna.
-
---¡Ninguna! ¿De modo que, según usted, el mejor sistema...?
-
---Es la negación de todo sistema, en el caso concreto de Pedralba, y de
-usted.
-
---¿Y cómo ha de entenderse esa organización... negativa?
-
---De una manera muy sencilla, y que no es la desorganización ni mucho
-menos. Lo mismo que usted intenta hacer aquí en servicio de Dios y de
-la humanidad desvalida, puede hacerlo, y lo hará mejor, estableciéndose
-en una forma de absoluta libertad, de modo que ni la Iglesia, ni el
-Estado, ni la familia de Feramor, puedan intervenir en sus asuntos, ni
-pedirle cuentas de sus acciones.
-
---Pues si usted me da la clave de esa organización desorganizada
-y libre --dijo la Condesa irónicamente--, le declararé la primera
-inteligencia del mundo.
-
---No soy la primera inteligencia del mundo; pero Dios quiere que en
-esta ocasión pueda yo manifestar verdades que avasallen y cautiven
-su grande entendimiento, permitiéndole realizar los fines que se
-propone. No ha comprendido usted el concepto de libertad que me
-permití expresarle. Harto sabemos que toda libertad trae aparejada una
-esclavitud. Ahora es usted esclava de la sociedad. Emancipándose de
-esta, cambiará la forma de su libertad y también la de su cadena...
-
---Señor Nazarín --dijo Halma levantándose segunda vez--, o usted se
-burla de mí, o...
-
---Déjeme seguir. Tenga paciencia. Hágame el favor de sentarse y
-de oírme lo que aún me resta por decirle. Después, usted sigue mi
-consejo, o lo desecha, según su albedrío. ¿En qué estaba usted pensando
-al constituir en Pedralba un organismo semejante a los organismos
-sociales que vemos por ahí, desvencijados, máquinas gastadas y viejas
-que no funcionan bien? ¿A qué conduce eso de que su ínsula sea, no
-la ínsula de usted, sino una provincia de la ínsula total? Desde el
-momento en que la señora se pone de acuerdo con las autoridades civil
-y eclesiástica para la admisión de estos o los otros desvalidos,
-da derecho a las tales autoridades para que intervengan, vigilen y
-pretendan gobernar aquí como en todas partes. En cuanto usted se mueve,
-viene la Iglesia, y dice: «¡alto!», y viene el intruso Estado, y dice:
-«¡alto!» Una y otro quieren inspeccionar. La tutela le quitará a usted
-toda iniciativa. ¡Cuánto más sencillo y más práctico, señora de mi
-alma, es que no funde cosa alguna, que prescinda de toda constitución
-y reglamentos, y se constituya en familia, nada más que en familia, en
-señora y reina de su casa particular! Dentro de las fronteras de su
-casa libre, podrá usted amparar a los pobres que quiera, sentarles a su
-mesa, y proceder como le inspiren su espíritu de caridad y su amor del
-bien.
-
-La Condesa, al fin, callaba, y oía con profunda atención.
-
---Y dicha esta verdad --prosiguió Nazarín--, voy a expresar otra, pues
-no es una sola la que ha de guiar a usted por el buen camino: son dos,
-o quizá tres, y puesto yo a decirlas, no he de pararme en barras, ni
-inquietarme porque usted se incomode o no se incomode. Aunque supiera
-yo que sería despedido de su ínsula, donde estoy muy a gusto, yo no
-había de callarme las verdades que aún restan por decir. Vamos allá. La
-señora Condesa es joven, y en su vida relativamente corta, ha padecido
-más que otros en una vida larga; en breve tiempo soportó, sí, grandes
-tribulaciones y trabajos. Vio su juventud marchita tempranamente por
-las desavenencias con su familia; vio morir en lejanas tierras al
-esposo que adoraba; sufrió después contratiempos, desvíos, amarguras...
-Su alma, hastiada de las cosas terrenas, volvióse a Dios; aspiró a ser
-suya por entero, entendió que debía consagrar el resto de sus días a
-la mortificación, al ascetismo, a la caridad... Perfectamente. Todo
-esto es muy bueno, y yo alabo esas aspiraciones, que demuestran la
-grandeza de su espíritu. Pero he de decirle sin rebozo que en ellas veo
-un error grave, señora, porque la santidad con que viene soñando desde
-que perdió a su esposo, no ha de alcanzarla usted por esos medios. El
-ardor de vida mística no lo tiene usted más que en su imaginación, y
-esto no basta, señora Condesa, porque sería usted una mística soñadora
-o imaginativa, no una santa como pretende, y como todos queremos que
-sea.
-
-Halma quiso decir algo, pero no pudo: se le trababa la lengua.
-
---Llegará día, si no toma la señora otro rumbo, en que todo ese
-misticismo se le convierta en un nido de pasiones, que podrían ser
-buenas, y también podrían ser malas. Déjese de aspirar a la santidad
-por ese camino, y apresúrese a seguir el que voy a proponerle. ¿Quién
-le aconsejó a usted que renunciase a todo afecto mundano, y que se
-consagrara al afecto ideal, al afecto puro de las cosas divinas?
-Sin duda fue el benditísimo don Manuel Flórez, hombre muy bueno,
-pero que vivía en las rutinas, y andaba siempre por los caminos
-trillados. El vértigo social, en medio del cual vivió siempre nuestro
-simpático don Manuel, no le permitía ver bien las complexiones
-humanas, ni la fisonomía peculiar de cada alma, ni los caracteres,
-ni los temperamentos. Yo he tenido la suerte de verlo más claro,
-aunque tarde, a tiempo, sin duda porque el Señor me iluminó para que
-sacara a usted del pantano en que se ha metido. No, la vida ascética,
-solitaria, consagrada a la meditación y a la abstinencia no es para
-usted. La señora de Pedralba necesita actividad, quehaceres, trabajo,
-movimiento, afectos, vida humana, en fin, y en ella puede llegar, si no
-a la perfección, porque la perfección nos está vedada, a una suma tal
-de méritos y virtudes, que no haya en la tierra quien la supere, y sea
-usted el recreo del Dios que la ha criado.
-
-Doña Catalina, sofocada, echaba fuego de sus mejillas.
-
---Nada conseguirá usted por lo espiritual puro; todo lo tendrá usted
-por lo humano. Y no hay que despreciar lo humano, señora mía, porque
-despreciaríamos la obra de Dios, que si ha hecho nuestros corazones,
-también es autor de nuestros nervios y nuestra sangre. Se lo dice a
-usted un hombre que no conoce ni la adulación ni el miedo. Nada soy,
-y si alguna vez no fuera órgano de la verdad, de poco valdría mi
-existencia. A los pobres les digo que sufran y esperen, a los ricos
-que amparen al pobre, a los malos que vuelvan a Dios por la vía del
-arrepentimiento, a los buenos que vivan santamente, dentro de las
-leyes divinas y humanas. Y a usted que es buena, y noble, y virtuosa,
-le digo que no busque la perfección en el espiritualismo solitario,
-porque no la encontrará, que su vida necesita del apoyo de otra vida
-para no tambalearse, para andar siempre bien derecha.
-
-Catalina de Halma, al oír aquello del _apoyo_ de otra vida, sintió que
-se le erizaba el cabello. Nazarín se levantó; ella también, los ojos
-espantados, el rostro encendido.
-
---Lo que usted quiere decirme --murmuró contrayendo los dedos, cual si
-quisiera hacer de ellos afilada garra--, lo que usted me propone es...
-¡que me case!
-
---Sí señora, eso mismo: que se case usted.
-
-Lanzó la Condesa un grito gutural, y llevándose la mano al corazón,
-como para contener un estallido, cayó al suelo atacada de fieras
-convulsiones.
-
-
-
-
-VIII
-
-
-Corrió Beatriz en su auxilio, la cogió en brazos. Nazarín la miraba
-impasible. En su desmayo, entre frases ininteligibles, doña Catalina
-pronunció con claridad la siguiente:
-
---Está loco, y quiere volverme loca a mí.
-
-Salió Nazarín de la sala capitular, donde Beatriz, con el auxilio de
-Aquilina que acudió prontamente, trataba de volver a su normal estado
-a la ilustre señora. Bastó con desabrocharle el justillo y mojarle las
-sienes con agua fría, para que Halma se restableciera, y quedándose
-sola otra vez con la nazarista, pasó más de un cuarto de hora sin
-que ninguna de las dos dijese palabra, ni en pro ni en contra del
-singularísimo consejo del apóstol mendigo.
-
-Catalina, poseída de una intensa languidez, fue la que primero rompió
-el grave silencio, con esta pregunta:
-
---Y cuando yo perdí el sentido, ¿no dijo algo más?
-
---No señora. Nada más.
-
---¿No dijo la tercera verdad... que debo casarme con José Antonio?
-
---No le oí tal cosa.
-
-Quedose Halma como aletargada en el sofá, y cuando Beatriz la creía
-dormida, he aquí que se incorpora la dama, muy nerviosa, y con gran
-inquietud de lengua y manos, atropelladamente dice:
-
---Beatriz, ese hombre es el santo, ese hombre es el justo, el misionero
-de la verdad, el emisario del Verbo Divino. Su voz me trae la voluntad
-de Dios, y ante ella me prosterno. Esa idea de que yo me case, me
-andaba rondando el alma, sin atreverse a entrar en ella, porque yo la
-tenía ocupada por mil artificios de mi vanidad de santa imaginativa,
-y de mística visionaria... Me ha dicho la gran verdad, que ha tardado
-en posesionarse de mi espíritu, entontecido con las ideas rutinarias
-que estoy metiendo y atarugando en él desde hace algún tiempo. ¿Dónde
-está tu maestro? Quiero verle. Quiero que me hable otra vez, y que me
-confirme lo que antes rae dijo.
-
-Salieron las dos.
-
---Allá está --indicó Beatriz, después de explorar por una ventana las
-soledades de Pedralba--. Está paseándose debajo del moral.
-
-Corrieron allá, y arrodillándose ante él, Halma le dijo:
-
---Padre, verdad tan grande y clara jamás oí. Usted me ha revelado a mí
-misma. Yo era como el gusano que se encierra en el capullo que labra.
-Usted me ha sacado de mi propia envoltura. Un sentimiento existía en
-mí, de que apenas yo misma me daba cuenta: tan agazapadito estaba el
-pobre en un rincón de mi alma. La voz del padrito le ha hecho saltar,
-y se ha crecido el pícaro en un instante... ¡Oh, qué verdades me ha
-dicho esa inteligencia soberana! Sola, en vano pediría savia y calor
-al misticismo. Acompañada, tendré quien me defienda, quien me ayude,
-seremos dos en uno para proseguir la santa obra. No fundo nada, no
-quiero comunidad legal constituida con mil formulillas, que serían
-otras tantas brechas para que se metieran a inspeccionar mis acciones
-el cura y el médico y el administrador. Mi ínsula no es, no debe ser
-una institución, a imagen y semejanza del Estado. Sea mi ínsula una
-casa, una familia. Mi marido y yo mandamos y disponemos en ella, con
-libre voluntad, conforme a la ley de Dios.
-
---Mírele, mírele --dijo Nazarín señalando a un punto lejano, en que se
-veía una pareja de bueyes, y un gañán tras ella--. Allí está el hombre,
-el corazón grande y hermoso, el ser que usted, con su caridad, mal
-comprendida por el bendito Flórez, y renegada por su hermano, sacó de
-la miseria y de la abyección. Le he sondeado. He visto su alma delante
-de mí, clara y patente. Es un buen hombre, y será un excelente señor de
-Pedralba.
-
---Y le bendeciremos a usted, padre, el santo, el justo, el que todo lo
-ve y todo lo descubre.
-
---No soy nada de eso --replicó el curita manchego, resistiéndose a que
-Halma le besase las manos, y obligándola a levantarse--. ¡La señora de
-rodillas ante mí! ¡No faltaba más! Yo no soy ni santo ni justo, señora
-mía, sino un pobre hombre que, por favor de Dios, ha sabido ver lo que
-nadie había visto: que la señora de Pedralba quiere a su primo, que le
-quiere con amor, quizás desde que se llegó a ella, hecho un perdido,
-con ánimo de pedirle una limosna.
-
---Es verdad, es verdad... ¡Y yo pensé alejarle de mí! ¡Qué desvarío!
-Llegué a creer que la sequedad del alma era el primer peldaño para
-subir a esas santidades que soñé... Estaba yo con mi santidad como
-chiquilla con zapatos nuevos. ¡Y el pobre José Antonio abrasado en un
-afecto hacia mí, que yo interpretaba como agradecimiento muy vivo! Ya
-sospechaba yo que sería algo más; pero tal era mi torpeza que, al ver
-aquel sentimiento, le echaba tierra encima, todo el material inerte que
-sacaba del hoyo místico en que enterrarme quería.
-
---Y ahora, señora Condesa, ahora que las grandes verdades han salido,
-con la ayuda de la luz de Dios, de la obscuridad en que se escondían,
-váyase a la casa, dedíquese a sus ocupaciones habituales, y déjeme a
-mí el cuidado de informar a Urrea de esta felicidad, pues si no se
-la comunico con arte gradual, podría ser que el gozo repentino le
-produjera conmoción demasiado fuerte y peligrosa.
-
-No tardó Halma en obedecerle, y allá se fue con Beatriz a sus trajines
-domésticos, que aquel día le parecieron más gratos que nunca. Y el
-manchego tomó pasito a paso el sendero que conducía a la tierra que el
-noble Urrea estaba labrando. Hízole el bravo gañán, al verle llegar, un
-gallardo saludo, levantando repetidas veces la aijada, y cuando le tuvo
-a tiro de palabra, no se atrevió a preguntarle, tal miedo tenía, lo
-que con tanto ardor anhelaba saber. Parados los bueyes, Urrea se quedó
-como una estatua. Los pies en el barro, la mano izquierda en la esteva,
-empuñando con la derecha la aijada, era una hermosa representación de
-la Agricultura, labrada en _terracotta_.
-
---Hijo mío --le dijo Nazarín--, no sé si las noticias que te traigo
-serán satisfactorias para ti. No te alegres antes de tiempo.
-
-José Antonio palideció.
-
---Hijo mío, si no fueras tan bruto, comprenderías que las noticias que
-te traigo son medianas, tirando a buenas.
-
-El rostro del gañán se enrojeció.
-
---La señora Condesa no quiere que te vayas de Pedralba. Pero...
-
---¿Pero qué?
-
---Pero... ello es que no encontraba la manera de retenerte. Al fin,
-yo le he dado una formulilla o receta para resolver el conflicto, y
-evitar las intrusiones probables de don Remigio, de Láinez y Amador. Se
-cambiará radicalmente el régimen de Pedralba. ¿Te vas enterando?
-
---No entiendo nada.
-
---Porque eres muy torpe. Nada, hijo, que he convencido a la señora
-Condesa... ¿te lo digo? de que debe rematar la gran obra de tu
-corrección, ¿te lo digo?... haciéndote su esposo. ¿No lo crees?
-
-Urrea blandió la aijada, y tal movimiento le imprimió en la convulsión
-de su gozosa sorpresa, que Nazarín hubiera podido creer que le
-atravesaba de parte a parte.
-
---Calma, hijo, no hagas locuras. Las cosas van por donde deben ir.
-Da gracias a Dios por haber iluminado a tu prima. Al fin comprende
-que debe llevarse la corriente de la vida por su cauce natural. Su
-determinación resuelve de un modo naturalísimo todas las dificultades
-que en el gobierno de esta ínsula surgieron. Los señores de Pedralba
-no fundan nada; viven en su casa y hacen todo el bien que pueden.
-¡Ya ves cuán fácil y sencillo! Para discurrir esto no se necesita la
-intervención del Espíritu Santo. Y sin embargo, la gran inteligencia de
-la señora Condesa de Halma, deslumbrada por sus propios resplandores,
-no veía esta verdad elemental. Dios ha querido que yo, un pobre clérigo
-vagabundo, predique el sentido común a los entendimientos atrevidos, a
-las almas demasiado ambiciosas.
-
-José Antonio dio un abrazo a Nazarín, y no pudo expresar su alegría
-sino con frases entrecortadas:
-
---Yo también, yo también... vi claro... no podía decirlo... a mí propio
-no decírmelo... Temía disparate... ¡Y no lo era, Cristo, no lo era!
-La suma ciencia parece locura; la verdad de Dios... sinrazón de los
-hombres.
-
---Ahora, hijo mío, continúa en tu trabajito, como si nada hubiera
-pasado. Sigue arando, arando, que esto entretiene, y al propio tiempo
-que abres la tierra, das gracias a Dios por la merced que acaba de
-hacerte. Este bien tan grande y hermoso no lo mereces tú.
-
---No lo merezco, no --dijo Urrea con emoción--. Mucho he padecido en
-este mundo. Pero aunque mis tormentos hubieran sido un millón de veces
-mayores, no está en la proporción de ellos esta inmensa alegría.
-
---Trabaja, hijo, trabaja. Y otra cosa te encargo. No vayas al castillo
-hasta la noche... porque supongo que te traerán aquí la comida.
-
---Así lo creo.
-
---No muestres impaciencia, no te descompongas, ni cuando veas a tu
-prima esta noche, a la hora de la cena, hagas figuras ni desplantes.
-Tú... calladito hasta que ella te hable. Y cuando se digne exponerte
-su pensamiento, tú le das las gracias en forma reposada y noble,
-prometiendo consagrarle tu vida y tu ser todo, y haciéndole ver que
-no te crees merecedor de la inaudita felicidad que te depara... Anda,
-hijo, a tus bueyes, y hasta la noche... Con ese surco escribes en la
-tierra tu gratitud. Ama la tierra, que a todos nos da sustento, y nos
-enseña tantas cosas, entre ellas una muy difícil de aprender. ¿A que no
-sabes lo que es? Esperar, hijo, esperar. La tierra guarda la sazón de
-las cosas, y nos la da... cuando debe dárnosla.
-
-
-
-
-IX
-
-
-Lo que platicaron aquella noche, después de cenar, la gobernadora de
-la ínsula y el futuro señor de Pedralba, no consta en los papeles del
-archivo nazarista, de donde todos los materiales para componer la
-presente historia han sido escrupulosamente sacados. Sin duda, después
-de dar cuenta de la grave resolución matrimonial de la santa Condesa,
-no creyeron los cronistas del nazarismo que debían extenderse a mayores
-desarrollos historiales de tan considerable suceso, o conceptuaron
-vacías de todo interés religioso y social las sentidas palabras con que
-aquellas dos personas hicieron confirmación solemne de su propósito
-matrimonesco. Lo único que se encuentra pertinente al caso es la
-noticia de que José Antonio de Urrea se preparó aquella misma noche
-para partir a Madrid a la mañanita siguiente. Y otro papel nazarista
-corrobora que, en efecto, partió a caballo al romper el día, y que
-Halma salió a despedirle, y a desearle un buen viaje, agregando algunas
-advertencias que se le habían olvidado en su coloquio de la noche
-anterior. Es un hecho incontrovertible, del cual darán fe, si preciso
-fuere, testigos presenciales, que ya montado en la jaca el presunto
-gobernador de la ínsula, y cuando estrechaba la mano de la Condesa,
-pronunció estas palabras:
-
---No llevo más que un resquemor: que nuestro don Remigio, que de seguro
-tocará el cielo con las manos al ver que no le cae la breva de la
-Rectoría de Pedralba, ha de fastidiarnos con dilaciones, y quizás con
-entorpecimientos graves. No he cesado de cavilar sobre ello esta noche,
-y al fin, querida prima, lo que saco en limpio es que necesitamos
-comprar su voluntad.
-
---¡Comprarle...! ¡Cómo...! ¿Qué quieres decir?
-
---Ya verás. No me vengo de Madrid sin traerme su nombramiento para una
-de las parroquias de allá. Es su sueño, su ambición, y si yo logro
-satisfacerla, el hombre es nuestro ahora y siempre. He pensado que
-nadie puede ayudarme en esta pretensión como Severiano Rodríguez, el
-cual es, ya lo sabes, íntimo amigo del Obispo. Y, como Severiano y
-tu hermano Feramor tuvieron una formidable agarrada en el Senado, y
-ahora están a matar, espero que me apoye con interés, con ardor de
-sectario. Basta para ello hacerle comprender que el parlamentario y
-economista inglés ha de ver con malos ojos lo que a nosotros nos agrada
-y favorece. Créelo, araré la tierra de allá, como he arado la de aquí,
-por ganarnos la benevolencia del curita de San Agustín, que es quien ha
-de echarnos las bendiciones. Déjame a mí, que ya sabré arreglarlo...,
-mi palabra. Ya me río al pensar en el tumulto que ha de armarse cuando
-yo suelte la noticia. Será como echar una bomba; de aquí oirás el
-estallido, y te reirás, mientras allá me río yo, hasta que venga el día
-feliz en que nos riamos juntos... Adiós, adiós, que es tarde.
-
-El primer día de la ausencia de Urrea, la Condesa, en largo y afectuoso
-conciliábulo que celebró con Nazarín, según consta en documentos
-de indubitable autenticidad, indicó al apóstol cuán justo y humano
-sería darle de alta, declarándole en el pleno goce de sus facultades
-intelectuales. Si ella hubiera de decidirlo, no había duda, ¿pues qué
-prueba más clara del perfecto estado cerebral de don Nazario, que su
-incomparable consejo y dictamen en el asunto que Halma sometió días
-antes a su criterio?
-
-A lo que respondió serenamente el peregrino que, hallándose sujeto a
-observación por el Superior jerárquico, solo este podía resolver si
-debía o no ser reintegrado en sus funciones sacerdotales. Cierto que
-un buen informe de la señora Condesa, a quien la Iglesia confiara la
-custodia del supuesto demente, sería de gran peso y autoridad; pero a
-juicio del interesado, este informe no sería eficaz si no iba precedido
-de una explícita manifestación de su Superior inmediato, el cura de San
-Agustín. Añadió el apóstol que su mayor gozo sería que le devolviesen
-las licencias para poder celebrar el Santo Sacrificio, y si se le
-concedía la libertad, se trasladaría sin pérdida de tiempo a Alcalá de
-Henares, donde sus caros feligreses, el _Sacrílego_ y Ándara, sufrían
-el rigor de la ley. Por lo demás, su paciencia no se agotaba nunca,
-y esperaría tranquilo, decidido a no disfrutar la anhelada libertad,
-mientras quien debía dársela no se la diera.
-
-Con don Remigio habló también la Condesa de este asunto, no obteniendo
-de él más que vagas promesas de estudiarlo, sometiéndolo además al
-criterio facultativo de Láinez. También dio cuenta al cura y al médico
-de su proyectado casamiento, y no hay lengua humana que describir pueda
-la sorpresa, el estupor de aquellas dignísimas personas, y del vecino
-propietario de la Alberca. Don Remigio no paró, en todo el viaje de
-Pedralba a San Agustín, de hacerse cruces sobre boca, cara y pechos.
-
-Cinco días estuvo José Antonio en Madrid, regresando en la mañana
-del sexto, gozoso y triunfante, pues se traía bien despachado todo
-el papelorio que la celebración del casamiento exigía. Contando a su
-prima el escándalo que en la familia produjo el notición de la boda,
-empezaba y no concluía. Al principio, lo tomaron a broma: convencidos
-al fin de que era cierto, cayó sobre los solitarios de Pedralba una
-lluvia de sangrientos chistes. El menos ofensivo era este: «Catalina se
-llevó a Nazarín para curarle, y él la ha vuelto a ella más loca de lo
-que estaba.» Hicieron Halma y Urrea lo que anunciado habían antes de la
-partida de este: pasar buenos ratitos riéndose de todo aquel tumulto
-de Madrid, que seguramente no les causaría inquietud ni desvelo.
-Acertó a presentarse en aquel momento el buen don Remigio, y Urrea se
-fue derecho a él, y dándole un abrazo tan apretado que parecía que
-le ahogaba, le dijo: «Mil parabienes al ínclito cura de San Agustín,
-por la justicia que sus superiores le hacen, concediéndole plaza
-proporcional a sus grandísimos talentos y eminentes virtudes.»
-
-No comprendía don Remigio, y el otro, repitiendo el estrujón, hubo de
-explicárselo con toda claridad.
-
---Sepa que me he traído su nombramiento...
-
---¿Para una parroquia de Madrid?
-
---No ha podido ser, por no haber vacante en estos días, mi dignísimo
-amigo y capellán; pero el señor Prelado, con quien habló de usted un
-amigo mío, encareciéndole sus méritos, aseguró que irá usted a los
-Madriles muy pronto, y que en tanto, para que hombre tan virtuoso y
-sabio no esté obscurecido en ese villorrio, le nombra Ecónomo de Santa
-María de Alcalá.
-
---¡Santa María de Alcalá! --exclamó don Remigio como en éxtasis; ¡tan
-soberbio y apetitoso le parecía su nuevo destino!
-
-Y un abrazo más sofocante que los anteriores, selló la amistad
-imperecedera entre el buen párroco de San Agustín y el insulano de
-Pedralba.
-
---¿Y qué puedo hacer yo para demostrarle mi agradecimiento, señor de
-Urrea, qué puede hacer este modesto cura...?
-
---Ese modesto cura no tiene que hacer más que conservarnos su preciosa
-amistad, que en tanto estimamos. Y antes de entregar la parroquia al
-que viene a sustituirle, échenos las santas bendiciones.
-
---Ahora mismo..., digo, mañana, pasado mañana. Estoy a las órdenes de
-la señora doña Catalina, a quien ya no debo llamar Condesa de Halma.
-
---Será pasado mañana, señor don Remigio --indicó Halma--. Y otra cosa
-he de merecer de su benevolencia: que no me olvide al bendito Nazarín.
-
---Como he de ir a la Corte a ver a mi tío, allá informaré
-favorablemente. ¡Si salta a la vista que está en su cabal juicio!
-Inteligencia clara como el sol. ¿Verdad, señora?
-
---Tal creo yo.
-
---No tengo inconveniente en darle de alta, bajo mi responsabilidad,
-seguro de que el señor Obispo ha de confirmar mi dictamen, y si quiere
-venirse conmigo a Alcalá, me le llevo, sí señor, y le daré una modesta
-habitación en mi modestísima casa.
-
---Nos alegramos de ello, y lo sentimos --afirmó la señora de
-Pedralba--, porque la compañía del buen don Nazario nos es gratísima
-sobre toda ponderación.
-
---Ya vendrá a vernos --dijo Urrea--. Y al señor don Remigio también
-le tendremos aquí alguna vez. Esto no es ya un instituto religioso
-ni benéfico, ni aquí hay ordenanzas ni reglamentos, ni más ley que
-la de una familia cristiana, que vive en su propiedad. Nosotros nos
-gobernamos solos, y gobernamos nuestra cara ínsula.
-
---Y así debe ser... y así no tienen ustedes quebraderos de cabeza, ni
-que sufrir impertinencias de vecinos intrusos, ni el mangoneo de la
-dirección de Beneficencia o de la autoridad eclesiástica. Reyes de su
-casa, hacen el bien con libérrima voluntad, sin dar cuenta más que a
-Dios... ¡Si es lo que yo he dicho siempre, si es la verdad sencilla,
-elemental!... Ea, pasado mañana en mi parroquia, a la hora que los
-señores me designen.
-
-Concertada la hora, don Remigio montó en su jaca, y picó espuelas. El
-animalito debía participar del inquieto gozo de su amo, porque en un
-soplo le llevó al vecino pueblo.
-
- * * * * *
-
-En la nota de un curiosísimo documento nazarista, que merece guardarse
-como oro en paño, se dice que el mismo día de la boda salió de San
-Agustín el curita manchego, caballero en la borrica del gran don
-Remigio. Despidiose afectuosamente de los señores de Pedralba, y de
-Beatriz, que lloraba como una Magdalena al verle partir, y tomando
-la carretera hasta la barca de Algete, pasó el Jarama, siguiendo sin
-descanso, al paso comedido de la pollina, hasta la nobilísima ciudad
-de Alcalá de Henares, donde pensaba que sería de grande utilidad su
-presencia.
-
-
-Santander-San Quintín. -- Octubre de 1895.
-
-
-Fin de HALMA
-
-
-
-
-ÍNDICE
-
-
- PRIMERA PARTE
- Cap. I 5
- Cap. II 10
- Cap. III 19
- Cap. IV 26
- Cap. V 33
- Cap. VI 41
- Cap. VII 47
- Cap. VIII 55
-
- SEGUNDA PARTE
- Cap. I 65
- Cap. II 72
- Cap. III 82
- Cap. IV 91
- Cap. V 100
- Cap. VI 108
- Cap. VII 117
- Cap. VIII 124
-
- TERCERA PARTE
- Cap. I 135
- Cap. II 142
- Cap. III 153
- Cap. IV 161
- Cap. V 170
- Cap. VI 181
- Cap. VII 190
- Cap. VIII 199
-
- CUARTA PARTE
- Cap. I 211
- Cap. II 220
- Cap. III 230
- Cap. IV 241
- Cap. V 250
- Cap. VI 259
- Cap. VII 269
-
- QUINTA PARTE
- Cap. I 279
- Cap. II 289
- Cap. III 297
- Cap. IV 305
- Cap. V 314
- Cap. VI 326
- Cap. VII 333
- Cap. VIII 339
- Cap. IX 347
-
-*** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK HALMA ***
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- Halma, by Benito Pérez Galdós&mdash;A Project Gutenberg eBook
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-<body class="formato">
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-<div style='text-align:center; font-size:1.2em; font-weight:bold'>The Project Gutenberg eBook of Halma, by Benito Pérez Galdós</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-This eBook is for the use of anyone anywhere in the United States and
-most other parts of the world at no cost and with almost no restrictions
-whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms
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-are not located in the United States, you will have to check the laws of the
-country where you are located before using this eBook.
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-
-<div style='display:block; margin-top:1em; margin-bottom:1em; margin-left:2em; text-indent:-2em'>Title: Halma</div>
-
-<div style='display:block; margin-top:1em; margin-bottom:1em; margin-left:2em; text-indent:-2em'>Author: Benito Pérez Galdós</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>Release Date: May 13, 2021 [eBook #65333]</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>Language: Spanish</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>Character set encoding: UTF-8</div>
-
-<div style='display:block; margin-left:2em; text-indent:-2em'>Produced by: Ramón Pajares Box and the Online Distributed Proofreading Team at https://www.pgdp.net (This file was produced from images generously made available by The Internet Archive/Canadian Libraries)</div>
-
-<div style='margin-top:2em; margin-bottom:4em'>*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK HALMA ***</div>
-
-<div class="front">
- <hr class="full" />
- <p><a href="#ToC">Índice</a></p>
-</div>
-
-<div class="transnote" id="tnote">
- <p class="tnotetit">Nota de transcripción</p>
- <ul>
- <li>Los errores de imprenta han sido corregidos.</li>
-
- <li>La ortografía del texto original ha sido actualizada de acuerdo
- con las normas publicadas en 2010 por la Real Academia Española.</li>
-
- <li>Se convierte la mayor parte de los entrecomillados en rayas iniciales
- de diálogo. Se espacian las restantes rayas según las convenciones
- ortotipográficas más recientes.</li>
-
- <li>Las páginas en blanco han sido eliminadas.</li>
-
- <li>Se ha añadido un índice al final del libro pese a que el original
- impreso no lo incluye.</li>
- </ul>
-</div>
-
-
-<div class="screenonly x-ebookmaker-drop">
- <hr class="chap" />
- <div class="figcenter">
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-</div>
-
-
-<div class="tit pt6">
- <hr class="chap" />
- <p><span class="pagenum" id="Page_1">p. 1</span></p>
- <h1 class="g1">HALMA</h1>
- <hr class="chap" />
-</div>
-
-
-<div class="chapter pt6">
- <div class="legal">
- <p><span class="pagenum" id="Page_2">p. 2</span>Es propiedad. Queda
- hecho el depósito que marca la ley. Serán furtivos los ejemplares
- que no lleven el sello del autor.</p>
- </div>
-</div>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="tit">
- <p><span class="pagenum" id="Page_3">[p. 3]</span></p>
- <p class="ws1">NOVELAS ESPAÑOLAS CONTEMPORÁNEAS</p>
- <p class="fs60 mt05">POR</p>
- <p class="fs120 ws1">B. PÉREZ GALDÓS</p>
- <hr class="fil" />
-
- <p class="fs300 g1 mt1">HALMA</p>
- <hr class="tir" />
- <p class="fs110 mt1">10.000</p>
-
- <div class="figcenter mt3">
- <img src="images/logo.jpg"
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- alt="Logotipo del editor" />
- </div>
-
- <p class="fs110 lh150 g0 mt3">MADRID</p>
- <p class="fs90 lh150 g0 ws1">SUCESORES DE HERNANDO</p>
- <p class="lh150 g1 ws1">Arenal, 11</p>
- <p class="lh150">1913</p>
-</div>
-
-
-<div class="tit pt6">
- <hr class="chap" />
- <p><span class="pagenum" id="Page_4">p. 4</span></p>
- <p class="fs130 asc lh200 ws1 g0">EST. TIP. DE LOS HIJOS DE TELLO</p>
- <p class="fs90 lh200 ws1"><b>IMPRESOR DE CÁMARA DE S. M.</b></p>
- <p class="fs90 lh200 ws1">C. de San Francisco, 4</p>
- <hr class="chap" />
-</div>
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChI_1">
- <p><span class="pagenum" id="Page_5">p. 5</span></p>
- <p class="centra fs200 g1">HALMA</p>
- <hr class="tir" />
- <h2 class="nobreak">PRIMERA PARTE</h2>
- <h3>I</h3>
-</div>
-
-<p>Doy a mis lectores la mejor prueba de estimación sacrificándoles
-mi amor propio de erudito investigador de genealogías... vamos, que
-les perdono la vida, omitiendo aquí el larguísimo y enfadoso estudio
-de linajes, por donde he podido comprobar que doña Catalina de Artal,
-Xavierre, Iraeta y Merchán de Caracciolo, Condesa de Halma-Lautenberg,
-pertenece a la más empingorotada nobleza de Aragón y Castilla, y que
-entre sus antecesores figuran los Borjas, los Toledos, los Pignatellis,
-los Gurreas, y otros nombres ilustres. Explorando la selva genealógica,
-más bien que árbol, en que se entrelazan y confunden tan antiguos y
-preclaros linajes, se descubre que, por el casamiento de doña Urianda
-de Galcerán con un príncipe italiano, en 1319, los Artales<span
-class="pagenum" id="Page_6">p. 6</span> entroncan con los Gonzagas y
-los Caracciolos. Por otro lado, si los Xavierres de Aragón aparecen
-injertos en los Guzmanes de Castilla, en la rama de los Iraetas corre
-la savia de los Loyolas, y en la de los Moncadas de Cataluña la de
-los Borromeos de Milán. De lo cual resulta que la noble señora no
-solo cuenta entre sus antepasados varones insignes por sus hazañas
-bélicas, sino santos gloriosos, venerados en los altares de toda la
-cristiandad.</p>
-
-<p>Como he dado al buen lector mi palabra de no aburrirle, me guardo
-para mejor ocasión los mil y quinientos comprobantes que reuní,
-comiéndome el polvo de los archivos, para demostrar el parentesco de
-doña Catalina con el antipapa don Pedro de Luna, Benedicto XIII. Busca
-buscando, hallé también su entronque lejano con Papas legítimos, pues
-existiendo una rama de los Artal y Ferrench que enlazó con las familias
-italianas de Aldobrandini y Odescalchi, resulta claro como la luz que
-son parientes lejanos de la Condesa los Pontífices Clemente VIII e
-Inocencio XI.</p>
-
-<p>De monarcas no se diga, pues el árbol aparece cuajado, como
-de un lozano fruto, de apellidos regios, y allí veis los Albrit
-y Foix de Navarra, los Cerdas y Trastamaras de acá, y otros mil
-nombres que a cien leguas trascienden a realeza, como los de Rohan,
-Bouillon, Lancas<span class="pagenum" id="Page_7">p. 7</span>ter,
-Montmorency, etc... Fiel a mi compromiso, envaino mi erudición, y
-emprendo la reseña biográfica, designando a doña Catalina-María del
-Refugio-Aloysa-Tecla-Consolación-Leovigilda, etc... de Artal y Javierre
-como tercera hija de los señores Marqueses de Feramor. Huérfana de
-padre y madre a los siete años, quedó al cuidado del primogénito,
-actualmente Marqués de Feramor, y de su hermana doña María del Carmen
-Ignacia, Duquesa de Monterones. En 1890, casó con un joven agregado a
-la embajada alemana, el Conde de Halma-Lautenberg, matrimonio que hubo
-de realizarse contra viento y marea, pues los hermanos de ella y toda
-la familia se opusieron tenazmente por cuantos medios le sugerían su
-orgullo y terquedad. Querían desposarla con un individuo de la casa
-de Muñoz Moreno-Isla, de nobleza mercantil, pero bien amasada con
-patacones. Catalina, que desde muy niña mostraba increíbles ascos al
-vil metal, se prendó del diplomático alemán, que a su seductora figura
-unía un desprecio hermosísimo de las materialidades de la existencia.
-Grandes trapisondas y disturbios hubo en la familia por la tiránica
-firmeza de los hermanos mayores, y la resistencia heroica, hasta el
-martirio, de la enamorada doncella. Casados al fin, no sin intervención
-judicial, el esposo fue destinado a Bulgaria, de aquí a Constantinopla,
-y<span class="pagenum" id="Page_8">p. 8</span> allá le siguió doña
-Catalina, rompiendo toda relación con sus hermanos. Calamidades,
-privaciones, desdichas sin fin la esperaban en Oriente, y al conocerlas
-la familia de acá, por referencias de diplomáticos extranjeros y
-españoles, no veía en todo ello más que la mano de Dios castigando
-duramente a Catalina de Artal por la amorosa demencia que la llevó a
-enlazarse con un advenedizo, de familia desconocida, hombre sin seso,
-desordenadísimo en sus ideas, desatado de nervios, y habitante aburrido
-de las regiones imaginativas. Para colmo de infortunio, Carlos Federico
-era pobre, con el título pelado, y sin más renta que su sueldo, pelado
-también, pues la familia de Halma-Lautenberg, que desciende, según
-noticias que tengo por fidedignas, del Landgrave de Turingia y Hesse,
-Hermann II, había venido tan a menos como cualquier familia de por
-acá, de las que, después de mil tumbos y vaivenes, caen a lo hondo del
-abismo social para no levantarse nunca.</p>
-
-<p>Contratiempos mil, reveses de fortuna, escaseces y aun hambres
-efectivas padeció la infeliz doña Catalina en aquellas lejanas tierras,
-sin más consuelo que el amor de su esposo, que nunca le faltó, ni de
-él tuvo queja, pues Dios, al privarla de tantos bienes, concediole
-con creces la paz conyugal. Tiernamente amada y amante, la íntima
-felicidad de su matrimonio la com<span class="pagenum" id="Page_9">p.
-9</span>pensaba de tanta desdicha del orden externo. Carlos Federico
-era bueno, dulce, aunque medio loco según unos, y loco entero según
-otros. La mala opinión acerca de su gobierno cerebral debió trascender
-hasta la Cancillería de Berlín, porque fue destituido de su cargo. La
-joven pareja se encontró a merced de la Divina voluntad, que sin duda
-quería someter a durísima prueba el alma fuerte de la dama española,
-pues a los dos meses de la destitución, y cuando, en espera de recursos
-para venirse a Occidente, vivía obscuro y resignado el matrimonio en
-una humilde casita de Pera, se le declaró al esposo una tisis, con tan
-graves caracteres, que no era difícil presagiar un desenlace fúnebre en
-breve plazo.</p>
-
-<p>Reveló entonces su temple finísimo el alma de Catalina de Artal,
-pues cobrando ánimos con aquel nuevo golpe, aventurose a pedir auxilio
-a sus hermanos de Madrid, que si al principio si hicieron un poco de
-rogar, cedieron al fin, mirando más al decoro de la familia que a la
-caridad cristiana. Con el mezquino socorro que le enviaron, pudo la
-heroína transportar a su pobre enfermo a la isla de Corfú, afamada
-por la benignidad de su clima. Allí vivieron, si aquello era vivir,
-en un pie de milagrosa economía; supliendo con el cariño los recursos
-materiales, y las comodidades con prodigios de inteligen<span
-class="pagenum" id="Page_10">p. 10</span>cia, él resignado, ella
-valerosa y sublime como enfermera, amantísima como esposa, diligente
-en el manejo de la humilde casa, hasta que al fin Dios llamó a sí al
-infeliz Conde de Halma en la madrugada del 8 de Septiembre, día de la
-Natividad de Nuestra Señora.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChI_2">
- <h3>II</h3>
-</div>
-
-<p>Refieran en buen hora los sufrimientos de Catalina de Artal en
-aquellos tristes días y en los que siguieron a la muerte de su
-adorado esposo, los que posean mística inspiración y estén avezados
-a relatar vidas y muertes de mártires gloriosos. Yo no sé hacerlo, y
-dejando este trabajo a plumas expertas, que seguramente escribirán la
-edificante historia, no hago más que apuntar los hechos capitales,
-como antecedentes o fundamento de lo que me propongo referir. ¿Qué
-puedo decir del hondísimo dolor de la dama al ver expirar en sus
-brazos al que era su vida toda, amor primero, alegría última, único
-bien terrestre de su alma? La opinión del mundo, que rara vez deja de
-equivocarse en sus precipitados y vanos juicios, había contrahecho la
-persona moral del señor Conde, pintándole en los círculos de Madrid con
-colores de malicia. Pero al historiador de conciencia, bien enterado
-de su<span class="pagenum" id="Page_11">p. 11</span> asunto, toca el
-borrar toda falsedad con que los habladores y envidiosos ennegrecen un
-noble carácter. Esto hago yo ahora, asegurando que Carlos Federico de
-Halma era un bendito, y que la investigación más rebuscona y pesimista
-no encontrará en su conducta, después de casado, ninguna tacha.
-Desbarato resueltamente la reputación que lenguas demasiado sueltas le
-hicieron en Madrid, y reconstruyo su verdadera personalidad de hombre
-recto, leal, sincero, añadiendo a estas cualidades las que adquirió en
-la convivencia con su digna esposa.</p>
-
-<p>No poca parte había tenido en la dudosa reputación del alemán,
-antes del casorio, la volubilidad de sus ideas, la ligereza de sus
-juicios, sus distracciones, que llegaron a formar un verdadero centón
-anecdótico, sus displicencias negras alternadas con hervores de loco
-entusiasmo por cualquier motivo de arte o amoríos, su prolijidad
-machacona en las disputas, y un sinnúmero de manías, algunas de las
-cuales no le abandonaron hasta su muerte. Se calentaba la cabeza
-pensando en la habitabilidad de todas las estrellas del cielo, chicas
-y grandes, y el que quisiera sacarle de sus casillas, no tenía más
-que poner en duda la infinita difusión de familias humanas por la
-inmensidad planetaria. Del absoluto menosprecio de toda religión
-positiva había pasado, poco antes de casarse, y por influencia de
-la<span class="pagenum" id="Page_12">p. 12</span> angelical Catalina,
-a un ferviente ardor cristiano, más imaginativo que piadoso, sed del
-alma que apetecía, sin satisfacerse nunca, no devociones externas y
-prácticas litúrgicas, sino embriagueces de la fantasía, mirando más a
-la leyenda seductora que al dogma severo. En Oriente, la esposa logró
-poner algún orden en los descabellados entusiasmos de Carlos Federico,
-hasta que, atacado de cruelísima dolencia, tan difícil era combatir
-en él la fiebre abrasadora, como el espiritualismo delirante. Uno y
-otro fuego le consumían por igual, y creyérase que ambos, juntando sus
-llamas, le redujeron a ceniza impalpable.</p>
-
-<p>La noche misma de su muerte, refirió a su mujer, entre dos ataques
-de disnea, un sueño que había tenido por la tarde, y como viese
-Catalina en aquel relato una extraña lógica y cierta lucidez clásica,
-se afligió extremadamente, pensando que su pobre enfermo entreveía ya
-los horizontes del reino de la eterna verdad. Tanto sentido, tanta
-sindéresis en la composición de un poemita fantástico, pues no otra
-cosa era el bien relatado sueño, ¿qué podían significar sino que el
-poeta se moría? Así fue en efecto. En los últimos minutos de vida se
-lanzaba, con desbocada imaginación, a un proyecto de viaje por Asia
-Menor y Palestina, con el doble objeto de visitar las ruinas de Troya,
-primero, y el país<span class="pagenum" id="Page_13">p. 13</span>
-de Galilea después. (Átense estos cabos.) En su pensamiento se
-entrelazaron dos nombres: Homero-Cristo. Y al querer dar la explicación
-de aquel abrazo histórico y poético, gimió, dio una gran voz... «¡ah!»
-y expiró...</p>
-
-<p>Podría creerse que la muerte del Conde fue el último dolor de la
-infortunada Catalina de Artal, y que tras aquella tribulación le
-concedió el cielo días de descanso, ya que no de ventura. Pues no
-fue así. Sobre la tristeza de su viudez, y el recuerdo siempre vivo
-del pobre muerto, viose agobiada de calamidades de otro orden. Hasta
-entonces había conocido las humillaciones y escaseces indecorosas
-que lastimaban su dignidad de aristócrata. Pero a poco de enviudar,
-y residiendo aún en Corfú por no tener medios de trasladarse a otro
-sitio, supo lo que es la miseria, la efectiva, horripilante miseria, y
-sufrió vejámenes que habrían abatido almas de peor temple que la suya.
-Alojada como de limosna en una casa inglesa primero, en una hostería
-griega después, Catalina de Artal se vio privada de alimento algunos
-días, obligada a lavar su escasa ropa, a remendarse sus zapatos, y a
-prestar servicios que repugnaban a su delicado organismo. Pero todo lo
-llevaba con paciencia, todo lo aceptaba por amor de Cristo, anhelando
-purificarse con el sufrimiento. Como se le ofreciera una coyuntura
-propicia para salir de aquella si<span class="pagenum" id="Page_14">p.
-14</span>tuación, quiso aprovecharla, más que por mejorar de vida, por
-encontrarse entre personas allegadas, en quienes emplear los cariños
-que atesoraba su hermoso corazón. Llegose un día inopinadamente a la
-isla jónica un hermano de Carlos Federico, grande aficionado a los
-viajes marítimos, y que divagaba por el Archipiélago en un yate de unos
-comerciantes del Pireo. Propúsole el tal llevarla a Rodas, donde era
-cónsul el Conde Ernesto de Lautenberg, tío suyo y del difunto esposo de
-Catalina, caballero muy bondadoso y corriente, a quien la infeliz dama
-había conocido en Constantinopla.</p>
-
-<p>Dejose llevar la viuda por Félix Mauricio (que así se nombraba su
-cuñado), atraída principalmente por la esperanza de vivir en compañía
-de la Condesa Ernesto de Lautenberg, señora húngara, muy simpática y
-que había demostrado a la española, en los breves días de su trato, una
-cordial adhesión. Salieron, pues, de Corfú en la embarcación griega,
-mal llamada yate, pues por su pequeñez y escaso tonelaje no era más
-que un balandro bonito, propio para regatas y excursiones cortas. Iba
-tripulado por jóvenes <i>dilettantes</i> de la mar. A causa del mal
-gobierno y de la impericia del que hacía de capitán, no pudieron capear
-un furioso temporal que les cogió entre Zante y Cefalonia, y lanzados
-por el viento y el oleaje hacia el golfo de Patrás, entraron de<span
-class="pagenum" id="Page_15">p. 15</span> arribada en Misolonghi con
-grandes averías. Días y días estuvieron allí, esperando buen tiempo,
-y lanzados de nuevo a la mar, llegaban siempre a donde no querían ir.
-Félix Mauricio y el amigote ateniense que capitaneaba la frágil nave,
-profesaban la teoría de que los temporales con vino <i>son menos</i>,
-y empalmaban las turcas que era una maldición. De este modo y con
-tales ansiedades y vicisitudes, navegando a merced de Neptuno, y
-sin arte para dominarle, fueron dando tumbos por toda la vuelta sur
-del Peloponeso. Como quien va describiendo eses por el laberinto de
-callejuelas de una ciudad tortuosa, tan pronto tropezaban en Candía,
-como en Cerigo (la antigua Cytheres); metiéronse a la buena de Dios
-por entre las Cícladas, tocando en Milo y Paros, luego recorrieron las
-Espóradas, visitando Samos, Cos y otras hasta parar en Rodas, después
-de dos meses largos de endemoniada navegación.</p>
-
-<p>Como todo se disponía en contra de los deseos de la infeliz viuda,
-resultó que el Conde Ernesto se había ido a Alemania con licencia, y
-que su esposa, la simpática y bonísima húngara, se había muerto tres
-meses antes. Aceptó resignada la Condesa de Halma esta nueva decepción,
-y tratando con su cuñado de la necesidad de que la trasladase a
-Corinto o Atenas, desde donde podría comunicarse con su familia de
-Madrid,<span class="pagenum" id="Page_16">p. 16</span> y preparar su
-vuelta a España, contestole el joven en forma tan descarnada y grosera,
-que no pudo la señora, por más esfuerzos que hizo, poner su humildad
-por encima de su orgullo en la réplica. Hallábanse en un fonducho
-próximo al muelle. Renunció la dama la hospitalidad a bordo, que el
-capitán del balandro le ofrecía, y enterada de que existía en Rodas
-un convento de la Orden Tercera, allá se dirigió volviendo la espalda
-para siempre al Conde Félix Mauricio, y a sus insensatos compañeros de
-aventuras marítimas.</p>
-
-<p>Gracias a los buenos franciscanos, la noble señora fue alojada
-decorosamente, y empezaron las negociaciones para su regreso a la madre
-patria. Dígase de paso, a fin de completar la información, que el tal
-Félix Mauricio era lo peorcito de la familia Halma-Lautenberg. Había
-pertenecido al cuerpo consular, sirviendo en Alicante y en Esmirna.
-Aquí casó con una griega rica, y abandonando la carrera se dedicó al
-comercio de esponjas, con varia fortuna. Cuando le encontramos en el
-balandro había logrado rehacerse de su primera quiebra. Su carácter
-violento y quisquilloso, su exterior desagradable, y más que nada su
-inclinación irresistible a las libaciones alcohólicas, le hacían poco
-estimable y estimado de propios y extraños. Una tarde, hallándose
-doña Catalina platicando con el<span class="pagenum" id="Page_17">p.
-17</span> guardián del convento, vio al yate darse a la vela, y le
-hizo la señal de la cruz. Perdonó a la nave y a sus tripulantes, y dio
-gracias a Dios por haber salido en bien de su peligrosísima aventura
-por los mares de Grecia.</p>
-
-<p>Los caritativos frailes lograron arreglar a la infortunada
-Condesa su regreso a Occidente, y tomándole billete en el <i>Lloyd
-Austriaco</i>, la expidieron para Malta, donde otros religiosos de la
-misma regla se encargarían de reexpedirla para Marsella, y de allí a
-Barcelona. Pero como el <i>Lloyd Austriaco</i> no tocaba en Rodas,
-la viajera tuvo que hacer la travesía entre esta isla y el punto
-de escala, que era Esmirna, en una goleta turca que cargaba frutas
-y trigo. Nuevos contratiempos para la pobre señora Condesa, pues
-aquellos demonios de turcos hicieron la gracia de llevar un formidable
-contrabando, y la goleta fue visitada en aguas de Quíos por un falucho
-de guerra, y apresada y detenida con todos sus pasajeros y tripulantes,
-hasta que el bajá de Esmirna decidiera el número de palos que le
-habían de administrar al patrón. Entre tanto, pasaba doña Catalina mil
-privaciones y amarguras, pues allí no había frailes Franciscos que
-mirasen por ella. Y gracias que al fin logró verse a bordo del vapor
-austriaco, el cual, para que en todo se cumpliese el sino de la dama
-sin ventura, era un verdadero inválido. Recelaba<span class="pagenum"
-id="Page_18">p. 18</span> ella de todo, del mar y del cielo, y de los
-desmanes de la gentuza de varias razas orientales que en aquellas
-embarcaciones entra y sale de continuo. Pero ni el cielo, ni la mar, ni
-el pasaje ocasionaron a la señora ningún disgusto. Fue la endiablada
-máquina del vapor la que se encargó de interrumpir lastimosamente
-la navegación, rompiéndose en la demora de Candía. Quedose el buque
-como una boya, con el árbol de la hélice en dos pedazos, sin gobierno
-el timón por rotura de los guardines. Dio al fin remolque un vapor
-inglés, y le llevó a Damieta; allí trasbordaron, pasando a Alejandría,
-donde, por variar, sufrieron un nuevo y penoso trasbordo con pérdida
-del equipaje, y mojadura total de la ropa puesta. En rumbo para Malta,
-con divertimiento de Siroco fortísimo, golpes de mar, y por fin de
-fiesta, a la entrada de La Valette, rotura de una de las palas de la
-hélice, retraso, peligro... En Malta, la dama errante fue atacada de
-calenturas intermitentes. Dos semanas de hospital, riesgo de muerte,
-consternación, abandono. Por fin, cumpliéndose en aquel triste caso lo
-de <i>Dios aprieta, pero no ahoga</i>, Catalina de Halma puso el pie en
-Marsella en un estado deplorable por lo tocante a nutrición, vestido
-y calzado, y cinco días después, los señores Marqueses de Feramor
-vieron entrar en su casa a una mujer que más bien parecía espec<span
-class="pagenum" id="Page_19">p. 19</span>tro, el rostro descarnado,
-como de la tierra comido, los ojos brillantes y febriles, las ropas
-deshechas por el tiempo, el viento y la mar, roto el calzado...,
-lastimosa figura en verdad. Y como el señor Marqués, poseído de
-espanto, la mirase ceñudo y dijese:</p>
-
-<p>—¿Quién es usted?</p>
-
-<p>Hubo de contestarle Catalina:</p>
-
-<p>—¿Pero de veras no me conoces? Soy tu hermana.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChI_3">
- <h3>III</h3>
-</div>
-
-<p>No dio su brazo a torcer la Condesa de Halma en las primeras
-explicaciones y coloquios con sus hermanos, el Marqués de Feramor y
-la Duquesa de Monterones, es decir, que no se declaró arrepentida de
-su matrimonio, ni renegaba de este por los trabajos y desventuras sin
-cuento que de su unión con el alemán se derivaron. La memoria de su
-esposo prevalecía en ella sobre todas las cosas, y no permitía que
-sus hermanos la menoscabaran con acusaciones, o chistes despiadados.
-Había venido a que la amparasen, dándole el resto de su legítima si
-algo restaba, después de saldar cuentas con el jefe de la familia.
-Pero no se humillaba, ni al pedirlo y tomarlo, en caso de que se lo
-dieran, había de abdicar su dignidad, achicándose moralmente<span
-class="pagenum" id="Page_20">p. 20</span> ante sus hermanos, y
-dándoles toda la razón en el negocio de su casamiento. No, no mil
-veces. Si no le daban auxilio ni aun en calidad de limosna, no le
-faltaría un convento de monjas en que meterse. Tampoco repugnaría el
-entrar en cualquiera de las Órdenes modernísimas que se consagran
-a cuidar ancianos, o a la asistencia de enfermos, que entre tantas
-Congregaciones, alguna habría que admitiese viudas sin dote. Replicole
-a esto gravemente su hermano que no se precipitase, y que por de
-pronto no debía pensar más que en reponerse de tantos quebrantos y
-desazones.</p>
-
-<p>Cerca de un mes estuvo doña Catalina en la morada de su hermano sin
-ver a nadie, ni recibir visitas, sin dejarse ver más que de la familia,
-y de la criada que la servía. De las ropas que le ofrecieron, no aceptó
-más que dos trajes negros, sencillísimos, haciendo voto de no usar en
-todo el resto de su vida vestido de color, ni de seda, ni galas de
-ninguna especie. Modestia y aseo serían sus únicos adornos, y en verdad
-que nada cuadraba mejor a su rostro blanquísimo y a su figura escueta
-y melancólica. Como todo se ha de decir, aquí encaja bien el declarar
-que doña Catalina no era hermosa, por lo menos, según el estilo
-mundano de hermosura. Pero el paso de tantas desdichas había dejado
-en su semblante una sombra plácida, y en sus ojos una expresión<span
-class="pagenum" id="Page_21">p. 21</span> de beatitud que era el recreo
-de cuantos la miraban. Tenía el pelo rubio tirando a bermejo, la nariz
-un poco gruesa, el labio inferior demasiado saliente, la tez mate y
-limpia, la mirada dulce y serena, la expresión total grave, la estatura
-talluda, el cuerpo rígido, el continente ceremonioso. Algunos, que en
-aquellos días lograron verla, aseguraban hallarle cierto parecido con
-doña Juana la Loca, tal como nos han transmitido la imagen de esta
-señora la leyenda y el pincel. Es caprichoso cuanto se diga de otras
-semejanzas del orden espiritual, como no sea que la Condesa de Halma
-hablaba el alemán con la misma perfección y soltura que el español.</p>
-
-<p>No era muy grato al señor Marqués aquel aislamiento monástico en
-que vivía su hermana, ni le hacían gracia sus propósitos de renunciar
-absolutamente a la vida social. Aún podría, según él, aspirar a un
-segundo matrimonio, que la indemnizara de las calamidades del primero;
-mas para esto era forzoso abandonar la tiesura de imagen hierática,
-las inflexiones compungidas, no vestirse como la viuda de un teniente,
-y frecuentar el trato de los amigos de la casa. De la misma opinión
-era la Marquesa, y ambos la sermoneaban sobre este particular; pero
-la firmeza con que defendía Catalina sus convicciones, manías o lo
-que fuesen, les hizo comprender que nada conseguirían por el momento,
-y<span class="pagenum" id="Page_22">p. 22</span> que debían confiar al
-tiempo y a las evoluciones lentas de la voluntad humana la solución de
-aquel problema de familia.</p>
-
-<p>Aunque es persona muy conocida en Madrid, quiero decir algo ahora
-del carácter del señor Marqués de Feramor, cuya corrección inglesa
-es ejemplo de tantos, y que si por su inteligencia, más sólida que
-brillante, inspira admiración a muchos, a pocos o a nadie, hablando en
-plata, inspira simpatías. Y es que los caracteres exóticos, formados
-en el molde anglosajón, no ligan bien o no funden con nuestra pasta
-indígena, amasada con harinas y leches diferentes. Don Francisco de
-Paula-Rodrigo-José de Calasanz-Carlos Alberto-María de la Regla-Facundo
-de Artal y Javierre, demostró desde la edad más tierna aptitudes para
-la seriedad, contraviniendo los hábitos infantiles hasta el punto
-de que sus compañeritos le llamaban <i>el viejo</i>. Coleccionaba
-sellos, cultivaba la hucha, y se limpiaba la ropita. Recogía del
-suelo agujas y alfileres, y hasta tapones de corcho en buen uso. Se
-cuenta que hacía cambalaches de tantas docenas de botones por un sello
-de Nicaragua, y que vendía los duplicados a precios escandalosos.
-Interno en los Escolapios, estos le tomaron afecto y le daban notas
-de sobresaliente en todos los exámenes, porque el chico sabía, y allá
-donde no llegaba su inteligencia, que no era escasa, llega<span
-class="pagenum" id="Page_23">p. 23</span>ba su amor propio, que era
-excesivo. Contentísimo del niño, y queriendo hacer de él un verdadero
-prócer, útil al Estado, y que fuese salvaguardia valiente de los
-<i>intereses morales y materiales</i> del país, su padre le mandó a
-educar a Inglaterra. Era el señor Marqués anglómano de afición o de
-segunda mano, porque jamás pasó el canal de la Mancha, y solo por vagos
-conocimientos adquiridos en las tertulias sabía que de Albión son las
-mejores máquinas y los mejores hombres de Estado.</p>
-
-<p>Allá fue, pues, Paquito, bien recomendado, y le metieron en uno de
-los más famosos colegios de Cambridge, donde solo estuvo dos años,
-porque no hallándose su papá en las mejores condiciones pecuniarias,
-hubo de buscar para el chico educación menos dispendiosa. En un
-modesto colegio de Peterborough dirigido por católicos, completó el
-primogénito su educación, haciéndose un verdadero inglés por las
-ideas y los modales, por el pensamiento y la exterioridad social. En
-Peterborough no había los refinados estudios clásicos de Oxford, ni
-los científicos de Cambridge; los muchachos se criaban en un medio
-de burguesía ilustrada, sabiendo muchas cosas útiles, y algunas
-elegantes, cultivando con moderación el <i>horse racing</i>, el
-<i>boat-racing</i>, y con la suficiente práctica de <i>lawn-tennis</i>
-para pasar en cualquier pue<span class="pagenum" id="Page_24">p.
-24</span>blo del continente por perfectas hechuras de Albión.</p>
-
-<p>Hablaba el heredero de Feramor la lengua inglesa con toda
-perfección, y conocía bastante bien la literatura del país que había
-sido su madre intelectual, prefiriendo los estudios políticos e
-históricos a los literarios, y siendo en los primeros más amigo de
-Macaulay que de Carlyle, en los segundos más devoto de Milton que de
-Shakespeare. Tiraba siempre a la cepa latina. Al salir del colegio,
-consiguiole su padre un puesto en la embajada, para que por allá
-estuviese algunos años más empapándose bien en la savia británica. En
-aquel periodo se despertaron y crecieron sus aficiones políticas, hasta
-constituir una verdadera pasión; estudió muy a fondo el Parlamento,
-y sus prerrogativas, sus prácticas añejas, consolidadas por el
-tiempo, y no perdía discurso de los que en todo asunto de importancia
-pronunciaban aquellos maestros de la oratoria, tan distintos de los
-nuestros como lo es el fruto de la flor, o el tronco derecho y macizo
-de la arbustería viciosa.</p>
-
-<p>Ya frisaba don Francisco de Paula en los treinta años cuando por
-muerte de su señor padre heredó el marquesado; vino a España, y a
-los diez meses casó con doña María de Consolación Ossorio de Moscoso
-y Sherman, de nobleza malagueña, mestiza de inglesa y española,
-joven<span class="pagenum" id="Page_25">p. 25</span> de mucha
-virtud, menos bella que rica, y de una educación que por lo correcta
-y perfilada a la usanza extranjera, no desmerecía de la de su esposo.
-Poco después casó la hermana mayor del Marqués con el Duque de
-Monterones. Catalina, que era la más joven, no fue Condesa de Halma
-hasta seis años después.</p>
-
-<p>Pues, señor, con buen pie y mejor mano entró el decimoséptimo
-Marqués de Feramor en la vida social y aristocrática del pueblo a que
-había traído las luces inglesas y la ortodoxia parlamentaria del país
-de John Bull. Afortunadísimo en su matrimonio, por ser Consuelo y él
-como cortados por la misma tijera, no lo fue menos en política, pues
-desde que entró en el Senado representando una provincia levantina,
-empezó a distinguirse, como persona seria por los cuatro costados,
-que a refrescar venía nuestro envejecido parlamentarismo con sangre y
-aliento del país parlamentario por excelencia. Su oratoria era seca,
-<i>ceñida</i>, mate y sin efectos. Trataba los asuntos económicos
-con una exactitud y un conocimiento que producían el vacío en los
-escaños. ¿Pero qué importaba esto? Al Parlamento se va a convencer,
-no a buscar aplausos; el Parlamento es cosa más seria que un circo
-de gallos. Lo cierto era que en aquella soledad de los bancos rojos,
-Feramor tenía admiradores sinceros y hasta entusiastas, dos, tres
-y<span class="pagenum" id="Page_26">p. 26</span> hasta cinco senadores
-machuchos, que le oían con cierto arrobamiento, y luego salían
-poniéndole en los cuernos de la luna:</p>
-
-<p>—Así se tratan las cuestiones. Aquí, aquí, en este espejo tienen que
-mirarse todos: esto es lo bueno, lo inglés <i>de la tía Javiera</i>, la
-marca <i>Londón</i> legítima, de patente.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChI_4">
- <h3>IV</h3>
-</div>
-
-<p>Fuera del Senado, el Marqués tenía también su grupito de
-admiradores, que le citaban de continuo como un modelo digno de
-imitación. Por él y por otros muy contados próceres, se decía la
-frase de cajetín: «¡Ah, si toda nuestra nobleza fuera así, otro gallo
-le cantara a este país!» El amanerado argumento de achacar nuestras
-desgracias políticas a no tener un patriciado a estilo inglés, con
-hábitos parlamentarios y verdadero poder político, llegaba a ser una
-cantinela insoportable.</p>
-
-<p>Es muy digno de notarse que Feramor desmentía la vulgar creencia de
-que todo inglés de alta clase ha de ser caballista, y delirante por
-cualquiera de los <i>sports</i> que en Albión se usan. Para gloria
-suya, no había importado del país serio, más que la seriedad, dejándose
-de lado allí del canal las chifladuras hípicas. Aunque algo y aun algos
-entendía de lo referente al <i>turf</i>, no<span class="pagenum"
-id="Page_27">p. 27</span> se ocupaba de ello sino con frialdad cortés,
-marcando siempre la distancia que media intelectualmente entre un
-<i>handicap</i> y un discurso político, aunque sea ministerial.
-Y si era cazador, y de los buenos, no mostraba por esta afición
-una preferencia sistemática y absorbente. Así los gustos como las
-obligaciones existían en él en su valor propio y natural, y la
-inteligencia era siempre la maestra y el ama de todo. En el concierto
-de sus facultades dominaba la que Dios le había dado para que gobernase
-a las demás, la facultad de administrar, y mientras llegaba el caso de
-llevarle las cuentas a la Nación, llevaba las suyas con un acierto y
-una nimiedad que eran un nuevo tema de aplauso para sus admiradores.
-«¡Un aristócrata que administra! ¡Oh, si hubiera muchos Feramor en
-nuestra grandeza, la nación no andaría tan de capa caída!»</p>
-
-<p>La fortuna patrimonial del Marqués no era grande, porque su padre
-había puesto en práctica doctrinas que se daban de cachetes con la
-regularidad administrativa. Pero la riqueza aportada al matrimonio
-por la Marquesa fortalecía considerablemente la casa, en la cual
-reinaba un orden perfecto, gastándose tan solo la mitad de las rentas.
-Vivían, pues, con decoro y modestia, sometidos gustosamente a un
-régimen de previsión entre dos jalones, el de de<span class="pagenum"
-id="Page_28">p. 28</span>lante fijando el límite de donde no debía
-pasar el lujo, para evitar despilfarros, el de atrás marcando la raya
-de la economía, para no llegar a la sordidez. A mayor abundamiento, la
-Marquesa, que parecía hecha a imagen y semejanza de su esposo, y que
-con la convivencia se asimilaba prodigiosamente sus ideas, salió tan
-administrativa y administradora como él, y le ayudaba a sostener aquel
-venturoso equilibrio. Ambos lucían en el gobierno de la casa, con una
-perfecta entonación económica, si es permitido decirlo así. Diversas
-eran las opiniones mundanas sobre esta manera de vivir, pues si algunos
-les criticaban por no tener una cuadra de gran importancia hípica, como
-correspondía a los gustos ingleses del Marqués, otros le elogiaban sin
-tasa por su excelente biblioteca, principalmente consagrada ¡oh!... a
-ciencias morales y políticas. Su mesa era inferior a la biblioteca, y
-superior a la cuadra. Solo había cinco convidados un día por semana.</p>
-
-<p>Expresadas las opiniones, conviene apuntar las hablillas, aunque
-estas desdoren un poco la noble figura de los Feramor. Lenguas, que
-evidentemente eran malas, decían que el Marqués colocaba el sobrante
-de sus rentas a préstamo con réditos enormes, sacando de apuros a sus
-compañeros de grandeza, comprometidos en el juego, en el <i>sport</i>
-o en otros vicios. En esto la<span class="pagenum" id="Page_29">p.
-29</span> maledicencia no acertaba, como casi siempre sucede, pues los
-préstamos del Marqués no eran de calidad extremadamente usuraria. Se
-reforzaba, sí, con buenas hipotecas, y cuando la garantía era floja y
-el reembolso problemático, sus principios económicos le aconsejaban
-aumentar prudencialmente los intereses. Ello es que si en rigor de
-verdad no debía ser llamado usurero, tampoco habría mayor injusticia
-que aplicarle el calificativo de generoso. Ni la adulación que todo
-lo puede, podía llamarle así. Los amigos más benévolos no acertaban
-a descubrir en él un rasgo de desprendimiento, o un ejemplo de favor
-desinteresado. Era todo exactitud en el pensar, precisión matemática en
-las acciones, como una máquina de vida social en la que se suprimieran
-los movimientos de la manivela afectiva. No faltaba jamás a sus
-deberes, no se le podía coger en descuido de sus compromisos; pero
-tampoco se le escapaba la sensiblería de hacer el bien por el bien.
-Siempre en guardia, y custodiándose a sí propio con llaves seguras que
-solo él manejaba, no permitía nunca que la espontaneidad abriese su
-interior de hierro, ni menos que mano profana penetrase en él.</p>
-
-<p>Ved aquí por qué no gozaba de simpatías, y los que le admiraban
-como el último modelo inglés de corte de personas, no le querían.
