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+This eBook, including all associated images, markup, improvements,
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+in the PUBLIC DOMAIN IN THE UNITED STATES.
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+the "Copyright How-To" at https://www.gutenberg.org.
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-The Project Gutenberg eBook of Cuentos valencianos, by Vicente Blasco
-Ibáñez
-
-This eBook is for the use of anyone anywhere in the United States and
-most other parts of the world at no cost and with almost no restrictions
-whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms
-of the Project Gutenberg License included with this eBook or online at
-www.gutenberg.org. If you are not located in the United States, you
-will have to check the laws of the country where you are located before
-using this eBook.
-
-Title: Cuentos valencianos
-
-Author: Vicente Blasco Ibáñez
-
-Release Date: October 11, 2021 [eBook #66514]
-
-Language: Spanish
-
-Character set encoding: UTF-8
-
-Produced by: Ramón Pajares Box and the Online Distributed Proofreading
- Team at https://www.pgdp.net (This file was produced from
- images generously made available by The Internet
- Archive/Canadian Libraries)
-
-*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK CUENTOS VALENCIANOS ***
-
-NOTA DE TRANSCRIPCIÓN
-
- * Las cursivas se muestran entre _subrayados_; la negritas, entre
- =iguales=; las versalitas se han convertido a MAYÚSCULAS.
-
- * Los errores de imprenta han sido corregidos.
-
- * La ortografía del texto original ha sido actualizada de acuerdo
- con las normas publicadas en 2010 por la Real Academia Española.
-
- * Se han puesto tildes a las mayúsculas; se han espaciado las rayas,
- salvo las iniciales de diálogo; se ha completado el emparejamiento
- de las comillas y de los signos de exclamación e interrogación.
-
- * Las páginas en blanco han sido eliminadas.
-
-
-
-
-CUENTOS VALENCIANOS
-
-
-
-
-OBRAS DEL MISMO AUTOR
-
-
- =La condenada= (cuentos).
- =En el país del arte= (viajes).
- =Arroz y tartana= (novela).
- =Flor de Mayo= (novela).
- =La barraca= (novela).
- =Entre naranjos= (novela).
- =Sónnica la cortesana= (novela).
- =Cañas y barro= (novela).
- =La Catedral= (novela).
- =El Intruso= (novela).
- =La Bodega= (novela).
- =La Horda= (novela).
- =La maja desnuda= (novela).
- =Oriente= (viajes).
- =Sangre y arena= (novela).
- =Los muertos mandan= (novela).
- =Luna Benamor= (novela).
-
-
-=ARGENTINA Y SUS GRANDEZAS=
-
-
-OBRAS TRADUCIDAS DEL AUTOR
-
- TERRES MAUDITES (Traducción de G. Hérelle), París.
-
- FLEUR DE MAI (Traducción de G. Hérelle), París.
-
- BOUE ET ROSEAUX (Traducción de Maurice Bixio), París.
-
- CONTES ESPAGNOLS (Traducción de G. Menetrier), París.
-
- DANS L’OMBRE DE LA CATHÉDRALE (Traducción de G. Hérelle), París.
-
- TERRAS MALDITAS (Traducción de Napoleão Toscano), Lisboa.
-
- A CATHEDRAL (Traducción de Riveiro de Carvalho y Moraes Rosa), Lisboa.
-
- DIE KATHEDRALE (Traducción de Josy Priems), Zurich.
-
- FLOR DE MAYO (Traducción de Josy Priems), Zurich.
-
- ERDFLUCH (Traducción de Wilhelm Thal), Berlín.
-
- SCHILFUND SCHLAMM (Traducción de Wilhelm Thal), Berlín.
-
- DER EINDRINGLING (Traducción de J. Broutá), Berlín.
-
- DE VLOEK (Traducción del doctor A. A. Fokker), Haarlem.
-
- WAAR ORANJEBOOMEN BLOEIEN (Traducción del Dr. A. A. Fokker),
- Amsterdam.
-
- CHALUPA (Traducción de A. Pikhart), Praga.
-
- MARNÁ CHLOUBA (Traducción de A. Pikhart), Praga.
-
- AH, IL PANE!... (Traducción de F. Gelormini), Palermo.
-
- HVAD EN MAND HAR AT GOVE (Traducción de Johanne Allen), Copenhague.
-
- VINNYI SKLAD (Traducción de M. Watson), Petersburgo.
-
- BODEGA (Traducción de K. G.), Petersburgo.
-
- PROKLIATAC POLE (Traducción de M. Watson), Petersburgo.
-
- SOBOR (Traducción de M. Watson), Petersburgo.
-
- DUOYÑOY VISTREL (Traducción de M. Watson), Petersburgo.
-
- GELEZNODOROGNOY ZAIAZ (Traducción de M. Watson), Petersburgo.
-
- NALOGUIZA OBNAGNENAIA (Traducción de M. Watson), Petersburgo.
-
- ARÈNES SANGLANTES (Traducción de G. Hérelle), París.
-
- LA HORDE (Traducción de G. Hérelle), París.
-
- A CORTEZAN DE SAGUNTO (Traducción de Riveiro de Carvalho y Moraes
- Rosa), Lisboa.
-
- O INTRUSO (Traducción de Carvalho), Lisboa.
-
-
-
-
- V. Blasco Ibáñez
-
- CUENTOS VALENCIANOS
-
-
- [Ilustración]
-
-
- F. SEMPERE Y COMPAÑÍA, EDITORES
- VALENCIA
-
-
-
-
- _Esta Casa Editorial obtuvo Diploma de Honor y Medalla de Oro en la
- Exposición Regional de Valencia de 1909 y Gran Premio de Honor en la
- Internacional de Buenos Aires de 1910._
-
-
- _Derechos de traducción reservados en todos los países,
- incluso Suecia y Noruega._
-
-
- Imp. de la Casa Editorial F. Sempere y Comp.ª -- VALENCIA
-
-
-
-
-CUENTOS VALENCIANOS
-
-
-
-
-_Dimòni_
-
-
-I
-
-Desde Cullera a Sagunto, en toda la valenciana vega no había pueblo ni
-poblado donde no fuese conocido.
-
-Apenas su dulzaina sonaba en la plaza, los muchachos corrían desalados,
-las comadres llamábanse unas a otras con ademán gozoso y los hombres
-abandonaban la taberna.
-
---¡_Dimòni_! ¡Ya está ahí _Dimòni_!
-
-Y él, con los carrillos hinchados, la mirada vaga perdida en lo alto y
-soplando sin cesar en la picuda dulzaina, acogía la rústica ovación con
-la indiferencia de un ídolo.
-
-Era popular y compartía la general admiración con aquella dulzaina
-vieja, resquebrajada, la eterna compañera de sus correrías, la que,
-cuando no rodaba en los pajares o bajo las mesas de las tabernas,
-aparecía siempre cruzada bajo el sobaco, como si fuera un nuevo miembro
-creado por la Naturaleza en un acceso de filarmonía.
-
-Las mujeres, que se burlaban de aquel insigne perdido, habían hecho
-un descubrimiento: _Dimòni_ era guapo. Alto, fornido, con la cabeza
-esférica, la frente elevada, el cabello al rape y la nariz de curva
-audaz, tenía en su aspecto reposado y majestuoso algo que recordaba al
-patricio romano, pero no de aquellos que en el período de austeridad
-vivían a la espartana y se robustecían en el Campo de Marte, sino de
-los otros, de aquellos de la decadencia, que en las orgías imperiales
-afeaban la hermosura de raza colorando su nariz con el bermellón del
-vino y deformando su perfil con la colgante sotabarba de la glotonería.
-
-_Dimòni_ era un borracho. Los privilegios de su dulzaina, que por lo
-maravillosos le habían valido el apodo, no llamaban tanto la atención
-como las asombrosas borracheras que pillaba en las grandes fiestas.
-
-Su fama de músico le hacía ser llamado por los clavarios de todos
-los pueblos, y veíasele llegar carretera abajo siempre erguido y
-silencioso, con la dulzaina en el sobaco, llevando al lado, como
-gozquecillo obediente, al tamborilero, algún pillete recogido en
-los caminos, con el cogote pelado por los tremendos pellizcos que al
-descuido le largaba el maestro cuando no redoblaba sobre el parche con
-brío, y que si cansado de aquella vida nómada abandonaba al amo, era
-después de haberse hecho tan borracho como él.
-
-No había en toda la provincia dulzainero como _Dimòni_; pero buenas
-angustias les costaba a los clavarios el gusto de que tocase en
-sus fiestas. Tenían que vigilarlo desde que entraba en el pueblo,
-amenazarle con un garrote para que no entrase en la taberna
-hasta terminada la procesión, o muchas veces, por un exceso de
-condescendencia, acompañarle dentro de aquella para detener su brazo
-cada vez que lo tendía hacia el porrón. Aun así resultaban inútiles
-tantas precauciones, pues más de una vez, marchando grave y erguido,
-aunque con paso tardo, ante el estandarte de la cofradía, escandalizaba
-a los fieles rompiendo a tocar la _Marcha Real_ frente al ramo de olivo
-de la taberna, y entonando después el melancólico _De profundis_ cuando
-la peana del santo patrono volvía a entrar en la iglesia.
-
-Y estas distracciones de bohemio incorregible, estas impiedades de
-borracho, alegraban a la gente. La chiquillería pululaba en torno de
-él, dando cabriolas al compás de la dulzaina y aclamando a _Dimòni_;
-y los solteros del pueblo se reían de la gravedad con que marchaba
-delante de la cruz parroquial y le enseñaban de lejos un vaso de vino,
-invitación a la que contestaba con un guiño malicioso, como si dijera:
-«Guardadlo para después».
-
-Ese después era la felicidad de _Dimòni_, pues representaba el momento
-en que, terminada la fiesta y libre de la vigilancia de los clavarios,
-entraba en posesión de su libertad en plena taberna.
-
-Allí estaba en su centro, junto a los toneles pintados de rojo oscuro,
-entre las mesillas de cinc jaspeadas por las huellas redondas de los
-vasos, aspirando el tufillo del ajoaceite, del bacalao y las sardinas
-fritas que se exhibían en el mostrador tras mugriento alambrado, y
-bajo los suculentos pabellones que formaban, colgando de las viguetas,
-las ristras de morcillas rezumando aceite, los manojos de chorizos
-moteados por las moscas, las oscuras longanizas y los ventrudos jamones
-espolvoreados con rojo pimentón.
-
-La tabernera sentíase halagada por la presencia de un huésped que
-llevaba tras sí la concurrencia, e iban entrando los admiradores a
-bandadas; no habían bastantes manos para llenar porrones; esparcíase
-por el ambiente un denso olor de lana burda y sudor de pies, y a la luz
-del humoso quinqué veíase a la respetable asamblea, sentados unos en
-los cuadrados taburetes de algarrobo con asiento de esparto y otros en
-cuclillas en el suelo, sosteniéndose con fuertes manos las abultadas
-mandíbulas, como si estas fueran a desprenderse de tanto reír.
-
-Todas las miradas estaban fijas en _Dimòni_ y su dulzaina.
-
---_¡L’agüela! ¡Fes l’agüela!_
-
-Y _Dimòni_, sin pestañear, como si no hubiera oído la petición general,
-comenzaba a imitar con su dulzaina el gangoso diálogo de dos viejas,
-con tan grotescas inflexiones, con pausas tan oportunas, con escapes de
-voz tan chillones, que una carcajada brutal e interminable conmovía la
-taberna, despertando a las caballerías del inmediato corral, que unían
-a la baraúnda sus agudos relinchos.
-
-Después le pedían que imitase a _La Borracha_, una mala piel que iba
-de pueblo en pueblo vendiendo pañuelos y gastándose las ganancias en
-aguardiente. Y lo mejor del caso es que casi siempre estaba presente la
-aludida y era la primera en reírse de la gracia con que el dulzainero
-imitaba sus chillidos al pregonar la venta y las riñas con las
-compradoras.
-
-Pero cuando se agotaba el repertorio burlesco, _Dimòni_, soñoliento
-por la digestión del alcohol, lanzábase en su mundo imaginario, y ante
-su público silencioso y embobado, imitaba la charla de los gorriones,
-el murmullo de los campos de trigo en los días de viento, el lejano
-sonar de las campanas, todo lo que le sorprendía cuando por las tardes
-despertaba en medio del campo sin comprender cómo le había llevado allí
-la borrachera pillada la noche anterior.
-
-Aquellas gentes rudas no se sentían ya capaces de burlarse de _Dimòni_,
-de sus soberbias chispas ni de los repelones que hacía sufrir al
-tamborilero. El arte, algo grosero, pero ingenuo y genial de aquel
-bohemio rústico, causaba honda huella en sus almas vírgenes y miraban
-con asombro al borracho que, al compás de los arabescos impalpables
-que trazaba con su dulzaina, parecía crecerse, siempre con la mirada
-abstraída, grave, sin abandonar su instrumento más que para coger el
-porrón y acariciar su seca lengua con el _glu-glu_ del hilillo del vino.
-
-Y así estaba siempre. Costaba gran trabajo sacarle una palabra del
-cuerpo. De él sabíase únicamente por el rumor de su popularidad que
-era de Benicófar, que allá vivía en una casa vieja, que conservaba aún
-porque nadie le daba dos cuartos por ella, y que se había bebido, en
-unos cuantos años, dos machos, un carro y media docena de campos que
-heredó de su madre.
-
-¿Trabajar? No, y mil veces no. Él había nacido para borracho. Mientras
-tuviese la dulzaina en las manos, no le faltaría pan, y dormía como un
-príncipe cuando, terminada una fiesta y después de soplar y beber toda
-la noche, caía como un fardo en un rincón de la taberna o en un pajar
-del campo, y el pillete tamborilero, tan ebrio como él, se acostaba a
-sus pies cual un perrillo obediente.
-
-
-II
-
-Nadie supo cómo fue el encuentro; pero era forzoso que ocurriera, y
-ocurrió. _Dimòni_ y _La Borracha_ se juntaron y se confundieron.
-
-Siguiendo su curso por el cielo de la borrachera, rozáronse para
-marchar siempre unidos el astro rojizo de color de vino y aquella
-estrella errante, lívida como la luz del alcohol.
-
-La fraternidad de borrachos acabó en amor, y fuéronse a sus dominios de
-Benicófar a ocultar su felicidad en aquella casucha vieja, donde por
-las noches, tendidos en el suelo del mismo cuarto donde había nacido
-_Dimòni_, veían las estrellas que parpadeaban maliciosamente a través
-de los grandes boquetes del tejado, adornados con largas cabelleras
-de inquietas plantas. Aquella casa era una muela vieja y cariada que
-se caía en pedazos. Las noches de tempestad tenían que huir como si
-estuvieran a campo raso, perseguidos por la lluvia, de habitación en
-habitación, hasta que por fin encontraban en el abandonado establo
-un rinconcito donde entre polvo y telarañas florecía su extravagante
-primavera de amor.
-
-¡Casarse!... ¿para qué? ¡Valiente cosa les importaba lo que dijera
-la gente! Para ellos no se habían fabricado las leyes ni los
-convencionalismos sociales. Les bastaba el amarse mucho, tener un
-mendrugo de pan a mediodía, y sobre todo algún crédito en la taberna.
-
-_Dimòni_ mostrábase absorto, como si ante su vista se hubiese abierto
-ignorada puerta mostrándole una felicidad tan inmensa como desconocida.
-Desde la niñez, el vino y la dulzaina habían absorbido todas sus
-pasiones; y ahora, a los veintiocho años, perdía su pudor de borracho
-insensible, y como uno de aquellos cirios de fina cera que llameaban
-en las procesiones, derretíase en brazos de _La Borracha_, sabandija
-escuálida, fea, miserable, ennegrecida por el fuego alcohólico que
-ardía en su interior, apasionada hasta vibrar como una cuerda tirante,
-y que a él le parecía el prototipo de la belleza.
-
-Su felicidad era tan grande, que se desbordaba fuera de la casucha.
-Acariciábanse en medio de las calles con el impudor inocente de una
-pareja canina, y muchas veces, camino de los pueblos donde se celebraba
-fiesta, huían a campo traviesa, sorprendidos en lo mejor de su pasión
-por los gritos de los carreteros, que celebraban con risotadas el
-descubrimiento. El vino y el amor engordaban a _Dimòni_; echaba
-panza, iba de ropa más bien cuidado que nunca y sentíase tranquilo y
-satisfecho al lado de _La Borracha_, aquella mujer cada vez más seca
-y negruzca que, pensando únicamente en cuidarle, no se ocupaba en
-remendar las sucias faldillas que se escurrían de sus hundidas caderas.
-
-No le abandonaba. Un buen mozo como él estaba expuesto a peligros; y
-no satisfecha con acompañarle en sus viajes de artista, marchaba a su
-lado al frente de la procesión, sin miedo a los cohetes y mirando con
-cierta hostilidad a todas las mujeres.
-
-Cuando _La Borracha_ quedó embarazada, la gente se moría de risa,
-comprometiéndose con ello la solemnidad de las procesiones.
-
-En medio él, erguido, con expresión triunfante, con la dulzaina hacia
-arriba como si fuese una descomunal nariz que olía al cielo; a un lado
-el pillete, haciendo sonar el tamboril, y al opuesto _La Borracha_,
-exhibiendo con satisfacción, como un segundo tambor, aquel vientre que
-se hinchaba cual globo próximo a estallar, que la hacía ir con paso
-tardo y vacilante y que en su insolente redondez subía escandalosamente
-el delantero de la falda, dejando al descubierto los hinchados pies
-bailoteando en viejos zapatos y aquellas piernas negras, secas y sucias
-como los palillos que movía el tamborilero.
-
-Aquello era un escándalo, una profanación, y los curas de los pueblos
-sermoneaban al dulzainero:
-
---Pero ¡gran demonio! Cásate al menos, ya que esa perdida se empeña en
-no dejarte ni aun en la procesión. Yo me encargaré de arreglaros los
-papeles.
-
-Pero aunque él decía a todo que sí, maldito lo que le seducía la
-proposición. ¡Casarse ellos! ¡Bueno va!... ¡cómo se burlaría la gente!
-Mejor estaban así las cosas.
-
-Y en vista de su tozuda resistencia, si no le quitaron las fiestas, por
-ser el más barato y mejor de los dulzaineros, despojáronle de todos
-los honores anexos a su cargo, y ya no comió más en la mesa de los
-clavarios, ni se le dio el pan bendito, ni se permitió que entrasen en
-la iglesia el día de la fiesta semejante par de herejazos.
-
-
-III
-
-Ella no fue madre. Cuando llegó el momento, arrancaron en pedazos, de
-sus entrañas ardientes, aquel infeliz engendro de la embriaguez.
-
-Y tras el feto monstruoso y sin vida, murió la madre ante la mirada
-asombrada de _Dimòni_, que, al ver extinguirse aquella vida sin agonía
-ni convulsiones, no sabía si su compañera se había ido para siempre o
-si acababa de dormirse como cuando rodaba a sus pies la botella vacía.
-
-El suceso tuvo resonancia, y las comadres de Benicófar se agrupaban a
-la puerta de la casucha para ver de lejos a _La Borracha_ tendida en
-el ataúd de los pobres y a _Dimòni_ en cuclillas junto a la muerta,
-voluminoso, lloriqueando y con la cerviz inclinada, como un buey
-melancólico.
-
-Nadie del pueblo se dignó entrar en la casa. El duelo se componía de
-media docena de amigos de _Dimòni_, haraposos y tan borrachos como
-este, que pordioseaban por los caminos, y del sepulturero de Benicófar.
-
-Pasaron la noche velando a la difunta, yendo por turno cada dos horas a
-aporrear la puerta de la taberna pidiendo que les llenasen una enorme
-bota, y cuando el sol entró por las brechas del tejado, despertaron
-todos, tendidos en torno de la difunta, ni más ni menos que los
-domingos por la noche cuando en fraternal confianza caían en algún
-pajar a la salida de la taberna.
-
-¡Cómo lloraban todos!... Y ahora la pobrecita estaba allí en el cajón
-de los pobres, tranquila como si durmiera, y sin poder levantarse a
-pedir su parte. ¡Oh, lo que es la vida!... ¡Y en esto hemos de parar
-todos!
-
-Y los borrachos lloraron tanto, que al conducir el cadáver al
-cementerio todavía les duraba la emoción y la embriaguez.
-
-Todo el vecindario presenció de lejos el entierro. Las buenas almas
-reían como locas ante espectáculo tan grotesco.
-
-Los amigotes de _Dimòni_ marchaban con el ataúd al hombro, dando
-traspiés que hacían mecerse rudamente la fúnebre caja como un buque
-viejo y desarbolado. Y detrás de aquellos mendigos iba _Dimòni_ con su
-inseparable instrumento bajo el sobaco, siempre con aquel aspecto de
-buey moribundo que acababa de recibir un tremendo golpe en la cerviz.
-
-Los chiquillos gritaban y daban cabriolas ante el ataúd, como si
-aquello fuese una fiesta, y la gente reía, asegurando que lo del parto
-era una farsa y que _La Borracha_ había muerto de un hartazgo de
-aguardiente.
-
-Los lagrimones de _Dimòni_ también hacían reír. ¡Valiente pillo! Aún le
-duraba el _cañamón_ de la noche anterior y lloraba lágrimas de vino al
-pensar que ya no tendría una compañera en sus borracheras nocturnas.
-
-Todos le vieron volver del cementerio, donde por compasión habían
-permitido el entierro de aquella gran perdida, y le vieron también cómo
-con sus amigotes, incluso el enterrador, se metía en la taberna para
-agarrar el porrón con las manos sucias de la tierra de las tumbas.
-
-Desde aquel día, el cambio fue radical. ¡Adiós, excursiones gloriosas,
-triunfos alcanzados en las tabernas, serenatas en las plazas y toques
-estruendosos en las procesiones! _Dimòni_ no quería salir de Benicófar,
-ni tocar en las fiestas. ¿Trabajar?... eso para los imbéciles. Que no
-contasen con él los clavarios; y para afirmarse más en esta resolución,
-despidió al último tamborilero, cuya presencia le irritaba.
-
-Tal vez en sus ensueños de borracho melancólico había pensado, mirando
-el hinchado vientre de _La Borracha_, en la posibilidad de que con
-el tiempo un muchacho panzudo con cara de pillo, un _Dimoniet_,
-acompañase golpeando el parche las escalas vibrantes de su dulzaina.
-Ahora sí que estaba solo. Había conocido la dicha para que después su
-situación fuese más triste. Había sabido lo que era amor para conocer
-el desconsuelo; dos cosas cuya existencia ignoraba antes de tropezar
-con _La Borracha_.
-
-Entregose al aguardiente con el mismo fervor que si rindiera un tributo
-fúnebre a la muerta; iba roto, mugriento, y no podía revolverse en su
-casucha sin notar la falta de aquellas manos de bruja, secas y afiladas
-como garras, que tenían para él cuidados maternales.
-
-Como un búho, permanecía en el fondo de su guarida mientras brillaba
-el sol, y a la caída de la tarde salía del pueblo cautelosamente, como
-ladrón que va al acecho, y por una brecha del muro se colaba en el
-cementerio, un corral de suelo ondulado que la Naturaleza igualaba con
-matorrales, en los que pululaban las mariposas.
-
-Y por la noche, cuando los jornaleros retrasados volvían al pueblo
-con la azada al hombro, oían una musiquilla dulce e interminable que
-parecía salir de las tumbas.
-
---¡_Dimòni_!... ¿Eres tú?
-
-La musiquilla callaba ante los gritos de aquella gente supersticiosa,
-que preguntaba por ahuyentar su miedo.
-
-Y luego, cuando los pasos se alejaban, cuando se restablecía en la
-inmensa vega el susurrante silencio de la noche, volvía a sonar la
-musiquilla, triste como un lamento, como el lloriqueo lejano de una
-criatura llamando a la madre que jamás había de volver.
-
-
-
-
-¡Cosas de hombres!...
-
-
-Cuando Visentico, el hijo de la _siñá_ Serafina, volvió de Cuba, la
-calle de Borrull púsose en conmoción.
-
-En torno de su petaca, siempre repleta de picadura de la Habana,
-agrupábase la chavalería del barrio, ansiosa de liar pitillos y
-escuchar estupendas historias con credulidad asombrosa.
-
---En Matanzas tuve yo una mulatita que quería nos casáramos lueguito...
-lueguito. Tenía millones, pero yo no quise porque me tira mucho esta
-_tierresita_.
-
-Y esto era mentira. Seis años había permanecido fuera de Valencia,
-y decía tener olvidado el valenciano, a pesar de lo mucho que _le
-tiraba la tierresita_. Había salido de allí con lengua, y volvía con
-un merengue derretido, a través del cual las palabras tomaban el tono
-empalagoso de una flauta melancólica.
-
-Por su lenguaje y las mentiras de grandiosidad con que asombraba a la
-crédula chavalería, Visentico era el soberano de la calle, el motivo de
-conversación de todo el barrio. Su casaquilla de hilo rayado con vivos
-rojos, el bonete de cuartel, el pañuelo de seda al cuello, la banda
-dorada al pecho con el canuto de la licencia, la tez descolorida, el
-bigotillo picudo y la media romana de corista italiano, habíanse metido
-en el corazón de todas las chavalas y lo hacían latir con un estrépito
-solo comparable al _fru-fru_ de sus faldas de percal, almidonadas en
-los bajos hasta ser puro cartón.
-
-La _siñá_ Serafina estaba orgullosa de aquel hijo que la llamaba
-_mamá_. Ella era la encargada de hacer saber a las vecinas las onzas
-de oro que Visentico había traído de allá, y al número que marcaba, ya
-bastante exagerado, la gente añadía ceros sin remordimiento. Además, se
-hablaba con respeto supersticioso de cierto papelote que el licenciado
-guardaba, y en el cual el Estado se comprometía a dar tanto y cuanto...
-cuando mudase de fortuna.
-
-No era extraño, pues, que un hombre de tantas prendas, rodeado del
-ambiente de la popularidad y poseedor de irresistibles seducciones,
-trajese loca a Pepeta (a) _La Buena Mosa_, una vaca brava que por
-las mañanas revendía fruta en el Mercado, y con su falda acorazada,
-pañuelo de pita, patillas en las sienes y puntas de bandolina en la
-frente, pasaba la vida a la puerta de su casa, tan dispuesta a arañarse
-con la primera vecina como a conmover toda la calle con alguno de sus
-escándalos de muchachota cerril.
-
-La gente consideraba naturales y justas las relaciones cada vez más
-íntimas entre Visentico y Pepeta. Eran la pareja más distinguida del
-barrio, y además, antes de que él se fuese a Cuba ya se susurraba si
-había algo entre ellos.
-
-Lo que ya no le parecía tan claro a la gente es lo que diría el
-_Menut_, un chicuelo enteco y vicioso, empleado en el Matadero para
-repartir la carne; un pillete con la mirada atravesada y grandes tufos
-en las orejas, que siempre iba hecho un asco, y de quien se murmuraba
-si en distintas ocasiones había afanado borregos enteros.
-
-La Pepeta estaba loca; solo una caprichosa como ella podía haber
-aguantado dos años los celos machacones y las exigencias tiránicas de
-un granuja rabiosillo, al que ella con su potente brazo de buena moza
-era capaz de deshacer la cara de un solo revés.
-
-Y ahora iba a ocurrir algo. ¡Vaya si ocurriría! Adivinábanlo los
-vecinos solo con ver al _Menut_, quien con aspecto de perro abandonado
-pasaba el día vagando por la calle, tan pronto en el cafetín de
-_Panchabruta_ como frente a la casa de Pepeta, siempre sucio, con
-la camiseta listada de azul y la blusa al cuello impregnadas de la
-hediondez de la sangre seca.
-
-Ya no repartía carneros a los cortantes de la ciudad; olvidaba su
-carrito mugriento, y embrutecido por la sorpresa, queriendo llenar
-aquel algo que le faltaba, solo sabía beberse _águilas_ en el cafetín o
-ir tras Pepeta, humilde, cobarde, encogido, expresándose con la mirada
-más que con la lengua. Pero ella estaba ya despierta. ¿Dónde había
-tenido los ojos?... Ahora le parecía imposible que hubiese querido a
-aquel bruto, sucio y borrachín. ¡Qué abismo entre él y Visentico!...
-una figura de general, un chico muy gracioso en el habla, que cantaba
-guajiras y bailaba el tango como un ángel, y que, en fin, si no tenía
-millones y una mulata, ya se sabía que era por lo mucho que le _tiraba
-la tierresita_.
-
-Indignábase al ver que aquel granujilla, forrado en la mugre de la
-carne muerta, aún tenía la pretensión de que continuase lo que solo
-había sido un capricho... una condescendencia compasiva... ¡Arre allá!
-Cuando no manifestase su cariño con zarpadas y aprendiese a decirla
-¡flor de guayaba! y ¡mulatita! como el otro, entonces podría ponerse en
-su presencia.
-
-La buena moza fue inflexible, acabó por no escuchar, y desde entonces
-la calle de Borrull tuvo un alma en pena, que fue el _Menut_.
-
-En las noches de verano, cuando el calor arrojaba a las familias en
-medio de la calle y se formaban corros en torno de las cenas servidas
-sobre mesitas de zapatero, la gente veía pasar al celoso chiquillo
-recatándose en la sombra, misterioso y fatídico como un traidor de
-melodrama.
-
-La aparición terrorífica pasaba varias veces ante la puerta de Pepeta,
-lanzando miradas espeluznantes al coro que hacía la corte a la buena
-moza, y después desvanecíase por un escotillón: el cafetín donde el
-_Menut_, cual nuevo Prometeo, entregaba sus entrañas a las rampantes
-garras de las _águilas_ amílicas.
-
-¡Qué noches aquellas! Los nuevos amores de Pepeta tenían la acera por
-escenario y por coro aquel corrillo donde sonaba el acordeón, y ella
-recibía honores de reina festejada. A su lado, la madre, una vieja
-insignificante que no abría la boca sin recibir un bufido de Pepeta.
-
-La calle, tostada todo el día por el sol, revivía con los primeros
-soplos de la noche.
-
-Los lóbregos faroles, cuyos palmitos de gas parecían pintados en la
-pared con almazarrón, dejábanlo todo en fresca penumbra; en las puertas
-destacábanse las manchas blancas de la gente casi en paños menores:
-chorreaban rítmicamente los balcones con el riego de las plantas; en
-cada balaustrada asomaba un botijo, y de arriba, de aquel cielo oscuro
-que parecía un lienzo apollillado transparentando lejana luz, descendía
-un soplo húmedo que reanimaba a la tierra, arrancándola suspiros de
-vida.
-
-En todas las puertas sonaban el acordeón con su chillona melancolía,
-la guitarra con su rasgueo soñador, el canto a coro desentonado y
-estridente, y algunas veces en las esquinas estallaba una tempestad de
-aullidos, el estrépito de la lucha cuerpo a cuerpo, y los antipáticos
-perros chatos chocaban sus amenazantes cabezas de foca, hasta que el
-silletazo de algún vecino de buena voluntad los ponía en dispersión.
-
-Despedazábanse en los corros enormes sandías; hundíanse las bocas en
-tajadas como medias lunas; pringábanse las caras con el rojo zumo;
-extendíanse los arrugados moqueros bajo la barba para no mancharse, y
-al fin, la gente, con el vientre hinchado de agua, sumíase en dulce
-beatitud, escuchando como angélicas melodías los arañazos de los
-acordeones.
-
-Y a esta hora de digestión líquida, al cantar el sereno las once y
-estar los corrillos más animados, era cuando a lo lejos la difusa luz
-de los faroles marcaba algo que se aproximaba balanceándose, trazando
-zigzags como una barca sin timón, echando la pesada ancla en cada
-esquina.
-
-Era el padre de Pepeta, que con la gorra desmayada y el pañuelo de
-hierbas en una mano volvía de la taberna. Saludaba a la reunión con
-tres gruñidos, despreciaba las insolencias de la hija, y se hundía por
-fin en la oscuridad de su casa, maldiciendo a los avaros caseros que,
-para fastidiar a los pobres, hacen siempre las puertas estrechas.
-
-En aquellas horas de regocijo público, en medio de la calle,
-acariciados por la expansión de todos los vecinos, se arrullaban el
-licenciado y Pepeta; él, dulzón y empalagoso, hablándole al oído;
-ella, grave, estirada y seria, apretando los labios como si estuviera
-ofendida, porque una chavala que se respete debe poner siempre al
-novio cara de perro. Los hombres son muy presuntuosos, y si llegan a
-comprender que una está chiflada por ellos... ya, ya.
-
-Y mientras tanto, la pobre alma en pena a la puerta del cafetín, con
-la garganta abrasada por el amílico y el corazón en un puño, oyendo
-de cerca las bromitas de sus amigachos y a lo lejos las canciones del
-corro de Pepeta, unos retazos de zarzuela repetidos con monotonía
-abrumadora.
-
-Pero ¡qué cargantes eran los amigos del cafetín! ¿Que Pepeta no le
-quería ya? Bueno; dale expresiones... ¿Que él era un chiquillo y le
-faltaba esto y lo de más allá? Conformes; pero aún no había muerto,
-y tiempo le quedaba para hacer algo. Por de pronto, a Pepeta y al
-_Cubano_ se los pasaba por tal y cual sitio. Ella era una _carasera_ y
-él un mariquita con su hablar de chiquillo y su peluca rizada. Ya les
-arreglaría las cuentas.... A ver, tío _Panchabruta_: otra águila de
-petróleo refinado. De aquel que está en el rincón, en el temible tonel
-que ha enviado al cementerio tres generaciones de borrachos.
-
-Y el fresco vientecillo, haciendo ondear la listada cortina de la
-puerta, arrojaba todos los ruidos de la calle en el ambiente del
-cafetín, cargado del calor del gas y los vahos alcohólicos.
-
-Ahora cantaban a coro en casa de Pepeta:
-
- Vente conmigo y no temas
- estos parajes dejar...
-
-Adivinaba la voz de ella, rígida y fría como siempre, y la otra aguda
-y mimosa, la del cubano, que decía: _Vente conmigo_, con una intención
-que al _Menut_ parecía arañarle en el pecho. Conque _vente conmigo_,
-¿eh?... ¡Cristo! Aquella noche iba a arder todo en la calle de Borrull.
-
-Y se lanzó fuera del cafetín sin llamar la atención de los bebedores,
-acostumbrados a tan nerviosas salidas.
-
-Ya no era el alma en pena; iba rectamente a su sitio, a aquel corro
-maldito que tantas noches había sido su tormento.
-
---Tú, Cubano, _ascolta._
-
-Movimiento de asombro, de estupefacción. Calló el organillo, cesó el
-coro y Pepeta levantó fieramente la cabeza. ¿Qué quería aquel pillete?
-¿Había por allí algún borrego que robar?...
-
-Pero sus insolencias de nada sirvieron. El licenciado se levantaba
-estirando fanfarronamente su levitilla de hilo.
-
---Me _paese_... me _paese_ que ese muchachito se la va a cargar por
-torpe.
-
-Y salió del corro, a pesar de las protestas y consejos de todos.
-
-Pepeta se había serenado. Podían estar tranquilos; ella lo aseguraba.
-No llegaría la sangre al río. El _Menut_ era un chillón que no valía un
-papel de fumar, y si se atrevía a hacer pinitos ya le limpiaría los
-mocos el otro. Vaya... a cantar. No debía turbarse la buena armonía por
-un bicho así.
-
-Y la tertulia reanudó su canto débilmente, de mala gana, mirando todos
-con el rabillo del ojo a los dos que estaban plantados en el arroyo,
-frente a frente.
-
- Que la que aquí es prima donna,
- reina en mi casa será...á...á
-
-Pero al hacer una pausa se oyó la voz del _Menut_, que decía
-lentamente, con rabia y acentuando las palabras como si las mascase:
-
---Tú eres un morral... sí señor; un morral.
-
-Todos se pusieron en pie, rodaron las sillas, cayó el acordeón al
-suelo, lanzando un quejido, pero... ¡quiá! por pronto que acudieron ya
-era tarde.
-
-Se habían agarrado como gatos rabiosos, clavándose las uñas en el
-cuello, empujándose, resbalando en las cortezas de sandía y lanzando
-sucias blasfemias.
-
-Y el _Cubano_ de pronto se bamboleó para caer como un talego de ropa, y
-en aquel momento desvaneciose la melosidad antillana, y el lenguaje de
-la niñez reapareció junto con la desgracia.
-
---¡Ay, _mare mehua_!... ¡_Mare mehua_!
-
-Retorcíase sobre los adoquines como una lagartija partida en dos,
-agarrábase el vientre allí donde había sentido la fría hoja de la
-navaja, comprimiendo instintivamente el bárbaro rasgón, al que asomaban
-los intestinos cortados, rezumando sangre e inmundicia.
-
-Corría la gente desde los dos extremos de la calle, para agolparse en
-torno del caído; sonaban pitos a lo lejos, poblándose instantáneamente
-los balcones, y en uno de ellos la _siñá_ Serafina, en camisa,
-desmelenada, sorprendida en su primer sueño por el grito de su hijo,
-daba alaridos instintivamente, sin explicarse todavía la inmensidad de
-su desgracia.
-
-Pepeta retorcíase con epilépticas convulsiones entre los brazos de
-varios vecinos; avanzaba sus uñas de fiera enfurecida, y no pudiendo
-llegar hasta el _Menut_, le escupía a la cara siempre los mismos
-insultos con voz estridente, desgarradora, que despertaba a todo el
-barrio:
-
---¡_Lladre_!... ¡Granuja!...
-
-Y el autor de todo estaba allí, sin huir, con su figurilla triste y
-desmedrada, el cuello desollado por varios arañazos, el brazo derecho
-teñido en sangre hasta el codo y la navaja caída a sus pies. Tan
-tranquilo como al degollar reses en el Matadero, sin estremecerse al
-sentir en sus hombros las manos de la policía, con una sonrisita que
-plegaba ligeramente los extremos de su boca.
-
-Salió de la calle con los brazos atados sobre la espalda, y la blusa
-encima, la innoble cara llena de arañazos, hablando con su escolta de
-municipales, satisfecho, en el fondo, de que la gente se agolpase a su
-paso, como en la entrada de un personaje.
-
-Cuando pasó ante el cafetín, saludó con altivez a sus amigotes que,
-asombrados, como si no hubiesen presenciado el suceso, le preguntaban
-qué había hecho.
-
---_Res; còses d’hòmens._
-
-Y contento con su suerte, erguido y triunfante, siguió el camino de
-la cárcel, acogiendo el infeliz las miradas de la curiosidad con la
-prosopopeya de la estupidez satisfecha.
-
-
-
-
-La cencerrada
-
-
-I
-
-Todos los vecinos de Benimuslín acogieron con extrañeza la noticia.
-
-Se casaba el tío Sènto, uno de los prohombres del pueblo, el primer
-contribuyente del distrito, y la novia era Marieta, guapa chica, hija
-de un carretero, que no aportaba al matrimonio otros bienes que aquella
-cara morena, con su sonrisa de graciosos hoyuelos y los ojazos negros,
-que parecían adormecerse tras las largas pestañas entre los dos rodetes
-de apretado y brillante cabello que, adornados con pobres horquillas,
-cubrían sus sienes.
-
-Por más de una semana esta noticia conmovió al tranquilo pueblecito,
-que entre una inmensidad de viñas y olivares alzaba sus negruzcos
-tejados, sus tapias de blancura deslumbrante, el campanario con su
-montera de verdes tejas y aquella torre cuadrada y roja, recuerdo de
-los moros, que destacaba soberbia sobre el intenso azul del cielo su
-corona de almenas rotas o desmoronadas como una encía vieja.
-
-El egoísmo rural no salía de su asombro. Muy enamorado debía estar el
-tío Sènto para casarse, violando tan escandalosamente las costumbres
-tradicionales. ¿Cuándo se había visto a un hombre que era dueño de la
-cuarta parte del término, con más de cien botas en la bodega y cinco
-mulas en la cuadra, casarse con una chica que de pequeña robaba fruta o
-ayudaba en las faenas de las casas ricas para que la diesen de comer?
-
-Todos decían lo mismo. ¡Ah, si levantase la cabeza la _siñá_ Tomasa,
-la primera mujer del tío Sènto, y viese que su caserón de la calle
-Mayor, sus campos y su _estudi_, con aquella cama monumental de que tan
-orgullosa estaba, iban a ser para la mocosuela que en otros tiempos la
-pedía una rebanada de pan!
-
-Aquel hombre debía estar loco. No había más que ver el aire de
-adoración con que contemplaba a Marieta, la sonrisa boba con que acogía
-todas sus palabras y las actitudes de chaval con que se mostraba a los
-cincuenta y seis años bien cumplidos. Y las que más protestaban contra
-aquel hecho inaudito eran las chicas de las familias acomodadas, que,
-siguiendo las egoístas tradiciones, no hubieran tenido inconveniente
-en entregar su morena mano a aquel gallo viejo, que se apretaba la
-exuberante panza con la faja de seda negra y mostraba sus ojillos
-pardos y duros bajo el sombraje de unas cejas salientes y enormes que,
-según expresión de sus enemigos, tenían más de media arroba de pelo.
-
-La gente estaba conforme en que el tío Sènto había perdido la razón.
-Cuanto poseía antes de casarse y todo lo que había heredado de la
-_siñá_ Tomasa, iba a ser de Marieta, de aquella mosca muerta que había
-conseguido turbarle de tal modo, que hasta las devotas a la puerta de
-la iglesia murmuraban si la chica tendría hecho pacto con el malo y
-habría dado al viejo polvos seguidores.
-
-El domingo en que se leyó la primera amonestación, el escándalo fue
-grande. Después de la misa mayor, había que oír a los parientes de la
-_siñá_ Tomasa. Aquello era un robo, sí señor; la difunta se lo había
-dejado todo a su marido, creyendo que no la olvidaría jamás, y ahora el
-muy ladrón, a pesar de sus años, buscaba un bocado tierno y le regalaba
-lo de la otra. No había justicia en la tierra si aquello se consentía.
-¡Pero vaya usted a reclamar en estos tiempos! Bien decía don Vicente,
-el _siñor retor_, que ahora todo está perdido. Debía mandar don Carlos,
-que es el único que persigue a los pillos.
-
-Así vociferaban en los corrillos de la plaza los que se creían
-perjudicados por el futuro matrimonio, ayudándoles en la murmuración
-casi todos los vecinos de Benimuslín.
-
-El caso era que tal casamiento no acabaría bien. Aquel vejestorio
-atacado de rabia amorosa estaba destinado a llorar su calaverada.
-¡Pequeños iban a ser los adornos!... Todo el pueblo sabía que Marieta
-tenía un novio, _Tòni el Desgarrat_, un vago que había pasado la niñez
-con ella correteando por las viñas, y ahora, al ser mayor, la quería
-con buen fin, esperando para casarse que le entrasen ganas de trabajar
-y perder la costumbre de beberse en la taberna los cuatro terrones
-de su herencia en compañía de su amigo el dulzainero _Dimòni_, otro
-perdido que venía a buscarle del inmediato pueblo para tomar juntos
-famosas borracheras, que dormían en los pajares.
-
-Los parientes de la _siñá_ Tomasa miraban ahora con simpatía al
-_Desgarrat_. Este se encargaría de vengarles.
-
-Y los mismos que antes le despreciaban, los ricachos que volvían la
-cara al encontrarle, buscábanle en la taberna el día de la primera
-amonestación, plantándose ante el muchachote, que estaba sentado en un
-taburete de cuerda con la vistosa manta sobre las rodillas, la colilla
-pegada al labio y la mirada fija en el porrón, que herido por un rayo
-de sol, reflejaba inquieta mancha roja sobre el cinc de la mesilla.
-
---_Che, Desgarrat_ --le decían con sorna--, Marieta se casa.
-
-Pero el _Desgarrat_ acogía esta burla levantando los hombros.
-Aquello aún había de verse. Hasta el fin nadie es dichoso, y él...
-¡_recordóns_! ya sabían todos que era muy hombre para vérselas con el
-tío Sènto, que también la echaba de terne.
-
-Así era, y por lo mismo todos esperaban un choque ruidoso.
-
-Allí iba a pasar algo.
-
-Al tío Sènto --según propia afirmación-- nadie le ganaba a bruto.
-Levantaba mucho peso en las elecciones, tenía grandes amigos en
-Valencia, había sido alcalde varias veces y estaba acostumbrado a
-enarbolar en medio de la plaza el grueso _gayato_ de Liria para
-sacudirle dos palos con la mayor impunidad al primero que le
-incomodaba.
-
-
-II
-
-Llegó el momento de las cartas dotales. El tío Sènto no hacía las cosas
-a medias, y además, buena era Marieta y su familia para despreciar la
-ocasión.
-
-En trescientas onzas la dotaba el novio, sin contar la ropa y las
-alhajas pertenecientes a su primera mujer.
-
-La casa de Marieta, aquella casucha de las afueras sin más adorno que
-el carro a la puerta y dos o tres caballerías flacas en el establo, fue
-visitada por todas las chicas del pueblo.
-
-Aquello era un jubileo. Todas formando grupo, cogidas de la cintura
-o de las manos, pasaban ante el largo tablado cubierto por blancas
-colchas, sobre el cual los regalos y la ropa de la novia ostentábanse
-con tal magnificencia, que arrancaban exclamaciones de asombro:
-
---¡Reina y santísima! ¡Qué cosas tan preciosas!
-
-La ropa blanca clasificada por tamaños, apilada en altas columnas que
-casi llegaban al techo, cuidadosamente doblada, algo morena, como
-tejido fuerte, pero con un olor a limpieza y lejía que daba gloria;
-todo a docenas de docenas, desde las camisas hasta los trapos de
-cocina, con iniciales de colores chillones y guarnecidas con profusión
-de randas las ropas de uso interior: los vestidos de seda, gruesos
-y crujientes, con vivos reflejos metálicos; las faldas de rameado
-percal mostrando una fresca florescencia de primavera; las mantillas
-con sus sutiles y complicados arabescos; los corsés blancos y negros
-pespunteados de rojo, delatando con impudencia en sus rígidos contornos
-el cuerpo de la novia; y encerrados en sus marcos de cartón, los
-pañolones de Manila, con aves fantásticas volando en un cielo de seda
-blanca, y grupos de chinos, unos bigotudos y fieros, otros pelones
-y bobos, admirando con sus caritas de porcelana a las sencillas
-muchachas, que soñaban despiertas en aquellos misteriosos países donde
-los hombres gastan faldas y tienen ojitos de cerdo. Después venían los
-regalos de los amigos, en su mayoría pilillas de agua bendita para la
-alcoba, con sus ángeles de porcelana; cajas con cuchillos y cubiertos
-de plata, y dos grandes candelabros que descollaban majestuosamente.
-Eran el regalo del marqués, del cacique de la comarca, el hombre más
-eminente de España, según el tío Sènto, el cual, siempre que se
-trataba de sacarle diputado por el distrito, estaba tan dispuesto a
-empuñar el garrote como a echarse la escopeta a la cara.
-
-Y como digno final de aquella exposición, en lugar preferente
-ostentábanse las joyas chispeando sobre la almohadilla granate de los
-estuches: las uvas de perlas para las orejas, los alfileres de pecho
-con sus complicados colgajos, las grandes horquillas de oro para los
-caracoles de las sienes, las tres agujas con cabezas de apretadas
-perlas que habían de atravesar el airoso rodete y aquel aderezo, famoso
-en Benimuslín, que la _siñá_ Tomasa había comprado en catorce onzas de
-la calle de las Platerías.
-
-¡Vaya una suerte la de Marieta! Ella se hacía la modesta, enrojeciendo
-cada vez que ponderaban su futura felicidad, pero había que ver
-los lagrimones de la madre, una mujercilla flaca, arrugada e
-insignificante, y la emoción del carretero, que iba como un criado tras
-su futuro yerno, guardándole todas las consideraciones debidas a un ser
-superior.
-
-Por la noche fue la lectura de las cartas. Llegó don Julián el notario
-en su vieja tartana acompañado de su acólito, un infeliz de cara
-hambrienta con el tintero de cuerno asomado a un bolsillo y el papel
-sellado bajo el brazo.
-
-Don Julián fue entrado casi en triunfo en la cocina, donde ya estaba
-preparada una mesilla para el escribiente con velón de cuatro brazos.
-
-¡Qué hombre tan sabio aquel! Leía las escrituras en valenciano e
-intercalaba en el árido texto chistes de su cosecha... Vamos, que no
-había palurdo que pudiera estar serio en presencia de aquel señor
-siempre grave, que tenía cierto aire eclesiástico, con su largo
-paletó negro semejante a una sotana, el rostro carrilludo y frescote,
-cuidadosamente afeitado, y las recias gafas montadas en la frente, lo
-que era para los vecinos de Benimuslín un capricho inexplicable propio
-de los grandes talentos.
-
-Comenzó el notario a dictar en voz baja; garrapateaba el escribiente en
-los pliegos de papel sellado, y mientras tanto iban llegando los amigos
-de casa con el cura y el alcalde, y desaparecían del largo tablado los
-regalos de boda para dejar sitio a los macizos bizcochos espolvoreados
-de azúcar, los platos de _amargos_ y las tortas _finas_ secas como
-cartón, a más de una docena de botellas de rosa y marrasquino.
-
-Tosió varias veces don Julián, púsose en pie tirando de las solapas
-de su paletó, y todos quedaron en silencio, mientras él agarraba los
-pliegos escritos con la tinta todavía fresca y comenzaba a leer en
-valenciano.
-
-¡Qué hombre tan chistoso! Al nombrar al novio hizo una mueca grotesca,
-y el tío Sènto fue el primero en celebrarlo con una ruidosa carcajada;
-al mentar a la novia saludó a Marieta con una reverencia de baile y
-volvió a repetirse la risa; pero cuando llegaron las condiciones del
-contrato, todos se pusieron graves: un viento de egoísmo y de avaricia
-parecía soplar en aquella cocina, y hasta la novia levantaba la cabeza
-con los ojos brillantes y las alillas de la nariz dilatadas por la
-emoción al oír hablar de onzas, de la viña de la Ermita y del olivar
-del Camino Hondo: todo lo que iba a ser suyo. El tío Sènto era el único
-que sonreía satisfecho de que tan honorable concurso apreciara hasta
-dónde llegaba su generosidad.
-
-Así se hacían las cosas. Los padres de Marieta lloraban y las vecinas
-movían la cabeza con expresión de asentimiento. A un hombre así se le
-podía entregar una hija sin remordimiento alguno.
-
-Cuando el papelote quedó firmado, comenzaron a circular los dulces
-y las copas. El notario lucía su ingenio, mientras el famélico
-escribiente se atracaba en representación propia y de su principal.
-
-Aquel don Julián era el encanto de su rudo auditorio. Ya verían de lo
-que era capaz el día de la boda. Don Vicente el cura y él se habían de
-emborrachar, brindando por la felicidad de los novios: palabra de honor.
-
-A las once terminó la fiesta de las cartas. El cura acababa de
-retirarse escandalizado de estar en pie a aquellas horas teniendo que
-decir la misa primera; el alcalde le había acompañado, y salió por fin
-el tío Sènto con el notario y el escribiente, los que llevaba a dormir
-a su casa.
-
-Las calles estaban oscuras. Más allá de la casa de Marieta estaba la
-densa lobreguez de los campos, de la que salían rumores de follaje y
-cantos de grillos. Sobre los tejados parpadeaban las estrellas en un
-cielo de intenso azul. Ladraban los perros en los corrales, contestando
-a los relinchos de las bestias de labor. El pueblo dormía, y el notario
-y su ayudante andaban con precaución, temiendo tropezar con algún
-pedrusco de aquellas calles desconocidas.
-
---¡Ave María purísima! --gritaba a lo lejos una voz acatarrada--; las
-_onse_... sereno.
-
-Y don Julián sentíase algo intranquilo en aquella lobreguez. Le
-parecía ver bultos sospechosos, y en la esquina de la calle, espiando
-la puerta de Marieta, creyó distinguir gente en acecho...
-
-¡Allá va! Y sonó un terrible chasquido, como si se rasgara a un tiempo
-toda la ropa blanca de la novia, y de la esquina surgió una gruesa
-línea de fuego que avanzó rápida y serpenteante con un silbido atroz,
-que puso los pelos de punta al buen notario.
-
-Era un enorme cohete. ¡Vaya una broma! El notario se arrimó tembloroso
-a una puerta, mientras el escribiente casi caía a sus pies, y allí
-estuvieron los dos durante unos segundos, que les parecieron siglos,
-viendo con angustia cómo el petardo iba de una pared a otra como fiera
-enjaulada, agitando su rabo de chispas, conteniendo por tres o cuatro
-veces su silbante estertor, hasta que por fin estalló en horrendo
-trueno.
-
-El tío Sènto había permanecido valientemente en medio de la calle...
-¡_Redéu_! ya sabía él de dónde venía aquello.
-
---¡_Chentòla indesent_! --gritó con voz ronca por la rabia.
-
-Y agitando su enorme _gayato_ avanzó amenazante, como si tras la
-esquina fuese a encontrar al _Desgarrat_ con toda la parentela de la
-_siñá_ Tomasa.
-
-
-III
-
-Las campanas de Benimuslín iban al vuelo desde el amanecer.
-
-Se casaba el tío Sènto, noticia que había circulado por todo el
-distrito, y de los pueblos inmediatos iban llegando amigos y parientes,
-unos a caballo en sus bestias de labranza con el sobrelomo cubierto
-con vistosas mantas, y otros en sus carros con sillas de cuerda atadas
-a los varales, en las que iba sentada toda la familia, desde la mujer
-con el pelo reluciente de aceite y la mantilla de terciopelo, hasta los
-chicos que lloriqueaban por las maternales bofetadas recibidas cada vez
-que atentaban a la limpieza de sus trajes de fiesta.
-
-La casa del tío Sènto era un verdadero infierno. ¡Qué movimiento! Desde
-el día anterior que allí no se descansaba. Las vecinas que gozaban
-justa fama de guisanderas, iban por el corral con los brazos remangados
-y el vestido prendido atrás con alfileres, mostrando las blancas
-enaguas, mientras que cerca de la gran higuera algunos muchachos
-atizaban las hogueras de secos sarmientos.
-
-Aquello era un matadero. El cortante del pueblo, cuchillo en mano,
-les abría el gañote a las gallinas; los chicuelos dedicábanse con el
-mayor entusiasmo a pelar los cadáveres; revoloteaban nubes de plumas,
-pegándose al suelo manchado de sangre, y en las vacilantes llamas
-tostábase la flácida piel, todavía erizada de cañones, pasando después
-las víctimas a ser colgadas de una rama de la higuera, donde la tía
-Pascuala, vieja criada de la casa, con delicadezas de cirujano experto,
-abríalas en canal, sacando los higadillos y los ovarios, bocados
-exquisitos para el almuerzo de todos los ayudantes de cocina.
-
-Daba gloria ver tan alegre agitación. Aquellas gentes, que en el resto
-del año vivían condenadas a manejar la azada de sol a sol, sin más
-consuelo que el tomate crudo, la sardina mohosa y el áspero bacalao,
-se embriagaban de grasa en la gigantesca inundación de comida. ¡Lo que
-hace tener dinero! Bien se estaba en una casa como aquella con todo lo
-que Dios cría de bueno.
-
-Las _paellas_ mostrábanse con la panza hollinada y las entrañas
-brillantes como plata, esperando el momento de chillar sobre las
-llamas: el arroz en sacos; los caracoles de montaña en enormes cazuelas
-orladas de sal, saliendo del agua para enseñar sus movibles cuernos al
-sol naciente; en un rincón toda una hornada de _rollos_, esparciendo en
-aquel ambiente de sangre y grasa el perfume fragante del pan caliente
-y tierno; las especias a libras en una caja de latón; y de la bodega
-salían pellejos y más pellejos, que caían temblorosos en el suelo
-como cuerpos palpitantes; unos enormes, conteniendo el vino rojo para
-la comida, y otros más pequeños, guardando el néctar de la _bota del
-rincón_, aquel patriarca del que se hablaba en el pueblo con respeto y
-que con su colorcillo claro y su corona de brillantes hacía caer al más
-valiente.
-
-¿Y de dulces?... ¡Ave María! El tío Sènto se había traído toda una
-confitería de Valencia. En sacos estaban los confites para tirar,
-las almendras roñosas, los canelados, todos aquellos proyectiles de
-azúcar y almidón, duros como balas, que habían de cubrir de chichones
-las cabezas de la pedigüeña chiquillería; y dentro, en el _estudi_,
-guardábanse las cosas finas: las tortadas cubiertas de flores de
-caramelo y rematadas por mariposas que temblaban sobre un alambre; los
-tiernos pasteles de espuma, las bandejas monumentales henchidas de
-frutas confitadas, todos aquellos primores que desde la puerta, pálidos
-de emoción y chupándose el dedo con avaricia, contemplaban los chicos
-de los convidados.
-
-La fiesta prometía. El gozo reflejábase en los rostros rubicundos;
-en el corral se desataban los pellejos para hacer cataduras y tomar
-fuerzas, y por si algo faltaba, allá en la calle sonó la alegre
-dulzaina con escalas que parecían cabriolas. Hasta _Dimòni_ estaba en
-la fiesta; bien decían que el novio no reparaba en gastos. Había que
-darle vino para que tocase mejor, y el enorme vaso iba de mano en mano
-desde el corral hasta la puerta de la calle, donde _Dimòni_ empinaba el
-codo con gravedad, dejando el sobrante a su pelado tamborilero.
-
-Ya era hora. Don Vicente esperaba en la iglesia, las campanas habían
-enmudecido y toda la comitiva nupcial salió en busca de la novia:
-ellas con su vestido hueco y la mantilla a los ojos, y los hombres
-arrastrando sus recias capas azules de larga esclavina y alto cuello,
-que les ponía rojas las orejas. Todo el pueblo esperaba a la puerta de
-la iglesia. Algunos parientes de la _siñá_ Tomasa, violando la consigna
-de familia, estaban allí en última fila, y no pudiendo resistir la
-curiosidad, se empinaban pies en punta para ver mejor.
-
-Primero, una turba de muchachos dando cabriolas en torno de _Dimòni_,
-que soplaba con la cabeza atrás y la dulzaina en alto, como si esta
-fuese una gran nariz con la que husmeaba el cielo, y después venían los
-novios; él con su sombrerón de terciopelo, su capa con mangas que le
-congestionaban el sudoroso rostro, y por bajo de la cual asomaban los
-pies con calcetines bordados y alpargatas finas.
-
-¿Y ella? Las mujeres no se cansaban de admirarla. ¡Reina y _siñora_!
-Parecía una de Valencia con la mantilla de blonda, el pañolón de Manila
-que con el largo fleco barría el polvo; la falda de seda hinchada por
-innumerables zagalejos, el rosario de nácar al puño, un bloque de oro
-y diamantes como alfiler de pecho y las orejas estiradas y rojas por
-el peso de aquellas enormes _polcas_ de perlas que tantas veces había
-ostentado la otra.
-
-Esto sublevaba a los parientes de la difunta.
-
---_¡Lladre! ¡més que lladre!_ --rugían mirando al tío Sènto.
-
-Pero este se metió en la iglesia con expresión satisfecha, chispeándole
-los ojuelos bajo las enormes cejas; y tras él desfilaron los padrinos,
-el alcalde con su ronda, escopeta al hombro, y todos los convidados
-sudando la gota gorda bajo el peso de las ceremoniosas capas, con
-grandes pañuelos de atadas puntas pasados por el brazo y henchidos de
-confites que habían de tirar a la salida de la iglesia.
-
-Los curiosos que quedaron en la puerta miraban a la taberna de
-la plaza. Hacia ella se fue el dulzainero, como si le molestasen
-los sonidos del órgano, y allí se encontró con el _Desgarrat_ y
-sus amigotes, lo peorcito del pueblo, gente sospechosa que bebía
-silenciosamente, cambiando guiños y sonrisas con los enemigos del tío
-Sènto.
-
-Algo se tramaba; las mujeres comentaban el caso con voz misteriosa,
-como si temieran que el pueblo fuese a arder por los cuatro costados.
-
-Ya iba a salir la comitiva. ¡Gran Dios, qué batahola! Del polvo parecía
-surgir toda aquella chiquillería desgreñada y sucia que se arremolinaba
-en la puerta gritando ¡_Armeles, confits_!... mientras que _Dimòni_ se
-aproximaba rompiendo a tocar la Marcha Real.
-
-¡Allá va! Y el mismo tío Sènto soltó como un metrallazo el primer
-puñado de confites que, rebotando sobre las duras testas, se hundieron
-en el polvo, donde los buscaba a gatas la gente menuda, mostrando al
-aire las sucias posaderas.
-
-Y desde allí hasta casa de los novios, fue aquello un bombardeo:
-la comitiva sin cansarse de tirar confites y la ronda del alcalde
-teniendo que abrir paso a patadas y palos.
-
-Al pasar frente a la taberna, Marieta bajó la cabeza y palideció,
-viendo cómo sonreía burlonamente su marido mirando al _Desgarrat_,
-el cual contestó a la sonrisa con un ademán indecente. ¡Ay! Aquel
-condenado se había propuesto amargar su boda.
-
-El chocolate esperaba. ¡Cuidado con atracarse! Era don Julián el
-notario quien lo aconsejaba: había que pensar en que dentro de dos
-horas sería la gran comida. Pero a pesar de tan prudentes consejos, la
-gente arremetió con los refrescos, los cestos de bizcochos, los platos
-de dulce, y en poco tiempo quedó rasa como la palma de la mano aquella
-mesa, que tenía alrededor más de cien sillas.
-
-La novia mudábase de traje en el _estudi_, quedando en fresco percal,
-los morenos brazos casi desnudos y brillándole sobre el luciente
-peinado las perlas de sus agujas de oro.
-
-El notario charlaba con el cura, que acababa de llegar con gorrito de
-terciopelo y el balandrán a puntas. Los convidados huroneaban por el
-corral, enterándose de los preparativos de la comida; las mujeres se
-habían puesto frescas y formaban corrillos charlando de sus asuntos de
-familia; correteaban los chicos en las cercanías del _estudi_, atraídos
-por el tesoro que encerraba, y en la puerta de la calle sonaba la
-incansable dulzaina de _Dimòni_ mientras que la granujería se empujaba
-dándose cachetes, o rodaba en el polvo por alcanzar los puñados de
-confites que venían de dentro.
-
-Llegó el instante solemne, y las _paellas_ burbujeantes y despidiendo
-azulado humo fueron colocadas sobre la mesa.
-
-Los convidados se apresuraron a ocupar sus asientos: ¡vaya un golpe de
-vista! Lo que decía el cura con asombro: ¡ni en el festín de Baltasar!
-Y el notario, por no ser menos, hablaba de las bodas de un tal Camacho,
-que había leído en no recordaba qué libro.
-
-La gente menuda comía en el corral.
-
-Y allí también, en una mesita como de zapatero, estaba _Dimòni_, el
-cual a cada instante enviaba el acólito adonde estaban los pellejos
-para que llenara el porrón.
-
-¡Cuerpo de Dios, y qué bien lo hacía toda aquella gente! Las
-dentaduras, fortalecidas por la diaria comida de salazón, chocaban
-alegremente y los ojos miraban con ternura aquellas _paellas_ como
-circos, en las cuales los pedazos de pollo eran casi tantos como los
-granos de arroz, hinchados por el substancioso caldo.
-
-Con el pañuelo al pecho a guisa de servilleta, había bigardón que
-tragaba como un ogro, mientras las mujeres hacían dengues, llevándose
-a la boca la puntita de la cuchara con dos granos de arroz, mostrando
-esa preocupación de la mujer campesina que considera como una falta de
-pudor el comer mucho en público.
-
-Aquello era un banquete de señores; no se comía en la misma _paella_,
-sino en platos, y bebíase en vasos, lo que embarazaba a muchos de los
-comensales, acostumbrados a arrojar un mendrugo sobre el arroz como
-señal de que era llegado el momento de pasar el porrón de mano a mano.
-
-La cortesía labriega mostrábase con toda su pegajosidad y falta de
-limpieza. Ofrecíanse de un extremo a otro del banquete un muslo tierno
-y jugoso, y de unos dedos a otros llegaba a su destino. Todo eran
-obsequios, como si cada uno no tuviese en su plato lo mismo que le
-ofrecían.
-
-Marieta apenas si comía. Estaba al lado de su marido con la cabeza
-baja. Palidecía, contraíase su frente reflejando penosos pensamientos
-y miraba con alarma a la puerta de la calle, como si temiera alguna
-aparición del _Desgarrat_.
-
-Aquel maldito era capaz de todo. Aún le parecía oír las últimas
-palabras de la noche en que se despidieron para siempre. Se acordaría
-de él, ya que por avaricia quería casarse con el tío Sènto; y ella
-sabía que aquel bruto con su cara de hereje era capaz de hacer algo
-que fuese sonado. Lo más raro era que a pesar de sus temores, el furor
-del _Desgarrat_ le producía cierta inexplicable satisfacción. No había
-remedio; aquel maldito le _tiraba_ mucho. No en balde se habían criado
-juntos.
-
-La comida se animaba. Estaban ya limpias las _paellas_; ahora entraban
-los primores de la tía Pascuala y la gente acometía los pollos asados
-y rellenos, las fuentes enormes de lomo con tomate, toda la cocina
-indígena, sólida y pesada, que desaparecía en las fauces siempre
-abiertas de aquellos glotones.
-
-Los graciosos alegraban la comida. El cura declaraba que ya no podía
-más, y el notario pellizcábale el tirante abdomen, buscando un
-huequecito para convencerle de que debía llenarlo. Algunos comenzaban
-a estar alumbrados, y con lengua estropajosa les decían a los novios
-cosas que hacían guiñar los ojillos al tío Sènto y enrojecer a Marieta.
-
-Llegaron los postres con el famoso vino de la bota del rincón, y se
-sacaron del _estudi_ las tortadas, los pasteles y las tortas finas.
-
-Como moscas salieron del corral todos los chicuelos, con el pecho y la
-cara embadurnados de arroz y grasa, yendo a meterse entre las rodillas
-de sus madres, sin quitar ojo de los postres tentadores.
-
-Marieta púsose en pie con un plato en la mano, y comenzó a dar vueltas
-a la mesa. Había que regalar algo a la novia para alfileres; era la
-costumbre. Y los parientes del novio, a quienes convenía estar en
-buenas relaciones, dejaban caer sobre el redondel de loza la media
-onza o la dobleta fernandina, monedas relucientes y frotadas con
-anticipación para que perdiesen la negra pátina adquirida en largo
-encierro.
-
---¡_Pera agulletes_! --decía Marieta con vocecita mimosa.
-
-Y era un gozo ver la lluvia de oro que caía sobre el plato. Todos
-dieron, hasta el notario, que soltó cinco duros pensando en que ya
-se la vengaría al presentar la cuenta de honorarios, y el cura, con
-gesto de dolor, sacó dos pesetas alegando como excusa la pobreza de la
-Iglesia por culpa del liberalismo. ¡Ah, si mandasen los suyos!...
-
-Marieta, abriendo el amplio bolsillo de su falda, vació el plato con
-un alegre retintín que regocijaba el oído.
-
-La cosa marchaba. Hablaban todos a un tiempo, y la gente deteníase en
-la calle para admirar la alegría de los convidados.
-
-Aquel vinillo claro, coronado de brillantes, surtía efecto. Todos
-querían brindar.
-
---¡Bomba... bombaa! --aullaban los más alegres.
-
-Y se ponía en pie un socarrón, vaso en mano, y después de mirar a todos
-lados con sonrisa maliciosa que prometía mucho, rompía así:
-
- Brindo y bebo
- y quedo convidao para aluego.
-
-Todos, a pesar de que este chiste le oyeron ya a sus abuelos, acogíanle
-con grandes risotadas, y gritaban palmoteando:
-
---¡Vítor... vítooor!
-
-Y tras esta muestra de ingenio venían otras, todas ellas tan rancias,
-no faltando quien se lanzaba a improvisar cuartetas rabudas en honor de
-los novios.
-
-El notario estaba en su elemento. Aseguraba que el tío Sènto acababa
-de pellizcarle por debajo de la mesa creyendo que sus piernas eran las
-de Marieta; hablaba de la próxima noche de un modo que hacía ruborizar
-a las jóvenes y sonreír a las madres, y el cura, alegrillo y con
-los ojos húmedos y brillantes, intentaba ponerse serio, murmurando
-bonachonamente:
-
---¡Vamos, don Julián! Orden, que estoy aquí.
-
-El vino hacía revivir la brutalidad de los comensales. Gritaban puestos
-en pie, derribando con sus furiosos manoteos botellas y vasos; cantaban
-acompañados por la dulzaina de _Dimòni_, a cuyo son saltaban en el
-corral algunas parejas, y al fin, instintivamente, dividiéronse en dos
-bandos y de un extremo a otro de la mesa comenzaron a arrojarse puñados
-de confites con toda la fuerza de sus poderosos brazos, acostumbrados a
-luchar con la ingrata tierra y las tozudas bestias de carga.
-
-¡Qué divertido era aquello! El tío Sènto reía muy complacido, pero el
-cura huyó con las mujeres a refugiarse en el _estudi_, y el notario se
-ocultó debajo de la mesa.
-
-Caían los cristales de las alacenas hechos añicos; quebrábanse los
-vasos; un ruido de tiestos sonaba continuamente, y los campeones se
-enardecían hasta el punto de que, no encontrando confites a mano, se
-arrojaban los restos de bizcochos y los fragmentos de platos.
-
---_Pròu; ya teníu pròu_ --gritaba el tío Sènto cansado de sufrir
-golpes.
-
-Y en vista de que le desobedecían púsose en pie y a empellones los
-echó al corral, donde los enardecidos mozos continuaron la fiesta
-arrojándose proyectiles menos limpios.
-
-Entonces fue cuando las mujeres volvieron al banquete con el asustado
-cura. ¡Reina y _siñora_! aquello no estaba bien. Era un juego de
-brutos. Y se dedicaron a auxiliar a los descalabrados, que se limpiaban
-la sangre sonriendo, sin cesar de decir que se habían divertido mucho.
-
-Volvieron a sentarse todos a la revuelta mesa, en la cual el vino
-derramado y los residuos de la comida formaban repugnantes manchas.
-
-Pero allí no se ganaba para sustos, y algunas respetables matronas
-saltaron de sus asientos, afirmando entre chillidos medrosos que algo
-iba por debajo de la mesa que las pellizcaba las abultadas pantorrillas.
-
-Eran los chicos que, no ahítos de confites, buscaban a gatas los
-residuos de la batalla.
-
---¡Qué granujería tan endemoniada! _¡Pachets... fòra fòra!_
-
-Y a coscorrones fue expulsada aquella invasión de desvergonzados
-buscadores.
-
-Pues señor, bien iba la boda. Había que reconocer que la gente se
-divertía.
-
-Y fuera gangueaba la dulzaina, haciendo locas cabriolas, como si
-estuviera contagiada de aquel regocijo tan brutal como ingenuo.
-
-
-IV
-
-A las diez de la noche quedaba ya poca gente en casa de los novios.
-
-Desde el anochecer que comenzaron a salir del establo los carritos y
-las caballerías enjaezadas. La mayoría de los convidados emprendían el
-regreso a sus pueblos, cantando a grito pelado y deseando a los novios
-una noche feliz.
-
-Los de Benimuslín se retiraban también, y en las oscuras calles veíase
-a más de una mujer tirando trabajosamente del vacilante marido, que
-era incapaz de excesos en los días normales, pero que en una fiesta se
-ponía alegre como cualquier hombre.
