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-The Project Gutenberg eBook of El caballero encantado, by Benito
-Pérez Galdós
-
-This eBook is for the use of anyone anywhere in the United States and
-most other parts of the world at no cost and with almost no restrictions
-whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms
-of the Project Gutenberg License included with this eBook or online at
-www.gutenberg.org. If you are not located in the United States, you
-will have to check the laws of the country where you are located before
-using this eBook.
-
-Title: El caballero encantado
- Cuento real... inverosí­mil
-
-Author: Benito Pérez Galdós
-
-Release Date: January 8, 2022 [eBook #67126]
-
-Language: Spanish
-
-Produced by: Ramón Pajares Box and the Online Distributed Proofreading
- Team at https://www.pgdp.net (This file was produced from
- images generously made available by The Internet
- Archive/Canadian Libraries)
-
-*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK EL CABALLERO ENCANTADO ***
-
-
-NOTA DE TRANSCRIPCIÓN
-
- * Las cursivas se muestran entre _subrayados_, las indicaciones o
- acotaciones escénicas entre ~virgulillas~ y las versalitas se han
- convertido a MAYÚSCULAS.
-
- * Los errores de imprenta han sido corregidos.
-
- * La ortografía del texto original ha sido modernizada de acuerdo con
- las normas publicadas en 2010 por la Real Academia Española.
-
- * Se convierten los entrecomillados en rayas iniciales de diálogo
- donde el texto adopta forma dialogada. Se espacian las restantes
- rayas según las convenciones ortotipográficas más recientes.
-
- * En el original impreso, las indicaciones o acotaciones escénicas
- se distinguen del texto principal por su menor tamaño. En esta
- transcripción se presentan además en cursiva.
-
-
-
-
- EL
- CABALLERO ENCANTADO
-
-
-
-
- Es propiedad. Queda hecho
- el depósito que marca la ley.
- Serán furtivos los ejemplares
- que no lleven el sello del
- autor.
-
-
-
-
- B. PÉREZ GALDÓS
- NOVELAS ESPAÑOLAS CONTEMPORÁNEAS
-
- EL
- CABALLERO ENCANTADO
-
- (CUENTO REAL... INVEROSÍMIL)
-
- 9.000
-
- [Ilustración]
-
- MADRID
- PERLADO, PÁEZ Y COMPAÑÍA
- (Sucesores de Hernando)
- Arenal, 11
- 1909
-
-
-
-
- EST. TIP. DE LA VIUDA E HIJOS DE TELLO
- IMPRESOR DE CÁMARA DE S. M.
- C. de San Francisco, 4
-
-
-
-
-EL CABALLERO ENCANTADO
-
-I
-
-De la educación, principios y ociosa juventud del caballero.
-
-
-El héroe (por fuerza) de esta fábula verdadera y mentirosa, don Carlos
-de Tarsis y Suárez de Almondar, Marqués de Mudarra, Conde de Zorita
-de los Canes, era un señorito muy galán y de hacienda copiosa, criado
-con mimo y regalo como retoño único de padres opulentos, sometido en
-su adolescencia verde a la preceptoría de un clérigo maduro, que debía
-enderezarle la conciencia y henchirle el caletre de conocimientos
-elementales. Por voces públicas se sabe que quedó huérfano a los veinte
-años, desgracia lastimosa y rápida, pues padre y madre fallecieron con
-diferencia tan solo de tres meses, dejándole debajo de la autoridad
-de un tutor ni muy blando ni muy riguroso; sábese que en este tiempo
-Carlitos se deshizo del clérigo, despachándole con buen modo, y se
-dedicó a _desaprender_ las insípidas enseñanzas de su primer maestro,
-y a llenar con ávidas lecturas los vacíos del cerebro.
-
-Lo que se decía del señor Marqués de Torralba de Sisones, padrino
-y tutor de Carlitos, es como sigue: Aunque el buen señor vivía en
-continuo metimiento con gente de sotana y hocicaba con el Nuncio y el
-Marqués de Yébenes, estaba, como quien dice, forrado por dentro de
-tolerancia y benignidad, virtudes que no eran más que formas de pereza.
-Por esta razón gastó manga muy ancha con su pupilo, y no le puso
-ningún reparo para que leyese cuanto le pidieran el cuerpo y el alma,
-ni para mantener constante trato con muchachos de ideas ardorosas y
-atropellada condición, despiertos, redichos, incrédulos como demonios.
-Pero en estas menudencias o chiquilladas no paraba mientes el Marqués
-tutor, caballero de cortas luces. A su ahijado no exigía más que un
-cumplimiento exacto de las fórmulas y reglas del honor, la cortesía, el
-decoro en las apariencias. Nada de escándalos, nada de singularizarse
-en sitios públicos; evitar en todo caso la nota de cursi; proceder
-siempre con distinción; divertirse honestamente; al teatro a ver obras
-morales, cuando las hubiere; a misa los domingos por el _que no digan_,
-y por las noches, a casita temprano.
-
-Mayor de edad, se halló Carlos de Tarsis entregado a sí mismo,
-libre, con dinero, que es doble riqueza y libertad doble, ventajas
-realzadas por la personal belleza y elegancia. Mirando a lo del alma,
-aparecían en don Carlos las virtudes caballerescas, y además la gracia,
-el ingenio, el don de simpatía, y por último, se despertó en él
-furiosamente el ansia de satisfacer todos los goces de la vida, sin
-poner en ello tasa ni freno.
-
-El primer impulso de don Carlos, apurados los gustos de Madrid, fue
-irse en busca de los de París, donde se engolfó en diversiones sin
-cuento, y en los variados deleites de que es maestra la grande y
-espiritual Metrópoli. Bélgica, Londres y algunas partes de Alemania le
-tuvieron después de París, y en todos aquellos reinos y en la capital
-de Inglaterra, que forma como un reino por sí sola, gozó y estudió
-el de Tarsis, con más goce que estudio; pues este fue siempre somero
-y sin método, hartazgo de ideas que se desmentían unas a otras, y
-atarugaban el cerebro de un picadillo de mil substancias diferentes.
-Cuando a Madrid volvía, encontraba el caballero a nuestra capital muy
-provinciana, como arrabal distante que recibía de lejos la irradiación
-de la cultura europea; pero se acomodaba sin esfuerzo al ambiente
-social de esta Villa, por los muchos amigos que aquí le bailaban el
-agua, por el sinnúmero de señoras guapas, de señoritas muy monas y de
-lindas muchachas plebeyas que son preservativo contra el aburrimiento,
-y por la franqueza democrática con que nos juntamos y comemos en este
-magnífico bodegón.
-
-Al año siguiente fue don Carlos a Italia, en primavera, y en otoño a
-Viena y Budapest. Otras partes de Europa hubo de recorrer viendo y
-gozando, hasta que, apaciguado su ardor centrífugo, le encontramos
-residente todo el año en Madrid, su patria, a los cinco o más años
-de su mayor edad y cuando no había llegado aún a los treinta de su
-existencia. Y es cosa probada que ya se le habían escurrido por entre
-los dedos todas las rentas y alguna parte de su cuantioso capital,
-motivado al lujo y refinamiento de sus regocijos en distintas tierras
-civilizadas. La civilización devora sin piedad a los que acuden a
-estudiarla prácticamente en sus ramificaciones más halagüeñas.
-
-En la Villa del Oso hizo el caballero vida ociosa y descuidada. A
-sus amores con la Marquesa que honestamente llamaremos _de Equis_,
-sucedió el trapicheo con la viuda jovencita de un coronel, a quien por
-pudor llamaremos _Hache_. La afición de don Carlos al mujerío era una
-dolencia crónica, y como en los intermedios buscaba descanso a la vera
-del tapete verde, su bolsa iba enflaqueciendo por días. Sobre este
-particular le amonestó severamente el Marqués de Torralba de Sisones,
-y tales razones reforzadas con ejemplos hubo de darle, que el aturdido
-prócer hizo propósito de enmienda y de sana economía, como cualquier
-burgués.
-
-Y viéndole en tan venturosa disposición, Torralba tuvo la feliz idea
-de aplicar revulsivos al espíritu del caballero, llamando a otras
-partes menos peligrosas el humor maligno. Excelente distracción era la
-política. Pensado y hecho, arregló para su ahijadito una fácil acta de
-diputado en elección parcial. De la noche a la mañana, sin quebraderos
-de cabeza y con muy reducido gasto, ascendió Tarsis a padre de la
-Patria, llevando advocación o estigma de cunero. Ni que decir tiene que
-Torralba le impuso la divisa reaccionaria y católica; y como estas
-recatadas doctrinas repugnaran al entendimiento de Tarsis, desviado
-hacia el radicalismo y la incredulidad por tanta insana lectura, el de
-Torralba le dijo:
-
---No seas necio y déjate conducir al terreno firme, donde será fácil
-encadenar las hidras revolucionarias. En estos tiempos todo se puede
-ser menos cursi.
-
-Buscando Torralba nuevos modos de distraer al chico de su vida
-licenciosa, discurrió afiliarle en una Orden de caballería, Calatrava
-o Santiago, pues solo con pensar en los trámites de la ceremonia para
-recibir el hábito, y en el traje, armas, reglas de la comunidad y demás
-pormenores de la vistosa mascarada, tendría entretenimiento para muchos
-días y una desviación de su espíritu hacia las cosas nobles y solemnes.
-Dejose llevar Carlos a donde su padrino quería, y aunque interiormente
-se reía de tales pamemas y figuraciones, tomó el hábito, le fue ceñido
-el acero y calzada la espuela en función pomposa, con asistencia de
-gente alcurniada. ¡Y que no lució poco su airosa figura el Marqués
-de Mudarra! Los caballeros le vieron con envidia, las damas con
-admiración, y la Prensa le trompeteó de lo lindo. Pero él, que no podía
-ver en tal comedia más que un degenerado simbolismo de cosas que fueron
-grandes, se miraba y a los demás miraba con lástima, complaciéndose
-en exagerar la ridiculez de la vestimenta, que en los de mezquina
-talla era digna del lápiz de Goya. El manto blanco, los desaforados
-borlones y el birrete ochavado daban impresión de caricatura, no de
-la que regocija, sino de la que entristece. Era profanación de tumbas,
-traslado burlesco del antaño glorioso.
-
-No se mordió la lengua don Carlos, hombre de mucha espontaneidad
-y franqueza, para decir a su excelso padrino todo lo que sentía.
-Anhelaba, sí, reformar su vida, pero no con ideas y elementos tan
-distantes de la realidad; a lo que replicó Torralba de Sisones,
-rezongando, que él, conocedor del tiempo en que vivía, era la realidad
-viva, y puso fin a la controversia con su frase ritual:
-
---Y sobre todo, hijo mío, no quiero verte cursi.
-
-En su reducido cacumen se alojaban pocas ideas, las cuales, por ser
-pocas, vivían allí con holgura.
-
-Al mes de haber metido a Tarsis en la militar y caballeresca Orden,
-dio Torralba en la tecla de decirle y recomendarle que se casara. A
-su juicio, no había cosa de peor tono que permanecer sistemáticamente
-en soltería. Él se cuidaba de buscarle novia rica y de buenas partes,
-y para no cansarse en investigaciones, desde luego le propuso la
-hija única de los Marqueses de Mestanza, Mariquita o _Mary_ de
-Castronuño, riquísima heredera, buena chica, educada en Francia, de
-rostro no desagradable y figura esbeltísima. Entre las ideas elegantes
-de Torralba, descollaba la de que para fines de matrimonio no era
-menester hembra bonita; antes bien, la extremada hermosura era notoria
-impedimenta de la felicidad.
-
-Sin rechazar ni admitir la idea ni la persona, Carlos se tomó tiempo
-para decidirse. A _Mary_ conocía y trataba desde que la trajeron del
-colegio francés como de una fábrica de muñecas. Ocasión había tenido
-de apreciar en ella una corta inteligencia, cultivada en la estepa
-de los elementales estudios de carretilla, y aderezada con todo el
-saber de cortesanías aplicables a su eminente posición social. A su
-insignificancia no faltaba ningún toque de purpurina para deslumbrar
-al vulgo selecto. En lo físico, _Mary_ ostentaba un seno enteramente
-plano, tabla rasa por la cual resbalaban con desconsuelo las miradas
-del amor; un rostro afilado, sin otro encanto que la dentadura de
-ideal perfección y limpieza, ojos claros y mudos, cabello bermejo,
-gentileza de palo vestido o de palmera tísica, y de añadidura un habla
-impertinente arrastrando las erres.
-
-En las vacilaciones de Tarsis y en el aquel de pensarlo y estudiar
-el asunto, vio el de Torralba un indicio de que el galán apechugaría
-con la prójima desaborida y ricachona. En cuestiones de este linaje
-matrimoñesco mercantil, disparate estudiado es disparate hecho. Debe
-advertirse que el caballero, en el tiempo de su primer florecimiento
-juvenil, pensaba que jamás casaría con mujer de quien no estuviera
-o pudiera estar enamorado. Pero ya con el rodar veloz de una
-vida intensa, se marcó la evolución de sus pensamientos hacia el
-positivismo. Y tanto y tanto le había sermoneado su padrino sobre las
-ventajas de no ser cursi, que al fin esta idea se le fue metiendo en la
-voluntad y acababa por ganarle.
-
-Conversando sobre tema tan sugestivo después de hacer la corte a la
-niña de Mestanza con miras de casorio, don Carlos decía:
-
---Quizás la más bella flor del buen tono es mirar a la conveniencia
-en achaques de tomar mujer para toda la vida. La sensiblería pasa
-sin dejar huella, el amor mismo no es más que la entrada al pórtico
-del templo del hastío. Los intereses son, en cambio, la solidez y
-el asiento del vivir... La cifra del buen gusto es mirar a la cifra
-de numerario antes que a las caras bonitas, las cuales se ajan,
-mientras que el oro es perdurable, siempre bello y sabroso. Yo veo
-con admiración a los millonarios, no tanto por el dinero que tienen,
-sino por los beneficios que pueden hacer a la Humanidad. Son los
-lugartenientes de la Providencia. Observe usted, padrino, que la
-Providencia será lo que se quiera; pero cursi no es.
-
-
-
-
-II
-
-Que trata de las amistades y relaciones del caballero.
-
-
-Muchos y buenos amigos contaba Tarsis. Si de todos habláramos, se
-nos consumiría sin grande utilidad el papel de esta historia. Se
-hará enumeración sucinta de los más notables por su posición social,
-y de los que en altas, medianas o bajas posiciones influían más
-directamente en la vida y costumbres del caballero. Los segundones
-de la casa de Ruydíaz, César y Jaime, eran los que arrastraban a
-Tarsis a los devaneos esportivos, al vértigo del automóvil, y a las
-cacerías o juegos cinegéticos, ajetreo vano y ruidoso. Aunque don
-Carlos ponía muy escasa atención en la cosa pública, designamos como
-amigos políticos a Luis y Raimundo Pinel, que le hicieron diputado,
-sacándole _como una seda_ por un distrito de cuya existencia geográfica
-tenía solo vagas noticias. Los Pineles eran sus maestros en el arte
-parlamentario, y le ayudaban a mantener la concomitancia caciquil con
-los manipuladores de la fácil elección.
-
-Relaciones más sociales que políticas tenía Tarsis con otros
-individuos de la burguesía enriquecida en negocios de los que no
-exigen grandes quebraderos de cabeza: López Arnau, el flamante Marqués
-de Albanares, el de Casa la Encina, don Camilo Rodríguez Codes, don
-Alberto Samaniego, opulentos almacenistas, y otros que llegaron a la
-redondez económica, por inmediata herencia de padres laboriosos o por
-combinaciones mercantiles favorecidas de la ocasión o del acaso. Muchos
-de estos plebeyos enriquecidos ostentaban ya título de marqueses o
-condes, y a otros les tomaban las medidas para cortarles la investidura
-aristocrática; que la Monarquía constitucional gusta de recargar su
-barroquismo con improvisados ringorrangos chillones. Los villanos
-ennoblecidos recibían por título el lugar de su nacimiento, como don
-Alberto Samaniego, Marqués de Camuñas; o bien, como don Blas Núñez
-Urruñaga, titulaban añadiendo un _Casa_ como una casa a su primer
-apellido. Este buen señor, tonto de capirote y lleno de dinero, ganado
-en la compra-venta de granos y en la usura campesina, tenía un hijo
-despabilado, instruidillo, de natural amable y risueño, Ramirito
-Núñez, que pretendía imitar a Tarsis en los modales, en la ropa, y en
-la personal y no estudiada soltura con que la llevaba. La imitación
-del uno y la simpatía del otro labraron cordial amistad. La diferencia
-de edades dio al Marqués de Mudarra superioridad en el trato de su
-amiguito: le tuteaba, bromeaba con él y se permitía poner en solfa el
-título del padre, llamándole _Marqués de su Casa_.
-
-Aficionado a las letras, Ramirito espigaba en ellas sin pretensión
-de fama ni de lucro, y a lo mejor se salía con alguna croniquita, o
-arreglaba del francés tal cual pieza berrenda en verde, dándola con
-nombre supuesto en algún escenario de tercer orden. El teatro era su
-pasión. No perdía ningún estreno, y de estas duras batallas entre el
-público y los autores daba cuenta al amigo, que también era maestro y
-concluía siempre por tener razón en las peleas de crítica. Si vemos
-en Ramiro el amigo más grato al Marqués de Mudarra, el más tenaz y
-pegadizo era un sabio machacón llamado José Augusto del Becerro,
-que desde sus tiernos años se dedicó a la enmarañada ciencia de los
-linajes, a desenredar las madejas genealógicas, y a bucear en el
-polvoroso piélago de los archivos. Su apellido era una predestinación,
-pues el hombre sabía de memoria los _becerros_ de todas las ciudades,
-monasterios y behetrías.
-
-Las evacuaciones eruditas de Pepe Augusto en presencia del caballero
-escondían con poco disimulo el móvil de adulación, pues cuando le
-demostraba la ranciedad de su abolengo, sosteniendo que su primer
-apellido venía en línea directa de Tarsis, hijo de Túbal, nieto de
-Japhet y biznieto del patriarca y curda Noé, solicitaba directamente un
-socorro en metálico, que don Carlos nunca le negaba. Descender de Noé
-y no aprontar doscientas o más pesetas para el amigo necesitado, sería
-desmentir la nobleza más rancia que se podría imaginar.
-
-Aunque aparentaba interesarse en las cosillas heráldicas, Tarsis se
-reía interiormente de tales pamplinas; mas no era manco para socorrer
-al sabio genealogista. Se conocían desde la infancia. Becerro vivía con
-mil atrancos, y en días tristes faltó poco para que metiera el diente a
-los pergaminos de fueros y cartas pueblas; llevaba siempre a la casa de
-Tarsis una nota lúgubre, como estrambote de los embelecos genealógicos.
-Tenía por familia una cáfila de hermanas de distintas edades, ninguna
-joven, y todas dañadas terriblemente en su salud. No pasaba día sin
-que alguna estuviese de cuerpo presente o sacramentada. Era un coro de
-divinidades mortuorias agregadas a la siniestra trinidad de las Parcas;
-eran, por otra parte, una mina, según el provecho que el sabio sacaba
-de ellas y de sus tremendos achaques. Ya Carlos deseaba conocerlas y
-apreciar por sí el misterio de aquellas moribundas que jamás se morían.
-
-Un día entró el ínclito Becerro con la bomba de que una de sus
-hermanas, después de puesta en el ataúd, había tornado a la vida, a
-un vivir lánguido y lastimoso, peor que la muerte. Otro día, viéndole
-llegar con cara fúnebre, Tarsis le dijo:
-
---¿Cómo están tus hermanitas?
-
-Y él:
-
---Muy mal, siempre lo mismo. Todas mueren, todas viven...
-
-Recibido el socorro, José Augusto rompió en estas explicaciones
-eruditas del apellido materno del caballero Tarsis. Descomponiendo y
-analizando el _Suárez de Almondar_, el maestro de linajes encontraba
-nombre y cognomen. El _Suárez_ viene de _Suero_, y el _Suero_ de
-_Asur_, nombre semítico sin duda. _De Almondar_ es corruptela del árabe
-_Abo l’Mondar_, que quiere decir _Hijo del victorioso_. Reunidos y
-entramados estos nombrachos con el Tarsis, resultaban en una pieza las
-claras estirpes de Sem y Japhet, hijos del excelentísimo patriarca Noé.
-
-No era este amigo chiflado el que más continuo trato tenía con el
-Marqués de Mudarra: la intimidad mayor gozábala un sujeto llamado don
-Asensio Ruiz del Bálsamo, a quien el caballero recibía y escuchaba
-todos los días, a veces mañana y tarde. Y con ser Becerro un poco
-vesánico y sablista empedernido, Carlos le soportaba y aun le quería,
-mientras que al otro, hombre sesudo y de claro juicio, le odiaba con
-toda su alma.
-
-Explicación de esto: Bálsamo era el administrador de la casa, el genio
-del orden, llamado a poner al caballero en contacto con los números,
-con las realidades de una existencia desconcertada. La primera visita
-de Bálsamo a su señor era casi siempre matinal, cuando el galán se
-hallaba en el trajín de sus lavatorios, y de acicalarse y vestirse para
-ponerse guapo. Raro era el día en que el administrador no traía la
-cara feroz, anticipando con el ceño y el mohín las malas noticias que
-llevaba. No hallaba manera de atender a los gastos del señor Marqués,
-que en cuatro años se había comido parte de su capital, y en los
-últimos había gastado el triple de las rentas de la propiedad rústica.
-Sus deudas crecían, amenazando con embeber pronto gran parte del acervo
-heredado. Bálsamo se veía negro para contener a los acreedores, para
-exprimir a los colonos y sacarles las entrañas. Mas ni con estos actos
-de adhesión servil aplacaba la sed del señor, ávido de dinero con que
-atender a sus apremios suntuarios.
-
-Tenía don Carlos dos automóviles para correr por el mundo, y había
-encargado a París el tercero, de _la mar_ de caballos, pues no era
-justo que el Duque de Ruy-Díaz le superase en la velocidad de su
-traga-caminos. Por un lado el auto, las cacerías, el vértigo de viajes,
-francachelas y competencias deportivas, por otro el club enervante,
-las mujeres oferentes o vendedoras de amor, daban tales tientos a la
-bolsa del caballero, que apenas llenada con fatigas por Bálsamo, se iba
-quedando floja, hasta dar en vacía. No escuchaba Tarsis razones cuando
-en aprieto se veía. ¿Que las rentas no bastaban? Pues a subirlas.
-Ponían el grito en el cielo los pobres labrantes y elevaban al amo sus
-lamentos. Pero él no hacía caso: el tipo de renta era muy bajo. Los que
-chillen por pagar doce, que paguen veinte. El destripaterrones es un
-ser esencialmente quejón y marrullero: si le dieran gratis la tierra,
-pediría dinero encima. Gran tontería es compadecerle. Que labre, no
-como se labraba en tiempo de Noé, sino a la moderna, sacándole a la
-tierra todo lo que esta puede dar...
-
-Un día entró Bálsamo a la cámara del señor cuando este salía del baño,
-y poniéndose su careta más fúnebre le dijo:
-
---Señor, los colonos de Macotera se han visto abrumados por la
-renta... Reunidos todos, me han notificado en esta carta que no pagan,
-que abandonan las tierras, y reunidos en caravana con sus mujeres y
-criaturas, salen hacia Salamanca, camino de Lisboa, donde se embarcarán
-para Buenos Aires. En el pueblo no quedan más que algunas viejas,
-fantasmas que rezando se pasean por las eras vacías.
-
-No pudo el caballero afectar la tranquilidad que su orgullo le dictaba.
-Tan solo dijo, envolviéndose en la sábana como un romano en su toga:
-
---Si esto sigue así, también yo tendré que emigrar. En cualquier parte
-se está mejor que en esta España, que no es más que una pecera. Somos
-aquí muchos pececillos para tan poca agua.
-
-Cuando agarrotado de fieros compromisos, planteaba Tarsis la cuestión
-de buscar dinero a _raja-tabla_, sin reparar en sacrificios, Bálsamo
-ponía la cara siniestra que usaba siempre que se le mandaba explorar
-los campos de la usura. Volvía dos o tres veces suspirante, maldiciendo
-a los _capitalistas_, y por fin, después de someter al señor a
-indecibles torturas, entraba con el dinero y la horrenda nota de la
-rebaja o descuento. Con la alegría del respirar no paraba mientes don
-Carlos en el ahogo que para el porvenir le deparaba la operación.
-Decían lenguas envidiosas que Bálsamo sacaba de apuros a su señor con
-el propio dinero de este, al interés del 60 u 80 por 100. Pero esto
-podía ser o podía no ser. ¿Quién descubriría la secreta incubación de
-estos malvados negocios? Quizás Bálsamo pondría en ellos sus ahorros,
-tal vez los no-ahorros de su señor; pero la mayor parte salía de las
-arcas de un sujeto maduro y afable, llamado don Francisco La Diosa, que
-no solía dar en aquellos tratos la cara, y esta la tenía muy plácida,
-frescachona y sonriente, cara o muestra de una conciencia en perfecta
-serenidad.
-
-Antes que amigo, don Juan de Castellar, Marqués de Torralba de Sisones,
-era consejero y asesor económico del de Mudarra, aunque este, la
-verdad, si recibía en sus oídos las advertencias del prócer, no les
-daba paso a la voluntad. Bueno será decir que el egregio Torralba se
-había labrado y compuesto desde muy joven una personalidad artificial,
-y con ella vestido supo medrar fácilmente en el mundo. Tomó desde
-luego las posiciones que creía más ventajosas, y le fue tan bien en
-ellas, que en su edad madura campeaba en primera línea entre los
-que anteponen a toda denominación el dictado de católicos. Con un
-catolicismo dulzarrón conquistó a su mujer, de quien hubo de separarse
-corporalmente a los quince años de casado, y viviendo en la misma casa
-no tenían trato ni ayuntamiento. La considerable riqueza de su señora
-le permitía vivir con decorosa holgura, presentarse como uno de los
-mejores ornamentos de la sociedad, y alardear de paladín de la Romana
-Iglesia.
-
-De su viudez de hecho se consolaba la Marquesa zambulléndose en las
-beaterías más complicadas y deprimentes: la que en su juventud fue
-mujer de poco talento, en los albores de la vejez se iba quedando
-idiota. Murió la infeliz señora dos años después de haber cesado
-Torralba en la tutoría de Tarsis. Ya sacramentada y a punto de quedarse
-en un suspiro, el director espiritual la reconcilió con don Juan. Este
-pasaba no pocos ratos junto a ella, y cuando ya el trance final se
-acercaba, la Marquesa requirió a su marido, y apretándole la mano le
-dijo con susurro místico:
-
---Juan, para que yo me muera contenta, prométeme que morirás católico...
-
---Sí, hija mía; ¿pues cómo he de morir yo? --replicó Torralba
-consternado de dientes afuera, acariciando el crucifijo que la
-moribunda tenía entre sus flacas manos--. ¿Cómo ha de morir el que ha
-vivido católico a macha-martillo y ferviente soldado de la Iglesia?...
-
-La señora trató de echar de su boca una queja, una frase; pero no
-salieron más que las primeras gotas:
-
---Sí; pero...
-
-Minutos después entraba en la opaca región del Limbo.
-
-De Torralba se decía que por docenas contaba los hijos naturales. Mas
-no era cierto. Esposas artificiales o esposas ajenas sí tuvo en gran
-número; pero muy rara vez pudo la opinión burlar el sigilo de sus
-aventuras, pues nadie le igualó en cultivar el arte de las apariencias.
-Frecuentaba los actos cultuales de ostentación pontificia, y en sus
-paseos acompañábanle frailones extranjeros bien vestidos, o caballeros
-ignacianos de capa corta. En los demás órdenes de la vida social,
-principalmente en el económico, era don Juan correctísimo, ayudándole
-a ello la cuantía de las saneadas rentas que disfrutó y heredó de su
-entontecida esposa.
-
-El triunfante caballero de Cristo gastaba en su persona y en sus
-recónditos recreos tan solo un tercio de sus rentas; lo demás lo
-capitalizaba, formando una pella que sabe Dios para quién sería. No
-debía un céntimo; solo tenía deudas con el Altísimo, de quien hablaba
-como se habla de un amigo de confianza. Debíale su conciencia, pues,
-con todo su catolicismo, Torralba se daba sus mañas para reducir los
-actos de penitencia a una hueca fórmula. Pero ya se arreglaría con su
-amigo el Altísimo cuando le llamaran a ocupar un asiento en el tren del
-otro mundo. Ya sabemos que ciertos privilegiados van a la eternidad en
-tren de lujo con _sleeping-car_ y coche-comedor. Al despedirse de la
-vida en el fúnebre andén, dejando sus riquezas aplicadas al servicio de
-Dios, se les da billete de paso libre al Paraíso, sin las molestias de
-Fielato, Aduana o Almotacén anímico.
-
-
-
-
-III
-
-Donde se verá el interesante coloquio del caballero Tarsis con sus
-amigos.
