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If you are not located in the United States, you -will have to check the laws of the country where you are located before -using this eBook. - -Title: El caballero encantado - Cuento real... inverosímil - -Author: Benito Pérez Galdós - -Release Date: January 8, 2022 [eBook #67126] - -Language: Spanish - -Produced by: Ramón Pajares Box and the Online Distributed Proofreading - Team at https://www.pgdp.net (This file was produced from - images generously made available by The Internet - Archive/Canadian Libraries) - -*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK EL CABALLERO ENCANTADO *** - - -NOTA DE TRANSCRIPCIÓN - - * Las cursivas se muestran entre _subrayados_, las indicaciones o - acotaciones escénicas entre ~virgulillas~ y las versalitas se han - convertido a MAYÚSCULAS. - - * Los errores de imprenta han sido corregidos. - - * La ortografía del texto original ha sido modernizada de acuerdo con - las normas publicadas en 2010 por la Real Academia Española. - - * Se convierten los entrecomillados en rayas iniciales de diálogo - donde el texto adopta forma dialogada. Se espacian las restantes - rayas según las convenciones ortotipográficas más recientes. - - * En el original impreso, las indicaciones o acotaciones escénicas - se distinguen del texto principal por su menor tamaño. En esta - transcripción se presentan además en cursiva. - - - - - EL - CABALLERO ENCANTADO - - - - - Es propiedad. Queda hecho - el depósito que marca la ley. - Serán furtivos los ejemplares - que no lleven el sello del - autor. - - - - - B. PÉREZ GALDÓS - NOVELAS ESPAÑOLAS CONTEMPORÁNEAS - - EL - CABALLERO ENCANTADO - - (CUENTO REAL... INVEROSÍMIL) - - 9.000 - - [Ilustración] - - MADRID - PERLADO, PÁEZ Y COMPAÑÍA - (Sucesores de Hernando) - Arenal, 11 - 1909 - - - - - EST. TIP. DE LA VIUDA E HIJOS DE TELLO - IMPRESOR DE CÁMARA DE S. M. - C. de San Francisco, 4 - - - - -EL CABALLERO ENCANTADO - -I - -De la educación, principios y ociosa juventud del caballero. - - -El héroe (por fuerza) de esta fábula verdadera y mentirosa, don Carlos -de Tarsis y Suárez de Almondar, Marqués de Mudarra, Conde de Zorita -de los Canes, era un señorito muy galán y de hacienda copiosa, criado -con mimo y regalo como retoño único de padres opulentos, sometido en -su adolescencia verde a la preceptoría de un clérigo maduro, que debía -enderezarle la conciencia y henchirle el caletre de conocimientos -elementales. Por voces públicas se sabe que quedó huérfano a los veinte -años, desgracia lastimosa y rápida, pues padre y madre fallecieron con -diferencia tan solo de tres meses, dejándole debajo de la autoridad -de un tutor ni muy blando ni muy riguroso; sábese que en este tiempo -Carlitos se deshizo del clérigo, despachándole con buen modo, y se -dedicó a _desaprender_ las insípidas enseñanzas de su primer maestro, -y a llenar con ávidas lecturas los vacíos del cerebro. - -Lo que se decía del señor Marqués de Torralba de Sisones, padrino -y tutor de Carlitos, es como sigue: Aunque el buen señor vivía en -continuo metimiento con gente de sotana y hocicaba con el Nuncio y el -Marqués de Yébenes, estaba, como quien dice, forrado por dentro de -tolerancia y benignidad, virtudes que no eran más que formas de pereza. -Por esta razón gastó manga muy ancha con su pupilo, y no le puso -ningún reparo para que leyese cuanto le pidieran el cuerpo y el alma, -ni para mantener constante trato con muchachos de ideas ardorosas y -atropellada condición, despiertos, redichos, incrédulos como demonios. -Pero en estas menudencias o chiquilladas no paraba mientes el Marqués -tutor, caballero de cortas luces. A su ahijado no exigía más que un -cumplimiento exacto de las fórmulas y reglas del honor, la cortesía, el -decoro en las apariencias. Nada de escándalos, nada de singularizarse -en sitios públicos; evitar en todo caso la nota de cursi; proceder -siempre con distinción; divertirse honestamente; al teatro a ver obras -morales, cuando las hubiere; a misa los domingos por el _que no digan_, -y por las noches, a casita temprano. - -Mayor de edad, se halló Carlos de Tarsis entregado a sí mismo, -libre, con dinero, que es doble riqueza y libertad doble, ventajas -realzadas por la personal belleza y elegancia. Mirando a lo del alma, -aparecían en don Carlos las virtudes caballerescas, y además la gracia, -el ingenio, el don de simpatía, y por último, se despertó en él -furiosamente el ansia de satisfacer todos los goces de la vida, sin -poner en ello tasa ni freno. - -El primer impulso de don Carlos, apurados los gustos de Madrid, fue -irse en busca de los de París, donde se engolfó en diversiones sin -cuento, y en los variados deleites de que es maestra la grande y -espiritual Metrópoli. Bélgica, Londres y algunas partes de Alemania le -tuvieron después de París, y en todos aquellos reinos y en la capital -de Inglaterra, que forma como un reino por sí sola, gozó y estudió -el de Tarsis, con más goce que estudio; pues este fue siempre somero -y sin método, hartazgo de ideas que se desmentían unas a otras, y -atarugaban el cerebro de un picadillo de mil substancias diferentes. -Cuando a Madrid volvía, encontraba el caballero a nuestra capital muy -provinciana, como arrabal distante que recibía de lejos la irradiación -de la cultura europea; pero se acomodaba sin esfuerzo al ambiente -social de esta Villa, por los muchos amigos que aquí le bailaban el -agua, por el sinnúmero de señoras guapas, de señoritas muy monas y de -lindas muchachas plebeyas que son preservativo contra el aburrimiento, -y por la franqueza democrática con que nos juntamos y comemos en este -magnífico bodegón. - -Al año siguiente fue don Carlos a Italia, en primavera, y en otoño a -Viena y Budapest. Otras partes de Europa hubo de recorrer viendo y -gozando, hasta que, apaciguado su ardor centrífugo, le encontramos -residente todo el año en Madrid, su patria, a los cinco o más años -de su mayor edad y cuando no había llegado aún a los treinta de su -existencia. Y es cosa probada que ya se le habían escurrido por entre -los dedos todas las rentas y alguna parte de su cuantioso capital, -motivado al lujo y refinamiento de sus regocijos en distintas tierras -civilizadas. La civilización devora sin piedad a los que acuden a -estudiarla prácticamente en sus ramificaciones más halagüeñas. - -En la Villa del Oso hizo el caballero vida ociosa y descuidada. A -sus amores con la Marquesa que honestamente llamaremos _de Equis_, -sucedió el trapicheo con la viuda jovencita de un coronel, a quien por -pudor llamaremos _Hache_. La afición de don Carlos al mujerío era una -dolencia crónica, y como en los intermedios buscaba descanso a la vera -del tapete verde, su bolsa iba enflaqueciendo por días. Sobre este -particular le amonestó severamente el Marqués de Torralba de Sisones, -y tales razones reforzadas con ejemplos hubo de darle, que el aturdido -prócer hizo propósito de enmienda y de sana economía, como cualquier -burgués. - -Y viéndole en tan venturosa disposición, Torralba tuvo la feliz idea -de aplicar revulsivos al espíritu del caballero, llamando a otras -partes menos peligrosas el humor maligno. Excelente distracción era la -política. Pensado y hecho, arregló para su ahijadito una fácil acta de -diputado en elección parcial. De la noche a la mañana, sin quebraderos -de cabeza y con muy reducido gasto, ascendió Tarsis a padre de la -Patria, llevando advocación o estigma de cunero. Ni que decir tiene que -Torralba le impuso la divisa reaccionaria y católica; y como estas -recatadas doctrinas repugnaran al entendimiento de Tarsis, desviado -hacia el radicalismo y la incredulidad por tanta insana lectura, el de -Torralba le dijo: - ---No seas necio y déjate conducir al terreno firme, donde será fácil -encadenar las hidras revolucionarias. En estos tiempos todo se puede -ser menos cursi. - -Buscando Torralba nuevos modos de distraer al chico de su vida -licenciosa, discurrió afiliarle en una Orden de caballería, Calatrava -o Santiago, pues solo con pensar en los trámites de la ceremonia para -recibir el hábito, y en el traje, armas, reglas de la comunidad y demás -pormenores de la vistosa mascarada, tendría entretenimiento para muchos -días y una desviación de su espíritu hacia las cosas nobles y solemnes. -Dejose llevar Carlos a donde su padrino quería, y aunque interiormente -se reía de tales pamemas y figuraciones, tomó el hábito, le fue ceñido -el acero y calzada la espuela en función pomposa, con asistencia de -gente alcurniada. ¡Y que no lució poco su airosa figura el Marqués -de Mudarra! Los caballeros le vieron con envidia, las damas con -admiración, y la Prensa le trompeteó de lo lindo. Pero él, que no podía -ver en tal comedia más que un degenerado simbolismo de cosas que fueron -grandes, se miraba y a los demás miraba con lástima, complaciéndose -en exagerar la ridiculez de la vestimenta, que en los de mezquina -talla era digna del lápiz de Goya. El manto blanco, los desaforados -borlones y el birrete ochavado daban impresión de caricatura, no de -la que regocija, sino de la que entristece. Era profanación de tumbas, -traslado burlesco del antaño glorioso. - -No se mordió la lengua don Carlos, hombre de mucha espontaneidad -y franqueza, para decir a su excelso padrino todo lo que sentía. -Anhelaba, sí, reformar su vida, pero no con ideas y elementos tan -distantes de la realidad; a lo que replicó Torralba de Sisones, -rezongando, que él, conocedor del tiempo en que vivía, era la realidad -viva, y puso fin a la controversia con su frase ritual: - ---Y sobre todo, hijo mío, no quiero verte cursi. - -En su reducido cacumen se alojaban pocas ideas, las cuales, por ser -pocas, vivían allí con holgura. - -Al mes de haber metido a Tarsis en la militar y caballeresca Orden, -dio Torralba en la tecla de decirle y recomendarle que se casara. A -su juicio, no había cosa de peor tono que permanecer sistemáticamente -en soltería. Él se cuidaba de buscarle novia rica y de buenas partes, -y para no cansarse en investigaciones, desde luego le propuso la -hija única de los Marqueses de Mestanza, Mariquita o _Mary_ de -Castronuño, riquísima heredera, buena chica, educada en Francia, de -rostro no desagradable y figura esbeltísima. Entre las ideas elegantes -de Torralba, descollaba la de que para fines de matrimonio no era -menester hembra bonita; antes bien, la extremada hermosura era notoria -impedimenta de la felicidad. - -Sin rechazar ni admitir la idea ni la persona, Carlos se tomó tiempo -para decidirse. A _Mary_ conocía y trataba desde que la trajeron del -colegio francés como de una fábrica de muñecas. Ocasión había tenido -de apreciar en ella una corta inteligencia, cultivada en la estepa -de los elementales estudios de carretilla, y aderezada con todo el -saber de cortesanías aplicables a su eminente posición social. A su -insignificancia no faltaba ningún toque de purpurina para deslumbrar -al vulgo selecto. En lo físico, _Mary_ ostentaba un seno enteramente -plano, tabla rasa por la cual resbalaban con desconsuelo las miradas -del amor; un rostro afilado, sin otro encanto que la dentadura de -ideal perfección y limpieza, ojos claros y mudos, cabello bermejo, -gentileza de palo vestido o de palmera tísica, y de añadidura un habla -impertinente arrastrando las erres. - -En las vacilaciones de Tarsis y en el aquel de pensarlo y estudiar -el asunto, vio el de Torralba un indicio de que el galán apechugaría -con la prójima desaborida y ricachona. En cuestiones de este linaje -matrimoñesco mercantil, disparate estudiado es disparate hecho. Debe -advertirse que el caballero, en el tiempo de su primer florecimiento -juvenil, pensaba que jamás casaría con mujer de quien no estuviera -o pudiera estar enamorado. Pero ya con el rodar veloz de una -vida intensa, se marcó la evolución de sus pensamientos hacia el -positivismo. Y tanto y tanto le había sermoneado su padrino sobre las -ventajas de no ser cursi, que al fin esta idea se le fue metiendo en la -voluntad y acababa por ganarle. - -Conversando sobre tema tan sugestivo después de hacer la corte a la -niña de Mestanza con miras de casorio, don Carlos decía: - ---Quizás la más bella flor del buen tono es mirar a la conveniencia -en achaques de tomar mujer para toda la vida. La sensiblería pasa -sin dejar huella, el amor mismo no es más que la entrada al pórtico -del templo del hastío. Los intereses son, en cambio, la solidez y -el asiento del vivir... La cifra del buen gusto es mirar a la cifra -de numerario antes que a las caras bonitas, las cuales se ajan, -mientras que el oro es perdurable, siempre bello y sabroso. Yo veo -con admiración a los millonarios, no tanto por el dinero que tienen, -sino por los beneficios que pueden hacer a la Humanidad. Son los -lugartenientes de la Providencia. Observe usted, padrino, que la -Providencia será lo que se quiera; pero cursi no es. - - - - -II - -Que trata de las amistades y relaciones del caballero. - - -Muchos y buenos amigos contaba Tarsis. Si de todos habláramos, se -nos consumiría sin grande utilidad el papel de esta historia. Se -hará enumeración sucinta de los más notables por su posición social, -y de los que en altas, medianas o bajas posiciones influían más -directamente en la vida y costumbres del caballero. Los segundones -de la casa de Ruydíaz, César y Jaime, eran los que arrastraban a -Tarsis a los devaneos esportivos, al vértigo del automóvil, y a las -cacerías o juegos cinegéticos, ajetreo vano y ruidoso. Aunque don -Carlos ponía muy escasa atención en la cosa pública, designamos como -amigos políticos a Luis y Raimundo Pinel, que le hicieron diputado, -sacándole _como una seda_ por un distrito de cuya existencia geográfica -tenía solo vagas noticias. Los Pineles eran sus maestros en el arte -parlamentario, y le ayudaban a mantener la concomitancia caciquil con -los manipuladores de la fácil elección. - -Relaciones más sociales que políticas tenía Tarsis con otros -individuos de la burguesía enriquecida en negocios de los que no -exigen grandes quebraderos de cabeza: López Arnau, el flamante Marqués -de Albanares, el de Casa la Encina, don Camilo Rodríguez Codes, don -Alberto Samaniego, opulentos almacenistas, y otros que llegaron a la -redondez económica, por inmediata herencia de padres laboriosos o por -combinaciones mercantiles favorecidas de la ocasión o del acaso. Muchos -de estos plebeyos enriquecidos ostentaban ya título de marqueses o -condes, y a otros les tomaban las medidas para cortarles la investidura -aristocrática; que la Monarquía constitucional gusta de recargar su -barroquismo con improvisados ringorrangos chillones. Los villanos -ennoblecidos recibían por título el lugar de su nacimiento, como don -Alberto Samaniego, Marqués de Camuñas; o bien, como don Blas Núñez -Urruñaga, titulaban añadiendo un _Casa_ como una casa a su primer -apellido. Este buen señor, tonto de capirote y lleno de dinero, ganado -en la compra-venta de granos y en la usura campesina, tenía un hijo -despabilado, instruidillo, de natural amable y risueño, Ramirito -Núñez, que pretendía imitar a Tarsis en los modales, en la ropa, y en -la personal y no estudiada soltura con que la llevaba. La imitación -del uno y la simpatía del otro labraron cordial amistad. La diferencia -de edades dio al Marqués de Mudarra superioridad en el trato de su -amiguito: le tuteaba, bromeaba con él y se permitía poner en solfa el -título del padre, llamándole _Marqués de su Casa_. - -Aficionado a las letras, Ramirito espigaba en ellas sin pretensión -de fama ni de lucro, y a lo mejor se salía con alguna croniquita, o -arreglaba del francés tal cual pieza berrenda en verde, dándola con -nombre supuesto en algún escenario de tercer orden. El teatro era su -pasión. No perdía ningún estreno, y de estas duras batallas entre el -público y los autores daba cuenta al amigo, que también era maestro y -concluía siempre por tener razón en las peleas de crítica. Si vemos -en Ramiro el amigo más grato al Marqués de Mudarra, el más tenaz y -pegadizo era un sabio machacón llamado José Augusto del Becerro, -que desde sus tiernos años se dedicó a la enmarañada ciencia de los -linajes, a desenredar las madejas genealógicas, y a bucear en el -polvoroso piélago de los archivos. Su apellido era una predestinación, -pues el hombre sabía de memoria los _becerros_ de todas las ciudades, -monasterios y behetrías. - -Las evacuaciones eruditas de Pepe Augusto en presencia del caballero -escondían con poco disimulo el móvil de adulación, pues cuando le -demostraba la ranciedad de su abolengo, sosteniendo que su primer -apellido venía en línea directa de Tarsis, hijo de Túbal, nieto de -Japhet y biznieto del patriarca y curda Noé, solicitaba directamente un -socorro en metálico, que don Carlos nunca le negaba. Descender de Noé -y no aprontar doscientas o más pesetas para el amigo necesitado, sería -desmentir la nobleza más rancia que se podría imaginar. - -Aunque aparentaba interesarse en las cosillas heráldicas, Tarsis se -reía interiormente de tales pamplinas; mas no era manco para socorrer -al sabio genealogista. Se conocían desde la infancia. Becerro vivía con -mil atrancos, y en días tristes faltó poco para que metiera el diente a -los pergaminos de fueros y cartas pueblas; llevaba siempre a la casa de -Tarsis una nota lúgubre, como estrambote de los embelecos genealógicos. -Tenía por familia una cáfila de hermanas de distintas edades, ninguna -joven, y todas dañadas terriblemente en su salud. No pasaba día sin -que alguna estuviese de cuerpo presente o sacramentada. Era un coro de -divinidades mortuorias agregadas a la siniestra trinidad de las Parcas; -eran, por otra parte, una mina, según el provecho que el sabio sacaba -de ellas y de sus tremendos achaques. Ya Carlos deseaba conocerlas y -apreciar por sí el misterio de aquellas moribundas que jamás se morían. - -Un día entró el ínclito Becerro con la bomba de que una de sus -hermanas, después de puesta en el ataúd, había tornado a la vida, a -un vivir lánguido y lastimoso, peor que la muerte. Otro día, viéndole -llegar con cara fúnebre, Tarsis le dijo: - ---¿Cómo están tus hermanitas? - -Y él: - ---Muy mal, siempre lo mismo. Todas mueren, todas viven... - -Recibido el socorro, José Augusto rompió en estas explicaciones -eruditas del apellido materno del caballero Tarsis. Descomponiendo y -analizando el _Suárez de Almondar_, el maestro de linajes encontraba -nombre y cognomen. El _Suárez_ viene de _Suero_, y el _Suero_ de -_Asur_, nombre semítico sin duda. _De Almondar_ es corruptela del árabe -_Abo l’Mondar_, que quiere decir _Hijo del victorioso_. Reunidos y -entramados estos nombrachos con el Tarsis, resultaban en una pieza las -claras estirpes de Sem y Japhet, hijos del excelentísimo patriarca Noé. - -No era este amigo chiflado el que más continuo trato tenía con el -Marqués de Mudarra: la intimidad mayor gozábala un sujeto llamado don -Asensio Ruiz del Bálsamo, a quien el caballero recibía y escuchaba -todos los días, a veces mañana y tarde. Y con ser Becerro un poco -vesánico y sablista empedernido, Carlos le soportaba y aun le quería, -mientras que al otro, hombre sesudo y de claro juicio, le odiaba con -toda su alma. - -Explicación de esto: Bálsamo era el administrador de la casa, el genio -del orden, llamado a poner al caballero en contacto con los números, -con las realidades de una existencia desconcertada. La primera visita -de Bálsamo a su señor era casi siempre matinal, cuando el galán se -hallaba en el trajín de sus lavatorios, y de acicalarse y vestirse para -ponerse guapo. Raro era el día en que el administrador no traía la -cara feroz, anticipando con el ceño y el mohín las malas noticias que -llevaba. No hallaba manera de atender a los gastos del señor Marqués, -que en cuatro años se había comido parte de su capital, y en los -últimos había gastado el triple de las rentas de la propiedad rústica. -Sus deudas crecían, amenazando con embeber pronto gran parte del acervo -heredado. Bálsamo se veía negro para contener a los acreedores, para -exprimir a los colonos y sacarles las entrañas. Mas ni con estos actos -de adhesión servil aplacaba la sed del señor, ávido de dinero con que -atender a sus apremios suntuarios. - -Tenía don Carlos dos automóviles para correr por el mundo, y había -encargado a París el tercero, de _la mar_ de caballos, pues no era -justo que el Duque de Ruy-Díaz le superase en la velocidad de su -traga-caminos. Por un lado el auto, las cacerías, el vértigo de viajes, -francachelas y competencias deportivas, por otro el club enervante, -las mujeres oferentes o vendedoras de amor, daban tales tientos a la -bolsa del caballero, que apenas llenada con fatigas por Bálsamo, se iba -quedando floja, hasta dar en vacía. No escuchaba Tarsis razones cuando -en aprieto se veía. ¿Que las rentas no bastaban? Pues a subirlas. -Ponían el grito en el cielo los pobres labrantes y elevaban al amo sus -lamentos. Pero él no hacía caso: el tipo de renta era muy bajo. Los que -chillen por pagar doce, que paguen veinte. El destripaterrones es un -ser esencialmente quejón y marrullero: si le dieran gratis la tierra, -pediría dinero encima. Gran tontería es compadecerle. Que labre, no -como se labraba en tiempo de Noé, sino a la moderna, sacándole a la -tierra todo lo que esta puede dar... - -Un día entró Bálsamo a la cámara del señor cuando este salía del baño, -y poniéndose su careta más fúnebre le dijo: - ---Señor, los colonos de Macotera se han visto abrumados por la -renta... Reunidos todos, me han notificado en esta carta que no pagan, -que abandonan las tierras, y reunidos en caravana con sus mujeres y -criaturas, salen hacia Salamanca, camino de Lisboa, donde se embarcarán -para Buenos Aires. En el pueblo no quedan más que algunas viejas, -fantasmas que rezando se pasean por las eras vacías. - -No pudo el caballero afectar la tranquilidad que su orgullo le dictaba. -Tan solo dijo, envolviéndose en la sábana como un romano en su toga: - ---Si esto sigue así, también yo tendré que emigrar. En cualquier parte -se está mejor que en esta España, que no es más que una pecera. Somos -aquí muchos pececillos para tan poca agua. - -Cuando agarrotado de fieros compromisos, planteaba Tarsis la cuestión -de buscar dinero a _raja-tabla_, sin reparar en sacrificios, Bálsamo -ponía la cara siniestra que usaba siempre que se le mandaba explorar -los campos de la usura. Volvía dos o tres veces suspirante, maldiciendo -a los _capitalistas_, y por fin, después de someter al señor a -indecibles torturas, entraba con el dinero y la horrenda nota de la -rebaja o descuento. Con la alegría del respirar no paraba mientes don -Carlos en el ahogo que para el porvenir le deparaba la operación. -Decían lenguas envidiosas que Bálsamo sacaba de apuros a su señor con -el propio dinero de este, al interés del 60 u 80 por 100. Pero esto -podía ser o podía no ser. ¿Quién descubriría la secreta incubación de -estos malvados negocios? Quizás Bálsamo pondría en ellos sus ahorros, -tal vez los no-ahorros de su señor; pero la mayor parte salía de las -arcas de un sujeto maduro y afable, llamado don Francisco La Diosa, que -no solía dar en aquellos tratos la cara, y esta la tenía muy plácida, -frescachona y sonriente, cara o muestra de una conciencia en perfecta -serenidad. - -Antes que amigo, don Juan de Castellar, Marqués de Torralba de Sisones, -era consejero y asesor económico del de Mudarra, aunque este, la -verdad, si recibía en sus oídos las advertencias del prócer, no les -daba paso a la voluntad. Bueno será decir que el egregio Torralba se -había labrado y compuesto desde muy joven una personalidad artificial, -y con ella vestido supo medrar fácilmente en el mundo. Tomó desde -luego las posiciones que creía más ventajosas, y le fue tan bien en -ellas, que en su edad madura campeaba en primera línea entre los -que anteponen a toda denominación el dictado de católicos. Con un -catolicismo dulzarrón conquistó a su mujer, de quien hubo de separarse -corporalmente a los quince años de casado, y viviendo en la misma casa -no tenían trato ni ayuntamiento. La considerable riqueza de su señora -le permitía vivir con decorosa holgura, presentarse como uno de los -mejores ornamentos de la sociedad, y alardear de paladín de la Romana -Iglesia. - -De su viudez de hecho se consolaba la Marquesa zambulléndose en las -beaterías más complicadas y deprimentes: la que en su juventud fue -mujer de poco talento, en los albores de la vejez se iba quedando -idiota. Murió la infeliz señora dos años después de haber cesado -Torralba en la tutoría de Tarsis. Ya sacramentada y a punto de quedarse -en un suspiro, el director espiritual la reconcilió con don Juan. Este -pasaba no pocos ratos junto a ella, y cuando ya el trance final se -acercaba, la Marquesa requirió a su marido, y apretándole la mano le -dijo con susurro místico: - ---Juan, para que yo me muera contenta, prométeme que morirás católico... - ---Sí, hija mía; ¿pues cómo he de morir yo? --replicó Torralba -consternado de dientes afuera, acariciando el crucifijo que la -moribunda tenía entre sus flacas manos--. ¿Cómo ha de morir el que ha -vivido católico a macha-martillo y ferviente soldado de la Iglesia?... - -La señora trató de echar de su boca una queja, una frase; pero no -salieron más que las primeras gotas: - ---Sí; pero... - -Minutos después entraba en la opaca región del Limbo. - -De Torralba se decía que por docenas contaba los hijos naturales. Mas -no era cierto. Esposas artificiales o esposas ajenas sí tuvo en gran -número; pero muy rara vez pudo la opinión burlar el sigilo de sus -aventuras, pues nadie le igualó en cultivar el arte de las apariencias. -Frecuentaba los actos cultuales de ostentación pontificia, y en sus -paseos acompañábanle frailones extranjeros bien vestidos, o caballeros -ignacianos de capa corta. En los demás órdenes de la vida social, -principalmente en el económico, era don Juan correctísimo, ayudándole -a ello la cuantía de las saneadas rentas que disfrutó y heredó de su -entontecida esposa. - -El triunfante caballero de Cristo gastaba en su persona y en sus -recónditos recreos tan solo un tercio de sus rentas; lo demás lo -capitalizaba, formando una pella que sabe Dios para quién sería. No -debía un céntimo; solo tenía deudas con el Altísimo, de quien hablaba -como se habla de un amigo de confianza. Debíale su conciencia, pues, -con todo su catolicismo, Torralba se daba sus mañas para reducir los -actos de penitencia a una hueca fórmula. Pero ya se arreglaría con su -amigo el Altísimo cuando le llamaran a ocupar un asiento en el tren del -otro mundo. Ya sabemos que ciertos privilegiados van a la eternidad en -tren de lujo con _sleeping-car_ y coche-comedor. Al despedirse de la -vida en el fúnebre andén, dejando sus riquezas aplicadas al servicio de -Dios, se les da billete de paso libre al Paraíso, sin las molestias de -Fielato, Aduana o Almotacén anímico. - - - - -III - -Donde se verá el interesante coloquio del caballero Tarsis con sus -amigos. - -~Gabinete con desordenada elegancia. Puertas que comunican por aquí con -el baño; por acá, con un salón que se supone más ordenado que lo que -está a la vista; por acullá, con el entra-y-sal de los que visitan.~ - - - TORRALBA. ~(Sentado junto a Tarsis, que no está vestido ni - desnudo.)~--No he venido a reñirte... No es cristiano reñir al - necesitado, a quien no podemos auxiliar. Practico las obras de - misericordia consolando al triste y visitando al enfermo, que enfermo - estás de la voluntad, y diciéndote: Hijo mío, te compadezco; hijo - mío, deploro tu desdicha, que es como decir que la lloro. Pero - llorándola no puedo remediarla. Hacienda tuviste y hacienda tienes, - aunque mermada por tus desaciertos... Con Bálsamo te basta para - ordenar tus asuntos, si quieres hacerlo. Bálsamo es un águila de la - administración. Haz lo que él te diga; sométete a su tratamiento, y - te salvarás. - - TARSIS.--Aun para reducirnos a lo preciso y establecer un régimen de - economía, necesitamos dinero, mi querido don Juan. ¿Concibe usted - que a un edificio amenazado de ruina se le puede reparar sin poner - andamios, que también cuestan dinero? Lo que usted me adelante para - mi obra se lo devolveré con intereses. ¿A quién había yo de acudir - sino a usted, que fue mi padrino en la pila, mi tutor en la menor - edad, y ahora... no solo el mejor, sino el más rico de mis amigos? - - TORRALBA. ~(Alargando una mano con gesto defensivo.)~--Párate un - poco y no desbarres, Carlitos; no te vea yo entre el vulgo que - cree que yo tengo el oro y el moro. Mejor que nadie conoces tú la - modestia con que vivo, dentro de lo que me impone, bien entendido, - mi posición social. Dios me ha dado esta posición, y es mi deber - mantenerme en ella con decoro, sí, pero sin fachenda, sin pompas - de ninguna clase... Has de fijarte en otra cosa, que no sé cómo no - has comprendido ya, sin duda por tener tu espíritu tan alejado del - verdadero catolicismo. Caudal abundante me dejó mi pobre y santa - Micaela; pero ¿te parece bien que distraiga yo ese caudal de los - objetos píos a que ella lo dedicaba, con la mira puesta siempre en - lo alto? ¿Qué diría Dios si yo empleara el óbolo santo... así he de - llamarlo... el óbolo de Micaela, en pagarte tus deudas de juego, - o en el costerío de tus automóviles, o en taparte los huecos que - han abierto en tus arcas, por un lado Rosario Lepanto, por otro - la _Lucerito_ y _Azotitos_... Repugnan a mi boca estos nombres - indecentes... Considera tú lo que pensaría y diría Micaela en el - cielo, donde está, si viera que yo... Puede que creyera que... - Carlos de mi alma, tú comprenderás mis escrúpulos, y te harás - cargo de lo que me contraría y desespera el tener que negarte... - ~(Levántase.)~ Un consejo te doy que vale más que dinero, y es que - en tus aflicciones vuelvas los ojos a Dios... El Cual no desoye, - yo te lo aseguro, a los que con fe y con dolor sincero imploran su - misericordia. ~(Estrecha la mano del caballero.)~ Y ahora se me - ocurre que tal vez en este instante te tenga Dios preparada una - solución... He oído que llevas muy bien tu asunto con la chica de - Mestanza. Ayer tarde la vi: estará muy guapa cuando entre un poco en - carnes. - - TARSIS. ~(Con sutil ironía.)~--Para el buen término del negocio de - _Mary_ habría que contar con Dios. Pídaselo usted, padrino, que a mí - no me hace maldito caso. - - TORRALBA. ~(Risueño y meloso.)~--No, tontín. Más caso ha de hacerte - a ti si se lo pides con efusión del alma, echando por delante una - conducta mejor que la que has traído hasta hoy... Me veo precisado - a dejarte... Hace un siglo que no vas a almorzar conmigo... ¡Qué - ingrato eres! ~(Entra Becerro y saluda.)~ Aquí tienes a tu amigo - el gran heráldico, que te dará conversación más grata que la de - este viejo regañón... Adiós, adiós... Y que tengas confianza con - tu padrino, y le ocupes para todo. En cuanto tropieces con alguna - dificultad, me avisas, ¿eh?... ~(Sale.)~ - - TARSIS. ~(Con fino humorismo, envuelto en una calma estoica.)~--Te - avisaré, amado padrino, por el mismo mensajero que lleve el aviso - a la funeraria cuando sea menester... Vienes a tiempo, mi querido - Augusto, porque el humor que hoy tengo es de tal negrura, que solo - tú y tu gracioso saber de linajes pueden traer a mi espíritu algún - despejo. Háblame de los siglos distantes, llenos de amenidad. Montado - mi pensamiento en el tuyo, como en un águila, podré alejarme de la - realidad triste. - - BECERRO. ~(Más desmayado y mortecino que otros días. Su rostro - flácido, sus ojos plorantes, reviven al son claro de su palabra - correctísima.)~--El mismo procedimiento uso yo para huir de mis - penas. En mis lecturas favoritas encuentro yo las aves que me llevan - al retiro de los siglos que fueron. Ya sabes que el autor más moderno - que yo leo es el Arzobispo don Rodrigo Jiménez de Rada. También - es de los míos el Obispo don Lucas de Tuy. Me deleito en estos - amenísimos autores; y cuando quiero mayor deleite, que a olvido mayor - de lo presente me conduzca, echo mano del _Fuero de Avilés_, de los - _Fueros de Brañosera_ o _Zorita de los Canes_, de las escrituras de - donaciones o fundaciones, o me extasío con el _Cronicón beldense_ y - con el _Becerro de Santillana_. - - TARSIS. ~(Acordándose de que es profesor de guasa viva.)~--Yo - también, mi querido Becerro, yo también me deleito con esos portentos - de amenidad... Y como no estoy hoy de buen temple, y quiero - alegrarme, acaba de referirme el fundamento de mi título de Mudarra, - uno de los más gloriosos de Castilla. Si no recuerdo mal, mi título - viene del hermano bastardo de los Siete Infantes de Lara. - - BECERRO. ~(Ufano de verse en su terreno.)~--Mudarra, que en árabe - es _Mutarraf_, esto es, _Vengador_. Autores hay que asimilan este - nombre a los de Amenaya y Benaya, que es como decir _Ben Yahia_, o - _Hijo de Juan_. Sea lo que quiera, ello es que el primer Mudarra fue - concebido en una cárcel. Como te dije, Gonzalo Gustios, _Gundisalvus - Gudiestoz_, entérate bien, padre de los caballeritos de Lara, fue - mandado por Ruy Velázquez al Rey moro de Córdoba, Almanzor, para - que le matase. El moro fue más benigno y se contentó con ponerle en - prisión. Cautiverio muy ancho debió de ser, porque en su cárcel el - viejo señor castellano recibió la visita de la hermana del Rey moro, - que, aunque de la perversa religión mahometana, era hembra compasiva - y blanda. Mira tú si sería punto de cuidado el buen Gonzalo Gustios, - que a las tres visitas quedó la Princesa en el estado que ahora - llamamos interesante, verbigracia encinta, _vulgo_ embarazada. - - TARSIS.--Y el desembarazo fue mi nacimiento, digo, el de mi tío, de - mi abuelo, de mi tátara, tátara... Bien por el viejo Gustios. Eso - es un hombre, eso es un caballero, un español de cuerpo entero y - con toda la barba. ¡Y el hombre llevaba a cuestas sesenta años!... - ¡Prisionero del Rey moro, le birla la hermana! ¡Vaya un tío! ~(Con - reír nervioso y juguetón.)~ ¿Ves, Becerro? Solo con recordar esas - grandezas de la raza hispánica se me ha pasado la murria: ya estoy - alegre... Si es lo que te digo: esos hombres son los que regeneran - las razas decaídas... Se comprende que un pueblo formado de varones - tales como ese Gustios de Lara, conquistara medio mundo. ~(Paseándose - con alborozo de travieso adolescente.)~ Aquí tienes un ejemplo. Ya me - estoy regenerando... Sigue, sigue la historia... - - BECERRO.--_Axa_ era el nombre de la real morita, hermana de Almanzor. - Al chiquillo que tuvo le criaron para héroe, y salió con toda la - pinta y toda la fiereza de los Laras de Salas. Vengó a sus hermanos, - mereció los honores de un Romancero, y figura entre los más altos - caballeros de Castilla. - - TARSIS.--¡Y vengo yo de ese caballero... por cruce de la línea de - los Tarsis, nieto de Noé, con la de los Mudarras, dichoso injerto - de las ramas de Cristo y Mahoma! Bien, bravísimo. Esto alivia, esto - conforta. Completa sería la gloria de tal estirpe, si viniera con - dinero. Porque yo, querido Augusto, he dado en pensar que nobleza - sin dinero es latón abrillantado por la industria. Donde no hay - oro, todo es desdoro. ~(Su entereza se aplaca; déjase vencer del - pesimismo.)~ Me arrimo a la genealogía de mi abuelo materno, que tuvo - el negocio de harinas, y con _este polvo_, como decía en las cartas - comerciales, amasó la riqueza que yo estoy desmigando ahora. Atrás - Gustios y Mudarras, fuera el nieto de Noé, y viva mi Suárez, por - donde, según tú, debo llamarme _Asur_, _Hijo del victorioso_... hijo - del molinero, que, amparado del arancel, alimentó a tres generaciones - de cubanos, y acá se traía las cajas de azúcar, que venían resudando - el dulce. Yo me acuerdo. ¡Qué olor tan rico en aquellos almacenes, - aroma de almíbares, mezclado con fragancia de canela; que allí había - también fardos venidos de Ceilán! Llévate todos los chirimbolos de - la caballería de Mudarra, y tráeme mis almacenes de coloniales... - ¡Ah! También había cacao. América inocente nos mandaba mil primores - cambiados por las harinas de acá... Las memorias de aquella riqueza - se avivan en mi olfato. Huelo, huelo... ¿No hueles tú? ¡Ay! los - pergaminos de tus cronicones apestan a ranciedad putrefacta... - Becerro, Becerro, apártate, hueles a ti mismo. Tráeme el árbol - genealógico que tiene por hojas los billetes de Banco, o no vengas - acá. No me traigas la roña de tus archivos, cementerios de la nobleza - pobre... La pobreza es muerte, ¡oh gran Becerro, ilustrado y vacío - Becerro, sabio durmiente entre ratones! ~(Abatidísimo se desploma - en un sillón. Sobre los brazos de este caen con grave pesadumbre - las manos del caballero. Entran súbitamente, sin anunciarse, dos - personas: Ramirito Núñez y don Francisco La Diosa. La teatral - aparición de este señor es para Tarsis como una descarga eléctrica. - Salta de su asiento; coge de un brazo al hombre plácido, de risueño y - episcopal semblante, y se le lleva al salón próximo para hablar con - él a solas. Quedan en el gabinete Becerro y el joven Núñez.)~ - - RAMIRITO.--Este señor que sonríe, aun diciendo cosas tristes, ¿no es - ese que llaman _La Diosa?_ - - BECERRO. ~(Con erudición lúgubre.)~--Su verdadero nombre es _Abraham - Samuel Zacuto_, higienista, médico y matemático famoso... No, no: - me equivoco... ¡Qué cabeza! Es _don Isaac de Abrevanel_, arbitrista - y tesorero de los Católicos Reyes... ahora redivivo con la misión - providencial de empobrecer a los nobles ricos, como preparación del - reinado de la igualdad humana. - - RAMIRITO. ~(Alelado, sin entender lo que oye.)~--Don Augusto... - ¿habla usted dormido?... Despabílese y charlemos. ¿Estuvo usted en el - estreno de anoche? - - BECERRO. ~(Sin mirarle.)~--Yo no voy a estrenos. ~(Mirándole.)~ Ya - conoce usted mi simplicismo teatral: me he plantado en Bartolomé - Torres Naharro. Ni a tres tirones paso más acá. ¿Estrenos dice? Pues - estos pantalones me pongo hoy por primera vez... Pero no son obra - original, sino arreglo, hecho por mis hermanas, de los que casi - nuevos me dio Carlos. ~(De improviso aparece Tarsis por la derecha - con vivo paso y rostro alegre. El señor La Diosa no le acompaña. - Salió, sin duda, por otra parte de la casa.)~ - - TARSIS. ~(Disimulando mal su júbilo, guarda en un bolsillo del batín - un fajo de billetes que traía en la mano.)~--¿Qué decías, Becerro? - ¿Qué dices, Ramirillo? ¿Hablaban mal de La Diosa? - - RAMIRITO.--Yo, no. - - BECERRO.--Yo he murmurado, he rutado. Rutar es en el hombre imitar - con voz blanda el rugido de las fieras. Yo sé rugir. - - RAMIRITO.--Augusto me ha contado que estrena hoy unos pantalones - arreglados del francés por sus hermanas. - - TARSIS. ~(Cariñoso.)~--Dispénsame, Augusto. No me acordé de - preguntarte por tus hermanas. ¿Cómo están hoy? - - BECERRO.--Como siempre, mejor y peor. En días alternos, mueren y - resucitan. - - TARSIS. ~(Casi por movimiento propio y espontáneo, la mano se le - va al bolsillo en que ha guardado los billetes. Saca un fajo de - ellos; del fajo despega dos y los da al amigo con liberal sencillez, - sin humillarle.)~--Toma, hijo, y remédiate. Ya sabes que no duermo - tranquilo cuando me acuesto sin poder remediar las necesidades de - los amigos... No te vayas... ¿Qué prisa tienes? Acompaña un rato al - pequeño don Ramiro, que voy a concluir de arreglarme. ~(Entra por el - fondo el administrador don Asensio.)~ Y aquí tenéis al buen Bálsamo, - que me alegra la vida... Charlen aquí un rato. El barbero me aguarda. - ~(Vase por el fondo. Bálsamo cambia con los dos amigos de Tarsis - palabras de fría salutación, y se apoltrona en una butaca, quedando - pensativo, mientras los otros hablan de literatura y teatro.)~ - - BÁLSAMO. ~(Acariciándose la barba, fruncido el ceño, habla para - sí.)~--Se ha entendido directamente con La Diosa, esquivando mi - mediación y desoyendo mis consejos. Bien le dije anoche que su - dignidad no le permite someterse a condiciones usurarias tan - escandalosas. Estás perdido, Marqués de Mudarra, si no te salva la - niña petiseca de Mestanza... Y mis noticias son que ese negocio no - va por buen camino. Ojalá sea falso lo que me han dicho. No quiero - verte en la miseria, Carlos de Tarsis. Con golpes como el que acaba - de arrearte La Diosa, pronto darás en tierra. Y ese granuja con cara - de jamona verde, para acabar de arreglarlo, no me dará comisión. - Ya lo veremos, ya... ¡Pobre Tarsis, cuándo tendrás juicio!... Pues - hoy te traigo unas noticias... No te las daré hasta mañana, para no - amargarte el dulzor del dinero que has tomado. Mañana sabrás que los - colonos de Zorita de los Canes abandonan también la tierra; que el - de Tordehita y Tordelepe pide prórroga, y llora y blasfema y coge - el cielo con las manos... En cuanto a la dehesa de Santa Cruz de - Juarros, bien puedo decir ya que es mía... Y de ello debes alegrarte, - que peor fuera que a otras manos pasara... Yo te daré en usufructo, - por si quieres retirarte del mundo, aquel palacete fundado sobre las - ruinas de un castillo en que vivió, según dicen, el viejo camastrón - mujeriego Gonzalo Bustos o Gustios. - - ~(Ramirito y Becerro, que habían trabado conversación, fumando - cigarrillos, sobre temas de vaga actualidad, engarmaron en su - coloquio al taciturno Bálsamo, que se limitó a dar una opinión - seca sobre los delirios de la aviación y sobre los disparates del - socialismo, que ambas cosas eran lo mismo: monomanía de andar por - los aires. En esto salió Tarsis ya bien acicalado del rostro, listo - de la parte inferior del cuerpo y encapillándose la camisa, cuyos - botones aseguraba con una mano por dentro de la pechera y otra por - fuera. Siguió vistiéndose asistido de su ayuda de cámara. Ávido - de conversación, cogió la primera hebra que halló pendiente en el - coloquio de sus amigos, y con fácil elocuencia familiar disertó - sobre los puntos del socialismo y de la navegación aérea. Sin saber - cómo y por un quiebro que dio Ramirito, fueron a parar a la cuestión - de teatros, al estreno de la noche anterior, y a la literatura - dramática.)~ - - TARSIS.--No te canses, Ramiro. Habéis aplaudido anoche un drama - caballeresco, con su musiquilla de rimas; habéis festejado a su - autor, cuyo talento reconozco. Pero esa obra, representada en - familia, en familia se extinguirá, y dentro de cuatro noches no - irán a verla más que los de la hermandad del _tifus_. Esas farsas - rimbombantes a nadie interesan; se aplauden por rutina; la prensa - las jalea; los cómicos se desgañitan y el público se aburre. Te - convencerás de que nuestros autores, así los que desentierran asuntos - con casco y chafarote, como los que cultivan la vida corriente, - vistiendo a los actores de levita o blusa, no aciertan, créelo. - Toda nuestra literatura dramática es esencialmente _latosa_, toda - convencional, encogida, sin medula pasional, cuando no es grosera y - desquiciada. Compara este arte, siempre abortado, con la dramática - francesa, rebosante de vida y pasión. Las compañías extranjeras - nos enseñan la ruindad de nuestro arte, la cual se manifiesta en - el éxito de las traducciones, hoy con los autores exquisitos que - se llaman Donnay, Berstein, Mirbeau, Lavedan, Feydeau, como lo fue - hace años con las obras de Scribe, primero, y luego de Sardou. Yo - soy en esto muy radical, muy antipatriota, y lo digo sin ningún - reparo, añadiendo, amigos míos, que el teatro clásico, con su Lope y - su Tirso, me carga también, y siempre que voy a una función de esta - clase, llevo la mala idea de descabezar un sueño en mi butaca. Una - obra del teatro clásico se titula como debieran titularse todas: - _La vida es sueño._ Digo y repito con pleno convencimiento que no - tenemos teatro, como no tenemos agricultura, como no tenemos política - ni hacienda. Todo esto es aquí puramente nominal, figurado, obra de - monos de imitación, o de histriones que no saben su papel. Aquí no - hay nada. Cuanto veis es bisutería procedente de saldos extranjeros. - - BÁLSAMO. ~(Displicente.)~--No estoy conforme. - - RAMIRITO.--Ni yo. Niego que el teatro español sea como Tarsis lo - pinta. - - BÁLSAMO.--En lo del teatro no me meto. De eso entiendo poco. Pero - salgo a defender la agricultura, y afirmo que existe. Pues si no - existiera, ¿qué sería de España? Dirase que está bastante atrasada. - La culpa es de los grandes propietarios que viven lejos de sus - tierras, como afrentados de ellas. Cobran la renta como un tributo - del suelo al cielo... no sé si me explico... como un tributo de los - cuerpos a las almas. Los labradores deben convencerse de que las - almas son ellos... No acierto a decirlo. - - BECERRO. ~(Haciendo visajes, como si le picara una - mosca.)~--Propietario de la tierra y cultivador de ella no deben ser - términos distintos. - - BÁLSAMO.--Tiene razón este chiflado... Yo no lo entiendo; pero mi - sentido natural me dice que el fruto de la tierra debe ser para el - que lo saca de los terrones. - - BECERRO.--Presentando las cosas de otro modo, yo te he dicho mil - veces, querido Carlos, que no habrá floreciente agricultura mientras - esta no sea una aristocracia. - - TARSIS. ~(Burlón.)~--Medrada estaría la agricultura si de ella - hiciéramos una aristocracia más. ¿Pues por qué sostengo que tampoco - hay aquí política? Porque la que tenemos se ha hecho aristocrática. - Fijaos en el pisto que nos damos los diputados, en la vanidad de los - ministros, que ocupan ancho espacio en la sociedad por el viento - de que están inflados. ¿Hay aquí un político que tenga algo en la - cabeza? Ninguno. ¿Pues qué diré del ex-ministro, que solo por el - dichoso _ex_ nos mira a los demás mortales por encima del hombro? - Aristocracia es la política, y todo lo que tome formas aristocráticas - no lleva en sí más que figuración y vanas apariencias. Nobles y - políticos somos lo mismo, es decir, nada. - - RAMIRITO.--Paradójico estáis... Carlos, es usted hombre de grande - ingenio. - - TARSIS.--No es ingenio, es convicción. - - BECERRO.--Más bien prurito de originalidad y donaire. El noble de - ilustre abolengo bromea con las cosas altas. - - TARSIS.--La agricultura, digo, no puede ser nunca aristocracia. - Es y será siempre servidumbre. Ellos esclavos y nosotros señores, - acabaremos lo mismo, por consunción, por gangrena de inutilidad... - Voy más allá... Si aquí no hay agricultura, ni teatro, ni política, - tampoco hay justicia, ni banca, ni industria. - - BÁLSAMO.--Capitales hay. - - TARSIS.--Sí; pero solo trabajan en la comodidad de la usura, que - es una cacería de acecho como la de las arañas. La poca industria - que hay es extranjera, y la española, en funciones mezquinas, busca - beneficio pronto, fácil y, naturalmente, usurario. - - BÁLSAMO.--¡Qué gracia! Esto ya es manía. - - TARSIS.--¡Trabajar! ¿Para qué? Los chispazos, los resplandores de - fuegos fatuos que vemos en literatura, en artes gráficas y en algún - otro orden de la vida intelectual, no nos invitan a que trabajemos. - Todo nos llama al descanso, a la pasividad, a dejar correr los días - sin intentar cosa alguna que parezca lucha con la inercia hispánica. - Si me pusieran en el dilema de trabajar o perecer, yo escogería la - muerte. El español que en este final de raza posea una renta, debe - sostenerla y aumentarla si puede. Vivir bien, mientras la vida dure, - y mientras en la lámpara del bienestar no se consuma la última gota - de aceite. No trato de presentarme como superior a los demás. Soy el - peor, soy el último perezoso, el último sacerdote o monaguillo de la - inercia. Mi único mérito está en la brutal sinceridad de mi pesimismo. - - ~(Vestido el caballero a punto de las doce, les convidó a almorzar.)~ - - BECERRO. ~(A Tarsis, camino del comedor.)~--Has desatinado - lindamente. Veo que estás alegre. - - TARSIS.--El día empezó nublado. La Diosa lo despejó trayendo a casa - el sol. - - BÁLSAMO. ~(A Ramirito.)~--No le haga usted caso. Yo le conozco; se - emborracha con el dinero, ya venga de Dios, ya de La Diosa. - - - - -IV - -Cuéntase la rigurosa desdicha del caballero, seguida de sucesos -increíbles. - - -Pasados bastantes días, cercana ya la inauguración o apertura del -verano, cayó sobre el caballero Tarsis una fuerte desdicha que le puso -fuera de sí. La sacudida que agitó su alma le llevó del pesimismo a -la desesperación, y eran de oír sus voces iracundas, eran de ver sus -gestos de rabia, como de hombre que se pierde en un laberinto y no -sabe qué camino tomar para salir de él. Ello fue que cuando parecía -pan comido la boda del caballero con la chica de Mestanza, tan pelada -de carnes como guarnecida de riquezas, de pronto los padres de ella -volvieron de su acuerdo; vaciló por unos días la novia, fluctuando -entre la obediencia filial y un amor desabrido, hasta que al fin se le -notificó oficialmente al Marqués de Mudarra que no había nada de lo -dicho, y que podía llamar a otra puerta. - -Indagado el motivo de tal infracción de la regla social, se puso en -claro que los padres de la niña cedieron al consejo y halago de otros -_Padres_, que así se llaman por serlo de las almas, y regidores de las -conciencias. En una grave conversación que tuvo Tarsis con su excelso -padrino Torralba de Sisones, confirmó este lo que públicamente sonaba. - ---Desde que empezaron tus relaciones con esa que parece el espíritu -de la golosina --le dijo--, te advertí que procurases poner en tus -palabras el sentido más católico, y que no dejaras escapar en aquella -casa concepto ni apreciación, ni siquiera chiste, que dañe a la única -religión verdadera, o al culto, o a sus ministros. Sé que no me has -hecho caso; no has sabido refrenar el flujo de las frases irónicas y -punzantes para lucir tu ingenio. Bien merecido te está el desastre; -porque del otro lado... yo lo supe hace un mes y traté de estar al -quite... del otro lado los _Padres_ trabajaban contra ti y en favor -de un joven muy arrimado a ellos desde su tierna infancia. Pues ya -sabes que te ha desbancado Luisito Codes, no necesito decirte de dónde -ha venido tu desgracia, porque esos benditos _Padres_ protegen a los -chicos buenos, dóciles y observantes de la ley de Dios con celo y -maneras devotas. Natural es que miren por esa juventud recoleta, y que -traten de formar familias cristianas, ayuntando a los muchachos de -conducta ejemplar con las chicas bien dotadas. Es una labor social muy -meritoria que asegura la perfecta ortodoxia de la generación futura. - -Respondió Tarsis a estas razones con el desprecio y burla de los de -Mestanza, de su dinero y de la niña descarnada y angulosa. Su amor -propio se rehizo al instante, y recompuso con excelentes reflexiones el -castillete de su dignidad. Pasados dos o tres días volvió el padrino a -la carga de sus consejos, encareciéndole que redujese a la mitad sus -gastos, rebajando en mayor proporción sus apetitos y goces desaforados, -y por fin de fiesta le dijo: - ---Sujetándote a un plan de moralidad y economías, puedes esperar -tranquilamente la ocasión de otra jugada como la que has perdido. -Herederas ricas abundan. He tomado lenguas del género disponible, y -sé que en todas las clases sociales las encontrarás. De una me han -hablado que, a más de única y millonaria, es bonita de cara y cuerpo. -Pero temo que no te agrade por su extracción demasiado baja. Su abuelo -materno, a quien conocí mucho, tuvo la contrata de limpieza de pozos -negros, y luego explotó la industria de aprovechamiento de animales -muertos, en la cual ganó cuanto quiso. El padre de la chica vino de -Cuba, al terminar la guerra, con un capitalazo. ¿Cómo lo hizo? Acerca -de esto se cuentan horrores. De la señora, es decir, de la madre de -la rica heredera, se susurra si tuvo o no tuvo en la Habana elegantes -mancebías... Ahora tú verás. La muchacha es linda y discreta, si -bien un poquito achulada, y escribe sin la menor idea de lo que es -ortografía. Por si quieres conocer a esta familia, te advierto que este -verano irán a Biarritz a darse pisto. - -No se entusiasmó aceleradamente el buen Tarsis con la extravagante -proposición del padrino; pero tampoco la echó en saco roto, pues su -idea fija era encontrar una mina que le proveyera profusamente de -cuanto necesitase para vivir en la elegante holganza de caballero -noble y pesimista. Dinero buscaba y quería, viniera de donde viniese. -La sociedad no es aquí tan escrupulosa que repudie la riqueza por la -ruindad o porquería pestilente de sus orígenes... Las tristezas de su -fracaso disimuló Tarsis en la vida de club, donde pasaba medio día y -media noche abrevando su espíritu en el chorro de las conversaciones -fútiles y perezosas. Se aburría variando la traza y colores de su -irisado ensueño. Los amigos ya conocidos y los hermanos Pinel, sus -directores políticos, constituían parte mínima de sus relaciones, -muchas de las cuales eran flor de casino, que en él crecían y en él -se cultivaban. De estos amigos, algunos eran peores que él; otros -le superaban, si no en ingenio, en el buen gobierno de su hacienda. -Los había riquísimos; los había que ociosamente y con toda elegancia -vegetaban en disimulada ruina. - -Transcurrió el verano, que el caballero pasó en las estaciones de moda, -y ni en ellas ni en el dulce otoño de Madrid encontró el filón que -buscaba. Las niñas ricachonas se le escabullían de las manos cuando -hacía presa en ellas: la señorita de Porcuna, nieta del explotador de -pozos negros, prefirió a un capitán de Ingenieros, y otra, muy bella, -huérfana millonaria nacida en Bogotá y recriada en la Argentina, le -entretuvo por meses y le plantó al fin, prefiriendo a un desabrido -diplomático. Y de este fracaso hubo de quedar más llagado y dolorido -que de los otros, porque se prendó locamente de la bogotana, tan -adorable por su gallarda hermosura como por su fino, seductor talento. -Su nombre era _Cintia_, de dulce sabor pastoril y pagano, y le caía -tan bien, que habría desmerecido su gentileza si la llamaran Manuela o -Francisca. En las americanas se advierte cierta inclinación a paganizar -los nombres, cual si quisieran iniciar una graciosa escapada de las -sombrías esferas del cristianismo. Así lo pensaba Tarsis, en cuya mente -y corazón quedaron para siempre estampadas la imagen y asperezas de la -hermosa colombiana. - -Y corriendo los días aumentaron de tal suerte los infortunios del -caballero, que llegó a tenerse por el más desdichado de los hombres. -Golpe tras golpe iba perdiendo el caudal heredado, y cada vez que le -visitaba el siniestro Bálsamo era para notificarle un nuevo desastre. -Supo el triste caso de tener que malvender una de las mejores fincas -rústicas de la casa para el pago perentorio de una deuda de juego, -y recoger o renovar parte de los pagarés usurarios. Viendo cómo se -deshacía su fundamento social, sin que ni en sí mismo ni en el mundo -exterior viera el remedio, el Marqués de Mudarra se fue abismando en -tristezas y murrias que afectaron a su propio carácter después de -influir en sus costumbres, en su elegancia y hasta en sus estilos -de vestir. Esquivaba la sociedad, dándose de baja en sus visitas y -relaciones, y a tal punto llegó en su requerimiento de la oscuridad, -que en la primavera de aquel año muchos de sus amigos creyeron que se -había condenado a emigración voluntaria o forzosa. - -El Marqués de Torralba y Ramirito Núñez, como buenos cristianos, no -negaban al amigo la consolación de leales consejos; mas nunca le -llevaron el desenlace de ningún conflicto, ni el alivio de sus ahogos. -En tanto, pasaban meses sin que el gran Becerro entristeciera con su -esmirriada persona la casa del que fue opulento amigo. ¿Para qué había -de ir si estaba totalmente seco el manantial de los socorros? Por -referencias fidedignas supo Carlos que Augusto padecía grave mal de -miseria, y que recluido en su casa engañaba el hambre con las hartazgas -de erudición. Día y noche trabajaba sin levantar mano en un prolijo -estudio de la vida y sapiencia del famoso prócer don Enrique de Aragón, -Marqués de Villena, reputado en su tiempo por letrado, astrólogo -y alquimista, con ribetes de nigromante o brujo. Despertó esto la -curiosidad del caballero, a quien toda novedad distraía por momentos de -su aplanante hastío, y allá se fue. - -Nunca había estado Tarsis en la morada de Becerro, calle de Don Pedro, -altísimo piso de una casa vieja y de grandes y desniveladas anchuras, -que fue palacio de aristocracia hoy fenecida, o aposentada en sitios -más gratos. Llamó el caballero; le franqueó la puerta una persona que -la oscuridad hizo invisible. Pisando baldosines rotos, que tecleaban -con ruidillos que más parecían de risa que de llanto, llegó Carlos a -la sala, toda libros, toda polvo, toda mugre, llena de cosas tuertas, -cojitrancas y bizcas. Los estantes se caían de un lado, los rimeros de -libros no tenían aplomo. Había desequilibrios inverosímiles, infolios -que se balanceaban sobre rollos de balduque, papeles de mil formas -acumulados sobre mesas perláticas, y sostenidos, para que no los -arrebatase el aire, por una mano de bronce o una pezuña de mármol. -Ventana torcida y balcón ancho, desiguales en tamaño y forma, como un -doble mirar oblicuo, daban paso a la claridad, verdosa del empaño de -los vidrios. - -Aunque en aquella caverna papirácea de inclinado techo, no había -esqueleto ni lechuza, ni retortas sobre hornillo, ni lagartos rellenos -de paja, Tarsis creyó hallarse en la oficina de nigromante o alquimista -que nos dan a conocer las obras de entretenimiento y las comedias de -magia. En un costado de la estancia, tras una mesa que desaparecía -bajo la balumba de libros viejos y rancios papeles, emergía Becerro, -dejando ver tan solo medio cuerpo. Extremada era la delgadez exangüe -de su rostro. A su amigo miró con ojos espantados, tardando un rato en -reconocerle. - ---Augusto --le dijo Tarsis cariñoso, poniéndole la mano en el hombro--, -no esperabas esta visita. Vengo a enterarme de tus trabajos, vengo a -charlar contigo, vengo a... - -Después de breve pausa, el caballero puso unos duros sobre la mesa, -diciendo: - ---Aunque ahora estoy muy mal, chico, siempre hay algo para ti. - ---Gracias, _Asur_ --dijo el sabio sin tomar el dinero--. ¿Para qué -te has molestado? El oro, la plata y los billetes, han llegado a -serme indiferentes. Sabrás que ya no como... Todo es cuestión de -acostumbrarse, de hacerse a no comer. Es una educación como otra -cualquiera. Algún trabajo me ha costado adquirir este supremo hábito -del perpetuo ayuno, de la emancipación del alma... ¿Sabes ya que me -ocupo del Marqués de Villena, primer apóstol de las ciencias físicas -en España, y precursor de esa otra ciencia que nos enseña las leyes y -fenómenos del universo suprasensible? - -Quedaron suspensos los dos amigos, mirándose uno a otro. Tarsis rompió -el silencio, diciendo: - ---De ese Marqués de Villena se cuenta que era algo así como brujo, -hechicero. - -A lo que respondió José Augusto que tales denominaciones aplicadas por -el vulgo son el reconocimiento que las almas inocentes hacen de las -verdades no comprendidas... Pero antes de meterse en tan laberíntico -terreno, Becerro dio conocimiento a su amigo de lo que ya tenía -escrito de su magna obra, a saber: la condición y alcurnia del de -Villena, su historia completa desde el nacimiento, su boda con doña -María de Albornoz, sus desavenencias matrimoniales, el repudio de doña -María, las locas ambiciones del prócer por obtener el maestrazgo de -Santiago, su saber de humanista, de astrólogo, de químico; su figura, -en fin, achaparrada, y su habla enfática y pedantesca... El amigo, -con tan hábil pintura, acabó por conocerle como si le hubiera visto y -tratado. Callaron de nuevo, y Tarsis, que anhelaba lo extraordinario -y maravilloso, único alivio de su agobiada voluntad y solaz de su -abatido entendimiento, llevó la conversación al terreno de las mágicas -artes, que a su parecer, opinando como el vulgo, están relacionadas con -la malicia y sutileza de Lucifer. Los hombres le estomagaban; anhelaba -trato y conocimiento con los demonios. - -Por toda respuesta, el sabio mostró a Tarsis un montón de librotes y le -dijo: - ---Aquí tengo los autores españoles y extranjeros que tratan de magia -y artes hechiceras, libros de tanta amenidad, que yo me los he leído -cuatro veces de cabo a rabo, y aún he de gozar por quinta vez de tan -entretenida y sabia lectura. Cógelos, apúralos hoja tras hoja, y -pasarás ratos, horas, días, semanas y meses deliciosos. - -Agradeció Carlos el obsequio, y se abstuvo de meter sus ojos en aquel -zarzal. Con prodigiosa memoria y sin abrir los mamotretos, Becerro -le hizo cuento y noticia de ellos, a saber: Andrés Cesalpino, Jacobo -Sprengero, Juan Niderio, Abad Gunfridus, que escribieron en latín, y -don Sebastián de Covarrubias, definidor castellano del hechizo; el -Padre Martín del Río, y el historiador Gonzalo Fernández de Oviedo, que -refiere los artilugios maléficos de los indios. - -Lo que mayormente colmaba el asombro de Tarsis era que, hallándose -Becerro en absoluto ayuno, tuviese la lengua tan destrabada y el -cerebro tan listo para verbalizar las ideas. Hablaba como una -taravilla, con dicción clara y aliento fácil. Dudoso el caballero de la -efectividad de tal prodigio, le interrogó de nuevo. - ---No sé ya lo que es comer --dijo Augusto con sequedad de palabra y -de intelecto--. Tan olvidado tengo el comer, que ya no sé cómo se -come. Serías feliz como yo lo soy, querido Carlos, si llegaras a este -perfecto estado, que trae, entre otros beneficios, el de la abolición -radical de la economía política y otras ciencias vanas inventadas por -los glotones. - ---He olvidado preguntarte por tus hermanas --dijo el de Mudarra, -apurando su investigación--. ¿Dónde están esas nobles señoras? - ---No podrás verlas, Carlos --replicó el sabio llevándose la mano a la -frente para quitarse unas telarañas--. Viven y mueren en su grande -elemento... No entiendes esto, ni lo entenderás mientras permanezcas en -el estado de comercio mundial, o sea de ignorancia. - -Tales desvaríos despertaron más la curiosidad del visitante, que, sin -decir nada al amigo, emprendió una inspección ocular por toda la casa, -en busca de la explicación del misterio. Recorrió aposentos, rincones y -pasillos, hallando en unos enormes fajos polvorosos de papeles impresos -y manuscritos, en otros sillas y trebejos inútiles. En una estancia -con estructura de cocina, no vio carbones, ni ceniza, ni aun señales -de que se hubiera encendido lumbre en mucho tiempo; no vio pucheros -ni cacharros, ni más que fragmentos de loza, utensilios rotos. Como -sintiera el tembliqueo de los baldosines, indicio del paso de alguna -persona, se fue tras el sonidillo, creyendo encontrar a quien le había -franqueado la puerta; pero ni sombra ni rastro de persona vio por parte -alguna. - -Después de vagar un buen rato volvió a encontrarse en la sala, donde -Becerro continuaba tal como le dejara, atento al papel en que escribía -con firme pulso y sin levantar mano. No se detuvo allí el curioso, que -ansiaba explorar la otra parte de la casa, y por una puertecilla que -cerca de la mesa del nigromante se abría, pasó a un gabinete mejor -apañado y dispuesto que lo demás de la vivienda. En él vio la cama sin -sábanas, doblados por la mitad los colchones. Algo de inveterado y -permanente en el doblez de los colchones revelaba que si el señor de -la casa no comía, tampoco dormía... Fijose Tarsis en dos cuadros y dos -tablas de escuela flamenca, representando escenas religiosas con fondo -de arquitectura y paisaje; y siguiendo su observación de izquierda a -derecha, dio con sus miradas en un hermoso espejo con negro marco... -Allí fue su estupor, allí su pasmo y sobrecogimiento. - -Por un rato no dio el caballero crédito a sus ojos: se acercaba, -retrocedía. Mas el cristal, que era de una limpidez asombrosa, no -copiaba la imagen frente a él colocada. En vez de verse a sí mismo, -Tarsis vio en el cristal, como asomándose a él, la propia y exacta -imagen de la damita sud-americana, de quien estaba ciegamente -enamorado. Mirole ella gozosa y risueña, mostrándose en la faceta más -sugestiva y brillante de su hermosura, que era la dulce alegría. La -suspensión del ánimo no fue tal que el caballero dejara de romper el -silencio. - ---Cintia --exclamó casi pegando su rostro al cristal, sin que por esta -proximidad se acercara también el de la linda bogotana--, Cintia, ¿eres -tú de verdad, o eres pintura, artificio de la luz en el vidrio, por -obra del discípulo de Lucifer que vive en esta casa? - ---Soy yo, Carlos de Tarsis. ¿Verdad que es gracioso vernos aquí? Yo no -ceso de reírme... - ---Sácame de esta horrible duda, Cintia. ¿Es esto una casa encantada? - ---Encantada no. Yo estoy en mi casa. Acabo de levantarme. - ---¿En tu casa de Madrid? - ---No, tonto: estoy en París. Ayer compré este espejo en casa de un -anticuario. Hoy, verás... me dan ganas de mirarme en él, y... ¡qué -sorpresa, qué gracia, qué chiste tan modernista! Cuando creía ver mi -cara en el espejo, veo la tuya. - ---Esto me aterra, Cintia. - ---A mí no. ¿Sabes, Carlos, que aquí me encontré con unas amigas -argentinas muy simpáticas? No sabíamos qué hacer y nos hemos puesto -a estudiar eso que llaman ciencias ocultas. Es divertidísimo, puedes -creerlo. Tenemos una profesora que se llama _Madame de Circe_, y un -adjunto chiquitín, _Monsieur de Tiresias_, que adivina cuanto hay que -adivinar. Por las noches nos dan sesiones deliciosas en que oímos ruido -de platos por el techo, y roce de manos que pasan arrebatando los -objetos. Créelo: nos divertimos la mar. - ---Mientras te oigo, hermosa Cintia --dijo Tarsis, abrumado de -tristeza--, pienso que me he muerto, y que estoy vagando en el inmenso -tedio de la inmortalidad, como astilla flotante en el océano. - ---Vivir y morir todo viene a ser lo mismo --replicó Cintia, mostrando -la doble carrera de sus lindísimos dientes al desplegar los labios -en franca risa--. Ha sido para mí una suerte muy grande verte ahora, -cuando creía que ya no te vería más, Carlos. ¿Es esto milagro, es esto -hechicería? Sea lo que fuere, yo me alegro de poder decirte que no me -he casado. - ---¡Cintia! - ---Que no me he casado con el diplomático. ¿Cómo quieres que te lo diga? -Reñimos hace quince días por una simpleza... Un poco tarde, pero a -tiempo aún, vine a conocer que no le quería. Es un cuco, un egoísta -como todos... Vienen al olor de una rica dote... - ---Cintia, tu riqueza te da derecho a despreciarnos. Quisiera que fueses -un poco menos severa conmigo. - ---Sí que lo seré... pero ahora, caballero Tarsis, no puedo entretenerme -más... ¿Qué, qué ibas a decirme? He visto en tus labios una palabra que -se ha retirado antes de sonar. - ---Iba a decirte que nunca te vi tan bella como ahora te veo. - ---¡Qué tonto! Estaré horrorosa. ¡Hace un rato que salí del baño! Me -envolví en este ropón, y me acerqué al espejo para mirarme. - -Aunque oprimía la vestimenta contra su busto para taparlo bien, aún -exageró el movimiento pudoroso hasta no dejar ver más que la cabeza. El -galán la contemplaba embelesado. La visión dijo: - ---Me parece, caballero Tarsis, que ya es hora de que te deje en paz... -Retírate tú también por tu lado... - -Se alejó sin volver la espalda, hasta quedar en término lejano; hizo -con la mano un gracioso saludo, y desapareció como luz extinguida por -un soplo. - - - - -V - -Siguen los prodigiosos y disparatados fenómenos, hasta determinar lo -que es final y principio. - - -Abalanzose don Carlos de Tarsis al espejo, y puestos en él manos y -rostro, se aseguró de que era cristal y no un hueco por donde pudieran -verse estancias vecinas. Luego salió con paso y andar de borracho, -tropezando en los muebles y agarrándose a cuanto encontraba, hasta -llegar a la próxima sala, donde permanecía, como alma trasunta en -papeles, el erudito endemoniado; y viendo una silla frente a la mesa -en que aquel trabajaba, dejose caer en ella, soltando la voz a estas -angustiadas razones: - ---Tu casa está encantada, o tú eres un demonio con figura de Augusto -Becerro. - -Sin inmutarse, suspendiendo del papel la pluma, el embrujado amigo le -respondió: - ---No aceleres tu juicio, ni apliques dicterios infernales a este -estado de felicidad perfecta. No interrumpas mis estudios, que ahora -estoy en las apreturas de demostrar que el Rey Sabio don Alfonso X -fue precursor de mi don Enrique de Villena, pues en su _Libro de los -juegos de ajedrez, dados et tablas_ dice que no se puede jugar bien -al ajedrez sin saber de astrología. Lo mismo siente y declara el -Maestre de Santiago en su _Libro de Aojamiento y Fascinología_, y ello -concuerda... Verás. - -Dijo esto tomando del rimero de la izquierda un gordo y mugriento -librote, que abrió por un punto marcado. - ---Verás: este es el famosísimo y fundamental libro de _Encantamentos_, -escrito por el propio Merlín en lengua bretona, y traducido al italiano -por _Messer Zorzí_... - ---Déjame: tu erudición me produce horrible cefalalgia --dijo el prócer -haciendo almohada de sus brazos sobre la mesa para descansar en ella la -cabeza. - -Impávido siguió el otro: - ---Autores de más crédito, como el desconocido español que compuso -_El Baladro de Merlín_, sienten y aseguran que este no nació de -ayuntamiento del diablo con doncella bretona, sino que un ángel le -dio la existencia. No el trato con demonios, sino el estudio de la -astrología, le dio su saber profundo de cuanto se refiere al destino -del alma, y al estado de encantamiento y beatitud de las criaturas... -Te diré que _baladro_ es como decir _alarido_ o _voz espantosa_, porque -el gran Merlín, padre de la verdadera ciencia, fue encantado por su -mujer, digamos manceba, llamada Bibiana, la cual volvió contra él la -virtud o maleficio de un amuleto poderoso. De mujer no se podía esperar -cosa buena. Quedó Merlín preso para siempre en la espesura de un bosque -de Inglaterra, donde aún está, y cuanto se ha hecho para encontrarle ha -sido inútil. Desde la profundidad de su encantamiento lanza de vez en -cuando unos baladros o bramidos que se oyen a mil leguas a la redonda y -hacen temblar toda la tierra. - ---Déjame, calla: eres un torbellino de disparates --murmuró el -descendiente de Japhet, hijo de Noé, agarrándose el cráneo como para -sujetar la razón que se le escapaba. - -Sintió, al decir esto, un retemblido profundo como terremoto. El -sacudimiento del suelo se transmitió a libros y papeles, que por un -instante se movieron y saltaron. Oyó luego cerca de sí un retintín -metálico. Eran los duros que había dejado sobre la mesa, y que -iniciaron un ligero movimiento de baile. Al caballero le pesaba la -cabeza como si fuese de plomo. Con vigoroso esfuerzo se levantó -gritando: - ---Dime por dónde salgo de esta cueva... ¿Dónde está la salida? Ábrete, -laberinto... - -Dio algunas vueltas por la estancia palpando el aire, y no pudiendo con -su propio cuerpo, que requería la horizontal, fue a caer en una especie -de banco acolchonado, diván o canapé, situado entre ventana y balcón. -Allí quedó tendido, tieso y sin conocimiento; y aunque el pelote del -relleno era duro y desigual, el noble marqués no se movió en largas -horas. - -En el tiempo que estuvo exánime, _Asur, hijo del Victorioso_ fue a su -casa y volvió de ella, lo cual no quiere decir que se moviera, sino -que el espíritu, arrastrando a la que llaman vil materia, o tal vez -solo, voló a su vivienda lejana, que era en lo alto del barrio de -Salamanca. Desflorando calles, se aproximó a la suya, y a medida que se -acercaba, una fuerza irresistible le cortaba la andadura, llamándole -hacia atrás para que obedeciese a su voluntad, esclava y presa en la -encantada mansión del sabio. A pesar de los tirones que hacia atrás le -daban manos invisibles, Tarsis tuvo la sensación de entrar en su casa, -que era grande y hermosa, bien dispuesta para morada de un rico. Con -excepción de algunos cuadros y bronces de gran valor, que había tenido -que vender, conservaba el rico ajuar que fue de sus padres. Llegó el -hombre a su dormitorio, y después de contemplar con amoroso embeleso el -retrato de Cintia que en marco de hierro nielado allí tenía, se acostó, -quedándose profundamente dormido sin soñar cosa alguna, como no fuera -una ligera visión de Bibiana, la querindanga de Merlín... Al despertar -se vio en el camastro o divanastro de la morada becerril, y el dolor -de sus huesos le dijo que había estado largo tiempo sobre aquellos -pelotes duros, y en el suplicio de los gastados muelles, que al menor -movimiento gemían, clavándose en las carnes. - -Don Carlos dejó allí día y encontró noche, que le pareció muy avanzada. -La caverna papirácea, sin otra luz que la de una bombilla eléctrica -colgante sobre la mesa en que trabajaba el hechicero, era más triste de -noche que de tarde. Dijérase que los innumerables libracos que por el -día trataban de cosas divertidas y amenas, por la noche llenaban sus -páginas de sucesos fúnebres y trágicos. Tarsis dio suelta a sus ideas -para que libre y perezosamente se extendiesen con vuelo bajo, posándose -donde quisieran, y este abandono de la disciplina mental le llevó a un -dulce estado de inconsciencia melancólica. - -Miró el buen señor su reloj y lo encontró parado. Al poco rato, sin -saber la hora, sintió el tin-tin de los ladrillos mal sentados o rotos. -Alguien andaba por los adentros de la casa; el ruidillo aumentaba; -no eran una ni dos personas las que acusaron su presencia con el leve -pisar en los baldosines musicantes... el tin-tin se acercaba, y por fin -entró en la sala. El caballero apreció el paso de seres invisibles, -como si entraran por la puerta de un lado y salieran por la del -otro. Alguno pasó muy cerca de él, casi rozando con el diván. Por un -momento pudo creer Tarsis que el ser aéreo se sentaba a su lado... Con -movimiento instintivo, con calofrío y temor, se incorporó. - -Mediano rato duraron las carreras de una parte a otra de la casa, y -durante este inocente juego no visto, notó el caballero que algunos -libros y papeles saltaron de las mesas, y fueron a caer en mitad de -la estancia. Siguió ruido de palmoteo que andaba por el aire cerca -del techo. El ruido pasó a un aposento que no debía de estar lejano, -y con el cual no se veía comunicación abierta; y de allí, confundido -con las palmadas, vino repiqueteo de crótalos. Estos sonaban apagados -y sin vibración, como si el choque de la madera se ablandara en -manos de trapo. El ritmo era extraño, absurdo. Tarsis no le encontró -adaptación a ninguna danza conocida. Y al son de los crótalos con -sordina y de manos algodonadas, trepidaba todo el suelo de la casa. -Becerro proseguía inmóvil, como un santo doctor de los que están en los -altares, la pluma en la mano, los ojos fijos en un infolio abierto por -la mitad. - -Contemplando la embalsamada figura de su amigo, el Marqués de Mudarra -trató de confortarse, requiriendo la normalidad. Pensaba que todo aquel -aparato ultrasensible, la visión de Cintia y el ruido de bailoteo -de espíritus, podía ser una farsa, obra de la física recreativa, o -de algún maestro en ilusionismo y prestidigitación. Afirmándose en -esta idea, se levantó con ánimo de dar un papirotazo en la cabeza del -fingido hechicero; pero apenas puso los pies en el suelo, estalló en -los aires un trueno formidable, y casi al mismo tiempo, con diferencia -de segundos, otro más rimbombante en lo hondo de la tierra, y la casa -se abrió y desbarató cual si fuera de bizcocho. Desapareció el techo, -dejando ver un cielo estrellado; las paredes se abrieron, los libros -transformáronse en árboles, y don José Augusto saltó de su asiento por -encima de la mesa, convertido en un perrillo cabezudo y rabilargo. -Hallose Tarsis en un suelo de césped, rodeado de robustas encinas, -sin rastro de casas ni edificación alguna. De la sorpresa y susto por -tan maravilloso cambio de escena, trató de recobrarse el caballero -diciendo: «Sigue la farsa. Ahora tenemos una mutación de teatro hecha -por habilísimos maquinistas y escenógrafos.» - -No le dejó completar su pensamiento la súbita presencia de un tropel de -muchachas, lo menos cincuenta, guapísimas, vestidas tan a la ligera, -que no llevaban más que un fresco avío de lampazos, con que cubrían lo -que la honestidad quiere y ha querido siempre que se cubra. Piernas -y brazos trazaban en el aire, con ritmo alegre, airosas curvas y -piruetas. Eran, más que ninfas, amazonas membrudas, fuertes, ágiles, -los rostros hermosísimos y atezados. Traza tenían de mujeronas de raza -y edad primitivas, heroicas. Su aventajada talla y la solidez de su -estructura muscular no consentían imitación por medios teatrales. Ni -con actrices ni con escogida comparsería podían los taumaturgos de la -escena presentar espectáculo semejante, por lo cual Tarsis abandonó el -concepto de lo real para volverse al de lo maravilloso... Las ninfas -hombrunas rompieron a coro en un grito salvaje, _ijujú_, que retumbó en -los senos de la selva. Y conforme gritaban se partieron en dos alas, -dejando en medio un ancho camino para que por él pasara, con porte de -reina, una esbelta matrona que salió de la espesura de las encinas. - -Tarsis quedó embelesado, y no se hartaba de mirar y admirar la excelsa -figura, que por su andar majestuoso, su nobilísimo ademán, su luengo y -severo traje oscuro, sin ningún arrequive, más parecía diosa que mujer. -Era su rostro hermoso y grave, pasado ya de la juventud a una madurez -lozana; los cabellos blancos, la boca bien rasgueada y risueña. Pensó -Carlos que aquel rostro y aquel empaque de principal señora, no le -eran desconocidos. ¿Habíala visto en algún salón de la alta sociedad -de Madrid? Tal vez. No pudo darse cuenta de nada más, y la idea de que -la dama veraneaba en aquellos selváticos parajes, cruzó por su mente -como un relámpago... ¿Y quién demonios eran las danzantes morenas -de libres piernas y arqueados brazos? El buen Tarsis no tenía idea -de la naturaleza y origen de estas raras visiones. Nunca vio en la -realidad figuras de tan robusta belleza. Estatuaria de carne y hueso -como aquella, no se usaba ya en la humanidad. Cuando esto pensaba, dos -o más de las mujeronas o dríadas fornidas se apoderaron del pobre -caballero, cogiéndole de una y otra mano, y zarandeándole le llevaron -consigo, cantando, entre risas y en lengua de él no comprendida, himnos -alegres. En esto, Tarsis vio de espaldas a la matrona, que seguía con -grave lentitud su camino. Tras ella iba Becerro, convertido, no ya en -perrillo, sino en perrazo de tan lucida talla, que mirándolo bien se -advertía que era león de tomo y lomo, un poco anciano ya y algo raído -de melena, dando a entender su larga domesticidad... Miró al amigo y -agitó su tiesa cola con bizarra señal de simpatía. - -Sudoroso y sofocado seguía el prócer a las mujeres, que en fuerza y -agilidad le superaban más de lo que él quisiera. Poniéndoles cara -risueña y tratando de acomodar su flojedad pulmonar al incansable vigor -de ellas, les dijo: - ---Ninfas, zagalas, señoritas, amazonas, o lo que sean, ¿tendrán la -bondad de decirme si estoy encantado? - -Y ellas le contestaron con vocerío de júbilo y burlas, y con el sonoro -_ijujú_, que lo decía todo... Siguieron, y como él se rindiera, -lleváronle largo trecho en volandas, a retaguardia de la fantástica -procesión... Al llegar a una meseta despejada de arboleda alta, donde -se deprimía bruscamente el suelo por la izquierda, arrancando en -ladera que hacia profundos barrancos descendía, las juguetonas ninfas -hombrunas se divirtieron zarandeando a don Carlos de Tarsis, entre -gozosos _ijujúes_ y _ajijíes_, y después de balancearle como a un -pelele, le lanzaron con ímpetu por la pendiente abajo. - -¡Ay, caballero de mi alma, qué será de ti en ese rodar hacia la -desconocida hondura! Válgante tus buenas obras para salvarte, que -algunas ha de haber entre tus innúmeros pecados; favorézcate Dios con -que no caigas sobre peñascales duros, sino sobre retamas tiernas o -tomillos olorosos, o disponga que en sus brazos te reciba una grácil -hada de blanco y blando seno. - - - - -VI - -Donde verdaderamente empiezan las verdaderas e inverosímiles andanzas -del caballero encantado. - - -Se sabe que Tarsis, hallándose vivo y sano muchos días después de lo -narrado, tenía por dormitorio un pajar erigido sobre el establo en que -diversos animales pasaban la noche. Hecho a nueva vida sin notorio -aprendizaje, se despertaba al alba, sacudía y estiraba sus miembros, -se vestía, y al instante prestaba su ayuda al amo, dando pienso a las -bestias y unciendo la yunta para el trabajo... Se sabe también que en -aquel primer período de su encanto, el caballero había perdido toda -noción de su primitiva personalidad, por un embotamiento absoluto de -la memoria. Tan solo recordaba los hechos próximos al estado presente; -su nueva conciencia embrionaria los completaba con vagas y equívocas -impresiones de una edad anterior a la villana condición que encantado -tenía. - -En esta baja existencia, el caballero se llamaba Gil, nombre que en su -sentir había tenido desde la cuna, y se hallaba dotado de gran fuerza -muscular. De sus supuestos padres, que padres había de tener, vivos o -difuntos, nada o poco sabía, ni de ello se curaba. La subconciencia -o conciencia elemental estaba en él como escondida y agazapada en lo -recóndito del ser, hasta que el curso de la vida la descubriera y -alentara de nuevo. Así lo dicen los estudiosos que examinan estas cosas -enrevesadas de la física y la psiquis, y así lo reproduce el narrador -sin meterse a discernir lo cierto de lo dudoso. - -Andaban ya de soslayo por la tierra los rayos del sol espantando la -neblina, cuando Gil llegaba con su yunta al campo llamado de Algares, -extenso barbecho que ya en tiempo oportuno había sido alzado, y en mayo -recibía la segunda labor, a la que dicen binar. Iba con él el amo, de -quien se hablará luego. Quería ver cómo acometía el mozo faena tan -larga y dura, y calcular por el aire que llevara si podría terminarla -en dos mañanas cumplidas. Ya en el punto del primer surco, marcado -por la labor de alzar, metió Gil la reja, azuzó la yunta con un _sóo_ -cariñoso, y empuñada la esteva con vigorosa mano, empezó a trazar el -surco, llevándolo tan derecho, que por regla sobre un papel no se -trazara mejor. - ---Vas bien, Gil --le dijo el amo viéndole llegar de la primera -vuelta--. Haz por labrar hoy hasta la olmeda, y lo demás quedará para -mañana. Yo me voy a ver cómo está lo de Tordehita, que quedó encharcado -con las aguas del sábado, y luego me subo al Toral para decirle a -_Ginio_ que esta tarde me lleve las ovejas a Nafría, donde a la cuenta -que tenemos mejor pasto. Adiós, y no te tumbes cuando yo me vaya. - -Diciéndolo se fue, y su figura escueta se perdió en la planicie -solitaria, a trechos verde, a trechos amarilla. - -Quedó Gil solo arando, sin más compañía que la del sol, que a la ida le -caldeaba las espaldas, y a la vuelta le bailaba delante de los ojos. -Con toda su voluntad puesta en el puño y este en la esteva, regía con -inflexible derechura la labor. Trazados seis surcos, descansó para su -almuerzo, que fue breve y frugal. Junto al arranque del primer surco -tenía su chaqueta, el barrilillo de agua, el saco de su comida, y otro -con el pienso de las vacas; custodiaba estos avíos un perro de la casa -llamado _Moro_, que no se movía de su guardia. Perro y gañán frente a -frente, en amor y compaña, comieron de un trozo de pan con torreznos -que les había puesto en el morral la _señá Usebia_. A entrambos les -supo a gloria por lo avanzado de la mañana, y después volvió el uno -a coger la esteva, y el otro quedó guardando la chaqueta y costales. -Toda la mañana transcurrió en esta guisa, el can dormitando, el mozo -haciendo rayas con el arado, labor harto penosa, la más primitiva -y elemental que realiza el hombre sobre la tierra, obra que por su -antigüedad, y por ser como maestra y norma de los demás esfuerzos -humanos, tiene algo de religiosa. - -Sudaba Gil la gota gorda, y todos los músculos de su cuerpo contribuían -con su tensión a la faena sagrada. De la misma fatiga sacaba mayor -esfuerzo. No desmayaba; que sobre las flaquezas del cuerpo resplandecía -en el alma el sentimiento de la obligación. Gil era fiel pagador -del pan que ganaba, y daba su energía por su sustento. De la ruda -tarea no tenía más testigos que el cielo que le miraba, el perro -dormitante y los pájaros que se adueñaban de aquellos anchos aires. -Las maricas vocingleras venían a merodear con aleteo y brinquitos en -los surcos recién abiertos; las abubillas se llamaban de olmo a olmo -con tres golpes, y bandadas de chovas o grajos volaban con solemnidad -procesional del llano a la sierra o de la sierra al llano. - -Terminada la media huebra que el amo le asignara, Gil retirose con su -yunta, sus talegos y el perro, y a la casa llegó antes que el amo, -que andaba en la inspección de sembrados y majadas. Preguntole el ama -si había hecho la media huebra, y dada la respuesta afirmativa sin -jactancia, procedió a quitar el arado; luego desligó de los cuernos -de las vacas las coyundas que sujetaban el yugo, separó este, y los -benéficos animales se fueron a su establo requiriendo con sus húmedos -hocicos el pienso. El de la familia tardaría un poco más, porque el amo -no parecía; salió el hijo a un altozano, orilla de la casa, de donde -oteaba el sendero por donde había de recalar el padre. _Usebia_, en el -portal, cortaba de un pan las rebanadas para la sopa, y Gil, servido -el pienso al ganado, fue a servir a la cochina y sus crías, cuyo -cubil allí se llama _corte_, y les regaló con mondaduras de patatas -envueltas en harina de centeno. En esto el chico que estaba de vigía -vino a la carrera diciendo: - ---Ya viene padre. - -Y la _señá Usebia_, que ya tenía la mesa puesta y el cocido en su -punto, se dispuso a calar la sopa. - -No se pasa de aquí sin decir que el lugar se llamaba Aldehuela de -Pedralba, situado como a legua y media de la caída occidental de -la sierra de Guadarrama, y que el amo de Gil era José Caminero, -honradísimo trabajador, esclavo del áspero terruño y de la inclemente -comarca en que había nacido. Como unos veinte años le llevaba en edad -a su mujer Eusebia, todavía en cierto punto de frescura y lozanía. -La esposa, con su nativa fortaleza, se defendía de los estragos del -trabajo incesante y rudo, mientras el marido, al cabo de cuarenta -años o más de tremenda porfía con la tierra, era ya un atleta cansino -y derrengado, con todo el vigor recluido en los pensamientos, en la -palabra y en la voluntad. Tenían un hijo, a la sazón de diez años, -que también se llamaba Pepe, por el afán del padre de perpetuarse, no -solo en la tierra, sino en el nombre, avidez de vida durable ya que -no eterna. El chico iba a la escuela, donde si un poco le enseñaba -el maestro, más le enseñaban los otros chicos, profesores de juegos, -enredos y travesuras. En verano, que es tiempo de vacaciones, olvidaban -lo poco que aprendieron en invierno (escaso de días por el descuento -de fiestas religiosas, patrióticas y palatinas), y la bandada se -establecía de sol a sol en los aledaños del pueblo, ejercitándose en -la barbarie de coger nidos. Cosechaban además endrinas y moras de -zarza en campo libre, y afanaban fruta en terrenos vedados, o bien -apedreábanse con rápido manejo de hondas que ellos mismos hacían. - -Poseía José Caminero, por herencia, la casa en que vivía, dos huertas y -hermoso prado, dos o tres hazas de excelente tierra, en que cosechaba -patatas, trigo para el pan de la casa, garbanzos, algarroba. Con esto, -y el averío, y el cerdo, y las terneras, vivía pobremente sin ahogos, -sin mirar demasiado la cara al día de mañana. Pero a poco de casarse le -picó la ambición: queriendo dar mejor empleo a su pericia de labrador, -tomó en arrendamiento las tierras de Algares, Tordehita y Tordelepe, -que por su miga y anchuras eran buen campo de ilusiones campesinas. Los -primeros años no le fue mal; pero luego _empezó a cojear el galgo_, -como decía el pobre Caminero: vinieron, ahora la seca, ahora el -pedrisco; se pidió rebaja de la renta, y la subieron; se esperó alivio -en la contribución, y la recargó el maldito Gobierno; siguieron los -arbitrios para salir del año, los enredos del préstamo y la usura, y -así, por fatal gradación, se llegó al desequilibrio de la casa en el -tiempo en que Gil entró a servir en ella. Siempre había tenido Caminero -dos criados para su labranza; pero aquel año la necesidad de economías -le obligó a reducir la servidumbre a un solo mozo, y este de los que -llaman _agosteros_, contratados por pocos meses, que terminaban el día -de San Agustín. En esta fecha cobraría Gil su soldada de catorce duros, -quedando libre para buscar otro acomodo. - -Pues, señor, como se ha dicho, llegó el punto de ponerse a comer. -Sentáronse a la mesa, que más bien era banco, cubierto de un mantel -de días, Caminero y su hijo, enfrente Gil. Al lado derecho del amo -debía comer Eusebia, que en pie hizo el calado de la sopa, vertiendo -en la cazuela, sobre las rebanadas de pan, el hirviente caldo. Luego -se sentó a comerlas con los demás, soplando todos en la cucharada para -enfriar. Después el ama volcó el cocido en la misma cazuela, apartando -la carne, y de la cazuela comían todos, que es un comer más familiar y -democrático que el usado por gente fina. Siguieron la carne y tocino, -que eran engaño para meter en la barriga buena carga de pan. Eusebia -cortaba con suma destreza las rebanadas que iba dando a cada uno. - -Mientras comían no era la conversación serena y plácida, sino ansiosa -y entrecortada de graves aprensiones. Comían como los soldados que -a prisa engullen su alimento entre batalla y batalla. Caminero y su -mujer, sin mirarse apenas, cambiaban frases recelosas. - ---Desmedrado tenemos el trigo, que no granará si no manda Dios agua... - ---Yo, por esta rodilla mía derecha, barruntaba ayer agua, y hoy, por el -poco de sordera, barrunto secura. Dios nos mire y el cielo nos llore... - ---Mujer, sobre tanta calamidad, me _paiz_ que tendremos la tiña del -garbanzo... - ---Ni en chanza lo digas, José. Eso nos faltaba. Si enferma el -garbanzal, ¿año, a dónde vas?... - ---Las patatas de Tordelepe piden con necesidad que las aporquemos. No -pase de esta tarde. Vámonos todos a remediarlas con la segunda cava. - -Todo lo decían Caminero y su mujer. Gil no desplegaba sus labios. De -las buenas cualidades del mozo, la que más estimaban sus amos era el -silencio. Obedecía, sin chistar, cuantas órdenes se le daban, y jamás -ponía comentario ni observación. Por su docilidad y apego al trabajo, -los amos le querían... Pues en cuanto comieron se apresuró el mozo -a enalbardar la borrica para el ama, y se fueron todos a Tordelepe, -cada cual con su azada, y hasta el chico llevó la suya de juguete, -y toda la santa tarde estuvieron cavando. _La Usebia_ era una fiera -para el trabajo, y doblada de cintura cavaba y arrimaba la tierra que -daba gusto. José, tronzado por el violento esfuerzo que su dignidad de -labrador le imponía, hizo lo que pudo, y Gil, incansable jayán, remató -la labor antes que fuera de noche, con lo que respiraron, limpiándose -el sudor, y se volvieron, _Usebia_ en la burra con el chico, y las -azadas colgadas de la grupa. No iban alegres, pues cada cual llevaba -su afán: la mujer llegar a tiempo de hacer la cena, el hombre, traer -a su magín los afanes del día siguiente. No descansaban, no vivían; -cada hora, preñada de inquietudes, paría en sus últimos minutos las -inquietudes de las horas sucesivas. - -A prima noche, encendidas las teas en la cocina y avivada la lumbre, -_Usebia_ preparaba un calderón de patatas con briznas de bacalao... -Cenaron; el chico se durmió con la cuchara en la mano. Marido y mujer -hacían cálculos de lo que podrían reunir para pagar la renta. _Usebia_, -que entre ceja y ceja llevaba el libro de caja, o sea mental aritmética -de las monedas sepultadas en el arcón, aseguró que por mucho que -estiraran no llegarían a juntar lo preciso. El buen Caminero se rascaba -la oreja, sin que del rasquido saliera la solución del problema. Oía -Gil estas cosas y callaba, compadecido de sus amos, a quienes daría sus -ojos si con los ojos pudieran remediarse... - -En previsión de un gravísimo atasco, se acordó llevar al mercado de -Pedralba cuanto se pudiese... Como el mercado era en jueves, el martes -lo dedicó Gil a terminar la huebra; el miércoles fue al monte por -leña, operación que era para él un descanso, pues iba en el carro, -cortaba la leña, cargaba, y en ello se le iba todo el día sin gran -fatiga muscular. Gustábale la expedición al monte por lo que tenía de -paseo, de divagación en ambiente fresco y puro, de hablar con gente -que a la ida y a la vuelta encontraba, parloteando en alguna vereda -con muchachas bonitas, que le decían burlas y veras graciosas, como -rozadura de cardo y olor de tomillos. - -Aquel día montó el gañán en el carro con el niño de la casa y otros -dos, amiguitos de este, que se pirraban por llevar al monte el programa -de sus diabluras. Gil no dio paz al hacha, y cortó carrascas, ramas de -fresno y de escaramujo, estepa y jara cuanto pudo; gran cantidad de -retama para el horno y de helechos para la cama del ganado. Los chicos -con febril actividad le ayudaban, trabajando con hoces y hachuelas -de juguete. Con certera pedrada mataron a un pobre conejo, y a palos -dieron cuenta de una culebra que no les hacía ningún daño... De -vuelta a la casa, al caer de la tarde, se pensó en disponer lo que al -siguiente día había de llevarse al mercado. El ama supo atraer a su -parecer el del fatigado marido, y ella fue quien organizó y determinó -la pacotilla de artículos para la venta por buen dinero. Viéraisla al -romper el día montada en su burra, con un saco de trigo a la grupa, -alforjas en el arzón, varios líos, uno de ellos con merienda, y ella -bien compuesta, con su pañuelo cruzado al pecho, prendido con un -vistoso alfiler, y otro, de colorines, liado a la cabeza con el nudo -sobre la frente. - -A su lado iba Gil, también un poquito aseado. En la mano derecha -llevaba el cordel con que sujetaba y conducía tres lechoncitos atados -por la pata; en la izquierda, la vara con que a la pollina dirigía, al -hombro un saco mediado de garbanzos. Delante, con carrera retozona, -iba el perro _Moro_. Por el camino, que era largo, de más de legua y -media, _Usebia_ charlaba de diversos asuntos; el mozo nunca iniciaba la -conversación, por ser muy corto y bien mirado. Si ella no enhebraba la -palabra, irían todo el camino como dos cartujos. Debe decirse que el -ama quería mucho a su sirviente, por las buenas prendas de él, por su -talante sufrido y humilde, y porque jamás hizo ascos a las obligaciones -por duras que fuesen. Queríale también, mejor dicho, le miraba con -buenos ojos, porque era muy guapo, de cuerpo gallardísimo, la cara bien -adornada y la boca pulida. Con alma cándida y sin malicia le elogiaba -ante las vecinas diciendo: - ---Tengo un criado _como un pino de oro_. - -Cuidaba de tenerle la ropa lavada y bien arregladita; reservábale -alguna golosina para después de comer, y cuando le veía rendido del -trabajo, y no estaban presentes José ni el chiquillo, llamábale a la -cocina y le daba un huevo asado en la ceniza, añadiendo maternales -consuelos: - ---Toma, hijo, que ese cuerpo necesita que le echen un reparo, y dos. - -Como se ha dicho, Eusebia planteaba las conversaciones durante el -viaje, las cuales solían recaer en lo desabrido que era Gil con las -mozas del pueblo, pues otro menos metidijo en sí se habría echado ya -cuantas novias quisiera; que si comúnmente hubo tres Giles para una -moza, estando él habría diez para un Gil; y todas le habían de querer, -y en alguna encontraría holgura para casarse. A esto respondía Gil con -respetuosas y discretas razones, diciendo que antes era el ganar que el -enamorar, porque hombre sin blanca es despreciado de sí mismo. Huérfano -era y arrimado a la pared de una buena casa, y por el pronto no haría -más que dar gusto a sus amos y aprender la labranza. Eusebia unas veces -asentía con aires de persona sesuda; otras celebraba con risas las -sosadas del mancebo, oyéndolas como agudezas y donaires. - -Con este inocente parlar llegaron a Pedralba, lugar asentado en una -peña flanqueada de murallones, con una sola puerta. Encamináronse a -la plaza y cogieron puesto. En otras circunstancias, Eusebia vendía -sus frutos y compraba escabeche, azúcar, pimentón, cebollas, alguna -herramienta, y una túrdiga de pellejo para hacer las abarcas. Pero -en aquella ocasión triste, a casa no se llevaría más que un poco de -pimentón y una zafrita con vinagre. Sus garbanzos, su trigo, sus pollos -y huevos, sus lechoncitos y demás cosas que llevaba, los cambiaría por -dinero contante para llevarle a José una buena ayuda de la renta. Así -lo hizo; mas no pudo allegar todo el numerario que quería. El dinero -escaseaba. Decidiéndose a vender algunos artículos a desprecio, pudo -llevarse algo más de trescientos reales. - -Desalentados tomaron el camino de Aldehuela; mas el sentimiento del mal -negocio no impidió a la curiosa _Usebia_ tirar de la lengua al criado -para que, descuidándose en el hablar, diese a conocer sus intenciones y -pensamientos. - ---Si tanto callas, Gil --le dijo--, pensaré que estás encantado. - -Con esto se avivó la conversación, y el ama se entretuvo en tocar -delicadamente diferentes puntos de amor, como relación de mozo con -moza, de soltero con viuda, o de casada con mozo libre, que era gran -pecado de _escandalorio_, cosa fea, en verdad, por el mal ejemplo. -Contestaba Gil con discreción y juicio. Mas esta conversación y otras -que se sucedieron, no merecen referencia por ahora, que noticias de -mayor fuste reclaman la atención del narrador. - -Pasaron días después de aquel en que fueron al mercado de Pedralba, y -al mercado volvieron, y en estos ires y venires iba resurgiendo en el -alma de Gil la conciencia de su primitiva personalidad. Era como luz -tenue y rosada de Oriente después de noche oscura. Apuntaron primero -nociones vagas de anterior vida, atisbos de memoria que remusga y se -despereza. En su existencia villana, Gil no sabía leer ni escribir. -Un día, estando en Pedralba, vio un letrero de tienda, y lo leyó y se -hizo cargo de su sentido; poco después vio en las esquinas un bando -del alcalde, y se enteró sin perder sílaba. En el suelo encontró un -cacho de periódico, y se recreó en su lectura. Empezaba, pues, el -desdoblamiento de las dos figuras, de las dos personalidades, desdoblar -lento, que los estudiosos de la _psiquis_ comparan a las primitivas -funciones de la vida vegetal. Poco a poco se daba cuenta de que había -sido otro, y de que la anterior y la presente naturaleza se reconocían -demarcándose, y se aproximaban como procurando la reconciliación. -Serían, pues, dos en uno, o un uno doble, y aunque esto no se entienda, -fuerza es declararlo así, dándolo por posible, para que lo crea -el vulgo y lo acepte con fe ciega y no razonada; que si se admite -el imposible del milagro, también se ha de admitir el absurdo del -encantamiento, y en ambas formas del misterio habrá que decir: las -bromas o pesadas o no darlas. - -Sucedió, pues, que por grados llegó Gil a la conciencia de su anterior -vida de caballero, y la plenitud del desdoblamiento fue determinada de -súbito por un incidente, por una palabra... Hallándose en la cocina, -oyó el mozo que sus amos, azorados y medrosos, hablaban del aprieto de -sus intereses. A la luz de las teas humeantes, José leyó unos apuntes -de su sobado libro de cuentas, y después dijo: - ---Aun para el plazo atrasado nos faltan doscientos reales; que para el -vencido de _antier_ no tenemos ni con qué empezar. - -A lo que replicó Eusebia con impávida resolución: - ---No hemos de morir por eso, José. Desentendámonos de don Gaytán, y -escribamos mañana mismo al señor de Bálsamo. - -Esta palabra, este _Bálsamo_, fue el golpe o manotazo que acabó de -descorrer el velo. Gil vio su interior inundado de luz, y se dijo: «Ya -estoy en mí, en el mí de ayer. Soy don Carlos de Tarsis.» - - - - -VII - -De la venida de don Gaytán de Sepúlveda, con otros inauditos sucesos -que verá el que leyere. - - -Al siguiente jueves (que lo narrado fue un martes), llegó a la -delantera de la casucha un hidalgo viejo montado en una yegua pía. Era -don Gaytán de Sepúlveda, a quien la gente del país designaba con la -forma arcaica de su nombre de pila, sin duda por ser él un viviente -arcaísmo. Andaba don Cayetano de Sepúlveda al ras de los setenta -años, y se mantenía terne y activo de todos sus órganos, excepto de -la vista, por lo que usaba gafas muy fuertes de présbita, montadas -en concha y con vidrios laterales. Su rostro afilado más parecía de -dómine que de lo que era, un ricachón de quien se decía que traspalaba -las onzas; mas como ya no hay onzas, debía decirse que apilaba los -fajos de billetes de Banco. Llevaba un sombrero negro, achambergado, -y un capote de barragán que no soltaba hasta el cuarenta de mayo, o -más. Era terrateniente, fuerte ganadero y monopolizador de lanas, -banquero rural, y de añadidura cacique o compinche de los cacicones -del distrito; hombre, en fin, que a todo el mundo, a Dios inclusive, -llamaba de tú... - -Acudió Gil a tenerle el estribo, al punto que salían a recibirle José y -Eusebia, ambos con sonrisa de conejo, que es mixtura de risa y temor. -Pasaron el visitante y sus amigos a la cocina. La plática fue breve, -pues don Gaytán era hombre que ahorraba la saliva tanto como el dinero, -y excesivamente modesto en todo, había suprimido el lujo de las vagas -conversaciones. Después de darse y tomarse varias explicaciones, don -Gaytán sacó un papelejo escrito y dijo a Caminero: - ---Amigo, ahorremos palabras. Fírmame esto, y se acabaron tus afanes. -Y para redondear la cifra, que no me gustan picos, ya lo sabes, toma -estas trescientas veinticinco pesetas. Ea, ya estás salvado por hoy... -Mañana, Dios, que a los buenos no abandona, acabará de sacarte el pie -del lodo... - -Firmó José, que por hallarse con el agua al cuello no veía nada más -allá del momento presente. Mirándole trazar la embrollada rúbrica, don -Gaytán masculló esta frase: - ---Y ya no tienes para qué escribirle a Bálsamo, que ya sabes que soy su -poderhabiente para todo. Ya le diré yo que has pagado. Descansa, hijo, -y ve tirando, que el que tira llega, y el que cae se levanta. - -Tanto José como Eusebia tuvieron que mostrarse agradecidos, porque -si bien el viejo zorro les hipotecaba el mañana con el aumento de una -deuda ya muy crecida, habíales quitado del pescuezo la cuerda que les -ahogaba. Invitole el ama a remojar el gaznate con vinillo blanco, del -que siempre tenía corta provisión para casos como el que aquel día se -presentaba. Aceptó el viejo con gusto, y mientras se relamía entre -sorbo y sorbo, sacó súbitamente de la memoria un asunto de interés que -se le había olvidado. - ---Ya decía yo --exclamó-- que algo se me trascordaba. Es que quiero -pediros un favor. Tenéis aquí un jayán que vale por dos; ese Gil, de -quien decíais que es una bestia para el trabajo y un ángel por la -fidelidad. Como ahora, José, tu primer cuidado debe ser meterte en las -economías, cédeme ese chicarrón, que a mí me hará buena obra, ya sea en -Tagarabuena, donde no falta labor, ya en Micereses de Suso, donde tengo -la cabaña. Tú le trataste de agostero, y lleva mes y medio contigo. -Págale cuatro duros, que es lo que por hoy le debes, y yo me cargo con -lo restante hasta San Agustín o más, que según lo que él vale por su -estampa y alzada, así como por su buen natural, pienso que lo tomaré -para el año entero. - -Rascándose la mollera, por lo duro que se le hacía ceder tan buen -criado, Caminero dijo a su mujer: - ---¿Qué te parece, _Usebia_? - -Y _Usebia_, haciéndose cargo de que no podían dar un no al ricacho -camandulero, se violentó terriblemente para contestar: - ---Por mí, que se lo lleve. - -Y al punto salió a la puerta de la casa para echar fuera un gran -suspiro, que se levantó como tempestad dentro de su pecho. - -Ajustada la cesión del esclavo, don Gaytán quiso antes de marcharse -dar un golpe de vista a las tierras de Tordehita. Como José había de -ir a Nafría y Gil al molino, Eusebia tuvo que acompañar al maldito -vejestorio, y lo hizo muy a contrapelo por la gran ojeriza que le había -tomado. Al volver de la visita campestre, que fue muy del gusto del -hidalgo, este bromeó con Eusebia, recordándole el feliz tiempo en que -la tuvo de servicio en su casa de Tagarabuena, siendo ella mocita. En -tales añoranzas, parose el viejo; palpó con atrevida mano las mejillas -y papada de la rústica jamona de buen ver, y con risilla desdentada -soltó estos cínicos piropos: - ---No pasan años, _Usebilla_, y aún estás muy lozana, y como quien dice, -tentadora de un santo. Si quieres que holguemos un ratico, me hallarás -en Nafría de hoy en ocho. - ---¡Oxte, que pico... Oxte, que restrego, señor! Déjeme quieta. - ---Respingona, párate un poco. Es un proponer. A Nafría puedes ir con -el pretexto de llevarme unos pollos... que en buena ley nada harías de -más, Eusebia, por el favor que habéis recibido de mí. Ea, no cocees, -hija, que se te corre la albarda. Ten entendido que no estoy viejo ni -cansado más que de la vista... Tú piénsalo, que de pensar las cosas -nada se pierde. - -Aceleró Eusebia el paso para zafarse de tal impertinencia y volvieron -a la casa, donde don Gaytán montó en su yegua y se fue bendito de Dios. -Quedó concertado que Gil se reuniría con su nuevo señor en Nafría, -entrada de la sierra, para seguir luego juntos hacia Tagarabuena... La -despedida del mozo fue harto triste, porque él había tomado ley a sus -amos, y estos le querían, el ama con cariño más hondo y con mayor pena -de la despedida, por ser pena y cariño disimulados. - -Hallándose Gil en el oscuro establo dando a las vacas el último pienso -que de sus manos habían de recibir, llegose a él Eusebia con el -propósito manifiesto de llevarle su ropa bien arregladita y el oculto -de darle los íntimos adioses. Lo primero fue entregarle, para merienda -en el camino, dos huevos asados en la ceniza, escogidos entre los más -gordos; un cuarterón de pan, y sobre ello estas tiernas palabras: - ---Dos penas tuve contigo: la de no poder quererte a cara levantada, y -la de ofender a mi marido, que es un santo. Santo él y yo pecadora, -ahora viene el que te nos vayas, dejándonos a José y a mí muy -desconsolados: a él, porque te quería para mulo de trabajo; a mí, -porque te quiero para animal de mi gusto... Adiós, mi pino de oro; -adiós, mi barragán florido... - -Al decirlo, echábale Eusebia los brazos y acariciaba los graciosos -rizos que ornaban la frente de Gil... Este correspondió a las ternezas -del ama, que maldiciendo la ausencia no quería dar por finiquitos sus -criminales amores, y así le dijo: - ---Si te deja en Tagarabuena ese perro de don Gaytán, irás alguna vez al -mercado de Pedralba, y allí nos encontraremos y podremos venir juntos -hasta la espesura de los castaños de Algodre, donde loqueábamos sin que -nos viera nadie: solo Dios nos veía... y la burra y el _Moro_. - -Gil asentía galanamente a todo, y ella, soltando y secando lágrimas, le -despidió con las postreras ternuras: - ---Adiós, hijo. Dios te guíe, la Virgen te acompañe y a los dos nos -perdone. Tras de ti se me quiere ir el alma. ¡Ay! aquí me quedo penando -por no verte y por la perrada que hago a mi José, que cuando el cuco -canta él se rasca la cabeza... Adiós mil veces, pedazo de gloria, -estrella de tu ama. - -Partió Gil atristado, mas con espera de mejor acomodo; que en él -renacían vagas ambiciones. Y nunca fue más verdadero el viejo refrán -_Más mal hay en el aldegüela del que se suena_, porque en la vecindad -de la _Usebia_, y en todo el lugar, corría el vientecillo de que -despedían al mozo por barraganía, y que cuando José Caminero salía al -campo, los pájaros, cantando el cucú, le decían su mal... Llegó Gil -a Nafría[*], donde pasó la noche: allí tenía don Gaytán un hato de -doscientas cabezas. El nuevo amo partió de mañana, llevando consigo -a Gil en un caballejo _ropero_, y al paso llegaron a Tagarabuena y -de allí a Micereses, que es el cruce de la cañada real de Burgos con -otros caminos pastoriles por donde los ganados subían a la sierra. El -lugar y todo su contorno embelesaron a Gil; que si como tal Gil había -visto poco mundo, como Tarsis refrescaba en su memoria las viajatas -por Europa, y nada de lo que en ellas gozó igualaba en belleza a lo -que miraba entonces. Bien es verdad que según se vean las cosas, así -toman mayor o menor relieve en nuestro espíritu. No es lo mismo admirar -la naturaleza desde la ventanilla de un tren o desde la terraza de un -hotel, que contemplar un trozo de laderas y monte con absoluta libertad -de espíritu, sintiéndose el espectador tan bravío y salvaje como lo que -contempla, y siendo, en verdad, parte o complemento del paisaje, ser de -su ser, pincelada de su pintura, rima y cadencia de su poesía. - - [*] Los nombres de senderos y lugares, absolutamente castizos, se - emplean aquí con criterio convencional, prescindiendo del rigor - geográfico. - -Los vellones de niebla que se desgarraban al calentar del sol, -iban descubriendo las altas rocas y las mansas colinas, con un -juego caprichoso que demostraba el bello desorden y las armónicas -irregularidades de la Naturaleza. Por momentos se despejaban las cimas -antes que los bajos; por momentos se iluminaba lo próximo mientras se -encapuchaban los oteros lejanos. Cuando todo quedó desnudo de vapores, -se vio brillar el verde húmedo de las diferentes matas y del intrincado -follaje arbóreo que matizaba las pendientes, dejando calvas aquí y -allí, o escondiendo el cauce torcido de los regatos que bulliciosos -bajaban rezongando entre piedras. Tal era Micereses de Arriba, desde -donde Gil veía extenderse hasta lo infinito la llanada de Castilla, -inmenso blasón con cuarteles verdes franjeados de bordadura parda, -cuarteles de oro con losanges de gules, que eran el rojo de las -amapolas. En medio de este campo iluminado de tan nobles colorines, -aparecían desperdigados en la lejanía pueblecillos de aspecto terroso -con altas y puntiagudas torres, como velas de fantásticos bajeles que -navegaban hacia el horizonte. - -Comió Gil con los pastores en medio del campo, donde sesteaban otras -doscientas o más ovejas, parte pequeña de la riqueza pecuaria de don -Gaytán. Con fraternal confianza se sentaron todos en el santo suelo -musgoso, formando rueda en torno del cazolón, y con cucharas de palo -despacharon el condumio, que por la sazón del aire serrano y del -bárbaro apetito, a todos supo a gloria. Luego trincaron, pasándose de -uno en otro a la redonda un voluminoso zaque, y a todos les quedó el -dejo de una pueril alegría. Y a medida que se aclaraba en el alma de -Gil la conciencia de su anterior naturaleza, crecía su gusto de la vida -villana, y en esta, más que la ocupación labradora, le agradaba la -pastoril, por gozar en ella de absoluta independencia de espíritu. - -Al rabadán del hato que allí pastaba conoció Gil en Aldehuela. Sin -más que el breve trato y yantar en Micereses de Suso, quedaron muy -amigos. Llamábanle Sancho, y era un hombrachón como un castillo, de -condición leal y ruda cortesía. Todo fue satisfactorio para Gil-Tarsis -en aquel día risueño, porque el amo destinó a Sancho a la mayoralía -de otro rebaño más copioso que no tardaría en venir por la Cañada -Real a Micereses de Abajo, y con él iría Gil en calidad de zagal de -segunda. Al atardecer partieron ambos a pie, y por el camino Sancho -iba instruyendo al mozo de sus obligaciones, y dándole una ilustrada -conferencia sobre el ordenamiento de los grandes rebaños, que vienen -a ser como ejércitos, con su general en jefe, al que obedecen los -pastores que rigen los distintos cuerpos o masas ovejunas, con su -impedimenta de vituallas y ropa, su vigilancia y guardería de perros, -y su arte de campaña para ir por el camino más corto a los prados más -suculentos. - -Al amanecer de un claro día, hallándose Gil con su amigo en un sitio -llamado la Cuernanava, por donde pasa el ancho camino pastoril, vio -venir el rebaño grande de Gaytán, o de los Gaytanes (que era cofradía -de hijo y padre), el cual desde lejos se anunciaba por el grave son de -los zumbos. Delante venía el mayoral con las manos colgadas del palo -que sobre los hombros traía, y a un lado marchaban dos enormes carneros -barbudos y bien cornados, de cuyos pescuezos pendían los cencerros o -campanos zumbantes. Seguía la grey apiñada, balando y apretándose unas -reses con otras, como friolentas, pues ya dejado habían la riqueza de -sus lanas en los esquileos de Santo Tomé de Nieva. Como un tercio de -ellas eran merinas, las demás manchegas. Avanzaban poco, porque en los -bordes de la cañada y en la cañada misma encontraban qué comer. Los -pastores y zagales acudían a las que salían de filas, trayéndolas con -voces y amenaza de palos al apiñado conjunto que ondulaba marchando. -Arreciaban los balidos; repicaban los cencerros con belénica armonía -rústica de nacimiento del Niño Dios. Los perros diligentes corrían por -los flancos de la comunidad restableciendo el orden y trayendo a filas, -con ladridos y achuchones, a las ovejas desmandadas. En el centro del -lanoso cotarro andante, se destacaba el caballo _ropero_ cargado -de morrales, en que traían el repuesto de aceite, vinagre y sal, -que llaman _cundido_, el corto dinero para sus gastos, las sartenes -y cazolones para sus comidas. Era un animal selvático y paciente, -todo crinoso y peludo, contento de su suerte y servidor fiel de la -cuadrilla, hombres y cuatropea. - -Llegó la grey a un sitio llamado Sesmo de Trogeda, donde se cruzan la -Real de Burgos con la Real de Soria; tomó por una chaparrada, después -entró en el concejo de San Bartolomé del Querque, siguieron por la Hoya -de Horcajada; de la Cañada Real pasaron a un camino transversal, que en -lenguaje mesteño se llama _cordel_, y por él llegaron a Micereses de -Yuso, donde pararon ya bien entrado el día. Allí tenían pasto abundante -las ovejas, y los hombres descanso, conversación y un vislumbre de -esparcimiento social. - -Hízose allí el cambio de personal, quedando Sancho de generalísimo, -con Gil a sus inmediatas órdenes, y después de mediodía siguieron su -camino por el Mojón de los Enebrillos, y por un largo y yermo campo, -llamado Iloluengo, llegaron al sitio en que habían de pasar la noche, -que era un otero verdegueante, salpicado de peñas, al que llamaban -_descansadero_, sitio de abrigo y amenidad. Se hizo alto a prima noche, -a punto que salía la luna, redonda y amarilla, dando al cielo gala, y a -la tierra dulce y templada claridad. - -Cenando las sabrosas migas, Sancho prosiguió la información que de la -vida pastoril venía dando a su compañero. - ---Este oficio --le dijo-- es el más holgado y menos enfermizo que -conocen los hombres, y con ser tan antiguo como el roncar, no se ha -encontrado cosa más arrimada a lo natural que esta vida nuestra. Probes -semos hogaño, tan probes como cuando adoramos al Niño Dios en el Portal -de Belén. Pero la probeza es nuestra honra y nuestra paz. La mesma sopa -y las mesmas migas que comíamos entonces comemos ahora, y la mesmísima -licencia de los amos tenemos para comernos la oveja perniquebrada, -y alguna sobrera que en días de recio queramos matar... Desventajas -tiene el oficio por un lado, y es que viva separadico de su mujer el -pastor que la tenga, y que a todos nos falte calor y trato de hembra; -pero, si bien lo miras, es por otro lado ventaja que estemos libres del -quebradero que trae la vida con la mujer en casa, y del sobresalto de -tener que cuidar de ella. Mejor es que Dios tome sobre sí ese cuidado, -y nosotros vivamos en descanso, fiados en que la honra de ellas está a -cargo de la Santísima Virgen y del Santo Ángel de la Guarda. - -Todo esto le pareció muy bien a Gil, el cual estuvo de acuerdo con su -jefe en que la ausencia y privación de mujer no había de ser absoluta, -porque alguna vez entraban y se detenían en poblado. En lugares y -villas o en sus aledaños, milagro había de ser que no les salieran -haldas a que agarrarse. Y a esto dijo Sancho con humor sentencioso y -castizo: - ---Con lobos y con mujeres, toparás más que quisieres. - -Dentro de una gran rastrojera, cercada de piedra y que a los Gaytanes -pertenecía, se acomodó el ganado. Algunos pastores se guarecieron en -el chozo que en el extremo más elevado del cerco había. El ambiente -era tibio y sereno. Gil, que gustaba de tumbarse al aire libre en -noches plácidas de verano bajo un cielo esplendoroso, eligió para su -descanso un lugar blando de hierba ya seca, al amparo de una peña que -lo guardaba del Norte. Al rato de mirar al firmamento, echó la boina -sobre sus ojos, y pensando que pensaba, lo que hizo fue dormirse... -A una hora que le pareció la del alba por la claridad que vio en la -faja de Oriente, despertó el zagalón sobrecogido, como si alguien le -llamara. A un tiempo creyó sentir un golpecito en su cuello y una voz -que le nombraba. Pero a su lado no había nadie. Despabilado y en pie, -persistió la ilusión de la voz... Gil volvió sus miradas de nuevo hacia -el resplandor creciente de la aurora. - -Hacia aquella parte subía el terreno por escalones naturales de -césped y de rocas bajas, y como a las diez varas de suave subida se -veían enormes piedras de extraña forma, que más parecían estar allí -por colocación que por natural asiento. Unas había que semejaban -deformes cuadrúpedos, otras osamentas de monstruosos animales de fauna -desconocida. No faltaba cierta simetría en la erección de estos bultos -de piedra sobre un suelo plano. Al fondo de aquel ingente propileo, -vio Gil dos colosales monolitos plantados como columnas, y sosteniendo -sobre sus cabeceras otro témpano horizontal. Pasando bajo aquel -pórtico, vio una rampa, en la cual aglomeraciones musgosas parecían -vestigios de una escalera. Subió el pastor hasta llegar a un túmulo, -que también podía ser trono, y en este... ¡Ay! si no le engañaban -sus ojos, si no era un durmiente que se paseaba por los espacios del -ensueño, lo que vio era una mujer, una señora sentada en aquel escabel, -y la maravilla de tal visión fue completada con otra maravilla de la -Naturaleza. Precipitó el sol su salida, y sus rayos se esparcieron por -el cielo en deslumbrador semicírculo y en disposición tan peregrina, -que parecían salir de la cabeza de la señora, o que esta coincidía -propiamente con el padre sol. - -Del estupor y sobresalto que embargaron el ánimo del pobre Gil, cayó -este de rodillas, casi tocando la orla del vestido de la dama, y -próximo a ella pudo advertir que se hallaba en presencia de la matrona -que vio en la noche de su encantamiento, escoltada por las ninfas o -amazonas galanas que danzaban con claqueteo de crótalos, y que a él -le zarandearon de lo lindo... Reconoció la faz de augusta nobleza, -los cabellos blancos, la severa vestimenta, la mirada benigna, el -sonreír afable... Sintió Gil renovado el miedo intensísimo de aquella -hora fatídica del encanto, y no sabía sacar de su oprimido pecho -palabra alguna. La dama entonces, sin énfasis de teatro, sin tonillo -de aparición fantástica, antes bien con el llano y gentil lenguaje que -emplear podría cualquier señora viva de la más ilustre clase social, le -dijo: - ---Sosiéguese el buen Tarsis, y no se asuste de mi presencia, ni -vea en ella un caso sobrenatural para regocijo de niños y pastores -inocentes... Yo soy quien soy; mi reino no es el cielo, sino la tierra, -y mis hijos no son ángeles, sino hombres. - -Oyendo estas palabras, Gil se fue recobrando de su pavura. A una -señal cariñosa de la dama se puso en pie, y otra señal, maternalmente -imperativa, le indujo a sentarse en un pedrusco frontero al que la -prodigiosa figura ocupaba. Con nuevos alientos, pudo sacar de su pecho -estas graves expresiones: - ---Señora, la gloriosa majestad que en tu semblante y modos se -manifiesta, me dice que eres reina, divinidad, espíritu que por su -propia virtud se hace visible. - -Y ella dijo: - ---Reina es poco, divinidad es demasiado; espíritu y materia soy, madre -de gentes y tronco de una de las más excelsas familias humanas. Adórame -si vivo en tu sentimiento; pero no me rebajes a la condición de imagen -erigida en altares idolátricos. - -Se adelantó Gil con piadosa efusión a besarle la mano, y ella, -requiriendo la del pastor como apoyo para levantarse, dijo así: - ---Vieja soy, hijo mío; pero mi ancianidad no es más que la expresión -visible de mi luenga vida. Debajo de estas canas llevo escondida -mi juventud para cuando sea de mi gusto mostrarla. Vivo en todos -y en cada uno de los dominios que poseo. Si hoy me has visto en -este triste collado, es porque aquí suelo venir atraída de fuertes -querencias atávicas. Yo también he tenido infancia. Estas piedras -adustas me vieron mozuela, más bien niña, ofrendando a dioses que ya -se fueron para no volver. Soy más vieja que las lenguas, más vieja -que las religiones, y he visto pasar pueblos como pasan tus ovejas -por mis cañadas seculares... Pero ya es hora de que me dejes y te -incorpores a tu rebaño, que ya está el buen Sancho disponiendo la -marcha. Vuelve a tu majada, hijo mío, y si deseas verme y hablarme con -descanso, yo deseo lo propio, ya que estás encantadito para bien tuyo -y mío, como te diré... Andaréis todo este día y parte de la noche, -hasta llegar a beber en aguas de mi Duero. Pasando el río por mi San -Esteban de Gormaz, seguiréis por el camino que va de este pueblo a -mi querida ciudad de _Hotzema_, que ahora llamáis Osma. En un punto, -que yo escogeré, de ese largo camino me hallarás... Adiós, Tarsis. No -te entretengas; Sancho te busca: vais a partir. En el chozo tienes -tu desayuno, pan con torreznos. No dejes de tomarlo (_con elegante -humorismo_), ni por hablar conmigo creas que eres solo espíritu. Hay -que comer, hijo. Yo también como. (_Mostrando un pan celtíbero de -centeno y miel._) Adiós, hijo. Tu Madre no te olvida. - - - - -VIII - -Prodigiosa y familiar conversación que tuvieron el caballero y la Madre -desconocida. - - -Descendió Gil de aquel foro salvaje, y apenas llegó junto a Sancho, -este le dijo que había hecho mal en andar por entre aquellos erguidos -pedruscos, donde moraban duendes o endriagos. - ---Esos peñascones que ves fueron altares, no de moros, como algunos -creen, sino de otras plebes que antes de ellos vinieron a España. - ---¿Fenicios... cartagineses? - ---No... Otro nombre tenían de más antigüedad, que no se me acuerda. -Lo que ves es el _despiazo_ de las iglesias que aquí tenían, y que -eran gentiles, o de un sacerdocio que comulgaba comiéndose carneros -crudos... En los recovecos de las peñas quedan diablos que fueron -de aquella _seta_, y yo te aseguro por mi fe que vi a dos o tres de -ellos una noche que me dio la mala idea de subirme allí a dormir. Son -cuatropea, al modo de micos grandes; la cabeza tienen de cabrón, rabo -corto y empinado, y los ojos como ascuas de fuego azul tirando a verde. - -Recogieron los pastores sus bártulos, y el ganado se puso en marcha. -Todo el día anduvieron por lugares cuyos nombres oía Gil por primera -vez. Recorriendo cañadas y cordeles pernoctaron en un corralón que no -era ya de los Gaytanes, sino de otra familia llamada los _Gaitines_; -pasaron una puente jorobada de cinco ojos, y ¡hala, hala!... fueron a -dormir al amparo de una villa no pequeña, toda de color barroso, de -pobre y desordenado caserío. No había casa que no pareciese reñida con -la inmediata, ni calle que no estuviera enemistada con los pies de los -transeúntes, pues todo era guijarros, hoyos, charcos y montones de -basura y escombros. - -Tempranito fue Gil a echar un vistazo al pueblo; vio huertos de -lino en flor, plantíos de alcacer, y al embocar en una plazoleta -de estrambótica irregularidad, abierta a las eras por uno de sus -lados, vio una puerta románica muy bella y toda desmochada en su -gracioso adorno, como si hubiera estado rodando durante siglos por un -despeñadero. Era puerta de iglesia humilde, y por ella salían mendigos -de cuyos hombros colgaban jironadas anguarinas o capas pardas, cojos, -tullidos, legañosos; salían mujeres, viejas las más, alguna joven y -bonita, con sus pañuelos o las sayas en la cabeza. Parose Gil a mirar -a las que le parecieron guapas, que de esta curiosidad ingénita y -examen de bellezas no le curara ningún encantamiento, y estando en ello -vio que salía también por la vetusta puerta la señora de los albos -cabellos, la del aire augusto, la de extremada belleza madura, la -Madre, en fin, que se le apareció en el bárbaro santuario céltico. - -Vestía la dama la misma túnica severa, sin más novedad que un velo -negro echado desde el cabello a la espalda; traía en una de sus manos -un rosario menudo liado en los dedos. Dirigiose a él con semblante -afable, diciéndole: - ---Ya sabía que estabas aquí... Vámonos a esta otra parte y podremos -hablar. - -Maravillado quedó Tarsis de la sencillez y del tono familiar con que la -señora le acogía, y ella con noble gracejo le dijo: - ---Ya ves cómo puedo hacer mi aparición sin ningún aparato, ni -comparsería, ni rayos de sol... - -Luego, con paso tranquilo, se internaron en angosta calleja rematada -en un arco, por el cual salieron a un campillo donde había corpulentos -álamos y una fuente sin agua, flanqueada de bancos de piedra. En uno -de estos sentáronse la buena Madre y el pastor Gil, y a su gusto -y comodidad platicaron. Discurrían por allí raros transeúntes que -saludaban sin manifestar estrañeza ni asombro ante las dos figuras. -Veían a la Madre como a persona familiar de todos conocida... Lo que -hablaron fue como sigue: - - TARSIS.--En cuanto me hice cargo de mi encantamiento, días ha, señora - y Madre, comprendí que este no era por daño mío, sino al modo de - enseñanza o castigo por mis enormes desaciertos. - - LA MADRE.--Así es. Se te ata corto a la vida, para que adquieras el - cabal conocimiento de ella y sepas con qué fatigas angustiosas se - crea la riqueza que derrocháis en los ocios de la Corte. Verdades hay - clarísimas, que vosotros, los caballeretes ricos, no aprendéis hasta - que esas verdades os duelen, hasta que se vuelven contra vosotros - los hierros con que afligís a los pobres esclavos, labradores de la - tierra, que es como decir artífices de vuestra comodidad, de vuestros - placeres y caprichos. ¿Qué tal, Tarsis amigo? ¿Te has divertido - sudando la gota gorda sobre el surco? Es un deporte lindísimo. - ¿Verdad que no hay juguete como el arado? ¡Pobrecillo! ¿No sabías - que echabas los bofes sobre tus tierras de Tordehita y Tordelepe? - Digo mal, porque ya no son tuyas: son de Bálsamo y Gaytán, mitad por - mitad... Mientras esos te van desplumando, tú continuarás en estas - galeras, rema que te rema, y caerán sobre ti mayores humillaciones - y trabajos... Todo lo mereces, Tarsis, y porque mucho te estimo, he - de llevar hasta el fin la obra justiciera de tu escarmiento. Pensando - solo en ti mismo y ávido de goces, no has tenido consideración de tus - pobres esclavos. Te pedían rebaja de la renta, y ordenabas a Bálsamo - que la aumentase; creías que hay dos humanidades, el señorío y la - servidumbre, y en el primero te ponías tú, y decretabas el abandono - impío de los infelices que, derrengándose como animales de carga, - labraban tu bienestar. Cuando te faltaba dinero, o lo obtenías de la - usura, tu lenguaje era un chorro de pesimismo repugnante. Maldecías - de todo y a mí me escarnecías, sosteniendo que nada hay en mí que - valga un ardite: ni ciencia, ni artes, ni negocios, ni trabajo, ni - literatura. - - TARSIS. ~(Humildísimo.)~--Es verdad, Madre, que tal pensaba y decía. - Perdóname. Tu indulgencia no me faltará, pues bien sabes que el - español mimado y sin dinero es peor que un perro hidrófobo... No me - disculpo, ni atenúo mi falta... Solo me permito decirte, con todo - respeto, que soy y he sido malo; pero no el peor. Españoles hay que - merecen más duro encantamiento, Madre querida. - - LA MADRE.--Ya, ya... Los hay peores, hijo mío, y a esos aplico - con rigor más grande el poder que me ha dado Dios. Y no creas que - mi ejemplaridad consiste en _volver la tortilla_, como dice el - vulgo, haciendo a los ricos pobres y a los pobres ricos: no. Eso - sería trocar los términos de desigualdad, agravando la injusticia - y aumentando la confusión. Verás lo que hace tu Madre. A los que - cruelmente, ávidamente, sin trabajo propio, apurando la máquina - muscular de siervos embrutecidos, sacan del suelo el mineral y - fácilmente lo convierten en plata y oro, les llevo a una profunda - y negra galería, y allí les tengo con su picachón en la mano todo - el tiempo que se me antoja, arrancando carbón, hierro u otra rica - materia, y cargando las vagonetas. A los ricos avarientos que sin - esfuerzo, sentaditos en sus escritorios, hinchan hasta lo absurdo sus - capitales, les condeno a mozos de cuerda para que me lleven bultos - y baúles a las estaciones. Políticos de esos que rigen grupos o - partidos, irán por una temporada a sudar el quilo en bajos oficios - de carteros o peatones; y haré una leva de oradores para llevarlos a - desempeñar curatos de pueblo, con obligación de predicar en la misa - dominical y en todas las novenas... - - TARSIS. ~(Alegre, movido a hilaridad.)~--Madre, por respeto a tu - excelsa persona no suelto la risa. Cuanto has dicho es digno de tu - nativo ingenio picaresco. No serías quien eres si no pusieras el - donaire aun en tus obras de justicia. Dime, y perdona mi curiosidad: - ¿alguna o algunas damas principales no recibirán tu lección severa? - - LA MADRE.--¡Oh, sí, hijo mío! No serán una ni dos las que vayan a - estas galeras correccionales, ya que no redentoras. Pero no debo - seguir confiándote mis planes, ni tú debes pedirme más noticias de - encantos, como no sean del tuyo. - - TARSIS.--Pues si para lo del mío me das licencia, déjame que te - pida esclarecimiento del asombroso aparato con que fui traído - del estado noble al estado villano. No puedo olvidar la casa de - Becerro, perfecta decoración de nigromante; no puedo olvidar la - imagen de mi hermosa Cintia, con quien hablé de un lado a otro del - espejo. Pero todo esto fue juego de niños si lo comparo con el - estrépito de cataclismo, que mudó la decoración de sala telarañosa - en selva magnífica iluminada por una o varias lunas. ¿De qué abismos - espirituales vino el maravilloso coro de ninfas morenas, algo - hombrunas, de fornidas piernas, torneados brazos y rostros helénicos, - que al compás de los crótalos danzaban en dos hileras, por entre las - cuales pasaste tú y te vi por vez primera en todo el esplendor de tu - soberana majestad? ¿Por ventura, es de rigor que al pobre encantado - le zarandeen, como hicieron conmigo aquellas hermosas brutas, - arrojándome después a una barranquera, por la que fui rodando hasta - dar con mis pobres huesos en la Aldehuela? - - LA MADRE.--No, hijo: tu transfiguración se hizo en formas - extraordinarias y con un poquito de bambolla teatral, por lo que te - diré... - - TARSIS. ~(Alarmado, oyendo rumor cercano de zumbos.)~--¡Ay, Madre - del alma! mi ganado se pone en marcha, y no tendré más remedio que - dejarte con la palabra en la boca, que es gran pena para mí. - - LA MADRE.--No te apures, hijo. Siéntate. Deja que salga tu rebaño. - Ni Sancho ni los demás pastores y zagales notarán tu ausencia. Yo te - llevaré a donde les encuentres... - - TARSIS.--Sin juramento podrás creerme que mejor estoy contigo que - junto a Sancho y sus ovejas, y si luego me llevas en volandas a - donde ellas estén mañana, bien podré exclamar con toda el alma: - «¡Encantado!» - - LA MADRE.--Pues te decía que la maravilla de tu paso de un vivir - a otro se debió a un oficioso entusiasmo de tu amigo Pepe Augusto - Becerro, que quiso demostrarte con desusada pompa y ruido su afecto y - su gratitud. Tiempo ha que practicaba la magia. No te asombres, Gil, - si te digo que entre la magia y la erudición existe un entrañable - parentesco: ambas artes toman su savia de la antigüedad remota. - El erudito devorador de archivos se embriaga del zumo espirituoso - contenido en los códices, y acaba por poseer el don de suprema - alucinación, de penetrar en el alma de las cosas y de sojuzgar el - mundo físico. En el profundo estudio que hizo Becerro de los libros - de caballería, llegó a sorprender el intríngulis magnético de las - _Urgandas_ y _Merlines_ y el dinamismo prodigioso de _Madanfabul_, - de _Famongomadán_ y otros apreciables gigantes. Metido luego en el - laberinto del Marqués de Villena, visitó el interior de sus redomas, - y en ellas y en podridos pergaminos aprendió mil sutilezas. Yo te - lo diré sin reparo: aunque soy tan vieja, mejor dicho, aunque en - antigüedad no me gana nadie, siento poca simpatía por la erudición - secamente erudita, quiero decir, por el saber de menudencias que - maldito lo que interesan a la humanidad viva. A pesar de esto, - las leyes de mi existencia me obligan a transigir hasta con los - maniáticos, y a pasar algunos ratos en los archivos polvorosos y en - las acartonadas academias... Y más de una vez he tenido que recurrir - al sabio para que viniese en auxilio de mi memoria, que en el correr - de tantos años y siglos suele flaquear y oscurecerse. «Pepito --le - pregunto--. ¿En qué fecha vino Julio César a España por tercera - vegada?» Y él me lo dice gustoso, y me cuenta después que traía la - calva remediada por un gracioso artificio de su corto cabello. Otro - día me cuenta que Sertorio se afeitaba solo, y que a Perpena le - molestaban los sabañones. - - TARSIS.--Yo también he sido benévolo con Becerro y he soportado - sus ataques de erudición. Yo le favorecí cuanto pude ayudándole a - mantener la caterva de sus hermanas, cuyo número se perdía en la - oscuridad de las matemáticas. Raro era el día en que no estaba una de - cuerpo presente o sacramentada. - - LA MADRE. ~(Risueña.)~--Entiendo yo que eran como figuras - emblemáticas de las épocas históricas: edad céltica, edad fenicia, - griega, romana, período gótico, ciclos astur, leonés, castellano, - arábigo-castellano y castellano-aragonés, _etcétera, etcétera_. - Las he conocido y he tratado de contarlas, reduciendo a cifra la - innumerabilidad y catálogo de las fantásticas hembras, hermanas de - nuestro amigo. La muerte aparente de una traía la emergencia de otra. - No se alimentaban; salían a los espacios como seres alados y volvían - con un granito de cañamón en el pico para alimentar al hermano. Hoy, - según creo, todas se han muerto y todas viven. Son seres engendrados - por el espíritu de la erudición, de la ciencia del ocioso investigar - infecundo... Pues estas magas, brujas o como quieras llamarlas, - fueron las que, bajo la dirección de Becerro, organizaron el - teatral aparato que te causó tanto asombro. Me opuse; hace tiempo - que me hastían los actos ceremoniosos, y me incomoda el verme - representada con los atributos de que tan ruin abuso se ha hecho en - las cabeceras de los mapas, y en las etiquetas de la industria. Yo - dije al gran Becerro: «Pepito, no me saques en mojiganga.» Pero él - no me hacía caso; estaba loco: a todo trance quería glorificarme y - glorificar a su amigo Tarsis, y ya viste la brillante, la estrepitosa - farándula que armó. Como empresario de pompas teatrales, a los vagos - espíritus de sus hermanas dio hechura de mozarronas celtíberas, - de pierna desnuda y andadura selvática, y a mí me hizo desfilar - entre claridades como bengalas... Notarías que iba yo sofocando - la risa. Era que me hacía mucha gracia ver a Pepito convertido en - león... león apócrifo, ya lo comprenderías por su facha. Al mío, a - mi auténtico león heráldico, que hace tiempo anda bastante achacoso - y desmejoradillo, le he mandado al Atlas para que se reponga con los - aires nativos. - - TARSIS.--Pues aunque yo estaba en aquel momento bastante asustado - y sin ganas de broma, me reí un poco de la facha leonina de Pepe - Augusto. - - LA MADRE.--El abuso de las pompas rituales es uno de mis mayores - suplicios en la época presente. Si he de decirte la verdad, vivo en - continuo desacuerdo con mis hijos. Así los que dirigen mi nacional - cotarro, como la turbamulta gregaria que se deja dirigir, viven en un - mundo de ritualidades, de fórmulas, trámites y recetas. El lenguaje - se ha llenado de aforismos, de lemas y emblemas; las ideas salen - plagadas de motes, y cuando las acciones quieren producirse, andan - buscando la palabra en que han de encarnarse y no acaban de elegir... - No sé si me entenderás... - - TARSIS.--Sí, Madre: tú quieres decir que... Vamos, que... en fin, que - todos tus hijos somos unos grandes badulaques... - - LA MADRE.--No tanto. - - TARSIS.--Que no servimos para nada. - - LA MADRE.--No, hijo: servís para todo... Excelentes músicos hay entre - vosotros; pero raro es el que toca el instrumento que sabe, y armáis - unas algarabías que me vuelven loca. Vivís en ciega ignorancia de las - verdades fundamentales, y... ~(Advirtiendo que se agolpan mujeres, - hombres y chiquillos en las inmediaciones de la fuente.)