-
-La vieja tartana del notario saltaba sobre los baches del camino,
-dormitando don Julián con las gafas en la punta de la nariz y
-dejando que guiase su escribiente, a pesar de que este se sentía tan
-trastornado como su principal.
-
-Ya no quedaban en la casa más que los padres de Marieta y algunos
-parientes.
-
-El tío Sènto mostraba impaciencia. Cada mochuelo a su olivo. Después
-de un día tan agitado, ya era hora de dormir. Y bajo las enormes cejas
-brillábanle los ojuelos con expresión ansiosa.
-
---¡Adiós, _filla mehua_! --gritaba la madre de Marieta--. ¡Adiós!...
-
-Y lloraba abrazándose a su hija, como si la viera en peligro de muerte.
-
-Pero el padre, el viejo carretero, que llevaba media bodega en la
-panza, protestaba con lengua torpe y socarrona indignación: ¡_Redéu_!
-No parecía sino que a la chica la habían sentenciado y la llevaran al
-_carafalet_. Vamos, hombre, que era cosa de caerse de risa. ¿Tan mal le
-había ido a la madre cuando se casó?
-
-Y empujaba a su vieja para desasirla de Marieta, que también derramaba
-lágrimas; y entre suspiros y gimoteos fueron hasta la puerta, que cerró
-el tío Sènto, pasando después los cerrojos y la cadena.
-
-Ya estaban solos. Arriba, en el granero, dormía la tía Pascuala; en
-la cuadra se acostaban los criados; pero en el piso bajo, en la parte
-principal de la casa, solo estaban ellos entre los desordenados restos
-del banquete y a la luz vacilante de un velón monumental.
-
-Por fin ya la tenía: allí estaba sentada en una poltrona de esparto,
-encogiéndose como si quisiera achicarse hasta desaparecer.
-
-El tío Sènto estaba intranquilo, y en la vehemencia de su pasión senil
-no sabía qué decir. ¡_Recordóns_! no le había ocurrido lo mismo cuando
-se casó con Tomasa. Lo que hace la edad.
-
-Por algo tenía que empezar, y rogó a Marieta que entrase al _estudi_.
-¡Pero bonita era la chica! ¡Criatura más terca y arisca no la había
-visto el tío Sènto!
-
-No; ella no se meneaba, no entraba en el _estudi_ aunque la matasen;
-quería pasar la noche en aquel sillón.
-
-Y cuando el novio intentaba acercarse, replegábase medrosica como un
-caracol, faltándole poco para hacerse un ovillo sobre el asiento de
-cuerda.
-
-El tío Sènto se cansó de tanto rogar. Bueno; ya que ese era su
-capricho, que pasase buena noche.
-
-Y agarrando rudamente el velón se metió en el _estudi_.
-
-Marieta tenía un horror instintivo a la oscuridad. Aquella casa grande
-y desconocida, la causaba miedo; creyó ver en la sombra la cara ancha
-y pecosa de la _siñá_ Tomasa, y trémula, con paso precipitado, creyendo
-que alguien la tiraba de la falda, se metió en el _estudi_ siguiendo a
-su marido.
-
-Ahora se fijaba en aquella habitación, la mejor de la casa, con su
-sillería de Vitoria, las paredes cubiertas de cromos religiosos con
-apagadas lamparillas al frente y sus colosales armarios de pino para la
-ropa.
-
-Sobre la ventruda cómoda, con agarraderas de bronce, elevábase una
-enorme urna llena de santos y de flores ajadas; rodeábanla candelabros
-de cristal con velas amarillas, torcidas por el viento y moteadas
-por las moscas; cerca de la cama la pililla de agua bendita, con la
-palma del domingo de Ramos, y junto a ellas, colgando de un clavo, la
-escopeta del tío Sènto; un mosquetón con dos cañones como trabucos,
-cargados siempre de perdigón gordo por lo que pudiera ocurrir.
-
-Y como suprema muestra de magnificencia, como complemento del mueblaje,
-aquella cama famosa de la _siñá_ Tomasa, complicada fábrica de madera
-tallada y pintada, ostentando en la cabecera media corte celestial, y
-con un monte de colchones, cuya cima cubría el rojo damasco.
-
-El marido sonreía satisfecho de su triunfo.
-
-¿No veía ella cómo por fin entraba? Debía obedecerle siempre y no ser
-tonta. Él solo deseaba su bien, por lo mismo que la quería mucho.
-
-El viejo, a pesar de su rudeza, decía esto con expresión dulzona, como
-si aún tuviera en su boca algún confite de la comida, y extendiendo las
-manos con audacia.
-
---_Estigas quiet_ --decía Marieta con voz sofocada por el miedo--. _No
-s’acòste._
-
-Y mudaba de sitio, huyendo de su marido. Iba de una parte a otra
-mirando con ansiedad las paredes, como si esperara ver en ellas un
-agujero, algo por donde poder escapar.
-
-Si no sintiera tanto miedo en la oscuridad, pronto hubiera abierto la
-puerta del _estudi_, huyendo de aquella lucha insostenible.
-
-El tío Sènto la concedía una tregua e iba desnudándose con resignada
-calma.
-
---¡Pero qué tonta eres! --decía con entonación filosófica.
-
-Y repetía la frase un sinnúmero de veces, mientras se quitaba las
-alpargatas y los pantalones de pana, desliándose la negra faja para que
-el vientre recobrase su hinchada elasticidad.
-
-Oyose a lo lejos el reloj de la iglesia dando las once.
-
-Era ya hora de acabar aquella situación ridícula; ¿se acostaba Marieta,
-sí o no?
-
-Y el tío Sènto hizo con tal imperio la pregunta, que la novia levantose
-como un autómata, volvió su rostro a la pared y comenzó a desnudarse
-con lentitud.
-
-Quitose el pañuelo del cuello, y después, tras largas vacilaciones, el
-corpiño fue a caer sobre una silla.
-
-Quedó al descubierto el ceñido corsé de deslumbrante blancura, con
-arabescos rojos; y más arriba la morena espalda de tonos calientes,
-como el ámbar, cubierta de una suave película de melocotón sazonado
-y rematada por la cerviz de adorable redondez, erizada de rizados
-pelillos.
-
-Aproximábase el tío Sènto cautelosamente, moviéndose al compás de sus
-pasos el blanducho y enorme abdomen. No debía ser tonta: él la ayudaría
-a desnudarse.
-
-E intentaba meterse entre ella y la pared para verla de frente y
-apartar aquellos brazos cruzados con fuerza sobre el exuberante y firme
-pecho, oprimido por las ballenas del corsé.
-
---_¡No vullc! ¡no vullc!_ --gritaba con angustia la muchacha--.
-_¡Apartes d’ahí!... ¡Fuxca!_
-
-Con fuerza inesperada empujó aquella audaz panza que la cerraba el
-paso, y siempre ocultando su pecho, fue a refugiarse entre la cama y
-la pared.
-
-El tío Sènto se amoscaba. Aquello ya pasaba de broma, y él no se sentía
-capaz de contemplaciones. Fue a seguir a Marieta en su escondrijo, pero
-apenas se movió, ¡_redéu_! parecía que el pueblo se venía abajo, que
-la casa era asaltada por todos los demonios del infierno, o que había
-llegado el juicio final.
-
-¡Vaya un estrépito! Eran latas de petróleo golpeadas a garrotazo
-limpio; cabezones agitando sus innumerables cascabeles, enormes
-matracas y grandes cencerros sonando todos a un tiempo, y al poco rato
-disparáronse cohetes que silbaban y estallaban junto a la reja del
-_estudi_. Por las rendijillas de las maderas penetraba un resplandor
-rojizo de incendio.
-
-Adivinaba él lo que era aquello y a quién lo debía. Si la pena fuera
-un _sòu_, si no hubiese presidio para los hombres, ya arreglaría él a
-aquella pillería.
-
-Y juraba y pateaba, despojado ya de su fiebre amorosa, sin acordarse de
-Marieta, que asustada al principio por el infernal estrépito, lloraba
-ahora, creyendo que sus lágrimas podían arreglarlo todo.
-
-Ya se lo habían dicho sus amigas. Se casaba con un viudo y tendría
-cencerrada.
-
-¡Pero qué cencerrada, señores! Era en toda regla, con coplas alusivas
-que la gente celebraba con carcajadas y relinchos, y cuando cesaba
-momentáneamente el estrépito de latas y cencerros, sonaba la dulzaina
-con sus gangueos burlones, y una voz acatarrada que conocía Marieta
-(¡vaya si la conocía!) hablaba de la vejez del novio, de lo _carasera_
-que había sido la novia y del peligro en que estaba el tío Sènto de ir
-al día siguiente al cementerio si quería cumplir su obligación.
-
---¡_Morrals_! ¡_Indeséns_! --rugía el novio, e iba loco por el _estudi_
-manoteando como si quisiera exterminar en el aire aquellas coplas que
-venían de fuera.
-
-Pero una malsana curiosidad le dominaba. Quería ver quiénes eran los
-guapos que se atrevían con él, y de un bufido apagó el velón, abriendo
-después un ventanillo de la reja.
-
-La calle entera estaba ocupada por el gentío. Algunos haces de cáñamo
-seco ardían con rojiza llama, y su resplandor de incendio abarcaba el
-corro principal de la cencerrada, dejando en la oscuridad el resto de
-la muchedumbre.
-
-Allí estaban los autores. El _Desgarrat_ al frente y toda la parentela
-de la _siñá_ Tomasa. Pero lo que más indignaba al tío Sènto era que
-estuviese allí _Dimòni_ acompañando con su dulzaina las indecentes
-coplas, cuando el muy ladrón había recibido dos horas antes dos duros
-como dos soles por su trabajo en la boda. ¡Y cómo se reía aquel hereje
-cada vez que su amigo el _Desgarrat_ cantaba una desvergüenza!
-
-Había para hacer un disparate.
-
-Lo que más alteraba al tío Sènto, aunque él lo callase, era ver que
-aquel insulto a su persona lo presenciaba medio pueblo, los mismos
-que antes le temían o le buscaban humildes e imploraban su favor.
-Su estrella se eclipsaba. Todos le perdían el respeto después de su
-calaverada casándose con una chica.
-
-Despertábase su soberbia de hombre rudo acostumbrado a imponer su
-voluntad, y temblaba de pies a cabeza ante los feroces insultos.
-
-Conformábase con el ruido: que golpeasen cuanto quisieran, pero que no
-cantase aquel perdido, pues sus coplas le aglomeraban la sangre a los
-ojos.
-
-Pero el _Desgarrat_ era infatigable, la gente acogía las coplas con
-aullidos de entusiasmo, y el viejo, ya trastornado, se hacía atrás como
-si en la oscuridad del _estudi_ fuese a buscar algo.
-
-Aún permaneció en el ventanillo viendo cómo la multitud abría paso a
-algunos amigos del _Desgarrat_ que conducían en hombros un objeto largo
-y negro.
-
---¡Gori, gori, gori! --aullaba la multitud, parodiando el canto de los
-entierros.
-
-Y el novio vio pasar en la punta de un palo, a guisa de un guión, unos
-cuernos, enormes, leñosos y retorcidos, y después un ataúd, en cuyo
-fondo descansaba un monigote con dos grandes marañas de pelo en lugar
-de las cejas.
-
-¡Cristo, aquello era para él! Ya se atrevían a lanzarle en el rostro
-aquel apodo de _Sellut_ que nadie había osado proferir en su presencia.
-
-Rugió apartándose del ventanillo, buscó a lo largo de la pared, a
-tientas en la oscuridad, algo apoyó en su rostro contraído por la rabia
-y sonaron dos truenos que hicieron parar en seco la ruidosa cencerrada.
-Había tirado a ciegas, pero tal era su deseo de matar, que hasta estaba
-seguro de haber acertado.
-
-Se apagaron las rojas antorchas, oyose el rumor de la gente que huía
-apresurada y algunas gritaban desde la calle:
-
---¡Pillo... asesino! El _Sellut_ es. _Asómat_, granuja.
-
-Pero el tío Sènto nada oía. Estaba plantado en medio del _estudi_ como
-asombrado de lo que había hecho, con la caliente escopeta quemándole
-las manos.
-
-Marieta, poseída de pasmo, gimoteaba en el suelo. Su estertor ansioso
-era lo único que oía él, y dirigiendo su furia a lo que más cerca
-tenía, murmuraba con ferocidad:
-
---_¡Calla... cordóns!... ¡Calla o te mate a tú!..._
-
-El tío Sènto no salió de su estupor hasta que golpearon rudamente la
-puerta de la calle.
-
---¡Abran a la Guardia Civil!
-
-Debían estar levantados los criados desde mucho antes, pues la puerta
-se abrió, acercándose al _estudi_ el ruido de culatas y zapatos
-claveteados.
-
-Cuando el tío Sènto salió a la calle entre los dos guardias, vio
-el cadáver del _Desgarrat_ hecho una criba. No se había perdido un
-perdigón.
-
-Los compañeros del muerto amenazáronle de lejos con sus navajas; hasta
-_Dimòni_, tambaleando por el vino y la emoción, le apuntaba fieramente
-con su dulzaina, pero él nada veía, y se alejó cabizbajo, murmurando
-con amargura:
-
---¡_Bonica nit de novios_!
-
-
-
-
-La apuesta del _esparrelló_
-
-
-La oí una tarde de invierno, tumbado en la arena, junto a una barca
-vieja, sintiendo en los pies los últimos estremecimientos de la inmensa
-sábana de agua que espumeaba colérica bajo un cielo frío, ceniciento y
-entoldado.
-
-Nazaret, con su extenso rosario de blancas casuchas, estaba a nuestras
-espaldas, y a mi lado un viejo pescador, momia acartonada, que parecía
-bailar dentro de su traje de bayeta amarilla, hinchado de aire.
-Echábase la gorrilla de seda sobre una oreja y chupaba su pipa con la
-gravedad de un moro, en cuclillas, trazando con la mano, como un manojo
-de sarmientos, complicados arabescos en la arena.
-
-Había llovido fuerte allá por las montañas de Teruel; el río arrojaba
-en el mar su agua arcillosa y fría, y todo el golfo teñíase de un
-amarillo rabioso, que a lo lejos debilitábase hasta tomar tonos de
-rosa. La estrecha faja verde que recortaba el límite del horizonte
-delataba que era un mar lo que parecía inundación de tisana.
-
-Y mientras mirábamos la rojiza extensión, en cuyo límite se marcaba
-como ligera nubecilla el cabo de San Antonio, la arremangada gente de
-Nazaret tiraba de los _bolichones_ o se arrojaba en el agua sucia.
-
-El viejo adivinaba el éxito de la pesca. Aquel era un buen día. Iban a
-caer los _esparrellóns_ como moscas.
-
-Y eso que el _esparrelló_ era el bicho más ladino y malicioso que se
-paseaba por el golfo.
-
-¿Que no lo sabía yo? Pues atención, que para comprender cómo las
-gastaba el tal animalito, iba a contarme un cuento, que indudablemente
-sería un sucedido, pues de no ser así, no se lo habría contado a él su
-padre.
-
-Y el buen viejo, siempre en cuclillas, sin soltar la pipa comenzó
-a contarme el _sucedido_ con su seriedad de lobo de playa, en un
-valenciano pintoresco, cuyas palabras silbaban al pasar por entre las
-despobladas encías.
-
- * * * * *
-
-También aquel día había crecido el río, y cerca de la orilla resbalaba
-el _bolichó_ traidoramente por entre las turbias olas, arrastrando
-hacia la arena seca a los incautos peces, atraídos por la frescura del
-agua dulce y sucia.
-
-El _esparrelló_ del cuento, panzudo, pequeñito y vivaracho, un pilluelo
-que correteaba por los escondrijos y rincones del golfo con grave
-disgusto de su familia, acababa de ver caer a todos los suyos entre las
-mallas de una red. Se salvó él por ligereza, y como era un perdis y los
-sentimientos de familia no están muy arraigados en su especie, solo se
-le ocurrió huir mar adentro, moviendo graciosamente la colita, como si
-quisiera decir:
-
---Sálveme yo y perezca la familia: mejor es el agua turbia que el
-aceite de la sartén.
-
-Pero cerca de la entrada del puerto oyó un poderoso ronquido que
-conmovía las aguas, como si el suelo del mar se estuviera desgarrando.
-
-El _esparrelló_ dejose caer en línea recta, y en una hondonada abierta
-por las dragas en el fango, vio tumbado como un canónigo a un _reig_
-corpulento, que lo menos pesaba cuatro arrobas; un animalote insolente
-y matón que cobraba el barato en todo el golfo y apenas movía una
-agalla hacía temblar a todo el escamado enjambre.
-
-¡Vaya un modo de dormir! Cansado de las aguas verdes y tranquilas
-cargadas de calor y de luz, le placía la frescura y la semioscuridad
-del barro líquido que arrastraba el río, y roncaba como si estuviera en
-una alcoba con las cortinas corridas.
-
-El _esparrelló_ quiso pasar un buen rato con el terrible personaje,
-pero sus malas intenciones no iban más allá del deseo de divertirse a
-costa ajena, y se limitó a pasar y repasar por las jadeantes narices
-del coloso, haciéndole cosquillas con las finas púas de su cola.
-
-Pero bueno era el _reig_ para inquietarse por tales caricias. A fuerza
-de sufrir cosquillas cesó de roncar y se incorporó un poco moviendo su
-poderosa cola, pero tumbose sobre el otro costado, y siguió bramando
-con la tranquilidad del que, seguro de su fuerza, no teme peligros.
-
---¡Animal! --le gritaba el pececillo junto a una agalla--; ¡animal,
-despiértate!
-
---¿Eh? --exclamaba el _reig_ entre dos ronquidos con su bronca voz de
-borracho.
-
---Que te despiertes. Hay por ahí un belén de mil demonios. La gente
-de Nazaret ha roto hostilidades, y a miles se lleva prisioneros a los
-nuestros.
-
---Allá vosotros. Eso va con la morralla y no con personas de mi clase.
-
---Es que para ti también hay. Por arriba va la barca del _Toto_
-explorando, y si ha oído tus ronquidos, ahora mismo tienes aquí el
-_bolichó_ de cuerdas, y mañana estás en la Pescadería hecho cincuenta
-cuartos.
-
---¡Cincuenta demonios! --roncó con furia el _reig_, y dando un furioso
-coletazo abandonó la cama de barro, poniéndose en facha de escapar,
-mientras al ladino _esparrelló_ le temblaban todas las escamas con las
-convulsiones de una risita aguda e insolente.
-
-El _reig_ se amoscó al ver que tomaban a broma su prudencia, y
-avanzando el cuerpo hacia el diminuto bicho, quiso reconocerle en la
-semioscuridad.
-
---¿Eres tú, granuja? Tú acabarás mal; y si no fuera porque me tacharían
-de ingrato, lo que no corresponde a una persona de mi edad y mi peso,
-ahora mismo te tragaba. ¿Crees tú, mocoso, que me dan miedo todos
-esos pelambres que vienen a buscarnos en el fondo de las aguas? Soy
-demasiado guapo para dejarme coger. Pregúntale a ese _Toto_ de quien
-hablas cuántas veces de una _morrá_ le he roto el bolinchón de cuerdas.
-Si repito muchas veces la fiesta le arruino. Pero tengo conciencia;
-antes que hacer daño a un padre de familia prefiero huir a tiempo, y
-me va tan ricamente con este sistema, que mientras los de mi familia
-han ido a morir faltos de respiración en la playa, yo escapo siempre, y
-aquí me han de caer las escamas de puro viejo.
-
---Lo mismo soy yo --dijo con petulancia el pececillo--; los míos se han
-dejado arrastrar, pero a mí no me falta ligereza, y aquí estoy. Es gran
-cosa el ser pequeño.
-
---Quita allá, bicho ruin. Lo que vale es ser grande como yo, con más
-fuerza que un caballo y capaz de llevarse por delante de un empujón
-todas las redes de esos pelagatos.
-
-Y para demostrar su fuerza, en menos de un segundo dio dos o
-tres coletazos con la aviesa intención de pillar desprevenido al
-_esparrelló_, y con tanto empuje, que si lo alcanza lo revienta.
-
-Pero el granuja se echó a un lado oportunamente, amoscado por tan
-villanas caricias.
-
---Fuerte sí que lo eres; convenido. Si no salto me partes, y eso no
-está bien entre personas decentes, que deben ser agradecidas. Pero
-en cambio soy más ligero: corro más que tú. Mira como tu cola no me
-alcanza.
-
---¿Tú correr más?... ¡Jo! ¡jo! ¡jo!
-
-Tan graciosa era la afirmación del petulante pececillo, que el _reig_
-se revolcaba con convulsiones de risa, y sus carcajadas, sonoras como
-ronquidos, hacían hervir el agua.
-
---Calla, condenado, que el _Toto_ debe andar por arriba.
-
-La advertencia devolvió al _reig_ su seriedad, pero le cargaba que
-aquel bicho insignificante sacara a colación a cada momento el nombre
-del pescador, y quiso vengarse.
-
---¿Que tú corres más? --dijo con su expresión de jaque testarudo--;
-eso pronto se verá. Hagamos una apuesta: a ver quién llega antes al
-cabo de San Antonio. Apostaremos... ¡vaya! ya está. Si yo llego antes
-te dejarás comer en castigo a tu fanfarronería, y si quedo rezagado te
-protegeré siempre y seré tu siervo. ¿Conviene, chiquitín?
-
-¡Pobre _esparrelló_! Le temblaban todas las escamas al verse metido en
-porfía con tan peligroso bruto, pero entre ser devorado al momento o de
-allí a unas horas, optó por lo último.
-
---Conforme, grandullón --contestó con risita forzada--; cuando quieras
-empezaremos.
-
---Vamos a las aguas verdes, que esto está turbio.
-
-Y lentamente, moviendo con indolencia la cola, como dos buenos amigos
-que salen a tomar el fresco, el _reig_ y el _esparrelló_ llegaron
-al sitio donde se aclaraban las aguas con un dulce tono de esmeralda
-líquida.
-
-El gigante dio unos cuantos coletazos alegres, roncó, haciendo hervir
-el agua con sonoras burbujas, y se puso en facha para correr.
-
---Mira, chiquitín: sé que te quedarás atrás, pero no pienses en huir,
-porque te buscaría por todo el golfo. Aunque grandote, no soy tan bruto
-como crees.
-
---Menos palabras, y al avío.
-
---¿Vaya, chiquillo?
-
---Cuando quieras.
-
---Pues ¡va!
-
-¡Caballeros y qué modo de correr! Aquel _reig_ era una tempestad. Al
-primer coletazo salió como un rayo, envuelto en espuma, moviendo un
-estrépito de todos los demonios. Tan ciego iba, que casi se estrelló
-los morros contra la popa de una fragata inglesa cargada de guano que
-había naufragado veinte años antes y estaba hundida en la arena como
-una carroña carcomida por los miles de pececillos que se albergaban en
-su vientre.
-
-Pasó adelante sin sentir el encontronazo, jadeante, enfurecido,
-moviendo a un tiempo cola, aletas y agallas, de un modo vertiginoso,
-con un ruido y un hervor que conmovía todo el golfo.
-
-¿Y el _esparrelló_? ¡Pobrecito! quiso seguir a su corpulento enemigo,
-pero el hervor de la espuma le cegaba, la violenta ondulación producida
-por cada coletazo del _reig_ le hacía perder camino, y a los pocos
-minutos se sentía rendido por una carrera tan loca.
-
-Pero el animalito panzudo era un costal de malicias. Esforzándose,
-llegó hasta la cabeza del _reig_, y fijándose en las grandes agallas
-que se abrían y cerraban con movimiento automático, hizo una graciosa
-evolución y se coló por una de ellas.
-
-No se estaba mal allí. Viajar gratis, a doble velocidad y acostadito en
-aquel nido forrado de suave escarlata, era una dicha.
-
---¡Je! ¡je! ¡je! --reía socarronamente el pececillo sacando la cabeza
-por la ventana de su guarida.
-
-Y el _reig_ daba un salto, murmurando:
-
---Ese bicho ruin me da alcance. Oigo su risita burlona. Corramos,
-corramos.
-
-Y cada carcajada del _esparrelló_ era como un espuelazo para el
-pescadote.
-
-¡Qué loca carrera! Aquella cola poderosa batía los profundos algares,
-y en el verdoso espacio flotaban arremolinados los pardos hierbajos,
-mientras que las larvas, las indefinibles mucosidades que vivían
-misteriosamente en el seno de los estercoleros submarinos, salían
-escapadas huyendo del brutal azote.
-
-Después de los algares, las colinas sumergidas, aquellos peñascales
-en cuyas cuevas jugueteaban los peces recién nacidos, transparentes y
-diáfanos como sombras.
-
-¡Qué espantosa revolución llevaba el _reig_ a estos tranquilos lugares!
-
-Le conocían bien por sus brutales majaderías, por sus caprichos de
-matón que alarmaban a todo el golfo, y las plantas submarinas que
-tapizaban los peñascos agitaban sus puntiagudas y verdes cabelleras,
-como si quisieran gritar con angustia:
-
---¡Atención, que llega ese loco!
-
-Las almejas, gente tranquila que huye del ruido, al ver aproximarse el
-torbellino de espuma y furiosos coletazos, replegábanse medrosicas,
-cerrando herméticamente las dos hojas de su negra vivienda; los erizos
-apelotonábanse, formaban el cuadro, presentando por todos lados sus
-haces de agudas bayonetas; los calamares sentían tal miedo, que se
-envolvían en su diarrea de tinta; los gatos de mar sacaban por entre
-las piedras sus chatas cabezas y vientres atigrados con trémula
-inquietud; las lapas agarrábanse a la roca con más fuerza que nunca;
-los langostinos ocultaban su transparencia de nácar bajo el brillante
-fanal de alguna caracola hueca; los salmonetes huían en bandadas,
-esparciéndose como el brillante chisporroteo de una hoguera aventada,
-y en aquel mundo verdoso e inquieto, el paso veloz del enfurecido
-animalote producía entre los torbellinos de la espuma un hervor de
-carmín y plata, de escamas que despedían al huir fantásticos reflejos y
-colas que se agitaban con la ansiedad del pánico.
-
-Una rozadura del _reig_ bastó para arrancarle dos patas a una langosta,
-y la pobrecita, apoyada en un salmonete que se prestaba a ser su
-procurador, emprendió la marcha hacia las Columbretes, para pedir
-justicia y venganza a algún tiburón de los que rondan aquellas islas.
-
-Dos alegres delfines que estaban acabando de merendarse un atún
-putrefacto, levantaban sus morros de cerdo y se burlaban de su amigote
-gritando:
-
---¡A ese, a ese, que está loco!
-
-Y decían verdad; si no estaba loco, poco le faltaba; aquella maldita
-risa del _esparrelló_ la tenía siempre en los oídos, y el pobre animal
-corría y corría espoleado por la vergüenza de ser vencido.
-
-Por fortuna, en el verdoso y confuso horizonte comenzaron a marcarse
-las masas negras de las estribaciones submarinas del cabo, con sus
-profundas cuevas, donde las señoras del golfo en estado interesante
-iban a depositar sobre el tapiz de hierba fina sus innumerables huevos.
-
-El jadeante _reig_, que no podía ya con su alma, llegó junto a las
-rocas y dijo con angustioso ronquido:
-
---Ya llegué.
-
-Pero la vocecilla cargante contestó con timbre de falsete:
-
---Yo primero.
-
-El muy granuja acababa de saltar desde el interior de la agalla, y se
-pavoneaba ante el hocico del cansado _reig_, como si hubiera llegado
-mucho antes.
-
-El sencillo animalote no sabía qué hacer. Sintió tentaciones de darle
-un trompis al insolente bicho que lo convirtiese en papilla, pero
-encorvándose se llevó varias veces la cola entre los ojos y se rascó
-con expresión reflexiva.
-
---Bueno --roncó por fin--. En esto debe haber trampa, pero la palabra
-es palabra. Mocoso, manda lo que quieras; seré tu criado.
-
- * * * * *
-
-Y el viejo pescador, terminado su cuento, sonreía y guiñaba los ojos
-maliciosamente.
-
-Aquello era de los tiempos en que los pescados hablaban, pero tenía
-_intríngulis_.
-
-¿Que no lo adivinaba? Pues era sencillo: que en este mundo puede más
-el listo y el astuto que el fuerte que todo lo fía al corazón y a la
-acometividad. Que vale ser más _esparrelló_ pequeño y malicioso, que
-_reig_ enorme y sencillote. Que acometiendo de frente y arrollándolo
-todo solo se consigue ser vehículo del listo que se esconde en la
-agalla para salir a tiempo.
-
-Y el vejete me miraba con tal expresión de malicia y lástima, que me
-ruboricé, murmurando para adentro:
-
---Este tío me conoce.
-
-
-
-
-La caperuza
-
-
-Vivía yo entonces en el piso segundo, y tenía por vecino en el primero
-a don Andrés García, fiscal de profesión, figura arrogante, con
-muchas canas en la barba, el más buen mozo de cuantos vestían toga
-con vuelillos en la Audiencia; un hombre, en fin, que realizaba en su
-físico ese ideal de la justicia majestuosa e imponente.
-
-Todas las tardes, al bajar la escalera, oía los mismos gritos a través
-de la puerta. «¡_Pilín_!... ¡vida mía!... ¡rey de los pillos!... ¡ven
-aquí, príncipe de Asturias!...»
-
-Era la familia que se entregaba en cuerpo y alma al culto de su
-ídolo. El fiscal, que acababa de llegar hambriento, anonadado por sus
-derroches de elocuencia, que enviaban gente a presidio, abrazaba a su
-mujer y ambos reían y gritaban como unos locos en torno de la niñera,
-que mantenía en sus brazos al tirano de la casa, al único señor, a
-_Pilín_, un granuja que apenas tenía un año y a quien bastaba un leve
-grito para que los padres palideciesen de inquietud y las criadas
-corriesen aturdidas, no sabiendo cómo cumplir a un tiempo tantas
-órdenes contradictorias.
-
-¡Vaya un matrimonio especial! La mujer era casi una niña, una señorita
-algo boba que aún no había salido de su asombro al verse madre. Miraba
-a su marido con respeto: era tímida, de carácter dúctil, y como siempre
-sucede en los matrimonios desiguales por la edad, donde la amistad
-suple al amor, don Andrés era padre y esposo a un tiempo, cuidando
-tanto de la madre como del niño.
-
-Lo único que sacaba de su apatía característica a la joven señora era
-el pequeñín, juguete raro al que amaba con pasión inextinguible y que
-no se parecía a ninguno de los que formaban sus delicias cinco o seis
-años antes. Mucho le había costado. En su memoria, donde se borraban
-las cosas con facilidad, quedaba aún brumoso y sombrío el recuerdo de
-aquellos tres días de tormento, de espantoso potro, de susto y sorpresa
-más que de dolor, con la casa alborotada por sus berridos y el marido
-sudoroso, jadeante, con los lentes inseguros, preparando medicinas
-y riñendo por torpes a las criadas. Pero ya todo había pasado, no
-volvería más, no señor: ella lo aseguraba con una firmeza cándida
-que hacía reír; y ahora, en premio a sus tormentos, tenía al lindo
-monigote, a aquel _bebé_ de carne y hueso, a quien todos en la casa
-llamaban _Pilín_, por bautizarle con tan extravagante nombre la rústica
-niñera, una criadita cerril que, en opinión de algunos, la habían
-cazado con lazo en las montañas de Chelva.
-
-Por la mañana, cuando el señor estaba en la Audiencia salvando la
-sociedad a fuerza de oratoria indignada, la mamá se entretenía con
-_Pilín_, dando rienda suelta a sus aficiones de colegiala traviesa,
-que la maternidad no había extinguido. Madre e hijo tenían moralmente
-la misma edad. _Pilín_ pataleaba como un gatito panza arriba sobre
-la alfombra del salón, mostrando sus rosadas desnudeces, lanzando
-aulliditos a falta de palabras, diciendo sin duda, en el misterioso
-lenguaje de la lactancia, que su mamá era una loca; y ella, ajando
-sus vestidos lujosos, que se llevaban la mitad de la paga del fiscal,
-moviendo grotescamente su linda cabecita despeinada, andaba a gatas
-en torno del bebé, hacía el perro para asustarle, y si sus gracias
-arrancaban una risita al mimado príncipe de Asturias, entonces llegaba
-a la demencia de su borrachera cariñosa, se arrojaba sobre él, le
-agarraba la cabezota enorme cubierta de pelillos rubios, su _bola
-de oro_, según ella decía, y cuando _Pilín_ gimoteaba próximo a la
-sofocación, la caricia bajaba, tibia, cariñosa, y la infantil señora,
-con tanta unción como si adorase la santa faz, besuqueaba furiosa las
-nalgas de rosa del muñeco con esa fuerza de estómago que solo tienen
-las madres.
-
-¿Y él?... Estaba sublimemente ridículo en la adoración de aquel
-monigote que le llegaba a los cuarenta y cinco bien cumplidos. La mamá
-y el niño salían a recibirle en la escalera, y los vecinos veíamos
-cómo después de comerse a besos a _Pilín_, se lo echaba al hombro y se
-metía dentro andando con majestad, como un San Cristóbal, con chistera
-y lentes. ¡Y pensar que por bajo del bigote aún le revoloteaba la
-_vindicta pública_, _la espada vengadora de la ley_, _la acusación
-justa..._ todas las palabrotas con que regalaba veinte años de presidio
-al primero que caía bajo su mirada iracunda de acusador!
-
-Los periódicos se hacían lenguas de su elocuencia, de la lógica con que
-formulaba sus acusaciones, pero él así hacía caso de tales elogios,
-como si fuesen dirigidos al Gran Turco. La fama le preocupaba poco: lo
-único que le enorgullecía era ser padre de _Pilín_, y que su mujer,
-que antes era tan poquita cosa, tuviese unos pechos abultados, fuertes,
-siempre llenos, y la abnegación bastante rara de criar a su hijo.
-
-Salía poco de casa. Los autos y _Pilín_ le absorbían, y por las mañanas
-tenía que hacer un penoso esfuerzo para entregar el niño a la mamá y
-marcharse a la Audiencia. ¡Qué ministros los de Justicia! De seguro
-que no eran padres. Porque vamos a ver: ¿qué perdería la magistratura
-con que él llevase a _Pilín_ a la Sala, sentándolo a su lado para que
-presenciara los triunfos del papá?
-
-Las noches eran terribles para don Andrés. Los pisos de cartón y
-tabiques de papel que fabrica la moderna arquitectura, nos permitían
-a los vecinos oír sus paseos desesperados, las cancioncillas a media
-voz con que intentaba aplacar a aquel granuja que llevaba en brazos,
-sonriente de día, pero malhumorado de noche, y con el especial gusto
-de que nadie durmiera en la casa. ¡Pobre don Andrés! Recordando
-murmuraciones de las criadas, me lo imaginaba dando vueltas por el
-salón, en camisa, las piernas desnudas, los pies en pantuflos, y a
-pesar de todo, grave y digno, luciendo su barba de apóstol y los
-brillantes lentes con la misma majestad que cuando, cruzándose la
-toga sobre el pecho, se sentaba en el terrible banco. Y en vez de
-reírme infundíame respeto la santa paciencia de aquel hombre, que se
-veía padre cuando ya caminaba hacia la vejez y que para aplacar al
-energúmeno que llevaba en brazos pasaba la noche cantando cancioncillas
-con voz de falsete y recordando las óperas oídas cuando estudiante,
-mientras la señora roncaba cara a la pared.
-
-Pero en cambio, de día, aquello era gozar. Ninguno de sus ascensos
-le había producido tan profunda impresión como las monadas de su
-hijo. Cuando _Pilín_ contraía con una sonrisa su carita, marcando
-los adorables hoyuelos de sus carrillos, don Andrés lo conmovía todo
-con sus carcajadas de gigante bondadoso, y si el chiquitín lanzaba
-uno de sus rugidos de alegría, que parecían el grito de guerra de un
-apache, el respetable fiscal saltaba y chillaba como un loco. Y luego,
-¡qué gusto aquello de sentirse en la barba las trémulas manecitas que
-tiraban tercamente de los pelos, y qué dulces estremecimientos se
-sentían al acariciar la cabezota peliblanca que latía por entre los
-huesos tiernos y mal unidos!...
-
-Aquello era una borrachera de cariño, una idolatría molesta para las
-criadas, pues menudeaban las órdenes: «A ver, cierre usted pronto ese
-balcón, no se constipe el niño.» «Cuidado, muchacha, que puede caerse
-el señorito.»
-
-En aquella casa no se vivía más que para ser esclavo del dicho
-señorito. Antes una mota de polvo en la mesa del despacho ponía furioso
-a don Andrés, y ahora los alguaciles, al recoger los autos, tropezaban
-con algún zapatito tamaño como cáscara de nuez, y hacían muecas ante
-ciertas manchas sospechosas en los respetables folios.
-
-Porque eso sí; el monigote, alentado por la servidumbre de sus mayores,
-era un terrible anarquista, un demoledor de lo existente, que reía como
-un bandido cuando lograba ofender con el más atroz de los insultos
-a la justicia humana. No lo entraban en el despacho y lo ponían en
-la mesa sin que hiciera de las suyas, y mientras el padre, embobado
-y con la pluma en alto, le hablaba cual si pudiera entenderle, él
-sonreía hipócritamente, y mientras tanto, ¡zas! lanzaba por bajo una
-ruidosa protesta que inutilizaba algún escrito de conclusiones en que
-el papá amontonaba párrafos de estilo elevado, pidiendo garrote vil
-para cualquier enemigo de la sociedad. Y no había medio de enfadarse
-de veras. Ponía el grito en el cielo ante aquella ofensa irreparable
-que arrojaba _indeleble_ mancha sobre el ministerio fiscal, echaba
-del despacho a la madre y al hijo, acusándola a ella del atentado,
-pero a los pocos minutos ya estaba allí la señora riendo como siempre,
-con el _Pilín_ grotescamente disfrazado. Aquella cabeza de chorlito
-adoraba la boquita de viejo de su nene, decía que al reír tenía cierto
-aire de payaso y encontraba diversión enharinándole la carita con los
-polvos de su tocador y encasquetándole en la cabeza un cucurucho de
-papel, una caperuza de mágico prodigioso. No caía en sus manos pliego
-de papel de oficio que no le convirtiese en caperuza para _Pilín_, y
-era de ver el coro de carcajadas que estallaba en el despacho ante el
-puntiagudo cucurucho. Reía la madre su invención tantas veces repetida,
-acompañábala el fiscal con sus carcajadas ruidosas y hasta _Pilín_
-lanzaba chillidos, muy satisfecho de su fachita grotesca.
-
-Pero no eran todo alegrías para don Andrés. Felicitábanle muchas veces
-por sus triunfos de orador, por aquellos elogios de la prensa.
-
---¡Ah! sí... los periódicos --contestaba con distracción--. Hombre,
-a propósito. Esta mañana hablaban de la difteria. ¿Sabe usted los
-estragos que hace esa pícara? ¡Oh! ¡cosa tan terrible para los niños!
-
-Lo decía de un modo que no daba lugar a dudas. ¡Ah! Si la tal difteria
-se personalizase, si se convirtiera en un ser de carne y hueso y la
-tuviera él en el banquillo de los acusados... no tendría frío con lo
-que la tiraría encima.
-
-Y la terrible enfermedad debió ofenderse por los malos pensamientos de
-don Andrés, y un día, ¡cataplum! metiose por las puertas del principal
-y su primer anuncio fue apretarle la garganta a _Pilín_.
-
-¡Gran Dios! Aquello fue una catástrofe que lo revolvió todo
-instantáneamente; algo semejante a la explosión de una bomba, al
-incendio de un buque, donde todos corren azorados por el peligro, sin
-saber qué hacer.
-
-Vosotros, infelices, que vestidos de paño pardo arrastráis una cadena
-en Ceuta y se os abren las carnes al recordar las terribles palabras
-de aquel que os acusaba, hubierais sentido asombro al ver al hombre
-austero como la ley, inquebrantable como el castigo, indignado como
-la venganza, pálido ahora, nervioso, pasando las noches inclinado
-sobre una cuna, estremeciéndose ante una respiración ronca, asfixiada,
-ocultándose en los rincones para quitarse los lentes y pasarse las
-manos por los ojos, gritando con acento desesperado: «¡_Pilín_... hijo
-mío, no te mueras!»
-
-Pero por malos que seáis, no hubierais gozado con la caída del hombre
-inexorable, al verle después sombrío, reconcentrado, ante la misma cuna
-cubierta de flores blancas, pasando la mano temblorosa sobre la pálida
-frente de _Pilín_, helada con ese frío especial que sube por el brazo
-hasta el corazón, y mirando de vez en cuando al cielo con expresión
-desesperada, como si por allá arriba anduviese algún prófugo contra el
-que preparaba la más terrible de las acusaciones.
-
-¡Pobre _Pilín_! ¿Qué has hecho? No más caperuzas; ya no te burlarás
-de la ley lanzando tu ruidosa protesta sobre la vindicta pública; tu
-eterna cuna será esa cajita blanca, coquetona, acolchada como una
-bombonera, que tu padre mira con ganas de deshacerla de una patada; ya
-no tendrás quien te acaricie la fina piel, quien besuquee la redonda
-faz con que escupías a la justicia; tu esclava está ahora mirando
-la pared con fijeza estúpida, abiertos los ojos como platos, con el
-asombro y el temor de una niña que ve romperse entre sus manos el más
-lindo juguete.
-
-Bien emprendes tu viaje. Tu padre te coloca sobre el almohadillado de
-esa blanca barquilla que va a conducirte a lo desconocido; y partes
-indiferente, sin que te hagan estremecer las lágrimas que, resbalando
-tras unos lentes, caen sobre tu piel, ni te conmueven los alaridos de
-alguien que allá dentro da de cabeza contra las paredes.
-
-En la calle suenan los cánticos de la parroquia; los señores del
-margen, escuadrón grave, estirado, de negra ropa y brillante sombrero,
-te ven pasar con la indiferencia del que está acostumbrado a sucesos
-más graves, y emprendes la marcha sobre los hombros de cuatro chicos
-reclutados en las porterías de la vecindad, que expresan su dolor
-hurgándose las narices con la mano que les queda libre.
-
-Ya está lejos tu casa, los Estados donde imperabas como reyecillo
-absoluto; ahora solo te quedan la compasión oficial, los lamentos de
-buena educación, ese cortejo imponente y negro que te abandona en las
-afueras, satisfecho de haber cumplido con el compañero, charlando
-un rato de sus asuntos, mientras seguía tu blanco nido, y nosotros,
-los de última fila, los que veíamos un instante tu carita al subir
-la escalera, pensamos ahora con tristeza que no nos desvelará más tu
-nocturno lloriqueo.
-
-¡Adiós, _Pilín_! Desapareces en un hueco de esa tétrica anaquelería,
-donde quedan almacenados y con rótulo los infinitos productos de la
-muerte. ¡Di adiós a todo! Al caliente salón donde te revolcabas panza
-arriba; a la mamá, loca en sus expansiones; al padre, que habrías hecho
-bailar de cabeza a tener tú gusto en ver de tal modo a un representante
-de la más cruel y respetable de las profesiones. Viniste para mostrar
-lo frágil de la comedia humana, para hacer ver que dentro de un
-acusador terrible hay siempre un hombre, y ahora, diablillo encantador,
-te vas satisfecho de tu triunfo. La noche que se acerca será tu madre;
-¡adiós, tibias caricias! Tu piel de raso, tan adorada, ya no tendrá más
-besos que los del viento y la lluvia...
-
-Por la noche entré en casa de mi vecino. La señora estaba adentro, en
-el salón, rodeada de sus amigas, ahogando con sus gemidos furiosos las
-frases hechas y los consuelos de encargo con que la abrumaban.
-
-Él estaba en el despacho con la cabeza entre los puños, mirando
-fijamente con sus ojos de miope, enrojecidos y amoratados, un cucurucho
-de papel arrugado, la última caperuza de _Pilín_ arrojada casualmente
-sobre la mesa. El hueco del embudo era siniestro. Tenía la misma
-expresión de fúnebre vacío que se notaba en la casa, libre de aquel
-monigote que lo llenaba todo con sus gritos; hacía recordar la abultada
-cabeza peliblanca, la _bola de oro_, que la muerte se había tragado.
-
-Me escuchó distraído; no tengo la seguridad de que llegara a enterarse
-de mis palabras. De pronto le vi extender su mano automáticamente y
-encasquetarse la caperuza en el cogote, como si sintiera horror al
-vacío que mostraba el cucurucho.
-
-¡Qué grotesco era aquello! Las barbazas de apóstol, la mirada vaga y
-extraviada, y la puntiaguda caperuza por remate. Verdaderamente era
-ridículo... tan ridículo, que yo sentía un nudo en la garganta, y
-varias veces me froté los ojos para impedir que brotara algo.
-
-
-
-
-Noche de bodas
-
-
-I
-
-Fue aquel jueves para Benimaclet un verdadero día de fiesta.
-
-No se tiene con frecuencia la satisfacción de que un hijo del pueblo,
-un arrapiezo, al que se ha visto corretear por las calles descalzo y
-con la cara sucia, se convierta, tras años y estudios, en todo un señor
-cura: por esto pocos fueron los que dejaron de asistir a la primera
-misa que cantaba Visantet, digo mal, don Vicente, el hijo de la _siñá_
-Pascuala y el tío Nèlo, conocido por el _Bollo_.
-
-Desde la plaza, inundada por el tibio sol de la primavera, en cuya
-atmósfera luminosa moscas y abejorros trazaban sus complicadas
-contradanzas brillando como chispas de oro, la puerta de la iglesia,
-enorme boca por la que escapaba el vaho de la multitud, parecía
-un trozo de negro cielo, en el que se destacaban como simétricas
-constelaciones los puntos luminosos de los cirios.
-
-¡Qué derroche de cera! Bien se conocía que era la madrina aquella
-señora de Valencia, de la que los _Bollos_ eran arrendatarios, la cual
-había costeado la carrera del chico.
-
-En toda la iglesia no quedaba capillita ni hueco donde no ardiesen
-cirios; las arañas cargadas de velas centelleaban con irisados
-reflejos, y al humo de la cera uníase el perfume de la flores que
-formaban macizos sobre la mesa del altar, festoneaban las cornisas y
-pendían de las lámparas en apretados manojos.
-
-Era antigua la amistad entre la familia de los _Bollos_ y la _siñá_
-Tona y su hija, famosas floristas que tenían su puesto en el mercado
-de Valencia, y nada más natural que las dos mujeres hubiesen pasado
-a cuchillo su huerto, matando la venta de una semana para celebrar
-dignamente la primera misa del hijo de la _siñá_ Pascuala.
-
-Parecía que todas las flores de la vega habían huido para refugiarse
-allí, empujándose medrosicas hacia la bóveda. El Sacramento asomaba
-entre dos enormes pirámides de rosas y los santos ángeles del altar
-mayor aparecían hundidos hasta el dorado vientre en aquella nube de
-pétalos y hojas que, a la luz de los cirios, mostraban todas las notas
-de color, desde el verde esmeralda y el rojo sanguíneo hasta el suave
-tono del nácar.
-
-Aquella muchedumbre que estrujándose olía a lana burda y sudor de
-salud, sentíase en la iglesia mejor que otras veces, y encontraba
-cortas las horas de ceremonia.
-
-Acostumbrados los más de ellos a recoger como oro los nauseabundos
-residuos de la ciudad, a revolver a cada instante en sus campos
-los estercoleros en los cuales estaba la cosecha futura, su olfato
-estremecíase con intensa voluptuosidad, halagado por las frescas
-emanaciones de las rosas y los claveles, los nardos y las azucenas, a
-las que se unía el oriental perfume del incienso. Sus ojos turbábanse
-con el incesante centelleo de aquel millar de estrellas rojas, y les
-causaba extraña embriaguez el dulce lamento de los violines, la grave
-melopea de los contrabajos y aquellas voces que desde el coro, con
-acento teatral, cantaban en un idioma desconocido, todo para mayor
-gloria del hijo del _Bollo_.
-
-La muchedumbre estaba satisfecha. Miraba la deslumbrante iglesia como
-un palacio encantado que fuese suyo. Así, entre músicas, flores e
-incienso, debía estarse en el cielo, aunque un poco más anchos y
-sudando menos.
-
-Todos se hallaban en la casa de Dios por derecho propio. Aquel que
-estaba allí arriba sobre las gradas del altar, cubierto de doradas
-vestiduras, moviéndose con solemnidad entre azuladas nubecillas, y a
-quien el predicador dedicaba sus más tonantes períodos, era uno de los
-suyos, uno más que se libraba del rudo combate con la tierra para hacer
-concebir incesantemente a sus cansadas entrañas.
-
-Los más, le habían tirado de la oreja por ser mayores, otros, habían
-jugado con él a las chapas, y todos le habían visto ir a Valencia a
-recoger estiércol con el capazo a la espalda, o arañar con la azada
-esos pequeños campos de nuestra vega, que dan el sustento a toda una
-familia.
-
-Por eso su gloria era la de todos; no había quien no creyese tener
-su parte en aquel encumbramiento, y las miradas estaban fijas en el
-altar, en aquel mocetón fornido, moreno, lustroso, resto viviente de la
-invasión sarracena, que asomaba por entre níveos encajes sus manazas
-nervudas y vellosas, más acostumbradas a manejar la azada que a tocar
-con delicadeza los servicios del altar.
-
-También él en ciertos momentos paseaba su miraba con expresión de
-ternura por aquel apiñado concurso. Sentado en sillón de terciopelo,
-entre sus dos diáconos, viejos sacerdotes que le habían visto
-nacer, oía conmovido la voz atronadora del predicador ensalzando la
-importancia del sacerdote cristiano y elogiando al nuevo combatiente
-de la fe que con aquel acto entraba a formar parte de la milicia de la
-Iglesia.
-
-Sí, era él: aquel día se emancipaba de la esclavitud del terruño,
-entraba en este mundo poderoso que no repara en orígenes: escala
-accesible a todos, que se remonta desde el mísero cura, hijo de
-mendigos, al Vicario de Dios; tenía ante su vista un porvenir inmenso,
-y todo lo debía a sus protectores, a aquella buena señora obesa y
-sudorosa bajo la mantilla de blonda y el negro traje de terciopelo,
-y a su hijo, al que el celebrante, por la costumbre de humilde
-arrendatario, había de llamar siempre el señorito.
-
-Los peldaños del altar mayor que le elevaban algunos palmos sobre la
-muchedumbre, percibíalos él en su futura vida como privilegio moral
-que había de realzarle sobre todos cuantos le conocieron en su humilde
-origen. Los más generosos sentimientos le dominaban. Sería humilde,
-aprovecharía su elevación para el bien; y envolvía en una mirada de
-inmenso cariño a todas las caras conocidas que estaban abajo, veladas
-por el intenso vaho de la fiesta; su madrina, el tío _Bollo_ y la
-_siñá_ Pascuala, que gimoteaban como unos niños con la nariz entre
-las manos, y aquella Toneta, la florista, su compañera de infancia,
-excelente muchacha que erguía con asombro la soberbia cabeza de beldad
-rifeña, como si no pudiera acostumbrarse a la idea de que Visantet,
-aquel mozo al que trataba como un hermano, se había convertido en grave
-sacerdote con derecho a conocer sus pecadillos, a absolverla.
-
-Continuaba la ceremonia. El nuevo cura agitado por la emoción, por la
-felicidad y por aquel ambiente cargado de asfixiantes perfumes, seguía
-la celebración de la misa como un autómata, guiado muchas veces por sus
-compañeros, sintiendo que las piernas le flaqueaban, que vacilaba su
-robusto cuerpo de atleta, y sostenido únicamente por el temor de que la
-debilidad le hiciera incurrir en algún sacrilegio.
-
-Como si se moviera en las nieblas de un sueño, realizó todas las
-partes que quedaban del misterio de la misa: con insensibilidad que le
-asombraba, verificó aquella consumación en la que tantas veces había
-pensado emocionado, y después del _Tedeum_ cayó desvanecido en la
-poltrona, cerrados los ojos y sintiéndose sofocado por aquella antigua
-casulla codiciada por los anticuarios, orgullo de la parroquia, y que
-tantas veces había mirado él siendo seminarista como el colmo de sus
-ambiciones.
-
-Un penetrante perfume de rosa y almizcle, el ruido de agua agitada, le
-volvieron a la realidad.
-
-La madrina le lavaba y perfumaba las manos para la recepción final,
-y toda la compacta masa abalanzábase al altar mayor queriendo ver de
-cerca al nuevo cura.
-
-La vida de superioridad y respetos comenzaba para él. La señora, a
-la que había servido tantas veces, besábale las manos con devoción y
-le llamaba don Vicente, deseándole muchas felicidades después de sus
-místicas bodas con la Iglesia.
-
-El nuevo cura, a pesar de su estado, no pudo reprimir un sentimiento de
-orgullo y cerró los ojos como si le desvaneciera el primer homenaje.
-
-Algo áspero y burdo oprimió sus manos. Eran las pobres zarpas del tío
-_Bollo_, cubiertas de escamas por el trabajo y la vejez. El cura vio
-inundadas en lágrimas, contraídas por conmovedora mueca, las cabezas
-arrugadas y cocidas al sol de sus pobres padres, que le contemplaban
-con la expresión del escultor devoto que, terminada la obra, se
-prosterna ante ella creyéndola de origen superior.
-
-Lloraba la gente contemplando el apretado grupo en que se confundía la
-dorada casulla con las negras ropas de los viejos, y las tres cabezas
-unidas agitábanse con rumor de besos y estertor de gemidos.
-
-El impulso de la curiosa muchedumbre rompió el grupo conmovedor, y el
-cura quedó separado de los suyos, entregado por completo al público,
-que se empujaba por alcanzar las sagradas manos.
-
-Aquello resultaba interminable. Benimaclet entero rozaba con besos
-sonoros como latigazos aquellas manos velludas, llevándose en los
-labios agrietados por el sol y el aire una parte de los perfumes.
-
-Ahora sí que, agobiado por la presión de aquella multitud que se
-apretaba contra la poltrona, falto de ambiente y de reposo, iba a
-desmayarse de veras el nuevo cura.
-
-Y en la asfixiante batahola, cuando ya se nublaba su vista y echaba
-atrás la cabeza, recibió en su diestra una sensación de frescura,
-difundiéndose por el torrente de su sangre.
-
-Eran los rojos labios de la buena hermana, de Toneta, que rozaban su
-epidermis, mientras que sus negros ojos se clavaban en él con forzada
-gravedad, como si tras ellos culebrease la carcajada inocente de la
-compañera de juegos, protestando contra tanta ceremonia.
-
-Junto a ella, arrogante y bien plantado como un Alcides, con la manta
-terciada y la rapada testa erguida con fiereza, estaba otro compañero
-de la niñez, _Chimo el Moreno_, el gañán más bueno y más bruto de todo
-Benimaclet, protegiendo a la arrodillada muchacha con la gallardía
-celosa de un sultán y mirando en torno con sus ojillos marroquíes, que
-parecían decir: «¡A ver quién es el guapo que se atreve a empujarla!»
-
-
-II
-
-La comida dio que hablar en el pueblo.
-
-Seis onzas, según cálculo de las más curiosas comadres, debió gastarse
-la buena de doña Ramona para solemnizar la primera misa del hijo de sus
-arrendatarios.
-
-Era una satisfacción ver en la casa más grande del pueblo aquella
-mesa interminable cubierta de cuanto Dios cría de bueno en el mundo,
-fuera del bacalao y las sardinas, y contemplar en torno de ella una
-concurrencia tan distinguida. Aquello era todo un suceso, y la prueba
-estaba en que al día siguiente saldría en letras de molde en los
-papeles de Valencia.
-
-En la cabecera estaban el nuevo sacerdote, casi oprimido por las
-blanduras exuberantes de los otros curas que habían tomado parte en
-la ceremonia, los padrinos y aquel par de viejecillos que llorando
-sobre sus cucharas se tragaban el arroz amasado con lágrimas. En los
-lados de la mesa algunos señores de la ciudad convidados por doña
-Ramona, y los amigos de la familia junto con lo más _distinguido_ del
-pueblo, labradores acomodados que, enardecidos por la digestión del
-vino y la paella, hablaban del rey legítimo que está en Venecia y de lo
-perseguida que en estos tiempos de liberalismo se ve la religión.
-
-Era aquello un banquete de bodas. Corría el vino, se alegraba la gente
-y sonreía la madrina con las bromas trasnochadas de sus compañeros de
-mesa, aquellas tres moles que desbordaban su temblona grasa por el
-alzacuello desabrochado, y el roce de cuyas sotanas hacía enrojecer de
-satisfacción a la bendita señora.
-
-El único que mostraba seriedad era el nuevo cura. No estaba triste: su
-gravedad era producto de ensimismamiento. Su imaginación huía desbocada
-por el pasado, recorriendo casi instantáneamente la vida anterior.
-
-La vida de todos los suyos, su elevación en aquel mismo lugar donde
-había sufrido hambre, aquel aparatoso banquete, le hacían recordar la
-época en que la conquista del mendrugo mohoso le obligaba a recorrer
-los caminos, capazo a la espalda, siguiendo a los carros para arrojarse
-ávidamente, como si fuese oro, sobre el reguero humeante que dejaban
-las bestias.
-
-Aquella había sido su peor época, cuando tenía que gemir y alborotar
-horas enteras para que la pobre madre se decidiera a engañarle el
-hambre nunca satisfecha con un pedazo del pan guardado con mísera
-previsión.
-
-La presencia de Toneta, aquel moreno y gracioso rostro que se destacaba
-al extremo de la mesa, evocaba en el cura recuerdos más gratos.
-
-Veíase pequeño y haraposo en el huerto de la _siñá_ Tona, aquel hermoso
-campo cercado de encañizadas en el que se cultivan las flores como
-si fuesen legumbres. Recordaba a Toneta, greñuda, tostada, traviesa
-como un chico, haciéndole sufrir con sus juegos, que eran verdaderas
-diabluras, y después el rápido crecimiento y el cambio de suerte; ella
-a Valencia todos los días con sus cestos de flores, y él al Seminario
-protegido por doña Ramona, que, en vista de su afición a la lectura y
-de cierta viveza de ingenio, quería hacer un sacerdote de aquel retoño
-de la miseria rural.
-
-Luego venían los días mejores, cuyo recuerdo parecía perfumar
-dulcemente todo su pasado.
-
-¡Cómo amaba él a aquella buena hermana, que tantas veces le había
-fortalecido en los momentos de desaliento!
-
-En invierno salía de su barraca casi al amanecer, camino del Seminario.
-
-Pendiente de su diestra, en grasiento saquillo, lo que entre clase y
-clase había de devorar en las alamedas de Serranos: medio pan moreno
-con algo más que, sin nutrirle, engañaba su hambre; y cruzado sobre el
-pecho a guisa de bandolera, el enorme pañuelo de hierbas envolviendo
-los textos latinos y teológicos, que bailoteaban a su espalda como
-movible joroba. Así equipado pasaba por frente al huerto de la _siñá_
-Tona, aquella pequeña alquería blanca con las ventanas azules, siempre
-en el mismo momento que se abría su puerta para dar paso a Toneta,
-fresca, recién lavada, con el peinado aceitoso y llevando con garbo
-las dos enormes cestas en que yacían revueltas las flores mezclando la
-humedad de sus pétalos.
-
-Y juntos los dos, por atajos que ellos conocían, marchaban hacia
-Valencia, que por encima del follaje de la Alameda marcaba en las
-brumas del amanecer sus esbeltas torres, su Miguelete rojizo, cuya cima
-parecía encenderse antes de que llegasen a la tierra los primeros rayos
-del sol.
-
-¡Qué hermosas mañanas! El cura, cerrando los ojos, veía las oscuras
-acequias con sus rumorosos cañaverales; los campos con sus hortalizas
-que parecían sudar cubiertas del titilante rocío; las sendas orladas
-de brozas con sus tímidas ranas, que al ruido de pasos arrojábanse
-con nervioso salto en los verdosos charcos; aquel horizonte que por
-la parte del mar se incendiaba al contacto de enorme hostia de fuego;
-los caminos desde los cuales se esparcía por toda la huerta chirrido
-de ruedas y relinchos de bestias; los fresales que se poblaban de
-seres agachados, que a cada movimiento hacían brillar en el espacio
-el culebreo de las aceradas herramientas, y los rosarios de mujeres
-que con cestas a la cabeza iban al mercado de la ciudad saludando con
-sonriente y maternal ¡_bòn día_! a la linda pareja que formaban la
-florista garbosa y avispada y aquel muchachote que con su excesivo
-crecimiento parecía escaparse por pies y manos del trajecillo negro y
-angosto, que iba tomando un sacristanesco color de ala de mosca.
-
-El matinal viaje era un baño diario de fortaleza para el pobre
-seminarista, que oyendo los buenos consejos de Toneta, tenía ánimos
-para sufrir las largas clases, aquella inercia contra la que se
-revelaba su robustez, su sangre hirviente de hijo del campo y las
-pesadas explicaciones en cuyo laberinto penetraba a cabezadas.
-
-Separábanse en el puente del Real: ella hacia el Mercado en busca
-de su madre; él a conquistar poco a poco el dominio de las ciencias
-eclesiásticas, en las cuales tenía la certeza de que jamás llegaría
-a ser un prodigio. Y apenas terminaba su comida en las alamedas de
-Serranos, en cualquier banco compartido con las familias de los
-albañiles que hundían sus cucharas en la humeante cazuela de mediodía,
-Visantet, insensiblemente, se entraba en la ciudad, no parando hasta el
-mercadillo de las flores, donde encontraba a Toneta atando los últimos
-ramos y a su madre ocupada en recontar la calderilla del día.
-
-Tras estos agradables recuerdos que constituían toda su juventud,
-venía la separación lenta que la edad y la divergencia de aspiraciones
-habían efectuado entre los dos. No en balde crecían en años y no
-impunemente sometía él al estudio su inteligencia virgen y pasiva.
-
-En la última parte de su carrera comenzó a sentir con vehemencia el
-fervor profesional. Entusiasmábase pensando que iba a formar parte de
-una institución extendida por toda la tierra, que tiene en su poder
-las llaves del cielo y de las conciencias; le enardecían las glorias
-de la Iglesia, las luchas de los papas con los reyes en el pasado y
-la influencia del sacerdote sobre el magnate en el presente. No era
-ambicioso, no pensaba ir más allá de un modesto curato de misa y olla;
-pero le satisfacía que el hijo de unos miserables perteneciese con
-el tiempo a una clase tan poderosa, y mecido por tales ilusiones, se
-entregó de lleno a la vocación que iba a sacarle del subsuelo social.
-
-Cuando no estaba en Valencia en el Seminario, prestaba en Benimaclet
-funciones de sacristán, y llegó a ser hombre sin sentir apenas el
-despertar de la virilidad en su vigorosa complexión.
-
-Su voluntad de campesino tozudo anulaba las exigencias del sexo, que
-le causaban horror, teniéndolas como tentaciones del _Malo_. La mujer
-era para él un mal necesario e imprescindible para el sostenimiento del
-mundo; _la bestia impúdica_ de que hablaban los Santos Padres.
-
-La belleza era amenazante monstruosidad: temblaba ante ella poseído de
-repugnancia y sordo malestar, y solo se sentía tranquilo y confiado
-en presencia de aquella beldad que, vestida de blanco y azul, pisando
-la luna, yergue su cabeza en los altares con arrobadora dulzura. Su
-contemplación provocaba en el seminarista explosiones de indefinible
-cariño, y también participaba de este aquella otra criatura terrenal y
-grosera a la que él consideraba como hermana.
-
-No era sacrilegio ni mundana pasión. Toneta resultaba para él una
-hermana, una amiga, un afecto espiritual que le acompañaba desde
-su infancia: todo, menos una mujer. Y tal era su ilusión, que en
-aquel momento, entre la algazara del banquete, entornando los ojos,
-le parecía que se transformaba, que su rostro vulgar y moreno
-dulcificábase con expresión celestial, que se elevaba de su asiento,
-que su falda rameada y su pañuelo de pájaros y flores, convertíase en
-cerúleo manto, lo mismo que en la otra, cuya belleza se ensalza con
-los más dulces nombres que ha producido idioma alguno...
-
-Pero sintió a sus espaldas algo que le hizo despertar de la dulce
-somnolencia.
-
-Era la _siñá_ Tona, la madre de la florista, que abandonando su asiento
-venía a hablar con el cura.
-
-La buena mujer no podía conformarse con el nuevo estado del hijo de
-su amiga. Como buena cristiana sabía el respeto que se debe a un
-representante de Dios; pero que la perdonasen, pues para ella Visantet
-siempre sería Visantet, nunca don Vicente, y aunque la aspasen, no
-podría menos que hablarle de tú. Él no se ofendería por eso, ¿verdad?
-Pues si lo había conocido tan pequeño... si era ella quien lo había
-llevado de pañales a la iglesia para que lo cristianasen, ¿cómo iba
-a hacerle tales pamplinas a un chico a quien consideraba como hijo?
-Aparte de esta falta de respeto, ya sabía que en casa se le quería de
-veras. Si no vivieran el _tío Bollo_ y la _siñá_ Tomasa, Toneta y ella
-eran capaces de irse con él como amas de llaves; pero ¡ay, hijo mío! no
-iba el agua por esa acequia. Aquella chiquilla estaba muertecita por
-_Chimo el Moreno_, un pedazo de bruto de quien nadie tenía nada que
-decir, mejorando lo presente; se querían casar en seguida, antes de San
-Juan si era posible, y ella ¿qué había de hacer?... En casa faltaba
-un hombre; el huerto estaba en poder de jornaleros, ellas necesitaban
-la sombra de unos pantalones, y como el _Moreno_ servía para el caso
-(siempre mejorando lo presente), la madre estaba conforme en que la
-chica se casara.
-
-Y la habladora vieja interrogaba con los ojos al cura, como esperando
-su aprobación.
-
-Bueno; pues a _eso_ se había acercado ella... ¿A qué? A decirle que
-Toneta quería que fuese él quien la casase. ¿Teniendo un capellán casi
-en la familia, para qué ir a buscarlo fuera de casa?
-
-El cura no dudó; le parecía muy natural la pretensión. Estaba bien; los
-casaría.
-
-
-III
-
-El día en que se casó Toneta, fue de los peores para el nuevo adjunto
-de la parroquia de Benimaclet.
-
-Cuando la ceremonia hubo terminado, don Vicente despojose en la
-sacristía de sus sagradas vestiduras, pálido y trémulo como si le
-aquejase oculta dolencia.
-
-El sacristán, ayudándole, hablaba del insufrible calor. Estaban en
-julio, soplaba el poniente, la vega se mustiaba bajo aquel soplo
-interminable y ardoroso que antes de perderse en el mar había pasado
-por las tostadas llanuras de Castilla y la Mancha, y con su ambiente de
-hoguera agrietaba la piel y excitaba los nervios.
-
-Pero bien sabía el nuevo cura que no era el poniente lo que le
-trastornaba. ¡Buenas estarían tales delicadezas en él, acostumbrado a
-todas las fatigas del campo!
-
-Lo que sentía era arrepentimiento de haber accedido a celebrar la boda
-de Toneta. ¡Cuán poco se conocía! Ahora iba comprendiendo lo que se
-ocultaba tras el afecto fraternal nacido en la niñez.
-
-Él, sacerdote desligado de las miserias humanas, sentía un sordo
-malestar después de bendecir la eterna unión de Toneta y Chimo;
-experimentaba idéntica impresión que si le acabasen de arrebatar algo
-que era suyo.
-
-Le parecía hallarse aún en la capilla mirando casi a sus pies aquella
-linda cabeza cubierta por la vistosa mantilla. Nunca había visto tan
-hermosa a Toneta, pálida por la emoción y con un brillo extraño en los
-ojos cada vez que miraba al _Moreno_, que estaba soberbio con su traje
-nuevo y su _ringlot_ azul de larga esclavina.
-
-Podía decirse que el cura acababa de ver por primera vez a Toneta. La
-hermana ideal, que en su imaginación casi se confundía con la figura
-azul que pisaba la luna, habíase convertido de pronto en una mujer.
-
-Él, que jamás había descendido con su vista más allá de la fresca
-boca siempre sonriente, y que miraba a Toneta como esas imágenes de
-lindo rostro que bajo las vestiduras de oro solo guardan los tres
-puntales que sostienen el busto, pensaba ahora, con misteriosos
-estremecimientos, que había algo más, y veía con los ojos de la
-imaginación el terrible enemigo con todas sus redondeces rosadas y sus
-graciosos hoyuelos: la carne, arma poderosa del _Malo_ con que abate
-las más fuertes virtudes.
-
-Odiaba al _Moreno_, su compañero de la niñez. Era un buen muchacho,
-pero no podía tolerarse que su rudeza brutal hubiera de ser la eterna
-compañera de la florista. No debía consentirse, lo afirmaba él, que
-estaba arrepentido de haber realizado la boda.
-
-Pero inmediatamente sentíase avergonzado por tales pensamientos, se
-ruborizaba al considerar que aquella protesta era envidia, impotencia
-que se revolvía en forma de murmuración.
-
-Hacíale daño el contemplar la felicidad ajena, aquella explosión
-de amor que venía preparándose, amor legítimo, pero que no por esto
-molestaba menos al cura.
-
-Se iría a casa. No quería presenciar por más tiempo la alegría de la
-boda; pero cuando salió de la sacristía, se encontró con la comitiva
-nupcial que estaba esperándole, pues la _siñá_ Tona se oponía a que se
-hiciera nada sin la presencia de su Visantet.
-
-Y por más que se resistió, tuvo que seguir el camino de aquel huerto
-del que tantos recuerdos guardaba, y entre las faldas rameadas y
-coloridas como la primavera, los pañuelos de seda brillantes y los
-reflejos tornasolados de la pana y el terciopelo, causaba un efecto
-lastimoso el suelto manteo y aquel desmayado sombrero de teja que
-avanzaba con lentitud, como si en vez de cubrir un cuerpo vigoroso y
-exuberante de vida, fuesen los de un viejo achacoso.
-
-Una vez en el huerto, ¡qué de tormentos! ¡qué cariñosas solicitudes que
-le parecían crueles burlas! La _siñá_ Tona, en su alegría de madre,
-enseñábale todas las reformas hechas en la alquería con motivo del
-matrimonio. ¿Se enteraba Visantet? Aquel _estudi_ era el dormitorio
-de los novios y aquella cama sería la del matrimonio, con su colcha
-de azulada blancura y complicados arabescos, que a Toneta le habían
-costado todo un invierno de trabajo.
-
-Bien estarían allí los novios. Qué blandura, ¿eh? Y la inocente vieja
-creía hacer una gracia obligando al cura a que tocase los mullidos
-colchones y apreciase en todos sus detalles la rústica comodidad de
-aquella habitación, que a la noche había de convertirse en caliente
-nido.
-
-Y después seguían los tormentos, las intimidades fraternales, que
-resultaban para él terribles latigazos: aquel bruto del _Moreno_ que
-no se recataba de hablar en su presencia, bromeando con sus amigotes
-sobre lo que ocurriría por la noche, con comentarios tales, que las
-mujeres chillaban como ratas y sofocadas de risa le llamaban ¡_pòrc_!
-y ¡_animal_!; y Toneta, que en traje de casa, al aire sus morenos
-y redondos brazos, se aproximaba a él rozando su sotana con la
-epidermis fina y caliente, preguntándole qué pensaba de su casamiento
-y acompañando sus palabras con fijas miradas de aquellos ojos que
-parecían registrarle hasta las entrañas.