-Encontrábanle todos poco español, privado de las<span class="pagenum"
-id="Page_30">p. 30</span> virtudes y de los defectos de la compleja
-raza peninsular. Habríanle querido menos reglamentado moralmente,
-menos exacto, y un poquitín perdido. Físicamente, era hermoso, pero
-sin expresión, de facciones a las cuales no se podía poner la menor
-tacha, rematadas por una corona negativa, es decir, por una calva
-precoz, lustrosa y limpia, que él consideraba como la más airosa
-tapadera de la seriedad británica. Su trato fuera de casa era delicado
-y fino, dentro de una elegante tibieza, y en la intimidad doméstica
-seco y autoritario, sin ninguna disonancia, pero también sin asomos
-de dulzura, como un preceptor o intendente, más que como padre y
-esposo. De la señora Marquesa, que no era más que el <i>feminismo</i>
-del carácter de su marido, poco hay que decir. La asimilación había
-llegado a ser tan perfecta, que pensaban y hablaban lo mismo, usando
-las propias locuciones familiares. Ambos se expresaban en inglés con
-notable soltura. Y la asimilación no paraba en esto, pues ocurría en
-aquel matrimonio joven lo que en algunos viejos, reducidos por larga
-convivencia a una sola persona con dos figuras distintas. El Marqués
-y la Marquesa se parecían físicamente; ¿qué digo se parecían? eran
-iguales, a pesar de señalarse ella por poco bonita y él por bastante
-guapo; iguales el mirar, el respirar, los movimientos musculares del
-rostro,<span class="pagenum" id="Page_31">p. 31</span> el aire grave
-de la frente, el temblor imperceptible de las ventanillas de la nariz,
-la manera de llevar los quevedos, pues ambos eran miopes, la boca, la
-sonrisa de buena educación más que de bondad. Decía un guasón, amigo de
-la casa, que si uno de los dos se muriera, el superviviente sería viudo
-de sí mismo.</p>
-
-<p>Vivían en la casa patrimonial de los Feramor, en una de las
-plazoletas irregulares próximas a San Justo, con vistas a la calle
-de Segovia y al Viaducto por la parte de Poniente; casa vetusta,
-pero que con los remiendos y distribuciones hechas por el Marqués no
-había quedado mal. La parte baja, agrandada y mejorada notablemente,
-se dividía en dos cuartos de renta, y se alquilaron, el uno para
-litografía, el otro para las oficinas de una Sacramental. El segundo,
-distribuido al principio en tres cuartos de alquiler, fue después
-anexionado a la casa para aposentar convenientemente a los niños
-mayores, a la institutriz y a parte de la servidumbre. En aquel piso
-escogió su habitación doña Catalina, no permitiendo que fuera amueblada
-con lujo, sino más bien como celda de convento, a lo cual se opusieron
-los Marqueses, enemigos declarados de toda exageración. La exageración
-les sacaba de quicio, y por tanto arreglaron la estancia modestamente,
-pero evitando la afectación de pobreza monástica.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_32">p. 32</span>Al mes de su regreso
-a Madrid, la triste viuda empezó a salir de aquel estupor doloroso
-en que había venido. Ya tomaba gusto a la vida de familia, rompía la
-melancólica solemnidad de su silencio, y se distraía algunos ratos en
-la sociedad inocente de sus sobrinitos, dándoles de comer, ayudando
-a la institutriz, o bien recreándoles con cuentecillos y juegos que
-no fueran ruidosos. Nunca bajaba al comedor grande a la hora oficial
-de comida. O se la servía en su cuarto, o con la familia menuda, en
-el comedor de arriba. Su vida era simplísima, y de una regularidad
-conventual: se levantaba al romper el día, oía misa en el Sacramento o
-en San Justo, volvía sobre las ocho, rezaba o leía haciendo labor de
-gancho, y el resto del día lo empleaba en repasar a los chiquillos la
-lección, volviendo de rato en rato a la misma tarea de la lectura, el
-gancho y el rezo. Su cuñada subía con frecuencia a darle conversación
-y distraerla; su hermano rara vez remontaba su seriedad al segundo
-piso, y cuando tenía algo de interés que comunicarle la llamaba a su
-despacho. Una mañana, después de preparar el discurso que había de
-pronunciar aquella tarde en el Senado, extrayendo mil y mil datos de
-revistas y periódicos que trataban de la monserga económica, habló
-largamente con su hermana de lo que se verá a continuación.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChI_5">
- <p><span class="pagenum" id="Page_33">p. 33</span></p>
- <h3>V</h3>
-</div>
-
-<p>—Y yo te pregunto, querida hermana: ¿vas a estar así toda la vida?
-¿No es ya bastante duelo? ¿No te hartas todavía de obscuridad, de
-silencio, de rezos monjiles y de ese quietismo, que al fin dará al
-traste con tu salud y hasta con tu vida?... ¿No respondes? Bueno.
-Conociendo tu terquedad, ese silencio me indica que aún tenemos
-melancolías y soledades para un rato. ¡Ah! Catalina, ¿por qué no eres
-como yo? ¿por qué no tienes un poco de sentido práctico, y das de mano
-a esas exageraciones? Ea, planteemos la cuestión en terreno despejado.
-¿Piensas consagrar absolutamente tu vida a las devociones, a la
-religión, en una palabra?</p>
-
-<p>—Sí —respondió la de Halma con lacónica firmeza.</p>
-
-<p>—Bueno. Ya tenemos una afirmación, ya es algo, aunque sea un
-disparate. Vida religiosa: corriente. ¿Y tú lo has pensado bien? ¿No
-temes que venga el desaliento, el cambio de ideas cuando ya sea tarde
-para el remedio?</p>
-
-<p>—No.</p>
-
-<p>—Corriente. Una negación tan rotunda ya es algo. Adelante... Luego,
-tu determinación es irrevocable; luego, te sientes con fuerzas para
-afrontar esa vida, que yo soy el primero en ala<span class="pagenum"
-id="Page_34">p. 34</span>bar y enaltecer... esa vida, ¡ah! de la cual
-hallamos ejemplos tan hermosos en los tiempos pasados, pero que en los
-presentes... ¡ah!... Resumiendo: que te propones ingresar en alguna de
-las Órdenes existentes, y acabar tu vida en un claustro. Perfectamente;
-pero aquí entro yo, aquí entra tu hermano mayor, el jefe actual de la
-familia, el cual tiene la suerte de ver las cosas con gran claridad,
-y de plantear todas las cuestiones en el terreno positivo. Yo te
-pregunto: ¿es tu deseo pertenecer a alguna de las Órdenes claustradas
-y reclusas, o a estas modernas, a la francesa, que persiguen fines
-esencialmente prácticos y sociales? Te lo pregunto, querida hermana,
-no porque piense oponerme a tu resolución en ninguno de los dos casos,
-sino para fijar bien los términos de la cuestión, y puntualizar tus
-relaciones ulteriores con la familia bajo el punto de vista social y
-económico. Conviene tratar el tema de la dote, o sea de tu religiosidad
-bajo el aspecto de los intereses materiales... Porque si no fijamos
-bien... si no demarcamos bien...</p>
-
-<p>Doña Catalina interrumpió con nerviosa impaciencia a su hermano, en
-el momento en que este acentuaba sus argumentaciones con los dos dedos
-índices sobre el filo de la elegantísima mesa de su despacho.</p>
-
-<p>—No te canses en tratar este asunto como si<span class="pagenum"
-id="Page_35">p. 35</span> fuera una discusión del Senado. Esto
-es sencillísimo; tanto, que yo sola puedo resolverlo sin consejo
-ni auxilio de nadie. Quédense tus sabidurías para cosas de más
-importancia. Yo tengo mis ideas...</p>
-
-<p>Aquí la interrumpió él prontamente, apoderándose de la frase para
-comentarla con cierta acritud:</p>
-
-<p>—Eso es lo que yo temo, señora hermana; y cuando te oigo decir:
-«Tengo mis ideas», me echo a temblar, porque los hechos me prueban que
-tus ideas no son de una perfecta congruencia con la realidad.</p>
-
-<p>—Ello es que las tengo, querido hermano —dijo la Condesa de Halma
-con humildad—, y tú tienes las tuyas. Fácil es que no concuerden unas
-con otras. Pensamos, sentimos la vida de un modo muy distinto. Déjame
-a mí por mi camino, y sigue tú el tuyo. Quizás nos encontremos, quizás
-no. ¿Eso quién lo sabe? Cierto es que yo quiero hacer vida religiosa.
-No puedo decirte aún si entraré en las Órdenes antiguas, o en las
-modernas. Soy un poco lenta en mis resoluciones, y mis ideas han de
-madurar mucho para que yo me decida a ponerlas en práctica. Quizás te
-sorprenda con algún proyectillo que pase un poquito la línea de lo
-común. No sé. Cada cual tiene sus aspiraciones. Yo las tengo en mi
-esfera, como tú en la tuya.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_36">p. 36</span>—Ya, ya —dijo el
-Marqués encontrando un fácil motivo de argumentación humorística—. Mi
-señora hermana pica alto. La fuerza de su humildad le sugiere ideas que
-se parecen al orgullo como una gota a otra gota. No encuentra dignas
-de su ardor religioso las Órdenes consagradas por el tiempo, y aspira
-a eclipsar la gloria de las Teresas y Claras, fundando una nueva Regla
-monástica para su recreo particular... Y yo pregunto: ¿corresponderán
-las facultades intelectuales de mi querida hermana a la nobilísima
-aspiración de su alma generosa? Me permito dudarlo... No me niegues
-que has pensado en ello, Catalina, y que sueñas con la celebridad de
-fundadora. Te lo he conocido en lo que callas, conversando conmigo,
-más que en lo que dices. Te lo he conocido en ciertas reticencias
-sorprendidas en ti, cuando de soslayo tratamos alguna vez del empleo
-que pensabas dar a los restos de tu legítima. Y ahora, hermana mía,
-abordo nuevamente la cuestión de intereses, asaltado de una duda. Yo
-pregunto: ¿mi señora hermana, en el estado cerebral particularísimo
-que es producto infalible del misticismo, está en el caso de apreciar
-con exactitud la cuantía de su legítima, después de los suplidos de
-Oriente, que no hay para qué recordar ahora? Permítaseme dudarlo.</p>
-
-<p>—Creo poder apreciarlo —dijo la de Halma<span class="pagenum"
-id="Page_37">p. 37</span> con firmeza—; aunque, según tú, me falta el
-sentido de las cosas materiales.</p>
-
-<p>—No es caprichosa esa opinión mía, pues la fundo en una triste
-experiencia. Por no haber sabido a tiempo amaestrar la imaginación,
-esta te desfigura los hechos, te agranda todo lo que pertenece al
-concepto ventajoso, y te empequeñece lo...</p>
-
-<p>—¡Ay, no! —replicó la viuda con viveza—. ¿Piensas que la imaginación
-me empequeñece lo malo?... Di más bien lo contrario. Veo siempre
-considerablemente extendido todo aquello que me perjudica...</p>
-
-<p>—Seguramente creerás que la parte de tu legítima que está en mi
-poder —dijo don Francisco de Paula con cierta conmiseración—, se eleva
-a una cifra fabulosa. Fuera de que la legítima era en sí bastante menor
-de lo que pudimos creer en vida de nuestro querido padre (que de Dios
-goce), hay que tener en cuenta que tu disparatado casamiento más ha
-sido para disminuirla que para aumentarla.</p>
-
-<p>—Dejaremos esta cuestión para cuando sea más oportuno tratarla —dijo
-doña Catalina levantándose.</p>
-
-<p>—Como quieras. Pero no te impacientes por subir a tu nido, y oye
-la observación que quiero hacerte respecto a tus proyectos de vida
-monástica. Siéntate un momento más, y bueno<span class="pagenum"
-id="Page_38">p. 38</span> será que atiendas ahora, más que otras veces
-lo hiciste, a las sanas advertencias de tu hermano, que a falta de
-otra sabiduría, tiene la de presentar las cuestiones en su aspecto
-serio. No te censuro que te lances con ardor a la vida religiosa y
-santa. También eso, aunque con apariencias imaginativas, puede ser
-práctico, esencialmente práctico. Si tu conciencia, si tu corazón
-te impulsan por ese camino, síguelo, que tu carácter y los hábitos
-adquiridos no te permitirán quizás, o sin quizás, ir por otro. Mi
-aprobación en toda regla. Cuanto pertenezca al orden de la piedad, y
-a los supremos <i>intereses</i> espirituales, me tendrá siempre en
-favorable disposición. Pero concrétate a un papel puramente pasivo,
-pues no naciste tú para la iniciativa ni para la actividad, en su
-acepción más lata. Temo mucho a tus ambiciones de fundadora, y veo
-en peligro los reducidos intereses que constituyen tu legítima. Con
-ellos se te podría constituir una dote decorosa, y si me apuran, una
-dote espléndida. Pero si en vez de concretarte a ser humilde oveja,
-como piden tu carácter débil y, permíteme que lo diga, tus cortos
-alcances, te quieres meter a pastora, no tienes ni para empezar. ¡Ah!
-vivimos en un siglo en que no se pueden desmentir las leyes económicas,
-querida hermana; y el que no tenga en cuenta las leyes económicas, se
-estrellará<span class="pagenum" id="Page_39">p. 39</span> en toda
-empresa que acometa, aun aquellas del orden espiritual. Así como no se
-puede hacer una tortilla sin romper huevos, no puede emprenderse cosa
-alguna sin capital. Hoy no se crean Órdenes o Congregaciones con el
-esfuerzo puro de la fe y del ejemplo edificante. Se necesita que el
-que funda, posea una fortuna que consagrar al servicio de Dios, o que
-encuentre protectores ricos y piadosos. Tú no los encontrarás para ese
-objeto, si piensas buscar apoyo en la familia. Los parientes próximos,
-puedo citártelos uno por uno, no están en disposición de consagrar a
-un negocio tan problemático como la salvación de las almas propias
-y ajenas sus apuradas rentas. De modo, que si te obstinas en llevar
-adelante un pensamiento demasiado ambicioso, no harás nada de provecho,
-y perderás en vanas tentativas lo poco que tienes. Nuestra época admite
-los arrebatos místicos, pero con la razón siempre por delante; admite
-la caridad en grado heroico, pero con capital a la espalda, capital
-para todo, hasta para allanarle a la humanidad los caminos del Cielo.
-Tú no posees ni ese capital encefálico que se llama razón, ni esa razón
-suprema de los actos colectivos, que se llama capital. Intenta algo que
-se salga de lo común, y verás como sale un despropósito. Siembra tu
-pobre iniciativa, y cogerás cosecha de tristes desengaños.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_40">p. 40</span>—¿Has concluido?...
-¡Qué bien se explica el señor senador! —le dijo Catalina con gracejo—.
-¿Y si te dijera que no me has convencido? Me reñirías un poquito
-más. ¿Y si al reñirme más, yo me permitiera el atrevimiento de no
-hacerte caso? Pero si no conoces mis ideas, ni mis planes, ¿para qué
-los criticas? Es una verdadera desdicha que seas tan parlamentario,
-porque a todo le das el giro de discusión de negocio grave, y te
-sale un debate político de cada dedo. Yo no discuto, ni critico, ni
-<i>parlamenteo</i> nada. Lo que pienso hacer lo haré si puedo, y si
-no, no. ¿Ya te estás curando en salud, creyendo que voy a pedirte algo
-que no sea mío? Respira tranquilo, hombre práctico, apóstol del dogma
-económico, y de las sacrosantas doctrinas del capital y la renta, y tal
-y qué sé yo. Niégame que existe un capital más eficaz que el que se
-forma con el dinero y la razón.</p>
-
-<p>—A ver... ¿qué?</p>
-
-<p>—La fe... No te rías...</p>
-
-<p>—Si no me río. Pues estaría bueno que yo me riera de la fe... no,
-querida y respetada hermana... Debo poner punto por hoy en estas
-discusiones. Sé que no he de convencerte. Yo digo: «terquedad, tu
-nombre es Catalina de Halma...» Espero que otro será más afortunado que
-yo.</p>
-
-<p>—¿Quién?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_41">p. 41</span>—Don Manuel...
-Nuestro buen amigo triunfará de tus manías.</p>
-
-<p>En aquel punto entró en el despacho la Marquesa, que acababa de
-llegar de misa, y cogiendo al vuelo las últimas palabras, terció en el
-debate, repitiendo, como un eco de su marido:</p>
-
-<p>—Don Manuel, don Manuel te convencerá.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChI_6">
- <h3>VI</h3>
-</div>
-
-<p>Y como si las palabras de Consuelo fueran una evocación, apareció en
-la puerta, sin que antes se le sintieran los pasos, un clérigo alto y
-viejo, que sonriendo y con blanda vocecilla, decía:</p>
-
-<p>—Don Manuel, sí, aquí está don Manuel, dispuesto a convencer a la
-misma sinrazón... ¡Oh, mi señora doña Catalina!... A fe de Manuel
-Flórez que no esperaba tan grato encuentro, y pensaba, antes de
-almorzar, darme una vueltecita por arriba.</p>
-
-<p>—Hoy es día solemne —dijo el Marqués con su habitual cortesanía—;
-hoy tenemos a almorzar al señor don Manuel, y mi hermana, que sabe
-cuánto se merece un amigo de tal calidad, quebranta su clausura, baja
-al comedor y nos acompaña a la mesa.</p>
-
-<p>—No merezco yo tanto... ¡Oh!</p>
-
-<p>Doña Catalina quiso protestar sin ofender al venerable sacerdote;
-pero su voz fue ahogada<span class="pagenum" id="Page_42">p. 42</span>
-por admoniciones cariñosas, y poco después pasaron los cuatro al
-comedor. Por el camino decía el simpático Flórez a la Condesa de
-Halma:</p>
-
-<p>—No está demás, mi buena y santa amiga, aflojar un poquito la cuerda
-de vez en cuando.</p>
-
-<p>Con decir que la educación del Marqués y la de su esposa era
-exquisita, se dice que en el curso del almuerzo no se habló más que
-de cosas gratas, en las cuales pudieran todos decir su palabra sin
-ninguna violencia. Catalina estuvo melancólica y amable, don Manuel
-festivo, el Marqués reservado, y Consuelo con todos fina y obsequiosa.
-Nada ocurrió, pues, que merezca especial mención. Dijeron algo de
-política, que Feramor trataba siempre con criterio muy elevado, huyendo
-de las personalidades, cuatro palabras de literatura y academias, y
-un poco también del proceso del cura Nazarín, que por aquellos días
-monopolizaba la atención pública, y traía de coronilla a todos los
-periodistas y <i>reporters</i>. Divididos los pareceres sobre aquella
-extraña personalidad, unos le tenían por santo, otros por un demente,
-en cuyo cerebro se habían reunido con extraordinaria densidad los
-corpúsculos insanos que flotan, por decirlo así, en la atmósfera
-intelectual de nuestro tiempo. Interrogado sobre tan peregrino caso,
-el bonísimo don Manuel dijo que aún no tenía datos suficientes para
-formar criterio en aquel punto,<span class="pagenum" id="Page_43">p.
-43</span> y que se reservaba su opinión para cuando hubiese estudiado,
-con repetidas visitas y conferencias, al loco, santo, o lo que fuera.
-La de Halma no dijo esta boca es mía, ni aun demostró interés en
-un asunto, que por ser cosa que andaba en los periódicos, debió de
-parecerle de interés vano y pasajero.</p>
-
-<p>Después del almuerzo, subieron don Manuel y doña Catalina al
-aposento de esta, y se entretuvieron largo rato charlando con los
-chiquillos y la institutriz, la cual era inglesa, de edad madura, con
-rostro de pájaro disecado, buena persona, que sabía su oficio y cumplía
-muy bien, transmitiendo a las criaturas sus maneras finísimas, y sus
-tópicos de ciencia fácil para uso de familias bien acomodadas. Cuatro
-eran los niños de los señores Marqueses, y a todos se les nombraba
-con los diminutivos familiares, a la usanza inglesa. Alejandrito,
-el mayor (<i>Sandy</i>), despuntaba por su corrección de pequeño
-<i>gentleman</i>, y era un fiel trasunto de su papá, por lo comedido,
-lo económico, y la precocidad de las cosas prácticas. Seguía Catalinita
-(<i>Kitty</i>), ahijada de su tía del mismo nombre, monísima criatura,
-muy espiritual y un poquitín traviesa. Paquito (<i>Frank</i>) era un
-poco abrutado, pero en él despuntaba una inteligencia sólida para la
-mecánica y... las obras públicas. Como que su juego preferido era
-imitar el ferrocarril, hacien<span class="pagenum" id="Page_44">p.
-44</span>do él de locomotora. Seguía Teresita, de tres años, a la cual
-llamaban <i>Thressie</i>, gordinflona, comilona, y nada espiritual, por
-el momento. Se pirraba por chapotear en agua, lavar trapos, y otras
-ordinarias ocupaciones. Era la que más daba que hacer a la <i>miss</i>,
-a quien llamaban <i>Dolly</i>, que es lo mismo que Dorotea.</p>
-
-<p>Fuéronse todos de paseo muy bien arregladitos, pastoreados por la
-inglesa, y solos ya la Condesa y don Manuel, se encerraron, quiero
-decir, que a solas estuvieron larguísimo tiempo, casi toda la tarde,
-charlando de cosas graves de religión y de beneficencia. No es posible
-continuar en esta verídica narración sin afirmar que don Manuel Flórez
-era un sacerdote muy simpático: sus singulares prendas lo mismo le
-daban prestigio y consideración en las clases altas, que popularidad en
-las inferiores. Entre diversos linajes de personas andaba de continuo,
-codeándose con aristócratas, o alternando con la pobreza humilde,
-y arriba y abajo sabía emplear el lenguaje más propio para hacerse
-entender. En él eran de admirar, más que las virtudes hondas, las
-superficiales, porque si no carecía de austeridad y rectitud en sus
-principios religiosos, lo que más en él resplandecía era la pulcritud
-esmerada de la persona, la dulzura, la benevolencia, y el lenguaje
-afectuoso, persuasivo y en algunos casos retórico de buen gusto. La
-ma<span class="pagenum" id="Page_45">p. 45</span>licia pudo alguna vez
-tratar de mancharle, arrojándole salpicaduras de lodo callejero; pero
-siempre salió limpio y puro de aquellos ataques por su constancia en
-despreciarlos y no darles ningún valor.</p>
-
-<p>Nunca tuvo ambición eclesiástica. Hubiera podido ser obispo con
-solo dejarse querer de las muchas personas de gran influencia política
-que le trataban con intimidad. Pero creyó siempre que, mejor que en el
-gobierno de una diócesis, cumpliría su misión sacerdotal utilizando
-en servicio de Dios la cualidad que este, en grado superior, le había
-dado, el don de gentes. ¡Prodigiosa, inaudita cualidad, cuyos efectos
-en multitud de casos se revelaban! No era solo la palabra, ya graciosa,
-ya elocuente, familiar o grave según los casos; era la figura, los
-ojos, el gesto, el alma flexible y escurridiza que se metía en el
-alma del amigo, del penitente, del hermano en Dios, y aun del enemigo
-empecatado. Podría creerse que tal cualidad serviría para lucir en
-el púlpito. Pues no señor. En su juventud había probado la oratoria
-sagrada con éxito dudoso. Predicador adocenado, pronto hubo de conocer
-que a ninguna parte iría por aquel camino. Su apostolado tenía por
-órgano la conversación, y el trato social era el campo inmenso donde
-debía ganar sus grandes batallas.</p>
-
-<p>Vivía Flórez con independencia, de la renta<span class="pagenum"
-id="Page_46">p. 46</span> de dos buenas fincas que heredó de sus
-padres en Piedrahita. No tenía, pues, que afanarse por la <i>pícara
-olla</i>, ni que volver los ojos, como otros infelices, al palacio
-episcopal, a las parroquias o al Ministerio de Gracia y Justicia. Dios
-le había hecho vitalicio el pan de cada día, poniéndole en condiciones
-de ejercer su ministerio con la eficacia que da... una alimentación
-perfecta. No le venía mal la independencia hasta para la conservación
-de su fácil ortodoxia, de su perfecta conformidad con el espíritu y
-la letra de cuanto enseña y practica la Santa Iglesia. Vestía con
-pulcritud y hasta con cierta elegancia dentro de la severidad del traje
-eclesiástico, sin que en ello hubiera ni asomos de afectación, pues en
-él el aseo y la compostura eran cosa tan natural como el habla correcta
-y la bondad de las acciones. Era elegante, por la misma razón porque
-cantan los pájaros y nadan los peces. Cada ser tiene su epidermis
-propia, producto combinado de la nutrición interior y del medio
-atmosférico. La ropa es como una segunda piel, en cuya composición y
-pátina tanta parte tiene lo de dentro como lo de fuera.</p>
-
-<p>Importantísimo debía de ser lo que hablaron aquella tarde don Manuel
-y doña Catalina, porque la encerrona fue larga. Despidiose el buen
-sacerdote al fin, diciendo al coger su teja:</p>
-
-<p>—Quedamos en eso..., ¿eh?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_47">p. 47</span>—Yo no diré nada, ni
-haré nada.</p>
-
-<p>—Corriente, mi buena y santa amiga. Si algo le dicen a usted,
-desentiéndase. Si sobreviene algún disgustillo, écheme la culpa. No
-tiene más que decir: «cosas de don Manuel».</p>
-
-<p>—Perfectamente. Si consigo lo que deseo, a usted lo deberé todo, y
-suya será la gloria.</p>
-
-<p>—No, eso no: la gloria es de usted, quedamos en eso, en que la
-gloria es de usted. No soy más que el ejecutor o el auxiliar de una
-grande, de una excelsa idea. Adiós, adiós.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChI_7">
- <h3>VII</h3>
-</div>
-
-<p>Bajó despacito las escaleras, fija la vista en los peldaños,
-mientras volteaba en su mente la grande, la excelsa idea, y en el
-portal se encontró a los señores Marqueses que regresaban de su paseo
-en coche.</p>
-
-<p>—¿Todavía por aquí, don Manuel?</p>
-
-<p>—¿Quiere quedarse a comer?</p>
-
-<p>—Gracias mil. Ya saben que no como a estas horas. Mi chocolatito, y
-a la cama como un ángel. Consuelo, buenas tardes.</p>
-
-<p>—¿Y cuándo tendremos el gusto de volver a verle por aquí? —le
-preguntó el Marqués.</p>
-
-<p>—Ese gusto lo tendrán ustedes mañana.</p>
-
-<p>—El disgusto será de usted.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_48">p. 48</span>—Quizás... Pero en
-fin, mañana hablaremos. Abur, abur.</p>
-
-<p>Requirió el manteo, y se fue, dejando a su buen amigo un tanto
-caviloso con aquel anuncio de conferencia, que debía de ser, se lo
-decía el corazón, alguna extravagancia de su señora hermana la Condesa.
-Preparose, pues, prejuzgando todos los órdenes, de razonamientos
-con que podría embestirle don Manuel, y le aguardó tranquilo. Las
-diez no eran todavía cuando el sacerdote entró en la casa, y ambos
-en el despacho, sentaditos a uno y otro lado de la mesa, hablaron
-largo tiempo. El Marqués, si le dejaban, era un águila para las
-amplificaciones; pero Flórez sabía ser lacónico y contundente cuando
-el caso lo exigía. La confianza autoritaria, de superior a inferior,
-con que le trataba, por haber sido su maestro antes de la partida de
-Feramor para Inglaterra, facilitaba mucho a don Manuel las fórmulas de
-concisión.</p>
-
-<p>—Ya, ya me lo figuraba —dijo el Marqués, oída la breve exposición
-que hizo don Manuel de su visita—. Desde que usted me indicó anoche...
-Bajaba usted de su cuarto, donde estuvo en cónclave con ella toda la
-tarde... En seguida comprendí. Mi señora hermana desea que le entregue
-su legítima.</p>
-
-<p>—Exactamente.</p>
-
-<p>—¿Y para eso tanto misterio, y conferencias<span class="pagenum"
-id="Page_49">p. 49</span> tan largas entre usted y ella? ¿Por qué no
-me lo dice? ¿Acaso me niego a entregarle lo suyo? ¿Por ventura no
-tengo mis cuentas bien claras, y mi conciencia muy tranquila, y todos
-los asuntos tan en regla, que fácilmente podría contestar a cuantas
-objeciones se me hicieran? Vea usted, vea usted...</p>
-
-<p>Y diciendo esto sacó un legajo cuyo rótulo decía: «Cuenta de las
-cantidades suplidas a mi señora hermana Catalina...»</p>
-
-<p>—Ya, ya —dijo el clérigo continuando de memoria la lectura del
-rótulo—. «Suplidos en Madrid cuando se casó... y después en Sophia,
-Constantinopla, Corfú...» Dame acá.</p>
-
-<p>Y tomó los papeles, y sin dignarse pasar por ellos la vista, con
-resolución firme y calmosa empezó a romperlos, no pudiendo hacerlo con
-todo el legajo de una vez, por ser demasiado grueso.</p>
-
-<p>—¡Qué hace usted, don Manuel! —exclamó el Marqués abalanzando su
-cuerpo por encima de la mesa, pero sin atreverse a quitarle al otro de
-las manos los papeles que rompía pausadamente, echando los pedazos en
-una cestita próxima.</p>
-
-<p>—Ya lo ves... Hago lo que tú harías si fueras como Dios y yo
-queremos que seas, lo que harás seguramente si reflexionas en ello...
-Déjame, déjame que deshaga toda esta podredumbre...</p>
-
-<p>—Pero...</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_50">p. 50</span>—No hay pero que
-valga. ¡Si has de concluir por aprobarlo, y ayudarme a romper los que
-quedan! Hijo mío, tengo de ti mejor idea de lo que parece, y aunque
-te empeñes en disimular tu buen corazón con esas apariencias de
-egoísmo que te impone la sociedad, no has de conseguirlo. Ya, ya estás
-comprendiendo que debes entregarle a tu hermana su legítima íntegra, y
-que esa resta infame que tenías preparada no es propia de un caballero
-cristiano... como debes ser... como eres, lo digo y lo repito, como
-eres.</p>
-
-<p>—¡Don Manuel!</p>
-
-<p>—Don Manuel te quiere mucho, y cuando te ve desfigurado por el
-egoísmo, que todo lo contamina, te rehace a su gusto... Yo quiero que
-seas conforme al tipo de caballero cristiano que quise formar en ti
-cuando te llevaron a tierras de ingleses metalizados. No pongas esa
-cara compungida, ni abras esos ojazos, Paco, amigo mío y discípulo
-amado. Los anticipos que hiciste a tu hermana son miserias... miserias
-para ti, que eres rico; y si retienes esas cantidades al entregarle
-su legítima, rebajas tu dignidad, y te pones al nivel de la gente mal
-nacida. Prueba que eres noble, no solo de nombre, sino de hechos, y
-perdónale a tu pobre hermana las limosnas que le hiciste, que si el no
-dar limosna es cosa fea, el reclamar la que se dio es cosa feísima,
-plebeya, vil.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_51">p. 51</span>—Permítame usted,
-mi querido Flórez —dijo el Marqués palideciendo, sin ningunas ganas
-de ceder, pero también sin ánimo para oponerse al rasgo de su amigo y
-maestro—; permítame usted que le diga que no es esa la manera de tratar
-las cuestiones de intereses. Discutamos...</p>
-
-<p>—Eso es lo que tú quieres, discutir, porque en ello siempre llevas
-ventaja. Pues yo aborrezco las discusiones; soy muy poco parlamentario.
-¿Y para qué habíamos de discutir? Ya han desaparecido en pedacitos
-mil tus famosas cuentas. Mía es la responsabilidad de este crimen de
-lesa majestad... económica. Pero mi conciencia está tranquila, y aquí
-donde me ves, al romper tus papelotes he sentido en mi interior un
-goce vivísimo. ¡Si tú eres bueno, si tú mismo no sabes lo bueno que
-eres! Ea, voy a echármelas de parlamentario. Discusión: planteo el
-debate. Seré breve, muy breve. Escúchame. Tú eras rico, tu hermana
-pobre. Tú habías hecho un buen casamiento, bajo todos puntos de vista;
-tu hermana lo había hecho detestable. Tú eras feliz, ella desgraciada.
-¿Qué menos podías hacer que socorrerla en su miseria, cuando aún no
-podías entregarle su legítima, por no estar ultimada la testamentaría?
-La socorriste, fuiste buen hermano, buen caballero, y ahora, cuando
-ella te pide la herencia de vuestro padre, te ade<span class="pagenum"
-id="Page_52">p. 52</span>lantas gallardamente y le dices: «Querida
-hermana, toma lo que te pertenece, y olvida los sinsabores que te
-causé, como yo olvido los socorros que te di.» Esto hace un prócer,
-esto hace un caballero, esto hace el primogénito de una casa ilustre
-que hoy se encuentra en posesión de grandes riquezas.</p>
-
-<p>—No me deja usted hablar... ¡Pero don Manuel de mi alma...!</p>
-
-<p>—Si estoy yo <i>en el uso</i> de la palabra, como decís allá.
-Después hablará su señoría, que aún tengo mucho que decir... Sigo.
-Pues me figuro que tengo delante de mí a tu padre, o mejor aún, que
-el hombre que tienes frente a ti, no soy yo, sino aquel bonísimo
-aunque desordenado Pepe Artal, mi noble amigo. ¿Por qué me decidí a
-romperte todo este papelorio? Porque tenía la seguridad de que él lo
-hubiera roto. No era yo, era él, quien lo rompía. Hago revivir ante
-ti la imagen, más que la memoria, de tu padre, para que le imites en
-este caso, aunque en otros me guardaría muy bien de presentártelo
-como modelo. ¡Ah!... Paco mío, tu padre era un perdido... digo,
-tanto como un perdido no, era una mala cabeza, el desbarajuste, la
-imprevisión. Cabeza de trapo, corazón de oro. ¡Qué corazón el de Pepe
-Artal! Era el caballero español, dispuesto a todas las barbaridades
-imaginables; pero también generoso, verdadera<span class="pagenum"
-id="Page_53">p. 53</span>mente noble y magnánimo. El pobrecito no
-conoció a los economistas ingleses, ni siquiera por el forro. Había
-oído hablar con grandes encarecimientos de los políticos de allá: Lord
-Palmerston, Pitt, qué sé yo; pero él no les conocía más que yo a los
-sacerdotes de Confucio. Creía que todo lo bueno ha de traer una marca
-que diga <i>Londón</i>, y se empeñó en que tú habías de entrar en el
-mundo social y político con esa etiqueta. Fuiste allá, volviste hecho
-un inglesote. Vales mucho, yo no lo niego. Serás capaz de arreglar la
-Hacienda española... trabajo te mando... como has arreglado la tuya.
-Tienes grandes cualidades, algunas muy raras aquí, y que nos hacen
-mucha falta; pero careces de otras, quizás las más elementales...
-Pero yo, que te quiero tanto, tanto, te cojo, como se coge un muñeco
-o cualquier figurilla de materia blanda, y te retuerzo, y te doy una
-gran vuelta, hasta enderezar en ti lo que me parece torcido, y hacerte
-a mi gusto... Conque se acabó el discurso. Quedamos en eso: en que le
-entregarás a tu hermana su legítima sin escatimarle las sumas con que
-acudiste a sus necesidades en los tiempos de su extrema pobreza...
-¿Estamos? Pues bien, ahora, yo que soy un gran embustero cuando el caso
-llega, subiré a ver a Catalina, y le soltaré una mentira muy gorda,
-pero muy gorda...</p>
-
-<p>—¡Qué!</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_54">p. 54</span>—Que tú, por tu
-propia iniciativa, como saliendo de ti, ¿me entiendes? has tenido ese
-rasgo. Que yo no te he dicho nada, que los papeles los rompiste tú,
-mejor, que ya los habías roto; en fin, yo me entiendo.</p>
-
-<p>—¿Y eso dirá usted a mi hermana?</p>
-
-<p>—Eso mismo, tal como lo oyes.</p>
-
-<p>—Pues no lo creerá —dijo Feramor, sonriendo por primera vez después
-del sofoco que acababa de pasar.</p>
-
-<p>—Tanto peor para ella y para ti... Pero sí lo creerá. Basta que se
-lo diga yo.</p>
-
-<p>—Con muchos actos de veracidad como este...</p>
-
-<p>—¡Pero si en rigor no es mentira lo que pienso contarle! ¡Si tú,
-al fin, sientes ya no haber tenido aquella espontaneidad, porque tu
-corazón se ha vuelto del lado de la esplendidez galana y noble! Y el
-aceptar ahora gozoso lo que antes no hiciste, es lo mismo que si lo
-hubieras hecho, y llegas a creer que tú mismo rompiste las cuentas,
-y... Vaya, confiésame que te has penetrado de tu papel de caballero
-y de buen hermano, y que estás contento de haberlo mostrado con una
-gallardísima acción. Confiésalo, di que sí, y con esa declaración me
-quedo yo más tranquilo, y no me remorderá la conciencia por el embuste
-que voy a encajarle a la Condesa...</p>
-
-<p>—Hm...</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChI_8">
- <p><span class="pagenum" id="Page_55">p. 55</span></p>
- <h3>VIII</h3>
-</div>
-
-<p>—Mire usted, mi querido don Manolo —dijo el Marqués sentándose,
-después de dar dos o tres vueltas por la estancia—. Sin esfuerzo
-alguno, y con solo una ligera indicación de usted o de ella misma,
-habría usted visto en mí eso que llama rasgo, si supiera yo que al
-entregar a mi hermana su legítima, daba un empleo útil a ese pequeño
-capital... Déjeme usted seguir, que ahora me toca hablar a mí. ¡Pues
-no faltaba más sino que usted se lo dijera todo! Continúo <i>en el
-uso</i> de la palabra. Cúreme usted a mi hermana de sus manías de
-fundadora...</p>
-
-<p>—Pero ven acá, majadero, ¿acaso la fe es una enfermedad?</p>
-
-<p>—Que hablo yo ahora: no se interrumpe al orador. Quítele usted
-de la cabeza a mi señora hermana esas ideas y esos planes para cuya
-realización no le ha dado Dios el cacumen que se necesita, y no solo
-le entregaré gustoso lo que le pertenece, sin merma alguna, sino que
-añadiré algo, siempre que ella se humanice, dejándose de aspirar a
-la canonización, y vuelva al mundo, mirando por su propio interés y
-por el de la familia. De buen grado daré todo el esplendor posible
-a la posición que ella podría<span class="pagenum" id="Page_56">p.
-56</span> crearse, bien casándose con el viudo Muñoz Moreno-Isla, bien
-con...</p>
-
-<p>—¡Paco, por Dios, no desbarres!... Sí, te interrumpo, no te dejo
-hablar, no consiento que barbarices de ese modo. ¡Pero tonto, si
-su grande espíritu la llama hacia cosas bien distintas de eso que
-llamas posición!... ¡Vaya una posición! ¡Si ella quiere la más alta
-de todas, la que será siempre inaccesible para todos esos Casa-Muñoz
-y demás traficantes ennoblecidos que se revuelcan en la vulgaridad,
-entre barreduras de plata y oro! ¡Buena está Catalina para vender la
-alegría de su alma, que consiste en estar siempre en Dios y con Dios,
-por el dinero de esos publicanos! ¡Divertida estaría tu hermana con
-esa gente, pues a trueque de poseer unas cuantas acciones del Banco,
-tendría que soportar a su lado noche y día al de Casa-Muñoz y oírle
-decir <i>áccido</i>, <i>carnecería</i>, y otros barbarismos! ¡Y de
-añadidura, tener por cuñada a la Josefita Muñoz, la <i>reina de las
-tintas</i>, como la llama no sé quién, y oírla y aguantarla y estar
-cerca de ella, cosa tremenda, porque es público y notorio que le
-huele mal el aliento!... Yo no me he acercado... tate... Me lo han
-dicho. Pues otra: la madre de esos tenía su tienda en la calle de la
-Sal. ¡Dios misericordioso, las varas de sarga que me ha medido a mí
-la buena señora para sotanas! ¡Y hoy sus hijos son Marqueses,<span
-class="pagenum" id="Page_57">p. 57</span> y en señal de finura se
-llevan la mano a la boca cuando les viene un eructo, y van a París
-como maletas para introducir en España la moda... de los <i>huevos al
-plato</i>! ¡Y esa es la posición que quieres para tu hermana!</p>
-
-<p>—No se puede con usted, mi buen don Manolo, cuando toma las cosas
-en solfa —replicó el Marqués festivamente—. Búrlese usted todo lo
-que quiera; pero yo repito y sostengo que no hay otro medio, para
-crear clases directoras en esta desquiciada sociedad, que cruzar la
-aristocracia de pergaminos con la de papel marquilla, dueña del dinero
-que fue de la Iglesia y de las casas vinculadas. Yo le aseguro a
-usted...</p>
-
-<p>—No me asegures nada... Tu hermana no quiere ser clase directora
-en el sentido social. Puede serlo en otro mucho más elevado. Sus
-desgracias le han hecho aborrecer toda esa miseria dorada del mundo.
-Ningún amor terrestre puede sustituir en su alma al cariño que tuvo a
-su esposo. Ahí donde la ves, con todo ese aire de poquita cosa, es una
-heroína cristiana. Fue buena esposa, mártir de sus deberes; la memoria
-del pobre muerto es su consuelo, y la llama vivísima de fe que arde
-en su alma se traduce en la ambición de consagrar su vida al bien de
-sus semejantes, a aliviar en lo posible los males inmensos que nos
-rodean, y que vosotros los ricos, los prácticos, los parlamentarios,
-veis con<span class="pagenum" id="Page_58">p. 58</span> indiferencia,
-cuando no los escarnecéis, queriendo aplicar a su remedio las famosas
-leyes económicas, que vienen a ser como la receta del italiano contra
-las pulgas.</p>
-
-<p>—Pero si yo no me opongo a que mi hermana sea piadosa... Accedo
-a que no se case, a que se dedique a la oración en la soledad de un
-claustro. Soy creyente, bien lo sabe usted.</p>
-
-<p>—Hm... ¡Creyente! Todos los señores prácticos, políticos y
-parlamentarios lo son por conveniencia, por decoro y exterioridad. Van
-con vela a las procesiones, y cuando se arrodillan ante el Santísimo y
-ven elevar la hostia, están pensando en que los cambios suben también,
-o bajan.</p>
-
-<p>Dijo esto don Manuel nervioso, impaciente, levantándose y dando
-tumbos por el cuarto. De pronto entra <i>Sandy</i> a pedir a su padre
-los sellos que había recibido aquellos días, y el buen sacerdote,
-después de acariciarle, le dice:</p>
-
-<p>—Corre al segundo, alma mía, y a tu tiíta Catalina que baje al
-momento, que tu papá y yo tenemos que hablarle.</p>
-
-<p>Subió el chiquillo como una exhalación, y en el tiempo transcurrido
-hasta que se presentó la Condesa, el Marqués hubo de parafrasear
-sus últimas afirmaciones para evitar que Flórez las interpretara
-torcidamente. Era hombre práctico, y humillándose ante los hechos<span
-class="pagenum" id="Page_59">p. 59</span> consumados, quería quedar
-bien con todo el mundo.</p>
-
-<p>—He querido decir, señor don Manuel, que no ha demostrado mi
-hermana, hasta ahora, aptitudes para cosa tan grande, para una empresa
-que no solo requiere piedad, sino inteligencia, saber del mundo y
-de los negocios. Eso sostuve y sostengo. ¿Pero acaso el que no haya
-demostrado aptitudes, significa que no pueda adquirirlas cuando menos
-se piense? La fe hace milagros, ¿quién lo duda? La fe puede mucho.</p>
-
-<p>—Según tú, los milagros los hace la santa economía.</p>
-
-<p>—También. Y la inteligencia, y el método, y...</p>
-
-<p>La entrada de su hermana le cortó la palabra. Antes de saludarla,
-don Manuel le alargó desde lejos los brazos, diciéndole con tanta
-seriedad como alegría:</p>
-
-<p>—Venga usted acá, señora Condesa de Halma, y dé las gracias a su
-hermano, este noble hijo de su padre, esta gloria de los Artales y
-Javierres... El señor Marqués, no bien le indiqué los proyectos de
-usted, abrió, como quien dice, su corazón y su alma toda, inundada de
-fe cristiana y de entusiasmo católico. Y nada... que disponga usted
-de su legítima, sin merma alguna, que no hay cuentas, ni las hubo, ni
-puede haberlas entre dos hermanos<span class="pagenum" id="Page_60">p.
-60</span> que tanto se aman... que si no basta, él está dispuesto...</p>
-
-<p>—Poco a poco, don Manuel... Yo...</p>
-
-<p>—Sí, sí, quiere decir que no nos abandonará en caso de... En fin,
-se ha portado como quien es, como un prócer castellano, caballero de
-la fe de Cristo. Ya lo esperaba yo, que conozco la raza, y he llorado
-de satisfacción viendo cómo sus ideas a las mías respondieron, cómo su
-noble corazón se inundó de regocijo ante los sublimes proyectos de su
-bendita hermana. ¡Vivan los Artales y Javierres, cuyo blasón no tiene
-igual en nobleza, cuya historia está llena de actos magnánimos, de
-virtudes heroicas! ¡Viva la familia que cuenta más santos que príncipes
-en su árbol genealógico, y príncipes a centenares, y felicitémonos
-todos, y yo el primero, por la honra de ser amigo de tan ilustres
-personas!</p>
-
-<p>—Bien, muy bien —dijo doña Catalina entre dos sonrisas, demostrando
-en la frialdad con que pronunció aquellas palabras, que no aceptaba
-como artículo de fe las del clérigo.</p>
-
-<p>—No me opongo jamás —dijo Feramor tragando saliva, para ahogar
-con ella la tumultuosa procesión que le andaba por dentro—, no me
-opongo a nada que sea razonable. Cuando lo espiritual se presenta
-en condiciones prácticas, soy el primero... ya se sabe... Mis
-ideas<span class="pagenum" id="Page_61">p. 61</span> generales,
-mis ideas políticas, concuerdan con todo lo que sea el <i>fomento
-y protección</i> de los intereses religiosos. La fe es una fuerza,
-la mayor de las fuerzas, y con su ayuda, las demás fuerzas, ora
-sociales, ora económicas, podrán realizar maravillas. Toda empresa de
-<i>mejora</i> moral me tiene a su lado, porque no veo más camino para
-el perfeccionamiento humano que las creencias firmes, la misericordia,
-el perdón de las ofensas, la protección del fuerte al débil, la
-limosna, la paz de las conciencias.</p>
-
-<p>—¡Qué hermosas ideas! —dijo don Manuel con fingido entusiasmo—.
-¡Benditas sean las riquezas que atesoras, porque con ellas harás el
-bien de tus semejantes desvalidos! Si todos los ricos fueran como tú no
-habría miseria, ¿verdad?, ni el problema social sería tan pavoroso.</p>
-
-<p>Al llegar a este punto, el Marqués necesitaba violentarse mucho para
-no coger una silla y dejarla caer sobre la cabeza del ladino y maleante
-sacerdote. Pero su corrección social, como una conciencia más fuerte
-que la conciencia verdadera, se sobrepuso a su enojo, y ni un momento
-desapareció de sus labios la sonrisa, que parecía esculpida, de la
-buena educación... ¡Ah, la buena educación! Era la segunda naturaleza,
-la visible, la que daba la cara al mundo, mientras la otra, la
-constitutiva, rara vez salía de la clausura en que las bien estudiadas
-for<span class="pagenum" id="Page_62">p. 62</span>mas urbanas la
-tenían recluida. Prescindir de aquella segunda naturaleza para todos
-los actos públicos y aun domésticos, era tan imposible como salir a la
-calle en cueros, en pleno día. Los refinamientos de la educación, si en
-algunos casos corrigen las asperezas nativas del ser, en otros suelen
-producir hombres artificiales, que por la consecuencia de sus actos se
-confunden con los verdaderos.</p>
-
-<p>Apurando los inagotables recursos de su buena educación, de aquella
-fuerza en cierto modo creadora y plasmante que hace hombres o por lo
-menos estatuas vivas, el Marqués sostuvo el papel que le había impuesto
-el eclesiástico amigo de la casa, y terminó la conferencia diciendo
-graciosamente a su hermana:</p>
-
-<p>—Dispón de... eso cuando quieras. Estoy a tus órdenes. Y, como te
-ha dicho muy bien don Manuel, entre nosotros, entre hermano y hermana,
-no se hable de cuentas, ni de anticipos... No, no me des las gracias.
-Es mi deber perdonarte una deuda insignificante. La fortuna me ha
-favorecido más que a ti; ¿qué digo la fortuna? Dios, que es quien
-da y quita las riquezas. Si a mí me las ha dado, es para que puedas
-consagrarte... consagrarte...</p>
-
-<p>No acabó el concepto, porque la buena educación, empleada a
-tan altas dosis, hubo de agotarse... Para disimular la repentina
-extinción<span class="pagenum" id="Page_63">p. 63</span> de aquella
-fuerza, el Marqués no tuvo más remedio que fingir una tosecilla.</p>
-
-<p>Y don Manuel, sacando una cajita de cartón, le dijo con buena
-sombra:</p>
-
-<p>—Tome usted, señor parlamentario, una pastillita de las que yo
-gasto.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChII_1">
- <p><span class="pagenum" id="Page_65">p. 65</span></p>
- <h2 class="nobreak">SEGUNDA PARTE</h2>
- <hr class="tir" />
- <h3>I</h3>
-</div>
-
-<p>Véanse ahora los artificios que en la conducta del Marqués de
-Feramor determinaba su segunda naturaleza, el ser urbano y correcto,
-pues el impulso adquirido le llevó a distancias considerables de su
-verdadera índole interna, petrificada en el egoísmo. Aquella noche
-y las siguientes, platicando en su tertulia con las personas graves
-de ambos sexos que a ella concurrían, indicó con discreta jactancia
-su propósito de coadyuvar a las empresas religiosas de su hermana
-la Condesa. Verdad que todo esto era de dientes afuera. Hay que
-manifestar que le incitaba a la expresión de tales ideas y otras
-semejantes la atmósfera que reinaba en su tertulia, y que no era más
-que una prolongación del ambiente total. Porque en aquellos días,
-que no están muy lejanos, había venido sobre la sociedad una de esas
-rachas que temporalmente la agitan y conmueven, racha que entonces era
-religiosa, como otras veces ha sido impía. El fe<span class="pagenum"
-id="Page_66">p. 66</span>nómeno se repite con segura periodicidad.
-Vienen vientos diferentes sobre la conciencia pública: a veces como una
-moda de exaltaciones democráticas; a veces la moda del ideal contrario.
-En literatura también vienen y van estas ventoleras furibundas, que
-harían grandes estragos si no pasaran pronto. Sopla a veces un realismo
-huracanado que todo lo moja; a veces un terral clásico que todo lo
-seca.</p>
-
-<p>La religión no se libra de esta elasticidad atmosférica, que en
-cierto modo es saludable, dígase lo que se quiera. Vienen altas
-presiones de indiferentismo; siguen otras de piedad. En los días a
-que me refiero, la racha religiosa venía con fuerza, y en los salones
-de Feramor se arremolinaba furibunda. Hablábase con preferencia de
-Roma y del Santo Padre; a cualquiera se le ocurrían frases felices
-para ridiculizar a los incrédulos, o para encomiar las hermosuras
-del simbolismo cristiano y de las artes auxiliares del culto;
-otros señalaban decadencia, síntomas de ruina moral en los países
-protestantes. Sostenían estos la frecuencia de las conversiones al
-catolicismo, y aquellos recordaban con encarecimiento las vidas de
-santos y fundadores, encontrándolas más bellas que las de los héroes de
-Plutarco. Se proyectaban viajes en cuadrilla para admirar catedrales
-y huronear monasterios derruidos, y los aficionados a la estética
-reco<span class="pagenum" id="Page_67">p. 67</span>nocían más talento
-en los escritores ortodoxos que en los impíos o indiferentes. Algunos
-que nunca fueron beatos, enseñaban bajo la mundología una punta de
-oreja pietista, y los que lo eran se crecían y amenazaban comerse el
-mundo. De fuera, por el vehículo de la prensa, que siempre ha sido
-extraordinariamente sensible a estas mudanzas atmosféricas, venía
-la racha, empujando más cada día, porque los periódicos tachados de
-librepensadores y que lo eran realmente, al llegar Semana Santa, salían
-con todas sus columnas abarrotadas de una santurronería que habría
-hecho palidecer de ira a los progresistas de hace treinta años. Las
-señoras, naturalmente, aventaban más y más la racha con el aire de sus
-abanicos y con el aliento de su apasionada fraseología, hasta conseguir
-que se hinchara como tromba. Ignoraban que cuando se apaciguaran
-aquellos vientos, vendrían otros con nuevas ideas y pasiones nuevas.</p>
-
-<p>Pues bien, en una atmósfera densa de revindicaciones religiosas,
-vertía el Marqués de Feramor sus ideas artificiales, que se llaman así
-para diferenciarlas de las ideas verdaderas, encerraditas muy adentro,
-lejos del histrionismo seco de la buena educación. Se esforzaba en
-mostrarse contento por auxiliar a su hermana doña Catalina en las
-formidables empresas cristianas que acometería muy pronto. ¡Oh,
-como<span class="pagenum" id="Page_68">p. 68</span> representante
-de las clases directoras, él estaba obligado a contribuir a cuanto
-favoreciera los <i>grandes intereses espirituales</i> de la sociedad!
-No todo había de ser fomentar obras públicas, y defender como artículo
-de fe la asociación mercantil. Había que mirar al más allá, enseñar
-a las clases proletarias el olvidado camino del Cielo, y preparar
-la vuelta de los grandes ideales. De este modo daba alimento a su
-vanidad, preconizando en público lo que en su fuero interno detestaba,
-y hacía propósito de sacar partido de lo que tan contra su voluntad se
-fraguaba, en el piso segundo de su casa, entre la testaruda Condesa de
-Halma y el complaciente don Manuel Flórez.</p>
-
-<p>Los concurrentes a su tertulia se veían obligados a mayores
-alabanzas que las que constantemente le tributaban por su sentido
-inglés, y su desprecio de las exageraciones. A excepción del Conde de
-Monte-Cármenes, equilibrista incorregible, que se ponía siempre en un
-justo medio muy cómodo, equidistante del misticismo y de la impiedad,
-los amigos de Feramor le veían con gusto en aquel camino. Naturalmente,
-los hombres de capacidad intelectual y pecuniaria como él, estaban
-obligados a dar vigor al poder público, vigorizando el <i>resorte</i>
-religioso. El Marqués de Cícero no podía contener su entusiasmo;
-Jacinto Villalonga, que al<span class="pagenum" id="Page_69">p.
-69</span> conseguir la senaduría vitalicia se había constituido en
-adalid de los grandes principios, deploraba no ser rico para ayudar a
-la Condesa de Halma en sus empresas espirituales, que eran lo mismo que
-una gran batalla dada a las revoluciones; los Trujillos, los Albert
-y Arnáiz, de la nobleza frescachona, opinaban que los <i>títulos</i>
-debían ponerse al frente del movimiento de regeneración; el Conde
-de Casa-Bohío, Tellería de nacimiento, casado con una cubana rica,
-declaraba su conformidad y aprobación entusiasta... en nombre de Europa
-y América. El general Morla no hacía más que repetir y confirmar sus
-ideas de toda la vida. Severiano Rodríguez cerdeaba un poco; pero
-sin lanzarse resueltamente a la oposición, porque su urbanidad se lo
-vedaba.</p>
-
-<p>Pero el que con mayor vehemencia y aspavientos más enfáticos hizo la
-apología de los <i>intereses espirituales</i>, fue un tal José Antonio
-de Urrea, primo del Marqués, parásito en la casa por temporadas, hombre
-inconstante, ligero y de dudosa reputación. Más joven que Feramor, algo
-se le parecía en lo físico, en lo moral poco, porque era la cabeza más
-destornillada de la familia, y la mayor calamidad que pesaba sobre
-ella. El Marqués le profesaba una antipatía que a veces era mortal
-odio, y había hecho los imposibles por mandarle a Cuba, a Filipi<span
-class="pagenum" id="Page_70">p. 70</span>nas, al fin del mundo, y
-librarse de sus furiosas acometidas en demanda de socorros pecuniarios.
-Las adulaciones del dichoso pariente le sacaban de quicio, porque tras
-ellas venía siempre el golpe inexorable.</p>
-
-<p>Verdaderamente, José Antonio de Urrea era más desgraciado que
-perverso. Huérfano en edad temprana y sin patrimonio, no tuvo quien
-le mandase a estudiar a Inglaterra ni a parte alguna. Los parientes
-ricos quisieron darle carrera; empezó sucesivamente tres o cuatro,
-Infantería, Montes, Administración Militar, Telégrafos, y no llegó ni
-a la mitad de ninguna. A los veintidós años, fue preciso conseguirle
-un destino. Feramor contaba por centenares los viajes al Ministerio
-para pedir la reposición o el traslado. Ello es que le echaban de todas
-las oficinas, porque, o no iba, o iba tarde, y no hacía más que fumar,
-dibujar caricaturas y enredar con los compañeros. Abandonado de sus
-parientes, dedicábase a desconocidos negocios. Veíasele algún tiempo
-bien vestido, gastando en coche y teatros, sin que nadie supiese de
-dónde salían aquellas misas. Tras un largo periodo de eclipse, aparecía
-mi José Antonio hecho una lástima, enfermo, roto, muerto de hambre;
-pero con ideas de un gran negocio, que estudiaba y que seguramente
-sería su salvación. Feramor y su mujer, la Duquesa de Monterones y su
-ma<span class="pagenum" id="Page_71">p. 71</span>rido le compadecían,
-y haciéndole prometer la enmienda, se dejaban expoliar. El pícaro
-se valía de mil graciosas artimañas para conquistar los corazones,
-principalmente los de las señoras; con el socorro que recogía
-restauraba su ropa o la hacía nueva, y allá le teníais otra vez de
-punta en blanco, día y noche, de servilleta prendida, y amenizando las
-tertulias con su fácil ingenio.</p>
-
-<p>Su inconstancia no era inferior a su desvergüenza: a veces
-desaparecía de las casas de Feramor y Monterones, y parasiteaba en
-otras, donde sin duda le pagaban con el plato sus amenidades, que
-no siempre eran de buen gusto. Ello es que en la mesa y tertulia de
-la parentela pagaba el trato con una adulación asfixiante, y en las
-casas ajenas se vengaba de la humillación recibida hablando mal de
-su familia, ridiculizando el anglicanismo de su primo, las vanidades
-de la Marquesa y de Ignacia Monterones. Tras esto solía venir otro
-largo chapuzón en obscuridades desconocidas, para resurgir luego
-arrepentido, implorando misericordia. En cuanto su primo le veía con
-el incensario en la mano, se echaba a temblar, porque las lisonjas
-eran siempre precursoras de un golpe despampanante con el mandoble,
-que manejaba como nadie. Y así, cuando le vio tan entusiasta de los
-ideales religiosos, el Marqués se dijo: «Este viene armado esta noche.
-Preparémonos.»</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_72">p. 72</span>En efecto,
-aprovechando una ocasión propicia, José Antonio le asaltó en un ángulo
-del billar, y allí, con alevosía, premeditación y ensañamiento,
-descargó sobre su cabeza el filo cortante, quedándose el Marqués tan
-aturdido del tremendo golpe, que no supo contestarle. El terrible
-sablista mostrose muy animado con la esperanza de un seguro negocio,
-para el cual reunía el capitalito necesario, y solo le faltaba una
-cantidad, una miseria, que su primo, su querido primo, su opulento
-primo y Mecenas le facilitaría al día siguiente... si podía ser por la
-mañana, mejor.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChII_2">
- <h3>II</h3>
-</div>
-
-<p>—¿Pero tú estás loco? ¡Que te dé mil pesetas! —le dijo la víctima
-poniéndole la mano en el pecho, y apartándole de sí como un peso que se
-le venía encima—. ¡Vaya una historia! ¿Negocios tú...? Y qué es, ¿se
-puede saber?</p>
-
-<p>—Un negocio editorial, pero seguro, Paco; tan seguro, que ganaré con
-él en poco tiempo, unos cuantos miles de duros.</p>
-
-<p>—Echa por esa boca. La historia de siempre. ¿Y con mil pesetas
-estableces una casa editorial?</p>
-
-<p>—¿No me has oído? Tengo más; pero me falta ese pico.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_73">p. 73</span>—Lo que a ti te falta
-es vergüenza —respondió el Marqués, que ante aquella calamidad de la
-familia se veía privado hasta de su buena educación—. Déjame en paz, o
-te echo de mi casa.</p>
-
-<p>—Bueno, no es motivo para que te enfades. Me niegas el auxilio que
-yo, pobre industrial, vengo a pedirte. Y luego me decís: «Trabaja,
-trabaja, sé hombre, sienta la cabeza.» Pues señor, siento la cabeza, me
-descrismo trabajando; pero ¡ay! la pícara ley económica se interpone...
-¿El capital dónde está? Lo busco; encuentro parte; voy a mi opulento
-primo a que me lo complete, y mi opulento primo me echa de su casa, me
-condena a la miseria, me ata las manos... Bien, Paco, bien... Siempre
-te querré, y te respetaré siempre...</p>
-
-<p>—¡A fe que están los tiempos para poner dinero en empresas
-editoriales..., precisamente cuando hemos convenido en dedicarlo a las
-espirituales!</p>
-
-<p>—Tú puedes atender a todo. Estás en el deber de fomentar lo de Dios
-y lo del César.</p>
-
-<p>—Sí, sí, con la saca que me espera estos días. ¿Sabes que tengo que
-dar a mi hermana...?</p>
-
-<p>—Lo sé. Le das lo suyo.</p>
-
-<p>—Pero...</p>
-
-<p>—Convenido; tu hermana está loca.</p>
-
-<p>—Habla con más respeto.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_74">p. 74</span>—Loca perdida. Locura
-sublime, si quieres. Yo que tú, no le daba un cuarto. Lo sublime deja
-de serlo en cuanto le pones dinero encima. Dame a mí lo que te pido,
-que estoy bien cuerdo y bien pedestre, con mi trabajito metódico, y mis
-hábitos de hombre previsor y ordenado.</p>
-
-<p>En efecto, dígase porque es verdad, el pobre Urrea llevaba medio
-año de vida totalmente contraria a la que le diera fama tan triste.
-Había conseguido dar forma práctica a su habilidad para la fotografía,
-y asociándose con un industrial muy activo, hizo una excursión por
-las provincias andaluzas, y se trajo una colección de clichés de
-monumentos, que le valieron algunos cuartos. Esto le alentó. Fundó
-un periódico, estudiando la Zincografía y el Heliograbado; pero la
-endeblez de la parte literaria hizo fracasar la publicación. Con nuevos
-elementos intentaba la creación de otro semanario ilustrado, esperando
-obtener considerables ganancias, y juntaba dinero para el material
-indispensable y para los primeros gastos. El impresor le exigía, a más
-del papel, una cantidad en fianza para responder de la composición
-y tirada de los dos primeros números. Hablando de estas materias,
-metiéndose de lleno en la explicación técnica del negocio por ver si
-ablandaba a su primo, afiló más el arma, llegando a fijar en dos mil
-pesetas la suma que necesitaba.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_75">p. 75</span>—¡Dos mil!</p>
-
-<p>—Sí, y tú me las vas a dar. Eres mejor de lo que tú mismo crees.</p>
-
-<p>—No; si yo me tengo por inmejorable. Por serlo, no te doy las dos
-mil pesetas: sería lo mismo que tirarlas a la calle... Oye: una cosa
-se me ocurre. Pídeselas a mi hermana, que ahora tiene dinero, o lo
-tendrá pronto, y según dice don Manuel, lo dedica al socorro de la
-miseria humana. Claro que tú, con tu flamante industria editorial,
-estás comprendido en esa humanidad miserable, a la cual piensa Catalina
-redimir.</p>
-
-<p>—Pues mira tú, no es mala idea... ¡Ah! tu hermana es una santa, una
-heroína cristiana. Yo la admiro, y siempre que la veo, me dan ganas de
-arrodillarme delante y rezar... Mi palabra de honor... Pues sí, ¡famosa
-idea!</p>
-
-<p>—Hazle comprender que la protección a las industrias nacientes y
-a los hombres emprendedores y formales como tú, debe contarse entre
-las obras de misericordia, y que la caridad empieza por la familia...
-¿entiendes? ¡Quién sabe, hombre, quién sabe si...!</p>
-
-<p>—No lo tomes a broma, que bien podría... Se intentará, hombre, se
-intentará. Catalina es realmente un ángel, y sus desgracias le dan una
-extraordinaria penetración para comprender las ajenas. Bien mirado el
-asunto, debe co<span class="pagenum" id="Page_76">p. 76</span>menzar
-su campaña caritativa por mí, que la venero, que la idolatro; por mí,
-el más desgraciado de la familia, más que ella seguramente, más, más. Y
-creo que, en conciencia, bien puedo pedirle tres mil pesetas.</p>
-
-<p>—Sí... sube, hijo, sube.</p>
-
-<p>—Pero, ¡ay! —exclamó Urrea desalentado súbitamente, llevándose
-la mano al cráneo—, no me acordaba de... ¡Ay, no puede ser, Paco
-de mi alma, no puede ser! ¡Qué tontos tú y yo! Claro que dejándose
-llevar mi prima de su magnánimo corazón, no habría caso. Pero como el
-que gobierna en su voluntad es ese <i>congrio</i> de don Manuel...
-Figúrate.</p>
-
-<p>—No te permito hablar así de nuestro dignísimo amigo.</p>
-
-<p>—Perdóname... No le ofendo. ¡Triste de mí! ¡Cuando digo que la
-mayoría de los males que afligen a la humanidad son de un origen
-eclesiástico!... ¡Ah! pues si yo cogiera libre a mi prima, quiero
-decir, en el libre ejercicio de su misericordia, créete que mis cuatro
-mil pesetillas no habría quien me las quitara. Mi palabra...</p>
-
-<p>—Veo que si no te las dan pronto, acabarás por pedir un millón.</p>
-
-<p>—Se me ocurre una idea... Quizás podríamos... Hay que verlo. ¿Puedo
-contar contigo?</p>
-
-<p>—¿Conmigo? ¿para qué?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_77">p. 77</span>—Para apoyarme, en
-caso de que ese reverendísimo <i>percebe</i> informe, como parece
-natural, en contra de mi pretensión.</p>
-
-<p>—Yo... ¿Cómo?</p>
-
-<p>—Diciéndole a la señora Condesa de Halma que ya no soy lo que era,
-que me he corregido, que trabajo, que con mi pequeña industria doy
-de comer a multitud de familias indigentes, en fin, que defiendo a
-rajatabla los grandes ideales cristianos, y que sería obra de caridad
-muy meritoria auxiliarme con cinco mil...</p>
-
-<p>—¡Calla, hombre, calla! Yo no puedo apoyarte. Creerán que me he
-vuelto loco. En todo caso, demuéstrame que tus propósitos de enmienda
-son verdaderos, y tus planes de trabajo cosa seria y decisiva.</p>
-
-<p>Dijo esto el Marqués, pasando al salón próximo, como si por la fuga
-quisiera librarse de mosca tan importuna; pero el pariente pobre le
-seguía, cosido a sus faldones, desplegando la pertinaz voluntad de
-esos caracteres que no desmayan hasta no conseguir lo que se proponen.
-Minutos después, Feramor se sentó en un diván para hablar de política
-con Manolo Infante. El parásito hubo de agregarse con oficiosidad
-pegajosa; la conversación rodó insensiblemente hacia el terreno
-periodístico, y al instante Urrea se dejó caer con esta indirecta:</p>
-
-<p>—Como yo consiga echar a la calle mis <i>Sabatinas</i>, verán
-uste<span class="pagenum" id="Page_78">p. 78</span>des. Cosa nueva, la
-actualidad presentada con arte y <i>chic</i>, precio fenomenal, digo,
-baratísimo; la parte literaria de primera, la heliografía <i>ídem de
-lienzo</i>, en fin, un negocio que solo espera un poquitín de apoyo
-para enriquecer a alguien. El primer número, que ya está preparado,
-lo dedico al célebre apóstol de nuestros tiempos, el gran Nazarín, de
-quien presento noticias estupendas, la biografía completa, retratos de
-él y sus discípulas...</p>
-
-<p>—Pero ese Nazarín, ¿qué es? —preguntó el Marqués a Manolo Infante—.