-
-~Gabinete con desordenada elegancia. Puertas que comunican por aquí con
-el baño; por acá, con un salón que se supone más ordenado que lo que
-está a la vista; por acullá, con el entra-y-sal de los que visitan.~
-
-
- TORRALBA. ~(Sentado junto a Tarsis, que no está vestido ni
- desnudo.)~--No he venido a reñirte... No es cristiano reñir al
- necesitado, a quien no podemos auxiliar. Practico las obras de
- misericordia consolando al triste y visitando al enfermo, que enfermo
- estás de la voluntad, y diciéndote: Hijo mío, te compadezco; hijo
- mío, deploro tu desdicha, que es como decir que la lloro. Pero
- llorándola no puedo remediarla. Hacienda tuviste y hacienda tienes,
- aunque mermada por tus desaciertos... Con Bálsamo te basta para
- ordenar tus asuntos, si quieres hacerlo. Bálsamo es un águila de la
- administración. Haz lo que él te diga; sométete a su tratamiento, y
- te salvarás.
-
- TARSIS.--Aun para reducirnos a lo preciso y establecer un régimen de
- economía, necesitamos dinero, mi querido don Juan. ¿Concibe usted
- que a un edificio amenazado de ruina se le puede reparar sin poner
- andamios, que también cuestan dinero? Lo que usted me adelante para
- mi obra se lo devolveré con intereses. ¿A quién había yo de acudir
- sino a usted, que fue mi padrino en la pila, mi tutor en la menor
- edad, y ahora... no solo el mejor, sino el más rico de mis amigos?
-
- TORRALBA. ~(Alargando una mano con gesto defensivo.)~--Párate un
- poco y no desbarres, Carlitos; no te vea yo entre el vulgo que
- cree que yo tengo el oro y el moro. Mejor que nadie conoces tú la
- modestia con que vivo, dentro de lo que me impone, bien entendido,
- mi posición social. Dios me ha dado esta posición, y es mi deber
- mantenerme en ella con decoro, sí, pero sin fachenda, sin pompas
- de ninguna clase... Has de fijarte en otra cosa, que no sé cómo no
- has comprendido ya, sin duda por tener tu espíritu tan alejado del
- verdadero catolicismo. Caudal abundante me dejó mi pobre y santa
- Micaela; pero ¿te parece bien que distraiga yo ese caudal de los
- objetos píos a que ella lo dedicaba, con la mira puesta siempre en
- lo alto? ¿Qué diría Dios si yo empleara el óbolo santo... así he de
- llamarlo... el óbolo de Micaela, en pagarte tus deudas de juego,
- o en el costerío de tus automóviles, o en taparte los huecos que
- han abierto en tus arcas, por un lado Rosario Lepanto, por otro
- la _Lucerito_ y _Azotitos_... Repugnan a mi boca estos nombres
- indecentes... Considera tú lo que pensaría y diría Micaela en el
- cielo, donde está, si viera que yo... Puede que creyera que...
- Carlos de mi alma, tú comprenderás mis escrúpulos, y te harás
- cargo de lo que me contraría y desespera el tener que negarte...
- ~(Levántase.)~ Un consejo te doy que vale más que dinero, y es que
- en tus aflicciones vuelvas los ojos a Dios... El Cual no desoye,
- yo te lo aseguro, a los que con fe y con dolor sincero imploran su
- misericordia. ~(Estrecha la mano del caballero.)~ Y ahora se me
- ocurre que tal vez en este instante te tenga Dios preparada una
- solución... He oído que llevas muy bien tu asunto con la chica de
- Mestanza. Ayer tarde la vi: estará muy guapa cuando entre un poco en
- carnes.
-
- TARSIS. ~(Con sutil ironía.)~--Para el buen término del negocio de
- _Mary_ habría que contar con Dios. Pídaselo usted, padrino, que a mí
- no me hace maldito caso.
-
- TORRALBA. ~(Risueño y meloso.)~--No, tontín. Más caso ha de hacerte
- a ti si se lo pides con efusión del alma, echando por delante una
- conducta mejor que la que has traído hasta hoy... Me veo precisado
- a dejarte... Hace un siglo que no vas a almorzar conmigo... ¡Qué
- ingrato eres! ~(Entra Becerro y saluda.)~ Aquí tienes a tu amigo
- el gran heráldico, que te dará conversación más grata que la de
- este viejo regañón... Adiós, adiós... Y que tengas confianza con
- tu padrino, y le ocupes para todo. En cuanto tropieces con alguna
- dificultad, me avisas, ¿eh?... ~(Sale.)~
-
- TARSIS. ~(Con fino humorismo, envuelto en una calma estoica.)~--Te
- avisaré, amado padrino, por el mismo mensajero que lleve el aviso
- a la funeraria cuando sea menester... Vienes a tiempo, mi querido
- Augusto, porque el humor que hoy tengo es de tal negrura, que solo
- tú y tu gracioso saber de linajes pueden traer a mi espíritu algún
- despejo. Háblame de los siglos distantes, llenos de amenidad. Montado
- mi pensamiento en el tuyo, como en un águila, podré alejarme de la
- realidad triste.
-
- BECERRO. ~(Más desmayado y mortecino que otros días. Su rostro
- flácido, sus ojos plorantes, reviven al son claro de su palabra
- correctísima.)~--El mismo procedimiento uso yo para huir de mis
- penas. En mis lecturas favoritas encuentro yo las aves que me llevan
- al retiro de los siglos que fueron. Ya sabes que el autor más moderno
- que yo leo es el Arzobispo don Rodrigo Jiménez de Rada. También
- es de los míos el Obispo don Lucas de Tuy. Me deleito en estos
- amenísimos autores; y cuando quiero mayor deleite, que a olvido mayor
- de lo presente me conduzca, echo mano del _Fuero de Avilés_, de los
- _Fueros de Brañosera_ o _Zorita de los Canes_, de las escrituras de
- donaciones o fundaciones, o me extasío con el _Cronicón beldense_ y
- con el _Becerro de Santillana_.
-
- TARSIS. ~(Acordándose de que es profesor de guasa viva.)~--Yo
- también, mi querido Becerro, yo también me deleito con esos portentos
- de amenidad... Y como no estoy hoy de buen temple, y quiero
- alegrarme, acaba de referirme el fundamento de mi título de Mudarra,
- uno de los más gloriosos de Castilla. Si no recuerdo mal, mi título
- viene del hermano bastardo de los Siete Infantes de Lara.
-
- BECERRO. ~(Ufano de verse en su terreno.)~--Mudarra, que en árabe
- es _Mutarraf_, esto es, _Vengador_. Autores hay que asimilan este
- nombre a los de Amenaya y Benaya, que es como decir _Ben Yahia_, o
- _Hijo de Juan_. Sea lo que quiera, ello es que el primer Mudarra fue
- concebido en una cárcel. Como te dije, Gonzalo Gustios, _Gundisalvus
- Gudiestoz_, entérate bien, padre de los caballeritos de Lara, fue
- mandado por Ruy Velázquez al Rey moro de Córdoba, Almanzor, para
- que le matase. El moro fue más benigno y se contentó con ponerle en
- prisión. Cautiverio muy ancho debió de ser, porque en su cárcel el
- viejo señor castellano recibió la visita de la hermana del Rey moro,
- que, aunque de la perversa religión mahometana, era hembra compasiva
- y blanda. Mira tú si sería punto de cuidado el buen Gonzalo Gustios,
- que a las tres visitas quedó la Princesa en el estado que ahora
- llamamos interesante, verbigracia encinta, _vulgo_ embarazada.
-
- TARSIS.--Y el desembarazo fue mi nacimiento, digo, el de mi tío, de
- mi abuelo, de mi tátara, tátara... Bien por el viejo Gustios. Eso
- es un hombre, eso es un caballero, un español de cuerpo entero y
- con toda la barba. ¡Y el hombre llevaba a cuestas sesenta años!...
- ¡Prisionero del Rey moro, le birla la hermana! ¡Vaya un tío! ~(Con
- reír nervioso y juguetón.)~ ¿Ves, Becerro? Solo con recordar esas
- grandezas de la raza hispánica se me ha pasado la murria: ya estoy
- alegre... Si es lo que te digo: esos hombres son los que regeneran
- las razas decaídas... Se comprende que un pueblo formado de varones
- tales como ese Gustios de Lara, conquistara medio mundo. ~(Paseándose
- con alborozo de travieso adolescente.)~ Aquí tienes un ejemplo. Ya me
- estoy regenerando... Sigue, sigue la historia...
-
- BECERRO.--_Axa_ era el nombre de la real morita, hermana de Almanzor.
- Al chiquillo que tuvo le criaron para héroe, y salió con toda la
- pinta y toda la fiereza de los Laras de Salas. Vengó a sus hermanos,
- mereció los honores de un Romancero, y figura entre los más altos
- caballeros de Castilla.
-
- TARSIS.--¡Y vengo yo de ese caballero... por cruce de la línea de
- los Tarsis, nieto de Noé, con la de los Mudarras, dichoso injerto
- de las ramas de Cristo y Mahoma! Bien, bravísimo. Esto alivia, esto
- conforta. Completa sería la gloria de tal estirpe, si viniera con
- dinero. Porque yo, querido Augusto, he dado en pensar que nobleza
- sin dinero es latón abrillantado por la industria. Donde no hay
- oro, todo es desdoro. ~(Su entereza se aplaca; déjase vencer del
- pesimismo.)~ Me arrimo a la genealogía de mi abuelo materno, que tuvo
- el negocio de harinas, y con _este polvo_, como decía en las cartas
- comerciales, amasó la riqueza que yo estoy desmigando ahora. Atrás
- Gustios y Mudarras, fuera el nieto de Noé, y viva mi Suárez, por
- donde, según tú, debo llamarme _Asur_, _Hijo del victorioso_... hijo
- del molinero, que, amparado del arancel, alimentó a tres generaciones
- de cubanos, y acá se traía las cajas de azúcar, que venían resudando
- el dulce. Yo me acuerdo. ¡Qué olor tan rico en aquellos almacenes,
- aroma de almíbares, mezclado con fragancia de canela; que allí había
- también fardos venidos de Ceilán! Llévate todos los chirimbolos de
- la caballería de Mudarra, y tráeme mis almacenes de coloniales...
- ¡Ah! También había cacao. América inocente nos mandaba mil primores
- cambiados por las harinas de acá... Las memorias de aquella riqueza
- se avivan en mi olfato. Huelo, huelo... ¿No hueles tú? ¡Ay! los
- pergaminos de tus cronicones apestan a ranciedad putrefacta...
- Becerro, Becerro, apártate, hueles a ti mismo. Tráeme el árbol
- genealógico que tiene por hojas los billetes de Banco, o no vengas
- acá. No me traigas la roña de tus archivos, cementerios de la nobleza
- pobre... La pobreza es muerte, ¡oh gran Becerro, ilustrado y vacío
- Becerro, sabio durmiente entre ratones! ~(Abatidísimo se desploma
- en un sillón. Sobre los brazos de este caen con grave pesadumbre
- las manos del caballero. Entran súbitamente, sin anunciarse, dos
- personas: Ramirito Núñez y don Francisco La Diosa. La teatral
- aparición de este señor es para Tarsis como una descarga eléctrica.
- Salta de su asiento; coge de un brazo al hombre plácido, de risueño y
- episcopal semblante, y se le lleva al salón próximo para hablar con
- él a solas. Quedan en el gabinete Becerro y el joven Núñez.)~
-
- RAMIRITO.--Este señor que sonríe, aun diciendo cosas tristes, ¿no es
- ese que llaman _La Diosa?_
-
- BECERRO. ~(Con erudición lúgubre.)~--Su verdadero nombre es _Abraham
- Samuel Zacuto_, higienista, médico y matemático famoso... No, no:
- me equivoco... ¡Qué cabeza! Es _don Isaac de Abrevanel_, arbitrista
- y tesorero de los Católicos Reyes... ahora redivivo con la misión
- providencial de empobrecer a los nobles ricos, como preparación del
- reinado de la igualdad humana.
-
- RAMIRITO. ~(Alelado, sin entender lo que oye.)~--Don Augusto...
- ¿habla usted dormido?... Despabílese y charlemos. ¿Estuvo usted en el
- estreno de anoche?
-
- BECERRO. ~(Sin mirarle.)~--Yo no voy a estrenos. ~(Mirándole.)~ Ya
- conoce usted mi simplicismo teatral: me he plantado en Bartolomé
- Torres Naharro. Ni a tres tirones paso más acá. ¿Estrenos dice? Pues
- estos pantalones me pongo hoy por primera vez... Pero no son obra
- original, sino arreglo, hecho por mis hermanas, de los que casi
- nuevos me dio Carlos. ~(De improviso aparece Tarsis por la derecha
- con vivo paso y rostro alegre. El señor La Diosa no le acompaña.
- Salió, sin duda, por otra parte de la casa.)~
-
- TARSIS. ~(Disimulando mal su júbilo, guarda en un bolsillo del batín
- un fajo de billetes que traía en la mano.)~--¿Qué decías, Becerro?
- ¿Qué dices, Ramirillo? ¿Hablaban mal de La Diosa?
-
- RAMIRITO.--Yo, no.
-
- BECERRO.--Yo he murmurado, he rutado. Rutar es en el hombre imitar
- con voz blanda el rugido de las fieras. Yo sé rugir.
-
- RAMIRITO.--Augusto me ha contado que estrena hoy unos pantalones
- arreglados del francés por sus hermanas.
-
- TARSIS. ~(Cariñoso.)~--Dispénsame, Augusto. No me acordé de
- preguntarte por tus hermanas. ¿Cómo están hoy?
-
- BECERRO.--Como siempre, mejor y peor. En días alternos, mueren y
- resucitan.
-
- TARSIS. ~(Casi por movimiento propio y espontáneo, la mano se le
- va al bolsillo en que ha guardado los billetes. Saca un fajo de
- ellos; del fajo despega dos y los da al amigo con liberal sencillez,
- sin humillarle.)~--Toma, hijo, y remédiate. Ya sabes que no duermo
- tranquilo cuando me acuesto sin poder remediar las necesidades de
- los amigos... No te vayas... ¿Qué prisa tienes? Acompaña un rato al
- pequeño don Ramiro, que voy a concluir de arreglarme. ~(Entra por el
- fondo el administrador don Asensio.)~ Y aquí tenéis al buen Bálsamo,
- que me alegra la vida... Charlen aquí un rato. El barbero me aguarda.
- ~(Vase por el fondo. Bálsamo cambia con los dos amigos de Tarsis
- palabras de fría salutación, y se apoltrona en una butaca, quedando
- pensativo, mientras los otros hablan de literatura y teatro.)~
-
- BÁLSAMO. ~(Acariciándose la barba, fruncido el ceño, habla para
- sí.)~--Se ha entendido directamente con La Diosa, esquivando mi
- mediación y desoyendo mis consejos. Bien le dije anoche que su
- dignidad no le permite someterse a condiciones usurarias tan
- escandalosas. Estás perdido, Marqués de Mudarra, si no te salva la
- niña petiseca de Mestanza... Y mis noticias son que ese negocio no
- va por buen camino. Ojalá sea falso lo que me han dicho. No quiero
- verte en la miseria, Carlos de Tarsis. Con golpes como el que acaba
- de arrearte La Diosa, pronto darás en tierra. Y ese granuja con cara
- de jamona verde, para acabar de arreglarlo, no me dará comisión.
- Ya lo veremos, ya... ¡Pobre Tarsis, cuándo tendrás juicio!... Pues
- hoy te traigo unas noticias... No te las daré hasta mañana, para no
- amargarte el dulzor del dinero que has tomado. Mañana sabrás que los
- colonos de Zorita de los Canes abandonan también la tierra; que el
- de Tordehita y Tordelepe pide prórroga, y llora y blasfema y coge
- el cielo con las manos... En cuanto a la dehesa de Santa Cruz de
- Juarros, bien puedo decir ya que es mía... Y de ello debes alegrarte,
- que peor fuera que a otras manos pasara... Yo te daré en usufructo,
- por si quieres retirarte del mundo, aquel palacete fundado sobre las
- ruinas de un castillo en que vivió, según dicen, el viejo camastrón
- mujeriego Gonzalo Bustos o Gustios.
-
- ~(Ramirito y Becerro, que habían trabado conversación, fumando
- cigarrillos, sobre temas de vaga actualidad, engarmaron en su
- coloquio al taciturno Bálsamo, que se limitó a dar una opinión
- seca sobre los delirios de la aviación y sobre los disparates del
- socialismo, que ambas cosas eran lo mismo: monomanía de andar por
- los aires. En esto salió Tarsis ya bien acicalado del rostro, listo
- de la parte inferior del cuerpo y encapillándose la camisa, cuyos
- botones aseguraba con una mano por dentro de la pechera y otra por
- fuera. Siguió vistiéndose asistido de su ayuda de cámara. Ávido
- de conversación, cogió la primera hebra que halló pendiente en el
- coloquio de sus amigos, y con fácil elocuencia familiar disertó
- sobre los puntos del socialismo y de la navegación aérea. Sin saber
- cómo y por un quiebro que dio Ramirito, fueron a parar a la cuestión
- de teatros, al estreno de la noche anterior, y a la literatura
- dramática.)~
-
- TARSIS.--No te canses, Ramiro. Habéis aplaudido anoche un drama
- caballeresco, con su musiquilla de rimas; habéis festejado a su
- autor, cuyo talento reconozco. Pero esa obra, representada en
- familia, en familia se extinguirá, y dentro de cuatro noches no
- irán a verla más que los de la hermandad del _tifus_. Esas farsas
- rimbombantes a nadie interesan; se aplauden por rutina; la prensa
- las jalea; los cómicos se desgañitan y el público se aburre. Te
- convencerás de que nuestros autores, así los que desentierran asuntos
- con casco y chafarote, como los que cultivan la vida corriente,
- vistiendo a los actores de levita o blusa, no aciertan, créelo.
- Toda nuestra literatura dramática es esencialmente _latosa_, toda
- convencional, encogida, sin medula pasional, cuando no es grosera y
- desquiciada. Compara este arte, siempre abortado, con la dramática
- francesa, rebosante de vida y pasión. Las compañías extranjeras
- nos enseñan la ruindad de nuestro arte, la cual se manifiesta en
- el éxito de las traducciones, hoy con los autores exquisitos que
- se llaman Donnay, Berstein, Mirbeau, Lavedan, Feydeau, como lo fue
- hace años con las obras de Scribe, primero, y luego de Sardou. Yo
- soy en esto muy radical, muy antipatriota, y lo digo sin ningún
- reparo, añadiendo, amigos míos, que el teatro clásico, con su Lope y
- su Tirso, me carga también, y siempre que voy a una función de esta
- clase, llevo la mala idea de descabezar un sueño en mi butaca. Una
- obra del teatro clásico se titula como debieran titularse todas:
- _La vida es sueño._ Digo y repito con pleno convencimiento que no
- tenemos teatro, como no tenemos agricultura, como no tenemos política
- ni hacienda. Todo esto es aquí puramente nominal, figurado, obra de
- monos de imitación, o de histriones que no saben su papel. Aquí no
- hay nada. Cuanto veis es bisutería procedente de saldos extranjeros.
-
- BÁLSAMO. ~(Displicente.)~--No estoy conforme.
-
- RAMIRITO.--Ni yo. Niego que el teatro español sea como Tarsis lo
- pinta.
-
- BÁLSAMO.--En lo del teatro no me meto. De eso entiendo poco. Pero
- salgo a defender la agricultura, y afirmo que existe. Pues si no
- existiera, ¿qué sería de España? Dirase que está bastante atrasada.
- La culpa es de los grandes propietarios que viven lejos de sus
- tierras, como afrentados de ellas. Cobran la renta como un tributo
- del suelo al cielo... no sé si me explico... como un tributo de los
- cuerpos a las almas. Los labradores deben convencerse de que las
- almas son ellos... No acierto a decirlo.
-
- BECERRO. ~(Haciendo visajes, como si le picara una
- mosca.)~--Propietario de la tierra y cultivador de ella no deben ser
- términos distintos.
-
- BÁLSAMO.--Tiene razón este chiflado... Yo no lo entiendo; pero mi
- sentido natural me dice que el fruto de la tierra debe ser para el
- que lo saca de los terrones.
-
- BECERRO.--Presentando las cosas de otro modo, yo te he dicho mil
- veces, querido Carlos, que no habrá floreciente agricultura mientras
- esta no sea una aristocracia.
-
- TARSIS. ~(Burlón.)~--Medrada estaría la agricultura si de ella
- hiciéramos una aristocracia más. ¿Pues por qué sostengo que tampoco
- hay aquí política? Porque la que tenemos se ha hecho aristocrática.
- Fijaos en el pisto que nos damos los diputados, en la vanidad de los
- ministros, que ocupan ancho espacio en la sociedad por el viento
- de que están inflados. ¿Hay aquí un político que tenga algo en la
- cabeza? Ninguno. ¿Pues qué diré del ex-ministro, que solo por el
- dichoso _ex_ nos mira a los demás mortales por encima del hombro?
- Aristocracia es la política, y todo lo que tome formas aristocráticas
- no lleva en sí más que figuración y vanas apariencias. Nobles y
- políticos somos lo mismo, es decir, nada.
-
- RAMIRITO.--Paradójico estáis... Carlos, es usted hombre de grande
- ingenio.
-
- TARSIS.--No es ingenio, es convicción.
-
- BECERRO.--Más bien prurito de originalidad y donaire. El noble de
- ilustre abolengo bromea con las cosas altas.
-
- TARSIS.--La agricultura, digo, no puede ser nunca aristocracia.
- Es y será siempre servidumbre. Ellos esclavos y nosotros señores,
- acabaremos lo mismo, por consunción, por gangrena de inutilidad...
- Voy más allá... Si aquí no hay agricultura, ni teatro, ni política,
- tampoco hay justicia, ni banca, ni industria.
-
- BÁLSAMO.--Capitales hay.
-
- TARSIS.--Sí; pero solo trabajan en la comodidad de la usura, que
- es una cacería de acecho como la de las arañas. La poca industria
- que hay es extranjera, y la española, en funciones mezquinas, busca
- beneficio pronto, fácil y, naturalmente, usurario.
-
- BÁLSAMO.--¡Qué gracia! Esto ya es manía.
-
- TARSIS.--¡Trabajar! ¿Para qué? Los chispazos, los resplandores de
- fuegos fatuos que vemos en literatura, en artes gráficas y en algún
- otro orden de la vida intelectual, no nos invitan a que trabajemos.
- Todo nos llama al descanso, a la pasividad, a dejar correr los días
- sin intentar cosa alguna que parezca lucha con la inercia hispánica.
- Si me pusieran en el dilema de trabajar o perecer, yo escogería la
- muerte. El español que en este final de raza posea una renta, debe
- sostenerla y aumentarla si puede. Vivir bien, mientras la vida dure,
- y mientras en la lámpara del bienestar no se consuma la última gota
- de aceite. No trato de presentarme como superior a los demás. Soy el
- peor, soy el último perezoso, el último sacerdote o monaguillo de la
- inercia. Mi único mérito está en la brutal sinceridad de mi pesimismo.
-
- ~(Vestido el caballero a punto de las doce, les convidó a almorzar.)~
-
- BECERRO. ~(A Tarsis, camino del comedor.)~--Has desatinado
- lindamente. Veo que estás alegre.
-
- TARSIS.--El día empezó nublado. La Diosa lo despejó trayendo a casa
- el sol.
-
- BÁLSAMO. ~(A Ramirito.)~--No le haga usted caso. Yo le conozco; se
- emborracha con el dinero, ya venga de Dios, ya de La Diosa.
-
-
-
-
-IV
-
-Cuéntase la rigurosa desdicha del caballero, seguida de sucesos
-increíbles.
-
-
-Pasados bastantes días, cercana ya la inauguración o apertura del
-verano, cayó sobre el caballero Tarsis una fuerte desdicha que le puso
-fuera de sí. La sacudida que agitó su alma le llevó del pesimismo a
-la desesperación, y eran de oír sus voces iracundas, eran de ver sus
-gestos de rabia, como de hombre que se pierde en un laberinto y no
-sabe qué camino tomar para salir de él. Ello fue que cuando parecía
-pan comido la boda del caballero con la chica de Mestanza, tan pelada
-de carnes como guarnecida de riquezas, de pronto los padres de ella
-volvieron de su acuerdo; vaciló por unos días la novia, fluctuando
-entre la obediencia filial y un amor desabrido, hasta que al fin se le
-notificó oficialmente al Marqués de Mudarra que no había nada de lo
-dicho, y que podía llamar a otra puerta.
-
-Indagado el motivo de tal infracción de la regla social, se puso en
-claro que los padres de la niña cedieron al consejo y halago de otros
-_Padres_, que así se llaman por serlo de las almas, y regidores de las
-conciencias. En una grave conversación que tuvo Tarsis con su excelso
-padrino Torralba de Sisones, confirmó este lo que públicamente sonaba.
-
---Desde que empezaron tus relaciones con esa que parece el espíritu
-de la golosina --le dijo--, te advertí que procurases poner en tus
-palabras el sentido más católico, y que no dejaras escapar en aquella
-casa concepto ni apreciación, ni siquiera chiste, que dañe a la única
-religión verdadera, o al culto, o a sus ministros. Sé que no me has
-hecho caso; no has sabido refrenar el flujo de las frases irónicas y
-punzantes para lucir tu ingenio. Bien merecido te está el desastre;
-porque del otro lado... yo lo supe hace un mes y traté de estar al
-quite... del otro lado los _Padres_ trabajaban contra ti y en favor
-de un joven muy arrimado a ellos desde su tierna infancia. Pues ya
-sabes que te ha desbancado Luisito Codes, no necesito decirte de dónde
-ha venido tu desgracia, porque esos benditos _Padres_ protegen a los
-chicos buenos, dóciles y observantes de la ley de Dios con celo y
-maneras devotas. Natural es que miren por esa juventud recoleta, y que
-traten de formar familias cristianas, ayuntando a los muchachos de
-conducta ejemplar con las chicas bien dotadas. Es una labor social muy
-meritoria que asegura la perfecta ortodoxia de la generación futura.
-
-Respondió Tarsis a estas razones con el desprecio y burla de los de
-Mestanza, de su dinero y de la niña descarnada y angulosa. Su amor
-propio se rehizo al instante, y recompuso con excelentes reflexiones el
-castillete de su dignidad. Pasados dos o tres días volvió el padrino a
-la carga de sus consejos, encareciéndole que redujese a la mitad sus
-gastos, rebajando en mayor proporción sus apetitos y goces desaforados,
-y por fin de fiesta le dijo:
-
---Sujetándote a un plan de moralidad y economías, puedes esperar
-tranquilamente la ocasión de otra jugada como la que has perdido.
-Herederas ricas abundan. He tomado lenguas del género disponible, y
-sé que en todas las clases sociales las encontrarás. De una me han
-hablado que, a más de única y millonaria, es bonita de cara y cuerpo.
-Pero temo que no te agrade por su extracción demasiado baja. Su abuelo
-materno, a quien conocí mucho, tuvo la contrata de limpieza de pozos
-negros, y luego explotó la industria de aprovechamiento de animales
-muertos, en la cual ganó cuanto quiso. El padre de la chica vino de
-Cuba, al terminar la guerra, con un capitalazo. ¿Cómo lo hizo? Acerca
-de esto se cuentan horrores. De la señora, es decir, de la madre de
-la rica heredera, se susurra si tuvo o no tuvo en la Habana elegantes
-mancebías... Ahora tú verás. La muchacha es linda y discreta, si
-bien un poquito achulada, y escribe sin la menor idea de lo que es
-ortografía. Por si quieres conocer a esta familia, te advierto que este
-verano irán a Biarritz a darse pisto.
-
-No se entusiasmó aceleradamente el buen Tarsis con la extravagante
-proposición del padrino; pero tampoco la echó en saco roto, pues su
-idea fija era encontrar una mina que le proveyera profusamente de
-cuanto necesitase para vivir en la elegante holganza de caballero
-noble y pesimista. Dinero buscaba y quería, viniera de donde viniese.
-La sociedad no es aquí tan escrupulosa que repudie la riqueza por la
-ruindad o porquería pestilente de sus orígenes... Las tristezas de su
-fracaso disimuló Tarsis en la vida de club, donde pasaba medio día y
-media noche abrevando su espíritu en el chorro de las conversaciones
-fútiles y perezosas. Se aburría variando la traza y colores de su
-irisado ensueño. Los amigos ya conocidos y los hermanos Pinel, sus
-directores políticos, constituían parte mínima de sus relaciones,
-muchas de las cuales eran flor de casino, que en él crecían y en él
-se cultivaban. De estos amigos, algunos eran peores que él; otros
-le superaban, si no en ingenio, en el buen gobierno de su hacienda.
-Los había riquísimos; los había que ociosamente y con toda elegancia
-vegetaban en disimulada ruina.
