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If you are not located in the United States, you -will have to check the laws of the country where you are located before -using this eBook. - -Title: Cuentos valencianos - -Author: Vicente Blasco Ibáñez - -Release Date: October 11, 2021 [eBook #66514] - -Language: Spanish - -Character set encoding: UTF-8 - -Produced by: Ramón Pajares Box and the Online Distributed Proofreading - Team at https://www.pgdp.net (This file was produced from - images generously made available by The Internet - Archive/Canadian Libraries) - -*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK CUENTOS VALENCIANOS *** - -NOTA DE TRANSCRIPCIÓN - - * Las cursivas se muestran entre _subrayados_; la negritas, entre - =iguales=; las versalitas se han convertido a MAYÚSCULAS. - - * Los errores de imprenta han sido corregidos. - - * La ortografía del texto original ha sido actualizada de acuerdo - con las normas publicadas en 2010 por la Real Academia Española. - - * Se han puesto tildes a las mayúsculas; se han espaciado las rayas, - salvo las iniciales de diálogo; se ha completado el emparejamiento - de las comillas y de los signos de exclamación e interrogación. - - * Las páginas en blanco han sido eliminadas. - - - - -CUENTOS VALENCIANOS - - - - -OBRAS DEL MISMO AUTOR - - - =La condenada= (cuentos). - =En el país del arte= (viajes). - =Arroz y tartana= (novela). - =Flor de Mayo= (novela). - =La barraca= (novela). - =Entre naranjos= (novela). - =Sónnica la cortesana= (novela). - =Cañas y barro= (novela). - =La Catedral= (novela). - =El Intruso= (novela). - =La Bodega= (novela). - =La Horda= (novela). - =La maja desnuda= (novela). - =Oriente= (viajes). - =Sangre y arena= (novela). - =Los muertos mandan= (novela). - =Luna Benamor= (novela). - - -=ARGENTINA Y SUS GRANDEZAS= - - -OBRAS TRADUCIDAS DEL AUTOR - - TERRES MAUDITES (Traducción de G. Hérelle), París. - - FLEUR DE MAI (Traducción de G. Hérelle), París. - - BOUE ET ROSEAUX (Traducción de Maurice Bixio), París. - - CONTES ESPAGNOLS (Traducción de G. Menetrier), París. - - DANS L’OMBRE DE LA CATHÉDRALE (Traducción de G. Hérelle), París. - - TERRAS MALDITAS (Traducción de Napoleão Toscano), Lisboa. - - A CATHEDRAL (Traducción de Riveiro de Carvalho y Moraes Rosa), Lisboa. - - DIE KATHEDRALE (Traducción de Josy Priems), Zurich. - - FLOR DE MAYO (Traducción de Josy Priems), Zurich. - - ERDFLUCH (Traducción de Wilhelm Thal), Berlín. - - SCHILFUND SCHLAMM (Traducción de Wilhelm Thal), Berlín. - - DER EINDRINGLING (Traducción de J. Broutá), Berlín. - - DE VLOEK (Traducción del doctor A. A. Fokker), Haarlem. - - WAAR ORANJEBOOMEN BLOEIEN (Traducción del Dr. A. A. Fokker), - Amsterdam. - - CHALUPA (Traducción de A. Pikhart), Praga. - - MARNÁ CHLOUBA (Traducción de A. Pikhart), Praga. - - AH, IL PANE!... (Traducción de F. Gelormini), Palermo. - - HVAD EN MAND HAR AT GOVE (Traducción de Johanne Allen), Copenhague. - - VINNYI SKLAD (Traducción de M. Watson), Petersburgo. - - BODEGA (Traducción de K. G.), Petersburgo. - - PROKLIATAC POLE (Traducción de M. Watson), Petersburgo. - - SOBOR (Traducción de M. Watson), Petersburgo. - - DUOYÑOY VISTREL (Traducción de M. Watson), Petersburgo. - - GELEZNODOROGNOY ZAIAZ (Traducción de M. Watson), Petersburgo. - - NALOGUIZA OBNAGNENAIA (Traducción de M. Watson), Petersburgo. - - ARÈNES SANGLANTES (Traducción de G. Hérelle), París. - - LA HORDE (Traducción de G. Hérelle), París. - - A CORTEZAN DE SAGUNTO (Traducción de Riveiro de Carvalho y Moraes - Rosa), Lisboa. - - O INTRUSO (Traducción de Carvalho), Lisboa. - - - - - V. Blasco Ibáñez - - CUENTOS VALENCIANOS - - - [Ilustración] - - - F. SEMPERE Y COMPAÑÍA, EDITORES - VALENCIA - - - - - _Esta Casa Editorial obtuvo Diploma de Honor y Medalla de Oro en la - Exposición Regional de Valencia de 1909 y Gran Premio de Honor en la - Internacional de Buenos Aires de 1910._ - - - _Derechos de traducción reservados en todos los países, - incluso Suecia y Noruega._ - - - Imp. de la Casa Editorial F. Sempere y Comp.ª -- VALENCIA - - - - -CUENTOS VALENCIANOS - - - - -_Dimòni_ - - -I - -Desde Cullera a Sagunto, en toda la valenciana vega no había pueblo ni -poblado donde no fuese conocido. - -Apenas su dulzaina sonaba en la plaza, los muchachos corrían desalados, -las comadres llamábanse unas a otras con ademán gozoso y los hombres -abandonaban la taberna. - ---¡_Dimòni_! ¡Ya está ahí _Dimòni_! - -Y él, con los carrillos hinchados, la mirada vaga perdida en lo alto y -soplando sin cesar en la picuda dulzaina, acogía la rústica ovación con -la indiferencia de un ídolo. - -Era popular y compartía la general admiración con aquella dulzaina -vieja, resquebrajada, la eterna compañera de sus correrías, la que, -cuando no rodaba en los pajares o bajo las mesas de las tabernas, -aparecía siempre cruzada bajo el sobaco, como si fuera un nuevo miembro -creado por la Naturaleza en un acceso de filarmonía. - -Las mujeres, que se burlaban de aquel insigne perdido, habían hecho -un descubrimiento: _Dimòni_ era guapo. Alto, fornido, con la cabeza -esférica, la frente elevada, el cabello al rape y la nariz de curva -audaz, tenía en su aspecto reposado y majestuoso algo que recordaba al -patricio romano, pero no de aquellos que en el período de austeridad -vivían a la espartana y se robustecían en el Campo de Marte, sino de -los otros, de aquellos de la decadencia, que en las orgías imperiales -afeaban la hermosura de raza colorando su nariz con el bermellón del -vino y deformando su perfil con la colgante sotabarba de la glotonería. - -_Dimòni_ era un borracho. Los privilegios de su dulzaina, que por lo -maravillosos le habían valido el apodo, no llamaban tanto la atención -como las asombrosas borracheras que pillaba en las grandes fiestas. - -Su fama de músico le hacía ser llamado por los clavarios de todos -los pueblos, y veíasele llegar carretera abajo siempre erguido y -silencioso, con la dulzaina en el sobaco, llevando al lado, como -gozquecillo obediente, al tamborilero, algún pillete recogido en -los caminos, con el cogote pelado por los tremendos pellizcos que al -descuido le largaba el maestro cuando no redoblaba sobre el parche con -brío, y que si cansado de aquella vida nómada abandonaba al amo, era -después de haberse hecho tan borracho como él. - -No había en toda la provincia dulzainero como _Dimòni_; pero buenas -angustias les costaba a los clavarios el gusto de que tocase en -sus fiestas. Tenían que vigilarlo desde que entraba en el pueblo, -amenazarle con un garrote para que no entrase en la taberna -hasta terminada la procesión, o muchas veces, por un exceso de -condescendencia, acompañarle dentro de aquella para detener su brazo -cada vez que lo tendía hacia el porrón. Aun así resultaban inútiles -tantas precauciones, pues más de una vez, marchando grave y erguido, -aunque con paso tardo, ante el estandarte de la cofradía, escandalizaba -a los fieles rompiendo a tocar la _Marcha Real_ frente al ramo de olivo -de la taberna, y entonando después el melancólico _De profundis_ cuando -la peana del santo patrono volvía a entrar en la iglesia. - -Y estas distracciones de bohemio incorregible, estas impiedades de -borracho, alegraban a la gente. La chiquillería pululaba en torno de -él, dando cabriolas al compás de la dulzaina y aclamando a _Dimòni_; -y los solteros del pueblo se reían de la gravedad con que marchaba -delante de la cruz parroquial y le enseñaban de lejos un vaso de vino, -invitación a la que contestaba con un guiño malicioso, como si dijera: -«Guardadlo para después». - -Ese después era la felicidad de _Dimòni_, pues representaba el momento -en que, terminada la fiesta y libre de la vigilancia de los clavarios, -entraba en posesión de su libertad en plena taberna. - -Allí estaba en su centro, junto a los toneles pintados de rojo oscuro, -entre las mesillas de cinc jaspeadas por las huellas redondas de los -vasos, aspirando el tufillo del ajoaceite, del bacalao y las sardinas -fritas que se exhibían en el mostrador tras mugriento alambrado, y -bajo los suculentos pabellones que formaban, colgando de las viguetas, -las ristras de morcillas rezumando aceite, los manojos de chorizos -moteados por las moscas, las oscuras longanizas y los ventrudos jamones -espolvoreados con rojo pimentón. - -La tabernera sentíase halagada por la presencia de un huésped que -llevaba tras sí la concurrencia, e iban entrando los admiradores a -bandadas; no habían bastantes manos para llenar porrones; esparcíase -por el ambiente un denso olor de lana burda y sudor de pies, y a la luz -del humoso quinqué veíase a la respetable asamblea, sentados unos en -los cuadrados taburetes de algarrobo con asiento de esparto y otros en -cuclillas en el suelo, sosteniéndose con fuertes manos las abultadas -mandíbulas, como si estas fueran a desprenderse de tanto reír. - -Todas las miradas estaban fijas en _Dimòni_ y su dulzaina. - ---_¡L’agüela! ¡Fes l’agüela!_ - -Y _Dimòni_, sin pestañear, como si no hubiera oído la petición general, -comenzaba a imitar con su dulzaina el gangoso diálogo de dos viejas, -con tan grotescas inflexiones, con pausas tan oportunas, con escapes de -voz tan chillones, que una carcajada brutal e interminable conmovía la -taberna, despertando a las caballerías del inmediato corral, que unían -a la baraúnda sus agudos relinchos. - -Después le pedían que imitase a _La Borracha_, una mala piel que iba -de pueblo en pueblo vendiendo pañuelos y gastándose las ganancias en -aguardiente. Y lo mejor del caso es que casi siempre estaba presente la -aludida y era la primera en reírse de la gracia con que el dulzainero -imitaba sus chillidos al pregonar la venta y las riñas con las -compradoras. - -Pero cuando se agotaba el repertorio burlesco, _Dimòni_, soñoliento -por la digestión del alcohol, lanzábase en su mundo imaginario, y ante -su público silencioso y embobado, imitaba la charla de los gorriones, -el murmullo de los campos de trigo en los días de viento, el lejano -sonar de las campanas, todo lo que le sorprendía cuando por las tardes -despertaba en medio del campo sin comprender cómo le había llevado allí -la borrachera pillada la noche anterior. - -Aquellas gentes rudas no se sentían ya capaces de burlarse de _Dimòni_, -de sus soberbias chispas ni de los repelones que hacía sufrir al -tamborilero. El arte, algo grosero, pero ingenuo y genial de aquel -bohemio rústico, causaba honda huella en sus almas vírgenes y miraban -con asombro al borracho que, al compás de los arabescos impalpables -que trazaba con su dulzaina, parecía crecerse, siempre con la mirada -abstraída, grave, sin abandonar su instrumento más que para coger el -porrón y acariciar su seca lengua con el _glu-glu_ del hilillo del vino. - -Y así estaba siempre. Costaba gran trabajo sacarle una palabra del -cuerpo. De él sabíase únicamente por el rumor de su popularidad que -era de Benicófar, que allá vivía en una casa vieja, que conservaba aún -porque nadie le daba dos cuartos por ella, y que se había bebido, en -unos cuantos años, dos machos, un carro y media docena de campos que -heredó de su madre. - -¿Trabajar? No, y mil veces no. Él había nacido para borracho. Mientras -tuviese la dulzaina en las manos, no le faltaría pan, y dormía como un -príncipe cuando, terminada una fiesta y después de soplar y beber toda -la noche, caía como un fardo en un rincón de la taberna o en un pajar -del campo, y el pillete tamborilero, tan ebrio como él, se acostaba a -sus pies cual un perrillo obediente. - - -II - -Nadie supo cómo fue el encuentro; pero era forzoso que ocurriera, y -ocurrió. _Dimòni_ y _La Borracha_ se juntaron y se confundieron. - -Siguiendo su curso por el cielo de la borrachera, rozáronse para -marchar siempre unidos el astro rojizo de color de vino y aquella -estrella errante, lívida como la luz del alcohol. - -La fraternidad de borrachos acabó en amor, y fuéronse a sus dominios de -Benicófar a ocultar su felicidad en aquella casucha vieja, donde por -las noches, tendidos en el suelo del mismo cuarto donde había nacido -_Dimòni_, veían las estrellas que parpadeaban maliciosamente a través -de los grandes boquetes del tejado, adornados con largas cabelleras -de inquietas plantas. Aquella casa era una muela vieja y cariada que -se caía en pedazos. Las noches de tempestad tenían que huir como si -estuvieran a campo raso, perseguidos por la lluvia, de habitación en -habitación, hasta que por fin encontraban en el abandonado establo -un rinconcito donde entre polvo y telarañas florecía su extravagante -primavera de amor. - -¡Casarse!... ¿para qué? ¡Valiente cosa les importaba lo que dijera -la gente! Para ellos no se habían fabricado las leyes ni los -convencionalismos sociales. Les bastaba el amarse mucho, tener un -mendrugo de pan a mediodía, y sobre todo algún crédito en la taberna. - -_Dimòni_ mostrábase absorto, como si ante su vista se hubiese abierto -ignorada puerta mostrándole una felicidad tan inmensa como desconocida. -Desde la niñez, el vino y la dulzaina habían absorbido todas sus -pasiones; y ahora, a los veintiocho años, perdía su pudor de borracho -insensible, y como uno de aquellos cirios de fina cera que llameaban -en las procesiones, derretíase en brazos de _La Borracha_, sabandija -escuálida, fea, miserable, ennegrecida por el fuego alcohólico que -ardía en su interior, apasionada hasta vibrar como una cuerda tirante, -y que a él le parecía el prototipo de la belleza. - -Su felicidad era tan grande, que se desbordaba fuera de la casucha. -Acariciábanse en medio de las calles con el impudor inocente de una -pareja canina, y muchas veces, camino de los pueblos donde se celebraba -fiesta, huían a campo traviesa, sorprendidos en lo mejor de su pasión -por los gritos de los carreteros, que celebraban con risotadas el -descubrimiento. El vino y el amor engordaban a _Dimòni_; echaba -panza, iba de ropa más bien cuidado que nunca y sentíase tranquilo y -satisfecho al lado de _La Borracha_, aquella mujer cada vez más seca -y negruzca que, pensando únicamente en cuidarle, no se ocupaba en -remendar las sucias faldillas que se escurrían de sus hundidas caderas. - -No le abandonaba. Un buen mozo como él estaba expuesto a peligros; y -no satisfecha con acompañarle en sus viajes de artista, marchaba a su -lado al frente de la procesión, sin miedo a los cohetes y mirando con -cierta hostilidad a todas las mujeres. - -Cuando _La Borracha_ quedó embarazada, la gente se moría de risa, -comprometiéndose con ello la solemnidad de las procesiones. - -En medio él, erguido, con expresión triunfante, con la dulzaina hacia -arriba como si fuese una descomunal nariz que olía al cielo; a un lado -el pillete, haciendo sonar el tamboril, y al opuesto _La Borracha_, -exhibiendo con satisfacción, como un segundo tambor, aquel vientre que -se hinchaba cual globo próximo a estallar, que la hacía ir con paso -tardo y vacilante y que en su insolente redondez subía escandalosamente -el delantero de la falda, dejando al descubierto los hinchados pies -bailoteando en viejos zapatos y aquellas piernas negras, secas y sucias -como los palillos que movía el tamborilero. - -Aquello era un escándalo, una profanación, y los curas de los pueblos -sermoneaban al dulzainero: - ---Pero ¡gran demonio! Cásate al menos, ya que esa perdida se empeña en -no dejarte ni aun en la procesión. Yo me encargaré de arreglaros los -papeles. - -Pero aunque él decía a todo que sí, maldito lo que le seducía la -proposición. ¡Casarse ellos! ¡Bueno va!... ¡cómo se burlaría la gente! -Mejor estaban así las cosas. - -Y en vista de su tozuda resistencia, si no le quitaron las fiestas, por -ser el más barato y mejor de los dulzaineros, despojáronle de todos -los honores anexos a su cargo, y ya no comió más en la mesa de los -clavarios, ni se le dio el pan bendito, ni se permitió que entrasen en -la iglesia el día de la fiesta semejante par de herejazos. - - -III - -Ella no fue madre. Cuando llegó el momento, arrancaron en pedazos, de -sus entrañas ardientes, aquel infeliz engendro de la embriaguez. - -Y tras el feto monstruoso y sin vida, murió la madre ante la mirada -asombrada de _Dimòni_, que, al ver extinguirse aquella vida sin agonía -ni convulsiones, no sabía si su compañera se había ido para siempre o -si acababa de dormirse como cuando rodaba a sus pies la botella vacía. - -El suceso tuvo resonancia, y las comadres de Benicófar se agrupaban a -la puerta de la casucha para ver de lejos a _La Borracha_ tendida en -el ataúd de los pobres y a _Dimòni_ en cuclillas junto a la muerta, -voluminoso, lloriqueando y con la cerviz inclinada, como un buey -melancólico. - -Nadie del pueblo se dignó entrar en la casa. El duelo se componía de -media docena de amigos de _Dimòni_, haraposos y tan borrachos como -este, que pordioseaban por los caminos, y del sepulturero de Benicófar. - -Pasaron la noche velando a la difunta, yendo por turno cada dos horas a -aporrear la puerta de la taberna pidiendo que les llenasen una enorme -bota, y cuando el sol entró por las brechas del tejado, despertaron -todos, tendidos en torno de la difunta, ni más ni menos que los -domingos por la noche cuando en fraternal confianza caían en algún -pajar a la salida de la taberna. - -¡Cómo lloraban todos!... Y ahora la pobrecita estaba allí en el cajón -de los pobres, tranquila como si durmiera, y sin poder levantarse a -pedir su parte. ¡Oh, lo que es la vida!... ¡Y en esto hemos de parar -todos! - -Y los borrachos lloraron tanto, que al conducir el cadáver al -cementerio todavía les duraba la emoción y la embriaguez. - -Todo el vecindario presenció de lejos el entierro. Las buenas almas -reían como locas ante espectáculo tan grotesco. - -Los amigotes de _Dimòni_ marchaban con el ataúd al hombro, dando -traspiés que hacían mecerse rudamente la fúnebre caja como un buque -viejo y desarbolado. Y detrás de aquellos mendigos iba _Dimòni_ con su -inseparable instrumento bajo el sobaco, siempre con aquel aspecto de -buey moribundo que acababa de recibir un tremendo golpe en la cerviz. - -Los chiquillos gritaban y daban cabriolas ante el ataúd, como si -aquello fuese una fiesta, y la gente reía, asegurando que lo del parto -era una farsa y que _La Borracha_ había muerto de un hartazgo de -aguardiente. - -Los lagrimones de _Dimòni_ también hacían reír. ¡Valiente pillo! Aún le -duraba el _cañamón_ de la noche anterior y lloraba lágrimas de vino al -pensar que ya no tendría una compañera en sus borracheras nocturnas. - -Todos le vieron volver del cementerio, donde por compasión habían -permitido el entierro de aquella gran perdida, y le vieron también cómo -con sus amigotes, incluso el enterrador, se metía en la taberna para -agarrar el porrón con las manos sucias de la tierra de las tumbas. - -Desde aquel día, el cambio fue radical. ¡Adiós, excursiones gloriosas, -triunfos alcanzados en las tabernas, serenatas en las plazas y toques -estruendosos en las procesiones! _Dimòni_ no quería salir de Benicófar, -ni tocar en las fiestas. ¿Trabajar?... eso para los imbéciles. Que no -contasen con él los clavarios; y para afirmarse más en esta resolución, -despidió al último tamborilero, cuya presencia le irritaba. - -Tal vez en sus ensueños de borracho melancólico había pensado, mirando -el hinchado vientre de _La Borracha_, en la posibilidad de que con -el tiempo un muchacho panzudo con cara de pillo, un _Dimoniet_, -acompañase golpeando el parche las escalas vibrantes de su dulzaina. -Ahora sí que estaba solo. Había conocido la dicha para que después su -situación fuese más triste. Había sabido lo que era amor para conocer -el desconsuelo; dos cosas cuya existencia ignoraba antes de tropezar -con _La Borracha_. - -Entregose al aguardiente con el mismo fervor que si rindiera un tributo -fúnebre a la muerta; iba roto, mugriento, y no podía revolverse en su -casucha sin notar la falta de aquellas manos de bruja, secas y afiladas -como garras, que tenían para él cuidados maternales. - -Como un búho, permanecía en el fondo de su guarida mientras brillaba -el sol, y a la caída de la tarde salía del pueblo cautelosamente, como -ladrón que va al acecho, y por una brecha del muro se colaba en el -cementerio, un corral de suelo ondulado que la Naturaleza igualaba con -matorrales, en los que pululaban las mariposas. - -Y por la noche, cuando los jornaleros retrasados volvían al pueblo -con la azada al hombro, oían una musiquilla dulce e interminable que -parecía salir de las tumbas. - ---¡_Dimòni_!... ¿Eres tú? - -La musiquilla callaba ante los gritos de aquella gente supersticiosa, -que preguntaba por ahuyentar su miedo. - -Y luego, cuando los pasos se alejaban, cuando se restablecía en la -inmensa vega el susurrante silencio de la noche, volvía a sonar la -musiquilla, triste como un lamento, como el lloriqueo lejano de una -criatura llamando a la madre que jamás había de volver. - - - - -¡Cosas de hombres!... - - -Cuando Visentico, el hijo de la _siñá_ Serafina, volvió de Cuba, la -calle de Borrull púsose en conmoción. - -En torno de su petaca, siempre repleta de picadura de la Habana, -agrupábase la chavalería del barrio, ansiosa de liar pitillos y -escuchar estupendas historias con credulidad asombrosa. - ---En Matanzas tuve yo una mulatita que quería nos casáramos lueguito... -lueguito. Tenía millones, pero yo no quise porque me tira mucho esta -_tierresita_. - -Y esto era mentira. Seis años había permanecido fuera de Valencia, -y decía tener olvidado el valenciano, a pesar de lo mucho que _le -tiraba la tierresita_. Había salido de allí con lengua, y volvía con -un merengue derretido, a través del cual las palabras tomaban el tono -empalagoso de una flauta melancólica. - -Por su lenguaje y las mentiras de grandiosidad con que asombraba a la -crédula chavalería, Visentico era el soberano de la calle, el motivo de -conversación de todo el barrio. Su casaquilla de hilo rayado con vivos -rojos, el bonete de cuartel, el pañuelo de seda al cuello, la banda -dorada al pecho con el canuto de la licencia, la tez descolorida, el -bigotillo picudo y la media romana de corista italiano, habíanse metido -en el corazón de todas las chavalas y lo hacían latir con un estrépito -solo comparable al _fru-fru_ de sus faldas de percal, almidonadas en -los bajos hasta ser puro cartón. - -La _siñá_ Serafina estaba orgullosa de aquel hijo que la llamaba -_mamá_. Ella era la encargada de hacer saber a las vecinas las onzas -de oro que Visentico había traído de allá, y al número que marcaba, ya -bastante exagerado, la gente añadía ceros sin remordimiento. Además, se -hablaba con respeto supersticioso de cierto papelote que el licenciado -guardaba, y en el cual el Estado se comprometía a dar tanto y cuanto... -cuando mudase de fortuna. - -No era extraño, pues, que un hombre de tantas prendas, rodeado del -ambiente de la popularidad y poseedor de irresistibles seducciones, -trajese loca a Pepeta (a) _La Buena Mosa_, una vaca brava que por -las mañanas revendía fruta en el Mercado, y con su falda acorazada, -pañuelo de pita, patillas en las sienes y puntas de bandolina en la -frente, pasaba la vida a la puerta de su casa, tan dispuesta a arañarse -con la primera vecina como a conmover toda la calle con alguno de sus -escándalos de muchachota cerril. - -La gente consideraba naturales y justas las relaciones cada vez más -íntimas entre Visentico y Pepeta. Eran la pareja más distinguida del -barrio, y además, antes de que él se fuese a Cuba ya se susurraba si -había algo entre ellos. - -Lo que ya no le parecía tan claro a la gente es lo que diría el -_Menut_, un chicuelo enteco y vicioso, empleado en el Matadero para -repartir la carne; un pillete con la mirada atravesada y grandes tufos -en las orejas, que siempre iba hecho un asco, y de quien se murmuraba -si en distintas ocasiones había afanado borregos enteros. - -La Pepeta estaba loca; solo una caprichosa como ella podía haber -aguantado dos años los celos machacones y las exigencias tiránicas de -un granuja rabiosillo, al que ella con su potente brazo de buena moza -era capaz de deshacer la cara de un solo revés. - -Y ahora iba a ocurrir algo. ¡Vaya si ocurriría! Adivinábanlo los -vecinos solo con ver al _Menut_, quien con aspecto de perro abandonado -pasaba el día vagando por la calle, tan pronto en el cafetín de -_Panchabruta_ como frente a la casa de Pepeta, siempre sucio, con -la camiseta listada de azul y la blusa al cuello impregnadas de la -hediondez de la sangre seca. - -Ya no repartía carneros a los cortantes de la ciudad; olvidaba su -carrito mugriento, y embrutecido por la sorpresa, queriendo llenar -aquel algo que le faltaba, solo sabía beberse _águilas_ en el cafetín o -ir tras Pepeta, humilde, cobarde, encogido, expresándose con la mirada -más que con la lengua. Pero ella estaba ya despierta. ¿Dónde había -tenido los ojos?... Ahora le parecía imposible que hubiese querido a -aquel bruto, sucio y borrachín. ¡Qué abismo entre él y Visentico!... -una figura de general, un chico muy gracioso en el habla, que cantaba -guajiras y bailaba el tango como un ángel, y que, en fin, si no tenía -millones y una mulata, ya se sabía que era por lo mucho que le _tiraba -la tierresita_. - -Indignábase al ver que aquel granujilla, forrado en la mugre de la -carne muerta, aún tenía la pretensión de que continuase lo que solo -había sido un capricho... una condescendencia compasiva... ¡Arre allá! -Cuando no manifestase su cariño con zarpadas y aprendiese a decirla -¡flor de guayaba! y ¡mulatita! como el otro, entonces podría ponerse en -su presencia. - -La buena moza fue inflexible, acabó por no escuchar, y desde entonces -la calle de Borrull tuvo un alma en pena, que fue el _Menut_. - -En las noches de verano, cuando el calor arrojaba a las familias en -medio de la calle y se formaban corros en torno de las cenas servidas -sobre mesitas de zapatero, la gente veía pasar al celoso chiquillo -recatándose en la sombra, misterioso y fatídico como un traidor de -melodrama. - -La aparición terrorífica pasaba varias veces ante la puerta de Pepeta, -lanzando miradas espeluznantes al coro que hacía la corte a la buena -moza, y después desvanecíase por un escotillón: el cafetín donde el -_Menut_, cual nuevo Prometeo, entregaba sus entrañas a las rampantes -garras de las _águilas_ amílicas. - -¡Qué noches aquellas! Los nuevos amores de Pepeta tenían la acera por -escenario y por coro aquel corrillo donde sonaba el acordeón, y ella -recibía honores de reina festejada. A su lado, la madre, una vieja -insignificante que no abría la boca sin recibir un bufido de Pepeta. - -La calle, tostada todo el día por el sol, revivía con los primeros -soplos de la noche. - -Los lóbregos faroles, cuyos palmitos de gas parecían pintados en la -pared con almazarrón, dejábanlo todo en fresca penumbra; en las puertas -destacábanse las manchas blancas de la gente casi en paños menores: -chorreaban rítmicamente los balcones con el riego de las plantas; en -cada balaustrada asomaba un botijo, y de arriba, de aquel cielo oscuro -que parecía un lienzo apollillado transparentando lejana luz, descendía -un soplo húmedo que reanimaba a la tierra, arrancándola suspiros de -vida. - -En todas las puertas sonaban el acordeón con su chillona melancolía, -la guitarra con su rasgueo soñador, el canto a coro desentonado y -estridente, y algunas veces en las esquinas estallaba una tempestad de -aullidos, el estrépito de la lucha cuerpo a cuerpo, y los antipáticos -perros chatos chocaban sus amenazantes cabezas de foca, hasta que el -silletazo de algún vecino de buena voluntad los ponía en dispersión. - -Despedazábanse en los corros enormes sandías; hundíanse las bocas en -tajadas como medias lunas; pringábanse las caras con el rojo zumo; -extendíanse los arrugados moqueros bajo la barba para no mancharse, y -al fin, la gente, con el vientre hinchado de agua, sumíase en dulce -beatitud, escuchando como angélicas melodías los arañazos de los -acordeones. - -Y a esta hora de digestión líquida, al cantar el sereno las once y -estar los corrillos más animados, era cuando a lo lejos la difusa luz -de los faroles marcaba algo que se aproximaba balanceándose, trazando -zigzags como una barca sin timón, echando la pesada ancla en cada -esquina. - -Era el padre de Pepeta, que con la gorra desmayada y el pañuelo de -hierbas en una mano volvía de la taberna. Saludaba a la reunión con -tres gruñidos, despreciaba las insolencias de la hija, y se hundía por -fin en la oscuridad de su casa, maldiciendo a los avaros caseros que, -para fastidiar a los pobres, hacen siempre las puertas estrechas. - -En aquellas horas de regocijo público, en medio de la calle, -acariciados por la expansión de todos los vecinos, se arrullaban el -licenciado y Pepeta; él, dulzón y empalagoso, hablándole al oído; -ella, grave, estirada y seria, apretando los labios como si estuviera -ofendida, porque una chavala que se respete debe poner siempre al -novio cara de perro. Los hombres son muy presuntuosos, y si llegan a -comprender que una está chiflada por ellos... ya, ya. - -Y mientras tanto, la pobre alma en pena a la puerta del cafetín, con -la garganta abrasada por el amílico y el corazón en un puño, oyendo -de cerca las bromitas de sus amigachos y a lo lejos las canciones del -corro de Pepeta, unos retazos de zarzuela repetidos con monotonía -abrumadora. - -Pero ¡qué cargantes eran los amigos del cafetín! ¿Que Pepeta no le -quería ya? Bueno; dale expresiones... ¿Que él era un chiquillo y le -faltaba esto y lo de más allá? Conformes; pero aún no había muerto, -y tiempo le quedaba para hacer algo. Por de pronto, a Pepeta y al -_Cubano_ se los pasaba por tal y cual sitio. Ella era una _carasera_ y -él un mariquita con su hablar de chiquillo y su peluca rizada. Ya les -arreglaría las cuentas.... A ver, tío _Panchabruta_: otra águila de -petróleo refinado. De aquel que está en el rincón, en el temible tonel -que ha enviado al cementerio tres generaciones de borrachos. - -Y el fresco vientecillo, haciendo ondear la listada cortina de la -puerta, arrojaba todos los ruidos de la calle en el ambiente del -cafetín, cargado del calor del gas y los vahos alcohólicos. - -Ahora cantaban a coro en casa de Pepeta: - - Vente conmigo y no temas - estos parajes dejar... - -Adivinaba la voz de ella, rígida y fría como siempre, y la otra aguda -y mimosa, la del cubano, que decía: _Vente conmigo_, con una intención -que al _Menut_ parecía arañarle en el pecho. Conque _vente conmigo_, -¿eh?... ¡Cristo! Aquella noche iba a arder todo en la calle de Borrull. - -Y se lanzó fuera del cafetín sin llamar la atención de los bebedores, -acostumbrados a tan nerviosas salidas. - -Ya no era el alma en pena; iba rectamente a su sitio, a aquel corro -maldito que tantas noches había sido su tormento. - ---Tú, Cubano, _ascolta._ - -Movimiento de asombro, de estupefacción. Calló el organillo, cesó el -coro y Pepeta levantó fieramente la cabeza. ¿Qué quería aquel pillete? -¿Había por allí algún borrego que robar?... - -Pero sus insolencias de nada sirvieron. El licenciado se levantaba -estirando fanfarronamente su levitilla de hilo. - ---Me _paese_... me _paese_ que ese muchachito se la va a cargar por -torpe. - -Y salió del corro, a pesar de las protestas y consejos de todos. - -Pepeta se había serenado. Podían estar tranquilos; ella lo aseguraba. -No llegaría la sangre al río. El _Menut_ era un chillón que no valía un -papel de fumar, y si se atrevía a hacer pinitos ya le limpiaría los -mocos el otro. Vaya... a cantar. No debía turbarse la buena armonía por -un bicho así. - -Y la tertulia reanudó su canto débilmente, de mala gana, mirando todos -con el rabillo del ojo a los dos que estaban plantados en el arroyo, -frente a frente. - - Que la que aquí es prima donna, - reina en mi casa será...á...á - -Pero al hacer una pausa se oyó la voz del _Menut_, que decía -lentamente, con rabia y acentuando las palabras como si las mascase: - ---Tú eres un morral... sí señor; un morral. - -Todos se pusieron en pie, rodaron las sillas, cayó el acordeón al -suelo, lanzando un quejido, pero... ¡quiá! por pronto que acudieron ya -era tarde. - -Se habían agarrado como gatos rabiosos, clavándose las uñas en el -cuello, empujándose, resbalando en las cortezas de sandía y lanzando -sucias blasfemias. - -Y el _Cubano_ de pronto se bamboleó para caer como un talego de ropa, y -en aquel momento desvaneciose la melosidad antillana, y el lenguaje de -la niñez reapareció junto con la desgracia. - ---¡Ay, _mare mehua_!... ¡_Mare mehua_! - -Retorcíase sobre los adoquines como una lagartija partida en dos, -agarrábase el vientre allí donde había sentido la fría hoja de la -navaja, comprimiendo instintivamente el bárbaro rasgón, al que asomaban -los intestinos cortados, rezumando sangre e inmundicia. - -Corría la gente desde los dos extremos de la calle, para agolparse en -torno del caído; sonaban pitos a lo lejos, poblándose instantáneamente -los balcones, y en uno de ellos la _siñá_ Serafina, en camisa, -desmelenada, sorprendida en su primer sueño por el grito de su hijo, -daba alaridos instintivamente, sin explicarse todavía la inmensidad de -su desgracia. - -Pepeta retorcíase con epilépticas convulsiones entre los brazos de -varios vecinos; avanzaba sus uñas de fiera enfurecida, y no pudiendo -llegar hasta el _Menut_, le escupía a la cara siempre los mismos -insultos con voz estridente, desgarradora, que despertaba a todo el -barrio: - ---¡_Lladre_!... ¡Granuja!... - -Y el autor de todo estaba allí, sin huir, con su figurilla triste y -desmedrada, el cuello desollado por varios arañazos, el brazo derecho -teñido en sangre hasta el codo y la navaja caída a sus pies. Tan -tranquilo como al degollar reses en el Matadero, sin estremecerse al -sentir en sus hombros las manos de la policía, con una sonrisita que -plegaba ligeramente los extremos de su boca. - -Salió de la calle con los brazos atados sobre la espalda, y la blusa -encima, la innoble cara llena de arañazos, hablando con su escolta de -municipales, satisfecho, en el fondo, de que la gente se agolpase a su -paso, como en la entrada de un personaje. - -Cuando pasó ante el cafetín, saludó con altivez a sus amigotes que, -asombrados, como si no hubiesen presenciado el suceso, le preguntaban -qué había hecho. - ---_Res; còses d’hòmens._ - -Y contento con su suerte, erguido y triunfante, siguió el camino de -la cárcel, acogiendo el infeliz las miradas de la curiosidad con la -prosopopeya de la estupidez satisfecha. - - - - -La cencerrada - - -I - -Todos los vecinos de Benimuslín acogieron con extrañeza la noticia. - -Se casaba el tío Sènto, uno de los prohombres del pueblo, el primer -contribuyente del distrito, y la novia era Marieta, guapa chica, hija -de un carretero, que no aportaba al matrimonio otros bienes que aquella -cara morena, con su sonrisa de graciosos hoyuelos y los ojazos negros, -que parecían adormecerse tras las largas pestañas entre los dos rodetes -de apretado y brillante cabello que, adornados con pobres horquillas, -cubrían sus sienes. - -Por más de una semana esta noticia conmovió al tranquilo pueblecito, -que entre una inmensidad de viñas y olivares alzaba sus negruzcos -tejados, sus tapias de blancura deslumbrante, el campanario con su -montera de verdes tejas y aquella torre cuadrada y roja, recuerdo de -los moros, que destacaba soberbia sobre el intenso azul del cielo su -corona de almenas rotas o desmoronadas como una encía vieja. - -El egoísmo rural no salía de su asombro. Muy enamorado debía estar el -tío Sènto para casarse, violando tan escandalosamente las costumbres -tradicionales. ¿Cuándo se había visto a un hombre que era dueño de la -cuarta parte del término, con más de cien botas en la bodega y cinco -mulas en la cuadra, casarse con una chica que de pequeña robaba fruta o -ayudaba en las faenas de las casas ricas para que la diesen de comer? - -Todos decían lo mismo. ¡Ah, si levantase la cabeza la _siñá_ Tomasa, -la primera mujer del tío Sènto, y viese que su caserón de la calle -Mayor, sus campos y su _estudi_, con aquella cama monumental de que tan -orgullosa estaba, iban a ser para la mocosuela que en otros tiempos la -pedía una rebanada de pan! - -Aquel hombre debía estar loco. No había más que ver el aire de -adoración con que contemplaba a Marieta, la sonrisa boba con que acogía -todas sus palabras y las actitudes de chaval con que se mostraba a los -cincuenta y seis años bien cumplidos. Y las que más protestaban contra -aquel hecho inaudito eran las chicas de las familias acomodadas, que, -siguiendo las egoístas tradiciones, no hubieran tenido inconveniente -en entregar su morena mano a aquel gallo viejo, que se apretaba la -exuberante panza con la faja de seda negra y mostraba sus ojillos -pardos y duros bajo el sombraje de unas cejas salientes y enormes que, -según expresión de sus enemigos, tenían más de media arroba de pelo. - -La gente estaba conforme en que el tío Sènto había perdido la razón. -Cuanto poseía antes de casarse y todo lo que había heredado de la -_siñá_ Tomasa, iba a ser de Marieta, de aquella mosca muerta que había -conseguido turbarle de tal modo, que hasta las devotas a la puerta de -la iglesia murmuraban si la chica tendría hecho pacto con el malo y -habría dado al viejo polvos seguidores. - -El domingo en que se leyó la primera amonestación, el escándalo fue -grande. Después de la misa mayor, había que oír a los parientes de la -_siñá_ Tomasa. Aquello era un robo, sí señor; la difunta se lo había -dejado todo a su marido, creyendo que no la olvidaría jamás, y ahora el -muy ladrón, a pesar de sus años, buscaba un bocado tierno y le regalaba -lo de la otra. No había justicia en la tierra si aquello se consentía. -¡Pero vaya usted a reclamar en estos tiempos! Bien decía don Vicente, -el _siñor retor_, que ahora todo está perdido. Debía mandar don Carlos, -que es el único que persigue a los pillos. - -Así vociferaban en los corrillos de la plaza los que se creían -perjudicados por el futuro matrimonio, ayudándoles en la murmuración -casi todos los vecinos de Benimuslín. - -El caso era que tal casamiento no acabaría bien. Aquel vejestorio -atacado de rabia amorosa estaba destinado a llorar su calaverada. -¡Pequeños iban a ser los adornos!... Todo el pueblo sabía que Marieta -tenía un novio, _Tòni el Desgarrat_, un vago que había pasado la niñez -con ella correteando por las viñas, y ahora, al ser mayor, la quería -con buen fin, esperando para casarse que le entrasen ganas de trabajar -y perder la costumbre de beberse en la taberna los cuatro terrones -de su herencia en compañía de su amigo el dulzainero _Dimòni_, otro -perdido que venía a buscarle del inmediato pueblo para tomar juntos -famosas borracheras, que dormían en los pajares. - -Los parientes de la _siñá_ Tomasa miraban ahora con simpatía al -_Desgarrat_. Este se encargaría de vengarles. - -Y los mismos que antes le despreciaban, los ricachos que volvían la -cara al encontrarle, buscábanle en la taberna el día de la primera -amonestación, plantándose ante el muchachote, que estaba sentado en un -taburete de cuerda con la vistosa manta sobre las rodillas, la colilla -pegada al labio y la mirada fija en el porrón, que herido por un rayo -de sol, reflejaba inquieta mancha roja sobre el cinc de la mesilla. - ---_Che, Desgarrat_ --le decían con sorna--, Marieta se casa. - -Pero el _Desgarrat_ acogía esta burla levantando los hombros. -Aquello aún había de verse. Hasta el fin nadie es dichoso, y él... -¡_recordóns_! ya sabían todos que era muy hombre para vérselas con el -tío Sènto, que también la echaba de terne. - -Así era, y por lo mismo todos esperaban un choque ruidoso. - -Allí iba a pasar algo. - -Al tío Sènto --según propia afirmación-- nadie le ganaba a bruto. -Levantaba mucho peso en las elecciones, tenía grandes amigos en -Valencia, había sido alcalde varias veces y estaba acostumbrado a -enarbolar en medio de la plaza el grueso _gayato_ de Liria para -sacudirle dos palos con la mayor impunidad al primero que le -incomodaba. - - -II - -Llegó el momento de las cartas dotales. El tío Sènto no hacía las cosas -a medias, y además, buena era Marieta y su familia para despreciar la -ocasión. - -En trescientas onzas la dotaba el novio, sin contar la ropa y las -alhajas pertenecientes a su primera mujer. - -La casa de Marieta, aquella casucha de las afueras sin más adorno que -el carro a la puerta y dos o tres caballerías flacas en el establo, fue -visitada por todas las chicas del pueblo. - -Aquello era un jubileo. Todas formando grupo, cogidas de la cintura -o de las manos, pasaban ante el largo tablado cubierto por blancas -colchas, sobre el cual los regalos y la ropa de la novia ostentábanse -con tal magnificencia, que arrancaban exclamaciones de asombro: - ---¡Reina y santísima! ¡Qué cosas tan preciosas! - -La ropa blanca clasificada por tamaños, apilada en altas columnas que -casi llegaban al techo, cuidadosamente doblada, algo morena, como -tejido fuerte, pero con un olor a limpieza y lejía que daba gloria; -todo a docenas de docenas, desde las camisas hasta los trapos de -cocina, con iniciales de colores chillones y guarnecidas con profusión -de randas las ropas de uso interior: los vestidos de seda, gruesos -y crujientes, con vivos reflejos metálicos; las faldas de rameado -percal mostrando una fresca florescencia de primavera; las mantillas -con sus sutiles y complicados arabescos; los corsés blancos y negros -pespunteados de rojo, delatando con impudencia en sus rígidos contornos -el cuerpo de la novia; y encerrados en sus marcos de cartón, los -pañolones de Manila, con aves fantásticas volando en un cielo de seda -blanca, y grupos de chinos, unos bigotudos y fieros, otros pelones -y bobos, admirando con sus caritas de porcelana a las sencillas -muchachas, que soñaban despiertas en aquellos misteriosos países donde -los hombres gastan faldas y tienen ojitos de cerdo. Después venían los -regalos de los amigos, en su mayoría pilillas de agua bendita para la -alcoba, con sus ángeles de porcelana; cajas con cuchillos y cubiertos -de plata, y dos grandes candelabros que descollaban majestuosamente. -Eran el regalo del marqués, del cacique de la comarca, el hombre más -eminente de España, según el tío Sènto, el cual, siempre que se -trataba de sacarle diputado por el distrito, estaba tan dispuesto a -empuñar el garrote como a echarse la escopeta a la cara. - -Y como digno final de aquella exposición, en lugar preferente -ostentábanse las joyas chispeando sobre la almohadilla granate de los -estuches: las uvas de perlas para las orejas, los alfileres de pecho -con sus complicados colgajos, las grandes horquillas de oro para los -caracoles de las sienes, las tres agujas con cabezas de apretadas -perlas que habían de atravesar el airoso rodete y aquel aderezo, famoso -en Benimuslín, que la _siñá_ Tomasa había comprado en catorce onzas de -la calle de las Platerías. - -¡Vaya una suerte la de Marieta! Ella se hacía la modesta, enrojeciendo -cada vez que ponderaban su futura felicidad, pero había que ver -los lagrimones de la madre, una mujercilla flaca, arrugada e -insignificante, y la emoción del carretero, que iba como un criado tras -su futuro yerno, guardándole todas las consideraciones debidas a un ser -superior. - -Por la noche fue la lectura de las cartas. Llegó don Julián el notario -en su vieja tartana acompañado de su acólito, un infeliz de cara -hambrienta con el tintero de cuerno asomado a un bolsillo y el papel -sellado bajo el brazo. - -Don Julián fue entrado casi en triunfo en la cocina, donde ya estaba -preparada una mesilla para el escribiente con velón de cuatro brazos. - -¡Qué hombre tan sabio aquel! Leía las escrituras en valenciano e -intercalaba en el árido texto chistes de su cosecha... Vamos, que no -había palurdo que pudiera estar serio en presencia de aquel señor -siempre grave, que tenía cierto aire eclesiástico, con su largo -paletó negro semejante a una sotana, el rostro carrilludo y frescote, -cuidadosamente afeitado, y las recias gafas montadas en la frente, lo -que era para los vecinos de Benimuslín un capricho inexplicable propio -de los grandes talentos. - -Comenzó el notario a dictar en voz baja; garrapateaba el escribiente en -los pliegos de papel sellado, y mientras tanto iban llegando los amigos -de casa con el cura y el alcalde, y desaparecían del largo tablado los -regalos de boda para dejar sitio a los macizos bizcochos espolvoreados -de azúcar, los platos de _amargos_ y las tortas _finas_ secas como -cartón, a más de una docena de botellas de rosa y marrasquino. - -Tosió varias veces don Julián, púsose en pie tirando de las solapas -de su paletó, y todos quedaron en silencio, mientras él agarraba los -pliegos escritos con la tinta todavía fresca y comenzaba a leer en -valenciano. - -¡Qué hombre tan chistoso! Al nombrar al novio hizo una mueca grotesca, -y el tío Sènto fue el primero en celebrarlo con una ruidosa carcajada; -al mentar a la novia saludó a Marieta con una reverencia de baile y -volvió a repetirse la risa; pero cuando llegaron las condiciones del -contrato, todos se pusieron graves: un viento de egoísmo y de avaricia -parecía soplar en aquella cocina, y hasta la novia levantaba la cabeza -con los ojos brillantes y las alillas de la nariz dilatadas por la -emoción al oír hablar de onzas, de la viña de la Ermita y del olivar -del Camino Hondo: todo lo que iba a ser suyo. El tío Sènto era el único -que sonreía satisfecho de que tan honorable concurso apreciara hasta -dónde llegaba su generosidad. - -Así se hacían las cosas. Los padres de Marieta lloraban y las vecinas -movían la cabeza con expresión de asentimiento. A un hombre así se le -podía entregar una hija sin remordimiento alguno. - -Cuando el papelote quedó firmado, comenzaron a circular los dulces -y las copas. El notario lucía su ingenio, mientras el famélico -escribiente se atracaba en representación propia y de su principal. - -Aquel don Julián era el encanto de su rudo auditorio. Ya verían de lo -que era capaz el día de la boda. Don Vicente el cura y él se habían de -emborrachar, brindando por la felicidad de los novios: palabra de honor. - -A las once terminó la fiesta de las cartas. El cura acababa de -retirarse escandalizado de estar en pie a aquellas horas teniendo que -decir la misa primera; el alcalde le había acompañado, y salió por fin -el tío Sènto con el notario y el escribiente, los que llevaba a dormir -a su casa. - -Las calles estaban oscuras. Más allá de la casa de Marieta estaba la -densa lobreguez de los campos, de la que salían rumores de follaje y -cantos de grillos. Sobre los tejados parpadeaban las estrellas en un -cielo de intenso azul. Ladraban los perros en los corrales, contestando -a los relinchos de las bestias de labor. El pueblo dormía, y el notario -y su ayudante andaban con precaución, temiendo tropezar con algún -pedrusco de aquellas calles desconocidas. - ---¡Ave María purísima! --gritaba a lo lejos una voz acatarrada--; las -_onse_... sereno. - -Y don Julián sentíase algo intranquilo en aquella lobreguez. Le -parecía ver bultos sospechosos, y en la esquina de la calle, espiando -la puerta de Marieta, creyó distinguir gente en acecho... - -¡Allá va! Y sonó un terrible chasquido, como si se rasgara a un tiempo -toda la ropa blanca de la novia, y de la esquina surgió una gruesa -línea de fuego que avanzó rápida y serpenteante con un silbido atroz, -que puso los pelos de punta al buen notario. - -Era un enorme cohete. ¡Vaya una broma! El notario se arrimó tembloroso -a una puerta, mientras el escribiente casi caía a sus pies, y allí -estuvieron los dos durante unos segundos, que les parecieron siglos, -viendo con angustia cómo el petardo iba de una pared a otra como fiera -enjaulada, agitando su rabo de chispas, conteniendo por tres o cuatro -veces su silbante estertor, hasta que por fin estalló en horrendo -trueno. - -El tío Sènto había permanecido valientemente en medio de la calle... -¡_Redéu_! ya sabía él de dónde venía aquello. - ---¡_Chentòla indesent_! --gritó con voz ronca por la rabia. - -Y agitando su enorme _gayato_ avanzó amenazante, como si tras la -esquina fuese a encontrar al _Desgarrat_ con toda la parentela de la -_siñá_ Tomasa. - - -III - -Las campanas de Benimuslín iban al vuelo desde el amanecer. - -Se casaba el tío Sènto, noticia que había circulado por todo el -distrito, y de los pueblos inmediatos iban llegando amigos y parientes, -unos a caballo en sus bestias de labranza con el sobrelomo cubierto -con vistosas mantas, y otros en sus carros con sillas de cuerda atadas -a los varales, en las que iba sentada toda la familia, desde la mujer -con el pelo reluciente de aceite y la mantilla de terciopelo, hasta los -chicos que lloriqueaban por las maternales bofetadas recibidas cada vez -que atentaban a la limpieza de sus trajes de fiesta. - -La casa del tío Sènto era un verdadero infierno. ¡Qué movimiento! Desde -el día anterior que allí no se descansaba. Las vecinas que gozaban -justa fama de guisanderas, iban por el corral con los brazos remangados -y el vestido prendido atrás con alfileres, mostrando las blancas -enaguas, mientras que cerca de la gran higuera algunos muchachos -atizaban las hogueras de secos sarmientos. - -Aquello era un matadero. El cortante del pueblo, cuchillo en mano, -les abría el gañote a las gallinas; los chicuelos dedicábanse con el -mayor entusiasmo a pelar los cadáveres; revoloteaban nubes de plumas, -pegándose al suelo manchado de sangre, y en las vacilantes llamas -tostábase la flácida piel, todavía erizada de cañones, pasando después -las víctimas a ser colgadas de una rama de la higuera, donde la tía -Pascuala, vieja criada de la casa, con delicadezas de cirujano experto, -abríalas en canal, sacando los higadillos y los ovarios, bocados -exquisitos para el almuerzo de todos los ayudantes de cocina. - -Daba gloria ver tan alegre agitación. Aquellas gentes, que en el resto -del año vivían condenadas a manejar la azada de sol a sol, sin más -consuelo que el tomate crudo, la sardina mohosa y el áspero bacalao, -se embriagaban de grasa en la gigantesca inundación de comida. ¡Lo que -hace tener dinero! Bien se estaba en una casa como aquella con todo lo -que Dios cría de bueno. - -Las _paellas_ mostrábanse con la panza hollinada y las entrañas -brillantes como plata, esperando el momento de chillar sobre las -llamas: el arroz en sacos; los caracoles de montaña en enormes cazuelas -orladas de sal, saliendo del agua para enseñar sus movibles cuernos al -sol naciente; en un rincón toda una hornada de _rollos_, esparciendo en -aquel ambiente de sangre y grasa el perfume fragante del pan caliente -y tierno; las especias a libras en una caja de latón; y de la bodega -salían pellejos y más pellejos, que caían temblorosos en el suelo -como cuerpos palpitantes; unos enormes, conteniendo el vino rojo para -la comida, y otros más pequeños, guardando el néctar de la _bota del -rincón_, aquel patriarca del que se hablaba en el pueblo con respeto y -que con su colorcillo claro y su corona de brillantes hacía caer al más -valiente. - -¿Y de dulces?... ¡Ave María! El tío Sènto se había traído toda una -confitería de Valencia. En sacos estaban los confites para tirar, -las almendras roñosas, los canelados, todos aquellos proyectiles de -azúcar y almidón, duros como balas, que habían de cubrir de chichones -las cabezas de la pedigüeña chiquillería; y dentro, en el _estudi_, -guardábanse las cosas finas: las tortadas cubiertas de flores de -caramelo y rematadas por mariposas que temblaban sobre un alambre; los -tiernos pasteles de espuma, las bandejas monumentales henchidas de -frutas confitadas, todos aquellos primores que desde la puerta, pálidos -de emoción y chupándose el dedo con avaricia, contemplaban los chicos -de los convidados. - -La fiesta prometía. El gozo reflejábase en los rostros rubicundos; -en el corral se desataban los pellejos para hacer cataduras y tomar -fuerzas, y por si algo faltaba, allá en la calle sonó la alegre -dulzaina con escalas que parecían cabriolas. Hasta _Dimòni_ estaba en -la fiesta; bien decían que el novio no reparaba en gastos. Había que -darle vino para que tocase mejor, y el enorme vaso iba de mano en mano -desde el corral hasta la puerta de la calle, donde _Dimòni_ empinaba el -codo con gravedad, dejando el sobrante a su pelado tamborilero. - -Ya era hora. Don Vicente esperaba en la iglesia, las campanas habían -enmudecido y toda la comitiva nupcial salió en busca de la novia: -ellas con su vestido hueco y la mantilla a los ojos, y los hombres -arrastrando sus recias capas azules de larga esclavina y alto cuello, -que les ponía rojas las orejas. Todo el pueblo esperaba a la puerta de -la iglesia. Algunos parientes de la _siñá_ Tomasa, violando la consigna -de familia, estaban allí en última fila, y no pudiendo resistir la -curiosidad, se empinaban pies en punta para ver mejor. - -Primero, una turba de muchachos dando cabriolas en torno de _Dimòni_, -que soplaba con la cabeza atrás y la dulzaina en alto, como si esta -fuese una gran nariz con la que husmeaba el cielo, y después venían los -novios; él con su sombrerón de terciopelo, su capa con mangas que le -congestionaban el sudoroso rostro, y por bajo de la cual asomaban los -pies con calcetines bordados y alpargatas finas. - -¿Y ella? Las mujeres no se cansaban de admirarla. ¡Reina y _siñora_! -Parecía una de Valencia con la mantilla de blonda, el pañolón de Manila -que con el largo fleco barría el polvo; la falda de seda hinchada por -innumerables zagalejos, el rosario de nácar al puño, un bloque de oro -y diamantes como alfiler de pecho y las orejas estiradas y rojas por -el peso de aquellas enormes _polcas_ de perlas que tantas veces había -ostentado la otra. - -Esto sublevaba a los parientes de la difunta. - ---_¡Lladre! ¡més que lladre!_ --rugían mirando al tío Sènto. - -Pero este se metió en la iglesia con expresión satisfecha, chispeándole -los ojuelos bajo las enormes cejas; y tras él desfilaron los padrinos, -el alcalde con su ronda, escopeta al hombro, y todos los convidados -sudando la gota gorda bajo el peso de las ceremoniosas capas, con -grandes pañuelos de atadas puntas pasados por el brazo y henchidos de -confites que habían de tirar a la salida de la iglesia. - -Los curiosos que quedaron en la puerta miraban a la taberna de -la plaza. Hacia ella se fue el dulzainero, como si le molestasen -los sonidos del órgano, y allí se encontró con el _Desgarrat_ y -sus amigotes, lo peorcito del pueblo, gente sospechosa que bebía -silenciosamente, cambiando guiños y sonrisas con los enemigos del tío -Sènto. - -Algo se tramaba; las mujeres comentaban el caso con voz misteriosa, -como si temieran que el pueblo fuese a arder por los cuatro costados. - -Ya iba a salir la comitiva. ¡Gran Dios, qué batahola! Del polvo parecía -surgir toda aquella chiquillería desgreñada y sucia que se arremolinaba -en la puerta gritando ¡_Armeles, confits_!... mientras que _Dimòni_ se -aproximaba rompiendo a tocar la Marcha Real. - -¡Allá va! Y el mismo tío Sènto soltó como un metrallazo el primer -puñado de confites que, rebotando sobre las duras testas, se hundieron -en el polvo, donde los buscaba a gatas la gente menuda, mostrando al -aire las sucias posaderas. - -Y desde allí hasta casa de los novios, fue aquello un bombardeo: -la comitiva sin cansarse de tirar confites y la ronda del alcalde -teniendo que abrir paso a patadas y palos. - -Al pasar frente a la taberna, Marieta bajó la cabeza y palideció, -viendo cómo sonreía burlonamente su marido mirando al _Desgarrat_, -el cual contestó a la sonrisa con un ademán indecente. ¡Ay! Aquel -condenado se había propuesto amargar su boda. - -El chocolate esperaba. ¡Cuidado con atracarse! Era don Julián el -notario quien lo aconsejaba: había que pensar en que dentro de dos -horas sería la gran comida. Pero a pesar de tan prudentes consejos, la -gente arremetió con los refrescos, los cestos de bizcochos, los platos -de dulce, y en poco tiempo quedó rasa como la palma de la mano aquella -mesa, que tenía alrededor más de cien sillas. - -La novia mudábase de traje en el _estudi_, quedando en fresco percal, -los morenos brazos casi desnudos y brillándole sobre el luciente -peinado las perlas de sus agujas de oro. - -El notario charlaba con el cura, que acababa de llegar con gorrito de -terciopelo y el balandrán a puntas. Los convidados huroneaban por el -corral, enterándose de los preparativos de la comida; las mujeres se -habían puesto frescas y formaban corrillos charlando de sus asuntos de -familia; correteaban los chicos en las cercanías del _estudi_, atraídos -por el tesoro que encerraba, y en la puerta de la calle sonaba la -incansable dulzaina de _Dimòni_ mientras que la granujería se empujaba -dándose cachetes, o rodaba en el polvo por alcanzar los puñados de -confites que venían de dentro. - -Llegó el instante solemne, y las _paellas_ burbujeantes y despidiendo -azulado humo fueron colocadas sobre la mesa. - -Los convidados se apresuraron a ocupar sus asientos: ¡vaya un golpe de -vista! Lo que decía el cura con asombro: ¡ni en el festín de Baltasar! -Y el notario, por no ser menos, hablaba de las bodas de un tal Camacho, -que había leído en no recordaba qué libro. - -La gente menuda comía en el corral. - -Y allí también, en una mesita como de zapatero, estaba _Dimòni_, el -cual a cada instante enviaba el acólito adonde estaban los pellejos -para que llenara el porrón. - -¡Cuerpo de Dios, y qué bien lo hacía toda aquella gente! Las -dentaduras, fortalecidas por la diaria comida de salazón, chocaban -alegremente y los ojos miraban con ternura aquellas _paellas_ como -circos, en las cuales los pedazos de pollo eran casi tantos como los -granos de arroz, hinchados por el substancioso caldo. - -Con el pañuelo al pecho a guisa de servilleta, había bigardón que -tragaba como un ogro, mientras las mujeres hacían dengues, llevándose -a la boca la puntita de la cuchara con dos granos de arroz, mostrando -esa preocupación de la mujer campesina que considera como una falta de -pudor el comer mucho en público. - -Aquello era un banquete de señores; no se comía en la misma _paella_, -sino en platos, y bebíase en vasos, lo que embarazaba a muchos de los -comensales, acostumbrados a arrojar un mendrugo sobre el arroz como -señal de que era llegado el momento de pasar el porrón de mano a mano. - -La cortesía labriega mostrábase con toda su pegajosidad y falta de -limpieza. Ofrecíanse de un extremo a otro del banquete un muslo tierno -y jugoso, y de unos dedos a otros llegaba a su destino. Todo eran -obsequios, como si cada uno no tuviese en su plato lo mismo que le -ofrecían. - -Marieta apenas si comía. Estaba al lado de su marido con la cabeza -baja. Palidecía, contraíase su frente reflejando penosos pensamientos -y miraba con alarma a la puerta de la calle, como si temiera alguna -aparición del _Desgarrat_. - -Aquel maldito era capaz de todo. Aún le parecía oír las últimas -palabras de la noche en que se despidieron para siempre. Se acordaría -de él, ya que por avaricia quería casarse con el tío Sènto; y ella -sabía que aquel bruto con su cara de hereje era capaz de hacer algo -que fuese sonado. Lo más raro era que a pesar de sus temores, el furor -del _Desgarrat_ le producía cierta inexplicable satisfacción. No había -remedio; aquel maldito le _tiraba_ mucho. No en balde se habían criado -juntos. - -La comida se animaba. Estaban ya limpias las _paellas_; ahora entraban -los primores de la tía Pascuala y la gente acometía los pollos asados -y rellenos, las fuentes enormes de lomo con tomate, toda la cocina -indígena, sólida y pesada, que desaparecía en las fauces siempre -abiertas de aquellos glotones. - -Los graciosos alegraban la comida. El cura declaraba que ya no podía -más, y el notario pellizcábale el tirante abdomen, buscando un -huequecito para convencerle de que debía llenarlo. Algunos comenzaban -a estar alumbrados, y con lengua estropajosa les decían a los novios -cosas que hacían guiñar los ojillos al tío Sènto y enrojecer a Marieta. - -Llegaron los postres con el famoso vino de la bota del rincón, y se -sacaron del _estudi_ las tortadas, los pasteles y las tortas finas. - -Como moscas salieron del corral todos los chicuelos, con el pecho y la -cara embadurnados de arroz y grasa, yendo a meterse entre las rodillas -de sus madres, sin quitar ojo de los postres tentadores. - -Marieta púsose en pie con un plato en la mano, y comenzó a dar vueltas -a la mesa. Había que regalar algo a la novia para alfileres; era la -costumbre. Y los parientes del novio, a quienes convenía estar en -buenas relaciones, dejaban caer sobre el redondel de loza la media -onza o la dobleta fernandina, monedas relucientes y frotadas con -anticipación para que perdiesen la negra pátina adquirida en largo -encierro. - ---¡_Pera agulletes_! --decía Marieta con vocecita mimosa. - -Y era un gozo ver la lluvia de oro que caía sobre el plato. Todos -dieron, hasta el notario, que soltó cinco duros pensando en que ya -se la vengaría al presentar la cuenta de honorarios, y el cura, con -gesto de dolor, sacó dos pesetas alegando como excusa la pobreza de la -Iglesia por culpa del liberalismo. ¡Ah, si mandasen los suyos!... - -Marieta, abriendo el amplio bolsillo de su falda, vació el plato con -un alegre retintín que regocijaba el oído. - -La cosa marchaba. Hablaban todos a un tiempo, y la gente deteníase en -la calle para admirar la alegría de los convidados. - -Aquel vinillo claro, coronado de brillantes, surtía efecto. Todos -querían brindar. - ---¡Bomba... bombaa! --aullaban los más alegres. - -Y se ponía en pie un socarrón, vaso en mano, y después de mirar a todos -lados con sonrisa maliciosa que prometía mucho, rompía así: - - Brindo y bebo - y quedo convidao para aluego. - -Todos, a pesar de que este chiste le oyeron ya a sus abuelos, acogíanle -con grandes risotadas, y gritaban palmoteando: - ---¡Vítor... vítooor! - -Y tras esta muestra de ingenio venían otras, todas ellas tan rancias, -no faltando quien se lanzaba a improvisar cuartetas rabudas en honor de -los novios. - -El notario estaba en su elemento. Aseguraba que el tío Sènto acababa -de pellizcarle por debajo de la mesa creyendo que sus piernas eran las -de Marieta; hablaba de la próxima noche de un modo que hacía ruborizar -a las jóvenes y sonreír a las madres, y el cura, alegrillo y con -los ojos húmedos y brillantes, intentaba ponerse serio, murmurando -bonachonamente: - ---¡Vamos, don Julián! Orden, que estoy aquí. - -El vino hacía revivir la brutalidad de los comensales. Gritaban puestos -en pie, derribando con sus furiosos manoteos botellas y vasos; cantaban -acompañados por la dulzaina de _Dimòni_, a cuyo son saltaban en el -corral algunas parejas, y al fin, instintivamente, dividiéronse en dos -bandos y de un extremo a otro de la mesa comenzaron a arrojarse puñados -de confites con toda la fuerza de sus poderosos brazos, acostumbrados a -luchar con la ingrata tierra y las tozudas bestias de carga. - -¡Qué divertido era aquello! El tío Sènto reía muy complacido, pero el -cura huyó con las mujeres a refugiarse en el _estudi_, y el notario se -ocultó debajo de la mesa. - -Caían los cristales de las alacenas hechos añicos; quebrábanse los -vasos; un ruido de tiestos sonaba continuamente, y los campeones se -enardecían hasta el punto de que, no encontrando confites a mano, se -arrojaban los restos de bizcochos y los fragmentos de platos. - ---_Pròu; ya teníu pròu_ --gritaba el tío Sènto cansado de sufrir -golpes. - -Y en vista de que le desobedecían púsose en pie y a empellones los -echó al corral, donde los enardecidos mozos continuaron la fiesta -arrojándose proyectiles menos limpios. - -Entonces fue cuando las mujeres volvieron al banquete con el asustado -cura. ¡Reina y _siñora_! aquello no estaba bien. Era un juego de -brutos. Y se dedicaron a auxiliar a los descalabrados, que se limpiaban -la sangre sonriendo, sin cesar de decir que se habían divertido mucho. - -Volvieron a sentarse todos a la revuelta mesa, en la cual el vino -derramado y los residuos de la comida formaban repugnantes manchas. - -Pero allí no se ganaba para sustos, y algunas respetables matronas -saltaron de sus asientos, afirmando entre chillidos medrosos que algo -iba por debajo de la mesa que las pellizcaba las abultadas pantorrillas. - -Eran los chicos que, no ahítos de confites, buscaban a gatas los -residuos de la batalla. - ---¡Qué granujería tan endemoniada! _¡Pachets... fòra fòra!