~ Más gente - hay aquí de la que solemos ver en sitio tan solitario. Como día de - fiesta, estos infelices vienen aquí a solazarse... Y por allá veo - venir la banda de música con sus abollados trompetones... Aunque no - me importa que nos vean, alejémonos, hijo, de esta bullanga. ~(Se - levanta.)~ - - TARSIS.--Vámonos, Madre, a donde quieras... ~(Dirígense por calles - tortuosas; salen del pueblo. Encuéntranse frente a un camino de - áspera pendiente.)~ - - LA MADRE.--No te asuste este reventón, terror de los caminantes. Coge - un borde de mi velo o un pliegue de mi halda, y déjate llevar. - - TARSIS. ~(Maravillado de ver que sin cansancio salvan en un periquete - la ruda cuesta, y prosiguen con pasmosa velocidad bordeando un alcor - poblado de viñas.)~--Ahora comprendo, señora mía, que no serías - quien eres si no tuvieras el don de recorrer con paso milagroso los - escalonados vericuetos de tu inmenso trono. ¡Y cuánto me place y - enorgullece correr en tu compañía, salvando increíbles distancias - y escalando pedregosas alturas! Voy de asombro en asombro. Por la - derecha he visto correr, en menos que lo digo, tres aldeas. Por la - izquierda se abrió un abismo, en cuyo fondo he visto verdeguear - un fresco valle, y otro y otro, separados por picachos, en cuya - cima se alzan castillos que, aun en ruinas, amenazan con sus moles - orgullosas... Caseríos y torres de iglesias y monasterios arrumbados - se hunden, mientras nosotros ascendemos, y corren en dirección - contraria los montes arropados en tupidos pinares. Las águilas - apresuran con espanto su vuelo, y hasta las nubes creo que se apartan - para dejarte libre el paso, y ante tu majestad se humillan. - - LA MADRE. ~(Sin la menor alteración en su aliento.)~--Parémonos aquí. - Esta es la sierra de San Leonardo en su más alto caballete. Vuelve - hacia atrás la vista, y alcanzarás a distinguir mi valle del Duero. - Tú no podrás ver lo que veo yo; no verás mi amada Clunia, hoy lugar - humilde que llamamos Coruña del Conde. Esa que fue ciudad romana - próspera y bella, guarda recuerdos dulcísimos de mi infancia. En ella - estuve cuando la gobernaba Poncio Pilatos... Si esto es dudoso para - algún sabio regañón, para mí no lo es... Era yo una chiquilla sin - juicio y jugaba con las niñas de Pilatos, poco antes de que fuera - trasladado al Gobierno de Judea. Yo le vi partir con toda su familia, - harto mohíno de abandonar mi tierra, de dulce vivir y pacíficos - moradores. ¡Quién pudo pensar que en su nuevo Gobierno había de - intervenir con desdichada pasividad en el sacro misterio de nuestra - reparación! ¡Pobre Clunia! Ya no eres más que un montón de polvo que - revuelven con sus narices, a manera de ganchos, los traperos de la - erudición... Si tu vista no alcanza, no te canses, Gil: mira con - la fantasía, y vente más allá conmigo, hasta los picos excelsos de - Urbión, donde verás sin esfuerzo partes muy gloriosas de mis estados. - Ven: agárrate a mi velo. - - - - -IX - -Continúa el coloquio entre Gil y la Encantadora. - - - TARSIS.--¿Me llevas al cielo? - - LA MADRE.--Te llevo conmigo a los más altos escalones de mi trono, - desde donde veo el antaño y el hoy. En esta eminente altura domino la - grandeza de mis estados, y la considerable dimensión de los tiempos. - Ayer y hoy se juntan bajo una sola mirada, y las penas que fueron - se funden con las penas que son. ~(Las águilas, que antes huían - asustadas, al ver a la Madre en el picacho más enhiesto de Urbión, - suben en bandadas, y sobre y en torno de ella trazan con su vuelo - inmenso círculo.)~ - - TARSIS.--El aire que aquí respiramos, ¿no es el aire del primer día - del mundo? Su diafanidad, su pureza y frescura, dan vida nueva y - potente a mi espíritu enfermo, envejecido. - - LA MADRE.--Si tus ojos otean como los míos a distancias enormes, - sácialos en esa inmensidad que tendrás delante volviéndote de esa - parte, hacia donde va cayendo el sol. El Occidente te señala el valle - de Arlanza, cuna de lo que tu amigo Becerro llamaría _Civilización - castellana_. En lo más próximo verás a Barbadillo, Salas, Lara. ¡Oh - ilustres y carísimos nombres! No lejos de Lara verás tus tierras - y tu castillo de Santa Cruz de Juarros, que pertenecieron a tu - antecesor Gonzalo Gustioz, el viejo más verde que ciñó laureles - de amor. Las tierras que fueron tuyas, son ya de tu administrador - Bálsamo. Consuélate ahora de este despojo, llamándote _Asur, Hijo del - Victorioso_; llamándote _Mudarra_ o _Mutarraf_, que es _Vengador_. - Véngate, hijo, véngate ahora con ira y rabia de tu fiero enemigo, que - eres tú mismo. - - TARSIS.--No tengo por qué vengarme. A nadie aborrezco. Soy Gil, - pastor humilde, y el que se llamó _Asur Hijo del Victorioso_ es un - majadero que estuvo dentro de este pellejo mío, y ya, gracias a ti, - salió y se fue con sus necedades a otra parte. Este pobre Gil no - ambiciona más que ser tu escudero, Madre querida... - - LA MADRE.--Ya lo fuiste, tonto. - - TARSIS.--¡Yo! - - LA MADRE.--En la lista de diputados te vi, y más de una vez escuché - tus graves discursos, diciéndome con terquedad borriquil: _sí_, _no_. - ¿En qué me serviste, mastuerzo? ¿Qué hiciste por aliviar mis males, - por darme lustre y dignidad? Contesta: ¿qué hiciste? - - TARSIS.--Nada, Reina y Señora. Lo confieso, y declaro que no era yo - una cabeza, sino un sombrero de copa; no era yo un hombre, sino una - levita. - - LA MADRE.--Pues si nada hiciste cuando podías mirar por tu Madre, - ¿qué harás ahora, miserable _Asur_, transformado en Gil? ¿No veías, - no sabías que tus _síes_ y tus _noes_ no fueron nunca para mi - gloria y provecho? ¿No veías, no palpabas que los predicadores, en - sus latiguillos, echaban el latigazo de su lógica del lado de los - provechos particulares? ¡Si fuiste ya mi escudero y me vendiste, - vendiste a tu Madre...! No me arrepiento de haberte convertido - en un patán. No mereces estado mejor... ~(Derivando a un afable - humorismo.)~ Y ahora, mi ilustre gaznápiro, ya que la Madre tuya y de - todos no puede hacerte su escudero, no bajarás de esta eminencia sin - que saques de tan admirable perspectiva una lección o enseñanza. Por - esa parte a donde el sol se pone ves mi cuenca de Arlanza, hoy mal - poblada de árboles y de hombres, mísera y cansada tierra. Pues así - como la ves, pobrecita y escuálida, es la primera en mis idolatrías - de Madre; es mi epopeya; es creadora de mis potentes hombres; es la - que amamantó mis vigorosas voluntades. ~(En pie, de cara a Occidente, - con fogosa mirada, que fulgura en sus pupilas negras bajo la saliente - ceja, de aquilina forma.)~ Cuitado, ¿no ves Covarrubias y San Pedro - de Arlanza? - - TARSIS.--No veo con mis ojos; veo con los tuyos y con tu grande - espíritu. - - LA MADRE.--Diego Porcellos, Gonzalo Gustioz, Nuño Rasura, mi bravo y - generoso Fernán González, ya no sois más que polvo. Ni polvo sois ya; - pero aún dura y perdurará por siglos, en uno y otro mundo, la lengua - que en vuestros días y en vuestros labios empezó a remusgar, y al - fin quedó hecha, _sicut tuba_, trompeta de nuestra energía. Ya ves, - pobre Gil: por esa bocina de oro que aquellos gigantes nos dieron, - somos fuertes tú, yo y cuantos la poseemos; por ella somos iguales, y - el pobre y el rico, el plebeyo y el noble, nos hallamos en venturosa - fraternidad; por ella vivimos, quiero decir, que muertos todos - vosotros, yo viviré siempre, defendida por este divino aliento que - cierra el paso a la muerte... Y ahora, hijo mío, verás la enseñanza - que has de sacar de lo que acabo de decirte... Estas orejas mías - oyeron de la boca de mi Fernán González una sentencia que es la más - antigua que recuerdo de nuestra sabiduría popular. Contestando a unos - infanzones que dos veces le habían ofrecido vanamente su ayuda en la - guerra con los leoneses, por el partir de tierras, el Conde montó en - cólera, y allí, en Covarrubias, delante de doña Sancha, su esposa, - y de mí, les echó a la cara esta razón: «_Fechos son omes, palauras - son mulieres_,» refrán que ha repetido el vulgo en esta forma: «los - hechos son varones, las palabras son hembras.» Y yo te digo, Gil, que - cuando las palabras, o sean las féminas, no están bien fecundadas por - la voluntad, no son más que un ocioso ruido. Y aquí verás señalado - el vicio capital de los españoles de tu tiempo, a saber: que vivís - exclusivamente la vida del lenguaje, y siendo este tan hermoso, - os dormís sobre el deleite del grato sonido. Habláis demasiado, - prodigáis sin tasa el rico acento con que ocultáis la pobreza de - vuestras acciones. Sois muy lindas taravillas. Así, cuando la palabra - no tiene dentro la obra del varón, es hembra desdichada, horra y sin - fruto. - - TARSIS.--Donosa es la lección, y he de aprovecharla en esta vida - trabajosa, que es, por lo que voy viendo, vida de pocas palabras. - - LA MADRE.--Sigamos ahora. - - TARSIS.--¿Hay más picos altos a que subir? - - LA MADRE.--Los hay; mas ya es hora de que bajemos, que aún no estás - hecho a las cumbres eminentes, y tu natural te pide el arrastrarte - por lo bajo de la tierra, como criatura esclava de los estímulos de - hambre y sed. Agárrate del velo, y te llevaré por estas cañadas que - bajan hacia el Norte. Iremos a parar junto al nacimiento de mi río - Najerilla; traspasaremos la sierra de San Lorenzo, para caer en mi - San Millán de la Cogolla, lugar célebre en mis fastos de Historia y - Letras.... - - TARSIS. ~(Dejándose llevar como despeñado por insondables - precipicios.)~--Vamos a donde quieras. Ir contigo es mi gloria. Bien - sé que no lo merezco, y que de llevar contigo algún paje o escudero, - elegirías persona de más valía que este mísero Gil, rebajado, por su - falta de seso, de caballero a villano. Dime dónde habitas, y allí me - tendrás día y noche, ya sean tu vivienda los riscos más empinados o - las cavernas más hondas. - - LA MADRE. ~(Bondadosa y jovial.)~--Muy entontecido estás, pobre Gil, - cuando no has comprendido aún que yo no tengo casa. Al revés lo - entenderás mejor: mía es toda vivienda cimentada en esta tierra, míos - son los palacios, mías las moradas humildes. No hay techo que no me - haya visto pasar bajo sus tejas o pizarras; no hay lugar que no haya - visto el paso de mi sombra por el suelo. - - TARSIS.--Que frecuentas los palacios, ya lo pensaba yo antes de - oírte. En mi flaca memoria persiste la impresión de haberte visto - algunas noches en el salón de la Duquesa de Saldaña y en el de los - Condes de Fontibre. Tu rostro de soberana belleza y majestad no puede - confundirse con otro alguno. Vestías con suprema elegancia, y te - llamaban _Duquesa de Cervantes_ en una casa, _de Mío Cid_ en otra. - - LA MADRE.--Así es. Con tales nombres me conociste; yo también te - conocía, y por cierto que me causaba risa tu imbecilidad, no mayor - que la de otros. Como no frecuentabas buhardillas ni cabañas, nunca - me viste entre gente mísera, agobiada de privaciones, o entre - tipos picarescos y maleantes. Mi sociedad es tan extensa y variada - como mis reinos, y no niego mi presencia a ninguno de los que se - dicen mis hijos, sean lo que fueren. A su lado me tienen nobles y - villanos, orgullosos y humildes, descreídos y fanáticos, monjas y - damas, pastores, soldados, frailes, viejos caducos y desarrapados - chiquillos... Cuanto en estos montes y en aquellas mesetas y en las - lejanas costas alienta, es mío; de todos soy, y a todos me debo... - Y ahora, buen Tarsis, sabrás que si tengo poder para llevarte con - vuelo de águila de una parte a otra de mi territorio, no está en - mis facultades el sostenerte días y días sin alimento. Subiremos - ahora esta otra sierra que llamo de San Lorenzo, y después de dar - un vistazo al santuario de Valvanera, te llevaré a que descanses en - mi San Millán, donde guardo el dulce recuerdo y las cenizas de mi - glorioso ermitaño y de mi primer gran poeta Gonzalo de Berceo, que - toma su apellido de un pueblecito que verás más allá... Agárrate - bien, y apresuremos el paso, que viene la noche. - - TARSIS.--Ya viene... Por nuestra derecha, que a mi parecer es tierra - de Aragón, veo salir una luna redonda y clara, encendida de color, - y partida en dos por un celaje que parece alfanje. ~(Remóntase la - luna en su inflexible camino por el cielo; Gil y la Madre Encantadora - avanzan con ideal presteza por montes y valles; llegan a un caserío - humilde, apiñado a la sombra de un negro monasterio; se albergan en - rústico parador; cena Gil con arrieros; la Madre se sienta entre - mozas y viejas parleras; Gil se tumba sobre paja y sacos a la vera - de la Señora, y en el regazo de ella reclina la cabeza y duerme - con dulce sueño. Amanece; despierta el mozo.)~ ¡Qué dulce paz! He - dormido en tu regazo como un niño, y he soñado que vivimos en un - mundo patriarcal, habitado por seres inocentes que no viven más que - para compartir con amorosa equidad los frutos de la tierra... - - LA MADRE. ~(Graciosa.)~--Hijo, te has anticipado a la Historia dando - un brinco de cien años o más, para caer en un porvenir que yo misma - no sé cómo ha de ser. Bien, Gil: así se pasa el rato agradablemente, - y del soñar a gusto, a nadie se ha de pedir cuenta. Hoy, por - desgracia, mis hijos viven más en sus querellas locas que en las - leyes de amor. - - TARSIS. ~(Candoroso.)~--Pues de mí te digo que de caballero, lo mismo - que de villano, he mirado siempre a la paz y al amor. Enamorado fui y - enamorado soy, por paces. Déjame que te cuente... En Aldehuela tuve - devaneos y liviandades con el ama a quien servía, una tal _Usebia_... - Hablando con verdad, ella fue la que a mí me requirió antes que yo - a ella. No es hermosa propiamente, ni aseñorada; pero se abrasó de - afición a mí, y era de suyo harto pegadiza. Pecábamos, al volver - del mercado, por querencia suya irresistible, y hacíamos mal tercio - a la decencia por ser ella casada. Dolíase de su mal; mas no sabía - corregirlo. Al despedirme lloraba por mi ausencia, y por el agravio y - ornamento que poníamos a su marido. - - LA MADRE.--Ya lo sabía, Gil. Más culpable es ella que tú. La ley - de encantamiento no te impone un absoluto despego de amor, y - el encastillarte en una ridícula virtud te pondría en violenta - discordancia con la libre naturaleza que te rodea. Es error creer que - el campo no brinda al hombre enamorado fáciles triunfos amorosos. - Solteras y casadas acogen con blandos arrumacos al mozarrón - forastero, y en aldeas y villas no faltan amas de cura, salidas de - madre y padre, con poco escrúpulo de la opinión. - - TARSIS.--¡Que me place!... Debo decirte que mis amores con _Usebia_ - fueron de puro pasatiempo. El amor mío verdadero y profundo es otro: - lo sentí cuando era caballero, y en mi alma lo conservo con todo su - ardor y pureza... Antes que me encantaras, hice la corte a una joven - americana llamada Cintia: empecé con idea de matrimonio, anteponiendo - al amor mi afán de riquezas. Rechazome ella, prefiriendo para marido - a un diplomático envarado, de estos que al vestirse por la mañana - se tragan el palo del molinillo. Me sacó de quicio el desaire, y - desairado amé a Cintia con pasión escondida, de las que la soledad - y el pensar continuo convierten en locura. Cuando me dábais los - primeros pases de ilusión para encantarme, vi a Cintia en un espejo. - Obra fue de las hechicerías del maldito Becerro y de las brujas de - sus hermanas... Hablamos la americanita y yo de un lado a otro del - cristal: me dijo que no se había casado con el diplomático; a mi - parecer me miraba con amor, y sus palabras destilaban ternura... Pues - bien, Madre: tú que todo lo sabes, dime si, en efecto, Cintia no se - ha casado, que bien podría ser todo una ruin burla de los invisibles - demonios que correteaban por aquella casa. Dime también si Cintia - está en España o se ha vuelto a América... Claro que si está en - América, nada podrás decirme. - - LA MADRE.--Allá, como aquí, domino por mi aliento, _sicut tuba_; por - la vibración de mi lenguaje, que será el alma de medio mundo. Cuando - de allá me invocan, acudo al instante. Mi Colón me dejó una linda nao - milagrosa que me lleva y me trae en dos minutos... Por otra parte, ni - tú debes pedirme informes de esa familia, ni yo debo dártelos, pues - mientras permanezcas en estado villano, es necedad que pienses en - amores con damas principales... Y ya no más, hijo. Levántate. ~(De - la escarcela sacó unas bellotas que se trocaron en monedas; pagó el - gasto del mozo, y partieron.)~ - - TARSIS. ~(Ingenuo.)~--Ya podía la señora Madre darme de esas - bellotas, o decirme dónde está el árbol que las cría. - - LA MADRE. ~(Con severidad afectuosa.)~--Espérate un poco, hijo: un - ratito hasta que fructifique la encina que tú mismo has de plantar; - otro ratito, hasta que maduren las bellotas... ~(Siguen platicando - del cómo y dónde plantará Gil la encina, y continúan andando en busca - del rebaño, que, según indica la Madre, estaba en Cameros. Llegan - de noche, guiados por el resplandor de una hoguera encendida por - los pastores, que han matado una oveja y se disponen alegremente a - comérsela.)~ - - TARSIS.--Allí están. Oigo la voz de Sancho, que suena en la espesura - de estos montes, _sicut tuba_. No puedo precisar el tiempo que ha - durado mi ausencia de los compañeros. ¿Han sido dos días, o tres? - - LA MADRE.--En la vida pastoril no necesitas calendario ni reloj. El - tiempo es un vago discurso con somnolencia. - - TARSIS.--¿Qué hora es? - - LA MADRE.--El cielo te lo dirá. Mira la dirección del rabo de la Osa. - Mira el León que se esconde ya por Occidente. Por Oriente ha salido - Antares, la diabla iracunda, y tras ella Sagitario armado de flechas. - - TARSIS.--Ya estamos entre ellos. Nos han visto y celebran tu - presencia con palmadas y vítores. El rabadán, los pastores y zagales, - llamados _Blas_, _Mingo_, _Rodrigacho_, prorrumpen en alegres - exclamaciones. - - SANCHO.--¡Vítor la Madre!... _¡Hurriacá!_ - - MINGO.--Quédate, Madre, entre nos. - - RODRIGACHO.--_¡Ijujú!_ Madre adorada. Buen gasajo aquí te damos. - - BLAS.--Cata la Madre de Amor. Cata el Amor verdadero. ~(Rodean a - la Señora con brincos y algazara, y cantan en su loor un alegre - villancico.)~ - - SANCHO.--¡Vítor la Madre querida! -- Dime, pastor, por tu vida, -- - ¿qué es lo que tú le darás, -- y con qué la servirás? - - RODRIGACHO.--Darele buenos anillos, -- cercillos, sartas de prata, -- - buen zueco, buena zapata, -- cintas, bolsas y tejillos. - - BLAS.--Y frutas de mil maneras -- le daré destas montañas, -- nueces, - bellotas, castañas, -- manzanas, priscos y peras. -- Dos mil yerbas - comederas, -- cornezuelos, botijinas, -- pies de burro, zapatinas -- - y garbanzas y acederas. - - MINGO.--Berros, hongos, turmas, jetas, -- anocejas, refrisones, -- - gallicresta y arvejones, --florecicas y rosetas. - - RODRIGACHO.--Y aun darele pajarillas, -- codornices y zorzales, -- - jergueritos y pardales -- y patojas en costillas. - - BLAS.--Pegas, tordos, tortolillas, -- cuervos, grajos y cornejas, -- - las de las calzas bermejas. -- ¿Cómo no te maravillas? ~(La Madre se - muestra regocijada del obsequio, participa del festín de la oveja, - bebe del zaque, les saluda con gracioso ademán, y a la postre, - aclamada como al principio, desaparece.)~ - - - - -X - -De la blanda vida pastoril, pasa el caballero a vida más dura. - - -Bendito y descansado oficio era el de pastor, y así lo declaraba Gil -ante sus compañeros, con los cuales vivía en santa paz, sin que la -buena concordia se rompiese ni alterase por un sí ni por un no en -largos días. Conducir el ganado de una parte a otra dentro de términos -extensísimos, aprovechando estas hierbas y dejando descansar las otras; -dormir en el chozo o a su vera, según el tiempo; comer donde más les -placía migas, sopas, o el _frite_ de oveja o cordero; saber las horas -por el sol, y de noche por las estrellas; saber del mundo lo poco que -les llegaba, migajas del acaecer y del opinar traídas por el viento -de vagas voces, era en verdad la mejor vida para llegar a viejo. -Entretenían los pastores sus ocios refiriendo consejas, o narrando -cada cual su propia leyenda, no siempre sencilla ni tejida en telares -bucólicos. Los que habían servido al Rey contaban militares valentías, -y hazañas amorosas con niñeras y amas de cría. - -Uno de ellos, Rodrigacho, que había sido monaguillo muy travieso, -contó su fuga de la iglesia y lugar de Cuérnagos, por haberle echado -pica-pica al cura cuando estaba sentadito en misa de tres oficiantes. -Tuvo que salir a espetaperros, huyendo de la paliza que quiso darle el -sacristán, y corrió tanto, decía, que en cada tranco que daba, un pie -perdía de vista al otro... En su medrosa carrera no paró hasta Vigo, -donde quiso embarcar para la Habana; pero no pudo colarse de _polisón_, -que era su ardiente anhelo, y al cabo de mil penalidades, sirviendo a -gente de mal vivir, se vino a tierra de Salamanca con unos hombres que -conducían dos toros padres venidos de Inglaterra. Arreglose con el amo -de estos entrando en los ejércitos de la ganadería, pues en los de Rey -no sirvió, por ser hijo único de viuda. - -No faltaban en la majada horas de aburrimiento, que Blas y Sancho -sorteaban labrando cucharas de boj. Casados y solteros no tenían las -mismas añoranzas de la hembra lejana. Sancho, que dejó a su pastora en -Micereses, la echaba muy de menos; Rodrigacho, que tenía su _Filis_ -en Pocilgas, partido de Alba de Tormes, habría querido tenerla a mayor -distancia; Mingo, que _hablaba_ con una viuda de Cantimpalos, apenas -se acordaba de ella, y Blas solía cambiar de _Galatea_ en el ir y -venir de la trashumancia. Cuando a Gil le tocaba bajar por víveres a -Torrecilla de Cameros, ponía en juego todas sus artes de seducción para -proporcionarse una conquistilla. A pesar de las prisas de recadista, -estuvo a punto de lograr sus deseos, capturando a una moza garrida que -cuidaba cabras a media legua del pueblo. Naturalmente, la cortedad del -tiempo no le permitía rematar su aventura. Diéranle más desahogo, y a -la majada se llevaría la pastora y sus cabras. Contando sus apuros a -Blas, el muy socarrón le decía: _Amor fino y buena mesa, no quieren -priesa_. - -Con sus lentas horas y su apartamiento del mundo, la vida pastoril era -para Tarsis la más grata forma de encantamiento. Pero de súbito se -torció el destino del caballero hacia una situación desconocida. La -causa de esto fue que el ganado pasó de la propiedad de los Gaytanes a -la de los Gaitines, establecidos en Soria y Cameros. Ya se lo maliciaba -Sancho. Nunca pudo explicarse trashumancia de tal extensión en estos -tiempos sino por venta o cambalache. En efecto: Gaytanes y Gaitines -hicieron escritura, por la que estos vendían a los otros tierras con -que querían redondear su latifundio, y aquellos entregaron a los -cameranos sus ovejas, y a más una suma en metálico. El administrador, -que subió al monte a notificar el cambio de propietario, propuso -a Sancho quedarse de rabadán; pero no quiso aceptar y se fue a -Micereses. Blas y Rodrigacho desfilaron también; Mingo se quedó, y a -Gil se le llevaron a Torrecilla por expreso encargo del nuevo dueño, -que ofrecía darle colocación más activa y de más lucido jornal. - -Entraba, pues, Gil en otra etapa villanesca. La transformación empezaba -por el cambio de costumbres y ropa. Regaló montera y zahones a Mingo; -conservó su calzón de estezado y alguna otra prenda pastoril. Con lo -que se llevaba compuso su hatillo bien asegurado en un pellejo con -fuertes correas, y echándoselo al hombro partió para Torrecilla. El -administrador de los Gaitines no le detuvo más que el tiempo preciso -para un corto descanso, comer, comprar zapatones, tabaco y un par de -camisas, y le expidió, en compañía de dos hombres, al lugar de su -nueva colocación. Al llegar a Logroño se les facturó en ferrocarril -a la estación de Alfaro, desde donde irían a su destino en carros o -caballerías. En el trayecto de tren acabó Gil de enterarse del trabajo -en que había de emplear su encantada personalidad. Era la explotación -de una cantera próxima a la villa de Ágreda. Los señores Gaitines, -contratistas de un camino real entre dicha villa y Tarazona, habían -establecido la extracción de piedra en la falda de un monte, de los -que sirven de estribo y contrafuerte al excelso Moncayo. Uno de los -acompañantes de Gil iba de listero, el otro de barrenador. Por ambos -supo Gil que ganaría jornal de once reales. Del tren partieron en mulos -hasta Grávalos, donde descansaron medio día, y al siguiente dieron con -sus molidos cuerpos en la ibérica _Ilurci_, que los romanos llamaron -_Græcuris_, nombre que, pasando como canto rodado por bocas de godos, -árabes y cristianos, vino a ser _Ágreda_. - -A corta distancia de la villa, y casi tocando al trazado del camino -real, estaba la cantera, llaga enorme abierta en el costado de una -dura montaña, dejando ver la tierra como sangre y las piedras como -desmenuzados huesos. Desde lejos se veía la inmensa herida, y el -espectador se condolía del desdichado monte, imaginándolo víctima de -una bárbara labor quirúrgica, levantada en gran parte su hermosísima -piel verde, deshecha por el hierro su carne, y todo en pedazos mil, y -todo cayendo y rodando en piltrafas sanguinolentas como los despojos de -un anfiteatro... Pero cuando el espectador se acercaba, ya no sentía -lástima del monte, sino de los que en él trabajaban, bajo un sol -ardiente, gateando en el áspero declive. Los unos taladraban la peña -con poderosas barras, los otros recogían los pedazos dispersos por la -explosión, despeñándolos por la pendiente, hasta que los peones los -partían y cargaban las carretas. Era un trabajo de gigantes: algunos, -desnudos de medio cuerpo arriba, mostraban admirables torsos y brazos -de atletas formidables; otros, agobiados de fatiga, se doblaban por la -cintura, contenían el gemido para poner toda su alma en el esfuerzo, -sacado a tirones angustiosos de las más hondas flaquezas. - -Entró Gil en el trabajo de la cantera con cierto brío, estimulado -por la ganancia, por la emulación, por algo de grandioso que veía -en aquel luchar al aire libre con lo más duro que existe: la roca. -Noble era el arado; mas la barra y su manejo agrandaban y hermoseaban -la humana figura. Desplegó, pues, sin tasa en los primeros días su -vigor muscular, y aparentaba despreciar la fatiga. Toda su admiración -era para Cristóbal, con quien había venido de Torrecilla, trabajador -incansable, no desprovisto de cierta elegancia en los acompasados -movimientos con que taladraba la piedra, sosteniendo el ritmo. Atizaba -más fuerte a medida que el agujero iba más hondo. La piedra caldeada -por el hierro, a este entregaba su seno endurecido por los siglos. - -Marchaban los trabajos con regularidad intensa, inflexible. El capataz, -hombre muy serio, envarado de autoridad, no permitía distracciones, -ni descansitos, ni palabras ociosas. Llamábase José Mantecón, y ponía -gran empeño en mostrar un genio absolutamente contrario a su apellido. -Cuando llegaba el momento de los tiros, gozaban todos de un corto -descanso. Se cargaban los barrenos, se encendía la mecha que había de -prender el cartucho, y a correr la gente para ponerse al resguardo de -la explosión. Diseminados alegremente, cada cual elegía el burladero -que estimaba más seguro. El estruendo de la terrestre artillería, la -conmoción del suelo, el humo, el volar de los cantos, traían un momento -de alborozo. Los pedazos de piedra caían como proyectiles perdidos, -mostrando en sus caras interiores, calientes, la virginidad de la roca. -En esta función de los disparos, permitía el capataz a los trabajadores -el recreo de un cigarrito, golosina de holganza que les alentaba para -volver al trabajo de barrenar, descantillar, y al arrastre y carga -en los carros. Gil no desmayaba, y se mantenía siempre en el término -estricto de sus obligaciones. Un día, por ausencia de Cristóbal, que -faltó por enfermedad, dio un par de barrenos no inferiores a los del -maestro. Con frase áspera, el capataz declaró bueno el trabajo, sin -ablandarse a prometer ascenso. El sol ardiente de aquel día, bastante a -derretir el apellido de Mantecón, hizo más duro su carácter. - -Los sábados cobraban puntualmente, mitad en plata, mitad en calderilla; -los domingos, después de trabajar medio día, se iba cada cual a su -descanso o esparcimiento. Gil vivía con otros en un parador abandonado, -cercano al pueblo; dormían en el suelo sobre improvisados lechos de -paja y mantas. Mujerona feísima, mas no puerca ni haragana, regía -la casa. Regañando a toda hora, era diligente, gobernosa, y a los -trabajadores servía muy a punto sus comidas y cenas. Los días festivos, -Gil se lavaba y acicalaba, y presumiendo de guapo se ponía su calzón -estezado, su blusa limpia, su faja negra, y con la boina ladeada, el -cigarrito en la boca, pañuelo en la faja, en el bolsillo del pantalón -los dineros que sonaban al andar, se iba al sitio de recreo del pueblo, -un extenso prado que llaman _la Dehesa_. Dábanle amenidad una umbrosa -alameda por la parte próxima al río Queiles, y en la cercanía del -monte, encinas, álamos y tilos en grupos, a cuya sombra manaba una -riquísima fuente. _La Dehesa_ era la gran atracción de Gil los domingos -por la tarde. Allí acudían las muchachas del pueblo, y armaban bailes -tremendos, con brincos o _agarraos_, conversaciones vivas, carcajadas y -chillidos, bullanga de música, ya por lo serrano, ya por lo aragonés. -Mozas había muy lindas, de silvestre ingenuidad las unas, otras ladinas -y escamonas, en guardia siempre contra el hombre, fortificada su -honestidad por la espesura de sus refajos. - -Gil no paraba en toda la tarde de atontar al mujerío con su charla -donosa, bailoteando jotas y seguidillas hasta más no poder. En ninguna -sociedad de las que conoció en su vida de caballero se había divertido -tanto. Era su compañero inseparable otro mozo de la cantera, guapín, -despierto, medio aragonés y medio navarro, llamado Juan Ablitas, el -cual galleaba y se ponía moños por haber traído a su redil a una -jovenzuela graciosa, sobrina de un cura, que desde el primer día -de conocimiento en _la Dehesa_ le hizo entrega de su albedrío. La -chiquilla se escapaba por las noches al encuentro del galán, y a más de -obsequiarle con favores de amor, le regalaba _bodigos_ de los que su -tío el buen párroco copiosamente recogía. Son bodigos los panecillos de -flor que se llevan a la iglesia, y cual ofrenda se añaden a los cirios -en el sufragio por los difuntos. Volvía por la noche Juan junto a su -amigo, y dándole un panecillo, con hinchada fatuidad le decía: - ---Toma, Gil, uno de los bodigos que me ha traído _la mía_, y confiésame -que conquista como esta no la has hecho tú, ni la harás en tu -pindonguera vida. - -Comía Gil el panecillo, y no se cuidaba de abatir la petulancia del -tenorio agredense don Juan Ablitas. Sucedió que a los pocos días de -esto supieron los amigos, por una de las mozas, que el cura olfateó -la sustracción de los panes, y cogiendo a la muchacha, sobrina o -lo que fuera, con pellizcos y pescozones la puso en la apretura de -vomitar sus pecados, y a lo último echó el más feo de todos, que -fue dar los bodigos a un _chico de la cantera_. Desde aquella hora -nefanda, Juan y Gil no volvieron a ver el pelo a la moza, y en esto, -llegado el domingo, Ablitas, escupiendo por el colmillo y apretándose -la faja, dijo que no pensaba ir a _la Dehesa_, ni estaba en vena de -divertirse... Para que se viese que era un hombre, se plantaría en la -iglesia mayor del pueblo, o en sus inmediaciones, hasta encontrarse con -el cura y darle cuatro _morrás_ como para él solo... - -No trató Gil de disuadir al tenorio retador, y se fue solo al paseo. -Vio grupos de chicas; pero al llegarse a ellas, un estímulo fisiológico -le llevó hacia la parte del monte, donde a la sombra de unas encinas y -al arrimo de peñas musgosas, secreteaba consejas el chorrillo de una -fuente. Como a veinte pasos del agua vio que de la fuente venía una -gallarda moza con un cántaro lleno cogido por el asa. Cuando llegaron -uno frente a otro, Gil lanzó una grande exclamación y extendió el -brazo en ademán de detener a la joven aguadora. Y esta paró en firme, -mirándole a él con enojo de que un desconocido le cortara el paso. - ---Cintia, Cintia --dijo Tarsis--, no te me escapas ahora. - ---Quite allá... Déjeme. No le conozco. - ---¿Me negarás que eres Cintia? ¿Crees que puedo yo olvidar o confundir -tus ojos divinos; tu boca, tan linda risueña como enojada, y esa -frente de diosa, y esos cabellos partidos en dos bandas, y esa color de -albura quebrada, y ese aire de reina, y ese...? - ---Anda; está loco el hombre. Déjeme seguir. - ---Un momento. Me negarás que eres Cintia; pero no me impedirás que te -adore. - ---¡Ya escampa!... Me llama _Cinta_, y mi nombre es Pascuala... Ea, si -viene de burlas, sepa que no las aguanto. - ---Mátame si quieres; pero yo digo y sostengo que eres Cintia. Si no me -conoces, te diré que soy Tarsis... - -La hermosa joven, cuyas incomparables facciones correspondían a la -forma encomiástica con que el mozo las había descrito, le miró con -fijeza y seriedad. - ---Qué --dijo Tarsis prontamente--, ¿haces memoria?... ¿buscas mi -fisonomía en tus recuerdos?... ¡Ah, Cintia! tú estás encantada como yo, -y aún te encuentras en ese estado crepuscular de la memoria que vuelve, -que quiere volver... - ---Le miro a usted --dijo ella un tanto compadecida y temerosa--, porque -me parece que está usted loco... y los locos me dan miedo... Vaya... -Con Dios. - ---Un instante, Cintia. Tengo una sed horrible... ¿Serás tan cruel que -no me des un poco de agua? - -Sin decir nada, la lindísima mujer alzó el cántaro y lo inclinó sobre -su brazo izquierdo para que el sediento bebiese. - ---¡Ay! --exclamó Gil-Tarsis después de absorber buena parte del -contenido del cántaro--. Me has dado la vida. Con la emoción y la sed, -ni hablar podía... No, Cintia; no estoy loco. Ya lo comprenderás si me -haces el honor de concederme tu trato algunos momentos. - -La guapa moza volvió a la fuente para reponer el agua, y Gil siguió -diciéndole: - ---Acabarás por recordarme; acabarás por reconocer al que desdeñaste, -al que te amó con locura... al que te lleva en su alma vagando en -estas soledades tristísimas. Si no crees lo que te cuento, admíteme -como amigo, y lo que no aprecies por mis demostraciones de amor, lo -apreciarás por mi respeto. - -Algo más le dijo, y sus palabras sinceras y ardientes, si no penetraron -hasta traspasar su alma, pasaron rozando a esta como flechas -temblorosas. La que Gil llamaba Cintia no se mostró tan esquiva como -en la primera embestida galante del barrenador de rocas. Le miraba -muy seria, balbucía cortos y turbados conceptos, tuteándole... La -arrogancia y viril hermosura del mozo la cautivaron sin duda; pero -en su confusión ni aun se daba cuenta todavía de que aquel hombre le -gustaba. - ---¿Me permites que te acompañe hasta tu casa? --le propuso Gil con -acento y ademán de profundo respeto--. No dirás que acompañarte es -locura. - ---No es locura --replicó ella más turbada--; pero es tontería. Vivo muy -cerca... allí... ¿Ves aquella casita blanca entre árboles, orilla del -río...? - ---Ya veo. Pues esa tontería haré yo si me das licencia. Venga el -cántaro. - -Y ella, defendiendo el cántaro de las manos del galán: - ---No, no: yo lo llevaré. ¡Qué dirían! - ---Dirían que te sirvo como buen caballero. Dirían que hablamos como -aquellos y otros que ves en _la Dehesa_, novios honrados y decentes... -Vamos hacia allá. - ---Hasta mi casa no --dijo la linda lugareña recelosa--. Iremos juntos -un poquito no más, hasta la entrada de la alameda. Después no. - ---Sigamos sin miedo. Nadie nos mira. Pasamos junto a las mozas y mozos -sin que ninguno nos mire. Es que no nos ven, Cintia. - ---De veras parece que no nos ven... --observó ella con pasmada -ingenuidad--. Nadie se fija... Pues te diré que antes de ahora no me -conocías, como yo no te conozco a ti... He querido recordar y nada: no -he visto tu cara antes de ahora. - ---La última vez que te vi fue dentro de un espejo --afirmó Gil -dejándose llevar del arrebato de su fantasía--. Era un espejo -maravilloso, donde uno se miraba y no se veía, al contrario de lo que -sucede en todos los espejos. Yo me miré, y te vi a ti, Cintia. Créemelo -como este es día. - -Y ella: - ---Cosas muy raras ve una en los espejos: yo me miré una noche, y vi a -mi madre, que murió lejos de mí. - -Y él: - ---Tu madre murió en Buenos Aires. - -Y ella, con asombro y risa: - ---¿Qué estás diciendo? - -Y él: - ---Si me niegas que eres americana, no he dicho nada. - -Empleando de nuevo la burla campesina, la hermosa hembra declaró que no -podían seguir juntos si él no ponía freno a sus dislates, y terminó con -esta saetilla: - ---Explícame, hombre de Dios, cómo puede ser americana la que ha -nacido, como yo, en Matalebreras, lugar a dos leguas de aquí, camino de -Soria. - ---¿Qué nacido puede asegurar el lugar de su nacimiento? En cuanto -al nombre, si el mundo engañado te conoce por Pascuala, para mí, -desengañado, Cintia eres y Cintia te llamaré. - ---No es feo nombre. Yo he notado que suelen ser bonitas las cosas -falsas. ¿Y a ti cómo debo llamarte? - ---Mientras estemos en este destierro expiatorio, llámame Gil. - ---Gil, Gil --repitió la bella con sorpresa y susto--. Hace dos tardes -pasé por la cantera y vi a los hombres trabajando... Me parecieron -demonios. Por la noche soñé cosas horribles... Soñé que era yo piedra, -y que me estaban barrenando en el corazón. Desperté al dolor de mis -carnes taladradas por el hierro. ¡Ay, qué susto al despertar, y qué -sudores de muerte! Oía los graznidos de una bandada de cuervos, y los -cuervos decían _Gil, Gil_... y eso mismo, _Gil_, estuvo sonando en mis -oídos aquella noche y todo el siguiente día. - ---Oías mi nombre... Era el anuncio de que hoy nos encontraríamos en la -fuente y seríamos novios. - ---No sé... --dijo la moza; y mirándole de hito en hito, agregó un -comentario mudo, guardado dentro de sí como impúdico secreto: «¡Y -qué guapo es!... ¿Será verdad que he visto a este hombre en alguna -parte?... ¿Dónde, Señor, dónde?» - -Al llegar a la alameda, Cintia o Pascuala, como se quiera, dio orden -de parar. - ---De aquí no se pasa. - -Y Gil sintetizó su comedido anhelo en esta pregunta: - ---¿Estás conforme en que hablemos? - -Y ella, embebiendo su mirada en la de él, contestó con doble frase, una -saliente, que fue: - ---Bien, hablaremos. - -Y otra entrante y no articulada: «¿He visto antes a este hombre?... ¿lo -he soñado?... En sus ojos tiene toda la simpatía del mundo. ¿Me querrá -de veras? Si su locura es de amor, en buen hora venga.» - -Las últimas expresiones fueron para determinar dónde podían verse -y hablarse. Puntualizó ella los sitios que creía mejores para la -aproximación honesta de los presuntos novios, y Gil la vio partir -embelesado de su airoso andar y gentileza. Dos veces volvió ella la -cabeza para mirarle. Gil la seguía con mirar certero. Quería que sus -ojos la llevaran hasta la puerta de la casita blanca; pero mucho antes -de llegar a esta, la figura de Cintia se desvaneció como una luz que se -apaga. - - - - -XI - -Donde brillan con toda claridad la ternura y discreción de la hermosa -Cintia. - - -Enloquecido quedó el buen Gil con el encuentro de la divina mujer a -quien sin vacilación diputaba como la propia Cintia, transmutada de -señora en villana por la mano hechicera que le había transformado a él. -Pasó la noche en inquietos delirios, y a poco de amanecer aplicaba al -trajín de la piedra su fuerza muscular, cual máquina emancipada del -pensamiento. No tenía Gil amigo de confianza con quien comunicarse. El -famoso burlador don Juan de Ablitas estaba en la cárcel, por haberle -salido su aventura diametralmente al revés de como la hubo pensado. -Fue al pueblo con la caballeresca ilusión de pegarle al cura, y este, -que era un hombracho como un castillo, le ganó velozmente la acción, -destrozándole con recios bofetones toda la cara, pateándole después, -y de añadidura requiriendo a la autoridad para que le metiera en la -cárcel, como se hizo, procesándole por agresión sacrílega. - -La segunda entrevista de Gil con la que ya era su novia fue poco -después de anochecido, en una plazoleta próxima a la casa de ella; casa -honestísima ciertamente, como lo era también la plazoleta, formada de -una parte por la casa-cuartel de la Guardia civil, y de otra por un -convento de monjas reclusas. Comprendió Gil que su novia disfrutaba -de cierta libertad. En la vaga conversación sabrosa iba dando a -conocer su vida y parentela, y diversas circunstancias que el mozo -apreció como favorables para los incipientes y ya formales amores. -Pascuala manifestaba su alma con graciosa sinceridad, y era honesta sin -gazmoñería, honrada y pura sin la menor afectación. Gil se confirmaba -en que tenía delante a la propia Cintia por un signo infalible, rasgo -saliente y luminoso de la hermosa colombiana, que era la sana y dulce -alegría, el sonreír largo que dejaba ver la más perfecta y blanca -dentadura. Era Cintia; solo Cintia sabía decir conceptos delicados y -conceptos comunes con aquella boca de ángel... - -Ya en el encuentro o aparición en _la Dehesa_ había notado Gil que el -lenguaje de la moza no era el habla tosca del pueblo campesino; se -expresaba con limpia dicción y con notoria pureza gramatical. El enigma -quedó aclarado con estas palabras de Pascuala: - ---Soy maestra. En Zaragoza, donde he vivido cinco años con mi tío -don Bruno Borjabad, procurador, hice mis estudios, y tengo título... -¿Qué te creías? Ahora estamos esperando a que don Feliciano Gaitín, -que es el mandón de estos lugares, nos cumpla lo prometido: darme una -escuelita de párvulos en cualquier pueblo de esta comarca. Buena falta -nos hace, porque mis tíos, con quienes vivo, andan atrasadillos por las -malas cosechas y lo perdido que está todo. - -Completó Pascualita su historial con estas referencias: - ---Vivo con mis tíos Saturio Borjabad y su mujer Baltasara, y esta -casita es de unos primos míos por parte de madre, llamados aquí los -_Almuerzos_, porque son de la sierra de este nombre, y se dedicaban al -negocio del carbón. Ahora viven en Soria. Mi madre se llamaba Pilar -Arabiana; dicen que era un poquito noble. Mis tíos los Borjabades -tienen en Suellacabras dos o tres telares, y allí viven mis primos, que -fabrican sayas y capotillos de jerga. Conque ya tienes ante ti todo -el mapa de mi familia. Al ponértelo delante, me río como ves... En mi -parentela hubo nobles y plebeyos; hoy todos son pobres. Algunos viven -de ilusiones, otros emigran, algunos trabajan como negros... Yo, que -en pobreza no tengo a nadie que me aventaje, les alegro a todos con mi -alegría. - ---¡Qué encanto de mujer! A Dios bendecimos y alabamos por haber hecho -esa boca. Y a Dios le basta eso para ser grande. - -Terminó Pascuala la segunda entrevista despidiendo a Gil con la más -dulce de sus risas, un empujoncito y esta frase donosa: - ---Vete ya, que no quiero enojar a los tíos... Me dan licencia de un -ratito, y el ratito se va volviendo _ratón_. - -¡Ay, Gil, en qué soñador arrebato vivías! Y machacando piedras, dejabas -que tu espíritu rodara por los espacios, chocando con estrellas y -soles... Muy fuertes habían de ser los tirones de la realidad para que -a ella volvieses... A la ya referida cita con Pascuala siguieron otras -en el propio sitio, o en un bosquecito de acacias frontero al pórtico -de las monjas. En aquellos ratos de dulce intimidad, el fuego de amor -prendía con flamear gracioso en los corazones. La idea, nunca olvidada -por Gil, de que se conocieron antes, en otra misteriosa y lejana vida, -prendió también en la mente de ella, y a menudo decía: - ---Sí, Gil: yo llevaba en mí hace tiempo tu cara y tu ser todo. - -Se confiaban sus pensamientos sin faltar a la pureza y corrección. -Si él, llevado de su fogoso temple, acortaba la distancia honesta, -ella le contenía con ademán grave y con su inefable sonreír, que -valía por un mandato. Separábanse contentos, gustando de antemano un -porvenir dichoso... Pero a la cita cuarta o quinta, que en el número -no concuerdan los autores, Pascuala llegó junto a su amado con cara -triste. - ---Esta noche --le dijo--, te traigo malas nuevas. Ya ves que no me -río... y cuando no me ves reír, ya comprenderás que hay procesiones por -dentro. - ---Dime lo que hay --replicó Gil, disimulando su alarma--, que seguro yo -de tu amor como tú del mío, podemos reírnos de toda procesión, aunque -sea la del _Corpus_. - ---No pasa el _Santísimo Corpus Christi_ --dijo Pascuala--: lo que pasa -es que tendremos que separarnos pronto... Mis tíos han resuelto que nos -vayamos a Suellacabras, porque aquí está todo muy malo... Allí no nos -faltará un pedazo de pan, y además... - ---¿Además, qué? - ---Que el señor Gaitín ha dicho que está a caer mi nombramiento de -maestra. ¿Para qué pueblo? Eso... de Soria nos lo dirán... - ---Pues no veo la procesión... Sí la veo... Te veo a ti marchando a -Suellacabras con tu familia, y yo detrás... Dejaré mi trabajo y cuanto -hay en el mundo por seguirte. ¿Cuándo nos vamos? - ---¡Ay, Gil de mi vida! Tu falsa alegría no me sacará de mi tristeza. -¿No adviertes que esta noche no me he reído ni tan siquiera un poquito? -Pues cuando mi boca olvida la risa, ¡cómo estará mi alma!... Te -contaré todo; verteré de mi alma a la tuya todo el amargor que llevo -dentro. Pensaba dártelo a traguitos; pero ¿a qué traguitos si es mejor -decírtelo de una vez? Mi tío Saturio ha sabido que tú y yo... nos -queremos. La tía se enteró y fue con el cuento al tío... Llamáronme a -juicio esta mañana, y yo, que llevo siempre mi conciencia en la cara, -saqué de mi intención toda la verdad antes de abrir la boca... Porque -soy así, Gil... Díjeles que sí, que no tengo por qué ocultarlo, que -te quiero y me quieres, y estamos los dos en la idea de casarnos... -Así, clarito... ¡Vieras a mi tía cómo se puso!... Que es una deshonra -para la familia... que habrá que oír a los _Almuerzos_ cuando lo -sepan. Y mi tío Saturio, con el temblorcillo de quijada que le da -cuando se incomoda, y abriendo un ojo más que el otro, salió con esta -sinrazón: «Una joven de tu mérito, Arabiana por parte de madre, y por -tu padre de los Borjabades de Medinaceli, casarse con un peón rústico, -un casca-piedras y rasca-lodos... ¡oh ignominia!...» Y luego la tía, -saltando de la ira al sentimiento, lloriquea y me dice: «Pascuala, por -cincuenta coros de ángeles te pido que no hables más con ese bruto. -¿Quieres tú que nos muramos de pena? ¿Para qué están en el mundo tus -tíos más que para buscarte un marido de circunstancias y ser todos -felices?»... En fin, que me han vuelto loca, sin que hayan conseguido -rendirme. De esto que te cuento ha salido la idea de alejarme de ti... - -Maldecía el enamorado su suerte, trinaba y vociferaba mezclando las -burlas con la ira: - ---¡Alejarte de mí! ¿Y no han discurrido esos tiorros impedir que salga -el sol, y que los ríos se encaramen en los montes? - ---Espérate un poco. Hace algún tiempo que Saturio y Baltasara se -ilusionan con la idea de casarme a su gusto. Dos novios para mí tienen -puestos en remojo. El uno es un señorito de Soria, que usa cuellos -muy altos, y corbatas de colorines, hijo único de viuda rica, según -dicen; otro es un chico de Almazán, que empezó estudiando para cura en -El Burgo, y luego lo dejó, y se ha hecho perito agrónomo... Todo esto -te lo digo para que te vayas enterando. ¡Ay, Gil de mi alma! ¿qué haré -yo para ponerme ahora en contra de esta mala corriente de mis tíos; qué -haré para desobedecerles sin perder el respeto y la gratitud que les -debo? - ---El amor es antes que todo, Cintia... Hoy te llamo Cintia porque con -este nombre estás más unida a mí que con el de Pascuala. Y cuando tus -tíos feroces te digan: «Pascuala, ven», tú responderás: «No sé quién es -esa que llamáis.» - ---¡Ay de mí! --gimió agobiada la sin par mujer, inclinando su cabeza -casi hasta tocar el hombro del cantero--. Hoy estoy muy triste, hoy no -me río. Dime locuras; oiga yo tus locuras para que se me quite esta -pena. - ---¿Locuras? Pues tengo un martillo muy grande. Con él he roto las -piedras más duras; con él partiré las cabezas de esos tíos sin -entrañas, tíos peores que sobrinos de Satanás. - ---Matar no... No me hables de muertes... Otras locuras has de decirme -para que yo... - ---Pues oye esta que otra vez oíste y te tentó a la risa. Yo no soy lo -que parezco. He pertenecido a una sociedad superior, y por fines de -enseñanza o de castigo he sido rebajado a esta condición plebeya en que -me ves. - ---Pues ahora no me río, no me río nada... Lo que hace tu Cintia es -recordar que ayer mi amiga Felipa, la hija del mandadero de estas -monjas, me dijo que tú tienes aire de persona principal, y que se te -puede tomar por un conde con ropa y manos de peón. - ---Ya te dije anoche que Felipa me parece una mujer de gran agudeza. - ---Algo hay en ti --dijo Pascuala sin perder su triste serenidad--, algo -que... no sé decirlo. - ---Pues yo lo diré, aunque te me pongas incrédula y burlona. Estoy -encantado... Siendo quien soy, aparento condición distinta de la que -me dio mi nacimiento... No me mires con esos ojos alelados, que no -por quedarse lelos son menos bonitos que el sol. No me mires así, que -ahora voy a decirte algo que te asombrará más. Encantada estás tú -también, Cintia; pero no has llegado al punto de conocer tu propio -encantamiento. Lo sospechas no más. La primera vez que te vi, en la -fuente, te lo dije y me tuviste por loco... Ahora no piensas lo mismo. - -Dio Pascuala un gran suspiro, dejando caer sus miradas al suelo. Sin -levantarlas, murmuró esta pregunta: - ---Dime, Gil: ¿estar encantada es lo mismo que estar enamorada? - ---No es lo mismo; pero hay gran parentesco entre el encanto y un vivo -amor. Como aquella tarde te dije, estás en el crepúsculo de tu memoria, -del recuerdo de tu ser tal como fuiste antes de ser traída al estado -presente. - -La actitud hondamente pensativa de Pascuala era como la de quien -exprime con ahinco su memoria para obtener de ella una imagen, una luz. -Por fin, suspirando con más fuerza, como bebiéndose y expulsando todo -el aire que la rodeaba, dijo así: - ---Por momentos paréceme que algo recuerdo; por momentos que no -recuerdo nada. - ---Ya recordarás, ya te convencerás. - ---Pero dime: ¿en tal estado nos hallamos porque a él nos traen? - ---Sin duda. - ---¿Quién?... ¿hechiceros?... - ---O seres divinos, que con ello no quieren hacernos daño, sino mucho -bien. - -Pascuala cruzó dedos con dedos, y enlazadas fuertemente las dos manos, -las puso sobre el hombro de Gil, cargando sobre él el peso leve de sus -brazos y el grave de su busto. En tal actitud puso su penetrante mirada -en los ojos de él, y con intensa seriedad le dijo: - ---Pues quien nos ha encantado que nos desencante, Gil. ¿Quién puede -hacerlo? - ---La Madre. - ---¿Qué Madre es esa? - ---La tuya y la mía, la de todos... - ---Pero esa Madre, ¿dónde está? Yo no la veo. - ---Es nuestro ser castizo, el genio de la tierra, las glorias pasadas y -desdichas presentes, la lengua que hablamos... - ---¿Dónde está esa Madre? - ---Aquí, en todas partes. Vendrá... se dejará ver si la llamamos con la -voz piadosa de nuestro amor. - -Oído esto, Cintia se levantó. Era hora de volver a su casa. Pasándose -la mano por la frente y recogiendo de ella ideas quiméricas, las cuales -arrojó al viento con gesto de diosa que se personifica en materia -humana, expresó la triste orden de separación: - ---Mira, Gil: que las últimas palabras tuyas y mías que hemos de decir -esta noche, sean para fijar nuestro destino. - -Juntaron sus cuatro manos. Gil dijo así: - ---No necesitas jurar. Mándame que te siga, y basta. - ---Quiero y mando. Sabrás por Felipa el día que salga con mis tíos. Si -no cambian de ventolera, partiremos pasado mañana a la hora del alba. -Aquí no nos veremos ya. - ---Pero allá sí... Yo debo jurar, Cintia. Por la Madre tuya y mía, te -juro que, encantados o desencantados, serás mi mujer. Adiós. - -Se besaron como los ángeles, y la oscuridad de la noche asumió las dos -figuras... una por acá, otra por allá. - - - - -XII - -Del conocimiento que hizo Gil con el industrioso mercader Bartolo -Cíbico. - - -Trabajando en la cantera con desordenado empuje, el buen Gil dejó que -las manos se entendieran solas con las piedras, sin el gobierno de la -voluntad, y ardía en estos y otros coloquios consigo mismo: «Buscaremos -a la Madre... Madre, ¿dónde estás? ¿Te has subido al Moncayo, que es tu -más alto trono, de donde puedes mirar a Castilla y Aragón?... Pero si -allí estás, ¿cómo hemos de subir a la cima de ese monte mi Cintia y yo, -que somos criaturas mortales, aunque encantadas?... Pensando, Madre, -pensando dónde podríamos encontrarte, se me ha ocurrido que tú no solo -habitas en las cumbres geográficas, sino en las cumbres históricas. -¿Estarás en Numancia, quiero decir, en lo que fue Numancia, que si algo -queda de ella tú sabrás dónde está? He oído que cerca de Soria yace -soterrado el cuerpo glorioso de aquella ciudad. Allá, allá iremos a -buscarte.» - -A la hora de comer, le llevó Felipa el recado de que Pascuala saldría -con sus tíos al amanecer del siguiente día; y sabido esto, Gil no fue -a la cantera más que para despedirse. Sorprendió a los compañeros y -al capataz la despedida del mozo, a quien todos querían por su trato -sencillo y buena conducta. A las explicaciones que se le pidieron, -contestó que su oficio era modelador de yeso y estuquista, y que de -Soria, donde tenía parientes, le habían propuesto trabajar en una obra -de la Diputación, con jornal de cuatro pesetas para arriba... Antes de -ir al parador, enterose bien del camino que había de seguir; y recogida -y bien liada su ropa en el hatillo con correas, se puso en marcha. Si -los tíos de Pascuala partían al alba, él les tomaría la delantera, -saliendo de Ágreda antes de media noche, y así les ganaba camino para -igualar en lo posible la diferencia de andadura, pues los Borjabades -iban en carro y él no tenía más coche de ruedas que el de san Francisco. - -Caminando ya con firme paso por la carretera de Soria, sus pensamientos -pueden ser verbalizados de esta manera: «Parece que tengo libertad -y no soy libre... Dentro de mí siento el hierro, siento la coraza -del encantamiento, que no me impiden correr hacia la ideal Cintia -para unirme con ella; pero que no me dejarían seguir otra dirección -si tomarla quisiera. Encanto y amor van unidos, lo que es doble -esclavitud y dulzura doble. Confortado por el amor, no temo los duros -trabajos, ni la humillación, ni la miseria. Concédame la Madre vivir -con Cintia en el hueco de una peña, como los aborígenes que vinieron -acá con mi abuelito el hijo de Japhet, nieto de Noé. Viviremos en -salvaje independencia, ignorados e ignorantes del mundo... Criaremos -un rebañito de cabras; yo seré cazador... Domesticaré halcones y -gerifaltes para resucitar la muerta y olvidada caza de cetrería... ¡Oh -encanto de encantos!...» - -Así pensando, descendía por ásperas pendientes, y al amanecer pasó -junto a la laguna de Añavieja, sobre la cual pesaba una manta de niebla -perezosa. «Los que por aquí vivían --se dijo--, ¿eran celtas o iberos? -No recuerdo lo que el pobre Augusto me contaba de la vida y costumbres -de los españoles primitivos. Lo que yo sé, sin que él me lo haya dicho, -es que no gastaban chalecos ni cuellos altos, y que su calzado había de -ser muy cómodo... Me siento amigo de aquellos buenos madrugadores de la -vida hispánica, y hasta doy en pensar que yo también madrugué, que fui -un poquito prehistórico.» - -Viandantes encontraba pocos, y estos de aspecto miserable; mujeres -flacas cargando haces de leña; hombres que parecían enfermos y lo -estaban de penuria y cansancio, luchadores de la vida, en completo -vencimiento y derrota, que iban en busca de una limosna en forma de -jornal. Apenas dejó atrás la soñolienta laguna, que ya mostraba su -cuajado cristal despejándose de la neblina, el paisaje le sugirió ideas -menos tristes. En los collados verdegueaban matojos y chaparros; se -oían esquilas de ovejas y algún silbo de pastores... Cuando más solo -se sentía, encontró una cuadrilla de titiriteros. Abrían la marcha dos -hombres y un muchacho a pie; seguía el carro entoldado, donde llevaban -los avíos escénicos. Asomaban por el hueco delantero dos caras de -mujer y medio cuerpo de una mona triste, achacosa y deslucida de pelo. -Pararon en firme para dar respiro al tronco de burros, que acababa de -echarse a pechos una empinada cuesta. - -A los que venían a pie preguntó Gil si faltaba mucho para Matalebreras. -El que parecía capitán de la cuadrilla o director circense, contestó -al caminante que a la vuelta del cerro estaba Matalebreras, y que si -no estuviese allí ni en ninguna parte del mundo, nada se perdería, -porque lugar más arrimado a la cola no había visto en lo que llevaba de -aquella vida. Y el otro, que debía de ser el payaso, completó así el -informe de su compañero: - ---Buen hombre, si llevas que comer, vete a Matalebreras, y si no, pasa -de largo, que en ese pueblo no ven en el forastero más que mismamente -un ladrón que llega y les quita lo poco que tienen de comer. En -dos puñaleras funciones que hemos dado, no hemos visto la cara de -ninguna moneda del Rey, si no es la roña de ochavos morunos... Y no -faltan pudientes; pero nos han tomado por gentuza que trae acá la -_corrumpición_ de los pueblos y el _turriburri_ contra la religión... - -Y el otro, colérico y vociferante, siguió así: - ---Vinieron dos cuervos, alcalde y curángano, a decirnos que si no -ahuecábamos pronto, nuestras costillas lo habían de sentir. - -Bajo la curva del toldo dejáronse ver, agachándose, las dos mujeres -desgreñadas y pitañosas. La una, que no era joven ni bonita, y aún -conservaba en sus mejillas flácidas manchurrones del almagre y -blanquete de la noche anterior, metió para adentro a la mona que allí -estaba tomando el fresco, y soltó la catarrosa voz a estos bárbaros -improperios: - ---Oiga, joven, ¿va usté a esa _Mataliebres_ o _Matachinches_? Diga -de mi parte al reladronazo del alcalde que me voy con las ganas de -pasearme por encima de sus tripas y de machacarle las ternillas... Y a -ese judío del cura dígale que me chincho en su corona, y que se vaya a -descomulgar a la perra de su madre. - -La otra mujer, que en sus brazos había cogido a la mona y -cuidadosamente la espulgaba, soltó después los clamores de su ira -diciendo: - ---¡Pueblo _iznorante_ y _farisón_! Pa esos gansos, el arte no es -nada... To’l dinero pa misas, y los probes artistas que ladremos de -hambre. - -Gil les consoló con medias palabras; gruñeron y blasfemaron los dos -hombres; el jefe de la cuadrilla dio por terminado el descanso de -sus burros; rechinó el carricoche. Con una despedida campechana se -separaron, y Gil siguió su camino, lastimado del desavío de aquella -pobre gente. - -Avanzado el día, alto ya el padre sol, que acariciaba con sus rayos -las espaldas del caminante, este llegó a las primeras casas de -Matalebreras, y como en aquel punto sintiese cercano rodar de carros, -pensó que serían los de la caravana de Pascuala y sus tíos. Escondiose -tras de un espeso matorro para verlos pasar, y en efecto ellos eran. En -el delantero alcanzó a ver el rostro ideal de Cintia, y la desapacible -carátula de don Saturio amparada de un ancho sombrero; vio sus manos -nudosas con guantes de lana, apoyadas en el puño de un recio bastón... -Tras ellos asomaba el rostro afligido y siniestro de Baltasara. En el -carro zaguero iba un hombre desconocido, entre colchones, trebejos y -calderería. La familia desgraciada llevaba consigo todo su ajuar, que -era bien pobre. - -Viéndoles internarse en el pueblo, recordó Gil noticias que le dio -Pascuala del enfadoso don Saturio. Acariciaba este infeliz señor en su -cacumen la manía de que las sierras del Madero y del Almuerzo guardaban -en sus entrañas riquísimos minerales de plata y oro, y de bermellón -o cinabrio. No había más que abrir las peñas y hozar un poco en las -tierras para encontrar tesoros tales, y bajo la seguridad de estas -riquezas se escondía el barrunto de que, buscando plata, se encontraran -esmeraldas y rubíes. Más de una vez derrochó sus mermados cuartejos -en abrir pozos y calicatas de que no sacó nada valioso, ni siquiera -la joya de su desengaño. Cuanto más vencido, más aferrado a su loca -ilusión. - -Pensaba Gil que tal vez don Saturio y su caravana se detendrían en -Matalebreras, patria verdadera o fingida de la sin par Pascuala, y -no atreviéndose a entrar en el pueblo, temeroso de ser tratado en él -como lo fueron los desdichados saltimbanquis, se situó a la salida, -por donde a su parecer habían de pasar los viajeros cuando siguieran a -Suellacabras... Serían las cuatro cuando Gil, escondido tras una cabaña -en ruinas, vio aparecer los dos carros de la caravana, despacito, -acomodándose al paso de varias personas que salían a despedirla. Entre -ellas vio Gil a un cura inflado y de buen año, que debía de ser el -mismo de quien la desesperada titiritera habló con ira y desprecio; -a otro sujeto muy suelto de ademanes, que era sin duda el alcalde, y -una pareja de humildísimo pelaje, que bien podía ser de las nobles -alcurnias de Borjabad o de Arabiana. Les siguió con la vista, hasta que -en un repecho se dieron los adioses. Ocultose Gil en espesura cercana, -y hasta que se vio rodeado de intensa soledad campestre no emprendió su -camino. - -Aproximándose a una sierra, a ratos oía Gil el rechinar de los carros, -a ratos no, según la vuelta que llevaban en los escalonados alcores. -Así anduvo toda la tarde, y a punto de anochecer, se fue metiendo en -espeso pinar. Pensó el encantado caballero que andando de noche por -aquel misterioso bosque se perdería; mas sin arredrarse por ello, -penetró más y más pinos adentro, sin que la negrura de la selva ni la -quejumbre dolorida del viento en aquellas bóvedas le impusieran temor. -Ya le rendía el cansancio, cuando sintió sobre la hojarasca resbaladiza -pasos que no eran de bestias, sino de un activo caminante... Le vio -venir; fuese a él, diciéndole: - ---Buen amigo, ¿voy bien por aquí a Suellacabras? - -Y el desconocido, sin detenerse, le respondió con buen modo: - ---El mismo camino llevo yo. Paréceme que es usted nuevo en esta tierra. -Yo me la sé de memoria. Óigame: aun andando sin parar toda la noche no -llegará usted a Suellacabras antes de amanecer. Hay que tomarlo con -calma. Del pinar saldremos pronto; sigue una nava no muy grande; luego -un monte de hayas, boj y madroñera. Iremos juntos, y si usted no tiene -demasiada prisa, descansaremos en un chozal de carboneros a media legua -de aquí. - -Agradó a Gil la cortesía del andarín. Pegada la hebra con franqueza -locuaz por una parte y otra, no tardaron en hablarse como amigos: - ---Yo vengo de Ágreda, y voy a Suellacabras en busca de trabajo... - ---Yo soy mercader ambulante que vengo de media España, y a media España -voy. Llevo a cuestas mi comercio por dos razones: porque me ha quedado -poco género, y porque en Aldea del Pozo se me murió tres días ha la -borriquilla que era mi tren de mercancías. - -Oyendo esto, advirtió Gil que su compañero de camino, a más del -envoltorio colgado a la espalda como mochila, llevaba sobre el hombro -izquierdo un animalejo que al pronto le pareció ratón grandísimo, y -luego vio que era ardilla, atada de una larga cuerda que el buhonero -liaba en su brazo derecho. A ratos, volvía el hombre su rostro hacia -la mansa bestezuela, y pasándole la mano por el lomo le decía palabras -de paternal ternura... Mas como hablador descosido, su mayor gusto era -platicar con el compañero de viaje. - ---Si se puede saber, dígame, buen amigo, en qué trabaja usted y qué -oficio tiene. - -Al oír que Gil venía de romper piedras en una cantera, expresó su -disgusto y poca estimación de tal oficio, propio de hombres en quienes -exclusivamente domina la fuerza muscular. - ---Yo, como usted ve --dijo--, soy comerciante, para lo cual más que -puños se necesita pesquis, y más trato con personas de todas clases -que con piedras duras o blandas. Desde pequeñuelo ando en el tráfico, -y en él seguiré hasta que Dios me mande a comer barro debajo de la -tierra. Y de todos los modos de comerciar, he preferido el que usted -ve, que me ahorra gastos de tienda, luz, dependientes, y el quebradero -de cabeza que dan los libros o papeles de cuentas. No tengo familia -ni ambición, y disfruto del local más ventilado y espacioso que puede -imaginarse, que es el libre suelo de mi España querida. Total: que -mi casa la barre el aire... En los buenos almacenes de las capitales -compro mi género, y voy a surtir a las villas, aldeas y lugares. Aquí -cobro, aquí pago: siempre me queda para un mediano pasar. En todos los -pueblos me quieren, en algunos me alojan gratis, en otros me obsequian; -recibo encargos; cumplo como un caballero; sirvo al ilustrado y al -cerril, a las viejas regañonas y a las mozas guapas, al cura ronflante -y a las monjitas de hablar gangoso y manos blancas. La lista de mis -artículos no tiene fin: tijeras, cintas, agujas, carretes, peines, -botones, alfileres, puntillas, plumas, lápices, sortijas, pendientes, -alfileres de pecho y otras alhajitas falsas... estampitas, medallas de -la Virgen del Pilar, escapularios, corazones y rosarios... _catones_, -_fleuris_, cajitas de polvos, polvos para chinches, postales con niñas -al fresco... _mas amén_ de otras cosillas reservadas que vienen de -donde vienen y van a donde van. - -Pasada la nava, vio Gil un resplandor que iluminaba los senos del -inmediato monte. Internándose en este, se hallaron en la clara donde -ejercía su industria una cuadrilla de ahumados carboneros. Dos grandes -montones de leña cubiertos de tierra ardían con lenta combustión, -despidiendo la tufarada de la madera verde, y humareda sofocante; y -no lejos de estos que parecían altares druídicos, chisporroteaba la -fogata, que era vivac y cocina de los humildes trabajadores. Cuatro -hombres y un chico estaban en derredor de la lumbre a la mira de un -cazolón. Dos tenían calada la capucha del capote y parecían cartujos, -las caras más ennegrecidas que negras, no afeitadas, y de aspecto -morisco y huraño. Acogieron los carboneros con franco agasajo a los -dos caminantes, y especialmente al de la ardilla, con quien tenían -antiguo conocimiento, y les invitaron a su mesa, que era un negro suelo -sin manteles. No lejos del cotarro, dos pollinos echados dormitaban -pacíficamente. - -Los trajinantes, que a hora tan avanzada tenían más hambre que -Dios paciencia, no se hicieron de rogar para ponerse en el ruedo y -participar de la frugalísima cena, que era un guisote prehistórico, -céltico, antidiluviano, compuesto de cecina de cabra y zoquetes de -pan, seguido de queso duro y piñones. Todo les supo a gloria, y la -conversación que amenizaba el banquete versó sobre diferentes chismes -de los pueblos cercanos. A la claridad de la hoguera que el chiquillo -atizaba, pudo apreciar Gil la persona y rostro del comerciante -andariego. Era un hombre acartonado en los años medios de la vida, -enjuto de cuerpo y de regular talla, piernas de mozo y cara de vieja, -con ojuelos negros, chiquitines y vivarachos como los del animalito que -agasajaba. Retirados a donde se les ofreció lecho de hoja seca junto a -unas hayas, el buhonero, que no podía dormir sin prepararse al sueño -con un poco de palique, agregó a lo dicho, estas noticias de su persona: - ---Yo me llamo Bartolomé Cíbico, y nací en un lugarejo que llaman -Taravilla, tierra de Molina de Aragón. Con diferentes motes soy -nombrado en los lugares donde tengo mi parroquia. En Aragón me dicen el -_Paniquesero_, por este bicho que llevo conmigo, al cual llaman allí -_paniquesa_; en Navarra me apellidan el _Prisitas_, porque soy muy vivo -para el despacho; en la parte de Aranda me conocen por _Corre-corre_, y -aquí, en lugares de Soria, no habrá nadie que no le dé a usted razón de -_Bartolito_. - -Correspondió Gil a estas confianzas con otras, diciendo y callando lo -que le convenía. - -Y a la mañana siguiente, sentaditos los dos en un soto a la vista de -Suellacabras, desayunándose con mendrugos, Gil determinó franquearse -con Bartolito, pues tales cualidades de agudeza y metimiento había -descubierto en él, que no dudó sería un excelente auxiliar en el -negocio que a tal pueblo le llevaba. Después de prepararle con -insinuaciones sutiles, le dijo que no venía de las canteras de Ágreda -por buscar trabajo en otra parte, ni por nada tocante a la vida -material, sino por la busca y seguimiento de una linda mujer con quien -sostenía lícitos amores. En tan singular hembra se reunían la belleza, -la virtud y la discreción. Ella y él querían casarse; pero sus anhelos -se estrellaban en la oposición de unos tíos... que eran los tíos más -perros que Dios había echado al mundo. - -Interesado en el cuento, Cíbico pedía claridad, nombres, nombres; -y cuando oyó a Gil mentar a los Borjabades, llevose las manos a la -cabeza, exclamando entre serio y festivo: - ---¡Don Saturio, Virgen del Tremedal! ¡El primer chiflado y el primer -cicatero de este mundo, del otro y del de más allá! Le conozco, por mi -desgracia... Sé quién es la chica. La vi en Zaragoza cuando estudiaba -para maestra... ¡Vaya, vaya! ¡Don Saturio! pues no le ha caído a usted -floja viga encima del cráneo. Ya sabrá que anda buscando piedras -preciosas. Boñigas y cascarrias le daría yo. A cuenta que para piedra -preciosa, bastante tiene con Pascualita... Que la venda, y... - ---Eso quiere él, Bartolo --dijo Tarsis-Gil--: venderla; pero yo no se -lo consentiré, y usted me ayudará. - -Mostrose Cíbico en tan buena disposición para secundar los planes del -amigo, que este se aventuró a proponerle mediación o tercería para -comunicarse con la bella moza. Gil se mantendría escondido en cualquier -hostal o parador, y Cíbico, con el mete y saca de su ambulante -comercio, podría llevar y traer esquelas o recaditos. - -Brillaban con cierta malicia rufianesca los ojos de Bartolito cuando -dijo: - ---Sí, sí: lo haré de muy buena conformidad, porque a ese tío le -tengo yo gana por una judiada que me hizo el año pasado, y aguardaba -yo coyuntura de cobrársela. Ahora es la mía. El viejo carcamal, -desesperado de no encontrar oro ni diamantes, quiere hacer negocio con -la California de su sobrina. Pues ahora nos veremos. Hoy mismo, amigo -Gil, empezaremos a trabajar el negocio. Don Saturio estará alojado -en casa de esos que llaman los _Almuerzos_. Pues allá me voy con mis -pacotillas, echando por delante toda mi agudeza. Y para que se entere -usted de quién es ese tío marrullero, oiga este golpe. Diez meses ha, -me encargó una lente de gran aumento, de esas que llaman _lupas_, -para examinar los granitos y polvitos que a él le parecen de oro. -En Zaragoza compré la lente, y era tal que con ella veía usted los -pelos del sobaco de una pulga... Se la traje... y el muy pindonguero, -después de usarla muchos días, no quiso pagármela. Díjome que se había -enfermado de la vista, porque el cristal tenía maleficio y qué sé yo -qué. Resultado: que ni me pagaba, ni me devolvía el artículo... Lo que -digo: hoy mismo empezamos. - ---Yo le quedaré a usted muy agradecido, señor Cíbico --dijo el mozo -con timidez--, y si salimos triunfantes, le recompensaré... Hoy habría -de ser con alguna cortedad, porque ando escaso de moneda; mañana, otro -día... - ---¡Oh! no hablemos de eso --replicó el mercachifle con voz y ademanes -de delicadeza--. Ya nos entenderemos... y lo que usted dice: a -triunfar, a reventar a ese pelma y deshacerle la combinación. Bien -veo yo, y perdone... bien veo que usted no es un cualquiera. Me ha -dado en la nariz que aquí hay principalía, que debajo de un Gil hay un -Torongil... ¿No me entiende?... Hágame el favor de enseñarme sus manos. - -Mostró el caballero sus manos, y el ladino Bartolo las tocó, y apreció -su dureza y callosidades. Después hizo lo propio en el antebrazo, -apretándolo para enterarse de la tensión acerada del bíceps. Hecho -esto, y clavando en Gil sus ojuelos vivarachos, le dijo: - ---Amiguito, las manos y brazos son de cavador o de cantero; pero la -cara, el mirar, el habla, son de otra calidad, son de otra encarnadura. -A mí no me la da nadie. Soy perro viejo, que ha visto mucho mundo... -Debajo del sayal hay al... y punto... Ya hablaremos, señor don Gil. - -Diciendo esto, dio a la ardilla todo el largo de cuerda, que era como -unas varas de libertad. Subiose el animal a un árbol con graciosa -presteza, y después de brincar de rama en rama, persiguiendo los -pajarillos, estuvo espulgándose y limpiándose el hocico hasta que el -amo la llamó a su amorosa tutela, mostrándole cortezas de pan: - ---Ven, rica... Venga mi _paniquesa_ bonita y salada... Baja, toma... -¡Ay, qué juguetona y qué enredadora es la niña de su padre! - -Llegáronse cautelosos hasta las primeras casas del pueblo, y en una de -estas, que era casa de amigos, aposentó Bartolo a Gil, encareciendo -la familiar asistencia. Luego partió a su correría mercantil, y tan -diligente estuvo en lo tocante al negocio del amigo, que a media tarde -le llevó noticias de su novia. - ---Entré en la casa de sus primos, y mi buena estrella me deparó el ver -a Pascualita. Me compró unas peinas que no pienso cobrarle. Después, -aprovechando un momento en que nos quedamos solos, le hablé de Gil. -Se puso muy colorada. Yo le dije que estaba usted en lugar seguro... -y ella mudó de color; díjome que su tío... ¡Porra, qué tío!... «Pues -sabrá usted que don Saturio se avistó esta mañana con el Gaitín que -vive en Suellacabras, y concertaron que la Guardia civil le prenda a -usted por vago, y le lleve atado codo con codo: ¿a dónde? ya no me -acuerdo.» Esto me lo dijo la niña secreteando... Apareció la tía con -su cara de alcuza y no pudimos hablar más. No hay que apurarse, amigo. -Aquí no han de cogerle. La gente de esta casa es de toda confianza... -Ahora voy a dar una vuelta por el pueblo, a ver si cobro algunos -picos... Le traeré a usted una cédula; rompe la suya, y toma con nueva -cédula otro nombre. - -Intranquilo estuvo Gil hasta la noche y hora en que Cíbico le llevó -con la cédula noticias peores. Había vuelto a la casa de Pascuala, que -aterrada y trémula le entregó este mensaje, rápida y nerviosamente -escrito en un papelejo: «Vete corriendo de aquí, y lleva la cédula que -te dará Bartolo... Escóndete de Guardia civil... Irás vuelta de Soria -rodeo largo. En Soria estaremos viernes. Bartolito darate señas... -Bartolito amigo bueno... Bartol...» No siguió escribiendo... Gran -susto... Oyose el carraspeo de don Saturio como una tempestad cercana. - - - - -XIII - -Prosiguiendo en su vaga peregrinación, el encantado caballero va camino -de Numancia. - - -Ganada la confianza con el largo palique, Bartolo y Gil llegaron a -tutearse. - ---Fíate de mí --dijo el pacotillero, dejando ambos los duros colchones -a punto de amanecer--. Tú sales ahora, y yo contigo para llevarte, con -el resguardo de mi persona bien acreditada, hasta las ruinas de un -castillo de Templarios que tenemos como a un cuarto de legua. Allí te -guareces; allí me esperas, pues acá me vuelvo a despachar mis cobranzas -y recibir encargos. Al mediodía nos reuniremos para encaminarnos -despacito hacia un pueblo de pesca que llaman Renieblas, donde tengo -trabajo lo menos para tres días. Tú sigues por las veredas que te -indicaré, bien apartadas del camino donde podrás encontrar los malditos -tricornios. Y si los encontrares, fíate de tu cédula y no corras, -aunque no esté bien decir de la cédula lo que de la Virgen decimos; -y si apurado te vieres, te haces pasar por criado mío, que para esa -comedia te daré un paquetito de medallas del Pilar, dirigido al ama -del cura de Santiago, que las revende en su iglesia... y así vivimos -todos. - -Conforme al plan ideado por el sagaz _Paniquesero_, Gil pasó la mañana -en los Templarios, esqueleto de rotos muros, que parecía maldecir y -apostrofar a la dormida soledad que le rodeaba. Entretúvose el mozo -en mirar el circular revuelo de las aves que allí tenían sus nidos, -grajas, chovas y cernícalos, dueñas de las altas piedras y del aire. -Creía encontrarse en un país inhabitado, o en el cementerio de una -nación que ni memoria de sus hijos dejara. Fuera de algún pastor de -cabras que conducía su rebaño a los zarzales y a las peñas revestidas -de silvestres enredaderas, no vio alma viviente en aquellos contornos. -Solo con su imaginación, Gil abandonaba el paisaje y las ruinas para -pensar en su amor y en la bella Cintia, de quien le separaban, a su -parecer, distancias inconmensurables y siglos de tiempo. Y adormido en -sus añoranzas, le venían a la memoria los versos idílicos que el zagal -Rodrigacho solía cantar en la majada guiando a sus ovejas en busca de -mejor pasto. Era el tal Rodrigacho un poco poeta y erudito memorioso de -versos pastoriles. Gil se los hacía repetir, y algunos se le quedaron -en la memoria. Recostado entre las ruinas y puesto el pensamiento en -su augusta dama, murmuraba: «_Oh Venus, dea graciosa, -- a ti quiero y -a ti llamo_...» Recordando otra canción muy lastimera, decía: «_Bien -sé que me ha de acabar -- el dolor de esta partida, -- que de verme y -veros ida, -- me ha tanto de lastimar -- que en ello pierda la vida... -¡Ijujú!_» - -Llegó puntual a las doce el hombre inquieto y ágil con el animalejo -que era su insignia en el palenque de la vida. Traía ración sobrada de -fiambres y una mediana bota de vino, con lo que hicieron mesa de un -peñasco plano y se sentaron a comer. Bartolo, que comiendo en sociedad -honraba siempre el nombre de su pueblo natal, Taravilla, extremó aquel -día su locuacidad, aprovechándose de que Gil medio se aletargaba en -melancolías taciturnas. De la viva charla del buhonero se extracta lo -siguiente: - ---Si eres despejado y no pierdes la sangre fría, podrás zafarte de la -Guardia civil. Hazte el valiente, aunque no lo seas, y si te cogen, di -que te quejarás al señor Gaitín, o que pidan informes de ti a cualquier -Gaitín, porque aquí no hay más ley que el capricho y el _me da la -gana_ de esa familia. Los alcaldes son suyos, suyos los secretarios de -Ayuntamiento, suyos el cura y el pindonguero juez, ya sea municipal, ya -de primera instancia. Como te coja entre ojos un Gaitín, encomiéndate a -Dios... Porque aquí decimos que hay leyes, y mentamos la Constitución -cuando nos vemos pisoteados por la autoridad. Nombrar esas cosas es -como si cuando te estás ahogando en un río pidieras botas de montar. -Los tiranos que aquí se llaman Gaitines, en otra tierra de España se -llaman Gaitanes o Gaitones... Pero todos son lo mismo. Y para poder -bandearme entre ellos, ando yo en esta vida vagabunda. No puedes ni -respirar si no estás bien con el alcalde, con el juez, con la Guardia -civil, con el cura. Y aquí me tienes que vivo con todos, es decir, que -les engaño a todos. ¿Te vas enterando? - -Replicó Gil que algo sabía ya del caso, y el de la ardilla prosiguió -así: - ---Aquí vivimos de mentiras. Decimos que ya no hay Esclavitud. -Mentira: hay Esclavitud. Decimos que no hay Inquisición. Mentira: hay -Inquisición. Decimos que ha venido la Libertad. Mentira: la Libertad no -ha venido, y se está por allá muerta de risa... Verás un caso: había -en Matalebreras un pobre labrador con familia, buen hombre... Pero le -dio la ventolera por no querer ir a misa. Pues ha tenido que malbaratar -su tierra, tomando lo que han querido darle, y salir pitando para las -Américas. Te contaría mil casos; pero tú los irás viendo, si ya no los -has visto... El que quiera vivir aquí en paz, tiene que hacer lo que -hago yo, y es ponerse al son y al gusto de cada uno. Yo engaño al cura -metiéndome a ratos en la iglesia... y venga rezar, y vengan golpes -de pecho que se oyen en Jerusalén; yo le bailo el agua al alcalde -alabándole cuantos desatinos hace, y a la esposa del juez municipal y -a las señoras de los Gaitines les vendo con rebaja de un veinticinco -por ciento. Gracias a este ten con ten, vivo y como... Pues tú, como -no hagas lo mismo, trabajillo ha de costarte sacar a Pascualita de las -uñas lagartijeras de don Saturio... Sutileza, hipocresía y engaño has -de emplear antes que la fuerza. - -No estaba conforme Gil con la flexibilidad reptante de su amigo, y más -le gustara ir por derecho al asedio y toma de Cintia. Engolfado en -estas ideas, solo prestó vaga atención a la charla del buhonero, y toda -su alma iba en persecución de la imagen y alma de la Madre, pidiéndole -auxilio para triunfar de la ímproba realidad. Encantado él, encantada -Cintia, hallábanse bajo el imperio de la soberana Encantadora, y de -esta dependía el que ambos vivieran gozosos o muriesen de pena... Y -cuando emprendieron la marcha por veredas y atajos en dirección de -Renieblas, Gil no tenía pensamiento más que para la invocación a la -Madre, ni ojos más que para buscarla en una revuelta del sendero, o -suponerla en acecho tras de la peña formidable o el espeso matojo. Su -compañero a ratos le preguntaba: - ---¿Qué miras, qué oyes? - -Y él respondía: - ---Oigo y veo lo que quisiera ver y oír... - -Respetaba Cíbico estos nebulosos conceptos considerándolos rarezas del -que tenía por hombre superior en calidad y entendimiento. «Es un león -oprimido --se decía--, y yo el ratoncillo travieso que puede hacerle un -buen recaudo.» - -Renieblas era el último pueblo del mundo, o el más distante moralmente -de la civilización hispánica; mas no por esto disfrutaba de mayor paz -y felicidad, porque allí también llegaba el apestoso influjo de la -familia gaitinesca. Alojáronse los viajeros en una casa humilde, y en -ella tuvo Gil, a la siguiente mañana, ilusión tan intensa de ver a -la Madre y de recibir muy de cerca su soberano aliento, que ello fue -como la misma realidad... Dando a su amigo las últimas instrucciones y -consejos antes de separarse, el hombre industrioso y ardillesco le dijo: - ---Tengo que despachar aquí algunas baratijas, y cobrar lo que me deben -del viaje pasado; luego me iré a Buitrago, donde pienso colocarle -al cura unos _Evangelios_ y _Reglas de San Benito_ para preservar de -enfermedades al ganado y personas. Tú, antes de ir a Soria, debes parar -en Numancia, que según veo te llama y atrae con un son de poesía: allí -puedes entretenerte viendo las cavas que hacen para desenterrar el -cuerpo de la ciudad que tanta fama ganó con su valor. - ---Sí, sí: iré a Numancia --dijo el encantado--, donde, seguro, seguro, -encontraré a la Madre. - ---Las _Madres Concepcionistas_ no estarán allí: las encontrarás en -Soria, junto a la parroquia de San Clemente. Te lo digo por si la -Madre que buscas fuera de esas... Las de _San Vicente_ están en la -_Beneficencia_. También te digo que si en Numancia te dieran trabajo -en las excavaciones, debes ajustarte y coger pala y picachón, que -así ganarás algún dinero, y esperarás a que yo me junte contigo para -llevarte a Soria... Yo he de ir allá, que en aquellas ruinas sagradas -tengo un negocio de que no te hablé todavía; pero ya es llegada la -ocasión de ponerte en autos. Bien podría ser que nos asociáramos para -una granjería que da más que las minas soñadas del mamarracho de don -Saturio... Ven acá, y sentémonos en este arcón. - -Dijo esto echando mano al bolsillo interior de su zamarra, de donde -sacó un lío de periódicos, y de entre ellos una carterita sebosa. Viva -curiosidad movió a Gil, que fue derecho a sentarse junto a Bartolo. -Este desprendió el elástico que sujetaba la cartera, y con solemnidad -religiosa mostró al mozo los peregrinos objetos que en ella guardaba. -Silencio en los dos. La cara de Cíbico era toda orgullo comercial; la -de Gil sorpresa y admiración... - ---¿Qué me dices de esto? Aquí tienes medallas, monedas, camafeos... -Proceden de Clunia, la ciudad romana que está soterrada en un poblacho -que llaman Coruña del Conde. Los aldeanos que arando descubren estas -preciosidades, las llaman _chanflos del moro_... Antes las vendían por -cuatro o cinco cuartos. Hoy han abierto el ojo y piden más. ¿Ves este -ópalo que tiene grabado un ciervo? Pues uno como este compré yo por dos -pesetas, y en Zaragoza lo vendí en catorce duros. ¿Ves esta moneda de -plata con letras que dicen _Aug. Divi. Fi_... y qué sé yo qué? Pues me -la dieron por tres pesetas, y yo no la suelto por menos de cinco duros. -Este medalloncito de piedra onix con un guerrero que lleva escudo y -lanza, lo guardo para un marchante muy entendido que lo tendrá si -afloja veinticinco duros. - -El acto de mostrar Bartolo las monedas y camafeos fue el momento -psíquico en que Gil tuvo la perfecta ilusión de la presencia de la -Madre. No solo apreciaba su aliento cálido que le azotaba el rostro, -sino que la vio inclinada entre los dos amigos, casi tocando con su -cabeza a la de ellos, en figura corpórea, no tan diáfana como la de los -espectros. A tanto llegó su alucinación, que se le escapó decir: - ---¿Verdad que es bonito, Madre? - -Y también creyó que la Señora sonreía como burlándose del traficante en -polvo de los siglos muertos. - -Luego Bartolo siguió así: - ---Estas monedas de cobre y de plata son de Numancia. Proceden, no de -la ciudad, sino del Campo Romano. Adquirí el año pasado una moneda -celtíbera de cobre que me valió treinta y dos duros, o sea dos onzas... -Conque ya ves si esto es buena ganga. ¿Creías tú que yo no trabajaba -más que en ovillitos de algodón y en peines de a real?... Pues ahora, -conociendo lo listo que eres, no necesito decirte que si te admiten -en las excavaciones, y moviendo tierra ves que salta una moneda o -medalloncito, no lo des al encargado, sino lo apañas con disimulo, me -lo entregas, y de la ganancia que hubiere, mitad tú, mitad yo... No te -digo que hagas lo mismo con alguna jícara o puchero que te saltara de -entre los terrones, porque esto ya es más difícil de guardar... Tú a lo -nuestro: ojo a las chapas, a los anillos, a los amuletos que aquellas -pindongas romanas se colgaban entre los pechos... - -Admirado Gil de no ver a la Madre, y buscándola con sus miradas en toda -la pieza, nada contestó al pacotillero, el cual guardaba sus preciosas -chucherías con avara solemnidad. - -Al despedir a Gil antes de media mañana, llevole a la margen del pueblo -por el Norte, y le señaló el camino que había de seguir: - ---Remontas esta loma, y antes de llegar al primer caserío, tuerces a -mano izquierda y te metes en un páramo... Adelante, adelante por el -páramo... Traspasas un cerro, luego otro cerro, y a la bajada de este -te encuentras en Garray, que es como decir en Numancia. - -Salió andando Gil con veloz carrera, semejante, a su parecer, a la que -llevaba cuando traspasó las cimas de Urbión agarrado al velo de la -Madre. Pronto le dijo su cansancio que iba por su pie, y no conducido -por ninguna fuerza sobrenatural. «No viene, no viene conmigo --se -decía desalentado, revolviendo en torno suyo ansiosas miradas--. No -la veo, no la oigo... Seguiré solo hasta Numancia, que es su casa y -su trono.» Con esta ilusión avanzó en su camino, sin hallar persona -viva. Era una región solitaria, en la que Gil no encontraba más que -la huella invisible de la Historia, y gráficas huellas de rebaños. Y -reconociéndose solo, también se reconocía sin albedrío para proceder -libremente. Sentíase sujeto por duras cadenas a una fatalidad -misteriosa, y esta le llevaba por donde iba... No podría, no, dirigirse -a otra parte. Lo más extraño era que su gusto y la fatalidad obraban en -armonía perfecta, es decir, que era esclavo y gustaba de la esclavitud. - -Toda la mañana anduvo sin novedad, y cuando apechugaba con el primero -de los collados que le indicó Bartolito, vio que del Poniente, o más -bien del Sudoeste, venía un cálido viento que levantaba negras nubes -de aquella parte, tapando el sol a ratos, a ratos descubriéndolo. -Truenos lejanos pronunciaban un _alerta_ terrorífico. Siguió su marcha, -y cuando descendía por pedregosas veredas a un barranco, que parecía -copia del valle de Josaphat, el cielo tomó color plomizo; la nube -cerró el paso a los rayos del sol, y el viento ardoroso sopló con más -fuerza disparando goterones que al caer en tierra sonaban como balas. -Claridades lívidas y pavorosas cruzaban por los aires, y el trueno -chasqueante y repercutiente seguía las huellas del relámpago con -intervalo brevísimo. Buscó Gil dónde guarecerse; pero solo encontró -un peñasco que era en verdad el peor paraguas que pudiera imaginarse. -Sobre el pobre Gil descargó un diluvio de granizo, del cual se defendió -con el improvisado escudo de sus manos. En la rauda iluminación de los -chispazos eléctricos, que en el aire describían las figuras geométricas -más peregrinas y aterradoras, creyó ver Gil una silueta de mujer -inconfundible con ninguna otra, y en su paroxismo de terror gritó: - ---¡Madre mía, socórreme! - -Debió de socorrerle la excelsa Señora, porque salió ileso del horrible -pedrisco. Sobre él cayeron cantos de hielo, que empezaron garbanzos, -luego fueron nueces, y por fin huevos de gallina de los de dos yemas... -Pasó la nube, y el pobre mozo siguió escotero, apechugando con el -segundo collado, por donde debía pasar de un barranco a otro. Andaba -de prisa; iba en dirección contraria de la que llevaba el temporal; -pero allá por Occidente, tirando al Sur, veía un segundo escuadrón -de nubes, como segundo cuerpo de un grande ejército que acabaría de -invadir el cielo en lo restante del día. Calado hasta los huesos, avivó -el paso, y al llegar al caballete de donde veía la hondonada oscura, -buscó con inquieta mirada un paredón o casucha donde abrigarse del -nuevo diluvio que le amenazaba. Encaminose a una ermita en ruinas, y -allí esperó el segundo chaparrón de agua y granizo, que no fue menos -violento y azotador que el primero, y también acompañado de pirotecnia -de relámpagos y de estrepitosa sinfonía de truenos. No abandonó aquel -amparo hasta que las horripilantes nubes descargaron toda la furia que -llevaban en sus entrañas. - -Ya se venía encima la noche cuando Gil emprendió de nuevo la marcha -por una pendiente en cuyo fondo no veía más que negruras informes. El -suelo bajaba con él; piedras y hielo resbalaban ante sus pies o con -ellos juntamente; caía, se levantaba, patinaba, y hacía mil figuras y -cabriolas. De este modo, medio descoyuntado de brazos y piernas, llegó -a un llano, encharcado por la lluvia. Siguió en derechura de unas luces -que a regular distancia vislumbraba. El pueblo de aquellas luces debía -de ser Garray. El peregrino, sin reparar en estorbos de charcos o -pedruscos, siguió en recta línea hasta que pudo distinguir un edificio -grande y blanco, como enlucido de lechada de cal, reciente. La blancura -y la luz le guiaban. La claridad salía de una anchurosa puerta, -juntamente con ruido de humanas voces... Avido de abrigo y descanso, -no vaciló en meterse bajo el primer techo que encontraba. Traspasó la -puerta balbuciendo tímidamente una petición de permiso... Dijéronle: -«Adelante»... Vio algunos hombres en pie, agrupados en derredor de una -mesa. Sentados junto a esta, la vista fija en papeles y en montoncillos -de dinero, había dos personas. La que Gil vio a su derecha se ocupaba -en pagar a los hombres, que tenían trazas de jornaleros de obras -públicas. El señor que estaba de frente no hacía más que inspeccionar -la operación de pago y cobranza. Adelantose Gil desflorando una frase -de cortesía, y antes de que acabara de pronunciarla, quedó absorto y -mudo... El señor aquel que la mesa presidía era el eximio sabedor de -antiguallas don José Augusto de Becerro. - -El primer impulso del caballero fue acercarse a su amigo para verle de -cerca y exclamar alborozado: «Hola, mi querido Augusto... ¿Tú aquí? -¿No me conoces? Soy Tarsis.» Pero su mismo instinto de esclavitud le -contuvo. No debía ni _podía_ manifestarse en tal forma, sino en la de -un pobre jornalero del campo, que medio muerto de fatiga, tronzado -por el pedrisco y la lluvia, demandaba hospitalidad, y si podía ser, -trabajo en las ruinas, cavas o lo que hubiera. - - - - -XIV - -De la increíble presencia del espíritu de Becerro en las gloriosas -ruinas, y de sus hechos y dichos. - - -Con buenos modos acogieron al mozo, y no fue menester que este diera -pormenores de su necesidad, pues harto la declaraban el rostro aterido -y el peso de fango y agua que llevaba en su ropa. Becerro y el otro -señor que hacía los pagos deliberaron un momento sobre si le admitían o -no al trabajo, y entonces vio el caballero que del fondo de la estancia -emergían dos guardias civiles levantándose de un banco. No les había -visto antes por hallarse en pie frente a ellos los trabajadores que aún -esperaban la paga. Cuando vio Gil que los guardias iban hacia él, tuvo -un momento de turbación; pero pronto se rehizo. Metió mano al pecho, -diciendo: - ---Aquí tienen mi cédula. Florencio Cipión. Soy criado de Bartolo -Cíbico, y quiero trabajar aquí, mientras él anda en su tráfico; que los -tiempos están malos, y hay que buscar un pedazo de pan donde quiera que -lo haya. - -Los guardias no pusieron a Gil reparo alguno, y devolviéndole la -cédula, dijo uno de ellos: - ---¿Y dónde han quedado _Corre-corre_ y su ardilla? Así le llamo, porque -ese apodo le daban en Aranda, donde le conocí. - ---En Renieblas dejé a mi amo --replicó Gil muy sereno--. Aquí le -tendremos al fin de la semana. - ---¡Vaya con el cuajo del tal _Corre-corre_! --dijo risueño el -guardia--. Tiene que traerme unas postales, chicas guapas... Me aseguró -que recalaría en Garray el 8, y estamos a 17... - ---Pues postales de esas trae, con muchachas muy lindas, bailarinas y -cantaoras que dan la desazón. - -En esto, Becerro y el otro individuo decidieron admitir a Gil con -jornal de diez reales, y que se le daría por aquella noche albergue en -la sobrestantía: la cena por cuenta de él. Terminado el pago, fueron -desfilando los trabajadores que vivían en otras casas del pueblo. -Salieron también los guardias, dando las buenas noches, y quedaron -solos con Gil el señor de Becerro, el pagador y un hombracho que -parecía capataz. Mientras hablaban, observó con gozo el caballero -encantado que su persona no despertaba sospechas. - -Delante Augusto y el otro sujeto, detrás Gil y el capataz, pasaron los -cuatro a otra habitación de planta baja, extensa y anchurosa crujía -donde vio Tarsis, arrimados a la pared, ladrillos que debían de ser -romanos o celtíberos, infinidad de piezas de cerámica o fragmentos -de ellas, lápidas y vestigios mil de civilizaciones que fueron. A la -izquierda estaba la estancia del gran Becerro, de quien se despidió el -pagador para irse a su casa en el interior del pueblo. En el fondo, -vio Gil dos puertas por donde venían olores de cocina y cháchara de -mujeres. Mientras don Augusto se internaba pausadamente en su albergue, -el capataz llevó a Gil hacia el fondo, y le señaló un cuarto para que -en él metiera su hatillo y se mudara de ropa antes de cenar. Así lo -hizo el encantado, y repuesto de su mojadura y quebranto, se reparó del -hambre en buena compañía del hombracho y de las hacendosas mujeres. -Salió después con el que ya era su amigo a fumar un cigarrillo en la -gran crujía, y allí se abocaron con el sabio, que ya despachado había -su frugal colación, y se paseaba despacito con las manos a la espalda. -Sentados los dos hombres en un banco arrimado a la puerta, no esperaban -más que a consumir el pitillo para ir a su descanso. Becerro, en su -vagar lento, echaba miradas inquisitivas a Gil; de improviso se detuvo, -y llamándole con gesto amable, le llevó a pasear con él. - -Lo que hablaron, como toda voz pronunciada en aquel prístino escabel de -la Historia, merece ser reproducido fielmente. - - BECERRO. ~(Poniendo en su rostro de chivo, cada día más ahilado y - mustio, una sonrisa cortés.)~--Dispénseme, buen hombre. Desde que - le vi a usted en la sobrestantía, y ahora viéndole aquí, estoy - batallando con mi memoria... Vamos, que la cara de usted no me es - desconocida... yo le he visto a usted... ¿dónde? ¿cuándo? Pues - no doy con ello... Mis dolencias me han dejado el cacumen harto - desfallecido, y... - - TARSIS. ~(Sereno, poniéndose al instante en situación con un - ingenioso embuste.)~--Verá usted, señor don Augusto, cómo yo le avivo - la memoria. ¿No se acuerda del estuquista y vaciador de yesos que - trabajó tan cerca de usted cuando decoramos con escayola la escocia y - techo de la Exposición de artes medioevales? Florencio Cipión: ¿no se - acuerda? Yo era el primer oficial de Torelli. - - BECERRO. ~(Examinándole el rostro muy de cerca, no despejado aún - de sus dudas.)~--¡Ah! sí... ya... El nombre de usted nunca lo - supe. Cipión... ¡Qué coincidencia! ¡Llamarse usted como nuestro - expugnador, _Escipión!_ Le falta el cognomen, _El Africano_... Pues, - efectivamente, ya voy recordando... la fisonomía, digo; que el nombre - es nuevo para mí... ¿Y cómo ha venido usted a parar a estas soledades - gloriosas? - - TARSIS.--Rodando, señor, que el destino del pobre es rodar como esos - cantos que fueron picudos, y con el rodar se vuelven lisos como - huevos. Y usted, don Augusto, ¿está bien de salud? La última vez que - tuve el gusto de verle, andaba usted medianillo. - - BECERRO.--¡Ay, no me diga!... Hallábame entonces en lo más agudo de - un terrible ataque de neurastenia... ¡Qué noches, qué días! Entre - mil aberraciones, padecí la de creerme encantado, y con poder para - divertir a los demás jugando a los encantamientos recreativos. - - TARSIS.--¿Y la Madre, dónde está? ~(Con todo su interés en los ojos.)~ - - BECERRO. ~(Atontado.)~--¡La Madre!... Deje que me acuerde. Usted - llama Madre a la que yo llamo Hermana mayor, que es aquella parte - de la Historia patria que abraza desde la venida de los griegos - hasta la caída de Numancia... Pues a esa Hermana debo mi curación. - Sabrá usted que es amiga y familiar del Ministro... Ambos son de la - misma edad... Mi excelente Hermana, o si usted quiere, Madre, tuvo - la feliz idea de que cambiando de aires me pondría bueno; habló - al Ministro, apretándole a que me diera una colocación en estas - ruinas. El hombre estuvo pensándolo seis meses, y al cabo de ese - tiempo y de otro tanto de expedientismo veloz, me trajeron acá. - El destino que disfruto no es ninguna ganga. No tengo funciones - técnicas, sino administrativas... Soy auxiliar de no sé quién... - cobro del material... Pues aunque mi puesto es indecoroso y de - cortísima remuneración, trabajo como un negro. Entre usted en ese - cuarto, y verá mis planos, mi trabajo de reconstrucción, día por día, - de los asedios que sufrió Numancia desde que a ella se acogieron - los _segedenses_ en el 153, antes de Jesucristo, hasta que quedó - _autodestruida_... esa palabra empleo... en el 133... - - TARSIS.--Y entretenido en esas tareas gratas, se ha curado usted de - la neurastenia. - - BECERRO.--Sí, gracias a Dios... Estos aires, tan sanos como - heroicos... la Historia alta, y llamo alta a la que nos cuenta las - virtudes máximas; la Historia de altura es el mejor de los tónicos. - Heme restablecido aquí. Ya no me queda más que un remusguillo del - pasado achaque... Algunos días, cuando sopla ese viento que los - griegos llamaban _Apellotes_, o aquel otro llamado _Eurus_, me siento - un poquitín tocado. Ayer precisamente estuve todo el día estudiando - la táctica y movimientos del primer expugnador de Numancia, Quinto - Fulvio Novilio, el que trajo el escuadrón de elefantes... A estas - bestias de gran calibre consagré yo mis cinco sentidos; las hice - avanzar de tres en fondo sobre los numantinos; fijé el punto en - que los animalitos, digo, animalotes, se espantaron, y volviendo - grupas de improviso, llevaron la confusión y el desorden al campo - romano... Pues anoche... Verá usted... salí a tomar el aire, y como - de costumbre... me alejé... campo adelante. Hallábame tan despierto - como ahora lo estoy, puede creérmelo... ¿Cuál no sería mi sorpresa - al ver venir los elefantes desmandados, como le estoy viendo a usted - ahora? Era un horror. Bajo las pisadas de aquellos monstruos temblaba - la tierra... Quise huir, caí al suelo... Los terribles paquidermos - pasaron sobre mí... Imagínese usted... Cada una de sus patas pesaba - como una torre... ¡Ay, ay! testimonio de aquel desastre son los - dolores que tengo en este lado, ¡ay! - - TARSIS.--¡Pobre don Augusto! Debe usted descansar, recogerse pronto. - - BECERRO.--¿Para qué? ¡Si yo no duermo...! Con dos horas de sueño me - basta. Trabajaré hasta las cuatro... Pase usted a ese tugurio donde - me han metido, y verá lo que abultan mis papeles... A cada general de - los siete que mandó Roma contra esta ciudad invencible, consagro un - tomo... Los años suceden a los años, y Roma, que domina el mundo, no - acaba de conquistar este palmo de tierra. En mi Historia acuso las - cuarenta a cada uno de los bárbaros caudillos que vinieron acá, y lo - mismo le sacudo a Pompeyo Rufo que a Hostilio y a Filón; y si a este - le demuestro que robaba cuanto podía, al otro le descubro que era - tartamudo y borracho. El tocayo de usted, Escipión, ya es otra cosa. - Por sus antecedentes militares y sus victorias en África, le consagro - dos tomos... Vino aquí cuando Numancia llevaba quince años de lucha - contra Roma... El tal Escipión era hombre de cuenta. Lo primero que - hizo fue limpiar su ejército: despidió a los buhoneros y cantineros, - los _Bartolitos_ de entonces... y despachó también con viento fresco - a _diez mil_ mujeres romanas de las que llamamos _del partido_. Ahí - es nada: diez mil _hetairas_, que las tropas traían consigo para - pasar el rato. Eran bonitas, juguetonas, venustas, maestras en danzas - y garatusas para enloquecer a los hombres y llevarles a la molicie. - Expulsadas por Escipión, las diez mil damas que ahora llamaríamos _de - las Camelias_, se esparcieron por la feraz Hesperia, con lo que Roma - realizó la penetración pacífica: unas se quedaron en el territorio - de los _Arévacos_, otras en el de los _Pelendones_, donde hicieron - asiento, vulgarizando el nombre de _pilindongas_... Pocas fueron a - establecerse entre los _Edetanos_ e _Ilergetes_; las más corrieron en - busca de los pueblos ricos, y llegaron con sus gracias a la opulenta - _Hispalis_, o a _Gades_ frecuentada por extranjeros, a _Cartago - Espartaria_, a la gran _Barcino_, ciudad generosa y abierta siempre - a toda hermosura y elegancia. Con activa erudición de cazador de la - Historia he seguido yo el paso de estas bellas peregrinas, y las veo - instaladas muy a gusto en los pueblos que se llamaron _Turdetanos_, - _Bástulos_ y _Túrdulos_, donde si alguna novedad enseñan, más pueden - aprender en achaque de danza y meneos graciosos con crótalo y laúd... - Pero se cae usted de sueño, y no es bien que yo le robe el descanso. - - TARSIS.--Sueño no falta... Pero el gusto de oír a un hombre tan sabio - vale por diez camas... Siga. - - EL CAPATAZ. ~(Acercándose respetuoso.)~--Déjele, don _Angosto_, digo, - don Augusto. El pobre está rendido. - - BECERRO.--Idos al descanso... ¿Qué tenéis para mañana?... ¿Vais al - campamento romano dejando a medio desescombrar la calle longitudinal - de la ciudad celtíbera?... ¡Error, desatino! ~(Triste, sacudiéndose - un cínife que picarle quería.)~ Si aquí mandase yo, establecería - en los trabajos el sistema perpendicular combinado, concretándome - a la calle numantina que puedo llamar calle maestra de la ciudad - heroica... Descubierta la romana, apurar el descubrimiento de la - celtíbera, y proceder luego a descubrir la ciudad prehistórica, - dedicando a esto las calles transversales. Llamo a este sistema - perpendicular combinado porque, ahondando siempre, exhumo a Numancia - en el sentido de Norte a Sur, y a la ciudad prehistórica en las - calles de Este a Oeste... Pero yo no mando, yo no dispongo nada... - He venido de agregado al caos, o sea lo que llaman administración... - Amigos, buenas noches. Que descansen: yo no tengo sueño y estudiaré - hasta el alba... Un momento; óiganme dos palabras. La ciudad - prehistórica, innominada y desconocida, es más interesante que todo - lo romano y lo celtíbero. Para mí, la ciudad que yace debajo de - Numancia es una de las que Gerión, natural de Caldea, fundó en esta - comarca, ocupada siglos después por los _arévacos_... Y aquí fue - donde los hijos de Gerión mataron, como ustedes saben, a Trifón, - hermano de Osiris... - - EL CAPATAZ.--Don Augusto, buenas noches. - - BECERRO.--Adiós. ~(Para sí, dirigiéndose a su cuarto.)~ Estas pobres - bestias en dos pies son máquinas musculares, que no piensan más que - en fortalecerse con la comida y en engrasarse con el sueño. - - EL CAPATAZ. ~(Andando con Gil hacia su alojamiento.)~--Este don - Augusto está un poco ido. - - TARSIS.--Enteramente ido. Sabe mucho. - - EL CAPATAZ.--Sabe; pero no rige... Es un infeliz. Le han mandado aquí - como para darle una limosna. - - BECERRO. ~(En su cuarto, requiriendo libros y papeles.)~--¡Feliz hora - esta de soledad y silencio! Sigo excavando en tu ser espiritual, - ¡oh Numancia! como esos brutos desentierran tus huesos... Decidme, - mujeres numantinas: ¿qué sentíais, que pensábais ante la ilustrada - fiereza de Escipión Emiliano? Hablad, bárbaras hermosuras, inflamadas - en el santo amor de vuestros héroes, sacerdotisas de la dignidad de - vuestro pueblo. ¿Y vosotros, niños numantinos, con qué juegos os - adestraban para la guerra? ¿Jugábais a manejar la honda, a imitar - las catapultas y arietes de vuestros enemigos?... Quiero saber si - vuestras madres os llevaban pegados a sus pechos cuando iban a - disparar flechas contra el romano... Héroes, decidme qué os daban - de cenar vuestras mujeres cuando volvíais de la pelea: ¿cenabais - guiso de cecina con _erebintos_, que hoy llamamos garbanzos? ¿En los - fieros combates os excitábais apurando esa bebida hecha de cebada, - que llamabais _celia_? Señoras numantinas, lo que esta noche quiero - desentrañar es si vuestra religión os permitía la poligamia, si - vuestros sacerdotes eran castos, si erais charlatanas y presumidas, - y os componíais mucho para ser gratas a vuestros hombres. Decidme - si asistíais gozosas a esos templos formados por grandes peñascos - enhiestos, si veíais con gusto correr la sangre en los sacrificios, - si cuando descuartizábais al prisionero alababais a vuestras feroces - divinidades, y si teníais fe en el arúspice que del examen de las - entrañas de la víctima sacaba el conocimiento del porvenir... - Decidme, hombres, si entre vosotros hubo sabios investigadores que - se dedicaran, como yo, a esclarecer las oscuridades paleolíticas. - Preguntadles, os lo suplico, si vuestra lengua procede del caldeo o - del etrusco. ¿No llamáis a los gazapos _laurices_, al vino _bacho_ - y al escudo _cetra_?... A los sabios preguntad si la población - prehistórica enterrada bajo vuestra Numancia es _Andarisipo_, - fundada por los _Tartesios_, según mi amigo Estrabón, o _Copsanio_, - de origen cántabro, según Pomponio Mela... ~(Pausa. Prepárase a - escribir.)~ ¡Hermoso silencio! El alma del erudito se extasía en - la sublimidad de estas ruinas gloriosas. ¡Oh ensueño, oh dulce - embriaguez de los enigmas atávicos! Ya que no venís a mí, hermanas - pelásgicas, etruscas o fenicias; ya que no quiere Dios que yo penetre - el misterio de vuestro origen, dejadme que busque y husmee vuestras - huellas; y a estas piedras dormidas preguntaré si sois hijas de - Atlas o Héspero, si os trajo Gárgoris, rey de los Curetos, para que - fuerais fundamento y troquel de la civilización hispánica... Mientras - Numancia duerme, el erudito vela, y entrega todo su ser al deliquio - histórico... El enamorado de la antigüedad os busca, os persigue, os - evoca con su abrasado aliento... ~(Poseído de frenético entusiasmo.)~ - ¡Oh! ya me siento león... ya mis dedos son garras, ya sacudo la - melena, ya la fiereza hierve en mi corazón, ya causo espanto, ya - resoplo, ya rujo... Allá voy. ~(Salta por encima de la mesa y sale - rugiendo.)~ - - TARSIS. ~(Agitándose en su camastro.)~--¡Ay de mí! ¿Qué es esto? Caí - en el primer sueño como en un pozo, y ahora... ¿Qué ruido es ese que - me atormenta? - - EL CAPATAZ. ~(Despertando.)~--¡Eh! ¿Qué te pasa? ¿Hablas dormido? - - TARSIS.--Me ha despertado un ruido espantable... - - EL CAPATAZ.--¡Otra! Se me olvidó decirte que ronco como un piporro... - - TARSIS.--No es ronquido lo que oigo, sino el _baladro_, alarido de - animal fiero. - - EL CAPATAZ.--Oigo a los perros que ladran a la luna. - - TARSIS.--Es más fuerte y temeroso que el ladrar de los perros. Ahora - suena cerca de aquí, ahora se aleja. Escuche. ¿No tiembla usted? - - EL CAPATAZ.--¿Yo qué he de temblar, contra? No tengo miedo a - embelecos de las ánimas. - - TARSIS. ~(incorporándose.)~--¿Ánimas dice? Será el ánima de un león. - Lo que se oye es el resoplido de una fiera. El rugido sale algo - cascado, como si el león padeciera moquillo. - - EL CAPATAZ.--¡Otra!... Ya sé lo que es. Los que andan de noche por - las cavas dicen que han visto un león grande y flaco... que corre - y salta furioso sobre las ruinas, dando resoplidos al modo de los - perros que rastrean. Un trabajador de acá salió con escopeta, - y le soltó un tiro sin hacer blanco... Es ánima del león de la - _antigüidad_, que del otro mundo viene a la querencia de las piedras, - y mete el hocico olfateando huesos, o ceniza de madera y ladrillos - que _entavía_ huelen a quemazón. - - TARSIS. ~(Recostándose.)~--El león de Hesperia... - - EL CAPATAZ.--Duérmete, bruto, y otra noche saldremos a verlo... - - - - -XV - -De lo que vio y sintió el caballero en el osario de Numancia. - - -Al trabajo en las excavaciones fue Gil el siguiente lunes con cierta -emoción religiosa. No era lo mismo arrancar piedras de un monte para el -afirmado de un camino, que sacar de la tierra las que dos mil años ha -fueron asiento y abrigo de un pueblo perpetuado en la excelsitud de la -Historia. De los veinte o más hombres que allí trabajaban, tal vez Gil -era el que mejor comprendía toda la grandeza de aquella exhumación. -Revolviendo tierras negras, tierras coloradas, se iba penetrando de -lo que hacía. Por las explicaciones que en su tosco lenguaje le dio -el capataz, descifraba los caracteres del suelo. Lo negro era la -ciudad romana, que los vencedores construyeron sobre los restos de la -ciudad celtíbera; lo rojo era Numancia quemada, escoria de ladrillos -calcinados y cenizas revueltas con huesos y trozos de cerámica. Entre -este material que los azadones cuidadosamente movían y las palas -apartaban, aparecían los sillares de labra tosca, ajustados con barro. -Las piedras formaban paredes, y las paredes habitaciones, y estas -casas, y las casas calles... - -Recorrió el caballero en largo espacio una vía perfectamente empedrada. -Al pisarla, pudo imaginar que hallaba huellas recientes, huellas -de hace dos mil años, que aún vivían o resucitaban en la mente del -explorador poseído de respeto y emoción... y allá en lo más hondo, -yacían los huesos de otra ciudad enterrada por los numantinos al -construir la suya; de una ciudad, en cuyo suelo el Tarsis del siglo -XX sentía las pisadas del Tarsis prístino, desvanecida imagen de los -tiempos. - -Desde que llegó a Numancia, el asendereado Gil padecía crisis aguda de -imaginación, con disloque de nervios y propensión a ver en anárquico -desorden las realidades físicas. La soledad, el no saber de Cintia, -el desamparo en que le tenía la Madre, y la presencia y contacto -de Becerro, le llevaron a tal estado. El chisporroteo mental del -erudito prendía en la mente de Tarsis, y la inflamaba en fúlgidos -delirios... Por las noches, en la sobrestantía de Garray, tenían un -poco de tertulia los que allí se albergaban, y en tal reunión solía -buscar un rato de amenidad la pareja de Guardia Civil. Uno de los dos -guardias era ceñudo y áspero; el otro, más joven que su compañero, -se distinguía por su afabilidad y buen modo, no incompatibles con la -rigidez disciplinaria. Llamábase Regino, y entre él y Gil, de palabra -en palabra y de franqueza en franqueza, llegó a establecerse simpatía -precursora de amistades. En la tertulia se hablaba de política, del -avance de la exhumación numantina, de las chicas del pueblo, de -chismes, historias y consejas, y una noche salió a relucir el cuento -del león fantástico, que rugiendo y dando resoplidos corría de piedra -en piedra. - ---Me paiz --dijo el capataz-- que ese león será escapado de los que en -un jaulorio hicían junción de circo en Zaragoza. - -Un mozo sostuvo que lo había visto hozando en las ruinas, y apretó a -correr asustado del _caragesto_ del animal y de su soplido. Riendo el -guardia civil Regino de tales apreciaciones, dijo que la curiosidad le -movió una noche a salir a ver al león, y... - ---Señores, están ustedes locos o atontados por el miedo. Yo vi a la -fiera, y aseguro que no es fiera, sino un perrazo de los que llaman de -San Bernardo, animal hermoso, aunque algo viejo. - -Incitado el gran Becerro a dar su opinión, dijo gravemente: - ---Caballeros, en ningún caso puedo yo confundir perros con leones, -porque a estos nobilísimos y fieros animales conozco y trato de -antiguo... No se ría usted, Regino, y perdone que le diga... vamos, que -el ente zoológico que usted vio paseándose majestuoso por las ruinas, -no pudo ser perro, y que no lo tendremos por tal, aunque usted nos lo -pinte con la noble prestancia perruna de los llamados del Monte de San -Bernardo. También diré a usted y a todos los señores presentes, que -es simplicidad sostener que en España no hay leones, como no sean los -que adiestrados por domadores bárbaros muestran su ferocidad mercenaria -en el circo. Y yo pregunto al amigo Regino y a su compañero: ¿Cómo -negáis que existen leones, si vosotros mismos, bravos hijos de Marte, -lleváis dentro el animal que es símbolo de la fortaleza y heroísmo? ¿Y -lo que dentro lleváis, no podríais en un momento supremo sacarlo al -exterior, asimilándoos la forma leonina en la especie de pelos, melena, -uñas, rugido y fiereza? ¿Rechazáis tal hipótesis? Pues yo os aseguro -que conozco... que he conocido personas de alma tan encendida en ardor -patriótico, y tan enamorada del emblema heráldico de nuestra raza, -que llegaron al puro éxtasis y a la perfecta identificación con dicho -emblema. En sus paroxismos, esos seres privilegiados, cuando hablaban, -rugían, y al querer andar, saltaban, y armados se veían de terribles -garras, revestidos de bermeja pelambre y de una melena gallardísima... -Pero noto incredulidad en vuestros semblantes, y os digo: «Dejemos -por ahora este asunto, que tiempo vendrá de tratarlo con la debida -formalidad... Caballeros, buenas noches. Me voy a mi cueva.» - -Gran burleta hicieron todos de lo que habían oído. Pero Gil no tomó -a risa las irradiaciones de la encendida mente de Augusto. Ya se -sentía herido del amor a lo sobrenatural, y llagado de la pasión de -las cosas absurdas o descomunales. A la mañana siguiente, sus ojos -dieron en alterarle, si no la forma, el tamaño de los objetos. Al -principio las personas cercanas se le ofrecían en su natural talla; -pero las distantes se agigantaban hasta alcanzar estaturas de veinte -o más metros. Después, todos, él mismo, eran gigantes, y las ruinas -de una extensión desmesurada que en los horizontes se perdía. Los -pucheros rotos que extraían de la tierra eran como tinajas, y las -ánforas llenaban con su abultado vientre un gran espacio. De estas -alucinaciones tenía la culpa Becerro, que al verle salir para el -trabajo y hablarle de la grandeza de aquel noble escenario, le dijo: - ---Aquí, Cipión, no hay nada pequeño... Todo es colosal. Yo encontré -en los escombros de una casa celtíbera un alfiler que era del tamaño -de las modernas espadas. No se ha determinado aún la talla de los -numantinos, que era como la de una mediana torre. - -En el recogimiento de la noche, observó con gozo que los objetos -recobraban el tamaño con que comúnmente los vemos. Durmió tranquilo, -y al despertar, tuvo la grata sorpresa de ver entrar de rondón en el -cuarto a Cíbico y su ardilla. Esta se subió a un alto armario, y el -buhonero abrazó a su amigo diciéndole: - ---He tardado... he tenido que ir a Soria. Te traigo noticias de -Pascualita. Sal y hablaremos. - -Vistiose Gil, salieron, y camino de las ruinas desembuchó Cíbico -cuanto llevaba. - ---Lo primero: he visto a tu novia. Me ha dicho que vayas a Soria, que -quiere hablarte. - -Gil saltó diciendo: - ---Vamos ahora mismo. - -Bartolo, recomendando con expresivo gesto calma al amigo y quietud a la -ardilla, prosiguió así: - ---No seas tan vivo. Oye esta buena noticia. Ya tiene Pascualita el -nombramiento de maestra para no sé qué pueblo. La pobrecilla está loca -de contento, pues ya gana su pan, y se quita el dogal de sus tíos, que -es fuerte apretura. - ---Vamos, vamos allá hoy mismo, --volvió a decir Gil. - -Y Bartolo, con semblante risueño, replicó: - ---Hoy no vamos, por varias razones. La primera, que tu Pascuala y sus -tíos vienen aquí esta tarde a visitar las ruinas. Les ha invitado, y -en coche les traerá, el secretario del Gobierno Civil... Aunque ese -gaznápiro de don Saturio hará el papelón de adorar el cuerpo santo -de Numancia, viene con otra idea. Lo sé de su boca, que nunca miente -cuando habla de sus necedades. Viene a proponer a los arqueólogos de -acá y al señor ingeniero director de las cavas, _que ajonden_, _que -ajonden_, como decía el gitano del cuento, porque debajo de todo este -terreno que a la vista se ofrece, _todo es plata_. ¿No te ríes?... Otra -cosa: me ha encargado Pascuala que no le hables, y tan solo la mires de -lejos... Ella... supongo que a ti te mirará de lejos, y aun de cerca... -que para eso del mirar fingiendo que no miran tienen las mujeres un -juego de pupilas que ya, ya... Bueno: pues hay otra razón para que -no podamos irnos hoy, y es que tengo que mirar a mi negocio. Me han -dicho al llegar aquí que en estos días han salido de la tierra cosas -muy lindas de barro y de metal. ¿Y a ti no te ha deparado San Antonio -alguna monedita, o siquiera un cascote de ánfora con dibujo a rayas, de -ese que los señores sabios llaman _inciso_? - -Como Gil le respondiera negativamente, añadiendo que si algo hubiera -descubierto lo habría presentado a los señores, Cíbico se burló de sus -escrúpulos, espetándole la vieja fórmula vulgar de que _lo que es de -España es de los españoles_. - -Luego añadió, metiendo mano al bolsillo: - ---Pues mira, por llegar pesqué esta medallita... Aunque es de cobre -tiene un gran valor, por ser, como reza el cuño, del tiempo de un tal -Sila. Es igual a otra que tuve y vendí. Se la compré esta mañana a un -chico de Calatañazor que trabaja en el Campamento Romano. - -Se pararon. Cíbico le señaló un lugar distante donde se vislumbraba -hormiguero de cavadores, y dijo: - ---Aquel es el primer campamento que estableció el sinvergüenza de -Escipión... El hombre no se anduvo en chiquitas. No alojaba sus -tropas en tiendas de lona, sino en casas de piedra, que formaban como -ciudades, con sus calles y todo... - -En esto vieron venir a la pareja de Guardia Civil, y oyeron la voz de -Regino, que al aproximarse gritaba: - ---Hola, maldito _Corre-corre_; ¿ya estás aquí? Gracias que te esperamos -sentados. - -Saludáronse los cuatro cordialmente, y el ambulante abordó al guardia -de este modo: - ---Ahí tienes ya las postales. Esta noche te las daré: son muy lindas... -Pero ¡ay! la más graciosa que te traía... ¡vaya una preciosidad!... -una hembra como un capullo de rosa... y en camisa... con aire de -inocencia deshonesta, como quien tapa y destapa. Pues, hijo, te has -quedado sin ella... Me la birló el cura de Buitrago. (_Risas._) Al -darle otras que me había encargado, vistas de catedrales y de la _Cara -de Dios_, que está en Jaén, se me fue entre ellas la tuya con la -señorita vergonzosa en camisa... Una equivocación... (_Carcajadas._) -No te quiero decir cómo se puso el hombre al ver la _profanía_... Su -cara echaba lumbre, rediós; le tembló la papada, apretó los puños... -«Grandísimo canalla --me dijo--, voy a denunciarte al Gobernador para -que te meta en la cárcel por vender estas porquerías»... Temblando -del susto, le contesté: «Don Atanasio, yo... yo vivo con todos... Se -la di porque venían mal barajadas... Venga esa porquería, que era -para otro cura»... Y él: «No, no te la devuelvo, bandido, recadista -del Infierno... Me quedo con ella, me la llevo a casa... pero es para -quemarla... Contigo debiera la autoridad hacer lo mismo»... Yo: «Pero, -señor cura, deme...» Y él: «No te la doy... Y para que veas que soy -hombre de conciencia, te la pago... Toma.» Me pagó, y al partir me -bendijo. (_Gran fiesta y chacota._) - -Separáronse, marchando las dos parejas en direcciones contrarias. -Mientras Cíbico recorría casas de Garray buscando con huroneo sigiloso -monedas o fragmentos de cerámica para su granjería arqueológica, Gil -tiraba de pala y azadón en el lugar donde le habían puesto, y atento al -trabajo manual dejaba que su vagabundo espíritu aleteara en la ilusión -de ver a la ideal Cintia... - -Y antes que llegase la hora de la tarde en que presumía el aparecer -de su dama, Gil se vio acometido por segunda vez del engaño visual, -consistente en ver agrandados desmesuradamente los objetos. «Vamos ---pensó el mozo--, ya estoy otra vez entre gigantes. ¿Para qué me -pondrá la Madre en los ojos del alma estos cristales de aumento? Sin -duda para que la magnitud de lo que veo me enseñe la elevación de -ideas.» Esto pensaba cuando vio a Cintia que de Garray venía, llevando -de un lado a su tío, de otro al secretario del Gobierno; seguía detrás -doña Baltasara con un bigardo peripuesto y de innoble facha, y en -último término la pareja de la Guardia Civil. El secretario, que era -un sujeto inflado, seco y vacío como un expediente, con bigote de -moco y corbata colorada, se había hecho acompañar de la pareja para -darse el pisto de llevar a sus invitados con escolta. Doña Baltasara -era mismamente una bruja, y don Saturio, ocultos los ojos con gafas -azules, los dedos gafos y nudosos metidos en guantes negros, el afilado -rostro sin otra expresión que la de su inconmensurable imbecilidad, -avanzó hacia las ruinas con andar y actitudes de hombre muy corrido y -entendido, de esos que no se rebajan fácilmente a la admiración. - -Entre esta corte de grotescas figuras iba Cintia o Pascuala como una -reina, que si su hermosura la enaltecía, no la realzaba menos su -modestia. Vestidita con deliciosa sencillez, sin sombrero, porque -no lo tenía; la cabeza tocada de un velito, su traje de merino -azul oscuro muy parco en adornos, sus guantes, su calzado de cuero -amarillo, cuantos la veían pasar se la comían con los ojos. Ya se -sabe que a los de Gil, las figuras de Cintia y sus cargantísimos -acompañantes medían talla más que gigantesca. Si esto daba grandiosa -monumentalidad a la gentil estatua de Cintia, a los otros les agrandaba -la fealdad, haciéndola monstruosa. Con fija mirada les siguió Gil -en sus movimientos y en su examen de las reliquias descubiertas. El -inmenso majadero don Saturio señalaba enérgicamente al suelo con su -bastón, y a ratos lo hincaba en la tierra, cual si amenazar quisiese -a los antípodas, y hacía desaforados aspavientos, que el caballero de -este modo tradujo: «Señores, hagan caso de mí; _ajonden_, que debajo de -esta broza hay _un mar de plata_. Yo lo sé; soy perito en capas de la -tierra. Tengo el secreto; no me falta más que dinero para _ajondar_.» - -Después que divagaron los visitantes entre montones de tierra y -paredones desenterrados, volvieron en dirección de Garray para ver -el Museo. La parada junto a donde Gil trabajaba fue lenta y no sin -peripecias. Por los desniveles del terreno y los obstáculos que a -cada paso se ofrecían, obligada se vio la bella joven a dar algunos -brinquitos, recogiendo un poco su falda... Aquí le ofrecía la mano el -Secretario, que pomposamente conciliaba la cortesía con la autoridad; -allí, por encontrarse más cerca, la sostenía Regino. Cada mal paso -era motivo de joviales comentarios. Al pasar Pascualita cerca de su -enamorado, desplegó todo el arte mujeril para echarle tiernas miradas -oblicuas sin que nadie lo notara... Alejáronse la familia de Borjabad -y acompañantes: sus tallas gigantescas no presentaron otra disminución -que la que marcaban las leyes de perspectiva... Desaparecida la señora -de sus pensamientos, Gil quedó en un mundo enano y oscuro. El sol -escatimaba su luz; apagábanse las voces, derivando en salmodia de -tristes murmullos; hombres y animales eran seres canijos y desmayados, -que pataleaban para no hundirse en la tierra húmeda. Esta se estremecía -débilmente con amagos de terremoto, como queriendo sepultar a la -generación presente junto a los huesos de la edad neolítica. - -Con estas morbosas sensaciones, que eran las muecas de su melancolía, -pasó Gil lo restante de la tarde; y a la hora de suspender el trabajo, -fue a recogerle Cíbico, que le llevó a su alojamiento, en una casa -de las más pobres del pueblo. Quería mostrarle algunas bagatelas -arqueológicas recién adquiridas, migajas o raspaduras de la Historia: -una chapa, dos fíbulas de cobre, y un cuchillo de piedra. Esta última -pieza diputaba por muy valiosa, y se relamía pensando en los buenos -duros que habían de darle por ella. Las fíbulas mostró a su amigo, -dándole acerca de tales baratijas o adornos explicaciones muy eruditas. -Eran al modo de broches con que las señoras y señoritas de Numancia se -sujetaban el manto. Una era como culebrita de dos cabezas graciosamente -curvadas; otra como una _omega_, con los trazos superiores en rosca. - ---Me figuro yo --decía Bartolito-- que las damas de aquel tiempo se -componían y emperejilaban mismamente como las de hogaño, con una -_transcendencia_ de perfumería que daba gloria olerlas... Y me figuro -yo que cuando iban a sus bailes y zambras, se pondrían sus mantones -de Manila, o cosa tal, prendiditos al pecho con estas que llamamos -fíbulas, y que vienen a ser como los imperdibles que yo vendo a real -o real y medio... De faldas iban muy ligeras, calculo yo, y se las -arremangaban hasta más arriba de la rodilla. Así lo he visto en unas -pinturas de la Academia de Zaragoza... En la delantera o pechuga -llevaban muy poca tela; de forma y manera que lo iban enseñando todo... -Para mí, Gil, y esto es idea mía, las damas que moraban en esos -terrenos que estás desescombrando, tenían tanta vergüenza como San -Sebastián pantalones... Todo por culpa del gentilismo, _verbigracia_, -religión de ídolos. - -Atención tan vaga prestaba Gil a su amigo, que la charla de este poco -más era que el zumbido de un moscardón. Comprendiéndolo así Cíbico, -ya dispuesto a cenar en compañía de su ardilla, que le saltaba de las -piernas al hombro y del hombro a la cabeza, varió así de registro: - ---Cuando los Borjabades iban a coger el coche, me acerqué a saludar a -tu novia. «Bartolo --me dijo Pascuala con un guiñito--, si vas a Soria -mañana, no dejes de llevarme la seda verde.» ¿Has entendido? Seda verde -quiere decir: «necesito comunicación». El recado que para ti me dé la -flor de la maravilla, entrará en tus oídos mañana a estas horas. - -Retirose Gil consolado con estas ofertas y planes, y se fue a su -alojamiento en la sobrestantía, donde le esperaba la cena, y después -la entretenida tertulia que allí solían tener el capataz, la pareja de -Guardia civil y otros amigos. Apenas llegó al ruedo, le cogió Regino -por un brazo llevándole aparte, y fuera de la puerta se sentaron para -charlar de cosas que no interesaban a los demás. Era el joven guardia -muy comunicativo, afable en el trato, como hijo de muy decente familia -empobrecida. No carecía de instrucción elemental; distinguíase por su -exactitud en el servicio, y por su proceder noble y generoso en la vida -privada, por sus movimientos efusivos con derivaciones románticas. A -poco de tratar a Gil, que en Numancia era _Florencio Cipión_, le dio -paso franco a su simpatía, después a su amistad, pronto a su confianza. -Contábale a menudo episodios interesantes de su vida, en la que fueron -pocas las venturas, muchos y grandes los sacrificios. De sus amores -desgraciados hizo relato que parecía novela. La última novia que tuvo -le amargó la vida con horrible desengaño... Y él paseaba su tristeza -por los caminos que la pareja había de vigilar, y consolábase con la -idea de sorprender criminales en quienes descargar sus destemplados -humores. - -Pero de improviso surgió en el alma del buen Regino una ilusión -potente, que le anunciaba nuevas alegrías y consoladoras esperanzas. -Con impaciencia pueril anhelaba comunicar al amigo el sentimiento que, -apenas nacido, no le cabía ya en el corazón; y de esto vino el cogerle -y llevarle aparte para decirle: - ---Deseaba verte para referirte lo que me pasa. Hoy ha sido para mí día -grande, día de esperanza y de creer en Dios y en la Virgen. He visto -hoy una mujer que me ha vuelto loco. Apenas la vi, la tuve por la mujer -única, por la que ha de colmarme la vida. Engañado viví con otros -amores, y ahora me alegro de que pasaran, y del martirio que me dieran -me río, como se ríe uno de los castigos que le aplicaron en la escuela -por no saber la lección. - -Viéndole venir, Gil turbado y suspenso le interrogó con dos palabras, y -el guardia se clareó al instante con estas candorosas explicaciones: - ---La vi esta tarde visitando las ruinas con su familia y el Secretario -del Gobierno de Soria, y solo de verla quedé perdidamente enamorado de -ella, como si de antes enamorado estuviese por haberla visto en sueños. -Luego he sabido que se llama Pascuala, que es maestra con título, y -sobrina de aquellos señores adustos que la acompañaban... No hablé con -ella, ni el respeto me lo habría permitido... Solo mediaron entre ella -y yo estas palabras: «Sí... no... gracias... deme usted la mano... No -tenga miedo... gracias... Para servir a usted... gracias...» ¡Qué metal -de voz!... Se me metía en el alma como una música de serafines... ¡y -qué ojos, Florencio; qué mirar semejante al mirar de las estrellas, -cuando las estrellas le cogen a uno pensativo y con murrias!... Supongo -que entenderás esto, pues eres hombre agudo... Y, por último, mañana -mismo le escribiré a Soria pidiéndole relaciones; y si me atiende, -como espero, y nos tratamos, y del trato quedamos de acuerdo... bien -avenidos el uno con el otro, aquí tienes a un hombre dispuesto a -casarse, y se casará como hay Dios. - -No esperó Gil el final del concepto para levantarse, y en pie junto al -guardia, con voz de convicción severa, le dijo: - ---No te casarás, Regino, porque esa mujer, esa Pascuala... y de su -verdadero nombre hablaremos luego... esa que llamas Pascuala tiene ya -dueño. Y para que desistas de tu pretensión, bastará que sepas que es -mi novia; debiera decir mi mujer, porque juramento de tal me ha hecho, -y palabra de esposa me ha dado, sin que yo tenga la menor duda de su -fe, y de la verdad con que me entregó su corazón en prenda de su mano. - -Levantose también Regino, movido de sorpresa y del estímulo de su -dignidad, hombre por hombre... y Gil prosiguió con mayor brío de este -modo: - ---Es mía esa mujer. Por ella estoy aquí; por ella soy o parezco -esclavo, pegado a una herramienta vil. No está ya en mi poder por la -malquerencia de unos tíos tan infames como imbéciles. Pero eso no me -importa. Yo venceré con la ayuda de Dios... Y ahora te digo que si no -me reconoces el derecho de primacía y te obstinas en pedir relaciones -a mi mujer, se acabaron las amistades, y empieza desde este momento -la enemiga más fiera entre los dos. O te mato yo, para quedarme -solo frente a ella, o me matas tú a mí, para que sobre mi cadáver -la enamores y la rindas, que no la rendirás. Di pronto si avanzas o -retrocedes, si eres amigo o enemigo; y en caso de que te declares -rival, no despuntará el día de mañana sin que se decida cuál de los dos -quedará en este mundo. - -Vaciló Regino en la respuesta. Los sentimientos que en el campo de su -alma chocaron en brava pelea durante segundos, no pueden definirse. -Quedó triunfante la honradez generosa, la cual no tardó en recibir -aliento de las virtudes nativas que fortalecían su ser. Pasando su -brazo sobre los hombros del amigo, le dijo con sinceridad valiente: - ---Antes que enamorado soy hombre de bien, y aunque en mí no ves más -que un triste número de la Guardia civil, me tengo por caballero... Lo -que acabas de decirme me arranca la última ilusión, la última... ya -no más... Es mi destino sacrificarme: ayer por una madre, hoy por un -amigo... Veo la flor soñada; me acerco... y una voz me grita: ¡atrás! -¡Bonito papel hago en el mundo!... cuadrarme para que pase otro. Bien, -Florencio: de lo dicho no hay nada. Que tu novia sea tu mujer... Que -seas feliz... El ser tú dichoso y yo desgraciado, no estorba, no, para -que seamos amigos. - - - - -XVI - -Refiérense nuevas aventuras y desventuras del caballero peregrino. - - -Estrecháronse con fuerte apretón las manos el guardia y Gil, con lo -que el primero dio fe de su hidalguía y el segundo de su gratitud, -correspondiéndose ambos en nobleza y caballerosidad. Bueno será decir -que si Regino concedió fácilmente su amistad a _Florencio Cipión_ -a poco de tratarse, no tuvo poca parte en ello la idea de que bajo -las apariencias del rústico se escondía un caballero, el cual, por -reveses de fortuna o por otras causas impenetrables, disfrazaba su -verdadera condición. Algo de esto debió indicarle Cíbico, y él no dejó -de advertir la disparidad entre el humilde oficio del hombre y su -habla, rostro y actitudes. Y dicho esto, conviene añadir que también -Gil notaba en Regino disparidad análoga. Dentro del joven guardia civil -alentaba un ser de calidad superior. Así lo revelaban sus expresiones -y pensamientos, nunca villanos, casi siempre nobles; sus ojos azules, -que dejaban transparentar una segunda mirada, en acecho de ocasión para -ser primera y recobrar su prístino estado. Esto lo veía Gil, o se lo -figuraba en el intenso erotismo de su imaginación. - -Terminaron, como se ha dicho, la disputa de rivalidad amorosa, -y procediendo los dos discretamente, hablaron de otro asunto -y se agregaron al ruedo familiar de los amigos... Disuelta la -tertulia y retirados los guardias, _Florencio Cipión_ se acostó -firmemente persuadido de haber encontrado en Regino un nuevo caso -de encantamiento. «No tengo duda --decía--, encantado está; solo -que aún se halla en el primer tiempo de la transformación mágica, y -no se ha dado cuenta de que fue persona criada en esfera más alta, -traída sabe Dios cuándo a la presente llaneza por delitos o graves -ofensas a la Madre... ¡Pobre Regino! O no entiendo yo de encantos, o -compañeros somos de esclavitud y expiación. La común desgracia nos hace -hermanos... Adelante.» - -Clavada esta idea en la mente del caballero, hizo propósito de -estrechar su amistad con Regino hasta llegar a la compenetración de -alma con alma; pero de tales pensamientos le distrajo, en la tarde -del siguiente día, la llegada de Bartolo con premioso mensaje de -Cintia-Pascuala. Fue así: - ---A Soria fui con seda verde, y vuelvo con seda colorada. Me ha dicho -tu novia que vayas allá inmediatamente. Ya tiene pensado dónde y cómo -podréis hablaros, y decidir todo lo que toca a vuestras incumbencias -para el hoy y para el mañana... Conque despídete, cobra, y esta noche -vamos andando los dos... Se me olvidaba lo principal, y es que a -Pascuala le han dado ya los señores Gaitines la escuela de párvulos que -le ofrecieron. El lugar es Calatañazor, encaramado en un cerro, entre -centinelas de picachos que asustan, y muros deshechos de un viejísimo -alcázar o ciudadela. - -Tomó resuello Bartolito para seguir informando: - ---El pueblo es horrible, pobre; pero Pascualita se conforma esperando -mejorar de localidad. Los tíos se quedan en Soria muy contentos de -que la niña cobre del procomún unas miajas de sueldo, que suponen -cocido flaco y sopas... En Calatañazor vive un Borjabad que trafica -en cordelería... Viven también Gaitines, que esta casta maldita por -todo el contorno extiende sus rejos y garfios... Que yo conozca, hay -allí una Quiteria Gaitín, que es la más rica del pueblo. Tiene muchas -cabras, cuatro cerdos, y un hijo que es secretario del Ayuntamiento. -Te lo cuento para que sepas que te saldrán enemigos en aquellas -peñas y ruinas de fortalezas, donde lo menos temible es el sin fin -de escorpiones y sabandijas que moran en ellas. Lo primero es que -hables con tu novia, la cual, combinando su agudeza con tu talento, -discurrirá contigo lo que debéis hacer para salir de penas... Otra -cosa se me olvidaba, que es muy importante: el bobalicón de don -Saturio ha encontrado la horma de su necedad: un francés que ha caído -en Soria con la _fantesía_ de buscar tesoros