-
-Transcurrió el verano, que el caballero pasó en las estaciones de moda,
-y ni en ellas ni en el dulce otoño de Madrid encontró el filón que
-buscaba. Las niñas ricachonas se le escabullían de las manos cuando
-hacía presa en ellas: la señorita de Porcuna, nieta del explotador de
-pozos negros, prefirió a un capitán de Ingenieros, y otra, muy bella,
-huérfana millonaria nacida en Bogotá y recriada en la Argentina, le
-entretuvo por meses y le plantó al fin, prefiriendo a un desabrido
-diplomático. Y de este fracaso hubo de quedar más llagado y dolorido
-que de los otros, porque se prendó locamente de la bogotana, tan
-adorable por su gallarda hermosura como por su fino, seductor talento.
-Su nombre era _Cintia_, de dulce sabor pastoril y pagano, y le caía
-tan bien, que habría desmerecido su gentileza si la llamaran Manuela o
-Francisca. En las americanas se advierte cierta inclinación a paganizar
-los nombres, cual si quisieran iniciar una graciosa escapada de las
-sombrías esferas del cristianismo. Así lo pensaba Tarsis, en cuya mente
-y corazón quedaron para siempre estampadas la imagen y asperezas de la
-hermosa colombiana.
-
-Y corriendo los días aumentaron de tal suerte los infortunios del
-caballero, que llegó a tenerse por el más desdichado de los hombres.
-Golpe tras golpe iba perdiendo el caudal heredado, y cada vez que le
-visitaba el siniestro Bálsamo era para notificarle un nuevo desastre.
-Supo el triste caso de tener que malvender una de las mejores fincas
-rústicas de la casa para el pago perentorio de una deuda de juego,
-y recoger o renovar parte de los pagarés usurarios. Viendo cómo se
-deshacía su fundamento social, sin que ni en sí mismo ni en el mundo
-exterior viera el remedio, el Marqués de Mudarra se fue abismando en
-tristezas y murrias que afectaron a su propio carácter después de
-influir en sus costumbres, en su elegancia y hasta en sus estilos
-de vestir. Esquivaba la sociedad, dándose de baja en sus visitas y
-relaciones, y a tal punto llegó en su requerimiento de la oscuridad,
-que en la primavera de aquel año muchos de sus amigos creyeron que se
-había condenado a emigración voluntaria o forzosa.
-
-El Marqués de Torralba y Ramirito Núñez, como buenos cristianos, no
-negaban al amigo la consolación de leales consejos; mas nunca le
-llevaron el desenlace de ningún conflicto, ni el alivio de sus ahogos.
-En tanto, pasaban meses sin que el gran Becerro entristeciera con su
-esmirriada persona la casa del que fue opulento amigo. ¿Para qué había
-de ir si estaba totalmente seco el manantial de los socorros? Por
-referencias fidedignas supo Carlos que Augusto padecía grave mal de
-miseria, y que recluido en su casa engañaba el hambre con las hartazgas
-de erudición. Día y noche trabajaba sin levantar mano en un prolijo
-estudio de la vida y sapiencia del famoso prócer don Enrique de Aragón,
-Marqués de Villena, reputado en su tiempo por letrado, astrólogo
-y alquimista, con ribetes de nigromante o brujo. Despertó esto la
-curiosidad del caballero, a quien toda novedad distraía por momentos de
-su aplanante hastío, y allá se fue.
-
-Nunca había estado Tarsis en la morada de Becerro, calle de Don Pedro,
-altísimo piso de una casa vieja y de grandes y desniveladas anchuras,
-que fue palacio de aristocracia hoy fenecida, o aposentada en sitios
-más gratos. Llamó el caballero; le franqueó la puerta una persona que
-la oscuridad hizo invisible. Pisando baldosines rotos, que tecleaban
-con ruidillos que más parecían de risa que de llanto, llegó Carlos a
-la sala, toda libros, toda polvo, toda mugre, llena de cosas tuertas,
-cojitrancas y bizcas. Los estantes se caían de un lado, los rimeros de
-libros no tenían aplomo. Había desequilibrios inverosímiles, infolios
-que se balanceaban sobre rollos de balduque, papeles de mil formas
-acumulados sobre mesas perláticas, y sostenidos, para que no los
-arrebatase el aire, por una mano de bronce o una pezuña de mármol.
-Ventana torcida y balcón ancho, desiguales en tamaño y forma, como un
-doble mirar oblicuo, daban paso a la claridad, verdosa del empaño de
-los vidrios.
-
-Aunque en aquella caverna papirácea de inclinado techo, no había
-esqueleto ni lechuza, ni retortas sobre hornillo, ni lagartos rellenos
-de paja, Tarsis creyó hallarse en la oficina de nigromante o alquimista
-que nos dan a conocer las obras de entretenimiento y las comedias de
-magia. En un costado de la estancia, tras una mesa que desaparecía
-bajo la balumba de libros viejos y rancios papeles, emergía Becerro,
-dejando ver tan solo medio cuerpo. Extremada era la delgadez exangüe
-de su rostro. A su amigo miró con ojos espantados, tardando un rato en
-reconocerle.
-
---Augusto --le dijo Tarsis cariñoso, poniéndole la mano en el hombro--,
-no esperabas esta visita. Vengo a enterarme de tus trabajos, vengo a
-charlar contigo, vengo a...
-
-Después de breve pausa, el caballero puso unos duros sobre la mesa,
-diciendo:
-
---Aunque ahora estoy muy mal, chico, siempre hay algo para ti.
-
---Gracias, _Asur_ --dijo el sabio sin tomar el dinero--. ¿Para qué
-te has molestado? El oro, la plata y los billetes, han llegado a
-serme indiferentes. Sabrás que ya no como... Todo es cuestión de
-acostumbrarse, de hacerse a no comer. Es una educación como otra
-cualquiera. Algún trabajo me ha costado adquirir este supremo hábito
-del perpetuo ayuno, de la emancipación del alma... ¿Sabes ya que me
-ocupo del Marqués de Villena, primer apóstol de las ciencias físicas
-en España, y precursor de esa otra ciencia que nos enseña las leyes y
-fenómenos del universo suprasensible?
-
-Quedaron suspensos los dos amigos, mirándose uno a otro. Tarsis rompió
-el silencio, diciendo:
-
---De ese Marqués de Villena se cuenta que era algo así como brujo,
-hechicero.
-
-A lo que respondió José Augusto que tales denominaciones aplicadas por
-el vulgo son el reconocimiento que las almas inocentes hacen de las
-verdades no comprendidas... Pero antes de meterse en tan laberíntico
-terreno, Becerro dio conocimiento a su amigo de lo que ya tenía
-escrito de su magna obra, a saber: la condición y alcurnia del de
-Villena, su historia completa desde el nacimiento, su boda con doña
-María de Albornoz, sus desavenencias matrimoniales, el repudio de doña
-María, las locas ambiciones del prócer por obtener el maestrazgo de
-Santiago, su saber de humanista, de astrólogo, de químico; su figura,
-en fin, achaparrada, y su habla enfática y pedantesca... El amigo,
-con tan hábil pintura, acabó por conocerle como si le hubiera visto y
-tratado. Callaron de nuevo, y Tarsis, que anhelaba lo extraordinario
-y maravilloso, único alivio de su agobiada voluntad y solaz de su
-abatido entendimiento, llevó la conversación al terreno de las mágicas
-artes, que a su parecer, opinando como el vulgo, están relacionadas con
-la malicia y sutileza de Lucifer. Los hombres le estomagaban; anhelaba
-trato y conocimiento con los demonios.
-
-Por toda respuesta, el sabio mostró a Tarsis un montón de librotes y le
-dijo:
-
---Aquí tengo los autores españoles y extranjeros que tratan de magia
-y artes hechiceras, libros de tanta amenidad, que yo me los he leído
-cuatro veces de cabo a rabo, y aún he de gozar por quinta vez de tan
-entretenida y sabia lectura. Cógelos, apúralos hoja tras hoja, y
-pasarás ratos, horas, días, semanas y meses deliciosos.
-
-Agradeció Carlos el obsequio, y se abstuvo de meter sus ojos en aquel
-zarzal. Con prodigiosa memoria y sin abrir los mamotretos, Becerro
-le hizo cuento y noticia de ellos, a saber: Andrés Cesalpino, Jacobo
-Sprengero, Juan Niderio, Abad Gunfridus, que escribieron en latín, y
-don Sebastián de Covarrubias, definidor castellano del hechizo; el
-Padre Martín del Río, y el historiador Gonzalo Fernández de Oviedo, que
-refiere los artilugios maléficos de los indios.
-
-Lo que mayormente colmaba el asombro de Tarsis era que, hallándose
-Becerro en absoluto ayuno, tuviese la lengua tan destrabada y el
-cerebro tan listo para verbalizar las ideas. Hablaba como una
-taravilla, con dicción clara y aliento fácil. Dudoso el caballero de la
-efectividad de tal prodigio, le interrogó de nuevo.
-
---No sé ya lo que es comer --dijo Augusto con sequedad de palabra y
-de intelecto--. Tan olvidado tengo el comer, que ya no sé cómo se
-come. Serías feliz como yo lo soy, querido Carlos, si llegaras a este
-perfecto estado, que trae, entre otros beneficios, el de la abolición
-radical de la economía política y otras ciencias vanas inventadas por
-los glotones.
-
---He olvidado preguntarte por tus hermanas --dijo el de Mudarra,
-apurando su investigación--. ¿Dónde están esas nobles señoras?
-
---No podrás verlas, Carlos --replicó el sabio llevándose la mano a la
-frente para quitarse unas telarañas--. Viven y mueren en su grande
-elemento... No entiendes esto, ni lo entenderás mientras permanezcas en
-el estado de comercio mundial, o sea de ignorancia.
-
-Tales desvaríos despertaron más la curiosidad del visitante, que, sin
-decir nada al amigo, emprendió una inspección ocular por toda la casa,
-en busca de la explicación del misterio. Recorrió aposentos, rincones y
-pasillos, hallando en unos enormes fajos polvorosos de papeles impresos
-y manuscritos, en otros sillas y trebejos inútiles. En una estancia
-con estructura de cocina, no vio carbones, ni ceniza, ni aun señales
-de que se hubiera encendido lumbre en mucho tiempo; no vio pucheros
-ni cacharros, ni más que fragmentos de loza, utensilios rotos. Como
-sintiera el tembliqueo de los baldosines, indicio del paso de alguna
-persona, se fue tras el sonidillo, creyendo encontrar a quien le había
-franqueado la puerta; pero ni sombra ni rastro de persona vio por parte
-alguna.
-
-Después de vagar un buen rato volvió a encontrarse en la sala, donde
-Becerro continuaba tal como le dejara, atento al papel en que escribía
-con firme pulso y sin levantar mano. No se detuvo allí el curioso, que
-ansiaba explorar la otra parte de la casa, y por una puertecilla que
-cerca de la mesa del nigromante se abría, pasó a un gabinete mejor
-apañado y dispuesto que lo demás de la vivienda. En él vio la cama sin
-sábanas, doblados por la mitad los colchones. Algo de inveterado y
-permanente en el doblez de los colchones revelaba que si el señor de
-la casa no comía, tampoco dormía... Fijose Tarsis en dos cuadros y dos
-tablas de escuela flamenca, representando escenas religiosas con fondo
-de arquitectura y paisaje; y siguiendo su observación de izquierda a
-derecha, dio con sus miradas en un hermoso espejo con negro marco...
-Allí fue su estupor, allí su pasmo y sobrecogimiento.
-
-Por un rato no dio el caballero crédito a sus ojos: se acercaba,
-retrocedía. Mas el cristal, que era de una limpidez asombrosa, no
-copiaba la imagen frente a él colocada. En vez de verse a sí mismo,
-Tarsis vio en el cristal, como asomándose a él, la propia y exacta
-imagen de la damita sud-americana, de quien estaba ciegamente
-enamorado. Mirole ella gozosa y risueña, mostrándose en la faceta más
-sugestiva y brillante de su hermosura, que era la dulce alegría. La
-suspensión del ánimo no fue tal que el caballero dejara de romper el
-silencio.
-
---Cintia --exclamó casi pegando su rostro al cristal, sin que por esta
-proximidad se acercara también el de la linda bogotana--, Cintia, ¿eres
-tú de verdad, o eres pintura, artificio de la luz en el vidrio, por
-obra del discípulo de Lucifer que vive en esta casa?
-
---Soy yo, Carlos de Tarsis. ¿Verdad que es gracioso vernos aquí? Yo no
-ceso de reírme...
-
---Sácame de esta horrible duda, Cintia. ¿Es esto una casa encantada?
-
---Encantada no. Yo estoy en mi casa. Acabo de levantarme.
-
---¿En tu casa de Madrid?
-
---No, tonto: estoy en París. Ayer compré este espejo en casa de un
-anticuario. Hoy, verás... me dan ganas de mirarme en él, y... ¡qué
-sorpresa, qué gracia, qué chiste tan modernista! Cuando creía ver mi
-cara en el espejo, veo la tuya.
-
---Esto me aterra, Cintia.
-
---A mí no. ¿Sabes, Carlos, que aquí me encontré con unas amigas
-argentinas muy simpáticas? No sabíamos qué hacer y nos hemos puesto
-a estudiar eso que llaman ciencias ocultas. Es divertidísimo, puedes
-creerlo. Tenemos una profesora que se llama _Madame de Circe_, y un
-adjunto chiquitín, _Monsieur de Tiresias_, que adivina cuanto hay que
-adivinar. Por las noches nos dan sesiones deliciosas en que oímos ruido
-de platos por el techo, y roce de manos que pasan arrebatando los
-objetos. Créelo: nos divertimos la mar.
-
---Mientras te oigo, hermosa Cintia --dijo Tarsis, abrumado de
-tristeza--, pienso que me he muerto, y que estoy vagando en el inmenso
-tedio de la inmortalidad, como astilla flotante en el océano.
-
---Vivir y morir todo viene a ser lo mismo --replicó Cintia, mostrando
-la doble carrera de sus lindísimos dientes al desplegar los labios
-en franca risa--. Ha sido para mí una suerte muy grande verte ahora,
-cuando creía que ya no te vería más, Carlos. ¿Es esto milagro, es esto
-hechicería? Sea lo que fuere, yo me alegro de poder decirte que no me
-he casado.
-
---¡Cintia!
-
---Que no me he casado con el diplomático. ¿Cómo quieres que te lo diga?
-Reñimos hace quince días por una simpleza... Un poco tarde, pero a
-tiempo aún, vine a conocer que no le quería. Es un cuco, un egoísta
-como todos... Vienen al olor de una rica dote...
-
---Cintia, tu riqueza te da derecho a despreciarnos. Quisiera que fueses
-un poco menos severa conmigo.
-
---Sí que lo seré... pero ahora, caballero Tarsis, no puedo entretenerme
-más... ¿Qué, qué ibas a decirme? He visto en tus labios una palabra que
-se ha retirado antes de sonar.
-
---Iba a decirte que nunca te vi tan bella como ahora te veo.
-
---¡Qué tonto! Estaré horrorosa. ¡Hace un rato que salí del baño! Me
-envolví en este ropón, y me acerqué al espejo para mirarme.
-
-Aunque oprimía la vestimenta contra su busto para taparlo bien, aún
-exageró el movimiento pudoroso hasta no dejar ver más que la cabeza. El
-galán la contemplaba embelesado. La visión dijo:
-
---Me parece, caballero Tarsis, que ya es hora de que te deje en paz...
-Retírate tú también por tu lado...
-
-Se alejó sin volver la espalda, hasta quedar en término lejano; hizo
-con la mano un gracioso saludo, y desapareció como luz extinguida por
-un soplo.
-
-
-
-
-V
-
-Siguen los prodigiosos y disparatados fenómenos, hasta determinar lo
-que es final y principio.
-
-
-Abalanzose don Carlos de Tarsis al espejo, y puestos en él manos y
-rostro, se aseguró de que era cristal y no un hueco por donde pudieran
-verse estancias vecinas. Luego salió con paso y andar de borracho,
-tropezando en los muebles y agarrándose a cuanto encontraba, hasta
-llegar a la próxima sala, donde permanecía, como alma trasunta en
-papeles, el erudito endemoniado; y viendo una silla frente a la mesa
-en que aquel trabajaba, dejose caer en ella, soltando la voz a estas
-angustiadas razones:
-
---Tu casa está encantada, o tú eres un demonio con figura de Augusto
-Becerro.
-
-Sin inmutarse, suspendiendo del papel la pluma, el embrujado amigo le
-respondió:
-
---No aceleres tu juicio, ni apliques dicterios infernales a este
-estado de felicidad perfecta. No interrumpas mis estudios, que ahora
-estoy en las apreturas de demostrar que el Rey Sabio don Alfonso X
-fue precursor de mi don Enrique de Villena, pues en su _Libro de los
-juegos de ajedrez, dados et tablas_ dice que no se puede jugar bien
-al ajedrez sin saber de astrología. Lo mismo siente y declara el
-Maestre de Santiago en su _Libro de Aojamiento y Fascinología_, y ello
-concuerda... Verás.
-
-Dijo esto tomando del rimero de la izquierda un gordo y mugriento
-librote, que abrió por un punto marcado.
-
---Verás: este es el famosísimo y fundamental libro de _Encantamentos_,
-escrito por el propio Merlín en lengua bretona, y traducido al italiano
-por _Messer Zorzí_...
-
---Déjame: tu erudición me produce horrible cefalalgia --dijo el prócer
-haciendo almohada de sus brazos sobre la mesa para descansar en ella la
-cabeza.
-
-Impávido siguió el otro:
-
---Autores de más crédito, como el desconocido español que compuso
-_El Baladro de Merlín_, sienten y aseguran que este no nació de
-ayuntamiento del diablo con doncella bretona, sino que un ángel le
-dio la existencia. No el trato con demonios, sino el estudio de la
-astrología, le dio su saber profundo de cuanto se refiere al destino
-del alma, y al estado de encantamiento y beatitud de las criaturas...
-Te diré que _baladro_ es como decir _alarido_ o _voz espantosa_, porque
-el gran Merlín, padre de la verdadera ciencia, fue encantado por su
-mujer, digamos manceba, llamada Bibiana, la cual volvió contra él la
-virtud o maleficio de un amuleto poderoso. De mujer no se podía esperar
-cosa buena. Quedó Merlín preso para siempre en la espesura de un bosque
-de Inglaterra, donde aún está, y cuanto se ha hecho para encontrarle ha
-sido inútil. Desde la profundidad de su encantamiento lanza de vez en
-cuando unos baladros o bramidos que se oyen a mil leguas a la redonda y
-hacen temblar toda la tierra.
-
---Déjame, calla: eres un torbellino de disparates --murmuró el
-descendiente de Japhet, hijo de Noé, agarrándose el cráneo como para
-sujetar la razón que se le escapaba.
-
-Sintió, al decir esto, un retemblido profundo como terremoto. El
-sacudimiento del suelo se transmitió a libros y papeles, que por un
-instante se movieron y saltaron. Oyó luego cerca de sí un retintín
-metálico. Eran los duros que había dejado sobre la mesa, y que
-iniciaron un ligero movimiento de baile. Al caballero le pesaba la
-cabeza como si fuese de plomo. Con vigoroso esfuerzo se levantó
-gritando:
-
---Dime por dónde salgo de esta cueva... ¿Dónde está la salida? Ábrete,
-laberinto...
-
-Dio algunas vueltas por la estancia palpando el aire, y no pudiendo con
-su propio cuerpo, que requería la horizontal, fue a caer en una especie
-de banco acolchonado, diván o canapé, situado entre ventana y balcón.
-Allí quedó tendido, tieso y sin conocimiento; y aunque el pelote del
-relleno era duro y desigual, el noble marqués no se movió en largas
-horas.
-
-En el tiempo que estuvo exánime, _Asur, hijo del Victorioso_ fue a su
-casa y volvió de ella, lo cual no quiere decir que se moviera, sino
-que el espíritu, arrastrando a la que llaman vil materia, o tal vez
-solo, voló a su vivienda lejana, que era en lo alto del barrio de
-Salamanca. Desflorando calles, se aproximó a la suya, y a medida que se
-acercaba, una fuerza irresistible le cortaba la andadura, llamándole
-hacia atrás para que obedeciese a su voluntad, esclava y presa en la
-encantada mansión del sabio. A pesar de los tirones que hacia atrás le
-daban manos invisibles, Tarsis tuvo la sensación de entrar en su casa,
-que era grande y hermosa, bien dispuesta para morada de un rico. Con
-excepción de algunos cuadros y bronces de gran valor, que había tenido
-que vender, conservaba el rico ajuar que fue de sus padres. Llegó el
-hombre a su dormitorio, y después de contemplar con amoroso embeleso el
-retrato de Cintia que en marco de hierro nielado allí tenía, se acostó,
-quedándose profundamente dormido sin soñar cosa alguna, como no fuera
-una ligera visión de Bibiana, la querindanga de Merlín... Al despertar
-se vio en el camastro o divanastro de la morada becerril, y el dolor
-de sus huesos le dijo que había estado largo tiempo sobre aquellos
-pelotes duros, y en el suplicio de los gastados muelles, que al menor
-movimiento gemían, clavándose en las carnes.
-
-Don Carlos dejó allí día y encontró noche, que le pareció muy avanzada.
-La caverna papirácea, sin otra luz que la de una bombilla eléctrica
-colgante sobre la mesa en que trabajaba el hechicero, era más triste de
-noche que de tarde. Dijérase que los innumerables libracos que por el
-día trataban de cosas divertidas y amenas, por la noche llenaban sus
-páginas de sucesos fúnebres y trágicos. Tarsis dio suelta a sus ideas
-para que libre y perezosamente se extendiesen con vuelo bajo, posándose
-donde quisieran, y este abandono de la disciplina mental le llevó a un
-dulce estado de inconsciencia melancólica.
-
-Miró el buen señor su reloj y lo encontró parado. Al poco rato, sin
-saber la hora, sintió el tin-tin de los ladrillos mal sentados o rotos.
-Alguien andaba por los adentros de la casa; el ruidillo aumentaba;
-no eran una ni dos personas las que acusaron su presencia con el leve
-pisar en los baldosines musicantes... el tin-tin se acercaba, y por fin
-entró en la sala. El caballero apreció el paso de seres invisibles,
-como si entraran por la puerta de un lado y salieran por la del
-otro. Alguno pasó muy cerca de él, casi rozando con el diván. Por un
-momento pudo creer Tarsis que el ser aéreo se sentaba a su lado... Con
-movimiento instintivo, con calofrío y temor, se incorporó.
-
-Mediano rato duraron las carreras de una parte a otra de la casa, y
-durante este inocente juego no visto, notó el caballero que algunos
-libros y papeles saltaron de las mesas, y fueron a caer en mitad de
-la estancia. Siguió ruido de palmoteo que andaba por el aire cerca
-del techo. El ruido pasó a un aposento que no debía de estar lejano,
-y con el cual no se veía comunicación abierta; y de allí, confundido
-con las palmadas, vino repiqueteo de crótalos. Estos sonaban apagados
-y sin vibración, como si el choque de la madera se ablandara en
-manos de trapo. El ritmo era extraño, absurdo. Tarsis no le encontró
-adaptación a ninguna danza conocida. Y al son de los crótalos con
-sordina y de manos algodonadas, trepidaba todo el suelo de la casa.
-Becerro proseguía inmóvil, como un santo doctor de los que están en los
-altares, la pluma en la mano, los ojos fijos en un infolio abierto por
-la mitad.
-
-Contemplando la embalsamada figura de su amigo, el Marqués de Mudarra
-trató de confortarse, requiriendo la normalidad. Pensaba que todo aquel
-aparato ultrasensible, la visión de Cintia y el ruido de bailoteo
-de espíritus, podía ser una farsa, obra de la física recreativa, o
-de algún maestro en ilusionismo y prestidigitación. Afirmándose en
-esta idea, se levantó con ánimo de dar un papirotazo en la cabeza del
-fingido hechicero; pero apenas puso los pies en el suelo, estalló en
-los aires un trueno formidable, y casi al mismo tiempo, con diferencia
-de segundos, otro más rimbombante en lo hondo de la tierra, y la casa
-se abrió y desbarató cual si fuera de bizcocho. Desapareció el techo,
-dejando ver un cielo estrellado; las paredes se abrieron, los libros
-transformáronse en árboles, y don José Augusto saltó de su asiento por
-encima de la mesa, convertido en un perrillo cabezudo y rabilargo.
-Hallose Tarsis en un suelo de césped, rodeado de robustas encinas,
-sin rastro de casas ni edificación alguna. De la sorpresa y susto por
-tan maravilloso cambio de escena, trató de recobrarse el caballero
-diciendo: «Sigue la farsa. Ahora tenemos una mutación de teatro hecha
-por habilísimos maquinistas y escenógrafos.»
-
-No le dejó completar su pensamiento la súbita presencia de un tropel de
-muchachas, lo menos cincuenta, guapísimas, vestidas tan a la ligera,
-que no llevaban más que un fresco avío de lampazos, con que cubrían lo
-que la honestidad quiere y ha querido siempre que se cubra. Piernas
-y brazos trazaban en el aire, con ritmo alegre, airosas curvas y
-piruetas. Eran, más que ninfas, amazonas membrudas, fuertes, ágiles,
-los rostros hermosísimos y atezados. Traza tenían de mujeronas de raza
-y edad primitivas, heroicas. Su aventajada talla y la solidez de su
-estructura muscular no consentían imitación por medios teatrales. Ni
-con actrices ni con escogida comparsería podían los taumaturgos de la
-escena presentar espectáculo semejante, por lo cual Tarsis abandonó el
-concepto de lo real para volverse al de lo maravilloso... Las ninfas
-hombrunas rompieron a coro en un grito salvaje, _ijujú_, que retumbó en
-los senos de la selva. Y conforme gritaban se partieron en dos alas,
-dejando en medio un ancho camino para que por él pasara, con porte de
-reina, una esbelta matrona que salió de la espesura de las encinas.
-
-Tarsis quedó embelesado, y no se hartaba de mirar y admirar la excelsa
-figura, que por su andar majestuoso, su nobilísimo ademán, su luengo y
-severo traje oscuro, sin ningún arrequive, más parecía diosa que mujer.
-Era su rostro hermoso y grave, pasado ya de la juventud a una madurez
-lozana; los cabellos blancos, la boca bien rasgueada y risueña. Pensó
-Carlos que aquel rostro y aquel empaque de principal señora, no le
-eran desconocidos. ¿Habíala visto en algún salón de la alta sociedad
-de Madrid? Tal vez. No pudo darse cuenta de nada más, y la idea de que
-la dama veraneaba en aquellos selváticos parajes, cruzó por su mente
-como un relámpago... ¿Y quién demonios eran las danzantes morenas
-de libres piernas y arqueados brazos? El buen Tarsis no tenía idea
-de la naturaleza y origen de estas raras visiones. Nunca vio en la
-realidad figuras de tan robusta belleza. Estatuaria de carne y hueso
-como aquella, no se usaba ya en la humanidad. Cuando esto pensaba, dos
-o más de las mujeronas o dríadas fornidas se apoderaron del pobre
-caballero, cogiéndole de una y otra mano, y zarandeándole le llevaron
-consigo, cantando, entre risas y en lengua de él no comprendida, himnos
-alegres. En esto, Tarsis vio de espaldas a la matrona, que seguía con
-grave lentitud su camino. Tras ella iba Becerro, convertido, no ya en
-perrillo, sino en perrazo de tan lucida talla, que mirándolo bien se
-advertía que era león de tomo y lomo, un poco anciano ya y algo raído
-de melena, dando a entender su larga domesticidad... Miró al amigo y
-agitó su tiesa cola con bizarra señal de simpatía.
-
-Sudoroso y sofocado seguía el prócer a las mujeres, que en fuerza y
-agilidad le superaban más de lo que él quisiera. Poniéndoles cara
-risueña y tratando de acomodar su flojedad pulmonar al incansable vigor
-de ellas, les dijo:
-
---Ninfas, zagalas, señoritas, amazonas, o lo que sean, ¿tendrán la
-bondad de decirme si estoy encantado?
-
-Y ellas le contestaron con vocerío de júbilo y burlas, y con el sonoro
-_ijujú_, que lo decía todo... Siguieron, y como él se rindiera,
-lleváronle largo trecho en volandas, a retaguardia de la fantástica
-procesión... Al llegar a una meseta despejada de arboleda alta, donde
-se deprimía bruscamente el suelo por la izquierda, arrancando en
-ladera que hacia profundos barrancos descendía, las juguetonas ninfas
-hombrunas se divirtieron zarandeando a don Carlos de Tarsis, entre
-gozosos _ijujúes_ y _ajijíes_, y después de balancearle como a un
-pelele, le lanzaron con ímpetu por la pendiente abajo.
-
-¡Ay, caballero de mi alma, qué será de ti en ese rodar hacia la
-desconocida hondura! Válgante tus buenas obras para salvarte, que
-algunas ha de haber entre tus innúmeros pecados; favorézcate Dios con
-que no caigas sobre peñascales duros, sino sobre retamas tiernas o
-tomillos olorosos, o disponga que en sus brazos te reciba una grácil
-hada de blanco y blando seno.