-Ya nos trae locos la prensa con la dichosa cuadrilla <i>nazarista</i>,
-y el proceso, y las <i>interviews</i>... ¿Le has visto tú?</p>
-
-<p>—No necesito verle —replicó Infante—, para pensar, como tu primo,
-que es el pillo más ingenioso que ha echado Dios al mundo.</p>
-
-<p>—Poco a poco —dijo Urrea con el desparpajo que gastar solía para
-desmentirse—. Yo no pienso tal cosa.</p>
-
-<p>—Hace un rato nos contabas a Severiano y a mí que le habías visto,
-y charlado con él y sus compañeras, y que le tenías... son tus
-palabras... por un impostor vulgarísimo.</p>
-
-<p>—¿Eso dije?... Vamos, os revelaré todo el intríngulis de mi
-diplomacia. Por desorientaros a ti y a Severiano os dije la opinión
-corriente y vulgar, reservando para mi público la novedad, la sorpresa.
-Yo presento a Nazarín como resul<span class="pagenum" id="Page_79">p.
-79</span>ta del sondeo que he hecho de su carácter, visitándole en el
-hospital uno y otro día.</p>
-
-<p>—Y opinas que es un santo. Pues eso no es nuevo, porque no ha
-faltado quien lo haya sostenido ya.</p>
-
-<p>—Pero no presentan los elementos de prueba que presentaré yo. Es
-un hombre extraordinario, un innovador, que predica con actos, no con
-palabras, que apostoliza con la voluntad, no con la inteligencia, y
-que dejará, no se rían ustedes de lo que afirmo, un profundo surco en
-nuestro siglo.</p>
-
-<p>—¡Pero si nos has dicho hace media hora que ni siquiera es loco,
-sino un aventurero que se hace el demente para vivir sobre el país!</p>
-
-<p>—No me convenía hace media hora decirte mi verdadera opinión. En
-diplomacia y en industria es permitido el engaño. Antes no me convenía
-propagar la verdad; ahora me conviene.</p>
-
-<p>—A este le entiendo yo mejor que nadie —dijo Feramor riendo—.
-Tiene sus planes, persigue su negocio, y repentinamente, un cambio
-atmosférico le hace cambiar de rumbo para llegar más pronto a donde
-se propone. Es muy astuto mi primo, y ahora quiere ponerse a bien con
-los que dedican su dinero a los eternos ideales, a las campañas de la
-caridad evangélica. ¿Es esto, sí o no? Y a propósito, Manolo, ¿sabes
-tú<span class="pagenum" id="Page_80">p. 80</span> de alguien que
-quiera tomar parte en una empresa editorial, con tendencias religiosas,
-<i>nota bene</i>, con tendencias religiosas, haciendo un pequeño
-sacrificio de seis mil pesetas?</p>
-
-<p>—Poco a poco... —dijo con viveza José Antonio—. La participación
-en los beneficios no puede darse sino aportando al negocio siete mil
-pesetas.</p>
-
-<p>Feramor e Infante rompieron a reír, y el otro, sin cortarse ni
-abandonar el campo de su formidable <i>sport</i>, prosiguió de este
-modo:</p>
-
-<p>—A reír, a reír... Ya veremos quién se ríe el ultimo. Y volviendo
-a <i>mi héroe</i>, les enseñaré algunas pruebas de las diferentes
-fotografías que he podido sacarle en el Hospital... También tengo las
-de sus compañeras. Verán.</p>
-
-<p>Echando mano al bolsillo, mostró distintas pruebas fotográficas,
-obra suya, las cuales fueron examinadas con intensa curiosidad por las
-distintas personas que al instante formaron grupo.</p>
-
-<p>—¿Conque este es el famoso Nazarín?... A ver, a ver...</p>
-
-<p>—Digan ustedes si cabe en lo humano un rostro más inteligente.</p>
-
-<p>—Parece moro.</p>
-
-<p>—Lo que parece es una figura bíblica.</p>
-
-<p>—¿Y esta mujer...?</p>
-
-<p>—Vean, vean esa cabeza, y díganme si la im<span class="pagenum"
-id="Page_81">p. 81</span>postura puede llegar jamás a esa ideal
-belleza.</p>
-
-<p>—Bonito perfil. Pero aquí hay retoque.</p>
-
-<p>—Más que la <i>Beatrice</i> del Dante, parece un Dante joven.</p>
-
-<p>—Digan que es una pitonisa, con la inspiración pintada en sus
-ojos.</p>
-
-<p>—O una Santa Clara.</p>
-
-<p>—Eso no; no es figura medieval, es bíblica.</p>
-
-<p>—Del Antiguo Testamento. No confundir...</p>
-
-<p>—¿Y este? ¿Qué mico es este?</p>
-
-<p>—Esa es Ándara... la monstruosa, porque en su rostro hay un guiño
-del Infierno y otro del Cielo.</p>
-
-<p>—¡Ándara!... ¡Jesús, qué endiablada fisonomía!</p>
-
-<p>—Todo es extraño, sublimemente enigmático y misterioso en esa
-familia, o dígase tribu... Pero fíjense, fíjense bien en la cara de
-Nazarín. ¿Es Job, es Mahoma, es San Francisco, es Abelardo, es Pedro el
-Ermitaño, es Isaías, es el propio Sem, hijo de Noé? ¡Enigma inmenso!</p>
-
-<p>Desembuchaba estos calurosos encarecimientos el bueno de Urrea,
-como un viajante que enseña las muestras de los artículos que ofrece
-al comercio, y en tanto las fotografías corrían de mano en mano. Las
-señoras principalmente las arrebataban, y ponían en ellas su atención
-con una curiosidad intensísima, insaciable, febril.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChII_3">
- <p><span class="pagenum" id="Page_82">p. 82</span></p>
- <h3>III</h3>
-</div>
-
-<p>—Pero, amigo Urrea —dijo el Marqués de Cícero con sinceridad
-infantil—, esto debe publicarse.</p>
-
-<p>—Se publicará.</p>
-
-<p>—¿Y el texto... cosa buena?</p>
-
-<p>—¡Ah!...</p>
-
-<p>—Pero es tan considerable el gasto —dijo Feramor—, que la empresa
-que ha tomado a su cargo la propaganda nazarista, solicita una
-subvención de ocho mil pesetas.</p>
-
-<p>—¡Oh!... No has exagerado, querido primo —manifestó Urrea—. Y
-también te aseguro, palabra de honor, que para hacerlo bien, a la
-altura del asunto, no vendrían mal nueve mil.</p>
-
-<p>—Chico, más vale que llegues de una vez a la cifra redonda: dos mil
-duros.</p>
-
-<p>—Para mil cosas baladís han dado eso, y mucho más, Mecenas que yo
-conozco. Palabra que sí. Lo que se pretende ahora está circunscrito
-dentro de los términos de una modestia casi inverosímil: diez mil
-pesetas. ¿Qué menos?</p>
-
-<p>—No me parece mucho. Que se las dé a usted el Gobierno.</p>
-
-<p>—O pedirla a las Sacramentales —dijo Manolo Infante—, que tienen la
-contrata de la conducción a la vida inmortal.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_83">p. 83</span>—Mejor a las empresas
-funerarias, porque el nazarismo hace propaganda de la muerte.</p>
-
-<p>—Pues yo que usted, Urrea —indicó una dama que sabía tomar el pelo
-con suave mano—, pediría la subvención al gremio de constructores de
-imágenes y de pasos para la Semana Santa.</p>
-
-<p>No se acobardaba el ingenioso aventurero por la rechifla graciosa
-con que los amigos de la casa acogían sus proyectos; antes bien,
-hallábase excitado, sentía en su mente audaces iniciativas y una
-pasmosa fecundidad de recursos para trabajar en aquel negocio. La idea
-sugerida por Feramor era felicísima. ¡Ah, si él pudiera maniobrar en
-terreno libre, es decir, en el bondadoso corazón de su prima! Pero
-aquel intruso y pegadizo don Manuel Flórez, tamiz por donde pasaban
-todos los pensamientos y actos de Catalina de Halma, le desconcertaba,
-infundiéndole la tormentosa duda del éxito. Para discurrir a sus
-anchas sobre problema tan difícil, necesitaba estar solo, aguzar su
-ingenio hasta lo increíble, prepararse, en fin, con todo el aparato de
-artimañas y sutilezas que, en su larga experiencia de aquella esgrima,
-le habían dado tantas victorias. Despreciando las burlas de que era
-objeto en casa de Feramor, salió de allí presuroso, sin despedirse
-de nadie; contra su costumbre, se fue a su casa, y en su reducida
-alco<span class="pagenum" id="Page_84">p. 84</span>ba se encerró
-a meditar el plan de ataque, tratando de prever las posiciones del
-enemigo para escoger bien el palmo de terreno en que embestirle debía.
-Al meterse en la cama, con los pies fríos y la cabeza caliente, se
-dijo: «No hay que achicarse: la timidez será mi fracaso. Concretando
-mi honrada petición a dos mil duros, podrían creer que es para vicios.
-Para que vean que es un negocio serio, un asunto en que median los
-<i>grandes intereses</i> del espíritu humano, necesito correrme a tres
-mil.»</p>
-
-<p>Durmiose a la madrugada, y si al principio soñó que don Manuel
-Flórez, al oír su demanda, le disparaba a quemarropa un cañón Hontoria,
-su sueño fue después optimista y placentero, porque se vio abrazado
-tiernamente por el dicho Flórez, mientras Catalina sacaba del bargueño
-una arqueta gótica, y de ella muchos fajos de billetes de Banco, de
-los cuales daba una parte a Nazarín y otra a él: y como Nazarín era
-todo abnegación y menosprecio de los bienes terrestres, le regalaba su
-parte sin mirarla siquiera. El movimiento pudoroso del apóstol mendigo
-al coger el dinero, prevaleció en la mente de Urrea aun después de
-haber pasado de aquel sueño a otro bien distinto. Soñó que con parte
-de aquel numerario compraba una mina de hierro, que en poco tiempo le
-daba rendimientos fabulosos; con las ganancias de la mina com<span
-class="pagenum" id="Page_85">p. 85</span>praba dos manzanas de casas, y
-mucho papel del Estado, y negociando por alto, llegaba a hacerse dueño
-de toda la red de ferrocarriles de España... aquí que no peco... y de
-Francia e Inglaterra... Y a todas estas, Nazarín apartando de sí la
-resma de billetes con apostólica repugnancia.</p>
-
-<p>Al romper el día, mientras cosas tan inauditas pasaban en el cerebro
-de un hombre dormido, don Manuel Flórez, que vivía en la misma calle,
-frente por frente al soñador Urrea, salía de su domicilio. Fue con vivo
-paso a decir su misa, entretuvo después un par de horas en esta y la
-otra iglesia, y a eso de las diez se dejó caer en la casa de Feramor.
-Entrando sin anunciarse en el despacho del Marqués, que trabajaba con
-su administrador y apoderado, le dijo:</p>
-
-<p>—Querido Paco, quisiéramos que eso se ultimara pronto, si fuera
-posible, hoy.</p>
-
-<p>—¿Pues no ha de ser posible? Hoy mismo, mi querido don Manolo. Mucha
-prisa tiene la redentora por entrar en funciones.</p>
-
-<p>—La miseria humana, hijo mío, es la que tiene prisa, el hambre
-humana, la sed y la desnudez humanas.</p>
-
-<p>—Pues por mí no quede.</p>
-
-<p>Terció el administrador, asegurando que ya estaba avisado el notario
-para preparar la documentación, y que si terminaba aquel día, en
-el<span class="pagenum" id="Page_86">p. 86</span> siguiente quedaría
-hecha la entrega de la legítima de la señora Condesa, parte en fincas o
-valores, parte en dinero contante.</p>
-
-<p>—Perfectamente —dijo el buen sacerdote acariciándose una mano con
-otra—. Y ya que estás hoy de vena de amabilidad...</p>
-
-<p>—¿Pero no se sienta, don Manuel?</p>
-
-<p>—No; me voy en seguida. Digo que ya que te encuentro en vena de
-concesiones, me atrevo a hacerte presente un antojito de tu hermana,
-cosa insignificante; verás...</p>
-
-<p>—Acabe usted pronto, que ya empiezo a sentir escalofrío.</p>
-
-<p>—¿Por qué, hijo de mi alma?</p>
-
-<p>—Porque podría ser que para redimir a la pobrecita humanidad, no
-le bastase su legítima, y en nombre del Dios Uno y Trino me pidiese
-también la mía... y podría suceder que usted se empeñase en que se la
-diera.</p>
-
-<p>—Vamos, no bromees. Lo que te pide es que le adjudiques la torre
-de Zaportela, en Aragón. En esa casona destartalada pasó ella parte
-de su infancia con tu tía doña Rudesinda. Tiene recuerdos...; en fin,
-que para nada te sirve a ti ese nidal de lagartijas, y ella tiene el
-capricho de restaurarlo, y...</p>
-
-<p>—Es que la casa de Zaportela y dos predios adyacentes se los tengo
-dados en usufructo a los Urreas, los tíos de este perdido de José
-Anto<span class="pagenum" id="Page_87">p. 87</span>nio, pedigüeños
-insaciables como él, que practican la mendicidad por el terror. Si les
-echo de allí, son capaces de quemarme todas las casas que tengo en
-Aragón.</p>
-
-<p>—Bueno, pues en vez de Zaportela, le darás el castillo de
-Pedralba en esta provincia, término de San Agustín; ya sabes... un
-caserón viejo, con una torre, y no sé qué ruinas de un monasterio
-cisterciense... Conque no hay que vacilar, hijo mío, y agradéceme que
-abra anchos horizontes a tu generosidad. Eres un ángel, y el perfecto
-tipo del caballero cristiano.</p>
-
-<p>—Basta, basta. No necesita usted emplear la lisonja para
-desvalijarme. Eso se arreglará. Particípele usted a su discípula que no
-llore por el castillo. Pedralba será suyo.</p>
-
-<p>—Se lo participarás tú, porque yo no subo hasta la tarde —dijo
-Flórez mirando su reloj—. Tengo mucha prisa. A las once he de ver al
-señor Vicario; y a las doce me esperan en Gracia y Justicia para ir a
-la Nunciatura... Bueno, señor, bueno.</p>
-
-<p>—¿Qué más?</p>
-
-<p>—Nada más. ¿Te parece poco?</p>
-
-<p>—Creí que me iba usted a pedir el coche para todos esos viajes.</p>
-
-<p>—No pensaba pedírtelo; pero lo tomo si me lo das. Está Madrid
-perdido de barros. Bueno, señor, bueno.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_88">p. 88</span>Poco después salía
-gozoso y vivaracho el buen don Manolo, y en el portal, ¡zás! José
-Antonio de Urrea que entraba. Quedose el joven como quien ve visiones,
-y no acertaba ni a saludar al respetable limosnero de la casa.</p>
-
-<p>—¡Pepillo, dichosos los ojos!... ¡Ven acá, hijo mío, dame un abrazo!
-—le dijo el clérigo con efusión—. ¿Pero qué tienes? Te has puesto
-pálido. ¿Estás enfermo?... Tiemblas.</p>
-
-<p>—No señor... La emoción... Cabalmente venía pensando en usted
-—replicó Urrea besándole la mano—. ¿Cree usted que ver, después de
-tanto tiempo, a este amigo venerable, a este ángel tutelar de toda la
-familia, no es cosa que impresiona?</p>
-
-<p>—Calla, calla, zalamero.</p>
-
-<p>—Deme usted a besar otra vez esas manos.</p>
-
-<p>—Basta, basta. Ya sé, ya sé que estás muy corregido. Sé que
-trabajas, que has sentado la cabeza. Ya era tiempo, hijo mío.</p>
-
-<p>—¿Quién se lo ha dicho a usted? —preguntole Urrea con cierta alarma,
-temiendo las ironías le su primo Feramor.</p>
-
-<p>—Me lo han dicho... ¿A ti qué te importa? Tus primas, las de
-Hinestrosa me lo han dicho, ea.</p>
-
-<p>—Soy otro hombre. ¡Y qué bueno es ser bueno, don Manuel! ¡Qué
-hermosura es una conciencia tranquila, una pobreza honrada, y una
-con<span class="pagenum" id="Page_89">p. 89</span>ducta normal,
-ordenada y perfectamente correcta! ¡Qué descanso la pureza de las
-intenciones, la sujeción de los deseos, la adaptación de nuestros goces
-a la medida de la realidad! ¡Qué consuelo tan grande vivir en armonía
-con todo el mundo, y sentirse querido, respetado!...</p>
-
-<p>—Sí, hijo mío, sí.</p>
-
-<p>—Verdad que mi vida es azarosa, pues no puedo prescindir de ciertos
-hábitos de decencia, y careciendo de bienes de fortuna, el pan de
-cada día, mi queridísimo don Manuel, representa para mí esfuerzos
-hercúleos.</p>
-
-<p>—Dios bendecirá tu trabajo. Adelante por ese camino. Persiste en tus
-ideas; ten constancia, valor, confianza en ti mismo.</p>
-
-<p>—Así lo haré. Descuide.</p>
-
-<p>—¿Vas a ver a Consuelo?</p>
-
-<p>—No, voy a visitar a Halma.</p>
-
-<p>Con esta brevedad familiar, <i>Halma</i>, nombraba comúnmente el
-parásito a su prima.</p>
-
-<p>—Bien, bien. ¡Acompañar a los desgraciados, endulzar su tristeza con
-palabras de consuelo! La pobrecita te lo agradecerá mucho. Hazme el
-favor de decirle que no puedo ir hasta la tarde... ¡ah! y que eso, ya
-sabe lo que es, quedará ultimado mañana. Anda, anda, hijo mío. Y que el
-Señor te conserve en esa buena disposición. Adiós...</p>
-
-<p>Volvió a besarle la mano, y después de acom<span class="pagenum"
-id="Page_90">p. 90</span>pañarle a entrar en el coche, subió el
-gran Urrea, más que gozoso, ebrio de entusiasmo y felicidad, porque
-las cosas se le deparaban mejor de lo que en los desenfrenos de su
-optimismo hubiera podido imaginar. Primer golpetazo de la suerte:
-encontrarse a don Manuel Flórez en aquel pie de increíble benevolencia,
-enterado ya de sus nuevas costumbres laboriosas. Segundo golpetazo:
-saber que hasta la tarde no iría el susodicho a la débil fortaleza,
-amenazada de un terrible asedio. Cierto que el enemigo podía
-presentarse a última hora con un socorro formidable, ideas y autoridad
-de refresco; pero también podía suceder que llegase tarde, y que,
-arrancada por el sitiador una promesa, la egregia dama no tuviera más
-remedio que cumplirla. El hombre se creció moral y hasta físicamente
-al subir la escalera, derecho al cuarto segundo. Se sentía impetuoso,
-audacísimo, invencible, y sobre todo grande, enorme. Creía tocar con su
-cabeza en el tramo alto de la escalera, y que las puertas no tenían
-bastante hueco para darle entrada. Sin duda la Providencia Divina
-se ponía de su parte. ¡Qué bien había hecho aquella mañana en rezar
-al Padre Eterno, a la Virgen y a San Antonio bendito, implorando su
-eficaz auxilio! ¡Qué diantre! ¿No era él un pobre, no era un triste,
-un mísero? ¿Pues qué hacía más que pedir una limosna, y propor<span
-class="pagenum" id="Page_91">p. 91</span>cionar a las buenas almas el
-ejercicio de la más hermosa de las virtudes, la caridad?</p>
-
-<p>«Fuera timideces, fuera mezquindades que podrían comprometer el
-éxito —se dijo al traspasar la puerta, soberbio y arrogante, como un
-campeón que anhela engrandecer los peligros para que sea mayor la
-gloria de vencerlos—. Allá van los hombres valientes. Le pido... pst...
-veinte mil pesetas.»</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChII_4">
- <h3>IV</h3>
-</div>
-
-<p>Siempre que entraba don Manuel, después de larga ausencia de medio
-día o día entero, en el cuarto de su noble amiga la Condesa de Halma,
-encontrábala sumergida en una melancolía profunda y tenebrosa, como
-nadadora que bucea en una cisterna. Abierto sobre la falda el libro de
-la <i>Ciudad de Dios</i>, de San Agustín, o alguna otra obra mística;
-apoyada la mejilla en la mano derecha, el codo del mismo lado sostenido
-en la mano izquierda y esta en la rodilla derecha, que se elevaba por
-tener el pie sobre un taburete, parecía un Dante pensativo, revolviendo
-en su mente los círculos negros del Infierno, o los luminosos del
-Paraíso. Viéndola en tales tristezas anegada, silenciosa y ceñuda,
-procuraba don Manuel alegrarle los ánimos con su grata conversación,
-y unas veces lo conseguía y otras no.<span class="pagenum"
-id="Page_92">p. 92</span> Pues aquella tarde ¿cuál no sería la
-sorpresa del simpático Flórez al encontrar a su ilustre amiga en un
-estado de inquietud placentera? No daba crédito a sus ojos viéndola
-en pie, corriendo de un lado a otro de la estancia, como si arreglara
-y pusiera en orden los libros y objetos de devoción que en varios
-estantillos tenía. Y lo más extraño era que en su rostro resplandecían
-la animación, la vida. Sus ojos, siempre apagados, brillaban con fulgor
-de fiebre; sus mejillas, siempre macilentas, habían tomado un rosado
-tinte, como si volviera de un paseo por el campo, harta de sol y de
-aire.</p>
-
-<p>—¿Qué tiene usted, mi noble y santa amiga? —le preguntó el
-sacerdote—. ¿Qué le pasa?</p>
-
-<p>—Nada, no me pasa nada. Estoy contenta. ¿Esto es pasar algo?</p>
-
-<p>—Sí... Me alegro mucho de verla tan gozosa. No conviene dejar caer
-el espíritu en la tristeza. La virtud es por naturaleza alegre, y la
-conciencia pura se regocija en sí misma...</p>
-
-<p>—Siéntese usted si gusta, y déjeme a mí en pie. Siento una
-inexplicable necesidad de andar, de moverme. De repente, la quietud ha
-empezado a serme molesta.</p>
-
-<p>—La he recomendado a usted un ejercicio prudencial. La virtud no
-requiere precisamente la postración sedentaria, que hasta puede llegar
-a ser un vicio y llamarse pereza.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_93">p. 93</span>—Y ahora me
-preguntará usted el motivo o razón de este contento que en mí
-observa.</p>
-
-<p>—En efecto, señora mía, se lo pregunto a usted.</p>
-
-<p>—Y yo le respondo que no lo sé; que no puedo explicar qué pasa esta
-tarde en mi alma. Veremos si llego a darme cuenta de ello. Y ahora, voy
-a interrogar yo. Dígame: ¿quién es Nazarín?</p>
-
-<p>Quedose un rato suspenso el buen Flórez, y miró el rostro de la
-Condesa como quien quiere descifrar un obscuro acertijo.</p>
-
-<p>—Pues Nazarín... —murmuró.</p>
-
-<p>—¿Qué hombre es ese? ¿Le conoce usted?</p>
-
-<p>—Sí, señora.</p>
-
-<p>—¿De ahora, o le conoce usted hace tiempo?</p>
-
-<p>—Es un sacerdote, manchego, de mediana edad. Hace dos o tres años,
-no recuerdo bien la fecha, tuve ocasión de tratarle en la sacristía de
-San Cayetano. Pareciome un hombre excelente, de costumbres purísimas,
-humilde, de no común inteligencia, parco de palabras... Después me le
-encontré alguna que otra vez en la calle; hablamos. El infeliz parecía
-disgustado; revelaba una pobreza honda, sin quejarse de ella. Creí que
-su cortedad de genio y su extremada delicadeza le tenían en tal estado,
-y le aconsejé que se sacudiera, procurando adquirir un poco de don
-de gentes. Después le he visto<span class="pagenum" id="Page_94">p.
-94</span> incluido en un proceso escandaloso, y su nombre arrastrado
-por la vía pública. Francamente, me supo muy mal que un sacerdote
-viniese a tal situación, ya fuese por debilidad de carácter, ya por
-verdadera malicia. Supe que estaba en el hospital, convaleciente de un
-tifus agudísimo, y, ¿qué cree usted?... me fui a verle. Yo soy así: me
-gusta enterarme por mí mismo. Le vi, hablamos largamente, y...</p>
-
-<p>—¿Opina usted como casi todo el mundo, que es un pobre loco?</p>
-
-<p>—Esa es la opinión general.</p>
-
-<p>—Pero la de usted, la de usted es la que yo quiero saber.</p>
-
-<p>—La mía no tiene importancia. Expertos facultativos le han
-examinado, profesores de enfermedades mentales y nerviosas.</p>
-
-<p>—Pero usted tiene bastante entendimiento para no necesitar de
-los juicios ajenos para formar el suyo. Dígame lo que piensa, en
-conciencia, de ese hombre. ¿Es un pillo?</p>
-
-<p>—Creo que no.</p>
-
-<p>—¿Firmemente que no?</p>
-
-<p>—Sostengo con plena convicción que no es un malvado.</p>
-
-<p>—Luego es un loco.</p>
-
-<p>—No me atrevo a decir tanto.</p>
-
-<p>—Luego, es un hombre de miras elevadas, un hombre que...</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_95">p. 95</span>—Tampoco afirmo
-eso.</p>
-
-<p>—Luego, usted no ha podido formar una opinión concreta.</p>
-
-<p>—No señora, no he podido. Y, créame usted, ha sido para mí el tal
-Nazarín objeto de grandes confusiones.</p>
-
-<p>—¿Cómo no me había hablado de eso, don Manuel?</p>
-
-<p>—Porque no pensaba que tal asunto mereciera fijar la atención de la
-señora Condesa.</p>
-
-<p>—¿Sabe usted que anda por ahí un libro que trata de Nazarín, en
-el cual se cuenta cómo salió a sus peregrinaciones, cómo encontró
-prosélitos, cómo realizó actos de verdadero heroísmo y de sublime
-caridad?</p>
-
-<p>—He leído ese libro, que me regaló su autor, con una dedicatoria muy
-expresiva. Pero no me fío de lo que allí se cuenta, por ser obra más
-bien imaginativa que histórica. Los escritores del día, antes procuran
-deleitar con la fantasía que instruir con la verdad.</p>
-
-<p>—¿Puedo yo leer ese libro?</p>
-
-<p>—Seguramente. Pero sin olvidar que es novela.</p>
-
-<p>—Entonces prefiero otra cosa.</p>
-
-<p>—¿Qué?</p>
-
-<p>—Ver al propio Nazarín. El sujeto vivo dará más luz que una historia
-cualquiera, aun suponiendo que no fuese fantástica, y tan solo es<span
-class="pagenum" id="Page_96">p. 96</span>crita para entretenimiento de
-los desocupados.</p>
-
-<p>—¿Ver a Nazarín? ¿Dónde?</p>
-
-<p>—En cualquier parte. En el hospital..., aquí.</p>
-
-<p>—Eso me parece más grave. Con todo, no digo que no.</p>
-
-<p>—Diga usted que sí, y acabaremos más pronto. Ahora, punto y aparte:
-hablemos de otra cosa.</p>
-
-<p>—Pues a otra cosa —repitió Flórez, algo caviloso por el repentino
-salto de la tristeza al contento en el ánimo de la ilustre señora—.
-Ya sabe usted que mañana se hará la entrega de la legítima. Ya hemos
-salido de eso.</p>
-
-<p>—¡Gracias a Dios! Mucho tengo que agradecer también a mi hermano
-—dijo Catalina sentándose algo fatigada, cual si sus excitados nervios
-entraran en sedación—. Si he de decirle a usted la verdad, veo con
-absoluta indiferencia la llegada de ese dinero a mis pobres manos.</p>
-
-<p>—La persona que mira al cielo —dijo el cura entornando los ojuelos
-para ver mejor el rostro de su amiga—, se acostumbra mejor que otras a
-despreciar los bienes terrenales.</p>
-
-<p>—Y respecto al empleo que debemos dar a ese capitalito, ya
-hablaremos despacio.</p>
-
-<p>—Si no recuerdo mal, ya hemos hablado bastante. Convinimos en que
-usted fundaría, en pleno campo y lejos del bullicio, un instituto de
-caridad, con rentas propias...</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_97">p. 97</span>—Y que antes, se
-reservaría una suma para repartirla entre los necesitados.</p>
-
-<p>—Sí; pero eso es difícil, porque no tendríamos ni para empezar.
-La caridad debe hacerse con método, apoyándose en el criterio de la
-Iglesia, y favoreciendo los planes de la misma. No vale dar limosna sin
-ton ni son. Falta saber a quién se da, y cómo se da.</p>
-
-<p>—¿Sabe usted, mi buen don Manuel, que no entiendo bien eso?</p>
-
-<p>—Se lo expliqué a usted con toda latitud ayer mismo.</p>
-
-<p>—Pues lo he olvidado. Pero no hay que repetirlo. Ya lo comprenderé
-cuando tenga la cabeza más serena.</p>
-
-<p>De repente, el buen clérigo se dio un golpe en la frente, como si
-quisiera matar un mosquito que le picaba, y exclamó:</p>
-
-<p>—¡Ah, ya caigo, ya, ya!</p>
-
-<p>—¿Qué?</p>
-
-<p>—Nada, que mientras hablábamos, me devanaba yo los sesos pensando
-quién habría estado aquí hoy de visita. Y ahora me ha venido
-súbitamente a la memoria.</p>
-
-<p>—Mi primo Pepe Antonio de Urrea.</p>
-
-<p>—Le encontré en el portal: él entraba, yo salía. Me han dicho que es
-hombre corregido.</p>
-
-<p>—Así parece... ¡pobrecillo! Me ha conmovido contándome sus apuros
-para ganarse la vida con un rudo trabajo.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_98">p. 98</span>—Y seguramente le ha
-pedido a usted dinero para sus empresas.</p>
-
-<p>—Sí...</p>
-
-<p>—Y le ha hablado a usted de Nazarín.</p>
-
-<p>—Exactamente.</p>
-
-<p>—Pero no puedo encontrar la relación entre Nazarín y los conflictos
-pecuniarios del descendiente de los Urreas.</p>
-
-<p>—Le he prometido estudiar su petición, y resolverla de acuerdo con
-usted.</p>
-
-<p>—Lo menos le habrá pedido a usted dos o tres mil reales.</p>
-
-<p>—Algo más: cinco mil duros.</p>
-
-<p>—¡Ave María purísima!... ¡San Antonio bendito!</p>
-
-<p>—Crea usted que me reí, y desde que me habló de esto, empecé a
-sentirme alegre. Los apuros de un hombre por cosa que tan poco vale,
-como es el dinero, me causan alegría. Es como el rechazo de todo lo
-que yo he sufrido por el maldito dinero, en los días terribles en
-que me hacía tanta falta. Y ahora que en nada de mi propio interés
-puedo emplearlo, pues perdí el bien de mi vida, ahora que tengo bajo
-tierra los restos del que era mi único amor, y considero en el cielo
-su alma, me alegra el gemido de los que piden dinero con apremiante
-necesidad, y al ver que lo tengo, me alegro más. Experimento, créalo
-usted, como un secreto anhelo de<span class="pagenum" id="Page_99">p.
-99</span> venganza..., sí, quiero vengarme de mi destino, que a tantas
-privaciones me sujetó, y tantas amarguras me hizo pasar... Y cuando
-se acerca a mí un desgraciado pidiéndome aquello que yo no pude tener
-cuando lo necesitaba, y que poseo ahora que no lo necesito...</p>
-
-<p>—Se venga usted... negándoselo.</p>
-
-<p>—No señor, dándoselo... Es una venganza en la cual confundo a mi
-destino y al mismo dinero, materia vil y despreciable, cuyo reparto
-no debe someterse a ninguna regla de orden y gobierno. Las leyes
-económicas de mi hermano me parecen una de las más infames invenciones
-del egoísmo humano.</p>
-
-<p>—¿De modo que usted, señora mía, cree que para despreciar al dinero
-y castigarlo por su vileza, debe dársele al primer loquinario que lo
-pide sin que sepamos en qué lo ha de emplear?</p>
-
-<p>—Creo que el empleo final de la moneda es siempre el mismo, dese
-a quien se diere. Caiga donde caiga, va a satisfacer necesidades.
-El manirroto, el disipado, el vicioso mismo, lo hacen pasar a otras
-manos, que lo aprovechan en lo que debe aprovecharse. Lance usted un
-puñado de billetes a la calle, o entrégueselo al primer perdido que
-pase, al primer ladrón que lo solicite, y ese dinero, como van todas
-las aguas a los ríos, y los ríos al mar, irá a cumplir su objeto<span
-class="pagenum" id="Page_100">p. 100</span> en el mar inmenso de la
-miseria humana. Cerca o lejos, aquí o allá, con ese dinero arrojado
-por usted a la calle se vestirá alguien, alguien matará su hambre y su
-sed. El resultado final de toda donación de numerario es siempre el
-mismo.</p>
-
-<p>—Señora mía —dijo don Manuel un poco aturdido—. No seamos
-paradójicos..., no seamos sofísticos. Si usted me permite que la
-contradiga, que le haga una demostración clara de su error en esa
-materia...</p>
-
-<p>El hombre no podía expresarse bien. Estaba sofocadísimo, sentía
-calor, y se abanicaba con su teja.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChII_5">
- <h3>V</h3>
-</div>
-
-<p>—Por más que usted diga —prosiguió la Condesa—, yo creo que la
-limosna consiste esencialmente en dar lo que se tiene al que no lo
-tiene, sea quien fuera, y empléelo en lo que lo empleare. Imagine usted
-las aplicaciones más abominables que se pueden dar al dinero, el juego,
-la bebida, el libertinaje. Siempre resultará que corriendo, corriendo,
-y después de satisfacer necesidades ilegítimas, va a satisfacer las
-legítimas. ¡Dar a los pobres, nada más que a los pobres! Sobre que no
-se sabe nunca quiénes son los verdaderos pobres, todo lo que se da va
-a<span class="pagenum" id="Page_101">p. 101</span> parar a ellos por
-un camino o por otro. Lo que importa es la efusión del alma, la piedad,
-al desprendernos de una suma que tenemos y que otro nos pide.</p>
-
-<p>—¿Y usted siente esa efusión del alma al dar a su primo el auxilio
-que solicita?</p>
-
-<p>—Sí señor; la siento, porque veo tras su petición un mundo de
-necesidades abrumadoras, de martirios horribles, en que igualmente
-gimen el alma y el cuerpo. Veo la falta de alimento, la estrechez de la
-vivienda, la persecución de los acreedores, la vida angustiosa, llena
-de humillaciones y vergüenzas ocultas, la disparidad terrible entre los
-medios de existencia y el nombre retumbante que se lleva en el mundo.
-Yo creo que en mi primo son ciertos los propósitos de enmienda; pero
-demos de barato que no lo sean; admitamos que nos engaña, que es un
-perdido, un tronera lleno de vicios, entre los cuales descuella el de
-la postulación a diestro y siniestro. ¿Y qué hará usted para sacarle
-del infierno de esa vida? ¿Predicarle? Nada se conseguirá mientras no
-se le ponga en condiciones de variar de conducta, y por más que usted
-se devane los sesos, no hallará otra manera de redención que darle lo
-que no tiene, porque su mala vida no es más que el resultado fatal,
-inevitable, de la pobreza.</p>
-
-<p>—¿Según eso, señora mía —dijo el sacerdote<span class="pagenum"
-id="Page_102">p. 102</span> con cierta severidad—, usted piensa darle a
-José Antonio los cinco mil duros que le pide?</p>
-
-<p>—Sí señor, he resuelto dárselos, y así se lo he prometido. Mi
-palabra es oro. Pero...</p>
-
-<p>—¿Pero qué?...</p>
-
-<p>—¡Oh! aún falta lo mejor. Para que vea usted que no soy paradójica
-ni sofista, se los doy y no se los doy.</p>
-
-<p>—¿Se los presta usted?</p>
-
-<p>—Tampoco. Se los doy en una forma que usted ha de aprobar
-seguramente. Le adjudico la cantidad, quedando esta en mis arcas, a
-disposición de sus administradores.</p>
-
-<p>—Que son...</p>
-
-<p>—Usted y yo. Nosotros nos encargamos de arreglarle una casa decente,
-de asegurarle la subsistencia durante el tiempo que se determinará,
-y, por añadidura, le pagamos sus deudas, le rompemos esas cadenas
-infames que le condenan en vida a un horrible infierno, le libramos
-de la vergüenza del sablazo, de la humillación de carecer de todo.
-Completaremos nuestra obra dándole medios de trabajar en esa empresa
-que dice trae entre manos, especulación que conviene estudiar
-detenidamente para ver si en efecto es tal que en ella puede formarse
-un hombre honrado. Vamos, ¿qué me dice de esta forma de practicar
-la caridad? ¿Cree usted que hay otra manera de traer al buen camino
-a<span class="pagenum" id="Page_103">p. 103</span> un hombre lleno de
-defectos, desquiciado, empedernido en mil hábitos perniciosos?</p>
-
-<p>—Contesto, señora mía, que en principio aplaudo su pensamiento.
-Respecto a la práctica... no sé... Dígame usted: ¿José Antonio acepta
-el auxilio en la forma y condiciones que usted acaba de indicarme?</p>
-
-<p>—El pobrecillo se echó a llorar. Bien conocí que sus lágrimas
-brotaban del corazón. «Eres la Providencia misma —me decía—, y realizas
-el sueño de mi vida; tú me salvas, tú me redimes, tú haces de mí otro
-hombre, y por ti, Halma, bien puedo decir que vuelvo a nacer.» Y
-diciendo esto me besaba las manos.</p>
-
-<p>—Y yo también se las beso a usted ahora —dijo don Manuel, haciéndolo
-con verdadero enternecimiento—. Es usted una santa... a su manera,
-quiero decir que cada día saca usted una nueva forma de santidad. Debo
-decirle, en conciencia, que en estas cosas, la originalidad suele ser
-un poquitín peligrosa, pero hasta ahora vamos bien, y que siga el Señor
-inspirándole esas benditas iniciativas.</p>
-
-<p>—Me complace que usted apruebe mi plan —dijo Catalina, excitada por
-el aplauso—, y que se compadezca de ese desgraciado primo mío, el cual,
-claramente lo veo, tiene más viciada la cabeza que el corazón. Cierto
-que es la informalidad andando, que no acaba cuando se pone a<span
-class="pagenum" id="Page_104">p. 104</span> enjaretar embustes, que por
-procurarse el pan de cada día, comete mil bajezas. Por eso mismo, por
-ser un enfermo del alma, le está perfectamente indicada la medicina de
-la caridad tutelar y educativa. ¿No estoy en lo cierto?</p>
-
-<p>—Sí, señora mía —replicaba Flórez entornando los párpados y
-afirmando con la cabeza.</p>
-
-<p>—La caridad se ha de ejercer en toda clase de enfermos y en toda
-clase de miserables, y este Urreíta es un pobre de solemnidad... <i>de
-tres capas</i>, un desgraciado, cuyas angustias parten los corazones.
-Él me lo decía, haciéndome reír y llorar al mismo tiempo: «Querida
-prima, el último de los pordioseros es un millonario comparado conmigo.
-Recoge zoquetes de pan y peladuras de patatas; pero se lo come en paz,
-y su espíritu vive con la serenidad y la alegría del pájaro, que al
-amanecer canta saludando al día... Hasta los ciegos que andan por ahí
-tocando la flauta o el violín son menos desdichados que yo. Envidio a
-los vendedores de periódicos, a los mozos de cuerda, y a los poceros
-de la Villa. Todos comen su bazofia sin comerse al propio tiempo la
-vergüenza, que es amarga como la hiel.» ¡Pobrecillo de mi alma! No
-puedo menos de considerarle, señor don Manuel, como un niño mañoso a
-quien hay que educar. Le haremos todo el bien posible, sin escatimar
-los azotes. Porque eso sí, mucha caridad, pero mucho rigor.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_105">p. 105</span>—Eso, eso; y si
-conseguimos su enmienda, habremos hecho una obra meritoria y grande
-—dijo suspirando el sacerdote, que si al principio sintió su poquito
-de resquemor ante la hermosa iniciativa de su discípula, no tardó en
-apropiarse las ideas de ella, con la mira de vigorizarlas y recobrar de
-este modo su magisterio.</p>
-
-<p>—Y nadie me quita de la cabeza —prosiguió Halma— que el corazón
-de Pepe es bueno, y que hay en él, aunque por muy escondido no se
-vea, materia abundante para obtener la verdadera virtud. De niño era
-un ángel. Somos de la misma edad, y juntos vivimos algún tiempo en
-Zaportela: su madre, mi tía Rudesinda, me quería locamente, y como
-yo era endeblilla y enfermucha, me llevaba consigo al campo para que
-me repusiera. Pepe Antonio y yo pasábamos largas temporadas hechos
-unos salvajes, corriendo por praderas y sembrados, declarando la
-guerra a los pobres grillos, y comiéndonos, no solo la fruta madura,
-sino la verde. Pues mire usted: yo era mucho más traviesa que Pepe
-Antonio, yo solía tener malicias, inocentes, eso sí, pero malicias, y
-él no, él parecía un santito en agraz, y no es que fuera hipócrita,
-no; era la bondad misma, la pureza y la abnegación. Un día, delante
-de mí, se quitó la camisita para dársela a un niño pobre. Todo lo
-daba,<span class="pagenum" id="Page_106">p. 106</span> no era glotón,
-ni avaricioso, ni envidiosillo, como todos los chicos. Mis faltas las
-tomaba para sí, y se dejaba castigar para que no me castigaran. Luego,
-tomó camino tan diferente del mío, que estuvimos sin vernos muchísimo
-tiempo. Cuando volvimos a encontrarnos, ya era él un hombre, y hacía
-en Madrid una vida de vértigo y desorden. La orfandad, la miseria
-vergonzante corrompieron aquella alma buena, que parecía creada para el
-bien.</p>
-
-<p>—¡Qué cabeza la mía, señora Condesa! —dijo don Manuel, que con un
-gesto renegaba de su flaca memoria—. ¿Pues no se me había olvidado
-darle la buena noticia?... Esos recuerdos infantiles de Zaportela me
-hacen recordar que el señor Marqués ha convenido conmigo en adjudicar a
-usted, no esa finca, sino otra mejor, el castillo de Pedralba, en esta
-provincia. ¡Tanto le dije, que...!</p>
-
-<p>—¡Oh, qué dicha!... ¿Pero es cierto? ¡Pedralba nada menos! Tiene
-usted razón, mi hermano es la misma bondad, y yo no sé cómo agradecerle
-tantos beneficios. De niña, también viví en Pedralba: no puede usted
-figurarse el cariño que tengo a las viejas y carcomidas piedras del
-castillo, que de tal no tiene más que el nombre.</p>
-
-<p>—Y la propiedad de esa finca sin duda facilita los proyectos de
-fundación... ¿No es eso, señora Condesa?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_107">p. 107</span>Doña Catalina
-no contestó, y su meditación silenciosa llenó nuevamente de recelo
-el espíritu del buen sacerdote. La pregunta que antecede había sido
-formulada por Flórez con objeto de explorar el pensamiento de su noble
-amiga, el cual cada día se concentraba más, arrojando de súbito alguna
-claridad esplendorosa, que al propio tiempo que deslumbraba al buen
-maestro, le ponía en gran confusión. Tras largo silencio, la Condesa
-reanudó el diálogo diciendo:</p>
-
-<p>—Quedamos en eso.</p>
-
-<p>—En que... sí... en que Pedralba puede servir de base...</p>
-
-<p>—No pensaba yo en Pedralba. Lo que digo es que usted no se opone a
-que vea yo a ese que llaman Nazarín.</p>
-
-<p>—¡Ah!... sí... en efecto... Pues, sí, no hay inconveniente...</p>
-
-<p>—¿Usted no se atreve a afirmar si es loco o santo?</p>
-
-<p>—Al menos, hasta ahora...</p>
-
-<p>—Pues yo quiero saberlo, me conviene saberlo con certeza.</p>
-
-<p>—Espero llegar a la certidumbre con solo tratarle un poco; analizar
-sus ideas y someter a un examen prolijo sus acciones.</p>
-
-<p>—Y aunque para mi convencimiento me baste el dictamen de usted,
-¿será impropio, será impertinente que yo misma le vea y le hable,<span
-class="pagenum" id="Page_108">p. 108</span> si no por otro motivo, por
-satisfacer una curiosidad que me inquieta?</p>
-
-<p>—No creo improcedente que usted aprecie por si misma su estado
-cerebral —repuso el clérigo, midiendo bien las palabras—. Pero antes
-conviene que le examine yo, que hablemos despacio. Luego determinaremos
-en qué sitio y ocasión puede usted satisfacer su curiosidad.</p>
-
-<p>—Perfectamente... Pero prontito, don Manuel.</p>
-
-<p>—Mañana mismo le haré una visita en el hospital. Ea, es muy tarde,
-y usted va a comer, y yo a mi casa. Es de noche. Adiós, amiga mía, y a
-descansar. Descanse no solo el cuerpo sino el pensamiento, que harto
-trabaja en idear cosas grandes. Adiós... Hasta mañana.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChII_6">
- <h3>VI</h3>
-</div>
-
-<p>Retirose don Manuel bien embozadito en su luenga pañosa, porque
-apretaba el frío, y meditabundo y un poco descontento de sí, por el
-camino se decía: «Esta doña Catalina es el demonio... ¡qué barbaridad!
-Quiero decir que es un ángel, un ser extraordinario. Ya no me queda
-duda. Tiene mucho más talento que yo, sabe más que yo, y descubre cosas
-que nadie ve, que si al principio parecen disparates, bien examinadas
-resultan con toda la hermosura y toda la grandeza de Dios. Cada día
-sale con una no<span class="pagenum" id="Page_109">p. 109</span>vedad.
-¡Y qué ideas, Dios mío! ¿Que me reservará para mañana?»</p>
-
-<p>Esto decía, sintiendo un poquitín la humillación del maestro que se
-ve convertido en educando. Pero como era tan buena persona, y no dejaba
-entrar nunca en su alma la ruin envidia, y además estimaba cordialmente
-a la Condesa, en vez de enojarse neciamente por el gradual desgaste de
-su autoridad, se apropiaba las ideas de la discípula, y haciéndolas
-suyas las presentaba de nuevo en forma metódica y sistemática, con lo
-cual creía resultar a los ojos de ella, y aun a los suyos propios,
-como el verdadero inspirador, siendo en verdad el inspirado. Hombre
-flexible, creado para las adaptaciones sociales, y para aplicar y
-defender la santa doctrina según el medio y las ocasiones en que le
-correspondía actuar; bastante sagaz para conocer lo bueno donde quiera
-que saliese, y bastante práctico para saber aprovecharlo, obraba como
-obran siempre los caracteres de su complexión y hechura, no poniéndose
-frente a ninguna fuerza que creen útil, sino dejándose llevar por dicha
-fuerza, con tanto estudio y picardía en la postura, que parezca que la
-dirigen y conducen.</p>
-
-<p>Metiose el buen clérigo en su casa pensando en la corrección
-de Urrea, y pues la señora confiaba en su ayuda para lograrla,
-hacía propósito de adelantarse a ella en el desarrollo de<span
-class="pagenum" id="Page_110">p. 110</span> aquel pensamiento,
-de hacerlo suyo, agregándole pormenores que lo harían de seguro
-más eficaz. Pero lo que le desconcertaba era no saber qué nuevas
-invenciones sacaría de su inspirado caletre la Condesa, pues a lo mejor
-salía por donde menos se esperaba. Las iniciativas de él casi nunca
-cuajaban; las de ella venían con tal fuerza, que al punto conquistaban
-al maestro, y no había más remedio que seguirlas, componiéndolas y
-retocándolas después para conservar las preeminencias exteriores del
-poder gobernante. En suma, que si al principio Halma parecía una
-reina constitucional a la moderna, que reinaba y no gobernaba, poco
-a poco iba sacando los pies de las alforjas, y picando en absoluta
-soberana. Mas era tan buena, tan discreta y piadosa, que se arreglaba
-habilidosamente para dejar a su ministro las satisfacciones y aun la
-creencia de la iniciativa gubernamental.</p>
-
-<p>—Bueno, Señor, bueno —decía don Manuel poniéndose ante su cena,
-tan frugal como bien condimentada—. Y esto de querer avistarse con el
-desdichado Nazarín, ¿para qué será? ¿Qué objeto lleva, qué ideas le
-mueven, qué planes acaricia? No lo entiendo. Pero allá veremos por
-dónde sale, y quiera Dios que sea por un registro fácil de entender, y
-más fácil de manejar.</p>
-
-<p>A la misma hora que el respetabilísimo Fló<span class="pagenum"
-id="Page_111">p. 111</span>rez cenaba, pero no aquel día, sino pasados
-dos o tres, José Antonio de Urrea comía con su primo Feramor en casa
-de los Duques de Monterones. Fácil es comprender de qué hablarían, al
-encontrarse solos en el salón, poco antes de la comida.</p>
-
-<p>—No lo creo, aunque me lo jures —le decía el Marqués, sin poder
-contener la risa—. Tú estás soñando, Pepe, o quieres burlarte de mí.
-¿Y dices que te lanzaste a fijar tu petición en la fabulosa cantidad
-de...?</p>
-
-<p>—Cinco mil duros. Y aún creo que me quedé corto. Entré en la mística
-celda decidido a plantear el negocio <i>sobre la base</i> de los cuatro
-mil... Claro, las bromas o pesadas o no darlas... Y en el curso de la
-conferencia, viendo las buenas disposiciones de Halma, me arranqué
-a los cinco mil. Éxito completo. ¡Ah! bien puedo decir ahora que tu
-hermana es una santa; pero así como suena, ¡una santa!... todo lo
-contrario de ti, que eres el Sumo Pontífice del egoísmo. ¡Qué bondad,
-qué dulzura, qué penetración, qué talento sutil para comprender las
-circunstancias en que yo vivo! Sostengo que ella tiene más talento
-que tú, y que es mucho más práctica, sublimemente práctica. La
-indulgencia noble con que iba puntualizando mis miserias, mis acciones
-indecorosas, me llegó al alma, Paco, porque al propio tiempo que me
-reñía dulce<span class="pagenum" id="Page_112">p. 112</span>mente por
-mi conducta, la disculpaba, atribuyéndola, más que a perversión moral,
-al inexorable despotismo de la necesidad, del hábito... ¡Oh, qué mujer,
-qué alma grande y hermosa! Cree que me hizo llorar... mi palabra que
-sí. Llegué a figurarme que era un chiquillo, que me regañaban por la
-travesura de romper un juguete de precio, prometiéndome comprarme otro.
-En fin, que el cielo se ha abierto al fin para mí, después de haber
-llamado a su puerta inútilmente tanto tiempo. Estoy salvado, Paco; tu
-hermana me salva... Creo en la Providencia, en Dios... Soy feliz, seré
-otro hombre, gracias a ella, a ese ángel con más talento que todos los
-Artales y Feramor de este siglo y de todos los pasados siglos, amén.</p>
-
-<p>—Pues te doy mi enhorabuena —le dijo el Marqués con sorna—. ¿Ves
-como acerté, al indicarte...? Me daba el corazón que mi hermana se
-gastaría su dinero en la regeneración de los perdidos de la familia.
-Obra laudable, a fe.</p>
-
-<p>—Si te burlas, peor para ti.</p>
-
-<p>—No me burlo. Ahora, lo que importa es que tu honradez esté a la
-altura de la virtud de Catalina, so pena de que resulte una santidad no
-solo inútil, sino merecedora del manicomio antes que de los altares.</p>
-
-<p>—No temas nada. En primer lugar, no me dan el dinero a mí, lo que en
-verdad no me im<span class="pagenum" id="Page_113">p. 113</span>porta.
-Mejor, mejor es así. No me lo dan; lo <i>dedican</i> a la grande y
-hermosa obra de remediar las penas del primer desdichado del mundo, y
-de socorrer la miseria más angustiosa y lacerante que alumbran el sol y
-la luna.</p>
-
-<p>Después de la comida, excitado el hombre por la nutrición abundante
-y la copiosa bebida, volvió a charlar con su primo mientras fumaban,
-y se enterneció al referir las bondades de Halma. Colmaba también de
-elogios a don Manuel Flórez, llamándole padre de los pobres, apóstol
-de gentiles, lumbrera de la caridad, y al fin, charla que te charla,
-por entre los entusiasmos del hombre extraviado, deseoso de redención,
-asomó el cinismo del aventurero arbitrista.</p>
-
-<p>—Tengo además otro proyectillo. A ver qué te parece. Tu hermana
-adoraba a su marido, aquel pobre <i>besugo</i> alemán, que vino aquí a
-que le matáramos el hambre. La memoria de Carlos Federico es su única
-pasión mundana, y su espíritu se alimenta de la idea del muerto, como
-planta que vive de lo que extraen las raíces. Hablando conmigo, se
-dejó decir que su mayor gusto sería transportar a España el cuerpo,
-que debe de estar incorrupto, de su esposo querido, para sepultarse
-ella con él, naturalmente, cuando se la lleve Dios... Pues bien; se me
-ha ocurrido proponerle la traída del difunto...<span class="pagenum"
-id="Page_114">p. 114</span> Vamos, que le contrato la conducción de las
-cenizas preciosas por cinco mil duros, siendo de mi cuenta todos los
-gastos, embarque, transportes por ferrocarril, aduanas... porque las
-momias también pagan derechos. ¿Qué te parece?</p>
-
-<p>—Que es una contrata como otra cualquiera. Redacta tu pliego de
-condiciones, estudia el asunto...</p>
-
-<p>—Se pueden ganar un par de mil duros... palabra que sí. Me planto en
-Corfú, hago la exhumación, y me comprometo a traerlo decorosamente, con
-una cuadrilla de frailes franciscanos, que vengan cantando responsos
-por toda la travesía. Y me encargo de asegurar el féretro, de envasarlo
-convenientemente, y de hacer la entrega en el punto de España que ella
-designe. He de percibir a toca teja dos mil duros antes de partir para
-Corfú, y tres mil en el acto de entregar la santa reliquia.</p>
-
-<p>—¡Pobre hermana mía! —exclamó el Marqués, viendo súbitamente las
-extravagancias de su primo bajo el aspecto serio y peligroso—. Esto le
-pasa por querer gobernarse sola, desconociendo su incapacidad. Ya verá,
-ya verá... José Antonio, te prevengo que si continúas inspirando a mi
-desgraciada hermana esas que no sé si son tonterías o locuras, tendré
-que intervenir como jefe de la familia.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_115">p. 115</span>Dejole con la
-palabra en la boca, mascullando el cigarro. «Te desprecio —murmuró
-Urrea viéndole partir—, egoistón, eterno inglés de la humanidad
-desvalida, usurero... Shylock disfrazado de aristócrata...»</p>
-
-<p>No tardó en circular en la tertulia de Monterones la noticia de la
-redención del perdido con los dineros y la piedad de Catalina de Halma,
-y los despiadados comentarios que sobre ello se hicieron, no solo
-herían a la noble señora, sino a su respetable maestro espiritual.</p>
-
-<p>—Porque yo me explico todo —decía la Duquesa—; me explico
-las debilidades de mi pobre hermana, cuya cabeza se destornilló
-lastimosamente desde antes de casarse; me explico las audacias de
-Pepe Antonio; lo que no entiendo es que don Manuel autorice tales
-despropósitos.</p>
-
-<p>Consuelo Feramor, que no hacía buenas migas con su hermana política,
-y censuraba sin piedad su retraimiento, tachándolo de mojigatería y
-orgullo, llegó a decir a su marido:</p>
-
-<p>—La culpa la tienes tú... y algo le toca al angelical don Manuel.
-¡Pues si fuera cierto lo que me dijeron hoy en casa de Cerdañola! No,
-no puede ser... Lo cuento como chiste. Pues que Catalina ha suplicado a
-Flórez que le traiga a Nazarín... Esto sería demasiado, ¿verdad? Pero
-qué sé yo... lo creo, me inclino a creerlo. Un entendimiento<span
-class="pagenum" id="Page_116">p. 116</span> soliviantado que se
-dispara, ¿a qué tonterías, a qué extravagancias no llegará?</p>
-
-<p>—Dejémosla disponer de su dinero como guste —dijo la de San Salomó,
-menos intransigente que sus amigas, sin duda por no ser de la familia—,
-y alabemos a Catalina de Halma, si nos da lo que a pedirle vamos. Y
-no hay que diferir nuestro sablazo, señoras mías. Podría suceder que
-llegáramos tarde, y encontráramos agotado el filón. Reunámonos mañana,
-plantémonos allá las tres, levantados en alto los terribles alfanjes de
-oro... y ¡zás!</p>
-
-<p>Consuelo Feramor, María Ignacia Monterones y la Marquesa de San
-Salomó eran al modo de presidentas, vicepresidentas o secretarias
-en estas o las otras Juntas benéficas señoriles que reúnen fondos,
-ya por medio de limosnas, ya con el señuelo de funciones teatrales,
-rifas y kermessas, para socorrer a los pobres de tal o cuál distrito,
-edificar capillas, o atender al inconmensurable montón de víctimas
-que los desatados elementos o nuestras desdichas públicas acumulan de
-continuo sobre la infeliz España. No hay que decir que las tres cayeron
-sobre la solitaria y triste viuda con el furor de piedad que desplegar
-solían en semejantes casos. Recibiólas Catalina con atento agasajo y
-finísimas demostraciones de amistad; pero con la misma urbanidad serena
-que empleó en las cortesanías,<span class="pagenum" id="Page_117">p.
-117</span> negoles el socorro que solicitaban. En redondo, en seco: que
-cada cual debía entenderse a solas para practicar la caridad.</p>
-
-<p>Salieron desconcertadas, confusas, rabiosas, y en el paroxismo de su
-ira, Consuelo dijo a su marido:</p>
-
-<p>—Si no fuera ella quien es, y nosotros quien somos, creería yo que
-la residencia natural de tu hermana era un santo manicomio.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChII_7">
- <h3>VII</h3>
-</div>
-
-<p>Feramor las calmaba, haciéndoles ver cuánta impertinencia revelaba
-su enojo, pues cada cual es dueño de hacer el bien, si lo hace, en
-la forma que más le acomode. Con su claro talento, su fácil palabra,
-mitad en serio, mitad en broma, logró poner las cosas en su punto,
-demostrando que si Catalina, por su exagerado individualismo y la
-salvaje independencia que iba descubriendo, podía merecer censura, no
-merecía execración, ni menos ser condenada a perpetuo encierro en una
-casa de orates. Pero si Feramor lograba calmar los ánimos, creando una
-situación de relativa tolerancia, muy del gusto y del género inglés,
-no así don Manuel Flórez, el cual, cuando cayeron sobre él furibundas
-las tres damas, pidiéndole explicaciones de la increíble conducta de
-la Condesa, no sabía qué contestar, ni por dónde salir: tales eran
-su<span class="pagenum" id="Page_118">p. 118</span> confusión y
-azoramiento. En los días siguientes le traían loco, con preguntas,
-comentarios y mortificantes indagatorias.</p>
-
-<p>—Pero dígame, don Manuel, ¿lo de la corrección de José Antonio, fue
-idea de usted?</p>
-
-<p>—De ella..., mía no... La que no comprenda que es una idea
-hermosísima, que no cuente conmigo para nada.</p>
-
-<p>—Hermosísima, y sobre todo práctica.</p>
-
-<p>—Hemos de ver eso. La silba que se llevará don Manuel, si la
-corrección fracasa, se ha de oír en Pekín.</p>
-
-<p>—Y sepamos otra cosa: ¿es también de usted el pensamiento de traer a
-Nazarín?</p>
-
-<p>—Sí señora, mío es —dijo valientemente y tragando saliva el buen
-sacerdote, decidido a corroborar siempre las ideas de doña Catalina
-para no perder su autoridad—. Si no comprenden la delicadeza, el noble
-fin que encierra, peor para ustedes.</p>
-
-<p>—Pues mire usted, no lo comprendemos, y yo lo declaro, aunque
-usted nos tenga por... indoctas. Somos muy bárbaras, queridísimo don
-Manuel.</p>
-
-<p>—¿Pero es cierto que traerán a casa a ese pobre demente?... o
-criminal... vaya usted a saber —dijo Consuelo escandalizada.</p>
-
-<p>—¡Oh! yo voto porque venga —manifestó la de San Salomó, y las mismas
-demostraciones<span class="pagenum" id="Page_119">p. 119</span> hizo
-la Duquesa—. Yo rabio por ver al famoso mendigo y apóstol Nazarín.</p>
-
-<p>—Sí, que le traigan. Y que avisen con tiempo para invitar a todas
-nuestras amigas.</p>
-
-<p>—Y veremos también a Beatriz, la mística mostolense, de quien decía
-un periódico que era una especie de Eloísa sin Abelardo.</p>
-
-<p>—El Abelardo es Nazarín... Y que venga también Ándara. Queremos ver
-toda la tribu. Sí, don Manuel, que vengan todos.</p>
-
-<p>—Como no se trata de satisfacer una insana curiosidad, no les verán
-ustedes.</p>
-
-<p>—Pues nos oponemos a que entren en casa.</p>
-
-<p>—No, no. Lo que haremos es reconocer y proclamar el delicado
-pensamiento de Catalina, si los traen y nos permiten verles y
-hablar con ellos... Pero que conste: ha de venir también Ándara.
-Ese tipo de travesura procaz y temeridad heroica, me interesa
-extraordinariamente.</p>
-
-<p>—Hablaremos con ellos, nos explicarán su doctrina.</p>
-
-<p>—Les daremos una merienda.</p>
-
-<p>—Ea, basta —dijo Flórez incomodándose—. No vendrán. Las mujeres
-nazaristas, no se ha pensado en traerlas. Él, el desdichado sacerdote
-melancólico y errabundo, no vendrá tampoco, sencillamente porque no
-quiere venir.</p>
-
-<p>—¡Ah! nuestro gozo en un pozo.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_120">p. 120</span>—Entonces, irá
-Catalina a verles al hospital. Me parece muy inconveniente.</p>
-
-<p>—Me parece una necedad formidable.</p>
-
-<p>—Menos pareceres y más juicio, señoras mías. Lo que disponga <i>este
-cura</i> en asuntos para los cuales no debe faltarle competencia,
-al menos por su edad, ya que no por su saber, no debe ser discutido
-ni menos ridiculizado por mis buenas amigas, alguna de las cuales
-(lo decía por la de Monterones) recibió de estas manos el agua del
-bautismo. Conque no digo más por hoy.</p>
-
-<p>Con esta admonición, en que advirtieron las tres damas un marcado
-acento de severidad y amargura, cosa muy rara en don Manuel, que era un
-almíbar en el trato social, especialmente con señoras, se reprimieron,
-dando a sus críticas un tono puramente amistoso. Pasaron algunos días,
-en los cuales no tuvo Flórez ocasión de sacar las disciplinas; pero
-al ser puesto en práctica el plan de corrección del pobre Urrea, las
-hablillas recrudecieron. ¡Santo Cristo! Cuando se corrió la voz de
-que <i>le ponían casa</i> a José Antonio, de que doña Catalina le
-cuidaba la ropa, y don Manuel andaba por todo Madrid a la husma de
-los usureros que desollaban vivo al primo de Feramor, levantose un
-tumulto tan imponente, que el bueno de Flórez tuvo que plantarse. Todo
-lo consentía, menos que su au<span class="pagenum" id="Page_121">p.
-121</span>toridad fuese puesta en solfa. Que se hicieran comentarios
-más o menos discretos de sus acciones, no le importaba; pero que
-sus acciones se desfiguraran maliciosamente, no podía quedar sin
-correctivo. Fue, ¿y qué hizo? Convocó a las tres damas que eran cabeza
-de motín, y les echó un sermón por todo lo serio, dejándolas, si no
-convencidas, calladas, y con pocas ganas de meterse en vidas ajenas.
-Retirose el buen limosnero a su casa, fatigado de aquellas luchas
-a que la genial iniciativa de la Condesa le comprometía, rompiendo
-la placidez fácil de su religioso gobierno, y al introducirse en la
-cama, después de sus rezos, o entreverando el rezo con la meditación
-profana, se decía: «¡Cuánto mejor que esta buena señora siguiera
-los caminos ya hechos y despejados, en vez de empeñarse en abrirlos
-nuevos, desbrozando la trocha salvaje! ¡Cuánto más cómodo para todos
-que acatara <i>lo establecido</i>, y se echara en brazos de los que
-ya tienen perfectamente organizados los servicios de caridad, las
-Juntas de damas, las archicofradías, las hermandades, mis colectas para
-escuelas, mis...! ¡Cuánto mejor abrazarse <i>a lo establecido</i>,
-Señor, que...!»</p>
-
-<p>A pesar de los pesares, don Manuel dormía como un bendito. No así
-José Antonio, que en la casa frontera (calle del Olivar) se pasaba las
-noches en claro, por causa de la exaltación de<span class="pagenum"
-id="Page_122">p. 122</span> su felicidad, pues la onda venturosa,
-cuando viene con fuerza, se parece a la onda del infortunio en que
-quita el sueño y aun el apetito. Tan grande novedad era para él ver
-definitivamente resuelto el problema alimenticio, no vivir mañana
-y tarde discurriendo en qué rama posarse para comer, que el mismo
-asombro de su dicha le tenía como en ascuas, receloso de su destino.
-¡Le parecía tan inverosímil ser amo de su casa, es decir, estar en
-seguras paces con el casero, ver un principio de arreglo en las cosas
-necesarias para vivir; tener en su comedor loza modesta, pero loza al
-fin, en vez de los dos o tres platos rotos que eran su único ajuar;
-encontrarse los armarios surtidos de ropa blanca, que la misma Catalina
-con solícita mano materna había puesto allí! Todo esto era como un
-sueño, como un pasaje fantástico de las <i>Mil y una noches</i>. Temía
-despertar, y que tantos bienes desaparecieran en un restregar de ojos,
-volviéndole a la tristísima realidad de su vida anterior. Y para colmo
-de ventura, podría consagrarse seriamente a un trabajo fácil y muy de
-su gusto, la zincografía, pues ya le iban a disponer local y aparatos a
-propósito. ¡Qué dicha, qué gloria, qué divina lotería! ¿Con qué lengua,
-con qué voces bendeciría a su celestial Providencia, la santa y amorosa
-Halma?</p>
-
-<p>Su nueva vida apartó al parásito de los si<span class="pagenum"
-id="Page_123">p. 123</span>tios que ordinariamente frecuentaba, sin
-dejar de concurrir alguna noche a las casas de sus parientes. Y, al
-conocer allí los comentarios zumbones que del nobilísimo acto de su
-prima se hacían, perdió el hombre los estribos, cruzó palabras agrias
-con el Duque de Monterones y con dos o tres sujetos más, cuyas esposas
-o hermanas se habían permitido ridiculizar a la Condesa, y seguramente,
-si él fuera otro y en más le estimaran, de sus destempladas expresiones
-hubiera resultado algún lance. Feramor le calmaba, pues sus principios
-de buena educación repugnaban aquella forma violenta, y hasta cierto
-punto española, de tratar asunto tan delicado. Cuanto menos se hablara
-de ello, mejor. Pero Urrea estimaba el silencio como una complicidad
-cobarde con los murmuradores, y quería, por el contrario, hablar hasta
-que le oyeran los sordos, proclamar a gritos, no solo la inmaculada
-virtud de Catalina, sino su talento, y la superioridad de sus ideas,
-que aquel vulgo elegante y corrompido no podría comprender nunca.