ocultos. Para mí que -es un farsante; pero él se intitula _ingeniero_, y ha vuelto al tío -de tu novia más loco y más bobo de lo que estaba... Dice el francés -que habrá capitales... Dice don Saturio que él, como buen zahorí, -responde del _mar de plata_... Total: que mañana salen para la sierra -del _Almuerzo_, donde harán calas y cataduras. Dígote esto, para que -veas que tu peor enemigo se te aleja, o se va volando como las brujas, -montado en la escoba de su mentecatez. - -Con lo dicho y algunos detalles añadidos por Cíbico, quedó Gil bien -informado, y prontamente se dispuso a levantar el campo... Al anochecer -partió con Bartolito; en breve jornada llegaron a Soria y alojáronse -en un posadón próximo a la iglesia colegial de San Pedro, no lejos -del puente sobre el Duero. Eligió Bartolo este sitio por cercano a -la vivienda de Pascuala, junto al Carmen. Lo primero que el buhonero -recomendó a su protegido fue que permaneciera en la posada fingiéndose -enfermo, pues el no dar a conocer su persona en las calles era un ardid -estratégico de indudable conveniencia. Cíbico, trotando por la ciudad -en el metisaca de su negocio, se encargaba de prepararle la entrevista -con la guapa moza, la cual pudo efectuarse a la noche siguiente en un -callejón anguloso y casi desierto, al costado del Carmen. - -En la alegría de verse y estrecharse con efusión las manos, se les -fue a los novios buena parte del tiempo marcado para la duración de -la entrevista. Por primera vez desde las placenteras noches de Ágreda -se veían juntos, en soledad amorosa, protegidos del silencio amigo -y de la discreta luz que de la luna encapuchada venía. Repitieron -la canción de sus puros afectos, y el madrigal de su inquebrantable -constancia y desprecio de contrariedades del mundo, y en el poco tiempo -que les quedó de estos apasionados dimes y diretes, reforzados con la -doble cadena de sus brazos, que más sabían apretarse que distenderse, -trataron de las resoluciones prácticas que habían de tomar. - -Dijo Cintia que al día siguiente tempranito saldría para Calatañazor, -a posesionarse de su escuela y comenzar su trabajo. Irían con ella -su tío, en segundo grado, Aniceto Borjabad; la esposa de este, -llamada Sabina, y un chico de Quiteria Gaitín que era secretario -del Ayuntamiento. Desechara Gil sin vacilación alguna la idea de -acompañarla en aquel viaje. Sería muy peligroso que las personas que -habían de ir con ella conociesen a su novio. Este se quedaría en Soria, -para salir dos días después con Cíbico, que en cuerpo y alma estaba con -ellos, y de cabeza les amparaba y servía. - -Oyó Gil con frialdad este plan que desbarataba el suyo, más expeditivo -y de solución inmediata; pero hubo de ceder a las discretas razones -de Cintia, que en aquel caso era la prudencia de la mujer atenuando -la temeridad del hombre. Con tristeza se resignó este, y ofreció no -aportar por Calatañazor hasta que le llevase en su ambulancia comercial -el pacotillero, como llevaba su ardilla y los carretes de hilo y -algodón. Sentía sobre sí el peso de la esclavitud que su encantamiento -le imponía, y toda línea de conducta que él se trazara con libre -voluntad, quedaba desvanecida por el férreo trazo de la misteriosa mano -invisible. - -Salió Cintia para Calatañazor con la guardia de enfadosos parientes -o amigos; salieron con tres días de diferencia Bartolo y Gil, este -en guisa de ayudante o escudero: llevaban una burra cansina y añosa -cargada con la ropa de ambos, y los paquetes de género para una -expedición que había de extenderse hasta Roa y Peñafiel. Compró Cíbico -la pollina en Soria, donde algunos dineros tenía, aumentados con doce -duros que le dio un inglés por el cuchillo neolítico, y que seguramente -figuraría en un museo de Londres. Iba el jefe del convoy muy gozoso, -alegrando al paso el país y la gente que encontraba; a Gil agobiaban de -tal modo el peso de su tristeza y el embarazo de su esclavitud, que en -largas horas de camino apenas pudo Bartolo sacarle del cuerpo escasas -y frías palabras. Escala hicieron en Golmayo, con algunas ventas; -escala provechosa en Carbonera; pasaron después a Villaciervos, donde -les fue bien, y mejor en Villaciervitos; llegáronse luego a Mallona, -donde tuvieron una larga estadía, por habérseles enfermado la burra (de -catarro intestinal, según diagnóstico de Cíbico, que se vio precisado a -oficiar de veterinario y clistelero), y al fin, a los veinte días de -partir de Soria, despacito y con descanso, más por la burra que por las -personas, avistaron la histórica villa de Calatañazor, empingorotada en -un cerro, guarnecida de torres y de imponentes y ceñudos peñascos. - -La impresión de Gil al trepar, casi gateando, por la pendiente que -conduce al pueblo, fue horrorosa. ¿Vivía gente allí, habiendo en el -mundo tantos y tantos lugares menos desapacibles? Traspasaron la -muralla por una caduca puerta entre carcomidos torreones, y dentro -seguían los desniveles espantables, calles en cuesta, calles con -escalones, casas montadas sobre casas, arroyos lindando con tejados, -una iglesia de aparato monumental, en las puertas gente asustada de -ver forasteros, aunque de muchos eran conocidos Bartolo y su ardilla. -Torciendo a la derecha, llegaron los caminantes al rincón menos áspero -de la ciudad, una solana o miradero que dominaba un abismo, en cuyo -fondo plateaba el río Milanos. - ---Aquí tenemos nuestro albergue --dijo Cíbico a su escudero, parando -la borrica en un portalón desvencijado--. Aquella casa que allí ves -pintada de ocre, es la escuela. Aguárdate un momento aquí. Yo me acerco -_al templo de Minerva, vulgo_ Instrucción Primaria; meto el hocico, y -si veo que está Pascuala sola con sus parvulitos, te miro, llevándome -la mano a la gorra como si te hiciera saludo militar. Vas tú, la ves, -hablas un poco, y yo te espero en el parador. - -Así se hizo, y antes de llegar Gil al vetusto caserón recién pintado de -amarillo, oyó el vocerío y cantorrio de los chicos y chicas, que se -le metió en el alma cual una música venida del mismo cielo. Segundos -después entraba en la escuela; Pascuala se demudó al verle. Suspendió -la lección para saludar a su novio con un gracioso festejo de su cara -y de todo su espíritu. La alegría súbita tuvo a los dos perplejos un -instante, sin saber qué decirse... De las expresiones de sorpresa -y contento pasaron pronto al diálogo tirado, que fue rapidísimo, -nervioso, en violento zig-zag, por la precisión de decir mucho en -tiempo corto. Se reproduce y extracta lo dicho por Cintia: - ---¿Has visto pueblo más horrible?... Me han traído a una cárcel... Soy -prisionera y mártir, Gil; me rodean y acorralan personas que el primer -día me fueron antipáticas y hoy me son odiosas... ¡Ay, si tuviera -tiempo de contarte...! Mi único consuelo está en las pobres criaturas -que aquí ves... Las quiero, y ellas me quieren a mí... creo yo que -tanto como quieren a sus madres... tal vez más... Aquí, practicando el -magisterio... he descubierto que sirvo para educar niños y encender en -ellos las primeras luces del conocimiento... ¡Ay, Gil de mi vida! te -juro que ahora mismo huiría de Calatañazor si pudiera llevarme a mis -nenes. - -Replicó Gil que en otros pueblos menos desagradables había también -niños que instruir, y que él la llevaría sin tardanza a donde pudiera -conciliar su amor al magisterio con los demás afectos que embellecen la -vida... - ---Ven, disponte, vámonos, déjate robar. - -Oyó esto Cintia con estupor, admitiendo y rechazando la idea. No tardó -en aparecer el miedo en su expresivo rostro. Miraba con terror a las -dos puertas de la sala escolar: la una daba a la calle, la otra a un -patio... Temía la maestra que entraran importunos testigos a meter sus -narices en la visita. Luego, turbada y temblorosa, dijo: - ---Que venga Bartolo y hablaré con él... Pero tú no vengas, tú no... -Conviene que nadie te conozca en el pueblo... ¡Ay qué vida, Gil de mi -alma!... Mírame. ¿Verdad que en las tres semanas de este martirio, -encanto, esclavitud, o lo que sea, ha enflaquecido tu pobre Cintia? Me -quedaré en los huesos si no me llevan a otros aires, a ver otras caras -y a oír otras voces... ¡Ay mis chiquillos! Sería yo feliz si pudiera -llevármelos. ¿Por qué es tan linda y tan amorosa la infancia donde -los mayores son fieras?... ¡Oh, siento pasos!... Alguien viene por el -patio. Vete, Gil, vete... ¡Por Dios...! Hablaré con Bartolo, y por él -sabrás... Pronto, Gil... Sigo mi lección. A ver, niños: tú, Pepe; tú, -Nazario, Nicolás... Decidme, niñas... A ver: tú, Felisa, Zoila, Inés, -vamos atrás... _Be, a, ene: ban_... - -Salió el caballero, obediente al mandato de su dama, y en el mesón -aguardó ansioso a que Cíbico volviese de su correría por el pueblo y le -llevase noticias más concretas de Cintia y de su indudable sufrimiento. -Bien seguro estaba de que Bartolo no volvería sin tener un careo con -ella, y otro con las personas que la mortificaban... Cerca ya de -anochecido llegó el buhonero, y con su ágil locuacidad dio cuenta de lo -que ocurría. La tal Sabina, mujer de Aniceto Borjabad, era una bestial -lugareña, crasa y soez; el marido no le iba en zaga, distinguiéndose -de ella en la virilidad de su barbarie. Movíales el egoísmo, el temor -de que Pascualita (a quien todos en aquel pueblo llamaban _Pascua_) se -desviase por caminos distintos de los que había trazado el buscador de -minas don Saturio. En ella veían una joya de gran precio que la familia -debía conservar a todo trance. - -Si molesta era la presión y vigilancia que el matrimonio ejercía -sobre la infeliz doncella, el mayor suplicio de esta provenía del -secretarillo del Ayuntamiento, Galo Zurdo y Gaitín, el más apestoso -ganso de la localidad y de todo el territorio. Protegido por la familia -de su madre, no ponía freno a sus apetitos, ni reparaba en medios -para llegar a su fin. A ratos empalagoso, a ratos insolente, a Pascua -requería por lo fino, ofreciéndole inmediato matrimonio, o por lo -basto, solicitando con amenazas un amor irregular. No tenía fin el -relato y pintura que hizo Bartolo de la salvaje presunción y cursilería -del tal Galo Zurdo. Vibrante de indignación, Gil se puso en pie, y -echando mano al cinto donde tenía la navaja, gritó: - ---Dime, dime pronto dónde está esa bestia para matarla ahora mismo. - -Cíbico logró calmar a su amigo con prudentes razones, y siguió -exponiendo la situación y su posible remedio. - ---Aunque el entusiasmo de su oficio --dijo-- tiene a la pobre maestra -como embargada por el cariño a las criaturas, ello es que ha de -decidirse pronto entre el suplicio y la libertad... Libertad ha dicho -al fin, después de amargas dudas, y libertad hemos de darle esta misma -noche. Las últimas palabras que oí de su boca linda fueron estas, -Gil: «Huiré con vosotros, si Dios quiere que yo logre escabullirme -de la casa de estos tiranos sin que me estorben la salida. La mayor -dificultad será que pueda sacar mi ropa... Mas aunque tenga que escapar -con lo puesto, escaparé, llevando con vosotros toda mi alegría y una -sola tristeza: el abandono de mis queridos niños.» Esto me dijo; -y ahora, Gil, arrimemos a la obra todo tu ingenio y el mío, y mi -travesura que vale por todo el talento de los siete sabios de Grecia. - -Viendo a su amigo dispuesto a las resoluciones más audaces, lo primero -que discurrió Bartolito fue llevarle a donde pudiera por sus propios -ojos conocer y medir el campo de operaciones. Salieron, pues, solos, a -las nueve dadas, como que iban a tomar el aire y encender un pitillo -después de cenar, y Gil pudo inspeccionar la escena de su aún inédito -drama. En aquella extremidad de la villa, las murallas estaban rotas; -solo permanecía entero un torreón, en el cual, bajo un arco tapiado, -abríase un portillo. En el tímpano del arco campeaba una imagen con -faroles sin luz: no se distinguían la calidad y sexo de la religiosa -figura. No lejos del portillo, por dentro, estaba la escuela, y a pocos -pasos de esta, con un callejón intermedio, la casa de Aniceto Borjabad, -donde _Pascua_ moraba. Era vivienda humilde, prolongada en el dicho -callejón y en otro de travesía por una tapia de corral o patio. Puerta -vieron en la fachada, portalón en la tapia, como para el entrar y salir -de animales de labranza. - -Fuera del portillo se iniciaba un caminejo tortuoso, con abruptas peñas -de una parte, de otra con vertiente también riscosa, camino que en -largo trecho conservaba la rasante horizontal en sus ondulaciones. -Estas eran bruscas, determinando anchuras seguidas de irregulares -estrecheces. Recorrieron los dos hombres como unos doscientos pasos -por esta vía torcida y llana, hasta llegar a un humilladero, ya de -baja en la devoción popular. Desde allí partían veredas cuesta abajo, -entre rocas y zarzas, difícil camino para recorrido de noche, pero -muy apropiado para una fuga o desaparición en los profundos abismos. -Explorado el terreno, trataron los amigos del plan de escapatoria. -Despediríanse del parador a las diez de la noche, saliendo del pueblo -con su burra y ardilla por donde habían entrado, y en un soto con -arboleda, muy conocido de Cíbico, establecerían su base de operaciones. -En el soto quedaría Bartolo con la burra, y Gil subiría por las veredas -que antes le indicó desde arriba, situándose en la parte interior del -portillo para esperar a Cintia, que después de las doce se escurriría -lindamente fuera de su casa, llevándose toda la ropa que pudiera -contener en un hatillo de fácil transporte. - -Salieron, según se ha dicho, y aparentando las formas corrientes del -trajineo mercantil, bajaron al llano y se corrieron hacia el soto. - ---Aquí me quedo yo --dijo Cíbico atando a un árbol la pollina--. Y -ahora, pues tenemos luna nueva de cinco días, medio creciente, podrás -enterarte bien del terreno... Aquí hay un puentecillo: pasémoslo... -Desde esta cabecera parten las veredas que suben hasta el caminejo -llano que arranca del portillo. La subida es agria: estúdiala, cuesta -arriba, para que la bajada te sea fácil. Te sitúas en el portillo por -la parte de dentro, que estará en sombra. Si Pascuala no puede salir, -nuestro gozo en un pozo. Al amanecer te retiras... Si la moza halla -medio de escabullirse callandito, te la traes acá... Con un silbo -puedes anunciarte, y yo te contestaré imitando un ladrido de perro -quejumbrón. Ya me lo has oído, y no confundirás mi ladrido artificial -con el de los perros naturales... Y ya no más, que el tiempo apremia. -Súbete corriendo, y la Virgen nos ayude y Dios haga la vista gorda... -Si bajas con tu novia, montará ella en la burra, y ¡hala, hala! -antes que sea de día llegaremos a Torreblascos; de allí, en buenas -caballerías partiréis a la estación de El Burgo, y bien disfrazados y -con nombre supuesto tomaréis billete para Valladolid... Dinero tengo -para todo... Y basta ya de matemáticas... Yo, general en jefe, te mando -que subas _como un solo hombre_ a ocupar tu puesto. - -En menos de media hora, subiendo aquí, gateando allá, pudo llegar el -encantado Gil-Tarsis a la vera del portillo. Reconoció el sitio por -fuera y por dentro, y viéndolo en discreta soledad, se ocultó en la -parte de sombra, como un centinela se mete en su garita. Hallábase -el hombre en un desconcierto nervioso tan agudo, que sus sentidos -no apreciaban fielmente las cosas reales. Si sus ojos le daban la -sensación de soledad, sus oídos no transmitían al cerebro impresión -de silencio; oía rumores que no se avenían con la total ausencia -de personas, animales y bultos movibles. Por un momento creyó el -caballero que se le habían metido en las orejas moscardones infernales, -que le fingían estruendos y voceríos atronadores. Primero sintió -ruido de cataratas; después... del interior del pueblo venía un rumor -completamente absurdo en hora tan avanzada de la noche. De la breve -visita que en pleno día hizo a Pascuala, sacó pegado al tímpano el -cantorrio de las criaturas deletreando en la escuela: _be, a, ene: -ban_... Y en aquella hora crítica de la noche, el encantado cerebro -repetía con estruendo de mil voces de chiquillo el _be, a, ene: ban_... -Variaba de pronto así: _che, i, ene: chin_. - -«¿Será posible --pensó Gil-- que a estas horas esté Cintia dando -lección a los chicos? No, no puede ser... Es engaño de mis oídos... -pero ¡qué terrible engaño!» - -En esta confusión, un nuevo extravío, quizás realidad anormal, le -impresionó por el sentido de la vista. De la parte afuera del portillo -venía un resplandor de luz verdosa que a cada segundo se hacía más -lívida. Salió Gil a cerciorarse de tan extraño fenómeno, y vio que por -encima de un alto monte, no situado al Naciente, salía la inverosímil -aurora verde... La luna derivaba hacia Poniente, blanca y pensativa. -La claridad lívida iluminaba todo el camino curvo y las pendientes que -bajaban hacia el río. Diríase que celestes bengalas encendidas por -ángeles, ya que no por demonios, imitaban o fingían un día que burlaba -las exactitudes cosmográficas. - -«No es el día --pensó Gil--; es una noche en que se insubordinan con -loco humorismo los elementos... Esto es un carnaval de la Naturaleza, -una burla que hacen de mí y de Cintia los encantadores perversos, -enemigos de mi Madre... Madre, devuélveme mis tinieblas, apaga esas -luces que adulteran mi noche.» - -Fuera de sí, trató de volver al pueblo... La luz iba cambiando hacia -un rosa tenue... Intenso rosa era ya, cuando Gil vio aparecer a Cintia -franqueando el portillo con paso inseguro y actitud medrosa. Hacia ella -corrió, vacilante entre la alegría y un dudar angustioso. ¿Era Cintia -en cuerpo y alma, o falaz apariencia, obra de los genios malignos que -habían trocado la noche oscura en día rosado? Tocó los brazos, el -hombro y la cabeza de la hermosa mujer, diciéndole: - ---Cintia de mi vida, creí que no eras tú, sino tu imagen... ¿Estás -segura de ser tú? - ---Yo soy --dijo Pascuala temblando--. No sé cómo he podido salir... Mi -tía Sabina no quería dormirse, como si sospechara mi fuga... He podido -sacar parte de mi ropa, que traigo en este envoltorio... Y aquí me -tienes, Gil... quiero y no puedo. Cada paso que doy hacia ti me cuesta -un esfuerzo enorme... Estoy paralizada... Estoy alucinada. Dime: ¿qué -claridad es esta, y de dónde viene? Veo los montes, el sendero; véote a -ti en una espléndida iluminación rosada... - ---No sé quién ha encendido esta luz --dijo el caballero, poseído -de estupor y ansiedad--. Explícame otro fenómeno que me confunde y -anonada. ¿De noche das lección a tus chiquillos? He oído las voces -tiernas deletreando. - ---No doy lección de noche. Es absurdo... --repitió Cintia, cuya voz y -actitudes eran como las de una sonámbula--. Y también yo... no sé lo -que me pasa... yo también oigo el sonsonete de mis amadas criaturas... -¿Qué es esto? Parece que salen en tropel de la escuela... Vienen tras -de mí. - ---Ven... huyamos... salvémonos de esta fascinación horrible... -hechicería que no entiendo. - -Tiró del brazo de Cintia, y esta clamó acongojada: - ---Me haces daño. No puedo andar. - -Oíase la cantinela infantil más cercana, como traída por un ventarrón -que venía del pueblo. Y de súbito aparecieron, corriendo y brincando, -niñas y niños... La primera tanda era de diez o doce... siguieron como -unos veinte... luego fueron cientos, que a los ojos aterrados de Gil -eran miles. Unos traspasaban el portillo, otros saltaban entre los -huecos del muro despedazado. El enjambre no tenía fin; el griterío era -como un inmenso piar de pájaros o zumbar de insectos. La turba rodeó a -Cintia; innumerables manecitas se agarraron a la falda de la maestra, -y mientras unos repetían el _che, i, ene: chin_, otros chillaban: -«_Pascua_, nuestra _Miga_, no te vas... _Pascua_, no dejar tus nenes... -_Miga_, ven con niños tuyos.» - -Centuplicó Gil su voluntad, y echando los brazos al talle de Cintia, -trató de vencer las ligaduras, que, por ser tantas, vigorosamente la -sujetaban. Algunas criaturas, encaramándose sobre otras, subían hasta -el cuello de la maestra, y la oprimían con sus brazos y apretaban sus -caritas contra el rostro de ella. El colosal esfuerzo de Gil fue tan -vano, como si arrancar quisiera un sillar empotrado en fuerte muro... -Ahogada por los abrazos, inmovilizada por los tirones, Cintia solo -pudo decir: - ---No me dejan... Vete, Gil... Ya ves, no puedo... Esclava soy de esta -menudencia... - -Sintiose el caballero paralizado... Quiso hablar: no pudo. Vio a Cintia -desaparecer bajo el arco del portillo conducida por la infantil turba, -cuyos chillidos triunfales se apagaban en el interior del pueblo. - - - - -XVII - -De las extraordinarias visiones, y del feliz encuentro que tuvo el -caballero en su retirada de Calatañazor. - - -Cegado por la luz, que aumentaba en viveza, y sacudido por intensa -vibración de toda su máquina muscular, cayó al suelo el pobre Gil, y -sin conocimiento estuvo largo rato. Al recobrarse, advirtió mermada -la luz absurda que hizo de la noche día. Levantose con lento mover de -sus remos, como una bestia enferma; quiso dirigirse al pueblo; pero -sus pasos torpes recaían sin ruido en el mismo sitio. Llegó a creer -que el suelo se movía en dirección contraria... Fuerza irresistible -le llevó hacia el humilladero, y a precipitarse desde allí veredas -abajo... Huyó descendiendo, perseguido a su parecer por un gigante de -estatura más que desaforada, que se despeñaba voceando, como inmenso -témpano desgajado del monte y convertido en grotesca figura humana... A -mitad de la cuesta, cuando ya se creía Gil a punto de ser aplastado, -el gigante se rompió en pedazos mil, con chasquido de roca volada por -el barreno. Respiró el infeliz hombre; sus pobres huesos requirieron el -descanso, y por largo espacio indeterminable permaneció sin movimiento, -al amparo de un enmarañado matorral. Cuando intentó seguir descendiendo -hacia el soto, se había extinguido la luz rosada, y por Oriente, con -dulce claridad, despegaba sus pestañas el nuevo día. - -Recordando las órdenes de Cíbico, anunció Gil con un silbo su -regreso, y fue contestado por ladridos de perros que de una parte y -otra lanzaban clamores estridentes. Entre tal algarabía perruna, no -distinguió el ladrido artificial de su amigo. Llegado al punto en que -había quedado Bartolo con su burra, no vio al animal ni al hombre. -Recorrió el contorno. Todo era soledad, un cristal opaco rasgado por -lúgubres ladridos. ¿Qué había sido del servicial _paniquesero_, cuyas -raras prendas coronaba la preciosa virtud de la puntualidad? Caminó a -la ventura, indagando con ojos y oídos, y en el lindero del soto con la -tierra calva halló un cabrero viejo, peludo y de bizco mirar, que le -dijo: - ---¿Buscas a Bartolo? Échale un galgo. Se le escapó la ardilla, y como -alma que lleva el demonio ha corrido en busca de ella. Yo vi al animal -brincando por entre estos chaparros... Un perro iba tras ella... -y ella, pim, ganó aquel alcornoque... Subió Cíbico al árbol... yo -atajé al perro... La saltimbanquesa no se dejaba coger de su amo, y -despareció junto a las casas del _Crudo_... Allí... en aquel ribazo... -Creímos que los chicos del _Crudo_ habían atrapado la ardilla... -Corrió Cíbico rabioso y llorón, como si fuera tras de su alma camino -del infierno... Los chiquillos volaron... No sé más. Por ahí va el -hombre loco, ahora clamando a la Virgen, ahora al demonio... En -aquel cerro bajo, entre el molino y la vuelta del Robledal, está la -comedia... ¡Vaya una comedia! El alma que se escabulle... el cuerpo -que la sigue... ¡María Santísima, las cosas que uno ve!... ¡Pobre -Bartolo!... ¿Para qué hiciste de una ardilla un alma?... Abur, paisano; -yo me voy a lo mío. - -Siguió Gil la dirección que el pastor viejo le marcaba. A la hora de un -incierto vagar, vio en la cresta chata de un extenso cerro la silueta -de la desbocada burra, caballero en ella el gran Cíbico blandiendo una -espada, sable o garrote. Como iban a contra-luz, no se distinguía bien -el arma. El grupo ecuestre y disparado era todo negro. Tras él corrían -innúmeros perros ladrando... De un término lejano venían risotadas de -chiquillos. La burra no corría, volaba... En el jinete advirtió Gil -todo el aire y bizarría de las figuras épicas... No pudiendo seguirle, -buscó su descanso en un grupo de encinas que a mano derecha veía, y -al amparo del ramaje oscuro tumbó sus pobres huesos molidos, y trató -de restablecer en su espíritu la serenidad locamente alterada por -los anómalos sucesos de la noche anterior. A poco de estar en aquel -recuesto, viose rodeado de cabras, y tras ellas apareció el pastor -anciano, peludo y bizco, el cual, hallándole tan quebrantado, le invitó -a un frugal desayuno de pan y queso, que el caballero hubo de aceptar -con ansioso instinto de reparación orgánica. - -Bebieron agua fresca de una fuente próxima; platicaron de nuevo, y Gil -quiso completar su descanso requiriendo el sueño; el viejo cabrero, que -dijo llamarse Dimas Alonso, le incitó a que durmiera, asegurándole que -velaría su reposo, pues en aquellos contornos apacentaría su rebaño -hasta la tarde. Durmió el pobre caballero, despertando a la hora de -la siesta, y otra vez pegaron la hebra de la conversación, contándose -algo de sus vidas. Dimas había servido al Rey; estuvo en la guerra de -África; conservaba con devoción juvenil el recuerdo de los Castillejos, -de Montenegrón y Tetuán... Enfermó del cólera; sanó por especial amparo -de Nuestra Señora de los Ángeles, a quien desde su niñez tenía por -abogada y protectora. A su vez, Gil se declaró devoto de la _Madre del -Amor Hermoso_, que para él era lo más alto y divino que en el campo -religioso y en el cielo mismo existía, y en estas inocentes expansiones -se les fue la tarde. Al anochecer, Dimas encaminose con sus cabras a -Calatañazor, donde con ellas residía; Gil le acompañó hasta el soto, y -mientras pastor y rebaño remontaban la fragosa cuesta en dirección al -portillo, el encantado quedó con las miras y las intenciones nuevamente -fijas en el fatídico pueblo. - -¿Subiría protegido de la noche a violentar solo la casa de Cintia y -arrebatar a esta de grado o por fuerza? ¿Esperaría nuevos avisos de la -dama? ¿Pero qué avisos ni qué carneros si faltaba el mediador Cíbico, -perdido en la captura de la vagarosa ardilla, ávida de libertad? -En estas mortales dudas estaba el hombre, cuando advirtió que en el -picacho más alto de los que dominaban la villa se iniciaba una rosada -aurora. Por momentos crecía en intensidad la fantástica luz; por -momentos se sentía el caballero invadido del estupor terrorífico de la -noche de marras... El rosado fulgor se manifestó en algo que parecía -nube confundiéndose con la cima del monte, y la nube refulgente tomaba -forma, y en esta se marcaron las facciones, el rostro de la Madre. Era -ella, sin duda; Gil pudo apreciar la expresión dulce y grave, la mirada -profunda, la sonrisa bondadosa... - -El gozo del caballero rayaba en delirio cuando vio la figura completa, -de estatura no inferior a la del monte mismo, cual si este, conservando -su talla ingente, se personificara por arte mitológico en la más -gallarda y majestuosa mujer que vieron los siglos. La Madre descendía, -y sus pasos eran de tal magnitud, que los llamados de gigantes serían -junto a ellos pasos de liliputienses. Retrocedió Gil aterrado, pensando -que si la Señora ponía sobre él uno de sus pies, aplastado había -de quedar como una hormiga... Pero huyendo hacia atrás advirtió el -caballero que la grande y terrible imagen iba perdiendo su colosal -tamaño a medida que avanzaba. El traje luengo y flotante ondulaba -movido del viento; la figura venía un tanto encorvada, apoyándose en un -palo que aventajaba en tamaño a los más robustos pinos... Menguaba poco -a poco... y no solo menguaba, sino que acercándose al caballero le -decía con afable acento: - ---No te asustes, hijo; voy hacia ti. No huyas. Como sé crecer, sé -achicarme cuando quiero ponerme al habla con los pequeños y humildes... - -Parose Gil en firme, y atento a la inmensa persona la vio decrecer -más hasta llegar, ¡cosa inaudita, jamás consignada en las humanas -efemérides! hasta llegar, digo, a una talla y proporción iguales a la -del espantado caballero. - ---Madre querida --le dijo este, de hinojos ante ella y besándole la -mano--, al fin das a tu pobre hijo el consuelo de tu presencia. Déjame -que te adore; déjame que me humille ante ti... - -La Madre, con gesto majestuoso, ordenole que se levantara, y luego le -cogió el brazo, requiriendo apoyo con dulces palabras: - ---Ayúdame a vencer los altibajos de este camino pedregoso. Con el -sostén de tu brazo firme y la luz rosada que nos alumbra, llegaré a -donde quiero ir. - -Al servicio de la Madre puso Gil todo su filial cariño. Dando juntos -los primeros pasos, notó el caballero que la Señora mil veces augusta -presentaba en su faz hermosa y en su actitud señales de envejecimiento. -Palidez y algo de demacración eran bien claras en su rostro, y andaba -un poquito encorvada, asegurando el paso con la cautela que exigía -el peso de su cuerpo. Una pregunta del caballero, sugerida por la -ternura y un amor inocente, fue la primera cláusula de este coloquio -interesante, que el narrador copia de un códice guardado en la -biblioteca de la catedral de Osma. - - LA MADRE.--El abatimiento que has advertido en mí no es vejez. Yo no - envejezco. No es tampoco enfermedad. Yo no padezco más enfermedades - que los enojos y pesadumbres que me dan mis hijos. Me verás rozagante - y alegre cuando la muchedumbre de mis criaturas se muestra enmendada - de sus delirios y con inclinaciones al bien y a la paz. Me verás - triste y caduca cuando la grey que lleva mi nombre se desmanda y - quiere precipitarme por senderos abruptos. - - TARSIS.--No te pregunto la causa de tus penas. Presumo que los - encantados no tenemos derecho a conocer lo que pasa del lado allá del - muro que marca nuestro confinamiento. - - LA MADRE.--Algo sabrás por ti mismo, sin necesidad de que traiga yo - a tu conocimiento la realidad del mundo que dejaste por tus culpas, - viniendo a esta ejemplaridad. Nada debo decirte de lo de allá; algo, - sí, de lo tuyo, pues en tu destierro miro por ti, deseosa de tu - regeneración. Anoche te vi en el grave empeño del rapto de Cintia. - Invisible salí a tu encuentro; mas superiores leyes, que enfrenan - mi voluntad, impidiéronme prestarte el socorro que por impulso de - mi corazón te hubiera dado. Yo puedo mucho contra mis hombres; - contra los niños de mis hombres, o sea de mis hijos, no puedo nada. - Así, cuando observé que tras de Cintia salían a detenerla y a - disputártela los inocentes párvulos de la escuela de Calatañazor, - me vi paralizada como tú, y nada pude hacer. En los tiempos que - corremos, Gil, los niños mandan. Son la generación que ha de venir; - son mi salud futura; son mi fuerza de mañana. Les he visto agarrados - a su maestra y he tenido que decirles: «Andad con ella, chiquillos... - defendedla del ladrón.» No sé si comprendes esto; no sé si tu - inteligencia encantada penetrará la oculta razón de mi proceder en el - lance de anoche. Piensa en ello, _Asur, Hijo del Victorioso_. - - TARSIS.--Ya entiendo que he de ser vencedor de mí mismo, y ahora me - doy cuenta de que para poseer la persona de Cintia, como poseo su - alma, mi conducta debe ser otra. En vez de arrebatarla, separándola - de la crianza mental de los niños, procederé más cuerdamente - haciéndome yo también maestro y asociándome a su labor, para que, - en perfecto himeneo de voluntades, de corazón y de oficio, vivamos - juntos consagrados a la misma obra santa. - - LA MADRE.--No vas descaminado. Dentro de tu esclavitud tienes - libertad de pensamiento y de inclinaciones. Tú verás lo que haces. - Yo he de favorecerte siempre que te vea en vías tortuosas o rectas, - que conduzcan a mis grandes fines. Esta noche, sabiendo que te - encontraría en mi camino, he querido que mi presencia dé algún alivio - a tus afanes. Enteramente humana me tienes a tu lado. No soy esta - noche la matrona excelsa que te llevaba en veloz andadura de cerro - en monte hasta las cumbres de Urbión; soy una pobre vieja que va - pausadamente, asistida de este bastoncillo, a visitar apartados - rincones de sus reinos. Te llevo conmigo, y verás que no pisaré - fortalezas de magnates, ni palacios de príncipes de la Milicia o de - la Iglesia; que no me inclinaré ante duques o marqueses, ni ante - damas linajudas en quienes brillan por igual ingenio y belleza. - Voy a consolar con mi persona las almas de los más humildes, de - los vencidos y desesperanzados; a llevar a sus tristes veladas una - palabra refrigerante y una esperanza dulce. - - TARSIS.--Si te admiré divina, viéndote humana es más puro mi cariño, - más honda mi reverencia. ¿Podré saber qué comarca es esta y a dónde - vamos? - - LA MADRE. ~(Parándose, señala en redondo con su palo la extensa - cavidad del valle, de una parte los altos riscos, de otra los - escalonados alcores de suaves curvas.)~--Estamos, hijo mío, en - el escenario de la batalla formidable que los Reyes de León y de - Navarra y el Conde de Castilla dieron y ganaron al pobre Almanzor; - al grande Almanzor debo decir, pues le tengo por uno de los más - ilustres guerreros y políticos que han nacido en mis tierras. En esta - parte de suelo que ahora pisamos le vi caído en tierra, invocando - con acento tristísimo a su Alá y quejándose de que le desamparase - en la ruda pelea... Era hombre de elevados sentimientos y de altas - miras... En la huida le llevaron a cuestas los suyos con todo el - cuidado y miramientos que por su grandeza merecía. Con los restos - de su ejército tomó el caudillo la vuelta de Almazán; de allí - fue a Barahona, y de Barahona a Medinaceli, donde acabó sus días - gloriosos... Yo le lloré, como lloraba en igual caso a los mejores - entre los míos... Y pasados años novecientos desde aquella fecha... - calcula tú, hijo mío, lo que ha llovido desde 1002 acá... veo en - mi raza confundidas las grandezas árabes con las ibéricas, así en - la guerra como en la política y en las artes, y aspiro a mantener - fraternidad con los que fueron mis conquistadores y luego mis - conquistados... Tú no comprenderás esto. Tienes tu cerebro revestido - de telarañas, obra lenta de los altercados religiosos en siglos y - siglos... Pues yo te digo ahora, para que te pasmes y pasmándote - vayas aprendiendo, que toda guerra que mis hijos traben con gente - mora, me parece guerra civil. - - TARSIS.--Esa idea introduzco en mi cabeza, y aquí quedará para - siempre. Como idea tuya, no habrá mejor plumero para limpiarme de - telarañas... ~(Advirtiendo que cae una lluvia fina y glacial... como - puntas de nieve.)~--Si te parece, Madre, apresuremos el paso. La - noche se presenta fría, y si hemos de ir lejos, no estará de más que - busquemos abrigo y hagamos alto en el primer lugar que encontremos. - - LA MADRE.--No temas, hijo. El lugar a donde vamos está muy próximo. - Tiremos ahora de esta parte. ¿Ves aquella lucecita que parpadea - cariñosa en un repliegue hondo entre dos cerros? Pues esa es la - estrella que nos guía al portal o Belén de nuestro descanso, el - cual es una aldeíta pobre y olvidada de los geógrafos, que se llama - _Boñices_, que a poco que se resbale la lengua la llamaríamos - _Boñigas_: tal es su insignificancia y humildad. En un cuarto de - hora espero que llegaremos, y en el tiempo que yo permanezca entre - los misérrimos hijos que allí tengo, Boñices será la capital de mis - estados. - - TARSIS.--Adelante, Señora. Gracias a la luz rosada, franquearemos sin - tropezones este ingrato sendero. - - LA MADRE.--La llovizna nos coge ahora de cara... Yo no la temo. Tengo - mi rostro bien curtido para estas inclemencias que hacen a mis hijos - duros, y tan insensibles al frío como al calor. Tú también te has - endurecido, según veo, y te has dejado en los aires sutiles y en los - ardores del sol tu antigua carita de galancete afeminado. - - TARSIS.--En los días ásperos de la Aldehuela empecé a soltar mi - máscara de cera, y cambié los goznes quebradizos de mi máquina - corporal por otros de acero. - - LA MADRE.--Al nombrar la Aldehuela traes a mi memoria algo que tenía - que decirte, y es cosa en verdad lamentable. ¿Sabes que ha muerto el - pobre José Caminero? - - TARSIS. ~(Consternado.)~--¡Ay, qué desgracia!... Dios le perdone a él - y nos perdone a todos. - - LA MADRE.--Herido de muerte cayó sobre el arado, como el atleta que - espira al dar de sí el postrer esfuerzo, agotada la reserva vital. - Luchó con la tierra; murió en la batalla, como un héroe que no quiere - sobrevivir a su vencimiento. Si estuviéramos en la edad mitológica, - Ceres y Triptolemo le llevarían a su lado en un lugar del Olimpo. - Ahora, ni rastro de su nombre quedará entre los vivos. - - TARSIS.--¡Pobre Caminero! Siento su muerte tanto como me apena el mal - que le hice. - - LA MADRE.--A buenas horas mangas verdes... Tu conciencia es de las - que arguyen tarde, cuando el mal causado no tiene remedio. A la pobre - _Usebia_ encontré anteayer de vuelta de Nafría, desolada. Aunque - nada me dijo, entiendo que había ido en tu busca para proponerte que - entraras de nuevo a su servicio. Como no te encontró, llevaba en su - alma doble luto. Ayer montó en su burra, llevando al chiquillo a la - grupa. Iba camino de Tagarabuena, a pedir amparo a don Gaytán de - Sepúlveda. - - TARSIS. ~(Distraído.)~--Séale don Gaytán benigno. _Usebia_ es - mujer trabajadora y de buen entendimiento. Saldrá adelante con sus - tierras, si don Gaytán o Dios le deparan un criado fiel, que tenga - conocimiento y práctica de las labores, y además... sea joven y bien - plantado. - -Silenciosos ambos, y atentos al escabroso atajo por donde iban, el -cual más que camino era un arroyo sin agua, avanzaban hacia el término -de su viaje, guiados por la risueña lucecita. Ya próximos al humilde -lugar, Gil habló de la desaparición de Cíbico, que había tomado -carrera con furia loca, cual si quisiera correr todo el mundo en busca -de su ardilla. A más de condolerse de la ausencia del amigo, esta le -afectaba personalmente, pues en la carga de la burra iba el hatillo -de la ropa de él, y no podría vestirse de limpio si la disparada -bestia no parecía. Bien haría la Madre excelsa en compadecerse del -pobre caballero encantado, y con solo que aplicase unas miajas de su -poder maravilloso a la solución de tan insignificante conflicto, este -quedaría resuelto, recobrados Cíbico y su asna, y hasta la traviesa -y maleante ardilla. A esto contestó la ilustre Señora parándose y -soltando una grave risa con donosas palabras: - ---Me río, porque tu pretensión de que yo emplee mi poder en buscar -una pobre alimaña escapada de la esclavitud, trae a mi memoria los -requerimientos de aquellos hijos míos que en mi nombre dirigen la -sociedad. Esos cuitados no saben determinar nada por sí. A lo mejor -vienen a mí y me dicen: «Madre, se me ha perdido el entendimiento; se -me ha perdido la fórmula...» ¿Qué es la fórmula? Pues una receta para -confeccionar las mixturas y pócimas con que embriagan o adormecen a -la muchedumbre gregaria. Y quieren que yo les busque la formulilla -perdida, como tú pides ahora que busque y atrape la alimaña de Bartolo. -El caso es el mismo. Si parece la ardilla, parecerá Cíbico, y tras -él la burra, y tu ropa para poder mudarte. Pues ellos, paralelamente -a ti, me piden la fórmula para poder vestirse de limpio... Pero no -hablemos de esto ahora; yo veré si me conviene buscarte la bestezuela, -o si es más hacedero y práctico proveerte de nueva ropa, pues aquella -que dejaste en la pollina ya está, como sabes, hecha trizas de los -golpetazos que dan las lavanderas sobre las piedras del río. Déjalo a -mi cuidado, y sigamos, que ya estamos casi a las puertas de Boñices, -pueblo en verdad digno de ser visto, porque él es el emporio de la -miseria. Yo, cuando entro en él, como en otros igualmente consumidos y -muertos, me parece que entro en mi sepultura... sí... no te espantes... -en la sepultura que entre todos me estáis cavando para el descanso de -estos antiquísimos huesos. - -Tembló el caballero al oír esto, y una vibración glacial le corría por -el espinazo. - - - - -XVIII - -Refiérese lo que el caballero vio y oyó en el mísero y olvidado lugar -de Boñices. - - -A la entrada del pueblo, fue recibida la ilustre pareja por una lucida -representación de chiquillos descalzos y andrajosos; por una corte de -damas escuálidas, ataviadas con refajos corcusidos de mil remiendos, -y por algunos caballeros en quienes se suponían, sobre el paño pardo, -las invisibles veneras de un trabajo estéril y el gran cordón de la -infinita paciencia. Hicieron todos cortesías y zalemas cariñosas, de -arcaico son y sentido, y la soberana vieja, que en aquella ocasión, -de vieja venerable tenía todas las trazas, avanzó despacio, asida -al brazo de su escudero. A cada paso de ella salían de las humildes -puertas más desdichadas personas, y cada cual pronunciaba su saludo de -afable reverencia. Las calles o ronderas del pueblo eran como ramblas -angostas, llenas de cantos rodados, traídos por las aguas que en días -nefastos descendían furiosas de la cercana sierra de Cabrejas. En -angulosa encrucijada vieron la torre de la iglesia, alta, fantástica -y muda; revelaba su mole una melancolía perezosa; sus campanas, si -las tenía, guardaban avaras el son grave y místico. Al ver la torre, -preguntó la Señora a sus acompañantes: - ---¿Y mi buen amigo don Venancio, por qué no ha salido a recibirme? - -Dijéronle que el cura tenía enfermos en su familia. Siguió la Madre, y -a los pocos pasos entró en una casa que no era la mejor del pueblo, ni -tampoco la peor, aunque en calidad poco se llevaban unas a otras. En la -puerta fue recibida por una mujer vestida de negro, de estas que más -parecen envejecidas que viejas, flaca, rugosa y desguarnecida de los -dientes incisivos, la cual con tanto alborozo como respeto la saludó: - ---Dios la traiga, _señá María_, consuelo y alegría de estos probes. - -Derecha entró la Madre hacia la cocina, que al extremo del pasillo se -anunciaba, y atraía con su dulce calor. Hombres y mujeres dieron a -la dama bienvenida cariñosa. En la cocina fue a ocupar un sillón de -madera rústica con asiento formado de un tejido de cuerdas. La luz era -de teas, a la que pronto se agregó un candil macilento, encendido -en obsequio a la excelsa visitante. Los que tras ella entraron, dos -hombres y una mujer, quedando los demás en la puerta contenidos por la -veneración, sentáronse frente a ella en el poyo macizo o en derrengadas -banquetas, y a los pies de la Madre se sentó Gil en el santo suelo, con -familiar abandono de sirviente leal o deudo preferido. - ---Mala está la noche para venir a pie desde Clavijo --dijo un anciano -de largo pelambre, cegato, de corpachón abrupto y cansino, que ocupaba -el asiento más cercano al hogar frente a la dama--. ¿Por qué no vino mi -_doña María_ en el carro? - ---Porque a una de las mulas la tengo cojita, y la otra la he tenido -trabajando todo el día en la noria. Me acompaña este criado, este buen -Gil, a quien no conocéis, y que os presento como el más fiel de mis -servidores. - -Volviéndose luego a la dueña de la casa, que de rodillas ante el hogar -avivaba el rescoldo, y acaldaba los pucheros entre la ceniza salpicada -de brasas, le dijo: - ---Como no me esperabas, Fabiana, no habrás dispuesto cosa mayor para -que cenemos en tu compañía. Pero no vengo desprevenida, y por vosotros -más que por mí os traigo los sobrantes de mi miseria, no tan rasa y -monda como la vuestra. - -Diciéndolo, metió mano al pecho por debajo del manto que holgadamente -la cubría, y sacó una soberbia hogaza de ocho libras, olorosa aún de -la reciente cochura. Al recibir el pan, Fabiana lo besó como a cosa -bendita. Y ante el estupor de los presentes, metió mano la Señora -por el otro lado del pecho y sacó una ristra de cebollas y una sarta -de chorizos... luego, no se supo de dónde, dos perdices muertas -colgadas por los picos. Y si todos se maravillaron de lo que vieron, -Gil no salía de su estupor, pues al venir con la Madre no había notado -en el cuerpo de esta el embarazo que supone traer entre la ropa -objetos de tanto peso y bulto. Sin duda funcionaba el arte de magia o -encantamiento... - ---Pon a un lado las perdices --dijo la Señora--, y con el pan que te -traigo nos harás unas buenas migas, aderezadas como tú sabes... Con las -migas me basta para cenar, y los demás no han de estimar corta la cena. - ---¿Qué ha de ser corta --dijo el viejo melenudo y cegato--, si, como -sabe Vuecencia, estamos todos en el caso de aquel pueblo donde se -pregonaba: _Aquí es Villagorda, un garbanzo en cada olla_? - -El que así hablaba era el maestro de párvulos de Boñices, agraciado -por la España oficial con el generoso estipendio de quinientas pesetas -al año; hombre que en largos días de magisterio había sutilizado su -corta ciencia doctorándose a sí mismo en la gramática parda y en la -filosofía parduzca, sabio en recetas de vida, eruditísimo en refranes. -Su nombre, largo como un alfabeto, era de los que empiezan y no acaban: -_don Alquiborontifosio de las Quintanas Rubias_; mas por abreviar le -llamaban _don Quiboro_, que así las gentes acortaban kilómetros entre -la primera y la última letra. El buen señor, rendido a su cansancio y -a la miseria del pueblo, no enseñaba cosa alguna a los chicos, y les -entretenía contándoles cuentos para que adormecieran el hambre, o -salía con ellos al atrio de la iglesia para jugar al _chito_. - -A don Alquiborontifosio siguió en el uso de la palabra la mujer que -junto a él se sentaba, anciana de estatura tan lucida como la de la -Madre, mas tan seca de rostro, que este se distinguía de las calaveras -por el mover de la mandíbula sin dientes, emitiendo una voz de -ultratumba, y por el brillo de sus ojuelos de lechuza, habituados a ver -de noche más que de día. Era madre de Fabiana, cuatro veces viuda, y -había dado al mundo veintidós hijos, de los cuales solo vivían tres. Su -edad competía con la del siglo, pues nació en tiempo del intruso don -José I. Ayudando a su hija en la preparación de las migas, le picaba el -pan, mientras Fabiana disponía la sartén, el aceite y los ajos... A una -pregunta de doña María, respondió con estas lúgubres razones: - ---Mal tercio me ha hecho Dios teniéndome en este mundo tanto tiempo, -para que vea disoluciones tales. La que aguantó cuatro maridos y -parió hijos veintidós, parto doble tres veces, ¡ay! ya tiene derecho -a estirar la pata y dormir la mona eterna... Si me manda relatar el -mal de Boñices, direle que desde la última noche que vino acá Su -Merced, tenemos más calamidades, más. Dos nietos míos, Luis y Macario, -hombrachones recios como encinas, casados, y con tres criaturas el uno, -con seis el otro, han salido ayer camino de un puerto de mar que llaman -Santander para embarcarse en unas naves que van a las Américas... Se -contrataron para trabajar en un campo de siete mil leguas, o qué sé -yo... Llévanse a las mujeres y a los críos. - ---A todos no --dijo interrumpiendo el hombre que junto a la viejísima -mujer se sentaba, el cual era un vecino llamado Cernudas, albéitar _in -illo tempore_, sacristán después, y hogaño enterrador del pueblo--; a -todos no, que la semana pasada enterré yo a dos de los de Macario y a -uno de Luis. Si la Señora quiere saber la _estadiquista_, como dicen -en Soria, la cuenta de sepulturas, sepa que en los años de más muerte -enterraba yo cuatro cuerpos cristianos cada año, y ahora salimos a ocho -por mes, sin contar criaturas que van a la tierra como moscas. - -Era Cernudas un tipo regordete, calvo, y a veces risueño, contraste -violentísimo con sus fúnebres funciones en el lugar. Las chapas de -sus mejillas indicaban el hábito de alegrarse con vino; mas como en -Boñices escaseaba horriblemente el _morapio_, los dichos rosetones de -la carátula del sepulturero degeneraban ya en manchas violáceas, como -de cardenales recientes. - ---Entenderalo mejor Vuecencia --dijo don Alquiborontifosio-- cuando -sepa que éramos aquí ciento veinticinco vecinos, y ahora, por bien -que hagamos la cuenta, no sale mayor suma que treinta y dos. Lo demás -se lo han llevado las malas cosechas, la falta de dinero, pues no hay -quien posea dos pesetas, y los bandidos del Fisco, embargando tierras -por no poder estos infelices con el peso de la contribución. El -arrastrado Fisco saca las tierras a remate, y no viene ningún forastero -a comprarlas por miedo a la infección de tercianas, cuartanas y -quintanas que aquí padecemos, motivado al agua estancada que rodea el -pueblo. De esta putrefacción murieron el médico y el boticario que -teníamos, y ello fue en días en que había menos enfermedad que se -sonaba, por lo que vino bien aquel refrán: _El milagro del santo de -Pajares, que ardió él y no las pajas_... - ---Mejor salud tenemos acá desde que se llevó Dios al médico --dijo -la vieja-vieja, por nombre y cognomen Celedonia Recajo--, y aquí, -don Quiboro, no hay más maleficio que el no comer, y todo eso del -_miquiborio_ es enredo y trabalenguas como el nombre de usted. Que -nos traigan pan. Para espantar a la muerte nos bastaría con el pan, y -con otra cosa que es el pan del alma, la santa alegría... Ya no hay -mozas en el pueblo, que todas se han ido a Soria y al Burgo, a ser -criadas o pior cosa. Ya no hay mozos, que unos por servir al Rey, -otros porque les llama la golosina de las Indias, todos se han ido, y -aquí no queda quien baile, ni se oye un rasgueo de guitarra. Yo, si -hubiera un vejestorio que me sacara, bailaría; y aunque fuera danza -de esqueletos, con la música de huesos contra huesos, se alegrarían -los que quedan vivos en Boñices... ¡Ay, Boñices, quién te vido cuando -yo me casé por primera vez, reinando don Fernando el Séptimo, y te -ve ahora con tu gente ida, y la que queda descomida, y las almas... -ateridas de tristeza!... Alegría, ¿dónde estás; sal de los cuerpos, a -do te fuiste?... ¡Ay, ay! Cernudas, llévame pronto allá, y entiérrame, -y apisona bien la tierra sobre mí, que si no, me arresucito, y saco -a bailar a don Alquibori, bori... tifonsio... ¡Renegado nombre, que -todavía en mil años que tengo no aprendí a decirlo de corrido! - -Las bromas lúgubres de la secular Celedonia dieron cierta amenidad a la -velada. Queriendo la Madre alejar la tristeza del ánimo entenebrecido -de los boñicenses, incitó a don Alquiborontifosio a que hablase más de -lo que le permitía su respeto. Desatose el maestro en estos peregrinos -comentarios: - ---Cuando yo enseñaba a los chicos a jugar con las letras y a pintarse -los dedos con los palotes, ellos me socorrían... Uno me traía la ristra -de cebollas, otro la media decena de huevos, aquel dos medidas de -leche, quillotro una hogaza de seis libras. Pero vienen los tiempos -malos, y Alquiborontifosio sale a pedir limosna a los caminos, y lo -que saco doylo a los niños... Conforme Cernudas va enterrando a mis -alumnos, mi escuela se va quedando vacía... _Donde no hay pan, vase -hasta el can_... Viejo era yo cuando me salió una viuda joven, y pensé -si me casaría. Pero yo dije: _¿Qué hace con la moza el viejo? hijos -güérfanos_... Pasado un año, por mi guapeza y mi habla graciosa, otra -moza se prendó de mí. Yo pensé, yo vacilé. _Demás está la grulla al -sol, dando la teta al asno_, que es como decir que está uno perplejo, -sin decidirse... La muchacha era fea. Venía bien aquello de _hambre -larga, no repara en salsa_... Mas era también rica. _A la mona que -te trae el plato, no le mires el rabo._ Yo dudé, yo medí mis años y -mis redaños, y dije con filosofía: _Ni patos a la carreta, ni bueyes -a volar, ni viejo con moza casar_. Ea, he vivido luengos días, y aún -viviré más con hambres y estrecheces. ¿Qué es la vida? Una muerte -que come. ¿Qué es la muerte? Una vida que ayuna. Vivamos muriendo. -¿Cementerio dijiste? Pues entre sepultura y sepultura, testigo -Cernudas, nunca falta un pedazo de pan y un traguito de vino. - -Celebraron todas las humoradas del viejo filósofo y vividor, y en esto -llegaron otros que a doña María con festejo saludaron. Entre ellos -venían dos mozos fornidos y guapetones, los únicos que quedaban en las -proximidades del pueblo, inmunes ya contra el paludismo y resignados -a la miseria, y uno que a la espalda traía su guitarrillo colgado de -una cuerda, y era músico, juglar o coplero, de esos que a los pueblos -divierten con sus ingenuas invenciones de poesía mal trovada y burda. -Por su andar a tientas y por la fijeza inexpresiva de sus ojos, se -vio que era ciego. Lleváronle junto a la Madre, cuya mano buscó para -besársela; sentose en el suelo, y le espetó esta retahíla: - ---Gran Señora, dígame si es verdad la _lienda_ que de Su Alteza corre -por estos pueblos; dígamela, y pondrela yo en solfa con caída de -sonsonete para recite o cante... Dicen que Su Magnificencia vive en el -castillo de Clavijo, con su corte de ricas hembras, de caballeros y de -trovadorcillos que le cantan y le bailan las cosas añejas. Dicen que en -noches de tempestad se presenta ante el castillo un caballero; llama -soplando en un cuerno que con su son atruena toda Castilla; levantan -los de dentro el puente levadizo; entra el jinete en la plaza de armas, -y vuestros escuderos le tienen del estribo para que baje de su caballo -poderoso, blanco como la nieve. Es el Apóstol Santiago que va cuando -le place a visitar a la gran doña María, y con ella cena en manteles de -brocado, y de sobremesa platican de las cosas de estos reinos, y de las -picardías de los hombres ruines que en ellos han puesto el mantel de -sus negras meriendas. Yo voy a componer unas coplas y seguidillas con -este asunto para cantármelas de lugar en lugar, y comer de ellas, que -el comer es necesario, y ya que he tomado este oficio, tengo que sacar -de él los garbanzos de cada día. - ---Puedes componer y cantar lo que gustes, buen hombre --replicó la -Madre risueña--. Pero cuanto supones de mi vida y mi castillo es -invención, que no por mentirosa deja de tener su encanto y algún -crédito en el mundo de las almas. Engaño es la poesía; mas con tal -engaño se alimentan de substancia pura los entendimientos... Y diciendo -y cantando cosas que no serán creídas, te aplaudirán las multitudes -y ganarás honradamente tu pan... Direte ahora la verdad, que no es -poética ni cantable. Yo vivo pobremente en Clavijo. Soy noble hidalga -que ha venido muy a menos; no tengo más corte que dos o tres criados -fieles como este que aquí ves, y mi castillo es una ruina desmantelada, -donde verás gallinas, patos y otras aves, y algo de cuatropea para mi -servicio y sustento, y nada más. Amiga he sido del Apóstol Santiago; -pero hace siglos que el buen señor ni me visita ni de mí se deja ver en -ninguna parte. En mi casa le tengo pintado en una lámina vetusta, y si -hablo con él es tan solo para decirle: «Caballero mío, descansa en tu -fuesa, si es que en ella yace tu santo cuerpo, y pon tu corcel blanco -a tirar de un carro, que solo para eso sirve ya...» Esta es la verdad; -pero si tú quieres _lienda_, como dices, y vives de ella, componla a tu -gusto, y Dios te inspire y te ayude, hijo. - ---Así lo haré, y algún día oiréis mis trovas en estos y otros caminos ---dijo el ciego--, si os dignáis pararos en el corro de mis oyentes. -Yo ando en el canticio y recitorio desde que la gota serena me quitó -la presencia de las cosas. Mi nombre es Críspulo, y soy conocido en -todo el mundo, _verbi gracia_, en toda esta tierra, por _Crispulín de -Chaorna_, que tal es el nombre del pueblo donde vi la luz y donde la -luz me fue quitada. - -Muy del gusto de todos fue el relato de Crispulín, a quien la Madre -invitó a participar de la cena que Fabiana y Celedonia con diligente -afán disponían. Cuando nadie le esperaba, entró de rondón en la cocina -el cura del pueblo, don Venancio Niño, varón docto y afable, bienquisto -de sus feligreses, cuarentón, escueto y de traza pobre. En elogio -suyo debe decirse que del lado de los mundanos intereses era el más -cristiano de los hombres, pues cuanto poseía, y lo que le entraba -por el pie de altar, repartíalo entre sus convecinos afligidos de -atroces calamidades, reservándose tan solo lo preciso para la precaria -subsistencia de su nada corta familia. Al verle llegar le hicieron -sitio junto a doña María, cuya mano besó, diciéndole en el familiar -tono de antiguos amigos: - ---Dispénseme la Señora que no saliese a saludarla cuando entró en -el pueblo. Tengo a la niña mayor muy malita; la pequeñuela, aunque -corretea y brinca sin parar, se me está quedando en los huesos. Me ha -entrado el temor de que las dos quieren írseme al Cielo. A la Santísima -Virgen pido que me las deje... Me da el corazón que no seré oído. Vivo -en ascuas, señora mía. Creo que estas amarguras darán conmigo en tierra. - ---Ánimo, don Venancio --le dijo la Madre--, y no desconfíe de la -protección divina. Procuraré yo mandarle un médico, y las niñas sanarán. - ---Dios se lo pague, y dé a Vuestra Señoría días de gloria. - ---Eso es más difícil. Los días de gloria están lejos, y si no que lo -diga don Alquiborontifosio, que ya no tiene chicos, ni escuela, ni -mendrugos de pan que roer. - ---Sostengo yo --clamó el maestro con firme voz-- que los días de gloria -se fueron para no volver. En mi pueblo aprendí este refrán: _Don -Fután por la pelota, don Zitán por la Marquesota y don Roviñán por la -rasqueta, pierden la goleta_. Y si este no les convence, aquí tienen -otro, que es de Aliud y de Lubia, pueblos que fueron romanos: _Cárdenas -y el Cardenal, don Chacón y Fray Mortero, traen la Corte al retortero_. - ---Razón tiene el maestro --dijo el cura--; pero en este lugar de -Boñices, los males de toda la tierra se agravan con el abandono en que -nos tienen los mandarines. - ---Yo he pedido a los pudientes --indicó la Madre-- que sean desecadas -estas lagunas para que acabe el maleficio, y no me han hecho caso. - ---Ni lo harán --declaró el maestro, sentencioso-- mientras en el agua -corrompida no vean los Gaitines peces, quiero decir, negocio. - -Y no una, sino seis o más voces gritaron: - ---Pues duro a los pudientes ensalzaos, y a los Gaitines que nos roban -la vida. ¡Si quieren guerra, guerra! - -Alguien propuso que se reuniesen los supervivientes de Boñices con la -gente de las aldeas cercanas, hombres y mujeres, viejos y chiquillería, -y armados todos con garrotes, o con escopeta el que la tuviese, se -lanzaran bramando por campos y caminos hasta llegar a Soria y a la -casa del Gobernador, y allí, con escándalo, tiros y estacazo limpio, -pidieran y recabaran el derecho a vivir. Don Venancio con autorizada -voz les dijo: - ---Yo os acaudillaría; pero ¿qué puedo hacer con mi niña mayor -moribunda, la pequeña encanijadilla? De añadidura, tengo a Ramona -sin poder valerse de dolores de reúma. No puedo faltar de mi casa, -que es un hospital y un asilo de parientes de Ramona y míos, con -quienes reparto mi pobre techo y las sopas de ajo... cuando la Divina -Misericordia las envía. - -Díjole doña María que para él eran las perdices que había traído, y al -darle el cura las gracias, las repitió más efusivas por otro reciente -obsequio de la Señora. - ---Mucho le agradecí el zaque de vino blanco que me dejó esta noche al -pasar por la puerta de mi casa. Ya dije a Ramona que retendremos tan -solo la mitad del clarete, y la otra parte será para que participen de -él los que cenen aquí con Vuecencia esta noche. - -Quedó Gil pasmado de que la Madre dejara de soslayo la bota de vino en -la casa rectoral sin que él lo advirtiese; y el trovador Crispulín de -Chaorna, así como el fúnebre Cernudas, se holgaron del anuncio de vino, -que en luengos días no habían catado. Don Alquiborontifosio comentó los -obsequios al cura con su habitual socarronería refranesca: _No hay casa -harta sino donde hay corona rapada_. - -Cerrado este ameno paréntesis, los mozos gallardos, que habían venido -de cercanos caseríos, y los vecinos de Boñices, que en la puerta de -la cocina se asomaban disputándose un hueco para meter sus cabezas, y -los ancianos abatidos y las viejas regañonas, proclamaron de nuevo el -derecho a rebelarse contra los que se apropiaban los manantiales de -la existencia, no dejando ni una gota para los desvalidos... Como la -vehemencia de los manifestantes produjese en la cocina algún tumulto, -Fabiana hizo saber que despejaría el local si no se expresaban con -respeto y sin ruido. La Madre intervino en favor de ellos, diciendo que -a los que tanto sufrían podía permitirse algo más que la simple queja. -La vida hispana era un puro quejido, y los males continuaban inmóviles -en su eternal dureza, como las rocas que no se ablandan al paso de las -aguas sino cuando estas corren acariciando por siglos y siglos. - ---No acariciéis --les dijo--; abandonad toda blandura; sed fuertes, -clamad, pedid... - ---He vivido un siglo, gran Señora --dijo con acento cavernoso la vieja -Celedonia Recajo--, y desde que me salieron los dientes hasta que se -me fueron todos, he visto al pobre labrador nadando en la miseria. -Si labra tierras propias, rabia; si labra tierras ajenas, muere -embrutecido. El que no se vuelve loco, acaba como los animales. El -campo es siempre campo, asolación, esclavitud; abajo la tierra que -le dice: «lo que te doy no es para ti»; arriba el Cielo que le dice: -«no me mires: te mandaré agua... Pero lo que agua y tierra te den no -es para ti»... Si el campo es esto, la ciudad es lujo y bizarría... -¡Ay, qué estirados van los caballeretes, y qué majas las señoras! Lo -he visto en Soria, en Guadalajara, y lo vi en tres días que estuve en -Madrid cuando la traída de Espartero... ¡Labradores, revolucionarvos, -carandilogios!... Llorad y mamaréis. Mandrias, si yo hubiera nacido -hombre, en vez de nacer lo que soy, a esta hecha ya estaríais, como -aquel que dice, de la otra parte... Yo tengo el genio que ha visto -Boñices en tantos años... Testigos de mi genio fueron mis cuatro -maridos. ¿Sabéis lo que os digo? que vosotros hacéis a los que llaman -capitalistas, y que esos ricos de allende mandan a cualquier Gaitín -de aquende el dinero que les sobra, para que os lo dé a préstamo en -vuestras necesidades, y os cobra un duro de rédito por cada cinco. -¿Habrá judíos? ¿Sabéis lo que os digo? que cuando toméis dinero no lo -devolváis; quedaos con lo que es vuestro. Y cuando venga un tío ladrón -con el aquel de cobranza... cantazo limpio, y aquí tenemos a Cernudas, -que enterrará judíos mejor que entierra cristianos. - -Alabaron todos con festejo y palmas el discurso, que bien podría -llamarse así, de la Recajo, y la Madre con afable reprensión le dijo: - ---Modérate un poco, Celedonia, que no debemos ir tan a prisa en la -enmienda de los males que afligen al mundo. Contra la usura y la -avaricia ya dijeron los Santos Padres más de lo que pudiéramos decir tú -y yo. Recuerdo esta dura sentencia: «Los ricos avaros son ladrones que -asaltan los caminos públicos, despojan a los pasajeros, y convierten -sus casas en cavernas donde ocultan los tesoros de otros.» Si no -estoy equivocada, amigo don Venancio, el que esto dijo fue San Juan -Crisóstomo. - ---Así es, Señora --replicó el cura--, y de San Basilio es este otro -varapalo a los ricachones: «Cuando damos con qué subsistir a los que -están en necesidad, no les damos lo que es nuestro; les damos lo que es -suyo.» - -En esto don Alquiborontifosio, que en aquel ilustrado concurso, ya -convertido en club demagógico, no quería ser menos que los demás, -sabiendo más que todos, limpió el gaznate con ligera tosecilla; sacó -el pecho afuera, soltando los brazos a la libre gesticulación, y con -acento de apóstol más que de dómine, pronunció una corta homilía: - ---Hijos míos, conciudadanos: no porque las diga yo, sino porque las -dijo San Agustín, grabad en vuestra mente estas verdades: «Cualquiera -que posea la tierra es infiel a la ley de Jesucristo...» Esperad un -poco y no metáis ruido. Sigo. Retened también estas otras de San -Ambrosio: «La tierra ha sido dada en común a todos los hombres. -Nadie puede llamarse propietario de lo que le queda después de haber -satisfecho sus necesidades naturales.» - ---Más fuerte estuvo San Gregorio --afirmó el cura disparando este -cañonazo--: «Hombre codicioso, devuelve a tu hermano lo que le has -arrebatado injustamente.» - -Y el sabio _don Quiboro_ prosiguió así: - ---Amados convecinos, hermanos en el martirio de Boñices, oíd estotro -de San Gregorio Nacianceno: «El que pretenda hacerse dueño de todo, -poseerlo por entero, y excluir a sus semejantes de la tercera o de la -cuarta parte, no es un hermano, sino un tirano, un bárbaro cruel, o por -mejor decir, una bestia feroz.» ¿Qué tal? ¿Os vais enterando de que no -debéis pedir lo vuestro, sino tomarlo? Pues a ello, valientes. Si no -os convencieran los Santísimos Padres, acordaos de lo que decía la tía -Rocacha, de Barahona: «En la sopa del judío mete tu cuchara y di: _lo -tuyo es mío_.» - -Llevaba camino el maestro de agotar su archivo de refranes; pero -viendo que las migas empezaban a pasar de la sartén a las bocas, cortó -discretamente su perorata, que si no lo hiciera, corría el peligro de -quedarse _asperges_, porque todos acudían al olor del pan frito con -chorizo, y a ello atendían más que a las divinas y profanas sentencias -sobre lo mío y lo tuyo. Las primicias de la cena fueron para doña -María, a quien Fabiana sirvió en plato aparte, dándole una cuchara de -peltre, que brillaba como de plata. A los demás se les repartieron -cucharas de palo, y cada cual, en ordenado ruedo, iba cogiendo lo -que su necesidad le pedía. Rezagado se quedó el maestro por dejarse -llevar de su flujo oratorio; pero con su autoridad y algunos codazos -cogió puesto y vez, siendo de los más activos en el mete y saca de la -cuchara. - -Asombrábase grandemente Gil de que los constantes y repetidos tientos -de las cucharas veloces no mermaran el contenido de la sartén. Eran -muchos a comer, y sin cesar sucedían los entrantes famélicos a los que -satisfechos salían. Crispulín de Chaorna fue de los más diligentes -para colarse hasta tres veces en el ruedo. Su ceguera no le impedía -encontrar un hueco, ni meter el largo brazo entre apretujados cuerpos -y sacarlo trayéndose colmada la cuchara. Veía Gil que la sartén estuvo -llena mientras hubo manos que acudieran a ella, cual si lo que estas -retiraban lo sustituyese al instante una próvida mano invisible. - -El reparto del vinillo blanco se hizo después con un orden relativo, en -vasos y tazas, que iban de boca en boca comunicando la dulce alegría -a viejos y muchachos. La Recajo, por el fuero de su longevidad, se -atizó dos tomas, absorbiéndolas con dos airosas empinadas del codo -esquelético. Quisieron Cernudas y _don Quiboro_ hacer lo mismo; mas -Fabiana les sometió a régimen de un solo cortadillo. El trovador de -Chaorna tuvo privilegio, por su ceguera, de vaso y medio, y otros se -quedaron en el medio solo, que era el justo régimen de templanza. Gil -bebió un vaso y la mitad del de la Madre (que solo por compromiso, y -por no desairar a la reunión, cató del precioso vino), y a poco de -apurarlo, sintió ganas intensas de dormir. Luchando con el sueño, -discurría vaga y confusamente de lo que había visto. Si el que la -sartén no se agotara del caudal de migas mientras hubo cucharas que -acudieran a ella fue sortilegio indudable, en el sueño que a él le -sobrecogió también se traslucía el arte de encantamiento. Así lo -pensaba viendo que todos se amodorraban, y oyendo los _baladros_ o -ronquidos de la vieja-vieja tendida en todo su largo delante del fogón. -Lo más peregrino fue que hallándose él traspuesto con su cabeza en el -regazo de la Madre, vino Fabiana y le llevó a un cuarto de la casa, -donde lucían dos candiles, y allí encontró su hatillo con la ropa que -había perdido en la fuga de Cíbico tras de su ingrata compañera la -ardilla. Celebró Gil el prodigioso hallazgo, que conceptuaba favor -especial de la bondadosa Madre. Y dormido volvió a sentirse junto a -ella... Y dormido decía: «Soñemos, alma, soñemos.» - - - - -XIX - -Donde se cuenta el terrible encuentro del caballero con un desaforado -gigante, y cómo luchó con él y le dio muerte, con otros sucesos -interesantes. - - -No pudo discernir el turbado caballero su estado cerebral cuando a -media luz se vio detrás de la Madre, en el mismo camino pedregoso que -era salida y entrada del lugar de Boñices. Escoltaban a la Señora, con -lento andar respetuoso, a izquierda y derecha, don Alquiborontifosio -y don Venancio, maestro y cura del triste pueblo. De lo que hablaban, -solo recibía Gil en sus oídos un run-run de sílabas, que el rumor del -viento entremezclaba y esparcía. Llegados los cuatro al punto en que -el terreno se despejaba de cantos rodados y de otras asperezas, doña -María ordenó afablemente a los venerables señores que regresaran a sus -casas, pues cumplida estaba ya la delicada etiqueta del acompañamiento -en parte del camino. Obedecieron, reiterando su adhesión y gratitud, -y Gil oyó que el cura se despedía con un latinajo, y el maestro con -un refrán de su inagotable archivo. Siguieron luego solos la Madre y -su fiel escudero, sin que la conciencia de este lograra determinar -si velaba o dormía. La Señora le dijo que a su manto se agarrara, y -obediente al soberano designio, se sintió navegando en el piélago -de lo maravilloso... Y los cronistas que estas inauditas cosas han -transmitido, aseguran, bajo su honrada palabra, que el caballero y -la Madre recorrieron, en menos tiempo del que se tarda en decirlo, -llanuras yermas y empinados vericuetos inaccesibles a la humana planta. -Para no cansar, dígase que antes de media noche entraban la dama y el -encantado hijo por el portillo de Calatañazor, ya bien conocido en -estos verídicos anales. - -Verdad y mentira, ¿dónde tenéis comienzo y fin? Ello fue que los -veloces andarines pararon ante el propio mesón donde Gil estuvo alojado -con el leal y ahora perdido Bartolo. - ---Está cerrado el portalón --díjole la Señora--. Aguárdate aquí, que -antes de una hora, cuando lleguen la galera y el carro de Torreblascos, -abrirán. Entras; pides posada. En el hatillo que por intercesión divina -recuperaste en Boñices, hallarás ropa mejor y más nueva que la que -perdiste con la burra del buhonero Cíbico. Allí te puse unos puñados -de bellotas, que son dineros siempre que las emplees en obra digna -y honrada, como es la de tu pitanza, y servicio tuyo y de la buena -Cintia. A esta podrás verla tempranito en su santuario, y confío en que -has de encontrarla menos encendida en la pasión de su magisterio. Las -almas inocentes de los niños se han metido en el alma de ella. Procura -tú con arte de enamorado hacer dentro del espíritu de Cintia la debida -separación de afectos... Te encargo mucho, hijo mío, que hagas por -esquivar las enemistades que podrían salirte en esta villa rústica. No -provoques a nadie; disimula, si es menester, tus intenciones; adopta -nombre distinto del que llevas, y trazas y apariencia de persona que -anda en cualquier negocio. Si encuentras a Cintia en disposición -de dejarse raptar, hazlo con sigilo y sin promover violencia ni -ruido, y llévatela bendito de Dios a donde puedas tenerla por algún -tiempo escondida de ojos humanos que no sean los tuyos. Y basta -con estas advertencias, _Asur, Hijo del Victorioso_. Te dejo en la -libre iniciativa y determinación de tus actos. Te concedo, con corta -limitación, el uso de tu albedrío. Tú sabrás determinar el punto en -que la línea de extensión de tu albedrío y mi apoyo maternal pueden -encontrarse... Adiós, hijo. - -Por una calleja conducente a la iglesia parroquial, desapareció -la Señora como sombra que en mayores sombras se desvanece, y tan -desamparado se sintió Gil al verla partir, que a punto estuvo de -echarse a llorar. Cuentan los veraces cronistas que transcurrieron -exactamente veintisiete minutos hasta que se abrió el portalón para -dar paso al carro y galera de Torreblascos. Albergose el caballero -en el humilde hostal, y la noche se le fue minuto tras minuto en un -vertiginoso cavilar sobre el uso que había de hacer de su albedrío. -Aunque los fieles narradores de estas aventuras no lo dicen, se da -por hecho que a la siguiente mañana se vistió y acicaló lo mejor que -pudo, gozoso de ver que la nueva ropa era mejor que la perdida, y que -con ella obtenía una transfiguración favorable. Su aspecto era más -decentito que en el aciago día de su visita inicial a la histórica y -adusta villa. - -Y se da por averiguado que apenas oyó el _che, i, ene: chin_, metiose -el caballero en la escuela, con gran sorpresa y susto de Pascua, y que -la turbación de esta se trocó en alegría jovial apenas hablaron. No -constan pormenores del corto diálogo; pero sí que los vecinos de la -villa vieron a Gil paseando con tranquilo continente por las empinadas -calles, y que fue muy notado su arrogante porte. Desorientados y -disconformes andan los historiadores, así nacionales como extranjeros, -en el relato de lo que pasó en el resto del día. Lo único que aparece -claro es que, comiendo Gil con arrieros y trajinantes, supo que el buen -Cíbico en su veloz carrera había ido a parar a Tardelcuende, donde una -vieja barbuda, echadora de cartas y con pintas de hechicera, le adivinó -el paradero de la ardilla, después de una solemne sesión de cábala y -arrumacos. La fugitiva fue captada por los chicos del _Crudo_; estos -la vendieron a un recuero, el cual por buena moneda la cedió a los -frailes Carmelitas del Burgo de Osma. Hacia el Burgo iba Cíbico a pie, -pues en Tardelcuende reventó la pobre burra por querer imitar en su -carrera al Pegaso mitológico... - -Así lo dice uno de los historiógrafos indígenas, y luego añade que -antes de anochecer bajó el caballero al soto, de donde pasó a las casas -del _Crudo_, y allí estuvo tratando con un ventero agitanado y chalán, -del alquiler de una veloz caballería. Entre las disponibles, escogió -el cuartago menos decorado de mataduras. Tras este importante suceso, -cuentan que Gil se lanzó a las riscosas veredas, ya por su mal bien -conocidas, y que al llegar al término de ellas, cerrada ya la noche, -sintió en su ánimo y en sus nervios la turbación que anunciarle solía -la medrosa emergencia de lo sobrenatural. Andado no había veinte pasos, -cuando vio ante sí disforme bulto, cual si un gran trozo de la montaña -se desgajara y cayera sobre el camino, y deteniéndose a mirarlo con -aterrados ojos, advirtió que el colosal estorbo que le cortaba el paso -superaba en tamaño a una casa de las más grandes, y afectaba la forma y -redondeces corpulentas de un cerdo bien cebado para San Martín. - -Acercose más el caballero, evocando en su alma la energía -correspondiente a su nombre de _Asur, hijo del Victorioso_, y vio que -el ingente animal se ponía en dos pies, y conservando el rostro y jeta -cochiniles, se decoraba con prendas usuales en los seres humanos. -Sobre su cabeza llevaba un sombrerillo blando, ladeado, y en su -carnoso pescuezo, corbata de cuadros rojos y amarillos, prendida con un -alfilerón espléndido. Agitó la espantable visión las patas delanteras, -que resultaban brazos cortos atrozmente ridículos en su vivo accionar. -Y al propio tiempo lanzó el gruñido cerdoso, que atronando los aires -imitaba el habla humana, y así decía: - ---Yo soy Galo Zurdo y Gaitín, secretario de este Ayuntamiento, y como -tal secretario y como novio de Pascua, te digo que si no desfilas -ahora mismo por donde has venido, dormirás esta noche en la cárcel de -acá, y mañana irás a la de Soria conducido por la pareja de la Guardia -civil... Lárgate pronto, farsante, canalla, ladrón... - ---Pues yo soy _Asur_, yo soy _Mutarraf_ --replicó Gil enardecido por -la insolencia de la deforme bestia--, y no temo a los guarros, aunque -sean secretarios del Ayuntamiento, y vengan con facha de gigante de -bambolla. Largo de aquí, mamarracho. Vuélvete al infierno, de donde has -venido. - -Diciéndolo, le atizó con su cayada un fuerte garrotazo en la parte a -que alcanzaba del voluminoso vientre del espantajo, y este se deshizo -al golpe, quedando convertido en un hombre de mediana estatura, -regordete, arqueado de brazos y piernas, cara de media luna, mofletes -gordezuelos con chapas herpéticas. De la visión primitiva conservaba el -sombrerete ladeado, y la corbata y alfiler deslumbrantes. - -Con altanería grotesca y procaz, Galo Zurdo arrojó sobre Gil sus -denuestos chabacanos: - ---Gandul, vete pronto de esta honrada villa... Aquí no consentimos -vagos que vienen a merodear y a llevarse lo que roban. Mira que yo soy -terrible; mira que estás delante del secretario del Ayuntamiento; mira -que yo hago aquí lo que me da la gana, y que si no ahuecas pronto, te -cojo y haré contigo una _hequitombe_. - ---Pues yo --replicó el caballero con entereza-- te digo que, quiéraslo -o no lo quieras, vengo por Cintia, a quien tú llamas _Pascua_, y he de -sacarla de este pueblo, que si te tiene por amo es el más puerco lugar -del mundo. Yo, que no temo a los leones, menos temo a los cochinos, y -vas a verlo ahora mismo si no te retiras a tu cubil, dejándome libre el -campo. - -Con necia presunción trató Galo de acometer al caballero; este le -rechazó vigoroso y pujante; se tambaleó el de la vista baja, y a punto -estuvo de dar en tierra con su crasa humanidad. Al rehacerse, metió -mano al bolsillo de su americana para sacar el revólver... Pero antes -de que pudiera hacer uso del arma, Gil con rápido movimiento le ganó -la acción... y entre el esgrimir de la navaja y el clavársela en el -pecho, no medió el espacio de un pensamiento. Cayó Galo Zurdo sobre -un peñasco, al borde de las vertientes que en aquel punto descienden -casi cortadas a pico. Gil no se detuvo a examinar el rostro de su rival -vencido, y cogiéndolo de las patas, lo empinó sobre el precipicio y -abajo fue rodando como pelota... Al rumor del rebote se mezcló un -gruñido sordo, postrer aliento del ensoberbecido secretario y elegante -lugareño. - -Contempló Gil un rato la tenebrosa hondura, y no pudo apreciar hacia -qué parte de la vertiente había quedado el cuerpo de su víctima, -entre malezas y rocas. Su condición generosa le sugirió el impulso -de bajar a reconocer a Galo y cerciorarse de su muerte; pero aquel -impulso fue contenido por otro de reflexión egoísta, y se dijo: «Bien -muerto está. Bien vale mi Cintia la vida de un imbécil. He despachado -a un Gaitín. Si la justicia me persigue, el pueblo me lo agradecerá. -Cintia me pertenece, y ese miserable quería quitármela. Cuando no -nos dan lo nuestro, debemos tomarlo, y caiga el que caiga. Así lo -han dicho San Basilio, San Agustín, San Gregorio Nacianceno y San -Alquiborontifosio...» - -Paseose tranquilamente un rato entre el humilladero y el portillo, y a -la media hora de febril ambulación vio salir a Cintia con el envoltorio -de su ropa. Venía la gentil mujer medrosa y risueña, estado de espíritu -que denotaba cierta tranquilidad en el paso arriesgado de su fuga. -Diéronse las manos, y sin detenerse, conforme caminaban hacia las -veredas descendentes, Pascuala dijo a su amado: - ---He tenido la suerte de que mis niños no me sigan esta noche. Cuando -estaba disponiéndome para escabullirme, guardando el mayor silencio, se -me aparecieron y me rodearon... Sus vocecitas zumbaban y aún zumban en -mis oídos. Uno me coge por aquí, otro me coge por allá. Yo les decía: -«Dejadme, ángeles míos. Volveré con vosotros.» Pero nada; no había -medio de zafarme de ellos. Ya tu Pascuala se veía, como la otra noche, -imposibilitada de salir, cuando de pronto recostáronse todos en el -suelo y se quedaron dormiditos. ¡Qué cosa más rara! ¡Qué dicha para -mí! En fin, aquí me tienes. Dime ahora tú: ¿diste a los niños algún -bebedizo para que se durmieran? - ---Yo no les di nada, Cintia --replicó el caballero apresurando el -paso--. Ello habrá sido arbitrio de nuestra Madre, o de alguna -divinidad, de algún genio desconocido que nos protege. - ---¿Y al bestia de Galo Zurdo, le has visto por aquí? Me dijeron que -en el pueblo te seguía los pasos, y que al salir de su casa cogió el -revólver. - ---Le he visto, sí, y hemos echado un párrafo. El revólver no le ha -valido. - ---¿Le has visto... aquí? ¡Qué miedo! Cuéntame. ¿Qué te dijo? ¿Qué -hablasteis? ¿Se insolentó contigo? Más miedo me da su cobardía que tu -valor. - ---Tuvimos unas palabras --replicó Gil, queriendo esquivar el asunto--. -Venía con mala idea, fachendoso y ruin. Pero yo le aplaqué pronto el -chillido, y salió de estampía por ahí abajo, gruñendo y hozando la -tierra. - ---Si anda por estos vericuetos --dijo Cintia temerosa--, podrá vernos, -podrá seguirnos... - -La réplica de Gil fue muy expresiva: - ---No te cuides de ese animal, amada mía, que a estas horas debe de -estar a la vera de San Antonio Abad. Cuídate de pisar en firme, para -que no resbales en este desriscadero. Agárrate bien a mí, y vamos -a prisita, hasta perder de vista a ese maldito pueblo. Guardemos -silencio, que bien podrá ser que las peñas oigan. Cuando estemos en -salvo olvidarás tus martirios, y yo la estampa cerdosa de Zurdo Gaitín. - -A la calladita, dándose sostén y apoyo mutuamente, llegaron al soto, -y de allí, con andar cauteloso por los desniveles del suelo y la -oscuridad de la noche, siguieron hasta las casas del _Crudo_, donde les -aguardaba el fogoso corcel alquilado por Gil. Fue una risa el acto de -acomodarse los dos sobre la cansada bestia, que si muy honrada debía -creerse con la carga de tan ilustres personas, no parecía contenta del -grave peso de ellas, con la añadidura del hatillo y envoltorio que -contenían la ropa. Iba Gil en la silla y Cintia en la grupa, ciñendo -con sus brazos la cintura del caballero. Mostrábase satisfecho el -chalán alquilador, y encomiaba con donosas hipérboles la fortaleza y -agilidad del rocín. Pronto se vio que este no carecía de nobleza, y -que en cierto modo se vanagloriaba de cumplir dignamente la romántica -misión que su destino le impuso. Salió por el camino adelante con un -trotecillo cochinero que auguraba una dichosa jornada. Los amantes -fugitivos celebraban la honradez y valentía del caballejo, y con -graciosos encarecimientos le inducían a sostener el paso. - -En este punto, se ve precisado el narrador a cortar bruscamente su -relato verídico, por habérsele secado de improviso el histórico -manantial. Desdicha grande fue que faltaran, arrancadas de cuajo, tres -hojas del precioso códice de Osma, en que ignorado cronista escribió -esta parte de las andanzas del encantado caballero. En dichas tres -hojas se consignaban, sin duda, los pormenores de la fuga; si el penco -sostuvo en todo el viaje sus hípicos arrestos; si los amantes hicieron -alto en algún hostal o caserío, para dar reposo a sus molidos cuerpos -y a sus inquietas almas. Falta también noticia de lo que hicieron al -siguiente día, y del vehículo que tomaron, pues el alquiler de la -cabalgadura terminaba en Tardelcuende. Queda, pues, desvanecida en la -sombra de las probabilidades y conjeturas una parte muy interesante del -rapto y escapatoria de Cintia. Mas no queriendo el narrador incluir -en esta historia hechos problemáticos o imaginativos, se abstiene de -llenar el vacío con el fárrago de la invención, y recoge la hebra -narrativa que aparece en la primera hoja, subsiguiente a las tres -arrancadas por mano bárbara o gazmoña. - -Resurgen de nuevo los amantes aposentados en un humilde mesón -de Barahona, lugar famoso por fechorías de brujas y jugarretas -de diablillos desocupados; y allí fueron sorprendidos por un -extraordinario suceso, que no debemos atribuir a brujerías, sino a un -feliz designio de la Providencia. Hallábase Cintia en el mal empedrado -patio, lavándose la cara en un barreño, y a su lado el caballero Tarsis -liando un cigarrillo, cuando de un cuartucho próximo vieron salir al -ingenioso, al imponderable Cíbico. ¡Oh felicidad, tanto más intensa -cuanto menos esperada! Uniéronse los tres en estrecho abrazo, y al -instante saltaron de boca en boca las preguntas, las indagatorias, el -contar cada uno sus cuitas y calvarios. Lo primero fue dar Gil noticia -del próspero suceso de la fuga de Cintia, y luego soltó Bartolito, con -atropellado lenguaje, el relato de su odisea en busca de la ardilla. - ---No podéis imaginar, queridos amigos, lo que he sufrido, ¡ay! Ya veis -mi rostro demacrado... estas ojeras de romántico, y estos granos y -sarpullido que son la muestra de la irritación que llevo dentro. - ---De veras podría creerse que has salido de una grave enfermedad, o -que te has echado encima diez años más de vida... No debías tomarlo -tan a pechos, que ardillas mil hay en el mundo, para que ocupen en tu -hombro y en tu corazón el lugar de la que perdiste... Por cierto que -unos arrieros con quienes comí en Calatañazor, hace días, me dijeron -que tu paniquesa fue cogida por los chicos del _Crudo_, los cuales la -vendieron a un trajinero, y este a los frailes carmelitas del Burgo de -Osma. - -Confirmó Cíbico esta referencia, después de contar con prolijos -detalles su veloz tránsito de pueblo en pueblo, sus afanes y angustias, -la reventazón y fallecimiento de la honrada pollina que se identificó -con el duelo de su amo, y luego añadió lo que fielmente se copia del ya -citado manuscrito: - ---En cuanto supe que los Carmelitas eran dueños de mi tesoro, me fui -allá. Conozco al Prior, que es un frailón lucido, un elefante con -cerquillo, envuelto en veinte varas de paño canelo y en otras veinte de -franela blanca; buen tenedor, buen vaso en mesas regaladas; hombre, en -fin, ejemplar y perfecto... por la otra punta del ascetismo. Conozco -además a dos leguitos de aquel convento, buenos chicos, modositos, -serviciales. Por ellos supe que mi _niña_ estuvo allí un día muy mimada -de los buenos Padres; pero el Prior dispuso de ella con idea de hacer -un regalo al Provincial del Carmelo, a la sazón de visita en la santa -casa. Sabido esto, me presenté al Prior, que en la celda me recibió muy -complacido de mi visita; me compró algunas manos de estampas y tres -docenas de medallas; obsequiome con una copita de lo añejo y bizcochos, -y tocante al achaque de mi paniquesa, díjome riendo que al Provincial -le había caído muy en gracia la _niña_... Total, que el buen Prior no -tuvo más remedio que ofrecérsela... Total, y van dos: que el maldito -Provincial admitió, frotándose las manos de gusto. Distingue y protege -a las Carmelitas de Almazán, y en mi ardilla vio la más preciada -fineza para obsequiarlas. Me planté en Almazán; supe que las monjitas -están muy regocijadas con la ofrenda, y que la miman y agasajan... Me -presenté en el locutorio... Nada, hijos, que no la dan ni por todo el -oro que pesa... y al decírmelo me insultaron... ¡Mal rayo con ellas!... -Aquí tenéis un caso nuevo de esa peste que llaman Clericalismo. ¿No -estáis oyendo todos los días que los frailones o seglares afrailados -huronean en las familias, para olfatear y cazar doncellas ricas, y -llevárselas al noviciado y profesión en este o el otro monasterio? Pues -lo mismo han hecho conmigo ese marrajo del Prior y el zorrocloco del -Provincial. - -Rieron y se holgaron los amantes del desatinado parangón que hizo -Bartolo, el cual se mantuvo en sus trece: - ---No es para reírse, Pascuala; no es cosa de chanza, Gil. He dicho -Clericalismo y no me vuelvo atrás. La preciosa y juguetona ardilla -que por largo tiempo fue el alivio de mi soledad, pertenece al sexo -femenino, como sabes; es una hembrita honesta, que no ha conocido -varón, y bien puedo asegurarlo, porque la tengo desde chiquitita; -la recogí del regazo de su mamá en Egea de los Caballeros; la he -criado, dándole buena educación, y enseñándole los mejores modos. -Aunque traviesa y correntona de su natural, sabe lo que es respeto y -obediencia a los superiores. Me quiere a mí tanto como la quiero yo -a ella. De mí se escapó por un susto, y si ahora me viera, hacia mí -vendría con brinco alegre, dejando con un palmo de narices a todas las -monjas y Priores y Provinciales de la cristiandad. - -Enlazando bromas con veras, Cintia y el que pasaba por su marido -trataron de arrancar de la mente de Bartolo la maniática idea que le -atormentaba. Mas tal arraigo tenían en el ánimo del buhonero el amor -del animalito y el coraje de verlo en ajenas manos, que prefería el -dolor al consuelo. Aquel hombre bondadoso y manso hallábase en tremenda -crisis moral. Su corazón era un volcán de odio contra las Carmelitas -de Almazán, que le habían despedido del locutorio con menosprecio y -burlas, como si fuese a pedir la libertad de una señorita enclaustrada -por fuerza. Comiendo aquel día con Gil y Pascuala, su irritación era -tal, que los amigos oyeron asombrados estos increíbles despropósitos. - ---En mí tenéis una de las víctimas más desdichadas del Clericalismo. -No hay que tomarlo a risa... Me han quitado el único ser que con sus -gracias endulzaba mi vida. Lo reclamé, y aquellas descastadas mujeres -me mandaron a escardar cebollinos, me llamaron hereje, desvergonzado, -alca... _etcétera_, correveidile de pecados indecentes... Pues me la -pagarán... vaya si me la pagarán... Tengo una idea... una idea. Para -realizarla cuento con unos amigos que llegarán de un momento a otro... - ---¿Qué discurres, qué proyectas? - ---Pues nada: pegar fuego al convento de Carmelitas de Almazán. - -Tan tenazmente aferrado estuvo toda la tarde a la bárbara idea de -quemar el convento, que Gil y Pascuala temieron por las facultades -mentales del pobre Cíbico. Los amigos que este esperaba presumiendo que -serían sus colaboradores en aquel intento, eran un arriero apodado _el -Pocho_, famoso en diabluras de contrabando, y dos trajineros, llamados -Tomás y Filiberto, hombres los tres de poder y travesura, que lo mismo -servían para un fregado que para un barrido, y habían ilustrado sus -nombres en la _facción_ y en campañas electorales de baja estrategia. -Llegaron al anochecer en dos carromatos que venían de Soria para -Atienza. Pero el Destino, que dispone con salvaje independencia del -proponer del hombre, quebrando y torciendo las líneas de la historia, -trajo a Barahona, con _el Pocho_ y con Tomás y Filiberto, nuevas muy -desagradables, que trastornaron los pensamientos de Cíbico, y más aún -los de los amantes fugitivos, como verá el que leyere. - - - - -XX - -De cómo pasaron el caballero y sus amigos de la esclavitud de los -Gaitines a la no menos insolente y dura de los Gaitones. - - -A escondidas de Gil y Pascuala, contaron a Cíbico los trajinantes -que descubierto en el despeñadero de Calatañazor el cadáver del -secretario del Ayuntamiento, y desaparecida la maestra de la casa de -sus tíos, recayeron las sospechas de ambos delitos, homicidio y rapto, -en la persona de aquel mozo, que unos llamaban Gil, otros _Florencio -Cipión_, jornalero en las minas de Numancia. En Calatañazor había gran -escándalo, y los Gaitines de Soria echaban lumbre, abrasados de ira y -furor de venganza. Ya se habían dado órdenes a la Guardia Civil para la -busca y captura del criminal, que por todas las trazas no era otro que -el tal _Cipión_, a quien tenían pared por medio en aquel instante. - -Agregó riendo _el Pocho_ que perdonaba de todo corazón al matador, -y aun le concedía plenas indulgencias, _considerando_, como dice la -curia, que mejor estaba Galo Zurdo en el otro mundo que en este; y los -tres declararon que con alma y vida estaban dispuestos a ocultar a -_Cipión_, para que los civiles y la justicia no pusieran mano en él. -Una circunstancia favorable al delincuente hubieron de señalar, y era -el lugar donde a la sazón se hallaba, porque la Benemérita, siguiendo -una falsa pista, buscábale por el camino del Burgo de Osma, San Esteban -de Gormaz y Aranda. Debían, pues, llevársele a la villa de Atienza, -que de allí bien podría escabullirse a izquierda o derecha requiriendo -veredas solitarias y serranías casi desiertas. - -Aterrado quedó Cíbico ante tal notición, y lo primero que hizo fue -desahogar su pena con grandes suspiros y exclamaciones lastimosas. -En breve consejo que los cuatro celebraron, se acordó proponer a -Gil y a la dama robada que aquella misma noche partiesen con ellos, -acomodándose en uno de los carromatos. Véase por dónde la Providencia -o la Fatalidad desviaron al enrabiscado Bartolito del audaz propósito -de pegar fuego al convento de Carmelitas de Almazán. Dispuesto a partir -para esta villa, hallábase el hombre en Barahona; mas el generoso -anhelo de librar a su amigo de las garras de la justicia, le indujo a -seguir la dirección contraria. Mucho habrían de agradecer las buenas -religiosas que el gran Cíbico cambiara de ruta, si de ello tuvieran -noticia. Todos iban ganando: las monjas se libraban de la chamusquina, -y al buhonero se le apagó el rencor que inflamaba su pecho. - -Ante la gravedad del caso, se determinó el buen Bartolo a comunicar -a los descuidados amantes lo que sabía. No se inmutó mayormente el -caballero, que ya presumía o barruntaba la repercusión de la tragedia. -En el bello rostro de Pascuala se notó el ahinco de mostrar entereza; -mas la pavura y aflicción le salieron pronto a los ojos y boca. -Resignados al fin los dos con la suerte que el cielo y los hombres -les depararan, entregáronse sin reserva al amigo y a los carreteros -para que les condujesen a la más probable salvación. Media noche era -por filo cuando partieron de Barahona. Los amantes iban solos en uno -de los carros, recostaditos en sacas de lana, y abrigados con mantas -espesas; pero esta relativa comodidad no les dio el blando sueño, -porque les desvelaba el ardiente cavilar, midiendo y pesando los -riesgos que corrían. Hicieron febril examen de los diferentes medios de -ocultación, y se entretenían en inventar y proponerse los disfraces más -estrambóticos. - -Al amanecer, parados los vehículos al subir del puerto, Cíbico pasó de -su carro al de los amantes para platicar con ellos y sugerirles una o -más ideas de escondite seguro. Hablando después de cosas pretéritas y -de personas ya perdidas de vista, aunque no borradas de la imaginación, -dijo el encantado _Asur, Hijo del Victorioso_, que si hubieran seguido -la falsa pista, y en ella les encontrara el guardia Regino, este les -habría dejado escapar. Era un amigo de acendrada nobleza, caballero a -carta cabal. A esto replicó Cíbico: - ---Nuestro buen Regino no está ya en la Comandancia de Soria. Le han -trasladado a... deja que me acuerde... No sé si es a Sigüenza, Jadraque -o Cogolludo. Sería buena sombra para ti que toparas con él, y mejor -aún que antes le viera yo para prevenirle. Si esto pudiera ser, a -ti vendría yo con un lindo soplo, diciéndote: «Gil, no vayas por -este camino, sino por _quillotro_.» O bien: «Gil, vístete de fraile -francisco, y Pascuala de lego; ensuciaos caras y manos, y echaos al -camino pidiendo limosna, sin miedo a la pareja. Para esto habías de -llevar holgadas alforjas, y Pascualita un santirulico metido en su -urna»... Y en resolución, amigos, confiemos en Dios Todopoderoso y en -su divina Madre. - -En la Madre suya, que también era divina, confiaba el caballero con -arraigada fe, y tenía por indudable que viniese a socorrerles cuando -estuvieran en las apreturas y conflictos más graves. Siguieron adelante -con marcha perezosa, por causa del tiempo de agua que les fastidió -a poco de salir de Barahona. Encharcado el camino, las pobres mulas -tiraban a desgana; los trajineros, encapuchados con sacos del revés, -bajaban a estimular con palos a las pacientes bestias; cada bache -producía detención y una bárbara escena de castigos, imprecaciones -y ofensas a Dios y a la humanidad, envileciendo y ensuciando las -cosas más santas. Solo los dos perros iban tranquilos, guarecidos -de la lluvia debajo de los carros. Los amantes no se dolían del mal -tiempo, pues era muy de su gusto no ver alma viviente a lo largo de la -carretera. En un alto que hicieron descendiendo hacia Paredes, subió -Cíbico por segunda vez al atascado carro de los amantes, y partiendo -con ellos desayuno de pan y cecina, les animó con risueños planes. - ---Ya que estoy aquí --les dijo--, seguiré hasta mi pueblo, que es -Taravilla, en término de Molina de Aragón; y si queréis llegaros allá -conmigo, desde ahora os garantizo tanta seguridad como tendríais si -os subiérais al mismo cielo. Ya os he dicho antes que os conviene -casaros por la ley de Dios, que así os hallaréis santificados, y mejor -dispuestos para que la justicia se ponga tierna con vosotros. Haced -caso de mí. No está bien que sigáis amontonados según eso que llaman -_librepienso_, porque casaditos no podrá decir nada contra vosotros el -malvado Clericalismo... Sed, pues, un poquitín hipócritas; poneos en -el tono de los más, y aparentad religión, que si la lleváis en la voz -y el gesto, ya tenéis medio camino andado para que la opinión os crea -inocentes. A propósito de religión, sabed que el cura de Taravilla es -mi tío, don Librado Cíbico, santo varón que os casará en dos palotadas -en cuanto yo le hable de ello. Me diréis que os faltan los papeles, y -os contesto que cuanto papelorio necesitéis os lo facilitará otro de -mis tíos, don León Conejo, cartulario en Molina de Aragón, el cual es -un águila en escritura moderna y antigua, y lo mismo imita la letra -gótica que la Iturzaeta o la bastardilla, rasgos para arriba, rasgos -para abajo; y documento que sale de sus dedos es tan de fe como los -que escribieron los cuatro Evangelistas. Tened por seguro que los -papeles de ambos contrayentes los apañará tan en regla como si fueran -los propios, sin que nadie pueda poner la menor tacha en los sellos, -rúbricas y demás requilorios. - -Convencidos quedaron los amantes, y tal era el efecto de la suelta -labia del buhonero, que ya se veían refugiados en Taravilla esperando a -que les arreglaran el casorio don Librado Cíbico y don León Conejo... -Por el mal estado del camino y la insistente lluvia, tardaron los -carromatos dos largos días en llegar a la ilustre villa de Atienza, -ceñida de doble muro y guardada por uno de los más altaneros castillos -que han sobrevivido a la época feudal. En una venta situada al pie del -cerro en que se alza el castillo, pararon los trajineros para tomar la -mañana, y allí se discutió si sería o no conveniente que los fugitivos -entraran en la villa, oprimida, como las más de España, por autoridades -metijonas y cargantes, por clérigos fastidiosos y acusones, y señores -rígidos que en todo metían las narices olfateando la inmoralidad. Estas -advertencias hizo el Pocho en bárbaro lenguaje, y Filiberto trató de -desvirtuarlas, asegurando que el vecindario y autoridades de Atienza -eran buenos, generosos y hospitalarios. La opinión de Tomás fue que -no mandando en aquella comarca los Gaitines, sino los Gaitones, no -había nada que temer. Aunque el Gaitón de Atienza y sus hijos eran de -la peor ralea del mundo, bastaba que aquellos fugitivos vinieran de -tierra gaitinesca para que se cuidaran de protegerlos antes que de -perseguirlos. - -Oídos los distintos pareceres, determinó Cíbico que Gil y Pascuala -quedaran en la venta, y él con ellos para prevenir cualquier incidencia -desagradable. Además, había que hacer frente a una nueva dificultad. -Los tres amigos trajineros tenían que volverse a Soria. Era forzoso -estudiar y poner en práctica otro medio de locomoción, para llevar más -lejos a los perseguidos de la justicia. Instalose, pues, Bartolo con -estos en un camaranchón alto de la venta, para descansar, reponer -fuerzas, y ocuparse en discurrir los cantos inéditos de aquella odisea. - -Con algunas dádivas y expresivos requerimientos que llegaban al -corazón, ganó Bartolo la voluntad de los venteros, quedando así -garantizado el escondite hasta emprender nuevamente la marcha. Pero -la tranquilidad en que se hallaban los fugitivos fue turbada al -siguiente día por las noticias alarmantes traídas de Atienza por -los carromateros. En la villa corría un rumorcillo del crimen de -Calatañazor, del cual hablaban ya con misterio, apuntando también a -Cíbico, como encubridor, los papeles de Soria. No le nombraban; pero -bien claras eran las señas y la pintura del tipo, con los rasgos -indubitables del comercio ambulante y la pérdida de la ardilla. -Opinaban, pues, _el Pocho_ y compañeros que los sospechosos debían -tomar soleta sin demora, internándose en los montes de Sierra Pela. Con -estos graves avisos de la realidad, se turbó el ánimo del buhonero; -mas recobrando pronto su buen temple, supo ponerse, como dicen los -políticos, _a la altura de las circunstancias_, y con el dedo en la -frente, los ojos medio cerrados, largó esta soflama de general en jefe -en día de batalla: - ---La cuestión se complica. Procuremos conservar nuestra sangre fría, -y ante las arrogancias del enemigo saquemos del magín todas las -matemáticas pardas que poseemos. Visto que mi objeto es refugiarnos -en Taravilla, donde tendremos para el ocultamiento, casorio y demás -a mi tío don Librado y a don León Conejo; visto que aquí no podemos -seguir, nos escabulliremos de noche hacia Riofrío, y por atajos -seguiremos hasta plantarnos en Alcolea del Pinar. De allí a Molina, -todo el territorio es mío, pues en Selas y Maranchón hasta las piedras -me tutean, y los ciegos me ven y los mudos me oyen... Conque, amigos, -dad memorias a los Borjabades de Soria, que a mi parecer esos son los -causantes de que yo me vea complicado en este negocio. El avestruz de -don Saturio me tiene tirria porque yo me llevo las simpatías de todo -el mundo, y a él nadie le puede ver. Que siga buscando las minas de -plata, y que las encuentre de porquería. Y despídase para siempre de -este filón de Pascualita, que es para mi amigo Gil. Rabiad, Gaitines; -tragad quina, Borjabades. A estos desventurados novios me los llevo -a Taravilla, y allí los caso, y seré padrino de la boda y de lo que -venga después. Conque, amigos _Pocho_, Tomás y Filiberto, buen viaje, -y si os preguntan por nosotros, decid que nos ha tragado la tierra... -Cuando paséis por Almazán, echad a las Carmelitas de parte mía -todas las maldiciones que se os ocurran, con la mar de ajos y otras -desvergüenzas; y si podéis meterles por las rejas una tea encendida, -prestaréis un servicio a la patria y a vuestro seguro servidor... - -Un día más dejó pasar el astuto capitán de la expedición para mayor -descanso de Pascualita, y en espera de mejor tiempo. Por fin, ajustados -y dispuestos tres borricos de buen pelaje, propiedad de un recuero -de Sigüenza, partieron en noche fría y serena a tomar las angosturas -de Riofrío, faldeando el monte llamado Padrastro de Atienza. Nada -digno de contarse les ocurrió en esta travesía. Llegaron felizmente -a Huérmeces a la tarde siguiente; descansaron allí algunas horas, y -con ocho más de recorrido avistaron la ilustre y episcopal ciudad de -Sigüenza. Guardose bien el prudente Bartolo de penetrar en ella, y -pasando el Henares por un kilómetro más arriba, rodearon hasta parar en -una venta situada en la carretera de Alcolea del Pinar. - -Era el ventero amigo y algo pariente de los Cíbicos de Taravilla, y -enterado del asunto quiso mostrar a los fugitivos su generosa simpatía, -proporcionándoles un carro para seguir hasta Selas. En el carro -pusieron media carga de ladrillos, y encima unas piezas de estameña -y saquerío para que se acomodara la señora; los dos hombres irían -a pie, cambiando su ropa por las prendas usuales del país. En los -preparativos de esta combinación se les fue todo un día y parte de la -noche. Salieron al fin hacia Barbatona, confiados y contentos... Pero -¡ay! al amanecer, cuando se aproximaban a este lugar, se les apagó -súbita y desgraciadamente la buena estrella que en su fuga les guiaba, -y quedáronse a oscuras en pleno día. Día fue en verdad funesto, de -los que han de marcarse con piedra negra... Al salir de una revuelta, -vieron venir la pareja de la Guardia Civil. No les valió hacerse los -indiferentes, con idea de pasar de largo sin más que un ligero saludo. -Pronto vieron que los guardias venían al bulto... pronto reconocieron -en uno de ellos al bondadoso Regino. - -Al compañero de este le desconocían los fugitivos: era proceroso, -bigotudo, de rostro cetrino y fosco. Dioles el alto y les pidió los -nombres. Vacilaron un momento los dos caminantes, y mirando a Regino, -parecían solicitar su benevolencia. El guardia feo sacó el papel en -que llevaba las señas de _Florencio Cipión_, presunto autor de un -homicidio. Regino le dijo: - ---No te canses, Juan. Les conozco, y ni este ni los demás pueden -ocultar sus nombres. La dama irá en el carro. Ya la veo: es ella. - ---No queremos mentir, Regino --dijo el caballero con gallarda -sinceridad--. Somos Cintia y yo que vamos huyendo de la justicia. No -nos maltrates, y cumple con tu deber. - ---Amigos míos son --dijo Regino al otro guardia--, y me duele verme -en el caso de detenerlos. Pero la ley es ley. Conozco a _Cipión_... -_Cipión_ amigo, te tuve por caballero... Yo no te acuso; yo no hago más -que prenderte, porque eso nos han mandado. Si eres inocente, como creo, -tú sabrás demostrarlo... Y en cuanto a ti, buen _Corre-corre_, no sé -qué pensar. - ---A mí me cogéis por encubridor --declaró Bartolo con cierta arrogancia -caballeresca--. Yo protejo a los fieles amantes y doy mi amparo a los -desvalidos. Ya sabéis aquello de _Bienaventurados los que padecen -persecución por la justicia_... - ---Ea, poca conversación --dijo el guardia de la cara fosca--. Con -usted, paisano, y con la señora del carro, no va nada. A ninguno de los -dos se menta en este papel. Y ahora vuelvan grupas, y a Sigüenza los -tres, si no quieren dejar solo al _Cipión_. - ---Yo voy con mis amigos hasta los confines del mundo si es menester ---dijo Cíbico iniciando la contramarcha. - -Al dar los primeros pasos, Regino se acercó al carro, y viendo a -Pascuala hecha un mar de lágrimas, la consoló con estas blandas razones: - ---No llore usted, señora. Es cosa triste, sí, que tenga usted que -separarse de _Florencio_; pero... calculo yo que será cuestión de pocos -días... En todo caso, le garantizo que estará usted en lugar seguro y -decoroso, tan bien atendida como en su propia casa. Y si, como pienso, -_Florencio_ resulta inocente, se reunirá con usted para continuar su -camino hacia la felicidad, que pocos alcanzaron en este mundo... ¡Quién -sabe si este contratiempo será para mayor dicha de ustedes! Yo así lo -deseo... Vaya, vaya... tanto llorar le retuerce a uno el corazón. - -Insensible a estos candorosos emolientes, Pascualita no atajaba la -corriente acerba de sus lágrimas, ni su congoja le permitía pronunciar -palabra alguna. En tanto, Gil marchaba taciturno entre Cíbico y el otro -guardia, y su ceño adusto y su mirar al suelo indicaban el paso interno -de una lúgubre procesión de despecho y coraje. Volvió Regino a su -puesto junto al criminal, para llevarle en medio, y también traía entre -ceja y ceja y en su grave mutismo indicios de otra solemne procesión, -acaso conflicto anímico entre los deberes y la amistad. Y cuando Regino -abandonó el papel de consolador junto al carro, que iba detrás, fue a -desempeñarlo Cíbico, tratando de atenuar el dolor de la maestra con -estas rebuscadas expresiones: - ---Si se llevan a Gil, y ello será por pocos días, ya sabe, Pascualita, -que en mí tendrá un padre... Y si quiere que vayamos tras de Gil a -Soria, por mí no hay inconveniente... Buenas relaciones tengo en toda -la tierra de los Gaitines, y algo podré hacer para que la causa vaya -por buen camino. Don Eleuterio y don Sabas Gaitín no me dejarán mal, si -les digo yo al oído dos palabritas, y el mismo Prior de los Carmelitas -de El Burgo no me dejará feo si le pido su intercesión. Yo le perdono -lo de la ardilla, si él saca el pecho fuera por salvar a un inocente. -Ánimo, bella señorita... y no lloréis tanto, que se os empaña la -hermosura. - -Sin ningún incidente que alterara la tristeza de lo que se ha referido, -llegaron a Sigüenza, lo que fue mayor duelo de Cintia, porque apenas -entraron en las calles costaneras y empedradas por los demonios, la -caravana fue rodeada de gente curiosa, en su mayor parte chiquillos y -mujeres, que con preferencia se agolpaban a los lados del carro para -contemplar a la dama dolorida, en quien algunos vieron una princesa -cautiva. Con séquito tan azorante llegaron a la Plaza Mayor, donde está -el Ayuntamiento y en él la cárcel. De la otra parte se alza el hastial -derecho de la hermosa basílica seguntina. Porches desiguales rodean la -plaza; retorcidos hierros oxidados soportan el balconaje de las casas -vetustas. La llovizna y el brumoso cielo ennegrecían el ya triste -escenario. Al pasar el carro junto al Ayuntamiento, formose un gran -ruedo de mirones impertinentes en torno a la caravana. Regino llegose a -Gil, y un tanto turbado le dijo: - ---Tú solo entras en la cárcel; la señora y Cíbico quedan fuera, pues -aún no se nos ha ordenado detenerlos. Yo te aseguro que debes estar -tranquilo por lo tocante a Pascualita, pues la albergaré en mi propia -casa, donde será tratada con todo el miramiento que merece. - -Montó en cólera el caballero al oír esto, y no pudo contenerse: - ---Ya veo la infamia, ya veo tu deslealtad conmigo. Por caballero te -tuve; pero ya entiendo lo que puedo esperar de tu amistad. Mi mujer no -se separará de mí; mi mujer no puede ir a tu casa, porque no debe ser -así, porque no quiero yo, Regino... no quiero, no quiero. - ---Párate un poco, y reflexiona --replicó el guardia, pálido, con -temblor de la mandíbula--. En Numancia te dije que aquí nací yo, que -aquí vive mi madre, señora de cuya respetabilidad pueden darte noticia -muchas personas de las que aquí están. Mi madre es hermana del Rector -del Colegio de San Antonio, y con él mora. Es vivienda por demás -honrada y decorosa... No dudes de mí, que fui tu amigo y sé portarme -como tal y como caballero. - -No se dio Gil a partido; antes bien, poseído de furor, trató de -desasirse de los que le sujetaban, y con modos tan violentos se -sacudía, que el guardia fosco ordenó que le amarraran. - ---No te creo, Regino; eres un villano --gritaba--; eres un hipócrita: -ahora me quitas a la que con artes de mala ley quisiste hacer tuya... -¡Suéltenme! Regino, por la fuerza me vencerás... pero yo me vengaré de -ti, yo... - -No pudo decir más, o no se oyó lo que en rencorosos borbotones salía de -su boca. - -En esto se adelantó un hombre, un señor de buena estampa, con barba -negra, el cual por su actitud y manera de producirse tenía sin duda -predicamento y autoridad en la ciudad. Era don Ramiro Gaitón, y sus -palabras fueron de las que no admiten réplica: - ---Ea, metedle adentro, cacheadle y ponedle grillos si fuese menester, -que este, por las trazas, es bandido de cuidado. Pronto, adentro con él. - -Y luego se fue a ver a la del carro, que de la fuerza de su congoja y -del bochorno de verse entre tal gentío, había perdido el conocimiento. -Mirola el Gaitón con ojos ávidos de conocedor y catador de bellezas, y -risueño dijo así: - ---¡Bonita mujer! No caen estas brevas todos los días. Llévatela, -Regino; guárdala en tu casa. - - - - -XXI - -Donde se verá cómo principió el espantoso vía-crucis y horrendo -calvario del caballero sin ventura. - - -Mientras el don Ramiro (que por ser Gaitón merecerá toda la antipatía -de los que esto lean) creíase obligado, por deber y por derecho, -a prestar auxilio a la hermosa señora del carro, y disponía que -conducida fuese a la botica (regentada por otro Gaitón) para que se -le administrara una bebida antiespasmódica, Gil era empujado con -violencia y grosería hacia el interior del feo edificio. Hallose dentro -de un local que recibía la luz de enrejada ventana estrecha, y con -abandono de animal rendido de cansancio se arrojó al suelo, que en -algunos sitios tenía montones de paja donde duraba el hueco de otros -presos allí albergados anteriormente. Su desesperación no le dejaba -espacio para considerar las consecuencias de su infortunio ni los -medios de conjurarlo. A poco de humillarse sobre la paja, cayó en un -sopor febril, que le daba la sensación lúgubre de un descenso a los -profundos abismos, donde le maltrataban y escarnecían diablos crueles -y harpías desvergonzadas... La noche le encontró en el propio estado -de somnolencia, con intervalos de estupidez o embrutecimiento, en los -cuales percibía los ásperos ronquidos de otro infeliz que no lejos de -él mataba las horas. - -Hallábase ya el caballero más despabilado de su negra modorra, cuando -hirió sus oídos la voz del compañero de encierro, el cual en tono -familiar así decía: - ---Buen amigo, pues la mala suerte nos ha traído a estar juntos en esta -mazmorra indecente, hablemos y contémonos nuestras miserias, que yo soy -de los que, a falta de pan y de alegría, se alimentan con el sueño a -ratos, y a ratos con la buena conversación. - -La réplica de Gil fue tan solo de monosílabos perezosos, y el otro, -incorporado en su lecho de pajas, prosiguió así: - ---Como yo voy siempre a cara descubierta, sin ocultar mi nombre ni -renegar de mí mismo, le diré que me llamo Tiburcio de Santa Inés, y -que soy natural de Rebollosa de Jadraque, donde tengo, digo, tuve mi -hacienda, y que estoy preso por haberle tirado una piedra a Crisanto -Gaitón... Le apunté a la cabeza, y le di en el hombro sin hacerle -daño... Fue por... Verá usted... Mi padre, José de Santa Inés, natural -de Garabatea, me dejó una finquita que fue de mi abuela materna, -Rosalía Carbajosa, natural de Tor del Rábano, y dicha finca linda por -el Naciente con huerta y viñedos de don Zacarías Escopete, por el Sur -con las tierras de... Pero si está usted dormido, me callo y lo dejo -para después, que no quiero molestarle... - -Contestó Gil con estas incongruentes expresiones: - ---Yo maté a Galo Zurdo por rescatar a mi novia y sacarla del infame -cautiverio en Calatañazor... Ahora no descansaré hasta que dé muerte a -Regino, que me engañó con arrumacos hipócritas, haciéndose pasar por -caballero encantado como yo... ¡Quién me había de decir que recobrada -mi mujer, fuera Regino quien me la quitara! Si usted defiende a Regino, -se verá conmigo en esta cárcel, o fuera de ella; y si nos llevan juntos -a Soria, veremos quién puede más. - ---Amigo --dijo el otro con voz blanda, tirando al humorismo--, no me -hable usted de matar, que yo, aunque ando en cárceles, no soy hombre -que acomete a sus semejantes, y jamás he quitado la vida a ningún -nacido, como no sea mosca, mosquito, o cuanto más algún pobre conejo -que se me ha puesto delante de la escopeta. Yo no mato... Tiré una -piedra al Gaitón en el momento de más coraje que he tenido en mi vida; -pero no iba más que a descalabrarle, para que se acordara de Tiburcio -de Santa Inés, el despojado y atropellado en Rebollosa de Jadraque. - -Gil se incorporó para ver a su compañero; pero la claridad de luna que -por la reja entraba era tan pobre, que uno a otro se reconocían tan -solo como bultos o sombras vivificadas por la palabra. Secamente dijo -el caballero: - ---Yo maté a Zurdo Gaitín porque debí matarle, que así me lo aconsejaron -San Basilio y San Agustín... «Cuando no quieran darte lo tuyo, tómalo.» -Yo no podía tomarlo sin destripar antes al cerdo. Ya sabe usted, amigo, -que a cada puerco le llega su San Martín. Me quedé con las ganas de -pegar fuego a Calatañazor... - ---Pues yo le aseguro a usted --dijo el otro-- que si nunca he matado a -nadie, tampoco puse mis manos en quemazón de paneras y trojes, como han -hecho otros, movidos de venganza. Siempre fui honrado, y de mi buena -conducta podrá dar fe todo el gentío de estos pueblos. - -Extremado ya en la incongruencia, habló Gil de este modo: - ---Pues usted conoce al dedillo estos terrenos, dígame si cae por aquí -cerca Zorita de los Canes... porque ha de saber usted que yo soy -Conde... ¿se va usted enterando?... Conde de Zorita de los Canes. - ---Lejos está ese pueblo... allá por tierra de Pastrana y Mondéjar, -tocando a los mojones de Cuenca... Orilla de Zorita, en un pueblo que -llaman Almonacid, tengo yo una prima casada con Cristino Angosto, -natural de Tetas de Viana, que cae hacia esta parte... ¿Conque dice que -es Conde? Querrá decir que _esconde_ algo... - ---Conde soy, y si lo duda, ahí están los libros del Becerro, que se lo -dirán. - ---Pues yo soy Marqués de Rebollosa de Jadraque --afirmó el otro -riendo--, y aquí todos somos de la grandeza. - ---Mi condado es Zorita de los Canes. Y yo quiero que usted me informe -de si aquel pueblo lleva tal nombre porque hay en él muchos perros... -quiero decir, Gaitones. - ---Perros habrá de caza y de campo, y Gaitones no han de faltar, que -son los animales más propagados en esta comarca. Por acá conozco a don -Ramiro, don Crisanto y don Manuel Gaitón. Este es el más pudiente... -cocido en dinero; y para redondearse se ha casado con la hija de un -señor riquísimo que vive allá por Riaza, y le llaman don Gaitán de -Sepúlveda, propietario de tierras, dueño de tantos ganados, que con -ellos podría estrellar de ovejas el cielo. - ---¡Le conozco... ya sé! Un vejestorio con antiparras... He sido pastor -en uno de sus rebaños. - ---¿Pastor y Conde? Eso sí que es bueno... Amigo, ¿se llama usted _don -Patraña_? - ---Me llamo Tarsis... me llamo _Asur, Hijo del Victorioso_, y si usted -me apura, me llamo Mudarra o _Mutarraf_, que quiere decir _Vengador_. - ---Que sea por muchos años, ja, ja... Pues no es el hombre poco -divertido... ¡Quién lo diría, Señor! Hasta en estos lugares de -tristeza, salta, cuando menos se piensa, el buen humor, y unas veces -por flautas y otras por pitos, se va pasando el rato. - -En estas vagas conversaciones les cogió el alba, y conforme iba -entrando en la prisión la tímida luz del nuevo día, mermada por los -gruesos barrotes de la ventana, se vieron y se examinaron los dos -presos. En su compañero, solo conocido hasta entonces por la voz, -vio Gil un hombre revejido y de talla corta, de facciones vulgares, -iluminadas por un mirar de plácida mansedumbre, afeitado de días, con -traje de labrador o jornalero del campo. Al poco rato, se personaron -en el calabozo dos individuos que dieron a Gil orden de disponerse -para partir a Soria en conducta de la Guardia civil; el otro quedaría -en Sigüenza hasta nueva orden. Dieron a los dos mísero desayuno de pan -negro y tocino crudo averiado. No tardaron en aparecer los guardias que -habían de llevarse a Gil. Este se despidió de su compañero, que con -sombrío gracejo le dijo: - ---Abur, señor Conde; Dios se la depare buena. Aquí me tiene a su -disposición no sé hasta cuándo. Tiburcio de Santa Inés, para servir a -Su Excelencia. - -Salió Gil entre los dos guardias. La mañana era fría y brumosa. Al -pasar frente a la catedral, vio el caballero las almenadas torres de -feudal arrogancia ceñuda. Entre los velos de la niebla, el grandioso -monumento se revestía de cierta majestad funeraria. Bajando hacia -la alameda tomaron el camino real, y a poco de entrar en este, como -notaran los guardias en el preso cierta inquietud y ganas de monólogo, -le ataron, recomendándole paciencia y juicio. Gil les dijo: - ---Atadme si queréis. No me importa, que yo tengo en mi familia quien -podrá darme libertad aunque me llevarais encerrado en una jaula de -hierro. Vosotros no contáis con una Madre como la mía... Siento que no -venga Regino a conducirme. De seguro lo habría pasado mal... Vosotros -sois honrados y buenos; cumplís vuestras obligaciones sin deshonrar -a los amigos robándoles la mujer... Hay hombres que tienen pinta de -caballeros y son como hienas con bonitos ojos. Otros con mal ceño -y cara borrascosa llevan dentro un corazón de ángel. Yo, señores -guardias, no les aborrezco; sé que me llevan preso y atado por mandato -de la ley, y que no porque yo sea persona principal serán más blandos y -considerados conmigo. - -Con buenas razones le exhortaron los guardias a guardar silencio, y él -obedeció, reduciendo a soliloquio las incoherentes cláusulas que de la -boca le salían. - -«Imposible que la señora Madre deje de venir en mi socorro --se -decía--, a no ser, Gil, que el uso que has hecho de tu albedrío sea tal -que... No recuerdo bien lo que me dijo al despedirse en Calatañazor... -Que si la línea de mi albedrío... que si la línea de su protección... -No sé, no sé. Al perder a Cintia he perdido mi razón. Estoy loco. -¿Será verdad que estoy loco?... Ya que mi Madre no me dé la libertad, -devuélvame al menos la razón.» - -A los dos o más kilómetros de andadura, tuvo Gil bastante claridad -de entendimiento para reconocer que el camino que seguía no era el -mismo por donde había venido de Atienza. Conducíanle por Medinaceli -y Alcuneza, que era, sin duda, más derecho camino hacia Soria. -Verdaderamente, por lo tocante a su comodidad, esta o la otra ruta le -importaban lo mismo; pero prefirió la de Medinaceli, porque dio en -creer que en ella sería más fácil encontrar a la Madre redentora. ¿En -qué se fundaba para pensarlo así? En nada... Tal vez en indescifrables -voces que susurraban dentro de su cerebro. - -Al mediodía emprendieron el preso y sus custodios la subida del puerto -de Sierra Ministra. Iban desde las fuentes del Henares a las del -Jalón, dos ríos que nacen en opuestas bandas de aquellos montes, y -corren luego en contrarias direcciones, tributario el uno del padre -Tajo, el otro del padre Ebro. Conforme subían, el tiempo cerrábase -más de niebla, y la humedad les penetraba con punzante frialdad hasta -los huesos. Por lo que Gil oyó decir a los guardias, hablando con -dos caminantes que en sendos mulos llevaban la propia dirección, -comprendió que se detendrían en una venta llamada _del Cuervo_, para -tomar alimento y arrimarse un poco a la lumbre, siguiendo después hasta -el lugar de Honrubia, en cuya cárcel terminaría la primera etapa de -la conducta, para continuar al siguiente día con otra pareja hasta -Medinaceli. Picaron espuela los caminantes, y a la media hora, próximos -ya Gil y sus conductores a la venta que les prometía sustento y abrigo, -vieron alzarse una ondulante columna de humazo negro, y oyeron griterío -de alarma y terror. La venta y dos casas y cuadras medianeras ardían en -toda la extensión de sus jorobados techos. - -Era un lindo espectáculo el del humo negro, que, retorciéndose como -columna salomónica, subía lentamente, y en sus caracoleos voluptuosos -se iba fundiendo con el blanco albor de la niebla. Las llamas daban -toques de púrpura rutilante al bello espectáculo, y el vocerío de las -gentes que querían salvar de la quema trebejos y animales, concluía -y remataba el conjunto dramático. Llegaron a un punto en que la -confusión de humo y vapores cegaron el día, impidiendo la visión de -los objetos más próximos. Gil no vio a los guardias, y estos a él le -perdieron de vista. ¿Qué había de hacer un hombre en ocasión y momento -tan propicios para la conservación personal, más que ponerse en salvo -con rauda ligereza de pies? Así lo hizo Gil, por lo cual merece toda la -simpatía y alabanzas de sus admiradores. Emprendió carrera en dirección -de las fuentes del manso Henares, y para mayor dicha suya y alegría de -los que se interesan por su suerte, a los pocos minutos de precipitarse -en la veloz huida se sintió desligado del atadijo que le sujetaba -los codos. La soga se desprendió silbando como culebra, y los brazos -del preso quedaron libres para dar impulso y compás a las disparadas -piernas... - -Su primera parada para tomar aliento hízola el fugado a distancia -tal, que apenas se veían ya las negras humaredas desliéndose en la -niebla lechosa. ¡Libre! Con decir que la libertad duplicó su energía, -se da una idea de su velocísima carrera; y como iba cuesta abajo, no -tardó en pisar terreno llano. «Aunque no te has dejado ver, señora -Madre --decía--, ¿quién sino tú me preparó con un oportuno incendio -la oscuridad que cegó a los guardias? ¿Qué manos que no fueran las -tuyas pudieron desatar la cuerda que me oprimía los codos?... Yo -advertí que el cordel por sí solo deshizo sus nudos, y salió silbando -y serpenteando hasta perderse de vista en el monte... Ahora déjame -ver la luz rosada que anuncia tu presencia, y sienta yo dentro de mí -la suspensión o azoramiento, señal infalible de que la Naturaleza se -conmueve a tu paso.» - -Por más que el caballero miraba a un lado y otro y a los oteros -cercanos, únicos que se dejaban ver, no tuvo el menor atisbo de luz -rosada ni verde. Imperaba el blanco algodonoso de la niebla, sin -dejar ningún resquicio por donde pudieran colarse luces naturales o -fantásticas. Avanzada ya la noche, dio de bruces en un lugar miserable -cuyo nombre ignoraba. Después supo que era Guijosa. No queriendo -infundir sospechas pidiendo albergue o haciendo preguntas, echó un -vistazo al caserío del pueblo, vio la iglesia y en ella un ancho -pórtico con dos rinconadas laterales que parecían hechas de encargo -para que los vagabundos pasaran en ellas la noche. - -Antes de acomodarse en su camarín, quiso dar a su cuerpo algún -sustento, y recordando que aún le quedaban dos bellotas en el bolsillo -del pantalón, metió en él la mano para cogerlas. Grande fue su sorpresa -cuando al tacto reconoció que no eran dos bellotas, sino cuatro. -Momentos después entraba en una taberna que había visto al pasar por la -corredera central del pueblo. Compró medio pan y un pedazo de queso, y -fue a comérselo al pórtico donde había encontrado su albergue nocturno. -Instalose en él, arrimándose bien al ángulo para buscar todo el abrigo -que la dura piedra podía darle, y apenas tiraba los primeros bocados -al queso y pan, creyó ver en el rincón frontero un bulto de cosa viva. -Poco tardó, por cierto rumor de respiración y carraspeo, en cerciorarse -de que era un hombre, un desgraciado caminante, como él sin hogar ni -dinero, acaso como él perseguido de la justicia. En estas dudas se -hallaba, cuando del bulto misterioso salió una ronca voz que dijo: - ---Buen hombre, se quedará usted helado si no tiene manta. Arrímese acá -y participará de la mía, que es de cuatro varas, morellana neta. No -tema que le pegue miseria, que yo, aunque pobre, no la tengo. - ---Buen señor --replicó el caballero, conociendo, por la voz cascada, -que hablaba con un anciano--, acepto muy agradecido el abrigo, y allá -me voy. Y si quiere usted acompañarme en esta pobre cena de pan y -queso, tendré mucho gusto en partirla con usted. - ---¡Ay, sí: deme acá, hermano! Tengo un hambre horrible. No poseo más -capital que la manta, lo único que he podido sacar del pueblo. - -Mientras el famélico señor se incorporaba para tirar feroces mordiscos -al pan, Gil se acomodó bajo un pico de la luenga y tupida manta -morellana. A la escasa claridad de la luna examinó la cara de su -compañero de hospedaje: era cara de viejo, con melenas canosas, y no -desconocida para Gil. En alguna parte y en días no lejanos habíala -visto. ¿Dónde, Señor? Tanto apuró su memoria, que al fin creyó -descifrar el enigma, y para llegar a la certeza, habló así: - ---Señor, yo le conozco a usted; creo haberle visto en un lugar llamado -Boñices. Dígame si es usted un maestro que tiene por nombre don -Alqui...bori... - ---Alquiborontifosio de las Quintanas Rubias, para servir a Dios y a -usted --dijo el otro gravemente mordiendo el queso con avidez--. -_Escóndese el rico, mas no el mísero._ Como los lobos bajan del monte -al llano movidos del apetito de carne, así he salido yo de Boñices, y -voy a la ventura por estas tierras, buscando el lugar de abundancia -donde sobre un mendrugo. Dios me ha favorecido esta noche trayéndole a -usted a mi lado con su pan, su queso y su cortesanía, que me han dado -aliento para vivir hasta mañana. Y ahora, buen hombre, ya que hemos -metido algo en el buche, hagamos por dormir, que yo estoy rendido, y -usted también, a lo que parece. Mañana hablaremos. Abríguese y duerma. -La noche es para el descanso, llamémoslo sueño, que es la jaula en -que se guardan los pensamientos; el día es para que se abra la jaula, -y salgan otra vez los pensamientos a darnos guerra y a engendrar las -acciones... Conque buenas noches. - -Pareciole muy cuerdo a Gil lo que su compañero de alcoba decía, -y se acurrucó bajo la manta para conciliar el sueño. Durmió con -intermitencias, atormentado de pesadillas, y una de estas fue que -se acababa el mundo, sensación pavorosa producida tal vez por los -ronquidos de don Quiboro, que imitaban el son terrible de la trompeta -del Juicio final. El día le despejó la cabeza de los terrores -milenarios, y puesto en pie y sacudiendo la pereza, mientras el maestro -anciano se desperezaba como un camello, se aprestaron a seguir su -peregrinación... Don Quiboro dobló su manta en forma de que le sirviera -como tapabocas, y por el primer callejón que les vino a mano salieron -al campo libre, observando gozosos que el día se presentaba menos -encapuchado de nieblas que el anterior. - ---¿Hacia dónde vamos, amigo? --dijo don Quiboro, mirando sucesivamente -a los cuatro cuadrantes--. Yo ando a la ventura... a ver si caigo -donde me sea fácil encontrar un pienso razonable. ¿Hacia dónde cae -Guadalajara? - ---Hacia el Sur, y el Sur es por aquí --replicó Gil, señalando una -dirección, después de apreciar en el horizonte la salida del sol--. A -usted, que es persona justa, no debo ocultarle que huyo de la justicia, -y no me conviene andar por senderos concurridos. - ---Pues yo, hijo mío --indicó el viejo con gravedad estoica--, voy sin -criterio propio y entregado al Destino. Ni busco a la justicia, ni huyo -de ella; que si la justicia me coge y me conduce de pueblo en pueblo, -en estos habrá pesebres donde se alimenten bien o mal los cristianos -errantes, que no tienen casa, ni familia, ni una chispa de numerario. - ---También yo cuento con el Destino, que suele ser más humanitario que -las leyes y los que cuidan de cumplirlas --declaró el caballero--. Si -por una parte huyo de la justicia, por otra voy hacia ella... Déjeme -que le explique... Yo maté a un cerdo... me prendieron, me escapé... -Un guardia civil me quitó a mi mujer... yo voy a que me devuelvan a mi -mujer, o a que me maten, pues sin ella no puedo vivir. - ---Historia complicada es esa, y no he de entenderla como no me dé más -explicaciones. Al decir mujer, ha dicho enredo y confusión. Habrá usted -oído aquello de _Hembra lozana, darse quiere a vida vana_, y también -estotro: _Mujeres y malas noches, matan a los hombres_... - ---No es eso, señor --dijo el caballero--. Usted no me entiende... y yo -no podría ponerle al tanto de mi historia sin darle una conferencia de -tres días. - ---Pues resérvela para mejor ocasión, porque con los estómagos vacíos, -en esta hora del desgaste orgánico, ni los entendimientos, ni la -palabra, ni la memoria, están para largos cuentos, ya sean verdaderos, -ya mentirosos. Veamos si la Providencia o San José bendito nos deparan -almas caritativas que nos socorran con algún alimento. Usted que tiene -buena vista, mire y observe si hay por aquí pastores, o si a lo lejos -se descubre algún caserío... - ---Pastores no veo --dijo el encantado--; pero sí gente de labranza, que -a mi parecer está sacando patatas. - ---Pues vamos primero al señuelo de las patatas --dijo el desgraciado -Quiboro, avivando cuanto podía su vacilante paso--, que me da el -corazón que hemos de encontrar hidalguía y caridad... Quiera Dios -que sea la cosecha muy abundante, y que los dueños de ella estén -alborozados y satisfechos... Deme el brazo, hijo, y ayúdeme a salvar -pronto la distancia que nos separa de esos dignísimos labradores... La -Virgen bendiga su trabajo y les aumente el fruto... Ande, hijo, ande. - -Llegaron al grupo de labriegos, que eran tres mujeres y dos hombres, y -tal ventura deparó el cielo a los peregrinos, que apenas manifestada -su fiera necesidad entre bostezos, les dieron cuanto pudo meter en -sus anchos bolsillos el cansado viejo. Sin detenerse en el grupo más -tiempo que el preciso para expresar del modo más patético su inmensa -gratitud, se fueron en busca de un lugar montuno donde pudieran recoger -leña y hojarasca, encender lumbre y asar los preciosos tubérculos que -de la caridad habían recibido. Atravesando rastrojos y metiéndose por -empinadas veredas, dieron en un encinar que les ofrecía descanso, -abrigo, soledad, cocina, fogón, leña y mesa para banquetear a su gusto. - -Recogió al punto Gil un buen brazado de palitroques y ramaje seco. -Felizmente, tenía fósforos y encendió lumbre, que pronto tomó cuerpo, y -las crujientes llamas alegraron el alma y templaron el aterido cuerpo -de don Alquiborontifosio. De rodillas ante la hoguera, extendiendo -las palmas de las manos en actitud litúrgica, tuviérasele por un -sacerdote de los prístinos tiempos de la Historia. Acólito de tal -ofrenda o sacrificio era Gil, que cuidadosamente cebaba la llama para -que se formara un buen rescoldo. Don Quiboro metía las patatas en la -ceniza, y tales eran los estímulos de su apetito, que medio asadas -y medio quemadas empezó a comerlas, soplando sobre ellas antes de -meterlas en su desdentada boca. Y cuando los dos habían aplacado las -primeras ansias del gusanillo, cogió el maestro una patata y la mostró -con solemnidad a su compañero de fatigas, pronunciando este triste -razonamiento: - ---A tal miseria han venido a parar mis cincuenta y más años de -magisterio en Aliud primero, después en Torreblascos, y por fin en el -moribundo lugar de Boñices. Vea usted el premio que dan a una vida -consagrada a la más alta función del Reino, que es disponer a los -niños para que pasen de animalitos a personas... y aun a personajes, -que yo con documento puedo atestiguar... carta canta... que en Buenos -Aires, en Méjico y en otras partes de las Indias, viven ricachones -que fueron desasnados por mí, y que bajo mi palmeta, hoy en desuso, -aprendieron a distinguir la _e_ de la _o_. Y en esas Cortes o Senados -de Madrid, en que tanto se parla, algunos hay que llegaron cerriles a -mis manos, y de ellas salieron bien pulidos de lectura y escritura, -con algo de aritmética. Nadie me ha favorecido en este vía-crucis -doloroso. Dos generaciones de Gaitines han pasado delante de mí con -los oídos tapados a mis quejas, y solo me atendieron a medias y de -mala gana cuando reclamaba yo dos años de atrasos, dos años de paga, -¡Señor! que me debía el Ayuntamiento. Los Gaitines han favorecido más -la fábrica de aguardiente que la fábrica de ilustración. Y heme aquí -errante, sin hogar ni más ropa que la puesta y esta manta, atenido a la -caridad pública, rodando como las hojas muertas que lleva el viento, -sin encontrar ni protección, ni pan, ni siquiera sepultura, pues cuando -menos lo piense caeré muerto en lugar salvaje donde las bestias me -pisen y los buitres me coman. ¡Oh, buitres, comedme y hartaos de mi -carne podrida, y que os aproveche y hagáis buena digestión! Seréis más -dichosos que yo lo fui. ¡Oh, niños, niños mil a quienes saqué de las -tinieblas, al daros luz hice una generación de hombres ingratos! - -Al terminar, limpiose una lágrima y siguió comiendo. Con la -conversación del improvisado amigo fue recobrando el pobre viejo su -normal temple, y _de sobremesa_ propuso a Gil que, pues habían yantado -con sosiego, que compensaba la triste frugalidad, quedáranse buena -parte del día en lugar tan apacible, recogiendo y almacenando en sus -cuerpos el calorcillo de la hoguera, para tener reserva con que hacer -frente a los fríos y desmayos que les esperaban. Así lo hicieron. -Echose Gil a dormir, y a media tarde reanudaron su vida errante, -llevándose don Quiboro en sus hondos bolsillos las patatas medio asadas -y medio carbonizadas que sobraron del festín. - -Caminando encontraron una pareja de mendigos: él, caduco y patizambo, -con un voluminoso morral al hombro; ella, jovenzuela, canija y -andrajosa, con un morral chico y una bandurria vieja. Trabaron -conversación, y el hombre, que era muy parlero y comunicativo, les dijo -así: - ---Yo me voy a pasar la noche a Pitarque, que es alivio del pobre en -esta tierra desamparada. - -No había oído don Quiboro tal nombre, y pedidas explicaciones, el -pordiosero las dio muy claras: - ---Bien se conoce que no son ustés de por acá. Pitarque es un -conventorro viejo de franciscos o dominiscos... no sé qué. Desde tiempo -memorial está caído... la iglesia sin techo, lo demás apañado para -casas de labor y lo consiguiente. Comprolo por pocos riales un granjero -de Torremocha, que le llaman José Corvejón, y allí ha puesto taberna, -algo de parador para personas y bestias naturales, lonja de bacalao y -piensos... A la mano acá del monasterio hay un patio grande que fue -mismamente claustro, donde salían a regoldar los frailes, acabado el -refitorio. José Corvejón, que es hombre cristiano de suyo, porque, -según dicen, vivió antes en necesidad, nos deja a los probes entrar -en el patio, y nos da sarmientos y otras leñas comustibles para que -hagamos lumbre y nos calentemos, y las más de las noches nos reparte -la bazofia que sobra de los yantares de la posada... Si no tenéis vos -mejor corral donde albergaros, venid con nosotros y lo pasaréis tan -ricamente, que también suele haber quien eche al aire las penas con -algún desperezo de seguidillas y danza... - ---Sí, sí --dijo don Quiboro con desentonos de chochez infantil--. -Iremos allá. ¿No piensa lo mismo el amigo? Si hay lumbre, un rincón -para dormir, y alegría del pueblo, ¿qué más podemos desear? - -Arreando a prisa, llegaron los cuatro cristianos vagabundos, ya de -noche, al caseretón llamado Pitarque, donde ocurrieron sorprendentes -sucesos y casos de risa y llanto, que conocerá el que tenga paciencia -para seguir leyendo. - - - - -XXII - -Refiérense, con el vía-crucis del caballero, las escenas de pobretería -en el corral de Pitarque. - - -Cuando Gil, don Quiboro y la pareja de mendigos entraron en el -corralón, de traza y vestigios de claustro, ya había en este gente -pobre. En uno de los grupos reconoció Gil a los volatineros que había -encontrado en el camino de Matalebreras; mas por el pronto no quiso -darse a conocer. Formaban ruedo junto a su carro, en actitud de -preparar la cena. Luego se hizo cargo del local paseando en redondo, y -vio desde fuera la taberna, lonja y demás aposentos. Al volver junto -a don Quiboro, recogiéronse, por indicación de este, en el ángulo más -próximo a la puerta, donde unos sacos de paja les brindaban cómodo -asiento. Liándose en su manta, el maestro dijo a su incógnito amigo: - ---Aquí estamos como en atalaya. Por causa de mi corta vista no veo más -que el resplandor de las hogueras que algunos encienden ya para guisar. -Sirvan los buenos ojos de usted para descubrir ollas o sartenes, y ver -si hay entre tanta gente un alma buena que nos convide. - ---Sí habrá, señor don Quiboro --replicó el caballero--, y en último -caso, nos convidaremos nosotros. - -Antes que terminara la frase, fue tocado en el hombro por un sujeto, -en quien al punto reconoció a su compañero de la cárcel de Sigüenza, -Tiburcio de Santa Inés, el cual, soltando el chorro de su locuacidad, -contó que se había escapado de la prisión por un patio interno, al cual -pasó aprovechando descuidos del alcaide, y favorecido por un empleado -del Ayuntamiento, amigo suyo. No creyó Gil prudente explicarle el cómo, -dónde y cuándo de su recobrada libertad. A la pregunta de don Quiboro, -«¿quién es este señor?» respondió Tiburcio: - ---Yo soy una víctima de la justicia; a mí me han despojado de mis -bienes los infames Gaitones, plaga de esta tierra, valiéndose de leyes -retorcidas y aplicadas al mal... Antes de contarles mi caso, si quieren -oírlo, dígame, señor anciano, si es usted de la curia, pues tal me ha -parecido por sus gruñidos, sus guedejas y el metal apagado de la voz. -Si es de la justicia, _abrenuncio_ y me voy al lado de enfrente. - ---Cálmese, buen hombre --dijo con hueca voz don Alquiborontifosio--. -Yo no soy de la justicia; soy de más abajo; pertenezco a la última -fermentación de la podredumbre del Reino... Ya ve usted por mi pelaje -cómo acaban los que, enseñando a la infancia, allanamos el suelo para -cimentar y construir la paz, la ilustración y la justicia... Siéntese a -nuestro lado y cuéntenos lo que quiera, sin dejar de echar una miradita -a las ollas y calderos, que a mi parecer ya están puestos a la lumbre. -Si esto es ilusión, no me la quiten los hombres de buena vista. - -En los sacos de paja se sentó Tiburcio, a quien mejor que a nadie -cuadraba el mote de _Pobrecito hablador_, y con fácil vena dio -principio a su cuento, que no es fábula muerta, sino historia viva: - ---Una huertecilla heredé de mi padre, y un prado muy bueno, y con ambos -predios lindaba otra huerta de mayor cabida, perteneciente a Zacarías -Escopete, consuegro de don Crisanto Gaitón... Hace un año dio Zacarías -en la tecla de que yo le había de dar paso por mi huerta al carro que -le llevaba el abono para la suya... Me resistí; no había memoria de -tal servidumbre. Los amigos me aconsejaban que cediera, pues de no -hacerlo, el vecino me causaría mayor perjuicio, por ser yo pobre y él -un ricacho que hace de la justicia lo que le viene en gana... En mal -hora me resistí, parapetándome en mi derecho. El parapeto de nada me -sirvió, y el maldito Escopete me puso la demanda... Todos los vecinos -se prestaron a declarar que en ningún tiempo habían visto que mi huerta -fuera paso de servidumbre para la del otro... De nada me valió el -testimonio de medio pueblo, y el juez municipal nombrado, como toda -autoridad, por el Gaitón, a quien parta un rayo, sentenció condenándome -a dar paso al carro y pagar las costas. - ---¡Vaya por Dios! --exclamó don Quiboro--. Con apelar usted al juez -de primera instancia, que forzosamente había de revocar sentencia tan -absurda, estaba usted salvado. - ---¡Que si quieres! Eso es lo justo; pero váyale usted con justicias a -los hombres malos que sin más ley que su egoísmo oprimen al pobre. - ---Tiene usted razón. Por eso ha dicho la sabiduría popular: _No vive el -leal más que lo que quiere el traidor_. Siga. - ---El juez de primera instancia, que es también hechura del Gaitón, -fue y ¿qué hizo? Pues confirmar la sentencia y condenarme también en -costas... Encontreme, como el otro que dice, con la soga al cuello. Del -Juzgado me avisaron que fuese a pagar las costas, que eran doscientas -treinta y tantas pesetas... ¡Ay, Dios mío, qué apuros! En la casa del -labrador pobre suele haber frutos para ir comiendo; pero tal cantidad -de pesetas no las hay sino en contados días... Dejé pasar el tiempo -en espera de la fiesta del pueblo... buena ocasión para vender unos -novillos... Cuando más descuidado estaba yo, el juez municipal recibe -un oficio del otro juez más alto, ordenándole que me embargara las -fincas por valor de quinientas pesetas, y el hombre no anduvo perezoso -para la diligencia. Vino a mi casa y me embargó el huerto, y por si -no era bastante, el prado... Nada, que por caridad no me embargó los -zapatos y la camisa... ¿Qué hice? Pues salir a buscar quien me prestara -dinero para levantar el embargo... ¡Qué dinero ni qué niño muerto, -si el poco que hay lo tienen los ayudantes del verdugo, es decir, los -criados del cacique! Viendo este desamparo, me dije yo: «Esperaré -a la feria del _Corpus_, donde podré vender con estimación mis dos -novillos»... ¡Que si quieres! No se me arregló el negocio, y esos -villanos sacaron mis propiedades a subasta. Acudieron licitadores, -echados a socapa por el consuegro del Gaitón, y pujando, pujando, -elevaron el valor de mi huerto y prado a mil cincuenta pesetas, más -del doble de lo que el Juzgado había pedido. Nunca mandan embargar de -menos, sino de más, con idea de que sobre lo que se ha de comer la -curia. Pero el juez municipal consultó al de primera instancia si desde -luego debía entregar al embargado la demasía... A todo esto, yo, algo -consolado, decía entre mí: «Si has perdido dos finquitas, te queda -dinero para vivir a gusto una temporada...» - ---Inocente era usted, amigo. Como si lo viera, el juez grande ordenó al -chico que le mandara todo el dinero, inspirándose en aquel aforismo que -dice: _Cobra y no pagues, que somos mortales_. - ---Así fue... Venga el dinero, y luego, si algo sobra, se devolverá. -Esto dijo el juez grande. - ---Pero usted reclamaría... - ---¡Oh, sí! reclamar es el oficio del español. Reclamé, y más me valdrá -no haberlo hecho. Pasa tiempo. Viendo que nada me devolvían, fui y -dije al secretario del juez municipal si algo sabía de mi asunto. -Respondiome que no, y que me avistara con el escribano del Juzgado... -Yo, tan tonto, me fui a Sigüenza... ¡pero qué tonto! El escribano me -dijo que viera al otro escribano, que este acaso tendría el dinero -sobrante... Vi al otro, y me dijo que no sabía nada... Volví al primer -escribano... nada sabía tampoco... Y con toda mi paciencia me fui a ver -al señor juez, el cual no recordaba el caso. Insistí. Díjome al fin -que reclamara _en forma_. Corrí en busca de un abogado, el cual puso -un escrito con muchas retóricas y perfiles, pidiendo que se hiciera -tasación de costas, y pagadas estas con el importe de los bienes -vendidos, ¡atiza! se me devolviera, ¡vuelve por otra! el remanente, -_etcétera_... - -»Disparado este cañonazo, me volví a mi pueblo, Rebollosa de Jadraque, -y aguardé... naturalmente sentado... y en muchos días no supe nada. -Preguntábanme los amigos, y yo les respondía como los escribanos: no -sé nada, y no sabiendo nada estuve no sé cuánto tiempo. Así se trata -en España al buen ciudadano, después de zarandearle para que vote, -para que pague, para que grite: ¡viva el Rey, viva la Constitución!, -a quien debemos llamar _la Pepa_, por lo que ella vale, y ¡viva la -Libertad!, que también es buena castaña pilonga... Después de muy -larga espera, un día veo entrar en mi casa al secretario del Juzgado -municipal. Me brincó el corazón... Ya estaba yo viendo las quinientas -pesetas pasando de sus manos a las mías. ¡Jesús! tan me lo creí, que -pensé convidarle a unas copas... Y como le vi meter mano al bolsillo, -echeme a reír de gozo, y... Nada, que si apuesto a tonto, no hay quien -me gane... Pues lo que sacó del bolsillo aquel perro fue un papel de -uno de los escribanos del Juzgado grande, en que le decía que hiciera -el favor... ¡para favores estábamos!... que hiciera el favor de decirme -que a la mayor brevedad... ¡a prisita que llueve!... me presentase a -pagar veintinueve pesetas más sobre el importe de la tasación de costas -pedida por mí... y que si no iba pronto... ¡ni que fuéramos a sofocar -un fuego!... que si no iba pronto, me embargarían otra vez... Y aquí -se acabó mi cuento. _Colorín colorao._.. Y se acabó, porque la pillería -de los Gaitones y Escopetes me despojó de mi propiedad, ayudada de la -Justicia, que aquí es la máscara que se ponen los malos para que el -latrocinio parezca ley. Así los lobos se disfrazan de pastores, y los -cepos y trampas están hechos con trazas legales para que fácilmente -caigamos, y en ellos dejemos hacienda y vida. ¡Ay, señores, de la pena -que tengo, ya ni llorar sé! - -Oyó este triste lamentar don Alquiborontifosio con grave actitud de -meditación, cerrando los ojos, y pasado un ratito dejó caer de sus -labios esta opinión estoica: - ---Si sobre las propiedades perdidas, señor mío, tuvo usted que poner -veintinueve pesetas de añadidura para que le dejaran en paz, es usted -fiel intérprete de la doctrina de Jesucristo, que dijo: _Al que quiera -litigar contigo para quitarte la túnica, déjale también la capa._ (_San -Mateo._) - ---¿Eso dijo Nuestro Señor Jesucristo? --replicó Tiburcio pasmado y -confuso--. Pues ahora me entero. Vea usted cómo es uno santo sin -saberlo. - ---Santos sin saberlo somos muchos acá --dijo don Quiboro con amargura -que le salía del alma--, y entre ellos me cuento, sin alabarme. Santos -somos por la resignación, y porque no hacemos daño a nuestros enemigos. - ---No soy yo de esos tan puros --dijo Santa Inés--. Acúsome, señor, del -pecado de ira. Una piedra tiré al Gaitón que me despojó de lo mío; mas -como no le acerté en la cabeza, poco mal le hice. Ayer, recobrada mi -libertad, me acogí al sagrado de los Padres Recoletos, que tienen su -casa entre Sigüenza y Baides. Recibiéronme con cariño; me ofrecieron -hablar al señor Gaitón, y conseguir de él que me perdone la pedrada, -con lo que basta para echar tierra al proceso. Los buenos Padres me -protegerán para que tenga yo un modo de vivir. Haranme santero de -un Niño Jesús muy milagroso que han traído de Roma. Vea usted cómo: -ponen el Niño en una linda urna, vestidito de raso con lantejuelas. -La urna es también cepillo; por encima tiene una hendidura para meter -los cuartos; por de dentro una cajita escondida entre florecicas de -trapo. Yo voy por los pueblos con mi Niño Dios y las personas buenas o -atribuladas que desean algo se lo piden con devoción, y echan luego el -memorial, que es perra grande o chica, cuando no peseta, metiéndolas -por la raja de arriba... Bueno: pues de la limosna, los Padres me dan -tercia o cuarta parte, según sea la recaudación, y siempre que yo vaya -al convento a rendir cuentas, comeré con los legos en la cocina... y ha -de saber usted que se dan buen trato. - ---¡Oh, feliz mortal! --exclamó don Alquiborontifosio, mostrando en risa -franca sus desdentadas encías--. ¡Qué bien te viene el sabio dicho -popular: _Al cornudo, Dios le ayuda_! - -En esto, Gil, que alejádose había del grupo, atraído de una visión y -esperanza de condumio, volvió alegre con un platón de migas y cuchara, -y mostrándolo al maestro le dijo: - ---Ya nos ha favorecido la Providencia. Esto debemos a las buenas almas -de aquellos volatineros que conocí en el camino de Matalebreras. - -Gozoso y agradecido cogió don Quiboro el plato con una mano, y con -la otra lo bendijo, echando sobre las calientes migas estas palabras -sacerdotales: - ---_Dios ayuda al cornudo y al testarudo_... Comamos, hijo, y participe -usted también, señor santero del Niño Jesús. - -Y el caballero, mientras los tres comían pasando la cuchara de mano en -mano, celebró así el hallazgo de las migas: - ---Buenas son y sabrosas, aunque no tanto ni tan abundantes como las que -catamos usted y yo en aquella casa de Boñices... ¿No se acuerda? - -Quedó un rato suspenso el buen don Quiboro, y de su asombro resultó -este vivo diálogo: - ---Dijo usted que me había visto en Boñices; mas no mentó la cena de -migas en casa de la Fabiana. ¿Era usted de los mozos que alborotaron -con jarana y demagogia? Como apenas veo, no he podido retener su -fisonomía. - ---Yo no alboroté, don Quiboro. Fíjese bien en mi cara, y me reconocerá -como el escudero de doña María. - ---¿Por qué no me lo dijo antes? - ---Porque no vino a pelo, ni yo quería envanecerme como servidor de tan -alta Señora. - ---Y ahora, según creo, ha dejado usted el servicio de doña María, como -los demás hidalgos y campesinos que vivían a su lado. Mejor que yo -sabrá usted que a la gran Señora no le ha valido su nobleza y santa -condición. Los renegados gobernantes hanla echado del castillo de -Clavijo porque, al decir de ellos, no le correspondía vivir allí. - ---Dispense, don Quiboro, si me río de usted por su ignorancia en lo -tocante a mi Señora. Doña María no vive en Clavijo, y tiene por -vivienda la redondez de la tierra española. Y como todo es suyo, los -mandones no pueden echarla de ninguna parte si no es de sus propias -almas, que a eso tiran ellos. Daránle mil pesadumbres y le amargarán la -vida; pero no pueden decirle: «Madre, ahí te quedas», o «Madre, pasa de -largo.» - ---Por mi fe, que no lo entiendo. Habla usted como un demente, o esa -Madre que nombra no es nuestra doña María. Yo le aseguro, porque lo he -visto, que la Señora que cenó con nosotros en Boñices anda hoy errante -por caminos y atajos, como usted y como yo. Salí de Boñices huyendo del -hambre y la muerte, y a media legua más acá encontreme con doña María, -acompañada de dos labradores que me obsequiaron con mendrugos y una -sardina de cuba que sacaron de sus morrales. La Señora, compungido el -rostro y encorvadita de cuerpo por la carga de sus penas, me contó lo -que ha días viene padeciendo por las ingratitudes de sus desatinados -hijos, que a la cuenta son un sin fin de hijos, y por la porquería -dominante en lo que ella denomina sus reinos o estados, que eso no -lo entendí, ni sé lo que puede significar, así me maten... Un rato -seguí con ellos charloteando de nuestras desdichas. Por lo tardo de mi -andadura tuve que quedarme atrás. Ellos siguieron... Esto pasó ayer -tarde, horas antes de llegar a Guijosa, donde usted y yo nos hemos -conocido. - -Tal confusión produjo en la mente del caballero lo que acababa de -oír, que no sabía si creer al honrado vejete, o tenerle por donoso -embustero. Por momentos llegó a pensar que era un genio maléfico de -orden inferior, de estos que tienen poder para desfigurar someramente -las cosas, y secundar con hechicerías a la menuda las obras -transcendentes de los grandes encantadores. Pensó que invitándole a -unas copas, podría obtener de él revelaciones interesantes, con su -poquito de magia blanquinegra. Instintivamente echó mano al bolsillo -del pantalón, donde creía tener una bellota, con la cual pudiera -comprar el vino, y los dedos ¡oh caso estupendo! encontraron buen -número de ellas, que el tacto apreció en la docena mal contada. «Ya no -puedo dudarlo --se dijo--: mi Madre está cerca... tal vez aquí.» - -Con loca impaciencia recorrió en un instante todo el patio, examinando -los grupos de hombres y mujeres. Metiéndose después en la taberna, miró -todas las caras. Dos ancianas vio, y ninguna era la suya. Compró un -jarro pequeño de vino, con casco y todo; añadió salchichón y medio pan, -y al salir y cruzar frente al portalón, vio que por este entraban tres -hombres atados codo con codo, conducidos por una pareja de la Guardia -civil. Tembló a la vista de los tricornios; pero no viendo en ninguno -de los guardias cara conocida, recobró su tranquilidad. Y examinados al -punto los tres presos, solo uno hirió con fulgurante rayo su atención. -Era Becerro, el gran erudito, el evocador de la Historia, el prodigioso -mágico y demiurgo, por quien las cosas pasadas vinieron a lo presente, -y el hoy anticipó las visiones de un mañana remotísimo. - -¡Oh, Pepe Augusto! ¿qué fatales vicisitudes te llevaron al estado -de abyección en que te vio tu amigo en el corral de Pitarque? El -caballero no daba crédito a sus ojos, y pensó que la presencia del -sabio, atraillado con criminales por la Guardia civil, era un caso -de mentirosa hechicería... Corrió a llevar a don Quiboro el jarro de -vino, el pan y salchichón, y no se detuvo a recrearse con la sorpresa -y alegría del pobre viejo, que se apresuró a reparar su organismo -dando parte a Tiburcio de Santa Inés... Viendo Gil que los guardias -penetraban en la taberna, llevando por delante la cuerda viviente, allá -se fue, con idea de interrogar a Becerro y cerciorarse de la realidad -de su persona. Los de la Benemérita tomaban un bocado y bebían, sin -perder de vista a los presos, que en un banco se sentaron, obsequiados -caritativamente por el fámulo que allí despachaba. Metiendo el cuerpo -entre los curiosos, llegó Gil hasta su amigo, y tocándole en el hombro, -así le dijo: - ---¿Cómo usted aquí, señor Becerro, atado y entre guardias? - -Mirole el sabio, receloso y desconfiado. No le conoció. Gil pudo -observar la escualidez hipocrática del rostro de su amigo, que más -parecía momia semi-viva que persona moribunda. De sus ojos manaban -lágrimas rojas, y en sus mejillas, lívidas manchas e hinchazones -revelaban la mano y cinceles duros de algún escultor de _ecce-homos_. -La cabeza descubierta mostraba en desorden los cuatro pelos que le -reservaba Naturaleza, y el vestido que mal cubría su esqueleto era -todo andrajos y jirones recamados de lodo. Contestando al desconocido -piadoso, así habló el ínclito Becerro: - ---Sea usted quien fuere, señor, pues mi cabeza no está para el -reconocimiento de personas, yo le agradezco su bondad, y a usted me -confío para que me compadezca, si es que hay todavía compasión en -el mundo. Dice usted que me conoció en Numancia. Allí estaba yo, -en efecto, y de allí vengo. Aconteció que el paternal Gobierno, -hostigado por las oposiciones, resolvió meterse en el sagrario de las -economías... y naturalmente, yo fui la primera víctima del régimen de -moralidad económica. Amaneció el día fatídico en que recibí el cartel -de mi cesantía. Echáronme a la calle, dándome veintidós pesetas, que -en aquel crítico momento había yo devengado, y como soy hombre que no -gusta de pedir favores a nadie, me abstuve de solicitar mayor auxilio -para mi retirada de los campos numantinos. Hice con mi ropa un apretado -envoltorio, y me puse en camino, gozoso de recorrerlo a pie hasta -Madrid, con lo que viajaba en libertad, y a mi antojo podía estudiar -en la tierra castellana cuantas ruinas gloriosas me salieran al paso. -La libertad es mi gozo, y ella me compensaba del trago amarguísimo de -mi cesantía. Salí una mañana, y a las dos leguas _plus minusve_ de mi -salida de Garray, topé por mi desgracia con unos golfos, digamos más -propiamente alumnos de Anacreonte, que en la puerta de un ventorro -jugaban y reían con dos descocadas _hetairas_, de las que expulsó -Escipión, mandándolas con viento fresco a correr por el mundo. Ello fue -que me engatusaron aquellos perdidos, y ellas me poparon y me hicieron -mil carantoñas con manos perfumadas de olor sabeo. Debí perder mi -natural sentido, o adormecerme en vapores de alegría, porque cuando la -infernal caterva se alejó de mí, noté que me habían quitado la ropa y -las veintidós pesetas... menos dos reales que había gastado en comprar -pan... Dejáronme limpio de numerario, sin más tesoro que el inagotable -de mi resignación... - ---Pero usted, amigo mío, ¿por qué se dejó zarandear de tal gentuza? ---díjole el caballero--. ¿Eran acaso plebe celtíbera, o de la maleante -familia de los _pelendones_? - ---Para mí que eran _túrdulos_ --replicó Becerro gravemente--, de estos -que se corren hacia el Norte para corromper a los austeros _arévacos_. -Fueran lo que fuesen, yo, con la buena compañía de mi resignación, -seguí mi camino pensando cómo podría llegar a Madrid tan desguarnecido -de pecunia... En esto, andados tres cuartos de legua, según mi cálculo, -me picó el hambre con tal ahinco, que las piernas se me negaron a -dar un paso más. Saqué de mi bolsillo el pan, único bastimento que -la divertida chusma me dejó. Como el pan seco es alimento desabrido, -y como en aquel punto me viera próximo a un campo ameno plantado de -cebollas, pensé que no cometía delito entresacando de las mil y mil -plantas una o dos que me conditaran el paso del pan desde la boca -al estómago... Entré en el surco, y me acordé de que la tierra ha -sido dada a la humanidad para su sustento... Cogí dos cebolletas, y -disponíame a hincar en ellas el diente, cuando salió un hombre fiero, -que me pareció gigante de tres altos, y la emprendió conmigo a coces y -bofetadas, llamándome ladrón, hi... de no sé qué, y... Vamos, no quedó -término infamante que no me dijera, después de quitarme las cebollas... -Lo demás de este desventurado pasaje de mi vida, se lo contaré en dos -palabras. Estando entre las garras de aquella bestia, llegó la pareja y -me prendió y condujo a la cárcel de no sé qué pueblo. En tres o cuatro -cárceles he pasado sucesivamente mis amargas noches, y por fin heme -visto traído en esta conducta con los dos compañeros que atados conmigo -vienen, y que han sido presos por cortar leña en montes que llaman -del Estado. No sé a dónde me llevan. Al cuadrillero que me interrogó -por primera vez he dicho que mi deseo es ir a Madrid, pues allí tengo -amigos que serán fiadores de mi honradez... No sé tampoco dónde estoy, -ni si esto que parece _quintana_ o mercado romano, algo semejante al -_zoco_ de los árabes, es buena dirección para Madrid, o si lo es para -el Congo. ¿En qué país estamos? ¿Esto es España, o es algo de otros -mundos, de otros planetas, a donde de un puntapié nos ha mandado la -mágica Astarté, diosa de los Infiernos? - ---Tenga paciencia, mi don José Augusto --dijo el caballero, traspasado -de dolor--, que en este laberinto de Pitarque podrá muy bien -socorrernos a usted y a mí una divinidad del Cielo, ante quien bajan -la cabeza los poderosos así como los humildes. Su poder es grande. Más -de una vez la he tenido yo junto a mí sin gozar de su presencia. Ahora -mismo me da en la cara el calor de su aliento, y no veo su excelsa -persona... Esperemos un poco, y la Madre vendrá... Sus pasos no se -sienten. - -A pesar de la honrada convicción con que hablaba Gil, no parecía -darle crédito el desdichado amigo. Por un momento permaneció este -como alelado, abierta la boca, el mirar sin fijeza... Luego suspiró, -diciendo con hueca voz: - ---Déjeme usted de Madres. Para mí la única madre es la Historia, y esa -huye con repugnancia de los hechos y personas del día. - ---No es precisamente la Historia, sino la... no sé cómo decirlo... -Es el alma de la raza, triunfadora del tiempo y de las calamidades -públicas; la que al mismo tiempo es tradición inmutable y revolución -continua... ¿Qué dice usted, Becerro? - ---No digo nada... Sí: digo que las Madres pasaron, las Hermanas -también... No hay Historia de lo presente. Lo presente no es más que -espuma, fermentación, podredumbre. Lo mejor será que nos muramos todos -prontito. Después el caos... un caos delicioso... - -Acercose un guardia, y con la frase secamente cortés de _haga el -favor_, indicó a Gil que no era permitido conversar con los presos. -Retirose de la taberna el caballero en un estado de indecible -turbación. En su alma se atropellaron en tremendo revoltijo el miedo y -la esperanza, y al recorrer el patio, su exaltada imaginación desfiguró -los semblantes y cuerpos de la pobretería que allí se congregaba. En -unos vio cabezas de pájaros, en otros hocicos de extraños rumiantes o -paquidermos. El vocerío le sonaba como la jerigonza monosilábica de -los idiomas primitivos; las hogueras esparcían resplandores rojizos -sobre figuras y objetos; los calderos hinchaban desmesuradamente sus -vientres cubiertos de hollín; el freír de las sartenes semejaba risa y -burla satánica, que afluía de bocas invisibles. - -Aturdido fue y vino el caballero, sin dar con el rincón en que había -dejado a sus amigos don Quiboro y Tiburcio. O los rincones se cambiaban -por sí de un lado a otro, o los principios geométricos se declaraban -en rebeldía suprimiendo los ángulos... Así lo pensaba Gil o lo veía... -Y no fue suceso imaginario, sino real, la irrupción súbita en el patio -de Pitarque de nuevo tropel de gente bulliciosa. Primero entró un -destacamento de plebe mísera, gritona y desmandada; luego dos presos -en cuerda, custodiados por pareja de la Guardia civil. En dicha cuerda -venía una pobre vieja atraillada con un facineroso, _Lobato_ por mal -nombre, muy conocido en la comarca por audaz cuatrero y asaltador de -caminantes, sin respetar haciendas ni vidas. La anciana, maniatada con -el bandido, parecía reproducción de la que Gil llamaba Madre, solo -que su mayor grado de ancianidad hacíala pasar por madre de la Madre. -Encorvada y jadeante se dejó caer al suelo apenas entró, abatiendo -consigo al ladrón _Lobato_. En sus facciones amarillas y rugosas, se -traslucían los rasgos de su belleza como perlas caídas en el fondo de -un charco; su mirar se apagaba en una letal resignación de heroína -vencida; de su excelsitud y majestad solo quedaban rezagos en el gesto -airoso. Dudando de lo que veía, acercose Gil a la postrada vieja y le -dijo: - ---¿Eres tú, Madre querida? - -Y ella, mirándole cariñosa, le respondió: - ---Yo soy, yo fui, porque en esta injuriosa degradación a que me han -traído tus hermanos, más bien soy tu Abuela que tu Madre. - -No pudo seguir el caballero junto a ella, porque uno de los civiles le -apartó con rudo manotazo. Miró Gil al guardia, y reconociendo a Regino, -fue acometido de rabia impulsiva y furor salvaje. - - - - -XXIII - -De cómo las picantes aventuras se vuelven dolientes y trágicas. - - -Arrebató Gil del grupo cercano un hierro con que atizaban la lumbre, y -corrió disparado contra el pecho y vientre de Regino, soltando de su -boca estas horrendas imprecaciones: - ---Canalla, ladrón de honras, Caín... no te contentaste con quitarme -a mi mujer, sino que te atreves con mi Madre... Espérate y vas al -infierno... - -Si no le sujetaran, no habría tenido tiempo Regino de guardarse del -golpe. Flemático, sin hacer uso del máuser, dijo al que fue su amigo: - ---Repórtate, _Florencio_, y no provoques. Y pues has tenido la mala -sombra de volver a nuestras manos, date preso... Poco te ha valido -escaparte. La justicia te reclama. - ---Yo me chanflo en la justicia, en ti y en tu madre --gritó Gil tirando -el hierro--. Asesino eres, y si quieres matarme ahora mismo, aquí me -tienes indefenso. Pero antes te diré que eres un alma perversa, harta -de pecados. - ---Ea, pájaro, a callar --dijo el guardia de la cara hosca, -disponiéndose al empleo de la cuerda. - ---Aquí me tienen... Regino, ¿qué has hecho de mi mujer? ¿Qué harás -ahora de mi Madre? Yo te aseguro que una y otra morirán conmigo, y -que tantas muertes caerán sobre tu conciencia. ¿Desconocéis vosotros, -guardias en quienes veo nobleza y ceguera, porque todos, menos este -infame Regino, sois hombres de honor, que ignoráis las villanas -intenciones de los que os mandan; desconocéis, digo, a esta divina -Señora, alma de los reinos que son y que fueron, eterna entre nuestra -mortalidad? - -Lo de llamar divina, eterna y alma de los reinos a la pobre vieja, -mendiga, borracha o criminal, que esto no se sabía, levantó rumores -de burla y desató carcajadas en el auditorio... El guardia de la cara -hosca, asegurando las manos de Gil, le dijo: - ---Cállate la boca, chiflado, cabeza perdida. Nosotros llevamos gente a -las cárceles y a los manicomios. Ya te dirán a dónde debes ir. - ---A la muerte iré con mi mujer y con mi Madre, verdugos --gritó Gil, -más desatinado--; pero no quisiera ir sin llevarme a alguno de ustedes -por delante... - -En esto surgió en el grupo la talluda, imponente figura de don -Alquiborontifosio, el cual, con bronca voz, sin miedo a los civiles ni -al lucero del alba, se expresó de este modo: - ---Si tienen por criminal a esta Señora, y ella es, en efecto, doña -María, ténganme a mí como su cómplice, cualquiera que sea el supuesto -delito que le atribuyen. - ---Esta mujer --afirmó uno de los guardias-- iba con un compañero de -_Lobato_, que se nos escapó, corriendo más que una liebre... Por los -compañeros de la otra pareja sabemos que alienta y encubre a los -ladrones de leña, guardando sus rapiñas en la corraliza que tiene a la -salida de Guijosa, con un tapadillo de cabras, cerdo y un horno de cal, -para despistarnos. - ---Pues yo también encubro y despisto --declaró con gallarda entereza el -maestro--. Si a la ilustre Señora maniatáis, haced lo mismo conmigo, -pues yo también soy escudero de ella, como este joven, a quien conocí -en Boñices. - -Mientras esto decía, el guardia le metió la mano en los bolsillos, y -sacando unas patatas, le dijo: - ---Explíquenos el señor escudero de la vieja dónde adquirió estas -patatas, y con qué leña hizo fuego para chamuscarlas. - ---Ese fruto --replicó don Quiboro-- lo debí a la caridad. Mas si -entendéis que es fruto robado, prendedme y atadme con la Señora por el -lado contrario al que ocupa _Lobato_, para que en doña María se repita -el caso de nuestro Redentor, sacrificado entre dos ladrones. - ---No, no --gritó el caballero fuera de sí--, que ese puesto a mí me -corresponde... Y si lo dudan, pregúntenselo a ella. - ---No disputo el lugar --agregó don Quiboro--. Solo reclamo el honor de -un puestecito en el calvario de doña María... Estáis ciegos, señores -guardias; vivís a cien leguas de la verdad... No sabéis que a la vuelta -de cualquier camino, tendréis delante al Apóstol Santiago en persona, -que os dirá: «Teneos, hombres de poca fe, y dadme al instante a esa -santa mujer que lleváis atada entre ladrones, y entregadme también a -sus nobles escuderos...» Yo soy por mi oficio maestro de párvulos, y si -no tenéis bastante ilustración para distinguir lo grande de lo pequeño -y lo santo de lo criminal, yo os abriré las entendederas. - ---¡A la cárcel! --clamó el guardia de la cara hosca--, y allí se verá -si algunos de estos han de ir a una sala de observación en el hospital. -Pocas bromas, y a callar todo el mundo. - -Imperante la fuerza, se procedió a engarzar a Gil y a don Quiboro en -las ignominiosas cuerdas. El caballero tuvo el honor de que su mano -derecha fuese atada con la izquierda de la Madre, que en el suelo yacía -sin dar acuerdo de sí. Y como en aquel momento descubrieran los civiles -a Tiburcio de Santa Inés, y le reconocieran como escapado de la cárcel -de Sigüenza, no le valió el intento de escabullirse, y su mano carnosa -quedó enlazada cruelmente con la huesuda mano del maestro. De este modo -fueron conducidos casi a rastras los dos rosarios por un pasillo largo -que se abría junto a la taberna, y terminaba en anchurosa cuadra, y en -ella entraron precedidos de la cuerda en que iban Becerro y los dos -leñadores furtivos. - -Cerrada la puerta, los infelices presos quedaron en hórrida oscuridad, -pues la cuadra no recibía por ninguna parte el menor destello de -luz. Conforme entraban, iban echándose al suelo; cada cuerda caía de -golpe, pues uno solo a los demás arrastraba. Mediano rato estuvo Gil -maldiciendo todo lo maldecible, y dando aire a su insana desesperación. -A la Señora, que a su lado yacía, llamó una vez y otra. No contestaba. -Por el tacto quiso reconocer su presencia, y solo tocaba un bulto -blando en inmovilidad de cosa inanimada. Pensó que la Madre se había -desvanecido, dejando en su lugar un fardo de lana y huesos. La sacudió. -Ni voz ni aliento le dieron respuesta. Al otro extremo de la caverna -tenebrosa sonaba una voz que le pareció la de Becerro, declamando -ininteligibles oraciones, o aforismos de filosofía de la Historia. ¿Qué -falta hacían en tal desolación la Historia y sus abstrusas filosofías o -exegesis?... Más cerca, sonaba la trompeta del Juicio final, o sea el -ronquido de don Quiboro, que profundamente dormía como un santo mártir -en su urna de cristal... - -La oscuridad profunda determinó en el cerebro del caballero visiones -extravagantes y terroríficas, animales absurdos nunca vistos en la -realidad, personas reptantes y seres gelatinosos, que con la huella de -sus babas iban trazando en suelo y paredes letreros indescifrables. La -imagen de Regino, con el máuser al hombro, desafiando al mundo entero -con su arrogancia desdeñosa, dominaba en las insanas hechuras de la -fiebre, infernal inspiración del condenado a muerte. Y singularmente -le atormentaba el anhelo no satisfecho de ver a Cintia entre aquellas -aberraciones cerebrales. «¿Dónde está Cintia? --se decía--. Es deber -suyo presentarse aquí... Ni la veo, ni quiere verme. Y lo peor es que -no me acuerdo de cómo es Cintia... Llamo su rostro a mi memoria, y su -rostro no viene; su rostro se esconde, dejándome en la mayor confusión -de mi vida... Yo pregunto a la oscuridad, yo pregunto a la luz cómo es -el rostro de Cintia, y la luz y la oscuridad nada quieren decirme.» - -En las innumerables vueltas de la rueda de este suplicio pasó la -noche, imagen de una dolorosa eternidad sin consuelo. Al rayar el -día, cuando algunos presos se desperezaban y los más dormían, fueron -sacadas las tres cuerdas para emprender el lento y angustioso viaje -hacia la indeterminada meta en que se erigía, rodeado de sombras, -el fetiche de la justicia para pobres. ¡Inhumana y expeditiva ley, -sin otro ideal que acabar pronto y cumplir una función de policía de -los caminos! Los guardias conductores de los presuntos delincuentes -actuaban con la rigidez de mecánicas escobas que traían y llevaban las -basuras sociales, sin cuidarse de su destino. Ellos barrían lo que se -les mandaba barrer, y no tenían por qué averiguar si había polvo de oro -entre el polvo y mondaduras mal olientes... - -Pasaron por el corral o patio, donde yacían durmientes descuidados... -Vio Gil cenizas donde hubo llamas, los pucheros volcados, todo en -el desorden matutino, antes que empezara el arreglo de los ajuares, -obra doméstica del día. Pasó junto al grupo de los volatineros: los -hombres dormitaban; las mujeres, ya despiertas y en todo el horror de -su despintada fealdad y de sus flacas pechugas colgantes, se alisaban -las greñas con peines desdentados. Al paso del caballero preso le -agraciaron con signo de compasión y simpatía, no atreviéndose a más -por miedo a los guardias... Llegose a la puerta de la taberna la -triste caravana, y allí José Corvejón, hombre cristiano y de buen -natural, obsequió a todos con lo que quisieron tomar para sustentarse. -Los más bebieron aguardiente. La Madre no quiso probarlo, y cedió -a Gil su vaso. A don Alquiborontifosio dieron pan negro, vino y su -tajadita de bacalao, y con lo mismo se apañó Tiburcio. _Lobato_ pidió -más aguardiente: por indicación de los civiles no le fue concedida más -de una ración discreta. Remediados así, salieron al campo, y el aire -fresco desentumeció sus espíritus y entonó sus cuerpos, vigorizándolos -para la marcha penosa. - -Delante iba la cuerda de Becerro; seguía la de don Quiboro, y atrás, en -colocación de respeto como la Virgen en las procesiones, la cuerda de -doña María. De los siete infelices conducidos, el _Lobato_ era el de -mayor cuidado. Por tal le tenían los guardias, como buenos conocedores -del personal vagabundo, y no quitaban de él la vista, observando sus -manifestaciones de salvaje alegría. Bromeaba y canturriaba al compás de -la marcha, y refería las innumerables procesiones de aquella guisa, en -que figurado había desde su tierna infancia. Cuando a lo largo de la -carretera general, en la cual entraron poco antes de las nueve, veían -venir algún automóvil disparado, se les mandaba alinearse en la cuneta. -Pasaba el auto como exhalación, levantando polvo y exhalando la fetidez -de la gasolina, y el _Lobato_ era el más vehemente en las exclamaciones -de amenaza y vituperio contra la máquina veloz, que corría parejas con -el viento y aun le superaba en el tragar de kilómetros. - ---¡Así te escacharres!... Miá la pendanga que va detrás del vidrio... -¡Corréi, corréi; matarvos pronto, granujas!... - -A menudo dirigíase Gil a la vieja con interrogaciones cariñosas; -mas ella solo respondía con su mirar de intensa piedad y dulzura. -Pensó el caballero que la excelsa Señora perdido había la palabra en -las recientes sofoquinas que le dieron sus ingratos hijos. Por fin, -recorrido ya un buen trecho a lo largo de la polvorosa, la Madre, -agobiada y envejecida, se dignó manifestarse con susurro, que el -caballero interpretó de este modo: - ---Hemos llegado a las horas de prueba... La tremenda adversidad -oblígame a sumergirme en la resignación dolorosa... Yo, eterna, sé -morir... He muerto, he revivido, a fuer de creyente en la grandeza de -mi destino. Calla y sufre tú, como yo sufro y callo... En trances de -esta naturaleza me vi alguna vez; mas la desdicha presente supera, -hijo mío, a otras que parecieron extremadas. Mi destino me impone la -sumisión a los ultrajes más atroces. No podré ser redentora, si no soy -mártir... - -Al son de estos graves dichos, _Lobato_ entonaba canciones obscenas. -Los delanteros marchaban silenciosos, y Becerro era como un autómata -impulsado por inverosímil mecanismo de piernas. En la segunda cuerda -notábase cierta irregularidad de andadura, pues el ágil paso de -Tiburcio no emparejaba con la torpeza del pobre don Quiboro, que iba -como arrastrado por su compañero. La Madre mostraba un vigor y compás -de movimientos que desdecían de su vejez caduca. Observándolo así, los -guardias decían a los hombres: - ---Adelante; no os hagáis los remolones. Aquí tenéis a la pobre _Güela_, -que os da el ejemplo. Vean cómo no se cansa. _Güela_, tú mereces que se -te dé libertad por valiente y juiciosa. Nosotros no podemos dártela; -pero te recomendaremos por tu buen caminar... Anda, _doña Sancha_ o -_doña Berenguela_, que aún no sabemos tu nombre, y quizás por no querer -decirlo te ves en esta traílla. - -Despejado el día, el sol picaba un poco, y con el sol el aire fresco -componía un buen temple para la marcha. Al filo de las doce, entraban -en un desfiladero en cuesta, con corte de trinchera no muy alta por -un lado, por otro lindante con terreno de peñas y matorrales. Apenas -vencido el arranque de la cuesta, don Alquiborontifosio empezó a dar -traspiés y caía y se levantaba, sacando fuerzas míseras de su honda -flaqueza. Suspendiose por un momento la marcha. Respiró el buen -maestro, y al dar los primeros pasos después de la breve parada, cayó -en el suelo con pesadumbre, abatiendo a su compañero. Acercáronse los -guardias, animándole con palabras caritativas. Pero don Quiboro se -tendió a lo largo, quedando en cruz, los cuatro remos extendidos, el -rostro mirando al cielo. - ---Caballeros guardias --dijo con voz cavernosa--, mátenme de una vez, -que de aquí no puedo pasar. La vida se me acaba. Si han de seguir, -remátenme con un tirito... y yo quedaré contento y ustedes libres de -esta carga. - -En derredor del infeliz viejo se agruparon todos. Uno de los guardias -declaró que según reglamento no podían abandonarle. Para llevarle -cómodamente ajustarían el primer carro que pasara. Don Quiboro se -volvió a Gil, diciéndole: - ---Caballero que me acompañó y me dio parte de su queso y pan, coja mi -manta. No puedo hacer testamento de otra cosa; y usted, doña María, -écheme su bendición. _Ven, muerte pelada, ni temida ni deseada._ - -Trataron de animarle con palabras afectuosas y bromas compasivas. Lo -primero que dispuso el de la cara hosca fue desligarle de Tiburcio, -atado a él mano con mano. Lleváronle fuera del arrecife, depositándole -en un lomo de tierra, bastante apropiado para servir de cama. La faz -angulosa del anciano se desfiguró y descompuso por entero, anticipando -la faz cadavérica. Llevose la mano al pecho; abrió la boca cuanto -abrirla podía, y absorbiendo gran cantidad de aire, pudo articular -estas palabras: - ---Amigos, dadme los parabienes, porque ya se acabó el padecer de -Alquiborontifosio de las Quintanas Rubias. - ---Ea, no se acobarde, abuelo --le dijo Regino poniéndole la mano en la -frente, mientras el otro guardia le tomaba el pulso--. Le llevaremos en -un carro... Descanse... ¿Ha sido usted militar? ¿Ha sido labrador? - ---No señor... He sido... - ---Ha sido maestro de escuela --dijo la Madre--. Tened compasión del que -enseñó a leer a vuestros padres. - -Advirtieron todos fúnebre contracción de los músculos faciales del -desgraciado viejo. Encogió este una pierna, y las dos estiró luego -desmesuradamente. - ---Maestro --dijo un guardia--, haga el favor de no morirse en nuestras -manos, que no tenemos la culpa de su infelicidad. - -Y él, extinguiéndose, articuló trémulas expresiones: - ---Maestro fui; ya no soy nada... Rezadme algo... Mejor será que digáis: -_Muerta es la abeja, que daba la miel y la cera_. - -Así entregó su alma en un camino el caminante que recorrió larga vida -de penas y abrojos; así murió la solícita abeja, que dio toda su miel a -las generaciones ingratas. - -Y en el trance de atender al maestro moribundo, y en la emoción -de verle morir, distraídos los guardias por ley de humanidad, no -advirtieron que Tiburcio de Santa Inés, en cuanto se vio desligado de -su compañero, se deslizó lindamente hacia las peñas próximas, y por -entre malezas y pedruscos hizo una teatral desaparición de su persona. -Uno de los guardias, apenas recobrada la conciencia de su obligación, -le vio a lo lejos, ganándose la libertad con la ligereza de sus pies, -y la instintiva táctica del prisionero en salvo... El representante -de la ley se echó el fusil a la cara. Pero Tiburcio, que sin duda se -había encomendado al Niño Jesús, supo desaparecer tras de una roca. Por -muy diligentes que fuesen los del tricornio, no habrían de engancharle -nuevamente, y el matarle de un tiro no era fácil, por lo abrupto -del terreno y el broquel de piedras con que el fugitivo defendía su -existencia. Mientras dos de los civiles deliberaban sobre esto, los -otros dos vieron con sorpresa y enojo que el _Lobato_ desprendía su -mano de la de la vieja, y tomaba carrera por el mismo escenario que fue -la salvación de Tiburcio. El pícaro cortó la cuerda con navaja. ¿Cómo -pudo ser esto, después del cacheo minucioso que a todos se hizo? Sin -entretenerse en descifrar tal enigma, acudieron a la cuerda de Becerro, -notando en los dos consortes de este inquietudes reveladoras del ansia -de libertad. - -Y cuando esto ocurría, Gil y la viejecita, libres ya de la impedimenta -del cuatrero, subieron tranquilamente por un senderillo escalonado, y -se encontraron en lo alto de la trinchera que dominaba por la derecha -el camino real. Desde allí vieron el cadáver de don Quiboro, medio -cubierto con su manta, y observaron el trajín de los guardias para -contener a los de la traílla de Becerro. No fue iniciativa de Gil -el subirse con paso sereno a donde fácilmente podían ser de nuevo -aprehendidos. La Madre le llevó con suave tirón de su mano atada, y al -llegar arriba le dijo: - ---Veremos lo que hacen estos pobres cuadrilleros de la Santa Hermandad, -tan sencillotes y puntuales en cumplir lo que les ordena su reglamento. -Su deber es cogernos o matarnos. Subamos un poquito más arriba. - -Advertida por los guardias la fuga de la vieja y su escudero, con ellos -se encararon. Regino les dijo: - ---Baja, Florencio, y no nos comprometas. A _doña Sancha_ podríamos -dejar en libertad; a ti no, que eres acusado de homicidio. - ---Es hijo mío --gritó la Madre con voz cascada--, y los dos correremos -la misma suerte. ¿Para qué quiero vivir yo, si a mi hijo matáis, o si -vivo le lleváis a la deshonra, abriéndole las puertas del presidio? - ---Volved acá. ¿Qué más quisiéramos nosotros que dejaros libres? ---gritó Regino, blasonando de riguroso, sin olvidar lo humano--. Si -la vieja es tu Madre, cumplirá con Dios haciendo por salvarte. Pero -nosotros, máquinas frías de la ley, no podemos encender en nuestros -pechos la compasión. Has matado a un hombre. La anciana no ha hecho -más que ocultar la rapiña de los leñadores furtivos... Para ella puede -haber un poco de lo que llamamos vista gorda; para ti no... Bajad y -entregaos. - ---Farsante --clamó Gil-Tarsis ronco de ira--. Más culpable que mi Madre -y que yo eres tú, que aprovechándote de mis desdichas me has quitado a -mi mujer. ¡Y hablas de justicia y de ley, y distingues la vista gorda -de la vista flaca! La vista tuya ante mí es de lobo carnicero, porque -después de quitarme la mujer que adoro, quieres ocultar tu delito con -mi perdición. En Numancia te conocí; en Numancia me engañaste, pues con -hipócritas zalamerías me hiciste creer que eres caballero. Caballero -fuiste, sin duda, y estás encantado como yo, penando por tus culpas... -Al mismo escarmiento y expiación estamos condenados: yo por desórdenes -de mi vida, de los que afean, pero no deshonran; tú por delitos contra -mi Madre. - ---Baja, loco de atar --gritó el de la cara fosca--; baja, y si más que -presidio mereces manicomio, a él irás. - ---No bajo... Regino, mal hombre, ¿piensas que desconozco la causa de -tu condenación, y el pasar de caballero y alta figura militar a simple -número de la Guardia civil? Pues encantado fuiste por entregar a una -nación extranjera tierras españolas... ¿Te atreves a negarlo?... -Vendiste a tu patria, no por dinero, sino por obedecer a los que -querían la paz aunque esta fuera bochornosa. Y ahora, el que fácilmente -y sin lucha permitió la conquista de una parte de España, ahora también -con maniobra fácil a mí me conquista la mujer... Esto es indigno. -Contra ti protestarán el cielo y la tierra, y maldito de Dios, y -maldito de los hombres, no tendrás en tu vida ni un instante de paz... -Y nada más tengo que decirte. Yo criminal, creo deshonrarme hablando -contigo. - -Como en aquel instante iniciara la Madre un movimiento para seguir -cuesta arriba, los guardias les dieron el alto. - ---¡Quietos! --gritó el del feo rostro--. Quietos, o disparamos. -_Güela_, ten el juicio que a ese loco le falta. Bajad: os lo mando por -tercera y última vez. - -No hicieron caso el hijo ni la Madre. Los guardias no podían eludir -el cumplimiento de su deber... Los mortíferos fusiles subieron a la -altura de los ojos. ¡Brrrum! Dos, tres disparos rasgaron el aire con -formidable estampido. La vieja y el caballero se desplomaron... Su -caída en tierra fue súbita y blanda, como la de dos cuerpos colgados -del cielo por invisibles hilos... que las balas rompieron. - - - - -XXIV - -Allá van los peregrinos, de tierra en tierra, de río en río. - - -Consumado el acto de policía impuesto por duro reglamento, advirtieron -los guardias en su compañero Regino palidez tan intensa, que más -parecía muerto que matador. Demudado de rostro y oprimido el pecho -por indecible congoja, difícilmente podía tenerse en pie; y mientras -sus camaradas subían a cerciorarse de la muerte de los fugitivos, se -sentó junto a la inerte y fenecida humanidad del buen don Quiboro. O se -avergonzaba de la flaqueza de su ánimo, o en su mente se agolparon, con -violencia congestiva, ideas suscitadas por las terribles imprecaciones -de Gil poco antes de caer fusilado. Volvieron del reconocimiento los -guardias, y Regino les interrogó sacando débiles voces de su angustiado -pecho. - ---El mozo está más muerto que mi abuelo --dijo el fosco--. Cabeza -y corazón tiene, al parecer, pasados de parte a parte. En la vieja -no hemos visto heridas; pero está tiesa y sin respiración. Si no la -tocaron las balas, muerta está del susto. - -Suspiró Regino. Ocupáronse los cuatro sin demora en apreciar la -situación poco airosa de la conducta. Fugados también los leñadores -furtivos, solo quedaba en cuerda el gran Becerro, que ni podía -escapar, ni aunque pudiera lo intentaría, sometiéndose de buen talante -al fuero de policía, por dictado inapelable de su honrada conciencia. - ---Señores guardias --les dijo--, aquí me tienen a su disposición para -cuanto gusten mandarme. Mis consortes de cuerda huyeron validos del -descuido y confusión que se produjo por la muerte de este olvidado -patricio, que de Dios goce. Yo no huyo, y aunque voy preso tan solo por -la delincuencia levísima de haberme apropiado dos cebollas, movido del -hambre furiosa, respeto las leyes y voy a donde quieran llevarme, que -por malo que sea el lugar de mi destino, siempre será mejor que la nada -del desamparo en que me veo. Átenme si quieren; mas yo aseguro a los -dignos caballeros de la Santa Hermandad que no será preciso, pues no he -de hacer nada por la Libertad, que esta, ¡vive Dios! ha de dar paso a -su hermana mayor la Justicia. - -Aunque los de la Benemérita fiaban en la sumisión del esmirriado -Becerro, no quisieron perderle de vista, y colocándole sentadito junto -al cadáver de don Quiboro, a guisa de guardián o asistente religioso -para encomendarle el alma, procedieron a la ejecución de lo que el -reglamento en aquel singular caso les imponía. En espera del primer -transeúnte que les ofreciese la casualidad, redactaron el parte que -habían de dirigir al Juzgado municipal del pueblo más cercano, para que -viniese a recoger los tres muertos de aquella infeliz jornada. Acertó -a pasar el primero un mocetón con dos borricos cargados de tejas; -se le detuvo, y encargado fue de llevar el mensaje. Inmediatamente -comenzaron a extender el atestado que habían de formar, y de la -redacción de este, así como del parte, se encargó Regino, auxiliar de -una de las parejas, y el más suelto de letra y estilo para trabajos -de oficina. Sacó el guardia papel, tintero y pluma, que a prevención -llevan todos en su cartera cuando van en conducciones, y haciendo mesa -de su rodilla, escribió cuanto era menester para cumplir el trámite -ineludible. «En el kilómetro tal y tal, el detenido tal y tal sufrió -un accidente; se le prestaron los auxilios tales y cuales... quedando, -al parecer, difunto... Y en la confusión que sobrevino, los detenidos -tales y cuales se escaparon por un terreno en que era imposible -perseguirlos; y otra pareja de presos, joven él y anciana ella, -conocidos por tal y cual... intentaron la fuga, siendo acometidos por -accidentes de que les sobrevino muerte natural, etcétera, etcétera...» - -Un buen rato invirtieron en esto los buenos guardias, y en tanto, -transeúntes diversos se detenían movidos de lástima y curiosidad en el -lugar de la tragedia, llegando a formarse un atasco de gente que obligó -a los civiles a ordenar el despejo. - ---Ea, paisanos: sigan su camino, que aquí no se les ha perdido nada. Ya -hemos dado el parte, y esperamos que venga el Juzgado municipal, con la -tardanza de tres leguas largas que suponen el aviso para ir y el juez -para venir. Hagan el favor de retirarse cada cual por donde le llaman -sus obligaciones, que aquí no nos hace falta público... Adelante o -atrás todo el mundo. - -Unió a estas exhortaciones la suya muy autorizada el gran Becerro, -diciendo a los mirones: - ---Obedezcan a los señores guardias, y despejen. Este que aquí veis, -anciano difunto, es un venerable profesor de las escuelas del Reino... -vida cansada, heroica... Ha muerto andando... Por lo que a mí toca, -si entre ustedes hay alguno de los que llaman _reporter_, y me pide -informes personales para su periódico, direle que voy preso por haber -cogido dos cebollas con el fin de alimentarme, pues no llevaba conmigo -más que un poco de pan seco. Pensaba yo que los frutos de la tierra han -sido dados a la Humanidad para su sustento... Y sepan asimismo que me -vi en tan cruel necesidad porque unas meretrices desenvueltas y unos -mancebos desvergonzados me aliviaron de mi dinero... Y nada más tengo -que decirles... Señores, buenas tardes... Adiós... Gracias. - -Las tres leguas largas del aviso que va y del Juzgado que viene, se -alargaron por la natural pereza de estas diligencias de la policía de -caminos, y se pasó la tarde y vino la noche en la propia situación -descrita. También los dos cuerpos tendidos en la parte de monte, más -arriba de la trinchera, tuvieron su poco de público, homenaje de la -curiosidad compasiva. Los mirones pegajosos dejaron caer sobre las -víctimas de aquella tragedia la opinión concluyente de que el mozo -y la vieja, el uno ensangrentado, la otra seca y rígida, estaban ya -poco menos que putrefactos. Se les debía dar tierra en el propio suelo -donde yacían. Ocioso es decir que los guardias ahuyentaron el enjambre -fisgón, que en cien caseríos a la redonda había de esparcir el zumbido -de opiniones diversas acerca de la justicia en despoblado. - -Como se ha dicho, declinó el día con perezosa tristeza sobre los vivos -y muertos que en aquel punto esperaban la llegada de un funcionario -judicial, y al día sustituyó la noche en la guardia o centinela de lo -muerto y lo vivo, apoderándose de todo con dulce tutela melancólica. -Ya pestañeaban en el cielo, queriendo lanzar su brillo, las tímidas -estrellas de Casiopea; ya el grupito gracioso de las Pléyades subía -tras de Perseo y delante del Toro, de ardiente mirar, cuando la vieja, -estrella terrestre, a quien unos llamaban _Madre_, otros _doña María_, -y los menos avisados _doña Sancha_ o _doña Berenguela_, empezó a -pestañear también como las del cielo, queriendo esparcir su soberano -brillo sobre el mundo... Dicen historias fidedignas que se incorporó -sin desperezarse, y algún cronista consigna el desperezo como dato -preciso. Sin dar importancia a este detalle, el narrador afirma que la -Madre tocó el cuerpo exánime de su encantado hijo, diciéndole: - ---Gil, ¿estás muerto? - -Y añade que el caballero Tarsis, sin moverse, respondió: - ---En verdad no sé si soy difunto... o si de mi defunción quiere salir -una nueva vida. Te aseguro que roto mi cráneo como una hucha de barro, -las monedas, digo, los sesos salieron a tomar el aire... Pero a mi -parecer, han vuelto a meterse en su casa o madriguera, y la herida me -duele tan poco, que si me pasaras por ella tu dedo mojado en tu saliva, -creo que no me dolería nada. - ---Sí haré --dijo la Madre, aplicándole la medicina por él propuesta--. -Abre los ojos, si ya no los tienes abiertos... ¿Ves? ¿Me ves a mí y a -estos matojos que nos rodean? - ---No he cerrado los ojos desde que nos fusilaron, y aguantándome -inmóvil he visto a la gente novelera que vino a cantarnos el funeral -de su lástima, diciendo que estábamos ya en descomposición. Yo me lo -creí, y hasta llegué a sentir las cosquillas que me hacían los gusanos -corriendo por toda mi carne, y dedicándose a comerme sin ningún respeto. - ---¿Podrías tú ponerte en pie? Pruébalo. - ---Pues sí que puedo --respondió Gil, moviendo piernas y brazos para -tomar la postura de cuatropea--. Lo que temo es que si me levanto, nos -vean los guardias. - ---No te ven. ¿Has notado que cae sobre este suelo, en gran espacio, una -densa oscuridad? - ---Lo he notado... Nada se ve fuera de un radio de tres varas... Sí: veo -unas luces que vienen por arriba, como hachas encendidas que oscilan y -tiemblan al paso de las personas que las llevan. - ---Son hachones, sí --dijo la Madre--; son los cirios de los frailes -Recoletos que vienen a sepultarme a mí... y a ti, como es consiguiente. -No hagas caso de esto, y dejemos que nos entierren... - ---¿Vivos? - ---No, hijo... Ellos nos entierran y nosotros nos vamos. - ---¿Cómo he de entender tal dislate, si no me concedes siquiera un -destello de tu ciencia divina? - ---No discutas, no caviles, no ahondes en el vago misterio, sobre el -cual yo misma no podría darte razones que lo aclaren. Cógete a esta -falda mía, toda fango y desgarrones, y ven, ven... - ---¿No temes que nos vean los guardias y nos fusilen otra vez? - ---No se fijan en nosotros. Desde aquí los veo descuidados de los -muertos, y atentos a si viene o no viene el juez municipal a sacarles -de este atolladero? - ---¿Y el gran Becerro qué hace? - ---Allí le tienes sentadito a la cabecera del buen don Quiboro. -Primero entretuvo a los guardias contándoles el paso del Cid con toda -su hueste por estos lugares, para ir a la conquista de Valencia... -Después, metiéndose en la geografía arcaica, les dijo que no lejos -de aquí tuvieron los celtíberos su celebrada _Confluenta_... y otras -ciudades... En verdad, no sé si Becerro está en lo firme: con los años -y el tráfago del vivir presente, se me van olvidando estas cosas. - ---Yo, por más que digas, temo a los guardias. ¿Estamos donde caímos -muertos, o nos hemos alejado un poquito? - ---¿No te haces cargo de lo que has andado conmigo agarradito a los -pingajos de mi falda? Entre nosotros y el lugar de la tragedia he -puesto ya un espacio de más de doce kilómetros. No te diré dónde -estamos, porque no lo sé fijamente ni me importa. Te llevo por la -margen derecha de mi risueño Henares, y si no te cansas, no hemos de -parar hasta la docta ciudad donde nació el Príncipe, por no decir el -Rey, de mis ingenios. - -Aseguró Tarsis que en mil años no se cansaría. Era feliz junto a ella, -y aún lo sería más cuando pudiera olvidar las angustiosas escenas de -Pitarque, la triste conducción por carretera con el doloroso paso -de la muerte de don Alquiborontifosio y el imborrable espanto del -fusilamiento. Exhortole la Madre a ir expulsando de su cerebro aquellas -patéticas emociones hasta que no quedara rastro de ellas. - ---Por mi parte --añadió--, siempre que salgo de apreturas como la de -esta tarde, me doy buena maña para velarlas y desvanecerlas con el -benéfico olvido. Si así no fuera, viviríamos en un puro dolor. Debo -decirte que, aunque la cuenta de mis años no cae dentro del fuero -de la aritmética y de la cronología, no he llegado a persuadirme de -mi inmortalidad, no puedo ponerla entre las cosas incontrovertibles -y dogmáticas. Las indecibles tonterías y despropósitos de mis hijos -me han precipitado a la desesperación, y en las negruras de esta he -visto segura, inevitable, mi muerte... Luego, en crisis terribles que -parecían entrañar mi acabamiento, heme levantado viva cuando ya me -llevaban del lecho mortuorio al sepulcro. - ---Eres inmortal --replicó Gil con vehemencia-- porque no eres una vida, -sino millones de vidas; no eres solo un lenguaje, sino remillones de -lenguas que espiritualmente te vivifican. - ---Así sea --dijo ella sonriente--; pero por mi fe, yo temo la -extinción de la vida, mayormente cuando sufro reveses como los que -acabo de pasar, y cuyos efectos en mí son vejez, enfermedades y hondo -desaliento. En la barbarie de esta tarde, que fue la tensión máxima -del infortunio motivado por mis malos hijos, sentí el horror de la -muerte. Cuando los guardias me apuntaron, dije para mí: «Esto se -acabó. Ya no me vale mi poder invisible...» Luego, ¡loado sea Dios! -este don de milagros, que otros llaman magia, y que siempre usé con -discreción y prudencia, me resultó eficaz, tanto para mí como para -ti... Del trance salimos con vida... Casi, casi me decido a creer en -mi inmortalidad... o al menos, por algún tiempo podré seguir afianzada -en esta idea robusta, como una estatua en su pedestal. Adelante, pues, -y hasta otra... hasta que tus hermanos me traigan un nuevo conflicto -de los que llamáis de vida o muerte... De este salí. ¿Saldré de los de -mañana?... Tengo la suerte... y ello es una virtud más que me ha dado -Dios... de no perder mis bríos en las mayores adversidades. Cuando -las padezco, lloro y me desespero; pero en cuanto pasa el sofoco y me -encuentro con vida, poco tardo en volver a mi normal tranquilidad, y a -sentirme alentada por la esperanza... Entiendo que no soy yo, sino la -raza que llevo en mí, la que tan rápidamente se cura del torozón de sus -desdichas. Así somos, así nos hizo Dios, _Asur, hijo del Victorioso_. -Caemos y nos levantamos tan arrogantes como estuvimos antes de caer, y -con limpiarnos el rostro de algunas lágrimas y sacudir los miembros, y -abrir plenamente nuestros ojos a la luz del sol, ya estamos de nuevo -en todo el esplendor y frescura de nuestro optimismo, que podrá tener, -como dicen algunos filósofos regañones, su poquito de ridiculez, pero -que es, créeme a mí, el único ritmo, pulsación o compás que nos queda -para seguir viviendo. - ---Pues tú así lo piensas --dijo el caballero con efusiva convicción--, -yo hago mío tu pensamiento, yo quiero ser el eco de tu voz. Vendrán o -no los días gloriosos; pero hemos de esperarlos, y orientar hacia ellos -nuestras almas. Advierto, Madre querida, que ya no eres vieja-vieja, -como te vi en Pitarque. Tu rostro no se ha desarrugado; pero tu -agilidad y tu mayor corpulencia dicen que te restablecerás pronto al -ser majestuoso en que te conocí. - ---Así será: no tardaré, hijo mío, en vestir mi esqueleto de carnes -hermosas, y en aderezar mi prestancia personal conforme al decoro que -por antigüedad me corresponde. - -Decía esto la buena Madre esparciéndose donosamente en la verde -frescura de un prado, desligada del hijo, voltijeando sola en derredor -de él con cierto retozo juvenil, y movimientos de danza pausada y -decente. Sus pies descalzos hollaban la hierba húmeda; elevaba sus -brazos en doble curva graciosa, hasta formar un nimbo en torno de su -cabeza. Su harapienta ropa se despegaba del cuerpo enjuto, queriendo -ahuecarse y plegarse con formas y líneas escultóricas. Mirábala Gil -asombrado, y ella puso fin a la gallarda pantomima llegándose a él y -señalándole un débil resplandor lejano. - ---Aquellas luces esparcidas --le dijo-- son la claridad nocturna de un -pueblo mío muy querido, Alcalá de Henares, por tantos títulos famoso -en mis estados. No entremos en la ciudad que ilustraron Cervantes, -Cisneros y mi salado Arcipreste. Dame la mano y vamos más allá... -Leguas, quedaos atrás... tierras mías, dad paso a vuestra Señora... A -prisa, Gil; a prisa, que es tarde... Hemos llegado a donde se aparecen -más débiles lucecitas... San Fernando es este... Adiós, manso Henares, -que entregas tu nombre y tus aguas a mi buen Jarama... Adiós, Mejorada; -adiós, Loeches, tumba del Conde-Duque... Jarama, contigo vamos hasta -dar con tu hermano Tajuña, ambos tributarios del padre Tajo, en cuyas -aguas quiero dejar mi fingida vejez y los andrajos que visto. - -Siguieron en veloz curso, semejante al correr planetario. En cortos -paréntesis de su gozo, Gil volvía su mente a las escenas y figuras -que había dejado atrás. Repitió su lamentar del triste fin de don -Alquiborontifosio, y expresó sus temores de la suerte que depararía el -Destino al pobrísimo y desamparado Becerro. - ---No temas --dijo la excelsa Madre--: yo le echaré una mano; yo cuidaré -de que cese el martirio de ese fantasma de los tiempos pretéritos. Su -vida toma jugo de la pura erudición. Vivirá mientras aliente el interés -cada día más débil que inspira el códice pergaminoso... Todo esto se -acaba... En la existencia futura, el alma de Becerro no tendrá más -realidad que la de una esencia contenida en redoma lacrada... Yo miro -con atención materna esa pobre ruina hasta que llegue a su extinción -polvorienta. - -Luego siguió así: - ---El delito por que le llevan preso es la más tremenda ironía de -los infelices tiempos que corren. Cogió dos cebollas en el predio -perteneciente a uno de los más desaforados Gaitones que oprimen la -comarca. El que le apaleó era un bárbaro jayán. El dueño de aquella -tierra y de otras colindantes, formando un inmenso estado agrícola que -llaman _latifundio_, apenas paga por contribución una décima de lo que -le corresponde. Es burlador del Fisco, y por esto y por otros delitos -de falsificación de actas, de encubrimiento de criminales, atropellos -de ciudadanos y arbitrariedad en el reparto de consumos, debiera estar -en presidio. ¡Y el pobre Becerro, por solo apropiarse dos cebollas, -es conducido al Juzgado entre los fusiles de la Benemérita!... Esto -es horrible, ¿verdad? Y más horrible que no pueda yo evitarlo. -¿Te asombras, hijo, de que teniendo tu Madre un poquito de virtud -sobrenatural, sazonada... así lo quiere Dios... con unas gotas de -humorismo, sepa trastornar de vez en cuando las leyes de la Naturaleza, -y no acierte a corregir o atenuar siquiera la condición aviesa de los -hombres? - -No supo Gil qué contestar, y viéndole en tales dudas, la dama cambió el -giro de su palabra: - ---No nos entretengamos parloteando y avancemos por estas fértiles -llanadas, pisando apenas el follaje muerto de las plantas que dieron -ya los dulces frutos de primavera y estío... Ya veo brillar tus aguas, -Tajuña; ya te acercas al punto en que las confundirás con las de tu -hermano Jarama... Sigamos, hijo... No tardaremos en hallar la florida -vega de mi Aranjuez querido, oasis de este reino, a donde afluyen aguas -mil fecundantes. - -En un lapso de tiempo cuya brevedad no pudo apreciar el caballero, -pasó con la Madre bajo los inmensos plátanos y negrillos ya desnudos -de sus hojas. Eran como bóvedas de alambre, por cuyo enrejado el cielo -dejaba ver la inmensidad de sus estrellas. Los pies de ambos caminantes -rozaban el suelo cubierto de hojas caídas, que al veloz paso crujían -y revoloteaban con manso ruidillo. A la izquierda dejaron la mole del -palacio, las luces del pueblo, las fuentes aparatosas, calladas; y al -cabo de un raudo caminar por solitarias alamedas y terrenos blandos, -cuyos surcos formaban pautas interminables, llegaron al lomo de una -ribera que, como dique, encauzaba la corriente del dorado Tajo. -Impresionó a Gil el rumor de las aguas que descendían bufando en -oleaje hirviente, juntos ya los caudales de Tajo y Jarama. La Madre se -detuvo en el lomo del dique, y extendiendo sus brazos hacia el río, -con elocuente ademán de mujer apasionada que se arroja en brazos de su -amante dijo así: - ---Al fin llego a ti, mi Tajo potente, mi Tajo impetuoso y varonil... -En ti me limpio de esta pegadiza roña de mi vejez; en ti recobro mi -hermosura y majestad. - -Y ordenando al caballero con breve mandato que la siguiese sin miedo -al refuelle de las ondas turbulentas, en ellas se arrojó de cabeza, -vestida, como ansiosa nereida que se introduce en el lecho de su amado. - - - - -XXV - -Cuéntase lo que le pasó al caballero en la redoma de peces, con otros -raros sucesos y visiones. - - -Con arranque de obediente fe se arrojó el caballero tras de la Madre, -y nadó un rato, luchando con la corriente... La distancia entre ambos -nadadores se alargó al poco rato. La Madre ondeaba gallardamente -sobre las aguas, metiéndose y sacándose con airosos meneos de pez o -de sirena... De pronto, Gil fue acometido de terror... La corriente -le envolvía; perdió la serenidad. Viendo a la Madre vencedora de las -inquietas aguas, cerca ya de la otra orilla, se tuvo por abandonado. -Quiso retroceder, con la esperanza de agarrarse a unas ramas de sauce -que colgaban no lejos del punto en que él se arrojara... ¡Horrible -momento! No podía nadar en ninguna dirección. Llamando a su garganta -toda la energía que le quedaba, gritó: - ---Madre, Madre, me ahogo... Sálvame... - -Pero la nereida iba ya lejos... Estaba de Dios, o de la Madre, que -_Asur, hijo del Victorioso_, no pereciese en el río, pues cuando mayor -era su apuro, vio venir un deforme bulto y oyó voces de aliento. El -bulto que hacia él navegaba era un barquichuelo, más bien balsa o -chalana. En ella iban dos hombres o monstruos marinos, que dirigían la -embarcación con una pértiga que apoyaban en el fondo. - ---¡Eh, caballero! --gritó una voz marinera--: aguántese, que allá vamos. - -Cuentan las historias conservadas en el archivo de los Franciscanos -Descalzos de Ocaña, que _Asur_ fue sacado del Tajo con un aparato de -pesca que llaman butrón... y que la chalana le transportó a la orilla -izquierda, donde fue arrojado como cuerpo exánime, y puesto boca abajo, -echó por esta considerable cantidad de agua. Hiciéronse cargo de él -unos hombres vestidos de túnicas rojas, que le llevaron a cuestas por -tierra cenagosa, hasta llegar a una casa que en su ingreso parecía de -labor, más adentro vivienda suntuosa de un rico hacendado campesino. -Por de pronto, metiéronle en un aposento donde había chimenea o cocina, -bien provista de lumbre que alimentaban troncos y raíces de olivo. -Frente a esta pusieron a Gil, que al dulce calor volvió de su asfixia; -y despojado de sus ropas viejas que se podían torcer, y fuertemente -sacudido de estrujones y friegas, le vistieron de nuevo con prendas -interiores finísimas. Luego le calentaron por dentro con un vino blanco -manchego que resucitaba a los difuntos, y el hombre se encontró en -la plenitud y goce de su ser. Llegó al colmo su sorpresa cuando los -benéficos hombres, que más bien parecían fantasmas, le endilgaron una -roja túnica de damasco como la que ellos gastaban... Los tragos de vino -desataron en Gil la locuacidad. Preguntó dónde estaba, y por qué le -vestían con aquel elegante ropón colorado. Pero los graves sujetos no -le respondieron palabra. Una sonrisa y el dedo en la boca eran, sin -duda, el lenguaje usual y corriente en aquella morada del buen callar. - -Hallábase, pues, el asendereado caballero en una nueva esfera de la -vida de encantamiento, que de las anteriores se distinguía por la -mudanza de las formas de rusticidad y pobreza en formas de elegante -pulcritud. Un rato tardó en hacerse cargo de su indumentaria. De -medio cuerpo abajo, su empaque era calzón corto, media negra de seda, -zapato de charol con trabilla, al uso de clérigo presumido; en el -cuerpo, camisa de vuelillos y chaqueta de terciopelo con haldetas; -sobre todo esto, la túnica roja sujeta a la cintura con faja del mismo -color. Apenas hubo terminado de reconocer su atavío, los silenciosos -compañeros, vestidos como él, le guiaron por señas hacia otras -estancias amuebladas con ricos bargueños, tapices, credencias y otras -lindas antiguallas, que vagamente se distinguían a la tímida luz de -arcaicos velones. - -Llegaron a un ancho comedor, con mesa dispuesta para magnífica cena -de veinte o más cubiertos. En la cabecera estaba sentada la Madre, -ya restituida en su soberana belleza y majestad. Quedó Gil pasmado -de verla, y no pudo contener las demostraciones de su respeto y -admiración. La dama, risueña, le impuso silencio llevándose el -dedo a la boca. Vestía túnica blanca de finísima tela con pliegues -estatuarios; adornaba su seno con frescas rosas coloradas y amarillas; -sus cabellos, recogidos con suprema elegancia, conservaban la nítida -blancura, y su rostro, de infinita belleza y gracia, era la imagen de -la dignidad concertada con dulce y afable alegría. - -Sentose Gil en el sitio que le indicaron. Tres comensales había entre -él y la izquierda de la Madre. A la derecha de esta se sentaba un -caballero anciano, de faz noble y escuálida, de barba gris puntiaguda, -tipo tan exacto del Greco, que por un instante se dudaría si era real -o pintado. Su vestido en nada se diferenciaba del de los demás. La -mayor rareza de aquel recinto era que los comensales y los que servían -la mesa llevaban el mismo uniforme, ya descrito, de la roja sotana. En -aquel palacio del silencio no había criados ni señores. Todos, fuera de -la soberana Madre, eran lo mismo. Tan solo el prócer de macilenta faz -ostentaba cierto aire de indefinible principalía. Recordando el cuadro -del Greco, Gil le bautizó con el nombre de _Conde de Orgaz_. - -La cena de que participó el caballero fue de la más genuina culinaria -española: especiosos guisos, estofados y pepitorias; frutas, miel entre -hojuelas, suplicaciones y cañutillos; vinos de Esquivias y Yepes. A la -Madre asistían dos servidores colocados tras ella: el uno era copero; -el otro le mudaba las viandas, y al terminar le sirvió el aguamanil. -Advirtió _Asur_ cierta modernización en el estilo de comer. Hacía los -platos, en la cola de la mesa, un maestresala que poseía la virtud -de adivinar la porción correspondiente al gusto y apetito de cada -uno. Como allí todo era contrario al orden natural de las cosas, los -comensales no hablaban, ni los cuchillos y tenedores de plata hacían -ruido alguno sobre la finísima porcelana de los platos... Acabose al -fin el mágico banquete, que Gil diputó como aparato dispuesto por el -sabio Merlín o por los mismos demonios. - -Sin cháchara de sobremesa ni nada parecido, levantose la Madre, a -todos hizo afable reverencia, y se retiró por la puerta más próxima, -cuyo tapiz levantó el fantasma copero. Siguiola el _Conde de Orgaz_, y -otros que algo se asemejaban a creaciones del Greco por sus místicos -rostros... Desaparecida la Señora, se descompuso el comedor, hundiose -la mesa, voló la vajilla, extinguiéronse las luces, y los rojos duendes -se iban filtrando por las paredes sin decir _Jesús_ ni _buenas noches_. - -Desconsolado y tristísimo quedó el buen Gil viendo que la Madre partía -sin decirle tan siquiera _por ahí te pudras, hijo_... Las interesantes -crónicas de Ocaña no entran en pormenores de cómo pasó el caballero la -noche, ni de sus atontados pasos en aquel laberinto. Solo consignan -que durmió en cama limpia y blanda, y que al siguiente día salió de su -estancia vestido con el propio uniforme que le endilgaron al sacarle -del río. En el comedor encontró abundante desayuno, y dos, tres o -cuatro compañeros de cautiverio que le hablaron con el puro lenguaje -de los ojos. A fuerza de aplicación, iba penetrando los secretos de -aquel extraño idioma... Ya comprendía los signos elementales... pronto -podría dar y recibir la expresión de las ideas más comunes... acabaría -por dominar la mágica sintaxis hasta sostener una conversación larga y -sutil. - -Reconoció después el edificio, que era extensísimo, todo en planta -baja, y de estructura circular. Corriendo de sala en sala, se volvía -en veinte minutos al punto de partida. No se conocían allí las -escaleras, no se encontraba un solo peldaño. Los pasos no producían -ningún rumor sobre un suelo en que los baldosines lustrosos eran como -blanda y muda felpa... Andando, andando, salió el caballero a un -jardín, cuyo piso enteramente plano estaba exactamente al nivel del de -las habitaciones. Las plantas de aquel jardín parecían de cristal, y -sus lindas flores no exhalaban ni el más leve aroma. Ningún airecillo -las acariciaba. El ambiente era quieto y callado, de una opacidad -semejante al vapor de agua. Los términos lejanos se perdían en la -pesada atmósfera de agua y leche mezcladas. No había sol... La luz que -alumbraba el jardín y la casa era luz pasada por invisibles cedazos de -agua. También el jardín era circular, rodeando la casa. Lo limitaba, -por la parte contraria a esta, una lisa pared de esmerilada substancia -dura. Pensó Gil que aquel mágico recinto radicaba en las honduras del -Tajo, o era reproducción del que visitó don Quijote al descender a la -cueva de Montesinos. - -Por entre los floridos arbustos del jardín vio Gil algunos compañeros -duendes, que aburridos vagaban sin formar grupos ni hablar unos -con otros. «O esto es una redoma de peces --se dijo-- y yo uno de -tantos pececillos colorados, o he descendido a un limbo de cartujos -pisciformes, erigido en aguas del Leteo.» Buscando alivio a su fastidio -inmenso, volvió del jardín a la casa, y recorriendo a la ventura las -habitaciones, pensaba que tal vez habría en alguna de ellas biblioteca -donde los peces pudieran engañar el pausado tiempo con lecturas -amenas. Vio trípticos, tapices, papeleras; libros no parecían en parte -alguna. Divagando fue a dar en una estancia recogida y misteriosa -situada en el centro del edificio, donde lucían armaduras en maniquíes, -panoplias bien surtidas de espadas y pistolones; y cuando examinaba con -ojos de aristócrata estas riquezas, resbalaron sus miradas hacia un -espejo, en el cual le sorprendieron resplandores extraños, seguidos de -un ir y venir de sombras o sombrajos que en la superficie del cristal -se movían. La distraída atención del caballero quedó presa en aquel -fenómeno, con la idea de que el espejo no reflejaba lo externo, sino -que a su cristal traía luces e imágenes de su propia interioridad -mágica... Estando en estas dudas o sospechas, advirtió que de las -oscilaciones de luz y sombra se determinaba una figura, y mirando, -mirando, toda el alma en los ojos, llegó a ver tan claro como la misma -realidad el rostro de Cintia. - -Prorrumpió Gil en gritos de alegría llamando a su mujer, cual si -estuviera en la estancia próxima. En el cristal plantó sus dos manos -creyéndolo puerta vidriera que podía ceder al impulso. Pronto se hizo -cargo de que se hallaba en presencia de un fenómeno igual al de la casa -de Becerro en Madrid. - ---¿Eres tú, mi Cintia --le dijo--; tú en persona, o eres pintura -mentirosa con que estos duendes rojos quieren burlarme? - ---Yo soy --replicó ella con divina sonrisa, mostrando en completa -claridad su persona de medio cuerpo arriba--. No esperabas que nos -viéramos. Yo, sí. Hace días que me lo decía el corazón. No sé cómo -puede ser el que nos veamos... y que hablemos... Misterio es que -penetraremos algún día. - -Y él exclamó: - ---Por tu vida, Cintia, dime dónde estás, si lo sabes. Yo te juro que no -sé dónde estoy. - -A lo que ella respondió con franca risa: - ---Anoche, antes de dormirme, te vi dentro de una redoma de peces. Eras -un lindo pececillo rojo, y nadabas airosamente entre otros del mismo -color. - ---Pues no veías más que la verdad; que si esto no es una pecera, es -cosa muy parecida. Para mí, que vivo en una encantada mansión en las -profundidades del Tajo. ¿Ves la funda colorada que me han puesto? - ---Ya te veo, sí: estás muy guapo; y a mí, ¿me ves con mi vestidito de -percal y este delantal tan majo que me he hecho yo misma? - ---Eres un sol de hermosura, Cintia de mi vida. Todas las diosas del -Olimpo son caricaturas comparadas contigo. Siento una pena horrible por -no poder abrazarte y darte mil besos. Pero no me has dicho... ¿Estás en -Sigüenza? - ---Sí, hijo mío: ¿dónde querías que estuviese? Vivo, y vivo muy bien con -la madre de Regino, en el Colegio de San Antonio. Por cierto, Gil, que -debo desengañarte... Con pocas palabras limpiaré tu corazón de rencores -injustos. Atiende a lo que te digo: Regino es un caballero. Créelo -ciegamente... De su madre ¿qué puedo decirte? Cuantos elogios de ella -hiciera yo no llegarían a lo cierto. Vivo en completa tranquilidad, sin -otra pena que tu ausencia. El cariño y el respeto de todos me hacen -llevadera esta situación, que espero ver pronto terminada. Si en los -primeros días me molestó un poquito el enfadoso don Ramiro Gaitón, -Regino supo espantarle gallardamente, y el importuno señor ya no me -manda recados ni cartitas. - ---¡Ay, Cintia del alma! ¡qué consuelo me das con lo que acabas de -decirme! No es consuelo tan solo: la vida me has dado. Creo en ti como -en Dios, y no necesito saber más para devolver a Regino mi estimación. -Otra cosa: vives tranquila y sin enojos; pero sobre tu alma pesará el -tiempo: tendrás días de plomo, horas de mortal fastidio... - ---Así es, marido mío. Últimamente he combatido el tedio gracias a -unos cuantos niños de esta vecindad, con los cuales he formado una -escuelita, la más meritoria distracción que pudiera imaginar. Visitas -no vienen aquí, ni yo las admito. Pero de algunos días acá tengo un -entretenimiento y una compañía que son muy de mi agrado. Vas a verlo, -Gil. No quiero dilatar más la sorpresa que pensaba darte. - -Diciendo esto miró al suelo la linda mujer, y en el mismo instante -saltó a su brazo, y del brazo al hombro, un vivaracho animalejo. Era la -ardilla de Cíbico. - ---Mira, _niña_; mira al cristal: ¿no ves a Gil? --díjole Cintia -acariciándole el rabo. - -Fijose el animal, y viendo lo que se le señalaba, hizo con las patitas -delanteras y el hocico unas muecas y garatusas muy monas, saludo al -amigo no visto en tanto tiempo. - -Contestó Gil con risas y bromas cariñosas a la salutación de la -bestezuela, y luego quiso saber cómo había venido a tales manos. La -historia no podía ser más sencilla. Disputábanse una tarde dos monjitas -del Convento de Almazán sobre cuál tenía más derecho a jugar con la -ardilla. Una quiso arrebatarla tirándole de una pata; otra la cogió por -el pescuezo, y en esta porfía, el atormentado animalito mordió a una de -ellas en un dedo y le hizo sangre. Puso el grito en el cielo la monja -herida; alborotose la comunidad, dividiéndose en dos bandos clamorosos, -y para poner fin al escándalo, la madre Priora determinó cortar por -lo sano, regalando el cuerpo de discordia a un canónigo de Sigüenza -que aquel día fue a predicarles un sermón. Cargó el reverendo con el -bicho, y al regresar a su pueblo obsequió con él a una señora rica y -beata, de cuyas manos pasó a las de la madre de Regino. Los biógrafos -de Cíbico refieren que la tal dama santurrona, doña Ángela Conejo, -hermana de don León Conejo, escribano en Molina de Aragón, tenía -parentesco con Bartolo, y estaba al corriente de sus locos afanes en -busca de la preciosa _niña_. De aquí vino el depositarla en el Colegio -de San Antonio, mientras parecía _Corre-corre_, a su vez perdido en la -divagación mercantil por Brihuega o Cifuentes. - -Contó Cintia estas menudencias a su marido, el cual se holgó mucho de -oírlas. Después de esto, propuso Gil a su mujer que aproximaran sus -caras al cristal, por una parte y otra, para besarse cuanto quisieran. -Pero intentado el contacto, no pudo realizarse porque el espejo era un -medio de comunicación telepática extraño a la física que conocemos -y gozamos en nuestra limitada ciencia. Cuando aproximaban al cristal -sus amantes bocas, las imágenes se desvanecían. Maldijeron ambos -la insuficiente virtud del sortilegio, y como Cintia manifestase, -dolorida, que a su fin tocaba la conferencia (sabíalo por la íntima -voz del alma, que en aquellas vegadas era la inspiración de todos sus -pensamientos), no quiso Gil que las imágenes se borraran sin hacer a la -de Cintia esta advertencia importante: - ---Si Regino, si cualquiera otra persona te dijese que me han fusilado, -no lo creas. Vivo estoy, alma mía. Me pasaron por las armas... pero -como si no... ¿No lo entiendes? Yo tampoco... Ya te lo explicaré. -¡Ay, cuándo acabará esta vida prisionera, esta vida de purgatorio, -desencajada de la vida común! - ---Ya se acerca el fin, ya está próximo el resucitar... --murmuró la -bella mujer, apagándose. - -¡Preciosa luz, cuyos últimos destellos eran sonrisas! Extinguida ya la -imagen, aún sonreía en la profunda oscuridad. - - - - -XXVI - -Del encuentro que tuvo _Asur_ con otro aristócrata, y de lo que -hablaron por señas previniendo su desencanto. - - -Consolado quedó el caballero con la visión de Cintia; pero su -alma seguía tropezando en las tristezas que bordan el camino de -la esperanza... El resto de aquel día y los siguientes, con sus -larguísimas noches, pasó divagando en salas desiertas, o en el jardín -de cristalinas flores sin aroma. Entre los fantasmas, duendes o -pececillos que eran sus aburridos consortes en el fluvial presidio -esmerilado, distinguió a unos cuantos, que a menudo se producían en el -mudo lenguaje mímico piscilógico. Y entre estos pocos, se singularizó -uno que le inspiraba simpatía cariñosa, y era más expresivo y más -inteligible que los demás. Aconteció que a los tantos o cuántos días -(la cifra de días se ignora), le tuvo ya por amigo, y entreteniéndose -ambos en el ejercicio de muecas, ojeadas y garatusas, empezó el cautivo -a iniciarse en el parloteo redomil: de allí a la posesión del tal -idioma no había ya más que un paso. Con entender al amigo y poder -contestarle repitiendo los signos que fácilmente se asimilaba, la vida -del caballero fue menos ingrata y sus horas menos soporíferas. - -Llegaron a entablar larguísimas conversaciones, que el narrador se ve -obligado a reproducir, sin responder de su exactitud, por ser este caso -el más inverosímil y maravilloso de las aventuras del encantado Tarsis. -Sin dudar de la veracidad del reverendo franciscano descalzo que nos -ha transmitido aquellos interesantes coloquios, es deber del narrador -señalar el sin igual prodigio de que con signos o pucheros de la boca, -guiños de los ojos y algún meneo de las manos, se expresen hechos y -abstracciones que aun con todos los recursos del lenguaje oral, no -habrían de exteriorizarse fácilmente. Pero como ello cae debajo de la -desconocida ley de encantamiento o hechicería, forzoso será cerrar los -ojos y tragarlo todo, sin reparar en que pase por el gaznate alguna -ruedecilla de molino. - -Lo primero que hizo entender a Gil el amigo y compañero de tediosa -esclavitud, fue que aquel recinto del quietismo acuático era comúnmente -la postrera etapa o estación del vía-crucis correccional. Bien -baqueteados llegaban allí los penitentes, con las voluntades bien -sacudidas y las entendederas abiertas a la razón. Allí se les daba la -última pasadita, el barniz que llamaban _cura del silencio_, soberano -remedio que atajaba el flujo de las palabras ociosas. - -La estancia en aquel Limbo solía durar dos o tres años, y una vez -cursada la asignatura del buen callar, salían ya los caballeros en -disposición de volver al mundo. Protestó _Asur_ con airado gesto -de la duración de aquel lento suplicio; pero el amigo no tardó en -tranquilizarle, diciéndole que en la pecera sin ruido las leyes del -tiempo se regían por cómputos y divisiones distintas de las del mundo. -Lo que en este se llama un día, en la pecera era un mes lunario. - ---De modo --añadió el informante--, que si tú, pongo por caso, te -duermes esta noche a las ocho en punto y despiertas a la misma hora de -mañana, puedes decir que has dormido veintisiete días, siete horas, -cuarenta y tres minutos y once segundos y medio. - -Abriendo en todo su grandor ojos y boca, expresó Gil su admiración y -alegría. Y no era para menos, pues contados de aquel modo, dos años en -la pecera equivalían a veintiséis días solares. Más extraordinario que -esto era que tan complicada explicación se diese haciendo morritos con -los labios, enseñando ahora los dientes, ahora la lengua, y agregando -como elemento prosódico el punteado de las manos. No era lícito emplear -el alfabeto digital de sordomudos, ni podrían hacerlo los pececillos -aunque quisieran, pues al entrar en la redoma desconocían absolutamente -las letras, así por lo gráfico como por lo mímico... En una segunda -conversación, paseando entre arbustos de cristal, el amigo se excedió -en la confianza. - ---Parece mentira --dijo con rapidísimas contracciones de boca y nariz-- -que no me hayas conocido. Yo te conocí desde que entraste en la redoma. -Mírame bien, Carlos de Tarsis. ¿No te acuerdas de Pepe Azlor, Duque de -Ribagorza? (Gran dilatación de boca fue el signo de inteligencia del -caballero _Asur_.) - ---Yo fui encantado antes que tú --prosiguió el pececillo-- por -desatinos y aberraciones que ahora no son del caso... Yo he corrido -como tú; yo he rodado como piedra que arrastran los ríos, y de tanto -correr y rodar, mi ser anguloso y cortante se ha pulimentado... Ya -estoy bien redondito... Como en nuestro cautiverio andante se nos -permite y aun se nos recomienda el amor que vigoriza nuestras almas, -yo... Antes te diré que me han tenido largo tiempo en la galería más -honda y más negra de una mina de carbón... Justo castigo a mi perversa -frivolidad... Hacinados como reses dormíamos los trabajadores en una -cuadra próxima a la mina, y en aquellos horrendos lugares conocí a una -linda muchacha, vendedora de aguardiente. Me enamoré de ella, y he -aquí que vivimos felices... y... En fin, que mi Cloris será, y no me -pesa, Duquesa de Ribagorza. Y ahora, dejo a un lado mis cosas y voy -a las tuyas, que de ellas tengo conocimiento por hallarme casi en el -punto de extinción de mi condena. Entre paréntesis, querido Tarsis, yo -saldré mañana... Sigo contándote, y dispensa mis digresiones... Tú te -enamoraste de una maestra de escuela: la seguiste, la robaste, y en -libre ayuntamiento con ella estuviste unos días... Desde aquellos días -al presente ha pasado un año... - -No pudo contenerse _Asur, hijo del Victorioso_, y con boca y nariz, -ayudado de las flexibles manos, soltó este donoso parlamento: - ---Anoche vi a mi mujer en un espejo que tenemos en la sala de -armaduras. No habló conmigo como la primera y segunda vez que nos -vimos. No hacía más que reír y reír del modo más gracioso. Llevaba en -brazos un niño chiquitín. - -Y el otro le dijo: - ---Tu mujer te ha dado descendencia, como a mí la mía. Eso nos -encontraremos al volver al mundo... - -Viéndole caviloso y mohíno, le llevó al rincón más apartado del -jardín, para recatarse de los vagantes compañeros, y a solas cambiaron -las declaraciones más íntimas. - ---Ya te lo he dicho: salgo mañana --murmuró Azlor, que en la suma -discreción no empleaba otro lenguaje que el de los ojos. - -Y Gil replicó angustiado: - ---¿Pero hasta cuándo ¡por vida de Merlín! me tendrá la Madre en este -presidio bobo? ¿Has hablado tú con ella? - ---Sí --significó el otro--. Soy su pariente en décimo grado por la -rama de Aragón. Las confianzas que tiene conmigo no las tiene con -nadie... Aquí se nos presentó anoche. Yo dormía. Me despertó un ruido -de catarata... Salté, salí... Encontré a mi Señora en este mismo sitio -donde ahora estamos... Con interés vivo me preguntó por ti... contome -lo del alumbramiento de tu mujer, a quien tiene en grande estimación -por su talento y virtudes... Luego hacia ti resbaló la conversación... -Dice que eres de buen natural, con el grave defecto de arrebatarte -fácilmente. Te dará de alta cuando la _cura del silencio_ te haya -secado la vena del decir ocioso. Yo abogué por ti... Vaciló nuestra -Señora... Por fin, cediendo a mis ruegos, diome licencia para llevarte -mañana conmigo... - ---¡Mañana!... ¡salgo mañana de esta redoma! --exclamó Gil, si exclamar -es abrir la boca extremando la elasticidad de los labios--. Tanta dicha -me trastorna, querido Azlor... No podré contener las ganas de alzar el -grito, de cantar un himno a la libertad... - ---¡Silencio... por los clavos de Cristo, silencio! Sigue mi ejemplo, -querido Tarsis. Ya ves que soy muy callado. - ---Ya lo veo. - ---Condición precisa impuesta por la Madre: saldrás conmigo si poniendo -un punto en tu boca demuestras haber ganado borla de doctor en la -Facultad del buen callar... A esta triste morada vienen los que por -hablar demasiado ahogaron en océanos de palabras la voluntad y el -pensamiento de la vida hispánica. Casi todos los que ves aquí son -oradores... Hablaron mucho y no hicieron nada. Maestros son algunos -de la palabra altísona, fascinadores públicos, que con la magia -de su arte y la diversidad de sus retóricas convirtieron la torre -de la elocuencia en torre de Babel... Y el más notado de nuestros -compañeros, ese que llamas _el Conde de Orgaz_, tres veces fue dado -de alta, y otras tantas volvió acá, por reincidencia en el vicio que -le devora. No es propiamente orador, sino hablador. Su elocuencia -consiste en despotricar con gracia y facundia, refiriendo vida y -milagros de cuantas damas y caballeros hay en la Corte, y aderezando su -maledicencia con chistes sangrientos y reticencias traperas. Entiendo -yo que ese no se curará jamás. Por su vejez en cierto modo gloriosa -en el ciclo picaresco de nuestra raza, es el único a quien se concede -aquí el uso de los naipes. Se pasa los días sinódicos, que son meses, -haciendo solitarios... - ---No quisiera verme en tan duros castigos --dijo Tarsis--; y para que -me saquen pronto de aquí, y no vuelvan a traerme, pondré en mi boca -cuantos puntos y puntadas sean menester... Da pena ver a estos que -fueron habladores convertidos en pececillos, sin otra señal de vida -que el ondear perenne en las curvas del cristal, sin otro lenguaje que -el abrir y cerrar de bocas, como un signo confesional de la religión -del bostezo... Ya rabio por salir... Dime cómo se sale y cómo cambiamos -de ropa, pues con este empaque pisciforme no podríamos volver al mundo -sin que nos apedrearan. - -No fueron muy explícitos los informes que el caballero Azlor dio al -caballero Tarsis acerca de la salida de la reclusión. Primero dijo -que los absueltos eran sacados con un aparato de pesca; después, que -se escabullían subiéndose al techo de una de las habitaciones, o que -en la circular tapia cristalina del jardín había una puertecilla, -un torno, una trampa... La propia indeterminación se advierte en el -relato del fraile franciscano tan descalzo como erudito. El santo -varón quiere describir el cómo y dónde de la salida, y se hace un -lío... En un pasaje de su cronicón asegura que vio salir a muchos -con el traje fresco que usaba nuestro padre Adán en el Paraíso, y -en otro habla de que los echaban con un aparato de noria, vestidos -con la ropa que trajeron al entrar. Forzoso es prescindir de estas -referencias equívocas en lo accidental, y atenernos a las fundamentales -aseveraciones del reverendo; que si el tal dejó fama de _trolista_, -inventor de cuentos para la infancia, también la tuvo de gran teólogo y -comentador de los sagrados libros. - -Bajo la fe y autoridad del religioso cronista, puede afirmarse que a -media mañana de un claro día (no hay indicación de fecha ni cosa que lo -valga) se encontraron Azlor y Tarsis fuera del cristalino palacio, y -que lo primero que se les vino a las mientes fue cambiar de ropa, pues -aún llevaban las sotanas de color purpúreo, de tela suave y escamosa. -El caballero Azlor propuso, con buen acuerdo, que se encaminaran a su -finca, camino de Añover de Tajo, donde fácilmente se limpiarían de -aquella piel ictínea, pues no era decente presentarse en el mundo como -escapados de un _aquarium_. Dicho y hecho. En tres cuartos de hora -llegaron a las posesiones de Azlor, donde hallaron abrigo, comodidad y -servidumbre hacendosa. Como ambos caballeros tenían la misma talla y -carnes, con ropa del uno se vistieron elegantemente los dos. - ---Al cumplir mi condena --dijo el que ya no se llamaba Gil--, no me -sentiré dichoso si no logro complementar mi vida. Y te aseguro que me -estorban estos cuellos y esta corbata, y el traje todo que envuelve -mi humanidad. Cree que me siento celtíbero... Espero con ansiedad la -impresión que ha de causarme la gente que hace tiempo perdí de vista. -Sus ideas entiendo que han de parecerme extrañas y en pugna con las -mías. - ---En igual situación me encuentro --replicó el otro--. Puedes -creer que me cargan los guantes. Me siento visigodo... Pero ya nos -arregostaremos, como se dice por allá... ¿Y qué hacemos ahora? La -Madre me ordenó que volvamos a nuestras viviendas, como si de ellas -hubiéramos salido ayer. En tu casa y la mía encontraremos lo que -dejamos, y nuestra ausencia no habrá sido notada. Esto excede al -desatino de los más locos ensueños; pero así ha de ser... quien -manda, manda. Vayamos a Madrid penetrándonos de que esto no es más -que un despertar, un abrir de ojos, que nos pone delante el mundo que -desapareció al cerrarlos por cansancio... o del sueño. - ---Así es --dijo Tarsis, ya metidos los dos en el automóvil y corriendo -hacia la Sagra--. Pero fíjate en una cosa, Pepe. Lo primero que tenemos -que hacer, para que no se rían de nosotros, es enterarnos bien del -día en que vivimos. ¿En qué fecha estamos, en qué mes, en qué año? La -estación parece otoñal. Están rompiendo la tierra en los barbechos... -Por Dios, Pepe: pregúntale a tu _chauffeur_. Es ridículo no tener idea -del tiempo que hemos pasado en presidio. - ---Ya buscaré yo un discreto modo de hacer la pregunta sin que -parezcamos tontos o desmemoriados insubstanciales --dijo Azlor--. Si he -de decirte la verdad, creo que no debemos preguntar nada, y esperar a -que la conversación corriente nos descifre el enigma. - ---¡Pero el año, Pepe, el año...! - ---Lo sabremos por los primeros almanaques que nos salgan al rostro... -Todos los años son iguales a un año cualquiera. - -A medida que avanzaban hacia la Corte, en el cerebro de uno y otro -iban recobrando su casilla las ideas que dispersó el interregno vital. -Diríase que eran ideas proscriptas que volvían al hogar patrio. Esto -que ocurre cuando regresamos de un largo viaje, en aquel caso fue como -un despertar del ensueño a la realidad, lo que no siempre es grato. -Así lo pensaba el buen Tarsis, que se entristeció sintiendo entrar en -su memoria los nombres e imágenes de todos sus amigos y relaciones de -antaño, y viendo resurgir su anterior y nada meritoria existencia... -Arrastrados por la fogosa gasolina, pasaron como huracán por Illescas, -Torrejón de la Calzada, Parla, Getafe. Acortando marcha, hicieron su -entrada en Madrid por el puente de Toledo, y esquivaron la puerta y -calle del mismo nombre, torciendo por las Rondas en dirección de las -barriadas del Este... En la imaginación de Tarsis, todo lo que veía -se le representó como cosa despintada, como artificio que funcionaba -torpemente, como semblante triste mal embadurnado de alegría. - ---¡Oh, Madrid, patria mía! --exclamó--. Con más gusto entré en Boñices. - - - - -XXVII - -Con el desencanto de _Asur_ terminan, por hoy, estas locas aventuras -hispánicas. - - -Avanzando por los Paseos del Botánico, Prado y Recoletos, ambos -caballeros empalmaban rápidamente la realidad con sus desencantadas -personas. - ---No olvides --dijo Azlor--, que mi tía nos espera esta noche. Allí -iremos a pasar un rato. - ---¡Ah! sí: la Ruy-Díaz --murmuró Tarsis atormentado por su memoria, -la memoria del vivir nuevo--. Hemos resucitado en el punto donde -fenecimos. En casa de tu tía estuve la noche anterior a mi -encantamiento. Esto es despertar en la misma postura en que nos -dormimos... Pues no me disgusta esta manera de anudar el hilo roto -de la existencia normal. De la casa de tu tía conservo dulces -remembranzas. Allí conocí a personas que se me metieron en el corazón, -y en él moran todavía. Allí, si mal no recuerdo, tuve el gusto de ver -a una dama distinguidísima, de cabellos blancos, tan seductora por su -talento como por su exquisito trato, la Duquesa de Mío Cid... - ---Es mi tía en décimo grado, por la rama de Aragón. No sé si estará en -Madrid. Viaja de continuo, y las ruedas de su automóvil se saben de -memoria todo el mapa de España. Su _chauffeur_ es un espíritu genial, -engendrado por el tiempo en las entrañas de la Historia... ¿Qué haces, -Tarsis? ¿Te duermes? - ---Cerrando los ojos comprendo mejor lo que dices... ¿Dónde estará en -este momento tu excelsa tía en décimo grado? - ---Me figuro que está en tierras de la Coronilla, a la parte de allá del -Moncayo. - ---Ayer dormía en aguas del Tajo; hoy se solaza en los brazos del Ebro. - ---Son sus maridos... son sus amantes predilectos... Cada día le nacen -mil hijos... los cría en los dorados trigales, en los barbechos fríos, -a una y otra banda de Mulhacén, de Gredos, de Peñalara, de Montesdeoca, -y en el sin fin de pueblos ricos o miserables; aquí mismo, en este -Madrid picaresco, los cría y los mata... Yo también me duermo, Carlos; -yo me meto en la hondura del pensar que ennoblece... - ---Salgamos, sí, del árido pensar que nos vulgariza. Tu tía nos ha -enseñado la ciencia compendiosa del vivir patrio. Hagamos honor a sus -lecciones. Seamos hombres, no muñecos de resortes gastados. - -Hablando así, llegaron a la casa de Tarsis, donde este se quedó, -mientras el amigo a la suya, no lejos de allí, se encaminaba. Quedaron -en reunirse de nuevo a las ocho para comer en el Viejo Club, desde -donde se irían tranquilamente al palacio de Ruy-Díaz. En su vivienda -entró _Asur, hijo del Victorioso_, y supo disimular su emoción, -afectando ante la servidumbre la frialdad de los actos corrientes, y el -donoso ajuste del hoy con el ayer. Todo lo encontró tal como lo dejara -en una fecha remota, cuya distancia en los renglones del tiempo no -podía precisar... Algunas cartas vio en la mesa de su despacho, y entre -ellas una que le hizo el efecto de un tiro... hay tiros de júbilo. En -el sobre reconoció la fina, correcta y elegante letra de la maestra de -párvulos de Calatañazor. Con garra de león rasgó el sobre; con ojos -ávidos leyó lo siguiente: - - «Caballero Tarsis: ya sé que está usted libre, y que ha dejado en las - orillas del Tajo su fingida personalidad de salmonete para recobrar - su verdadero ser y estado social. Mi enhorabuena. Yo también he - soltado en el claro Henares mi rusticidad y pobreza; ya me han traído - a lo que fui, bien corregida de mi orgullo, y del desprecio con que - miré a los que no poseían caudales como los que por herencia, no por - trabajo, poseo yo... Al venir de mis galeras no he venido sola. He - tenido un hallazgo precioso que quiero mostrar al caballero _Asur, - hijo del Victorioso_. Quien sigue los pasos de _Asur_ me ha dicho a - dónde va esta noche. Allí me encontrará y hablaremos. Se ríe en las - barbas de usted su amiga, la desdeñosa americana, -- _Cintia_.» - -Fulgurante de alegría Tarsis exclamó: - ---Madrid mío, ¡qué bello eres! Dentro de un rato me darás la -compensación de las horribles noches de Sigüenza y Pitarque. - -A las diez dadas, entraban Azlor y Tarsis en el palacio de la Duquesa -de Ruy-Díaz, morada tan espléndida como artística; todo era allí -rico sin chillería, de suprema distinción, en el tono justo de la -verdadera elegancia. La Duquesa, ya bien entrada en la madurez de la -vida, perfecto tipo de la modestia señoril, recibía y obsequiaba a sus -amistades con gracia exquisita y afable naturalidad. No lejos de ella, -la Duquesa de Mío Cid contaba en un grupo de señoras las peripecias de -sus últimos viajes por abandonadas tierras de nuestra España, y las -picardías y desafueros de unos gigantes malignos que llaman Gaitanes, -Gaitines y Gaitones... Vio Tarsis muchedumbre de damas elegantes, las -unas bonitas y jóvenes, las otras de mediana edad, bien compuestas y -restauradas de rostro y talle; vio caballeros de distintas cataduras, -esbeltos, gordos, esmirriados, profundamente serios o superficialmente -festivos. - -A los más fue saludando Tarsis con frase afectuosa de etiqueta -corriente. Su imaginación exaltada reprodujo en algunas figuras otras -de muy distinta esfera que había visto y tratado en su azarosa vida -penitencial. Una de las damas era propiamente la _Usebia_ de Aldehuela -de Pedralba, adobada la belleza campesina con blanquetes cortesanos, -enmendado el talle bárbaro con cincha de ballenas. El prurito de las -semejanzas llevó a Tarsis al delirio. Entre los caballeros vio la -procerosa estampa de don Alquiborontifosio rediviva en la figura de -un académico melenudo y cegato. Observando aquella gente, sin sentir -hacia ella menosprecio ni aversión, llegó a posesionarse de la síntesis -social, y a ver claramente el fin de armonía compendiosa entre todas -las ramas del árbol de la patria. - -Explorando con avidez la muchedumbre, el caballero distinguió a Cintia -en un grupo lejano, rodeada de lindas jóvenes y galancetes empalagosos. -Si aún fuera lícito aplicar a esta verídica narración los fenómenos de -picaresca hechicería, podría decirse que Tarsis vio la celestial risa -de su amada antes de ver su rostro. Pero estas licencias hiperbólicas -no cuelan ya. La vio; fue hacia ella en momento propicio para un -discreto coloquio. La selecta concurrencia se agolpaba con cierto -desorden en el Salón de Música, donde un famoso pianista extranjero, de -copiosa pelambre y maravillosos dedos, había de idealizar la reunión -con sonatas clásicas. El caballero español y la gentil americana -lograron situarse juntos en un rincón distante del _Pleyel_. Las teclas -del admirable instrumento y las manos del _virtuoso_ eran trama y -urdimbre del sublime tejido musical en que se prendía y enganchaba la -sutil atención de todos los presentes. - -Gran psicólogo es Beethoven y portavoz ecualitario del humano -dolor, exhalado de las almas humildes como de las que se tienen por -linajudas... Abandonando sus oídos a la onda musical, y dejándolos que -en ella se anegaran, Cintia y su caballero a un tiempo tocaban y oían -la música de sus almas. Sin molestar a los circunstantes hallaron modo -de secretear cuanto quisieron, y de comunicarse con susurro _pianísimo_. - ---Ya sabía yo --dijo él-- que al volver usted de las galeras, no ha -venido sola. - ---Caballero Tarsis --replicó Cintia sofocando su risa con graciosos -morritos--, ¿cómo se atreve usted a ofender mi delicadeza ... mi pudor, -mejor dicho, hablándome de un asunto que debiera confundirme... que -debiera avergonzarme? - ---Antes que me lo indicara en su carta, sabía yo que se ha traído usted -un precioso chiquitín. - ---Bueno, bueno... dejo a un lado el rubor; recobro mi sana franqueza; -declaro que es cierto lo de la criatura, y que ella es mi felicidad... - ---Seamos ambos sinceros, como nos lo ha enseñado nuestra Madre, y tú -por tú, hablémonos como en las dichosas horas del parador de Atienza. -Pareció la ardilla del gran Cíbico; ha parecido también la verdad -que buscábamos, y la culminante verdad no puede ser otra que el amor -nuestro... nacido antes del encantadijo, alentado con fuego pasional -en los días de penitencia y expiación... en la _Dehesa_ de Ágreda, en -Numancia gloriosa, en Calatañazor de triste memoria, en... - ---Basta, caballero Tarsis... --dijo Cintia contraída en dulce -seriedad--. Pues hemos vuelto a la vida normal, cesen las bromas. -Sin reírme, digo que el niñito lo tuve de un mozarrón muy bruto que -trabajaba en la cantera de Ágreda... Fui su mujer en cuantito me sacó -del cautiverio de los Gaitines. - ---Pues el bruto soy yo. Me llamo Gil. - ---Y yo soy Pascuala. Nuestro chiquitín parece que viene muy listo. -Pronto le enseñaré yo a decir _che, i, ene: chin_. - ---Nació en Sigüenza... Debemos gratitud a la madre de Regino... - ---Ella fue la madrina. - ---¿Qué nombre le pusiste? - ---_Héspero_, en memoria de nuestra Madre. - ---Muy bien. ¿Has visto a la Madre? Aquí está. - ---La vi... Hablamos un momento. Me dio un recadito para ti... Que -me quieras mucho... que velará por nosotros. ¿Y tú, has visto a tu -pariente Torralba de Sisones? - ---Sí: nos hemos saludado. Yo me digo: ¿por qué a la Madre benéfica no -se le ha ocurrido encantar a ese idiota? - ---Los perversos y los tontos rematados no son susceptibles de -encantamiento. La Madre impone su corrección a los hijos bien dotados -de inteligencia, y que sufren de pereza mental o de relajación de la -voluntad. En la naturaleza corregida de estos elementos útiles, espera -cimentar la paz y el bienestar de sus reinos futuros. - ---Bendita sea mil veces. - ---Otra cosa tengo que decirte... ¿Sabes que mi tío Borjabad, aquel -gaznápiro que fue mi arráez en las galeras, encontró al fin la mina que -buscaba? - ---¿De veras? - ---Espérate un poco. El hombre _ajondaba_, como decía Cíbico, y -_ajondando_ llegó hasta la capa terrestre de mi patria, Colombia. La -mina era de plata, y apareció en mis dominios. Soy ahora más rica que -antes.. Tú, según dice la Madre, eres más pobre. ¿Pero qué nos importa? -Nuestros bienes son comunes, y entre nosotros no puede haber ya _tuyo y -mío_... Haremos grandes cosas, ¿verdad? - ---Desecaremos las lagunas de Boñices, y sobre la pobre aldea -edificaremos una gran ciudad. - ---Construiremos veinte mil escuelas aquí y allí, y en toda la redondez -de los estados de la Madre. Daremos a nuestro chiquitín una carrera: le -educaremos para maestro de maestros. - ---Y en la plaza de Nueva-Boñices pondremos la estatua de -Alquiborontifosio de las Quintanas Rubias. - ---Y a Cíbico le traeremos a nuestro lado... - ---Y al gran Becerro nombraremos archivero mayor de todos los reinos -descoronados... con un sueldo que asegure su existencia estudiosa... - ---Y a la ardilla de Cíbico la nombraremos monja honoraria de todos los -conventos. - ---Y convertiremos en barrenderos o en repartidores de periódicos a -todos los Gaitanes, Gaitines y Gaitones... - ---Eso y mucho más haremos... Cuidado... parece que termina el -concierto... - ---Sí... aplaudamos. No digan que somos insensibles a la buena música. - ---Yo aplaudo a rabiar. - ---Ahora, vida y alma mía, despidámonos... tú primero, yo después... y -quedemos de acuerdo para salir juntos. ¿Tienes en la calle tu coche? - ---Sí... saldremos juntos. ¿A dónde iremos? ¿A tu casa o a la mía? - ---Por de pronto a la tuya, Cintia. Esta noche cantaremos el _Gloria in -excelsis_, y adoraremos a nuestro Niño Dios. - ---Está bien. Vámonos a mi casa, Gil, que ya es tuya, como la tuya es -mía... Y mañana... - ---Mañana y siempre juntos... Despídete... Aquí te espero. - ---Ya me he despedido... Ahora tú... Nos encontraremos en la antesala... - ---Ea, ya estamos en franquía. Te doy el brazo para bajar la escalera... - ---Ya bajamos... Despide tu automóvil... ya entramos en mi coche... -Abracémonos y besémonos cuanto nos dé la gana... - ---Ya era hora... Llegamos a tu casa. - ---Ya subimos... Entra... Verás a _Héspero_... Pasa... Aquí le tienes -dormidito... - ---Ya lo veo: ¡qué ángel! Es mi retrato... - ---Boca y nariz, tuyas... La frente y ojos son de la _Madre_. - ---El alma tiene de ella... Cintia, cenaremos. - ---Cenaremos, descansaremos... - ---Descansaremos... Siento aquí la presencia invisible de nuestra Madre -que nos manda repoblar sus estados... - - -FIN DE EL CABALLERO ENCANTADO - - -~Santander-Madrid, julio-diciembre de 1909.~ - - - - -ÍNDICE - - - Páginas. - -I.--De la educación, principios y ociosa juventud del caballero. 5 - -II.--Que trata de las amistades y relaciones del caballero. 12 - -III.--Donde se verá el interesante coloquio del caballero Tarsis -con sus amigos. 22 - -IV.--Cuéntase la rigurosa desdicha del caballero, seguida de -sucesos increíbles. 36 - -V.--Siguen los prodigiosos y disparatados fenómenos, hasta -determinar lo que es final y principio. 49 - -VI.--Donde verdaderamente empiezan las verdaderas e -inverosímiles andanzas del caballero encantado. 57 - -VII.--De la venida de don Gaytán de Sepúlveda, con otros -inauditos sucesos que verá el que leyere. 70 - -VIII.--Prodigiosa y familiar conversación que tuvieron el -caballero y la Madre desconocida. 84 - -IX.--Continúa el coloquio entre Gil y la Encantadora. 97 - -X.--De la blanda vida pastoril, pasa el caballero a vida más -dura. 108 - -XI.--Donde brillan con toda claridad la ternura y discreción -de la hermosa Cintia. 121 - -XII.--Del conocimiento que hizo Gil con el industrioso mercader -Bartolo Cíbico. 130 - -XIII.--Prosiguiendo en su vaga peregrinación, el encantado -caballero va camino de Numancia. 145 - -XIV.--De la increíble presencia del espíritu de Becerro en las -gloriosas ruinas, y de sus hechos y dichos. 156 - -XV.--De lo que vio el caballero en el osario de Numancia. 168 - -XVI.--Refiérense nuevas aventuras y desventuras del caballero -peregrino. 183 - -XVII.--De las extraordinarias visiones, y del feliz encuentro -que tuvo el caballero en su retirada de Calatañazor. 199 - -XVIII.--Refiérese lo que el caballero vio y oyó en el mísero y -olvidado lugar de Boñices. 212 - -XIX.--Donde se cuenta el terrible encuentro del caballero con -un desaforado gigante, y cómo luchó con él y le dio muerte, con -otros sucesos interesantes. 230 - -XX.--De cómo pasaron el caballero y sus amigos de la esclavitud -de los Gaitines a la no menos insolente y dura de los Gaitones. 245 - -XXI.--Donde se verá cómo principió el espantoso vía-crucis y -horrendo calvario del caballero sin ventura. 258 - -XXII.--Refiérense, con el vía-crucis del caballero, las escenas -de pobretería en el corral de Pitarque. 276 - -XXIII.--De cómo las picantes aventuras se vuelven dolientes y -trágicas. 293 - -XXIV.--Allá van los peregrinos, de tierra en tierra, de río en -río. 307 - -XXV.--Cuéntase lo que le pasó al caballero en la redoma de peces, -con otros raros sucesos y visiones. 320 - -XXVI.--Del encuentro que tuvo _Asur_ con otro aristócrata, y de -lo que hablaron por señas previniendo su desencanto. 331 - -XXVII.--Con el desencanto de _Asur_ terminan, por hoy, estas -locas aventuras hispánicas. 340 - - -*** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK EL CABALLERO ENCANTADO *** - -Updated editions will replace the previous one--the old editions will -be renamed. - -Creating the works from print editions not protected by U.S. copyright -law means that no one owns a United States copyright in these works, -so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the -United States without permission and without paying copyright -royalties. 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Hart was the originator of the Project -Gutenberg-tm concept of a library of electronic works that could be -freely shared with anyone. For forty years, he produced and -distributed Project Gutenberg-tm eBooks with only a loose network of -volunteer support. - -Project Gutenberg-tm eBooks are often created from several printed -editions, all of which are confirmed as not protected by copyright in -the U.S. unless a copyright notice is included. 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margin:1em 0'> -This eBook is for the use of anyone anywhere in the United States and -most other parts of the world at no cost and with almost no restrictions -whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms -of the Project Gutenberg License included with this eBook or online -at <a href="https://www.gutenberg.org">www.gutenberg.org</a>. If you -are not located in the United States, you will have to check the laws of the -country where you are located before using this eBook. -</div> -</div> - -<p style='display:block; margin-top:1em; margin-bottom:0; margin-left:2em; text-indent:-2em'>Title: <span lang='es' xml:lang='es'>El caballero encantado</span></p> -<p style='display:block; margin-left:2em; text-indent:0; margin-top:0; margin-bottom:1em;'><span lang='es' xml:lang='es'>Cuento real... inverosímil</span></p> -<p style='display:block; margin-top:1em; margin-bottom:0; margin-left:2em; text-indent:-2em'>Author: Benito Pérez Galdós</p> -<p style='display:block; text-indent:0; margin:1em 0'>Release Date: January 8, 2022 [eBook #67126]</p> -<p style='display:block; text-indent:0; margin:1em 0'>Language: Spanish</p> - <p style='display:block; margin-top:1em; margin-bottom:0; margin-left:2em; text-indent:-2em; text-align:left'>Produced by: Ramón Pajares Box and the Online Distributed Proofreading Team at https://www.pgdp.net (This file was produced from images generously made available by The Internet Archive/Canadian Libraries)</p> -<div style='margin-top:2em; margin-bottom:4em'>*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK <span lang='es' xml:lang='es'>EL CABALLERO ENCANTADO</span> ***</div> - -<div class="front"> - <hr class="full" /> - <p><a href="#ToC">Índice</a></p> - <h1 class="faux">El caballero encantado</h1> -</div> - -<div class="transnote" id="tnote"> - <p class="tnotetit">Nota de transcripción</p> - <ul> - <li>Los errores de imprenta han sido corregidos.</li> - - <li>La ortografía del texto original ha sido modernizada de acuerdo con - las normas publicadas en 2010 por la Real Academia Española.</li> - - <li>Se convierten los entrecomillados en rayas iniciales de diálogo - donde el texto adopta forma dialogada. Se espacian las restantes - rayas según las convenciones ortotipográficas más recientes.</li> - - <li>En el original impreso, las indicaciones o acotaciones escénicas - se distinguen del texto principal por su menor tamaño. En esta - transcripción se presentan además en cursiva.</li> - </ul> -</div> - - -<div class="screenonly x-ebookmaker-drop"> - <hr class="chap" /> - <div class="figcenter"> - <img class="thin" - style="width: 26em; height: auto;" - src="images/cover.jpg" - alt="Cubierta del libro" /> - </div> -</div> - - -<div class="tit pt6"> - <hr class="chap" /> - <p><span class="pagenum" id="Page_1">p. 1</span></p> - <p class="fs110 lh200">EL</p> - <p class="fs150 lh200 ws1">CABALLERO ENCANTADO</p> - <hr class="chap" /> -</div> - - -<div class="chapter pt6"> - <div class="legal"> - <p><span class="pagenum" id="Page_2">p. 2</span>Es propiedad. Queda - hecho el depósito que marca la ley. Serán furtivos los ejemplares que - no lleven el sello del autor.</p> - </div> -</div> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="tit"> - <p><span class="pagenum" id="Page_3">p. 3</span></p> - <p class="fs120 lh150 ws1">B. PÉREZ GALDÓS</p> - <p class="fs90 lh150 ws1">NOVELAS ESPAÑOLAS CONTEMPORÁNEAS</p> - <hr class="fil" /> - - <p class="fs150 g1 mt15">EL</p> - <p class="fs175 g1 mt05">CABALLERO ENCANTADO</p> - <p class="fs110 g0 ws1 mt15">(CUENTO REAL... INVEROSÍMIL)</p> - - <hr class="sep0" /> - <p class="fs110 g1 mt2">9.000</p> - - <div class="figcenter mt3"> - <img src="images/logo.jpg" - style="width: 5em; height: auto;" - alt="Logotipo del editor" /> - </div> - - <p class="lh150 negr g1 mt3">MADRID</p> - <p class="fs90 lh150 g2 ws2">PERLADO, PÁEZ Y COMPAÑÍA</p> - <p class="fs80 lh150 g1 ws1">(Sucesores de Hernando)</p> - <p class="fs80 lh150 g2 ws2">Arenal, 11</p> - <p class="lh150 negr g0">1909</p> -</div> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt6"> - <p class="smaller lh150 centra ws2">EST. TIP. DE LA VIUDA E HIJOS DE TELLO</p> - <p class="centra lh150 asc ws1">IMPRESOR DE CÁMARA DE S. M.</p> - <p class="fs80 lh200 centra ws1">C. de San Francisco, 4</p> -</div> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch1"> - <p><span class="pagenum" id="Page_5">p. 5</span></p> - <p class="centra g0 fs140">EL CABALLERO ENCANTADO</p> - <h2 class="nobreak g0">I</h2> - <p class="subh2">De la educación, principios y ociosa juventud - del caballero.</p> -</div> - -<p>El héroe (por fuerza) de esta fábula verdadera y mentirosa, -don Carlos de Tarsis y Suárez de Almondar, Marqués de Mudarra, Conde -de Zorita de los Canes, era un señorito muy galán y de hacienda -copiosa, criado con mimo y regalo como retoño único de padres -opulentos, sometido en su adolescencia verde a la preceptoría de un -clérigo maduro, que debía enderezarle la conciencia y henchirle el -caletre de conocimientos elementales. Por voces públicas se sabe que -quedó huérfano a los veinte años, desgracia lastimosa y rápida, pues -padre y madre fallecieron con diferencia tan solo de tres meses, -dejándole debajo de la autoridad de un tutor ni muy blando ni muy -riguroso; sábese que en este tiempo Carlitos se deshizo del clérigo, -despachándole con buen modo, y se dedicó a <i>desaprender</i> las -insípidas enseñanzas<span class="pagenum" id="Page_6">p. 6</span> -de su primer maestro, y a llenar con ávidas lecturas los vacíos del -cerebro.</p> - -<p>Lo que se decía del señor Marqués de Torralba de Sisones, padrino -y tutor de Carlitos, es como sigue: Aunque el buen señor vivía en -continuo metimiento con gente de sotana y hocicaba con el Nuncio y el -Marqués de Yébenes, estaba, como quien dice, forrado por dentro de -tolerancia y benignidad, virtudes que no eran más que formas de pereza. -Por esta razón gastó manga muy ancha con su pupilo, y no le puso -ningún reparo para que leyese cuanto le pidieran el cuerpo y el alma, -ni para mantener constante trato con muchachos de ideas ardorosas y -atropellada condición, despiertos, redichos, incrédulos como demonios. -Pero en estas menudencias o chiquilladas no paraba mientes el Marqués -tutor, caballero de cortas luces. A su ahijado no exigía más que un -cumplimiento exacto de las fórmulas y reglas del honor, la cortesía, el -decoro en las apariencias. Nada de escándalos, nada de singularizarse -en sitios públicos; evitar en todo caso la nota de cursi; proceder -siempre con distinción; divertirse honestamente; al teatro a ver obras -morales, cuando las hubiere; a misa los domingos por el <i>que no -digan</i>, y por las noches, a casita temprano.</p> - -<p>Mayor de edad, se halló Carlos de Tarsis entregado a sí mismo, -libre, con dinero, que es doble riqueza y libertad doble, ventajas -realzadas por la personal belleza y elegancia. Mirando a lo del alma, -aparecían en don Carlos las virtudes caballerescas, y además la gracia, -el ingenio, el don de simpatía, y por último,<span class="pagenum" -id="Page_7">p. 7</span> se despertó en él furiosamente el ansia de -satisfacer todos los goces de la vida, sin poner en ello tasa ni -freno.</p> - -<p>El primer impulso de don Carlos, apurados los gustos de Madrid, -fue irse en busca de los de París, donde se engolfó en diversiones -sin cuento, y en los variados deleites de que es maestra la grande y -espiritual Metrópoli. Bélgica, Londres y algunas partes de Alemania le -tuvieron después de París, y en todos aquellos reinos y en la capital -de Inglaterra, que forma como un reino por sí sola, gozó y estudió -el de Tarsis, con más goce que estudio; pues este fue siempre somero -y sin método, hartazgo de ideas que se desmentían unas a otras, y -atarugaban el cerebro de un picadillo de mil substancias diferentes. -Cuando a Madrid volvía, encontraba el caballero a nuestra capital muy -provinciana, como arrabal distante que recibía de lejos la irradiación -de la cultura europea; pero se acomodaba sin esfuerzo al ambiente -social de esta Villa, por los muchos amigos que aquí le bailaban el -agua, por el sinnúmero de señoras guapas, de señoritas muy monas y de -lindas muchachas plebeyas que son preservativo contra el aburrimiento, -y por la franqueza democrática con que nos juntamos y comemos en este -magnífico bodegón.</p> - -<p>Al año siguiente fue don Carlos a Italia, en primavera, y en otoño -a Viena y Budapest. Otras partes de Europa hubo de recorrer viendo y -gozando, hasta que, apaciguado su ardor centrífugo, le encontramos -residente todo el año en Madrid, su patria, a los cinco o más<span -class="pagenum" id="Page_8">p. 8</span> años de su mayor edad y cuando -no había llegado aún a los treinta de su existencia. Y es cosa probada -que ya se le habían escurrido por entre los dedos todas las rentas y -alguna parte de su cuantioso capital, motivado al lujo y refinamiento -de sus regocijos en distintas tierras civilizadas. La civilización -devora sin piedad a los que acuden a estudiarla prácticamente en sus -ramificaciones más halagüeñas.</p> - -<p>En la Villa del Oso hizo el caballero vida ociosa y descuidada. A -sus amores con la Marquesa que honestamente llamaremos <i>de Equis</i>, -sucedió el trapicheo con la viuda jovencita de un coronel, a quien por -pudor llamaremos <i>Hache</i>. La afición de don Carlos al mujerío era -una dolencia crónica, y como en los intermedios buscaba descanso a la -vera del tapete verde, su bolsa iba enflaqueciendo por días. Sobre este -particular le amonestó severamente el Marqués de Torralba de Sisones, -y tales razones reforzadas con ejemplos hubo de darle, que el aturdido -prócer hizo propósito de enmienda y de sana economía, como cualquier -burgués.</p> - -<p>Y viéndole en tan venturosa disposición, Torralba tuvo la feliz -idea de aplicar revulsivos al espíritu del caballero, llamando a otras -partes menos peligrosas el humor maligno. Excelente distracción era la -política. Pensado y hecho, arregló para su ahijadito una fácil acta de -diputado en elección parcial. De la noche a la mañana, sin quebraderos -de cabeza y con muy reducido gasto, ascendió Tarsis a padre de la -Patria, llevando advocación o estigma de cunero. Ni que decir tiene -que Torralba<span class="pagenum" id="Page_9">p. 9</span> le impuso -la divisa reaccionaria y católica; y como estas recatadas doctrinas -repugnaran al entendimiento de Tarsis, desviado hacia el radicalismo y -la incredulidad por tanta insana lectura, el de Torralba le dijo:</p> - -<p>—No seas necio y déjate conducir al terreno firme, donde será fácil -encadenar las hidras revolucionarias. En estos tiempos todo se puede -ser menos cursi.</p> - -<p>Buscando Torralba nuevos modos de distraer al chico de su vida -licenciosa, discurrió afiliarle en una Orden de caballería, Calatrava -o Santiago, pues solo con pensar en los trámites de la ceremonia para -recibir el hábito, y en el traje, armas, reglas de la comunidad y demás -pormenores de la vistosa mascarada, tendría entretenimiento para muchos -días y una desviación de su espíritu hacia las cosas nobles y solemnes. -Dejose llevar Carlos a donde su padrino quería, y aunque interiormente -se reía de tales pamemas y figuraciones, tomó el hábito, le fue ceñido -el acero y calzada la espuela en función pomposa, con asistencia de -gente alcurniada. ¡Y que no lució poco su airosa figura el Marqués -de Mudarra! Los caballeros le vieron con envidia, las damas con -admiración, y la Prensa le trompeteó de lo lindo. Pero él, que no podía -ver en tal comedia más que un degenerado simbolismo de cosas que fueron -grandes, se miraba y a los demás miraba con lástima, complaciéndose -en exagerar la ridiculez de la vestimenta, que en los de mezquina -talla era digna del lápiz de Goya. El manto blanco, los desaforados -borlones y el birrete ochavado daban impresión de caricatura,<span -class="pagenum" id="Page_10">p. 10</span> no de la que regocija, sino -de la que entristece. Era profanación de tumbas, traslado burlesco del -antaño glorioso.</p> - -<p>No se mordió la lengua don Carlos, hombre de mucha espontaneidad -y franqueza, para decir a su excelso padrino todo lo que sentía. -Anhelaba, sí, reformar su vida, pero no con ideas y elementos tan -distantes de la realidad; a lo que replicó Torralba de Sisones, -rezongando, que él, conocedor del tiempo en que vivía, era la realidad -viva, y puso fin a la controversia con su frase ritual:</p> - -<p>—Y sobre todo, hijo mío, no quiero verte cursi.</p> - -<p>En su reducido cacumen se alojaban pocas ideas, las cuales, por ser -pocas, vivían allí con holgura.</p> - -<p>Al mes de haber metido a Tarsis en la militar y caballeresca Orden, -dio Torralba en la tecla de decirle y recomendarle que se casara. A -su juicio, no había cosa de peor tono que permanecer sistemáticamente -en soltería. Él se cuidaba de buscarle novia rica y de buenas partes, -y para no cansarse en investigaciones, desde luego le propuso la -hija única de los Marqueses de Mestanza, Mariquita o <i>Mary</i> de -Castronuño, riquísima heredera, buena chica, educada en Francia, de -rostro no desagradable y figura esbeltísima. Entre las ideas elegantes -de Torralba, descollaba la de que para fines de matrimonio no era -menester hembra bonita; antes bien, la extremada hermosura era notoria -impedimenta de la felicidad.</p> - -<p>Sin rechazar ni admitir la idea ni la persona, Carlos se tomó -tiempo para decidirse. A <i>Mary</i> conocía y trataba desde que la -trajeron del colegio francés como de una fábrica<span class="pagenum" -id="Page_11">p. 11</span> de muñecas. Ocasión había tenido de -apreciar en ella una corta inteligencia, cultivada en la estepa de -los elementales estudios de carretilla, y aderezada con todo el -saber de cortesanías aplicables a su eminente posición social. A su -insignificancia no faltaba ningún toque de purpurina para deslumbrar al -vulgo selecto. En lo físico, <i>Mary</i> ostentaba un seno enteramente -plano, tabla rasa por la cual resbalaban con desconsuelo las miradas -del amor; un rostro afilado, sin otro encanto que la dentadura de -ideal perfección y limpieza, ojos claros y mudos, cabello bermejo, -gentileza de palo vestido o de palmera tísica, y de añadidura un habla -impertinente arrastrando las erres.</p> - -<p>En las vacilaciones de Tarsis y en el aquel de pensarlo y -estudiar el asunto, vio el de Torralba un indicio de que el galán -apechugaría con la prójima desaborida y ricachona. En cuestiones de -este linaje matrimoñesco mercantil, disparate estudiado es disparate -hecho. Debe advertirse que el caballero, en el tiempo de su primer -florecimiento juvenil, pensaba que jamás casaría con mujer de quien -no estuviera o pudiera estar enamorado. Pero ya con el rodar veloz de -una vida intensa, se marcó la evolución de sus pensamientos hacia el -positivismo. Y tanto y tanto le había sermoneado su padrino sobre las -ventajas de no ser cursi, que al fin esta idea se le fue metiendo en la -voluntad y acababa por ganarle.</p> - -<p>Conversando sobre tema tan sugestivo después de hacer la corte a la -niña de Mestanza con miras de casorio, don Carlos decía:</p> - -<p>—Quizás<span class="pagenum" id="Page_12">p. 12</span> la más bella -flor del buen tono es mirar a la conveniencia en achaques de tomar -mujer para toda la vida. La sensiblería pasa sin dejar huella, el amor -mismo no es más que la entrada al pórtico del templo del hastío. Los -intereses son, en cambio, la solidez y el asiento del vivir... La cifra -del buen gusto es mirar a la cifra de numerario antes que a las caras -bonitas, las cuales se ajan, mientras que el oro es perdurable, siempre -bello y sabroso. Yo veo con admiración a los millonarios, no tanto por -el dinero que tienen, sino por los beneficios que pueden hacer a la -Humanidad. Son los lugartenientes de la Providencia. Observe usted, -padrino, que la Providencia será lo que se quiera; pero cursi no es.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch2"> - <h2 class="nobreak g0">II</h2> - <p class="subh2">Que trata de las amistades y relaciones - del caballero.</p> -</div> - -<p>Muchos y buenos amigos contaba Tarsis. Si de todos habláramos, -se nos consumiría sin grande utilidad el papel de esta historia. Se -hará enumeración sucinta de los más notables por su posición social, -y de los que en altas, medianas o bajas posiciones influían más -directamente en la vida y costumbres del caballero. Los segundones de -la casa de Ruydíaz, César y Jaime, eran los que arrastraban a Tarsis -a los devaneos esportivos, al vértigo del automóvil, y a las cacerías -o juegos cinegéticos,<span class="pagenum" id="Page_13">p. 13</span> -ajetreo vano y ruidoso. Aunque don Carlos ponía muy escasa atención en -la cosa pública, designamos como amigos políticos a Luis y Raimundo -Pinel, que le hicieron diputado, sacándole <i>como una seda</i> por un -distrito de cuya existencia geográfica tenía solo vagas noticias. Los -Pineles eran sus maestros en el arte parlamentario, y le ayudaban a -mantener la concomitancia caciquil con los manipuladores de la fácil -elección.</p> - -<p>Relaciones más sociales que políticas tenía Tarsis con otros -individuos de la burguesía enriquecida en negocios de los que no -exigen grandes quebraderos de cabeza: López Arnau, el flamante Marqués -de Albanares, el de Casa la Encina, don Camilo Rodríguez Codes, don -Alberto Samaniego, opulentos almacenistas, y otros que llegaron a -la redondez económica, por inmediata herencia de padres laboriosos -o por combinaciones mercantiles favorecidas de la ocasión o del -acaso. Muchos de estos plebeyos enriquecidos ostentaban ya título de -marqueses o condes, y a otros les tomaban las medidas para cortarles -la investidura aristocrática; que la Monarquía constitucional gusta de -recargar su barroquismo con improvisados ringorrangos chillones. Los -villanos ennoblecidos recibían por título el lugar de su nacimiento, -como don Alberto Samaniego, Marqués de Camuñas; o bien, como don Blas -Núñez Urruñaga, titulaban añadiendo un <i>Casa</i> como una casa a su -primer apellido. Este buen señor, tonto de capirote y lleno de dinero, -ganado en la compra-venta de granos y en la usura campesina, tenía un -hijo despabilado, instruidillo,<span class="pagenum" id="Page_14">p. -14</span> de natural amable y risueño, Ramirito Núñez, que pretendía -imitar a Tarsis en los modales, en la ropa, y en la personal y no -estudiada soltura con que la llevaba. La imitación del uno y la -simpatía del otro labraron cordial amistad. La diferencia de edades -dio al Marqués de Mudarra superioridad en el trato de su amiguito: le -tuteaba, bromeaba con él y se permitía poner en solfa el título del -padre, llamándole <i>Marqués de su Casa</i>.</p> - -<p>Aficionado a las letras, Ramirito espigaba en ellas sin pretensión -de fama ni de lucro, y a lo mejor se salía con alguna croniquita, o -arreglaba del francés tal cual pieza berrenda en verde, dándola con -nombre supuesto en algún escenario de tercer orden. El teatro era su -pasión. No perdía ningún estreno, y de estas duras batallas entre el -público y los autores daba cuenta al amigo, que también era maestro y -concluía siempre por tener razón en las peleas de crítica. Si vemos -en Ramiro el amigo más grato al Marqués de Mudarra, el más tenaz y -pegadizo era un sabio machacón llamado José Augusto del Becerro, -que desde sus tiernos años se dedicó a la enmarañada ciencia de los -linajes, a desenredar las madejas genealógicas, y a bucear en el -polvoroso piélago de los archivos. Su apellido era una predestinación, -pues el hombre sabía de memoria los <i>becerros</i> de todas las -ciudades, monasterios y behetrías.</p> - -<p>Las evacuaciones eruditas de Pepe Augusto en presencia del -caballero escondían con poco disimulo el móvil de adulación, pues -cuando le demostraba la ranciedad de su abolengo, sosteniendo<span -class="pagenum" id="Page_15">p. 15</span> que su primer apellido -venía en línea directa de Tarsis, hijo de Túbal, nieto de Japhet y -biznieto del patriarca y curda Noé, solicitaba directamente un socorro -en metálico, que don Carlos nunca le negaba. Descender de Noé y no -aprontar doscientas o más pesetas para el amigo necesitado, sería -desmentir la nobleza más rancia que se podría imaginar.</p> - -<p>Aunque aparentaba interesarse en las cosillas heráldicas, Tarsis se -reía interiormente de tales pamplinas; mas no era manco para socorrer -al sabio genealogista. Se conocían desde la infancia. Becerro vivía con -mil atrancos, y en días tristes faltó poco para que metiera el diente a -los pergaminos de fueros y cartas pueblas; llevaba siempre a la casa de -Tarsis una nota lúgubre, como estrambote de los embelecos genealógicos. -Tenía por familia una cáfila de hermanas de distintas edades, ninguna -joven, y todas dañadas terriblemente en su salud. No pasaba día sin -que alguna estuviese de cuerpo presente o sacramentada. Era un coro de -divinidades mortuorias agregadas a la siniestra trinidad de las Parcas; -eran, por otra parte, una mina, según el provecho que el sabio sacaba -de ellas y de sus tremendos achaques. Ya Carlos deseaba conocerlas -y apreciar por sí el misterio de aquellas moribundas que jamás se -morían.</p> - -<p>Un día entró el ínclito Becerro con la bomba de que una de sus -hermanas, después de puesta en el ataúd, había tornado a la vida, a -un vivir lánguido y lastimoso, peor que la muerte. Otro día, viéndole -llegar con cara fúnebre, Tarsis le dijo:</p> - -<p>—¿Cómo están tus hermanitas?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_16">p. 16</span>Y él:</p> - -<p>—Muy mal, siempre lo mismo. Todas mueren, todas viven...</p> - -<p>Recibido el socorro, José Augusto rompió en estas explicaciones -eruditas del apellido materno del caballero Tarsis. Descomponiendo -y analizando el <i>Suárez de Almondar</i>, el maestro de linajes -encontraba nombre y cognomen. El <i>Suárez</i> viene de <i>Suero</i>, -y el <i>Suero</i> de <i>Asur</i>, nombre semítico sin duda. <i>De -Almondar</i> es corruptela del árabe <i>Abo l’Mondar</i>, que quiere -decir <i>Hijo del victorioso</i>. Reunidos y entramados estos -nombrachos con el Tarsis, resultaban en una pieza las claras estirpes -de Sem y Japhet, hijos del excelentísimo patriarca Noé.</p> - -<p>No era este amigo chiflado el que más continuo trato tenía con el -Marqués de Mudarra: la intimidad mayor gozábala un sujeto llamado don -Asensio Ruiz del Bálsamo, a quien el caballero recibía y escuchaba -todos los días, a veces mañana y tarde. Y con ser Becerro un poco -vesánico y sablista empedernido, Carlos le soportaba y aun le quería, -mientras que al otro, hombre sesudo y de claro juicio, le odiaba con -toda su alma.</p> - -<p>Explicación de esto: Bálsamo era el administrador de la casa, -el genio del orden, llamado a poner al caballero en contacto con -los números, con las realidades de una existencia desconcertada. La -primera visita de Bálsamo a su señor era casi siempre matinal, cuando -el galán se hallaba en el trajín de sus lavatorios, y de acicalarse y -vestirse para ponerse guapo. Raro era el día en que el administrador -no traía la cara feroz, anticipando con el ceño<span class="pagenum" -id="Page_17">p. 17</span> y el mohín las malas noticias que llevaba. -No hallaba manera de atender a los gastos del señor Marqués, que en -cuatro años se había comido parte de su capital, y en los últimos había -gastado el triple de las rentas de la propiedad rústica. Sus deudas -crecían, amenazando con embeber pronto gran parte del acervo heredado. -Bálsamo se veía negro para contener a los acreedores, para exprimir a -los colonos y sacarles las entrañas. Mas ni con estos actos de adhesión -servil aplacaba la sed del señor, ávido de dinero con que atender a sus -apremios suntuarios.