-
-
-
-
-VI
-
-Donde verdaderamente empiezan las verdaderas e inverosímiles andanzas
-del caballero encantado.
-
-
-Se sabe que Tarsis, hallándose vivo y sano muchos días después de lo
-narrado, tenía por dormitorio un pajar erigido sobre el establo en que
-diversos animales pasaban la noche. Hecho a nueva vida sin notorio
-aprendizaje, se despertaba al alba, sacudía y estiraba sus miembros,
-se vestía, y al instante prestaba su ayuda al amo, dando pienso a las
-bestias y unciendo la yunta para el trabajo... Se sabe también que en
-aquel primer período de su encanto, el caballero había perdido toda
-noción de su primitiva personalidad, por un embotamiento absoluto de
-la memoria. Tan solo recordaba los hechos próximos al estado presente;
-su nueva conciencia embrionaria los completaba con vagas y equívocas
-impresiones de una edad anterior a la villana condición que encantado
-tenía.
-
-En esta baja existencia, el caballero se llamaba Gil, nombre que en su
-sentir había tenido desde la cuna, y se hallaba dotado de gran fuerza
-muscular. De sus supuestos padres, que padres había de tener, vivos o
-difuntos, nada o poco sabía, ni de ello se curaba. La subconciencia
-o conciencia elemental estaba en él como escondida y agazapada en lo
-recóndito del ser, hasta que el curso de la vida la descubriera y
-alentara de nuevo. Así lo dicen los estudiosos que examinan estas cosas
-enrevesadas de la física y la psiquis, y así lo reproduce el narrador
-sin meterse a discernir lo cierto de lo dudoso.
-
-Andaban ya de soslayo por la tierra los rayos del sol espantando la
-neblina, cuando Gil llegaba con su yunta al campo llamado de Algares,
-extenso barbecho que ya en tiempo oportuno había sido alzado, y en mayo
-recibía la segunda labor, a la que dicen binar. Iba con él el amo, de
-quien se hablará luego. Quería ver cómo acometía el mozo faena tan
-larga y dura, y calcular por el aire que llevara si podría terminarla
-en dos mañanas cumplidas. Ya en el punto del primer surco, marcado
-por la labor de alzar, metió Gil la reja, azuzó la yunta con un _sóo_
-cariñoso, y empuñada la esteva con vigorosa mano, empezó a trazar el
-surco, llevándolo tan derecho, que por regla sobre un papel no se
-trazara mejor.
-
---Vas bien, Gil --le dijo el amo viéndole llegar de la primera
-vuelta--. Haz por labrar hoy hasta la olmeda, y lo demás quedará para
-mañana. Yo me voy a ver cómo está lo de Tordehita, que quedó encharcado
-con las aguas del sábado, y luego me subo al Toral para decirle a
-_Ginio_ que esta tarde me lleve las ovejas a Nafría, donde a la cuenta
-que tenemos mejor pasto. Adiós, y no te tumbes cuando yo me vaya.
-
-Diciéndolo se fue, y su figura escueta se perdió en la planicie
-solitaria, a trechos verde, a trechos amarilla.
-
-Quedó Gil solo arando, sin más compañía que la del sol, que a la ida le
-caldeaba las espaldas, y a la vuelta le bailaba delante de los ojos.
-Con toda su voluntad puesta en el puño y este en la esteva, regía con
-inflexible derechura la labor. Trazados seis surcos, descansó para su
-almuerzo, que fue breve y frugal. Junto al arranque del primer surco
-tenía su chaqueta, el barrilillo de agua, el saco de su comida, y otro
-con el pienso de las vacas; custodiaba estos avíos un perro de la casa
-llamado _Moro_, que no se movía de su guardia. Perro y gañán frente a
-frente, en amor y compaña, comieron de un trozo de pan con torreznos
-que les había puesto en el morral la _señá Usebia_. A entrambos les
-supo a gloria por lo avanzado de la mañana, y después volvió el uno
-a coger la esteva, y el otro quedó guardando la chaqueta y costales.
-Toda la mañana transcurrió en esta guisa, el can dormitando, el mozo
-haciendo rayas con el arado, labor harto penosa, la más primitiva
-y elemental que realiza el hombre sobre la tierra, obra que por su
-antigüedad, y por ser como maestra y norma de los demás esfuerzos
-humanos, tiene algo de religiosa.
-
-Sudaba Gil la gota gorda, y todos los músculos de su cuerpo contribuían
-con su tensión a la faena sagrada. De la misma fatiga sacaba mayor
-esfuerzo. No desmayaba; que sobre las flaquezas del cuerpo resplandecía
-en el alma el sentimiento de la obligación. Gil era fiel pagador
-del pan que ganaba, y daba su energía por su sustento. De la ruda
-tarea no tenía más testigos que el cielo que le miraba, el perro
-dormitante y los pájaros que se adueñaban de aquellos anchos aires.
-Las maricas vocingleras venían a merodear con aleteo y brinquitos en
-los surcos recién abiertos; las abubillas se llamaban de olmo a olmo
-con tres golpes, y bandadas de chovas o grajos volaban con solemnidad
-procesional del llano a la sierra o de la sierra al llano.
-
-Terminada la media huebra que el amo le asignara, Gil retirose con su
-yunta, sus talegos y el perro, y a la casa llegó antes que el amo,
-que andaba en la inspección de sembrados y majadas. Preguntole el ama
-si había hecho la media huebra, y dada la respuesta afirmativa sin
-jactancia, procedió a quitar el arado; luego desligó de los cuernos
-de las vacas las coyundas que sujetaban el yugo, separó este, y los
-benéficos animales se fueron a su establo requiriendo con sus húmedos
-hocicos el pienso. El de la familia tardaría un poco más, porque el amo
-no parecía; salió el hijo a un altozano, orilla de la casa, de donde
-oteaba el sendero por donde había de recalar el padre. _Usebia_, en el
-portal, cortaba de un pan las rebanadas para la sopa, y Gil, servido
-el pienso al ganado, fue a servir a la cochina y sus crías, cuyo
-cubil allí se llama _corte_, y les regaló con mondaduras de patatas
-envueltas en harina de centeno. En esto el chico que estaba de vigía
-vino a la carrera diciendo:
-
---Ya viene padre.
-
-Y la _señá Usebia_, que ya tenía la mesa puesta y el cocido en su
-punto, se dispuso a calar la sopa.
-
-No se pasa de aquí sin decir que el lugar se llamaba Aldehuela de
-Pedralba, situado como a legua y media de la caída occidental de
-la sierra de Guadarrama, y que el amo de Gil era José Caminero,
-honradísimo trabajador, esclavo del áspero terruño y de la inclemente
-comarca en que había nacido. Como unos veinte años le llevaba en edad
-a su mujer Eusebia, todavía en cierto punto de frescura y lozanía.
-La esposa, con su nativa fortaleza, se defendía de los estragos del
-trabajo incesante y rudo, mientras el marido, al cabo de cuarenta
-años o más de tremenda porfía con la tierra, era ya un atleta cansino
-y derrengado, con todo el vigor recluido en los pensamientos, en la
-palabra y en la voluntad. Tenían un hijo, a la sazón de diez años,
-que también se llamaba Pepe, por el afán del padre de perpetuarse, no
-solo en la tierra, sino en el nombre, avidez de vida durable ya que
-no eterna. El chico iba a la escuela, donde si un poco le enseñaba
-el maestro, más le enseñaban los otros chicos, profesores de juegos,
-enredos y travesuras. En verano, que es tiempo de vacaciones, olvidaban
-lo poco que aprendieron en invierno (escaso de días por el descuento
-de fiestas religiosas, patrióticas y palatinas), y la bandada se
-establecía de sol a sol en los aledaños del pueblo, ejercitándose en
-la barbarie de coger nidos. Cosechaban además endrinas y moras de
-zarza en campo libre, y afanaban fruta en terrenos vedados, o bien
-apedreábanse con rápido manejo de hondas que ellos mismos hacían.
-
-Poseía José Caminero, por herencia, la casa en que vivía, dos huertas y
-hermoso prado, dos o tres hazas de excelente tierra, en que cosechaba
-patatas, trigo para el pan de la casa, garbanzos, algarroba. Con esto,
-y el averío, y el cerdo, y las terneras, vivía pobremente sin ahogos,
-sin mirar demasiado la cara al día de mañana. Pero a poco de casarse le
-picó la ambición: queriendo dar mejor empleo a su pericia de labrador,
-tomó en arrendamiento las tierras de Algares, Tordehita y Tordelepe,
-que por su miga y anchuras eran buen campo de ilusiones campesinas. Los
-primeros años no le fue mal; pero luego _empezó a cojear el galgo_,
-como decía el pobre Caminero: vinieron, ahora la seca, ahora el
-pedrisco; se pidió rebaja de la renta, y la subieron; se esperó alivio
-en la contribución, y la recargó el maldito Gobierno; siguieron los
-arbitrios para salir del año, los enredos del préstamo y la usura, y
-así, por fatal gradación, se llegó al desequilibrio de la casa en el
-tiempo en que Gil entró a servir en ella. Siempre había tenido Caminero
-dos criados para su labranza; pero aquel año la necesidad de economías
-le obligó a reducir la servidumbre a un solo mozo, y este de los que
-llaman _agosteros_, contratados por pocos meses, que terminaban el día
-de San Agustín. En esta fecha cobraría Gil su soldada de catorce duros,
-quedando libre para buscar otro acomodo.
-
-Pues, señor, como se ha dicho, llegó el punto de ponerse a comer.
-Sentáronse a la mesa, que más bien era banco, cubierto de un mantel
-de días, Caminero y su hijo, enfrente Gil. Al lado derecho del amo
-debía comer Eusebia, que en pie hizo el calado de la sopa, vertiendo
-en la cazuela, sobre las rebanadas de pan, el hirviente caldo. Luego
-se sentó a comerlas con los demás, soplando todos en la cucharada para
-enfriar. Después el ama volcó el cocido en la misma cazuela, apartando
-la carne, y de la cazuela comían todos, que es un comer más familiar y
-democrático que el usado por gente fina. Siguieron la carne y tocino,
-que eran engaño para meter en la barriga buena carga de pan. Eusebia
-cortaba con suma destreza las rebanadas que iba dando a cada uno.
-
-Mientras comían no era la conversación serena y plácida, sino ansiosa
-y entrecortada de graves aprensiones. Comían como los soldados que
-a prisa engullen su alimento entre batalla y batalla. Caminero y su
-mujer, sin mirarse apenas, cambiaban frases recelosas.
-
---Desmedrado tenemos el trigo, que no granará si no manda Dios agua...
-
---Yo, por esta rodilla mía derecha, barruntaba ayer agua, y hoy, por el
-poco de sordera, barrunto secura. Dios nos mire y el cielo nos llore...
-
---Mujer, sobre tanta calamidad, me _paiz_ que tendremos la tiña del
-garbanzo...
-
---Ni en chanza lo digas, José. Eso nos faltaba. Si enferma el
-garbanzal, ¿año, a dónde vas?...
-
---Las patatas de Tordelepe piden con necesidad que las aporquemos. No
-pase de esta tarde. Vámonos todos a remediarlas con la segunda cava.
-
-Todo lo decían Caminero y su mujer. Gil no desplegaba sus labios. De
-las buenas cualidades del mozo, la que más estimaban sus amos era el
-silencio. Obedecía, sin chistar, cuantas órdenes se le daban, y jamás
-ponía comentario ni observación. Por su docilidad y apego al trabajo,
-los amos le querían... Pues en cuanto comieron se apresuró el mozo
-a enalbardar la borrica para el ama, y se fueron todos a Tordelepe,
-cada cual con su azada, y hasta el chico llevó la suya de juguete,
-y toda la santa tarde estuvieron cavando. _La Usebia_ era una fiera
-para el trabajo, y doblada de cintura cavaba y arrimaba la tierra que
-daba gusto. José, tronzado por el violento esfuerzo que su dignidad de
-labrador le imponía, hizo lo que pudo, y Gil, incansable jayán, remató
-la labor antes que fuera de noche, con lo que respiraron, limpiándose
-el sudor, y se volvieron, _Usebia_ en la burra con el chico, y las
-azadas colgadas de la grupa. No iban alegres, pues cada cual llevaba
-su afán: la mujer llegar a tiempo de hacer la cena, el hombre, traer
-a su magín los afanes del día siguiente. No descansaban, no vivían;
-cada hora, preñada de inquietudes, paría en sus últimos minutos las
-inquietudes de las horas sucesivas.
-
-A prima noche, encendidas las teas en la cocina y avivada la lumbre,
-_Usebia_ preparaba un calderón de patatas con briznas de bacalao...
-Cenaron; el chico se durmió con la cuchara en la mano. Marido y mujer
-hacían cálculos de lo que podrían reunir para pagar la renta. _Usebia_,
-que entre ceja y ceja llevaba el libro de caja, o sea mental aritmética
-de las monedas sepultadas en el arcón, aseguró que por mucho que
-estiraran no llegarían a juntar lo preciso. El buen Caminero se rascaba
-la oreja, sin que del rasquido saliera la solución del problema. Oía
-Gil estas cosas y callaba, compadecido de sus amos, a quienes daría sus
-ojos si con los ojos pudieran remediarse...
-
-En previsión de un gravísimo atasco, se acordó llevar al mercado de
-Pedralba cuanto se pudiese... Como el mercado era en jueves, el martes
-lo dedicó Gil a terminar la huebra; el miércoles fue al monte por
-leña, operación que era para él un descanso, pues iba en el carro,
-cortaba la leña, cargaba, y en ello se le iba todo el día sin gran
-fatiga muscular. Gustábale la expedición al monte por lo que tenía de
-paseo, de divagación en ambiente fresco y puro, de hablar con gente
-que a la ida y a la vuelta encontraba, parloteando en alguna vereda
-con muchachas bonitas, que le decían burlas y veras graciosas, como
-rozadura de cardo y olor de tomillos.
-
-Aquel día montó el gañán en el carro con el niño de la casa y otros
-dos, amiguitos de este, que se pirraban por llevar al monte el programa
-de sus diabluras. Gil no dio paz al hacha, y cortó carrascas, ramas de
-fresno y de escaramujo, estepa y jara cuanto pudo; gran cantidad de
-retama para el horno y de helechos para la cama del ganado. Los chicos
-con febril actividad le ayudaban, trabajando con hoces y hachuelas
-de juguete. Con certera pedrada mataron a un pobre conejo, y a palos
-dieron cuenta de una culebra que no les hacía ningún daño... De
-vuelta a la casa, al caer de la tarde, se pensó en disponer lo que al
-siguiente día había de llevarse al mercado. El ama supo atraer a su
-parecer el del fatigado marido, y ella fue quien organizó y determinó
-la pacotilla de artículos para la venta por buen dinero. Viéraisla al
-romper el día montada en su burra, con un saco de trigo a la grupa,
-alforjas en el arzón, varios líos, uno de ellos con merienda, y ella
-bien compuesta, con su pañuelo cruzado al pecho, prendido con un
-vistoso alfiler, y otro, de colorines, liado a la cabeza con el nudo
-sobre la frente.
-
-A su lado iba Gil, también un poquito aseado. En la mano derecha
-llevaba el cordel con que sujetaba y conducía tres lechoncitos atados
-por la pata; en la izquierda, la vara con que a la pollina dirigía, al
-hombro un saco mediado de garbanzos. Delante, con carrera retozona,
-iba el perro _Moro_. Por el camino, que era largo, de más de legua y
-media, _Usebia_ charlaba de diversos asuntos; el mozo nunca iniciaba la
-conversación, por ser muy corto y bien mirado. Si ella no enhebraba la
-palabra, irían todo el camino como dos cartujos. Debe decirse que el
-ama quería mucho a su sirviente, por las buenas prendas de él, por su
-talante sufrido y humilde, y porque jamás hizo ascos a las obligaciones
-por duras que fuesen. Queríale también, mejor dicho, le miraba con
-buenos ojos, porque era muy guapo, de cuerpo gallardísimo, la cara bien
-adornada y la boca pulida. Con alma cándida y sin malicia le elogiaba
-ante las vecinas diciendo:
-
---Tengo un criado _como un pino de oro_.
-
-Cuidaba de tenerle la ropa lavada y bien arregladita; reservábale
-alguna golosina para después de comer, y cuando le veía rendido del
-trabajo, y no estaban presentes José ni el chiquillo, llamábale a la
-cocina y le daba un huevo asado en la ceniza, añadiendo maternales
-consuelos:
-
---Toma, hijo, que ese cuerpo necesita que le echen un reparo, y dos.
-
-Como se ha dicho, Eusebia planteaba las conversaciones durante el
-viaje, las cuales solían recaer en lo desabrido que era Gil con las
-mozas del pueblo, pues otro menos metidijo en sí se habría echado ya
-cuantas novias quisiera; que si comúnmente hubo tres Giles para una
-moza, estando él habría diez para un Gil; y todas le habían de querer,
-y en alguna encontraría holgura para casarse. A esto respondía Gil con
-respetuosas y discretas razones, diciendo que antes era el ganar que el
-enamorar, porque hombre sin blanca es despreciado de sí mismo. Huérfano
-era y arrimado a la pared de una buena casa, y por el pronto no haría
-más que dar gusto a sus amos y aprender la labranza. Eusebia unas veces
-asentía con aires de persona sesuda; otras celebraba con risas las
-sosadas del mancebo, oyéndolas como agudezas y donaires.
-
-Con este inocente parlar llegaron a Pedralba, lugar asentado en una
-peña flanqueada de murallones, con una sola puerta. Encamináronse a
-la plaza y cogieron puesto. En otras circunstancias, Eusebia vendía
-sus frutos y compraba escabeche, azúcar, pimentón, cebollas, alguna
-herramienta, y una túrdiga de pellejo para hacer las abarcas. Pero
-en aquella ocasión triste, a casa no se llevaría más que un poco de
-pimentón y una zafrita con vinagre. Sus garbanzos, su trigo, sus pollos
-y huevos, sus lechoncitos y demás cosas que llevaba, los cambiaría por
-dinero contante para llevarle a José una buena ayuda de la renta. Así
-lo hizo; mas no pudo allegar todo el numerario que quería. El dinero
-escaseaba. Decidiéndose a vender algunos artículos a desprecio, pudo
-llevarse algo más de trescientos reales.
-
-Desalentados tomaron el camino de Aldehuela; mas el sentimiento del mal
-negocio no impidió a la curiosa _Usebia_ tirar de la lengua al criado
-para que, descuidándose en el hablar, diese a conocer sus intenciones y
-pensamientos.
-
---Si tanto callas, Gil --le dijo--, pensaré que estás encantado.
-
-Con esto se avivó la conversación, y el ama se entretuvo en tocar
-delicadamente diferentes puntos de amor, como relación de mozo con
-moza, de soltero con viuda, o de casada con mozo libre, que era gran
-pecado de _escandalorio_, cosa fea, en verdad, por el mal ejemplo.
-Contestaba Gil con discreción y juicio. Mas esta conversación y otras
-que se sucedieron, no merecen referencia por ahora, que noticias de
-mayor fuste reclaman la atención del narrador.
-
-Pasaron días después de aquel en que fueron al mercado de Pedralba, y
-al mercado volvieron, y en estos ires y venires iba resurgiendo en el
-alma de Gil la conciencia de su primitiva personalidad. Era como luz
-tenue y rosada de Oriente después de noche oscura. Apuntaron primero
-nociones vagas de anterior vida, atisbos de memoria que remusga y se
-despereza. En su existencia villana, Gil no sabía leer ni escribir.
-Un día, estando en Pedralba, vio un letrero de tienda, y lo leyó y se
-hizo cargo de su sentido; poco después vio en las esquinas un bando
-del alcalde, y se enteró sin perder sílaba. En el suelo encontró un
-cacho de periódico, y se recreó en su lectura. Empezaba, pues, el
-desdoblamiento de las dos figuras, de las dos personalidades, desdoblar
-lento, que los estudiosos de la _psiquis_ comparan a las primitivas
-funciones de la vida vegetal. Poco a poco se daba cuenta de que había
-sido otro, y de que la anterior y la presente naturaleza se reconocían
-demarcándose, y se aproximaban como procurando la reconciliación.
-Serían, pues, dos en uno, o un uno doble, y aunque esto no se entienda,
-fuerza es declararlo así, dándolo por posible, para que lo crea
-el vulgo y lo acepte con fe ciega y no razonada; que si se admite
-el imposible del milagro, también se ha de admitir el absurdo del
-encantamiento, y en ambas formas del misterio habrá que decir: las
-bromas o pesadas o no darlas.
-
-Sucedió, pues, que por grados llegó Gil a la conciencia de su anterior
-vida de caballero, y la plenitud del desdoblamiento fue determinada de
-súbito por un incidente, por una palabra... Hallándose en la cocina,
-oyó el mozo que sus amos, azorados y medrosos, hablaban del aprieto de
-sus intereses. A la luz de las teas humeantes, José leyó unos apuntes
-de su sobado libro de cuentas, y después dijo:
-
---Aun para el plazo atrasado nos faltan doscientos reales; que para el
-vencido de _antier_ no tenemos ni con qué empezar.
-
-A lo que replicó Eusebia con impávida resolución:
-
---No hemos de morir por eso, José. Desentendámonos de don Gaytán, y
-escribamos mañana mismo al señor de Bálsamo.
-
-Esta palabra, este _Bálsamo_, fue el golpe o manotazo que acabó de
-descorrer el velo. Gil vio su interior inundado de luz, y se dijo: «Ya
-estoy en mí, en el mí de ayer. Soy don Carlos de Tarsis.»
-
-
-
-
-VII
-
-De la venida de don Gaytán de Sepúlveda, con otros inauditos sucesos
-que verá el que leyere.
-
-
-Al siguiente jueves (que lo narrado fue un martes), llegó a la
-delantera de la casucha un hidalgo viejo montado en una yegua pía. Era
-don Gaytán de Sepúlveda, a quien la gente del país designaba con la
-forma arcaica de su nombre de pila, sin duda por ser él un viviente
-arcaísmo. Andaba don Cayetano de Sepúlveda al ras de los setenta
-años, y se mantenía terne y activo de todos sus órganos, excepto de
-la vista, por lo que usaba gafas muy fuertes de présbita, montadas
-en concha y con vidrios laterales. Su rostro afilado más parecía de
-dómine que de lo que era, un ricachón de quien se decía que traspalaba
-las onzas; mas como ya no hay onzas, debía decirse que apilaba los
-fajos de billetes de Banco. Llevaba un sombrero negro, achambergado,
-y un capote de barragán que no soltaba hasta el cuarenta de mayo, o
-más. Era terrateniente, fuerte ganadero y monopolizador de lanas,
-banquero rural, y de añadidura cacique o compinche de los cacicones
-del distrito; hombre, en fin, que a todo el mundo, a Dios inclusive,
-llamaba de tú...
-
-Acudió Gil a tenerle el estribo, al punto que salían a recibirle José y
-Eusebia, ambos con sonrisa de conejo, que es mixtura de risa y temor.
-Pasaron el visitante y sus amigos a la cocina. La plática fue breve,
-pues don Gaytán era hombre que ahorraba la saliva tanto como el dinero,
-y excesivamente modesto en todo, había suprimido el lujo de las vagas
-conversaciones. Después de darse y tomarse varias explicaciones, don
-Gaytán sacó un papelejo escrito y dijo a Caminero:
-
---Amigo, ahorremos palabras. Fírmame esto, y se acabaron tus afanes.
-Y para redondear la cifra, que no me gustan picos, ya lo sabes, toma
-estas trescientas veinticinco pesetas. Ea, ya estás salvado por hoy...
-Mañana, Dios, que a los buenos no abandona, acabará de sacarte el pie
-del lodo...
-
-Firmó José, que por hallarse con el agua al cuello no veía nada más
-allá del momento presente. Mirándole trazar la embrollada rúbrica, don
-Gaytán masculló esta frase:
-
---Y ya no tienes para qué escribirle a Bálsamo, que ya sabes que soy su
-poderhabiente para todo. Ya le diré yo que has pagado. Descansa, hijo,
-y ve tirando, que el que tira llega, y el que cae se levanta.
-
-Tanto José como Eusebia tuvieron que mostrarse agradecidos, porque
-si bien el viejo zorro les hipotecaba el mañana con el aumento de una
-deuda ya muy crecida, habíales quitado del pescuezo la cuerda que les
-ahogaba. Invitole el ama a remojar el gaznate con vinillo blanco, del
-que siempre tenía corta provisión para casos como el que aquel día se
-presentaba. Aceptó el viejo con gusto, y mientras se relamía entre
-sorbo y sorbo, sacó súbitamente de la memoria un asunto de interés que
-se le había olvidado.
-
---Ya decía yo --exclamó-- que algo se me trascordaba. Es que quiero
-pediros un favor. Tenéis aquí un jayán que vale por dos; ese Gil, de
-quien decíais que es una bestia para el trabajo y un ángel por la
-fidelidad. Como ahora, José, tu primer cuidado debe ser meterte en las
-economías, cédeme ese chicarrón, que a mí me hará buena obra, ya sea en
-Tagarabuena, donde no falta labor, ya en Micereses de Suso, donde tengo
-la cabaña. Tú le trataste de agostero, y lleva mes y medio contigo.
-Págale cuatro duros, que es lo que por hoy le debes, y yo me cargo con
-lo restante hasta San Agustín o más, que según lo que él vale por su
-estampa y alzada, así como por su buen natural, pienso que lo tomaré
-para el año entero.
-
-Rascándose la mollera, por lo duro que se le hacía ceder tan buen
-criado, Caminero dijo a su mujer:
-
---¿Qué te parece, _Usebia_?
-
-Y _Usebia_, haciéndose cargo de que no podían dar un no al ricacho
-camandulero, se violentó terriblemente para contestar:
-
---Por mí, que se lo lleve.
-
-Y al punto salió a la puerta de la casa para echar fuera un gran
-suspiro, que se levantó como tempestad dentro de su pecho.
-
-Ajustada la cesión del esclavo, don Gaytán quiso antes de marcharse
-dar un golpe de vista a las tierras de Tordehita. Como José había de
-ir a Nafría y Gil al molino, Eusebia tuvo que acompañar al maldito
-vejestorio, y lo hizo muy a contrapelo por la gran ojeriza que le había
-tomado. Al volver de la visita campestre, que fue muy del gusto del
-hidalgo, este bromeó con Eusebia, recordándole el feliz tiempo en que
-la tuvo de servicio en su casa de Tagarabuena, siendo ella mocita. En
-tales añoranzas, parose el viejo; palpó con atrevida mano las mejillas
-y papada de la rústica jamona de buen ver, y con risilla desdentada
-soltó estos cínicos piropos:
-
---No pasan años, _Usebilla_, y aún estás muy lozana, y como quien dice,
-tentadora de un santo. Si quieres que holguemos un ratico, me hallarás
-en Nafría de hoy en ocho.
-
---¡Oxte, que pico... Oxte, que restrego, señor! Déjeme quieta.
-
---Respingona, párate un poco. Es un proponer. A Nafría puedes ir con
-el pretexto de llevarme unos pollos... que en buena ley nada harías de
-más, Eusebia, por el favor que habéis recibido de mí. Ea, no cocees,
-hija, que se te corre la albarda. Ten entendido que no estoy viejo ni
-cansado más que de la vista... Tú piénsalo, que de pensar las cosas
-nada se pierde.
-
-Aceleró Eusebia el paso para zafarse de tal impertinencia y volvieron
-a la casa, donde don Gaytán montó en su yegua y se fue bendito de Dios.
-Quedó concertado que Gil se reuniría con su nuevo señor en Nafría,
-entrada de la sierra, para seguir luego juntos hacia Tagarabuena... La
-despedida del mozo fue harto triste, porque él había tomado ley a sus
-amos, y estos le querían, el ama con cariño más hondo y con mayor pena
-de la despedida, por ser pena y cariño disimulados.
-
-Hallándose Gil en el oscuro establo dando a las vacas el último pienso
-que de sus manos habían de recibir, llegose a él Eusebia con el
-propósito manifiesto de llevarle su ropa bien arregladita y el oculto
-de darle los íntimos adioses. Lo primero fue entregarle, para merienda
-en el camino, dos huevos asados en la ceniza, escogidos entre los más
-gordos; un cuarterón de pan, y sobre ello estas tiernas palabras:
-
---Dos penas tuve contigo: la de no poder quererte a cara levantada, y
-la de ofender a mi marido, que es un santo. Santo él y yo pecadora,
-ahora viene el que te nos vayas, dejándonos a José y a mí muy
-desconsolados: a él, porque te quería para mulo de trabajo; a mí,
-porque te quiero para animal de mi gusto... Adiós, mi pino de oro;
-adiós, mi barragán florido...