_ - -Y a coscorrones fue expulsada aquella invasión de desvergonzados -buscadores. - -Pues señor, bien iba la boda. Había que reconocer que la gente se -divertía. - -Y fuera gangueaba la dulzaina, haciendo locas cabriolas, como si -estuviera contagiada de aquel regocijo tan brutal como ingenuo. - - -IV - -A las diez de la noche quedaba ya poca gente en casa de los novios. - -Desde el anochecer que comenzaron a salir del establo los carritos y -las caballerías enjaezadas. La mayoría de los convidados emprendían el -regreso a sus pueblos, cantando a grito pelado y deseando a los novios -una noche feliz. - -Los de Benimuslín se retiraban también, y en las oscuras calles veíase -a más de una mujer tirando trabajosamente del vacilante marido, que -era incapaz de excesos en los días normales, pero que en una fiesta se -ponía alegre como cualquier hombre. - -La vieja tartana del notario saltaba sobre los baches del camino, -dormitando don Julián con las gafas en la punta de la nariz y -dejando que guiase su escribiente, a pesar de que este se sentía tan -trastornado como su principal. - -Ya no quedaban en la casa más que los padres de Marieta y algunos -parientes. - -El tío Sènto mostraba impaciencia. Cada mochuelo a su olivo. Después -de un día tan agitado, ya era hora de dormir. Y bajo las enormes cejas -brillábanle los ojuelos con expresión ansiosa. - ---¡Adiós, _filla mehua_! --gritaba la madre de Marieta--. ¡Adiós!... - -Y lloraba abrazándose a su hija, como si la viera en peligro de muerte. - -Pero el padre, el viejo carretero, que llevaba media bodega en la -panza, protestaba con lengua torpe y socarrona indignación: ¡_Redéu_! -No parecía sino que a la chica la habían sentenciado y la llevaran al -_carafalet_. Vamos, hombre, que era cosa de caerse de risa. ¿Tan mal le -había ido a la madre cuando se casó? - -Y empujaba a su vieja para desasirla de Marieta, que también derramaba -lágrimas; y entre suspiros y gimoteos fueron hasta la puerta, que cerró -el tío Sènto, pasando después los cerrojos y la cadena. - -Ya estaban solos. Arriba, en el granero, dormía la tía Pascuala; en -la cuadra se acostaban los criados; pero en el piso bajo, en la parte -principal de la casa, solo estaban ellos entre los desordenados restos -del banquete y a la luz vacilante de un velón monumental. - -Por fin ya la tenía: allí estaba sentada en una poltrona de esparto, -encogiéndose como si quisiera achicarse hasta desaparecer. - -El tío Sènto estaba intranquilo, y en la vehemencia de su pasión senil -no sabía qué decir. ¡_Recordóns_! no le había ocurrido lo mismo cuando -se casó con Tomasa. Lo que hace la edad. - -Por algo tenía que empezar, y rogó a Marieta que entrase al _estudi_. -¡Pero bonita era la chica! ¡Criatura más terca y arisca no la había -visto el tío Sènto! - -No; ella no se meneaba, no entraba en el _estudi_ aunque la matasen; -quería pasar la noche en aquel sillón. - -Y cuando el novio intentaba acercarse, replegábase medrosica como un -caracol, faltándole poco para hacerse un ovillo sobre el asiento de -cuerda. - -El tío Sènto se cansó de tanto rogar. Bueno; ya que ese era su -capricho, que pasase buena noche. - -Y agarrando rudamente el velón se metió en el _estudi_. - -Marieta tenía un horror instintivo a la oscuridad. Aquella casa grande -y desconocida, la causaba miedo; creyó ver en la sombra la cara ancha -y pecosa de la _siñá_ Tomasa, y trémula, con paso precipitado, creyendo -que alguien la tiraba de la falda, se metió en el _estudi_ siguiendo a -su marido. - -Ahora se fijaba en aquella habitación, la mejor de la casa, con su -sillería de Vitoria, las paredes cubiertas de cromos religiosos con -apagadas lamparillas al frente y sus colosales armarios de pino para la -ropa. - -Sobre la ventruda cómoda, con agarraderas de bronce, elevábase una -enorme urna llena de santos y de flores ajadas; rodeábanla candelabros -de cristal con velas amarillas, torcidas por el viento y moteadas -por las moscas; cerca de la cama la pililla de agua bendita, con la -palma del domingo de Ramos, y junto a ellas, colgando de un clavo, la -escopeta del tío Sènto; un mosquetón con dos cañones como trabucos, -cargados siempre de perdigón gordo por lo que pudiera ocurrir. - -Y como suprema muestra de magnificencia, como complemento del mueblaje, -aquella cama famosa de la _siñá_ Tomasa, complicada fábrica de madera -tallada y pintada, ostentando en la cabecera media corte celestial, y -con un monte de colchones, cuya cima cubría el rojo damasco. - -El marido sonreía satisfecho de su triunfo. - -¿No veía ella cómo por fin entraba? Debía obedecerle siempre y no ser -tonta. Él solo deseaba su bien, por lo mismo que la quería mucho. - -El viejo, a pesar de su rudeza, decía esto con expresión dulzona, como -si aún tuviera en su boca algún confite de la comida, y extendiendo las -manos con audacia. - ---_Estigas quiet_ --decía Marieta con voz sofocada por el miedo--. _No -s’acòste._ - -Y mudaba de sitio, huyendo de su marido. Iba de una parte a otra -mirando con ansiedad las paredes, como si esperara ver en ellas un -agujero, algo por donde poder escapar. - -Si no sintiera tanto miedo en la oscuridad, pronto hubiera abierto la -puerta del _estudi_, huyendo de aquella lucha insostenible. - -El tío Sènto la concedía una tregua e iba desnudándose con resignada -calma. - ---¡Pero qué tonta eres! --decía con entonación filosófica. - -Y repetía la frase un sinnúmero de veces, mientras se quitaba las -alpargatas y los pantalones de pana, desliándose la negra faja para que -el vientre recobrase su hinchada elasticidad. - -Oyose a lo lejos el reloj de la iglesia dando las once. - -Era ya hora de acabar aquella situación ridícula; ¿se acostaba Marieta, -sí o no? - -Y el tío Sènto hizo con tal imperio la pregunta, que la novia levantose -como un autómata, volvió su rostro a la pared y comenzó a desnudarse -con lentitud. - -Quitose el pañuelo del cuello, y después, tras largas vacilaciones, el -corpiño fue a caer sobre una silla. - -Quedó al descubierto el ceñido corsé de deslumbrante blancura, con -arabescos rojos; y más arriba la morena espalda de tonos calientes, -como el ámbar, cubierta de una suave película de melocotón sazonado -y rematada por la cerviz de adorable redondez, erizada de rizados -pelillos. - -Aproximábase el tío Sènto cautelosamente, moviéndose al compás de sus -pasos el blanducho y enorme abdomen. No debía ser tonta: él la ayudaría -a desnudarse. - -E intentaba meterse entre ella y la pared para verla de frente y -apartar aquellos brazos cruzados con fuerza sobre el exuberante y firme -pecho, oprimido por las ballenas del corsé. - ---_¡No vullc! ¡no vullc!_ --gritaba con angustia la muchacha--. -_¡Apartes d’ahí!... ¡Fuxca!_ - -Con fuerza inesperada empujó aquella audaz panza que la cerraba el -paso, y siempre ocultando su pecho, fue a refugiarse entre la cama y -la pared. - -El tío Sènto se amoscaba. Aquello ya pasaba de broma, y él no se sentía -capaz de contemplaciones. Fue a seguir a Marieta en su escondrijo, pero -apenas se movió, ¡_redéu_! parecía que el pueblo se venía abajo, que -la casa era asaltada por todos los demonios del infierno, o que había -llegado el juicio final. - -¡Vaya un estrépito! Eran latas de petróleo golpeadas a garrotazo -limpio; cabezones agitando sus innumerables cascabeles, enormes -matracas y grandes cencerros sonando todos a un tiempo, y al poco rato -disparáronse cohetes que silbaban y estallaban junto a la reja del -_estudi_. Por las rendijillas de las maderas penetraba un resplandor -rojizo de incendio. - -Adivinaba él lo que era aquello y a quién lo debía. Si la pena fuera -un _sòu_, si no hubiese presidio para los hombres, ya arreglaría él a -aquella pillería. - -Y juraba y pateaba, despojado ya de su fiebre amorosa, sin acordarse de -Marieta, que asustada al principio por el infernal estrépito, lloraba -ahora, creyendo que sus lágrimas podían arreglarlo todo. - -Ya se lo habían dicho sus amigas. Se casaba con un viudo y tendría -cencerrada. - -¡Pero qué cencerrada, señores! Era en toda regla, con coplas alusivas -que la gente celebraba con carcajadas y relinchos, y cuando cesaba -momentáneamente el estrépito de latas y cencerros, sonaba la dulzaina -con sus gangueos burlones, y una voz acatarrada que conocía Marieta -(¡vaya si la conocía!) hablaba de la vejez del novio, de lo _carasera_ -que había sido la novia y del peligro en que estaba el tío Sènto de ir -al día siguiente al cementerio si quería cumplir su obligación. - ---¡_Morrals_! ¡_Indeséns_! --rugía el novio, e iba loco por el _estudi_ -manoteando como si quisiera exterminar en el aire aquellas coplas que -venían de fuera. - -Pero una malsana curiosidad le dominaba. Quería ver quiénes eran los -guapos que se atrevían con él, y de un bufido apagó el velón, abriendo -después un ventanillo de la reja. - -La calle entera estaba ocupada por el gentío. Algunos haces de cáñamo -seco ardían con rojiza llama, y su resplandor de incendio abarcaba el -corro principal de la cencerrada, dejando en la oscuridad el resto de -la muchedumbre. - -Allí estaban los autores. El _Desgarrat_ al frente y toda la parentela -de la _siñá_ Tomasa. Pero lo que más indignaba al tío Sènto era que -estuviese allí _Dimòni_ acompañando con su dulzaina las indecentes -coplas, cuando el muy ladrón había recibido dos horas antes dos duros -como dos soles por su trabajo en la boda. ¡Y cómo se reía aquel hereje -cada vez que su amigo el _Desgarrat_ cantaba una desvergüenza! - -Había para hacer un disparate. - -Lo que más alteraba al tío Sènto, aunque él lo callase, era ver que -aquel insulto a su persona lo presenciaba medio pueblo, los mismos -que antes le temían o le buscaban humildes e imploraban su favor. -Su estrella se eclipsaba. Todos le perdían el respeto después de su -calaverada casándose con una chica. - -Despertábase su soberbia de hombre rudo acostumbrado a imponer su -voluntad, y temblaba de pies a cabeza ante los feroces insultos. - -Conformábase con el ruido: que golpeasen cuanto quisieran, pero que no -cantase aquel perdido, pues sus coplas le aglomeraban la sangre a los -ojos. - -Pero el _Desgarrat_ era infatigable, la gente acogía las coplas con -aullidos de entusiasmo, y el viejo, ya trastornado, se hacía atrás como -si en la oscuridad del _estudi_ fuese a buscar algo. - -Aún permaneció en el ventanillo viendo cómo la multitud abría paso a -algunos amigos del _Desgarrat_ que conducían en hombros un objeto largo -y negro. - ---¡Gori, gori, gori! --aullaba la multitud, parodiando el canto de los -entierros. - -Y el novio vio pasar en la punta de un palo, a guisa de un guión, unos -cuernos, enormes, leñosos y retorcidos, y después un ataúd, en cuyo -fondo descansaba un monigote con dos grandes marañas de pelo en lugar -de las cejas. - -¡Cristo, aquello era para él! Ya se atrevían a lanzarle en el rostro -aquel apodo de _Sellut_ que nadie había osado proferir en su presencia. - -Rugió apartándose del ventanillo, buscó a lo largo de la pared, a -tientas en la oscuridad, algo apoyó en su rostro contraído por la rabia -y sonaron dos truenos que hicieron parar en seco la ruidosa cencerrada. -Había tirado a ciegas, pero tal era su deseo de matar, que hasta estaba -seguro de haber acertado. - -Se apagaron las rojas antorchas, oyose el rumor de la gente que huía -apresurada y algunas gritaban desde la calle: - ---¡Pillo... asesino! El _Sellut_ es. _Asómat_, granuja. - -Pero el tío Sènto nada oía. Estaba plantado en medio del _estudi_ como -asombrado de lo que había hecho, con la caliente escopeta quemándole -las manos. - -Marieta, poseída de pasmo, gimoteaba en el suelo. Su estertor ansioso -era lo único que oía él, y dirigiendo su furia a lo que más cerca -tenía, murmuraba con ferocidad: - ---_¡Calla... cordóns!... ¡Calla o te mate a tú!..._ - -El tío Sènto no salió de su estupor hasta que golpearon rudamente la -puerta de la calle. - ---¡Abran a la Guardia Civil! - -Debían estar levantados los criados desde mucho antes, pues la puerta -se abrió, acercándose al _estudi_ el ruido de culatas y zapatos -claveteados. - -Cuando el tío Sènto salió a la calle entre los dos guardias, vio -el cadáver del _Desgarrat_ hecho una criba. No se había perdido un -perdigón. - -Los compañeros del muerto amenazáronle de lejos con sus navajas; hasta -_Dimòni_, tambaleando por el vino y la emoción, le apuntaba fieramente -con su dulzaina, pero él nada veía, y se alejó cabizbajo, murmurando -con amargura: - ---¡_Bonica nit de novios_! - - - - -La apuesta del _esparrelló_ - - -La oí una tarde de invierno, tumbado en la arena, junto a una barca -vieja, sintiendo en los pies los últimos estremecimientos de la inmensa -sábana de agua que espumeaba colérica bajo un cielo frío, ceniciento y -entoldado. - -Nazaret, con su extenso rosario de blancas casuchas, estaba a nuestras -espaldas, y a mi lado un viejo pescador, momia acartonada, que parecía -bailar dentro de su traje de bayeta amarilla, hinchado de aire. -Echábase la gorrilla de seda sobre una oreja y chupaba su pipa con la -gravedad de un moro, en cuclillas, trazando con la mano, como un manojo -de sarmientos, complicados arabescos en la arena. - -Había llovido fuerte allá por las montañas de Teruel; el río arrojaba -en el mar su agua arcillosa y fría, y todo el golfo teñíase de un -amarillo rabioso, que a lo lejos debilitábase hasta tomar tonos de -rosa. La estrecha faja verde que recortaba el límite del horizonte -delataba que era un mar lo que parecía inundación de tisana. - -Y mientras mirábamos la rojiza extensión, en cuyo límite se marcaba -como ligera nubecilla el cabo de San Antonio, la arremangada gente de -Nazaret tiraba de los _bolichones_ o se arrojaba en el agua sucia. - -El viejo adivinaba el éxito de la pesca. Aquel era un buen día. Iban a -caer los _esparrellóns_ como moscas. - -Y eso que el _esparrelló_ era el bicho más ladino y malicioso que se -paseaba por el golfo. - -¿Que no lo sabía yo? Pues atención, que para comprender cómo las -gastaba el tal animalito, iba a contarme un cuento, que indudablemente -sería un sucedido, pues de no ser así, no se lo habría contado a él su -padre. - -Y el buen viejo, siempre en cuclillas, sin soltar la pipa comenzó -a contarme el _sucedido_ con su seriedad de lobo de playa, en un -valenciano pintoresco, cuyas palabras silbaban al pasar por entre las -despobladas encías. - - * * * * * - -También aquel día había crecido el río, y cerca de la orilla resbalaba -el _bolichó_ traidoramente por entre las turbias olas, arrastrando -hacia la arena seca a los incautos peces, atraídos por la frescura del -agua dulce y sucia. - -El _esparrelló_ del cuento, panzudo, pequeñito y vivaracho, un pilluelo -que correteaba por los escondrijos y rincones del golfo con grave -disgusto de su familia, acababa de ver caer a todos los suyos entre las -mallas de una red. Se salvó él por ligereza, y como era un perdis y los -sentimientos de familia no están muy arraigados en su especie, solo se -le ocurrió huir mar adentro, moviendo graciosamente la colita, como si -quisiera decir: - ---Sálveme yo y perezca la familia: mejor es el agua turbia que el -aceite de la sartén. - -Pero cerca de la entrada del puerto oyó un poderoso ronquido que -conmovía las aguas, como si el suelo del mar se estuviera desgarrando. - -El _esparrelló_ dejose caer en línea recta, y en una hondonada abierta -por las dragas en el fango, vio tumbado como un canónigo a un _reig_ -corpulento, que lo menos pesaba cuatro arrobas; un animalote insolente -y matón que cobraba el barato en todo el golfo y apenas movía una -agalla hacía temblar a todo el escamado enjambre. - -¡Vaya un modo de dormir! Cansado de las aguas verdes y tranquilas -cargadas de calor y de luz, le placía la frescura y la semioscuridad -del barro líquido que arrastraba el río, y roncaba como si estuviera en -una alcoba con las cortinas corridas. - -El _esparrelló_ quiso pasar un buen rato con el terrible personaje, -pero sus malas intenciones no iban más allá del deseo de divertirse a -costa ajena, y se limitó a pasar y repasar por las jadeantes narices -del coloso, haciéndole cosquillas con las finas púas de su cola. - -Pero bueno era el _reig_ para inquietarse por tales caricias. A fuerza -de sufrir cosquillas cesó de roncar y se incorporó un poco moviendo su -poderosa cola, pero tumbose sobre el otro costado, y siguió bramando -con la tranquilidad del que, seguro de su fuerza, no teme peligros. - ---¡Animal! --le gritaba el pececillo junto a una agalla--; ¡animal, -despiértate! - ---¿Eh? --exclamaba el _reig_ entre dos ronquidos con su bronca voz de -borracho. - ---Que te despiertes. Hay por ahí un belén de mil demonios. La gente -de Nazaret ha roto hostilidades, y a miles se lleva prisioneros a los -nuestros. - ---Allá vosotros. Eso va con la morralla y no con personas de mi clase. - ---Es que para ti también hay. Por arriba va la barca del _Toto_ -explorando, y si ha oído tus ronquidos, ahora mismo tienes aquí el -_bolichó_ de cuerdas, y mañana estás en la Pescadería hecho cincuenta -cuartos. - ---¡Cincuenta demonios! --roncó con furia el _reig_, y dando un furioso -coletazo abandonó la cama de barro, poniéndose en facha de escapar, -mientras al ladino _esparrelló_ le temblaban todas las escamas con las -convulsiones de una risita aguda e insolente. - -El _reig_ se amoscó al ver que tomaban a broma su prudencia, y -avanzando el cuerpo hacia el diminuto bicho, quiso reconocerle en la -semioscuridad. - ---¿Eres tú, granuja? Tú acabarás mal; y si no fuera porque me tacharían -de ingrato, lo que no corresponde a una persona de mi edad y mi peso, -ahora mismo te tragaba. ¿Crees tú, mocoso, que me dan miedo todos -esos pelambres que vienen a buscarnos en el fondo de las aguas? Soy -demasiado guapo para dejarme coger. Pregúntale a ese _Toto_ de quien -hablas cuántas veces de una _morrá_ le he roto el bolinchón de cuerdas. -Si repito muchas veces la fiesta le arruino. Pero tengo conciencia; -antes que hacer daño a un padre de familia prefiero huir a tiempo, y -me va tan ricamente con este sistema, que mientras los de mi familia -han ido a morir faltos de respiración en la playa, yo escapo siempre, y -aquí me han de caer las escamas de puro viejo. - ---Lo mismo soy yo --dijo con petulancia el pececillo--; los míos se han -dejado arrastrar, pero a mí no me falta ligereza, y aquí estoy. Es gran -cosa el ser pequeño. - ---Quita allá, bicho ruin. Lo que vale es ser grande como yo, con más -fuerza que un caballo y capaz de llevarse por delante de un empujón -todas las redes de esos pelagatos. - -Y para demostrar su fuerza, en menos de un segundo dio dos o -tres coletazos con la aviesa intención de pillar desprevenido al -_esparrelló_, y con tanto empuje, que si lo alcanza lo revienta. - -Pero el granuja se echó a un lado oportunamente, amoscado por tan -villanas caricias. - ---Fuerte sí que lo eres; convenido. Si no salto me partes, y eso no -está bien entre personas decentes, que deben ser agradecidas. Pero -en cambio soy más ligero: corro más que tú. Mira como tu cola no me -alcanza. - ---¿Tú correr más?... ¡Jo! ¡jo! ¡jo! - -Tan graciosa era la afirmación del petulante pececillo, que el _reig_ -se revolcaba con convulsiones de risa, y sus carcajadas, sonoras como -ronquidos, hacían hervir el agua. - ---Calla, condenado, que el _Toto_ debe andar por arriba. - -La advertencia devolvió al _reig_ su seriedad, pero le cargaba que -aquel bicho insignificante sacara a colación a cada momento el nombre -del pescador, y quiso vengarse. - ---¿Que tú corres más? --dijo con su expresión de jaque testarudo--; -eso pronto se verá. Hagamos una apuesta: a ver quién llega antes al -cabo de San Antonio. Apostaremos... ¡vaya! ya está. Si yo llego antes -te dejarás comer en castigo a tu fanfarronería, y si quedo rezagado te -protegeré siempre y seré tu siervo. ¿Conviene, chiquitín? - -¡Pobre _esparrelló_! Le temblaban todas las escamas al verse metido en -porfía con tan peligroso bruto, pero entre ser devorado al momento o de -allí a unas horas, optó por lo último. - ---Conforme, grandullón --contestó con risita forzada--; cuando quieras -empezaremos. - ---Vamos a las aguas verdes, que esto está turbio. - -Y lentamente, moviendo con indolencia la cola, como dos buenos amigos -que salen a tomar el fresco, el _reig_ y el _esparrelló_ llegaron -al sitio donde se aclaraban las aguas con un dulce tono de esmeralda -líquida. - -El gigante dio unos cuantos coletazos alegres, roncó, haciendo hervir -el agua con sonoras burbujas, y se puso en facha para correr. - ---Mira, chiquitín: sé que te quedarás atrás, pero no pienses en huir, -porque te buscaría por todo el golfo. Aunque grandote, no soy tan bruto -como crees. - ---Menos palabras, y al avío. - ---¿Vaya, chiquillo? - ---Cuando quieras. - ---Pues ¡va! - -¡Caballeros y qué modo de correr! Aquel _reig_ era una tempestad. Al -primer coletazo salió como un rayo, envuelto en espuma, moviendo un -estrépito de todos los demonios. Tan ciego iba, que casi se estrelló -los morros contra la popa de una fragata inglesa cargada de guano que -había naufragado veinte años antes y estaba hundida en la arena como -una carroña carcomida por los miles de pececillos que se albergaban en -su vientre. - -Pasó adelante sin sentir el encontronazo, jadeante, enfurecido, -moviendo a un tiempo cola, aletas y agallas, de un modo vertiginoso, -con un ruido y un hervor que conmovía todo el golfo. - -¿Y el _esparrelló_? ¡Pobrecito! quiso seguir a su corpulento enemigo, -pero el hervor de la espuma le cegaba, la violenta ondulación producida -por cada coletazo del _reig_ le hacía perder camino, y a los pocos -minutos se sentía rendido por una carrera tan loca. - -Pero el animalito panzudo era un costal de malicias. Esforzándose, -llegó hasta la cabeza del _reig_, y fijándose en las grandes agallas -que se abrían y cerraban con movimiento automático, hizo una graciosa -evolución y se coló por una de ellas. - -No se estaba mal allí. Viajar gratis, a doble velocidad y acostadito en -aquel nido forrado de suave escarlata, era una dicha. - ---¡Je! ¡je! ¡je! --reía socarronamente el pececillo sacando la cabeza -por la ventana de su guarida. - -Y el _reig_ daba un salto, murmurando: - ---Ese bicho ruin me da alcance. Oigo su risita burlona. Corramos, -corramos. - -Y cada carcajada del _esparrelló_ era como un espuelazo para el -pescadote. - -¡Qué loca carrera! Aquella cola poderosa batía los profundos algares, -y en el verdoso espacio flotaban arremolinados los pardos hierbajos, -mientras que las larvas, las indefinibles mucosidades que vivían -misteriosamente en el seno de los estercoleros submarinos, salían -escapadas huyendo del brutal azote. - -Después de los algares, las colinas sumergidas, aquellos peñascales -en cuyas cuevas jugueteaban los peces recién nacidos, transparentes y -diáfanos como sombras. - -¡Qué espantosa revolución llevaba el _reig_ a estos tranquilos lugares! - -Le conocían bien por sus brutales majaderías, por sus caprichos de -matón que alarmaban a todo el golfo, y las plantas submarinas que -tapizaban los peñascos agitaban sus puntiagudas y verdes cabelleras, -como si quisieran gritar con angustia: - ---¡Atención, que llega ese loco! - -Las almejas, gente tranquila que huye del ruido, al ver aproximarse el -torbellino de espuma y furiosos coletazos, replegábanse medrosicas, -cerrando herméticamente las dos hojas de su negra vivienda; los erizos -apelotonábanse, formaban el cuadro, presentando por todos lados sus -haces de agudas bayonetas; los calamares sentían tal miedo, que se -envolvían en su diarrea de tinta; los gatos de mar sacaban por entre -las piedras sus chatas cabezas y vientres atigrados con trémula -inquietud; las lapas agarrábanse a la roca con más fuerza que nunca; -los langostinos ocultaban su transparencia de nácar bajo el brillante -fanal de alguna caracola hueca; los salmonetes huían en bandadas, -esparciéndose como el brillante chisporroteo de una hoguera aventada, -y en aquel mundo verdoso e inquieto, el paso veloz del enfurecido -animalote producía entre los torbellinos de la espuma un hervor de -carmín y plata, de escamas que despedían al huir fantásticos reflejos y -colas que se agitaban con la ansiedad del pánico. - -Una rozadura del _reig_ bastó para arrancarle dos patas a una langosta, -y la pobrecita, apoyada en un salmonete que se prestaba a ser su -procurador, emprendió la marcha hacia las Columbretes, para pedir -justicia y venganza a algún tiburón de los que rondan aquellas islas. - -Dos alegres delfines que estaban acabando de merendarse un atún -putrefacto, levantaban sus morros de cerdo y se burlaban de su amigote -gritando: - ---¡A ese, a ese, que está loco! - -Y decían verdad; si no estaba loco, poco le faltaba; aquella maldita -risa del _esparrelló_ la tenía siempre en los oídos, y el pobre animal -corría y corría espoleado por la vergüenza de ser vencido. - -Por fortuna, en el verdoso y confuso horizonte comenzaron a marcarse -las masas negras de las estribaciones submarinas del cabo, con sus -profundas cuevas, donde las señoras del golfo en estado interesante -iban a depositar sobre el tapiz de hierba fina sus innumerables huevos. - -El jadeante _reig_, que no podía ya con su alma, llegó junto a las -rocas y dijo con angustioso ronquido: - ---Ya llegué. - -Pero la vocecilla cargante contestó con timbre de falsete: - ---Yo primero. - -El muy granuja acababa de saltar desde el interior de la agalla, y se -pavoneaba ante el hocico del cansado _reig_, como si hubiera llegado -mucho antes. - -El sencillo animalote no sabía qué hacer. Sintió tentaciones de darle -un trompis al insolente bicho que lo convirtiese en papilla, pero -encorvándose se llevó varias veces la cola entre los ojos y se rascó -con expresión reflexiva. - ---Bueno --roncó por fin--. En esto debe haber trampa, pero la palabra -es palabra. Mocoso, manda lo que quieras; seré tu criado. - - * * * * * - -Y el viejo pescador, terminado su cuento, sonreía y guiñaba los ojos -maliciosamente. - -Aquello era de los tiempos en que los pescados hablaban, pero tenía -_intríngulis_. - -¿Que no lo adivinaba? Pues era sencillo: que en este mundo puede más -el listo y el astuto que el fuerte que todo lo fía al corazón y a la -acometividad. Que vale ser más _esparrelló_ pequeño y malicioso, que -_reig_ enorme y sencillote. Que acometiendo de frente y arrollándolo -todo solo se consigue ser vehículo del listo que se esconde en la -agalla para salir a tiempo. - -Y el vejete me miraba con tal expresión de malicia y lástima, que me -ruboricé, murmurando para adentro: - ---Este tío me conoce. - - - - -La caperuza - - -Vivía yo entonces en el piso segundo, y tenía por vecino en el primero -a don Andrés García, fiscal de profesión, figura arrogante, con -muchas canas en la barba, el más buen mozo de cuantos vestían toga -con vuelillos en la Audiencia; un hombre, en fin, que realizaba en su -físico ese ideal de la justicia majestuosa e imponente. - -Todas las tardes, al bajar la escalera, oía los mismos gritos a través -de la puerta. «¡_Pilín_!... ¡vida mía!... ¡rey de los pillos!... ¡ven -aquí, príncipe de Asturias!...» - -Era la familia que se entregaba en cuerpo y alma al culto de su -ídolo. El fiscal, que acababa de llegar hambriento, anonadado por sus -derroches de elocuencia, que enviaban gente a presidio, abrazaba a su -mujer y ambos reían y gritaban como unos locos en torno de la niñera, -que mantenía en sus brazos al tirano de la casa, al único señor, a -_Pilín_, un granuja que apenas tenía un año y a quien bastaba un leve -grito para que los padres palideciesen de inquietud y las criadas -corriesen aturdidas, no sabiendo cómo cumplir a un tiempo tantas -órdenes contradictorias. - -¡Vaya un matrimonio especial! La mujer era casi una niña, una señorita -algo boba que aún no había salido de su asombro al verse madre. Miraba -a su marido con respeto: era tímida, de carácter dúctil, y como siempre -sucede en los matrimonios desiguales por la edad, donde la amistad -suple al amor, don Andrés era padre y esposo a un tiempo, cuidando -tanto de la madre como del niño. - -Lo único que sacaba de su apatía característica a la joven señora era -el pequeñín, juguete raro al que amaba con pasión inextinguible y que -no se parecía a ninguno de los que formaban sus delicias cinco o seis -años antes. Mucho le había costado. En su memoria, donde se borraban -las cosas con facilidad, quedaba aún brumoso y sombrío el recuerdo de -aquellos tres días de tormento, de espantoso potro, de susto y sorpresa -más que de dolor, con la casa alborotada por sus berridos y el marido -sudoroso, jadeante, con los lentes inseguros, preparando medicinas -y riñendo por torpes a las criadas. Pero ya todo había pasado, no -volvería más, no señor: ella lo aseguraba con una firmeza cándida -que hacía reír; y ahora, en premio a sus tormentos, tenía al lindo -monigote, a aquel _bebé_ de carne y hueso, a quien todos en la casa -llamaban _Pilín_, por bautizarle con tan extravagante nombre la rústica -niñera, una criadita cerril que, en opinión de algunos, la habían -cazado con lazo en las montañas de Chelva. - -Por la mañana, cuando el señor estaba en la Audiencia salvando la -sociedad a fuerza de oratoria indignada, la mamá se entretenía con -_Pilín_, dando rienda suelta a sus aficiones de colegiala traviesa, -que la maternidad no había extinguido. Madre e hijo tenían moralmente -la misma edad. _Pilín_ pataleaba como un gatito panza arriba sobre -la alfombra del salón, mostrando sus rosadas desnudeces, lanzando -aulliditos a falta de palabras, diciendo sin duda, en el misterioso -lenguaje de la lactancia, que su mamá era una loca; y ella, ajando -sus vestidos lujosos, que se llevaban la mitad de la paga del fiscal, -moviendo grotescamente su linda cabecita despeinada, andaba a gatas -en torno del bebé, hacía el perro para asustarle, y si sus gracias -arrancaban una risita al mimado príncipe de Asturias, entonces llegaba -a la demencia de su borrachera cariñosa, se arrojaba sobre él, le -agarraba la cabezota enorme cubierta de pelillos rubios, su _bola -de oro_, según ella decía, y cuando _Pilín_ gimoteaba próximo a la -sofocación, la caricia bajaba, tibia, cariñosa, y la infantil señora, -con tanta unción como si adorase la santa faz, besuqueaba furiosa las -nalgas de rosa del muñeco con esa fuerza de estómago que solo tienen -las madres. - -¿Y él?... Estaba sublimemente ridículo en la adoración de aquel -monigote que le llegaba a los cuarenta y cinco bien cumplidos. La mamá -y el niño salían a recibirle en la escalera, y los vecinos veíamos -cómo después de comerse a besos a _Pilín_, se lo echaba al hombro y se -metía dentro andando con majestad, como un San Cristóbal, con chistera -y lentes. ¡Y pensar que por bajo del bigote aún le revoloteaba la -_vindicta pública_, _la espada vengadora de la ley_, _la acusación -justa..._ todas las palabrotas con que regalaba veinte años de presidio -al primero que caía bajo su mirada iracunda de acusador! - -Los periódicos se hacían lenguas de su elocuencia, de la lógica con que -formulaba sus acusaciones, pero él así hacía caso de tales elogios, -como si fuesen dirigidos al Gran Turco. La fama le preocupaba poco: lo -único que le enorgullecía era ser padre de _Pilín_, y que su mujer, -que antes era tan poquita cosa, tuviese unos pechos abultados, fuertes, -siempre llenos, y la abnegación bastante rara de criar a su hijo. - -Salía poco de casa. Los autos y _Pilín_ le absorbían, y por las mañanas -tenía que hacer un penoso esfuerzo para entregar el niño a la mamá y -marcharse a la Audiencia. ¡Qué ministros los de Justicia! De seguro -que no eran padres. Porque vamos a ver: ¿qué perdería la magistratura -con que él llevase a _Pilín_ a la Sala, sentándolo a su lado para que -presenciara los triunfos del papá? - -Las noches eran terribles para don Andrés. Los pisos de cartón y -tabiques de papel que fabrica la moderna arquitectura, nos permitían -a los vecinos oír sus paseos desesperados, las cancioncillas a media -voz con que intentaba aplacar a aquel granuja que llevaba en brazos, -sonriente de día, pero malhumorado de noche, y con el especial gusto -de que nadie durmiera en la casa. ¡Pobre don Andrés! Recordando -murmuraciones de las criadas, me lo imaginaba dando vueltas por el -salón, en camisa, las piernas desnudas, los pies en pantuflos, y a -pesar de todo, grave y digno, luciendo su barba de apóstol y los -brillantes lentes con la misma majestad que cuando, cruzándose la -toga sobre el pecho, se sentaba en el terrible banco. Y en vez de -reírme infundíame respeto la santa paciencia de aquel hombre, que se -veía padre cuando ya caminaba hacia la vejez y que para aplacar al -energúmeno que llevaba en brazos pasaba la noche cantando cancioncillas -con voz de falsete y recordando las óperas oídas cuando estudiante, -mientras la señora roncaba cara a la pared. - -Pero en cambio, de día, aquello era gozar. Ninguno de sus ascensos -le había producido tan profunda impresión como las monadas de su -hijo. Cuando _Pilín_ contraía con una sonrisa su carita, marcando -los adorables hoyuelos de sus carrillos, don Andrés lo conmovía todo -con sus carcajadas de gigante bondadoso, y si el chiquitín lanzaba -uno de sus rugidos de alegría, que parecían el grito de guerra de un -apache, el respetable fiscal saltaba y chillaba como un loco. Y luego, -¡qué gusto aquello de sentirse en la barba las trémulas manecitas que -tiraban tercamente de los pelos, y qué dulces estremecimientos se -sentían al acariciar la cabezota peliblanca que latía por entre los -huesos tiernos y mal unidos!... - -Aquello era una borrachera de cariño, una idolatría molesta para las -criadas, pues menudeaban las órdenes: «A ver, cierre usted pronto ese -balcón, no se constipe el niño.» «Cuidado, muchacha, que puede caerse -el señorito.» - -En aquella casa no se vivía más que para ser esclavo del dicho -señorito. Antes una mota de polvo en la mesa del despacho ponía furioso -a don Andrés, y ahora los alguaciles, al recoger los autos, tropezaban -con algún zapatito tamaño como cáscara de nuez, y hacían muecas ante -ciertas manchas sospechosas en los respetables folios. - -Porque eso sí; el monigote, alentado por la servidumbre de sus mayores, -era un terrible anarquista, un demoledor de lo existente, que reía como -un bandido cuando lograba ofender con el más atroz de los insultos -a la justicia humana. No lo entraban en el despacho y lo ponían en -la mesa sin que hiciera de las suyas, y mientras el padre, embobado -y con la pluma en alto, le hablaba cual si pudiera entenderle, él -sonreía hipócritamente, y mientras tanto, ¡zas! lanzaba por bajo una -ruidosa protesta que inutilizaba algún escrito de conclusiones en que -el papá amontonaba párrafos de estilo elevado, pidiendo garrote vil -para cualquier enemigo de la sociedad. Y no había medio de enfadarse -de veras. Ponía el grito en el cielo ante aquella ofensa irreparable -que arrojaba _indeleble_ mancha sobre el ministerio fiscal, echaba -del despacho a la madre y al hijo, acusándola a ella del atentado, -pero a los pocos minutos ya estaba allí la señora riendo como siempre, -con el _Pilín_ grotescamente disfrazado. Aquella cabeza de chorlito -adoraba la boquita de viejo de su nene, decía que al reír tenía cierto -aire de payaso y encontraba diversión enharinándole la carita con los -polvos de su tocador y encasquetándole en la cabeza un cucurucho de -papel, una caperuza de mágico prodigioso. No caía en sus manos pliego -de papel de oficio que no le convirtiese en caperuza para _Pilín_, y -era de ver el coro de carcajadas que estallaba en el despacho ante el -puntiagudo cucurucho. Reía la madre su invención tantas veces repetida, -acompañábala el fiscal con sus carcajadas ruidosas y hasta _Pilín_ -lanzaba chillidos, muy satisfecho de su fachita grotesca. - -Pero no eran todo alegrías para don Andrés. Felicitábanle muchas veces -por sus triunfos de orador, por aquellos elogios de la prensa. - ---¡Ah! sí... los periódicos --contestaba con distracción--. Hombre, -a propósito. Esta mañana hablaban de la difteria. ¿Sabe usted los -estragos que hace esa pícara? ¡Oh! ¡cosa tan terrible para los niños! - -Lo decía de un modo que no daba lugar a dudas. ¡Ah! Si la tal difteria -se personalizase, si se convirtiera en un ser de carne y hueso y la -tuviera él en el banquillo de los acusados... no tendría frío con lo -que la tiraría encima. - -Y la terrible enfermedad debió ofenderse por los malos pensamientos de -don Andrés, y un día, ¡cataplum! metiose por las puertas del principal -y su primer anuncio fue apretarle la garganta a _Pilín_. - -¡Gran Dios! Aquello fue una catástrofe que lo revolvió todo -instantáneamente; algo semejante a la explosión de una bomba, al -incendio de un buque, donde todos corren azorados por el peligro, sin -saber qué hacer. - -Vosotros, infelices, que vestidos de paño pardo arrastráis una cadena -en Ceuta y se os abren las carnes al recordar las terribles palabras -de aquel que os acusaba, hubierais sentido asombro al ver al hombre -austero como la ley, inquebrantable como el castigo, indignado como -la venganza, pálido ahora, nervioso, pasando las noches inclinado -sobre una cuna, estremeciéndose ante una respiración ronca, asfixiada, -ocultándose en los rincones para quitarse los lentes y pasarse las -manos por los ojos, gritando con acento desesperado: «¡_Pilín_... hijo -mío, no te mueras!» - -Pero por malos que seáis, no hubierais gozado con la caída del hombre -inexorable, al verle después sombrío, reconcentrado, ante la misma cuna -cubierta de flores blancas, pasando la mano temblorosa sobre la pálida -frente de _Pilín_, helada con ese frío especial que sube por el brazo -hasta el corazón, y mirando de vez en cuando al cielo con expresión -desesperada, como si por allá arriba anduviese algún prófugo contra el -que preparaba la más terrible de las acusaciones. - -¡Pobre _Pilín_! ¿Qué has hecho? No más caperuzas; ya no te burlarás -de la ley lanzando tu ruidosa protesta sobre la vindicta pública; tu -eterna cuna será esa cajita blanca, coquetona, acolchada como una -bombonera, que tu padre mira con ganas de deshacerla de una patada; ya -no tendrás quien te acaricie la fina piel, quien besuquee la redonda -faz con que escupías a la justicia; tu esclava está ahora mirando -la pared con fijeza estúpida, abiertos los ojos como platos, con el -asombro y el temor de una niña que ve romperse entre sus manos el más -lindo juguete. - -Bien emprendes tu viaje. Tu padre te coloca sobre el almohadillado de -esa blanca barquilla que va a conducirte a lo desconocido; y partes -indiferente, sin que te hagan estremecer las lágrimas que, resbalando -tras unos lentes, caen sobre tu piel, ni te conmueven los alaridos de -alguien que allá dentro da de cabeza contra las paredes. - -En la calle suenan los cánticos de la parroquia; los señores del -margen, escuadrón grave, estirado, de negra ropa y brillante sombrero, -te ven pasar con la indiferencia del que está acostumbrado a sucesos -más graves, y emprendes la marcha sobre los hombros de cuatro chicos -reclutados en las porterías de la vecindad, que expresan su dolor -hurgándose las narices con la mano que les queda libre. - -Ya está lejos tu casa, los Estados donde imperabas como reyecillo -absoluto; ahora solo te quedan la compasión oficial, los lamentos de -buena educación, ese cortejo imponente y negro que te abandona en las -afueras, satisfecho de haber cumplido con el compañero, charlando -un rato de sus asuntos, mientras seguía tu blanco nido, y nosotros, -los de última fila, los que veíamos un instante tu carita al subir -la escalera, pensamos ahora con tristeza que no nos desvelará más tu -nocturno lloriqueo. - -¡Adiós, _Pilín_! Desapareces en un hueco de esa tétrica anaquelería, -donde quedan almacenados y con rótulo los infinitos productos de la -muerte. ¡Di adiós a todo! Al caliente salón donde te revolcabas panza -arriba; a la mamá, loca en sus expansiones; al padre, que habrías hecho -bailar de cabeza a tener tú gusto en ver de tal modo a un representante -de la más cruel y respetable de las profesiones. Viniste para mostrar -lo frágil de la comedia humana, para hacer ver que dentro de un -acusador terrible hay siempre un hombre, y ahora, diablillo encantador, -te vas satisfecho de tu triunfo. La noche que se acerca será tu madre; -¡adiós, tibias caricias! Tu piel de raso, tan adorada, ya no tendrá más -besos que los del viento y la lluvia... - -Por la noche entré en casa de mi vecino. La señora estaba adentro, en -el salón, rodeada de sus amigas, ahogando con sus gemidos furiosos las -frases hechas y los consuelos de encargo con que la abrumaban. - -Él estaba en el despacho con la cabeza entre los puños, mirando -fijamente con sus ojos de miope, enrojecidos y amoratados, un cucurucho -de papel arrugado, la última caperuza de _Pilín_ arrojada casualmente -sobre la mesa. El hueco del embudo era siniestro. Tenía la misma -expresión de fúnebre vacío que se notaba en la casa, libre de aquel -monigote que lo llenaba todo con sus gritos; hacía recordar la abultada -cabeza peliblanca, la _bola de oro_, que la muerte se había tragado. - -Me escuchó distraído; no tengo la seguridad de que llegara a enterarse -de mis palabras. De pronto le vi extender su mano automáticamente y -encasquetarse la caperuza en el cogote, como si sintiera horror al -vacío que mostraba el cucurucho. - -¡Qué grotesco era aquello! Las barbazas de apóstol, la mirada vaga y -extraviada, y la puntiaguda caperuza por remate. Verdaderamente era -ridículo... tan ridículo, que yo sentía un nudo en la garganta, y -varias veces me froté los ojos para impedir que brotara algo. - - - - -Noche de bodas - - -I - -Fue aquel jueves para Benimaclet un verdadero día de fiesta. - -No se tiene con frecuencia la satisfacción de que un hijo del pueblo, -un arrapiezo, al que se ha visto corretear por las calles descalzo y -con la cara sucia, se convierta, tras años y estudios, en todo un señor -cura: por esto pocos fueron los que dejaron de asistir a la primera -misa que cantaba Visantet, digo mal, don Vicente, el hijo de la _siñá_ -Pascuala y el tío Nèlo, conocido por el _Bollo_. - -Desde la plaza, inundada por el tibio sol de la primavera, en cuya -atmósfera luminosa moscas y abejorros trazaban sus complicadas -contradanzas brillando como chispas de oro, la puerta de la iglesia, -enorme boca por la que escapaba el vaho de la multitud, parecía -un trozo de negro cielo, en el que se destacaban como simétricas -constelaciones los puntos luminosos de los cirios. - -¡Qué derroche de cera! Bien se conocía que era la madrina aquella -señora de Valencia, de la que los _Bollos_ eran arrendatarios, la cual -había costeado la carrera del chico. - -En toda la iglesia no quedaba capillita ni hueco donde no ardiesen -cirios; las arañas cargadas de velas centelleaban con irisados -reflejos, y al humo de la cera uníase el perfume de la flores que -formaban macizos sobre la mesa del altar, festoneaban las cornisas y -pendían de las lámparas en apretados manojos. - -Era antigua la amistad entre la familia de los _Bollos_ y la _siñá_ -Tona y su hija, famosas floristas que tenían su puesto en el mercado -de Valencia, y nada más natural que las dos mujeres hubiesen pasado -a cuchillo su huerto, matando la venta de una semana para celebrar -dignamente la primera misa del hijo de la _siñá_ Pascuala. - -Parecía que todas las flores de la vega habían huido para refugiarse -allí, empujándose medrosicas hacia la bóveda. El Sacramento asomaba -entre dos enormes pirámides de rosas y los santos ángeles del altar -mayor aparecían hundidos hasta el dorado vientre en aquella nube de -pétalos y hojas que, a la luz de los cirios, mostraban todas las notas -de color, desde el verde esmeralda y el rojo sanguíneo hasta el suave -tono del nácar. - -Aquella muchedumbre que estrujándose olía a lana burda y sudor de -salud, sentíase en la iglesia mejor que otras veces, y encontraba -cortas las horas de ceremonia. - -Acostumbrados los más de ellos a recoger como oro los nauseabundos -residuos de la ciudad, a revolver a cada instante en sus campos -los estercoleros en los cuales estaba la cosecha futura, su olfato -estremecíase con intensa voluptuosidad, halagado por las frescas -emanaciones de las rosas y los claveles, los nardos y las azucenas, a -las que se unía el oriental perfume del incienso. Sus ojos turbábanse -con el incesante centelleo de aquel millar de estrellas rojas, y les -causaba extraña embriaguez el dulce lamento de los violines, la grave -melopea de los contrabajos y aquellas voces que desde el coro, con -acento teatral, cantaban en un idioma desconocido, todo para mayor -gloria del hijo del _Bollo_. - -La muchedumbre estaba satisfecha. Miraba la deslumbrante iglesia como -un palacio encantado que fuese suyo. Así, entre músicas, flores e -incienso, debía estarse en el cielo, aunque un poco más anchos y -sudando menos. - -Todos se hallaban en la casa de Dios por derecho propio. Aquel que -estaba allí arriba sobre las gradas del altar, cubierto de doradas -vestiduras, moviéndose con solemnidad entre azuladas nubecillas, y a -quien el predicador dedicaba sus más tonantes períodos, era uno de los -suyos, uno más que se libraba del rudo combate con la tierra para hacer -concebir incesantemente a sus cansadas entrañas. - -Los más, le habían tirado de la oreja por ser mayores, otros, habían -jugado con él a las chapas, y todos le habían visto ir a Valencia a -recoger estiércol con el capazo a la espalda, o arañar con la azada -esos pequeños campos de nuestra vega, que dan el sustento a toda una -familia. - -Por eso su gloria era la de todos; no había quien no creyese tener -su parte en aquel encumbramiento, y las miradas estaban fijas en el -altar, en aquel mocetón fornido, moreno, lustroso, resto viviente de la -invasión sarracena, que asomaba por entre níveos encajes sus manazas -nervudas y vellosas, más acostumbradas a manejar la azada que a tocar -con delicadeza los servicios del altar. - -También él en ciertos momentos paseaba su miraba con expresión de -ternura por aquel apiñado concurso. Sentado en sillón de terciopelo, -entre sus dos diáconos, viejos sacerdotes que le habían visto -nacer, oía conmovido la voz atronadora del predicador ensalzando la -importancia del sacerdote cristiano y elogiando al nuevo combatiente -de la fe que con aquel acto entraba a formar parte de la milicia de la -Iglesia. - -Sí, era él: aquel día se emancipaba de la esclavitud del terruño, -entraba en este mundo poderoso que no repara en orígenes: escala -accesible a todos, que se remonta desde el mísero cura, hijo de -mendigos, al Vicario de Dios; tenía ante su vista un porvenir inmenso, -y todo lo debía a sus protectores, a aquella buena señora obesa y -sudorosa bajo la mantilla de blonda y el negro traje de terciopelo, -y a su hijo, al que el celebrante, por la costumbre de humilde -arrendatario, había de llamar siempre el señorito. - -Los peldaños del altar mayor que le elevaban algunos palmos sobre la -muchedumbre, percibíalos él en su futura vida como privilegio moral -que había de realzarle sobre todos cuantos le conocieron en su humilde -origen. Los más generosos sentimientos le dominaban. Sería humilde, -aprovecharía su elevación para el bien; y envolvía en una mirada de -inmenso cariño a todas las caras conocidas que estaban abajo, veladas -por el intenso vaho de la fiesta; su madrina, el tío _Bollo_ y la -_siñá_ Pascuala, que gimoteaban como unos niños con la nariz entre -las manos, y aquella Toneta, la florista, su compañera de infancia, -excelente muchacha que erguía con asombro la soberbia cabeza de beldad -rifeña, como si no pudiera acostumbrarse a la idea de que Visantet, -aquel mozo al que trataba como un hermano, se había convertido en grave -sacerdote con derecho a conocer sus pecadillos, a absolverla. - -Continuaba la ceremonia. El nuevo cura agitado por la emoción, por la -felicidad y por aquel ambiente cargado de asfixiantes perfumes, seguía -la celebración de la misa como un autómata, guiado muchas veces por sus -compañeros, sintiendo que las piernas le flaqueaban, que vacilaba su -robusto cuerpo de atleta, y sostenido únicamente por el temor de que la -debilidad le hiciera incurrir en algún sacrilegio. - -Como si se moviera en las nieblas de un sueño, realizó todas las -partes que quedaban del misterio de la misa: con insensibilidad que le -asombraba, verificó aquella consumación en la que tantas veces había -pensado emocionado, y después del _Tedeum_ cayó desvanecido en la -poltrona, cerrados los ojos y sintiéndose sofocado por aquella antigua -casulla codiciada por los anticuarios, orgullo de la parroquia, y que -tantas veces había mirado él siendo seminarista como el colmo de sus -ambiciones. - -Un penetrante perfume de rosa y almizcle, el ruido de agua agitada, le -volvieron a la realidad. - -La madrina le lavaba y perfumaba las manos para la recepción final, -y toda la compacta masa abalanzábase al altar mayor queriendo ver de -cerca al nuevo cura. - -La vida de superioridad y respetos comenzaba para él. La señora, a -la que había servido tantas veces, besábale las manos con devoción y -le llamaba don Vicente, deseándole muchas felicidades después de sus -místicas bodas con la Iglesia. - -El nuevo cura, a pesar de su estado, no pudo reprimir un sentimiento de -orgullo y cerró los ojos como si le desvaneciera el primer homenaje. - -Algo áspero y burdo oprimió sus manos. Eran las pobres zarpas del tío -_Bollo_, cubiertas de escamas por el trabajo y la vejez. El cura vio -inundadas en lágrimas, contraídas por conmovedora mueca, las cabezas -arrugadas y cocidas al sol de sus pobres padres, que le contemplaban -con la expresión del escultor devoto que, terminada la obra, se -prosterna ante ella creyéndola de origen superior. - -Lloraba la gente contemplando el apretado grupo en que se confundía la -dorada casulla con las negras ropas de los viejos, y las tres cabezas -unidas agitábanse con rumor de besos y estertor de gemidos. - -El impulso de la curiosa muchedumbre rompió el grupo conmovedor, y el -cura quedó separado de los suyos, entregado por completo al público, -que se empujaba por alcanzar las sagradas manos. - -Aquello resultaba interminable. Benimaclet entero rozaba con besos -sonoros como latigazos aquellas manos velludas, llevándose en los -labios agrietados por el sol y el aire una parte de los perfumes. - -Ahora sí que, agobiado por la presión de aquella multitud que se -apretaba contra la poltrona, falto de ambiente y de reposo, iba a -desmayarse de veras el nuevo cura. - -Y en la asfixiante batahola, cuando ya se nublaba su vista y echaba -atrás la cabeza, recibió en su diestra una sensación de frescura, -difundiéndose por el torrente de su sangre. - -Eran los rojos labios de la buena hermana, de Toneta, que rozaban su -epidermis, mientras que sus negros ojos se clavaban en él con forzada -gravedad, como si tras ellos culebrease la carcajada inocente de la -compañera de juegos, protestando contra tanta ceremonia. - -Junto a ella, arrogante y bien plantado como un Alcides, con la manta -terciada y la rapada testa erguida con fiereza, estaba otro compañero -de la niñez, _Chimo el Moreno_, el gañán más bueno y más bruto de todo -Benimaclet, protegiendo a la arrodillada muchacha con la gallardía -celosa de un sultán y mirando en torno con sus ojillos marroquíes, que -parecían decir: «¡A ver quién es el guapo que se atreve a empujarla!» - - -II - -La comida dio que hablar en el pueblo. - -Seis onzas, según cálculo de las más curiosas comadres, debió gastarse -la buena de doña Ramona para solemnizar la primera misa del hijo de sus -arrendatarios. - -Era una satisfacción ver en la casa más grande del pueblo aquella -mesa interminable cubierta de cuanto Dios cría de bueno en el mundo, -fuera del bacalao y las sardinas, y contemplar en torno de ella una -concurrencia tan distinguida. Aquello era todo un suceso, y la prueba -estaba en que al día siguiente saldría en letras de molde en los -papeles de Valencia. - -En la cabecera estaban el nuevo sacerdote, casi oprimido por las -blanduras exuberantes de los otros curas que habían tomado parte en -la ceremonia, los padrinos y aquel par de viejecillos que llorando -sobre sus cucharas se tragaban el arroz amasado con lágrimas. En los -lados de la mesa algunos señores de la ciudad convidados por doña -Ramona, y los amigos de la familia junto con lo más _distinguido_ del -pueblo, labradores acomodados que, enardecidos por la digestión del -vino y la paella, hablaban del rey legítimo que está en Venecia y de lo -perseguida que en estos tiempos de liberalismo se ve la religión. - -Era aquello un banquete de bodas. Corría el vino, se alegraba la gente -y sonreía la madrina con las bromas trasnochadas de sus compañeros de -mesa, aquellas tres moles que desbordaban su temblona grasa por el -alzacuello desabrochado, y el roce de cuyas sotanas hacía enrojecer de -satisfacción a la bendita señora. - -El único que mostraba seriedad era el nuevo cura. No estaba triste: su -gravedad era producto de ensimismamiento. Su imaginación huía desbocada -por el pasado, recorriendo casi instantáneamente la vida anterior. - -La vida de todos los suyos, su elevación en aquel mismo lugar donde -había sufrido hambre, aquel aparatoso banquete, le hacían recordar la -época en que la conquista del mendrugo mohoso le obligaba a recorrer -los caminos, capazo a la espalda, siguiendo a los carros para arrojarse -ávidamente, como si fuese oro, sobre el reguero humeante que dejaban -las bestias. - -Aquella había sido su peor época, cuando tenía que gemir y alborotar -horas enteras para que la pobre madre se decidiera a engañarle el -hambre nunca satisfecha con un pedazo del pan guardado con mísera -previsión. - -La presencia de Toneta, aquel moreno y gracioso rostro que se destacaba -al extremo de la mesa, evocaba en el cura recuerdos más gratos. - -Veíase pequeño y haraposo en el huerto de la _siñá_ Tona, aquel hermoso -campo cercado de encañizadas en el que se cultivan las flores como -si fuesen legumbres. Recordaba a Toneta, greñuda, tostada, traviesa -como un chico, haciéndole sufrir con sus juegos, que eran verdaderas -diabluras, y después el rápido crecimiento y el cambio de suerte; ella -a Valencia todos los días con sus cestos de flores, y él al Seminario -protegido por doña Ramona, que, en vista de su afición a la lectura y -de cierta viveza de ingenio, quería hacer un sacerdote de aquel retoño -de la miseria rural. - -Luego venían los días mejores, cuyo recuerdo parecía perfumar -dulcemente todo su pasado. - -¡Cómo amaba él a aquella buena hermana, que tantas veces le había -fortalecido en los momentos de desaliento! - -En invierno salía de su barraca casi al amanecer, camino del Seminario. - -Pendiente de su diestra, en grasiento saquillo, lo que entre clase y -clase había de devorar en las alamedas de Serranos: medio pan moreno -con algo más que, sin nutrirle, engañaba su hambre; y cruzado sobre el -pecho a guisa de bandolera, el enorme pañuelo de hierbas envolviendo -los textos latinos y teológicos, que bailoteaban a su espalda como -movible joroba. Así equipado pasaba por frente al huerto de la _siñá_ -Tona, aquella pequeña alquería blanca con las ventanas azules, siempre -en el mismo momento que se abría su puerta para dar paso a Toneta, -fresca, recién lavada, con el peinado aceitoso y llevando con garbo -las dos enormes cestas en que yacían revueltas las flores mezclando la -humedad de sus pétalos. - -Y juntos los dos, por atajos que ellos conocían, marchaban hacia -Valencia, que por encima del follaje de la Alameda marcaba en las -brumas del amanecer sus esbeltas torres, su Miguelete rojizo, cuya cima -parecía encenderse antes de que llegasen a la tierra los primeros rayos -del sol. - -¡Qué hermosas mañanas! El cura, cerrando los ojos, veía las oscuras -acequias con sus rumorosos cañaverales; los campos con sus hortalizas -que parecían sudar cubiertas del titilante rocío; las sendas orladas -de brozas con sus tímidas ranas, que al ruido de pasos arrojábanse -con nervioso salto en los verdosos charcos; aquel horizonte que por -la parte del mar se incendiaba al contacto de enorme hostia de fuego; -los caminos desde los cuales se esparcía por toda la huerta chirrido -de ruedas y relinchos de bestias; los fresales que se poblaban de -seres agachados, que a cada movimiento hacían brillar en el espacio -el culebreo de las aceradas herramientas, y los rosarios de mujeres -que con cestas a la cabeza iban al mercado de la ciudad saludando con -sonriente y maternal ¡_bòn día_! a la linda pareja que formaban la -florista garbosa y avispada y aquel muchachote que con su excesivo -crecimiento parecía escaparse por pies y manos del trajecillo negro y -angosto, que iba tomando un sacristanesco color de ala de mosca. - -El matinal viaje era un baño diario de fortaleza para el pobre -seminarista, que oyendo los buenos consejos de Toneta, tenía ánimos -para sufrir las largas clases, aquella inercia contra la que se -revelaba su robustez, su sangre hirviente de hijo del campo y las -pesadas explicaciones en cuyo laberinto penetraba a cabezadas. - -Separábanse en el puente del Real: ella hacia el Mercado en busca -de su madre; él a conquistar poco a poco el dominio de las ciencias -eclesiásticas, en las cuales tenía la certeza de que jamás llegaría -a ser un prodigio. Y apenas terminaba su comida en las alamedas de -Serranos, en cualquier banco compartido con las familias de los -albañiles que hundían sus cucharas en la humeante cazuela de mediodía, -Visantet, insensiblemente, se entraba en la ciudad, no parando hasta el -mercadillo de las flores, donde encontraba a Toneta atando los últimos -ramos y a su madre ocupada en recontar la calderilla del día. - -Tras estos agradables recuerdos que constituían toda su juventud, -venía la separación lenta que la edad y la divergencia de aspiraciones -habían efectuado entre los dos. No en balde crecían en años y no -impunemente sometía él al estudio su inteligencia virgen y pasiva. - -En la última parte de su carrera comenzó a sentir con vehemencia el -fervor profesional. Entusiasmábase pensando que iba a formar parte de -una institución extendida por toda la tierra, que tiene en su poder -las llaves del cielo y de las conciencias; le enardecían las glorias -de la Iglesia, las luchas de los papas con los reyes en el pasado y -la influencia del sacerdote sobre el magnate en el presente. No era -ambicioso, no pensaba ir más allá de un modesto curato de misa y olla; -pero le satisfacía que el hijo de unos miserables perteneciese con -el tiempo a una clase tan poderosa, y mecido por tales ilusiones, se -entregó de lleno a la vocación que iba a sacarle del subsuelo social. - -Cuando no estaba en Valencia en el Seminario, prestaba en Benimaclet -funciones de sacristán, y llegó a ser hombre sin sentir apenas el -despertar de la virilidad en su vigorosa complexión. - -Su voluntad de campesino tozudo anulaba las exigencias del sexo, que -le causaban horror, teniéndolas como tentaciones del _Malo_. La mujer -era para él un mal necesario e imprescindible para el sostenimiento del -mundo; _la bestia impúdica_ de que hablaban los Santos Padres. - -La belleza era amenazante monstruosidad: temblaba ante ella poseído de -repugnancia y sordo malestar, y solo se sentía tranquilo y confiado -en presencia de aquella beldad que, vestida de blanco y azul, pisando -la luna, yergue su cabeza en los altares con arrobadora dulzura. Su -contemplación provocaba en el seminarista explosiones de indefinible -cariño, y también participaba de este aquella otra criatura terrenal y -grosera a la que él consideraba como hermana. - -No era sacrilegio ni mundana pasión. Toneta resultaba para él una -hermana, una amiga, un afecto espiritual que le acompañaba desde -su infancia: todo, menos una mujer. Y tal era su ilusión, que en -aquel momento, entre la algazara del banquete, entornando los ojos, -le parecía que se transformaba, que su rostro vulgar y moreno -dulcificábase con expresión celestial, que se elevaba de su asiento, -que su falda rameada y su pañuelo de pájaros y flores, convertíase en -cerúleo manto, lo mismo que en la otra, cuya belleza se ensalza con -los más dulces nombres que ha producido idioma alguno... - -Pero sintió a sus espaldas algo que le hizo despertar de la dulce -somnolencia. - -Era la _siñá_ Tona, la madre de la florista, que abandonando su asiento -venía a hablar con el cura. - -La buena mujer no podía conformarse con el nuevo estado del hijo de -su amiga. Como buena cristiana sabía el respeto que se debe a un -representante de Dios; pero que la perdonasen, pues para ella Visantet -siempre sería Visantet, nunca don Vicente, y aunque la aspasen, no -podría menos que hablarle de tú. Él no se ofendería por eso, ¿verdad? -Pues si lo había conocido tan pequeño... si era ella quien lo había -llevado de pañales a la iglesia para que lo cristianasen, ¿cómo iba -a hacerle tales pamplinas a un chico a quien consideraba como hijo? -Aparte de esta falta de respeto, ya sabía que en casa se le quería de -veras. Si no vivieran el _tío Bollo_ y la _siñá_ Tomasa, Toneta y ella -eran capaces de irse con él como amas de llaves; pero ¡ay, hijo mío! no -iba el agua por esa acequia. Aquella chiquilla estaba muertecita por -_Chimo el Moreno_, un pedazo de bruto de quien nadie tenía nada que -decir, mejorando lo presente; se querían casar en seguida, antes de San -Juan si era posible, y ella ¿qué había de hacer?... En casa faltaba -un hombre; el huerto estaba en poder de jornaleros, ellas necesitaban -la sombra de unos pantalones, y como el _Moreno_ servía para el caso -(siempre mejorando lo presente), la madre estaba conforme en que la -chica se casara. - -Y la habladora vieja interrogaba con los ojos al cura, como esperando -su aprobación. - -Bueno; pues a _eso_ se había acercado ella... ¿A qué? A decirle que -Toneta quería que fuese él quien la casase. ¿Teniendo un capellán casi -en la familia, para qué ir a buscarlo fuera de casa? - -El cura no dudó; le parecía muy natural la pretensión. Estaba bien; los -casaría. - - -III - -El día en que se casó Toneta, fue de los peores para el nuevo adjunto -de la parroquia de Benimaclet. - -Cuando la ceremonia hubo terminado, don Vicente despojose en la -sacristía de sus sagradas vestiduras, pálido y trémulo como si le -aquejase oculta dolencia. - -El sacristán, ayudándole, hablaba del insufrible calor. Estaban en -julio, soplaba el poniente, la vega se mustiaba bajo aquel soplo -interminable y ardoroso que antes de perderse en el mar había pasado -por las tostadas llanuras de Castilla y la Mancha, y con su ambiente de -hoguera agrietaba la piel y excitaba los nervios. - -Pero bien sabía el nuevo cura que no era el poniente lo que le -trastornaba. ¡Buenas estarían tales delicadezas en él, acostumbrado a -todas las fatigas del campo! - -Lo que sentía era arrepentimiento de haber accedido a celebrar la boda -de Toneta. ¡Cuán poco se conocía! Ahora iba comprendiendo lo que se -ocultaba tras el afecto fraternal nacido en la niñez. - -Él, sacerdote desligado de las miserias humanas, sentía un sordo -malestar después de bendecir la eterna unión de Toneta y Chimo; -experimentaba idéntica impresión que si le acabasen de arrebatar algo -que era suyo. - -Le parecía hallarse aún en la capilla mirando casi a sus pies aquella -linda cabeza cubierta por la vistosa mantilla. Nunca había visto tan -hermosa a Toneta, pálida por la emoción y con un brillo extraño en los -ojos cada vez que miraba al _Moreno_, que estaba soberbio con su traje -nuevo y su _ringlot_ azul de larga esclavina. - -Podía decirse que el cura acababa de ver por primera vez a Toneta. La -hermana ideal, que en su imaginación casi se confundía con la figura -azul que pisaba la luna, habíase convertido de pronto en una mujer. - -Él, que jamás había descendido con su vista más allá de la fresca -boca siempre sonriente, y que miraba a Toneta como esas imágenes de -lindo rostro que bajo las vestiduras de oro solo guardan los tres -puntales que sostienen el busto, pensaba ahora, con misteriosos -estremecimientos, que había algo más, y veía con los ojos de la -imaginación el terrible enemigo con todas sus redondeces rosadas y sus -graciosos hoyuelos: la carne, arma poderosa del _Malo_ con que abate -las más fuertes virtudes. - -Odiaba al _Moreno_, su compañero de la niñez. Era un buen muchacho, -pero no podía tolerarse que su rudeza brutal hubiera de ser la eterna -compañera de la florista. No debía consentirse, lo afirmaba él, que -estaba arrepentido de haber realizado la boda. - -Pero inmediatamente sentíase avergonzado por tales pensamientos, se -ruborizaba al considerar que aquella protesta era envidia, impotencia -que se revolvía en forma de murmuración. - -Hacíale daño el contemplar la felicidad ajena, aquella explosión -de amor que venía preparándose, amor legítimo, pero que no por esto -molestaba menos al cura. - -Se iría a casa. No quería presenciar por más tiempo la alegría de la -boda; pero cuando salió de la sacristía, se encontró con la comitiva -nupcial que estaba esperándole, pues la _siñá_ Tona se oponía a que se -hiciera nada sin la presencia de su Visantet. - -Y por más que se resistió, tuvo que seguir el camino de aquel huerto -del que tantos recuerdos guardaba, y entre las faldas rameadas y -coloridas como la primavera, los pañuelos de seda brillantes y los -reflejos tornasolados de la pana y el terciopelo, causaba un efecto -lastimoso el suelto manteo y aquel desmayado sombrero de teja que -avanzaba con lentitud, como si en vez de cubrir un cuerpo vigoroso y -exuberante de vida, fuesen los de un viejo achacoso. - -Una vez en el huerto, ¡qué de tormentos! ¡qué cariñosas solicitudes que -le parecían crueles burlas! La _siñá_ Tona, en su alegría de madre, -enseñábale todas las reformas hechas en la alquería con motivo del -matrimonio. ¿Se enteraba Visantet? Aquel _estudi_ era el dormitorio -de los novios y aquella cama sería la del matrimonio, con su colcha -de azulada blancura y complicados arabescos, que a Toneta le habían -costado todo un invierno de trabajo. - -Bien estarían allí los novios. Qué blandura, ¿eh? Y la inocente vieja -creía hacer una gracia obligando al cura a que tocase los mullidos -colchones y apreciase en todos sus detalles la rústica comodidad de -aquella habitación, que a la noche había de convertirse en caliente -nido. - -Y después seguían los tormentos, las intimidades fraternales, que -resultaban para él terribles latigazos: aquel bruto del _Moreno_ que -no se recataba de hablar en su presencia, bromeando con sus amigotes -sobre lo que ocurriría por la noche, con comentarios tales, que las -mujeres chillaban como ratas y sofocadas de risa le llamaban ¡_pòrc_! -y ¡_animal_!; y Toneta, que en traje de casa, al aire sus morenos -y redondos brazos, se aproximaba a él rozando su sotana con la -epidermis fina y caliente, preguntándole qué pensaba de su casamiento -y acompañando sus palabras con fijas miradas de aquellos ojos que -parecían registrarle hasta las entrañas. - -¡Ira de Dios! La gente le hacía tanto caso como si fuese un muerto -que hablara; aquella mujer se atrevía a tratarle con un descuido que -no osaría con el gañán más bestia de los que allí estaban: no era un -hombre, era un cura, y al pensar en esto tan amargo, creía que todos le -miraban con respetuosa compasión, y una llamarada de rabia enturbiaba -su vista. - -Bien pagaba los honores