-
-¡Ira de Dios! La gente le hacía tanto caso como si fuese un muerto
-que hablara; aquella mujer se atrevía a tratarle con un descuido que
-no osaría con el gañán más bestia de los que allí estaban: no era un
-hombre, era un cura, y al pensar en esto tan amargo, creía que todos le
-miraban con respetuosa compasión, y una llamarada de rabia enturbiaba
-su vista.
-
-Bien pagaba los honores de su clase, la elevación sobre la miseria en
-que nació. Él, el más respetado de la reunión, don Vicente, el gran
-sacerdote, miraba con envidia a aquellos muchachotes cerriles con
-alpargatas y en mangas de camisa.
-
-Hubiera querido ser temido, como ellos, a los que no osaban aproximarse
-mucho las mujeres por miedo a audaces pellizcos, y sobre todo no
-inspirar lástima, no ser tenido como una momia santa, en cuyos oídos
-resbalaban las palabras ardientes sin causar mella.
-
-Cada vez se sentía más molesto. Durante la comida estuvo al lado de los
-novios, sufriendo el ardoroso contacto de aquel cuerpo sano y fragante,
-que parecía esparcir un perfume de flor carnosa, y que en la confianza
-de la impunidad se revolvía libremente sin cuidado a empujar, o se
-inclinaba sobre él y al decirle insignificantes palabras le envolvía
-en su cálido aliento. Y después aquel Chimo con su salvaje ingenuidad,
-creyendo que tras la misa de por la mañana todo era ya legítimo,
-corroído por la impaciencia, tomando con sus dedos romos la redonda
-barbilla de Toneta, entre la algazara de los convidados, y hundiendo
-las manos bajo la mesa, mientras miraba a lo alto con la expresión
-inocente del que no ha roto un plato en su vida.
-
-Aquello no podía seguir. Don Vicente se sentía enfermo. Oleadas de
-sangre caldeaban su rostro, parecíale que el viento seco y ardoroso
-que inflamaba la piel se había introducido en sus venas, y su olfato
-dilatábase con nervioso estremecimiento, como excitado por aquel
-ambiente de pasión carnívora y brutal.
-
-No quería ver; deseaba olvidar, aislarse, sumirse en dulce y apática
-estupidez; y guiado por el instinto, vaciaba su vaso, que la cortesanía
-labriega cuidaba de tener siempre lleno.
-
-Bebió mucho, sin conseguir que aquel sentimiento de envidia y de
-despecho se amortiguase; esperaba las nieblas rosadas de una embriaguez
-ligera, algo semejante a la discreta alegría de sus meriendas de
-seminarista, cuando a los postres él y sus compañeros, con la más
-absoluta confianza en el porvenir, soñaban en ser papas o en eclipsar
-a Bossuet; pero lo que llegó para él fue una jaqueca insufrible, que
-doblaba su cabeza, como si sobre ella gravitase enorme mole y que le
-perforaba la frente con un tornillo sin fin.
-
-Don Vicente estaba enfermo.
-
-La misma _siñá_ Tona, reconociéndolo, le permitió, con harto dolor, que
-se retirase de la fiesta, y el cura, con paso firme, pero con la vista
-turbia y zumbándole los oídos, se encaminó a su casa, seguido de su
-alarmada madre, que no quiso permanecer ni un instante más en la boda.
-
-No era nada; podía tranquilizarse: el maldito poniente y la agitación
-del día. No necesitaba más que dormir.
-
-Y cuando penetró en su cuarto, en la casita nueva que habitaba en el
-pueblo desde su primera misa, tiró el sombrero y el manteo, y sin
-quitarse el alzacuello ni tocar su sotana, se arrojó de bruces con
-los brazos extendidos en su blanca cama de célibe, extinguiéndose
-inmediatamente los débiles destellos de su razón y sumiéndose en la
-lobreguez más absoluta.
-
-
-IV
-
-Poblose la negra inmensidad de puntos rojos, de infinitas y movibles
-chispas, como si aventasen gigantesca hoguera; sintió que caía y caía
-como si aquel desplome durase años y fuese en una sima sin fondo, hasta
-que por fin experimentó en todo su ser un rudo choque, conmoviéndose de
-pies a cabeza, y... despertó en su cama, tendido sobre el vientre, tal
-como se había arrojado en ella.
-
-Lo primero que el cura pensó fue que había pasado mucho tiempo.
-
-Era de noche. Por la abierta ventana veíase el cielo azul y diáfano,
-moteado por la inquieta luz de las estrellas.
-
-Don Vicente experimentó la misma impresión de las damas de comedia que
-al volver en sí lanzan la sacramental pregunta: «¿En dónde estoy?»
-
-Su cerebro sentíase abrumado por la pesadez del sueño, discurría con
-dificultad y tardó en reconocer su cuarto y en recordar cómo había
-llegado hasta allí.
-
-De pie en la ventana, vagando su turbia mirada por la oscura vega, fue
-recobrando su memoria, agrupando los recuerdos que llegaban separados y
-con paso tardo, hasta que tuvo conciencia de todos sus actos, antes de
-que le rindiera el sueño.
-
-¡Bien, don Vicente! ¡Magnífica conducta para un sacerdote joven que
-debía ser ejemplo de templanza! Se había emborrachado; sí, esta era
-la palabra, y había sido en presencia de los que casi eran sus
-feligreses. Lo que más le molestaba era el recuerdo de los motivos que
-le impulsaron a tal abuso.
-
-Estaba perdido. Ahora que se aclaraba su inteligencia, aunque sus
-sentidos parecían embotados, horrorizábase ante el peligro y protestaba
-contra la pasión que pretendía hacer presa en su carne virgen. ¡Qué
-vergüenza! Salido apenas del Seminario, sin contacto alguno con esa
-atmósfera corruptora de las grandes ciudades, viviendo en el ambiente
-tranquilo y virtuoso de los campos, y próximo, sin embargo, a caer en
-los más repugnantes pecados. No; él resistiría a las seducciones del
-_Malo_; acallaría el espíritu tentador que para mortificante prueba se
-había rebelado dentro de él: afortunadamente, la torpe embriaguez con
-su sueño le había devuelto la calma.
-
-Oyéronse a lo lejos campanas que daban horas. Eran las tres... ¡Cuánto
-había dormido! Por esto se sentía ya sin sueño, dispuesto a emprender
-la tarea diaria.
-
-Desde aquella ventana, abierta en las espaldas de la modesta casita,
-veíase la inmensa vega, que a la difusa luz de las estrellas marcaba
-sus masas de verdura y las moles de sus innumerables viviendas. La
-calma era absoluta. No soplaba ya el poniente, pero la atmósfera
-estaba caldeada, y los ruidos de la noche parecían la jadeante
-respiración de los tostados campos.
-
-Perfumes indefinibles había en aquel ambiente, que aspiraba con delicia
-el joven cura, como si quisiera saturar el interior de su organismo del
-aire puro de los campos.
-
-Su vista vagaba en aquella penumbra, intentando adivinar los objetos
-que tantas veces había visto a la luz del sol. Esta distracción
-infantil parecía volverle a los tranquilos goces de la niñez, pero sus
-ojos tropezaron con una débil mancha blanca, en la que creía adivinar
-la alquería de la _siñá_ Tona y... ¡adiós tranquilidad, propósitos de
-fortaleza y de lucha!
-
-Fue un rudo choque, una conmoción rápida; huyeron arrolladas la calma
-y la placidez: desapareció el dulce embotamiento, despertó la carne,
-sacudiendo la torpeza de los sentidos, y otra vez subió hasta sus
-mejillas aquella llamarada que le hacía pensar en el fuego del infierno.
-
-Sintió en su imaginación que se desgarraba denso velo, como si aún
-estuviera en la tarde anterior, admirando aquellos brazos morenos de
-sedoso y ardiente contacto, al par que recibía la fragancia de la
-carne, cuyo misterio acababa de revelársele.
-
-Y en aquel momento, ¡oh _Malo_ tentador! el infeliz, mirando la oscura
-vega veía, no la blanca e indecisa alquería, sino el _estudi_ envuelto
-en voluptuosa sombra, aquella cama cuya blandura tanto había ensalzado
-la _siñá_ Tona, y sobre el mullido trono lo que para otros era
-felicidad y para él horrendo pecado, lo que jamás había de conocer y le
-atraía con la irresistible fuerza de lo prohibido.
-
-La maldita imaginación ponía junto a sus ojos las tibias suavidades,
-los dulces contornos, los finos colores de aquella carne desconocida;
-y la agitación del infeliz iba en aumento, sentía crecer dentro de
-sí algo animado por el espíritu de la rebelión; la virilidad que se
-vengaba de tantos años de olvido inflamando su organismo, haciendo que
-zumbasen sus oídos, enturbiando su vista y dilatando todo su ser, como
-si fuese a estallar a impulsos del deseo contenido y falto de escape.
-
-Aquello era la tentación en toda regla; pensó en los santos eremitas,
-en San Antonio, tal como le había visto en los cuadros, cubriéndose
-los ojos ante impúdicas beldades, tras cuyas seducciones se ocultaban
-los diablos repugnantes; pero allí no había espíritus malignos por
-parte alguna: lo único real que acompañaba a las evocadones de su
-imaginación, era la cálida noche con aquel suave ambiente de alcoba
-cerrada y los ruidos misteriosos del campo que sonaban como besos.
-
-Ellos, allá, en el tibio lecho, rodeados de la discreta oscuridad que
-había de guardar en profundo secreto los delirios de la más grata de
-las iniciaciones; él, solo, inaccesible a toda efusión, planta parásita
-en un mundo que vive por el amor, sintiendo penetrar hasta su tuétano
-el eterno frío de aquella cama de célibe.
-
-De allá lejos, de la blanca casita, parecía salir un soplo de fuego que
-le envolvía, calcinando su carne hasta convertirla en cenizas. Creyó
-que la vista de aquel nido de amores y la voluptuosa noche eran lo que
-le excitaba, y huyó de la ventana, moviéndose a ciegas en su lóbrega
-habitación.
-
-No había calma para él. También en aquella lobreguez la veía,
-creyendo sentir en su cuello el roce de los turgentes brazos y en
-sus labios ardorosos aquel fresco beso que le había despertado de
-su desvanecimiento el día de la primera misa. La combustión interna
-seguía, y el sufrimiento ya no era moral, pues la tensión de todo su
-ser producíale agudos dolores.
-
-¡Aire! ¡frescura! Y en el silencio de la lóbrega habitación sonó un
-chapoteo de agua removida, los suspiros de desahogo del pobre cura al
-sentir la glacial caricia en su abrasada piel.
-
-Lentamente volvió a la ventana, calmado por la fría inmersión. Un
-sentimiento de profunda tristeza le dominaba. Se había salvado, pero
-era momentáneamente: dentro de él llevaba el enemigo, el pecado que
-acechaba pronto a dominarle y vencerle, y aquella tremenda lucha
-reaparecería al día siguiente, al otro y al otro, amargando su
-existencia mientras el ardor de una robusta juventud animase su cuerpo.
-¡Cuán sombrío veía el porvenir! Luchar contra la Naturaleza, sentir en
-su cuerpo una glándula que trabajaba incesantemente y que con solo la
-voluntad había de anular, vivir como un cadáver en un mundo que desde
-el insecto al hombre rige todos sus actos por el amor parecíale el
-mayor de los sacrificios.
-
-La ambición, el deseo de emanciparse de la miseria, le había enterrado.
-Cuando creía subir a envidiadas alturas, veíase cayendo en lobregueces
-de fondo desconocido.
-
-Sus compañeros de pobreza, los que sufrían hambre y doblaban la espalda
-sobre el surco, eran más felices que él, conocían aquel atractivo
-misterio que acababa de revelarse y que el deber le obligaba a ignorar
-eternamente.
-
-Bien pagaba su encumbramiento. ¡Maldita idea la de aquella buena
-señora que quiso hacer un sacerdote del mocetón fornido, que antes que
-continencias necesitaba esparcimientos y escapes para su plétora de
-vida!
-
-Subía, sí, pero encadenado para siempre; se hallaba por encima de las
-gentes entre las que nació, pero recordaba sus estudios clásicos, la
-fábula del audaz Prometeo, y se veía amarrado para siempre a la roca
-inconmovible de la fe jurada, indefenso y a merced de la pasión carnal
-que le devoraba las entrañas.
-
-Su firme devoción de campesino aterrábase ante la idea de ser un mal
-sacerdote: el sexo, que había despertado en él para siempre como
-inacabable tormento, desvanecía toda esperanza de tranquilidad; y en
-este conflicto, el cura, asustado ante el porvenir, se entregó al
-desaliento e inclinando su cabeza sobre el alféizar, cubriéndose los
-ojos con las manos, lloró por los pecados que no había cometido y por
-aquel error que había de acompañarle hasta la tumba.
-
-Una húmeda sensación de frescura le hizo volver en sí.
-
-Amanecía. Por la parte del mar rasgábase la noche marcando una faja de
-luminoso azul: la verdura de la vega y la dentellada línea de montañas
-iban fijando sus esfumados contornos; lanzaban sus últimos parpadeos
-las estrellas, rodaba el fiero alerta de los gallos de alquería, y las
-alondras, como alegres notas envueltas en volador plumaje, rozaban las
-cerradas ventanas anunciando la llegada del día.
-
-¡Magnífico despertar! Tal vez a aquella hora Toneta, recogiéndose el
-cabello y cubriendo púdicamente con el blanco lienzo los encantos
-que solo un hombre había de conocer, saltaba de la cama y abría el
-ventanillo de su _estudi_ para que la aurora purificarse el ambiente de
-pasión y voluptuosidad.
-
-El cura salió de su cuarto con los ojos enrojecidos y la frente
-contraída por penosa arruga, perenne recuerdo de aquella noche de bodas
-en que la compañera de su infancia había visto de cerca el amor, y él
-se había unido con la desesperación, la más fiel de las esposas.
-
-Abajo en la cocina encontró a su madre que preparaba el desayuno, y la
-pobre vieja no pudo comprender aquella amarga mirada de reproche que el
-cura le lanzó al pasar.
-
-Paseó maquinalmente por el corral hasta que sus pies tropezaron con
-una espuerta de esparto, vieja, rota, cubierta por una costra de
-basura, igual a la que él llevaba a la espalda cuando niño.
-
-Era el pasado que reaparecía para echarle en cara su infidelidad.
-
-¿No se había emancipado de la miseria de su clase? Pues ya lo tenía
-todo; que comiera, que se regodeara con la satisfacción de ser
-considerado como un ser superior.
-
-Lo otro, lo desconocido, lo que le hacía temblar con intensa emoción,
-era para los infelices, para los que luchaban por la vida.
-
-El cura gimió con desesperación, sintiendo en torno de él el vacío y
-la frialdad, pensando que si sus manos, ahora consagradas, hubiesen
-seguido porteando el mísero capazo, estaría en tal instante arrebujado
-en aquella blanda cama del _estudi_ nupcial, viendo como Toneta, al
-aire sus hermosos brazos y marcada bajo el fino lienzo su robustez
-armoniosa, se contemplaba en el espejo sonriendo ruborizada con los
-recuerdos de la noche de bodas.
-
-Y el pobre cura lloró como un niño; lloró hasta que el esquilón de la
-iglesia con su gangueo de vieja comenzó a llamarle a la misa primera.
-
-
-
-
-La corrección
-
-
-A las cinco, la corneta de la cárcel lanzaba en el patio su escandalosa
-diana, compuesta de sonidos discordantes y chillones, que repetían como
-poderoso eco las cuadras silenciosas, cuyo suelo parecía enladrillado
-con carne humana.
-
-Levantábanse de la almohada trescientas caras soñolientas, sonaba
-un verdadero concierto de bostezos, caían arrolladas las mugrientas
-mantas, dilatábanse con brutal desperezamiento los robustos e inactivos
-brazos, liábanse los tísicos colchones conocidos por _petates_ en el
-mísero antro y comenzaba la agitación, la diaria vida en el edificio
-antes muerto.
-
-En las extensas piezas, junto a las ventanas abarrotadas, por donde
-entraba el fresco matinal renovando el ambiente cargado por el vaho del
-amontonamiento de la carne, formábanse los grupos, las tertulias de la
-desgracia, buscándose los hombres por la identidad de sus hechos; los
-delincuentes por sangre eran los más, inspirando confianza y simpatía
-con sus rostros enérgicos, sus ademanes resueltos y su expresión de
-pundonor salvaje; los ladrones, recelosos, solapados, con sonrisa
-hipócrita; entre unos y otros, cabezas con todos los signos de la
-locura o la imbecilidad, criminales instintivos de mirada verdosa
-y vaga, frente deprimida y labios delgados, fruncidos por cierta
-expresión de desdén; testas de labriego extremadamente rapadas, con las
-enormes orejas despegadas del cráneo; peinados aceitosos con los bucles
-hasta las cejas; enormes mandíbulas, de esas que solo se encuentran en
-las especies feroces inferiores al hombre; blusas rotas y zurcidas;
-pantalones deshilachados y muchos pies gastando la dura piel sobre los
-rojos ladrillos.
-
-A aquella hora asomaban en las piezas las galoneadas gorras de los
-empleados, saludados con el respeto que inspira la autoridad donde
-impera la fuerza; pasaban los cabos, vergajo al puño, con sus birretes
-blancos, escasos de tela, como de cocinero de barco pobre, y comenzaban
-los _quinceneros_ la limpieza de la casa, la descomunal batalla contra
-la mugre y la miseria que aquel amontonamiento de robustez inútil
-dejaba como rastro de vida al agitarse dentro del sombrío edificio.
-
-Los _quinceneros_ eran la última capa de aquella sociedad de
-miserables, los parias de la esclavitud, los desheredados de la
-cárcel. El último de los presos resultaba para ellos un personaje
-feliz, y le contemplaban con envidia al verle inmóvil en _la pieza_,
-haciendo calcetas con estrambóticos arabescos o tejiendo cestillos de
-abigarrados colores.
-
-Con la escoba al hombro y arrastrando los cubos de agua, pasaban
-macilentos y humildes ante los penados, pensando en cuándo llegarían a
-ser _de causa_ y tendrían el honor de sentarse en el banquillo de la
-Audiencia por _algo gordo_, librándose con esto de doblar todo el día
-el espinazo sobre los rojos baldosines e ir pieza tras pieza lavando el
-hediondo piso sin quitar la vista del cabo y del cimbreante vergajo,
-pronto a arrollarse al cuerpo como angulosa serpiente.
-
-Iban descalzos, andrajosos, mostrando por los boquetes de la blusa la
-carne costrosa, libre de camisa; con la cara pálida, la piel temblona
-por el hambre de muchos años y el horrible aspecto de náufragos
-arrojados a una isla desierta. Eran los chicos de la cárcel, los que se
-preparaban a ser hombres en aquel horrible antro, siempre condenados a
-quince días de arresto que no terminaban nunca, pues apenas los ponían
-en la puerta y aspiraban el aire de las calles, la policía, como madre
-amorosa, devolvíalos a la cárcel para atribuirse un servicio más e
-impedir que la adolescencia desamparada aprendiese malas cosas rodando
-por el mundo.
-
-Eran en su mayoría seres repulsivos, frentes angostas con un cerquillo
-de cabellos rebeldes que sombreaban como manojo de púas las rectas
-cejas; rostros en los que parecía leerse la fatal herencia de varias
-generaciones de borrachos y homicidas; carne nacida del libertinaje
-brutal que estaba aderezándose para ser pasto del presidio; pero entre
-ellos había muchachos enclenques e insignificantes, de mirada sin
-expresión, que parecían esforzarse por seguir a los compañeros en su
-oscuro descenso; y extremando la ley de castas hasta lo inverosímil,
-resultaban los víctimas de aquellos mismos que pasaban como esclavos de
-los presos.
-
-El más infeliz era el _Groguet_, un muchacho paliducho y débil por el
-excesivo crecimiento y sin energías para protestar. Cargaba con los
-enormes cubos, y agobiado bajo su peso subía la interminable escalera,
-pensando en el tiempo feliz en que tenía por casa toda la ciudad,
-durmiendo en verano sobre los cuévanos del Mercado y apelotonándose en
-el invierno en el quicio del respiradero de alguna cuadra.
-
-Castigábanle por torpe. Muchas veces, al cruzar el patio, quedábase
-mirando aquel sol que se detenía en el borde de los sombríos paredones,
-sin atreverse nunca a bajar hasta el húmedo suelo; y cuando el
-vergajo le avivaba el paso, lanzaba entre dientes un ¡_mare mehua_!
-y le parecía ver la _paraeta_ del Mercado, aquella mesilla coja con
-la calabaza recién salida del horno; tras la cual estaba su madre
-cambiando ochavos por melosas rebanadas y peleándose por la más leve
-palabra con todas las de los puestos vecinos que la hacían competencia.
-
-Ya habían pasado muchos años, pero él se acordaba, como si estuviera
-viéndolo, de aquellos ojos sin pestañas, ribeteados de rojo, horribles
-para los demás, pero amorosos para él; de aquella mano seca que al
-acariciarle la cerdosa cabeza manchábala de pringue meloso; de aquella
-cama en que soñaba abrazado a su madre, y ahora... ahora dormía en una
-manta que le prestaba por caridad alguno de _su pieza_; y si en verano
-se tendía sobre ella, en invierno servíale para taparse, recostando el
-cuerpo sobre los húmedos baldosines, resignado a helarse por debajo con
-tal de sentir arriba un poco de calor.
-
-Niño, a pesar de sus amarguras, vendía el pan de la cárcel por diez
-céntimos para una partida de pelota en el patio o un racimo de uvas, y
-a la hora del rancho echábase a la espalda la mano izquierda, y mirando
-con envidia a los que empuñaban un mendrugo, hundía su cuchara en el
-insípido rancho para engañar el estómago con ilusorio alimento.
-
-Y así vivía, sin estar aún enterado de por qué razones se preocupaban
-de él y lo enviaban a la cárcel quince días, para volver a meterlo
-apenas pisaba la calle. Le cogió la policía en una de sus redadas;
-pilláronle en el Mercado, su casa solariega: tal vez conocían su
-afición a la fruta, que él consideraba de posesión común, y desde
-entonces viose condenado a no gozar de libertad más que unas pocas
-horas cada quince días.
-
-Sabía que le pillaban por _blasfemo_. ¿Qué sería aquello? Y, sin
-saber por qué, recordaba que los agentes, cuando intentaba escaparse,
-le daban de bofetadas con acompañamiento de interjecciones en que
-barajaban a Dios y los santos.
-
-El muchacho, siempre en la duda de qué significaría su título de
-_blasfemo_, resignábase con su suerte, sin sospechar que se publicaban
-periódicos con sueltos escritos por los mismos interesados en que se
-hablaba del gran servicio prestado el día anterior por el cabo Fulano
-_y fuerza a sus órdenes_, prendiendo al terrible criminal conocido por
-el _Groguet_.
-
-Y aquel bandido de quince años iba creciendo en la cárcel, trabajando
-como una bestia, aprendiendo a ratos perdidos el _caló_ del crimen,
-oyendo la novelesca relación de interesantes atracos y mirando como
-hombres sublimes a los _carteristas_ y _enterradores_, señores muy
-listos y bien portados que iban por el patio con sortijas y reloj de
-oro y que tiraban el dinero, siendo reverenciados por todos los presos.
-¡Ay! ¡Si él pudiese llegar por el tiempo a la altura de aquellos _tíos_!
-
-Pero sus aspiraciones eran más modestas. Había nacido para bestia de
-carga y solo deseaba que le dejasen trabajar con tranquilidad; que no
-fuesen a buscarle cuando no se metía con nadie.
-
-En una de sus salidas quiso vender periódicos, pero apenas lanzó los
-primeros gritos, ya tenía en el cuello la zarpa de un tío bigotudo, de
-aquel mismo de quien decía en la cárcel la gente _de la marcha_ que
-poniéndole dos o tres duros en la mano era capaz de no ver el sol en
-mitad del día y de dejar que robasen un reloj en sus mismas narices.
-
-Otra vez, al cumplir la quincena, levantó el vuelo y no paró hasta el
-puerto, donde con un saco en la cabeza a guisa de caperuza, dedicábase
-a la descarga de carbón, andando con la agilidad de una mona por
-el madero tendido entre el muelle y el vapor inglés. Lo pasaba tan
-ricamente; comía de caliente, ¡y con pan! en una taberna; pero a los
-pocos días quiso su desgracia que asomase por allí los bigotes uno de
-sus sayones, y otra vez a la cárcel para que pudiera publicarse con
-fundamento la consabida gacetilla sobre el terrible _Groguet_ y el
-inmenso servicio del cabo Fulano _y fuerza a sus órdenes_.
-
-Así iba corrigiéndose el bandido de sus terribles crímenes, que él
-no sabía cuáles fuesen, y oyendo a los ladrones la relación de sus
-hazañas, estremeciéndose al escuchar el relato de los asesinos y
-teniendo que resistirse a monstruosas solicitudes que le aterraban,
-preparábase para ser hombre honrado cuando la policía le quisiera dejar
-tranquilo.
-
-No le cogerían más; estaba decidido: aquella era la última quincena
-que pasaría. Cuando terminase no se detendría ni un instante en la
-ciudad; iría al puerto para esconderse en cualquier barco; se metería
-bajo los asientos de un vagón de ferrocarril; el propósito era huir
-lejos, muy lejos, donde no sacasen al _Groguet_ en letras de molde ni
-le conociera ningún cabo Fulano.
-
-Y el muchacho, que antes vivía en la cárcel con resignada indiferencia,
-esperó impaciente el término de la quincena.
-
-Por fin llegó el momento. El _Groguet_ a la calle con todo lo que tenga.
-
-¡Lo que él tenía! Valiente sarcasmo. Ganas de trabajar, de regenerarse,
-de verse libre de aquella estúpida persecución... y nada más.
-
-Se sacudió como un perro mojado antes de salir de la pieza; no se
-limpió de los zapatos el polvo de la cárcel, porque carecía de ellos, y
-lanzose por el entreabierto rastrillo como un gorrión fuera de la jaula.
-
-Vamos, que ahora se fastidiaba para siempre el tío de los bigotes.
-
-Pero se detuvo en el umbral, aterrado como ante una visión: allí estaba
-él, en la pared de enfrente, con otro fariseo de su clase, sonriendo
-los dos como si les complaciera el terror del muchacho.
-
-Intentó escapar; pero inmediatamente sintió la velluda zarpa en el
-cuello y fue zarandeado con acompañamiento de... esto y aquello en Dios
-y la Virgen.
-
-Como medida de previsión otra quincena. Y sin dar gracias a la
-sociedad, que se preocupaba de él para mejorar su índole perversa,
-atravesó otra vez el portón en busca del vergajo que enseña y de las
-conversaciones de la cárcel que moralizan.
-
-Iba preso de nuevo por _blasfemo_. Y lo mejor del caso era que al salir
-de la cárcel no había abierto la boca y únicamente al sumirse de nuevo
-tras el férreo rastrillo, pensando, sin duda, en los ojos enrojecidos y
-sin pestañas y en la mano huesosa y acariciadora, murmuraba, abatido su
-lamento de los grandes dolores:
-
---¡_Ay, mare mehua_!
-
-
-
-
-Guapeza valenciana
-
-
-I
-
-Buenos parroquianos tuvo aquella mañana el cafetín del _Cubano_.
-La flor de la guapeza, los valientes más valientes que campaban en
-Valencia por sus propios méritos; todos cuantos vivían a estilo de
-caballero andante por la fuerza de su brazo; los que formaban la
-guardia de puertas en las timbas, los que llevaban la parte de terror
-en la banca, los que iban a tiros o cuchilladas en las calles, sin
-tropezar nunca, en virtud de secretas inmunidades, con la puerta
-del presidio, estaban allí, bebiendo a sorbos la copita matinal de
-aguardiente, con la gravedad de buenos burgueses que van a sus negocios.
-
-El dueño del cafetín les servía con solicitud de admirador entusiasta,
-mirando de reojo todas aquellas caras famosas, y no faltaban chicuelos
-de la vecindad que asomaban curiosos a la puerta, señalando con el dedo
-a los más conocidos.
-
-La baraja estaba completa. ¡Vive Dios! que era un verdadero
-acontecimiento ver reunidos en una sola familia, bebiendo
-amigablemente, a todos los guapos que días antes tenían alarmada la
-ciudad y cada dos noches andaban a tiros por Pescadores o la calle de
-las Barcas, para provecho de los periódicos noticieros, mayor trabajo
-de las casas de Socorro y no menos fatiga de la policía, que echaba a
-correr a los primeros rugidos de aquellos leones, que se disputaban el
-privilegio de vivir a costa de un valor más o menos reconocido.
-
-Allí estaban todos. Los cinco hermanos _Bandullos_, una dinastía que al
-mamar llevaba ya cuchillo; que se educó degollando reses en el Matadero
-y con una estrecha solidaridad lograba que cada uno valiera por cinco y
-el prestigio de la familia fuese indiscutible. Allí Pepet, un valentón
-rústico que usaba zapatos por la primera vez en su vida y había sido
-extraído de la Ribera por un dueño de timba, para colocarlo frente
-a los terribles _Bandullos_, que le molestaban con sus exigencias y
-continuos tributos; y en torno de estas eminencias de la profesión,
-hasta una docena de valientes de segunda magnitud, gente que pasaba la
-vida penando por no trabajar; guardianes de casa de juego que estaban
-de vigilancia en la puerta desde el mediodía hasta el amanecer, por
-ganarse tres pesetas, lobos que no habían hecho aún más que morder
-a algún señorito enclenque o asustar a los municipales, maestros de
-cuchillo que poseían golpes secretos e irresistibles, a pesar de lo
-cual habían perdido la cuenta de las bofetadas y palos recibidos en
-esta vida.
-
-Aquello era una fiesta importantísima, digna de que la voceasen por la
-noche los vendedores de _La Correspondencia_ a falta de «¡el crimen de
-hoy!»
-
-Iban todos a comerse una paella en el camino de Burjasot, para
-solemnizar dignamente las paces entre los _Bandullos_ y Pepet.
-
-Los hombres, cuanto más hombres, más serios para ganarse la vida.
-
-¿Qué se iba adelantando con hacerse la guerra sin cuartel y reñir
-batalla todas las noches? Nada; que se asustaran los tontos y rieran
-los listos, pero, en resumen, ni una peseta, y los padres de familia
-expuestos a ir a presidio.
-
-Valencia era grande y había pan para todos. Pepet no se metería para
-nada con la timba que tenían los _Bandullos_, y estos le dejarían con
-mucha complacencia que gozase en paz lo que sacara de las otras.
-
-Y en cuanto a quiénes eran más valientes, si los unos o el otro, eso
-quedaba en alto y no había por qué mentarlo: todos eran valientes y
-se iban rectos al bulto: la prueba estaba en que después de un mes de
-buscarse, de emprenderse a tiros o cuchillo en mano, entre sustos de
-los transeúntes, corridas y cierres de puertas, no se habían hecho el
-más ligero rasguño.
-
-Había que respetarse, caballeros, y campar cada uno como pudiera.
-
-Y mediando por ambas partes excelentes amigos, se llegó al arreglo.
-
-Aquella buena armonía alegraba el alma, y los satélites de ambos bandos
-conmovíanse en el cafetín del _Cubano_ al ver cómo los _Bandullos_
-mayores, hombres sesudos, carianchos y cuidadosamente afeitados
-con cierto aire monacal, distinguían a Pepet y le ofrecían copas y
-cigarros; finezas a las que respondía con gruñidos de satisfacción
-aquel gañán ribereño, negro, apretado de cejas, enjuto y como cohibido
-al no verse con alpargatas, manta y retaco al brazo, tal como iba en
-su pueblo a ejecutar las órdenes del cacique. De su nuevo aspecto solo
-le causaba satisfacción la gruesa cadena de reloj y un par de sortijas
-con enormes culos de vaso, distintivos de su fortuna que le producían
-infantil alegría.
-
-El único que en la respetable reunión podía meter la pata era el menor
-de los _Bandullos_: un chiquillo fisgón e insultadorcillo que abusaba
-del prestigio de la familia, sin más historia ni méritos que romper el
-capote a los municipales o patear el farolillo de algún sereno siempre
-que se emborrachaba; hazañas que obligaban a sus poderosos hermanos a
-echar mano de las influencias pidiendo a este y al otro que tapasen
-tales tonterías a cambio de sus buenos servicios en las elecciones.
-
-Él era el único que se había opuesto a las paces con Pepet, y no
-mostraba ahora en un día de concordia y olvido, la buena crianza de
-sus hermanos. Pero ya se encargarían estos de meter en cintura a aquel
-bicho ruin que no valía una bofetada y quería perder a los hombres de
-mérito.
-
-Salieron todos del cafetín formando grupo por el centro del arroyo, con
-aire de superioridad, como si la ciudad entera fuese suya, saludados
-con sonriente respeto por las parejas de agentes que estaban en las
-esquinas.
-
-¡Vaya una partida! Marchaban graves, como si la costumbre de hacer
-miedo les impidiese sonreír; hablaban lentamente, escupiendo a cada
-instante, con voz fosca y forzada, cual si la sacaran de los talones, y
-se llevaban las manos a las sienes atusándose los bucles y torciendo el
-morro con compasivo desprecio a todo cuanto les rodeaba.
-
-Por un contraste caprichoso, aquellos buenos mozos malcarados exhibían
-como gala el pie pequeño, usaban botas de tacón alto adornadas con
-pespuntes, lo que les daba cierto aire de afeminamiento, así como los
-pantalones estrechos y las chaquetas ajustadas, marcando protuberancias
-musculosas o míseros armazones de piel y huesos en que los nervios
-suplían a la robustez.
-
-Los había que empuñaban escandalosos garrotes o barras de hierro
-forradas de piel, golpeando con estrépito los adoquines, como si
-quisieran anunciar el paso de la fiera; pero otros usaban bastoncillos
-endebles o no se apoyaban en nada, pues bastante compañía llevaban
-sobre las caderas con el cuchillo como un machete y la pistola del
-quince, más segura que el revólver.
-
-Aquel desfile de guapos detúvose en todos los cafetines del tránsito
-para refrescar con medias libras de aguardiente, convidando a los
-policías conocidos que encontraban al paso, y cerca de las doce
-llegaron a la alquería del camino de Burjasot, donde la paella
-burbujeaba ya sobre los sarmientos, faltando solo que la echasen el
-arroz.
-
-Cuando se sentaban a comer estaban medio borrachos, mas no por esto
-perdieron su fúnebre y despreciativa gravedad.
-
-
-II
-
-Eran gentes de buenas tragaderas y pronto salió a luz el fondo de
-la sartén, viéndose por los profundos agujeros que las cucharas de
-palo abrían en la masa de arroz el meloso _socarraet_, el bocado más
-exquisito de la paella.
-
-De vino, no digamos. A un lado estaba el pellejo, vacío, exangüe,
-estremeciéndose con las convulsiones de la agonía, y las rondas eran
-interminables, pasando de mano en mano los enormes vasos, en cuyo negro
-contenido nadaban los trozos de limón, para hacer más aromático el
-líquido.
-
-A los postres, aquellas caras perdieron algo de su máscara feroz; se
-reía y bromeaba, con la pretina suelta para favorecer la digestión y
-lanzando poderosos regüeldos.
-
-Salían a conversación todos los amigos que se hallaban ausentes
-por voluntad o por fuerza; el tío _Tripa_, que había muerto hecho
-un santo después de una vida de trueno; los _Donsainers_, huidos a
-Buenos Aires por unos golpes tan mal dados, que el asunto no se pudo
-arreglar aun mediante el mismo gobernador de la provincia, y la gente
-de menor cuantía que estaba en San Agustín o San Miguel de los Reyes,
-inocentones que se echaron a valientes sin contar antes con buenos
-protectores.
-
-¡Cristo! Que era una lástima que hombres de tanto mérito hubieran
-muerto o se hallaran pudriendo en la cárcel o en el extranjero.
-Aquellos eran valientes de verdad, no los de ahora, que son en
-su mayoría unos muertos de hambre, a quienes la miseria obliga a
-echárselas de guapo a falta de valor para pegarse un tiro.
-
-Esto lo decía el _Bandullo_ pequeño, aquel trastuelo, que se había
-propuesto alterar la reunión, pinchando a Pepet, y a quien sus
-hermanos lanzaban severas miradas por su imprudencia. ¡Criatura más
-comprometedora! Con chicos no puede irse a ninguna parte.
-
-Pero el escuerzo ruin no se daba por entendido. Tenía mal vino y
-parecía haber ido a la paella por el solo gusto de insultar a Pepet.
-
-Había que ver su cara enjuta, de una palidez lívida, con aquel lunar
-largo y retorcido, para convencerse de que le dominaba el afán de
-acometividad, el odio irreconciliable que lucía en sus ojos y hacía
-latir las venas de su frente.
-
-Sí señor; él no podía transigir con ciertos valientes que no tienen
-corazón, sino estómago hambriento; _ruqueròls_ que olían todavía al
-estiércol de la cuadra en que habían nacido y venían a estorbar a las
-personas decentes. Si otros querían callar, que callasen. Él no; y no
-pensaba parar hasta que se viera que toda la guapeza de esos tales era
-mentira, cortándoles la cara y lo de más allá.
-
-Por fortuna estaban presentes los _Bandullos_ mayores, gente sesuda que
-no gustaba de compromisos más que cuando eran irremediables. Miraban a
-Pepet, que estaba pálido, mascando furiosamente su cigarro, y le decían
-al oído, excusando la embriaguez del pequeño:
-
---_No fases cas_: está _bufat_.
-
-Pero buena excusa era aquella con un bicho tan rabioso. Se crecía ante
-el silencio e insultaba sin miedo alguno.
-
-Lo que él decía allí lo repetía en todas partes. Había muchos
-embusteros. Valientes de _matamòrta_ como los melones malos. Él
-conocía un guapo que se creía una fiera porque le habían vestido de
-señor; mentira, todo mentira. El muy fachenda, hasta intentaba presumir
-y le hacía corrococos a María la _Borriquera_, la cordobesa que cantaba
-flamenco en el café de la Peña... ¡Ya voy!... Ella se burlaba del muy
-bruto; tenía poco mérito para engañarla; la chica se reservaba para
-hombres de valía, para valientes de verdad; él, por ejemplo, que estaba
-cansado de acompañarla por las madrugadas cuando salía del café.
-
-Ahora sí que no valieron las benévolas insinuaciones de los hermanos
-mayores. Pepet estaba magnífico, puesto de pie, irguiendo su poderoso
-corpachón, con los ojos centelleantes bajo las espesas cejas y
-extendiendo aquel brazo musculoso y potente, que era un verdadero
-ariete.
-
-Respondía con palabras que la ira cortaba y hacía temblar:
-
---_Això_ es mentira. ¡_Mocós_!
-
-Pero apenas había terminado, un vaso de vino le fue recto a los ojos,
-separándolo Pepet de una zarpada e hiriéndose el dorso de la mano con
-los vidrios rotos.
-
-Buena se armó entonces... Las mujeres de la alquería huyeron dentro
-lanzando agudos chillidos; todo el honorable concurso saltó de sus
-silletas de cuerda, rascándose el cinto, y allí salió a relucir un
-verdadero arsenal: navajas de lengua de toro, cuchillos pesados y
-anchos como de carnicería, pistolas que se montaban con espeluznante
-ruido metálico.
-
-La reunión dividiose instantáneamente en dos bandos. A un lado los
-_Bandullos_ cuchillo en mano, pálidos por la emoción, pero torciendo
-el morro con desprecio ante aquellos mendigos que se atrevían a
-emanciparse, y al otro, rodeando a Pepet, todos, absolutamente
-todos los convidados, gente que había sobrellevado con paciencia el
-despotismo de la familia bandullesca y que ahora veía ocasión para
-emanciparse.
-
-Miráronse en silencio por algunos segundos, queriendo cada uno que los
-otros empezaran.
-
-¡Vaya, caballeros! La cosa no podía quedar así... Allí se había
-insultado a un hombre, y de hombre a hombre no va nada.
-
-Al fin, el reñir es de hombres.
-
-Era una lástima que la fiesta terminase mal, pero entre hombres ya
-se sabe; hay que estar a todo. Dejar sitio y que se las arreglen los
-hombres como puedan.
-
-Los amigos de Pepet, que estaban en sus glorias y se mostraban fieros
-por la superioridad del número, colocáronse ante los _Bandullos_
-mayores, cortándoles el paso con los cuchillos y sus palabras.
-
-En ocasiones como aquella había que demostrar la entraña de valiente.
-Nada importaba que fuese su hermano. Había insultado y debía probar sin
-ayuda ajena que tenía tanto de aquello como de lengua.
-
-Pero las razones eran inútiles. Estaban frente a frente los dos
-enemigos, a la puerta de la alquería, bajo aquella hermosa parra
-por entre cuyos pámpanos se filtraban los rayos del sol dorando las
-telarañas que envolvían las uvas.
-
-El pequeño, extendiendo la diestra armada de ancha faca y cubriéndose
-el pecho con el brazo izquierdo, saltaba como una mona haciendo gala
-de la esgrima presidiaria aprendida en los corralones de la calle de
-Cuarte.
-
-Todos callaban. Oíase el zumbido de los moscardones en aquella tibia
-atmósfera de primavera, el susurrar de la vecina acequia, el murmullo
-del trigo agitando sus verdes espigas y el chirriar lejano de algún
-carro, junto con los gritos de los labradores que trabajaban en sus
-campos.
-
-Iba a correr sangre, y todos avanzaban el pescuezo con malsana
-curiosidad, para dar faltas y buenas sobre el modo de reñir.
-
-El bicho maldito no se inquietaba y seguía insultando. ¡A ver! Que se
-atracara aquel guapo y vería cuán pronto le echaba la _tanda_ al suelo.
-
-Y vaya si se atracó. Pero con un valor primitivo; no con la arrogancia
-del león, sino con la acometividad del toro; bajando la dura testa,
-encorvando su musculoso pecho con el impulso irresistible de una
-catapulta.
-
-De una zarpada se llevó por delante tambaleando y desarmado al pequeño
-_Bandullo_, y antes de que cayera al suelo le hundió el cuchillo en un
-costado, de abajo arriba, con tal fuerza, que casi lo levantó en el
-aire.
-
-Cayó el chicuelo llevándose ambas manos al costado, a la desgarrada
-faja, que rezumaba sangre, y hubo un murmullo de asombro casi semejante
-a un aplauso.
-
-¡Buen pájaro era aquel Pepet! Cualquiera se metía con un bruto así.
-
-Los _Bandullos_ lanzáronse sobre su caído hermano, trémulos de coraje,
-y hubo de ellos que requirieron sus armas con desesperación, como
-dispuestos a cerrar con aquel numeroso grupo de enemigos y morir
-matando para desagravio de la familia, que no podía consentir tal
-deshonra.
-
-Pero les contuvo un gesto imperioso del hermano mayor, Néstor, de la
-familia, cuyas indicaciones seguían todos ciegamente. Aún no se había
-acabado el mundo. Lo que él aconsejaba y siempre salía bien: paciencia
-y mala intención.
-
-El pequeño, pálido, casi exánime, echando sangre y más sangre por entre
-la faja, fue llevado por sus hermanos a la tartana, que aguardaba cerca
-de la alquería desde que trajo por la mañana todo el _arreglo_ de la
-paella.
-
-¡Arrea, tartanero!... ¡Al Hospital! Donde van los hombres cuando están
-en desgracia.
-
-Y la tartana se alejó dando tumbos, que arrancaban al herido rugidos de
-dolor.
-
-Pepet limpió su cuchillo con hojas de ensalada que había en el suelo,
-lo lavó en la acequia y volvió a guardarlo con tanto cariño como si
-fuese un hijo.
-
-El ribereño había crecido desmesuradamente a los ojos de todos
-aquellos emancipados que le rodeaban, y de regreso a Valencia, por la
-polvorienta carretera, se quitaban la palabra unos a otros para darle
-consejos.
-
-A la policía no había que tenerle cuidado. Entre valientes era de rigor
-el silencio. El pequeño diría en el Hospital que no conocía a quien
-le hirió, y si era tan ruin que intentara cantar, allí estarían sus
-hermanos para enseñarle la obligación.
-
-A quien debía mirar de lejos era a los _Bandullos_ que quedaban sanos.
-Eran gente de cuidado. Para ellos, lo importante era pegar, y si no
-podían de frente, lo mismo les daba a traición. ¡Ojo, Pepet! Aquello no
-lo perdonarían, más que por el hermano, por el buen sentimiento de la
-familia.
-
-Pero al valentón ribereño aún le duraba la excitación de la lucha y
-sonreía despreciativamente. Al fin aquello tenía que ocurrir. Había
-venido a Valencia para pegarles a los _Bandullos_; donde estaba él no
-quería más guapos; ya había asegurado a uno; ahora que fuesen saliendo
-los otros y a todos los arreglaría.
-
-Y como prueba de que no tenía miedo, al pasar el puente de San José
-y meterse todos en la ciudad amenazó con un par de guantadas al que
-intentara acompañarle.
-
-Quería ir solo por ver si así le salían al paso aquellos enemigos.
-Conque... ¡largo, y hasta la vista!
-
-¡Qué hígado de hombre! Y la turba bravucona se disolvió, ansiosa de
-relatar en cafetines y timbas la caída de los _Bandullos_, añadiendo
-con aire de importancia que habían presenciado la terrible _gabinetá_
-de aquel valentón que juraba el exterminio de la familia.
-
-Bien decía el ribereño que no tenía miedo ni le inquietaban los
-_Bandullos_. No había más que verle a las once de la noche marchando
-por la calle de las Barcas con desembarazada confianza.
-
-Iba a la Peña, a oír a su adorada novia la _Borriquera_.
-
-¡Mala pécora! Si resultaba cierto lo que aquel chiquillo insultador le
-había dicho antes de recibir el golpe, a ella le cortaba la cara, y
-después no dejaba botella ni títere sano en todo el café.
-
-Aún le duraba la excitación de la riña, aquella rabia destructora que
-le dominaba después de haber _hecho_ sangre.
-
-Ahora, antes que se enfriase, debieran salirle al encuentro los
-_Bandullos_, uno a uno o todos juntos. Se sentía con ánimos para de la
-primera rebanada partirlos en redondo.
-
-Estaba ya en la subida de la Morera, cuando sonó un disparo y el
-valentón sintió un golpe en la espalda, al mismo tiempo que se nublaba
-su vista y le zumbaban los oídos.
-
-¡Cristo! Eran ellos que acababan de herirle.
-
-Y llevándose la mano al cinto, tiró de su pistola del quince, pero
-antes de que volviera la cara, sonó otro disparo y Pepet cayó redondo.
-
-Corría la gente, cerrábanse las puertas con estrépito, sonaban pitos
-y más pitos al extremo de la calle, sin que por esto se viese un
-kepis por parte alguna, y aprovechándose del pánico abandonaron los
-_Bandullos_ la protectora esquina, avanzando cuchillo en mano hacia el
-inerte cuerpo, al que removieron de una patada como si fuese un talego
-de ropa.
-
---_Ben mòrt está._
-
-Y para convencerse más, se inclinó uno de ellos sobre la cabeza del
-muerto, guardándose algo en el bolsillo.
-
-Cuando llegaron los guardias y se amotinó la gente en torno del
-cadáver, esperando la llegada del juzgado, viose a la luz de algunos
-fósforos la cara moruna de Pepet el de la Ribera, con los ojos
-desmesurados y vidriosos y junto a la sien derecha una desolladura roja
-que aún manaba sangre.
-
-Le habían cortado una oreja como a los toros muertos con arte.
-
-
-III
-
-El entierro fue una manifestación.
-
-Aún quedaba sangre de valiente: la raza no iba a terminar tan pronto
-como muchos creían.
-
-Los amos de las casas de juego marchaban en primer término tras el
-ataúd, como afligidos protectores del muerto, y tras ellos todos los
-matones de segunda fila y los aspirantes a la clase; morralla del
-mercado y del matadero que esperaba ocasión para revelarse, y hacía sus
-ensayos de guapeza yendo a pedir alguna peseta en los billares o timbas
-de calderilla.
-
-Aquel cortejo de caras insolentes con gorrillas ladeadas y tufos en las
-orejas, hacía apartarse a los transeúntes, pensando en el gran golpe
-que se perdía la Guardia civil.
-
-¡Qué magnífica redada podía echarse!
-
-Pero no; había que respetar el dolor sincero de aquella gente, que
-lloraba al muerto con toda su alma, con una ingenuidad jamás vista en
-los entierros.
-
-¿Era así como se mataba a los hombres? ¡Cobardes!... ¡_morrals_!...
-¡y después querían los _Bandullos_ pasar por bravos! Santo y bueno que
-le hubiesen tirado el hígado al suelo riñendo cara a cara, pues a esto
-están expuestos los hombres que valen; pero matarlo por la espalda y
-con pistola para no acercarse mucho, era una canallada que merecía
-garrote. ¡Morir a manos de unos ruines un chico que tanto valía!
-Parecía imposible que la prensa no protestase y que la ciudad entera
-no se sublevara contra los _Bandullos_. ¿Y lo de cortarle la oreja?
-_Ambusteros_, más que _ambusteros_. Eso está bien que se haga con uno
-a quien se mata de frente; en casos así hay que guardar un recuerdo,
-pero... ¡vamos! cuando no hay de qué y solo tienen ciertas gentes
-motivo para avergonzarse, irrita que se pongan moños. Y lo más triste
-era que muerto Pepet, el valiente de verdad, el guapo entre los guapos,
-los _Bandullos_ camparían como únicos amos, y las personas decentes,
-que eran los demás, tendrían que juntarse para que les diesen las
-sobras y poder comer. ¡Tan tranquilos que estaban, amparados por aquel
-león de la Ribera que se había propuesto acabar con los _Bandullos_!...
-
-Los que más irritados se mostraban eran los neófitos, los aprendices
-que no habían estrenado la _tea_ que llevaban cruzada sobre los
-riñones; los que no tenían aún categoría para vivir de la tremenda,
-pero que sentían por Pepet la misma adoración de los salvajes ante un
-astro nuevo.
-
-Y todos ellos, que pretendían meter miedo al mundo con un solo gesto,
-lloraban en el cementerio, en torno de la fosa, al ver los húmedos
-terrones que caían sobre el ataúd.
-
-¿Y un hombre así, más bien plantado que el que paró al sol, se lo
-habían de comer la tierra y los gusanos?... ¡_Retapones_! aquello
-partía el corazón.
-
-La chavalería esperaba con ansiosa curiosidad las ceremonias de
-costumbre en tales casos; algo que demostrase al que se iba que aquí
-quedaba quien se acordaba de él.
-
-Sonó un _glu-glu_ de líquido, cayendo sobre la rellena fosa. Los
-compañeros de Pepet, foscos como sacerdotes de terrorífico culto,
-vaciaban botellas de vino sobre aquella tierra grasienta, que parecía
-sudar la corrupción de la vida.
-
-Y cuando se formó un charco rojizo y repugnante, toda aquella hermandad
-del valor malogrado tiró de las _teas_ y uno por uno fueron trazando en
-el barro furiosas cruces con la punta del cuchillo, al mismo tiempo que
-mascullaban terribles palabras mirando a lo alto, como si por el aire
-fueran a llegar volando los odiados _Bandullos_.
-
-Podía Pepet dormir tranquilo. Aquellos granujas recibirían las
-tornas... si es que se empeñaban en comérselo todo y no hacer parte a
-las personas decentes. ¡Lo juraban!
-
-Y al mismo tiempo que los cuchillos de la comitiva trazaban cruces
-en el cementerio, los _Bandullos_ entraban en el Hospital, graves,
-estirados, solemnes, como diplomáticos en importante misión.
-
-El pequeño sacaba por entre las sábanas su rostro exangüe, tan pálido
-como el lienzo, y únicamente en su mirada había una chispa de vida al
-preguntar con mudo gesto a sus hermanos.
-
-Debía saber algo de lo de la noche anterior y quería convencerse.
-
-Sí; era cierto. Se lo aseguraba su hermano mayor, el más sesudo de
-la familia. El que atacase a los _Bandullos_ tenía pena a la vida.
-Mientras viviesen todos, cada uno de los hermanos tendría la espalda
-bien cubierta. ¿No le habían prometido venganza? Pues allí estaba.
-
-Y desliando un trozo de periódico, arrojó sobre las sábanas un muñón
-asqueroso, cubierto de negros coágulos.
-
-El pequeño lo alcanzó sacando de entre las sábanas sus brazos
-enflaquecidos, ahogando con penosos estertores el dolor que sentía en
-las llagadas entrañas al incorporarse.
-
---_¡La orella!... ¡La orella d’eixe lladre!_
-
-Rechinaron sus dientes con los dos fuertes mordiscos que dio al
-asqueroso cartílago, y sus hermanos, sonriendo complacidos al
-comprender hasta dónde llegaba la furia de su cachorro, tuvieron que
-arrebatarle la oreja de Pepet para que no la devorase.
-
-
-
-
-El _femater_
-
-
-I
-
-El primer día que a Nelet le enviaron solo a la ciudad, su inteligencia
-de chicuelo torpe adivinó vagamente que iba a entrar en un nuevo
-período de su vida.
-
-Comenzaba a ser hombre. Su madre se quejaba al verle jugar a todas
-horas, sin servir para otra cosa, y el hecho de colgarle el capazo a
-la espalda enviándolo a Valencia a recoger estiércol equivalía a la
-sentencia de que en adelante tendría que ganarse el mendrugo negro y
-la cucharada de arroz, haciendo algo más que saltar acequias, cortar
-flautas en los verdes cañares o formar coronas de flores rojas y
-amarillas en los tupidos dompedros que adornaban la puerta de la
-barraca.
-
-Las _cosas_ iban mal. El padre, cuando no trabajaba los cuatro terrones
-en arriendo, iba con el viejo carro a cargar vino en Utiel; las
-hermanas estaban en la fábrica de sedas, hilando capullo; la madre
-trabajaba como una bestia todo el día, y el pequeñín, que era el gandul
-de la familia, debía contribuir con sus diez años, aunque no fuera más
-que agarrándose a la espuerta, como otros de su edad, y aumentando
-aquel estercolero inmediato a la barraca, tesoro que fortalecía las
-entrañas de la tierra, vivificando su producción.
-
-Salió de madrugada, cuando por entre las moreras y los olivos marcábase
-el día con resplandor de lejano incendio. En la espalda, sobre la burda
-camisa, bailoteaban al compás de la marcha el flotante rabo de su
-pañuelo anudado a las sienes y el capazo de esparto, que parecía una
-joroba. Aquel día estrenaba ropa; unos pantalones de pana de su padre,
-que podían ir solos por todos los caminos de la provincia sin riesgo de
-perderse, y que acortados por la tía Pascuala, se sostenían merced a un
-tirante cruzado a la bandolera.
-
-Corrió un poco al pasar por frente al cementerio de Valencia, por
-antojársele que a aquella hora podían salir los muertos a tomar el
-fresco, y cuando se vio lejos de la fúnebre plazoleta de palmeras,
-moderó su paso hasta ser este un trotecillo menudo.
-
-¡Pobre Nelet! Marchaba como un explorador de misterioso territorio
-hacia aquella ciudad que, bañada por los primeros rayos del sol,
-recortaba su rojiza crestería de tejados y torres sobre un fondo de
-blanquecino azul.
-
-Dos o tres veces había estado allí, pero amparado por su madre,
-agarrado a sus faldas, con gran miedo a perderse. Recordaba con espanto
-la ruidosa batahola del Mercado y aquellos municipales de torvo ceño
-y cerdosos bigotes, terror de la gente menuda; pero a pesar de los
-espantables peligros, seguía adelante, con la firmeza del que marcha a
-la muerte cumpliendo su deber.
-
-En la puerta de San Vicente se animó viendo caras amigas; _fematers_ de
-categoría superior, dueños de una jaca vieja para cargar el estiércol y
-sin otra fatiga que tirar del ramal gritando por las calles el famoso
-pregón: «_Ama, ¿hiá fem?_»
-
-Uno de ellos era vecino del muchacho, y hasta se susurraba si andaba
-enamorado de una de sus hermanas, aunque no hacía más que dos años que
-estaba pensando en declarar su pasión, circunstancias que no impidieron
-que con pocas palabras diese un susto a Nelet.
-
-De seguro que no llevaba licencia. ¿No sabía lo que era? Un papelote
-que había que sacar soltando dinero allá en el Repeso. Sin ella había
-que menear bien las piernas para huir de los municipales. Como le
-pillasen, flojas _patás_ le iban a soltar. Conque ¡ojo, _chiquet_!
-
-Y fortalecido por tan consoladoras advertencias, el pobre chico entró
-en la ciudad, buscando los callejones más solitarios y tortuosos,
-mirando con codicia los humeantes rastros que dejaban los caballos
-sobre los adoquines, sin atreverse a meter en su espuerta tales
-riquezas por miedo de agacharse y sentir en el hombro la mano de un
-sayón con kepis.
-
-Aquello forzosamente había de acabar mal.
-
-Se olvidó de todo en una plazoleta, viendo cómo jugaban al toro un
-grupo de pelones de larga blusa y grueso bolsón de libros, retardando
-el momento de entrar en la escuela; pero de improviso sonó el grito de
-¡_la ful_! anunciando la aparición de un municipal de los más feos, y
-todos se desbandaron al galope como tribu de salvajes sorprendida en lo
-mejor de sus misteriosos ritos.
-
-Nelet huyó despavorido, pensando que en la maldita ciudad no se
-ganaba para sustos, la giba de esparto siempre sobre su espalda
-y atropellando en la desbocada carrera a una vieja que barría
-tranquilamente su portal.
-
-No era floja la paliza que le soltarían en casa al verle de vuelta con
-el capazo vacío, y esta consideración fue lo que le dio valor. Llegaban
-hasta él los gritos de los otros _fematers_ en las inmediatas calles,
-agudos, insolentes, como cacareos de gallo, y tímidamente, temblando
-de que alguien le oyese, murmuró con voz que parecía el balido de un
-cordero: «_Ama, ¿hiá fem?_»
-
-Y así recorrió un par de calles.
-
---Entra, chiquillo, entra.
-
-Era una buena mujer que le hacía señas indicándole las barreduras que
-acababa de amontonar junto a una puerta. ¡Pero qué simpática resultaba
-aquella mujer! El regalo no era gran cosa; polvo, puntas de cigarro,
-mondaduras de patatas y hojas de col; el estiércol de una casa pobre.
-Nelet lo recogió todo con la satisfacción del aventurero que triunfa
-por primera vez, y siguió adelante mirando los balcones, los pisos
-superiores, que él llamaba _casas grandes_, donde se comía bien, y en
-las covachas de la cocina había para meter la mano y el codo.
-
-Pero ¡_rediel_! (y se rascó la roja frente llena de arañazos) estaba
-perdiendo el tiempo. Había olvidado sus relaciones de la ciudad: la
-casa de Marieta, su hermana de leche, donde había estado algunas veces
-con su madre.
-
-Y tras indecisiones y rodeos dio por fin con la calle sombría y
-solitaria cerca de los juzgados, y el caserón de húmedo patio en cuyo
-piso principal vivía don Esteban el escribano.
-
-Aquella mañana era de desgracias.
-
-En el patio estaba la portera, una bruja que le recibió escoba en mano,
-faltando poco para que le saludase con dos hisopazos en la cara.
-
-Ella no quería marranos que le ensuciasen la escalera. Todos los
-inquilinos tenían su _femater_. ¡Largo, granuja! ¡Quién sabe si subiría
-con intención de robar algo!
-
-Y el tímido labradorcillo, retrocediendo ante la iracunda bruja,
-protestaba con voz débil, repitiendo siempre la misma excusa. Era el
-hijo de la tía Pascuala, a la que todo Paiporta conocía, el ama de
-Marieta; ¿no era bastante?
-
-Pero ni el nombre de la tía Pascuala ni el del mismo Espíritu Santo
-ablandaba a la portera y a su fiera escoba, y Nelet, retrocediendo, se
-vio en la calle y allí se quedó como un bobo frente a una pared vieja:
-arañando los sueltos yesones y espiando con el rabillo del ojo las
-evoluciones de la vieja. La vio sumirse en el cuchitril de la portería
-y cautelosamente entró en el portal, lo cruzó sin ser visto y subió por
-la escalera de antiguos azulejos, tirando tímidamente del borlón de
-estambre que colgaba ante la enorme y conventual puerta del primer piso.
-
-No fue poco lo que se rio la criada, bravía moza de las montañas de
-Teruel, al abrir la puerta y encontrarse con aquel monigote panzudo que
-abultaba menos que su capazo.
-
-¿Qué buscaba? Allí tenían quien se llevara el estiércol. Y Nelet,
-turbado por el buen humor de la _churra_ no sabía qué decir.
-
-Pero de pronto se abrió para él el cielo. O lo que es lo mismo, vio
-asomar por detrás de la falda de la criada una cara morena, prolongada
-y huesosa, con los rebeldes pelillos estirados cruelmente hacia el
-cogote, los ojos grandes y negros, animados por una chispa de eterna
-curiosidad y el cuerpo zancudo y desgarbado por prematuro crecimiento.
-
-La niña le reconoció en seguida: no en balde transcurren dos años
-durmiendo bajo el techo de la barraca y en la misma cama y se pasan los
-días junto a la acequia, tendidos sobre el vientre, con la cara teñida
-de zumo de zanahorias. Era Nelet, el hijo del ama.
-
-Lo cogió de la mano con cierto aire de muchacho, propio del desgarbo
-con que llevaba las faldas, y los dos se dirigieron a la cocina
-seguidos por la sonriente _churra_, a quien la hacía gracia el aire
-tímido y enfurruñado del chiquillo.
-
-
-II
-
-Llegó a su barraca con la espuerta sin llenar, pero no pudo decir que
-le había ido mal en su primera expedición.
-
-Aquella _churra_ le quería de veras, desde que supo que era nada menos
-que hermano de la señorita. Ella misma le llenó el capazo vaciando todo
-el basurero de la cocina, sin importarle lo que pudiera murmurar el
-_femater_ de la casa, un viejo que podía alegar los derechos adquiridos
-en once años. Nelet le desbancaba, y la buena muchacha, para afirmar su
-protección, le regaló con media cazuela de guisado de la noche anterior
-y una montaña de mendrugos que el chico iba tragándose con la calma de
-un rumiante, pensando que si duraba mucho la buena racha, iba a ponerse
-tan redondo y frescote como el cura de Paiporta.
-
-Pues ¿y Marieta? Le miraba comer con alegría, como si fuera ella misma
-la que saboreaba el guisado con hambre atrasada. Hasta quiso que le
-dieran vino, y apenas le veía hacer un descanso, pasaba revista a todos
-los de allá, preguntando cómo estaba el ama, si tenía muchos animales,
-si el padre aún iba por los caminos, si vivía el _Negret_, aquel
-perrillo seco, almacén de pulgas que aullaba como un condenado apenas
-se acercaban a la barraca, y si la higuera, tan frondosa en verano,
-soltaba aquella lluvia de lagrimones negros y suaves que caían ¡_chap_!
-dulcemente en el suelo, despachurrando la miel y el perfume de sus
-entrañas rojas.
-
-Y después tras el substancioso atracón, llegó para Nelet el momento
-de los asombros, viendo la colección de muñecas, los vestidos, los
-sombreros, todos los regalos con que el escribano obsequiaba a su hija.
-Bien se conocía que esta era única, que había quedado sin madre casi al
-nacer y que el viejo don Esteban no tenía otro cariño a que dedicar los
-buenos cuartos que arañaba en el juzgado.
-
-Seguía a su Marieta por toda la casa, admirando las magnificencias que
-la chiquilla le mostraba con mal cubierta satisfacción de amor propio.
-El salón le anonadó con sus sillerías del primer tercio de siglo y sus
-adornos, que evocaban el recuerdo de las almonedas judiciales; pero su
-admiración trocose en espanto ante una puerta entornada. Allí dentro
-trabajaba el papá, con sus dos escribientes y se oía su voz campanuda:
-_Providencia que dicta el señor juez_... etc.
-
-¡Cristo! aquello asustaba a Nelet más que los municipales, y emprendió
-la vuelta hacia la cocina.
-
-En fin, que su primera visita le hizo experimentar la satisfacción del
-que se halla establecido y cuenta con clientela.
-
-Entraba por las mañanas en la ciudad tomando al paso lo que buenamente
-encontraba en las calles, y recto a aquel caserón, donde se colaba como
-si fuese un inquilino.
-
-La bruja de la portera se guardaba ahora su escoba y hasta le protegía,
-recomendándolo a las criadas de los otros pisos, y en el principal
-tenía a la _churra_, que siempre encontraba en los rincones de la
-despensa algo sobrante que antes era para los gatos y ahora se tragaba
-Nelet.
-
-¡Qué mañanas aquellas! Llegaba cuando la casa estaba en el revoltijo
-del despertar. Los escribientes en el despacho se soplaban las manos
-preparándose a agarrar las plumas y ensuciar papel de oficio, la
-_churra_ por allá dentro levantaba camas, dando furiosas bofetadas a
-los colchones, y Marieta, de trapillo, con la cabeza espeluznada y una
-faldilla a media pierna, arañaba los pasillos con la escoba, para dar
-gusto al papá, que quería una chica _muy mujer de su casa_.
-
-Y en el comedor encontraba a don Esteban, el terrible escribano, imagen
-para Nelet de la justicia, que puede pegar y meter en la cárcel,
-sentado ante humeante chocolate, con las gafas caladas para leer el
-periódico y murmurando automáticamente al entrar el muchacho:
-
---Hola, chiquillo, ¿cómo está la tía Pascuala?
-
-Pero el terrible pasmarote no tardaba en aislarse en su despacho, para
-preparar lo que luego había de decir el señor juez sobre el papel
-sellado, y la casa parecía alegrarse con tal desaparición.
-
-Sonaban risas en aquel ambiente denso de habitaciones cerradas, donde
-flotaba aún el calor del sueño y el polvo levantado por la limpieza.
-Los gatos jugueteaban en la cocina con la espuerta del _femateret_,
-mientras este se sentía feliz, ayudando a la _churra_ con su buena
-voluntad de bruto de carga o charlando con Marieta de cosas tan
-interesantes como eran las últimas y verídicas noticias de cuanto
-ocurría en Paiporta y sus alrededores.
-
-¡Oh! A aquella chica le tiraba aún la miserable barraca y los terruños
-sobre los cuales se había dado cuenta por primera vez de que existía.
-Hablaba de la tía Pascuala con más entusiasmo que de su madre, a la que
-solo había visto en el oscuro retrato que estaba en el salón, figura
-melancólica que parecía presentir ante el pintor la llegada de la
-maternidad del brazo con la muerte.
-
-¡Qué bien se estaba en la barraca! Ya había transcurrido tiempo,
-pero ella recordaba, con la vaguedad de comprensión de los primeros
-años, aquellas noches pasadas en el _estudi_, hundida en los mullidos
-colchones de hojas de maíz que cantaban al menor movimiento, defendida
-por el poderoso anillo de músculos que formaban los brazos de la
-nodriza, durmiéndose al calor de las voluminosas ubres, siempre
-repletas y firmes; después, el alegre despertar, cuando el sol se
-filtraba por las rendijas del ventanillo y piaban los gorriones en el
-techo de paja de la barraca, contestando a los cacareos y gruñidos de
-los habitantes del corral; el fuerte perfume del trigo, las frescas
-emanaciones de la hierba y las hortalizas, difundiéndose por el
-interior de la blanqueada vivienda, olores confundidos y arrullados por
-el vientecillo que, pasando por las filas de moreras y a través de la
-higuera, parecía hacer cantar a las temblonas hojas; y la vida bohemia,
-alegre y descuidada en los campos inmediatos, que recorrían con sus
-vacilantes piernas de dos años, sin atreverse a llegar a la revuelta
-del camino, lleno de barrizales y cruzado por los profundos surcos
-de las ruedas, pues su imaginación naciente había inventado que allí
-forzosamente debía terminar el mundo.
-
-¿Y cuando el _pare_ llegaba de uno de aquellos largos viajes de
-carretero y al oír los cascabeles de los machos y el chirrido de las
-ruedas, salían todos al camino a recibirle con cruces de caña como si
-fueran a una procesión de las de Paiporta? ¿Y cuando a la orilla de la
-acequia, casi seca, se coronaban de dompedros, colgaban de su cintura
-largas hojas de caña y con el verde faldellín paseábanse gravemente
-imitando el paso de puntas de aquellas vírgenes y heroínas que salían
-en las cabalgatas del pueblo? ¿Y la vez que se pegaron por un higo? ¿Y
-cuando hartos de zanahorias teñíanse la cara de morado y se revolcaban
-por la rojiza tierra hasta parecer indios bravos, dejando como guiñapos
-las finas y bordadas ropas que enviaba el escribano?
-
-¡Ah, Nelet! ¡Qué malo eras entonces!
-
-Y la muchacha miraba por los balcones la estrecha calle, en la que
-vergonzosamente entraba un rayo de sol, y en su vaga mirada de pájaro
-enjaulado leíase el deseo de volar lejos, muy lejos, a aquellos campos
-donde la esperaban la vida libre y la adoración de toda una familia de
-infelices que la veneraban como procedente de una raza superior.
-
-Pero el papá se oponía a que volviese a la barraca ni un solo día. Lo
-había dicho terminantemente: cada cosa a su tiempo, y ahora nada bueno
-podía aprender entre aquellos brutos.
-
-Esta tenaz negativa recordaba a Nelet el momento en que se llevaron
-a la chica a Valencia; en que la robaron, sí señor, engañándola,
-diciendo que solo era para unos días y no tardaría en volver, mientras
-la pobrecita lloraba y él corría como un perrillo detrás de la tartana
-pidiendo con lamentos al cruel escribano que no le quitase a su Marieta.
-
-¡_Rediel_! Si fuese ahora, que era ya casi un hombre y le plantaba una
-pedrada al más guapo...
-
-Y en esto sonaban las diez, salían los escribientes con sus badanas
-repletas de autos camino del juzgado, y el principal al ver al
-_femateret_ torcía el ceño.
-
---¿Pero aún estás ahí? Tú acabarás mal; eres un vago. A la obligación,
-chiquillo.
-
-Y el pequeño David, a pesar de aquellas pedradas certeras que le
-enorgullecían, temblaba ante el gigante con el terror que inspira
-al infeliz el hombre de justicia, y recogiendo su espuerta, salía
-cabizbajo, avergonzado, sin atreverse a mirar a Marieta... y hasta el
-día siguiente.
-
-Algunas veces el recuerdo de la idílica existencia al aire libre perdía
-su encanto, y era Nelet quien envidiaba en la persona de su hermana
-todas las comodidades y esplendores de la vida de la ciudad.
-
-¡Qué lujos! Los vestidillos de seda y terciopelo, los sombreros que
-parecían islas de flores, todos los regalos del papá que Marieta
-enseñaba con malsana coquetería, aturdían a Nelet, y como para él no
-había gradaciones sociales, como el mundo estaba dividido en gente del
-campo y _señorío_, la hija del escribano aparecía a sus ojos igual
-o superior a aquellas otras que había visto algunas veces en los
-carruajes de lujo.
-
-Marieta le dominaba, le hacía pasar embobado las mañanas en aquella
-casa, obedeciéndola servilmente como allá en la barraca cuando era una
-chicuela llorona y rabiosilla.
-
-Y transcurrió el tiempo, estrechándose cada vez más entre los dos
-hermanos aquel lazo de cariño creado en los albores de su vida por la
-existencia casi silvestre.