-
-Al decirlo, echábale Eusebia los brazos y acariciaba los graciosos
-rizos que ornaban la frente de Gil... Este correspondió a las ternezas
-del ama, que maldiciendo la ausencia no quería dar por finiquitos sus
-criminales amores, y así le dijo:
-
---Si te deja en Tagarabuena ese perro de don Gaytán, irás alguna vez al
-mercado de Pedralba, y allí nos encontraremos y podremos venir juntos
-hasta la espesura de los castaños de Algodre, donde loqueábamos sin que
-nos viera nadie: solo Dios nos veía... y la burra y el _Moro_.
-
-Gil asentía galanamente a todo, y ella, soltando y secando lágrimas, le
-despidió con las postreras ternuras:
-
---Adiós, hijo. Dios te guíe, la Virgen te acompañe y a los dos nos
-perdone. Tras de ti se me quiere ir el alma. ¡Ay! aquí me quedo penando
-por no verte y por la perrada que hago a mi José, que cuando el cuco
-canta él se rasca la cabeza... Adiós mil veces, pedazo de gloria,
-estrella de tu ama.
-
-Partió Gil atristado, mas con espera de mejor acomodo; que en él
-renacían vagas ambiciones. Y nunca fue más verdadero el viejo refrán
-_Más mal hay en el aldegüela del que se suena_, porque en la vecindad
-de la _Usebia_, y en todo el lugar, corría el vientecillo de que
-despedían al mozo por barraganía, y que cuando José Caminero salía al
-campo, los pájaros, cantando el cucú, le decían su mal... Llegó Gil
-a Nafría[*], donde pasó la noche: allí tenía don Gaytán un hato de
-doscientas cabezas. El nuevo amo partió de mañana, llevando consigo
-a Gil en un caballejo _ropero_, y al paso llegaron a Tagarabuena y
-de allí a Micereses, que es el cruce de la cañada real de Burgos con
-otros caminos pastoriles por donde los ganados subían a la sierra. El
-lugar y todo su contorno embelesaron a Gil; que si como tal Gil había
-visto poco mundo, como Tarsis refrescaba en su memoria las viajatas
-por Europa, y nada de lo que en ellas gozó igualaba en belleza a lo
-que miraba entonces. Bien es verdad que según se vean las cosas, así
-toman mayor o menor relieve en nuestro espíritu. No es lo mismo admirar
-la naturaleza desde la ventanilla de un tren o desde la terraza de un
-hotel, que contemplar un trozo de laderas y monte con absoluta libertad
-de espíritu, sintiéndose el espectador tan bravío y salvaje como lo que
-contempla, y siendo, en verdad, parte o complemento del paisaje, ser de
-su ser, pincelada de su pintura, rima y cadencia de su poesía.
-
- [*] Los nombres de senderos y lugares, absolutamente castizos, se
- emplean aquí con criterio convencional, prescindiendo del rigor
- geográfico.
-
-Los vellones de niebla que se desgarraban al calentar del sol,
-iban descubriendo las altas rocas y las mansas colinas, con un
-juego caprichoso que demostraba el bello desorden y las armónicas
-irregularidades de la Naturaleza. Por momentos se despejaban las cimas
-antes que los bajos; por momentos se iluminaba lo próximo mientras se
-encapuchaban los oteros lejanos. Cuando todo quedó desnudo de vapores,
-se vio brillar el verde húmedo de las diferentes matas y del intrincado
-follaje arbóreo que matizaba las pendientes, dejando calvas aquí y
-allí, o escondiendo el cauce torcido de los regatos que bulliciosos
-bajaban rezongando entre piedras. Tal era Micereses de Arriba, desde
-donde Gil veía extenderse hasta lo infinito la llanada de Castilla,
-inmenso blasón con cuarteles verdes franjeados de bordadura parda,
-cuarteles de oro con losanges de gules, que eran el rojo de las
-amapolas. En medio de este campo iluminado de tan nobles colorines,
-aparecían desperdigados en la lejanía pueblecillos de aspecto terroso
-con altas y puntiagudas torres, como velas de fantásticos bajeles que
-navegaban hacia el horizonte.
-
-Comió Gil con los pastores en medio del campo, donde sesteaban otras
-doscientas o más ovejas, parte pequeña de la riqueza pecuaria de don
-Gaytán. Con fraternal confianza se sentaron todos en el santo suelo
-musgoso, formando rueda en torno del cazolón, y con cucharas de palo
-despacharon el condumio, que por la sazón del aire serrano y del
-bárbaro apetito, a todos supo a gloria. Luego trincaron, pasándose de
-uno en otro a la redonda un voluminoso zaque, y a todos les quedó el
-dejo de una pueril alegría. Y a medida que se aclaraba en el alma de
-Gil la conciencia de su anterior naturaleza, crecía su gusto de la vida
-villana, y en esta, más que la ocupación labradora, le agradaba la
-pastoril, por gozar en ella de absoluta independencia de espíritu.
-
-Al rabadán del hato que allí pastaba conoció Gil en Aldehuela. Sin
-más que el breve trato y yantar en Micereses de Suso, quedaron muy
-amigos. Llamábanle Sancho, y era un hombrachón como un castillo, de
-condición leal y ruda cortesía. Todo fue satisfactorio para Gil-Tarsis
-en aquel día risueño, porque el amo destinó a Sancho a la mayoralía
-de otro rebaño más copioso que no tardaría en venir por la Cañada
-Real a Micereses de Abajo, y con él iría Gil en calidad de zagal de
-segunda. Al atardecer partieron ambos a pie, y por el camino Sancho
-iba instruyendo al mozo de sus obligaciones, y dándole una ilustrada
-conferencia sobre el ordenamiento de los grandes rebaños, que vienen
-a ser como ejércitos, con su general en jefe, al que obedecen los
-pastores que rigen los distintos cuerpos o masas ovejunas, con su
-impedimenta de vituallas y ropa, su vigilancia y guardería de perros,
-y su arte de campaña para ir por el camino más corto a los prados más
-suculentos.
-
-Al amanecer de un claro día, hallándose Gil con su amigo en un sitio
-llamado la Cuernanava, por donde pasa el ancho camino pastoril, vio
-venir el rebaño grande de Gaytán, o de los Gaytanes (que era cofradía
-de hijo y padre), el cual desde lejos se anunciaba por el grave son de
-los zumbos. Delante venía el mayoral con las manos colgadas del palo
-que sobre los hombros traía, y a un lado marchaban dos enormes carneros
-barbudos y bien cornados, de cuyos pescuezos pendían los cencerros o
-campanos zumbantes. Seguía la grey apiñada, balando y apretándose unas
-reses con otras, como friolentas, pues ya dejado habían la riqueza de
-sus lanas en los esquileos de Santo Tomé de Nieva. Como un tercio de
-ellas eran merinas, las demás manchegas. Avanzaban poco, porque en los
-bordes de la cañada y en la cañada misma encontraban qué comer. Los
-pastores y zagales acudían a las que salían de filas, trayéndolas con
-voces y amenaza de palos al apiñado conjunto que ondulaba marchando.
-Arreciaban los balidos; repicaban los cencerros con belénica armonía
-rústica de nacimiento del Niño Dios. Los perros diligentes corrían por
-los flancos de la comunidad restableciendo el orden y trayendo a filas,
-con ladridos y achuchones, a las ovejas desmandadas. En el centro del
-lanoso cotarro andante, se destacaba el caballo _ropero_ cargado
-de morrales, en que traían el repuesto de aceite, vinagre y sal,
-que llaman _cundido_, el corto dinero para sus gastos, las sartenes
-y cazolones para sus comidas. Era un animal selvático y paciente,
-todo crinoso y peludo, contento de su suerte y servidor fiel de la
-cuadrilla, hombres y cuatropea.
-
-Llegó la grey a un sitio llamado Sesmo de Trogeda, donde se cruzan la
-Real de Burgos con la Real de Soria; tomó por una chaparrada, después
-entró en el concejo de San Bartolomé del Querque, siguieron por la Hoya
-de Horcajada; de la Cañada Real pasaron a un camino transversal, que en
-lenguaje mesteño se llama _cordel_, y por él llegaron a Micereses de
-Yuso, donde pararon ya bien entrado el día. Allí tenían pasto abundante
-las ovejas, y los hombres descanso, conversación y un vislumbre de
-esparcimiento social.
-
-Hízose allí el cambio de personal, quedando Sancho de generalísimo,
-con Gil a sus inmediatas órdenes, y después de mediodía siguieron su
-camino por el Mojón de los Enebrillos, y por un largo y yermo campo,
-llamado Iloluengo, llegaron al sitio en que habían de pasar la noche,
-que era un otero verdegueante, salpicado de peñas, al que llamaban
-_descansadero_, sitio de abrigo y amenidad. Se hizo alto a prima noche,
-a punto que salía la luna, redonda y amarilla, dando al cielo gala, y a
-la tierra dulce y templada claridad.
-
-Cenando las sabrosas migas, Sancho prosiguió la información que de la
-vida pastoril venía dando a su compañero.
-
---Este oficio --le dijo-- es el más holgado y menos enfermizo que
-conocen los hombres, y con ser tan antiguo como el roncar, no se ha
-encontrado cosa más arrimada a lo natural que esta vida nuestra. Probes
-semos hogaño, tan probes como cuando adoramos al Niño Dios en el Portal
-de Belén. Pero la probeza es nuestra honra y nuestra paz. La mesma sopa
-y las mesmas migas que comíamos entonces comemos ahora, y la mesmísima
-licencia de los amos tenemos para comernos la oveja perniquebrada,
-y alguna sobrera que en días de recio queramos matar... Desventajas
-tiene el oficio por un lado, y es que viva separadico de su mujer el
-pastor que la tenga, y que a todos nos falte calor y trato de hembra;
-pero, si bien lo miras, es por otro lado ventaja que estemos libres del
-quebradero que trae la vida con la mujer en casa, y del sobresalto de
-tener que cuidar de ella. Mejor es que Dios tome sobre sí ese cuidado,
-y nosotros vivamos en descanso, fiados en que la honra de ellas está a
-cargo de la Santísima Virgen y del Santo Ángel de la Guarda.
-
-Todo esto le pareció muy bien a Gil, el cual estuvo de acuerdo con su
-jefe en que la ausencia y privación de mujer no había de ser absoluta,
-porque alguna vez entraban y se detenían en poblado. En lugares y
-villas o en sus aledaños, milagro había de ser que no les salieran
-haldas a que agarrarse. Y a esto dijo Sancho con humor sentencioso y
-castizo:
-
---Con lobos y con mujeres, toparás más que quisieres.
-
-Dentro de una gran rastrojera, cercada de piedra y que a los Gaytanes
-pertenecía, se acomodó el ganado. Algunos pastores se guarecieron en
-el chozo que en el extremo más elevado del cerco había. El ambiente
-era tibio y sereno. Gil, que gustaba de tumbarse al aire libre en
-noches plácidas de verano bajo un cielo esplendoroso, eligió para su
-descanso un lugar blando de hierba ya seca, al amparo de una peña que
-lo guardaba del Norte. Al rato de mirar al firmamento, echó la boina
-sobre sus ojos, y pensando que pensaba, lo que hizo fue dormirse...
-A una hora que le pareció la del alba por la claridad que vio en la
-faja de Oriente, despertó el zagalón sobrecogido, como si alguien le
-llamara. A un tiempo creyó sentir un golpecito en su cuello y una voz
-que le nombraba. Pero a su lado no había nadie. Despabilado y en pie,
-persistió la ilusión de la voz... Gil volvió sus miradas de nuevo hacia
-el resplandor creciente de la aurora.
-
-Hacia aquella parte subía el terreno por escalones naturales de
-césped y de rocas bajas, y como a las diez varas de suave subida se
-veían enormes piedras de extraña forma, que más parecían estar allí
-por colocación que por natural asiento. Unas había que semejaban
-deformes cuadrúpedos, otras osamentas de monstruosos animales de fauna
-desconocida. No faltaba cierta simetría en la erección de estos bultos
-de piedra sobre un suelo plano. Al fondo de aquel ingente propileo,
-vio Gil dos colosales monolitos plantados como columnas, y sosteniendo
-sobre sus cabeceras otro témpano horizontal. Pasando bajo aquel
-pórtico, vio una rampa, en la cual aglomeraciones musgosas parecían
-vestigios de una escalera. Subió el pastor hasta llegar a un túmulo,
-que también podía ser trono, y en este... ¡Ay! si no le engañaban
-sus ojos, si no era un durmiente que se paseaba por los espacios del
-ensueño, lo que vio era una mujer, una señora sentada en aquel escabel,
-y la maravilla de tal visión fue completada con otra maravilla de la
-Naturaleza. Precipitó el sol su salida, y sus rayos se esparcieron por
-el cielo en deslumbrador semicírculo y en disposición tan peregrina,
-que parecían salir de la cabeza de la señora, o que esta coincidía
-propiamente con el padre sol.
-
-Del estupor y sobresalto que embargaron el ánimo del pobre Gil, cayó
-este de rodillas, casi tocando la orla del vestido de la dama, y
-próximo a ella pudo advertir que se hallaba en presencia de la matrona
-que vio en la noche de su encantamiento, escoltada por las ninfas o
-amazonas galanas que danzaban con claqueteo de crótalos, y que a él
-le zarandearon de lo lindo... Reconoció la faz de augusta nobleza,
-los cabellos blancos, la severa vestimenta, la mirada benigna, el
-sonreír afable... Sintió Gil renovado el miedo intensísimo de aquella
-hora fatídica del encanto, y no sabía sacar de su oprimido pecho
-palabra alguna. La dama entonces, sin énfasis de teatro, sin tonillo
-de aparición fantástica, antes bien con el llano y gentil lenguaje que
-emplear podría cualquier señora viva de la más ilustre clase social, le
-dijo:
-
---Sosiéguese el buen Tarsis, y no se asuste de mi presencia, ni
-vea en ella un caso sobrenatural para regocijo de niños y pastores
-inocentes... Yo soy quien soy; mi reino no es el cielo, sino la tierra,
-y mis hijos no son ángeles, sino hombres.
-
-Oyendo estas palabras, Gil se fue recobrando de su pavura. A una
-señal cariñosa de la dama se puso en pie, y otra señal, maternalmente
-imperativa, le indujo a sentarse en un pedrusco frontero al que la
-prodigiosa figura ocupaba. Con nuevos alientos, pudo sacar de su pecho
-estas graves expresiones:
-
---Señora, la gloriosa majestad que en tu semblante y modos se
-manifiesta, me dice que eres reina, divinidad, espíritu que por su
-propia virtud se hace visible.
-
-Y ella dijo:
-
---Reina es poco, divinidad es demasiado; espíritu y materia soy, madre
-de gentes y tronco de una de las más excelsas familias humanas. Adórame
-si vivo en tu sentimiento; pero no me rebajes a la condición de imagen
-erigida en altares idolátricos.
-
-Se adelantó Gil con piadosa efusión a besarle la mano, y ella,
-requiriendo la del pastor como apoyo para levantarse, dijo así:
-
---Vieja soy, hijo mío; pero mi ancianidad no es más que la expresión
-visible de mi luenga vida. Debajo de estas canas llevo escondida
-mi juventud para cuando sea de mi gusto mostrarla. Vivo en todos
-y en cada uno de los dominios que poseo. Si hoy me has visto en
-este triste collado, es porque aquí suelo venir atraída de fuertes
-querencias atávicas. Yo también he tenido infancia. Estas piedras
-adustas me vieron mozuela, más bien niña, ofrendando a dioses que ya
-se fueron para no volver. Soy más vieja que las lenguas, más vieja
-que las religiones, y he visto pasar pueblos como pasan tus ovejas
-por mis cañadas seculares... Pero ya es hora de que me dejes y te
-incorpores a tu rebaño, que ya está el buen Sancho disponiendo la
-marcha. Vuelve a tu majada, hijo mío, y si deseas verme y hablarme con
-descanso, yo deseo lo propio, ya que estás encantadito para bien tuyo
-y mío, como te diré... Andaréis todo este día y parte de la noche,
-hasta llegar a beber en aguas de mi Duero. Pasando el río por mi San
-Esteban de Gormaz, seguiréis por el camino que va de este pueblo a
-mi querida ciudad de _Hotzema_, que ahora llamáis Osma. En un punto,
-que yo escogeré, de ese largo camino me hallarás... Adiós, Tarsis. No
-te entretengas; Sancho te busca: vais a partir. En el chozo tienes
-tu desayuno, pan con torreznos. No dejes de tomarlo (_con elegante
-humorismo_), ni por hablar conmigo creas que eres solo espíritu. Hay
-que comer, hijo. Yo también como. (_Mostrando un pan celtíbero de
-centeno y miel._) Adiós, hijo. Tu Madre no te olvida.
-
-
-
-
-VIII
-
-Prodigiosa y familiar conversación que tuvieron el caballero y la Madre
-desconocida.
-
-
-Descendió Gil de aquel foro salvaje, y apenas llegó junto a Sancho,
-este le dijo que había hecho mal en andar por entre aquellos erguidos
-pedruscos, donde moraban duendes o endriagos.
-
---Esos peñascones que ves fueron altares, no de moros, como algunos
-creen, sino de otras plebes que antes de ellos vinieron a España.
-
---¿Fenicios... cartagineses?
-
---No... Otro nombre tenían de más antigüedad, que no se me acuerda.
-Lo que ves es el _despiazo_ de las iglesias que aquí tenían, y que
-eran gentiles, o de un sacerdocio que comulgaba comiéndose carneros
-crudos... En los recovecos de las peñas quedan diablos que fueron
-de aquella _seta_, y yo te aseguro por mi fe que vi a dos o tres de
-ellos una noche que me dio la mala idea de subirme allí a dormir. Son
-cuatropea, al modo de micos grandes; la cabeza tienen de cabrón, rabo
-corto y empinado, y los ojos como ascuas de fuego azul tirando a verde.
-
-Recogieron los pastores sus bártulos, y el ganado se puso en marcha.
-Todo el día anduvieron por lugares cuyos nombres oía Gil por primera
-vez. Recorriendo cañadas y cordeles pernoctaron en un corralón que no
-era ya de los Gaytanes, sino de otra familia llamada los _Gaitines_;
-pasaron una puente jorobada de cinco ojos, y ¡hala, hala!... fueron a
-dormir al amparo de una villa no pequeña, toda de color barroso, de
-pobre y desordenado caserío. No había casa que no pareciese reñida con
-la inmediata, ni calle que no estuviera enemistada con los pies de los
-transeúntes, pues todo era guijarros, hoyos, charcos y montones de
-basura y escombros.
-
-Tempranito fue Gil a echar un vistazo al pueblo; vio huertos de
-lino en flor, plantíos de alcacer, y al embocar en una plazoleta
-de estrambótica irregularidad, abierta a las eras por uno de sus
-lados, vio una puerta románica muy bella y toda desmochada en su
-gracioso adorno, como si hubiera estado rodando durante siglos por un
-despeñadero. Era puerta de iglesia humilde, y por ella salían mendigos
-de cuyos hombros colgaban jironadas anguarinas o capas pardas, cojos,
-tullidos, legañosos; salían mujeres, viejas las más, alguna joven y
-bonita, con sus pañuelos o las sayas en la cabeza. Parose Gil a mirar
-a las que le parecieron guapas, que de esta curiosidad ingénita y
-examen de bellezas no le curara ningún encantamiento, y estando en ello
-vio que salía también por la vetusta puerta la señora de los albos
-cabellos, la del aire augusto, la de extremada belleza madura, la
-Madre, en fin, que se le apareció en el bárbaro santuario céltico.
-
-Vestía la dama la misma túnica severa, sin más novedad que un velo
-negro echado desde el cabello a la espalda; traía en una de sus manos
-un rosario menudo liado en los dedos. Dirigiose a él con semblante
-afable, diciéndole:
-
---Ya sabía que estabas aquí... Vámonos a esta otra parte y podremos
-hablar.
-
-Maravillado quedó Tarsis de la sencillez y del tono familiar con que la
-señora le acogía, y ella con noble gracejo le dijo:
-
---Ya ves cómo puedo hacer mi aparición sin ningún aparato, ni
-comparsería, ni rayos de sol...
-
-Luego, con paso tranquilo, se internaron en angosta calleja rematada
-en un arco, por el cual salieron a un campillo donde había corpulentos
-álamos y una fuente sin agua, flanqueada de bancos de piedra. En uno
-de estos sentáronse la buena Madre y el pastor Gil, y a su gusto
-y comodidad platicaron. Discurrían por allí raros transeúntes que
-saludaban sin manifestar estrañeza ni asombro ante las dos figuras.
-Veían a la Madre como a persona familiar de todos conocida... Lo que
-hablaron fue como sigue:
-
- TARSIS.--En cuanto me hice cargo de mi encantamiento, días ha, señora
- y Madre, comprendí que este no era por daño mío, sino al modo de
- enseñanza o castigo por mis enormes desaciertos.
-
- LA MADRE.--Así es. Se te ata corto a la vida, para que adquieras el
- cabal conocimiento de ella y sepas con qué fatigas angustiosas se
- crea la riqueza que derrocháis en los ocios de la Corte. Verdades hay
- clarísimas, que vosotros, los caballeretes ricos, no aprendéis hasta
- que esas verdades os duelen, hasta que se vuelven contra vosotros
- los hierros con que afligís a los pobres esclavos, labradores de la
- tierra, que es como decir artífices de vuestra comodidad, de vuestros
- placeres y caprichos. ¿Qué tal, Tarsis amigo? ¿Te has divertido
- sudando la gota gorda sobre el surco? Es un deporte lindísimo.
- ¿Verdad que no hay juguete como el arado? ¡Pobrecillo! ¿No sabías
- que echabas los bofes sobre tus tierras de Tordehita y Tordelepe?
- Digo mal, porque ya no son tuyas: son de Bálsamo y Gaytán, mitad por
- mitad... Mientras esos te van desplumando, tú continuarás en estas
- galeras, rema que te rema, y caerán sobre ti mayores humillaciones
- y trabajos... Todo lo mereces, Tarsis, y porque mucho te estimo, he
- de llevar hasta el fin la obra justiciera de tu escarmiento. Pensando
- solo en ti mismo y ávido de goces, no has tenido consideración de tus
- pobres esclavos. Te pedían rebaja de la renta, y ordenabas a Bálsamo
- que la aumentase; creías que hay dos humanidades, el señorío y la
- servidumbre, y en el primero te ponías tú, y decretabas el abandono
- impío de los infelices que, derrengándose como animales de carga,
- labraban tu bienestar. Cuando te faltaba dinero, o lo obtenías de la
- usura, tu lenguaje era un chorro de pesimismo repugnante. Maldecías
- de todo y a mí me escarnecías, sosteniendo que nada hay en mí que
- valga un ardite: ni ciencia, ni artes, ni negocios, ni trabajo, ni
- literatura.
-
- TARSIS. ~(Humildísimo.)~--Es verdad, Madre, que tal pensaba y decía.
- Perdóname. Tu indulgencia no me faltará, pues bien sabes que el
- español mimado y sin dinero es peor que un perro hidrófobo... No me
- disculpo, ni atenúo mi falta... Solo me permito decirte, con todo
- respeto, que soy y he sido malo; pero no el peor. Españoles hay que
- merecen más duro encantamiento, Madre querida.
-
- LA MADRE.--Ya, ya... Los hay peores, hijo mío, y a esos aplico
- con rigor más grande el poder que me ha dado Dios. Y no creas que
- mi ejemplaridad consiste en _volver la tortilla_, como dice el
- vulgo, haciendo a los ricos pobres y a los pobres ricos: no. Eso
- sería trocar los términos de desigualdad, agravando la injusticia
- y aumentando la confusión. Verás lo que hace tu Madre. A los que
- cruelmente, ávidamente, sin trabajo propio, apurando la máquina
- muscular de siervos embrutecidos, sacan del suelo el mineral y
- fácilmente lo convierten en plata y oro, les llevo a una profunda
- y negra galería, y allí les tengo con su picachón en la mano todo
- el tiempo que se me antoja, arrancando carbón, hierro u otra rica
- materia, y cargando las vagonetas. A los ricos avarientos que sin
- esfuerzo, sentaditos en sus escritorios, hinchan hasta lo absurdo sus
- capitales, les condeno a mozos de cuerda para que me lleven bultos
- y baúles a las estaciones. Políticos de esos que rigen grupos o
- partidos, irán por una temporada a sudar el quilo en bajos oficios
- de carteros o peatones; y haré una leva de oradores para llevarlos a
- desempeñar curatos de pueblo, con obligación de predicar en la misa
- dominical y en todas las novenas...
-
- TARSIS. ~(Alegre, movido a hilaridad.)~--Madre, por respeto a tu
- excelsa persona no suelto la risa. Cuanto has dicho es digno de tu
- nativo ingenio picaresco. No serías quien eres si no pusieras el
- donaire aun en tus obras de justicia. Dime, y perdona mi curiosidad:
- ¿alguna o algunas damas principales no recibirán tu lección severa?
-
- LA MADRE.--¡Oh, sí, hijo mío! No serán una ni dos las que vayan a
- estas galeras correccionales, ya que no redentoras. Pero no debo
- seguir confiándote mis planes, ni tú debes pedirme más noticias de
- encantos, como no sean del tuyo.
-
- TARSIS.--Pues si para lo del mío me das licencia, déjame que te
- pida esclarecimiento del asombroso aparato con que fui traído
- del estado noble al estado villano. No puedo olvidar la casa de
- Becerro, perfecta decoración de nigromante; no puedo olvidar la
- imagen de mi hermosa Cintia, con quien hablé de un lado a otro del
- espejo. Pero todo esto fue juego de niños si lo comparo con el
- estrépito de cataclismo, que mudó la decoración de sala telarañosa
- en selva magnífica iluminada por una o varias lunas. ¿De qué abismos
- espirituales vino el maravilloso coro de ninfas morenas, algo
- hombrunas, de fornidas piernas, torneados brazos y rostros helénicos,
- que al compás de los crótalos danzaban en dos hileras, por entre las
- cuales pasaste tú y te vi por vez primera en todo el esplendor de tu
- soberana majestad? ¿Por ventura, es de rigor que al pobre encantado
- le zarandeen, como hicieron conmigo aquellas hermosas brutas,
- arrojándome después a una barranquera, por la que fui rodando hasta
- dar con mis pobres huesos en la Aldehuela?
-
- LA MADRE.--No, hijo: tu transfiguración se hizo en formas
- extraordinarias y con un poquito de bambolla teatral, por lo que te
- diré...
-
- TARSIS. ~(Alarmado, oyendo rumor cercano de zumbos.)~--¡Ay, Madre
- del alma! mi ganado se pone en marcha, y no tendré más remedio que
- dejarte con la palabra en la boca, que es gran pena para mí.
-
- LA MADRE.--No te apures, hijo. Siéntate. Deja que salga tu rebaño.
- Ni Sancho ni los demás pastores y zagales notarán tu ausencia. Yo te
- llevaré a donde les encuentres...
-
- TARSIS.--Sin juramento podrás creerme que mejor estoy contigo que
- junto a Sancho y sus ovejas, y si luego me llevas en volandas a
- donde ellas estén mañana, bien podré exclamar con toda el alma:
- «¡Encantado!»
-
- LA MADRE.--Pues te decía que la maravilla de tu paso de un vivir
- a otro se debió a un oficioso entusiasmo de tu amigo Pepe Augusto
- Becerro, que quiso demostrarte con desusada pompa y ruido su afecto y
- su gratitud. Tiempo ha que practicaba la magia. No te asombres, Gil,
- si te digo que entre la magia y la erudición existe un entrañable
- parentesco: ambas artes toman su savia de la antigüedad remota.
- El erudito devorador de archivos se embriaga del zumo espirituoso
- contenido en los códices, y acaba por poseer el don de suprema
- alucinación, de penetrar en el alma de las cosas y de sojuzgar el
- mundo físico. En el profundo estudio que hizo Becerro de los libros
- de caballería, llegó a sorprender el intríngulis magnético de las
- _Urgandas_ y _Merlines_ y el dinamismo prodigioso de _Madanfabul_,
- de _Famongomadán_ y otros apreciables gigantes. Metido luego en el
- laberinto del Marqués de Villena, visitó el interior de sus redomas,
- y en ellas y en podridos pergaminos aprendió mil sutilezas. Yo te
- lo diré sin reparo: aunque soy tan vieja, mejor dicho, aunque en
- antigüedad no me gana nadie, siento poca simpatía por la erudición
- secamente erudita, quiero decir, por el saber de menudencias que
- maldito lo que interesan a la humanidad viva. A pesar de esto,
- las leyes de mi existencia me obligan a transigir hasta con los
- maniáticos, y a pasar algunos ratos en los archivos polvorosos y en
- las acartonadas academias... Y más de una vez he tenido que recurrir
- al sabio para que viniese en auxilio de mi memoria, que en el correr
- de tantos años y siglos suele flaquear y oscurecerse. «Pepito --le
- pregunto--. ¿En qué fecha vino Julio César a España por tercera
- vegada?» Y él me lo dice gustoso, y me cuenta después que traía la
- calva remediada por un gracioso artificio de su corto cabello. Otro
- día me cuenta que Sertorio se afeitaba solo, y que a Perpena le
- molestaban los sabañones.