de su clase, la elevación sobre la miseria en -que nació. Él, el más respetado de la reunión, don Vicente, el gran -sacerdote, miraba con envidia a aquellos muchachotes cerriles con -alpargatas y en mangas de camisa. - -Hubiera querido ser temido, como ellos, a los que no osaban aproximarse -mucho las mujeres por miedo a audaces pellizcos, y sobre todo no -inspirar lástima, no ser tenido como una momia santa, en cuyos oídos -resbalaban las palabras ardientes sin causar mella. - -Cada vez se sentía más molesto. Durante la comida estuvo al lado de los -novios, sufriendo el ardoroso contacto de aquel cuerpo sano y fragante, -que parecía esparcir un perfume de flor carnosa, y que en la confianza -de la impunidad se revolvía libremente sin cuidado a empujar, o se -inclinaba sobre él y al decirle insignificantes palabras le envolvía -en su cálido aliento. Y después aquel Chimo con su salvaje ingenuidad, -creyendo que tras la misa de por la mañana todo era ya legítimo, -corroído por la impaciencia, tomando con sus dedos romos la redonda -barbilla de Toneta, entre la algazara de los convidados, y hundiendo -las manos bajo la mesa, mientras miraba a lo alto con la expresión -inocente del que no ha roto un plato en su vida. - -Aquello no podía seguir. Don Vicente se sentía enfermo. Oleadas de -sangre caldeaban su rostro, parecíale que el viento seco y ardoroso -que inflamaba la piel se había introducido en sus venas, y su olfato -dilatábase con nervioso estremecimiento, como excitado por aquel -ambiente de pasión carnívora y brutal. - -No quería ver; deseaba olvidar, aislarse, sumirse en dulce y apática -estupidez; y guiado por el instinto, vaciaba su vaso, que la cortesanía -labriega cuidaba de tener siempre lleno. - -Bebió mucho, sin conseguir que aquel sentimiento de envidia y de -despecho se amortiguase; esperaba las nieblas rosadas de una embriaguez -ligera, algo semejante a la discreta alegría de sus meriendas de -seminarista, cuando a los postres él y sus compañeros, con la más -absoluta confianza en el porvenir, soñaban en ser papas o en eclipsar -a Bossuet; pero lo que llegó para él fue una jaqueca insufrible, que -doblaba su cabeza, como si sobre ella gravitase enorme mole y que le -perforaba la frente con un tornillo sin fin. - -Don Vicente estaba enfermo. - -La misma _siñá_ Tona, reconociéndolo, le permitió, con harto dolor, que -se retirase de la fiesta, y el cura, con paso firme, pero con la vista -turbia y zumbándole los oídos, se encaminó a su casa, seguido de su -alarmada madre, que no quiso permanecer ni un instante más en la boda. - -No era nada; podía tranquilizarse: el maldito poniente y la agitación -del día. No necesitaba más que dormir. - -Y cuando penetró en su cuarto, en la casita nueva que habitaba en el -pueblo desde su primera misa, tiró el sombrero y el manteo, y sin -quitarse el alzacuello ni tocar su sotana, se arrojó de bruces con -los brazos extendidos en su blanca cama de célibe, extinguiéndose -inmediatamente los débiles destellos de su razón y sumiéndose en la -lobreguez más absoluta. - - -IV - -Poblose la negra inmensidad de puntos rojos, de infinitas y movibles -chispas, como si aventasen gigantesca hoguera; sintió que caía y caía -como si aquel desplome durase años y fuese en una sima sin fondo, hasta -que por fin experimentó en todo su ser un rudo choque, conmoviéndose de -pies a cabeza, y... despertó en su cama, tendido sobre el vientre, tal -como se había arrojado en ella. - -Lo primero que el cura pensó fue que había pasado mucho tiempo. - -Era de noche. Por la abierta ventana veíase el cielo azul y diáfano, -moteado por la inquieta luz de las estrellas. - -Don Vicente experimentó la misma impresión de las damas de comedia que -al volver en sí lanzan la sacramental pregunta: «¿En dónde estoy?» - -Su cerebro sentíase abrumado por la pesadez del sueño, discurría con -dificultad y tardó en reconocer su cuarto y en recordar cómo había -llegado hasta allí. - -De pie en la ventana, vagando su turbia mirada por la oscura vega, fue -recobrando su memoria, agrupando los recuerdos que llegaban separados y -con paso tardo, hasta que tuvo conciencia de todos sus actos, antes de -que le rindiera el sueño. - -¡Bien, don Vicente! ¡Magnífica conducta para un sacerdote joven que -debía ser ejemplo de templanza! Se había emborrachado; sí, esta era -la palabra, y había sido en presencia de los que casi eran sus -feligreses. Lo que más le molestaba era el recuerdo de los motivos que -le impulsaron a tal abuso. - -Estaba perdido. Ahora que se aclaraba su inteligencia, aunque sus -sentidos parecían embotados, horrorizábase ante el peligro y protestaba -contra la pasión que pretendía hacer presa en su carne virgen. ¡Qué -vergüenza! Salido apenas del Seminario, sin contacto alguno con esa -atmósfera corruptora de las grandes ciudades, viviendo en el ambiente -tranquilo y virtuoso de los campos, y próximo, sin embargo, a caer en -los más repugnantes pecados. No; él resistiría a las seducciones del -_Malo_; acallaría el espíritu tentador que para mortificante prueba se -había rebelado dentro de él: afortunadamente, la torpe embriaguez con -su sueño le había devuelto la calma. - -Oyéronse a lo lejos campanas que daban horas. Eran las tres... ¡Cuánto -había dormido! Por esto se sentía ya sin sueño, dispuesto a emprender -la tarea diaria. - -Desde aquella ventana, abierta en las espaldas de la modesta casita, -veíase la inmensa vega, que a la difusa luz de las estrellas marcaba -sus masas de verdura y las moles de sus innumerables viviendas. La -calma era absoluta. No soplaba ya el poniente, pero la atmósfera -estaba caldeada, y los ruidos de la noche parecían la jadeante -respiración de los tostados campos. - -Perfumes indefinibles había en aquel ambiente, que aspiraba con delicia -el joven cura, como si quisiera saturar el interior de su organismo del -aire puro de los campos. - -Su vista vagaba en aquella penumbra, intentando adivinar los objetos -que tantas veces había visto a la luz del sol. Esta distracción -infantil parecía volverle a los tranquilos goces de la niñez, pero sus -ojos tropezaron con una débil mancha blanca, en la que creía adivinar -la alquería de la _siñá_ Tona y... ¡adiós tranquilidad, propósitos de -fortaleza y de lucha! - -Fue un rudo choque, una conmoción rápida; huyeron arrolladas la calma -y la placidez: desapareció el dulce embotamiento, despertó la carne, -sacudiendo la torpeza de los sentidos, y otra vez subió hasta sus -mejillas aquella llamarada que le hacía pensar en el fuego del infierno. - -Sintió en su imaginación que se desgarraba denso velo, como si aún -estuviera en la tarde anterior, admirando aquellos brazos morenos de -sedoso y ardiente contacto, al par que recibía la fragancia de la -carne, cuyo misterio acababa de revelársele. - -Y en aquel momento, ¡oh _Malo_ tentador! el infeliz, mirando la oscura -vega veía, no la blanca e indecisa alquería, sino el _estudi_ envuelto -en voluptuosa sombra, aquella cama cuya blandura tanto había ensalzado -la _siñá_ Tona, y sobre el mullido trono lo que para otros era -felicidad y para él horrendo pecado, lo que jamás había de conocer y le -atraía con la irresistible fuerza de lo prohibido. - -La maldita imaginación ponía junto a sus ojos las tibias suavidades, -los dulces contornos, los finos colores de aquella carne desconocida; -y la agitación del infeliz iba en aumento, sentía crecer dentro de -sí algo animado por el espíritu de la rebelión; la virilidad que se -vengaba de tantos años de olvido inflamando su organismo, haciendo que -zumbasen sus oídos, enturbiando su vista y dilatando todo su ser, como -si fuese a estallar a impulsos del deseo contenido y falto de escape. - -Aquello era la tentación en toda regla; pensó en los santos eremitas, -en San Antonio, tal como le había visto en los cuadros, cubriéndose -los ojos ante impúdicas beldades, tras cuyas seducciones se ocultaban -los diablos repugnantes; pero allí no había espíritus malignos por -parte alguna: lo único real que acompañaba a las evocadones de su -imaginación, era la cálida noche con aquel suave ambiente de alcoba -cerrada y los ruidos misteriosos del campo que sonaban como besos. - -Ellos, allá, en el tibio lecho, rodeados de la discreta oscuridad que -había de guardar en profundo secreto los delirios de la más grata de -las iniciaciones; él, solo, inaccesible a toda efusión, planta parásita -en un mundo que vive por el amor, sintiendo penetrar hasta su tuétano -el eterno frío de aquella cama de célibe. - -De allá lejos, de la blanca casita, parecía salir un soplo de fuego que -le envolvía, calcinando su carne hasta convertirla en cenizas. Creyó -que la vista de aquel nido de amores y la voluptuosa noche eran lo que -le excitaba, y huyó de la ventana, moviéndose a ciegas en su lóbrega -habitación. - -No había calma para él. También en aquella lobreguez la veía, -creyendo sentir en su cuello el roce de los turgentes brazos y en -sus labios ardorosos aquel fresco beso que le había despertado de -su desvanecimiento el día de la primera misa. La combustión interna -seguía, y el sufrimiento ya no era moral, pues la tensión de todo su -ser producíale agudos dolores. - -¡Aire! ¡frescura! Y en el silencio de la lóbrega habitación sonó un -chapoteo de agua removida, los suspiros de desahogo del pobre cura al -sentir la glacial caricia en su abrasada piel. - -Lentamente volvió a la ventana, calmado por la fría inmersión. Un -sentimiento de profunda tristeza le dominaba. Se había salvado, pero -era momentáneamente: dentro de él llevaba el enemigo, el pecado que -acechaba pronto a dominarle y vencerle, y aquella tremenda lucha -reaparecería al día siguiente, al otro y al otro, amargando su -existencia mientras el ardor de una robusta juventud animase su cuerpo. -¡Cuán sombrío veía el porvenir! Luchar contra la Naturaleza, sentir en -su cuerpo una glándula que trabajaba incesantemente y que con solo la -voluntad había de anular, vivir como un cadáver en un mundo que desde -el insecto al hombre rige todos sus actos por el amor parecíale el -mayor de los sacrificios. - -La ambición, el deseo de emanciparse de la miseria, le había enterrado. -Cuando creía subir a envidiadas alturas, veíase cayendo en lobregueces -de fondo desconocido. - -Sus compañeros de pobreza, los que sufrían hambre y doblaban la espalda -sobre el surco, eran más felices que él, conocían aquel atractivo -misterio que acababa de revelarse y que el deber le obligaba a ignorar -eternamente. - -Bien pagaba su encumbramiento. ¡Maldita idea la de aquella buena -señora que quiso hacer un sacerdote del mocetón fornido, que antes que -continencias necesitaba esparcimientos y escapes para su plétora de -vida! - -Subía, sí, pero encadenado para siempre; se hallaba por encima de las -gentes entre las que nació, pero recordaba sus estudios clásicos, la -fábula del audaz Prometeo, y se veía amarrado para siempre a la roca -inconmovible de la fe jurada, indefenso y a merced de la pasión carnal -que le devoraba las entrañas. - -Su firme devoción de campesino aterrábase ante la idea de ser un mal -sacerdote: el sexo, que había despertado en él para siempre como -inacabable tormento, desvanecía toda esperanza de tranquilidad; y en -este conflicto, el cura, asustado ante el porvenir, se entregó al -desaliento e inclinando su cabeza sobre el alféizar, cubriéndose los -ojos con las manos, lloró por los pecados que no había cometido y por -aquel error que había de acompañarle hasta la tumba. - -Una húmeda sensación de frescura le hizo volver en sí. - -Amanecía. Por la parte del mar rasgábase la noche marcando una faja de -luminoso azul: la verdura de la vega y la dentellada línea de montañas -iban fijando sus esfumados contornos; lanzaban sus últimos parpadeos -las estrellas, rodaba el fiero alerta de los gallos de alquería, y las -alondras, como alegres notas envueltas en volador plumaje, rozaban las -cerradas ventanas anunciando la llegada del día. - -¡Magnífico despertar! Tal vez a aquella hora Toneta, recogiéndose el -cabello y cubriendo púdicamente con el blanco lienzo los encantos -que solo un hombre había de conocer, saltaba de la cama y abría el -ventanillo de su _estudi_ para que la aurora purificarse el ambiente de -pasión y voluptuosidad. - -El cura salió de su cuarto con los ojos enrojecidos y la frente -contraída por penosa arruga, perenne recuerdo de aquella noche de bodas -en que la compañera de su infancia había visto de cerca el amor, y él -se había unido con la desesperación, la más fiel de las esposas. - -Abajo en la cocina encontró a su madre que preparaba el desayuno, y la -pobre vieja no pudo comprender aquella amarga mirada de reproche que el -cura le lanzó al pasar. - -Paseó maquinalmente por el corral hasta que sus pies tropezaron con -una espuerta de esparto, vieja, rota, cubierta por una costra de -basura, igual a la que él llevaba a la espalda cuando niño. - -Era el pasado que reaparecía para echarle en cara su infidelidad. - -¿No se había emancipado de la miseria de su clase? Pues ya lo tenía -todo; que comiera, que se regodeara con la satisfacción de ser -considerado como un ser superior. - -Lo otro, lo desconocido, lo que le hacía temblar con intensa emoción, -era para los infelices, para los que luchaban por la vida. - -El cura gimió con desesperación, sintiendo en torno de él el vacío y -la frialdad, pensando que si sus manos, ahora consagradas, hubiesen -seguido porteando el mísero capazo, estaría en tal instante arrebujado -en aquella blanda cama del _estudi_ nupcial, viendo como Toneta, al -aire sus hermosos brazos y marcada bajo el fino lienzo su robustez -armoniosa, se contemplaba en el espejo sonriendo ruborizada con los -recuerdos de la noche de bodas. - -Y el pobre cura lloró como un niño; lloró hasta que el esquilón de la -iglesia con su gangueo de vieja comenzó a llamarle a la misa primera. - - - - -La corrección - - -A las cinco, la corneta de la cárcel lanzaba en el patio su escandalosa -diana, compuesta de sonidos discordantes y chillones, que repetían como -poderoso eco las cuadras silenciosas, cuyo suelo parecía enladrillado -con carne humana. - -Levantábanse de la almohada trescientas caras soñolientas, sonaba -un verdadero concierto de bostezos, caían arrolladas las mugrientas -mantas, dilatábanse con brutal desperezamiento los robustos e inactivos -brazos, liábanse los tísicos colchones conocidos por _petates_ en el -mísero antro y comenzaba la agitación, la diaria vida en el edificio -antes muerto. - -En las extensas piezas, junto a las ventanas abarrotadas, por donde -entraba el fresco matinal renovando el ambiente cargado por el vaho del -amontonamiento de la carne, formábanse los grupos, las tertulias de la -desgracia, buscándose los hombres por la identidad de sus hechos; los -delincuentes por sangre eran los más, inspirando confianza y simpatía -con sus rostros enérgicos, sus ademanes resueltos y su expresión de -pundonor salvaje; los ladrones, recelosos, solapados, con sonrisa -hipócrita; entre unos y otros, cabezas con todos los signos de la -locura o la imbecilidad, criminales instintivos de mirada verdosa -y vaga, frente deprimida y labios delgados, fruncidos por cierta -expresión de desdén; testas de labriego extremadamente rapadas, con las -enormes orejas despegadas del cráneo; peinados aceitosos con los bucles -hasta las cejas; enormes mandíbulas, de esas que solo se encuentran en -las especies feroces inferiores al hombre; blusas rotas y zurcidas; -pantalones deshilachados y muchos pies gastando la dura piel sobre los -rojos ladrillos. - -A aquella hora asomaban en las piezas las galoneadas gorras de los -empleados, saludados con el respeto que inspira la autoridad donde -impera la fuerza; pasaban los cabos, vergajo al puño, con sus birretes -blancos, escasos de tela, como de cocinero de barco pobre, y comenzaban -los _quinceneros_ la limpieza de la casa, la descomunal batalla contra -la mugre y la miseria que aquel amontonamiento de robustez inútil -dejaba como rastro de vida al agitarse dentro del sombrío edificio. - -Los _quinceneros_ eran la última capa de aquella sociedad de -miserables, los parias de la esclavitud, los desheredados de la -cárcel. El último de los presos resultaba para ellos un personaje -feliz, y le contemplaban con envidia al verle inmóvil en _la pieza_, -haciendo calcetas con estrambóticos arabescos o tejiendo cestillos de -abigarrados colores. - -Con la escoba al hombro y arrastrando los cubos de agua, pasaban -macilentos y humildes ante los penados, pensando en cuándo llegarían a -ser _de causa_ y tendrían el honor de sentarse en el banquillo de la -Audiencia por _algo gordo_, librándose con esto de doblar todo el día -el espinazo sobre los rojos baldosines e ir pieza tras pieza lavando el -hediondo piso sin quitar la vista del cabo y del cimbreante vergajo, -pronto a arrollarse al cuerpo como angulosa serpiente. - -Iban descalzos, andrajosos, mostrando por los boquetes de la blusa la -carne costrosa, libre de camisa; con la cara pálida, la piel temblona -por el hambre de muchos años y el horrible aspecto de náufragos -arrojados a una isla desierta. Eran los chicos de la cárcel, los que se -preparaban a ser hombres en aquel horrible antro, siempre condenados a -quince días de arresto que no terminaban nunca, pues apenas los ponían -en la puerta y aspiraban el aire de las calles, la policía, como madre -amorosa, devolvíalos a la cárcel para atribuirse un servicio más e -impedir que la adolescencia desamparada aprendiese malas cosas rodando -por el mundo. - -Eran en su mayoría seres repulsivos, frentes angostas con un cerquillo -de cabellos rebeldes que sombreaban como manojo de púas las rectas -cejas; rostros en los que parecía leerse la fatal herencia de varias -generaciones de borrachos y homicidas; carne nacida del libertinaje -brutal que estaba aderezándose para ser pasto del presidio; pero entre -ellos había muchachos enclenques e insignificantes, de mirada sin -expresión, que parecían esforzarse por seguir a los compañeros en su -oscuro descenso; y extremando la ley de castas hasta lo inverosímil, -resultaban los víctimas de aquellos mismos que pasaban como esclavos de -los presos. - -El más infeliz era el _Groguet_, un muchacho paliducho y débil por el -excesivo crecimiento y sin energías para protestar. Cargaba con los -enormes cubos, y agobiado bajo su peso subía la interminable escalera, -pensando en el tiempo feliz en que tenía por casa toda la ciudad, -durmiendo en verano sobre los cuévanos del Mercado y apelotonándose en -el invierno en el quicio del respiradero de alguna cuadra. - -Castigábanle por torpe. Muchas veces, al cruzar el patio, quedábase -mirando aquel sol que se detenía en el borde de los sombríos paredones, -sin atreverse nunca a bajar hasta el húmedo suelo; y cuando el -vergajo le avivaba el paso, lanzaba entre dientes un ¡_mare mehua_! -y le parecía ver la _paraeta_ del Mercado, aquella mesilla coja con -la calabaza recién salida del horno; tras la cual estaba su madre -cambiando ochavos por melosas rebanadas y peleándose por la más leve -palabra con todas las de los puestos vecinos que la hacían competencia. - -Ya habían pasado muchos años, pero él se acordaba, como si estuviera -viéndolo, de aquellos ojos sin pestañas, ribeteados de rojo, horribles -para los demás, pero amorosos para él; de aquella mano seca que al -acariciarle la cerdosa cabeza manchábala de pringue meloso; de aquella -cama en que soñaba abrazado a su madre, y ahora... ahora dormía en una -manta que le prestaba por caridad alguno de _su pieza_; y si en verano -se tendía sobre ella, en invierno servíale para taparse, recostando el -cuerpo sobre los húmedos baldosines, resignado a helarse por debajo con -tal de sentir arriba un poco de calor. - -Niño, a pesar de sus amarguras, vendía el pan de la cárcel por diez -céntimos para una partida de pelota en el patio o un racimo de uvas, y -a la hora del rancho echábase a la espalda la mano izquierda, y mirando -con envidia a los que empuñaban un mendrugo, hundía su cuchara en el -insípido rancho para engañar el estómago con ilusorio alimento. - -Y así vivía, sin estar aún enterado de por qué razones se preocupaban -de él y lo enviaban a la cárcel quince días, para volver a meterlo -apenas pisaba la calle. Le cogió la policía en una de sus redadas; -pilláronle en el Mercado, su casa solariega: tal vez conocían su -afición a la fruta, que él consideraba de posesión común, y desde -entonces viose condenado a no gozar de libertad más que unas pocas -horas cada quince días. - -Sabía que le pillaban por _blasfemo_. ¿Qué sería aquello? Y, sin -saber por qué, recordaba que los agentes, cuando intentaba escaparse, -le daban de bofetadas con acompañamiento de interjecciones en que -barajaban a Dios y los santos. - -El muchacho, siempre en la duda de qué significaría su título de -_blasfemo_, resignábase con su suerte, sin sospechar que se publicaban -periódicos con sueltos escritos por los mismos interesados en que se -hablaba del gran servicio prestado el día anterior por el cabo Fulano -_y fuerza a sus órdenes_, prendiendo al terrible criminal conocido por -el _Groguet_. - -Y aquel bandido de quince años iba creciendo en la cárcel, trabajando -como una bestia, aprendiendo a ratos perdidos el _caló_ del crimen, -oyendo la novelesca relación de interesantes atracos y mirando como -hombres sublimes a los _carteristas_ y _enterradores_, señores muy -listos y bien portados que iban por el patio con sortijas y reloj de -oro y que tiraban el dinero, siendo reverenciados por todos los presos. -¡Ay! ¡Si él pudiese llegar por el tiempo a la altura de aquellos _tíos_! - -Pero sus aspiraciones eran más modestas. Había nacido para bestia de -carga y solo deseaba que le dejasen trabajar con tranquilidad; que no -fuesen a buscarle cuando no se metía con nadie. - -En una de sus salidas quiso vender periódicos, pero apenas lanzó los -primeros gritos, ya tenía en el cuello la zarpa de un tío bigotudo, de -aquel mismo de quien decía en la cárcel la gente _de la marcha_ que -poniéndole dos o tres duros en la mano era capaz de no ver el sol en -mitad del día y de dejar que robasen un reloj en sus mismas narices. - -Otra vez, al cumplir la quincena, levantó el vuelo y no paró hasta el -puerto, donde con un saco en la cabeza a guisa de caperuza, dedicábase -a la descarga de carbón, andando con la agilidad de una mona por -el madero tendido entre el muelle y el vapor inglés. Lo pasaba tan -ricamente; comía de caliente, ¡y con pan! en una taberna; pero a los -pocos días quiso su desgracia que asomase por allí los bigotes uno de -sus sayones, y otra vez a la cárcel para que pudiera publicarse con -fundamento la consabida gacetilla sobre el terrible _Groguet_ y el -inmenso servicio del cabo Fulano _y fuerza a sus órdenes_. - -Así iba corrigiéndose el bandido de sus terribles crímenes, que él -no sabía cuáles fuesen, y oyendo a los ladrones la relación de sus -hazañas, estremeciéndose al escuchar el relato de los asesinos y -teniendo que resistirse a monstruosas solicitudes que le aterraban, -preparábase para ser hombre honrado cuando la policía le quisiera dejar -tranquilo. - -No le cogerían más; estaba decidido: aquella era la última quincena -que pasaría. Cuando terminase no se detendría ni un instante en la -ciudad; iría al puerto para esconderse en cualquier barco; se metería -bajo los asientos de un vagón de ferrocarril; el propósito era huir -lejos, muy lejos, donde no sacasen al _Groguet_ en letras de molde ni -le conociera ningún cabo Fulano. - -Y el muchacho, que antes vivía en la cárcel con resignada indiferencia, -esperó impaciente el término de la quincena. - -Por fin llegó el momento. El _Groguet_ a la calle con todo lo que tenga. - -¡Lo que él tenía! Valiente sarcasmo. Ganas de trabajar, de regenerarse, -de verse libre de aquella estúpida persecución... y nada más. - -Se sacudió como un perro mojado antes de salir de la pieza; no se -limpió de los zapatos el polvo de la cárcel, porque carecía de ellos, y -lanzose por el entreabierto rastrillo como un gorrión fuera de la jaula. - -Vamos, que ahora se fastidiaba para siempre el tío de los bigotes. - -Pero se detuvo en el umbral, aterrado como ante una visión: allí estaba -él, en la pared de enfrente, con otro fariseo de su clase, sonriendo -los dos como si les complaciera el terror del muchacho. - -Intentó escapar; pero inmediatamente sintió la velluda zarpa en el -cuello y fue zarandeado con acompañamiento de... esto y aquello en Dios -y la Virgen. - -Como medida de previsión otra quincena. Y sin dar gracias a la -sociedad, que se preocupaba de él para mejorar su índole perversa, -atravesó otra vez el portón en busca del vergajo que enseña y de las -conversaciones de la cárcel que moralizan. - -Iba preso de nuevo por _blasfemo_. Y lo mejor del caso era que al salir -de la cárcel no había abierto la boca y únicamente al sumirse de nuevo -tras el férreo rastrillo, pensando, sin duda, en los ojos enrojecidos y -sin pestañas y en la mano huesosa y acariciadora, murmuraba, abatido su -lamento de los grandes dolores: - ---¡_Ay, mare mehua_! - - - - -Guapeza valenciana - - -I - -Buenos parroquianos tuvo aquella mañana el cafetín del _Cubano_. -La flor de la guapeza, los valientes más valientes que campaban en -Valencia por sus propios méritos; todos cuantos vivían a estilo de -caballero andante por la fuerza de su brazo; los que formaban la -guardia de puertas en las timbas, los que llevaban la parte de terror -en la banca, los que iban a tiros o cuchilladas en las calles, sin -tropezar nunca, en virtud de secretas inmunidades, con la puerta -del presidio, estaban allí, bebiendo a sorbos la copita matinal de -aguardiente, con la gravedad de buenos burgueses que van a sus negocios. - -El dueño del cafetín les servía con solicitud de admirador entusiasta, -mirando de reojo todas aquellas caras famosas, y no faltaban chicuelos -de la vecindad que asomaban curiosos a la puerta, señalando con el dedo -a los más conocidos. - -La baraja estaba completa. ¡Vive Dios! que era un verdadero -acontecimiento ver reunidos en una sola familia, bebiendo -amigablemente, a todos los guapos que días antes tenían alarmada la -ciudad y cada dos noches andaban a tiros por Pescadores o la calle de -las Barcas, para provecho de los periódicos noticieros, mayor trabajo -de las casas de Socorro y no menos fatiga de la policía, que echaba a -correr a los primeros rugidos de aquellos leones, que se disputaban el -privilegio de vivir a costa de un valor más o menos reconocido. - -Allí estaban todos. Los cinco hermanos _Bandullos_, una dinastía que al -mamar llevaba ya cuchillo; que se educó degollando reses en el Matadero -y con una estrecha solidaridad lograba que cada uno valiera por cinco y -el prestigio de la familia fuese indiscutible. Allí Pepet, un valentón -rústico que usaba zapatos por la primera vez en su vida y había sido -extraído de la Ribera por un dueño de timba, para colocarlo frente -a los terribles _Bandullos_, que le molestaban con sus exigencias y -continuos tributos; y en torno de estas eminencias de la profesión, -hasta una docena de valientes de segunda magnitud, gente que pasaba la -vida penando por no trabajar; guardianes de casa de juego que estaban -de vigilancia en la puerta desde el mediodía hasta el amanecer, por -ganarse tres pesetas, lobos que no habían hecho aún más que morder -a algún señorito enclenque o asustar a los municipales, maestros de -cuchillo que poseían golpes secretos e irresistibles, a pesar de lo -cual habían perdido la cuenta de las bofetadas y palos recibidos en -esta vida. - -Aquello era una fiesta importantísima, digna de que la voceasen por la -noche los vendedores de _La Correspondencia_ a falta de «¡el crimen de -hoy!» - -Iban todos a comerse una paella en el camino de Burjasot, para -solemnizar dignamente las paces entre los _Bandullos_ y Pepet. - -Los hombres, cuanto más hombres, más serios para ganarse la vida. - -¿Qué se iba adelantando con hacerse la guerra sin cuartel y reñir -batalla todas las noches? Nada; que se asustaran los tontos y rieran -los listos, pero, en resumen, ni una peseta, y los padres de familia -expuestos a ir a presidio. - -Valencia era grande y había pan para todos. Pepet no se metería para -nada con la timba que tenían los _Bandullos_, y estos le dejarían con -mucha complacencia que gozase en paz lo que sacara de las otras. - -Y en cuanto a quiénes eran más valientes, si los unos o el otro, eso -quedaba en alto y no había por qué mentarlo: todos eran valientes y -se iban rectos al bulto: la prueba estaba en que después de un mes de -buscarse, de emprenderse a tiros o cuchillo en mano, entre sustos de -los transeúntes, corridas y cierres de puertas, no se habían hecho el -más ligero rasguño. - -Había que respetarse, caballeros, y campar cada uno como pudiera. - -Y mediando por ambas partes excelentes amigos, se llegó al arreglo. - -Aquella buena armonía alegraba el alma, y los satélites de ambos bandos -conmovíanse en el cafetín del _Cubano_ al ver cómo los _Bandullos_ -mayores, hombres sesudos, carianchos y cuidadosamente afeitados -con cierto aire monacal, distinguían a Pepet y le ofrecían copas y -cigarros; finezas a las que respondía con gruñidos de satisfacción -aquel gañán ribereño, negro, apretado de cejas, enjuto y como cohibido -al no verse con alpargatas, manta y retaco al brazo, tal como iba en -su pueblo a ejecutar las órdenes del cacique. De su nuevo aspecto solo -le causaba satisfacción la gruesa cadena de reloj y un par de sortijas -con enormes culos de vaso, distintivos de su fortuna que le producían -infantil alegría. - -El único que en la respetable reunión podía meter la pata era el menor -de los _Bandullos_: un chiquillo fisgón e insultadorcillo que abusaba -del prestigio de la familia, sin más historia ni méritos que romper el -capote a los municipales o patear el farolillo de algún sereno siempre -que se emborrachaba; hazañas que obligaban a sus poderosos hermanos a -echar mano de las influencias pidiendo a este y al otro que tapasen -tales tonterías a cambio de sus buenos servicios en las elecciones. - -Él era el único que se había opuesto a las paces con Pepet, y no -mostraba ahora en un día de concordia y olvido, la buena crianza de -sus hermanos. Pero ya se encargarían estos de meter en cintura a aquel -bicho ruin que no valía una bofetada y quería perder a los hombres de -mérito. - -Salieron todos del cafetín formando grupo por el centro del arroyo, con -aire de superioridad, como si la ciudad entera fuese suya, saludados -con sonriente respeto por las parejas de agentes que estaban en las -esquinas. - -¡Vaya una partida! Marchaban graves, como si la costumbre de hacer -miedo les impidiese sonreír; hablaban lentamente, escupiendo a cada -instante, con voz fosca y forzada, cual si la sacaran de los talones, y -se llevaban las manos a las sienes atusándose los bucles y torciendo el -morro con compasivo desprecio a todo cuanto les rodeaba. - -Por un contraste caprichoso, aquellos buenos mozos malcarados exhibían -como gala el pie pequeño, usaban botas de tacón alto adornadas con -pespuntes, lo que les daba cierto aire de afeminamiento, así como los -pantalones estrechos y las chaquetas ajustadas, marcando protuberancias -musculosas o míseros armazones de piel y huesos en que los nervios -suplían a la robustez. - -Los había que empuñaban escandalosos garrotes o barras de hierro -forradas de piel, golpeando con estrépito los adoquines, como si -quisieran anunciar el paso de la fiera; pero otros usaban bastoncillos -endebles o no se apoyaban en nada, pues bastante compañía llevaban -sobre las caderas con el cuchillo como un machete y la pistola del -quince, más segura que el revólver. - -Aquel desfile de guapos detúvose en todos los cafetines del tránsito -para refrescar con medias libras de aguardiente, convidando a los -policías conocidos que encontraban al paso, y cerca de las doce -llegaron a la alquería del camino de Burjasot, donde la paella -burbujeaba ya sobre los sarmientos, faltando solo que la echasen el -arroz. - -Cuando se sentaban a comer estaban medio borrachos, mas no por esto -perdieron su fúnebre y despreciativa gravedad. - - -II - -Eran gentes de buenas tragaderas y pronto salió a luz el fondo de -la sartén, viéndose por los profundos agujeros que las cucharas de -palo abrían en la masa de arroz el meloso _socarraet_, el bocado más -exquisito de la paella. - -De vino, no digamos. A un lado estaba el pellejo, vacío, exangüe, -estremeciéndose con las convulsiones de la agonía, y las rondas eran -interminables, pasando de mano en mano los enormes vasos, en cuyo negro -contenido nadaban los trozos de limón, para hacer más aromático el -líquido. - -A los postres, aquellas caras perdieron algo de su máscara feroz; se -reía y bromeaba, con la pretina suelta para favorecer la digestión y -lanzando poderosos regüeldos. - -Salían a conversación todos los amigos que se hallaban ausentes -por voluntad o por fuerza; el tío _Tripa_, que había muerto hecho -un santo después de una vida de trueno; los _Donsainers_, huidos a -Buenos Aires por unos golpes tan mal dados, que el asunto no se pudo -arreglar aun mediante el mismo gobernador de la provincia, y la gente -de menor cuantía que estaba en San Agustín o San Miguel de los Reyes, -inocentones que se echaron a valientes sin contar antes con buenos -protectores. - -¡Cristo! Que era una lástima que hombres de tanto mérito hubieran -muerto o se hallaran pudriendo en la cárcel o en el extranjero. -Aquellos eran valientes de verdad, no los de ahora, que son en -su mayoría unos muertos de hambre, a quienes la miseria obliga a -echárselas de guapo a falta de valor para pegarse un tiro. - -Esto lo decía el _Bandullo_ pequeño, aquel trastuelo, que se había -propuesto alterar la reunión, pinchando a Pepet, y a quien sus -hermanos lanzaban severas miradas por su imprudencia. ¡Criatura más -comprometedora! Con chicos no puede irse a ninguna parte. - -Pero el escuerzo ruin no se daba por entendido. Tenía mal vino y -parecía haber ido a la paella por el solo gusto de insultar a Pepet. - -Había que ver su cara enjuta, de una palidez lívida, con aquel lunar -largo y retorcido, para convencerse de que le dominaba el afán de -acometividad, el odio irreconciliable que lucía en sus ojos y hacía -latir las venas de su frente. - -Sí señor; él no podía transigir con ciertos valientes que no tienen -corazón, sino estómago hambriento; _ruqueròls_ que olían todavía al -estiércol de la cuadra en que habían nacido y venían a estorbar a las -personas decentes. Si otros querían callar, que callasen. Él no; y no -pensaba parar hasta que se viera que toda la guapeza de esos tales era -mentira, cortándoles la cara y lo de más allá. - -Por fortuna estaban presentes los _Bandullos_ mayores, gente sesuda que -no gustaba de compromisos más que cuando eran irremediables. Miraban a -Pepet, que estaba pálido, mascando furiosamente su cigarro, y le decían -al oído, excusando la embriaguez del pequeño: - ---_No fases cas_: está _bufat_. - -Pero buena excusa era aquella con un bicho tan rabioso. Se crecía ante -el silencio e insultaba sin miedo alguno. - -Lo que él decía allí lo repetía en todas partes. Había muchos -embusteros. Valientes de _matamòrta_ como los melones malos. Él -conocía un guapo que se creía una fiera porque le habían vestido de -señor; mentira, todo mentira. El muy fachenda, hasta intentaba presumir -y le hacía corrococos a María la _Borriquera_, la cordobesa que cantaba -flamenco en el café de la Peña... ¡Ya voy!... Ella se burlaba del muy -bruto; tenía poco mérito para engañarla; la chica se reservaba para -hombres de valía, para valientes de verdad; él, por ejemplo, que estaba -cansado de acompañarla por las madrugadas cuando salía del café. - -Ahora sí que no valieron las benévolas insinuaciones de los hermanos -mayores. Pepet estaba magnífico, puesto de pie, irguiendo su poderoso -corpachón, con los ojos centelleantes bajo las espesas cejas y -extendiendo aquel brazo musculoso y potente, que era un verdadero -ariete. - -Respondía con palabras que la ira cortaba y hacía temblar: - ---_Això_ es mentira. ¡_Mocós_! - -Pero apenas había terminado, un vaso de vino le fue recto a los ojos, -separándolo Pepet de una zarpada e hiriéndose el dorso de la mano con -los vidrios rotos. - -Buena se armó entonces... Las mujeres de la alquería huyeron dentro -lanzando agudos chillidos; todo el honorable concurso saltó de sus -silletas de cuerda, rascándose el cinto, y allí salió a relucir un -verdadero arsenal: navajas de lengua de toro, cuchillos pesados y -anchos como de carnicería, pistolas que se montaban con espeluznante -ruido metálico. - -La reunión dividiose instantáneamente en dos bandos. A un lado los -_Bandullos_ cuchillo en mano, pálidos por la emoción, pero torciendo -el morro con desprecio ante aquellos mendigos que se atrevían a -emanciparse, y al otro, rodeando a Pepet, todos, absolutamente -todos los convidados, gente que había sobrellevado con paciencia el -despotismo de la familia bandullesca y que ahora veía ocasión para -emanciparse. - -Miráronse en silencio por algunos segundos, queriendo cada uno que los -otros empezaran. - -¡Vaya, caballeros! La cosa no podía quedar así... Allí se había -insultado a un hombre, y de hombre a hombre no va nada. - -Al fin, el reñir es de hombres. - -Era una lástima que la fiesta terminase mal, pero entre hombres ya -se sabe; hay que estar a todo. Dejar sitio y que se las arreglen los -hombres como puedan. - -Los amigos de Pepet, que estaban en sus glorias y se mostraban fieros -por la superioridad del número, colocáronse ante los _Bandullos_ -mayores, cortándoles el paso con los cuchillos y sus palabras. - -En ocasiones como aquella había que demostrar la entraña de valiente. -Nada importaba que fuese su hermano. Había insultado y debía probar sin -ayuda ajena que tenía tanto de aquello como de lengua. - -Pero las razones eran inútiles. Estaban frente a frente los dos -enemigos, a la puerta de la alquería, bajo aquella hermosa parra -por entre cuyos pámpanos se filtraban los rayos del sol dorando las -telarañas que envolvían las uvas. - -El pequeño, extendiendo la diestra armada de ancha faca y cubriéndose -el pecho con el brazo izquierdo, saltaba como una mona haciendo gala -de la esgrima presidiaria aprendida en los corralones de la calle de -Cuarte. - -Todos callaban. Oíase el zumbido de los moscardones en aquella tibia -atmósfera de primavera, el susurrar de la vecina acequia, el murmullo -del trigo agitando sus verdes espigas y el chirriar lejano de algún -carro, junto con los gritos de los labradores que trabajaban en sus -campos. - -Iba a correr sangre, y todos avanzaban el pescuezo con malsana -curiosidad, para dar faltas y buenas sobre el modo de reñir. - -El bicho maldito no se inquietaba y seguía insultando. ¡A ver! Que se -atracara aquel guapo y vería cuán pronto le echaba la _tanda_ al suelo. - -Y vaya si se atracó. Pero con un valor primitivo; no con la arrogancia -del león, sino con la acometividad del toro; bajando la dura testa, -encorvando su musculoso pecho con el impulso irresistible de una -catapulta. - -De una zarpada se llevó por delante tambaleando y desarmado al pequeño -_Bandullo_, y antes de que cayera al suelo le hundió el cuchillo en un -costado, de abajo arriba, con tal fuerza, que casi lo levantó en el -aire. - -Cayó el chicuelo llevándose ambas manos al costado, a la desgarrada -faja, que rezumaba sangre, y hubo un murmullo de asombro casi semejante -a un aplauso. - -¡Buen pájaro era aquel Pepet! Cualquiera se metía con un bruto así. - -Los _Bandullos_ lanzáronse sobre su caído hermano, trémulos de coraje, -y hubo de ellos que requirieron sus armas con desesperación, como -dispuestos a cerrar con aquel numeroso grupo de enemigos y morir -matando para desagravio de la familia, que no podía consentir tal -deshonra. - -Pero les contuvo un gesto imperioso del hermano mayor, Néstor, de la -familia, cuyas indicaciones seguían todos ciegamente. Aún no se había -acabado el mundo. Lo que él aconsejaba y siempre salía bien: paciencia -y mala intención. - -El pequeño, pálido, casi exánime, echando sangre y más sangre por entre -la faja, fue llevado por sus hermanos a la tartana, que aguardaba cerca -de la alquería desde que trajo por la mañana todo el _arreglo_ de la -paella. - -¡Arrea, tartanero!... ¡Al Hospital! Donde van los hombres cuando están -en desgracia. - -Y la tartana se alejó dando tumbos, que arrancaban al herido rugidos de -dolor. - -Pepet limpió su cuchillo con hojas de ensalada que había en el suelo, -lo lavó en la acequia y volvió a guardarlo con tanto cariño como si -fuese un hijo. - -El ribereño había crecido desmesuradamente a los ojos de todos -aquellos emancipados que le rodeaban, y de regreso a Valencia, por la -polvorienta carretera, se quitaban la palabra unos a otros para darle -consejos. - -A la policía no había que tenerle cuidado. Entre valientes era de rigor -el silencio. El pequeño diría en el Hospital que no conocía a quien -le hirió, y si era tan ruin que intentara cantar, allí estarían sus -hermanos para enseñarle la obligación. - -A quien debía mirar de lejos era a los _Bandullos_ que quedaban sanos. -Eran gente de cuidado. Para ellos, lo importante era pegar, y si no -podían de frente, lo mismo les daba a traición. ¡Ojo, Pepet! Aquello no -lo perdonarían, más que por el hermano, por el buen sentimiento de la -familia. - -Pero al valentón ribereño aún le duraba la excitación de la lucha y -sonreía despreciativamente. Al fin aquello tenía que ocurrir. Había -venido a Valencia para pegarles a los _Bandullos_; donde estaba él no -quería más guapos; ya había asegurado a uno; ahora que fuesen saliendo -los otros y a todos los arreglaría. - -Y como prueba de que no tenía miedo, al pasar el puente de San José -y meterse todos en la ciudad amenazó con un par de guantadas al que -intentara acompañarle. - -Quería ir solo por ver si así le salían al paso aquellos enemigos. -Conque... ¡largo, y hasta la vista! - -¡Qué hígado de hombre! Y la turba bravucona se disolvió, ansiosa de -relatar en cafetines y timbas la caída de los _Bandullos_, añadiendo -con aire de importancia que habían presenciado la terrible _gabinetá_ -de aquel valentón que juraba el exterminio de la familia. - -Bien decía el ribereño que no tenía miedo ni le inquietaban los -_Bandullos_. No había más que verle a las once de la noche marchando -por la calle de las Barcas con desembarazada confianza. - -Iba a la Peña, a oír a su adorada novia la _Borriquera_. - -¡Mala pécora! Si resultaba cierto lo que aquel chiquillo insultador le -había dicho antes de recibir el golpe, a ella le cortaba la cara, y -después no dejaba botella ni títere sano en todo el café. - -Aún le duraba la excitación de la riña, aquella rabia destructora que -le dominaba después de haber _hecho_ sangre. - -Ahora, antes que se enfriase, debieran salirle al encuentro los -_Bandullos_, uno a uno o todos juntos. Se sentía con ánimos para de la -primera rebanada partirlos en redondo. - -Estaba ya en la subida de la Morera, cuando sonó un disparo y el -valentón sintió un golpe en la espalda, al mismo tiempo que se nublaba -su vista y le zumbaban los oídos. - -¡Cristo! Eran ellos que acababan de herirle. - -Y llevándose la mano al cinto, tiró de su pistola del quince, pero -antes de que volviera la cara, sonó otro disparo y Pepet cayó redondo. - -Corría la gente, cerrábanse las puertas con estrépito, sonaban pitos -y más pitos al extremo de la calle, sin que por esto se viese un -kepis por parte alguna, y aprovechándose del pánico abandonaron los -_Bandullos_ la protectora esquina, avanzando cuchillo en mano hacia el -inerte cuerpo, al que removieron de una patada como si fuese un talego -de ropa. - ---_Ben mòrt está._ - -Y para convencerse más, se inclinó uno de ellos sobre la cabeza del -muerto, guardándose algo en el bolsillo. - -Cuando llegaron los guardias y se amotinó la gente en torno del -cadáver, esperando la llegada del juzgado, viose a la luz de algunos -fósforos la cara moruna de Pepet el de la Ribera, con los ojos -desmesurados y vidriosos y junto a la sien derecha una desolladura roja -que aún manaba sangre. - -Le habían cortado una oreja como a los toros muertos con arte. - - -III - -El entierro fue una manifestación. - -Aún quedaba sangre de valiente: la raza no iba a terminar tan pronto -como muchos creían. - -Los amos de las casas de juego marchaban en primer término tras el -ataúd, como afligidos protectores del muerto, y tras ellos todos los -matones de segunda fila y los aspirantes a la clase; morralla del -mercado y del matadero que esperaba ocasión para revelarse, y hacía sus -ensayos de guapeza yendo a pedir alguna peseta en los billares o timbas -de calderilla. - -Aquel cortejo de caras insolentes con gorrillas ladeadas y tufos en las -orejas, hacía apartarse a los transeúntes, pensando en el gran golpe -que se perdía la Guardia civil. - -¡Qué magnífica redada podía echarse! - -Pero no; había que respetar el dolor sincero de aquella gente, que -lloraba al muerto con toda su alma, con una ingenuidad jamás vista en -los entierros. - -¿Era así como se mataba a los hombres? ¡Cobardes!... ¡_morrals_!... -¡y después querían los _Bandullos_ pasar por bravos! Santo y bueno que -le hubiesen tirado el hígado al suelo riñendo cara a cara, pues a esto -están expuestos los hombres que valen; pero matarlo por la espalda y -con pistola para no acercarse mucho, era una canallada que merecía -garrote. ¡Morir a manos de unos ruines un chico que tanto valía! -Parecía imposible que la prensa no protestase y que la ciudad entera -no se sublevara contra los _Bandullos_. ¿Y lo de cortarle la oreja? -_Ambusteros_, más que _ambusteros_. Eso está bien que se haga con uno -a quien se mata de frente; en casos así hay que guardar un recuerdo, -pero... ¡vamos! cuando no hay de qué y solo tienen ciertas gentes -motivo para avergonzarse, irrita que se pongan moños. Y lo más triste -era que muerto Pepet, el valiente de verdad, el guapo entre los guapos, -los _Bandullos_ camparían como únicos amos, y las personas decentes, -que eran los demás, tendrían que juntarse para que les diesen las -sobras y poder comer. ¡Tan tranquilos que estaban, amparados por aquel -león de la Ribera que se había propuesto acabar con los _Bandullos_!... - -Los que más irritados se mostraban eran los neófitos, los aprendices -que no habían estrenado la _tea_ que llevaban cruzada sobre los -riñones; los que no tenían aún categoría para vivir de la tremenda, -pero que sentían por Pepet la misma adoración de los salvajes ante un -astro nuevo. - -Y todos ellos, que pretendían meter miedo al mundo con un solo gesto, -lloraban en el cementerio, en torno de la fosa, al ver los húmedos -terrones que caían sobre el ataúd. - -¿Y un hombre así, más bien plantado que el que paró al sol, se lo -habían de comer la tierra y los gusanos?... ¡_Retapones_! aquello -partía el corazón. - -La chavalería esperaba con ansiosa curiosidad las ceremonias de -costumbre en tales casos; algo que demostrase al que se iba que aquí -quedaba quien se acordaba de él. - -Sonó un _glu-glu_ de líquido, cayendo sobre la rellena fosa. Los -compañeros de Pepet, foscos como sacerdotes de terrorífico culto, -vaciaban botellas de vino sobre aquella tierra grasienta, que parecía -sudar la corrupción de la vida. - -Y cuando se formó un charco rojizo y repugnante, toda aquella hermandad -del valor malogrado tiró de las _teas_ y uno por uno fueron trazando en -el barro furiosas cruces con la punta del cuchillo, al mismo tiempo que -mascullaban terribles palabras mirando a lo alto, como si por el aire -fueran a llegar volando los odiados _Bandullos_. - -Podía Pepet dormir tranquilo. Aquellos granujas recibirían las -tornas... si es que se empeñaban en comérselo todo y no hacer parte a -las personas decentes. ¡Lo juraban! - -Y al mismo tiempo que los cuchillos de la comitiva trazaban cruces -en el cementerio, los _Bandullos_ entraban en el Hospital, graves, -estirados, solemnes, como diplomáticos en importante misión. - -El pequeño sacaba por entre las sábanas su rostro exangüe, tan pálido -como el lienzo, y únicamente en su mirada había una chispa de vida al -preguntar con mudo gesto a sus hermanos. - -Debía saber algo de lo de la noche anterior y quería convencerse. - -Sí; era cierto. Se lo aseguraba su hermano mayor, el más sesudo de -la familia. El que atacase a los _Bandullos_ tenía pena a la vida. -Mientras viviesen todos, cada uno de los hermanos tendría la espalda -bien cubierta. ¿No le habían prometido venganza? Pues allí estaba. - -Y desliando un trozo de periódico, arrojó sobre las sábanas un muñón -asqueroso, cubierto de negros coágulos. - -El pequeño lo alcanzó sacando de entre las sábanas sus brazos -enflaquecidos, ahogando con penosos estertores el dolor que sentía en -las llagadas entrañas al incorporarse. - ---_¡La orella!... ¡La orella d’eixe lladre!_ - -Rechinaron sus dientes con los dos fuertes mordiscos que dio al -asqueroso cartílago, y sus hermanos, sonriendo complacidos al -comprender hasta dónde llegaba la furia de su cachorro, tuvieron que -arrebatarle la oreja de Pepet para que no la devorase. - - - - -El _femater_ - - -I - -El primer día que a Nelet le enviaron solo a la ciudad, su inteligencia -de chicuelo torpe adivinó vagamente que iba a entrar en un nuevo -período de su vida. - -Comenzaba a ser hombre. Su madre se quejaba al verle jugar a todas -horas, sin servir para otra cosa, y el hecho de colgarle el capazo a -la espalda enviándolo a Valencia a recoger estiércol equivalía a la -sentencia de que en adelante tendría que ganarse el mendrugo negro y -la cucharada de arroz, haciendo algo más que saltar acequias, cortar -flautas en los verdes cañares o formar coronas de flores rojas y -amarillas en los tupidos dompedros que adornaban la puerta de la -barraca. - -Las _cosas_ iban mal. El padre, cuando no trabajaba los cuatro terrones -en arriendo, iba con el viejo carro a cargar vino en Utiel; las -hermanas estaban en la fábrica de sedas, hilando capullo; la madre -trabajaba como una bestia todo el día, y el pequeñín, que era el gandul -de la familia, debía contribuir con sus diez años, aunque no fuera más -que agarrándose a la espuerta, como otros de su edad, y aumentando -aquel estercolero inmediato a la barraca, tesoro que fortalecía las -entrañas de la tierra, vivificando su producción. - -Salió de madrugada, cuando por entre las moreras y los olivos marcábase -el día con resplandor de lejano incendio. En la espalda, sobre la burda -camisa, bailoteaban al compás de la marcha el flotante rabo de su -pañuelo anudado a las sienes y el capazo de esparto, que parecía una -joroba. Aquel día estrenaba ropa; unos pantalones de pana de su padre, -que podían ir solos por todos los caminos de la provincia sin riesgo de -perderse, y que acortados por la tía Pascuala, se sostenían merced a un -tirante cruzado a la bandolera. - -Corrió un poco al pasar por frente al cementerio de Valencia, por -antojársele que a aquella hora podían salir los muertos a tomar el -fresco, y cuando se vio lejos de la fúnebre plazoleta de palmeras, -moderó su paso hasta ser este un trotecillo menudo. - -¡Pobre Nelet! Marchaba como un explorador de misterioso territorio -hacia aquella ciudad que, bañada por los primeros rayos del sol, -recortaba su rojiza crestería de tejados y torres sobre un fondo de -blanquecino azul. - -Dos o tres veces había estado allí, pero amparado por su madre, -agarrado a sus faldas, con gran miedo a perderse. Recordaba con espanto -la ruidosa batahola del Mercado y aquellos municipales de torvo ceño -y cerdosos bigotes, terror de la gente menuda; pero a pesar de los -espantables peligros, seguía adelante, con la firmeza del que marcha a -la muerte cumpliendo su deber. - -En la puerta de San Vicente se animó viendo caras amigas; _fematers_ de -categoría superior, dueños de una jaca vieja para cargar el estiércol y -sin otra fatiga que tirar del ramal gritando por las calles el famoso -pregón: «_Ama, ¿hiá fem?_» - -Uno de ellos era vecino del muchacho, y hasta se susurraba si andaba -enamorado de una de sus hermanas, aunque no hacía más que dos años que -estaba pensando en declarar su pasión, circunstancias que no impidieron -que con pocas palabras diese un susto a Nelet. - -De seguro que no llevaba licencia. ¿No sabía lo que era? Un papelote -que había que sacar soltando dinero allá en el Repeso. Sin ella había -que menear bien las piernas para huir de los municipales. Como le -pillasen, flojas _patás_ le iban a soltar. Conque ¡ojo, _chiquet_! - -Y fortalecido por tan consoladoras advertencias, el pobre chico entró -en la ciudad, buscando los callejones más solitarios y tortuosos, -mirando con codicia los humeantes rastros que dejaban los caballos -sobre los adoquines, sin atreverse a meter en su espuerta tales -riquezas por miedo de agacharse y sentir en el hombro la mano de un -sayón con kepis. - -Aquello forzosamente había de acabar mal. - -Se olvidó de todo en una plazoleta, viendo cómo jugaban al toro un -grupo de pelones de larga blusa y grueso bolsón de libros, retardando -el momento de entrar en la escuela; pero de improviso sonó el grito de -¡_la ful_! anunciando la aparición de un municipal de los más feos, y -todos se desbandaron al galope como tribu de salvajes sorprendida en lo -mejor de sus misteriosos ritos. - -Nelet huyó despavorido, pensando que en la maldita ciudad no se -ganaba para sustos, la giba de esparto siempre sobre su espalda -y atropellando en la desbocada carrera a una vieja que barría -tranquilamente su portal. - -No era floja la paliza que le soltarían en casa al verle de vuelta con -el capazo vacío, y esta consideración fue lo que le dio valor. Llegaban -hasta él los gritos de los otros _fematers_ en las inmediatas calles, -agudos, insolentes, como cacareos de gallo, y tímidamente, temblando -de que alguien le oyese, murmuró con voz que parecía el balido de un -cordero: «_Ama, ¿hiá fem?_» - -Y así recorrió un par de calles. - ---Entra, chiquillo, entra. - -Era una buena mujer que le hacía señas indicándole las barreduras que -acababa de amontonar junto a una puerta. ¡Pero qué simpática resultaba -aquella mujer! El regalo no era gran cosa; polvo, puntas de cigarro, -mondaduras de patatas y hojas de col; el estiércol de una casa pobre. -Nelet lo recogió todo con la satisfacción del aventurero que triunfa -por primera vez, y siguió adelante mirando los balcones, los pisos -superiores, que él llamaba _casas grandes_, donde se comía bien, y en -las covachas de la cocina había para meter la mano y el codo. - -Pero ¡_rediel_! (y se rascó la roja frente llena de arañazos) estaba -perdiendo el tiempo. Había olvidado sus relaciones de la ciudad: la -casa de Marieta, su hermana de leche, donde había estado algunas veces -con su madre. - -Y tras indecisiones y rodeos dio por fin con la calle sombría y -solitaria cerca de los juzgados, y el caserón de húmedo patio en cuyo -piso principal vivía don Esteban el escribano. - -Aquella mañana era de desgracias. - -En el patio estaba la portera, una bruja que le recibió escoba en mano, -faltando poco para que le saludase con dos hisopazos en la cara. - -Ella no quería marranos que le ensuciasen la escalera. Todos los -inquilinos tenían su _femater_. ¡Largo, granuja! ¡Quién sabe si subiría -con intención de robar algo! - -Y el tímido labradorcillo, retrocediendo ante la iracunda bruja, -protestaba con voz débil, repitiendo siempre la misma excusa. Era el -hijo de la tía Pascuala, a la que todo Paiporta conocía, el ama de -Marieta; ¿no era bastante? - -Pero ni el nombre de la tía Pascuala ni el del mismo Espíritu Santo -ablandaba a la portera y a su fiera escoba, y Nelet, retrocediendo, se -vio en la calle y allí se quedó como un bobo frente a una pared vieja: -arañando los sueltos yesones y espiando con el rabillo del ojo las -evoluciones de la vieja. La vio sumirse en el cuchitril de la portería -y cautelosamente entró en el portal, lo cruzó sin ser visto y subió por -la escalera de antiguos azulejos, tirando tímidamente del borlón de -estambre que colgaba ante la enorme y conventual puerta del primer piso. - -No fue poco lo que se rio la criada, bravía moza de las montañas de -Teruel, al abrir la puerta y encontrarse con aquel monigote panzudo que -abultaba menos que su capazo. - -¿Qué buscaba? Allí tenían quien se llevara el estiércol. Y Nelet, -turbado por el buen humor de la _churra_ no sabía qué decir. - -Pero de pronto se abrió para él el cielo. O lo que es lo mismo, vio -asomar por detrás de la falda de la criada una cara morena, prolongada -y huesosa, con los rebeldes pelillos estirados cruelmente hacia el -cogote, los ojos grandes y negros, animados por una chispa de eterna -curiosidad y el cuerpo zancudo y desgarbado por prematuro crecimiento. - -La niña le reconoció en seguida: no en balde transcurren dos años -durmiendo bajo el techo de la barraca y en la misma cama y se pasan los -días junto a la acequia, tendidos sobre el vientre, con la cara teñida -de zumo de zanahorias. Era Nelet, el hijo del ama. - -Lo cogió de la mano con cierto aire de muchacho, propio del desgarbo -con que llevaba las faldas, y los dos se dirigieron a la cocina -seguidos por la sonriente _churra_, a quien la hacía gracia el aire -tímido y enfurruñado del chiquillo. - - -II - -Llegó a su barraca con la espuerta sin llenar, pero no pudo decir que -le había ido mal en su primera expedición. - -Aquella _churra_ le quería de veras, desde que supo que era nada menos -que hermano de la señorita. Ella misma le llenó el capazo vaciando todo -el basurero de la cocina, sin importarle lo que pudiera murmurar el -_femater_ de la casa, un viejo que podía alegar los derechos adquiridos -en once años. Nelet le desbancaba, y la buena muchacha, para afirmar su -protección, le regaló con media cazuela de guisado de la noche anterior -y una montaña de mendrugos que el chico iba tragándose con la calma de -un rumiante, pensando que si duraba mucho la buena racha, iba a ponerse -tan redondo y frescote como el cura de Paiporta. - -Pues ¿y Marieta? Le miraba comer con alegría, como si fuera ella misma -la que saboreaba el guisado con hambre atrasada. Hasta quiso que le -dieran vino, y apenas le veía hacer un descanso, pasaba revista a todos -los de allá, preguntando cómo estaba el ama, si tenía muchos animales, -si el padre aún iba por los caminos, si vivía el _Negret_, aquel -perrillo seco, almacén de pulgas que aullaba como un condenado apenas -se acercaban a la barraca, y si la higuera, tan frondosa en verano, -soltaba aquella lluvia de lagrimones negros y suaves que caían ¡_chap_! -dulcemente en el suelo, despachurrando la miel y el perfume de sus -entrañas rojas. - -Y después tras el substancioso atracón, llegó para Nelet el momento -de los asombros, viendo la colección de muñecas, los vestidos, los -sombreros, todos los regalos con que el escribano obsequiaba a su hija. -Bien se conocía que esta era única, que había quedado sin madre casi al -nacer y que el viejo don Esteban no tenía otro cariño a que dedicar los -buenos cuartos que arañaba en el juzgado. - -Seguía a su Marieta por toda la casa, admirando las magnificencias que -la chiquilla le mostraba con mal cubierta satisfacción de amor propio. -El salón le anonadó con sus sillerías del primer tercio de siglo y sus -adornos, que evocaban el recuerdo de las almonedas judiciales; pero su -admiración trocose en espanto ante una puerta entornada. Allí dentro -trabajaba el papá, con sus dos escribientes y se oía su voz campanuda: -_Providencia que dicta el señor juez_... etc. - -¡Cristo! aquello asustaba a Nelet más que los municipales, y emprendió -la vuelta hacia la cocina. - -En fin, que su primera visita le hizo experimentar la satisfacción del -que se halla establecido y cuenta con clientela. - -Entraba por las mañanas en la ciudad tomando al paso lo que buenamente -encontraba en las calles, y recto a aquel caserón, donde se colaba como -si fuese un inquilino. - -La bruja de la portera se guardaba ahora su escoba y hasta le protegía, -recomendándolo a las criadas de los otros pisos, y en el principal -tenía a la _churra_, que siempre encontraba en los rincones de la -despensa algo sobrante que antes era para los gatos y ahora se tragaba -Nelet. - -¡Qué mañanas aquellas! Llegaba cuando la casa estaba en el revoltijo -del despertar. Los escribientes en el despacho se soplaban las manos -preparándose a agarrar las plumas y ensuciar papel de oficio, la -_churra_ por allá dentro levantaba camas, dando furiosas bofetadas a -los colchones, y Marieta, de trapillo, con la cabeza espeluznada y una -faldilla a media pierna, arañaba los pasillos con la escoba, para dar -gusto al papá, que quería una chica _muy mujer de su casa_. - -Y en el comedor encontraba a don Esteban, el terrible escribano, imagen -para Nelet de la justicia, que puede pegar y meter en la cárcel, -sentado ante humeante chocolate, con las gafas caladas para leer el -periódico y murmurando automáticamente al entrar el muchacho: - ---Hola, chiquillo, ¿cómo está la tía Pascuala? - -Pero el terrible pasmarote no tardaba en aislarse en su despacho, para -preparar lo que luego había de decir el señor juez sobre el papel -sellado, y la casa parecía alegrarse con tal desaparición. - -Sonaban risas en aquel ambiente denso de habitaciones cerradas, donde -flotaba aún el calor del sueño y el polvo levantado por la limpieza. -Los gatos jugueteaban en la cocina con la espuerta del _femateret_, -mientras este se sentía feliz, ayudando a la _churra_ con su buena -voluntad de bruto de carga o charlando con Marieta de cosas tan -interesantes como eran las últimas y verídicas noticias de cuanto -ocurría en Paiporta y sus alrededores. - -¡Oh! A aquella chica le tiraba aún la miserable barraca y los terruños -sobre los cuales se había dado cuenta por primera vez de que existía. -Hablaba de la tía Pascuala con más entusiasmo que de su madre, a la que -solo había visto en el oscuro retrato que estaba en el salón, figura -melancólica que parecía presentir ante el pintor la llegada de la -maternidad del brazo con la muerte. - -¡Qué bien se estaba en la barraca! Ya había transcurrido tiempo, -pero ella recordaba, con la vaguedad de comprensión de los primeros -años, aquellas noches pasadas en el _estudi_, hundida en los mullidos -colchones de hojas de maíz que cantaban al menor movimiento, defendida -por el poderoso anillo de músculos que formaban los brazos de la -nodriza, durmiéndose al calor de las voluminosas ubres, siempre -repletas y firmes; después, el alegre despertar, cuando el sol se -filtraba por las rendijas del ventanillo y piaban los gorriones en el -techo de paja de la barraca, contestando a los cacareos y gruñidos de -los habitantes del corral; el fuerte perfume del trigo, las frescas -emanaciones de la hierba y las hortalizas, difundiéndose por el -interior de la blanqueada vivienda, olores confundidos y arrullados por -el vientecillo que, pasando por las filas de moreras y a través de la -higuera, parecía hacer cantar a las temblonas hojas; y la vida bohemia, -alegre y descuidada en los campos inmediatos, que recorrían con sus -vacilantes piernas de dos años, sin atreverse a llegar a la revuelta -del camino, lleno de barrizales y cruzado por los profundos surcos -de las ruedas, pues su imaginación naciente había inventado que allí -forzosamente debía terminar el mundo. - -¿Y cuando el _pare_ llegaba de uno de aquellos largos viajes de -carretero y al oír los cascabeles de los machos y el chirrido de las -ruedas, salían todos al camino a recibirle con cruces de caña como si -fueran a una procesión de las de Paiporta? ¿Y cuando a la orilla de la -acequia, casi seca, se coronaban de dompedros, colgaban de su cintura -largas hojas de caña y con el verde faldellín paseábanse gravemente -imitando el paso de puntas de aquellas vírgenes y heroínas que salían -en las cabalgatas del pueblo? ¿Y la vez que se pegaron por un higo? ¿Y -cuando hartos de zanahorias teñíanse la cara de morado y se revolcaban -por la rojiza tierra hasta parecer indios bravos, dejando como guiñapos -las finas y bordadas ropas que enviaba el escribano? - -¡Ah, Nelet! ¡Qué malo eras entonces! - -Y la muchacha miraba por los balcones la estrecha calle, en la que -vergonzosamente entraba un rayo de sol, y en su vaga mirada de pájaro -enjaulado leíase el deseo de volar lejos, muy lejos, a aquellos campos -donde la esperaban la vida libre y la adoración de toda una familia de -infelices que la veneraban como procedente de una raza superior. - -Pero el papá se oponía a que volviese a la barraca ni un solo día. Lo -había dicho terminantemente: cada cosa a su tiempo, y ahora nada bueno -podía aprender entre aquellos brutos. - -Esta tenaz negativa recordaba a Nelet el momento en que se llevaron -a la chica a Valencia; en que la robaron, sí señor, engañándola, -diciendo que solo era para unos días y no tardaría en volver, mientras -la pobrecita lloraba y él corría como un perrillo detrás de la tartana -pidiendo con lamentos al cruel escribano que no le quitase a su Marieta. - -¡_Rediel_! Si fuese ahora, que era ya casi un hombre y le plantaba una -pedrada al más guapo... - -Y en esto sonaban las diez, salían los escribientes con sus badanas -repletas de autos camino del juzgado, y el principal al ver al -_femateret_ torcía el ceño. - ---¿Pero aún estás ahí? Tú acabarás mal; eres un vago. A la obligación, -chiquillo. - -Y el pequeño David, a pesar de aquellas pedradas certeras que le -enorgullecían, temblaba ante el gigante con el terror que inspira -al infeliz el hombre de justicia, y recogiendo su espuerta, salía -cabizbajo, avergonzado, sin atreverse a mirar a Marieta... y hasta el -día siguiente. - -Algunas veces el recuerdo de la idílica existencia al aire libre perdía -su encanto, y era Nelet quien envidiaba en la persona