-
-Nelet se hacía hombre. A los quince años era ya una vergüenza que
-entrase por las mañanas en la ciudad con su espuerta, como un
-chiquillo. Trabajaba los campos en arriendo, mientras el padre andaba
-por los caminos, y para recoger basura en Valencia contaba con el
-auxilio de un jaco viejo que el carretero había traspasado a su hijo
-como desecho.
-
-El pobre animal, cabizbajo como un misántropo, con el flaco lomo
-martirizado por los serones llenos, pasaba las horas frente a la casa
-del escribano, mirando con sus ojos vidriosos y empañados a la vieja
-portera, que hacía media, mientras su joven amo andaba por arriba
-regañando amistosamente con la _churra_ o siguiendo como un siervo a la
-señorita.
-
-Era ya todo un hombre, cortés y rumboso con las personas de su aprecio.
-Bien le pagaba a la criada los antiguos guisotes trasnochados. Nunca
-llegaba con las manos vacías, y del serón salían camino del primer
-piso el par de melones verdes y correosos, los pimientos inflamados y
-brillantes, las frescas lechugas con sus ocultos cogollos de ondulado
-marfil o las coles vistosas como flores de rizada blonda, dones que
-arrancaba directamente de sus terruños, y que al faltar en estos
-robaba tranquilamente en los campos del camino, con la imprudencia del
-chiquillo de huerta acostumbrado desde que andaba a gatas a atracarse
-de uvas y digerirlas ayudado por los pescozones de los guardas.
-
-Y satisfecho con el agradecimiento que le mostraba la criada por sus
-obsequios, viendo siempre en Marieta a la rapazuela que en otros
-tiempos jugaba con él y le arañaba al más leve motivo, apenas si llegó
-a fijarse en la súbita transformación que iba operándose en la muchacha.
-
-Redondeábase su cuerpo, aclarábase su tez en extremo morena; las
-agudas clavículas y la tirantez del cuello iban dulcificándose bajo la
-almohadilla de carne suave y fresca que parecía acolchar su cuerpo; las
-zancudas piernas, al engruesarse, poníanse en relación con el busto. Y
-como si hasta a la ropa se comunicase el milagro, las faldas parecían
-crecer un dedo cada día, como avergonzadas de que estuvieran por más
-tiempo al descubierto aquellas medias que amenazaban estallar con la
-expansión de la robustez juvenil.
-
-Marieta no iba a ser una beldad; pero tenía la frescura de la juventud,
-vigor saludable y unos ojazos valencianos, negros, rasgados y con ese
-misterioso fulgor que revela el despertar del sexo.
-
-Y como si la niña adivinase la proximidad de algo grave y decisivo que
-la privaría en adelante de tratar a su hermano como si aún anduviesen
-por los campos, hablaba a Nelet con seriedad, evitando los juegos
-de manos, las intimidades propias de una infancia sin malicia ni
-preocupaciones.
-
-En fin, que un día, al entrar Nelet en la casa quedose asombrado, como
-si un fantasma le hubiese abierto la puerta.
-
-Aquella no era Marieta; se la habían cambiado.
-
-Era una muñeca con el pelo arrollado y puntiagudo sobre la nuca,
-conforme a la moda, y una horrible falda larga que la cubría los pies.
-
-Parecía muy complacida de verse mujer, de haberse librado de la trenza
-suelta y la pierna al aire, signos de insignificancia infantil, pero a
-él le faltó poco para llorar, para protestar a gritos, como en aquella
-tarde que corría tras la tartana suplicando al feroz escribano que no
-le quitase la chiquita. Por segunda vez le arrebataban su Marieta.
-
-Y después, ¡horror da recordarlo! aquella _churra_ despiadada parecía
-complacerse en su dolor haciéndole terribles advertencias.
-
-El señor se lo había dicho y ella lo repetía por encontrarlo muy justo
-y para evitarse reprimendas. Cada cual debía ponerse en su lugar. En
-adelante nada de tuteos ni de Marietas, y mucho de señorita María, que
-era el nombre de la única dueña de la casa. ¿Qué dirían las amiguitas
-al ver a un _femater_ tratando tú por tú a la señorita? Conque ya lo
-sabía: el hermanazgo había terminado.
-
-Y a Nelet, la silenciosa naturalidad con que Marieta, digo mal,
-la señorita María, escuchaba todo aquel cúmulo de absurdas
-recomendaciones, dolíale más que las palabras de la _churra_.
-
---Todo lo dicho --continuaba esta-- no era ni remotamente que se
-pretendiera cerrar al chico las puertas.
-
-Ya sabía que lo consideraban como de casa, y que toda la cocina era
-para él. Pero cada cual en su sitio, ¿estamos?
-
-No olvidando esto podía volver cuando quisiera.
-
-
-III
-
-Y volvió ¡_rediel_! ¿Pues no había de volver?
-
-Ir a Valencia y no entrar en aquel caserón cerca de los Juzgados, era
-un hecho que por lo absurdo no había pensado nunca que pudiera ocurrir.
-
-Y allí iba todas las mañanas, a sufrir, reconociéndose cada vez más
-distanciado de aquella a quien tenía que llamar la señorita.
-
-¿Dónde estaba ya aquel afán por hablar de las cosas de la barraca?
-
-Entraba Nelet en la casa con la confianza de siempre, pero notando en
-torno de él un ambiente de frialdad e indiferencia. Era el _femater_, y
-nada más.
-
-Algunas veces intentó resucitar en María el entusiasmo por la pasada
-vida, hablándola del ama y de su familia que tanto la amaban, de
-aquella barraca en la que todos pensaban en ella; pero la joven oíale
-con cierto malestar, como si la causara repugnancia la rusticidad de
-los de allá.
-
-¡Ah, pobre Nelet! Decididamente le habían cambiado su Marieta. En
-aquella adorable muñeca no había nada en que vibrase el recuerdo del
-pasado. Parecía que en su cabeza, al cubrirse con el peinado de mujer,
-se habían desvanecido todos los ensueños de poesía campestre.
-
-Tenía el pobre muchacho que contentarse sosteniendo largas
-conversaciones con la _churra_ en aquella cocina a la que llegaba el
-tecleo monótono de la señorita, que estudiaba sus lecciones en el piano
-del salón. Aquellas escalas incoherentes y pesadas se le metían en el
-alma, conmoviéndole más que las melodías del órgano en la iglesia de
-Paiporta.
-
-Y para colmo de sus penas, la criada no sabía hablar más que de don
-Aureliano, un personaje que preocupaba a Nelet y al que acabó por
-conocer deteniéndose un día en la puerta del despacho del escribano.
-
-Era un jovencillo pálido, rubio, enclenque, con lentes de oro y
-ademanes nerviosos; un abogado recién salido de la Universidad, que se
-preparaba con la práctica para ser habilitado de don Esteban, ansioso
-de descanso, y que al fin acabaría por hacerse dueño del despacho.
-
-¡Y que parase ahí! Esto no lo decía el pobre _femater_, pero lo
-pensaba con la confusión propia de su caletre. Aquel barbilindo, que
-tendría cinco o seis años más que él, era una espina que llevaba
-clavada en el corazón.
-
-Deseoso de reconquistar el afecto de la señorita, multiplicaba sus
-obsequios con tanta rudeza como buena voluntad.
-
-El jamelgo llegaba muchas veces a Valencia con los serones llenos de
-frutas o frescas hortalizas; los campos del camino temblaban al verle
-venir, temiendo su loca rapiña, su inmoderado afán de obsequiar, sin
-acordarse que hay dueños en el mundo ni guardas que pueden pegar una
-paliza; pero tanto sacrificio no merecía más que alguna automática
-sonrisa o un ¡gracias! como se da a cualquiera, y los regalos iban a la
-cocina, sin alcanzar otros elogios que los de la _churra_.
-
-En cambio, sobre la mesa del comedor, o en el salón, sobre el piano,
-todas las mañanas veía el pobre Nelet ramos de flores frescas, recién
-traídas del Mercado, y que María aspiraba con pasión de mujer que
-despierta, como si en vez de perfume de jardines aspirase otro que
-llegaba más directamente a su corazón.
-
-Eran regalos del tal don Aureliano, de aquel danzarín para quien
-resultaba ya estrecho el despacho, y que con la pluma tras la oreja y
-fingiendo mil pretextos, se metía hasta en la cocina solo por ver un
-instante a María y cruzar una sonrisa.
-
-Y cómo se coloreaba el semblante de ella... ¡Cristo!
-
-Toda la sangre moruna que el huertano tenía en su atezado cuerpo
-inflamábase ante aquel don Aureliano, que era casi de su edad y del que
-no le separaba más que su categoría de señorito.
-
-Nelet, a los diez y seis años, comprendía ya el motivo de que los
-hombres se cieguen y vayan a presidio.
-
-Lo único que le detenía era la certeza de que don Esteban, el terrible
-ogro, apreciaba a aquel pisaverde y le irritaría cuanto él hiciese en
-su daño.
-
-Además se consolaba con la esperanza de que todas sus rabietas carecían
-de fundamento. Nada de extraño tenía que el abogadillo buscase a
-Marieta. ¡Era tan bonita y tan buena! Pero de seguro que ella no le
-hacía gran caso; Nelet tenía la certeza de esto y también de que la
-frialdad de su antigua hermana no pasaba de ser una mala racha, un
-caprichito como los que tenía de niña allá en la barraca, donde tanto
-le martirizaba con su mal genio.
-
-¡Pues no faltaba más, que ella resultase una ingrata con tanto como la
-amaban allá en Paiporta, y él sobre todos!
-
-Una mañana entró en la casa encontrando la puerta abierta. La _churra_
-no estaba en la cocina. En el despacho leía don Esteban con la nariz
-casi pegada a unos autos y en el salón sonaba el monótono tecleo
-formando escalas cada vez más perezosas y desmayadas.
-
-Entró con su paso cauteloso de morisco, que aún hacían más
-imperceptible las ligeras alpargatas, y al reflejarse su figura en un
-espejo como silenciosa aparición, María dio un grito de sorpresa y de
-miedo.
-
-Allí estaba el maldito abogadillo de los lentes de oro, casi doblado
-sobre el piano, al lado de María, como si fuese a volver una hoja del
-cuaderno que ocupaba el atril, pero con la cabeza tan junta a la de la
-joven, que parecía querer devorarla.
-
-¡_Rediel_!... ¿Para cuándo eran las bofetadas?
-
-Y lo peor fue que María, aquella Marieta que un año antes le trataba
-a cachetes como traviesa y cariñosa hermana, aquella a la que nunca
-quiso comparar con su madre temiendo que esta resultase menos querida,
-le miró fijamente con un relampagueo de odio, y se puso en pie con el
-ademán de una señora bien segura de la sumisión de su siervo.
-
-¿Qué buscaba allí? En la cocina tenía a la criada. ¿No podía estudiar
-tranquila un rato?
-
-Nunca pudo recordar Nelet cómo salió del salón. Debió retroceder
-cabizbajo y vacilante, como una bestia herida. Le zumbaban los oídos,
-su cara quemaba, y pensando en aquel otro que se quedaba tranquilo
-y satisfecho junto al piano, repetíase mentalmente: «¡Dios mío, qué
-vergüenza!»
-
-Estaba inmóvil en mitad del corredor que conducía al salón, con el
-rostro en la pared, como si quisiera incrustarlo en ella, cegar para
-siempre, y aun así todavía recibió el último latigazo, oyendo la
-vocecilla del de los lentes de oro:
-
---¡Moscón más pesado! Ese muchacho parece que me odie, que nos persiga
-como si sintiera celos.
-
---¡Qué idea! Es el hijo de mi nodriza: un infeliz, un bruto... pero con
-buen corazón.
-
-Y tras breve pausa sonaron, amortiguados por los cortinajes, dos
-chasquidos leves y misteriosos, que los sintió Nelet como un par de
-puñaladas. Tal vez era el piano que crujía o la hoja del cuaderno que
-se doblaba; pero el pobre muchacho, después de un instintivo impulso
-de correr hacia el salón con los puños cerrados, huyó, dejando el
-capazo en la cocina como tarjeta de visita, y ya en la calle arreó su
-jaco, con los serones vacíos, camino de la barraca.
-
-Por tercera vez le robaban su Marieta: ya era bastante.
-
-Ahora solo tendría cariño para su madre; para aquellos terruños que
-apenas arañados correspondían a su caricia, cubriéndose con manto verde
-terciopelo y regalándole el pan.
-
-No volvió más a Valencia: odiaba a la ciudad porque ella estaba allí.
-
-Y como los _fematers_ no pagan contribución directa, nadie se enteró de
-que en el gremio había una baja.
-
-
-
-
-En la puerta del cielo
-
-CUENTO DE LA HUERTA
-
- (_Traducido del valenciano_)
-
-
-Sentado en el umbral de la puerta de la taberna, el tío _Beseròles_, de
-Alboraya, trazaba con su hoz rayas en el suelo, mirando de reojo a la
-gente de Valencia que en derredor de la mesilla de hojalata empinaba el
-porrón y metía mano al plato de morcillas en aceite.
-
-Todos los días abandonaba su casa con el propósito de trabajar en el
-campo, pero siempre hacía el demonio que encontrase algún amigo en
-la taberna del _Ratat_, y vaso va, copa viene, lanzaban las campanas
-el toque de mediodía si era de mañana o cerraba la noche, sin que él
-hubiese salido del pueblo.
-
-Allí estaba en cuclillas, con la confianza de un parroquiano antiguo,
-buscando entablar conversación con los forasteros y esperando que le
-convidasen a un trago, con las demás atenciones que se usan entre
-personas finas.
-
-Aparte de que le gustaba menos el trabajo que la visita a la taberna,
-el viejo era un hombre de mérito. ¡Lo que sabía aquel hombre, Señor!...
-¿Y cuentos?... Por algo le llamaban _Beseròles_[1]; porque no caía en
-sus manos un trozo de periódico que no lo leyera de principio a fin,
-cantando las palabras letra por letra.
-
- [1] _Abecedario_ en valenciano.
-
-La gente lanzaba carcajadas oyendo sus cuentos, especialmente aquellos
-en los que figuraban capellanes y monjas; y el _Ratat_, detrás del
-mostrador, reía también, contento de ver que los parroquianos, para
-celebrar los relatos, le hacían abrir las espitas con frecuencia.
-
-El tío _Beseròles_, agradeciendo un trago de la gente de Valencia,
-deseaba contar algo, y apenas oyó que uno nombraba a los frailes, se
-apresuró a decir:
-
---¡Esos sí que son listos!... ¡Quién se la dé a ellos!... Una vez un
-fraile engañó a San Pedro.
-
-Y animado por la curiosa mirada de los forasteros, comenzó su cuento:
-
-Era un fraile de aquí cerca, del convento de San Miguel de los Reyes,
-el padre Salvador, muy apreciado de todos por lo listo y campechano.
-
-Yo no lo he conocido, pero mi abuelo aún se acordaba de haberlo visto
-cuando visitaba a su madre, y con las manos cruzadas sobre la panza
-esperaba el chocolate a la puerta de la barraca. ¡Qué hombre! Pesaba
-sus diez arrobas; cuando le hacían hábito nuevo entraba en él toda
-una pieza de paño; visitaba al día once o doce casas, tragándose en
-cada una sus dos onzas de chocolate, y cuando la madre de mi abuelo le
-preguntaba:
-
---¿Qué le gusta más, padre Salvador? ¿Unos huevecitos con patatas o
-unas longanizas de la conserva?
-
-Él contestaba con una voz que parecía ronquido:
-
---Todo mezclado; todo mezclado.
-
-Así estaba él de guapo y rozagante. Por allí donde pasaba parecía
-regalar su salud, y la prueba era que todos los chiquitines que nacían
-en este contorno presentaban sus mismos colores, su cara de luna llena
-y un morrillo que lo menos tenía tres libras de manteca.
-
-Pero todo es malo en este mundo, pasar hambre o comer demasiado, y un
-día, al anochecer, el padre Salvador, viniendo de un hartazgo para
-solemnizar el bautizo de cierta criatura que tenía toda su estampa,
-¡cataplum! dio un ronquido que puso en alarma a toda la comunidad y
-reventó como un odre, aunque sea mala comparación.
-
-Ya tenemos a nuestro padre Salvador volando por el aire como un cohete,
-en busca del cielo, pues no tenía duda de que allí estaba el sitio de
-un fraile.
-
-Llegó ante una gran puerta toda de oro, claveteada de perlas, como las
-que saca en las agujas de su peinado la hija del alcalde cuando es
-clavariesa de las fiestas de las solteras.
-
---¡Toc, toc, toc!...
-
---¿Quién es? --preguntó desde dentro una voz de viejo.
-
---Abra, señor San Pedro.
-
---¿Y quién eres tú?
-
---Soy el padre Salvador, del convento de San Miguel de los Reyes.
-
-Se abrió un ventanillo y asomó la cabeza el bendito santo, pero
-soltando bufidos y lanzando centellas por sus ojos al través de las
-antiparras. Porque han de saber ustedes que el santo apóstol, como es
-tan viejo, está corto de vista.
-
---¡_Che_! ¡poca vergüenza! --gritó hecho una furia--. ¿A qué vienes
-aquí? ¡Me gusta tu confianza!... ¡Arre allá, poca honra, que aquí no
-está tu puesto!...
-
---Vamos, señor San Pedro: abra, que se hace de noche. Usted siempre
-está de broma.
-
---¿Cómo de broma?... Si cojo una tranca, vas a ver lo que es bueno,
-descarado. ¿Crees acaso que no te conozco, demonio con capucha?
-
---Haga el favor, señor San Pedro: sea bueno para mí. Pecador y todo,
-¿no tendrá un puestecito libre, aunque sea en la portería?
-
---¡Largo de aquí!... ¡miren qué prenda! Si te permitiera entrar, en
-un día te zamparías nuestra provisión de tortitas con miel, dejando
-en ayunas a los angelitos y los santos. Además, tenemos aquí no sé
-cuántas bienaventuradas que aún son de buen ver, y ¡valiente ocupación
-me caería a mi edad! ¡ir siempre detrás de ti, sin quitarte ojo!...
-Márchate al infierno o acuéstate al fresco en cualquier nube... Se
-acabó la conversación.
-
-El santo cerró furiosamente el ventanillo, y el padre Salvador quedó
-en la oscuridad, oyendo a lo lejos los guitarros y las flautas de los
-angelitos, que aquella noche obsequiaban con _albaes_ a las santas más
-guapas.
-
-Pasaban las horas, y nuestro fraile pensaba ya en tomar el camino del
-infierno, esperando que allí le recibirían mejor, cuando vio salir de
-entre dos nubes, aproximándose lentamente, una mujer tan grande y gorda
-como él, que caminaba balanceándose, empujando su tripa hinchada como
-un globo.
-
-Era una monjita que había muerto de un cólico de confituras.
-
---Padre --dijo dulcemente al frailote, mirándolo con ojos tiernos--,
-¿que no abren a estas horas?
-
---Aguarda; ahora entraremos.
-
-¡Lo que discurría aquel hombre! En un momento acababa de inventar una
-de sus marrullerías.
-
-Ya saben ustedes que los soldados que mueren en la guerra entran en
-el cielo sin obstáculo alguno. Si no lo sabían, ya lo saben. Los
-pobres entran tal como llegan; hasta con botas y espuelas, pues algún
-privilegio merece su desgracia.
-
---Échate las faldas a la cabeza --ordenó el fraile.
-
---¡Pero, padre mío! --contestó escandalizada la monjita.
-
---Haz lo que te digo y no seas tonta --gritó el padre Salvador con
-autoridad--. ¿Quieres disputar conmigo que tengo tantos estudios? ¿Qué
-sabes tú del modo de entrar en el cielo?
-
-Obedeció la monja ruborizada y en la oscuridad comenzó a lucir una
-circunferencia enorme y blanca, como si hubiese aparecido la luna.
-
---Ahora aguántate firme.
-
-Y de un salto el padre Salvador púsose a horcajadas sobre el lomo de su
-compañera.
-
---Padre... ¡que pesa mucho! --gemía sofocada la pobrecita.
-
---Aguanta y da saltitos: ahora mismo entramos.
-
-San Pedro, que estaba recogiendo las llaves para irse a dormir, vio que
-tocaban en la puerta.
-
---¿Quién es?
-
---Un pobre soldado de caballería --contestó una voz triste--. Me acaban
-de matar peleando contra los infieles, enemigos de Dios, y aquí vengo
-sobre mi caballo.
-
---Pasa, pobrecito, pasa --dijo el santo abriendo media puerta.
-
-Y vio en la sombra al soldado dando talonazos a su corcel, que no
-sabía estarse quieto. ¡Animal más nervioso!... Varias veces intentó
-el venerable portero buscarle la cabeza, pero fue imposible. Dando
-saltos le presentaba siempre la grupa, y al fin, el santo, temiendo
-que le soltara un par de coces, se apresuró a decir, acariciando con
-palmaditas aquellas ancas finas y gruesas:
-
---Pasa, soldadito; pasa adelante y veas de aquietar a esta bestia.
-
-Y mientras el padre Salvador se colaba cielo adentro sobre la grupa de
-la monja, San Pedro cerró la puerta por aquella noche, murmurando con
-admiración:
-
---¡Rediós, y qué batalla están dando allá abajo! ¡Qué modo de pegar! A
-la pobre jaca no le han dejado... ni el rabo.
-
-
-
-
-El establo de Eva
-
-
-Siguiendo con mirada famélica el hervor del arroz en la paella, los
-segadores de la masía escuchaban al tío _Correchòla_, un vejete huesudo
-que enseñaba por la entreabierta camisa un matorral de pelos grises.
-
-Las caras rojas, barnizadas por el sol, brillaban con el reflejo de las
-llamas del hogar, los cuerpos rezumaban el sudor de la penosa jornada,
-saturando de grosera vitalidad la atmósfera ardiente de la cocina, y
-a través de la puerta de la masía, bajo un cielo de color violeta, en
-el que comenzaban a brillar las estrellas, veíanse los campos pálidos
-e indecisos en la penumbra del crepúsculo, unos segados ya, exhalando
-por las resquebrajaduras de su corteza el calor del día; otros con
-ondulantes mantos de espigas, estremeciéndose bajo los primeros soplos
-de la brisa nocturna.
-
-El viejo se quejaba del dolor de sus huesos. ¡Cuánto costaba ganarse
-el pan!... Y este mal no tenía remedio: siempre existirían pobres y
-ricos, y el que nace para víctima tiene que resignarse. Ya lo decía su
-abuela: la culpa era de Eva, de la primera mujer... ¿De qué no tendrán
-culpa ellas?
-
-Y al ver que sus compañeros de trabajo --muchos de los cuales le
-conocían poco tiempo-- mostraban curiosidad por enterarse de la culpa
-de Eva, el tío _Correchòla_ comenzó a contar en pintoresco valenciano
-la mala partida jugada a los pobres por la primera mujer.
-
-El suceso se remontaba nada menos que a algunos años después de haber
-sido arrojado del Paraíso el rebelde matrimonio con la sentencia de
-ganarse el pan trabajando. Adán se pasaba los días destripando terrones
-y temblando por sus cosechas; Eva arreglaba en la puerta de su masía
-sus zagalejos de hojas... y cada año un chiquillo más, formándose en
-torno de ellos un enjambre de bocas que solo sabían pedir pan, poniendo
-en un apuro al pobre padre.
-
-De vez en cuando revoloteaba por allí algún serafín, que venía a dar un
-vistazo al mundo para contar al Señor cómo andaban las cosas de aquí
-abajo después del primer pecado.
-
---¡Niño!... ¡Pequeñín! --gritaba Eva con la mejor de sus sonrisas--.
-¿Vienes de arriba? ¿Cómo está el Señor? Cuando le hables dile que estoy
-arrepentida de mi desobediencia... ¡Tan ricamente que lo pasábamos en
-el Paraíso!... Dile que trabajamos mucho, y solo deseamos volver a
-verle para convencernos de que no nos guarda rencor.
-
---Se hará como se pide --contestaba el serafín. Y con dos golpes de
-ala, visto y no visto, se perdía entre las nubes.
-
-Menudeaban los recados de este género, sin que Eva fuese atendida. El
-Señor permanecía invisible, y según noticias, andaba muy ocupado en
-el arreglo de sus infinitos dominios, que no lo dejaban un momento de
-reposo.
-
-Una mañana, un correveidile celeste se detuvo ante la masía:
-
---Oye, Eva; si esta tarde hace buen tiempo, es posible que el Señor
-baje a dar una vueltecita. Anoche, hablando con el arcángel Miguel,
-preguntaba: «¿Qué será de aquellos perdidos?»
-
-Eva quedó como anonadada por tanto honor. Llamó a gritos a Adán, que
-estaba en un bancal vecino doblando, como siempre, el espinazo. ¡La que
-se armó en la casa! Lo mismo que en víspera de la fiesta del pueblo
-cuando las mujeres vuelven de Valencia con sus compras, Eva barrió y
-regó la entrada de la masía, la cocina y los _estudis_; puso a la cama
-la colcha nueva, fregoteó las sillas con jabón y tierra, y entrando en
-el aseo de las personas, se plantó su mejor saya, endosando a Adán una
-casaquilla de hojas de higuera que le había arreglado para los domingos.
-
-Ya creía tenerlo todo corriente, cuando la llamó la atención el
-griterío de su numerosa prole. Eran veinte o treinta... o Dios sabe
-cuántos. ¡Y cuán feos y repugnantes para recibir al Todopoderoso! El
-pelo enmarañado, la nariz con costras, los ojos pitarrosos, el cuerpo
-con escamas de suciedad.
-
---¡Cómo presento esta pillería! --gritaba Eva--. El Señor dirá que soy
-una descuidada, una mala madre... ¡Claro! los hombres no saben lo que
-es bregar con tanto chiquillo.
-
-Después de muchas dudas, escogió los preferidos (¡qué madre no los
-tiene!), lavó los tres más guapitos, y a cachetes llevó hasta el
-establo a todo aquel rebaño triste y sarnoso, encerrándolo a pesar de
-sus protestas.
-
-Ya era hora. Una nube blanquísima y luminosa descendía por el
-horizonte, y el espacio vibraba con rumor de alas y la melodía de un
-coro que se perdía en el infinito, repitiendo con mística monotonía:
-_¡Hossana! ¡hossana!_... Ya echaban pie a tierra, ya venían por el
-camino con tal resplandor, que parecía que todas las estrellas del
-cielo habían bajado a pasear por entre los bancales de trigo.
-
-Primero llegó un grupo de arcángeles: el piquete de honor. Envainaron
-las espadas de fuego, dirigieron unos cuantos chicoleos a Eva,
-asegurando que por ella no pasaban años y aún estaba de buen ver, y con
-marcial franqueza se esparcieron después por los campos, subiéndose a
-las higueras, mientras Adán maldecía por lo bajo, dando por perdida su
-cosecha.
-
-Después llegó el Señor: las barbas de resplandeciente plata y en la
-cabeza un triángulo que deslumbraba como el sol. Tras él San Miguel y
-todos los ministros y altos empleados de la corte celestial.
-
-Acogió el Señor a Adán con una sonrisa bondadosa, y a Eva le dio un
-golpecito en la barba diciéndola:
-
---¡Hola, buena pieza! ¿Ya no eres tan ligera de cascos?
-
-Emocionados por tanta amabilidad, los esposos ofrecieron al Señor una
-silla de brazos. ¡Qué silla, hijos míos! Ancha, cómoda, de algarrobo
-fuerte y con un asiento de trencilla de esparto del más fino, como la
-puede tener el cura del pueblo.
-
-El Señor, arrellanado muy a su gusto, se enteraba de los negocios de
-Adán, de lo mucho que le costaba ganar el sustento de los suyos.
-
---Bien, muy bien --decía--. Esto te enseñará a no aceptar los consejos
-de tu mujer. ¿Creías que todo iba a ser la sopa boba del Paraíso?
-Rabia, hijo mío, trabaja y suda; así aprenderás a no atreverte con tus
-mayores.
-
-Pero el Señor, arrepentido de su dureza, añadió con tono bondadoso:
-
---Lo hecho, hecho está, y mi maldición debe cumplirse. Yo solo tengo
-una palabra. Pero ya que he entrado en vuestra casa, no quiero irme sin
-dejar un recuerdo de mi bondad. A ver, Eva, acércame esos chicos.
-
-Los tres arrapiezos formaron en fila frente al Todopoderoso, que los
-examinó atentamente un buen rato.
-
---Tú --dijo al primero, un gordinflón muy serio, que le escuchaba con
-las cejas fruncidas y un dedo en la nariz--, tú serás el encargado de
-juzgar a tus semejantes. Fabricarás la ley, dirás lo que es delito,
-cambiando cada siglo de opinión, y someterás todos los delincuentes a
-una misma regla, que es como si a todos los enfermos los curasen con
-el mismo medicamento.
-
-Después señaló al otro, un morenito vivaracho, siempre con un palo para
-sacudir a sus hermanos.
-
---Tú serás un guerrero, un caudillo. Llevarás tras de ti a los hombres
-como el rebaño que marcha al matadero, y sin embargo, te aclamarán; la
-gente, al verte cubierto de sangre, te admirará como un semidiós. Si
-los otros matan serán criminales; si tú matas, serás héroe. Inunda de
-sangre los campos, pasa los pueblos a hierro y fuego, destruye, mata, y
-te cantarán los poetas y escribirán tus hazañas los historiadores. Los
-que sin ser tú hagan lo mismo, arrastrarán cadenas.
-
-Reflexionó el Señor un momento, y se dirigió al tercero:
-
---Tú acapararás las riquezas del mundo, serás comerciante, prestarás
-dinero a los reyes tratándolos como iguales, y si arruinas todo un
-pueblo, el mundo admirará tu habilidad.
-
-El pobre Adán lloraba de agradecimiento, mientras Eva, inquieta y
-temblorosa, intentaba decir algo, sin decidirse a ello. En su corazón
-de madre se agitaba el remordimiento; pensaba en los pobrecitos
-encerrados en el establo, que iban a quedar excluidos del reparto de
-mercedes.
-
---Voy a enseñárselos --decía por lo bajo a su marido.
-
-Y este, tímido siempre, se oponía murmurando:
-
---Sería demasiado atrevimiento. Se enfadará el Señor.
-
-Justamente, el arcángel Miguel, que había venido de mala gana a la casa
-de aquellos réprobos, daba prisas a su amo:
-
---Señor, que es tarde.
-
-El Señor se levantó, y la escolta de arcángeles, bajando de los
-árboles, acudió corriendo para presentar armas a la salida.
-
-Eva, impulsada por su remordimiento, corrió al establo, abriendo la
-puerta.
-
---Señor, que aún quedan más. Algo para estos pobrecitos.
-
-El Todopoderoso miró con extrañeza aquella caterva sucia y asquerosa
-que se agitaba en el estiércol como un montón de gusanos.
-
---Nada me queda que dar --dijo--. Sus hermanos se lo han llevado todo.
-Ya pensaré, mujer; ya veremos más adelante.
-
-San Miguel empujaba a Eva para que no importunase más al amo, pero ella
-seguía suplicando:
-
---Algo, Señor; dadles cualquier cosa. ¿Qué van a hacer estos pobres en
-el mundo?
-
-El Señor deseaba irse, y salió de la masía.
-
---Ya tienen destino --dijo a la madre--. Esos se encargarán de servir y
-mantener a los otros.
-
---Y de aquellos infelices --terminó el viejo segador-- que nuestra
-primera madre ocultó en el establo, descendemos nosotros los que
-vivimos encorvados sobre la tierra.
-
-
-
-
-La tumba de Alí-Bellús
-
-
---Era en aquel tiempo --dijo el escultor García-- en que me dedicaba,
-para conquistar el pan, a restaurar imágenes y dorar altares, corriendo
-de este modo casi todo el reino de Valencia.
-
-Tenía un encargo de importancia: restaurar el altar mayor de la iglesia
-de Bellús, obra pagada con cierta manda de una vieja señora, y allá fui
-con dos aprendices, cuya edad no se diferenciaba mucho de la mía.
-
-Vivíamos en casa del cura, un señor incapaz de reposo, que apenas
-terminaba su misa ensillaba el macho para visitar a los compañeros de
-las vecinas parroquias o empuñaba la escopeta, y con balandrán y gorro
-de seda salía a despoblar de pájaros la huerta. Y mientras él andaba
-por el mundo, yo, con mis dos compañeros, metidos en la iglesia, sobre
-los andamios del altar mayor, complicada fábrica del siglo XVII,
-sacando brillo a los dorados o alegrándoles los mofletes a todo un
-tropel de angelitos que asomaban entre la hojarasca como chicuelos
-juguetones.
-
-Por las mañanas, terminada la misa, quedábamos en absoluta soledad.
-La iglesia era una antigua mezquita de blancas paredes; sobre los
-altares laterales extendían las viejas arcadas su graciosa curva, y
-todo el templo respiraba ese ambiente de silencio y frescura que parece
-envolver a las construcciones árabes. Por el abierto portón veíamos
-la plaza solitaria inundada de sol; oíamos los gritos de los que se
-llamaban allá lejos, a través de los campos, rasgando la inquietud de
-la mañana, y de vez en cuando las gallinas entraban irreverentemente
-en el templo, paseando ante los altares con grave contoneo, hasta
-que huían asustadas por nuestros cantos. Hay que advertir que,
-familiarizados con aquel ambiente, estábamos en el andamio como
-en un taller, y yo obsequiaba a aquel mundo de santos, vírgenes y
-ángeles inmóviles y empolvados por los siglos, con todas las romanzas
-aprendidas en mis noches de _paraíso_, y tan pronto cantaba a la
-_celeste Aida_ como repetía los voluptuosos arrullos de Fausto en el
-jardín.
-
-Por eso veía con desagrado por las tardes cómo invadían la iglesia
-algunas vecinas del pueblo, comadres descaradas y preguntonas que
-seguían el trabajo de mis manos con atención molesta, y hasta osaban
-criticarme por si no sacaba bastante brillo al follaje de oro o ponía
-poco bermellón en la cara de un angelito. La más guapetona y la más
-rica, a juzgar por la autoridad con que trataba a las demás, subía
-algunas veces al andamio, sin duda para hacerme sentir de más cerca su
-rústica majestad, y allí permanecía, no pudiendo moverme sin tropezar
-con ella.
-
-El piso de la iglesia era de grandes ladrillos rojos, y tenía en el
-centro, empotrada en un marco de piedra, una enorme losa con anilla
-de hierro. Estaba yo una tarde imaginando qué habría debajo, y
-agachado sobre la losa rascaba con un hierro el polvo petrificado de
-las junturas, cuando entró aquella mujerona, la _siñá_ Pascuala, que
-pareció extrañarse mucho al verme en tal ocupación.
-
-Toda la tarde la pasó cerca de mí, en el andamio, sin hacer caso de
-sus compañeras que parloteaban a nuestros pies, mirándome fijamente
-mientras se decidía a soltar la pregunta que revoloteaba en sus labios.
-Por fin la soltó. Quería saber qué hacía yo sobre aquella losa que
-nadie en el pueblo, ni aun los más ancianos, habían visto nunca
-levantada. Mis negativas excitaron más su curiosidad, y por burlarme de
-ella me entregué a un juego de muchacho, arreglando las cosas de modo
-que todas las tardes, al llegar a la iglesia, me encontraba mirando la
-losa, hurgando en sus junturas.
-
-Di fin a la restauración, quitamos los andamios; el altar lucía como
-un ascua de oro, y cuando le echaba la última mirada, vino la curiosa
-comadre a intentar por otra vez hacerse partícipe de _mi secreto_.
-
---_Dígameu_, pintor --suplicaba--. Guardaré el _secret_.
-
-Y el pintor (así me llamaban), como era entonces un joven alegre y
-había de marchar en el mismo día, encontró muy oportuno aturdir a
-aquella impertinente con una absurda leyenda. La hice prometer un
-sinnúmero de veces, con gran solemnidad, que no repetiría a nadie mis
-palabras, y solté cuantas mentiras me sugirió mi afición a las novelas
-interesantes.
-
-Yo había levantado aquella losa por arte maravilloso que me callaba,
-y visto cosas extraordinarias. Primero una escalera honda, muy honda:
-después estrechos pasadizos, vueltas y revueltas; por fin una lámpara
-que debía estar ardiendo centenares de años, y tendido en una cama de
-mármol un _tío_ muy grande, con la barba hasta el vientre, los ojos
-cerrados, una espada enorme sobre el pecho y en la cabeza una toalla
-arrollada con una media luna.
-
---Será un _mòro_ --interrumpió ella con suficiencia.
-
-Sí, un moro. ¡Qué lista era! Estaba envuelto en un manto que brillaba
-como el oro, y a sus pies una inscripción en letras enrevesadas que no
-las entendería el mismo cura; pero como yo era pintor, y los pintores
-lo saben todo, la había leído de corrido. Y decía... decía... ¡ah,
-sí! decía: «Aquí yace Alí-Bellús; su mujer Sarah y su hijo Macael le
-dedican este último recuerdo.»
-
-Un mes después supe en Valencia lo que ocurrió apenas abandoné el
-pueblo. En la misma noche, la _siñá_ Pascuala juzgó que era bastante
-heroísmo callarse durante algunas horas, y se lo dijo todo a su marido,
-el cual lo repitió al día siguiente en la taberna. Estupefacción
-general. ¡Vivir toda la vida en el pueblo, entrar todos los domingos
-en la iglesia y no saber que bajo sus pies estaba el hombre de la gran
-barba, de la toalla en la cabeza, el marido de Sarah, el padre de
-Macael, el gran Alí-Bellús, que indudablemente habría sido el fundador
-del pueblo!... Y todo esto lo había visto un forastero, sin más trabajo
-que llegar, y ellos no. ¡Cristo!
-
-Al domingo siguiente, apenas el cura abandonó el pueblo para comer con
-un párroco vecino, una gran parte del vecindario corrió a la iglesia.
-El marido de la _siñá_ Pascuala anduvo a palos con el sacristán para
-quitarle las llaves, y todos, hasta el alcalde y el secretario,
-entraron con picos, palancas y cuerdas. ¡Lo que sudaron!... En dos
-siglos lo menos no había sido levantada aquella losa, y los mozos
-más robustos, con los bíceps al aire y el cuello hinchado por los
-esfuerzos, pugnaban inútilmente por removerla.
-
---¡_Fòrsa, fòrsa_! --gritaba la Pascuala capitaneando aquella tropa de
-brutos--. ¡_Abaix_ está el _mòro_!
-
-Y animados por ella redoblaron todos sus esfuerzos, hasta que después
-de una hora de bufidos, juramentos y sudor a chorros, arrancaron no
-solo la losa, sino el marco de piedra, saltando tras él una gran parte
-de los ladrillos del piso. Parecía que la iglesia se venía abajo. Pero
-buenos estaban ellos para fijarse en el destrozo... Todas las miradas
-eran para la lóbrega sima que acababa de abrirse ante sus pies.
-
-Los más valientes rascábanse la cabeza con visible indecisión; pero uno
-más audaz se hizo atar una cuerda a la cintura y se deslizó murmurando
-un credo. No se cansó mucho en el viaje. Su cabeza estaba aún a la
-vista de todos cuando sus pies tocaban ya el fondo.
-
---¿Qué _veus_? --preguntaban los de arriba con ansiedad.
-
-Y él se agitaba en aquella lobreguez, sin tropezar con otra cosa
-que montones de paja arrojada allí hacía muchos años después de un
-desestero, y que putrefacta por las filtraciones despedía un hedor
-insufrible.
-
---¡Busca, busca! --gritaban las cabezas formando un marco gesticulante
-en torno de la lóbrega abertura. Pero el explorador solo encontraba
-coscorrones, pues al avanzar su cabeza chocaba contra las paredes.
-Bajaron otros mozos, acusando de torpeza al primero, pero al fin
-tuvieron que convencerse de que aquel pozo no tenía salida alguna.
-
-Se retiraron mohínos entre la rechifla de los chicuelos, ofendidos
-porque les habían dejado fuera de la iglesia, y el griterío de las
-mujeres, que aprovechaban la ocasión para vengarse de la orgullosa
-Pascuala.
-
---¿_Com_ está Alí-Bellús? --preguntaban--. ¿Y su hijo Macael?
-
-Para colmo de sus desdichas, al ver el cura roto el piso de su iglesia
-y enterarse de lo ocurrido, púsose furioso; quiso excomulgar al pueblo
-por sacrílego, cerrar el templo, y únicamente se calmó cuando los
-aterrados descubridores de Alí-Bellús prometieron construir a sus
-expensas un pavimento mejor.
-
---¿Y no ha vuelto usted allá? --preguntaron al escultor algunos de sus
-oyentes.
-
---Me guardaré mucho. Más de una vez he encontrado en Valencia a alguno
-de los chasqueados; pero ¡debilidad humana! al hablar conmigo se
-reían del suceso, lo encontraban muy gracioso, y aseguraban que ellos
-eran de los que presintiendo la jugarreta, se quedaron a la puerta de
-la iglesia. Siempre han terminado la conversación invitándome a ir
-allá para pasar un día divertido; cuestión de comerse una paella...
-¡Que vaya el demonio! Conozco a mi gente. Me invitan con una sonrisa
-angelical, pero instintivamente guiñan el ojo izquierdo como si ya
-estuvieran echándose la escopeta a la cara.
-
-
-
-
-El dragón del Patriarca
-
-TRADICIÓN VALENCIANA
-
-
-Todos los valencianos hemos temblado de niños ante el monstruo
-enclavado en el atrio del Colegio del Patriarca, la iglesia fundada
-por el beato Juan de Ribera. Es un cocodrilo relleno de paja, con
-las cortas y rugosas patas pegadas al muro y entreabierta la enorme
-boca, con una expresión de repugnante horror que hace retroceder a los
-pequeños, hundiéndose en las faldas de sus madres.
-
-Dicen algunos que está allí como símbolo del silencio, y con igual
-significado aparece en otras iglesias del reino de Aragón, imponiendo
-recogimiento a los fieles; pero el pueblo valenciano no cree en tales
-explicaciones; sabe mejor que nadie el origen del espantoso animalucho,
-la historia verídica e interesante del famoso _dragón del Patriarca_,
-y todos los nacidos en Valencia la recordamos como se recuerdan los
-cuentos _de miedo_ oídos en la niñez.
-
- * * * * *
-
-Era cuando Valencia tenía un perímetro no mucho más grande que los
-barrios tranquilos, soñolientos y como muertos, que rodean la Catedral.
-La Albufera, inmensa laguna casi confundida con el mar, llegaba hasta
-las murallas; la huerta era un enmarañado marjal de juncos y cañas que
-aguardaba en salvaje calma la llegada de los árabes que la cruzasen de
-acequias grandes y pequeñas, formando la maravillosa red que transmite
-la sangre de la fecundidad, y donde hoy es el Mercado extendíase el
-río, amplio, lento, confundiendo y perdiendo su corriente en las aguas
-muertas y cenagosas.
-
-Las puertas de la ciudad inmediatas al Turia permanecían cerradas
-los más de los días, o se entreabrían tímidamente para chocar con el
-estrépito de la alarma apenas se movían los vecinos cañaverales. A
-todas horas había gente en las almenas, pálida de emoción y curiosidad,
-con el gesto del que desea contemplar de lejos algo horrible y al mismo
-tiempo teme verlo.
-
-Allí, en el río, estaba el peligro de la ciudad, la pesadilla de
-Valencia, la mala bestia cuyo recuerdo turbaba el sueño de las gentes
-honradas, haciendo amargo el vino y desabrido el pan. En un ribazo,
-entre aplastadas marañas de juncos, un lóbrego y fangoso agujero, y en
-el fondo, durmiendo la siesta de la digestión, entre peladas calaveras
-y costillas rotas, el dragón, un horrible y feroz animalucho nunca
-visto en Valencia, enviado, sin duda, por el Señor --según decían las
-viejas ciudadanas-- para castigo de pecadores y terror de los buenos.
-
-¡Qué no hacía la ciudad para librarse de aquel vecino molesto que
-turbaba su vida!... Los mozos bravos de cabeza ligera --y bien sabe
-el diablo que en Valencia no faltan-- excitábanse unos a otros y
-echaban suertes para salir contra la bestia, marchando a su encuentro
-con hachas, lanzas, espadas y cuchillos. Pero apenas se aproximaban
-a la cueva del dragón, sacaba este el morro, se ponía en facha para
-acometer, y partiendo en línea recta veloz como un rayo, a este quiero
-y al otro no, mordisco aquí y zarpazo allá, desbarataba el grupo;
-escapaban los menos, y el resto paraba en el fondo del negro agujero,
-sirviendo de pasto a la fiera para toda la semana.
-
-La religión, viniendo en auxilio de los buenos y recelando las
-infernales artes del maléfico en esta horrorosa calamidad, quiso
-entrar en combate con la bestia, y un día el clero, con su obispo a la
-cabeza, salió por las puertas de Valencia, dirigiéndose valerosamente
-al río con gran provisión de latines y agua bendita. La muchedumbre
-contemplaba ansiosa desde las murallas la marcha lenta de la procesión;
-el resplandor de las bizantinas casullas con sus fajas blancas orladas
-de negras cruces; el centellear de la mitra de terciopelo rojo
-con piedras preciosas y el brillo de los lustrosos cráneos de los
-sacerdotes.
-
-El monstruo, deslumbrado por este aparato extraordinario, les dejaba
-aproximarse, pero pasada la primera impresión movió sus cortas
-patas, abrió la boca como bostezando, y esto bastó para que todos
-retrocediesen con tanta prudencia como prisa, precaución feliz a la que
-debieron los valencianos que la fiera no se almorzara medio cabildo.
-
-Se acabó. Todos reconocían la imposibilidad de seguir luchando con tal
-enemigo. Había que esperar a que el dragón muriese de viejo o de un
-hartazgo; mientras tanto, que cada cual se resignara a morir devorado
-cuando le llegara el turno.
-
-Acabaron por familiarizarse con aquel bicho ruin como con la idea de la
-muerte, considerándolo una calamidad inevitable, y el valenciano que
-salía a trabajar sus campos, apenas escuchaba ruido cerca de la senda y
-veía ondear la maleza, murmuraba con desaliento y resignación:
-
---Me tocó la mala. Ya está ahí _ese_. Siquiera que acabe pronto y no me
-haga sufrir.
-
-Como ya no quedaban hombres que fuesen en busca del dragón, este iba
-al encuentro de la gente para no pasar hambre en su agujero. Daba la
-vuelta a la ciudad, se agazapaba en los campos, corría los caminos, y
-muchas veces en su insolencia se arrastraba al pie de las murallas y
-pegaba el hocico a las rendijas de las fuertes puertas, atisbando si
-alguien iba a salir.
-
-Era un maldito que parecía estar en todas partes. El pobre valenciano,
-al plantar el arroz encorvándose sobre la charca, sentía en lo mejor
-de su trabajo algo que le acariciaba por cerca de la espalda, y al
-volverse tropezaba con el morro del dragón, que se abría y se abría
-como si la boca le llegase hasta la cola, y ¡zas! de un golpe lo
-trituraba. El buen burgués que en las tardes de verano daba un paseíto
-por las afueras, veía salir de entre los matorrales una garra rugosa
-que parecía decirle: «¡Hola, amigo!», y con un zarpazo irresistible
-se veía arrastrado hasta el fondo del fangoso agujero donde la bestia
-tenía su comedor.
-
-Al mediodía, cuando el dragón inmóvil en el barro como un tronco
-escamoso tomaba el sol, los tiradores de arco, apostados entre dos
-almenas, le largaban certeros saetazos. ¡Tontería! Las flechas
-rebotaban sobre el caparazón y el monstruo hacía un ligero movimiento,
-como si en torno de él zumbase un mosquito.
-
-La ciudad se despoblaba rápidamente, y hubiese quedado totalmente
-abandonada a no ocurrírsele a los jueces sentenciar a muerte a cierto
-vagabundo, merecedor de horca por delitos que llamaron la atención en
-una época en que se mataba y robaba sin dar a esto otra importancia que
-la de naturales desahogos.
-
-El reo, un hombre misterioso, una especie de judío que había recorrido
-medio mundo y hablaba en idiomas raros, pidió gracia. Él se encargaba
-de matar el dragón a cambio de rescatar su vida. ¿Convenía el trato?...
-
-Los jueces no tuvieron tiempo para deliberar, pues la ciudad les
-aturdió con su clamoreo. Aceptado, aceptado: la muerte del dragón bien
-valía la gracia de un tuno.
-
-Le ofrecieron para su empresa las mejores armas de la ciudad, pero
-el vagabundo sonrió desdeñosamente, limitándose a pedir algunos días
-para prepararse. Los jueces, de acuerdo con él, dejáronle encerrado
-en una casa, donde todos los días entraban algunas cargas de leña y
-una regular cantidad de vasos y botellas recogidos en las principales
-casas de la ciudad. Los valencianos agolpábanse en torno de la casa,
-contemplando de día el negro penacho de humo, y por la noche el
-resplandor rojizo que arrojaba la chimenea. Lo misterioso de los
-preparativos dábales fe. ¡Aquel brujo sí que mataba al dragón!...
-
-Llegó el día del combate, y todo el vecindario se agolpó en las
-murallas, anhelante y pálido de ansiedad. Colgaban sobre las barbacanas
-racimos de piernas; agitábanse entre las almenas inquietas masas de
-cabezas.
-
-Se abrió cautelosamente un postigo, dejando solo espacio para que
-saliera el combatiente, y volvió a cerrarse con la precipitación del
-miedo. La muchedumbre lanzó una exclamación de desaliento. Aguardaba
-algo extraordinario en el paladín misterioso, y le veía cubierto con un
-manto y un capuchón de lana burda, sin más arma que una lanza... ¡Otro
-al saco! Aquel judío se lo engullía la malhadada bestia en un avemaría.
-
-Pero él, insensible al general desaliento, marchaba en línea recta
-hacia la cueva. Justamente, el dragón hacía días que estaba rabiando de
-hambre. Quedábase la gente en la ciudad, y la fiera ayunaba, rugiendo
-al husmear el rebaño humano guardado por las fuertes murallas.
-
-Vieron todos cómo al aproximarse el vagabundo asomaba por el embudo
-de barro el picudo morro de la fiera y sus rugosas patas delanteras.
-Después, con un pesado esfuerzo, sacó del agujero el corpachón escamoso
-por cuyo interior había pasado medio Valencia.
-
-¡_Brrrr_! Y rugiendo de hambre, abrió una bocaza que, aun vista de
-lejos, hizo correr un estremecimiento por las espaldas de todos los
-valencianos. Pero al mismo tiempo ocurrió una cosa portentosa. El
-combatiente dejó caer al suelo la capa y la capucha, y todo el pueblo
-se llevó las manos a los ojos como deslumbrado. Aquel hombre era un
-ascua luminosa; una llama que marchaba rectamente hacia el dragón, un
-fantasma de fuego que no podía ser contemplado más de un segundo. Iba
-cubierto con una vestidura de cristal, con una armadura de espejos en
-la que se reflejaba el sol, rodeándolo con un nimbo de deslumbrantes
-rayos.
-
-La bestia, que iba a lanzarse sobre él, parpadeó temblorosa,
-deslumbrada, y comenzó a retroceder.
-
-El vagabundo avanzaba arrogante y seguro de la victoria, como en la
-leyenda wagneriana el valeroso Sigfrido marchaba al encuentro del
-dragón _Fafner_.
-
-Los rayos de la armadura anonadaban a la fiera. Su espantable figura,
-reproducida en la coraza, en el escudo, en todas las partes de la
-armadura con infinito espejismo, la turbaban, obligándola a retroceder.
-Al fin, cegada, confusa, presa del mareo de lo desconocido, se dejó
-caer en su agujero, y con un supremo esfuerzo, por conservar su
-prestigio, abrió la bocaza para rugir ¡_Brrrr_!
-
-¡Allí de la lanza! La hundió toda en las horribles fauces del
-deslumbrado monstruo, repitiendo los golpes entre los aplausos de la
-muchedumbre, que saludaba cada metido como una bendición de Dios. Los
-chorros de sangre negra y nauseabunda mancharon la límpida armadura, y
-enardecidos por la agonía del enemigo, todos los vecinos salieron al
-campo. Hubo algunos que por llegar antes se arrojaron de cabeza desde
-las murallas, siendo con esto las postreras víctimas del dragón.
-
-Todos querían ver de cerca al monstruo y abrazar al matador.
-
-¡Se salvó Valencia! Desde aquel día comenzó a vivir tranquila.
-
-De tan memorable jornada no ha quedado el nombre del héroe, ni siquiera
-su maravillosa armadura de espejos. Sin duda se la rompieron en plena
-ovación, al llevarle triunfante de abrazo en abrazo.
-
-Pero queda el dragón, con su vientre atiborrado de paja, por donde
-pasaron muchos de nuestros abuelos.
-
-Y quien dude de la veracidad del suceso, no tiene más que asomarse al
-atrio del Colegio del Patriarca, que allí está la malvada bestia como
-irrecusable testigo.
-
-
-FIN
-
-
-
-
-ÍNDICE
-
-
- Págs.
-
- _Dimòni_ 5
-
- ¡Cosas de hombres!... 21
-
- La cencerrada 33
-
- La apuesta del _esparrelló_ 71
-
- La caperuza 85
-
- Noche de bodas 99
-
- La corrección 133
-
- Guapeza valenciana 143
-
- El _femater_ 165
-
- En la puerta del cielo 191
-
- El establo de Eva 199
-
- La tumba de Alí-Bellús 209
-
- El dragón del Patriarca 217
-
-
-
-*** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK CUENTOS VALENCIANOS ***
-
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- Cuentos Valencianos, by Vicente Blasco Ibáñez&mdash;A Project Gutenberg eBook
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-
-<body class="formato">
-
-<div style='text-align:center; font-size:1.2em; font-weight:bold'>The Project Gutenberg eBook of Cuentos valencianos, by Vicente Blasco Ibáñez</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-This eBook is for the use of anyone anywhere in the United States and
-most other parts of the world at no cost and with almost no restrictions
-whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms
-of the Project Gutenberg License included with this eBook or online
-at <a href="https://www.gutenberg.org">www.gutenberg.org</a>. If you
-are not located in the United States, you will have to check the laws of the
-country where you are located before using this eBook.
-</div>
-
-<p style='display:block; margin-top:1em; margin-bottom:1em; margin-left:2em; text-indent:-2em'>Title: Cuentos valencianos</p>
-
-<div style='display:block; margin-top:1em; margin-bottom:1em; margin-left:2em; text-indent:-2em'>Author: Vicente Blasco Ibáñez</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>Release Date: October 11, 2021 [eBook #66514]</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>Language: Spanish</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>Character set encoding: UTF-8</div>
-
-<div style='display:block; margin-left:2em; text-indent:-2em'>Produced by: Ramón Pajares Box and the Online Distributed Proofreading Team at https://www.pgdp.net (This file was produced from images generously made available by The Internet Archive/Canadian Libraries)</div>
-
-<div style='margin-top:2em; margin-bottom:4em'>*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK CUENTOS VALENCIANOS ***</div>
-
-<div class="front">
- <hr class="full" />
- <p><a href="#ToC">Índice</a></p>
-</div>
-
-<div class="transnote" id="tnote">
- <p class="tnotetit">Nota de transcripción</p>
- <ul>
- <li>Los errores de imprenta han sido corregidos.</li>
-
- <li>La ortografía del texto original ha sido actualizada de acuerdo con
- las normas publicadas en 2010 por la Real Academia Española.</li>
-
- <li>Se han puesto tildes a las mayúsculas; se han espaciado las rayas,
- salvo las iniciales de diálogo; se ha completado el emparejamiento
- de las comillas y de los signos de exclamación e interrogación.</li>
-
- <li>Las páginas en blanco han sido eliminadas.</li>
- </ul>
-</div>
-
-
-<div class="screenonly x-ebookmaker-drop">
- <hr class="chap" />
- <div class="figcenter">
- <img class="thin"
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- </div>
-</div>
-
-
-<div class="tit pt6">
- <hr class="chap" />
- <p><span class="pagenum" id="Page_1">p. 1</span></p>
- <h1 class="ws1">CUENTOS VALENCIANOS</h1>
- <hr class="chap" />
-</div>
-
-
-<div class="section">
- <p><span class="pagenum" id="Page_2">p. 2</span></p>
- <p class="fs120 ws1 centra">OBRAS DEL MISMO AUTOR</p>
- <hr class="tir" />
-</div>
-
-<ul class="obras">
- <li><b>La condenada</b> (cuentos).</li>
- <li><b>En el país del arte</b> (viajes).</li>
- <li><b>Arroz y tartana</b> (novela).</li>
- <li><b>Flor de Mayo</b> (novela).</li>
- <li><b>La barraca</b> (novela).</li>
- <li><b>Entre naranjos</b> (novela).</li>
- <li><b>Sónnica la cortesana</b> (novela).</li>
- <li><b>Cañas y barro</b> (novela).</li>
- <li><b>La Catedral</b> (novela).</li>
- <li><b>El Intruso</b> (novela).</li>
- <li><b>La Bodega</b> (novela).</li>
- <li><b>La Horda</b> (novela).</li>
- <li><b>La maja desnuda</b> (novela).</li>
- <li><b>Oriente</b> (viajes).</li>
- <li><b>Sangre y arena</b> (novela).</li>
- <li><b>Los muertos mandan</b> (novela).</li>
- <li><b>Luna Benamor</b> (novela).</li>
-</ul>
-
-<p class="centra mt1"><b>ARGENTINA Y SUS GRANDEZAS</b></p>
-
-<hr class="fil" />
-
-<p class="centra mt1">OBRAS TRADUCIDAS DEL AUTOR</p>
-
-<hr class="tir" />
-
-<blockquote class="titulos">
-
-<p><span class="smcap">Terres maudites</span> (Traducción de G.
-Hérelle), París.</p>
-
-<p><span class="smcap">Fleur de Mai</span> (Traducción de G. Hérelle),
-París.</p>
-
-<p><span class="smcap">Boue et Roseaux</span> (Traducción de Maurice
-Bixio), París.</p>
-
-<p><span class="smcap">Contes Espagnols</span> (Traducción de G.
-Menetrier), París.</p>
-
-<p><span class="smcap">Dans l’ombre de la cathédrale</span> (Traducción
-de G. Hérelle), París.</p>
-
-<p><span class="smcap">Terras malditas</span> (Traducción de Napoleão
-Toscano), Lisboa.</p>
-
-<p><span class="smcap">A Cathedral</span> (Traducción de Riveiro de
-Carvalho y Moraes Rosa), Lisboa.</p>
-
-<p><span class="smcap">Die Kathedrale</span> (Traducción de Josy
-Priems), Zurich.</p>
-
-<p><span class="smcap">Flor de Mayo</span> (Traducción de Josy Priems),
-Zurich.</p>
-
-<p><span class="smcap">Erdfluch</span> (Traducción de Wilhelm Thal),
-Berlín.</p>
-
-<p><span class="smcap">Schilfund Schlamm</span> (Traducción de Wilhelm
-Thal), Berlín.</p>
-
-<p><span class="smcap">Der Eindringling</span> (Traducción de J.
-Broutá), Berlín.</p>
-
-<p><span class="smcap">De Vloek</span> (Traducción del doctor A. A.
-Fokker), Haarlem.</p>
-
-<p><span class="smcap">Waar Oranjeboomen Bloeien</span> (Traducción del
-Dr. A. A. Fokker), Amsterdam.</p>
-
-<p><span class="smcap">Chalupa</span> (Traducción de A. Pikhart),
-Praga.</p>
-
-<p><span class="smcap">Marná Chlouba</span> (Traducción de A. Pikhart),
-Praga.</p>
-
-<p><span class="smcap">Ah, il pane!...</span> (Traducción de F.
-Gelormini), Palermo.</p>
-
-<p><span class="smcap">Hvad en Mand har at gove</span> (Traducción de
-Johanne Allen), Copenhague.</p>
-
-<p><span class="smcap">Vinnyi Sklad</span> (Traducción de M. Watson),
-Petersburgo.</p>
-
-<p><span class="smcap">Bodega</span> (Traducción de K. G.),
-Petersburgo.</p>
-
-<p><span class="smcap">Prokliatac Pole</span> (Traducción de M.
-Watson), Petersburgo.</p>
-
-<p><span class="smcap">Sobor</span> (Traducción de M. Watson),
-Petersburgo.</p>
-
-<p><span class="smcap">Duoyñoy vistrel</span> (Traducción de M.
-Watson), Petersburgo.</p>
-
-<p><span class="smcap">Geleznodorognoy Zaiaz</span> (Traducción de M.
-Watson), Petersburgo.</p>
-
-<p><span class="smcap">Naloguiza obnagnenaia</span> (Traducción de M.
-Watson), Petersburgo.</p>
-
-<p><span class="smcap">Arènes sanglantes</span> (Traducción de G.
-Hérelle), París.</p>
-
-<p><span class="smcap">La Horde</span> (Traducción de G. Hérelle),
-París.</p>
-
-<p><span class="smcap">A cortezan de Sagunto</span> (Traducción de
-Riveiro de Carvalho y Moraes Rosa), Lisboa.</p>
-
-<p><span class="smcap">O Intruso</span> (Traducción de Carvalho),
-Lisboa.</p>
-
-</blockquote>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="tit pt3">
- <p><span class="pagenum" id="Page_3">p. 3</span></p>
- <p class="fs150 ws1">V. Blasco Ibáñez</p>
- <hr class="tir" />
- <p class="iz fs250 mt05">CUENTOS VALENCIANOS</p>
-
- <div class="figcenter mt3">
- <img src="images/logo.jpg"
- style="width: 5em; height: auto;"
- alt="Viñeta ornamental" />
- </div>
-
- <p class="ws1 smcap mt3">F. Sempere y Compañía, Editores</p>
- <p class="fs90 g1 mt05">VALENCIA</p>
-</div>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt6">
- <div class="legal">
- <p><span class="pagenum" id="Page_4">p. 4</span><i>Esta Casa
- Editorial obtuvo Diploma de Honor y Medalla de Oro en la Exposición
- Regional de Valencia de 1909 y Gran Premio de Honor en la
- Internacional de Buenos Aires de 1910.</i></p>
- </div>
-
- <p class="centra fs90 mt3"><i>Derechos de traducción reservados en
- todos los países,<br /> incluso Suecia y Noruega.</i></p>
-
- <p class="centra smaller ws1 bt">Imp. de la Casa Editorial F.
- Sempere y Comp.ª — <span class="smcap">Valencia</span></p>
-</div>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-<div class="chapter" id="Ch1">
- <p><span class="pagenum" id="Page_5">p. 5</span></p>
- <p class="fs130 ws1 centra">CUENTOS VALENCIANOS</p>
- <hr class="tir" />
- <h2 class="nobreak g1"><i>Dimòni</i></h2>
- <hr class="tir" />
-</div>
-
-<h3>I</h3>
-
-<p>Desde Cullera a Sagunto, en toda la valenciana vega no había pueblo
-ni poblado donde no fuese conocido.</p>
-
-<p>Apenas su dulzaina sonaba en la plaza, los muchachos corrían
-desalados, las comadres llamábanse unas a otras con ademán gozoso y los
-hombres abandonaban la taberna.</p>
-
-<p>—¡<i>Dimòni</i>! ¡Ya está ahí <i>Dimòni</i>!</p>
-
-<p>Y él, con los carrillos hinchados, la mirada vaga perdida en lo alto
-y soplando sin cesar en la picuda dulzaina, acogía la rústica ovación
-con la indiferencia de un ídolo.</p>
-
-<p>Era popular y compartía la general admiración con aquella dulzaina
-vieja, resquebrajada, la eterna compañera de sus<span class="pagenum"
-id="Page_6">p. 6</span> correrías, la que, cuando no rodaba en los
-pajares o bajo las mesas de las tabernas, aparecía siempre cruzada bajo
-el sobaco, como si fuera un nuevo miembro creado por la Naturaleza en
-un acceso de filarmonía.</p>
-
-<p>Las mujeres, que se burlaban de aquel insigne perdido, habían
-hecho un descubrimiento: <i>Dimòni</i> era guapo. Alto, fornido, con
-la cabeza esférica, la frente elevada, el cabello al rape y la nariz
-de curva audaz, tenía en su aspecto reposado y majestuoso algo que
-recordaba al patricio romano, pero no de aquellos que en el período
-de austeridad vivían a la espartana y se robustecían en el Campo de
-Marte, sino de los otros, de aquellos de la decadencia, que en las
-orgías imperiales afeaban la hermosura de raza colorando su nariz con
-el bermellón del vino y deformando su perfil con la colgante sotabarba
-de la glotonería.</p>
-
-<p><i>Dimòni</i> era un borracho. Los privilegios de su dulzaina, que
-por lo maravillosos le habían valido el apodo, no llamaban tanto la
-atención como las asombrosas borracheras que pillaba en las grandes
-fiestas.</p>
-
-<p>Su fama de músico le hacía ser llamado por los clavarios de todos
-los pueblos, y veíasele llegar carretera abajo siempre erguido y
-silencioso, con la dulzaina en el sobaco, llevando al lado, como
-gozquecillo<span class="pagenum" id="Page_7">p. 7</span> obediente,
-al tamborilero, algún pillete recogido en los caminos, con el cogote
-pelado por los tremendos pellizcos que al descuido le largaba el
-maestro cuando no redoblaba sobre el parche con brío, y que si cansado
-de aquella vida nómada abandonaba al amo, era después de haberse hecho
-tan borracho como él.</p>
-
-<p>No había en toda la provincia dulzainero como <i>Dimòni</i>;
-pero buenas angustias les costaba a los clavarios el gusto de que
-tocase en sus fiestas. Tenían que vigilarlo desde que entraba en el
-pueblo, amenazarle con un garrote para que no entrase en la taberna
-hasta terminada la procesión, o muchas veces, por un exceso de
-condescendencia, acompañarle dentro de aquella para detener su brazo
-cada vez que lo tendía hacia el porrón. Aun así resultaban inútiles
-tantas precauciones, pues más de una vez, marchando grave y erguido,
-aunque con paso tardo, ante el estandarte de la cofradía, escandalizaba
-a los fieles rompiendo a tocar la <i>Marcha Real</i> frente al ramo
-de olivo de la taberna, y entonando después el melancólico <i>De
-profundis</i> cuando la peana del santo patrono volvía a entrar en la
-iglesia.</p>
-
-<p>Y estas distracciones de bohemio incorregible, estas impiedades de
-borracho,<span class="pagenum" id="Page_8">p. 8</span> alegraban a
-la gente. La chiquillería pululaba en torno de él, dando cabriolas al
-compás de la dulzaina y aclamando a <i>Dimòni</i>; y los solteros del
-pueblo se reían de la gravedad con que marchaba delante de la cruz
-parroquial y le enseñaban de lejos un vaso de vino, invitación a la
-que contestaba con un guiño malicioso, como si dijera: «Guardadlo para
-después».</p>
-
-<p>Ese después era la felicidad de <i>Dimòni</i>, pues representaba el
-momento en que, terminada la fiesta y libre de la vigilancia de los
-clavarios, entraba en posesión de su libertad en plena taberna.</p>
-
-<p>Allí estaba en su centro, junto a los toneles pintados de rojo
-oscuro, entre las mesillas de cinc jaspeadas por las huellas redondas
-de los vasos, aspirando el tufillo del ajoaceite, del bacalao y
-las sardinas fritas que se exhibían en el mostrador tras mugriento
-alambrado, y bajo los suculentos pabellones que formaban, colgando de
-las viguetas, las ristras de morcillas rezumando aceite, los manojos
-de chorizos moteados por las moscas, las oscuras longanizas y los
-ventrudos jamones espolvoreados con rojo pimentón.</p>
-
-<p>La tabernera sentíase halagada por la presencia de un huésped que
-llevaba tras sí la concurrencia, e iban entrando los admiradores<span
-class="pagenum" id="Page_9">p. 9</span> a bandadas; no habían bastantes
-manos para llenar porrones; esparcíase por el ambiente un denso olor
-de lana burda y sudor de pies, y a la luz del humoso quinqué veíase a
-la respetable asamblea, sentados unos en los cuadrados taburetes de
-algarrobo con asiento de esparto y otros en cuclillas en el suelo,
-sosteniéndose con fuertes manos las abultadas mandíbulas, como si estas
-fueran a desprenderse de tanto reír.</p>
-
-<p>Todas las miradas estaban fijas en <i>Dimòni</i> y su dulzaina.</p>
-
-<p>—<i>¡L’agüela! ¡Fes l’agüela!</i></p>
-
-<p>Y <i>Dimòni</i>, sin pestañear, como si no hubiera oído la petición
-general, comenzaba a imitar con su dulzaina el gangoso diálogo de dos
-viejas, con tan grotescas inflexiones, con pausas tan oportunas, con
-escapes de voz tan chillones, que una carcajada brutal e interminable
-conmovía la taberna, despertando a las caballerías del inmediato
-corral, que unían a la baraúnda sus agudos relinchos.</p>
-
-<p>Después le pedían que imitase a <i>La Borracha</i>, una mala piel
-que iba de pueblo en pueblo vendiendo pañuelos y gastándose las
-ganancias en aguardiente. Y lo mejor del caso es que casi siempre
-estaba presente la aludida y era la primera en reírse de la gracia con
-que el dulzainero imitaba sus<span class="pagenum" id="Page_10">p.
-10</span> chillidos al pregonar la venta y las riñas con las
-compradoras.</p>
-
-<p>Pero cuando se agotaba el repertorio burlesco, <i>Dimòni</i>,
-soñoliento por la digestión del alcohol, lanzábase en su mundo
-imaginario, y ante su público silencioso y embobado, imitaba la charla
-de los gorriones, el murmullo de los campos de trigo en los días de
-viento, el lejano sonar de las campanas, todo lo que le sorprendía
-cuando por las tardes despertaba en medio del campo sin comprender cómo
-le había llevado allí la borrachera pillada la noche anterior.</p>
-
-<p>Aquellas gentes rudas no se sentían ya capaces de burlarse de
-<i>Dimòni</i>, de sus soberbias chispas ni de los repelones que hacía
-sufrir al tamborilero. El arte, algo grosero, pero ingenuo y genial
-de aquel bohemio rústico, causaba honda huella en sus almas vírgenes
-y miraban con asombro al borracho que, al compás de los arabescos
-impalpables que trazaba con su dulzaina, parecía crecerse, siempre con
-la mirada abstraída, grave, sin abandonar su instrumento más que para
-coger el porrón y acariciar su seca lengua con el <i>glu-glu</i> del
-hilillo del vino.</p>
-
-<p>Y así estaba siempre. Costaba gran trabajo sacarle una palabra del
-cuerpo. De él<span class="pagenum" id="Page_11">p. 11</span> sabíase
-únicamente por el rumor de su popularidad que era de Benicófar, que
-allá vivía en una casa vieja, que conservaba aún porque nadie le daba
-dos cuartos por ella, y que se había bebido, en unos cuantos años, dos
-machos, un carro y media docena de campos que heredó de su madre.</p>
-
-<p>¿Trabajar? No, y mil veces no. Él había nacido para borracho.