-
- TARSIS.--Yo también he sido benévolo con Becerro y he soportado
- sus ataques de erudición. Yo le favorecí cuanto pude ayudándole a
- mantener la caterva de sus hermanas, cuyo número se perdía en la
- oscuridad de las matemáticas. Raro era el día en que no estaba una de
- cuerpo presente o sacramentada.
-
- LA MADRE. ~(Risueña.)~--Entiendo yo que eran como figuras
- emblemáticas de las épocas históricas: edad céltica, edad fenicia,
- griega, romana, período gótico, ciclos astur, leonés, castellano,
- arábigo-castellano y castellano-aragonés, _etcétera, etcétera_.
- Las he conocido y he tratado de contarlas, reduciendo a cifra la
- innumerabilidad y catálogo de las fantásticas hembras, hermanas de
- nuestro amigo. La muerte aparente de una traía la emergencia de otra.
- No se alimentaban; salían a los espacios como seres alados y volvían
- con un granito de cañamón en el pico para alimentar al hermano. Hoy,
- según creo, todas se han muerto y todas viven. Son seres engendrados
- por el espíritu de la erudición, de la ciencia del ocioso investigar
- infecundo... Pues estas magas, brujas o como quieras llamarlas,
- fueron las que, bajo la dirección de Becerro, organizaron el
- teatral aparato que te causó tanto asombro. Me opuse; hace tiempo
- que me hastían los actos ceremoniosos, y me incomoda el verme
- representada con los atributos de que tan ruin abuso se ha hecho en
- las cabeceras de los mapas, y en las etiquetas de la industria. Yo
- dije al gran Becerro: «Pepito, no me saques en mojiganga.» Pero él
- no me hacía caso; estaba loco: a todo trance quería glorificarme y
- glorificar a su amigo Tarsis, y ya viste la brillante, la estrepitosa
- farándula que armó. Como empresario de pompas teatrales, a los vagos
- espíritus de sus hermanas dio hechura de mozarronas celtíberas,
- de pierna desnuda y andadura selvática, y a mí me hizo desfilar
- entre claridades como bengalas... Notarías que iba yo sofocando
- la risa. Era que me hacía mucha gracia ver a Pepito convertido en
- león... león apócrifo, ya lo comprenderías por su facha. Al mío, a
- mi auténtico león heráldico, que hace tiempo anda bastante achacoso
- y desmejoradillo, le he mandado al Atlas para que se reponga con los
- aires nativos.
-
- TARSIS.--Pues aunque yo estaba en aquel momento bastante asustado
- y sin ganas de broma, me reí un poco de la facha leonina de Pepe
- Augusto.
-
- LA MADRE.--El abuso de las pompas rituales es uno de mis mayores
- suplicios en la época presente. Si he de decirte la verdad, vivo en
- continuo desacuerdo con mis hijos. Así los que dirigen mi nacional
- cotarro, como la turbamulta gregaria que se deja dirigir, viven en un
- mundo de ritualidades, de fórmulas, trámites y recetas. El lenguaje
- se ha llenado de aforismos, de lemas y emblemas; las ideas salen
- plagadas de motes, y cuando las acciones quieren producirse, andan
- buscando la palabra en que han de encarnarse y no acaban de elegir...
- No sé si me entenderás...
-
- TARSIS.--Sí, Madre: tú quieres decir que... Vamos, que... en fin, que
- todos tus hijos somos unos grandes badulaques...
-
- LA MADRE.--No tanto.
-
- TARSIS.--Que no servimos para nada.
-
- LA MADRE.--No, hijo: servís para todo... Excelentes músicos hay entre
- vosotros; pero raro es el que toca el instrumento que sabe, y armáis
- unas algarabías que me vuelven loca. Vivís en ciega ignorancia de las
- verdades fundamentales, y... ~(Advirtiendo que se agolpan mujeres,
- hombres y chiquillos en las inmediaciones de la fuente.)~ Más gente
- hay aquí de la que solemos ver en sitio tan solitario. Como día de
- fiesta, estos infelices vienen aquí a solazarse... Y por allá veo
- venir la banda de música con sus abollados trompetones... Aunque no
- me importa que nos vean, alejémonos, hijo, de esta bullanga. ~(Se
- levanta.)~
-
- TARSIS.--Vámonos, Madre, a donde quieras... ~(Dirígense por calles
- tortuosas; salen del pueblo. Encuéntranse frente a un camino de
- áspera pendiente.)~
-
- LA MADRE.--No te asuste este reventón, terror de los caminantes. Coge
- un borde de mi velo o un pliegue de mi halda, y déjate llevar.
-
- TARSIS. ~(Maravillado de ver que sin cansancio salvan en un periquete
- la ruda cuesta, y prosiguen con pasmosa velocidad bordeando un alcor
- poblado de viñas.)~--Ahora comprendo, señora mía, que no serías
- quien eres si no tuvieras el don de recorrer con paso milagroso los
- escalonados vericuetos de tu inmenso trono. ¡Y cuánto me place y
- enorgullece correr en tu compañía, salvando increíbles distancias
- y escalando pedregosas alturas! Voy de asombro en asombro. Por la
- derecha he visto correr, en menos que lo digo, tres aldeas. Por la
- izquierda se abrió un abismo, en cuyo fondo he visto verdeguear
- un fresco valle, y otro y otro, separados por picachos, en cuya
- cima se alzan castillos que, aun en ruinas, amenazan con sus moles
- orgullosas... Caseríos y torres de iglesias y monasterios arrumbados
- se hunden, mientras nosotros ascendemos, y corren en dirección
- contraria los montes arropados en tupidos pinares. Las águilas
- apresuran con espanto su vuelo, y hasta las nubes creo que se apartan
- para dejarte libre el paso, y ante tu majestad se humillan.
-
- LA MADRE. ~(Sin la menor alteración en su aliento.)~--Parémonos aquí.
- Esta es la sierra de San Leonardo en su más alto caballete. Vuelve
- hacia atrás la vista, y alcanzarás a distinguir mi valle del Duero.
- Tú no podrás ver lo que veo yo; no verás mi amada Clunia, hoy lugar
- humilde que llamamos Coruña del Conde. Esa que fue ciudad romana
- próspera y bella, guarda recuerdos dulcísimos de mi infancia. En ella
- estuve cuando la gobernaba Poncio Pilatos... Si esto es dudoso para
- algún sabio regañón, para mí no lo es... Era yo una chiquilla sin
- juicio y jugaba con las niñas de Pilatos, poco antes de que fuera
- trasladado al Gobierno de Judea. Yo le vi partir con toda su familia,
- harto mohíno de abandonar mi tierra, de dulce vivir y pacíficos
- moradores. ¡Quién pudo pensar que en su nuevo Gobierno había de
- intervenir con desdichada pasividad en el sacro misterio de nuestra
- reparación! ¡Pobre Clunia! Ya no eres más que un montón de polvo que
- revuelven con sus narices, a manera de ganchos, los traperos de la
- erudición... Si tu vista no alcanza, no te canses, Gil: mira con
- la fantasía, y vente más allá conmigo, hasta los picos excelsos de
- Urbión, donde verás sin esfuerzo partes muy gloriosas de mis estados.
- Ven: agárrate a mi velo.
-
-
-
-
-IX
-
-Continúa el coloquio entre Gil y la Encantadora.
-
-
- TARSIS.--¿Me llevas al cielo?
-
- LA MADRE.--Te llevo conmigo a los más altos escalones de mi trono,
- desde donde veo el antaño y el hoy. En esta eminente altura domino la
- grandeza de mis estados, y la considerable dimensión de los tiempos.
- Ayer y hoy se juntan bajo una sola mirada, y las penas que fueron
- se funden con las penas que son. ~(Las águilas, que antes huían
- asustadas, al ver a la Madre en el picacho más enhiesto de Urbión,
- suben en bandadas, y sobre y en torno de ella trazan con su vuelo
- inmenso círculo.)~
-
- TARSIS.--El aire que aquí respiramos, ¿no es el aire del primer día
- del mundo? Su diafanidad, su pureza y frescura, dan vida nueva y
- potente a mi espíritu enfermo, envejecido.
-
- LA MADRE.--Si tus ojos otean como los míos a distancias enormes,
- sácialos en esa inmensidad que tendrás delante volviéndote de esa
- parte, hacia donde va cayendo el sol. El Occidente te señala el valle
- de Arlanza, cuna de lo que tu amigo Becerro llamaría _Civilización
- castellana_. En lo más próximo verás a Barbadillo, Salas, Lara. ¡Oh
- ilustres y carísimos nombres! No lejos de Lara verás tus tierras
- y tu castillo de Santa Cruz de Juarros, que pertenecieron a tu
- antecesor Gonzalo Gustioz, el viejo más verde que ciñó laureles
- de amor. Las tierras que fueron tuyas, son ya de tu administrador
- Bálsamo. Consuélate ahora de este despojo, llamándote _Asur, Hijo del
- Victorioso_; llamándote _Mudarra_ o _Mutarraf_, que es _Vengador_.
- Véngate, hijo, véngate ahora con ira y rabia de tu fiero enemigo, que
- eres tú mismo.
-
- TARSIS.--No tengo por qué vengarme. A nadie aborrezco. Soy Gil,
- pastor humilde, y el que se llamó _Asur Hijo del Victorioso_ es un
- majadero que estuvo dentro de este pellejo mío, y ya, gracias a ti,
- salió y se fue con sus necedades a otra parte. Este pobre Gil no
- ambiciona más que ser tu escudero, Madre querida...
-
- LA MADRE.--Ya lo fuiste, tonto.
-
- TARSIS.--¡Yo!
-
- LA MADRE.--En la lista de diputados te vi, y más de una vez escuché
- tus graves discursos, diciéndome con terquedad borriquil: _sí_, _no_.
- ¿En qué me serviste, mastuerzo? ¿Qué hiciste por aliviar mis males,
- por darme lustre y dignidad? Contesta: ¿qué hiciste?
-
- TARSIS.--Nada, Reina y Señora. Lo confieso, y declaro que no era yo
- una cabeza, sino un sombrero de copa; no era yo un hombre, sino una
- levita.
-
- LA MADRE.--Pues si nada hiciste cuando podías mirar por tu Madre,
- ¿qué harás ahora, miserable _Asur_, transformado en Gil? ¿No veías,
- no sabías que tus _síes_ y tus _noes_ no fueron nunca para mi
- gloria y provecho? ¿No veías, no palpabas que los predicadores, en
- sus latiguillos, echaban el latigazo de su lógica del lado de los
- provechos particulares? ¡Si fuiste ya mi escudero y me vendiste,
- vendiste a tu Madre...! No me arrepiento de haberte convertido
- en un patán. No mereces estado mejor... ~(Derivando a un afable
- humorismo.)~ Y ahora, mi ilustre gaznápiro, ya que la Madre tuya y de
- todos no puede hacerte su escudero, no bajarás de esta eminencia sin
- que saques de tan admirable perspectiva una lección o enseñanza. Por
- esa parte a donde el sol se pone ves mi cuenca de Arlanza, hoy mal
- poblada de árboles y de hombres, mísera y cansada tierra. Pues así
- como la ves, pobrecita y escuálida, es la primera en mis idolatrías
- de Madre; es mi epopeya; es creadora de mis potentes hombres; es la
- que amamantó mis vigorosas voluntades. ~(En pie, de cara a Occidente,
- con fogosa mirada, que fulgura en sus pupilas negras bajo la saliente
- ceja, de aquilina forma.)~ Cuitado, ¿no ves Covarrubias y San Pedro
- de Arlanza?
-
- TARSIS.--No veo con mis ojos; veo con los tuyos y con tu grande
- espíritu.
-
- LA MADRE.--Diego Porcellos, Gonzalo Gustioz, Nuño Rasura, mi bravo y
- generoso Fernán González, ya no sois más que polvo. Ni polvo sois ya;
- pero aún dura y perdurará por siglos, en uno y otro mundo, la lengua
- que en vuestros días y en vuestros labios empezó a remusgar, y al
- fin quedó hecha, _sicut tuba_, trompeta de nuestra energía. Ya ves,
- pobre Gil: por esa bocina de oro que aquellos gigantes nos dieron,
- somos fuertes tú, yo y cuantos la poseemos; por ella somos iguales, y
- el pobre y el rico, el plebeyo y el noble, nos hallamos en venturosa
- fraternidad; por ella vivimos, quiero decir, que muertos todos
- vosotros, yo viviré siempre, defendida por este divino aliento que
- cierra el paso a la muerte... Y ahora, hijo mío, verás la enseñanza
- que has de sacar de lo que acabo de decirte... Estas orejas mías
- oyeron de la boca de mi Fernán González una sentencia que es la más
- antigua que recuerdo de nuestra sabiduría popular. Contestando a unos
- infanzones que dos veces le habían ofrecido vanamente su ayuda en la
- guerra con los leoneses, por el partir de tierras, el Conde montó en
- cólera, y allí, en Covarrubias, delante de doña Sancha, su esposa,
- y de mí, les echó a la cara esta razón: «_Fechos son omes, palauras
- son mulieres_,» refrán que ha repetido el vulgo en esta forma: «los
- hechos son varones, las palabras son hembras.» Y yo te digo, Gil, que
- cuando las palabras, o sean las féminas, no están bien fecundadas por
- la voluntad, no son más que un ocioso ruido. Y aquí verás señalado
- el vicio capital de los españoles de tu tiempo, a saber: que vivís
- exclusivamente la vida del lenguaje, y siendo este tan hermoso,
- os dormís sobre el deleite del grato sonido. Habláis demasiado,
- prodigáis sin tasa el rico acento con que ocultáis la pobreza de
- vuestras acciones. Sois muy lindas taravillas. Así, cuando la palabra
- no tiene dentro la obra del varón, es hembra desdichada, horra y sin
- fruto.
-
- TARSIS.--Donosa es la lección, y he de aprovecharla en esta vida
- trabajosa, que es, por lo que voy viendo, vida de pocas palabras.
-
- LA MADRE.--Sigamos ahora.
-
- TARSIS.--¿Hay más picos altos a que subir?
-
- LA MADRE.--Los hay; mas ya es hora de que bajemos, que aún no estás
- hecho a las cumbres eminentes, y tu natural te pide el arrastrarte
- por lo bajo de la tierra, como criatura esclava de los estímulos de
- hambre y sed. Agárrate del velo, y te llevaré por estas cañadas que
- bajan hacia el Norte. Iremos a parar junto al nacimiento de mi río
- Najerilla; traspasaremos la sierra de San Lorenzo, para caer en mi
- San Millán de la Cogolla, lugar célebre en mis fastos de Historia y
- Letras....
-
- TARSIS. ~(Dejándose llevar como despeñado por insondables
- precipicios.)~--Vamos a donde quieras. Ir contigo es mi gloria. Bien
- sé que no lo merezco, y que de llevar contigo algún paje o escudero,
- elegirías persona de más valía que este mísero Gil, rebajado, por su
- falta de seso, de caballero a villano. Dime dónde habitas, y allí me
- tendrás día y noche, ya sean tu vivienda los riscos más empinados o
- las cavernas más hondas.
-
- LA MADRE. ~(Bondadosa y jovial.)~--Muy entontecido estás, pobre Gil,
- cuando no has comprendido aún que yo no tengo casa. Al revés lo
- entenderás mejor: mía es toda vivienda cimentada en esta tierra, míos
- son los palacios, mías las moradas humildes. No hay techo que no me
- haya visto pasar bajo sus tejas o pizarras; no hay lugar que no haya
- visto el paso de mi sombra por el suelo.
-
- TARSIS.--Que frecuentas los palacios, ya lo pensaba yo antes de
- oírte. En mi flaca memoria persiste la impresión de haberte visto
- algunas noches en el salón de la Duquesa de Saldaña y en el de los
- Condes de Fontibre. Tu rostro de soberana belleza y majestad no puede
- confundirse con otro alguno. Vestías con suprema elegancia, y te
- llamaban _Duquesa de Cervantes_ en una casa, _de Mío Cid_ en otra.
-
- LA MADRE.--Así es. Con tales nombres me conociste; yo también te
- conocía, y por cierto que me causaba risa tu imbecilidad, no mayor
- que la de otros. Como no frecuentabas buhardillas ni cabañas, nunca
- me viste entre gente mísera, agobiada de privaciones, o entre
- tipos picarescos y maleantes. Mi sociedad es tan extensa y variada
- como mis reinos, y no niego mi presencia a ninguno de los que se
- dicen mis hijos, sean lo que fueren. A su lado me tienen nobles y
- villanos, orgullosos y humildes, descreídos y fanáticos, monjas y
- damas, pastores, soldados, frailes, viejos caducos y desarrapados
- chiquillos... Cuanto en estos montes y en aquellas mesetas y en las
- lejanas costas alienta, es mío; de todos soy, y a todos me debo...
- Y ahora, buen Tarsis, sabrás que si tengo poder para llevarte con
- vuelo de águila de una parte a otra de mi territorio, no está en
- mis facultades el sostenerte días y días sin alimento. Subiremos
- ahora esta otra sierra que llamo de San Lorenzo, y después de dar
- un vistazo al santuario de Valvanera, te llevaré a que descanses en
- mi San Millán, donde guardo el dulce recuerdo y las cenizas de mi
- glorioso ermitaño y de mi primer gran poeta Gonzalo de Berceo, que
- toma su apellido de un pueblecito que verás más allá... Agárrate
- bien, y apresuremos el paso, que viene la noche.
-
- TARSIS.--Ya viene... Por nuestra derecha, que a mi parecer es tierra
- de Aragón, veo salir una luna redonda y clara, encendida de color,
- y partida en dos por un celaje que parece alfanje. ~(Remóntase la
- luna en su inflexible camino por el cielo; Gil y la Madre Encantadora
- avanzan con ideal presteza por montes y valles; llegan a un caserío
- humilde, apiñado a la sombra de un negro monasterio; se albergan en
- rústico parador; cena Gil con arrieros; la Madre se sienta entre
- mozas y viejas parleras; Gil se tumba sobre paja y sacos a la vera
- de la Señora, y en el regazo de ella reclina la cabeza y duerme
- con dulce sueño. Amanece; despierta el mozo.)~ ¡Qué dulce paz! He
- dormido en tu regazo como un niño, y he soñado que vivimos en un
- mundo patriarcal, habitado por seres inocentes que no viven más que
- para compartir con amorosa equidad los frutos de la tierra...
-
- LA MADRE. ~(Graciosa.)~--Hijo, te has anticipado a la Historia dando
- un brinco de cien años o más, para caer en un porvenir que yo misma
- no sé cómo ha de ser. Bien, Gil: así se pasa el rato agradablemente,
- y del soñar a gusto, a nadie se ha de pedir cuenta. Hoy, por
- desgracia, mis hijos viven más en sus querellas locas que en las
- leyes de amor.
-
- TARSIS. ~(Candoroso.)~--Pues de mí te digo que de caballero, lo mismo
- que de villano, he mirado siempre a la paz y al amor. Enamorado fui y
- enamorado soy, por paces. Déjame que te cuente... En Aldehuela tuve
- devaneos y liviandades con el ama a quien servía, una tal _Usebia_...
- Hablando con verdad, ella fue la que a mí me requirió antes que yo
- a ella. No es hermosa propiamente, ni aseñorada; pero se abrasó de
- afición a mí, y era de suyo harto pegadiza. Pecábamos, al volver
- del mercado, por querencia suya irresistible, y hacíamos mal tercio
- a la decencia por ser ella casada. Dolíase de su mal; mas no sabía
- corregirlo. Al despedirme lloraba por mi ausencia, y por el agravio y
- ornamento que poníamos a su marido.
-
- LA MADRE.--Ya lo sabía, Gil. Más culpable es ella que tú. La ley
- de encantamiento no te impone un absoluto despego de amor, y
- el encastillarte en una ridícula virtud te pondría en violenta
- discordancia con la libre naturaleza que te rodea. Es error creer que
- el campo no brinda al hombre enamorado fáciles triunfos amorosos.
- Solteras y casadas acogen con blandos arrumacos al mozarrón
- forastero, y en aldeas y villas no faltan amas de cura, salidas de
- madre y padre, con poco escrúpulo de la opinión.
-
- TARSIS.--¡Que me place!... Debo decirte que mis amores con _Usebia_
- fueron de puro pasatiempo. El amor mío verdadero y profundo es otro:
- lo sentí cuando era caballero, y en mi alma lo conservo con todo su
- ardor y pureza... Antes que me encantaras, hice la corte a una joven
- americana llamada Cintia: empecé con idea de matrimonio, anteponiendo
- al amor mi afán de riquezas. Rechazome ella, prefiriendo para marido
- a un diplomático envarado, de estos que al vestirse por la mañana
- se tragan el palo del molinillo. Me sacó de quicio el desaire, y
- desairado amé a Cintia con pasión escondida, de las que la soledad
- y el pensar continuo convierten en locura. Cuando me dábais los
- primeros pases de ilusión para encantarme, vi a Cintia en un espejo.
- Obra fue de las hechicerías del maldito Becerro y de las brujas de
- sus hermanas... Hablamos la americanita y yo de un lado a otro del
- cristal: me dijo que no se había casado con el diplomático; a mi
- parecer me miraba con amor, y sus palabras destilaban ternura... Pues
- bien, Madre: tú que todo lo sabes, dime si, en efecto, Cintia no se
- ha casado, que bien podría ser todo una ruin burla de los invisibles
- demonios que correteaban por aquella casa. Dime también si Cintia
- está en España o se ha vuelto a América... Claro que si está en
- América, nada podrás decirme.
-
- LA MADRE.--Allá, como aquí, domino por mi aliento, _sicut tuba_; por
- la vibración de mi lenguaje, que será el alma de medio mundo. Cuando
- de allá me invocan, acudo al instante. Mi Colón me dejó una linda nao
- milagrosa que me lleva y me trae en dos minutos... Por otra parte, ni
- tú debes pedirme informes de esa familia, ni yo debo dártelos, pues
- mientras permanezcas en estado villano, es necedad que pienses en
- amores con damas principales... Y ya no más, hijo. Levántate. ~(De
- la escarcela sacó unas bellotas que se trocaron en monedas; pagó el
- gasto del mozo, y partieron.)~
-
- TARSIS. ~(Ingenuo.)~--Ya podía la señora Madre darme de esas
- bellotas, o decirme dónde está el árbol que las cría.
-
- LA MADRE. ~(Con severidad afectuosa.)~--Espérate un poco, hijo: un
- ratito hasta que fructifique la encina que tú mismo has de plantar;
- otro ratito, hasta que maduren las bellotas... ~(Siguen platicando
- del cómo y dónde plantará Gil la encina, y continúan andando en busca
- del rebaño, que, según indica la Madre, estaba en Cameros. Llegan
- de noche, guiados por el resplandor de una hoguera encendida por
- los pastores, que han matado una oveja y se disponen alegremente a
- comérsela.)~
-
- TARSIS.--Allí están. Oigo la voz de Sancho, que suena en la espesura
- de estos montes, _sicut tuba_. No puedo precisar el tiempo que ha
- durado mi ausencia de los compañeros. ¿Han sido dos días, o tres?
-
- LA MADRE.--En la vida pastoril no necesitas calendario ni reloj. El
- tiempo es un vago discurso con somnolencia.
-
- TARSIS.--¿Qué hora es?
-
- LA MADRE.--El cielo te lo dirá. Mira la dirección del rabo de la Osa.
- Mira el León que se esconde ya por Occidente. Por Oriente ha salido
- Antares, la diabla iracunda, y tras ella Sagitario armado de flechas.
-
- TARSIS.--Ya estamos entre ellos. Nos han visto y celebran tu
- presencia con palmadas y vítores. El rabadán, los pastores y zagales,
- llamados _Blas_, _Mingo_, _Rodrigacho_, prorrumpen en alegres
- exclamaciones.
-
- SANCHO.--¡Vítor la Madre!... _¡Hurriacá!_
-
- MINGO.--Quédate, Madre, entre nos.
-
- RODRIGACHO.--_¡Ijujú!_ Madre adorada. Buen gasajo aquí te damos.
-
- BLAS.--Cata la Madre de Amor. Cata el Amor verdadero. ~(Rodean a
- la Señora con brincos y algazara, y cantan en su loor un alegre
- villancico.)~
-
- SANCHO.--¡Vítor la Madre querida! -- Dime, pastor, por tu vida, --
- ¿qué es lo que tú le darás, -- y con qué la servirás?
-
- RODRIGACHO.--Darele buenos anillos, -- cercillos, sartas de prata, --
- buen zueco, buena zapata, -- cintas, bolsas y tejillos.
-
- BLAS.--Y frutas de mil maneras -- le daré destas montañas, -- nueces,
- bellotas, castañas, -- manzanas, priscos y peras. -- Dos mil yerbas
- comederas, -- cornezuelos, botijinas, -- pies de burro, zapatinas --
- y garbanzas y acederas.
-
- MINGO.--Berros, hongos, turmas, jetas, -- anocejas, refrisones, --
- gallicresta y arvejones, --florecicas y rosetas.
-
- RODRIGACHO.--Y aun darele pajarillas, -- codornices y zorzales, --
- jergueritos y pardales -- y patojas en costillas.
-
- BLAS.--Pegas, tordos, tortolillas, -- cuervos, grajos y cornejas, --
- las de las calzas bermejas. -- ¿Cómo no te maravillas? ~(La Madre se
- muestra regocijada del obsequio, participa del festín de la oveja,
- bebe del zaque, les saluda con gracioso ademán, y a la postre,
- aclamada como al principio, desaparece.)~
-
-
-
-
-X
-
-De la blanda vida pastoril, pasa el caballero a vida más dura.
-
-
-Bendito y descansado oficio era el de pastor, y así lo declaraba Gil
-ante sus compañeros, con los cuales vivía en santa paz, sin que la
-buena concordia se rompiese ni alterase por un sí ni por un no en
-largos días. Conducir el ganado de una parte a otra dentro de términos
-extensísimos, aprovechando estas hierbas y dejando descansar las otras;
-dormir en el chozo o a su vera, según el tiempo; comer donde más les
-placía migas, sopas, o el _frite_ de oveja o cordero; saber las horas
-por el sol, y de noche por las estrellas; saber del mundo lo poco que
-les llegaba, migajas del acaecer y del opinar traídas por el viento
-de vagas voces, era en verdad la mejor vida para llegar a viejo.
-Entretenían los pastores sus ocios refiriendo consejas, o narrando
-cada cual su propia leyenda, no siempre sencilla ni tejida en telares
-bucólicos. Los que habían servido al Rey contaban militares valentías,
-y hazañas amorosas con niñeras y amas de cría.
-
-Uno de ellos, Rodrigacho, que había sido monaguillo muy travieso,
-contó su fuga de la iglesia y lugar de Cuérnagos, por haberle echado
-pica-pica al cura cuando estaba sentadito en misa de tres oficiantes.
-Tuvo que salir a espetaperros, huyendo de la paliza que quiso darle el
-sacristán, y corrió tanto, decía, que en cada tranco que daba, un pie
-perdía de vista al otro... En su medrosa carrera no paró hasta Vigo,
-donde quiso embarcar para la Habana; pero no pudo colarse de _polisón_,
-que era su ardiente anhelo, y al cabo de mil penalidades, sirviendo a
-gente de mal vivir, se vino a tierra de Salamanca con unos hombres que
-conducían dos toros padres venidos de Inglaterra. Arreglose con el amo
-de estos entrando en los ejércitos de la ganadería, pues en los de Rey
-no sirvió, por ser hijo único de viuda.
-
-No faltaban en la majada horas de aburrimiento, que Blas y Sancho
-sorteaban labrando cucharas de boj. Casados y solteros no tenían las
-mismas añoranzas de la hembra lejana. Sancho, que dejó a su pastora en
-Micereses, la echaba muy de menos; Rodrigacho, que tenía su _Filis_
-en Pocilgas, partido de Alba de Tormes, habría querido tenerla a mayor
-distancia; Mingo, que _hablaba_ con una viuda de Cantimpalos, apenas
-se acordaba de ella, y Blas solía cambiar de _Galatea_ en el ir y
-venir de la trashumancia. Cuando a Gil le tocaba bajar por víveres a
-Torrecilla de Cameros, ponía en juego todas sus artes de seducción para
-proporcionarse una conquistilla. A pesar de las prisas de recadista,
-estuvo a punto de lograr sus deseos, capturando a una moza garrida que
-cuidaba cabras a media legua del pueblo. Naturalmente, la cortedad del
-tiempo no le permitía rematar su aventura. Diéranle más desahogo, y a
-la majada se llevaría la pastora y sus cabras. Contando sus apuros a
-Blas, el muy socarrón le decía: _Amor fino y buena mesa, no quieren
-priesa_.