de su hermana -todas las comodidades y esplendores de la vida de la ciudad. - -¡Qué lujos! Los vestidillos de seda y terciopelo, los sombreros que -parecían islas de flores, todos los regalos del papá que Marieta -enseñaba con malsana coquetería, aturdían a Nelet, y como para él no -había gradaciones sociales, como el mundo estaba dividido en gente del -campo y _señorío_, la hija del escribano aparecía a sus ojos igual -o superior a aquellas otras que había visto algunas veces en los -carruajes de lujo. - -Marieta le dominaba, le hacía pasar embobado las mañanas en aquella -casa, obedeciéndola servilmente como allá en la barraca cuando era una -chicuela llorona y rabiosilla. - -Y transcurrió el tiempo, estrechándose cada vez más entre los dos -hermanos aquel lazo de cariño creado en los albores de su vida por la -existencia casi silvestre. - -Nelet se hacía hombre. A los quince años era ya una vergüenza que -entrase por las mañanas en la ciudad con su espuerta, como un -chiquillo. Trabajaba los campos en arriendo, mientras el padre andaba -por los caminos, y para recoger basura en Valencia contaba con el -auxilio de un jaco viejo que el carretero había traspasado a su hijo -como desecho. - -El pobre animal, cabizbajo como un misántropo, con el flaco lomo -martirizado por los serones llenos, pasaba las horas frente a la casa -del escribano, mirando con sus ojos vidriosos y empañados a la vieja -portera, que hacía media, mientras su joven amo andaba por arriba -regañando amistosamente con la _churra_ o siguiendo como un siervo a la -señorita. - -Era ya todo un hombre, cortés y rumboso con las personas de su aprecio. -Bien le pagaba a la criada los antiguos guisotes trasnochados. Nunca -llegaba con las manos vacías, y del serón salían camino del primer -piso el par de melones verdes y correosos, los pimientos inflamados y -brillantes, las frescas lechugas con sus ocultos cogollos de ondulado -marfil o las coles vistosas como flores de rizada blonda, dones que -arrancaba directamente de sus terruños, y que al faltar en estos -robaba tranquilamente en los campos del camino, con la imprudencia del -chiquillo de huerta acostumbrado desde que andaba a gatas a atracarse -de uvas y digerirlas ayudado por los pescozones de los guardas. - -Y satisfecho con el agradecimiento que le mostraba la criada por sus -obsequios, viendo siempre en Marieta a la rapazuela que en otros -tiempos jugaba con él y le arañaba al más leve motivo, apenas si llegó -a fijarse en la súbita transformación que iba operándose en la muchacha. - -Redondeábase su cuerpo, aclarábase su tez en extremo morena; las -agudas clavículas y la tirantez del cuello iban dulcificándose bajo la -almohadilla de carne suave y fresca que parecía acolchar su cuerpo; las -zancudas piernas, al engruesarse, poníanse en relación con el busto. Y -como si hasta a la ropa se comunicase el milagro, las faldas parecían -crecer un dedo cada día, como avergonzadas de que estuvieran por más -tiempo al descubierto aquellas medias que amenazaban estallar con la -expansión de la robustez juvenil. - -Marieta no iba a ser una beldad; pero tenía la frescura de la juventud, -vigor saludable y unos ojazos valencianos, negros, rasgados y con ese -misterioso fulgor que revela el despertar del sexo. - -Y como si la niña adivinase la proximidad de algo grave y decisivo que -la privaría en adelante de tratar a su hermano como si aún anduviesen -por los campos, hablaba a Nelet con seriedad, evitando los juegos -de manos, las intimidades propias de una infancia sin malicia ni -preocupaciones. - -En fin, que un día, al entrar Nelet en la casa quedose asombrado, como -si un fantasma le hubiese abierto la puerta. - -Aquella no era Marieta; se la habían cambiado. - -Era una muñeca con el pelo arrollado y puntiagudo sobre la nuca, -conforme a la moda, y una horrible falda larga que la cubría los pies. - -Parecía muy complacida de verse mujer, de haberse librado de la trenza -suelta y la pierna al aire, signos de insignificancia infantil, pero a -él le faltó poco para llorar, para protestar a gritos, como en aquella -tarde que corría tras la tartana suplicando al feroz escribano que no -le quitase la chiquita. Por segunda vez le arrebataban su Marieta. - -Y después, ¡horror da recordarlo! aquella _churra_ despiadada parecía -complacerse en su dolor haciéndole terribles advertencias. - -El señor se lo había dicho y ella lo repetía por encontrarlo muy justo -y para evitarse reprimendas. Cada cual debía ponerse en su lugar. En -adelante nada de tuteos ni de Marietas, y mucho de señorita María, que -era el nombre de la única dueña de la casa. ¿Qué dirían las amiguitas -al ver a un _femater_ tratando tú por tú a la señorita? Conque ya lo -sabía: el hermanazgo había terminado. - -Y a Nelet, la silenciosa naturalidad con que Marieta, digo mal, -la señorita María, escuchaba todo aquel cúmulo de absurdas -recomendaciones, dolíale más que las palabras de la _churra_. - ---Todo lo dicho --continuaba esta-- no era ni remotamente que se -pretendiera cerrar al chico las puertas. - -Ya sabía que lo consideraban como de casa, y que toda la cocina era -para él. Pero cada cual en su sitio, ¿estamos? - -No olvidando esto podía volver cuando quisiera. - - -III - -Y volvió ¡_rediel_! ¿Pues no había de volver? - -Ir a Valencia y no entrar en aquel caserón cerca de los Juzgados, era -un hecho que por lo absurdo no había pensado nunca que pudiera ocurrir. - -Y allí iba todas las mañanas, a sufrir, reconociéndose cada vez más -distanciado de aquella a quien tenía que llamar la señorita. - -¿Dónde estaba ya aquel afán por hablar de las cosas de la barraca? - -Entraba Nelet en la casa con la confianza de siempre, pero notando en -torno de él un ambiente de frialdad e indiferencia. Era el _femater_, y -nada más. - -Algunas veces intentó resucitar en María el entusiasmo por la pasada -vida, hablándola del ama y de su familia que tanto la amaban, de -aquella barraca en la que todos pensaban en ella; pero la joven oíale -con cierto malestar, como si la causara repugnancia la rusticidad de -los de allá. - -¡Ah, pobre Nelet! Decididamente le habían cambiado su Marieta. En -aquella adorable muñeca no había nada en que vibrase el recuerdo del -pasado. Parecía que en su cabeza, al cubrirse con el peinado de mujer, -se habían desvanecido todos los ensueños de poesía campestre. - -Tenía el pobre muchacho que contentarse sosteniendo largas -conversaciones con la _churra_ en aquella cocina a la que llegaba el -tecleo monótono de la señorita, que estudiaba sus lecciones en el piano -del salón. Aquellas escalas incoherentes y pesadas se le metían en el -alma, conmoviéndole más que las melodías del órgano en la iglesia de -Paiporta. - -Y para colmo de sus penas, la criada no sabía hablar más que de don -Aureliano, un personaje que preocupaba a Nelet y al que acabó por -conocer deteniéndose un día en la puerta del despacho del escribano. - -Era un jovencillo pálido, rubio, enclenque, con lentes de oro y -ademanes nerviosos; un abogado recién salido de la Universidad, que se -preparaba con la práctica para ser habilitado de don Esteban, ansioso -de descanso, y que al fin acabaría por hacerse dueño del despacho. - -¡Y que parase ahí! Esto no lo decía el pobre _femater_, pero lo -pensaba con la confusión propia de su caletre. Aquel barbilindo, que -tendría cinco o seis años más que él, era una espina que llevaba -clavada en el corazón. - -Deseoso de reconquistar el afecto de la señorita, multiplicaba sus -obsequios con tanta rudeza como buena voluntad. - -El jamelgo llegaba muchas veces a Valencia con los serones llenos de -frutas o frescas hortalizas; los campos del camino temblaban al verle -venir, temiendo su loca rapiña, su inmoderado afán de obsequiar, sin -acordarse que hay dueños en el mundo ni guardas que pueden pegar una -paliza; pero tanto sacrificio no merecía más que alguna automática -sonrisa o un ¡gracias! como se da a cualquiera, y los regalos iban a la -cocina, sin alcanzar otros elogios que los de la _churra_. - -En cambio, sobre la mesa del comedor, o en el salón, sobre el piano, -todas las mañanas veía el pobre Nelet ramos de flores frescas, recién -traídas del Mercado, y que María aspiraba con pasión de mujer que -despierta, como si en vez de perfume de jardines aspirase otro que -llegaba más directamente a su corazón. - -Eran regalos del tal don Aureliano, de aquel danzarín para quien -resultaba ya estrecho el despacho, y que con la pluma tras la oreja y -fingiendo mil pretextos, se metía hasta en la cocina solo por ver un -instante a María y cruzar una sonrisa. - -Y cómo se coloreaba el semblante de ella... ¡Cristo! - -Toda la sangre moruna que el huertano tenía en su atezado cuerpo -inflamábase ante aquel don Aureliano, que era casi de su edad y del que -no le separaba más que su categoría de señorito. - -Nelet, a los diez y seis años, comprendía ya el motivo de que los -hombres se cieguen y vayan a presidio. - -Lo único que le detenía era la certeza de que don Esteban, el terrible -ogro, apreciaba a aquel pisaverde y le irritaría cuanto él hiciese en -su daño. - -Además se consolaba con la esperanza de que todas sus rabietas carecían -de fundamento. Nada de extraño tenía que el abogadillo buscase a -Marieta. ¡Era tan bonita y tan buena! Pero de seguro que ella no le -hacía gran caso; Nelet tenía la certeza de esto y también de que la -frialdad de su antigua hermana no pasaba de ser una mala racha, un -caprichito como los que tenía de niña allá en la barraca, donde tanto -le martirizaba con su mal genio. - -¡Pues no faltaba más, que ella resultase una ingrata con tanto como la -amaban allá en Paiporta, y él sobre todos! - -Una mañana entró en la casa encontrando la puerta abierta. La _churra_ -no estaba en la cocina. En el despacho leía don Esteban con la nariz -casi pegada a unos autos y en el salón sonaba el monótono tecleo -formando escalas cada vez más perezosas y desmayadas. - -Entró con su paso cauteloso de morisco, que aún hacían más -imperceptible las ligeras alpargatas, y al reflejarse su figura en un -espejo como silenciosa aparición, María dio un grito de sorpresa y de -miedo. - -Allí estaba el maldito abogadillo de los lentes de oro, casi doblado -sobre el piano, al lado de María, como si fuese a volver una hoja del -cuaderno que ocupaba el atril, pero con la cabeza tan junta a la de la -joven, que parecía querer devorarla. - -¡_Rediel_!... ¿Para cuándo eran las bofetadas? - -Y lo peor fue que María, aquella Marieta que un año antes le trataba -a cachetes como traviesa y cariñosa hermana, aquella a la que nunca -quiso comparar con su madre temiendo que esta resultase menos querida, -le miró fijamente con un relampagueo de odio, y se puso en pie con el -ademán de una señora bien segura de la sumisión de su siervo. - -¿Qué buscaba allí? En la cocina tenía a la criada. ¿No podía estudiar -tranquila un rato? - -Nunca pudo recordar Nelet cómo salió del salón. Debió retroceder -cabizbajo y vacilante, como una bestia herida. Le zumbaban los oídos, -su cara quemaba, y pensando en aquel otro que se quedaba tranquilo -y satisfecho junto al piano, repetíase mentalmente: «¡Dios mío, qué -vergüenza!» - -Estaba inmóvil en mitad del corredor que conducía al salón, con el -rostro en la pared, como si quisiera incrustarlo en ella, cegar para -siempre, y aun así todavía recibió el último latigazo, oyendo la -vocecilla del de los lentes de oro: - ---¡Moscón más pesado! Ese muchacho parece que me odie, que nos persiga -como si sintiera celos. - ---¡Qué idea! Es el hijo de mi nodriza: un infeliz, un bruto... pero con -buen corazón. - -Y tras breve pausa sonaron, amortiguados por los cortinajes, dos -chasquidos leves y misteriosos, que los sintió Nelet como un par de -puñaladas. Tal vez era el piano que crujía o la hoja del cuaderno que -se doblaba; pero el pobre muchacho, después de un instintivo impulso -de correr hacia el salón con los puños cerrados, huyó, dejando el -capazo en la cocina como tarjeta de visita, y ya en la calle arreó su -jaco, con los serones vacíos, camino de la barraca. - -Por tercera vez le robaban su Marieta: ya era bastante. - -Ahora solo tendría cariño para su madre; para aquellos terruños que -apenas arañados correspondían a su caricia, cubriéndose con manto verde -terciopelo y regalándole el pan. - -No volvió más a Valencia: odiaba a la ciudad porque ella estaba allí. - -Y como los _fematers_ no pagan contribución directa, nadie se enteró de -que en el gremio había una baja. - - - - -En la puerta del cielo - -CUENTO DE LA HUERTA - - (_Traducido del valenciano_) - - -Sentado en el umbral de la puerta de la taberna, el tío _Beseròles_, de -Alboraya, trazaba con su hoz rayas en el suelo, mirando de reojo a la -gente de Valencia que en derredor de la mesilla de hojalata empinaba el -porrón y metía mano al plato de morcillas en aceite. - -Todos los días abandonaba su casa con el propósito de trabajar en el -campo, pero siempre hacía el demonio que encontrase algún amigo en -la taberna del _Ratat_, y vaso va, copa viene, lanzaban las campanas -el toque de mediodía si era de mañana o cerraba la noche, sin que él -hubiese salido del pueblo. - -Allí estaba en cuclillas, con la confianza de un parroquiano antiguo, -buscando entablar conversación con los forasteros y esperando que le -convidasen a un trago, con las demás atenciones que se usan entre -personas finas. - -Aparte de que le gustaba menos el trabajo que la visita a la taberna, -el viejo era un hombre de mérito. ¡Lo que sabía aquel hombre, Señor!... -¿Y cuentos?... Por algo le llamaban _Beseròles_[1]; porque no caía en -sus manos un trozo de periódico que no lo leyera de principio a fin, -cantando las palabras letra por letra. - - [1] _Abecedario_ en valenciano. - -La gente lanzaba carcajadas oyendo sus cuentos, especialmente aquellos -en los que figuraban capellanes y monjas; y el _Ratat_, detrás del -mostrador, reía también, contento de ver que los parroquianos, para -celebrar los relatos, le hacían abrir las espitas con frecuencia. - -El tío _Beseròles_, agradeciendo un trago de la gente de Valencia, -deseaba contar algo, y apenas oyó que uno nombraba a los frailes, se -apresuró a decir: - ---¡Esos sí que son listos!... ¡Quién se la dé a ellos!... Una vez un -fraile engañó a San Pedro. - -Y animado por la curiosa mirada de los forasteros, comenzó su cuento: - -Era un fraile de aquí cerca, del convento de San Miguel de los Reyes, -el padre Salvador, muy apreciado de todos por lo listo y campechano. - -Yo no lo he conocido, pero mi abuelo aún se acordaba de haberlo visto -cuando visitaba a su madre, y con las manos cruzadas sobre la panza -esperaba el chocolate a la puerta de la barraca. ¡Qué hombre! Pesaba -sus diez arrobas; cuando le hacían hábito nuevo entraba en él toda -una pieza de paño; visitaba al día once o doce casas, tragándose en -cada una sus dos onzas de chocolate, y cuando la madre de mi abuelo le -preguntaba: - ---¿Qué le gusta más, padre Salvador? ¿Unos huevecitos con patatas o -unas longanizas de la conserva? - -Él contestaba con una voz que parecía ronquido: - ---Todo mezclado; todo mezclado. - -Así estaba él de guapo y rozagante. Por allí donde pasaba parecía -regalar su salud, y la prueba era que todos los chiquitines que nacían -en este contorno presentaban sus mismos colores, su cara de luna llena -y un morrillo que lo menos tenía tres libras de manteca. - -Pero todo es malo en este mundo, pasar hambre o comer demasiado, y un -día, al anochecer, el padre Salvador, viniendo de un hartazgo para -solemnizar el bautizo de cierta criatura que tenía toda su estampa, -¡cataplum! dio un ronquido que puso en alarma a toda la comunidad y -reventó como un odre, aunque sea mala comparación. - -Ya tenemos a nuestro padre Salvador volando por el aire como un cohete, -en busca del cielo, pues no tenía duda de que allí estaba el sitio de -un fraile. - -Llegó ante una gran puerta toda de oro, claveteada de perlas, como las -que saca en las agujas de su peinado la hija del alcalde cuando es -clavariesa de las fiestas de las solteras. - ---¡Toc, toc, toc!... - ---¿Quién es? --preguntó desde dentro una voz de viejo. - ---Abra, señor San Pedro. - ---¿Y quién eres tú? - ---Soy el padre Salvador, del convento de San Miguel de los Reyes. - -Se abrió un ventanillo y asomó la cabeza el bendito santo, pero -soltando bufidos y lanzando centellas por sus ojos al través de las -antiparras. Porque han de saber ustedes que el santo apóstol, como es -tan viejo, está corto de vista. - ---¡_Che_! ¡poca vergüenza! --gritó hecho una furia--. ¿A qué vienes -aquí? ¡Me gusta tu confianza!... ¡Arre allá, poca honra, que aquí no -está tu puesto!... - ---Vamos, señor San Pedro: abra, que se hace de noche. Usted siempre -está de broma. - ---¿Cómo de broma?... Si cojo una tranca, vas a ver lo que es bueno, -descarado. ¿Crees acaso que no te conozco, demonio con capucha? - ---Haga el favor, señor San Pedro: sea bueno para mí. Pecador y todo, -¿no tendrá un puestecito libre, aunque sea en la portería? - ---¡Largo de aquí!... ¡miren qué prenda! Si te permitiera entrar, en -un día te zamparías nuestra provisión de tortitas con miel, dejando -en ayunas a los angelitos y los santos. Además, tenemos aquí no sé -cuántas bienaventuradas que aún son de buen ver, y ¡valiente ocupación -me caería a mi edad! ¡ir siempre detrás de ti, sin quitarte ojo!... -Márchate al infierno o acuéstate al fresco en cualquier nube... Se -acabó la conversación. - -El santo cerró furiosamente el ventanillo, y el padre Salvador quedó -en la oscuridad, oyendo a lo lejos los guitarros y las flautas de los -angelitos, que aquella noche obsequiaban con _albaes_ a las santas más -guapas. - -Pasaban las horas, y nuestro fraile pensaba ya en tomar el camino del -infierno, esperando que allí le recibirían mejor, cuando vio salir de -entre dos nubes, aproximándose lentamente, una mujer tan grande y gorda -como él, que caminaba balanceándose, empujando su tripa hinchada como -un globo. - -Era una monjita que había muerto de un cólico de confituras. - ---Padre --dijo dulcemente al frailote, mirándolo con ojos tiernos--, -¿que no abren a estas horas? - ---Aguarda; ahora entraremos. - -¡Lo que discurría aquel hombre! En un momento acababa de inventar una -de sus marrullerías. - -Ya saben ustedes que los soldados que mueren en la guerra entran en -el cielo sin obstáculo alguno. Si no lo sabían, ya lo saben. Los -pobres entran tal como llegan; hasta con botas y espuelas, pues algún -privilegio merece su desgracia. - ---Échate las faldas a la cabeza --ordenó el fraile. - ---¡Pero, padre mío! --contestó escandalizada la monjita. - ---Haz lo que te digo y no seas tonta --gritó el padre Salvador con -autoridad--. ¿Quieres disputar conmigo que tengo tantos estudios? ¿Qué -sabes tú del modo de entrar en el cielo? - -Obedeció la monja ruborizada y en la oscuridad comenzó a lucir una -circunferencia enorme y blanca, como si hubiese aparecido la luna. - ---Ahora aguántate firme. - -Y de un salto el padre Salvador púsose a horcajadas sobre el lomo de su -compañera. - ---Padre... ¡que pesa mucho! --gemía sofocada la pobrecita. - ---Aguanta y da saltitos: ahora mismo entramos. - -San Pedro, que estaba recogiendo las llaves para irse a dormir, vio que -tocaban en la puerta. - ---¿Quién es? - ---Un pobre soldado de caballería --contestó una voz triste--. Me acaban -de matar peleando contra los infieles, enemigos de Dios, y aquí vengo -sobre mi caballo. - ---Pasa, pobrecito, pasa --dijo el santo abriendo media puerta. - -Y vio en la sombra al soldado dando talonazos a su corcel, que no -sabía estarse quieto. ¡Animal más nervioso!... Varias veces intentó -el venerable portero buscarle la cabeza, pero fue imposible. Dando -saltos le presentaba siempre la grupa, y al fin, el santo, temiendo -que le soltara un par de coces, se apresuró a decir, acariciando con -palmaditas aquellas ancas finas y gruesas: - ---Pasa, soldadito; pasa adelante y veas de aquietar a esta bestia. - -Y mientras el padre Salvador se colaba cielo adentro sobre la grupa de -la monja, San Pedro cerró la puerta por aquella noche, murmurando con -admiración: - ---¡Rediós, y qué batalla están dando allá abajo! ¡Qué modo de pegar! A -la pobre jaca no le han dejado... ni el rabo. - - - - -El establo de Eva - - -Siguiendo con mirada famélica el hervor del arroz en la paella, los -segadores de la masía escuchaban al tío _Correchòla_, un vejete huesudo -que enseñaba por la entreabierta camisa un matorral de pelos grises. - -Las caras rojas, barnizadas por el sol, brillaban con el reflejo de las -llamas del hogar, los cuerpos rezumaban el sudor de la penosa jornada, -saturando de grosera vitalidad la atmósfera ardiente de la cocina, y -a través de la puerta de la masía, bajo un cielo de color violeta, en -el que comenzaban a brillar las estrellas, veíanse los campos pálidos -e indecisos en la penumbra del crepúsculo, unos segados ya, exhalando -por las resquebrajaduras de su corteza el calor del día; otros con -ondulantes mantos de espigas, estremeciéndose bajo los primeros soplos -de la brisa nocturna. - -El viejo se quejaba del dolor de sus huesos. ¡Cuánto costaba ganarse -el pan!... Y este mal no tenía remedio: siempre existirían pobres y -ricos, y el que nace para víctima tiene que resignarse. Ya lo decía su -abuela: la culpa era de Eva, de la primera mujer... ¿De qué no tendrán -culpa ellas? - -Y al ver que sus compañeros de trabajo --muchos de los cuales le -conocían poco tiempo-- mostraban curiosidad por enterarse de la culpa -de Eva, el tío _Correchòla_ comenzó a contar en pintoresco valenciano -la mala partida jugada a los pobres por la primera mujer. - -El suceso se remontaba nada menos que a algunos años después de haber -sido arrojado del Paraíso el rebelde matrimonio con la sentencia de -ganarse el pan trabajando. Adán se pasaba los días destripando terrones -y temblando por sus cosechas; Eva arreglaba en la puerta de su masía -sus zagalejos de hojas... y cada año un chiquillo más, formándose en -torno de ellos un enjambre de bocas que solo sabían pedir pan, poniendo -en un apuro al pobre padre. - -De vez en cuando revoloteaba por allí algún serafín, que venía a dar un -vistazo al mundo para contar al Señor cómo andaban las cosas de aquí -abajo después del primer pecado. - ---¡Niño!... ¡Pequeñín! --gritaba Eva con la mejor de sus sonrisas--. -¿Vienes de arriba? ¿Cómo está el Señor? Cuando le hables dile que estoy -arrepentida de mi desobediencia... ¡Tan ricamente que lo pasábamos en -el Paraíso!... Dile que trabajamos mucho, y solo deseamos volver a -verle para convencernos de que no nos guarda rencor. - ---Se hará como se pide --contestaba el serafín. Y con dos golpes de -ala, visto y no visto, se perdía entre las nubes. - -Menudeaban los recados de este género, sin que Eva fuese atendida. El -Señor permanecía invisible, y según noticias, andaba muy ocupado en -el arreglo de sus infinitos dominios, que no lo dejaban un momento de -reposo. - -Una mañana, un correveidile celeste se detuvo ante la masía: - ---Oye, Eva; si esta tarde hace buen tiempo, es posible que el Señor -baje a dar una vueltecita. Anoche, hablando con el arcángel Miguel, -preguntaba: «¿Qué será de aquellos perdidos?» - -Eva quedó como anonadada por tanto honor. Llamó a gritos a Adán, que -estaba en un bancal vecino doblando, como siempre, el espinazo. ¡La que -se armó en la casa! Lo mismo que en víspera de la fiesta del pueblo -cuando las mujeres vuelven de Valencia con sus compras, Eva barrió y -regó la entrada de la masía, la cocina y los _estudis_; puso a la cama -la colcha nueva, fregoteó las sillas con jabón y tierra, y entrando en -el aseo de las personas, se plantó su mejor saya, endosando a Adán una -casaquilla de hojas de higuera que le había arreglado para los domingos. - -Ya creía tenerlo todo corriente, cuando la llamó la atención el -griterío de su numerosa prole. Eran veinte o treinta... o Dios sabe -cuántos. ¡Y cuán feos y repugnantes para recibir al Todopoderoso! El -pelo enmarañado, la nariz con costras, los ojos pitarrosos, el cuerpo -con escamas de suciedad. - ---¡Cómo presento esta pillería! --gritaba Eva--. El Señor dirá que soy -una descuidada, una mala madre... ¡Claro! los hombres no saben lo que -es bregar con tanto chiquillo. - -Después de muchas dudas, escogió los preferidos (¡qué madre no los -tiene!), lavó los tres más guapitos, y a cachetes llevó hasta el -establo a todo aquel rebaño triste y sarnoso, encerrándolo a pesar de -sus protestas. - -Ya era hora. Una nube blanquísima y luminosa descendía por el -horizonte, y el espacio vibraba con rumor de alas y la melodía de un -coro que se perdía en el infinito, repitiendo con mística monotonía: -_¡Hossana! ¡hossana!_... Ya echaban pie a tierra, ya venían por el -camino con tal resplandor, que parecía que todas las estrellas del -cielo habían bajado a pasear por entre los bancales de trigo. - -Primero llegó un grupo de arcángeles: el piquete de honor. Envainaron -las espadas de fuego, dirigieron unos cuantos chicoleos a Eva, -asegurando que por ella no pasaban años y aún estaba de buen ver, y con -marcial franqueza se esparcieron después por los campos, subiéndose a -las higueras, mientras Adán maldecía por lo bajo, dando por perdida su -cosecha. - -Después llegó el Señor: las barbas de resplandeciente plata y en la -cabeza un triángulo que deslumbraba como el sol. Tras él San Miguel y -todos los ministros y altos empleados de la corte celestial. - -Acogió el Señor a Adán con una sonrisa bondadosa, y a Eva le dio un -golpecito en la barba diciéndola: - ---¡Hola, buena pieza! ¿Ya no eres tan ligera de cascos? - -Emocionados por tanta amabilidad, los esposos ofrecieron al Señor una -silla de brazos. ¡Qué silla, hijos míos! Ancha, cómoda, de algarrobo -fuerte y con un asiento de trencilla de esparto del más fino, como la -puede tener el cura del pueblo. - -El Señor, arrellanado muy a su gusto, se enteraba de los negocios de -Adán, de lo mucho que le costaba ganar el sustento de los suyos. - ---Bien, muy bien --decía--. Esto te enseñará a no aceptar los consejos -de tu mujer. ¿Creías que todo iba a ser la sopa boba del Paraíso? -Rabia, hijo mío, trabaja y suda; así aprenderás a no atreverte con tus -mayores. - -Pero el Señor, arrepentido de su dureza, añadió con tono bondadoso: - ---Lo hecho, hecho está, y mi maldición debe cumplirse. Yo solo tengo -una palabra. Pero ya que he entrado en vuestra casa, no quiero irme sin -dejar un recuerdo de mi bondad. A ver, Eva, acércame esos chicos. - -Los tres arrapiezos formaron en fila frente al Todopoderoso, que los -examinó atentamente un buen rato. - ---Tú --dijo al primero, un gordinflón muy serio, que le escuchaba con -las cejas fruncidas y un dedo en la nariz--, tú serás el encargado de -juzgar a tus semejantes. Fabricarás la ley, dirás lo que es delito, -cambiando cada siglo de opinión, y someterás todos los delincuentes a -una misma regla, que es como si a todos los enfermos los curasen con -el mismo medicamento. - -Después señaló al otro, un morenito vivaracho, siempre con un palo para -sacudir a sus hermanos. - ---Tú serás un guerrero, un caudillo. Llevarás tras de ti a los hombres -como el rebaño que marcha al matadero, y sin embargo, te aclamarán; la -gente, al verte cubierto de sangre, te admirará como un semidiós. Si -los otros matan serán criminales; si tú matas, serás héroe. Inunda de -sangre los campos, pasa los pueblos a hierro y fuego, destruye, mata, y -te cantarán los poetas y escribirán tus hazañas los historiadores. Los -que sin ser tú hagan lo mismo, arrastrarán cadenas. - -Reflexionó el Señor un momento, y se dirigió al tercero: - ---Tú acapararás las riquezas del mundo, serás comerciante, prestarás -dinero a los reyes tratándolos como iguales, y si arruinas todo un -pueblo, el mundo admirará tu habilidad. - -El pobre Adán lloraba de agradecimiento, mientras Eva, inquieta y -temblorosa, intentaba decir algo, sin decidirse a ello. En su corazón -de madre se agitaba el remordimiento; pensaba en los pobrecitos -encerrados en el establo, que iban a quedar excluidos del reparto de -mercedes. - ---Voy a enseñárselos --decía por lo bajo a su marido. - -Y este, tímido siempre, se oponía murmurando: - ---Sería demasiado atrevimiento. Se enfadará el Señor. - -Justamente, el arcángel Miguel, que había venido de mala gana a la casa -de aquellos réprobos, daba prisas a su amo: - ---Señor, que es tarde. - -El Señor se levantó, y la escolta de arcángeles, bajando de los -árboles, acudió corriendo para presentar armas a la salida. - -Eva, impulsada por su remordimiento, corrió al establo, abriendo la -puerta. - ---Señor, que aún quedan más. Algo para estos pobrecitos. - -El Todopoderoso miró con extrañeza aquella caterva sucia y asquerosa -que se agitaba en el estiércol como un montón de gusanos. - ---Nada me queda que dar --dijo--. Sus hermanos se lo han llevado todo. -Ya pensaré, mujer; ya veremos más adelante. - -San Miguel empujaba a Eva para que no importunase más al amo, pero ella -seguía suplicando: - ---Algo, Señor; dadles cualquier cosa. ¿Qué van a hacer estos pobres en -el mundo? - -El Señor deseaba irse, y salió de la masía. - ---Ya tienen destino --dijo a la madre--. Esos se encargarán de servir y -mantener a los otros. - ---Y de aquellos infelices --terminó el viejo segador-- que nuestra -primera madre ocultó en el establo, descendemos nosotros los que -vivimos encorvados sobre la tierra. - - - - -La tumba de Alí-Bellús - - ---Era en aquel tiempo --dijo el escultor García-- en que me dedicaba, -para conquistar el pan, a restaurar imágenes y dorar altares, corriendo -de este modo casi todo el reino de Valencia. - -Tenía un encargo de importancia: restaurar el altar mayor de la iglesia -de Bellús, obra pagada con cierta manda de una vieja señora, y allá fui -con dos aprendices, cuya edad no se diferenciaba mucho de la mía. - -Vivíamos en casa del cura, un señor incapaz de reposo, que apenas -terminaba su misa ensillaba el macho para visitar a los compañeros de -las vecinas parroquias o empuñaba la escopeta, y con balandrán y gorro -de seda salía a despoblar de pájaros la huerta. Y mientras él andaba -por el mundo, yo, con mis dos compañeros, metidos en la iglesia, sobre -los andamios del altar mayor, complicada fábrica del siglo XVII, -sacando brillo a los dorados o alegrándoles los mofletes a todo un -tropel de angelitos que asomaban entre la hojarasca como chicuelos -juguetones. - -Por las mañanas, terminada la misa, quedábamos en absoluta soledad. -La iglesia era una antigua mezquita de blancas paredes; sobre los -altares laterales extendían las viejas arcadas su graciosa curva, y -todo el templo respiraba ese ambiente de silencio y frescura que parece -envolver a las construcciones árabes. Por el abierto portón veíamos -la plaza solitaria inundada de sol; oíamos los gritos de los que se -llamaban allá lejos, a través de los campos, rasgando la inquietud de -la mañana, y de vez en cuando las gallinas entraban irreverentemente -en el templo, paseando ante los altares con grave contoneo, hasta -que huían asustadas por nuestros cantos. Hay que advertir que, -familiarizados con aquel ambiente, estábamos en el andamio como -en un taller, y yo obsequiaba a aquel mundo de santos, vírgenes y -ángeles inmóviles y empolvados por los siglos, con todas las romanzas -aprendidas en mis noches de _paraíso_, y tan pronto cantaba a la -_celeste Aida_ como repetía los voluptuosos arrullos de Fausto en el -jardín. - -Por eso veía con desagrado por las tardes cómo invadían la iglesia -algunas vecinas del pueblo, comadres descaradas y preguntonas que -seguían el trabajo de mis manos con atención molesta, y hasta osaban -criticarme por si no sacaba bastante brillo al follaje de oro o ponía -poco bermellón en la cara de un angelito. La más guapetona y la más -rica, a juzgar por la autoridad con que trataba a las demás, subía -algunas veces al andamio, sin duda para hacerme sentir de más cerca su -rústica majestad, y allí permanecía, no pudiendo moverme sin tropezar -con ella. - -El piso de la iglesia era de grandes ladrillos rojos, y tenía en el -centro, empotrada en un marco de piedra, una enorme losa con anilla -de hierro. Estaba yo una tarde imaginando qué habría debajo, y -agachado sobre la losa rascaba con un hierro el polvo petrificado de -las junturas, cuando entró aquella mujerona, la _siñá_ Pascuala, que -pareció extrañarse mucho al verme en tal ocupación. - -Toda la tarde la pasó cerca de mí, en el andamio, sin hacer caso de -sus compañeras que parloteaban a nuestros pies, mirándome fijamente -mientras se decidía a soltar la pregunta que revoloteaba en sus labios. -Por fin la soltó. Quería saber qué hacía yo sobre aquella losa que -nadie en el pueblo, ni aun los más ancianos, habían visto nunca -levantada. Mis negativas excitaron más su curiosidad, y por burlarme de -ella me entregué a un juego de muchacho, arreglando las cosas de modo -que todas las tardes, al llegar a la iglesia, me encontraba mirando la -losa, hurgando en sus junturas. - -Di fin a la restauración, quitamos los andamios; el altar lucía como -un ascua de oro, y cuando le echaba la última mirada, vino la curiosa -comadre a intentar por otra vez hacerse partícipe de _mi secreto_. - ---_Dígameu_, pintor --suplicaba--. Guardaré el _secret_. - -Y el pintor (así me llamaban), como era entonces un joven alegre y -había de marchar en el mismo día, encontró muy oportuno aturdir a -aquella impertinente con una absurda leyenda. La hice prometer un -sinnúmero de veces, con gran solemnidad, que no repetiría a nadie mis -palabras, y solté cuantas mentiras me sugirió mi afición a las novelas -interesantes. - -Yo había levantado aquella losa por arte maravilloso que me callaba, -y visto cosas extraordinarias. Primero una escalera honda, muy honda: -después estrechos pasadizos, vueltas y revueltas; por fin una lámpara -que debía estar ardiendo centenares de años, y tendido en una cama de -mármol un _tío_ muy grande, con la barba hasta el vientre, los ojos -cerrados, una espada enorme sobre el pecho y en la cabeza una toalla -arrollada con una media luna. - ---Será un _mòro_ --interrumpió ella con suficiencia. - -Sí, un moro. ¡Qué lista era! Estaba envuelto en un manto que brillaba -como el oro, y a sus pies una inscripción en letras enrevesadas que no -las entendería el mismo cura; pero como yo era pintor, y los pintores -lo saben todo, la había leído de corrido. Y decía... decía... ¡ah, -sí! decía: «Aquí yace Alí-Bellús; su mujer Sarah y su hijo Macael le -dedican este último recuerdo.» - -Un mes después supe en Valencia lo que ocurrió apenas abandoné el -pueblo. En la misma noche, la _siñá_ Pascuala juzgó que era bastante -heroísmo callarse durante algunas horas, y se lo dijo todo a su marido, -el cual lo repitió al día siguiente en la taberna. Estupefacción -general. ¡Vivir toda la vida en el pueblo, entrar todos los domingos -en la iglesia y no saber que bajo sus pies estaba el hombre de la gran -barba, de la toalla en la cabeza, el marido de Sarah, el padre de -Macael, el gran Alí-Bellús, que indudablemente habría sido el fundador -del pueblo!... Y todo esto lo había visto un forastero, sin más trabajo -que llegar, y ellos no. ¡Cristo! - -Al domingo siguiente, apenas el cura abandonó el pueblo para comer con -un párroco vecino, una gran parte del vecindario corrió a la iglesia. -El marido de la _siñá_ Pascuala anduvo a palos con el sacristán para -quitarle las llaves, y todos, hasta el alcalde y el secretario, -entraron con picos, palancas y cuerdas. ¡Lo que sudaron!... En dos -siglos lo menos no había sido levantada aquella losa, y los mozos -más robustos, con los bíceps al aire y el cuello hinchado por los -esfuerzos, pugnaban inútilmente por removerla. - ---¡_Fòrsa, fòrsa_! --gritaba la Pascuala capitaneando aquella tropa de -brutos--. ¡_Abaix_ está el _mòro_! - -Y animados por ella redoblaron todos sus esfuerzos, hasta que después -de una hora de bufidos, juramentos y sudor a chorros, arrancaron no -solo la losa, sino el marco de piedra, saltando tras él una gran parte -de los ladrillos del piso. Parecía que la iglesia se venía abajo. Pero -buenos estaban ellos para fijarse en el destrozo... Todas las miradas -eran para la lóbrega sima que acababa de abrirse ante sus pies. - -Los más valientes rascábanse la cabeza con visible indecisión; pero uno -más audaz se hizo atar una cuerda a la cintura y se deslizó murmurando -un credo. No se cansó mucho en el viaje. Su cabeza estaba aún a la -vista de todos cuando sus pies tocaban ya el fondo. - ---¿Qué _veus_? --preguntaban los de arriba con ansiedad. - -Y él se agitaba en aquella lobreguez, sin tropezar con otra cosa -que montones de paja arrojada allí hacía muchos años después de un -desestero, y que putrefacta por las filtraciones despedía un hedor -insufrible. - ---¡Busca, busca! --gritaban las cabezas formando un marco gesticulante -en torno de la lóbrega abertura. Pero el explorador solo encontraba -coscorrones, pues al avanzar su cabeza chocaba contra las paredes. -Bajaron otros mozos, acusando de torpeza al primero, pero al fin -tuvieron que convencerse de que aquel pozo no tenía salida alguna. - -Se retiraron mohínos entre la rechifla de los chicuelos, ofendidos -porque les habían dejado fuera de la iglesia, y el griterío de las -mujeres, que aprovechaban la ocasión para vengarse de la orgullosa -Pascuala. - ---¿_Com_ está Alí-Bellús? --preguntaban--. ¿Y su hijo Macael? - -Para colmo de sus desdichas, al ver el cura roto el piso de su iglesia -y enterarse de lo ocurrido, púsose furioso; quiso excomulgar al pueblo -por sacrílego, cerrar el templo, y únicamente se calmó cuando los -aterrados descubridores de Alí-Bellús prometieron construir a sus -expensas un pavimento mejor. - ---¿Y no ha vuelto usted allá? --preguntaron al escultor algunos de sus -oyentes. - ---Me guardaré mucho. Más de una vez he encontrado en Valencia a alguno -de los chasqueados; pero ¡debilidad humana! al hablar conmigo se -reían del suceso, lo encontraban muy gracioso, y aseguraban que ellos -eran de los que presintiendo la jugarreta, se quedaron a la puerta de -la iglesia. Siempre han terminado la conversación invitándome a ir -allá para pasar un día divertido; cuestión de comerse una paella... -¡Que vaya el demonio! Conozco a mi gente. Me invitan con una sonrisa -angelical, pero instintivamente guiñan el ojo izquierdo como si ya -estuvieran echándose la escopeta a la cara. - - - - -El dragón del Patriarca - -TRADICIÓN VALENCIANA - - -Todos los valencianos hemos temblado de niños ante el monstruo -enclavado en el atrio del Colegio del Patriarca, la iglesia fundada -por el beato Juan de Ribera. Es un cocodrilo relleno de paja, con -las cortas y rugosas patas pegadas al muro y entreabierta la enorme -boca, con una expresión de repugnante horror que hace retroceder a los -pequeños, hundiéndose en las faldas de sus madres. - -Dicen algunos que está allí como símbolo del silencio, y con igual -significado aparece en otras iglesias del reino de Aragón, imponiendo -recogimiento a los fieles; pero el pueblo valenciano no cree en tales -explicaciones; sabe mejor que nadie el origen del espantoso animalucho, -la historia verídica e interesante del famoso _dragón del Patriarca_, -y todos los nacidos en Valencia la recordamos como se recuerdan los -cuentos _de miedo_ oídos en la niñez. - - * * * * * - -Era cuando Valencia tenía un perímetro no mucho más grande que los -barrios tranquilos, soñolientos y como muertos, que rodean la Catedral. -La Albufera, inmensa laguna casi confundida con el mar, llegaba hasta -las murallas; la huerta era un enmarañado marjal de juncos y cañas que -aguardaba en salvaje calma la llegada de los árabes que la cruzasen de -acequias grandes y pequeñas, formando la maravillosa red que transmite -la sangre de la fecundidad, y donde hoy es el Mercado extendíase el -río, amplio, lento, confundiendo y perdiendo su corriente en las aguas -muertas y cenagosas. - -Las puertas de la ciudad inmediatas al Turia permanecían cerradas -los más de los días, o se entreabrían tímidamente para chocar con el -estrépito de la alarma apenas se movían los vecinos cañaverales. A -todas horas había gente en las almenas, pálida de emoción y curiosidad, -con el gesto del que desea contemplar de lejos algo horrible y al mismo -tiempo teme verlo. - -Allí, en el río, estaba el peligro de la ciudad, la pesadilla de -Valencia, la mala bestia cuyo recuerdo turbaba el sueño de las gentes -honradas, haciendo amargo el vino y desabrido el pan. En un ribazo, -entre aplastadas marañas de juncos, un lóbrego y fangoso agujero, y en -el fondo, durmiendo la siesta de la digestión, entre peladas calaveras -y costillas rotas, el dragón, un horrible y feroz animalucho nunca -visto en Valencia, enviado, sin duda, por el Señor --según decían las -viejas ciudadanas-- para castigo de pecadores y terror de los buenos. - -¡Qué no hacía la ciudad para librarse de aquel vecino molesto que -turbaba su vida!... Los mozos bravos de cabeza ligera --y bien sabe -el diablo que en Valencia no faltan-- excitábanse unos a otros y -echaban suertes para salir contra la bestia, marchando a su encuentro -con hachas, lanzas, espadas y cuchillos. Pero apenas se aproximaban -a la cueva del dragón, sacaba este el morro, se ponía en facha para -acometer, y partiendo en línea recta veloz como un rayo, a este quiero -y al otro no, mordisco aquí y zarpazo allá, desbarataba el grupo; -escapaban los menos, y el resto paraba en el fondo del negro agujero, -sirviendo de pasto a la fiera para toda la semana. - -La religión, viniendo en auxilio de los buenos y recelando las -infernales artes del maléfico en esta horrorosa calamidad, quiso -entrar en combate con la bestia, y un día el clero, con su obispo a la -cabeza, salió por las puertas de Valencia, dirigiéndose valerosamente -al río con gran provisión de latines y agua bendita. La muchedumbre -contemplaba ansiosa desde las murallas la marcha lenta de la procesión; -el resplandor de las bizantinas casullas con sus fajas blancas orladas -de negras cruces; el centellear de la mitra de terciopelo rojo -con piedras preciosas y el brillo de los lustrosos cráneos de los -sacerdotes. - -El monstruo, deslumbrado por este aparato extraordinario, les dejaba -aproximarse, pero pasada la primera impresión movió sus cortas -patas, abrió la boca como bostezando, y esto bastó para que todos -retrocediesen con tanta prudencia como prisa, precaución feliz a la que -debieron los valencianos que la fiera no se almorzara medio cabildo. - -Se acabó. Todos reconocían la imposibilidad de seguir luchando con tal -enemigo. Había que esperar a que el dragón muriese de viejo o de un -hartazgo; mientras tanto, que cada cual se resignara a morir devorado -cuando le llegara el turno. - -Acabaron por familiarizarse con aquel bicho ruin como con la idea de la -muerte, considerándolo una calamidad inevitable, y el valenciano que -salía a trabajar sus campos, apenas escuchaba ruido cerca de la senda y -veía ondear la maleza, murmuraba con desaliento y resignación: - ---Me tocó la mala. Ya está ahí _ese_. Siquiera que acabe pronto y no me -haga sufrir. - -Como ya no quedaban hombres que fuesen en busca del dragón, este iba -al encuentro de la gente para no pasar hambre en su agujero. Daba la -vuelta a la ciudad, se agazapaba en los campos, corría los caminos, y -muchas veces en su insolencia se arrastraba al pie de las murallas y -pegaba el hocico a las rendijas de las fuertes puertas, atisbando si -alguien iba a salir. - -Era un maldito que parecía estar en todas partes. El pobre valenciano, -al plantar el arroz encorvándose sobre la charca, sentía en lo mejor -de su trabajo algo que le acariciaba por cerca de la espalda, y al -volverse tropezaba con el morro del dragón, que se abría y se abría -como si la boca le llegase hasta la cola, y ¡zas! de un golpe lo -trituraba. El buen burgués que en las tardes de verano daba un paseíto -por las afueras, veía salir de entre los matorrales una garra rugosa -que parecía decirle: «¡Hola, amigo!», y con un zarpazo irresistible -se veía arrastrado hasta el fondo del fangoso agujero donde la bestia -tenía su comedor. - -Al mediodía, cuando el dragón inmóvil en el barro como un tronco -escamoso tomaba el sol, los tiradores de arco, apostados entre dos -almenas, le largaban certeros saetazos. ¡Tontería! Las flechas -rebotaban sobre el caparazón y el monstruo hacía un ligero movimiento, -como si en torno de él zumbase un mosquito. - -La ciudad se despoblaba rápidamente, y hubiese quedado totalmente -abandonada a no ocurrírsele a los jueces sentenciar a muerte a cierto -vagabundo, merecedor de horca por delitos que llamaron la atención en -una época en que se mataba y robaba sin dar a esto otra importancia que -la de naturales desahogos. - -El reo, un hombre misterioso, una especie de judío que había recorrido -medio mundo y hablaba en idiomas raros, pidió gracia. Él se encargaba -de matar el dragón a cambio de rescatar su vida. ¿Convenía el trato?... - -Los jueces no tuvieron tiempo para deliberar, pues la ciudad les -aturdió con su clamoreo. Aceptado, aceptado: la muerte del dragón bien -valía la gracia de un tuno. - -Le ofrecieron para su empresa las mejores armas de la ciudad, pero -el vagabundo sonrió desdeñosamente, limitándose a pedir algunos días -para prepararse. Los jueces, de acuerdo con él, dejáronle encerrado -en una casa, donde todos los días entraban algunas cargas de leña y -una regular cantidad de vasos y botellas recogidos en las principales -casas de la ciudad. Los valencianos agolpábanse en torno de la casa, -contemplando de día el negro penacho de humo, y por la noche el -resplandor rojizo que arrojaba la chimenea. Lo misterioso de los -preparativos dábales fe. ¡Aquel brujo sí que mataba al dragón!... - -Llegó el día del combate, y todo el vecindario se agolpó en las -murallas, anhelante y pálido de ansiedad. Colgaban sobre las barbacanas -racimos de piernas; agitábanse entre las almenas inquietas masas de -cabezas. - -Se abrió cautelosamente un postigo, dejando solo espacio para que -saliera el combatiente, y volvió a cerrarse con la precipitación del -miedo. La muchedumbre lanzó una exclamación de desaliento. Aguardaba -algo extraordinario en el paladín misterioso, y le veía cubierto con un -manto y un capuchón de lana burda, sin más arma que una lanza... ¡Otro -al saco! Aquel judío se lo engullía la malhadada bestia en un avemaría. - -Pero él, insensible al general desaliento, marchaba en línea recta -hacia la cueva. Justamente, el dragón hacía días que estaba rabiando de -hambre. Quedábase la gente en la ciudad, y la fiera ayunaba, rugiendo -al husmear el rebaño humano guardado por las fuertes murallas. - -Vieron todos cómo al aproximarse el vagabundo asomaba por el embudo -de barro el picudo morro de la fiera y sus rugosas patas delanteras. -Después, con un pesado esfuerzo, sacó del agujero el corpachón escamoso -por cuyo interior había pasado medio Valencia. - -¡_Brrrr_! Y rugiendo de hambre, abrió una bocaza que, aun vista de -lejos, hizo correr un estremecimiento por las espaldas de todos los -valencianos. Pero al mismo tiempo ocurrió una cosa portentosa. El -combatiente dejó caer al suelo la capa y la capucha, y todo el pueblo -se llevó las manos a los ojos como deslumbrado. Aquel hombre era un -ascua luminosa; una llama que marchaba rectamente hacia el dragón, un -fantasma de fuego que no podía ser contemplado más de un segundo. Iba -cubierto con una vestidura de cristal, con una armadura de espejos en -la que se reflejaba el sol, rodeándolo con un nimbo de deslumbrantes -rayos. - -La bestia, que iba a lanzarse sobre él, parpadeó temblorosa, -deslumbrada, y comenzó a retroceder. - -El vagabundo avanzaba arrogante y seguro de la victoria, como en la -leyenda wagneriana el valeroso Sigfrido marchaba al encuentro del -dragón _Fafner_. - -Los rayos de la armadura anonadaban a la fiera. Su espantable figura, -reproducida en la coraza, en el escudo, en todas las partes de la -armadura con infinito espejismo, la turbaban, obligándola a retroceder. -Al fin, cegada, confusa, presa del mareo de lo desconocido, se dejó -caer en su agujero, y con un supremo esfuerzo, por conservar su -prestigio, abrió la bocaza para rugir ¡_Brrrr_! - -¡Allí de la lanza! La hundió toda en las horribles fauces del -deslumbrado monstruo, repitiendo los golpes entre los aplausos de la -muchedumbre, que saludaba cada metido como una bendición de Dios. Los -chorros de sangre negra y nauseabunda mancharon la límpida armadura, y -enardecidos por la agonía del enemigo, todos los vecinos salieron al -campo. Hubo algunos que por llegar antes se arrojaron de cabeza desde -las murallas, siendo con esto las postreras víctimas del dragón. - -Todos querían ver de cerca al monstruo y abrazar al matador. - -¡Se salvó Valencia! Desde aquel día comenzó a vivir tranquila. - -De tan memorable jornada no ha quedado el nombre del héroe, ni siquiera -su maravillosa armadura de espejos. Sin duda se la rompieron en plena -ovación, al llevarle triunfante de abrazo en abrazo. - -Pero queda el dragón, con su vientre atiborrado de paja, por donde -pasaron muchos de nuestros abuelos. - -Y quien dude de la veracidad del suceso, no tiene más que asomarse al -atrio del Colegio del Patriarca, que allí está la malvada bestia como -irrecusable testigo. - - -FIN - - - - -ÍNDICE - - - Págs. - - _Dimòni_ 5 - - ¡Cosas de hombres!... 21 - - La cencerrada 33 - - La apuesta del _esparrelló_ 71 - - La caperuza 85 - - Noche de bodas 99 - - La corrección 133 - - Guapeza valenciana 143 - - El _femater_ 165 - - En la puerta del cielo 191 - - El establo de Eva 199 - - La tumba de Alí-Bellús 209 - - El dragón del Patriarca 217 - - - -*** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK CUENTOS VALENCIANOS *** - -Updated editions will replace the previous one--the old editions will -be renamed. - -Creating the works from print editions not protected by U.S. copyright -law means that no one owns a United States copyright in these works, -so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the -United States without permission and without paying copyright -royalties. 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INDEMNITY - You agree to indemnify and hold the Foundation, the -trademark owner, any agent or employee of the Foundation, anyone -providing copies of Project Gutenberg-tm electronic works in -accordance with this agreement, and any volunteers associated with the -production, promotion and distribution of Project Gutenberg-tm -electronic works, harmless from all liability, costs and expenses, -including legal fees, that arise directly or indirectly from any of -the following which you do or cause to occur: (a) distribution of this -or any Project Gutenberg-tm work, (b) alteration, modification, or -additions or deletions to any Project Gutenberg-tm work, and (c) any -Defect you cause. - -Section 2. Information about the Mission of Project Gutenberg-tm - -Project Gutenberg-tm is synonymous with the free distribution of -electronic works in formats readable by the widest variety of -computers including obsolete, old, middle-aged and new computers. It -exists because of the efforts of hundreds of volunteers and donations -from people in all walks of life. - -Volunteers and financial support to provide volunteers with the -assistance they need are critical to reaching Project Gutenberg-tm's -goals and ensuring that the Project Gutenberg-tm collection will -remain freely available for generations to come. In 2001, the Project -Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure -and permanent future for Project Gutenberg-tm and future -generations. To learn more about the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation and how your efforts and donations can help, see -Sections 3 and 4 and the Foundation information page at -www.gutenberg.org - -Section 3. Information about the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation - -The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non-profit -501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the -state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal -Revenue Service. The Foundation's EIN or federal tax identification -number is 64-6221541. Contributions to the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation are tax deductible to the full extent permitted by -U.S. federal laws and your state's laws. - -The Foundation's business office is located at 809 North 1500 West, -Salt Lake City, UT 84116, (801) 596-1887. Email contact links and up -to date contact information can be found at the Foundation's website -and official page at www.gutenberg.org/contact - -Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg -Literary Archive Foundation - -Project Gutenberg-tm depends upon and cannot survive without -widespread public support and donations to carry out its mission of -increasing the number of public domain and licensed works that can be -freely distributed in machine-readable form accessible by the widest -array of equipment including outdated equipment. Many small donations -($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt -status with the IRS. - -The Foundation is committed to complying with the laws regulating -charities and charitable donations in all 50 states of the United -States. Compliance requirements are not uniform and it takes a -considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up -with these requirements. We do not solicit donations in locations -where we have not received written confirmation of compliance. To SEND -DONATIONS or determine the status of compliance for any particular -state visit www.gutenberg.org/donate - -While we cannot and do not solicit contributions from states where we -have not met the solicitation requirements, we know of no prohibition -against accepting unsolicited donations from donors in such states who -approach us with offers to donate. - -International donations are gratefully accepted, but we cannot make -any statements concerning tax treatment of donations received from -outside the United States. U.S. laws alone swamp our small staff. - -Please check the Project Gutenberg web pages for current donation -methods and addresses. Donations are accepted in a number of other -ways including checks, online payments and credit card donations. To -donate, please visit: www.gutenberg.org/donate - -Section 5. General Information About Project Gutenberg-tm electronic works - -Professor Michael S. Hart was the originator of the Project -Gutenberg-tm concept of a library of electronic works that could be -freely shared with anyone. For forty years, he produced and -distributed Project Gutenberg-tm eBooks with only a loose network of -volunteer support. - -Project Gutenberg-tm eBooks are often created from several printed -editions, all of which are confirmed as not protected by copyright in -the U.S. unless a copyright notice is included. Thus, we do not -necessarily keep eBooks in compliance with any particular paper -edition. - -Most people start at our website which has the main PG search -facility: www.gutenberg.org - -This website includes information about Project Gutenberg-tm, -including how to make donations to the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to -subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks. diff --git a/old/66514-0.zip b/old/66514-0.zip Binary files differdeleted file mode 100644 index 0a89208..0000000 --- a/old/66514-0.zip +++ /dev/null diff --git a/old/66514-h.zip b/old/66514-h.zip Binary files differdeleted file mode 100644 index c582f33..0000000 --- a/old/66514-h.zip +++ /dev/null diff --git a/old/66514-h/66514-h.htm b/old/66514-h/66514-h.htm deleted file mode 100644 index 8ff1439..0000000 --- a/old/66514-h/66514-h.htm +++ /dev/null @@ -1,6131 +0,0 @@ -<!DOCTYPE html PUBLIC "-//W3C//DTD XHTML 1.0 Strict//EN" - "http://www.w3.org/TR/xhtml1/DTD/xhtml1-strict.dtd"> -<html xmlns="http://www.w3.org/1999/xhtml" xml:lang="es" lang="es"> - <head> - <meta http-equiv="Content-Type" content="text/html; 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You may copy it, give it away or re-use it under the terms -of the Project Gutenberg License included with this eBook or online -at <a href="https://www.gutenberg.org">www.gutenberg.org</a>. 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Hérelle), -París.</p> - -<p><span class="smcap">Boue et Roseaux</span> (Traducción de Maurice -Bixio), París.</p> - -<p><span class="smcap">Contes Espagnols</span> (Traducción de G. -Menetrier), París.</p> - -<p><span class="smcap">Dans l’ombre de la cathédrale</span> (Traducción -de G. Hérelle), París.</p> - -<p><span class="smcap">Terras malditas</span> (Traducción de Napoleão -Toscano), Lisboa.</p> - -<p><span class="smcap">A Cathedral</span> (Traducción de Riveiro de -Carvalho y Moraes Rosa), Lisboa.</p> - -<p><span class="smcap">Die Kathedrale</span> (Traducción de Josy -Priems), Zurich.</p> - -<p><span class="smcap">Flor de Mayo</span> (Traducción de Josy Priems), -Zurich.</p> - -<p><span class="smcap">Erdfluch</span> (Traducción de Wilhelm Thal), -Berlín.</p> - -<p><span class="smcap">Schilfund Schlamm</span> (Traducción de Wilhelm -Thal), Berlín.</p> - -<p><span class="smcap">Der Eindringling</span> (Traducción de J. -Broutá), Berlín.</p> - -<p><span class="smcap">De Vloek</span> (Traducción del doctor A. A. -Fokker), Haarlem.</p> - -<p><span class="smcap">Waar Oranjeboomen Bloeien</span> (Traducción del -Dr. A. A. Fokker), Amsterdam.</p> - -<p><span class="smcap">Chalupa</span> (Traducción de A. Pikhart), -Praga.</p> - -<p><span class="smcap">Marná Chlouba</span> (Traducción de A. Pikhart), -Praga.</p> - -<p><span class="smcap">Ah, il pane!...</span> (Traducción de F. -Gelormini), Palermo.</p> - -<p><span class="smcap">Hvad en Mand har at gove</span> (Traducción de -Johanne Allen), Copenhague.</p> - -<p><span class="smcap">Vinnyi Sklad</span> (Traducción de M. Watson), -Petersburgo.</p> - -<p><span class="smcap">Bodega</span> (Traducción de K. G.), -Petersburgo.</p> - -<p><span class="smcap">Prokliatac Pole</span> (Traducción de M. -Watson), Petersburgo.</p> - -<p><span class="smcap">Sobor</span> (Traducción de M. Watson), -Petersburgo.</p> - -<p><span class="smcap">Duoyñoy vistrel</span> (Traducción de M. -Watson), Petersburgo.</p> - -<p><span class="smcap">Geleznodorognoy Zaiaz</span> (Traducción de M. -Watson), Petersburgo.</p> - -<p><span class="smcap">Naloguiza obnagnenaia</span> (Traducción de M. -Watson), Petersburgo.</p> - -<p><span class="smcap">Arènes sanglantes</span> (Traducción de G. -Hérelle), París.</p> - -<p><span class="smcap">La Horde</span> (Traducción de G. Hérelle), -París.</p> - -<p><span class="smcap">A cortezan de Sagunto</span> (Traducción de -Riveiro de Carvalho y Moraes Rosa), Lisboa.</p> - -<p><span class="smcap">O Intruso</span> (Traducción de Carvalho), -Lisboa.</p> - -</blockquote> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="tit pt3"> - <p><span class="pagenum" id="Page_3">p. 3</span></p> - <p class="fs150 ws1">V. Blasco Ibáñez</p> - <hr class="tir" /> - <p class="iz fs250 mt05">CUENTOS VALENCIANOS</p> - - <div class="figcenter mt3"> - <img src="images/logo.jpg" - style="width: 5em; height: auto;" - alt="Viñeta ornamental" /> - </div> - - <p class="ws1 smcap mt3">F. Sempere y Compañía, Editores</p> - <p class="fs90 g1 mt05">VALENCIA</p> -</div> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt6"> - <div class="legal"> - <p><span class="pagenum" id="Page_4">p. 4</span><i>Esta Casa - Editorial obtuvo Diploma de Honor y Medalla de Oro en la Exposición - Regional de Valencia de 1909 y Gran Premio de Honor en la - Internacional de Buenos Aires de 1910.</i></p> - </div> - - <p class="centra fs90 mt3"><i>Derechos de traducción reservados en - todos los países,<br /> incluso Suecia y Noruega.</i></p> - - <p class="centra smaller ws1 bt">Imp. de la Casa Editorial F. - Sempere y Comp.ª — <span class="smcap">Valencia</span></p> -</div> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - -<div class="chapter" id="Ch1"> - <p><span class="pagenum" id="Page_5">p. 5</span></p> - <p class="fs130 ws1 centra">CUENTOS VALENCIANOS</p> - <hr class="tir" /> - <h2 class="nobreak g1"><i>Dimòni</i></h2> - <hr class="tir" /> -</div> - -<h3>I</h3> - -<p>Desde Cullera a Sagunto, en toda la valenciana vega no había pueblo -ni poblado donde no fuese conocido.</p> - -<p>Apenas su dulzaina sonaba en la plaza, los muchachos corrían -desalados, las comadres llamábanse unas a otras con ademán gozoso y los -hombres abandonaban la taberna.</p> - -<p>—¡<i>Dimòni</i>! ¡Ya está ahí <i>Dimòni</i>!</p> - -<p>Y él, con los carrillos hinchados, la mirada vaga perdida en lo alto -y soplando sin cesar en la picuda dulzaina, acogía la rústica ovación -con la indiferencia de un ídolo.</p> - -<p>Era popular y compartía la general admiración con aquella dulzaina -vieja, resquebrajada, la eterna compañera de sus<span class="pagenum" -id="Page_6">p. 6</span> correrías, la que, cuando no rodaba en los -pajares o bajo las mesas de las tabernas, aparecía siempre cruzada bajo -el sobaco, como si fuera un nuevo miembro creado por la Naturaleza en -un acceso de filarmonía.</p> - -<p>Las mujeres, que se burlaban de aquel insigne perdido, habían -hecho un descubrimiento: <i>Dimòni</i> era guapo. Alto, fornido, con -la cabeza esférica, la frente elevada, el cabello al rape y la nariz -de curva audaz, tenía en su aspecto reposado y majestuoso algo que -recordaba al patricio romano, pero no de aquellos que en el período -de austeridad vivían a la espartana y se robustecían en el Campo de -Marte, sino de los otros, de aquellos de la decadencia, que en las -orgías imperiales afeaban la hermosura de raza colorando su nariz con -el bermellón del vino y deformando su perfil con la colgante sotabarba -de la glotonería.</p> - -<p><i>Dimòni</i> era un borracho. Los privilegios de su dulzaina, que -por lo maravillosos le habían valido el apodo, no llamaban tanto la -atención como las asombrosas borracheras que pillaba en las grandes -fiestas.</p> - -<p>Su fama de músico le hacía ser llamado por los clavarios de todos -los pueblos, y veíasele llegar carretera abajo siempre erguido y -silencioso, con la dulzaina en el sobaco, llevando al lado, como -gozquecillo<span class="pagenum" id="Page_7">p. 7</span> obediente, -al tamborilero, algún pillete recogido en los caminos, con el cogote -pelado por los tremendos pellizcos que al descuido le largaba el -maestro cuando no redoblaba sobre el parche con brío, y que si cansado -de aquella vida nómada abandonaba al amo, era después de haberse hecho -tan borracho como él.</p> - -<p>No había en toda la provincia dulzainero como <i>Dimòni</i>; -pero buenas angustias les costaba a los clavarios el gusto de que -tocase en sus fiestas. Tenían que vigilarlo desde que entraba en el -pueblo, amenazarle con un garrote para que no entrase en la taberna -hasta terminada la procesión, o muchas veces, por un exceso de -condescendencia, acompañarle dentro de aquella para detener su brazo -cada vez que lo tendía hacia el porrón. Aun así resultaban inútiles -tantas precauciones, pues más de una vez, marchando grave y erguido, -aunque con paso tardo, ante el estandarte de la cofradía, escandalizaba -a los fieles rompiendo a tocar la <i>Marcha Real</i> frente al ramo -de olivo de la taberna, y entonando después el melancólico <i>De -profundis</i> cuando la peana del santo patrono volvía a entrar en la -iglesia.</p> - -<p>Y estas distracciones de bohemio incorregible, estas impiedades de -borracho,<span class="pagenum" id="Page_8">p. 8</span> alegraban a -la gente. La chiquillería pululaba en torno de él, dando cabriolas al -compás de la dulzaina y aclamando a <i>Dimòni</i>; y los solteros del -pueblo se reían de la gravedad con que marchaba delante de la cruz -parroquial y le enseñaban de lejos un vaso de vino, invitación a la -que contestaba con un guiño malicioso, como si dijera: «Guardadlo para -después».</p> - -<p>Ese después era la felicidad de <i>Dimòni</i>, pues representaba el -momento en que, terminada la fiesta y libre de la vigilancia de los -clavarios, entraba en posesión de su libertad en plena taberna.</p> - -<p>Allí estaba en su centro, junto a los toneles pintados de rojo -oscuro, entre las mesillas de cinc jaspeadas por las huellas redondas -de los vasos, aspirando el tufillo del ajoaceite, del bacalao y -las sardinas fritas que se exhibían en el mostrador tras mugriento -alambrado, y bajo los suculentos pabellones que formaban, colgando de -las viguetas, las ristras de morcillas rezumando aceite, los manojos -de chorizos moteados por las moscas, las oscuras longanizas y los -ventrudos jamones espolvoreados con rojo pimentón.</p> - -<p>La tabernera sentíase halagada por la presencia de un huésped que -llevaba tras sí la concurrencia, e iban entrando los admiradores<span -class="pagenum" id="Page_9">p. 9</span> a bandadas; no habían bastantes -manos para llenar porrones; esparcíase por el ambiente un denso olor -de lana burda y sudor de pies, y a la luz del humoso quinqué veíase a -la respetable asamblea, sentados unos en los cuadrados taburetes de -algarrobo con asiento de esparto y otros en cuclillas en el suelo, -sosteniéndose con fuertes manos las abultadas mandíbulas, como si estas -fueran a desprenderse de tanto reír.</p> - -<p>Todas las miradas estaban fijas en <i>Dimòni</i> y su dulzaina.</p> - -<p>—<i>¡L’agüela! ¡Fes l’agüela!</i></p> - -<p>Y <i>Dimòni</i>, sin pestañear, como si no hubiera oído la petición -general, comenzaba a imitar con su dulzaina el gangoso diálogo de dos -viejas, con tan grotescas inflexiones, con pausas tan oportunas, con -escapes de voz tan chillones, que una carcajada brutal e interminable -conmovía la taberna, despertando a las caballerías del inmediato -corral, que unían a la baraúnda sus agudos relinchos.