-Mientras tuviese la dulzaina en las manos, no le faltaría pan, y dormía
-como un príncipe cuando, terminada una fiesta y después de soplar y
-beber toda la noche, caía como un fardo en un rincón de la taberna o
-en un pajar del campo, y el pillete tamborilero, tan ebrio como él, se
-acostaba a sus pies cual un perrillo obediente.</p>
-
-
-<h3>II</h3>
-
-<p>Nadie supo cómo fue el encuentro; pero era forzoso que ocurriera,
-y ocurrió. <i>Dimòni</i> y <i>La Borracha</i> se juntaron y se
-confundieron.</p>
-
-<p>Siguiendo su curso por el cielo de la borrachera, rozáronse
-para marchar siempre unidos el astro rojizo de color de vino<span
-class="pagenum" id="Page_12">p. 12</span> y aquella estrella errante,
-lívida como la luz del alcohol.</p>
-
-<p>La fraternidad de borrachos acabó en amor, y fuéronse a sus dominios
-de Benicófar a ocultar su felicidad en aquella casucha vieja, donde por
-las noches, tendidos en el suelo del mismo cuarto donde había nacido
-<i>Dimòni</i>, veían las estrellas que parpadeaban maliciosamente
-a través de los grandes boquetes del tejado, adornados con largas
-cabelleras de inquietas plantas. Aquella casa era una muela vieja y
-cariada que se caía en pedazos. Las noches de tempestad tenían que
-huir como si estuvieran a campo raso, perseguidos por la lluvia,
-de habitación en habitación, hasta que por fin encontraban en el
-abandonado establo un rinconcito donde entre polvo y telarañas florecía
-su extravagante primavera de amor.</p>
-
-<p>¡Casarse!... ¿para qué? ¡Valiente cosa les importaba lo que
-dijera la gente! Para ellos no se habían fabricado las leyes ni
-los convencionalismos sociales. Les bastaba el amarse mucho, tener
-un mendrugo de pan a mediodía, y sobre todo algún crédito en la
-taberna.</p>
-
-<p><i>Dimòni</i> mostrábase absorto, como si ante su vista se hubiese
-abierto ignorada puerta mostrándole una felicidad tan inmensa como
-desconocida. Desde la niñez,<span class="pagenum" id="Page_13">p.
-13</span> el vino y la dulzaina habían absorbido todas sus pasiones; y
-ahora, a los veintiocho años, perdía su pudor de borracho insensible,
-y como uno de aquellos cirios de fina cera que llameaban en las
-procesiones, derretíase en brazos de <i>La Borracha</i>, sabandija
-escuálida, fea, miserable, ennegrecida por el fuego alcohólico que
-ardía en su interior, apasionada hasta vibrar como una cuerda tirante,
-y que a él le parecía el prototipo de la belleza.</p>
-
-<p>Su felicidad era tan grande, que se desbordaba fuera de la casucha.
-Acariciábanse en medio de las calles con el impudor inocente de una
-pareja canina, y muchas veces, camino de los pueblos donde se celebraba
-fiesta, huían a campo traviesa, sorprendidos en lo mejor de su pasión
-por los gritos de los carreteros, que celebraban con risotadas el
-descubrimiento. El vino y el amor engordaban a <i>Dimòni</i>; echaba
-panza, iba de ropa más bien cuidado que nunca y sentíase tranquilo y
-satisfecho al lado de <i>La Borracha</i>, aquella mujer cada vez más
-seca y negruzca que, pensando únicamente en cuidarle, no se ocupaba
-en remendar las sucias faldillas que se escurrían de sus hundidas
-caderas.</p>
-
-<p>No le abandonaba. Un buen mozo como él estaba expuesto a peligros;
-y no satisfecha<span class="pagenum" id="Page_14">p. 14</span> con
-acompañarle en sus viajes de artista, marchaba a su lado al frente de
-la procesión, sin miedo a los cohetes y mirando con cierta hostilidad a
-todas las mujeres.</p>
-
-<p>Cuando <i>La Borracha</i> quedó embarazada, la gente se moría de
-risa, comprometiéndose con ello la solemnidad de las procesiones.</p>
-
-<p>En medio él, erguido, con expresión triunfante, con la dulzaina
-hacia arriba como si fuese una descomunal nariz que olía al cielo; a
-un lado el pillete, haciendo sonar el tamboril, y al opuesto <i>La
-Borracha</i>, exhibiendo con satisfacción, como un segundo tambor,
-aquel vientre que se hinchaba cual globo próximo a estallar, que la
-hacía ir con paso tardo y vacilante y que en su insolente redondez
-subía escandalosamente el delantero de la falda, dejando al descubierto
-los hinchados pies bailoteando en viejos zapatos y aquellas piernas
-negras, secas y sucias como los palillos que movía el tamborilero.</p>
-
-<p>Aquello era un escándalo, una profanación, y los curas de los
-pueblos sermoneaban al dulzainero:</p>
-
-<p>—Pero ¡gran demonio! Cásate al menos, ya que esa perdida se empeña
-en no dejarte ni aun en la procesión. Yo me encargaré de arreglaros los
-papeles.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_15">p. 15</span>Pero aunque él decía
-a todo que sí, maldito lo que le seducía la proposición. ¡Casarse
-ellos! ¡Bueno va!... ¡cómo se burlaría la gente! Mejor estaban así las
-cosas.</p>
-
-<p>Y en vista de su tozuda resistencia, si no le quitaron las fiestas,
-por ser el más barato y mejor de los dulzaineros, despojáronle de todos
-los honores anexos a su cargo, y ya no comió más en la mesa de los
-clavarios, ni se le dio el pan bendito, ni se permitió que entrasen en
-la iglesia el día de la fiesta semejante par de herejazos.</p>
-
-
-<h3>III</h3>
-
-<p>Ella no fue madre. Cuando llegó el momento, arrancaron en pedazos,
-de sus entrañas ardientes, aquel infeliz engendro de la embriaguez.</p>
-
-<p>Y tras el feto monstruoso y sin vida, murió la madre ante la mirada
-asombrada de <i>Dimòni</i>, que, al ver extinguirse aquella vida sin
-agonía ni convulsiones, no sabía si su compañera se había ido para
-siempre o si acababa de dormirse como cuando rodaba a sus pies la
-botella vacía.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_16">p. 16</span>El suceso tuvo
-resonancia, y las comadres de Benicófar se agrupaban a la puerta
-de la casucha para ver de lejos a <i>La Borracha</i> tendida en el
-ataúd de los pobres y a <i>Dimòni</i> en cuclillas junto a la muerta,
-voluminoso, lloriqueando y con la cerviz inclinada, como un buey
-melancólico.</p>
-
-<p>Nadie del pueblo se dignó entrar en la casa. El duelo se componía
-de media docena de amigos de <i>Dimòni</i>, haraposos y tan borrachos
-como este, que pordioseaban por los caminos, y del sepulturero de
-Benicófar.</p>
-
-<p>Pasaron la noche velando a la difunta, yendo por turno cada dos
-horas a aporrear la puerta de la taberna pidiendo que les llenasen
-una enorme bota, y cuando el sol entró por las brechas del tejado,
-despertaron todos, tendidos en torno de la difunta, ni más ni menos que
-los domingos por la noche cuando en fraternal confianza caían en algún
-pajar a la salida de la taberna.</p>
-
-<p>¡Cómo lloraban todos!... Y ahora la pobrecita estaba allí en el
-cajón de los pobres, tranquila como si durmiera, y sin poder levantarse
-a pedir su parte. ¡Oh, lo que es la vida!... ¡Y en esto hemos de parar
-todos!</p>
-
-<p>Y los borrachos lloraron tanto, que al conducir el cadáver al
-cementerio todavía les duraba la emoción y la embriaguez.</p>
-
-<p>Todo el vecindario presenció de lejos el<span class="pagenum"
-id="Page_17">p. 17</span> entierro. Las buenas almas reían como locas
-ante espectáculo tan grotesco.</p>
-
-<p>Los amigotes de <i>Dimòni</i> marchaban con el ataúd al hombro,
-dando traspiés que hacían mecerse rudamente la fúnebre caja como
-un buque viejo y desarbolado. Y detrás de aquellos mendigos iba
-<i>Dimòni</i> con su inseparable instrumento bajo el sobaco, siempre
-con aquel aspecto de buey moribundo que acababa de recibir un tremendo
-golpe en la cerviz.</p>
-
-<p>Los chiquillos gritaban y daban cabriolas ante el ataúd, como si
-aquello fuese una fiesta, y la gente reía, asegurando que lo del parto
-era una farsa y que <i>La Borracha</i> había muerto de un hartazgo de
-aguardiente.</p>
-
-<p>Los lagrimones de <i>Dimòni</i> también hacían reír. ¡Valiente
-pillo! Aún le duraba el <i>cañamón</i> de la noche anterior y lloraba
-lágrimas de vino al pensar que ya no tendría una compañera en sus
-borracheras nocturnas.</p>
-
-<p>Todos le vieron volver del cementerio, donde por compasión habían
-permitido el entierro de aquella gran perdida, y le vieron también cómo
-con sus amigotes, incluso el enterrador, se metía en la taberna para
-agarrar el porrón con las manos sucias de la tierra de las tumbas.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_18">p. 18</span>Desde aquel día, el
-cambio fue radical. ¡Adiós, excursiones gloriosas, triunfos alcanzados
-en las tabernas, serenatas en las plazas y toques estruendosos en las
-procesiones! <i>Dimòni</i> no quería salir de Benicófar, ni tocar en
-las fiestas. ¿Trabajar?... eso para los imbéciles. Que no contasen con
-él los clavarios; y para afirmarse más en esta resolución, despidió al
-último tamborilero, cuya presencia le irritaba.</p>
-
-<p>Tal vez en sus ensueños de borracho melancólico había pensado,
-mirando el hinchado vientre de <i>La Borracha</i>, en la posibilidad
-de que con el tiempo un muchacho panzudo con cara de pillo, un
-<i>Dimoniet</i>, acompañase golpeando el parche las escalas vibrantes
-de su dulzaina. Ahora sí que estaba solo. Había conocido la dicha para
-que después su situación fuese más triste. Había sabido lo que era amor
-para conocer el desconsuelo; dos cosas cuya existencia ignoraba antes
-de tropezar con <i>La Borracha</i>.</p>
-
-<p>Entregose al aguardiente con el mismo fervor que si rindiera un
-tributo fúnebre a la muerta; iba roto, mugriento, y no podía revolverse
-en su casucha sin notar la falta de aquellas manos de bruja, secas y
-afiladas como garras, que tenían para él cuidados maternales.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_19">p. 19</span>Como un búho,
-permanecía en el fondo de su guarida mientras brillaba el sol, y a la
-caída de la tarde salía del pueblo cautelosamente, como ladrón que va
-al acecho, y por una brecha del muro se colaba en el cementerio, un
-corral de suelo ondulado que la Naturaleza igualaba con matorrales, en
-los que pululaban las mariposas.</p>
-
-<p>Y por la noche, cuando los jornaleros retrasados volvían al pueblo
-con la azada al hombro, oían una musiquilla dulce e interminable que
-parecía salir de las tumbas.</p>
-
-<p>—¡<i>Dimòni</i>!... ¿Eres tú?</p>
-
-<p>La musiquilla callaba ante los gritos de aquella gente
-supersticiosa, que preguntaba por ahuyentar su miedo.</p>
-
-<p>Y luego, cuando los pasos se alejaban, cuando se restablecía en la
-inmensa vega el susurrante silencio de la noche, volvía a sonar la
-musiquilla, triste como un lamento, como el lloriqueo lejano de una
-criatura llamando a la madre que jamás había de volver.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch2">
- <p><span class="pagenum" id="Page_21">p. 21</span></p>
- <h2 class="nobreak">¡Cosas de hombres!...</h2>
- <hr class="tir" />
-</div>
-
-<p>Cuando Visentico, el hijo de la <i>siñá</i> Serafina, volvió de
-Cuba, la calle de Borrull púsose en conmoción.</p>
-
-<p>En torno de su petaca, siempre repleta de picadura de la Habana,
-agrupábase la chavalería del barrio, ansiosa de liar pitillos y
-escuchar estupendas historias con credulidad asombrosa.</p>
-
-<p>—En Matanzas tuve yo una mulatita que quería nos casáramos
-lueguito... lueguito. Tenía millones, pero yo no quise porque me tira
-mucho esta <i>tierresita</i>.</p>
-
-<p>Y esto era mentira. Seis años había permanecido fuera de Valencia,
-y decía tener olvidado el valenciano, a pesar de lo mucho que <i>le
-tiraba la tierresita</i>. Había salido de allí con lengua, y volvía con
-un merengue derretido, a través del cual las palabras tomaban el tono
-empalagoso de una flauta melancólica.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_22">p. 22</span>Por su lenguaje y las
-mentiras de grandiosidad con que asombraba a la crédula chavalería,
-Visentico era el soberano de la calle, el motivo de conversación de
-todo el barrio. Su casaquilla de hilo rayado con vivos rojos, el bonete
-de cuartel, el pañuelo de seda al cuello, la banda dorada al pecho con
-el canuto de la licencia, la tez descolorida, el bigotillo picudo y
-la media romana de corista italiano, habíanse metido en el corazón de
-todas las chavalas y lo hacían latir con un estrépito solo comparable
-al <i>fru-fru</i> de sus faldas de percal, almidonadas en los bajos
-hasta ser puro cartón.</p>
-
-<p>La <i>siñá</i> Serafina estaba orgullosa de aquel hijo que la
-llamaba <i>mamá</i>. Ella era la encargada de hacer saber a las
-vecinas las onzas de oro que Visentico había traído de allá, y al
-número que marcaba, ya bastante exagerado, la gente añadía ceros
-sin remordimiento. Además, se hablaba con respeto supersticioso de
-cierto papelote que el licenciado guardaba, y en el cual el Estado se
-comprometía a dar tanto y cuanto... cuando mudase de fortuna.</p>
-
-<p>No era extraño, pues, que un hombre de tantas prendas, rodeado del
-ambiente de la popularidad y poseedor de irresistibles seducciones,
-trajese loca a Pepeta (a) <i>La Buena Mosa</i>, una vaca brava que por
-las<span class="pagenum" id="Page_23">p. 23</span> mañanas revendía
-fruta en el Mercado, y con su falda acorazada, pañuelo de pita,
-patillas en las sienes y puntas de bandolina en la frente, pasaba la
-vida a la puerta de su casa, tan dispuesta a arañarse con la primera
-vecina como a conmover toda la calle con alguno de sus escándalos de
-muchachota cerril.</p>
-
-<p>La gente consideraba naturales y justas las relaciones cada vez más
-íntimas entre Visentico y Pepeta. Eran la pareja más distinguida del
-barrio, y además, antes de que él se fuese a Cuba ya se susurraba si
-había algo entre ellos.</p>
-
-<p>Lo que ya no le parecía tan claro a la gente es lo que diría el
-<i>Menut</i>, un chicuelo enteco y vicioso, empleado en el Matadero
-para repartir la carne; un pillete con la mirada atravesada y grandes
-tufos en las orejas, que siempre iba hecho un asco, y de quien se
-murmuraba si en distintas ocasiones había afanado borregos enteros.</p>
-
-<p>La Pepeta estaba loca; solo una caprichosa como ella podía haber
-aguantado dos años los celos machacones y las exigencias tiránicas de
-un granuja rabiosillo, al que ella con su potente brazo de buena moza
-era capaz de deshacer la cara de un solo revés.</p>
-
-<p>Y ahora iba a ocurrir algo. ¡Vaya si ocurriría! Adivinábanlo los
-vecinos solo con<span class="pagenum" id="Page_24">p. 24</span> ver
-al <i>Menut</i>, quien con aspecto de perro abandonado pasaba el día
-vagando por la calle, tan pronto en el cafetín de <i>Panchabruta</i>
-como frente a la casa de Pepeta, siempre sucio, con la camiseta listada
-de azul y la blusa al cuello impregnadas de la hediondez de la sangre
-seca.</p>
-
-<p>Ya no repartía carneros a los cortantes de la ciudad; olvidaba su
-carrito mugriento, y embrutecido por la sorpresa, queriendo llenar
-aquel algo que le faltaba, solo sabía beberse <i>águilas</i> en el
-cafetín o ir tras Pepeta, humilde, cobarde, encogido, expresándose
-con la mirada más que con la lengua. Pero ella estaba ya despierta.
-¿Dónde había tenido los ojos?... Ahora le parecía imposible que hubiese
-querido a aquel bruto, sucio y borrachín. ¡Qué abismo entre él y
-Visentico!... una figura de general, un chico muy gracioso en el habla,
-que cantaba guajiras y bailaba el tango como un ángel, y que, en fin,
-si no tenía millones y una mulata, ya se sabía que era por lo mucho que
-le <i>tiraba la tierresita</i>.</p>
-
-<p>Indignábase al ver que aquel granujilla, forrado en la mugre de la
-carne muerta, aún tenía la pretensión de que continuase lo que solo
-había sido un capricho... una condescendencia compasiva... ¡Arre allá!
-Cuando no manifestase su cariño con zarpadas<span class="pagenum"
-id="Page_25">p. 25</span> y aprendiese a decirla ¡flor de guayaba! y
-¡mulatita! como el otro, entonces podría ponerse en su presencia.</p>
-
-<p>La buena moza fue inflexible, acabó por no escuchar, y desde
-entonces la calle de Borrull tuvo un alma en pena, que fue el
-<i>Menut</i>.</p>
-
-<p>En las noches de verano, cuando el calor arrojaba a las familias en
-medio de la calle y se formaban corros en torno de las cenas servidas
-sobre mesitas de zapatero, la gente veía pasar al celoso chiquillo
-recatándose en la sombra, misterioso y fatídico como un traidor de
-melodrama.</p>
-
-<p>La aparición terrorífica pasaba varias veces ante la puerta de
-Pepeta, lanzando miradas espeluznantes al coro que hacía la corte a la
-buena moza, y después desvanecíase por un escotillón: el cafetín donde
-el <i>Menut</i>, cual nuevo Prometeo, entregaba sus entrañas a las
-rampantes garras de las <i>águilas</i> amílicas.</p>
-
-<p>¡Qué noches aquellas! Los nuevos amores de Pepeta tenían la acera
-por escenario y por coro aquel corrillo donde sonaba el acordeón, y
-ella recibía honores de reina festejada. A su lado, la madre, una vieja
-insignificante que no abría la boca sin recibir un bufido de Pepeta.</p>
-
-<p>La calle, tostada todo el día por el sol,<span class="pagenum"
-id="Page_26">p. 26</span> revivía con los primeros soplos de la
-noche.</p>
-
-<p>Los lóbregos faroles, cuyos palmitos de gas parecían pintados en la
-pared con almazarrón, dejábanlo todo en fresca penumbra; en las puertas
-destacábanse las manchas blancas de la gente casi en paños menores:
-chorreaban rítmicamente los balcones con el riego de las plantas; en
-cada balaustrada asomaba un botijo, y de arriba, de aquel cielo oscuro
-que parecía un lienzo apollillado transparentando lejana luz, descendía
-un soplo húmedo que reanimaba a la tierra, arrancándola suspiros de
-vida.</p>
-
-<p>En todas las puertas sonaban el acordeón con su chillona melancolía,
-la guitarra con su rasgueo soñador, el canto a coro desentonado y
-estridente, y algunas veces en las esquinas estallaba una tempestad de
-aullidos, el estrépito de la lucha cuerpo a cuerpo, y los antipáticos
-perros chatos chocaban sus amenazantes cabezas de foca, hasta que el
-silletazo de algún vecino de buena voluntad los ponía en dispersión.</p>
-
-<p>Despedazábanse en los corros enormes sandías; hundíanse las bocas
-en tajadas como medias lunas; pringábanse las caras con el rojo zumo;
-extendíanse los arrugados moqueros bajo la barba para no mancharse, y
-al fin, la gente, con el vientre hinchado de agua, sumíase en dulce
-beatitud,<span class="pagenum" id="Page_27">p. 27</span> escuchando
-como angélicas melodías los arañazos de los acordeones.</p>
-
-<p>Y a esta hora de digestión líquida, al cantar el sereno las once y
-estar los corrillos más animados, era cuando a lo lejos la difusa luz
-de los faroles marcaba algo que se aproximaba balanceándose, trazando
-zigzags como una barca sin timón, echando la pesada ancla en cada
-esquina.</p>
-
-<p>Era el padre de Pepeta, que con la gorra desmayada y el pañuelo de
-hierbas en una mano volvía de la taberna. Saludaba a la reunión con
-tres gruñidos, despreciaba las insolencias de la hija, y se hundía por
-fin en la oscuridad de su casa, maldiciendo a los avaros caseros que,
-para fastidiar a los pobres, hacen siempre las puertas estrechas.</p>
-
-<p>En aquellas horas de regocijo público, en medio de la calle,
-acariciados por la expansión de todos los vecinos, se arrullaban el
-licenciado y Pepeta; él, dulzón y empalagoso, hablándole al oído;
-ella, grave, estirada y seria, apretando los labios como si estuviera
-ofendida, porque una chavala que se respete debe poner siempre al
-novio cara de perro. Los hombres son muy presuntuosos, y si llegan a
-comprender que una está chiflada por ellos... ya, ya.</p>
-
-<p>Y mientras tanto, la pobre alma en pena<span class="pagenum"
-id="Page_28">p. 28</span> a la puerta del cafetín, con la garganta
-abrasada por el amílico y el corazón en un puño, oyendo de cerca las
-bromitas de sus amigachos y a lo lejos las canciones del corro de
-Pepeta, unos retazos de zarzuela repetidos con monotonía abrumadora.</p>
-
-<p>Pero ¡qué cargantes eran los amigos del cafetín! ¿Que Pepeta no
-le quería ya? Bueno; dale expresiones... ¿Que él era un chiquillo
-y le faltaba esto y lo de más allá? Conformes; pero aún no había
-muerto, y tiempo le quedaba para hacer algo. Por de pronto, a Pepeta
-y al <i>Cubano</i> se los pasaba por tal y cual sitio. Ella era
-una <i>carasera</i> y él un mariquita con su hablar de chiquillo
-y su peluca rizada. Ya les arreglaría las cuentas.... A ver, tío
-<i>Panchabruta</i>: otra águila de petróleo refinado. De aquel que está
-en el rincón, en el temible tonel que ha enviado al cementerio tres
-generaciones de borrachos.</p>
-
-<p>Y el fresco vientecillo, haciendo ondear la listada cortina de
-la puerta, arrojaba todos los ruidos de la calle en el ambiente del
-cafetín, cargado del calor del gas y los vahos alcohólicos.</p>
-
-<p>Ahora cantaban a coro en casa de Pepeta:</p>
-
-<div class="poetry-container">
-<div class="poetry">
- <div class="stanza">
- <div class="verse indent2">Vente conmigo y no temas</div>
- <div class="verse indent0">estos parajes dejar...</div>
- </div>
-</div>
-</div>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_29">p. 29</span></p> <p>Adivinaba la
-voz de ella, rígida y fría como siempre, y la otra aguda y mimosa, la
-del cubano, que decía: <i>Vente conmigo</i>, con una intención que al
-<i>Menut</i> parecía arañarle en el pecho. Conque <i>vente conmigo</i>,
-¿eh?... ¡Cristo! Aquella noche iba a arder todo en la calle de
-Borrull.</p>
-
-<p>Y se lanzó fuera del cafetín sin llamar la atención de los
-bebedores, acostumbrados a tan nerviosas salidas.</p>
-
-<p>Ya no era el alma en pena; iba rectamente a su sitio, a aquel corro
-maldito que tantas noches había sido su tormento.</p>
-
-<p>—Tú, Cubano, <i>ascolta.</i></p>
-
-<p>Movimiento de asombro, de estupefacción. Calló el organillo, cesó el
-coro y Pepeta levantó fieramente la cabeza. ¿Qué quería aquel pillete?
-¿Había por allí algún borrego que robar?...</p>
-
-<p>Pero sus insolencias de nada sirvieron. El licenciado se levantaba
-estirando fanfarronamente su levitilla de hilo.</p>
-
-<p>—Me <i>paese</i>... me <i>paese</i> que ese muchachito se la va a
-cargar por torpe.</p>
-
-<p>Y salió del corro, a pesar de las protestas y consejos de todos.</p>
-
-<p>Pepeta se había serenado. Podían estar tranquilos; ella lo
-aseguraba. No llegaría la sangre al río. El <i>Menut</i> era un chillón
-que no valía un papel de fumar, y si se atrevía<span class="pagenum"
-id="Page_30">p. 30</span> a hacer pinitos ya le limpiaría los mocos el
-otro. Vaya... a cantar. No debía turbarse la buena armonía por un bicho
-así.</p>
-
-<p>Y la tertulia reanudó su canto débilmente, de mala gana, mirando
-todos con el rabillo del ojo a los dos que estaban plantados en el
-arroyo, frente a frente.</p>
-
-<div class="poetry-container">
-<div class="poetry">
- <div class="stanza">
- <div class="verse indent2">Que la que aquí es prima donna,</div>
- <div class="verse indent0">reina en mi casa será...á...á</div>
- </div>
-</div>
-</div>
-
-<p>Pero al hacer una pausa se oyó la voz del <i>Menut</i>, que decía
-lentamente, con rabia y acentuando las palabras como si las mascase:</p>
-
-<p>—Tú eres un morral... sí señor; un morral.</p>
-
-<p>Todos se pusieron en pie, rodaron las sillas, cayó el acordeón al
-suelo, lanzando un quejido, pero... ¡quiá! por pronto que acudieron ya
-era tarde.</p>
-
-<p>Se habían agarrado como gatos rabiosos, clavándose las uñas en el
-cuello, empujándose, resbalando en las cortezas de sandía y lanzando
-sucias blasfemias.</p>
-
-<p>Y el <i>Cubano</i> de pronto se bamboleó para caer como un talego
-de ropa, y en aquel momento desvaneciose la melosidad antillana, y el
-lenguaje de la niñez reapareció junto con la desgracia.</p>
-
-<p>—¡Ay, <i>mare mehua</i>!... ¡<i>Mare mehua</i>!</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_31">p. 31</span>Retorcíase sobre los
-adoquines como una lagartija partida en dos, agarrábase el vientre
-allí donde había sentido la fría hoja de la navaja, comprimiendo
-instintivamente el bárbaro rasgón, al que asomaban los intestinos
-cortados, rezumando sangre e inmundicia.</p>
-
-<p>Corría la gente desde los dos extremos de la calle, para
-agolparse en torno del caído; sonaban pitos a lo lejos, poblándose
-instantáneamente los balcones, y en uno de ellos la <i>siñá</i>
-Serafina, en camisa, desmelenada, sorprendida en su primer sueño por el
-grito de su hijo, daba alaridos instintivamente, sin explicarse todavía
-la inmensidad de su desgracia.</p>
-
-<p>Pepeta retorcíase con epilépticas convulsiones entre los brazos de
-varios vecinos; avanzaba sus uñas de fiera enfurecida, y no pudiendo
-llegar hasta el <i>Menut</i>, le escupía a la cara siempre los mismos
-insultos con voz estridente, desgarradora, que despertaba a todo el
-barrio:</p>
-
-<p>—¡<i>Lladre</i>!... ¡Granuja!...</p>
-
-<p>Y el autor de todo estaba allí, sin huir, con su figurilla triste
-y desmedrada, el cuello desollado por varios arañazos, el brazo
-derecho teñido en sangre hasta el codo y la navaja caída a sus pies.
-Tan tranquilo como al degollar reses en el Matadero, sin<span
-class="pagenum" id="Page_32">p. 32</span> estremecerse al sentir en
-sus hombros las manos de la policía, con una sonrisita que plegaba
-ligeramente los extremos de su boca.</p>
-
-<p>Salió de la calle con los brazos atados sobre la espalda, y la blusa
-encima, la innoble cara llena de arañazos, hablando con su escolta de
-municipales, satisfecho, en el fondo, de que la gente se agolpase a su
-paso, como en la entrada de un personaje.</p>
-
-<p>Cuando pasó ante el cafetín, saludó con altivez a sus amigotes que,
-asombrados, como si no hubiesen presenciado el suceso, le preguntaban
-qué había hecho.</p>
-
-<p>—<i>Res; còses d’hòmens.</i></p>
-
-<p>Y contento con su suerte, erguido y triunfante, siguió el camino de
-la cárcel, acogiendo el infeliz las miradas de la curiosidad con la
-prosopopeya de la estupidez satisfecha.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch3">
- <p><span class="pagenum" id="Page_33">p. 33</span></p>
- <h2 class="nobreak">La cencerrada</h2>
- <hr class="tir" />
-</div>
-
-<h3>I</h3>
-
-<p>Todos los vecinos de Benimuslín acogieron con extrañeza la
-noticia.</p>
-
-<p>Se casaba el tío Sènto, uno de los prohombres del pueblo, el primer
-contribuyente del distrito, y la novia era Marieta, guapa chica, hija
-de un carretero, que no aportaba al matrimonio otros bienes que aquella
-cara morena, con su sonrisa de graciosos hoyuelos y los ojazos negros,
-que parecían adormecerse tras las largas pestañas entre los dos rodetes
-de apretado y brillante cabello que, adornados con pobres horquillas,
-cubrían sus sienes.</p>
-
-<p>Por más de una semana esta noticia conmovió al tranquilo pueblecito,
-que entre una inmensidad de viñas y olivares alzaba sus negruzcos
-tejados, sus tapias de blancura deslumbrante, el campanario con
-su montera de verdes tejas y aquella torre<span class="pagenum"
-id="Page_34">p. 34</span> cuadrada y roja, recuerdo de los moros, que
-destacaba soberbia sobre el intenso azul del cielo su corona de almenas
-rotas o desmoronadas como una encía vieja.</p>
-
-<p>El egoísmo rural no salía de su asombro. Muy enamorado debía estar
-el tío Sènto para casarse, violando tan escandalosamente las costumbres
-tradicionales. ¿Cuándo se había visto a un hombre que era dueño de la
-cuarta parte del término, con más de cien botas en la bodega y cinco
-mulas en la cuadra, casarse con una chica que de pequeña robaba fruta
-o ayudaba en las faenas de las casas ricas para que la diesen de
-comer?</p>
-
-<p>Todos decían lo mismo. ¡Ah, si levantase la cabeza la <i>siñá</i>
-Tomasa, la primera mujer del tío Sènto, y viese que su caserón de la
-calle Mayor, sus campos y su <i>estudi</i>, con aquella cama monumental
-de que tan orgullosa estaba, iban a ser para la mocosuela que en otros
-tiempos la pedía una rebanada de pan!</p>
-
-<p>Aquel hombre debía estar loco. No había más que ver el aire de
-adoración con que contemplaba a Marieta, la sonrisa boba con que acogía
-todas sus palabras y las actitudes de chaval con que se mostraba a los
-cincuenta y seis años bien cumplidos. Y las que más protestaban contra
-aquel<span class="pagenum" id="Page_35">p. 35</span> hecho inaudito
-eran las chicas de las familias acomodadas, que, siguiendo las egoístas
-tradiciones, no hubieran tenido inconveniente en entregar su morena
-mano a aquel gallo viejo, que se apretaba la exuberante panza con
-la faja de seda negra y mostraba sus ojillos pardos y duros bajo el
-sombraje de unas cejas salientes y enormes que, según expresión de sus
-enemigos, tenían más de media arroba de pelo.</p>
-
-<p>La gente estaba conforme en que el tío Sènto había perdido la
-razón. Cuanto poseía antes de casarse y todo lo que había heredado de
-la <i>siñá</i> Tomasa, iba a ser de Marieta, de aquella mosca muerta
-que había conseguido turbarle de tal modo, que hasta las devotas a la
-puerta de la iglesia murmuraban si la chica tendría hecho pacto con el
-malo y habría dado al viejo polvos seguidores.</p>
-
-<p>El domingo en que se leyó la primera amonestación, el escándalo fue
-grande. Después de la misa mayor, había que oír a los parientes de la
-<i>siñá</i> Tomasa. Aquello era un robo, sí señor; la difunta se lo
-había dejado todo a su marido, creyendo que no la olvidaría jamás, y
-ahora el muy ladrón, a pesar de sus años, buscaba un bocado tierno y le
-regalaba lo de la otra. No había justicia en la tierra si aquello se
-consentía.<span class="pagenum" id="Page_36">p. 36</span> ¡Pero vaya
-usted a reclamar en estos tiempos! Bien decía don Vicente, el <i>siñor
-retor</i>, que ahora todo está perdido. Debía mandar don Carlos, que es
-el único que persigue a los pillos.</p>
-
-<p>Así vociferaban en los corrillos de la plaza los que se creían
-perjudicados por el futuro matrimonio, ayudándoles en la murmuración
-casi todos los vecinos de Benimuslín.</p>
-
-<p>El caso era que tal casamiento no acabaría bien. Aquel vejestorio
-atacado de rabia amorosa estaba destinado a llorar su calaverada.
-¡Pequeños iban a ser los adornos!... Todo el pueblo sabía que Marieta
-tenía un novio, <i>Tòni el Desgarrat</i>, un vago que había pasado
-la niñez con ella correteando por las viñas, y ahora, al ser mayor,
-la quería con buen fin, esperando para casarse que le entrasen ganas
-de trabajar y perder la costumbre de beberse en la taberna los
-cuatro terrones de su herencia en compañía de su amigo el dulzainero
-<i>Dimòni</i>, otro perdido que venía a buscarle del inmediato pueblo
-para tomar juntos famosas borracheras, que dormían en los pajares.</p>
-
-<p>Los parientes de la <i>siñá</i> Tomasa miraban ahora con simpatía al
-<i>Desgarrat</i>. Este se encargaría de vengarles.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_37">p. 37</span>Y los mismos que
-antes le despreciaban, los ricachos que volvían la cara al encontrarle,
-buscábanle en la taberna el día de la primera amonestación, plantándose
-ante el muchachote, que estaba sentado en un taburete de cuerda con
-la vistosa manta sobre las rodillas, la colilla pegada al labio y la
-mirada fija en el porrón, que herido por un rayo de sol, reflejaba
-inquieta mancha roja sobre el cinc de la mesilla.</p>
-
-<p>—<i>Che, Desgarrat</i> —le decían con sorna—, Marieta se casa.</p>
-
-<p>Pero el <i>Desgarrat</i> acogía esta burla levantando los hombros.
-Aquello aún había de verse. Hasta el fin nadie es dichoso, y él...
-¡<i>recordóns</i>! ya sabían todos que era muy hombre para vérselas con
-el tío Sènto, que también la echaba de terne.</p>
-
-<p>Así era, y por lo mismo todos esperaban un choque ruidoso.</p>
-
-<p>Allí iba a pasar algo.</p>
-
-<p>Al tío Sènto —según propia afirmación— nadie le ganaba a bruto.
-Levantaba mucho peso en las elecciones, tenía grandes amigos en
-Valencia, había sido alcalde varias veces y estaba acostumbrado a
-enarbolar en medio de la plaza el grueso <i>gayato</i> de Liria
-para sacudirle dos palos con la mayor impunidad al primero que le
-incomodaba.</p>
-
-
-<h3 title="II"><span class="pagenum" id="Page_38">p. 38</span>II</h3>
-
-<p>Llegó el momento de las cartas dotales. El tío Sènto no hacía
-las cosas a medias, y además, buena era Marieta y su familia para
-despreciar la ocasión.</p>
-
-<p>En trescientas onzas la dotaba el novio, sin contar la ropa y las
-alhajas pertenecientes a su primera mujer.</p>
-
-<p>La casa de Marieta, aquella casucha de las afueras sin más adorno
-que el carro a la puerta y dos o tres caballerías flacas en el establo,
-fue visitada por todas las chicas del pueblo.</p>
-
-<p>Aquello era un jubileo. Todas formando grupo, cogidas de la cintura
-o de las manos, pasaban ante el largo tablado cubierto por blancas
-colchas, sobre el cual los regalos y la ropa de la novia ostentábanse
-con tal magnificencia, que arrancaban exclamaciones de asombro:</p>
-
-<p>—¡Reina y santísima! ¡Qué cosas tan preciosas!</p>
-
-<p>La ropa blanca clasificada por tamaños, apilada en altas columnas
-que casi llegaban al techo, cuidadosamente doblada, algo morena,<span
-class="pagenum" id="Page_39">p. 39</span> como tejido fuerte, pero
-con un olor a limpieza y lejía que daba gloria; todo a docenas de
-docenas, desde las camisas hasta los trapos de cocina, con iniciales
-de colores chillones y guarnecidas con profusión de randas las ropas
-de uso interior: los vestidos de seda, gruesos y crujientes, con
-vivos reflejos metálicos; las faldas de rameado percal mostrando una
-fresca florescencia de primavera; las mantillas con sus sutiles y
-complicados arabescos; los corsés blancos y negros pespunteados de
-rojo, delatando con impudencia en sus rígidos contornos el cuerpo de la
-novia; y encerrados en sus marcos de cartón, los pañolones de Manila,
-con aves fantásticas volando en un cielo de seda blanca, y grupos de
-chinos, unos bigotudos y fieros, otros pelones y bobos, admirando
-con sus caritas de porcelana a las sencillas muchachas, que soñaban
-despiertas en aquellos misteriosos países donde los hombres gastan
-faldas y tienen ojitos de cerdo. Después venían los regalos de los
-amigos, en su mayoría pilillas de agua bendita para la alcoba, con sus
-ángeles de porcelana; cajas con cuchillos y cubiertos de plata, y dos
-grandes candelabros que descollaban majestuosamente. Eran el regalo
-del marqués, del cacique de la comarca, el hombre más eminente<span
-class="pagenum" id="Page_40">p. 40</span> de España, según el tío
-Sènto, el cual, siempre que se trataba de sacarle diputado por el
-distrito, estaba tan dispuesto a empuñar el garrote como a echarse la
-escopeta a la cara.</p>
-
-<p>Y como digno final de aquella exposición, en lugar preferente
-ostentábanse las joyas chispeando sobre la almohadilla granate de los
-estuches: las uvas de perlas para las orejas, los alfileres de pecho
-con sus complicados colgajos, las grandes horquillas de oro para los
-caracoles de las sienes, las tres agujas con cabezas de apretadas
-perlas que habían de atravesar el airoso rodete y aquel aderezo, famoso
-en Benimuslín, que la <i>siñá</i> Tomasa había comprado en catorce
-onzas de la calle de las Platerías.</p>
-
-<p>¡Vaya una suerte la de Marieta! Ella se hacía la modesta,
-enrojeciendo cada vez que ponderaban su futura felicidad, pero había
-que ver los lagrimones de la madre, una mujercilla flaca, arrugada e
-insignificante, y la emoción del carretero, que iba como un criado tras
-su futuro yerno, guardándole todas las consideraciones debidas a un ser
-superior.</p>
-
-<p>Por la noche fue la lectura de las cartas. Llegó don Julián el
-notario en su vieja tartana acompañado de su acólito, un infeliz de
-cara hambrienta con el tintero de<span class="pagenum" id="Page_41">p.
-41</span> cuerno asomado a un bolsillo y el papel sellado bajo el
-brazo.</p>
-
-<p>Don Julián fue entrado casi en triunfo en la cocina, donde ya
-estaba preparada una mesilla para el escribiente con velón de cuatro
-brazos.</p>
-
-<p>¡Qué hombre tan sabio aquel! Leía las escrituras en valenciano e
-intercalaba en el árido texto chistes de su cosecha... Vamos, que no
-había palurdo que pudiera estar serio en presencia de aquel señor
-siempre grave, que tenía cierto aire eclesiástico, con su largo
-paletó negro semejante a una sotana, el rostro carrilludo y frescote,
-cuidadosamente afeitado, y las recias gafas montadas en la frente, lo
-que era para los vecinos de Benimuslín un capricho inexplicable propio
-de los grandes talentos.</p>
-
-<p>Comenzó el notario a dictar en voz baja; garrapateaba el escribiente
-en los pliegos de papel sellado, y mientras tanto iban llegando los
-amigos de casa con el cura y el alcalde, y desaparecían del largo
-tablado los regalos de boda para dejar sitio a los macizos bizcochos
-espolvoreados de azúcar, los platos de <i>amargos</i> y las tortas
-<i>finas</i> secas como cartón, a más de una docena de botellas de rosa
-y marrasquino.</p>
-
-<p>Tosió varias veces don Julián, púsose<span class="pagenum"
-id="Page_42">p. 42</span> en pie tirando de las solapas de su paletó, y
-todos quedaron en silencio, mientras él agarraba los pliegos escritos
-con la tinta todavía fresca y comenzaba a leer en valenciano.</p>
-
-<p>¡Qué hombre tan chistoso! Al nombrar al novio hizo una mueca
-grotesca, y el tío Sènto fue el primero en celebrarlo con una ruidosa
-carcajada; al mentar a la novia saludó a Marieta con una reverencia
-de baile y volvió a repetirse la risa; pero cuando llegaron las
-condiciones del contrato, todos se pusieron graves: un viento de
-egoísmo y de avaricia parecía soplar en aquella cocina, y hasta la
-novia levantaba la cabeza con los ojos brillantes y las alillas de la
-nariz dilatadas por la emoción al oír hablar de onzas, de la viña de
-la Ermita y del olivar del Camino Hondo: todo lo que iba a ser suyo.
-El tío Sènto era el único que sonreía satisfecho de que tan honorable
-concurso apreciara hasta dónde llegaba su generosidad.</p>
-
-<p>Así se hacían las cosas. Los padres de Marieta lloraban y las
-vecinas movían la cabeza con expresión de asentimiento. A un hombre así
-se le podía entregar una hija sin remordimiento alguno.</p>
-
-<p>Cuando el papelote quedó firmado, comenzaron a circular los dulces y
-las copas.<span class="pagenum" id="Page_43">p. 43</span> El notario
-lucía su ingenio, mientras el famélico escribiente se atracaba en
-representación propia y de su principal.</p>
-
-<p>Aquel don Julián era el encanto de su rudo auditorio. Ya verían de
-lo que era capaz el día de la boda. Don Vicente el cura y él se habían
-de emborrachar, brindando por la felicidad de los novios: palabra de
-honor.</p>
-
-<p>A las once terminó la fiesta de las cartas. El cura acababa de
-retirarse escandalizado de estar en pie a aquellas horas teniendo que
-decir la misa primera; el alcalde le había acompañado, y salió por fin
-el tío Sènto con el notario y el escribiente, los que llevaba a dormir
-a su casa.</p>
-
-<p>Las calles estaban oscuras. Más allá de la casa de Marieta estaba
-la densa lobreguez de los campos, de la que salían rumores de follaje
-y cantos de grillos. Sobre los tejados parpadeaban las estrellas en un
-cielo de intenso azul. Ladraban los perros en los corrales, contestando
-a los relinchos de las bestias de labor. El pueblo dormía, y el notario
-y su ayudante andaban con precaución, temiendo tropezar con algún
-pedrusco de aquellas calles desconocidas.</p>
-
-<p>—¡Ave María purísima! —gritaba a lo lejos una voz acatarrada—; las
-<i>onse</i>... sereno.</p>
-
-<p>Y don Julián sentíase algo intranquilo<span class="pagenum"
-id="Page_44">p. 44</span> en aquella lobreguez. Le parecía ver bultos
-sospechosos, y en la esquina de la calle, espiando la puerta de
-Marieta, creyó distinguir gente en acecho...</p>
-
-<p>¡Allá va! Y sonó un terrible chasquido, como si se rasgara a un
-tiempo toda la ropa blanca de la novia, y de la esquina surgió una
-gruesa línea de fuego que avanzó rápida y serpenteante con un silbido
-atroz, que puso los pelos de punta al buen notario.</p>
-
-<p>Era un enorme cohete. ¡Vaya una broma! El notario se arrimó
-tembloroso a una puerta, mientras el escribiente casi caía a sus pies,
-y allí estuvieron los dos durante unos segundos, que les parecieron
-siglos, viendo con angustia cómo el petardo iba de una pared a otra
-como fiera enjaulada, agitando su rabo de chispas, conteniendo por
-tres o cuatro veces su silbante estertor, hasta que por fin estalló en
-horrendo trueno.</p>
-
-<p>El tío Sènto había permanecido valientemente en medio de la calle...
-¡<i>Redéu</i>! ya sabía él de dónde venía aquello.</p>
-
-<p>—¡<i>Chentòla indesent</i>! —gritó con voz ronca por la rabia.</p>
-
-<p>Y agitando su enorme <i>gayato</i> avanzó amenazante, como si tras
-la esquina fuese a encontrar al <i>Desgarrat</i> con toda la parentela
-de la <i>siñá</i> Tomasa.</p>
-
-
-<h3 title="III"><span class="pagenum" id="Page_45">p. 45</span>III</h3>
-
-<p>Las campanas de Benimuslín iban al vuelo desde el amanecer.</p>
-
-<p>Se casaba el tío Sènto, noticia que había circulado por todo el
-distrito, y de los pueblos inmediatos iban llegando amigos y parientes,
-unos a caballo en sus bestias de labranza con el sobrelomo cubierto
-con vistosas mantas, y otros en sus carros con sillas de cuerda atadas
-a los varales, en las que iba sentada toda la familia, desde la mujer
-con el pelo reluciente de aceite y la mantilla de terciopelo, hasta los
-chicos que lloriqueaban por las maternales bofetadas recibidas cada vez
-que atentaban a la limpieza de sus trajes de fiesta.</p>
-
-<p>La casa del tío Sènto era un verdadero infierno. ¡Qué movimiento!
-Desde el día anterior que allí no se descansaba. Las vecinas que
-gozaban justa fama de guisanderas, iban por el corral con los brazos
-remangados y el vestido prendido atrás con alfileres, mostrando
-las blancas enaguas, mientras que cerca de la gran higuera algunos
-muchachos atizaban las hogueras de secos sarmientos.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_46">p. 46</span>Aquello era un
-matadero. El cortante del pueblo, cuchillo en mano, les abría el gañote
-a las gallinas; los chicuelos dedicábanse con el mayor entusiasmo a
-pelar los cadáveres; revoloteaban nubes de plumas, pegándose al suelo
-manchado de sangre, y en las vacilantes llamas tostábase la flácida
-piel, todavía erizada de cañones, pasando después las víctimas a ser
-colgadas de una rama de la higuera, donde la tía Pascuala, vieja criada
-de la casa, con delicadezas de cirujano experto, abríalas en canal,
-sacando los higadillos y los ovarios, bocados exquisitos para el
-almuerzo de todos los ayudantes de cocina.</p>
-
-<p>Daba gloria ver tan alegre agitación. Aquellas gentes, que en el
-resto del año vivían condenadas a manejar la azada de sol a sol,
-sin más consuelo que el tomate crudo, la sardina mohosa y el áspero
-bacalao, se embriagaban de grasa en la gigantesca inundación de comida.
-¡Lo que hace tener dinero! Bien se estaba en una casa como aquella con
-todo lo que Dios cría de bueno.</p>
-
-<p>Las <i>paellas</i> mostrábanse con la panza hollinada y las entrañas
-brillantes como plata, esperando el momento de chillar sobre las
-llamas: el arroz en sacos; los caracoles de montaña en enormes cazuelas
-orladas<span class="pagenum" id="Page_47">p. 47</span> de sal,
-saliendo del agua para enseñar sus movibles cuernos al sol naciente;
-en un rincón toda una hornada de <i>rollos</i>, esparciendo en aquel
-ambiente de sangre y grasa el perfume fragante del pan caliente y
-tierno; las especias a libras en una caja de latón; y de la bodega
-salían pellejos y más pellejos, que caían temblorosos en el suelo como
-cuerpos palpitantes; unos enormes, conteniendo el vino rojo para la
-comida, y otros más pequeños, guardando el néctar de la <i>bota del
-rincón</i>, aquel patriarca del que se hablaba en el pueblo con respeto
-y que con su colorcillo claro y su corona de brillantes hacía caer al
-más valiente.</p>
-
-<p>¿Y de dulces?... ¡Ave María! El tío Sènto se había traído toda una
-confitería de Valencia. En sacos estaban los confites para tirar, las
-almendras roñosas, los canelados, todos aquellos proyectiles de azúcar
-y almidón, duros como balas, que habían de cubrir de chichones las
-cabezas de la pedigüeña chiquillería; y dentro, en el <i>estudi</i>,
-guardábanse las cosas finas: las tortadas cubiertas de flores de
-caramelo y rematadas por mariposas que temblaban sobre un alambre; los
-tiernos pasteles de espuma, las bandejas monumentales henchidas de
-frutas confitadas, todos aquellos primores que desde la puerta, pálidos
-de emoción y<span class="pagenum" id="Page_48">p. 48</span> chupándose
-el dedo con avaricia, contemplaban los chicos de los convidados.</p>
-
-<p>La fiesta prometía. El gozo reflejábase en los rostros rubicundos;
-en el corral se desataban los pellejos para hacer cataduras y tomar
-fuerzas, y por si algo faltaba, allá en la calle sonó la alegre
-dulzaina con escalas que parecían cabriolas. Hasta <i>Dimòni</i> estaba
-en la fiesta; bien decían que el novio no reparaba en gastos. Había
-que darle vino para que tocase mejor, y el enorme vaso iba de mano en
-mano desde el corral hasta la puerta de la calle, donde <i>Dimòni</i>
-empinaba el codo con gravedad, dejando el sobrante a su pelado
-tamborilero.</p>
-
-<p>Ya era hora. Don Vicente esperaba en la iglesia, las campanas habían
-enmudecido y toda la comitiva nupcial salió en busca de la novia:
-ellas con su vestido hueco y la mantilla a los ojos, y los hombres
-arrastrando sus recias capas azules de larga esclavina y alto cuello,
-que les ponía rojas las orejas. Todo el pueblo esperaba a la puerta
-de la iglesia. Algunos parientes de la <i>siñá</i> Tomasa, violando
-la consigna de familia, estaban allí en última fila, y no pudiendo
-resistir la curiosidad, se empinaban pies en punta para ver mejor.</p>
-
-<p>Primero, una turba de muchachos dando cabriolas en torno de
-<i>Dimòni</i>, que soplaba<span class="pagenum" id="Page_49">p.
-49</span> con la cabeza atrás y la dulzaina en alto, como si esta fuese
-una gran nariz con la que husmeaba el cielo, y después venían los
-novios; él con su sombrerón de terciopelo, su capa con mangas que le
-congestionaban el sudoroso rostro, y por bajo de la cual asomaban los
-pies con calcetines bordados y alpargatas finas.</p>
-
-<p>¿Y ella? Las mujeres no se cansaban de admirarla. ¡Reina y
-<i>siñora</i>! Parecía una de Valencia con la mantilla de blonda, el
-pañolón de Manila que con el largo fleco barría el polvo; la falda
-de seda hinchada por innumerables zagalejos, el rosario de nácar al
-puño, un bloque de oro y diamantes como alfiler de pecho y las orejas
-estiradas y rojas por el peso de aquellas enormes <i>polcas</i> de
-perlas que tantas veces había ostentado la otra.</p>
-
-<p>Esto sublevaba a los parientes de la difunta.</p>
-
-<p>—<i>¡Lladre! ¡més que lladre!</i> —rugían mirando al tío Sènto.</p>
-
-<p>Pero este se metió en la iglesia con expresión satisfecha,
-chispeándole los ojuelos bajo las enormes cejas; y tras él desfilaron
-los padrinos, el alcalde con su ronda, escopeta al hombro, y todos
-los convidados sudando la gota gorda bajo el peso de las ceremoniosas
-capas, con grandes pañuelos de<span class="pagenum" id="Page_50">p.
-50</span> atadas puntas pasados por el brazo y henchidos de confites
-que habían de tirar a la salida de la iglesia.</p>
-
-<p>Los curiosos que quedaron en la puerta miraban a la taberna de
-la plaza. Hacia ella se fue el dulzainero, como si le molestasen
-los sonidos del órgano, y allí se encontró con el <i>Desgarrat</i>
-y sus amigotes, lo peorcito del pueblo, gente sospechosa que bebía
-silenciosamente, cambiando guiños y sonrisas con los enemigos del tío
-Sènto.</p>
-
-<p>Algo se tramaba; las mujeres comentaban el caso con voz misteriosa,
-como si temieran que el pueblo fuese a arder por los cuatro
-costados.</p>
-
-<p>Ya iba a salir la comitiva. ¡Gran Dios, qué batahola! Del polvo
-parecía surgir toda aquella chiquillería desgreñada y sucia que se
-arremolinaba en la puerta gritando ¡<i>Armeles, confits</i>!...
-mientras que <i>Dimòni</i> se aproximaba rompiendo a tocar la Marcha
-Real.</p>
-
-<p>¡Allá va! Y el mismo tío Sènto soltó como un metrallazo el primer
-puñado de confites que, rebotando sobre las duras testas, se hundieron
-en el polvo, donde los buscaba a gatas la gente menuda, mostrando al
-aire las sucias posaderas.</p>
-
-<p>Y desde allí hasta casa de los novios, fue aquello un bombardeo: la
-comitiva sin<span class="pagenum" id="Page_51">p. 51</span> cansarse
-de tirar confites y la ronda del alcalde teniendo que abrir paso a
-patadas y palos.</p>
-
-<p>Al pasar frente a la taberna, Marieta bajó la cabeza y palideció,
-viendo cómo sonreía burlonamente su marido mirando al <i>Desgarrat</i>,
-el cual contestó a la sonrisa con un ademán indecente. ¡Ay! Aquel
-condenado se había propuesto amargar su boda.</p>
-
-<p>El chocolate esperaba. ¡Cuidado con atracarse! Era don Julián el
-notario quien lo aconsejaba: había que pensar en que dentro de dos
-horas sería la gran comida. Pero a pesar de tan prudentes consejos, la
-gente arremetió con los refrescos, los cestos de bizcochos, los platos
-de dulce, y en poco tiempo quedó rasa como la palma de la mano aquella
-mesa, que tenía alrededor más de cien sillas.</p>
-
-<p>La novia mudábase de traje en el <i>estudi</i>, quedando en fresco
-percal, los morenos brazos casi desnudos y brillándole sobre el
-luciente peinado las perlas de sus agujas de oro.</p>
-
-<p>El notario charlaba con el cura, que acababa de llegar con gorrito
-de terciopelo y el balandrán a puntas. Los convidados huroneaban por el
-corral, enterándose de los preparativos de la comida; las mujeres<span
-class="pagenum" id="Page_52">p. 52</span> se habían puesto frescas y
-formaban corrillos charlando de sus asuntos de familia; correteaban los
-chicos en las cercanías del <i>estudi</i>, atraídos por el tesoro que
-encerraba, y en la puerta de la calle sonaba la incansable dulzaina de
-<i>Dimòni</i> mientras que la granujería se empujaba dándose cachetes,
-o rodaba en el polvo por alcanzar los puñados de confites que venían de
-dentro.</p>
-
-<p>Llegó el instante solemne, y las <i>paellas</i> burbujeantes y
-despidiendo azulado humo fueron colocadas sobre la mesa.</p>
-
-<p>Los convidados se apresuraron a ocupar sus asientos: ¡vaya un
-golpe de vista! Lo que decía el cura con asombro: ¡ni en el festín de
-Baltasar! Y el notario, por no ser menos, hablaba de las bodas de un
-tal Camacho, que había leído en no recordaba qué libro.</p>
-
-<p>La gente menuda comía en el corral.</p>
-
-<p>Y allí también, en una mesita como de zapatero, estaba
-<i>Dimòni</i>, el cual a cada instante enviaba el acólito adonde
-estaban los pellejos para que llenara el porrón.</p>
-
-<p>¡Cuerpo de Dios, y qué bien lo hacía toda aquella gente! Las
-dentaduras, fortalecidas por la diaria comida de salazón, chocaban
-alegremente y los ojos miraban con ternura aquellas <i>paellas</i>
-como circos, en las cuales los pedazos de pollo eran casi tantos<span
-class="pagenum" id="Page_53">p. 53</span> como los granos de arroz,
-hinchados por el substancioso caldo.</p>
-
-<p>Con el pañuelo al pecho a guisa de servilleta, había bigardón que
-tragaba como un ogro, mientras las mujeres hacían dengues, llevándose
-a la boca la puntita de la cuchara con dos granos de arroz, mostrando
-esa preocupación de la mujer campesina que considera como una falta de
-pudor el comer mucho en público.</p>
-
-<p>Aquello era un banquete de señores; no se comía en la misma
-<i>paella</i>, sino en platos, y bebíase en vasos, lo que embarazaba a
-muchos de los comensales, acostumbrados a arrojar un mendrugo sobre el
-arroz como señal de que era llegado el momento de pasar el porrón de
-mano a mano.</p>
-
-<p>La cortesía labriega mostrábase con toda su pegajosidad y falta de
-limpieza. Ofrecíanse de un extremo a otro del banquete un muslo tierno
-y jugoso, y de unos dedos a otros llegaba a su destino. Todo eran
-obsequios, como si cada uno no tuviese en su plato lo mismo que le
-ofrecían.</p>
-
-<p>Marieta apenas si comía. Estaba al lado de su marido con la cabeza
-baja. Palidecía, contraíase su frente reflejando penosos pensamientos
-y miraba con alarma a la puerta de la calle, como si temiera alguna
-aparición del <i>Desgarrat</i>.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_54">p. 54</span>Aquel maldito era
-capaz de todo. Aún le parecía oír las últimas palabras de la noche
-en que se despidieron para siempre. Se acordaría de él, ya que por
-avaricia quería casarse con el tío Sènto; y ella sabía que aquel bruto
-con su cara de hereje era capaz de hacer algo que fuese sonado. Lo más
-raro era que a pesar de sus temores, el furor del <i>Desgarrat</i> le
-producía cierta inexplicable satisfacción. No había remedio; aquel
-maldito le <i>tiraba</i> mucho. No en balde se habían criado juntos.</p>
-
-<p>La comida se animaba. Estaban ya limpias las <i>paellas</i>; ahora
-entraban los primores de la tía Pascuala y la gente acometía los pollos
-asados y rellenos, las fuentes enormes de lomo con tomate, toda la
-cocina indígena, sólida y pesada, que desaparecía en las fauces siempre
-abiertas de aquellos glotones.</p>
-
-<p>Los graciosos alegraban la comida. El cura declaraba que ya no
-podía más, y el notario pellizcábale el tirante abdomen, buscando un
-huequecito para convencerle de que debía llenarlo. Algunos comenzaban
-a estar alumbrados, y con lengua estropajosa les decían a los novios
-cosas que hacían guiñar los ojillos al tío Sènto y enrojecer a
-Marieta.</p>
-
-<p>Llegaron los postres con el famoso vino<span class="pagenum"
-id="Page_55">p. 55</span> de la bota del rincón, y se sacaron del
-<i>estudi</i> las tortadas, los pasteles y las tortas finas.</p>
-
-<p>Como moscas salieron del corral todos los chicuelos, con el pecho
-y la cara embadurnados de arroz y grasa, yendo a meterse entre las
-rodillas de sus madres, sin quitar ojo de los postres tentadores.</p>
-
-<p>Marieta púsose en pie con un plato en la mano, y comenzó a dar
-vueltas a la mesa. Había que regalar algo a la novia para alfileres;
-era la costumbre. Y los parientes del novio, a quienes convenía estar
-en buenas relaciones, dejaban caer sobre el redondel de loza la media
-onza o la dobleta fernandina, monedas relucientes y frotadas con
-anticipación para que perdiesen la negra pátina adquirida en largo
-encierro.</p>
-
-<p>—¡<i>Pera agulletes</i>! —decía Marieta con vocecita mimosa.</p>
-
-<p>Y era un gozo ver la lluvia de oro que caía sobre el plato. Todos
-dieron, hasta el notario, que soltó cinco duros pensando en que ya
-se la vengaría al presentar la cuenta de honorarios, y el cura, con
-gesto de dolor, sacó dos pesetas alegando como excusa la pobreza de la
-Iglesia por culpa del liberalismo. ¡Ah, si mandasen los suyos!...</p>
-
-<p>Marieta, abriendo el amplio bolsillo de<span class="pagenum"
-id="Page_56">p. 56</span> su falda, vació el plato con un alegre
-retintín que regocijaba el oído.</p>
-
-<p>La cosa marchaba. Hablaban todos a un tiempo, y la gente deteníase
-en la calle para admirar la alegría de los convidados.</p>
-
-<p>Aquel vinillo claro, coronado de brillantes, surtía efecto. Todos
-querían brindar.</p>
-
-<p>—¡Bomba... bombaa! —aullaban los más alegres.</p>
-
-<p>Y se ponía en pie un socarrón, vaso en mano, y después de mirar a
-todos lados con sonrisa maliciosa que prometía mucho, rompía así:</p>
-
-<div class="poetry-container">
-<div class="poetry">
- <div class="stanza">
- <div class="verse indent2">Brindo y bebo</div>
- <div class="verse indent0">y quedo convidao para aluego.</div>
- </div>
-</div>
-</div>
-
-<p>Todos, a pesar de que este chiste le oyeron ya a sus abuelos,
-acogíanle con grandes risotadas, y gritaban palmoteando:</p>
-
-<p>—¡Vítor... vítooor!</p>
-
-<p>Y tras esta muestra de ingenio venían otras, todas ellas tan
-rancias, no faltando quien se lanzaba a improvisar cuartetas rabudas en
-honor de los novios.</p>
-
-<p>El notario estaba en su elemento. Aseguraba que el tío Sènto
-acababa de pellizcarle por debajo de la mesa creyendo que sus piernas
-eran las de Marieta; hablaba de la próxima noche de un modo que hacía
-ruborizar a las jóvenes y sonreír a las madres,<span class="pagenum"
-id="Page_57">p. 57</span> y el cura, alegrillo y con los ojos húmedos y
-brillantes, intentaba ponerse serio, murmurando bonachonamente:</p>
-
-<p>—¡Vamos, don Julián! Orden, que estoy aquí.</p>
-
-<p>El vino hacía revivir la brutalidad de los comensales. Gritaban
-puestos en pie, derribando con sus furiosos manoteos botellas y vasos;
-cantaban acompañados por la dulzaina de <i>Dimòni</i>, a cuyo son
-saltaban en el corral algunas parejas, y al fin, instintivamente,
-dividiéronse en dos bandos y de un extremo a otro de la mesa comenzaron
-a arrojarse puñados de confites con toda la fuerza de sus poderosos
-brazos, acostumbrados a luchar con la ingrata tierra y las tozudas
-bestias de carga.</p>
-
-<p>¡Qué divertido era aquello! El tío Sènto reía muy complacido, pero
-el cura huyó con las mujeres a refugiarse en el <i>estudi</i>, y el
-notario se ocultó debajo de la mesa.</p>
-
-<p>Caían los cristales de las alacenas hechos añicos; quebrábanse los
-vasos; un ruido de tiestos sonaba continuamente, y los campeones se
-enardecían hasta el punto de que, no encontrando confites a mano, se
-arrojaban los restos de bizcochos y los fragmentos de platos.</p>
-
-<p>—<i>Pròu; ya teníu pròu</i> —gritaba el tío Sènto cansado de sufrir
-golpes.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_58">p. 58</span>Y en vista de que le
-desobedecían púsose en pie y a empellones los echó al corral, donde los
-enardecidos mozos continuaron la fiesta arrojándose proyectiles menos
-limpios.</p>
-
-<p>Entonces fue cuando las mujeres volvieron al banquete con el
-asustado cura. ¡Reina y <i>siñora</i>! aquello no estaba bien. Era un
-juego de brutos. Y se dedicaron a auxiliar a los descalabrados, que
-se limpiaban la sangre sonriendo, sin cesar de decir que se habían
-divertido mucho.</p>
-
-<p>Volvieron a sentarse todos a la revuelta mesa, en la cual el vino
-derramado y los residuos de la comida formaban repugnantes manchas.</p>
-
-<p>Pero allí no se ganaba para sustos, y algunas respetables matronas
-saltaron de sus asientos, afirmando entre chillidos medrosos que
-algo iba por debajo de la mesa que las pellizcaba las abultadas
-pantorrillas.</p>
-
-<p>Eran los chicos que, no ahítos de confites, buscaban a gatas los
-residuos de la batalla.</p>
-
-<p>—¡Qué granujería tan endemoniada! <i>¡Pachets... fòra fòra!</i></p>
-
-<p>Y a coscorrones fue expulsada aquella invasión de desvergonzados
-buscadores.</p>
-
-<p>Pues señor, bien iba la boda. Había que reconocer que la gente se
-divertía.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_59">p. 59</span></p>
-
-<p>Y fuera gangueaba la dulzaina, haciendo locas cabriolas, como si
-estuviera contagiada de aquel regocijo tan brutal como ingenuo.</p>
-
-
-<h3>IV</h3>
-
-<p>A las diez de la noche quedaba ya poca gente en casa de los
-novios.</p>
-
-<p>Desde el anochecer que comenzaron a salir del establo los carritos y
-las caballerías enjaezadas. La mayoría de los convidados emprendían el
-regreso a sus pueblos, cantando a grito pelado y deseando a los novios
-una noche feliz.</p>
-
-<p>Los de Benimuslín se retiraban también, y en las oscuras calles
-veíase a más de una mujer tirando trabajosamente del vacilante marido,
-que era incapaz de excesos en los días normales, pero que en una fiesta
-se ponía alegre como cualquier hombre.</p>
-
-<p>La vieja tartana del notario saltaba sobre los baches del camino,
-dormitando don Julián con las gafas en la punta de la nariz y
-dejando que guiase su escribiente, a pesar de que este se sentía tan
-trastornado como su principal.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_60">p. 60</span>Ya no quedaban en la
-casa más que los padres de Marieta y algunos parientes.</p>
-
-<p>El tío Sènto mostraba impaciencia. Cada mochuelo a su olivo. Después
-de un día tan agitado, ya era hora de dormir. Y bajo las enormes cejas
-brillábanle los ojuelos con expresión ansiosa.</p>
-
-<p>—¡Adiós, <i>filla mehua</i>! —gritaba la madre de Marieta—.
-¡Adiós!...</p>
-
-<p>Y lloraba abrazándose a su hija, como si la viera en peligro de
-muerte.</p>
-
-<p>Pero el padre, el viejo carretero, que llevaba media bodega en
-la panza, protestaba con lengua torpe y socarrona indignación:
-¡<i>Redéu</i>! No parecía sino que a la chica la habían sentenciado y
-la llevaran al <i>carafalet</i>. Vamos, hombre, que era cosa de caerse
-de risa. ¿Tan mal le había ido a la madre cuando se casó?</p>
-
-<p>Y empujaba a su vieja para desasirla de Marieta, que también
-derramaba lágrimas; y entre suspiros y gimoteos fueron hasta la puerta,
-que cerró el tío Sènto, pasando después los cerrojos y la cadena.</p>
-
-<p>Ya estaban solos. Arriba, en el granero, dormía la tía Pascuala; en
-la cuadra se acostaban los criados; pero en el piso bajo, en la parte
-principal de la casa, solo estaban ellos entre los desordenados restos
-del<span class="pagenum" id="Page_61">p. 61</span> banquete y a la luz
-vacilante de un velón monumental.</p>
-
-<p>Por fin ya la tenía: allí estaba sentada en una poltrona de esparto,
-encogiéndose como si quisiera achicarse hasta desaparecer.</p>
-
-<p>El tío Sènto estaba intranquilo, y en la vehemencia de su pasión
-senil no sabía qué decir. ¡<i>Recordóns</i>! no le había ocurrido lo
-mismo cuando se casó con Tomasa. Lo que hace la edad.</p>
-
-<p>Por algo tenía que empezar, y rogó a Marieta que entrase al
-<i>estudi</i>. ¡Pero bonita era la chica! ¡Criatura más terca y arisca
-no la había visto el tío Sènto!</p>
-
-<p>No; ella no se meneaba, no entraba en el <i>estudi</i> aunque la
-matasen; quería pasar la noche en aquel sillón.</p>
-
-<p>Y cuando el novio intentaba acercarse, replegábase medrosica como
-un caracol, faltándole poco para hacerse un ovillo sobre el asiento de
-cuerda.</p>
-
-<p>El tío Sènto se cansó de tanto rogar. Bueno; ya que ese era su
-capricho, que pasase buena noche.</p>
-
-<p>Y agarrando rudamente el velón se metió en el <i>estudi</i>.</p>
-
-<p>Marieta tenía un horror instintivo a la oscuridad. Aquella casa
-grande y desconocida, la causaba miedo; creyó ver en la<span
-class="pagenum" id="Page_62">p. 62</span> sombra la cara ancha y pecosa
-de la <i>siñá</i> Tomasa, y trémula, con paso precipitado, creyendo que
-alguien la tiraba de la falda, se metió en el <i>estudi</i> siguiendo a
-su marido.</p>
-
-<p>Ahora se fijaba en aquella habitación, la mejor de la casa, con su
-sillería de Vitoria, las paredes cubiertas de cromos religiosos con
-apagadas lamparillas al frente y sus colosales armarios de pino para la
-ropa.</p>
-
-<p>Sobre la ventruda cómoda, con agarraderas de bronce, elevábase una
-enorme urna llena de santos y de flores ajadas; rodeábanla candelabros
-de cristal con velas amarillas, torcidas por el viento y moteadas
-por las moscas; cerca de la cama la pililla de agua bendita, con la
-palma del domingo de Ramos, y junto a ellas, colgando de un clavo, la
-escopeta del tío Sènto; un mosquetón con dos cañones como trabucos,
-cargados siempre de perdigón gordo por lo que pudiera ocurrir.</p>
-
-<p>Y como suprema muestra de magnificencia, como complemento del
-mueblaje, aquella cama famosa de la <i>siñá</i> Tomasa, complicada
-fábrica de madera tallada y pintada, ostentando en la cabecera media
-corte celestial, y con un monte de colchones, cuya cima cubría el rojo
-damasco.</p>
-
-<p>El marido sonreía satisfecho de su triunfo.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_63">p. 63</span>¿No veía ella cómo
-por fin entraba? Debía obedecerle siempre y no ser tonta. Él solo
-deseaba su bien, por lo mismo que la quería mucho.</p>
-
-<p>El viejo, a pesar de su rudeza, decía esto con expresión dulzona,
-como si aún tuviera en su boca algún confite de la comida, y
-extendiendo las manos con audacia.</p>
-
-<p>—<i>Estigas quiet</i> —decía Marieta con voz sofocada por el miedo—.
-<i>No s’acòste.</i></p>
-
-<p>Y mudaba de sitio, huyendo de su marido. Iba de una parte a otra
-mirando con ansiedad las paredes, como si esperara ver en ellas un
-agujero, algo por donde poder escapar.</p>
-
-<p>Si no sintiera tanto miedo en la oscuridad, pronto hubiera abierto
-la puerta del <i>estudi</i>, huyendo de aquella lucha insostenible.</p>
-
-<p>El tío Sènto la concedía una tregua e iba desnudándose con resignada
-calma.</p>
-
-<p>—¡Pero qué tonta eres! —decía con entonación filosófica.</p>
-
-<p>Y repetía la frase un sinnúmero de veces, mientras se quitaba las
-alpargatas y los pantalones de pana, desliándose la negra faja para que
-el vientre recobrase su hinchada elasticidad.</p>
-
-<p>Oyose a lo lejos el reloj de la iglesia dando las once.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_64">p. 64</span>Era ya hora de acabar
-aquella situación ridícula; ¿se acostaba Marieta, sí o no?</p>
-
-<p>Y el tío Sènto hizo con tal imperio la pregunta, que la novia
-levantose como un autómata, volvió su rostro a la pared y comenzó a
-desnudarse con lentitud.</p>
-
-<p>Quitose el pañuelo del cuello, y después, tras largas vacilaciones,
-el corpiño fue a caer sobre una silla.</p>
-
-<p>Quedó al descubierto el ceñido corsé de deslumbrante blancura, con
-arabescos rojos; y más arriba la morena espalda de tonos calientes,
-como el ámbar, cubierta de una suave película de melocotón sazonado
-y rematada por la cerviz de adorable redondez, erizada de rizados
-pelillos.</p>
-
-<p>Aproximábase el tío Sènto cautelosamente, moviéndose al compás de
-sus pasos el blanducho y enorme abdomen. No debía ser tonta: él la
-ayudaría a desnudarse.</p>
-
-<p>E intentaba meterse entre ella y la pared para verla de frente y
-apartar aquellos brazos cruzados con fuerza sobre el exuberante y firme
-pecho, oprimido por las ballenas del corsé.</p>
-
-<p>—<i>¡No vullc! ¡no vullc!</i> —gritaba con angustia la muchacha—.