-Feramor le dijo con gravedad:</p>
-
-<p>—La forma, mi querido José Antonio, es cosa de suma importancia
-en la vida social, y no es posible desconocer su valor positivo, sin
-exponerse a gravísimos males. Todo se puede hacer haciéndolo bien; nada
-es factible con malas formas.</p>
-
-<p>Retirose Urrea maldiciendo a su primo, a<span class="pagenum"
-id="Page_124">p. 124</span> quien llamaba <i>el hombre de cartulina
-Bristol</i>, y a la mañana siguiente muy temprano se fue a ver a la
-Condesa, hacia la cual una atracción invencible le arrastraba en cuerpo
-y alma. El agradecimiento vivísimo se transformaba en una adhesión
-caballeresca, en un cariño fraternal o filial, que así debe llamársele
-para expresar bien su pureza, en el deseo de serle útil, y prestarle
-algún servicio proporcionado a la inmensidad del bien que de la ilustre
-señora había recibido. Pero siempre que a ella se acercaba, sentíase
-agobiado de tristeza, porque su conciencia le acusaba de agravios
-inferidos anteriormente a la generosa viuda, y aquel día hizo propósito
-firme de descargar su alma de aquel peso, confesando a su bienhechora
-los pecados que contra ella había cometido. Encontróla dobladillando,
-con la ayuda de su criada Prudencia, las sábanas y ropa de comedor
-que faltaban para completar el ajuar del perdis redimido. Retirose
-Prudencia, y prima y primo hablaron lo que sigue:</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChII_8">
- <h3>VIII</h3>
-</div>
-
-<p>—Halma, de hoy no pasa que yo tenga contigo una explicación. Mi
-conciencia me lo pide, me lo exige. Gracias a ti, no solo tengo casa
-y cama en que dormir, y platos en que comer,<span class="pagenum"
-id="Page_125">p. 125</span> sino conciencia. Esta me abruma: siempre
-que vengo, me digo: «De esta vez, se lo confieso.» Y siempre me falta
-valor. Pero lo que es hoy, querida prima, hoy, o canto o reviento.</p>
-
-<p>—¿Pero qué es eso, José Antonio, has hecho alguna cosa
-inconveniente?</p>
-
-<p>—No, no: no temas que yo falte a lo tratado. Mi corrección es tan
-cierta como que ahora vivimos tú y yo. Trátase de pecadillos antiguos,
-que no tienen en sí mucha gravedad, quiero decir, sí la tienen por ser
-contra ti. Cualquier falta cometida contra ti es gravísima. Yo quiero
-confesarlos hoy... Verás...</p>
-
-<p>—Pero, hijo, vale más que se lo cuentes a un confesor. Por mí, tus
-pecadillos están perdonados. Falta que Dios te los perdone.</p>
-
-<p>—Yo no tengo que buscar más perdón que el tuyo.</p>
-
-<p>—Eso... casi casi es una irreverencia.</p>
-
-<p>—Tú eres mi confesor, mi altar; tú eres mi santa, mi Virgen
-Santísima, mi...</p>
-
-<p>—Calla, y no digas más desatinos. Pareces un chiquillo.</p>
-
-<p>—Lo soy. Tú me has vuelto a la infancia, a la inocencia, a la edad
-aquella venturosa en que correteábamos los dos por los andurriales
-de Zaportela. Soy y quiero ser un niño, y como niño, a ti, que
-eres como mi madre, te confieso mis horribles pecados. Atiende. Lo
-primero...<span class="pagenum" id="Page_126">p. 126</span> cuando tu
-hermano me sugirió la idea de pedirte socorro, yo no tenía más objeto
-que darte lo que llamamos un sablazo, ni más intención que emplear tu
-dinero en pagar algunas deudas apremiantes, quizás en probar fortuna al
-juego para sacar cantidad mayor. Pues cuando tu hermano me lo indicó,
-yo dije que tú estabas loca. ¡Ya ves qué insolencia!</p>
-
-<p>—¿Y no es más que eso? —dijo Catalina riendo, y rasgando a tirón un
-gran pedazo de lienzo, de modo que su risa y el estridor de la tela se
-confundían—. Pues con muchas abominaciones como esa, tu rinconcito en
-el Infierno no hay quien te lo quite.</p>
-
-<p>—Es más, es mucho más —añadió Urrea suspirando fuerte—. Dije también
-que tú eras tonta.</p>
-
-<p>—¡Bah, bah!</p>
-
-<p>—¡Llamarte tonta a ti, que eres la misma inteligencia...! El tonto
-es él, tu hermano, con la tiesura planchada de su alma inglesa, él,
-incapaz de nada grande, ni de un rasgo de sensibilidad...</p>
-
-<p>—Eh... caballero; está usted pecando en el mismo confesonario. Por
-un lado se sincera, y por otro se carga con nuevas culpas, haciendo
-juicios temerarios.</p>
-
-<p>—Pues no digo nada de tu hermano. Sabrás que también hablé pestes
-del bonísimo don Manuel, y le llamé <i>congrio</i>, y...</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_127">p. 127</span>—Ja, ja... de
-seguro que te lo perdonará si lo sabe.</p>
-
-<p>—Y después, una noche que comí en casa de Monterones, hablamos
-tu hermano y yo. Siempre que estoy a su lado, me siento con malos
-instintos, no puedo resistir las ganas de chafar su pulcra educación
-inglesa, como la felpa planchada y lisa de los sombreros de copa. Me
-gusta cepillarla a contrapelo, expresar conceptos que le contraríen
-y le hieran. Pues con esa intención, y sin ánimo de ofenderte, dije
-que yo pensaba contratar contigo, en cinco mil duros, la conducción a
-España de las cenizas de tu querido esposo, y añadí mil tonterías... Te
-advierto, en descargo mío, que había bebido más de la cuenta... Lo peor
-fue que no hablé del pobre Carlos Federico con el respeto que merece su
-memoria. Mi palabra que no.</p>
-
-<p>—Eso es un poquito más grave —dijo Halma con severidad, fijos los
-ojos en su costura—; pero te lo perdono también, puesto que declaras
-que no sabías lo que hablabas, y que no tenías intención de agraviarme.
-¿Qué más?</p>
-
-<p>—Por ahora nada más. ¿Te parece poco? Me quedo muy tranquilo,
-después de habértelo confesado. Y ahora vamos a otra cosa. ¿Sabes que
-tu hermana y tu cuñadita, y todo el enjambre de amigas te critican
-acerbamente, por no haber correspondido a sus cuestaciones como<span
-class="pagenum" id="Page_128">p. 128</span> ellas esperaban, y que
-además te ponen en solfa a ti y a don Manuel por lo que estáis haciendo
-por mí?</p>
-
-<p>—¿Y qué? No me afano por eso. Les perdono cuanto digan de mi, ya sea
-impertinencia sin malicia, ya malicia verdadera.</p>
-
-<p>—No se detienen en la línea del chiste más o menos discreto, sino
-que la traspasan, llegando a ofenderte con apreciaciones calumniosas.
-La de San Salomó dice que eres una hipócrita, y que las visitas que me
-has hecho estas mañanas para arreglarme el cuarto, no pertenecen al
-orden de la beneficencia domiciliaria.</p>
-
-<p>—Todo eso es para mí —dijo la viuda con augusta serenidad—, lo mismo
-que el ruido del viento entre las tejas de la casa... Dios conoce
-mi interior, y ante Él expongo mi conciencia como realmente es. Los
-juicios de los hombres para mí no existen.</p>
-
-<p>—¡Oh, yo no tengo esa virtud! ¡Claro, cómo he de tener esa que es
-tan difícil, si otras muy fáciles no las puedo tener! Lo que yo siento
-es furor de venganza al oír tales infamias. Sería feliz si pudiera
-retorcerle el pescuezo a la bribona que tal piensa y dice.</p>
-
-<p>—¡Oh, por Dios, Pepe, no sigas por ese camino, si no quieres
-lastimarme, y perder en absoluto mi estimación!</p>
-
-<p>—Anoche tuve dos o tres agarradas en las<span class="pagenum"
-id="Page_129">p. 129</span> casas de Monterones y de Cerdañola por
-defenderte, porque para mí no hay mayor gloria que poner tu nombre y
-tus actos por encima de cuanto hay en el mundo. Yo me pelearía con todo
-el que no te confesase como la virtud más grande y pura que conocen
-Madrid y España entera; y haría morder el polvo al que pusiese en duda
-tu santidad, tu honestidad, tu entendimiento soberano.</p>
-
-<p>—¡Jesús, cállate por Dios, y no disparates más, primo! ¿Estás
-loco?</p>
-
-<p>—Y si te conviene probarlo, dime quién te ha ofendido en tu
-dignidad, en tu honor, o siquiera en tu amor propio, para aplastarle
-contra el suelo como un reptil, Catalina, para hacerle polvo...</p>
-
-<p>Decía esto en pie, accionando con calor y énfasis de personaje
-heroico. Su prima, después de romper un hilo con los dientes, mirándole
-asustada, le calmó con una franca y placentera sonrisa.</p>
-
-<p>—Dije que eras un niño, y ahora lo pareces más que nunca. Nadie
-me ha ofendido en mi dignidad ni en mi honor; pero aunque alguien
-me ofendiera, no consentiría yo que tú hicieses por mí el paladín
-en esa forma criminal y anticristiana. Estoy pasmada de tu falta de
-cristianismo. ¿Pero de dónde sales tú, desdichado? ¿En qué mundo de
-soberbia y de errores has vi<span class="pagenum" id="Page_130">p.
-130</span>vido? Primo mío, si quieres que yo te proteja y mire
-por ti hasta hacerte persona regular, no me traigas acá bravatas
-caballerescas. ¡Matar! ¿Crees tú que puedo yo estimar a quien hiera
-a su semejante por un dicho, por una opinión, ni aun por un hecho
-ofensivo? No, José Antonio, eso conmigo no te vale. Ahoga esos
-sentimientos de crueldad, de venganza, y de desprecio de las leyes
-divinas. Si no, no te quiero, no podré quererte, no serás nunca el niño
-bueno, con el cual quiero hacer un hombre... mejor.</p>
-
-<p>Desbordábanse en el alma de Urrea la gratitud y el afecto filial, y
-reconociendo que Halma hablaba conforme a sus cristianos sentimientos,
-replicó manifestando su incondicional sumisión a cuanto la dama pensara
-y resolviera. Despidiose, porque tenía que ver y escoger aquel mismo
-día unos aparatos para su industria, y preguntando a su protectora si
-debía volver por la tarde, díjole ella que no solo se lo permitía, sino
-que le rogaba que volviese después de comer.</p>
-
-<p>A poco de salir Urrea entró don Manuel Flórez, el cual, después de
-informar a la soberana de los pasos dados para recoger cuentecillas y
-pagarés del primo pobre, le dijo que había visto a Nazarín; pero que
-aún no podía formar juicio definitivo de aquel hombre sin semejante.
-Por cierto que el Marqués, con quien hablado<span class="pagenum"
-id="Page_131">p. 131</span> había del propio asunto (y esto se lo
-dijo Flórez a la Condesa en la forma más delicada), no encontraba
-pertinente que el infeliz sacerdote manchego fuese llevado a su casa,
-porque siendo el tal, en aquellos días, objeto de las indagaciones
-informativas de los noticieros de la prensa, si estos se enteraban de
-que había sido conducido a la casa de Feramor, armarían un alboroto
-que a él no le gustaba. Por respeto de su casa, por consideración al
-mismo apóstol vagabundo, a quien él sabía respetar también, no era
-procedente, no era correcto, no era oportuno..., pues...</p>
-
-<p>—Mi hermano tiene razón —dijo Halma, anticipándose al consejo de su
-canciller—. No es conveniente, mientras no se calme el rebullicio del
-público. Desista usted, pues, por ahora...</p>
-
-<p>—No, si ya he desistido —replicó don Manuel, queriendo hacer constar
-su iniciativa.</p>
-
-<p>Y sin hablar cosa de más provecho, se retiró. Después de anochecido,
-cuando la viuda acababa de comer, entró José Antonio, y movido de
-nerviosa impaciencia, no aguardó mucho tiempo para decirle:</p>
-
-<p>—Vengo furioso, querida prima. ¿Sabes que abajo hacen mil catálogos,
-y se permiten indicaciones ridículamente maliciosas...? Aciértame por
-qué... Dicen que anoche saliste con tu criada a eso de las nueve,
-y que no volviste hasta muy tarde. Están lo<span class="pagenum"
-id="Page_132">p. 132</span>cas. Es mucho cuento que no puedas tú salir
-y entrar cuando gustes. Y puesto que a esa hora no hay novenas, ni
-sermón, ni Cuarenta Horas, ni costumbre de pasear, ni tú frecuentas
-los teatros, aquí tienes a tres señoras de alta alcurnia devanándose
-los sesos por averiguar a qué sitio, que no sea iglesia, ni paseo, ni
-teatro, puede ir una dama virtuosa entre nueve y diez de la noche.</p>
-
-<p>—Déjalas que digan lo que quieran. Con eso se entretienen las
-pobres. En medio de su frivolidad, y del tumulto que las rodea,
-¡se aburren tanto!... Pues sí, anoche salimos. ¿Sabes a qué hora
-regresamos? Ya habían dado las once.</p>
-
-<p>Y volviéndose a su criada, que recogía la costura, le dijo:</p>
-
-<p>—Prudencia, no recojas. Esta noche te quedas aquí cosiendo. Mi primo
-me acompañará.</p>
-
-<p>—¿Sales también esta noche? —le dijo el de Urrea estupefacto.</p>
-
-<p>—Sí, y te llevo de rodrigón, por si tuviera algún mal encuentro.
-¿Por qué pones esa cara? Prudencia, mi abrigo, mi mantilla.</p>
-
-<p>En un momento se dispuso para salir. Cogiendo un lío de ropa, bien
-envuelta dentro de un pañuelo prendido con alfileres, lo entregó a
-su primo, y sin tomarle el brazo, bajaron y salieron a la calle. A
-excepción del portero, nadie les vio salir.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_133">p. 133</span>—Aunque no es muy
-lejos —dijo Catalina guiando hacia Puerta Cerrada—, como los pisos
-están malísimos, tomaremos un coche, si te parece.</p>
-
-<p>Así lo hicieron, y la Condesa dio las señas: San Blas, 3.</p>
-
-<p>—¿Sabes a quién vi cuando pasábamos frente a San Justo? —le dijo
-Urrea, no bien empezó a rodar el pesetero—. Pues a Perico Morla. Sin
-duda iba a tu casa. Se paró para mirarnos. Ese llevará el cuento a
-Consuelo.</p>
-
-<p>—Déjale que lleve todos los cuentos que quiera.</p>
-
-<p>—Y de seguro ha venido en acecho hasta Puerta Cerrada, y nos ha
-visto entrar en el simón. Verás qué pronto da la noticia, que será la
-novedad de esta noche.</p>
-
-<p>—Bien. ¿A ti te importa algo?</p>
-
-<p>—¿A mí? Absolutamente nada. Palabra...</p>
-
-<p>—Pues a mí tampoco...</p>
-
-<p>—Lo que más me ha inquietado al ver a Morla, dejándome muy mal sabor
-de boca, es que... ¿Quieres que te lo diga?</p>
-
-<p>—Sí, hombre, dímelo.</p>
-
-<p>—Pues que le debo doce duros. Ya se me había olvidado...</p>
-
-<p>—¡Ah! pues recuérdamelo mañana para mandárselos, es decir, para que
-se los mandes tú.</p>
-
-<p>No tardaron en llegar al término de su via<span class="pagenum"
-id="Page_134">p. 134</span>je, que era una casa de apariencia bastante
-mediana, con estrecho portal y una escalera sucia, desquiciada y
-bulliciosa. Desde los descansos veíase un patio de corredores, y en
-estos, arriba y abajo, multitud de puertas entornadas, por las cuales
-salía ruido de voces, claridad y tufo de petróleo, olores de cenas
-pobres. Subieron Catalina y su acompañante al tercero, y cuando se
-aproximaban a la puerta, Urrea lanzó una exclamación, diciendo:</p>
-
-<p>—¡Ah! ya sé a dónde vamos, prima. Desde que entré por el portal, me
-pareció reconocer la casa. Pero no caía; ¡qué confusión! no daba en lo
-cierto. Ya sé, ya sé. Como que aquí estuve yo la semana pasada con los
-periodistas. Aquí vive Beatriz, la discípula de Nazarín.</p>
-
-<p>—Es verdad. Llama.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChIII_1">
- <p><span class="pagenum" id="Page_135">p. 135</span></p>
- <h2 class="nobreak">TERCERA PARTE</h2>
- <hr class="tir" />
- <h3>I</h3>
-</div>
-
-<p>Si don Manuel Flórez inició sus visitas al místico vagabundo, don
-Nazario Zaharín, por complacer a su señora y soberana, la Condesa de
-Halma-Lautenberg, pronto hubo de repetirlas por cuenta y satisfacción
-de sí mismo, porque, la verdad sea dicha, el misterioso apóstol árabe
-manchego le encantaba, y cuanto más le veía, más quería verle y gozar
-de su sencillez hermosa, de la serenidad de su espíritu, expresada
-con palabra fácil y concisa. Y cada vez salía el buen presbítero
-social más confuso, porque la persona del asendereado clérigo se iba
-creciendo a sus ojos, y al fin en tales proporciones le veía, que
-no acertaba a formular un juicio terminante. «Yo no sé si es santo,
-pero lo que es a pureza de conciencia no le gana nadie. Desde luego
-le declararía yo digno de canonización, si su conducta al lanzarse
-a correr aventuras por los caminos no me ofreciera un punto negro,
-la rebeldía al superior... De todo lo cual<span class="pagenum"
-id="Page_136">p. 136</span> voy coligiendo que en este hombre bendito
-existen confundidas y amalgamadas las dos naturalezas, el santo y el
-loco, sin que sea fácil separar una de otra, ni marcar entre las dos
-una línea divisoria. Es singular ese hombre, y en mis largos años no
-he visto un caso igual, ni siquiera que remotamente se le asemeje. He
-conocido sacerdotes ejemplarísimos, seglares de gran virtud; sin ir más
-lejos, yo mismo, que bien puedo, acá para mí, sin modestia, ofrecerme
-como ejemplo de clérigos intachables... Pero ni los que he conocido, ni
-yo mismo, salimos de ciertos límites... ¿Por qué será, Dios Poderoso?
-¿Será porque este maniobra en libertad, y nosotros vivimos atados por
-mil lazos que comprimen nuestras ideas y nuestros actos, no dejándolas
-pasar de las dimensiones establecidas? No sé, no sé...» Y con este
-<i>no sé</i>, <i>no sé</i>, Flórez expresaba la turbación y las dudas
-de su espíritu.</p>
-
-<p>Por aquellos días acreció el tumulto periodístico, por estar próximo
-a sentenciarse el proceso en que metidos andaban don Nazario y Ándara,
-y menudeaban las interrogaciones, que llaman <i>interviews</i>; los
-<i>reporters</i> no dejaban en paz a ninguna de las celebridades de la
-ruidosa causa, y al paso que estimulaban con picantes relaciones la
-curiosidad del público, se desvivían por darle pasto abundante un día y
-otro, rebuscando incidentes en la vida privada de<span class="pagenum"
-id="Page_137">p. 137</span> los héroes de aquel drama o comedia.
-Echábase Flórez al cuerpo la escalera que conduce a los pisos altos del
-Hospital, cuando sintió tras sí voces alegres, y dos jóvenes que con
-paso vivo subían de dos en dos peldaños le alcanzaron antes de llegar
-al tercero.</p>
-
-<p>—Señor don Manuel, aunque usted no quiera... ¿Cómo va ese valor?</p>
-
-<p>—No tan bien como ustedes... —contestó el sacerdote parándose, más
-para tomar aliento que para contestar al saludo. Y después de mirarles
-fijamente y de reconocerles, añadió con severidad—: ¿Con que otra vez
-aquí los señores periodistas?... ¡Pero, hombre, no han mareado ya
-bastante a ese pobre señor! Francamente, me parece el delirio de la
-publicidad.</p>
-
-<p>—Qué quiere usted, don Manuel. La fiera nos pide más carne, más
-noticias, y no hay otro remedio que dárselas —dijo el primero de los
-dos, vivaracho y simpático.</p>
-
-<p>—Agotado tenemos ya el filón —indicó el segundo—; pero como es
-forzoso servir al público diariamente, ayer le di yo reseña exacta de
-lo que come Nazarín, y una interesante noticia de los malos partos que
-tuvo su madre.</p>
-
-<p>—Pero, hijos míos —dijo Flórez con más bondad que enojo—, vuestra
-información nos va a volver locos a todos. Habéis dicho mil cosas
-inconvenientes, otras que no le importan a nadie.<span class="pagenum"
-id="Page_138">p. 138</span> Yo no sé cómo estos pobrecitos presos
-aguantan vuestro fuego graneado de preguntas, y no os mandan a paseo
-cien veces al día.</p>
-
-<p>—Servimos al público.</p>
-
-<p>—¿Pero no sería mejor que le sirvierais dirigiéndole, que dejándoos
-arrastrar por su novelería caprichosa y malsana?</p>
-
-<p>—¡Ah, don Manuel! No somos nosotros, pobres <i>reporters</i>, los
-que encendemos la hoguera. Nos mandan llevar cuanto combustible se
-encuentra; troncos bien secos si los hay; si no, leña verde, para que
-estalle, y hasta paja, si no encontramos otra cosa.</p>
-
-<p>—Bueno, señor, bueno.</p>
-
-<p>—Pues ayer, mi querido don Manuel —dijo el vivaracho, mostrando un
-periódico—, me sacó usted de un gran apuro. No sabiendo qué escribir,
-me metí con usted. Vea, vea lo que le digo: «Le visita diariamente el
-venerable sacerdote don Manuel Flórez, que sostiene con el procesado
-empeñadas controversias sobre puntos sutilísimos de teología y de alta
-moral...»</p>
-
-<p>—¡Jesús!... ¡Mayor mentira! ¡Pero si no hemos hablado nada de
-teología, ni...! Y además, ya os he dicho que no teníais que mentarme
-a mí para nada. Yo vengo aquí a cumplir mis deberes cristianos de
-consolar al triste, y dar un buen consejo al que lo ha menester.</p>
-
-<p>—Es usted un santo, don Manuel. ¡Pues me<span class="pagenum"
-id="Page_139">p. 139</span>nudo bombito le doy aquí, más abajo!
-Vea...</p>
-
-<p>—Ninguna falta me hacen a mí vuestros bombitos, y os agradecería
-mucho que no sacarais mi nombre en esta contradanza informativa.</p>
-
-<p>—Déjeme que se lo lea. Digo: «Aquel venerable y ejemplar sacerdote,
-que es el primero en acudir, allí donde hay miserias que socorrer, y
-grandes amarguras que mitigar con el inefable consuelo de la piedad
-cristiana; aquel varón respetabilísimo, cuya modestia corre parejas
-con su virtud, cuya actividad en servicio de los grandes ideales
-religiosos...»</p>
-
-<p>—Basta, basta... No quiero oír más.</p>
-
-<p>Llegaron al corredor alto que da vuelta al inmenso patio, y el
-vivaracho se adelantó diciendo:</p>
-
-<p>—Me temo que hoy tenga el apóstol mucha gente, y que no podamos
-hablarle.</p>
-
-<p>—Pero si esto es un escándalo —dijo don Manuel—. Aquí viene, en
-busca de satisfacciones de la curiosidad, un público no menos numeroso
-que el que va a los teatros y a las carreras de caballos. Al pobre
-Nazarín le volverían loco si ya no lo estuviera, y como es hombre que
-no sabe negarse a nadie, ni ser descortés y altanero, que casos hay en
-que la descortesía y un poquitín de soberbia no están de más, resulta
-que los que venimos a consolarle y a poner algún concierto en sus
-ideas, no podemos realizar este fin.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_140">p. 140</span>Arrimáronse a una
-ventana el sacerdote y el segundo periodista, a echar un cigarrillo,
-mientras el primero entraba en la celda de Nazarín. Flórez sacó sus
-tenacillas de plata, pues no fumaba sin este adminículo, y el otro, al
-darle lumbre, le habló así:</p>
-
-<p>—Dígame, señor de Flórez, ¿usted qué opina del resultado del
-proceso? ¿Cree usted que el tribunal verá en este hombre un
-criminal?</p>
-
-<p>—Hijo, no sé. Poco entiendo de Jurisprudencia criminal.</p>
-
-<p>—Pues ayer en el Congreso —prosiguió el otro con gravedad—, me dijo
-a mí mismo don Antonio Cánovas del Castillo... Palabras textuales:
-«Condenar a Nazarín sería la mayor de las iniquidades.»</p>
-
-<p>—Lo mismo creo.</p>
-
-<p>—Pero los pareceres están divididos, aunque la mayoría de la opinión
-es favorable a la inculpabilidad del apóstol. Yo le digo a usted la
-verdad. A mí me tiene medio conquistado. A poco más, voy a la redacción
-descalzo, abandono la casa de huéspedes, y me paso la noche en el hueco
-de una puerta... Nada, que me seduce ese hombre, que me atrae.</p>
-
-<p>—Su humildad llevada al extremo, su conformidad absoluta con la
-desgracia —afirmó el sacerdote pensativo, mirando al suelo, y quitando
-la ceniza del cigarro con el dedo meñique—<span class="pagenum"
-id="Page_141">p. 141</span>, son, hay que reconocerlo, una fuerza
-colosal para el proselitismo. Todos los que padecen sentirán la
-formidable atracción.</p>
-
-<p>—Pues no hay tanta gente como yo creía —dijo el otro <i>chico de
-la prensa</i> volviendo presuroso—. Está un actor..., no me acuerdo
-de su nombre... que quiere estudiar el tipo del Cristo para las
-representaciones de la <i>Pasión y Muerte</i>, en no sé qué teatro.
-También tenemos ahí a los pintores Sorolla y Moreno Carbonero, que
-quieren hacer una cabeza de estudio, y José Antonio de Urrea, que
-pretende volver a fotografiarle.</p>
-
-<p>—Pues ya le cayó que hacer al pobre don Nazario —dijo Flórez
-mohíno—. Entraremos dentro de un ratito, y procuraremos despejar la
-celda. Y ustedes, caballeritos, ¿se largarán pronto?</p>
-
-<p>—¡Oh, sí! tenemos que ver a Ándara. ¿Viene usted, señor don Manuel?
-Le llevamos en coche.</p>
-
-<p>—Gracias.</p>
-
-<p>—Pues Ándara es deliciosa: más fea que una noche de truenos; pero
-con un talento para las réplicas, y una viveza, y una energía de
-carácter, que le dejan a uno pasmado.</p>
-
-<p>—Y una fe en Nazarín que vale cualquier cosa. Si la ponen en una
-parrilla para que reniegue de su maestro, morirá tostada, escupiendo
-sangre a sus verdugos y proclamando a Nazarín, como ella dice, el
-<i>preferente</i> de todos los santos de la tierra y del cielo,
-¡caraifa!</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_142">p. 142</span>Llegaron otros dos
-del oficio, y saludando cortésmente al buen eclesiástico, formaron
-todos corrillo junto a un ventanón de la galería.</p>
-
-<p>—Parece esto la antesala de un ministro —dijo uno de los que
-acababan de llegar, llamado Zárate, hombre muy leído, según general
-opinión, quiere decirse, que leía mucho.</p>
-
-<p>—O de un soberano del antiguo régimen. Aquí estamos aguardando que
-salga la tanda que está dentro.</p>
-
-<p>—Pero falta un chambelán que ponga orden en estas audiencias.</p>
-
-<p>—Pues hoy —dijo Zárate echándose hacia atrás el sombrero—, no me
-voy sin interrogarle sobre las concomitancias que veo entre el ideal
-nazarista...</p>
-
-<p>—¿Y qué?</p>
-
-<p>—Y el misticismo ruso.</p>
-
-<p>—¡Hombre, por Dios!</p>
-
-<p>—Yo veo un parentesco estrecho, una filiación directa entre
-aquellas y estas florescencias espiritualistas, que no son más que una
-manifestación más de la soberbia humana.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChIII_2">
- <h3>II</h3>
-</div>
-
-<p>—Pues ayer —manifestó el vivaracho—, le interrogué yo sobre eso del
-<i>rusismo</i>. Se mostró sorprendido, y me dijo que sus actos son la
-ex<span class="pagenum" id="Page_143">p. 143</span>presión de sus
-ideas, y estas le vienen de Dios; que no conoce la literatura rusa más
-que de oídas, y que siendo una la humanidad, los sentimientos humanos
-no están demarcados dentro de secciones geográficas, por medio de
-líneas que se llaman fronteras. Aseguró después que para él las ideas
-de nacionalidad, de raza, son secundarias, como lo es esa ampliación
-del sentimiento del hogar que llamamos patriotismo. Todo eso lo tiene
-nuestro don Nazario por caprichoso y convencional. Él no mira más que a
-lo fundamental, por donde viene a encontrar naturalísimo que en Oriente
-y Occidente haya almas que sientan lo mismo, y plumas que escriban
-cosas semejantes.</p>
-
-<p>—Si es lo que yo digo —indicó el que había entrado con Zárate—.
-Ese es un tío muy largo, pero muy largo... No hay quien me apee de
-la opinión que formé de él el primer día. Estamos aquí haciéndole
-la corte al patriarca de los tumbones, y popularizando al Mesías
-de la gorronería... ¡Oh! convengamos en que hace su papel con un
-histrionismo perfecto, y que ha sabido llevar hasta lo sublime el
-carácter del farsante aventurero y vagabundo. Yo sostengo que este
-tipo es la condensación más acabada del españolismo en todas sus
-fases... sin negar que lo muy español pueda ser también muy ruso...
-entendámonos.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_144">p. 144</span>—Pero vengan acá,
-señores míos —dijo don Manuel atrayendo con su gesto y con sus palabras
-la atención benévola y cortés de toda aquella tropa—. Perdónenme si
-meto baza en sus discusiones. Piense cada cual de este desdichado
-Nazarín lo que quiera. Pero al demonio se le ocurre ir a buscar la
-filiación de las ideas de este hombre nada menos que a la Rusia. Han
-dicho ustedes que es un místico. Pues bien: ¿a qué traer de tan lejos
-lo que es nativo de casa, lo que aquí tenemos en el terruño y en el
-aire y en el habla? ¿Pues qué, señores, la abnegación, el amor de
-la pobreza, el desprecio de los bienes materiales, la paciencia, el
-sacrificio, el anhelo de no ser nada, frutos naturales de esta tierra,
-como lo demuestran la historia y la literatura, que debéis conocer,
-han de ser traídos de países extranjeros? ¡Importación mística,
-cuando tenemos para surtir a las cinco partes del mundo! No sean
-ustedes ligeros, y aprendan a conocer dónde viven, y a enterarse de
-su abolengo. Es como si fuéramos los castellanos a buscar garbanzos a
-las orillas del Don, y los andaluces a pedir aceitunas a los chinos.
-Recuerden que están en el país del misticismo, que lo respiramos,
-que lo comemos, que lo llevamos en el último glóbulo de la sangre,
-y que somos místicos a raja tabla, y como tales nos conducimos sin
-darnos cuenta de ello. No vayan tan lejos a<span class="pagenum"
-id="Page_145">p. 145</span> indagar la filiación de nuestro Nazarín,
-que bien clara la tienen entre nosotros, en la patria de la santidad
-y la caballería, dos cosas que tanto se parecen y quizás vienen a ser
-una misma cosa, pues aquí es místico el hombre político, no se rían,
-que se lanza a lo desconocido, soñando con la perfección de las leyes;
-es místico el soldado, que no anhela más que batirse, y se bate sin
-comer; es místico el sacerdote, que todo lo sacrifica a su ministerio
-espiritual; místico el maestro de escuela que, muerto de hambre, enseña
-a leer a los niños; son místicos y caballerescos el labrador, el
-marinero, el menestral, y hasta vosotros, pues vagáis por el campo de
-las ideas, adorando una Dulcinea que no existe, o buscando un más allá,
-que no encontráis, porque habéis dado en la extraña aberración de ser
-místicos sin ser religiosos. He dicho.</p>
-
-<p>Celebraron los buenos <i>chicos</i> el discurso del venerable
-don Manuel, y cuando alguno, con el respeto debido, a contestarle
-se disponía, llegaron nuevos visitantes, dos damas y dos caballeros
-aristocráticos, que anhelaban conocer a Nazarín, y tres o cuatro
-personas más, gente literaria o política, que ya le había visto y
-deseaba sondearle de nuevo, porque entre sí traían grande y enmarañada
-discusión sobre si era un tunante muy largo o un sencillote con la
-cabeza trastornada.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_146">p. 146</span>—¿Qué? ¿no podemos
-verle? —dijo sobresaltada una de las damas.</p>
-
-<p>—Habrá que esperar a que salgan los que están dentro... la pintura,
-señora, la fotografía y las artes del diseño.</p>
-
-<p>—¿Y qué? —preguntó a los periodistas uno de los de oficio literario
-que acababa de entrar.</p>
-
-<p>—¿Saben ustedes si ha leído el librito de su nombre que anda por
-ahí?</p>
-
-<p>—Lo ha leído —replicó uno de los que llegaron con Flórez—, y dice
-que el autor, movido de su afán de novelar los hechos, le enaltece
-demasiado, encomiando con exceso acciones comunes, que no pertenecen al
-orden del heroísmo, ni aun al de la virtud extraordinaria.</p>
-
-<p>—A mí me aseguró que no se reconoce en el héroe humanitario de
-Villamanta, que él se tiene por un hombre vulgarísimo, y no por un
-personaje poemático o novelesco.</p>
-
-<p>—Y dice también que en su reyerta con los bandidos en la cárcel de
-Móstoles, no le costó tanto trabajo vencer su ira como en el libro se
-dice; que la venció al instante y con mediano esfuerzo.</p>
-
-<p>—Pues para mí —manifestó el caballero aristocrático—, el libro
-es un tejido de mentiras. Toda la escena de Nazarín con el señor de
-la Coreja, la tengo por invención del escritor, porque don Pedro de
-Belmonte es primo mío, le co<span class="pagenum" id="Page_147">p.
-147</span>nozco bien, y sé que en ningún caso pudo sentar a su mesa al
-mendigo haraposo. Esta no cuela. Que mi primo cogiera una estaca, y
-le moliera los huesos, y le plantara en medio del camino, después de
-soltarle los perros, muy natural, muy verosímil. Está en carácter; ese
-es su genio; no puede esperarse otra cosa de su desatinada locura. Pero
-agasajarle, ponerse a hablar con él del Papa y del Verbo divino, eso no
-lo creo, eso no es verdad, es falsear a mi primo Belmonte. ¡Figúrense
-ustedes que fui la semana pasada a la Coreja, y a poco de entrar en
-su casa tuve que salir escapado en busca de la pareja de la Guardia
-civil!</p>
-
-<p>En esto vieron salir a Urrea de la celda, seguido de los pintores y
-del cómico.</p>
-
-<p>—Ea, ya tenemos aquí al chambelán, que viene a anunciarnos que Su
-Excelencia nos espera.</p>
-
-<p>Pero el chambelán traía muy distintas órdenes.</p>
-
-<p>—Señores —les dijo—, tengo el sentimiento de participarles que el
-amigo Nazarín les suplica por mi conducto que le dejen solo. Siente
-fatiga, y si no me engaño, tiene bastante fiebre. Le he tomado el
-pulso. Necesita descanso, quietud, silencio.</p>
-
-<p>El efecto de estas palabras fue desastroso. Las dos damas no tenían
-consuelo.</p>
-
-<p>—¿Pero no podremos verle, siquiera un instante?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_148">p. 148</span>—Me ha suplicado
-que, por hoy, le libre del vértigo de las visitas.</p>
-
-<p>—Y hace bien en cerrar la puerta —declaró Flórez—. No sé cómo
-aguanta tanta impertinencia. Ea, señores, estamos de más aquí.</p>
-
-<p>—Poco a poco —dijo Urrea—. La orden tiene una excepción. Supo que
-está aquí don Manuel, y ha manifestado deseos de verle. Pase usted;
-pero solo.</p>
-
-<p>—¡Ay! nosotras... podríamos pasar también, hablarle un ratito...
-—indicó una de las damas.</p>
-
-<p>—¡Oh!, no... sin duda quiere confesarse. Vámonos.</p>
-
-<p>—¡Qué fastidio!... ¡Volveremos otro día! Yo quiero verle. Díganme
-ustedes, señores periodistas: ¿cómo es Nazarín? ¿Es cierto que su
-rostro tiene tal expresión, que desconcierta a cuantos le miran? ¿Y
-cómo está vestido? ¿Qué dice? ¿Ríe o llora? ¿Habla con los que le
-visitan, les echa la bendición, o no hace más que mirarles?</p>
-
-<p>Contestaban los buenos <i>chicos</i> a estas preguntas, excitando
-la curiosidad de las nobles señoras, en vez de calmarla. Inconsolables
-ellas por el chasco sufrido, y no pudiendo anegar sus ojos, sedientos
-de aquella gran novedad, en la fisonomía del apóstol errante, los
-clavaban en la puerta. ¡Ah! detrás de aquella puerta estaba...
-Volverían a la mañana siguiente.</p>
-
-<p>Entró don Manuel, y desfilaron por las esca<span class="pagenum"
-id="Page_149">p. 149</span>leras abajo todos los demás. Alguno propuso
-a las aristócratas llevarlas a ver a Ándara. Pero después de una
-espontánea conformidad con esta idea, una de las dos reflexionó y
-dijo:</p>
-
-<p>—¡Imposible! ¿Está usted loco? ¡Nosotras entrar en la Galera!</p>
-
-<p>Luego fue apuntada la idea de visitar a Beatriz, y esto no pareció
-tan mal a las dos señoras. Sí, sí, podrían ver a la mística vagabunda
-y soñadora. Dividióse el grupo en la calle, y unos se dirigieron a la
-inmediata de San Blas, y los otros a la remota de Quiñones.</p>
-
-<p>Salió Ándara al locutorio, y lo primero que le preguntaron los
-<i>chicos</i> fue si había leído el libro titulado <i>Nazarín</i>.</p>
-
-<p>—Me lo leyeron —replicó la presa—, porque a mí me estorba lo negro.
-¡Ay, qué mentironas dice! Yo que ustedes, pondría en el papel que el
-<i>escribiente</i> de ese libro es un embustero, y le avergonzaría,
-para que se fuera con sus papas a otra parte. ¿Pues no dice que yo
-pegué fuego a la casa?</p>
-
-<p>—Tú también lo dijiste al principio; pero ahora, ausente de tu señor
-Nazarín, que no te permite mentir, has arreglado con tu defensor, que
-es hombre listo, esa salidita del fuego casual. El hecho queda por lo
-menos dudoso, y la pena será relativamente corta.</p>
-
-<p>—¡Que fue <i>de</i> casual, ¡ea!... ¡Caraifa con los niños
-de la prensa! Yo al principio no supe lo<span class="pagenum"
-id="Page_150">p. 150</span> que decía. Se me derramó el condenado
-petróleo... Quedeme a obscuras... Encendí un misto, y vele ahí todo
-ardiendo... ¿Que no lo creen? Así <i>costa</i>... ¿Y quién me lo
-desmiente? ¿Quién me prueba que fue de voluntad? Si alguno de ustedes
-es el que ha escrito ese arrastrado libro, arrastrado le vea yo, ¡mal
-ajo!</p>
-
-<p>—¿Sabes que te estás volviendo otra vez muy mal hablada?</p>
-
-<p>—Desde que no está con el apóstol, ha vuelto a sus mañas.</p>
-
-<p>—Ándara, nosotros somos tus amigos, y te queremos mucho. Pero si
-dices expresiones feas, se lo contaremos a don Nazario, y verás,
-verás.</p>
-
-<p>—No, no se lo digan. Es la costumbre de antes, que sale... Pero una
-palabra mala, dicha sin pensar, no hace pecado. Es que me encalabrino
-cuando me hablan del maldito libraco. ¡Miren que decir ese desgalichao
-autor que yo parezco un palo vestido! Fea soy, digo, lo que es bonita,
-no soy ahora, como lo era antes, aunque sea mala comparación... pero no
-tan fea que me tenga miedo la gente. Él será un esperpento, y en sus
-escrituras quiere hacer conmigo una <i>desageración</i>. ¿Verdad que no
-tanto?</p>
-
-<p>—Tienes razón, no tanto, Andarilla. Otra cosa: ¿Deseas mucho ver a
-tu maestro?</p>
-
-<p>—¡Ay, no me lo diga! ¡Verle! ¡Qué diera yo por verle, por oír
-su voz!... Créanme, señores<span class="pagenum" id="Page_151">p.
-151</span> de la prensa, y pueden ponerlo en el papel, si les viene a
-mano. Por verle daría yo la salud que ahora tengo, y la que tendré en
-muchos años. Me conformaría con estar en esta cárcel o en un presidio
-toda mi vida, si supiera que le había de ver todos los días, aunque no
-fuera más que un cuarto de hora.</p>
-
-<p>—Eso es querer, Ándara.</p>
-
-<p>—Esto es querer, y creer en él, pues no ha mandado Dios al mundo
-otro que se le parezca... lo digo y lo sostengo, aunque me claven en
-cruz para que cante otra cosa. Que me desuellen viva para que diga que
-no le quiero, y ayudando yo misma a que me arranquen el pellejo, diré
-que es mi padre, y mi señor, y mi todo.</p>
-
-<p>—¡Bien, brava Ándara!</p>
-
-<p>—Nos contó Beatriz que ella le ve en espíritu, y siempre que quiere
-le hace revivir en su imaginación...</p>
-
-<p>—Esa es muy <i>soñona</i>. Yo, como más bruta que mi hermana
-Beatriz, ¡bendita sea! no le veo cuando quiero, sino cuando él quiere
-dejarse ver.</p>
-
-<p>—¡Hola, hola! Explícanos eso.</p>
-
-<p>—No sean <i>materiales</i>, y compréndanlo sin más explicadera. Por
-las noches, cuando me tumbo en mi jergón, en medio de unas obscuridades
-como las del alma de Caín, si he sido buena por el día, si no he tenido
-pensamientos<span class="pagenum" id="Page_152">p. 152</span> malos,
-abro los ojos, y en lo más negro de lo negro, veo una claridad, y en
-ella mi Nazarín que pasa... no hace más que pasar y mirarme sin decir
-nada... Pero por los ojos que me pone, entiendo lo que quiere hablarme.
-Unas veces me riñe unas miajas, otras me dice que está contento de
-mí.</p>
-
-<p>—Pues si le ves esta noche, no es mala peluca la que te echa.</p>
-
-<p>—¿Por qué?</p>
-
-<p>—Por esa mentira tan gorda de que el incendio de la casa fue
-<i>de</i> casual.</p>
-
-<p>—¡Eh, que no es mentira!... Mentira lo que dice el libro, tocante a
-que quise <i>zajumar</i> el cuarto... ¡Vaya, que ya es por demás tanta
-conferencia! Lárguense al periódico, que allá tendrán que plumear.</p>
-
-<p>—Antes hemos de preguntarte otra cosa, ¡caraifa!</p>
-
-<p>—No respondo más.</p>
-
-<p>—¿A que sí? ¿La Beatriz viene a verte?</p>
-
-<p>—Dos veces por semana. Ayer me trajo un vestido, que le dio para mí
-una señora de la grandeza.</p>
-
-<p>—¡Hola, hola!... Noticia. ¿No te dijo el nombre de esa señora?</p>
-
-<p>Y todos ellos sacaron papel y lápiz.</p>
-
-<p>—Sí; pero no me acuerdo. Era un nombre muy bonito... así como...
-Señor, ¿cómo era?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_153">p. 153</span>—Haz memoria,
-Andarilla. ¿Sería la Condesa de Halma?</p>
-
-<p>—Esa misma... Bien decía yo que era cosa buena... pues... del alma
-santísima.</p>
-
-<p>—Bien, Ándara... te dejamos ya, caraifa.</p>
-
-<p>—Adiós... adiós.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChIII_3">
- <h3>III</h3>
-</div>
-
-<p>En mal hora se metió don Manuel Flórez en conferencias de
-exploración espiritual con el apóstol andante, porque siempre salía
-de la celda medio trastornado, ya creyendo ver en Nazarín la mayor
-perfección a que puede llegar alma de cristiano, ya viéndole y
-juzgándole como un ser dislocado, completamente fuera del ambiente
-social en que vivía. «No puede ser, Señor, no puede ser —se decía el
-buen viejo, dándose palmadas en el cráneo, ya retirado en su vivienda,
-y descansando de los trajines del día—. Cada tiempo trae su forma y
-estilos de santidad. No nos disloquemos, Señor, no nos desviemos de
-nuestra agrupación planetaria, si no queremos ser bólido errante,
-perdido por los espacios. Lo que yo digo: la locura no es más que eso,
-o mejor dicho, es precisamente eso, el escape por la tangente... y este
-hombre, con toda su virtud, que hay que reconocer, ha tomado mucha
-fuerza, y se esca<span class="pagenum" id="Page_154">p. 154</span>pa,
-se dispara fuera de la órbita... ¡Qué lástima, Señor, qué lástima!
-Porque... lo digo con verdad... difícilmente se encontraría un espíritu
-de mayor rectitud, de mayor pureza... Pero ha tomado la doctrina en su
-sentido más riguroso, por lo más estrecho, por donde duele, y... no
-sé, no sé... Él cree que el equivocado soy yo, y yo que el equivocado
-es él. Él dice que procede conforme a razón, y con plena conciencia
-de ajustarse a la ley de Cristo, y yo digo... No, Señor, yo no digo
-nada, no sé, he perdido los papeles; este hombre me ha trastornado, ha
-llenado mi cabeza de confusión. No, no vuelvo a verle más. La sinrazón
-es contagiosa... Un loco hace mil. No más, no más.»</p>
-
-<p>Y a pesar de esto, volvía, pues siempre le quedaba algún puntillo
-que dilucidar, o seno escondido que reconocer en el pensamiento
-del peregrino. Volvía, y a nueva conferencia, nueva turbación y
-desconcierto del buen clérigo social. Se creerá que es exageración
-lo que se cuenta, pero es la verdad pura. Don Manuel llegó a perder
-el apetito, cosa de extraordinaria novedad en él, dormía mal, y
-se desmejoró su rostro. Creyeron sus amigos que había dado el
-bajón repentino de la aproximación a los setenta, y no faltó quien
-atribuyese a una causa moral la pérdida de aquel excelso aplomo que
-era su característica. Quizás su bondad se re<span class="pagenum"
-id="Page_155">p. 155</span>sintió de haber encontrado una bondad
-superior, o que tal le pareciera, y como vivía en la rutina de no
-tratar más que inferiores, en el terreno de conciencia, el repentino
-encuentro de un ser, ante el cual alguna de las energías de su alma
-tenía que hacer reverencia, le puso quizás de mal talante, aunque sin
-llegar, ni por asomo, a las tristezas de la envidia, pues era incapaz
-de este odioso sentimiento. ¿Consistiría tal vez en que el trato
-social, las consideraciones y aun lisonjas de que era objeto, habían
-llegado a formar en su alma la concreción de amor propio (de la cual
-los caracteres más dueños de sí no pueden librarse), y el conocimiento
-y trato de Nazarín rebajaron un poquito el concepto de su propio valer
-moral? Con independencia de la humillación y desprecio de sí mismo que
-impone la idea cristiana, todo ser conserva un poder de apreciación
-o evaluación psíquica, por el cual, sin darse cuenta de ello, a sí
-propio se estima y tasa. Sin duda Flórez empezó a conocer que se había
-tasado en algo más de lo que realmente valía. Como era recto y noble,
-acababa por conformarse diciéndose: «Bueno, Señor, bueno. Yo creí ser
-de lo mejorcito, y ahora resulta que hay quien me da quince y raya.
-Pues reconozca yo mi insignificancia, o mi inferioridad manifiesta, y
-alabada sea la perfección donde quiera que se encuentre.»</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_156">p. 156</span>El buen señor
-no podía pensar en otra cosa, y la fijeza de tal idea iba socavando
-su salud. A veces se pasaba las noches en habilidosos distingos y
-paralelos, anhelando engrandecer el concepto propio, sin rebajar
-excesivamente el ajeno: «Él es bueno, yo también. No digamos santos,
-porque la santidad en nuestros tiempos ¿dónde está? Yo soy social,
-él individual; mi esfera es el mundo de los ricos, la suya el de
-los pobres. En ambas esferas se sirve a Dios, ¡vaya! Él fortifica
-su alma en la soledad, yo en el bullicio; yunque por yunque, no sé
-decir cuál es el mejor. Cierto es que si miramos a la doctrina pura y
-a su aplicación a nuestras acciones, él aparece con ventaja, yo con
-desventaja; pero miremos a los resultados prácticos de una y otra forma
-de ejercer el ministerio, y entonces, ¿cómo dudar que la supremacía
-está de la parte acá? Y por último, Señor, él se va del seguro, él se
-corre de lo posible a lo imposible, en él la virtud se permite hacer
-sus escapatorias al campo de la extravagancia, y...»</p>
-
-<p>Elevando los brazos, y mirando al techo de su alcoba, en la cual
-se paseaba para entretener el insomnio, añadía: «Señor, Señor, llevar
-a la práctica la doctrina en todo su rigor y pureza, no puede ser, no
-puede ser. Para ello sería precisa la destrucción de todo lo existente.
-Pues qué, Jesús mío, ¿tu Santa Iglesia no vive en<span class="pagenum"
-id="Page_157">p. 157</span> la civilización? ¿Adónde vamos a parar
-si...? No, no, no hay que pensarlo... Digo que no puede ser... Señor,
-¿verdad que no puede ser?»</p>
-
-<p>Como pasaban días y días sin que Catalina le interrogase sobre el
-examen o estudio psicológico del apóstol vagabundo, creyó del caso
-don Manuel tomar la iniciativa en aquel asunto, que más valía dar su
-opinión antes que la dama por sí misma y por otros caminos llegase a
-formarla. Todo lo temía de su talento agudo, afinado por una voluntad
-persistente.</p>
-
-<p>—¿Y qué? —le preguntó Halma, demostrando menos curiosidad de la que
-Flórez esperaba.</p>
-
-<p>—Empiezo por declarar —dijo don Manuel con solemnidad sincera, la
-mano puesta sobre su corazón—, que no conozco alma más bella que la del
-desventurado sacerdote, a quien la ley ha perseguido por vagancia y por
-haber dado amparo y protección a una mujer criminal. Si del estado de
-su entendimiento tengo aún mis dudas, de su conciencia, de su intención
-pura y rectamente cristiana, no puedo dudar. Quiero decir, señora mía,
-que encuentro una disconformidad irreductible entre la conciencia y
-el intellectus de ese singular hombre, y que si yo hallara manera de
-conciliar una con otro, tendría que declarar a Nazarín el ser más
-perfecto que ha podido formarse dentro del molde humano.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_158">p. 158</span>—Según eso, usted
-sigue viendo en él las dos naturalezas, el santo y el loco, y ni sabe
-separarlas, ni fundirlas, porque locura y santidad no pueden ser lo
-mismo.</p>
-
-<p>—Exactamente.</p>
-
-<p>—Bien podría deducirse de todo ello que, en nuestra imperfectísima
-comprensión de las cosas del alma, no sabemos lo que es locura, no
-sabemos lo que es santidad.</p>
-
-<p>—¡No sé, no sé! —exclamó el limosnero extraordinariamente turbado,
-llevándose las manos a la cabeza.</p>
-
-<p>—Serénese, don Manuel. ¿Será que usted, en su larga vida, nunca
-se ha visto delante de un problema semejante? Contésteme ahora: ¿el
-buen Nazarín practica la doctrina de Cristo tal como los Evangelios
-santísimos nos la enseñan?</p>
-
-<p>—Sí señora.</p>
-
-<p>—Y a pesar de esto, la conducta del buen hombre nos parece
-desconcertada... porque nuestras ideas así nos lo imponen. Si
-creyéramos otra cosa, debiéramos imitarle, renunciar a todo, abrazando
-el estado de absoluta pobreza.</p>
-
-<p>—Sí señora.</p>
-
-<p>—Y eso no puede ser. Hay algo dentro de nosotros mismos, y en la
-atmósfera que respiramos y en el mundo que nos rodea, que nos dice que
-no puede ser.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_159">p. 159</span>—Sí... puede ser...
-pero no puede ser... Ser no ser... He aquí, señora, la gran duda.</p>
-
-<p>—Sigo preguntando. ¿Nazarín es humilde?</p>
-
-<p>—Humildísimo. Asombra ver su tranquilidad ante los resultados
-probables del proceso. Si le condenan a presidio, lo acepta gozoso,
-lo mismo que si le hicieran subir al cadalso. Si le encierran en un
-manicomio, en el manicomio entrará y vivirá sin protesta. No se queja
-de la ley, ni de los jueces, ni de sus acusadores, ni de la opinión,
-que con tan distintos criterios le juzga.</p>
-
-<p>—Y en el caso de que saliera libre, ¿se sometería al superior
-eclesiástico, sacrificando su independencia al rigor de la
-disciplina?</p>
-
-<p>—También. Pues esto es lo admirable. Dice que si le absuelven
-libremente, se someterá y que...</p>
-
-<p>—¿Qué más?... Sigo yo contando, pues usted, mi señor don Manuel,
-no tiene hoy la palabra tan expedita como de costumbre. Dice también
-el buen Nazarín que cuando se encuentre libre, persistirá en el
-cumplimiento del voto de pobreza que ha hecho al Señor.</p>
-
-<p>—Cosa imposible, así tan en absoluto, pues la mendicidad, fuera de
-las Órdenes que la practican por su instituto, es contraria al decoro
-eclesiástico.</p>
-
-<p>—Y dice más...</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_160">p. 160</span>—¿Pero cómo sabe
-usted...?</p>
-
-<p>—Dice también que el mayor anhelo de su alma es que le devuelvan
-las licencias para poder celebrar... y que se irá a vivir al presidio
-a donde sea destinado el <i>Sacrílego</i>, si se lo permiten las
-leyes penitenciarias, o si no, en la misma población, con objeto de
-verle diariamente. Está comprometido a conducir al cielo el alma de
-aquel criminal, y la conducirá. Los mismos propósitos tiene respecto
-a Ándara, y su mayor gozo sería que los encierros a que ambos
-delincuentes fuesen destinados, radicaran en la misma ciudad. Si no,
-compartiría su tiempo entre la vecindad de Ándara y la proximidad del
-<i>Sacrílego</i>, llevándose consigo a Beatriz, sin temor alguno de ser
-censurado y escarnecido por la compañía de una mujer.</p>
-
-<p>—Tales son sus ideas, sí señora... Tan cierto es ello como que usted
-tiene algo de zahorí —dijo don Manuel, sin disimular su asombro—. ¿Pero
-usted..., acaso, le ha visto, le ha oído...?</p>
-
-<p>—No; pero veo a Beatriz, de quien soy amiga, y amiga del alma. No he
-querido decírselo hasta que no viniera una coyuntura propicia.</p>
-
-<p>—¡Ah!... Me parece bien... Beatriz, la discípula...</p>
-
-<p>—Pues bien, señor don Manuel de mi alma, esas ideas y propósitos del
-don Nazario bastardean un poco aquella pureza del alma de que me<span
-class="pagenum" id="Page_161">p. 161</span> hablaba hace un rato. La
-extrema humildad, ¿no se da la mano con el orgullo?</p>
-
-<p>—Tal vez, tal vez.</p>
-
-<p>—Por lo cual yo, más decidida que usted, sin duda porque soy más
-ignorante, veo bien patente la locura de ese santo varón... ¿Es un loco
-santo, o un santo loco?...</p>
-
-<p>—Locura... santidad... —murmuraba Flórez mirando al suelo, la cabeza
-sostenida por ambas manos, los codos apoyados en las rodillas, con
-todas las señales en rostro y acento de una hondísima turbación.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChIII_4">
- <h3>IV</h3>
-</div>
-
-<p>No pudieron detenerse, como deseaban, en buscar la explicación
-de aquel contrasentido, porque entró Urrea con noticias frescas,
-que hacían revivir el interés del asunto nazarista. Según contó el
-joven reformado, por los periodistas se sabía ya la sentencia del
-Tribunal, que se publicaría sin tardanza. No encontraba la Sala en don
-Nazario Zaharín culpabilidad: la vagancia, el abandono de sus deberes
-sacerdotales, la sugestión ejercida sobre mendigos y criminales no
-eran más que un resultado del lastimoso estado mental del clérigo,
-y como en ninguno de sus actos se veía la instigación al delito,
-sino que, por el contrario, sus desvaríos<span class="pagenum"
-id="Page_162">p. 162</span> tendían a un fin noble y cristiano, se
-le absolvía libremente. Resultando del informe de los facultativos
-que repetidas veces le habían examinado, que los actos del apóstol
-errante eran inconscientes, por hallarse atacado de <i>melancolía
-religiosa</i>, forma de <i>neurosis epiléptica</i>, se le entregaba al
-poder eclesiástico para que cuidase de su curación y custodia en un
-Asilo religioso, o donde lo tuviere por conveniente.</p>
-
-<p>Don Manuel y Catalina guardaron profundo silencio al oír esta parte
-interesantísima de la sentencia.</p>
-
-<p>—A Beatriz se la absuelve libremente —prosiguió Urrea—, porque nada
-resulta contra ella, y la pena que merecía por vagancia, se estima
-cumplida con las dos semanas que sufrió de prisión correccional.</p>
-
-<p>Ándara salía peor librada, aunque no tan mal como al principio se
-creyó. De sus primeras declaraciones, y de las de Nazarín, resultaba
-autora del incendio de la casa número 3 de la calle de las Amazonas.
-Pero su abogado, hombre muy despierto, había conducido el asunto con
-rara habilidad, demostrando que lo depuesto por Nazarín no tenía ningún
-valor testifical, por hallarse este en pleno delirio pietista, presa
-de la monomanía del sacrificio y de la muerte. Ándara, en sus primeras
-declaraciones, había obedecido, según su defensor, a una influencia
-hipnótica del falso após<span class="pagenum" id="Page_163">p.
-163</span>tol. Ampliado el juicio, y sustentada la no intencionalidad
-del incendio, el Tribunal admitió la prueba, condenándola, por lesiones
-a la <i>Tiñosa</i>, a catorce meses de reclusión penitenciaria. La
-causa del <i>Sacrílego</i> no tenía nada que ver con la de la vagancia
-y desafueros nazaristas. Aún no se había sentenciado, y por bien que
-saliera, sus catorce o quince años de presidio no se los quitaba nadie,
-porque eran muchas y muy atroces sus audacias para llevarse la plata y
-vasos sagrados de las iglesias.</p>
-
-<p>—Ya ve usted —dijo al fin Catalina a su amigo y limosnero—, cómo el
-Tribunal, haciendo suya la opinión de los facultativos, da por cierto
-que el santo varón no tiene la cabeza en regla.</p>
-
-<p>—Y sin cabeza no hay conciencia —indicó el sacerdote con cierta
-alegría, como si entreviera una solución a sus dudas.</p>
-
-<p>—Con todo —añadió la Condesa—, no debemos aceptar ese criterio como
-definitivo. Se equivocan los Tribunales, se equivocan los médicos. No
-afirmemos nada, y sigamos, mi señor don Manuel, en nuestras dudas.</p>
-
-<p>—Sigamos, sí, en nuestras dudas —repitió el sacerdote, para quien
-era ya un descanso no pensar por cuenta propia.</p>
-
-<p>—Y mis dudas —añadió Halma—, van a ser el punto de partida para
-resolver la cuestión, por<span class="pagenum" id="Page_164">p.
-164</span>que si no dudáramos, no nos propondríamos, como nos
-proponemos ahora, llegar a la verdad.</p>
-
-<p>—Sí señora —dijo Flórez, hablando como una máquina.</p>
-
-<p>—La sentencia del Tribunal, que yo esperaba, me abre camino para
-poner en ejecución un pensamiento que hace días me corre por el
-magín.</p>
-
-<p>—¡Un pensamiento! A ver... —murmuró don Manuel perplejo, admirando
-de antemano y temiendo al propio tiempo las iniciativas de su ilustre
-amiga.</p>
-
-<p>—Yo, digo, nosotros, sabremos al fin si nuestro pobre peregrino es
-santo, o es demente. Espero que podremos reconocer en él uno de los
-dos estados, con exclusión del otro. Y en el caso de que existieran
-juntamente santidad y locura, en ese caso...</p>
-
-<p>—Arrancaremos la locura para echarla al fuego, como hierba mala
-nacida en medio del trigo —dijo don Manuel—, conservando pura e intacta
-la santidad.</p>
-
-<p>—Y si existieran juntas y confundidas, en una misma planta —agregó
-Halma—, respetaríamos este fenómeno incomprensible, y nos quedaríamos
-tristes y desconsolados, pero con nuestra conciencia tranquila.</p>
-
-<p>Flórez miraba al suelo, y Urrea no quitaba los ojos de su prima,
-cuyas palabras deletreaba<span class="pagenum" id="Page_165">p.
-165</span> en los labios de ella, al mismo tiempo que las oía. Después
-de una mediana pausa, y queriendo adelantarse al pensamiento de la
-señora, dijo el sacerdote:</p>
-
-<p>—Pues para llegar a ese conocimiento y a esa separación, señora mía,
-tendríamos que... digo, veríamos de...</p>
-
-<p>—No, si por más que usted discurra, no puede adivinar lo que he
-pensado, lo que haremos, si Dios me ayuda, y creo que me ayudará, pues
-la sentencia que acabamos de saber viene, como de molde, a favorecer
-mi pensamiento, obra magna, don Manuel, una empresa de caridad que ha
-de merecer su aprobación. Verá usted —añadió después de otra pausita,
-aproximando su silla baja al sillón del limosnero—. Pues, señor, ahora
-la ley civil le dice a la eclesiástica: yo, apoyada en la opinión de
-la ciencia, he debido declarar y declaro que ese hombre está loco.
-Como su locura es inofensiva, monomanía pietista nada más, que no
-exige custodia ni vigilancia muy rigurosas, renuncio a albergarle en
-mis casas de orates, donde tengo a los furiosos, a los lunáticos,
-casos mil de las innumerables clases de desorden mental. Ahí tienes
-a ese hombre; encárgate tú, Iglesia, de cuidarle, y, si puedes, de
-devolver el equilibrio a su entendimiento. Es pacífico, es bueno, es
-de dulce condición en su desvarío. No te será difícil resta<span
-class="pagenum" id="Page_166">p. 166</span>blecer en él el hombre de
-conducta ejemplar, el sacerdote sumiso y obediente...</p>
-
-<p>—Y le cogemos —dijo Flórez—, y le mandamos a un convento de
-Capuchinos, o a una de las hospederías religiosas, que existen para
-estos casos, y le tenemos allí un año, dos, tres, al cabo de los
-cuales, estará lo mismo que entró.</p>
-
-<p>—Quiere decir que no le cuidarán, que no le observarán, mirando por
-su existencia y por su razón con el interés paternal que se debe a un
-alma como la suya, buena, piadosa, a un alma de Dios...</p>
-
-<p>—No digo que...</p>
-
-<p>—Pero nada de esto pasará —afirmó la Condesa, levantándose nerviosa,
-y cogiendo el bastón de Urrea para reforzar el gesto decidido con que
-acentuaba la palabra.</p>
-
-<p>—¿Pues qué se hará, señora?</p>
-
-<p>—A usted, mi señor don Manuel, le corresponderá la gloria mundana de
-esta prueba, si, como creo, Dios la corona con un éxito feliz.</p>
-
-<p>—¿Y qué tengo yo que hacer, señora mía? —preguntó el eclesiástico
-un poco molesto, pues no le caía en gracia aquello de hacer él cosas
-que ignoraba, ni que su autoridad quedara reducida a ejecutar órdenes
-superiores, como un vulgar secretario.</p>
-
-<p>—Una cosa muy sencilla, y que me parece<span class="pagenum"
-id="Page_167">p. 167</span> fácil. Mañana mismo... no hay que perder
-un solo día... mañana mismo, don Manuel Flórez y del Campo, el
-ejemplarísimo sacerdote, el gran diplomático de la caridad, coge el
-sombrero y se va a ver al señor Obispo. Su Ilustrísima, naturalmente,
-le recibe con los brazos abiertos, y usted le dice: «Señor Obispo, una
-dama de nuestra aristocracia...»</p>
-
-<p>—¡Ah! ya... Una dama de nuestra aristocracia...</p>
-
-<p>—¡Si lo adivina, si lo sabe, si no tengo que decir más! Pues qué:
-¿no ha pensado usted lo mismo que yo? ¿No viene hace días dando vueltas
-en su mente a esta solución? ¿No esperaba saber la sentencia para
-proponérmelo?</p>
-
-<p>—Sí, sí... Yo pensaba... En efecto... La idea es buena —dijo el
-limosnero, queriendo cazar al vuelo las de su noble amiga—. Claro
-que había pensado yo... Pues «Ilustrísimo señor, una dama de nuestra
-aristocracia, persona de grandes virtudes y celo cristiano, que quiere
-consagrar su vida al santo ejercicio de la caridad, ha imaginado
-que...»</p>
-
-<p>Detúvose bruscamente don Manuel, vacilante, clavó sus ojos en
-Halma, después en Urrea, para volver a mirar con escrutadora fijeza
-a la ilustre señora, y en aquel punto, como si recibiera inspiración
-del Cielo, o algún genio invisible en el oído le susurrara, vio el
-pen<span class="pagenum" id="Page_168">p. 168</span>samiento de la
-Condesa con toda claridad. Y recordando al instante palabras y frases
-sueltas de conversaciones anteriores, y viendo en ellas perfecto ajuste
-con lo que acababa de oír, ya no necesitó más el agudo presbítero para
-recobrar toda su compostura mental, y sentirse dueño de sí mismo, y a
-punto de serlo de la situación. Limpió el gaznate para aclarar la voz,
-tomó de manos de Halma el bastón de Urrea, y fue marcando con él sobre
-la alfombra estas o parecidas expresiones:</p>
-
-<p>—La señora Condesa ha tenido un pensamiento grande y bello, como
-suyo. Hace tiempo concibió el proyecto de destinar su casa de Pedralba
-a un fin caritativo, estableciéndose allí, al frente de una pequeña
-sociedad de desvalidos y menesterosos, de pobres enfermos y de ancianos
-sin recursos. Bueno, Señor, bueno. Pues ahora, la señora Condesa se
-dirige por mi conducto al señor Obispo, y le dice: «A ese pobre clérigo
-perseguido, absuelto y tachado de locura, yo me le llevo a Pedralba,
-allí le cuido, allí le rodeo de calma, de un bienestar modesto; doy a
-su espíritu la soledad campestre, a su asendereado cuerpo descanso, y
-como él es bueno y sencillo, y su corazón se conserva puro, respondo
-de que en breve tiempo podré devolvérselo a la Iglesia, limpio de
-las nieblas que han empañado su mente. Entréguenme el va<span
-class="pagenum" id="Page_169">p. 169</span>gabundo, y les devolveré el
-sacerdote; denme el enfermo, y les devolveré el santo.»</p>
-
-<p>—¿Y eso puede ser? —preguntó vivamente la viuda, sin admirarse de lo
-bien que el sagaz Flórez le adivinaba las intenciones—. Quiero decir:
-¿consentirá el señor Obispo...?</p>
-
-<p>—¡Ah!... lo veremos. Mucha fuerza ha de hacerle su nombre,
-señora.</p>
-
-<p>—Y más aún la intervención de usted.</p>
-
-<p>—En casos como este de Nazarín, el Prelado adoptará uno de dos
-procedimientos: o entregar al enfermo un vale perpetuo para el Asilo de
-Eclesiásticos, o ponerle bajo la salvaguardia de una familia respetable
-de reconocida virtud y piedad. Esto último se ha hecho hace poco con un
-pobre clérigo que padecía de ataquillos de enajenación.</p>
-
-<p>—Pues la familia respetable a quien se encomiende la custodia y
-cuidado de este santo varón, seré yo.</p>
-
-<p>—Sin duda. Y mucho mejor, si se constituye el Asilo o Recogimiento
-en forma legal y canónica, poniéndolo, como es natural, bajo la tutela
-del jefe de la diócesis.</p>
-
-<p>—En fin —dijo Halma gozosa—, que Nazarín es nuestro. Y el señor
-Obispo, ya lo estoy viendo, alabará mucho este plan al saber que es
-idea de usted.</p>
-
-<p>—Idea mía no —replicó Flórez sin mirar a la<span class="pagenum"
-id="Page_170">p. 170</span> dama—. Si acaso, en parte... Ambos pensamos
-lo mismo. Pero yo no podía pronunciar sobre ello la primera palabra, y
-tuve que aguardar a que la dijese quien debía decirla.</p>
-
-<p>—Quedamos en que mañana mismo...</p>
-
-<p>—Mañana mismo, sí señora.</p>
-
-<p>—No se nos adelante alguno...</p>
-
-<p>—¡Ah! lo que es eso... Pierda usted cuidado.</p>
-
-<p>Retirose don Manuel a su casa, y aquella noche fue acometido de una
-lúgubre congoja, cuyo fundamento el buen clérigo no podía explicarse.
-«Esta tristeza hondísima y que parece que me abate todo el ser —se
-decía, sin poder conciliar el sueño—, no proviene de causa puramente
-moral. Aquí hay algún trastorno grave de la máquina. O el hígado se me
-deshace, o la cabeza se me quiere insubordinar, o el corazón se fatiga,
-y me presenta la dimisión.»</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChIII_5">
- <h3>V</h3>
-</div>
-
-<p>Hízose todo como Catalina de Artal deseaba, sin que la gestión
-del buen Flórez tropezase con ninguna dificultad ni obstáculo de
-importancia. Notaban en él cuantos en aquella ocasión le vieron,
-lo mismo en las oficinas eclesiásticas, que en las casas nobles
-que ordinariamente visitaba, una gran decadencia física, la cual
-parecía más grave por la pérdida de la jovialidad. Además,<span
-class="pagenum" id="Page_171">p. 171</span> claramente se advertía
-cierta inseguridad en las ideas, y dispersión de las mismas en el
-momento de querer expresarlas, vamos, como si se le fuera el santo al
-cielo, según el dicho vulgar. No era ya el mismo hombre; en pocos días
-su cuerpo perdió la derechura que le hacía tan gallardo, su cara se
-había vuelto terrosa, sus manos temblaban, y cuando quería sonreírse,
-su habitual expresión afable le resultaba fúnebre.</p>
-
-<p>—O don Manuel está muy malo —decían sus amigos—, o algún hondo pesar
-silenciosamente le mina.</p>
-
-<p>Una mañana, el Marqués de Feramor le mandó llamar cuando descendía
-del aposento de la Condesa, y encerrándose con él en su despacho, puso
-la cara de las grandes solemnidades para decirle:</p>
-
-<p>—¡Parece mentira que nuestro querido Flórez, desmintiendo su grave
-carácter, se haya prestado a favorecer las increíbles extravagancias
-de mi hermana! Primero, la tontería de meterse a redentores de José
-Antonio, poniéndose en ridículo, y dando lugar al desbordamiento de las
-hablillas y chirigotas. No era esto bastante, y entre mi hermana y su
-limosnero inventan este sainetón grotesco de llevarse a Pedralba toda
-la cuadrilla nazarista... porque supongo irán también las discípulas,
-para mayor edificación... Ya ha principiado el coro de burlas, que a mí
-no me afectan, no señor, porque<span class="pagenum" id="Page_172">p.