</p> - -<p>Después le pedían que imitase a <i>La Borracha</i>, una mala piel -que iba de pueblo en pueblo vendiendo pañuelos y gastándose las -ganancias en aguardiente. Y lo mejor del caso es que casi siempre -estaba presente la aludida y era la primera en reírse de la gracia con -que el dulzainero imitaba sus<span class="pagenum" id="Page_10">p. -10</span> chillidos al pregonar la venta y las riñas con las -compradoras.</p> - -<p>Pero cuando se agotaba el repertorio burlesco, <i>Dimòni</i>, -soñoliento por la digestión del alcohol, lanzábase en su mundo -imaginario, y ante su público silencioso y embobado, imitaba la charla -de los gorriones, el murmullo de los campos de trigo en los días de -viento, el lejano sonar de las campanas, todo lo que le sorprendía -cuando por las tardes despertaba en medio del campo sin comprender cómo -le había llevado allí la borrachera pillada la noche anterior.</p> - -<p>Aquellas gentes rudas no se sentían ya capaces de burlarse de -<i>Dimòni</i>, de sus soberbias chispas ni de los repelones que hacía -sufrir al tamborilero. El arte, algo grosero, pero ingenuo y genial -de aquel bohemio rústico, causaba honda huella en sus almas vírgenes -y miraban con asombro al borracho que, al compás de los arabescos -impalpables que trazaba con su dulzaina, parecía crecerse, siempre con -la mirada abstraída, grave, sin abandonar su instrumento más que para -coger el porrón y acariciar su seca lengua con el <i>glu-glu</i> del -hilillo del vino.</p> - -<p>Y así estaba siempre. Costaba gran trabajo sacarle una palabra del -cuerpo. De él<span class="pagenum" id="Page_11">p. 11</span> sabíase -únicamente por el rumor de su popularidad que era de Benicófar, que -allá vivía en una casa vieja, que conservaba aún porque nadie le daba -dos cuartos por ella, y que se había bebido, en unos cuantos años, dos -machos, un carro y media docena de campos que heredó de su madre.</p> - -<p>¿Trabajar? No, y mil veces no. Él había nacido para borracho. -Mientras tuviese la dulzaina en las manos, no le faltaría pan, y dormía -como un príncipe cuando, terminada una fiesta y después de soplar y -beber toda la noche, caía como un fardo en un rincón de la taberna o -en un pajar del campo, y el pillete tamborilero, tan ebrio como él, se -acostaba a sus pies cual un perrillo obediente.</p> - - -<h3>II</h3> - -<p>Nadie supo cómo fue el encuentro; pero era forzoso que ocurriera, -y ocurrió. <i>Dimòni</i> y <i>La Borracha</i> se juntaron y se -confundieron.</p> - -<p>Siguiendo su curso por el cielo de la borrachera, rozáronse -para marchar siempre unidos el astro rojizo de color de vino<span -class="pagenum" id="Page_12">p. 12</span> y aquella estrella errante, -lívida como la luz del alcohol.</p> - -<p>La fraternidad de borrachos acabó en amor, y fuéronse a sus dominios -de Benicófar a ocultar su felicidad en aquella casucha vieja, donde por -las noches, tendidos en el suelo del mismo cuarto donde había nacido -<i>Dimòni</i>, veían las estrellas que parpadeaban maliciosamente -a través de los grandes boquetes del tejado, adornados con largas -cabelleras de inquietas plantas. Aquella casa era una muela vieja y -cariada que se caía en pedazos. Las noches de tempestad tenían que -huir como si estuvieran a campo raso, perseguidos por la lluvia, -de habitación en habitación, hasta que por fin encontraban en el -abandonado establo un rinconcito donde entre polvo y telarañas florecía -su extravagante primavera de amor.</p> - -<p>¡Casarse!... ¿para qué? ¡Valiente cosa les importaba lo que -dijera la gente! Para ellos no se habían fabricado las leyes ni -los convencionalismos sociales. Les bastaba el amarse mucho, tener -un mendrugo de pan a mediodía, y sobre todo algún crédito en la -taberna.</p> - -<p><i>Dimòni</i> mostrábase absorto, como si ante su vista se hubiese -abierto ignorada puerta mostrándole una felicidad tan inmensa como -desconocida. Desde la niñez,<span class="pagenum" id="Page_13">p. -13</span> el vino y la dulzaina habían absorbido todas sus pasiones; y -ahora, a los veintiocho años, perdía su pudor de borracho insensible, -y como uno de aquellos cirios de fina cera que llameaban en las -procesiones, derretíase en brazos de <i>La Borracha</i>, sabandija -escuálida, fea, miserable, ennegrecida por el fuego alcohólico que -ardía en su interior, apasionada hasta vibrar como una cuerda tirante, -y que a él le parecía el prototipo de la belleza.</p> - -<p>Su felicidad era tan grande, que se desbordaba fuera de la casucha. -Acariciábanse en medio de las calles con el impudor inocente de una -pareja canina, y muchas veces, camino de los pueblos donde se celebraba -fiesta, huían a campo traviesa, sorprendidos en lo mejor de su pasión -por los gritos de los carreteros, que celebraban con risotadas el -descubrimiento. El vino y el amor engordaban a <i>Dimòni</i>; echaba -panza, iba de ropa más bien cuidado que nunca y sentíase tranquilo y -satisfecho al lado de <i>La Borracha</i>, aquella mujer cada vez más -seca y negruzca que, pensando únicamente en cuidarle, no se ocupaba -en remendar las sucias faldillas que se escurrían de sus hundidas -caderas.</p> - -<p>No le abandonaba. Un buen mozo como él estaba expuesto a peligros; -y no satisfecha<span class="pagenum" id="Page_14">p. 14</span> con -acompañarle en sus viajes de artista, marchaba a su lado al frente de -la procesión, sin miedo a los cohetes y mirando con cierta hostilidad a -todas las mujeres.</p> - -<p>Cuando <i>La Borracha</i> quedó embarazada, la gente se moría de -risa, comprometiéndose con ello la solemnidad de las procesiones.</p> - -<p>En medio él, erguido, con expresión triunfante, con la dulzaina -hacia arriba como si fuese una descomunal nariz que olía al cielo; a -un lado el pillete, haciendo sonar el tamboril, y al opuesto <i>La -Borracha</i>, exhibiendo con satisfacción, como un segundo tambor, -aquel vientre que se hinchaba cual globo próximo a estallar, que la -hacía ir con paso tardo y vacilante y que en su insolente redondez -subía escandalosamente el delantero de la falda, dejando al descubierto -los hinchados pies bailoteando en viejos zapatos y aquellas piernas -negras, secas y sucias como los palillos que movía el tamborilero.</p> - -<p>Aquello era un escándalo, una profanación, y los curas de los -pueblos sermoneaban al dulzainero:</p> - -<p>—Pero ¡gran demonio! Cásate al menos, ya que esa perdida se empeña -en no dejarte ni aun en la procesión. Yo me encargaré de arreglaros los -papeles.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_15">p. 15</span>Pero aunque él decía -a todo que sí, maldito lo que le seducía la proposición. ¡Casarse -ellos! ¡Bueno va!... ¡cómo se burlaría la gente! Mejor estaban así las -cosas.</p> - -<p>Y en vista de su tozuda resistencia, si no le quitaron las fiestas, -por ser el más barato y mejor de los dulzaineros, despojáronle de todos -los honores anexos a su cargo, y ya no comió más en la mesa de los -clavarios, ni se le dio el pan bendito, ni se permitió que entrasen en -la iglesia el día de la fiesta semejante par de herejazos.</p> - - -<h3>III</h3> - -<p>Ella no fue madre. Cuando llegó el momento, arrancaron en pedazos, -de sus entrañas ardientes, aquel infeliz engendro de la embriaguez.</p> - -<p>Y tras el feto monstruoso y sin vida, murió la madre ante la mirada -asombrada de <i>Dimòni</i>, que, al ver extinguirse aquella vida sin -agonía ni convulsiones, no sabía si su compañera se había ido para -siempre o si acababa de dormirse como cuando rodaba a sus pies la -botella vacía.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_16">p. 16</span>El suceso tuvo -resonancia, y las comadres de Benicófar se agrupaban a la puerta -de la casucha para ver de lejos a <i>La Borracha</i> tendida en el -ataúd de los pobres y a <i>Dimòni</i> en cuclillas junto a la muerta, -voluminoso, lloriqueando y con la cerviz inclinada, como un buey -melancólico.</p> - -<p>Nadie del pueblo se dignó entrar en la casa. El duelo se componía -de media docena de amigos de <i>Dimòni</i>, haraposos y tan borrachos -como este, que pordioseaban por los caminos, y del sepulturero de -Benicófar.</p> - -<p>Pasaron la noche velando a la difunta, yendo por turno cada dos -horas a aporrear la puerta de la taberna pidiendo que les llenasen -una enorme bota, y cuando el sol entró por las brechas del tejado, -despertaron todos, tendidos en torno de la difunta, ni más ni menos que -los domingos por la noche cuando en fraternal confianza caían en algún -pajar a la salida de la taberna.</p> - -<p>¡Cómo lloraban todos!... Y ahora la pobrecita estaba allí en el -cajón de los pobres, tranquila como si durmiera, y sin poder levantarse -a pedir su parte. ¡Oh, lo que es la vida!... ¡Y en esto hemos de parar -todos!</p> - -<p>Y los borrachos lloraron tanto, que al conducir el cadáver al -cementerio todavía les duraba la emoción y la embriaguez.</p> - -<p>Todo el vecindario presenció de lejos el<span class="pagenum" -id="Page_17">p. 17</span> entierro. Las buenas almas reían como locas -ante espectáculo tan grotesco.</p> - -<p>Los amigotes de <i>Dimòni</i> marchaban con el ataúd al hombro, -dando traspiés que hacían mecerse rudamente la fúnebre caja como -un buque viejo y desarbolado. Y detrás de aquellos mendigos iba -<i>Dimòni</i> con su inseparable instrumento bajo el sobaco, siempre -con aquel aspecto de buey moribundo que acababa de recibir un tremendo -golpe en la cerviz.</p> - -<p>Los chiquillos gritaban y daban cabriolas ante el ataúd, como si -aquello fuese una fiesta, y la gente reía, asegurando que lo del parto -era una farsa y que <i>La Borracha</i> había muerto de un hartazgo de -aguardiente.</p> - -<p>Los lagrimones de <i>Dimòni</i> también hacían reír. ¡Valiente -pillo! Aún le duraba el <i>cañamón</i> de la noche anterior y lloraba -lágrimas de vino al pensar que ya no tendría una compañera en sus -borracheras nocturnas.</p> - -<p>Todos le vieron volver del cementerio, donde por compasión habían -permitido el entierro de aquella gran perdida, y le vieron también cómo -con sus amigotes, incluso el enterrador, se metía en la taberna para -agarrar el porrón con las manos sucias de la tierra de las tumbas.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_18">p. 18</span>Desde aquel día, el -cambio fue radical. ¡Adiós, excursiones gloriosas, triunfos alcanzados -en las tabernas, serenatas en las plazas y toques estruendosos en las -procesiones! <i>Dimòni</i> no quería salir de Benicófar, ni tocar en -las fiestas. ¿Trabajar?... eso para los imbéciles. Que no contasen con -él los clavarios; y para afirmarse más en esta resolución, despidió al -último tamborilero, cuya presencia le irritaba.</p> - -<p>Tal vez en sus ensueños de borracho melancólico había pensado, -mirando el hinchado vientre de <i>La Borracha</i>, en la posibilidad -de que con el tiempo un muchacho panzudo con cara de pillo, un -<i>Dimoniet</i>, acompañase golpeando el parche las escalas vibrantes -de su dulzaina. Ahora sí que estaba solo. Había conocido la dicha para -que después su situación fuese más triste. Había sabido lo que era amor -para conocer el desconsuelo; dos cosas cuya existencia ignoraba antes -de tropezar con <i>La Borracha</i>.</p> - -<p>Entregose al aguardiente con el mismo fervor que si rindiera un -tributo fúnebre a la muerta; iba roto, mugriento, y no podía revolverse -en su casucha sin notar la falta de aquellas manos de bruja, secas y -afiladas como garras, que tenían para él cuidados maternales.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_19">p. 19</span>Como un búho, -permanecía en el fondo de su guarida mientras brillaba el sol, y a la -caída de la tarde salía del pueblo cautelosamente, como ladrón que va -al acecho, y por una brecha del muro se colaba en el cementerio, un -corral de suelo ondulado que la Naturaleza igualaba con matorrales, en -los que pululaban las mariposas.</p> - -<p>Y por la noche, cuando los jornaleros retrasados volvían al pueblo -con la azada al hombro, oían una musiquilla dulce e interminable que -parecía salir de las tumbas.</p> - -<p>—¡<i>Dimòni</i>!... ¿Eres tú?</p> - -<p>La musiquilla callaba ante los gritos de aquella gente -supersticiosa, que preguntaba por ahuyentar su miedo.</p> - -<p>Y luego, cuando los pasos se alejaban, cuando se restablecía en la -inmensa vega el susurrante silencio de la noche, volvía a sonar la -musiquilla, triste como un lamento, como el lloriqueo lejano de una -criatura llamando a la madre que jamás había de volver.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch2"> - <p><span class="pagenum" id="Page_21">p. 21</span></p> - <h2 class="nobreak">¡Cosas de hombres!...</h2> - <hr class="tir" /> -</div> - -<p>Cuando Visentico, el hijo de la <i>siñá</i> Serafina, volvió de -Cuba, la calle de Borrull púsose en conmoción.</p> - -<p>En torno de su petaca, siempre repleta de picadura de la Habana, -agrupábase la chavalería del barrio, ansiosa de liar pitillos y -escuchar estupendas historias con credulidad asombrosa.</p> - -<p>—En Matanzas tuve yo una mulatita que quería nos casáramos -lueguito... lueguito. Tenía millones, pero yo no quise porque me tira -mucho esta <i>tierresita</i>.</p> - -<p>Y esto era mentira. Seis años había permanecido fuera de Valencia, -y decía tener olvidado el valenciano, a pesar de lo mucho que <i>le -tiraba la tierresita</i>. Había salido de allí con lengua, y volvía con -un merengue derretido, a través del cual las palabras tomaban el tono -empalagoso de una flauta melancólica.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_22">p. 22</span>Por su lenguaje y las -mentiras de grandiosidad con que asombraba a la crédula chavalería, -Visentico era el soberano de la calle, el motivo de conversación de -todo el barrio. Su casaquilla de hilo rayado con vivos rojos, el bonete -de cuartel, el pañuelo de seda al cuello, la banda dorada al pecho con -el canuto de la licencia, la tez descolorida, el bigotillo picudo y -la media romana de corista italiano, habíanse metido en el corazón de -todas las chavalas y lo hacían latir con un estrépito solo comparable -al <i>fru-fru</i> de sus faldas de percal, almidonadas en los bajos -hasta ser puro cartón.</p> - -<p>La <i>siñá</i> Serafina estaba orgullosa de aquel hijo que la -llamaba <i>mamá</i>. Ella era la encargada de hacer saber a las -vecinas las onzas de oro que Visentico había traído de allá, y al -número que marcaba, ya bastante exagerado, la gente añadía ceros -sin remordimiento. Además, se hablaba con respeto supersticioso de -cierto papelote que el licenciado guardaba, y en el cual el Estado se -comprometía a dar tanto y cuanto... cuando mudase de fortuna.</p> - -<p>No era extraño, pues, que un hombre de tantas prendas, rodeado del -ambiente de la popularidad y poseedor de irresistibles seducciones, -trajese loca a Pepeta (a) <i>La Buena Mosa</i>, una vaca brava que por -las<span class="pagenum" id="Page_23">p. 23</span> mañanas revendía -fruta en el Mercado, y con su falda acorazada, pañuelo de pita, -patillas en las sienes y puntas de bandolina en la frente, pasaba la -vida a la puerta de su casa, tan dispuesta a arañarse con la primera -vecina como a conmover toda la calle con alguno de sus escándalos de -muchachota cerril.</p> - -<p>La gente consideraba naturales y justas las relaciones cada vez más -íntimas entre Visentico y Pepeta. Eran la pareja más distinguida del -barrio, y además, antes de que él se fuese a Cuba ya se susurraba si -había algo entre ellos.</p> - -<p>Lo que ya no le parecía tan claro a la gente es lo que diría el -<i>Menut</i>, un chicuelo enteco y vicioso, empleado en el Matadero -para repartir la carne; un pillete con la mirada atravesada y grandes -tufos en las orejas, que siempre iba hecho un asco, y de quien se -murmuraba si en distintas ocasiones había afanado borregos enteros.</p> - -<p>La Pepeta estaba loca; solo una caprichosa como ella podía haber -aguantado dos años los celos machacones y las exigencias tiránicas de -un granuja rabiosillo, al que ella con su potente brazo de buena moza -era capaz de deshacer la cara de un solo revés.</p> - -<p>Y ahora iba a ocurrir algo. ¡Vaya si ocurriría! Adivinábanlo los -vecinos solo con<span class="pagenum" id="Page_24">p. 24</span> ver -al <i>Menut</i>, quien con aspecto de perro abandonado pasaba el día -vagando por la calle, tan pronto en el cafetín de <i>Panchabruta</i> -como frente a la casa de Pepeta, siempre sucio, con la camiseta listada -de azul y la blusa al cuello impregnadas de la hediondez de la sangre -seca.</p> - -<p>Ya no repartía carneros a los cortantes de la ciudad; olvidaba su -carrito mugriento, y embrutecido por la sorpresa, queriendo llenar -aquel algo que le faltaba, solo sabía beberse <i>águilas</i> en el -cafetín o ir tras Pepeta, humilde, cobarde, encogido, expresándose -con la mirada más que con la lengua. Pero ella estaba ya despierta. -¿Dónde había tenido los ojos?... Ahora le parecía imposible que hubiese -querido a aquel bruto, sucio y borrachín. ¡Qué abismo entre él y -Visentico!... una figura de general, un chico muy gracioso en el habla, -que cantaba guajiras y bailaba el tango como un ángel, y que, en fin, -si no tenía millones y una mulata, ya se sabía que era por lo mucho que -le <i>tiraba la tierresita</i>.</p> - -<p>Indignábase al ver que aquel granujilla, forrado en la mugre de la -carne muerta, aún tenía la pretensión de que continuase lo que solo -había sido un capricho... una condescendencia compasiva... ¡Arre allá! -Cuando no manifestase su cariño con zarpadas<span class="pagenum" -id="Page_25">p. 25</span> y aprendiese a decirla ¡flor de guayaba! y -¡mulatita! como el otro, entonces podría ponerse en su presencia.</p> - -<p>La buena moza fue inflexible, acabó por no escuchar, y desde -entonces la calle de Borrull tuvo un alma en pena, que fue el -<i>Menut</i>.</p> - -<p>En las noches de verano, cuando el calor arrojaba a las familias en -medio de la calle y se formaban corros en torno de las cenas servidas -sobre mesitas de zapatero, la gente veía pasar al celoso chiquillo -recatándose en la sombra, misterioso y fatídico como un traidor de -melodrama.</p> - -<p>La aparición terrorífica pasaba varias veces ante la puerta de -Pepeta, lanzando miradas espeluznantes al coro que hacía la corte a la -buena moza, y después desvanecíase por un escotillón: el cafetín donde -el <i>Menut</i>, cual nuevo Prometeo, entregaba sus entrañas a las -rampantes garras de las <i>águilas</i> amílicas.</p> - -<p>¡Qué noches aquellas! Los nuevos amores de Pepeta tenían la acera -por escenario y por coro aquel corrillo donde sonaba el acordeón, y -ella recibía honores de reina festejada. A su lado, la madre, una vieja -insignificante que no abría la boca sin recibir un bufido de Pepeta.</p> - -<p>La calle, tostada todo el día por el sol,<span class="pagenum" -id="Page_26">p. 26</span> revivía con los primeros soplos de la -noche.</p> - -<p>Los lóbregos faroles, cuyos palmitos de gas parecían pintados en la -pared con almazarrón, dejábanlo todo en fresca penumbra; en las puertas -destacábanse las manchas blancas de la gente casi en paños menores: -chorreaban rítmicamente los balcones con el riego de las plantas; en -cada balaustrada asomaba un botijo, y de arriba, de aquel cielo oscuro -que parecía un lienzo apollillado transparentando lejana luz, descendía -un soplo húmedo que reanimaba a la tierra, arrancándola suspiros de -vida.</p> - -<p>En todas las puertas sonaban el acordeón con su chillona melancolía, -la guitarra con su rasgueo soñador, el canto a coro desentonado y -estridente, y algunas veces en las esquinas estallaba una tempestad de -aullidos, el estrépito de la lucha cuerpo a cuerpo, y los antipáticos -perros chatos chocaban sus amenazantes cabezas de foca, hasta que el -silletazo de algún vecino de buena voluntad los ponía en dispersión.</p> - -<p>Despedazábanse en los corros enormes sandías; hundíanse las bocas -en tajadas como medias lunas; pringábanse las caras con el rojo zumo; -extendíanse los arrugados moqueros bajo la barba para no mancharse, y -al fin, la gente, con el vientre hinchado de agua, sumíase en dulce -beatitud,<span class="pagenum" id="Page_27">p. 27</span> escuchando -como angélicas melodías los arañazos de los acordeones.</p> - -<p>Y a esta hora de digestión líquida, al cantar el sereno las once y -estar los corrillos más animados, era cuando a lo lejos la difusa luz -de los faroles marcaba algo que se aproximaba balanceándose, trazando -zigzags como una barca sin timón, echando la pesada ancla en cada -esquina.</p> - -<p>Era el padre de Pepeta, que con la gorra desmayada y el pañuelo de -hierbas en una mano volvía de la taberna. Saludaba a la reunión con -tres gruñidos, despreciaba las insolencias de la hija, y se hundía por -fin en la oscuridad de su casa, maldiciendo a los avaros caseros que, -para fastidiar a los pobres, hacen siempre las puertas estrechas.</p> - -<p>En aquellas horas de regocijo público, en medio de la calle, -acariciados por la expansión de todos los vecinos, se arrullaban el -licenciado y Pepeta; él, dulzón y empalagoso, hablándole al oído; -ella, grave, estirada y seria, apretando los labios como si estuviera -ofendida, porque una chavala que se respete debe poner siempre al -novio cara de perro. Los hombres son muy presuntuosos, y si llegan a -comprender que una está chiflada por ellos... ya, ya.</p> - -<p>Y mientras tanto, la pobre alma en pena<span class="pagenum" -id="Page_28">p. 28</span> a la puerta del cafetín, con la garganta -abrasada por el amílico y el corazón en un puño, oyendo de cerca las -bromitas de sus amigachos y a lo lejos las canciones del corro de -Pepeta, unos retazos de zarzuela repetidos con monotonía abrumadora.</p> - -<p>Pero ¡qué cargantes eran los amigos del cafetín! ¿Que Pepeta no -le quería ya? Bueno; dale expresiones... ¿Que él era un chiquillo -y le faltaba esto y lo de más allá? Conformes; pero aún no había -muerto, y tiempo le quedaba para hacer algo. Por de pronto, a Pepeta -y al <i>Cubano</i> se los pasaba por tal y cual sitio. Ella era -una <i>carasera</i> y él un mariquita con su hablar de chiquillo -y su peluca rizada. Ya les arreglaría las cuentas.... A ver, tío -<i>Panchabruta</i>: otra águila de petróleo refinado. De aquel que está -en el rincón, en el temible tonel que ha enviado al cementerio tres -generaciones de borrachos.</p> - -<p>Y el fresco vientecillo, haciendo ondear la listada cortina de -la puerta, arrojaba todos los ruidos de la calle en el ambiente del -cafetín, cargado del calor del gas y los vahos alcohólicos.</p> - -<p>Ahora cantaban a coro en casa de Pepeta:</p> - -<div class="poetry-container"> -<div class="poetry"> - <div class="stanza"> - <div class="verse indent2">Vente conmigo y no temas</div> - <div class="verse indent0">estos parajes dejar...</div> - </div> -</div> -</div> - -<p><span class="pagenum" id="Page_29">p. 29</span></p> <p>Adivinaba la -voz de ella, rígida y fría como siempre, y la otra aguda y mimosa, la -del cubano, que decía: <i>Vente conmigo</i>, con una intención que al -<i>Menut</i> parecía arañarle en el pecho. Conque <i>vente conmigo</i>, -¿eh?... ¡Cristo! Aquella noche iba a arder todo en la calle de -Borrull.</p> - -<p>Y se lanzó fuera del cafetín sin llamar la atención de los -bebedores, acostumbrados a tan nerviosas salidas.</p> - -<p>Ya no era el alma en pena; iba rectamente a su sitio, a aquel corro -maldito que tantas noches había sido su tormento.</p> - -<p>—Tú, Cubano, <i>ascolta.</i></p> - -<p>Movimiento de asombro, de estupefacción. Calló el organillo, cesó el -coro y Pepeta levantó fieramente la cabeza. ¿Qué quería aquel pillete? -¿Había por allí algún borrego que robar?...</p> - -<p>Pero sus insolencias de nada sirvieron. El licenciado se levantaba -estirando fanfarronamente su levitilla de hilo.</p> - -<p>—Me <i>paese</i>... me <i>paese</i> que ese muchachito se la va a -cargar por torpe.</p> - -<p>Y salió del corro, a pesar de las protestas y consejos de todos.</p> - -<p>Pepeta se había serenado. Podían estar tranquilos; ella lo -aseguraba. No llegaría la sangre al río. El <i>Menut</i> era un chillón -que no valía un papel de fumar, y si se atrevía<span class="pagenum" -id="Page_30">p. 30</span> a hacer pinitos ya le limpiaría los mocos el -otro. Vaya... a cantar. No debía turbarse la buena armonía por un bicho -así.</p> - -<p>Y la tertulia reanudó su canto débilmente, de mala gana, mirando -todos con el rabillo del ojo a los dos que estaban plantados en el -arroyo, frente a frente.</p> - -<div class="poetry-container"> -<div class="poetry"> - <div class="stanza"> - <div class="verse indent2">Que la que aquí es prima donna,</div> - <div class="verse indent0">reina en mi casa será...á...á</div> - </div> -</div> -</div> - -<p>Pero al hacer una pausa se oyó la voz del <i>Menut</i>, que decía -lentamente, con rabia y acentuando las palabras como si las mascase:</p> - -<p>—Tú eres un morral... sí señor; un morral.</p> - -<p>Todos se pusieron en pie, rodaron las sillas, cayó el acordeón al -suelo, lanzando un quejido, pero... ¡quiá! por pronto que acudieron ya -era tarde.</p> - -<p>Se habían agarrado como gatos rabiosos, clavándose las uñas en el -cuello, empujándose, resbalando en las cortezas de sandía y lanzando -sucias blasfemias.</p> - -<p>Y el <i>Cubano</i> de pronto se bamboleó para caer como un talego -de ropa, y en aquel momento desvaneciose la melosidad antillana, y el -lenguaje de la niñez reapareció junto con la desgracia.</p> - -<p>—¡Ay, <i>mare mehua</i>!... ¡<i>Mare mehua</i>!</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_31">p. 31</span>Retorcíase sobre los -adoquines como una lagartija partida en dos, agarrábase el vientre -allí donde había sentido la fría hoja de la navaja, comprimiendo -instintivamente el bárbaro rasgón, al que asomaban los intestinos -cortados, rezumando sangre e inmundicia.</p> - -<p>Corría la gente desde los dos extremos de la calle, para -agolparse en torno del caído; sonaban pitos a lo lejos, poblándose -instantáneamente los balcones, y en uno de ellos la <i>siñá</i> -Serafina, en camisa, desmelenada, sorprendida en su primer sueño por el -grito de su hijo, daba alaridos instintivamente, sin explicarse todavía -la inmensidad de su desgracia.</p> - -<p>Pepeta retorcíase con epilépticas convulsiones entre los brazos de -varios vecinos; avanzaba sus uñas de fiera enfurecida, y no pudiendo -llegar hasta el <i>Menut</i>, le escupía a la cara siempre los mismos -insultos con voz estridente, desgarradora, que despertaba a todo el -barrio:</p> - -<p>—¡<i>Lladre</i>!... ¡Granuja!...</p> - -<p>Y el autor de todo estaba allí, sin huir, con su figurilla triste -y desmedrada, el cuello desollado por varios arañazos, el brazo -derecho teñido en sangre hasta el codo y la navaja caída a sus pies. -Tan tranquilo como al degollar reses en el Matadero, sin<span -class="pagenum" id="Page_32">p. 32</span> estremecerse al sentir en -sus hombros las manos de la policía, con una sonrisita que plegaba -ligeramente los extremos de su boca.</p> - -<p>Salió de la calle con los brazos atados sobre la espalda, y la blusa -encima, la innoble cara llena de arañazos, hablando con su escolta de -municipales, satisfecho, en el fondo, de que la gente se agolpase a su -paso, como en la entrada de un personaje.</p> - -<p>Cuando pasó ante el cafetín, saludó con altivez a sus amigotes que, -asombrados, como si no hubiesen presenciado el suceso, le preguntaban -qué había hecho.</p> - -<p>—<i>Res; còses d’hòmens.</i></p> - -<p>Y contento con su suerte, erguido y triunfante, siguió el camino de -la cárcel, acogiendo el infeliz las miradas de la curiosidad con la -prosopopeya de la estupidez satisfecha.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch3"> - <p><span class="pagenum" id="Page_33">p. 33</span></p> - <h2 class="nobreak">La cencerrada</h2> - <hr class="tir" /> -</div> - -<h3>I</h3> - -<p>Todos los vecinos de Benimuslín acogieron con extrañeza la -noticia.</p> - -<p>Se casaba el tío Sènto, uno de los prohombres del pueblo, el primer -contribuyente del distrito, y la novia era Marieta, guapa chica, hija -de un carretero, que no aportaba al matrimonio otros bienes que aquella -cara morena, con su sonrisa de graciosos hoyuelos y los ojazos negros, -que parecían adormecerse tras las largas pestañas entre los dos rodetes -de apretado y brillante cabello que, adornados con pobres horquillas, -cubrían sus sienes.</p> - -<p>Por más de una semana esta noticia conmovió al tranquilo pueblecito, -que entre una inmensidad de viñas y olivares alzaba sus negruzcos -tejados, sus tapias de blancura deslumbrante, el campanario con -su montera de verdes tejas y aquella torre<span class="pagenum" -id="Page_34">p. 34</span> cuadrada y roja, recuerdo de los moros, que -destacaba soberbia sobre el intenso azul del cielo su corona de almenas -rotas o desmoronadas como una encía vieja.</p> - -<p>El egoísmo rural no salía de su asombro. Muy enamorado debía estar -el tío Sènto para casarse, violando tan escandalosamente las costumbres -tradicionales. ¿Cuándo se había visto a un hombre que era dueño de la -cuarta parte del término, con más de cien botas en la bodega y cinco -mulas en la cuadra, casarse con una chica que de pequeña robaba fruta -o ayudaba en las faenas de las casas ricas para que la diesen de -comer?</p> - -<p>Todos decían lo mismo. ¡Ah, si levantase la cabeza la <i>siñá</i> -Tomasa, la primera mujer del tío Sènto, y viese que su caserón de la -calle Mayor, sus campos y su <i>estudi</i>, con aquella cama monumental -de que tan orgullosa estaba, iban a ser para la mocosuela que en otros -tiempos la pedía una rebanada de pan!</p> - -<p>Aquel hombre debía estar loco. No había más que ver el aire de -adoración con que contemplaba a Marieta, la sonrisa boba con que acogía -todas sus palabras y las actitudes de chaval con que se mostraba a los -cincuenta y seis años bien cumplidos. Y las que más protestaban contra -aquel<span class="pagenum" id="Page_35">p. 35</span> hecho inaudito -eran las chicas de las familias acomodadas, que, siguiendo las egoístas -tradiciones, no hubieran tenido inconveniente en entregar su morena -mano a aquel gallo viejo, que se apretaba la exuberante panza con -la faja de seda negra y mostraba sus ojillos pardos y duros bajo el -sombraje de unas cejas salientes y enormes que, según expresión de sus -enemigos, tenían más de media arroba de pelo.</p> - -<p>La gente estaba conforme en que el tío Sènto había perdido la -razón. Cuanto poseía antes de casarse y todo lo que había heredado de -la <i>siñá</i> Tomasa, iba a ser de Marieta, de aquella mosca muerta -que había conseguido turbarle de tal modo, que hasta las devotas a la -puerta de la iglesia murmuraban si la chica tendría hecho pacto con el -malo y habría dado al viejo polvos seguidores.</p> - -<p>El domingo en que se leyó la primera amonestación, el escándalo fue -grande. Después de la misa mayor, había que oír a los parientes de la -<i>siñá</i> Tomasa. Aquello era un robo, sí señor; la difunta se lo -había dejado todo a su marido, creyendo que no la olvidaría jamás, y -ahora el muy ladrón, a pesar de sus años, buscaba un bocado tierno y le -regalaba lo de la otra. No había justicia en la tierra si aquello se -consentía.<span class="pagenum" id="Page_36">p. 36</span> ¡Pero vaya -usted a reclamar en estos tiempos! Bien decía don Vicente, el <i>siñor -retor</i>, que ahora todo está perdido. Debía mandar don Carlos, que es -el único que persigue a los pillos.</p> - -<p>Así vociferaban en los corrillos de la plaza los que se creían -perjudicados por el futuro matrimonio, ayudándoles en la murmuración -casi todos los vecinos de Benimuslín.</p> - -<p>El caso era que tal casamiento no acabaría bien. Aquel vejestorio -atacado de rabia amorosa estaba destinado a llorar su calaverada. -¡Pequeños iban a ser los adornos!... Todo el pueblo sabía que Marieta -tenía un novio, <i>Tòni el Desgarrat</i>, un vago que había pasado -la niñez con ella correteando por las viñas, y ahora, al ser mayor, -la quería con buen fin, esperando para casarse que le entrasen ganas -de trabajar y perder la costumbre de beberse en la taberna los -cuatro terrones de su herencia en compañía de su amigo el dulzainero -<i>Dimòni</i>, otro perdido que venía a buscarle del inmediato pueblo -para tomar juntos famosas borracheras, que dormían en los pajares.</p> - -<p>Los parientes de la <i>siñá</i> Tomasa miraban ahora con simpatía al -<i>Desgarrat</i>. Este se encargaría de vengarles.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_37">p. 37</span>Y los mismos que -antes le despreciaban, los ricachos que volvían la cara al encontrarle, -buscábanle en la taberna el día de la primera amonestación, plantándose -ante el muchachote, que estaba sentado en un taburete de cuerda con -la vistosa manta sobre las rodillas, la colilla pegada al labio y la -mirada fija en el porrón, que herido por un rayo de sol, reflejaba -inquieta mancha roja sobre el cinc de la mesilla.</p> - -<p>—<i>Che, Desgarrat</i> —le decían con sorna—, Marieta se casa.</p> - -<p>Pero el <i>Desgarrat</i> acogía esta burla levantando los hombros. -Aquello aún había de verse. Hasta el fin nadie es dichoso, y él... -¡<i>recordóns</i>! ya sabían todos que era muy hombre para vérselas con -el tío Sènto, que también la echaba de terne.</p> - -<p>Así era, y por lo mismo todos esperaban un choque ruidoso.</p> - -<p>Allí iba a pasar algo.</p> - -<p>Al tío Sènto —según propia afirmación— nadie le ganaba a bruto. -Levantaba mucho peso en las elecciones, tenía grandes amigos en -Valencia, había sido alcalde varias veces y estaba acostumbrado a -enarbolar en medio de la plaza el grueso <i>gayato</i> de Liria -para sacudirle dos palos con la mayor impunidad al primero que le -incomodaba.</p> - - -<h3 title="II"><span class="pagenum" id="Page_38">p. 38</span>II</h3> - -<p>Llegó el momento de las cartas dotales. El tío Sènto no hacía -las cosas a medias, y además, buena era Marieta y su familia para -despreciar la ocasión.</p> - -<p>En trescientas onzas la dotaba el novio, sin contar la ropa y las -alhajas pertenecientes a su primera mujer.</p> - -<p>La casa de Marieta, aquella casucha de las afueras sin más adorno -que el carro a la puerta y dos o tres caballerías flacas en el establo, -fue visitada por todas las chicas del pueblo.</p> - -<p>Aquello era un jubileo. Todas formando grupo, cogidas de la cintura -o de las manos, pasaban ante el largo tablado cubierto por blancas -colchas, sobre el cual los regalos y la ropa de la novia ostentábanse -con tal magnificencia, que arrancaban exclamaciones de asombro:</p> - -<p>—¡Reina y santísima! ¡Qué cosas tan preciosas!</p> - -<p>La ropa blanca clasificada por tamaños, apilada en altas columnas -que casi llegaban al techo, cuidadosamente doblada, algo morena,<span -class="pagenum" id="Page_39">p. 39</span> como tejido fuerte, pero -con un olor a limpieza y lejía que daba gloria; todo a docenas de -docenas, desde las camisas hasta los trapos de cocina, con iniciales -de colores chillones y guarnecidas con profusión de randas las ropas -de uso interior: los vestidos de seda, gruesos y crujientes, con -vivos reflejos metálicos; las faldas de rameado percal mostrando una -fresca florescencia de primavera; las mantillas con sus sutiles y -complicados arabescos; los corsés blancos y negros pespunteados de -rojo, delatando con impudencia en sus rígidos contornos el cuerpo de la -novia; y encerrados en sus marcos de cartón, los pañolones de Manila, -con aves fantásticas volando en un cielo de seda blanca, y grupos de -chinos, unos bigotudos y fieros, otros pelones y bobos, admirando -con sus caritas de porcelana a las sencillas muchachas, que soñaban -despiertas en aquellos misteriosos países donde los hombres gastan -faldas y tienen ojitos de cerdo. Después venían los regalos de los -amigos, en su mayoría pilillas de agua bendita para la alcoba, con sus -ángeles de porcelana; cajas con cuchillos y cubiertos de plata, y dos -grandes candelabros que descollaban majestuosamente. Eran el regalo -del marqués, del cacique de la comarca, el hombre más eminente<span -class="pagenum" id="Page_40">p. 40</span> de España, según el tío -Sènto, el cual, siempre que se trataba de sacarle diputado por el -distrito, estaba tan dispuesto a empuñar el garrote como a echarse la -escopeta a la cara.</p> - -<p>Y como digno final de aquella exposición, en lugar preferente -ostentábanse las joyas chispeando sobre la almohadilla granate de los -estuches: las uvas de perlas para las orejas, los alfileres de pecho -con sus complicados colgajos, las grandes horquillas de oro para los -caracoles de las sienes, las tres agujas con cabezas de apretadas -perlas que habían de atravesar el airoso rodete y aquel aderezo, famoso -en Benimuslín, que la <i>siñá</i> Tomasa había comprado en catorce -onzas de la calle de las Platerías.</p> - -<p>¡Vaya una suerte la de Marieta! Ella se hacía la modesta, -enrojeciendo cada vez que ponderaban su futura felicidad, pero había -que ver los lagrimones de la madre, una mujercilla flaca, arrugada e -insignificante, y la emoción del carretero, que iba como un criado tras -su futuro yerno, guardándole todas las consideraciones debidas a un ser -superior.</p> - -<p>Por la noche fue la lectura de las cartas. Llegó don Julián el -notario en su vieja tartana acompañado de su acólito, un infeliz de -cara hambrienta con el tintero de<span class="pagenum" id="Page_41">p. -41</span> cuerno asomado a un bolsillo y el papel sellado bajo el -brazo.</p> - -<p>Don Julián fue entrado casi en triunfo en la cocina, donde ya -estaba preparada una mesilla para el escribiente con velón de cuatro -brazos.</p> - -<p>¡Qué hombre tan sabio aquel! Leía las escrituras en valenciano e -intercalaba en el árido texto chistes de su cosecha... Vamos, que no -había palurdo que pudiera estar serio en presencia de aquel señor -siempre grave, que tenía cierto aire eclesiástico, con su largo -paletó negro semejante a una sotana, el rostro carrilludo y frescote, -cuidadosamente afeitado, y las recias gafas montadas en la frente, lo -que era para los vecinos de Benimuslín un capricho inexplicable propio -de los grandes talentos.</p> - -<p>Comenzó el notario a dictar en voz baja; garrapateaba el escribiente -en los pliegos de papel sellado, y mientras tanto iban llegando los -amigos de casa con el cura y el alcalde, y desaparecían del largo -tablado los regalos de boda para dejar sitio a los macizos bizcochos -espolvoreados de azúcar, los platos de <i>amargos</i> y las tortas -<i>finas</i> secas como cartón, a más de una docena de botellas de rosa -y marrasquino.</p> - -<p>Tosió varias veces don Julián, púsose<span class="pagenum" -id="Page_42">p. 42</span> en pie tirando de las solapas de su paletó, y -todos quedaron en silencio, mientras él agarraba los pliegos escritos -con la tinta todavía fresca y comenzaba a leer en valenciano.</p> - -<p>¡Qué hombre tan chistoso! Al nombrar al novio hizo una mueca -grotesca, y el tío Sènto fue el primero en celebrarlo con una ruidosa -carcajada; al mentar a la novia saludó a Marieta con una reverencia -de baile y volvió a repetirse la risa; pero cuando llegaron las -condiciones del contrato, todos se pusieron graves: un viento de -egoísmo y de avaricia parecía soplar en aquella cocina, y hasta la -novia levantaba la cabeza con los ojos brillantes y las alillas de la -nariz dilatadas por la emoción al oír hablar de onzas, de la viña de -la Ermita y del olivar del Camino Hondo: todo lo que iba a ser suyo. -El tío Sènto era el único que sonreía satisfecho de que tan honorable -concurso apreciara hasta dónde llegaba su generosidad.</p> - -<p>Así se hacían las cosas. Los padres de Marieta lloraban y las -vecinas movían la cabeza con expresión de asentimiento. A un hombre así -se le podía entregar una hija sin remordimiento alguno.</p> - -<p>Cuando el papelote quedó firmado, comenzaron a circular los dulces y -las copas.<span class="pagenum" id="Page_43">p. 43</span> El notario -lucía su ingenio, mientras el famélico escribiente se atracaba en -representación propia y de su principal.</p> - -<p>Aquel don Julián era el encanto de su rudo auditorio. Ya verían de -lo que era capaz el día de la boda. Don Vicente el cura y él se habían -de emborrachar, brindando por la felicidad de los novios: palabra de -honor.</p> - -<p>A las once terminó la fiesta de las cartas. El cura acababa de -retirarse escandalizado de estar en pie a aquellas horas teniendo que -decir la misa primera; el alcalde le había acompañado, y salió por fin -el tío Sènto con el notario y el escribiente, los que llevaba a dormir -a su casa.</p> - -<p>Las calles estaban oscuras. Más allá de la casa de Marieta estaba -la densa lobreguez de los campos, de la que salían rumores de follaje -y cantos de grillos. Sobre los tejados parpadeaban las estrellas en un -cielo de intenso azul. Ladraban los perros en los corrales, contestando -a los relinchos de las bestias de labor. El pueblo dormía, y el notario -y su ayudante andaban con precaución, temiendo tropezar con algún -pedrusco de aquellas calles desconocidas.</p> - -<p>—¡Ave María purísima! —gritaba a lo lejos una voz acatarrada—; las -<i>onse</i>... sereno.</p> - -<p>Y don Julián sentíase algo intranquilo<span class="pagenum" -id="Page_44">p. 44</span> en aquella lobreguez. Le parecía ver bultos -sospechosos, y en la esquina de la calle, espiando la puerta de -Marieta, creyó distinguir gente en acecho...</p> - -<p>¡Allá va! Y sonó un terrible chasquido, como si se rasgara a un -tiempo toda la ropa blanca de la novia, y de la esquina surgió una -gruesa línea de fuego que avanzó rápida y serpenteante con un silbido -atroz, que puso los pelos de punta al buen notario.</p> - -<p>Era un enorme cohete. ¡Vaya una broma! El notario se arrimó -tembloroso a una puerta, mientras el escribiente casi caía a sus pies, -y allí estuvieron los dos durante unos segundos, que les parecieron -siglos, viendo con angustia cómo el petardo iba de una pared a otra -como fiera enjaulada, agitando su rabo de chispas, conteniendo por -tres o cuatro veces su silbante estertor, hasta que por fin estalló en -horrendo trueno.</p> - -<p>El tío Sènto había permanecido valientemente en medio de la calle... -¡<i>Redéu</i>! ya sabía él de dónde venía aquello.</p> - -<p>—¡<i>Chentòla indesent</i>! —gritó con voz ronca por la rabia.</p> - -<p>Y agitando su enorme <i>gayato</i> avanzó amenazante, como si tras -la esquina fuese a encontrar al <i>Desgarrat</i> con toda la parentela -de la <i>siñá</i> Tomasa.</p> - - -<h3 title="III"><span class="pagenum" id="Page_45">p. 45</span>III</h3> - -<p>Las campanas de Benimuslín iban al vuelo desde el amanecer.</p> - -<p>Se casaba el tío Sènto, noticia que había circulado por todo el -distrito, y de los pueblos inmediatos iban llegando amigos y parientes, -unos a caballo en sus bestias de labranza con el sobrelomo cubierto -con vistosas mantas, y otros en sus carros con sillas de cuerda atadas -a los varales, en las que iba sentada toda la familia, desde la mujer -con el pelo reluciente de aceite y la mantilla de terciopelo, hasta los -chicos que lloriqueaban por las maternales bofetadas recibidas cada vez -que atentaban a la limpieza de sus trajes de fiesta.</p> - -<p>La casa del tío Sènto era un verdadero infierno. ¡Qué movimiento! -Desde el día anterior que allí no se descansaba. Las vecinas que -gozaban justa fama de guisanderas, iban por el corral con los brazos -remangados y el vestido prendido atrás con alfileres, mostrando -las blancas enaguas, mientras que cerca de la gran higuera algunos -muchachos atizaban las hogueras de secos sarmientos.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_46">p. 46</span>Aquello era un -matadero. El cortante del pueblo, cuchillo en mano, les abría el gañote -a las gallinas; los chicuelos dedicábanse con el mayor entusiasmo a -pelar los cadáveres; revoloteaban nubes de plumas, pegándose al suelo -manchado de sangre, y en las vacilantes llamas tostábase la flácida -piel, todavía erizada de cañones, pasando después las víctimas a ser -colgadas de una rama de la higuera, donde la tía Pascuala, vieja criada -de la casa, con delicadezas de cirujano experto, abríalas en canal, -sacando los higadillos y los ovarios, bocados exquisitos para el -almuerzo de todos los ayudantes de cocina.</p> - -<p>Daba gloria ver tan alegre agitación. Aquellas gentes, que en el -resto del año vivían condenadas a manejar la azada de sol a sol, -sin más consuelo que el tomate crudo, la sardina mohosa y el áspero -bacalao, se embriagaban de grasa en la gigantesca inundación de comida. -¡Lo que hace tener dinero! Bien se estaba en una casa como aquella con -todo lo que Dios cría de bueno.</p> - -<p>Las <i>paellas</i> mostrábanse con la panza hollinada y las entrañas -brillantes como plata, esperando el momento de chillar sobre las -llamas: el arroz en sacos; los caracoles de montaña en enormes cazuelas -orladas<span class="pagenum" id="Page_47">p. 47</span> de sal, -saliendo del agua para enseñar sus movibles cuernos al sol naciente; -en un rincón toda una hornada de <i>rollos</i>, esparciendo en aquel -ambiente de sangre y grasa el perfume fragante del pan caliente y -tierno; las especias a libras en una caja de latón; y de la bodega -salían pellejos y más pellejos, que caían temblorosos en el suelo como -cuerpos palpitantes; unos enormes, conteniendo el vino rojo para la -comida, y otros más pequeños, guardando el néctar de la <i>bota del -rincón</i>, aquel patriarca del que se hablaba en el pueblo con respeto -y que con su colorcillo claro y su corona de brillantes hacía caer al -más valiente.</p> - -<p>¿Y de dulces?... ¡Ave María! El tío Sènto se había traído toda una -confitería de Valencia. En sacos estaban los confites para tirar, las -almendras roñosas, los canelados, todos aquellos proyectiles de azúcar -y almidón, duros como balas, que habían de cubrir de chichones las -cabezas de la pedigüeña chiquillería; y dentro, en el <i>estudi</i>, -guardábanse las cosas finas: las tortadas cubiertas de flores de -caramelo y rematadas por mariposas que temblaban sobre un alambre; los -tiernos pasteles de espuma, las bandejas monumentales henchidas de -frutas confitadas, todos aquellos primores que desde la puerta, pálidos -de emoción y<span class="pagenum" id="Page_48">p. 48</span> chupándose -el dedo con avaricia, contemplaban los chicos de los convidados.</p> - -<p>La fiesta prometía. El gozo reflejábase en los rostros rubicundos; -en el corral se desataban los pellejos para hacer cataduras y tomar -fuerzas, y por si algo faltaba, allá en la calle sonó la alegre -dulzaina con escalas que parecían cabriolas. Hasta <i>Dimòni</i> estaba -en la fiesta; bien decían que el novio no reparaba en gastos. Había -que darle vino para que tocase mejor, y el enorme vaso iba de mano en -mano desde el corral hasta la puerta de la calle, donde <i>Dimòni</i> -empinaba el codo con gravedad, dejando el sobrante a su pelado -tamborilero.</p> - -<p>Ya era hora. Don Vicente esperaba en la iglesia, las campanas habían -enmudecido y toda la comitiva nupcial salió en busca de la novia: -ellas con su vestido hueco y la mantilla a los ojos, y los hombres -arrastrando sus recias capas azules de larga esclavina y alto cuello, -que les ponía rojas las orejas. Todo el pueblo esperaba a la puerta -de la iglesia. Algunos parientes de la <i>siñá</i> Tomasa, violando -la consigna de familia, estaban allí en última fila, y no pudiendo -resistir la curiosidad, se empinaban pies en punta para ver mejor.</p> - -<p>Primero, una turba de muchachos dando cabriolas en torno de -<i>Dimòni</i>, que soplaba<span class="pagenum" id="Page_49">p. -49</span> con la cabeza atrás y la dulzaina en alto, como si esta fuese -una gran nariz con la que husmeaba el cielo, y después venían los -novios; él con su sombrerón de terciopelo, su capa con mangas que le -congestionaban el sudoroso rostro, y por bajo de la cual asomaban los -pies con calcetines bordados y alpargatas finas.</p> - -<p>¿Y ella? Las mujeres no se cansaban de admirarla. ¡Reina y -<i>siñora</i>! Parecía una de Valencia con la mantilla de blonda, el -pañolón de Manila que con el largo fleco barría el polvo; la falda -de seda hinchada por innumerables zagalejos, el rosario de nácar al -puño, un bloque de oro y diamantes como alfiler de pecho y las orejas -estiradas y rojas por el peso de aquellas enormes <i>polcas</i> de -perlas que tantas veces había ostentado la otra.</p> - -<p>Esto sublevaba a los parientes de la difunta.</p> - -<p>—<i>¡Lladre! ¡més que lladre!</i> —rugían mirando al tío Sènto.</p> - -<p>Pero este se metió en la iglesia con expresión satisfecha, -chispeándole los ojuelos bajo las enormes cejas; y tras él desfilaron -los padrinos, el alcalde con su ronda, escopeta al hombro, y todos -los convidados sudando la gota gorda bajo el peso de las ceremoniosas -capas, con grandes pañuelos de<span class="pagenum" id="Page_50">p. -50</span> atadas puntas pasados por el brazo y henchidos de confites -que habían de tirar a la salida de la iglesia.</p> - -<p>Los curiosos que quedaron en la puerta miraban a la taberna de -la plaza. Hacia ella se fue el dulzainero, como si le molestasen -los sonidos del órgano, y allí se encontró con el <i>Desgarrat</i> -y sus amigotes, lo peorcito del pueblo, gente sospechosa que bebía -silenciosamente, cambiando guiños y sonrisas con los enemigos del tío -Sènto.</p> - -<p>Algo se tramaba; las mujeres comentaban el caso con voz misteriosa, -como si temieran que el pueblo fuese a arder por los cuatro -costados.</p> - -<p>Ya iba a salir la comitiva. ¡Gran Dios, qué batahola! Del polvo -parecía surgir toda aquella chiquillería desgreñada y sucia que se -arremolinaba en la puerta gritando ¡<i>Armeles, confits</i>!... -mientras que <i>Dimòni</i> se aproximaba rompiendo a tocar la Marcha -Real.</p> - -<p>¡Allá va! Y el mismo tío Sènto soltó como un metrallazo el primer -puñado de confites que, rebotando sobre las duras testas, se hundieron -en el polvo, donde los buscaba a gatas la gente menuda, mostrando al -aire las sucias posaderas.</p> - -<p>Y desde allí hasta casa de los novios, fue aquello un bombardeo: la -comitiva sin<span class="pagenum" id="Page_51">p. 51</span> cansarse -de tirar confites y la ronda del alcalde teniendo que abrir paso a -patadas y palos.</p> - -<p>Al pasar frente a la taberna, Marieta bajó la cabeza y palideció, -viendo cómo sonreía burlonamente su marido mirando al <i>Desgarrat</i>, -el cual contestó a la sonrisa con un ademán indecente. ¡Ay! Aquel -condenado se había propuesto amargar su boda.</p> - -<p>El chocolate esperaba. ¡Cuidado con atracarse! Era don Julián el -notario quien lo aconsejaba: había que pensar en que dentro de dos -horas sería la gran comida. Pero a pesar de tan prudentes consejos, la -gente arremetió con los refrescos, los cestos de bizcochos, los platos -de dulce, y en poco tiempo quedó rasa como la palma de la mano aquella -mesa, que tenía alrededor más de cien sillas.</p> - -<p>La novia mudábase de traje en el <i>estudi</i>, quedando en fresco -percal, los morenos brazos casi desnudos y brillándole sobre el -luciente peinado las perlas de sus agujas de oro.</p> - -<p>El notario charlaba con el cura, que acababa de llegar con gorrito -de terciopelo y el balandrán a puntas. Los convidados huroneaban por el -corral, enterándose de los preparativos de la comida; las mujeres<span -class="pagenum" id="Page_52">p. 52</span> se habían puesto frescas y -formaban corrillos charlando de sus asuntos de familia; correteaban los -chicos en las cercanías del <i>estudi</i>, atraídos por el tesoro que -encerraba, y en la puerta de la calle sonaba la incansable dulzaina de -<i>Dimòni</i> mientras que la granujería se empujaba dándose cachetes, -o rodaba en el polvo por alcanzar los puñados de confites que venían de -dentro.</p> - -<p>Llegó el instante solemne, y las <i>paellas</i> burbujeantes y -despidiendo azulado humo fueron colocadas sobre la mesa.</p> - -<p>Los convidados se apresuraron a ocupar sus asientos: ¡vaya un -golpe de vista! Lo que decía el cura con asombro: ¡ni en el festín de -Baltasar! Y el notario, por no ser menos, hablaba de las bodas de un -tal Camacho, que había leído en no recordaba qué libro.</p> - -<p>La gente menuda comía en el corral.</p> - -<p>Y allí también, en una mesita como de zapatero, estaba -<i>Dimòni</i>, el cual a cada instante enviaba el acólito adonde -estaban los pellejos para que llenara el porrón.</p> - -<p>¡Cuerpo de Dios, y qué bien lo hacía toda aquella gente! Las -dentaduras, fortalecidas por la diaria comida de salazón, chocaban -alegremente y los ojos miraban con ternura aquellas <i>paellas</i> -como circos, en las cuales los pedazos de pollo eran casi tantos<span -class="pagenum" id="Page_53">p. 53</span> como los granos de arroz, -hinchados por el substancioso caldo.</p> - -<p>Con el pañuelo al pecho a guisa de servilleta, había bigardón que -tragaba como un ogro, mientras las mujeres hacían dengues, llevándose -a la boca la puntita de la cuchara con dos granos de arroz, mostrando -esa preocupación de la mujer campesina que considera como una falta de -pudor el comer mucho en público.</p> - -<p>Aquello era un banquete de señores; no se comía en la misma -<i>paella</i>, sino en platos, y bebíase en vasos, lo que embarazaba a -muchos de los comensales, acostumbrados a arrojar un mendrugo sobre el -arroz como señal de que era llegado el momento de pasar el porrón de -mano a mano.</p> - -<p>La cortesía labriega mostrábase con toda su pegajosidad y falta de -limpieza. Ofrecíanse de un extremo a otro del banquete un muslo tierno -y jugoso, y de unos dedos a otros llegaba a su destino. Todo eran -obsequios, como si cada uno no tuviese en su plato lo mismo que le -ofrecían.</p> - -<p>Marieta apenas si comía. Estaba al lado de su marido con la cabeza -baja. Palidecía, contraíase su frente reflejando penosos pensamientos -y miraba con alarma a la puerta de la calle, como si temiera alguna -aparición del <i>Desgarrat</i>.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_54">p. 54</span>Aquel maldito era -capaz de todo. Aún le parecía oír las últimas palabras de la noche -en que se despidieron para siempre. Se acordaría de él, ya que por -avaricia quería casarse con el tío Sènto; y ella sabía que aquel bruto -con su cara de hereje era capaz de hacer algo que fuese sonado. Lo más -raro era que a pesar de sus temores, el furor del <i>Desgarrat</i> le -producía cierta inexplicable satisfacción. No había remedio; aquel -maldito le <i>tiraba</i> mucho. No en balde se habían criado juntos.</p> - -<p>La comida se animaba. Estaban ya limpias las <i>paellas</i>; ahora -entraban los primores de la tía Pascuala y la gente acometía los pollos -asados y rellenos, las fuentes enormes de lomo con tomate, toda la -cocina indígena, sólida y pesada, que desaparecía en las fauces siempre -abiertas de aquellos glotones.</p> - -<p>Los graciosos alegraban la comida. El cura declaraba que ya no -podía más, y el notario pellizcábale el tirante abdomen, buscando un -huequecito para convencerle de que debía llenarlo. Algunos comenzaban -a estar alumbrados, y con lengua estropajosa les decían a los novios -cosas que hacían guiñar los ojillos al tío Sènto y enrojecer a -Marieta.</p> - -<p>Llegaron los postres con el famoso vino<span class="pagenum" -id="Page_55">p. 55</span> de la bota del rincón, y se sacaron del -<i>estudi</i> las tortadas, los pasteles y las tortas finas.</p> - -<p>Como moscas salieron del corral todos los chicuelos, con el pecho -y la cara embadurnados de arroz y grasa, yendo a meterse entre las -rodillas de sus madres, sin quitar ojo de los postres tentadores.</p> - -<p>Marieta púsose en pie con un plato en la mano, y comenzó a dar -vueltas a la mesa. Había que regalar algo a la novia para alfileres; -era la costumbre. Y los parientes del novio, a quienes convenía estar -en buenas relaciones, dejaban caer sobre el redondel de loza la media -onza o la dobleta fernandina, monedas relucientes y frotadas con -anticipación para que perdiesen la negra pátina adquirida en largo -encierro.</p> - -<p>—¡<i>Pera agulletes</i>! —decía Marieta con vocecita mimosa.</p> - -<p>Y era un gozo ver la lluvia de oro que caía sobre el plato. Todos -dieron, hasta el notario, que soltó cinco duros pensando en que ya -se la vengaría al presentar la cuenta de honorarios, y el cura, con -gesto de dolor, sacó dos pesetas alegando como excusa la pobreza de la -Iglesia por culpa del liberalismo. ¡Ah, si mandasen los suyos!...</p> - -<p>Marieta, abriendo el amplio bolsillo de<span class="pagenum" -id="Page_56">p. 56</span> su falda, vació el plato con un alegre -retintín que regocijaba el oído.</p> - -<p>La cosa marchaba. Hablaban todos a un tiempo, y la gente deteníase -en la calle para admirar la alegría de los convidados.</p> - -<p>Aquel vinillo claro, coronado de brillantes, surtía efecto. Todos -querían brindar.</p> - -<p>—¡Bomba... bombaa! —aullaban los más alegres.</p> - -<p>Y se ponía en pie un socarrón, vaso en mano, y después de mirar a -todos lados con sonrisa maliciosa que prometía mucho, rompía así:</p> - -<div class="poetry-container"> -<div class="poetry"> - <div class="stanza"> - <div class="verse indent2">Brindo y bebo</div> - <div class="verse indent0">y quedo convidao para aluego.</div> - </div> -</div> -</div> - -<p>Todos, a pesar de que este chiste le oyeron ya a sus abuelos, -acogíanle con grandes risotadas, y gritaban palmoteando:</p> - -<p>—¡Vítor... vítooor!</p> - -<p>Y tras esta muestra de ingenio venían otras, todas ellas tan -rancias, no faltando quien se lanzaba a improvisar cuartetas rabudas en -honor de los novios.</p> - -<p>El notario estaba en su elemento. Aseguraba que el tío Sènto -acababa de pellizcarle por debajo de la mesa creyendo que sus piernas -eran las de Marieta; hablaba de la próxima noche de un modo que hacía -ruborizar a las jóvenes y sonreír a las madres,<span class="pagenum" -id="Page_57">p. 57</span> y el cura, alegrillo y con los ojos húmedos y -brillantes, intentaba ponerse serio, murmurando bonachonamente:</p> - -<p>—¡Vamos, don Julián! Orden, que estoy aquí.</p> - -<p>El vino hacía revivir la brutalidad de los comensales. Gritaban -puestos en pie, derribando con sus furiosos manoteos botellas y vasos; -cantaban acompañados por la dulzaina de <i>Dimòni</i>, a cuyo son -saltaban en el corral algunas parejas, y al fin, instintivamente, -dividiéronse en dos bandos y de un extremo a otro de la mesa comenzaron -a arrojarse puñados de confites con toda la fuerza de sus poderosos -brazos, acostumbrados a luchar con la ingrata tierra y las tozudas -bestias de carga.</p> - -<p>¡Qué divertido era aquello! El tío Sènto reía muy complacido, pero -el cura huyó con las mujeres a refugiarse en el <i>estudi</i>, y el -notario se ocultó debajo de la mesa.</p> - -<p>Caían los cristales de las alacenas hechos añicos; quebrábanse los -vasos; un ruido de tiestos sonaba continuamente, y los campeones se -enardecían hasta el punto de que, no encontrando confites a mano, se -arrojaban los restos de bizcochos y los fragmentos de platos.</p> - -<p>—<i>Pròu; ya teníu pròu</i> —gritaba el tío Sènto cansado de sufrir -golpes.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_58">p. 58</span>Y en vista de que le -desobedecían púsose en pie y a empellones los echó al corral, donde los -enardecidos mozos continuaron la fiesta arrojándose proyectiles menos -limpios.</p> - -<p>Entonces fue cuando las mujeres volvieron al banquete con el -asustado cura. ¡Reina y <i>siñora</i>! aquello no estaba bien. Era un -juego de brutos. Y se dedicaron a auxiliar a los descalabrados, que -se limpiaban la sangre sonriendo, sin cesar de decir que se habían -divertido mucho.</p> - -<p>Volvieron a sentarse todos a la revuelta mesa, en la cual el vino -derramado y los residuos de la comida formaban repugnantes manchas.</p> - -<p>Pero allí no se ganaba para sustos, y algunas respetables matronas -saltaron de sus asientos, afirmando entre chillidos medrosos que -algo iba por debajo de la mesa que las pellizcaba las abultadas -pantorrillas.</p> - -<p>Eran los chicos que, no ahítos de confites, buscaban a gatas los -residuos de la batalla.</p> - -<p>—¡Qué granujería tan endemoniada! <i>¡Pachets... fòra fòra!</i></p> - -<p>Y a coscorrones fue expulsada aquella invasión de desvergonzados -buscadores.</p> - -<p>Pues señor, bien iba la boda. Había que reconocer que la gente se -divertía.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_59">p. 59</span></p> - -<p>Y fuera gangueaba la dulzaina, haciendo locas cabriolas, como si -estuviera contagiada de aquel regocijo tan brutal como ingenuo.</p> - - -<h3>IV</h3> - -<p>A las diez de la noche quedaba ya poca gente en casa de los -novios.</p> - -<p>Desde el anochecer que comenzaron a salir del establo los carritos y -las caballerías enjaezadas. La mayoría de los convidados emprendían el -regreso a sus pueblos, cantando a grito pelado y deseando a los novios -una noche feliz.</p> - -<p>Los de Benimuslín se retiraban también, y en las oscuras calles -veíase a más de una mujer tirando trabajosamente del vacilante marido, -que era incapaz de excesos en los días normales, pero que en una fiesta -se ponía alegre como cualquier hombre.</p> - -<p>La vieja tartana del notario saltaba sobre los baches del camino, -dormitando don Julián con las gafas en la punta de la nariz y -dejando que guiase su escribiente, a pesar de que este se sentía tan -trastornado como su principal.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_60">p. 60</span>Ya no quedaban en la -casa más que los padres de Marieta y algunos parientes.</p> - -<p>El tío Sènto mostraba impaciencia. Cada mochuelo a su olivo. Después -de un día tan agitado, ya era hora de dormir. Y bajo las enormes cejas -brillábanle los ojuelos con expresión ansiosa.</p> - -<p>—¡Adiós, <i>filla mehua</i>! —gritaba la madre de Marieta—. -¡Adiós!...</p> - -<p>Y lloraba abrazándose a su hija, como si la viera en peligro de -muerte.</p> - -<p>Pero el padre, el viejo carretero, que llevaba media bodega en -la panza, protestaba con lengua torpe y socarrona indignación: -¡<i>Redéu</i>! No parecía sino que a la chica la habían sentenciado y -la llevaran al <i>carafalet</i>. Vamos, hombre, que era cosa de caerse -de risa. ¿Tan mal le había ido a la madre cuando se casó?</p> - -<p>Y empujaba a su vieja para desasirla de Marieta, que también -derramaba lágrimas; y entre suspiros y gimoteos fueron hasta la puerta, -que cerró el tío Sènto, pasando después los cerrojos y la cadena.</p> - -<p>Ya estaban solos. Arriba, en el granero, dormía la tía Pascuala; en -la cuadra se acostaban los criados; pero en el piso bajo, en la parte -principal de la casa, solo estaban ellos entre los desordenados restos -del<span class="pagenum" id="Page_61">p. 61</span> banquete y a la luz -vacilante de un velón monumental.</p> - -<p>Por fin ya la tenía: allí estaba sentada en una poltrona de esparto, -encogiéndose como si quisiera achicarse hasta desaparecer.</p> - -<p>El tío Sènto estaba intranquilo, y en la vehemencia de su pasión -senil no sabía qué decir. ¡<i>Recordóns</i>! no le había ocurrido lo -mismo cuando se casó con Tomasa. Lo que hace la edad.</p> - -<p>Por algo tenía que empezar, y rogó a Marieta que entrase al -<i>estudi</i>. ¡Pero bonita era la chica! ¡Criatura más terca y arisca -no la había visto el tío Sènto!</p> - -<p>No; ella no se meneaba, no entraba en el <i>estudi</i> aunque la -matasen; quería pasar la noche en aquel sillón.</p> - -<p>Y cuando el novio intentaba acercarse, replegábase medrosica como -un caracol, faltándole poco para hacerse un ovillo sobre el asiento de -cuerda.</p> - -<p>El tío Sènto se cansó de tanto rogar. Bueno; ya que ese era su -capricho, que pasase buena noche.</p> - -<p>Y agarrando rudamente el velón se metió en el <i>estudi</i>.</p> - -<p>Marieta tenía un horror instintivo a la oscuridad. Aquella casa -grande y desconocida, la causaba miedo; creyó ver en la<span -class="pagenum" id="Page_62">p. 62</span> sombra la cara ancha y pecosa -de la <i>siñá</i> Tomasa, y trémula, con paso precipitado, creyendo que -alguien la tiraba de la falda, se metió en el <i>estudi</i> siguiendo a -su marido.</p> - -<p>Ahora se fijaba en aquella habitación, la mejor de la casa, con su -sillería de Vitoria, las paredes cubiertas de cromos religiosos con -apagadas lamparillas al frente y sus colosales armarios de pino para la -ropa.</p> - -<p>Sobre la ventruda cómoda, con agarraderas de bronce, elevábase una -enorme urna llena de santos y de flores ajadas; rodeábanla candelabros -de cristal con velas amarillas, torcidas por el viento y moteadas -por las moscas; cerca de la cama la pililla de agua bendita, con la -palma del domingo de Ramos, y junto a ellas, colgando de un clavo, la -escopeta del tío Sènto; un mosquetón con dos cañones como trabucos, -cargados siempre de perdigón gordo por lo que pudiera ocurrir.</p> - -<p>Y como suprema muestra de magnificencia, como complemento del -mueblaje, aquella cama famosa de la <i>siñá</i> Tomasa, complicada -fábrica de madera tallada y pintada, ostentando en la cabecera media -corte celestial, y con un monte de colchones, cuya cima cubría el rojo -damasco.</p> - -<p>El marido sonreía satisfecho de su triunfo.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_63">p. 63</span>¿No veía ella cómo -por fin entraba? Debía obedecerle siempre y no ser tonta. Él solo -deseaba su bien, por lo mismo que la quería mucho.</p> - -<p>El viejo, a pesar de su rudeza, decía esto con expresión dulzona, -como si aún tuviera en su boca algún confite de la comida, y -extendiendo las manos con audacia.</p> - -<p>—<i>Estigas quiet</i> —decía Marieta con voz sofocada por el miedo—. -<i>No s’acòste.</i></p> - -<p>Y mudaba de sitio, huyendo de su marido. Iba de una parte a otra -mirando con ansiedad las paredes, como si esperara ver en ellas un -agujero, algo por donde poder escapar.