-<i>¡Apartes d’ahí!... ¡Fuxca!</i></p>
-
-<p>Con fuerza inesperada empujó aquella audaz panza que la cerraba
-el paso, y siempre<span class="pagenum" id="Page_65">p. 65</span>
-ocultando su pecho, fue a refugiarse entre la cama y la pared.</p>
-
-<p>El tío Sènto se amoscaba. Aquello ya pasaba de broma, y él no
-se sentía capaz de contemplaciones. Fue a seguir a Marieta en su
-escondrijo, pero apenas se movió, ¡<i>redéu</i>! parecía que el pueblo
-se venía abajo, que la casa era asaltada por todos los demonios del
-infierno, o que había llegado el juicio final.</p>
-
-<p>¡Vaya un estrépito! Eran latas de petróleo golpeadas a garrotazo
-limpio; cabezones agitando sus innumerables cascabeles, enormes
-matracas y grandes cencerros sonando todos a un tiempo, y al poco
-rato disparáronse cohetes que silbaban y estallaban junto a la reja
-del <i>estudi</i>. Por las rendijillas de las maderas penetraba un
-resplandor rojizo de incendio.</p>
-
-<p>Adivinaba él lo que era aquello y a quién lo debía. Si la pena fuera
-un <i>sòu</i>, si no hubiese presidio para los hombres, ya arreglaría
-él a aquella pillería.</p>
-
-<p>Y juraba y pateaba, despojado ya de su fiebre amorosa, sin acordarse
-de Marieta, que asustada al principio por el infernal estrépito,
-lloraba ahora, creyendo que sus lágrimas podían arreglarlo todo.</p>
-
-<p>Ya se lo habían dicho sus amigas. Se casaba con un viudo y tendría
-cencerrada.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_66">p. 66</span>¡Pero qué cencerrada,
-señores! Era en toda regla, con coplas alusivas que la gente celebraba
-con carcajadas y relinchos, y cuando cesaba momentáneamente el
-estrépito de latas y cencerros, sonaba la dulzaina con sus gangueos
-burlones, y una voz acatarrada que conocía Marieta (¡vaya si la
-conocía!) hablaba de la vejez del novio, de lo <i>carasera</i> que
-había sido la novia y del peligro en que estaba el tío Sènto de ir al
-día siguiente al cementerio si quería cumplir su obligación.</p>
-
-<p>—¡<i>Morrals</i>! ¡<i>Indeséns</i>! —rugía el novio, e iba loco por
-el <i>estudi</i> manoteando como si quisiera exterminar en el aire
-aquellas coplas que venían de fuera.</p>
-
-<p>Pero una malsana curiosidad le dominaba. Quería ver quiénes eran los
-guapos que se atrevían con él, y de un bufido apagó el velón, abriendo
-después un ventanillo de la reja.</p>
-
-<p>La calle entera estaba ocupada por el gentío. Algunos haces de
-cáñamo seco ardían con rojiza llama, y su resplandor de incendio
-abarcaba el corro principal de la cencerrada, dejando en la oscuridad
-el resto de la muchedumbre.</p>
-
-<p>Allí estaban los autores. El <i>Desgarrat</i> al frente y toda
-la parentela de la <i>siñá</i> Tomasa. Pero lo que más indignaba al
-tío<span class="pagenum" id="Page_67">p. 67</span> Sènto era que
-estuviese allí <i>Dimòni</i> acompañando con su dulzaina las indecentes
-coplas, cuando el muy ladrón había recibido dos horas antes dos duros
-como dos soles por su trabajo en la boda. ¡Y cómo se reía aquel hereje
-cada vez que su amigo el <i>Desgarrat</i> cantaba una desvergüenza!</p>
-
-<p>Había para hacer un disparate.</p>
-
-<p>Lo que más alteraba al tío Sènto, aunque él lo callase, era ver que
-aquel insulto a su persona lo presenciaba medio pueblo, los mismos
-que antes le temían o le buscaban humildes e imploraban su favor.
-Su estrella se eclipsaba. Todos le perdían el respeto después de su
-calaverada casándose con una chica.</p>
-
-<p>Despertábase su soberbia de hombre rudo acostumbrado a imponer su
-voluntad, y temblaba de pies a cabeza ante los feroces insultos.</p>
-
-<p>Conformábase con el ruido: que golpeasen cuanto quisieran, pero que
-no cantase aquel perdido, pues sus coplas le aglomeraban la sangre a
-los ojos.</p>
-
-<p>Pero el <i>Desgarrat</i> era infatigable, la gente acogía las coplas
-con aullidos de entusiasmo, y el viejo, ya trastornado, se hacía atrás
-como si en la oscuridad del <i>estudi</i> fuese a buscar algo.</p>
-
-<p>Aún permaneció en el ventanillo viendo<span class="pagenum"
-id="Page_68">p. 68</span> cómo la multitud abría paso a algunos amigos
-del <i>Desgarrat</i> que conducían en hombros un objeto largo y
-negro.</p>
-
-<p>—¡Gori, gori, gori! —aullaba la multitud, parodiando el canto de los
-entierros.</p>
-
-<p>Y el novio vio pasar en la punta de un palo, a guisa de un guión,
-unos cuernos, enormes, leñosos y retorcidos, y después un ataúd, en
-cuyo fondo descansaba un monigote con dos grandes marañas de pelo en
-lugar de las cejas.</p>
-
-<p>¡Cristo, aquello era para él! Ya se atrevían a lanzarle en el rostro
-aquel apodo de <i>Sellut</i> que nadie había osado proferir en su
-presencia.</p>
-
-<p>Rugió apartándose del ventanillo, buscó a lo largo de la pared, a
-tientas en la oscuridad, algo apoyó en su rostro contraído por la rabia
-y sonaron dos truenos que hicieron parar en seco la ruidosa cencerrada.
-Había tirado a ciegas, pero tal era su deseo de matar, que hasta estaba
-seguro de haber acertado.</p>
-
-<p>Se apagaron las rojas antorchas, oyose el rumor de la gente que huía
-apresurada y algunas gritaban desde la calle:</p>
-
-<p>—¡Pillo... asesino! El <i>Sellut</i> es. <i>Asómat</i>, granuja.</p>
-
-<p>Pero el tío Sènto nada oía. Estaba plantado en medio del
-<i>estudi</i> como asombrado<span class="pagenum" id="Page_69">p.
-69</span> de lo que había hecho, con la caliente escopeta quemándole
-las manos.</p>
-
-<p>Marieta, poseída de pasmo, gimoteaba en el suelo. Su estertor
-ansioso era lo único que oía él, y dirigiendo su furia a lo que más
-cerca tenía, murmuraba con ferocidad:</p>
-
-<p>—<i>¡Calla... cordóns!... ¡Calla o te mate a tú!...</i></p>
-
-<p>El tío Sènto no salió de su estupor hasta que golpearon rudamente la
-puerta de la calle.</p>
-
-<p>—¡Abran a la Guardia Civil!</p>
-
-<p>Debían estar levantados los criados desde mucho antes, pues la
-puerta se abrió, acercándose al <i>estudi</i> el ruido de culatas y
-zapatos claveteados.</p>
-
-<p>Cuando el tío Sènto salió a la calle entre los dos guardias, vio el
-cadáver del <i>Desgarrat</i> hecho una criba. No se había perdido un
-perdigón.</p>
-
-<p>Los compañeros del muerto amenazáronle de lejos con sus navajas;
-hasta <i>Dimòni</i>, tambaleando por el vino y la emoción, le apuntaba
-fieramente con su dulzaina, pero él nada veía, y se alejó cabizbajo,
-murmurando con amargura:</p>
-
-<p>—¡<i>Bonica nit de novios</i>!</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch4">
- <p><span class="pagenum" id="Page_71">p. 71</span></p>
- <h2 class="nobreak">La apuesta del <i>esparrelló</i></h2>
- <hr class="tir" />
-</div>
-
-<p>La oí una tarde de invierno, tumbado en la arena, junto a una barca
-vieja, sintiendo en los pies los últimos estremecimientos de la inmensa
-sábana de agua que espumeaba colérica bajo un cielo frío, ceniciento y
-entoldado.</p>
-
-<p>Nazaret, con su extenso rosario de blancas casuchas, estaba a
-nuestras espaldas, y a mi lado un viejo pescador, momia acartonada, que
-parecía bailar dentro de su traje de bayeta amarilla, hinchado de aire.
-Echábase la gorrilla de seda sobre una oreja y chupaba su pipa con la
-gravedad de un moro, en cuclillas, trazando con la mano, como un manojo
-de sarmientos, complicados arabescos en la arena.</p>
-
-<p>Había llovido fuerte allá por las montañas de Teruel; el río
-arrojaba en el mar su agua arcillosa y fría, y todo el golfo teñíase
-de un amarillo rabioso, que a lo<span class="pagenum" id="Page_72">p.
-72</span> lejos debilitábase hasta tomar tonos de rosa. La estrecha
-faja verde que recortaba el límite del horizonte delataba que era un
-mar lo que parecía inundación de tisana.</p>
-
-<p>Y mientras mirábamos la rojiza extensión, en cuyo límite se marcaba
-como ligera nubecilla el cabo de San Antonio, la arremangada gente
-de Nazaret tiraba de los <i>bolichones</i> o se arrojaba en el agua
-sucia.</p>
-
-<p>El viejo adivinaba el éxito de la pesca. Aquel era un buen día. Iban
-a caer los <i>esparrellóns</i> como moscas.</p>
-
-<p>Y eso que el <i>esparrelló</i> era el bicho más ladino y malicioso
-que se paseaba por el golfo.</p>
-
-<p>¿Que no lo sabía yo? Pues atención, que para comprender cómo las
-gastaba el tal animalito, iba a contarme un cuento, que indudablemente
-sería un sucedido, pues de no ser así, no se lo habría contado a él su
-padre.</p>
-
-<p>Y el buen viejo, siempre en cuclillas, sin soltar la pipa comenzó
-a contarme el <i>sucedido</i> con su seriedad de lobo de playa, en un
-valenciano pintoresco, cuyas palabras silbaban al pasar por entre las
-despobladas encías.</p>
-
-<div class="aster"><sub>*</sub><sup>*</sup><sub>*</sub></div>
-
-<p>También aquel día había crecido el río,<span class="pagenum"
-id="Page_73">p. 73</span> y cerca de la orilla resbalaba el
-<i>bolichó</i> traidoramente por entre las turbias olas, arrastrando
-hacia la arena seca a los incautos peces, atraídos por la frescura del
-agua dulce y sucia.</p>
-
-<p>El <i>esparrelló</i> del cuento, panzudo, pequeñito y vivaracho, un
-pilluelo que correteaba por los escondrijos y rincones del golfo con
-grave disgusto de su familia, acababa de ver caer a todos los suyos
-entre las mallas de una red. Se salvó él por ligereza, y como era un
-perdis y los sentimientos de familia no están muy arraigados en su
-especie, solo se le ocurrió huir mar adentro, moviendo graciosamente la
-colita, como si quisiera decir:</p>
-
-<p>—Sálveme yo y perezca la familia: mejor es el agua turbia que el
-aceite de la sartén.</p>
-
-<p>Pero cerca de la entrada del puerto oyó un poderoso ronquido
-que conmovía las aguas, como si el suelo del mar se estuviera
-desgarrando.</p>
-
-<p>El <i>esparrelló</i> dejose caer en línea recta, y en una hondonada
-abierta por las dragas en el fango, vio tumbado como un canónigo a
-un <i>reig</i> corpulento, que lo menos pesaba cuatro arrobas; un
-animalote insolente y matón que cobraba el barato en todo el golfo y
-apenas movía una agalla hacía temblar a todo el escamado enjambre.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_74">p. 74</span>¡Vaya un modo de
-dormir! Cansado de las aguas verdes y tranquilas cargadas de calor y
-de luz, le placía la frescura y la semioscuridad del barro líquido que
-arrastraba el río, y roncaba como si estuviera en una alcoba con las
-cortinas corridas.</p>
-
-<p>El <i>esparrelló</i> quiso pasar un buen rato con el terrible
-personaje, pero sus malas intenciones no iban más allá del deseo
-de divertirse a costa ajena, y se limitó a pasar y repasar por las
-jadeantes narices del coloso, haciéndole cosquillas con las finas púas
-de su cola.</p>
-
-<p>Pero bueno era el <i>reig</i> para inquietarse por tales caricias.
-A fuerza de sufrir cosquillas cesó de roncar y se incorporó un poco
-moviendo su poderosa cola, pero tumbose sobre el otro costado, y siguió
-bramando con la tranquilidad del que, seguro de su fuerza, no teme
-peligros.</p>
-
-<p>—¡Animal! —le gritaba el pececillo junto a una agalla—; ¡animal,
-despiértate!</p>
-
-<p>—¿Eh? —exclamaba el <i>reig</i> entre dos ronquidos con su bronca
-voz de borracho.</p>
-
-<p>—Que te despiertes. Hay por ahí un belén de mil demonios. La gente
-de Nazaret ha roto hostilidades, y a miles se lleva prisioneros a los
-nuestros.</p>
-
-<p>—Allá vosotros. Eso va con la morralla y no con personas de mi
-clase.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_75">p. 75</span>—Es que para ti
-también hay. Por arriba va la barca del <i>Toto</i> explorando, y si
-ha oído tus ronquidos, ahora mismo tienes aquí el <i>bolichó</i> de
-cuerdas, y mañana estás en la Pescadería hecho cincuenta cuartos.</p>
-
-<p>—¡Cincuenta demonios! —roncó con furia el <i>reig</i>, y dando un
-furioso coletazo abandonó la cama de barro, poniéndose en facha de
-escapar, mientras al ladino <i>esparrelló</i> le temblaban todas las
-escamas con las convulsiones de una risita aguda e insolente.</p>
-
-<p>El <i>reig</i> se amoscó al ver que tomaban a broma su prudencia, y
-avanzando el cuerpo hacia el diminuto bicho, quiso reconocerle en la
-semioscuridad.</p>
-
-<p>—¿Eres tú, granuja? Tú acabarás mal; y si no fuera porque me
-tacharían de ingrato, lo que no corresponde a una persona de mi edad y
-mi peso, ahora mismo te tragaba. ¿Crees tú, mocoso, que me dan miedo
-todos esos pelambres que vienen a buscarnos en el fondo de las aguas?
-Soy demasiado guapo para dejarme coger. Pregúntale a ese <i>Toto</i> de
-quien hablas cuántas veces de una <i>morrá</i> le he roto el bolinchón
-de cuerdas. Si repito muchas veces la fiesta le arruino. Pero tengo
-conciencia; antes que hacer daño a un padre de familia prefiero huir a
-tiempo, y me va tan ricamente con este sistema, que mientras los de mi
-familia<span class="pagenum" id="Page_76">p. 76</span> han ido a morir
-faltos de respiración en la playa, yo escapo siempre, y aquí me han de
-caer las escamas de puro viejo.</p>
-
-<p>—Lo mismo soy yo —dijo con petulancia el pececillo—; los míos se han
-dejado arrastrar, pero a mí no me falta ligereza, y aquí estoy. Es gran
-cosa el ser pequeño.</p>
-
-<p>—Quita allá, bicho ruin. Lo que vale es ser grande como yo, con más
-fuerza que un caballo y capaz de llevarse por delante de un empujón
-todas las redes de esos pelagatos.</p>
-
-<p>Y para demostrar su fuerza, en menos de un segundo dio dos o
-tres coletazos con la aviesa intención de pillar desprevenido
-al <i>esparrelló</i>, y con tanto empuje, que si lo alcanza lo
-revienta.</p>
-
-<p>Pero el granuja se echó a un lado oportunamente, amoscado por tan
-villanas caricias.</p>
-
-<p>—Fuerte sí que lo eres; convenido. Si no salto me partes, y eso no
-está bien entre personas decentes, que deben ser agradecidas. Pero
-en cambio soy más ligero: corro más que tú. Mira como tu cola no me
-alcanza.</p>
-
-<p>—¿Tú correr más?... ¡Jo! ¡jo! ¡jo!</p>
-
-<p>Tan graciosa era la afirmación del petulante pececillo, que el
-<i>reig</i> se revolcaba con convulsiones de risa, y sus carcajadas,
-sonoras<span class="pagenum" id="Page_77">p. 77</span> como ronquidos,
-hacían hervir el agua.</p>
-
-<p>—Calla, condenado, que el <i>Toto</i> debe andar por arriba.</p>
-
-<p>La advertencia devolvió al <i>reig</i> su seriedad, pero le cargaba
-que aquel bicho insignificante sacara a colación a cada momento el
-nombre del pescador, y quiso vengarse.</p>
-
-<p>—¿Que tú corres más? —dijo con su expresión de jaque testarudo—;
-eso pronto se verá. Hagamos una apuesta: a ver quién llega antes al
-cabo de San Antonio. Apostaremos... ¡vaya! ya está. Si yo llego antes
-te dejarás comer en castigo a tu fanfarronería, y si quedo rezagado te
-protegeré siempre y seré tu siervo. ¿Conviene, chiquitín?</p>
-
-<p>¡Pobre <i>esparrelló</i>! Le temblaban todas las escamas al verse
-metido en porfía con tan peligroso bruto, pero entre ser devorado al
-momento o de allí a unas horas, optó por lo último.</p>
-
-<p>—Conforme, grandullón —contestó con risita forzada—; cuando quieras
-empezaremos.</p>
-
-<p>—Vamos a las aguas verdes, que esto está turbio.</p>
-
-<p>Y lentamente, moviendo con indolencia la cola, como dos buenos
-amigos que salen<span class="pagenum" id="Page_78">p. 78</span> a
-tomar el fresco, el <i>reig</i> y el <i>esparrelló</i> llegaron al
-sitio donde se aclaraban las aguas con un dulce tono de esmeralda
-líquida.</p>
-
-<p>El gigante dio unos cuantos coletazos alegres, roncó, haciendo
-hervir el agua con sonoras burbujas, y se puso en facha para correr.</p>
-
-<p>—Mira, chiquitín: sé que te quedarás atrás, pero no pienses en huir,
-porque te buscaría por todo el golfo. Aunque grandote, no soy tan bruto
-como crees.</p>
-
-<p>—Menos palabras, y al avío.</p>
-
-<p>—¿Vaya, chiquillo?</p>
-
-<p>—Cuando quieras.</p>
-
-<p>—Pues ¡va!</p>
-
-<p>¡Caballeros y qué modo de correr! Aquel <i>reig</i> era una
-tempestad. Al primer coletazo salió como un rayo, envuelto en espuma,
-moviendo un estrépito de todos los demonios. Tan ciego iba, que casi
-se estrelló los morros contra la popa de una fragata inglesa cargada
-de guano que había naufragado veinte años antes y estaba hundida en la
-arena como una carroña carcomida por los miles de pececillos que se
-albergaban en su vientre.</p>
-
-<p>Pasó adelante sin sentir el encontronazo, jadeante, enfurecido,
-moviendo a un tiempo cola, aletas y agallas, de un modo<span
-class="pagenum" id="Page_79">p. 79</span> vertiginoso, con un ruido y
-un hervor que conmovía todo el golfo.</p>
-
-<p>¿Y el <i>esparrelló</i>? ¡Pobrecito! quiso seguir a su corpulento
-enemigo, pero el hervor de la espuma le cegaba, la violenta ondulación
-producida por cada coletazo del <i>reig</i> le hacía perder camino, y a
-los pocos minutos se sentía rendido por una carrera tan loca.</p>
-
-<p>Pero el animalito panzudo era un costal de malicias. Esforzándose,
-llegó hasta la cabeza del <i>reig</i>, y fijándose en las grandes
-agallas que se abrían y cerraban con movimiento automático, hizo una
-graciosa evolución y se coló por una de ellas.</p>
-
-<p>No se estaba mal allí. Viajar gratis, a doble velocidad y acostadito
-en aquel nido forrado de suave escarlata, era una dicha.</p>
-
-<p>—¡Je! ¡je! ¡je! —reía socarronamente el pececillo sacando la cabeza
-por la ventana de su guarida.</p>
-
-<p>Y el <i>reig</i> daba un salto, murmurando:</p>
-
-<p>—Ese bicho ruin me da alcance. Oigo su risita burlona. Corramos,
-corramos.</p>
-
-<p>Y cada carcajada del <i>esparrelló</i> era como un espuelazo para el
-pescadote.</p>
-
-<p>¡Qué loca carrera! Aquella cola poderosa batía los profundos
-algares, y en el verdoso espacio flotaban arremolinados los pardos
-hierbajos, mientras que las larvas, las indefinibles mucosidades que
-vivían misteriosamente<span class="pagenum" id="Page_80">p. 80</span>
-en el seno de los estercoleros submarinos, salían escapadas huyendo del
-brutal azote.</p>
-
-<p>Después de los algares, las colinas sumergidas, aquellos peñascales
-en cuyas cuevas jugueteaban los peces recién nacidos, transparentes y
-diáfanos como sombras.</p>
-
-<p>¡Qué espantosa revolución llevaba el <i>reig</i> a estos tranquilos
-lugares!</p>
-
-<p>Le conocían bien por sus brutales majaderías, por sus caprichos
-de matón que alarmaban a todo el golfo, y las plantas submarinas que
-tapizaban los peñascos agitaban sus puntiagudas y verdes cabelleras,
-como si quisieran gritar con angustia:</p>
-
-<p>—¡Atención, que llega ese loco!</p>
-
-<p>Las almejas, gente tranquila que huye del ruido, al ver aproximarse
-el torbellino de espuma y furiosos coletazos, replegábanse medrosicas,
-cerrando herméticamente las dos hojas de su negra vivienda; los erizos
-apelotonábanse, formaban el cuadro, presentando por todos lados sus
-haces de agudas bayonetas; los calamares sentían tal miedo, que se
-envolvían en su diarrea de tinta; los gatos de mar sacaban por entre
-las piedras sus chatas cabezas y vientres atigrados con trémula
-inquietud; las lapas agarrábanse a la roca con más fuerza que nunca;
-los langostinos ocultaban su transparencia<span class="pagenum"
-id="Page_81">p. 81</span> de nácar bajo el brillante fanal de alguna
-caracola hueca; los salmonetes huían en bandadas, esparciéndose como
-el brillante chisporroteo de una hoguera aventada, y en aquel mundo
-verdoso e inquieto, el paso veloz del enfurecido animalote producía
-entre los torbellinos de la espuma un hervor de carmín y plata, de
-escamas que despedían al huir fantásticos reflejos y colas que se
-agitaban con la ansiedad del pánico.</p>
-
-<p>Una rozadura del <i>reig</i> bastó para arrancarle dos patas a una
-langosta, y la pobrecita, apoyada en un salmonete que se prestaba a
-ser su procurador, emprendió la marcha hacia las Columbretes, para
-pedir justicia y venganza a algún tiburón de los que rondan aquellas
-islas.</p>
-
-<p>Dos alegres delfines que estaban acabando de merendarse un atún
-putrefacto, levantaban sus morros de cerdo y se burlaban de su amigote
-gritando:</p>
-
-<p>—¡A ese, a ese, que está loco!</p>
-
-<p>Y decían verdad; si no estaba loco, poco le faltaba; aquella maldita
-risa del <i>esparrelló</i> la tenía siempre en los oídos, y el pobre
-animal corría y corría espoleado por la vergüenza de ser vencido.</p>
-
-<p>Por fortuna, en el verdoso y confuso horizonte comenzaron a
-marcarse las masas negras de las estribaciones submarinas del<span
-class="pagenum" id="Page_82">p. 82</span> cabo, con sus profundas
-cuevas, donde las señoras del golfo en estado interesante iban a
-depositar sobre el tapiz de hierba fina sus innumerables huevos.</p>
-
-<p>El jadeante <i>reig</i>, que no podía ya con su alma, llegó junto a
-las rocas y dijo con angustioso ronquido:</p>
-
-<p>—Ya llegué.</p>
-
-<p>Pero la vocecilla cargante contestó con timbre de falsete:</p>
-
-<p>—Yo primero.</p>
-
-<p>El muy granuja acababa de saltar desde el interior de la agalla, y
-se pavoneaba ante el hocico del cansado <i>reig</i>, como si hubiera
-llegado mucho antes.</p>
-
-<p>El sencillo animalote no sabía qué hacer. Sintió tentaciones de
-darle un trompis al insolente bicho que lo convirtiese en papilla, pero
-encorvándose se llevó varias veces la cola entre los ojos y se rascó
-con expresión reflexiva.</p>
-
-<p>—Bueno —roncó por fin—. En esto debe haber trampa, pero la palabra
-es palabra. Mocoso, manda lo que quieras; seré tu criado.</p>
-
-<div class="aster"><sub>*</sub><sup>*</sup><sub>*</sub></div>
-
-<p>Y el viejo pescador, terminado su cuento, sonreía y guiñaba los ojos
-maliciosamente.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_83">p. 83</span>Aquello era de los
-tiempos en que los pescados hablaban, pero tenía <i>intríngulis</i>.</p>
-
-<p>¿Que no lo adivinaba? Pues era sencillo: que en este mundo puede más
-el listo y el astuto que el fuerte que todo lo fía al corazón y a la
-acometividad. Que vale ser más <i>esparrelló</i> pequeño y malicioso,
-que <i>reig</i> enorme y sencillote. Que acometiendo de frente y
-arrollándolo todo solo se consigue ser vehículo del listo que se
-esconde en la agalla para salir a tiempo.</p>
-
-<p>Y el vejete me miraba con tal expresión de malicia y lástima, que me
-ruboricé, murmurando para adentro:</p>
-
-<p>—Este tío me conoce.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch5">
- <p><span class="pagenum" id="Page_85">p. 85</span></p>
- <h2 class="nobreak">La caperuza</h2>
- <hr class="tir" />
-</div>
-
-<p>Vivía yo entonces en el piso segundo, y tenía por vecino en el
-primero a don Andrés García, fiscal de profesión, figura arrogante,
-con muchas canas en la barba, el más buen mozo de cuantos vestían toga
-con vuelillos en la Audiencia; un hombre, en fin, que realizaba en su
-físico ese ideal de la justicia majestuosa e imponente.</p>
-
-<p>Todas las tardes, al bajar la escalera, oía los mismos gritos a
-través de la puerta. «¡<i>Pilín</i>!... ¡vida mía!... ¡rey de los
-pillos!... ¡ven aquí, príncipe de Asturias!...»</p>
-
-<p>Era la familia que se entregaba en cuerpo y alma al culto de su
-ídolo. El fiscal, que acababa de llegar hambriento, anonadado por
-sus derroches de elocuencia, que enviaban gente a presidio, abrazaba
-a su mujer y ambos reían y gritaban como unos locos en torno de la
-niñera, que mantenía en sus brazos al tirano de la casa, al único<span
-class="pagenum" id="Page_86">p. 86</span> señor, a <i>Pilín</i>, un
-granuja que apenas tenía un año y a quien bastaba un leve grito para
-que los padres palideciesen de inquietud y las criadas corriesen
-aturdidas, no sabiendo cómo cumplir a un tiempo tantas órdenes
-contradictorias.</p>
-
-<p>¡Vaya un matrimonio especial! La mujer era casi una niña, una
-señorita algo boba que aún no había salido de su asombro al verse
-madre. Miraba a su marido con respeto: era tímida, de carácter dúctil,
-y como siempre sucede en los matrimonios desiguales por la edad, donde
-la amistad suple al amor, don Andrés era padre y esposo a un tiempo,
-cuidando tanto de la madre como del niño.</p>
-
-<p>Lo único que sacaba de su apatía característica a la joven señora
-era el pequeñín, juguete raro al que amaba con pasión inextinguible
-y que no se parecía a ninguno de los que formaban sus delicias cinco
-o seis años antes. Mucho le había costado. En su memoria, donde se
-borraban las cosas con facilidad, quedaba aún brumoso y sombrío el
-recuerdo de aquellos tres días de tormento, de espantoso potro, de
-susto y sorpresa más que de dolor, con la casa alborotada por sus
-berridos y el marido sudoroso, jadeante, con los lentes inseguros,
-preparando medicinas y riñendo por torpes<span class="pagenum"
-id="Page_87">p. 87</span> a las criadas. Pero ya todo había pasado,
-no volvería más, no señor: ella lo aseguraba con una firmeza cándida
-que hacía reír; y ahora, en premio a sus tormentos, tenía al lindo
-monigote, a aquel <i>bebé</i> de carne y hueso, a quien todos en la
-casa llamaban <i>Pilín</i>, por bautizarle con tan extravagante nombre
-la rústica niñera, una criadita cerril que, en opinión de algunos, la
-habían cazado con lazo en las montañas de Chelva.</p>
-
-<p>Por la mañana, cuando el señor estaba en la Audiencia salvando
-la sociedad a fuerza de oratoria indignada, la mamá se entretenía
-con <i>Pilín</i>, dando rienda suelta a sus aficiones de colegiala
-traviesa, que la maternidad no había extinguido. Madre e hijo tenían
-moralmente la misma edad. <i>Pilín</i> pataleaba como un gatito panza
-arriba sobre la alfombra del salón, mostrando sus rosadas desnudeces,
-lanzando aulliditos a falta de palabras, diciendo sin duda, en el
-misterioso lenguaje de la lactancia, que su mamá era una loca; y
-ella, ajando sus vestidos lujosos, que se llevaban la mitad de la
-paga del fiscal, moviendo grotescamente su linda cabecita despeinada,
-andaba a gatas en torno del bebé, hacía el perro para asustarle, y
-si sus gracias arrancaban una risita al mimado príncipe de Asturias,
-entonces llegaba a la demencia de su borrachera<span class="pagenum"
-id="Page_88">p. 88</span> cariñosa, se arrojaba sobre él, le agarraba
-la cabezota enorme cubierta de pelillos rubios, su <i>bola de oro</i>,
-según ella decía, y cuando <i>Pilín</i> gimoteaba próximo a la
-sofocación, la caricia bajaba, tibia, cariñosa, y la infantil señora,
-con tanta unción como si adorase la santa faz, besuqueaba furiosa las
-nalgas de rosa del muñeco con esa fuerza de estómago que solo tienen
-las madres.</p>
-
-<p>¿Y él?... Estaba sublimemente ridículo en la adoración de aquel
-monigote que le llegaba a los cuarenta y cinco bien cumplidos. La mamá
-y el niño salían a recibirle en la escalera, y los vecinos veíamos
-cómo después de comerse a besos a <i>Pilín</i>, se lo echaba al hombro
-y se metía dentro andando con majestad, como un San Cristóbal, con
-chistera y lentes. ¡Y pensar que por bajo del bigote aún le revoloteaba
-la <i>vindicta pública</i>, <i>la espada vengadora de la ley</i>,
-<i>la acusación justa...</i> todas las palabrotas con que regalaba
-veinte años de presidio al primero que caía bajo su mirada iracunda de
-acusador!</p>
-
-<p>Los periódicos se hacían lenguas de su elocuencia, de la lógica
-con que formulaba sus acusaciones, pero él así hacía caso de tales
-elogios, como si fuesen dirigidos al Gran Turco. La fama le preocupaba
-poco: lo único que le enorgullecía era ser padre<span class="pagenum"
-id="Page_89">p. 89</span> de <i>Pilín</i>, y que su mujer, que antes
-era tan poquita cosa, tuviese unos pechos abultados, fuertes, siempre
-llenos, y la abnegación bastante rara de criar a su hijo.</p>
-
-<p>Salía poco de casa. Los autos y <i>Pilín</i> le absorbían, y por
-las mañanas tenía que hacer un penoso esfuerzo para entregar el niño
-a la mamá y marcharse a la Audiencia. ¡Qué ministros los de Justicia!
-De seguro que no eran padres. Porque vamos a ver: ¿qué perdería la
-magistratura con que él llevase a <i>Pilín</i> a la Sala, sentándolo a
-su lado para que presenciara los triunfos del papá?</p>
-
-<p>Las noches eran terribles para don Andrés. Los pisos de cartón y
-tabiques de papel que fabrica la moderna arquitectura, nos permitían
-a los vecinos oír sus paseos desesperados, las cancioncillas a media
-voz con que intentaba aplacar a aquel granuja que llevaba en brazos,
-sonriente de día, pero malhumorado de noche, y con el especial gusto
-de que nadie durmiera en la casa. ¡Pobre don Andrés! Recordando
-murmuraciones de las criadas, me lo imaginaba dando vueltas por el
-salón, en camisa, las piernas desnudas, los pies en pantuflos, y a
-pesar de todo, grave y digno, luciendo su barba de apóstol y los
-brillantes lentes con la misma majestad que cuando, cruzándose<span
-class="pagenum" id="Page_90">p. 90</span> la toga sobre el pecho, se
-sentaba en el terrible banco. Y en vez de reírme infundíame respeto la
-santa paciencia de aquel hombre, que se veía padre cuando ya caminaba
-hacia la vejez y que para aplacar al energúmeno que llevaba en brazos
-pasaba la noche cantando cancioncillas con voz de falsete y recordando
-las óperas oídas cuando estudiante, mientras la señora roncaba cara a
-la pared.</p>
-
-<p>Pero en cambio, de día, aquello era gozar. Ninguno de sus ascensos
-le había producido tan profunda impresión como las monadas de su hijo.
-Cuando <i>Pilín</i> contraía con una sonrisa su carita, marcando los
-adorables hoyuelos de sus carrillos, don Andrés lo conmovía todo con
-sus carcajadas de gigante bondadoso, y si el chiquitín lanzaba uno de
-sus rugidos de alegría, que parecían el grito de guerra de un apache,
-el respetable fiscal saltaba y chillaba como un loco. Y luego, ¡qué
-gusto aquello de sentirse en la barba las trémulas manecitas que
-tiraban tercamente de los pelos, y qué dulces estremecimientos se
-sentían al acariciar la cabezota peliblanca que latía por entre los
-huesos tiernos y mal unidos!...</p>
-
-<p>Aquello era una borrachera de cariño, una idolatría molesta para
-las criadas, pues menudeaban las órdenes: «A ver, cierre<span
-class="pagenum" id="Page_91">p. 91</span> usted pronto ese balcón,
-no se constipe el niño.» «Cuidado, muchacha, que puede caerse el
-señorito.»</p>
-
-<p>En aquella casa no se vivía más que para ser esclavo del dicho
-señorito. Antes una mota de polvo en la mesa del despacho ponía furioso
-a don Andrés, y ahora los alguaciles, al recoger los autos, tropezaban
-con algún zapatito tamaño como cáscara de nuez, y hacían muecas ante
-ciertas manchas sospechosas en los respetables folios.</p>
-
-<p>Porque eso sí; el monigote, alentado por la servidumbre de sus
-mayores, era un terrible anarquista, un demoledor de lo existente,
-que reía como un bandido cuando lograba ofender con el más atroz de
-los insultos a la justicia humana. No lo entraban en el despacho y lo
-ponían en la mesa sin que hiciera de las suyas, y mientras el padre,
-embobado y con la pluma en alto, le hablaba cual si pudiera entenderle,
-él sonreía hipócritamente, y mientras tanto, ¡zas! lanzaba por bajo una
-ruidosa protesta que inutilizaba algún escrito de conclusiones en que
-el papá amontonaba párrafos de estilo elevado, pidiendo garrote vil
-para cualquier enemigo de la sociedad. Y no había medio de enfadarse
-de veras. Ponía el grito en el cielo ante aquella ofensa irreparable
-que arrojaba <i>indeleble</i> mancha sobre<span class="pagenum"
-id="Page_92">p. 92</span> el ministerio fiscal, echaba del despacho
-a la madre y al hijo, acusándola a ella del atentado, pero a los
-pocos minutos ya estaba allí la señora riendo como siempre, con el
-<i>Pilín</i> grotescamente disfrazado. Aquella cabeza de chorlito
-adoraba la boquita de viejo de su nene, decía que al reír tenía cierto
-aire de payaso y encontraba diversión enharinándole la carita con los
-polvos de su tocador y encasquetándole en la cabeza un cucurucho de
-papel, una caperuza de mágico prodigioso. No caía en sus manos pliego
-de papel de oficio que no le convirtiese en caperuza para <i>Pilín</i>,
-y era de ver el coro de carcajadas que estallaba en el despacho ante el
-puntiagudo cucurucho. Reía la madre su invención tantas veces repetida,
-acompañábala el fiscal con sus carcajadas ruidosas y hasta <i>Pilín</i>
-lanzaba chillidos, muy satisfecho de su fachita grotesca.</p>
-
-<p>Pero no eran todo alegrías para don Andrés. Felicitábanle muchas
-veces por sus triunfos de orador, por aquellos elogios de la prensa.</p>
-
-<p>—¡Ah! sí... los periódicos —contestaba con distracción—. Hombre,
-a propósito. Esta mañana hablaban de la difteria. ¿Sabe usted los
-estragos que hace esa pícara? ¡Oh! ¡cosa tan terrible para los
-niños!</p>
-
-<p>Lo decía de un modo que no daba lugar<span class="pagenum"
-id="Page_93">p. 93</span> a dudas. ¡Ah! Si la tal difteria se
-personalizase, si se convirtiera en un ser de carne y hueso y la
-tuviera él en el banquillo de los acusados... no tendría frío con lo
-que la tiraría encima.</p>
-
-<p>Y la terrible enfermedad debió ofenderse por los malos pensamientos
-de don Andrés, y un día, ¡cataplum! metiose por las puertas
-del principal y su primer anuncio fue apretarle la garganta a
-<i>Pilín</i>.</p>
-
-<p>¡Gran Dios! Aquello fue una catástrofe que lo revolvió todo
-instantáneamente; algo semejante a la explosión de una bomba, al
-incendio de un buque, donde todos corren azorados por el peligro, sin
-saber qué hacer.</p>
-
-<p>Vosotros, infelices, que vestidos de paño pardo arrastráis una
-cadena en Ceuta y se os abren las carnes al recordar las terribles
-palabras de aquel que os acusaba, hubierais sentido asombro al ver al
-hombre austero como la ley, inquebrantable como el castigo, indignado
-como la venganza, pálido ahora, nervioso, pasando las noches inclinado
-sobre una cuna, estremeciéndose ante una respiración ronca, asfixiada,
-ocultándose en los rincones para quitarse los lentes y pasarse las
-manos por los ojos, gritando con acento desesperado: «¡<i>Pilín</i>...
-hijo mío, no te mueras!»</p>
-
-<p>Pero por malos que seáis, no hubierais<span class="pagenum"
-id="Page_94">p. 94</span> gozado con la caída del hombre inexorable,
-al verle después sombrío, reconcentrado, ante la misma cuna cubierta
-de flores blancas, pasando la mano temblorosa sobre la pálida frente
-de <i>Pilín</i>, helada con ese frío especial que sube por el brazo
-hasta el corazón, y mirando de vez en cuando al cielo con expresión
-desesperada, como si por allá arriba anduviese algún prófugo contra el
-que preparaba la más terrible de las acusaciones.</p>
-
-<p>¡Pobre <i>Pilín</i>! ¿Qué has hecho? No más caperuzas; ya no te
-burlarás de la ley lanzando tu ruidosa protesta sobre la vindicta
-pública; tu eterna cuna será esa cajita blanca, coquetona, acolchada
-como una bombonera, que tu padre mira con ganas de deshacerla de una
-patada; ya no tendrás quien te acaricie la fina piel, quien besuquee
-la redonda faz con que escupías a la justicia; tu esclava está ahora
-mirando la pared con fijeza estúpida, abiertos los ojos como platos,
-con el asombro y el temor de una niña que ve romperse entre sus manos
-el más lindo juguete.</p>
-
-<p>Bien emprendes tu viaje. Tu padre te coloca sobre el almohadillado
-de esa blanca barquilla que va a conducirte a lo desconocido; y
-partes indiferente, sin que te hagan estremecer las lágrimas que,
-resbalando<span class="pagenum" id="Page_95">p. 95</span> tras unos
-lentes, caen sobre tu piel, ni te conmueven los alaridos de alguien que
-allá dentro da de cabeza contra las paredes.</p>
-
-<p>En la calle suenan los cánticos de la parroquia; los señores del
-margen, escuadrón grave, estirado, de negra ropa y brillante sombrero,
-te ven pasar con la indiferencia del que está acostumbrado a sucesos
-más graves, y emprendes la marcha sobre los hombros de cuatro chicos
-reclutados en las porterías de la vecindad, que expresan su dolor
-hurgándose las narices con la mano que les queda libre.</p>
-
-<p>Ya está lejos tu casa, los Estados donde imperabas como reyecillo
-absoluto; ahora solo te quedan la compasión oficial, los lamentos de
-buena educación, ese cortejo imponente y negro que te abandona en las
-afueras, satisfecho de haber cumplido con el compañero, charlando
-un rato de sus asuntos, mientras seguía tu blanco nido, y nosotros,
-los de última fila, los que veíamos un instante tu carita al subir
-la escalera, pensamos ahora con tristeza que no nos desvelará más tu
-nocturno lloriqueo.</p>
-
-<p>¡Adiós, <i>Pilín</i>! Desapareces en un hueco de esa tétrica
-anaquelería, donde quedan almacenados y con rótulo los infinitos
-productos de la muerte. ¡Di adiós a todo! Al caliente salón donde
-te revolcabas panza<span class="pagenum" id="Page_96">p. 96</span>
-arriba; a la mamá, loca en sus expansiones; al padre, que habrías hecho
-bailar de cabeza a tener tú gusto en ver de tal modo a un representante
-de la más cruel y respetable de las profesiones. Viniste para mostrar
-lo frágil de la comedia humana, para hacer ver que dentro de un
-acusador terrible hay siempre un hombre, y ahora, diablillo encantador,
-te vas satisfecho de tu triunfo. La noche que se acerca será tu madre;
-¡adiós, tibias caricias! Tu piel de raso, tan adorada, ya no tendrá más
-besos que los del viento y la lluvia...</p>
-
-<p>Por la noche entré en casa de mi vecino. La señora estaba adentro,
-en el salón, rodeada de sus amigas, ahogando con sus gemidos furiosos
-las frases hechas y los consuelos de encargo con que la abrumaban.</p>
-
-<p>Él estaba en el despacho con la cabeza entre los puños, mirando
-fijamente con sus ojos de miope, enrojecidos y amoratados, un cucurucho
-de papel arrugado, la última caperuza de <i>Pilín</i> arrojada
-casualmente sobre la mesa. El hueco del embudo era siniestro. Tenía la
-misma expresión de fúnebre vacío que se notaba en la casa, libre de
-aquel monigote que lo llenaba todo con sus gritos; hacía recordar la
-abultada cabeza peliblanca, la <i>bola de oro</i>, que la muerte se
-había tragado.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_97">p. 97</span>Me escuchó distraído;
-no tengo la seguridad de que llegara a enterarse de mis palabras.
-De pronto le vi extender su mano automáticamente y encasquetarse la
-caperuza en el cogote, como si sintiera horror al vacío que mostraba el
-cucurucho.</p>
-
-<p>¡Qué grotesco era aquello! Las barbazas de apóstol, la mirada vaga
-y extraviada, y la puntiaguda caperuza por remate. Verdaderamente era
-ridículo... tan ridículo, que yo sentía un nudo en la garganta, y
-varias veces me froté los ojos para impedir que brotara algo.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch6">
- <p><span class="pagenum" id="Page_99">p. 99</span></p>
- <h2 class="nobreak">Noche de bodas</h2>
- <hr class="tir" />
-</div>
-
-
-<h3>I</h3>
-
-<p>Fue aquel jueves para Benimaclet un verdadero día de fiesta.</p>
-
-<p>No se tiene con frecuencia la satisfacción de que un hijo del
-pueblo, un arrapiezo, al que se ha visto corretear por las calles
-descalzo y con la cara sucia, se convierta, tras años y estudios, en
-todo un señor cura: por esto pocos fueron los que dejaron de asistir a
-la primera misa que cantaba Visantet, digo mal, don Vicente, el hijo de
-la <i>siñá</i> Pascuala y el tío Nèlo, conocido por el <i>Bollo</i>.</p>
-
-<p>Desde la plaza, inundada por el tibio sol de la primavera, en
-cuya atmósfera luminosa moscas y abejorros trazaban sus complicadas
-contradanzas brillando como chispas de oro, la puerta de la iglesia,
-enorme boca por la que escapaba el vaho de la<span class="pagenum"
-id="Page_100">p. 100</span> multitud, parecía un trozo de negro cielo,
-en el que se destacaban como simétricas constelaciones los puntos
-luminosos de los cirios.</p>
-
-<p>¡Qué derroche de cera! Bien se conocía que era la madrina aquella
-señora de Valencia, de la que los <i>Bollos</i> eran arrendatarios, la
-cual había costeado la carrera del chico.</p>
-
-<p>En toda la iglesia no quedaba capillita ni hueco donde no ardiesen
-cirios; las arañas cargadas de velas centelleaban con irisados
-reflejos, y al humo de la cera uníase el perfume de la flores que
-formaban macizos sobre la mesa del altar, festoneaban las cornisas y
-pendían de las lámparas en apretados manojos.</p>
-
-<p>Era antigua la amistad entre la familia de los <i>Bollos</i> y la
-<i>siñá</i> Tona y su hija, famosas floristas que tenían su puesto
-en el mercado de Valencia, y nada más natural que las dos mujeres
-hubiesen pasado a cuchillo su huerto, matando la venta de una semana
-para celebrar dignamente la primera misa del hijo de la <i>siñá</i>
-Pascuala.</p>
-
-<p>Parecía que todas las flores de la vega habían huido para refugiarse
-allí, empujándose medrosicas hacia la bóveda. El Sacramento asomaba
-entre dos enormes pirámides de rosas y los santos ángeles del
-altar<span class="pagenum" id="Page_101">p. 101</span> mayor aparecían
-hundidos hasta el dorado vientre en aquella nube de pétalos y hojas
-que, a la luz de los cirios, mostraban todas las notas de color,
-desde el verde esmeralda y el rojo sanguíneo hasta el suave tono del
-nácar.</p>
-
-<p>Aquella muchedumbre que estrujándose olía a lana burda y sudor de
-salud, sentíase en la iglesia mejor que otras veces, y encontraba
-cortas las horas de ceremonia.</p>
-
-<p>Acostumbrados los más de ellos a recoger como oro los nauseabundos
-residuos de la ciudad, a revolver a cada instante en sus campos
-los estercoleros en los cuales estaba la cosecha futura, su olfato
-estremecíase con intensa voluptuosidad, halagado por las frescas
-emanaciones de las rosas y los claveles, los nardos y las azucenas, a
-las que se unía el oriental perfume del incienso. Sus ojos turbábanse
-con el incesante centelleo de aquel millar de estrellas rojas, y les
-causaba extraña embriaguez el dulce lamento de los violines, la grave
-melopea de los contrabajos y aquellas voces que desde el coro, con
-acento teatral, cantaban en un idioma desconocido, todo para mayor
-gloria del hijo del <i>Bollo</i>.</p>
-
-<p>La muchedumbre estaba satisfecha. Miraba la deslumbrante
-iglesia como un palacio encantado que fuese suyo. Así, entre<span
-class="pagenum" id="Page_102">p. 102</span> músicas, flores e incienso,
-debía estarse en el cielo, aunque un poco más anchos y sudando
-menos.</p>
-
-<p>Todos se hallaban en la casa de Dios por derecho propio. Aquel que
-estaba allí arriba sobre las gradas del altar, cubierto de doradas
-vestiduras, moviéndose con solemnidad entre azuladas nubecillas, y a
-quien el predicador dedicaba sus más tonantes períodos, era uno de los
-suyos, uno más que se libraba del rudo combate con la tierra para hacer
-concebir incesantemente a sus cansadas entrañas.</p>
-
-<p>Los más, le habían tirado de la oreja por ser mayores, otros, habían
-jugado con él a las chapas, y todos le habían visto ir a Valencia a
-recoger estiércol con el capazo a la espalda, o arañar con la azada
-esos pequeños campos de nuestra vega, que dan el sustento a toda una
-familia.</p>
-
-<p>Por eso su gloria era la de todos; no había quien no creyese tener
-su parte en aquel encumbramiento, y las miradas estaban fijas en el
-altar, en aquel mocetón fornido, moreno, lustroso, resto viviente de la
-invasión sarracena, que asomaba por entre níveos encajes sus manazas
-nervudas y vellosas, más acostumbradas a manejar la azada que a tocar
-con delicadeza los servicios del altar.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_103">p. 103</span>También él en
-ciertos momentos paseaba su miraba con expresión de ternura por aquel
-apiñado concurso. Sentado en sillón de terciopelo, entre sus dos
-diáconos, viejos sacerdotes que le habían visto nacer, oía conmovido la
-voz atronadora del predicador ensalzando la importancia del sacerdote
-cristiano y elogiando al nuevo combatiente de la fe que con aquel acto
-entraba a formar parte de la milicia de la Iglesia.</p>
-
-<p>Sí, era él: aquel día se emancipaba de la esclavitud del terruño,
-entraba en este mundo poderoso que no repara en orígenes: escala
-accesible a todos, que se remonta desde el mísero cura, hijo de
-mendigos, al Vicario de Dios; tenía ante su vista un porvenir inmenso,
-y todo lo debía a sus protectores, a aquella buena señora obesa y
-sudorosa bajo la mantilla de blonda y el negro traje de terciopelo,
-y a su hijo, al que el celebrante, por la costumbre de humilde
-arrendatario, había de llamar siempre el señorito.</p>
-
-<p>Los peldaños del altar mayor que le elevaban algunos palmos sobre
-la muchedumbre, percibíalos él en su futura vida como privilegio
-moral que había de realzarle sobre todos cuantos le conocieron en su
-humilde origen. Los más generosos sentimientos le dominaban. Sería
-humilde,<span class="pagenum" id="Page_104">p. 104</span> aprovecharía
-su elevación para el bien; y envolvía en una mirada de inmenso cariño
-a todas las caras conocidas que estaban abajo, veladas por el intenso
-vaho de la fiesta; su madrina, el tío <i>Bollo</i> y la <i>siñá</i>
-Pascuala, que gimoteaban como unos niños con la nariz entre las manos,
-y aquella Toneta, la florista, su compañera de infancia, excelente
-muchacha que erguía con asombro la soberbia cabeza de beldad rifeña,
-como si no pudiera acostumbrarse a la idea de que Visantet, aquel mozo
-al que trataba como un hermano, se había convertido en grave sacerdote
-con derecho a conocer sus pecadillos, a absolverla.</p>
-
-<p>Continuaba la ceremonia. El nuevo cura agitado por la emoción, por
-la felicidad y por aquel ambiente cargado de asfixiantes perfumes,
-seguía la celebración de la misa como un autómata, guiado muchas veces
-por sus compañeros, sintiendo que las piernas le flaqueaban, que
-vacilaba su robusto cuerpo de atleta, y sostenido únicamente por el
-temor de que la debilidad le hiciera incurrir en algún sacrilegio.</p>
-
-<p>Como si se moviera en las nieblas de un sueño, realizó todas las
-partes que quedaban del misterio de la misa: con insensibilidad que
-le asombraba, verificó aquella consumación en la que tantas veces
-había<span class="pagenum" id="Page_105">p. 105</span> pensado
-emocionado, y después del <i>Tedeum</i> cayó desvanecido en la
-poltrona, cerrados los ojos y sintiéndose sofocado por aquella antigua
-casulla codiciada por los anticuarios, orgullo de la parroquia, y que
-tantas veces había mirado él siendo seminarista como el colmo de sus
-ambiciones.</p>
-
-<p>Un penetrante perfume de rosa y almizcle, el ruido de agua agitada,
-le volvieron a la realidad.</p>
-
-<p>La madrina le lavaba y perfumaba las manos para la recepción final,
-y toda la compacta masa abalanzábase al altar mayor queriendo ver de
-cerca al nuevo cura.</p>
-
-<p>La vida de superioridad y respetos comenzaba para él. La señora, a
-la que había servido tantas veces, besábale las manos con devoción y
-le llamaba don Vicente, deseándole muchas felicidades después de sus
-místicas bodas con la Iglesia.</p>
-
-<p>El nuevo cura, a pesar de su estado, no pudo reprimir un sentimiento
-de orgullo y cerró los ojos como si le desvaneciera el primer
-homenaje.</p>
-
-<p>Algo áspero y burdo oprimió sus manos. Eran las pobres zarpas del
-tío <i>Bollo</i>, cubiertas de escamas por el trabajo y la vejez. El
-cura vio inundadas en lágrimas, contraídas por conmovedora mueca,
-las cabezas arrugadas y cocidas al sol de sus<span class="pagenum"
-id="Page_106">p. 106</span> pobres padres, que le contemplaban con la
-expresión del escultor devoto que, terminada la obra, se prosterna ante
-ella creyéndola de origen superior.</p>
-
-<p>Lloraba la gente contemplando el apretado grupo en que se confundía
-la dorada casulla con las negras ropas de los viejos, y las tres
-cabezas unidas agitábanse con rumor de besos y estertor de gemidos.</p>
-
-<p>El impulso de la curiosa muchedumbre rompió el grupo conmovedor, y
-el cura quedó separado de los suyos, entregado por completo al público,
-que se empujaba por alcanzar las sagradas manos.</p>
-
-<p>Aquello resultaba interminable. Benimaclet entero rozaba con besos
-sonoros como latigazos aquellas manos velludas, llevándose en los
-labios agrietados por el sol y el aire una parte de los perfumes.</p>
-
-<p>Ahora sí que, agobiado por la presión de aquella multitud que se
-apretaba contra la poltrona, falto de ambiente y de reposo, iba a
-desmayarse de veras el nuevo cura.</p>
-
-<p>Y en la asfixiante batahola, cuando ya se nublaba su vista y echaba
-atrás la cabeza, recibió en su diestra una sensación de frescura,
-difundiéndose por el torrente de su sangre.</p>
-
-<p>Eran los rojos labios de la buena hermana, de Toneta, que rozaban su
-epidermis,<span class="pagenum" id="Page_107">p. 107</span> mientras
-que sus negros ojos se clavaban en él con forzada gravedad, como si
-tras ellos culebrease la carcajada inocente de la compañera de juegos,
-protestando contra tanta ceremonia.</p>
-
-<p>Junto a ella, arrogante y bien plantado como un Alcides, con la
-manta terciada y la rapada testa erguida con fiereza, estaba otro
-compañero de la niñez, <i>Chimo el Moreno</i>, el gañán más bueno y más
-bruto de todo Benimaclet, protegiendo a la arrodillada muchacha con
-la gallardía celosa de un sultán y mirando en torno con sus ojillos
-marroquíes, que parecían decir: «¡A ver quién es el guapo que se atreve
-a empujarla!»</p>
-
-
-<h3>II</h3>
-
-<p>La comida dio que hablar en el pueblo.</p>
-
-<p>Seis onzas, según cálculo de las más curiosas comadres, debió
-gastarse la buena de doña Ramona para solemnizar la primera misa del
-hijo de sus arrendatarios.</p>
-
-<p>Era una satisfacción ver en la casa más grande del pueblo aquella
-mesa interminable cubierta de cuanto Dios cría de bueno<span
-class="pagenum" id="Page_108">p. 108</span> en el mundo, fuera del
-bacalao y las sardinas, y contemplar en torno de ella una concurrencia
-tan distinguida. Aquello era todo un suceso, y la prueba estaba en
-que al día siguiente saldría en letras de molde en los papeles de
-Valencia.</p>
-
-<p>En la cabecera estaban el nuevo sacerdote, casi oprimido por las
-blanduras exuberantes de los otros curas que habían tomado parte en la
-ceremonia, los padrinos y aquel par de viejecillos que llorando sobre
-sus cucharas se tragaban el arroz amasado con lágrimas. En los lados
-de la mesa algunos señores de la ciudad convidados por doña Ramona,
-y los amigos de la familia junto con lo más <i>distinguido</i> del
-pueblo, labradores acomodados que, enardecidos por la digestión del
-vino y la paella, hablaban del rey legítimo que está en Venecia y de lo
-perseguida que en estos tiempos de liberalismo se ve la religión.</p>
-
-<p>Era aquello un banquete de bodas. Corría el vino, se alegraba
-la gente y sonreía la madrina con las bromas trasnochadas de sus
-compañeros de mesa, aquellas tres moles que desbordaban su temblona
-grasa por el alzacuello desabrochado, y el roce de cuyas sotanas hacía
-enrojecer de satisfacción a la bendita señora.</p>
-
-<p>El único que mostraba seriedad era el<span class="pagenum"
-id="Page_109">p. 109</span> nuevo cura. No estaba triste: su gravedad
-era producto de ensimismamiento. Su imaginación huía desbocada por el
-pasado, recorriendo casi instantáneamente la vida anterior.</p>
-
-<p>La vida de todos los suyos, su elevación en aquel mismo lugar donde
-había sufrido hambre, aquel aparatoso banquete, le hacían recordar la
-época en que la conquista del mendrugo mohoso le obligaba a recorrer
-los caminos, capazo a la espalda, siguiendo a los carros para arrojarse
-ávidamente, como si fuese oro, sobre el reguero humeante que dejaban
-las bestias.</p>
-
-<p>Aquella había sido su peor época, cuando tenía que gemir y alborotar
-horas enteras para que la pobre madre se decidiera a engañarle el
-hambre nunca satisfecha con un pedazo del pan guardado con mísera
-previsión.</p>
-
-<p>La presencia de Toneta, aquel moreno y gracioso rostro que se
-destacaba al extremo de la mesa, evocaba en el cura recuerdos más
-gratos.</p>
-
-<p>Veíase pequeño y haraposo en el huerto de la <i>siñá</i> Tona,
-aquel hermoso campo cercado de encañizadas en el que se cultivan las
-flores como si fuesen legumbres. Recordaba a Toneta, greñuda, tostada,
-traviesa como un chico, haciéndole sufrir con<span class="pagenum"
-id="Page_110">p. 110</span> sus juegos, que eran verdaderas diabluras,
-y después el rápido crecimiento y el cambio de suerte; ella a Valencia
-todos los días con sus cestos de flores, y él al Seminario protegido
-por doña Ramona, que, en vista de su afición a la lectura y de cierta
-viveza de ingenio, quería hacer un sacerdote de aquel retoño de la
-miseria rural.</p>
-
-<p>Luego venían los días mejores, cuyo recuerdo parecía perfumar
-dulcemente todo su pasado.</p>
-
-<p>¡Cómo amaba él a aquella buena hermana, que tantas veces le había
-fortalecido en los momentos de desaliento!</p>
-
-<p>En invierno salía de su barraca casi al amanecer, camino del
-Seminario.</p>
-
-<p>Pendiente de su diestra, en grasiento saquillo, lo que entre
-clase y clase había de devorar en las alamedas de Serranos: medio
-pan moreno con algo más que, sin nutrirle, engañaba su hambre; y
-cruzado sobre el pecho a guisa de bandolera, el enorme pañuelo de
-hierbas envolviendo los textos latinos y teológicos, que bailoteaban
-a su espalda como movible joroba. Así equipado pasaba por frente al
-huerto de la <i>siñá</i> Tona, aquella pequeña alquería blanca con las
-ventanas azules, siempre en el mismo momento que se abría su puerta
-para dar paso a Toneta, fresca, recién lavada,<span class="pagenum"
-id="Page_111">p. 111</span> con el peinado aceitoso y llevando con
-garbo las dos enormes cestas en que yacían revueltas las flores
-mezclando la humedad de sus pétalos.</p>
-
-<p>Y juntos los dos, por atajos que ellos conocían, marchaban hacia
-Valencia, que por encima del follaje de la Alameda marcaba en las
-brumas del amanecer sus esbeltas torres, su Miguelete rojizo, cuya cima
-parecía encenderse antes de que llegasen a la tierra los primeros rayos
-del sol.</p>
-
-<p>¡Qué hermosas mañanas! El cura, cerrando los ojos, veía las oscuras
-acequias con sus rumorosos cañaverales; los campos con sus hortalizas
-que parecían sudar cubiertas del titilante rocío; las sendas orladas
-de brozas con sus tímidas ranas, que al ruido de pasos arrojábanse
-con nervioso salto en los verdosos charcos; aquel horizonte que por
-la parte del mar se incendiaba al contacto de enorme hostia de fuego;
-los caminos desde los cuales se esparcía por toda la huerta chirrido
-de ruedas y relinchos de bestias; los fresales que se poblaban de
-seres agachados, que a cada movimiento hacían brillar en el espacio
-el culebreo de las aceradas herramientas, y los rosarios de mujeres
-que con cestas a la cabeza iban al mercado de la ciudad saludando
-con sonriente y maternal ¡<i>bòn día</i>! a<span class="pagenum"
-id="Page_112">p. 112</span> la linda pareja que formaban la florista
-garbosa y avispada y aquel muchachote que con su excesivo crecimiento
-parecía escaparse por pies y manos del trajecillo negro y angosto, que
-iba tomando un sacristanesco color de ala de mosca.</p>
-
-<p>El matinal viaje era un baño diario de fortaleza para el pobre
-seminarista, que oyendo los buenos consejos de Toneta, tenía ánimos
-para sufrir las largas clases, aquella inercia contra la que se
-revelaba su robustez, su sangre hirviente de hijo del campo y las
-pesadas explicaciones en cuyo laberinto penetraba a cabezadas.</p>
-
-<p>Separábanse en el puente del Real: ella hacia el Mercado en busca
-de su madre; él a conquistar poco a poco el dominio de las ciencias
-eclesiásticas, en las cuales tenía la certeza de que jamás llegaría
-a ser un prodigio. Y apenas terminaba su comida en las alamedas de
-Serranos, en cualquier banco compartido con las familias de los
-albañiles que hundían sus cucharas en la humeante cazuela de mediodía,
-Visantet, insensiblemente, se entraba en la ciudad, no parando hasta el
-mercadillo de las flores, donde encontraba a Toneta atando los últimos
-ramos y a su madre ocupada en recontar la calderilla del día.</p>
-
-<p>Tras estos agradables recuerdos que<span class="pagenum"
-id="Page_113">p. 113</span> constituían toda su juventud, venía la
-separación lenta que la edad y la divergencia de aspiraciones habían
-efectuado entre los dos. No en balde crecían en años y no impunemente
-sometía él al estudio su inteligencia virgen y pasiva.</p>
-
-<p>En la última parte de su carrera comenzó a sentir con vehemencia el
-fervor profesional. Entusiasmábase pensando que iba a formar parte de
-una institución extendida por toda la tierra, que tiene en su poder
-las llaves del cielo y de las conciencias; le enardecían las glorias
-de la Iglesia, las luchas de los papas con los reyes en el pasado y
-la influencia del sacerdote sobre el magnate en el presente. No era
-ambicioso, no pensaba ir más allá de un modesto curato de misa y olla;
-pero le satisfacía que el hijo de unos miserables perteneciese con
-el tiempo a una clase tan poderosa, y mecido por tales ilusiones,
-se entregó de lleno a la vocación que iba a sacarle del subsuelo
-social.</p>
-
-<p>Cuando no estaba en Valencia en el Seminario, prestaba en Benimaclet
-funciones de sacristán, y llegó a ser hombre sin sentir apenas el
-despertar de la virilidad en su vigorosa complexión.</p>
-
-<p>Su voluntad de campesino tozudo anulaba las exigencias del sexo, que
-le causaban<span class="pagenum" id="Page_114">p. 114</span> horror,
-teniéndolas como tentaciones del <i>Malo</i>. La mujer era para él un
-mal necesario e imprescindible para el sostenimiento del mundo; <i>la
-bestia impúdica</i> de que hablaban los Santos Padres.</p>
-
-<p>La belleza era amenazante monstruosidad: temblaba ante ella poseído
-de repugnancia y sordo malestar, y solo se sentía tranquilo y confiado
-en presencia de aquella beldad que, vestida de blanco y azul, pisando
-la luna, yergue su cabeza en los altares con arrobadora dulzura. Su
-contemplación provocaba en el seminarista explosiones de indefinible
-cariño, y también participaba de este aquella otra criatura terrenal y
-grosera a la que él consideraba como hermana.</p>
-
-<p>No era sacrilegio ni mundana pasión. Toneta resultaba para él
-una hermana, una amiga, un afecto espiritual que le acompañaba
-desde su infancia: todo, menos una mujer. Y tal era su ilusión, que
-en aquel momento, entre la algazara del banquete, entornando los
-ojos, le parecía que se transformaba, que su rostro vulgar y moreno
-dulcificábase con expresión celestial, que se elevaba de su asiento,
-que su falda rameada y su pañuelo de pájaros y flores, convertíase
-en cerúleo manto, lo mismo que en la otra, cuya belleza se ensalza
-con los<span class="pagenum" id="Page_115">p. 115</span> más dulces
-nombres que ha producido idioma alguno...</p>
-
-<p>Pero sintió a sus espaldas algo que le hizo despertar de la dulce
-somnolencia.</p>
-
-<p>Era la <i>siñá</i> Tona, la madre de la florista, que abandonando su
-asiento venía a hablar con el cura.</p>
-
-<p>La buena mujer no podía conformarse con el nuevo estado del hijo
-de su amiga. Como buena cristiana sabía el respeto que se debe a un
-representante de Dios; pero que la perdonasen, pues para ella Visantet
-siempre sería Visantet, nunca don Vicente, y aunque la aspasen, no
-podría menos que hablarle de tú. Él no se ofendería por eso, ¿verdad?
-Pues si lo había conocido tan pequeño... si era ella quien lo había
-llevado de pañales a la iglesia para que lo cristianasen, ¿cómo iba
-a hacerle tales pamplinas a un chico a quien consideraba como hijo?
-Aparte de esta falta de respeto, ya sabía que en casa se le quería de
-veras. Si no vivieran el <i>tío Bollo</i> y la <i>siñá</i> Tomasa,
-Toneta y ella eran capaces de irse con él como amas de llaves; pero
-¡ay, hijo mío! no iba el agua por esa acequia. Aquella chiquilla estaba
-muertecita por <i>Chimo el Moreno</i>, un pedazo de bruto de quien
-nadie tenía nada que decir, mejorando lo presente; se querían casar
-en seguida, antes de San Juan<span class="pagenum" id="Page_116">p.
-116</span> si era posible, y ella ¿qué había de hacer?... En casa
-faltaba un hombre; el huerto estaba en poder de jornaleros, ellas
-necesitaban la sombra de unos pantalones, y como el <i>Moreno</i>
-servía para el caso (siempre mejorando lo presente), la madre estaba
-conforme en que la chica se casara.</p>
-
-<p>Y la habladora vieja interrogaba con los ojos al cura, como
-esperando su aprobación.</p>
-
-<p>Bueno; pues a <i>eso</i> se había acercado ella... ¿A qué? A decirle
-que Toneta quería que fuese él quien la casase. ¿Teniendo un capellán
-casi en la familia, para qué ir a buscarlo fuera de casa?</p>
-
-<p>El cura no dudó; le parecía muy natural la pretensión. Estaba bien;
-los casaría.</p>
-
-
-<h3>III</h3>
-
-<p>El día en que se casó Toneta, fue de los peores para el nuevo
-adjunto de la parroquia de Benimaclet.</p>
-
-<p>Cuando la ceremonia hubo terminado, don Vicente despojose en la
-sacristía de sus sagradas vestiduras, pálido y trémulo como si le
-aquejase oculta dolencia.</p>
-
-<p>El sacristán, ayudándole, hablaba del<span class="pagenum"
-id="Page_117">p. 117</span> insufrible calor. Estaban en julio,
-soplaba el poniente, la vega se mustiaba bajo aquel soplo interminable
-y ardoroso que antes de perderse en el mar había pasado por las
-tostadas llanuras de Castilla y la Mancha, y con su ambiente de hoguera
-agrietaba la piel y excitaba los nervios.</p>
-
-<p>Pero bien sabía el nuevo cura que no era el poniente lo que le
-trastornaba. ¡Buenas estarían tales delicadezas en él, acostumbrado a
-todas las fatigas del campo!</p>
-
-<p>Lo que sentía era arrepentimiento de haber accedido a celebrar la
-boda de Toneta. ¡Cuán poco se conocía! Ahora iba comprendiendo lo que
-se ocultaba tras el afecto fraternal nacido en la niñez.</p>
-
-<p>Él, sacerdote desligado de las miserias humanas, sentía un sordo
-malestar después de bendecir la eterna unión de Toneta y Chimo;
-experimentaba idéntica impresión que si le acabasen de arrebatar algo
-que era suyo.</p>
-
-<p>Le parecía hallarse aún en la capilla mirando casi a sus pies
-aquella linda cabeza cubierta por la vistosa mantilla. Nunca había
-visto tan hermosa a Toneta, pálida por la emoción y con un brillo
-extraño en los ojos cada vez que miraba al <i>Moreno</i>, que estaba
-soberbio con su traje nuevo y su <i>ringlot</i> azul de larga
-esclavina.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_118">p. 118</span>Podía decirse que
-el cura acababa de ver por primera vez a Toneta. La hermana ideal, que
-en su imaginación casi se confundía con la figura azul que pisaba la
-luna, habíase convertido de pronto en una mujer.</p>
-
-<p>Él, que jamás había descendido con su vista más allá de la fresca
-boca siempre sonriente, y que miraba a Toneta como esas imágenes de
-lindo rostro que bajo las vestiduras de oro solo guardan los tres
-puntales que sostienen el busto, pensaba ahora, con misteriosos
-estremecimientos, que había algo más, y veía con los ojos de la
-imaginación el terrible enemigo con todas sus redondeces rosadas y sus
-graciosos hoyuelos: la carne, arma poderosa del <i>Malo</i> con que
-abate las más fuertes virtudes.</p>
-
-<p>Odiaba al <i>Moreno</i>, su compañero de la niñez. Era un buen
-muchacho, pero no podía tolerarse que su rudeza brutal hubiera de ser
-la eterna compañera de la florista. No debía consentirse, lo afirmaba
-él, que estaba arrepentido de haber realizado la boda.</p>
-
-<p>Pero inmediatamente sentíase avergonzado por tales pensamientos, se
-ruborizaba al considerar que aquella protesta era envidia, impotencia
-que se revolvía en forma de murmuración.</p>
-
-<p>Hacíale daño el contemplar la felicidad<span class="pagenum"
-id="Page_119">p. 119</span> ajena, aquella explosión de amor que venía
-preparándose, amor legítimo, pero que no por esto molestaba menos al
-cura.</p>
-
-<p>Se iría a casa. No quería presenciar por más tiempo la alegría de la
-boda; pero cuando salió de la sacristía, se encontró con la comitiva
-nupcial que estaba esperándole, pues la <i>siñá</i> Tona se oponía a
-que se hiciera nada sin la presencia de su Visantet.</p>
-
-<p>Y por más que se resistió, tuvo que seguir el camino de aquel
-huerto del que tantos recuerdos guardaba, y entre las faldas rameadas
-y coloridas como la primavera, los pañuelos de seda brillantes y los
-reflejos tornasolados de la pana y el terciopelo, causaba un efecto
-lastimoso el suelto manteo y aquel desmayado sombrero de teja que
-avanzaba con lentitud, como si en vez de cubrir un cuerpo vigoroso y
-exuberante de vida, fuesen los de un viejo achacoso.</p>
-
-<p>Una vez en el huerto, ¡qué de tormentos! ¡qué cariñosas solicitudes
-que le parecían crueles burlas! La <i>siñá</i> Tona, en su alegría de
-madre, enseñábale todas las reformas hechas en la alquería con motivo
-del matrimonio. ¿Se enteraba Visantet? Aquel <i>estudi</i> era el
-dormitorio de los novios y aquella cama sería la del matrimonio,<span
-class="pagenum" id="Page_120">p. 120</span> con su colcha de azulada
-blancura y complicados arabescos, que a Toneta le habían costado todo
-un invierno de trabajo.</p>
-
-<p>Bien estarían allí los novios. Qué blandura, ¿eh? Y la inocente
-vieja creía hacer una gracia obligando al cura a que tocase los
-mullidos colchones y apreciase en todos sus detalles la rústica
-comodidad de aquella habitación, que a la noche había de convertirse en
-caliente nido.</p>
-
-<p>Y después seguían los tormentos, las intimidades fraternales, que
-resultaban para él terribles latigazos: aquel bruto del <i>Moreno</i>
-que no se recataba de hablar en su presencia, bromeando con sus
-amigotes sobre lo que ocurriría por la noche, con comentarios tales,
-que las mujeres chillaban como ratas y sofocadas de risa le llamaban
-¡<i>pòrc</i>! y ¡<i>animal</i>!; y Toneta, que en traje de casa, al
-aire sus morenos y redondos brazos, se aproximaba a él rozando su
-sotana con la epidermis fina y caliente, preguntándole qué pensaba de
-su casamiento y acompañando sus palabras con fijas miradas de aquellos
-ojos que parecían registrarle hasta las entrañas.</p>
-
-<p>¡Ira de Dios! La gente le hacía tanto caso como si fuese un muerto
-que hablara; aquella mujer se atrevía a tratarle con un descuido que
-no osaría con el gañán más<span class="pagenum" id="Page_121">p.