</p> - -<p>Tenía don Carlos dos automóviles para correr por el mundo, y había -encargado a París el tercero, de <i>la mar</i> de caballos, pues no -era justo que el Duque de Ruy-Díaz le superase en la velocidad de su -traga-caminos. Por un lado el auto, las cacerías, el vértigo de viajes, -francachelas y competencias deportivas, por otro el club enervante, -las mujeres oferentes o vendedoras de amor, daban tales tientos a la -bolsa del caballero, que apenas llenada con fatigas por Bálsamo, se iba -quedando floja, hasta dar en vacía. No escuchaba Tarsis razones cuando -en aprieto se veía. ¿Que las rentas no bastaban? Pues a subirlas. -Ponían el grito en el cielo los pobres labrantes y elevaban al amo sus -lamentos. Pero él no hacía caso: el tipo de renta era muy bajo. Los -que chillen por pagar doce, que paguen veinte. El destripaterrones -es un ser esencialmente quejón y marrullero: si le dieran gratis la -tierra, pediría dinero encima. Gran tontería es compadecerle. Que -labre, no como se labraba en tiempo de Noé, sino<span class="pagenum" -id="Page_18">p. 18</span> a la moderna, sacándole a la tierra todo lo -que esta puede dar...</p> - -<p>Un día entró Bálsamo a la cámara del señor cuando este salía del -baño, y poniéndose su careta más fúnebre le dijo:</p> - -<p>—Señor, los colonos de Macotera se han visto abrumados por la -renta... Reunidos todos, me han notificado en esta carta que no pagan, -que abandonan las tierras, y reunidos en caravana con sus mujeres y -criaturas, salen hacia Salamanca, camino de Lisboa, donde se embarcarán -para Buenos Aires. En el pueblo no quedan más que algunas viejas, -fantasmas que rezando se pasean por las eras vacías.</p> - -<p>No pudo el caballero afectar la tranquilidad que su orgullo le -dictaba. Tan solo dijo, envolviéndose en la sábana como un romano en su -toga:</p> - -<p>—Si esto sigue así, también yo tendré que emigrar. En cualquier -parte se está mejor que en esta España, que no es más que una pecera. -Somos aquí muchos pececillos para tan poca agua.</p> - -<p>Cuando agarrotado de fieros compromisos, planteaba Tarsis la -cuestión de buscar dinero a <i>raja-tabla</i>, sin reparar en -sacrificios, Bálsamo ponía la cara siniestra que usaba siempre que se -le mandaba explorar los campos de la usura. Volvía dos o tres veces -suspirante, maldiciendo a los <i>capitalistas</i>, y por fin, después -de someter al señor a indecibles torturas, entraba con el dinero y la -horrenda nota de la rebaja o descuento. Con la alegría del respirar no -paraba mientes don Carlos en el ahogo que para el porvenir le deparaba -la operación. Decían lenguas envidiosas que Bálsamo sacaba de apuros -a su señor<span class="pagenum" id="Page_19">p. 19</span> con el -propio dinero de este, al interés del 60 u 80 por 100. Pero esto podía -ser o podía no ser. ¿Quién descubriría la secreta incubación de estos -malvados negocios? Quizás Bálsamo pondría en ellos sus ahorros, tal -vez los no-ahorros de su señor; pero la mayor parte salía de las arcas -de un sujeto maduro y afable, llamado don Francisco La Diosa, que no -solía dar en aquellos tratos la cara, y esta la tenía muy plácida, -frescachona y sonriente, cara o muestra de una conciencia en perfecta -serenidad.</p> - -<p>Antes que amigo, don Juan de Castellar, Marqués de Torralba de -Sisones, era consejero y asesor económico del de Mudarra, aunque este, -la verdad, si recibía en sus oídos las advertencias del prócer, no les -daba paso a la voluntad. Bueno será decir que el egregio Torralba se -había labrado y compuesto desde muy joven una personalidad artificial, -y con ella vestido supo medrar fácilmente en el mundo. Tomó desde -luego las posiciones que creía más ventajosas, y le fue tan bien en -ellas, que en su edad madura campeaba en primera línea entre los -que anteponen a toda denominación el dictado de católicos. Con un -catolicismo dulzarrón conquistó a su mujer, de quien hubo de separarse -corporalmente a los quince años de casado, y viviendo en la misma casa -no tenían trato ni ayuntamiento. La considerable riqueza de su señora -le permitía vivir con decorosa holgura, presentarse como uno de los -mejores ornamentos de la sociedad, y alardear de paladín de la Romana -Iglesia.</p> - -<p>De su viudez de hecho se consolaba la Marquesa<span class="pagenum" -id="Page_20">p. 20</span> zambulléndose en las beaterías más -complicadas y deprimentes: la que en su juventud fue mujer de poco -talento, en los albores de la vejez se iba quedando idiota. Murió -la infeliz señora dos años después de haber cesado Torralba en la -tutoría de Tarsis. Ya sacramentada y a punto de quedarse en un suspiro, -el director espiritual la reconcilió con don Juan. Este pasaba no -pocos ratos junto a ella, y cuando ya el trance final se acercaba, -la Marquesa requirió a su marido, y apretándole la mano le dijo con -susurro místico:</p> - -<p>—Juan, para que yo me muera contenta, prométeme que morirás -católico...</p> - -<p>—Sí, hija mía; ¿pues cómo he de morir yo? —replicó Torralba -consternado de dientes afuera, acariciando el crucifijo que la -moribunda tenía entre sus flacas manos—. ¿Cómo ha de morir el que -ha vivido católico a macha-martillo y ferviente soldado de la -Iglesia?...</p> - -<p>La señora trató de echar de su boca una queja, una frase; pero no -salieron más que las primeras gotas:</p> - -<p>—Sí; pero...</p> - -<p>Minutos después entraba en la opaca región del Limbo.</p> - -<p>De Torralba se decía que por docenas contaba los hijos naturales. -Mas no era cierto. Esposas artificiales o esposas ajenas sí tuvo en -gran número; pero muy rara vez pudo la opinión burlar el sigilo de sus -aventuras, pues nadie le igualó en cultivar el arte de las apariencias. -Frecuentaba los actos cultuales de ostentación pontificia, y en sus -paseos acompañábanle frailones extranjeros bien vestidos, o caballeros -ignacianos de capa corta. En los demás órdenes de la vida social, -principalmente en el económico, era don Juan correctísimo,<span -class="pagenum" id="Page_21">p. 21</span> ayudándole a ello la cuantía -de las saneadas rentas que disfrutó y heredó de su entontecida -esposa.</p> - -<p>El triunfante caballero de Cristo gastaba en su persona y en sus -recónditos recreos tan solo un tercio de sus rentas; lo demás lo -capitalizaba, formando una pella que sabe Dios para quién sería. No -debía un céntimo; solo tenía deudas con el Altísimo, de quien hablaba -como se habla de un amigo de confianza. Debíale su conciencia, pues, -con todo su catolicismo, Torralba se daba sus mañas para reducir los -actos de penitencia a una hueca fórmula. Pero ya se arreglaría con su -amigo el Altísimo cuando le llamaran a ocupar un asiento en el tren del -otro mundo. Ya sabemos que ciertos privilegiados van a la eternidad en -tren de lujo con <i>sleeping-car</i> y coche-comedor. Al despedirse de -la vida en el fúnebre andén, dejando sus riquezas aplicadas al servicio -de Dios, se les da billete de paso libre al Paraíso, sin las molestias -de Fielato, Aduana o Almotacén anímico.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch3"> - <p><span class="pagenum" id="Page_22">p. 22</span></p> - <h2 class="nobreak g0">III</h2> - <p class="subh2">Donde se verá el interesante coloquio del caballero - Tarsis con sus amigos.</p> -</div> - -<p class="acoth">Gabinete con desordenada elegancia. Puertas que -comunican por aquí con el baño; por acá, con un salón que se supone más -ordenado que lo que está a la vista; por acullá, con el entra-y-sal de -los que visitan.</p> - - -<div class="drama"> - -<p><span class="sc">Torralba.</span> <span class="acot">(Sentado -junto a Tarsis, que no está vestido ni desnudo.)</span>—No he venido -a reñirte... No es cristiano reñir al necesitado, a quien no podemos -auxiliar. Practico las obras de misericordia consolando al triste y -visitando al enfermo, que enfermo estás de la voluntad, y diciéndote: -Hijo mío, te compadezco; hijo mío, deploro tu desdicha, que es como -decir que la lloro. Pero llorándola no puedo remediarla. Hacienda -tuviste y hacienda tienes, aunque mermada por tus desaciertos... Con -Bálsamo te basta para ordenar tus asuntos, si quieres hacerlo. Bálsamo -es un águila de la administración. Haz lo que él te diga; sométete a su -tratamiento, y te salvarás.</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Aun para reducirnos a lo preciso y -establecer un régimen de economía, necesitamos dinero, mi querido don -Juan. ¿Concibe usted que a un edificio amenazado de ruina se le puede -reparar sin poner<span class="pagenum" id="Page_23">p. 23</span> -andamios, que también cuestan dinero? Lo que usted me adelante para mi -obra se lo devolveré con intereses. ¿A quién había yo de acudir sino -a usted, que fue mi padrino en la pila, mi tutor en la menor edad, y -ahora... no solo el mejor, sino el más rico de mis amigos?</p> - -<p><span class="sc">Torralba.</span> <span class="acot">(Alargando -una mano con gesto defensivo.)</span>—Párate un poco y no desbarres, -Carlitos; no te vea yo entre el vulgo que cree que yo tengo el oro y el -moro. Mejor que nadie conoces tú la modestia con que vivo, dentro de lo -que me impone, bien entendido, mi posición social. Dios me ha dado esta -posición, y es mi deber mantenerme en ella con decoro, sí, pero sin -fachenda, sin pompas de ninguna clase... Has de fijarte en otra cosa, -que no sé cómo no has comprendido ya, sin duda por tener tu espíritu -tan alejado del verdadero catolicismo. Caudal abundante me dejó mi -pobre y santa Micaela; pero ¿te parece bien que distraiga yo ese caudal -de los objetos píos a que ella lo dedicaba, con la mira puesta siempre -en lo alto? ¿Qué diría Dios si yo empleara el óbolo santo... así he de -llamarlo... el óbolo de Micaela, en pagarte tus deudas de juego, o en -el costerío de tus automóviles, o en taparte los huecos que han abierto -en tus arcas, por un lado Rosario Lepanto, por otro la <i>Lucerito</i> -y <i>Azotitos</i>... Repugnan a mi boca estos nombres indecentes... -Considera tú lo que pensaría y diría Micaela en el cielo, donde está, -si viera que yo... Puede que<span class="pagenum" id="Page_24">p. -24</span> creyera que... Carlos de mi alma, tú comprenderás mis -escrúpulos, y te harás cargo de lo que me contraría y desespera -el tener que negarte... <span class="acot">(Levántase.)</span> Un -consejo te doy que vale más que dinero, y es que en tus aflicciones -vuelvas los ojos a Dios... El Cual no desoye, yo te lo aseguro, a -los que con fe y con dolor sincero imploran su misericordia. <span -class="acot">(Estrecha la mano del caballero.)</span> Y ahora se -me ocurre que tal vez en este instante te tenga Dios preparada una -solución... He oído que llevas muy bien tu asunto con la chica de -Mestanza. Ayer tarde la vi: estará muy guapa cuando entre un poco en -carnes.</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span> <span class="acot">(Con sutil -ironía.)</span>—Para el buen término del negocio de <i>Mary</i> habría -que contar con Dios. Pídaselo usted, padrino, que a mí no me hace -maldito caso.</p> - -<p><span class="sc">Torralba.</span> <span class="acot">(Risueño y -meloso.)</span>—No, tontín. Más caso ha de hacerte a ti si se lo -pides con efusión del alma, echando por delante una conducta mejor -que la que has traído hasta hoy... Me veo precisado a dejarte... Hace -un siglo que no vas a almorzar conmigo... ¡Qué ingrato eres! <span -class="acot">(Entra Becerro y saluda.)</span> Aquí tienes a tu amigo el -gran heráldico, que te dará conversación más grata que la de este viejo -regañón... Adiós, adiós... Y que tengas confianza con tu padrino, y le -ocupes para todo. En cuanto tropieces con alguna dificultad, me avisas, -¿eh?... <span class="acot">(Sale.)</span></p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span> <span class="acot">(Con fino -humorismo, envuelto en una calma estoica.)</span>—Te avisaré, amado -padrino, por<span class="pagenum" id="Page_25">p. 25</span> el mismo -mensajero que lleve el aviso a la funeraria cuando sea menester... -Vienes a tiempo, mi querido Augusto, porque el humor que hoy tengo es -de tal negrura, que solo tú y tu gracioso saber de linajes pueden traer -a mi espíritu algún despejo. Háblame de los siglos distantes, llenos de -amenidad. Montado mi pensamiento en el tuyo, como en un águila, podré -alejarme de la realidad triste.</p> - -<p><span class="sc">Becerro.</span> <span class="acot">(Más desmayado -y mortecino que otros días. Su rostro flácido, sus ojos plorantes, -reviven al son claro de su palabra correctísima.)</span>—El mismo -procedimiento uso yo para huir de mis penas. En mis lecturas favoritas -encuentro yo las aves que me llevan al retiro de los siglos que fueron. -Ya sabes que el autor más moderno que yo leo es el Arzobispo don -Rodrigo Jiménez de Rada. También es de los míos el Obispo don Lucas -de Tuy. Me deleito en estos amenísimos autores; y cuando quiero mayor -deleite, que a olvido mayor de lo presente me conduzca, echo mano del -<i>Fuero de Avilés</i>, de los <i>Fueros de Brañosera</i> o <i>Zorita -de los Canes</i>, de las escrituras de donaciones o fundaciones, o -me extasío con el <i>Cronicón beldense</i> y con el <i>Becerro de -Santillana</i>.</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span> <span class="acot">(Acordándose -de que es profesor de guasa viva.)</span>—Yo también, mi querido -Becerro, yo también me deleito con esos portentos de amenidad... -Y como no estoy hoy de buen temple, y quiero alegrarme, acaba de -referirme el fundamento de mi título de Mudarra, uno de los más -gloriosos de Castilla.<span class="pagenum" id="Page_26">p. 26</span> -Si no recuerdo mal, mi título viene del hermano bastardo de los Siete -Infantes de Lara.</p> - -<p><span class="sc">Becerro.</span> <span class="acot">(Ufano de verse -en su terreno.)</span>—Mudarra, que en árabe es <i>Mutarraf</i>, -esto es, <i>Vengador</i>. Autores hay que asimilan este nombre a los -de Amenaya y Benaya, que es como decir <i>Ben Yahia</i>, o <i>Hijo -de Juan</i>. Sea lo que quiera, ello es que el primer Mudarra fue -concebido en una cárcel. Como te dije, Gonzalo Gustios, <i>Gundisalvus -Gudiestoz</i>, entérate bien, padre de los caballeritos de Lara, fue -mandado por Ruy Velázquez al Rey moro de Córdoba, Almanzor, para que le -matase. El moro fue más benigno y se contentó con ponerle en prisión. -Cautiverio muy ancho debió de ser, porque en su cárcel el viejo señor -castellano recibió la visita de la hermana del Rey moro, que, aunque de -la perversa religión mahometana, era hembra compasiva y blanda. Mira -tú si sería punto de cuidado el buen Gonzalo Gustios, que a las tres -visitas quedó la Princesa en el estado que ahora llamamos interesante, -verbigracia encinta, <i>vulgo</i> embarazada.</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Y el desembarazo fue mi nacimiento, -digo, el de mi tío, de mi abuelo, de mi tátara, tátara... Bien por -el viejo Gustios. Eso es un hombre, eso es un caballero, un español -de cuerpo entero y con toda la barba. ¡Y el hombre llevaba a cuestas -sesenta años!... ¡Prisionero del Rey moro, le birla la hermana! ¡Vaya -un tío! <span class="acot">(Con reír nervioso y juguetón.)</span> ¿Ves, -Becerro? Solo con<span class="pagenum" id="Page_27">p. 27</span> -recordar esas grandezas de la raza hispánica se me ha pasado la murria: -ya estoy alegre... Si es lo que te digo: esos hombres son los que -regeneran las razas decaídas... Se comprende que un pueblo formado de -varones tales como ese Gustios de Lara, conquistara medio mundo. <span -class="acot">(Paseándose con alborozo de travieso adolescente.)</span> -Aquí tienes un ejemplo. Ya me estoy regenerando... Sigue, sigue la -historia...</p> - -<p><span class="sc">Becerro.</span>—<i>Axa</i> era el nombre de la -real morita, hermana de Almanzor. Al chiquillo que tuvo le criaron -para héroe, y salió con toda la pinta y toda la fiereza de los Laras -de Salas. Vengó a sus hermanos, mereció los honores de un Romancero, y -figura entre los más altos caballeros de Castilla.</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span>—¡Y vengo yo de ese caballero... -por cruce de la línea de los Tarsis, nieto de Noé, con la de los -Mudarras, dichoso injerto de las ramas de Cristo y Mahoma! Bien, -bravísimo. Esto alivia, esto conforta. Completa sería la gloria de -tal estirpe, si viniera con dinero. Porque yo, querido Augusto, he -dado en pensar que nobleza sin dinero es latón abrillantado por la -industria. Donde no hay oro, todo es desdoro. <span class="acot">(Su -entereza se aplaca; déjase vencer del pesimismo.)</span> Me arrimo a -la genealogía de mi abuelo materno, que tuvo el negocio de harinas, -y con <i>este polvo</i>, como decía en las cartas comerciales, amasó -la riqueza que yo estoy desmigando ahora. Atrás Gustios y Mudarras, -fuera el nieto de Noé,<span class="pagenum" id="Page_28">p. 28</span> -y viva mi Suárez, por donde, según tú, debo llamarme <i>Asur</i>, -<i>Hijo del victorioso</i>... hijo del molinero, que, amparado del -arancel, alimentó a tres generaciones de cubanos, y acá se traía las -cajas de azúcar, que venían resudando el dulce. Yo me acuerdo. ¡Qué -olor tan rico en aquellos almacenes, aroma de almíbares, mezclado -con fragancia de canela; que allí había también fardos venidos de -Ceilán! Llévate todos los chirimbolos de la caballería de Mudarra, -y tráeme mis almacenes de coloniales... ¡Ah! También había cacao. -América inocente nos mandaba mil primores cambiados por las harinas de -acá... Las memorias de aquella riqueza se avivan en mi olfato. Huelo, -huelo... ¿No hueles tú? ¡Ay! los pergaminos de tus cronicones apestan -a ranciedad putrefacta... Becerro, Becerro, apártate, hueles a ti -mismo. Tráeme el árbol genealógico que tiene por hojas los billetes -de Banco, o no vengas acá. No me traigas la roña de tus archivos, -cementerios de la nobleza pobre... La pobreza es muerte, ¡oh gran -Becerro, ilustrado y vacío Becerro, sabio durmiente entre ratones! -<span class="acot">(Abatidísimo se desploma en un sillón. Sobre los -brazos de este caen con grave pesadumbre las manos del caballero. -Entran súbitamente, sin anunciarse, dos personas: Ramirito Núñez y don -Francisco La Diosa. La teatral aparición de este señor es para Tarsis -como una descarga eléctrica. Salta de su asiento; coge de un brazo -al hombre plácido, de risueño y episcopal semblante, y se le lleva -al salón próximo para hablar<span class="pagenum" id="Page_29">p. -29</span> con él a solas. Quedan en el gabinete Becerro y el joven -Núñez.)</span></p> - -<p><span class="sc">Ramirito.</span>—Este señor que sonríe, aun -diciendo cosas tristes, ¿no es ese que llaman <i>La Diosa?</i></p> - -<p><span class="sc">Becerro.</span> <span class="acot">(Con erudición -lúgubre.)</span>—Su verdadero nombre es <i>Abraham Samuel Zacuto</i>, -higienista, médico y matemático famoso... No, no: me equivoco... ¡Qué -cabeza! Es <i>don Isaac de Abrevanel</i>, arbitrista y tesorero de -los Católicos Reyes... ahora redivivo con la misión providencial de -empobrecer a los nobles ricos, como preparación del reinado de la -igualdad humana.</p> - -<p><span class="sc">Ramirito.</span> <span class="acot">(Alelado, sin -entender lo que oye.)</span>—Don Augusto... ¿habla usted dormido?... -Despabílese y charlemos. ¿Estuvo usted en el estreno de anoche?</p> - -<p><span class="sc">Becerro.</span> <span class="acot">(Sin -mirarle.)</span>—Yo no voy a estrenos. <span -class="acot">(Mirándole.)</span> Ya conoce usted mi simplicismo -teatral: me he plantado en Bartolomé Torres Naharro. Ni a tres tirones -paso más acá. ¿Estrenos dice? Pues estos pantalones me pongo hoy por -primera vez... Pero no son obra original, sino arreglo, hecho por mis -hermanas, de los que casi nuevos me dio Carlos. <span class="acot">(De -improviso aparece Tarsis por la derecha con vivo paso y rostro alegre. -El señor La Diosa no le acompaña. Salió, sin duda, por otra parte de la -casa.)</span></p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span> <span class="acot">(Disimulando mal -su júbilo, guarda en un bolsillo del batín un fajo de billetes que -traía en la mano.)</span>—¿Qué decías, Becerro? ¿Qué dices, Ramirillo? -¿Hablaban mal de La Diosa?</p> - -<p><span class="sc">Ramirito.</span>—Yo, no.</p> <p><span -class="pagenum" id="Page_30">p. 30</span></p> <p><span -class="sc">Becerro.</span>—Yo he murmurado, he rutado. Rutar es en el -hombre imitar con voz blanda el rugido de las fieras. Yo sé rugir.</p> - -<p><span class="sc">Ramirito.</span>—Augusto me ha contado que estrena -hoy unos pantalones arreglados del francés por sus hermanas.</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span> <span -class="acot">(Cariñoso.)</span>—Dispénsame, Augusto. No me acordé de -preguntarte por tus hermanas. ¿Cómo están hoy?</p> - -<p><span class="sc">Becerro.</span>—Como siempre, mejor y peor. En días -alternos, mueren y resucitan.</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span> <span class="acot">(Casi por -movimiento propio y espontáneo, la mano se le va al bolsillo en que ha -guardado los billetes. Saca un fajo de ellos; del fajo despega dos y -los da al amigo con liberal sencillez, sin humillarle.)</span>—Toma, -hijo, y remédiate. Ya sabes que no duermo tranquilo cuando me acuesto -sin poder remediar las necesidades de los amigos... No te vayas... -¿Qué prisa tienes? Acompaña un rato al pequeño don Ramiro, que voy -a concluir de arreglarme. <span class="acot">(Entra por el fondo el -administrador don Asensio.)</span> Y aquí tenéis al buen Bálsamo, que -me alegra la vida... Charlen aquí un rato. El barbero me aguarda. -<span class="acot">(Vase por el fondo. Bálsamo cambia con los dos -amigos de Tarsis palabras de fría salutación, y se apoltrona en una -butaca, quedando pensativo, mientras los otros hablan de literatura y -teatro.)</span></p> - -<p><span class="sc">Bálsamo.</span> <span class="acot">(Acariciándose -la barba, fruncido el ceño, habla para sí.)</span>—Se ha entendido -directamente con La Diosa, esquivando mi mediación y desoyendo mis -consejos. Bien le dije anoche que su dignidad no le permite someterse -a condiciones usurarias tan escandalosas.<span class="pagenum" -id="Page_31">p. 31</span> Estás perdido, Marqués de Mudarra, si no -te salva la niña petiseca de Mestanza... Y mis noticias son que ese -negocio no va por buen camino. Ojalá sea falso lo que me han dicho. No -quiero verte en la miseria, Carlos de Tarsis. Con golpes como el que -acaba de arrearte La Diosa, pronto darás en tierra. Y ese granuja con -cara de jamona verde, para acabar de arreglarlo, no me dará comisión. -Ya lo veremos, ya... ¡Pobre Tarsis, cuándo tendrás juicio!... Pues -hoy te traigo unas noticias... No te las daré hasta mañana, para no -amargarte el dulzor del dinero que has tomado. Mañana sabrás que los -colonos de Zorita de los Canes abandonan también la tierra; que el -de Tordehita y Tordelepe pide prórroga, y llora y blasfema y coge el -cielo con las manos... En cuanto a la dehesa de Santa Cruz de Juarros, -bien puedo decir ya que es mía... Y de ello debes alegrarte, que peor -fuera que a otras manos pasara... Yo te daré en usufructo, por si -quieres retirarte del mundo, aquel palacete fundado sobre las ruinas -de un castillo en que vivió, según dicen, el viejo camastrón mujeriego -Gonzalo Bustos o Gustios.</p> - -<p class="acotc">(Ramirito y Becerro, que habían trabado conversación, -fumando cigarrillos, sobre temas de vaga actualidad, engarmaron en -su coloquio al taciturno Bálsamo, que se limitó a dar una opinión -seca sobre los delirios de la aviación y sobre los disparates del -socialismo, que ambas cosas eran lo mismo: monomanía de andar por los -aires. En esto salió Tarsis<span class="pagenum" id="Page_32">p. -32</span> ya bien acicalado del rostro, listo de la parte inferior del -cuerpo y encapillándose la camisa, cuyos botones aseguraba con una -mano por dentro de la pechera y otra por fuera. Siguió vistiéndose -asistido de su ayuda de cámara. Ávido de conversación, cogió la primera -hebra que halló pendiente en el coloquio de sus amigos, y con fácil -elocuencia familiar disertó sobre los puntos del socialismo y de la -navegación aérea. Sin saber cómo y por un quiebro que dio Ramirito, -fueron a parar a la cuestión de teatros, al estreno de la noche -anterior, y a la literatura dramática.)</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span>—No te canses, Ramiro. Habéis -aplaudido anoche un drama caballeresco, con su musiquilla de rimas; -habéis festejado a su autor, cuyo talento reconozco. Pero esa obra, -representada en familia, en familia se extinguirá, y dentro de cuatro -noches no irán a verla más que los de la hermandad del <i>tifus</i>. -Esas farsas rimbombantes a nadie interesan; se aplauden por rutina; la -prensa las jalea; los cómicos se desgañitan y el público se aburre. -Te convencerás de que nuestros autores, así los que desentierran -asuntos con casco y chafarote, como los que cultivan la vida corriente, -vistiendo a los actores de levita o blusa, no aciertan, créelo. Toda -nuestra literatura dramática es esencialmente <i>latosa</i>, toda -convencional, encogida, sin medula pasional, cuando no es grosera y -desquiciada. Compara este arte, siempre abortado, con la dramática -francesa, rebosante de vida y pasión. Las compañías extranjeras nos -enseñan la ruindad de<span class="pagenum" id="Page_33">p. 33</span> -nuestro arte, la cual se manifiesta en el éxito de las traducciones, -hoy con los autores exquisitos que se llaman Donnay, Berstein, -Mirbeau, Lavedan, Feydeau, como lo fue hace años con las obras de -Scribe, primero, y luego de Sardou. Yo soy en esto muy radical, muy -antipatriota, y lo digo sin ningún reparo, añadiendo, amigos míos, -que el teatro clásico, con su Lope y su Tirso, me carga también, y -siempre que voy a una función de esta clase, llevo la mala idea de -descabezar un sueño en mi butaca. Una obra del teatro clásico se -titula como debieran titularse todas: <i>La vida es sueño.</i> Digo -y repito con pleno convencimiento que no tenemos teatro, como no -tenemos agricultura, como no tenemos política ni hacienda. Todo esto -es aquí puramente nominal, figurado, obra de monos de imitación, o de -histriones que no saben su papel. Aquí no hay nada. Cuanto veis es -bisutería procedente de saldos extranjeros.</p> - -<p><span class="sc">Bálsamo.</span> <span -class="acot">(Displicente.)</span>—No estoy conforme.</p> - -<p><span class="sc">Ramirito.</span>—Ni yo. Niego que el teatro español -sea como Tarsis lo pinta.</p> - -<p><span class="sc">Bálsamo.</span>—En lo del teatro no me meto. De -eso entiendo poco. Pero salgo a defender la agricultura, y afirmo -que existe. Pues si no existiera, ¿qué sería de España? Dirase que -está bastante atrasada. La culpa es de los grandes propietarios que -viven lejos de sus tierras, como afrentados de ellas. Cobran la renta -como un tributo del suelo al cielo... no sé si me explico...<span -class="pagenum" id="Page_34">p. 34</span> como un tributo de los -cuerpos a las almas. Los labradores deben convencerse de que las almas -son ellos... No acierto a decirlo.</p> - -<p><span class="sc">Becerro.</span> <span class="acot">(Haciendo -visajes, como si le picara una mosca.)</span>—Propietario de la tierra -y cultivador de ella no deben ser términos distintos.</p> - -<p><span class="sc">Bálsamo.</span>—Tiene razón este chiflado... Yo no -lo entiendo; pero mi sentido natural me dice que el fruto de la tierra -debe ser para el que lo saca de los terrones.</p> - -<p><span class="sc">Becerro.</span>—Presentando las cosas de otro modo, -yo te he dicho mil veces, querido Carlos, que no habrá floreciente -agricultura mientras esta no sea una aristocracia.</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span> <span -class="acot">(Burlón.)</span>—Medrada estaría la agricultura si de ella -hiciéramos una aristocracia más. ¿Pues por qué sostengo que tampoco -hay aquí política? Porque la que tenemos se ha hecho aristocrática. -Fijaos en el pisto que nos damos los diputados, en la vanidad de los -ministros, que ocupan ancho espacio en la sociedad por el viento -de que están inflados. ¿Hay aquí un político que tenga algo en la -cabeza? Ninguno. ¿Pues qué diré del ex-ministro, que solo por el -dichoso <i>ex</i> nos mira a los demás mortales por encima del hombro? -Aristocracia es la política, y todo lo que tome formas aristocráticas -no lleva en sí más que figuración y vanas apariencias. Nobles y -políticos somos lo mismo, es decir, nada.</p> - -<p><span class="sc">Ramirito.</span>—Paradójico estáis... Carlos, es -usted hombre de grande ingenio.</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span>—No es ingenio, es convicción.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_35">p. 35</span><span -class="sc">Becerro.</span>—Más bien prurito de originalidad y donaire. -El noble de ilustre abolengo bromea con las cosas altas.</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span>—La agricultura, digo, no puede ser -nunca aristocracia. Es y será siempre servidumbre. Ellos esclavos y -nosotros señores, acabaremos lo mismo, por consunción, por gangrena de -inutilidad... Voy más allá... Si aquí no hay agricultura, ni teatro, ni -política, tampoco hay justicia, ni banca, ni industria.</p> - -<p><span class="sc">Bálsamo.</span>—Capitales hay.</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Sí; pero solo trabajan en la -comodidad de la usura, que es una cacería de acecho como la de las -arañas. La poca industria que hay es extranjera, y la española, en -funciones mezquinas, busca beneficio pronto, fácil y, naturalmente, -usurario.</p> - -<p><span class="sc">Bálsamo.</span>—¡Qué gracia! Esto ya es manía.</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span>—¡Trabajar! ¿Para qué? Los chispazos, -los resplandores de fuegos fatuos que vemos en literatura, en artes -gráficas y en algún otro orden de la vida intelectual, no nos invitan -a que trabajemos. Todo nos llama al descanso, a la pasividad, a dejar -correr los días sin intentar cosa alguna que parezca lucha con la -inercia hispánica. Si me pusieran en el dilema de trabajar o perecer, -yo escogería la muerte. El español que en este final de raza posea una -renta, debe sostenerla y aumentarla si puede. Vivir bien, mientras la -vida dure, y mientras en la lámpara del bienestar no se consuma la -última gota de aceite. No trato de presentarme como superior<span -class="pagenum" id="Page_36">p. 36</span> a los demás. Soy el peor, soy -el último perezoso, el último sacerdote o monaguillo de la inercia. Mi -único mérito está en la brutal sinceridad de mi pesimismo.</p> - -<p class="acotc">(Vestido el caballero a punto de las doce, les convidó -a almorzar.)</p> - -<p><span class="sc">Becerro.</span> <span class="acot">(A Tarsis, -camino del comedor.)</span>—Has desatinado lindamente. Veo que estás -alegre.</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span>—El día empezó nublado. La Diosa lo -despejó trayendo a casa el sol.</p> - -<p><span class="sc">Bálsamo.</span> <span class="acot">(A -Ramirito.)</span>—No le haga usted caso. Yo le conozco; se emborracha -con el dinero, ya venga de Dios, ya de La Diosa.</p> - -</div> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch4"> - <h2 class="nobreak g0">IV</h2> - <p class="subh2">Cuéntase la rigurosa desdicha del caballero, seguida - de sucesos increíbles.</p> -</div> - -<p>Pasados bastantes días, cercana ya la inauguración o apertura del -verano, cayó sobre el caballero Tarsis una fuerte desdicha que le puso -fuera de sí. La sacudida que agitó su alma le llevó del pesimismo a -la desesperación, y eran de oír sus voces iracundas, eran de ver sus -gestos de rabia, como de hombre que se pierde en un laberinto y no -sabe qué camino tomar para salir de él. Ello fue que cuando parecía -pan comido la boda del caballero con la chica de Mestanza, tan pelada -de carnes como guarnecida de riquezas, de pronto los padres de ella -volvieron de su acuerdo; vaciló<span class="pagenum" id="Page_37">p. -37</span> por unos días la novia, fluctuando entre la obediencia filial -y un amor desabrido, hasta que al fin se le notificó oficialmente al -Marqués de Mudarra que no había nada de lo dicho, y que podía llamar a -otra puerta.</p> - -<p>Indagado el motivo de tal infracción de la regla social, se puso en -claro que los padres de la niña cedieron al consejo y halago de otros -<i>Padres</i>, que así se llaman por serlo de las almas, y regidores -de las conciencias. En una grave conversación que tuvo Tarsis con su -excelso padrino Torralba de Sisones, confirmó este lo que públicamente -sonaba.</p> - -<p>—Desde que empezaron tus relaciones con esa que parece el espíritu -de la golosina —le dijo—, te advertí que procurases poner en tus -palabras el sentido más católico, y que no dejaras escapar en aquella -casa concepto ni apreciación, ni siquiera chiste, que dañe a la única -religión verdadera, o al culto, o a sus ministros. Sé que no me has -hecho caso; no has sabido refrenar el flujo de las frases irónicas y -punzantes para lucir tu ingenio. Bien merecido te está el desastre; -porque del otro lado... yo lo supe hace un mes y traté de estar al -quite... del otro lado los <i>Padres</i> trabajaban contra ti y en -favor de un joven muy arrimado a ellos desde su tierna infancia. Pues -ya sabes que te ha desbancado Luisito Codes, no necesito decirte de -dónde ha venido tu desgracia, porque esos benditos <i>Padres</i> -protegen a los chicos buenos, dóciles y observantes de la ley de Dios -con celo y maneras devotas. Natural es que miren por esa juventud -recoleta, y que traten de formar familias cristianas, ayuntando a los -muchachos de<span class="pagenum" id="Page_38">p. 38</span> conducta -ejemplar con las chicas bien dotadas. Es una labor social muy meritoria -que asegura la perfecta ortodoxia de la generación futura.</p> - -<p>Respondió Tarsis a estas razones con el desprecio y burla de los -de Mestanza, de su dinero y de la niña descarnada y angulosa. Su amor -propio se rehizo al instante, y recompuso con excelentes reflexiones el -castillete de su dignidad. Pasados dos o tres días volvió el padrino a -la carga de sus consejos, encareciéndole que redujese a la mitad sus -gastos, rebajando en mayor proporción sus apetitos y goces desaforados, -y por fin de fiesta le dijo:</p> - -<p>—Sujetándote a un plan de moralidad y economías, puedes esperar -tranquilamente la ocasión de otra jugada como la que has perdido. -Herederas ricas abundan. He tomado lenguas del género disponible, y -sé que en todas las clases sociales las encontrarás. De una me han -hablado que, a más de única y millonaria, es bonita de cara y cuerpo. -Pero temo que no te agrade por su extracción demasiado baja. Su abuelo -materno, a quien conocí mucho, tuvo la contrata de limpieza de pozos -negros, y luego explotó la industria de aprovechamiento de animales -muertos, en la cual ganó cuanto quiso. El padre de la chica vino de -Cuba, al terminar la guerra, con un capitalazo. ¿Cómo lo hizo? Acerca -de esto se cuentan horrores. De la señora, es decir, de la madre de -la rica heredera, se susurra si tuvo o no tuvo en la Habana elegantes -mancebías... Ahora tú verás. La muchacha es linda y discreta, si bien -un poquito achulada, y escribe<span class="pagenum" id="Page_39">p. -39</span> sin la menor idea de lo que es ortografía. Por si quieres -conocer a esta familia, te advierto que este verano irán a Biarritz a -darse pisto.</p> - -<p>No se entusiasmó aceleradamente el buen Tarsis con la extravagante -proposición del padrino; pero tampoco la echó en saco roto, pues su -idea fija era encontrar una mina que le proveyera profusamente de -cuanto necesitase para vivir en la elegante holganza de caballero -noble y pesimista. Dinero buscaba y quería, viniera de donde viniese. -La sociedad no es aquí tan escrupulosa que repudie la riqueza por la -ruindad o porquería pestilente de sus orígenes... Las tristezas de su -fracaso disimuló Tarsis en la vida de club, donde pasaba medio día y -media noche abrevando su espíritu en el chorro de las conversaciones -fútiles y perezosas. Se aburría variando la traza y colores de su -irisado ensueño. Los amigos ya conocidos y los hermanos Pinel, sus -directores políticos, constituían parte mínima de sus relaciones, -muchas de las cuales eran flor de casino, que en él crecían y en él -se cultivaban. De estos amigos, algunos eran peores que él; otros -le superaban, si no en ingenio, en el buen gobierno de su hacienda. -Los había riquísimos; los había que ociosamente y con toda elegancia -vegetaban en disimulada ruina.</p> - -<p>Transcurrió el verano, que el caballero pasó en las estaciones -de moda, y ni en ellas ni en el dulce otoño de Madrid encontró el -filón que buscaba. Las niñas ricachonas se le escabullían de las -manos cuando hacía presa en ellas: la señorita de Porcuna, nieta del -explotador de pozos negros, prefirió a un capitán de Ingenieros,<span -class="pagenum" id="Page_40">p. 40</span> y otra, muy bella, huérfana -millonaria nacida en Bogotá y recriada en la Argentina, le entretuvo -por meses y le plantó al fin, prefiriendo a un desabrido diplomático. -Y de este fracaso hubo de quedar más llagado y dolorido que de los -otros, porque se prendó locamente de la bogotana, tan adorable por -su gallarda hermosura como por su fino, seductor talento. Su nombre -era <i>Cintia</i>, de dulce sabor pastoril y pagano, y le caía tan -bien, que habría desmerecido su gentileza si la llamaran Manuela o -Francisca. En las americanas se advierte cierta inclinación a paganizar -los nombres, cual si quisieran iniciar una graciosa escapada de las -sombrías esferas del cristianismo. Así lo pensaba Tarsis, en cuya mente -y corazón quedaron para siempre estampadas la imagen y asperezas de la -hermosa colombiana.</p> - -<p>Y corriendo los días aumentaron de tal suerte los infortunios del -caballero, que llegó a tenerse por el más desdichado de los hombres. -Golpe tras golpe iba perdiendo el caudal heredado, y cada vez que le -visitaba el siniestro Bálsamo era para notificarle un nuevo desastre. -Supo el triste caso de tener que malvender una de las mejores fincas -rústicas de la casa para el pago perentorio de una deuda de juego, -y recoger o renovar parte de los pagarés usurarios. Viendo cómo se -deshacía su fundamento social, sin que ni en sí mismo ni en el mundo -exterior viera el remedio, el Marqués de Mudarra se fue abismando en -tristezas y murrias que afectaron a su propio carácter después de -influir en sus costumbres, en su elegancia y hasta en sus estilos de -vestir. Esquivaba<span class="pagenum" id="Page_41">p. 41</span> la -sociedad, dándose de baja en sus visitas y relaciones, y a tal punto -llegó en su requerimiento de la oscuridad, que en la primavera de aquel -año muchos de sus amigos creyeron que se había condenado a emigración -voluntaria o forzosa.</p> - -<p>El Marqués de Torralba y Ramirito Núñez, como buenos cristianos, -no negaban al amigo la consolación de leales consejos; mas nunca le -llevaron el desenlace de ningún conflicto, ni el alivio de sus ahogos. -En tanto, pasaban meses sin que el gran Becerro entristeciera con su -esmirriada persona la casa del que fue opulento amigo. ¿Para qué había -de ir si estaba totalmente seco el manantial de los socorros? Por -referencias fidedignas supo Carlos que Augusto padecía grave mal de -miseria, y que recluido en su casa engañaba el hambre con las hartazgas -de erudición. Día y noche trabajaba sin levantar mano en un prolijo -estudio de la vida y sapiencia del famoso prócer don Enrique de Aragón, -Marqués de Villena, reputado en su tiempo por letrado, astrólogo -y alquimista, con ribetes de nigromante o brujo. Despertó esto la -curiosidad del caballero, a quien toda novedad distraía por momentos de -su aplanante hastío, y allá se fue.</p> - -<p>Nunca había estado Tarsis en la morada de Becerro, calle de Don -Pedro, altísimo piso de una casa vieja y de grandes y desniveladas -anchuras, que fue palacio de aristocracia hoy fenecida, o aposentada -en sitios más gratos. Llamó el caballero; le franqueó la puerta una -persona que la oscuridad hizo invisible. Pisando baldosines rotos, que -tecleaban con ruidillos<span class="pagenum" id="Page_42">p. 42</span> -que más parecían de risa que de llanto, llegó Carlos a la sala, toda -libros, toda polvo, toda mugre, llena de cosas tuertas, cojitrancas -y bizcas. Los estantes se caían de un lado, los rimeros de libros no -tenían aplomo. Había desequilibrios inverosímiles, infolios que se -balanceaban sobre rollos de balduque, papeles de mil formas acumulados -sobre mesas perláticas, y sostenidos, para que no los arrebatase -el aire, por una mano de bronce o una pezuña de mármol. Ventana -torcida y balcón ancho, desiguales en tamaño y forma, como un doble -mirar oblicuo, daban paso a la claridad, verdosa del empaño de los -vidrios.</p> - -<p>Aunque en aquella caverna papirácea de inclinado techo, no había -esqueleto ni lechuza, ni retortas sobre hornillo, ni lagartos rellenos -de paja, Tarsis creyó hallarse en la oficina de nigromante o alquimista -que nos dan a conocer las obras de entretenimiento y las comedias de -magia. En un costado de la estancia, tras una mesa que desaparecía -bajo la balumba de libros viejos y rancios papeles, emergía Becerro, -dejando ver tan solo medio cuerpo. Extremada era la delgadez exangüe -de su rostro. A su amigo miró con ojos espantados, tardando un rato en -reconocerle.</p> - -<p>—Augusto —le dijo Tarsis cariñoso, poniéndole la mano en el hombro—, -no esperabas esta visita. Vengo a enterarme de tus trabajos, vengo a -charlar contigo, vengo a...</p> - -<p>Después de breve pausa, el caballero puso unos duros sobre la mesa, -diciendo:</p> - -<p>—Aunque ahora estoy muy mal, chico, siempre hay algo para ti.</p> - -<p>—Gracias, <i>Asur</i> —dijo el sabio sin tomar<span class="pagenum" -id="Page_43">p. 43</span> el dinero—. ¿Para qué te has molestado? -El oro, la plata y los billetes, han llegado a serme indiferentes. -Sabrás que ya no como... Todo es cuestión de acostumbrarse, de hacerse -a no comer. Es una educación como otra cualquiera. Algún trabajo me -ha costado adquirir este supremo hábito del perpetuo ayuno, de la -emancipación del alma... ¿Sabes ya que me ocupo del Marqués de Villena, -primer apóstol de las ciencias físicas en España, y precursor de -esa otra ciencia que nos enseña las leyes y fenómenos del universo -suprasensible?</p> - -<p>Quedaron suspensos los dos amigos, mirándose uno a otro. Tarsis -rompió el silencio, diciendo:</p> - -<p>—De ese Marqués de Villena se cuenta que era algo así como brujo, -hechicero.</p> - -<p>A lo que respondió José Augusto que tales denominaciones aplicadas -por el vulgo son el reconocimiento que las almas inocentes hacen de las -verdades no comprendidas... Pero antes de meterse en tan laberíntico -terreno, Becerro dio conocimiento a su amigo de lo que ya tenía -escrito de su magna obra, a saber: la condición y alcurnia del de -Villena, su historia completa desde el nacimiento, su boda con doña -María de Albornoz, sus desavenencias matrimoniales, el repudio de doña -María, las locas ambiciones del prócer por obtener el maestrazgo de -Santiago, su saber de humanista, de astrólogo, de químico; su figura, -en fin, achaparrada, y su habla enfática y pedantesca... El amigo, -con tan hábil pintura, acabó por conocerle como si le hubiera visto y -tratado. Callaron de nuevo, y Tarsis, que anhelaba lo extraordinario -y maravilloso, único alivio<span class="pagenum" id="Page_44">p. -44</span> de su agobiada voluntad y solaz de su abatido entendimiento, -llevó la conversación al terreno de las mágicas artes, que a su -parecer, opinando como el vulgo, están relacionadas con la malicia -y sutileza de Lucifer. Los hombres le estomagaban; anhelaba trato y -conocimiento con los demonios.</p> - -<p>Por toda respuesta, el sabio mostró a Tarsis un montón de librotes y -le dijo:</p> - -<p>—Aquí tengo los autores españoles y extranjeros que tratan de magia -y artes hechiceras, libros de tanta amenidad, que yo me los he leído -cuatro veces de cabo a rabo, y aún he de gozar por quinta vez de tan -entretenida y sabia lectura. Cógelos, apúralos hoja tras hoja, y -pasarás ratos, horas, días, semanas y meses deliciosos.</p> - -<p>Agradeció Carlos el obsequio, y se abstuvo de meter sus ojos en -aquel zarzal. Con prodigiosa memoria y sin abrir los mamotretos, -Becerro le hizo cuento y noticia de ellos, a saber: Andrés Cesalpino, -Jacobo Sprengero, Juan Niderio, Abad Gunfridus, que escribieron en -latín, y don Sebastián de Covarrubias, definidor castellano del -hechizo; el Padre Martín del Río, y el historiador Gonzalo Fernández de -Oviedo, que refiere los artilugios maléficos de los indios.</p> - -<p>Lo que mayormente colmaba el asombro de Tarsis era que, hallándose -Becerro en absoluto ayuno, tuviese la lengua tan destrabada y el -cerebro tan listo para verbalizar las ideas. Hablaba como una -taravilla, con dicción clara y aliento fácil. Dudoso el caballero de la -efectividad de tal prodigio, le interrogó de nuevo.</p> - -<p>—No sé ya lo que es comer —dijo Augusto con sequedad de palabra -y de intelecto—. Tan olvidado<span class="pagenum" id="Page_45">p. -45</span> tengo el comer, que ya no sé cómo se come. Serías feliz como -yo lo soy, querido Carlos, si llegaras a este perfecto estado, que -trae, entre otros beneficios, el de la abolición radical de la economía -política y otras ciencias vanas inventadas por los glotones.</p> - -<p>—He olvidado preguntarte por tus hermanas —dijo el de Mudarra, -apurando su investigación—. ¿Dónde están esas nobles señoras?</p> - -<p>—No podrás verlas, Carlos —replicó el sabio llevándose la mano a -la frente para quitarse unas telarañas—. Viven y mueren en su grande -elemento... No entiendes esto, ni lo entenderás mientras permanezcas en -el estado de comercio mundial, o sea de ignorancia.</p> - -<p>Tales desvaríos despertaron más la curiosidad del visitante, que, -sin decir nada al amigo, emprendió una inspección ocular por toda la -casa, en busca de la explicación del misterio. Recorrió aposentos, -rincones y pasillos, hallando en unos enormes fajos polvorosos de -papeles impresos y manuscritos, en otros sillas y trebejos inútiles. -En una estancia con estructura de cocina, no vio carbones, ni ceniza, -ni aun señales de que se hubiera encendido lumbre en mucho tiempo; no -vio pucheros ni cacharros, ni más que fragmentos de loza, utensilios -rotos. Como sintiera el tembliqueo de los baldosines, indicio del paso -de alguna persona, se fue tras el sonidillo, creyendo encontrar a quien -le había franqueado la puerta; pero ni sombra ni rastro de persona vio -por parte alguna.</p> - -<p>Después de vagar un buen rato volvió a encontrarse<span -class="pagenum" id="Page_46">p. 46</span> en la sala, donde Becerro -continuaba tal como le dejara, atento al papel en que escribía con -firme pulso y sin levantar mano. No se detuvo allí el curioso, que -ansiaba explorar la otra parte de la casa, y por una puertecilla que -cerca de la mesa del nigromante se abría, pasó a un gabinete mejor -apañado y dispuesto que lo demás de la vivienda. En él vio la cama sin -sábanas, doblados por la mitad los colchones. Algo de inveterado y -permanente en el doblez de los colchones revelaba que si el señor de -la casa no comía, tampoco dormía... Fijose Tarsis en dos cuadros y dos -tablas de escuela flamenca, representando escenas religiosas con fondo -de arquitectura y paisaje; y siguiendo su observación de izquierda a -derecha, dio con sus miradas en un hermoso espejo con negro marco... -Allí fue su estupor, allí su pasmo y sobrecogimiento.</p> - -<p>Por un rato no dio el caballero crédito a sus ojos: se acercaba, -retrocedía. Mas el cristal, que era de una limpidez asombrosa, no -copiaba la imagen frente a él colocada. En vez de verse a sí mismo, -Tarsis vio en el cristal, como asomándose a él, la propia y exacta -imagen de la damita sud-americana, de quien estaba ciegamente -enamorado. Mirole ella gozosa y risueña, mostrándose en la faceta más -sugestiva y brillante de su hermosura, que era la dulce alegría. La -suspensión del ánimo no fue tal que el caballero dejara de romper el -silencio.</p> - -<p>—Cintia —exclamó casi pegando su rostro al cristal, sin que por -esta proximidad se acercara también el de la linda bogotana—, Cintia, -¿eres tú de verdad, o eres pintura, artificio de<span class="pagenum" -id="Page_47">p. 47</span> la luz en el vidrio, por obra del discípulo -de Lucifer que vive en esta casa?</p> - -<p>—Soy yo, Carlos de Tarsis. ¿Verdad que es gracioso vernos aquí? Yo -no ceso de reírme...</p> - -<p>—Sácame de esta horrible duda, Cintia. ¿Es esto una casa -encantada?</p> - -<p>—Encantada no. Yo estoy en mi casa. Acabo de levantarme.</p> - -<p>—¿En tu casa de Madrid?</p> - -<p>—No, tonto: estoy en París. Ayer compré este espejo en casa de un -anticuario. Hoy, verás... me dan ganas de mirarme en él, y... ¡qué -sorpresa, qué gracia, qué chiste tan modernista! Cuando creía ver mi -cara en el espejo, veo la tuya.</p> - -<p>—Esto me aterra, Cintia.</p> - -<p>—A mí no. ¿Sabes, Carlos, que aquí me encontré con unas amigas -argentinas muy simpáticas? No sabíamos qué hacer y nos hemos puesto -a estudiar eso que llaman ciencias ocultas. Es divertidísimo, puedes -creerlo. Tenemos una profesora que se llama <i>Madame de Circe</i>, -y un adjunto chiquitín, <i>Monsieur de Tiresias</i>, que adivina -cuanto hay que adivinar. Por las noches nos dan sesiones deliciosas -en que oímos ruido de platos por el techo, y roce de manos que pasan -arrebatando los objetos. Créelo: nos divertimos la mar.</p> - -<p>—Mientras te oigo, hermosa Cintia —dijo Tarsis, abrumado de -tristeza—, pienso que me he muerto, y que estoy vagando en el inmenso -tedio de la inmortalidad, como astilla flotante en el océano.</p> - -<p>—Vivir y morir todo viene a ser lo mismo —replicó Cintia, mostrando -la doble carrera de<span class="pagenum" id="Page_48">p. 48</span> sus -lindísimos dientes al desplegar los labios en franca risa—. Ha sido -para mí una suerte muy grande verte ahora, cuando creía que ya no te -vería más, Carlos. ¿Es esto milagro, es esto hechicería? Sea lo que -fuere, yo me alegro de poder decirte que no me he casado.</p> - -<p>—¡Cintia!</p> - -<p>—Que no me he casado con el diplomático. ¿Cómo quieres que te lo -diga? Reñimos hace quince días por una simpleza... Un poco tarde, pero -a tiempo aún, vine a conocer que no le quería. Es un cuco, un egoísta -como todos... Vienen al olor de una rica dote...</p> - -<p>—Cintia, tu riqueza te da derecho a despreciarnos. Quisiera que -fueses un poco menos severa conmigo.</p> - -<p>—Sí que lo seré... pero ahora, caballero Tarsis, no puedo -entretenerme más... ¿Qué, qué ibas a decirme? He visto en tus labios -una palabra que se ha retirado antes de sonar.</p> - -<p>—Iba a decirte que nunca te vi tan bella como ahora te veo.</p> - -<p>—¡Qué tonto! Estaré horrorosa. ¡Hace un rato que salí del baño! Me -envolví en este ropón, y me acerqué al espejo para mirarme.</p> - -<p>Aunque oprimía la vestimenta contra su busto para taparlo bien, aún -exageró el movimiento pudoroso hasta no dejar ver más que la cabeza. El -galán la contemplaba embelesado. La visión dijo:</p> - -<p>—Me parece, caballero Tarsis, que ya es hora de que te deje en -paz... Retírate tú también por tu lado...</p> - -<p>Se alejó sin volver la espalda, hasta quedar en término lejano; hizo -con la mano un gracioso saludo, y desapareció como luz extinguida por -un soplo.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch5"> - <p><span class="pagenum" id="Page_49">p. 49</span></p> - <h2 class="nobreak g0">V</h2> - <p class="subh2">Siguen los prodigiosos y disparatados fenómenos, - hasta determinar lo que es final y principio.</p> -</div> - -<p>Abalanzose don Carlos de Tarsis al espejo, y puestos en él manos y -rostro, se aseguró de que era cristal y no un hueco por donde pudieran -verse estancias vecinas. Luego salió con paso y andar de borracho, -tropezando en los muebles y agarrándose a cuanto encontraba, hasta -llegar a la próxima sala, donde permanecía, como alma trasunta en -papeles, el erudito endemoniado; y viendo una silla frente a la mesa -en que aquel trabajaba, dejose caer en ella, soltando la voz a estas -angustiadas razones:</p> - -<p>—Tu casa está encantada, o tú eres un demonio con figura de Augusto -Becerro.</p> - -<p>Sin inmutarse, suspendiendo del papel la pluma, el embrujado amigo -le respondió:</p> - -<p>—No aceleres tu juicio, ni apliques dicterios infernales a este -estado de felicidad perfecta. No interrumpas mis estudios, que ahora -estoy en las apreturas de demostrar que el Rey Sabio don Alfonso X -fue precursor de mi don Enrique de Villena, pues en su <i>Libro de -los juegos de ajedrez, dados et tablas</i> dice que no se puede jugar -bien al ajedrez sin saber de astrología. Lo mismo siente y declara el -Maestre de Santiago en su <i>Libro de Aojamiento y Fascinología</i>, y -ello concuerda... Verás.</p> - -<p>Dijo esto<span class="pagenum" id="Page_50">p. 50</span> tomando -del rimero de la izquierda un gordo y mugriento librote, que abrió por -un punto marcado.</p> - -<p>—Verás: este es el famosísimo y fundamental libro de -<i>Encantamentos</i>, escrito por el propio Merlín en lengua bretona, y -traducido al italiano por <i>Messer Zorzí</i>...</p> - -<p>—Déjame: tu erudición me produce horrible cefalalgia —dijo el prócer -haciendo almohada de sus brazos sobre la mesa para descansar en ella la -cabeza.</p> - -<p>Impávido siguió el otro:</p> - -<p>—Autores de más crédito, como el desconocido español que compuso -<i>El Baladro de Merlín</i>, sienten y aseguran que este no nació de -ayuntamiento del diablo con doncella bretona, sino que un ángel le -dio la existencia. No el trato con demonios, sino el estudio de la -astrología, le dio su saber profundo de cuanto se refiere al destino -del alma, y al estado de encantamiento y beatitud de las criaturas... -Te diré que <i>baladro</i> es como decir <i>alarido</i> o <i>voz -espantosa</i>, porque el gran Merlín, padre de la verdadera ciencia, -fue encantado por su mujer, digamos manceba, llamada Bibiana, la cual -volvió contra él la virtud o maleficio de un amuleto poderoso. De mujer -no se podía esperar cosa buena. Quedó Merlín preso para siempre en -la espesura de un bosque de Inglaterra, donde aún está, y cuanto se -ha hecho para encontrarle ha sido inútil. Desde la profundidad de su -encantamiento lanza de vez en cuando unos baladros o bramidos que se -oyen a mil leguas a la redonda y hacen temblar toda la tierra.</p> - -<p>—Déjame, calla: eres un torbellino de disparates —murmuró el -descendiente de Japhet,<span class="pagenum" id="Page_51">p. 51</span> -hijo de Noé, agarrándose el cráneo como para sujetar la razón que se le -escapaba.</p> - -<p>Sintió, al decir esto, un retemblido profundo como terremoto. -El sacudimiento del suelo se transmitió a libros y papeles, que -por un instante se movieron y saltaron. Oyó luego cerca de sí un -retintín metálico. Eran los duros que había dejado sobre la mesa, y -que iniciaron un ligero movimiento de baile. Al caballero le pesaba -la cabeza como si fuese de plomo. Con vigoroso esfuerzo se levantó -gritando:</p> - -<p>—Dime por dónde salgo de esta cueva... ¿Dónde está la salida? -Ábrete, laberinto...</p> - -<p>Dio algunas vueltas por la estancia palpando el aire, y no pudiendo -con su propio cuerpo, que requería la horizontal, fue a caer en una -especie de banco acolchonado, diván o canapé, situado entre ventana -y balcón. Allí quedó tendido, tieso y sin conocimiento; y aunque el -pelote del relleno era duro y desigual, el noble marqués no se movió en -largas horas.</p> - -<p>En el tiempo que estuvo exánime, <i>Asur, hijo del Victorioso</i> -fue a su casa y volvió de ella, lo cual no quiere decir que se moviera, -sino que el espíritu, arrastrando a la que llaman vil materia, o tal -vez solo, voló a su vivienda lejana, que era en lo alto del barrio de -Salamanca. Desflorando calles, se aproximó a la suya, y a medida que se -acercaba, una fuerza irresistible le cortaba la andadura, llamándole -hacia atrás para que obedeciese a su voluntad, esclava y presa en la -encantada mansión del sabio. A pesar de los tirones que hacia atrás -le daban manos invisibles, Tarsis tuvo la sensación de entrar en su -casa, que era grande<span class="pagenum" id="Page_52">p. 52</span> -y hermosa, bien dispuesta para morada de un rico. Con excepción de -algunos cuadros y bronces de gran valor, que había tenido que vender, -conservaba el rico ajuar que fue de sus padres. Llegó el hombre a su -dormitorio, y después de contemplar con amoroso embeleso el retrato -de Cintia que en marco de hierro nielado allí tenía, se acostó, -quedándose profundamente dormido sin soñar cosa alguna, como no fuera -una ligera visión de Bibiana, la querindanga de Merlín... Al despertar -se vio en el camastro o divanastro de la morada becerril, y el dolor -de sus huesos le dijo que había estado largo tiempo sobre aquellos -pelotes duros, y en el suplicio de los gastados muelles, que al menor -movimiento gemían, clavándose en las carnes.</p> - -<p>Don Carlos dejó allí día y encontró noche, que le pareció muy -avanzada. La caverna papirácea, sin otra luz que la de una bombilla -eléctrica colgante sobre la mesa en que trabajaba el hechicero, era más -triste de noche que de tarde. Dijérase que los innumerables libracos -que por el día trataban de cosas divertidas y amenas, por la noche -llenaban sus páginas de sucesos fúnebres y trágicos. Tarsis dio suelta -a sus ideas para que libre y perezosamente se extendiesen con vuelo -bajo, posándose donde quisieran, y este abandono de la disciplina -mental le llevó a un dulce estado de inconsciencia melancólica.</p> - -<p>Miró el buen señor su reloj y lo encontró parado. Al poco rato, sin -saber la hora, sintió el tin-tin de los ladrillos mal sentados o rotos. -Alguien andaba por los adentros de la casa;<span class="pagenum" -id="Page_53">p. 53</span> el ruidillo aumentaba; no eran una ni dos -personas las que acusaron su presencia con el leve pisar en los -baldosines musicantes... el tin-tin se acercaba, y por fin entró en -la sala. El caballero apreció el paso de seres invisibles, como si -entraran por la puerta de un lado y salieran por la del otro. Alguno -pasó muy cerca de él, casi rozando con el diván. Por un momento pudo -creer Tarsis que el ser aéreo se sentaba a su lado... Con movimiento -instintivo, con calofrío y temor, se incorporó.</p> - -<p>Mediano rato duraron las carreras de una parte a otra de la casa, -y durante este inocente juego no visto, notó el caballero que algunos -libros y papeles saltaron de las mesas, y fueron a caer en mitad de -la estancia. Siguió ruido de palmoteo que andaba por el aire cerca -del techo. El ruido pasó a un aposento que no debía de estar lejano, -y con el cual no se veía comunicación abierta; y de allí, confundido -con las palmadas, vino repiqueteo de crótalos. Estos sonaban apagados -y sin vibración, como si el choque de la madera se ablandara en -manos de trapo. El ritmo era extraño, absurdo. Tarsis no le encontró -adaptación a ninguna danza conocida. Y al son de los crótalos con -sordina y de manos algodonadas, trepidaba todo el suelo de la casa. -Becerro proseguía inmóvil, como un santo doctor de los que están en los -altares, la pluma en la mano, los ojos fijos en un infolio abierto por -la mitad.</p> - -<p>Contemplando la embalsamada figura de su amigo, el Marqués de -Mudarra trató de confortarse, requiriendo la normalidad. Pensaba que -todo aquel aparato ultrasensible, la visión de<span class="pagenum" -id="Page_54">p. 54</span> Cintia y el ruido de bailoteo de espíritus, -podía ser una farsa, obra de la física recreativa, o de algún maestro -en ilusionismo y prestidigitación. Afirmándose en esta idea, se -levantó con ánimo de dar un papirotazo en la cabeza del fingido -hechicero; pero apenas puso los pies en el suelo, estalló en los -aires un trueno formidable, y casi al mismo tiempo, con diferencia de -segundos, otro más rimbombante en lo hondo de la tierra, y la casa se -abrió y desbarató cual si fuera de bizcocho. Desapareció el techo, -dejando ver un cielo estrellado; las paredes se abrieron, los libros -transformáronse en árboles, y don José Augusto saltó de su asiento por -encima de la mesa, convertido en un perrillo cabezudo y rabilargo. -Hallose Tarsis en un suelo de césped, rodeado de robustas encinas, -sin rastro de casas ni edificación alguna. De la sorpresa y susto por -tan maravilloso cambio de escena, trató de recobrarse el caballero -diciendo: «Sigue la farsa. Ahora tenemos una mutación de teatro hecha -por habilísimos maquinistas y escenógrafos.»</p> - -<p>No le dejó completar su pensamiento la súbita presencia de un -tropel de muchachas, lo menos cincuenta, guapísimas, vestidas tan a la -ligera, que no llevaban más que un fresco avío de lampazos, con que -cubrían lo que la honestidad quiere y ha querido siempre que se cubra. -Piernas y brazos trazaban en el aire, con ritmo alegre, airosas curvas -y piruetas. Eran, más que ninfas, amazonas membrudas, fuertes, ágiles, -los rostros hermosísimos y atezados. Traza tenían de mujeronas de raza -y edad primitivas, heroicas. Su aventajada talla<span class="pagenum" -id="Page_55">p. 55</span> y la solidez de su estructura muscular no -consentían imitación por medios teatrales. Ni con actrices ni con -escogida comparsería podían los taumaturgos de la escena presentar -espectáculo semejante, por lo cual Tarsis abandonó el concepto de -lo real para volverse al de lo maravilloso... Las ninfas hombrunas -rompieron a coro en un grito salvaje, <i>ijujú</i>, que retumbó en -los senos de la selva. Y conforme gritaban se partieron en dos alas, -dejando en medio un ancho camino para que por él pasara, con porte de -reina, una esbelta matrona que salió de la espesura de las encinas.</p> - -<p>Tarsis quedó embelesado, y no se hartaba de mirar y admirar la -excelsa figura, que por su andar majestuoso, su nobilísimo ademán, su -luengo y severo traje oscuro, sin ningún arrequive, más parecía diosa -que mujer. Era su rostro hermoso y grave, pasado ya de la juventud a -una madurez lozana; los cabellos blancos, la boca bien rasgueada y -risueña. Pensó Carlos que aquel rostro y aquel empaque de principal -señora, no le eran desconocidos. ¿Habíala visto en algún salón de la -alta sociedad de Madrid? Tal vez. No pudo darse cuenta de nada más, y -la idea de que la dama veraneaba en aquellos selváticos parajes, cruzó -por su mente como un relámpago... ¿Y quién demonios eran las danzantes -morenas de libres piernas y arqueados brazos? El buen Tarsis no tenía -idea de la naturaleza y origen de estas raras visiones. Nunca vio en la -realidad figuras de tan robusta belleza. Estatuaria de carne y hueso -como aquella, no se usaba ya en la humanidad. Cuando esto pensaba, dos -o más de las<span class="pagenum" id="Page_56">p. 56</span> mujeronas -o dríadas fornidas se apoderaron del pobre caballero, cogiéndole de una -y otra mano, y zarandeándole le llevaron consigo, cantando, entre risas -y en lengua de él no comprendida, himnos alegres. En esto, Tarsis vio -de espaldas a la matrona, que seguía con grave lentitud su camino. Tras -ella iba Becerro, convertido, no ya en perrillo, sino en perrazo de -tan lucida talla, que mirándolo bien se advertía que era león de tomo -y lomo, un poco anciano ya y algo raído de melena, dando a entender su -larga domesticidad... Miró al amigo y agitó su tiesa cola con bizarra -señal de simpatía.</p> - -<p>Sudoroso y sofocado seguía el prócer a las mujeres, que en fuerza -y agilidad le superaban más de lo que él quisiera. Poniéndoles cara -risueña y tratando de acomodar su flojedad pulmonar al incansable vigor -de ellas, les dijo:</p> - -<p>—Ninfas, zagalas, señoritas, amazonas, o lo que sean, ¿tendrán la -bondad de decirme si estoy encantado?</p> - -<p>Y ellas le contestaron con vocerío de júbilo y burlas, y con el -sonoro <i>ijujú</i>, que lo decía todo... Siguieron, y como él se -rindiera, lleváronle largo trecho en volandas, a retaguardia de la -fantástica procesión... Al llegar a una meseta despejada de arboleda -alta, donde se deprimía bruscamente el suelo por la izquierda, -arrancando en ladera que hacia profundos barrancos descendía, las -juguetonas ninfas hombrunas se divirtieron zarandeando a don Carlos de -Tarsis, entre gozosos <i>ijujúes</i> y <i>ajijíes</i>, y después de -balancearle como a un pelele, le lanzaron con ímpetu por la pendiente -abajo.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_57">p. 57</span>¡Ay, caballero de -mi alma, qué será de ti en ese rodar hacia la desconocida hondura! -Válgante tus buenas obras para salvarte, que algunas ha de haber -entre tus innúmeros pecados; favorézcate Dios con que no caigas sobre -peñascales duros, sino sobre retamas tiernas o tomillos olorosos, o -disponga que en sus brazos te reciba una grácil hada de blanco y blando -seno.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch6"> - <h2 class="nobreak g0">VI</h2> - <p class="subh2">Donde verdaderamente empiezan las verdaderas e - inverosímiles andanzas del caballero encantado.</p> -</div> - -<p>Se sabe que Tarsis, hallándose vivo y sano muchos días después de -lo narrado, tenía por dormitorio un pajar erigido sobre el establo en -que diversos animales pasaban la noche. Hecho a nueva vida sin notorio -aprendizaje, se despertaba al alba, sacudía y estiraba sus miembros, -se vestía, y al instante prestaba su ayuda al amo, dando pienso a las -bestias y unciendo la yunta para el trabajo... Se sabe también que en -aquel primer período de su encanto, el caballero había perdido toda -noción de su primitiva personalidad, por un embotamiento absoluto de -la memoria. Tan solo recordaba los hechos próximos al estado presente; -su nueva conciencia embrionaria los completaba con vagas y equívocas -impresiones de una edad anterior a la villana condición que encantado -tenía.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_58">p. 58</span>En esta baja -existencia, el caballero se llamaba Gil, nombre que en su sentir había -tenido desde la cuna, y se hallaba dotado de gran fuerza muscular. De -sus supuestos padres, que padres había de tener, vivos o difuntos, -nada o poco sabía, ni de ello se curaba. La subconciencia o conciencia -elemental estaba en él como escondida y agazapada en lo recóndito del -ser, hasta que el curso de la vida la descubriera y alentara de nuevo. -Así lo dicen los estudiosos que examinan estas cosas enrevesadas de -la física y la psiquis, y así lo reproduce el narrador sin meterse a -discernir lo cierto de lo dudoso.</p> - -<p>Andaban ya de soslayo por la tierra los rayos del sol espantando la -neblina, cuando Gil llegaba con su yunta al campo llamado de Algares, -extenso barbecho que ya en tiempo oportuno había sido alzado, y en mayo -recibía la segunda labor, a la que dicen binar. Iba con él el amo, de -quien se hablará luego. Quería ver cómo acometía el mozo faena tan -larga y dura, y calcular por el aire que llevara si podría terminarla -en dos mañanas cumplidas. Ya en el punto del primer surco, marcado por -la labor de alzar, metió Gil la reja, azuzó la yunta con un <i>sóo</i> -cariñoso, y empuñada la esteva con vigorosa mano, empezó a trazar el -surco, llevándolo tan derecho, que por regla sobre un papel no se -trazara mejor.</p> - -<p>—Vas bien, Gil —le dijo el amo viéndole llegar de la primera -vuelta—. Haz por labrar hoy hasta la olmeda, y lo demás quedará para -mañana. Yo me voy a ver cómo está lo de Tordehita, que quedó encharcado -con las aguas del sábado, y<span class="pagenum" id="Page_59">p. -59</span> luego me subo al Toral para decirle a <i>Ginio</i> que esta -tarde me lleve las ovejas a Nafría, donde a la cuenta que tenemos mejor -pasto. Adiós, y no te tumbes cuando yo me vaya.</p> - -<p>Diciéndolo se fue, y su figura escueta se perdió en la planicie -solitaria, a trechos verde, a trechos amarilla.</p> - -<p>Quedó Gil solo arando, sin más compañía que la del sol, que a la -ida le caldeaba las espaldas, y a la vuelta le bailaba delante de los -ojos. Con toda su voluntad puesta en el puño y este en la esteva, regía -con inflexible derechura la labor. Trazados seis surcos, descansó para -su almuerzo, que fue breve y frugal. Junto al arranque del primer -surco tenía su chaqueta, el barrilillo de agua, el saco de su comida, -y otro con el pienso de las vacas; custodiaba estos avíos un perro -de la casa llamado <i>Moro</i>, que no se movía de su guardia. Perro -y gañán frente a frente, en amor y compaña, comieron de un trozo -de pan con torreznos que les había puesto en el morral la <i>señá -Usebia</i>. A entrambos les supo a gloria por lo avanzado de la mañana, -y después volvió el uno a coger la esteva, y el otro quedó guardando la -chaqueta y costales. Toda la mañana transcurrió en esta guisa, el can -dormitando, el mozo haciendo rayas con el arado, labor harto penosa, -la más primitiva y elemental que realiza el hombre sobre la tierra, -obra que por su antigüedad, y por ser como maestra y norma de los demás -esfuerzos humanos, tiene algo de religiosa.</p> - -<p>Sudaba Gil la gota gorda, y todos los músculos de su cuerpo -contribuían con su tensión<span class="pagenum" id="Page_60">p. -60</span> a la faena sagrada. De la misma fatiga sacaba mayor esfuerzo. -No desmayaba; que sobre las flaquezas del cuerpo resplandecía en el -alma el sentimiento de la obligación. Gil era fiel pagador del pan -que ganaba, y daba su energía por su sustento. De la ruda tarea no -tenía más testigos que el cielo que le miraba, el perro dormitante y -los pájaros que se adueñaban de aquellos anchos aires. Las maricas -vocingleras venían a merodear con aleteo y brinquitos en los surcos -recién abiertos; las abubillas se llamaban de olmo a olmo con -tres golpes, y bandadas de chovas o grajos volaban con solemnidad -procesional del llano a la sierra o de la sierra al llano.</p> - -<p>Terminada la media huebra que el amo le asignara, Gil retirose con -su yunta, sus talegos y el perro, y a la casa llegó antes que el amo, -que andaba en la inspección de sembrados y majadas. Preguntole el ama -si había hecho la media huebra, y dada la respuesta afirmativa sin -jactancia, procedió a quitar el arado; luego desligó de los cuernos -de las vacas las coyundas que sujetaban el yugo, separó este, y los -benéficos animales se fueron a su establo requiriendo con sus húmedos -hocicos el pienso. El de la familia tardaría un poco más, porque el amo -no parecía; salió el hijo a un altozano, orilla de la casa, de donde -oteaba el sendero por donde había de recalar el padre. <i>Usebia</i>, -en el portal, cortaba de un pan las rebanadas para la sopa, y Gil, -servido el pienso al ganado, fue a servir a la cochina y sus crías, -cuyo cubil allí se llama <i>corte</i>, y les regaló con mondaduras -de patatas envueltas<span class="pagenum" id="Page_61">p. 61</span> -en harina de centeno. En esto el chico que estaba de vigía vino a la -carrera diciendo:</p> - -<p>—Ya viene padre.</p> - -<p>Y la <i>señá Usebia</i>, que ya tenía la mesa puesta y el cocido en -su punto, se dispuso a calar la sopa.</p> - -<p>No se pasa de aquí sin decir que el lugar se llamaba Aldehuela -de Pedralba, situado como a legua y media de la caída occidental -de la sierra de Guadarrama, y que el amo de Gil era José Caminero, -honradísimo trabajador, esclavo del áspero terruño y de la inclemente -comarca en que había nacido. Como unos veinte años le llevaba en edad -a su mujer Eusebia, todavía en cierto punto de frescura y lozanía. -La esposa, con su nativa fortaleza, se defendía de los estragos del -trabajo incesante y rudo, mientras el marido, al cabo de cuarenta -años o más de tremenda porfía con la tierra, era ya un atleta cansino -y derrengado, con todo el vigor recluido en los pensamientos, en la -palabra y en la voluntad. Tenían un hijo, a la sazón de diez años, -que también se llamaba Pepe, por el afán del padre de perpetuarse, no -solo en la tierra, sino en el nombre, avidez de vida durable ya que -no eterna. El chico iba a la escuela, donde si un poco le enseñaba -el maestro, más le enseñaban los otros chicos, profesores de juegos, -enredos y travesuras. En verano, que es tiempo de vacaciones, olvidaban -lo poco que aprendieron en invierno (escaso de días por el descuento -de fiestas religiosas, patrióticas y palatinas), y la bandada se -establecía de sol a sol en los aledaños del pueblo, ejercitándose en -la barbarie de coger nidos. Cosechaban además endrinas y moras<span -class="pagenum" id="Page_62">p. 62</span> de zarza en campo libre, y -afanaban fruta en terrenos vedados, o bien apedreábanse con rápido -manejo de hondas que ellos mismos hacían.</p> - -<p>Poseía José Caminero, por herencia, la casa en que vivía, dos -huertas y hermoso prado, dos o tres hazas de excelente tierra, en que -cosechaba patatas, trigo para el pan de la casa, garbanzos, algarroba. -Con esto, y el averío, y el cerdo, y las terneras, vivía pobremente sin -ahogos, sin mirar demasiado la cara al día de mañana. Pero a poco de -casarse le picó la ambición: queriendo dar mejor empleo a su pericia -de labrador, tomó en arrendamiento las tierras de Algares, Tordehita -y Tordelepe, que por su miga y anchuras eran buen campo de ilusiones -campesinas. Los primeros años no le fue mal; pero luego <i>empezó a -cojear el galgo</i>, como decía el pobre Caminero: vinieron, ahora la -seca, ahora el pedrisco; se pidió rebaja de la renta, y la subieron; -se esperó alivio en la contribución, y la recargó el maldito Gobierno; -siguieron los arbitrios para salir del año, los enredos del préstamo -y la usura, y así, por fatal gradación, se llegó al desequilibrio -de la casa en el tiempo en que Gil entró a servir en ella. Siempre -había tenido Caminero dos criados para su labranza; pero aquel año la -necesidad de economías le obligó a reducir la servidumbre a un solo -mozo, y este de los que llaman <i>agosteros</i>, contratados por pocos -meses, que terminaban el día de San Agustín. En esta fecha cobraría -Gil su soldada de catorce duros, quedando libre para buscar otro -acomodo.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_63">p. 63</span>Pues, señor, como se -ha dicho, llegó el punto de ponerse a comer. Sentáronse a la mesa, que -más bien era banco, cubierto de un mantel de días, Caminero y su hijo, -enfrente Gil. Al lado derecho del amo debía comer Eusebia, que en pie -hizo el calado de la sopa, vertiendo en la cazuela, sobre las rebanadas -de pan, el hirviente caldo. Luego se sentó a comerlas con los demás, -soplando todos en la cucharada para enfriar. Después el ama volcó el -cocido en la misma cazuela, apartando la carne, y de la cazuela comían -todos, que es un comer más familiar y democrático que el usado por -gente fina. Siguieron la carne y tocino, que eran engaño para meter en -la barriga buena carga de pan. Eusebia cortaba con suma destreza las -rebanadas que iba dando a cada uno.</p> - -<p>Mientras comían no era la conversación serena y plácida, sino -ansiosa y entrecortada de graves aprensiones. Comían como los soldados -que a prisa engullen su alimento entre batalla y batalla. Caminero y su -mujer, sin mirarse apenas, cambiaban frases recelosas.</p> - -<p>—Desmedrado tenemos el trigo, que no granará si no manda Dios -agua...</p> - -<p>—Yo, por esta rodilla mía derecha, barruntaba ayer agua, y hoy, -por el poco de sordera, barrunto secura. Dios nos mire y el cielo nos -llore...</p> - -<p>—Mujer, sobre tanta calamidad, me <i>paiz</i> que tendremos la tiña -del garbanzo...</p> - -<p>—Ni en chanza lo digas, José. Eso nos faltaba. Si enferma el -garbanzal, ¿año, a dónde vas?...</p> - -<p>—Las patatas de Tordelepe piden con necesidad que las aporquemos. -No pase de esta tarde. Vámonos todos a remediarlas con la segunda -cava.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_64">p. 64</span>Todo lo decían -Caminero y su mujer. Gil no desplegaba sus labios. De las buenas -cualidades del mozo, la que más estimaban sus amos era el silencio. -Obedecía, sin chistar, cuantas órdenes se le daban, y jamás ponía -comentario ni observación. Por su docilidad y apego al trabajo, los -amos le querían... Pues en cuanto comieron se apresuró el mozo a -enalbardar la borrica para el ama, y se fueron todos a Tordelepe, cada -cual con su azada, y hasta el chico llevó la suya de juguete, y toda -la santa tarde estuvieron cavando. <i>La Usebia</i> era una fiera para -el trabajo, y doblada de cintura cavaba y arrimaba la tierra que daba -gusto. José, tronzado por el violento esfuerzo que su dignidad de -labrador le imponía, hizo lo que pudo, y Gil, incansable jayán, remató -la labor antes que fuera de noche, con lo que respiraron, limpiándose -el sudor, y se volvieron, <i>Usebia</i> en la burra con el chico, y las -azadas colgadas de la grupa. No iban alegres, pues cada cual llevaba -su afán: la mujer llegar a tiempo de hacer la cena, el hombre, traer -a su magín los afanes del día siguiente. No descansaban, no vivían; -cada hora, preñada de inquietudes, paría en sus últimos minutos las -inquietudes de las horas sucesivas.</p> - -<p>A prima noche, encendidas las teas en la cocina y avivada la -lumbre, <i>Usebia</i> preparaba un calderón de patatas con briznas -de bacalao... Cenaron; el chico se durmió con la cuchara en la mano. -Marido y mujer hacían cálculos de lo que podrían reunir para pagar -la renta. <i>Usebia</i>, que entre ceja y ceja llevaba el libro de -caja, o sea mental aritmética de<span class="pagenum" id="Page_65">p. -65</span> las monedas sepultadas en el arcón, aseguró que por mucho que -estiraran no llegarían a juntar lo preciso. El buen Caminero se rascaba -la oreja, sin que del rasquido saliera la solución del problema. Oía -Gil estas cosas y callaba, compadecido de sus amos, a quienes daría sus -ojos si con los ojos pudieran remediarse...</p> - -<p>En previsión de un gravísimo atasco, se acordó llevar al mercado -de Pedralba cuanto se pudiese... Como el mercado era en jueves, el -martes lo dedicó Gil a terminar la huebra; el miércoles fue al monte -por leña, operación que era para él un descanso, pues iba en el carro, -cortaba la leña, cargaba, y en ello se le iba todo el día sin gran -fatiga muscular. Gustábale la expedición al monte por lo que tenía de -paseo, de divagación en ambiente fresco y puro, de hablar con gente -que a la ida y a la vuelta encontraba, parloteando en alguna vereda -con muchachas bonitas, que le decían burlas y veras graciosas, como -rozadura de cardo y olor de tomillos.</p> - -<p>Aquel día montó el gañán en el carro con el niño de la casa y otros -dos, amiguitos de este, que se pirraban por llevar al monte el programa -de sus diabluras. Gil no dio paz al hacha, y cortó carrascas, ramas de -fresno y de escaramujo, estepa y jara cuanto pudo; gran cantidad de -retama para el horno y de helechos para la cama del ganado. Los chicos -con febril actividad le ayudaban, trabajando con hoces y hachuelas -de juguete. Con certera pedrada mataron a un pobre conejo, y a palos -dieron cuenta de una culebra que no les hacía<span class="pagenum" -id="Page_66">p. 66</span> ningún daño... De vuelta a la casa, al caer -de la tarde, se pensó en disponer lo que al siguiente día había de -llevarse al mercado. El ama supo atraer a su parecer el del fatigado -marido, y ella fue quien organizó y determinó la pacotilla de artículos -para la venta por buen dinero. Viéraisla al romper el día montada -en su burra, con un saco de trigo a la grupa, alforjas en el arzón, -varios líos, uno de ellos con merienda, y ella bien compuesta, con su -pañuelo cruzado al pecho, prendido con un vistoso alfiler, y otro, de -colorines, liado a la cabeza con el nudo sobre la frente.</p> - -<p>A su lado iba Gil, también un poquito aseado. En la mano derecha -llevaba el cordel con que sujetaba y conducía tres lechoncitos atados -por la pata; en la izquierda, la vara con que a la pollina dirigía, al -hombro un saco mediado de garbanzos. Delante, con carrera retozona, -iba el perro <i>Moro</i>. Por el camino, que era largo, de más de -legua y media, <i>Usebia</i> charlaba de diversos asuntos; el mozo -nunca iniciaba la conversación, por ser muy corto y bien mirado. Si -ella no enhebraba la palabra, irían todo el camino como dos cartujos. -Debe decirse que el ama quería mucho a su sirviente, por las buenas -prendas de él, por su talante sufrido y humilde, y porque jamás hizo -ascos a las obligaciones por duras que fuesen. Queríale también, mejor -dicho, le miraba con buenos ojos, porque era muy guapo, de cuerpo -gallardísimo, la cara bien adornada y la boca pulida. Con alma cándida -y sin malicia le elogiaba ante las vecinas diciendo:</p> - -<p>—Tengo un criado <i>como un pino de oro</i>.</p> - -<p>Cuidaba de<span class="pagenum" id="Page_67">p. 67</span> tenerle -la ropa lavada y bien arregladita; reservábale alguna golosina para -después de comer, y cuando le veía rendido del trabajo, y no estaban -presentes José ni el chiquillo, llamábale a la cocina y le daba un -huevo asado en la ceniza, añadiendo maternales consuelos:</p> - -<p>—Toma, hijo, que ese cuerpo necesita que le echen un reparo, y -dos.</p> - -<p>Como se ha dicho, Eusebia planteaba las conversaciones durante el -viaje, las cuales solían recaer en lo desabrido que era Gil con las -mozas del pueblo, pues otro menos metidijo en sí se habría echado ya -cuantas novias quisiera; que si comúnmente hubo tres Giles para una -moza, estando él habría diez para un Gil; y todas le habían de querer, -y en alguna encontraría holgura para casarse. A esto respondía Gil con -respetuosas y discretas razones, diciendo que antes era el ganar que el -enamorar, porque hombre sin blanca es despreciado de sí mismo. Huérfano -era y arrimado a la pared de una buena casa, y por el pronto no haría -más que dar gusto a sus amos y aprender la labranza. Eusebia unas veces -asentía con aires de persona sesuda; otras celebraba con risas las -sosadas del mancebo, oyéndolas como agudezas y donaires.</p> - -<p>Con este inocente parlar llegaron a Pedralba, lugar asentado en una -peña flanqueada de murallones, con una sola puerta. Encamináronse a -la plaza y cogieron puesto. En otras circunstancias, Eusebia vendía -sus frutos y compraba escabeche, azúcar, pimentón, cebollas, alguna -herramienta, y una túrdiga de pellejo para hacer las abarcas. Pero en -aquella<span class="pagenum" id="Page_68">p. 68</span> ocasión triste, -a casa no se llevaría más que un poco de pimentón y una zafrita con -vinagre. Sus garbanzos, su trigo, sus pollos y huevos, sus lechoncitos -y demás cosas que llevaba, los cambiaría por dinero contante para -llevarle a José una buena ayuda de la renta. Así lo hizo; mas no pudo -allegar todo el numerario que quería. El dinero escaseaba. Decidiéndose -a vender algunos artículos a desprecio, pudo llevarse algo más de -trescientos reales.</p> - -<p>Desalentados tomaron el camino de Aldehuela; mas el sentimiento del -mal negocio no impidió a la curiosa <i>Usebia</i> tirar de la lengua -al criado para que, descuidándose en el hablar, diese a conocer sus -intenciones y pensamientos.</p> - -<p>—Si tanto callas, Gil —le dijo—, pensaré que estás encantado.</p> - -<p>Con esto se avivó la conversación, y el ama se entretuvo en tocar -delicadamente diferentes puntos de amor, como relación de mozo con -moza, de soltero con viuda, o de casada con mozo libre, que era gran -pecado de <i>escandalorio</i>, cosa fea, en verdad, por el mal ejemplo. -Contestaba Gil con discreción y juicio. Mas esta conversación y otras -que se sucedieron, no merecen referencia por ahora, que noticias de -mayor fuste reclaman la atención del narrador.</p> - -<p>Pasaron días después de aquel en que fueron al mercado de Pedralba, -y al mercado volvieron, y en estos ires y venires iba resurgiendo en el -alma de Gil la conciencia de su primitiva personalidad. Era como luz -tenue y rosada de Oriente después de noche oscura. Apuntaron primero -nociones vagas de anterior vida, atisbos de memoria que remusga y -se despereza.<span class="pagenum" id="Page_69">p. 69</span> En su -existencia villana, Gil no sabía leer ni escribir. Un día, estando en -Pedralba, vio un letrero de tienda, y lo leyó y se hizo cargo de su -sentido; poco después vio en las esquinas un bando del alcalde, y se -enteró sin perder sílaba. En el suelo encontró un cacho de periódico, y -se recreó en su lectura. Empezaba, pues, el desdoblamiento de las dos -figuras, de las dos personalidades, desdoblar lento, que los estudiosos -de la <i>psiquis</i> comparan a las primitivas funciones de la vida -vegetal. Poco a poco se daba cuenta de que había sido otro, y de que -la anterior y la presente naturaleza se reconocían demarcándose, y se -aproximaban como procurando la reconciliación. Serían, pues, dos en -uno, o un uno doble, y aunque esto no se entienda, fuerza es declararlo -así, dándolo por posible, para que lo crea el vulgo y lo acepte con fe -ciega y no razonada; que si se admite el imposible del milagro, también -se ha de admitir el absurdo del encantamiento, y en ambas formas del -misterio habrá que decir: las bromas o pesadas o no darlas.</p> - -<p>Sucedió, pues, que por grados llegó Gil a la conciencia de su -anterior vida de caballero, y la plenitud del desdoblamiento fue -determinada de súbito por un incidente, por una palabra... Hallándose -en la cocina, oyó el mozo que sus amos, azorados y medrosos, hablaban -del aprieto de sus intereses. A la luz de las teas humeantes, José leyó -unos apuntes de su sobado libro de cuentas, y después dijo:</p> - -<p>—Aun para el plazo atrasado nos faltan doscientos reales; que -para el vencido de <i>antier</i> no tenemos ni<span class="pagenum" -id="Page_70">p. 70</span> con qué empezar.</p> - -<p>A lo que replicó Eusebia con impávida resolución:</p> - -<p>—No hemos de morir por eso, José. Desentendámonos de don Gaytán, y -escribamos mañana mismo al señor de Bálsamo.</p> - -<p>Esta palabra, este <i>Bálsamo</i>, fue el golpe o manotazo que acabó -de descorrer el velo. Gil vio su interior inundado de luz, y se dijo: -«Ya estoy en mí, en el mí de ayer. Soy don Carlos de Tarsis.»</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch7"> - <h2 class="nobreak g0">VII</h2> - <p class="subh2">De la venida de don Gaytán de Sepúlveda, con otros - inauditos sucesos que verá el que leyere.</p> -</div> - -<p>Al siguiente jueves (que lo narrado fue un martes), llegó a la -delantera de la casucha un hidalgo viejo montado en una yegua pía. Era -don Gaytán de Sepúlveda, a quien la gente del país designaba con la -forma arcaica de su nombre de pila, sin duda por ser él un viviente -arcaísmo. Andaba don Cayetano de Sepúlveda al ras de los setenta años, -y se mantenía terne y activo de todos sus órganos, excepto de la vista, -por lo que usaba gafas muy fuertes de présbita, montadas en concha y -con vidrios laterales. Su rostro afilado más parecía de dómine que de -lo que era, un ricachón de quien se decía que traspalaba las onzas; mas -como ya no hay onzas, debía decirse que apilaba los fajos de billetes -de Banco. Llevaba un sombrero<span class="pagenum" id="Page_71">p. -71</span> negro, achambergado, y un capote de barragán que no soltaba -hasta el cuarenta de mayo, o más. Era terrateniente, fuerte ganadero -y monopolizador de lanas, banquero rural, y de añadidura cacique o -compinche de los cacicones del distrito; hombre, en fin, que a todo el -mundo, a Dios inclusive, llamaba de tú...</p> - -<p>Acudió Gil a tenerle el estribo, al punto que salían a recibirle -José y Eusebia, ambos con sonrisa de conejo, que es mixtura de risa y -temor. Pasaron el visitante y sus amigos a la cocina. La plática fue -breve, pues don Gaytán era hombre que ahorraba la saliva tanto como el -dinero, y excesivamente modesto en todo, había suprimido el lujo de las -vagas conversaciones. Después de darse y tomarse varias explicaciones, -don Gaytán sacó un papelejo escrito y dijo a Caminero:</p> - -<p>—Amigo, ahorremos palabras. Fírmame esto, y se acabaron tus afanes. -Y para redondear la cifra, que no me gustan picos, ya lo sabes, toma -estas trescientas veinticinco pesetas. Ea, ya estás salvado por hoy... -Mañana, Dios, que a los buenos no abandona, acabará de sacarte el pie -del lodo...</p> - -<p>Firmó José, que por hallarse con el agua al cuello no veía nada más -allá del momento presente. Mirándole trazar la embrollada rúbrica, don -Gaytán masculló esta frase:</p> - -<p>—Y ya no tienes para qué escribirle a Bálsamo, que ya sabes que soy -su poderhabiente para todo. Ya le diré yo que has pagado. Descansa, -hijo, y ve tirando, que el que tira llega, y el que cae se levanta.</p> - -<p>Tanto José como Eusebia tuvieron que mostrarse<span class="pagenum" -id="Page_72">p. 72</span> agradecidos, porque si bien el viejo zorro -les hipotecaba el mañana con el aumento de una deuda ya muy crecida, -habíales quitado del pescuezo la cuerda que les ahogaba. Invitole el -ama a remojar el gaznate con vinillo blanco, del que siempre tenía -corta provisión para casos como el que aquel día se presentaba. -Aceptó el viejo con gusto, y mientras se relamía entre sorbo y sorbo, -sacó súbitamente de la memoria un asunto de interés que se le había -olvidado.</p> - -<p>—Ya decía yo —exclamó— que algo se me trascordaba. Es que quiero -pediros un favor. Tenéis aquí un jayán que vale por dos; ese Gil, de -quien decíais que es una bestia para el trabajo y un ángel por la -fidelidad. Como ahora, José, tu primer cuidado debe ser meterte en las -economías, cédeme ese chicarrón, que a mí me hará buena obra, ya sea en -Tagarabuena, donde no falta labor, ya en Micereses de Suso, donde tengo -la cabaña. Tú le trataste de agostero, y lleva mes y medio contigo. -Págale cuatro duros, que es lo que por hoy le debes, y yo me cargo con -lo restante hasta San Agustín o más, que según lo que él vale por su -estampa y alzada, así como por su buen natural, pienso que lo tomaré -para el año entero.</p> - -<p>Rascándose la mollera, por lo duro que se le hacía ceder tan buen -criado, Caminero dijo a su mujer:</p> - -<p>—¿Qué te parece, <i>Usebia</i>?</p> - -<p>Y <i>Usebia</i>, haciéndose cargo de que no podían dar un no al -ricacho camandulero, se violentó terriblemente para contestar:</p> - -<p>—Por mí, que se lo lleve.</p> - -<p>Y al punto salió a la puerta de la casa para echar fuera un gran -suspiro, que se levantó como tempestad dentro de su pecho.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_73">p. 73</span>Ajustada la cesión -del esclavo, don Gaytán quiso antes de marcharse dar un golpe de vista -a las tierras de Tordehita. Como José había de ir a Nafría y Gil al -molino, Eusebia tuvo que acompañar al maldito vejestorio, y lo hizo muy -a contrapelo por la gran ojeriza que le había tomado. Al volver de la -visita campestre, que fue muy del gusto del hidalgo, este bromeó con -Eusebia, recordándole el feliz tiempo en que la tuvo de servicio en su -casa de Tagarabuena, siendo ella mocita. En tales añoranzas, parose -el viejo; palpó con atrevida mano las mejillas y papada de la rústica -jamona de buen ver, y con risilla desdentada soltó estos cínicos -piropos:</p> - -<p>—No pasan años, <i>Usebilla</i>, y aún estás muy lozana, y como -quien dice, tentadora de un santo. Si quieres que holguemos un ratico, -me hallarás en Nafría de hoy en ocho.</p> - -<p>—¡Oxte, que pico... Oxte, que restrego, señor! Déjeme quieta.</p> - -<p>—Respingona, párate un poco. Es un proponer. A Nafría puedes ir con -el pretexto de llevarme unos pollos... que en buena ley nada harías de -más, Eusebia, por el favor que habéis recibido de mí. Ea, no cocees, -hija, que se te corre la albarda. Ten entendido que no estoy viejo ni -cansado más que de la vista... Tú piénsalo, que de pensar las cosas -nada se pierde.</p> - -<p>Aceleró Eusebia el paso para zafarse de tal impertinencia y -volvieron a la casa, donde don Gaytán montó en su yegua y se fue -bendito de Dios. Quedó concertado que Gil se reuniría con su nuevo -señor en Nafría, entrada<span class="pagenum" id="Page_74">p. -74</span> de la sierra, para seguir luego juntos hacia Tagarabuena... -La despedida del mozo fue harto triste, porque él había tomado ley a -sus amos, y estos le querían, el ama con cariño más hondo y con mayor -pena de la despedida, por ser pena y cariño disimulados.</p> - -<p>Hallándose Gil en el oscuro establo dando a las vacas el último -pienso que de sus manos habían de recibir, llegose a él Eusebia con el -propósito manifiesto de llevarle su ropa bien arregladita y el oculto -de darle los íntimos adioses. Lo primero fue entregarle, para merienda -en el camino, dos huevos asados en la ceniza, escogidos entre los más -gordos; un cuarterón de pan, y sobre ello estas tiernas palabras:</p> - -<p>—Dos penas tuve contigo: la de no poder quererte a cara levantada, -y la de ofender a mi marido, que es un santo. Santo él y yo pecadora, -ahora viene el que te nos vayas, dejándonos a José y a mí muy -desconsolados: a él, porque te quería para mulo de trabajo; a mí, -porque te quiero para animal de mi gusto... Adiós, mi pino de oro; -adiós, mi barragán florido...</p> - -<p>Al decirlo, echábale Eusebia los brazos y acariciaba los graciosos -rizos que ornaban la frente de Gil... Este correspondió a las ternezas -del ama, que maldiciendo la ausencia no quería dar por finiquitos sus -criminales amores, y así le dijo:</p> - -<p>—Si te deja en Tagarabuena ese perro de don Gaytán, irás alguna -vez al mercado de Pedralba, y allí nos encontraremos y podremos -venir juntos hasta la espesura de los castaños de Algodre, donde -loqueábamos sin que nos viera nadie: solo Dios nos veía... y la<span -class="pagenum" id="Page_75">p. 75</span> burra y el <i>Moro</i>.</p> - -<p>Gil asentía galanamente a todo, y ella, soltando y secando lágrimas, -le despidió con las postreras ternuras:</p> - -<p>—Adiós, hijo. Dios te guíe, la Virgen te acompañe y a los dos nos -perdone. Tras de ti se me quiere ir el alma. ¡Ay! aquí me quedo penando -por no verte y por la perrada que hago a mi José, que cuando el cuco -canta él se rasca la cabeza... Adiós mil veces, pedazo de gloria, -estrella de tu ama.</p> - -<p>Partió Gil atristado, mas con espera de mejor acomodo; que en -él renacían vagas ambiciones. Y nunca fue más verdadero el viejo -refrán <i>Más mal hay en el aldegüela del que se suena</i>, porque -en la vecindad de la <i>Usebia</i>, y en todo el lugar, corría el -vientecillo de que despedían al mozo por barraganía, y que cuando José -Caminero salía al campo, los pájaros, cantando el cucú, le decían -su mal... Llegó Gil a Nafría<a id="FNanchor_1" href="#Footnote_1" -class="fnanchor">[*]</a>, donde pasó la noche: allí tenía don Gaytán -un hato de doscientas cabezas. El nuevo amo partió de mañana, llevando -consigo a Gil en un caballejo <i>ropero</i>, y al paso llegaron a -Tagarabuena y de allí a Micereses, que es el cruce de la cañada real -de Burgos con otros caminos pastoriles por donde los ganados subían a -la sierra. El lugar y todo su contorno embelesaron a Gil; que si como -tal Gil había visto poco mundo, como Tarsis refrescaba en su memoria -las viajatas por Europa, y nada de lo que en ellas gozó igualaba<span -class="pagenum" id="Page_76">p. 76</span> en belleza a lo que miraba -entonces. Bien es verdad que según se vean las cosas, así toman mayor o -menor relieve en nuestro espíritu. No es lo mismo admirar la naturaleza -desde la ventanilla de un tren o desde la terraza de un hotel, que -contemplar un trozo de laderas y monte con absoluta libertad de -espíritu, sintiéndose el espectador tan bravío y salvaje como lo que -contempla, y siendo, en verdad, parte o complemento del paisaje, ser de -su ser, pincelada de su pintura, rima y cadencia de su poesía.</p> - -<div class="footnote" id="Notas"> - -<p><a id="Footnote_1" href="#FNanchor_1" class="label">[*]</a> Los -nombres de senderos y lugares, absolutamente castizos, se emplean aquí -con criterio convencional, prescindiendo del rigor geográfico.</p> - -</div> - -<p>Los vellones de niebla que se desgarraban al calentar del sol, -iban descubriendo las altas rocas y las mansas colinas, con un -juego caprichoso que demostraba el bello desorden y las armónicas -irregularidades de la Naturaleza. Por momentos se despejaban las cimas -antes que los bajos; por momentos se iluminaba lo próximo mientras se -encapuchaban los oteros lejanos. Cuando todo quedó desnudo de vapores, -se vio brillar el verde húmedo de las diferentes matas y del intrincado -follaje arbóreo que matizaba las pendientes, dejando calvas aquí y -allí, o escondiendo el cauce torcido de los regatos que bulliciosos -bajaban rezongando entre piedras. Tal era Micereses de Arriba, desde -donde Gil veía extenderse hasta lo infinito la llanada de Castilla, -inmenso blasón con cuarteles verdes franjeados de bordadura parda, -cuarteles de oro con losanges de gules, que eran el rojo de las -amapolas. En medio de este campo iluminado de tan nobles colorines, -aparecían desperdigados en la lejanía pueblecillos de aspecto terroso -con altas y puntiagudas<span class="pagenum" id="Page_77">p. 77</span> -torres, como velas de fantásticos bajeles que navegaban hacia el -horizonte.</p> - -<p>Comió Gil con los pastores en medio del campo, donde sesteaban -otras doscientas o más ovejas, parte pequeña de la riqueza pecuaria -de don Gaytán. Con fraternal confianza se sentaron todos en el santo -suelo musgoso, formando rueda en torno del cazolón, y con cucharas de -palo despacharon el condumio, que por la sazón del aire serrano y del -bárbaro apetito, a todos supo a gloria. Luego trincaron, pasándose de -uno en otro a la redonda un voluminoso zaque, y a todos les quedó el -dejo de una pueril alegría. Y a medida que se aclaraba en el alma de -Gil la conciencia de su anterior naturaleza, crecía su gusto de la vida -villana, y en esta, más que la ocupación labradora, le agradaba la -pastoril, por gozar en ella de absoluta independencia de espíritu.</p> - -<p>Al rabadán del hato que allí pastaba conoció Gil en Aldehuela. Sin -más que el breve trato y yantar en Micereses de Suso, quedaron muy -amigos. Llamábanle Sancho, y era un hombrachón como un castillo, de -condición leal y ruda cortesía. Todo fue satisfactorio para Gil-Tarsis -en aquel día risueño, porque el amo destinó a Sancho a la mayoralía -de otro rebaño más copioso que no tardaría en venir por la Cañada -Real a Micereses de Abajo, y con él iría Gil en calidad de zagal de -segunda. Al atardecer partieron ambos a pie, y por el camino Sancho -iba instruyendo al mozo de sus obligaciones, y dándole una ilustrada -conferencia sobre el ordenamiento de los grandes rebaños, que vienen -a ser como ejércitos, con<span class="pagenum" id="Page_78">p. -78</span> su general en jefe, al que obedecen los pastores que rigen -los distintos cuerpos o masas ovejunas, con su impedimenta de vituallas -y ropa, su vigilancia y guardería de perros, y su arte de campaña para -ir por el camino más corto a los prados más suculentos.</p> - -<p>Al amanecer de un claro día, hallándose Gil con su amigo en un sitio -llamado la Cuernanava, por donde pasa el ancho camino pastoril, vio -venir el rebaño grande de Gaytán, o de los Gaytanes (que era cofradía -de hijo y padre), el cual desde lejos se anunciaba por el grave son de -los zumbos. Delante venía el mayoral con las manos colgadas del palo -que sobre los hombros traía, y a un lado marchaban dos enormes carneros -barbudos y bien cornados, de cuyos pescuezos pendían los cencerros o -campanos zumbantes. Seguía la grey apiñada, balando y apretándose unas -reses con otras, como friolentas, pues ya dejado habían la riqueza de -sus lanas en los esquileos de Santo Tomé de Nieva. Como un tercio de -ellas eran merinas, las demás manchegas. Avanzaban poco, porque en los -bordes de la cañada y en la cañada misma encontraban qué comer. Los -pastores y zagales acudían a las que salían de filas, trayéndolas con -voces y amenaza de palos al apiñado conjunto que ondulaba marchando. -Arreciaban los balidos; repicaban los cencerros con belénica armonía -rústica de nacimiento del Niño Dios. Los perros diligentes corrían -por los flancos de la comunidad restableciendo el orden y trayendo -a filas, con ladridos y achuchones, a las ovejas desmandadas. -En el centro del lanoso cotarro andante, se destacaba el<span -class="pagenum" id="Page_79">p. 79</span> caballo <i>ropero</i> cargado -de morrales, en que traían el repuesto de aceite, vinagre y sal, que -llaman <i>cundido</i>, el corto dinero para sus gastos, las sartenes -y cazolones para sus comidas. Era un animal selvático y paciente, -todo crinoso y peludo, contento de su suerte y servidor fiel de la -cuadrilla, hombres y cuatropea.</p> - -<p>Llegó la grey a un sitio llamado Sesmo de Trogeda, donde se cruzan -la Real de Burgos con la Real de Soria; tomó por una chaparrada, -después entró en el concejo de San Bartolomé del Querque, siguieron -por la Hoya de Horcajada; de la Cañada Real pasaron a un camino -transversal, que en lenguaje mesteño se llama <i>cordel</i>, y por -él llegaron a Micereses de Yuso, donde pararon ya bien entrado el -día. Allí tenían pasto abundante las ovejas, y los hombres descanso, -conversación y un vislumbre de esparcimiento social.</p> - -<p>Hízose allí el cambio de personal, quedando Sancho de generalísimo, -con Gil a sus inmediatas órdenes, y después de mediodía siguieron su -camino por el Mojón de los Enebrillos, y por un largo y yermo campo, -llamado Iloluengo, llegaron al sitio en que habían de pasar la noche, -que era un otero verdegueante, salpicado de peñas, al que llamaban -<i>descansadero</i>, sitio de abrigo y amenidad. Se hizo alto a prima -noche, a punto que salía la luna, redonda y amarilla, dando al cielo -gala, y a la tierra dulce y templada claridad.</p> - -<p>Cenando las sabrosas migas, Sancho prosiguió la información que de -la vida pastoril venía dando a su compañero.</p> - -<p>—Este oficio —le dijo— es el más holgado y menos enfermizo que<span -class="pagenum" id="Page_80">p. 80</span> conocen los hombres, y con -ser tan antiguo como el roncar, no se ha encontrado cosa más arrimada a -lo natural que esta vida nuestra. Probes semos hogaño, tan probes como -cuando adoramos al Niño Dios en el Portal de Belén. Pero la probeza -es nuestra honra y nuestra paz. La mesma sopa y las mesmas migas que -comíamos entonces comemos ahora, y la mesmísima licencia de los amos -tenemos para comernos la oveja perniquebrada, y alguna sobrera que en -días de recio queramos matar... Desventajas tiene el oficio por un -lado, y es que viva separadico de su mujer el pastor que la tenga, y -que a todos nos falte calor y trato de hembra; pero, si bien lo miras, -es por otro lado ventaja que estemos libres del quebradero que trae -la vida con la mujer en casa, y del sobresalto de tener que cuidar de -ella. Mejor es que Dios tome sobre sí ese cuidado, y nosotros vivamos -en descanso, fiados en que la honra de ellas está a cargo de la -Santísima Virgen y del Santo Ángel de la Guarda.</p> - -<p>Todo esto le pareció muy bien a Gil, el cual estuvo de acuerdo -con su jefe en que la ausencia y privación de mujer no había de -ser absoluta, porque alguna vez entraban y se detenían en poblado. -En lugares y villas o en sus aledaños, milagro había de ser que no -les salieran haldas a que agarrarse. Y a esto dijo Sancho con humor -sentencioso y castizo:</p> - -<p>—Con lobos y con mujeres, toparás más que quisieres.</p> - -<p>Dentro de una gran rastrojera, cercada de piedra y que a los -Gaytanes pertenecía, se acomodó el ganado. Algunos pastores se -guarecieron<span class="pagenum" id="Page_81">p. 81</span> en el -chozo que en el extremo más elevado del cerco había. El ambiente -era tibio y sereno. Gil, que gustaba de tumbarse al aire libre en -noches plácidas de verano bajo un cielo esplendoroso, eligió para su -descanso un lugar blando de hierba ya seca, al amparo de una peña que -lo guardaba del Norte. Al rato de mirar al firmamento, echó la boina -sobre sus ojos, y pensando que pensaba, lo que hizo fue dormirse... -A una hora que le pareció la del alba por la claridad que vio en la -faja de Oriente, despertó el zagalón sobrecogido, como si alguien le -llamara. A un tiempo creyó sentir un golpecito en su cuello y una voz -que le nombraba. Pero a su lado no había nadie. Despabilado y en pie, -persistió la ilusión de la voz... Gil volvió sus miradas de nuevo hacia -el resplandor creciente de la aurora.</p> - -<p>Hacia aquella parte subía el terreno por escalones naturales de -césped y de rocas bajas, y como a las diez varas de suave subida se -veían enormes piedras de extraña forma, que más parecían estar allí -por colocación que por natural asiento. Unas había que semejaban -deformes cuadrúpedos, otras osamentas de monstruosos animales de fauna -desconocida. No faltaba cierta simetría en la erección de estos bultos -de piedra sobre un suelo plano. Al fondo de aquel ingente propileo, -vio Gil dos colosales monolitos plantados como columnas, y sosteniendo -sobre sus cabeceras otro témpano horizontal. Pasando bajo aquel -pórtico, vio una rampa, en la cual aglomeraciones musgosas parecían -vestigios de una escalera. Subió el pastor hasta llegar a un túmulo, -que también podía<span class="pagenum" id="Page_82">p. 82</span> ser -trono, y en este... ¡Ay! si no le engañaban sus ojos, si no era un -durmiente que se paseaba por los espacios del ensueño, lo que vio era -una mujer, una señora sentada en aquel escabel, y la maravilla de tal -visión fue completada con otra maravilla de la Naturaleza. Precipitó el -sol su salida, y sus rayos se esparcieron por el cielo en deslumbrador -semicírculo y en disposición tan peregrina, que parecían salir de la -cabeza de la señora, o que esta coincidía propiamente con el padre -sol.</p> - -<p>Del estupor y sobresalto que embargaron el ánimo del pobre Gil, -cayó este de rodillas, casi tocando la orla del vestido de la dama, y -próximo a ella pudo advertir que se hallaba en presencia de la matrona -que vio en la noche de su encantamiento, escoltada por las ninfas o -amazonas galanas que danzaban con claqueteo de crótalos, y que a él -le zarandearon de lo lindo... Reconoció la faz de augusta nobleza, -los cabellos blancos, la severa vestimenta, la mirada benigna, el -sonreír afable... Sintió Gil renovado el miedo intensísimo de aquella -hora fatídica del encanto, y no sabía sacar de su oprimido pecho -palabra alguna. La dama entonces, sin énfasis de teatro, sin tonillo -de aparición fantástica, antes bien con el llano y gentil lenguaje que -emplear podría cualquier señora viva de la más ilustre clase social, le -dijo:</p> - -<p>—Sosiéguese el buen Tarsis, y no se asuste de mi presencia, ni -vea en ella un caso sobrenatural para regocijo de niños y pastores -inocentes... Yo soy quien soy; mi reino no es el cielo, sino la tierra, -y mis hijos no son ángeles, sino hombres.</p> - -<p>Oyendo estas palabras, Gil se fue recobrando<span class="pagenum" -id="Page_83">p. 83</span> de su pavura. A una señal cariñosa de la -dama se puso en pie, y otra señal, maternalmente imperativa, le -indujo a sentarse en un pedrusco frontero al que la prodigiosa figura -ocupaba. Con nuevos alientos, pudo sacar de su pecho estas graves -expresiones:</p> - -<p>—Señora, la gloriosa majestad que en tu semblante y modos se -manifiesta, me dice que eres reina, divinidad, espíritu que por su -propia virtud se hace visible.</p> - -<p>Y ella dijo:</p> - -<p>—Reina es poco, divinidad es demasiado; espíritu y materia soy, -madre de gentes y tronco de una de las más excelsas familias humanas. -Adórame si vivo en tu sentimiento; pero no me rebajes a la condición de -imagen erigida en altares idolátricos.</p> - -<p>Se adelantó Gil con piadosa efusión a besarle la mano, y ella, -requiriendo la del pastor como apoyo para levantarse, dijo así:</p> - -<p>—Vieja soy, hijo mío; pero mi ancianidad no es más que la expresión -visible de mi luenga vida. Debajo de estas canas llevo escondida mi -juventud para cuando sea de mi gusto mostrarla. Vivo en todos y en -cada uno de los dominios que poseo. Si hoy me has visto en este triste -collado, es porque aquí suelo venir atraída de fuertes querencias -atávicas. Yo también he tenido infancia. Estas piedras adustas me -vieron mozuela, más bien niña, ofrendando a dioses que ya se fueron -para no volver. Soy más vieja que las lenguas, más vieja que las -religiones, y he visto pasar pueblos como pasan tus ovejas por mis -cañadas seculares... Pero ya es hora de que me dejes y te incorpores a -tu rebaño, que ya está el buen Sancho disponiendo<span class="pagenum" -id="Page_84">p. 84</span> la marcha. Vuelve a tu majada, hijo mío, y si -deseas verme y hablarme con descanso, yo deseo lo propio, ya que estás -encantadito para bien tuyo y mío, como te diré... Andaréis todo este -día y parte de la noche, hasta llegar a beber en aguas de mi Duero. -Pasando el río por mi San Esteban de Gormaz, seguiréis por el camino -que va de este pueblo a mi querida ciudad de <i>Hotzema</i>, que ahora -llamáis Osma. En un punto, que yo escogeré, de ese largo camino me -hallarás... Adiós, Tarsis. No te entretengas; Sancho te busca: vais a -partir. En el chozo tienes tu desayuno, pan con torreznos. No dejes -de tomarlo (<i>con elegante humorismo</i>), ni por hablar conmigo -creas que eres solo espíritu. Hay que comer, hijo. Yo también como. -(<i>Mostrando un pan celtíbero de centeno y miel.</i>) Adiós, hijo. Tu -Madre no te olvida.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch8"> - <h2 class="nobreak g0">VIII</h2> - <p class="subh2">Prodigiosa y familiar conversación que tuvieron el - caballero y la Madre desconocida.</p> -</div> - -<p>Descendió Gil de aquel foro salvaje, y apenas llegó junto a Sancho, -este le dijo que había hecho mal en andar por entre aquellos erguidos -pedruscos, donde moraban duendes o endriagos.</p> - -<p>—Esos peñascones que ves fueron altares, no de moros, como algunos -creen, sino de<span class="pagenum" id="Page_85">p. 85</span> otras -plebes que antes de ellos vinieron a España.</p> - -<p>—¿Fenicios... cartagineses?</p> - -<p>—No... Otro nombre tenían de más antigüedad, que no se me acuerda. -Lo que ves es el <i>despiazo</i> de las iglesias que aquí tenían, y que -eran gentiles, o de un sacerdocio que comulgaba comiéndose carneros -crudos... En los recovecos de las peñas quedan diablos que fueron de -aquella <i>seta</i>, y yo te aseguro por mi fe que vi a dos o tres -de ellos una noche que me dio la mala idea de subirme allí a dormir. -Son cuatropea, al modo de micos grandes; la cabeza tienen de cabrón, -rabo corto y empinado, y los ojos como ascuas de fuego azul tirando a -verde.</p> - -<p>Recogieron los pastores sus bártulos, y el ganado se puso en -marcha. Todo el día anduvieron por lugares cuyos nombres oía Gil por -primera vez. Recorriendo cañadas y cordeles pernoctaron en un corralón -que no era ya de los Gaytanes, sino de otra familia llamada los -<i>Gaitines</i>; pasaron una puente jorobada de cinco ojos, y ¡hala, -hala!... fueron a dormir al amparo de una villa no pequeña, toda de -color barroso, de pobre y desordenado caserío. No había casa que no -pareciese reñida con la inmediata, ni calle que no estuviera enemistada -con los pies de los transeúntes, pues todo era guijarros, hoyos, -charcos y montones de basura y escombros.</p> - -<p>Tempranito fue Gil a echar un vistazo al pueblo; vio huertos de -lino en flor, plantíos de alcacer, y al embocar en una plazoleta de -estrambótica irregularidad, abierta a las eras<span class="pagenum" -id="Page_86">p. 86</span> por uno de sus lados, vio una puerta románica -muy bella y toda desmochada en su gracioso adorno, como si hubiera -estado rodando durante siglos por un despeñadero. Era puerta de iglesia -humilde, y por ella salían mendigos de cuyos hombros colgaban jironadas -anguarinas o capas pardas, cojos, tullidos, legañosos; salían mujeres, -viejas las más, alguna joven y bonita, con sus pañuelos o las sayas -en la cabeza. Parose Gil a mirar a las que le parecieron guapas, que -de esta curiosidad ingénita y examen de bellezas no le curara ningún -encantamiento, y estando en ello vio que salía también por la vetusta -puerta la señora de los albos cabellos, la del aire augusto, la de -extremada belleza madura, la Madre, en fin, que se le apareció en el -bárbaro santuario céltico.</p> - -<p>Vestía la dama la misma túnica severa, sin más novedad que un velo -negro echado desde el cabello a la espalda; traía en una de sus manos -un rosario menudo liado en los dedos. Dirigiose a él con semblante -afable, diciéndole:</p> - -<p>—Ya sabía que estabas aquí... Vámonos a esta otra parte y podremos -hablar.</p> - -<p>Maravillado quedó Tarsis de la sencillez y del tono familiar con que -la señora le acogía, y ella con noble gracejo le dijo:</p> - -<p>—Ya ves cómo puedo hacer mi aparición sin ningún aparato, ni -comparsería, ni rayos de sol...</p> - -<p>Luego, con paso tranquilo, se internaron en angosta calleja rematada -en un arco, por el cual salieron a un campillo donde había corpulentos -álamos y una fuente sin agua, flanqueada de bancos de piedra. En uno -de estos sentáronse la buena<span class="pagenum" id="Page_87">p. -87</span> Madre y el pastor Gil, y a su gusto y comodidad platicaron. -Discurrían por allí raros transeúntes que saludaban sin manifestar -estrañeza ni asombro ante las dos figuras. Veían a la Madre como -a persona familiar de todos conocida... Lo que hablaron fue como -sigue:</p> - -<div class="drama"> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span>—En cuanto me hice cargo de mi -encantamiento, días ha, señora y Madre, comprendí que este no era -por daño mío, sino al modo de enseñanza o castigo por mis enormes -desaciertos.</p> - -<p><span class="sc">La Madre.</span>—Así es. Se te ata corto a la -vida, para que adquieras el cabal conocimiento de ella y sepas con qué -fatigas angustiosas se crea la riqueza que derrocháis en los ocios -de la Corte. Verdades hay clarísimas, que vosotros, los caballeretes -ricos, no aprendéis hasta que esas verdades os duelen, hasta que se -vuelven contra vosotros los hierros con que afligís a los pobres -esclavos, labradores de la tierra, que es como decir artífices de -vuestra comodidad, de vuestros placeres y caprichos. ¿Qué tal, Tarsis -amigo? ¿Te has divertido sudando la gota gorda sobre el surco? Es -un deporte lindísimo. ¿Verdad que no hay juguete como el arado? -¡Pobrecillo! ¿No sabías que echabas los bofes sobre tus tierras de -Tordehita y Tordelepe? Digo mal, porque ya no son tuyas: son de Bálsamo -y Gaytán, mitad por mitad... Mientras esos te van desplumando, tú -continuarás en estas galeras, rema que te rema, y caerán sobre ti -mayores humillaciones<span class="pagenum" id="Page_88">p. 88</span> -y trabajos... Todo lo mereces, Tarsis, y porque mucho te estimo, he de -llevar hasta el fin la obra justiciera de tu escarmiento. Pensando solo -en ti mismo y ávido de goces, no has tenido consideración de tus pobres -esclavos. Te pedían rebaja de la renta, y ordenabas a Bálsamo que la -aumentase; creías que hay dos humanidades, el señorío y la servidumbre, -y en el primero te ponías tú, y decretabas el abandono impío de los -infelices que, derrengándose como animales de carga, labraban tu -bienestar. Cuando te faltaba dinero, o lo obtenías de la usura, tu -lenguaje era un chorro de pesimismo repugnante. Maldecías de todo y a -mí me escarnecías, sosteniendo que nada hay en mí que valga un ardite: -ni ciencia, ni artes, ni negocios, ni trabajo, ni literatura.</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span> <span -class="acot">(Humildísimo.)</span>—Es verdad, Madre, que tal pensaba -y decía. Perdóname. Tu indulgencia no me faltará, pues bien sabes que -el español mimado y sin dinero es peor que un perro hidrófobo... No -me disculpo, ni atenúo mi falta... Solo me permito decirte, con todo -respeto, que soy y he sido malo; pero no el peor. Españoles hay que -merecen más duro encantamiento, Madre querida.</p> - -<p><span class="sc">La Madre.</span>—Ya, ya... Los hay peores, hijo -mío, y a esos aplico con rigor más grande el poder que me ha dado Dios. -Y no creas que mi ejemplaridad consiste en <i>volver la tortilla</i>, -como dice el vulgo, haciendo a los ricos pobres y a los pobres ricos: -no. Eso<span class="pagenum" id="Page_89">p. 89</span> sería trocar -los términos de desigualdad, agravando la injusticia y aumentando -la confusión. Verás lo que hace tu Madre. A los que cruelmente, -ávidamente, sin trabajo propio, apurando la máquina muscular de siervos -embrutecidos, sacan del suelo el mineral y fácilmente lo convierten en -plata y oro, les llevo a una profunda y negra galería, y allí les tengo -con su picachón en la mano todo el tiempo que se me antoja, arrancando -carbón, hierro u otra rica materia, y cargando las vagonetas. A los -ricos avarientos que sin esfuerzo, sentaditos en sus escritorios, -hinchan hasta lo absurdo sus capitales, les condeno a mozos de cuerda -para que me lleven bultos y baúles a las estaciones. Políticos de esos -que rigen grupos o partidos, irán por una temporada a sudar el quilo en -bajos oficios de carteros o peatones; y haré una leva de oradores para -llevarlos a desempeñar curatos de pueblo, con obligación de predicar en -la misa dominical y en todas las novenas...</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span> <span class="acot">(Alegre, movido -a hilaridad.)</span>—Madre, por respeto a tu excelsa persona no suelto -la risa. Cuanto has dicho es digno de tu nativo ingenio picaresco. -No serías quien eres si no pusieras el donaire aun en tus obras de -justicia. Dime, y perdona mi curiosidad: ¿alguna o algunas damas -principales no recibirán tu lección severa?</p> - -<p><span class="sc">La Madre.</span>—¡Oh, sí, hijo mío! No serán una ni -dos las que vayan a estas galeras correccionales, ya que no redentoras. -Pero no<span class="pagenum" id="Page_90">p. 90</span> debo seguir -confiándote mis planes, ni tú debes pedirme más noticias de encantos, -como no sean del tuyo.</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Pues si para lo del mío me das -licencia, déjame que te pida esclarecimiento del asombroso aparato -con que fui traído del estado noble al estado villano. No puedo -olvidar la casa de Becerro, perfecta decoración de nigromante; no -puedo olvidar la imagen de mi hermosa Cintia, con quien hablé de -un lado a otro del espejo. Pero todo esto fue juego de niños si lo -comparo con el estrépito de cataclismo, que mudó la decoración de sala -telarañosa en selva magnífica iluminada por una o varias lunas. ¿De qué -abismos espirituales vino el maravilloso coro de ninfas morenas, algo -hombrunas, de fornidas piernas, torneados brazos y rostros helénicos, -que al compás de los crótalos danzaban en dos hileras, por entre las -cuales pasaste tú y te vi por vez primera en todo el esplendor de tu -soberana majestad? ¿Por ventura, es de rigor que al pobre encantado le -zarandeen, como hicieron conmigo aquellas hermosas brutas, arrojándome -después a una barranquera, por la que fui rodando hasta dar con mis -pobres huesos en la Aldehuela?</p> - -<p><span class="sc">La Madre.</span>—No, hijo: tu transfiguración se -hizo en formas extraordinarias y con un poquito de bambolla teatral, -por lo que te diré...</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span> <span class="acot">(Alarmado, -oyendo rumor cercano de zumbos.)</span>—¡Ay, Madre del alma! mi ganado -se pone en marcha, y no tendré más remedio<span class="pagenum" -id="Page_91">p. 91</span> que dejarte con la palabra en la boca, que es -gran pena para mí.</p> - -<p><span class="sc">La Madre.</span>—No te apures, hijo. Siéntate. Deja -que salga tu rebaño. Ni Sancho ni los demás pastores y zagales notarán -tu ausencia. Yo te llevaré a donde les encuentres...</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Sin juramento podrás creerme que -mejor estoy contigo que junto a Sancho y sus ovejas, y si luego me -llevas en volandas a donde ellas estén mañana, bien podré exclamar con -toda el alma: «¡Encantado!»</p> - -<p><span class="sc">La Madre.</span>—Pues te decía que la maravilla -de tu paso de un vivir a otro se debió a un oficioso entusiasmo de tu -amigo Pepe Augusto Becerro, que quiso demostrarte con desusada pompa -y ruido su afecto y su gratitud. Tiempo ha que practicaba la magia. -No te asombres, Gil, si te digo que entre la magia y la erudición -existe un entrañable parentesco: ambas artes toman su savia de la -antigüedad remota. El erudito devorador de archivos se embriaga del -zumo espirituoso contenido en los códices, y acaba por poseer el don -de suprema alucinación, de penetrar en el alma de las cosas y de -sojuzgar el mundo físico. En el profundo estudio que hizo Becerro de -los libros de caballería, llegó a sorprender el intríngulis magnético -de las <i>Urgandas</i> y <i>Merlines</i> y el dinamismo prodigioso de -<i>Madanfabul</i>, de <i>Famongomadán</i> y otros apreciables gigantes. -Metido luego en el laberinto del Marqués de Villena, visitó el interior -de sus redomas,<span class="pagenum" id="Page_92">p. 92</span> y en -ellas y en podridos pergaminos aprendió mil sutilezas. Yo te lo diré -sin reparo: aunque soy tan vieja, mejor dicho, aunque en antigüedad no -me gana nadie, siento poca simpatía por la erudición secamente erudita, -quiero decir, por el saber de menudencias que maldito lo que interesan -a la humanidad viva. A pesar de esto, las leyes de mi existencia me -obligan a transigir hasta con los maniáticos, y a pasar algunos ratos -en los archivos polvorosos y en las acartonadas academias... Y más de -una vez he tenido que recurrir al sabio para que viniese en auxilio de -mi memoria, que en el correr de tantos años y siglos suele flaquear -y oscurecerse. «Pepito —le pregunto—. ¿En qué fecha vino Julio César -a España por tercera vegada?» Y él me lo dice gustoso, y me cuenta -después que traía la calva remediada por un gracioso artificio de su -corto cabello. Otro día me cuenta que Sertorio se afeitaba solo, y que -a Perpena le molestaban los sabañones.</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Yo también he sido benévolo con -Becerro y he soportado sus ataques de erudición. Yo le favorecí cuanto -pude ayudándole a mantener la caterva de sus hermanas, cuyo número se -perdía en la oscuridad de las matemáticas. Raro era el día en que no -estaba una de cuerpo presente o sacramentada.</p> - -<p><span class="sc">La Madre.</span> <span -class="acot">(Risueña.)</span>—Entiendo yo que eran como figuras -emblemáticas de las épocas históricas: edad céltica, edad fenicia, -griega,<span class="pagenum" id="Page_93">p. 93</span> romana, -período gótico, ciclos astur, leonés, castellano, arábigo-castellano -y castellano-aragonés, <i>etcétera, etcétera</i>. Las he conocido -y he tratado de contarlas, reduciendo a cifra la innumerabilidad y -catálogo de las fantásticas hembras, hermanas de nuestro amigo. La -muerte aparente de una traía la emergencia de otra. No se alimentaban; -salían a los espacios como seres alados y volvían con un granito de -cañamón en el pico para alimentar al hermano. Hoy, según creo, todas -se han muerto y todas viven. Son seres engendrados por el espíritu -de la erudición, de la ciencia del ocioso investigar infecundo... -Pues estas magas, brujas o como quieras llamarlas, fueron las que, -bajo la dirección de Becerro, organizaron el teatral aparato que te -causó tanto asombro. Me opuse; hace tiempo que me hastían los actos -ceremoniosos, y me incomoda el verme representada con los atributos -de que tan ruin abuso se ha hecho en las cabeceras de los mapas, y en -las etiquetas de la industria. Yo dije al gran Becerro: «Pepito, no me -saques en mojiganga.» Pero él no me hacía caso; estaba loco: a todo -trance quería glorificarme y glorificar a su amigo Tarsis, y ya viste -la brillante, la estrepitosa farándula que armó. Como empresario de -pompas teatrales, a los vagos espíritus de sus hermanas dio hechura -de mozarronas celtíberas, de pierna desnuda y andadura selvática, y a -mí me hizo desfilar entre claridades como bengalas... Notarías<span -class="pagenum" id="Page_94">p. 94</span> que iba yo sofocando la risa. -Era que me hacía mucha gracia ver a Pepito convertido en león... león -apócrifo, ya lo comprenderías por su facha. Al mío, a mi auténtico león -heráldico, que hace tiempo anda bastante achacoso y desmejoradillo, le -he mandado al Atlas para que se reponga con los aires nativos.</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Pues aunque yo estaba en aquel -momento bastante asustado y sin ganas de broma, me reí un poco de la -facha leonina de Pepe Augusto.</p> - -<p><span class="sc">La Madre.</span>—El abuso de las pompas rituales es -uno de mis mayores suplicios en la época presente. Si he de decirte la -verdad, vivo en continuo desacuerdo con mis hijos. Así los que dirigen -mi nacional cotarro, como la turbamulta gregaria que se deja dirigir, -viven en un mundo de ritualidades, de fórmulas, trámites y recetas. El -lenguaje se ha llenado de aforismos, de lemas y emblemas; las ideas -salen plagadas de motes, y cuando las acciones quieren producirse, -andan buscando la palabra en que han de encarnarse y no acaban de -elegir... No sé si me entenderás...</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Sí, Madre: tú quieres decir -que... Vamos, que... en fin, que todos tus hijos somos unos grandes -badulaques...</p> - -<p><span class="sc">La Madre.</span>—No tanto.</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Que no servimos para nada.</p> - -<p><span class="sc">La Madre.</span>—No, hijo: servís para todo... -Excelentes músicos hay entre vosotros; pero raro es el que toca el -instrumento que<span class="pagenum" id="Page_95">p. 95</span> sabe, y -armáis unas algarabías que me vuelven loca. Vivís en ciega ignorancia -de las verdades fundamentales, y... <span class="acot">(Advirtiendo -que se agolpan mujeres, hombres y chiquillos en las inmediaciones de -la fuente.)</span> Más gente hay aquí de la que solemos ver en sitio -tan solitario. Como día de fiesta, estos infelices vienen aquí a -solazarse... Y por allá veo venir la banda de música con sus abollados -trompetones... Aunque no me importa que nos vean, alejémonos, hijo, de -esta bullanga. <span class="acot">(Se levanta.)</span></p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Vámonos, Madre, a donde quieras... -<span class="acot">(Dirígense por calles tortuosas; salen del pueblo. -Encuéntranse frente a un camino de áspera pendiente.)</span></p> - -<p><span class="sc">La Madre.</span>—No te asuste este reventón, terror -de los caminantes. Coge un borde de mi velo o un pliegue de mi halda, y -déjate llevar.</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span> <span class="acot">(Maravillado -de ver que sin cansancio salvan en un periquete la ruda cuesta, -y prosiguen con pasmosa velocidad bordeando un alcor poblado de -viñas.)</span>—Ahora comprendo, señora mía, que no serías quien eres -si no tuvieras el don de recorrer con paso milagroso los escalonados -vericuetos de tu inmenso trono. ¡Y cuánto me place y enorgullece -correr en tu compañía, salvando increíbles distancias y escalando -pedregosas alturas! Voy de asombro en asombro. Por la derecha he visto -correr, en menos que lo digo, tres aldeas. Por la izquierda se abrió -un abismo, en cuyo fondo he visto verdeguear un fresco valle, y otro -y otro, separados por<span class="pagenum" id="Page_96">p. 96</span> -picachos, en cuya cima se alzan castillos que, aun en ruinas, amenazan -con sus moles orgullosas... Caseríos y torres de iglesias y monasterios -arrumbados se hunden, mientras nosotros ascendemos, y corren en -dirección contraria los montes arropados en tupidos pinares. Las -águilas apresuran con espanto su vuelo, y hasta las nubes creo que se -apartan para dejarte libre el paso, y ante tu majestad se humillan.</p> - -<p><span class="sc">La Madre.</span> <span class="acot">(Sin la menor -alteración en su aliento.)</span>—Parémonos aquí. Esta es la sierra de -San Leonardo en su más alto caballete. Vuelve hacia atrás la vista, -y alcanzarás a distinguir mi valle del Duero. Tú no podrás ver lo -que veo yo; no verás mi amada Clunia, hoy lugar humilde que llamamos -Coruña del Conde. Esa que fue ciudad romana próspera y bella, guarda -recuerdos dulcísimos de mi infancia. En ella estuve cuando la gobernaba -Poncio Pilatos... Si esto es dudoso para algún sabio regañón, para mí -no lo es... Era yo una chiquilla sin juicio y jugaba con las niñas -de Pilatos, poco antes de que fuera trasladado al Gobierno de Judea. -Yo le vi partir con toda su familia, harto mohíno de abandonar mi -tierra, de dulce vivir y pacíficos moradores. ¡Quién pudo pensar que -en su nuevo Gobierno había de intervenir con desdichada pasividad en -el sacro misterio de nuestra reparación! ¡Pobre Clunia! Ya no eres -más que un montón de polvo que revuelven con sus narices, a manera de -ganchos,<span class="pagenum" id="Page_97">p. 97</span> los traperos -de la erudición... Si tu vista no alcanza, no te canses, Gil: mira con -la fantasía, y vente más allá conmigo, hasta los picos excelsos de -Urbión, donde verás sin esfuerzo partes muy gloriosas de mis estados. -Ven: agárrate a mi velo.</p> - -</div> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch9"> - <h2 class="nobreak g0">IX</h2> - <p class="subh2">Continúa el coloquio entre Gil y la Encantadora.</p> -</div> - -<div class="drama"> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span>—¿Me llevas al cielo?</p> - -<p><span class="sc">La Madre.</span>—Te llevo conmigo a los más altos -escalones de mi trono, desde donde veo el antaño y el hoy. En esta -eminente altura domino la grandeza de mis estados, y la considerable -dimensión de los tiempos. Ayer y hoy se juntan bajo una sola mirada, -y las penas que fueron se funden con las penas que son. <span -class="acot">(Las águilas, que antes huían asustadas, al ver a la Madre -en el picacho más enhiesto de Urbión, suben en bandadas, y sobre y en -torno de ella trazan con su vuelo inmenso círculo.)</span></p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span>—El aire que aquí respiramos, ¿no es -el aire del primer día del mundo? Su diafanidad, su pureza y frescura, -dan vida nueva y potente a mi espíritu enfermo, envejecido.</p> - -<p><span class="sc">La Madre.</span>—Si tus ojos otean como los míos -a distancias enormes, sácialos en esa inmensidad que tendrás delante -volviéndote de<span class="pagenum" id="Page_98">p. 98</span> esa -parte, hacia donde va cayendo el sol. El Occidente te señala el valle -de Arlanza, cuna de lo que tu amigo Becerro llamaría <i>Civilización -castellana</i>. En lo más próximo verás a Barbadillo, Salas, Lara. -¡Oh ilustres y carísimos nombres! No lejos de Lara verás tus tierras -y tu castillo de Santa Cruz de Juarros, que pertenecieron a tu -antecesor Gonzalo Gustioz, el viejo más verde que ciñó laureles -de amor. Las tierras que fueron tuyas, son ya de tu administrador -Bálsamo. Consuélate ahora de este despojo, llamándote <i>Asur, Hijo -del Victorioso</i>; llamándote <i>Mudarra</i> o <i>Mutarraf</i>, que -es <i>Vengador</i>. Véngate, hijo, véngate ahora con ira y rabia de tu -fiero enemigo, que eres tú mismo.</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span>—No tengo por qué vengarme. A nadie -aborrezco. Soy Gil, pastor humilde, y el que se llamó <i>Asur Hijo del -Victorioso</i> es un majadero que estuvo dentro de este pellejo mío, y -ya, gracias a ti, salió y se fue con sus necedades a otra parte. Este -pobre Gil no ambiciona más que ser tu escudero, Madre querida...</p> - -<p><span class="sc">La Madre.</span>—Ya lo fuiste, tonto.</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span>—¡Yo!</p> - -<p><span class="sc">La Madre.</span>—En la lista de diputados te vi, y -más de una vez escuché tus graves discursos, diciéndome con terquedad -borriquil: <i>sí</i>, <i>no</i>. ¿En qué me serviste, mastuerzo? ¿Qué -hiciste por aliviar mis males, por darme lustre y dignidad? Contesta: -¿qué hiciste?</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Nada, Reina y Señora. Lo confieso, -y<span class="pagenum" id="Page_99">p. 99</span> declaro que no era -yo una cabeza, sino un sombrero de copa; no era yo un hombre, sino una -levita.</p> - -<p><span class="sc">La Madre.</span>—Pues si nada hiciste cuando -podías mirar por tu Madre, ¿qué harás ahora, miserable <i>Asur</i>, -transformado en Gil? ¿No veías, no sabías que tus <i>síes</i> y tus -<i>noes</i> no fueron nunca para mi gloria y provecho? ¿No veías, no -palpabas que los predicadores, en sus latiguillos, echaban el latigazo -de su lógica del lado de los provechos particulares? ¡Si fuiste ya -mi escudero y me vendiste, vendiste a tu Madre...! No me arrepiento -de haberte convertido en un patán. No mereces estado mejor... <span -class="acot">(Derivando a un afable humorismo.)</span> Y ahora, mi -ilustre gaznápiro, ya que la Madre tuya y de todos no puede hacerte su -escudero, no bajarás de esta eminencia sin que saques de tan admirable -perspectiva una lección o enseñanza. Por esa parte a donde el sol se -pone ves mi cuenca de Arlanza, hoy mal poblada de árboles y de hombres, -mísera y cansada tierra. Pues así como la ves, pobrecita y escuálida, -es la primera en mis idolatrías de Madre; es mi epopeya; es creadora -de mis potentes hombres; es la que amamantó mis vigorosas voluntades. -<span class="acot">(En pie, de cara a Occidente, con fogosa mirada, -que fulgura en sus pupilas negras bajo la saliente ceja, de aquilina -forma.)</span> Cuitado, ¿no ves Covarrubias y San Pedro de Arlanza?</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span>—No veo con mis ojos; veo con los -tuyos y con tu grande espíritu.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_100">p. 100</span><span class="sc">La -Madre.</span>—Diego Porcellos, Gonzalo Gustioz, Nuño Rasura, mi bravo -y generoso Fernán González, ya no sois más que polvo. Ni polvo sois -ya; pero aún dura y perdurará por siglos, en uno y otro mundo, la -lengua que en vuestros días y en vuestros labios empezó a remusgar, y -al fin quedó hecha, <i>sicut tuba</i>, trompeta de nuestra energía. -Ya ves, pobre Gil: por esa bocina de oro que aquellos gigantes nos -dieron, somos fuertes tú, yo y cuantos la poseemos; por ella somos -iguales, y el pobre y el rico, el plebeyo y el noble, nos hallamos en -venturosa fraternidad; por ella vivimos, quiero decir, que muertos -todos vosotros, yo viviré siempre, defendida por este divino aliento -que cierra el paso a la muerte... Y ahora, hijo mío, verás la enseñanza -que has de sacar de lo que acabo de decirte... Estas orejas mías -oyeron de la boca de mi Fernán González una sentencia que es la más -antigua que recuerdo de nuestra sabiduría popular. Contestando a unos -infanzones que dos veces le habían ofrecido vanamente su ayuda en la -guerra con los leoneses, por el partir de tierras, el Conde montó en -cólera, y allí, en Covarrubias, delante de doña Sancha, su esposa, y -de mí, les echó a la cara esta razón: «<i>Fechos son omes, palauras -son mulieres</i>,» refrán que ha repetido el vulgo en esta forma: «los -hechos son varones, las palabras son hembras.» Y yo te digo, Gil, que -cuando las palabras, o sean las féminas, no están bien fecundadas por -la<span class="pagenum" id="Page_101">p. 101</span> voluntad, no son -más que un ocioso ruido. Y aquí verás señalado el vicio capital de los -españoles de tu tiempo, a saber: que vivís exclusivamente la vida del -lenguaje, y siendo este tan hermoso, os dormís sobre el deleite del -grato sonido. Habláis demasiado, prodigáis sin tasa el rico acento -con que ocultáis la pobreza de vuestras acciones. Sois muy lindas -taravillas. Así, cuando la palabra no tiene dentro la obra del varón, -es hembra desdichada, horra y sin fruto.</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Donosa es la lección, y he de -aprovecharla en esta vida trabajosa, que es, por lo que voy viendo, -vida de pocas palabras.</p> - -<p><span class="sc">La Madre.</span>—Sigamos ahora.</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span>—¿Hay más picos altos a que subir?</p> - -<p><span class="sc">La Madre.</span>—Los hay; mas ya es hora de que -bajemos, que aún no estás hecho a las cumbres eminentes, y tu natural -te pide el arrastrarte por lo bajo de la tierra, como criatura esclava -de los estímulos de hambre y sed. Agárrate del velo, y te llevaré -por estas cañadas que bajan hacia el Norte. Iremos a parar junto al -nacimiento de mi río Najerilla; traspasaremos la sierra de San Lorenzo, -para caer en mi San Millán de la Cogolla, lugar célebre en mis fastos -de Historia y Letras....