</p> - -<p>Si no sintiera tanto miedo en la oscuridad, pronto hubiera abierto -la puerta del <i>estudi</i>, huyendo de aquella lucha insostenible.</p> - -<p>El tío Sènto la concedía una tregua e iba desnudándose con resignada -calma.</p> - -<p>—¡Pero qué tonta eres! —decía con entonación filosófica.</p> - -<p>Y repetía la frase un sinnúmero de veces, mientras se quitaba las -alpargatas y los pantalones de pana, desliándose la negra faja para que -el vientre recobrase su hinchada elasticidad.</p> - -<p>Oyose a lo lejos el reloj de la iglesia dando las once.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_64">p. 64</span>Era ya hora de acabar -aquella situación ridícula; ¿se acostaba Marieta, sí o no?</p> - -<p>Y el tío Sènto hizo con tal imperio la pregunta, que la novia -levantose como un autómata, volvió su rostro a la pared y comenzó a -desnudarse con lentitud.</p> - -<p>Quitose el pañuelo del cuello, y después, tras largas vacilaciones, -el corpiño fue a caer sobre una silla.</p> - -<p>Quedó al descubierto el ceñido corsé de deslumbrante blancura, con -arabescos rojos; y más arriba la morena espalda de tonos calientes, -como el ámbar, cubierta de una suave película de melocotón sazonado -y rematada por la cerviz de adorable redondez, erizada de rizados -pelillos.</p> - -<p>Aproximábase el tío Sènto cautelosamente, moviéndose al compás de -sus pasos el blanducho y enorme abdomen. No debía ser tonta: él la -ayudaría a desnudarse.</p> - -<p>E intentaba meterse entre ella y la pared para verla de frente y -apartar aquellos brazos cruzados con fuerza sobre el exuberante y firme -pecho, oprimido por las ballenas del corsé.</p> - -<p>—<i>¡No vullc! ¡no vullc!</i> —gritaba con angustia la muchacha—. -<i>¡Apartes d’ahí!... ¡Fuxca!</i></p> - -<p>Con fuerza inesperada empujó aquella audaz panza que la cerraba -el paso, y siempre<span class="pagenum" id="Page_65">p. 65</span> -ocultando su pecho, fue a refugiarse entre la cama y la pared.</p> - -<p>El tío Sènto se amoscaba. Aquello ya pasaba de broma, y él no -se sentía capaz de contemplaciones. Fue a seguir a Marieta en su -escondrijo, pero apenas se movió, ¡<i>redéu</i>! parecía que el pueblo -se venía abajo, que la casa era asaltada por todos los demonios del -infierno, o que había llegado el juicio final.</p> - -<p>¡Vaya un estrépito! Eran latas de petróleo golpeadas a garrotazo -limpio; cabezones agitando sus innumerables cascabeles, enormes -matracas y grandes cencerros sonando todos a un tiempo, y al poco -rato disparáronse cohetes que silbaban y estallaban junto a la reja -del <i>estudi</i>. Por las rendijillas de las maderas penetraba un -resplandor rojizo de incendio.</p> - -<p>Adivinaba él lo que era aquello y a quién lo debía. Si la pena fuera -un <i>sòu</i>, si no hubiese presidio para los hombres, ya arreglaría -él a aquella pillería.</p> - -<p>Y juraba y pateaba, despojado ya de su fiebre amorosa, sin acordarse -de Marieta, que asustada al principio por el infernal estrépito, -lloraba ahora, creyendo que sus lágrimas podían arreglarlo todo.</p> - -<p>Ya se lo habían dicho sus amigas. Se casaba con un viudo y tendría -cencerrada.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_66">p. 66</span>¡Pero qué cencerrada, -señores! Era en toda regla, con coplas alusivas que la gente celebraba -con carcajadas y relinchos, y cuando cesaba momentáneamente el -estrépito de latas y cencerros, sonaba la dulzaina con sus gangueos -burlones, y una voz acatarrada que conocía Marieta (¡vaya si la -conocía!) hablaba de la vejez del novio, de lo <i>carasera</i> que -había sido la novia y del peligro en que estaba el tío Sènto de ir al -día siguiente al cementerio si quería cumplir su obligación.</p> - -<p>—¡<i>Morrals</i>! ¡<i>Indeséns</i>! —rugía el novio, e iba loco por -el <i>estudi</i> manoteando como si quisiera exterminar en el aire -aquellas coplas que venían de fuera.</p> - -<p>Pero una malsana curiosidad le dominaba. Quería ver quiénes eran los -guapos que se atrevían con él, y de un bufido apagó el velón, abriendo -después un ventanillo de la reja.</p> - -<p>La calle entera estaba ocupada por el gentío. Algunos haces de -cáñamo seco ardían con rojiza llama, y su resplandor de incendio -abarcaba el corro principal de la cencerrada, dejando en la oscuridad -el resto de la muchedumbre.</p> - -<p>Allí estaban los autores. El <i>Desgarrat</i> al frente y toda -la parentela de la <i>siñá</i> Tomasa. Pero lo que más indignaba al -tío<span class="pagenum" id="Page_67">p. 67</span> Sènto era que -estuviese allí <i>Dimòni</i> acompañando con su dulzaina las indecentes -coplas, cuando el muy ladrón había recibido dos horas antes dos duros -como dos soles por su trabajo en la boda. ¡Y cómo se reía aquel hereje -cada vez que su amigo el <i>Desgarrat</i> cantaba una desvergüenza!</p> - -<p>Había para hacer un disparate.</p> - -<p>Lo que más alteraba al tío Sènto, aunque él lo callase, era ver que -aquel insulto a su persona lo presenciaba medio pueblo, los mismos -que antes le temían o le buscaban humildes e imploraban su favor. -Su estrella se eclipsaba. Todos le perdían el respeto después de su -calaverada casándose con una chica.</p> - -<p>Despertábase su soberbia de hombre rudo acostumbrado a imponer su -voluntad, y temblaba de pies a cabeza ante los feroces insultos.</p> - -<p>Conformábase con el ruido: que golpeasen cuanto quisieran, pero que -no cantase aquel perdido, pues sus coplas le aglomeraban la sangre a -los ojos.</p> - -<p>Pero el <i>Desgarrat</i> era infatigable, la gente acogía las coplas -con aullidos de entusiasmo, y el viejo, ya trastornado, se hacía atrás -como si en la oscuridad del <i>estudi</i> fuese a buscar algo.</p> - -<p>Aún permaneció en el ventanillo viendo<span class="pagenum" -id="Page_68">p. 68</span> cómo la multitud abría paso a algunos amigos -del <i>Desgarrat</i> que conducían en hombros un objeto largo y -negro.</p> - -<p>—¡Gori, gori, gori! —aullaba la multitud, parodiando el canto de los -entierros.</p> - -<p>Y el novio vio pasar en la punta de un palo, a guisa de un guión, -unos cuernos, enormes, leñosos y retorcidos, y después un ataúd, en -cuyo fondo descansaba un monigote con dos grandes marañas de pelo en -lugar de las cejas.</p> - -<p>¡Cristo, aquello era para él! Ya se atrevían a lanzarle en el rostro -aquel apodo de <i>Sellut</i> que nadie había osado proferir en su -presencia.</p> - -<p>Rugió apartándose del ventanillo, buscó a lo largo de la pared, a -tientas en la oscuridad, algo apoyó en su rostro contraído por la rabia -y sonaron dos truenos que hicieron parar en seco la ruidosa cencerrada. -Había tirado a ciegas, pero tal era su deseo de matar, que hasta estaba -seguro de haber acertado.</p> - -<p>Se apagaron las rojas antorchas, oyose el rumor de la gente que huía -apresurada y algunas gritaban desde la calle:</p> - -<p>—¡Pillo... asesino! El <i>Sellut</i> es. <i>Asómat</i>, granuja.</p> - -<p>Pero el tío Sènto nada oía. Estaba plantado en medio del -<i>estudi</i> como asombrado<span class="pagenum" id="Page_69">p. -69</span> de lo que había hecho, con la caliente escopeta quemándole -las manos.</p> - -<p>Marieta, poseída de pasmo, gimoteaba en el suelo. Su estertor -ansioso era lo único que oía él, y dirigiendo su furia a lo que más -cerca tenía, murmuraba con ferocidad:</p> - -<p>—<i>¡Calla... cordóns!... ¡Calla o te mate a tú!...</i></p> - -<p>El tío Sènto no salió de su estupor hasta que golpearon rudamente la -puerta de la calle.</p> - -<p>—¡Abran a la Guardia Civil!</p> - -<p>Debían estar levantados los criados desde mucho antes, pues la -puerta se abrió, acercándose al <i>estudi</i> el ruido de culatas y -zapatos claveteados.</p> - -<p>Cuando el tío Sènto salió a la calle entre los dos guardias, vio el -cadáver del <i>Desgarrat</i> hecho una criba. No se había perdido un -perdigón.</p> - -<p>Los compañeros del muerto amenazáronle de lejos con sus navajas; -hasta <i>Dimòni</i>, tambaleando por el vino y la emoción, le apuntaba -fieramente con su dulzaina, pero él nada veía, y se alejó cabizbajo, -murmurando con amargura:</p> - -<p>—¡<i>Bonica nit de novios</i>!</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch4"> - <p><span class="pagenum" id="Page_71">p. 71</span></p> - <h2 class="nobreak">La apuesta del <i>esparrelló</i></h2> - <hr class="tir" /> -</div> - -<p>La oí una tarde de invierno, tumbado en la arena, junto a una barca -vieja, sintiendo en los pies los últimos estremecimientos de la inmensa -sábana de agua que espumeaba colérica bajo un cielo frío, ceniciento y -entoldado.</p> - -<p>Nazaret, con su extenso rosario de blancas casuchas, estaba a -nuestras espaldas, y a mi lado un viejo pescador, momia acartonada, que -parecía bailar dentro de su traje de bayeta amarilla, hinchado de aire. -Echábase la gorrilla de seda sobre una oreja y chupaba su pipa con la -gravedad de un moro, en cuclillas, trazando con la mano, como un manojo -de sarmientos, complicados arabescos en la arena.</p> - -<p>Había llovido fuerte allá por las montañas de Teruel; el río -arrojaba en el mar su agua arcillosa y fría, y todo el golfo teñíase -de un amarillo rabioso, que a lo<span class="pagenum" id="Page_72">p. -72</span> lejos debilitábase hasta tomar tonos de rosa. La estrecha -faja verde que recortaba el límite del horizonte delataba que era un -mar lo que parecía inundación de tisana.</p> - -<p>Y mientras mirábamos la rojiza extensión, en cuyo límite se marcaba -como ligera nubecilla el cabo de San Antonio, la arremangada gente -de Nazaret tiraba de los <i>bolichones</i> o se arrojaba en el agua -sucia.</p> - -<p>El viejo adivinaba el éxito de la pesca. Aquel era un buen día. Iban -a caer los <i>esparrellóns</i> como moscas.</p> - -<p>Y eso que el <i>esparrelló</i> era el bicho más ladino y malicioso -que se paseaba por el golfo.</p> - -<p>¿Que no lo sabía yo? Pues atención, que para comprender cómo las -gastaba el tal animalito, iba a contarme un cuento, que indudablemente -sería un sucedido, pues de no ser así, no se lo habría contado a él su -padre.</p> - -<p>Y el buen viejo, siempre en cuclillas, sin soltar la pipa comenzó -a contarme el <i>sucedido</i> con su seriedad de lobo de playa, en un -valenciano pintoresco, cuyas palabras silbaban al pasar por entre las -despobladas encías.</p> - -<div class="aster"><sub>*</sub><sup>*</sup><sub>*</sub></div> - -<p>También aquel día había crecido el río,<span class="pagenum" -id="Page_73">p. 73</span> y cerca de la orilla resbalaba el -<i>bolichó</i> traidoramente por entre las turbias olas, arrastrando -hacia la arena seca a los incautos peces, atraídos por la frescura del -agua dulce y sucia.</p> - -<p>El <i>esparrelló</i> del cuento, panzudo, pequeñito y vivaracho, un -pilluelo que correteaba por los escondrijos y rincones del golfo con -grave disgusto de su familia, acababa de ver caer a todos los suyos -entre las mallas de una red. Se salvó él por ligereza, y como era un -perdis y los sentimientos de familia no están muy arraigados en su -especie, solo se le ocurrió huir mar adentro, moviendo graciosamente la -colita, como si quisiera decir:</p> - -<p>—Sálveme yo y perezca la familia: mejor es el agua turbia que el -aceite de la sartén.</p> - -<p>Pero cerca de la entrada del puerto oyó un poderoso ronquido -que conmovía las aguas, como si el suelo del mar se estuviera -desgarrando.</p> - -<p>El <i>esparrelló</i> dejose caer en línea recta, y en una hondonada -abierta por las dragas en el fango, vio tumbado como un canónigo a -un <i>reig</i> corpulento, que lo menos pesaba cuatro arrobas; un -animalote insolente y matón que cobraba el barato en todo el golfo y -apenas movía una agalla hacía temblar a todo el escamado enjambre.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_74">p. 74</span>¡Vaya un modo de -dormir! Cansado de las aguas verdes y tranquilas cargadas de calor y -de luz, le placía la frescura y la semioscuridad del barro líquido que -arrastraba el río, y roncaba como si estuviera en una alcoba con las -cortinas corridas.</p> - -<p>El <i>esparrelló</i> quiso pasar un buen rato con el terrible -personaje, pero sus malas intenciones no iban más allá del deseo -de divertirse a costa ajena, y se limitó a pasar y repasar por las -jadeantes narices del coloso, haciéndole cosquillas con las finas púas -de su cola.</p> - -<p>Pero bueno era el <i>reig</i> para inquietarse por tales caricias. -A fuerza de sufrir cosquillas cesó de roncar y se incorporó un poco -moviendo su poderosa cola, pero tumbose sobre el otro costado, y siguió -bramando con la tranquilidad del que, seguro de su fuerza, no teme -peligros.</p> - -<p>—¡Animal! —le gritaba el pececillo junto a una agalla—; ¡animal, -despiértate!</p> - -<p>—¿Eh? —exclamaba el <i>reig</i> entre dos ronquidos con su bronca -voz de borracho.</p> - -<p>—Que te despiertes. Hay por ahí un belén de mil demonios. La gente -de Nazaret ha roto hostilidades, y a miles se lleva prisioneros a los -nuestros.</p> - -<p>—Allá vosotros. Eso va con la morralla y no con personas de mi -clase.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_75">p. 75</span>—Es que para ti -también hay. Por arriba va la barca del <i>Toto</i> explorando, y si -ha oído tus ronquidos, ahora mismo tienes aquí el <i>bolichó</i> de -cuerdas, y mañana estás en la Pescadería hecho cincuenta cuartos.</p> - -<p>—¡Cincuenta demonios! —roncó con furia el <i>reig</i>, y dando un -furioso coletazo abandonó la cama de barro, poniéndose en facha de -escapar, mientras al ladino <i>esparrelló</i> le temblaban todas las -escamas con las convulsiones de una risita aguda e insolente.</p> - -<p>El <i>reig</i> se amoscó al ver que tomaban a broma su prudencia, y -avanzando el cuerpo hacia el diminuto bicho, quiso reconocerle en la -semioscuridad.</p> - -<p>—¿Eres tú, granuja? Tú acabarás mal; y si no fuera porque me -tacharían de ingrato, lo que no corresponde a una persona de mi edad y -mi peso, ahora mismo te tragaba. ¿Crees tú, mocoso, que me dan miedo -todos esos pelambres que vienen a buscarnos en el fondo de las aguas? -Soy demasiado guapo para dejarme coger. Pregúntale a ese <i>Toto</i> de -quien hablas cuántas veces de una <i>morrá</i> le he roto el bolinchón -de cuerdas. Si repito muchas veces la fiesta le arruino. Pero tengo -conciencia; antes que hacer daño a un padre de familia prefiero huir a -tiempo, y me va tan ricamente con este sistema, que mientras los de mi -familia<span class="pagenum" id="Page_76">p. 76</span> han ido a morir -faltos de respiración en la playa, yo escapo siempre, y aquí me han de -caer las escamas de puro viejo.</p> - -<p>—Lo mismo soy yo —dijo con petulancia el pececillo—; los míos se han -dejado arrastrar, pero a mí no me falta ligereza, y aquí estoy. Es gran -cosa el ser pequeño.</p> - -<p>—Quita allá, bicho ruin. Lo que vale es ser grande como yo, con más -fuerza que un caballo y capaz de llevarse por delante de un empujón -todas las redes de esos pelagatos.</p> - -<p>Y para demostrar su fuerza, en menos de un segundo dio dos o -tres coletazos con la aviesa intención de pillar desprevenido -al <i>esparrelló</i>, y con tanto empuje, que si lo alcanza lo -revienta.</p> - -<p>Pero el granuja se echó a un lado oportunamente, amoscado por tan -villanas caricias.</p> - -<p>—Fuerte sí que lo eres; convenido. Si no salto me partes, y eso no -está bien entre personas decentes, que deben ser agradecidas. Pero -en cambio soy más ligero: corro más que tú. Mira como tu cola no me -alcanza.</p> - -<p>—¿Tú correr más?... ¡Jo! ¡jo! ¡jo!</p> - -<p>Tan graciosa era la afirmación del petulante pececillo, que el -<i>reig</i> se revolcaba con convulsiones de risa, y sus carcajadas, -sonoras<span class="pagenum" id="Page_77">p. 77</span> como ronquidos, -hacían hervir el agua.</p> - -<p>—Calla, condenado, que el <i>Toto</i> debe andar por arriba.</p> - -<p>La advertencia devolvió al <i>reig</i> su seriedad, pero le cargaba -que aquel bicho insignificante sacara a colación a cada momento el -nombre del pescador, y quiso vengarse.</p> - -<p>—¿Que tú corres más? —dijo con su expresión de jaque testarudo—; -eso pronto se verá. Hagamos una apuesta: a ver quién llega antes al -cabo de San Antonio. Apostaremos... ¡vaya! ya está. Si yo llego antes -te dejarás comer en castigo a tu fanfarronería, y si quedo rezagado te -protegeré siempre y seré tu siervo. ¿Conviene, chiquitín?</p> - -<p>¡Pobre <i>esparrelló</i>! Le temblaban todas las escamas al verse -metido en porfía con tan peligroso bruto, pero entre ser devorado al -momento o de allí a unas horas, optó por lo último.</p> - -<p>—Conforme, grandullón —contestó con risita forzada—; cuando quieras -empezaremos.</p> - -<p>—Vamos a las aguas verdes, que esto está turbio.</p> - -<p>Y lentamente, moviendo con indolencia la cola, como dos buenos -amigos que salen<span class="pagenum" id="Page_78">p. 78</span> a -tomar el fresco, el <i>reig</i> y el <i>esparrelló</i> llegaron al -sitio donde se aclaraban las aguas con un dulce tono de esmeralda -líquida.</p> - -<p>El gigante dio unos cuantos coletazos alegres, roncó, haciendo -hervir el agua con sonoras burbujas, y se puso en facha para correr.</p> - -<p>—Mira, chiquitín: sé que te quedarás atrás, pero no pienses en huir, -porque te buscaría por todo el golfo. Aunque grandote, no soy tan bruto -como crees.</p> - -<p>—Menos palabras, y al avío.</p> - -<p>—¿Vaya, chiquillo?</p> - -<p>—Cuando quieras.</p> - -<p>—Pues ¡va!</p> - -<p>¡Caballeros y qué modo de correr! Aquel <i>reig</i> era una -tempestad. Al primer coletazo salió como un rayo, envuelto en espuma, -moviendo un estrépito de todos los demonios. Tan ciego iba, que casi -se estrelló los morros contra la popa de una fragata inglesa cargada -de guano que había naufragado veinte años antes y estaba hundida en la -arena como una carroña carcomida por los miles de pececillos que se -albergaban en su vientre.</p> - -<p>Pasó adelante sin sentir el encontronazo, jadeante, enfurecido, -moviendo a un tiempo cola, aletas y agallas, de un modo<span -class="pagenum" id="Page_79">p. 79</span> vertiginoso, con un ruido y -un hervor que conmovía todo el golfo.</p> - -<p>¿Y el <i>esparrelló</i>? ¡Pobrecito! quiso seguir a su corpulento -enemigo, pero el hervor de la espuma le cegaba, la violenta ondulación -producida por cada coletazo del <i>reig</i> le hacía perder camino, y a -los pocos minutos se sentía rendido por una carrera tan loca.</p> - -<p>Pero el animalito panzudo era un costal de malicias. Esforzándose, -llegó hasta la cabeza del <i>reig</i>, y fijándose en las grandes -agallas que se abrían y cerraban con movimiento automático, hizo una -graciosa evolución y se coló por una de ellas.</p> - -<p>No se estaba mal allí. Viajar gratis, a doble velocidad y acostadito -en aquel nido forrado de suave escarlata, era una dicha.</p> - -<p>—¡Je! ¡je! ¡je! —reía socarronamente el pececillo sacando la cabeza -por la ventana de su guarida.</p> - -<p>Y el <i>reig</i> daba un salto, murmurando:</p> - -<p>—Ese bicho ruin me da alcance. Oigo su risita burlona. Corramos, -corramos.</p> - -<p>Y cada carcajada del <i>esparrelló</i> era como un espuelazo para el -pescadote.</p> - -<p>¡Qué loca carrera! Aquella cola poderosa batía los profundos -algares, y en el verdoso espacio flotaban arremolinados los pardos -hierbajos, mientras que las larvas, las indefinibles mucosidades que -vivían misteriosamente<span class="pagenum" id="Page_80">p. 80</span> -en el seno de los estercoleros submarinos, salían escapadas huyendo del -brutal azote.</p> - -<p>Después de los algares, las colinas sumergidas, aquellos peñascales -en cuyas cuevas jugueteaban los peces recién nacidos, transparentes y -diáfanos como sombras.</p> - -<p>¡Qué espantosa revolución llevaba el <i>reig</i> a estos tranquilos -lugares!</p> - -<p>Le conocían bien por sus brutales majaderías, por sus caprichos -de matón que alarmaban a todo el golfo, y las plantas submarinas que -tapizaban los peñascos agitaban sus puntiagudas y verdes cabelleras, -como si quisieran gritar con angustia:</p> - -<p>—¡Atención, que llega ese loco!</p> - -<p>Las almejas, gente tranquila que huye del ruido, al ver aproximarse -el torbellino de espuma y furiosos coletazos, replegábanse medrosicas, -cerrando herméticamente las dos hojas de su negra vivienda; los erizos -apelotonábanse, formaban el cuadro, presentando por todos lados sus -haces de agudas bayonetas; los calamares sentían tal miedo, que se -envolvían en su diarrea de tinta; los gatos de mar sacaban por entre -las piedras sus chatas cabezas y vientres atigrados con trémula -inquietud; las lapas agarrábanse a la roca con más fuerza que nunca; -los langostinos ocultaban su transparencia<span class="pagenum" -id="Page_81">p. 81</span> de nácar bajo el brillante fanal de alguna -caracola hueca; los salmonetes huían en bandadas, esparciéndose como -el brillante chisporroteo de una hoguera aventada, y en aquel mundo -verdoso e inquieto, el paso veloz del enfurecido animalote producía -entre los torbellinos de la espuma un hervor de carmín y plata, de -escamas que despedían al huir fantásticos reflejos y colas que se -agitaban con la ansiedad del pánico.</p> - -<p>Una rozadura del <i>reig</i> bastó para arrancarle dos patas a una -langosta, y la pobrecita, apoyada en un salmonete que se prestaba a -ser su procurador, emprendió la marcha hacia las Columbretes, para -pedir justicia y venganza a algún tiburón de los que rondan aquellas -islas.</p> - -<p>Dos alegres delfines que estaban acabando de merendarse un atún -putrefacto, levantaban sus morros de cerdo y se burlaban de su amigote -gritando:</p> - -<p>—¡A ese, a ese, que está loco!</p> - -<p>Y decían verdad; si no estaba loco, poco le faltaba; aquella maldita -risa del <i>esparrelló</i> la tenía siempre en los oídos, y el pobre -animal corría y corría espoleado por la vergüenza de ser vencido.</p> - -<p>Por fortuna, en el verdoso y confuso horizonte comenzaron a -marcarse las masas negras de las estribaciones submarinas del<span -class="pagenum" id="Page_82">p. 82</span> cabo, con sus profundas -cuevas, donde las señoras del golfo en estado interesante iban a -depositar sobre el tapiz de hierba fina sus innumerables huevos.</p> - -<p>El jadeante <i>reig</i>, que no podía ya con su alma, llegó junto a -las rocas y dijo con angustioso ronquido:</p> - -<p>—Ya llegué.</p> - -<p>Pero la vocecilla cargante contestó con timbre de falsete:</p> - -<p>—Yo primero.</p> - -<p>El muy granuja acababa de saltar desde el interior de la agalla, y -se pavoneaba ante el hocico del cansado <i>reig</i>, como si hubiera -llegado mucho antes.</p> - -<p>El sencillo animalote no sabía qué hacer. Sintió tentaciones de -darle un trompis al insolente bicho que lo convirtiese en papilla, pero -encorvándose se llevó varias veces la cola entre los ojos y se rascó -con expresión reflexiva.</p> - -<p>—Bueno —roncó por fin—. En esto debe haber trampa, pero la palabra -es palabra. Mocoso, manda lo que quieras; seré tu criado.</p> - -<div class="aster"><sub>*</sub><sup>*</sup><sub>*</sub></div> - -<p>Y el viejo pescador, terminado su cuento, sonreía y guiñaba los ojos -maliciosamente.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_83">p. 83</span>Aquello era de los -tiempos en que los pescados hablaban, pero tenía <i>intríngulis</i>.</p> - -<p>¿Que no lo adivinaba? Pues era sencillo: que en este mundo puede más -el listo y el astuto que el fuerte que todo lo fía al corazón y a la -acometividad. Que vale ser más <i>esparrelló</i> pequeño y malicioso, -que <i>reig</i> enorme y sencillote. Que acometiendo de frente y -arrollándolo todo solo se consigue ser vehículo del listo que se -esconde en la agalla para salir a tiempo.</p> - -<p>Y el vejete me miraba con tal expresión de malicia y lástima, que me -ruboricé, murmurando para adentro:</p> - -<p>—Este tío me conoce.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch5"> - <p><span class="pagenum" id="Page_85">p. 85</span></p> - <h2 class="nobreak">La caperuza</h2> - <hr class="tir" /> -</div> - -<p>Vivía yo entonces en el piso segundo, y tenía por vecino en el -primero a don Andrés García, fiscal de profesión, figura arrogante, -con muchas canas en la barba, el más buen mozo de cuantos vestían toga -con vuelillos en la Audiencia; un hombre, en fin, que realizaba en su -físico ese ideal de la justicia majestuosa e imponente.</p> - -<p>Todas las tardes, al bajar la escalera, oía los mismos gritos a -través de la puerta. «¡<i>Pilín</i>!... ¡vida mía!... ¡rey de los -pillos!... ¡ven aquí, príncipe de Asturias!...»</p> - -<p>Era la familia que se entregaba en cuerpo y alma al culto de su -ídolo. El fiscal, que acababa de llegar hambriento, anonadado por -sus derroches de elocuencia, que enviaban gente a presidio, abrazaba -a su mujer y ambos reían y gritaban como unos locos en torno de la -niñera, que mantenía en sus brazos al tirano de la casa, al único<span -class="pagenum" id="Page_86">p. 86</span> señor, a <i>Pilín</i>, un -granuja que apenas tenía un año y a quien bastaba un leve grito para -que los padres palideciesen de inquietud y las criadas corriesen -aturdidas, no sabiendo cómo cumplir a un tiempo tantas órdenes -contradictorias.</p> - -<p>¡Vaya un matrimonio especial! La mujer era casi una niña, una -señorita algo boba que aún no había salido de su asombro al verse -madre. Miraba a su marido con respeto: era tímida, de carácter dúctil, -y como siempre sucede en los matrimonios desiguales por la edad, donde -la amistad suple al amor, don Andrés era padre y esposo a un tiempo, -cuidando tanto de la madre como del niño.</p> - -<p>Lo único que sacaba de su apatía característica a la joven señora -era el pequeñín, juguete raro al que amaba con pasión inextinguible -y que no se parecía a ninguno de los que formaban sus delicias cinco -o seis años antes. Mucho le había costado. En su memoria, donde se -borraban las cosas con facilidad, quedaba aún brumoso y sombrío el -recuerdo de aquellos tres días de tormento, de espantoso potro, de -susto y sorpresa más que de dolor, con la casa alborotada por sus -berridos y el marido sudoroso, jadeante, con los lentes inseguros, -preparando medicinas y riñendo por torpes<span class="pagenum" -id="Page_87">p. 87</span> a las criadas. Pero ya todo había pasado, -no volvería más, no señor: ella lo aseguraba con una firmeza cándida -que hacía reír; y ahora, en premio a sus tormentos, tenía al lindo -monigote, a aquel <i>bebé</i> de carne y hueso, a quien todos en la -casa llamaban <i>Pilín</i>, por bautizarle con tan extravagante nombre -la rústica niñera, una criadita cerril que, en opinión de algunos, la -habían cazado con lazo en las montañas de Chelva.</p> - -<p>Por la mañana, cuando el señor estaba en la Audiencia salvando -la sociedad a fuerza de oratoria indignada, la mamá se entretenía -con <i>Pilín</i>, dando rienda suelta a sus aficiones de colegiala -traviesa, que la maternidad no había extinguido. Madre e hijo tenían -moralmente la misma edad. <i>Pilín</i> pataleaba como un gatito panza -arriba sobre la alfombra del salón, mostrando sus rosadas desnudeces, -lanzando aulliditos a falta de palabras, diciendo sin duda, en el -misterioso lenguaje de la lactancia, que su mamá era una loca; y -ella, ajando sus vestidos lujosos, que se llevaban la mitad de la -paga del fiscal, moviendo grotescamente su linda cabecita despeinada, -andaba a gatas en torno del bebé, hacía el perro para asustarle, y -si sus gracias arrancaban una risita al mimado príncipe de Asturias, -entonces llegaba a la demencia de su borrachera<span class="pagenum" -id="Page_88">p. 88</span> cariñosa, se arrojaba sobre él, le agarraba -la cabezota enorme cubierta de pelillos rubios, su <i>bola de oro</i>, -según ella decía, y cuando <i>Pilín</i> gimoteaba próximo a la -sofocación, la caricia bajaba, tibia, cariñosa, y la infantil señora, -con tanta unción como si adorase la santa faz, besuqueaba furiosa las -nalgas de rosa del muñeco con esa fuerza de estómago que solo tienen -las madres.</p> - -<p>¿Y él?... Estaba sublimemente ridículo en la adoración de aquel -monigote que le llegaba a los cuarenta y cinco bien cumplidos. La mamá -y el niño salían a recibirle en la escalera, y los vecinos veíamos -cómo después de comerse a besos a <i>Pilín</i>, se lo echaba al hombro -y se metía dentro andando con majestad, como un San Cristóbal, con -chistera y lentes. ¡Y pensar que por bajo del bigote aún le revoloteaba -la <i>vindicta pública</i>, <i>la espada vengadora de la ley</i>, -<i>la acusación justa...</i> todas las palabrotas con que regalaba -veinte años de presidio al primero que caía bajo su mirada iracunda de -acusador!</p> - -<p>Los periódicos se hacían lenguas de su elocuencia, de la lógica -con que formulaba sus acusaciones, pero él así hacía caso de tales -elogios, como si fuesen dirigidos al Gran Turco. La fama le preocupaba -poco: lo único que le enorgullecía era ser padre<span class="pagenum" -id="Page_89">p. 89</span> de <i>Pilín</i>, y que su mujer, que antes -era tan poquita cosa, tuviese unos pechos abultados, fuertes, siempre -llenos, y la abnegación bastante rara de criar a su hijo.</p> - -<p>Salía poco de casa. Los autos y <i>Pilín</i> le absorbían, y por -las mañanas tenía que hacer un penoso esfuerzo para entregar el niño -a la mamá y marcharse a la Audiencia. ¡Qué ministros los de Justicia! -De seguro que no eran padres. Porque vamos a ver: ¿qué perdería la -magistratura con que él llevase a <i>Pilín</i> a la Sala, sentándolo a -su lado para que presenciara los triunfos del papá?</p> - -<p>Las noches eran terribles para don Andrés. Los pisos de cartón y -tabiques de papel que fabrica la moderna arquitectura, nos permitían -a los vecinos oír sus paseos desesperados, las cancioncillas a media -voz con que intentaba aplacar a aquel granuja que llevaba en brazos, -sonriente de día, pero malhumorado de noche, y con el especial gusto -de que nadie durmiera en la casa. ¡Pobre don Andrés! Recordando -murmuraciones de las criadas, me lo imaginaba dando vueltas por el -salón, en camisa, las piernas desnudas, los pies en pantuflos, y a -pesar de todo, grave y digno, luciendo su barba de apóstol y los -brillantes lentes con la misma majestad que cuando, cruzándose<span -class="pagenum" id="Page_90">p. 90</span> la toga sobre el pecho, se -sentaba en el terrible banco. Y en vez de reírme infundíame respeto la -santa paciencia de aquel hombre, que se veía padre cuando ya caminaba -hacia la vejez y que para aplacar al energúmeno que llevaba en brazos -pasaba la noche cantando cancioncillas con voz de falsete y recordando -las óperas oídas cuando estudiante, mientras la señora roncaba cara a -la pared.</p> - -<p>Pero en cambio, de día, aquello era gozar. Ninguno de sus ascensos -le había producido tan profunda impresión como las monadas de su hijo. -Cuando <i>Pilín</i> contraía con una sonrisa su carita, marcando los -adorables hoyuelos de sus carrillos, don Andrés lo conmovía todo con -sus carcajadas de gigante bondadoso, y si el chiquitín lanzaba uno de -sus rugidos de alegría, que parecían el grito de guerra de un apache, -el respetable fiscal saltaba y chillaba como un loco. Y luego, ¡qué -gusto aquello de sentirse en la barba las trémulas manecitas que -tiraban tercamente de los pelos, y qué dulces estremecimientos se -sentían al acariciar la cabezota peliblanca que latía por entre los -huesos tiernos y mal unidos!...</p> - -<p>Aquello era una borrachera de cariño, una idolatría molesta para -las criadas, pues menudeaban las órdenes: «A ver, cierre<span -class="pagenum" id="Page_91">p. 91</span> usted pronto ese balcón, -no se constipe el niño.» «Cuidado, muchacha, que puede caerse el -señorito.»</p> - -<p>En aquella casa no se vivía más que para ser esclavo del dicho -señorito. Antes una mota de polvo en la mesa del despacho ponía furioso -a don Andrés, y ahora los alguaciles, al recoger los autos, tropezaban -con algún zapatito tamaño como cáscara de nuez, y hacían muecas ante -ciertas manchas sospechosas en los respetables folios.</p> - -<p>Porque eso sí; el monigote, alentado por la servidumbre de sus -mayores, era un terrible anarquista, un demoledor de lo existente, -que reía como un bandido cuando lograba ofender con el más atroz de -los insultos a la justicia humana. No lo entraban en el despacho y lo -ponían en la mesa sin que hiciera de las suyas, y mientras el padre, -embobado y con la pluma en alto, le hablaba cual si pudiera entenderle, -él sonreía hipócritamente, y mientras tanto, ¡zas! lanzaba por bajo una -ruidosa protesta que inutilizaba algún escrito de conclusiones en que -el papá amontonaba párrafos de estilo elevado, pidiendo garrote vil -para cualquier enemigo de la sociedad. Y no había medio de enfadarse -de veras. Ponía el grito en el cielo ante aquella ofensa irreparable -que arrojaba <i>indeleble</i> mancha sobre<span class="pagenum" -id="Page_92">p. 92</span> el ministerio fiscal, echaba del despacho -a la madre y al hijo, acusándola a ella del atentado, pero a los -pocos minutos ya estaba allí la señora riendo como siempre, con el -<i>Pilín</i> grotescamente disfrazado. Aquella cabeza de chorlito -adoraba la boquita de viejo de su nene, decía que al reír tenía cierto -aire de payaso y encontraba diversión enharinándole la carita con los -polvos de su tocador y encasquetándole en la cabeza un cucurucho de -papel, una caperuza de mágico prodigioso. No caía en sus manos pliego -de papel de oficio que no le convirtiese en caperuza para <i>Pilín</i>, -y era de ver el coro de carcajadas que estallaba en el despacho ante el -puntiagudo cucurucho. Reía la madre su invención tantas veces repetida, -acompañábala el fiscal con sus carcajadas ruidosas y hasta <i>Pilín</i> -lanzaba chillidos, muy satisfecho de su fachita grotesca.</p> - -<p>Pero no eran todo alegrías para don Andrés. Felicitábanle muchas -veces por sus triunfos de orador, por aquellos elogios de la prensa.</p> - -<p>—¡Ah! sí... los periódicos —contestaba con distracción—. Hombre, -a propósito. Esta mañana hablaban de la difteria. ¿Sabe usted los -estragos que hace esa pícara? ¡Oh! ¡cosa tan terrible para los -niños!</p> - -<p>Lo decía de un modo que no daba lugar<span class="pagenum" -id="Page_93">p. 93</span> a dudas. ¡Ah! Si la tal difteria se -personalizase, si se convirtiera en un ser de carne y hueso y la -tuviera él en el banquillo de los acusados... no tendría frío con lo -que la tiraría encima.</p> - -<p>Y la terrible enfermedad debió ofenderse por los malos pensamientos -de don Andrés, y un día, ¡cataplum! metiose por las puertas -del principal y su primer anuncio fue apretarle la garganta a -<i>Pilín</i>.</p> - -<p>¡Gran Dios! Aquello fue una catástrofe que lo revolvió todo -instantáneamente; algo semejante a la explosión de una bomba, al -incendio de un buque, donde todos corren azorados por el peligro, sin -saber qué hacer.</p> - -<p>Vosotros, infelices, que vestidos de paño pardo arrastráis una -cadena en Ceuta y se os abren las carnes al recordar las terribles -palabras de aquel que os acusaba, hubierais sentido asombro al ver al -hombre austero como la ley, inquebrantable como el castigo, indignado -como la venganza, pálido ahora, nervioso, pasando las noches inclinado -sobre una cuna, estremeciéndose ante una respiración ronca, asfixiada, -ocultándose en los rincones para quitarse los lentes y pasarse las -manos por los ojos, gritando con acento desesperado: «¡<i>Pilín</i>... -hijo mío, no te mueras!»</p> - -<p>Pero por malos que seáis, no hubierais<span class="pagenum" -id="Page_94">p. 94</span> gozado con la caída del hombre inexorable, -al verle después sombrío, reconcentrado, ante la misma cuna cubierta -de flores blancas, pasando la mano temblorosa sobre la pálida frente -de <i>Pilín</i>, helada con ese frío especial que sube por el brazo -hasta el corazón, y mirando de vez en cuando al cielo con expresión -desesperada, como si por allá arriba anduviese algún prófugo contra el -que preparaba la más terrible de las acusaciones.</p> - -<p>¡Pobre <i>Pilín</i>! ¿Qué has hecho? No más caperuzas; ya no te -burlarás de la ley lanzando tu ruidosa protesta sobre la vindicta -pública; tu eterna cuna será esa cajita blanca, coquetona, acolchada -como una bombonera, que tu padre mira con ganas de deshacerla de una -patada; ya no tendrás quien te acaricie la fina piel, quien besuquee -la redonda faz con que escupías a la justicia; tu esclava está ahora -mirando la pared con fijeza estúpida, abiertos los ojos como platos, -con el asombro y el temor de una niña que ve romperse entre sus manos -el más lindo juguete.</p> - -<p>Bien emprendes tu viaje. Tu padre te coloca sobre el almohadillado -de esa blanca barquilla que va a conducirte a lo desconocido; y -partes indiferente, sin que te hagan estremecer las lágrimas que, -resbalando<span class="pagenum" id="Page_95">p. 95</span> tras unos -lentes, caen sobre tu piel, ni te conmueven los alaridos de alguien que -allá dentro da de cabeza contra las paredes.</p> - -<p>En la calle suenan los cánticos de la parroquia; los señores del -margen, escuadrón grave, estirado, de negra ropa y brillante sombrero, -te ven pasar con la indiferencia del que está acostumbrado a sucesos -más graves, y emprendes la marcha sobre los hombros de cuatro chicos -reclutados en las porterías de la vecindad, que expresan su dolor -hurgándose las narices con la mano que les queda libre.</p> - -<p>Ya está lejos tu casa, los Estados donde imperabas como reyecillo -absoluto; ahora solo te quedan la compasión oficial, los lamentos de -buena educación, ese cortejo imponente y negro que te abandona en las -afueras, satisfecho de haber cumplido con el compañero, charlando -un rato de sus asuntos, mientras seguía tu blanco nido, y nosotros, -los de última fila, los que veíamos un instante tu carita al subir -la escalera, pensamos ahora con tristeza que no nos desvelará más tu -nocturno lloriqueo.</p> - -<p>¡Adiós, <i>Pilín</i>! Desapareces en un hueco de esa tétrica -anaquelería, donde quedan almacenados y con rótulo los infinitos -productos de la muerte. ¡Di adiós a todo! Al caliente salón donde -te revolcabas panza<span class="pagenum" id="Page_96">p. 96</span> -arriba; a la mamá, loca en sus expansiones; al padre, que habrías hecho -bailar de cabeza a tener tú gusto en ver de tal modo a un representante -de la más cruel y respetable de las profesiones. Viniste para mostrar -lo frágil de la comedia humana, para hacer ver que dentro de un -acusador terrible hay siempre un hombre, y ahora, diablillo encantador, -te vas satisfecho de tu triunfo. La noche que se acerca será tu madre; -¡adiós, tibias caricias! Tu piel de raso, tan adorada, ya no tendrá más -besos que los del viento y la lluvia...</p> - -<p>Por la noche entré en casa de mi vecino. La señora estaba adentro, -en el salón, rodeada de sus amigas, ahogando con sus gemidos furiosos -las frases hechas y los consuelos de encargo con que la abrumaban.</p> - -<p>Él estaba en el despacho con la cabeza entre los puños, mirando -fijamente con sus ojos de miope, enrojecidos y amoratados, un cucurucho -de papel arrugado, la última caperuza de <i>Pilín</i> arrojada -casualmente sobre la mesa. El hueco del embudo era siniestro. Tenía la -misma expresión de fúnebre vacío que se notaba en la casa, libre de -aquel monigote que lo llenaba todo con sus gritos; hacía recordar la -abultada cabeza peliblanca, la <i>bola de oro</i>, que la muerte se -había tragado.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_97">p. 97</span>Me escuchó distraído; -no tengo la seguridad de que llegara a enterarse de mis palabras. -De pronto le vi extender su mano automáticamente y encasquetarse la -caperuza en el cogote, como si sintiera horror al vacío que mostraba el -cucurucho.</p> - -<p>¡Qué grotesco era aquello! Las barbazas de apóstol, la mirada vaga -y extraviada, y la puntiaguda caperuza por remate. Verdaderamente era -ridículo... tan ridículo, que yo sentía un nudo en la garganta, y -varias veces me froté los ojos para impedir que brotara algo.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch6"> - <p><span class="pagenum" id="Page_99">p. 99</span></p> - <h2 class="nobreak">Noche de bodas</h2> - <hr class="tir" /> -</div> - - -<h3>I</h3> - -<p>Fue aquel jueves para Benimaclet un verdadero día de fiesta.</p> - -<p>No se tiene con frecuencia la satisfacción de que un hijo del -pueblo, un arrapiezo, al que se ha visto corretear por las calles -descalzo y con la cara sucia, se convierta, tras años y estudios, en -todo un señor cura: por esto pocos fueron los que dejaron de asistir a -la primera misa que cantaba Visantet, digo mal, don Vicente, el hijo de -la <i>siñá</i> Pascuala y el tío Nèlo, conocido por el <i>Bollo</i>.</p> - -<p>Desde la plaza, inundada por el tibio sol de la primavera, en -cuya atmósfera luminosa moscas y abejorros trazaban sus complicadas -contradanzas brillando como chispas de oro, la puerta de la iglesia, -enorme boca por la que escapaba el vaho de la<span class="pagenum" -id="Page_100">p. 100</span> multitud, parecía un trozo de negro cielo, -en el que se destacaban como simétricas constelaciones los puntos -luminosos de los cirios.</p> - -<p>¡Qué derroche de cera! Bien se conocía que era la madrina aquella -señora de Valencia, de la que los <i>Bollos</i> eran arrendatarios, la -cual había costeado la carrera del chico.</p> - -<p>En toda la iglesia no quedaba capillita ni hueco donde no ardiesen -cirios; las arañas cargadas de velas centelleaban con irisados -reflejos, y al humo de la cera uníase el perfume de la flores que -formaban macizos sobre la mesa del altar, festoneaban las cornisas y -pendían de las lámparas en apretados manojos.</p> - -<p>Era antigua la amistad entre la familia de los <i>Bollos</i> y la -<i>siñá</i> Tona y su hija, famosas floristas que tenían su puesto -en el mercado de Valencia, y nada más natural que las dos mujeres -hubiesen pasado a cuchillo su huerto, matando la venta de una semana -para celebrar dignamente la primera misa del hijo de la <i>siñá</i> -Pascuala.</p> - -<p>Parecía que todas las flores de la vega habían huido para refugiarse -allí, empujándose medrosicas hacia la bóveda. El Sacramento asomaba -entre dos enormes pirámides de rosas y los santos ángeles del -altar<span class="pagenum" id="Page_101">p. 101</span> mayor aparecían -hundidos hasta el dorado vientre en aquella nube de pétalos y hojas -que, a la luz de los cirios, mostraban todas las notas de color, -desde el verde esmeralda y el rojo sanguíneo hasta el suave tono del -nácar.</p> - -<p>Aquella muchedumbre que estrujándose olía a lana burda y sudor de -salud, sentíase en la iglesia mejor que otras veces, y encontraba -cortas las horas de ceremonia.</p> - -<p>Acostumbrados los más de ellos a recoger como oro los nauseabundos -residuos de la ciudad, a revolver a cada instante en sus campos -los estercoleros en los cuales estaba la cosecha futura, su olfato -estremecíase con intensa voluptuosidad, halagado por las frescas -emanaciones de las rosas y los claveles, los nardos y las azucenas, a -las que se unía el oriental perfume del incienso. Sus ojos turbábanse -con el incesante centelleo de aquel millar de estrellas rojas, y les -causaba extraña embriaguez el dulce lamento de los violines, la grave -melopea de los contrabajos y aquellas voces que desde el coro, con -acento teatral, cantaban en un idioma desconocido, todo para mayor -gloria del hijo del <i>Bollo</i>.</p> - -<p>La muchedumbre estaba satisfecha. Miraba la deslumbrante -iglesia como un palacio encantado que fuese suyo. Así, entre<span -class="pagenum" id="Page_102">p. 102</span> músicas, flores e incienso, -debía estarse en el cielo, aunque un poco más anchos y sudando -menos.</p> - -<p>Todos se hallaban en la casa de Dios por derecho propio. Aquel que -estaba allí arriba sobre las gradas del altar, cubierto de doradas -vestiduras, moviéndose con solemnidad entre azuladas nubecillas, y a -quien el predicador dedicaba sus más tonantes períodos, era uno de los -suyos, uno más que se libraba del rudo combate con la tierra para hacer -concebir incesantemente a sus cansadas entrañas.</p> - -<p>Los más, le habían tirado de la oreja por ser mayores, otros, habían -jugado con él a las chapas, y todos le habían visto ir a Valencia a -recoger estiércol con el capazo a la espalda, o arañar con la azada -esos pequeños campos de nuestra vega, que dan el sustento a toda una -familia.</p> - -<p>Por eso su gloria era la de todos; no había quien no creyese tener -su parte en aquel encumbramiento, y las miradas estaban fijas en el -altar, en aquel mocetón fornido, moreno, lustroso, resto viviente de la -invasión sarracena, que asomaba por entre níveos encajes sus manazas -nervudas y vellosas, más acostumbradas a manejar la azada que a tocar -con delicadeza los servicios del altar.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_103">p. 103</span>También él en -ciertos momentos paseaba su miraba con expresión de ternura por aquel -apiñado concurso. Sentado en sillón de terciopelo, entre sus dos -diáconos, viejos sacerdotes que le habían visto nacer, oía conmovido la -voz atronadora del predicador ensalzando la importancia del sacerdote -cristiano y elogiando al nuevo combatiente de la fe que con aquel acto -entraba a formar parte de la milicia de la Iglesia.</p> - -<p>Sí, era él: aquel día se emancipaba de la esclavitud del terruño, -entraba en este mundo poderoso que no repara en orígenes: escala -accesible a todos, que se remonta desde el mísero cura, hijo de -mendigos, al Vicario de Dios; tenía ante su vista un porvenir inmenso, -y todo lo debía a sus protectores, a aquella buena señora obesa y -sudorosa bajo la mantilla de blonda y el negro traje de terciopelo, -y a su hijo, al que el celebrante, por la costumbre de humilde -arrendatario, había de llamar siempre el señorito.</p> - -<p>Los peldaños del altar mayor que le elevaban algunos palmos sobre -la muchedumbre, percibíalos él en su futura vida como privilegio -moral que había de realzarle sobre todos cuantos le conocieron en su -humilde origen. Los más generosos sentimientos le dominaban. Sería -humilde,<span class="pagenum" id="Page_104">p. 104</span> aprovecharía -su elevación para el bien; y envolvía en una mirada de inmenso cariño -a todas las caras conocidas que estaban abajo, veladas por el intenso -vaho de la fiesta; su madrina, el tío <i>Bollo</i> y la <i>siñá</i> -Pascuala, que gimoteaban como unos niños con la nariz entre las manos, -y aquella Toneta, la florista, su compañera de infancia, excelente -muchacha que erguía con asombro la soberbia cabeza de beldad rifeña, -como si no pudiera acostumbrarse a la idea de que Visantet, aquel mozo -al que trataba como un hermano, se había convertido en grave sacerdote -con derecho a conocer sus pecadillos, a absolverla.</p> - -<p>Continuaba la ceremonia. El nuevo cura agitado por la emoción, por -la felicidad y por aquel ambiente cargado de asfixiantes perfumes, -seguía la celebración de la misa como un autómata, guiado muchas veces -por sus compañeros, sintiendo que las piernas le flaqueaban, que -vacilaba su robusto cuerpo de atleta, y sostenido únicamente por el -temor de que la debilidad le hiciera incurrir en algún sacrilegio.</p> - -<p>Como si se moviera en las nieblas de un sueño, realizó todas las -partes que quedaban del misterio de la misa: con insensibilidad que -le asombraba, verificó aquella consumación en la que tantas veces -había<span class="pagenum" id="Page_105">p. 105</span> pensado -emocionado, y después del <i>Tedeum</i> cayó desvanecido en la -poltrona, cerrados los ojos y sintiéndose sofocado por aquella antigua -casulla codiciada por los anticuarios, orgullo de la parroquia, y que -tantas veces había mirado él siendo seminarista como el colmo de sus -ambiciones.</p> - -<p>Un penetrante perfume de rosa y almizcle, el ruido de agua agitada, -le volvieron a la realidad.</p> - -<p>La madrina le lavaba y perfumaba las manos para la recepción final, -y toda la compacta masa abalanzábase al altar mayor queriendo ver de -cerca al nuevo cura.</p> - -<p>La vida de superioridad y respetos comenzaba para él. La señora, a -la que había servido tantas veces, besábale las manos con devoción y -le llamaba don Vicente, deseándole muchas felicidades después de sus -místicas bodas con la Iglesia.</p> - -<p>El nuevo cura, a pesar de su estado, no pudo reprimir un sentimiento -de orgullo y cerró los ojos como si le desvaneciera el primer -homenaje.</p> - -<p>Algo áspero y burdo oprimió sus manos. Eran las pobres zarpas del -tío <i>Bollo</i>, cubiertas de escamas por el trabajo y la vejez. El -cura vio inundadas en lágrimas, contraídas por conmovedora mueca, -las cabezas arrugadas y cocidas al sol de sus<span class="pagenum" -id="Page_106">p. 106</span> pobres padres, que le contemplaban con la -expresión del escultor devoto que, terminada la obra, se prosterna ante -ella creyéndola de origen superior.</p> - -<p>Lloraba la gente contemplando el apretado grupo en que se confundía -la dorada casulla con las negras ropas de los viejos, y las tres -cabezas unidas agitábanse con rumor de besos y estertor de gemidos.</p> - -<p>El impulso de la curiosa muchedumbre rompió el grupo conmovedor, y -el cura quedó separado de los suyos, entregado por completo al público, -que se empujaba por alcanzar las sagradas manos.</p> - -<p>Aquello resultaba interminable. Benimaclet entero rozaba con besos -sonoros como latigazos aquellas manos velludas, llevándose en los -labios agrietados por el sol y el aire una parte de los perfumes.</p> - -<p>Ahora sí que, agobiado por la presión de aquella multitud que se -apretaba contra la poltrona, falto de ambiente y de reposo, iba a -desmayarse de veras el nuevo cura.</p> - -<p>Y en la asfixiante batahola, cuando ya se nublaba su vista y echaba -atrás la cabeza, recibió en su diestra una sensación de frescura, -difundiéndose por el torrente de su sangre.</p> - -<p>Eran los rojos labios de la buena hermana, de Toneta, que rozaban su -epidermis,<span class="pagenum" id="Page_107">p. 107</span> mientras -que sus negros ojos se clavaban en él con forzada gravedad, como si -tras ellos culebrease la carcajada inocente de la compañera de juegos, -protestando contra tanta ceremonia.</p> - -<p>Junto a ella, arrogante y bien plantado como un Alcides, con la -manta terciada y la rapada testa erguida con fiereza, estaba otro -compañero de la niñez, <i>Chimo el Moreno</i>, el gañán más bueno y más -bruto de todo Benimaclet, protegiendo a la arrodillada muchacha con -la gallardía celosa de un sultán y mirando en torno con sus ojillos -marroquíes, que parecían decir: «¡A ver quién es el guapo que se atreve -a empujarla!»</p> - - -<h3>II</h3> - -<p>La comida dio que hablar en el pueblo.</p> - -<p>Seis onzas, según cálculo de las más curiosas comadres, debió -gastarse la buena de doña Ramona para solemnizar la primera misa del -hijo de sus arrendatarios.</p> - -<p>Era una satisfacción ver en la casa más grande del pueblo aquella -mesa interminable cubierta de cuanto Dios cría de bueno<span -class="pagenum" id="Page_108">p. 108</span> en el mundo, fuera del -bacalao y las sardinas, y contemplar en torno de ella una concurrencia -tan distinguida. Aquello era todo un suceso, y la prueba estaba en -que al día siguiente saldría en letras de molde en los papeles de -Valencia.</p> - -<p>En la cabecera estaban el nuevo sacerdote, casi oprimido por las -blanduras exuberantes de los otros curas que habían tomado parte en la -ceremonia, los padrinos y aquel par de viejecillos que llorando sobre -sus cucharas se tragaban el arroz amasado con lágrimas. En los lados -de la mesa algunos señores de la ciudad convidados por doña Ramona, -y los amigos de la familia junto con lo más <i>distinguido</i> del -pueblo, labradores acomodados que, enardecidos por la digestión del -vino y la paella, hablaban del rey legítimo que está en Venecia y de lo -perseguida que en estos tiempos de liberalismo se ve la religión.</p> - -<p>Era aquello un banquete de bodas. Corría el vino, se alegraba -la gente y sonreía la madrina con las bromas trasnochadas de sus -compañeros de mesa, aquellas tres moles que desbordaban su temblona -grasa por el alzacuello desabrochado, y el roce de cuyas sotanas hacía -enrojecer de satisfacción a la bendita señora.</p> - -<p>El único que mostraba seriedad era el<span class="pagenum" -id="Page_109">p. 109</span> nuevo cura. No estaba triste: su gravedad -era producto de ensimismamiento. Su imaginación huía desbocada por el -pasado, recorriendo casi instantáneamente la vida anterior.</p> - -<p>La vida de todos los suyos, su elevación en aquel mismo lugar donde -había sufrido hambre, aquel aparatoso banquete, le hacían recordar la -época en que la conquista del mendrugo mohoso le obligaba a recorrer -los caminos, capazo a la espalda, siguiendo a los carros para arrojarse -ávidamente, como si fuese oro, sobre el reguero humeante que dejaban -las bestias.</p> - -<p>Aquella había sido su peor época, cuando tenía que gemir y alborotar -horas enteras para que la pobre madre se decidiera a engañarle el -hambre nunca satisfecha con un pedazo del pan guardado con mísera -previsión.</p> - -<p>La presencia de Toneta, aquel moreno y gracioso rostro que se -destacaba al extremo de la mesa, evocaba en el cura recuerdos más -gratos.</p> - -<p>Veíase pequeño y haraposo en el huerto de la <i>siñá</i> Tona, -aquel hermoso campo cercado de encañizadas en el que se cultivan las -flores como si fuesen legumbres. Recordaba a Toneta, greñuda, tostada, -traviesa como un chico, haciéndole sufrir con<span class="pagenum" -id="Page_110">p. 110</span> sus juegos, que eran verdaderas diabluras, -y después el rápido crecimiento y el cambio de suerte; ella a Valencia -todos los días con sus cestos de flores, y él al Seminario protegido -por doña Ramona, que, en vista de su afición a la lectura y de cierta -viveza de ingenio, quería hacer un sacerdote de aquel retoño de la -miseria rural.</p> - -<p>Luego venían los días mejores, cuyo recuerdo parecía perfumar -dulcemente todo su pasado.</p> - -<p>¡Cómo amaba él a aquella buena hermana, que tantas veces le había -fortalecido en los momentos de desaliento!</p> - -<p>En invierno salía de su barraca casi al amanecer, camino del -Seminario.</p> - -<p>Pendiente de su diestra, en grasiento saquillo, lo que entre -clase y clase había de devorar en las alamedas de Serranos: medio -pan moreno con algo más que, sin nutrirle, engañaba su hambre; y -cruzado sobre el pecho a guisa de bandolera, el enorme pañuelo de -hierbas envolviendo los textos latinos y teológicos, que bailoteaban -a su espalda como movible joroba. Así equipado pasaba por frente al -huerto de la <i>siñá</i> Tona, aquella pequeña alquería blanca con las -ventanas azules, siempre en el mismo momento que se abría su puerta -para dar paso a Toneta, fresca, recién lavada,<span class="pagenum" -id="Page_111">p. 111</span> con el peinado aceitoso y llevando con -garbo las dos enormes cestas en que yacían revueltas las flores -mezclando la humedad de sus pétalos.</p> - -<p>Y juntos los dos, por atajos que ellos conocían, marchaban hacia -Valencia, que por encima del follaje de la Alameda marcaba en las -brumas del amanecer sus esbeltas torres, su Miguelete rojizo, cuya cima -parecía encenderse antes de que llegasen a la tierra los primeros rayos -del sol.</p> - -<p>¡Qué hermosas mañanas! El cura, cerrando los ojos, veía las oscuras -acequias con sus rumorosos cañaverales; los campos con sus hortalizas -que parecían sudar cubiertas del titilante rocío; las sendas orladas -de brozas con sus tímidas ranas, que al ruido de pasos arrojábanse -con nervioso salto en los verdosos charcos; aquel horizonte que por -la parte del mar se incendiaba al contacto de enorme hostia de fuego; -los caminos desde los cuales se esparcía por toda la huerta chirrido -de ruedas y relinchos de bestias; los fresales que se poblaban de -seres agachados, que a cada movimiento hacían brillar en el espacio -el culebreo de las aceradas herramientas, y los rosarios de mujeres -que con cestas a la cabeza iban al mercado de la ciudad saludando -con sonriente y maternal ¡<i>bòn día</i>! a<span class="pagenum" -id="Page_112">p. 112</span> la linda pareja que formaban la florista -garbosa y avispada y aquel muchachote que con su excesivo crecimiento -parecía escaparse por pies y manos del trajecillo negro y angosto, que -iba tomando un sacristanesco color de ala de mosca.</p> - -<p>El matinal viaje era un baño diario de fortaleza para el pobre -seminarista, que oyendo los buenos consejos de Toneta, tenía ánimos -para sufrir las largas clases, aquella inercia contra la que se -revelaba su robustez, su sangre hirviente de hijo del campo y las -pesadas explicaciones en cuyo laberinto penetraba a cabezadas.</p> - -<p>Separábanse en el puente del Real: ella hacia el Mercado en busca -de su madre; él a conquistar poco a poco el dominio de las ciencias -eclesiásticas, en las cuales tenía la certeza de que jamás llegaría -a ser un prodigio. Y apenas terminaba su comida en las alamedas de -Serranos, en cualquier banco compartido con las familias de los -albañiles que hundían sus cucharas en la humeante cazuela de mediodía, -Visantet, insensiblemente, se entraba en la ciudad, no parando hasta el -mercadillo de las flores, donde encontraba a Toneta atando los últimos -ramos y a su madre ocupada en recontar la calderilla del día.</p> - -<p>Tras estos agradables recuerdos que<span class="pagenum" -id="Page_113">p. 113</span> constituían toda su juventud, venía la -separación lenta que la edad y la divergencia de aspiraciones habían -efectuado entre los dos. No en balde crecían en años y no impunemente -sometía él al estudio su inteligencia virgen y pasiva.</p> - -<p>En la última parte de su carrera comenzó a sentir con vehemencia el -fervor profesional. Entusiasmábase pensando que iba a formar parte de -una institución extendida por toda la tierra, que tiene en su poder -las llaves del cielo y de las conciencias; le enardecían las glorias -de la Iglesia, las luchas de los papas con los reyes en el pasado y -la influencia del sacerdote sobre el magnate en el presente. No era -ambicioso, no pensaba ir más allá de un modesto curato de misa y olla; -pero le satisfacía que el hijo de unos miserables perteneciese con -el tiempo a una clase tan poderosa, y mecido por tales ilusiones, -se entregó de lleno a la vocación que iba a sacarle del subsuelo -social.</p> - -<p>Cuando no estaba en Valencia en el Seminario, prestaba en Benimaclet -funciones de sacristán, y llegó a ser hombre sin sentir apenas el -despertar de la virilidad en su vigorosa complexión.</p> - -<p>Su voluntad de campesino tozudo anulaba las exigencias del sexo, que -le causaban<span class="pagenum" id="Page_114">p. 114</span> horror, -teniéndolas como tentaciones del <i>Malo</i>. La mujer era para él un -mal necesario e imprescindible para el sostenimiento del mundo; <i>la -bestia impúdica</i> de que hablaban los Santos Padres.</p> - -<p>La belleza era amenazante monstruosidad: temblaba ante ella poseído -de repugnancia y sordo malestar, y solo se sentía tranquilo y confiado -en presencia de aquella beldad que, vestida de blanco y azul, pisando -la luna, yergue su cabeza en los altares con arrobadora dulzura. Su -contemplación provocaba en el seminarista explosiones de indefinible -cariño, y también participaba de este aquella otra criatura terrenal y -grosera a la que él consideraba como hermana.</p> - -<p>No era sacrilegio ni mundana pasión. Toneta resultaba para él -una hermana, una amiga, un afecto espiritual que le acompañaba -desde su infancia: todo, menos una mujer. Y tal era su ilusión, que -en aquel momento, entre la algazara del banquete, entornando los -ojos, le parecía que se transformaba, que su rostro vulgar y moreno -dulcificábase con expresión celestial, que se elevaba de su asiento, -que su falda rameada y su pañuelo de pájaros y flores, convertíase -en cerúleo manto, lo mismo que en la otra, cuya belleza se ensalza -con los<span class="pagenum" id="Page_115">p. 115</span> más dulces -nombres que ha producido idioma alguno...</p> - -<p>Pero sintió a sus espaldas algo que le hizo despertar de la dulce -somnolencia.</p> - -<p>Era la <i>siñá</i> Tona, la madre de la florista, que abandonando su -asiento venía a hablar con el cura.</p> - -<p>La buena mujer no podía conformarse con el nuevo estado del hijo -de su amiga. Como buena cristiana sabía el respeto que se debe a un -representante de Dios; pero que la perdonasen, pues para ella Visantet -siempre sería Visantet, nunca don Vicente, y aunque la aspasen, no -podría menos que hablarle de tú. Él no se ofendería por eso, ¿verdad? -Pues si lo había conocido tan pequeño... si era ella quien lo había -llevado de pañales a la iglesia para que lo cristianasen, ¿cómo iba -a hacerle tales pamplinas a un chico a quien consideraba como hijo? -Aparte de esta falta de respeto, ya sabía que en casa se le quería de -veras. Si no vivieran el <i>tío Bollo</i> y la <i>siñá</i> Tomasa, -Toneta y ella eran capaces de irse con él como amas de llaves; pero -¡ay, hijo mío! no iba el agua por esa acequia. Aquella chiquilla estaba -muertecita por <i>Chimo el Moreno</i>, un pedazo de bruto de quien -nadie tenía nada que decir, mejorando lo presente; se querían casar -en seguida, antes de San Juan<span class="pagenum" id="Page_116">p. -116</span> si era posible, y ella ¿qué había de hacer?... En casa -faltaba un hombre; el huerto estaba en poder de jornaleros, ellas -necesitaban la sombra de unos pantalones, y como el <i>Moreno</i> -servía para el caso (siempre mejorando lo presente), la madre estaba -conforme en que la chica se casara.</p> - -<p>Y la habladora vieja interrogaba con los ojos al cura, como -esperando su aprobación.</p> - -<p>Bueno; pues a <i>eso</i> se había acercado ella... ¿A qué? A decirle -que Toneta quería que fuese él quien la casase. ¿Teniendo un capellán -casi en la familia, para qué ir a buscarlo fuera de casa?</p> - -<p>El cura no dudó; le parecía muy natural la pretensión. Estaba bien; -los casaría.</p> - - -<h3>III</h3> - -<p>El día en que se casó Toneta, fue de los peores para el nuevo -adjunto de la parroquia de Benimaclet.</p> - -<p>Cuando la ceremonia hubo terminado, don Vicente despojose en la -sacristía de sus sagradas vestiduras, pálido y trémulo como si le -aquejase oculta dolencia.</p> - -<p>El sacristán, ayudándole, hablaba del<span class="pagenum" -id="Page_117">p. 117</span> insufrible calor. Estaban en julio, -soplaba el poniente, la vega se mustiaba bajo aquel soplo interminable -y ardoroso que antes de perderse en el mar había pasado por las -tostadas llanuras de Castilla y la Mancha, y con su ambiente de hoguera -agrietaba la piel y excitaba los nervios.</p> - -<p>Pero bien sabía el nuevo cura que no era el poniente lo que le -trastornaba. ¡Buenas estarían tales delicadezas en él, acostumbrado a -todas las fatigas del campo!</p> - -<p>Lo que sentía era arrepentimiento de haber accedido a celebrar la -boda de Toneta. ¡Cuán poco se conocía! Ahora iba comprendiendo lo que -se ocultaba tras el afecto fraternal nacido en la niñez.</p> - -<p>Él, sacerdote desligado de las miserias humanas, sentía un sordo -malestar después de bendecir la eterna unión de Toneta y Chimo; -experimentaba idéntica impresión que si le acabasen de arrebatar algo -que era suyo.</p> - -<p>Le parecía hallarse aún en la capilla mirando casi a sus pies -aquella linda cabeza cubierta por la vistosa mantilla. Nunca había -visto tan hermosa a Toneta, pálida por la emoción y con un brillo -extraño en los ojos cada vez que miraba al <i>Moreno</i>, que estaba -soberbio con su traje nuevo y su <i>ringlot</i> azul de larga -esclavina.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_118">p. 118</span>Podía decirse que -el cura acababa de ver por primera vez a Toneta. La hermana ideal, que -en su imaginación casi se confundía con la figura azul que pisaba la -luna, habíase convertido de pronto en una mujer.</p> - -<p>Él, que jamás había descendido con su vista más allá de la fresca -boca siempre sonriente, y que miraba a Toneta como esas imágenes de -lindo rostro que bajo las vestiduras de oro solo guardan los tres -puntales que sostienen el busto, pensaba ahora, con misteriosos -estremecimientos, que había algo más, y veía con los ojos de la -imaginación el terrible enemigo con todas sus redondeces rosadas y sus -graciosos hoyuelos: la carne, arma poderosa del <i>Malo</i> con que -abate las más fuertes virtudes.</p> - -<p>Odiaba al <i>Moreno</i>, su compañero de la niñez. Era un buen -muchacho, pero no podía tolerarse que su rudeza brutal hubiera de ser -la eterna compañera de la florista. No debía consentirse, lo afirmaba -él, que estaba arrepentido de haber realizado la boda.</p> - -<p>Pero inmediatamente sentíase avergonzado por tales pensamientos, se -ruborizaba al considerar que aquella protesta era envidia, impotencia -que se revolvía en forma de murmuración.</p> - -<p>Hacíale daño el contemplar la felicidad<span class="pagenum" -id="Page_119">p. 119</span> ajena, aquella explosión de amor que venía -preparándose, amor legítimo, pero que no por esto molestaba menos al -cura.</p> - -<p>Se iría a casa. No quería presenciar por más tiempo la alegría de la -boda; pero cuando salió de la sacristía, se encontró con la comitiva -nupcial que estaba esperándole, pues la <i>siñá</i> Tona se oponía a -que se hiciera nada sin la presencia de su Visantet.</p> - -<p>Y por más que se resistió, tuvo que seguir el camino de aquel -huerto del que tantos recuerdos guardaba, y entre las faldas rameadas -y coloridas como la primavera, los pañuelos de seda brillantes y los -reflejos tornasolados de la pana y el terciopelo, causaba un efecto -lastimoso el suelto manteo y aquel desmayado sombrero de teja que -avanzaba con lentitud, como si en vez de cubrir un cuerpo vigoroso y -exuberante de vida, fuesen los de un viejo achacoso.