-172</span> todo el mundo sabe que permito a mi hermana lanzarse por su
-cuenta y riesgo a estas aventuras locas, para que encuentre en la ruina
-y en el ludibrio de las gentes el castigo de su soberbia.</p>
-
-<p>La actitud y el lenguaje del señor Marqués eran de pontifical, según
-el rito inglés parlamentario y economista.</p>
-
-<p>—Lo que más me duele —añadió—, es que nuestro buen amigo, en vez
-de poner un freno a estas que califico benignamente llamándolas
-extravagancias, les haya dado calor y apoyo con su autoridad...</p>
-
-<p>Al oír esto, una onda de sangre subió del corazón al cerebro del
-sacerdote, y la ira, que era en él, por índole y por costumbre,
-sentimiento casi desconocido, se encendió en su corazón súbitamente.
-Al querer expresarla, las palabras se le atropellaron en la boca, su
-rostro enrojeció, sus ojos se avivaron. Con lengua torpe pudo decir tan
-solo:</p>
-
-<p>—¿Tú qué sabes?... ¡Eres un necio!</p>
-
-<p>Y salió, como huyendo de sí mismo, arrastrando el manteo, la teja
-echada hacia atrás, murmurando incoherentes frases por la escalera
-abajo. Iba por la calle dando tumbos, sosteniéndose por un desmedido
-esfuerzo de la voluntad, y al llegar a su casa, agotado bruscamente el
-esfuerzo, cayó redondo en el portal. Entre el<span class="pagenum"
-id="Page_173">p. 173</span> portero y dos vecinos que bajaban,
-levantáronle del suelo, y como cuerpo muerto le condujeron al cuarto
-segundo donde vivía. El ama y la sobrina, dos mujeres simplicísimas,
-ambas entradas en años, que le querían entrañablemente, rompieron en
-estrepitoso llanto al verle entrar en tan mísero estado, y la sobrina
-exclamaba:</p>
-
-<p>—¡Virgen de la Valvanera! Ya lo dije yo. Mi tío venía mal desde la
-semana pasada.</p>
-
-<p>Acostáronle, y como una media hora tardó en recobrar el
-conocimiento; mas la palabra no. El buen señor quería decir algo, y su
-lengua inerte no le obedecía. Acudió el médico, fuéronle aplicados los
-remedios elementales, y ya muy entrada la noche, después de algunas
-horas de reposo, pudo expresarse con mediana claridad:</p>
-
-<p>—No seáis tontas —dijo al ama y la sobrina, que una a cada lado
-del lecho le contemplaban atribuladas—, ni deis ahora en la manía de
-asustaros... Esto no es más que un aire. Lo cogí al salir de casa de
-Feramor. Ya me encuentro mejor, y con la ayuda de Dios Misericordioso
-y de la Virgen Santísima, mañana podré echarme a la calle. Y en caso
-de que determinen que ya estoy de más en este mundo inicuo, ¿qué hemos
-de hacer más que conformarnos todos, yo con irme a donde mi Padre
-Celestial me destine, según mis méritos o mis culpas, vosotras con que
-me vaya y os deje en paz?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_174">p. 174</span>Dispuso el doctor
-que no se le diera conversación y se le dejara descansar toda la noche,
-ordenando diversas medicaciones internas y externas. A la mañana
-siguiente la mejoría era bien clara, y desde muy temprano acudieron a
-la casa multitud de personas. Una de las primeras fue Urrea; a poco
-llegaron Consuelo Feramor y la de Monterones, y otras muchas señoras
-y caballeros de distintas categorías. Todos prodigaron al enfermo
-consuelos cariñosos, deseando su salud como la propia. Iban entrando
-en la alcoba por tandas, y reunidos después en la sala, lamentaban el
-repentino accidente del simpático sacerdote.</p>
-
-<p>Consuelo llevó aparte a José Antonio para decirle:</p>
-
-<p>—Sospecho que tú y Catalina no tenéis poca responsabilidad en este
-arrechucho de nuestro amigo. ¡Ah! su enfermedad arranca de la parte
-moral... ¿Qué... te haces el tonto? ¿No comprendes tu parte de culpa
-y la de mi cuñadita, esa loca que no andaría suelta si no llevara el
-nombre que lleva? ¿Ahora caes en la cuenta de que habéis desprestigiado
-a este santo varón, de que le habéis puesto en ridículo a los ojos del
-clero, de todos sus amigos y relaciones?</p>
-
-<p>Contestación enérgica pensó darle Urrea; pero prefirió callarse
-por no alborotar en casa ajena. A poco, entró Catalina de Halma,
-vestidita<span class="pagenum" id="Page_175">p. 175</span> de negro,
-con humilde severísimo porte, y su hermana y cuñada la saludaron con
-frialdad compasiva. Ella no les hacía ningún caso, ni se cuidaba de que
-le manifestaran este o el otro sentimiento. Cuando todos se retiraban,
-la Condesa expresó al ama y la sobrina su deseo de ayudarlas día y
-noche en aquel penoso trajín de enfermeras. Conociendo la sinceridad
-de la buena señora, la familia del sacerdote aceptó tan noble
-ofrecimiento, felicitándose de que pronto sería innecesario, porque
-don Manuel mejoraría, con la ayuda de Dios. Pasó a verle Catalina, y
-él, regocijándose de su presencia, se excitó un poquito, presentando
-síntomas vagos de trabazón de lengua y de vaguedad en la ideación:</p>
-
-<p>—Señora mía —la dijo—, muy malito tiene usted a su limosnero. Ha
-sido un aire, nada más que un aire... He soñado con el Recogimiento
-de Pedralba en que estaríamos tan bien... ¡oh, tan bien! Estos
-aires... son aires muy malos... La vida social... este vértigo, este
-bullicio, este mentir continuo... mal aire, señora... ¡Destrucción de
-los cuerpos, perjuicios de las almas!... Dios quiere llevarme ya. Ha
-visto que no sirvo... que he llegado a la vejez sin hacer en el mundo
-nada grande, ni hermoso, ni saludable para las almas. Mi conciencia
-habla y me dice: «no hay en ti y derredor de ti más que vanidad de
-vanidades...» Usted es grande, señora Condesa, yo soy peque<span
-class="pagenum" id="Page_176">p. 176</span>ño, tan pequeño, que me
-miro y no me veo mayor que un grano de arena. Un aire me trae, otro
-me lleva... ¡Ah, la soledad de Pedralba...! Pero no, no soy digno...
-El señor Marqués me mira desde la altura de su necedad, y me humilla
-todo lo que yo merezco. ¿Qué he sido yo? Un fantasmón... No hay que
-desmentirme. ¿Qué hice por la salvación de las almas? Nada... ¡Y
-usted, que es santa, se digna venir a consolarme en mi tribulación...!
-¡Cuánta bondad, cuánta grandeza! Porque nadie mejor que usted conoce
-mi insignificancia... Dios me dice: «no eres nada... eres el vulgo
-cristiano, lo que es y no es... Vas bien vestido, y calzas bonito
-zapato con hebillas de plata... ¿Y qué? Eres atento en el hablar,
-obsequioso con todo el mundo; respetuoso de mí; pero sin amor. El fuego
-del amor divino es en ti un fuego pintado, con llamaradas de almazarrón
-como las de los cuadros de Ánimas. Llevas y traes limosnas como la
-Administración de Correos lleva y trae cartas... pero tu corazón...
-¡ah! Yo que lo veo todo, lo he visto, lo he sentido palpitar, más que
-por la miseria humana, por la elegancia de tus hebillas de plata...»
-Luego viene un aire... ¡Hermosa debe de ser la muerte para los que
-mueren en el Señor. Yo también quiero morir en Él, yo quiero, yo
-quiero!...</p>
-
-<p>Vivamente alarmada, la Condesa se retiró<span class="pagenum"
-id="Page_177">p. 177</span> de la alcoba, pensando que la mejoría del
-bendito don Manuel había sido engañosa. Y firme en su propósito de
-desempeñar en la casa los menesteres más humildes, mientras estuviese
-enfermo su amigo del alma, concertó con el ama y sobrina las faenas
-a que debía consagrarse, resolviendo entre las tres que, pues la
-presencia de la señora excitaba al enfermo, sin duda por el cariño
-que este le profesaba, no era conveniente que entrase en la alcoba
-sino en los casos de absoluta precisión. Desembarazada de su mantilla,
-tan pronto trabajaba en la cocina, como se personaba en la sala, para
-recibir visitas de seglares y clérigos. Comió con las mujeres de
-la casa, y no quiso que le preparasen cama, pues con descabezar un
-sueño sentadita en una silla le bastaba. La enfermedad de su amado
-esposo había sido para ella educación cumplida en aquellos trabajos y
-desazones, y el no dormir, el no comer, la vigilancia constante no la
-afectaban lo más mínimo.</p>
-
-<p>Muy bien pasó la tarde don Manuel, y a la noche llamó a sus
-domésticas para que le acompañasen y diesen parola, pues la costumbre,
-segunda naturaleza, le pedía trato social, conversación, amenidad.
-Catalina se escondió tras de la puerta para oírle, temerosa de que
-volviese a desvariar. Dijéronle Constantina y Asunción, que así se
-nombraban el ama y sobrina,<span class="pagenum" id="Page_178">p.
-178</span> que ya podía darse por restablecido de aquel arrechucho,
-y que le bastaría media semanita de descanso para poder entregarse
-nuevamente a sus habituales quehaceres. A lo que respondió el clérigo
-con serenidad:</p>
-
-<p>—Puede que tengáis razón; pero por sí o por no, yo me pongo en lo
-peor, y si me apuráis mucho, digo que en lo mejor, o sea la muerte, fin
-de esta vida miserable y principio de la eterna.</p>
-
-<p>Como ellas dijeran que siendo él un santo, nada podía temer, ahuecó
-la voz para contestarles:</p>
-
-<p>—Ni yo soy santo, ni ustedes saben lo que se pescan, pobres
-rutinarias, pobres almas sencillas y vulgares. Estoy a vuestro nivel...
-no, digo mal, a un nivel más bajo. Porque vosotras habéis padecido:
-tú, Constantina, con la mala vida que te dio tu marido; tú, Asunción,
-con tus enfermedades y achaques dolorosos. Vosotras habéis tenido
-ocasión de perdonar agravios, yo no. Vosotras habéis sufrido escaseces
-cuando no estabais a mi lado; yo he vivido siempre en mi dulce y cómoda
-modestia, sin carecer de nada, bien quisto de todo el mundo, niño
-mimoso y predilecto de la sociedad. Vosotras habéis luchado, yo no,
-porque todo me lo encontré hecho. No me llaméis santo, porque hacéis
-befa de la santidad aplicándola a quien tan poco vale.</p>
-
-<p>Echáronse a llorar las dos mujeres, y le in<span class="pagenum"
-id="Page_179">p. 179</span>vitaron a variar de conversación, pues
-aquella no era la más propia de un enfermo de la cabeza.</p>
-
-<p>—No, no —dijo Flórez, encalabrinándose—. De esto precisamente quiero
-hablar yo. Soy una pobre medianía; pero abdicando en este trance mis
-ridículas pretensiones, y pisoteando delante de vosotras, y delante
-del mundo entero, mi orgullo, me entrego a la misericordia de mi Padre
-Celestial, para que haga de mi insignificancia lo que quiera. Mi alma
-no se ennegrece con pecados infames, ni se abrillanta con heroicas
-virtudes. Soy lo que el lenguaje corriente llama un buen hombre. Soy...
-simpático... ¡ja, ja!, simpático. En el mundo no quedará rastro de mí,
-y lo mismo que es hoy la sociedad, habría sido si Manuel Flórez y del
-Campo no hubiera existido en ella. ¿Cómo llamáis santo a un hombre
-que se enfada, aunque no mucho, cuando alguien le molesta? ¿A ti,
-Constantina, no te he reñido alguna vez porque la sopa estaba fría, o
-el chocolate muy caliente, o el arroz pegado, o el café poco fuerte? Ya
-ves: ¡qué santidad es esa, ni qué...! Y tú, Asunción, ¡buenas broncas
-te has llevado..., porque las hebillas de mis zapatos no estaban bien
-relucientes! Ya ves: ¡como si el que relucieran o no las hebillas
-importara algo!... Si os apuráis mucho por lo que os estoy diciendo, os
-confesaré que en mi<span class="pagenum" id="Page_180">p. 180</span>
-esfera, una esfera que parece amplísima y es muy reducida, he hecho
-todo el bien que he podido, y que mal, lo que es mal, no lo hice nunca
-a nadie, a sabiendas. Pero de eso a que yo sea nada menos que santo,
-como vosotras creéis, pobres tontas, hay mucho camino que andar... Los
-santos son otros, el santo es otro... Y de eso que dice el vulgo de que
-ahora no hay santos, me río yo... Los hay, los hay, creedlo porque os
-lo afirmo yo... Pero no me tengáis a mí por tal, grandísimas babiecas,
-y si no, contestadme: ¿qué méritos extraordinarios veis en mí?... ¿qué
-infortunios y trabajos han templado mi alma, qué injurias he tenido que
-sufrir y perdonar, qué grandes campañas por el bien humano y por la
-fe católica han sido las mías? ¿Acaso fui perseguido por la justicia,
-y tratado como los malhechores? ¿Por ventura me han ultrajado, me han
-escarnecido, me han llenado de vilipendio? ¿Es tribulación andar de
-casa en casa, festejado y en palmitas, aquí de servilleta prendida,
-allá charlando de mil vanidades eclesiásticas y mundanas, metiéndome
-y sacándome con achaque de limosnitas, socorros y colectas, que son
-a la verdadera caridad lo que las comedias a la vida real? ¡Ah! si
-lloráis por verme rebajado de esa categoría en que vuestra inocencia
-quiso ponerme, llorad, sí, llorad conmigo, lloremos juntos, para que el
-Señor tenga piedad de vosotras<span class="pagenum" id="Page_181">p.
-181</span> y de mí, y nos iguale a los tres en su santa gracia.</p>
-
-<p>No dijo más, porque el ama y sobrina, limpiándose el moco, y
-sobreponiéndose a su acerba pena, le exhortaron para que callase y
-no pensara cosas que al Divino Jesús y a la Virgen habían de serle
-desagradables. Buena era la humildad; pero no tanto, Señor.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChIII_6">
- <h3>VI</h3>
-</div>
-
-<p>También lloraba la sin par Catalina oyendo los gritos de la
-conciencia de su buen amigo, y las tres convinieron luego en que
-mientras más se humillara el bonísimo don Manuel al prosternarse
-ante el Dios de Justicia, más le ensalzaría este, dándole el premio
-que por sus virtudes merecía. A las once de la noche, ya levantados
-los manteles de la frugal cena, hallándose la Condesa en el comedor,
-embebecida en la lectura de sus devociones ante una lámpara con
-pantalla de figurines, entró José Antonio. No pudiendo pasarse un día
-entero sin verla y hablar con ella (tal era su adhesión ardiente, que
-más parecía de perro que de persona), agarrábase a la obligación de
-informarse del estado del enfermo para entrar en la casa y aproximarle
-a su bienhechora.</p>
-
-<p>—Nuestro don Manuel está mal —le dijo Hal<span class="pagenum"
-id="Page_182">p. 182</span>ma, cerrando su libro y marcando la página
-con un dedo—. Tenemos que pedir a Dios con toda nuestra alma que nos
-conserve esa vida tan preciosa, tan necesaria. Hay que rezar, rezar
-sin tregua, Pepe, y tú también... Pero sin duda no sabes; lo has
-olvidado... Si yo quisiera enseñarte, ¿aprenderías tú?</p>
-
-<p>—Tú conseguirás de mí cuanto quieras, y nada tengo por imposible si
-tú me lo mandas —replicó el joven con alegría—. Soy hechura tuya, soy
-un hombre nuevo, que has formado entre tus dedos, y luego me has dado
-vida y alma nuevas...</p>
-
-<p>—Entre paréntesis, dime una cosa: ¿nos critican mucho por ahí?</p>
-
-<p>—Horriblemente. Pero tu grande alma me ha enseñado lo que me
-parecía, más que difícil, imposible, despreciar esas infamias, y no
-castigarlas inmediatamente.</p>
-
-<p>—Dios es nuestro juez, y nos acusa o nos absuelve, por medio de
-nuestra conciencia. Vete fijando en lo que te digo, y asegúralo en tu
-pensamiento. Eres un niño, y como a tal te instruyo.</p>
-
-<p>—Y yo lo aprendo todo. No tendrás queja de mí. Pero yo quisiera, mi
-buena Halma, que me mandaras cosas difíciles, muy difíciles, para que
-probaras mi obediencia ciega.</p>
-
-<p>—Por ejemplo, que te arrojes a un horno encendido, o que te tires
-por la ventana.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_183">p. 183</span>—No es eso, aunque
-también eso haría si me lo mandaras. Cosas difíciles digo, de las que
-ponen a prueba la voluntad de un hombre. Mientras tú no me mandes eso,
-y yo te obedezca, no me creo digno de lo que estás haciendo por mí. Tú
-eres extraordinaria, increíble, inverosímil. Mi amor propio se pica, y
-también quiero salirme un poquitín de lo común.</p>
-
-<p>—Descuida, que todo se andará. Como inverosímil, tú, que desde
-que empezamos a curar tu alma con una medicina de que todo el mundo
-se burlaba, te has desmentido a ti mismo. Hasta ahora parece que voy
-triunfando, y que mi extravagancia llevaba y lleva en sí algo de
-eficacia divina. Pero aún falta mucho, José Antonio, y si te cansas en
-lo peor del camino, me dejarás mal.</p>
-
-<p>—No me cansaré. Voy contigo al fin del mundo, ya me lleves tirando
-de mí por un fino hilo de seda, ya por un dogal muy fuerte. Tira sin
-miedo, que no haré nada por soltarme.</p>
-
-<p>—Te advierto que aunque te sueltes, aunque al tirar de la cuerda me
-hieras y lastimes, no me arrepentiré de lo hecho.</p>
-
-<p>—Porque tú eres... no diré una santa, ni un ángel, expresiones vagas
-que han desacreditado los poetas y los predicadores..., sino una mujer
-superior a cuantas andan por el mundo, la mejor, la única, el femenino
-en grado sublime.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_184">p. 184</span>—Eh... basta. Ahí
-tienes otra maña que he de quitarte, la lisonja.</p>
-
-<p>A los motivos de gratitud que subyugaban al parásito corregido
-haciéndole esclavo sumiso de la Condesa de Halma, habíase añadido
-últimamente uno, que era sin duda el más fuerte eslabón de su cadena.
-A la penetración de la reformadora no podían ocultarse las recónditas
-miserias y envilecimientos de la vida de Urrea, úlceras morales que
-por su calidad indecorosa no podían ser mostradas. Pero la sagaz
-doctora las conocía, por inducción, y creyendo, en conciencia, que para
-la completa cura había que atacar aquel secreto desorden, antes que
-corrompiera la parte del ser que iba paulatinamente sanando, incitó
-al enfermo, en buena ley de moral médica, a la confesión o sinceridad
-más radicales. Él se resistía, creyendo que cuanto a tal asunto se
-refiriese no podía ni siquiera mentarse en presencia de la santa y pura
-señora, como no es lícito decir en la iglesia palabras indecentes, ni
-fumar, ni cubrirse. Pero ella, valerosa y serena, como Santa Isabel
-de Turingia poniendo sus manos en la cabeza de los tiñosos, le abrió
-camino para la explicación que deseaba, rompiendo el secreto en esta
-forma:</p>
-
-<p>—No es menester ser zahorí, querido Pepe, para saber que en tu
-vida de pobreza vergonzante, angustiada y vil, ha de haber, además
-de<span class="pagenum" id="Page_185">p. 185</span> los sapos que ya
-hemos sacado del fango, culebras que necesitamos extraer para sanarte
-por entero. Es inútil que me lo niegues. ¡Ah, tonto, como se ven los
-gusanos que se alimentan de la putrefacción, veo en derredor tuyo
-enjambre de mujeres, a quienes solo llamaré desgraciadas, porque no hay
-mayor desdicha que perder el pudor!</p>
-
-<p>—Es cierto. ¿Cómo negarte nada, si tú lo sabes todo?</p>
-
-<p>—Tienes que limpiarte de esa podredumbre, Pepe, pues de lo
-contrario, estás expuesto a corromperte de nuevo el mejor día.</p>
-
-<p>—Sí, sí.</p>
-
-<p>—Pero pronto, pronto. Adivino que esto no es fácil, y que para
-romper con todo ese pasado vergonzoso hay obstáculos materiales.
-Confiésamelo, dímelo todo, ten conmigo la franqueza que tendrías con un
-camarada de tu sexo. La vida humana ofrece tantas anomalías, que aun
-para librarse de la ruina se necesita tener dinero, y que del mismo
-vicio no puede huirse sin mostrarse con él caballeresco y dadivoso.</p>
-
-<p>—Es verdad. Eres la ciencia humana y divina —replicó Urrea con viva
-emoción.</p>
-
-<p>—Más claro: para cortar tus lazos viles con esa infeliz gente,
-necesitas dinero. Al hacer la cuenta de tus ahogos y de los compromisos
-que amargaban tu vida, has ocultado esta por deli<span class="pagenum"
-id="Page_186">p. 186</span>cadeza, por respeto hacia mí. ¿No es
-verdad?</p>
-
-<p>—Sí.</p>
-
-<p>—Quizás te encuentras obligado y sujeto por favores recibidos.</p>
-
-<p>—Sí.</p>
-
-<p>—Quizás has contraído deudas... en común. No te apures. Hablaremos
-de esto lo menos posible, para ahorrarte la vergüenza que el caso
-entraña. Prométeme cortar en absoluto y para siempre, con propósito
-de no reincidir, esas relaciones infames, y yo te doy el dinero que
-necesites para tu completa liberación. Así, así, las cosas se dicen
-clarito, y se hacen con valor.</p>
-
-<p>—¡Oh, Halma! —exclamó anonadado el calavera, arrodillándose ante su
-prima, e intentando besarle las manos—. Si no te digo que te tengo por
-criatura sobrenatural, no expreso todo lo que siento.</p>
-
-<p>—Levántate. Hoy mismo te ocuparás de eso. Dímelo todo: no ocultes
-nada. Mañana liquidas tus deudas de ignominia. Si sintieras duda, o
-escrúpulo, porque hubiese algún lazo dificilillo de cortar, aun con
-tijeras de oro, vienes y me lo cuentas, y yo te daré ánimos, razones...
-y veremos de arreglarlo.</p>
-
-<p>Alentado por tan poderoso estímulo, Urrea cortó relaciones
-indecorosas, algunas que le estorbaban horrorosamente, llenando su
-alma de hastío; otras que, si afectaban algo a su corazón,<span
-class="pagenum" id="Page_187">p. 187</span> no tenían raíces tan hondas
-que no pudieran arrancarse con mediano esfuerzo. ¡Y qué libre, qué
-ancho, qué desahogado se sintió después! ¡Con qué placer veía las caras
-bonitas y risueñas perderse en la bruma que precede a las tinieblas del
-olvido! Uno solo de los tirones que tuvo que dar le produjo dolor. Pero
-acordándose de su prima, lo sufrió valeroso, y aun lo hubiera resistido
-con heroísmo si fuera de los hondos y lacerantes. Pero ello se redujo
-a un poquitín de pena o desconsuelo, y dos días bastaron para que la
-mundana figura que motivaba aquel estado psíquico, se desvaneciera
-también con las otras en una neblina de indiferencia. Al terminar
-esto, la Condesa de Halma tomó ante su aplacado espíritu proporciones
-enteramente divinas. Lo que sintió Urrea no podía compararse sino al
-júbilo inenarrable del náufrago que pisa tierra después de angustiosa
-lucha con las olas. Le salvaba aquella luz, faro, o estrella del mar, y
-ante ella hacía la ofrenda de su vida futura.</p>
-
-<p>No satisfecho con informarse por la noche del estado de don Manuel
-Flórez, José Antonio iba también por las mañanas. Comúnmente entre
-nueve y diez, Catalina había vuelto de misa, y estaba barriendo y
-limpiando la sala y gabinete, mientras el ama y sobrina atendían al
-enfermo. Cubría la Condesa su talle con un man<span class="pagenum"
-id="Page_188">p. 188</span>dil de Constantina, y manejaba la escoba
-con rara habilidad. ¡Quién había de decirlo, viendo aquellas manos
-aristocráticas, finas, blancas como azucenas, de forma bonitísima,
-largos, gordezuelos y puntiagudos los dedos, verdaderas manos de Santa
-Isabel de Murillo, que ni en las cabezas plagadas de miseria perdían su
-virginal pureza y pulcritud! Urrea no se atrevió a pedirle permiso para
-besarle las manos, por no profanarlas con su labio pecador. No merecía
-tan grande honra. Verdaderamente aquellos dedos que cogían la escoba
-eran dignos de tomar la hostia consagrada.</p>
-
-<p>—¿Y don Manuel, cómo sigue?</p>
-
-<p>—Mal. La noche ha sido intranquila. No ha podido dormir, sufría
-mucho de la cabeza. No ha desvariado, antes bien, habla como un santo
-que es. Hoy se le administra el Santo Sacramento. Prepárase a recibirlo
-con unción y alegría. ¿Sabes en qué conozco que nuestro buen don Manuel
-se nos muere? En que su alma es toda candor. Piensa y habla como un
-niño. Tanta simplicidad demuestra que su alma se ha despojado de todo
-lo terreno. ¡Qué hermosura morir así! Aprende, primo mío, aprende, y
-para que mueras como un justo, vive en la justicia y la verdad.</p>
-
-<p>—Yo vivo donde tú me mandes —dijo el parásito apartándose para
-no estorbarle en su ba<span class="pagenum" id="Page_189">p.
-189</span>rrido—. Donde me pongas allí me estaré. Y ahora, déjame
-que te pregunte una cosa. Dicen en tu casa que te vas a vivir a
-Pedralba.</p>
-
-<p>—Eso había determinado; pero la falta de este incomparable amigo
-perturba mis planes, y aún no sé lo que haré.</p>
-
-<p>—¡Y yo me quedo aquí! —observó Urrea con pena—. Yo aquí solo. Verdad
-que no estamos lejos, y puedo ir a verte con frecuencia. Pero no sé si
-tú lo consentirás. Debo seguir en Madrid para evitarte disgustos, para
-que no se ceben en ti la envidia y la malignidad.</p>
-
-<p>—Esa razón no es razón. Ya sabes que no me afectan los dichos de
-la gente frívola y vana. La calumnia misma, que a otros aterra, puede
-venir a mí y acometerme y destrozarme. De sus ataques saldré más
-fuerte de lo que soy. Es la forma civilizada del martirio, ahora que
-no tenemos Dioclecianos que persigan el Cristianismo, ni sectarios
-furibundos que corten cabezas de creyentes... Pero si la calumnia no es
-motivo para que aquí te quedes —añadió, dejando la escoba, y poniendo
-los muebles en su sitio, después de restregarles la madera con un paño,
-tarea en que gustosamente le ayudó su protegido—, en Madrid continuarás
-solito, por razón de tus trabajos. No olvides la segunda parte de
-nuestro convenio. Has de hacerte un hombre útil que viva honradamente,
-sin depender de nadie.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_190">p. 190</span>—Sí, sí. Yo
-realizaré tu hermosa idea. Eres como una madre para mí, y debo
-venerarte, porgue me das el ser.</p>
-
-<p>—Y debo creer que este hijo mío es ya crecidito, con fuerza
-suficiente para no necesitar andadores, y juicio para gobernarse por sí
-solo.</p>
-
-<p>—Así será, si tú lo quieres. ¿Y ahora qué me mandas? ¿Me retiro?</p>
-
-<p>—Sí, tenemos mucho que hacer. Luego hemos de preparar la casa y
-adornarla para recibir al Divino Visitante, que hoy tendremos aquí.
-Márchate y vuelve esta tarde a la hora del Viático. No quiero que
-faltes.</p>
-
-<p>—No faltaré —dijo Urrea, y besando la orla del delantal grosero que
-ceñía el cuerpo de la noble dama, se retiró triste... ¡Partir Halma,
-quedarse él! ¡Enorme consumo de voluntad exigiría esta separación del
-hijo y la madre, del discípulo aún muy tierno y la santa y fuerte
-maestra!</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChIII_7">
- <h3>VII</h3>
-</div>
-
-<p>No faltó aquel día el Marqués de Feramor, que solo cruzó con su
-hermana palabras secas. En su atildado lenguaje inglés, parlamentario
-y económico, dijo que los hombres temen la muerte como temen los niños
-entrar en un cuarto obscuro. Esto lo había escrito Bacon, y él lo<span
-class="pagenum" id="Page_191">p. 191</span> repetía, añadiendo que
-las penas que ocasiona la pérdida de seres queridos, tienen el límite
-puesto por la Naturaleza a todas las cosas. El mundo, la colectividad,
-sobreviven a las mayores desdichas personales y públicas. No debemos
-entregarnos al dolor, ni ver en él un amigo, sino un visitante
-importuno, a quien hay que negar todo agasajo para que se despida lo
-más pronto posible.</p>
-
-<p>La ceremonia religiosa fue hermosa y patética, acudiendo un gran
-gentío eclesiástico y seglar, de lo más distinguido que en una y otra
-esfera contiene Madrid. Recibió el enfermo el pan eucarístico con
-cristiana unción y mansedumbre, mostrando gratitud inefable al Dios
-que penetraba en su humilde morada, y se mantuvo tan sereno y dueño
-de sí mientras duró el acto, que parecía repuesto de su grave mal.
-Después habló con entusiasmo a sus amigos del gozo que sentía, y de las
-esperanzas que la santa comunión despertaba en su alma.</p>
-
-<p>Por la noche, tras un ratito de tranquilo sueño, llamó al ama y
-sobrina, y les dijo:</p>
-
-<p>—Ya sé que está en casa la señora Condesa, y en verdad no sé por qué
-se oculta. Su presencia es gran consuelo para mí. Que entre, pues a las
-tres tengo algo que decirles.</p>
-
-<p>Besó Catalina la mano del sacerdote y se sentó junto al lecho,
-quedando las otras en pie:</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_192">p. 192</span>—De veras os digo
-que estoy tranquilo. Me prosterné ante mi Dios, y llorando amargamente,
-le ofrecí la confesión de toda mi vida pasada, la cual, por mi incuria,
-por mi egoísmo, por mi insubstancialidad, no ha sido muy meritoria que
-digamos. Lo que poseo es para vosotras, Constantina y Asunción: ya lo
-sabéis. Atended a vuestras necesidades, reduciéndolas a la medida de
-una santa modestia, y lo demás empleadlo en servicio de Dios; socorred
-a cuantos menesterosos estén a vuestro alcance, sin reparar si lo
-merecen o no. Todo necesitado merece dejar de serlo. Y a usted, señora
-Condesa de Halma, nada le digo, porque a quien es más que yo y vale
-más que yo, y me gana en saber de lo espiritual y lo temporal, ¿qué
-ha de decirle este pobre moribundo? He concluido con toda vanidad,
-y tan solo le ruego que encomiende a Dios a su buen amigo. El que a
-mí me ha iluminado no está presente; si lo estuviera, yo le diría:
-compañero pastor, quisiera cambiar por tu cayado robusto el mío, que no
-es más que una caña adornada de marfil y oro. Tú pastoreas, yo no; tú
-<i>haces</i>, yo <i>figuro</i>...</p>
-
-<p>Siguió murmurando en voz baja expresiones que las tres mujeres no
-entendían. No cesaban de recomendarle el silencio y la tranquilidad.
-Poco después rezaban los cuatro, llevando la de Halma el rosario.
-Antes de terminar, el enfermo pareció ale<span class="pagenum"
-id="Page_193">p. 193</span>targarse. Quedó Asunción de guardia, y
-Constantina y la Condesa salieron de puntillas.</p>
-
-<p>Tenían de guardia en el recibimiento a la chiquilla de la portera,
-para que abriese al sentir pasos de visitas, precaución indispensable
-por haber sido quitada la campanilla. A poco de salir de la alcoba, el
-ama dijo a la Condesa:</p>
-
-<p>—Ha entrado una mujer que quiere hablar con la señora. Debe de ser
-una pobre... de estas que acosan y marean con sus petitorios. Yo que
-vuesencia, le daría medio panecillo y la pondría en la calle, porque
-si nos corremos demasiado en la limosna, esto será el mesón del tío
-Alegría, y nos volverán locas. Trae una niña de la mano, y me da olor
-a trapisonda, quiero decir, a sablazo de los que van al hueso. Con
-que póngase en guardia la señora Condesa, que en eso de dar o no dar
-con tino está el toque, como dice nuestro pobrecito don Manuel, de la
-verdadera caridad.</p>
-
-<p>Ya sabía Catalina quién era la visitante, y sin decir nada se fue a
-la sala, donde aguardaban en pie una mujer con mantón y pañuelo a la
-cabeza, y una niña como de seis años, arrebujada en una toquilla.</p>
-
-<p>—Beatriz —dijo Halma, muy afectuosa, entregándoles sus dos manos,
-que mujer y niña besaron con amor—, ya me impacientaba yo porque no
-venías a verme. ¿Te dijo Prudencia que vinieras acá?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_194">p. 194</span>—Sí señora; pero yo
-no quería venir, por no ser molesta —replicó Beatriz, sentándose en el
-borde de una silla—. Por fin, esta noche me determiné, y he traído a
-esta para que me enseñe las calles, que no conozco bien. Rosa sabe al
-dedillo todos estos barrios, porque ayudaba a sus padres a repartir la
-leche, cuando tuvieron la cabrería... ¡ah! negocio malísimo, en que se
-metió mi prima con los vecinos del bajo derecha, por ayudar a Ladislao,
-que con la afinación de pianos no sacaba para dar de comer a la
-familia. El pobre Ladislao ha pasado amarguras horribles, persiguiendo
-el garbanzo, y soñando siempre con la ópera que tenía a medio componer,
-dentro de su cabeza. Todo lo probó: tocaba el trombón en un teatro, y
-repartía prospectos por las calles. La cabrería les empeñó más de lo
-que estaban. Yo he visto la miseria de aquella casa, miseria negra,
-como hay tanta en Madrid, sin que nadie la vea ni la socorra, porque no
-es posible, Señor, no es posible... Bien lo sabe la señora, que la ha
-visto con sus propios ojos, porque con la señora entró Dios en aquella
-casa... Y puedo decirle que sus palabras cariñosas las han agradecido
-aquellos infelices más aún que el socorro que les ha dado para comer
-y abrigarse. La señora es... no tan solo la caridad, sino también la
-esperanza.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_195">p. 195</span>—¿Y el pobre
-Ladislao, está contento?</p>
-
-<p>—Tan contento, que de puro alegre no pega los ojos. Dice que su
-<i>desiderato</i> sería la plaza de maestro de capilla; pero que si la
-señora no tiene capilla en sus estados, lo mismo la servirá de cochero
-que para traer leña del monte, si a mano viene...</p>
-
-<p>—Que no piense en eso, y espere —dijo la Condesa, impaciente por
-tratar de otro asunto—. Bueno, Beatriz, ¿y qué...?</p>
-
-<p>—Nada, es cosa resuelta. He venido acá, para que la señora Condesa
-no tarde en saber que hoy fueron a verle al hospital dos señores curas,
-que parece son del Tribunal eclesiástico. Dijéronle que Su Ilustrísima
-le proponía dos maneras de asistirle y curarle, en el suponer de que
-está enfermo. O bien darle un vale perpetuo para el Asilo de señores
-sacerdotes, o bien ser recogido en una casa honestísima de persona
-principal y muy cristiana. Diéronle a escoger, y, por de contado,
-escogió lo segundo. Lo he sabido por él mismo: esta tarde fui allá, y
-me encontré en la celda al señorito de Urrea, que le aconsejaba salir
-de aquel encierro, pues ya está libre. Mas no quiere el bendito don
-Nazario gozar de libertad mientras no le dé licencia la persona que le
-toma bajo su amparo, y le diga cuándo, cómo y a qué lugar ha de ir con
-sus pobres huesos.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_196">p. 196</span>—Pues mira lo
-que has de hacer, Beatriz, y pon atención a lo que te ordeno. Mañana
-llegará un carro con tres mulas que he mandado venir de Pedralba. Al
-amanecer del día siguiente, lo tendrás en tu calle, y el carretero,
-que es un viejo llamado Cecilio, un poco hablador y refranero, pero
-buen hombre, subirá a tu casa para avisarte. Metes en el carro a
-Ladislao y a Aquilina con sus tres chicos, y a Nazarín, y tú misma de
-añadidura. Cabréis perfectamente, y si vais estrechos, los hombres
-pueden ir algunos ratos a pie... En fin, arreglaos del mejor modo
-posible. No llevéis muebles ni ropas de cama. Repartid todo eso entre
-los vecinos que sean más pobres. Ropa de vestir podéis llevar... ¡Ah!
-se me olvidaba el piano de Ladislao. Dile que es mi deseo se lo regale
-al ciego, también afinador, que vive en el cuartito próximo. Puede
-meter en el carro aquella balumba de papeles de música que tiene encima
-de la cómoda. Todo el día emplearéis en el viaje, porque las mulas
-irán al paso, para que puedan hacer un poco de ejercicio los que se
-cansen de la estrechez del carro, y meterse en él un rato los <i>de
-infantería</i>, para descansar de la caminata. Cecilio os llevará hasta
-mi casa, y en ella os dará alojamiento hasta que, pasados unos días,
-cuando yo avise, vuelvan Cecilio y las tres mulas por mí.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_197">p. 197</span>—¡En carromato la
-señora! —exclamó Beatriz llevándose las manos a la cabeza.</p>
-
-<p>—Como vais vosotros, iré yo. ¿Qué más da? Si es hasta más cómodo, y
-más alegre. No veas en esto un mérito, ni menos afectación de pobreza:
-no gusto de hacer papeles. Además, establezco en mi pequeño reino toda
-la igualdad que sea posible. No me atrevo aún a decir, antes de que la
-práctica me lo enseñe, a qué grado de igualdad llegaremos.</p>
-
-<p>—Reino ha dicho la señora —afirmó la nazarista con gozo—, y aunque
-así no lo llamara, reina y señora nuestra será siempre.</p>
-
-<p>—Tampoco sé aún qué grado de autoridad tendré sobre vosotros.
-Quizás no pueda tenerla, o la abdique desde el primer momento. Pero no
-pensemos aún en lo que será, y ocupémonos tan solo de lo presente. Con
-el dinero que te di, y que conservarás en tu poder...</p>
-
-<p>—Sí señora, menos lo que, por encargo de la señora, gasté en el
-vestidito de Aquilina y en las botas de Ladislao.</p>
-
-<p>—Pues aún te queda para comprar zapatos y alpargatas a los tres
-chicos, y para lo que gastéis por el viaje, que será bien poco. No
-necesito decirte que economices, porque sé que sabes hacerlo. Como la
-hija de Cecilio cuidará de daros de comer mientras yo llegue, ten bien
-cerrada la bolsa, Beatriz, y no gastes ni un cén<span class="pagenum"
-id="Page_198">p. 198</span>timo de lo que en ella te quedare al llegar
-allá; no olvides que somos pobres, pobres verdaderos... No creas que
-nuestro reino es una pequeña Jauja.</p>
-
-<p>—Si lo fuera, no nos tendría la señora por vasallos...</p>
-
-<p>—¿Te has enterado bien?</p>
-
-<p>—Sí señora —dijo Beatriz levantándose—; descuide, que todo se hará
-punto por punto como la señora desea.</p>
-
-<p>Despidiéronse besándole la mano; la Condesa las besó en el rostro, y
-al despedirlas en la puerta, cuando ya habían bajado algunos peldaños,
-las llamó para hacerles una advertencia.</p>
-
-<p>—Oye, Beatriz. Mi buen Cecilio padece de una maldita sed que no
-se le quita sino con vino. Ya está tan cascado el pobre, que sería
-crueldad privarle de satisfacer su vicio. Durante el viaje, le
-permitirás que tome una copa en alguna de las ventas por donde pasen,
-no en todas... Fíjate bien: con tres o cuatro copas de pardillo en todo
-el camino tiene bastante; pero nada más, nada más... Ea, adiós, y buen
-viaje.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChIII_8">
- <h3>VIII</h3>
-</div>
-
-<p>Llegó poco después un señor eclesiástico, amigo íntimo de Flórez,
-don Modesto Díaz, que goza fama de predicador excelente, uno de
-los<span class="pagenum" id="Page_199">p. 199</span> primeros de
-Madrid. Tres o cuatro veces al día iba a enterarse del estado del
-enfermo, a quien entrañablemente quería, pues se conocieron desde
-la infancia, y en Madrid vivieron luengos años en cordialísimas
-relaciones, aunque cada cual actuaba en esfera distinta dentro de lo
-eclesiástico, pues si Flórez era relativamente rico, y no tenía que
-discurrir para proveer decorosamente a la existencia, Díaz, obrero
-incansable, trabajó toda su vida, <i>propter panem</i>. De joven,
-tuvo que ganarlo para su madre, y en edad madura crió y educó sin fin
-de sobrinos huérfanos, que debían de padecer hambre canina, según lo
-que el pobre cura bregaba para mantenerlos, pues él daba lecciones de
-latín y moral, en colegios y casas particulares, de retórica y poética
-en un instituto, traducía del francés obras religiosas para un editor
-católico, y con esto y la celebración y sus sermones, que llegaron a
-constituirle un ingreso de cuenta, salió el hombre adelante con todo
-aquel familiaje, y algo le quedaba para socorrer a un pobre.</p>
-
-<p>La diferente atmósfera en que Díaz y Flórez vivían, y el distinto
-camino de cada cual, no impidieron que se juntaran en el terreno de
-una amistad tan antigua como cariñosa. Eran vecinos: muchas tardes
-paseaban juntos, y perfectamente acordes en ideas y gustos, nunca<span
-class="pagenum" id="Page_200">p. 200</span> surgió entre ellos disputa
-ni desavenencia por cosa dogmática ni temporal. Ambos eran buenos
-y estimados de todo el mundo; ambos piadosos y bienavenidos con su
-conciencia. Hasta se parecían un poco en lo físico; solo que Díaz no se
-arreglaba tan bien como el otro, ni era tan pulcro, o si se quiere, tan
-elegante.</p>
-
-<p>Con expresiones de sincero dolor se condolió don Modesto de la
-gravedad de su amigo, manifestándose confuso por aquel repentino mal,
-que había venido como un escopetazo.</p>
-
-<p>—¡Pero si hace tres semanas estaba Manuel vendiendo vidas! Una tarde
-que fuimos de paseo hacia la Moncloa, hicimos recuento de los años que
-tenemos a la espalda, y calculando lo que podríamos vivir si el Señor
-nos conservaba nuestra salud, nos corríamos tan frescos hasta los
-ochenta. De buenas a primeras, Manuel da este bajón tremendo... ¿Pero
-por qué? Las últimas tardes que paseamos, le noté muy metido en sí,
-cosa rara, pues era hombre tan social, que siempre le veía usted el
-alma revoloteando alegre fuera de la jaula... En fin, Dios lo quiere
-así. Cúmplase su santa voluntad.</p>
-
-<p>Con un hondo suspiro nada más comentó la Condesa estas expresiones,
-y el buen sacerdote, después de enjugarse una lágrima, cambió de tono
-para decir:</p>
-
-<p>—Entre paréntesis, señora Condesa, sé que se va usted a su finca de
-Pedralba,<span class="pagenum" id="Page_201">p. 201</span> próxima
-a San Agustín, y conviene que sepa que el cura de esta villa es mi
-sobrino Remigio, a quien escribiré para que se ponga a las órdenes de
-usted, y la sirva en cuanto guste ordenarle. ¡Buen muchacho, señora,
-que sabe su obligación, y tiene además un don de gentes que ya lo
-quisieran más de cuatro! Yo le crié; es mi hechura, y a mí me debe
-su doble carrera, pues a más del grado en teología y cánones, es
-licenciado en derecho. Alguna guerra me dio cuando estudiaba, porque en
-la Universidad por poco me le tuercen. Le tiraba más la filosofía que
-la teología, y su comprensión fácil, su talento flexible le encariñaron
-más de la cuenta con los estudios de materias filosóficas y sociales
-novísimas. Bueno es saber de todo, y conocer toda la extensión de las
-ideas humanas; pero yo dije: «para, hijo». Él obstinado en doblárseme,
-y yo en que había de ponerle derecho como un huso. Naturalmente, gané
-yo: el chico era dócil, respetuoso, y me quería con locura. Cantó
-misa diez años ha, día de la Candelaria, y ahí le tiene usted hecho
-un sacerdote modelo, obscurecido, es verdad, en una villa de corto
-vecindario, pero con esperanzas de pasar a una parroquia de la Corte, o
-a una canonjía.</p>
-
-<p>Contestó Halma con las expresiones urbanas que el caso requería,
-y la conversación, por su propio peso, recayó en don Manuel, y en la
-di<span class="pagenum" id="Page_202">p. 202</span>ficultad de sacarle
-adelante, si Dios no hacía un milagro.</p>
-
-<p>—Para mí —dijo Díaz con hondísima tristeza— es una pérdida
-irreparable, pues no tengo ningún amigo que pueda comparársele en lo
-afable, en lo cariñoso y servicial. Siempre que yo necesitaba una
-tarjeta de recomendación, él a dármela. Sus buenas relaciones con
-gente principal eran una bendición de Dios para los que estamos en
-esfera más baja. ¡Cómo le quería toda la grandeza! Y ahí tiene usted
-a un hombre que hubiera podido ser obispo. Pero lo que él decía con
-toda la modestia de Dios: «No sirvo, no sirvo: es mucho trabajo para
-mí.» Cada lobo en su senda, y la de Manuel era fomentar la piedad en
-las clases elevadas, y dirigirlas en sus campañas benéficas... Era
-hombre de tan extraordinario don de gentes, que su trato lo mismo
-cautivaba al rico que al pobre, y con su ten con ten, a todos les
-enseñaba la buena doctrina... ¡Dios sabe cuán solo y triste me quedo
-sin Manuel en este valle de lágrimas!... ¡Pues apenas tiene fecha
-nuestra amistad! Él es natural de Piedrahita, yo de Muñopepe, en el
-mismo partido. Juntos nos criamos, juntos fuimos a la escuela, juntos
-recibimos la sagrada investidura. Él era casi rico, yo pobre; él vivía
-de sus rentas, yo de mi trabajo rudo. Siempre que necesité de algún
-auxilio, porque hay meses crue<span class="pagenum" id="Page_203">p.
-203</span>les, señora mía, sobre todo en verano, cuando se despuebla
-Madrid, a él acudía..., ¡ay! y le encontraba siempre. ¡Qué excelente
-amigo! Me facilitaba cortas cantidades, sin ningún interés... ¡Ave
-María Purísima, ni hablarle de ello siquiera! Me habría pegado. ¡Entre
-amigos...! Llegaba el invierno, y yo le pagaba religiosamente. Por
-Navidad, de los infinitos regalos que recibe, participo yo. El Señor
-le premia tanta bondad, pues sus tierras de Piedrahita siempre le dan
-buenas cosechas... Así es que viviendo con decoro y sin boato, como
-un buen sacerdote, tiene sobrantes, con los cuales pudo costear una
-excelente escuela en Piedrahita. Sí señora, una lápida de mármol dice
-a la posteridad el nombre del fundador. Pues con estas esplendideces,
-aún le sobra, y no hay año que no compre alguna tierra limítrofe con
-su heredad. Propietario generoso, y buen cristiano, no apura a sus
-renteros, ni escatima jornales en tiempo de miseria. En fin, que
-hombres como este hay pocos. El Señor le quiere para sí; acatemos su
-voluntad suprema, y reconozcamos que todas las grandezas terrenas son
-ceniza, polvo, nada.</p>
-
-<p>Manifestose doña Catalina conforme con todo esto, y seguían
-platicando sobre la vanidad de las grandezas humanas, cuando el enfermo
-dio una gran voz, diciendo:</p>
-
-<p>—¿Ha venido Modesto?... Que entre aquí. ¡Modesto, Modesto!</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_204">p. 204</span>Acudió el señor
-Díaz, y los dos amigos se abrazaron con ardiente cariño. El sano no
-podía contener las lágrimas; el enfermo, debilitado y con el cerebro
-inseguro, perdiendo y recobrando a cada momento el sentido y la
-palabra, no hacía más que darle palmetazos en el hombro, y sus ojos
-extraviados, tan pronto reconocían a don Modesto, como le miraban con
-extrañeza y estupor.</p>
-
-<p>—Mi buen amigo —le dijo en un momento lúcido—, te sentí, y quise
-que entraras para darte la gran noticia. Ya siento un gran alivio en
-mi alma. A mi conciencia le han nacido alas, y mírame cómo subo hasta
-los cielos. ¿No sabes? ¡Ay, Modesto, qué alegría! Acabo de decidir que
-mi viña de Barranco de Abajo, la mejor que tengo, sea para ti. Ya es
-tiempo de que descanses, hombre. ¡Qué león para el trabajo...! Ahora,
-con tu viña, que puede darte tus mil cántaras, que te echen sobrinos.
-Bastante tienen estas tontas con lo demás de Piedrahita, y yo nada
-necesito ya, pues quiero ser pobre lo que me quede de vida... No te
-vayas, Modesto, acompáñame, pues me dan más congojas... y me parece que
-me he muerto, y que me han enterrado vivo, y... No, no... que no me
-entierren vivo... Yo soy pobre... muy pobre, no quiero mausoleos, ni
-que pongan sobre mí una de esas piedras enormes con letras de oro...
-No, no quiero<span class="pagenum" id="Page_205">p. 205</span> letras
-de oro, ni hebillas de plata. Y en cuanto a mi gran cruz de Isabel la
-Católica, os digo que no me la pongáis, cuando me amortajéis... el día
-de mi muerte. No quiero más cruz que la de mi Redentor... a quien no
-me parezco nada, pero nada... Él era todo amor del género humano, yo
-todo amor de mí mismo. ¿Verdad, Modesto, que no me parezco nada... pero
-nada?</p>
-
-<p>Procuraban calmarle; pero ni aun podían, con la ayuda del señor
-Díaz, sujetarle en el lecho, pues dos o tres veces se quiso arrojar de
-él desarrollando una fuerza nerviosa increíble en su extenuación.</p>
-
-<p>—Dejadme —decía—, no seáis pesadas. Huyo de lo que fui... No quiero
-verme, no quiero oírme. Hay un hombre, que en el siglo se llamó Manuel
-Flórez. ¿Sabéis cómo le llamaría yo? <i>el santo de salón</i>. Yo
-no soy él; yo quiero ser como mi Dios, todo amor, todo abnegación,
-todo caridad... No entiendo de intereses. Aquel hacía cuentas, yo las
-deshago; aquel vivió en mil vanidades, yo corro detrás de la verdad, ya
-la toco, y vosotras, ruines cócoras, no me dejáis...</p>
-
-<p>El médico, que en mitad de esta crisis apareció, dispuso remedios
-que no tenían más objeto que hacerle menos dolorosa la agonía. La
-parálisis de la parte inferior del cuerpo era absoluta. El derrame se
-había iniciado sobre la médula, dejando libre el cerebro. Don Modesto
-Díaz re<span class="pagenum" id="Page_206">p. 206</span>solvió
-quedarse allí toda la noche. Después de las doce, el moribundo,
-inmóvil, rígido, descompuesto el rostro, honda y débil la voz,
-entornados los ojos, llamó a su amigo y le dijo:</p>
-
-<p>—Modesto, hazme el favor de leerme aquel capítulo de los
-<i>Soliloquios de nuestro Padre San Agustín... Confesión de la
-verdadera Fe</i>.</p>
-
-<p>—No necesito leértelo, querido Manuel —dijo don Modesto, con sus
-manos en las manos del moribundo—, pues me lo sé de memoria: «Gracias
-os hago, luz mía, porque me alumbrasteis y yo os conocí. Conocíos
-Criador del Cielo, y de todas las cosas visibles e invisibles, Dios
-verdadero, todopoderoso, inmortal, interminable, eterno, inaccesible,
-incomprensible, inconmutable, inmenso, infinito, principio de todas
-las criaturas visibles e invisibles, por el cual todas las cosas son
-hechas, y todos los elementos perseveran en su ser, cuya Majestad, así
-como nunca tuvo principio, así jamás tendrá fin...»</p>
-
-<p>Y siguió recitando de memoria largo trecho, hasta que Flórez, que
-como extasiado escuchaba, repitiendo algunas palabras, le interrumpió
-diciéndole:</p>
-
-<p>—Más adelante, más adelante, Modesto, donde dice... ¡Ah! yo lo
-recuerdo: «Tarde os conocí, lumbre verdadera, tarde os conocí,
-porque tenía delante de los ojos de mi vanidad una gran nube obscura
-y tenebrosa, que no me dejaba ver el sol de justicia y la<span
-class="pagenum" id="Page_207">p. 207</span> lumbre de la verdad. Como
-hijo de tinieblas...»</p>
-
-<p>Lo restante no se entendió. Fue tan solo un murmullo ininteligible,
-un pegar y despegar de labios, como si algo saboreara.</p>
-
-<p>Doña Catalina y don Modesto rezaban, y el ama y sobrina habrían
-hecho lo mismo si su copioso llanto se lo permitiera. Llegaron muchos
-amigos, y a la madrugada, conservando el enfermo su conocimiento,
-aunque turbado, se le dio la Extremaunción. Pronunció después conceptos
-incoherentes, sin conocer a nadie; pero cuando ya era día claro, como
-si la luz solar alentase la última chispa del pensamiento que se
-extinguía, miró y conoció a la señora Condesa, y alargando lentamente
-el brazo hasta tocar la manga del vestido con su mano temblorosa, le
-dijo con voz apagada:</p>
-
-<p>—No me olvide en sus oraciones, mi buena y santa amiga. Dios tendrá
-misericordia de mí, el más inútil soldado de la cristiandad militante.
-Nada hice de gran provecho: entrar, salir, saludar, consejos vanos...
-charla, etiqueta, buena vida, sonrisas... bondad pálida.. ¿Sufrir?
-nada... ¿Sacrificio? ninguno... ¿Trabajos? pocos. ¡Ah, señora mía y
-hermana, de lo mucho y grande que usted hará en la vida mística que
-emprende, pídale al Señor que me aplique a mí alguna parte, por la
-buena fe con que servía sus ideas, figurando que las inspiraba! Yo no
-he inspirado nada, nada gran<span class="pagenum" id="Page_208">p.
-208</span>de... Todo pequeñito, todo vulgar... No fui bueno, no fui
-santo: fui... simpático... ¡ay de mí! simpático. Válgame ahora,
-Redentor mío, mi simplicidad, esta pena de no haber sabido imitarte,
-de no haber sido como tú, sencillo, amoroso, manso, de no haber sabido
-labrar con el bien propio el bien ajeno, ¡el bien ajeno!, único que
-debe regocijar a un alma grande; la pena de no haber muerto para toda
-vanidad, y vivido solamente para encenderme en tu amor, y comunicar
-este fuego a mis semejantes.</p>
-
-<p>Esta llamarada de elocuencia fue la última, y precedió a la
-extinción tranquila y lenta de la vida, sin sufrimiento. Diversas
-cláusulas fluctuaron en sus labios, como burbujas: una invocación a la
-Virgen, y la idea, la tenaz idea que no quería soltarle hasta el dintel
-mismo de la eternidad, que quizás le seguiría más allá, haciéndose
-también eterna:</p>
-
-<p>—No soy nada, no he hecho nada... Vida inútil, <i>el santo de salón,
-clérigo simpático</i>... ¡Oh, qué dolor, <i>simpático</i>, farsa! Nada
-grande... Amor no, sacrificio no, anulación no... Hebillas, pequeñez,
-egoísmo... Enseñome aquel... aquel, sí...</p>
-
-<p>Acercándose mucho a su rostro, pudo el buen Díaz percibir estas
-expresiones... La vida se apagó tan mansamente, que no pudieron los
-doloridos circunstantes determinar el momento preciso en que entregó
-su alma al Señor el vir<span class="pagenum" id="Page_209">p.
-209</span>tuoso don Manuel Flórez; pero aquella diminuta porción de
-tiempo, punto de escape hacia la misteriosa eternidad, se escondía
-entre los quince minutos que precedieron a las nueve de la mañana.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChIV_1">
- <p><span class="pagenum" id="Page_211">p. 211</span></p>
- <h2 class="nobreak">CUARTA PARTE</h2>
- <hr class="tir" />
- <h3>I</h3>
-</div>
-
-<p>No se avenía con su desamparo José Antonio de Urrea, que, desde
-el momento de la desaparición de la Condesa de Halma, arrebatada de
-su presencia en carromato, y no de fuego, vivía sumergido en un mar
-de tristeza, sin más entretenimiento que medir con ojos lánguidos la
-extensión de la soledad cortesana que le rodeaba. Madrid, con todo
-su bullicio, y los mil encantos de la vida social, habían venido a
-ser para él una estepa, en cuya aridez ninguna flor, ni la del bien
-ni la del mal, podía coger para su consuelo. Pasaba el día tumbado
-en un sofá, rumiando sus amargos hastíos de la lectura, del trabajo,
-de la meditación misma. Por las noches se lanzaba fuera de casa,
-buscando en un voltijear inquieto por calles y plazas el alivio de su
-melancolía. No volvió a poner los pies ni de día ni de noche en las
-casas de sus parientes, hacia los cuales sentía un despego muy próximo
-al horror. Sus amigos íntimos de otros tiempos,<span class="pagenum"
-id="Page_212">p. 212</span> compañeros de desorden, se le habían hecho
-tan antipáticos, que de ellos huía como del cólera. De amistades de
-otro sexo, no se diga: éranle, más que antipáticas, odiosas. Con todo,
-una noche fue tan hondo su tedio, y tan vivo su afán de encontrar
-algo en que su alma se esparciera, que se dejó tentar del demonio
-de sus recuerdos. Pudo creer un momento que refrescando pasadas
-amistades se consolaría; pero no hizo más que llegar a las puertas del
-vicio, y retrocedió sobresaltado. Las tentaciones no hacían más que
-soliviantarle la imaginación; pero sin poder debelar la fortaleza de su
-voluntad.</p>
-
-<p>Otro aspecto singularísimo del estado de su espíritu, era que
-todas las personas que conocía se habían transformado en su criterio
-social así como en sus afectos. El primo Feramor no era más que un
-figurón, una inteligencia secundaria, petrificada en las fórmulas
-del positivismo, y barnizada con la cortesía inglesa; Consuelo y
-María Ignacia dos fantochonas, en las cuales se encontraba la comadre
-vulgarísima, a poco que se rascara la delgada costra aristocrática que
-las cubría; mujeres sin fe, sin calor moral, ignorantes de todo lo
-grave y serio, instruidas tan solo en frivolidades que las conducirían
-al desorden, al vicio mismo, si no las atara el miedo social, y las
-posiciones de sus respectivos maridos; la Marquesa de San Salomó una
-cursi por<span class="pagenum" id="Page_213">p. 213</span> todo lo
-alto, queriendo hacer grandes papeles con mediana fortuna, echándoselas
-de mujer superior porque merodeaba frases en novelas francesas, y tenía
-en su tertulia media docena de señores entre políticos y literarios que
-poseían cierto gracejo para hablar mal del prójimo; Zárate, un sabio
-cargante que coleccionaba nombres de autores extranjeros y títulos
-de obras científicas, como los chicos coleccionan sellos o cajas de
-fósforos; Jacinto Villalonga un político corrompido, de esos que
-envenenan cuanto tocan, y hacen de la Administración una merienda de
-blancos y negros; Severiano Rodríguez otro que tal, mal revestido de
-una dignidad hipócrita; el general Morla un Diógenes cuyo tonel era
-el casino; el Marqués de Casa-Muñoz un ganso, digno de morar en los
-estanques del Retiro; y por este estilo todos cuantos en otro tiempo le
-movían a envidia o estimación, se degradaban a sus ojos hasta el punto
-de que él, José Antonio de Urrea, mirado con menosprecio y lástima, se
-conceptuaba ya superior a todos ellos. Para él toda la humanidad se
-condensaba en una sola persona, la celestial Catalina de Halma, resumen
-de cuanto bueno existe en nuestra Naturaleza, excluido absolutamente lo
-malo; con la ausencia, que la misma señora le impuso como última etapa
-del procedimiento educativo, tomaba en el alma del discípulo pro<span
-class="pagenum" id="Page_214">p. 214</span>porciones colosales la
-figura moral y religiosa de su maestra, y la veneración que hacia
-ella sentía iba rayando en delirio. Sus insomnios eran martirio y
-consuelo, porque en la soledad de la noche, el excitado cerebro sabía
-engañar la realidad, oyendo la propia voz de Halma, y viendo entre
-vagas claridades la figura misma de la noble dama. «Voy a concluir
-loco perdido» —se dijo una mañana—, y diciéndolo tomó la temeraria
-determinación que había de poner fin a su soledad. No se detuvo a
-pensarlo más, para no arrepentirse, y en el breve espacio de algunas
-horas vendió sus trebejos de zincografía, y heliograbado, traspasó
-la casa, arregló un breve equipaje, y liquidadas varias cuentas
-pendientes, salió a tomar informes del coche de Aranda. «No puedo más,
-no puedo más —decía corriendo de calle en calle—. La desobedezco; pero
-ya me perdonará, si quiere. Y si no, arrostro su enojo. Todo antes que
-este vacío en que me muero.»</p>
-
-<p>El coche de Aranda había salido ya cuando él llegó a la
-administración, y no queriendo esperar veinticuatro horas más para
-lanzarse fuera de Madrid, que había llegado a ser su Purgatorio,
-tomó billete en un coche que al amanecer salía para Torrelaguna.
-Impaciente por partir, la noche se le hizo larguísima. Una hora
-antes de la salida, ya estaba en la administra<span class="pagenum"
-id="Page_215">p. 215</span>ción, temeroso de que el coche se le
-escapara. Lo que hizo este fue retardar media hora la salida, pero
-al fin, gracias a Dios, viose el hombre en la delantera, junto al
-mayoral, y las casas de Madrid se iban quedando atrás, ¡oh alegría!
-y atrás se quedaron los depósitos del Lozoya, y las casetas de los
-vigilantes de Consumos en Cuatro Caminos, y Tetuán; y después todo
-era campo, la estepa del Norte de Madrid, a trechos esmaltada de un
-verde risueño, gala de los primeros días de Abril, y limitada por el
-grandioso panorama de la sierra. El corazón se le ensanchaba, el aire
-asoleado y puro llenábale de vida los pulmones. Desde su infancia no
-se había visto tan contento, ni gozado de una tan feliz y espléndida
-mañana. Se sentía niño, cantaba a dúo con el mayoral, y lo único que de
-rato en rato obscurecía el sol de su dicha era el temor de que Halma se
-enfadase por su desobediencia.</p>
-
-<p>Y en verdad que los Hados, o hablando cristianamente, la Providencia
-Divina, no le favorecieron en aquel viaje, sin duda en castigo de
-su indisciplina, porque antes de llegar a Alcobendas, una de las
-caballerías (dicen las historias que fue <i>la Gallarda</i>) dio a
-conocer su inquebrantable resolución de no seguir tirando del coche,
-por piques sin duda y rozamientos con el mayoral. Y ni los furibundos
-argumentos<span class="pagenum" id="Page_216">p. 216</span> que en
-forma de palos este le aplicaba, la convencían del perjuicio que su
-obstinación causaba a los viajeros. En esta y otras cosas, la parada
-en Alcobendas, que debía ser breve, duró una horita larga, resultando
-después que el jamelgo con que fue sustituida <i>la Gallarda</i>,
-cojeaba horrorosamente. Urrea contaba llegar a San Agustín al medio
-día, y a las dos, todavía faltaba largo trecho. Pero lo peor fue que
-como a un tiro de fusil más allá de Fuente el Fresno, una de las ruedas
-dijo con estallido formidable, que primero la hacían astillas que dar
-una vuelta más, y ved aquí a todos los viajeros en pie, sin saber si
-quedarse allí, o volver al pueblo por donde acababan de pasar. Urrea
-no vaciló un momento, y encargando su maleta al mayoral para que la
-entregase en San Agustín, echó a andar resueltamente para esta villa.
-A buen paso, llegaría al caer de la tarde, y no había de ser tan
-desgraciado que no encontrara allí una caballería que le llevase a
-Pedralba.</p>
-
-<p>Anduvo con sostenido paso y sin sentir fatiga, y cuando conceptuaba
-haber andado más de una legua preguntó a un hombre que iba en la misma
-dirección, en un borriquillo:</p>
-
-<p>—Buen amigo, ¿estoy muy lejos de San Agustín?</p>
-
-<p>—Como una media horica.</p>
-
-<p>—¿Encontraré allí una caballería para ir a Pedralba?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_217">p. 217</span>—¿A Pedralba,
-señor... a la casa de los locos?</p>
-
-<p>—¡De los locos!</p>
-
-<p>—Nada, es un decir. Así la llamamos, desde que está allí esa señora
-que ha traído no sé cuántos orates para ponerles en cura.</p>
-
-<p>—Doña Catalina, Condesa de Halma, a quien todo el país respetará y
-venerará como una santa.</p>
-
-<p>—Dígole, señor, que mejorando lo presente, así es. ¿Sabe lo que se
-cuenta en el pueblo?</p>
-
-<p>—¿Qué, hombre, qué?</p>
-
-<p>—Que la doña Catalina es reina, sí señor, una reina o emperadora
-de los extranjis de allá muy lejos, y que hubo una rigolución por
-donde la echaron del trono, y el Papa Santísimo la mandó acá en son de
-penitencia. Eso dicen: yo no sé.</p>
-
-<p>—Patrañas. Pero en fin, ¿podré ir a caballo a Pedralba?</p>
-
-<p>—Como decírselo a lo seguro, no puedo, señor. Llegará y veralo. Para
-caballerías, el cura.</p>
-
-<p>—Don Remigio Díaz, ¿no es eso? Le conozco de nombre, y por la fama
-de su mérito. ¿Y el señor párroco podría facilitarme...?</p>
-
-<p>—Como tenerlo, lo tiene: jaca, y por más señas, una burra hermana de
-este... Y si el señor va cansado y quiere montarse un poco...</p>
-
-<p>Sin esperar respuesta, el bondadoso campesino se desmontó,
-ofreciendo su rucio al caballero. No vaciló Urrea en aceptarlo, más
-que<span class="pagenum" id="Page_218">p. 218</span> por cansancio,
-por no desairar tan gallarda atención. Llevando su cabalgadura al paso
-del dueño de ella, siguió José Antonio pidiéndole informes de los
-habitantes de Pedralba.</p>
-
-<p>—Y esa que ustedes creen reina, vendría en una carroza magnífica,
-escoltada de lacayos y servidores.</p>
-
-<p>—No señor... ¡Qué risa! Vino en carromato. Parece que ha hecho voto
-de vivir a lo pobre mientras no le devuelvan el reino que le quitaron.
-Primero llegó el carromato con muebles, baúles de ropa fina, y cosas
-para el lavatorio de las señoras principales. Un espejo trajeron de más
-de una vara, y otros muchos arrequisitos de palacios reales. Después
-volvió el carro trayendo a la señora, vestidita de negro, como la
-Virgen de la Soledad.</p>
-
-<p>—Y esos locos que aloja consigo llegaron antes, según creo.</p>
-
-<p>—Sí señor. Los trajo Cecilio, y por ahí andan sueltos. Dicen que
-uno es cura trajinante, y otro el primer músico de la capilla de los
-palacios mostrencos de Inglaterra. De una de las mujeres se dice que es
-loca médica, y que cura todas las enfermedades de flato con solo mirar,
-y la otra parece que es la mejor mano para salar guarros que la señora
-tenía en su reino.</p>
-
-<p>—Vaya —dijo Urrea parando y descendiendo del borrico—. Ya he
-descansado. Muchas gra<span class="pagenum" id="Page_219">p.