</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span> <span class="acot">(Dejándose -llevar como despeñado por insondables precipicios.)</span>—Vamos a -donde quieras. Ir contigo es mi gloria. Bien sé que no lo merezco, -y que de llevar contigo algún paje o escudero, elegirías persona de -más valía que este mísero Gil, rebajado, por su<span class="pagenum" -id="Page_102">p. 102</span> falta de seso, de caballero a villano. Dime -dónde habitas, y allí me tendrás día y noche, ya sean tu vivienda los -riscos más empinados o las cavernas más hondas.</p> - -<p><span class="sc">La Madre.</span> <span class="acot">(Bondadosa -y jovial.)</span>—Muy entontecido estás, pobre Gil, cuando no has -comprendido aún que yo no tengo casa. Al revés lo entenderás mejor: mía -es toda vivienda cimentada en esta tierra, míos son los palacios, mías -las moradas humildes. No hay techo que no me haya visto pasar bajo sus -tejas o pizarras; no hay lugar que no haya visto el paso de mi sombra -por el suelo.</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Que frecuentas los palacios, ya lo -pensaba yo antes de oírte. En mi flaca memoria persiste la impresión de -haberte visto algunas noches en el salón de la Duquesa de Saldaña y en -el de los Condes de Fontibre. Tu rostro de soberana belleza y majestad -no puede confundirse con otro alguno. Vestías con suprema elegancia, y -te llamaban <i>Duquesa de Cervantes</i> en una casa, <i>de Mío Cid</i> -en otra.</p> - -<p><span class="sc">La Madre.</span>—Así es. Con tales nombres me -conociste; yo también te conocía, y por cierto que me causaba risa -tu imbecilidad, no mayor que la de otros. Como no frecuentabas -buhardillas ni cabañas, nunca me viste entre gente mísera, agobiada -de privaciones, o entre tipos picarescos y maleantes. Mi sociedad -es tan extensa y variada como mis reinos, y no niego mi presencia a -ninguno de los que se dicen mis hijos, sean lo que fueren. A su lado -me<span class="pagenum" id="Page_103">p. 103</span> tienen nobles -y villanos, orgullosos y humildes, descreídos y fanáticos, monjas y -damas, pastores, soldados, frailes, viejos caducos y desarrapados -chiquillos... Cuanto en estos montes y en aquellas mesetas y en las -lejanas costas alienta, es mío; de todos soy, y a todos me debo... -Y ahora, buen Tarsis, sabrás que si tengo poder para llevarte con -vuelo de águila de una parte a otra de mi territorio, no está en mis -facultades el sostenerte días y días sin alimento. Subiremos ahora esta -otra sierra que llamo de San Lorenzo, y después de dar un vistazo al -santuario de Valvanera, te llevaré a que descanses en mi San Millán, -donde guardo el dulce recuerdo y las cenizas de mi glorioso ermitaño y -de mi primer gran poeta Gonzalo de Berceo, que toma su apellido de un -pueblecito que verás más allá... Agárrate bien, y apresuremos el paso, -que viene la noche.</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Ya viene... Por nuestra derecha, que -a mi parecer es tierra de Aragón, veo salir una luna redonda y clara, -encendida de color, y partida en dos por un celaje que parece alfanje. -<span class="acot">(Remóntase la luna en su inflexible camino por el -cielo; Gil y la Madre Encantadora avanzan con ideal presteza por montes -y valles; llegan a un caserío humilde, apiñado a la sombra de un negro -monasterio; se albergan en rústico parador; cena Gil con arrieros; -la Madre se sienta entre mozas y viejas parleras; Gil se tumba sobre -paja y sacos a la vera de la Señora, y en el regazo de ella reclina la -cabeza y duerme con dulce sueño. Amanece; despierta el mozo.)</span> -¡Qué<span class="pagenum" id="Page_104">p. 104</span> dulce paz! He -dormido en tu regazo como un niño, y he soñado que vivimos en un mundo -patriarcal, habitado por seres inocentes que no viven más que para -compartir con amorosa equidad los frutos de la tierra...</p> - -<p><span class="sc">La Madre.</span> <span -class="acot">(Graciosa.)</span>—Hijo, te has anticipado a la Historia -dando un brinco de cien años o más, para caer en un porvenir que -yo misma no sé cómo ha de ser. Bien, Gil: así se pasa el rato -agradablemente, y del soñar a gusto, a nadie se ha de pedir cuenta. -Hoy, por desgracia, mis hijos viven más en sus querellas locas que en -las leyes de amor.</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span> <span -class="acot">(Candoroso.)</span>—Pues de mí te digo que de caballero, -lo mismo que de villano, he mirado siempre a la paz y al amor. -Enamorado fui y enamorado soy, por paces. Déjame que te cuente... En -Aldehuela tuve devaneos y liviandades con el ama a quien servía, una -tal <i>Usebia</i>... Hablando con verdad, ella fue la que a mí me -requirió antes que yo a ella. No es hermosa propiamente, ni aseñorada; -pero se abrasó de afición a mí, y era de suyo harto pegadiza. -Pecábamos, al volver del mercado, por querencia suya irresistible, y -hacíamos mal tercio a la decencia por ser ella casada. Dolíase de su -mal; mas no sabía corregirlo. Al despedirme lloraba por mi ausencia, y -por el agravio y ornamento que poníamos a su marido.</p> - -<p><span class="sc">La Madre.</span>—Ya lo sabía, Gil. Más culpable -es ella que tú. La ley de encantamiento no te<span class="pagenum" -id="Page_105">p. 105</span> impone un absoluto despego de amor, -y el encastillarte en una ridícula virtud te pondría en violenta -discordancia con la libre naturaleza que te rodea. Es error creer que -el campo no brinda al hombre enamorado fáciles triunfos amorosos. -Solteras y casadas acogen con blandos arrumacos al mozarrón forastero, -y en aldeas y villas no faltan amas de cura, salidas de madre y padre, -con poco escrúpulo de la opinión.</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span>—¡Que me place!... Debo decirte que -mis amores con <i>Usebia</i> fueron de puro pasatiempo. El amor mío -verdadero y profundo es otro: lo sentí cuando era caballero, y en mi -alma lo conservo con todo su ardor y pureza... Antes que me encantaras, -hice la corte a una joven americana llamada Cintia: empecé con idea -de matrimonio, anteponiendo al amor mi afán de riquezas. Rechazome -ella, prefiriendo para marido a un diplomático envarado, de estos que -al vestirse por la mañana se tragan el palo del molinillo. Me sacó de -quicio el desaire, y desairado amé a Cintia con pasión escondida, de -las que la soledad y el pensar continuo convierten en locura. Cuando -me dábais los primeros pases de ilusión para encantarme, vi a Cintia -en un espejo. Obra fue de las hechicerías del maldito Becerro y de las -brujas de sus hermanas... Hablamos la americanita y yo de un lado a -otro del cristal: me dijo que no se había casado con el diplomático; -a mi parecer me miraba con amor, y sus palabras destilaban ternura... -Pues bien,<span class="pagenum" id="Page_106">p. 106</span> Madre: -tú que todo lo sabes, dime si, en efecto, Cintia no se ha casado, que -bien podría ser todo una ruin burla de los invisibles demonios que -correteaban por aquella casa. Dime también si Cintia está en España o -se ha vuelto a América... Claro que si está en América, nada podrás -decirme.</p> - -<p><span class="sc">La Madre.</span>—Allá, como aquí, domino por mi -aliento, <i>sicut tuba</i>; por la vibración de mi lenguaje, que será -el alma de medio mundo. Cuando de allá me invocan, acudo al instante. -Mi Colón me dejó una linda nao milagrosa que me lleva y me trae en -dos minutos... Por otra parte, ni tú debes pedirme informes de esa -familia, ni yo debo dártelos, pues mientras permanezcas en estado -villano, es necedad que pienses en amores con damas principales... Y -ya no más, hijo. Levántate. <span class="acot">(De la escarcela sacó -unas bellotas que se trocaron en monedas; pagó el gasto del mozo, y -partieron.)</span></p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span> <span -class="acot">(Ingenuo.)</span>—Ya podía la señora Madre darme de esas -bellotas, o decirme dónde está el árbol que las cría.</p> - -<p><span class="sc">La Madre.</span> <span class="acot">(Con severidad -afectuosa.)</span>—Espérate un poco, hijo: un ratito hasta que -fructifique la encina que tú mismo has de plantar; otro ratito, hasta -que maduren las bellotas... <span class="acot">(Siguen platicando del -cómo y dónde plantará Gil la encina, y continúan andando en busca -del rebaño, que, según indica la Madre, estaba en Cameros. Llegan -de noche, guiados por el resplandor de una hoguera encendida por -los pastores, que han matado una oveja y se disponen alegremente a -comérsela.)</span></p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_107">p. 107</span><span -class="sc">Tarsis.</span>—Allí están. Oigo la voz de Sancho, que suena -en la espesura de estos montes, <i>sicut tuba</i>. No puedo precisar el -tiempo que ha durado mi ausencia de los compañeros. ¿Han sido dos días, -o tres?</p> - -<p><span class="sc">La Madre.</span>—En la vida pastoril no necesitas -calendario ni reloj. El tiempo es un vago discurso con somnolencia.</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span>—¿Qué hora es?</p> - -<p><span class="sc">La Madre.</span>—El cielo te lo dirá. Mira la -dirección del rabo de la Osa. Mira el León que se esconde ya por -Occidente. Por Oriente ha salido Antares, la diabla iracunda, y tras -ella Sagitario armado de flechas.</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Ya estamos entre ellos. Nos han -visto y celebran tu presencia con palmadas y vítores. El rabadán, -los pastores y zagales, llamados <i>Blas</i>, <i>Mingo</i>, -<i>Rodrigacho</i>, prorrumpen en alegres exclamaciones.</p> - -<p><span class="sc">Sancho.</span>—¡Vítor la Madre!... -<i>¡Hurriacá!</i></p> - -<p><span class="sc">Mingo.</span>—Quédate, Madre, entre nos.</p> - -<p><span class="sc">Rodrigacho.</span>—<i>¡Ijujú!</i> Madre adorada. -Buen gasajo aquí te damos.</p> - -<p><span class="sc">Blas.</span>—Cata la Madre de Amor. Cata el Amor -verdadero. <span class="acot">(Rodean a la Señora con brincos y -algazara, y cantan en su loor un alegre villancico.)</span></p> - -<p><span class="sc">Sancho.</span>—¡Vítor la Madre querida! — Dime, -pastor, por tu vida, — ¿qué es lo que tú le darás, — y con qué la -servirás?</p> - -<p><span class="sc">Rodrigacho.</span>—Darele buenos anillos, — -cercillos, sartas de prata, — buen zueco, buena zapata, — cintas, -bolsas y tejillos.</p> - -<p><span class="sc">Blas.</span>—Y frutas de mil maneras — le daré -destas montañas, — nueces, bellotas, castañas, — manzanas, priscos y -peras. — Dos<span class="pagenum" id="Page_108">p. 108</span> mil -yerbas comederas, — cornezuelos, botijinas, — pies de burro, zapatinas -— y garbanzas y acederas.</p> - -<p><span class="sc">Mingo.</span>—Berros, hongos, turmas, jetas, -— anocejas, refrisones, — gallicresta y arvejones, — florecicas y -rosetas.</p> - -<p><span class="sc">Rodrigacho.</span>—Y aun darele pajarillas, -— codornices y zorzales, — jergueritos y pardales — y patojas en -costillas.</p> - -<p><span class="sc">Blas.</span>—Pegas, tordos, tortolillas, — -cuervos, grajos y cornejas, — las de las calzas bermejas. — ¿Cómo no -te maravillas? <span class="acot">(La Madre se muestra regocijada -del obsequio, participa del festín de la oveja, bebe del zaque, les -saluda con gracioso ademán, y a la postre, aclamada como al principio, -desaparece.)</span></p> - -</div> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch10"> - <h2 class="nobreak g0">X</h2> - <p class="subh2">De la blanda vida pastoril, pasa el caballero a vida - más dura.</p> -</div> - -<p>Bendito y descansado oficio era el de pastor, y así lo declaraba -Gil ante sus compañeros, con los cuales vivía en santa paz, sin que -la buena concordia se rompiese ni alterase por un sí ni por un no en -largos días. Conducir el ganado de una parte a otra dentro de términos -extensísimos, aprovechando estas hierbas y dejando descansar las otras; -dormir en el chozo o a su vera, según el tiempo; comer donde más les -placía migas, sopas, o el <i>frite</i> de oveja o<span class="pagenum" -id="Page_109">p. 109</span> cordero; saber las horas por el sol, y -de noche por las estrellas; saber del mundo lo poco que les llegaba, -migajas del acaecer y del opinar traídas por el viento de vagas voces, -era en verdad la mejor vida para llegar a viejo. Entretenían los -pastores sus ocios refiriendo consejas, o narrando cada cual su propia -leyenda, no siempre sencilla ni tejida en telares bucólicos. Los que -habían servido al Rey contaban militares valentías, y hazañas amorosas -con niñeras y amas de cría.</p> - -<p>Uno de ellos, Rodrigacho, que había sido monaguillo muy travieso, -contó su fuga de la iglesia y lugar de Cuérnagos, por haberle echado -pica-pica al cura cuando estaba sentadito en misa de tres oficiantes. -Tuvo que salir a espetaperros, huyendo de la paliza que quiso darle -el sacristán, y corrió tanto, decía, que en cada tranco que daba, un -pie perdía de vista al otro... En su medrosa carrera no paró hasta -Vigo, donde quiso embarcar para la Habana; pero no pudo colarse -de <i>polisón</i>, que era su ardiente anhelo, y al cabo de mil -penalidades, sirviendo a gente de mal vivir, se vino a tierra de -Salamanca con unos hombres que conducían dos toros padres venidos de -Inglaterra. Arreglose con el amo de estos entrando en los ejércitos -de la ganadería, pues en los de Rey no sirvió, por ser hijo único de -viuda.</p> - -<p>No faltaban en la majada horas de aburrimiento, que Blas y Sancho -sorteaban labrando cucharas de boj. Casados y solteros no tenían las -mismas añoranzas de la hembra lejana. Sancho, que dejó a su pastora -en Micereses, la echaba muy de menos; Rodrigacho, que tenía<span -class="pagenum" id="Page_110">p. 110</span> su <i>Filis</i> en -Pocilgas, partido de Alba de Tormes, habría querido tenerla a mayor -distancia; Mingo, que <i>hablaba</i> con una viuda de Cantimpalos, -apenas se acordaba de ella, y Blas solía cambiar de <i>Galatea</i> en -el ir y venir de la trashumancia. Cuando a Gil le tocaba bajar por -víveres a Torrecilla de Cameros, ponía en juego todas sus artes de -seducción para proporcionarse una conquistilla. A pesar de las prisas -de recadista, estuvo a punto de lograr sus deseos, capturando a una -moza garrida que cuidaba cabras a media legua del pueblo. Naturalmente, -la cortedad del tiempo no le permitía rematar su aventura. Diéranle más -desahogo, y a la majada se llevaría la pastora y sus cabras. Contando -sus apuros a Blas, el muy socarrón le decía: <i>Amor fino y buena mesa, -no quieren priesa</i>.</p> - -<p>Con sus lentas horas y su apartamiento del mundo, la vida pastoril -era para Tarsis la más grata forma de encantamiento. Pero de súbito se -torció el destino del caballero hacia una situación desconocida. La -causa de esto fue que el ganado pasó de la propiedad de los Gaytanes a -la de los Gaitines, establecidos en Soria y Cameros. Ya se lo maliciaba -Sancho. Nunca pudo explicarse trashumancia de tal extensión en estos -tiempos sino por venta o cambalache. En efecto: Gaytanes y Gaitines -hicieron escritura, por la que estos vendían a los otros tierras con -que querían redondear su latifundio, y aquellos entregaron a los -cameranos sus ovejas, y a más una suma en metálico. El administrador, -que subió al monte a notificar el cambio de propietario, propuso a -Sancho quedarse de<span class="pagenum" id="Page_111">p. 111</span> -rabadán; pero no quiso aceptar y se fue a Micereses. Blas y Rodrigacho -desfilaron también; Mingo se quedó, y a Gil se le llevaron a Torrecilla -por expreso encargo del nuevo dueño, que ofrecía darle colocación más -activa y de más lucido jornal.</p> - -<p>Entraba, pues, Gil en otra etapa villanesca. La transformación -empezaba por el cambio de costumbres y ropa. Regaló montera y zahones -a Mingo; conservó su calzón de estezado y alguna otra prenda pastoril. -Con lo que se llevaba compuso su hatillo bien asegurado en un pellejo -con fuertes correas, y echándoselo al hombro partió para Torrecilla. El -administrador de los Gaitines no le detuvo más que el tiempo preciso -para un corto descanso, comer, comprar zapatones, tabaco y un par de -camisas, y le expidió, en compañía de dos hombres, al lugar de su -nueva colocación. Al llegar a Logroño se les facturó en ferrocarril -a la estación de Alfaro, desde donde irían a su destino en carros o -caballerías. En el trayecto de tren acabó Gil de enterarse del trabajo -en que había de emplear su encantada personalidad. Era la explotación -de una cantera próxima a la villa de Ágreda. Los señores Gaitines, -contratistas de un camino real entre dicha villa y Tarazona, habían -establecido la extracción de piedra en la falda de un monte, de los -que sirven de estribo y contrafuerte al excelso Moncayo. Uno de los -acompañantes de Gil iba de listero, el otro de barrenador. Por ambos -supo Gil que ganaría jornal de once reales. Del tren partieron en mulos -hasta Grávalos, donde descansaron medio día, y al siguiente dieron con -sus<span class="pagenum" id="Page_112">p. 112</span> molidos cuerpos -en la ibérica <i>Ilurci</i>, que los romanos llamaron <i>Græcuris</i>, -nombre que, pasando como canto rodado por bocas de godos, árabes y -cristianos, vino a ser <i>Ágreda</i>.</p> - -<p>A corta distancia de la villa, y casi tocando al trazado del camino -real, estaba la cantera, llaga enorme abierta en el costado de una -dura montaña, dejando ver la tierra como sangre y las piedras como -desmenuzados huesos. Desde lejos se veía la inmensa herida, y el -espectador se condolía del desdichado monte, imaginándolo víctima de -una bárbara labor quirúrgica, levantada en gran parte su hermosísima -piel verde, deshecha por el hierro su carne, y todo en pedazos mil, y -todo cayendo y rodando en piltrafas sanguinolentas como los despojos de -un anfiteatro... Pero cuando el espectador se acercaba, ya no sentía -lástima del monte, sino de los que en él trabajaban, bajo un sol -ardiente, gateando en el áspero declive. Los unos taladraban la peña -con poderosas barras, los otros recogían los pedazos dispersos por la -explosión, despeñándolos por la pendiente, hasta que los peones los -partían y cargaban las carretas. Era un trabajo de gigantes: algunos, -desnudos de medio cuerpo arriba, mostraban admirables torsos y brazos -de atletas formidables; otros, agobiados de fatiga, se doblaban por la -cintura, contenían el gemido para poner toda su alma en el esfuerzo, -sacado a tirones angustiosos de las más hondas flaquezas.</p> - -<p>Entró Gil en el trabajo de la cantera con cierto brío, estimulado -por la ganancia, por la emulación, por algo de grandioso que veía en -aquel luchar al aire libre con lo más duro que<span class="pagenum" -id="Page_113">p. 113</span> existe: la roca. Noble era el arado; mas la -barra y su manejo agrandaban y hermoseaban la humana figura. Desplegó, -pues, sin tasa en los primeros días su vigor muscular, y aparentaba -despreciar la fatiga. Toda su admiración era para Cristóbal, con quien -había venido de Torrecilla, trabajador incansable, no desprovisto de -cierta elegancia en los acompasados movimientos con que taladraba -la piedra, sosteniendo el ritmo. Atizaba más fuerte a medida que -el agujero iba más hondo. La piedra caldeada por el hierro, a este -entregaba su seno endurecido por los siglos.</p> - -<p>Marchaban los trabajos con regularidad intensa, inflexible. -El capataz, hombre muy serio, envarado de autoridad, no permitía -distracciones, ni descansitos, ni palabras ociosas. Llamábase José -Mantecón, y ponía gran empeño en mostrar un genio absolutamente -contrario a su apellido. Cuando llegaba el momento de los tiros, -gozaban todos de un corto descanso. Se cargaban los barrenos, se -encendía la mecha que había de prender el cartucho, y a correr la gente -para ponerse al resguardo de la explosión. Diseminados alegremente, -cada cual elegía el burladero que estimaba más seguro. El estruendo -de la terrestre artillería, la conmoción del suelo, el humo, el -volar de los cantos, traían un momento de alborozo. Los pedazos -de piedra caían como proyectiles perdidos, mostrando en sus caras -interiores, calientes, la virginidad de la roca. En esta función de -los disparos, permitía el capataz a los trabajadores el recreo de un -cigarrito, golosina de holganza que les alentaba para volver al<span -class="pagenum" id="Page_114">p. 114</span> trabajo de barrenar, -descantillar, y al arrastre y carga en los carros. Gil no desmayaba, -y se mantenía siempre en el término estricto de sus obligaciones. Un -día, por ausencia de Cristóbal, que faltó por enfermedad, dio un par de -barrenos no inferiores a los del maestro. Con frase áspera, el capataz -declaró bueno el trabajo, sin ablandarse a prometer ascenso. El sol -ardiente de aquel día, bastante a derretir el apellido de Mantecón, -hizo más duro su carácter.</p> - -<p>Los sábados cobraban puntualmente, mitad en plata, mitad en -calderilla; los domingos, después de trabajar medio día, se iba cada -cual a su descanso o esparcimiento. Gil vivía con otros en un parador -abandonado, cercano al pueblo; dormían en el suelo sobre improvisados -lechos de paja y mantas. Mujerona feísima, mas no puerca ni haragana, -regía la casa. Regañando a toda hora, era diligente, gobernosa, y a los -trabajadores servía muy a punto sus comidas y cenas. Los días festivos, -Gil se lavaba y acicalaba, y presumiendo de guapo se ponía su calzón -estezado, su blusa limpia, su faja negra, y con la boina ladeada, el -cigarrito en la boca, pañuelo en la faja, en el bolsillo del pantalón -los dineros que sonaban al andar, se iba al sitio de recreo del pueblo, -un extenso prado que llaman <i>la Dehesa</i>. Dábanle amenidad una -umbrosa alameda por la parte próxima al río Queiles, y en la cercanía -del monte, encinas, álamos y tilos en grupos, a cuya sombra manaba una -riquísima fuente. <i>La Dehesa</i> era la gran atracción de Gil los -domingos por la tarde. Allí acudían las muchachas del pueblo, y<span -class="pagenum" id="Page_115">p. 115</span> armaban bailes tremendos, -con brincos o <i>agarraos</i>, conversaciones vivas, carcajadas y -chillidos, bullanga de música, ya por lo serrano, ya por lo aragonés. -Mozas había muy lindas, de silvestre ingenuidad las unas, otras ladinas -y escamonas, en guardia siempre contra el hombre, fortificada su -honestidad por la espesura de sus refajos.</p> - -<p>Gil no paraba en toda la tarde de atontar al mujerío con su charla -donosa, bailoteando jotas y seguidillas hasta más no poder. En ninguna -sociedad de las que conoció en su vida de caballero se había divertido -tanto. Era su compañero inseparable otro mozo de la cantera, guapín, -despierto, medio aragonés y medio navarro, llamado Juan Ablitas, el -cual galleaba y se ponía moños por haber traído a su redil a una -jovenzuela graciosa, sobrina de un cura, que desde el primer día de -conocimiento en <i>la Dehesa</i> le hizo entrega de su albedrío. La -chiquilla se escapaba por las noches al encuentro del galán, y a más de -obsequiarle con favores de amor, le regalaba <i>bodigos</i> de los que -su tío el buen párroco copiosamente recogía. Son bodigos los panecillos -de flor que se llevan a la iglesia, y cual ofrenda se añaden a los -cirios en el sufragio por los difuntos. Volvía por la noche Juan junto -a su amigo, y dándole un panecillo, con hinchada fatuidad le decía:</p> - -<p>—Toma, Gil, uno de los bodigos que me ha traído <i>la mía</i>, y -confiésame que conquista como esta no la has hecho tú, ni la harás en -tu pindonguera vida.</p> - -<p>Comía Gil el panecillo, y no se cuidaba de abatir la petulancia -del tenorio agredense don Juan Ablitas. Sucedió que a los pocos días -de<span class="pagenum" id="Page_116">p. 116</span> esto supieron los -amigos, por una de las mozas, que el cura olfateó la sustracción de los -panes, y cogiendo a la muchacha, sobrina o lo que fuera, con pellizcos -y pescozones la puso en la apretura de vomitar sus pecados, y a lo -último echó el más feo de todos, que fue dar los bodigos a un <i>chico -de la cantera</i>. Desde aquella hora nefanda, Juan y Gil no volvieron -a ver el pelo a la moza, y en esto, llegado el domingo, Ablitas, -escupiendo por el colmillo y apretándose la faja, dijo que no pensaba -ir a <i>la Dehesa</i>, ni estaba en vena de divertirse... Para que se -viese que era un hombre, se plantaría en la iglesia mayor del pueblo, -o en sus inmediaciones, hasta encontrarse con el cura y darle cuatro -<i>morrás</i> como para él solo...</p> - -<p>No trató Gil de disuadir al tenorio retador, y se fue solo al paseo. -Vio grupos de chicas; pero al llegarse a ellas, un estímulo fisiológico -le llevó hacia la parte del monte, donde a la sombra de unas encinas y -al arrimo de peñas musgosas, secreteaba consejas el chorrillo de una -fuente. Como a veinte pasos del agua vio que de la fuente venía una -gallarda moza con un cántaro lleno cogido por el asa. Cuando llegaron -uno frente a otro, Gil lanzó una grande exclamación y extendió el -brazo en ademán de detener a la joven aguadora. Y esta paró en firme, -mirándole a él con enojo de que un desconocido le cortara el paso.</p> - -<p>—Cintia, Cintia —dijo Tarsis—, no te me escapas ahora.</p> - -<p>—Quite allá... Déjeme. No le conozco.</p> - -<p>—¿Me negarás que eres Cintia? ¿Crees que puedo yo olvidar o -confundir tus ojos divinos;<span class="pagenum" id="Page_117">p. -117</span> tu boca, tan linda risueña como enojada, y esa frente de -diosa, y esos cabellos partidos en dos bandas, y esa color de albura -quebrada, y ese aire de reina, y ese...?</p> - -<p>—Anda; está loco el hombre. Déjeme seguir.</p> - -<p>—Un momento. Me negarás que eres Cintia; pero no me impedirás que te -adore.</p> - -<p>—¡Ya escampa!... Me llama <i>Cinta</i>, y mi nombre es Pascuala... -Ea, si viene de burlas, sepa que no las aguanto.</p> - -<p>—Mátame si quieres; pero yo digo y sostengo que eres Cintia. Si no -me conoces, te diré que soy Tarsis...</p> - -<p>La hermosa joven, cuyas incomparables facciones correspondían a la -forma encomiástica con que el mozo las había descrito, le miró con -fijeza y seriedad.</p> - -<p>—Qué —dijo Tarsis prontamente—, ¿haces memoria?... ¿buscas mi -fisonomía en tus recuerdos?... ¡Ah, Cintia! tú estás encantada como yo, -y aún te encuentras en ese estado crepuscular de la memoria que vuelve, -que quiere volver...</p> - -<p>—Le miro a usted —dijo ella un tanto compadecida y temerosa—, porque -me parece que está usted loco... y los locos me dan miedo... Vaya... -Con Dios.</p> - -<p>—Un instante, Cintia. Tengo una sed horrible... ¿Serás tan cruel que -no me des un poco de agua?</p> - -<p>Sin decir nada, la lindísima mujer alzó el cántaro y lo inclinó -sobre su brazo izquierdo para que el sediento bebiese.</p> - -<p>—¡Ay! —exclamó Gil-Tarsis después de absorber buena parte del -contenido del cántaro—. Me has dado la vida. Con la emoción y la -sed,<span class="pagenum" id="Page_118">p. 118</span> ni hablar -podía... No, Cintia; no estoy loco. Ya lo comprenderás si me haces el -honor de concederme tu trato algunos momentos.</p> - -<p>La guapa moza volvió a la fuente para reponer el agua, y Gil siguió -diciéndole:</p> - -<p>—Acabarás por recordarme; acabarás por reconocer al que desdeñaste, -al que te amó con locura... al que te lleva en su alma vagando en -estas soledades tristísimas. Si no crees lo que te cuento, admíteme -como amigo, y lo que no aprecies por mis demostraciones de amor, lo -apreciarás por mi respeto.</p> - -<p>Algo más le dijo, y sus palabras sinceras y ardientes, si no -penetraron hasta traspasar su alma, pasaron rozando a esta como flechas -temblorosas. La que Gil llamaba Cintia no se mostró tan esquiva como -en la primera embestida galante del barrenador de rocas. Le miraba -muy seria, balbucía cortos y turbados conceptos, tuteándole... La -arrogancia y viril hermosura del mozo la cautivaron sin duda; pero -en su confusión ni aun se daba cuenta todavía de que aquel hombre le -gustaba.</p> - -<p>—¿Me permites que te acompañe hasta tu casa? —le propuso Gil con -acento y ademán de profundo respeto—. No dirás que acompañarte es -locura.</p> - -<p>—No es locura —replicó ella más turbada—; pero es tontería. Vivo muy -cerca... allí... ¿Ves aquella casita blanca entre árboles, orilla del -río...?</p> - -<p>—Ya veo. Pues esa tontería haré yo si me das licencia. Venga el -cántaro.</p> - -<p>Y ella, defendiendo el cántaro de las manos del galán:</p> - -<p>—No, no: yo lo llevaré. ¡Qué dirían!</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_119">p. 119</span>—Dirían que te -sirvo como buen caballero. Dirían que hablamos como aquellos y otros -que ves en <i>la Dehesa</i>, novios honrados y decentes... Vamos hacia -allá.</p> - -<p>—Hasta mi casa no —dijo la linda lugareña recelosa—. Iremos juntos -un poquito no más, hasta la entrada de la alameda. Después no.</p> - -<p>—Sigamos sin miedo. Nadie nos mira. Pasamos junto a las mozas y -mozos sin que ninguno nos mire. Es que no nos ven, Cintia.</p> - -<p>—De veras parece que no nos ven... —observó ella con pasmada -ingenuidad—. Nadie se fija... Pues te diré que antes de ahora no me -conocías, como yo no te conozco a ti... He querido recordar y nada: no -he visto tu cara antes de ahora.</p> - -<p>—La última vez que te vi fue dentro de un espejo —afirmó Gil -dejándose llevar del arrebato de su fantasía—. Era un espejo -maravilloso, donde uno se miraba y no se veía, al contrario de lo que -sucede en todos los espejos. Yo me miré, y te vi a ti, Cintia. Créemelo -como este es día.</p> - -<p>Y ella:</p> - -<p>—Cosas muy raras ve una en los espejos: yo me miré una noche, y vi a -mi madre, que murió lejos de mí.</p> - -<p>Y él:</p> - -<p>—Tu madre murió en Buenos Aires.</p> - -<p>Y ella, con asombro y risa:</p> - -<p>—¿Qué estás diciendo?</p> - -<p>Y él:</p> - -<p>—Si me niegas que eres americana, no he dicho nada.</p> - -<p>Empleando de nuevo la burla campesina, la hermosa hembra declaró que -no podían seguir juntos si él no ponía freno a sus dislates, y terminó -con esta saetilla:</p> - -<p>—Explícame, hombre<span class="pagenum" id="Page_120">p. 120</span> -de Dios, cómo puede ser americana la que ha nacido, como yo, en -Matalebreras, lugar a dos leguas de aquí, camino de Soria.</p> - -<p>—¿Qué nacido puede asegurar el lugar de su nacimiento? En cuanto -al nombre, si el mundo engañado te conoce por Pascuala, para mí, -desengañado, Cintia eres y Cintia te llamaré.</p> - -<p>—No es feo nombre. Yo he notado que suelen ser bonitas las cosas -falsas. ¿Y a ti cómo debo llamarte?</p> - -<p>—Mientras estemos en este destierro expiatorio, llámame Gil.</p> - -<p>—Gil, Gil —repitió la bella con sorpresa y susto—. Hace dos tardes -pasé por la cantera y vi a los hombres trabajando... Me parecieron -demonios. Por la noche soñé cosas horribles... Soñé que era yo piedra, -y que me estaban barrenando en el corazón. Desperté al dolor de mis -carnes taladradas por el hierro. ¡Ay, qué susto al despertar, y qué -sudores de muerte! Oía los graznidos de una bandada de cuervos, y los -cuervos decían <i>Gil, Gil</i>... y eso mismo, <i>Gil</i>, estuvo -sonando en mis oídos aquella noche y todo el siguiente día.</p> - -<p>—Oías mi nombre... Era el anuncio de que hoy nos encontraríamos en -la fuente y seríamos novios.</p> - -<p>—No sé... —dijo la moza; y mirándole de hito en hito, agregó un -comentario mudo, guardado dentro de sí como impúdico secreto: «¡Y -qué guapo es!... ¿Será verdad que he visto a este hombre en alguna -parte?... ¿Dónde, Señor, dónde?»</p> - -<p>Al llegar a la alameda, Cintia o Pascuala,<span class="pagenum" -id="Page_121">p. 121</span> como se quiera, dio orden de parar.</p> - -<p>—De aquí no se pasa.</p> - -<p>Y Gil sintetizó su comedido anhelo en esta pregunta:</p> - -<p>—¿Estás conforme en que hablemos?</p> - -<p>Y ella, embebiendo su mirada en la de él, contestó con doble frase, -una saliente, que fue:</p> - -<p>—Bien, hablaremos.</p> - -<p>Y otra entrante y no articulada: «¿He visto antes a este hombre?... -¿lo he soñado?... En sus ojos tiene toda la simpatía del mundo. ¿Me -querrá de veras? Si su locura es de amor, en buen hora venga.»</p> - -<p>Las últimas expresiones fueron para determinar dónde podían verse -y hablarse. Puntualizó ella los sitios que creía mejores para la -aproximación honesta de los presuntos novios, y Gil la vio partir -embelesado de su airoso andar y gentileza. Dos veces volvió ella la -cabeza para mirarle. Gil la seguía con mirar certero. Quería que sus -ojos la llevaran hasta la puerta de la casita blanca; pero mucho antes -de llegar a esta, la figura de Cintia se desvaneció como una luz que se -apaga.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch11"> - <h2 class="nobreak g0">XI</h2> - <p class="subh2">Donde brillan con toda claridad la ternura - y discreción de la hermosa Cintia.</p> -</div> - -<p>Enloquecido quedó el buen Gil con el encuentro de la divina mujer -a quien sin vacilación diputaba como la propia Cintia, transmutada de -señora en villana por la mano hechicera que le había transformado a -él. Pasó la<span class="pagenum" id="Page_122">p. 122</span> noche -en inquietos delirios, y a poco de amanecer aplicaba al trajín de la -piedra su fuerza muscular, cual máquina emancipada del pensamiento. No -tenía Gil amigo de confianza con quien comunicarse. El famoso burlador -don Juan de Ablitas estaba en la cárcel, por haberle salido su aventura -diametralmente al revés de como la hubo pensado. Fue al pueblo con la -caballeresca ilusión de pegarle al cura, y este, que era un hombracho -como un castillo, le ganó velozmente la acción, destrozándole con -recios bofetones toda la cara, pateándole después, y de añadidura -requiriendo a la autoridad para que le metiera en la cárcel, como se -hizo, procesándole por agresión sacrílega.</p> - -<p>La segunda entrevista de Gil con la que ya era su novia fue poco -después de anochecido, en una plazoleta próxima a la casa de ella; casa -honestísima ciertamente, como lo era también la plazoleta, formada de -una parte por la casa-cuartel de la Guardia civil, y de otra por un -convento de monjas reclusas. Comprendió Gil que su novia disfrutaba -de cierta libertad. En la vaga conversación sabrosa iba dando a -conocer su vida y parentela, y diversas circunstancias que el mozo -apreció como favorables para los incipientes y ya formales amores. -Pascuala manifestaba su alma con graciosa sinceridad, y era honesta sin -gazmoñería, honrada y pura sin la menor afectación. Gil se confirmaba -en que tenía delante a la propia Cintia por un signo infalible, rasgo -saliente y luminoso de la hermosa colombiana, que era la sana y dulce -alegría, el sonreír largo que dejaba ver la más perfecta y blanca -dentadura.<span class="pagenum" id="Page_123">p. 123</span> Era -Cintia; solo Cintia sabía decir conceptos delicados y conceptos comunes -con aquella boca de ángel...</p> - -<p>Ya en el encuentro o aparición en <i>la Dehesa</i> había notado Gil -que el lenguaje de la moza no era el habla tosca del pueblo campesino; -se expresaba con limpia dicción y con notoria pureza gramatical. El -enigma quedó aclarado con estas palabras de Pascuala:</p> - -<p>—Soy maestra. En Zaragoza, donde he vivido cinco años con mi tío -don Bruno Borjabad, procurador, hice mis estudios, y tengo título... -¿Qué te creías? Ahora estamos esperando a que don Feliciano Gaitín, -que es el mandón de estos lugares, nos cumpla lo prometido: darme una -escuelita de párvulos en cualquier pueblo de esta comarca. Buena falta -nos hace, porque mis tíos, con quienes vivo, andan atrasadillos por las -malas cosechas y lo perdido que está todo.</p> - -<p>Completó Pascualita su historial con estas referencias:</p> - -<p>—Vivo con mis tíos Saturio Borjabad y su mujer Baltasara, y esta -casita es de unos primos míos por parte de madre, llamados aquí -los <i>Almuerzos</i>, porque son de la sierra de este nombre, y se -dedicaban al negocio del carbón. Ahora viven en Soria. Mi madre se -llamaba Pilar Arabiana; dicen que era un poquito noble. Mis tíos los -Borjabades tienen en Suellacabras dos o tres telares, y allí viven mis -primos, que fabrican sayas y capotillos de jerga. Conque ya tienes -ante ti todo el mapa de mi familia. Al ponértelo delante, me río como -ves... En mi parentela hubo nobles y plebeyos; hoy todos son pobres. -Algunos viven de ilusiones, otros emigran, algunos trabajan<span -class="pagenum" id="Page_124">p. 124</span> como negros... Yo, que en -pobreza no tengo a nadie que me aventaje, les alegro a todos con mi -alegría.</p> - -<p>—¡Qué encanto de mujer! A Dios bendecimos y alabamos por haber hecho -esa boca. Y a Dios le basta eso para ser grande.</p> - -<p>Terminó Pascuala la segunda entrevista despidiendo a Gil con la más -dulce de sus risas, un empujoncito y esta frase donosa:</p> - -<p>—Vete ya, que no quiero enojar a los tíos... Me dan licencia de un -ratito, y el ratito se va volviendo <i>ratón</i>.</p> - -<p>¡Ay, Gil, en qué soñador arrebato vivías! Y machacando piedras, -dejabas que tu espíritu rodara por los espacios, chocando con estrellas -y soles... Muy fuertes habían de ser los tirones de la realidad para -que a ella volvieses... A la ya referida cita con Pascuala siguieron -otras en el propio sitio, o en un bosquecito de acacias frontero al -pórtico de las monjas. En aquellos ratos de dulce intimidad, el fuego -de amor prendía con flamear gracioso en los corazones. La idea, nunca -olvidada por Gil, de que se conocieron antes, en otra misteriosa y -lejana vida, prendió también en la mente de ella, y a menudo decía:</p> - -<p>—Sí, Gil: yo llevaba en mí hace tiempo tu cara y tu ser todo.</p> - -<p>Se confiaban sus pensamientos sin faltar a la pureza y corrección. -Si él, llevado de su fogoso temple, acortaba la distancia honesta, -ella le contenía con ademán grave y con su inefable sonreír, que -valía por un mandato. Separábanse contentos, gustando de antemano un -porvenir dichoso... Pero a la cita cuarta o quinta, que en el número -no concuerdan los<span class="pagenum" id="Page_125">p. 125</span> -autores, Pascuala llegó junto a su amado con cara triste.</p> - -<p>—Esta noche —le dijo—, te traigo malas nuevas. Ya ves que no me -río... y cuando no me ves reír, ya comprenderás que hay procesiones por -dentro.</p> - -<p>—Dime lo que hay —replicó Gil, disimulando su alarma—, que seguro yo -de tu amor como tú del mío, podemos reírnos de toda procesión, aunque -sea la del <i>Corpus</i>.</p> - -<p>—No pasa el <i>Santísimo Corpus Christi</i> —dijo Pascuala—: lo que -pasa es que tendremos que separarnos pronto... Mis tíos han resuelto -que nos vayamos a Suellacabras, porque aquí está todo muy malo... Allí -no nos faltará un pedazo de pan, y además...</p> - -<p>—¿Además, qué?</p> - -<p>—Que el señor Gaitín ha dicho que está a caer mi nombramiento de -maestra. ¿Para qué pueblo? Eso... de Soria nos lo dirán...</p> - -<p>—Pues no veo la procesión... Sí la veo... Te veo a ti marchando a -Suellacabras con tu familia, y yo detrás... Dejaré mi trabajo y cuanto -hay en el mundo por seguirte. ¿Cuándo nos vamos?</p> - -<p>—¡Ay, Gil de mi vida! Tu falsa alegría no me sacará de mi tristeza. -¿No adviertes que esta noche no me he reído ni tan siquiera un poquito? -Pues cuando mi boca olvida la risa, ¡cómo estará mi alma!... Te -contaré todo; verteré de mi alma a la tuya todo el amargor que llevo -dentro. Pensaba dártelo a traguitos; pero ¿a qué traguitos si es mejor -decírtelo de una vez? Mi tío Saturio ha sabido que tú y yo... nos -queremos. La tía se enteró y fue con el cuento al tío... Llamáronme a -juicio esta mañana,<span class="pagenum" id="Page_126">p. 126</span> y -yo, que llevo siempre mi conciencia en la cara, saqué de mi intención -toda la verdad antes de abrir la boca... Porque soy así, Gil... Díjeles -que sí, que no tengo por qué ocultarlo, que te quiero y me quieres, y -estamos los dos en la idea de casarnos... Así, clarito... ¡Vieras a mi -tía cómo se puso!... Que es una deshonra para la familia... que habrá -que oír a los <i>Almuerzos</i> cuando lo sepan. Y mi tío Saturio, con -el temblorcillo de quijada que le da cuando se incomoda, y abriendo -un ojo más que el otro, salió con esta sinrazón: «Una joven de tu -mérito, Arabiana por parte de madre, y por tu padre de los Borjabades -de Medinaceli, casarse con un peón rústico, un casca-piedras y -rasca-lodos... ¡oh ignominia!...» Y luego la tía, saltando de la ira -al sentimiento, lloriquea y me dice: «Pascuala, por cincuenta coros -de ángeles te pido que no hables más con ese bruto. ¿Quieres tú que -nos muramos de pena? ¿Para qué están en el mundo tus tíos más que para -buscarte un marido de circunstancias y ser todos felices?»... En fin, -que me han vuelto loca, sin que hayan conseguido rendirme. De esto que -te cuento ha salido la idea de alejarme de ti...</p> - -<p>Maldecía el enamorado su suerte, trinaba y vociferaba mezclando las -burlas con la ira:</p> - -<p>—¡Alejarte de mí! ¿Y no han discurrido esos tiorros impedir que -salga el sol, y que los ríos se encaramen en los montes?</p> - -<p>—Espérate un poco. Hace algún tiempo que Saturio y Baltasara se -ilusionan con la idea de casarme a su gusto. Dos novios para mí tienen -puestos en remojo. El uno es un señorito de<span class="pagenum" -id="Page_127">p. 127</span> Soria, que usa cuellos muy altos, y -corbatas de colorines, hijo único de viuda rica, según dicen; otro -es un chico de Almazán, que empezó estudiando para cura en El Burgo, -y luego lo dejó, y se ha hecho perito agrónomo... Todo esto te lo -digo para que te vayas enterando. ¡Ay, Gil de mi alma! ¿qué haré yo -para ponerme ahora en contra de esta mala corriente de mis tíos; qué -haré para desobedecerles sin perder el respeto y la gratitud que les -debo?</p> - -<p>—El amor es antes que todo, Cintia... Hoy te llamo Cintia porque con -este nombre estás más unida a mí que con el de Pascuala. Y cuando tus -tíos feroces te digan: «Pascuala, ven», tú responderás: «No sé quién es -esa que llamáis.»</p> - -<p>—¡Ay de mí! —gimió agobiada la sin par mujer, inclinando su cabeza -casi hasta tocar el hombro del cantero—. Hoy estoy muy triste, hoy no -me río. Dime locuras; oiga yo tus locuras para que se me quite esta -pena.</p> - -<p>—¿Locuras? Pues tengo un martillo muy grande. Con él he roto -las piedras más duras; con él partiré las cabezas de esos tíos sin -entrañas, tíos peores que sobrinos de Satanás.</p> - -<p>—Matar no... No me hables de muertes... Otras locuras has de decirme -para que yo...</p> - -<p>—Pues oye esta que otra vez oíste y te tentó a la risa. Yo no soy -lo que parezco. He pertenecido a una sociedad superior, y por fines de -enseñanza o de castigo he sido rebajado a esta condición plebeya en que -me ves.</p> - -<p>—Pues ahora no me río, no me río nada... Lo que hace tu Cintia es -recordar que ayer mi amiga Felipa, la hija del mandadero de estas<span -class="pagenum" id="Page_128">p. 128</span> monjas, me dijo que tú -tienes aire de persona principal, y que se te puede tomar por un conde -con ropa y manos de peón.</p> - -<p>—Ya te dije anoche que Felipa me parece una mujer de gran -agudeza.</p> - -<p>—Algo hay en ti —dijo Pascuala sin perder su triste serenidad—, algo -que... no sé decirlo.</p> - -<p>—Pues yo lo diré, aunque te me pongas incrédula y burlona. Estoy -encantado... Siendo quien soy, aparento condición distinta de la que -me dio mi nacimiento... No me mires con esos ojos alelados, que no -por quedarse lelos son menos bonitos que el sol. No me mires así, que -ahora voy a decirte algo que te asombrará más. Encantada estás tú -también, Cintia; pero no has llegado al punto de conocer tu propio -encantamiento. Lo sospechas no más. La primera vez que te vi, en -la fuente, te lo dije y me tuviste por loco... Ahora no piensas lo -mismo.</p> - -<p>Dio Pascuala un gran suspiro, dejando caer sus miradas al suelo. Sin -levantarlas, murmuró esta pregunta:</p> - -<p>—Dime, Gil: ¿estar encantada es lo mismo que estar enamorada?</p> - -<p>—No es lo mismo; pero hay gran parentesco entre el encanto y un vivo -amor. Como aquella tarde te dije, estás en el crepúsculo de tu memoria, -del recuerdo de tu ser tal como fuiste antes de ser traída al estado -presente.</p> - -<p>La actitud hondamente pensativa de Pascuala era como la de quien -exprime con ahinco su memoria para obtener de ella una imagen, una luz. -Por fin, suspirando con más fuerza, como bebiéndose y expulsando todo -el aire que la rodeaba, dijo así:</p> - -<p>—Por momentos paréceme<span class="pagenum" id="Page_129">p. -129</span> que algo recuerdo; por momentos que no recuerdo nada.</p> - -<p>—Ya recordarás, ya te convencerás.</p> - -<p>—Pero dime: ¿en tal estado nos hallamos porque a él nos traen?</p> - -<p>—Sin duda.</p> - -<p>—¿Quién?... ¿hechiceros?...</p> - -<p>—O seres divinos, que con ello no quieren hacernos daño, sino mucho -bien.</p> - -<p>Pascuala cruzó dedos con dedos, y enlazadas fuertemente las dos -manos, las puso sobre el hombro de Gil, cargando sobre él el peso leve -de sus brazos y el grave de su busto. En tal actitud puso su penetrante -mirada en los ojos de él, y con intensa seriedad le dijo:</p> - -<p>—Pues quien nos ha encantado que nos desencante, Gil. ¿Quién puede -hacerlo?</p> - -<p>—La Madre.</p> - -<p>—¿Qué Madre es esa?</p> - -<p>—La tuya y la mía, la de todos...</p> - -<p>—Pero esa Madre, ¿dónde está? Yo no la veo.</p> - -<p>—Es nuestro ser castizo, el genio de la tierra, las glorias pasadas -y desdichas presentes, la lengua que hablamos...</p> - -<p>—¿Dónde está esa Madre?</p> - -<p>—Aquí, en todas partes. Vendrá... se dejará ver si la llamamos con -la voz piadosa de nuestro amor.</p> - -<p>Oído esto, Cintia se levantó. Era hora de volver a su casa. -Pasándose la mano por la frente y recogiendo de ella ideas quiméricas, -las cuales arrojó al viento con gesto de diosa que se personifica en -materia humana, expresó la triste orden de separación:</p> - -<p>—Mira, Gil: que las últimas palabras tuyas y mías que hemos<span -class="pagenum" id="Page_130">p. 130</span> de decir esta noche, sean -para fijar nuestro destino.</p> - -<p>Juntaron sus cuatro manos. Gil dijo así:</p> - -<p>—No necesitas jurar. Mándame que te siga, y basta.</p> - -<p>—Quiero y mando. Sabrás por Felipa el día que salga con mis tíos. Si -no cambian de ventolera, partiremos pasado mañana a la hora del alba. -Aquí no nos veremos ya.</p> - -<p>—Pero allá sí... Yo debo jurar, Cintia. Por la Madre tuya y mía, te -juro que, encantados o desencantados, serás mi mujer. Adiós.</p> - -<p>Se besaron como los ángeles, y la oscuridad de la noche asumió las -dos figuras... una por acá, otra por allá.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch12"> - <h2 class="nobreak g0">XII</h2> - <p class="subh2">Del conocimiento que hizo Gil con el industrioso - mercader Bartolo Cíbico.</p> -</div> - -<p>Trabajando en la cantera con desordenado empuje, el buen Gil dejó -que las manos se entendieran solas con las piedras, sin el gobierno -de la voluntad, y ardía en estos y otros coloquios consigo mismo: -«Buscaremos a la Madre... Madre, ¿dónde estás? ¿Te has subido al -Moncayo, que es tu más alto trono, de donde puedes mirar a Castilla -y Aragón?... Pero si allí estás, ¿cómo hemos de subir a la cima -de ese monte mi Cintia y yo, que somos criaturas mortales, aunque -encantadas?... Pensando, Madre, pensando dónde podríamos encontrarte, -se<span class="pagenum" id="Page_131">p. 131</span> me ha ocurrido -que tú no solo habitas en las cumbres geográficas, sino en las cumbres -históricas. ¿Estarás en Numancia, quiero decir, en lo que fue Numancia, -que si algo queda de ella tú sabrás dónde está? He oído que cerca de -Soria yace soterrado el cuerpo glorioso de aquella ciudad. Allá, allá -iremos a buscarte.»</p> - -<p>A la hora de comer, le llevó Felipa el recado de que Pascuala -saldría con sus tíos al amanecer del siguiente día; y sabido esto, -Gil no fue a la cantera más que para despedirse. Sorprendió a los -compañeros y al capataz la despedida del mozo, a quien todos querían -por su trato sencillo y buena conducta. A las explicaciones que se le -pidieron, contestó que su oficio era modelador de yeso y estuquista, y -que de Soria, donde tenía parientes, le habían propuesto trabajar en -una obra de la Diputación, con jornal de cuatro pesetas para arriba... -Antes de ir al parador, enterose bien del camino que había de seguir; -y recogida y bien liada su ropa en el hatillo con correas, se puso en -marcha. Si los tíos de Pascuala partían al alba, él les tomaría la -delantera, saliendo de Ágreda antes de media noche, y así les ganaba -camino para igualar en lo posible la diferencia de andadura, pues los -Borjabades iban en carro y él no tenía más coche de ruedas que el de -san Francisco.</p> - -<p>Caminando ya con firme paso por la carretera de Soria, sus -pensamientos pueden ser verbalizados de esta manera: «Parece que tengo -libertad y no soy libre... Dentro de mí siento el hierro, siento la -coraza del encantamiento,<span class="pagenum" id="Page_132">p. -132</span> que no me impiden correr hacia la ideal Cintia para unirme -con ella; pero que no me dejarían seguir otra dirección si tomarla -quisiera. Encanto y amor van unidos, lo que es doble esclavitud y -dulzura doble. Confortado por el amor, no temo los duros trabajos, -ni la humillación, ni la miseria. Concédame la Madre vivir con -Cintia en el hueco de una peña, como los aborígenes que vinieron -acá con mi abuelito el hijo de Japhet, nieto de Noé. Viviremos en -salvaje independencia, ignorados e ignorantes del mundo... Criaremos -un rebañito de cabras; yo seré cazador... Domesticaré halcones y -gerifaltes para resucitar la muerta y olvidada caza de cetrería... ¡Oh -encanto de encantos!...»</p> - -<p>Así pensando, descendía por ásperas pendientes, y al amanecer pasó -junto a la laguna de Añavieja, sobre la cual pesaba una manta de niebla -perezosa. «Los que por aquí vivían —se dijo—, ¿eran celtas o iberos? No -recuerdo lo que el pobre Augusto me contaba de la vida y costumbres de -los españoles primitivos. Lo que yo sé, sin que él me lo haya dicho, es -que no gastaban chalecos ni cuellos altos, y que su calzado había de -ser muy cómodo... Me siento amigo de aquellos buenos madrugadores de la -vida hispánica, y hasta doy en pensar que yo también madrugué, que fui -un poquito prehistórico.»</p> - -<p>Viandantes encontraba pocos, y estos de aspecto miserable; mujeres -flacas cargando haces de leña; hombres que parecían enfermos y lo -estaban de penuria y cansancio, luchadores de la vida, en completo -vencimiento y derrota,<span class="pagenum" id="Page_133">p. -133</span> que iban en busca de una limosna en forma de jornal. Apenas -dejó atrás la soñolienta laguna, que ya mostraba su cuajado cristal -despejándose de la neblina, el paisaje le sugirió ideas menos tristes. -En los collados verdegueaban matojos y chaparros; se oían esquilas -de ovejas y algún silbo de pastores... Cuando más solo se sentía, -encontró una cuadrilla de titiriteros. Abrían la marcha dos hombres y -un muchacho a pie; seguía el carro entoldado, donde llevaban los avíos -escénicos. Asomaban por el hueco delantero dos caras de mujer y medio -cuerpo de una mona triste, achacosa y deslucida de pelo. Pararon en -firme para dar respiro al tronco de burros, que acababa de echarse a -pechos una empinada cuesta.</p> - -<p>A los que venían a pie preguntó Gil si faltaba mucho para -Matalebreras. El que parecía capitán de la cuadrilla o director -circense, contestó al caminante que a la vuelta del cerro estaba -Matalebreras, y que si no estuviese allí ni en ninguna parte del mundo, -nada se perdería, porque lugar más arrimado a la cola no había visto en -lo que llevaba de aquella vida. Y el otro, que debía de ser el payaso, -completó así el informe de su compañero:</p> - -<p>—Buen hombre, si llevas que comer, vete a Matalebreras, y si no, -pasa de largo, que en ese pueblo no ven en el forastero más que -mismamente un ladrón que llega y les quita lo poco que tienen de -comer. En dos puñaleras funciones que hemos dado, no hemos visto -la cara de ninguna moneda del Rey, si no es la roña de ochavos -morunos... Y no faltan pudientes; pero nos han tomado por gentuza -que<span class="pagenum" id="Page_134">p. 134</span> trae acá la -<i>corrumpición</i> de los pueblos y el <i>turriburri</i> contra la -religión...</p> - -<p>Y el otro, colérico y vociferante, siguió así:</p> - -<p>—Vinieron dos cuervos, alcalde y curángano, a decirnos que si no -ahuecábamos pronto, nuestras costillas lo habían de sentir.</p> - -<p>Bajo la curva del toldo dejáronse ver, agachándose, las dos -mujeres desgreñadas y pitañosas. La una, que no era joven ni bonita, -y aún conservaba en sus mejillas flácidas manchurrones del almagre y -blanquete de la noche anterior, metió para adentro a la mona que allí -estaba tomando el fresco, y soltó la catarrosa voz a estos bárbaros -improperios:</p> - -<p>—Oiga, joven, ¿va usté a esa <i>Mataliebres</i> o -<i>Matachinches</i>? Diga de mi parte al reladronazo del alcalde que me -voy con las ganas de pasearme por encima de sus tripas y de machacarle -las ternillas... Y a ese judío del cura dígale que me chincho en su -corona, y que se vaya a descomulgar a la perra de su madre.</p> - -<p>La otra mujer, que en sus brazos había cogido a la mona y -cuidadosamente la espulgaba, soltó después los clamores de su ira -diciendo:</p> - -<p>—¡Pueblo <i>iznorante</i> y <i>farisón</i>! Pa esos gansos, el arte -no es nada... To’l dinero pa misas, y los probes artistas que ladremos -de hambre.</p> - -<p>Gil les consoló con medias palabras; gruñeron y blasfemaron los -dos hombres; el jefe de la cuadrilla dio por terminado el descanso de -sus burros; rechinó el carricoche. Con una despedida campechana se -separaron, y Gil siguió su camino, lastimado del desavío de aquella -pobre gente.</p> - -<p>Avanzado el día, alto ya el padre sol, que acariciaba con sus rayos -las espaldas del caminante,<span class="pagenum" id="Page_135">p. -135</span> este llegó a las primeras casas de Matalebreras, y como en -aquel punto sintiese cercano rodar de carros, pensó que serían los -de la caravana de Pascuala y sus tíos. Escondiose tras de un espeso -matorro para verlos pasar, y en efecto ellos eran. En el delantero -alcanzó a ver el rostro ideal de Cintia, y la desapacible carátula -de don Saturio amparada de un ancho sombrero; vio sus manos nudosas -con guantes de lana, apoyadas en el puño de un recio bastón... Tras -ellos asomaba el rostro afligido y siniestro de Baltasara. En el -carro zaguero iba un hombre desconocido, entre colchones, trebejos y -calderería. La familia desgraciada llevaba consigo todo su ajuar, que -era bien pobre.</p> - -<p>Viéndoles internarse en el pueblo, recordó Gil noticias que le dio -Pascuala del enfadoso don Saturio. Acariciaba este infeliz señor en su -cacumen la manía de que las sierras del Madero y del Almuerzo guardaban -en sus entrañas riquísimos minerales de plata y oro, y de bermellón -o cinabrio. No había más que abrir las peñas y hozar un poco en las -tierras para encontrar tesoros tales, y bajo la seguridad de estas -riquezas se escondía el barrunto de que, buscando plata, se encontraran -esmeraldas y rubíes. Más de una vez derrochó sus mermados cuartejos -en abrir pozos y calicatas de que no sacó nada valioso, ni siquiera -la joya de su desengaño. Cuanto más vencido, más aferrado a su loca -ilusión.</p> - -<p>Pensaba Gil que tal vez don Saturio y su caravana se detendrían -en Matalebreras, patria verdadera o fingida de la sin par Pascuala, -y<span class="pagenum" id="Page_136">p. 136</span> no atreviéndose -a entrar en el pueblo, temeroso de ser tratado en él como lo fueron -los desdichados saltimbanquis, se situó a la salida, por donde a su -parecer habían de pasar los viajeros cuando siguieran a Suellacabras... -Serían las cuatro cuando Gil, escondido tras una cabaña en ruinas, vio -aparecer los dos carros de la caravana, despacito, acomodándose al -paso de varias personas que salían a despedirla. Entre ellas vio Gil -a un cura inflado y de buen año, que debía de ser el mismo de quien -la desesperada titiritera habló con ira y desprecio; a otro sujeto -muy suelto de ademanes, que era sin duda el alcalde, y una pareja -de humildísimo pelaje, que bien podía ser de las nobles alcurnias -de Borjabad o de Arabiana. Les siguió con la vista, hasta que en un -repecho se dieron los adioses. Ocultose Gil en espesura cercana, y -hasta que se vio rodeado de intensa soledad campestre no emprendió su -camino.</p> - -<p>Aproximándose a una sierra, a ratos oía Gil el rechinar de los -carros, a ratos no, según la vuelta que llevaban en los escalonados -alcores. Así anduvo toda la tarde, y a punto de anochecer, se fue -metiendo en espeso pinar. Pensó el encantado caballero que andando -de noche por aquel misterioso bosque se perdería; mas sin arredrarse -por ello, penetró más y más pinos adentro, sin que la negrura de la -selva ni la quejumbre dolorida del viento en aquellas bóvedas le -impusieran temor. Ya le rendía el cansancio, cuando sintió sobre la -hojarasca resbaladiza pasos que no eran de bestias, sino de un activo -caminante... Le vio venir; fuese<span class="pagenum" id="Page_137">p. -137</span> a él, diciéndole:</p> - -<p>—Buen amigo, ¿voy bien por aquí a Suellacabras?</p> - -<p>Y el desconocido, sin detenerse, le respondió con buen modo:</p> - -<p>—El mismo camino llevo yo. Paréceme que es usted nuevo en esta -tierra. Yo me la sé de memoria. Óigame: aun andando sin parar toda -la noche no llegará usted a Suellacabras antes de amanecer. Hay que -tomarlo con calma. Del pinar saldremos pronto; sigue una nava no muy -grande; luego un monte de hayas, boj y madroñera. Iremos juntos, y -si usted no tiene demasiada prisa, descansaremos en un chozal de -carboneros a media legua de aquí.</p> - -<p>Agradó a Gil la cortesía del andarín. Pegada la hebra con franqueza -locuaz por una parte y otra, no tardaron en hablarse como amigos:</p> - -<p>—Yo vengo de Ágreda, y voy a Suellacabras en busca de trabajo...</p> - -<p>—Yo soy mercader ambulante que vengo de media España, y a media -España voy. Llevo a cuestas mi comercio por dos razones: porque me ha -quedado poco género, y porque en Aldea del Pozo se me murió tres días -ha la borriquilla que era mi tren de mercancías.</p> - -<p>Oyendo esto, advirtió Gil que su compañero de camino, a más del -envoltorio colgado a la espalda como mochila, llevaba sobre el hombro -izquierdo un animalejo que al pronto le pareció ratón grandísimo, y -luego vio que era ardilla, atada de una larga cuerda que el buhonero -liaba en su brazo derecho. A ratos, volvía el hombre su rostro hacia -la mansa bestezuela, y pasándole la mano por el lomo le decía palabras -de paternal ternura... Mas como hablador descosido, su mayor gusto era -platicar con el compañero de viaje.</p> - -<p>—Si se<span class="pagenum" id="Page_138">p. 138</span> puede -saber, dígame, buen amigo, en qué trabaja usted y qué oficio tiene.</p> - -<p>Al oír que Gil venía de romper piedras en una cantera, expresó su -disgusto y poca estimación de tal oficio, propio de hombres en quienes -exclusivamente domina la fuerza muscular.</p> - -<p>—Yo, como usted ve —dijo—, soy comerciante, para lo cual más que -puños se necesita pesquis, y más trato con personas de todas clases -que con piedras duras o blandas. Desde pequeñuelo ando en el tráfico, -y en él seguiré hasta que Dios me mande a comer barro debajo de la -tierra. Y de todos los modos de comerciar, he preferido el que usted -ve, que me ahorra gastos de tienda, luz, dependientes, y el quebradero -de cabeza que dan los libros o papeles de cuentas. No tengo familia -ni ambición, y disfruto del local más ventilado y espacioso que puede -imaginarse, que es el libre suelo de mi España querida. Total: que -mi casa la barre el aire... En los buenos almacenes de las capitales -compro mi género, y voy a surtir a las villas, aldeas y lugares. Aquí -cobro, aquí pago: siempre me queda para un mediano pasar. En todos los -pueblos me quieren, en algunos me alojan gratis, en otros me obsequian; -recibo encargos; cumplo como un caballero; sirvo al ilustrado y al -cerril, a las viejas regañonas y a las mozas guapas, al cura ronflante -y a las monjitas de hablar gangoso y manos blancas. La lista de mis -artículos no tiene fin: tijeras, cintas, agujas, carretes, peines, -botones, alfileres, puntillas, plumas, lápices, sortijas, pendientes, -alfileres de pecho y otras alhajitas falsas... estampitas, medallas de -la Virgen del<span class="pagenum" id="Page_139">p. 139</span> Pilar, -escapularios, corazones y rosarios... <i>catones</i>, <i>fleuris</i>, -cajitas de polvos, polvos para chinches, postales con niñas al -fresco... <i>mas amén</i> de otras cosillas reservadas que vienen de -donde vienen y van a donde van.</p> - -<p>Pasada la nava, vio Gil un resplandor que iluminaba los senos del -inmediato monte. Internándose en este, se hallaron en la clara donde -ejercía su industria una cuadrilla de ahumados carboneros. Dos grandes -montones de leña cubiertos de tierra ardían con lenta combustión, -despidiendo la tufarada de la madera verde, y humareda sofocante; y -no lejos de estos que parecían altares druídicos, chisporroteaba la -fogata, que era vivac y cocina de los humildes trabajadores. Cuatro -hombres y un chico estaban en derredor de la lumbre a la mira de un -cazolón. Dos tenían calada la capucha del capote y parecían cartujos, -las caras más ennegrecidas que negras, no afeitadas, y de aspecto -morisco y huraño. Acogieron los carboneros con franco agasajo a los -dos caminantes, y especialmente al de la ardilla, con quien tenían -antiguo conocimiento, y les invitaron a su mesa, que era un negro suelo -sin manteles. No lejos del cotarro, dos pollinos echados dormitaban -pacíficamente.</p> - -<p>Los trajinantes, que a hora tan avanzada tenían más hambre que -Dios paciencia, no se hicieron de rogar para ponerse en el ruedo y -participar de la frugalísima cena, que era un guisote prehistórico, -céltico, antidiluviano, compuesto de cecina de cabra y zoquetes de -pan, seguido de queso duro y piñones. Todo les supo a gloria, y la -conversación que<span class="pagenum" id="Page_140">p. 140</span> -amenizaba el banquete versó sobre diferentes chismes de los pueblos -cercanos. A la claridad de la hoguera que el chiquillo atizaba, pudo -apreciar Gil la persona y rostro del comerciante andariego. Era un -hombre acartonado en los años medios de la vida, enjuto de cuerpo -y de regular talla, piernas de mozo y cara de vieja, con ojuelos -negros, chiquitines y vivarachos como los del animalito que agasajaba. -Retirados a donde se les ofreció lecho de hoja seca junto a unas hayas, -el buhonero, que no podía dormir sin prepararse al sueño con un poco de -palique, agregó a lo dicho, estas noticias de su persona:</p> - -<p>—Yo me llamo Bartolomé Cíbico, y nací en un lugarejo que llaman -Taravilla, tierra de Molina de Aragón. Con diferentes motes soy -nombrado en los lugares donde tengo mi parroquia. En Aragón me dicen el -<i>Paniquesero</i>, por este bicho que llevo conmigo, al cual llaman -allí <i>paniquesa</i>; en Navarra me apellidan el <i>Prisitas</i>, -porque soy muy vivo para el despacho; en la parte de Aranda me conocen -por <i>Corre-corre</i>, y aquí, en lugares de Soria, no habrá nadie que -no le dé a usted razón de <i>Bartolito</i>.</p> - -<p>Correspondió Gil a estas confianzas con otras, diciendo y callando -lo que le convenía.</p> - -<p>Y a la mañana siguiente, sentaditos los dos en un soto a la vista de -Suellacabras, desayunándose con mendrugos, Gil determinó franquearse -con Bartolito, pues tales cualidades de agudeza y metimiento había -descubierto en él, que no dudó sería un excelente auxiliar en el -negocio que a tal pueblo le llevaba. Después<span class="pagenum" -id="Page_141">p. 141</span> de prepararle con insinuaciones sutiles, -le dijo que no venía de las canteras de Ágreda por buscar trabajo en -otra parte, ni por nada tocante a la vida material, sino por la busca -y seguimiento de una linda mujer con quien sostenía lícitos amores. En -tan singular hembra se reunían la belleza, la virtud y la discreción. -Ella y él querían casarse; pero sus anhelos se estrellaban en la -oposición de unos tíos... que eran los tíos más perros que Dios había -echado al mundo.</p> - -<p>Interesado en el cuento, Cíbico pedía claridad, nombres, nombres; -y cuando oyó a Gil mentar a los Borjabades, llevose las manos a la -cabeza, exclamando entre serio y festivo:</p> - -<p>—¡Don Saturio, Virgen del Tremedal! ¡El primer chiflado y el primer -cicatero de este mundo, del otro y del de más allá! Le conozco, por mi -desgracia... Sé quién es la chica. La vi en Zaragoza cuando estudiaba -para maestra... ¡Vaya, vaya! ¡Don Saturio! pues no le ha caído a usted -floja viga encima del cráneo. Ya sabrá que anda buscando piedras -preciosas. Boñigas y cascarrias le daría yo. A cuenta que para piedra -preciosa, bastante tiene con Pascualita... Que la venda, y...</p> - -<p>—Eso quiere él, Bartolo —dijo Tarsis-Gil—: venderla; pero yo no se -lo consentiré, y usted me ayudará.</p> - -<p>Mostrose Cíbico en tan buena disposición para secundar los planes -del amigo, que este se aventuró a proponerle mediación o tercería -para comunicarse con la bella moza. Gil se mantendría escondido en -cualquier hostal o parador, y Cíbico, con el mete y saca de su<span -class="pagenum" id="Page_142">p. 142</span> ambulante comercio, podría -llevar y traer esquelas o recaditos.</p> - -<p>Brillaban con cierta malicia rufianesca los ojos de Bartolito cuando -dijo:</p> - -<p>—Sí, sí: lo haré de muy buena conformidad, porque a ese tío le -tengo yo gana por una judiada que me hizo el año pasado, y aguardaba -yo coyuntura de cobrársela. Ahora es la mía. El viejo carcamal, -desesperado de no encontrar oro ni diamantes, quiere hacer negocio con -la California de su sobrina. Pues ahora nos veremos. Hoy mismo, amigo -Gil, empezaremos a trabajar el negocio. Don Saturio estará alojado en -casa de esos que llaman los <i>Almuerzos</i>. Pues allá me voy con mis -pacotillas, echando por delante toda mi agudeza. Y para que se entere -usted de quién es ese tío marrullero, oiga este golpe. Diez meses ha, -me encargó una lente de gran aumento, de esas que llaman <i>lupas</i>, -para examinar los granitos y polvitos que a él le parecen de oro. -En Zaragoza compré la lente, y era tal que con ella veía usted los -pelos del sobaco de una pulga... Se la traje... y el muy pindonguero, -después de usarla muchos días, no quiso pagármela. Díjome que se había -enfermado de la vista, porque el cristal tenía maleficio y qué sé yo -qué. Resultado: que ni me pagaba, ni me devolvía el artículo... Lo que -digo: hoy mismo empezamos.</p> - -<p>—Yo le quedaré a usted muy agradecido, señor Cíbico —dijo el mozo -con timidez—, y si salimos triunfantes, le recompensaré... Hoy habría -de ser con alguna cortedad, porque ando escaso de moneda; mañana, otro -día...</p> - -<p>—¡Oh! no hablemos de eso —replicó el mercachifle<span -class="pagenum" id="Page_143">p. 143</span> con voz y ademanes de -delicadeza—. Ya nos entenderemos... y lo que usted dice: a triunfar, -a reventar a ese pelma y deshacerle la combinación. Bien veo yo, y -perdone... bien veo que usted no es un cualquiera. Me ha dado en la -nariz que aquí hay principalía, que debajo de un Gil hay un Torongil... -¿No me entiende?... Hágame el favor de enseñarme sus manos.</p> - -<p>Mostró el caballero sus manos, y el ladino Bartolo las tocó, -y apreció su dureza y callosidades. Después hizo lo propio en el -antebrazo, apretándolo para enterarse de la tensión acerada del bíceps. -Hecho esto, y clavando en Gil sus ojuelos vivarachos, le dijo:</p> - -<p>—Amiguito, las manos y brazos son de cavador o de cantero; pero la -cara, el mirar, el habla, son de otra calidad, son de otra encarnadura. -A mí no me la da nadie. Soy perro viejo, que ha visto mucho mundo... -Debajo del sayal hay al... y punto... Ya hablaremos, señor don Gil.</p> - -<p>Diciendo esto, dio a la ardilla todo el largo de cuerda, que era -como unas varas de libertad. Subiose el animal a un árbol con graciosa -presteza, y después de brincar de rama en rama, persiguiendo los -pajarillos, estuvo espulgándose y limpiándose el hocico hasta que el -amo la llamó a su amorosa tutela, mostrándole cortezas de pan:</p> - -<p>—Ven, rica... Venga mi <i>paniquesa</i> bonita y salada... Baja, -toma... ¡Ay, qué juguetona y qué enredadora es la niña de su padre!</p> - -<p>Llegáronse cautelosos hasta las primeras casas del pueblo, y -en una de estas, que era casa de amigos, aposentó Bartolo a Gil, -encareciendo<span class="pagenum" id="Page_144">p. 144</span> la -familiar asistencia. Luego partió a su correría mercantil, y tan -diligente estuvo en lo tocante al negocio del amigo, que a media tarde -le llevó noticias de su novia.</p> - -<p>—Entré en la casa de sus primos, y mi buena estrella me deparó -el ver a Pascualita. Me compró unas peinas que no pienso cobrarle. -Después, aprovechando un momento en que nos quedamos solos, le hablé -de Gil. Se puso muy colorada. Yo le dije que estaba usted en lugar -seguro... y ella mudó de color; díjome que su tío... ¡Porra, qué -tío!... «Pues sabrá usted que don Saturio se avistó esta mañana con el -Gaitín que vive en Suellacabras, y concertaron que la Guardia civil le -prenda a usted por vago, y le lleve atado codo con codo: ¿a dónde? ya -no me acuerdo.» Esto me lo dijo la niña secreteando... Apareció la tía -con su cara de alcuza y no pudimos hablar más. No hay que apurarse, -amigo. Aquí no han de cogerle. La gente de esta casa es de toda -confianza... Ahora voy a dar una vuelta por el pueblo, a ver si cobro -algunos picos... Le traeré a usted una cédula; rompe la suya, y toma -con nueva cédula otro nombre.</p> - -<p>Intranquilo estuvo Gil hasta la noche y hora en que Cíbico le llevó -con la cédula noticias peores. Había vuelto a la casa de Pascuala, que -aterrada y trémula le entregó este mensaje, rápida y nerviosamente -escrito en un papelejo: «Vete corriendo de aquí, y lleva la cédula que -te dará Bartolo... Escóndete de Guardia civil... Irás vuelta de Soria -rodeo largo. En Soria estaremos viernes. Bartolito darate señas... -Bartolito amigo bueno... Bartol...» No siguió<span class="pagenum" -id="Page_145">p. 145</span> escribiendo... Gran susto... Oyose el -carraspeo de don Saturio como una tempestad cercana.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch13"> - <h2 class="nobreak g0">XIII</h2> - <p class="subh2">Prosiguiendo en su vaga peregrinación, el encantado - caballero va camino de Numancia.</p> -</div> - -<p>Ganada la confianza con el largo palique, Bartolo y Gil llegaron a -tutearse.</p> - -<p>—Fíate de mí —dijo el pacotillero, dejando ambos los duros colchones -a punto de amanecer—. Tú sales ahora, y yo contigo para llevarte, con -el resguardo de mi persona bien acreditada, hasta las ruinas de un -castillo de Templarios que tenemos como a un cuarto de legua. Allí te -guareces; allí me esperas, pues acá me vuelvo a despachar mis cobranzas -y recibir encargos. Al mediodía nos reuniremos para encaminarnos -despacito hacia un pueblo de pesca que llaman Renieblas, donde tengo -trabajo lo menos para tres días. Tú sigues por las veredas que te -indicaré, bien apartadas del camino donde podrás encontrar los malditos -tricornios. Y si los encontrares, fíate de tu cédula y no corras, -aunque no esté bien decir de la cédula lo que de la Virgen decimos; -y si apurado te vieres, te haces pasar por criado mío, que para esa -comedia te daré un paquetito de medallas del Pilar, dirigido al ama -del<span class="pagenum" id="Page_146">p. 146</span> cura de Santiago, -que las revende en su iglesia... y así vivimos todos.</p> - -<p>Conforme al plan ideado por el sagaz <i>Paniquesero</i>, Gil pasó -la mañana en los Templarios, esqueleto de rotos muros, que parecía -maldecir y apostrofar a la dormida soledad que le rodeaba. Entretúvose -el mozo en mirar el circular revuelo de las aves que allí tenían sus -nidos, grajas, chovas y cernícalos, dueñas de las altas piedras y del -aire. Creía encontrarse en un país inhabitado, o en el cementerio de -una nación que ni memoria de sus hijos dejara. Fuera de algún pastor de -cabras que conducía su rebaño a los zarzales y a las peñas revestidas -de silvestres enredaderas, no vio alma viviente en aquellos contornos. -Solo con su imaginación, Gil abandonaba el paisaje y las ruinas para -pensar en su amor y en la bella Cintia, de quien le separaban, a su -parecer, distancias inconmensurables y siglos de tiempo. Y adormido en -sus añoranzas, le venían a la memoria los versos idílicos que el zagal -Rodrigacho solía cantar en la majada guiando a sus ovejas en busca de -mejor pasto. Era el tal Rodrigacho un poco poeta y erudito memorioso de -versos pastoriles. Gil se los hacía repetir, y algunos se le quedaron -en la memoria. Recostado entre las ruinas y puesto el pensamiento en su -augusta dama, murmuraba: «<i>Oh Venus, dea graciosa, — a ti quiero y a -ti llamo</i>...» Recordando otra canción muy lastimera, decía: «<i>Bien -sé que me ha de acabar — el dolor de esta partida, — que de verme y -veros ida, — me ha tanto de lastimar — que en ello pierda la vida... -¡Ijujú!</i>»</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_147">p. 147</span>Llegó puntual a las -doce el hombre inquieto y ágil con el animalejo que era su insignia -en el palenque de la vida. Traía ración sobrada de fiambres y una -mediana bota de vino, con lo que hicieron mesa de un peñasco plano y se -sentaron a comer. Bartolo, que comiendo en sociedad honraba siempre el -nombre de su pueblo natal, Taravilla, extremó aquel día su locuacidad, -aprovechándose de que Gil medio se aletargaba en melancolías -taciturnas. De la viva charla del buhonero se extracta lo siguiente:</p> - -<p>—Si eres despejado y no pierdes la sangre fría, podrás zafarte de la -Guardia civil. Hazte el valiente, aunque no lo seas, y si te cogen, di -que te quejarás al señor Gaitín, o que pidan informes de ti a cualquier -Gaitín, porque aquí no hay más ley que el capricho y el <i>me da la -gana</i> de esa familia. Los alcaldes son suyos, suyos los secretarios -de Ayuntamiento, suyos el cura y el pindonguero juez, ya sea -municipal, ya de primera instancia. Como te coja entre ojos un Gaitín, -encomiéndate a Dios... Porque aquí decimos que hay leyes, y mentamos -la Constitución cuando nos vemos pisoteados por la autoridad. Nombrar -esas cosas es como si cuando te estás ahogando en un río pidieras botas -de montar. Los tiranos que aquí se llaman Gaitines, en otra tierra de -España se llaman Gaitanes o Gaitones... Pero todos son lo mismo. Y -para poder bandearme entre ellos, ando yo en esta vida vagabunda. No -puedes ni respirar si no estás bien con el alcalde, con el juez, con -la Guardia civil, con el cura. Y aquí me tienes que vivo con todos, es -decir,<span class="pagenum" id="Page_148">p. 148</span> que les engaño -a todos. ¿Te vas enterando?</p> - -<p>Replicó Gil que algo sabía ya del caso, y el de la ardilla prosiguió -así:</p> - -<p>—Aquí vivimos de mentiras. Decimos que ya no hay Esclavitud. -Mentira: hay Esclavitud. Decimos que no hay Inquisición. Mentira: hay -Inquisición. Decimos que ha venido la Libertad. Mentira: la Libertad no -ha venido, y se está por allá muerta de risa... Verás un caso: había -en Matalebreras un pobre labrador con familia, buen hombre... Pero le -dio la ventolera por no querer ir a misa. Pues ha tenido que malbaratar -su tierra, tomando lo que han querido darle, y salir pitando para las -Américas. Te contaría mil casos; pero tú los irás viendo, si ya no los -has visto... El que quiera vivir aquí en paz, tiene que hacer lo que -hago yo, y es ponerse al son y al gusto de cada uno. Yo engaño al cura -metiéndome a ratos en la iglesia... y venga rezar, y vengan golpes -de pecho que se oyen en Jerusalén; yo le bailo el agua al alcalde -alabándole cuantos desatinos hace, y a la esposa del juez municipal y -a las señoras de los Gaitines les vendo con rebaja de un veinticinco -por ciento. Gracias a este ten con ten, vivo y como... Pues tú, como -no hagas lo mismo, trabajillo ha de costarte sacar a Pascualita de las -uñas lagartijeras de don Saturio... Sutileza, hipocresía y engaño has -de emplear antes que la fuerza.</p> - -<p>No estaba conforme Gil con la flexibilidad reptante de su amigo, y -más le gustara ir por derecho al asedio y toma de Cintia. Engolfado -en estas ideas, solo prestó vaga atención a la charla del buhonero, y -toda su alma iba en<span class="pagenum" id="Page_149">p. 149</span> -persecución de la imagen y alma de la Madre, pidiéndole auxilio para -triunfar de la ímproba realidad. Encantado él, encantada Cintia, -hallábanse bajo el imperio de la soberana Encantadora, y de esta -dependía el que ambos vivieran gozosos o muriesen de pena... Y cuando -emprendieron la marcha por veredas y atajos en dirección de Renieblas, -Gil no tenía pensamiento más que para la invocación a la Madre, ni -ojos más que para buscarla en una revuelta del sendero, o suponerla en -acecho tras de la peña formidable o el espeso matojo. Su compañero a -ratos le preguntaba:</p> - -<p>—¿Qué miras, qué oyes?</p> - -<p>Y él respondía:</p> - -<p>—Oigo y veo lo que quisiera ver y oír...</p> - -<p>Respetaba Cíbico estos nebulosos conceptos considerándolos rarezas -del que tenía por hombre superior en calidad y entendimiento. «Es un -león oprimido —se decía—, y yo el ratoncillo travieso que puede hacerle -un buen recaudo.»</p> - -<p>Renieblas era el último pueblo del mundo, o el más distante -moralmente de la civilización hispánica; mas no por esto disfrutaba de -mayor paz y felicidad, porque allí también llegaba el apestoso influjo -de la familia gaitinesca. Alojáronse los viajeros en una casa humilde, -y en ella tuvo Gil, a la siguiente mañana, ilusión tan intensa de ver -a la Madre y de recibir muy de cerca su soberano aliento, que ello fue -como la misma realidad... Dando a su amigo las últimas instrucciones -y consejos antes de separarse, el hombre industrioso y ardillesco le -dijo:</p> - -<p>—Tengo que despachar aquí algunas baratijas, y cobrar lo que -me deben del viaje pasado; luego me iré a Buitrago, donde pienso -colocarle<span class="pagenum" id="Page_150">p. 150</span> al cura -unos <i>Evangelios</i> y <i>Reglas de San Benito</i> para preservar -de enfermedades al ganado y personas. Tú, antes de ir a Soria, debes -parar en Numancia, que según veo te llama y atrae con un son de poesía: -allí puedes entretenerte viendo las cavas que hacen para desenterrar el -cuerpo de la ciudad que tanta fama ganó con su valor.</p> - -<p>—Sí, sí: iré a Numancia —dijo el encantado—, donde, seguro, seguro, -encontraré a la Madre.</p> - -<p>—Las <i>Madres Concepcionistas</i> no estarán allí: las encontrarás -en Soria, junto a la parroquia de San Clemente. Te lo digo por si la -Madre que buscas fuera de esas... Las de <i>San Vicente</i> están -en la <i>Beneficencia</i>. También te digo que si en Numancia te -dieran trabajo en las excavaciones, debes ajustarte y coger pala y -picachón, que así ganarás algún dinero, y esperarás a que yo me junte -contigo para llevarte a Soria... Yo he de ir allá, que en aquellas -ruinas sagradas tengo un negocio de que no te hablé todavía; pero ya -es llegada la ocasión de ponerte en autos. Bien podría ser que nos -asociáramos para una granjería que da más que las minas soñadas del -mamarracho de don Saturio... Ven acá, y sentémonos en este arcón.</p> - -<p>Dijo esto echando mano al bolsillo interior de su zamarra, de donde -sacó un lío de periódicos, y de entre ellos una carterita sebosa. Viva -curiosidad movió a Gil, que fue derecho a sentarse junto a Bartolo. -Este desprendió el elástico que sujetaba la cartera, y con solemnidad -religiosa mostró al mozo los peregrinos<span class="pagenum" -id="Page_151">p. 151</span> objetos que en ella guardaba. Silencio -en los dos. La cara de Cíbico era toda orgullo comercial; la de Gil -sorpresa y admiración...</p> - -<p>—¿Qué me dices de esto? Aquí tienes medallas, monedas, camafeos... -Proceden de Clunia, la ciudad romana que está soterrada en un poblacho -que llaman Coruña del Conde. Los aldeanos que arando descubren estas -preciosidades, las llaman <i>chanflos del moro</i>... Antes las vendían -por cuatro o cinco cuartos. Hoy han abierto el ojo y piden más. ¿Ves -este ópalo que tiene grabado un ciervo? Pues uno como este compré yo -por dos pesetas, y en Zaragoza lo vendí en catorce duros. ¿Ves esta -moneda de plata con letras que dicen <i>Aug. Divi. Fi</i>... y qué sé -yo qué? Pues me la dieron por tres pesetas, y yo no la suelto por menos -de cinco duros. Este medalloncito de piedra onix con un guerrero que -lleva escudo y lanza, lo guardo para un marchante muy entendido que lo -tendrá si afloja veinticinco duros.</p> - -<p>El acto de mostrar Bartolo las monedas y camafeos fue el momento -psíquico en que Gil tuvo la perfecta ilusión de la presencia de la -Madre. No solo apreciaba su aliento cálido que le azotaba el rostro, -sino que la vio inclinada entre los dos amigos, casi tocando con su -cabeza a la de ellos, en figura corpórea, no tan diáfana como la de los -espectros. A tanto llegó su alucinación, que se le escapó decir:</p> - -<p>—¿Verdad que es bonito, Madre?</p> - -<p>Y también creyó que la Señora sonreía como burlándose del traficante -en polvo de los siglos muertos.</p> - -<p>Luego Bartolo siguió así:</p> - -<p>—Estas monedas de cobre y de plata son de Numancia. Proceden,<span -class="pagenum" id="Page_152">p. 152</span> no de la ciudad, sino del -Campo Romano. Adquirí el año pasado una moneda celtíbera de cobre que -me valió treinta y dos duros, o sea dos onzas... Conque ya ves si esto -es buena ganga. ¿Creías tú que yo no trabajaba más que en ovillitos -de algodón y en peines de a real?... Pues ahora, conociendo lo listo -que eres, no necesito decirte que si te admiten en las excavaciones, -y moviendo tierra ves que salta una moneda o medalloncito, no lo des -al encargado, sino lo apañas con disimulo, me lo entregas, y de la -ganancia que hubiere, mitad tú, mitad yo... No te digo que hagas lo -mismo con alguna jícara o puchero que te saltara de entre los terrones, -porque esto ya es más difícil de guardar... Tú a lo nuestro: ojo a las -chapas, a los anillos, a los amuletos que aquellas pindongas romanas se -colgaban entre los pechos...</p> - -<p>Admirado Gil de no ver a la Madre, y buscándola con sus miradas -en toda la pieza, nada contestó al pacotillero, el cual guardaba sus -preciosas chucherías con avara solemnidad.</p> - -<p>Al despedir a Gil antes de media mañana, llevole a la margen del -pueblo por el Norte, y le señaló el camino que había de seguir:</p> - -<p>—Remontas esta loma, y antes de llegar al primer caserío, tuerces -a mano izquierda y te metes en un páramo... Adelante, adelante por el -páramo... Traspasas un cerro, luego otro cerro, y a la bajada de este -te encuentras en Garray, que es como decir en Numancia.</p> - -<p>Salió andando Gil con veloz carrera, semejante, a su parecer, a la -que llevaba cuando traspasó las cimas de Urbión agarrado al velo de -la Madre.<span class="pagenum" id="Page_153">p. 153</span> Pronto -le dijo su cansancio que iba por su pie, y no conducido por ninguna -fuerza sobrenatural. «No viene, no viene conmigo —se decía desalentado, -revolviendo en torno suyo ansiosas miradas—. No la veo, no la oigo... -Seguiré solo hasta Numancia, que es su casa y su trono.» Con esta -ilusión avanzó en su camino, sin hallar persona viva. Era una región -solitaria, en la que Gil no encontraba más que la huella invisible de -la Historia, y gráficas huellas de rebaños. Y reconociéndose solo, -también se reconocía sin albedrío para proceder libremente. Sentíase -sujeto por duras cadenas a una fatalidad misteriosa, y esta le llevaba -por donde iba... No podría, no, dirigirse a otra parte. Lo más extraño -era que su gusto y la fatalidad obraban en armonía perfecta, es decir, -que era esclavo y gustaba de la esclavitud.</p> - -<p>Toda la mañana anduvo sin novedad, y cuando apechugaba con el -primero de los collados que le indicó Bartolito, vio que del Poniente, -o más bien del Sudoeste, venía un cálido viento que levantaba negras -nubes de aquella parte, tapando el sol a ratos, a ratos descubriéndolo. -Truenos lejanos pronunciaban un <i>alerta</i> terrorífico. Siguió su -marcha, y cuando descendía por pedregosas veredas a un barranco, que -parecía copia del valle de Josaphat, el cielo tomó color plomizo; la -nube cerró el paso a los rayos del sol, y el viento ardoroso sopló con -más fuerza disparando goterones que al caer en tierra sonaban como -balas. Claridades lívidas y pavorosas cruzaban por los aires, y el -trueno chasqueante y repercutiente seguía las huellas del relámpago -con intervalo brevísimo. Buscó<span class="pagenum" id="Page_154">p. -154</span> Gil dónde guarecerse; pero solo encontró un peñasco que -era en verdad el peor paraguas que pudiera imaginarse. Sobre el -pobre Gil descargó un diluvio de granizo, del cual se defendió con -el improvisado escudo de sus manos. En la rauda iluminación de los -chispazos eléctricos, que en el aire describían las figuras geométricas -más peregrinas y aterradoras, creyó ver Gil una silueta de mujer -inconfundible con ninguna otra, y en su paroxismo de terror gritó:</p> - -<p>—¡Madre mía, socórreme!</p> - -<p>Debió de socorrerle la excelsa Señora, porque salió ileso del -horrible pedrisco. Sobre él cayeron cantos de hielo, que empezaron -garbanzos, luego fueron nueces, y por fin huevos de gallina de los de -dos yemas... Pasó la nube, y el pobre mozo siguió escotero, apechugando -con el segundo collado, por donde debía pasar de un barranco a otro. -Andaba de prisa; iba en dirección contraria de la que llevaba el -temporal; pero allá por Occidente, tirando al Sur, veía un segundo -escuadrón de nubes, como segundo cuerpo de un grande ejército que -acabaría de invadir el cielo en lo restante del día. Calado hasta -los huesos, avivó el paso, y al llegar al caballete de donde veía la -hondonada oscura, buscó con inquieta mirada un paredón o casucha donde -abrigarse del nuevo diluvio que le amenazaba. Encaminose a una ermita -en ruinas, y allí esperó el segundo chaparrón de agua y granizo, que -no fue menos violento y azotador que el primero, y también acompañado -de pirotecnia de relámpagos y de estrepitosa sinfonía de truenos. -No abandonó<span class="pagenum" id="Page_155">p. 155</span> aquel -amparo hasta que las horripilantes nubes descargaron toda la furia que -llevaban en sus entrañas.</p> - -<p>Ya se venía encima la noche cuando Gil emprendió de nuevo la marcha -por una pendiente en cuyo fondo no veía más que negruras informes. El -suelo bajaba con él; piedras y hielo resbalaban ante sus pies o con -ellos juntamente; caía, se levantaba, patinaba, y hacía mil figuras y -cabriolas. De este modo, medio descoyuntado de brazos y piernas, llegó -a un llano, encharcado por la lluvia. Siguió en derechura de unas luces -que a regular distancia vislumbraba. El pueblo de aquellas luces debía -de ser Garray. El peregrino, sin reparar en estorbos de charcos o -pedruscos, siguió en recta línea hasta que pudo distinguir un edificio -grande y blanco, como enlucido de lechada de cal, reciente. La blancura -y la luz le guiaban. La claridad salía de una anchurosa puerta, -juntamente con ruido de humanas voces... Avido de abrigo y descanso, -no vaciló en meterse bajo el primer techo que encontraba. Traspasó la -puerta balbuciendo tímidamente una petición de permiso... Dijéronle: -«Adelante»... Vio algunos hombres en pie, agrupados en derredor de una -mesa. Sentados junto a esta, la vista fija en papeles y en montoncillos -de dinero, había dos personas. La que Gil vio a su derecha se ocupaba -en pagar a los hombres, que tenían trazas de jornaleros de obras -públicas. El señor que estaba de frente no hacía más que inspeccionar -la operación de pago y cobranza. Adelantose Gil desflorando una -frase de cortesía, y antes de que acabara<span class="pagenum" -id="Page_156">p. 156</span> de pronunciarla, quedó absorto y mudo... El -señor aquel que la mesa presidía era el eximio sabedor de antiguallas -don José Augusto de Becerro.</p> - -<p>El primer impulso del caballero fue acercarse a su amigo para verle -de cerca y exclamar alborozado: «Hola, mi querido Augusto... ¿Tú aquí? -¿No me conoces? Soy Tarsis.» Pero su mismo instinto de esclavitud le -contuvo. No debía ni <i>podía</i> manifestarse en tal forma, sino en la -de un pobre jornalero del campo, que medio muerto de fatiga, tronzado -por el pedrisco y la lluvia, demandaba hospitalidad, y si podía ser, -trabajo en las ruinas, cavas o lo que hubiera.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch14"> - <h2 class="nobreak g0">XIV</h2> - <p class="subh2">De la increíble presencia del espíritu de Becerro en - las gloriosas ruinas, y de sus hechos y dichos.</p> -</div> - -<p>Con buenos modos acogieron al mozo, y no fue menester que este diera -pormenores de su necesidad, pues harto la declaraban el rostro aterido -y el peso de fango y agua que llevaba en su ropa. Becerro y el otro -señor que hacía los pagos deliberaron un momento sobre si le admitían o -no al trabajo, y entonces vio el caballero que del fondo de la estancia -emergían dos guardias civiles levantándose de un banco. No les había -visto antes por hallarse en pie frente a ellos los trabajadores que -aún esperaban<span class="pagenum" id="Page_157">p. 157</span> la -paga. Cuando vio Gil que los guardias iban hacia él, tuvo un momento de -turbación; pero pronto se rehizo. Metió mano al pecho, diciendo:</p> - -<p>—Aquí tienen mi cédula. Florencio Cipión. Soy criado de Bartolo -Cíbico, y quiero trabajar aquí, mientras él anda en su tráfico; que los -tiempos están malos, y hay que buscar un pedazo de pan donde quiera que -lo haya.</p> - -<p>Los guardias no pusieron a Gil reparo alguno, y devolviéndole la -cédula, dijo uno de ellos:</p> - -<p>—¿Y dónde han quedado <i>Corre-corre</i> y su ardilla? Así le llamo, -porque ese apodo le daban en Aranda, donde le conocí.</p> - -<p>—En Renieblas dejé a mi amo —replicó Gil muy sereno—. Aquí le -tendremos al fin de la semana.</p> - -<p>—¡Vaya con el cuajo del tal <i>Corre-corre</i>! —dijo risueño el -guardia—. Tiene que traerme unas postales, chicas guapas... Me aseguró -que recalaría en Garray el 8, y estamos a 17...</p> - -<p>—Pues postales de esas trae, con muchachas muy lindas, bailarinas y -cantaoras que dan la desazón.</p> - -<p>En esto, Becerro y el otro individuo decidieron admitir a Gil con -jornal de diez reales, y que se le daría por aquella noche albergue en -la sobrestantía: la cena por cuenta de él. Terminado el pago, fueron -desfilando los trabajadores que vivían en otras casas del pueblo. -Salieron también los guardias, dando las buenas noches, y quedaron -solos con Gil el señor de Becerro, el pagador y un hombracho que -parecía capataz. Mientras hablaban, observó con gozo el caballero -encantado que su persona no despertaba sospechas.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_158">p. 158</span>Delante Augusto -y el otro sujeto, detrás Gil y el capataz, pasaron los cuatro a otra -habitación de planta baja, extensa y anchurosa crujía donde vio Tarsis, -arrimados a la pared, ladrillos que debían de ser romanos o celtíberos, -infinidad de piezas de cerámica o fragmentos de ellas, lápidas y -vestigios mil de civilizaciones que fueron. A la izquierda estaba la -estancia del gran Becerro, de quien se despidió el pagador para irse -a su casa en el interior del pueblo. En el fondo, vio Gil dos puertas -por donde venían olores de cocina y cháchara de mujeres. Mientras don -Augusto se internaba pausadamente en su albergue, el capataz llevó a -Gil hacia el fondo, y le señaló un cuarto para que en él metiera su -hatillo y se mudara de ropa antes de cenar. Así lo hizo el encantado, -y repuesto de su mojadura y quebranto, se reparó del hambre en buena -compañía del hombracho y de las hacendosas mujeres. Salió después con -el que ya era su amigo a fumar un cigarrillo en la gran crujía, y allí -se abocaron con el sabio, que ya despachado había su frugal colación, -y se paseaba despacito con las manos a la espalda. Sentados los dos -hombres en un banco arrimado a la puerta, no esperaban más que a -consumir el pitillo para ir a su descanso. Becerro, en su vagar lento, -echaba miradas inquisitivas a Gil; de improviso se detuvo, y llamándole -con gesto amable, le llevó a pasear con él.</p> - -<p>Lo que hablaron, como toda voz pronunciada en aquel prístino escabel -de la Historia, merece ser reproducido fielmente.</p> - -<div class="drama"> - -<p><span class="pagenum" id="Page_159">p. 159</span><span -class="sc">Becerro.</span> <span class="acot">(Poniendo en su -rostro de chivo, cada día más ahilado y mustio, una sonrisa -cortés.)</span>—Dispénseme, buen hombre. Desde que le vi a usted en la -sobrestantía, y ahora viéndole aquí, estoy batallando con mi memoria... -Vamos, que la cara de usted no me es desconocida... yo le he visto a -usted... ¿dónde? ¿cuándo? Pues no doy con ello... Mis dolencias me han -dejado el cacumen harto desfallecido, y...</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span> <span class="acot">(Sereno, -poniéndose al instante en situación con un ingenioso -embuste.)</span>—Verá usted, señor don Augusto, cómo yo le avivo la -memoria. ¿No se acuerda del estuquista y vaciador de yesos que trabajó -tan cerca de usted cuando decoramos con escayola la escocia y techo de -la Exposición de artes medioevales? Florencio Cipión: ¿no se acuerda? -Yo era el primer oficial de Torelli.</p> - -<p><span class="sc">Becerro.</span> <span class="acot">(Examinándole el -rostro muy de cerca, no despejado aún de sus dudas.)</span>—¡Ah! sí... -ya... El nombre de usted nunca lo supe. Cipión... ¡Qué coincidencia! -¡Llamarse usted como nuestro expugnador, <i>Escipión!</i> Le falta -el cognomen, <i>El Africano</i>... Pues, efectivamente, ya voy -recordando... la fisonomía, digo; que el nombre es nuevo para mí... ¿Y -cómo ha venido usted a parar a estas soledades gloriosas?</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Rodando, señor, que el destino del -pobre es rodar como esos cantos que fueron picudos, y con el rodar se -vuelven lisos como huevos. Y usted, don Augusto, ¿está bien de salud? -La última vez que tuve el gusto de verle, andaba usted medianillo.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_160">p. 160</span><span -class="sc">Becerro.</span>—¡Ay, no me diga!... Hallábame entonces en -lo más agudo de un terrible ataque de neurastenia... ¡Qué noches, -qué días! Entre mil aberraciones, padecí la de creerme encantado, -y con poder para divertir a los demás jugando a los encantamientos -recreativos.</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span>—¿Y la Madre, dónde está? <span -class="acot">(Con todo su interés en los ojos.)</span></p> - -<p><span class="sc">Becerro.</span> <span -class="acot">(Atontado.)</span>—¡La Madre!... Deje que me acuerde. -Usted llama Madre a la que yo llamo Hermana mayor, que es aquella parte -de la Historia patria que abraza desde la venida de los griegos hasta -la caída de Numancia... Pues a esa Hermana debo mi curación. Sabrá -usted que es amiga y familiar del Ministro... Ambos son de la misma -edad... Mi excelente Hermana, o si usted quiere, Madre, tuvo la feliz -idea de que cambiando de aires me pondría bueno; habló al Ministro, -apretándole a que me diera una colocación en estas ruinas. El hombre -estuvo pensándolo seis meses, y al cabo de ese tiempo y de otro tanto -de expedientismo veloz, me trajeron acá. El destino que disfruto no es -ninguna ganga. No tengo funciones técnicas, sino administrativas... -Soy auxiliar de no sé quién... cobro del material... Pues aunque mi -puesto es indecoroso y de cortísima remuneración, trabajo como un -negro. Entre usted en ese cuarto, y verá mis planos, mi trabajo de -reconstrucción, día por día, de los asedios que sufrió Numancia desde -que a ella se acogieron los <i>segedenses</i><span class="pagenum" -id="Page_161">p. 161</span> en el 153, antes de Jesucristo, hasta que -quedó <i>autodestruida</i>... esa palabra empleo... en el 133...</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Y entretenido en esas tareas gratas, -se ha curado usted de la neurastenia.</p> - -<p><span class="sc">Becerro.</span>—Sí, gracias a Dios... Estos aires, -tan sanos como heroicos... la Historia alta, y llamo alta a la que nos -cuenta las virtudes máximas; la Historia de altura es el mejor de los -tónicos. Heme restablecido aquí. Ya no me queda más que un remusguillo -del pasado achaque... Algunos días, cuando sopla ese viento que los -griegos llamaban <i>Apellotes</i>, o aquel otro llamado <i>Eurus</i>, -me siento un poquitín tocado. Ayer precisamente estuve todo el día -estudiando la táctica y movimientos del primer expugnador de Numancia, -Quinto Fulvio Novilio, el que trajo el escuadrón de elefantes... A -estas bestias de gran calibre consagré yo mis cinco sentidos; las hice -avanzar de tres en fondo sobre los numantinos; fijé el punto en que -los animalitos, digo, animalotes, se espantaron, y volviendo grupas de -improviso, llevaron la confusión y el desorden al campo romano... Pues -anoche... Verá usted... salí a tomar el aire, y como de costumbre... -me alejé... campo adelante. Hallábame tan despierto como ahora lo -estoy, puede creérmelo... ¿Cuál no sería mi sorpresa al ver venir los -elefantes desmandados, como le estoy viendo a usted ahora? Era un -horror. Bajo las pisadas de aquellos monstruos temblaba la tierra... -Quise huir, caí al suelo... Los<span class="pagenum" id="Page_162">p. -162</span> terribles paquidermos pasaron sobre mí... Imagínese usted... -Cada una de sus patas pesaba como una torre... ¡Ay, ay! testimonio de -aquel desastre son los dolores que tengo en este lado, ¡ay!</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span>—¡Pobre don Augusto! Debe usted -descansar, recogerse pronto.</p> - -<p><span class="sc">Becerro.</span>—¿Para qué? ¡Si yo no duermo...! Con -dos horas de sueño me basta. Trabajaré hasta las cuatro... Pase usted a -ese tugurio donde me han metido, y verá lo que abultan mis papeles... A -cada general de los siete que mandó Roma contra esta ciudad invencible, -consagro un tomo... Los años suceden a los años, y Roma, que domina -el mundo, no acaba de conquistar este palmo de tierra. En mi Historia -acuso las cuarenta a cada uno de los bárbaros caudillos que vinieron -acá, y lo mismo le sacudo a Pompeyo Rufo que a Hostilio y a Filón; y si -a este le demuestro que robaba cuanto podía, al otro le descubro que -era tartamudo y borracho. El tocayo de usted, Escipión, ya es otra cosa. -Por sus antecedentes militares y sus victorias en África, le consagro -dos tomos... Vino aquí cuando Numancia llevaba quince años de lucha -contra Roma... El tal Escipión era hombre de cuenta. Lo primero que -hizo fue limpiar su ejército: despidió a los buhoneros y cantineros, -los <i>Bartolitos</i> de entonces... y despachó también con viento -fresco a <i>diez mil</i> mujeres romanas de las que llamamos <i>del -partido</i>. Ahí es nada: diez mil <i>hetairas</i>, que las tropas -traían<span class="pagenum" id="Page_163">p. 163</span> consigo para -pasar el rato. Eran bonitas, juguetonas, venustas, maestras en danzas -y garatusas para enloquecer a los hombres y llevarles a la molicie. -Expulsadas por Escipión, las diez mil damas que ahora llamaríamos <i>de -las Camelias</i>, se esparcieron por la feraz Hesperia, con lo que Roma -realizó la penetración pacífica: unas se quedaron en el territorio -de los <i>Arévacos</i>, otras en el de los <i>Pelendones</i>, donde -hicieron asiento, vulgarizando el nombre de <i>pilindongas</i>... Pocas -fueron a establecerse entre los <i>Edetanos</i> e <i>Ilergetes</i>; -las más corrieron en busca de los pueblos ricos, y llegaron con sus -gracias a la opulenta <i>Hispalis</i>, o a <i>Gades</i> frecuentada por -extranjeros, a <i>Cartago Espartaria</i>, a la gran <i>Barcino</i>, -ciudad generosa y abierta siempre a toda hermosura y elegancia. Con -activa erudición de cazador de la Historia he seguido yo el paso -de estas bellas peregrinas, y las veo instaladas muy a gusto en -los pueblos que se llamaron <i>Turdetanos</i>, <i>Bástulos</i> y -<i>Túrdulos</i>, donde si alguna novedad enseñan, más pueden aprender -en achaque de danza y meneos graciosos con crótalo y laúd... Pero se -cae usted de sueño, y no es bien que yo le robe el descanso.</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Sueño no falta... Pero el gusto de -oír a un hombre tan sabio vale por diez camas... Siga.</p> - -<p><span class="sc">El Capataz.</span> <span class="acot">(Acercándose -respetuoso.)</span>—Déjele, don <i>Angosto</i>, digo, don Augusto. El -pobre está rendido.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_164">p. 164</span><span -class="sc">Becerro.</span>—Idos al descanso... ¿Qué tenéis para -mañana?... ¿Vais al campamento romano dejando a medio desescombrar -la calle longitudinal de la ciudad celtíbera?... ¡Error, desatino! -<span class="acot">(Triste, sacudiéndose un cínife que picarle -quería.)</span> Si aquí mandase yo, establecería en los trabajos el -sistema perpendicular combinado, concretándome a la calle numantina -que puedo llamar calle maestra de la ciudad heroica... Descubierta la -romana, apurar el descubrimiento de la celtíbera, y proceder luego -a descubrir la ciudad prehistórica, dedicando a esto las calles -transversales. Llamo a este sistema perpendicular combinado porque, -ahondando siempre, exhumo a Numancia en el sentido de Norte a Sur, y -a la ciudad prehistórica en las calles de Este a Oeste... Pero yo no -mando, yo no dispongo nada... He venido de agregado al caos, o sea lo -que llaman administración... Amigos, buenas noches. Que descansen: -yo no tengo sueño y estudiaré hasta el alba... Un momento; óiganme -dos palabras. La ciudad prehistórica, innominada y desconocida, -es más interesante que todo lo romano y lo celtíbero. Para mí, la -ciudad que yace debajo de Numancia es una de las que Gerión, natural -de Caldea, fundó en esta comarca, ocupada siglos después por los -<i>arévacos</i>... Y aquí fue donde los hijos de Gerión mataron, como -ustedes saben, a Trifón, hermano de Osiris...</p> - -<p><span class="sc">El Capataz.</span>—Don Augusto, buenas noches.</p> - -<p><span class="sc">Becerro.</span>—Adiós. <span class="acot">(Para -sí, dirigiéndose a su cuarto.)</span><span class="pagenum" -id="Page_165">p. 165</span> Estas pobres bestias en dos pies son -máquinas musculares, que no piensan más que en fortalecerse con la -comida y en engrasarse con el sueño.</p> - -<p><span class="sc">El Capataz.</span> <span class="acot">(Andando con -Gil hacia su alojamiento.)</span>—Este don Augusto está un poco ido.</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Enteramente ido. Sabe mucho.</p> - -<p><span class="sc">El Capataz.</span>—Sabe; pero no rige... Es un -infeliz. Le han mandado aquí como para darle una limosna.</p> - -<p><span class="sc">Becerro.</span> <span class="acot">(En su cuarto, -requiriendo libros y papeles.)</span>—¡Feliz hora esta de soledad y -silencio! Sigo excavando en tu ser espiritual, ¡oh Numancia! como -esos brutos desentierran tus huesos... Decidme, mujeres numantinas: -¿qué sentíais, que pensábais ante la ilustrada fiereza de Escipión -Emiliano? Hablad, bárbaras hermosuras, inflamadas en el santo amor -de vuestros héroes, sacerdotisas de la dignidad de vuestro pueblo. -¿Y vosotros, niños numantinos, con qué juegos os adestraban para la -guerra? ¿Jugábais a manejar la honda, a imitar las catapultas y arietes -de vuestros enemigos?... Quiero saber si vuestras madres os llevaban -pegados a sus pechos cuando iban a disparar flechas contra el romano... -Héroes, decidme qué os daban de cenar vuestras mujeres cuando volvíais -de la pelea: ¿cenabais guiso de cecina con <i>erebintos</i>, que hoy -llamamos garbanzos? ¿En los fieros combates os excitábais apurando esa -bebida hecha de cebada, que llamabais <i>celia</i>? Señoras numantinas, -lo que esta noche quiero desentrañar es si vuestra religión<span -class="pagenum" id="Page_166">p. 166</span> os permitía la poligamia, -si vuestros sacerdotes eran castos, si erais charlatanas y presumidas, -y os componíais mucho para ser gratas a vuestros hombres. Decidme -si asistíais gozosas a esos templos formados por grandes peñascos -enhiestos, si veíais con gusto correr la sangre en los sacrificios, -si cuando descuartizábais al prisionero alababais a vuestras feroces -divinidades, y si teníais fe en el arúspice que del examen de las -entrañas de la víctima sacaba el conocimiento del porvenir... Decidme, -hombres, si entre vosotros hubo sabios investigadores que se dedicaran, -como yo, a esclarecer las oscuridades paleolíticas. Preguntadles, os -lo suplico, si vuestra lengua procede del caldeo o del etrusco. ¿No -llamáis a los gazapos <i>laurices</i>, al vino <i>bacho</i> y al escudo -<i>cetra</i>?... A los sabios preguntad si la población prehistórica -enterrada bajo vuestra Numancia es <i>Andarisipo</i>, fundada por los -<i>Tartesios</i>, según mi amigo Estrabón, o <i>Copsanio</i>, de origen -cántabro, según Pomponio Mela... <span class="acot">(Pausa. Prepárase -a escribir.)</span> ¡Hermoso silencio! El alma del erudito se extasía -en la sublimidad de estas ruinas gloriosas. ¡Oh ensueño, oh dulce -embriaguez de los enigmas atávicos! Ya que no venís a mí, hermanas -pelásgicas, etruscas o fenicias; ya que no quiere Dios que yo penetre -el misterio de vuestro origen, dejadme que busque y husmee vuestras -huellas; y a estas piedras dormidas preguntaré si sois hijas de Atlas o -Héspero, si os trajo Gárgoris,<span class="pagenum" id="Page_167">p. -167</span> rey de los Curetos, para que fuerais fundamento y troquel -de la civilización hispánica... Mientras Numancia duerme, el erudito -vela, y entrega todo su ser al deliquio histórico... El enamorado de la -antigüedad os busca, os persigue, os evoca con su abrasado aliento... -<span class="acot">(Poseído de frenético entusiasmo.)</span> ¡Oh! ya -me siento león... ya mis dedos son garras, ya sacudo la melena, ya la -fiereza hierve en mi corazón, ya causo espanto, ya resoplo, ya rujo... -Allá voy. <span class="acot">(Salta por encima de la mesa y sale -rugiendo.)</span></p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span> <span class="acot">(Agitándose en su -camastro.)</span>—¡Ay de mí! ¿Qué es esto? Caí en el primer sueño como -en un pozo, y ahora... ¿Qué ruido es ese que me atormenta?</p> - -<p><span class="sc">El Capataz.</span> <span -class="acot">(Despertando.)</span>—¡Eh! ¿Qué te pasa? ¿Hablas -dormido?</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Me ha despertado un ruido -espantable...</p> - -<p><span class="sc">El Capataz.</span>—¡Otra! Se me olvidó decirte que -ronco como un piporro...</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span>—No es ronquido lo que oigo, sino el -<i>baladro</i>, alarido de animal fiero.</p> - -<p><span class="sc">El Capataz.</span>—Oigo a los perros que ladran a -la luna.</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Es más fuerte y temeroso que el -ladrar de los perros. Ahora suena cerca de aquí, ahora se aleja. -Escuche. ¿No tiembla usted?</p> - -<p><span class="sc">El Capataz</span>.—¿Yo qué he de temblar, contra? -No tengo miedo a embelecos de las ánimas.</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span> <span -class="acot">(incorporándose.)</span>—¿Ánimas dice? Será el ánima -de un león. Lo que se oye es el resoplido<span class="pagenum" -id="Page_168">p. 168</span> de una fiera. El rugido sale algo cascado, -como si el león padeciera moquillo.</p> - -<p><span class="sc">El Capataz.</span>—¡Otra!... Ya sé lo que es. Los -que andan de noche por las cavas dicen que han visto un león grande y -flaco... que corre y salta furioso sobre las ruinas, dando resoplidos -al modo de los perros que rastrean. Un trabajador de acá salió con -escopeta, y le soltó un tiro sin hacer blanco... Es ánima del león -de la <i>antigüidad</i>, que del otro mundo viene a la querencia de -las piedras, y mete el hocico olfateando huesos, o ceniza de madera y -ladrillos que <i>entavía</i> huelen a quemazón.</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span> <span -class="acot">(Recostándose.)</span>—El león de Hesperia...</p> - -<p><span class="sc">El Capataz.</span>—Duérmete, bruto, y otra noche -saldremos a verlo...</p> - -</div> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch15"> - <h2 class="nobreak g0">XV</h2> - <p class="subh2">De lo que vio y sintió el caballero en el osario - de Numancia.</p> -</div> - -<p>Al trabajo en las excavaciones fue Gil el siguiente lunes con cierta -emoción religiosa. No era lo mismo arrancar piedras de un monte para -el afirmado de un camino, que sacar de la tierra las que dos mil años -ha fueron asiento y abrigo de un pueblo perpetuado en la excelsitud -de la Historia. De los veinte o más hombres que allí trabajaban, tal -vez Gil era<span class="pagenum" id="Page_169">p. 169</span> el que -mejor comprendía toda la grandeza de aquella exhumación. Revolviendo -tierras negras, tierras coloradas, se iba penetrando de lo que hacía. -Por las explicaciones que en su tosco lenguaje le dio el capataz, -descifraba los caracteres del suelo. Lo negro era la ciudad romana, que -los vencedores construyeron sobre los restos de la ciudad celtíbera; lo -rojo era Numancia quemada, escoria de ladrillos calcinados y cenizas -revueltas con huesos y trozos de cerámica. Entre este material que los -azadones cuidadosamente movían y las palas apartaban, aparecían los -sillares de labra tosca, ajustados con barro. Las piedras formaban -paredes, y las paredes habitaciones, y estas casas, y las casas -calles...</p> - -<p>Recorrió el caballero en largo espacio una vía perfectamente -empedrada. Al pisarla, pudo imaginar que hallaba huellas recientes, -huellas de hace dos mil años, que aún vivían o resucitaban en la -mente del explorador poseído de respeto y emoción... y allá en lo más -hondo, yacían los huesos de otra ciudad enterrada por los numantinos -al construir la suya; de una ciudad, en cuyo suelo el Tarsis del siglo -<span class="asc">XX</span> sentía las pisadas del Tarsis prístino, -desvanecida imagen de los tiempos.</p> - -<p>Desde que llegó a Numancia, el asendereado Gil padecía crisis aguda -de imaginación, con disloque de nervios y propensión a ver en anárquico -desorden las realidades físicas. La soledad, el no saber de Cintia, -el desamparo en que le tenía la Madre, y la presencia y contacto de -Becerro, le llevaron a tal estado. El chisporroteo mental del erudito -prendía en la<span class="pagenum" id="Page_170">p. 170</span> mente -de Tarsis, y la inflamaba en fúlgidos delirios... Por las noches, en -la sobrestantía de Garray, tenían un poco de tertulia los que allí se -albergaban, y en tal reunión solía buscar un rato de amenidad la pareja -de Guardia Civil. Uno de los dos guardias era ceñudo y áspero; el otro, -más joven que su compañero, se distinguía por su afabilidad y buen -modo, no incompatibles con la rigidez disciplinaria. Llamábase Regino, -y entre él y Gil, de palabra en palabra y de franqueza en franqueza, -llegó a establecerse simpatía precursora de amistades. En la tertulia -se hablaba de política, del avance de la exhumación numantina, de -las chicas del pueblo, de chismes, historias y consejas, y una noche -salió a relucir el cuento del león fantástico, que rugiendo y dando -resoplidos corría de piedra en piedra.</p> - -<p>—Me paiz —dijo el capataz— que ese león será escapado de los que en -un jaulorio hicían junción de circo en Zaragoza.</p> - -<p>Un mozo sostuvo que lo había visto hozando en las ruinas, y apretó a -correr asustado del <i>caragesto</i> del animal y de su soplido. Riendo -el guardia civil Regino de tales apreciaciones, dijo que la curiosidad -le movió una noche a salir a ver al león, y...</p> - -<p>—Señores, están ustedes locos o atontados por el miedo. Yo vi a la -fiera, y aseguro que no es fiera, sino un perrazo de los que llaman de -San Bernardo, animal hermoso, aunque algo viejo.</p> - -<p>Incitado el gran Becerro a dar su opinión, dijo gravemente:</p> - -<p>—Caballeros, en ningún caso puedo yo confundir perros con leones, -porque a estos nobilísimos y fieros animales conozco y<span -class="pagenum" id="Page_171">p. 171</span> trato de antiguo... No -se ría usted, Regino, y perdone que le diga... vamos, que el ente -zoológico que usted vio paseándose majestuoso por las ruinas, no pudo -ser perro, y que no lo tendremos por tal, aunque usted nos lo pinte -con la noble prestancia perruna de los llamados del Monte de San -Bernardo. También diré a usted y a todos los señores presentes, que es -simplicidad sostener que en España no hay leones, como no sean los que -adiestrados por domadores bárbaros muestran su ferocidad mercenaria -en el circo. Y yo pregunto al amigo Regino y a su compañero: ¿Cómo -negáis que existen leones, si vosotros mismos, bravos hijos de Marte, -lleváis dentro el animal que es símbolo de la fortaleza y heroísmo? ¿Y -lo que dentro lleváis, no podríais en un momento supremo sacarlo al -exterior, asimilándoos la forma leonina en la especie de pelos, melena, -uñas, rugido y fiereza? ¿Rechazáis tal hipótesis? Pues yo os aseguro -que conozco... que he conocido personas de alma tan encendida en ardor -patriótico, y tan enamorada del emblema heráldico de nuestra raza, -que llegaron al puro éxtasis y a la perfecta identificación con dicho -emblema. En sus paroxismos, esos seres privilegiados, cuando hablaban, -rugían, y al querer andar, saltaban, y armados se veían de terribles -garras, revestidos de bermeja pelambre y de una melena gallardísima... -Pero noto incredulidad en vuestros semblantes, y os digo: «Dejemos -por ahora este asunto, que tiempo vendrá de tratarlo con la debida -formalidad... Caballeros, buenas noches. Me voy a mi cueva.»</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_172">p. 172</span>Gran burleta -hicieron todos de lo que habían oído. Pero Gil no tomó a risa las -irradiaciones de la encendida mente de Augusto. Ya se sentía herido del -amor a lo sobrenatural, y llagado de la pasión de las cosas absurdas -o descomunales. A la mañana siguiente, sus ojos dieron en alterarle, -si no la forma, el tamaño de los objetos. Al principio las personas -cercanas se le ofrecían en su natural talla; pero las distantes se -agigantaban hasta alcanzar estaturas de veinte o más metros. Después, -todos, él mismo, eran gigantes, y las ruinas de una extensión -desmesurada que en los horizontes se perdía. Los pucheros rotos que -extraían de la tierra eran como tinajas, y las ánforas llenaban con su -abultado vientre un gran espacio. De estas alucinaciones tenía la culpa -Becerro, que al verle salir para el trabajo y hablarle de la grandeza -de aquel noble escenario, le dijo:</p> - -<p>—Aquí, Cipión, no hay nada pequeño... Todo es colosal. Yo encontré -en los escombros de una casa celtíbera un alfiler que era del tamaño -de las modernas espadas. No se ha determinado aún la talla de los -numantinos, que era como la de una mediana torre.</p> - -<p>En el recogimiento de la noche, observó con gozo que los objetos -recobraban el tamaño con que comúnmente los vemos. Durmió tranquilo, -y al despertar, tuvo la grata sorpresa de ver entrar de rondón en el -cuarto a Cíbico y su ardilla. Esta se subió a un alto armario, y el -buhonero abrazó a su amigo diciéndole:</p> - -<p>—He tardado... he tenido que ir a Soria. Te traigo noticias de -Pascualita. Sal y hablaremos.</p> - -<p>Vistiose Gil, salieron, y camino de las ruinas<span class="pagenum" -id="Page_173">p. 173</span> desembuchó Cíbico cuanto llevaba.</p> - -<p>—Lo primero: he visto a tu novia. Me ha dicho que vayas a Soria, que -quiere hablarte.</p> - -<p>Gil saltó diciendo:</p> - -<p>—Vamos ahora mismo.</p> - -<p>Bartolo, recomendando con expresivo gesto calma al amigo y quietud a -la ardilla, prosiguió así:</p> - -<p>—No seas tan vivo. Oye esta buena noticia. Ya tiene Pascualita el -nombramiento de maestra para no sé qué pueblo. La pobrecilla está loca -de contento, pues ya gana su pan, y se quita el dogal de sus tíos, que -es fuerte apretura.</p> - -<p>—Vamos, vamos allá hoy mismo, —volvió a decir Gil.</p> - -<p>Y Bartolo, con semblante risueño, replicó:</p> - -<p>—Hoy no vamos, por varias razones. La primera, que tu Pascuala y -sus tíos vienen aquí esta tarde a visitar las ruinas. Les ha invitado, -y en coche les traerá, el secretario del Gobierno Civil... Aunque ese -gaznápiro de don Saturio hará el papelón de adorar el cuerpo santo -de Numancia, viene con otra idea. Lo sé de su boca, que nunca miente -cuando habla de sus necedades. Viene a proponer a los arqueólogos de -acá y al señor ingeniero director de las cavas, <i>que ajonden</i>, -<i>que ajonden</i>, como decía el gitano del cuento, porque debajo de -todo este terreno que a la vista se ofrece, <i>todo es plata</i>. ¿No -te ríes?... Otra cosa: me ha encargado Pascuala que no le hables, y tan -solo la mires de lejos... Ella... supongo que a ti te mirará de lejos, -y aun de cerca... que para eso del mirar fingiendo que no miran tienen -las mujeres un juego de pupilas que ya, ya... Bueno: pues hay otra -razón para que no podamos irnos hoy, y es que<span class="pagenum" -id="Page_174">p. 174</span> tengo que mirar a mi negocio. Me han dicho -al llegar aquí que en estos días han salido de la tierra cosas muy -lindas de barro y de metal. ¿Y a ti no te ha deparado San Antonio -alguna monedita, o siquiera un cascote de ánfora con dibujo a rayas, de -ese que los señores sabios llaman <i>inciso</i>?</p> - -<p>Como Gil le respondiera negativamente, añadiendo que si algo hubiera -descubierto lo habría presentado a los señores, Cíbico se burló de sus -escrúpulos, espetándole la vieja fórmula vulgar de que <i>lo que es de -España es de los españoles</i>.</p> - -<p>Luego añadió, metiendo mano al bolsillo:</p> - -<p>—Pues mira, por llegar pesqué esta medallita... Aunque es de cobre -tiene un gran valor, por ser, como reza el cuño, del tiempo de un tal -Sila. Es igual a otra que tuve y vendí. Se la compré esta mañana a un -chico de Calatañazor que trabaja en el Campamento Romano.</p> - -<p>Se pararon. Cíbico le señaló un lugar distante donde se vislumbraba -hormiguero de cavadores, y dijo:</p> - -<p>—Aquel es el primer campamento que estableció el sinvergüenza -de Escipión... El hombre no se anduvo en chiquitas. No alojaba sus -tropas en tiendas de lona, sino en casas de piedra, que formaban como -ciudades, con sus calles y todo...</p> - -<p>En esto vieron venir a la pareja de Guardia Civil, y oyeron la voz -de Regino, que al aproximarse gritaba:</p> - -<p>—Hola, maldito <i>Corre-corre</i>; ¿ya estás aquí? Gracias que te -esperamos sentados.</p> - -<p>Saludáronse los cuatro cordialmente, y el ambulante abordó al -guardia de este modo:</p> - -<p>—Ahí tienes ya las postales. Esta noche te las daré: son muy -lindas... Pero ¡ay!<span class="pagenum" id="Page_175">p. 175</span> -la más graciosa que te traía... ¡vaya una preciosidad!... una hembra -como un capullo de rosa... y en camisa... con aire de inocencia -deshonesta, como quien tapa y destapa. Pues, hijo, te has quedado -sin ella... Me la birló el cura de Buitrago. (<i>Risas.</i>) Al -darle otras que me había encargado, vistas de catedrales y de la -<i>Cara de Dios</i>, que está en Jaén, se me fue entre ellas la -tuya con la señorita vergonzosa en camisa... Una equivocación... -(<i>Carcajadas.</i>) No te quiero decir cómo se puso el hombre al -ver la <i>profanía</i>... Su cara echaba lumbre, rediós; le tembló -la papada, apretó los puños... «Grandísimo canalla —me dijo—, voy a -denunciarte al Gobernador para que te meta en la cárcel por vender -estas porquerías»... Temblando del susto, le contesté: «Don Atanasio, -yo... yo vivo con todos... Se la di porque venían mal barajadas... -Venga esa porquería, que era para otro cura»... Y él: «No, no te -la devuelvo, bandido, recadista del Infierno... Me quedo con ella, -me la llevo a casa... pero es para quemarla... Contigo debiera la -autoridad hacer lo mismo»... Yo: «Pero, señor cura, deme...» Y él: -«No te la doy... Y para que veas que soy hombre de conciencia, te la -pago... Toma.» Me pagó, y al partir me bendijo. (<i>Gran fiesta y -chacota.</i>)</p> - -<p>Separáronse, marchando las dos parejas en direcciones contrarias. -Mientras Cíbico recorría casas de Garray buscando con huroneo sigiloso -monedas o fragmentos de cerámica para su granjería arqueológica, Gil -tiraba de pala y azadón en el lugar donde le habían puesto, y atento -al trabajo manual dejaba que su vagabundo<span class="pagenum" -id="Page_176">p. 176</span> espíritu aleteara en la ilusión de ver a la -ideal Cintia...</p> - -<p>Y antes que llegase la hora de la tarde en que presumía el aparecer -de su dama, Gil se vio acometido por segunda vez del engaño visual, -consistente en ver agrandados desmesuradamente los objetos. «Vamos -—pensó el mozo—, ya estoy otra vez entre gigantes. ¿Para qué me pondrá -la Madre en los ojos del alma estos cristales de aumento? Sin duda -para que la magnitud de lo que veo me enseñe la elevación de ideas.» -Esto pensaba cuando vio a Cintia que de Garray venía, llevando de un -lado a su tío, de otro al secretario del Gobierno; seguía detrás doña -Baltasara con un bigardo peripuesto y de innoble facha, y en último -término la pareja de la Guardia Civil. El secretario, que era un sujeto -inflado, seco y vacío como un expediente, con bigote de moco y corbata -colorada, se había hecho acompañar de la pareja para darse el pisto -de llevar a sus invitados con escolta. Doña Baltasara era mismamente -una bruja, y don Saturio, ocultos los ojos con gafas azules, los dedos -gafos y nudosos metidos en guantes negros, el afilado rostro sin otra -expresión que la de su inconmensurable imbecilidad, avanzó hacia las -ruinas con andar y actitudes de hombre muy corrido y entendido, de esos -que no se rebajan fácilmente a la admiración.</p> - -<p>Entre esta corte de grotescas figuras iba Cintia o Pascuala como -una reina, que si su hermosura la enaltecía, no la realzaba menos su -modestia. Vestidita con deliciosa sencillez, sin sombrero, porque no -lo tenía; la cabeza<span class="pagenum" id="Page_177">p. 177</span> -tocada de un velito, su traje de merino azul oscuro muy parco en -adornos, sus guantes, su calzado de cuero amarillo, cuantos la veían -pasar se la comían con los ojos. Ya se sabe que a los de Gil, las -figuras de Cintia y sus cargantísimos acompañantes medían talla más que -gigantesca. Si esto daba grandiosa monumentalidad a la gentil estatua -de Cintia, a los otros les agrandaba la fealdad, haciéndola monstruosa. -Con fija mirada les siguió Gil en sus movimientos y en su examen de -las reliquias descubiertas. El inmenso majadero don Saturio señalaba -enérgicamente al suelo con su bastón, y a ratos lo hincaba en la -tierra, cual si amenazar quisiese a los antípodas, y hacía desaforados -aspavientos, que el caballero de este modo tradujo: «Señores, hagan -caso de mí; <i>ajonden</i>, que debajo de esta broza hay <i>un mar -de plata</i>. Yo lo sé; soy perito en capas de la tierra. Tengo el -secreto; no me falta más que dinero para <i>ajondar</i>.»</p> - -<p>Después que divagaron los visitantes entre montones de tierra y -paredones desenterrados, volvieron en dirección de Garray para ver -el Museo. La parada junto a donde Gil trabajaba fue lenta y no sin -peripecias. Por los desniveles del terreno y los obstáculos que a -cada paso se ofrecían, obligada se vio la bella joven a dar algunos -brinquitos, recogiendo un poco su falda... Aquí le ofrecía la mano el -Secretario, que pomposamente conciliaba la cortesía con la autoridad; -allí, por encontrarse más cerca, la sostenía Regino. Cada mal paso -era motivo de joviales comentarios. Al pasar Pascualita cerca de su -enamorado, desplegó todo el arte<span class="pagenum" id="Page_178">p. -178</span> mujeril para echarle tiernas miradas oblicuas sin que nadie -lo notara... Alejáronse la familia de Borjabad y acompañantes: sus -tallas gigantescas no presentaron otra disminución que la que marcaban -las leyes de perspectiva... Desaparecida la señora de sus pensamientos, -Gil quedó en un mundo enano y oscuro. El sol escatimaba su luz; -apagábanse las voces, derivando en salmodia de tristes murmullos; -hombres y animales eran seres canijos y desmayados, que pataleaban para -no hundirse en la tierra húmeda. Esta se estremecía débilmente con -amagos de terremoto, como queriendo sepultar a la generación presente -junto a los huesos de la edad neolítica.</p> - -<p>Con estas morbosas sensaciones, que eran las muecas de su -melancolía, pasó Gil lo restante de la tarde; y a la hora de suspender -el trabajo, fue a recogerle Cíbico, que le llevó a su alojamiento, -en una casa de las más pobres del pueblo. Quería mostrarle algunas -bagatelas arqueológicas recién adquiridas, migajas o raspaduras de la -Historia: una chapa, dos fíbulas de cobre, y un cuchillo de piedra. -Esta última pieza diputaba por muy valiosa, y se relamía pensando en -los buenos duros que habían de darle por ella. Las fíbulas mostró a su -amigo, dándole acerca de tales baratijas o adornos explicaciones muy -eruditas. Eran al modo de broches con que las señoras y señoritas de -Numancia se sujetaban el manto. Una era como culebrita de dos cabezas -graciosamente curvadas; otra como una <i>omega</i>, con los trazos -superiores en rosca.</p> - -<p>—Me figuro yo —decía Bartolito— que las damas de aquel -tiempo se componían<span class="pagenum" id="Page_179">p. -179</span> y emperejilaban mismamente como las de hogaño, con una -<i>transcendencia</i> de perfumería que daba gloria olerlas... Y me -figuro yo que cuando iban a sus bailes y zambras, se pondrían sus -mantones de Manila, o cosa tal, prendiditos al pecho con estas que -llamamos fíbulas, y que vienen a ser como los imperdibles que yo vendo -a real o real y medio... De faldas iban muy ligeras, calculo yo, y se -las arremangaban hasta más arriba de la rodilla. Así lo he visto en -unas pinturas de la Academia de Zaragoza... En la delantera o pechuga -llevaban muy poca tela; de forma y manera que lo iban enseñando -todo... Para mí, Gil, y esto es idea mía, las damas que moraban -en esos terrenos que estás desescombrando, tenían tanta vergüenza -como San Sebastián pantalones... Todo por culpa del gentilismo, -<i>verbigracia</i>, religión de ídolos.</p> - -<p>Atención tan vaga prestaba Gil a su amigo, que la charla de este -poco más era que el zumbido de un moscardón. Comprendiéndolo así -Cíbico, ya dispuesto a cenar en compañía de su ardilla, que le saltaba -de las piernas al hombro y del hombro a la cabeza, varió así de -registro:</p> - -<p>—Cuando los Borjabades iban a coger el coche, me acerqué a saludar -a tu novia. «Bartolo —me dijo Pascuala con un guiñito—, si vas a Soria -mañana, no dejes de llevarme la seda verde.» ¿Has entendido? Seda verde -quiere decir: «necesito comunicación». El recado que para ti me dé la -flor de la maravilla, entrará en tus oídos mañana a estas horas.</p> - -<p>Retirose Gil consolado con estas ofertas y planes, y se fue a su -alojamiento en la sobrestantía,<span class="pagenum" id="Page_180">p. -180</span> donde le esperaba la cena, y después la entretenida tertulia -que allí solían tener el capataz, la pareja de Guardia civil y otros -amigos. Apenas llegó al ruedo, le cogió Regino por un brazo llevándole -aparte, y fuera de la puerta se sentaron para charlar de cosas que -no interesaban a los demás. Era el joven guardia muy comunicativo, -afable en el trato, como hijo de muy decente familia empobrecida. No -carecía de instrucción elemental; distinguíase por su exactitud en el -servicio, y por su proceder noble y generoso en la vida privada, por -sus movimientos efusivos con derivaciones románticas. A poco de tratar -a Gil, que en Numancia era <i>Florencio Cipión</i>, le dio paso franco -a su simpatía, después a su amistad, pronto a su confianza. Contábale -a menudo episodios interesantes de su vida, en la que fueron pocas las -venturas, muchos y grandes los sacrificios. De sus amores desgraciados -hizo relato que parecía novela. La última novia que tuvo le amargó la -vida con horrible desengaño... Y él paseaba su tristeza por los caminos -que la pareja había de vigilar, y consolábase con la idea de sorprender -criminales en quienes descargar sus destemplados humores.</p> - -<p>Pero de improviso surgió en el alma del buen Regino una ilusión -potente, que le anunciaba nuevas alegrías y consoladoras esperanzas. -Con impaciencia pueril anhelaba comunicar al amigo el sentimiento que, -apenas nacido, no le cabía ya en el corazón; y de esto vino el cogerle -y llevarle aparte para decirle:</p> - -<p>—Deseaba verte para referirte lo que me pasa. Hoy ha sido para mí -día grande, día de esperanza<span class="pagenum" id="Page_181">p. -181</span> y de creer en Dios y en la Virgen. He visto hoy una mujer -que me ha vuelto loco. Apenas la vi, la tuve por la mujer única, por -la que ha de colmarme la vida. Engañado viví con otros amores, y ahora -me alegro de que pasaran, y del martirio que me dieran me río, como se -ríe uno de los castigos que le aplicaron en la escuela por no saber la -lección.</p> - -<p>Viéndole venir, Gil turbado y suspenso le interrogó con dos -palabras, y el guardia se clareó al instante con estas candorosas -explicaciones:</p> - -<p>—La vi esta tarde visitando las ruinas con su familia y el -Secretario del Gobierno de Soria, y solo de verla quedé perdidamente -enamorado de ella, como si de antes enamorado estuviese por haberla -visto en sueños. Luego he sabido que se llama Pascuala, que es maestra -con título, y sobrina de aquellos señores adustos que la acompañaban... -No hablé con ella, ni el respeto me lo habría permitido... Solo -mediaron entre ella y yo estas palabras: «Sí... no... gracias... deme -usted la mano... No tenga miedo... gracias... Para servir a usted... -gracias...» ¡Qué metal de voz!... Se me metía en el alma como una -música de serafines... ¡y qué ojos, Florencio; qué mirar semejante al -mirar de las estrellas, cuando las estrellas le cogen a uno pensativo y -con murrias!... Supongo que entenderás esto, pues eres hombre agudo... -Y, por último, mañana mismo le escribiré a Soria pidiéndole relaciones; -y si me atiende, como espero, y nos tratamos, y del trato quedamos de -acuerdo... bien avenidos el uno con el otro, aquí tienes a un hombre -dispuesto a casarse, y se casará como hay Dios.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_182">p. 182</span>No esperó Gil el -final del concepto para levantarse, y en pie junto al guardia, con voz -de convicción severa, le dijo:</p> - -<p>—No te casarás, Regino, porque esa mujer, esa Pascuala... y de su -verdadero nombre hablaremos luego... esa que llamas Pascuala tiene ya -dueño. Y para que desistas de tu pretensión, bastará que sepas que -es mi novia; debiera decir mi mujer, porque juramento de tal me ha -hecho, y palabra de esposa me ha dado, sin que yo tenga la menor duda -de su fe, y de la verdad con que me entregó su corazón en prenda de su -mano.</p> - -<p>Levantose también Regino, movido de sorpresa y del estímulo de su -dignidad, hombre por hombre... y Gil prosiguió con mayor brío de este -modo:</p> - -<p>—Es mía esa mujer. Por ella estoy aquí; por ella soy o parezco -esclavo, pegado a una herramienta vil. No está ya en mi poder por la -malquerencia de unos tíos tan infames como imbéciles. Pero eso no me -importa. Yo venceré con la ayuda de Dios... Y ahora te digo que si no -me reconoces el derecho de primacía y te obstinas en pedir relaciones -a mi mujer, se acabaron las amistades, y empieza desde este momento -la enemiga más fiera entre los dos. O te mato yo, para quedarme -solo frente a ella, o me matas tú a mí, para que sobre mi cadáver -la enamores y la rindas, que no la rendirás. Di pronto si avanzas o -retrocedes, si eres amigo o enemigo; y en caso de que te declares -rival, no despuntará el día de mañana sin que se decida cuál de los dos -quedará en este mundo.</p> - -<p>Vaciló Regino en la respuesta. Los sentimientos que en el campo de -su alma chocaron<span class="pagenum" id="Page_183">p. 183</span> en -brava pelea durante segundos, no pueden definirse. Quedó triunfante la -honradez generosa, la cual no tardó en recibir aliento de las virtudes -nativas que fortalecían su ser. Pasando su brazo sobre los hombros del -amigo, le dijo con sinceridad valiente:</p> - -<p>—Antes que enamorado soy hombre de bien, y aunque en mí no ves más -que un triste número de la Guardia civil, me tengo por caballero... Lo -que acabas de decirme me arranca la última ilusión, la última... ya -no más... Es mi destino sacrificarme: ayer por una madre, hoy por un -amigo... Veo la flor soñada; me acerco... y una voz me grita: ¡atrás! -¡Bonito papel hago en el mundo!... cuadrarme para que pase otro. Bien, -Florencio: de lo dicho no hay nada. Que tu novia sea tu mujer... Que -seas feliz... El ser tú dichoso y yo desgraciado, no estorba, no, para -que seamos amigos.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch16"> - <h2 class="nobreak g0">XVI</h2> - <p class="subh2">Refiérense nuevas aventuras y desventuras - del caballero peregrino.</p> -</div> - -<p>Estrecháronse con fuerte apretón las manos el guardia y Gil, con -lo que el primero dio fe de su hidalguía y el segundo de su gratitud, -correspondiéndose ambos en nobleza y caballerosidad. Bueno será decir -que si Regino concedió fácilmente su amistad a <i>Florencio Cipión</i> -a poco de tratarse, no tuvo poca parte en ello la idea de que bajo -las apariencias del rústico<span class="pagenum" id="Page_184">p. -184</span> se escondía un caballero, el cual, por reveses de fortuna o -por otras causas impenetrables, disfrazaba su verdadera condición. Algo -de esto debió indicarle Cíbico, y él no dejó de advertir la disparidad -entre el humilde oficio del hombre y su habla, rostro y actitudes. -Y dicho esto, conviene añadir que también Gil notaba en Regino -disparidad análoga. Dentro del joven guardia civil alentaba un ser de -calidad superior. Así lo revelaban sus expresiones y pensamientos, -nunca villanos, casi siempre nobles; sus ojos azules, que dejaban -transparentar una segunda mirada, en acecho de ocasión para ser primera -y recobrar su prístino estado. Esto lo veía Gil, o se lo figuraba en el -intenso erotismo de su imaginación.</p> - -<p>Terminaron, como se ha dicho, la disputa de rivalidad amorosa, -y procediendo los dos discretamente, hablaron de otro asunto y se -agregaron al ruedo familiar de los amigos... Disuelta la tertulia -y retirados los guardias, <i>Florencio Cipión</i> se acostó -firmemente persuadido de haber encontrado en Regino un nuevo caso de -encantamiento. «No tengo duda —decía—, encantado está; solo que aún se -halla en el primer tiempo de la transformación mágica, y no se ha dado -cuenta de que fue persona criada en esfera más alta, traída sabe Dios -cuándo a la presente llaneza por delitos o graves ofensas a la Madre... -¡Pobre Regino! O no entiendo yo de encantos, o compañeros somos de -esclavitud y expiación. La común desgracia nos hace hermanos... -Adelante.»</p> - -<p>Clavada esta idea en la mente del caballero, hizo propósito de -estrechar su amistad con Regino<span class="pagenum" id="Page_185">p. -185</span> hasta llegar a la compenetración de alma con alma; pero -de tales pensamientos le distrajo, en la tarde del siguiente día, la -llegada de Bartolo con premioso mensaje de Cintia-Pascuala. Fue así:</p> - -<p>—A Soria fui con seda verde, y vuelvo con seda colorada. Me ha dicho -tu novia que vayas allá inmediatamente. Ya tiene pensado dónde y cómo -podréis hablaros, y decidir todo lo que toca a vuestras incumbencias -para el hoy y para el mañana... Conque despídete, cobra, y esta noche -vamos andando los dos... Se me olvidaba lo principal, y es que a -Pascuala le han dado ya los señores Gaitines la escuela de párvulos que -le ofrecieron. El lugar es Calatañazor, encaramado en un cerro, entre -centinelas de picachos que asustan, y muros deshechos de un viejísimo -alcázar o ciudadela.