</p> - -<p>Una vez en el huerto, ¡qué de tormentos! ¡qué cariñosas solicitudes -que le parecían crueles burlas! La <i>siñá</i> Tona, en su alegría de -madre, enseñábale todas las reformas hechas en la alquería con motivo -del matrimonio. ¿Se enteraba Visantet? Aquel <i>estudi</i> era el -dormitorio de los novios y aquella cama sería la del matrimonio,<span -class="pagenum" id="Page_120">p. 120</span> con su colcha de azulada -blancura y complicados arabescos, que a Toneta le habían costado todo -un invierno de trabajo.</p> - -<p>Bien estarían allí los novios. Qué blandura, ¿eh? Y la inocente -vieja creía hacer una gracia obligando al cura a que tocase los -mullidos colchones y apreciase en todos sus detalles la rústica -comodidad de aquella habitación, que a la noche había de convertirse en -caliente nido.</p> - -<p>Y después seguían los tormentos, las intimidades fraternales, que -resultaban para él terribles latigazos: aquel bruto del <i>Moreno</i> -que no se recataba de hablar en su presencia, bromeando con sus -amigotes sobre lo que ocurriría por la noche, con comentarios tales, -que las mujeres chillaban como ratas y sofocadas de risa le llamaban -¡<i>pòrc</i>! y ¡<i>animal</i>!; y Toneta, que en traje de casa, al -aire sus morenos y redondos brazos, se aproximaba a él rozando su -sotana con la epidermis fina y caliente, preguntándole qué pensaba de -su casamiento y acompañando sus palabras con fijas miradas de aquellos -ojos que parecían registrarle hasta las entrañas.</p> - -<p>¡Ira de Dios! La gente le hacía tanto caso como si fuese un muerto -que hablara; aquella mujer se atrevía a tratarle con un descuido que -no osaría con el gañán más<span class="pagenum" id="Page_121">p. -121</span> bestia de los que allí estaban: no era un hombre, era un -cura, y al pensar en esto tan amargo, creía que todos le miraban con -respetuosa compasión, y una llamarada de rabia enturbiaba su vista.</p> - -<p>Bien pagaba los honores de su clase, la elevación sobre la miseria -en que nació. Él, el más respetado de la reunión, don Vicente, el gran -sacerdote, miraba con envidia a aquellos muchachotes cerriles con -alpargatas y en mangas de camisa.</p> - -<p>Hubiera querido ser temido, como ellos, a los que no osaban -aproximarse mucho las mujeres por miedo a audaces pellizcos, y sobre -todo no inspirar lástima, no ser tenido como una momia santa, en cuyos -oídos resbalaban las palabras ardientes sin causar mella.</p> - -<p>Cada vez se sentía más molesto. Durante la comida estuvo al lado -de los novios, sufriendo el ardoroso contacto de aquel cuerpo sano -y fragante, que parecía esparcir un perfume de flor carnosa, y que -en la confianza de la impunidad se revolvía libremente sin cuidado a -empujar, o se inclinaba sobre él y al decirle insignificantes palabras -le envolvía en su cálido aliento. Y después aquel Chimo con su salvaje -ingenuidad, creyendo que tras la misa de por la mañana todo era ya -legítimo, corroído<span class="pagenum" id="Page_122">p. 122</span> -por la impaciencia, tomando con sus dedos romos la redonda barbilla de -Toneta, entre la algazara de los convidados, y hundiendo las manos bajo -la mesa, mientras miraba a lo alto con la expresión inocente del que no -ha roto un plato en su vida.</p> - -<p>Aquello no podía seguir. Don Vicente se sentía enfermo. Oleadas de -sangre caldeaban su rostro, parecíale que el viento seco y ardoroso -que inflamaba la piel se había introducido en sus venas, y su olfato -dilatábase con nervioso estremecimiento, como excitado por aquel -ambiente de pasión carnívora y brutal.</p> - -<p>No quería ver; deseaba olvidar, aislarse, sumirse en dulce y apática -estupidez; y guiado por el instinto, vaciaba su vaso, que la cortesanía -labriega cuidaba de tener siempre lleno.</p> - -<p>Bebió mucho, sin conseguir que aquel sentimiento de envidia y de -despecho se amortiguase; esperaba las nieblas rosadas de una embriaguez -ligera, algo semejante a la discreta alegría de sus meriendas de -seminarista, cuando a los postres él y sus compañeros, con la más -absoluta confianza en el porvenir, soñaban en ser papas o en eclipsar -a Bossuet; pero lo que llegó para él fue una jaqueca insufrible, que -doblaba su cabeza, como si sobre ella gravitase<span class="pagenum" -id="Page_123">p. 123</span> enorme mole y que le perforaba la frente -con un tornillo sin fin.</p> - -<p>Don Vicente estaba enfermo.</p> - -<p>La misma <i>siñá</i> Tona, reconociéndolo, le permitió, con harto -dolor, que se retirase de la fiesta, y el cura, con paso firme, pero -con la vista turbia y zumbándole los oídos, se encaminó a su casa, -seguido de su alarmada madre, que no quiso permanecer ni un instante -más en la boda.</p> - -<p>No era nada; podía tranquilizarse: el maldito poniente y la -agitación del día. No necesitaba más que dormir.</p> - -<p>Y cuando penetró en su cuarto, en la casita nueva que habitaba en -el pueblo desde su primera misa, tiró el sombrero y el manteo, y sin -quitarse el alzacuello ni tocar su sotana, se arrojó de bruces con -los brazos extendidos en su blanca cama de célibe, extinguiéndose -inmediatamente los débiles destellos de su razón y sumiéndose en la -lobreguez más absoluta.</p> - - -<h3>IV</h3> - -<p>Poblose la negra inmensidad de puntos rojos, de infinitas y movibles -chispas, como si aventasen gigantesca hoguera; sintió que<span -class="pagenum" id="Page_124">p. 124</span> caía y caía como si aquel -desplome durase años y fuese en una sima sin fondo, hasta que por fin -experimentó en todo su ser un rudo choque, conmoviéndose de pies a -cabeza, y... despertó en su cama, tendido sobre el vientre, tal como se -había arrojado en ella.</p> - -<p>Lo primero que el cura pensó fue que había pasado mucho tiempo.</p> - -<p>Era de noche. Por la abierta ventana veíase el cielo azul y diáfano, -moteado por la inquieta luz de las estrellas.</p> - -<p>Don Vicente experimentó la misma impresión de las damas de comedia -que al volver en sí lanzan la sacramental pregunta: «¿En dónde -estoy?»</p> - -<p>Su cerebro sentíase abrumado por la pesadez del sueño, discurría -con dificultad y tardó en reconocer su cuarto y en recordar cómo había -llegado hasta allí.</p> - -<p>De pie en la ventana, vagando su turbia mirada por la oscura vega, -fue recobrando su memoria, agrupando los recuerdos que llegaban -separados y con paso tardo, hasta que tuvo conciencia de todos sus -actos, antes de que le rindiera el sueño.</p> - -<p>¡Bien, don Vicente! ¡Magnífica conducta para un sacerdote joven -que debía ser ejemplo de templanza! Se había emborrachado; sí, esta -era la palabra, y había sido<span class="pagenum" id="Page_125">p. -125</span> en presencia de los que casi eran sus feligreses. Lo que más -le molestaba era el recuerdo de los motivos que le impulsaron a tal -abuso.</p> - -<p>Estaba perdido. Ahora que se aclaraba su inteligencia, aunque sus -sentidos parecían embotados, horrorizábase ante el peligro y protestaba -contra la pasión que pretendía hacer presa en su carne virgen. ¡Qué -vergüenza! Salido apenas del Seminario, sin contacto alguno con esa -atmósfera corruptora de las grandes ciudades, viviendo en el ambiente -tranquilo y virtuoso de los campos, y próximo, sin embargo, a caer -en los más repugnantes pecados. No; él resistiría a las seducciones -del <i>Malo</i>; acallaría el espíritu tentador que para mortificante -prueba se había rebelado dentro de él: afortunadamente, la torpe -embriaguez con su sueño le había devuelto la calma.</p> - -<p>Oyéronse a lo lejos campanas que daban horas. Eran las tres... -¡Cuánto había dormido! Por esto se sentía ya sin sueño, dispuesto a -emprender la tarea diaria.</p> - -<p>Desde aquella ventana, abierta en las espaldas de la modesta casita, -veíase la inmensa vega, que a la difusa luz de las estrellas marcaba -sus masas de verdura y las moles de sus innumerables viviendas. -La calma era absoluta. No soplaba ya el<span class="pagenum" -id="Page_126">p. 126</span> poniente, pero la atmósfera estaba -caldeada, y los ruidos de la noche parecían la jadeante respiración de -los tostados campos.</p> - -<p>Perfumes indefinibles había en aquel ambiente, que aspiraba con -delicia el joven cura, como si quisiera saturar el interior de su -organismo del aire puro de los campos.</p> - -<p>Su vista vagaba en aquella penumbra, intentando adivinar los objetos -que tantas veces había visto a la luz del sol. Esta distracción -infantil parecía volverle a los tranquilos goces de la niñez, pero sus -ojos tropezaron con una débil mancha blanca, en la que creía adivinar -la alquería de la <i>siñá</i> Tona y... ¡adiós tranquilidad, propósitos -de fortaleza y de lucha!</p> - -<p>Fue un rudo choque, una conmoción rápida; huyeron arrolladas la -calma y la placidez: desapareció el dulce embotamiento, despertó la -carne, sacudiendo la torpeza de los sentidos, y otra vez subió hasta -sus mejillas aquella llamarada que le hacía pensar en el fuego del -infierno.</p> - -<p>Sintió en su imaginación que se desgarraba denso velo, como si aún -estuviera en la tarde anterior, admirando aquellos brazos morenos de -sedoso y ardiente contacto, al par que recibía la fragancia de la -carne, cuyo misterio acababa de revelársele.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_127">p. 127</span>Y en aquel momento, -¡oh <i>Malo</i> tentador! el infeliz, mirando la oscura vega veía, -no la blanca e indecisa alquería, sino el <i>estudi</i> envuelto en -voluptuosa sombra, aquella cama cuya blandura tanto había ensalzado -la <i>siñá</i> Tona, y sobre el mullido trono lo que para otros era -felicidad y para él horrendo pecado, lo que jamás había de conocer y le -atraía con la irresistible fuerza de lo prohibido.</p> - -<p>La maldita imaginación ponía junto a sus ojos las tibias suavidades, -los dulces contornos, los finos colores de aquella carne desconocida; -y la agitación del infeliz iba en aumento, sentía crecer dentro de -sí algo animado por el espíritu de la rebelión; la virilidad que se -vengaba de tantos años de olvido inflamando su organismo, haciendo -que zumbasen sus oídos, enturbiando su vista y dilatando todo su ser, -como si fuese a estallar a impulsos del deseo contenido y falto de -escape.</p> - -<p>Aquello era la tentación en toda regla; pensó en los santos -eremitas, en San Antonio, tal como le había visto en los cuadros, -cubriéndose los ojos ante impúdicas beldades, tras cuyas seducciones -se ocultaban los diablos repugnantes; pero allí no había espíritus -malignos por parte alguna: lo único real que acompañaba a las -evocadones<span class="pagenum" id="Page_128">p. 128</span> de su -imaginación, era la cálida noche con aquel suave ambiente de alcoba -cerrada y los ruidos misteriosos del campo que sonaban como besos.</p> - -<p>Ellos, allá, en el tibio lecho, rodeados de la discreta oscuridad -que había de guardar en profundo secreto los delirios de la más grata -de las iniciaciones; él, solo, inaccesible a toda efusión, planta -parásita en un mundo que vive por el amor, sintiendo penetrar hasta su -tuétano el eterno frío de aquella cama de célibe.</p> - -<p>De allá lejos, de la blanca casita, parecía salir un soplo de fuego -que le envolvía, calcinando su carne hasta convertirla en cenizas. -Creyó que la vista de aquel nido de amores y la voluptuosa noche eran -lo que le excitaba, y huyó de la ventana, moviéndose a ciegas en su -lóbrega habitación.</p> - -<p>No había calma para él. También en aquella lobreguez la veía, -creyendo sentir en su cuello el roce de los turgentes brazos y en -sus labios ardorosos aquel fresco beso que le había despertado de -su desvanecimiento el día de la primera misa. La combustión interna -seguía, y el sufrimiento ya no era moral, pues la tensión de todo su -ser producíale agudos dolores.</p> - -<p>¡Aire! ¡frescura! Y en el silencio de la lóbrega habitación sonó -un chapoteo de<span class="pagenum" id="Page_129">p. 129</span> agua -removida, los suspiros de desahogo del pobre cura al sentir la glacial -caricia en su abrasada piel.</p> - -<p>Lentamente volvió a la ventana, calmado por la fría inmersión. -Un sentimiento de profunda tristeza le dominaba. Se había salvado, -pero era momentáneamente: dentro de él llevaba el enemigo, el pecado -que acechaba pronto a dominarle y vencerle, y aquella tremenda lucha -reaparecería al día siguiente, al otro y al otro, amargando su -existencia mientras el ardor de una robusta juventud animase su cuerpo. -¡Cuán sombrío veía el porvenir! Luchar contra la Naturaleza, sentir en -su cuerpo una glándula que trabajaba incesantemente y que con solo la -voluntad había de anular, vivir como un cadáver en un mundo que desde -el insecto al hombre rige todos sus actos por el amor parecíale el -mayor de los sacrificios.</p> - -<p>La ambición, el deseo de emanciparse de la miseria, le había -enterrado. Cuando creía subir a envidiadas alturas, veíase cayendo en -lobregueces de fondo desconocido.</p> - -<p>Sus compañeros de pobreza, los que sufrían hambre y doblaban -la espalda sobre el surco, eran más felices que él, conocían -aquel atractivo misterio que acababa de<span class="pagenum" -id="Page_130">p. 130</span> revelarse y que el deber le obligaba a -ignorar eternamente.</p> - -<p>Bien pagaba su encumbramiento. ¡Maldita idea la de aquella buena -señora que quiso hacer un sacerdote del mocetón fornido, que antes que -continencias necesitaba esparcimientos y escapes para su plétora de -vida!</p> - -<p>Subía, sí, pero encadenado para siempre; se hallaba por encima de -las gentes entre las que nació, pero recordaba sus estudios clásicos, -la fábula del audaz Prometeo, y se veía amarrado para siempre a la roca -inconmovible de la fe jurada, indefenso y a merced de la pasión carnal -que le devoraba las entrañas.</p> - -<p>Su firme devoción de campesino aterrábase ante la idea de ser un -mal sacerdote: el sexo, que había despertado en él para siempre como -inacabable tormento, desvanecía toda esperanza de tranquilidad; y en -este conflicto, el cura, asustado ante el porvenir, se entregó al -desaliento e inclinando su cabeza sobre el alféizar, cubriéndose los -ojos con las manos, lloró por los pecados que no había cometido y por -aquel error que había de acompañarle hasta la tumba.</p> - -<p>Una húmeda sensación de frescura le hizo volver en sí.</p> - -<p>Amanecía. Por la parte del mar rasgábase<span class="pagenum" -id="Page_131">p. 131</span> la noche marcando una faja de luminoso -azul: la verdura de la vega y la dentellada línea de montañas iban -fijando sus esfumados contornos; lanzaban sus últimos parpadeos las -estrellas, rodaba el fiero alerta de los gallos de alquería, y las -alondras, como alegres notas envueltas en volador plumaje, rozaban las -cerradas ventanas anunciando la llegada del día.</p> - -<p>¡Magnífico despertar! Tal vez a aquella hora Toneta, recogiéndose -el cabello y cubriendo púdicamente con el blanco lienzo los encantos -que solo un hombre había de conocer, saltaba de la cama y abría el -ventanillo de su <i>estudi</i> para que la aurora purificarse el -ambiente de pasión y voluptuosidad.</p> - -<p>El cura salió de su cuarto con los ojos enrojecidos y la frente -contraída por penosa arruga, perenne recuerdo de aquella noche de bodas -en que la compañera de su infancia había visto de cerca el amor, y él -se había unido con la desesperación, la más fiel de las esposas.</p> - -<p>Abajo en la cocina encontró a su madre que preparaba el desayuno, y -la pobre vieja no pudo comprender aquella amarga mirada de reproche que -el cura le lanzó al pasar.</p> - -<p>Paseó maquinalmente por el corral hasta<span class="pagenum" -id="Page_132">p. 132</span> que sus pies tropezaron con una espuerta de -esparto, vieja, rota, cubierta por una costra de basura, igual a la que -él llevaba a la espalda cuando niño.</p> - -<p>Era el pasado que reaparecía para echarle en cara su infidelidad.</p> - -<p>¿No se había emancipado de la miseria de su clase? Pues ya lo -tenía todo; que comiera, que se regodeara con la satisfacción de ser -considerado como un ser superior.</p> - -<p>Lo otro, lo desconocido, lo que le hacía temblar con intensa -emoción, era para los infelices, para los que luchaban por la vida.</p> - -<p>El cura gimió con desesperación, sintiendo en torno de él el vacío -y la frialdad, pensando que si sus manos, ahora consagradas, hubiesen -seguido porteando el mísero capazo, estaría en tal instante arrebujado -en aquella blanda cama del <i>estudi</i> nupcial, viendo como Toneta, -al aire sus hermosos brazos y marcada bajo el fino lienzo su robustez -armoniosa, se contemplaba en el espejo sonriendo ruborizada con los -recuerdos de la noche de bodas.</p> - -<p>Y el pobre cura lloró como un niño; lloró hasta que el esquilón -de la iglesia con su gangueo de vieja comenzó a llamarle a la misa -primera.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch7"> - <p><span class="pagenum" id="Page_133">p. 133</span></p> - <h2 class="nobreak">La corrección</h2> - <hr class="tir" /> -</div> - -<p>A las cinco, la corneta de la cárcel lanzaba en el patio su -escandalosa diana, compuesta de sonidos discordantes y chillones, que -repetían como poderoso eco las cuadras silenciosas, cuyo suelo parecía -enladrillado con carne humana.</p> - -<p>Levantábanse de la almohada trescientas caras soñolientas, sonaba -un verdadero concierto de bostezos, caían arrolladas las mugrientas -mantas, dilatábanse con brutal desperezamiento los robustos e inactivos -brazos, liábanse los tísicos colchones conocidos por <i>petates</i> en -el mísero antro y comenzaba la agitación, la diaria vida en el edificio -antes muerto.</p> - -<p>En las extensas piezas, junto a las ventanas abarrotadas, por donde -entraba el fresco matinal renovando el ambiente cargado por el vaho del -amontonamiento de la carne, formábanse los grupos, las tertulias<span -class="pagenum" id="Page_134">p. 134</span> de la desgracia, buscándose -los hombres por la identidad de sus hechos; los delincuentes por -sangre eran los más, inspirando confianza y simpatía con sus rostros -enérgicos, sus ademanes resueltos y su expresión de pundonor salvaje; -los ladrones, recelosos, solapados, con sonrisa hipócrita; entre unos -y otros, cabezas con todos los signos de la locura o la imbecilidad, -criminales instintivos de mirada verdosa y vaga, frente deprimida y -labios delgados, fruncidos por cierta expresión de desdén; testas de -labriego extremadamente rapadas, con las enormes orejas despegadas del -cráneo; peinados aceitosos con los bucles hasta las cejas; enormes -mandíbulas, de esas que solo se encuentran en las especies feroces -inferiores al hombre; blusas rotas y zurcidas; pantalones deshilachados -y muchos pies gastando la dura piel sobre los rojos ladrillos.</p> - -<p>A aquella hora asomaban en las piezas las galoneadas gorras de los -empleados, saludados con el respeto que inspira la autoridad donde -impera la fuerza; pasaban los cabos, vergajo al puño, con sus birretes -blancos, escasos de tela, como de cocinero de barco pobre, y comenzaban -los <i>quinceneros</i> la limpieza de la casa, la descomunal batalla -contra la mugre y la miseria que aquel amontonamiento de robustez -inútil<span class="pagenum" id="Page_135">p. 135</span> dejaba como -rastro de vida al agitarse dentro del sombrío edificio.</p> - -<p>Los <i>quinceneros</i> eran la última capa de aquella sociedad de -miserables, los parias de la esclavitud, los desheredados de la cárcel. -El último de los presos resultaba para ellos un personaje feliz, y -le contemplaban con envidia al verle inmóvil en <i>la pieza</i>, -haciendo calcetas con estrambóticos arabescos o tejiendo cestillos de -abigarrados colores.</p> - -<p>Con la escoba al hombro y arrastrando los cubos de agua, pasaban -macilentos y humildes ante los penados, pensando en cuándo llegarían a -ser <i>de causa</i> y tendrían el honor de sentarse en el banquillo de -la Audiencia por <i>algo gordo</i>, librándose con esto de doblar todo -el día el espinazo sobre los rojos baldosines e ir pieza tras pieza -lavando el hediondo piso sin quitar la vista del cabo y del cimbreante -vergajo, pronto a arrollarse al cuerpo como angulosa serpiente.</p> - -<p>Iban descalzos, andrajosos, mostrando por los boquetes de la -blusa la carne costrosa, libre de camisa; con la cara pálida, la -piel temblona por el hambre de muchos años y el horrible aspecto -de náufragos arrojados a una isla desierta. Eran los chicos de la -cárcel, los que se preparaban a<span class="pagenum" id="Page_136">p. -136</span> ser hombres en aquel horrible antro, siempre condenados a -quince días de arresto que no terminaban nunca, pues apenas los ponían -en la puerta y aspiraban el aire de las calles, la policía, como madre -amorosa, devolvíalos a la cárcel para atribuirse un servicio más e -impedir que la adolescencia desamparada aprendiese malas cosas rodando -por el mundo.</p> - -<p>Eran en su mayoría seres repulsivos, frentes angostas con un -cerquillo de cabellos rebeldes que sombreaban como manojo de púas las -rectas cejas; rostros en los que parecía leerse la fatal herencia -de varias generaciones de borrachos y homicidas; carne nacida del -libertinaje brutal que estaba aderezándose para ser pasto del presidio; -pero entre ellos había muchachos enclenques e insignificantes, de -mirada sin expresión, que parecían esforzarse por seguir a los -compañeros en su oscuro descenso; y extremando la ley de castas hasta -lo inverosímil, resultaban los víctimas de aquellos mismos que pasaban -como esclavos de los presos.</p> - -<p>El más infeliz era el <i>Groguet</i>, un muchacho paliducho y débil -por el excesivo crecimiento y sin energías para protestar. Cargaba -con los enormes cubos, y agobiado bajo su peso subía la interminable -escalera,<span class="pagenum" id="Page_137">p. 137</span> pensando -en el tiempo feliz en que tenía por casa toda la ciudad, durmiendo en -verano sobre los cuévanos del Mercado y apelotonándose en el invierno -en el quicio del respiradero de alguna cuadra.</p> - -<p>Castigábanle por torpe. Muchas veces, al cruzar el patio, quedábase -mirando aquel sol que se detenía en el borde de los sombríos paredones, -sin atreverse nunca a bajar hasta el húmedo suelo; y cuando el vergajo -le avivaba el paso, lanzaba entre dientes un ¡<i>mare mehua</i>! y -le parecía ver la <i>paraeta</i> del Mercado, aquella mesilla coja -con la calabaza recién salida del horno; tras la cual estaba su -madre cambiando ochavos por melosas rebanadas y peleándose por la -más leve palabra con todas las de los puestos vecinos que la hacían -competencia.</p> - -<p>Ya habían pasado muchos años, pero él se acordaba, como si estuviera -viéndolo, de aquellos ojos sin pestañas, ribeteados de rojo, horribles -para los demás, pero amorosos para él; de aquella mano seca que al -acariciarle la cerdosa cabeza manchábala de pringue meloso; de aquella -cama en que soñaba abrazado a su madre, y ahora... ahora dormía en -una manta que le prestaba por caridad alguno de <i>su pieza</i>; y -si en verano se tendía sobre ella, en invierno<span class="pagenum" -id="Page_138">p. 138</span> servíale para taparse, recostando el cuerpo -sobre los húmedos baldosines, resignado a helarse por debajo con tal de -sentir arriba un poco de calor.</p> - -<p>Niño, a pesar de sus amarguras, vendía el pan de la cárcel por diez -céntimos para una partida de pelota en el patio o un racimo de uvas, y -a la hora del rancho echábase a la espalda la mano izquierda, y mirando -con envidia a los que empuñaban un mendrugo, hundía su cuchara en el -insípido rancho para engañar el estómago con ilusorio alimento.</p> - -<p>Y así vivía, sin estar aún enterado de por qué razones se -preocupaban de él y lo enviaban a la cárcel quince días, para volver -a meterlo apenas pisaba la calle. Le cogió la policía en una de sus -redadas; pilláronle en el Mercado, su casa solariega: tal vez conocían -su afición a la fruta, que él consideraba de posesión común, y desde -entonces viose condenado a no gozar de libertad más que unas pocas -horas cada quince días.</p> - -<p>Sabía que le pillaban por <i>blasfemo</i>. ¿Qué sería aquello? -Y, sin saber por qué, recordaba que los agentes, cuando intentaba -escaparse, le daban de bofetadas con acompañamiento de interjecciones -en que barajaban a Dios y los santos.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_139">p. 139</span>El muchacho, -siempre en la duda de qué significaría su título de <i>blasfemo</i>, -resignábase con su suerte, sin sospechar que se publicaban periódicos -con sueltos escritos por los mismos interesados en que se hablaba del -gran servicio prestado el día anterior por el cabo Fulano <i>y fuerza -a sus órdenes</i>, prendiendo al terrible criminal conocido por el -<i>Groguet</i>.</p> - -<p>Y aquel bandido de quince años iba creciendo en la cárcel, -trabajando como una bestia, aprendiendo a ratos perdidos el -<i>caló</i> del crimen, oyendo la novelesca relación de interesantes -atracos y mirando como hombres sublimes a los <i>carteristas</i> y -<i>enterradores</i>, señores muy listos y bien portados que iban por -el patio con sortijas y reloj de oro y que tiraban el dinero, siendo -reverenciados por todos los presos. ¡Ay! ¡Si él pudiese llegar por el -tiempo a la altura de aquellos <i>tíos</i>!</p> - -<p>Pero sus aspiraciones eran más modestas. Había nacido para bestia de -carga y solo deseaba que le dejasen trabajar con tranquilidad; que no -fuesen a buscarle cuando no se metía con nadie.</p> - -<p>En una de sus salidas quiso vender periódicos, pero apenas lanzó los -primeros gritos, ya tenía en el cuello la zarpa de un tío bigotudo, -de aquel mismo de quien decía<span class="pagenum" id="Page_140">p. -140</span> en la cárcel la gente <i>de la marcha</i> que poniéndole dos -o tres duros en la mano era capaz de no ver el sol en mitad del día y -de dejar que robasen un reloj en sus mismas narices.</p> - -<p>Otra vez, al cumplir la quincena, levantó el vuelo y no paró -hasta el puerto, donde con un saco en la cabeza a guisa de caperuza, -dedicábase a la descarga de carbón, andando con la agilidad de una mona -por el madero tendido entre el muelle y el vapor inglés. Lo pasaba tan -ricamente; comía de caliente, ¡y con pan! en una taberna; pero a los -pocos días quiso su desgracia que asomase por allí los bigotes uno de -sus sayones, y otra vez a la cárcel para que pudiera publicarse con -fundamento la consabida gacetilla sobre el terrible <i>Groguet</i> y el -inmenso servicio del cabo Fulano <i>y fuerza a sus órdenes</i>.</p> - -<p>Así iba corrigiéndose el bandido de sus terribles crímenes, que -él no sabía cuáles fuesen, y oyendo a los ladrones la relación de -sus hazañas, estremeciéndose al escuchar el relato de los asesinos y -teniendo que resistirse a monstruosas solicitudes que le aterraban, -preparábase para ser hombre honrado cuando la policía le quisiera dejar -tranquilo.</p> - -<p>No le cogerían más; estaba decidido:<span class="pagenum" -id="Page_141">p. 141</span> aquella era la última quincena que pasaría. -Cuando terminase no se detendría ni un instante en la ciudad; iría al -puerto para esconderse en cualquier barco; se metería bajo los asientos -de un vagón de ferrocarril; el propósito era huir lejos, muy lejos, -donde no sacasen al <i>Groguet</i> en letras de molde ni le conociera -ningún cabo Fulano.</p> - -<p>Y el muchacho, que antes vivía en la cárcel con resignada -indiferencia, esperó impaciente el término de la quincena.</p> - -<p>Por fin llegó el momento. El <i>Groguet</i> a la calle con todo lo -que tenga.</p> - -<p>¡Lo que él tenía! Valiente sarcasmo. Ganas de trabajar, de -regenerarse, de verse libre de aquella estúpida persecución... y nada -más.</p> - -<p>Se sacudió como un perro mojado antes de salir de la pieza; no se -limpió de los zapatos el polvo de la cárcel, porque carecía de ellos, -y lanzose por el entreabierto rastrillo como un gorrión fuera de la -jaula.</p> - -<p>Vamos, que ahora se fastidiaba para siempre el tío de los -bigotes.</p> - -<p>Pero se detuvo en el umbral, aterrado como ante una visión: allí -estaba él, en la pared de enfrente, con otro fariseo de su clase, -sonriendo los dos como si les complaciera el terror del muchacho.</p> - -<p>Intentó escapar; pero inmediatamente<span class="pagenum" -id="Page_142">p. 142</span> sintió la velluda zarpa en el cuello y -fue zarandeado con acompañamiento de... esto y aquello en Dios y la -Virgen.</p> - -<p>Como medida de previsión otra quincena. Y sin dar gracias a la -sociedad, que se preocupaba de él para mejorar su índole perversa, -atravesó otra vez el portón en busca del vergajo que enseña y de las -conversaciones de la cárcel que moralizan.</p> - -<p>Iba preso de nuevo por <i>blasfemo</i>. Y lo mejor del caso era -que al salir de la cárcel no había abierto la boca y únicamente al -sumirse de nuevo tras el férreo rastrillo, pensando, sin duda, en los -ojos enrojecidos y sin pestañas y en la mano huesosa y acariciadora, -murmuraba, abatido su lamento de los grandes dolores:</p> - -<p>—¡<i>Ay, mare mehua</i>!</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch8"> - <p><span class="pagenum" id="Page_143">p. 143</span></p> - <h2 class="nobreak">Guapeza valenciana</h2> - <hr class="tir" /> -</div> - -<h3>I</h3> - -<p>Buenos parroquianos tuvo aquella mañana el cafetín del -<i>Cubano</i>. La flor de la guapeza, los valientes más valientes que -campaban en Valencia por sus propios méritos; todos cuantos vivían -a estilo de caballero andante por la fuerza de su brazo; los que -formaban la guardia de puertas en las timbas, los que llevaban la -parte de terror en la banca, los que iban a tiros o cuchilladas en las -calles, sin tropezar nunca, en virtud de secretas inmunidades, con la -puerta del presidio, estaban allí, bebiendo a sorbos la copita matinal -de aguardiente, con la gravedad de buenos burgueses que van a sus -negocios.</p> - -<p>El dueño del cafetín les servía con solicitud de admirador -entusiasta, mirando de reojo todas aquellas caras famosas, y no<span -class="pagenum" id="Page_144">p. 144</span> faltaban chicuelos de la -vecindad que asomaban curiosos a la puerta, señalando con el dedo a los -más conocidos.</p> - -<p>La baraja estaba completa. ¡Vive Dios! que era un verdadero -acontecimiento ver reunidos en una sola familia, bebiendo -amigablemente, a todos los guapos que días antes tenían alarmada la -ciudad y cada dos noches andaban a tiros por Pescadores o la calle de -las Barcas, para provecho de los periódicos noticieros, mayor trabajo -de las casas de Socorro y no menos fatiga de la policía, que echaba a -correr a los primeros rugidos de aquellos leones, que se disputaban el -privilegio de vivir a costa de un valor más o menos reconocido.</p> - -<p>Allí estaban todos. Los cinco hermanos <i>Bandullos</i>, una -dinastía que al mamar llevaba ya cuchillo; que se educó degollando -reses en el Matadero y con una estrecha solidaridad lograba que cada -uno valiera por cinco y el prestigio de la familia fuese indiscutible. -Allí Pepet, un valentón rústico que usaba zapatos por la primera vez en -su vida y había sido extraído de la Ribera por un dueño de timba, para -colocarlo frente a los terribles <i>Bandullos</i>, que le molestaban -con sus exigencias y continuos tributos; y en torno de estas eminencias -de la profesión, hasta una docena de valientes<span class="pagenum" -id="Page_145">p. 145</span> de segunda magnitud, gente que pasaba la -vida penando por no trabajar; guardianes de casa de juego que estaban -de vigilancia en la puerta desde el mediodía hasta el amanecer, por -ganarse tres pesetas, lobos que no habían hecho aún más que morder -a algún señorito enclenque o asustar a los municipales, maestros de -cuchillo que poseían golpes secretos e irresistibles, a pesar de lo -cual habían perdido la cuenta de las bofetadas y palos recibidos en -esta vida.</p> - -<p>Aquello era una fiesta importantísima, digna de que la voceasen por -la noche los vendedores de <i>La Correspondencia</i> a falta de «¡el -crimen de hoy!»</p> - -<p>Iban todos a comerse una paella en el camino de Burjasot, para -solemnizar dignamente las paces entre los <i>Bandullos</i> y Pepet.</p> - -<p>Los hombres, cuanto más hombres, más serios para ganarse la vida.</p> - -<p>¿Qué se iba adelantando con hacerse la guerra sin cuartel y reñir -batalla todas las noches? Nada; que se asustaran los tontos y rieran -los listos, pero, en resumen, ni una peseta, y los padres de familia -expuestos a ir a presidio.</p> - -<p>Valencia era grande y había pan para todos. Pepet no se metería -para nada con la timba que tenían los <i>Bandullos</i>, y estos<span -class="pagenum" id="Page_146">p. 146</span> le dejarían con mucha -complacencia que gozase en paz lo que sacara de las otras.</p> - -<p>Y en cuanto a quiénes eran más valientes, si los unos o el otro, eso -quedaba en alto y no había por qué mentarlo: todos eran valientes y -se iban rectos al bulto: la prueba estaba en que después de un mes de -buscarse, de emprenderse a tiros o cuchillo en mano, entre sustos de -los transeúntes, corridas y cierres de puertas, no se habían hecho el -más ligero rasguño.</p> - -<p>Había que respetarse, caballeros, y campar cada uno como pudiera.</p> - -<p>Y mediando por ambas partes excelentes amigos, se llegó al -arreglo.</p> - -<p>Aquella buena armonía alegraba el alma, y los satélites de ambos -bandos conmovíanse en el cafetín del <i>Cubano</i> al ver cómo los -<i>Bandullos</i> mayores, hombres sesudos, carianchos y cuidadosamente -afeitados con cierto aire monacal, distinguían a Pepet y le ofrecían -copas y cigarros; finezas a las que respondía con gruñidos de -satisfacción aquel gañán ribereño, negro, apretado de cejas, enjuto y -como cohibido al no verse con alpargatas, manta y retaco al brazo, tal -como iba en su pueblo a ejecutar las órdenes del cacique. De su nuevo -aspecto solo le causaba satisfacción la gruesa cadena de reloj y un -par de sortijas con<span class="pagenum" id="Page_147">p. 147</span> -enormes culos de vaso, distintivos de su fortuna que le producían -infantil alegría.</p> - -<p>El único que en la respetable reunión podía meter la pata era el -menor de los <i>Bandullos</i>: un chiquillo fisgón e insultadorcillo -que abusaba del prestigio de la familia, sin más historia ni méritos -que romper el capote a los municipales o patear el farolillo de algún -sereno siempre que se emborrachaba; hazañas que obligaban a sus -poderosos hermanos a echar mano de las influencias pidiendo a este y al -otro que tapasen tales tonterías a cambio de sus buenos servicios en -las elecciones.</p> - -<p>Él era el único que se había opuesto a las paces con Pepet, y no -mostraba ahora en un día de concordia y olvido, la buena crianza de -sus hermanos. Pero ya se encargarían estos de meter en cintura a aquel -bicho ruin que no valía una bofetada y quería perder a los hombres de -mérito.</p> - -<p>Salieron todos del cafetín formando grupo por el centro del arroyo, -con aire de superioridad, como si la ciudad entera fuese suya, -saludados con sonriente respeto por las parejas de agentes que estaban -en las esquinas.</p> - -<p>¡Vaya una partida! Marchaban graves, como si la costumbre de hacer -miedo les impidiese sonreír; hablaban lentamente,<span class="pagenum" -id="Page_148">p. 148</span> escupiendo a cada instante, con voz fosca -y forzada, cual si la sacaran de los talones, y se llevaban las manos -a las sienes atusándose los bucles y torciendo el morro con compasivo -desprecio a todo cuanto les rodeaba.</p> - -<p>Por un contraste caprichoso, aquellos buenos mozos malcarados -exhibían como gala el pie pequeño, usaban botas de tacón alto adornadas -con pespuntes, lo que les daba cierto aire de afeminamiento, así -como los pantalones estrechos y las chaquetas ajustadas, marcando -protuberancias musculosas o míseros armazones de piel y huesos en que -los nervios suplían a la robustez.</p> - -<p>Los había que empuñaban escandalosos garrotes o barras de hierro -forradas de piel, golpeando con estrépito los adoquines, como si -quisieran anunciar el paso de la fiera; pero otros usaban bastoncillos -endebles o no se apoyaban en nada, pues bastante compañía llevaban -sobre las caderas con el cuchillo como un machete y la pistola del -quince, más segura que el revólver.</p> - -<p>Aquel desfile de guapos detúvose en todos los cafetines del -tránsito para refrescar con medias libras de aguardiente, convidando -a los policías conocidos que encontraban al paso, y cerca de las doce -llegaron a la alquería del camino de Burjasot,<span class="pagenum" -id="Page_149">p. 149</span> donde la paella burbujeaba ya sobre los -sarmientos, faltando solo que la echasen el arroz.</p> - -<p>Cuando se sentaban a comer estaban medio borrachos, mas no por esto -perdieron su fúnebre y despreciativa gravedad.</p> - - -<h3>II</h3> - -<p>Eran gentes de buenas tragaderas y pronto salió a luz el fondo de la -sartén, viéndose por los profundos agujeros que las cucharas de palo -abrían en la masa de arroz el meloso <i>socarraet</i>, el bocado más -exquisito de la paella.</p> - -<p>De vino, no digamos. A un lado estaba el pellejo, vacío, exangüe, -estremeciéndose con las convulsiones de la agonía, y las rondas eran -interminables, pasando de mano en mano los enormes vasos, en cuyo negro -contenido nadaban los trozos de limón, para hacer más aromático el -líquido.</p> - -<p>A los postres, aquellas caras perdieron algo de su máscara feroz; se -reía y bromeaba, con la pretina suelta para favorecer la digestión y -lanzando poderosos regüeldos.</p> - -<p>Salían a conversación todos los amigos<span class="pagenum" -id="Page_150">p. 150</span> que se hallaban ausentes por voluntad -o por fuerza; el tío <i>Tripa</i>, que había muerto hecho un santo -después de una vida de trueno; los <i>Donsainers</i>, huidos a Buenos -Aires por unos golpes tan mal dados, que el asunto no se pudo arreglar -aun mediante el mismo gobernador de la provincia, y la gente de -menor cuantía que estaba en San Agustín o San Miguel de los Reyes, -inocentones que se echaron a valientes sin contar antes con buenos -protectores.</p> - -<p>¡Cristo! Que era una lástima que hombres de tanto mérito hubieran -muerto o se hallaran pudriendo en la cárcel o en el extranjero. -Aquellos eran valientes de verdad, no los de ahora, que son en -su mayoría unos muertos de hambre, a quienes la miseria obliga a -echárselas de guapo a falta de valor para pegarse un tiro.</p> - -<p>Esto lo decía el <i>Bandullo</i> pequeño, aquel trastuelo, que se -había propuesto alterar la reunión, pinchando a Pepet, y a quien sus -hermanos lanzaban severas miradas por su imprudencia. ¡Criatura más -comprometedora! Con chicos no puede irse a ninguna parte.</p> - -<p>Pero el escuerzo ruin no se daba por entendido. Tenía mal vino -y parecía haber ido a la paella por el solo gusto de insultar a -Pepet.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_151">p. 151</span>Había que ver su -cara enjuta, de una palidez lívida, con aquel lunar largo y retorcido, -para convencerse de que le dominaba el afán de acometividad, el odio -irreconciliable que lucía en sus ojos y hacía latir las venas de su -frente.</p> - -<p>Sí señor; él no podía transigir con ciertos valientes que no tienen -corazón, sino estómago hambriento; <i>ruqueròls</i> que olían todavía -al estiércol de la cuadra en que habían nacido y venían a estorbar a -las personas decentes. Si otros querían callar, que callasen. Él no; y -no pensaba parar hasta que se viera que toda la guapeza de esos tales -era mentira, cortándoles la cara y lo de más allá.</p> - -<p>Por fortuna estaban presentes los <i>Bandullos</i> mayores, gente -sesuda que no gustaba de compromisos más que cuando eran irremediables. -Miraban a Pepet, que estaba pálido, mascando furiosamente su cigarro, y -le decían al oído, excusando la embriaguez del pequeño:</p> - -<p>—<i>No fases cas</i>: está <i>bufat</i>.</p> - -<p>Pero buena excusa era aquella con un bicho tan rabioso. Se crecía -ante el silencio e insultaba sin miedo alguno.</p> - -<p>Lo que él decía allí lo repetía en todas partes. Había muchos -embusteros. Valientes de <i>matamòrta</i> como los melones malos.<span -class="pagenum" id="Page_152">p. 152</span> Él conocía un guapo -que se creía una fiera porque le habían vestido de señor; mentira, -todo mentira. El muy fachenda, hasta intentaba presumir y le hacía -corrococos a María la <i>Borriquera</i>, la cordobesa que cantaba -flamenco en el café de la Peña... ¡Ya voy!... Ella se burlaba del muy -bruto; tenía poco mérito para engañarla; la chica se reservaba para -hombres de valía, para valientes de verdad; él, por ejemplo, que estaba -cansado de acompañarla por las madrugadas cuando salía del café.</p> - -<p>Ahora sí que no valieron las benévolas insinuaciones de los -hermanos mayores. Pepet estaba magnífico, puesto de pie, irguiendo su -poderoso corpachón, con los ojos centelleantes bajo las espesas cejas -y extendiendo aquel brazo musculoso y potente, que era un verdadero -ariete.</p> - -<p>Respondía con palabras que la ira cortaba y hacía temblar:</p> - -<p>—<i>Això</i> es mentira. ¡<i>Mocós</i>!</p> - -<p>Pero apenas había terminado, un vaso de vino le fue recto a los -ojos, separándolo Pepet de una zarpada e hiriéndose el dorso de la mano -con los vidrios rotos.</p> - -<p>Buena se armó entonces... Las mujeres de la alquería huyeron dentro -lanzando agudos chillidos; todo el honorable concurso saltó de sus -silletas de cuerda, rascándose<span class="pagenum" id="Page_153">p. -153</span> el cinto, y allí salió a relucir un verdadero arsenal: -navajas de lengua de toro, cuchillos pesados y anchos como de -carnicería, pistolas que se montaban con espeluznante ruido -metálico.</p> - -<p>La reunión dividiose instantáneamente en dos bandos. A un lado -los <i>Bandullos</i> cuchillo en mano, pálidos por la emoción, pero -torciendo el morro con desprecio ante aquellos mendigos que se atrevían -a emanciparse, y al otro, rodeando a Pepet, todos, absolutamente -todos los convidados, gente que había sobrellevado con paciencia el -despotismo de la familia bandullesca y que ahora veía ocasión para -emanciparse.</p> - -<p>Miráronse en silencio por algunos segundos, queriendo cada uno que -los otros empezaran.</p> - -<p>¡Vaya, caballeros! La cosa no podía quedar así... Allí se había -insultado a un hombre, y de hombre a hombre no va nada.</p> - -<p>Al fin, el reñir es de hombres.</p> - -<p>Era una lástima que la fiesta terminase mal, pero entre hombres ya -se sabe; hay que estar a todo. Dejar sitio y que se las arreglen los -hombres como puedan.</p> - -<p>Los amigos de Pepet, que estaban en sus glorias y se mostraban -fieros por la superioridad del número, colocáronse ante los<span -class="pagenum" id="Page_154">p. 154</span> <i>Bandullos</i> mayores, -cortándoles el paso con los cuchillos y sus palabras.</p> - -<p>En ocasiones como aquella había que demostrar la entraña de -valiente. Nada importaba que fuese su hermano. Había insultado y debía -probar sin ayuda ajena que tenía tanto de aquello como de lengua.</p> - -<p>Pero las razones eran inútiles. Estaban frente a frente los dos -enemigos, a la puerta de la alquería, bajo aquella hermosa parra -por entre cuyos pámpanos se filtraban los rayos del sol dorando las -telarañas que envolvían las uvas.</p> - -<p>El pequeño, extendiendo la diestra armada de ancha faca y -cubriéndose el pecho con el brazo izquierdo, saltaba como una mona -haciendo gala de la esgrima presidiaria aprendida en los corralones de -la calle de Cuarte.</p> - -<p>Todos callaban. Oíase el zumbido de los moscardones en aquella tibia -atmósfera de primavera, el susurrar de la vecina acequia, el murmullo -del trigo agitando sus verdes espigas y el chirriar lejano de algún -carro, junto con los gritos de los labradores que trabajaban en sus -campos.</p> - -<p>Iba a correr sangre, y todos avanzaban el pescuezo con malsana -curiosidad, para dar faltas y buenas sobre el modo de reñir.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_155">p. 155</span>El bicho maldito no -se inquietaba y seguía insultando. ¡A ver! Que se atracara aquel guapo -y vería cuán pronto le echaba la <i>tanda</i> al suelo.</p> - -<p>Y vaya si se atracó. Pero con un valor primitivo; no con la -arrogancia del león, sino con la acometividad del toro; bajando la dura -testa, encorvando su musculoso pecho con el impulso irresistible de una -catapulta.</p> - -<p>De una zarpada se llevó por delante tambaleando y desarmado al -pequeño <i>Bandullo</i>, y antes de que cayera al suelo le hundió el -cuchillo en un costado, de abajo arriba, con tal fuerza, que casi lo -levantó en el aire.</p> - -<p>Cayó el chicuelo llevándose ambas manos al costado, a la desgarrada -faja, que rezumaba sangre, y hubo un murmullo de asombro casi semejante -a un aplauso.</p> - -<p>¡Buen pájaro era aquel Pepet! Cualquiera se metía con un bruto -así.</p> - -<p>Los <i>Bandullos</i> lanzáronse sobre su caído hermano, trémulos de -coraje, y hubo de ellos que requirieron sus armas con desesperación, -como dispuestos a cerrar con aquel numeroso grupo de enemigos y morir -matando para desagravio de la familia, que no podía consentir tal -deshonra.</p> - -<p>Pero les contuvo un gesto imperioso<span class="pagenum" -id="Page_156">p. 156</span> del hermano mayor, Néstor, de la familia, -cuyas indicaciones seguían todos ciegamente. Aún no se había acabado -el mundo. Lo que él aconsejaba y siempre salía bien: paciencia y mala -intención.</p> - -<p>El pequeño, pálido, casi exánime, echando sangre y más sangre -por entre la faja, fue llevado por sus hermanos a la tartana, que -aguardaba cerca de la alquería desde que trajo por la mañana todo el -<i>arreglo</i> de la paella.</p> - -<p>¡Arrea, tartanero!... ¡Al Hospital! Donde van los hombres cuando -están en desgracia.</p> - -<p>Y la tartana se alejó dando tumbos, que arrancaban al herido rugidos -de dolor.</p> - -<p>Pepet limpió su cuchillo con hojas de ensalada que había en el -suelo, lo lavó en la acequia y volvió a guardarlo con tanto cariño como -si fuese un hijo.</p> - -<p>El ribereño había crecido desmesuradamente a los ojos de todos -aquellos emancipados que le rodeaban, y de regreso a Valencia, por la -polvorienta carretera, se quitaban la palabra unos a otros para darle -consejos.</p> - -<p>A la policía no había que tenerle cuidado. Entre valientes era de -rigor el silencio. El pequeño diría en el Hospital que no conocía -a quien le hirió, y si era tan ruin que<span class="pagenum" -id="Page_157">p. 157</span> intentara cantar, allí estarían sus -hermanos para enseñarle la obligación.</p> - -<p>A quien debía mirar de lejos era a los <i>Bandullos</i> que quedaban -sanos. Eran gente de cuidado. Para ellos, lo importante era pegar, y si -no podían de frente, lo mismo les daba a traición. ¡Ojo, Pepet! Aquello -no lo perdonarían, más que por el hermano, por el buen sentimiento de -la familia.</p> - -<p>Pero al valentón ribereño aún le duraba la excitación de la lucha -y sonreía despreciativamente. Al fin aquello tenía que ocurrir. Había -venido a Valencia para pegarles a los <i>Bandullos</i>; donde estaba -él no quería más guapos; ya había asegurado a uno; ahora que fuesen -saliendo los otros y a todos los arreglaría.</p> - -<p>Y como prueba de que no tenía miedo, al pasar el puente de San José -y meterse todos en la ciudad amenazó con un par de guantadas al que -intentara acompañarle.</p> - -<p>Quería ir solo por ver si así le salían al paso aquellos enemigos. -Conque... ¡largo, y hasta la vista!</p> - -<p>¡Qué hígado de hombre! Y la turba bravucona se disolvió, ansiosa -de relatar en cafetines y timbas la caída de los <i>Bandullos</i>, -añadiendo con aire de importancia que habían presenciado la terrible -<i>gabinetá</i> de<span class="pagenum" id="Page_158">p. 158</span> -aquel valentón que juraba el exterminio de la familia.</p> - -<p>Bien decía el ribereño que no tenía miedo ni le inquietaban los -<i>Bandullos</i>. No había más que verle a las once de la noche -marchando por la calle de las Barcas con desembarazada confianza.</p> - -<p>Iba a la Peña, a oír a su adorada novia la <i>Borriquera</i>.</p> - -<p>¡Mala pécora! Si resultaba cierto lo que aquel chiquillo insultador -le había dicho antes de recibir el golpe, a ella le cortaba la cara, y -después no dejaba botella ni títere sano en todo el café.</p> - -<p>Aún le duraba la excitación de la riña, aquella rabia destructora -que le dominaba después de haber <i>hecho</i> sangre.</p> - -<p>Ahora, antes que se enfriase, debieran salirle al encuentro los -<i>Bandullos</i>, uno a uno o todos juntos. Se sentía con ánimos para -de la primera rebanada partirlos en redondo.</p> - -<p>Estaba ya en la subida de la Morera, cuando sonó un disparo y el -valentón sintió un golpe en la espalda, al mismo tiempo que se nublaba -su vista y le zumbaban los oídos.</p> - -<p>¡Cristo! Eran ellos que acababan de herirle.</p> - -<p>Y llevándose la mano al cinto, tiró de<span class="pagenum" -id="Page_159">p. 159</span> su pistola del quince, pero antes de que -volviera la cara, sonó otro disparo y Pepet cayó redondo.</p> - -<p>Corría la gente, cerrábanse las puertas con estrépito, sonaban -pitos y más pitos al extremo de la calle, sin que por esto se viese un -kepis por parte alguna, y aprovechándose del pánico abandonaron los -<i>Bandullos</i> la protectora esquina, avanzando cuchillo en mano -hacia el inerte cuerpo, al que removieron de una patada como si fuese -un talego de ropa.</p> - -<p>—<i>Ben mòrt está.</i></p> - -<p>Y para convencerse más, se inclinó uno de ellos sobre la cabeza del -muerto, guardándose algo en el bolsillo.</p> - -<p>Cuando llegaron los guardias y se amotinó la gente en torno del -cadáver, esperando la llegada del juzgado, viose a la luz de algunos -fósforos la cara moruna de Pepet el de la Ribera, con los ojos -desmesurados y vidriosos y junto a la sien derecha una desolladura roja -que aún manaba sangre.</p> - -<p>Le habían cortado una oreja como a los toros muertos con arte.</p> - - -<h3 title="III"><span class="pagenum" id="Page_160">p. 160</span>III</h3> - -<p>El entierro fue una manifestación.</p> - -<p>Aún quedaba sangre de valiente: la raza no iba a terminar tan pronto -como muchos creían.</p> - -<p>Los amos de las casas de juego marchaban en primer término tras -el ataúd, como afligidos protectores del muerto, y tras ellos todos -los matones de segunda fila y los aspirantes a la clase; morralla del -mercado y del matadero que esperaba ocasión para revelarse, y hacía sus -ensayos de guapeza yendo a pedir alguna peseta en los billares o timbas -de calderilla.</p> - -<p>Aquel cortejo de caras insolentes con gorrillas ladeadas y tufos -en las orejas, hacía apartarse a los transeúntes, pensando en el gran -golpe que se perdía la Guardia civil.</p> - -<p>¡Qué magnífica redada podía echarse!</p> - -<p>Pero no; había que respetar el dolor sincero de aquella gente, que -lloraba al muerto con toda su alma, con una ingenuidad jamás vista en -los entierros.</p> - -<p>¿Era así como se mataba a los hombres?<span class="pagenum" -id="Page_161">p. 161</span> ¡Cobardes!... ¡<i>morrals</i>!... ¡y -después querían los <i>Bandullos</i> pasar por bravos! Santo y bueno -que le hubiesen tirado el hígado al suelo riñendo cara a cara, pues -a esto están expuestos los hombres que valen; pero matarlo por la -espalda y con pistola para no acercarse mucho, era una canallada que -merecía garrote. ¡Morir a manos de unos ruines un chico que tanto -valía! Parecía imposible que la prensa no protestase y que la ciudad -entera no se sublevara contra los <i>Bandullos</i>. ¿Y lo de cortarle -la oreja? <i>Ambusteros</i>, más que <i>ambusteros</i>. Eso está bien -que se haga con uno a quien se mata de frente; en casos así hay que -guardar un recuerdo, pero... ¡vamos! cuando no hay de qué y solo tienen -ciertas gentes motivo para avergonzarse, irrita que se pongan moños. -Y lo más triste era que muerto Pepet, el valiente de verdad, el guapo -entre los guapos, los <i>Bandullos</i> camparían como únicos amos, y -las personas decentes, que eran los demás, tendrían que juntarse para -que les diesen las sobras y poder comer. ¡Tan tranquilos que estaban, -amparados por aquel león de la Ribera que se había propuesto acabar con -los <i>Bandullos</i>!...</p> - -<p>Los que más irritados se mostraban eran los neófitos, los aprendices -que no habían estrenado la <i>tea</i> que llevaban cruzada<span -class="pagenum" id="Page_162">p. 162</span> sobre los riñones; los que -no tenían aún categoría para vivir de la tremenda, pero que sentían por -Pepet la misma adoración de los salvajes ante un astro nuevo.</p> - -<p>Y todos ellos, que pretendían meter miedo al mundo con un solo -gesto, lloraban en el cementerio, en torno de la fosa, al ver los -húmedos terrones que caían sobre el ataúd.</p> - -<p>¿Y un hombre así, más bien plantado que el que paró al sol, se lo -habían de comer la tierra y los gusanos?... ¡<i>Retapones</i>! aquello -partía el corazón.</p> - -<p>La chavalería esperaba con ansiosa curiosidad las ceremonias de -costumbre en tales casos; algo que demostrase al que se iba que aquí -quedaba quien se acordaba de él.</p> - -<p>Sonó un <i>glu-glu</i> de líquido, cayendo sobre la rellena fosa. -Los compañeros de Pepet, foscos como sacerdotes de terrorífico culto, -vaciaban botellas de vino sobre aquella tierra grasienta, que parecía -sudar la corrupción de la vida.</p> - -<p>Y cuando se formó un charco rojizo y repugnante, toda aquella -hermandad del valor malogrado tiró de las <i>teas</i> y uno por -uno fueron trazando en el barro furiosas cruces con la punta del -cuchillo, al mismo tiempo que mascullaban terribles palabras<span -class="pagenum" id="Page_163">p. 163</span> mirando a lo alto, como si -por el aire fueran a llegar volando los odiados <i>Bandullos</i>.</p> - -<p>Podía Pepet dormir tranquilo. Aquellos granujas recibirían las -tornas... si es que se empeñaban en comérselo todo y no hacer parte a -las personas decentes. ¡Lo juraban!</p> - -<p>Y al mismo tiempo que los cuchillos de la comitiva trazaban cruces -en el cementerio, los <i>Bandullos</i> entraban en el Hospital, graves, -estirados, solemnes, como diplomáticos en importante misión.</p> - -<p>El pequeño sacaba por entre las sábanas su rostro exangüe, tan -pálido como el lienzo, y únicamente en su mirada había una chispa de -vida al preguntar con mudo gesto a sus hermanos.</p> - -<p>Debía saber algo de lo de la noche anterior y quería convencerse.</p> - -<p>Sí; era cierto. Se lo aseguraba su hermano mayor, el más sesudo de -la familia. El que atacase a los <i>Bandullos</i> tenía pena a la vida. -Mientras viviesen todos, cada uno de los hermanos tendría la espalda -bien cubierta. ¿No le habían prometido venganza? Pues allí estaba.</p> - -<p>Y desliando un trozo de periódico, arrojó sobre las sábanas un muñón -asqueroso, cubierto de negros coágulos.</p> - -<p>El pequeño lo alcanzó sacando de entre<span class="pagenum" -id="Page_164">p. 164</span> las sábanas sus brazos enflaquecidos, -ahogando con penosos estertores el dolor que sentía en las llagadas -entrañas al incorporarse.</p> - -<p>—<i>¡La orella!... ¡La orella d’eixe lladre!</i></p> - -<p>Rechinaron sus dientes con los dos fuertes mordiscos que dio -al asqueroso cartílago, y sus hermanos, sonriendo complacidos al -comprender hasta dónde llegaba la furia de su cachorro, tuvieron que -arrebatarle la oreja de Pepet para que no la devorase.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch9"> - <p><span class="pagenum" id="Page_165">p. 165</span></p> - <h2 class="nobreak">El <i>femater</i></h2> - <hr class="tir" /> -</div> - -<h3>I</h3> - -<p>El primer día que a Nelet le enviaron solo a la ciudad, su -inteligencia de chicuelo torpe adivinó vagamente que iba a entrar en un -nuevo período de su vida.</p> - -<p>Comenzaba a ser hombre. Su madre se quejaba al verle jugar a todas -horas, sin servir para otra cosa, y el hecho de colgarle el capazo a -la espalda enviándolo a Valencia a recoger estiércol equivalía a la -sentencia de que en adelante tendría que ganarse el mendrugo negro y -la cucharada de arroz, haciendo algo más que saltar acequias, cortar -flautas en los verdes cañares o formar coronas de flores rojas y -amarillas en los tupidos dompedros que adornaban la puerta de la -barraca.</p> - -<p>Las <i>cosas</i> iban mal. El padre, cuando no trabajaba los cuatro -terrones en arriendo, iba con el viejo carro a cargar vino en<span -class="pagenum" id="Page_166">p. 166</span> Utiel; las hermanas estaban -en la fábrica de sedas, hilando capullo; la madre trabajaba como una -bestia todo el día, y el pequeñín, que era el gandul de la familia, -debía contribuir con sus diez años, aunque no fuera más que agarrándose -a la espuerta, como otros de su edad, y aumentando aquel estercolero -inmediato a la barraca, tesoro que fortalecía las entrañas de la -tierra, vivificando su producción.</p> - -<p>Salió de madrugada, cuando por entre las moreras y los olivos -marcábase el día con resplandor de lejano incendio. En la espalda, -sobre la burda camisa, bailoteaban al compás de la marcha el flotante -rabo de su pañuelo anudado a las sienes y el capazo de esparto, que -parecía una joroba. Aquel día estrenaba ropa; unos pantalones de pana -de su padre, que podían ir solos por todos los caminos de la provincia -sin riesgo de perderse, y que acortados por la tía Pascuala, se -sostenían merced a un tirante cruzado a la bandolera.</p> - -<p>Corrió un poco al pasar por frente al cementerio de Valencia, por -antojársele que a aquella hora podían salir los muertos a tomar el -fresco, y cuando se vio lejos de la fúnebre plazoleta de palmeras, -moderó su paso hasta ser este un trotecillo menudo.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_167">p. 167</span>¡Pobre Nelet! -Marchaba como un explorador de misterioso territorio hacia aquella -ciudad que, bañada por los primeros rayos del sol, recortaba su rojiza -crestería de tejados y torres sobre un fondo de blanquecino azul.</p> - -<p>Dos o tres veces había estado allí, pero amparado por su madre, -agarrado a sus faldas, con gran miedo a perderse. Recordaba con espanto -la ruidosa batahola del Mercado y aquellos municipales de torvo ceño -y cerdosos bigotes, terror de la gente menuda; pero a pesar de los -espantables peligros, seguía adelante, con la firmeza del que marcha a -la muerte cumpliendo su deber.</p> - -<p>En la puerta de San Vicente se animó viendo caras amigas; -<i>fematers</i> de categoría superior, dueños de una jaca vieja para -cargar el estiércol y sin otra fatiga que tirar del ramal gritando por -las calles el famoso pregón: «<i>Ama, ¿hiá fem?</i>»</p> - -<p>Uno de ellos era vecino del muchacho, y hasta se susurraba si andaba -enamorado de una de sus hermanas, aunque no hacía más que dos años que -estaba pensando en declarar su pasión, circunstancias que no impidieron -que con pocas palabras diese un susto a Nelet.</p> - -<p>De seguro que no llevaba licencia. ¿No<span class="pagenum" -id="Page_168">p. 168</span> sabía lo que era? Un papelote que había -que sacar soltando dinero allá en el Repeso. Sin ella había que menear -bien las piernas para huir de los municipales. Como le pillasen, flojas -<i>patás</i> le iban a soltar. Conque ¡ojo, <i>chiquet</i>!</p> - -<p>Y fortalecido por tan consoladoras advertencias, el pobre chico -entró en la ciudad, buscando los callejones más solitarios y tortuosos, -mirando con codicia los humeantes rastros que dejaban los caballos -sobre los adoquines, sin atreverse a meter en su espuerta tales -riquezas por miedo de agacharse y sentir en el hombro la mano de un -sayón con kepis.</p> - -<p>Aquello forzosamente había de acabar mal.</p> - -<p>Se olvidó de todo en una plazoleta, viendo cómo jugaban al toro un -grupo de pelones de larga blusa y grueso bolsón de libros, retardando -el momento de entrar en la escuela; pero de improviso sonó el grito -de ¡<i>la ful</i>! anunciando la aparición de un municipal de los -más feos, y todos se desbandaron al galope como tribu de salvajes -sorprendida en lo mejor de sus misteriosos ritos.</p> - -<p>Nelet huyó despavorido, pensando que en la maldita ciudad no -se ganaba para sustos, la giba de esparto siempre sobre<span -class="pagenum" id="Page_169">p. 169</span> su espalda y atropellando -en la desbocada carrera a una vieja que barría tranquilamente su -portal.</p> - -<p>No era floja la paliza que le soltarían en casa al verle de vuelta -con el capazo vacío, y esta consideración fue lo que le dio valor. -Llegaban hasta él los gritos de los otros <i>fematers</i> en las -inmediatas calles, agudos, insolentes, como cacareos de gallo, y -tímidamente, temblando de que alguien le oyese, murmuró con voz que -parecía el balido de un cordero: «<i>Ama, ¿hiá fem?</i>»</p> - -<p>Y así recorrió un par de calles.</p> - -<p>—Entra, chiquillo, entra.</p> - -<p>Era una buena mujer que le hacía señas indicándole las barreduras -que acababa de amontonar junto a una puerta. ¡Pero qué simpática -resultaba aquella mujer! El regalo no era gran cosa; polvo, puntas de -cigarro, mondaduras de patatas y hojas de col; el estiércol de una casa -pobre. Nelet lo recogió todo con la satisfacción del aventurero que -triunfa por primera vez, y siguió adelante mirando los balcones, los -pisos superiores, que él llamaba <i>casas grandes</i>, donde se comía -bien, y en las covachas de la cocina había para meter la mano y el -codo.</p> - -<p>Pero ¡<i>rediel</i>! (y se rascó la roja frente llena de arañazos) -estaba perdiendo el tiempo.<span class="pagenum" id="Page_170">p. -170</span> Había olvidado sus relaciones de la ciudad: la casa de -Marieta, su hermana de leche, donde había estado algunas veces con su -madre.</p> - -<p>Y tras indecisiones y rodeos dio por fin con la calle sombría y -solitaria cerca de los juzgados, y el caserón de húmedo patio en cuyo -piso principal vivía don Esteban el escribano.</p> - -<p>Aquella mañana era de desgracias.</p> - -<p>En el patio estaba la portera, una bruja que le recibió escoba -en mano, faltando poco para que le saludase con dos hisopazos en la -cara.</p> - -<p>Ella no quería marranos que le ensuciasen la escalera. Todos los -inquilinos tenían su <i>femater</i>. ¡Largo, granuja! ¡Quién sabe si -subiría con intención de robar algo!</p> - -<p>Y el tímido labradorcillo, retrocediendo ante la iracunda bruja, -protestaba con voz débil, repitiendo siempre la misma excusa. Era el -hijo de la tía Pascuala, a la que todo Paiporta conocía, el ama de -Marieta; ¿no era bastante?</p> - -<p>Pero ni el nombre de la tía Pascuala ni el del mismo Espíritu Santo -ablandaba a la portera y a su fiera escoba, y Nelet, retrocediendo, -se vio en la calle y allí se quedó como un bobo frente a una pared -vieja: arañando los sueltos yesones y espiando<span class="pagenum" -id="Page_171">p. 171</span> con el rabillo del ojo las evoluciones -de la vieja. La vio sumirse en el cuchitril de la portería y -cautelosamente entró en el portal, lo cruzó sin ser visto y subió por -la escalera de antiguos azulejos, tirando tímidamente del borlón de -estambre que colgaba ante la enorme y conventual puerta del primer -piso.</p> - -<p>No fue poco lo que se rio la criada, bravía moza de las montañas de -Teruel, al abrir la puerta y encontrarse con aquel monigote panzudo que -abultaba menos que su capazo.</p> - -<p>¿Qué buscaba? Allí tenían quien se llevara el estiércol. Y Nelet, -turbado por el buen humor de la <i>churra</i> no sabía qué decir.</p> - -<p>Pero de pronto se abrió para él el cielo. O lo que es lo mismo, -vio asomar por detrás de la falda de la criada una cara morena, -prolongada y huesosa, con los rebeldes pelillos estirados cruelmente -hacia el cogote, los ojos grandes y negros, animados por una chispa -de eterna curiosidad y el cuerpo zancudo y desgarbado por prematuro -crecimiento.</p> - -<p>La niña le reconoció en seguida: no en balde transcurren dos -años durmiendo bajo el techo de la barraca y en la misma cama y se -pasan los días junto a la acequia, tendidos<span class="pagenum" -id="Page_172">p. 172</span> sobre el vientre, con la cara teñida de -zumo de zanahorias. Era Nelet, el hijo del ama.</p> - -<p>Lo cogió de la mano con cierto aire de muchacho, propio del desgarbo -con que llevaba las faldas, y los dos se dirigieron a la cocina -seguidos por la sonriente <i>churra</i>, a quien la hacía gracia el -aire tímido y enfurruñado del chiquillo.</p> - - -<h3>II</h3> - -<p>Llegó a su barraca con la espuerta sin llenar, pero no pudo decir -que le había ido mal en su primera expedición.</p> - -<p>Aquella <i>churra</i> le quería de veras, desde que supo que era -nada menos que hermano de la señorita. Ella misma le llenó el capazo -vaciando todo el basurero de la cocina, sin importarle lo que pudiera -murmurar el <i>femater</i> de la casa, un viejo que podía alegar los -derechos adquiridos en once años. Nelet le desbancaba, y la buena -muchacha, para afirmar su protección, le regaló con media cazuela de -guisado de la noche anterior y una montaña de mendrugos que el chico -iba tragándose con la calma<span class="pagenum" id="Page_173">p. -173</span> de un rumiante, pensando que si duraba mucho la buena racha, -iba a ponerse tan redondo y frescote como el cura de Paiporta.</p> - -<p>Pues ¿y Marieta? Le miraba comer con alegría, como si fuera ella -misma la que saboreaba el guisado con hambre atrasada. Hasta quiso -que le dieran vino, y apenas le veía hacer un descanso, pasaba -revista a todos los de allá, preguntando cómo estaba el ama, si tenía -muchos animales, si el padre aún iba por los caminos, si vivía el -<i>Negret</i>, aquel perrillo seco, almacén de pulgas que aullaba -como un condenado apenas se acercaban a la barraca, y si la higuera, -tan frondosa en verano, soltaba aquella lluvia de lagrimones negros y -suaves que caían ¡<i>chap</i>! dulcemente en el suelo, despachurrando -la miel y el perfume de sus entrañas rojas.</p> - -<p>Y después tras el substancioso atracón, llegó para Nelet el momento -de los asombros, viendo la colección de muñecas, los vestidos, los -sombreros, todos los regalos con que el escribano obsequiaba a su hija. -Bien se conocía que esta era única, que había quedado sin madre casi al -nacer y que el viejo don Esteban no tenía otro cariño a que dedicar los -buenos cuartos que arañaba en el juzgado.