-219</span>cias, y vuelva usted a montarse, que si no me equivoco, ya
-estamos cerca, y aquellas casas que allí se ven son las primeras del
-pueblo.</p>
-
-<p>—A fe que sí. Ya llegamos —dijo el labriego, mirando hacia un grupo
-de gente que por entre unos árboles, a mano derecha del camino real, a
-este se aproximaba—. Señor, señor... ahí tiene a don Remigio, nuestro
-peine de cura... digo peine porque sabe más que Merlín. Véalo: viene
-hacia acá, y le mira a usted mucho.</p>
-
-<p>Urrea vio que hacia él se llegaba, destacándose presuroso del grupo,
-un clérigo joven, vivaracho, con el balandrán colgado de los hombros,
-gorro de terciopelo negro, bastón nudoso. Descubriose el madrileño para
-saludarle, y el curita le preguntó con extraordinaria viveza si era don
-José Antonio de Urrea.</p>
-
-<p>—Servidor de usted, señor cura.</p>
-
-<p>—¡Alto! Dese usted preso —dijo el párroco en un tono que reunía el
-humorismo y la buena crianza—. Nada, nada, que se viene usted conmigo
-a la prevención, señor de Urrea, donde le tengo apercibida una modesta
-cama para que descanse, cena frugal, y una yegua para que le lleve a
-Pedralba.</p>
-
-<p>—Señor cura, ¡cuánta bondad! Pero permítame usted que me asombre
-de esa previsión que parece sobrenatural. Yo no he anunciado mi
-viaje...</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_220">p. 220</span>—Pero lo que usted
-no anuncia, porque se ha venido acá como un colegial escapado, otros lo
-adivinan.</p>
-
-<p>—No entiendo.</p>
-
-<p>—La señora Condesa me dijo ayer: «He dejado en Madrid a un
-loquinario de primo mío, con órdenes terminantes de no moverse de allí,
-para que no desatienda las obligaciones que le he impuesto. Pero le
-conozco y se cansará, y querrá venir a verme, con pretexto de recibir
-nuevas órdenes. De hoy o mañana no pasa. Cuando recale por San Agustín,
-señor don Remigio, hágame el favor de atenderle, darle hospitalidad si
-llega de noche, y facilitarle una modesta caballería para que venga a
-Pedralba.»</p>
-
-<p>—Estoy encantado, señor cura —dijo Urrea loco de alegría—. Esto
-parece un sueño, un cuento de hadas..., y usted el genio protector, y
-yo... no sé qué parezco yo, el más feliz de los hombres..., y en este
-momento el más agradecido de los viajeros.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChIV_2">
- <h3>II</h3>
-</div>
-
-<p>Dirigiéronse hacia la casa rectoral, escoltados por los que de
-paseo venían con don Remigio, y este hizo el gasto de conversación
-por el camino, dedicando un sentido recuerdo a la memoria del santo
-don Manuel Flórez, y condolien<span class="pagenum" id="Page_221">p.
-221</span>dose de lo triste y solo que con tal desgracia se habría
-quedado el tío Modesto. En la puerta se despidieron afectuosamente los
-acompañantes, y don Remigio y su improvisado amigo entraron.</p>
-
-<p>—¡Valeriana, Valeriana! —gritó el curita desde la puerta, y habiendo
-comparecido una mujer gruesa y tan entrada en años como en carnes, le
-dijo—: Este es el caballero que esperábamos, o que creíamos ver llegar
-de Madrid hoy, mañana o pasado. Cenaremos pronto, Valeriana, que el
-señor, diga lo que quiera, trae un apetito muy regular. ¿Verdad que
-sí?</p>
-
-<p>Dio las gracias Urrea cortésmente, añadiendo con cierta timidez que
-su deseo era llegar pronto a Pedralba...</p>
-
-<p>—Tenga usted calma... y váyase convenciendo de que está secuestrado
-—le dijo el clérigo con ese humorismo hospitalario que suelen emplear
-los ricos de pueblo—. ¿Creía usted que yo le iba a soltar tan pronto?
-Está fresco el señor de Urrea. Mire usted: ya es de noche, y no tenemos
-luna; el camino de aquí a Pedralba es muy malo para ir a pie, y a
-caballo no puede ser, porque hoy el chico del alcalde me llevó la jaca
-a Torrelaguna, y esta es la hora que no ha vuelto. Conque resígnese, y
-mañana con la fresca saldrá usted, acompañado de <i>este cura</i>, que
-también tiene que visitar a la señora Condesa.</p>
-
-<p>¿Qué remedio tenía el impaciente viajero<span class="pagenum"
-id="Page_222">p. 222</span> más que conformarse con la voluntad de
-Dios, representado en aquella ocasión por el bondadoso y vivaracho
-don Remigio? Entraron en una sala espaciosa, lugareña, clerical, de
-paredes blancas, descubiertas las añosas vigas del techo, limpia,
-oliendo a iglesia y a pajar, con diversos objetos religiosos de adorno,
-enfundados en tul color de rosa para defenderlos de las moscas. Trajo
-una lámpara la niña del ama, pues era ya casi de noche, y don Remigio
-hizo sentar a su huésped en el largo sofá de Vitoria con colchoneta de
-percal rojo rameado, ocupando él un sillón verde, cubierto en brazos
-y respaldo por estrellas de <i>crochet</i>. Frente a frente los dos,
-pudo Urrea observar la fisonomía del buen curita, el cual era hombre
-como de treinta y cinco años, de poquísimas carnes, mediana estatura,
-con la cabeza y manos siempre en movimiento, pues no hablaba con ellas
-menos que con la voz. En su rostro descollaba una nariz pequeña, picuda
-y roja, en cuyo caballete se apoyaba malamente la montura de las gafas,
-y quedando entre estas y los ojos mayor espacio del conveniente,
-tan pronto bajaba el hombre la cabeza para mirar por encima de los
-vidrios, como la alzaba para mirar por ellos. La pequeñez de la nariz
-le obligaba a llevarse la mano a las gafas tres o cuatro veces por
-minuto, no porque se cayeran, sino porque entre mano, nariz y an<span
-class="pagenum" id="Page_223">p. 223</span>teojos había esta instintiva
-señal de inteligencia. Todo el rostro era un poquito encendido de
-color, y las orejas más, y su mirada revelaba agudeza, penetración,
-y un natural bondadoso y tolerante. Urrea encontró en don Remigio
-extraordinaria semejanza, salva la edad, con la fisonomía expresiva,
-inolvidable, de don Juan Eugenio Hartzenbusch. Y en el curso de la
-conversación, entrando ya en confianza, se aventuró a decírselo. Echose
-a reír don Remigio, y le contestó:</p>
-
-<p>—Otros han hecho la misma observación. Indudablemente me parezco al
-ilustre poeta, al gran erudito y académico, honra y prez de las letras
-españolas. Es un triste honor para mí, porque el parecido del rostro
-patentiza más la desemejanza intelectual entre hombres de tan relevante
-mérito y esta modestísima personalidad.</p>
-
-<p>—¡Oh! no se achique usted, amigo mío —le dijo Urrea, saliendo al
-encuentro de aquella modestia, un poquito afectada—. Ya sabemos, ya
-sabemos lo que usted vale...</p>
-
-<p>—¡Por Dios, señor de Urrea!... Y aunque algo valiera un hombre, más
-por el estudio que por dotes naturales, ¿de qué le sirve en este rincón
-del mundo, en este destierro...?</p>
-
-<p>Con la presteza del pájaro que salta de un palito a otro en la
-estrechez de su jaula, saltaba don Remigio de un asunto a otro en la
-conver<span class="pagenum" id="Page_224">p. 224</span>sación.</p>
-
-<p>—¿Pero no sabe, señor de Urrea? —dijo levantándose del sillón para
-sentarse en el sofá—. ¿No sabe a quién tengo de huésped desde hace dos
-días? ¡Qué sorpresa le voy a dar! ¿No adivina?</p>
-
-<p>—No señor.</p>
-
-<p>—Pues al mismísimo padre Nazarín.</p>
-
-<p>Urrea saltó de su asiento, y lo mismo hizo don Remigio, que al
-levantarse, impuso silencio a su huésped, diciéndole en voz baja:</p>
-
-<p>—Vamos a verle y observarle sin que él se entere. Venga usted
-conmigo.</p>
-
-<p>Llevole por un pasillo de recodos, al extremo del cual había una
-puerta de cuarterones, pequeña y fuerte. La claridad de la cocina, que
-en uno de los huecos de la izquierda se denunciaba con picantes olores,
-permitíales recorrer sin tropiezo aquella parte de la casa, que por su
-irregularidad era un modelo de arquitectura villanesca. Antes de llegar
-a la puerta, que a Urrea le pareció desde el primer momento misteriosa,
-don Remigio secreteó algunas explicaciones en el oído de su huésped.</p>
-
-<p>—En este cuarto, que mi antecesor destinó a la cría de palomas, he
-instalado yo mi modestísima biblioteca. Aquí tengo a mi hombre. Por
-esta mirilla, que hay en la tabla, fíjese bien, como del vuelo de un
-duro, puede usted verle...</p>
-
-<p>El débil rayo de luz que salía por la mirilla<span class="pagenum"
-id="Page_225">p. 225</span> guió a José Antonio, que, aplicando los
-ojos, vio una estancia, cuya capacidad no pudo apreciar, y en el centro
-de ella, junto a una mesa, frente a la puerta sentado, un hombre... La
-luz de un candilón de dos mecheros, de los que ya son arqueológicos,
-le iluminaba la cara, que al pronto el observador no reconoció. Era un
-clérigo, vestido exactamente como don Remigio, con gorro de terciopelo
-y sotana. Hojeaba un grueso librote, y después de fijar su atención
-y su dedo índice en una página, escribía rápidamente en cuartillas
-colocadas sobre el mismo libro.</p>
-
-<p>—Pero no es... —murmuró el forastero apartando su rostro de la
-mirilla.</p>
-
-<p>Díjole el cura que se fijase bien, y en efecto, después de mucho
-mirar, José Antonio reconoció y diputó al clérigo de la biblioteca por
-el padre Nazarín en persona.</p>
-
-<p>Cogiéndole de un brazo, don Remigio volvió a conducir a su huésped
-a la sala, para poder hablar con libertad, y antes de llegar a ella le
-dijo:</p>
-
-<p>—Claro, ha tardado usted en reconocerle, porque se lo figuraba
-como le conoció en Madrid, con barba, y el traje de mendigo seglar.
-Así nos le trajo aquí doña Catalina. Con franqueza, yo tenía
-curiosidad vivísima de ver a este hombre, porque conozco el libro que
-de<span class="pagenum" id="Page_226">p. 226</span> sus inauditas
-aventuras cristianas anda por ahí, he leído también en la prensa mil
-informaciones acerca del proceso, y así, en cuanto supe que había
-llegado el tal, me planté en Pedralba con mi amigo Láinez, el médico
-del pueblo. ¡Figúrese usted nuestro asombro, señor de Urrea, cuando le
-hablamos, y advertimos en él discernimiento claro, serenidad pasmosa,
-y una mansedumbre evangélica, de la cual creo que no hay otro ejemplo!
-Claro que a pesar de estas señales, la locura existe. Algo tiene el
-agua cuando la bendicen, y por algo los señores facultativos y la
-Audiencia le han declarado irresponsable de las extravagancias que
-constan en el proceso. Pero a pesar de todo, señor de Urrea, este
-hombre ha llegado a interesarme, le he tomado cariño en los pocos días
-que ha que nos tratamos, y... qué sé yo, no le tengo por cosa perdida,
-ni mucho menos. La piedad angelical de la señora Condesa y nuestra
-modesta cooperación, triunfarán de la malicia que se ha infiltrado
-invisible en el cerebro de este buen señor, y le devolveremos sano y
-equilibrado a la Iglesia militante, en la cual, o mucho me engaño, o
-puede ser un elemento, sí señor, un elemento de grandísima valía.</p>
-
-<p>—Pero esta transformación...</p>
-
-<p>—A eso voy. Con mil artificios traté yo, en mis primeras visitas
-a Pedralba, de despertar<span class="pagenum" id="Page_227">p.
-227</span> en él la soberbia, y no lo pude conseguir, no señor.
-Creíamos todos que se quejaría de los que en una u otra forma le han
-traído a mal traer de algunos meses acá. Nada de eso. Ni contra la
-curia, ni contra la prensa, ni contra nadie ha pronunciado la más
-leve recriminación, ni tiene por cruel o injusto lo que con él se ha
-hecho. Esto es muy raro, ¿verdad? Láinez me decía: «Es muy extraño
-que no observemos en él ni el menor destello de delirio persecutorio,
-que es uno de los síntomas primordiales...» Si delirio es el amar sin
-restricción alguna, y ponderar y encarecer como mercedes los ultrajes
-que ha recibido, ahí puede estar el principio de la desorganización
-cerebral. Le digo a usted que este caso nos tiene pasmados.</p>
-
-<p>—Realmente...</p>
-
-<p>—Pues verá usted. Por buscarle las vueltas, le digo: «Padre
-Nazarín, gran violencia será para usted no poder salir ahora descalzo
-y harapiento por los caminos.» Contestación: «Para mí, señor don
-Remigio, no es violencia ningún estado que se me imponga por quien debe
-y puede hacerlo. Pedí limosna cuando creí que debía vivir como los más
-desdichados y menesterosos. Dios, en mi corazón, me ordenaba hacerlo
-así, y ninguna ley humana me lo prohibía. Pero al mismo tiempo que
-la pobreza, o antes quizás, Dios me ordena la obediencia. Yo vagaba
-en<span class="pagenum" id="Page_228">p. 228</span> libertad. La ley
-humana me cortó el paso, y me mandó que la siguiera. Obedecí. Sometime
-sin réplica a cuanto de mí quisieron hacer. Contesté con verdad a
-cuanto me preguntaron. Conforme me hallaba de antemano con la sentencia
-que contra mí se pronunciara, fuera la que fuese. Determinaron que soy
-un enfermo. Diéronme a escoger, para mi reposo, entre un asilo y la
-morada patriarcal y campestre de la señora Condesa de Halma, y preferí
-esto. Aquí me tienen dispuesto, hoy como ayer, a la suma obediencia.
-La señora doña Catalina, y usted, señor cura, por delegación de la ley
-eclesiástica, que ahora sustituye a la civil en mi castigo, enmienda o
-curación, pues de todo habrá en ello, son los dueños de mis acciones y
-de mi vida. No soy libre, ni quiero serlo, si los que saben más que yo
-deciden que no debe dárseme libertad.»</p>
-
-<p>—Es extraño, sí...</p>
-
-<p>—Pues verá usted. Digo yo: «Amigo Nazarín, si la señora Condesa lo
-consiente, ¿se decide usted a venirse conmigo unos días a mi modesta
-casa de San Agustín?» Contestación: «Yo no decido nada. Voy a donde me
-lleven.»</p>
-
-<p>—Como el loro del cuento.</p>
-
-<p>—Exactamente. Con licencia de la señora, me le traje aquí, y por
-el camino se me ocurrió tantearle en teología. Un asombro, señor de
-Urrea. Se expresa con sencillez, sin énfasis doc<span class="pagenum"
-id="Page_229">p. 229</span>toral ni literario, y tan fuerte está el
-hombre, que por más que quise no pude cogerle en tanto así de falsedad
-lógica o desliz herético. En sus opiniones, ni el menor asomo de
-demencia, mi señor de Urrea, de donde yo deduzco, y en ello conviene
-conmigo el amigo Láinez, que el desvarío, si existe, no radica en la
-parte de los espacios cerebrales que sirve como de vehículo a las
-ideas, sino en aquella otra por donde pasa todo este torrente de las
-acciones, de la conducta, señor de Urrea. ¿Es esto claro?</p>
-
-<p>—Sí. Pero la transformación personal...</p>
-
-<p>—A eso voy.</p>
-
-<p>(El ama anunció que estaba dispuesta la cena.)</p>
-
-<p>—Ya vamos. Pues cuando llegó aquí, le digo: «Si es verdad que
-yo mando y usted obedece, amigo Nazarín, ahora mismo se va usted a
-afeitar, y a vestirse con mi ropa.» Pues tan conforme. Yo mismo le
-afeité. Fue una risa... Y mi modesta ropa y mi calzado, señor de Urrea,
-le vienen como hechos a la medida. Cuando se lo ponía, le digo: «¡Cómo
-extrañará usted la sujeción de esta ropa civilizada, hecho ya el cuerpo
-a su pergenio salvaje, y bíblico, según los periodistas!» ¡Vaya que
-llamar bíblico...! ¿Pues qué cree usted que me contestó?</p>
-
-<p>—(Señor cura —vino a decir el ama—, que la cena se enfría.)</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_230">p. 230</span>—Contestaría que el
-hábito no hace al monje.</p>
-
-<p>—Vamos al instante... Y que él no ha fijado nunca la atención en
-las diferencias entre estos y los otros vestidos. Dijo más... Señor
-de Urrea, pasemos a mi modesto comedor... Palabras textuales: «El
-vestido que usted llama salvaje, señor don Remigio, no lo tenía yo
-por indecoroso en mi vida errante y entre gente pobrísima. Pero esto
-no quiere decir que lo prefiera yo sistemáticamente a todos los demás
-estilos y maneras de cubrir el cuerpo, porque sería afectación, y la
-afectación, gracias a Dios, no cabe en mí.»</p>
-
-<p>—Lo mismo nos dijo un día en el Hospital, cuando los periodistas
-y otras muchas personas que íbamos a verle, nos permitíamos
-interrogarle... Palabras textuales: «Vean en mí cuanto quieran, señores
-míos; pero la afectación, por más que miren, no la verán jamás.»</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChIV_3">
- <h3>III</h3>
-</div>
-
-<p>Avisado Nazarín para la cena, ocupó su asiento a la izquierda
-del buen don Remigio, después de saludar a Urrea con las fórmulas
-corrientes de cortesía, sin extremos de urbanidad, sin alegría ni pena
-de verle. Diríase que su presencia no le causaba la menor sorpresa,
-bien porque de nada se sorprendía, bien porque hu<span class="pagenum"
-id="Page_231">p. 231</span>biera previsto la visita del protegido a
-su protectora. Bendijo el cura la cena, y la emprendieron los tres
-con las sopas de ajo, que eran de mucha fuerza condimentaria, crasas,
-picantes y espesas. No hablaba Nazarín sino para responder a lo que le
-preguntaban, y don Remigio ponía toda la amenidad posible en su palabra
-fácil. Las sopas precedieron a dos platos substanciosos, de ave el
-uno, el otro de carnero, todo bien cargadito de especias odoríferas,
-suculento, muy hecho. El vino sabía horrorosamente a pez. El olor de
-paja quemada, difundido por toda la vivienda, parecía consubstancial
-con el de la comida, y a Urrea no le desagradaba sentirlo y mascarlo.
-No era la casa sola; el pueblo y el país entero despedían aquel olor,
-que el forastero creía llevar ya dentro de sí.</p>
-
-<p>—Para que el amigo don Nazario no esté ocioso —dijo entre otras
-cosas don Remigio—, le propuse hacerme un extracto del sapientísimo
-libro del maestro Fray Hernando de Zárate, <i>Discursos de la
-paciencia cristiana</i>. La obra consta de ocho Libros, cada uno de
-los cuales contiene lo menos una docena de Discursos, todos sobre
-el mismo tema. Ha de leérselos de cabo a rabo, anotando el sentido
-particular y explicaciones de cada uno en sendas cuartillas de papel.
-Pues tan aplicado le tiene usted, señor de Urrea, que en tres días se
-ha echado al cuerpo unos cua<span class="pagenum" id="Page_232">p.
-232</span>renta Discursos, y ya le tiene usted en el <i>Libro
-Cuarto</i>, que trata...</p>
-
-<p>—«De las razones que tenemos para tener paciencia y consolarnos en
-los trabajos» —dijo Nazarín sin dar importancia a su tarea—. Es cosa
-fácil. Pronto concluiremos.</p>
-
-<p>—Y se me figura —apuntó Urrea irónicamente—, que ha de ser sumamente
-divertido.</p>
-
-<p>—No hay más sino practicar, leyendo y escribiendo —indicó el
-manchego—, la misma virtud a que el maestro Zárate consagra su gran
-obra.</p>
-
-<p>—Pero usted no come nada, amigo Nazarín —observó repentinamente
-don Remigio—. Siempre lo mismo. Pues dice Láinez que necesita usted
-comer... de duro, y aplicarse a la carne, principalmente.</p>
-
-<p>—Señor cura —replicó don Nazario con timidez—, como lo que puedo, no
-sé pasar de lo que mi naturaleza me pide para sostenerse.</p>
-
-<p>Como Urrea deseaba llevar la conversación al tema más de su gusto,
-que era su prima y cuanto a ella se refiriese, interrogó a los dos
-sacerdotes, recreándose anticipadamente con los elogios que esperaba
-oír de la ilustre señora.</p>
-
-<p>—Yo digo, con plena conciencia —afirmó el párroco de San Agustín—,
-que no creo exista en el mundo persona de virtud más pura, y de
-ideas más elevadas. Si por un lado veo en ella<span class="pagenum"
-id="Page_233">p. 233</span> una imagen del gran Emperador Carlos V
-de Alemania y I de España, que después de reinar sobre los pueblos,
-gustadas hasta la saciedad todas las grandezas humanas, se encierra en
-monasterio humilde para consagrar a Dios el resto de su vida, por otro,
-encuentro a la señora Condesa de Halma más grande que aquel soberano,
-pues si los bienes a que renuncia no son de tanta valía, la pobreza y
-humildad que acepta son más meritorias. La señora Condesa es joven, y
-consagra a la caridad y a la oración los mejores años de la vida. Y
-veo otra gran diferencia, a favor de nuestra doña Catalina —añadió con
-tonillo pedantesco—, y es que el Monarca, dueño de medio mundo, trajo a
-la soledad de Yuste, según rezan las crónicas, innumerables servidores,
-cocineros, maestresalas, escuderos y lacayos, y grande repuesto de
-vituallas, para que no le faltase en su voluntario destierro nada de
-lo que halaga el gusto de un magnate en la vida palatina. Pues esta
-señora, que ha venido a Pedralba en carromato, no ha traído más que
-los indispensables objetos tocantes al aseo y pulcritud de una noble
-dama, que aun en la penitencia quiere ser limpia, y su séquito es una
-corte de mendigos, y gente miserable o enferma, a cuyo cuidado piensa
-consagrarse. ¡Ejemplo único, señores, ejemplo inaudito, y que es la más
-grande maravilla de estos tiem<span class="pagenum" id="Page_234">p.
-234</span>pos de positivismo, de estos tiempos de egoísmo, de estos
-tiempos de materialismo!</p>
-
-<p>—Luego —dijo Urrea con entrañable gozo—, convienen ustedes conmigo
-en que mi prima es una excepción humana, un ser en el cual se revelan
-los caracteres de la inspiración divina.</p>
-
-<p>—Sí señor, convenimos en ello.</p>
-
-<p>—Y el buen curita peregrino, ¿qué dice?</p>
-
-<p>—¿Qué he de decir yo? —contestó modestamente don Nazario, no
-queriendo expresar nada que resultara superior a lo dicho por su
-generoso compañero—, ¿qué he de decir yo después del panegírico
-elocuentísimo que acaba de hacer el señor cura? Mi palabra es torpe.
-Permítanme que diga tan solo: ¡Bendita sea de Dios eternamente, la
-grande, la santa Condesa de Halma!</p>
-
-<p>—Amén —dijo don Remigio entornando los ojos, y acariciando el vaso
-de vino.</p>
-
-<p>A Urrea le faltaba poco para echarse a llorar.</p>
-
-<p>—Y es decisiva —añadió el cura— la resolución de la señora Condesa
-de pasar en Pedralba el resto de sus días. ¡Qué bendición para estos
-olvidados y pobres lugares! Me ha dicho el otro día que en Pedralba
-labrará su sepulcro y el de sus compañeros que no la abandonen. ¡Ah! yo
-leo en aquella grande alma el amor de Dios en el grado más ardoroso y
-puro, el amor de la Naturaleza, el amor del prójimo, y veo en el<span
-class="pagenum" id="Page_235">p. 235</span> plan de vida de la señora
-una síntesis admirable de estos tres amores.</p>
-
-<p>—Mi prima ha sufrido mucho —dijo Urrea, a quien el entusiasmo
-ponía un nudo en la garganta—, ha pasado horrorosas humillaciones y
-amarguras. Perdió a su esposo, que era su grande amor, el consuelo
-único de su vida. En Madrid, como en Oriente, la vida no tenía para
-ella más que espinas, tristezas, dolores. Su familia, sus hermanos,
-no supieron poner un calmante en las heridas de su alma. La empujaban
-hacia el ascetismo, hacia el destierro y la soledad. Mi prima empezó
-por mirar con prevención la vida social, y acabó por detestarla. Todo
-ese conjunto de artificios que componen la civilización le es odioso.
-La tierra está para ella vacía: quiere el cielo.</p>
-
-<p>—Y lo tendrá —dijo don Remigio con tanta seguridad como si se
-sintiera casero y administrador de los espacios infinitos—. Tendrá el
-cielo. ¿Pues para quién es el cielo más que para esos seres escogidos,
-para esas voluntades robustas, para las almas que no saben mirar más
-que al bien? Según he podido comprender, amigo Urrea, la señora Condesa
-ha roto todo lazo con el mundo, o sea la clase a que pertenece. Y es
-más: todo afecto mundano ha muerto en ella, para poder ocupar entero el
-espacio del querer con la adoración ferviente de las cosas divinas.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_236">p. 236</span>—Así es sin duda
-—dijo Urrea—, y su sociedad con los pobres, a quienes tratará como
-iguales, elevándoles un poquito, y rebajándose ella otro tanto,
-resultará una comunidad dichosa, pacífica, feliz. ¿No piensa lo mismo
-el buen Nazarín?</p>
-
-<p>—Pienso, señor don José Antonio, que ser el último de los
-protegidos, o de los asilados, el último de los hijos, si se me permite
-decirlo así, de la señora Condesa de Halma, constituye la mayor gloria
-a que puede aspirar un ser humano, sobre todo si es un triste, un
-solitario, un náufrago de las tempestades del mundo.</p>
-
-<p>Tan contento estaba Urrea, que al concluir la cena les abrazó a los
-dos. Acostáronse todos, porque había que madrugar. Dicen las crónicas
-que el huésped no pudo dormir bien, primero, porque las limpias
-sábanas, impregnadas también del olor de paja, eran algo piconas;
-segundo, porque sus ideas se le insubordinaron aquella noche, y la
-admiración del ascetismo de su prima le encendía llamaradas en el
-cerebro. Más que mujer, Halma era una diosa, un ángel femenino, y al
-pensarlo así, su ferviente admirador no pasaba por que los ángeles
-carecieran de sexo: era lo femenino santo, glorioso y paradisíaco.
-Por entre estas imaginaciones asomaban de vez en cuando la figura
-austera de Nazarín, semejante a un retrato del Greco, y el vivara<span
-class="pagenum" id="Page_237">p. 237</span>cho rostro de don Juan
-Eugenio Hartzenbusch, transmutado físicamente en don Remigio Díaz de la
-Robla, párroco de San Agustín.</p>
-
-<p>El mismo cura le llamó al amanecer dando golpes en la puerta, y
-gritándole desde fuera:</p>
-
-<p>—Arriba, compañero, que tenemos que decir misa y desayunarnos antes
-de partir.</p>
-
-<p>Levantose el huésped a escape, y cuando llegó a la iglesia, ya había
-salido al altar don Remigio. Nazarín oía la misa de rodillas en el
-presbiterio.</p>
-
-<p>Media hora después, ya estaban todos en la rectoral, desayunándose
-con chocolate, bizcochos y pan de picos, reforzado por fresquísimo
-requesón de la Sierra. Varios amigos acudieron a despedirles, entre
-ellos el médico don Alberto Láinez, y el alcalde, don Dámaso Moreno.</p>
-
-<p>—Usted, señor de Urrea, que sin duda es buen jinete —propuso don
-Remigio con extraordinaria movilidad en manos, nariz, ojos y gafas—,
-irá en el caballo de Láinez, bestia de mucha sangre, aunque segura para
-quien la sepa manejar; yo voy en mi jaca, que tiene un paso como el de
-un ángel, y el amigo Nazarín, pues le llevamos, sí señor, le llevamos,
-oprimirá los lomos de mi modesta burra..., cabalgadura digna de un
-arzobispo... Conque señores, a montar. Despejen la puerta. Valeriana,
-que vendremos a cenar.</p>
-
-<p>Partió la caravana, despedida con cordiales saludos por multitud de
-gente que en la plaza<span class="pagenum" id="Page_238">p. 238</span>
-se reunió. Delante iban Urrea y el cura, detrás Nazarín en su rucia,
-bien albardada y sin estribos. Ambos clérigos vestían, a horcajadas,
-lo mismo que en el pueblo, sotana, gorro de terciopelo, y balandrán.
-Regía el madrileño su caballo con gran destreza. Don Remigio no cesaba
-de recomendar a su jaca la mayor circunspección o tacto de pezuña en
-el desigual y áspero camino por donde se metieron, a Occidente de San
-Agustín, y don Nazario, confiado en el andamento parsimonioso de su
-borrica, atendía más a la admiración del paisaje de la Sierra, que a
-conversar con los otros jinetes, de los cuales parecía como escudero o
-espolique.</p>
-
-<p>De tan diferentes cosas habló don Remigio, que no es posible
-recordarlas todas. Hizo observar a su acompañante las hermosuras de la
-Naturaleza, la ruindad de los caseríos, el descuidado cultivo de las
-tierras; explicó historias de ruinas y caserones viejos; se lamentó de
-la falta de caminos; designó el sitio por donde se había trazado un
-canal de riego, que no se abriría nunca, y estos y otros comentarios
-del viaje fueron a parar a las quejas de su mala suerte, por haberle
-tocado empezar su carrera en comarca tan desmedrada y pueblo tan
-mísero.</p>
-
-<p>—Yo me conformo, ya ve usted... Deme el Señor salud para servirle,
-que lo demás no importa. Sepa usted que, al venir a este curato
-de<span class="pagenum" id="Page_239">p. 239</span> San Agustín, me
-dijeron que por tres meses, y ya van tres años. Prometiéronme pasarme a
-Buitrago, o Colmenar Viejo, y hasta ahora. No es que yo sea ambicioso;
-pero, francamente, es uno licenciado en ambos derechos; ama uno el
-estudio, y la verdad, la vida obscura y ramplona de estos poblachos
-no estimula al trato de los libros. El tío, que es mejor que el buen
-pan, me anima, me asegura que no se descuida en recomendarme, y que a
-la primera ocasión pasaré a un curato de Madrid, ¡ay! su desiderátum
-y el mío. Y no me hablen a mí de otras poblaciones. ¡Mi Madrid de mi
-alma, donde me crié, donde probé el pan del estudio, y adquirí mis
-modestas luces! No aspiro yo a tener allí la independencia de un don
-Manuel Flórez; sé que tengo que trabajar de firme. Quiero que mi corta
-inteligencia no sea un campo baldío, como estos barbechos que usted
-ve por aquí, señor de Urrea; debo cultivarla y coger en ella algún
-fruto, para ofrecerle a Dios, que me la ha dado... No me quejaría
-si no viera ciertas desigualdades. Amigos y compañeros míos, a los
-cuales no debo mirar, porque no debo, ¡ea! como superiores en saber
-religioso ni profano, ocupan plazas en catedrales, o en las parroquias
-de Madrid... Mi tío me dice: «No te apures, hijo, y confía en el favor
-de Dios y de la Santísima Virgen, que ya premiarán con el merecido
-ascenso tu paciencia<span class="pagenum" id="Page_240">p. 240</span>
-y conformidad...» Claro que me conformo, señor de Urrea, y aun alabo al
-Señor porque no me da mayores males. Tengo, gracias a Dios, un genio de
-mucho aguante para desgracias, injusticias y sinsabores. Yo digo: ya me
-tocará la buena, ¿verdad? ya me llegará la buena.</p>
-
-<p>Procuraba el forastero refrescarle las esperanzas, asegurando
-que los méritos de su interlocutor, así morales como intelectuales,
-saltaban a la vista, y no podían ser desconocidos de los que en Madrid
-manejan todo este tinglado del personal eclesiástico. Y al decir esto,
-hizo notar la diferencia entre los gustos y aspiraciones de uno y
-otro, pues mientras a don Remigio le atraían los llamados centros de
-civilización, a él, José Antonio de Urrea, los tales centros se le
-habían sentado en la boca del estómago, y todo su afán era perderlos
-de vista. Verdad que entre las circunstancias de uno y otro no había
-paridad: don Remigio era un hombre puro y virtuoso, inteligencia llena
-de frescura, y a los treinta y cinco años apenas había desflorado la
-vida, mientras que Urrea, a la misma edad, se conceptuaba viejo, y aun
-por muerto se tendría, si de entre las cenizas de su alma no sintiera
-que otra alma nueva le brotaba. Con estas y otras pláticas se fue
-pasando el camino árido, de muy escasos atractivos para el viajero. El
-terreno era cada vez más quebrado, como de es<span class="pagenum"
-id="Page_241">p. 241</span>tribaciones de la Sierra, y ostentaba la
-severa vegetación de encina baja, brezos y tomillares. De pronto señaló
-don Remigio un caserío arrimado a unos cerros cubiertos de verdura, y
-dijo a su compañero:</p>
-
-<p>—Ahí tiene usted a Pedralba.</p>
-
-<p>Pareciole a Urrea encantador el sitio y espléndido el paisaje,
-mirando más a su interior que al paisaje mismo. Al acercarse vieron
-tierras de labrantío junto a las casas, que eran tres, destartaladas
-y grandonas. Picaron las caballerías, y cuando ya se hallaban como a
-medio kilómetro, empezó Nazarín a dar voces:</p>
-
-<p>—¡Mírenlas, mírenlas: allí están... ya nos han visto!</p>
-
-<p>—¿Quién, hombre?</p>
-
-<p>—La señora Condesa y Beatriz.</p>
-
-<p>—¿Dónde?... Pero qué vista tiene este hombre.</p>
-
-<p>—Allá... allá... ¿Ven ustedes ese campo de amapolas todo encarnado,
-todo encarnado? ¿Y más allá, no ven unos olmos? Pues por allí van...,
-digo vienen, porque salen a encontrarnos.</p>
-
-<p>—No vemos nada; pero pues usted lo dice...</p>
-
-<p>—Y ahora nos saludan con los pañuelos... Miren, miren.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChIV_4">
- <h3>IV</h3>
-</div>
-
-<p>Ya cerca de las casas vieron a las dos mujeres, que avanzaban por
-entre un campo de<span class="pagenum" id="Page_242">p. 242</span>
-cebada. Ambas miraban risueñas, y casi casi burlonas, a los tres
-caballeros. Cuando Urrea, apeándose ante su prima, le pidió perdón poco
-menos que de hinojos por su desobediencia, doña Catalina no se mostró
-muy severa con él, sin duda por no avergonzarle delante de los dos
-sacerdotes, y de otras personas que allí se reunieron.</p>
-
-<p>—Si ha habido falta, señora Condesa —dijo don Remigio galanamente—,
-yo intercedo por el culpable y solicito su perdón.</p>
-
-<p>—Ya sabe el pícaro que padrinos le valen —replicó Halma sonriendo,
-y todos reunidos, después que los jinetes entregaron a Cecilio las
-caballerías, se encaminaron al castillo, que así en la comarca era
-llamada la casona, aunque de tal castillo solo tenía la robustez de
-sus paredes, y una torre desmochada, en cuyo cuerpo alto, mal cubierto
-de tejas, había un palomar. Del escudo de los Artales, apenas quedaban
-vestigios sobre el balcón principal del llamado castillo. La piedra era
-tan heladiza que solo se podía ver una garra de dragón, y un pedazo de
-la leyenda, que decía <i>Semper</i>. Mejor se conservaba la berroqueña
-de los ángulos y del dovelaje, y el ladrillo revocado de los paramentos
-no tenía mal aspecto; pero los hierros todos, balcones y rejas,
-no podían con más orín, por lo que había dispuesto su propietaria
-reponerlos, mientras<span class="pagenum" id="Page_243">p. 243</span>
-un buen maestro de Colmenar preparaba la reparación de toda la fábrica,
-interior y exteriormente. Veíase ya, frente a la casa, dentro del
-recinto murado que a la entrada precedía, el montón de cal batida,
-y maderas para andamios y obra de carpintería. Junto a la torre, se
-alzaban los descarnados murallones que la tradición designaba como
-ruinas de un monasterio cisterciense, y que más que edificio destruido,
-parecían una segunda casa a medio hacer. Respetando los basamentos, y
-aprovechando el material de lo restante, la Condesa pensaba construir
-allí su capilla y panteón, con la mayor economía posible. A un tiro de
-piedra de la casa-castillo, estaban las cuadras, y más abajo, un tercer
-edificio, habitado por los que llevaron en renta la finca hasta el año
-anterior. Últimamente, Pedralba estuvo a cargo del administrador de las
-propiedades de Feramor en Buitrago, don Pascual Díez Amador, el cual
-dio posesión del castillo y casas y tierras a la señora doña Catalina,
-el día de su llegada en el carromato, que fue el 22 del mes de Marzo
-del año de mil ochocientos noventa y tantos.</p>
-
-<p>Era la heredad de Pedralba extensísima; pero no se labraban más que
-los terrenos próximos a la casa, labor descuidada, somera y primitiva,
-que daba escaso rendimiento. Lo demás era monte, bien poblado de
-encinas, ene<span class="pagenum" id="Page_244">p. 244</span>bros,
-y algunos castaños en la parte alta. Lo más próximo al llano sufrió
-varias talas, y uno de los renteros propuso al Marqués, años atrás,
-la roturación. Pero asustaron al propietario los dispendios de la
-empresa, y quedó en tal estado, ni monte ni labrantío, a trechos
-pradera desigual, cruzada de viciosos retamares. Dos riquísimas fuentes
-surtían de cristalinas y puras aguas potables a Pedralba, la una entre
-la casa-castillo y las cuadras, la segunda, manantial de primer orden,
-en una encañada a la vera del monte. Árboles de sombra había pocos.
-Los que puso el último arrendatario se perdieron por incuria. Frutales
-no existían más que tres en finca tan vasta, un moral inmenso detrás
-de la torre, el cual cargaba anualmente de dulcísimas moras negras,
-y dos albérchigos en el sendero que unía las dos casas. Los madroños
-diseminados en distintos parajes no se contaban, por su silvestre
-lozanía y lo desabrido del fruto, en el reino propiamente frutal. Tal
-era Pedralba, finca de primer orden según opinión de don Pascual Díez
-Amador, siempre y cuando se <i>tiraran</i> en ella veinte o treinta mil
-duros.</p>
-
-<p>No eran estos los planes de Catalina, que solo se propuso sostener
-la propiedad tal como la encontró, con los mejoramientos que su
-residencia imponía, y procurarse en ella la vida retirada y humilde que
-adoptar anhelaba, sin<span class="pagenum" id="Page_245">p. 245</span>
-caer en la tentación del negocio agrícola, ni pensar en aumentos de
-riqueza que habrían desmentido sus ideas y propósitos de modestísima
-existencia. Lo que le restaba de su legítima, pensaba conservarlo en
-valores de renta, reservando los dos tercios para sostenimiento de su
-persona y casa, y de la familia de infelices que en torno de sí había
-reunido: el otro tercio lo dedicaba a las reparaciones indispensables,
-a la construcción de la capilla y enterramientos, a plantar una huerta,
-y, si aún había margen, a mejorar la finca.</p>
-
-<p>Entremos ahora en el castillo, y veamos la mejor pieza de él, que
-era la cocina, en el piso bajo y al fondo del edificio, a la parte del
-Norte. Todo era grandioso en aquella pieza, hogar, alacenas, horno, el
-piso de hormigón muy sólido, el techo alto y la campana bien dispuesta
-para dar salida a los humos rápidamente. Las otras piezas bajas valían
-poco; eran estrechas, y sus ventanas, que más parecían troneras, les
-daban muy tasada la luz. En cambio, las del piso alto teníanla de
-sobra. Seis o siete estancias existían en él, que bien arregladas
-habrían podido alojar mucha gente. En dicho piso, al lado de Levante,
-vivían la Condesa y Beatriz, en aposentos separados y próximos; a la
-parte de Occidente, el matrimonio Ladislao-Aquilina con sus hijos, y
-aún quedaban entre estas y las<span class="pagenum" id="Page_246">p.
-246</span> otras viviendas algunas estancias vacías. En la torre,
-debajo del palomar, tenía su cuarto Nazarín, comunicado con la
-casa-castillo por estrecho pasadizo. El mueblaje era casi todo del
-siglo pasado, o del tiempo de Fernando VII, confundido con sillerías
-modernas de paja, de lo más ordinario, llevadas de Colmenar Viejo. Las
-cómodas y consolas, las sillas de caoba con respaldo de lira, las camas
-de pabellones <i>a la griega</i>, las laminotas con marco de ébano y
-asuntos pastoriles, ofrecían un aspecto sepulcral, lastimoso, como de
-objetos desenterrados, a los cuales se había limpiado el humus de la
-fosa, a fuerza de jabón y estropajo.</p>
-
-<p>Doña Catalina y Beatriz vestían exactamente lo mismo, con las ropas
-de la primera, que habían venido a ser comunes: falda de merino negro,
-calzado grueso, blusa de percal rayada de negro y blanco, y un mandil
-de retor. Al adoptar la vida pobre, la señora Condesa no estimó que
-debía renunciar a sus hábitos de pulcritud; decía que el aseo exterior,
-por causa de la educación y la costumbre, afectaba al alma, y que la
-suciedad del cuerpo era pecado tan feo como la de la conciencia. No
-vacilaba, pues, en aplicar estas ideas a la realidad, manteniendo en su
-cuarto y persona la misma esmerada limpieza de sus mejores tiempos de
-vida cortesana.</p>
-
-<p>—El aseo —decía—, es a la pureza del alma, lo<span class="pagenum"
-id="Page_247">p. 247</span> que el rubor a la vergüenza.</p>
-
-<p>No comprendía el ascetismo de otro modo.</p>
-
-<p>Y como nada tiene la fuerza del buen ejemplo, Beatriz, que había
-llegado a reinar en la intimidad y en el afecto de la Condesa, por
-feliz concordancia de sentimientos, se asimiló en breve plazo los
-hábitos de pulcritud de su amiga y señora, y la imitaba sin darse
-cuenta de ello. Sobre la admirable simpatía, o compatibilidad, que
-había llegado a borrar entre aquellos dos caracteres la diferencia de
-clase y educación, hay mucho que hablar: el fenómeno se inició por un
-irresistible afecto la primera vez que se vieron, cuando doña Catalina,
-por mediación de su criada Prudencia, fue a socorrer en su pobre
-domicilio al afinador de pianos. Mientras duró el proceso de Nazarín
-y consortes, Beatriz vivía con su prima Aquilina Rubio, esposa del
-mísero don Ladislao, compartiendo la escasez, ya que no el bienestar,
-que ninguno tenía. Halma llevó el pan, la vida, la salud, a la triste
-vivienda de la calle de San Blas, y atraída de aquel espectáculo de
-pobreza y resignación, añadió al socorro material el consuelo de sus
-visitas. Habló largamente con Beatriz, admirándose de lo mucho y
-bueno que esta mujer humilde sabía, tocante a cosas espirituales y de
-nuestras relaciones con lo invisible y eterno; admiró también su piedad
-no afectada, la<span class="pagenum" id="Page_248">p. 248</span>
-firmeza de sus ideas, y la elocuencia sencilla con que las expresaba.
-Sentíase la Condesa inferior, por todos aquellos respectos, a la que
-ya miraba como amiga del alma; aprendió de ella muchas y buenas cosas,
-enseñándole a su vez otras de un orden social más que religioso, y
-con este cambio llegaron a encontrarse la una para la otra, y las dos
-en una, fenómeno raro en estos tiempos, que dan pocos ejemplos de una
-tan radical aproximación de dos personas de opuesta categoría. Pero
-de esto hemos de ver mucho en los tiempos que ahora comienzan, porque
-las llamadas clases rápidamente se descomponen, y la humanidad existe
-siempre, sacando de la descomposición nuevas y vigorosas vidas.</p>
-
-<p>Ya se comprende que de la intimidad entre Beatriz y Halma nació el
-vivo interés por Nazarín, y su propósito de llevársele consigo, para
-intentar su curación, y devolverle sano y útil al poder eclesiástico.
-Una discrepancia en cierto modo accidental existía entre la dama y
-la mujer del pueblo, y era que, mientras la Condesa, sin asegurar
-que Nazarín fuese loco, abrigaba sus dudas sobre punto tan difícil
-de aclarar, la otra sostenía con sincera conciencia y fe la completa
-regularidad de las funciones cerebrales de su maestro.</p>
-
-<p>Instaladas en Pedralba, la concordia entre una y otra llegó a
-ser perfecta. Beatriz obser<span class="pagenum" id="Page_249">p.
-249</span>vaba delicadamente la distancia social, que la otra con la
-misma o más sutil delicadeza trataba de acortar. Ambas trabajaban
-juntas desde el primer día en el arreglo y limpieza del destartalado
-castillo, o en la resurrección del mueblaje, y a Beatriz no le valió
-reservar para sí las faenas más duras, porque la otra invadía su
-terreno, y la igualdad triunfaba gradualmente, por ley de ambos
-corazones, que sin darse cuenta de ello propendían a lo mismo. Aquilina
-no había sido aún elevada al grado de comunidad de su prima Beatriz.
-Era una mujer excelente; pero sin intuición bastante para comprender
-las ideas de su bienhechora. Manteníase con tenacidad en su puesto
-inferior, contenta de que su marido y sus hijos tuvieran que comer. Los
-primeros días encargáronla de la cocina, oficio muy apropiado a sus
-aptitudes, y las otras dos pudieron consagrarse descuidadas al fregoteo
-de muebles viejos, al remendar de colchones y a otros engorrosos
-menesteres. Luego alternaron en los diferentes oficios, y mientras
-cocinaba la nazarista, Halma y Aquilina lavaban la ropa en la fuente
-cercana. El día que precedió a la llegada de Urrea con don Remigio y
-Nazarín, Aquilina actuó de cocinera, y la Condesa y Beatriz lavaban
-en la fuente del monte, repartiéndose las dos por igual la carga de
-la ropa al ir y volver. Como Beatriz se obs<span class="pagenum"
-id="Page_250">p. 250</span>tinase en llevarla sola, pretextando ser más
-fuerte que su compañera, Catalina le dijo:</p>
-
-<p>—Te equivocas si crees tener más poder de musculatura que yo.
-Parezco débil, pero no lo soy, Beatriz, y esta vida ha de robustecerme
-más. Y sobre todo, no me prives de este gusto de la igualdad. Es el
-sueño de mi vida desde que perdí a mi esposo, y me sentí igual a todos
-los desgraciados del mundo. Haz el favor de no llamarme Condesa, ni
-volver a usar esa palabra estúpidamente vana delante de mí. Arrojé
-la corona en los empedrados de Madrid cuando salí en el carromato...
-Las escobas de los barrenderos no la encontrarán, porque fue arrojada
-con el pensamiento, pues no la tenía en otra forma; pero allá quedó.
-Llámame Catalina, como me llaman mis hermanos, o Halma, como mi primo.
-Y no te digo que me tutees, porque parecería afectación, y ya sabes que
-el maestro te la prohíbe. Pero todo se andará.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChIV_5">
- <h3>V</h3>
-</div>
-
-<p>La llegada de los tres amigos no debía alterar la marcha de los
-asuntos domésticos en el castillo, porque, claramente lo decía la
-Condesa, ya que no ayudaran, no era bien que estorbasen.</p>
-
-<p>—Primo mío, supongo que desearás cono<span class="pagenum"
-id="Page_251">p. 251</span>cer esta gran finca, los estados de
-Pedralba, donde hacemos vida recogida y modesta, sin pretensiones
-de ascetismo, mis amigos y yo. Usted también, señor don Remigio,
-necesita enterarse del terreno que consagro a mi obra. Váyanse, pues,
-a dar un paseíto, guiados por el bonísimo Nazarín, que lo conoce ya
-palmo a palmo, mientras nosotras les preparamos de comer. No esperen
-que salgamos de nuestro pobre régimen. Aquí no hay ni puede haber
-comilonas, pues aunque yo quisiera darlas, no habría con qué. Comerán
-de nuestro diario frugalísimo, con el poquitín de exceso que pide la
-hospitalidad. Conque vean, vean mi ínsula, y tráiganse la salsa que
-nosotras no podemos hacerles, un buen apetito.</p>
-
-<p>Fuéronse los tres de paseo, conducidos de don Nazario, que les hizo
-subir al monte para que vieran los castaños robustos que lo coronaban,
-al barranco para probar el agua de la rica fuente, y después de
-brincar y despernarse por lomas y vericuetos, volvieron a casa a las
-doce, hora invariable de la comida. En una pieza próxima a la cocina,
-pusieron la mesa, la cual era de una robustez patriarcal, de castaño
-renegrido y con torcidos herrajes en su armadura. Dos sillas había de
-la misma casta y edad, las demás variaban entre el estilo Fernando
-VII, de caoba, y la forma y material llamados de Vitoria. Pero<span
-class="pagenum" id="Page_252">p. 252</span> la mayor y más sorprendente
-variedad estaba en la vajilla y ropa de mesa, pues al lado de vasos de
-cristal finísimo, se veían otros del vidrio más ordinario, servilletas
-finas, servilletas bastas, platos de porcelana rica, y otros de
-cerámica tosca.</p>
-
-<p>—Dispensen la diversidad de la loza —les dijo doña Catalina—. En
-mi comedor reina todavía una confusión de clases estupenda, como en
-tiempos revolucionarios. Pero esta confusión no es parte para que
-yo olvide las categorías de los comensales. Para los dos señores
-sacerdotes lo fino, que ellos mismos irán escogiendo; para ti, José
-Antonio, y don Ladislao, el barro plebeyo.</p>
-
-<p>—Pues yo propongo —dijo don Remigio con buena sombra—, que no
-establezcamos diferencias humillantes, y que nos repartamos como
-hermanos, como hijos de Dios, lo malo y lo bueno. Venga ese barro,
-señor de Urrea.</p>
-
-<p>Lo más extraño de aquella singular comida fue que las mujeres no se
-sentaron a la mesa. Las tres, funcionando con igual destreza y alegría,
-servían a los señores. Luego comían ellas en la cocina. Esta era una
-costumbre medieval, que Halma no alteraba jamás por consideración
-alguna. Diéronles una sopa muy substanciosa hecha con hierbas
-diferentes, patatas picadas muy menudito y golpes de chorizo; luego
-un plato de carnero bien condimentado, vino en<span class="pagenum"
-id="Page_253">p. 253</span> abundancia, postre de requesón de la
-Sierra, leche con bizcochos de Torrelaguna, y a vivir. Sobria y
-nutritiva, la comida fue saboreada con delicia por los forasteros, que
-no cesaron de alabar el buen trato de Pedralba, y la pericia de las
-tres marmitonas.</p>
-
-<p>Entre la sopa y el carnero llegó inopinadamente don Pascual Díez
-Amador, administrador que fue de la finca, y propietario vecino, pues
-suya es la dehesa extensísima que linda por Poniente con Pedralba. Dos
-o tres veces por semana visitaba a la Condesa, caballero en su jaca
-torda, para ver si se le ofrecía algo. Era un hombre mitad paleto,
-mitad señor, lo primero por el habla ruda, por la camisa sin cuello
-y el sombrero redondo, lo segundo por las acciones nobles, por el
-andar grave, que hacía rechinar las espuelas. Una faja encarnada
-parecía separar el lugareño del hidalgo, o más bien empalmar las dos
-mitades. Tanto afecto había puesto en doña Catalina, que dispuso que
-dos de sus guardias jurados estuviesen de punto noche y día en la
-casa de abajo, para que la señora descansase en la persuasión de una
-absoluta seguridad. Muchos días caía por allí en su jaca a la hora de
-comer, otros a cualquier hora, en que también comía. Su cara redonda,
-episcopal, crasa y mal afeitada, despedía fulgores de patriarcal
-soberanía, de conformidad con la suerte,<span class="pagenum"
-id="Page_254">p. 254</span> sin duda por ser esta de las más próvidas y
-felices.</p>
-
-<p>—¡Hola, Remigio!... señora doña Catalina..., don Nazario..., don
-Ladislao, aquí estamos todos...</p>
-
-<p>Los saludos duraron hasta después que el gordinflón paleto-señor
-tomó asiento sin ceremonia, disponiéndose a comer cuanto le diesen.
-Porque, eso sí, hombre de mejor diente no lo había en todo el partido
-judicial, con la particularidad notable de que no sabía ponerse tasa en
-la bebida.</p>
-
-<p>—¿Sabe usted lo que estábamos hablando, amigo don Pascual? —dijo el
-curita de San Agustín—. Que esta es una gran finca, y que es lástima no
-trabajarla.</p>
-
-<p>—¡Hombre, a quién se lo cuenta! Si estos señores Feramores no tienen
-perdón de Dios... ¡Menuda brega tuve yo con el Marqués actual y con
-el otro, para que tiraran aquí veinte o treinta mil durillos! Sí, lo
-digo: era sembrarlos hoy, para coger el día de mañana, cinco años
-más o menos, tres o cuatro millones. Y esto solo con el ganado, que
-metiéndonos a ponerlo todo de labrantío... ¡Jesús, oro molido...! Es
-una tierra esta, que no la hay mejor ni donde están las pisadas de la
-Virgen Santísima, ea.</p>
-
-<p>Don Pascual se incomodaba al tocar este punto, viéndose precisado
-a sofocar su enojo<span class="pagenum" id="Page_255">p. 255</span>
-con copiosas libaciones. Y como siguieran hablando del mismo asunto,
-concluyó por expresar una idea muy atrevida.</p>
-
-<p>—Yo que la señora Condesa..., digo lo que siento, sin ofender,
-ea..., pues yo que la señora, me dejaría de capillas y panteones, y de
-toda esa monserga de poner aquí al modo de un convento para observantes
-<i>circuspetos</i> y <i>mendicativos</i>, dedicando todo mi capital
-a...</p>
-
-<p>—Poco a poco —replicó vivamente don Remigio—, no paso por eso. Lo
-espiritual es lo primero.</p>
-
-<p>—¡Potras corvas! ¿Y de qué sirve lo <i>espertual</i> sin lo... sin
-lo otro?</p>
-
-<p>—Yo que la señora Condesa, persistiría impertérrito en mi grandioso
-plan... contra el dictamen de los estripaterrones.</p>
-
-<p>—Y yo, contra el <i>ditame</i> de los engarza-rosarios, digo que
-sí... no, digo que no... que sí.</p>
-
-<p>—Si no sabe usted lo que dice, amigo don Pascual.</p>
-
-<p>—¡Vaya! paz y concordia entre los príncipes cristianos —dijo doña
-Catalina risueña—. Por un exceso de consideración a mis huéspedes, me
-permito el lujo de darles una golosina: café.</p>
-
-<p>Alabado y festejado por todos el obsequio, Amador y don Remigio
-lograron encontrar una fórmula de transacción entre sus opuestos
-pareceres. Al servir el café, doña Catalina pidió<span class="pagenum"
-id="Page_256">p. 256</span> perdón por la pobreza y rustiquez de la
-comida, añadiendo que para otra vez tendrían pan bueno, hecho en casa,
-y menos desigualdades en vajilla y servicio de mesa.</p>
-
-<p>Mientras las mujeres comían, salieron los hombres al patio, llevando
-cada uno su silla, y allí platicaron formando dos grupos. Don Remigio
-y Amador charlaban de los asuntos de Colmenar Viejo, de lo mal mirado
-que en la cabeza del partido estaba el cura titular, y de los esfuerzos
-que hacían los caciques para hacerle saltar de allí... Naturalmente,
-se gestionaría para que ocupase la vacante el curita de San Agustín.
-A otra parte hablaban Urrea, don Ladislao y Nazarín, preguntando el
-primero al segundo si seguía cultivando la música en aquel retiro, a lo
-que contestó el afinador que no le hablaran a él de músicas ni danzas,
-pues se hallaba tan contento y gozoso en su nueva vida, que había
-tomado en aborrecimiento todo su pasado musical y cabrerizo. La mejor
-ópera no valía ya tres pitos para él, y aunque le aseguraran que había
-de componer una superior a todas las conocidas, no quería volver a
-Madrid. Salió Nazarín a la defensa de arte tan bello, y le propuso que
-siguiera cultivándolo allí, pues se compadecía muy bien la música con
-la vida campestre. Y añadió que él se permitiría aconsejar a la señora
-Condesa que trajese un órgano,<span class="pagenum" id="Page_257">p.
-257</span> para que don Ladislao compusiera tocatas campesinas y
-religiosas, y les deleitara a todos con aquel arte tan puro y que
-hondamente conmueve el alma.</p>
-
-<p>Con estos y otros paliques, fue llegada la hora de la partida, y
-Urrea no cabía en sí de inquietud, por no haber podido hablar a solas
-con su prima, ni esta decirle que se quedara, como era su deseo. El
-temor de que contestase con una rotunda negativa a su propósito de
-permanecer en Pedralba, le sobresaltó de tal modo, que no tuvo ánimos
-para formularlo. Tristeza infinita cayó sobre su alma cuando Halma le
-dijo en tono de maestro:</p>
-
-<p>—Ahora, José Antonio, te vas por donde has venido, y sin mi permiso
-no vuelvas acá, ni abandones las ocupaciones a que deberás una
-independencia honrada.</p>
-
-<p>Con tal autoridad pronunció estas palabras, que el calavera
-arrepentido no tuvo aliento para contradecirlas y exponer su deseo.
-Sentíase tan inferior, tan niño, ante la que le gobernaba en sus
-sentimientos y en su conducta, que no pudo ni pedirle menos severidad,
-ni explicarse con ella sobre la pesadísima y cruel condena que le
-imponía. Verdad que estaban delante Nazarín y los forasteros, y no era
-cosa de hacer ante ellos el colegial mimoso. Faltaban tan solo minutos
-para la partida, cuando la Condesa dijo al curita de San Agustín:</p>
-
-<p>—Señor don Remigio, si usted<span class="pagenum" id="Page_258">p.
-258</span> no se opone a ello, se quedará en el castillo el amigo
-don Nazario, porque si es bueno para la salud el ejercicio del
-entendimiento, no lo es menos el corporal, y conviene que alternen. Ya
-concluirá más adelante esa gran recopilación de los Discursos de la
-Paciencia.</p>
-
-<p>—Lo que usted disponga, señora mía, es ley —replicó don Remigio, ya
-con el pie en el estribo—. Si nuestro buen Nazarín prefiere quedarse,
-quédese en buen hora... Que lo diga él.</p>
-
-<p>Con semblante confuso, y casi casi con lágrimas en los ojos, el
-peregrino respondió:</p>
-
-<p>—Yo no determino nada.</p>
-
-<p>—¿Pero usted qué prefiere?</p>
-
-<p>—Pues, la verdad, estimando mucho la hospitalidad del señor cura, y
-ofreciéndole ponerme a su disposición para terminar aquellos apuntes y
-cuanto guste mandarme, hoy me quedaría, pues la señora Condesa así lo
-desea.</p>
-
-<p>—Es que... verá usted, don Remigio, como tenemos tanta obra en casa,
-necesito que me ayuden mis buenos amigos. Hay que estar en todo, y
-cuantos viven aquí han de arrimar el hombro a las dificultades. Mañana
-pienso probar el horno de pan, y deshacerlo si no nos resulta bien.
-Conque...</p>
-
-<p>—Que se quede, que se quede. Usted es aquí la santa madre, usted
-manda, y los hijos... a obedecer calladitos. Señor de Urrea, ¿no monta
-usted?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_259">p. 259</span>Lívido y
-tembloroso, Urrea no acertaba ni a despedirse airosamente de su prima.
-Era una máquina, no un hombre. Su tristeza le cogía todo el ser como
-una parálisis, matándole la voluntad. Montó a caballo, y partió con el
-cura y con Amador, sin saber que existía en el mundo un pueblo llamado,
-por buen nombre, San Agustín.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChIV_6">
- <h3>VI</h3>
-</div>
-
-<p>Mientras Amador fue en compañía de los dos viajeros, menos mal. Don
-Remigio charlaba con él de montura a montura, dejando al otro en la
-libre soledad de sus pensamientos. Pero el bravo paleto se despidió en
-los Molinos (encrucijada de donde partía el sendero que a sus casas
-de la Alberca conducía), y ya solos el cura y el primo de la Condesa,
-desencadenó aquel sobre este todo el torrente de su locuacidad.
-Difícilmente, apurando sus donaires, logró sacarle del cuerpo alguna
-que otra palabra, y conociendo al fin que el motivo de su tristeza no
-era otro que el pronto regreso a San Agustín, quiso consolarle con
-estas compasivas razones:</p>
-
-<p>—Créame, señor de Urrea, en Pedralba, a estas horas, estaría usted
-soberanamente aburrido. ¿Sabe usted lo que hacen allá desde anochecido
-hasta que cenan? Pues rezar, rezar, y rezar que se las pelan,<span
-class="pagenum" id="Page_260">p. 260</span> y usted, hombre de piedad
-muy problemática, cortesano al fin, chapado a la modernísima, huirá del
-santo rezo como los gatos del agua fría. ¡Si entiendo yo a mi gente...
-ah!... Verdad que también en San Agustín, en cuanto lleguemos, rezaré
-yo el rosario con Valeriana y algunas vecinas. Pero usted se puede ir
-con Láinez al casino, y cenar con él, y volver a mi modesta casa, a
-la suya, digo, a la hora que le acomode. En Pedralba, con el último
-bocado de la cena en la boca, se acuestan todos a dormir como unos
-santos. ¡Bonita noche iba usted a pasar allá! No, señor madrileño, con
-sus puntas de calavera, y sus ribetes de escéptico materialista, no
-está usted forjado en estas costumbres entre rústicas y monásticas.
-¡El campo! ¡Pues poco que le cansará el campo! Para usted, ponerle de
-noche en medio de estas soledades, será lo mismo que si a mí me meten
-de patitas en un salón de baile. ¿Qué haría yo? Salir bufando. <i>Suum
-cuique</i>, señor de Urrea. Conque, no le pese venir conmigo. En el
-casino, entiendo que hay billar, tresillo, y se habla de política... lo
-mismo que en Madrid.</p>
-
-<p>No consiguió el buen curita consolarle, y el alma del calavera
-arrepentido se ennegrecía más conforme se acercaban a San Agustín.
-Llegados al pueblo, resistiose a ir al casino. Desde la sala oía el
-rezo del rosario en el comedor;<span class="pagenum" id="Page_261">p.
-261</span> durante la cena hizo desesperados esfuerzos por aparentar
-alegría, y se retiró a la alcoba, impregnada del olor de paja. Le dolía
-la cabeza.</p>
-
-<p>Interminable y tormentosa fue para él la noche; levantose muy
-temprano, acompañó a la iglesia a su digno amigo y anfitrión,
-y mientras este se despojaba en la sacristía de las vestiduras
-sacerdotales, José Antonio puso en práctica la idea concebida
-entre dolorosas vacilaciones al amanecer, resolución que, una vez
-compenetrada en su voluntad, adquirió la fuerza de un acto instintivo.
-Como escolar castigado, que se escapa del colegio, tomó el caminito
-de Pedralba, a pie, y al perder de vista las casas de San Agustín,
-sintiose más aliviado de su mortal ansiedad, y con valor para
-arrostrar lo que por tan atrevido paso le sucediese. Las nueve serían
-cuando avistó el castillo, y antes de acercarse, exploró las tierras
-circunstantes, dudando si hacer su entrada por el camino derecho, o
-por algún atajo. Esto era pueril, y sus vacilaciones, al término del
-viaje, denunciaban al colegial prófugo. No viendo a nadie por aquellos
-contornos, anduvo un poco más, y su vista prodigiosa le permitió
-distinguir desde muy lejos, en una ladera del monte, dos bultos, dos
-personas. Con un poco más de aproximación pudo reconocer a Nazarín y
-don Ladislao, que estaban cortando leña, y allá se fue, rodeando un
-buen<span class="pagenum" id="Page_262">p. 262</span> trecho, para
-que no le viera la gente del castillo. Hablar con Nazarín antes de
-presentarse a la Condesa, le pareció un trámite muy oportuno, tras
-del cual ya vio, con fácil optimismo, solución satisfactoria. Al
-llegar junto a los dos leñadores, Nazarín, que desde lejos le había
-visto venir, no manifestó sorpresa. Vestía el cura ropas de Cecilio,
-calzaba gruesos zapatones, y su cabeza descubierta recordaba más al
-procesado del hospital de Madrid que al sacerdote de la rectoral de San
-Agustín.</p>
-
-<p>—¡Hola, don Nazario...! ¿trabajando, eh?... Aquí me tiene usted otra
-vez. Pues he venido... ¿Conque cortando leña?</p>
-
-<p>—Sí señor... Este ejercicio al aire libre me agrada mucho. La señora
-Condesa está buena, gracias a Dios. Parece que ha venido usted a
-pie.</p>
-
-<p>—Un paseíto. No estoy cansado.</p>
-
-<p>—Pues no pudimos arreglar el horno: tienen, que venir los albañiles.
-La señora me mandó a paseo, quiero decir, a que me paseara, y aquí
-estoy ayudando al amigo don Ladislao.</p>
-
-<p>—Bien, hombre, bien. Pues yo quería... hablar con usted, querido
-Nazarín —balbuceó Urrea, abordando el asunto—. Usted es un santo, digan
-lo que quieran, y me ayudará a obtener el perdón de Halma, por haber
-vuelto acá sin su permiso.</p>
-
-<p>—La señora es muy indulgente.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_263">p. 263</span>—Pero mi falta es
-más grave de lo que parece, porque he venido con propósito firme de
-quedarme aquí, y no salgo ya de Pedralba si no me sacan descuartizado.
-Óigame.</p>
-
-<p>—¡Hombre, hombre!... señor de Urrea —dijo Nazarín dejando a un
-lado el hacha, para consagrarse a oír con calma las confidencias del
-parásito corregido.</p>
-
-<p>—Pues verá usted... Mi prima quiere tenerme en Madrid. Ya está usted
-al corriente. Yo era un perdido; ella, con su infinita bondad, maestra
-de la virtud y destructora del pecado, me transformó; hizo de mí otro
-hombre, hizo de mí un niño; me infundió el miedo del mal, el amor del
-bien. Yo no me conozco. La tengo por una madre, y la obedezco en cuanto
-mandarme quiera; pero no puedo obedecerla en una cosa... repito que
-soy un niño... no puedo obedecerla en la disposición tiránica de vivir
-en Madrid, porque lejos de ella me asaltan tentaciones, o llámense
-recuerdos, de mi anterior vida mala, y la corrección que tanto ella
-como yo deseamos, no se afirma, no puede afirmarse.</p>
-
-<p>—¡Hombre, hombre...!</p>
-
-<p>—Ayer vine con propósito de hablarle de este asunto y pedirle
-que me dejase aquí; pero no tuve valor para decírselo. ¡Tanta gente
-delante...! Convénzase usted de que soy un niño, y de que el antiguo
-desparpajo del calavera se<span class="pagenum" id="Page_264">p.
-264</span> ha convertido en una timidez invencible... Palabra que sí...
-Pues me dijo que me volviera a San Agustín, y me volví; el caballo
-me llevó como una maleta, y hoy, sin darme cuenta de ello, movido de
-una irresistible fuerza, me he venido a Pedralba, me han traído las
-piernas, que antes se me romperán en mil pedazos, que volver a llevarme
-a Madrid. Y yo le pregunto a usted: ¿Se enojará mi prima? ¿Se obstinará
-en que viva lejos de ella? Porque ha de saber usted que he cometido
-una falta gravísima, una falta en la cual parecen reverdecer mis mañas
-antiguas, mi mal corregida perversidad. Verá usted.</p>
-
-<p>—¿A ver, a ver...?</p>
-
-<p>—Pues Halma me arregló en Madrid una pequeña industria para que yo
-trabajase, y adquiriera, como ella dice, una honrada independencia.
-Mientras Halma permaneció en Madrid, muy bien: yo trabajaba, y empecé
-a ganar dinero... Pero se va ella, quiero decir, se viene acá, y adiós
-hombre, adiós propósitos de enmienda, adiós trabajo y formalidad. Me
-entró una murria espantosa; yo no vivía, yo no comía, yo no pegaba
-los ojos. Una mañana..., no sé si fue un demonio o un ángel quien me
-tentó. ¿Qué cree usted que hice? Pues en un santiamén vendí todos los
-trebejos, máquinas, utensilios, papel; realicé, liquidé, y me vine
-acá.</p>
-
-<p>—Con propósito de no volver a la Villa y<span class="pagenum"
-id="Page_265">p. 265</span> Corte. ¡Pobre señor de Urrea! Ignoro cómo
-tomará la señora este arranque. Yo, sin autoridad para juzgarlo, no lo
-veo con malos ojos.</p>
-
-<p>—¡Porque usted es un santo! —exclamó Urrea con ardor, levantándose
-del suelo para abrazarle—. Porque usted es un santo, y el ser más
-hermoso y puro que hay sobre la tierra, después de mi prima; y el que
-diga que Nazarín está loco, ¡rayo! el que se atreva a decir delante de
-mí tal barbaridad...!</p>
-
-<p>—¡Eh... Señor de Urrea, calma, pues creeremos que el loco es
-usted...!</p>
-
-<p>—Para concluir, señor Nazarín de mi alma, si usted intercede por
-mí, lo primero que debe decirle, después de darle cuenta de mi última
-calaverada, el traspaso de los trebejos, es que yo quiero que me
-admita aquí como a uno de tantos. Quiero ser un pobre recogido, un
-infeliz hospiciano. ¿Que se necesita hacer vida religiosa?... pues
-seré tan religioso como el primero. ¿Que se necesita trabajar en
-estos oficios rudos del campo? pues José Antonio será el más activo
-y el más obediente obrero que ella pueda suponer. Pónganme en el
-último lugar; aposéntenme en la cuadra que no se crea bastante cómoda
-para las caballerías; rebájenme todo lo que quieran. ¿Qué piden?