</p> - -<p>Tomó resuello Bartolito para seguir informando:</p> - -<p>—El pueblo es horrible, pobre; pero Pascualita se conforma esperando -mejorar de localidad. Los tíos se quedan en Soria muy contentos de -que la niña cobre del procomún unas miajas de sueldo, que suponen -cocido flaco y sopas... En Calatañazor vive un Borjabad que trafica -en cordelería... Viven también Gaitines, que esta casta maldita por -todo el contorno extiende sus rejos y garfios... Que yo conozca, hay -allí una Quiteria Gaitín, que es la más rica del pueblo. Tiene muchas -cabras, cuatro cerdos, y un hijo que es secretario del Ayuntamiento. -Te lo cuento para que sepas que te saldrán enemigos en aquellas peñas -y ruinas de fortalezas, donde lo menos temible es el sin fin de -escorpiones y sabandijas que<span class="pagenum" id="Page_186">p. -186</span> moran en ellas. Lo primero es que hables con tu novia, la -cual, combinando su agudeza con tu talento, discurrirá contigo lo que -debéis hacer para salir de penas... Otra cosa se me olvidaba, que es -muy importante: el bobalicón de don Saturio ha encontrado la horma de -su necedad: un francés que ha caído en Soria con la <i>fantesía</i> de -buscar tesoros ocultos. Para mí que es un farsante; pero él se intitula -<i>ingeniero</i>, y ha vuelto al tío de tu novia más loco y más bobo -de lo que estaba... Dice el francés que habrá capitales... Dice don -Saturio que él, como buen zahorí, responde del <i>mar de plata</i>... -Total: que mañana salen para la sierra del <i>Almuerzo</i>, donde harán -calas y cataduras. Dígote esto, para que veas que tu peor enemigo se -te aleja, o se va volando como las brujas, montado en la escoba de su -mentecatez.</p> - -<p>Con lo dicho y algunos detalles añadidos por Cíbico, quedó Gil bien -informado, y prontamente se dispuso a levantar el campo... Al anochecer -partió con Bartolito; en breve jornada llegaron a Soria y alojáronse -en un posadón próximo a la iglesia colegial de San Pedro, no lejos -del puente sobre el Duero. Eligió Bartolo este sitio por cercano a -la vivienda de Pascuala, junto al Carmen. Lo primero que el buhonero -recomendó a su protegido fue que permaneciera en la posada fingiéndose -enfermo, pues el no dar a conocer su persona en las calles era un ardid -estratégico de indudable conveniencia. Cíbico, trotando por la ciudad -en el metisaca de su negocio, se encargaba de prepararle la entrevista -con la guapa moza, la cual pudo efectuarse a la noche siguiente -en<span class="pagenum" id="Page_187">p. 187</span> un callejón -anguloso y casi desierto, al costado del Carmen.</p> - -<p>En la alegría de verse y estrecharse con efusión las manos, se les -fue a los novios buena parte del tiempo marcado para la duración de -la entrevista. Por primera vez desde las placenteras noches de Ágreda -se veían juntos, en soledad amorosa, protegidos del silencio amigo -y de la discreta luz que de la luna encapuchada venía. Repitieron -la canción de sus puros afectos, y el madrigal de su inquebrantable -constancia y desprecio de contrariedades del mundo, y en el poco tiempo -que les quedó de estos apasionados dimes y diretes, reforzados con la -doble cadena de sus brazos, que más sabían apretarse que distenderse, -trataron de las resoluciones prácticas que habían de tomar.</p> - -<p>Dijo Cintia que al día siguiente tempranito saldría para -Calatañazor, a posesionarse de su escuela y comenzar su trabajo. Irían -con ella su tío, en segundo grado, Aniceto Borjabad; la esposa de -este, llamada Sabina, y un chico de Quiteria Gaitín que era secretario -del Ayuntamiento. Desechara Gil sin vacilación alguna la idea de -acompañarla en aquel viaje. Sería muy peligroso que las personas que -habían de ir con ella conociesen a su novio. Este se quedaría en Soria, -para salir dos días después con Cíbico, que en cuerpo y alma estaba con -ellos, y de cabeza les amparaba y servía.</p> - -<p>Oyó Gil con frialdad este plan que desbarataba el suyo, más -expeditivo y de solución inmediata; pero hubo de ceder a las discretas -razones de Cintia, que en aquel caso era la prudencia de la mujer -atenuando la temeridad del<span class="pagenum" id="Page_188">p. -188</span> hombre. Con tristeza se resignó este, y ofreció no aportar -por Calatañazor hasta que le llevase en su ambulancia comercial -el pacotillero, como llevaba su ardilla y los carretes de hilo y -algodón. Sentía sobre sí el peso de la esclavitud que su encantamiento -le imponía, y toda línea de conducta que él se trazara con libre -voluntad, quedaba desvanecida por el férreo trazo de la misteriosa mano -invisible.</p> - -<p>Salió Cintia para Calatañazor con la guardia de enfadosos parientes -o amigos; salieron con tres días de diferencia Bartolo y Gil, este -en guisa de ayudante o escudero: llevaban una burra cansina y añosa -cargada con la ropa de ambos, y los paquetes de género para una -expedición que había de extenderse hasta Roa y Peñafiel. Compró Cíbico -la pollina en Soria, donde algunos dineros tenía, aumentados con doce -duros que le dio un inglés por el cuchillo neolítico, y que seguramente -figuraría en un museo de Londres. Iba el jefe del convoy muy gozoso, -alegrando al paso el país y la gente que encontraba; a Gil agobiaban de -tal modo el peso de su tristeza y el embarazo de su esclavitud, que en -largas horas de camino apenas pudo Bartolo sacarle del cuerpo escasas -y frías palabras. Escala hicieron en Golmayo, con algunas ventas; -escala provechosa en Carbonera; pasaron después a Villaciervos, donde -les fue bien, y mejor en Villaciervitos; llegáronse luego a Mallona, -donde tuvieron una larga estadía, por habérseles enfermado la burra (de -catarro intestinal, según diagnóstico de Cíbico, que se vio precisado -a oficiar de veterinario y clistelero), y al fin, a los veinte -días<span class="pagenum" id="Page_189">p. 189</span> de partir de -Soria, despacito y con descanso, más por la burra que por las personas, -avistaron la histórica villa de Calatañazor, empingorotada en un cerro, -guarnecida de torres y de imponentes y ceñudos peñascos.</p> - -<p>La impresión de Gil al trepar, casi gateando, por la pendiente -que conduce al pueblo, fue horrorosa. ¿Vivía gente allí, habiendo en -el mundo tantos y tantos lugares menos desapacibles? Traspasaron la -muralla por una caduca puerta entre carcomidos torreones, y dentro -seguían los desniveles espantables, calles en cuesta, calles con -escalones, casas montadas sobre casas, arroyos lindando con tejados, -una iglesia de aparato monumental, en las puertas gente asustada de -ver forasteros, aunque de muchos eran conocidos Bartolo y su ardilla. -Torciendo a la derecha, llegaron los caminantes al rincón menos áspero -de la ciudad, una solana o miradero que dominaba un abismo, en cuyo -fondo plateaba el río Milanos.</p> - -<p>—Aquí tenemos nuestro albergue —dijo Cíbico a su escudero, parando -la borrica en un portalón desvencijado—. Aquella casa que allí ves -pintada de ocre, es la escuela. Aguárdate un momento aquí. Yo me acerco -<i>al templo de Minerva, vulgo</i> Instrucción Primaria; meto el -hocico, y si veo que está Pascuala sola con sus parvulitos, te miro, -llevándome la mano a la gorra como si te hiciera saludo militar. Vas -tú, la ves, hablas un poco, y yo te espero en el parador.</p> - -<p>Así se hizo, y antes de llegar Gil al vetusto caserón recién pintado -de amarillo, oyó el vocerío y cantorrio de los chicos y chicas, que -se<span class="pagenum" id="Page_190">p. 190</span> le metió en el -alma cual una música venida del mismo cielo. Segundos después entraba -en la escuela; Pascuala se demudó al verle. Suspendió la lección para -saludar a su novio con un gracioso festejo de su cara y de todo su -espíritu. La alegría súbita tuvo a los dos perplejos un instante, sin -saber qué decirse... De las expresiones de sorpresa y contento pasaron -pronto al diálogo tirado, que fue rapidísimo, nervioso, en violento -zig-zag, por la precisión de decir mucho en tiempo corto. Se reproduce -y extracta lo dicho por Cintia:</p> - -<p>—¿Has visto pueblo más horrible?... Me han traído a una cárcel... -Soy prisionera y mártir, Gil; me rodean y acorralan personas que el -primer día me fueron antipáticas y hoy me son odiosas... ¡Ay, si -tuviera tiempo de contarte...! Mi único consuelo está en las pobres -criaturas que aquí ves... Las quiero, y ellas me quieren a mí... -creo yo que tanto como quieren a sus madres... tal vez más... Aquí, -practicando el magisterio... he descubierto que sirvo para educar niños -y encender en ellos las primeras luces del conocimiento... ¡Ay, Gil -de mi vida! te juro que ahora mismo huiría de Calatañazor si pudiera -llevarme a mis nenes.</p> - -<p>Replicó Gil que en otros pueblos menos desagradables había también -niños que instruir, y que él la llevaría sin tardanza a donde pudiera -conciliar su amor al magisterio con los demás afectos que embellecen la -vida...</p> - -<p>—Ven, disponte, vámonos, déjate robar.</p> - -<p>Oyó esto Cintia con estupor, admitiendo y rechazando la idea. No -tardó en aparecer el miedo en su expresivo rostro. Miraba con terror a -las dos<span class="pagenum" id="Page_191">p. 191</span> puertas de -la sala escolar: la una daba a la calle, la otra a un patio... Temía -la maestra que entraran importunos testigos a meter sus narices en la -visita. Luego, turbada y temblorosa, dijo:</p> - -<p>—Que venga Bartolo y hablaré con él... Pero tú no vengas, tú no... -Conviene que nadie te conozca en el pueblo... ¡Ay qué vida, Gil de mi -alma!... Mírame. ¿Verdad que en las tres semanas de este martirio, -encanto, esclavitud, o lo que sea, ha enflaquecido tu pobre Cintia? Me -quedaré en los huesos si no me llevan a otros aires, a ver otras caras -y a oír otras voces... ¡Ay mis chiquillos! Sería yo feliz si pudiera -llevármelos. ¿Por qué es tan linda y tan amorosa la infancia donde -los mayores son fieras?... ¡Oh, siento pasos!... Alguien viene por el -patio. Vete, Gil, vete... ¡Por Dios...! Hablaré con Bartolo, y por él -sabrás... Pronto, Gil... Sigo mi lección. A ver, niños: tú, Pepe; tú, -Nazario, Nicolás... Decidme, niñas... A ver: tú, Felisa, Zoila, Inés, -vamos atrás... <i>Be, a, ene: ban</i>...</p> - -<p>Salió el caballero, obediente al mandato de su dama, y en el mesón -aguardó ansioso a que Cíbico volviese de su correría por el pueblo y le -llevase noticias más concretas de Cintia y de su indudable sufrimiento. -Bien seguro estaba de que Bartolo no volvería sin tener un careo con -ella, y otro con las personas que la mortificaban... Cerca ya de -anochecido llegó el buhonero, y con su ágil locuacidad dio cuenta de lo -que ocurría. La tal Sabina, mujer de Aniceto Borjabad, era una bestial -lugareña, crasa y soez; el marido no le iba en zaga, distinguiéndose -de ella en la virilidad de su barbarie.<span class="pagenum" -id="Page_192">p. 192</span> Movíales el egoísmo, el temor de que -Pascualita (a quien todos en aquel pueblo llamaban <i>Pascua</i>) se -desviase por caminos distintos de los que había trazado el buscador de -minas don Saturio. En ella veían una joya de gran precio que la familia -debía conservar a todo trance.</p> - -<p>Si molesta era la presión y vigilancia que el matrimonio ejercía -sobre la infeliz doncella, el mayor suplicio de esta provenía del -secretarillo del Ayuntamiento, Galo Zurdo y Gaitín, el más apestoso -ganso de la localidad y de todo el territorio. Protegido por la familia -de su madre, no ponía freno a sus apetitos, ni reparaba en medios -para llegar a su fin. A ratos empalagoso, a ratos insolente, a Pascua -requería por lo fino, ofreciéndole inmediato matrimonio, o por lo -basto, solicitando con amenazas un amor irregular. No tenía fin el -relato y pintura que hizo Bartolo de la salvaje presunción y cursilería -del tal Galo Zurdo. Vibrante de indignación, Gil se puso en pie, y -echando mano al cinto donde tenía la navaja, gritó:</p> - -<p>—Dime, dime pronto dónde está esa bestia para matarla ahora -mismo.</p> - -<p>Cíbico logró calmar a su amigo con prudentes razones, y siguió -exponiendo la situación y su posible remedio.</p> - -<p>—Aunque el entusiasmo de su oficio —dijo— tiene a la pobre maestra -como embargada por el cariño a las criaturas, ello es que ha de -decidirse pronto entre el suplicio y la libertad... Libertad ha dicho -al fin, después de amargas dudas, y libertad hemos de darle esta misma -noche. Las últimas palabras que oí de su boca linda fueron estas, Gil: -«Huiré con vosotros,<span class="pagenum" id="Page_193">p. 193</span> -si Dios quiere que yo logre escabullirme de la casa de estos tiranos -sin que me estorben la salida. La mayor dificultad será que pueda -sacar mi ropa... Mas aunque tenga que escapar con lo puesto, escaparé, -llevando con vosotros toda mi alegría y una sola tristeza: el abandono -de mis queridos niños.» Esto me dijo; y ahora, Gil, arrimemos a la obra -todo tu ingenio y el mío, y mi travesura que vale por todo el talento -de los siete sabios de Grecia.</p> - -<p>Viendo a su amigo dispuesto a las resoluciones más audaces, lo -primero que discurrió Bartolito fue llevarle a donde pudiera por sus -propios ojos conocer y medir el campo de operaciones. Salieron, pues, -solos, a las nueve dadas, como que iban a tomar el aire y encender -un pitillo después de cenar, y Gil pudo inspeccionar la escena de su -aún inédito drama. En aquella extremidad de la villa, las murallas -estaban rotas; solo permanecía entero un torreón, en el cual, bajo un -arco tapiado, abríase un portillo. En el tímpano del arco campeaba una -imagen con faroles sin luz: no se distinguían la calidad y sexo de la -religiosa figura. No lejos del portillo, por dentro, estaba la escuela, -y a pocos pasos de esta, con un callejón intermedio, la casa de Aniceto -Borjabad, donde <i>Pascua</i> moraba. Era vivienda humilde, prolongada -en el dicho callejón y en otro de travesía por una tapia de corral o -patio. Puerta vieron en la fachada, portalón en la tapia, como para el -entrar y salir de animales de labranza.</p> - -<p>Fuera del portillo se iniciaba un caminejo tortuoso, con abruptas -peñas de una parte, de<span class="pagenum" id="Page_194">p. -194</span> otra con vertiente también riscosa, camino que en largo -trecho conservaba la rasante horizontal en sus ondulaciones. Estas eran -bruscas, determinando anchuras seguidas de irregulares estrecheces. -Recorrieron los dos hombres como unos doscientos pasos por esta vía -torcida y llana, hasta llegar a un humilladero, ya de baja en la -devoción popular. Desde allí partían veredas cuesta abajo, entre rocas -y zarzas, difícil camino para recorrido de noche, pero muy apropiado -para una fuga o desaparición en los profundos abismos. Explorado el -terreno, trataron los amigos del plan de escapatoria. Despediríanse -del parador a las diez de la noche, saliendo del pueblo con su burra -y ardilla por donde habían entrado, y en un soto con arboleda, muy -conocido de Cíbico, establecerían su base de operaciones. En el soto -quedaría Bartolo con la burra, y Gil subiría por las veredas que antes -le indicó desde arriba, situándose en la parte interior del portillo -para esperar a Cintia, que después de las doce se escurriría lindamente -fuera de su casa, llevándose toda la ropa que pudiera contener en un -hatillo de fácil transporte.</p> - -<p>Salieron, según se ha dicho, y aparentando las formas corrientes del -trajineo mercantil, bajaron al llano y se corrieron hacia el soto.</p> - -<p>—Aquí me quedo yo —dijo Cíbico atando a un árbol la pollina—. Y -ahora, pues tenemos luna nueva de cinco días, medio creciente, podrás -enterarte bien del terreno... Aquí hay un puentecillo: pasémoslo... -Desde esta cabecera parten las veredas que suben hasta el caminejo -llano que arranca del portillo. La subida<span class="pagenum" -id="Page_195">p. 195</span> es agria: estúdiala, cuesta arriba, para -que la bajada te sea fácil. Te sitúas en el portillo por la parte de -dentro, que estará en sombra. Si Pascuala no puede salir, nuestro -gozo en un pozo. Al amanecer te retiras... Si la moza halla medio -de escabullirse callandito, te la traes acá... Con un silbo puedes -anunciarte, y yo te contestaré imitando un ladrido de perro quejumbrón. -Ya me lo has oído, y no confundirás mi ladrido artificial con el de -los perros naturales... Y ya no más, que el tiempo apremia. Súbete -corriendo, y la Virgen nos ayude y Dios haga la vista gorda... Si bajas -con tu novia, montará ella en la burra, y ¡hala, hala! antes que sea de -día llegaremos a Torreblascos; de allí, en buenas caballerías partiréis -a la estación de El Burgo, y bien disfrazados y con nombre supuesto -tomaréis billete para Valladolid... Dinero tengo para todo... Y basta -ya de matemáticas... Yo, general en jefe, te mando que subas <i>como un -solo hombre</i> a ocupar tu puesto.</p> - -<p>En menos de media hora, subiendo aquí, gateando allá, pudo llegar -el encantado Gil-Tarsis a la vera del portillo. Reconoció el sitio -por fuera y por dentro, y viéndolo en discreta soledad, se ocultó en -la parte de sombra, como un centinela se mete en su garita. Hallábase -el hombre en un desconcierto nervioso tan agudo, que sus sentidos -no apreciaban fielmente las cosas reales. Si sus ojos le daban la -sensación de soledad, sus oídos no transmitían al cerebro impresión -de silencio; oía rumores que no se avenían con la total ausencia -de personas, animales y bultos movibles.<span class="pagenum" -id="Page_196">p. 196</span> Por un momento creyó el caballero que se -le habían metido en las orejas moscardones infernales, que le fingían -estruendos y voceríos atronadores. Primero sintió ruido de cataratas; -después... del interior del pueblo venía un rumor completamente absurdo -en hora tan avanzada de la noche. De la breve visita que en pleno día -hizo a Pascuala, sacó pegado al tímpano el cantorrio de las criaturas -deletreando en la escuela: <i>be, a, ene: ban</i>... Y en aquella hora -crítica de la noche, el encantado cerebro repetía con estruendo de mil -voces de chiquillo el <i>be, a, ene: ban</i>... Variaba de pronto así: -<i>che, i, ene: chin</i>.</p> - -<p>«¿Será posible —pensó Gil— que a estas horas esté Cintia dando -lección a los chicos? No, no puede ser... Es engaño de mis oídos... -pero ¡qué terrible engaño!»</p> - -<p>En esta confusión, un nuevo extravío, quizás realidad anormal, le -impresionó por el sentido de la vista. De la parte afuera del portillo -venía un resplandor de luz verdosa que a cada segundo se hacía más -lívida. Salió Gil a cerciorarse de tan extraño fenómeno, y vio que por -encima de un alto monte, no situado al Naciente, salía la inverosímil -aurora verde... La luna derivaba hacia Poniente, blanca y pensativa. -La claridad lívida iluminaba todo el camino curvo y las pendientes que -bajaban hacia el río. Diríase que celestes bengalas encendidas por -ángeles, ya que no por demonios, imitaban o fingían un día que burlaba -las exactitudes cosmográficas.</p> - -<p>«No es el día —pensó Gil—; es una noche en que se insubordinan -con loco humorismo los elementos... Esto es un carnaval de la -Naturaleza,<span class="pagenum" id="Page_197">p. 197</span> una -burla que hacen de mí y de Cintia los encantadores perversos, enemigos -de mi Madre... Madre, devuélveme mis tinieblas, apaga esas luces que -adulteran mi noche.»</p> - -<p>Fuera de sí, trató de volver al pueblo... La luz iba cambiando hacia -un rosa tenue... Intenso rosa era ya, cuando Gil vio aparecer a Cintia -franqueando el portillo con paso inseguro y actitud medrosa. Hacia ella -corrió, vacilante entre la alegría y un dudar angustioso. ¿Era Cintia -en cuerpo y alma, o falaz apariencia, obra de los genios malignos que -habían trocado la noche oscura en día rosado? Tocó los brazos, el -hombro y la cabeza de la hermosa mujer, diciéndole:</p> - -<p>—Cintia de mi vida, creí que no eras tú, sino tu imagen... ¿Estás -segura de ser tú?</p> - -<p>—Yo soy —dijo Pascuala temblando—. No sé cómo he podido salir... Mi -tía Sabina no quería dormirse, como si sospechara mi fuga... He podido -sacar parte de mi ropa, que traigo en este envoltorio... Y aquí me -tienes, Gil... quiero y no puedo. Cada paso que doy hacia ti me cuesta -un esfuerzo enorme... Estoy paralizada... Estoy alucinada. Dime: ¿qué -claridad es esta, y de dónde viene? Veo los montes, el sendero; véote a -ti en una espléndida iluminación rosada...</p> - -<p>—No sé quién ha encendido esta luz —dijo el caballero, poseído de -estupor y ansiedad—. Explícame otro fenómeno que me confunde y anonada. -¿De noche das lección a tus chiquillos? He oído las voces tiernas -deletreando.</p> - -<p>—No doy lección de noche. Es absurdo... —repitió Cintia, cuya -voz y actitudes eran como las de una sonámbula—. Y también yo... no -sé<span class="pagenum" id="Page_198">p. 198</span> lo que me pasa... -yo también oigo el sonsonete de mis amadas criaturas... ¿Qué es esto? -Parece que salen en tropel de la escuela... Vienen tras de mí.</p> - -<p>—Ven... huyamos... salvémonos de esta fascinación horrible... -hechicería que no entiendo.</p> - -<p>Tiró del brazo de Cintia, y esta clamó acongojada:</p> - -<p>—Me haces daño. No puedo andar.</p> - -<p>Oíase la cantinela infantil más cercana, como traída por un -ventarrón que venía del pueblo. Y de súbito aparecieron, corriendo y -brincando, niñas y niños... La primera tanda era de diez o doce... -siguieron como unos veinte... luego fueron cientos, que a los ojos -aterrados de Gil eran miles. Unos traspasaban el portillo, otros -saltaban entre los huecos del muro despedazado. El enjambre no tenía -fin; el griterío era como un inmenso piar de pájaros o zumbar de -insectos. La turba rodeó a Cintia; innumerables manecitas se agarraron -a la falda de la maestra, y mientras unos repetían el <i>che, i, ene: -chin</i>, otros chillaban: «<i>Pascua</i>, nuestra <i>Miga</i>, no te -vas... <i>Pascua</i>, no dejar tus nenes... <i>Miga</i>, ven con niños -tuyos.»</p> - -<p>Centuplicó Gil su voluntad, y echando los brazos al talle de Cintia, -trató de vencer las ligaduras, que, por ser tantas, vigorosamente la -sujetaban. Algunas criaturas, encaramándose sobre otras, subían hasta -el cuello de la maestra, y la oprimían con sus brazos y apretaban -sus caritas contra el rostro de ella. El colosal esfuerzo de Gil fue -tan vano, como si arrancar quisiera un sillar empotrado en fuerte -muro... Ahogada por los abrazos, inmovilizada<span class="pagenum" -id="Page_199">p. 199</span> por los tirones, Cintia solo pudo decir:</p> - -<p>—No me dejan... Vete, Gil... Ya ves, no puedo... Esclava soy de esta -menudencia...</p> - -<p>Sintiose el caballero paralizado... Quiso hablar: no pudo. Vio a -Cintia desaparecer bajo el arco del portillo conducida por la infantil -turba, cuyos chillidos triunfales se apagaban en el interior del -pueblo.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch17"> - <h2 class="nobreak g0">XVII</h2> - <p class="subh2">De las extraordinarias visiones, y del feliz - encuentro que tuvo el caballero en su retirada de Calatañazor.</p> -</div> - -<p>Cegado por la luz, que aumentaba en viveza, y sacudido por intensa -vibración de toda su máquina muscular, cayó al suelo el pobre Gil, y -sin conocimiento estuvo largo rato. Al recobrarse, advirtió mermada -la luz absurda que hizo de la noche día. Levantose con lento mover de -sus remos, como una bestia enferma; quiso dirigirse al pueblo; pero -sus pasos torpes recaían sin ruido en el mismo sitio. Llegó a creer -que el suelo se movía en dirección contraria... Fuerza irresistible -le llevó hacia el humilladero, y a precipitarse desde allí veredas -abajo... Huyó descendiendo, perseguido a su parecer por un gigante de -estatura más que desaforada, que se despeñaba voceando, como inmenso -témpano desgajado del monte y convertido en grotesca figura humana... A -mitad<span class="pagenum" id="Page_200">p. 200</span> de la cuesta, -cuando ya se creía Gil a punto de ser aplastado, el gigante se rompió -en pedazos mil, con chasquido de roca volada por el barreno. Respiró -el infeliz hombre; sus pobres huesos requirieron el descanso, y por -largo espacio indeterminable permaneció sin movimiento, al amparo de un -enmarañado matorral. Cuando intentó seguir descendiendo hacia el soto, -se había extinguido la luz rosada, y por Oriente, con dulce claridad, -despegaba sus pestañas el nuevo día.</p> - -<p>Recordando las órdenes de Cíbico, anunció Gil con un silbo su -regreso, y fue contestado por ladridos de perros que de una parte y -otra lanzaban clamores estridentes. Entre tal algarabía perruna, no -distinguió el ladrido artificial de su amigo. Llegado al punto en que -había quedado Bartolo con su burra, no vio al animal ni al hombre. -Recorrió el contorno. Todo era soledad, un cristal opaco rasgado por -lúgubres ladridos. ¿Qué había sido del servicial <i>paniquesero</i>, -cuyas raras prendas coronaba la preciosa virtud de la puntualidad? -Caminó a la ventura, indagando con ojos y oídos, y en el lindero del -soto con la tierra calva halló un cabrero viejo, peludo y de bizco -mirar, que le dijo:</p> - -<p>—¿Buscas a Bartolo? Échale un galgo. Se le escapó la ardilla, y -como alma que lleva el demonio ha corrido en busca de ella. Yo vi -al animal brincando por entre estos chaparros... Un perro iba tras -ella... y ella, pim, ganó aquel alcornoque... Subió Cíbico al árbol... -yo atajé al perro... La saltimbanquesa no se dejaba coger de su amo, -y despareció junto a las casas del <i>Crudo</i>... Allí... en aquel -ribazo... Creímos<span class="pagenum" id="Page_201">p. 201</span> que -los chicos del <i>Crudo</i> habían atrapado la ardilla... Corrió Cíbico -rabioso y llorón, como si fuera tras de su alma camino del infierno... -Los chiquillos volaron... No sé más. Por ahí va el hombre loco, ahora -clamando a la Virgen, ahora al demonio... En aquel cerro bajo, entre el -molino y la vuelta del Robledal, está la comedia... ¡Vaya una comedia! -El alma que se escabulle... el cuerpo que la sigue... ¡María Santísima, -las cosas que uno ve!... ¡Pobre Bartolo!... ¿Para qué hiciste de una -ardilla un alma?... Abur, paisano; yo me voy a lo mío.</p> - -<p>Siguió Gil la dirección que el pastor viejo le marcaba. A la hora -de un incierto vagar, vio en la cresta chata de un extenso cerro -la silueta de la desbocada burra, caballero en ella el gran Cíbico -blandiendo una espada, sable o garrote. Como iban a contra-luz, no se -distinguía bien el arma. El grupo ecuestre y disparado era todo negro. -Tras él corrían innúmeros perros ladrando... De un término lejano -venían risotadas de chiquillos. La burra no corría, volaba... En el -jinete advirtió Gil todo el aire y bizarría de las figuras épicas... No -pudiendo seguirle, buscó su descanso en un grupo de encinas que a mano -derecha veía, y al amparo del ramaje oscuro tumbó sus pobres huesos -molidos, y trató de restablecer en su espíritu la serenidad locamente -alterada por los anómalos sucesos de la noche anterior. A poco de estar -en aquel recuesto, viose rodeado de cabras, y tras ellas apareció el -pastor anciano, peludo y bizco, el cual, hallándole tan quebrantado, -le invitó a un frugal desayuno de pan y queso, que el caballero hubo -de<span class="pagenum" id="Page_202">p. 202</span> aceptar con -ansioso instinto de reparación orgánica.</p> - -<p>Bebieron agua fresca de una fuente próxima; platicaron de nuevo, y -Gil quiso completar su descanso requiriendo el sueño; el viejo cabrero, -que dijo llamarse Dimas Alonso, le incitó a que durmiera, asegurándole -que velaría su reposo, pues en aquellos contornos apacentaría su rebaño -hasta la tarde. Durmió el pobre caballero, despertando a la hora de -la siesta, y otra vez pegaron la hebra de la conversación, contándose -algo de sus vidas. Dimas había servido al Rey; estuvo en la guerra de -África; conservaba con devoción juvenil el recuerdo de los Castillejos, -de Montenegrón y Tetuán... Enfermó del cólera; sanó por especial amparo -de Nuestra Señora de los Ángeles, a quien desde su niñez tenía por -abogada y protectora. A su vez, Gil se declaró devoto de la <i>Madre -del Amor Hermoso</i>, que para él era lo más alto y divino que en el -campo religioso y en el cielo mismo existía, y en estas inocentes -expansiones se les fue la tarde. Al anochecer, Dimas encaminose con -sus cabras a Calatañazor, donde con ellas residía; Gil le acompañó -hasta el soto, y mientras pastor y rebaño remontaban la fragosa cuesta -en dirección al portillo, el encantado quedó con las miras y las -intenciones nuevamente fijas en el fatídico pueblo.</p> - -<p>¿Subiría protegido de la noche a violentar solo la casa de Cintia y -arrebatar a esta de grado o por fuerza? ¿Esperaría nuevos avisos de la -dama? ¿Pero qué avisos ni qué carneros si faltaba el mediador Cíbico, -perdido en la<span class="pagenum" id="Page_203">p. 203</span> captura -de la vagarosa ardilla, ávida de libertad? En estas mortales dudas -estaba el hombre, cuando advirtió que en el picacho más alto de los que -dominaban la villa se iniciaba una rosada aurora. Por momentos crecía -en intensidad la fantástica luz; por momentos se sentía el caballero -invadido del estupor terrorífico de la noche de marras... El rosado -fulgor se manifestó en algo que parecía nube confundiéndose con la cima -del monte, y la nube refulgente tomaba forma, y en esta se marcaron -las facciones, el rostro de la Madre. Era ella, sin duda; Gil pudo -apreciar la expresión dulce y grave, la mirada profunda, la sonrisa -bondadosa...</p> - -<p>El gozo del caballero rayaba en delirio cuando vio la figura -completa, de estatura no inferior a la del monte mismo, cual si este, -conservando su talla ingente, se personificara por arte mitológico -en la más gallarda y majestuosa mujer que vieron los siglos. La -Madre descendía, y sus pasos eran de tal magnitud, que los llamados -de gigantes serían junto a ellos pasos de liliputienses. Retrocedió -Gil aterrado, pensando que si la Señora ponía sobre él uno de sus -pies, aplastado había de quedar como una hormiga... Pero huyendo -hacia atrás advirtió el caballero que la grande y terrible imagen iba -perdiendo su colosal tamaño a medida que avanzaba. El traje luengo -y flotante ondulaba movido del viento; la figura venía un tanto -encorvada, apoyándose en un palo que aventajaba en tamaño a los más -robustos pinos... Menguaba poco a poco... y no solo menguaba, sino que -acercándose al caballero le<span class="pagenum" id="Page_204">p. -204</span> decía con afable acento:</p> - -<p>—No te asustes, hijo; voy hacia ti. No huyas. Como sé crecer, -sé achicarme cuando quiero ponerme al habla con los pequeños y -humildes...</p> - -<p>Parose Gil en firme, y atento a la inmensa persona la vio decrecer -más hasta llegar, ¡cosa inaudita, jamás consignada en las humanas -efemérides! hasta llegar, digo, a una talla y proporción iguales a la -del espantado caballero.</p> - -<p>—Madre querida —le dijo este, de hinojos ante ella y besándole la -mano—, al fin das a tu pobre hijo el consuelo de tu presencia. Déjame -que te adore; déjame que me humille ante ti...</p> - -<p>La Madre, con gesto majestuoso, ordenole que se levantara, y luego -le cogió el brazo, requiriendo apoyo con dulces palabras:</p> - -<p>—Ayúdame a vencer los altibajos de este camino pedregoso. Con el -sostén de tu brazo firme y la luz rosada que nos alumbra, llegaré a -donde quiero ir.</p> - -<p>Al servicio de la Madre puso Gil todo su filial cariño. Dando juntos -los primeros pasos, notó el caballero que la Señora mil veces augusta -presentaba en su faz hermosa y en su actitud señales de envejecimiento. -Palidez y algo de demacración eran bien claras en su rostro, y andaba -un poquito encorvada, asegurando el paso con la cautela que exigía -el peso de su cuerpo. Una pregunta del caballero, sugerida por la -ternura y un amor inocente, fue la primera cláusula de este coloquio -interesante, que el narrador copia de un códice guardado en la -biblioteca de la catedral de Osma.</p> - -<div class="drama"> - -<p><span class="pagenum" id="Page_205">p. 205</span><span class="sc">La -Madre.</span>—El abatimiento que has advertido en mí no es vejez. Yo -no envejezco. No es tampoco enfermedad. Yo no padezco más enfermedades -que los enojos y pesadumbres que me dan mis hijos. Me verás rozagante y -alegre cuando la muchedumbre de mis criaturas se muestra enmendada de -sus delirios y con inclinaciones al bien y a la paz. Me verás triste -y caduca cuando la grey que lleva mi nombre se desmanda y quiere -precipitarme por senderos abruptos.</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span>—No te pregunto la causa de tus -penas. Presumo que los encantados no tenemos derecho a conocer lo que -pasa del lado allá del muro que marca nuestro confinamiento.</p> - -<p><span class="sc">La Madre.</span>—Algo sabrás por ti mismo, sin -necesidad de que traiga yo a tu conocimiento la realidad del mundo -que dejaste por tus culpas, viniendo a esta ejemplaridad. Nada debo -decirte de lo de allá; algo, sí, de lo tuyo, pues en tu destierro miro -por ti, deseosa de tu regeneración. Anoche te vi en el grave empeño -del rapto de Cintia. Invisible salí a tu encuentro; mas superiores -leyes, que enfrenan mi voluntad, impidiéronme prestarte el socorro que -por impulso de mi corazón te hubiera dado. Yo puedo mucho contra mis -hombres; contra los niños de mis hombres, o sea de mis hijos, no puedo -nada. Así, cuando observé que tras de Cintia salían a detenerla y a -disputártela los inocentes párvulos de la escuela de Calatañazor, me -vi<span class="pagenum" id="Page_206">p. 206</span> paralizada como -tú, y nada pude hacer. En los tiempos que corremos, Gil, los niños -mandan. Son la generación que ha de venir; son mi salud futura; son -mi fuerza de mañana. Les he visto agarrados a su maestra y he tenido -que decirles: «Andad con ella, chiquillos... defendedla del ladrón.» -No sé si comprendes esto; no sé si tu inteligencia encantada penetrará -la oculta razón de mi proceder en el lance de anoche. Piensa en ello, -<i>Asur, Hijo del Victorioso</i>.</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Ya entiendo que he de ser vencedor -de mí mismo, y ahora me doy cuenta de que para poseer la persona de -Cintia, como poseo su alma, mi conducta debe ser otra. En vez de -arrebatarla, separándola de la crianza mental de los niños, procederé -más cuerdamente haciéndome yo también maestro y asociándome a su labor, -para que, en perfecto himeneo de voluntades, de corazón y de oficio, -vivamos juntos consagrados a la misma obra santa.</p> - -<p><span class="sc">La Madre.</span>—No vas descaminado. Dentro de tu -esclavitud tienes libertad de pensamiento y de inclinaciones. Tú verás -lo que haces. Yo he de favorecerte siempre que te vea en vías tortuosas -o rectas, que conduzcan a mis grandes fines. Esta noche, sabiendo que -te encontraría en mi camino, he querido que mi presencia dé algún -alivio a tus afanes. Enteramente humana me tienes a tu lado. No soy -esta noche la matrona excelsa que te llevaba en veloz andadura de cerro -en monte hasta las<span class="pagenum" id="Page_207">p. 207</span> -cumbres de Urbión; soy una pobre vieja que va pausadamente, asistida de -este bastoncillo, a visitar apartados rincones de sus reinos. Te llevo -conmigo, y verás que no pisaré fortalezas de magnates, ni palacios -de príncipes de la Milicia o de la Iglesia; que no me inclinaré ante -duques o marqueses, ni ante damas linajudas en quienes brillan por -igual ingenio y belleza. Voy a consolar con mi persona las almas de los -más humildes, de los vencidos y desesperanzados; a llevar a sus tristes -veladas una palabra refrigerante y una esperanza dulce.</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Si te admiré divina, viéndote humana -es más puro mi cariño, más honda mi reverencia. ¿Podré saber qué -comarca es esta y a dónde vamos?</p> - -<p><span class="sc">La Madre.</span> <span class="acot">(Parándose, -señala en redondo con su palo la extensa cavidad del valle, de una -parte los altos riscos, de otra los escalonados alcores de suaves -curvas.)</span>—Estamos, hijo mío, en el escenario de la batalla -formidable que los Reyes de León y de Navarra y el Conde de Castilla -dieron y ganaron al pobre Almanzor; al grande Almanzor debo decir, pues -le tengo por uno de los más ilustres guerreros y políticos que han -nacido en mis tierras. En esta parte de suelo que ahora pisamos le vi -caído en tierra, invocando con acento tristísimo a su Alá y quejándose -de que le desamparase en la ruda pelea... Era hombre de elevados -sentimientos y de altas miras... En la huida le llevaron a cuestas los -suyos con todo el cuidado y<span class="pagenum" id="Page_208">p. -208</span> miramientos que por su grandeza merecía. Con los restos -de su ejército tomó el caudillo la vuelta de Almazán; de allí fue a -Barahona, y de Barahona a Medinaceli, donde acabó sus días gloriosos... -Yo le lloré, como lloraba en igual caso a los mejores entre los míos... -Y pasados años novecientos desde aquella fecha... calcula tú, hijo mío, -lo que ha llovido desde 1002 acá... veo en mi raza confundidas las -grandezas árabes con las ibéricas, así en la guerra como en la política -y en las artes, y aspiro a mantener fraternidad con los que fueron mis -conquistadores y luego mis conquistados... Tú no comprenderás esto. -Tienes tu cerebro revestido de telarañas, obra lenta de los altercados -religiosos en siglos y siglos... Pues yo te digo ahora, para que te -pasmes y pasmándote vayas aprendiendo, que toda guerra que mis hijos -traben con gente mora, me parece guerra civil.</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Esa idea introduzco en mi cabeza, y -aquí quedará para siempre. Como idea tuya, no habrá mejor plumero para -limpiarme de telarañas... <span class="acot">(Advirtiendo que cae una -lluvia fina y glacial... como puntas de nieve.)</span>—Si te parece, -Madre, apresuremos el paso. La noche se presenta fría, y si hemos de -ir lejos, no estará de más que busquemos abrigo y hagamos alto en el -primer lugar que encontremos.</p> - -<p><span class="sc">La Madre.</span>—No temas, hijo. El lugar a donde -vamos está muy próximo. Tiremos ahora de esta parte. ¿Ves aquella -lucecita que<span class="pagenum" id="Page_209">p. 209</span> -parpadea cariñosa en un repliegue hondo entre dos cerros? Pues esa es -la estrella que nos guía al portal o Belén de nuestro descanso, el -cual es una aldeíta pobre y olvidada de los geógrafos, que se llama -<i>Boñices</i>, que a poco que se resbale la lengua la llamaríamos -<i>Boñigas</i>: tal es su insignificancia y humildad. En un cuarto de -hora espero que llegaremos, y en el tiempo que yo permanezca entre -los misérrimos hijos que allí tengo, Boñices será la capital de mis -estados.</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Adelante, Señora. Gracias a la luz -rosada, franquearemos sin tropezones este ingrato sendero.</p> - -<p><span class="sc">La Madre.</span>—La llovizna nos coge ahora -de cara... Yo no la temo. Tengo mi rostro bien curtido para estas -inclemencias que hacen a mis hijos duros, y tan insensibles al frío -como al calor. Tú también te has endurecido, según veo, y te has dejado -en los aires sutiles y en los ardores del sol tu antigua carita de -galancete afeminado.</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span>—En los días ásperos de la Aldehuela -empecé a soltar mi máscara de cera, y cambié los goznes quebradizos de -mi máquina corporal por otros de acero.</p> - -<p><span class="sc">La Madre.</span>—Al nombrar la Aldehuela traes a -mi memoria algo que tenía que decirte, y es cosa en verdad lamentable. -¿Sabes que ha muerto el pobre José Caminero?</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span> <span -class="acot">(Consternado.)</span>—¡Ay, qué desgracia!... Dios le -perdone a él y nos perdone a todos.</p> - -<p><span class="sc">La Madre.</span>—Herido de muerte cayó sobre el -arado, como el atleta que espira al dar de<span class="pagenum" -id="Page_210">p. 210</span> sí el postrer esfuerzo, agotada la reserva -vital. Luchó con la tierra; murió en la batalla, como un héroe que -no quiere sobrevivir a su vencimiento. Si estuviéramos en la edad -mitológica, Ceres y Triptolemo le llevarían a su lado en un lugar del -Olimpo. Ahora, ni rastro de su nombre quedará entre los vivos.</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span>—¡Pobre Caminero! Siento su muerte -tanto como me apena el mal que le hice.</p> - -<p><span class="sc">La Madre.</span>—A buenas horas mangas verdes... -Tu conciencia es de las que arguyen tarde, cuando el mal causado no -tiene remedio. A la pobre <i>Usebia</i> encontré anteayer de vuelta -de Nafría, desolada. Aunque nada me dijo, entiendo que había ido en -tu busca para proponerte que entraras de nuevo a su servicio. Como no -te encontró, llevaba en su alma doble luto. Ayer montó en su burra, -llevando al chiquillo a la grupa. Iba camino de Tagarabuena, a pedir -amparo a don Gaytán de Sepúlveda.</p> - -<p><span class="sc">Tarsis.</span> <span -class="acot">(Distraído.)</span>—Séale don Gaytán benigno. -<i>Usebia</i> es mujer trabajadora y de buen entendimiento. Saldrá -adelante con sus tierras, si don Gaytán o Dios le deparan un criado -fiel, que tenga conocimiento y práctica de las labores, y además... sea -joven y bien plantado.</p> - -</div> - -<p>Silenciosos ambos, y atentos al escabroso atajo por donde iban, el -cual más que camino era un arroyo sin agua, avanzaban hacia el término -de su viaje, guiados por la risueña lucecita. Ya próximos al humilde -lugar, Gil habló<span class="pagenum" id="Page_211">p. 211</span> de -la desaparición de Cíbico, que había tomado carrera con furia loca, -cual si quisiera correr todo el mundo en busca de su ardilla. A más de -condolerse de la ausencia del amigo, esta le afectaba personalmente, -pues en la carga de la burra iba el hatillo de la ropa de él, y no -podría vestirse de limpio si la disparada bestia no parecía. Bien haría -la Madre excelsa en compadecerse del pobre caballero encantado, y con -solo que aplicase unas miajas de su poder maravilloso a la solución de -tan insignificante conflicto, este quedaría resuelto, recobrados Cíbico -y su asna, y hasta la traviesa y maleante ardilla. A esto contestó -la ilustre Señora parándose y soltando una grave risa con donosas -palabras:</p> - -<p>—Me río, porque tu pretensión de que yo emplee mi poder en buscar -una pobre alimaña escapada de la esclavitud, trae a mi memoria los -requerimientos de aquellos hijos míos que en mi nombre dirigen la -sociedad. Esos cuitados no saben determinar nada por sí. A lo mejor -vienen a mí y me dicen: «Madre, se me ha perdido el entendimiento; se -me ha perdido la fórmula...» ¿Qué es la fórmula? Pues una receta para -confeccionar las mixturas y pócimas con que embriagan o adormecen a -la muchedumbre gregaria. Y quieren que yo les busque la formulilla -perdida, como tú pides ahora que busque y atrape la alimaña de Bartolo. -El caso es el mismo. Si parece la ardilla, parecerá Cíbico, y tras -él la burra, y tu ropa para poder mudarte. Pues ellos, paralelamente -a ti, me piden la fórmula para poder vestirse de limpio... Pero no -hablemos de esto ahora; yo veré<span class="pagenum" id="Page_212">p. -212</span> si me conviene buscarte la bestezuela, o si es más hacedero -y práctico proveerte de nueva ropa, pues aquella que dejaste en la -pollina ya está, como sabes, hecha trizas de los golpetazos que dan las -lavanderas sobre las piedras del río. Déjalo a mi cuidado, y sigamos, -que ya estamos casi a las puertas de Boñices, pueblo en verdad digno -de ser visto, porque él es el emporio de la miseria. Yo, cuando entro -en él, como en otros igualmente consumidos y muertos, me parece que -entro en mi sepultura... sí... no te espantes... en la sepultura que -entre todos me estáis cavando para el descanso de estos antiquísimos -huesos.</p> - -<p>Tembló el caballero al oír esto, y una vibración glacial le corría -por el espinazo.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch18"> - <h2 class="nobreak g0">XVIII</h2> - <p class="subh2">Refiérese lo que el caballero vio y oyó en el mísero - y olvidado lugar de Boñices.</p> -</div> - -<p>A la entrada del pueblo, fue recibida la ilustre pareja por una -lucida representación de chiquillos descalzos y andrajosos; por una -corte de damas escuálidas, ataviadas con refajos corcusidos de mil -remiendos, y por algunos caballeros en quienes se suponían, sobre el -paño pardo, las invisibles veneras de un trabajo estéril y el gran -cordón de la infinita paciencia. Hicieron todos cortesías y zalemas -cariñosas,<span class="pagenum" id="Page_213">p. 213</span> de -arcaico son y sentido, y la soberana vieja, que en aquella ocasión, -de vieja venerable tenía todas las trazas, avanzó despacio, asida -al brazo de su escudero. A cada paso de ella salían de las humildes -puertas más desdichadas personas, y cada cual pronunciaba su saludo de -afable reverencia. Las calles o ronderas del pueblo eran como ramblas -angostas, llenas de cantos rodados, traídos por las aguas que en días -nefastos descendían furiosas de la cercana sierra de Cabrejas. En -angulosa encrucijada vieron la torre de la iglesia, alta, fantástica -y muda; revelaba su mole una melancolía perezosa; sus campanas, si -las tenía, guardaban avaras el son grave y místico. Al ver la torre, -preguntó la Señora a sus acompañantes:</p> - -<p>—¿Y mi buen amigo don Venancio, por qué no ha salido a recibirme?</p> - -<p>Dijéronle que el cura tenía enfermos en su familia. Siguió la Madre, -y a los pocos pasos entró en una casa que no era la mejor del pueblo, -ni tampoco la peor, aunque en calidad poco se llevaban unas a otras. -En la puerta fue recibida por una mujer vestida de negro, de estas -que más parecen envejecidas que viejas, flaca, rugosa y desguarnecida -de los dientes incisivos, la cual con tanto alborozo como respeto la -saludó:</p> - -<p>—Dios la traiga, <i>señá María</i>, consuelo y alegría de estos -probes.</p> - -<p>Derecha entró la Madre hacia la cocina, que al extremo del pasillo -se anunciaba, y atraía con su dulce calor. Hombres y mujeres dieron -a la dama bienvenida cariñosa. En la cocina fue a ocupar un sillón -de madera rústica con asiento formado de un tejido de cuerdas. La -luz era de teas,<span class="pagenum" id="Page_214">p. 214</span> a -la que pronto se agregó un candil macilento, encendido en obsequio a -la excelsa visitante. Los que tras ella entraron, dos hombres y una -mujer, quedando los demás en la puerta contenidos por la veneración, -sentáronse frente a ella en el poyo macizo o en derrengadas banquetas, -y a los pies de la Madre se sentó Gil en el santo suelo, con familiar -abandono de sirviente leal o deudo preferido.</p> - -<p>—Mala está la noche para venir a pie desde Clavijo —dijo un anciano -de largo pelambre, cegato, de corpachón abrupto y cansino, que ocupaba -el asiento más cercano al hogar frente a la dama—. ¿Por qué no vino mi -<i>doña María</i> en el carro?</p> - -<p>—Porque a una de las mulas la tengo cojita, y la otra la he tenido -trabajando todo el día en la noria. Me acompaña este criado, este buen -Gil, a quien no conocéis, y que os presento como el más fiel de mis -servidores.</p> - -<p>Volviéndose luego a la dueña de la casa, que de rodillas ante el -hogar avivaba el rescoldo, y acaldaba los pucheros entre la ceniza -salpicada de brasas, le dijo:</p> - -<p>—Como no me esperabas, Fabiana, no habrás dispuesto cosa mayor para -que cenemos en tu compañía. Pero no vengo desprevenida, y por vosotros -más que por mí os traigo los sobrantes de mi miseria, no tan rasa y -monda como la vuestra.</p> - -<p>Diciéndolo, metió mano al pecho por debajo del manto que -holgadamente la cubría, y sacó una soberbia hogaza de ocho libras, -olorosa aún de la reciente cochura. Al recibir el pan, Fabiana lo besó -como a cosa bendita. Y ante el estupor de los presentes, metió mano la -Señora<span class="pagenum" id="Page_215">p. 215</span> por el otro -lado del pecho y sacó una ristra de cebollas y una sarta de chorizos... -luego, no se supo de dónde, dos perdices muertas colgadas por los -picos. Y si todos se maravillaron de lo que vieron, Gil no salía de su -estupor, pues al venir con la Madre no había notado en el cuerpo de -esta el embarazo que supone traer entre la ropa objetos de tanto peso y -bulto. Sin duda funcionaba el arte de magia o encantamiento...</p> - -<p>—Pon a un lado las perdices —dijo la Señora—, y con el pan que te -traigo nos harás unas buenas migas, aderezadas como tú sabes... Con -las migas me basta para cenar, y los demás no han de estimar corta la -cena.</p> - -<p>—¿Qué ha de ser corta —dijo el viejo melenudo y cegato—, si, como -sabe Vuecencia, estamos todos en el caso de aquel pueblo donde se -pregonaba: <i>Aquí es Villagorda, un garbanzo en cada olla</i>?</p> - -<p>El que así hablaba era el maestro de párvulos de Boñices, agraciado -por la España oficial con el generoso estipendio de quinientas pesetas -al año; hombre que en largos días de magisterio había sutilizado su -corta ciencia doctorándose a sí mismo en la gramática parda y en la -filosofía parduzca, sabio en recetas de vida, eruditísimo en refranes. -Su nombre, largo como un alfabeto, era de los que empiezan y no -acaban: <i>don Alquiborontifosio de las Quintanas Rubias</i>; mas por -abreviar le llamaban <i>don Quiboro</i>, que así las gentes acortaban -kilómetros entre la primera y la última letra. El buen señor, rendido -a su cansancio y a la miseria del pueblo, no enseñaba cosa alguna a -los chicos, y les entretenía contándoles cuentos<span class="pagenum" -id="Page_216">p. 216</span> para que adormecieran el hambre, o salía -con ellos al atrio de la iglesia para jugar al <i>chito</i>.</p> - -<p>A don Alquiborontifosio siguió en el uso de la palabra la mujer -que junto a él se sentaba, anciana de estatura tan lucida como la -de la Madre, mas tan seca de rostro, que este se distinguía de las -calaveras por el mover de la mandíbula sin dientes, emitiendo una voz -de ultratumba, y por el brillo de sus ojuelos de lechuza, habituados a -ver de noche más que de día. Era madre de Fabiana, cuatro veces viuda, -y había dado al mundo veintidós hijos, de los cuales solo vivían tres. -Su edad competía con la del siglo, pues nació en tiempo del intruso don -José I. Ayudando a su hija en la preparación de las migas, le picaba el -pan, mientras Fabiana disponía la sartén, el aceite y los ajos... A una -pregunta de doña María, respondió con estas lúgubres razones:</p> - -<p>—Mal tercio me ha hecho Dios teniéndome en este mundo tanto tiempo, -para que vea disoluciones tales. La que aguantó cuatro maridos y -parió hijos veintidós, parto doble tres veces, ¡ay! ya tiene derecho -a estirar la pata y dormir la mona eterna... Si me manda relatar el -mal de Boñices, direle que desde la última noche que vino acá Su -Merced, tenemos más calamidades, más. Dos nietos míos, Luis y Macario, -hombrachones recios como encinas, casados, y con tres criaturas el -uno, con seis el otro, han salido ayer camino de un puerto de mar -que llaman Santander para embarcarse en unas naves que van a las -Américas... Se contrataron para trabajar en un campo de siete mil<span -class="pagenum" id="Page_217">p. 217</span> leguas, o qué sé yo... -Llévanse a las mujeres y a los críos.</p> - -<p>—A todos no —dijo interrumpiendo el hombre que junto a la viejísima -mujer se sentaba, el cual era un vecino llamado Cernudas, albéitar -<i>in illo tempore</i>, sacristán después, y hogaño enterrador -del pueblo—; a todos no, que la semana pasada enterré yo a dos -de los de Macario y a uno de Luis. Si la Señora quiere saber la -<i>estadiquista</i>, como dicen en Soria, la cuenta de sepulturas, sepa -que en los años de más muerte enterraba yo cuatro cuerpos cristianos -cada año, y ahora salimos a ocho por mes, sin contar criaturas que van -a la tierra como moscas.</p> - -<p>Era Cernudas un tipo regordete, calvo, y a veces risueño, contraste -violentísimo con sus fúnebres funciones en el lugar. Las chapas de sus -mejillas indicaban el hábito de alegrarse con vino; mas como en Boñices -escaseaba horriblemente el <i>morapio</i>, los dichos rosetones de la -carátula del sepulturero degeneraban ya en manchas violáceas, como de -cardenales recientes.</p> - -<p>—Entenderalo mejor Vuecencia —dijo don Alquiborontifosio— cuando -sepa que éramos aquí ciento veinticinco vecinos, y ahora, por bien que -hagamos la cuenta, no sale mayor suma que treinta y dos. Lo demás se lo -han llevado las malas cosechas, la falta de dinero, pues no hay quien -posea dos pesetas, y los bandidos del Fisco, embargando tierras por no -poder estos infelices con el peso de la contribución. El arrastrado -Fisco saca las tierras a remate, y no viene ningún forastero a -comprarlas<span class="pagenum" id="Page_218">p. 218</span> por miedo -a la infección de tercianas, cuartanas y quintanas que aquí padecemos, -motivado al agua estancada que rodea el pueblo. De esta putrefacción -murieron el médico y el boticario que teníamos, y ello fue en días en -que había menos enfermedad que se sonaba, por lo que vino bien aquel -refrán: <i>El milagro del santo de Pajares, que ardió él y no las -pajas</i>...</p> - -<p>—Mejor salud tenemos acá desde que se llevó Dios al médico —dijo -la vieja-vieja, por nombre y cognomen Celedonia Recajo—, y aquí, -don Quiboro, no hay más maleficio que el no comer, y todo eso del -<i>miquiborio</i> es enredo y trabalenguas como el nombre de usted. -Que nos traigan pan. Para espantar a la muerte nos bastaría con el -pan, y con otra cosa que es el pan del alma, la santa alegría... Ya -no hay mozas en el pueblo, que todas se han ido a Soria y al Burgo, a -ser criadas o pior cosa. Ya no hay mozos, que unos por servir al Rey, -otros porque les llama la golosina de las Indias, todos se han ido, y -aquí no queda quien baile, ni se oye un rasgueo de guitarra. Yo, si -hubiera un vejestorio que me sacara, bailaría; y aunque fuera danza -de esqueletos, con la música de huesos contra huesos, se alegrarían -los que quedan vivos en Boñices... ¡Ay, Boñices, quién te vido cuando -yo me casé por primera vez, reinando don Fernando el Séptimo, y te -ve ahora con tu gente ida, y la que queda descomida, y las almas... -ateridas de tristeza!... Alegría, ¿dónde estás; sal de los cuerpos, a -do te fuiste?... ¡Ay, ay! Cernudas, llévame pronto allá, y entiérrame, -y apisona bien la tierra sobre mí, que si no, me arresucito, y saco -a bailar a don Alquibori,<span class="pagenum" id="Page_219">p. -219</span> bori... tifonsio... ¡Renegado nombre, que todavía en mil -años que tengo no aprendí a decirlo de corrido!</p> - -<p>Las bromas lúgubres de la secular Celedonia dieron cierta amenidad -a la velada. Queriendo la Madre alejar la tristeza del ánimo -entenebrecido de los boñicenses, incitó a don Alquiborontifosio a que -hablase más de lo que le permitía su respeto. Desatose el maestro en -estos peregrinos comentarios:</p> - -<p>—Cuando yo enseñaba a los chicos a jugar con las letras y a pintarse -los dedos con los palotes, ellos me socorrían... Uno me traía la ristra -de cebollas, otro la media decena de huevos, aquel dos medidas de -leche, quillotro una hogaza de seis libras. Pero vienen los tiempos -malos, y Alquiborontifosio sale a pedir limosna a los caminos, y lo -que saco doylo a los niños... Conforme Cernudas va enterrando a mis -alumnos, mi escuela se va quedando vacía... <i>Donde no hay pan, vase -hasta el can</i>... Viejo era yo cuando me salió una viuda joven, y -pensé si me casaría. Pero yo dije: <i>¿Qué hace con la moza el viejo? -hijos güérfanos</i>... Pasado un año, por mi guapeza y mi habla -graciosa, otra moza se prendó de mí. Yo pensé, yo vacilé. <i>Demás está -la grulla al sol, dando la teta al asno</i>, que es como decir que está -uno perplejo, sin decidirse... La muchacha era fea. Venía bien aquello -de <i>hambre larga, no repara en salsa</i>... Mas era también rica. -<i>A la mona que te trae el plato, no le mires el rabo.</i> Yo dudé, -yo medí mis años y mis redaños, y dije con filosofía: <i>Ni patos a la -carreta, ni bueyes a volar, ni viejo con moza casar</i>. Ea, he vivido -luengos días, y aún viviré<span class="pagenum" id="Page_220">p. -220</span> más con hambres y estrecheces. ¿Qué es la vida? Una muerte -que come. ¿Qué es la muerte? Una vida que ayuna. Vivamos muriendo. -¿Cementerio dijiste? Pues entre sepultura y sepultura, testigo -Cernudas, nunca falta un pedazo de pan y un traguito de vino.</p> - -<p>Celebraron todas las humoradas del viejo filósofo y vividor, y en -esto llegaron otros que a doña María con festejo saludaron. Entre ellos -venían dos mozos fornidos y guapetones, los únicos que quedaban en las -proximidades del pueblo, inmunes ya contra el paludismo y resignados -a la miseria, y uno que a la espalda traía su guitarrillo colgado de -una cuerda, y era músico, juglar o coplero, de esos que a los pueblos -divierten con sus ingenuas invenciones de poesía mal trovada y burda. -Por su andar a tientas y por la fijeza inexpresiva de sus ojos, se -vio que era ciego. Lleváronle junto a la Madre, cuya mano buscó para -besársela; sentose en el suelo, y le espetó esta retahíla:</p> - -<p>—Gran Señora, dígame si es verdad la <i>lienda</i> que de Su Alteza -corre por estos pueblos; dígamela, y pondrela yo en solfa con caída de -sonsonete para recite o cante... Dicen que Su Magnificencia vive en el -castillo de Clavijo, con su corte de ricas hembras, de caballeros y de -trovadorcillos que le cantan y le bailan las cosas añejas. Dicen que en -noches de tempestad se presenta ante el castillo un caballero; llama -soplando en un cuerno que con su son atruena toda Castilla; levantan -los de dentro el puente levadizo; entra el jinete en la plaza de armas, -y vuestros escuderos le tienen del estribo para que baje de su caballo -poderoso, blanco<span class="pagenum" id="Page_221">p. 221</span> -como la nieve. Es el Apóstol Santiago que va cuando le place a visitar -a la gran doña María, y con ella cena en manteles de brocado, y de -sobremesa platican de las cosas de estos reinos, y de las picardías -de los hombres ruines que en ellos han puesto el mantel de sus negras -meriendas. Yo voy a componer unas coplas y seguidillas con este asunto -para cantármelas de lugar en lugar, y comer de ellas, que el comer es -necesario, y ya que he tomado este oficio, tengo que sacar de él los -garbanzos de cada día.</p> - -<p>—Puedes componer y cantar lo que gustes, buen hombre —replicó -la Madre risueña—. Pero cuanto supones de mi vida y mi castillo es -invención, que no por mentirosa deja de tener su encanto y algún -crédito en el mundo de las almas. Engaño es la poesía; mas con tal -engaño se alimentan de substancia pura los entendimientos... Y diciendo -y cantando cosas que no serán creídas, te aplaudirán las multitudes -y ganarás honradamente tu pan... Direte ahora la verdad, que no es -poética ni cantable. Yo vivo pobremente en Clavijo. Soy noble hidalga -que ha venido muy a menos; no tengo más corte que dos o tres criados -fieles como este que aquí ves, y mi castillo es una ruina desmantelada, -donde verás gallinas, patos y otras aves, y algo de cuatropea para mi -servicio y sustento, y nada más. Amiga he sido del Apóstol Santiago; -pero hace siglos que el buen señor ni me visita ni de mí se deja ver en -ninguna parte. En mi casa le tengo pintado en una lámina vetusta, y si -hablo con él es tan solo para decirle: «Caballero mío, descansa<span -class="pagenum" id="Page_222">p. 222</span> en tu fuesa, si es que en -ella yace tu santo cuerpo, y pon tu corcel blanco a tirar de un carro, -que solo para eso sirve ya...» Esta es la verdad; pero si tú quieres -<i>lienda</i>, como dices, y vives de ella, componla a tu gusto, y Dios -te inspire y te ayude, hijo.</p> - -<p>—Así lo haré, y algún día oiréis mis trovas en estos y otros caminos -—dijo el ciego—, si os dignáis pararos en el corro de mis oyentes. Yo -ando en el canticio y recitorio desde que la gota serena me quitó la -presencia de las cosas. Mi nombre es Críspulo, y soy conocido en todo -el mundo, <i>verbi gracia</i>, en toda esta tierra, por <i>Crispulín de -Chaorna</i>, que tal es el nombre del pueblo donde vi la luz y donde la -luz me fue quitada.</p> - -<p>Muy del gusto de todos fue el relato de Crispulín, a quien la Madre -invitó a participar de la cena que Fabiana y Celedonia con diligente -afán disponían. Cuando nadie le esperaba, entró de rondón en la cocina -el cura del pueblo, don Venancio Niño, varón docto y afable, bienquisto -de sus feligreses, cuarentón, escueto y de traza pobre. En elogio -suyo debe decirse que del lado de los mundanos intereses era el más -cristiano de los hombres, pues cuanto poseía, y lo que le entraba -por el pie de altar, repartíalo entre sus convecinos afligidos de -atroces calamidades, reservándose tan solo lo preciso para la precaria -subsistencia de su nada corta familia. Al verle llegar le hicieron -sitio junto a doña María, cuya mano besó, diciéndole en el familiar -tono de antiguos amigos:</p> - -<p>—Dispénseme la Señora que no saliese a saludarla cuando entró en -el pueblo. Tengo a<span class="pagenum" id="Page_223">p. 223</span> -la niña mayor muy malita; la pequeñuela, aunque corretea y brinca sin -parar, se me está quedando en los huesos. Me ha entrado el temor de que -las dos quieren írseme al Cielo. A la Santísima Virgen pido que me las -deje... Me da el corazón que no seré oído. Vivo en ascuas, señora mía. -Creo que estas amarguras darán conmigo en tierra.</p> - -<p>—Ánimo, don Venancio —le dijo la Madre—, y no desconfíe de la -protección divina. Procuraré yo mandarle un médico, y las niñas -sanarán.</p> - -<p>—Dios se lo pague, y dé a Vuestra Señoría días de gloria.</p> - -<p>—Eso es más difícil. Los días de gloria están lejos, y si no que -lo diga don Alquiborontifosio, que ya no tiene chicos, ni escuela, ni -mendrugos de pan que roer.</p> - -<p>—Sostengo yo —clamó el maestro con firme voz— que los días de gloria -se fueron para no volver. En mi pueblo aprendí este refrán: <i>Don -Fután por la pelota, don Zitán por la Marquesota y don Roviñán por -la rasqueta, pierden la goleta</i>. Y si este no les convence, aquí -tienen otro, que es de Aliud y de Lubia, pueblos que fueron romanos: -<i>Cárdenas y el Cardenal, don Chacón y Fray Mortero, traen la Corte al -retortero</i>.</p> - -<p>—Razón tiene el maestro —dijo el cura—; pero en este lugar de -Boñices, los males de toda la tierra se agravan con el abandono en que -nos tienen los mandarines.</p> - -<p>—Yo he pedido a los pudientes —indicó la Madre— que sean desecadas -estas lagunas para que acabe el maleficio, y no me han hecho caso.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_224">p. 224</span>—Ni lo harán -—declaró el maestro, sentencioso— mientras en el agua corrompida no -vean los Gaitines peces, quiero decir, negocio.</p> - -<p>Y no una, sino seis o más voces gritaron:</p> - -<p>—Pues duro a los pudientes ensalzaos, y a los Gaitines que nos roban -la vida. ¡Si quieren guerra, guerra!</p> - -<p>Alguien propuso que se reuniesen los supervivientes de Boñices -con la gente de las aldeas cercanas, hombres y mujeres, viejos y -chiquillería, y armados todos con garrotes, o con escopeta el que la -tuviese, se lanzaran bramando por campos y caminos hasta llegar a Soria -y a la casa del Gobernador, y allí, con escándalo, tiros y estacazo -limpio, pidieran y recabaran el derecho a vivir. Don Venancio con -autorizada voz les dijo:</p> - -<p>—Yo os acaudillaría; pero ¿qué puedo hacer con mi niña mayor -moribunda, la pequeña encanijadilla? De añadidura, tengo a Ramona -sin poder valerse de dolores de reúma. No puedo faltar de mi casa, -que es un hospital y un asilo de parientes de Ramona y míos, con -quienes reparto mi pobre techo y las sopas de ajo... cuando la Divina -Misericordia las envía.</p> - -<p>Díjole doña María que para él eran las perdices que había traído, -y al darle el cura las gracias, las repitió más efusivas por otro -reciente obsequio de la Señora.</p> - -<p>—Mucho le agradecí el zaque de vino blanco que me dejó esta noche al -pasar por la puerta de mi casa. Ya dije a Ramona que retendremos tan -solo la mitad del clarete, y la otra parte será para que participen de -él los que cenen aquí con Vuecencia esta noche.</p> - -<p>Quedó Gil pasmado de que la Madre dejara de soslayo la bota de vino -en<span class="pagenum" id="Page_225">p. 225</span> la casa rectoral -sin que él lo advirtiese; y el trovador Crispulín de Chaorna, así como -el fúnebre Cernudas, se holgaron del anuncio de vino, que en luengos -días no habían catado. Don Alquiborontifosio comentó los obsequios al -cura con su habitual socarronería refranesca: <i>No hay casa harta sino -donde hay corona rapada</i>.</p> - -<p>Cerrado este ameno paréntesis, los mozos gallardos, que habían -venido de cercanos caseríos, y los vecinos de Boñices, que en la puerta -de la cocina se asomaban disputándose un hueco para meter sus cabezas, -y los ancianos abatidos y las viejas regañonas, proclamaron de nuevo -el derecho a rebelarse contra los que se apropiaban los manantiales de -la existencia, no dejando ni una gota para los desvalidos... Como la -vehemencia de los manifestantes produjese en la cocina algún tumulto, -Fabiana hizo saber que despejaría el local si no se expresaban con -respeto y sin ruido. La Madre intervino en favor de ellos, diciendo que -a los que tanto sufrían podía permitirse algo más que la simple queja. -La vida hispana era un puro quejido, y los males continuaban inmóviles -en su eternal dureza, como las rocas que no se ablandan al paso de las -aguas sino cuando estas corren acariciando por siglos y siglos.</p> - -<p>—No acariciéis —les dijo—; abandonad toda blandura; sed fuertes, -clamad, pedid...</p> - -<p>—He vivido un siglo, gran Señora —dijo con acento cavernoso la vieja -Celedonia Recajo—, y desde que me salieron los dientes hasta que se -me fueron todos, he visto al pobre labrador nadando en la miseria. -Si labra tierras propias,<span class="pagenum" id="Page_226">p. -226</span> rabia; si labra tierras ajenas, muere embrutecido. El -que no se vuelve loco, acaba como los animales. El campo es siempre -campo, asolación, esclavitud; abajo la tierra que le dice: «lo que -te doy no es para ti»; arriba el Cielo que le dice: «no me mires: te -mandaré agua... Pero lo que agua y tierra te den no es para ti»... Si -el campo es esto, la ciudad es lujo y bizarría... ¡Ay, qué estirados -van los caballeretes, y qué majas las señoras! Lo he visto en Soria, -en Guadalajara, y lo vi en tres días que estuve en Madrid cuando la -traída de Espartero... ¡Labradores, revolucionarvos, carandilogios!... -Llorad y mamaréis. Mandrias, si yo hubiera nacido hombre, en vez de -nacer lo que soy, a esta hecha ya estaríais, como aquel que dice, de -la otra parte... Yo tengo el genio que ha visto Boñices en tantos -años... Testigos de mi genio fueron mis cuatro maridos. ¿Sabéis lo que -os digo? que vosotros hacéis a los que llaman capitalistas, y que esos -ricos de allende mandan a cualquier Gaitín de aquende el dinero que -les sobra, para que os lo dé a préstamo en vuestras necesidades, y os -cobra un duro de rédito por cada cinco. ¿Habrá judíos? ¿Sabéis lo que -os digo? que cuando toméis dinero no lo devolváis; quedaos con lo que -es vuestro. Y cuando venga un tío ladrón con el aquel de cobranza... -cantazo limpio, y aquí tenemos a Cernudas, que enterrará judíos mejor -que entierra cristianos.</p> - -<p>Alabaron todos con festejo y palmas el discurso, que bien podría -llamarse así, de la Recajo, y la Madre con afable reprensión le -dijo:</p> - -<p>—Modérate un poco, Celedonia, que no debemos<span class="pagenum" -id="Page_227">p. 227</span> ir tan a prisa en la enmienda de los males -que afligen al mundo. Contra la usura y la avaricia ya dijeron los -Santos Padres más de lo que pudiéramos decir tú y yo. Recuerdo esta -dura sentencia: «Los ricos avaros son ladrones que asaltan los caminos -públicos, despojan a los pasajeros, y convierten sus casas en cavernas -donde ocultan los tesoros de otros.» Si no estoy equivocada, amigo don -Venancio, el que esto dijo fue San Juan Crisóstomo.</p> - -<p>—Así es, Señora —replicó el cura—, y de San Basilio es este otro -varapalo a los ricachones: «Cuando damos con qué subsistir a los que -están en necesidad, no les damos lo que es nuestro; les damos lo que es -suyo.»</p> - -<p>En esto don Alquiborontifosio, que en aquel ilustrado concurso, -ya convertido en club demagógico, no quería ser menos que los demás, -sabiendo más que todos, limpió el gaznate con ligera tosecilla; sacó -el pecho afuera, soltando los brazos a la libre gesticulación, y con -acento de apóstol más que de dómine, pronunció una corta homilía:</p> - -<p>—Hijos míos, conciudadanos: no porque las diga yo, sino porque las -dijo San Agustín, grabad en vuestra mente estas verdades: «Cualquiera -que posea la tierra es infiel a la ley de Jesucristo...» Esperad un -poco y no metáis ruido. Sigo. Retened también estas otras de San -Ambrosio: «La tierra ha sido dada en común a todos los hombres. -Nadie puede llamarse propietario de lo que le queda después de haber -satisfecho sus necesidades naturales.»</p> - -<p>—Más fuerte estuvo San Gregorio —afirmó el cura disparando -este cañonazo—: «Hombre<span class="pagenum" id="Page_228">p. -228</span> codicioso, devuelve a tu hermano lo que le has arrebatado -injustamente.»</p> - -<p>Y el sabio <i>don Quiboro</i> prosiguió así:</p> - -<p>—Amados convecinos, hermanos en el martirio de Boñices, oíd estotro -de San Gregorio Nacianceno: «El que pretenda hacerse dueño de todo, -poseerlo por entero, y excluir a sus semejantes de la tercera o de la -cuarta parte, no es un hermano, sino un tirano, un bárbaro cruel, o por -mejor decir, una bestia feroz.» ¿Qué tal? ¿Os vais enterando de que no -debéis pedir lo vuestro, sino tomarlo? Pues a ello, valientes. Si no -os convencieran los Santísimos Padres, acordaos de lo que decía la tía -Rocacha, de Barahona: «En la sopa del judío mete tu cuchara y di: <i>lo -tuyo es mío</i>.»</p> - -<p>Llevaba camino el maestro de agotar su archivo de refranes; pero -viendo que las migas empezaban a pasar de la sartén a las bocas, cortó -discretamente su perorata, que si no lo hiciera, corría el peligro -de quedarse <i>asperges</i>, porque todos acudían al olor del pan -frito con chorizo, y a ello atendían más que a las divinas y profanas -sentencias sobre lo mío y lo tuyo. Las primicias de la cena fueron para -doña María, a quien Fabiana sirvió en plato aparte, dándole una cuchara -de peltre, que brillaba como de plata. A los demás se les repartieron -cucharas de palo, y cada cual, en ordenado ruedo, iba cogiendo lo -que su necesidad le pedía. Rezagado se quedó el maestro por dejarse -llevar de su flujo oratorio; pero con su autoridad y algunos codazos -cogió puesto y vez, siendo de los más activos en el mete y saca de la -cuchara.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_229">p. 229</span>Asombrábase -grandemente Gil de que los constantes y repetidos tientos de las -cucharas veloces no mermaran el contenido de la sartén. Eran muchos -a comer, y sin cesar sucedían los entrantes famélicos a los que -satisfechos salían. Crispulín de Chaorna fue de los más diligentes -para colarse hasta tres veces en el ruedo. Su ceguera no le impedía -encontrar un hueco, ni meter el largo brazo entre apretujados cuerpos -y sacarlo trayéndose colmada la cuchara. Veía Gil que la sartén estuvo -llena mientras hubo manos que acudieran a ella, cual si lo que estas -retiraban lo sustituyese al instante una próvida mano invisible.</p> - -<p>El reparto del vinillo blanco se hizo después con un orden relativo, -en vasos y tazas, que iban de boca en boca comunicando la dulce alegría -a viejos y muchachos. La Recajo, por el fuero de su longevidad, se -atizó dos tomas, absorbiéndolas con dos airosas empinadas del codo -esquelético. Quisieron Cernudas y <i>don Quiboro</i> hacer lo mismo; -mas Fabiana les sometió a régimen de un solo cortadillo. El trovador -de Chaorna tuvo privilegio, por su ceguera, de vaso y medio, y otros -se quedaron en el medio solo, que era el justo régimen de templanza. -Gil bebió un vaso y la mitad del de la Madre (que solo por compromiso, -y por no desairar a la reunión, cató del precioso vino), y a poco de -apurarlo, sintió ganas intensas de dormir. Luchando con el sueño, -discurría vaga y confusamente de lo que había visto. Si el que la -sartén no se agotara del caudal de migas mientras hubo cucharas que -acudieran a ella fue sortilegio indudable, en el sueño que a él<span -class="pagenum" id="Page_230">p. 230</span> le sobrecogió también se -traslucía el arte de encantamiento. Así lo pensaba viendo que todos se -amodorraban, y oyendo los <i>baladros</i> o ronquidos de la vieja-vieja -tendida en todo su largo delante del fogón. Lo más peregrino fue que -hallándose él traspuesto con su cabeza en el regazo de la Madre, vino -Fabiana y le llevó a un cuarto de la casa, donde lucían dos candiles, -y allí encontró su hatillo con la ropa que había perdido en la fuga -de Cíbico tras de su ingrata compañera la ardilla. Celebró Gil el -prodigioso hallazgo, que conceptuaba favor especial de la bondadosa -Madre. Y dormido volvió a sentirse junto a ella... Y dormido decía: -«Soñemos, alma, soñemos.»</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch19"> - <h2 class="nobreak g0">XIX</h2> - <p class="subh2">Donde se cuenta el terrible encuentro del caballero - con un desaforado gigante, y cómo luchó con él y le dio muerte, con - otros sucesos interesantes.</p> -</div> - -<p>No pudo discernir el turbado caballero su estado cerebral cuando a -media luz se vio detrás de la Madre, en el mismo camino pedregoso que -era salida y entrada del lugar de Boñices. Escoltaban a la Señora, con -lento andar respetuoso, a izquierda y derecha, don Alquiborontifosio -y don Venancio, maestro y cura del triste pueblo. De lo que -hablaban, solo recibía Gil en sus oídos un run-run de sílabas,<span -class="pagenum" id="Page_231">p. 231</span> que el rumor del viento -entremezclaba y esparcía. Llegados los cuatro al punto en que el -terreno se despejaba de cantos rodados y de otras asperezas, doña -María ordenó afablemente a los venerables señores que regresaran a sus -casas, pues cumplida estaba ya la delicada etiqueta del acompañamiento -en parte del camino. Obedecieron, reiterando su adhesión y gratitud, -y Gil oyó que el cura se despedía con un latinajo, y el maestro con -un refrán de su inagotable archivo. Siguieron luego solos la Madre y -su fiel escudero, sin que la conciencia de este lograra determinar -si velaba o dormía. La Señora le dijo que a su manto se agarrara, y -obediente al soberano designio, se sintió navegando en el piélago -de lo maravilloso... Y los cronistas que estas inauditas cosas han -transmitido, aseguran, bajo su honrada palabra, que el caballero y -la Madre recorrieron, en menos tiempo del que se tarda en decirlo, -llanuras yermas y empinados vericuetos inaccesibles a la humana planta. -Para no cansar, dígase que antes de media noche entraban la dama y el -encantado hijo por el portillo de Calatañazor, ya bien conocido en -estos verídicos anales.</p> - -<p>Verdad y mentira, ¿dónde tenéis comienzo y fin? Ello fue que los -veloces andarines pararon ante el propio mesón donde Gil estuvo alojado -con el leal y ahora perdido Bartolo.</p> - -<p>—Está cerrado el portalón —díjole la Señora—. Aguárdate aquí, que -antes de una hora, cuando lleguen la galera y el carro de Torreblascos, -abrirán. Entras; pides posada. En el hatillo que por intercesión -divina recuperaste en Boñices,<span class="pagenum" id="Page_232">p. -232</span> hallarás ropa mejor y más nueva que la que perdiste con la -burra del buhonero Cíbico. Allí te puse unos puñados de bellotas, que -son dineros siempre que las emplees en obra digna y honrada, como es -la de tu pitanza, y servicio tuyo y de la buena Cintia. A esta podrás -verla tempranito en su santuario, y confío en que has de encontrarla -menos encendida en la pasión de su magisterio. Las almas inocentes de -los niños se han metido en el alma de ella. Procura tú con arte de -enamorado hacer dentro del espíritu de Cintia la debida separación -de afectos... Te encargo mucho, hijo mío, que hagas por esquivar las -enemistades que podrían salirte en esta villa rústica. No provoques -a nadie; disimula, si es menester, tus intenciones; adopta nombre -distinto del que llevas, y trazas y apariencia de persona que anda en -cualquier negocio. Si encuentras a Cintia en disposición de dejarse -raptar, hazlo con sigilo y sin promover violencia ni ruido, y llévatela -bendito de Dios a donde puedas tenerla por algún tiempo escondida de -ojos humanos que no sean los tuyos. Y basta con estas advertencias, -<i>Asur, Hijo del Victorioso</i>. Te dejo en la libre iniciativa y -determinación de tus actos. Te concedo, con corta limitación, el uso de -tu albedrío. Tú sabrás determinar el punto en que la línea de extensión -de tu albedrío y mi apoyo maternal pueden encontrarse... Adiós, -hijo.</p> - -<p>Por una calleja conducente a la iglesia parroquial, desapareció -la Señora como sombra que en mayores sombras se desvanece, y tan -desamparado se sintió Gil al verla partir, que a punto estuvo de -echarse a llorar. Cuentan los<span class="pagenum" id="Page_233">p. -233</span> veraces cronistas que transcurrieron exactamente veintisiete -minutos hasta que se abrió el portalón para dar paso al carro y galera -de Torreblascos. Albergose el caballero en el humilde hostal, y la -noche se le fue minuto tras minuto en un vertiginoso cavilar sobre el -uso que había de hacer de su albedrío. Aunque los fieles narradores de -estas aventuras no lo dicen, se da por hecho que a la siguiente mañana -se vistió y acicaló lo mejor que pudo, gozoso de ver que la nueva ropa -era mejor que la perdida, y que con ella obtenía una transfiguración -favorable. Su aspecto era más decentito que en el aciago día de su -visita inicial a la histórica y adusta villa.</p> - -<p>Y se da por averiguado que apenas oyó el <i>che, i, ene: chin</i>, -metiose el caballero en la escuela, con gran sorpresa y susto de -Pascua, y que la turbación de esta se trocó en alegría jovial apenas -hablaron. No constan pormenores del corto diálogo; pero sí que los -vecinos de la villa vieron a Gil paseando con tranquilo continente -por las empinadas calles, y que fue muy notado su arrogante porte. -Desorientados y disconformes andan los historiadores, así nacionales -como extranjeros, en el relato de lo que pasó en el resto del día. -Lo único que aparece claro es que, comiendo Gil con arrieros y -trajinantes, supo que el buen Cíbico en su veloz carrera había ido a -parar a Tardelcuende, donde una vieja barbuda, echadora de cartas y con -pintas de hechicera, le adivinó el paradero de la ardilla, después de -una solemne sesión de cábala y arrumacos. La fugitiva fue captada por -los chicos del <i>Crudo</i>; estos la vendieron<span class="pagenum" -id="Page_234">p. 234</span> a un recuero, el cual por buena moneda la -cedió a los frailes Carmelitas del Burgo de Osma. Hacia el Burgo iba -Cíbico a pie, pues en Tardelcuende reventó la pobre burra por querer -imitar en su carrera al Pegaso mitológico...</p> - -<p>Así lo dice uno de los historiógrafos indígenas, y luego añade que -antes de anochecer bajó el caballero al soto, de donde pasó a las casas -del <i>Crudo</i>, y allí estuvo tratando con un ventero agitanado y -chalán, del alquiler de una veloz caballería. Entre las disponibles, -escogió el cuartago menos decorado de mataduras. Tras este importante -suceso, cuentan que Gil se lanzó a las riscosas veredas, ya por su mal -bien conocidas, y que al llegar al término de ellas, cerrada ya la -noche, sintió en su ánimo y en sus nervios la turbación que anunciarle -solía la medrosa emergencia de lo sobrenatural. Andado no había veinte -pasos, cuando vio ante sí disforme bulto, cual si un gran trozo de la -montaña se desgajara y cayera sobre el camino, y deteniéndose a mirarlo -con aterrados ojos, advirtió que el colosal estorbo que le cortaba -el paso superaba en tamaño a una casa de las más grandes, y afectaba -la forma y redondeces corpulentas de un cerdo bien cebado para San -Martín.</p> - -<p>Acercose más el caballero, evocando en su alma la energía -correspondiente a su nombre de <i>Asur, hijo del Victorioso</i>, y vio -que el ingente animal se ponía en dos pies, y conservando el rostro y -jeta cochiniles, se decoraba con prendas usuales en los seres humanos. -Sobre su cabeza llevaba un sombrerillo blando,<span class="pagenum" -id="Page_235">p. 235</span> ladeado, y en su carnoso pescuezo, corbata -de cuadros rojos y amarillos, prendida con un alfilerón espléndido. -Agitó la espantable visión las patas delanteras, que resultaban brazos -cortos atrozmente ridículos en su vivo accionar. Y al propio tiempo -lanzó el gruñido cerdoso, que atronando los aires imitaba el habla -humana, y así decía:</p> - -<p>—Yo soy Galo Zurdo y Gaitín, secretario de este Ayuntamiento, y -como tal secretario y como novio de Pascua, te digo que si no desfilas -ahora mismo por donde has venido, dormirás esta noche en la cárcel de -acá, y mañana irás a la de Soria conducido por la pareja de la Guardia -civil... Lárgate pronto, farsante, canalla, ladrón...</p> - -<p>—Pues yo soy <i>Asur</i>, yo soy <i>Mutarraf</i> —replicó Gil -enardecido por la insolencia de la deforme bestia—, y no temo a los -guarros, aunque sean secretarios del Ayuntamiento, y vengan con -facha de gigante de bambolla. Largo de aquí, mamarracho. Vuélvete al -infierno, de donde has venido.</p> - -<p>Diciéndolo, le atizó con su cayada un fuerte garrotazo en la parte a -que alcanzaba del voluminoso vientre del espantajo, y este se deshizo -al golpe, quedando convertido en un hombre de mediana estatura, -regordete, arqueado de brazos y piernas, cara de media luna, mofletes -gordezuelos con chapas herpéticas. De la visión primitiva conservaba el -sombrerete ladeado, y la corbata y alfiler deslumbrantes.</p> - -<p>Con altanería grotesca y procaz, Galo Zurdo arrojó sobre Gil sus -denuestos chabacanos:</p> - -<p>—Gandul, vete pronto de esta honrada villa... Aquí no consentimos -vagos que vienen a merodear<span class="pagenum" id="Page_236">p. -236</span> y a llevarse lo que roban. Mira que yo soy terrible; mira -que estás delante del secretario del Ayuntamiento; mira que yo hago -aquí lo que me da la gana, y que si no ahuecas pronto, te cojo y haré -contigo una <i>hequitombe</i>.</p> - -<p>—Pues yo —replicó el caballero con entereza— te digo que, quiéraslo -o no lo quieras, vengo por Cintia, a quien tú llamas <i>Pascua</i>, -y he de sacarla de este pueblo, que si te tiene por amo es el más -puerco lugar del mundo. Yo, que no temo a los leones, menos temo a -los cochinos, y vas a verlo ahora mismo si no te retiras a tu cubil, -dejándome libre el campo.</p> - -<p>Con necia presunción trató Galo de acometer al caballero; este le -rechazó vigoroso y pujante; se tambaleó el de la vista baja, y a punto -estuvo de dar en tierra con su crasa humanidad. Al rehacerse, metió -mano al bolsillo de su americana para sacar el revólver... Pero antes -de que pudiera hacer uso del arma, Gil con rápido movimiento le ganó -la acción... y entre el esgrimir de la navaja y el clavársela en el -pecho, no medió el espacio de un pensamiento. Cayó Galo Zurdo sobre -un peñasco, al borde de las vertientes que en aquel punto descienden -casi cortadas a pico. Gil no se detuvo a examinar el rostro de su rival -vencido, y cogiéndolo de las patas, lo empinó sobre el precipicio y -abajo fue rodando como pelota... Al rumor del rebote se mezcló un -gruñido sordo, postrer aliento del ensoberbecido secretario y elegante -lugareño.</p> - -<p>Contempló Gil un rato la tenebrosa hondura,<span class="pagenum" -id="Page_237">p. 237</span> y no pudo apreciar hacia qué parte de la -vertiente había quedado el cuerpo de su víctima, entre malezas y rocas. -Su condición generosa le sugirió el impulso de bajar a reconocer a -Galo y cerciorarse de su muerte; pero aquel impulso fue contenido por -otro de reflexión egoísta, y se dijo: «Bien muerto está. Bien vale mi -Cintia la vida de un imbécil. He despachado a un Gaitín. Si la justicia -me persigue, el pueblo me lo agradecerá. Cintia me pertenece, y ese -miserable quería quitármela. Cuando no nos dan lo nuestro, debemos -tomarlo, y caiga el que caiga. Así lo han dicho San Basilio, San -Agustín, San Gregorio Nacianceno y San Alquiborontifosio...»</p> - -<p>Paseose tranquilamente un rato entre el humilladero y el portillo, -y a la media hora de febril ambulación vio salir a Cintia con el -envoltorio de su ropa. Venía la gentil mujer medrosa y risueña, estado -de espíritu que denotaba cierta tranquilidad en el paso arriesgado de -su fuga. Diéronse las manos, y sin detenerse, conforme caminaban hacia -las veredas descendentes, Pascuala dijo a su amado:</p> - -<p>—He tenido la suerte de que mis niños no me sigan esta noche. Cuando -estaba disponiéndome para escabullirme, guardando el mayor silencio, se -me aparecieron y me rodearon... Sus vocecitas zumbaban y aún zumban en -mis oídos. Uno me coge por aquí, otro me coge por allá. Yo les decía: -«Dejadme, ángeles míos. Volveré con vosotros.» Pero nada; no había -medio de zafarme de ellos. Ya tu Pascuala se veía, como la otra noche, -imposibilitada de salir, cuando de pronto recostáronse todos en el -suelo y se quedaron<span class="pagenum" id="Page_238">p. 238</span> -dormiditos. ¡Qué cosa más rara! ¡Qué dicha para mí! En fin, aquí me -tienes. Dime ahora tú: ¿diste a los niños algún bebedizo para que se -durmieran?</p> - -<p>—Yo no les di nada, Cintia —replicó el caballero apresurando -el paso—. Ello habrá sido arbitrio de nuestra Madre, o de alguna -divinidad, de algún genio desconocido que nos protege.</p> - -<p>—¿Y al bestia de Galo Zurdo, le has visto por aquí? Me dijeron que -en el pueblo te seguía los pasos, y que al salir de su casa cogió el -revólver.</p> - -<p>—Le he visto, sí, y hemos echado un párrafo. El revólver no le ha -valido.</p> - -<p>—¿Le has visto... aquí? ¡Qué miedo! Cuéntame. ¿Qué te dijo? ¿Qué -hablasteis? ¿Se insolentó contigo? Más miedo me da su cobardía que tu -valor.</p> - -<p>—Tuvimos unas palabras —replicó Gil, queriendo esquivar el asunto—. -Venía con mala idea, fachendoso y ruin. Pero yo le aplaqué pronto el -chillido, y salió de estampía por ahí abajo, gruñendo y hozando la -tierra.</p> - -<p>—Si anda por estos vericuetos —dijo Cintia temerosa—, podrá vernos, -podrá seguirnos...</p> - -<p>La réplica de Gil fue muy expresiva:</p> - -<p>—No te cuides de ese animal, amada mía, que a estas horas debe de -estar a la vera de San Antonio Abad. Cuídate de pisar en firme, para -que no resbales en este desriscadero. Agárrate bien a mí, y vamos -a prisita, hasta perder de vista a ese maldito pueblo. Guardemos -silencio, que bien podrá ser que las peñas oigan. Cuando estemos -en salvo olvidarás tus martirios, y yo la estampa cerdosa de Zurdo -Gaitín.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_239">p. 239</span>A la calladita, -dándose sostén y apoyo mutuamente, llegaron al soto, y de allí, con -andar cauteloso por los desniveles del suelo y la oscuridad de la -noche, siguieron hasta las casas del <i>Crudo</i>, donde les aguardaba -el fogoso corcel alquilado por Gil. Fue una risa el acto de acomodarse -los dos sobre la cansada bestia, que si muy honrada debía creerse con -la carga de tan ilustres personas, no parecía contenta del grave peso -de ellas, con la añadidura del hatillo y envoltorio que contenían la -ropa. Iba Gil en la silla y Cintia en la grupa, ciñendo con sus brazos -la cintura del caballero. Mostrábase satisfecho el chalán alquilador, -y encomiaba con donosas hipérboles la fortaleza y agilidad del rocín. -Pronto se vio que este no carecía de nobleza, y que en cierto modo se -vanagloriaba de cumplir dignamente la romántica misión que su destino -le impuso. Salió por el camino adelante con un trotecillo cochinero -que auguraba una dichosa jornada. Los amantes fugitivos celebraban la -honradez y valentía del caballejo, y con graciosos encarecimientos le -inducían a sostener el paso.</p> - -<p>En este punto, se ve precisado el narrador a cortar bruscamente -su relato verídico, por habérsele secado de improviso el histórico -manantial. Desdicha grande fue que faltaran, arrancadas de cuajo, tres -hojas del precioso códice de Osma, en que ignorado cronista escribió -esta parte de las andanzas del encantado caballero. En dichas tres -hojas se consignaban, sin duda, los pormenores de la fuga; si el penco -sostuvo en todo el viaje sus hípicos arrestos; si los amantes hicieron -alto en algún hostal o caserío,<span class="pagenum" id="Page_240">p. -240</span> para dar reposo a sus molidos cuerpos y a sus inquietas -almas. Falta también noticia de lo que hicieron al siguiente día, -y del vehículo que tomaron, pues el alquiler de la cabalgadura -terminaba en Tardelcuende. Queda, pues, desvanecida en la sombra de -las probabilidades y conjeturas una parte muy interesante del rapto y -escapatoria de Cintia. Mas no queriendo el narrador incluir en esta -historia hechos problemáticos o imaginativos, se abstiene de llenar el -vacío con el fárrago de la invención, y recoge la hebra narrativa que -aparece en la primera hoja, subsiguiente a las tres arrancadas por mano -bárbara o gazmoña.</p> - -<p>Resurgen de nuevo los amantes aposentados en un humilde mesón -de Barahona, lugar famoso por fechorías de brujas y jugarretas -de diablillos desocupados; y allí fueron sorprendidos por un -extraordinario suceso, que no debemos atribuir a brujerías, sino a un -feliz designio de la Providencia. Hallábase Cintia en el mal empedrado -patio, lavándose la cara en un barreño, y a su lado el caballero Tarsis -liando un cigarrillo, cuando de un cuartucho próximo vieron salir al -ingenioso, al imponderable Cíbico. ¡Oh felicidad, tanto más intensa -cuanto menos esperada! Uniéronse los tres en estrecho abrazo, y al -instante saltaron de boca en boca las preguntas, las indagatorias, el -contar cada uno sus cuitas y calvarios. Lo primero fue dar Gil noticia -del próspero suceso de la fuga de Cintia, y luego soltó Bartolito, con -atropellado lenguaje, el relato de su odisea en busca de la ardilla.</p> - -<p>—No podéis imaginar, queridos amigos, lo<span class="pagenum" -id="Page_241">p. 241</span> que he sufrido, ¡ay! Ya veis mi rostro -demacrado... estas ojeras de romántico, y estos granos y sarpullido que -son la muestra de la irritación que llevo dentro.</p> - -<p>—De veras podría creerse que has salido de una grave enfermedad, o -que te has echado encima diez años más de vida... No debías tomarlo -tan a pechos, que ardillas mil hay en el mundo, para que ocupen en tu -hombro y en tu corazón el lugar de la que perdiste... Por cierto que -unos arrieros con quienes comí en Calatañazor, hace días, me dijeron -que tu paniquesa fue cogida por los chicos del <i>Crudo</i>, los cuales -la vendieron a un trajinero, y este a los frailes carmelitas del Burgo -de Osma.</p> - -<p>Confirmó Cíbico esta referencia, después de contar con prolijos -detalles su veloz tránsito de pueblo en pueblo, sus afanes y angustias, -la reventazón y fallecimiento de la honrada pollina que se identificó -con el duelo de su amo, y luego añadió lo que fielmente se copia del ya -citado manuscrito:</p> - -<p>—En cuanto supe que los Carmelitas eran dueños de mi tesoro, me -fui allá. Conozco al Prior, que es un frailón lucido, un elefante con -cerquillo, envuelto en veinte varas de paño canelo y en otras veinte de -franela blanca; buen tenedor, buen vaso en mesas regaladas; hombre, en -fin, ejemplar y perfecto... por la otra punta del ascetismo. Conozco -además a dos leguitos de aquel convento, buenos chicos, modositos, -serviciales. Por ellos supe que mi <i>niña</i> estuvo allí un día muy -mimada de los buenos Padres; pero el Prior dispuso de ella con idea de -hacer un regalo al Provincial del Carmelo, a la<span class="pagenum" -id="Page_242">p. 242</span> sazón de visita en la santa casa. Sabido -esto, me presenté al Prior, que en la celda me recibió muy complacido -de mi visita; me compró algunas manos de estampas y tres docenas de -medallas; obsequiome con una copita de lo añejo y bizcochos, y tocante -al achaque de mi paniquesa, díjome riendo que al Provincial le había -caído muy en gracia la <i>niña</i>... Total, que el buen Prior no -tuvo más remedio que ofrecérsela... Total, y van dos: que el maldito -Provincial admitió, frotándose las manos de gusto. Distingue y protege -a las Carmelitas de Almazán, y en mi ardilla vio la más preciada -fineza para obsequiarlas. Me planté en Almazán; supe que las monjitas -están muy regocijadas con la ofrenda, y que la miman y agasajan... Me -presenté en el locutorio... Nada, hijos, que no la dan ni por todo el -oro que pesa... y al decírmelo me insultaron... ¡Mal rayo con ellas!... -Aquí tenéis un caso nuevo de esa peste que llaman Clericalismo. ¿No -estáis oyendo todos los días que los frailones o seglares afrailados -huronean en las familias, para olfatear y cazar doncellas ricas, y -llevárselas al noviciado y profesión en este o el otro monasterio? Pues -lo mismo han hecho conmigo ese marrajo del Prior y el zorrocloco del -Provincial.</p> - -<p>Rieron y se holgaron los amantes del desatinado parangón que hizo -Bartolo, el cual se mantuvo en sus trece:</p> - -<p>—No es para reírse, Pascuala; no es cosa de chanza, Gil. He dicho -Clericalismo y no me vuelvo atrás. La preciosa y juguetona ardilla -que por largo tiempo fue el alivio de mi soledad, pertenece al sexo -femenino,<span class="pagenum" id="Page_243">p. 243</span> como -sabes; es una hembrita honesta, que no ha conocido varón, y bien -puedo asegurarlo, porque la tengo desde chiquitita; la recogí del -regazo de su mamá en Egea de los Caballeros; la he criado, dándole -buena educación, y enseñándole los mejores modos. Aunque traviesa y -correntona de su natural, sabe lo que es respeto y obediencia a los -superiores. Me quiere a mí tanto como la quiero yo a ella. De mí se -escapó por un susto, y si ahora me viera, hacia mí vendría con brinco -alegre, dejando con un palmo de narices a todas las monjas y Priores y -Provinciales de la cristiandad.</p> - -<p>Enlazando bromas con veras, Cintia y el que pasaba por su marido -trataron de arrancar de la mente de Bartolo la maniática idea que -le atormentaba. Mas tal arraigo tenían en el ánimo del buhonero el -amor del animalito y el coraje de verlo en ajenas manos, que prefería -el dolor al consuelo. Aquel hombre bondadoso y manso hallábase en -tremenda crisis moral. Su corazón era un volcán de odio contra las -Carmelitas de Almazán, que le habían despedido del locutorio con -menosprecio y burlas, como si fuese a pedir la libertad de una señorita -enclaustrada por fuerza. Comiendo aquel día con Gil y Pascuala, su -irritación era tal, que los amigos oyeron asombrados estos increíbles -despropósitos.</p> - -<p>—En mí tenéis una de las víctimas más desdichadas del Clericalismo. -No hay que tomarlo a risa... Me han quitado el único ser que con sus -gracias endulzaba mi vida. Lo reclamé, y aquellas descastadas mujeres -me mandaron a escardar cebollinos, me llamaron hereje, desvergonzado, -alca... <i>etcétera</i>,<span class="pagenum" id="Page_244">p. -244</span> correveidile de pecados indecentes... Pues me la pagarán... -vaya si me la pagarán... Tengo una idea... una idea. Para realizarla -cuento con unos amigos que llegarán de un momento a otro...</p> - -<p>—¿Qué discurres, qué proyectas?</p> - -<p>—Pues nada: pegar fuego al convento de Carmelitas de Almazán.</p> - -<p>Tan tenazmente aferrado estuvo toda la tarde a la bárbara idea de -quemar el convento, que Gil y Pascuala temieron por las facultades -mentales del pobre Cíbico. Los amigos que este esperaba presumiendo -que serían sus colaboradores en aquel intento, eran un arriero apodado -<i>el Pocho</i>, famoso en diabluras de contrabando, y dos trajineros, -llamados Tomás y Filiberto, hombres los tres de poder y travesura, -que lo mismo servían para un fregado que para un barrido, y habían -ilustrado sus nombres en la <i>facción</i> y en campañas electorales -de baja estrategia. Llegaron al anochecer en dos carromatos que venían -de Soria para Atienza. Pero el Destino, que dispone con salvaje -independencia del proponer del hombre, quebrando y torciendo las líneas -de la historia, trajo a Barahona, con <i>el Pocho</i> y con Tomás y -Filiberto, nuevas muy desagradables, que trastornaron los pensamientos -de Cíbico, y más aún los de los amantes fugitivos, como verá el que -leyere.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch20"> - <p><span class="pagenum" id="Page_245">p. 245</span></p> - <h2 class="nobreak g0">XX</h2> - <p class="subh2">De cómo pasaron el caballero y sus amigos de la - esclavitud de los Gaitines a la no menos insolente y dura de los - Gaitones.</p> -</div> - -<p>A escondidas de Gil y Pascuala, contaron a Cíbico los trajinantes -que descubierto en el despeñadero de Calatañazor el cadáver del -secretario del Ayuntamiento, y desaparecida la maestra de la casa de -sus tíos, recayeron las sospechas de ambos delitos, homicidio y rapto, -en la persona de aquel mozo, que unos llamaban Gil, otros <i>Florencio -Cipión</i>, jornalero en las minas de Numancia. En Calatañazor había -gran escándalo, y los Gaitines de Soria echaban lumbre, abrasados de -ira y furor de venganza. Ya se habían dado órdenes a la Guardia Civil -para la busca y captura del criminal, que por todas las trazas no era -otro que el tal <i>Cipión</i>, a quien tenían pared por medio en aquel -instante.</p> - -<p>Agregó riendo <i>el Pocho</i> que perdonaba de todo corazón al -matador, y aun le concedía plenas indulgencias, <i>considerando</i>, -como dice la curia, que mejor estaba Galo Zurdo en el otro mundo que en -este; y los tres declararon que con alma y vida estaban dispuestos a -ocultar a <i>Cipión</i>, para que los civiles y la justicia no pusieran -mano en él. Una circunstancia<span class="pagenum" id="Page_246">p. -246</span> favorable al delincuente hubieron de señalar, y era el lugar -donde a la sazón se hallaba, porque la Benemérita, siguiendo una falsa -pista, buscábale por el camino del Burgo de Osma, San Esteban de Gormaz -y Aranda. Debían, pues, llevársele a la villa de Atienza, que de allí -bien podría escabullirse a izquierda o derecha requiriendo veredas -solitarias y serranías casi desiertas.</p> - -<p>Aterrado quedó Cíbico ante tal notición, y lo primero que hizo fue -desahogar su pena con grandes suspiros y exclamaciones lastimosas. -En breve consejo que los cuatro celebraron, se acordó proponer a -Gil y a la dama robada que aquella misma noche partiesen con ellos, -acomodándose en uno de los carromatos. Véase por dónde la Providencia -o la Fatalidad desviaron al enrabiscado Bartolito del audaz propósito -de pegar fuego al convento de Carmelitas de Almazán. Dispuesto a partir -para esta villa, hallábase el hombre en Barahona; mas el generoso -anhelo de librar a su amigo de las garras de la justicia, le indujo a -seguir la dirección contraria. Mucho habrían de agradecer las buenas -religiosas que el gran Cíbico cambiara de ruta, si de ello tuvieran -noticia. Todos iban ganando: las monjas se libraban de la chamusquina, -y al buhonero se le apagó el rencor que inflamaba su pecho.</p> - -<p>Ante la gravedad del caso, se determinó el buen Bartolo a comunicar -a los descuidados amantes lo que sabía. No se inmutó mayormente el -caballero, que ya presumía o barruntaba la repercusión de la tragedia. -En el bello rostro de Pascuala se notó el ahinco de mostrar<span -class="pagenum" id="Page_247">p. 247</span> entereza; mas la pavura -y aflicción le salieron pronto a los ojos y boca. Resignados al fin -los dos con la suerte que el cielo y los hombres les depararan, -entregáronse sin reserva al amigo y a los carreteros para que les -condujesen a la más probable salvación. Media noche era por filo -cuando partieron de Barahona. Los amantes iban solos en uno de los -carros, recostaditos en sacas de lana, y abrigados con mantas espesas; -pero esta relativa comodidad no les dio el blando sueño, porque -les desvelaba el ardiente cavilar, midiendo y pesando los riesgos -que corrían. Hicieron febril examen de los diferentes medios de -ocultación, y se entretenían en inventar y proponerse los disfraces más -estrambóticos.</p> - -<p>Al amanecer, parados los vehículos al subir del puerto, Cíbico pasó -de su carro al de los amantes para platicar con ellos y sugerirles una -o más ideas de escondite seguro. Hablando después de cosas pretéritas y -de personas ya perdidas de vista, aunque no borradas de la imaginación, -dijo el encantado <i>Asur, Hijo del Victorioso</i>, que si hubieran -seguido la falsa pista, y en ella les encontrara el guardia Regino, -este les habría dejado escapar. Era un amigo de acendrada nobleza, -caballero a carta cabal. A esto replicó Cíbico:</p> - -<p>—Nuestro buen Regino no está ya en la Comandancia de Soria. Le -han trasladado a... deja que me acuerde... No sé si es a Sigüenza, -Jadraque o Cogolludo. Sería buena sombra para ti que toparas con él, -y mejor aún que antes le viera yo para prevenirle. Si esto pudiera -ser, a ti vendría yo con un lindo soplo, diciéndote: «Gil, no vayas -por<span class="pagenum" id="Page_248">p. 248</span> este camino, -sino por <i>quillotro</i>.» O bien: «Gil, vístete de fraile francisco, -y Pascuala de lego; ensuciaos caras y manos, y echaos al camino -pidiendo limosna, sin miedo a la pareja. Para esto habías de llevar -holgadas alforjas, y Pascualita un santirulico metido en su urna»... Y -en resolución, amigos, confiemos en Dios Todopoderoso y en su divina -Madre.</p> - -<p>En la Madre suya, que también era divina, confiaba el caballero con -arraigada fe, y tenía por indudable que viniese a socorrerles cuando -estuvieran en las apreturas y conflictos más graves. Siguieron adelante -con marcha perezosa, por causa del tiempo de agua que les fastidió -a poco de salir de Barahona. Encharcado el camino, las pobres mulas -tiraban a desgana; los trajineros, encapuchados con sacos del revés, -bajaban a estimular con palos a las pacientes bestias; cada bache -producía detención y una bárbara escena de castigos, imprecaciones -y ofensas a Dios y a la humanidad, envileciendo y ensuciando las -cosas más santas. Solo los dos perros iban tranquilos, guarecidos -de la lluvia debajo de los carros. Los amantes no se dolían del mal -tiempo, pues era muy de su gusto no ver alma viviente a lo largo de la -carretera. En un alto que hicieron descendiendo hacia Paredes, subió -Cíbico por segunda vez al atascado carro de los amantes, y partiendo -con ellos desayuno de pan y cecina, les animó con risueños planes.</p> - -<p>—Ya que estoy aquí —les dijo—, seguiré hasta mi pueblo, que es -Taravilla, en término de Molina de Aragón; y si queréis llegaros allá -conmigo, desde ahora os garantizo tanta seguridad<span class="pagenum" -id="Page_249">p. 249</span> como tendríais si os subiérais al mismo -cielo. Ya os he dicho antes que os conviene casaros por la ley de -Dios, que así os hallaréis santificados, y mejor dispuestos para que -la justicia se ponga tierna con vosotros. Haced caso de mí. No está -bien que sigáis amontonados según eso que llaman <i>librepienso</i>, -porque casaditos no podrá decir nada contra vosotros el malvado -Clericalismo... Sed, pues, un poquitín hipócritas; poneos en el tono de -los más, y aparentad religión, que si la lleváis en la voz y el gesto, -ya tenéis medio camino andado para que la opinión os crea inocentes. A -propósito de religión, sabed que el cura de Taravilla es mi tío, don -Librado Cíbico, santo varón que os casará en dos palotadas en cuanto yo -le hable de ello. Me diréis que os faltan los papeles, y os contesto -que cuanto papelorio necesitéis os lo facilitará otro de mis tíos, don -León Conejo, cartulario en Molina de Aragón, el cual es un águila en -escritura moderna y antigua, y lo mismo imita la letra gótica que la -Iturzaeta o la bastardilla, rasgos para arriba, rasgos para abajo; y -documento que sale de sus dedos es tan de fe como los que escribieron -los cuatro Evangelistas. Tened por seguro que los papeles de ambos -contrayentes los apañará tan en regla como si fueran los propios, sin -que nadie pueda poner la menor tacha en los sellos, rúbricas y demás -requilorios.</p> - -<p>Convencidos quedaron los amantes, y tal era el efecto de la suelta -labia del buhonero, que ya se veían refugiados en Taravilla esperando a -que les arreglaran el casorio don Librado Cíbico y don León Conejo... -Por el mal<span class="pagenum" id="Page_250">p. 250</span> estado -del camino y la insistente lluvia, tardaron los carromatos dos largos -días en llegar a la ilustre villa de Atienza, ceñida de doble muro y -guardada por uno de los más altaneros castillos que han sobrevivido a -la época feudal. En una venta situada al pie del cerro en que se alza -el castillo, pararon los trajineros para tomar la mañana, y allí se -discutió si sería o no conveniente que los fugitivos entraran en la -villa, oprimida, como las más de España, por autoridades metijonas -y cargantes, por clérigos fastidiosos y acusones, y señores rígidos -que en todo metían las narices olfateando la inmoralidad. Estas -advertencias hizo el Pocho en bárbaro lenguaje, y Filiberto trató de -desvirtuarlas, asegurando que el vecindario y autoridades de Atienza -eran buenos, generosos y hospitalarios. La opinión de Tomás fue que -no mandando en aquella comarca los Gaitines, sino los Gaitones, no -había nada que temer. Aunque el Gaitón de Atienza y sus hijos eran de -la peor ralea del mundo, bastaba que aquellos fugitivos vinieran de -tierra gaitinesca para que se cuidaran de protegerlos antes que de -perseguirlos.</p> - -<p>Oídos los distintos pareceres, determinó Cíbico que Gil y Pascuala -quedaran en la venta, y él con ellos para prevenir cualquier incidencia -desagradable. Además, había que hacer frente a una nueva dificultad. -Los tres amigos trajineros tenían que volverse a Soria. Era forzoso -estudiar y poner en práctica otro medio de locomoción, para llevar más -lejos a los perseguidos de la justicia. Instalose, pues, Bartolo con -estos en un camaranchón alto de<span class="pagenum" id="Page_251">p. -251</span> la venta, para descansar, reponer fuerzas, y ocuparse en -discurrir los cantos inéditos de aquella odisea.</p> - -<p>Con algunas dádivas y expresivos requerimientos que llegaban al -corazón, ganó Bartolo la voluntad de los venteros, quedando así -garantizado el escondite hasta emprender nuevamente la marcha. Pero -la tranquilidad en que se hallaban los fugitivos fue turbada al -siguiente día por las noticias alarmantes traídas de Atienza por -los carromateros. En la villa corría un rumorcillo del crimen de -Calatañazor, del cual hablaban ya con misterio, apuntando también a -Cíbico, como encubridor, los papeles de Soria. No le nombraban; pero -bien claras eran las señas y la pintura del tipo, con los rasgos -indubitables del comercio ambulante y la pérdida de la ardilla. -Opinaban, pues, <i>el Pocho</i> y compañeros que los sospechosos debían -tomar soleta sin demora, internándose en los montes de Sierra Pela. Con -estos graves avisos de la realidad, se turbó el ánimo del buhonero; -mas recobrando pronto su buen temple, supo ponerse, como dicen los -políticos, <i>a la altura de las circunstancias</i>, y con el dedo en -la frente, los ojos medio cerrados, largó esta soflama de general en -jefe en día de batalla:</p> - -<p>—La cuestión se complica. Procuremos conservar nuestra sangre -fría, y ante las arrogancias del enemigo saquemos del magín todas las -matemáticas pardas que poseemos. Visto que mi objeto es refugiarnos en -Taravilla, donde tendremos para el ocultamiento, casorio y demás a mi -tío don Librado y a don León Conejo; visto que aquí no podemos seguir, -nos<span class="pagenum" id="Page_252">p. 252</span> escabulliremos -de noche hacia Riofrío, y por atajos seguiremos hasta plantarnos en -Alcolea del Pinar. De allí a Molina, todo el territorio es mío, pues -en Selas y Maranchón hasta las piedras me tutean, y los ciegos me ven -y los mudos me oyen... Conque, amigos, dad memorias a los Borjabades -de Soria, que a mi parecer esos son los causantes de que yo me vea -complicado en este negocio. El avestruz de don Saturio me tiene tirria -porque yo me llevo las simpatías de todo el mundo, y a él nadie le -puede ver. Que siga buscando las minas de plata, y que las encuentre -de porquería. Y despídase para siempre de este filón de Pascualita, -que es para mi amigo Gil. Rabiad, Gaitines; tragad quina, Borjabades. -A estos desventurados novios me los llevo a Taravilla, y allí los -caso, y seré padrino de la boda y de lo que venga después. Conque, -amigos <i>Pocho</i>, Tomás y Filiberto, buen viaje, y si os preguntan -por nosotros, decid que nos ha tragado la tierra... Cuando paséis por -Almazán, echad a las Carmelitas de parte mía todas las maldiciones que -se os ocurran, con la mar de ajos y otras desvergüenzas; y si podéis -meterles por las rejas una tea encendida, prestaréis un servicio a la -patria y a vuestro seguro servidor...</p> - -<p>Un día más dejó pasar el astuto capitán de la expedición para mayor -descanso de Pascualita, y en espera de mejor tiempo. Por fin, ajustados -y dispuestos tres borricos de buen pelaje, propiedad de un recuero de -Sigüenza, partieron en noche fría y serena a tomar las angosturas de -Riofrío, faldeando el monte llamado Padrastro de Atienza. Nada digno -de<span class="pagenum" id="Page_253">p. 253</span> contarse les -ocurrió en esta travesía. Llegaron felizmente a Huérmeces a la tarde -siguiente; descansaron allí algunas horas, y con ocho más de recorrido -avistaron la ilustre y episcopal ciudad de Sigüenza. Guardose bien -el prudente Bartolo de penetrar en ella, y pasando el Henares por un -kilómetro más arriba, rodearon hasta parar en una venta situada en la -carretera de Alcolea del Pinar.</p> - -<p>Era el ventero amigo y algo pariente de los Cíbicos de Taravilla, -y enterado del asunto quiso mostrar a los fugitivos su generosa -simpatía, proporcionándoles un carro para seguir hasta Selas. En el -carro pusieron media carga de ladrillos, y encima unas piezas de -estameña y saquerío para que se acomodara la señora; los dos hombres -irían a pie, cambiando su ropa por las prendas usuales del país. En los -preparativos de esta combinación se les fue todo un día y parte de la -noche. Salieron al fin hacia Barbatona, confiados y contentos... Pero -¡ay! al amanecer, cuando se aproximaban a este lugar, se les apagó -súbita y desgraciadamente la buena estrella que en su fuga les guiaba, -y quedáronse a oscuras en pleno día. Día fue en verdad funesto, de -los que han de marcarse con piedra negra... Al salir de una revuelta, -vieron venir la pareja de la Guardia Civil. No les valió hacerse los -indiferentes, con idea de pasar de largo sin más que un ligero saludo. -Pronto vieron que los guardias venían al bulto... pronto reconocieron -en uno de ellos al bondadoso Regino.</p> - -<p>Al compañero de este le desconocían los fugitivos: era proceroso, -bigotudo, de rostro cetrino<span class="pagenum" id="Page_254">p. -254</span> y fosco. Dioles el alto y les pidió los nombres. Vacilaron -un momento los dos caminantes, y mirando a Regino, parecían solicitar -su benevolencia. El guardia feo sacó el papel en que llevaba las señas -de <i>Florencio Cipión</i>, presunto autor de un homicidio. Regino le -dijo:</p> - -<p>—No te canses, Juan. Les conozco, y ni este ni los demás pueden -ocultar sus nombres. La dama irá en el carro. Ya la veo: es ella.</p> - -<p>—No queremos mentir, Regino —dijo el caballero con gallarda -sinceridad—. Somos Cintia y yo que vamos huyendo de la justicia. No nos -maltrates, y cumple con tu deber.</p> - -<p>—Amigos míos son —dijo Regino al otro guardia—, y me duele verme en -el caso de detenerlos. Pero la ley es ley. Conozco a <i>Cipión</i>... -<i>Cipión</i> amigo, te tuve por caballero... Yo no te acuso; yo -no hago más que prenderte, porque eso nos han mandado. Si eres -inocente, como creo, tú sabrás demostrarlo... Y en cuanto a ti, buen -<i>Corre-corre</i>, no sé qué pensar.</p> - -<p>—A mí me cogéis por encubridor —declaró Bartolo con cierta -arrogancia caballeresca—. Yo protejo a los fieles amantes y doy mi -amparo a los desvalidos. Ya sabéis aquello de <i>Bienaventurados los -que padecen persecución por la justicia</i>...</p> - -<p>—Ea, poca conversación —dijo el guardia de la cara fosca—. Con -usted, paisano, y con la señora del carro, no va nada. A ninguno de los -dos se menta en este papel. Y ahora vuelvan grupas, y a Sigüenza los -tres, si no quieren dejar solo al <i>Cipión</i>.</p> - -<p>—Yo voy con mis amigos hasta los confines del mundo si es menester -—dijo Cíbico iniciando<span class="pagenum" id="Page_255">p. -255</span> la contramarcha.</p> - -<p>Al dar los primeros pasos, Regino se acercó al carro, y viendo -a Pascuala hecha un mar de lágrimas, la consoló con estas blandas -razones:</p> - -<p>—No llore usted, señora. Es cosa triste, sí, que tenga usted que -separarse de <i>Florencio</i>; pero... calculo yo que será cuestión -de pocos días... En todo caso, le garantizo que estará usted en lugar -seguro y decoroso, tan bien atendida como en su propia casa. Y si, como -pienso, <i>Florencio</i> resulta inocente, se reunirá con usted para -continuar su camino hacia la felicidad, que pocos alcanzaron en este -mundo... ¡Quién sabe si este contratiempo será para mayor dicha de -ustedes! Yo así lo deseo... Vaya, vaya... tanto llorar le retuerce a -uno el corazón.</p> - -<p>Insensible a estos candorosos emolientes, Pascualita no atajaba la -corriente acerba de sus lágrimas, ni su congoja le permitía pronunciar -palabra alguna. En tanto, Gil marchaba taciturno entre Cíbico y el otro -guardia, y su ceño adusto y su mirar al suelo indicaban el paso interno -de una lúgubre procesión de despecho y coraje. Volvió Regino a su -puesto junto al criminal, para llevarle en medio, y también traía entre -ceja y ceja y en su grave mutismo indicios de otra solemne procesión, -acaso conflicto anímico entre los deberes y la amistad. Y cuando Regino -abandonó el papel de consolador junto al carro, que iba detrás, fue a -desempeñarlo Cíbico, tratando de atenuar el dolor de la maestra con -estas rebuscadas expresiones:</p> - -<p>—Si se llevan a Gil, y ello será por pocos días, ya sabe, -Pascualita, que en mí tendrá un padre... Y si quiere que vayamos tras -de Gil a<span class="pagenum" id="Page_256">p. 256</span> Soria, por -mí no hay inconveniente... Buenas relaciones tengo en toda la tierra -de los Gaitines, y algo podré hacer para que la causa vaya por buen -camino. Don Eleuterio y don Sabas Gaitín no me dejarán mal, si les digo -yo al oído dos palabritas, y el mismo Prior de los Carmelitas de El -Burgo no me dejará feo si le pido su intercesión. Yo le perdono lo de -la ardilla, si él saca el pecho fuera por salvar a un inocente. Ánimo, -bella señorita... y no lloréis tanto, que se os empaña la hermosura.</p> - -<p>Sin ningún incidente que alterara la tristeza de lo que se ha -referido, llegaron a Sigüenza, lo que fue mayor duelo de Cintia, porque -apenas entraron en las calles costaneras y empedradas por los demonios, -la caravana fue rodeada de gente curiosa, en su mayor parte chiquillos -y mujeres, que con preferencia se agolpaban a los lados del carro para -contemplar a la dama dolorida, en quien algunos vieron una princesa -cautiva. Con séquito tan azorante llegaron a la Plaza Mayor, donde está -el Ayuntamiento y en él la cárcel. De la otra parte se alza el hastial -derecho de la hermosa basílica seguntina. Porches desiguales rodean la -plaza; retorcidos hierros oxidados soportan el balconaje de las casas -vetustas. La llovizna y el brumoso cielo ennegrecían el ya triste -escenario. Al pasar el carro junto al Ayuntamiento, formose un gran -ruedo de mirones impertinentes en torno a la caravana. Regino llegose a -Gil, y un tanto turbado le dijo:</p> - -<p>—Tú solo entras en la cárcel; la señora y Cíbico quedan fuera, -pues aún no se nos ha ordenado detenerlos. Yo te aseguro que debes -estar tranquilo por lo tocante<span class="pagenum" id="Page_257">p. -257</span> a Pascualita, pues la albergaré en mi propia casa, donde -será tratada con todo el miramiento que merece.</p> - -<p>Montó en cólera el caballero al oír esto, y no pudo contenerse:</p> - -<p>—Ya veo la infamia, ya veo tu deslealtad conmigo. Por caballero te -tuve; pero ya entiendo lo que puedo esperar de tu amistad. Mi mujer no -se separará de mí; mi mujer no puede ir a tu casa, porque no debe ser -así, porque no quiero yo, Regino... no quiero, no quiero.</p> - -<p>—Párate un poco, y reflexiona —replicó el guardia, pálido, con -temblor de la mandíbula—. En Numancia te dije que aquí nací yo, que -aquí vive mi madre, señora de cuya respetabilidad pueden darte noticia -muchas personas de las que aquí están. Mi madre es hermana del Rector -del Colegio de San Antonio, y con él mora. Es vivienda por demás -honrada y decorosa... No dudes de mí, que fui tu amigo y sé portarme -como tal y como caballero.</p> - -<p>No se dio Gil a partido; antes bien, poseído de furor, trató de -desasirse de los que le sujetaban, y con modos tan violentos se -sacudía, que el guardia fosco ordenó que le amarraran.</p> - -<p>—No te creo, Regino; eres un villano —gritaba—; eres un hipócrita: -ahora me quitas a la que con artes de mala ley quisiste hacer tuya... -¡Suéltenme! Regino, por la fuerza me vencerás... pero yo me vengaré de -ti, yo...</p> - -<p>No pudo decir más, o no se oyó lo que en rencorosos borbotones salía -de su boca.</p> - -<p>En esto se adelantó un hombre, un señor de buena estampa, con -barba negra, el cual por su actitud y manera de producirse tenía sin -duda<span class="pagenum" id="Page_258">p. 258</span> predicamento y -autoridad en la ciudad. Era don Ramiro Gaitón, y sus palabras fueron de -las que no admiten réplica:</p> - -<p>—Ea, metedle adentro, cacheadle y ponedle grillos si fuese menester, -que este, por las trazas, es bandido de cuidado. Pronto, adentro con -él.</p> - -<p>Y luego se fue a ver a la del carro, que de la fuerza de su -congoja y del bochorno de verse entre tal gentío, había perdido el -conocimiento. Mirola el Gaitón con ojos ávidos de conocedor y catador -de bellezas, y risueño dijo así:</p> - -<p>—¡Bonita mujer! No caen estas brevas todos los días. Llévatela, -Regino; guárdala en tu casa.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch21"> - <h2 class="nobreak g0">XXI</h2> - <p class="subh2">Donde se verá cómo principió el espantoso vía‑crucis - y horrendo calvario del caballero sin ventura.</p> -</div> - -<p>Mientras el don Ramiro (que por ser Gaitón merecerá toda la -antipatía de los que esto lean) creíase obligado, por deber y por -derecho, a prestar auxilio a la hermosa señora del carro, y disponía -que conducida fuese a la botica (regentada por otro Gaitón) para que -se le administrara una bebida antiespasmódica, Gil era empujado con -violencia y grosería hacia el interior del feo edificio. Hallose dentro -de un local que recibía la luz de enrejada ventana estrecha, y con -abandono de animal rendido de cansancio se arrojó al suelo, que en -algunos<span class="pagenum" id="Page_259">p. 259</span> sitios tenía -montones de paja donde duraba el hueco de otros presos allí albergados -anteriormente. Su desesperación no le dejaba espacio para considerar -las consecuencias de su infortunio ni los medios de conjurarlo. A poco -de humillarse sobre la paja, cayó en un sopor febril, que le daba la -sensación lúgubre de un descenso a los profundos abismos, donde le -maltrataban y escarnecían diablos crueles y harpías desvergonzadas... -La noche le encontró en el propio estado de somnolencia, con intervalos -de estupidez o embrutecimiento, en los cuales percibía los ásperos -ronquidos de otro infeliz que no lejos de él mataba las horas.</p> - -<p>Hallábase ya el caballero más despabilado de su negra modorra, -cuando hirió sus oídos la voz del compañero de encierro, el cual en -tono familiar así decía:</p> - -<p>—Buen amigo, pues la mala suerte nos ha traído a estar juntos en -esta mazmorra indecente, hablemos y contémonos nuestras miserias, que -yo soy de los que, a falta de pan y de alegría, se alimentan con el -sueño a ratos, y a ratos con la buena conversación.</p> - -<p>La réplica de Gil fue tan solo de monosílabos perezosos, y el otro, -incorporado en su lecho de pajas, prosiguió así:</p> - -<p>—Como yo voy siempre a cara descubierta, sin ocultar mi nombre ni -renegar de mí mismo, le diré que me llamo Tiburcio de Santa Inés, y -que soy natural de Rebollosa de Jadraque, donde tengo, digo, tuve mi -hacienda, y que estoy preso por haberle tirado una piedra a Crisanto -Gaitón... Le apunté a la cabeza, y le di en el hombro sin hacerle -daño... Fue por... Verá usted... Mi padre, José de Santa Inés, natural -de Garabatea, me dejó<span class="pagenum" id="Page_260">p. 260</span> -una finquita que fue de mi abuela materna, Rosalía Carbajosa, natural -de Tor del Rábano, y dicha finca linda por el Naciente con huerta y -viñedos de don Zacarías Escopete, por el Sur con las tierras de... Pero -si está usted dormido, me callo y lo dejo para después, que no quiero -molestarle...</p> - -<p>Contestó Gil con estas incongruentes expresiones:</p> - -<p>—Yo maté a Galo Zurdo por rescatar a mi novia y sacarla del infame -cautiverio en Calatañazor... Ahora no descansaré hasta que dé muerte a -Regino, que me engañó con arrumacos hipócritas, haciéndose pasar por -caballero encantado como yo... ¡Quién me había de decir que recobrada -mi mujer, fuera Regino quien me la quitara! Si usted defiende a Regino, -se verá conmigo en esta cárcel, o fuera de ella; y si nos llevan juntos -a Soria, veremos quién puede más.</p> - -<p>—Amigo —dijo el otro con voz blanda, tirando al humorismo—, no me -hable usted de matar, que yo, aunque ando en cárceles, no soy hombre -que acomete a sus semejantes, y jamás he quitado la vida a ningún -nacido, como no sea mosca, mosquito, o cuanto más algún pobre conejo -que se me ha puesto delante de la escopeta. Yo no mato... Tiré una -piedra al Gaitón en el momento de más coraje que he tenido en mi vida; -pero no iba más que a descalabrarle, para que se acordara de Tiburcio -de Santa Inés, el despojado y atropellado en Rebollosa de Jadraque.</p> - -<p>Gil se incorporó para ver a su compañero; pero la claridad de -luna que por la reja entraba era tan pobre, que uno a otro se -reconocían<span class="pagenum" id="Page_261">p. 261</span> tan solo -como bultos o sombras vivificadas por la palabra. Secamente dijo el -caballero:</p> - -<p>—Yo maté a Zurdo Gaitín porque debí matarle, que así me lo -aconsejaron San Basilio y San Agustín... «Cuando no quieran darte lo -tuyo, tómalo.» Yo no podía tomarlo sin destripar antes al cerdo. Ya -sabe usted, amigo, que a cada puerco le llega su San Martín. Me quedé -con las ganas de pegar fuego a Calatañazor...</p> - -<p>—Pues yo le aseguro a usted —dijo el otro— que si nunca he matado a -nadie, tampoco puse mis manos en quemazón de paneras y trojes, como han -hecho otros, movidos de venganza. Siempre fui honrado, y de mi buena -conducta podrá dar fe todo el gentío de estos pueblos.</p> - -<p>Extremado ya en la incongruencia, habló Gil de este modo:</p> - -<p>—Pues usted conoce al dedillo estos terrenos, dígame si cae por -aquí cerca Zorita de los Canes... porque ha de saber usted que yo soy -Conde... ¿se va usted enterando?... Conde de Zorita de los Canes.</p> - -<p>—Lejos está ese pueblo... allá por tierra de Pastrana y Mondéjar, -tocando a los mojones de Cuenca... Orilla de Zorita, en un pueblo que -llaman Almonacid, tengo yo una prima casada con Cristino Angosto, -natural de Tetas de Viana, que cae hacia esta parte... ¿Conque dice que -es Conde? Querrá decir que <i>esconde</i> algo...</p> - -<p>—Conde soy, y si lo duda, ahí están los libros del Becerro, que se -lo dirán.</p> - -<p>—Pues yo soy Marqués de Rebollosa de Jadraque —afirmó el otro -riendo—, y aquí todos somos de la grandeza.</p> - -<p>—Mi condado es Zorita de los Canes. Y yo<span class="pagenum" -id="Page_262">p. 262</span> quiero que usted me informe de si aquel -pueblo lleva tal nombre porque hay en él muchos perros... quiero decir, -Gaitones.</p> - -<p>—Perros habrá de caza y de campo, y Gaitones no han de faltar, que -son los animales más propagados en esta comarca. Por acá conozco a don -Ramiro, don Crisanto y don Manuel Gaitón. Este es el más pudiente... -cocido en dinero; y para redondearse se ha casado con la hija de un -señor riquísimo que vive allá por Riaza, y le llaman don Gaitán de -Sepúlveda, propietario de tierras, dueño de tantos ganados, que con -ellos podría estrellar de ovejas el cielo.</p> - -<p>—¡Le conozco... ya sé! Un vejestorio con antiparras... He sido -pastor en uno de sus rebaños.</p> - -<p>—¿Pastor y Conde? Eso sí que es bueno... Amigo, ¿se llama usted -<i>don Patraña</i>?</p> - -<p>—Me llamo Tarsis... me llamo <i>Asur, Hijo del Victorioso</i>, y si -usted me apura, me llamo Mudarra o <i>Mutarraf</i>, que quiere decir -<i>Vengador</i>.</p> - -<p>—Que sea por muchos años, ja, ja... Pues no es el hombre poco -divertido... ¡Quién lo diría, Señor! Hasta en estos lugares de -tristeza, salta, cuando menos se piensa, el buen humor, y unas veces -por flautas y otras por pitos, se va pasando el rato.</p> - -<p>En estas vagas conversaciones les cogió el alba, y conforme iba -entrando en la prisión la tímida luz del nuevo día, mermada por los -gruesos barrotes de la ventana, se vieron y se examinaron los dos -presos. En su compañero, solo conocido hasta entonces por la voz, -vio<span class="pagenum" id="Page_263">p. 263</span> Gil un hombre -revejido y de talla corta, de facciones vulgares, iluminadas por un -mirar de plácida mansedumbre, afeitado de días, con traje de labrador -o jornalero del campo. Al poco rato, se personaron en el calabozo dos -individuos que dieron a Gil orden de disponerse para partir a Soria en -conducta de la Guardia civil; el otro quedaría en Sigüenza hasta nueva -orden. Dieron a los dos mísero desayuno de pan negro y tocino crudo -averiado. No tardaron en aparecer los guardias que habían de llevarse -a Gil. Este se despidió de su compañero, que con sombrío gracejo le -dijo:</p> - -<p>—Abur, señor Conde; Dios se la depare buena. Aquí me tiene a su -disposición no sé hasta cuándo. Tiburcio de Santa Inés, para servir a -Su Excelencia.</p> - -<p>Salió Gil entre los dos guardias. La mañana era fría y brumosa. Al -pasar frente a la catedral, vio el caballero las almenadas torres de -feudal arrogancia ceñuda. Entre los velos de la niebla, el grandioso -monumento se revestía de cierta majestad funeraria. Bajando hacia -la alameda tomaron el camino real, y a poco de entrar en este, como -notaran los guardias en el preso cierta inquietud y ganas de monólogo, -le ataron, recomendándole paciencia y juicio. Gil les dijo:</p> - -<p>—Atadme si queréis. No me importa, que yo tengo en mi familia quien -podrá darme libertad aunque me llevarais encerrado en una jaula de -hierro. Vosotros no contáis con una Madre como la mía... Siento que no -venga Regino a conducirme. De seguro lo habría pasado mal... Vosotros -sois honrados y buenos; cumplís vuestras obligaciones sin deshonrar -a<span class="pagenum" id="Page_264">p. 264</span> los amigos -robándoles la mujer... Hay hombres que tienen pinta de caballeros y -son como hienas con bonitos ojos. Otros con mal ceño y cara borrascosa -llevan dentro un corazón de ángel. Yo, señores guardias, no les -aborrezco; sé que me llevan preso y atado por mandato de la ley, y que -no porque yo sea persona principal serán más blandos y considerados -conmigo.</p> - -<p>Con buenas razones le exhortaron los guardias a guardar silencio, y -él obedeció, reduciendo a soliloquio las incoherentes cláusulas que de -la boca le salían.</p> - -<p>«Imposible que la señora Madre deje de venir en mi socorro —se -decía—, a no ser, Gil, que el uso que has hecho de tu albedrío sea tal -que... No recuerdo bien lo que me dijo al despedirse en Calatañazor... -Que si la línea de mi albedrío... que si la línea de su protección... -No sé, no sé. Al perder a Cintia he perdido mi razón. Estoy loco. -¿Será verdad que estoy loco?... Ya que mi Madre no me dé la libertad, -devuélvame al menos la razón.»</p> - -<p>A los dos o más kilómetros de andadura, tuvo Gil bastante claridad -de entendimiento para reconocer que el camino que seguía no era el -mismo por donde había venido de Atienza. Conducíanle por Medinaceli -y Alcuneza, que era, sin duda, más derecho camino hacia Soria. -Verdaderamente, por lo tocante a su comodidad, esta o la otra ruta le -importaban lo mismo; pero prefirió la de Medinaceli, porque dio en -creer que en ella sería más fácil encontrar a la Madre redentora. ¿En -qué se fundaba para pensarlo así? En nada... Tal vez en indescifrables -voces que susurraban dentro de su cerebro.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_265">p. 265</span>Al mediodía -emprendieron el preso y sus custodios la subida del puerto de Sierra -Ministra. Iban desde las fuentes del Henares a las del Jalón, dos ríos -que nacen en opuestas bandas de aquellos montes, y corren luego en -contrarias direcciones, tributario el uno del padre Tajo, el otro del -padre Ebro. Conforme subían, el tiempo cerrábase más de niebla, y la -humedad les penetraba con punzante frialdad hasta los huesos. Por lo -que Gil oyó decir a los guardias, hablando con dos caminantes que en -sendos mulos llevaban la propia dirección, comprendió que se detendrían -en una venta llamada <i>del Cuervo</i>, para tomar alimento y arrimarse -un poco a la lumbre, siguiendo después hasta el lugar de Honrubia, en -cuya cárcel terminaría la primera etapa de la conducta, para continuar -al siguiente día con otra pareja hasta Medinaceli. Picaron espuela los -caminantes, y a la media hora, próximos ya Gil y sus conductores a la -venta que les prometía sustento y abrigo, vieron alzarse una ondulante -columna de humazo negro, y oyeron griterío de alarma y terror. La venta -y dos casas y cuadras medianeras ardían en toda la extensión de sus -jorobados techos.</p> - -<p>Era un lindo espectáculo el del humo negro, que, retorciéndose como -columna salomónica, subía lentamente, y en sus caracoleos voluptuosos -se iba fundiendo con el blanco albor de la niebla. Las llamas daban -toques de púrpura rutilante al bello espectáculo, y el vocerío de -las gentes que querían salvar de la quema trebejos y animales, -concluía y remataba el conjunto dramático. Llegaron a un punto<span -class="pagenum" id="Page_266">p. 266</span> en que la confusión de -humo y vapores cegaron el día, impidiendo la visión de los objetos -más próximos. Gil no vio a los guardias, y estos a él le perdieron de -vista. ¿Qué había de hacer un hombre en ocasión y momento tan propicios -para la conservación personal, más que ponerse en salvo con rauda -ligereza de pies? Así lo hizo Gil, por lo cual merece toda la simpatía -y alabanzas de sus admiradores. Emprendió carrera en dirección de las -fuentes del manso Henares, y para mayor dicha suya y alegría de los -que se interesan por su suerte, a los pocos minutos de precipitarse -en la veloz huida se sintió desligado del atadijo que le sujetaba -los codos. La soga se desprendió silbando como culebra, y los brazos -del preso quedaron libres para dar impulso y compás a las disparadas -piernas...</p> - -<p>Su primera parada para tomar aliento hízola el fugado a distancia -tal, que apenas se veían ya las negras humaredas desliéndose en la -niebla lechosa. ¡Libre! Con decir que la libertad duplicó su energía, -se da una idea de su velocísima carrera; y como iba cuesta abajo, no -tardó en pisar terreno llano. «Aunque no te has dejado ver, señora -Madre —decía—, ¿quién sino tú me preparó con un oportuno incendio -la oscuridad que cegó a los guardias? ¿Qué manos que no fueran las -tuyas pudieron desatar la cuerda que me oprimía los codos?... Yo -advertí que el cordel por sí solo deshizo sus nudos, y salió silbando -y serpenteando hasta perderse de vista en el monte... Ahora déjame -ver la luz rosada que anuncia tu presencia, y sienta yo dentro de mí -la suspensión o azoramiento,<span class="pagenum" id="Page_267">p. -267</span> señal infalible de que la Naturaleza se conmueve a tu -paso.»</p> - -<p>Por más que el caballero miraba a un lado y otro y a los oteros -cercanos, únicos que se dejaban ver, no tuvo el menor atisbo de luz -rosada ni verde. Imperaba el blanco algodonoso de la niebla, sin -dejar ningún resquicio por donde pudieran colarse luces naturales o -fantásticas. Avanzada ya la noche, dio de bruces en un lugar miserable -cuyo nombre ignoraba. Después supo que era Guijosa. No queriendo -infundir sospechas pidiendo albergue o haciendo preguntas, echó un -vistazo al caserío del pueblo, vio la iglesia y en ella un ancho -pórtico con dos rinconadas laterales que parecían hechas de encargo -para que los vagabundos pasaran en ellas la noche.</p> - -<p>Antes de acomodarse en su camarín, quiso dar a su cuerpo algún -sustento, y recordando que aún le quedaban dos bellotas en el bolsillo -del pantalón, metió en él la mano para cogerlas. Grande fue su sorpresa -cuando al tacto reconoció que no eran dos bellotas, sino cuatro. -Momentos después entraba en una taberna que había visto al pasar por -la corredera central del pueblo. Compró medio pan y un pedazo de -queso, y fue a comérselo al pórtico donde había encontrado su albergue -nocturno. Instalose en él, arrimándose bien al ángulo para buscar todo -el abrigo que la dura piedra podía darle, y apenas tiraba los primeros -bocados al queso y pan, creyó ver en el rincón frontero un bulto de -cosa viva. Poco tardó, por cierto rumor de respiración y carraspeo, en -cerciorarse de que era un hombre, un desgraciado<span class="pagenum" -id="Page_268">p. 268</span> caminante, como él sin hogar ni dinero, -acaso como él perseguido de la justicia. En estas dudas se hallaba, -cuando del bulto misterioso salió una ronca voz que dijo:</p> - -<p>—Buen hombre, se quedará usted helado si no tiene manta. Arrímese -acá y participará de la mía, que es de cuatro varas, morellana neta. No -tema que le pegue miseria, que yo, aunque pobre, no la tengo.</p> - -<p>—Buen señor —replicó el caballero, conociendo, por la voz cascada, -que hablaba con un anciano—, acepto muy agradecido el abrigo, y allá me -voy. Y si quiere usted acompañarme en esta pobre cena de pan y queso, -tendré mucho gusto en partirla con usted.</p> - -<p>—¡Ay, sí: deme acá, hermano! Tengo un hambre horrible. No poseo más -capital que la manta, lo único que he podido sacar del pueblo.</p> - -<p>Mientras el famélico señor se incorporaba para tirar feroces -mordiscos al pan, Gil se acomodó bajo un pico de la luenga y tupida -manta morellana. A la escasa claridad de la luna examinó la cara de -su compañero de hospedaje: era cara de viejo, con melenas canosas, -y no desconocida para Gil. En alguna parte y en días no lejanos -habíala visto. ¿Dónde, Señor? Tanto apuró su memoria, que al fin creyó -descifrar el enigma, y para llegar a la certeza, habló así:</p> - -<p>—Señor, yo le conozco a usted; creo haberle visto en un lugar -llamado Boñices. Dígame si es usted un maestro que tiene por nombre don -Alqui...bori...</p> - -<p>—Alquiborontifosio de las Quintanas Rubias, para servir a Dios y a -usted —dijo el otro<span class="pagenum" id="Page_269">p. 269</span> -gravemente mordiendo el queso con avidez—. <i>Escóndese el rico, mas -no el mísero.</i> Como los lobos bajan del monte al llano movidos del -apetito de carne, así he salido yo de Boñices, y voy a la ventura por -estas tierras, buscando el lugar de abundancia donde sobre un mendrugo. -Dios me ha favorecido esta noche trayéndole a usted a mi lado con su -pan, su queso y su cortesanía, que me han dado aliento para vivir -hasta mañana. Y ahora, buen hombre, ya que hemos metido algo en el -buche, hagamos por dormir, que yo estoy rendido, y usted también, a lo -que parece. Mañana hablaremos. Abríguese y duerma. La noche es para -el descanso, llamémoslo sueño, que es la jaula en que se guardan los -pensamientos; el día es para que se abra la jaula, y salgan otra vez -los pensamientos a darnos guerra y a engendrar las acciones... Conque -buenas noches.</p> - -<p>Pareciole muy cuerdo a Gil lo que su compañero de alcoba decía, -y se acurrucó bajo la manta para conciliar el sueño. Durmió con -intermitencias, atormentado de pesadillas, y una de estas fue que -se acababa el mundo, sensación pavorosa producida tal vez por los -ronquidos de don Quiboro, que imitaban el son terrible de la trompeta -del Juicio final. El día le despejó la cabeza de los terrores -milenarios, y puesto en pie y sacudiendo la pereza, mientras el -maestro anciano se desperezaba como un camello, se aprestaron a seguir -su peregrinación... Don Quiboro dobló su manta en forma de que le -sirviera como tapabocas, y por el primer callejón que les vino a mano -salieron al campo libre, observando gozosos que<span class="pagenum" -id="Page_270">p. 270</span> el día se presentaba menos encapuchado de -nieblas que el anterior.</p> - -<p>—¿Hacia dónde vamos, amigo? —dijo don Quiboro, mirando sucesivamente -a los cuatro cuadrantes—. Yo ando a la ventura... a ver si caigo -donde me sea fácil encontrar un pienso razonable. ¿Hacia dónde cae -Guadalajara?</p> - -<p>—Hacia el Sur, y el Sur es por aquí —replicó Gil, señalando una -dirección, después de apreciar en el horizonte la salida del sol—. A -usted, que es persona justa, no debo ocultarle que huyo de la justicia, -y no me conviene andar por senderos concurridos.