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_174">p. 174</span>Seguía a su Marieta -por toda la casa, admirando las magnificencias que la chiquilla le -mostraba con mal cubierta satisfacción de amor propio. El salón le -anonadó con sus sillerías del primer tercio de siglo y sus adornos, -que evocaban el recuerdo de las almonedas judiciales; pero su -admiración trocose en espanto ante una puerta entornada. Allí dentro -trabajaba el papá, con sus dos escribientes y se oía su voz campanuda: -<i>Providencia que dicta el señor juez</i>... etc.</p> - -<p>¡Cristo! aquello asustaba a Nelet más que los municipales, y -emprendió la vuelta hacia la cocina.</p> - -<p>En fin, que su primera visita le hizo experimentar la satisfacción -del que se halla establecido y cuenta con clientela.</p> - -<p>Entraba por las mañanas en la ciudad tomando al paso lo que -buenamente encontraba en las calles, y recto a aquel caserón, donde se -colaba como si fuese un inquilino.</p> - -<p>La bruja de la portera se guardaba ahora su escoba y hasta le -protegía, recomendándolo a las criadas de los otros pisos, y en el -principal tenía a la <i>churra</i>, que siempre encontraba en los -rincones de la despensa algo sobrante que antes era para los gatos y -ahora se tragaba Nelet.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_175">p. 175</span>¡Qué mañanas -aquellas! Llegaba cuando la casa estaba en el revoltijo del despertar. -Los escribientes en el despacho se soplaban las manos preparándose a -agarrar las plumas y ensuciar papel de oficio, la <i>churra</i> por -allá dentro levantaba camas, dando furiosas bofetadas a los colchones, -y Marieta, de trapillo, con la cabeza espeluznada y una faldilla a -media pierna, arañaba los pasillos con la escoba, para dar gusto al -papá, que quería una chica <i>muy mujer de su casa</i>.</p> - -<p>Y en el comedor encontraba a don Esteban, el terrible escribano, -imagen para Nelet de la justicia, que puede pegar y meter en la cárcel, -sentado ante humeante chocolate, con las gafas caladas para leer el -periódico y murmurando automáticamente al entrar el muchacho:</p> - -<p>—Hola, chiquillo, ¿cómo está la tía Pascuala?</p> - -<p>Pero el terrible pasmarote no tardaba en aislarse en su despacho, -para preparar lo que luego había de decir el señor juez sobre el papel -sellado, y la casa parecía alegrarse con tal desaparición.</p> - -<p>Sonaban risas en aquel ambiente denso de habitaciones cerradas, -donde flotaba aún el calor del sueño y el polvo levantado por -la limpieza. Los gatos jugueteaban en la<span class="pagenum" -id="Page_176">p. 176</span> cocina con la espuerta del -<i>femateret</i>, mientras este se sentía feliz, ayudando a la -<i>churra</i> con su buena voluntad de bruto de carga o charlando con -Marieta de cosas tan interesantes como eran las últimas y verídicas -noticias de cuanto ocurría en Paiporta y sus alrededores.</p> - -<p>¡Oh! A aquella chica le tiraba aún la miserable barraca y los -terruños sobre los cuales se había dado cuenta por primera vez de que -existía. Hablaba de la tía Pascuala con más entusiasmo que de su madre, -a la que solo había visto en el oscuro retrato que estaba en el salón, -figura melancólica que parecía presentir ante el pintor la llegada de -la maternidad del brazo con la muerte.</p> - -<p>¡Qué bien se estaba en la barraca! Ya había transcurrido tiempo, -pero ella recordaba, con la vaguedad de comprensión de los primeros -años, aquellas noches pasadas en el <i>estudi</i>, hundida en los -mullidos colchones de hojas de maíz que cantaban al menor movimiento, -defendida por el poderoso anillo de músculos que formaban los brazos -de la nodriza, durmiéndose al calor de las voluminosas ubres, siempre -repletas y firmes; después, el alegre despertar, cuando el sol se -filtraba por las rendijas del ventanillo y piaban los gorriones en el -techo<span class="pagenum" id="Page_177">p. 177</span> de paja de la -barraca, contestando a los cacareos y gruñidos de los habitantes del -corral; el fuerte perfume del trigo, las frescas emanaciones de la -hierba y las hortalizas, difundiéndose por el interior de la blanqueada -vivienda, olores confundidos y arrullados por el vientecillo que, -pasando por las filas de moreras y a través de la higuera, parecía -hacer cantar a las temblonas hojas; y la vida bohemia, alegre y -descuidada en los campos inmediatos, que recorrían con sus vacilantes -piernas de dos años, sin atreverse a llegar a la revuelta del camino, -lleno de barrizales y cruzado por los profundos surcos de las ruedas, -pues su imaginación naciente había inventado que allí forzosamente -debía terminar el mundo.</p> - -<p>¿Y cuando el <i>pare</i> llegaba de uno de aquellos largos viajes de -carretero y al oír los cascabeles de los machos y el chirrido de las -ruedas, salían todos al camino a recibirle con cruces de caña como si -fueran a una procesión de las de Paiporta? ¿Y cuando a la orilla de la -acequia, casi seca, se coronaban de dompedros, colgaban de su cintura -largas hojas de caña y con el verde faldellín paseábanse gravemente -imitando el paso de puntas de aquellas vírgenes y heroínas que salían -en las cabalgatas del pueblo? ¿Y la vez que se pegaron por<span -class="pagenum" id="Page_178">p. 178</span> un higo? ¿Y cuando hartos -de zanahorias teñíanse la cara de morado y se revolcaban por la rojiza -tierra hasta parecer indios bravos, dejando como guiñapos las finas y -bordadas ropas que enviaba el escribano?</p> - -<p>¡Ah, Nelet! ¡Qué malo eras entonces!</p> - -<p>Y la muchacha miraba por los balcones la estrecha calle, en la que -vergonzosamente entraba un rayo de sol, y en su vaga mirada de pájaro -enjaulado leíase el deseo de volar lejos, muy lejos, a aquellos campos -donde la esperaban la vida libre y la adoración de toda una familia de -infelices que la veneraban como procedente de una raza superior.</p> - -<p>Pero el papá se oponía a que volviese a la barraca ni un solo día. -Lo había dicho terminantemente: cada cosa a su tiempo, y ahora nada -bueno podía aprender entre aquellos brutos.</p> - -<p>Esta tenaz negativa recordaba a Nelet el momento en que se llevaron -a la chica a Valencia; en que la robaron, sí señor, engañándola, -diciendo que solo era para unos días y no tardaría en volver, mientras -la pobrecita lloraba y él corría como un perrillo detrás de la tartana -pidiendo con lamentos al cruel escribano que no le quitase a su -Marieta.</p> - -<p>¡<i>Rediel</i>! Si fuese ahora, que era ya casi<span -class="pagenum" id="Page_179">p. 179</span> un hombre y le plantaba una -pedrada al más guapo...</p> - -<p>Y en esto sonaban las diez, salían los escribientes con sus badanas -repletas de autos camino del juzgado, y el principal al ver al -<i>femateret</i> torcía el ceño.</p> - -<p>—¿Pero aún estás ahí? Tú acabarás mal; eres un vago. A la -obligación, chiquillo.</p> - -<p>Y el pequeño David, a pesar de aquellas pedradas certeras que le -enorgullecían, temblaba ante el gigante con el terror que inspira -al infeliz el hombre de justicia, y recogiendo su espuerta, salía -cabizbajo, avergonzado, sin atreverse a mirar a Marieta... y hasta el -día siguiente.</p> - -<p>Algunas veces el recuerdo de la idílica existencia al aire libre -perdía su encanto, y era Nelet quien envidiaba en la persona de su -hermana todas las comodidades y esplendores de la vida de la ciudad.</p> - -<p>¡Qué lujos! Los vestidillos de seda y terciopelo, los sombreros -que parecían islas de flores, todos los regalos del papá que Marieta -enseñaba con malsana coquetería, aturdían a Nelet, y como para él no -había gradaciones sociales, como el mundo estaba dividido en gente -del campo y <i>señorío</i>, la hija del escribano aparecía a sus ojos -igual o superior a aquellas otras que había visto algunas veces en los -carruajes de lujo.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_180">p. 180</span>Marieta le -dominaba, le hacía pasar embobado las mañanas en aquella casa, -obedeciéndola servilmente como allá en la barraca cuando era una -chicuela llorona y rabiosilla.</p> - -<p>Y transcurrió el tiempo, estrechándose cada vez más entre los dos -hermanos aquel lazo de cariño creado en los albores de su vida por la -existencia casi silvestre.</p> - -<p>Nelet se hacía hombre. A los quince años era ya una vergüenza -que entrase por las mañanas en la ciudad con su espuerta, como un -chiquillo. Trabajaba los campos en arriendo, mientras el padre andaba -por los caminos, y para recoger basura en Valencia contaba con el -auxilio de un jaco viejo que el carretero había traspasado a su hijo -como desecho.</p> - -<p>El pobre animal, cabizbajo como un misántropo, con el flaco lomo -martirizado por los serones llenos, pasaba las horas frente a la casa -del escribano, mirando con sus ojos vidriosos y empañados a la vieja -portera, que hacía media, mientras su joven amo andaba por arriba -regañando amistosamente con la <i>churra</i> o siguiendo como un siervo -a la señorita.</p> - -<p>Era ya todo un hombre, cortés y rumboso con las personas de su -aprecio. Bien le pagaba a la criada los antiguos guisotes<span -class="pagenum" id="Page_181">p. 181</span> trasnochados. Nunca -llegaba con las manos vacías, y del serón salían camino del primer -piso el par de melones verdes y correosos, los pimientos inflamados y -brillantes, las frescas lechugas con sus ocultos cogollos de ondulado -marfil o las coles vistosas como flores de rizada blonda, dones que -arrancaba directamente de sus terruños, y que al faltar en estos -robaba tranquilamente en los campos del camino, con la imprudencia del -chiquillo de huerta acostumbrado desde que andaba a gatas a atracarse -de uvas y digerirlas ayudado por los pescozones de los guardas.</p> - -<p>Y satisfecho con el agradecimiento que le mostraba la criada por -sus obsequios, viendo siempre en Marieta a la rapazuela que en otros -tiempos jugaba con él y le arañaba al más leve motivo, apenas si -llegó a fijarse en la súbita transformación que iba operándose en la -muchacha.</p> - -<p>Redondeábase su cuerpo, aclarábase su tez en extremo morena; las -agudas clavículas y la tirantez del cuello iban dulcificándose bajo la -almohadilla de carne suave y fresca que parecía acolchar su cuerpo; las -zancudas piernas, al engruesarse, poníanse en relación con el busto. Y -como si hasta a la ropa se comunicase el milagro, las faldas parecían -crecer un dedo cada día, como<span class="pagenum" id="Page_182">p. -182</span> avergonzadas de que estuvieran por más tiempo al descubierto -aquellas medias que amenazaban estallar con la expansión de la robustez -juvenil.</p> - -<p>Marieta no iba a ser una beldad; pero tenía la frescura de la -juventud, vigor saludable y unos ojazos valencianos, negros, rasgados y -con ese misterioso fulgor que revela el despertar del sexo.</p> - -<p>Y como si la niña adivinase la proximidad de algo grave y decisivo -que la privaría en adelante de tratar a su hermano como si aún -anduviesen por los campos, hablaba a Nelet con seriedad, evitando los -juegos de manos, las intimidades propias de una infancia sin malicia ni -preocupaciones.</p> - -<p>En fin, que un día, al entrar Nelet en la casa quedose asombrado, -como si un fantasma le hubiese abierto la puerta.</p> - -<p>Aquella no era Marieta; se la habían cambiado.</p> - -<p>Era una muñeca con el pelo arrollado y puntiagudo sobre la nuca, -conforme a la moda, y una horrible falda larga que la cubría los -pies.</p> - -<p>Parecía muy complacida de verse mujer, de haberse librado de -la trenza suelta y la pierna al aire, signos de insignificancia -infantil, pero a él le faltó poco para llorar,<span class="pagenum" -id="Page_183">p. 183</span> para protestar a gritos, como en aquella -tarde que corría tras la tartana suplicando al feroz escribano que no -le quitase la chiquita. Por segunda vez le arrebataban su Marieta.</p> - -<p>Y después, ¡horror da recordarlo! aquella <i>churra</i> despiadada -parecía complacerse en su dolor haciéndole terribles advertencias.</p> - -<p>El señor se lo había dicho y ella lo repetía por encontrarlo muy -justo y para evitarse reprimendas. Cada cual debía ponerse en su -lugar. En adelante nada de tuteos ni de Marietas, y mucho de señorita -María, que era el nombre de la única dueña de la casa. ¿Qué dirían las -amiguitas al ver a un <i>femater</i> tratando tú por tú a la señorita? -Conque ya lo sabía: el hermanazgo había terminado.</p> - -<p>Y a Nelet, la silenciosa naturalidad con que Marieta, digo -mal, la señorita María, escuchaba todo aquel cúmulo de absurdas -recomendaciones, dolíale más que las palabras de la <i>churra</i>.</p> - -<p>—Todo lo dicho —continuaba esta— no era ni remotamente que se -pretendiera cerrar al chico las puertas.</p> - -<p>Ya sabía que lo consideraban como de casa, y que toda la cocina era -para él. Pero cada cual en su sitio, ¿estamos?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_184">p. 184</span>No olvidando esto -podía volver cuando quisiera.</p> - - -<h3>III</h3> - -<p>Y volvió ¡<i>rediel</i>! ¿Pues no había de volver?</p> - -<p>Ir a Valencia y no entrar en aquel caserón cerca de los Juzgados, -era un hecho que por lo absurdo no había pensado nunca que pudiera -ocurrir.</p> - -<p>Y allí iba todas las mañanas, a sufrir, reconociéndose cada vez más -distanciado de aquella a quien tenía que llamar la señorita.</p> - -<p>¿Dónde estaba ya aquel afán por hablar de las cosas de la -barraca?</p> - -<p>Entraba Nelet en la casa con la confianza de siempre, pero notando -en torno de él un ambiente de frialdad e indiferencia. Era el -<i>femater</i>, y nada más.</p> - -<p>Algunas veces intentó resucitar en María el entusiasmo por la pasada -vida, hablándola del ama y de su familia que tanto la amaban, de -aquella barraca en la que todos pensaban en ella; pero la joven oíale -con cierto malestar, como si la causara repugnancia la rusticidad de -los de allá.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_185">p. 185</span>¡Ah, pobre Nelet! -Decididamente le habían cambiado su Marieta. En aquella adorable muñeca -no había nada en que vibrase el recuerdo del pasado. Parecía que en -su cabeza, al cubrirse con el peinado de mujer, se habían desvanecido -todos los ensueños de poesía campestre.</p> - -<p>Tenía el pobre muchacho que contentarse sosteniendo largas -conversaciones con la <i>churra</i> en aquella cocina a la que llegaba -el tecleo monótono de la señorita, que estudiaba sus lecciones en el -piano del salón. Aquellas escalas incoherentes y pesadas se le metían -en el alma, conmoviéndole más que las melodías del órgano en la iglesia -de Paiporta.</p> - -<p>Y para colmo de sus penas, la criada no sabía hablar más que de -don Aureliano, un personaje que preocupaba a Nelet y al que acabó por -conocer deteniéndose un día en la puerta del despacho del escribano.</p> - -<p>Era un jovencillo pálido, rubio, enclenque, con lentes de oro y -ademanes nerviosos; un abogado recién salido de la Universidad, que se -preparaba con la práctica para ser habilitado de don Esteban, ansioso -de descanso, y que al fin acabaría por hacerse dueño del despacho.</p> - -<p>¡Y que parase ahí! Esto no lo decía el<span class="pagenum" -id="Page_186">p. 186</span> pobre <i>femater</i>, pero lo pensaba -con la confusión propia de su caletre. Aquel barbilindo, que tendría -cinco o seis años más que él, era una espina que llevaba clavada en el -corazón.</p> - -<p>Deseoso de reconquistar el afecto de la señorita, multiplicaba sus -obsequios con tanta rudeza como buena voluntad.</p> - -<p>El jamelgo llegaba muchas veces a Valencia con los serones llenos -de frutas o frescas hortalizas; los campos del camino temblaban al -verle venir, temiendo su loca rapiña, su inmoderado afán de obsequiar, -sin acordarse que hay dueños en el mundo ni guardas que pueden pegar -una paliza; pero tanto sacrificio no merecía más que alguna automática -sonrisa o un ¡gracias! como se da a cualquiera, y los regalos iban a la -cocina, sin alcanzar otros elogios que los de la <i>churra</i>.</p> - -<p>En cambio, sobre la mesa del comedor, o en el salón, sobre el -piano, todas las mañanas veía el pobre Nelet ramos de flores frescas, -recién traídas del Mercado, y que María aspiraba con pasión de mujer -que despierta, como si en vez de perfume de jardines aspirase otro que -llegaba más directamente a su corazón.</p> - -<p>Eran regalos del tal don Aureliano, de aquel danzarín para quien -resultaba ya<span class="pagenum" id="Page_187">p. 187</span> -estrecho el despacho, y que con la pluma tras la oreja y fingiendo mil -pretextos, se metía hasta en la cocina solo por ver un instante a María -y cruzar una sonrisa.</p> - -<p>Y cómo se coloreaba el semblante de ella... ¡Cristo!</p> - -<p>Toda la sangre moruna que el huertano tenía en su atezado cuerpo -inflamábase ante aquel don Aureliano, que era casi de su edad y del que -no le separaba más que su categoría de señorito.</p> - -<p>Nelet, a los diez y seis años, comprendía ya el motivo de que los -hombres se cieguen y vayan a presidio.</p> - -<p>Lo único que le detenía era la certeza de que don Esteban, el -terrible ogro, apreciaba a aquel pisaverde y le irritaría cuanto él -hiciese en su daño.</p> - -<p>Además se consolaba con la esperanza de que todas sus rabietas -carecían de fundamento. Nada de extraño tenía que el abogadillo buscase -a Marieta. ¡Era tan bonita y tan buena! Pero de seguro que ella no le -hacía gran caso; Nelet tenía la certeza de esto y también de que la -frialdad de su antigua hermana no pasaba de ser una mala racha, un -caprichito como los que tenía de niña allá en la barraca, donde tanto -le martirizaba con su mal genio.</p> - -<p>¡Pues no faltaba más, que ella resultase<span class="pagenum" -id="Page_188">p. 188</span> una ingrata con tanto como la amaban allá -en Paiporta, y él sobre todos!</p> - -<p>Una mañana entró en la casa encontrando la puerta abierta. La -<i>churra</i> no estaba en la cocina. En el despacho leía don Esteban -con la nariz casi pegada a unos autos y en el salón sonaba el monótono -tecleo formando escalas cada vez más perezosas y desmayadas.</p> - -<p>Entró con su paso cauteloso de morisco, que aún hacían más -imperceptible las ligeras alpargatas, y al reflejarse su figura en un -espejo como silenciosa aparición, María dio un grito de sorpresa y de -miedo.</p> - -<p>Allí estaba el maldito abogadillo de los lentes de oro, casi doblado -sobre el piano, al lado de María, como si fuese a volver una hoja del -cuaderno que ocupaba el atril, pero con la cabeza tan junta a la de la -joven, que parecía querer devorarla.</p> - -<p>¡<i>Rediel</i>!... ¿Para cuándo eran las bofetadas?</p> - -<p>Y lo peor fue que María, aquella Marieta que un año antes le trataba -a cachetes como traviesa y cariñosa hermana, aquella a la que nunca -quiso comparar con su madre temiendo que esta resultase menos querida, -le miró fijamente con un relampagueo de odio, y se puso en pie con -el<span class="pagenum" id="Page_189">p. 189</span> ademán de una -señora bien segura de la sumisión de su siervo.</p> - -<p>¿Qué buscaba allí? En la cocina tenía a la criada. ¿No podía -estudiar tranquila un rato?</p> - -<p>Nunca pudo recordar Nelet cómo salió del salón. Debió retroceder -cabizbajo y vacilante, como una bestia herida. Le zumbaban los oídos, -su cara quemaba, y pensando en aquel otro que se quedaba tranquilo -y satisfecho junto al piano, repetíase mentalmente: «¡Dios mío, qué -vergüenza!»</p> - -<p>Estaba inmóvil en mitad del corredor que conducía al salón, con -el rostro en la pared, como si quisiera incrustarlo en ella, cegar -para siempre, y aun así todavía recibió el último latigazo, oyendo la -vocecilla del de los lentes de oro:</p> - -<p>—¡Moscón más pesado! Ese muchacho parece que me odie, que nos -persiga como si sintiera celos.</p> - -<p>—¡Qué idea! Es el hijo de mi nodriza: un infeliz, un bruto... pero -con buen corazón.</p> - -<p>Y tras breve pausa sonaron, amortiguados por los cortinajes, dos -chasquidos leves y misteriosos, que los sintió Nelet como un par de -puñaladas. Tal vez era el piano que crujía o la hoja del cuaderno -que se doblaba; pero el pobre muchacho,<span class="pagenum" -id="Page_190">p. 190</span> después de un instintivo impulso de correr -hacia el salón con los puños cerrados, huyó, dejando el capazo en la -cocina como tarjeta de visita, y ya en la calle arreó su jaco, con los -serones vacíos, camino de la barraca.</p> - -<p>Por tercera vez le robaban su Marieta: ya era bastante.</p> - -<p>Ahora solo tendría cariño para su madre; para aquellos terruños que -apenas arañados correspondían a su caricia, cubriéndose con manto verde -terciopelo y regalándole el pan.</p> - -<p>No volvió más a Valencia: odiaba a la ciudad porque ella estaba -allí.</p> - -<p>Y como los <i>fematers</i> no pagan contribución directa, nadie se -enteró de que en el gremio había una baja.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch10"> - <p><span class="pagenum" id="Page_191">p. 191</span></p> - <h2 class="nobreak">En la puerta del cielo</h2> - <hr class="tir" /> - <p class="centra smaller mt2">CUENTO DE LA HUERTA</p> - <p class="firma smaller">(<i>Traducido del valenciano</i>)</p> -</div> - -<p>Sentado en el umbral de la puerta de la taberna, el tío -<i>Beseròles</i>, de Alboraya, trazaba con su hoz rayas en el suelo, -mirando de reojo a la gente de Valencia que en derredor de la mesilla -de hojalata empinaba el porrón y metía mano al plato de morcillas en -aceite.</p> - -<p>Todos los días abandonaba su casa con el propósito de trabajar en el -campo, pero siempre hacía el demonio que encontrase algún amigo en la -taberna del <i>Ratat</i>, y vaso va, copa viene, lanzaban las campanas -el toque de mediodía si era de mañana o cerraba la noche, sin que él -hubiese salido del pueblo.</p> - -<p>Allí estaba en cuclillas, con la confianza de un parroquiano -antiguo, buscando entablar conversación con los forasteros y esperando -que le convidasen a un trago,<span class="pagenum" id="Page_192">p. -192</span> con las demás atenciones que se usan entre personas -finas.</p> - -<p>Aparte de que le gustaba menos el trabajo que la visita a la -taberna, el viejo era un hombre de mérito. ¡Lo que sabía aquel hombre, -Señor!... ¿Y cuentos?... Por algo le llamaban <i>Beseròles</i><a -id="FNanchor_1" href="#Footnote_1" class="fnanchor">[1]</a>; porque no -caía en sus manos un trozo de periódico que no lo leyera de principio a -fin, cantando las palabras letra por letra.</p> - -<div class="footnote"> - -<p><a id="Footnote_1" href="#FNanchor_1" class="label">[1]</a> -<i>Abecedario</i> en valenciano.</p> - -</div> - -<p>La gente lanzaba carcajadas oyendo sus cuentos, especialmente -aquellos en los que figuraban capellanes y monjas; y el <i>Ratat</i>, -detrás del mostrador, reía también, contento de ver que los -parroquianos, para celebrar los relatos, le hacían abrir las espitas -con frecuencia.</p> - -<p>El tío <i>Beseròles</i>, agradeciendo un trago de la gente de -Valencia, deseaba contar algo, y apenas oyó que uno nombraba a los -frailes, se apresuró a decir:</p> - -<p>—¡Esos sí que son listos!... ¡Quién se la dé a ellos!... Una vez un -fraile engañó a San Pedro.</p> - -<p>Y animado por la curiosa mirada de los forasteros, comenzó su -cuento:</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_193">p. 193</span>Era un fraile de -aquí cerca, del convento de San Miguel de los Reyes, el padre Salvador, -muy apreciado de todos por lo listo y campechano.</p> - -<p>Yo no lo he conocido, pero mi abuelo aún se acordaba de haberlo -visto cuando visitaba a su madre, y con las manos cruzadas sobre la -panza esperaba el chocolate a la puerta de la barraca. ¡Qué hombre! -Pesaba sus diez arrobas; cuando le hacían hábito nuevo entraba en él -toda una pieza de paño; visitaba al día once o doce casas, tragándose -en cada una sus dos onzas de chocolate, y cuando la madre de mi abuelo -le preguntaba:</p> - -<p>—¿Qué le gusta más, padre Salvador? ¿Unos huevecitos con patatas o -unas longanizas de la conserva?</p> - -<p>Él contestaba con una voz que parecía ronquido:</p> - -<p>—Todo mezclado; todo mezclado.</p> - -<p>Así estaba él de guapo y rozagante. Por allí donde pasaba parecía -regalar su salud, y la prueba era que todos los chiquitines que nacían -en este contorno presentaban sus mismos colores, su cara de luna llena -y un morrillo que lo menos tenía tres libras de manteca.</p> - -<p>Pero todo es malo en este mundo, pasar hambre o comer demasiado, y -un día, al<span class="pagenum" id="Page_194">p. 194</span> anochecer, -el padre Salvador, viniendo de un hartazgo para solemnizar el bautizo -de cierta criatura que tenía toda su estampa, ¡cataplum! dio un -ronquido que puso en alarma a toda la comunidad y reventó como un odre, -aunque sea mala comparación.</p> - -<p>Ya tenemos a nuestro padre Salvador volando por el aire como un -cohete, en busca del cielo, pues no tenía duda de que allí estaba el -sitio de un fraile.</p> - -<p>Llegó ante una gran puerta toda de oro, claveteada de perlas, como -las que saca en las agujas de su peinado la hija del alcalde cuando es -clavariesa de las fiestas de las solteras.</p> - -<p>—¡Toc, toc, toc!...</p> - -<p>—¿Quién es? —preguntó desde dentro una voz de viejo.</p> - -<p>—Abra, señor San Pedro.</p> - -<p>—¿Y quién eres tú?</p> - -<p>—Soy el padre Salvador, del convento de San Miguel de los Reyes.</p> - -<p>Se abrió un ventanillo y asomó la cabeza el bendito santo, pero -soltando bufidos y lanzando centellas por sus ojos al través de las -antiparras. Porque han de saber ustedes que el santo apóstol, como es -tan viejo, está corto de vista.</p> - -<p>—¡<i>Che</i>! ¡poca vergüenza! —gritó hecho<span class="pagenum" -id="Page_195">p. 195</span> una furia—. ¿A qué vienes aquí? ¡Me -gusta tu confianza!... ¡Arre allá, poca honra, que aquí no está tu -puesto!...</p> - -<p>—Vamos, señor San Pedro: abra, que se hace de noche. Usted siempre -está de broma.</p> - -<p>—¿Cómo de broma?... Si cojo una tranca, vas a ver lo que es bueno, -descarado. ¿Crees acaso que no te conozco, demonio con capucha?</p> - -<p>—Haga el favor, señor San Pedro: sea bueno para mí. Pecador y todo, -¿no tendrá un puestecito libre, aunque sea en la portería?</p> - -<p>—¡Largo de aquí!... ¡miren qué prenda! Si te permitiera entrar, en -un día te zamparías nuestra provisión de tortitas con miel, dejando -en ayunas a los angelitos y los santos. Además, tenemos aquí no sé -cuántas bienaventuradas que aún son de buen ver, y ¡valiente ocupación -me caería a mi edad! ¡ir siempre detrás de ti, sin quitarte ojo!... -Márchate al infierno o acuéstate al fresco en cualquier nube... Se -acabó la conversación.</p> - -<p>El santo cerró furiosamente el ventanillo, y el padre Salvador quedó -en la oscuridad, oyendo a lo lejos los guitarros y las flautas de los -angelitos, que aquella noche obsequiaban con <i>albaes</i> a las santas -más guapas.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_196">p. 196</span>Pasaban las horas, -y nuestro fraile pensaba ya en tomar el camino del infierno, esperando -que allí le recibirían mejor, cuando vio salir de entre dos nubes, -aproximándose lentamente, una mujer tan grande y gorda como él, que -caminaba balanceándose, empujando su tripa hinchada como un globo.</p> - -<p>Era una monjita que había muerto de un cólico de confituras.</p> - -<p>—Padre —dijo dulcemente al frailote, mirándolo con ojos tiernos—, -¿que no abren a estas horas?</p> - -<p>—Aguarda; ahora entraremos.</p> - -<p>¡Lo que discurría aquel hombre! En un momento acababa de inventar -una de sus marrullerías.</p> - -<p>Ya saben ustedes que los soldados que mueren en la guerra entran -en el cielo sin obstáculo alguno. Si no lo sabían, ya lo saben. Los -pobres entran tal como llegan; hasta con botas y espuelas, pues algún -privilegio merece su desgracia.</p> - -<p>—Échate las faldas a la cabeza —ordenó el fraile.</p> - -<p>—¡Pero, padre mío! —contestó escandalizada la monjita.</p> - -<p>—Haz lo que te digo y no seas tonta —gritó el padre Salvador -con autoridad—. ¿Quieres disputar conmigo que tengo tantos<span -class="pagenum" id="Page_197">p. 197</span> estudios? ¿Qué sabes tú del -modo de entrar en el cielo?</p> - -<p>Obedeció la monja ruborizada y en la oscuridad comenzó a lucir una -circunferencia enorme y blanca, como si hubiese aparecido la luna.</p> - -<p>—Ahora aguántate firme.</p> - -<p>Y de un salto el padre Salvador púsose a horcajadas sobre el lomo de -su compañera.</p> - -<p>—Padre... ¡que pesa mucho! —gemía sofocada la pobrecita.</p> - -<p>—Aguanta y da saltitos: ahora mismo entramos.</p> - -<p>San Pedro, que estaba recogiendo las llaves para irse a dormir, vio -que tocaban en la puerta.</p> - -<p>—¿Quién es?</p> - -<p>—Un pobre soldado de caballería —contestó una voz triste—. Me acaban -de matar peleando contra los infieles, enemigos de Dios, y aquí vengo -sobre mi caballo.</p> - -<p>—Pasa, pobrecito, pasa —dijo el santo abriendo media puerta.</p> - -<p>Y vio en la sombra al soldado dando talonazos a su corcel, que no -sabía estarse quieto. ¡Animal más nervioso!... Varias veces intentó el -venerable portero buscarle la cabeza, pero fue imposible. Dando saltos -le presentaba siempre la grupa, y al fin, el<span class="pagenum" -id="Page_198">p. 198</span> santo, temiendo que le soltara un par de -coces, se apresuró a decir, acariciando con palmaditas aquellas ancas -finas y gruesas:</p> - -<p>—Pasa, soldadito; pasa adelante y veas de aquietar a esta bestia.</p> - -<p>Y mientras el padre Salvador se colaba cielo adentro sobre la grupa -de la monja, San Pedro cerró la puerta por aquella noche, murmurando -con admiración:</p> - -<p>—¡Rediós, y qué batalla están dando allá abajo! ¡Qué modo de pegar! -A la pobre jaca no le han dejado... ni el rabo.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch11"> - <p><span class="pagenum" id="Page_199">p. 199</span></p> - <h2 class="nobreak">El establo de Eva</h2> - <hr class="tir" /> -</div> - -<p>Siguiendo con mirada famélica el hervor del arroz en la paella, los -segadores de la masía escuchaban al tío <i>Correchòla</i>, un vejete -huesudo que enseñaba por la entreabierta camisa un matorral de pelos -grises.</p> - -<p>Las caras rojas, barnizadas por el sol, brillaban con el reflejo -de las llamas del hogar, los cuerpos rezumaban el sudor de la penosa -jornada, saturando de grosera vitalidad la atmósfera ardiente de la -cocina, y a través de la puerta de la masía, bajo un cielo de color -violeta, en el que comenzaban a brillar las estrellas, veíanse los -campos pálidos e indecisos en la penumbra del crepúsculo, unos segados -ya, exhalando por las resquebrajaduras de su corteza el calor del -día; otros con ondulantes mantos de espigas, estremeciéndose bajo los -primeros soplos de la brisa nocturna.</p> - -<p>El viejo se quejaba del dolor de sus<span class="pagenum" -id="Page_200">p. 200</span> huesos. ¡Cuánto costaba ganarse el pan!... -Y este mal no tenía remedio: siempre existirían pobres y ricos, y el -que nace para víctima tiene que resignarse. Ya lo decía su abuela: -la culpa era de Eva, de la primera mujer... ¿De qué no tendrán culpa -ellas?</p> - -<p>Y al ver que sus compañeros de trabajo —muchos de los cuales le -conocían poco tiempo— mostraban curiosidad por enterarse de la culpa de -Eva, el tío <i>Correchòla</i> comenzó a contar en pintoresco valenciano -la mala partida jugada a los pobres por la primera mujer.</p> - -<p>El suceso se remontaba nada menos que a algunos años después de -haber sido arrojado del Paraíso el rebelde matrimonio con la sentencia -de ganarse el pan trabajando. Adán se pasaba los días destripando -terrones y temblando por sus cosechas; Eva arreglaba en la puerta de su -masía sus zagalejos de hojas... y cada año un chiquillo más, formándose -en torno de ellos un enjambre de bocas que solo sabían pedir pan, -poniendo en un apuro al pobre padre.</p> - -<p>De vez en cuando revoloteaba por allí algún serafín, que venía a dar -un vistazo al mundo para contar al Señor cómo andaban las cosas de aquí -abajo después del primer pecado.</p> - -<p>—¡Niño!... ¡Pequeñín! —gritaba Eva con<span class="pagenum" -id="Page_201">p. 201</span> la mejor de sus sonrisas—. ¿Vienes -de arriba? ¿Cómo está el Señor? Cuando le hables dile que estoy -arrepentida de mi desobediencia... ¡Tan ricamente que lo pasábamos en -el Paraíso!... Dile que trabajamos mucho, y solo deseamos volver a -verle para convencernos de que no nos guarda rencor.</p> - -<p>—Se hará como se pide —contestaba el serafín. Y con dos golpes de -ala, visto y no visto, se perdía entre las nubes.</p> - -<p>Menudeaban los recados de este género, sin que Eva fuese atendida. -El Señor permanecía invisible, y según noticias, andaba muy ocupado en -el arreglo de sus infinitos dominios, que no lo dejaban un momento de -reposo.</p> - -<p>Una mañana, un correveidile celeste se detuvo ante la masía:</p> - -<p>—Oye, Eva; si esta tarde hace buen tiempo, es posible que el Señor -baje a dar una vueltecita. Anoche, hablando con el arcángel Miguel, -preguntaba: «¿Qué será de aquellos perdidos?»</p> - -<p>Eva quedó como anonadada por tanto honor. Llamó a gritos a Adán, -que estaba en un bancal vecino doblando, como siempre, el espinazo. -¡La que se armó en la casa! Lo mismo que en víspera de la fiesta del -pueblo cuando las mujeres vuelven de Valencia<span class="pagenum" -id="Page_202">p. 202</span> con sus compras, Eva barrió y regó la -entrada de la masía, la cocina y los <i>estudis</i>; puso a la cama -la colcha nueva, fregoteó las sillas con jabón y tierra, y entrando -en el aseo de las personas, se plantó su mejor saya, endosando a Adán -una casaquilla de hojas de higuera que le había arreglado para los -domingos.</p> - -<p>Ya creía tenerlo todo corriente, cuando la llamó la atención el -griterío de su numerosa prole. Eran veinte o treinta... o Dios sabe -cuántos. ¡Y cuán feos y repugnantes para recibir al Todopoderoso! El -pelo enmarañado, la nariz con costras, los ojos pitarrosos, el cuerpo -con escamas de suciedad.</p> - -<p>—¡Cómo presento esta pillería! —gritaba Eva—. El Señor dirá que soy -una descuidada, una mala madre... ¡Claro! los hombres no saben lo que -es bregar con tanto chiquillo.</p> - -<p>Después de muchas dudas, escogió los preferidos (¡qué madre no -los tiene!), lavó los tres más guapitos, y a cachetes llevó hasta el -establo a todo aquel rebaño triste y sarnoso, encerrándolo a pesar de -sus protestas.</p> - -<p>Ya era hora. Una nube blanquísima y luminosa descendía por el -horizonte, y el espacio vibraba con rumor de alas y la melodía<span -class="pagenum" id="Page_203">p. 203</span> de un coro que se perdía -en el infinito, repitiendo con mística monotonía: <i>¡Hossana! -¡hossana!</i>... Ya echaban pie a tierra, ya venían por el camino con -tal resplandor, que parecía que todas las estrellas del cielo habían -bajado a pasear por entre los bancales de trigo.</p> - -<p>Primero llegó un grupo de arcángeles: el piquete de honor. -Envainaron las espadas de fuego, dirigieron unos cuantos chicoleos -a Eva, asegurando que por ella no pasaban años y aún estaba de buen -ver, y con marcial franqueza se esparcieron después por los campos, -subiéndose a las higueras, mientras Adán maldecía por lo bajo, dando -por perdida su cosecha.</p> - -<p>Después llegó el Señor: las barbas de resplandeciente plata y en la -cabeza un triángulo que deslumbraba como el sol. Tras él San Miguel y -todos los ministros y altos empleados de la corte celestial.</p> - -<p>Acogió el Señor a Adán con una sonrisa bondadosa, y a Eva le dio un -golpecito en la barba diciéndola:</p> - -<p>—¡Hola, buena pieza! ¿Ya no eres tan ligera de cascos?</p> - -<p>Emocionados por tanta amabilidad, los esposos ofrecieron al -Señor una silla de brazos. ¡Qué silla, hijos míos! Ancha, cómoda, -de algarrobo fuerte y con un asiento<span class="pagenum" -id="Page_204">p. 204</span> de trencilla de esparto del más fino, como -la puede tener el cura del pueblo.</p> - -<p>El Señor, arrellanado muy a su gusto, se enteraba de los negocios de -Adán, de lo mucho que le costaba ganar el sustento de los suyos.</p> - -<p>—Bien, muy bien —decía—. Esto te enseñará a no aceptar los consejos -de tu mujer. ¿Creías que todo iba a ser la sopa boba del Paraíso? -Rabia, hijo mío, trabaja y suda; así aprenderás a no atreverte con tus -mayores.</p> - -<p>Pero el Señor, arrepentido de su dureza, añadió con tono -bondadoso:</p> - -<p>—Lo hecho, hecho está, y mi maldición debe cumplirse. Yo solo tengo -una palabra. Pero ya que he entrado en vuestra casa, no quiero irme sin -dejar un recuerdo de mi bondad. A ver, Eva, acércame esos chicos.</p> - -<p>Los tres arrapiezos formaron en fila frente al Todopoderoso, que los -examinó atentamente un buen rato.</p> - -<p>—Tú —dijo al primero, un gordinflón muy serio, que le escuchaba con -las cejas fruncidas y un dedo en la nariz—, tú serás el encargado de -juzgar a tus semejantes. Fabricarás la ley, dirás lo que es delito, -cambiando cada siglo de opinión, y someterás todos los delincuentes -a una<span class="pagenum" id="Page_205">p. 205</span> misma -regla, que es como si a todos los enfermos los curasen con el mismo -medicamento.</p> - -<p>Después señaló al otro, un morenito vivaracho, siempre con un palo -para sacudir a sus hermanos.</p> - -<p>—Tú serás un guerrero, un caudillo. Llevarás tras de ti a los -hombres como el rebaño que marcha al matadero, y sin embargo, te -aclamarán; la gente, al verte cubierto de sangre, te admirará como -un semidiós. Si los otros matan serán criminales; si tú matas, serás -héroe. Inunda de sangre los campos, pasa los pueblos a hierro y fuego, -destruye, mata, y te cantarán los poetas y escribirán tus hazañas -los historiadores. Los que sin ser tú hagan lo mismo, arrastrarán -cadenas.</p> - -<p>Reflexionó el Señor un momento, y se dirigió al tercero:</p> - -<p>—Tú acapararás las riquezas del mundo, serás comerciante, prestarás -dinero a los reyes tratándolos como iguales, y si arruinas todo un -pueblo, el mundo admirará tu habilidad.</p> - -<p>El pobre Adán lloraba de agradecimiento, mientras Eva, inquieta y -temblorosa, intentaba decir algo, sin decidirse a ello. En su corazón -de madre se agitaba el remordimiento; pensaba en los pobrecitos<span -class="pagenum" id="Page_206">p. 206</span> encerrados en el establo, -que iban a quedar excluidos del reparto de mercedes.</p> - -<p>—Voy a enseñárselos —decía por lo bajo a su marido.</p> - -<p>Y este, tímido siempre, se oponía murmurando:</p> - -<p>—Sería demasiado atrevimiento. Se enfadará el Señor.</p> - -<p>Justamente, el arcángel Miguel, que había venido de mala gana a la -casa de aquellos réprobos, daba prisas a su amo:</p> - -<p>—Señor, que es tarde.</p> - -<p>El Señor se levantó, y la escolta de arcángeles, bajando de los -árboles, acudió corriendo para presentar armas a la salida.</p> - -<p>Eva, impulsada por su remordimiento, corrió al establo, abriendo la -puerta.</p> - -<p>—Señor, que aún quedan más. Algo para estos pobrecitos.</p> - -<p>El Todopoderoso miró con extrañeza aquella caterva sucia y asquerosa -que se agitaba en el estiércol como un montón de gusanos.</p> - -<p>—Nada me queda que dar —dijo—. Sus hermanos se lo han llevado todo. -Ya pensaré, mujer; ya veremos más adelante.</p> - -<p>San Miguel empujaba a Eva para que no importunase más al amo, pero -ella seguía suplicando:</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_207">p. 207</span></p> - -<p>—Algo, Señor; dadles cualquier cosa. ¿Qué van a hacer estos pobres -en el mundo?</p> - -<p>El Señor deseaba irse, y salió de la masía.</p> - -<p>—Ya tienen destino —dijo a la madre—. Esos se encargarán de servir y -mantener a los otros.</p> - -<p>—Y de aquellos infelices —terminó el viejo segador— que nuestra -primera madre ocultó en el establo, descendemos nosotros los que -vivimos encorvados sobre la tierra.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch12"> - <p><span class="pagenum" id="Page_209">p. 209</span></p> - <h2 class="nobreak">La tumba de Alí-Bellús</h2> - <hr class="tir" /> -</div> - -<p>—Era en aquel tiempo —dijo el escultor García— en que me dedicaba, -para conquistar el pan, a restaurar imágenes y dorar altares, corriendo -de este modo casi todo el reino de Valencia.</p> - -<p>Tenía un encargo de importancia: restaurar el altar mayor de la -iglesia de Bellús, obra pagada con cierta manda de una vieja señora, y -allá fui con dos aprendices, cuya edad no se diferenciaba mucho de la -mía.</p> - -<p>Vivíamos en casa del cura, un señor incapaz de reposo, que apenas -terminaba su misa ensillaba el macho para visitar a los compañeros -de las vecinas parroquias o empuñaba la escopeta, y con balandrán -y gorro de seda salía a despoblar de pájaros la huerta. Y mientras -él andaba por el mundo, yo, con mis dos compañeros, metidos en la -iglesia, sobre los andamios del<span class="pagenum" id="Page_210">p. -210</span> altar mayor, complicada fábrica del siglo <span -class="asc">XVII</span>, sacando brillo a los dorados o alegrándoles -los mofletes a todo un tropel de angelitos que asomaban entre la -hojarasca como chicuelos juguetones.</p> - -<p>Por las mañanas, terminada la misa, quedábamos en absoluta soledad. -La iglesia era una antigua mezquita de blancas paredes; sobre los -altares laterales extendían las viejas arcadas su graciosa curva, y -todo el templo respiraba ese ambiente de silencio y frescura que parece -envolver a las construcciones árabes. Por el abierto portón veíamos -la plaza solitaria inundada de sol; oíamos los gritos de los que se -llamaban allá lejos, a través de los campos, rasgando la inquietud de -la mañana, y de vez en cuando las gallinas entraban irreverentemente -en el templo, paseando ante los altares con grave contoneo, hasta -que huían asustadas por nuestros cantos. Hay que advertir que, -familiarizados con aquel ambiente, estábamos en el andamio como -en un taller, y yo obsequiaba a aquel mundo de santos, vírgenes y -ángeles inmóviles y empolvados por los siglos, con todas las romanzas -aprendidas en mis noches de <i>paraíso</i>, y tan pronto cantaba a la -<i>celeste Aida</i> como repetía los voluptuosos arrullos de Fausto en -el jardín.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_211">p. 211</span>Por eso veía con -desagrado por las tardes cómo invadían la iglesia algunas vecinas del -pueblo, comadres descaradas y preguntonas que seguían el trabajo de -mis manos con atención molesta, y hasta osaban criticarme por si no -sacaba bastante brillo al follaje de oro o ponía poco bermellón en la -cara de un angelito. La más guapetona y la más rica, a juzgar por la -autoridad con que trataba a las demás, subía algunas veces al andamio, -sin duda para hacerme sentir de más cerca su rústica majestad, y allí -permanecía, no pudiendo moverme sin tropezar con ella.</p> - -<p>El piso de la iglesia era de grandes ladrillos rojos, y tenía en el -centro, empotrada en un marco de piedra, una enorme losa con anilla de -hierro. Estaba yo una tarde imaginando qué habría debajo, y agachado -sobre la losa rascaba con un hierro el polvo petrificado de las -junturas, cuando entró aquella mujerona, la <i>siñá</i> Pascuala, que -pareció extrañarse mucho al verme en tal ocupación.</p> - -<p>Toda la tarde la pasó cerca de mí, en el andamio, sin hacer caso de -sus compañeras que parloteaban a nuestros pies, mirándome fijamente -mientras se decidía a soltar la pregunta que revoloteaba en sus -labios. Por fin la soltó. Quería saber qué<span class="pagenum" -id="Page_212">p. 212</span> hacía yo sobre aquella losa que nadie en -el pueblo, ni aun los más ancianos, habían visto nunca levantada. -Mis negativas excitaron más su curiosidad, y por burlarme de ella me -entregué a un juego de muchacho, arreglando las cosas de modo que todas -las tardes, al llegar a la iglesia, me encontraba mirando la losa, -hurgando en sus junturas.</p> - -<p>Di fin a la restauración, quitamos los andamios; el altar lucía -como un ascua de oro, y cuando le echaba la última mirada, vino la -curiosa comadre a intentar por otra vez hacerse partícipe de <i>mi -secreto</i>.</p> - -<p>—<i>Dígameu</i>, pintor —suplicaba—. Guardaré el <i>secret</i>.</p> - -<p>Y el pintor (así me llamaban), como era entonces un joven alegre -y había de marchar en el mismo día, encontró muy oportuno aturdir a -aquella impertinente con una absurda leyenda. La hice prometer un -sinnúmero de veces, con gran solemnidad, que no repetiría a nadie mis -palabras, y solté cuantas mentiras me sugirió mi afición a las novelas -interesantes.</p> - -<p>Yo había levantado aquella losa por arte maravilloso que me -callaba, y visto cosas extraordinarias. Primero una escalera honda, -muy honda: después estrechos pasadizos, vueltas y revueltas; por fin -una<span class="pagenum" id="Page_213">p. 213</span> lámpara que debía -estar ardiendo centenares de años, y tendido en una cama de mármol -un <i>tío</i> muy grande, con la barba hasta el vientre, los ojos -cerrados, una espada enorme sobre el pecho y en la cabeza una toalla -arrollada con una media luna.</p> - -<p>—Será un <i>mòro</i> —interrumpió ella con suficiencia.</p> - -<p>Sí, un moro. ¡Qué lista era! Estaba envuelto en un manto que -brillaba como el oro, y a sus pies una inscripción en letras -enrevesadas que no las entendería el mismo cura; pero como yo era -pintor, y los pintores lo saben todo, la había leído de corrido. Y -decía... decía... ¡ah, sí! decía: «Aquí yace Alí-Bellús; su mujer Sarah -y su hijo Macael le dedican este último recuerdo.»</p> - -<p>Un mes después supe en Valencia lo que ocurrió apenas abandoné -el pueblo. En la misma noche, la <i>siñá</i> Pascuala juzgó que era -bastante heroísmo callarse durante algunas horas, y se lo dijo todo -a su marido, el cual lo repitió al día siguiente en la taberna. -Estupefacción general. ¡Vivir toda la vida en el pueblo, entrar todos -los domingos en la iglesia y no saber que bajo sus pies estaba el -hombre de la gran barba, de la toalla en la cabeza, el marido de -Sarah, el padre de Macael, el gran Alí-Bellús,<span class="pagenum" -id="Page_214">p. 214</span> que indudablemente habría sido el fundador -del pueblo!... Y todo esto lo había visto un forastero, sin más trabajo -que llegar, y ellos no. ¡Cristo!</p> - -<p>Al domingo siguiente, apenas el cura abandonó el pueblo para comer -con un párroco vecino, una gran parte del vecindario corrió a la -iglesia. El marido de la <i>siñá</i> Pascuala anduvo a palos con el -sacristán para quitarle las llaves, y todos, hasta el alcalde y el -secretario, entraron con picos, palancas y cuerdas. ¡Lo que sudaron!... -En dos siglos lo menos no había sido levantada aquella losa, y los -mozos más robustos, con los bíceps al aire y el cuello hinchado por los -esfuerzos, pugnaban inútilmente por removerla.</p> - -<p>—¡<i>Fòrsa, fòrsa</i>! —gritaba la Pascuala capitaneando aquella -tropa de brutos—. ¡<i>Abaix</i> está el <i>mòro</i>!</p> - -<p>Y animados por ella redoblaron todos sus esfuerzos, hasta que -después de una hora de bufidos, juramentos y sudor a chorros, -arrancaron no solo la losa, sino el marco de piedra, saltando tras él -una gran parte de los ladrillos del piso. Parecía que la iglesia se -venía abajo. Pero buenos estaban ellos para fijarse en el destrozo... -Todas las miradas eran para la lóbrega sima que acababa de abrirse ante -sus pies.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_215">p. 215</span>Los más valientes -rascábanse la cabeza con visible indecisión; pero uno más audaz se -hizo atar una cuerda a la cintura y se deslizó murmurando un credo. No -se cansó mucho en el viaje. Su cabeza estaba aún a la vista de todos -cuando sus pies tocaban ya el fondo.</p> - -<p>—¿Qué <i>veus</i>? —preguntaban los de arriba con ansiedad.</p> - -<p>Y él se agitaba en aquella lobreguez, sin tropezar con otra cosa -que montones de paja arrojada allí hacía muchos años después de un -desestero, y que putrefacta por las filtraciones despedía un hedor -insufrible.</p> - -<p>—¡Busca, busca! —gritaban las cabezas formando un marco gesticulante -en torno de la lóbrega abertura. Pero el explorador solo encontraba -coscorrones, pues al avanzar su cabeza chocaba contra las paredes. -Bajaron otros mozos, acusando de torpeza al primero, pero al fin -tuvieron que convencerse de que aquel pozo no tenía salida alguna.</p> - -<p>Se retiraron mohínos entre la rechifla de los chicuelos, ofendidos -porque les habían dejado fuera de la iglesia, y el griterío de las -mujeres, que aprovechaban la ocasión para vengarse de la orgullosa -Pascuala.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_216">p. 216</span>—¿<i>Com</i> está -Alí-Bellús? —preguntaban—. ¿Y su hijo Macael?</p> - -<p>Para colmo de sus desdichas, al ver el cura roto el piso de su -iglesia y enterarse de lo ocurrido, púsose furioso; quiso excomulgar al -pueblo por sacrílego, cerrar el templo, y únicamente se calmó cuando -los aterrados descubridores de Alí-Bellús prometieron construir a sus -expensas un pavimento mejor.</p> - -<p>—¿Y no ha vuelto usted allá? —preguntaron al escultor algunos de sus -oyentes.</p> - -<p>—Me guardaré mucho. Más de una vez he encontrado en Valencia a -alguno de los chasqueados; pero ¡debilidad humana! al hablar conmigo se -reían del suceso, lo encontraban muy gracioso, y aseguraban que ellos -eran de los que presintiendo la jugarreta, se quedaron a la puerta de -la iglesia. Siempre han terminado la conversación invitándome a ir -allá para pasar un día divertido; cuestión de comerse una paella... -¡Que vaya el demonio! Conozco a mi gente. Me invitan con una sonrisa -angelical, pero instintivamente guiñan el ojo izquierdo como si ya -estuvieran echándose la escopeta a la cara.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch13"> - <p><span class="pagenum" id="Page_217">p. 217</span></p> - <h2 class="nobreak">El dragón del Patriarca</h2> - <hr class="tir" /> - <p class="centra smaller mt2">TRADICIÓN VALENCIANA</p> -</div> - -<p>Todos los valencianos hemos temblado de niños ante el monstruo -enclavado en el atrio del Colegio del Patriarca, la iglesia fundada -por el beato Juan de Ribera. Es un cocodrilo relleno de paja, con -las cortas y rugosas patas pegadas al muro y entreabierta la enorme -boca, con una expresión de repugnante horror que hace retroceder a los -pequeños, hundiéndose en las faldas de sus madres.</p> - -<p>Dicen algunos que está allí como símbolo del silencio, y con igual -significado aparece en otras iglesias del reino de Aragón, imponiendo -recogimiento a los fieles; pero el pueblo valenciano no cree en tales -explicaciones; sabe mejor que nadie el origen del espantoso animalucho, -la historia verídica e interesante del famoso <i>dragón del<span -class="pagenum" id="Page_218">p. 218</span> Patriarca</i>, y todos los -nacidos en Valencia la recordamos como se recuerdan los cuentos <i>de -miedo</i> oídos en la niñez.</p> - -<div class="aster"><sub>*</sub><sup>*</sup><sub>*</sub></div> - -<p>Era cuando Valencia tenía un perímetro no mucho más grande que los -barrios tranquilos, soñolientos y como muertos, que rodean la Catedral. -La Albufera, inmensa laguna casi confundida con el mar, llegaba hasta -las murallas; la huerta era un enmarañado marjal de juncos y cañas que -aguardaba en salvaje calma la llegada de los árabes que la cruzasen de -acequias grandes y pequeñas, formando la maravillosa red que transmite -la sangre de la fecundidad, y donde hoy es el Mercado extendíase el -río, amplio, lento, confundiendo y perdiendo su corriente en las aguas -muertas y cenagosas.</p> - -<p>Las puertas de la ciudad inmediatas al Turia permanecían cerradas -los más de los días, o se entreabrían tímidamente para chocar con el -estrépito de la alarma apenas se movían los vecinos cañaverales. A -todas horas había gente en las almenas, pálida de emoción y curiosidad, -con el gesto del que desea contemplar de lejos algo horrible y al mismo -tiempo teme verlo.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_219">p. 219</span>Allí, en el -río, estaba el peligro de la ciudad, la pesadilla de Valencia, la -mala bestia cuyo recuerdo turbaba el sueño de las gentes honradas, -haciendo amargo el vino y desabrido el pan. En un ribazo, entre -aplastadas marañas de juncos, un lóbrego y fangoso agujero, y en el -fondo, durmiendo la siesta de la digestión, entre peladas calaveras y -costillas rotas, el dragón, un horrible y feroz animalucho nunca visto -en Valencia, enviado, sin duda, por el Señor —según decían las viejas -ciudadanas— para castigo de pecadores y terror de los buenos.</p> - -<p>¡Qué no hacía la ciudad para librarse de aquel vecino molesto que -turbaba su vida!... Los mozos bravos de cabeza ligera —y bien sabe el -diablo que en Valencia no faltan— excitábanse unos a otros y echaban -suertes para salir contra la bestia, marchando a su encuentro con -hachas, lanzas, espadas y cuchillos. Pero apenas se aproximaban a -la cueva del dragón, sacaba este el morro, se ponía en facha para -acometer, y partiendo en línea recta veloz como un rayo, a este quiero -y al otro no, mordisco aquí y zarpazo allá, desbarataba el grupo; -escapaban los menos, y el resto paraba en el fondo del negro agujero, -sirviendo de pasto a la fiera para toda la semana.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_220">p. 220</span>La religión, -viniendo en auxilio de los buenos y recelando las infernales artes -del maléfico en esta horrorosa calamidad, quiso entrar en combate con -la bestia, y un día el clero, con su obispo a la cabeza, salió por -las puertas de Valencia, dirigiéndose valerosamente al río con gran -provisión de latines y agua bendita. La muchedumbre contemplaba ansiosa -desde las murallas la marcha lenta de la procesión; el resplandor de -las bizantinas casullas con sus fajas blancas orladas de negras cruces; -el centellear de la mitra de terciopelo rojo con piedras preciosas y el -brillo de los lustrosos cráneos de los sacerdotes.</p> - -<p>El monstruo, deslumbrado por este aparato extraordinario, les -dejaba aproximarse, pero pasada la primera impresión movió sus cortas -patas, abrió la boca como bostezando, y esto bastó para que todos -retrocediesen con tanta prudencia como prisa, precaución feliz a la que -debieron los valencianos que la fiera no se almorzara medio cabildo.</p> - -<p>Se acabó. Todos reconocían la imposibilidad de seguir luchando con -tal enemigo. Había que esperar a que el dragón muriese de viejo o de un -hartazgo; mientras tanto, que cada cual se resignara a morir devorado -cuando le llegara el turno.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_221">p. 221</span>Acabaron por -familiarizarse con aquel bicho ruin como con la idea de la muerte, -considerándolo una calamidad inevitable, y el valenciano que salía a -trabajar sus campos, apenas escuchaba ruido cerca de la senda y veía -ondear la maleza, murmuraba con desaliento y resignación:</p> - -<p>—Me tocó la mala. Ya está ahí <i>ese</i>. Siquiera que acabe pronto -y no me haga sufrir.</p> - -<p>Como ya no quedaban hombres que fuesen en busca del dragón, este iba -al encuentro de la gente para no pasar hambre en su agujero. Daba la -vuelta a la ciudad, se agazapaba en los campos, corría los caminos, y -muchas veces en su insolencia se arrastraba al pie de las murallas y -pegaba el hocico a las rendijas de las fuertes puertas, atisbando si -alguien iba a salir.</p> - -<p>Era un maldito que parecía estar en todas partes. El pobre -valenciano, al plantar el arroz encorvándose sobre la charca, sentía -en lo mejor de su trabajo algo que le acariciaba por cerca de la -espalda, y al volverse tropezaba con el morro del dragón, que se abría -y se abría como si la boca le llegase hasta la cola, y ¡zas! de un -golpe lo trituraba. El buen burgués que en las tardes de verano daba -un paseíto por las afueras, veía salir de entre los matorrales<span -class="pagenum" id="Page_222">p. 222</span> una garra rugosa que -parecía decirle: «¡Hola, amigo!», y con un zarpazo irresistible se veía -arrastrado hasta el fondo del fangoso agujero donde la bestia tenía su -comedor.</p> - -<p>Al mediodía, cuando el dragón inmóvil en el barro como un tronco -escamoso tomaba el sol, los tiradores de arco, apostados entre dos -almenas, le largaban certeros saetazos. ¡Tontería! Las flechas -rebotaban sobre el caparazón y el monstruo hacía un ligero movimiento, -como si en torno de él zumbase un mosquito.</p> - -<p>La ciudad se despoblaba rápidamente, y hubiese quedado totalmente -abandonada a no ocurrírsele a los jueces sentenciar a muerte a cierto -vagabundo, merecedor de horca por delitos que llamaron la atención en -una época en que se mataba y robaba sin dar a esto otra importancia que -la de naturales desahogos.</p> - -<p>El reo, un hombre misterioso, una especie de judío que había -recorrido medio mundo y hablaba en idiomas raros, pidió gracia. Él se -encargaba de matar el dragón a cambio de rescatar su vida. ¿Convenía el -trato?...</p> - -<p>Los jueces no tuvieron tiempo para deliberar, pues la ciudad -les aturdió con su clamoreo. Aceptado, aceptado: la muerte<span -class="pagenum" id="Page_223">p. 223</span> del dragón bien valía la -gracia de un tuno.</p> - -<p>Le ofrecieron para su empresa las mejores armas de la ciudad, pero -el vagabundo sonrió desdeñosamente, limitándose a pedir algunos días -para prepararse. Los jueces, de acuerdo con él, dejáronle encerrado -en una casa, donde todos los días entraban algunas cargas de leña y -una regular cantidad de vasos y botellas recogidos en las principales -casas de la ciudad. Los valencianos agolpábanse en torno de la casa, -contemplando de día el negro penacho de humo, y por la noche el -resplandor rojizo que arrojaba la chimenea. Lo misterioso de los -preparativos dábales fe. ¡Aquel brujo sí que mataba al dragón!...</p> - -<p>Llegó el día del combate, y todo el vecindario se agolpó en las -murallas, anhelante y pálido de ansiedad. Colgaban sobre las barbacanas -racimos de piernas; agitábanse entre las almenas inquietas masas de -cabezas.</p> - -<p>Se abrió cautelosamente un postigo, dejando solo espacio para que -saliera el combatiente, y volvió a cerrarse con la precipitación del -miedo. La muchedumbre lanzó una exclamación de desaliento. Aguardaba -algo extraordinario en el paladín misterioso, y le veía cubierto con -un manto y un capuchón de lana burda, sin más<span class="pagenum" -id="Page_224">p. 224</span> arma que una lanza... ¡Otro al saco! Aquel -judío se lo engullía la malhadada bestia en un avemaría.</p> - -<p>Pero él, insensible al general desaliento, marchaba en línea recta -hacia la cueva. Justamente, el dragón hacía días que estaba rabiando de -hambre. Quedábase la gente en la ciudad, y la fiera ayunaba, rugiendo -al husmear el rebaño humano guardado por las fuertes murallas.</p> - -<p>Vieron todos cómo al aproximarse el vagabundo asomaba por el embudo -de barro el picudo morro de la fiera y sus rugosas patas delanteras. -Después, con un pesado esfuerzo, sacó del agujero el corpachón escamoso -por cuyo interior había pasado medio Valencia.</p> - -<p>¡<i>Brrrr</i>! Y rugiendo de hambre, abrió una bocaza que, aun vista -de lejos, hizo correr un estremecimiento por las espaldas de todos -los valencianos. Pero al mismo tiempo ocurrió una cosa portentosa. El -combatiente dejó caer al suelo la capa y la capucha, y todo el pueblo -se llevó las manos a los ojos como deslumbrado. Aquel hombre era un -ascua luminosa; una llama que marchaba rectamente hacia el dragón, -un fantasma de fuego que no podía ser contemplado más de un segundo. -Iba cubierto con una vestidura de cristal, con<span class="pagenum" -id="Page_225">p. 225</span> una armadura de espejos en la que se -reflejaba el sol, rodeándolo con un nimbo de deslumbrantes rayos.</p> - -<p>La bestia, que iba a lanzarse sobre él, parpadeó temblorosa, -deslumbrada, y comenzó a retroceder.</p> - -<p>El vagabundo avanzaba arrogante y seguro de la victoria, como en -la leyenda wagneriana el valeroso Sigfrido marchaba al encuentro del -dragón <i>Fafner</i>.</p> - -<p>Los rayos de la armadura anonadaban a la fiera. Su espantable -figura, reproducida en la coraza, en el escudo, en todas las partes -de la armadura con infinito espejismo, la turbaban, obligándola a -retroceder. Al fin, cegada, confusa, presa del mareo de lo desconocido, -se dejó caer en su agujero, y con un supremo esfuerzo, por conservar su -prestigio, abrió la bocaza para rugir ¡<i>Brrrr</i>!</p> - -<p>¡Allí de la lanza! La hundió toda en las horribles fauces del -deslumbrado monstruo, repitiendo los golpes entre los aplausos de la -muchedumbre, que saludaba cada metido como una bendición de Dios. Los -chorros de sangre negra y nauseabunda mancharon la límpida armadura, y -enardecidos por la agonía del enemigo, todos los vecinos salieron al -campo. Hubo algunos que por llegar antes se arrojaron de cabeza<span -class="pagenum" id="Page_226">p. 226</span> desde las murallas, siendo -con esto las postreras víctimas del dragón.</p> - -<p>Todos querían ver de cerca al monstruo y abrazar al matador.</p> - -<p>¡Se salvó Valencia! Desde aquel día comenzó a vivir tranquila.</p> - -<p>De tan memorable jornada no ha quedado el nombre del héroe, ni -siquiera su maravillosa armadura de espejos. Sin duda se la rompieron -en plena ovación, al llevarle triunfante de abrazo en abrazo.</p> - -<p>Pero queda el dragón, con su vientre atiborrado de paja, por donde -pasaron muchos de nuestros abuelos.</p> - -<p>Y quien dude de la veracidad del suceso, no tiene más que asomarse -al atrio del Colegio del Patriarca, que allí está la malvada bestia -como irrecusable testigo.</p> - - -<p class="centra mt2">FIN</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ToC"> - <p><span class="pagenum" id="Page_227">p. 227</span></p> - <h2 class="nobreak g1">ÍNDICE</h2> - <hr class="tir" /> -</div> - -<table class="toc" summary=""> - <tr> - <td> </td> - <td class="tdc smaller bb">Págs.</td> - </tr> - <tr> - <td class="tdlh"><a href="#Ch1"><i>Dimòni</i></a></td> - <td class="tdrb">5</td> - </tr> - <tr> - <td class="tdlh"><a href="#Ch2">¡Cosas de hombres!...</a></td> - <td class="tdrb">21</td> - </tr> - <tr> - <td class="tdlh"><a href="#Ch3">La cencerrada</a></td> - <td class="tdrb">33</td> - </tr> - <tr> - <td class="tdlh"><a href="#Ch4">La apuesta del <i>esparrelló</i></a></td> - <td class="tdrb">71</td> - </tr> - <tr> - <td class="tdlh"><a href="#Ch5">La caperuza</a></td> - <td class="tdrb">85</td> - </tr> - <tr> - <td class="tdlh"><a href="#Ch6">Noche de bodas</a></td> - <td class="tdrb">99</td> - </tr> - <tr> - <td class="tdlh"><a href="#Ch7">La corrección</a></td> - <td class="tdrb">133</td> - </tr> - <tr> - <td class="tdlh"><a href="#Ch8">Guapeza valenciana</a></td> - <td class="tdrb">143</td> - </tr> - <tr> - <td class="tdlh"><a href="#Ch9">El <i>femater</i></a></td> - <td class="tdrb">165</td> - </tr> - <tr> - <td class="tdlh"><a href="#Ch10">En la puerta del cielo</a></td> - <td class="tdrb">191</td> - </tr> - <tr> - <td class="tdlh"><a href="#Ch11">El establo de Eva</a></td> - <td class="tdrb">199</td> - </tr> - <tr> - <td class="tdlh"><a href="#Ch12">La tumba de Alí-Bellús</a></td> - <td class="tdrb">209</td> - </tr> - <tr> - <td class="tdlh"><a href="#Ch13">El dragón del Patriarca</a></td> - <td class="tdrb">217</td> - </tr> -</table> - -<hr class="chap" /> - - -<hr class="full" /> - -<div style='display:block; margin-top:4em'>*** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK CUENTOS VALENCIANOS ***</div> -<div style='text-align:left'> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -Updated editions will replace the previous one—the old editions will -be renamed. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -Creating the works from print editions not protected by U.S. copyright -law means that no one owns a United States copyright in these works, -so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the United -States without permission and without paying copyright -royalties. 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Redistribution is subject to the trademark -license, especially commercial redistribution. -</div> - -<div style='margin:0.83em 0; font-size:1.1em; text-align:center'>START: FULL LICENSE<br /> -<span style='font-size:smaller'>THE FULL PROJECT GUTENBERG LICENSE<br /> -PLEASE READ THIS BEFORE YOU DISTRIBUTE OR USE THIS WORK</span> -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -To protect the Project Gutenberg™ mission of promoting the free -distribution of electronic works, by using or distributing this work -(or any other work associated in any way with the phrase “Project -Gutenberg”), you agree to comply with all the terms of the Full -Project Gutenberg™ License available with this file or online at -www.gutenberg.org/license. -</div> - -<div style='display:block; font-size:1.1em; margin:1em 0; font-weight:bold'> -Section 1. General Terms of Use and Redistributing Project Gutenberg™ electronic works -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -1.A. By reading or using any part of this Project Gutenberg™ -electronic work, you indicate that you have read, understand, agree to -and accept all the terms of this license and intellectual property -(trademark/copyright) agreement. If you do not agree to abide by all -the terms of this agreement, you must cease using and return or -destroy all copies of Project Gutenberg™ electronic works in your -possession. If you paid a fee for obtaining a copy of or access to a -Project Gutenberg™ electronic work and you do not agree to be bound -by the terms of this agreement, you may obtain a refund from the person -or entity to whom you paid the fee as set forth in paragraph 1.E.8. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -1.B. “Project Gutenberg” is a registered trademark. It may only be -used on or associated in any way with an electronic work by people who -agree to be bound by the terms of this agreement. 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