-
-Con sus lentas horas y su apartamiento del mundo, la vida pastoril era
-para Tarsis la más grata forma de encantamiento. Pero de súbito se
-torció el destino del caballero hacia una situación desconocida. La
-causa de esto fue que el ganado pasó de la propiedad de los Gaytanes a
-la de los Gaitines, establecidos en Soria y Cameros. Ya se lo maliciaba
-Sancho. Nunca pudo explicarse trashumancia de tal extensión en estos
-tiempos sino por venta o cambalache. En efecto: Gaytanes y Gaitines
-hicieron escritura, por la que estos vendían a los otros tierras con
-que querían redondear su latifundio, y aquellos entregaron a los
-cameranos sus ovejas, y a más una suma en metálico. El administrador,
-que subió al monte a notificar el cambio de propietario, propuso
-a Sancho quedarse de rabadán; pero no quiso aceptar y se fue a
-Micereses. Blas y Rodrigacho desfilaron también; Mingo se quedó, y a
-Gil se le llevaron a Torrecilla por expreso encargo del nuevo dueño,
-que ofrecía darle colocación más activa y de más lucido jornal.
-
-Entraba, pues, Gil en otra etapa villanesca. La transformación empezaba
-por el cambio de costumbres y ropa. Regaló montera y zahones a Mingo;
-conservó su calzón de estezado y alguna otra prenda pastoril. Con lo
-que se llevaba compuso su hatillo bien asegurado en un pellejo con
-fuertes correas, y echándoselo al hombro partió para Torrecilla. El
-administrador de los Gaitines no le detuvo más que el tiempo preciso
-para un corto descanso, comer, comprar zapatones, tabaco y un par de
-camisas, y le expidió, en compañía de dos hombres, al lugar de su
-nueva colocación. Al llegar a Logroño se les facturó en ferrocarril
-a la estación de Alfaro, desde donde irían a su destino en carros o
-caballerías. En el trayecto de tren acabó Gil de enterarse del trabajo
-en que había de emplear su encantada personalidad. Era la explotación
-de una cantera próxima a la villa de Ágreda. Los señores Gaitines,
-contratistas de un camino real entre dicha villa y Tarazona, habían
-establecido la extracción de piedra en la falda de un monte, de los
-que sirven de estribo y contrafuerte al excelso Moncayo. Uno de los
-acompañantes de Gil iba de listero, el otro de barrenador. Por ambos
-supo Gil que ganaría jornal de once reales. Del tren partieron en mulos
-hasta Grávalos, donde descansaron medio día, y al siguiente dieron con
-sus molidos cuerpos en la ibérica _Ilurci_, que los romanos llamaron
-_Græcuris_, nombre que, pasando como canto rodado por bocas de godos,
-árabes y cristianos, vino a ser _Ágreda_.
-
-A corta distancia de la villa, y casi tocando al trazado del camino
-real, estaba la cantera, llaga enorme abierta en el costado de una
-dura montaña, dejando ver la tierra como sangre y las piedras como
-desmenuzados huesos. Desde lejos se veía la inmensa herida, y el
-espectador se condolía del desdichado monte, imaginándolo víctima de
-una bárbara labor quirúrgica, levantada en gran parte su hermosísima
-piel verde, deshecha por el hierro su carne, y todo en pedazos mil, y
-todo cayendo y rodando en piltrafas sanguinolentas como los despojos de
-un anfiteatro... Pero cuando el espectador se acercaba, ya no sentía
-lástima del monte, sino de los que en él trabajaban, bajo un sol
-ardiente, gateando en el áspero declive. Los unos taladraban la peña
-con poderosas barras, los otros recogían los pedazos dispersos por la
-explosión, despeñándolos por la pendiente, hasta que los peones los
-partían y cargaban las carretas. Era un trabajo de gigantes: algunos,
-desnudos de medio cuerpo arriba, mostraban admirables torsos y brazos
-de atletas formidables; otros, agobiados de fatiga, se doblaban por la
-cintura, contenían el gemido para poner toda su alma en el esfuerzo,
-sacado a tirones angustiosos de las más hondas flaquezas.
-
-Entró Gil en el trabajo de la cantera con cierto brío, estimulado
-por la ganancia, por la emulación, por algo de grandioso que veía
-en aquel luchar al aire libre con lo más duro que existe: la roca.
-Noble era el arado; mas la barra y su manejo agrandaban y hermoseaban
-la humana figura. Desplegó, pues, sin tasa en los primeros días su
-vigor muscular, y aparentaba despreciar la fatiga. Toda su admiración
-era para Cristóbal, con quien había venido de Torrecilla, trabajador
-incansable, no desprovisto de cierta elegancia en los acompasados
-movimientos con que taladraba la piedra, sosteniendo el ritmo. Atizaba
-más fuerte a medida que el agujero iba más hondo. La piedra caldeada
-por el hierro, a este entregaba su seno endurecido por los siglos.
-
-Marchaban los trabajos con regularidad intensa, inflexible. El capataz,
-hombre muy serio, envarado de autoridad, no permitía distracciones,
-ni descansitos, ni palabras ociosas. Llamábase José Mantecón, y ponía
-gran empeño en mostrar un genio absolutamente contrario a su apellido.
-Cuando llegaba el momento de los tiros, gozaban todos de un corto
-descanso. Se cargaban los barrenos, se encendía la mecha que había de
-prender el cartucho, y a correr la gente para ponerse al resguardo de
-la explosión. Diseminados alegremente, cada cual elegía el burladero
-que estimaba más seguro. El estruendo de la terrestre artillería, la
-conmoción del suelo, el humo, el volar de los cantos, traían un momento
-de alborozo. Los pedazos de piedra caían como proyectiles perdidos,
-mostrando en sus caras interiores, calientes, la virginidad de la roca.
-En esta función de los disparos, permitía el capataz a los trabajadores
-el recreo de un cigarrito, golosina de holganza que les alentaba para
-volver al trabajo de barrenar, descantillar, y al arrastre y carga
-en los carros. Gil no desmayaba, y se mantenía siempre en el término
-estricto de sus obligaciones. Un día, por ausencia de Cristóbal, que
-faltó por enfermedad, dio un par de barrenos no inferiores a los del
-maestro. Con frase áspera, el capataz declaró bueno el trabajo, sin
-ablandarse a prometer ascenso. El sol ardiente de aquel día, bastante a
-derretir el apellido de Mantecón, hizo más duro su carácter.
-
-Los sábados cobraban puntualmente, mitad en plata, mitad en calderilla;
-los domingos, después de trabajar medio día, se iba cada cual a su
-descanso o esparcimiento. Gil vivía con otros en un parador abandonado,
-cercano al pueblo; dormían en el suelo sobre improvisados lechos de
-paja y mantas. Mujerona feísima, mas no puerca ni haragana, regía
-la casa. Regañando a toda hora, era diligente, gobernosa, y a los
-trabajadores servía muy a punto sus comidas y cenas. Los días festivos,
-Gil se lavaba y acicalaba, y presumiendo de guapo se ponía su calzón
-estezado, su blusa limpia, su faja negra, y con la boina ladeada, el
-cigarrito en la boca, pañuelo en la faja, en el bolsillo del pantalón
-los dineros que sonaban al andar, se iba al sitio de recreo del pueblo,
-un extenso prado que llaman _la Dehesa_. Dábanle amenidad una umbrosa
-alameda por la parte próxima al río Queiles, y en la cercanía del
-monte, encinas, álamos y tilos en grupos, a cuya sombra manaba una
-riquísima fuente. _La Dehesa_ era la gran atracción de Gil los domingos
-por la tarde. Allí acudían las muchachas del pueblo, y armaban bailes
-tremendos, con brincos o _agarraos_, conversaciones vivas, carcajadas y
-chillidos, bullanga de música, ya por lo serrano, ya por lo aragonés.
-Mozas había muy lindas, de silvestre ingenuidad las unas, otras ladinas
-y escamonas, en guardia siempre contra el hombre, fortificada su
-honestidad por la espesura de sus refajos.
-
-Gil no paraba en toda la tarde de atontar al mujerío con su charla
-donosa, bailoteando jotas y seguidillas hasta más no poder. En ninguna
-sociedad de las que conoció en su vida de caballero se había divertido
-tanto. Era su compañero inseparable otro mozo de la cantera, guapín,
-despierto, medio aragonés y medio navarro, llamado Juan Ablitas, el
-cual galleaba y se ponía moños por haber traído a su redil a una
-jovenzuela graciosa, sobrina de un cura, que desde el primer día
-de conocimiento en _la Dehesa_ le hizo entrega de su albedrío. La
-chiquilla se escapaba por las noches al encuentro del galán, y a más de
-obsequiarle con favores de amor, le regalaba _bodigos_ de los que su
-tío el buen párroco copiosamente recogía. Son bodigos los panecillos de
-flor que se llevan a la iglesia, y cual ofrenda se añaden a los cirios
-en el sufragio por los difuntos. Volvía por la noche Juan junto a su
-amigo, y dándole un panecillo, con hinchada fatuidad le decía:
-
---Toma, Gil, uno de los bodigos que me ha traído _la mía_, y confiésame
-que conquista como esta no la has hecho tú, ni la harás en tu
-pindonguera vida.
-
-Comía Gil el panecillo, y no se cuidaba de abatir la petulancia del
-tenorio agredense don Juan Ablitas. Sucedió que a los pocos días de
-esto supieron los amigos, por una de las mozas, que el cura olfateó
-la sustracción de los panes, y cogiendo a la muchacha, sobrina o
-lo que fuera, con pellizcos y pescozones la puso en la apretura de
-vomitar sus pecados, y a lo último echó el más feo de todos, que
-fue dar los bodigos a un _chico de la cantera_. Desde aquella hora
-nefanda, Juan y Gil no volvieron a ver el pelo a la moza, y en esto,
-llegado el domingo, Ablitas, escupiendo por el colmillo y apretándose
-la faja, dijo que no pensaba ir a _la Dehesa_, ni estaba en vena de
-divertirse... Para que se viese que era un hombre, se plantaría en la
-iglesia mayor del pueblo, o en sus inmediaciones, hasta encontrarse con
-el cura y darle cuatro _morrás_ como para él solo...
-
-No trató Gil de disuadir al tenorio retador, y se fue solo al paseo.
-Vio grupos de chicas; pero al llegarse a ellas, un estímulo fisiológico
-le llevó hacia la parte del monte, donde a la sombra de unas encinas y
-al arrimo de peñas musgosas, secreteaba consejas el chorrillo de una
-fuente. Como a veinte pasos del agua vio que de la fuente venía una
-gallarda moza con un cántaro lleno cogido por el asa. Cuando llegaron
-uno frente a otro, Gil lanzó una grande exclamación y extendió el
-brazo en ademán de detener a la joven aguadora. Y esta paró en firme,
-mirándole a él con enojo de que un desconocido le cortara el paso.
-
---Cintia, Cintia --dijo Tarsis--, no te me escapas ahora.
-
---Quite allá... Déjeme. No le conozco.
-
---¿Me negarás que eres Cintia? ¿Crees que puedo yo olvidar o confundir
-tus ojos divinos; tu boca, tan linda risueña como enojada, y esa
-frente de diosa, y esos cabellos partidos en dos bandas, y esa color de
-albura quebrada, y ese aire de reina, y ese...?
-
---Anda; está loco el hombre. Déjeme seguir.
-
---Un momento. Me negarás que eres Cintia; pero no me impedirás que te
-adore.
-
---¡Ya escampa!... Me llama _Cinta_, y mi nombre es Pascuala... Ea, si
-viene de burlas, sepa que no las aguanto.
-
---Mátame si quieres; pero yo digo y sostengo que eres Cintia. Si no me
-conoces, te diré que soy Tarsis...
-
-La hermosa joven, cuyas incomparables facciones correspondían a la
-forma encomiástica con que el mozo las había descrito, le miró con
-fijeza y seriedad.
-
---Qué --dijo Tarsis prontamente--, ¿haces memoria?... ¿buscas mi
-fisonomía en tus recuerdos?... ¡Ah, Cintia! tú estás encantada como yo,
-y aún te encuentras en ese estado crepuscular de la memoria que vuelve,
-que quiere volver...
-
---Le miro a usted --dijo ella un tanto compadecida y temerosa--, porque
-me parece que está usted loco... y los locos me dan miedo... Vaya...
-Con Dios.
-
---Un instante, Cintia. Tengo una sed horrible... ¿Serás tan cruel que
-no me des un poco de agua?
-
-Sin decir nada, la lindísima mujer alzó el cántaro y lo inclinó sobre
-su brazo izquierdo para que el sediento bebiese.
-
---¡Ay! --exclamó Gil-Tarsis después de absorber buena parte del
-contenido del cántaro--. Me has dado la vida. Con la emoción y la sed,
-ni hablar podía... No, Cintia; no estoy loco. Ya lo comprenderás si me
-haces el honor de concederme tu trato algunos momentos.
-
-La guapa moza volvió a la fuente para reponer el agua, y Gil siguió
-diciéndole:
-
---Acabarás por recordarme; acabarás por reconocer al que desdeñaste,
-al que te amó con locura... al que te lleva en su alma vagando en
-estas soledades tristísimas. Si no crees lo que te cuento, admíteme
-como amigo, y lo que no aprecies por mis demostraciones de amor, lo
-apreciarás por mi respeto.
-
-Algo más le dijo, y sus palabras sinceras y ardientes, si no penetraron
-hasta traspasar su alma, pasaron rozando a esta como flechas
-temblorosas. La que Gil llamaba Cintia no se mostró tan esquiva como
-en la primera embestida galante del barrenador de rocas. Le miraba
-muy seria, balbucía cortos y turbados conceptos, tuteándole... La
-arrogancia y viril hermosura del mozo la cautivaron sin duda; pero
-en su confusión ni aun se daba cuenta todavía de que aquel hombre le
-gustaba.
-
---¿Me permites que te acompañe hasta tu casa? --le propuso Gil con
-acento y ademán de profundo respeto--. No dirás que acompañarte es
-locura.
-
---No es locura --replicó ella más turbada--; pero es tontería. Vivo muy
-cerca... allí... ¿Ves aquella casita blanca entre árboles, orilla del
-río...?
-
---Ya veo. Pues esa tontería haré yo si me das licencia. Venga el
-cántaro.
-
-Y ella, defendiendo el cántaro de las manos del galán:
-
---No, no: yo lo llevaré. ¡Qué dirían!
-
---Dirían que te sirvo como buen caballero. Dirían que hablamos como
-aquellos y otros que ves en _la Dehesa_, novios honrados y decentes...
-Vamos hacia allá.
-
---Hasta mi casa no --dijo la linda lugareña recelosa--. Iremos juntos
-un poquito no más, hasta la entrada de la alameda. Después no.
-
---Sigamos sin miedo. Nadie nos mira. Pasamos junto a las mozas y mozos
-sin que ninguno nos mire. Es que no nos ven, Cintia.
-
---De veras parece que no nos ven... --observó ella con pasmada
-ingenuidad--. Nadie se fija... Pues te diré que antes de ahora no me
-conocías, como yo no te conozco a ti... He querido recordar y nada: no
-he visto tu cara antes de ahora.
-
---La última vez que te vi fue dentro de un espejo --afirmó Gil
-dejándose llevar del arrebato de su fantasía--. Era un espejo
-maravilloso, donde uno se miraba y no se veía, al contrario de lo que
-sucede en todos los espejos. Yo me miré, y te vi a ti, Cintia. Créemelo
-como este es día.
-
-Y ella:
-
---Cosas muy raras ve una en los espejos: yo me miré una noche, y vi a
-mi madre, que murió lejos de mí.
-
-Y él:
-
---Tu madre murió en Buenos Aires.
-
-Y ella, con asombro y risa:
-
---¿Qué estás diciendo?
-
-Y él:
-
---Si me niegas que eres americana, no he dicho nada.
-
-Empleando de nuevo la burla campesina, la hermosa hembra declaró que no
-podían seguir juntos si él no ponía freno a sus dislates, y terminó con
-esta saetilla:
-
---Explícame, hombre de Dios, cómo puede ser americana la que ha
-nacido, como yo, en Matalebreras, lugar a dos leguas de aquí, camino de
-Soria.
-
---¿Qué nacido puede asegurar el lugar de su nacimiento? En cuanto
-al nombre, si el mundo engañado te conoce por Pascuala, para mí,
-desengañado, Cintia eres y Cintia te llamaré.
-
---No es feo nombre. Yo he notado que suelen ser bonitas las cosas
-falsas. ¿Y a ti cómo debo llamarte?
-
---Mientras estemos en este destierro expiatorio, llámame Gil.
-
---Gil, Gil --repitió la bella con sorpresa y susto--. Hace dos tardes
-pasé por la cantera y vi a los hombres trabajando... Me parecieron
-demonios. Por la noche soñé cosas horribles... Soñé que era yo piedra,
-y que me estaban barrenando en el corazón. Desperté al dolor de mis
-carnes taladradas por el hierro. ¡Ay, qué susto al despertar, y qué
-sudores de muerte! Oía los graznidos de una bandada de cuervos, y los
-cuervos decían _Gil, Gil_... y eso mismo, _Gil_, estuvo sonando en mis
-oídos aquella noche y todo el siguiente día.
-
---Oías mi nombre... Era el anuncio de que hoy nos encontraríamos en la
-fuente y seríamos novios.
-
---No sé... --dijo la moza; y mirándole de hito en hito, agregó un
-comentario mudo, guardado dentro de sí como impúdico secreto: «¡Y
-qué guapo es!... ¿Será verdad que he visto a este hombre en alguna
-parte?... ¿Dónde, Señor, dónde?»
-
-Al llegar a la alameda, Cintia o Pascuala, como se quiera, dio orden
-de parar.
-
---De aquí no se pasa.
-
-Y Gil sintetizó su comedido anhelo en esta pregunta:
-
---¿Estás conforme en que hablemos?
-
-Y ella, embebiendo su mirada en la de él, contestó con doble frase, una
-saliente, que fue:
-
---Bien, hablaremos.
-
-Y otra entrante y no articulada: «¿He visto antes a este hombre?... ¿lo
-he soñado?... En sus ojos tiene toda la simpatía del mundo. ¿Me querrá
-de veras? Si su locura es de amor, en buen hora venga.»
-
-Las últimas expresiones fueron para determinar dónde podían verse
-y hablarse. Puntualizó ella los sitios que creía mejores para la
-aproximación honesta de los presuntos novios, y Gil la vio partir
-embelesado de su airoso andar y gentileza. Dos veces volvió ella la
-cabeza para mirarle. Gil la seguía con mirar certero. Quería que sus
-ojos la llevaran hasta la puerta de la casita blanca; pero mucho antes
-de llegar a esta, la figura de Cintia se desvaneció como una luz que se
-apaga.
-
-
-
-
-XI
-
-Donde brillan con toda claridad la ternura y discreción de la hermosa
-Cintia.
-
-
-Enloquecido quedó el buen Gil con el encuentro de la divina mujer a
-quien sin vacilación diputaba como la propia Cintia, transmutada de
-señora en villana por la mano hechicera que le había transformado a él.
-Pasó la noche en inquietos delirios, y a poco de amanecer aplicaba al
-trajín de la piedra su fuerza muscular, cual máquina emancipada del
-pensamiento. No tenía Gil amigo de confianza con quien comunicarse. El
-famoso burlador don Juan de Ablitas estaba en la cárcel, por haberle
-salido su aventura diametralmente al revés de como la hubo pensado.
-Fue al pueblo con la caballeresca ilusión de pegarle al cura, y este,
-que era un hombracho como un castillo, le ganó velozmente la acción,
-destrozándole con recios bofetones toda la cara, pateándole después,
-y de añadidura requiriendo a la autoridad para que le metiera en la
-cárcel, como se hizo, procesándole por agresión sacrílega.
-
-La segunda entrevista de Gil con la que ya era su novia fue poco
-después de anochecido, en una plazoleta próxima a la casa de ella; casa
-honestísima ciertamente, como lo era también la plazoleta, formada de
-una parte por la casa-cuartel de la Guardia civil, y de otra por un
-convento de monjas reclusas. Comprendió Gil que su novia disfrutaba
-de cierta libertad. En la vaga conversación sabrosa iba dando a
-conocer su vida y parentela, y diversas circunstancias que el mozo
-apreció como favorables para los incipientes y ya formales amores.
-Pascuala manifestaba su alma con graciosa sinceridad, y era honesta sin
-gazmoñería, honrada y pura sin la menor afectación. Gil se confirmaba
-en que tenía delante a la propia Cintia por un signo infalible, rasgo
-saliente y luminoso de la hermosa colombiana, que era la sana y dulce
-alegría, el sonreír largo que dejaba ver la más perfecta y blanca
-dentadura. Era Cintia; solo Cintia sabía decir conceptos delicados y
-conceptos comunes con aquella boca de ángel...
-
-Ya en el encuentro o aparición en _la Dehesa_ había notado Gil que el
-lenguaje de la moza no era el habla tosca del pueblo campesino; se
-expresaba con limpia dicción y con notoria pureza gramatical. El enigma
-quedó aclarado con estas palabras de Pascuala:
-
---Soy maestra. En Zaragoza, donde he vivido cinco años con mi tío
-don Bruno Borjabad, procurador, hice mis estudios, y tengo título...
-¿Qué te creías? Ahora estamos esperando a que don Feliciano Gaitín,
-que es el mandón de estos lugares, nos cumpla lo prometido: darme una
-escuelita de párvulos en cualquier pueblo de esta comarca. Buena falta
-nos hace, porque mis tíos, con quienes vivo, andan atrasadillos por las
-malas cosechas y lo perdido que está todo.
-
-Completó Pascualita su historial con estas referencias:
-
---Vivo con mis tíos Saturio Borjabad y su mujer Baltasara, y esta
-casita es de unos primos míos por parte de madre, llamados aquí los
-_Almuerzos_, porque son de la sierra de este nombre, y se dedicaban al
-negocio del carbón. Ahora viven en Soria. Mi madre se llamaba Pilar
-Arabiana; dicen que era un poquito noble. Mis tíos los Borjabades
-tienen en Suellacabras dos o tres telares, y allí viven mis primos, que
-fabrican sayas y capotillos de jerga. Conque ya tienes ante ti todo
-el mapa de mi familia. Al ponértelo delante, me río como ves... En mi
-parentela hubo nobles y plebeyos; hoy todos son pobres. Algunos viven
-de ilusiones, otros emigran, algunos trabajan como negros... Yo, que
-en pobreza no tengo a nadie que me aventaje, les alegro a todos con mi
-alegría.
-
---¡Qué encanto de mujer! A Dios bendecimos y alabamos por haber hecho
-esa boca. Y a Dios le basta eso para ser grande.
-
-Terminó Pascuala la segunda entrevista despidiendo a Gil con la más
-dulce de sus risas, un empujoncito y esta frase donosa:
-
---Vete ya, que no quiero enojar a los tíos... Me dan licencia de un
-ratito, y el ratito se va volviendo _ratón_.
-
-¡Ay, Gil, en qué soñador arrebato vivías! Y machacando piedras, dejabas
-que tu espíritu rodara por los espacios, chocando con estrellas y
-soles... Muy fuertes habían de ser los tirones de la realidad para que
-a ella volvieses... A la ya referida cita con Pascuala siguieron otras
-en el propio sitio, o en un bosquecito de acacias frontero al pórtico
-de las monjas. En aquellos ratos de dulce intimidad, el fuego de amor
-prendía con flamear gracioso en los corazones. La idea, nunca olvidada
-por Gil, de que se conocieron antes, en otra misteriosa y lejana vida,
-prendió también en la mente de ella, y a menudo decía:
-
---Sí, Gil: yo llevaba en mí hace tiempo tu cara y tu ser todo.
-
-Se confiaban sus pensamientos sin faltar a la pureza y corrección.
-Si él, llevado de su fogoso temple, acortaba la distancia honesta,
-ella le contenía con ademán grave y con su inefable sonreír, que
-valía por un mandato. Separábanse contentos, gustando de antemano un
-porvenir dichoso... Pero a la cita cuarta o quinta, que en el número
-no concuerdan los autores, Pascuala llegó junto a su amado con cara
-triste.
-
---Esta noche --le dijo--, te traigo malas nuevas. Ya ves que no me
-río... y cuando no me ves reír, ya comprenderás que hay procesiones por
-dentro.
-
---Dime lo que hay --replicó Gil, disimulando su alarma--, que seguro yo
-de tu amor como tú del mío, podemos reírnos de toda procesión, aunque
-sea la del _Corpus_.
-
---No pasa el _Santísimo Corpus Christi_ --dijo Pascuala--: lo que pasa
-es que tendremos que separarnos pronto... Mis tíos han resuelto que nos
-vayamos a Suellacabras, porque aquí está todo muy malo... Allí no nos
-faltará un pedazo de pan, y además...
-
---¿Además, qué?
-
---Que el señor Gaitín ha dicho que está a caer mi nombramiento de
-maestra. ¿Para qué pueblo? Eso... de Soria nos lo dirán...
-
---Pues no veo la procesión... Sí la veo... Te veo a ti marchando a
-Suellacabras con tu familia, y yo detrás... Dejaré mi trabajo y cuanto
-hay en el mundo por seguirte. ¿Cuándo nos vamos?
-
---¡Ay, Gil de mi vida! Tu falsa alegría no me sacará de mi tristeza.
-¿No adviertes que esta noche no me he reído ni tan siquiera un poquito?
-Pues cuando mi boca olvida la risa, ¡cómo estará mi alma!... Te
-contaré todo; verteré de mi alma a la tuya todo el amargor que llevo
-dentro. Pensaba dártelo a traguitos; pero ¿a qué traguitos si es mejor
-decírtelo de una vez? Mi tío Saturio ha sabido que tú y yo... nos
-queremos. La tía se enteró y fue con el cuento al tío... Llamáronme a
-juicio esta mañana, y yo, que llevo siempre mi conciencia en la cara,
-saqué de mi intención toda la verdad antes de abrir la boca... Porque
-soy así, Gil... Díjeles que sí, que no tengo por qué ocultarlo, que
-te quiero y me quieres, y estamos los dos en la idea de casarnos...
-Así, clarito... ¡Vieras a mi tía cómo se puso!... Que es una deshonra
-para la familia... que habrá que oír a los _Almuerzos_ cuando lo
-sepan. Y mi tío Saturio, con el temblorcillo de quijada que le da
-cuando se incomoda, y abriendo un ojo más que el otro, salió con esta
-sinrazón: «Una joven de tu mérito, Arabiana por parte de madre, y por
-tu padre de los Borjabades de Medinaceli, casarse con un peón rústico,
-un casca-piedras y rasca-lodos... ¡oh ignominia!...» Y luego la tía,
-saltando de la ira al sentimiento, lloriquea y me dice: «Pascuala, por
-cincuenta coros de ángeles te pido que no hables más con ese bruto.
-¿Quieres tú que nos muramos de pena? ¿Para qué están en el mundo tus
-tíos más que para buscarte un marido de circunstancias y ser todos
-felices?»... En fin, que me han vuelto loca, sin que hayan conseguido
-rendirme. De esto que te cuento ha salido la idea de alejarme de ti...
-
-Maldecía el enamorado su suerte, trinaba y vociferaba mezclando las
-burlas con la ira:
-
---¡Alejarte de mí! ¿Y no han discurrido esos tiorros impedir que salga
-el sol, y que los ríos se encaramen en los montes?
-
---Espérate un poco. Hace algún tiempo que Saturio y Baltasara se
-ilusionan con la idea de casarme a su gusto. Dos novios para mí tienen
-puestos en remojo. El uno es un señorito de Soria, que usa cuellos
-muy altos, y corbatas de colorines, hijo único de viuda rica, según
-dicen; otro es un chico de Almazán, que empezó estudiando para cura en
-El Burgo, y luego lo dejó, y se ha hecho perito agrónomo... Todo esto
-te lo digo para que te vayas enterando. ¡Ay, Gil de mi alma! ¿qué haré
-yo para ponerme ahora en contra de esta mala corriente de mis tíos; qué
-haré para desobedecerles sin perder el respeto y la gratitud que les
-debo?
-
---El amor es antes que todo, Cintia... Hoy te llamo Cintia porque con
-este nombre estás más unida a mí que con el de Pascuala. Y cuando tus
-tíos feroces te digan: «Pascuala, ven», tú responderás: «No sé quién es
-esa que llamáis.»
-
---¡Ay de mí! --gimió agobiada la sin par mujer, inclinando su cabeza
-casi hasta tocar el hombro del cantero--. Hoy estoy muy triste, hoy no
-me río. Dime locuras; oiga yo tus locuras para que se me quite esta
-pena.
-
---¿Locuras? Pues tengo un martillo muy grande. Con él he roto las
-piedras más duras; con él partiré las cabezas de esos tíos sin
-entrañas, tíos peores que sobrinos de Satanás.
-
---Matar no... No me hables de muertes... Otras locuras has de decirme
-para que yo...
-
---Pues oye esta que otra vez oíste y te tentó a la risa. Yo no soy lo
-que parezco. He pertenecido a una sociedad superior, y por fines de
-enseñanza o de castigo he sido rebajado a esta condición plebeya en que
-me ves.
-
---Pues ahora no me río, no me río nada... Lo que hace tu Cintia es
-recordar que ayer mi amiga Felipa, la hija del mandadero de estas
-monjas, me dijo que tú tienes aire de persona principal, y que se te
-puede tomar por un conde con ropa y manos de peón.