</p> - -<p>—Pues yo, hijo mío —indicó el viejo con gravedad estoica—, voy -sin criterio propio y entregado al Destino. Ni busco a la justicia, -ni huyo de ella; que si la justicia me coge y me conduce de pueblo -en pueblo, en estos habrá pesebres donde se alimenten bien o mal los -cristianos errantes, que no tienen casa, ni familia, ni una chispa de -numerario.</p> - -<p>—También yo cuento con el Destino, que suele ser más humanitario que -las leyes y los que cuidan de cumplirlas —declaró el caballero—. Si -por una parte huyo de la justicia, por otra voy hacia ella... Déjeme -que le explique... Yo maté a un cerdo... me prendieron, me escapé... -Un guardia civil me quitó a mi mujer... yo voy a que me devuelvan a mi -mujer, o a que me maten, pues sin ella no puedo vivir.</p> - -<p>—Historia complicada es esa, y no he de entenderla como no me -dé más explicaciones. Al decir mujer, ha dicho enredo y confusión. -Habrá usted oído aquello de <i>Hembra lozana,<span class="pagenum" -id="Page_271">p. 271</span> darse quiere a vida vana</i>, y también -estotro: <i>Mujeres y malas noches, matan a los hombres</i>...</p> - -<p>—No es eso, señor —dijo el caballero—. Usted no me entiende... y yo -no podría ponerle al tanto de mi historia sin darle una conferencia de -tres días.</p> - -<p>—Pues resérvela para mejor ocasión, porque con los estómagos vacíos, -en esta hora del desgaste orgánico, ni los entendimientos, ni la -palabra, ni la memoria, están para largos cuentos, ya sean verdaderos, -ya mentirosos. Veamos si la Providencia o San José bendito nos deparan -almas caritativas que nos socorran con algún alimento. Usted que tiene -buena vista, mire y observe si hay por aquí pastores, o si a lo lejos -se descubre algún caserío...</p> - -<p>—Pastores no veo —dijo el encantado—; pero sí gente de labranza, que -a mi parecer está sacando patatas.</p> - -<p>—Pues vamos primero al señuelo de las patatas —dijo el desgraciado -Quiboro, avivando cuanto podía su vacilante paso—, que me da el corazón -que hemos de encontrar hidalguía y caridad... Quiera Dios que sea la -cosecha muy abundante, y que los dueños de ella estén alborozados -y satisfechos... Deme el brazo, hijo, y ayúdeme a salvar pronto la -distancia que nos separa de esos dignísimos labradores... La Virgen -bendiga su trabajo y les aumente el fruto... Ande, hijo, ande.</p> - -<p>Llegaron al grupo de labriegos, que eran tres mujeres y dos hombres, -y tal ventura deparó el cielo a los peregrinos, que apenas manifestada -su fiera necesidad entre bostezos, les dieron cuanto pudo meter en sus -anchos bolsillos<span class="pagenum" id="Page_272">p. 272</span> el -cansado viejo. Sin detenerse en el grupo más tiempo que el preciso para -expresar del modo más patético su inmensa gratitud, se fueron en busca -de un lugar montuno donde pudieran recoger leña y hojarasca, encender -lumbre y asar los preciosos tubérculos que de la caridad habían -recibido. Atravesando rastrojos y metiéndose por empinadas veredas, -dieron en un encinar que les ofrecía descanso, abrigo, soledad, cocina, -fogón, leña y mesa para banquetear a su gusto.</p> - -<p>Recogió al punto Gil un buen brazado de palitroques y ramaje seco. -Felizmente, tenía fósforos y encendió lumbre, que pronto tomó cuerpo, y -las crujientes llamas alegraron el alma y templaron el aterido cuerpo -de don Alquiborontifosio. De rodillas ante la hoguera, extendiendo -las palmas de las manos en actitud litúrgica, tuviérasele por un -sacerdote de los prístinos tiempos de la Historia. Acólito de tal -ofrenda o sacrificio era Gil, que cuidadosamente cebaba la llama para -que se formara un buen rescoldo. Don Quiboro metía las patatas en la -ceniza, y tales eran los estímulos de su apetito, que medio asadas -y medio quemadas empezó a comerlas, soplando sobre ellas antes de -meterlas en su desdentada boca. Y cuando los dos habían aplacado las -primeras ansias del gusanillo, cogió el maestro una patata y la mostró -con solemnidad a su compañero de fatigas, pronunciando este triste -razonamiento:</p> - -<p>—A tal miseria han venido a parar mis cincuenta y más años de -magisterio en Aliud primero, después en Torreblascos, y por fin en el -moribundo lugar<span class="pagenum" id="Page_273">p. 273</span> de -Boñices. Vea usted el premio que dan a una vida consagrada a la más -alta función del Reino, que es disponer a los niños para que pasen -de animalitos a personas... y aun a personajes, que yo con documento -puedo atestiguar... carta canta... que en Buenos Aires, en Méjico y -en otras partes de las Indias, viven ricachones que fueron desasnados -por mí, y que bajo mi palmeta, hoy en desuso, aprendieron a distinguir -la <i>e</i> de la <i>o</i>. Y en esas Cortes o Senados de Madrid, en -que tanto se parla, algunos hay que llegaron cerriles a mis manos, y -de ellas salieron bien pulidos de lectura y escritura, con algo de -aritmética. Nadie me ha favorecido en este vía-crucis doloroso. Dos -generaciones de Gaitines han pasado delante de mí con los oídos tapados -a mis quejas, y solo me atendieron a medias y de mala gana cuando -reclamaba yo dos años de atrasos, dos años de paga, ¡Señor! que me -debía el Ayuntamiento. Los Gaitines han favorecido más la fábrica de -aguardiente que la fábrica de ilustración. Y heme aquí errante, sin -hogar ni más ropa que la puesta y esta manta, atenido a la caridad -pública, rodando como las hojas muertas que lleva el viento, sin -encontrar ni protección, ni pan, ni siquiera sepultura, pues cuando -menos lo piense caeré muerto en lugar salvaje donde las bestias me -pisen y los buitres me coman. ¡Oh, buitres, comedme y hartaos de mi -carne podrida, y que os aproveche y hagáis buena digestión! Seréis más -dichosos que yo lo fui. ¡Oh, niños, niños mil a quienes saqué de las -tinieblas, al daros luz hice una generación de hombres ingratos!</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_274">p. 274</span>Al terminar, -limpiose una lágrima y siguió comiendo. Con la conversación del -improvisado amigo fue recobrando el pobre viejo su normal temple, y -<i>de sobremesa</i> propuso a Gil que, pues habían yantado con sosiego, -que compensaba la triste frugalidad, quedáranse buena parte del día -en lugar tan apacible, recogiendo y almacenando en sus cuerpos el -calorcillo de la hoguera, para tener reserva con que hacer frente a -los fríos y desmayos que les esperaban. Así lo hicieron. Echose Gil -a dormir, y a media tarde reanudaron su vida errante, llevándose don -Quiboro en sus hondos bolsillos las patatas medio asadas y medio -carbonizadas que sobraron del festín.</p> - -<p>Caminando encontraron una pareja de mendigos: él, caduco y -patizambo, con un voluminoso morral al hombro; ella, jovenzuela, canija -y andrajosa, con un morral chico y una bandurria vieja. Trabaron -conversación, y el hombre, que era muy parlero y comunicativo, les dijo -así:</p> - -<p>—Yo me voy a pasar la noche a Pitarque, que es alivio del pobre en -esta tierra desamparada.</p> - -<p>No había oído don Quiboro tal nombre, y pedidas explicaciones, el -pordiosero las dio muy claras:</p> - -<p>—Bien se conoce que no son ustés de por acá. Pitarque es un -conventorro viejo de franciscos o dominiscos... no sé qué. Desde -tiempo memorial está caído... la iglesia sin techo, lo demás apañado -para casas de labor y lo consiguiente. Comprolo por pocos riales un -granjero de Torremocha, que le llaman José Corvejón, y allí ha puesto -taberna, algo de parador para personas y bestias naturales, lonja de -bacalao y piensos...<span class="pagenum" id="Page_275">p. 275</span> -A la mano acá del monasterio hay un patio grande que fue mismamente -claustro, donde salían a regoldar los frailes, acabado el refitorio. -José Corvejón, que es hombre cristiano de suyo, porque, según dicen, -vivió antes en necesidad, nos deja a los probes entrar en el patio, y -nos da sarmientos y otras leñas comustibles para que hagamos lumbre -y nos calentemos, y las más de las noches nos reparte la bazofia que -sobra de los yantares de la posada... Si no tenéis vos mejor corral -donde albergaros, venid con nosotros y lo pasaréis tan ricamente, que -también suele haber quien eche al aire las penas con algún desperezo de -seguidillas y danza...</p> - -<p>—Sí, sí —dijo don Quiboro con desentonos de chochez infantil—. -Iremos allá. ¿No piensa lo mismo el amigo? Si hay lumbre, un rincón -para dormir, y alegría del pueblo, ¿qué más podemos desear?</p> - -<p>Arreando a prisa, llegaron los cuatro cristianos vagabundos, ya de -noche, al caseretón llamado Pitarque, donde ocurrieron sorprendentes -sucesos y casos de risa y llanto, que conocerá el que tenga paciencia -para seguir leyendo.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch22"> - <p><span class="pagenum" id="Page_276">p. 276</span></p> - <h2 class="nobreak g0">XXII</h2> - <p class="subh2">Refiérense, con el vía-crucis del caballero, las - escenas de pobretería en el corral de Pitarque.</p> -</div> - -<p>Cuando Gil, don Quiboro y la pareja de mendigos entraron en el -corralón, de traza y vestigios de claustro, ya había en este gente -pobre. En uno de los grupos reconoció Gil a los volatineros que había -encontrado en el camino de Matalebreras; mas por el pronto no quiso -darse a conocer. Formaban ruedo junto a su carro, en actitud de -preparar la cena. Luego se hizo cargo del local paseando en redondo, y -vio desde fuera la taberna, lonja y demás aposentos. Al volver junto -a don Quiboro, recogiéronse, por indicación de este, en el ángulo más -próximo a la puerta, donde unos sacos de paja les brindaban cómodo -asiento. Liándose en su manta, el maestro dijo a su incógnito amigo:</p> - -<p>—Aquí estamos como en atalaya. Por causa de mi corta vista no -veo más que el resplandor de las hogueras que algunos encienden ya -para guisar. Sirvan los buenos ojos de usted para descubrir ollas -o sartenes, y ver si hay entre tanta gente un alma buena que nos -convide.</p> - -<p>—Sí habrá, señor don Quiboro —replicó el caballero—, y en último -caso, nos convidaremos nosotros.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_277">p. 277</span>Antes que terminara -la frase, fue tocado en el hombro por un sujeto, en quien al punto -reconoció a su compañero de la cárcel de Sigüenza, Tiburcio de Santa -Inés, el cual, soltando el chorro de su locuacidad, contó que se había -escapado de la prisión por un patio interno, al cual pasó aprovechando -descuidos del alcaide, y favorecido por un empleado del Ayuntamiento, -amigo suyo. No creyó Gil prudente explicarle el cómo, dónde y cuándo de -su recobrada libertad. A la pregunta de don Quiboro, «¿quién es este -señor?» respondió Tiburcio:</p> - -<p>—Yo soy una víctima de la justicia; a mí me han despojado de mis -bienes los infames Gaitones, plaga de esta tierra, valiéndose de -leyes retorcidas y aplicadas al mal... Antes de contarles mi caso, si -quieren oírlo, dígame, señor anciano, si es usted de la curia, pues -tal me ha parecido por sus gruñidos, sus guedejas y el metal apagado -de la voz. Si es de la justicia, <i>abrenuncio</i> y me voy al lado de -enfrente.</p> - -<p>—Cálmese, buen hombre —dijo con hueca voz don Alquiborontifosio—. -Yo no soy de la justicia; soy de más abajo; pertenezco a la última -fermentación de la podredumbre del Reino... Ya ve usted por mi pelaje -cómo acaban los que, enseñando a la infancia, allanamos el suelo para -cimentar y construir la paz, la ilustración y la justicia... Siéntese a -nuestro lado y cuéntenos lo que quiera, sin dejar de echar una miradita -a las ollas y calderos, que a mi parecer ya están puestos a la lumbre. -Si esto es ilusión, no me la quiten los hombres de buena vista.</p> - -<p>En los sacos de paja se sentó Tiburcio, a<span class="pagenum" -id="Page_278">p. 278</span> quien mejor que a nadie cuadraba el mote de -<i>Pobrecito hablador</i>, y con fácil vena dio principio a su cuento, -que no es fábula muerta, sino historia viva:</p> - -<p>—Una huertecilla heredé de mi padre, y un prado muy bueno, y con -ambos predios lindaba otra huerta de mayor cabida, perteneciente a -Zacarías Escopete, consuegro de don Crisanto Gaitón... Hace un año -dio Zacarías en la tecla de que yo le había de dar paso por mi huerta -al carro que le llevaba el abono para la suya... Me resistí; no había -memoria de tal servidumbre. Los amigos me aconsejaban que cediera, pues -de no hacerlo, el vecino me causaría mayor perjuicio, por ser yo pobre -y él un ricacho que hace de la justicia lo que le viene en gana... -En mal hora me resistí, parapetándome en mi derecho. El parapeto de -nada me sirvió, y el maldito Escopete me puso la demanda... Todos los -vecinos se prestaron a declarar que en ningún tiempo habían visto que -mi huerta fuera paso de servidumbre para la del otro... De nada me -valió el testimonio de medio pueblo, y el juez municipal nombrado, -como toda autoridad, por el Gaitón, a quien parta un rayo, sentenció -condenándome a dar paso al carro y pagar las costas.</p> - -<p>—¡Vaya por Dios! —exclamó don Quiboro—. Con apelar usted al juez -de primera instancia, que forzosamente había de revocar sentencia tan -absurda, estaba usted salvado.</p> - -<p>—¡Que si quieres! Eso es lo justo; pero váyale usted con justicias a -los hombres malos que sin más ley que su egoísmo oprimen al pobre.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_279">p. 279</span>—Tiene usted razón. -Por eso ha dicho la sabiduría popular: <i>No vive el leal más que lo -que quiere el traidor</i>. Siga.</p> - -<p>—El juez de primera instancia, que es también hechura del Gaitón, -fue y ¿qué hizo? Pues confirmar la sentencia y condenarme también en -costas... Encontreme, como el otro que dice, con la soga al cuello. Del -Juzgado me avisaron que fuese a pagar las costas, que eran doscientas -treinta y tantas pesetas... ¡Ay, Dios mío, qué apuros! En la casa del -labrador pobre suele haber frutos para ir comiendo; pero tal cantidad -de pesetas no las hay sino en contados días... Dejé pasar el tiempo -en espera de la fiesta del pueblo... buena ocasión para vender unos -novillos... Cuando más descuidado estaba yo, el juez municipal recibe -un oficio del otro juez más alto, ordenándole que me embargara las -fincas por valor de quinientas pesetas, y el hombre no anduvo perezoso -para la diligencia. Vino a mi casa y me embargó el huerto, y por si -no era bastante, el prado... Nada, que por caridad no me embargó los -zapatos y la camisa... ¿Qué hice? Pues salir a buscar quien me prestara -dinero para levantar el embargo... ¡Qué dinero ni qué niño muerto, si -el poco que hay lo tienen los ayudantes del verdugo, es decir, los -criados del cacique! Viendo este desamparo, me dije yo: «Esperaré a -la feria del <i>Corpus</i>, donde podré vender con estimación mis dos -novillos»... ¡Que si quieres! No se me arregló el negocio, y esos -villanos sacaron mis propiedades a subasta. Acudieron licitadores, -echados a socapa por el consuegro del Gaitón, y pujando, pujando, -elevaron el<span class="pagenum" id="Page_280">p. 280</span> valor -de mi huerto y prado a mil cincuenta pesetas, más del doble de lo -que el Juzgado había pedido. Nunca mandan embargar de menos, sino de -más, con idea de que sobre lo que se ha de comer la curia. Pero el -juez municipal consultó al de primera instancia si desde luego debía -entregar al embargado la demasía... A todo esto, yo, algo consolado, -decía entre mí: «Si has perdido dos finquitas, te queda dinero para -vivir a gusto una temporada...»</p> - -<p>—Inocente era usted, amigo. Como si lo viera, el juez grande ordenó -al chico que le mandara todo el dinero, inspirándose en aquel aforismo -que dice: <i>Cobra y no pagues, que somos mortales</i>.</p> - -<p>—Así fue... Venga el dinero, y luego, si algo sobra, se devolverá. -Esto dijo el juez grande.</p> - -<p>—Pero usted reclamaría...</p> - -<p>—¡Oh, sí! reclamar es el oficio del español. Reclamé, y más me -valdrá no haberlo hecho. Pasa tiempo. Viendo que nada me devolvían, fui -y dije al secretario del juez municipal si algo sabía de mi asunto. -Respondiome que no, y que me avistara con el escribano del Juzgado... -Yo, tan tonto, me fui a Sigüenza... ¡pero qué tonto! El escribano me -dijo que viera al otro escribano, que este acaso tendría el dinero -sobrante... Vi al otro, y me dijo que no sabía nada... Volví al primer -escribano... nada sabía tampoco... Y con toda mi paciencia me fui a ver -al señor juez, el cual no recordaba el caso. Insistí. Díjome al fin que -reclamara <i>en forma</i>. Corrí en busca de un abogado, el cual<span -class="pagenum" id="Page_281">p. 281</span> puso un escrito con muchas -retóricas y perfiles, pidiendo que se hiciera tasación de costas, y -pagadas estas con el importe de los bienes vendidos, ¡atiza! se me -devolviera, ¡vuelve por otra! el remanente, <i>etcétera</i>...</p> - -<p>»Disparado este cañonazo, me volví a mi pueblo, Rebollosa de -Jadraque, y aguardé... naturalmente sentado... y en muchos días no supe -nada. Preguntábanme los amigos, y yo les respondía como los escribanos: -no sé nada, y no sabiendo nada estuve no sé cuánto tiempo. Así se trata -en España al buen ciudadano, después de zarandearle para que vote, -para que pague, para que grite: ¡viva el Rey, viva la Constitución!, -a quien debemos llamar <i>la Pepa</i>, por lo que ella vale, y ¡viva -la Libertad!, que también es buena castaña pilonga... Después de muy -larga espera, un día veo entrar en mi casa al secretario del Juzgado -municipal. Me brincó el corazón... Ya estaba yo viendo las quinientas -pesetas pasando de sus manos a las mías. ¡Jesús! tan me lo creí, que -pensé convidarle a unas copas... Y como le vi meter mano al bolsillo, -echeme a reír de gozo, y... Nada, que si apuesto a tonto, no hay quien -me gane... Pues lo que sacó del bolsillo aquel perro fue un papel de -uno de los escribanos del Juzgado grande, en que le decía que hiciera -el favor... ¡para favores estábamos!... que hiciera el favor de decirme -que a la mayor brevedad... ¡a prisita que llueve!... me presentase -a pagar veintinueve pesetas más sobre el importe de la tasación de -costas pedida por mí... y que si no iba pronto... ¡ni que fuéramos a -sofocar un fuego!... que si no iba pronto, me<span class="pagenum" -id="Page_282">p. 282</span> embargarían otra vez... Y aquí se acabó -mi cuento. <i>Colorín colorao.</i>.. Y se acabó, porque la pillería -de los Gaitones y Escopetes me despojó de mi propiedad, ayudada de la -Justicia, que aquí es la máscara que se ponen los malos para que el -latrocinio parezca ley. Así los lobos se disfrazan de pastores, y los -cepos y trampas están hechos con trazas legales para que fácilmente -caigamos, y en ellos dejemos hacienda y vida. ¡Ay, señores, de la pena -que tengo, ya ni llorar sé!</p> - -<p>Oyó este triste lamentar don Alquiborontifosio con grave actitud -de meditación, cerrando los ojos, y pasado un ratito dejó caer de sus -labios esta opinión estoica:</p> - -<p>—Si sobre las propiedades perdidas, señor mío, tuvo usted que -poner veintinueve pesetas de añadidura para que le dejaran en paz, es -usted fiel intérprete de la doctrina de Jesucristo, que dijo: <i>Al -que quiera litigar contigo para quitarte la túnica, déjale también la -capa.</i> (<i>San Mateo.</i>)</p> - -<p>—¿Eso dijo Nuestro Señor Jesucristo? —replicó Tiburcio pasmado -y confuso—. Pues ahora me entero. Vea usted cómo es uno santo sin -saberlo.</p> - -<p>—Santos sin saberlo somos muchos acá —dijo don Quiboro con amargura -que le salía del alma—, y entre ellos me cuento, sin alabarme. -Santos somos por la resignación, y porque no hacemos daño a nuestros -enemigos.</p> - -<p>—No soy yo de esos tan puros —dijo Santa Inés—. Acúsome, señor, del -pecado de ira. Una piedra tiré al Gaitón que me despojó de lo mío; mas -como no le acerté en la cabeza, poco mal le hice. Ayer, recobrada mi -libertad, me acogí<span class="pagenum" id="Page_283">p. 283</span> al -sagrado de los Padres Recoletos, que tienen su casa entre Sigüenza y -Baides. Recibiéronme con cariño; me ofrecieron hablar al señor Gaitón, -y conseguir de él que me perdone la pedrada, con lo que basta para -echar tierra al proceso. Los buenos Padres me protegerán para que tenga -yo un modo de vivir. Haranme santero de un Niño Jesús muy milagroso que -han traído de Roma. Vea usted cómo: ponen el Niño en una linda urna, -vestidito de raso con lantejuelas. La urna es también cepillo; por -encima tiene una hendidura para meter los cuartos; por de dentro una -cajita escondida entre florecicas de trapo. Yo voy por los pueblos con -mi Niño Dios y las personas buenas o atribuladas que desean algo se lo -piden con devoción, y echan luego el memorial, que es perra grande o -chica, cuando no peseta, metiéndolas por la raja de arriba... Bueno: -pues de la limosna, los Padres me dan tercia o cuarta parte, según sea -la recaudación, y siempre que yo vaya al convento a rendir cuentas, -comeré con los legos en la cocina... y ha de saber usted que se dan -buen trato.</p> - -<p>—¡Oh, feliz mortal! —exclamó don Alquiborontifosio, mostrando en -risa franca sus desdentadas encías—. ¡Qué bien te viene el sabio dicho -popular: <i>Al cornudo, Dios le ayuda</i>!</p> - -<p>En esto, Gil, que alejádose había del grupo, atraído de una visión y -esperanza de condumio, volvió alegre con un platón de migas y cuchara, -y mostrándolo al maestro le dijo:</p> - -<p>—Ya nos ha favorecido la Providencia. Esto debemos a las -buenas almas de aquellos volatineros que conocí en el camino de -Matalebreras.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_284">p. 284</span>Gozoso y agradecido -cogió don Quiboro el plato con una mano, y con la otra lo bendijo, -echando sobre las calientes migas estas palabras sacerdotales:</p> - -<p>—<i>Dios ayuda al cornudo y al testarudo</i>... Comamos, hijo, y -participe usted también, señor santero del Niño Jesús.</p> - -<p>Y el caballero, mientras los tres comían pasando la cuchara de mano -en mano, celebró así el hallazgo de las migas:</p> - -<p>—Buenas son y sabrosas, aunque no tanto ni tan abundantes como las -que catamos usted y yo en aquella casa de Boñices... ¿No se acuerda?</p> - -<p>Quedó un rato suspenso el buen don Quiboro, y de su asombro resultó -este vivo diálogo:</p> - -<p>—Dijo usted que me había visto en Boñices; mas no mentó la cena de -migas en casa de la Fabiana. ¿Era usted de los mozos que alborotaron -con jarana y demagogia? Como apenas veo, no he podido retener su -fisonomía.</p> - -<p>—Yo no alboroté, don Quiboro. Fíjese bien en mi cara, y me -reconocerá como el escudero de doña María.</p> - -<p>—¿Por qué no me lo dijo antes?</p> - -<p>—Porque no vino a pelo, ni yo quería envanecerme como servidor de -tan alta Señora.</p> - -<p>—Y ahora, según creo, ha dejado usted el servicio de doña María, -como los demás hidalgos y campesinos que vivían a su lado. Mejor que -yo sabrá usted que a la gran Señora no le ha valido su nobleza y santa -condición. Los renegados gobernantes hanla echado del castillo de -Clavijo porque, al decir de ellos, no le correspondía vivir allí.</p> - -<p>—Dispense, don Quiboro, si me río de usted por su ignorancia en lo -tocante a mi Señora.<span class="pagenum" id="Page_285">p. 285</span> -Doña María no vive en Clavijo, y tiene por vivienda la redondez de la -tierra española. Y como todo es suyo, los mandones no pueden echarla -de ninguna parte si no es de sus propias almas, que a eso tiran ellos. -Daránle mil pesadumbres y le amargarán la vida; pero no pueden decirle: -«Madre, ahí te quedas», o «Madre, pasa de largo.»</p> - -<p>—Por mi fe, que no lo entiendo. Habla usted como un demente, o -esa Madre que nombra no es nuestra doña María. Yo le aseguro, porque -lo he visto, que la Señora que cenó con nosotros en Boñices anda hoy -errante por caminos y atajos, como usted y como yo. Salí de Boñices -huyendo del hambre y la muerte, y a media legua más acá encontreme -con doña María, acompañada de dos labradores que me obsequiaron con -mendrugos y una sardina de cuba que sacaron de sus morrales. La Señora, -compungido el rostro y encorvadita de cuerpo por la carga de sus penas, -me contó lo que ha días viene padeciendo por las ingratitudes de sus -desatinados hijos, que a la cuenta son un sin fin de hijos, y por la -porquería dominante en lo que ella denomina sus reinos o estados, que -eso no lo entendí, ni sé lo que puede significar, así me maten... Un -rato seguí con ellos charloteando de nuestras desdichas. Por lo tardo -de mi andadura tuve que quedarme atrás. Ellos siguieron... Esto pasó -ayer tarde, horas antes de llegar a Guijosa, donde usted y yo nos hemos -conocido.</p> - -<p>Tal confusión produjo en la mente del caballero lo que acababa -de oír, que no sabía si creer al honrado vejete, o tenerle por -donoso<span class="pagenum" id="Page_286">p. 286</span> embustero. Por -momentos llegó a pensar que era un genio maléfico de orden inferior, -de estos que tienen poder para desfigurar someramente las cosas, y -secundar con hechicerías a la menuda las obras transcendentes de los -grandes encantadores. Pensó que invitándole a unas copas, podría -obtener de él revelaciones interesantes, con su poquito de magia -blanquinegra. Instintivamente echó mano al bolsillo del pantalón, donde -creía tener una bellota, con la cual pudiera comprar el vino, y los -dedos ¡oh caso estupendo! encontraron buen número de ellas, que el -tacto apreció en la docena mal contada. «Ya no puedo dudarlo —se dijo—: -mi Madre está cerca... tal vez aquí.»</p> - -<p>Con loca impaciencia recorrió en un instante todo el patio, -examinando los grupos de hombres y mujeres. Metiéndose después en -la taberna, miró todas las caras. Dos ancianas vio, y ninguna era -la suya. Compró un jarro pequeño de vino, con casco y todo; añadió -salchichón y medio pan, y al salir y cruzar frente al portalón, vio que -por este entraban tres hombres atados codo con codo, conducidos por -una pareja de la Guardia civil. Tembló a la vista de los tricornios; -pero no viendo en ninguno de los guardias cara conocida, recobró su -tranquilidad. Y examinados al punto los tres presos, solo uno hirió con -fulgurante rayo su atención. Era Becerro, el gran erudito, el evocador -de la Historia, el prodigioso mágico y demiurgo, por quien las cosas -pasadas vinieron a lo presente, y el hoy anticipó las visiones de un -mañana remotísimo.</p> - -<p>¡Oh, Pepe Augusto! ¿qué fatales vicisitudes<span class="pagenum" -id="Page_287">p. 287</span> te llevaron al estado de abyección en -que te vio tu amigo en el corral de Pitarque? El caballero no daba -crédito a sus ojos, y pensó que la presencia del sabio, atraillado con -criminales por la Guardia civil, era un caso de mentirosa hechicería... -Corrió a llevar a don Quiboro el jarro de vino, el pan y salchichón, -y no se detuvo a recrearse con la sorpresa y alegría del pobre viejo, -que se apresuró a reparar su organismo dando parte a Tiburcio de -Santa Inés... Viendo Gil que los guardias penetraban en la taberna, -llevando por delante la cuerda viviente, allá se fue, con idea de -interrogar a Becerro y cerciorarse de la realidad de su persona. Los -de la Benemérita tomaban un bocado y bebían, sin perder de vista a los -presos, que en un banco se sentaron, obsequiados caritativamente por -el fámulo que allí despachaba. Metiendo el cuerpo entre los curiosos, -llegó Gil hasta su amigo, y tocándole en el hombro, así le dijo:</p> - -<p>—¿Cómo usted aquí, señor Becerro, atado y entre guardias?</p> - -<p>Mirole el sabio, receloso y desconfiado. No le conoció. Gil -pudo observar la escualidez hipocrática del rostro de su amigo, -que más parecía momia semi-viva que persona moribunda. De sus -ojos manaban lágrimas rojas, y en sus mejillas, lívidas manchas e -hinchazones revelaban la mano y cinceles duros de algún escultor de -<i>ecce-homos</i>. La cabeza descubierta mostraba en desorden los -cuatro pelos que le reservaba Naturaleza, y el vestido que mal cubría -su esqueleto era todo andrajos y jirones recamados de lodo. Contestando -al desconocido piadoso, así habló el ínclito Becerro:</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_288">p. 288</span>—Sea usted quien -fuere, señor, pues mi cabeza no está para el reconocimiento de -personas, yo le agradezco su bondad, y a usted me confío para que me -compadezca, si es que hay todavía compasión en el mundo. Dice usted que -me conoció en Numancia. Allí estaba yo, en efecto, y de allí vengo. -Aconteció que el paternal Gobierno, hostigado por las oposiciones, -resolvió meterse en el sagrario de las economías... y naturalmente, yo -fui la primera víctima del régimen de moralidad económica. Amaneció el -día fatídico en que recibí el cartel de mi cesantía. Echáronme a la -calle, dándome veintidós pesetas, que en aquel crítico momento había -yo devengado, y como soy hombre que no gusta de pedir favores a nadie, -me abstuve de solicitar mayor auxilio para mi retirada de los campos -numantinos. Hice con mi ropa un apretado envoltorio, y me puse en -camino, gozoso de recorrerlo a pie hasta Madrid, con lo que viajaba en -libertad, y a mi antojo podía estudiar en la tierra castellana cuantas -ruinas gloriosas me salieran al paso. La libertad es mi gozo, y ella -me compensaba del trago amarguísimo de mi cesantía. Salí una mañana, -y a las dos leguas <i>plus minusve</i> de mi salida de Garray, topé -por mi desgracia con unos golfos, digamos más propiamente alumnos de -Anacreonte, que en la puerta de un ventorro jugaban y reían con dos -descocadas <i>hetairas</i>, de las que expulsó Escipión, mandándolas -con viento fresco a correr por el mundo. Ello fue que me engatusaron -aquellos perdidos, y ellas me poparon y me hicieron mil carantoñas con -manos perfumadas de olor sabeo.<span class="pagenum" id="Page_289">p. -289</span> Debí perder mi natural sentido, o adormecerme en vapores de -alegría, porque cuando la infernal caterva se alejó de mí, noté que me -habían quitado la ropa y las veintidós pesetas... menos dos reales que -había gastado en comprar pan... Dejáronme limpio de numerario, sin más -tesoro que el inagotable de mi resignación...</p> - -<p>—Pero usted, amigo mío, ¿por qué se dejó zarandear de tal gentuza? -—díjole el caballero—. ¿Eran acaso plebe celtíbera, o de la maleante -familia de los <i>pelendones</i>?</p> - -<p>—Para mí que eran <i>túrdulos</i> —replicó Becerro gravemente—, -de estos que se corren hacia el Norte para corromper a los austeros -<i>arévacos</i>. Fueran lo que fuesen, yo, con la buena compañía de -mi resignación, seguí mi camino pensando cómo podría llegar a Madrid -tan desguarnecido de pecunia... En esto, andados tres cuartos de -legua, según mi cálculo, me picó el hambre con tal ahinco, que las -piernas se me negaron a dar un paso más. Saqué de mi bolsillo el pan, -único bastimento que la divertida chusma me dejó. Como el pan seco es -alimento desabrido, y como en aquel punto me viera próximo a un campo -ameno plantado de cebollas, pensé que no cometía delito entresacando -de las mil y mil plantas una o dos que me conditaran el paso del pan -desde la boca al estómago... Entré en el surco, y me acordé de que -la tierra ha sido dada a la humanidad para su sustento... Cogí dos -cebolletas, y disponíame a hincar en ellas el diente, cuando salió un -hombre fiero, que me pareció gigante de tres altos, y la emprendió -conmigo a coces y<span class="pagenum" id="Page_290">p. 290</span> -bofetadas, llamándome ladrón, hi... de no sé qué, y... Vamos, no quedó -término infamante que no me dijera, después de quitarme las cebollas... -Lo demás de este desventurado pasaje de mi vida, se lo contaré en dos -palabras. Estando entre las garras de aquella bestia, llegó la pareja y -me prendió y condujo a la cárcel de no sé qué pueblo. En tres o cuatro -cárceles he pasado sucesivamente mis amargas noches, y por fin heme -visto traído en esta conducta con los dos compañeros que atados conmigo -vienen, y que han sido presos por cortar leña en montes que llaman -del Estado. No sé a dónde me llevan. Al cuadrillero que me interrogó -por primera vez he dicho que mi deseo es ir a Madrid, pues allí tengo -amigos que serán fiadores de mi honradez... No sé tampoco dónde estoy, -ni si esto que parece <i>quintana</i> o mercado romano, algo semejante -al <i>zoco</i> de los árabes, es buena dirección para Madrid, o si lo -es para el Congo. ¿En qué país estamos? ¿Esto es España, o es algo de -otros mundos, de otros planetas, a donde de un puntapié nos ha mandado -la mágica Astarté, diosa de los Infiernos?</p> - -<p>—Tenga paciencia, mi don José Augusto —dijo el caballero, traspasado -de dolor—, que en este laberinto de Pitarque podrá muy bien socorrernos -a usted y a mí una divinidad del Cielo, ante quien bajan la cabeza los -poderosos así como los humildes. Su poder es grande. Más de una vez -la he tenido yo junto a mí sin gozar de su presencia. Ahora mismo me -da en la cara el calor de su aliento, y no veo su excelsa persona... -Esperemos un poco, y la Madre vendrá... Sus pasos no se sienten.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_291">p. 291</span>A pesar de la -honrada convicción con que hablaba Gil, no parecía darle crédito el -desdichado amigo. Por un momento permaneció este como alelado, abierta -la boca, el mirar sin fijeza... Luego suspiró, diciendo con hueca -voz:</p> - -<p>—Déjeme usted de Madres. Para mí la única madre es la Historia, y -esa huye con repugnancia de los hechos y personas del día.</p> - -<p>—No es precisamente la Historia, sino la... no sé cómo decirlo... -Es el alma de la raza, triunfadora del tiempo y de las calamidades -públicas; la que al mismo tiempo es tradición inmutable y revolución -continua... ¿Qué dice usted, Becerro?</p> - -<p>—No digo nada... Sí: digo que las Madres pasaron, las Hermanas -también... No hay Historia de lo presente. Lo presente no es más que -espuma, fermentación, podredumbre. Lo mejor será que nos muramos todos -prontito. Después el caos... un caos delicioso...</p> - -<p>Acercose un guardia, y con la frase secamente cortés de <i>haga -el favor</i>, indicó a Gil que no era permitido conversar con los -presos. Retirose de la taberna el caballero en un estado de indecible -turbación. En su alma se atropellaron en tremendo revoltijo el miedo y -la esperanza, y al recorrer el patio, su exaltada imaginación desfiguró -los semblantes y cuerpos de la pobretería que allí se congregaba. En -unos vio cabezas de pájaros, en otros hocicos de extraños rumiantes o -paquidermos. El vocerío le sonaba como la jerigonza monosilábica de los -idiomas primitivos; las hogueras esparcían resplandores rojizos sobre -figuras y objetos; los calderos hinchaban desmesuradamente sus<span -class="pagenum" id="Page_292">p. 292</span> vientres cubiertos de -hollín; el freír de las sartenes semejaba risa y burla satánica, que -afluía de bocas invisibles.</p> - -<p>Aturdido fue y vino el caballero, sin dar con el rincón en que había -dejado a sus amigos don Quiboro y Tiburcio. O los rincones se cambiaban -por sí de un lado a otro, o los principios geométricos se declaraban -en rebeldía suprimiendo los ángulos... Así lo pensaba Gil o lo veía... -Y no fue suceso imaginario, sino real, la irrupción súbita en el patio -de Pitarque de nuevo tropel de gente bulliciosa. Primero entró un -destacamento de plebe mísera, gritona y desmandada; luego dos presos -en cuerda, custodiados por pareja de la Guardia civil. En dicha cuerda -venía una pobre vieja atraillada con un facineroso, <i>Lobato</i> por -mal nombre, muy conocido en la comarca por audaz cuatrero y asaltador -de caminantes, sin respetar haciendas ni vidas. La anciana, maniatada -con el bandido, parecía reproducción de la que Gil llamaba Madre, solo -que su mayor grado de ancianidad hacíala pasar por madre de la Madre. -Encorvada y jadeante se dejó caer al suelo apenas entró, abatiendo -consigo al ladrón <i>Lobato</i>. En sus facciones amarillas y rugosas, -se traslucían los rasgos de su belleza como perlas caídas en el fondo -de un charco; su mirar se apagaba en una letal resignación de heroína -vencida; de su excelsitud y majestad solo quedaban rezagos en el gesto -airoso. Dudando de lo que veía, acercose Gil a la postrada vieja y le -dijo:</p> - -<p>—¿Eres tú, Madre querida?</p> - -<p>Y ella, mirándole cariñosa, le respondió:</p> - -<p>—Yo soy, yo fui, porque en esta injuriosa degradación<span -class="pagenum" id="Page_293">p. 293</span> a que me han traído tus -hermanos, más bien soy tu Abuela que tu Madre.</p> - -<p>No pudo seguir el caballero junto a ella, porque uno de los civiles -le apartó con rudo manotazo. Miró Gil al guardia, y reconociendo a -Regino, fue acometido de rabia impulsiva y furor salvaje.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch23"> - <h2 class="nobreak g0">XXIII</h2> - <p class="subh2">De cómo las picantes aventuras se vuelven - dolientes y trágicas.</p> -</div> - -<p>Arrebató Gil del grupo cercano un hierro con que atizaban la lumbre, -y corrió disparado contra el pecho y vientre de Regino, soltando de su -boca estas horrendas imprecaciones:</p> - -<p>—Canalla, ladrón de honras, Caín... no te contentaste con quitarme -a mi mujer, sino que te atreves con mi Madre... Espérate y vas al -infierno...</p> - -<p>Si no le sujetaran, no habría tenido tiempo Regino de guardarse -del golpe. Flemático, sin hacer uso del máuser, dijo al que fue su -amigo:</p> - -<p>—Repórtate, <i>Florencio</i>, y no provoques. Y pues has tenido la -mala sombra de volver a nuestras manos, date preso... Poco te ha valido -escaparte. La justicia te reclama.</p> - -<p>—Yo me chanflo en la justicia, en ti y en tu madre —gritó Gil -tirando el hierro—. Asesino eres, y si quieres matarme ahora mismo, -aquí me tienes indefenso. Pero antes te diré que eres un alma perversa, -harta de pecados.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_294">p. 294</span>—Ea, pájaro, a -callar —dijo el guardia de la cara hosca, disponiéndose al empleo de la -cuerda.</p> - -<p>—Aquí me tienen... Regino, ¿qué has hecho de mi mujer? ¿Qué harás -ahora de mi Madre? Yo te aseguro que una y otra morirán conmigo, y -que tantas muertes caerán sobre tu conciencia. ¿Desconocéis vosotros, -guardias en quienes veo nobleza y ceguera, porque todos, menos este -infame Regino, sois hombres de honor, que ignoráis las villanas -intenciones de los que os mandan; desconocéis, digo, a esta divina -Señora, alma de los reinos que son y que fueron, eterna entre nuestra -mortalidad?</p> - -<p>Lo de llamar divina, eterna y alma de los reinos a la pobre vieja, -mendiga, borracha o criminal, que esto no se sabía, levantó rumores -de burla y desató carcajadas en el auditorio... El guardia de la cara -hosca, asegurando las manos de Gil, le dijo:</p> - -<p>—Cállate la boca, chiflado, cabeza perdida. Nosotros llevamos gente -a las cárceles y a los manicomios. Ya te dirán a dónde debes ir.</p> - -<p>—A la muerte iré con mi mujer y con mi Madre, verdugos —gritó Gil, -más desatinado—; pero no quisiera ir sin llevarme a alguno de ustedes -por delante...</p> - -<p>En esto surgió en el grupo la talluda, imponente figura de don -Alquiborontifosio, el cual, con bronca voz, sin miedo a los civiles ni -al lucero del alba, se expresó de este modo:</p> - -<p>—Si tienen por criminal a esta Señora, y ella es, en efecto, doña -María, ténganme a mí como su cómplice, cualquiera que sea el supuesto -delito que le atribuyen.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_295">p. 295</span>—Esta mujer —afirmó -uno de los guardias— iba con un compañero de <i>Lobato</i>, que se nos -escapó, corriendo más que una liebre... Por los compañeros de la otra -pareja sabemos que alienta y encubre a los ladrones de leña, guardando -sus rapiñas en la corraliza que tiene a la salida de Guijosa, con un -tapadillo de cabras, cerdo y un horno de cal, para despistarnos.</p> - -<p>—Pues yo también encubro y despisto —declaró con gallarda entereza -el maestro—. Si a la ilustre Señora maniatáis, haced lo mismo conmigo, -pues yo también soy escudero de ella, como este joven, a quien conocí -en Boñices.</p> - -<p>Mientras esto decía, el guardia le metió la mano en los bolsillos, y -sacando unas patatas, le dijo:</p> - -<p>—Explíquenos el señor escudero de la vieja dónde adquirió estas -patatas, y con qué leña hizo fuego para chamuscarlas.</p> - -<p>—Ese fruto —replicó don Quiboro— lo debí a la caridad. Mas si -entendéis que es fruto robado, prendedme y atadme con la Señora por el -lado contrario al que ocupa <i>Lobato</i>, para que en doña María se -repita el caso de nuestro Redentor, sacrificado entre dos ladrones.</p> - -<p>—No, no —gritó el caballero fuera de sí—, que ese puesto a mí me -corresponde... Y si lo dudan, pregúntenselo a ella.</p> - -<p>—No disputo el lugar —agregó don Quiboro—. Solo reclamo el honor de -un puestecito en el calvario de doña María... Estáis ciegos, señores -guardias; vivís a cien leguas de la verdad... No sabéis que a la -vuelta de cualquier camino, tendréis delante al Apóstol Santiago<span -class="pagenum" id="Page_296">p. 296</span> en persona, que os dirá: -«Teneos, hombres de poca fe, y dadme al instante a esa santa mujer -que lleváis atada entre ladrones, y entregadme también a sus nobles -escuderos...» Yo soy por mi oficio maestro de párvulos, y si no tenéis -bastante ilustración para distinguir lo grande de lo pequeño y lo santo -de lo criminal, yo os abriré las entendederas.</p> - -<p>—¡A la cárcel! —clamó el guardia de la cara hosca—, y allí se verá -si algunos de estos han de ir a una sala de observación en el hospital. -Pocas bromas, y a callar todo el mundo.</p> - -<p>Imperante la fuerza, se procedió a engarzar a Gil y a don Quiboro -en las ignominiosas cuerdas. El caballero tuvo el honor de que su mano -derecha fuese atada con la izquierda de la Madre, que en el suelo yacía -sin dar acuerdo de sí. Y como en aquel momento descubrieran los civiles -a Tiburcio de Santa Inés, y le reconocieran como escapado de la cárcel -de Sigüenza, no le valió el intento de escabullirse, y su mano carnosa -quedó enlazada cruelmente con la huesuda mano del maestro. De este modo -fueron conducidos casi a rastras los dos rosarios por un pasillo largo -que se abría junto a la taberna, y terminaba en anchurosa cuadra, y en -ella entraron precedidos de la cuerda en que iban Becerro y los dos -leñadores furtivos.</p> - -<p>Cerrada la puerta, los infelices presos quedaron en hórrida -oscuridad, pues la cuadra no recibía por ninguna parte el menor -destello de luz. Conforme entraban, iban echándose al suelo; cada -cuerda caía de golpe, pues uno solo a los demás arrastraba. Mediano -rato<span class="pagenum" id="Page_297">p. 297</span> estuvo Gil -maldiciendo todo lo maldecible, y dando aire a su insana desesperación. -A la Señora, que a su lado yacía, llamó una vez y otra. No contestaba. -Por el tacto quiso reconocer su presencia, y solo tocaba un bulto -blando en inmovilidad de cosa inanimada. Pensó que la Madre se había -desvanecido, dejando en su lugar un fardo de lana y huesos. La sacudió. -Ni voz ni aliento le dieron respuesta. Al otro extremo de la caverna -tenebrosa sonaba una voz que le pareció la de Becerro, declamando -ininteligibles oraciones, o aforismos de filosofía de la Historia. ¿Qué -falta hacían en tal desolación la Historia y sus abstrusas filosofías o -exegesis?... Más cerca, sonaba la trompeta del Juicio final, o sea el -ronquido de don Quiboro, que profundamente dormía como un santo mártir -en su urna de cristal...</p> - -<p>La oscuridad profunda determinó en el cerebro del caballero visiones -extravagantes y terroríficas, animales absurdos nunca vistos en la -realidad, personas reptantes y seres gelatinosos, que con la huella de -sus babas iban trazando en suelo y paredes letreros indescifrables. La -imagen de Regino, con el máuser al hombro, desafiando al mundo entero -con su arrogancia desdeñosa, dominaba en las insanas hechuras de la -fiebre, infernal inspiración del condenado a muerte. Y singularmente -le atormentaba el anhelo no satisfecho de ver a Cintia entre aquellas -aberraciones cerebrales. «¿Dónde está Cintia? —se decía—. Es deber suyo -presentarse aquí... Ni la veo, ni quiere verme. Y lo peor es que no -me acuerdo de cómo es Cintia... Llamo su rostro a mi memoria, y<span -class="pagenum" id="Page_298">p. 298</span> su rostro no viene; su -rostro se esconde, dejándome en la mayor confusión de mi vida... Yo -pregunto a la oscuridad, yo pregunto a la luz cómo es el rostro de -Cintia, y la luz y la oscuridad nada quieren decirme.»</p> - -<p>En las innumerables vueltas de la rueda de este suplicio pasó la -noche, imagen de una dolorosa eternidad sin consuelo. Al rayar el -día, cuando algunos presos se desperezaban y los más dormían, fueron -sacadas las tres cuerdas para emprender el lento y angustioso viaje -hacia la indeterminada meta en que se erigía, rodeado de sombras, -el fetiche de la justicia para pobres. ¡Inhumana y expeditiva ley, -sin otro ideal que acabar pronto y cumplir una función de policía de -los caminos! Los guardias conductores de los presuntos delincuentes -actuaban con la rigidez de mecánicas escobas que traían y llevaban las -basuras sociales, sin cuidarse de su destino. Ellos barrían lo que se -les mandaba barrer, y no tenían por qué averiguar si había polvo de oro -entre el polvo y mondaduras mal olientes...</p> - -<p>Pasaron por el corral o patio, donde yacían durmientes -descuidados... Vio Gil cenizas donde hubo llamas, los pucheros -volcados, todo en el desorden matutino, antes que empezara el arreglo -de los ajuares, obra doméstica del día. Pasó junto al grupo de los -volatineros: los hombres dormitaban; las mujeres, ya despiertas y -en todo el horror de su despintada fealdad y de sus flacas pechugas -colgantes, se alisaban las greñas con peines desdentados. Al paso -del caballero preso le agraciaron con signo de compasión y simpatía, -no atreviéndose a más por<span class="pagenum" id="Page_299">p. -299</span> miedo a los guardias... Llegose a la puerta de la taberna -la triste caravana, y allí José Corvejón, hombre cristiano y de buen -natural, obsequió a todos con lo que quisieron tomar para sustentarse. -Los más bebieron aguardiente. La Madre no quiso probarlo, y cedió a Gil -su vaso. A don Alquiborontifosio dieron pan negro, vino y su tajadita -de bacalao, y con lo mismo se apañó Tiburcio. <i>Lobato</i> pidió más -aguardiente: por indicación de los civiles no le fue concedida más -de una ración discreta. Remediados así, salieron al campo, y el aire -fresco desentumeció sus espíritus y entonó sus cuerpos, vigorizándolos -para la marcha penosa.</p> - -<p>Delante iba la cuerda de Becerro; seguía la de don Quiboro, y -atrás, en colocación de respeto como la Virgen en las procesiones, -la cuerda de doña María. De los siete infelices conducidos, el -<i>Lobato</i> era el de mayor cuidado. Por tal le tenían los guardias, -como buenos conocedores del personal vagabundo, y no quitaban de él -la vista, observando sus manifestaciones de salvaje alegría. Bromeaba -y canturriaba al compás de la marcha, y refería las innumerables -procesiones de aquella guisa, en que figurado había desde su tierna -infancia. Cuando a lo largo de la carretera general, en la cual -entraron poco antes de las nueve, veían venir algún automóvil -disparado, se les mandaba alinearse en la cuneta. Pasaba el auto como -exhalación, levantando polvo y exhalando la fetidez de la gasolina, y -el <i>Lobato</i> era el más vehemente en las exclamaciones de amenaza y -vituperio contra la máquina veloz, que corría parejas con el viento y -aun le superaba<span class="pagenum" id="Page_300">p. 300</span> en el -tragar de kilómetros.</p> - -<p>—¡Así te escacharres!... Miá la pendanga que va detrás del vidrio... -¡Corréi, corréi; matarvos pronto, granujas!...</p> - -<p>A menudo dirigíase Gil a la vieja con interrogaciones cariñosas; -mas ella solo respondía con su mirar de intensa piedad y dulzura. -Pensó el caballero que la excelsa Señora perdido había la palabra en -las recientes sofoquinas que le dieron sus ingratos hijos. Por fin, -recorrido ya un buen trecho a lo largo de la polvorosa, la Madre, -agobiada y envejecida, se dignó manifestarse con susurro, que el -caballero interpretó de este modo:</p> - -<p>—Hemos llegado a las horas de prueba... La tremenda adversidad -oblígame a sumergirme en la resignación dolorosa... Yo, eterna, sé -morir... He muerto, he revivido, a fuer de creyente en la grandeza de -mi destino. Calla y sufre tú, como yo sufro y callo... En trances de -esta naturaleza me vi alguna vez; mas la desdicha presente supera, -hijo mío, a otras que parecieron extremadas. Mi destino me impone la -sumisión a los ultrajes más atroces. No podré ser redentora, si no soy -mártir...</p> - -<p>Al son de estos graves dichos, <i>Lobato</i> entonaba canciones -obscenas. Los delanteros marchaban silenciosos, y Becerro era como -un autómata impulsado por inverosímil mecanismo de piernas. En la -segunda cuerda notábase cierta irregularidad de andadura, pues el ágil -paso de Tiburcio no emparejaba con la torpeza del pobre don Quiboro, -que iba como arrastrado por su compañero. La Madre mostraba un vigor -y compás de movimientos que desdecían de su<span class="pagenum" -id="Page_301">p. 301</span> vejez caduca. Observándolo así, los -guardias decían a los hombres:</p> - -<p>—Adelante; no os hagáis los remolones. Aquí tenéis a la pobre -<i>Güela</i>, que os da el ejemplo. Vean cómo no se cansa. -<i>Güela</i>, tú mereces que se te dé libertad por valiente y juiciosa. -Nosotros no podemos dártela; pero te recomendaremos por tu buen -caminar... Anda, <i>doña Sancha</i> o <i>doña Berenguela</i>, que aún -no sabemos tu nombre, y quizás por no querer decirlo te ves en esta -traílla.</p> - -<p>Despejado el día, el sol picaba un poco, y con el sol el aire -fresco componía un buen temple para la marcha. Al filo de las doce, -entraban en un desfiladero en cuesta, con corte de trinchera no muy -alta por un lado, por otro lindante con terreno de peñas y matorrales. -Apenas vencido el arranque de la cuesta, don Alquiborontifosio empezó -a dar traspiés y caía y se levantaba, sacando fuerzas míseras de su -honda flaqueza. Suspendiose por un momento la marcha. Respiró el buen -maestro, y al dar los primeros pasos después de la breve parada, cayó -en el suelo con pesadumbre, abatiendo a su compañero. Acercáronse los -guardias, animándole con palabras caritativas. Pero don Quiboro se -tendió a lo largo, quedando en cruz, los cuatro remos extendidos, el -rostro mirando al cielo.</p> - -<p>—Caballeros guardias —dijo con voz cavernosa—, mátenme de una vez, -que de aquí no puedo pasar. La vida se me acaba. Si han de seguir, -remátenme con un tirito... y yo quedaré contento y ustedes libres de -esta carga.</p> - -<p>En derredor del infeliz viejo se agruparon todos. Uno de los -guardias declaró que según reglamento<span class="pagenum" -id="Page_302">p. 302</span> no podían abandonarle. Para llevarle -cómodamente ajustarían el primer carro que pasara. Don Quiboro se -volvió a Gil, diciéndole:</p> - -<p>—Caballero que me acompañó y me dio parte de su queso y pan, coja -mi manta. No puedo hacer testamento de otra cosa; y usted, doña -María, écheme su bendición. <i>Ven, muerte pelada, ni temida ni -deseada.</i></p> - -<p>Trataron de animarle con palabras afectuosas y bromas compasivas. -Lo primero que dispuso el de la cara hosca fue desligarle de Tiburcio, -atado a él mano con mano. Lleváronle fuera del arrecife, depositándole -en un lomo de tierra, bastante apropiado para servir de cama. La faz -angulosa del anciano se desfiguró y descompuso por entero, anticipando -la faz cadavérica. Llevose la mano al pecho; abrió la boca cuanto -abrirla podía, y absorbiendo gran cantidad de aire, pudo articular -estas palabras:</p> - -<p>—Amigos, dadme los parabienes, porque ya se acabó el padecer de -Alquiborontifosio de las Quintanas Rubias.</p> - -<p>—Ea, no se acobarde, abuelo —le dijo Regino poniéndole la mano en la -frente, mientras el otro guardia le tomaba el pulso—. Le llevaremos en -un carro... Descanse... ¿Ha sido usted militar? ¿Ha sido labrador?</p> - -<p>—No señor... He sido...</p> - -<p>—Ha sido maestro de escuela —dijo la Madre—. Tened compasión del que -enseñó a leer a vuestros padres.</p> - -<p>Advirtieron todos fúnebre contracción de los músculos faciales del -desgraciado viejo. Encogió este una pierna, y las dos estiró luego -desmesuradamente.</p> - -<p>—Maestro —dijo un guardia—, haga el favor<span class="pagenum" -id="Page_303">p. 303</span> de no morirse en nuestras manos, que no -tenemos la culpa de su infelicidad.</p> - -<p>Y él, extinguiéndose, articuló trémulas expresiones:</p> - -<p>—Maestro fui; ya no soy nada... Rezadme algo... Mejor será que -digáis: <i>Muerta es la abeja, que daba la miel y la cera</i>.</p> - -<p>Así entregó su alma en un camino el caminante que recorrió larga -vida de penas y abrojos; así murió la solícita abeja, que dio toda su -miel a las generaciones ingratas.</p> - -<p>Y en el trance de atender al maestro moribundo, y en la emoción -de verle morir, distraídos los guardias por ley de humanidad, no -advirtieron que Tiburcio de Santa Inés, en cuanto se vio desligado de -su compañero, se deslizó lindamente hacia las peñas próximas, y por -entre malezas y pedruscos hizo una teatral desaparición de su persona. -Uno de los guardias, apenas recobrada la conciencia de su obligación, -le vio a lo lejos, ganándose la libertad con la ligereza de sus pies, -y la instintiva táctica del prisionero en salvo... El representante -de la ley se echó el fusil a la cara. Pero Tiburcio, que sin duda se -había encomendado al Niño Jesús, supo desaparecer tras de una roca. Por -muy diligentes que fuesen los del tricornio, no habrían de engancharle -nuevamente, y el matarle de un tiro no era fácil, por lo abrupto -del terreno y el broquel de piedras con que el fugitivo defendía su -existencia. Mientras dos de los civiles deliberaban sobre esto, los -otros dos vieron con sorpresa y enojo que el <i>Lobato</i> desprendía -su mano de la de la vieja, y tomaba carrera por el mismo escenario -que fue la salvación de Tiburcio. El pícaro<span class="pagenum" -id="Page_304">p. 304</span> cortó la cuerda con navaja. ¿Cómo pudo -ser esto, después del cacheo minucioso que a todos se hizo? Sin -entretenerse en descifrar tal enigma, acudieron a la cuerda de Becerro, -notando en los dos consortes de este inquietudes reveladoras del ansia -de libertad.</p> - -<p>Y cuando esto ocurría, Gil y la viejecita, libres ya de la -impedimenta del cuatrero, subieron tranquilamente por un senderillo -escalonado, y se encontraron en lo alto de la trinchera que dominaba -por la derecha el camino real. Desde allí vieron el cadáver de don -Quiboro, medio cubierto con su manta, y observaron el trajín de -los guardias para contener a los de la traílla de Becerro. No fue -iniciativa de Gil el subirse con paso sereno a donde fácilmente podían -ser de nuevo aprehendidos. La Madre le llevó con suave tirón de su mano -atada, y al llegar arriba le dijo:</p> - -<p>—Veremos lo que hacen estos pobres cuadrilleros de la Santa -Hermandad, tan sencillotes y puntuales en cumplir lo que les ordena su -reglamento. Su deber es cogernos o matarnos. Subamos un poquito más -arriba.</p> - -<p>Advertida por los guardias la fuga de la vieja y su escudero, con -ellos se encararon. Regino les dijo:</p> - -<p>—Baja, Florencio, y no nos comprometas. A <i>doña Sancha</i> -podríamos dejar en libertad; a ti no, que eres acusado de homicidio.</p> - -<p>—Es hijo mío —gritó la Madre con voz cascada—, y los dos correremos -la misma suerte. ¿Para qué quiero vivir yo, si a mi hijo matáis, o si -vivo le lleváis a la deshonra, abriéndole las puertas del presidio?</p> - -<p>—Volved acá. ¿Qué más quisiéramos nosotros<span class="pagenum" -id="Page_305">p. 305</span> que dejaros libres? —gritó Regino, -blasonando de riguroso, sin olvidar lo humano—. Si la vieja es tu -Madre, cumplirá con Dios haciendo por salvarte. Pero nosotros, máquinas -frías de la ley, no podemos encender en nuestros pechos la compasión. -Has matado a un hombre. La anciana no ha hecho más que ocultar la -rapiña de los leñadores furtivos... Para ella puede haber un poco de lo -que llamamos vista gorda; para ti no... Bajad y entregaos.</p> - -<p>—Farsante —clamó Gil-Tarsis ronco de ira—. Más culpable que mi Madre -y que yo eres tú, que aprovechándote de mis desdichas me has quitado a -mi mujer. ¡Y hablas de justicia y de ley, y distingues la vista gorda -de la vista flaca! La vista tuya ante mí es de lobo carnicero, porque -después de quitarme la mujer que adoro, quieres ocultar tu delito con -mi perdición. En Numancia te conocí; en Numancia me engañaste, pues con -hipócritas zalamerías me hiciste creer que eres caballero. Caballero -fuiste, sin duda, y estás encantado como yo, penando por tus culpas... -Al mismo escarmiento y expiación estamos condenados: yo por desórdenes -de mi vida, de los que afean, pero no deshonran; tú por delitos contra -mi Madre.</p> - -<p>—Baja, loco de atar —gritó el de la cara fosca—; baja, y si más que -presidio mereces manicomio, a él irás.</p> - -<p>—No bajo... Regino, mal hombre, ¿piensas que desconozco la causa de -tu condenación, y el pasar de caballero y alta figura militar a simple -número de la Guardia civil? Pues encantado fuiste por entregar a una -nación extranjera<span class="pagenum" id="Page_306">p. 306</span> -tierras españolas... ¿Te atreves a negarlo?... Vendiste a tu patria, -no por dinero, sino por obedecer a los que querían la paz aunque esta -fuera bochornosa. Y ahora, el que fácilmente y sin lucha permitió la -conquista de una parte de España, ahora también con maniobra fácil a -mí me conquista la mujer... Esto es indigno. Contra ti protestarán -el cielo y la tierra, y maldito de Dios, y maldito de los hombres, -no tendrás en tu vida ni un instante de paz... Y nada más tengo que -decirte. Yo criminal, creo deshonrarme hablando contigo.</p> - -<p>Como en aquel instante iniciara la Madre un movimiento para seguir -cuesta arriba, los guardias les dieron el alto.</p> - -<p>—¡Quietos! —gritó el del feo rostro—. Quietos, o disparamos. -<i>Güela</i>, ten el juicio que a ese loco le falta. Bajad: os lo mando -por tercera y última vez.</p> - -<p>No hicieron caso el hijo ni la Madre. Los guardias no podían eludir -el cumplimiento de su deber... Los mortíferos fusiles subieron a la -altura de los ojos. ¡Brrrum! Dos, tres disparos rasgaron el aire con -formidable estampido. La vieja y el caballero se desplomaron... Su -caída en tierra fue súbita y blanda, como la de dos cuerpos colgados -del cielo por invisibles hilos... que las balas rompieron.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch24"> - <p><span class="pagenum" id="Page_307">p. 307</span></p> - <h2 class="nobreak g0">XXIV</h2> - <p class="subh2">Allá van los peregrinos, de tierra en tierra, - de río en río.</p> -</div> - -<p>Consumado el acto de policía impuesto por duro reglamento, -advirtieron los guardias en su compañero Regino palidez tan intensa, -que más parecía muerto que matador. Demudado de rostro y oprimido -el pecho por indecible congoja, difícilmente podía tenerse en pie; -y mientras sus camaradas subían a cerciorarse de la muerte de los -fugitivos, se sentó junto a la inerte y fenecida humanidad del buen -don Quiboro. O se avergonzaba de la flaqueza de su ánimo, o en su -mente se agolparon, con violencia congestiva, ideas suscitadas por las -terribles imprecaciones de Gil poco antes de caer fusilado. Volvieron -del reconocimiento los guardias, y Regino les interrogó sacando débiles -voces de su angustiado pecho.</p> - -<p>—El mozo está más muerto que mi abuelo —dijo el fosco—. Cabeza -y corazón tiene, al parecer, pasados de parte a parte. En la vieja -no hemos visto heridas; pero está tiesa y sin respiración. Si no la -tocaron las balas, muerta está del susto.</p> - -<p>Suspiró Regino. Ocupáronse los cuatro sin demora en apreciar la -situación poco airosa de la conducta. Fugados también los leñadores -furtivos, solo quedaba en cuerda el gran Becerro,<span class="pagenum" -id="Page_308">p. 308</span> que ni podía escapar, ni aunque pudiera -lo intentaría, sometiéndose de buen talante al fuero de policía, por -dictado inapelable de su honrada conciencia.</p> - -<p>—Señores guardias —les dijo—, aquí me tienen a su disposición para -cuanto gusten mandarme. Mis consortes de cuerda huyeron validos del -descuido y confusión que se produjo por la muerte de este olvidado -patricio, que de Dios goce. Yo no huyo, y aunque voy preso tan solo por -la delincuencia levísima de haberme apropiado dos cebollas, movido del -hambre furiosa, respeto las leyes y voy a donde quieran llevarme, que -por malo que sea el lugar de mi destino, siempre será mejor que la nada -del desamparo en que me veo. Átenme si quieren; mas yo aseguro a los -dignos caballeros de la Santa Hermandad que no será preciso, pues no he -de hacer nada por la Libertad, que esta, ¡vive Dios! ha de dar paso a -su hermana mayor la Justicia.</p> - -<p>Aunque los de la Benemérita fiaban en la sumisión del esmirriado -Becerro, no quisieron perderle de vista, y colocándole sentadito junto -al cadáver de don Quiboro, a guisa de guardián o asistente religioso -para encomendarle el alma, procedieron a la ejecución de lo que el -reglamento en aquel singular caso les imponía. En espera del primer -transeúnte que les ofreciese la casualidad, redactaron el parte que -habían de dirigir al Juzgado municipal del pueblo más cercano, para que -viniese a recoger los tres muertos de aquella infeliz jornada. Acertó -a pasar el primero un mocetón con dos borricos cargados de tejas; se -le detuvo, y encargado fue de llevar el mensaje. Inmediatamente<span -class="pagenum" id="Page_309">p. 309</span> comenzaron a extender -el atestado que habían de formar, y de la redacción de este, así -como del parte, se encargó Regino, auxiliar de una de las parejas, -y el más suelto de letra y estilo para trabajos de oficina. Sacó el -guardia papel, tintero y pluma, que a prevención llevan todos en su -cartera cuando van en conducciones, y haciendo mesa de su rodilla, -escribió cuanto era menester para cumplir el trámite ineludible. «En -el kilómetro tal y tal, el detenido tal y tal sufrió un accidente; -se le prestaron los auxilios tales y cuales... quedando, al parecer, -difunto... Y en la confusión que sobrevino, los detenidos tales y -cuales se escaparon por un terreno en que era imposible perseguirlos; -y otra pareja de presos, joven él y anciana ella, conocidos por tal y -cual... intentaron la fuga, siendo acometidos por accidentes de que les -sobrevino muerte natural, etcétera, etcétera...»</p> - -<p>Un buen rato invirtieron en esto los buenos guardias, y en tanto, -transeúntes diversos se detenían movidos de lástima y curiosidad en el -lugar de la tragedia, llegando a formarse un atasco de gente que obligó -a los civiles a ordenar el despejo.</p> - -<p>—Ea, paisanos: sigan su camino, que aquí no se les ha perdido nada. -Ya hemos dado el parte, y esperamos que venga el Juzgado municipal, -con la tardanza de tres leguas largas que suponen el aviso para ir y -el juez para venir. Hagan el favor de retirarse cada cual por donde le -llaman sus obligaciones, que aquí no nos hace falta público... Adelante -o atrás todo el mundo.</p> - -<p>Unió a estas exhortaciones la suya muy autorizada el gran<span -class="pagenum" id="Page_310">p. 310</span> Becerro, diciendo a los -mirones:</p> - -<p>—Obedezcan a los señores guardias, y despejen. Este que aquí veis, -anciano difunto, es un venerable profesor de las escuelas del Reino... -vida cansada, heroica... Ha muerto andando... Por lo que a mí toca, si -entre ustedes hay alguno de los que llaman <i>reporter</i>, y me pide -informes personales para su periódico, direle que voy preso por haber -cogido dos cebollas con el fin de alimentarme, pues no llevaba conmigo -más que un poco de pan seco. Pensaba yo que los frutos de la tierra han -sido dados a la Humanidad para su sustento... Y sepan asimismo que me -vi en tan cruel necesidad porque unas meretrices desenvueltas y unos -mancebos desvergonzados me aliviaron de mi dinero... Y nada más tengo -que decirles... Señores, buenas tardes... Adiós... Gracias.</p> - -<p>Las tres leguas largas del aviso que va y del Juzgado que viene, -se alargaron por la natural pereza de estas diligencias de la policía -de caminos, y se pasó la tarde y vino la noche en la propia situación -descrita. También los dos cuerpos tendidos en la parte de monte, más -arriba de la trinchera, tuvieron su poco de público, homenaje de la -curiosidad compasiva. Los mirones pegajosos dejaron caer sobre las -víctimas de aquella tragedia la opinión concluyente de que el mozo -y la vieja, el uno ensangrentado, la otra seca y rígida, estaban ya -poco menos que putrefactos. Se les debía dar tierra en el propio suelo -donde yacían. Ocioso es decir que los guardias ahuyentaron el enjambre -fisgón, que en cien caseríos a la redonda había de esparcir el zumbido -de opiniones<span class="pagenum" id="Page_311">p. 311</span> diversas -acerca de la justicia en despoblado.</p> - -<p>Como se ha dicho, declinó el día con perezosa tristeza sobre -los vivos y muertos que en aquel punto esperaban la llegada de un -funcionario judicial, y al día sustituyó la noche en la guardia o -centinela de lo muerto y lo vivo, apoderándose de todo con dulce -tutela melancólica. Ya pestañeaban en el cielo, queriendo lanzar su -brillo, las tímidas estrellas de Casiopea; ya el grupito gracioso de -las Pléyades subía tras de Perseo y delante del Toro, de ardiente -mirar, cuando la vieja, estrella terrestre, a quien unos llamaban -<i>Madre</i>, otros <i>doña María</i>, y los menos avisados <i>doña -Sancha</i> o <i>doña Berenguela</i>, empezó a pestañear también como -las del cielo, queriendo esparcir su soberano brillo sobre el mundo... -Dicen historias fidedignas que se incorporó sin desperezarse, y algún -cronista consigna el desperezo como dato preciso. Sin dar importancia a -este detalle, el narrador afirma que la Madre tocó el cuerpo exánime de -su encantado hijo, diciéndole:</p> - -<p>—Gil, ¿estás muerto?</p> - -<p>Y añade que el caballero Tarsis, sin moverse, respondió:</p> - -<p>—En verdad no sé si soy difunto... o si de mi defunción quiere salir -una nueva vida. Te aseguro que roto mi cráneo como una hucha de barro, -las monedas, digo, los sesos salieron a tomar el aire... Pero a mi -parecer, han vuelto a meterse en su casa o madriguera, y la herida me -duele tan poco, que si me pasaras por ella tu dedo mojado en tu saliva, -creo que no me dolería nada.</p> - -<p>—Sí haré —dijo la Madre, aplicándole la medicina por él propuesta—. -Abre los ojos, si<span class="pagenum" id="Page_312">p. 312</span> ya -no los tienes abiertos... ¿Ves? ¿Me ves a mí y a estos matojos que nos -rodean?</p> - -<p>—No he cerrado los ojos desde que nos fusilaron, y aguantándome -inmóvil he visto a la gente novelera que vino a cantarnos el funeral -de su lástima, diciendo que estábamos ya en descomposición. Yo me -lo creí, y hasta llegué a sentir las cosquillas que me hacían los -gusanos corriendo por toda mi carne, y dedicándose a comerme sin ningún -respeto.</p> - -<p>—¿Podrías tú ponerte en pie? Pruébalo.</p> - -<p>—Pues sí que puedo —respondió Gil, moviendo piernas y brazos para -tomar la postura de cuatropea—. Lo que temo es que si me levanto, nos -vean los guardias.</p> - -<p>—No te ven. ¿Has notado que cae sobre este suelo, en gran espacio, -una densa oscuridad?</p> - -<p>—Lo he notado... Nada se ve fuera de un radio de tres varas... -Sí: veo unas luces que vienen por arriba, como hachas encendidas que -oscilan y tiemblan al paso de las personas que las llevan.</p> - -<p>—Son hachones, sí —dijo la Madre—; son los cirios de los frailes -Recoletos que vienen a sepultarme a mí... y a ti, como es consiguiente. -No hagas caso de esto, y dejemos que nos entierren...</p> - -<p>—¿Vivos?</p> - -<p>—No, hijo... Ellos nos entierran y nosotros nos vamos.</p> - -<p>—¿Cómo he de entender tal dislate, si no me concedes siquiera un -destello de tu ciencia divina?</p> - -<p>—No discutas, no caviles, no ahondes en el vago misterio, sobre -el cual yo misma no podría<span class="pagenum" id="Page_313">p. -313</span> darte razones que lo aclaren. Cógete a esta falda mía, toda -fango y desgarrones, y ven, ven...</p> - -<p>—¿No temes que nos vean los guardias y nos fusilen otra vez?</p> - -<p>—No se fijan en nosotros. Desde aquí los veo descuidados de los -muertos, y atentos a si viene o no viene el juez municipal a sacarles -de este atolladero?</p> - -<p>—¿Y el gran Becerro qué hace?</p> - -<p>—Allí le tienes sentadito a la cabecera del buen don Quiboro. -Primero entretuvo a los guardias contándoles el paso del Cid con toda -su hueste por estos lugares, para ir a la conquista de Valencia... -Después, metiéndose en la geografía arcaica, les dijo que no lejos de -aquí tuvieron los celtíberos su celebrada <i>Confluenta</i>... y otras -ciudades... En verdad, no sé si Becerro está en lo firme: con los años -y el tráfago del vivir presente, se me van olvidando estas cosas.</p> - -<p>—Yo, por más que digas, temo a los guardias. ¿Estamos donde caímos -muertos, o nos hemos alejado un poquito?</p> - -<p>—¿No te haces cargo de lo que has andado conmigo agarradito a -los pingajos de mi falda? Entre nosotros y el lugar de la tragedia -he puesto ya un espacio de más de doce kilómetros. No te diré dónde -estamos, porque no lo sé fijamente ni me importa. Te llevo por la -margen derecha de mi risueño Henares, y si no te cansas, no hemos de -parar hasta la docta ciudad donde nació el Príncipe, por no decir el -Rey, de mis ingenios.</p> - -<p>Aseguró Tarsis que en mil años no se cansaría.<span class="pagenum" -id="Page_314">p. 314</span> Era feliz junto a ella, y aún lo sería más -cuando pudiera olvidar las angustiosas escenas de Pitarque, la triste -conducción por carretera con el doloroso paso de la muerte de don -Alquiborontifosio y el imborrable espanto del fusilamiento. Exhortole -la Madre a ir expulsando de su cerebro aquellas patéticas emociones -hasta que no quedara rastro de ellas.</p> - -<p>—Por mi parte —añadió—, siempre que salgo de apreturas como la de -esta tarde, me doy buena maña para velarlas y desvanecerlas con el -benéfico olvido. Si así no fuera, viviríamos en un puro dolor. Debo -decirte que, aunque la cuenta de mis años no cae dentro del fuero -de la aritmética y de la cronología, no he llegado a persuadirme de -mi inmortalidad, no puedo ponerla entre las cosas incontrovertibles -y dogmáticas. Las indecibles tonterías y despropósitos de mis hijos -me han precipitado a la desesperación, y en las negruras de esta he -visto segura, inevitable, mi muerte... Luego, en crisis terribles que -parecían entrañar mi acabamiento, heme levantado viva cuando ya me -llevaban del lecho mortuorio al sepulcro.</p> - -<p>—Eres inmortal —replicó Gil con vehemencia— porque no eres una vida, -sino millones de vidas; no eres solo un lenguaje, sino remillones de -lenguas que espiritualmente te vivifican.</p> - -<p>—Así sea —dijo ella sonriente—; pero por mi fe, yo temo la -extinción de la vida, mayormente cuando sufro reveses como los que -acabo de pasar, y cuyos efectos en mí son vejez, enfermedades y hondo -desaliento. En la barbarie de<span class="pagenum" id="Page_315">p. -315</span> esta tarde, que fue la tensión máxima del infortunio -motivado por mis malos hijos, sentí el horror de la muerte. Cuando los -guardias me apuntaron, dije para mí: «Esto se acabó. Ya no me vale -mi poder invisible...» Luego, ¡loado sea Dios! este don de milagros, -que otros llaman magia, y que siempre usé con discreción y prudencia, -me resultó eficaz, tanto para mí como para ti... Del trance salimos -con vida... Casi, casi me decido a creer en mi inmortalidad... o al -menos, por algún tiempo podré seguir afianzada en esta idea robusta, -como una estatua en su pedestal. Adelante, pues, y hasta otra... hasta -que tus hermanos me traigan un nuevo conflicto de los que llamáis de -vida o muerte... De este salí. ¿Saldré de los de mañana?... Tengo la -suerte... y ello es una virtud más que me ha dado Dios... de no perder -mis bríos en las mayores adversidades. Cuando las padezco, lloro y -me desespero; pero en cuanto pasa el sofoco y me encuentro con vida, -poco tardo en volver a mi normal tranquilidad, y a sentirme alentada -por la esperanza... Entiendo que no soy yo, sino la raza que llevo en -mí, la que tan rápidamente se cura del torozón de sus desdichas. Así -somos, así nos hizo Dios, <i>Asur, hijo del Victorioso</i>. Caemos -y nos levantamos tan arrogantes como estuvimos antes de caer, y con -limpiarnos el rostro de algunas lágrimas y sacudir los miembros, y -abrir plenamente nuestros ojos a la luz del sol, ya estamos de nuevo -en todo el esplendor y frescura de nuestro optimismo, que podrá tener, -como dicen algunos filósofos regañones, su poquito de ridiculez, pero -que es, créeme a mí, el único<span class="pagenum" id="Page_316">p. -316</span> ritmo, pulsación o compás que nos queda para seguir -viviendo.</p> - -<p>—Pues tú así lo piensas —dijo el caballero con efusiva convicción—, -yo hago mío tu pensamiento, yo quiero ser el eco de tu voz. Vendrán o -no los días gloriosos; pero hemos de esperarlos, y orientar hacia ellos -nuestras almas. Advierto, Madre querida, que ya no eres vieja-vieja, -como te vi en Pitarque. Tu rostro no se ha desarrugado; pero tu -agilidad y tu mayor corpulencia dicen que te restablecerás pronto al -ser majestuoso en que te conocí.</p> - -<p>—Así será: no tardaré, hijo mío, en vestir mi esqueleto de carnes -hermosas, y en aderezar mi prestancia personal conforme al decoro que -por antigüedad me corresponde.</p> - -<p>Decía esto la buena Madre esparciéndose donosamente en la verde -frescura de un prado, desligada del hijo, voltijeando sola en derredor -de él con cierto retozo juvenil, y movimientos de danza pausada y -decente. Sus pies descalzos hollaban la hierba húmeda; elevaba sus -brazos en doble curva graciosa, hasta formar un nimbo en torno de su -cabeza. Su harapienta ropa se despegaba del cuerpo enjuto, queriendo -ahuecarse y plegarse con formas y líneas escultóricas. Mirábala Gil -asombrado, y ella puso fin a la gallarda pantomima llegándose a él y -señalándole un débil resplandor lejano.</p> - -<p>—Aquellas luces esparcidas —le dijo— son la claridad nocturna de un -pueblo mío muy querido, Alcalá de Henares, por tantos títulos famoso -en mis estados. No entremos en la ciudad que ilustraron Cervantes, -Cisneros y<span class="pagenum" id="Page_317">p. 317</span> mi salado -Arcipreste. Dame la mano y vamos más allá... Leguas, quedaos atrás... -tierras mías, dad paso a vuestra Señora... A prisa, Gil; a prisa, que -es tarde... Hemos llegado a donde se aparecen más débiles lucecitas... -San Fernando es este... Adiós, manso Henares, que entregas tu nombre y -tus aguas a mi buen Jarama... Adiós, Mejorada; adiós, Loeches, tumba -del Conde-Duque... Jarama, contigo vamos hasta dar con tu hermano -Tajuña, ambos tributarios del padre Tajo, en cuyas aguas quiero dejar -mi fingida vejez y los andrajos que visto.</p> - -<p>Siguieron en veloz curso, semejante al correr planetario. En cortos -paréntesis de su gozo, Gil volvía su mente a las escenas y figuras -que había dejado atrás. Repitió su lamentar del triste fin de don -Alquiborontifosio, y expresó sus temores de la suerte que depararía el -Destino al pobrísimo y desamparado Becerro.</p> - -<p>—No temas —dijo la excelsa Madre—: yo le echaré una mano; yo cuidaré -de que cese el martirio de ese fantasma de los tiempos pretéritos. Su -vida toma jugo de la pura erudición. Vivirá mientras aliente el interés -cada día más débil que inspira el códice pergaminoso... Todo esto se -acaba... En la existencia futura, el alma de Becerro no tendrá más -realidad que la de una esencia contenida en redoma lacrada... Yo miro -con atención materna esa pobre ruina hasta que llegue a su extinción -polvorienta.</p> - -<p>Luego siguió así:</p> - -<p>—El delito por que le llevan preso es la más tremenda ironía de -los infelices tiempos que corren. Cogió dos cebollas en el predio -perteneciente a uno de los más<span class="pagenum" id="Page_318">p. -318</span> desaforados Gaitones que oprimen la comarca. El que -le apaleó era un bárbaro jayán. El dueño de aquella tierra y de -otras colindantes, formando un inmenso estado agrícola que llaman -<i>latifundio</i>, apenas paga por contribución una décima de lo que -le corresponde. Es burlador del Fisco, y por esto y por otros delitos -de falsificación de actas, de encubrimiento de criminales, atropellos -de ciudadanos y arbitrariedad en el reparto de consumos, debiera estar -en presidio. ¡Y el pobre Becerro, por solo apropiarse dos cebollas, -es conducido al Juzgado entre los fusiles de la Benemérita!... Esto -es horrible, ¿verdad? Y más horrible que no pueda yo evitarlo. -¿Te asombras, hijo, de que teniendo tu Madre un poquito de virtud -sobrenatural, sazonada... así lo quiere Dios... con unas gotas de -humorismo, sepa trastornar de vez en cuando las leyes de la Naturaleza, -y no acierte a corregir o atenuar siquiera la condición aviesa de los -hombres?</p> - -<p>No supo Gil qué contestar, y viéndole en tales dudas, la dama cambió -el giro de su palabra:</p> - -<p>—No nos entretengamos parloteando y avancemos por estas fértiles -llanadas, pisando apenas el follaje muerto de las plantas que dieron -ya los dulces frutos de primavera y estío... Ya veo brillar tus aguas, -Tajuña; ya te acercas al punto en que las confundirás con las de tu -hermano Jarama... Sigamos, hijo... No tardaremos en hallar la florida -vega de mi Aranjuez querido, oasis de este reino, a donde afluyen aguas -mil fecundantes.</p> - -<p>En un lapso de tiempo cuya brevedad no pudo apreciar el caballero, -pasó con la Madre<span class="pagenum" id="Page_319">p. 319</span> -bajo los inmensos plátanos y negrillos ya desnudos de sus hojas. -Eran como bóvedas de alambre, por cuyo enrejado el cielo dejaba ver -la inmensidad de sus estrellas. Los pies de ambos caminantes rozaban -el suelo cubierto de hojas caídas, que al veloz paso crujían y -revoloteaban con manso ruidillo. A la izquierda dejaron la mole del -palacio, las luces del pueblo, las fuentes aparatosas, calladas; y al -cabo de un raudo caminar por solitarias alamedas y terrenos blandos, -cuyos surcos formaban pautas interminables, llegaron al lomo de una -ribera que, como dique, encauzaba la corriente del dorado Tajo. -Impresionó a Gil el rumor de las aguas que descendían bufando en -oleaje hirviente, juntos ya los caudales de Tajo y Jarama. La Madre se -detuvo en el lomo del dique, y extendiendo sus brazos hacia el río, -con elocuente ademán de mujer apasionada que se arroja en brazos de su -amante dijo así:</p> - -<p>—Al fin llego a ti, mi Tajo potente, mi Tajo impetuoso y varonil... -En ti me limpio de esta pegadiza roña de mi vejez; en ti recobro mi -hermosura y majestad.</p> - -<p>Y ordenando al caballero con breve mandato que la siguiese sin miedo -al refuelle de las ondas turbulentas, en ellas se arrojó de cabeza, -vestida, como ansiosa nereida que se introduce en el lecho de su -amado.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch25"> - <p><span class="pagenum" id="Page_320">p. 320</span></p> - <h2 class="nobreak g0">XXV</h2> - <p class="subh2">Cuéntase lo que le pasó al caballero en la redoma de - peces, con otros raros sucesos y visiones.</p> -</div> - -<p>Con arranque de obediente fe se arrojó el caballero tras de la -Madre, y nadó un rato, luchando con la corriente... La distancia entre -ambos nadadores se alargó al poco rato. La Madre ondeaba gallardamente -sobre las aguas, metiéndose y sacándose con airosos meneos de pez o -de sirena... De pronto, Gil fue acometido de terror... La corriente -le envolvía; perdió la serenidad. Viendo a la Madre vencedora de las -inquietas aguas, cerca ya de la otra orilla, se tuvo por abandonado. -Quiso retroceder, con la esperanza de agarrarse a unas ramas de sauce -que colgaban no lejos del punto en que él se arrojara... ¡Horrible -momento! No podía nadar en ninguna dirección. Llamando a su garganta -toda la energía que le quedaba, gritó:</p> - -<p>—Madre, Madre, me ahogo... Sálvame...</p> - -<p>Pero la nereida iba ya lejos... Estaba de Dios, o de la Madre, que -<i>Asur, hijo del Victorioso</i>, no pereciese en el río, pues cuando -mayor era su apuro, vio venir un deforme bulto y oyó voces de aliento. -El bulto que hacia él navegaba era un barquichuelo, más bien balsa o -chalana. En ella iban dos hombres o monstruos marinos, que dirigían -la embarcación con una pértiga<span class="pagenum" id="Page_321">p. -321</span> que apoyaban en el fondo.</p> - -<p>—¡Eh, caballero! —gritó una voz marinera—: aguántese, que allá -vamos.</p> - -<p>Cuentan las historias conservadas en el archivo de los Franciscanos -Descalzos de Ocaña, que <i>Asur</i> fue sacado del Tajo con un aparato -de pesca que llaman butrón... y que la chalana le transportó a la -orilla izquierda, donde fue arrojado como cuerpo exánime, y puesto boca -abajo, echó por esta considerable cantidad de agua. Hiciéronse cargo de -él unos hombres vestidos de túnicas rojas, que le llevaron a cuestas -por tierra cenagosa, hasta llegar a una casa que en su ingreso parecía -de labor, más adentro vivienda suntuosa de un rico hacendado campesino. -Por de pronto, metiéronle en un aposento donde había chimenea o cocina, -bien provista de lumbre que alimentaban troncos y raíces de olivo. -Frente a esta pusieron a Gil, que al dulce calor volvió de su asfixia; -y despojado de sus ropas viejas que se podían torcer, y fuertemente -sacudido de estrujones y friegas, le vistieron de nuevo con prendas -interiores finísimas. Luego le calentaron por dentro con un vino blanco -manchego que resucitaba a los difuntos, y el hombre se encontró en -la plenitud y goce de su ser. Llegó al colmo su sorpresa cuando los -benéficos hombres, que más bien parecían fantasmas, le endilgaron una -roja túnica de damasco como la que ellos gastaban... Los tragos de -vino desataron en Gil la locuacidad. Preguntó dónde estaba, y por qué -le vestían con aquel elegante ropón colorado. Pero los graves sujetos -no le respondieron palabra. Una sonrisa y el<span class="pagenum" -id="Page_322">p. 322</span> dedo en la boca eran, sin duda, el lenguaje -usual y corriente en aquella morada del buen callar.</p> - -<p>Hallábase, pues, el asendereado caballero en una nueva esfera de -la vida de encantamiento, que de las anteriores se distinguía por la -mudanza de las formas de rusticidad y pobreza en formas de elegante -pulcritud. Un rato tardó en hacerse cargo de su indumentaria. De -medio cuerpo abajo, su empaque era calzón corto, media negra de seda, -zapato de charol con trabilla, al uso de clérigo presumido; en el -cuerpo, camisa de vuelillos y chaqueta de terciopelo con haldetas; -sobre todo esto, la túnica roja sujeta a la cintura con faja del mismo -color. Apenas hubo terminado de reconocer su atavío, los silenciosos -compañeros, vestidos como él, le guiaron por señas hacia otras -estancias amuebladas con ricos bargueños, tapices, credencias y otras -lindas antiguallas, que vagamente se distinguían a la tímida luz de -arcaicos velones.</p> - -<p>Llegaron a un ancho comedor, con mesa dispuesta para magnífica -cena de veinte o más cubiertos. En la cabecera estaba sentada la -Madre, ya restituida en su soberana belleza y majestad. Quedó Gil -pasmado de verla, y no pudo contener las demostraciones de su respeto -y admiración. La dama, risueña, le impuso silencio llevándose el -dedo a la boca. Vestía túnica blanca de finísima tela con pliegues -estatuarios; adornaba su seno con frescas rosas coloradas y amarillas; -sus cabellos, recogidos con suprema elegancia, conservaban la -nítida blancura, y su rostro, de infinita belleza y gracia,<span -class="pagenum" id="Page_323">p. 323</span> era la imagen de la -dignidad concertada con dulce y afable alegría.</p> - -<p>Sentose Gil en el sitio que le indicaron. Tres comensales había -entre él y la izquierda de la Madre. A la derecha de esta se sentaba un -caballero anciano, de faz noble y escuálida, de barba gris puntiaguda, -tipo tan exacto del Greco, que por un instante se dudaría si era real -o pintado. Su vestido en nada se diferenciaba del de los demás. La -mayor rareza de aquel recinto era que los comensales y los que servían -la mesa llevaban el mismo uniforme, ya descrito, de la roja sotana. En -aquel palacio del silencio no había criados ni señores. Todos, fuera de -la soberana Madre, eran lo mismo. Tan solo el prócer de macilenta faz -ostentaba cierto aire de indefinible principalía. Recordando el cuadro -del Greco, Gil le bautizó con el nombre de <i>Conde de Orgaz</i>.</p> - -<p>La cena de que participó el caballero fue de la más genuina -culinaria española: especiosos guisos, estofados y pepitorias; frutas, -miel entre hojuelas, suplicaciones y cañutillos; vinos de Esquivias y -Yepes. A la Madre asistían dos servidores colocados tras ella: el uno -era copero; el otro le mudaba las viandas, y al terminar le sirvió el -aguamanil. Advirtió <i>Asur</i> cierta modernización en el estilo de -comer. Hacía los platos, en la cola de la mesa, un maestresala que -poseía la virtud de adivinar la porción correspondiente al gusto y -apetito de cada uno. Como allí todo era contrario al orden natural de -las cosas, los comensales no hablaban, ni los cuchillos y tenedores -de plata hacían ruido alguno sobre la finísima porcelana de los<span -class="pagenum" id="Page_324">p. 324</span> platos... Acabose al fin -el mágico banquete, que Gil diputó como aparato dispuesto por el sabio -Merlín o por los mismos demonios.</p> - -<p>Sin cháchara de sobremesa ni nada parecido, levantose la Madre, a -todos hizo afable reverencia, y se retiró por la puerta más próxima, -cuyo tapiz levantó el fantasma copero. Siguiola el <i>Conde de -Orgaz</i>, y otros que algo se asemejaban a creaciones del Greco -por sus místicos rostros... Desaparecida la Señora, se descompuso -el comedor, hundiose la mesa, voló la vajilla, extinguiéronse las -luces, y los rojos duendes se iban filtrando por las paredes sin decir -<i>Jesús</i> ni <i>buenas noches</i>.</p> - -<p>Desconsolado y tristísimo quedó el buen Gil viendo que la Madre -partía sin decirle tan siquiera <i>por ahí te pudras, hijo</i>... Las -interesantes crónicas de Ocaña no entran en pormenores de cómo pasó el -caballero la noche, ni de sus atontados pasos en aquel laberinto. Solo -consignan que durmió en cama limpia y blanda, y que al siguiente día -salió de su estancia vestido con el propio uniforme que le endilgaron -al sacarle del río. En el comedor encontró abundante desayuno, y -dos, tres o cuatro compañeros de cautiverio que le hablaron con el -puro lenguaje de los ojos. A fuerza de aplicación, iba penetrando -los secretos de aquel extraño idioma... Ya comprendía los signos -elementales... pronto podría dar y recibir la expresión de las ideas -más comunes... acabaría por dominar la mágica sintaxis hasta sostener -una conversación larga y sutil.</p> - -<p>Reconoció después el edificio, que era extensísimo, todo en planta -baja, y de estructura<span class="pagenum" id="Page_325">p. 325</span> -circular. Corriendo de sala en sala, se volvía en veinte minutos al -punto de partida. No se conocían allí las escaleras, no se encontraba -un solo peldaño. Los pasos no producían ningún rumor sobre un suelo en -que los baldosines lustrosos eran como blanda y muda felpa... Andando, -andando, salió el caballero a un jardín, cuyo piso enteramente plano -estaba exactamente al nivel del de las habitaciones. Las plantas de -aquel jardín parecían de cristal, y sus lindas flores no exhalaban -ni el más leve aroma. Ningún airecillo las acariciaba. El ambiente -era quieto y callado, de una opacidad semejante al vapor de agua. Los -términos lejanos se perdían en la pesada atmósfera de agua y leche -mezcladas. No había sol... La luz que alumbraba el jardín y la casa -era luz pasada por invisibles cedazos de agua. También el jardín era -circular, rodeando la casa. Lo limitaba, por la parte contraria a esta, -una lisa pared de esmerilada substancia dura. Pensó Gil que aquel -mágico recinto radicaba en las honduras del Tajo, o era reproducción -del que visitó don Quijote al descender a la cueva de Montesinos.</p> - -<p>Por entre los floridos arbustos del jardín vio Gil algunos -compañeros duendes, que aburridos vagaban sin formar grupos ni -hablar unos con otros. «O esto es una redoma de peces —se dijo— y yo -uno de tantos pececillos colorados, o he descendido a un limbo de -cartujos pisciformes, erigido en aguas del Leteo.» Buscando alivio -a su fastidio inmenso, volvió del jardín a la casa, y recorriendo a -la ventura las habitaciones, pensaba que tal vez habría en alguna -de ellas biblioteca donde los peces pudieran<span class="pagenum" -id="Page_326">p. 326</span> engañar el pausado tiempo con lecturas -amenas. Vio trípticos, tapices, papeleras; libros no parecían en parte -alguna. Divagando fue a dar en una estancia recogida y misteriosa -situada en el centro del edificio, donde lucían armaduras en maniquíes, -panoplias bien surtidas de espadas y pistolones; y cuando examinaba con -ojos de aristócrata estas riquezas, resbalaron sus miradas hacia un -espejo, en el cual le sorprendieron resplandores extraños, seguidos de -un ir y venir de sombras o sombrajos que en la superficie del cristal -se movían. La distraída atención del caballero quedó presa en aquel -fenómeno, con la idea de que el espejo no reflejaba lo externo, sino -que a su cristal traía luces e imágenes de su propia interioridad -mágica... Estando en estas dudas o sospechas, advirtió que de las -oscilaciones de luz y sombra se determinaba una figura, y mirando, -mirando, toda el alma en los ojos, llegó a ver tan claro como la misma -realidad el rostro de Cintia.</p> - -<p>Prorrumpió Gil en gritos de alegría llamando a su mujer, cual si -estuviera en la estancia próxima. En el cristal plantó sus dos manos -creyéndolo puerta vidriera que podía ceder al impulso. Pronto se hizo -cargo de que se hallaba en presencia de un fenómeno igual al de la casa -de Becerro en Madrid.</p> - -<p>—¿Eres tú, mi Cintia —le dijo—; tú en persona, o eres pintura -mentirosa con que estos duendes rojos quieren burlarme?</p> - -<p>—Yo soy —replicó ella con divina sonrisa, mostrando en completa -claridad su persona de medio cuerpo arriba—. No esperabas que nos<span -class="pagenum" id="Page_327">p. 327</span> viéramos. Yo, sí. Hace días -que me lo decía el corazón. No sé cómo puede ser el que nos veamos... y -que hablemos... Misterio es que penetraremos algún día.</p> - -<p>Y él exclamó:</p> - -<p>—Por tu vida, Cintia, dime dónde estás, si lo sabes. Yo te juro que -no sé dónde estoy.</p> - -<p>A lo que ella respondió con franca risa:</p> - -<p>—Anoche, antes de dormirme, te vi dentro de una redoma de peces. -Eras un lindo pececillo rojo, y nadabas airosamente entre otros del -mismo color.</p> - -<p>—Pues no veías más que la verdad; que si esto no es una pecera, es -cosa muy parecida. Para mí, que vivo en una encantada mansión en las -profundidades del Tajo. ¿Ves la funda colorada que me han puesto?</p> - -<p>—Ya te veo, sí: estás muy guapo; y a mí, ¿me ves con mi vestidito de -percal y este delantal tan majo que me he hecho yo misma?</p> - -<p>—Eres un sol de hermosura, Cintia de mi vida. Todas las diosas del -Olimpo son caricaturas comparadas contigo. Siento una pena horrible por -no poder abrazarte y darte mil besos. Pero no me has dicho... ¿Estás en -Sigüenza?</p> - -<p>—Sí, hijo mío: ¿dónde querías que estuviese? Vivo, y vivo muy -bien con la madre de Regino, en el Colegio de San Antonio. Por -cierto, Gil, que debo desengañarte... Con pocas palabras limpiaré tu -corazón de rencores injustos. Atiende a lo que te digo: Regino es -un caballero. Créelo ciegamente... De su madre ¿qué puedo decirte? -Cuantos elogios de ella hiciera yo no llegarían a lo cierto. Vivo en -completa tranquilidad, sin otra pena que tu<span class="pagenum" -id="Page_328">p. 328</span> ausencia. El cariño y el respeto de todos -me hacen llevadera esta situación, que espero ver pronto terminada. -Si en los primeros días me molestó un poquito el enfadoso don Ramiro -Gaitón, Regino supo espantarle gallardamente, y el importuno señor ya -no me manda recados ni cartitas.</p> - -<p>—¡Ay, Cintia del alma! ¡qué consuelo me das con lo que acabas de -decirme! No es consuelo tan solo: la vida me has dado. Creo en ti como -en Dios, y no necesito saber más para devolver a Regino mi estimación. -Otra cosa: vives tranquila y sin enojos; pero sobre tu alma pesará el -tiempo: tendrás días de plomo, horas de mortal fastidio...</p> - -<p>—Así es, marido mío. Últimamente he combatido el tedio gracias a -unos cuantos niños de esta vecindad, con los cuales he formado una -escuelita, la más meritoria distracción que pudiera imaginar. Visitas -no vienen aquí, ni yo las admito. Pero de algunos días acá tengo un -entretenimiento y una compañía que son muy de mi agrado. Vas a verlo, -Gil. No quiero dilatar más la sorpresa que pensaba darte.</p> - -<p>Diciendo esto miró al suelo la linda mujer, y en el mismo instante -saltó a su brazo, y del brazo al hombro, un vivaracho animalejo. Era la -ardilla de Cíbico.</p> - -<p>—Mira, <i>niña</i>; mira al cristal: ¿no ves a Gil? —díjole Cintia -acariciándole el rabo.</p> - -<p>Fijose el animal, y viendo lo que se le señalaba, hizo con las -patitas delanteras y el hocico unas muecas y garatusas muy monas, -saludo al amigo no visto en tanto tiempo.</p> - -<p>Contestó Gil con risas y bromas cariñosas<span class="pagenum" -id="Page_329">p. 329</span> a la salutación de la bestezuela, y luego -quiso saber cómo había venido a tales manos. La historia no podía ser -más sencilla. Disputábanse una tarde dos monjitas del Convento de -Almazán sobre cuál tenía más derecho a jugar con la ardilla. Una quiso -arrebatarla tirándole de una pata; otra la cogió por el pescuezo, y en -esta porfía, el atormentado animalito mordió a una de ellas en un dedo -y le hizo sangre. Puso el grito en el cielo la monja herida; alborotose -la comunidad, dividiéndose en dos bandos clamorosos, y para poner fin -al escándalo, la madre Priora determinó cortar por lo sano, regalando -el cuerpo de discordia a un canónigo de Sigüenza que aquel día fue a -predicarles un sermón. Cargó el reverendo con el bicho, y al regresar -a su pueblo obsequió con él a una señora rica y beata, de cuyas manos -pasó a las de la madre de Regino. Los biógrafos de Cíbico refieren que -la tal dama santurrona, doña Ángela Conejo, hermana de don León Conejo, -escribano en Molina de Aragón, tenía parentesco con Bartolo, y estaba -al corriente de sus locos afanes en busca de la preciosa <i>niña</i>. -De aquí vino el depositarla en el Colegio de San Antonio, mientras -parecía <i>Corre-corre</i>, a su vez perdido en la divagación mercantil -por Brihuega o Cifuentes.</p> - -<p>Contó Cintia estas menudencias a su marido, el cual se holgó mucho -de oírlas. Después de esto, propuso Gil a su mujer que aproximaran sus -caras al cristal, por una parte y otra, para besarse cuanto quisieran. -Pero intentado el contacto, no pudo realizarse porque el espejo era un -medio de comunicación telepática<span class="pagenum" id="Page_330">p. -330</span> extraño a la física que conocemos y gozamos en nuestra -limitada ciencia. Cuando aproximaban al cristal sus amantes bocas, las -imágenes se desvanecían. Maldijeron ambos la insuficiente virtud del -sortilegio, y como Cintia manifestase, dolorida, que a su fin tocaba -la conferencia (sabíalo por la íntima voz del alma, que en aquellas -vegadas era la inspiración de todos sus pensamientos), no quiso Gil -que las imágenes se borraran sin hacer a la de Cintia esta advertencia -importante:</p> - -<p>—Si Regino, si cualquiera otra persona te dijese que me han -fusilado, no lo creas. Vivo estoy, alma mía. Me pasaron por las -armas... pero como si no... ¿No lo entiendes? Yo tampoco... Ya te lo -explicaré. ¡Ay, cuándo acabará esta vida prisionera, esta vida de -purgatorio, desencajada de la vida común!</p> - -<p>—Ya se acerca el fin, ya está próximo el resucitar... —murmuró la -bella mujer, apagándose.</p> - -<p>¡Preciosa luz, cuyos últimos destellos eran sonrisas! Extinguida ya -la imagen, aún sonreía en la profunda oscuridad.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch26"> - <p><span class="pagenum" id="Page_331">p. 331</span></p> - <h2 class="nobreak g0">XXVI</h2> - <p class="subh2">Del encuentro que tuvo <i>Asur</i> con otro aristócrata, - y de lo que hablaron por señas previniendo su desencanto.</p> -</div> - -<p>Consolado quedó el caballero con la visión de Cintia; pero su -alma seguía tropezando en las tristezas que bordan el camino de -la esperanza... El resto de aquel día y los siguientes, con sus -larguísimas noches, pasó divagando en salas desiertas, o en el jardín -de cristalinas flores sin aroma. Entre los fantasmas, duendes o -pececillos que eran sus aburridos consortes en el fluvial presidio -esmerilado, distinguió a unos cuantos, que a menudo se producían en el -mudo lenguaje mímico piscilógico. Y entre estos pocos, se singularizó -uno que le inspiraba simpatía cariñosa, y era más expresivo y más -inteligible que los demás. Aconteció que a los tantos o cuántos días -(la cifra de días se ignora), le tuvo ya por amigo, y entreteniéndose -ambos en el ejercicio de muecas, ojeadas y garatusas, empezó el cautivo -a iniciarse en el parloteo redomil: de allí a la posesión del tal -idioma no había ya más que un paso. Con entender al amigo y poder -contestarle repitiendo los signos que fácilmente se asimilaba, la vida -del caballero fue menos ingrata y sus horas menos soporíferas.</p> - -<p>Llegaron a entablar larguísimas conversaciones,<span -class="pagenum" id="Page_332">p. 332</span> que el narrador se ve -obligado a reproducir, sin responder de su exactitud, por ser este caso -el más inverosímil y maravilloso de las aventuras del encantado Tarsis. -Sin dudar de la veracidad del reverendo franciscano descalzo que nos -ha transmitido aquellos interesantes coloquios, es deber del narrador -señalar el sin igual prodigio de que con signos o pucheros de la boca, -guiños de los ojos y algún meneo de las manos, se expresen hechos y -abstracciones que aun con todos los recursos del lenguaje oral, no -habrían de exteriorizarse fácilmente. Pero como ello cae debajo de la -desconocida ley de encantamiento o hechicería, forzoso será cerrar los -ojos y tragarlo todo, sin reparar en que pase por el gaznate alguna -ruedecilla de molino.</p> - -<p>Lo primero que hizo entender a Gil el amigo y compañero de -tediosa esclavitud, fue que aquel recinto del quietismo acuático era -comúnmente la postrera etapa o estación del vía-crucis correccional. -Bien baqueteados llegaban allí los penitentes, con las voluntades bien -sacudidas y las entendederas abiertas a la razón. Allí se les daba -la última pasadita, el barniz que llamaban <i>cura del silencio</i>, -soberano remedio que atajaba el flujo de las palabras ociosas.</p> - -<p>La estancia en aquel Limbo solía durar dos o tres años, y una -vez cursada la asignatura del buen callar, salían ya los caballeros -en disposición de volver al mundo. Protestó <i>Asur</i> con airado -gesto de la duración de aquel lento suplicio; pero el amigo no tardó -en tranquilizarle, diciéndole que en la pecera sin ruido las leyes -del tiempo se regían por cómputos y divisiones<span class="pagenum" -id="Page_333">p. 333</span> distintas de las del mundo. Lo que en este -se llama un día, en la pecera era un mes lunario.</p> - -<p>—De modo —añadió el informante—, que si tú, pongo por caso, te -duermes esta noche a las ocho en punto y despiertas a la misma hora de -mañana, puedes decir que has dormido veintisiete días, siete horas, -cuarenta y tres minutos y once segundos y medio.</p> - -<p>Abriendo en todo su grandor ojos y boca, expresó Gil su admiración y -alegría. Y no era para menos, pues contados de aquel modo, dos años en -la pecera equivalían a veintiséis días solares. Más extraordinario que -esto era que tan complicada explicación se diese haciendo morritos con -los labios, enseñando ahora los dientes, ahora la lengua, y agregando -como elemento prosódico el punteado de las manos. No era lícito emplear -el alfabeto digital de sordomudos, ni podrían hacerlo los pececillos -aunque quisieran, pues al entrar en la redoma desconocían absolutamente -las letras, así por lo gráfico como por lo mímico... En una segunda -conversación, paseando entre arbustos de cristal, el amigo se excedió -en la confianza.</p> - -<p>—Parece mentira —dijo con rapidísimas contracciones de boca y nariz— -que no me hayas conocido. Yo te conocí desde que entraste en la redoma. -Mírame bien, Carlos de Tarsis. ¿No te acuerdas de Pepe Azlor, Duque de -Ribagorza? (Gran dilatación de boca fue el signo de inteligencia del -caballero <i>Asur</i>.)</p> - -<p>—Yo fui encantado antes que tú —prosiguió el pececillo— por -desatinos y aberraciones que ahora no son del caso... Yo he -corrido como tú; yo he rodado como piedra que arrastran los<span -class="pagenum" id="Page_334">p. 334</span> ríos, y de tanto correr y -rodar, mi ser anguloso y cortante se ha pulimentado... Ya estoy bien -redondito... Como en nuestro cautiverio andante se nos permite y aun -se nos recomienda el amor que vigoriza nuestras almas, yo... Antes te -diré que me han tenido largo tiempo en la galería más honda y más negra -de una mina de carbón... Justo castigo a mi perversa frivolidad... -Hacinados como reses dormíamos los trabajadores en una cuadra próxima a -la mina, y en aquellos horrendos lugares conocí a una linda muchacha, -vendedora de aguardiente. Me enamoré de ella, y he aquí que vivimos -felices... y... En fin, que mi Cloris será, y no me pesa, Duquesa de -Ribagorza. Y ahora, dejo a un lado mis cosas y voy a las tuyas, que de -ellas tengo conocimiento por hallarme casi en el punto de extinción -de mi condena. Entre paréntesis, querido Tarsis, yo saldré mañana... -Sigo contándote, y dispensa mis digresiones... Tú te enamoraste de una -maestra de escuela: la seguiste, la robaste, y en libre ayuntamiento -con ella estuviste unos días... Desde aquellos días al presente ha -pasado un año...</p> - -<p>No pudo contenerse <i>Asur, hijo del Victorioso</i>, y con boca y -nariz, ayudado de las flexibles manos, soltó este donoso parlamento:</p> - -<p>—Anoche vi a mi mujer en un espejo que tenemos en la sala de -armaduras. No habló conmigo como la primera y segunda vez que nos -vimos. No hacía más que reír y reír del modo más gracioso. Llevaba en -brazos un niño chiquitín.</p> - -<p>Y el otro le dijo:</p> - -<p>—Tu mujer te ha dado descendencia, como a mí la mía. Eso nos -encontraremos al volver al mundo...</p> - -<p>Viéndole<span class="pagenum" id="Page_335">p. 335</span> caviloso -y mohíno, le llevó al rincón más apartado del jardín, para recatarse -de los vagantes compañeros, y a solas cambiaron las declaraciones más -íntimas.</p> - -<p>—Ya te lo he dicho: salgo mañana —murmuró Azlor, que en la suma -discreción no empleaba otro lenguaje que el de los ojos.</p> - -<p>Y Gil replicó angustiado:</p> - -<p>—¿Pero hasta cuándo ¡por vida de Merlín! me tendrá la Madre en este -presidio bobo? ¿Has hablado tú con ella?</p> - -<p>—Sí —significó el otro—. Soy su pariente en décimo grado por la -rama de Aragón. Las confianzas que tiene conmigo no las tiene con -nadie... Aquí se nos presentó anoche. Yo dormía. Me despertó un ruido -de catarata... Salté, salí... Encontré a mi Señora en este mismo sitio -donde ahora estamos... Con interés vivo me preguntó por ti... contome -lo del alumbramiento de tu mujer, a quien tiene en grande estimación -por su talento y virtudes... Luego hacia ti resbaló la conversación... -Dice que eres de buen natural, con el grave defecto de arrebatarte -fácilmente. Te dará de alta cuando la <i>cura del silencio</i> te haya -secado la vena del decir ocioso. Yo abogué por ti... Vaciló nuestra -Señora... Por fin, cediendo a mis ruegos, diome licencia para llevarte -mañana conmigo...</p> - -<p>—¡Mañana!... ¡salgo mañana de esta redoma! —exclamó Gil, si exclamar -es abrir la boca extremando la elasticidad de los labios—. Tanta dicha -me trastorna, querido Azlor... No podré contener las ganas de alzar el -grito, de cantar un himno a la libertad...</p> - -<p>—¡Silencio... por los clavos de Cristo, silencio!<span -class="pagenum" id="Page_336">p. 336</span> Sigue mi ejemplo, querido -Tarsis. Ya ves que soy muy callado.</p> - -<p>—Ya lo veo.</p> - -<p>—Condición precisa impuesta por la Madre: saldrás conmigo si -poniendo un punto en tu boca demuestras haber ganado borla de doctor -en la Facultad del buen callar... A esta triste morada vienen los que -por hablar demasiado ahogaron en océanos de palabras la voluntad y -el pensamiento de la vida hispánica. Casi todos los que ves aquí son -oradores... Hablaron mucho y no hicieron nada. Maestros son algunos -de la palabra altísona, fascinadores públicos, que con la magia -de su arte y la diversidad de sus retóricas convirtieron la torre -de la elocuencia en torre de Babel... Y el más notado de nuestros -compañeros, ese que llamas <i>el Conde de Orgaz</i>, tres veces fue -dado de alta, y otras tantas volvió acá, por reincidencia en el vicio -que le devora. No es propiamente orador, sino hablador. Su elocuencia -consiste en despotricar con gracia y facundia, refiriendo vida y -milagros de cuantas damas y caballeros hay en la Corte, y aderezando su -maledicencia con chistes sangrientos y reticencias traperas. Entiendo -yo que ese no se curará jamás. Por su vejez en cierto modo gloriosa -en el ciclo picaresco de nuestra raza, es el único a quien se concede -aquí el uso de los naipes. Se pasa los días sinódicos, que son meses, -haciendo solitarios...</p> - -<p>—No quisiera verme en tan duros castigos —dijo Tarsis—; y para que -me saquen pronto de aquí, y no vuelvan a traerme, pondré en mi boca -cuantos puntos y puntadas sean menester... Da pena ver a estos que -fueron habladores<span class="pagenum" id="Page_337">p. 337</span> -convertidos en pececillos, sin otra señal de vida que el ondear perenne -en las curvas del cristal, sin otro lenguaje que el abrir y cerrar -de bocas, como un signo confesional de la religión del bostezo... Ya -rabio por salir... Dime cómo se sale y cómo cambiamos de ropa, pues -con este empaque pisciforme no podríamos volver al mundo sin que nos -apedrearan.</p> - -<p>No fueron muy explícitos los informes que el caballero Azlor dio -al caballero Tarsis acerca de la salida de la reclusión. Primero dijo -que los absueltos eran sacados con un aparato de pesca; después, que -se escabullían subiéndose al techo de una de las habitaciones, o que -en la circular tapia cristalina del jardín había una puertecilla, -un torno, una trampa... La propia indeterminación se advierte en -el relato del fraile franciscano tan descalzo como erudito. El -santo varón quiere describir el cómo y dónde de la salida, y se -hace un lío... En un pasaje de su cronicón asegura que vio salir -a muchos con el traje fresco que usaba nuestro padre Adán en el -Paraíso, y en otro habla de que los echaban con un aparato de noria, -vestidos con la ropa que trajeron al entrar. Forzoso es prescindir -de estas referencias equívocas en lo accidental, y atenernos a las -fundamentales aseveraciones del reverendo; que si el tal dejó fama de -<i>trolista</i>, inventor de cuentos para la infancia, también la tuvo -de gran teólogo y comentador de los sagrados libros.</p> - -<p>Bajo la fe y autoridad del religioso cronista, puede afirmarse que -a media mañana de un claro día (no hay indicación de fecha ni cosa -que lo valga) se encontraron Azlor y Tarsis<span class="pagenum" -id="Page_338">p. 338</span> fuera del cristalino palacio, y que lo -primero que se les vino a las mientes fue cambiar de ropa, pues aún -llevaban las sotanas de color purpúreo, de tela suave y escamosa. El -caballero Azlor propuso, con buen acuerdo, que se encaminaran a su -finca, camino de Añover de Tajo, donde fácilmente se limpiarían de -aquella piel ictínea, pues no era decente presentarse en el mundo como -escapados de un <i>aquarium</i>. Dicho y hecho. En tres cuartos de hora -llegaron a las posesiones de Azlor, donde hallaron abrigo, comodidad y -servidumbre hacendosa. Como ambos caballeros tenían la misma talla y -carnes, con ropa del uno se vistieron elegantemente los dos.</p> - -<p>—Al cumplir mi condena —dijo el que ya no se llamaba Gil—, no me -sentiré dichoso si no logro complementar mi vida. Y te aseguro que me -estorban estos cuellos y esta corbata, y el traje todo que envuelve -mi humanidad. Cree que me siento celtíbero... Espero con ansiedad la -impresión que ha de causarme la gente que hace tiempo perdí de vista. -Sus ideas entiendo que han de parecerme extrañas y en pugna con las -mías.</p> - -<p>—En igual situación me encuentro —replicó el otro—. Puedes -creer que me cargan los guantes. Me siento visigodo... Pero ya nos -arregostaremos, como se dice por allá... ¿Y qué hacemos ahora? La -Madre me ordenó que volvamos a nuestras viviendas, como si de ellas -hubiéramos salido ayer. En tu casa y la mía encontraremos lo que -dejamos, y nuestra ausencia no habrá sido notada. Esto excede al -desatino de los más locos ensueños; pero así<span class="pagenum" -id="Page_339">p. 339</span> ha de ser... quien manda, manda. Vayamos a -Madrid penetrándonos de que esto no es más que un despertar, un abrir -de ojos, que nos pone delante el mundo que desapareció al cerrarlos por -cansancio... o del sueño.</p> - -<p>—Así es —dijo Tarsis, ya metidos los dos en el automóvil y corriendo -hacia la Sagra—. Pero fíjate en una cosa, Pepe. Lo primero que tenemos -que hacer, para que no se rían de nosotros, es enterarnos bien del -día en que vivimos. ¿En qué fecha estamos, en qué mes, en qué año? La -estación parece otoñal. Están rompiendo la tierra en los barbechos... -Por Dios, Pepe: pregúntale a tu <i>chauffeur</i>. Es ridículo no tener -idea del tiempo que hemos pasado en presidio.</p> - -<p>—Ya buscaré yo un discreto modo de hacer la pregunta sin que -parezcamos tontos o desmemoriados insubstanciales —dijo Azlor—. Si he -de decirte la verdad, creo que no debemos preguntar nada, y esperar a -que la conversación corriente nos descifre el enigma.</p> - -<p>—¡Pero el año, Pepe, el año...!</p> - -<p>—Lo sabremos por los primeros almanaques que nos salgan al rostro... -Todos los años son iguales a un año cualquiera.</p> - -<p>A medida que avanzaban hacia la Corte, en el cerebro de uno y otro -iban recobrando su casilla las ideas que dispersó el interregno vital. -Diríase que eran ideas proscriptas que volvían al hogar patrio. Esto -que ocurre cuando regresamos de un largo viaje, en aquel caso fue como -un despertar del ensueño a la realidad, lo que no siempre es grato. Así -lo pensaba el buen Tarsis, que se entristeció sintiendo entrar en su -memoria los nombres e imágenes<span class="pagenum" id="Page_340">p. -340</span> de todos sus amigos y relaciones de antaño, y viendo -resurgir su anterior y nada meritoria existencia... Arrastrados por -la fogosa gasolina, pasaron como huracán por Illescas, Torrejón de la -Calzada, Parla, Getafe. Acortando marcha, hicieron su entrada en Madrid -por el puente de Toledo, y esquivaron la puerta y calle del mismo -nombre, torciendo por las Rondas en dirección de las barriadas del -Este... En la imaginación de Tarsis, todo lo que veía se le representó -como cosa despintada, como artificio que funcionaba torpemente, como -semblante triste mal embadurnado de alegría.</p> - -<p>—¡Oh, Madrid, patria mía! —exclamó—. Con más gusto entré en -Boñices.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch27"> - <h2 class="nobreak g0">XXVII</h2> - <p class="subh2">Con el desencanto de <i>Asur</i> terminan, por hoy, - estas locas aventuras hispánicas.</p> -</div> - -<p>Avanzando por los Paseos del Botánico, Prado y Recoletos, ambos -caballeros empalmaban rápidamente la realidad con sus desencantadas -personas.</p> - -<p>—No olvides —dijo Azlor—, que mi tía nos espera esta noche. Allí -iremos a pasar un rato.</p> - -<p>—¡Ah! sí: la Ruy-Díaz —murmuró Tarsis atormentado por su memoria, la -memoria del vivir nuevo—. Hemos resucitado en el punto donde fenecimos. -En casa de tu tía estuve<span class="pagenum" id="Page_341">p. -341</span> la noche anterior a mi encantamiento. Esto es despertar en -la misma postura en que nos dormimos... Pues no me disgusta esta manera -de anudar el hilo roto de la existencia normal. De la casa de tu tía -conservo dulces remembranzas. Allí conocí a personas que se me metieron -en el corazón, y en él moran todavía. Allí, si mal no recuerdo, tuve -el gusto de ver a una dama distinguidísima, de cabellos blancos, tan -seductora por su talento como por su exquisito trato, la Duquesa de Mío -Cid...</p> - -<p>—Es mi tía en décimo grado, por la rama de Aragón. No sé si estará -en Madrid. Viaja de continuo, y las ruedas de su automóvil se saben -de memoria todo el mapa de España. Su <i>chauffeur</i> es un espíritu -genial, engendrado por el tiempo en las entrañas de la Historia... ¿Qué -haces, Tarsis? ¿Te duermes?</p> - -<p>—Cerrando los ojos comprendo mejor lo que dices... ¿Dónde estará en -este momento tu excelsa tía en décimo grado?</p> - -<p>—Me figuro que está en tierras de la Coronilla, a la parte de allá -del Moncayo.</p> - -<p>—Ayer dormía en aguas del Tajo; hoy se solaza en los brazos del -Ebro.</p> - -<p>—Son sus maridos... son sus amantes predilectos... Cada día le nacen -mil hijos... los cría en los dorados trigales, en los barbechos fríos, -a una y otra banda de Mulhacén, de Gredos, de Peñalara, de Montesdeoca, -y en el sin fin de pueblos ricos o miserables; aquí mismo, en este -Madrid picaresco, los cría y los mata... Yo también me duermo, Carlos; -yo me meto en la hondura del pensar que ennoblece...</p> - -<p>—Salgamos, sí, del árido pensar que nos<span class="pagenum" -id="Page_342">p. 342</span> vulgariza. Tu tía nos ha enseñado la -ciencia compendiosa del vivir patrio. Hagamos honor a sus lecciones. -Seamos hombres, no muñecos de resortes gastados.</p> - -<p>Hablando así, llegaron a la casa de Tarsis, donde este se quedó, -mientras el amigo a la suya, no lejos de allí, se encaminaba. Quedaron -en reunirse de nuevo a las ocho para comer en el Viejo Club, desde -donde se irían tranquilamente al palacio de Ruy-Díaz. En su vivienda -entró <i>Asur, hijo del Victorioso</i>, y supo disimular su emoción, -afectando ante la servidumbre la frialdad de los actos corrientes, y el -donoso ajuste del hoy con el ayer. Todo lo encontró tal como lo dejara -en una fecha remota, cuya distancia en los renglones del tiempo no -podía precisar... Algunas cartas vio en la mesa de su despacho, y entre -ellas una que le hizo el efecto de un tiro... hay tiros de júbilo. En -el sobre reconoció la fina, correcta y elegante letra de la maestra de -párvulos de Calatañazor. Con garra de león rasgó el sobre; con ojos -ávidos leyó lo siguiente:</p> - -<blockquote> - - <p>«Caballero Tarsis: ya sé que está usted libre, y que ha dejado - en las orillas del Tajo su fingida personalidad de salmonete para - recobrar su verdadero ser y estado social. Mi enhorabuena. Yo - también he soltado en el claro Henares mi rusticidad y pobreza; ya - me han traído a lo que fui, bien corregida de mi orgullo, y del - desprecio con que miré a los que no poseían caudales como los que - por herencia, no por trabajo, poseo yo... Al venir de mis galeras no - he venido sola. He tenido un hallazgo precioso que quiero mostrar al - caballero <i>Asur,<span class="pagenum" id="Page_343">p. 343</span> - hijo del Victorioso</i>. Quien sigue los pasos de <i>Asur</i> me - ha dicho a dónde va esta noche. Allí me encontrará y hablaremos. - Se ríe en las barbas de usted su amiga, la desdeñosa americana, — - <i>Cintia</i>.»</p> - -</blockquote> - -<p>Fulgurante de alegría Tarsis exclamó:</p> - -<p>—Madrid mío, ¡qué bello eres! Dentro de un rato me darás la -compensación de las horribles noches de Sigüenza y Pitarque.</p> - -<p>A las diez dadas, entraban Azlor y Tarsis en el palacio de la -Duquesa de Ruy-Díaz, morada tan espléndida como artística; todo era -allí rico sin chillería, de suprema distinción, en el tono justo de la -verdadera elegancia. La Duquesa, ya bien entrada en la madurez de la -vida, perfecto tipo de la modestia señoril, recibía y obsequiaba a sus -amistades con gracia exquisita y afable naturalidad. No lejos de ella, -la Duquesa de Mío Cid contaba en un grupo de señoras las peripecias de -sus últimos viajes por abandonadas tierras de nuestra España, y las -picardías y desafueros de unos gigantes malignos que llaman Gaitanes, -Gaitines y Gaitones... Vio Tarsis muchedumbre de damas elegantes, las -unas bonitas y jóvenes, las otras de mediana edad, bien compuestas y -restauradas de rostro y talle; vio caballeros de distintas cataduras, -esbeltos, gordos, esmirriados, profundamente serios o superficialmente -festivos.</p> - -<p>A los más fue saludando Tarsis con frase afectuosa de etiqueta -corriente. Su imaginación exaltada reprodujo en algunas figuras otras -de muy distinta esfera que había visto y tratado en su azarosa vida -penitencial. Una de<span class="pagenum" id="Page_344">p. 344</span> -las damas era propiamente la <i>Usebia</i> de Aldehuela de Pedralba, -adobada la belleza campesina con blanquetes cortesanos, enmendado el -talle bárbaro con cincha de ballenas. El prurito de las semejanzas -llevó a Tarsis al delirio. Entre los caballeros vio la procerosa -estampa de don Alquiborontifosio rediviva en la figura de un académico -melenudo y cegato. Observando aquella gente, sin sentir hacia ella -menosprecio ni aversión, llegó a posesionarse de la síntesis social, y -a ver claramente el fin de armonía compendiosa entre todas las ramas -del árbol de la patria.</p> - -<p>Explorando con avidez la muchedumbre, el caballero distinguió a -Cintia en un grupo lejano, rodeada de lindas jóvenes y galancetes -empalagosos. Si aún fuera lícito aplicar a esta verídica narración -los fenómenos de picaresca hechicería, podría decirse que Tarsis vio -la celestial risa de su amada antes de ver su rostro. Pero estas -licencias hiperbólicas no cuelan ya. La vio; fue hacia ella en momento -propicio para un discreto coloquio. La selecta concurrencia se -agolpaba con cierto desorden en el Salón de Música, donde un famoso -pianista extranjero, de copiosa pelambre y maravillosos dedos, había -de idealizar la reunión con sonatas clásicas. El caballero español y -la gentil americana lograron situarse juntos en un rincón distante del -<i>Pleyel</i>. Las teclas del admirable instrumento y las manos del -<i>virtuoso</i> eran trama y urdimbre del sublime tejido musical en que -se prendía y enganchaba la sutil atención de todos los presentes.</p> - -<p>Gran psicólogo es Beethoven y portavoz ecualitario<span -class="pagenum" id="Page_345">p. 345</span> del humano dolor, exhalado -de las almas humildes como de las que se tienen por linajudas... -Abandonando sus oídos a la onda musical, y dejándolos que en ella se -anegaran, Cintia y su caballero a un tiempo tocaban y oían la música de -sus almas. Sin molestar a los circunstantes hallaron modo de secretear -cuanto quisieron, y de comunicarse con susurro <i>pianísimo</i>.</p> - -<p>—Ya sabía yo —dijo él— que al volver usted de las galeras, no ha -venido sola.</p> - -<p>—Caballero Tarsis —replicó Cintia sofocando su risa con graciosos -morritos—, ¿cómo se atreve usted a ofender mi delicadeza ... mi pudor, -mejor dicho, hablándome de un asunto que debiera confundirme... que -debiera avergonzarme?</p> - -<p>—Antes que me lo indicara en su carta, sabía yo que se ha traído -usted un precioso chiquitín.</p> - -<p>—Bueno, bueno... dejo a un lado el rubor; recobro mi sana -franqueza; declaro que es cierto lo de la criatura, y que ella es mi -felicidad...</p> - -<p>—Seamos ambos sinceros, como nos lo ha enseñado nuestra Madre, y tú -por tú, hablémonos como en las dichosas horas del parador de Atienza. -Pareció la ardilla del gran Cíbico; ha parecido también la verdad -que buscábamos, y la culminante verdad no puede ser otra que el amor -nuestro... nacido antes del encantadijo, alentado con fuego pasional en -los días de penitencia y expiación... en la <i>Dehesa</i> de Ágreda, en -Numancia gloriosa, en Calatañazor de triste memoria, en...</p> - -<p>—Basta, caballero Tarsis... —dijo Cintia contraída en dulce -seriedad—. Pues hemos<span class="pagenum" id="Page_346">p. 346</span> -vuelto a la vida normal, cesen las bromas. Sin reírme, digo que el -niñito lo tuve de un mozarrón muy bruto que trabajaba en la cantera -de Ágreda... Fui su mujer en cuantito me sacó del cautiverio de los -Gaitines.</p> - -<p>—Pues el bruto soy yo. Me llamo Gil.</p> - -<p>—Y yo soy Pascuala. Nuestro chiquitín parece que viene muy listo. -Pronto le enseñaré yo a decir <i>che, i, ene: chin</i>.</p> - -<p>—Nació en Sigüenza... Debemos gratitud a la madre de Regino...</p> - -<p>—Ella fue la madrina.</p> - -<p>—¿Qué nombre le pusiste?</p> - -<p>—<i>Héspero</i>, en memoria de nuestra Madre.</p> - -<p>—Muy bien. ¿Has visto a la Madre? Aquí está.</p> - -<p>—La vi... Hablamos un momento. Me dio un recadito para ti... Que -me quieras mucho... que velará por nosotros. ¿Y tú, has visto a tu -pariente Torralba de Sisones?</p> - -<p>—Sí: nos hemos saludado. Yo me digo: ¿por qué a la Madre benéfica no -se le ha ocurrido encantar a ese idiota?</p> - -<p>—Los perversos y los tontos rematados no son susceptibles de -encantamiento. La Madre impone su corrección a los hijos bien dotados -de inteligencia, y que sufren de pereza mental o de relajación de la -voluntad. En la naturaleza corregida de estos elementos útiles, espera -cimentar la paz y el bienestar de sus reinos futuros.</p> - -<p>—Bendita sea mil veces.</p> - -<p>—Otra cosa tengo que decirte... ¿Sabes que mi tío Borjabad, aquel -gaznápiro que fue mi arráez en las galeras, encontró al fin la mina que -buscaba?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_347">p. 347</span>—¿De veras?</p> - -<p>—Espérate un poco. El hombre <i>ajondaba</i>, como decía Cíbico, y -<i>ajondando</i> llegó hasta la capa terrestre de mi patria, Colombia. -La mina era de plata, y apareció en mis dominios. Soy ahora más rica -que antes.. Tú, según dice la Madre, eres más pobre. ¿Pero qué nos -importa? Nuestros bienes son comunes, y entre nosotros no puede haber -ya <i>tuyo y mío</i>... Haremos grandes cosas, ¿verdad?</p> - -<p>—Desecaremos las lagunas de Boñices, y sobre la pobre aldea -edificaremos una gran ciudad.</p> - -<p>—Construiremos veinte mil escuelas aquí y allí, y en toda la -redondez de los estados de la Madre. Daremos a nuestro chiquitín una -carrera: le educaremos para maestro de maestros.</p> - -<p>—Y en la plaza de Nueva-Boñices pondremos la estatua de -Alquiborontifosio de las Quintanas Rubias.</p> - -<p>—Y a Cíbico le traeremos a nuestro lado...</p> - -<p>—Y al gran Becerro nombraremos archivero mayor de todos los reinos -descoronados... con un sueldo que asegure su existencia estudiosa...</p> - -<p>—Y a la ardilla de Cíbico la nombraremos monja honoraria de todos -los conventos.</p> - -<p>—Y convertiremos en barrenderos o en repartidores de periódicos a -todos los Gaitanes, Gaitines y Gaitones...</p> - -<p>—Eso y mucho más haremos... Cuidado... parece que termina el -concierto...</p> - -<p>—Sí... aplaudamos. No digan que somos insensibles a la buena -música.</p> - -<p>—Yo aplaudo a rabiar.</p> - -<p>—Ahora, vida y alma mía, despidámonos...<span class="pagenum" -id="Page_348">p. 348</span> tú primero, yo después... y quedemos de -acuerdo para salir juntos. ¿Tienes en la calle tu coche?</p> - -<p>—Sí... saldremos juntos. ¿A dónde iremos? ¿A tu casa o a la mía?</p> - -<p>—Por de pronto a la tuya, Cintia. Esta noche cantaremos el <i>Gloria -in excelsis</i>, y adoraremos a nuestro Niño Dios.</p> - -<p>—Está bien. Vámonos a mi casa, Gil, que ya es tuya, como la tuya es -mía... Y mañana...</p> - -<p>—Mañana y siempre juntos... Despídete... Aquí te espero.</p> - -<p>—Ya me he despedido... Ahora tú... Nos encontraremos en la -antesala...</p> - -<p>—Ea, ya estamos en franquía. Te doy el brazo para bajar la -escalera...</p> - -<p>—Ya bajamos... Despide tu automóvil... ya entramos en mi coche... -Abracémonos y besémonos cuanto nos dé la gana...</p> - -<p>—Ya era hora... Llegamos a tu casa.</p> - -<p>—Ya subimos... Entra... Verás a <i>Héspero</i>... Pasa... Aquí le -tienes dormidito...</p> - -<p>—Ya lo veo: ¡qué ángel! Es mi retrato...</p> - -<p>—Boca y nariz, tuyas... La frente y ojos son de la <i>Madre</i>.</p> - -<p>—El alma tiene de ella... Cintia, cenaremos.</p> - -<p>—Cenaremos, descansaremos...</p> - -<p>—Descansaremos... Siento aquí la presencia invisible de nuestra -Madre que nos manda repoblar sus estados...</p> - - -<p class="fin">FIN DE EL CABALLERO ENCANTADO</p> - - -<p class="smaller mt3">Santander-Madrid, julio-diciembre de 1909.</p> - -<hr class="chap x-ebookmaker-drop" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ToC"> - <p><span class="pagenum" id="Page_349">p. 349</span></p> - <h2 class="nobreak g2">ÍNDICE</h2> -</div> - -<table class="toc" summary=""> - <tr> - <td> </td> - <td class="tdrb smaller bb">Páginas.</td> - </tr> - <tr> - <td class="tdlh"><a href="#Ch1">I</a>.—De la educación, principios y - ociosa juventud del caballero.</td> - <td class="tdrb"><a href="#Page_5">5</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdlh"><a href="#Ch2">II</a>.—Que trata de las amistades y - relaciones del caballero.</td> - <td class="tdrb"><a href="#Page_12">12</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdlh"><a href="#Ch3">III</a>.—Donde se verá el interesante - coloquio del caballero Tarsis con sus amigos.</td> - <td class="tdrb"><a href="#Page_22">22</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdlh"><a href="#Ch4">IV</a>.—Cuéntase la rigurosa desdicha - del caballero, seguida de sucesos increíbles.</td> - <td class="tdrb"><a href="#Page_36">36</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdlh"><a href="#Ch5">V</a>.—Siguen los prodigiosos - y disparatados fenómenos, hasta determinar lo que es final y - principio.</td> - <td class="tdrb"><a href="#Page_49">49</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdlh"><a href="#Ch6">VI</a>.—Donde verdaderamente empiezan - las verdaderas e inverosímiles andanzas del caballero encantado.</td> - <td class="tdrb"><a href="#Page_57">57</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdlh"><a href="#Ch7">VII</a>.—De la venida de don Gaytán - de Sepúlveda, con otros inauditos sucesos que verá el que leyere.</td> - <td class="tdrb"><a href="#Page_70">70</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdlh"><a href="#Ch8">VIII</a>.—Prodigiosa y familiar - conversación que tuvieron el caballero y la Madre desconocida.</td> - <td class="tdrb"><a href="#Page_84">84</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdlh"><a href="#Ch9">IX</a>.—Continúa el coloquio entre - Gil y la Encantadora.</td> - <td class="tdrb"><a href="#Page_97">97</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdlh"><a href="#Ch10">X</a>.—De la blanda vida pastoril, - pasa el caballero a vida más dura.</td> - <td class="tdrb"><a href="#Page_108">108</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdlh"><span class="pagenum" id="Page_350">p. 350</span><a - href="#Ch11">XI</a>.—Donde brillan con toda claridad la ternura y - discreción de la hermosa Cintia.</td> - <td class="tdrb"><a href="#Page_121">121</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdlh"><a href="#Ch12">XII</a>.—Del conocimiento que hizo - Gil con el industrioso mercader Bartolo Cíbico.</td> - <td class="tdrb"><a href="#Page_130">130</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdlh"><a href="#Ch13">XIII</a>.—Prosiguiendo en su vaga - peregrinación, el encantado caballero va camino de Numancia.</td> - <td class="tdrb"><a href="#Page_145">145</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdlh"><a href="#Ch14">XIV</a>.—De la increíble presencia - del espíritu de Becerro en las gloriosas ruinas, y de sus hechos y - dichos.</td> - <td class="tdrb"><a href="#Page_156">156</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdlh"><a href="#Ch15">XV</a>.—De lo que vio el caballero - en el osario de Numancia.</td> - <td class="tdrb"><a href="#Page_168">168</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdlh"><a href="#Ch16">XVI</a>.—Refiérense nuevas aventuras - y desventuras del caballero peregrino.</td> - <td class="tdrb"><a href="#Page_183">183</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdlh"><a href="#Ch17">XVII</a>.—De las extraordinarias - visiones, y del feliz encuentro que tuvo el caballero en su retirada - de Calatañazor.</td> - <td class="tdrb"><a href="#Page_199">199</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdlh"><a href="#Ch18">XVIII</a>.—Refiérese lo que el - caballero vio y oyó en el mísero y olvidado lugar de Boñices.</td> - <td class="tdrb"><a href="#Page_212">212</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdlh"><a href="#Ch19">XIX</a>.—Donde se cuenta el terrible - encuentro del caballero con un desaforado gigante, y cómo luchó con - él y le dio muerte, con otros sucesos interesantes.</td> - <td class="tdrb"><a href="#Page_230">230</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdlh"><a href="#Ch20">XX</a>.—De cómo pasaron el caballero - y sus amigos de la esclavitud de los Gaitines a la no menos insolente - y dura de los Gaitones.</td> - <td class="tdrb"><a href="#Page_245">245</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdlh"><a href="#Ch21">XXI</a>.—Donde se verá cómo - principió el espantoso vía-crucis y horrendo calvario del caballero - sin ventura.</td> - <td class="tdrb"><a href="#Page_258">258</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdlh"><a href="#Ch22">XXII</a>.—Refiérense, con el - vía-crucis del caballero, las escenas de pobretería en el corral de - Pitarque.</td> - <td class="tdrb"><a href="#Page_276">276</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdlh"><span class="pagenum" id="Page_351">p. 351</span><a - href="#Ch23">XXIII</a>.—De cómo las picantes aventuras se vuelven - dolientes y trágicas.</td> - <td class="tdrb"><a href="#Page_293">293</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdlh"><a href="#Ch24">XXIV</a>.—Allá van los peregrinos, - de tierra en tierra, de río en río.</td> - <td class="tdrb"><a href="#Page_307">307</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdlh"><a href="#Ch25">XXV</a>.—Cuéntase lo que le pasó - al caballero en la redoma de peces, con otros raros sucesos y - visiones.</td> - <td class="tdrb"><a href="#Page_320">320</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdlh"><a href="#Ch26">XXVI</a>.—Del encuentro que tuvo - <i>Asur</i> con otro aristócrata, y de lo que hablaron por señas previniendo - su desencanto.</td> - <td class="tdrb"><a href="#Page_331">331</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdlh"><a href="#Ch27">XXVII</a>.—Con el desencanto de <i>Asur</i> - terminan, por hoy, estas locas aventuras hispánicas.</td> - <td class="tdrb"><a href="#Page_340">340</a></td> - </tr> -</table> - -<hr class="chap" /> - - -<hr class="full" /> - -<div lang='en' xml:lang='en'> -<div style='display:block; margin-top:4em'>*** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK <span lang='es' xml:lang='es'>EL CABALLERO ENCANTADO</span> ***</div> -<div style='text-align:left'> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -Updated editions will replace the previous one—the old editions will -be renamed. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -Creating the works from print editions not protected by U.S. copyright -law means that no one owns a United States copyright in these works, -so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the United -States without permission and without paying copyright -royalties. 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Redistribution is subject to the trademark -license, especially commercial redistribution. -</div> - -<div style='margin:0.83em 0; font-size:1.1em; text-align:center'>START: FULL LICENSE<br /> -<span style='font-size:smaller'>THE FULL PROJECT GUTENBERG LICENSE<br /> -PLEASE READ THIS BEFORE YOU DISTRIBUTE OR USE THIS WORK</span> -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -To protect the Project Gutenberg™ mission of promoting the free -distribution of electronic works, by using or distributing this work -(or any other work associated in any way with the phrase “Project -Gutenberg”), you agree to comply with all the terms of the Full -Project Gutenberg™ License available with this file or online at -www.gutenberg.org/license. -</div> - -<div style='display:block; font-size:1.1em; margin:1em 0; font-weight:bold'> -Section 1. General Terms of Use and Redistributing Project Gutenberg™ electronic works -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -1.A. 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Information about the Mission of Project Gutenberg™ -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -Project Gutenberg™ is synonymous with the free distribution of -electronic works in formats readable by the widest variety of -computers including obsolete, old, middle-aged and new computers. It -exists because of the efforts of hundreds of volunteers and donations -from people in all walks of life. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -Volunteers and financial support to provide volunteers with the -assistance they need are critical to reaching Project Gutenberg™’s -goals and ensuring that the Project Gutenberg™ collection will -remain freely available for generations to come. In 2001, the Project -Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure -and permanent future for Project Gutenberg™ and future -generations. To learn more about the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation and how your efforts and donations can help, see -Sections 3 and 4 and the Foundation information page at www.gutenberg.org. -</div> - -<div style='display:block; font-size:1.1em; margin:1em 0; font-weight:bold'> -Section 3. Information about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non-profit -501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the -state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal -Revenue Service. The Foundation’s EIN or federal tax identification -number is 64-6221541. Contributions to the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation are tax deductible to the full extent permitted by -U.S. federal laws and your state’s laws. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -The Foundation’s business office is located at 809 North 1500 West, -Salt Lake City, UT 84116, (801) 596-1887. Email contact links and up -to date contact information can be found at the Foundation’s website -and official page at www.gutenberg.org/contact -</div> - -<div style='display:block; font-size:1.1em; margin:1em 0; font-weight:bold'> -Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg Literary Archive Foundation -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -Project Gutenberg™ depends upon and cannot survive without widespread -public support and donations to carry out its mission of -increasing the number of public domain and licensed works that can be -freely distributed in machine-readable form accessible by the widest -array of equipment including outdated equipment. Many small donations -($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt -status with the IRS. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -The Foundation is committed to complying with the laws regulating -charities and charitable donations in all 50 states of the United -States. Compliance requirements are not uniform and it takes a -considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up -with these requirements. 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Thus, we do not -necessarily keep eBooks in compliance with any particular paper -edition. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -Most people start at our website which has the main PG search -facility: <a href="https://www.gutenberg.org">www.gutenberg.org</a>. -</div> - -<div style='display:block; margin:1em 0'> -This website includes information about Project Gutenberg™, -including how to make donations to the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to -subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks. -</div> - -</div> -</div> -</body> -</html> diff --git a/old/67126-h/images/cover.jpg b/old/67126-h/images/cover.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index a9c42f6..0000000 --- a/old/67126-h/images/cover.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/67126-h/images/logo.jpg b/old/67126-h/images/logo.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index 3957043..0000000 --- a/old/67126-h/images/logo.jpg +++ /dev/null |