-121</span> bestia de los que allí estaban: no era un hombre, era un
-cura, y al pensar en esto tan amargo, creía que todos le miraban con
-respetuosa compasión, y una llamarada de rabia enturbiaba su vista.</p>
-
-<p>Bien pagaba los honores de su clase, la elevación sobre la miseria
-en que nació. Él, el más respetado de la reunión, don Vicente, el gran
-sacerdote, miraba con envidia a aquellos muchachotes cerriles con
-alpargatas y en mangas de camisa.</p>
-
-<p>Hubiera querido ser temido, como ellos, a los que no osaban
-aproximarse mucho las mujeres por miedo a audaces pellizcos, y sobre
-todo no inspirar lástima, no ser tenido como una momia santa, en cuyos
-oídos resbalaban las palabras ardientes sin causar mella.</p>
-
-<p>Cada vez se sentía más molesto. Durante la comida estuvo al lado
-de los novios, sufriendo el ardoroso contacto de aquel cuerpo sano
-y fragante, que parecía esparcir un perfume de flor carnosa, y que
-en la confianza de la impunidad se revolvía libremente sin cuidado a
-empujar, o se inclinaba sobre él y al decirle insignificantes palabras
-le envolvía en su cálido aliento. Y después aquel Chimo con su salvaje
-ingenuidad, creyendo que tras la misa de por la mañana todo era ya
-legítimo, corroído<span class="pagenum" id="Page_122">p. 122</span>
-por la impaciencia, tomando con sus dedos romos la redonda barbilla de
-Toneta, entre la algazara de los convidados, y hundiendo las manos bajo
-la mesa, mientras miraba a lo alto con la expresión inocente del que no
-ha roto un plato en su vida.</p>
-
-<p>Aquello no podía seguir. Don Vicente se sentía enfermo. Oleadas de
-sangre caldeaban su rostro, parecíale que el viento seco y ardoroso
-que inflamaba la piel se había introducido en sus venas, y su olfato
-dilatábase con nervioso estremecimiento, como excitado por aquel
-ambiente de pasión carnívora y brutal.</p>
-
-<p>No quería ver; deseaba olvidar, aislarse, sumirse en dulce y apática
-estupidez; y guiado por el instinto, vaciaba su vaso, que la cortesanía
-labriega cuidaba de tener siempre lleno.</p>
-
-<p>Bebió mucho, sin conseguir que aquel sentimiento de envidia y de
-despecho se amortiguase; esperaba las nieblas rosadas de una embriaguez
-ligera, algo semejante a la discreta alegría de sus meriendas de
-seminarista, cuando a los postres él y sus compañeros, con la más
-absoluta confianza en el porvenir, soñaban en ser papas o en eclipsar
-a Bossuet; pero lo que llegó para él fue una jaqueca insufrible, que
-doblaba su cabeza, como si sobre ella gravitase<span class="pagenum"
-id="Page_123">p. 123</span> enorme mole y que le perforaba la frente
-con un tornillo sin fin.</p>
-
-<p>Don Vicente estaba enfermo.</p>
-
-<p>La misma <i>siñá</i> Tona, reconociéndolo, le permitió, con harto
-dolor, que se retirase de la fiesta, y el cura, con paso firme, pero
-con la vista turbia y zumbándole los oídos, se encaminó a su casa,
-seguido de su alarmada madre, que no quiso permanecer ni un instante
-más en la boda.</p>
-
-<p>No era nada; podía tranquilizarse: el maldito poniente y la
-agitación del día. No necesitaba más que dormir.</p>
-
-<p>Y cuando penetró en su cuarto, en la casita nueva que habitaba en
-el pueblo desde su primera misa, tiró el sombrero y el manteo, y sin
-quitarse el alzacuello ni tocar su sotana, se arrojó de bruces con
-los brazos extendidos en su blanca cama de célibe, extinguiéndose
-inmediatamente los débiles destellos de su razón y sumiéndose en la
-lobreguez más absoluta.</p>
-
-
-<h3>IV</h3>
-
-<p>Poblose la negra inmensidad de puntos rojos, de infinitas y movibles
-chispas, como si aventasen gigantesca hoguera; sintió que<span
-class="pagenum" id="Page_124">p. 124</span> caía y caía como si aquel
-desplome durase años y fuese en una sima sin fondo, hasta que por fin
-experimentó en todo su ser un rudo choque, conmoviéndose de pies a
-cabeza, y... despertó en su cama, tendido sobre el vientre, tal como se
-había arrojado en ella.</p>
-
-<p>Lo primero que el cura pensó fue que había pasado mucho tiempo.</p>
-
-<p>Era de noche. Por la abierta ventana veíase el cielo azul y diáfano,
-moteado por la inquieta luz de las estrellas.</p>
-
-<p>Don Vicente experimentó la misma impresión de las damas de comedia
-que al volver en sí lanzan la sacramental pregunta: «¿En dónde
-estoy?»</p>
-
-<p>Su cerebro sentíase abrumado por la pesadez del sueño, discurría
-con dificultad y tardó en reconocer su cuarto y en recordar cómo había
-llegado hasta allí.</p>
-
-<p>De pie en la ventana, vagando su turbia mirada por la oscura vega,
-fue recobrando su memoria, agrupando los recuerdos que llegaban
-separados y con paso tardo, hasta que tuvo conciencia de todos sus
-actos, antes de que le rindiera el sueño.</p>
-
-<p>¡Bien, don Vicente! ¡Magnífica conducta para un sacerdote joven
-que debía ser ejemplo de templanza! Se había emborrachado; sí, esta
-era la palabra, y había sido<span class="pagenum" id="Page_125">p.
-125</span> en presencia de los que casi eran sus feligreses. Lo que más
-le molestaba era el recuerdo de los motivos que le impulsaron a tal
-abuso.</p>
-
-<p>Estaba perdido. Ahora que se aclaraba su inteligencia, aunque sus
-sentidos parecían embotados, horrorizábase ante el peligro y protestaba
-contra la pasión que pretendía hacer presa en su carne virgen. ¡Qué
-vergüenza! Salido apenas del Seminario, sin contacto alguno con esa
-atmósfera corruptora de las grandes ciudades, viviendo en el ambiente
-tranquilo y virtuoso de los campos, y próximo, sin embargo, a caer
-en los más repugnantes pecados. No; él resistiría a las seducciones
-del <i>Malo</i>; acallaría el espíritu tentador que para mortificante
-prueba se había rebelado dentro de él: afortunadamente, la torpe
-embriaguez con su sueño le había devuelto la calma.</p>
-
-<p>Oyéronse a lo lejos campanas que daban horas. Eran las tres...
-¡Cuánto había dormido! Por esto se sentía ya sin sueño, dispuesto a
-emprender la tarea diaria.</p>
-
-<p>Desde aquella ventana, abierta en las espaldas de la modesta casita,
-veíase la inmensa vega, que a la difusa luz de las estrellas marcaba
-sus masas de verdura y las moles de sus innumerables viviendas.
-La calma era absoluta. No soplaba ya el<span class="pagenum"
-id="Page_126">p. 126</span> poniente, pero la atmósfera estaba
-caldeada, y los ruidos de la noche parecían la jadeante respiración de
-los tostados campos.</p>
-
-<p>Perfumes indefinibles había en aquel ambiente, que aspiraba con
-delicia el joven cura, como si quisiera saturar el interior de su
-organismo del aire puro de los campos.</p>
-
-<p>Su vista vagaba en aquella penumbra, intentando adivinar los objetos
-que tantas veces había visto a la luz del sol. Esta distracción
-infantil parecía volverle a los tranquilos goces de la niñez, pero sus
-ojos tropezaron con una débil mancha blanca, en la que creía adivinar
-la alquería de la <i>siñá</i> Tona y... ¡adiós tranquilidad, propósitos
-de fortaleza y de lucha!</p>
-
-<p>Fue un rudo choque, una conmoción rápida; huyeron arrolladas la
-calma y la placidez: desapareció el dulce embotamiento, despertó la
-carne, sacudiendo la torpeza de los sentidos, y otra vez subió hasta
-sus mejillas aquella llamarada que le hacía pensar en el fuego del
-infierno.</p>
-
-<p>Sintió en su imaginación que se desgarraba denso velo, como si aún
-estuviera en la tarde anterior, admirando aquellos brazos morenos de
-sedoso y ardiente contacto, al par que recibía la fragancia de la
-carne, cuyo misterio acababa de revelársele.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_127">p. 127</span>Y en aquel momento,
-¡oh <i>Malo</i> tentador! el infeliz, mirando la oscura vega veía,
-no la blanca e indecisa alquería, sino el <i>estudi</i> envuelto en
-voluptuosa sombra, aquella cama cuya blandura tanto había ensalzado
-la <i>siñá</i> Tona, y sobre el mullido trono lo que para otros era
-felicidad y para él horrendo pecado, lo que jamás había de conocer y le
-atraía con la irresistible fuerza de lo prohibido.</p>
-
-<p>La maldita imaginación ponía junto a sus ojos las tibias suavidades,
-los dulces contornos, los finos colores de aquella carne desconocida;
-y la agitación del infeliz iba en aumento, sentía crecer dentro de
-sí algo animado por el espíritu de la rebelión; la virilidad que se
-vengaba de tantos años de olvido inflamando su organismo, haciendo
-que zumbasen sus oídos, enturbiando su vista y dilatando todo su ser,
-como si fuese a estallar a impulsos del deseo contenido y falto de
-escape.</p>
-
-<p>Aquello era la tentación en toda regla; pensó en los santos
-eremitas, en San Antonio, tal como le había visto en los cuadros,
-cubriéndose los ojos ante impúdicas beldades, tras cuyas seducciones
-se ocultaban los diablos repugnantes; pero allí no había espíritus
-malignos por parte alguna: lo único real que acompañaba a las
-evocadones<span class="pagenum" id="Page_128">p. 128</span> de su
-imaginación, era la cálida noche con aquel suave ambiente de alcoba
-cerrada y los ruidos misteriosos del campo que sonaban como besos.</p>
-
-<p>Ellos, allá, en el tibio lecho, rodeados de la discreta oscuridad
-que había de guardar en profundo secreto los delirios de la más grata
-de las iniciaciones; él, solo, inaccesible a toda efusión, planta
-parásita en un mundo que vive por el amor, sintiendo penetrar hasta su
-tuétano el eterno frío de aquella cama de célibe.</p>
-
-<p>De allá lejos, de la blanca casita, parecía salir un soplo de fuego
-que le envolvía, calcinando su carne hasta convertirla en cenizas.
-Creyó que la vista de aquel nido de amores y la voluptuosa noche eran
-lo que le excitaba, y huyó de la ventana, moviéndose a ciegas en su
-lóbrega habitación.</p>
-
-<p>No había calma para él. También en aquella lobreguez la veía,
-creyendo sentir en su cuello el roce de los turgentes brazos y en
-sus labios ardorosos aquel fresco beso que le había despertado de
-su desvanecimiento el día de la primera misa. La combustión interna
-seguía, y el sufrimiento ya no era moral, pues la tensión de todo su
-ser producíale agudos dolores.</p>
-
-<p>¡Aire! ¡frescura! Y en el silencio de la lóbrega habitación sonó
-un chapoteo de<span class="pagenum" id="Page_129">p. 129</span> agua
-removida, los suspiros de desahogo del pobre cura al sentir la glacial
-caricia en su abrasada piel.</p>
-
-<p>Lentamente volvió a la ventana, calmado por la fría inmersión.
-Un sentimiento de profunda tristeza le dominaba. Se había salvado,
-pero era momentáneamente: dentro de él llevaba el enemigo, el pecado
-que acechaba pronto a dominarle y vencerle, y aquella tremenda lucha
-reaparecería al día siguiente, al otro y al otro, amargando su
-existencia mientras el ardor de una robusta juventud animase su cuerpo.
-¡Cuán sombrío veía el porvenir! Luchar contra la Naturaleza, sentir en
-su cuerpo una glándula que trabajaba incesantemente y que con solo la
-voluntad había de anular, vivir como un cadáver en un mundo que desde
-el insecto al hombre rige todos sus actos por el amor parecíale el
-mayor de los sacrificios.</p>
-
-<p>La ambición, el deseo de emanciparse de la miseria, le había
-enterrado. Cuando creía subir a envidiadas alturas, veíase cayendo en
-lobregueces de fondo desconocido.</p>
-
-<p>Sus compañeros de pobreza, los que sufrían hambre y doblaban
-la espalda sobre el surco, eran más felices que él, conocían
-aquel atractivo misterio que acababa de<span class="pagenum"
-id="Page_130">p. 130</span> revelarse y que el deber le obligaba a
-ignorar eternamente.</p>
-
-<p>Bien pagaba su encumbramiento. ¡Maldita idea la de aquella buena
-señora que quiso hacer un sacerdote del mocetón fornido, que antes que
-continencias necesitaba esparcimientos y escapes para su plétora de
-vida!</p>
-
-<p>Subía, sí, pero encadenado para siempre; se hallaba por encima de
-las gentes entre las que nació, pero recordaba sus estudios clásicos,
-la fábula del audaz Prometeo, y se veía amarrado para siempre a la roca
-inconmovible de la fe jurada, indefenso y a merced de la pasión carnal
-que le devoraba las entrañas.</p>
-
-<p>Su firme devoción de campesino aterrábase ante la idea de ser un
-mal sacerdote: el sexo, que había despertado en él para siempre como
-inacabable tormento, desvanecía toda esperanza de tranquilidad; y en
-este conflicto, el cura, asustado ante el porvenir, se entregó al
-desaliento e inclinando su cabeza sobre el alféizar, cubriéndose los
-ojos con las manos, lloró por los pecados que no había cometido y por
-aquel error que había de acompañarle hasta la tumba.</p>
-
-<p>Una húmeda sensación de frescura le hizo volver en sí.</p>
-
-<p>Amanecía. Por la parte del mar rasgábase<span class="pagenum"
-id="Page_131">p. 131</span> la noche marcando una faja de luminoso
-azul: la verdura de la vega y la dentellada línea de montañas iban
-fijando sus esfumados contornos; lanzaban sus últimos parpadeos las
-estrellas, rodaba el fiero alerta de los gallos de alquería, y las
-alondras, como alegres notas envueltas en volador plumaje, rozaban las
-cerradas ventanas anunciando la llegada del día.</p>
-
-<p>¡Magnífico despertar! Tal vez a aquella hora Toneta, recogiéndose
-el cabello y cubriendo púdicamente con el blanco lienzo los encantos
-que solo un hombre había de conocer, saltaba de la cama y abría el
-ventanillo de su <i>estudi</i> para que la aurora purificarse el
-ambiente de pasión y voluptuosidad.</p>
-
-<p>El cura salió de su cuarto con los ojos enrojecidos y la frente
-contraída por penosa arruga, perenne recuerdo de aquella noche de bodas
-en que la compañera de su infancia había visto de cerca el amor, y él
-se había unido con la desesperación, la más fiel de las esposas.</p>
-
-<p>Abajo en la cocina encontró a su madre que preparaba el desayuno, y
-la pobre vieja no pudo comprender aquella amarga mirada de reproche que
-el cura le lanzó al pasar.</p>
-
-<p>Paseó maquinalmente por el corral hasta<span class="pagenum"
-id="Page_132">p. 132</span> que sus pies tropezaron con una espuerta de
-esparto, vieja, rota, cubierta por una costra de basura, igual a la que
-él llevaba a la espalda cuando niño.</p>
-
-<p>Era el pasado que reaparecía para echarle en cara su infidelidad.</p>
-
-<p>¿No se había emancipado de la miseria de su clase? Pues ya lo
-tenía todo; que comiera, que se regodeara con la satisfacción de ser
-considerado como un ser superior.</p>
-
-<p>Lo otro, lo desconocido, lo que le hacía temblar con intensa
-emoción, era para los infelices, para los que luchaban por la vida.</p>
-
-<p>El cura gimió con desesperación, sintiendo en torno de él el vacío
-y la frialdad, pensando que si sus manos, ahora consagradas, hubiesen
-seguido porteando el mísero capazo, estaría en tal instante arrebujado
-en aquella blanda cama del <i>estudi</i> nupcial, viendo como Toneta,
-al aire sus hermosos brazos y marcada bajo el fino lienzo su robustez
-armoniosa, se contemplaba en el espejo sonriendo ruborizada con los
-recuerdos de la noche de bodas.</p>
-
-<p>Y el pobre cura lloró como un niño; lloró hasta que el esquilón
-de la iglesia con su gangueo de vieja comenzó a llamarle a la misa
-primera.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch7">
- <p><span class="pagenum" id="Page_133">p. 133</span></p>
- <h2 class="nobreak">La corrección</h2>
- <hr class="tir" />
-</div>
-
-<p>A las cinco, la corneta de la cárcel lanzaba en el patio su
-escandalosa diana, compuesta de sonidos discordantes y chillones, que
-repetían como poderoso eco las cuadras silenciosas, cuyo suelo parecía
-enladrillado con carne humana.</p>
-
-<p>Levantábanse de la almohada trescientas caras soñolientas, sonaba
-un verdadero concierto de bostezos, caían arrolladas las mugrientas
-mantas, dilatábanse con brutal desperezamiento los robustos e inactivos
-brazos, liábanse los tísicos colchones conocidos por <i>petates</i> en
-el mísero antro y comenzaba la agitación, la diaria vida en el edificio
-antes muerto.</p>
-
-<p>En las extensas piezas, junto a las ventanas abarrotadas, por donde
-entraba el fresco matinal renovando el ambiente cargado por el vaho del
-amontonamiento de la carne, formábanse los grupos, las tertulias<span
-class="pagenum" id="Page_134">p. 134</span> de la desgracia, buscándose
-los hombres por la identidad de sus hechos; los delincuentes por
-sangre eran los más, inspirando confianza y simpatía con sus rostros
-enérgicos, sus ademanes resueltos y su expresión de pundonor salvaje;
-los ladrones, recelosos, solapados, con sonrisa hipócrita; entre unos
-y otros, cabezas con todos los signos de la locura o la imbecilidad,
-criminales instintivos de mirada verdosa y vaga, frente deprimida y
-labios delgados, fruncidos por cierta expresión de desdén; testas de
-labriego extremadamente rapadas, con las enormes orejas despegadas del
-cráneo; peinados aceitosos con los bucles hasta las cejas; enormes
-mandíbulas, de esas que solo se encuentran en las especies feroces
-inferiores al hombre; blusas rotas y zurcidas; pantalones deshilachados
-y muchos pies gastando la dura piel sobre los rojos ladrillos.</p>
-
-<p>A aquella hora asomaban en las piezas las galoneadas gorras de los
-empleados, saludados con el respeto que inspira la autoridad donde
-impera la fuerza; pasaban los cabos, vergajo al puño, con sus birretes
-blancos, escasos de tela, como de cocinero de barco pobre, y comenzaban
-los <i>quinceneros</i> la limpieza de la casa, la descomunal batalla
-contra la mugre y la miseria que aquel amontonamiento de robustez
-inútil<span class="pagenum" id="Page_135">p. 135</span> dejaba como
-rastro de vida al agitarse dentro del sombrío edificio.</p>
-
-<p>Los <i>quinceneros</i> eran la última capa de aquella sociedad de
-miserables, los parias de la esclavitud, los desheredados de la cárcel.
-El último de los presos resultaba para ellos un personaje feliz, y
-le contemplaban con envidia al verle inmóvil en <i>la pieza</i>,
-haciendo calcetas con estrambóticos arabescos o tejiendo cestillos de
-abigarrados colores.</p>
-
-<p>Con la escoba al hombro y arrastrando los cubos de agua, pasaban
-macilentos y humildes ante los penados, pensando en cuándo llegarían a
-ser <i>de causa</i> y tendrían el honor de sentarse en el banquillo de
-la Audiencia por <i>algo gordo</i>, librándose con esto de doblar todo
-el día el espinazo sobre los rojos baldosines e ir pieza tras pieza
-lavando el hediondo piso sin quitar la vista del cabo y del cimbreante
-vergajo, pronto a arrollarse al cuerpo como angulosa serpiente.</p>
-
-<p>Iban descalzos, andrajosos, mostrando por los boquetes de la
-blusa la carne costrosa, libre de camisa; con la cara pálida, la
-piel temblona por el hambre de muchos años y el horrible aspecto
-de náufragos arrojados a una isla desierta. Eran los chicos de la
-cárcel, los que se preparaban a<span class="pagenum" id="Page_136">p.
-136</span> ser hombres en aquel horrible antro, siempre condenados a
-quince días de arresto que no terminaban nunca, pues apenas los ponían
-en la puerta y aspiraban el aire de las calles, la policía, como madre
-amorosa, devolvíalos a la cárcel para atribuirse un servicio más e
-impedir que la adolescencia desamparada aprendiese malas cosas rodando
-por el mundo.</p>
-
-<p>Eran en su mayoría seres repulsivos, frentes angostas con un
-cerquillo de cabellos rebeldes que sombreaban como manojo de púas las
-rectas cejas; rostros en los que parecía leerse la fatal herencia
-de varias generaciones de borrachos y homicidas; carne nacida del
-libertinaje brutal que estaba aderezándose para ser pasto del presidio;
-pero entre ellos había muchachos enclenques e insignificantes, de
-mirada sin expresión, que parecían esforzarse por seguir a los
-compañeros en su oscuro descenso; y extremando la ley de castas hasta
-lo inverosímil, resultaban los víctimas de aquellos mismos que pasaban
-como esclavos de los presos.</p>
-
-<p>El más infeliz era el <i>Groguet</i>, un muchacho paliducho y débil
-por el excesivo crecimiento y sin energías para protestar. Cargaba
-con los enormes cubos, y agobiado bajo su peso subía la interminable
-escalera,<span class="pagenum" id="Page_137">p. 137</span> pensando
-en el tiempo feliz en que tenía por casa toda la ciudad, durmiendo en
-verano sobre los cuévanos del Mercado y apelotonándose en el invierno
-en el quicio del respiradero de alguna cuadra.</p>
-
-<p>Castigábanle por torpe. Muchas veces, al cruzar el patio, quedábase
-mirando aquel sol que se detenía en el borde de los sombríos paredones,
-sin atreverse nunca a bajar hasta el húmedo suelo; y cuando el vergajo
-le avivaba el paso, lanzaba entre dientes un ¡<i>mare mehua</i>! y
-le parecía ver la <i>paraeta</i> del Mercado, aquella mesilla coja
-con la calabaza recién salida del horno; tras la cual estaba su
-madre cambiando ochavos por melosas rebanadas y peleándose por la
-más leve palabra con todas las de los puestos vecinos que la hacían
-competencia.</p>
-
-<p>Ya habían pasado muchos años, pero él se acordaba, como si estuviera
-viéndolo, de aquellos ojos sin pestañas, ribeteados de rojo, horribles
-para los demás, pero amorosos para él; de aquella mano seca que al
-acariciarle la cerdosa cabeza manchábala de pringue meloso; de aquella
-cama en que soñaba abrazado a su madre, y ahora... ahora dormía en
-una manta que le prestaba por caridad alguno de <i>su pieza</i>; y
-si en verano se tendía sobre ella, en invierno<span class="pagenum"
-id="Page_138">p. 138</span> servíale para taparse, recostando el cuerpo
-sobre los húmedos baldosines, resignado a helarse por debajo con tal de
-sentir arriba un poco de calor.</p>
-
-<p>Niño, a pesar de sus amarguras, vendía el pan de la cárcel por diez
-céntimos para una partida de pelota en el patio o un racimo de uvas, y
-a la hora del rancho echábase a la espalda la mano izquierda, y mirando
-con envidia a los que empuñaban un mendrugo, hundía su cuchara en el
-insípido rancho para engañar el estómago con ilusorio alimento.</p>
-
-<p>Y así vivía, sin estar aún enterado de por qué razones se
-preocupaban de él y lo enviaban a la cárcel quince días, para volver
-a meterlo apenas pisaba la calle. Le cogió la policía en una de sus
-redadas; pilláronle en el Mercado, su casa solariega: tal vez conocían
-su afición a la fruta, que él consideraba de posesión común, y desde
-entonces viose condenado a no gozar de libertad más que unas pocas
-horas cada quince días.</p>
-
-<p>Sabía que le pillaban por <i>blasfemo</i>. ¿Qué sería aquello?
-Y, sin saber por qué, recordaba que los agentes, cuando intentaba
-escaparse, le daban de bofetadas con acompañamiento de interjecciones
-en que barajaban a Dios y los santos.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_139">p. 139</span>El muchacho,
-siempre en la duda de qué significaría su título de <i>blasfemo</i>,
-resignábase con su suerte, sin sospechar que se publicaban periódicos
-con sueltos escritos por los mismos interesados en que se hablaba del
-gran servicio prestado el día anterior por el cabo Fulano <i>y fuerza
-a sus órdenes</i>, prendiendo al terrible criminal conocido por el
-<i>Groguet</i>.</p>
-
-<p>Y aquel bandido de quince años iba creciendo en la cárcel,
-trabajando como una bestia, aprendiendo a ratos perdidos el
-<i>caló</i> del crimen, oyendo la novelesca relación de interesantes
-atracos y mirando como hombres sublimes a los <i>carteristas</i> y
-<i>enterradores</i>, señores muy listos y bien portados que iban por
-el patio con sortijas y reloj de oro y que tiraban el dinero, siendo
-reverenciados por todos los presos. ¡Ay! ¡Si él pudiese llegar por el
-tiempo a la altura de aquellos <i>tíos</i>!</p>
-
-<p>Pero sus aspiraciones eran más modestas. Había nacido para bestia de
-carga y solo deseaba que le dejasen trabajar con tranquilidad; que no
-fuesen a buscarle cuando no se metía con nadie.</p>
-
-<p>En una de sus salidas quiso vender periódicos, pero apenas lanzó los
-primeros gritos, ya tenía en el cuello la zarpa de un tío bigotudo,
-de aquel mismo de quien decía<span class="pagenum" id="Page_140">p.
-140</span> en la cárcel la gente <i>de la marcha</i> que poniéndole dos
-o tres duros en la mano era capaz de no ver el sol en mitad del día y
-de dejar que robasen un reloj en sus mismas narices.</p>
-
-<p>Otra vez, al cumplir la quincena, levantó el vuelo y no paró
-hasta el puerto, donde con un saco en la cabeza a guisa de caperuza,
-dedicábase a la descarga de carbón, andando con la agilidad de una mona
-por el madero tendido entre el muelle y el vapor inglés. Lo pasaba tan
-ricamente; comía de caliente, ¡y con pan! en una taberna; pero a los
-pocos días quiso su desgracia que asomase por allí los bigotes uno de
-sus sayones, y otra vez a la cárcel para que pudiera publicarse con
-fundamento la consabida gacetilla sobre el terrible <i>Groguet</i> y el
-inmenso servicio del cabo Fulano <i>y fuerza a sus órdenes</i>.</p>
-
-<p>Así iba corrigiéndose el bandido de sus terribles crímenes, que
-él no sabía cuáles fuesen, y oyendo a los ladrones la relación de
-sus hazañas, estremeciéndose al escuchar el relato de los asesinos y
-teniendo que resistirse a monstruosas solicitudes que le aterraban,
-preparábase para ser hombre honrado cuando la policía le quisiera dejar
-tranquilo.</p>
-
-<p>No le cogerían más; estaba decidido:<span class="pagenum"
-id="Page_141">p. 141</span> aquella era la última quincena que pasaría.
-Cuando terminase no se detendría ni un instante en la ciudad; iría al
-puerto para esconderse en cualquier barco; se metería bajo los asientos
-de un vagón de ferrocarril; el propósito era huir lejos, muy lejos,
-donde no sacasen al <i>Groguet</i> en letras de molde ni le conociera
-ningún cabo Fulano.</p>
-
-<p>Y el muchacho, que antes vivía en la cárcel con resignada
-indiferencia, esperó impaciente el término de la quincena.</p>
-
-<p>Por fin llegó el momento. El <i>Groguet</i> a la calle con todo lo
-que tenga.</p>
-
-<p>¡Lo que él tenía! Valiente sarcasmo. Ganas de trabajar, de
-regenerarse, de verse libre de aquella estúpida persecución... y nada
-más.</p>
-
-<p>Se sacudió como un perro mojado antes de salir de la pieza; no se
-limpió de los zapatos el polvo de la cárcel, porque carecía de ellos,
-y lanzose por el entreabierto rastrillo como un gorrión fuera de la
-jaula.</p>
-
-<p>Vamos, que ahora se fastidiaba para siempre el tío de los
-bigotes.</p>
-
-<p>Pero se detuvo en el umbral, aterrado como ante una visión: allí
-estaba él, en la pared de enfrente, con otro fariseo de su clase,
-sonriendo los dos como si les complaciera el terror del muchacho.</p>
-
-<p>Intentó escapar; pero inmediatamente<span class="pagenum"
-id="Page_142">p. 142</span> sintió la velluda zarpa en el cuello y
-fue zarandeado con acompañamiento de... esto y aquello en Dios y la
-Virgen.</p>
-
-<p>Como medida de previsión otra quincena. Y sin dar gracias a la
-sociedad, que se preocupaba de él para mejorar su índole perversa,
-atravesó otra vez el portón en busca del vergajo que enseña y de las
-conversaciones de la cárcel que moralizan.</p>
-
-<p>Iba preso de nuevo por <i>blasfemo</i>. Y lo mejor del caso era
-que al salir de la cárcel no había abierto la boca y únicamente al
-sumirse de nuevo tras el férreo rastrillo, pensando, sin duda, en los
-ojos enrojecidos y sin pestañas y en la mano huesosa y acariciadora,
-murmuraba, abatido su lamento de los grandes dolores:</p>
-
-<p>—¡<i>Ay, mare mehua</i>!</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch8">
- <p><span class="pagenum" id="Page_143">p. 143</span></p>
- <h2 class="nobreak">Guapeza valenciana</h2>
- <hr class="tir" />
-</div>
-
-<h3>I</h3>
-
-<p>Buenos parroquianos tuvo aquella mañana el cafetín del
-<i>Cubano</i>. La flor de la guapeza, los valientes más valientes que
-campaban en Valencia por sus propios méritos; todos cuantos vivían
-a estilo de caballero andante por la fuerza de su brazo; los que
-formaban la guardia de puertas en las timbas, los que llevaban la
-parte de terror en la banca, los que iban a tiros o cuchilladas en las
-calles, sin tropezar nunca, en virtud de secretas inmunidades, con la
-puerta del presidio, estaban allí, bebiendo a sorbos la copita matinal
-de aguardiente, con la gravedad de buenos burgueses que van a sus
-negocios.</p>
-
-<p>El dueño del cafetín les servía con solicitud de admirador
-entusiasta, mirando de reojo todas aquellas caras famosas, y no<span
-class="pagenum" id="Page_144">p. 144</span> faltaban chicuelos de la
-vecindad que asomaban curiosos a la puerta, señalando con el dedo a los
-más conocidos.</p>
-
-<p>La baraja estaba completa. ¡Vive Dios! que era un verdadero
-acontecimiento ver reunidos en una sola familia, bebiendo
-amigablemente, a todos los guapos que días antes tenían alarmada la
-ciudad y cada dos noches andaban a tiros por Pescadores o la calle de
-las Barcas, para provecho de los periódicos noticieros, mayor trabajo
-de las casas de Socorro y no menos fatiga de la policía, que echaba a
-correr a los primeros rugidos de aquellos leones, que se disputaban el
-privilegio de vivir a costa de un valor más o menos reconocido.</p>
-
-<p>Allí estaban todos. Los cinco hermanos <i>Bandullos</i>, una
-dinastía que al mamar llevaba ya cuchillo; que se educó degollando
-reses en el Matadero y con una estrecha solidaridad lograba que cada
-uno valiera por cinco y el prestigio de la familia fuese indiscutible.
-Allí Pepet, un valentón rústico que usaba zapatos por la primera vez en
-su vida y había sido extraído de la Ribera por un dueño de timba, para
-colocarlo frente a los terribles <i>Bandullos</i>, que le molestaban
-con sus exigencias y continuos tributos; y en torno de estas eminencias
-de la profesión, hasta una docena de valientes<span class="pagenum"
-id="Page_145">p. 145</span> de segunda magnitud, gente que pasaba la
-vida penando por no trabajar; guardianes de casa de juego que estaban
-de vigilancia en la puerta desde el mediodía hasta el amanecer, por
-ganarse tres pesetas, lobos que no habían hecho aún más que morder
-a algún señorito enclenque o asustar a los municipales, maestros de
-cuchillo que poseían golpes secretos e irresistibles, a pesar de lo
-cual habían perdido la cuenta de las bofetadas y palos recibidos en
-esta vida.</p>
-
-<p>Aquello era una fiesta importantísima, digna de que la voceasen por
-la noche los vendedores de <i>La Correspondencia</i> a falta de «¡el
-crimen de hoy!»</p>
-
-<p>Iban todos a comerse una paella en el camino de Burjasot, para
-solemnizar dignamente las paces entre los <i>Bandullos</i> y Pepet.</p>
-
-<p>Los hombres, cuanto más hombres, más serios para ganarse la vida.</p>
-
-<p>¿Qué se iba adelantando con hacerse la guerra sin cuartel y reñir
-batalla todas las noches? Nada; que se asustaran los tontos y rieran
-los listos, pero, en resumen, ni una peseta, y los padres de familia
-expuestos a ir a presidio.</p>
-
-<p>Valencia era grande y había pan para todos. Pepet no se metería
-para nada con la timba que tenían los <i>Bandullos</i>, y estos<span
-class="pagenum" id="Page_146">p. 146</span> le dejarían con mucha
-complacencia que gozase en paz lo que sacara de las otras.</p>
-
-<p>Y en cuanto a quiénes eran más valientes, si los unos o el otro, eso
-quedaba en alto y no había por qué mentarlo: todos eran valientes y
-se iban rectos al bulto: la prueba estaba en que después de un mes de
-buscarse, de emprenderse a tiros o cuchillo en mano, entre sustos de
-los transeúntes, corridas y cierres de puertas, no se habían hecho el
-más ligero rasguño.</p>
-
-<p>Había que respetarse, caballeros, y campar cada uno como pudiera.</p>
-
-<p>Y mediando por ambas partes excelentes amigos, se llegó al
-arreglo.</p>
-
-<p>Aquella buena armonía alegraba el alma, y los satélites de ambos
-bandos conmovíanse en el cafetín del <i>Cubano</i> al ver cómo los
-<i>Bandullos</i> mayores, hombres sesudos, carianchos y cuidadosamente
-afeitados con cierto aire monacal, distinguían a Pepet y le ofrecían
-copas y cigarros; finezas a las que respondía con gruñidos de
-satisfacción aquel gañán ribereño, negro, apretado de cejas, enjuto y
-como cohibido al no verse con alpargatas, manta y retaco al brazo, tal
-como iba en su pueblo a ejecutar las órdenes del cacique. De su nuevo
-aspecto solo le causaba satisfacción la gruesa cadena de reloj y un
-par de sortijas con<span class="pagenum" id="Page_147">p. 147</span>
-enormes culos de vaso, distintivos de su fortuna que le producían
-infantil alegría.</p>
-
-<p>El único que en la respetable reunión podía meter la pata era el
-menor de los <i>Bandullos</i>: un chiquillo fisgón e insultadorcillo
-que abusaba del prestigio de la familia, sin más historia ni méritos
-que romper el capote a los municipales o patear el farolillo de algún
-sereno siempre que se emborrachaba; hazañas que obligaban a sus
-poderosos hermanos a echar mano de las influencias pidiendo a este y al
-otro que tapasen tales tonterías a cambio de sus buenos servicios en
-las elecciones.</p>
-
-<p>Él era el único que se había opuesto a las paces con Pepet, y no
-mostraba ahora en un día de concordia y olvido, la buena crianza de
-sus hermanos. Pero ya se encargarían estos de meter en cintura a aquel
-bicho ruin que no valía una bofetada y quería perder a los hombres de
-mérito.</p>
-
-<p>Salieron todos del cafetín formando grupo por el centro del arroyo,
-con aire de superioridad, como si la ciudad entera fuese suya,
-saludados con sonriente respeto por las parejas de agentes que estaban
-en las esquinas.</p>
-
-<p>¡Vaya una partida! Marchaban graves, como si la costumbre de hacer
-miedo les impidiese sonreír; hablaban lentamente,<span class="pagenum"
-id="Page_148">p. 148</span> escupiendo a cada instante, con voz fosca
-y forzada, cual si la sacaran de los talones, y se llevaban las manos
-a las sienes atusándose los bucles y torciendo el morro con compasivo
-desprecio a todo cuanto les rodeaba.</p>
-
-<p>Por un contraste caprichoso, aquellos buenos mozos malcarados
-exhibían como gala el pie pequeño, usaban botas de tacón alto adornadas
-con pespuntes, lo que les daba cierto aire de afeminamiento, así
-como los pantalones estrechos y las chaquetas ajustadas, marcando
-protuberancias musculosas o míseros armazones de piel y huesos en que
-los nervios suplían a la robustez.</p>
-
-<p>Los había que empuñaban escandalosos garrotes o barras de hierro
-forradas de piel, golpeando con estrépito los adoquines, como si
-quisieran anunciar el paso de la fiera; pero otros usaban bastoncillos
-endebles o no se apoyaban en nada, pues bastante compañía llevaban
-sobre las caderas con el cuchillo como un machete y la pistola del
-quince, más segura que el revólver.</p>
-
-<p>Aquel desfile de guapos detúvose en todos los cafetines del
-tránsito para refrescar con medias libras de aguardiente, convidando
-a los policías conocidos que encontraban al paso, y cerca de las doce
-llegaron a la alquería del camino de Burjasot,<span class="pagenum"
-id="Page_149">p. 149</span> donde la paella burbujeaba ya sobre los
-sarmientos, faltando solo que la echasen el arroz.</p>
-
-<p>Cuando se sentaban a comer estaban medio borrachos, mas no por esto
-perdieron su fúnebre y despreciativa gravedad.</p>
-
-
-<h3>II</h3>
-
-<p>Eran gentes de buenas tragaderas y pronto salió a luz el fondo de la
-sartén, viéndose por los profundos agujeros que las cucharas de palo
-abrían en la masa de arroz el meloso <i>socarraet</i>, el bocado más
-exquisito de la paella.</p>
-
-<p>De vino, no digamos. A un lado estaba el pellejo, vacío, exangüe,
-estremeciéndose con las convulsiones de la agonía, y las rondas eran
-interminables, pasando de mano en mano los enormes vasos, en cuyo negro
-contenido nadaban los trozos de limón, para hacer más aromático el
-líquido.</p>
-
-<p>A los postres, aquellas caras perdieron algo de su máscara feroz; se
-reía y bromeaba, con la pretina suelta para favorecer la digestión y
-lanzando poderosos regüeldos.</p>
-
-<p>Salían a conversación todos los amigos<span class="pagenum"
-id="Page_150">p. 150</span> que se hallaban ausentes por voluntad
-o por fuerza; el tío <i>Tripa</i>, que había muerto hecho un santo
-después de una vida de trueno; los <i>Donsainers</i>, huidos a Buenos
-Aires por unos golpes tan mal dados, que el asunto no se pudo arreglar
-aun mediante el mismo gobernador de la provincia, y la gente de
-menor cuantía que estaba en San Agustín o San Miguel de los Reyes,
-inocentones que se echaron a valientes sin contar antes con buenos
-protectores.</p>
-
-<p>¡Cristo! Que era una lástima que hombres de tanto mérito hubieran
-muerto o se hallaran pudriendo en la cárcel o en el extranjero.
-Aquellos eran valientes de verdad, no los de ahora, que son en
-su mayoría unos muertos de hambre, a quienes la miseria obliga a
-echárselas de guapo a falta de valor para pegarse un tiro.</p>
-
-<p>Esto lo decía el <i>Bandullo</i> pequeño, aquel trastuelo, que se
-había propuesto alterar la reunión, pinchando a Pepet, y a quien sus
-hermanos lanzaban severas miradas por su imprudencia. ¡Criatura más
-comprometedora! Con chicos no puede irse a ninguna parte.</p>
-
-<p>Pero el escuerzo ruin no se daba por entendido. Tenía mal vino
-y parecía haber ido a la paella por el solo gusto de insultar a
-Pepet.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_151">p. 151</span>Había que ver su
-cara enjuta, de una palidez lívida, con aquel lunar largo y retorcido,
-para convencerse de que le dominaba el afán de acometividad, el odio
-irreconciliable que lucía en sus ojos y hacía latir las venas de su
-frente.</p>
-
-<p>Sí señor; él no podía transigir con ciertos valientes que no tienen
-corazón, sino estómago hambriento; <i>ruqueròls</i> que olían todavía
-al estiércol de la cuadra en que habían nacido y venían a estorbar a
-las personas decentes. Si otros querían callar, que callasen. Él no; y
-no pensaba parar hasta que se viera que toda la guapeza de esos tales
-era mentira, cortándoles la cara y lo de más allá.</p>
-
-<p>Por fortuna estaban presentes los <i>Bandullos</i> mayores, gente
-sesuda que no gustaba de compromisos más que cuando eran irremediables.
-Miraban a Pepet, que estaba pálido, mascando furiosamente su cigarro, y
-le decían al oído, excusando la embriaguez del pequeño:</p>
-
-<p>—<i>No fases cas</i>: está <i>bufat</i>.</p>
-
-<p>Pero buena excusa era aquella con un bicho tan rabioso. Se crecía
-ante el silencio e insultaba sin miedo alguno.</p>
-
-<p>Lo que él decía allí lo repetía en todas partes. Había muchos
-embusteros. Valientes de <i>matamòrta</i> como los melones malos.<span
-class="pagenum" id="Page_152">p. 152</span> Él conocía un guapo
-que se creía una fiera porque le habían vestido de señor; mentira,
-todo mentira. El muy fachenda, hasta intentaba presumir y le hacía
-corrococos a María la <i>Borriquera</i>, la cordobesa que cantaba
-flamenco en el café de la Peña... ¡Ya voy!... Ella se burlaba del muy
-bruto; tenía poco mérito para engañarla; la chica se reservaba para
-hombres de valía, para valientes de verdad; él, por ejemplo, que estaba
-cansado de acompañarla por las madrugadas cuando salía del café.</p>
-
-<p>Ahora sí que no valieron las benévolas insinuaciones de los
-hermanos mayores. Pepet estaba magnífico, puesto de pie, irguiendo su
-poderoso corpachón, con los ojos centelleantes bajo las espesas cejas
-y extendiendo aquel brazo musculoso y potente, que era un verdadero
-ariete.</p>
-
-<p>Respondía con palabras que la ira cortaba y hacía temblar:</p>
-
-<p>—<i>Això</i> es mentira. ¡<i>Mocós</i>!</p>
-
-<p>Pero apenas había terminado, un vaso de vino le fue recto a los
-ojos, separándolo Pepet de una zarpada e hiriéndose el dorso de la mano
-con los vidrios rotos.</p>
-
-<p>Buena se armó entonces... Las mujeres de la alquería huyeron dentro
-lanzando agudos chillidos; todo el honorable concurso saltó de sus
-silletas de cuerda, rascándose<span class="pagenum" id="Page_153">p.
-153</span> el cinto, y allí salió a relucir un verdadero arsenal:
-navajas de lengua de toro, cuchillos pesados y anchos como de
-carnicería, pistolas que se montaban con espeluznante ruido
-metálico.</p>
-
-<p>La reunión dividiose instantáneamente en dos bandos. A un lado
-los <i>Bandullos</i> cuchillo en mano, pálidos por la emoción, pero
-torciendo el morro con desprecio ante aquellos mendigos que se atrevían
-a emanciparse, y al otro, rodeando a Pepet, todos, absolutamente
-todos los convidados, gente que había sobrellevado con paciencia el
-despotismo de la familia bandullesca y que ahora veía ocasión para
-emanciparse.</p>
-
-<p>Miráronse en silencio por algunos segundos, queriendo cada uno que
-los otros empezaran.</p>
-
-<p>¡Vaya, caballeros! La cosa no podía quedar así... Allí se había
-insultado a un hombre, y de hombre a hombre no va nada.</p>
-
-<p>Al fin, el reñir es de hombres.</p>
-
-<p>Era una lástima que la fiesta terminase mal, pero entre hombres ya
-se sabe; hay que estar a todo. Dejar sitio y que se las arreglen los
-hombres como puedan.</p>
-
-<p>Los amigos de Pepet, que estaban en sus glorias y se mostraban
-fieros por la superioridad del número, colocáronse ante los<span
-class="pagenum" id="Page_154">p. 154</span> <i>Bandullos</i> mayores,
-cortándoles el paso con los cuchillos y sus palabras.</p>
-
-<p>En ocasiones como aquella había que demostrar la entraña de
-valiente. Nada importaba que fuese su hermano. Había insultado y debía
-probar sin ayuda ajena que tenía tanto de aquello como de lengua.</p>
-
-<p>Pero las razones eran inútiles. Estaban frente a frente los dos
-enemigos, a la puerta de la alquería, bajo aquella hermosa parra
-por entre cuyos pámpanos se filtraban los rayos del sol dorando las
-telarañas que envolvían las uvas.</p>
-
-<p>El pequeño, extendiendo la diestra armada de ancha faca y
-cubriéndose el pecho con el brazo izquierdo, saltaba como una mona
-haciendo gala de la esgrima presidiaria aprendida en los corralones de
-la calle de Cuarte.</p>
-
-<p>Todos callaban. Oíase el zumbido de los moscardones en aquella tibia
-atmósfera de primavera, el susurrar de la vecina acequia, el murmullo
-del trigo agitando sus verdes espigas y el chirriar lejano de algún
-carro, junto con los gritos de los labradores que trabajaban en sus
-campos.</p>
-
-<p>Iba a correr sangre, y todos avanzaban el pescuezo con malsana
-curiosidad, para dar faltas y buenas sobre el modo de reñir.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_155">p. 155</span>El bicho maldito no
-se inquietaba y seguía insultando. ¡A ver! Que se atracara aquel guapo
-y vería cuán pronto le echaba la <i>tanda</i> al suelo.</p>
-
-<p>Y vaya si se atracó. Pero con un valor primitivo; no con la
-arrogancia del león, sino con la acometividad del toro; bajando la dura
-testa, encorvando su musculoso pecho con el impulso irresistible de una
-catapulta.</p>
-
-<p>De una zarpada se llevó por delante tambaleando y desarmado al
-pequeño <i>Bandullo</i>, y antes de que cayera al suelo le hundió el
-cuchillo en un costado, de abajo arriba, con tal fuerza, que casi lo
-levantó en el aire.</p>
-
-<p>Cayó el chicuelo llevándose ambas manos al costado, a la desgarrada
-faja, que rezumaba sangre, y hubo un murmullo de asombro casi semejante
-a un aplauso.</p>
-
-<p>¡Buen pájaro era aquel Pepet! Cualquiera se metía con un bruto
-así.</p>
-
-<p>Los <i>Bandullos</i> lanzáronse sobre su caído hermano, trémulos de
-coraje, y hubo de ellos que requirieron sus armas con desesperación,
-como dispuestos a cerrar con aquel numeroso grupo de enemigos y morir
-matando para desagravio de la familia, que no podía consentir tal
-deshonra.</p>
-
-<p>Pero les contuvo un gesto imperioso<span class="pagenum"
-id="Page_156">p. 156</span> del hermano mayor, Néstor, de la familia,
-cuyas indicaciones seguían todos ciegamente. Aún no se había acabado
-el mundo. Lo que él aconsejaba y siempre salía bien: paciencia y mala
-intención.</p>
-
-<p>El pequeño, pálido, casi exánime, echando sangre y más sangre
-por entre la faja, fue llevado por sus hermanos a la tartana, que
-aguardaba cerca de la alquería desde que trajo por la mañana todo el
-<i>arreglo</i> de la paella.</p>
-
-<p>¡Arrea, tartanero!... ¡Al Hospital! Donde van los hombres cuando
-están en desgracia.</p>
-
-<p>Y la tartana se alejó dando tumbos, que arrancaban al herido rugidos
-de dolor.</p>
-
-<p>Pepet limpió su cuchillo con hojas de ensalada que había en el
-suelo, lo lavó en la acequia y volvió a guardarlo con tanto cariño como
-si fuese un hijo.</p>
-
-<p>El ribereño había crecido desmesuradamente a los ojos de todos
-aquellos emancipados que le rodeaban, y de regreso a Valencia, por la
-polvorienta carretera, se quitaban la palabra unos a otros para darle
-consejos.</p>
-
-<p>A la policía no había que tenerle cuidado. Entre valientes era de
-rigor el silencio. El pequeño diría en el Hospital que no conocía
-a quien le hirió, y si era tan ruin que<span class="pagenum"
-id="Page_157">p. 157</span> intentara cantar, allí estarían sus
-hermanos para enseñarle la obligación.</p>
-
-<p>A quien debía mirar de lejos era a los <i>Bandullos</i> que quedaban
-sanos. Eran gente de cuidado. Para ellos, lo importante era pegar, y si
-no podían de frente, lo mismo les daba a traición. ¡Ojo, Pepet! Aquello
-no lo perdonarían, más que por el hermano, por el buen sentimiento de
-la familia.</p>
-
-<p>Pero al valentón ribereño aún le duraba la excitación de la lucha
-y sonreía despreciativamente. Al fin aquello tenía que ocurrir. Había
-venido a Valencia para pegarles a los <i>Bandullos</i>; donde estaba
-él no quería más guapos; ya había asegurado a uno; ahora que fuesen
-saliendo los otros y a todos los arreglaría.</p>
-
-<p>Y como prueba de que no tenía miedo, al pasar el puente de San José
-y meterse todos en la ciudad amenazó con un par de guantadas al que
-intentara acompañarle.</p>
-
-<p>Quería ir solo por ver si así le salían al paso aquellos enemigos.
-Conque... ¡largo, y hasta la vista!</p>
-
-<p>¡Qué hígado de hombre! Y la turba bravucona se disolvió, ansiosa
-de relatar en cafetines y timbas la caída de los <i>Bandullos</i>,
-añadiendo con aire de importancia que habían presenciado la terrible
-<i>gabinetá</i> de<span class="pagenum" id="Page_158">p. 158</span>
-aquel valentón que juraba el exterminio de la familia.</p>
-
-<p>Bien decía el ribereño que no tenía miedo ni le inquietaban los
-<i>Bandullos</i>. No había más que verle a las once de la noche
-marchando por la calle de las Barcas con desembarazada confianza.</p>
-
-<p>Iba a la Peña, a oír a su adorada novia la <i>Borriquera</i>.</p>
-
-<p>¡Mala pécora! Si resultaba cierto lo que aquel chiquillo insultador
-le había dicho antes de recibir el golpe, a ella le cortaba la cara, y
-después no dejaba botella ni títere sano en todo el café.</p>
-
-<p>Aún le duraba la excitación de la riña, aquella rabia destructora
-que le dominaba después de haber <i>hecho</i> sangre.</p>
-
-<p>Ahora, antes que se enfriase, debieran salirle al encuentro los
-<i>Bandullos</i>, uno a uno o todos juntos. Se sentía con ánimos para
-de la primera rebanada partirlos en redondo.</p>
-
-<p>Estaba ya en la subida de la Morera, cuando sonó un disparo y el
-valentón sintió un golpe en la espalda, al mismo tiempo que se nublaba
-su vista y le zumbaban los oídos.</p>
-
-<p>¡Cristo! Eran ellos que acababan de herirle.</p>
-
-<p>Y llevándose la mano al cinto, tiró de<span class="pagenum"
-id="Page_159">p. 159</span> su pistola del quince, pero antes de que
-volviera la cara, sonó otro disparo y Pepet cayó redondo.</p>
-
-<p>Corría la gente, cerrábanse las puertas con estrépito, sonaban
-pitos y más pitos al extremo de la calle, sin que por esto se viese un
-kepis por parte alguna, y aprovechándose del pánico abandonaron los
-<i>Bandullos</i> la protectora esquina, avanzando cuchillo en mano
-hacia el inerte cuerpo, al que removieron de una patada como si fuese
-un talego de ropa.</p>
-
-<p>—<i>Ben mòrt está.</i></p>
-
-<p>Y para convencerse más, se inclinó uno de ellos sobre la cabeza del
-muerto, guardándose algo en el bolsillo.</p>
-
-<p>Cuando llegaron los guardias y se amotinó la gente en torno del
-cadáver, esperando la llegada del juzgado, viose a la luz de algunos
-fósforos la cara moruna de Pepet el de la Ribera, con los ojos
-desmesurados y vidriosos y junto a la sien derecha una desolladura roja
-que aún manaba sangre.</p>
-
-<p>Le habían cortado una oreja como a los toros muertos con arte.</p>
-
-
-<h3 title="III"><span class="pagenum" id="Page_160">p. 160</span>III</h3>
-
-<p>El entierro fue una manifestación.</p>
-
-<p>Aún quedaba sangre de valiente: la raza no iba a terminar tan pronto
-como muchos creían.</p>
-
-<p>Los amos de las casas de juego marchaban en primer término tras
-el ataúd, como afligidos protectores del muerto, y tras ellos todos
-los matones de segunda fila y los aspirantes a la clase; morralla del
-mercado y del matadero que esperaba ocasión para revelarse, y hacía sus
-ensayos de guapeza yendo a pedir alguna peseta en los billares o timbas
-de calderilla.</p>
-
-<p>Aquel cortejo de caras insolentes con gorrillas ladeadas y tufos
-en las orejas, hacía apartarse a los transeúntes, pensando en el gran
-golpe que se perdía la Guardia civil.</p>
-
-<p>¡Qué magnífica redada podía echarse!</p>
-
-<p>Pero no; había que respetar el dolor sincero de aquella gente, que
-lloraba al muerto con toda su alma, con una ingenuidad jamás vista en
-los entierros.</p>
-
-<p>¿Era así como se mataba a los hombres?<span class="pagenum"
-id="Page_161">p. 161</span> ¡Cobardes!... ¡<i>morrals</i>!... ¡y
-después querían los <i>Bandullos</i> pasar por bravos! Santo y bueno
-que le hubiesen tirado el hígado al suelo riñendo cara a cara, pues
-a esto están expuestos los hombres que valen; pero matarlo por la
-espalda y con pistola para no acercarse mucho, era una canallada que
-merecía garrote. ¡Morir a manos de unos ruines un chico que tanto
-valía! Parecía imposible que la prensa no protestase y que la ciudad
-entera no se sublevara contra los <i>Bandullos</i>. ¿Y lo de cortarle
-la oreja? <i>Ambusteros</i>, más que <i>ambusteros</i>. Eso está bien
-que se haga con uno a quien se mata de frente; en casos así hay que
-guardar un recuerdo, pero... ¡vamos! cuando no hay de qué y solo tienen
-ciertas gentes motivo para avergonzarse, irrita que se pongan moños.
-Y lo más triste era que muerto Pepet, el valiente de verdad, el guapo
-entre los guapos, los <i>Bandullos</i> camparían como únicos amos, y
-las personas decentes, que eran los demás, tendrían que juntarse para
-que les diesen las sobras y poder comer. ¡Tan tranquilos que estaban,
-amparados por aquel león de la Ribera que se había propuesto acabar con
-los <i>Bandullos</i>!...</p>
-
-<p>Los que más irritados se mostraban eran los neófitos, los aprendices
-que no habían estrenado la <i>tea</i> que llevaban cruzada<span
-class="pagenum" id="Page_162">p. 162</span> sobre los riñones; los que
-no tenían aún categoría para vivir de la tremenda, pero que sentían por
-Pepet la misma adoración de los salvajes ante un astro nuevo.</p>
-
-<p>Y todos ellos, que pretendían meter miedo al mundo con un solo
-gesto, lloraban en el cementerio, en torno de la fosa, al ver los
-húmedos terrones que caían sobre el ataúd.</p>
-
-<p>¿Y un hombre así, más bien plantado que el que paró al sol, se lo
-habían de comer la tierra y los gusanos?... ¡<i>Retapones</i>! aquello
-partía el corazón.</p>
-
-<p>La chavalería esperaba con ansiosa curiosidad las ceremonias de
-costumbre en tales casos; algo que demostrase al que se iba que aquí
-quedaba quien se acordaba de él.</p>
-
-<p>Sonó un <i>glu-glu</i> de líquido, cayendo sobre la rellena fosa.
-Los compañeros de Pepet, foscos como sacerdotes de terrorífico culto,
-vaciaban botellas de vino sobre aquella tierra grasienta, que parecía
-sudar la corrupción de la vida.</p>
-
-<p>Y cuando se formó un charco rojizo y repugnante, toda aquella
-hermandad del valor malogrado tiró de las <i>teas</i> y uno por
-uno fueron trazando en el barro furiosas cruces con la punta del
-cuchillo, al mismo tiempo que mascullaban terribles palabras<span
-class="pagenum" id="Page_163">p. 163</span> mirando a lo alto, como si
-por el aire fueran a llegar volando los odiados <i>Bandullos</i>.</p>
-
-<p>Podía Pepet dormir tranquilo. Aquellos granujas recibirían las
-tornas... si es que se empeñaban en comérselo todo y no hacer parte a
-las personas decentes. ¡Lo juraban!</p>
-
-<p>Y al mismo tiempo que los cuchillos de la comitiva trazaban cruces
-en el cementerio, los <i>Bandullos</i> entraban en el Hospital, graves,
-estirados, solemnes, como diplomáticos en importante misión.</p>
-
-<p>El pequeño sacaba por entre las sábanas su rostro exangüe, tan
-pálido como el lienzo, y únicamente en su mirada había una chispa de
-vida al preguntar con mudo gesto a sus hermanos.</p>
-
-<p>Debía saber algo de lo de la noche anterior y quería convencerse.</p>
-
-<p>Sí; era cierto. Se lo aseguraba su hermano mayor, el más sesudo de
-la familia. El que atacase a los <i>Bandullos</i> tenía pena a la vida.
-Mientras viviesen todos, cada uno de los hermanos tendría la espalda
-bien cubierta. ¿No le habían prometido venganza? Pues allí estaba.</p>
-
-<p>Y desliando un trozo de periódico, arrojó sobre las sábanas un muñón
-asqueroso, cubierto de negros coágulos.</p>
-
-<p>El pequeño lo alcanzó sacando de entre<span class="pagenum"
-id="Page_164">p. 164</span> las sábanas sus brazos enflaquecidos,
-ahogando con penosos estertores el dolor que sentía en las llagadas
-entrañas al incorporarse.</p>
-
-<p>—<i>¡La orella!... ¡La orella d’eixe lladre!</i></p>
-
-<p>Rechinaron sus dientes con los dos fuertes mordiscos que dio
-al asqueroso cartílago, y sus hermanos, sonriendo complacidos al
-comprender hasta dónde llegaba la furia de su cachorro, tuvieron que
-arrebatarle la oreja de Pepet para que no la devorase.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch9">
- <p><span class="pagenum" id="Page_165">p. 165</span></p>
- <h2 class="nobreak">El <i>femater</i></h2>
- <hr class="tir" />
-</div>
-
-<h3>I</h3>
-
-<p>El primer día que a Nelet le enviaron solo a la ciudad, su
-inteligencia de chicuelo torpe adivinó vagamente que iba a entrar en un
-nuevo período de su vida.</p>
-
-<p>Comenzaba a ser hombre. Su madre se quejaba al verle jugar a todas
-horas, sin servir para otra cosa, y el hecho de colgarle el capazo a
-la espalda enviándolo a Valencia a recoger estiércol equivalía a la
-sentencia de que en adelante tendría que ganarse el mendrugo negro y
-la cucharada de arroz, haciendo algo más que saltar acequias, cortar
-flautas en los verdes cañares o formar coronas de flores rojas y
-amarillas en los tupidos dompedros que adornaban la puerta de la
-barraca.</p>
-
-<p>Las <i>cosas</i> iban mal. El padre, cuando no trabajaba los cuatro
-terrones en arriendo, iba con el viejo carro a cargar vino en<span
-class="pagenum" id="Page_166">p. 166</span> Utiel; las hermanas estaban
-en la fábrica de sedas, hilando capullo; la madre trabajaba como una
-bestia todo el día, y el pequeñín, que era el gandul de la familia,
-debía contribuir con sus diez años, aunque no fuera más que agarrándose
-a la espuerta, como otros de su edad, y aumentando aquel estercolero
-inmediato a la barraca, tesoro que fortalecía las entrañas de la
-tierra, vivificando su producción.</p>
-
-<p>Salió de madrugada, cuando por entre las moreras y los olivos
-marcábase el día con resplandor de lejano incendio. En la espalda,
-sobre la burda camisa, bailoteaban al compás de la marcha el flotante
-rabo de su pañuelo anudado a las sienes y el capazo de esparto, que
-parecía una joroba. Aquel día estrenaba ropa; unos pantalones de pana
-de su padre, que podían ir solos por todos los caminos de la provincia
-sin riesgo de perderse, y que acortados por la tía Pascuala, se
-sostenían merced a un tirante cruzado a la bandolera.</p>
-
-<p>Corrió un poco al pasar por frente al cementerio de Valencia, por
-antojársele que a aquella hora podían salir los muertos a tomar el
-fresco, y cuando se vio lejos de la fúnebre plazoleta de palmeras,
-moderó su paso hasta ser este un trotecillo menudo.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_167">p. 167</span>¡Pobre Nelet!
-Marchaba como un explorador de misterioso territorio hacia aquella
-ciudad que, bañada por los primeros rayos del sol, recortaba su rojiza
-crestería de tejados y torres sobre un fondo de blanquecino azul.</p>
-
-<p>Dos o tres veces había estado allí, pero amparado por su madre,
-agarrado a sus faldas, con gran miedo a perderse. Recordaba con espanto
-la ruidosa batahola del Mercado y aquellos municipales de torvo ceño
-y cerdosos bigotes, terror de la gente menuda; pero a pesar de los
-espantables peligros, seguía adelante, con la firmeza del que marcha a
-la muerte cumpliendo su deber.</p>
-
-<p>En la puerta de San Vicente se animó viendo caras amigas;
-<i>fematers</i> de categoría superior, dueños de una jaca vieja para
-cargar el estiércol y sin otra fatiga que tirar del ramal gritando por
-las calles el famoso pregón: «<i>Ama, ¿hiá fem?</i>»</p>
-
-<p>Uno de ellos era vecino del muchacho, y hasta se susurraba si andaba
-enamorado de una de sus hermanas, aunque no hacía más que dos años que
-estaba pensando en declarar su pasión, circunstancias que no impidieron
-que con pocas palabras diese un susto a Nelet.</p>
-
-<p>De seguro que no llevaba licencia. ¿No<span class="pagenum"
-id="Page_168">p. 168</span> sabía lo que era? Un papelote que había
-que sacar soltando dinero allá en el Repeso. Sin ella había que menear
-bien las piernas para huir de los municipales. Como le pillasen, flojas
-<i>patás</i> le iban a soltar. Conque ¡ojo, <i>chiquet</i>!</p>
-
-<p>Y fortalecido por tan consoladoras advertencias, el pobre chico
-entró en la ciudad, buscando los callejones más solitarios y tortuosos,
-mirando con codicia los humeantes rastros que dejaban los caballos
-sobre los adoquines, sin atreverse a meter en su espuerta tales
-riquezas por miedo de agacharse y sentir en el hombro la mano de un
-sayón con kepis.</p>
-
-<p>Aquello forzosamente había de acabar mal.</p>
-
-<p>Se olvidó de todo en una plazoleta, viendo cómo jugaban al toro un
-grupo de pelones de larga blusa y grueso bolsón de libros, retardando
-el momento de entrar en la escuela; pero de improviso sonó el grito
-de ¡<i>la ful</i>! anunciando la aparición de un municipal de los
-más feos, y todos se desbandaron al galope como tribu de salvajes
-sorprendida en lo mejor de sus misteriosos ritos.</p>
-
-<p>Nelet huyó despavorido, pensando que en la maldita ciudad no
-se ganaba para sustos, la giba de esparto siempre sobre<span
-class="pagenum" id="Page_169">p. 169</span> su espalda y atropellando
-en la desbocada carrera a una vieja que barría tranquilamente su
-portal.</p>
-
-<p>No era floja la paliza que le soltarían en casa al verle de vuelta
-con el capazo vacío, y esta consideración fue lo que le dio valor.
-Llegaban hasta él los gritos de los otros <i>fematers</i> en las
-inmediatas calles, agudos, insolentes, como cacareos de gallo, y
-tímidamente, temblando de que alguien le oyese, murmuró con voz que
-parecía el balido de un cordero: «<i>Ama, ¿hiá fem?</i>»</p>
-
-<p>Y así recorrió un par de calles.</p>
-
-<p>—Entra, chiquillo, entra.</p>
-
-<p>Era una buena mujer que le hacía señas indicándole las barreduras
-que acababa de amontonar junto a una puerta. ¡Pero qué simpática
-resultaba aquella mujer! El regalo no era gran cosa; polvo, puntas de
-cigarro, mondaduras de patatas y hojas de col; el estiércol de una casa
-pobre. Nelet lo recogió todo con la satisfacción del aventurero que
-triunfa por primera vez, y siguió adelante mirando los balcones, los
-pisos superiores, que él llamaba <i>casas grandes</i>, donde se comía
-bien, y en las covachas de la cocina había para meter la mano y el
-codo.</p>
-
-<p>Pero ¡<i>rediel</i>! (y se rascó la roja frente llena de arañazos)
-estaba perdiendo el tiempo.<span class="pagenum" id="Page_170">p.
-170</span> Había olvidado sus relaciones de la ciudad: la casa de
-Marieta, su hermana de leche, donde había estado algunas veces con su
-madre.</p>
-
-<p>Y tras indecisiones y rodeos dio por fin con la calle sombría y
-solitaria cerca de los juzgados, y el caserón de húmedo patio en cuyo
-piso principal vivía don Esteban el escribano.</p>
-
-<p>Aquella mañana era de desgracias.</p>
-
-<p>En el patio estaba la portera, una bruja que le recibió escoba
-en mano, faltando poco para que le saludase con dos hisopazos en la
-cara.</p>
-
-<p>Ella no quería marranos que le ensuciasen la escalera. Todos los
-inquilinos tenían su <i>femater</i>. ¡Largo, granuja! ¡Quién sabe si
-subiría con intención de robar algo!</p>
-
-<p>Y el tímido labradorcillo, retrocediendo ante la iracunda bruja,
-protestaba con voz débil, repitiendo siempre la misma excusa. Era el
-hijo de la tía Pascuala, a la que todo Paiporta conocía, el ama de
-Marieta; ¿no era bastante?</p>
-
-<p>Pero ni el nombre de la tía Pascuala ni el del mismo Espíritu Santo
-ablandaba a la portera y a su fiera escoba, y Nelet, retrocediendo,
-se vio en la calle y allí se quedó como un bobo frente a una pared
-vieja: arañando los sueltos yesones y espiando<span class="pagenum"
-id="Page_171">p. 171</span> con el rabillo del ojo las evoluciones
-de la vieja. La vio sumirse en el cuchitril de la portería y
-cautelosamente entró en el portal, lo cruzó sin ser visto y subió por
-la escalera de antiguos azulejos, tirando tímidamente del borlón de
-estambre que colgaba ante la enorme y conventual puerta del primer
-piso.</p>
-
-<p>No fue poco lo que se rio la criada, bravía moza de las montañas de
-Teruel, al abrir la puerta y encontrarse con aquel monigote panzudo que
-abultaba menos que su capazo.</p>
-
-<p>¿Qué buscaba? Allí tenían quien se llevara el estiércol. Y Nelet,
-turbado por el buen humor de la <i>churra</i> no sabía qué decir.</p>
-
-<p>Pero de pronto se abrió para él el cielo. O lo que es lo mismo,
-vio asomar por detrás de la falda de la criada una cara morena,
-prolongada y huesosa, con los rebeldes pelillos estirados cruelmente
-hacia el cogote, los ojos grandes y negros, animados por una chispa
-de eterna curiosidad y el cuerpo zancudo y desgarbado por prematuro
-crecimiento.</p>
-
-<p>La niña le reconoció en seguida: no en balde transcurren dos
-años durmiendo bajo el techo de la barraca y en la misma cama y se
-pasan los días junto a la acequia, tendidos<span class="pagenum"
-id="Page_172">p. 172</span> sobre el vientre, con la cara teñida de
-zumo de zanahorias. Era Nelet, el hijo del ama.</p>
-
-<p>Lo cogió de la mano con cierto aire de muchacho, propio del desgarbo
-con que llevaba las faldas, y los dos se dirigieron a la cocina
-seguidos por la sonriente <i>churra</i>, a quien la hacía gracia el
-aire tímido y enfurruñado del chiquillo.</p>
-
-
-<h3>II</h3>
-
-<p>Llegó a su barraca con la espuerta sin llenar, pero no pudo decir
-que le había ido mal en su primera expedición.</p>
-
-<p>Aquella <i>churra</i> le quería de veras, desde que supo que era
-nada menos que hermano de la señorita. Ella misma le llenó el capazo
-vaciando todo el basurero de la cocina, sin importarle lo que pudiera
-murmurar el <i>femater</i> de la casa, un viejo que podía alegar los
-derechos adquiridos en once años. Nelet le desbancaba, y la buena
-muchacha, para afirmar su protección, le regaló con media cazuela de
-guisado de la noche anterior y una montaña de mendrugos que el chico
-iba tragándose con la calma<span class="pagenum" id="Page_173">p.