-¿Humildad, paciencia, anulación? Pues aquí, bajo su gobierno, sintiendo
-su autoridad materna y su divina protección,<span class="pagenum"
-id="Page_266">p. 266</span> yo seré humilde, sufrido y no tendré
-voluntad. ¿Que habrá que rezar largas horas? Yo rezaré cuanto ella y
-usted me enseñen. Las faenas rudas no solo no me asustan, sino que las
-deseo, y pienso que han de serme tan útiles para el cuerpo como para
-el alma... Y diciéndole usted todo esto, señor Nazarín, como usted
-puede y sabe decirlo, yo creo que... ¡Ah! se me olvidaba una cosa muy
-importante...</p>
-
-<p>Diciendo esto, echó mano al bolsillo y sacó una carterita.</p>
-
-<p>—Aquí está lo que obtuve de la venta de todo aquel material, y del
-traspaso de mi negocio. Déselo usted; no vaya a creer que me lo he
-gastado de mala manera en Madrid.</p>
-
-<p>—No, mejor es que lo guarde para entregárselo usted mismo.</p>
-
-<p>—Pues en broma, en broma, son la friolera de nueve mil y pico de
-pesetas, con las cuales <i>podríamos</i> hacer aquí algo de lo que ayer
-indicaba don Pascual Amador.</p>
-
-<p>Dijo el <i>podríamos</i> con acento de ingenua oficiosidad, que hizo
-sonreír a Nazarín.</p>
-
-<p>—No sé —replicó este, incorporándose en el suelo—. Tenga usted
-presente, que al instalarse aquí la señora con nosotros, sus pobres
-amigos en Dios, sus hijos más bien, ha quebrantado toda relación con el
-mundo de allá, para emplear su vida en el servicio de Dios y en actos
-de caridad sublime. Podría considerar la señora<span class="pagenum"
-id="Page_267">p. 267</span> que usted no es enfermo, ni pobre, ni
-necesitado, y que...</p>
-
-<p>—Que me admitan en concepto de loco —dijo Urrea interrumpiéndole con
-viveza.</p>
-
-<p>—¡Oh, no! para locos, bastante tienen conmigo —replicó don Nazario,
-con inflexión humorística, casi casi perceptible.</p>
-
-<p>—Y como pobre, ¿quién lo es más que yo? Y como necesitado de
-corrección, de atmósfera moral... ¡Por Dios, queridísimo Nazarín, no me
-quite usted las esperanzas!</p>
-
-<p>—Aquí no se entra sino con el corazón bien dispuesto para la piedad,
-amigo Urrea, y si la señora dejó en las calles de Madrid, como ella
-dice, su corona y todos los demás signos del orgullo social, nosotros
-debemos arrojar en la puerta de Pedralba las pasiones, los deseos
-desordenados, todo ese fárrago que entorpece la vida del espíritu.
-Son aquí precisas de todo punto la obediencia a nuestra madre doña
-Catalina, y un acatamiento incondicional a sus designios.</p>
-
-<p>—Nadie me ganará —afirmó Urrea con emoción—, en venerar y adorar a
-mi prima, mirándola como lo que Dios nos permite ver de su presencia
-en esta tierra miserable. Que me admita, y ninguno, ni usted mismo, me
-aventajará en sumisión, ni en considerar a nuestra maestra y señora
-como una madre. Si quiere some<span class="pagenum" id="Page_268">p.
-268</span>terme a una prueba de acatamiento, que no me hable, que
-no me mire, que me dé sus órdenes por conducto de usted o de otro
-cualquiera, y yo viviré calmado y satisfecho solo con sentirme cerca
-de ella, bajo su dulce despotismo. Admirándola, aprenderé el amor de
-Dios; y su perfección, relativa como humana, me dará el sentimiento de
-la absoluta perfección divina. Ella será mi iniciación de fe; por ella
-seré religioso, yo que he sido un descreído y un disipado, y ahora no
-soy nada, no soy nadie, hombre deshecho, como un edificio al cual se
-desmontan todas las piedras para volverlas a montar y hacerlo nuevo.</p>
-
-<p>—Bien, señor, bien —indicó Nazarín, impresionado vivamente por esta
-declaración, y sintiendo una gran simpatía hacia Urrea—. Ya se acerca
-la hora de comer. Bajaré, y hablaré a la señora. Y otra cosa: ¿usted no
-come?</p>
-
-<p>—¿Yo qué he de comer? Mientras usted no le hable, yo no bajo al
-castillo. Cuando vuelva, don Nazario, tráigame un pedazo de pan.</p>
-
-<p>—Espéreme aquí.</p>
-
-<p>—Y acabaré de partirle aquellos troncos; así voy aprendiendo a
-aprovechar el tiempo —afirmó Urrea desembarazándose de la americana y
-cogiendo el hacha.</p>
-
-<p>—Como usted quiera. Adiós. Ladislao, ya es hora: vamos.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChIV_7">
- <p><span class="pagenum" id="Page_269">p. 269</span></p>
- <h3>VII</h3>
-</div>
-
-<p>Con infantil ardor, alentado por las esperanzas que la mediación de
-Nazarín le infundía, el parásito la emprendió con los troncos; pero al
-cuarto de hora de estrenarse en el oficio de leñador, tuvo que moderar
-sus bríos, porque se sofocaba y un sudor copioso brotaba de su frente.
-Luego volvió a la carga, conteniéndose en la medida de sus naturales
-fuerzas, y mientras más troncos partía, más vivo era el contento que
-inundaba su alma. ¡Ah, pues si le fuera permitido meterse de lleno
-en aquella vida! Aprendería mil cosas gratas, como arar, sembrar,
-escardar, cuidar aves y brutos, hacerse amigo de la tierra, súbdito
-del reino vegetal y campestre. Y no se le haría cuesta arriba en tal
-ambiente la vida religiosa, ascética, privándose de todo regalo y hasta
-de hablar con gente. No tendría más amigos que los animales, y esclavo
-del terruño, conservaría libre y gozoso el pensamiento para elevarlo a
-Dios a todas horas del día. En estas cavilaciones le cogió la vuelta de
-Nazarín, a eso de la una y media. Cuando le vio venir, con su reposado
-paso de siempre, sin anticipar con su mirada albricias ni desengaños,
-el corazón se le saltaba del pecho.</p>
-
-<p>—La señora —manifestó el cura mendigo,<span class="pagenum"
-id="Page_270">p. 270</span> cuando estuvo a tiro de palabra—, dice que
-baje usted a comer.</p>
-
-<p>—Pero...</p>
-
-<p>—Nada, que baje usted a comer. No me ha dicho nada más.</p>
-
-<p>—¿Sigue usted aquí cortando leña?</p>
-
-<p>—No, hoy es jueves, y toca explicar la Doctrina a los niños.
-Aquilina les ha dado la lección. Cuando la señora tenga organizada la
-escuela, todos alternaremos en la enseñanza.</p>
-
-<p>—Hasta eso haría yo, si ella me lo mandara: domar chicos, y meterles
-en la cabeza el a, b, c. ¡Quién me lo había de decir...! En fin, voy.
-¿Sabe usted que estoy temblando? ¿Y qué tal? ¿Se enfadó al saber...?</p>
-
-<p>—Se mostró más compasiva que enojada.</p>
-
-<p>—Eso ya es buen síntoma. Voy... ¿Y he de ir ahora mismo?</p>
-
-<p>—Ahora mismo, pues le tienen preparada la comida.</p>
-
-<p>—No tengo apetito... ¿Y de veras no dijo que soy una mala cabeza?...
-¡Oh, qué bondad, qué santidad, Dios mío! ¡Ni siquiera recriminarme!
-¿Cómo no adorarla lo mismo que al Dios que está en los altares? Nada,
-verá usted cómo me perdona, y me admite, y... El corazón me dice que
-sí. Procede como la Divinidad, la cual, según ustedes, concede todo lo
-que se le pide con fe y compunción. Yo tengo fe en ella, querido<span
-class="pagenum" id="Page_271">p. 271</span> Nazarín, y derramo
-lágrimas del alma solo por sentirme bajo su divino amparo. Vamos
-allá, que seguramente usted, que es también santo, habrá intercedido
-gallardamente por este infeliz. Lo dicho, dicho: el que se atreva a
-sostener que Nazarín está loco, se verá con José Antonio de Urrea. No
-lo tolero... mi palabra que no...</p>
-
-<p>—Sea usted juicioso, amigo mío.</p>
-
-<p>—¡Locura la piedad suprema, locura la pasión del bien ajeno, locura
-el amor a los desvalidos! No, no... Yo sostengo que no, y lo sostendré
-delante del cura y del juez y del Obispo y del Papa, y del mundo
-entero.</p>
-
-<p>—No alborotarse, y vaya comprendiendo que en Pedralba no se disputa,
-ni se sostienen opiniones más que por quien puede y debe hacerlo.
-Los demás, a obedecer y callar. ¿Usted qué sabe si yo soy loco o soy
-cuerdo?</p>
-
-<p>—¿Pues no he de saberlo?</p>
-
-<p>—Ea, basta... Vamos pronto, que la señora nos aguarda.</p>
-
-<p>Bajaron, y cuando Urrea entró en la casa y en el comedor más muerto
-que vivo, lo primero que le dijo su prima, poniéndole la comida en la
-mesa, fue:</p>
-
-<p>—Pero, hijo, estarás desfallecido. ¿Por qué no bajaste a comer con
-Nazarín y don Ladislao?</p>
-
-<p>Echose Urrea de rodillas a sus pies, diciendo con trémula voz que él
-no probaría bocado<span class="pagenum" id="Page_272">p. 272</span>
-mientras no recibiera el perdón que humildemente solicitaba.</p>
-
-<p>—Eres un niño —le dijo Halma—. Come, y después hablaremos... Pero
-como eres un niño grande, y con resabios mañosos, hay que sentarte un
-poquito la mano. Come con calma, pobrecito... ¿Tú quieres hierro? Pues
-hierro. Yo no contaba contigo para esta vida, porque nunca creí que la
-resistieras. Se hará la prueba con todo el rigor que exige tu pasado y
-las malas costumbres que todavía conservas.</p>
-
-<p>Comiendo y suspirando, por momentos risueño, por momentos conmovido
-hasta derramar lágrimas, José Antonio le dijo que por grande que fuera
-el rigor de la prueba, no lo sería tanto como su energía y tesón para
-resistirla, y que a todo se hallaba dispuesto con tal de vivir bajo la
-santa autoridad de Halma. No le arredraban las cuestas por agrias que
-fuesen. ¿Cuesta religiosa? pues a ella. ¿Cuesta de trabajos rudos, como
-de presidiario? pues a ella.</p>
-
-<p>Como llegara don Pascual Amador, se habló de otros asuntos. Iba el
-paleto hidalgo a llevar a la señora unos documentos de la Alcaldía de
-Colmenar para que los firmara, y se despidió después de tomar un vasito
-de vino.</p>
-
-<p>—Don Pascual —le dijo Halma, entregándole la cartera que poco antes
-le había dado su primo—. Hágame el favor de guardarme eso. Son...</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_273">p. 273</span>—Nueve mil
-seiscientas cincuenta —apuntó Urrea.</p>
-
-<p>—No lo necesitaré —añadió la Condesa—, hasta que emprenda la
-roturación del prado grande. Porque me decido, señor don Pascual, me
-decido. Hay que sacar del suelo de Dios todo lo que se pueda. La huerta
-la empezaremos el lunes, rompiendo la tierra con los brazos que aquí
-tengo. Mire usted, mire usted qué obrerito se me ha entrado por las
-puertas...</p>
-
-<p>Celebró mucho Amador los nuevos propósitos de la señora, que
-concordaban con sus ideas del fomento de Pedralba, y partió a vigilar a
-los jornaleros que tenía en la Alberca.</p>
-
-<p>—Para hacer boca —dijo Catalina al neófito—, me vais a desescombrar,
-entre tú y los sobrinos de Cecilio, las ruinas estas, hasta descubrirme
-el suelo.</p>
-
-<p>—Ahora mismo.</p>
-
-<p>—Ten calma. Esta tarde vas al cuarto bajo de la torre, donde
-provisionalmente tenemos la escuela, y oirás la explicación de la
-Doctrina Cristiana... Como has estado cortando leña, esta noche tendrás
-unas agujetas horribles. Descansas, y mañana, a lo que te he dicho,
-como preparativo para faenas más penosas.</p>
-
-<p>—Para mí no hay nada difícil estando aquí.</p>
-
-<p>—Vivirás en la otra casa, con Cecilio. Esta noche arreglarás tu
-cama en el pajar, como Dios<span class="pagenum" id="Page_274">p.
-274</span> te dé a entender. ¿No has dormido tú nunca sobre un montón
-de paja? Yo sí, allá muy lejos de España... y en aquellos días de
-abandono y miseria, me pareció el colmo de la incomodidad y de la
-humillación. Hoy me sería indiferente.</p>
-
-<p>—Me instalaré muy gustoso en el pajar.</p>
-
-<p>—Esta noche, en la nota de los encargos que ha de traer de Colmenar
-el tío Valentín, pondremos: un chaquetón de paño pardo para ti, unos
-zapatos gruesos, de lo más grueso que haya, una faja, una montera...
-Verás qué elegante estás. Como en tu domicilio no hay espejo, podrás
-mirarte en el charco de la fuente. Y cuando venga la pareja de bueyes,
-aprenderás a uncirlos, a manejarlos. ¿Sabes tú lo que es un arado, y
-el peso que tiene? Pues ya te irás enterando. Comerás con nosotros,
-pues aquí no debe haber más que una mesa para todos los habitantes de
-la ínsula. Día llegará en que Cecilio y su gente, y el tío Valentín,
-comamos reunidos. Mañana, si las agujetas no te estorban mucho,
-después que hayas tomado el tiento a las piedras de las ruinas,
-vuelves a partir un poquito de leña... No quiero que estés ocioso ni
-un momento. La prueba tiene que ser seria, para que yo pueda formar
-de ti un juicio seguro, y te considere capaz o incapaz de compartir
-nuestra vida. Pues aguárdate, que luego ven<span class="pagenum"
-id="Page_275">p. 275</span>drán los ejercicios religiosos, el madrugar
-con el alba, las mortificaciones, la asistencia de enfermos... ¡Ah!
-todavía no te has hecho cargo de la gravedad de lo que deseas y pides.
-Tú, hombre de salones, hombre sin principios, inteligencia demasiado
-sensible a la actualidad, a lo nuevo y reciente, te has dejado influir
-por esas rachas de ideas que vienen del extranjero, lo mismo que
-las modas del vestir, del comer y del andar en coche. Te cogió la
-ventolera religiosa, que suele soplar de vez en cuando, lanzada por
-las tempestades que recorren furiosas el mundo, y ya tenemos a Urreíta
-delirando por lo espiritual, como deliraría por un autor nuevo, o por
-la última forma de sombreros o trajes. Y te vienes acá con una piedad
-de <i>aficionado</i>, que no es lo que yo quiero, ni nos hace falta
-ninguna.</p>
-
-<p>—No es eso, no es eso —replicó José Antonio con acento persuasivo—.
-Yo quiero creer, yo anhelo parecerme a ti, conservando la distancia
-entre mi monstruosa imperfección y tu...</p>
-
-<p>—Basta: no me gusta la palabrería lisonjera.</p>
-
-<p>—Mi aspiración es volver a empezar, más claro, volver a nacer.
-Me he muerto; resucito hijo tuyo, y esclavo tuyo. Encárgame de los
-oficios más bajos y humillantes, y en cosas de religión lo más difícil.
-¿Asistir enfermos has dicho? Nazarín me enseñará.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_276">p. 276</span>—En eso y en otras
-muchas cosas, buen maestro tuyo y mío puede ser.</p>
-
-<p>En esto pasó Nazarín por delante de la ventana del comedor,
-cambiadas ya las ropas de leñador por las de cura. Iba al ejercicio
-de Doctrina, y ya los rumores de algazara infantil anunciaban que
-la familia menuda se reunía en la sala provisionalmente destinada a
-escuela.</p>
-
-<p>—Allá voy yo también —dijo Urrea viéndole pasar—. Quiero ser como
-los pequeñitos. Verdaderamente, ese hombre me parece divino, y por él,
-por la influencia que sin duda tiene en ti, he conseguido tu perdón.
-¿Qué te dijo, qué razones alegó en mi favor?</p>
-
-<p>—No hizo más que contarme lo que habías hecho.</p>
-
-<p>—¿Y tú...?</p>
-
-<p>—Le pedí su parecer sobre la resolución que debía tomar contigo.</p>
-
-<p>—¿Y él...?</p>
-
-<p>—Me dijo que debía admitirte.</p>
-
-<p>—¡Prima mía —exclamó Urrea con exaltación, braceando por alto—, al
-que me diga que ese hombre está loco, le mato!... ¡ah, no!</p>
-
-<p>Llevose la mano a la boca como para contener la palabra, y volver a
-meterla para adentro.</p>
-
-<p>—No, no le mato, dispensa. Pero le... Tampoco... Lo que haré
-será decir y proclamar, con<span class="pagenum" id="Page_277">p.
-277</span>tra la opinión de todo el mundo, que no es demente, que no
-puede serlo, que el mayor de los contrasentidos sería que lo fuese... Y
-tú crees lo mismo, Halma, no me lo niegues: tú crees lo mismo.</p>
-
-<p>—¿Tú qué sabes?... Silencio, y a la Doctrina.</p>
-
-<p>—Voy.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChV_1">
- <p><span class="pagenum" id="Page_279">p. 279</span></p>
- <h2 class="nobreak">QUINTA PARTE</h2>
- <hr class="tir" />
- <h3>I</h3>
-</div>
-
-<p>Durante tres, cinco, diez, no sé cuántos días, corrieron los sucesos
-mansamente y como por carriles en el castillo de Pedralba, y sus
-campos y montes circunstantes, notándose en todo, cosas y personas,
-el impulso que les diera con firme mano la organizadora de aquella
-singular familia. Pero aún faltaba mucho para que la idea total de la
-noble señora se viera íntegramente realizada, porque las deficiencias
-de local no podían remediarse pronto, y en diversos detalles de
-organización surgían a cada instante obstáculos que solo la constancia
-y buena voluntad de todos vencerían al cabo. La roturación de la huerta
-dio mucho que hacer, por la dureza del terruño y por la dificultad de
-dotarla de aguas. Como no era fácil ni económico traerla de la fuente
-por un viaje de arcaduces, se abrió un pozo, en cuya excavación no
-fue preciso ahondar más que veintitantos pies para encontrar agua
-abundante. A las dos semanas<span class="pagenum" id="Page_280">p.
-280</span> de empezadas las obras, ya había varios bancales plantados
-de arvejas, alubias, coles y otras hortalizas de ordinario consumo.
-Provisionalmente se cercó la huerta con piedra y espinos. La pareja
-de bueyes no se hizo esperar, y a los tres días de aquellos trajines,
-ya sabía Urrea manejar a los pacientes animales, como si les hubiera
-tratado toda la vida. Pronto les tomó cariño, y no habría cambiado su
-compañía silenciosa por la de amigos de la especie humana, como tantos
-que había conocido en su primera vida.</p>
-
-<p>Las faenas más rudas no abatían el ánimo del calavera arrepentido:
-el constante y metódico ejercicio corporal, si al principio le causaba
-fatiga, no tardó en fortalecerle. La idea de ser hombre nuevo se
-arraigaba tanto en su conciencia, que creyó haber criado nueva sangre,
-echado nuevos músculos, y hasta que le habían sacado todos los huesos
-viejos, para ponérselos flamantes. De su apetito no digamos: no
-recordaba haberlo tenido igual desde la infancia. Muchos días comía en
-el monte con el pastor, o con los sobrinos de Cecilio (de quienes se
-hablará después); y aquella pitanza frugal y sabrosa, que le llevaban
-en un pucherete Aquilina, Beatriz, o la misma Condesa, le sabía mejor
-que los más refinados manjares de las mesas cortesanas. Pues cuando
-improvisaban cena o almuerzo al<span class="pagenum" id="Page_281">p.
-281</span> aire libre, cocinando con escajos y palitroques, sobre un
-trébede, en la sartén del pastor, unas rústicas migas o cosa tal,
-el hombre gozaba lo indecible, y daba gracias a Dios por haberle
-llevado a la vida salvaje. ¡Y luego el sosiego del espíritu, la paz
-de la conciencia, la seguridad del mañana...! Nada podía compararse
-a semejantes bienes, nuevos para él. Todo cuanto del mundo conocía,
-de un orden distinto radicalmente, parecíale una pesada broma del
-destino. Porque la vida de ciudad, durante los años que a veces sin
-razón se llaman floridos, de los veinte a los treinta, ¿qué había sido
-más que suplicio sin término, humillación, ansiedad, y cuanto malo
-existe? ¡Bendito salvajismo, bendita barbarie, que le permitía lo más
-elemental, vivir!</p>
-
-<p>Los Borregos, que así nombraban a los dos sobrinos de Cecilio,
-trabajadores a jornal en la finca, fueron los primeros compañeros de
-vivienda del improvisado salvaje, y no tardaron en ser sus amigos,
-maestros también en todo aquel rústico manejo. Más bárbaros no los
-había criado Dios; pero tampoco más sencillotes ni de corazón más
-noble y sano. Al principio, la epidermis moral de Urrea se lastimaba
-un poco al rozarse con la corteza dura de aquellos infelices; pero
-no tardó en criar callo, y si él al contacto se endurecía, los otros
-indudablemente se suavizaban. Por las noches, al tumbarse so<span
-class="pagenum" id="Page_282">p. 282</span>bre la paja rendidos, en
-el breve rato que al sueño precedía, charlaban los tres, explicándose
-cada cual según sus luces, y allí vierais confundida la barbarie y
-la cultura, el fácil discurso y la jerga torpe, la inteligencia y la
-superstición. El Borrego mayor, chicarrón de veintidós años, despuntaba
-por su guapeza descocada y algo insolente; no solo se conceptuaba
-hombre capaz de medirse en buena lid con el más pintado, sino que
-en lo tocante al oficio de labrador no daba su brazo a torcer ni a
-los más peritos. Todo se lo sabía; jactábase de conocer los secretos
-de la tierra y de la atmósfera. Planta que él hincara en el suelo,
-de fijo arraigaba y crecía como ninguna. Había inventado sin fin de
-reglas de fisiología vegetal, de las cuales ni una sola fallaba,
-según él, en la práctica. Sobre la fecundación, sobre las épocas de
-siembra y trasplante, y la influencia misteriosa de las fases de la
-luna en la vida de las plantas, contradecía con el mayor descaro el
-criterio de los labradores viejos, defendiendo el suyo con arrogante
-terquedad. A Urrea le encantaba este carácter inflexible, tenaz,
-basado en un furibundo amor propio. Y más de una vez se preguntó: «En
-otra esfera, con otra educación, Bartolomé, ¿qué sería?» El segundo
-Borrego era lo contrario de su hermano, humilde, de voluntad perezosa,
-que fácilmente se amoldaba a la voluntad ajena,<span class="pagenum"
-id="Page_283">p. 283</span> corto de palabras, algo melancólico,
-curioso y preguntón. Gustaba de que le contaran guerras, aventuras y
-sucesos extraordinarios, y se enloquecía con las estampas, toda suerte
-de muñecos pintados, aunque fueran los de las cajas de cerillas, que
-le parecían tan hermosos como a nosotros los cuadros de Rafael y
-Velázquez. Y Urrea se decía: «Isidrico en otra esfera y educado como
-los muchachos finos, ¿qué sería?»</p>
-
-<p>Con estas reflexiones estudiaba José Antonio la Humanidad, al paso
-que obtenía de la observación de la Naturaleza útiles enseñanzas. En
-su anterior vida, no se había fijado en multitud de fenómenos que
-le causaban maravilla. Hasta el cielo estrellado, en noches claras
-y sin nubes, atraía su atención como cosa nueva y desconocida. Lo
-había visto, sí, infinitas veces; pero nunca lo había visto tan bien,
-ni recreádose tanto en su hermosura. Con esto, nuevas ideas iban
-sustituyendo a las antiguas, que al modo de hoja seca se caían y eran
-arrebatadas por el viento. Y todo el nuevo retoño cerebral venía
-fuerte, anunciando una foliación y florescencia vigorosas. Él no cesaba
-de repetirlo: era como nacer dos veces, la segunda por milagro de Dios,
-en edad de hombre, conservando el recuerdo de la primera encarnación
-para poder comparar, y apreciar mejor las ventajas de la segunda.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_284">p. 284</span>Pocas veces tenían
-ocasión de hablarse Halma y su primo en aquellos comienzos de la vida
-rústica, porque él trabajaba lejos de la casa. Por la noche, después
-del rosario, o si cenaban en comunidad, la señora le exhortaba en pocas
-palabras a seguir en aquel ordenado comportamiento. Esto y los saludos
-de ritual, cuando por acaso se encontraban en el campo, eran su única
-relación de palabra. Pero en espíritu, Urrea no la separaba de sí:
-noche y día pensaba en ella, o se la imaginaba, transfigurándola a su
-antojo. Nada más grato para él que apreciar en los actos y expresiones
-de sus compañeros el gran respeto que la señora les inspiraba. Y de
-tal modo en él mismo se había fortalecido aquel respeto, que cuando
-la veía venir, se turbaba como un chiquillo vergonzoso. Y por mucho
-que se estimara en su nuevo estado de conciencia, cada día sentía
-crecer la distancia entre ambos, porque si él se elevaba, ella subía
-desaforadamente.</p>
-
-<p>No eran pasados quince días de aprendizaje, cuando el novicio
-recibió por Nazarín órdenes de trasladar su residencia. El buen clérigo
-peregrino había estado tres días en San Agustín, acabando de extractar
-el divino libro de la Paciencia, con empleo casi sublime de la suya,
-y de vuelta a Pedralba, hizo limpieza, sin auxilio de nadie, de los
-dos aposentos de la torre. Allá<span class="pagenum" id="Page_285">p.
-285</span> se estuvo toda una mañana, blanqueando las paredes, lavando
-los pisos de baldosín, y extrayendo como podía cuanta mugre había en
-los rincones.</p>
-
-<p>—Aquí estarás mejor que allá —dijo a Urrea por la noche, dándole
-posesión de su nuevo domicilio, y mostrándole cama limpia y bien
-mullida, y los muebles de madera relucientes—. Esto, querido Urrea, lo
-hago por ti, que estás acostumbrado a la primera de las comodidades,
-que es el aseo. Aquí la señora nos enseña a ser nuestros propios
-criados, y yo te doy el ejemplo...</p>
-
-<p>—¡Vaya un ejemplo! Me lo da usted contrario, haciéndose mi
-sirviente.</p>
-
-<p>—No, bobito. Lo que yo hago esta semana, lo harás tú la próxima.</p>
-
-<p>Nazarín le tuteaba desde los primeros días, porque era en él añeja
-costumbre. Poco fuerte en tratamientos, no abandonaba la forma familiar
-más que ante personas de muchísimo respeto, como la Condesa, don
-Remigio y otros tales.</p>
-
-<p>—Bueno —dijo el neófito—, yo no veo aquí más que una cama. ¿Acaso
-tiene usted la suya en ese mechinal de al lado, junto a la escalera de
-piedra?</p>
-
-<p>—Eso que llamas mechinal es un aposento precioso. Pasa y examínalo.
-Tiene el suficiente espacio para mi lecho, que es esta tarima
-forra<span class="pagenum" id="Page_286">p. 286</span>dita en una
-manta... ¿ves? ¡Qué lujo, qué gala!... y como yo, aquí, no he de dar
-bailes, no necesito más cabida. ¿Ves? echadito en mi tabla, con la
-cabeza toco en la pared de acá, y aún me falta una tercia para tocar
-con los pies en la de enfrente. ¡Y si vieras qué abrigado es esto! Lo
-que tiene es que en obscuridad compite con la boca de un lobo; pero
-como yo no estoy aquí durante el día, y de noche puedo encender luz, si
-quiero, me acomodo tan ricamente. En peores alcobas y camas he dormido
-yo mucho tiempo.</p>
-
-<p>—Ya lo sé. Por eso está usted como está, y le tienen por hombre sin
-seso. En fin, si ha de haber penitencias y privaciones, dénmelas a mí,
-y verán qué pronto las acepto.</p>
-
-<p>—¡Penitencias, privaciones! Dios te las irá mandando cuando menos lo
-pienses. Por el pronto, ¿no dices que te gustaba la holgada libertad
-del pajar? Pues fastídiate. Ya no vuelves allá. ¡Aquí, en la torre,
-preso! aguantando mis sermones, si se me ocurre endilgarte alguno,
-rezando conmigo, sí señor, todo lo que a mí me dé la gana.</p>
-
-<p>—A eso estamos, padre Nazarín; pero en esta casa de la igualdad,
-debemos alternar en las comodidades, digo, en las mortificaciones.
-Una noche duermo yo en la cama y usted en la tarima, y a la noche
-siguiente, cambiamos.</p>
-
-<p>—Eso lo veremos. No hay tanta igualdad co<span class="pagenum"
-id="Page_287">p. 287</span>mo crees, ni debe haberla. Por de pronto, yo
-estoy por encima de ti en edad, saber y gobierno, y si te mando dormir
-en cama blanda, tendrás que fastidiarte.</p>
-
-<p>Al volver de cenar en el castillo, y antes de recogerse, charlaron
-otro poco.</p>
-
-<p>—Pepe —le dijo Nazarín, sentándose en su tarima—, ¿sabes una cosa?
-Después de cenar, mientras saliste a fumar tu cigarrito, la señora me
-encargó que te advirtiese...</p>
-
-<p>—¿Qué?</p>
-
-<p>—Nada, no te asustes... ¡Si creerás que es algo de cuidado!... Y si
-lo es, hijo, yo no lo sé... Pues que te advirtiera que si mañana, o
-pasado, vamos, don Remigio y el señor de Amador te dicen alguna cosa
-desagradable, algo que te lastime, procures no incomodarte. Tú no has
-aprendido aún a sofocar la cólera, y en eso has de poner mucho cuidado,
-José Antonio, porque la cólera es pecado muy feo. Ya sabes que cuantos
-vivimos aquí hemos de ser sufridos, mansos y afrontar con semblante
-sereno la ofensa, el ultraje mismo. Esto tienes que aprenderlo, Pepe, y
-probar tu paciencia en la práctica, en la realidad. Si no, estás de más
-en Pedralba.</p>
-
-<p>—¿Pero qué es eso que me van decir el cura y Amador? ¡voto al hijo
-de la Chápira! —gritó Urrea, disparándose.</p>
-
-<p>—Temprano empiezas —dijo Nazarín acercán<span class="pagenum"
-id="Page_288">p. 288</span>dose al lecho en que el otro acababa de
-tumbarse—. ¡Pero, hombre, te estoy amonestando...!</p>
-
-<p>—¡A mí!... ¡decirme a mí!... ¿Pero qué?</p>
-
-<p>—¿Lo sé yo acaso, hijo de mi alma?</p>
-
-<p>—¡Oh! usted lo sabe, padre Nazarín, y si no, lo adivina, porque
-usted lee en el pensamiento de las personas, y penetra las más
-recónditas intenciones.</p>
-
-<p>—Que no sé, te digo... Cumplo mi encargo, y me callo. La señora
-me manda advertirte que, oigas lo que oyeres, no te enfurezcas, ni
-siquiera muestres enfado. Ella lo manda, Pepe.</p>
-
-<p>—Pues si ella lo manda, antes me vea muerto que desobediente...
-Pero no sé, querido Nazarín, no sé lo que me pasa. Con lo que usted
-me ha dicho..., siento que mi ser antiguo rebulle y patalea, como si
-quisiera... ¡Ay! no se vuelve a nacer, ¿verdad? No muere uno para
-seguir viviendo en otra forma y ser. Un hombre no puede ser... otro
-hombre.</p>
-
-<p>—Indudablemente... uno no puede ser otro —dijo el apóstol sonriendo
-benévolamente—. No canses tu cerebro con sutilezas. Déjalo descansar en
-el sueño.</p>
-
-<p>—No podré dormir.</p>
-
-<p>—Rezaremos. Te contaré cuentos. Te arrullaré como a los niños.</p>
-
-<p>—Ni aun así dormiré... Mi tristeza, no sé qué punzante inquietud me
-desvela.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_289">p. 289</span>—Yo no quiero que
-estés triste, Pepe. Imítame a mí, que siempre vivo en una alegría
-templada.</p>
-
-<p>—¡Oh, si pudiera...! Y no solo la tristeza. Paréceme que tengo
-fiebre. Yo voy a caer malo.</p>
-
-<p>—Si caes malo —replicó el curita manchego, clavando en él una mirada
-penetrante—, yo te cuidaré... y te salvaré de la muerte.</p>
-
-<p>—¡La muerte...! —exclamó Urrea con abatimiento, cerrando los ojos—.
-¿Para qué defenderse de ella, cuando es la mejor, la única solución?</p>
-
-<p>—No te cuides tú de tu muerte. Dios se cuidará de eso. Ahora, hijo
-mío, a dormir.</p>
-
-<p>—A dormir, sí... ¿Usted lo manda?</p>
-
-<p>—Lo deseo...</p>
-
-<p>Callaron, y poco después Urrea dormía, teniendo por guardián
-vigilante a Nazarín, el cual, sentado junto al lecho, rezaba entre
-dientes.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChV_2">
- <h3>II</h3>
-</div>
-
-<p>Al día siguiente, hallándose el salvaje en la huerta, sintió el
-trote de un caballo. Creyendo que se aproximaba don Remigio, miró con
-sobresalto. Pero no; era Láinez, el médico de San Agustín, que iba
-dos veces por semana a Pedralba, a celebrar consulta para todos los
-pobres circunvecinos. Habíale ajustado la señora para este servicio,
-temporalmente, mientras se<span class="pagenum" id="Page_290">p.
-290</span> arreglaba la instalación de un médico fijo en la casa,
-para visitar y asistir a los enfermos de todo el término. Se conocían
-los días de Láinez en que desde el amanecer asomaban por aquellos
-vericuetos innumerables personas de cara hipocrática, lisiados y cojos,
-unos con los ojos vendados, otros con la mano en cabestrillo, este
-llevado en un carro, aquel arrastrándose como podía. La consulta duraba
-toda la mañana, y por la tarde visitaba el doctor, por encargo expreso
-de la Condesa, a los enfermos que vivían más próximos.</p>
-
-<p>Saludó Urrea cortésmente al médico cuando a su lado pasó, y estuvo
-por preguntarle: «¿Tiene usted que decirme algo por encargo de don
-Remigio?» Pero como Láinez no hizo más que contestar fríamente al
-saludo, volvió el joven a su trabajo, silencioso y triste: «Vamos a
-platicar un poquito con la tierra» —se decía, moviendo con fuerte
-brazo la pala o el azadón. Y era verdad que hablaban tierra y hombre,
-él contándole sus penas, ella diciéndole algo de sus misterios
-impenetrables. Pero como la tierra es tan discreta, que no revela nada
-de lo que con ella hablan ni los muertos ni los vivos, ignoro lo que se
-comunicaron hombre y tierra.</p>
-
-<p>Por la tarde, salieron juntos Láinez y Amador. Urrea les miró
-alejarse, dejando a las caballerías andar al paso. «De fijo hablan
-de mí» —se<span class="pagenum" id="Page_291">p. 291</span> dijo,
-mirándoles de lejos. Era una corazonada, un rasgo de adivinación de los
-que no fallan, por misteriosa connivencia de los fluidos que al parecer
-nos rodean. «Hablan de mí —volvió a decir José Antonio—, y hablan mal.
-Tan cierto es esto, como que me alumbra el sol.» Y tornó a contarle sus
-cuitas a la arcilla, teniendo por órgano a la pala, y al revolver los
-esponjados terrones, y verlos quebrarse al sol, oía de ellos vagorosas
-respuestas.</p>
-
-<p>Amador y Láinez, alejándose despacito de Pedralba, hablaban
-del neófito lo que este no podía saber ni aun preguntándoselo al
-terruño.</p>
-
-<p>—Pues verá usted —dijo el paleto hidalgo— lo que pasó. El señor
-Marqués de Feramor me mandó a decir con Alonso que si iba por Madrid,
-no dejase de pasar a verle. Fui el lunes, como usted sabe, y don
-Paquito me contó lo escandalizada que está toda la grandeza por
-haberse colado aquí ese perdido de Urreíta. Allá creen que no viene
-más que a engañarla, y sacarle el poco dinero que tiene, figurándose
-religioso contrito, y embaucándola con santiguaciones, y farsas de
-vida labradora. Yo creo lo mismo, amigo Láinez, porque el tal está tan
-arrepentido como mi jaco; es hombre de historia sucia, y el primer
-trapisonda de Madrid. Aquí nosotros, los buenos amigos de mi señora
-la Condesa, los que estimamos y conocemos sus<span class="pagenum"
-id="Page_292">p. 292</span> <i>inminentes</i> virtudes, debemos abrirle
-los ojos, para que vea el dragón que se le ha metido en casa...</p>
-
-<p>—De eso se trata, amigo Amador —dijo el médico, hombrecillo de
-figura mezquina, con un bigote atusado y gris, que parecía pegado con
-goma, ojos mortecinos, cara rugosa, cabeza deforme y con poco pelo en
-el occipucio—. Don Remigio ha recibido cartas de su tío don Modesto
-Díaz, y de ello resulta que el tal Urrea es un histrión...</p>
-
-<p>—¿Un qué...?</p>
-
-<p>—Un histrión, que es lo mismo que decir un cómico. Finge
-sentimientos, estados peculiares del ánimo, hace sus comedias con
-labia y mímica perfectas, y ahí le tiene usted dando la castaña al
-lucero del alba... Pues sí señor. No me gustó ese sujeto, la primera
-vez que le eché la vista encima, y ha seguido... no gustándome. Es
-uno un poco lince, y ha visto muchas monstruosidades de la materia y
-del espíritu... Pues verá usted. Hablamos de esto don Remigio y yo...
-Naturalmente, Remigio es el más abonado para...</p>
-
-<p>—Para llevar el gato al agua.</p>
-
-<p>—Y llamar la atención de la Condesa sobre el culebrón a que ha dado
-abrigo en su seno —dijo Láinez, quedando muy satisfecho de la figura—.
-Anteayer, Remigio soltó las primeras puntadas; pero la señora, según él
-cuenta, le oyó<span class="pagenum" id="Page_293">p. 293</span> con
-disgusto, y tuvo la generosidad, ¡parece increíble! de asegurar que su
-primo es un hombre de bien.</p>
-
-<p>—¿Sí?... pues no se libra de un sablazo gordo, o de otra cosa
-peor... porque ese no es de los que se van sin algo entre las uñas.</p>
-
-<p>—Para mí ha venido con un fin interesado —dijo el doctor mirando
-fijamente al otro caballero—, y si me apuran, añadiré que con un fin
-siniestro...</p>
-
-<p>—¡Hombre, tanto no!</p>
-
-<p>—Se verá... Al tiempo.</p>
-
-<p>Llegados al sitio de separación, se detuvieron para concertar el día
-y hora en que debían reunirse con don Remigio para convenir en la forma
-y manera de ilustrar mancomunadamente a la señora de Pedralba sobre
-punto tan delicado. Puestos de acuerdo, cada cual siguió su camino.</p>
-
-<p>Y dos días después, hallándose Urrea en el monte, vio venir tres
-hombres a caballo por el sendero de San Agustín. A pesar de la
-distancia enorme a la cual se detuvieron, su vista prodigiosa les
-conoció al instante, y el corazón le dio un tremendo vuelco. Con
-furia insana descargó tremendos golpes sobre el tronco del árbol que
-partiendo estaba, y el leño, en el gemido que parecía exhalar al
-recibir el hachazo, le decía: «Hablan de ti, y hablan mal.»</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_294">p. 294</span>Urrea les miraba,
-suspendiendo a ratos su tarea para volver a ella con terrible ímpetu
-muscular, y le decía al tronco: «En tu lugar quisiera coger a los
-tres.» Observó que cerca de la finca, los jinetes se detenían, cual si
-tuvieran algo importante que discutir y concertar antes de meterse en
-Pedralba.</p>
-
-<p>Don Remigio, alzándose nervioso sobre los estribos, y tan poseído de
-su asunto como si en el púlpito estuviera, les dirigió esta retahíla,
-que más bien arenga o sermón debía llamarse:</p>
-
-<p>—Señores y amigos, la cosa es grave, y es nuestro deber acudir
-prontamente al remedio, auxiliando con desinteresado consejo a la
-persona que tantos bienes ha traído a esta mísera tierra. Evitemos que
-las intenciones de la santa Condesa sean defraudadas por un libertino.
-Si yo le hubiera conocido, cuando por primera vez llegó a San Agustín,
-habríale cortado el paso de Pedralba... ¡Ah, conmigo no se juega!
-Pero yo estaba en la mayor inocencia respecto a ese caballerete, y le
-agasajé en mi modesta casa, y le traje aquí. En la misma inocencia
-candorosa vivían ustedes, mis buenos amigos, hasta que al fin, los
-tres, por noticias fidedignas, hemos caído a un tiempo de nuestros
-respectivos burros. Ahora bien...</p>
-
-<p>—Permítame un momento el señor cura —dijo Amador, acordándose de
-una idea que debía ser agregada a los autos—. Una palabra nada<span
-class="pagenum" id="Page_295">p. 295</span> más: lo que tiene indignado
-al señor Marqués, a la familia, y a todos los títulos de Madrid,
-es que, habiéndole dado a doña Catalina su legítima sin merma ni
-descuento... Porque han de saber ustedes que parte de la tal legítima
-había sido consumida por la señora allá en tierras del Oriente. Pues
-bien: el señor Marqués, por darle gusto a don Manuel Flórez, que era un
-alma de Dios, no quiso descontar los suplidos, y entregó a su hermana
-el total de la herencia, o sean cuarenta mil y pico de duros, creyendo
-que iba a ser empleado en obras de la religión bendita... ¿Qué resultó?
-Que a los pocos días de entregarle el caudal, este pillo de Urrea le
-sacó un <i>óbolo</i> de cinco mil duros... Lo que digo, la Condesa es
-un ángel, y como ángel no debiera andar suelto. Opino yo que a los
-ángeles...</p>
-
-<p>—Ya sabíamos lo de los cinco mil duros —dijo don Remigio, anhelante
-de recobrar la palabra—. Lo que ustedes no saben es que poco antes de
-venir la señora a Pedralba, ese aventurero le proponía una contrata
-para traer acá las cenizas del Conde de Halma, encargándose él de todo
-por otros cinco mil pesos.</p>
-
-<p>—Es un punto terrible —indicó Amador—. El Marqués dice, y tiene
-razón: «doy mis intereses para el cultivo de la fe y el fomento de la
-caridad, mas no para que un perdido se ría de Dios, de mi hermana y de
-mí».</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_296">p. 296</span>—Muy bien dicho
-—prosiguió el cura, cogiendo la palabra con propósito de no soltarla
-más—. Pues yo, que por añeja costumbre dialéctica, me voy siempre
-derecho a las causas, y cuando veo un mal, busco el origen para
-atacarle en él, lo mismo que hace Láinez con las enfermedades, en este
-caso, advirtiendo que corren sucias las aguas, me voy al manantial,
-y... en efecto, allí veo... En fin, señores, que todo lo malo que
-advertimos en Pedralba, proviene de los vicios de origen, de la
-defectuosa fundación. La idea de la señora Condesa es hermosa, pero
-no ha sabido implantarla. La primera deficiencia que noto aquí es que
-no hay cabeza. Y esto no puede ser. Para que la institución marche,
-y se realice el santo propósito de la Condesa, es preciso que al
-frente del establecimiento haya un director, y para que tenga mucha
-autoridad, conviene que el tal director sea un eclesiástico. Declaro
-que no tendría yo inconveniente en desempeñar la plaza, a pesar del
-mucho trabajo y responsabilidad que puede traer consigo. Procuraría dar
-ejecución práctica y visible a las ideas, a los elevados sentimientos
-de caridad de la santa señora, y, modestia a un lado, creo que no me
-sería difícil conseguirlo... Redactaría constituciones, en las cuales
-derechos y deberes estuvieran muy claritos. Marcaría la raya entre lo
-espiritual, <i>prima<span class="pagenum" id="Page_297">p. 297</span>
-facies</i>, y lo temporal, que es lo secundario... Daría denominación
-al instituto, estableciendo un distintivo, el cual podría ser una cruz
-o varias cruces, de este o el otro color, que yo llevaría cosidas en
-mi manteo... y si no yo, quien quiera que aquí mandase con el nombre
-de Rector, Mampastor, o Guardián... Pero si es mi propósito convencer
-a nuestra amiga de la necesidad de una dirección, no está bien, ya lo
-comprenden ustedes, que yo a mí mismo me proponga para ese modesto
-cargo. Y no es ambición, conste que no es ambición: en último caso
-sería sacrificio, y de los grandes; pero a esas estamos. De modo que si
-la señora, por inspiración divina, admite mis razones, y me designa,
-no tendré más remedio que bajar la cabeza, con beneplácito del señor
-Obispo, y mientras Su Ilustrísima no creyera conveniente disponer de mi
-inutilidad para una parroquia de Madrid.</p>
-
-<p>Asintieron los otros dos con monosílabos. La cara de don Remigio
-echaba chispas.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChV_3">
- <h3>III</h3>
-</div>
-
-<p>—Pues si el señor cura me promete no enfadarse —dijo Láinez después
-de una pausa, en la cual se aseguró bien de sus ideas—, me permitiré
-manifestarle que si apruebo lo de la dirección, pues sin dirección, o
-llámese cabeza, no<span class="pagenum" id="Page_298">p. 298</span>
-hay nada, no estoy de acuerdo con que el director sea sacerdote. Que
-haya un eclesiástico, o dos, o veinticinco, para lo pertinente al
-gobierno espiritual, muy santo y muy bueno. Pero, o yo no sé lo que me
-pesco, o la señora Condesa ha querido fundar un instituto higiénico,
-hablando más propiamente, un sanatorio médico-quirúrgico, con vistas a
-la religión.</p>
-
-<p>—¡Hombre!</p>
-
-<p>—Déjeme seguir: El socorro de la indigencia, el alivio del dolor
-humano, la asistencia de los enfermos, la custodia de los locos, la
-práctica, en fin, de las obras de misericordia, da una importancia
-desmedida al <i>elemento</i> médico-quirúrgico-farmacéutico. Yo soy muy
-práctico, reconozco la importancia del <i>elemento</i> sacerdotal en
-un organismo de esta clase; es más, creo que el tal <i>elemento</i> es
-indispensable; pero la dirección, señores, opino, respetando el parecer
-del señor cura, opino, entiendo yo... que debe ser encomendada a la
-ciencia.</p>
-
-<p>—¡Hombre, por Dios, no sea usted...!</p>
-
-<p>—Permítame...</p>
-
-<p>—No, si no es eso. Equivoca usted los términos...</p>
-
-<p>—¡Vaya, hombre! Yo concedo...</p>
-
-<p>—¡La ciencia! Medrados estaríamos...</p>
-
-<p>—Yo concedo...</p>
-
-<p>—Distingamos, señores...</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_299">p. 299</span>Y un rato
-estuvieron los tres quitándose uno a otro la palabra de la boca, y
-tiroteándose con pedazos de expresiones.</p>
-
-<p>—Yo concedo —dijo Láinez, consiguiendo al fin acabar una frase—, que
-la piedad, la fe sean el corazón de este organismo; pero la cabeza no
-puede ser más que la ciencia.</p>
-
-<p>—¡Potras corvas! que alguna vez me ha de tocar a mí —gritó Amador
-furioso, viendo que don Remigio rompía nuevamente, y que no había
-manera de atajarle—. ¿Digo yo, o no digo mi parecer? Porque si
-ustedes se lo parlan todo, ¡caracoles! estoy aquí de más... Pues
-entro en el ajo como tercero en discordia, y digo que los señores
-<i>propinantes</i> barren para dentro, cada cual mirando por su casa y
-oficio, este para la Iglesia, este para la Facultad. Pues yo digo que
-ni lo <i>juno</i> ni lo <i>jotro</i>, ¡caracoles! y que la dirección
-debe ser administrativa, lo dicho, administrativa. Porque aquí lo
-primero es asegurar la olla para todos, y no se asegura la olla sino
-trabajando la tierra, y sabiendo después cómo se distribuye el fruto
-entre estas y las otras bocas. Bueno que tengamos el <i>elemento</i>
-tal..., religión, bueno; el <i>elemento</i> cual..., medicina, bueno.
-Pero para que estos puedan concordarse y vivir el uno enclavijado en
-el otro, se necesita del <i>elemento</i> primero, que es el trabajo,
-el orden, la cuenta y razón, la labranza de la tierra, y esto<span
-class="pagenum" id="Page_300">p. 300</span> no puede hacerlo la
-Iglesia ni la Facultad. ¡Ah! como ustedes no le saquen su fruto a la
-tierra, a fuerza de machacar en ella, ¿con qué potras van a sostener
-la institución? ¿de dónde van a salir estas misas? En Pedralba, lo
-primero es poner la finca en condiciones, pues... Hoy da cuatro; debe y
-puede dar cuarenta, y cuando los dé, vengan pobres, y vengan tullidos,
-y dementes, y tiñosos, y ciegos, para sanarlos a todos. Lo demás, es
-andarse por las ramas, y empezar las cosas por el fin. La dirección
-debe ser agrícola y administrativa, y aquí no hay más pontífice del
-campo que <i>este cura</i>, yo mismo, y para concluir, sepan que esos
-son los deseos del señor Marqués de Feramor, según carta que tengo aquí
-y que puedo enseñarles.</p>
-
-<p>Callaron un rato el médico y el cura, como agobiados bajo la
-pesadumbre del último argumento presentado por Amador; pero el
-ingenioso don Remigio no tardó en recobrarse, y con nuevos y sutiles
-razonamientos, pegó la hebra en esta forma:</p>
-
-<p>—¡Pero mi querido Amador, si el señor Marqués no es quien ha de
-decidirlo! No niego yo su respetabilidad, ni su autoridad, ni sus
-excelentes deseos; pero hay que desengañarse, el señor Marqués no toca
-pito, no puede tocarlo en un asunto que es de exclusiva competencia de
-su señora hermana.</p>
-
-<p>—Hemos convenido, amigo don Remigio —<span class="pagenum"
-id="Page_301">p. 301</span>dijo Amador—, en que la Condesa es un
-ángel...</p>
-
-<p>—Un ángel del cielo...</p>
-
-<p>—Los del cielo no sé; pero los de la tierra necesitan curador.
-Dejemos a la virtuosísima, a la celestial doña Catalina de Halma
-entregada solita a sus piedades, y a las blanduras de su corazón, y
-dentro de dos años tendrá la finca embargada.</p>
-
-<p>—Se equivoca usted, Amador. La señora sabe cuidar de sus
-intereses.</p>
-
-<p>—Pero la señora no labra las tierras, cree que con labrar el cielo
-basta, y el trigo y la cebada, ¡caracoles! y los garbanzos y las
-patatas, no veo yo que nazcan de nubes arriba.</p>
-
-<p>—También arriba nacen, señor de Amador, y nuestro Padre celestial,
-que da ciento por uno, derrama sus dones sobre los que con fervor le
-adoran.</p>
-
-<p>—Si yo no siembro, nada cogeré, por más que me pase el día y
-la noche engarzando rosarios y potras. Don Remigio, todo eso del
-misticismo eclesiástico y de la santísima fe católica, es cosa muy
-buena, pero hace falta trigo para vivir. Señores, pongámonos en el ajo
-de lo positivo. Coloquémonos <i>bajo el prisma</i> de que el primero de
-los dogmas sagrados es la alimentación.</p>
-
-<p>—¡Hombre!...</p>
-
-<p>—La alimentación he dicho, ¡caracoles! Dí<span class="pagenum"
-id="Page_302">p. 302</span>ganme: donde no hay manutención, ¿qué
-hay?</p>
-
-<p>—No exageremos —replicó Láinez, que un gran trecho había permanecido
-silencioso—. Concediendo toda la importancia al <i>aspecto</i>
-administrativo, yo creo que la dirección... no nos apartemos del tema,
-señores, creo que la dirección no debe ser agrícola ni administrativa.
-Esto no es una granja.</p>
-
-<p>—Yo digo que sí, una granja hospitalaria y monacal.</p>
-
-<p>—No es eso.</p>
-
-<p>—Y aunque lo fuera —añadió el médico—, la dirección debe correr a
-cargo de la ciencia, que todo lo abarca, la ciencia, señores, que...</p>
-
-<p>—¡Hombre, no nos dé usted más la tabarra con su cansada ciencia!
-Porque francamente, si en estas cosas, nos pone usted a la religión
-bajo la férula de una casquivana como la ciencia, la religión tendrá
-que inhibirse y decir: «allá vosotros».</p>
-
-<p>—No señor, porque la ciencia...</p>
-
-<p>—En resumen —chilló don Remigio, algo quemado—, que usted propondrá
-a la señora que le nombre jefe omnímodo de Pedralba, con poder sobre el
-director espiritual y sobre todo bicho viviente.</p>
-
-<p>—¡Oh, no vengo yo aquí a trabajar <i>pro domo mea</i>! Pero si
-doña Catalina de Halma se digna tomar en consideración mi dictamen,
-y después<span class="pagenum" id="Page_303">p. 303</span> de
-establecer la dirección científica, me hace el honor de designarme
-para ese puesto, no rehusaré, no señor, tendré a mucha gloria el
-desempeñarlo.</p>
-
-<p>—Pero como la señora no aceptará tal desatino, mi querido Láinez...
-No se enfade, no quiero ofenderle...</p>
-
-<p>—Paz, señores, paz —dijo Amador notando en Láinez temblores del
-bigotillo pegado, y en don Remigio una vertiginosa movilidad de los
-ojos, las gafas, la nariz y las manos—, y ya que no nos pongamos de
-acuerdo, no llevemos a la señora, en vez de consejo sano y prudente, un
-embrollo de mil demonios.</p>
-
-<p>—Está en lo cierto el amigo Amador —manifestó don Remigio recobrando
-su habitual placidez—; la verdad es que hemos olvidado la cuestión
-concreta, en la cual estamos de acuerdo, para meternos en una cuestión
-constituyente, que nosotros no hemos de resolver; al menos hasta ahora
-la ilustre dama no nos ha consultado sobre la manera de organizar el
-Instituto Pedralbense. ¿Estamos conformes en que debemos aconsejarle la
-eliminación, no digo la expulsión, la eliminación del acogido don José
-Antonio de Urrea?</p>
-
-<p>—Sí —contestaron los otros.</p>
-
-<p>—Pues no hay más que hablar. Yo tomaré la palabra en nombre de los
-tres.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_304">p. 304</span>—Convenido.</p>
-
-<p>—Y si en el curso de la conferencia, apunta el otro problema, el
-magno problema, lo trataremos, lo discutiremos, cada cual dirá su
-parecer, y allá la señora Condesa que resuelva. Es sensible que sobre
-el punto grave de la organización no le llevemos una idea unánime. Vean
-ustedes: ninguno de los tres es ambicioso, y no obstante, lo parecemos.
-Si cada cual expresara ante la fundadora de Pedralba sus opiniones en
-la forma que lo hemos hecho por el camino, lejos de ilustrarla, la
-llenaríamos de confusiones, y turbaríamos la tranquilidad de su grande
-espíritu. Dejémosla, que ella sola, con la ayuda del Espíritu Santo,
-sin oír nuestras proposiciones radicales y un tantico interesadas, ha
-de llegar a la posesión de la verdad. Las dificultades que la práctica
-le vaya ofreciendo le han de hacer comprender, aunque el Divino
-Espíritu no le diga nada, la necesidad de una dirección en cabeza
-masculina, y el carácter que esta dirección debe tener.</p>
-
-<p>Tan acertadas y discretas razones cayeron muy bien en los oídos
-de los otros dos caballeros, y como ya estaban a poca distancia
-del castillo, pusieron punto a su conversación, y se aproximaron
-con semblante risueño, viendo que la misma señora Condesa salía a
-recibirles afectuosa.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChV_4">
- <p><span class="pagenum" id="Page_305">p. 305</span></p>
- <h3>IV</h3>
-</div>
-
-<p>Por la tarde, Urrea y el mayor de los Borregos estuvieron dando
-vuelta a la tierra con el arado en una de las piezas de sembradura
-próximas a la casa. Nazarín y el Borrego chico regaron los plantíos
-nuevos de la huerta, a mano, con cubos y regadera, y después escardaron
-los bancales, que con los abundantes riegos de días anteriores, habían
-formado costra. Silencioso y atento a su trabajo, el clérigo no hablaba
-con su compañero más que lo preciso. Ladislao había ido a la fuente del
-monte, a traer la ropa lavada por Aquilina, y los chicos, después de
-dar la lección con Halma, se fueron a jugar con los nietos de Cecilio
-en el campo frontero a la casa de abajo. En la cocina se hallaba la
-Condesa, de mandil al cinto, fregoteando la loza, cuando Beatriz, que
-arriba trajinaba, bajó a anunciarle la llegada de los tres señores a
-caballo.</p>
-
-<p>—¡Ah! no les esperaba tan pronto —dijo la dama, preparándose para
-recibirles decorosamente—. Vienen como en son de capítulo o consejo.
-¿No sabes a qué? Luego lo sabrás.</p>
-
-<p>—Me figuro que será para que admitamos a las tres ancianas enfermas
-de Colmenar, que quieren venir a Pedralba. Yo creo que tendremos local,
-pasándome yo al cuarto de Aquilina.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_306">p. 306</span>—No es eso: las
-tres viejecitas llegarán el lunes. Las acomodaremos como se pueda,
-hasta que el maestro nos arregle los cuartos del Norte. Nuestros tres
-amigos vienen a otro asunto, muy delicado por cierto, del cual me habló
-anteayer don Remigio. Quiera Dios iluminarles para que conozcan cuán
-injusto... En fin, no puedo contártelo ahora; es cosa larga.</p>
-
-<p>Salió la señora al encuentro de los viajeros, y subieron los cuatro
-a la única habitación de la casa, propia para visitas, y aun para
-cónclaves tan solemnes como el que aquel día en Pedralba se celebraba,
-porque tenía dotación de sillas hasta para seis personas, y un sofá de
-principios de siglo con asientos de crin, que a la legua transcendía
-a cosa eclesiástica y capitular. Encerrados allí la Condesa y sus
-tres amigos, discutieron y peroraron todo lo que les dio la gana, sin
-que fuera de la estancia se sintiese rumor alguno, ni había tampoco
-por allí oreja humana que lo recogiese. A la hora y media, más bien
-más que menos, salieron, y se marcharon como habían venido. Nadie
-supo lo que allí con tanto sigilo se había tratado, ni ninguno de los
-huéspedes de Pedralba, fuera de Urrea, sentía comezón de curiosidad
-por aquella desusada reunión. Por la noche, en el rosario y cena,
-notó el ex-calavera muy encendidos los ojos de su prima. Sin duda
-había llorado. Concluida la ce<span class="pagenum" id="Page_307">p.
-307</span>na, y cuando se despedían para marchar cada cual a su
-dormitorio, la señora dijo a Urrea:</p>
-
-<p>—Poco te ha durado el buen acomodo del cuartito de la torre: tú y el
-padre tendréis que iros a la casa de abajo, porque necesitamos alojar
-aquí a tres ancianitas. Se os llevarán las camas allá. Ten paciencia,
-Pepe. Para eso y para todo te recomiendo la paciencia, sin la cual nada
-de provecho haríamos aquí.</p>
-
-<p>Y no dijo más, ni él se atrevió a expresar cosa alguna, pues al
-intentarlo se le ponía un nudo en la garganta. La señora, después de
-dar a cada cual la orden de trabajo para el día siguiente, se retiró.
-A Beatriz le tocaba aquella noche la función de conserjería, cerrar
-puertas y ventanas, apagar fuegos y luces, cuidando de que todos,
-media hora después de la cena, entrasen en sus respectivos aposentos.
-Buscándole las vueltas para cogerla sola, Urrea pudo cambiar con ella
-algunas palabras, cuando atrancaba la puerta del Norte, después de
-cerrar el gallinero.</p>
-
-<p>—Beatriz, por lo que más quieras en el mundo, dime qué han venido a
-tratar con mi prima esos tres facinerosos.</p>
-
-<p>—¡Jesús, yo no sé!</p>
-
-<p>—Sí lo sabes. Dímelo por Dios.</p>
-
-<p>—Te has olvidado de una de las principales reglas que nos ha
-impuesto la señora. Aquí no<span class="pagenum" id="Page_308">p.
-308</span> se permite contar lo que pasa, ni llevar y traer cuentos.
-Cada cual ocúpese en desempeñar su trabajo, sin cuidarse de lo que
-digan o hagan los demás.</p>
-
-<p>—Es verdad... Pero como sin duda se trata de alguna conspiración
-contra mí, tengo que defenderme.</p>
-
-<p>—Yo no sé nada, José Antonio, no me preguntes.</p>
-
-<p>—Pues dime solo una cosa. ¿Ha llorado mi prima?</p>
-
-<p>—Eso no puedo negártelo, porque bien se le conoce en los ojos.</p>
-
-<p>—¿Y sabes el motivo?</p>
-
-<p>—¡Oh, el motivo!... Que no puede hacer todo el bien que quiere. Su
-alma tiene grandes alas; pero la jaula es corta... Y no más. Silencio
-te digo, y retírate.</p>
-
-<p>No tuvo más remedio el pobre novicio que meterse en su aposento de
-la torre, donde encontró a Nazarín de rodillas frente a la imagen del
-Crucificado. El farolito que alumbraba la estancia estaba en el suelo:
-iluminadas de abajo arriba las dos figuras vivientes y el estrambótico
-mueblaje, resultaba todo de un aspecto sepulcral. En el profundo
-abatimiento de su espíritu, Urrea se creyó en un panteón. Echándose
-en la cama, como para tomar la postura del sueño eterno, y sin
-esperar a que el apóstol pere<span class="pagenum" id="Page_309">p.
-309</span>grino acabase su rezo, le dijo:</p>
-
-<p>—Padre, ¿se fijó usted en los ojos de mi prima?</p>
-
-<p>—Sí, hijo mío —replicó el clérigo, siguiendo de hinojos, y moviendo
-tan solo la cabeza para mirarle—. La señora Condesa, nuestra reina,
-nuestra madre, ¡ay!, ha llorado mucho.</p>
-
-<p>—¿Se enteró usted del conciliábulo?</p>
-
-<p>—Sé que llegaron juntos esos tres señores, y estuvieron aquí largo
-rato. Como no me importa, ni es cosa de mi incumbencia, no tengo más
-que decir.</p>
-
-<p>—Creo firmemente que se han reunido para expulsarme de aquí, y que
-obedecen a intrigas de mi primo Feramor. Me lo dice el corazón, me lo
-dice la tierra cuando la labro, los troncos cuando les pego con el
-hacha, me lo dicen los bueyes cuando les pongo el yugo. No puede haber
-equivocación en esto; el vivir en medio de la Naturaleza, rodeado de
-soledad, le hace a uno adivino.</p>
-
-<p>—Si eso fuera cierto —dijo Nazarín levantándose, y acudiendo a él
-con ademán afectuoso—, si en efecto, por estas o las otras razones, se
-te mandara salir de Pedralba...</p>
-
-<p>—Ya sé lo que usted me dirá... que me vaya, es decir, que me
-muera.</p>
-
-<p>—Estamos aquí para la obediencia, para la resignación, para no tener
-voluntad propia. Ya me ves a mí: toma mi ejemplo.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_310">p. 310</span>—¿Pero usted no
-considera que lanzarme de aquí es ponerme en brazos de la muerte?</p>
-
-<p>—¿Por qué? Dios velará por ti.</p>
-
-<p>—¿Y a dónde voy yo, padre?</p>
-
-<p>—Al mundo, a otra soledad como esta, que encontrarás fácilmente.
-Búscala, que nada abunda tanto en la tierra como la soledad.</p>
-
-<p>—No, no: yo, fuera de aquí, soy hombre concluido. Halma debe suponer
-que mi expulsión de Pedralba es mi sentencia de muerte. Dígaselo
-usted.</p>
-
-<p>—Yo no puedo decir eso a la señora, ni nada. Asilado como tú, la
-regla me prohíbe hablar al superior, cuando este no me habla. Contesto
-a lo que me preguntan, y nada más.</p>
-
-<p>—Pues se lo diré yo, le diré que desconfíe de esa gente infame...</p>
-
-<p>—No hables mal, no injuries, no aborrezcas.</p>
-
-<p>—¡Ah! Nazarín es un santo: yo quisiera serlo, pero la maldad
-antigua, la que existe allá en los sedimentos del corazón no me
-deja.</p>
-
-<p>—Porque tú quieres. Lucha con tus malas pasiones, pídele a Dios
-auxilio, y vencerás. Es menos difícil de lo que parece. Si alguien
-te causa agravios, perdónale; si te injurian, no respondas con otras
-injurias; si te hieren, resístelo y calla; si te persiguen en una
-ciudad, huyes a otra; si te expulsan, te vas, y donde quiera que
-estés, arranca de tu corazón el anhelo de ven<span class="pagenum"
-id="Page_311">p. 311</span>ganza para poner en él el amor de tus
-enemigos.</p>
-
-<p>—Y haré todo eso, que es muy hermoso, sí, muy hermoso —dijo Urrea
-con ligerísima inflexión irónica—; pero antes de adoptar vida tan
-santa, quiero despedirme del mundo con una satisfacción: le cortaré la
-cabeza a don Remigio, que es el alma de este complot indigno.</p>
-
-<p>—Hijo mío, parece que estás loco —díjole Nazarín, posando la palma
-de su mano sobre la frente ardorosa del calavera reformado—. Pero qué
-absurdos se te ocurren. ¡Matar!</p>
-
-<p>—¿Pues no me matan a mí?</p>
-
-<p>—Privarte de estar aquí no es darte la muerte.</p>
-
-<p>—Me la daré yo si me arrojan.</p>
-
-<p>—Bah, eres un niño; pero yo estoy al cuidado tuyo, y procuraré que
-no hagas mañas.</p>
-
-<p>—No puedo, no podré vivir fuera de aquí... Cuando salga, o me
-arrojaré con una piedra al cuello en el primer río por donde pase, o
-buscaré un abismo bien negro y profundo que quiera recoger mis pobres
-huesos.</p>
-
-<p>Su pecho se inflaba. Una opresión fortísima en la caja torácica le
-impedía expulsar todo el aire recogido por sus ávidos pulmones. Se
-ahogaba; le faltó la voz, y de su garganta salía un gemido angustioso.
-Al fin rompió a llorar como un niño.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_312">p. 312</span>—Llora, llora todo
-lo que quieras —le dijo el curita manchego sentándose a su lado—. Eso
-es bueno. Las penas de la infancia, con el lloro quedan reducidas a
-nada.</p>
-
-<p>—¡Ah, bendito Nazarín —exclamó Urrea entre sollozos, estrechándole
-la mano—, soy muy desgraciado! Reconozca usted que no hay infortunio
-como el mío.</p>
-
-<p>—Pues hijo, de poco te quejas. Tú eras malo, muy malo, tú mismo me
-lo has dicho. La señora Condesa quiso corregirte, y lo ha conseguido
-hasta un punto del cual no ha podido pasar. Pero luego viene Dios a
-completar la obra, te coge por su cuenta, y te manda adversidades y
-amarguras para que con ellas puedas alcanzar tu completa reforma.
-Bendice la mano que te hiere, resígnate, anúlate, y sentirás en tu alma
-un grande alivio.</p>
-
-<p>—No podré... no podré... —replicó José Antonio, afectado de una
-gran inquietud nerviosa—. Usted, como santo, ve todo eso muy fácil...
-y naturalmente, por ser usted así, dicen que está loco... No lo está,
-yo sé que no lo está... pero por eso lo dicen, por no ser usted
-humano como yo... Fórmeme a su imagen y semejanza, hágame divino,
-y entonces... ¡ah! entonces yo también perdonaré las injurias, y
-bendeciré la mano negra de don Remigio que me hiere, y la boca sucia de
-Láinez que me escupe.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_313">p. 313</span>Y como si le
-pincharan, saltó del lecho, gritando:</p>
-
-<p>—No puedo, no puedo estar en ese potro... Necesito salir, respirar
-el aire, ver las estrellas...</p>
-
-<p>—Salir al campo es imposible: la regla no lo consiente, y además, la
-puerta está cerrada.</p>
-
-<p>—Pues yo quiero salir, correr... ver el cielo.</p>
-
-<p>—Abriendo la ventana lo verás. Ven: ahí lo tienes. ¡Cuán hermoso
-esta noche!</p>
-
-<p>Ambos contemplaron un instante el estrellado firmamento, y ante la
-inmensidad muda, indiferente a nuestras desdichas, Urrea sintió crecer
-su inmensa pena. Retirándose de la ventana, dijo suspirando:</p>
-
-<p>—Padre Nazarín, si usted me quiere, hable de esto con mi prima.</p>
-
-<p>—Yo no puedo hablar de esto ni de nada. ¿Qué soy yo aquí? Nadie, un
-triste acogido. Ni tengo autoridad, ni voz, ni opinión, y solo en caso
-de que la señora me preguntara, le manifestaría mi humilde parecer.
-Calificado de demente, me han puesto en esta santa casa al amparo de la
-sublime caridad de la Condesa de Halma. Figúrate tú si es posible que
-esta pida consejo a un hombre cuya razón se cree perturbada, y si yo a
-dárselo me atreviera, figúrate el caso que haría de mí.</p>
-
-<p>—Catalina, como yo, no cree que nuestro querido Nazarín padezca de
-enajenación. Esas son vulgaridades en que un espíritu superior<span
-class="pagenum" id="Page_314">p. 314</span> como el suyo no puede
-incurrir. Sabe que usted posee la verdad divina, y que su voz es la voz
-de Dios...</p>
-
-<p>—No digas desatinos, Pepe. Confórmate con lo que el Señor disponga
-de ti. No luches contra su poder... entrégate.</p>
-
-<p>Urrea se arrojó en una silla, abatiendo sus brazos como un hombre
-rendido de luchar.</p>
-
-<p>—Aunque usted todo lo sabe y todo lo penetra —dijo después de una
-larga pausa—, yo necesito confiarle cuanto hay dentro de mí. Más que
-por deber, lo hago por necesidad, porque el corazón no me cabe en el
-pecho, porque me ahogo si no le cuento a alguien mi pena, la causa de
-mi pena, y la imposibilidad del remedio de mi pena.</p>
-
-<p>—Pues sentémonos aquí, y cuéntame todo lo que quieras, que si no
-tienes sueño, yo tampoco, y así pasaremos la noche.</p>
-
-<p>Tanto y tanto habló Urrea que, al concluir, ya palidecían las
-estrellas, y se difundía por el cielo la purísima luz del alba.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChV_5">
- <h3>V</h3>
-</div>
-
-<p>A las nueve de la mañana, Halma y Beatriz, en un cuarto de los
-altos, daban las últimas puntadas en las sábanas y colchas para las
-camas de las viejas que pronto entrarían en la co<span class="pagenum"
-id="Page_315">p. 315</span>munidad de Pedralba. Con tiempo por delante,
-trabajo entre las manos, y sin testigo que las cohibiese, hablaron
-largamente.</p>
-
-<p>—Conque ya ves —decía la Condesa—, cuando yo pensaba que en esta
-soledad no vendrían a turbarnos las pasiones que hemos dejado allá,
-resulta que la sociedad por todas partes se filtra; cuando creíamos
-estar solas con Dios y nuestra conciencia, viene también el mundo,
-vienen también los intereses mundanos a decir: «Aquí estoy, aquí
-estamos. Si te vas al desierto, al desierto te seguiremos.»</p>
-
-<p>—¡Vaya, que es tecla la de esos señores! —replicó Beatriz—. ¿Qué
-daño les hace el pobrecito José Antonio?</p>
-
-<p>—Este tumulto ha sido movido por mi hermano y otras personas de la
-familia, que no ven nunca más que el lado malicioso y grosero de las
-cosas humanas. Las almas tienen ojos: las hay ciegas, las hay miopes,
-las hay enfermas de la vista... En casa de mi hermano se reúne gente
-frívola y vana. Yo les perdono las mil ridiculeces que han dicho de mí;
-creí que nunca más tendría que pensar en tales malicias ni aun para
-perdonarlas. A mis hermanos les compadezco por ignorar que no siempre
-prevalece en las almas la maldad, y que una conciencia dañada puede
-purificarse. No creen; hablan mucho de Dios, admiran sus obras en la
-Natu<span class="pagenum" id="Page_316">p. 316</span>raleza, pero
-no saben admirarlas ni entenderlas en la conciencia humana. No son
-malos, pero tampoco son buenos; viven en ese nivel medio moral a que
-se debe toda la vulgaridad y toda la insulsez de la sociedad presente.
-A tales personas, hazles comprender que nuestro pobre José Antonio se
-ha corregido, que no es aquel hombre, sino otro. Semejante prodigio no
-entra en aquellas cabezas atiborradas de política, de falsa piedad y de
-una moral compuesta y bonita para uso de las familias elegantes.</p>
-
-<p>Antes de referir lo que dijo Beatriz, conviene manifestar que,
-habiéndole ordenado una y otra vez la Condesa que la tutease, hizo los
-imposibles por complacerla, sin poder conseguirlo más que a medias.
-La obediencia y el respeto en su lengua se tropezaban, dando lugar a
-fenómenos rarísimos. Cuando estaban las dos en la cocina o lavando
-ropa, y surgía conversación sobre cualquier asunto doméstico, la mujer
-de pueblo llamaba de tú sin gran esfuerzo a la señora. Pero cuando
-se hallaban en el piso alto de la casa, y recaía la conversación en
-cualquier punto que no fuera del trajín diario, se le resistía el
-empleo de la forma familiar, vamos, que con toda la voluntad del mundo,
-no podía, Señor, no podía.</p>
-
-<p>—¡Y por esas cosas perversas que piensan los de Madrid —dijo
-Beatriz—, tendrá la señora que<span class="pagenum" id="Page_317">p.
-317</span> arrojar de aquí a su primo! ¡Lástima grande, porque el
-pobrecito cumple bien, y es tan gustoso de esta vida del campo!</p>
-
-<p>—¡Arrojarle! Nunca he pensado en ello. Sería una crueldad. Le
-defenderé mientras pueda, y creo que antes se cansarán ellos de
-atacarle que yo de defenderle. Pero presumo, mi querida Beatriz, que
-este negocio de mi primo ha de ocasionarme algún trastorno en mi pobre
-ínsula, si esos señores insisten en señalarle como un peligro para mí
-y para Pedralba. Yo desprecio la opinión aviesa y calumniosa; pero tal
-podrá llegar a ser la que se ha formado en Madrid contra mí por haber
-admitido aquí al pobre Pepe, que no habrá más remedio que tenerla en
-cuenta. Podrían sobrevenir sucesos que dieran al traste con nuestro
-humilde reino, porque las autoridades eclesiásticas me retirarán su
-protección, dejándome sola, la autoridad civil me mirará también con
-malos ojos, y ¡adiós Pedralba, adiós nuestra dichosa soledad, adiós
-nuestros días serenos consagrados a Dios y a los pobres!</p>
-
-<p>—Eso no puede ser —dijo Beatriz muy convencida—. El Señor no lo
-consentirá.</p>
-
-<p>—El Señor lo consentirá por darme un sufrimiento más, y acabar
-de probarme. El Señor, que me afligió, cuando a bien lo tuvo, con
-tantas desdichas, ahora me envía la mayor y más<span class="pagenum"
-id="Page_318">p. 318</span> dolorosa, mi honra puesta en duda, Beatriz,
-y...</p>
-
-<p>—¡<i>Tu</i> honra! —exclamó Beatriz irguiéndose altanera, y por
-primera vez empleó el <i>tu</i> en un asunto grave—. No, yo digo que
-eso no puede ser, y si la honra de la mujer más santa que existe en el
-mundo no brilla como el sol, digo que el Infierno se ha desatado sobre
-la tierra.</p>
-
-<p>—Calma, calma. El Infierno está donde estaba, las gentes mentirosas
-y frívolas hacen hoy lo que han hecho siempre, y mi conciencia,
-traspasada de parte a parte por la mirada de Dios, resplandece gozosa
-delante de todos los infiernos y de todas las maldades habidas y por
-haber. Esto digo yo.</p>
-
-<p>—¡Y yo —exclamó Beatriz, presa de una súbita exaltación,
-levantándose— digo que <i>tú</i> eres una santa, y que yo te adoro!</p>
-
-<p>Cayó a sus pies, como cuerpo muerto, y se los besó una y otra
-vez.</p>
-
-<p>—Levántate... déjame... no me gustan esos extremos —dijo Halma—.
-Óyeme con tranquilidad.</p>
-
-<p>—No puedo, no puedo... ¡La idea de que ultrajan a mi reina y señora
-me enloquece!</p>
-
-<p>—Ten calma y paciencia. ¿Qué te importa a ti ni a mí que me
-ultrajen? ¿No nos desagravia Dios al instante, dándonos la alegría del
-padecer, esa felicidad que ellos no conocen?... Déjame seguir, y que
-acabe de explicarte la causa de lo turbada que estoy.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_319">p. 319</span>—Ya escucho —dijo
-Beatriz sentándose, pero sin atender a la costura.</p>
-
-<p>—Pues reducido el caso de José Antonio a cuestión pura de
-conciencia, nada temo. Soy inocente, él también, y Dios lo sabe.
-Desprecio los juicios de la frivolidad humana, y sigo impávida mi
-camino. Pero como no somos libres, como dependemos de una autoridad, de
-varias autoridades, si retengo a mi primo en Pedralba, corre peligro
-nuestra pobre ínsula religiosa, esta ciudad, o más bien aldea de Dios
-que tanto trabajo me ha costado fundar. Aquí tienes el horroroso
-conflicto en que me veo. Si Dios no se digna iluminarme, no sé cómo
-he de resolverlo... Es triste, tristísimo, que para no aparecer como
-rebelde a la autoridad eclesiástica, tenga que dar el golpe de gracia
-a un inocente, y apartarlo de esta bendita vida... Nunca será justo ni
-caritativo que le expulse; pero ¡ay! habré de exponerle la situación y
-suplicarle que nos deje.</p>
-
-<p>Callaron ambas, volvieron a funcionar las agujas, y los picotazos de
-estas y los suspiros de las dos costureras parecían continuar el triste
-diálogo. Metida en sí misma, la Condesa prosiguió razonando así:</p>
-
-<p>—Es triste cosa que no se encuentre la paz ni aun en el desierto.
-Yo ambicionaba crearme una pequeña sociedad mía, consagrada conmigo
-al servicio de Dios; yo de<span class="pagenum" id="Page_320">p.
-320</span>seaba decirlo a la sociedad grande: «No te quiero, abomino
-de ti, y me voy a formar, con cuatro piedras y una docena de personas,
-mi pueblo ideal, con mis leyes y mis usos, todo con independencia de
-ti...» Pero no puede ser. El organismo total es tan poderoso, que no
-hay manera de sustraerse a él. La Iglesia, contra la cual no tendré
-nunca acción ni pensamiento, no me deja mover sin su permiso en este
-humilde rincón, donde me encierro con mi piedad y el amor de mis
-semejantes. Para conservarme en la compañía de mis hermanos, de mis
-hijos, tengo que transigir con las rutinas de fuera, venidas de allá,
-del enemigo, del mundo. Huyo de él y me acosa, me sigue a mi Tebaida,
-diciéndome: «Ni en lo más hondo de la tierra te librarás de mí.» ¡Dios
-me dé luces para librarme de ti, sociedad grande! ¡Deme paciencia para
-sufrirte, si no consiente mi emancipación!</p>
-
-<p>Una hora más tarde, hallándose la señora en la cocina, proseguía su
-monólogo, y recobraba lentamente el admirable reposo de su espíritu.</p>
-
-<p>—Vaya, que es para tomarlo a risa. Yo creí que mi ínsula, oculta
-entre estas breñas, viviría pobre y obscura, ni envidiosa ni envidiada.
-Y ahora resulta que la cercan y la acosan las ambiciones humanas.
-¡Pobre ínsula, tan sola, tan retirada, y ya te salen por todas
-partes Sanchos que quieren ser tus gobernadores! La Iglesia me<span
-class="pagenum" id="Page_321">p. 321</span> pide la dirección de
-esta humilde comunidad; la Ciencia, no queriendo ser menos, también
-pretende colarse, y por último, solicita dirigimos y gobernarnos... la
-Administración. ¿Y qué haré yo ante tan apremiantes intrusos? El Señor
-me dirá lo que tengo que hacer, el Señor no ha de dejarme indefensa y
-vacilante en medio de este conflicto. ¡Obediencia, independencia!...
-¡Oh, entre vosotras dos, dígame el Señor cómo he de componerme!</p>
-
-<p>Antes de comer, Beatriz, que en toda la temporada de Madrid,
-y en los días de Pedralba, no había tenido ni ataques leves de
-su constitutivo mal espasmódico, creyéndose por tan largo reposo
-completamente curada, sintió amagos aquel día, sin duda por las
-emociones violentas de su diálogo con la señora. Procuró esta
-tranquilizarla, asegurándole que con la ayuda de Dios todo se
-arreglaría: para que se distrajera, y amansara con un saludable
-ejercicio los desatados nervios, la mandó a llevar la comida de Urrea
-y Nazarín al monte, donde ambos trabajaban. Aquilina, que era la
-designada para esta comisión, se quedó en Pedralba, y Beatriz, con su
-cesta a la cabeza, se puso en camino gustosa de tomar el aire y divagar
-por el campo.</p>
-
-<p>Por la tarde llegó don Remigio de paseo, el cual se mostró con la
-señora Condesa más amable que nunca, dándole palmaditas en el hom<span
-class="pagenum" id="Page_322">p. 322</span>bro, diciéndole que no se
-apurase por lo que los tres amigos y vecinos le habían manifestado el
-día anterior; que no procediera con precipitación en el asunto de José
-Antonio, ni se disgustase por tener que darle la licencia absoluta,
-pues él, don Remigio, con toda cautela y habilidad, convidándole para
-una cacería en Torrelaguna, o pesca en el Jarama, le convencería de
-la necesidad de presentar su dimisión de asilado pedralbense... Y así
-se conciliaba todo, evitando a la señora la pena de despedirle... Y
-tomando resueltamente el tono festivo, dejose caer en el otro asunto.
-¡Oh! lo de la dirección médico-farmacéutica propuesta por Láinez era
-una graciosísima necedad... ¿Pues y lo de la dirección aratoria y
-oficinesca, producto del caletre de don Pascual Amador? Ya supuso él
-que la señora Condesa se desternillaría de risa, en su fuero interno,
-oyendo tales despropósitos. La dirección religiosa, sobre la base de
-una perfecta concordancia de ideas y sentimientos entre el Rector y
-la fundadora, se caía de su peso, y con tal organismo, no era difícil
-llevar a Pedralba por caminos gloriosos.</p>
-
-<p>Oyole Halma con benevolencia, sin soltar prenda en asunto tan
-delicado, y hablaron luego de los trabajos de instalación, de lo que
-aún no se había hecho, y de lo que se haría pronto para completar
-y redondear el pensamiento.<span class="pagenum" id="Page_323">p.
-323</span> Todo lo encontró don Remigio acertadísimo, admirable,
-superior. Y como la conversación recayese en Nazarín, se acordó de que
-había recibido una carta para él.</p>
-
-<p>—Aquí está —dijo poniéndola en manos de la señora—. Aunque usted
-y yo estamos autorizados para leerla, se la entrego sin abrir. Trae
-el sello de Alcalá, y debe de ser de los infelices Ándara y Tinoco
-(el <i>Sacrílego</i>), que ya están purgando sus delitos en aquel
-penal. Le llaman sin duda, ¡pobrecillos!, y si de mí dependiera,
-le permitiría que fuese y les consolara, dando vigor y salud a sus
-desdichadas almas. Pero temo que me venga una ronca del Superior, si
-ese viaje le consiento, aunque solo sea por pocos días. Piénselo usted,
-no obstante, y si la señora Condesa toma la iniciativa, y acepta la
-responsabilidad...</p>
-
-<p>Negose la dama a resolver sobre aquel punto, y ya que hablaban de
-Nazarín, ambos le colmaron de elogios.</p>
-
-<p>—Es tan humilde —dijo don Remigio— y su comportamiento tan ejemplar,
-su obediencia tan absoluta, que si de mí dependiera, no tendría
-inconveniente en darle de alta. ¿Ha notado usted, en el tiempo que aquí
-lleva, algo por donde se confirme y corrobore la opinión de demente?</p>
-
-<p>—Nada, señor don Remigio. Sus actos todos, su lenguaje, son de una
-cordura perfecta.</p>
-
-<p>—¿Ni siquiera un rasgo ligero de trastorno,<span class="pagenum"
-id="Page_324">p. 324</span> algo que indique por lo menos irregularidad
-en la ideación...?</p>
-
-<p>—Absolutamente nada.</p>
-
-<p>—Es particular. Vive como un santo; no ocasiona el menor disgusto,
-discurre bien cuando se le incita a discurrir, calla cuando debe
-callar, obedece siempre, trabaja sin descanso, y no obstante... no sé,
-no sé... Láinez dice que su inteligencia se aplana poco a poco.</p>
-
-<p>—No lo creo yo así.</p>
-
-<p>—La Facultad sabrá lo que afirma. Si ese síntoma crece, llegará a un
-estado de imbecilidad... Lo dice Láinez... ¿Ha notado usted indicios de
-aplanamiento cerebral?</p>
-
-<p>—Ninguno.</p>
-
-<p>—¿Dificultad en coordinar las ideas, lentitud para
-expresarlas?...</p>
-
-<p>—No señor...</p>
-
-<p>—¿Habla usted con él a menudo?</p>
-
-<p>—Muy poco.</p>
-
-<p>—Pues conviene tantear esa inteligencia, presentándole temas
-difíciles por vía de ejercicio. Así se verá si hay vigor o flaqueza en
-sus facultades. Yo empleé este procedimiento no ha mucho con un primo
-mío, que dio en padecer disturbios de la mente, y el resultado fue
-desastroso.</p>
-
-<p>—Pues en este caso, me figuro que será lisonjero. Haga usted la
-prueba.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_325">p. 325</span>—Que sí, que sí.
-Mándemele allá mañana.</p>
-
-<p>—Irá; pero... Si usted me lo permite... —dijo la de Halma,
-súbitamente asaltada de una idea.</p>
-
-<p>—¿Qué?</p>
-
-<p>—Antes de mandarle allá, haré yo un pequeño examen.</p>
-
-<p>—Corriente. Y luego me toca a mí, que he de ser duro, examinador
-implacable. Mire usted: le propondré, para que me los desarrolle, los
-puntos más difíciles de las Summas y de las...</p>
-
-<p>—¡Pobrecillo! No tanto...</p>
-
-<p>—Como no es más que una prueba, pronto se conoce si su inteligencia
-declina.</p>
-
-<p>—Y aunque declinase un poco, por causa de la edad, de los disgustos,
-su razón puede conservarse sin ningún extravío, y siendo así, debiera
-el Superior devolverle las licencias.</p>
-
-<p>—Lo veremos. No digo que no... Señora mía, adiós.</p>
-
-<p>—Don Remigio, muchas gracias por todo. ¿No quiere tomar nada?</p>
-
-<p>—¡Oh, gracias! Fuera de mis horas, ya sabe que no...</p>
-
-<p>—¿Ni chocolate?</p>
-
-<p>—¡Oh! ¡golosinas de viejos! Señora, somos de la hornada moderna, de
-la Facultad de Derecho... Adiós, que es tarde. Descansar.</p>
-
-<p>—Hasta cuando usted quiera, señor cura.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChV_6">
- <p><span class="pagenum" id="Page_326">p. 326</span></p>
- <h3>VI</h3>
-</div>
-
-<p>Rezaron, cenaron. Al dar la señora la orden para los trabajos del
-día siguiente, dijo al buen don Nazario:</p>
-
-<p>—Padre, mañana no va usted al monte, ni al prado, ni a la huerta, ni
-quiero que ande moviendo piedras, ni cortando troncos.</p>
-
-<p>—¿Pues qué haré, señora?</p>
-
-<p>—Mañana descansa el cuerpo, y trabajará usted con la
-inteligencia.</p>
-
-<p>—¿Tengo que ir a San Agustín?</p>
-
-<p>—No señor. ¡Buena le espera allá con las <i>Summas</i>...!</p>
-
-<p>—Entonces...</p>
-
-<p>—De nueve a diez, a la hora en que concluyo mis tareas de la mañana,
-le espero a usted arriba, en el cuarto de la costura, que es por ahora
-nuestra sala capitular.</p>
-
-<p>—Está bien.</p>
-
-<p>Amaneció Dios, y Nazarín, despachada la obligación de sus oraciones
-matutinas, se limpió y acicaló muy bien, vistiéndose con las ropas
-de cura que le había dado don Remigio. Decía él, distinguiendo
-cuerdamente entre cosas y cosas, que si en medio del pueblo, y haciendo
-vida errante, no se cuidaba para nada de la prestancia personal,
-al presentarse en el aposento de una tan principal y santa señora,
-llamado ex<span class="pagenum" id="Page_327">p. 327</span>presamente
-por ella, debía revestirse de la forma más decorosa, sin salir de su
-habitual sencillez. A las nueve y media en punto, ya se hallaba en el
-lugar de la cita. Díjole su discípula que se esperase, pues la señora
-no tardaría en subir, y a los pocos minutos entró doña Catalina. Esta,
-con gran sorpresa de Beatriz, ordenó a esta que se quedara. Sentáronse
-los tres. Pausa, y alguna tosecilla. Rompió Halma el silencio
-diciendo:</p>
-
-<p>—Padre Nazarín, le llamo para que me dé su opinión sobre cosas
-muy graves que ocurren... no, que amenazan a nuestra pobre Pedralba.
-Apenas hemos nacido, y ya parece que estamos amenazados de muerte. No
-encuentro la solución de este conflicto en que me veo; mi inteligencia
-es muy corta; necesita ayuda, luces de otras inteligencias más claras
-que la mía. Me hace falta el consejo de usted.</p>
-
-<p>—Honor inmenso es para mí, señora Condesa —replicó el peregrino con
-voz grave, permaneciendo en una inmovilidad de estatua—. Yo estimo su
-confianza, y corresponderé a ella diciéndole lo que tenga por acertado,
-justo y bueno, conforme a la santa ley de Dios. En este caso, como en
-todos, de mis labios no sale más que la verdad, la verdad, tal como en
-mí la siento.</p>
-
-<p>—¿Adivina usted sobre qué quiero consultarle?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_328">p. 328</span>—Sí señora. No es
-adivinación. He oído algo.</p>
-
-<p>—Un conflicto tremendo.</p>
-
-<p>—Para mí no lo es.</p>
-
-<p>Tanta seguridad desconcertó a la señora, y francamente, también hubo
-de inquietarla un poco el que Nazarín, al verse consultado por ella, no
-rompiese con un exordio de modestia, llamándose indigno, y protestando,
-como es de rigor en casos tales, de su incapacidad, etc...</p>
-
-<p>—¿Que no es un conflicto tremendo?</p>
-
-<p>—Digo que no lo tengo yo por tal.</p>
-
-<p>—Y hace dos días que pido en vano al Señor y a la Virgen Santísima
-que me iluminen para resolverlo.</p>
-
-<p>—Y la han iluminado a usted —dijo don Nazario, con un aplomo que
-desconcertó más a la Condesa—. Y le han dicho: «En tu conciencia, en tu
-corazón, tienes la clave de esto que llamas conflicto y no lo es.» ¡Si
-está resuelto! ¡Si es claro como la luz! Perdóneme usted, señora, si le
-hablo con una firmeza que podrá creer arrogante y hasta irrespetuosa.
-Es que cuando creo poseer la verdad en asunto grande o chico, no puedo
-menos de decirla, para que la oiga y se entere bien aquel que de ella
-necesita. Si usted no ha visto aún esa verdad, conviene que yo se la
-ponga delante de los ojos. Ahí va: ¡Expulsar a José Antonio! Nunca.
-¡Suplicarle que se retire! Tampoco. Es una crueldad, una fla<span
-class="pagenum" id="Page_329">p. 329</span>queza, un pecado de barbarie
-casi homicida, que Dios castigará, descargando sobre Pedralba su mano
-justiciera.</p>
-
-<p>—Si yo no quiero que salga, no, no —dijo Catalina, desconcertada
-ante la energía que no esperaba sin duda en hombre tan manso.</p>
-
-<p>—Que no salga, no —repitió en voz queda la nazarista, que sentada en
-una silla baja al otro extremo de la estancia, oía y callaba.</p>
-
-<p>—Bueno: pues no sale —prosiguió Halma—. Verdaderamente, sería
-injusto. El infeliz se porta bien, es otro hombre. Pero sigo viendo
-mi conflicto, señor don Nazario, porque al retener a José Antonio,
-contrarío los deseos de personas respetabilísimas, cuyo enojo podría
-ser funesto a Pedralba. La benevolencia de esas personas, que casi casi
-son instituciones para mí, nos es necesaria. Veo difícil que podamos
-vivir teniéndolas en contra.</p>
-
-<p>—La señora puede llevar adelante su empresa caritativa con
-respecto a nuestro buen Urrea, sin que las personas que considera
-como instituciones, tengan que intervenir para nada en los asuntos de
-Pedralba.</p>
-
-<p>—¿Pero cómo puede ser eso?</p>
-
-<p>—No hay nada más sencillo, y es muy extraño que usted no lo vea.</p>
-
-<p>—Lo que extraño mucho —dijo Halma, inquieta y nerviosa—, es el
-desahogo con que me<span class="pagenum" id="Page_330">p. 330</span>
-niega la existencia del conflicto, sin añadir razones para que yo vea
-fácil y hacedero lo que hoy tengo por difícil, si no imposible. Espero
-de usted luces más claras para convencerme de que el consejo que me
-da no es una vana fórmula. ¿Cree usted que puedo indisponerme con don
-Remigio?</p>
-
-<p>—No señora: don Remigio es nuestro inmediato jefe espiritual, y le
-debemos acatamiento y sumisión. No diré yo palabra ofensiva contra él,
-le respeto mucho; estoy bajo su autoridad, que es paternal y dulce.
-Los demás me importan menos... pero, en fin, a todos les respeto,
-y cuando he dicho que el conflicto se resolvería fácilmente, no he
-querido decir que para ello tuviera la señora que malquistarse con tan
-dignas personas. Al contrario, puede seguir con ellas en relaciones
-cordialísimas.</p>
-
-<p>—Don Nazario —dijo la Condesa, no ya nerviosa, sino sofocada,
-levantándose—, yo no le entiendo a usted.</p>
-
-<p>Parecía natural que al ver en la gobernadora de Pedralba aquel
-movimiento de impaciencia, Nazarín se aturrullara, y pidiera perdón,
-dando por terminado el consejo. Levantose también respetuoso, y con
-muchísima flema, y tocando suavemente el hombro de la Condesa, le
-dijo:</p>
-
-<p>—Tenga usted calma. No hemos concluido.</p>
-
-<p>Pausa. Sentados ambos de nuevo, sonaron<span class="pagenum"
-id="Page_331">p. 331</span> otra vez las tosecillas, y Nazarín
-prosiguió en esta forma:</p>
-
-<p>—Estoy seguro, segurísimo de que ha de entenderme pronto. Usted
-dice para sí: «¿Pero este es el hombre que andaba por los caminos,
-errante, descalzo, viviendo de limosna, practicando la ley de pobreza
-dada por Jesucristo? ¿Y es el mismo que ahora se llega a mí, y con
-dureza me habla, y me dice <i>siéntate</i>, como se le diría a un
-chiquillo de nuestra escuela?...» Pues soy el mismo, señora. De limosna
-viví, de limosna vivo. Soy como los pájaros que libres cantan, y
-enjaulados también... El medio en que se vive... y se canta... algo
-ha de significar. Antes cantaba yo para los pobres, y era como ellos,
-pobre y humilde; ahora canto para los ricos, y he de hacerlo en tonos
-diferentes. Pero en este caso, como en el otro, teniendo que decir una
-verdad que creo útil a las almas, no están de más las formas austeras.
-Lo mismo hacía entonces: que lo diga ésa. Cierto que usted es persona
-grande y de notoria virtud; pero como ahora se halla en el caso de
-tomar resoluciones graves, yo, su consejero en este momento, tengo que
-revestirme de autoridad, de la misma autoridad que hube de emplear ante
-la pobre mujer ignorante y pecadora.</p>
-
-<p>—Me trata usted, pues —dijo la Condesa, en el colmo de la
-confusión—, como a pecadora...</p>
-
-<p>—Ya sé que no; ya sé que es usted persona<span class="pagenum"
-id="Page_332">p. 332</span> virtuosísima; pero podría dejar de
-serlo, si con tiempo no determinara variar de ideas sobre puntos muy
-fundamentales. Necesita usted modificar radicalmente su sistema de
-practicar la caridad, y su sistema de vida. Si así no lo hiciere,
-podría perder el reposo, y con el reposo... hasta la misma virtud.</p>
-
-<p>—No le entiendo a usted, no sé lo que quiere decirme —replicó Halma,
-no ya inquieta, sino acongojada por los estupendos y no esperados
-conceptos que el mendigo errante se permitía expresar—. Quiere decir
-tal vez que no he sabido dar a mis proyectos de vida cristiana la forma
-más aceptable.</p>
-
-<p>—No señora, no ha sabido usted.</p>
-
-<p>—¿Lo dice de veras?</p>
-
-<p>—Como digo que desde hace bastante tiempo la señora vive en una
-equivocación lastimosa... pero desde hace mucho tiempo. No vaya a creer
-que me duele pronunciar ante usted la verdad de lo que siento. Al
-contrario, señora, gozo en manifestarla, y la manifestaría aunque viera
-que usted no la oía con gusto.</p>
-
-<p>—Le aseguro a usted que, en verdad... no me sabe muy bien lo que me
-dice... Según eso, el camino que emprendo no es el mejor...</p>
-
-<p>—Es buen camino, y por él se puede llegar a la perfección. Pero
-usted no llegará, no señora.</p>
-
-<p>—¿Por qué?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_333">p. 333</span>—Porque no...
-porque su camino es otro... y ahí está la equivocación. Y yo llego a
-tiempo para decirle: «Señora Condesa, su camino de usted no es ese,
-sino aquel.»</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChV_7">
- <h3>VII</h3>
-</div>
-
-<p>Perpleja y aturdida oyó Catalina estas palabras, que a su parecer,
-en las impresiones de aquel instante, desentonaban horriblemente. Creyó
-escuchar una voz de muy lejos venida, y Nazarín se desfiguraba en su
-imaginación, inspirándole miedo. Presumiendo que aún le faltaban por
-decir cosas más desentonadas y peregrinas, se arrepentía de haberle
-pedido consejo, y deseaba terminar el capítulo lo más pronto posible.
-Beatriz, inquieta, no apartaba los ojos de la señora, cuyo azoramiento
-leía en su expresivo semblante, y no pudiendo dudar de la inteligencia
-y sinceridad del maestro, esperaba que este explanara sus verdades,
-para que la ilustre fundadora desarrugase el ceño.</p>
-
-<p>—El camino de la señora Condesa no es este, sino aquel —repitió
-Nazarín—, y ahora verá qué pronto se lo hago comprender. Lo primero: la
-idea de dar a Pedralba una organización pública, semejante a la de los
-institutos religiosos y caritativos que hoy existen, es un grandísimo
-disparate.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_334">p. 334</span>—Entonces, ¿qué
-organización debí dar...?</p>
-
-<p>—Ninguna.</p>
-
-<p>—¡Ninguna! ¿De modo que, según usted, el mejor sistema...?</p>
-
-<p>—Es la negación de todo sistema, en el caso concreto de Pedralba, y
-de usted.</p>
-
-<p>—¿Y cómo ha de entenderse esa organización... negativa?</p>
-
-<p>—De una manera muy sencilla, y que no es la desorganización ni mucho
-menos. Lo mismo que usted intenta hacer aquí en servicio de Dios y de
-la humanidad desvalida, puede hacerlo, y lo hará mejor, estableciéndose
-en una forma de absoluta libertad, de modo que ni la Iglesia, ni el
-Estado, ni la familia de Feramor, puedan intervenir en sus asuntos, ni
-pedirle cuentas de sus acciones.</p>
-
-<p>—Pues si usted me da la clave de esa organización desorganizada
-y libre —dijo la Condesa irónicamente—, le declararé la primera
-inteligencia del mundo.</p>
-
-<p>—No soy la primera inteligencia del mundo; pero Dios quiere que en
-esta ocasión pueda yo manifestar verdades que avasallen y cautiven
-su grande entendimiento, permitiéndole realizar los fines que se
-propone. No ha comprendido usted el concepto de libertad que me
-permití expresarle. Harto sabemos que toda libertad trae aparejada
-una esclavitud. Ahora es usted<span class="pagenum" id="Page_335">p.
-335</span> esclava de la sociedad. Emancipándose de esta, cambiará la
-forma de su libertad y también la de su cadena...</p>
-
-<p>—Señor Nazarín —dijo Halma levantándose segunda vez—, o usted se
-burla de mí, o...</p>
-
-<p>—Déjeme seguir. Tenga paciencia. Hágame el favor de sentarse y
-de oírme lo que aún me resta por decirle. Después, usted sigue mi
-consejo, o lo desecha, según su albedrío. ¿En qué estaba usted pensando
-al constituir en Pedralba un organismo semejante a los organismos
-sociales que vemos por ahí, desvencijados, máquinas gastadas y viejas
-que no funcionan bien? ¿A qué conduce eso de que su ínsula sea, no
-la ínsula de usted, sino una provincia de la ínsula total? Desde el
-momento en que la señora se pone de acuerdo con las autoridades civil
-y eclesiástica para la admisión de estos o los otros desvalidos,
-da derecho a las tales autoridades para que intervengan, vigilen y
-pretendan gobernar aquí como en todas partes. En cuanto usted se mueve,
-viene la Iglesia, y dice: «¡alto!», y viene el intruso Estado, y dice:
-«¡alto!» Una y otro quieren inspeccionar. La tutela le quitará a usted
-toda iniciativa. ¡Cuánto más sencillo y más práctico, señora de mi
-alma, es que no funde cosa alguna, que prescinda de toda constitución
-y reglamentos, y se constituya en familia, nada más que en familia,
-en señora y reina de su casa<span class="pagenum" id="Page_336">p.
-336</span> particular! Dentro de las fronteras de su casa libre, podrá
-usted amparar a los pobres que quiera, sentarles a su mesa, y proceder
-como le inspiren su espíritu de caridad y su amor del bien.</p>
-
-<p>La Condesa, al fin, callaba, y oía con profunda atención.</p>
-
-<p>—Y dicha esta verdad —prosiguió Nazarín—, voy a expresar otra, pues
-no es una sola la que ha de guiar a usted por el buen camino: son dos,
-o quizá tres, y puesto yo a decirlas, no he de pararme en barras, ni
-inquietarme porque usted se incomode o no se incomode. Aunque supiera
-yo que sería despedido de su ínsula, donde estoy muy a gusto, yo no
-había de callarme las verdades que aún restan por decir. Vamos allá. La
-señora Condesa es joven, y en su vida relativamente corta, ha padecido
-más que otros en una vida larga; en breve tiempo soportó, sí, grandes
-tribulaciones y trabajos. Vio su juventud marchita tempranamente por
-las desavenencias con su familia; vio morir en lejanas tierras al
-esposo que adoraba; sufrió después contratiempos, desvíos, amarguras...
-Su alma, hastiada de las cosas terrenas, volvióse a Dios; aspiró a ser
-suya por entero, entendió que debía consagrar el resto de sus días a la
-mortificación, al ascetismo, a la caridad... Perfectamente. Todo esto
-es muy bueno, y yo alabo esas<span class="pagenum" id="Page_337">p.
-337</span> aspiraciones, que demuestran la grandeza de su espíritu.
-Pero he de decirle sin rebozo que en ellas veo un error grave, señora,
-porque la santidad con que viene soñando desde que perdió a su esposo,
-no ha de alcanzarla usted por esos medios. El ardor de vida mística
-no lo tiene usted más que en su imaginación, y esto no basta, señora
-Condesa, porque sería usted una mística soñadora o imaginativa, no una
-santa como pretende, y como todos queremos que sea.</p>
-
-<p>Halma quiso decir algo, pero no pudo: se le trababa la lengua.</p>
-
-<p>—Llegará día, si no toma la señora otro rumbo, en que todo ese
-misticismo se le convierta en un nido de pasiones, que podrían ser
-buenas, y también podrían ser malas. Déjese de aspirar a la santidad
-por ese camino, y apresúrese a seguir el que voy a proponerle. ¿Quién
-le aconsejó a usted que renunciase a todo afecto mundano, y que se
-consagrara al afecto ideal, al afecto puro de las cosas divinas? Sin
-duda fue el benditísimo don Manuel Flórez, hombre muy bueno, pero que
-vivía en las rutinas, y andaba siempre por los caminos trillados. El
-vértigo social, en medio del cual vivió siempre nuestro simpático
-don Manuel, no le permitía ver bien las complexiones humanas, ni
-la fisonomía peculiar de cada alma, ni los caracteres, ni los
-temperamentos. Yo he tenido la suerte de verlo<span class="pagenum"
-id="Page_338">p. 338</span> más claro, aunque tarde, a tiempo, sin
-duda porque el Señor me iluminó para que sacara a usted del pantano
-en que se ha metido. No, la vida ascética, solitaria, consagrada a la
-meditación y a la abstinencia no es para usted. La señora de Pedralba
-necesita actividad, quehaceres, trabajo, movimiento, afectos, vida
-humana, en fin, y en ella puede llegar, si no a la perfección, porque
-la perfección nos está vedada, a una suma tal de méritos y virtudes,
-que no haya en la tierra quien la supere, y sea usted el recreo del
-Dios que la ha criado.</p>
-
-<p>Doña Catalina, sofocada, echaba fuego de sus mejillas.</p>
-
-<p>—Nada conseguirá usted por lo espiritual puro; todo lo tendrá usted
-por lo humano. Y no hay que despreciar lo humano, señora mía, porque
-despreciaríamos la obra de Dios, que si ha hecho nuestros corazones,
-también es autor de nuestros nervios y nuestra sangre. Se lo dice a
-usted un hombre que no conoce ni la adulación ni el miedo. Nada soy,
-y si alguna vez no fuera órgano de la verdad, de poco valdría mi
-existencia. A los pobres les digo que sufran y esperen, a los ricos
-que amparen al pobre, a los malos que vuelvan a Dios por la vía del
-arrepentimiento, a los buenos que vivan santamente, dentro de las leyes
-divinas y humanas. Y a usted que es buena, y noble, y virtuosa, le
-digo<span class="pagenum" id="Page_339">p. 339</span> que no busque la
-perfección en el espiritualismo solitario, porque no la encontrará, que
-su vida necesita del apoyo de otra vida para no tambalearse, para andar
-siempre bien derecha.</p>
-
-<p>Catalina de Halma, al oír aquello del <i>apoyo</i> de otra vida,
-sintió que se le erizaba el cabello. Nazarín se levantó; ella también,
-los ojos espantados, el rostro encendido.</p>
-
-<p>—Lo que usted quiere decirme —murmuró contrayendo los dedos, cual si
-quisiera hacer de ellos afilada garra—, lo que usted me propone es...
-¡que me case!</p>
-
-<p>—Sí señora, eso mismo: que se case usted.</p>
-
-<p>Lanzó la Condesa un grito gutural, y llevándose la mano al corazón,
-como para contener un estallido, cayó al suelo atacada de fieras
-convulsiones.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChV_8">
- <h3>VIII</h3>
-</div>
-
-<p>Corrió Beatriz en su auxilio, la cogió en brazos. Nazarín la miraba
-impasible. En su desmayo, entre frases ininteligibles, doña Catalina
-pronunció con claridad la siguiente:</p>
-
-<p>—Está loco, y quiere volverme loca a mí.</p>
-
-<p>Salió Nazarín de la sala capitular, donde Beatriz, con el auxilio de
-Aquilina que acudió prontamente, trataba de volver a su normal estado
-a la ilustre señora. Bastó con desabrocharle el justillo y mojarle las
-sienes con agua fría,<span class="pagenum" id="Page_340">p. 340</span>
-para que Halma se restableciera, y quedándose sola otra vez con la
-nazarista, pasó más de un cuarto de hora sin que ninguna de las dos
-dijese palabra, ni en pro ni en contra del singularísimo consejo del
-apóstol mendigo.</p>
-
-<p>Catalina, poseída de una intensa languidez, fue la que primero
-rompió el grave silencio, con esta pregunta:</p>
-
-<p>—Y cuando yo perdí el sentido, ¿no dijo algo más?</p>
-
-<p>—No señora. Nada más.</p>
-
-<p>—¿No dijo la tercera verdad... que debo casarme con José Antonio?</p>
-
-<p>—No le oí tal cosa.</p>
-
-<p>Quedose Halma como aletargada en el sofá, y cuando Beatriz la creía
-dormida, he aquí que se incorpora la dama, muy nerviosa, y con gran
-inquietud de lengua y manos, atropelladamente dice:</p>
-
-<p>—Beatriz, ese hombre es el santo, ese hombre es el justo, el
-misionero de la verdad, el emisario del Verbo Divino. Su voz me trae la
-voluntad de Dios, y ante ella me prosterno. Esa idea de que yo me case,
-me andaba rondando el alma, sin atreverse a entrar en ella, porque yo
-la tenía ocupada por mil artificios de mi vanidad de santa imaginativa,
-y de mística visionaria... Me ha dicho la gran verdad, que ha tardado
-en posesionarse de mi espíritu, entontecido con las ideas rutinarias
-que estoy metiendo y ataru<span class="pagenum" id="Page_341">p.
-341</span>gando en él desde hace algún tiempo. ¿Dónde está tu maestro?
-Quiero verle. Quiero que me hable otra vez, y que me confirme lo que
-antes rae dijo.</p>
-
-<p>Salieron las dos.</p>
-
-<p>—Allá está —indicó Beatriz, después de explorar por una ventana las
-soledades de Pedralba—. Está paseándose debajo del moral.</p>
-
-<p>Corrieron allá, y arrodillándose ante él, Halma le dijo:</p>
-
-<p>—Padre, verdad tan grande y clara jamás oí. Usted me ha revelado
-a mí misma. Yo era como el gusano que se encierra en el capullo que
-labra. Usted me ha sacado de mi propia envoltura. Un sentimiento
-existía en mí, de que apenas yo misma me daba cuenta: tan agazapadito
-estaba el pobre en un rincón de mi alma. La voz del padrito le ha hecho
-saltar, y se ha crecido el pícaro en un instante... ¡Oh, qué verdades
-me ha dicho esa inteligencia soberana! Sola, en vano pediría savia y
-calor al misticismo. Acompañada, tendré quien me defienda, quien me
-ayude, seremos dos en uno para proseguir la santa obra. No fundo nada,
-no quiero comunidad legal constituida con mil formulillas, que serían
-otras tantas brechas para que se metieran a inspeccionar mis acciones
-el cura y el médico y el administrador. Mi ínsula no es, no debe ser
-una institución, a imagen y semejanza del Estado. Sea mi ínsula una
-casa, una familia. Mi<span class="pagenum" id="Page_342">p. 342</span>
-marido y yo mandamos y disponemos en ella, con libre voluntad, conforme
-a la ley de Dios.</p>
-
-<p>—Mírele, mírele —dijo Nazarín señalando a un punto lejano, en que se
-veía una pareja de bueyes, y un gañán tras ella—. Allí está el hombre,
-el corazón grande y hermoso, el ser que usted, con su caridad, mal
-comprendida por el bendito Flórez, y renegada por su hermano, sacó de
-la miseria y de la abyección. Le he sondeado. He visto su alma delante
-de mí, clara y patente. Es un buen hombre, y será un excelente señor de
-Pedralba.</p>
-
-<p>—Y le bendeciremos a usted, padre, el santo, el justo, el que todo
-lo ve y todo lo descubre.</p>
-
-<p>—No soy nada de eso —replicó el curita manchego, resistiéndose a que
-Halma le besase las manos, y obligándola a levantarse—. ¡La señora de
-rodillas ante mí! ¡No faltaba más! Yo no soy ni santo ni justo, señora
-mía, sino un pobre hombre que, por favor de Dios, ha sabido ver lo que
-nadie había visto: que la señora de Pedralba quiere a su primo, que le
-quiere con amor, quizás desde que se llegó a ella, hecho un perdido,
-con ánimo de pedirle una limosna.</p>
-
-<p>—Es verdad, es verdad... ¡Y yo pensé alejarle de mí! ¡Qué desvarío!
-Llegué a creer que la sequedad del alma era el primer peldaño para
-subir a esas santidades que soñé... Estaba yo con mi santidad como
-chiquilla con zapatos nuevos.<span class="pagenum" id="Page_343">p.
-343</span> ¡Y el pobre José Antonio abrasado en un afecto hacia mí,
-que yo interpretaba como agradecimiento muy vivo! Ya sospechaba yo que
-sería algo más; pero tal era mi torpeza que, al ver aquel sentimiento,
-le echaba tierra encima, todo el material inerte que sacaba del hoyo
-místico en que enterrarme quería.</p>
-
-<p>—Y ahora, señora Condesa, ahora que las grandes verdades han salido,
-con la ayuda de la luz de Dios, de la obscuridad en que se escondían,
-váyase a la casa, dedíquese a sus ocupaciones habituales, y déjeme a
-mí el cuidado de informar a Urrea de esta felicidad, pues si no se
-la comunico con arte gradual, podría ser que el gozo repentino le
-produjera conmoción demasiado fuerte y peligrosa.</p>
-
-<p>No tardó Halma en obedecerle, y allá se fue con Beatriz a sus
-trajines domésticos, que aquel día le parecieron más gratos que nunca.
-Y el manchego tomó pasito a paso el sendero que conducía a la tierra
-que el noble Urrea estaba labrando. Hízole el bravo gañán, al verle
-llegar, un gallardo saludo, levantando repetidas veces la aijada,
-y cuando le tuvo a tiro de palabra, no se atrevió a preguntarle,
-tal miedo tenía, lo que con tanto ardor anhelaba saber. Parados
-los bueyes, Urrea se quedó como una estatua. Los pies en el barro,
-la mano izquierda en la esteva, empuñando con la derecha la<span
-class="pagenum" id="Page_344">p. 344</span> aijada, era una hermosa
-representación de la Agricultura, labrada en <i>terracotta</i>.</p>
-
-<p>—Hijo mío —le dijo Nazarín—, no sé si las noticias que te traigo
-serán satisfactorias para ti. No te alegres antes de tiempo.</p>
-
-<p>José Antonio palideció.</p>
-
-<p>—Hijo mío, si no fueras tan bruto, comprenderías que las noticias
-que te traigo son medianas, tirando a buenas.</p>
-
-<p>El rostro del gañán se enrojeció.</p>
-
-<p>—La señora Condesa no quiere que te vayas de Pedralba. Pero...</p>
-
-<p>—¿Pero qué?</p>
-
-<p>—Pero... ello es que no encontraba la manera de retenerte. Al fin,
-yo le he dado una formulilla o receta para resolver el conflicto, y
-evitar las intrusiones probables de don Remigio, de Láinez y Amador. Se
-cambiará radicalmente el régimen de Pedralba. ¿Te vas enterando?</p>
-
-<p>—No entiendo nada.</p>
-
-<p>—Porque eres muy torpe. Nada, hijo, que he convencido a la señora
-Condesa... ¿te lo digo? de que debe rematar la gran obra de tu
-corrección, ¿te lo digo?... haciéndote su esposo. ¿No lo crees?</p>
-
-<p>Urrea blandió la aijada, y tal movimiento le imprimió en la
-convulsión de su gozosa sorpresa, que Nazarín hubiera podido creer que
-le atravesaba de parte a parte.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_345">p. 345</span>—Calma, hijo, no
-hagas locuras. Las cosas van por donde deben ir. Da gracias a Dios
-por haber iluminado a tu prima. Al fin comprende que debe llevarse la
-corriente de la vida por su cauce natural. Su determinación resuelve de
-un modo naturalísimo todas las dificultades que en el gobierno de esta
-ínsula surgieron. Los señores de Pedralba no fundan nada; viven en su
-casa y hacen todo el bien que pueden. ¡Ya ves cuán fácil y sencillo!
-Para discurrir esto no se necesita la intervención del Espíritu
-Santo. Y sin embargo, la gran inteligencia de la señora Condesa de
-Halma, deslumbrada por sus propios resplandores, no veía esta verdad
-elemental. Dios ha querido que yo, un pobre clérigo vagabundo, predique
-el sentido común a los entendimientos atrevidos, a las almas demasiado
-ambiciosas.</p>
-
-<p>José Antonio dio un abrazo a Nazarín, y no pudo expresar su alegría
-sino con frases entrecortadas:</p>
-
-<p>—Yo también, yo también... vi claro... no podía decirlo... a mí
-propio no decírmelo... Temía disparate... ¡Y no lo era, Cristo, no lo
-era! La suma ciencia parece locura; la verdad de Dios... sinrazón de
-los hombres.</p>
-
-<p>—Ahora, hijo mío, continúa en tu trabajito, como si nada hubiera
-pasado. Sigue arando, arando, que esto entretiene, y al propio tiempo
-que abres la tierra, das gracias a Dios por la<span class="pagenum"
-id="Page_346">p. 346</span> merced que acaba de hacerte. Este bien tan
-grande y hermoso no lo mereces tú.</p>
-
-<p>—No lo merezco, no —dijo Urrea con emoción—. Mucho he padecido en
-este mundo. Pero aunque mis tormentos hubieran sido un millón de veces
-mayores, no está en la proporción de ellos esta inmensa alegría.</p>
-
-<p>—Trabaja, hijo, trabaja. Y otra cosa te encargo. No vayas al
-castillo hasta la noche... porque supongo que te traerán aquí la
-comida.</p>
-
-<p>—Así lo creo.</p>
-
-<p>—No muestres impaciencia, no te descompongas, ni cuando veas a tu
-prima esta noche, a la hora de la cena, hagas figuras ni desplantes.
-Tú... calladito hasta que ella te hable. Y cuando se digne exponerte
-su pensamiento, tú le das las gracias en forma reposada y noble,
-prometiendo consagrarle tu vida y tu ser todo, y haciéndole ver que
-no te crees merecedor de la inaudita felicidad que te depara... Anda,
-hijo, a tus bueyes, y hasta la noche... Con ese surco escribes en la
-tierra tu gratitud. Ama la tierra, que a todos nos da sustento, y nos
-enseña tantas cosas, entre ellas una muy difícil de aprender. ¿A que no
-sabes lo que es? Esperar, hijo, esperar. La tierra guarda la sazón de
-las cosas, y nos la da... cuando debe dárnosla.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ChV_9">
- <p><span class="pagenum" id="Page_347">p. 347</span></p>
- <h3>IX</h3>
-</div>
-
-<p>Lo que platicaron aquella noche, después de cenar, la gobernadora
-de la ínsula y el futuro señor de Pedralba, no consta en los papeles
-del archivo nazarista, de donde todos los materiales para componer
-la presente historia han sido escrupulosamente sacados. Sin duda,
-después de dar cuenta de la grave resolución matrimonial de la santa
-Condesa, no creyeron los cronistas del nazarismo que debían extenderse
-a mayores desarrollos historiales de tan considerable suceso, o
-conceptuaron vacías de todo interés religioso y social las sentidas
-palabras con que aquellas dos personas hicieron confirmación solemne
-de su propósito matrimonesco. Lo único que se encuentra pertinente al
-caso es la noticia de que José Antonio de Urrea se preparó aquella
-misma noche para partir a Madrid a la mañanita siguiente. Y otro papel
-nazarista corrobora que, en efecto, partió a caballo al romper el día,
-y que Halma salió a despedirle, y a desearle un buen viaje, agregando
-algunas advertencias que se le habían olvidado en su coloquio de la
-noche anterior. Es un hecho incontrovertible, del cual darán fe, si
-preciso fuere, testigos presenciales, que ya montado en la jaca el
-presunto gobernador de la ínsula, y cuando estre<span class="pagenum"
-id="Page_348">p. 348</span>chaba la mano de la Condesa, pronunció estas
-palabras:</p>
-
-<p>—No llevo más que un resquemor: que nuestro don Remigio, que de
-seguro tocará el cielo con las manos al ver que no le cae la breva
-de la Rectoría de Pedralba, ha de fastidiarnos con dilaciones, y
-quizás con entorpecimientos graves. No he cesado de cavilar sobre ello
-esta noche, y al fin, querida prima, lo que saco en limpio es que
-necesitamos comprar su voluntad.</p>
-
-<p>—¡Comprarle...! ¡Cómo...! ¿Qué quieres decir?</p>
-
-<p>—Ya verás. No me vengo de Madrid sin traerme su nombramiento para
-una de las parroquias de allá. Es su sueño, su ambición, y si yo logro
-satisfacerla, el hombre es nuestro ahora y siempre. He pensado que
-nadie puede ayudarme en esta pretensión como Severiano Rodríguez, el
-cual es, ya lo sabes, íntimo amigo del Obispo. Y, como Severiano y
-tu hermano Feramor tuvieron una formidable agarrada en el Senado, y
-ahora están a matar, espero que me apoye con interés, con ardor de
-sectario. Basta para ello hacerle comprender que el parlamentario y
-economista inglés ha de ver con malos ojos lo que a nosotros nos agrada
-y favorece. Créelo, araré la tierra de allá, como he arado la de aquí,
-por ganarnos la benevolencia del curita de San Agustín, que es quien ha
-de echarnos las bendiciones. Déjame a mí, que ya<span class="pagenum"
-id="Page_349">p. 349</span> sabré arreglarlo..., mi palabra. Ya me río
-al pensar en el tumulto que ha de armarse cuando yo suelte la noticia.
-Será como echar una bomba; de aquí oirás el estallido, y te reirás,
-mientras allá me río yo, hasta que venga el día feliz en que nos riamos
-juntos... Adiós, adiós, que es tarde.</p>
-
-<p>El primer día de la ausencia de Urrea, la Condesa, en largo y
-afectuoso conciliábulo que celebró con Nazarín, según consta en
-documentos de indubitable autenticidad, indicó al apóstol cuán justo
-y humano sería darle de alta, declarándole en el pleno goce de sus
-facultades intelectuales. Si ella hubiera de decidirlo, no había duda,
-¿pues qué prueba más clara del perfecto estado cerebral de don Nazario,
-que su incomparable consejo y dictamen en el asunto que Halma sometió
-días antes a su criterio?</p>
-
-<p>A lo que respondió serenamente el peregrino que, hallándose sujeto
-a observación por el Superior jerárquico, solo este podía resolver si
-debía o no ser reintegrado en sus funciones sacerdotales. Cierto que
-un buen informe de la señora Condesa, a quien la Iglesia confiara la
-custodia del supuesto demente, sería de gran peso y autoridad; pero a
-juicio del interesado, este informe no sería eficaz si no iba precedido
-de una explícita manifestación de su Superior inmediato, el cura de San
-Agustín. Añadió el<span class="pagenum" id="Page_350">p. 350</span>
-apóstol que su mayor gozo sería que le devolviesen las licencias para
-poder celebrar el Santo Sacrificio, y si se le concedía la libertad, se
-trasladaría sin pérdida de tiempo a Alcalá de Henares, donde sus caros
-feligreses, el <i>Sacrílego</i> y Ándara, sufrían el rigor de la ley.
-Por lo demás, su paciencia no se agotaba nunca, y esperaría tranquilo,
-decidido a no disfrutar la anhelada libertad, mientras quien debía
-dársela no se la diera.</p>
-
-<p>Con don Remigio habló también la Condesa de este asunto, no
-obteniendo de él más que vagas promesas de estudiarlo, sometiéndolo
-además al criterio facultativo de Láinez. También dio cuenta al cura
-y al médico de su proyectado casamiento, y no hay lengua humana
-que describir pueda la sorpresa, el estupor de aquellas dignísimas
-personas, y del vecino propietario de la Alberca. Don Remigio no paró,
-en todo el viaje de Pedralba a San Agustín, de hacerse cruces sobre
-boca, cara y pechos.</p>
-
-<p>Cinco días estuvo José Antonio en Madrid, regresando en la mañana
-del sexto, gozoso y triunfante, pues se traía bien despachado todo el
-papelorio que la celebración del casamiento exigía. Contando a su prima
-el escándalo que en la familia produjo el notición de la boda, empezaba
-y no concluía. Al principio, lo tomaron a broma: convencidos al fin de
-que era cierto,<span class="pagenum" id="Page_351">p. 351</span> cayó
-sobre los solitarios de Pedralba una lluvia de sangrientos chistes. El
-menos ofensivo era este: «Catalina se llevó a Nazarín para curarle, y
-él la ha vuelto a ella más loca de lo que estaba.» Hicieron Halma y
-Urrea lo que anunciado habían antes de la partida de este: pasar buenos
-ratitos riéndose de todo aquel tumulto de Madrid, que seguramente
-no les causaría inquietud ni desvelo. Acertó a presentarse en aquel
-momento el buen don Remigio, y Urrea se fue derecho a él, y dándole
-un abrazo tan apretado que parecía que le ahogaba, le dijo: «Mil
-parabienes al ínclito cura de San Agustín, por la justicia que sus
-superiores le hacen, concediéndole plaza proporcional a sus grandísimos
-talentos y eminentes virtudes.»</p>
-
-<p>No comprendía don Remigio, y el otro, repitiendo el estrujón, hubo
-de explicárselo con toda claridad.</p>
-
-<p>—Sepa que me he traído su nombramiento...</p>
-
-<p>—¿Para una parroquia de Madrid?</p>
-
-<p>—No ha podido ser, por no haber vacante en estos días, mi dignísimo
-amigo y capellán; pero el señor Prelado, con quien habló de usted un
-amigo mío, encareciéndole sus méritos, aseguró que irá usted a los
-Madriles muy pronto, y que en tanto, para que hombre tan virtuoso y
-sabio no esté obscurecido en ese villorrio, le nombra Ecónomo de Santa
-María de Alcalá.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_352">p. 352</span>—¡Santa María de
-Alcalá! —exclamó don Remigio como en éxtasis; ¡tan soberbio y apetitoso
-le parecía su nuevo destino!</p>
-
-<p>Y un abrazo más sofocante que los anteriores, selló la amistad
-imperecedera entre el buen párroco de San Agustín y el insulano de
-Pedralba.</p>
-
-<p>—¿Y qué puedo hacer yo para demostrarle mi agradecimiento, señor de
-Urrea, qué puede hacer este modesto cura...?</p>
-
-<p>—Ese modesto cura no tiene que hacer más que conservarnos su
-preciosa amistad, que en tanto estimamos. Y antes de entregar
-la parroquia al que viene a sustituirle, échenos las santas
-bendiciones.</p>
-
-<p>—Ahora mismo..., digo, mañana, pasado mañana. Estoy a las órdenes de
-la señora doña Catalina, a quien ya no debo llamar Condesa de Halma.</p>
-
-<p>—Será pasado mañana, señor don Remigio —indicó Halma—. Y otra
-cosa he de merecer de su benevolencia: que no me olvide al bendito
-Nazarín.</p>
-
-<p>—Como he de ir a la Corte a ver a mi tío, allá informaré
-favorablemente. ¡Si salta a la vista que está en su cabal juicio!
-Inteligencia clara como el sol. ¿Verdad, señora?</p>
-
-<p>—Tal creo yo.</p>
-
-<p>—No tengo inconveniente en darle de alta,<span class="pagenum"
-id="Page_353">p. 353</span> bajo mi responsabilidad, seguro de que el
-señor Obispo ha de confirmar mi dictamen, y si quiere venirse conmigo a
-Alcalá, me le llevo, sí señor, y le daré una modesta habitación en mi
-modestísima casa.</p>
-
-<p>—Nos alegramos de ello, y lo sentimos —afirmó la señora de
-Pedralba—, porque la compañía del buen don Nazario nos es gratísima
-sobre toda ponderación.</p>
-
-<p>—Ya vendrá a vernos —dijo Urrea—. Y al señor don Remigio también
-le tendremos aquí alguna vez. Esto no es ya un instituto religioso
-ni benéfico, ni aquí hay ordenanzas ni reglamentos, ni más ley que
-la de una familia cristiana, que vive en su propiedad. Nosotros nos
-gobernamos solos, y gobernamos nuestra cara ínsula.</p>
-
-<p>—Y así debe ser... y así no tienen ustedes quebraderos de cabeza,
-ni que sufrir impertinencias de vecinos intrusos, ni el mangoneo de la
-dirección de Beneficencia o de la autoridad eclesiástica. Reyes de su
-casa, hacen el bien con libérrima voluntad, sin dar cuenta más que a
-Dios... ¡Si es lo que yo he dicho siempre, si es la verdad sencilla,
-elemental!... Ea, pasado mañana en mi parroquia, a la hora que los
-señores me designen.</p>
-
-<p>Concertada la hora, don Remigio montó en su jaca, y picó espuelas.
-El animalito debía par<span class="pagenum" id="Page_354">p.
-354</span>ticipar del inquieto gozo de su amo, porque en un soplo le
-llevó al vecino pueblo.</p>
-
-
-<p class="mt2">En la nota de un curiosísimo documento nazarista, que
-merece guardarse como oro en paño, se dice que el mismo día de la boda
-salió de San Agustín el curita manchego, caballero en la borrica del
-gran don Remigio. Despidiose afectuosamente de los señores de Pedralba,
-y de Beatriz, que lloraba como una Magdalena al verle partir, y tomando
-la carretera hasta la barca de Algete, pasó el Jarama, siguiendo sin
-descanso, al paso comedido de la pollina, hasta la nobilísima ciudad
-de Alcalá de Henares, donde pensaba que sería de grande utilidad su
-presencia.</p>
-
-
-<p class="fs90 mt2">Santander-San Quintín. — Octubre de 1895.</p>
-
-
-<p class="centra fs90 ws1 mt2">Fin de HALMA</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ToC">
- <h2 class="nobreak">ÍNDICE</h2>
- <hr class="tir" />
-</div>
-
-<table summary="Índice de contenidos">
- <tr>
- <td colspan="2" class="tdc asc">PRIMERA PARTE</td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChI_1">Cap. I</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_5">5</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChI_2">Cap. II</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_10">10</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChI_3">Cap. III</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_19">19</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChI_4">Cap. IV</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_26">26</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChI_5">Cap. V</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_33">33</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChI_6">Cap. VI</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_41">41</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChI_7">Cap. VII</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_47">47</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChI_8">Cap. VIII</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_55">55</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td colspan="2" class="tdc asc pt05">SEGUNDA PARTE</td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChII_1">Cap. I</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_65">65</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChII_2">Cap. II</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_72">72</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChII_3">Cap. III</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_82">82</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChII_4">Cap. IV</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_91">91</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChII_5">Cap. V</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_100">100</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChII_6">Cap. VI</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_108">108</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChII_7">Cap. VII</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_117">117</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChII_8">Cap. VIII</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_124">124</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td colspan="2" class="tdc asc pt05">TERCERA PARTE</td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChIII_1">Cap. I</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_135">135</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChIII_2">Cap. II</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_142">142</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChIII_3">Cap. III</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_153">153</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChIII_4">Cap. IV</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_161">161</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChIII_5">Cap. V</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_170">170</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChIII_6">Cap. VI</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_181">181</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChIII_7">Cap. VII</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_190">190</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChIII_8">Cap. VIII</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_199">199</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td colspan="2" class="tdc asc pt05">CUARTA PARTE</td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChIV_1">Cap. I</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_211">211</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChIV_2">Cap. II</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_220">220</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChIV_3">Cap. III</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_230">230</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChIV_4">Cap. IV</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_241">241</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChIV_5">Cap. V</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_250">250</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChIV_6">Cap. VI</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_259">259</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChIV_7">Cap. VII</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_269">269</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td colspan="2" class="tdc asc pt05">QUINTA PARTE</td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChV_1">Cap. I</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_279">279</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChV_2">Cap. II</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_289">289</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChV_3">Cap. III</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_297">297</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChV_4">Cap. IV</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_305">305</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChV_5">Cap. V</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_314">314</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChV_6">Cap. VI</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_326">326</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChV_7">Cap. VII</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_333">333</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChV_8">Cap. VIII</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_339">339</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#ChV_9">Cap. IX</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Page_347">347</a></td>
- </tr>
-</table>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<hr class="full" />
-
-<div style='display:block; margin-top:4em'>*** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK HALMA ***</div>
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-or any Project Gutenberg&#8482; work, (b) alteration, modification, or
-additions or deletions to any Project Gutenberg&#8482; work, and (c) any
-Defect you cause.
-</div>
-
-<div style='display:block; font-size:1.1em; margin:1em 0; font-weight:bold'>
-Section 2. Information about the Mission of Project Gutenberg&#8482;
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-Project Gutenberg&#8482; is synonymous with the free distribution of
-electronic works in formats readable by the widest variety of
-computers including obsolete, old, middle-aged and new computers. It
-exists because of the efforts of hundreds of volunteers and donations
-from people in all walks of life.
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-Volunteers and financial support to provide volunteers with the
-assistance they need are critical to reaching Project Gutenberg&#8482;&#8217;s
-goals and ensuring that the Project Gutenberg&#8482; collection will
-remain freely available for generations to come. In 2001, the Project
-Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure
-and permanent future for Project Gutenberg&#8482; and future
-generations. To learn more about the Project Gutenberg Literary
-Archive Foundation and how your efforts and donations can help, see
-Sections 3 and 4 and the Foundation information page at www.gutenberg.org.
-</div>
-
-<div style='display:block; font-size:1.1em; margin:1em 0; font-weight:bold'>
-Section 3. Information about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non-profit
-501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the
-state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal
-Revenue Service. The Foundation&#8217;s EIN or federal tax identification
-number is 64-6221541. Contributions to the Project Gutenberg Literary
-Archive Foundation are tax deductible to the full extent permitted by
-U.S. federal laws and your state&#8217;s laws.
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-The Foundation&#8217;s business office is located at 809 North 1500 West,
-Salt Lake City, UT 84116, (801) 596-1887. Email contact links and up
-to date contact information can be found at the Foundation&#8217;s website
-and official page at www.gutenberg.org/contact
-</div>
-
-<div style='display:block; font-size:1.1em; margin:1em 0; font-weight:bold'>
-Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg Literary Archive Foundation
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-Project Gutenberg&#8482; depends upon and cannot survive without widespread
-public support and donations to carry out its mission of
-increasing the number of public domain and licensed works that can be
-freely distributed in machine-readable form accessible by the widest
-array of equipment including outdated equipment. Many small donations
-($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt
-status with the IRS.
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-The Foundation is committed to complying with the laws regulating
-charities and charitable donations in all 50 states of the United
-States. Compliance requirements are not uniform and it takes a
-considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up
-with these requirements. We do not solicit donations in locations
-where we have not received written confirmation of compliance. To SEND
-DONATIONS or determine the status of compliance for any particular state
-visit <a href="https://www.gutenberg.org/donate/">www.gutenberg.org/donate</a>.
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-While we cannot and do not solicit contributions from states where we
-have not met the solicitation requirements, we know of no prohibition
-against accepting unsolicited donations from donors in such states who
-approach us with offers to donate.
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-International donations are gratefully accepted, but we cannot make
-any statements concerning tax treatment of donations received from
-outside the United States. U.S. laws alone swamp our small staff.
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-Please check the Project Gutenberg web pages for current donation
-methods and addresses. Donations are accepted in a number of other
-ways including checks, online payments and credit card donations. To
-donate, please visit: www.gutenberg.org/donate
-</div>
-
-<div style='display:block; font-size:1.1em; margin:1em 0; font-weight:bold'>
-Section 5. General Information About Project Gutenberg&#8482; electronic works
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-Professor Michael S. Hart was the originator of the Project
-Gutenberg&#8482; concept of a library of electronic works that could be
-freely shared with anyone. For forty years, he produced and
-distributed Project Gutenberg&#8482; eBooks with only a loose network of
-volunteer support.
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-Project Gutenberg&#8482; eBooks are often created from several printed
-editions, all of which are confirmed as not protected by copyright in
-the U.S. unless a copyright notice is included. Thus, we do not
-necessarily keep eBooks in compliance with any particular paper
-edition.
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-Most people start at our website which has the main PG search
-facility: <a href="https://www.gutenberg.org">www.gutenberg.org</a>.
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-This website includes information about Project Gutenberg&#8482;,
-including how to make donations to the Project Gutenberg Literary
-Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to
-subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks.
-</div>
-
-</div>
-
-</body>
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