-173</span> de un rumiante, pensando que si duraba mucho la buena racha,
-iba a ponerse tan redondo y frescote como el cura de Paiporta.</p>
-
-<p>Pues ¿y Marieta? Le miraba comer con alegría, como si fuera ella
-misma la que saboreaba el guisado con hambre atrasada. Hasta quiso
-que le dieran vino, y apenas le veía hacer un descanso, pasaba
-revista a todos los de allá, preguntando cómo estaba el ama, si tenía
-muchos animales, si el padre aún iba por los caminos, si vivía el
-<i>Negret</i>, aquel perrillo seco, almacén de pulgas que aullaba
-como un condenado apenas se acercaban a la barraca, y si la higuera,
-tan frondosa en verano, soltaba aquella lluvia de lagrimones negros y
-suaves que caían ¡<i>chap</i>! dulcemente en el suelo, despachurrando
-la miel y el perfume de sus entrañas rojas.</p>
-
-<p>Y después tras el substancioso atracón, llegó para Nelet el momento
-de los asombros, viendo la colección de muñecas, los vestidos, los
-sombreros, todos los regalos con que el escribano obsequiaba a su hija.
-Bien se conocía que esta era única, que había quedado sin madre casi al
-nacer y que el viejo don Esteban no tenía otro cariño a que dedicar los
-buenos cuartos que arañaba en el juzgado.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_174">p. 174</span>Seguía a su Marieta
-por toda la casa, admirando las magnificencias que la chiquilla le
-mostraba con mal cubierta satisfacción de amor propio. El salón le
-anonadó con sus sillerías del primer tercio de siglo y sus adornos,
-que evocaban el recuerdo de las almonedas judiciales; pero su
-admiración trocose en espanto ante una puerta entornada. Allí dentro
-trabajaba el papá, con sus dos escribientes y se oía su voz campanuda:
-<i>Providencia que dicta el señor juez</i>... etc.</p>
-
-<p>¡Cristo! aquello asustaba a Nelet más que los municipales, y
-emprendió la vuelta hacia la cocina.</p>
-
-<p>En fin, que su primera visita le hizo experimentar la satisfacción
-del que se halla establecido y cuenta con clientela.</p>
-
-<p>Entraba por las mañanas en la ciudad tomando al paso lo que
-buenamente encontraba en las calles, y recto a aquel caserón, donde se
-colaba como si fuese un inquilino.</p>
-
-<p>La bruja de la portera se guardaba ahora su escoba y hasta le
-protegía, recomendándolo a las criadas de los otros pisos, y en el
-principal tenía a la <i>churra</i>, que siempre encontraba en los
-rincones de la despensa algo sobrante que antes era para los gatos y
-ahora se tragaba Nelet.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_175">p. 175</span>¡Qué mañanas
-aquellas! Llegaba cuando la casa estaba en el revoltijo del despertar.
-Los escribientes en el despacho se soplaban las manos preparándose a
-agarrar las plumas y ensuciar papel de oficio, la <i>churra</i> por
-allá dentro levantaba camas, dando furiosas bofetadas a los colchones,
-y Marieta, de trapillo, con la cabeza espeluznada y una faldilla a
-media pierna, arañaba los pasillos con la escoba, para dar gusto al
-papá, que quería una chica <i>muy mujer de su casa</i>.</p>
-
-<p>Y en el comedor encontraba a don Esteban, el terrible escribano,
-imagen para Nelet de la justicia, que puede pegar y meter en la cárcel,
-sentado ante humeante chocolate, con las gafas caladas para leer el
-periódico y murmurando automáticamente al entrar el muchacho:</p>
-
-<p>—Hola, chiquillo, ¿cómo está la tía Pascuala?</p>
-
-<p>Pero el terrible pasmarote no tardaba en aislarse en su despacho,
-para preparar lo que luego había de decir el señor juez sobre el papel
-sellado, y la casa parecía alegrarse con tal desaparición.</p>
-
-<p>Sonaban risas en aquel ambiente denso de habitaciones cerradas,
-donde flotaba aún el calor del sueño y el polvo levantado por
-la limpieza. Los gatos jugueteaban en la<span class="pagenum"
-id="Page_176">p. 176</span> cocina con la espuerta del
-<i>femateret</i>, mientras este se sentía feliz, ayudando a la
-<i>churra</i> con su buena voluntad de bruto de carga o charlando con
-Marieta de cosas tan interesantes como eran las últimas y verídicas
-noticias de cuanto ocurría en Paiporta y sus alrededores.</p>
-
-<p>¡Oh! A aquella chica le tiraba aún la miserable barraca y los
-terruños sobre los cuales se había dado cuenta por primera vez de que
-existía. Hablaba de la tía Pascuala con más entusiasmo que de su madre,
-a la que solo había visto en el oscuro retrato que estaba en el salón,
-figura melancólica que parecía presentir ante el pintor la llegada de
-la maternidad del brazo con la muerte.</p>
-
-<p>¡Qué bien se estaba en la barraca! Ya había transcurrido tiempo,
-pero ella recordaba, con la vaguedad de comprensión de los primeros
-años, aquellas noches pasadas en el <i>estudi</i>, hundida en los
-mullidos colchones de hojas de maíz que cantaban al menor movimiento,
-defendida por el poderoso anillo de músculos que formaban los brazos
-de la nodriza, durmiéndose al calor de las voluminosas ubres, siempre
-repletas y firmes; después, el alegre despertar, cuando el sol se
-filtraba por las rendijas del ventanillo y piaban los gorriones en el
-techo<span class="pagenum" id="Page_177">p. 177</span> de paja de la
-barraca, contestando a los cacareos y gruñidos de los habitantes del
-corral; el fuerte perfume del trigo, las frescas emanaciones de la
-hierba y las hortalizas, difundiéndose por el interior de la blanqueada
-vivienda, olores confundidos y arrullados por el vientecillo que,
-pasando por las filas de moreras y a través de la higuera, parecía
-hacer cantar a las temblonas hojas; y la vida bohemia, alegre y
-descuidada en los campos inmediatos, que recorrían con sus vacilantes
-piernas de dos años, sin atreverse a llegar a la revuelta del camino,
-lleno de barrizales y cruzado por los profundos surcos de las ruedas,
-pues su imaginación naciente había inventado que allí forzosamente
-debía terminar el mundo.</p>
-
-<p>¿Y cuando el <i>pare</i> llegaba de uno de aquellos largos viajes de
-carretero y al oír los cascabeles de los machos y el chirrido de las
-ruedas, salían todos al camino a recibirle con cruces de caña como si
-fueran a una procesión de las de Paiporta? ¿Y cuando a la orilla de la
-acequia, casi seca, se coronaban de dompedros, colgaban de su cintura
-largas hojas de caña y con el verde faldellín paseábanse gravemente
-imitando el paso de puntas de aquellas vírgenes y heroínas que salían
-en las cabalgatas del pueblo? ¿Y la vez que se pegaron por<span
-class="pagenum" id="Page_178">p. 178</span> un higo? ¿Y cuando hartos
-de zanahorias teñíanse la cara de morado y se revolcaban por la rojiza
-tierra hasta parecer indios bravos, dejando como guiñapos las finas y
-bordadas ropas que enviaba el escribano?</p>
-
-<p>¡Ah, Nelet! ¡Qué malo eras entonces!</p>
-
-<p>Y la muchacha miraba por los balcones la estrecha calle, en la que
-vergonzosamente entraba un rayo de sol, y en su vaga mirada de pájaro
-enjaulado leíase el deseo de volar lejos, muy lejos, a aquellos campos
-donde la esperaban la vida libre y la adoración de toda una familia de
-infelices que la veneraban como procedente de una raza superior.</p>
-
-<p>Pero el papá se oponía a que volviese a la barraca ni un solo día.
-Lo había dicho terminantemente: cada cosa a su tiempo, y ahora nada
-bueno podía aprender entre aquellos brutos.</p>
-
-<p>Esta tenaz negativa recordaba a Nelet el momento en que se llevaron
-a la chica a Valencia; en que la robaron, sí señor, engañándola,
-diciendo que solo era para unos días y no tardaría en volver, mientras
-la pobrecita lloraba y él corría como un perrillo detrás de la tartana
-pidiendo con lamentos al cruel escribano que no le quitase a su
-Marieta.</p>
-
-<p>¡<i>Rediel</i>! Si fuese ahora, que era ya casi<span
-class="pagenum" id="Page_179">p. 179</span> un hombre y le plantaba una
-pedrada al más guapo...</p>
-
-<p>Y en esto sonaban las diez, salían los escribientes con sus badanas
-repletas de autos camino del juzgado, y el principal al ver al
-<i>femateret</i> torcía el ceño.</p>
-
-<p>—¿Pero aún estás ahí? Tú acabarás mal; eres un vago. A la
-obligación, chiquillo.</p>
-
-<p>Y el pequeño David, a pesar de aquellas pedradas certeras que le
-enorgullecían, temblaba ante el gigante con el terror que inspira
-al infeliz el hombre de justicia, y recogiendo su espuerta, salía
-cabizbajo, avergonzado, sin atreverse a mirar a Marieta... y hasta el
-día siguiente.</p>
-
-<p>Algunas veces el recuerdo de la idílica existencia al aire libre
-perdía su encanto, y era Nelet quien envidiaba en la persona de su
-hermana todas las comodidades y esplendores de la vida de la ciudad.</p>
-
-<p>¡Qué lujos! Los vestidillos de seda y terciopelo, los sombreros
-que parecían islas de flores, todos los regalos del papá que Marieta
-enseñaba con malsana coquetería, aturdían a Nelet, y como para él no
-había gradaciones sociales, como el mundo estaba dividido en gente
-del campo y <i>señorío</i>, la hija del escribano aparecía a sus ojos
-igual o superior a aquellas otras que había visto algunas veces en los
-carruajes de lujo.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_180">p. 180</span>Marieta le
-dominaba, le hacía pasar embobado las mañanas en aquella casa,
-obedeciéndola servilmente como allá en la barraca cuando era una
-chicuela llorona y rabiosilla.</p>
-
-<p>Y transcurrió el tiempo, estrechándose cada vez más entre los dos
-hermanos aquel lazo de cariño creado en los albores de su vida por la
-existencia casi silvestre.</p>
-
-<p>Nelet se hacía hombre. A los quince años era ya una vergüenza
-que entrase por las mañanas en la ciudad con su espuerta, como un
-chiquillo. Trabajaba los campos en arriendo, mientras el padre andaba
-por los caminos, y para recoger basura en Valencia contaba con el
-auxilio de un jaco viejo que el carretero había traspasado a su hijo
-como desecho.</p>
-
-<p>El pobre animal, cabizbajo como un misántropo, con el flaco lomo
-martirizado por los serones llenos, pasaba las horas frente a la casa
-del escribano, mirando con sus ojos vidriosos y empañados a la vieja
-portera, que hacía media, mientras su joven amo andaba por arriba
-regañando amistosamente con la <i>churra</i> o siguiendo como un siervo
-a la señorita.</p>
-
-<p>Era ya todo un hombre, cortés y rumboso con las personas de su
-aprecio. Bien le pagaba a la criada los antiguos guisotes<span
-class="pagenum" id="Page_181">p. 181</span> trasnochados. Nunca
-llegaba con las manos vacías, y del serón salían camino del primer
-piso el par de melones verdes y correosos, los pimientos inflamados y
-brillantes, las frescas lechugas con sus ocultos cogollos de ondulado
-marfil o las coles vistosas como flores de rizada blonda, dones que
-arrancaba directamente de sus terruños, y que al faltar en estos
-robaba tranquilamente en los campos del camino, con la imprudencia del
-chiquillo de huerta acostumbrado desde que andaba a gatas a atracarse
-de uvas y digerirlas ayudado por los pescozones de los guardas.</p>
-
-<p>Y satisfecho con el agradecimiento que le mostraba la criada por
-sus obsequios, viendo siempre en Marieta a la rapazuela que en otros
-tiempos jugaba con él y le arañaba al más leve motivo, apenas si
-llegó a fijarse en la súbita transformación que iba operándose en la
-muchacha.</p>
-
-<p>Redondeábase su cuerpo, aclarábase su tez en extremo morena; las
-agudas clavículas y la tirantez del cuello iban dulcificándose bajo la
-almohadilla de carne suave y fresca que parecía acolchar su cuerpo; las
-zancudas piernas, al engruesarse, poníanse en relación con el busto. Y
-como si hasta a la ropa se comunicase el milagro, las faldas parecían
-crecer un dedo cada día, como<span class="pagenum" id="Page_182">p.
-182</span> avergonzadas de que estuvieran por más tiempo al descubierto
-aquellas medias que amenazaban estallar con la expansión de la robustez
-juvenil.</p>
-
-<p>Marieta no iba a ser una beldad; pero tenía la frescura de la
-juventud, vigor saludable y unos ojazos valencianos, negros, rasgados y
-con ese misterioso fulgor que revela el despertar del sexo.</p>
-
-<p>Y como si la niña adivinase la proximidad de algo grave y decisivo
-que la privaría en adelante de tratar a su hermano como si aún
-anduviesen por los campos, hablaba a Nelet con seriedad, evitando los
-juegos de manos, las intimidades propias de una infancia sin malicia ni
-preocupaciones.</p>
-
-<p>En fin, que un día, al entrar Nelet en la casa quedose asombrado,
-como si un fantasma le hubiese abierto la puerta.</p>
-
-<p>Aquella no era Marieta; se la habían cambiado.</p>
-
-<p>Era una muñeca con el pelo arrollado y puntiagudo sobre la nuca,
-conforme a la moda, y una horrible falda larga que la cubría los
-pies.</p>
-
-<p>Parecía muy complacida de verse mujer, de haberse librado de
-la trenza suelta y la pierna al aire, signos de insignificancia
-infantil, pero a él le faltó poco para llorar,<span class="pagenum"
-id="Page_183">p. 183</span> para protestar a gritos, como en aquella
-tarde que corría tras la tartana suplicando al feroz escribano que no
-le quitase la chiquita. Por segunda vez le arrebataban su Marieta.</p>
-
-<p>Y después, ¡horror da recordarlo! aquella <i>churra</i> despiadada
-parecía complacerse en su dolor haciéndole terribles advertencias.</p>
-
-<p>El señor se lo había dicho y ella lo repetía por encontrarlo muy
-justo y para evitarse reprimendas. Cada cual debía ponerse en su
-lugar. En adelante nada de tuteos ni de Marietas, y mucho de señorita
-María, que era el nombre de la única dueña de la casa. ¿Qué dirían las
-amiguitas al ver a un <i>femater</i> tratando tú por tú a la señorita?
-Conque ya lo sabía: el hermanazgo había terminado.</p>
-
-<p>Y a Nelet, la silenciosa naturalidad con que Marieta, digo
-mal, la señorita María, escuchaba todo aquel cúmulo de absurdas
-recomendaciones, dolíale más que las palabras de la <i>churra</i>.</p>
-
-<p>—Todo lo dicho —continuaba esta— no era ni remotamente que se
-pretendiera cerrar al chico las puertas.</p>
-
-<p>Ya sabía que lo consideraban como de casa, y que toda la cocina era
-para él. Pero cada cual en su sitio, ¿estamos?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_184">p. 184</span>No olvidando esto
-podía volver cuando quisiera.</p>
-
-
-<h3>III</h3>
-
-<p>Y volvió ¡<i>rediel</i>! ¿Pues no había de volver?</p>
-
-<p>Ir a Valencia y no entrar en aquel caserón cerca de los Juzgados,
-era un hecho que por lo absurdo no había pensado nunca que pudiera
-ocurrir.</p>
-
-<p>Y allí iba todas las mañanas, a sufrir, reconociéndose cada vez más
-distanciado de aquella a quien tenía que llamar la señorita.</p>
-
-<p>¿Dónde estaba ya aquel afán por hablar de las cosas de la
-barraca?</p>
-
-<p>Entraba Nelet en la casa con la confianza de siempre, pero notando
-en torno de él un ambiente de frialdad e indiferencia. Era el
-<i>femater</i>, y nada más.</p>
-
-<p>Algunas veces intentó resucitar en María el entusiasmo por la pasada
-vida, hablándola del ama y de su familia que tanto la amaban, de
-aquella barraca en la que todos pensaban en ella; pero la joven oíale
-con cierto malestar, como si la causara repugnancia la rusticidad de
-los de allá.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_185">p. 185</span>¡Ah, pobre Nelet!
-Decididamente le habían cambiado su Marieta. En aquella adorable muñeca
-no había nada en que vibrase el recuerdo del pasado. Parecía que en
-su cabeza, al cubrirse con el peinado de mujer, se habían desvanecido
-todos los ensueños de poesía campestre.</p>
-
-<p>Tenía el pobre muchacho que contentarse sosteniendo largas
-conversaciones con la <i>churra</i> en aquella cocina a la que llegaba
-el tecleo monótono de la señorita, que estudiaba sus lecciones en el
-piano del salón. Aquellas escalas incoherentes y pesadas se le metían
-en el alma, conmoviéndole más que las melodías del órgano en la iglesia
-de Paiporta.</p>
-
-<p>Y para colmo de sus penas, la criada no sabía hablar más que de
-don Aureliano, un personaje que preocupaba a Nelet y al que acabó por
-conocer deteniéndose un día en la puerta del despacho del escribano.</p>
-
-<p>Era un jovencillo pálido, rubio, enclenque, con lentes de oro y
-ademanes nerviosos; un abogado recién salido de la Universidad, que se
-preparaba con la práctica para ser habilitado de don Esteban, ansioso
-de descanso, y que al fin acabaría por hacerse dueño del despacho.</p>
-
-<p>¡Y que parase ahí! Esto no lo decía el<span class="pagenum"
-id="Page_186">p. 186</span> pobre <i>femater</i>, pero lo pensaba
-con la confusión propia de su caletre. Aquel barbilindo, que tendría
-cinco o seis años más que él, era una espina que llevaba clavada en el
-corazón.</p>
-
-<p>Deseoso de reconquistar el afecto de la señorita, multiplicaba sus
-obsequios con tanta rudeza como buena voluntad.</p>
-
-<p>El jamelgo llegaba muchas veces a Valencia con los serones llenos
-de frutas o frescas hortalizas; los campos del camino temblaban al
-verle venir, temiendo su loca rapiña, su inmoderado afán de obsequiar,
-sin acordarse que hay dueños en el mundo ni guardas que pueden pegar
-una paliza; pero tanto sacrificio no merecía más que alguna automática
-sonrisa o un ¡gracias! como se da a cualquiera, y los regalos iban a la
-cocina, sin alcanzar otros elogios que los de la <i>churra</i>.</p>
-
-<p>En cambio, sobre la mesa del comedor, o en el salón, sobre el
-piano, todas las mañanas veía el pobre Nelet ramos de flores frescas,
-recién traídas del Mercado, y que María aspiraba con pasión de mujer
-que despierta, como si en vez de perfume de jardines aspirase otro que
-llegaba más directamente a su corazón.</p>
-
-<p>Eran regalos del tal don Aureliano, de aquel danzarín para quien
-resultaba ya<span class="pagenum" id="Page_187">p. 187</span>
-estrecho el despacho, y que con la pluma tras la oreja y fingiendo mil
-pretextos, se metía hasta en la cocina solo por ver un instante a María
-y cruzar una sonrisa.</p>
-
-<p>Y cómo se coloreaba el semblante de ella... ¡Cristo!</p>
-
-<p>Toda la sangre moruna que el huertano tenía en su atezado cuerpo
-inflamábase ante aquel don Aureliano, que era casi de su edad y del que
-no le separaba más que su categoría de señorito.</p>
-
-<p>Nelet, a los diez y seis años, comprendía ya el motivo de que los
-hombres se cieguen y vayan a presidio.</p>
-
-<p>Lo único que le detenía era la certeza de que don Esteban, el
-terrible ogro, apreciaba a aquel pisaverde y le irritaría cuanto él
-hiciese en su daño.</p>
-
-<p>Además se consolaba con la esperanza de que todas sus rabietas
-carecían de fundamento. Nada de extraño tenía que el abogadillo buscase
-a Marieta. ¡Era tan bonita y tan buena! Pero de seguro que ella no le
-hacía gran caso; Nelet tenía la certeza de esto y también de que la
-frialdad de su antigua hermana no pasaba de ser una mala racha, un
-caprichito como los que tenía de niña allá en la barraca, donde tanto
-le martirizaba con su mal genio.</p>
-
-<p>¡Pues no faltaba más, que ella resultase<span class="pagenum"
-id="Page_188">p. 188</span> una ingrata con tanto como la amaban allá
-en Paiporta, y él sobre todos!</p>
-
-<p>Una mañana entró en la casa encontrando la puerta abierta. La
-<i>churra</i> no estaba en la cocina. En el despacho leía don Esteban
-con la nariz casi pegada a unos autos y en el salón sonaba el monótono
-tecleo formando escalas cada vez más perezosas y desmayadas.</p>
-
-<p>Entró con su paso cauteloso de morisco, que aún hacían más
-imperceptible las ligeras alpargatas, y al reflejarse su figura en un
-espejo como silenciosa aparición, María dio un grito de sorpresa y de
-miedo.</p>
-
-<p>Allí estaba el maldito abogadillo de los lentes de oro, casi doblado
-sobre el piano, al lado de María, como si fuese a volver una hoja del
-cuaderno que ocupaba el atril, pero con la cabeza tan junta a la de la
-joven, que parecía querer devorarla.</p>
-
-<p>¡<i>Rediel</i>!... ¿Para cuándo eran las bofetadas?</p>
-
-<p>Y lo peor fue que María, aquella Marieta que un año antes le trataba
-a cachetes como traviesa y cariñosa hermana, aquella a la que nunca
-quiso comparar con su madre temiendo que esta resultase menos querida,
-le miró fijamente con un relampagueo de odio, y se puso en pie con
-el<span class="pagenum" id="Page_189">p. 189</span> ademán de una
-señora bien segura de la sumisión de su siervo.</p>
-
-<p>¿Qué buscaba allí? En la cocina tenía a la criada. ¿No podía
-estudiar tranquila un rato?</p>
-
-<p>Nunca pudo recordar Nelet cómo salió del salón. Debió retroceder
-cabizbajo y vacilante, como una bestia herida. Le zumbaban los oídos,
-su cara quemaba, y pensando en aquel otro que se quedaba tranquilo
-y satisfecho junto al piano, repetíase mentalmente: «¡Dios mío, qué
-vergüenza!»</p>
-
-<p>Estaba inmóvil en mitad del corredor que conducía al salón, con
-el rostro en la pared, como si quisiera incrustarlo en ella, cegar
-para siempre, y aun así todavía recibió el último latigazo, oyendo la
-vocecilla del de los lentes de oro:</p>
-
-<p>—¡Moscón más pesado! Ese muchacho parece que me odie, que nos
-persiga como si sintiera celos.</p>
-
-<p>—¡Qué idea! Es el hijo de mi nodriza: un infeliz, un bruto... pero
-con buen corazón.</p>
-
-<p>Y tras breve pausa sonaron, amortiguados por los cortinajes, dos
-chasquidos leves y misteriosos, que los sintió Nelet como un par de
-puñaladas. Tal vez era el piano que crujía o la hoja del cuaderno
-que se doblaba; pero el pobre muchacho,<span class="pagenum"
-id="Page_190">p. 190</span> después de un instintivo impulso de correr
-hacia el salón con los puños cerrados, huyó, dejando el capazo en la
-cocina como tarjeta de visita, y ya en la calle arreó su jaco, con los
-serones vacíos, camino de la barraca.</p>
-
-<p>Por tercera vez le robaban su Marieta: ya era bastante.</p>
-
-<p>Ahora solo tendría cariño para su madre; para aquellos terruños que
-apenas arañados correspondían a su caricia, cubriéndose con manto verde
-terciopelo y regalándole el pan.</p>
-
-<p>No volvió más a Valencia: odiaba a la ciudad porque ella estaba
-allí.</p>
-
-<p>Y como los <i>fematers</i> no pagan contribución directa, nadie se
-enteró de que en el gremio había una baja.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch10">
- <p><span class="pagenum" id="Page_191">p. 191</span></p>
- <h2 class="nobreak">En la puerta del cielo</h2>
- <hr class="tir" />
- <p class="centra smaller mt2">CUENTO DE LA HUERTA</p>
- <p class="firma smaller">(<i>Traducido del valenciano</i>)</p>
-</div>
-
-<p>Sentado en el umbral de la puerta de la taberna, el tío
-<i>Beseròles</i>, de Alboraya, trazaba con su hoz rayas en el suelo,
-mirando de reojo a la gente de Valencia que en derredor de la mesilla
-de hojalata empinaba el porrón y metía mano al plato de morcillas en
-aceite.</p>
-
-<p>Todos los días abandonaba su casa con el propósito de trabajar en el
-campo, pero siempre hacía el demonio que encontrase algún amigo en la
-taberna del <i>Ratat</i>, y vaso va, copa viene, lanzaban las campanas
-el toque de mediodía si era de mañana o cerraba la noche, sin que él
-hubiese salido del pueblo.</p>
-
-<p>Allí estaba en cuclillas, con la confianza de un parroquiano
-antiguo, buscando entablar conversación con los forasteros y esperando
-que le convidasen a un trago,<span class="pagenum" id="Page_192">p.
-192</span> con las demás atenciones que se usan entre personas
-finas.</p>
-
-<p>Aparte de que le gustaba menos el trabajo que la visita a la
-taberna, el viejo era un hombre de mérito. ¡Lo que sabía aquel hombre,
-Señor!... ¿Y cuentos?... Por algo le llamaban <i>Beseròles</i><a
-id="FNanchor_1" href="#Footnote_1" class="fnanchor">[1]</a>; porque no
-caía en sus manos un trozo de periódico que no lo leyera de principio a
-fin, cantando las palabras letra por letra.</p>
-
-<div class="footnote">
-
-<p><a id="Footnote_1" href="#FNanchor_1" class="label">[1]</a>
-<i>Abecedario</i> en valenciano.</p>
-
-</div>
-
-<p>La gente lanzaba carcajadas oyendo sus cuentos, especialmente
-aquellos en los que figuraban capellanes y monjas; y el <i>Ratat</i>,
-detrás del mostrador, reía también, contento de ver que los
-parroquianos, para celebrar los relatos, le hacían abrir las espitas
-con frecuencia.</p>
-
-<p>El tío <i>Beseròles</i>, agradeciendo un trago de la gente de
-Valencia, deseaba contar algo, y apenas oyó que uno nombraba a los
-frailes, se apresuró a decir:</p>
-
-<p>—¡Esos sí que son listos!... ¡Quién se la dé a ellos!... Una vez un
-fraile engañó a San Pedro.</p>
-
-<p>Y animado por la curiosa mirada de los forasteros, comenzó su
-cuento:</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_193">p. 193</span>Era un fraile de
-aquí cerca, del convento de San Miguel de los Reyes, el padre Salvador,
-muy apreciado de todos por lo listo y campechano.</p>
-
-<p>Yo no lo he conocido, pero mi abuelo aún se acordaba de haberlo
-visto cuando visitaba a su madre, y con las manos cruzadas sobre la
-panza esperaba el chocolate a la puerta de la barraca. ¡Qué hombre!
-Pesaba sus diez arrobas; cuando le hacían hábito nuevo entraba en él
-toda una pieza de paño; visitaba al día once o doce casas, tragándose
-en cada una sus dos onzas de chocolate, y cuando la madre de mi abuelo
-le preguntaba:</p>
-
-<p>—¿Qué le gusta más, padre Salvador? ¿Unos huevecitos con patatas o
-unas longanizas de la conserva?</p>
-
-<p>Él contestaba con una voz que parecía ronquido:</p>
-
-<p>—Todo mezclado; todo mezclado.</p>
-
-<p>Así estaba él de guapo y rozagante. Por allí donde pasaba parecía
-regalar su salud, y la prueba era que todos los chiquitines que nacían
-en este contorno presentaban sus mismos colores, su cara de luna llena
-y un morrillo que lo menos tenía tres libras de manteca.</p>
-
-<p>Pero todo es malo en este mundo, pasar hambre o comer demasiado, y
-un día, al<span class="pagenum" id="Page_194">p. 194</span> anochecer,
-el padre Salvador, viniendo de un hartazgo para solemnizar el bautizo
-de cierta criatura que tenía toda su estampa, ¡cataplum! dio un
-ronquido que puso en alarma a toda la comunidad y reventó como un odre,
-aunque sea mala comparación.</p>
-
-<p>Ya tenemos a nuestro padre Salvador volando por el aire como un
-cohete, en busca del cielo, pues no tenía duda de que allí estaba el
-sitio de un fraile.</p>
-
-<p>Llegó ante una gran puerta toda de oro, claveteada de perlas, como
-las que saca en las agujas de su peinado la hija del alcalde cuando es
-clavariesa de las fiestas de las solteras.</p>
-
-<p>—¡Toc, toc, toc!...</p>
-
-<p>—¿Quién es? —preguntó desde dentro una voz de viejo.</p>
-
-<p>—Abra, señor San Pedro.</p>
-
-<p>—¿Y quién eres tú?</p>
-
-<p>—Soy el padre Salvador, del convento de San Miguel de los Reyes.</p>
-
-<p>Se abrió un ventanillo y asomó la cabeza el bendito santo, pero
-soltando bufidos y lanzando centellas por sus ojos al través de las
-antiparras. Porque han de saber ustedes que el santo apóstol, como es
-tan viejo, está corto de vista.</p>
-
-<p>—¡<i>Che</i>! ¡poca vergüenza! —gritó hecho<span class="pagenum"
-id="Page_195">p. 195</span> una furia—. ¿A qué vienes aquí? ¡Me
-gusta tu confianza!... ¡Arre allá, poca honra, que aquí no está tu
-puesto!...</p>
-
-<p>—Vamos, señor San Pedro: abra, que se hace de noche. Usted siempre
-está de broma.</p>
-
-<p>—¿Cómo de broma?... Si cojo una tranca, vas a ver lo que es bueno,
-descarado. ¿Crees acaso que no te conozco, demonio con capucha?</p>
-
-<p>—Haga el favor, señor San Pedro: sea bueno para mí. Pecador y todo,
-¿no tendrá un puestecito libre, aunque sea en la portería?</p>
-
-<p>—¡Largo de aquí!... ¡miren qué prenda! Si te permitiera entrar, en
-un día te zamparías nuestra provisión de tortitas con miel, dejando
-en ayunas a los angelitos y los santos. Además, tenemos aquí no sé
-cuántas bienaventuradas que aún son de buen ver, y ¡valiente ocupación
-me caería a mi edad! ¡ir siempre detrás de ti, sin quitarte ojo!...
-Márchate al infierno o acuéstate al fresco en cualquier nube... Se
-acabó la conversación.</p>
-
-<p>El santo cerró furiosamente el ventanillo, y el padre Salvador quedó
-en la oscuridad, oyendo a lo lejos los guitarros y las flautas de los
-angelitos, que aquella noche obsequiaban con <i>albaes</i> a las santas
-más guapas.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_196">p. 196</span>Pasaban las horas,
-y nuestro fraile pensaba ya en tomar el camino del infierno, esperando
-que allí le recibirían mejor, cuando vio salir de entre dos nubes,
-aproximándose lentamente, una mujer tan grande y gorda como él, que
-caminaba balanceándose, empujando su tripa hinchada como un globo.</p>
-
-<p>Era una monjita que había muerto de un cólico de confituras.</p>
-
-<p>—Padre —dijo dulcemente al frailote, mirándolo con ojos tiernos—,
-¿que no abren a estas horas?</p>
-
-<p>—Aguarda; ahora entraremos.</p>
-
-<p>¡Lo que discurría aquel hombre! En un momento acababa de inventar
-una de sus marrullerías.</p>
-
-<p>Ya saben ustedes que los soldados que mueren en la guerra entran
-en el cielo sin obstáculo alguno. Si no lo sabían, ya lo saben. Los
-pobres entran tal como llegan; hasta con botas y espuelas, pues algún
-privilegio merece su desgracia.</p>
-
-<p>—Échate las faldas a la cabeza —ordenó el fraile.</p>
-
-<p>—¡Pero, padre mío! —contestó escandalizada la monjita.</p>
-
-<p>—Haz lo que te digo y no seas tonta —gritó el padre Salvador
-con autoridad—. ¿Quieres disputar conmigo que tengo tantos<span
-class="pagenum" id="Page_197">p. 197</span> estudios? ¿Qué sabes tú del
-modo de entrar en el cielo?</p>
-
-<p>Obedeció la monja ruborizada y en la oscuridad comenzó a lucir una
-circunferencia enorme y blanca, como si hubiese aparecido la luna.</p>
-
-<p>—Ahora aguántate firme.</p>
-
-<p>Y de un salto el padre Salvador púsose a horcajadas sobre el lomo de
-su compañera.</p>
-
-<p>—Padre... ¡que pesa mucho! —gemía sofocada la pobrecita.</p>
-
-<p>—Aguanta y da saltitos: ahora mismo entramos.</p>
-
-<p>San Pedro, que estaba recogiendo las llaves para irse a dormir, vio
-que tocaban en la puerta.</p>
-
-<p>—¿Quién es?</p>
-
-<p>—Un pobre soldado de caballería —contestó una voz triste—. Me acaban
-de matar peleando contra los infieles, enemigos de Dios, y aquí vengo
-sobre mi caballo.</p>
-
-<p>—Pasa, pobrecito, pasa —dijo el santo abriendo media puerta.</p>
-
-<p>Y vio en la sombra al soldado dando talonazos a su corcel, que no
-sabía estarse quieto. ¡Animal más nervioso!... Varias veces intentó el
-venerable portero buscarle la cabeza, pero fue imposible. Dando saltos
-le presentaba siempre la grupa, y al fin, el<span class="pagenum"
-id="Page_198">p. 198</span> santo, temiendo que le soltara un par de
-coces, se apresuró a decir, acariciando con palmaditas aquellas ancas
-finas y gruesas:</p>
-
-<p>—Pasa, soldadito; pasa adelante y veas de aquietar a esta bestia.</p>
-
-<p>Y mientras el padre Salvador se colaba cielo adentro sobre la grupa
-de la monja, San Pedro cerró la puerta por aquella noche, murmurando
-con admiración:</p>
-
-<p>—¡Rediós, y qué batalla están dando allá abajo! ¡Qué modo de pegar!
-A la pobre jaca no le han dejado... ni el rabo.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch11">
- <p><span class="pagenum" id="Page_199">p. 199</span></p>
- <h2 class="nobreak">El establo de Eva</h2>
- <hr class="tir" />
-</div>
-
-<p>Siguiendo con mirada famélica el hervor del arroz en la paella, los
-segadores de la masía escuchaban al tío <i>Correchòla</i>, un vejete
-huesudo que enseñaba por la entreabierta camisa un matorral de pelos
-grises.</p>
-
-<p>Las caras rojas, barnizadas por el sol, brillaban con el reflejo
-de las llamas del hogar, los cuerpos rezumaban el sudor de la penosa
-jornada, saturando de grosera vitalidad la atmósfera ardiente de la
-cocina, y a través de la puerta de la masía, bajo un cielo de color
-violeta, en el que comenzaban a brillar las estrellas, veíanse los
-campos pálidos e indecisos en la penumbra del crepúsculo, unos segados
-ya, exhalando por las resquebrajaduras de su corteza el calor del
-día; otros con ondulantes mantos de espigas, estremeciéndose bajo los
-primeros soplos de la brisa nocturna.</p>
-
-<p>El viejo se quejaba del dolor de sus<span class="pagenum"
-id="Page_200">p. 200</span> huesos. ¡Cuánto costaba ganarse el pan!...
-Y este mal no tenía remedio: siempre existirían pobres y ricos, y el
-que nace para víctima tiene que resignarse. Ya lo decía su abuela:
-la culpa era de Eva, de la primera mujer... ¿De qué no tendrán culpa
-ellas?</p>
-
-<p>Y al ver que sus compañeros de trabajo —muchos de los cuales le
-conocían poco tiempo— mostraban curiosidad por enterarse de la culpa de
-Eva, el tío <i>Correchòla</i> comenzó a contar en pintoresco valenciano
-la mala partida jugada a los pobres por la primera mujer.</p>
-
-<p>El suceso se remontaba nada menos que a algunos años después de
-haber sido arrojado del Paraíso el rebelde matrimonio con la sentencia
-de ganarse el pan trabajando. Adán se pasaba los días destripando
-terrones y temblando por sus cosechas; Eva arreglaba en la puerta de su
-masía sus zagalejos de hojas... y cada año un chiquillo más, formándose
-en torno de ellos un enjambre de bocas que solo sabían pedir pan,
-poniendo en un apuro al pobre padre.</p>
-
-<p>De vez en cuando revoloteaba por allí algún serafín, que venía a dar
-un vistazo al mundo para contar al Señor cómo andaban las cosas de aquí
-abajo después del primer pecado.</p>
-
-<p>—¡Niño!... ¡Pequeñín! —gritaba Eva con<span class="pagenum"
-id="Page_201">p. 201</span> la mejor de sus sonrisas—. ¿Vienes
-de arriba? ¿Cómo está el Señor? Cuando le hables dile que estoy
-arrepentida de mi desobediencia... ¡Tan ricamente que lo pasábamos en
-el Paraíso!... Dile que trabajamos mucho, y solo deseamos volver a
-verle para convencernos de que no nos guarda rencor.</p>
-
-<p>—Se hará como se pide —contestaba el serafín. Y con dos golpes de
-ala, visto y no visto, se perdía entre las nubes.</p>
-
-<p>Menudeaban los recados de este género, sin que Eva fuese atendida.
-El Señor permanecía invisible, y según noticias, andaba muy ocupado en
-el arreglo de sus infinitos dominios, que no lo dejaban un momento de
-reposo.</p>
-
-<p>Una mañana, un correveidile celeste se detuvo ante la masía:</p>
-
-<p>—Oye, Eva; si esta tarde hace buen tiempo, es posible que el Señor
-baje a dar una vueltecita. Anoche, hablando con el arcángel Miguel,
-preguntaba: «¿Qué será de aquellos perdidos?»</p>
-
-<p>Eva quedó como anonadada por tanto honor. Llamó a gritos a Adán,
-que estaba en un bancal vecino doblando, como siempre, el espinazo.
-¡La que se armó en la casa! Lo mismo que en víspera de la fiesta del
-pueblo cuando las mujeres vuelven de Valencia<span class="pagenum"
-id="Page_202">p. 202</span> con sus compras, Eva barrió y regó la
-entrada de la masía, la cocina y los <i>estudis</i>; puso a la cama
-la colcha nueva, fregoteó las sillas con jabón y tierra, y entrando
-en el aseo de las personas, se plantó su mejor saya, endosando a Adán
-una casaquilla de hojas de higuera que le había arreglado para los
-domingos.</p>
-
-<p>Ya creía tenerlo todo corriente, cuando la llamó la atención el
-griterío de su numerosa prole. Eran veinte o treinta... o Dios sabe
-cuántos. ¡Y cuán feos y repugnantes para recibir al Todopoderoso! El
-pelo enmarañado, la nariz con costras, los ojos pitarrosos, el cuerpo
-con escamas de suciedad.</p>
-
-<p>—¡Cómo presento esta pillería! —gritaba Eva—. El Señor dirá que soy
-una descuidada, una mala madre... ¡Claro! los hombres no saben lo que
-es bregar con tanto chiquillo.</p>
-
-<p>Después de muchas dudas, escogió los preferidos (¡qué madre no
-los tiene!), lavó los tres más guapitos, y a cachetes llevó hasta el
-establo a todo aquel rebaño triste y sarnoso, encerrándolo a pesar de
-sus protestas.</p>
-
-<p>Ya era hora. Una nube blanquísima y luminosa descendía por el
-horizonte, y el espacio vibraba con rumor de alas y la melodía<span
-class="pagenum" id="Page_203">p. 203</span> de un coro que se perdía
-en el infinito, repitiendo con mística monotonía: <i>¡Hossana!
-¡hossana!</i>... Ya echaban pie a tierra, ya venían por el camino con
-tal resplandor, que parecía que todas las estrellas del cielo habían
-bajado a pasear por entre los bancales de trigo.</p>
-
-<p>Primero llegó un grupo de arcángeles: el piquete de honor.
-Envainaron las espadas de fuego, dirigieron unos cuantos chicoleos
-a Eva, asegurando que por ella no pasaban años y aún estaba de buen
-ver, y con marcial franqueza se esparcieron después por los campos,
-subiéndose a las higueras, mientras Adán maldecía por lo bajo, dando
-por perdida su cosecha.</p>
-
-<p>Después llegó el Señor: las barbas de resplandeciente plata y en la
-cabeza un triángulo que deslumbraba como el sol. Tras él San Miguel y
-todos los ministros y altos empleados de la corte celestial.</p>
-
-<p>Acogió el Señor a Adán con una sonrisa bondadosa, y a Eva le dio un
-golpecito en la barba diciéndola:</p>
-
-<p>—¡Hola, buena pieza! ¿Ya no eres tan ligera de cascos?</p>
-
-<p>Emocionados por tanta amabilidad, los esposos ofrecieron al
-Señor una silla de brazos. ¡Qué silla, hijos míos! Ancha, cómoda,
-de algarrobo fuerte y con un asiento<span class="pagenum"
-id="Page_204">p. 204</span> de trencilla de esparto del más fino, como
-la puede tener el cura del pueblo.</p>
-
-<p>El Señor, arrellanado muy a su gusto, se enteraba de los negocios de
-Adán, de lo mucho que le costaba ganar el sustento de los suyos.</p>
-
-<p>—Bien, muy bien —decía—. Esto te enseñará a no aceptar los consejos
-de tu mujer. ¿Creías que todo iba a ser la sopa boba del Paraíso?
-Rabia, hijo mío, trabaja y suda; así aprenderás a no atreverte con tus
-mayores.</p>
-
-<p>Pero el Señor, arrepentido de su dureza, añadió con tono
-bondadoso:</p>
-
-<p>—Lo hecho, hecho está, y mi maldición debe cumplirse. Yo solo tengo
-una palabra. Pero ya que he entrado en vuestra casa, no quiero irme sin
-dejar un recuerdo de mi bondad. A ver, Eva, acércame esos chicos.</p>
-
-<p>Los tres arrapiezos formaron en fila frente al Todopoderoso, que los
-examinó atentamente un buen rato.</p>
-
-<p>—Tú —dijo al primero, un gordinflón muy serio, que le escuchaba con
-las cejas fruncidas y un dedo en la nariz—, tú serás el encargado de
-juzgar a tus semejantes. Fabricarás la ley, dirás lo que es delito,
-cambiando cada siglo de opinión, y someterás todos los delincuentes
-a una<span class="pagenum" id="Page_205">p. 205</span> misma
-regla, que es como si a todos los enfermos los curasen con el mismo
-medicamento.</p>
-
-<p>Después señaló al otro, un morenito vivaracho, siempre con un palo
-para sacudir a sus hermanos.</p>
-
-<p>—Tú serás un guerrero, un caudillo. Llevarás tras de ti a los
-hombres como el rebaño que marcha al matadero, y sin embargo, te
-aclamarán; la gente, al verte cubierto de sangre, te admirará como
-un semidiós. Si los otros matan serán criminales; si tú matas, serás
-héroe. Inunda de sangre los campos, pasa los pueblos a hierro y fuego,
-destruye, mata, y te cantarán los poetas y escribirán tus hazañas
-los historiadores. Los que sin ser tú hagan lo mismo, arrastrarán
-cadenas.</p>
-
-<p>Reflexionó el Señor un momento, y se dirigió al tercero:</p>
-
-<p>—Tú acapararás las riquezas del mundo, serás comerciante, prestarás
-dinero a los reyes tratándolos como iguales, y si arruinas todo un
-pueblo, el mundo admirará tu habilidad.</p>
-
-<p>El pobre Adán lloraba de agradecimiento, mientras Eva, inquieta y
-temblorosa, intentaba decir algo, sin decidirse a ello. En su corazón
-de madre se agitaba el remordimiento; pensaba en los pobrecitos<span
-class="pagenum" id="Page_206">p. 206</span> encerrados en el establo,
-que iban a quedar excluidos del reparto de mercedes.</p>
-
-<p>—Voy a enseñárselos —decía por lo bajo a su marido.</p>
-
-<p>Y este, tímido siempre, se oponía murmurando:</p>
-
-<p>—Sería demasiado atrevimiento. Se enfadará el Señor.</p>
-
-<p>Justamente, el arcángel Miguel, que había venido de mala gana a la
-casa de aquellos réprobos, daba prisas a su amo:</p>
-
-<p>—Señor, que es tarde.</p>
-
-<p>El Señor se levantó, y la escolta de arcángeles, bajando de los
-árboles, acudió corriendo para presentar armas a la salida.</p>
-
-<p>Eva, impulsada por su remordimiento, corrió al establo, abriendo la
-puerta.</p>
-
-<p>—Señor, que aún quedan más. Algo para estos pobrecitos.</p>
-
-<p>El Todopoderoso miró con extrañeza aquella caterva sucia y asquerosa
-que se agitaba en el estiércol como un montón de gusanos.</p>
-
-<p>—Nada me queda que dar —dijo—. Sus hermanos se lo han llevado todo.
-Ya pensaré, mujer; ya veremos más adelante.</p>
-
-<p>San Miguel empujaba a Eva para que no importunase más al amo, pero
-ella seguía suplicando:</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_207">p. 207</span></p>
-
-<p>—Algo, Señor; dadles cualquier cosa. ¿Qué van a hacer estos pobres
-en el mundo?</p>
-
-<p>El Señor deseaba irse, y salió de la masía.</p>
-
-<p>—Ya tienen destino —dijo a la madre—. Esos se encargarán de servir y
-mantener a los otros.</p>
-
-<p>—Y de aquellos infelices —terminó el viejo segador— que nuestra
-primera madre ocultó en el establo, descendemos nosotros los que
-vivimos encorvados sobre la tierra.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch12">
- <p><span class="pagenum" id="Page_209">p. 209</span></p>
- <h2 class="nobreak">La tumba de Alí-Bellús</h2>
- <hr class="tir" />
-</div>
-
-<p>—Era en aquel tiempo —dijo el escultor García— en que me dedicaba,
-para conquistar el pan, a restaurar imágenes y dorar altares, corriendo
-de este modo casi todo el reino de Valencia.</p>
-
-<p>Tenía un encargo de importancia: restaurar el altar mayor de la
-iglesia de Bellús, obra pagada con cierta manda de una vieja señora, y
-allá fui con dos aprendices, cuya edad no se diferenciaba mucho de la
-mía.</p>
-
-<p>Vivíamos en casa del cura, un señor incapaz de reposo, que apenas
-terminaba su misa ensillaba el macho para visitar a los compañeros
-de las vecinas parroquias o empuñaba la escopeta, y con balandrán
-y gorro de seda salía a despoblar de pájaros la huerta. Y mientras
-él andaba por el mundo, yo, con mis dos compañeros, metidos en la
-iglesia, sobre los andamios del<span class="pagenum" id="Page_210">p.
-210</span> altar mayor, complicada fábrica del siglo <span
-class="asc">XVII</span>, sacando brillo a los dorados o alegrándoles
-los mofletes a todo un tropel de angelitos que asomaban entre la
-hojarasca como chicuelos juguetones.</p>
-
-<p>Por las mañanas, terminada la misa, quedábamos en absoluta soledad.
-La iglesia era una antigua mezquita de blancas paredes; sobre los
-altares laterales extendían las viejas arcadas su graciosa curva, y
-todo el templo respiraba ese ambiente de silencio y frescura que parece
-envolver a las construcciones árabes. Por el abierto portón veíamos
-la plaza solitaria inundada de sol; oíamos los gritos de los que se
-llamaban allá lejos, a través de los campos, rasgando la inquietud de
-la mañana, y de vez en cuando las gallinas entraban irreverentemente
-en el templo, paseando ante los altares con grave contoneo, hasta
-que huían asustadas por nuestros cantos. Hay que advertir que,
-familiarizados con aquel ambiente, estábamos en el andamio como
-en un taller, y yo obsequiaba a aquel mundo de santos, vírgenes y
-ángeles inmóviles y empolvados por los siglos, con todas las romanzas
-aprendidas en mis noches de <i>paraíso</i>, y tan pronto cantaba a la
-<i>celeste Aida</i> como repetía los voluptuosos arrullos de Fausto en
-el jardín.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_211">p. 211</span>Por eso veía con
-desagrado por las tardes cómo invadían la iglesia algunas vecinas del
-pueblo, comadres descaradas y preguntonas que seguían el trabajo de
-mis manos con atención molesta, y hasta osaban criticarme por si no
-sacaba bastante brillo al follaje de oro o ponía poco bermellón en la
-cara de un angelito. La más guapetona y la más rica, a juzgar por la
-autoridad con que trataba a las demás, subía algunas veces al andamio,
-sin duda para hacerme sentir de más cerca su rústica majestad, y allí
-permanecía, no pudiendo moverme sin tropezar con ella.</p>
-
-<p>El piso de la iglesia era de grandes ladrillos rojos, y tenía en el
-centro, empotrada en un marco de piedra, una enorme losa con anilla de
-hierro. Estaba yo una tarde imaginando qué habría debajo, y agachado
-sobre la losa rascaba con un hierro el polvo petrificado de las
-junturas, cuando entró aquella mujerona, la <i>siñá</i> Pascuala, que
-pareció extrañarse mucho al verme en tal ocupación.</p>
-
-<p>Toda la tarde la pasó cerca de mí, en el andamio, sin hacer caso de
-sus compañeras que parloteaban a nuestros pies, mirándome fijamente
-mientras se decidía a soltar la pregunta que revoloteaba en sus
-labios. Por fin la soltó. Quería saber qué<span class="pagenum"
-id="Page_212">p. 212</span> hacía yo sobre aquella losa que nadie en
-el pueblo, ni aun los más ancianos, habían visto nunca levantada.
-Mis negativas excitaron más su curiosidad, y por burlarme de ella me
-entregué a un juego de muchacho, arreglando las cosas de modo que todas
-las tardes, al llegar a la iglesia, me encontraba mirando la losa,
-hurgando en sus junturas.</p>
-
-<p>Di fin a la restauración, quitamos los andamios; el altar lucía
-como un ascua de oro, y cuando le echaba la última mirada, vino la
-curiosa comadre a intentar por otra vez hacerse partícipe de <i>mi
-secreto</i>.</p>
-
-<p>—<i>Dígameu</i>, pintor —suplicaba—. Guardaré el <i>secret</i>.</p>
-
-<p>Y el pintor (así me llamaban), como era entonces un joven alegre
-y había de marchar en el mismo día, encontró muy oportuno aturdir a
-aquella impertinente con una absurda leyenda. La hice prometer un
-sinnúmero de veces, con gran solemnidad, que no repetiría a nadie mis
-palabras, y solté cuantas mentiras me sugirió mi afición a las novelas
-interesantes.</p>
-
-<p>Yo había levantado aquella losa por arte maravilloso que me
-callaba, y visto cosas extraordinarias. Primero una escalera honda,
-muy honda: después estrechos pasadizos, vueltas y revueltas; por fin
-una<span class="pagenum" id="Page_213">p. 213</span> lámpara que debía
-estar ardiendo centenares de años, y tendido en una cama de mármol
-un <i>tío</i> muy grande, con la barba hasta el vientre, los ojos
-cerrados, una espada enorme sobre el pecho y en la cabeza una toalla
-arrollada con una media luna.</p>
-
-<p>—Será un <i>mòro</i> —interrumpió ella con suficiencia.</p>
-
-<p>Sí, un moro. ¡Qué lista era! Estaba envuelto en un manto que
-brillaba como el oro, y a sus pies una inscripción en letras
-enrevesadas que no las entendería el mismo cura; pero como yo era
-pintor, y los pintores lo saben todo, la había leído de corrido. Y
-decía... decía... ¡ah, sí! decía: «Aquí yace Alí-Bellús; su mujer Sarah
-y su hijo Macael le dedican este último recuerdo.»</p>
-
-<p>Un mes después supe en Valencia lo que ocurrió apenas abandoné
-el pueblo. En la misma noche, la <i>siñá</i> Pascuala juzgó que era
-bastante heroísmo callarse durante algunas horas, y se lo dijo todo
-a su marido, el cual lo repitió al día siguiente en la taberna.
-Estupefacción general. ¡Vivir toda la vida en el pueblo, entrar todos
-los domingos en la iglesia y no saber que bajo sus pies estaba el
-hombre de la gran barba, de la toalla en la cabeza, el marido de
-Sarah, el padre de Macael, el gran Alí-Bellús,<span class="pagenum"
-id="Page_214">p. 214</span> que indudablemente habría sido el fundador
-del pueblo!... Y todo esto lo había visto un forastero, sin más trabajo
-que llegar, y ellos no. ¡Cristo!</p>
-
-<p>Al domingo siguiente, apenas el cura abandonó el pueblo para comer
-con un párroco vecino, una gran parte del vecindario corrió a la
-iglesia. El marido de la <i>siñá</i> Pascuala anduvo a palos con el
-sacristán para quitarle las llaves, y todos, hasta el alcalde y el
-secretario, entraron con picos, palancas y cuerdas. ¡Lo que sudaron!...
-En dos siglos lo menos no había sido levantada aquella losa, y los
-mozos más robustos, con los bíceps al aire y el cuello hinchado por los
-esfuerzos, pugnaban inútilmente por removerla.</p>
-
-<p>—¡<i>Fòrsa, fòrsa</i>! —gritaba la Pascuala capitaneando aquella
-tropa de brutos—. ¡<i>Abaix</i> está el <i>mòro</i>!</p>
-
-<p>Y animados por ella redoblaron todos sus esfuerzos, hasta que
-después de una hora de bufidos, juramentos y sudor a chorros,
-arrancaron no solo la losa, sino el marco de piedra, saltando tras él
-una gran parte de los ladrillos del piso. Parecía que la iglesia se
-venía abajo. Pero buenos estaban ellos para fijarse en el destrozo...
-Todas las miradas eran para la lóbrega sima que acababa de abrirse ante
-sus pies.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_215">p. 215</span>Los más valientes
-rascábanse la cabeza con visible indecisión; pero uno más audaz se
-hizo atar una cuerda a la cintura y se deslizó murmurando un credo. No
-se cansó mucho en el viaje. Su cabeza estaba aún a la vista de todos
-cuando sus pies tocaban ya el fondo.</p>
-
-<p>—¿Qué <i>veus</i>? —preguntaban los de arriba con ansiedad.</p>
-
-<p>Y él se agitaba en aquella lobreguez, sin tropezar con otra cosa
-que montones de paja arrojada allí hacía muchos años después de un
-desestero, y que putrefacta por las filtraciones despedía un hedor
-insufrible.</p>
-
-<p>—¡Busca, busca! —gritaban las cabezas formando un marco gesticulante
-en torno de la lóbrega abertura. Pero el explorador solo encontraba
-coscorrones, pues al avanzar su cabeza chocaba contra las paredes.
-Bajaron otros mozos, acusando de torpeza al primero, pero al fin
-tuvieron que convencerse de que aquel pozo no tenía salida alguna.</p>
-
-<p>Se retiraron mohínos entre la rechifla de los chicuelos, ofendidos
-porque les habían dejado fuera de la iglesia, y el griterío de las
-mujeres, que aprovechaban la ocasión para vengarse de la orgullosa
-Pascuala.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_216">p. 216</span>—¿<i>Com</i> está
-Alí-Bellús? —preguntaban—. ¿Y su hijo Macael?</p>
-
-<p>Para colmo de sus desdichas, al ver el cura roto el piso de su
-iglesia y enterarse de lo ocurrido, púsose furioso; quiso excomulgar al
-pueblo por sacrílego, cerrar el templo, y únicamente se calmó cuando
-los aterrados descubridores de Alí-Bellús prometieron construir a sus
-expensas un pavimento mejor.</p>
-
-<p>—¿Y no ha vuelto usted allá? —preguntaron al escultor algunos de sus
-oyentes.</p>
-
-<p>—Me guardaré mucho. Más de una vez he encontrado en Valencia a
-alguno de los chasqueados; pero ¡debilidad humana! al hablar conmigo se
-reían del suceso, lo encontraban muy gracioso, y aseguraban que ellos
-eran de los que presintiendo la jugarreta, se quedaron a la puerta de
-la iglesia. Siempre han terminado la conversación invitándome a ir
-allá para pasar un día divertido; cuestión de comerse una paella...
-¡Que vaya el demonio! Conozco a mi gente. Me invitan con una sonrisa
-angelical, pero instintivamente guiñan el ojo izquierdo como si ya
-estuvieran echándose la escopeta a la cara.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch13">
- <p><span class="pagenum" id="Page_217">p. 217</span></p>
- <h2 class="nobreak">El dragón del Patriarca</h2>
- <hr class="tir" />
- <p class="centra smaller mt2">TRADICIÓN VALENCIANA</p>
-</div>
-
-<p>Todos los valencianos hemos temblado de niños ante el monstruo
-enclavado en el atrio del Colegio del Patriarca, la iglesia fundada
-por el beato Juan de Ribera. Es un cocodrilo relleno de paja, con
-las cortas y rugosas patas pegadas al muro y entreabierta la enorme
-boca, con una expresión de repugnante horror que hace retroceder a los
-pequeños, hundiéndose en las faldas de sus madres.</p>
-
-<p>Dicen algunos que está allí como símbolo del silencio, y con igual
-significado aparece en otras iglesias del reino de Aragón, imponiendo
-recogimiento a los fieles; pero el pueblo valenciano no cree en tales
-explicaciones; sabe mejor que nadie el origen del espantoso animalucho,
-la historia verídica e interesante del famoso <i>dragón del<span
-class="pagenum" id="Page_218">p. 218</span> Patriarca</i>, y todos los
-nacidos en Valencia la recordamos como se recuerdan los cuentos <i>de
-miedo</i> oídos en la niñez.</p>
-
-<div class="aster"><sub>*</sub><sup>*</sup><sub>*</sub></div>
-
-<p>Era cuando Valencia tenía un perímetro no mucho más grande que los
-barrios tranquilos, soñolientos y como muertos, que rodean la Catedral.
-La Albufera, inmensa laguna casi confundida con el mar, llegaba hasta
-las murallas; la huerta era un enmarañado marjal de juncos y cañas que
-aguardaba en salvaje calma la llegada de los árabes que la cruzasen de
-acequias grandes y pequeñas, formando la maravillosa red que transmite
-la sangre de la fecundidad, y donde hoy es el Mercado extendíase el
-río, amplio, lento, confundiendo y perdiendo su corriente en las aguas
-muertas y cenagosas.</p>
-
-<p>Las puertas de la ciudad inmediatas al Turia permanecían cerradas
-los más de los días, o se entreabrían tímidamente para chocar con el
-estrépito de la alarma apenas se movían los vecinos cañaverales. A
-todas horas había gente en las almenas, pálida de emoción y curiosidad,
-con el gesto del que desea contemplar de lejos algo horrible y al mismo
-tiempo teme verlo.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_219">p. 219</span>Allí, en el
-río, estaba el peligro de la ciudad, la pesadilla de Valencia, la
-mala bestia cuyo recuerdo turbaba el sueño de las gentes honradas,
-haciendo amargo el vino y desabrido el pan. En un ribazo, entre
-aplastadas marañas de juncos, un lóbrego y fangoso agujero, y en el
-fondo, durmiendo la siesta de la digestión, entre peladas calaveras y
-costillas rotas, el dragón, un horrible y feroz animalucho nunca visto
-en Valencia, enviado, sin duda, por el Señor —según decían las viejas
-ciudadanas— para castigo de pecadores y terror de los buenos.</p>
-
-<p>¡Qué no hacía la ciudad para librarse de aquel vecino molesto que
-turbaba su vida!... Los mozos bravos de cabeza ligera —y bien sabe el
-diablo que en Valencia no faltan— excitábanse unos a otros y echaban
-suertes para salir contra la bestia, marchando a su encuentro con
-hachas, lanzas, espadas y cuchillos. Pero apenas se aproximaban a
-la cueva del dragón, sacaba este el morro, se ponía en facha para
-acometer, y partiendo en línea recta veloz como un rayo, a este quiero
-y al otro no, mordisco aquí y zarpazo allá, desbarataba el grupo;
-escapaban los menos, y el resto paraba en el fondo del negro agujero,
-sirviendo de pasto a la fiera para toda la semana.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_220">p. 220</span>La religión,
-viniendo en auxilio de los buenos y recelando las infernales artes
-del maléfico en esta horrorosa calamidad, quiso entrar en combate con
-la bestia, y un día el clero, con su obispo a la cabeza, salió por
-las puertas de Valencia, dirigiéndose valerosamente al río con gran
-provisión de latines y agua bendita. La muchedumbre contemplaba ansiosa
-desde las murallas la marcha lenta de la procesión; el resplandor de
-las bizantinas casullas con sus fajas blancas orladas de negras cruces;
-el centellear de la mitra de terciopelo rojo con piedras preciosas y el
-brillo de los lustrosos cráneos de los sacerdotes.</p>
-
-<p>El monstruo, deslumbrado por este aparato extraordinario, les
-dejaba aproximarse, pero pasada la primera impresión movió sus cortas
-patas, abrió la boca como bostezando, y esto bastó para que todos
-retrocediesen con tanta prudencia como prisa, precaución feliz a la que
-debieron los valencianos que la fiera no se almorzara medio cabildo.</p>
-
-<p>Se acabó. Todos reconocían la imposibilidad de seguir luchando con
-tal enemigo. Había que esperar a que el dragón muriese de viejo o de un
-hartazgo; mientras tanto, que cada cual se resignara a morir devorado
-cuando le llegara el turno.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_221">p. 221</span>Acabaron por
-familiarizarse con aquel bicho ruin como con la idea de la muerte,
-considerándolo una calamidad inevitable, y el valenciano que salía a
-trabajar sus campos, apenas escuchaba ruido cerca de la senda y veía
-ondear la maleza, murmuraba con desaliento y resignación:</p>
-
-<p>—Me tocó la mala. Ya está ahí <i>ese</i>. Siquiera que acabe pronto
-y no me haga sufrir.</p>
-
-<p>Como ya no quedaban hombres que fuesen en busca del dragón, este iba
-al encuentro de la gente para no pasar hambre en su agujero. Daba la
-vuelta a la ciudad, se agazapaba en los campos, corría los caminos, y
-muchas veces en su insolencia se arrastraba al pie de las murallas y
-pegaba el hocico a las rendijas de las fuertes puertas, atisbando si
-alguien iba a salir.</p>
-
-<p>Era un maldito que parecía estar en todas partes. El pobre
-valenciano, al plantar el arroz encorvándose sobre la charca, sentía
-en lo mejor de su trabajo algo que le acariciaba por cerca de la
-espalda, y al volverse tropezaba con el morro del dragón, que se abría
-y se abría como si la boca le llegase hasta la cola, y ¡zas! de un
-golpe lo trituraba. El buen burgués que en las tardes de verano daba
-un paseíto por las afueras, veía salir de entre los matorrales<span
-class="pagenum" id="Page_222">p. 222</span> una garra rugosa que
-parecía decirle: «¡Hola, amigo!», y con un zarpazo irresistible se veía
-arrastrado hasta el fondo del fangoso agujero donde la bestia tenía su
-comedor.</p>
-
-<p>Al mediodía, cuando el dragón inmóvil en el barro como un tronco
-escamoso tomaba el sol, los tiradores de arco, apostados entre dos
-almenas, le largaban certeros saetazos. ¡Tontería! Las flechas
-rebotaban sobre el caparazón y el monstruo hacía un ligero movimiento,
-como si en torno de él zumbase un mosquito.</p>
-
-<p>La ciudad se despoblaba rápidamente, y hubiese quedado totalmente
-abandonada a no ocurrírsele a los jueces sentenciar a muerte a cierto
-vagabundo, merecedor de horca por delitos que llamaron la atención en
-una época en que se mataba y robaba sin dar a esto otra importancia que
-la de naturales desahogos.</p>
-
-<p>El reo, un hombre misterioso, una especie de judío que había
-recorrido medio mundo y hablaba en idiomas raros, pidió gracia. Él se
-encargaba de matar el dragón a cambio de rescatar su vida. ¿Convenía el
-trato?...</p>
-
-<p>Los jueces no tuvieron tiempo para deliberar, pues la ciudad
-les aturdió con su clamoreo. Aceptado, aceptado: la muerte<span
-class="pagenum" id="Page_223">p. 223</span> del dragón bien valía la
-gracia de un tuno.</p>
-
-<p>Le ofrecieron para su empresa las mejores armas de la ciudad, pero
-el vagabundo sonrió desdeñosamente, limitándose a pedir algunos días
-para prepararse. Los jueces, de acuerdo con él, dejáronle encerrado
-en una casa, donde todos los días entraban algunas cargas de leña y
-una regular cantidad de vasos y botellas recogidos en las principales
-casas de la ciudad. Los valencianos agolpábanse en torno de la casa,
-contemplando de día el negro penacho de humo, y por la noche el
-resplandor rojizo que arrojaba la chimenea. Lo misterioso de los
-preparativos dábales fe. ¡Aquel brujo sí que mataba al dragón!...</p>
-
-<p>Llegó el día del combate, y todo el vecindario se agolpó en las
-murallas, anhelante y pálido de ansiedad. Colgaban sobre las barbacanas
-racimos de piernas; agitábanse entre las almenas inquietas masas de
-cabezas.</p>
-
-<p>Se abrió cautelosamente un postigo, dejando solo espacio para que
-saliera el combatiente, y volvió a cerrarse con la precipitación del
-miedo. La muchedumbre lanzó una exclamación de desaliento. Aguardaba
-algo extraordinario en el paladín misterioso, y le veía cubierto con
-un manto y un capuchón de lana burda, sin más<span class="pagenum"
-id="Page_224">p. 224</span> arma que una lanza... ¡Otro al saco! Aquel
-judío se lo engullía la malhadada bestia en un avemaría.</p>
-
-<p>Pero él, insensible al general desaliento, marchaba en línea recta
-hacia la cueva. Justamente, el dragón hacía días que estaba rabiando de
-hambre. Quedábase la gente en la ciudad, y la fiera ayunaba, rugiendo
-al husmear el rebaño humano guardado por las fuertes murallas.</p>
-
-<p>Vieron todos cómo al aproximarse el vagabundo asomaba por el embudo
-de barro el picudo morro de la fiera y sus rugosas patas delanteras.
-Después, con un pesado esfuerzo, sacó del agujero el corpachón escamoso
-por cuyo interior había pasado medio Valencia.</p>
-
-<p>¡<i>Brrrr</i>! Y rugiendo de hambre, abrió una bocaza que, aun vista
-de lejos, hizo correr un estremecimiento por las espaldas de todos
-los valencianos. Pero al mismo tiempo ocurrió una cosa portentosa. El
-combatiente dejó caer al suelo la capa y la capucha, y todo el pueblo
-se llevó las manos a los ojos como deslumbrado. Aquel hombre era un
-ascua luminosa; una llama que marchaba rectamente hacia el dragón,
-un fantasma de fuego que no podía ser contemplado más de un segundo.
-Iba cubierto con una vestidura de cristal, con<span class="pagenum"
-id="Page_225">p. 225</span> una armadura de espejos en la que se
-reflejaba el sol, rodeándolo con un nimbo de deslumbrantes rayos.</p>
-
-<p>La bestia, que iba a lanzarse sobre él, parpadeó temblorosa,
-deslumbrada, y comenzó a retroceder.</p>
-
-<p>El vagabundo avanzaba arrogante y seguro de la victoria, como en
-la leyenda wagneriana el valeroso Sigfrido marchaba al encuentro del
-dragón <i>Fafner</i>.</p>
-
-<p>Los rayos de la armadura anonadaban a la fiera. Su espantable
-figura, reproducida en la coraza, en el escudo, en todas las partes
-de la armadura con infinito espejismo, la turbaban, obligándola a
-retroceder. Al fin, cegada, confusa, presa del mareo de lo desconocido,
-se dejó caer en su agujero, y con un supremo esfuerzo, por conservar su
-prestigio, abrió la bocaza para rugir ¡<i>Brrrr</i>!</p>
-
-<p>¡Allí de la lanza! La hundió toda en las horribles fauces del
-deslumbrado monstruo, repitiendo los golpes entre los aplausos de la
-muchedumbre, que saludaba cada metido como una bendición de Dios. Los
-chorros de sangre negra y nauseabunda mancharon la límpida armadura, y
-enardecidos por la agonía del enemigo, todos los vecinos salieron al
-campo. Hubo algunos que por llegar antes se arrojaron de cabeza<span
-class="pagenum" id="Page_226">p. 226</span> desde las murallas, siendo
-con esto las postreras víctimas del dragón.</p>
-
-<p>Todos querían ver de cerca al monstruo y abrazar al matador.</p>
-
-<p>¡Se salvó Valencia! Desde aquel día comenzó a vivir tranquila.</p>
-
-<p>De tan memorable jornada no ha quedado el nombre del héroe, ni
-siquiera su maravillosa armadura de espejos. Sin duda se la rompieron
-en plena ovación, al llevarle triunfante de abrazo en abrazo.</p>
-
-<p>Pero queda el dragón, con su vientre atiborrado de paja, por donde
-pasaron muchos de nuestros abuelos.</p>
-
-<p>Y quien dude de la veracidad del suceso, no tiene más que asomarse
-al atrio del Colegio del Patriarca, que allí está la malvada bestia
-como irrecusable testigo.</p>
-
-
-<p class="centra mt2">FIN</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ToC">
- <p><span class="pagenum" id="Page_227">p. 227</span></p>
- <h2 class="nobreak g1">ÍNDICE</h2>
- <hr class="tir" />
-</div>
-
-<table class="toc" summary="">
- <tr>
- <td>&nbsp;</td>
- <td class="tdc smaller bb">Págs.</td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdlh"><a href="#Ch1"><i>Dimòni</i></a></td>
- <td class="tdrb">5</td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdlh"><a href="#Ch2">¡Cosas de hombres!...</a></td>
- <td class="tdrb">21</td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdlh"><a href="#Ch3">La cencerrada</a></td>
- <td class="tdrb">33</td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdlh"><a href="#Ch4">La apuesta del <i>esparrelló</i></a></td>
- <td class="tdrb">71</td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdlh"><a href="#Ch5">La caperuza</a></td>
- <td class="tdrb">85</td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdlh"><a href="#Ch6">Noche de bodas</a></td>
- <td class="tdrb">99</td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdlh"><a href="#Ch7">La corrección</a></td>
- <td class="tdrb">133</td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdlh"><a href="#Ch8">Guapeza valenciana</a></td>
- <td class="tdrb">143</td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdlh"><a href="#Ch9">El <i>femater</i></a></td>
- <td class="tdrb">165</td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdlh"><a href="#Ch10">En la puerta del cielo</a></td>
- <td class="tdrb">191</td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdlh"><a href="#Ch11">El establo de Eva</a></td>
- <td class="tdrb">199</td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdlh"><a href="#Ch12">La tumba de Alí-Bellús</a></td>
- <td class="tdrb">209</td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdlh"><a href="#Ch13">El dragón del Patriarca</a></td>
- <td class="tdrb">217</td>
- </tr>
-</table>
-
-<hr class="chap" />
-
-
-<hr class="full" />
-
-<div style='display:block; margin-top:4em'>*** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK CUENTOS VALENCIANOS ***</div>
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-Section 2. Information about the Mission of Project Gutenberg&#8482;
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-Sections 3 and 4 and the Foundation information page at www.gutenberg.org.
-</div>
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-Section 3. Information about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation
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-The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non-profit
-501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the
-state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal
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-The Foundation&#8217;s business office is located at 809 North 1500 West,
-Salt Lake City, UT 84116, (801) 596-1887. Email contact links and up
-to date contact information can be found at the Foundation&#8217;s website
-and official page at www.gutenberg.org/contact
-</div>
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-Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg Literary Archive Foundation
-</div>
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-Section 5. General Information About Project Gutenberg&#8482; electronic works
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-Professor Michael S. Hart was the originator of the Project
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-freely shared with anyone. For forty years, he produced and
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-
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