-
---Ya te dije anoche que Felipa me parece una mujer de gran agudeza.
-
---Algo hay en ti --dijo Pascuala sin perder su triste serenidad--, algo
-que... no sé decirlo.
-
---Pues yo lo diré, aunque te me pongas incrédula y burlona. Estoy
-encantado... Siendo quien soy, aparento condición distinta de la que
-me dio mi nacimiento... No me mires con esos ojos alelados, que no
-por quedarse lelos son menos bonitos que el sol. No me mires así, que
-ahora voy a decirte algo que te asombrará más. Encantada estás tú
-también, Cintia; pero no has llegado al punto de conocer tu propio
-encantamiento. Lo sospechas no más. La primera vez que te vi, en la
-fuente, te lo dije y me tuviste por loco... Ahora no piensas lo mismo.
-
-Dio Pascuala un gran suspiro, dejando caer sus miradas al suelo. Sin
-levantarlas, murmuró esta pregunta:
-
---Dime, Gil: ¿estar encantada es lo mismo que estar enamorada?
-
---No es lo mismo; pero hay gran parentesco entre el encanto y un vivo
-amor. Como aquella tarde te dije, estás en el crepúsculo de tu memoria,
-del recuerdo de tu ser tal como fuiste antes de ser traída al estado
-presente.
-
-La actitud hondamente pensativa de Pascuala era como la de quien
-exprime con ahinco su memoria para obtener de ella una imagen, una luz.
-Por fin, suspirando con más fuerza, como bebiéndose y expulsando todo
-el aire que la rodeaba, dijo así:
-
---Por momentos paréceme que algo recuerdo; por momentos que no
-recuerdo nada.
-
---Ya recordarás, ya te convencerás.
-
---Pero dime: ¿en tal estado nos hallamos porque a él nos traen?
-
---Sin duda.
-
---¿Quién?... ¿hechiceros?...
-
---O seres divinos, que con ello no quieren hacernos daño, sino mucho
-bien.
-
-Pascuala cruzó dedos con dedos, y enlazadas fuertemente las dos manos,
-las puso sobre el hombro de Gil, cargando sobre él el peso leve de sus
-brazos y el grave de su busto. En tal actitud puso su penetrante mirada
-en los ojos de él, y con intensa seriedad le dijo:
-
---Pues quien nos ha encantado que nos desencante, Gil. ¿Quién puede
-hacerlo?
-
---La Madre.
-
---¿Qué Madre es esa?
-
---La tuya y la mía, la de todos...
-
---Pero esa Madre, ¿dónde está? Yo no la veo.
-
---Es nuestro ser castizo, el genio de la tierra, las glorias pasadas y
-desdichas presentes, la lengua que hablamos...
-
---¿Dónde está esa Madre?
-
---Aquí, en todas partes. Vendrá... se dejará ver si la llamamos con la
-voz piadosa de nuestro amor.
-
-Oído esto, Cintia se levantó. Era hora de volver a su casa. Pasándose
-la mano por la frente y recogiendo de ella ideas quiméricas, las cuales
-arrojó al viento con gesto de diosa que se personifica en materia
-humana, expresó la triste orden de separación:
-
---Mira, Gil: que las últimas palabras tuyas y mías que hemos de decir
-esta noche, sean para fijar nuestro destino.
-
-Juntaron sus cuatro manos. Gil dijo así:
-
---No necesitas jurar. Mándame que te siga, y basta.
-
---Quiero y mando. Sabrás por Felipa el día que salga con mis tíos. Si
-no cambian de ventolera, partiremos pasado mañana a la hora del alba.
-Aquí no nos veremos ya.
-
---Pero allá sí... Yo debo jurar, Cintia. Por la Madre tuya y mía, te
-juro que, encantados o desencantados, serás mi mujer. Adiós.
-
-Se besaron como los ángeles, y la oscuridad de la noche asumió las dos
-figuras... una por acá, otra por allá.
-
-
-
-
-XII
-
-Del conocimiento que hizo Gil con el industrioso mercader Bartolo
-Cíbico.
-
-
-Trabajando en la cantera con desordenado empuje, el buen Gil dejó que
-las manos se entendieran solas con las piedras, sin el gobierno de la
-voluntad, y ardía en estos y otros coloquios consigo mismo: «Buscaremos
-a la Madre... Madre, ¿dónde estás? ¿Te has subido al Moncayo, que es tu
-más alto trono, de donde puedes mirar a Castilla y Aragón?... Pero si
-allí estás, ¿cómo hemos de subir a la cima de ese monte mi Cintia y yo,
-que somos criaturas mortales, aunque encantadas?... Pensando, Madre,
-pensando dónde podríamos encontrarte, se me ha ocurrido que tú no solo
-habitas en las cumbres geográficas, sino en las cumbres históricas.
-¿Estarás en Numancia, quiero decir, en lo que fue Numancia, que si algo
-queda de ella tú sabrás dónde está? He oído que cerca de Soria yace
-soterrado el cuerpo glorioso de aquella ciudad. Allá, allá iremos a
-buscarte.»
-
-A la hora de comer, le llevó Felipa el recado de que Pascuala saldría
-con sus tíos al amanecer del siguiente día; y sabido esto, Gil no fue
-a la cantera más que para despedirse. Sorprendió a los compañeros y
-al capataz la despedida del mozo, a quien todos querían por su trato
-sencillo y buena conducta. A las explicaciones que se le pidieron,
-contestó que su oficio era modelador de yeso y estuquista, y que de
-Soria, donde tenía parientes, le habían propuesto trabajar en una obra
-de la Diputación, con jornal de cuatro pesetas para arriba... Antes de
-ir al parador, enterose bien del camino que había de seguir; y recogida
-y bien liada su ropa en el hatillo con correas, se puso en marcha. Si
-los tíos de Pascuala partían al alba, él les tomaría la delantera,
-saliendo de Ágreda antes de media noche, y así les ganaba camino para
-igualar en lo posible la diferencia de andadura, pues los Borjabades
-iban en carro y él no tenía más coche de ruedas que el de san Francisco.
-
-Caminando ya con firme paso por la carretera de Soria, sus pensamientos
-pueden ser verbalizados de esta manera: «Parece que tengo libertad
-y no soy libre... Dentro de mí siento el hierro, siento la coraza
-del encantamiento, que no me impiden correr hacia la ideal Cintia
-para unirme con ella; pero que no me dejarían seguir otra dirección
-si tomarla quisiera. Encanto y amor van unidos, lo que es doble
-esclavitud y dulzura doble. Confortado por el amor, no temo los duros
-trabajos, ni la humillación, ni la miseria. Concédame la Madre vivir
-con Cintia en el hueco de una peña, como los aborígenes que vinieron
-acá con mi abuelito el hijo de Japhet, nieto de Noé. Viviremos en
-salvaje independencia, ignorados e ignorantes del mundo... Criaremos
-un rebañito de cabras; yo seré cazador... Domesticaré halcones y
-gerifaltes para resucitar la muerta y olvidada caza de cetrería... ¡Oh
-encanto de encantos!...»
-
-Así pensando, descendía por ásperas pendientes, y al amanecer pasó
-junto a la laguna de Añavieja, sobre la cual pesaba una manta de niebla
-perezosa. «Los que por aquí vivían --se dijo--, ¿eran celtas o iberos?
-No recuerdo lo que el pobre Augusto me contaba de la vida y costumbres
-de los españoles primitivos. Lo que yo sé, sin que él me lo haya dicho,
-es que no gastaban chalecos ni cuellos altos, y que su calzado había de
-ser muy cómodo... Me siento amigo de aquellos buenos madrugadores de la
-vida hispánica, y hasta doy en pensar que yo también madrugué, que fui
-un poquito prehistórico.»
-
-Viandantes encontraba pocos, y estos de aspecto miserable; mujeres
-flacas cargando haces de leña; hombres que parecían enfermos y lo
-estaban de penuria y cansancio, luchadores de la vida, en completo
-vencimiento y derrota, que iban en busca de una limosna en forma de
-jornal. Apenas dejó atrás la soñolienta laguna, que ya mostraba su
-cuajado cristal despejándose de la neblina, el paisaje le sugirió ideas
-menos tristes. En los collados verdegueaban matojos y chaparros; se
-oían esquilas de ovejas y algún silbo de pastores... Cuando más solo
-se sentía, encontró una cuadrilla de titiriteros. Abrían la marcha dos
-hombres y un muchacho a pie; seguía el carro entoldado, donde llevaban
-los avíos escénicos. Asomaban por el hueco delantero dos caras de
-mujer y medio cuerpo de una mona triste, achacosa y deslucida de pelo.
-Pararon en firme para dar respiro al tronco de burros, que acababa de
-echarse a pechos una empinada cuesta.
-
-A los que venían a pie preguntó Gil si faltaba mucho para Matalebreras.
-El que parecía capitán de la cuadrilla o director circense, contestó
-al caminante que a la vuelta del cerro estaba Matalebreras, y que si
-no estuviese allí ni en ninguna parte del mundo, nada se perdería,
-porque lugar más arrimado a la cola no había visto en lo que llevaba de
-aquella vida. Y el otro, que debía de ser el payaso, completó así el
-informe de su compañero:
-
---Buen hombre, si llevas que comer, vete a Matalebreras, y si no, pasa
-de largo, que en ese pueblo no ven en el forastero más que mismamente
-un ladrón que llega y les quita lo poco que tienen de comer. En
-dos puñaleras funciones que hemos dado, no hemos visto la cara de
-ninguna moneda del Rey, si no es la roña de ochavos morunos... Y no
-faltan pudientes; pero nos han tomado por gentuza que trae acá la
-_corrumpición_ de los pueblos y el _turriburri_ contra la religión...
-
-Y el otro, colérico y vociferante, siguió así:
-
---Vinieron dos cuervos, alcalde y curángano, a decirnos que si no
-ahuecábamos pronto, nuestras costillas lo habían de sentir.
-
-Bajo la curva del toldo dejáronse ver, agachándose, las dos mujeres
-desgreñadas y pitañosas. La una, que no era joven ni bonita, y aún
-conservaba en sus mejillas flácidas manchurrones del almagre y
-blanquete de la noche anterior, metió para adentro a la mona que allí
-estaba tomando el fresco, y soltó la catarrosa voz a estos bárbaros
-improperios:
-
---Oiga, joven, ¿va usté a esa _Mataliebres_ o _Matachinches_? Diga
-de mi parte al reladronazo del alcalde que me voy con las ganas de
-pasearme por encima de sus tripas y de machacarle las ternillas... Y a
-ese judío del cura dígale que me chincho en su corona, y que se vaya a
-descomulgar a la perra de su madre.
-
-La otra mujer, que en sus brazos había cogido a la mona y
-cuidadosamente la espulgaba, soltó después los clamores de su ira
-diciendo:
-
---¡Pueblo _iznorante_ y _farisón_! Pa esos gansos, el arte no es
-nada... To’l dinero pa misas, y los probes artistas que ladremos de
-hambre.
-
-Gil les consoló con medias palabras; gruñeron y blasfemaron los dos
-hombres; el jefe de la cuadrilla dio por terminado el descanso de
-sus burros; rechinó el carricoche. Con una despedida campechana se
-separaron, y Gil siguió su camino, lastimado del desavío de aquella
-pobre gente.
-
-Avanzado el día, alto ya el padre sol, que acariciaba con sus rayos
-las espaldas del caminante, este llegó a las primeras casas de
-Matalebreras, y como en aquel punto sintiese cercano rodar de carros,
-pensó que serían los de la caravana de Pascuala y sus tíos. Escondiose
-tras de un espeso matorro para verlos pasar, y en efecto ellos eran. En
-el delantero alcanzó a ver el rostro ideal de Cintia, y la desapacible
-carátula de don Saturio amparada de un ancho sombrero; vio sus manos
-nudosas con guantes de lana, apoyadas en el puño de un recio bastón...
-Tras ellos asomaba el rostro afligido y siniestro de Baltasara. En el
-carro zaguero iba un hombre desconocido, entre colchones, trebejos y
-calderería. La familia desgraciada llevaba consigo todo su ajuar, que
-era bien pobre.
-
-Viéndoles internarse en el pueblo, recordó Gil noticias que le dio
-Pascuala del enfadoso don Saturio. Acariciaba este infeliz señor en su
-cacumen la manía de que las sierras del Madero y del Almuerzo guardaban
-en sus entrañas riquísimos minerales de plata y oro, y de bermellón
-o cinabrio. No había más que abrir las peñas y hozar un poco en las
-tierras para encontrar tesoros tales, y bajo la seguridad de estas
-riquezas se escondía el barrunto de que, buscando plata, se encontraran
-esmeraldas y rubíes. Más de una vez derrochó sus mermados cuartejos
-en abrir pozos y calicatas de que no sacó nada valioso, ni siquiera
-la joya de su desengaño. Cuanto más vencido, más aferrado a su loca
-ilusión.
-
-Pensaba Gil que tal vez don Saturio y su caravana se detendrían en
-Matalebreras, patria verdadera o fingida de la sin par Pascuala, y
-no atreviéndose a entrar en el pueblo, temeroso de ser tratado en él
-como lo fueron los desdichados saltimbanquis, se situó a la salida,
-por donde a su parecer habían de pasar los viajeros cuando siguieran a
-Suellacabras... Serían las cuatro cuando Gil, escondido tras una cabaña
-en ruinas, vio aparecer los dos carros de la caravana, despacito,
-acomodándose al paso de varias personas que salían a despedirla. Entre
-ellas vio Gil a un cura inflado y de buen año, que debía de ser el
-mismo de quien la desesperada titiritera habló con ira y desprecio;
-a otro sujeto muy suelto de ademanes, que era sin duda el alcalde, y
-una pareja de humildísimo pelaje, que bien podía ser de las nobles
-alcurnias de Borjabad o de Arabiana. Les siguió con la vista, hasta que
-en un repecho se dieron los adioses. Ocultose Gil en espesura cercana,
-y hasta que se vio rodeado de intensa soledad campestre no emprendió su
-camino.
-
-Aproximándose a una sierra, a ratos oía Gil el rechinar de los carros,
-a ratos no, según la vuelta que llevaban en los escalonados alcores.
-Así anduvo toda la tarde, y a punto de anochecer, se fue metiendo en
-espeso pinar. Pensó el encantado caballero que andando de noche por
-aquel misterioso bosque se perdería; mas sin arredrarse por ello,
-penetró más y más pinos adentro, sin que la negrura de la selva ni la
-quejumbre dolorida del viento en aquellas bóvedas le impusieran temor.
-Ya le rendía el cansancio, cuando sintió sobre la hojarasca resbaladiza
-pasos que no eran de bestias, sino de un activo caminante... Le vio
-venir; fuese a él, diciéndole:
-
---Buen amigo, ¿voy bien por aquí a Suellacabras?
-
-Y el desconocido, sin detenerse, le respondió con buen modo:
-
---El mismo camino llevo yo. Paréceme que es usted nuevo en esta tierra.
-Yo me la sé de memoria. Óigame: aun andando sin parar toda la noche no
-llegará usted a Suellacabras antes de amanecer. Hay que tomarlo con
-calma. Del pinar saldremos pronto; sigue una nava no muy grande; luego
-un monte de hayas, boj y madroñera. Iremos juntos, y si usted no tiene
-demasiada prisa, descansaremos en un chozal de carboneros a media legua
-de aquí.
-
-Agradó a Gil la cortesía del andarín. Pegada la hebra con franqueza
-locuaz por una parte y otra, no tardaron en hablarse como amigos:
-
---Yo vengo de Ágreda, y voy a Suellacabras en busca de trabajo...
-
---Yo soy mercader ambulante que vengo de media España, y a media España
-voy. Llevo a cuestas mi comercio por dos razones: porque me ha quedado
-poco género, y porque en Aldea del Pozo se me murió tres días ha la
-borriquilla que era mi tren de mercancías.
-
-Oyendo esto, advirtió Gil que su compañero de camino, a más del
-envoltorio colgado a la espalda como mochila, llevaba sobre el hombro
-izquierdo un animalejo que al pronto le pareció ratón grandísimo, y
-luego vio que era ardilla, atada de una larga cuerda que el buhonero
-liaba en su brazo derecho. A ratos, volvía el hombre su rostro hacia
-la mansa bestezuela, y pasándole la mano por el lomo le decía palabras
-de paternal ternura... Mas como hablador descosido, su mayor gusto era
-platicar con el compañero de viaje.
-
---Si se puede saber, dígame, buen amigo, en qué trabaja usted y qué
-oficio tiene.
-
-Al oír que Gil venía de romper piedras en una cantera, expresó su
-disgusto y poca estimación de tal oficio, propio de hombres en quienes
-exclusivamente domina la fuerza muscular.
-
---Yo, como usted ve --dijo--, soy comerciante, para lo cual más que
-puños se necesita pesquis, y más trato con personas de todas clases
-que con piedras duras o blandas. Desde pequeñuelo ando en el tráfico,
-y en él seguiré hasta que Dios me mande a comer barro debajo de la
-tierra. Y de todos los modos de comerciar, he preferido el que usted
-ve, que me ahorra gastos de tienda, luz, dependientes, y el quebradero
-de cabeza que dan los libros o papeles de cuentas. No tengo familia
-ni ambición, y disfruto del local más ventilado y espacioso que puede
-imaginarse, que es el libre suelo de mi España querida. Total: que
-mi casa la barre el aire... En los buenos almacenes de las capitales
-compro mi género, y voy a surtir a las villas, aldeas y lugares. Aquí
-cobro, aquí pago: siempre me queda para un mediano pasar. En todos los
-pueblos me quieren, en algunos me alojan gratis, en otros me obsequian;
-recibo encargos; cumplo como un caballero; sirvo al ilustrado y al
-cerril, a las viejas regañonas y a las mozas guapas, al cura ronflante
-y a las monjitas de hablar gangoso y manos blancas. La lista de mis
-artículos no tiene fin: tijeras, cintas, agujas, carretes, peines,
-botones, alfileres, puntillas, plumas, lápices, sortijas, pendientes,
-alfileres de pecho y otras alhajitas falsas... estampitas, medallas de
-la Virgen del Pilar, escapularios, corazones y rosarios... _catones_,
-_fleuris_, cajitas de polvos, polvos para chinches, postales con niñas
-al fresco... _mas amén_ de otras cosillas reservadas que vienen de
-donde vienen y van a donde van.
-
-Pasada la nava, vio Gil un resplandor que iluminaba los senos del
-inmediato monte. Internándose en este, se hallaron en la clara donde
-ejercía su industria una cuadrilla de ahumados carboneros. Dos grandes
-montones de leña cubiertos de tierra ardían con lenta combustión,
-despidiendo la tufarada de la madera verde, y humareda sofocante; y
-no lejos de estos que parecían altares druídicos, chisporroteaba la
-fogata, que era vivac y cocina de los humildes trabajadores. Cuatro
-hombres y un chico estaban en derredor de la lumbre a la mira de un
-cazolón. Dos tenían calada la capucha del capote y parecían cartujos,
-las caras más ennegrecidas que negras, no afeitadas, y de aspecto
-morisco y huraño. Acogieron los carboneros con franco agasajo a los
-dos caminantes, y especialmente al de la ardilla, con quien tenían
-antiguo conocimiento, y les invitaron a su mesa, que era un negro suelo
-sin manteles. No lejos del cotarro, dos pollinos echados dormitaban
-pacíficamente.
-
-Los trajinantes, que a hora tan avanzada tenían más hambre que
-Dios paciencia, no se hicieron de rogar para ponerse en el ruedo y
-participar de la frugalísima cena, que era un guisote prehistórico,
-céltico, antidiluviano, compuesto de cecina de cabra y zoquetes de
-pan, seguido de queso duro y piñones. Todo les supo a gloria, y la
-conversación que amenizaba el banquete versó sobre diferentes chismes
-de los pueblos cercanos. A la claridad de la hoguera que el chiquillo
-atizaba, pudo apreciar Gil la persona y rostro del comerciante
-andariego. Era un hombre acartonado en los años medios de la vida,
-enjuto de cuerpo y de regular talla, piernas de mozo y cara de vieja,
-con ojuelos negros, chiquitines y vivarachos como los del animalito que
-agasajaba. Retirados a donde se les ofreció lecho de hoja seca junto a
-unas hayas, el buhonero, que no podía dormir sin prepararse al sueño
-con un poco de palique, agregó a lo dicho, estas noticias de su persona:
-
---Yo me llamo Bartolomé Cíbico, y nací en un lugarejo que llaman
-Taravilla, tierra de Molina de Aragón. Con diferentes motes soy
-nombrado en los lugares donde tengo mi parroquia. En Aragón me dicen el
-_Paniquesero_, por este bicho que llevo conmigo, al cual llaman allí
-_paniquesa_; en Navarra me apellidan el _Prisitas_, porque soy muy vivo
-para el despacho; en la parte de Aranda me conocen por _Corre-corre_, y
-aquí, en lugares de Soria, no habrá nadie que no le dé a usted razón de
-_Bartolito_.
-
-Correspondió Gil a estas confianzas con otras, diciendo y callando lo
-que le convenía.
-
-Y a la mañana siguiente, sentaditos los dos en un soto a la vista de
-Suellacabras, desayunándose con mendrugos, Gil determinó franquearse
-con Bartolito, pues tales cualidades de agudeza y metimiento había
-descubierto en él, que no dudó sería un excelente auxiliar en el
-negocio que a tal pueblo le llevaba. Después de prepararle con
-insinuaciones sutiles, le dijo que no venía de las canteras de Ágreda
-por buscar trabajo en otra parte, ni por nada tocante a la vida
-material, sino por la busca y seguimiento de una linda mujer con quien
-sostenía lícitos amores. En tan singular hembra se reunían la belleza,
-la virtud y la discreción. Ella y él querían casarse; pero sus anhelos
-se estrellaban en la oposición de unos tíos... que eran los tíos más
-perros que Dios había echado al mundo.
-
-Interesado en el cuento, Cíbico pedía claridad, nombres, nombres;
-y cuando oyó a Gil mentar a los Borjabades, llevose las manos a la
-cabeza, exclamando entre serio y festivo:
-
---¡Don Saturio, Virgen del Tremedal! ¡El primer chiflado y el primer
-cicatero de este mundo, del otro y del de más allá! Le conozco, por mi
-desgracia... Sé quién es la chica. La vi en Zaragoza cuando estudiaba
-para maestra... ¡Vaya, vaya! ¡Don Saturio! pues no le ha caído a usted
-floja viga encima del cráneo. Ya sabrá que anda buscando piedras
-preciosas. Boñigas y cascarrias le daría yo. A cuenta que para piedra
-preciosa, bastante tiene con Pascualita... Que la venda, y...
-
---Eso quiere él, Bartolo --dijo Tarsis-Gil--: venderla; pero yo no se
-lo consentiré, y usted me ayudará.
-
-Mostrose Cíbico en tan buena disposición para secundar los planes del
-amigo, que este se aventuró a proponerle mediación o tercería para
-comunicarse con la bella moza. Gil se mantendría escondido en cualquier
-hostal o parador, y Cíbico, con el mete y saca de su ambulante
-comercio, podría llevar y traer esquelas o recaditos.
-
-Brillaban con cierta malicia rufianesca los ojos de Bartolito cuando
-dijo:
-
---Sí, sí: lo haré de muy buena conformidad, porque a ese tío le
-tengo yo gana por una judiada que me hizo el año pasado, y aguardaba
-yo coyuntura de cobrársela. Ahora es la mía. El viejo carcamal,
-desesperado de no encontrar oro ni diamantes, quiere hacer negocio con
-la California de su sobrina. Pues ahora nos veremos. Hoy mismo, amigo
-Gil, empezaremos a trabajar el negocio. Don Saturio estará alojado
-en casa de esos que llaman los _Almuerzos_. Pues allá me voy con mis
-pacotillas, echando por delante toda mi agudeza. Y para que se entere
-usted de quién es ese tío marrullero, oiga este golpe. Diez meses ha,
-me encargó una lente de gran aumento, de esas que llaman _lupas_,
-para examinar los granitos y polvitos que a él le parecen de oro.
-En Zaragoza compré la lente, y era tal que con ella veía usted los
-pelos del sobaco de una pulga... Se la traje... y el muy pindonguero,
-después de usarla muchos días, no quiso pagármela. Díjome que se había
-enfermado de la vista, porque el cristal tenía maleficio y qué sé yo
-qué. Resultado: que ni me pagaba, ni me devolvía el artículo... Lo que
-digo: hoy mismo empezamos.
-
---Yo le quedaré a usted muy agradecido, señor Cíbico --dijo el mozo
-con timidez--, y si salimos triunfantes, le recompensaré... Hoy habría
-de ser con alguna cortedad, porque ando escaso de moneda; mañana, otro
-día...
-
---¡Oh! no hablemos de eso --replicó el mercachifle con voz y ademanes
-de delicadeza--. Ya nos entenderemos... y lo que usted dice: a
-triunfar, a reventar a ese pelma y deshacerle la combinación. Bien
-veo yo, y perdone... bien veo que usted no es un cualquiera. Me ha
-dado en la nariz que aquí hay principalía, que debajo de un Gil hay un
-Torongil... ¿No me entiende?... Hágame el favor de enseñarme sus manos.
-
-Mostró el caballero sus manos, y el ladino Bartolo las tocó, y apreció
-su dureza y callosidades. Después hizo lo propio en el antebrazo,
-apretándolo para enterarse de la tensión acerada del bíceps. Hecho
-esto, y clavando en Gil sus ojuelos vivarachos, le dijo:
-
---Amiguito, las manos y brazos son de cavador o de cantero; pero la
-cara, el mirar, el habla, son de otra calidad, son de otra encarnadura.
-A mí no me la da nadie. Soy perro viejo, que ha visto mucho mundo...
-Debajo del sayal hay al... y punto... Ya hablaremos, señor don Gil.
-
-Diciendo esto, dio a la ardilla todo el largo de cuerda, que era como
-unas varas de libertad. Subiose el animal a un árbol con graciosa
-presteza, y después de brincar de rama en rama, persiguiendo los
-pajarillos, estuvo espulgándose y limpiándose el hocico hasta que el
-amo la llamó a su amorosa tutela, mostrándole cortezas de pan:
-
---Ven, rica... Venga mi _paniquesa_ bonita y salada... Baja, toma...
-¡Ay, qué juguetona y qué enredadora es la niña de su padre!
-
-Llegáronse cautelosos hasta las primeras casas del pueblo, y en una de
-estas, que era casa de amigos, aposentó Bartolo a Gil, encareciendo
-la familiar asistencia. Luego partió a su correría mercantil, y tan
-diligente estuvo en lo tocante al negocio del amigo, que a media tarde
-le llevó noticias de su novia.
-
---Entré en la casa de sus primos, y mi buena estrella me deparó el ver
-a Pascualita. Me compró unas peinas que no pienso cobrarle. Después,
-aprovechando un momento en que nos quedamos solos, le hablé de Gil.
-Se puso muy colorada. Yo le dije que estaba usted en lugar seguro...
-y ella mudó de color; díjome que su tío... ¡Porra, qué tío!... «Pues
-sabrá usted que don Saturio se avistó esta mañana con el Gaitín que
-vive en Suellacabras, y concertaron que la Guardia civil le prenda a
-usted por vago, y le lleve atado codo con codo: ¿a dónde? ya no me
-acuerdo.» Esto me lo dijo la niña secreteando... Apareció la tía con
-su cara de alcuza y no pudimos hablar más. No hay que apurarse, amigo.
-Aquí no han de cogerle. La gente de esta casa es de toda confianza...
-Ahora voy a dar una vuelta por el pueblo, a ver si cobro algunos
-picos... Le traeré a usted una cédula; rompe la suya, y toma con nueva
-cédula otro nombre.
-
-Intranquilo estuvo Gil hasta la noche y hora en que Cíbico le llevó
-con la cédula noticias peores. Había vuelto a la casa de Pascuala, que
-aterrada y trémula le entregó este mensaje, rápida y nerviosamente
-escrito en un papelejo: «Vete corriendo de aquí, y lleva la cédula que
-te dará Bartolo... Escóndete de Guardia civil... Irás vuelta de Soria
-rodeo largo. En Soria estaremos viernes. Bartolito darate señas...
-Bartolito amigo bueno... Bartol...» No siguió escribiendo... Gran
-susto... Oyose el carraspeo de don Saturio como una tempestad cercana.
-
-
-
-
-XIII
-
-Prosiguiendo en su vaga peregrinación, el encantado caballero va camino
-de Numancia.
-
-
-Ganada la confianza con el largo palique, Bartolo y Gil llegaron a
-tutearse.
-
---Fíate de mí --dijo el pacotillero, dejando ambos los duros colchones
-a punto de amanecer--. Tú sales ahora, y yo contigo para llevarte, con
-el resguardo de mi persona bien acreditada, hasta las ruinas de un
-castillo de Templarios que tenemos como a un cuarto de legua. Allí te
-guareces; allí me esperas, pues acá me vuelvo a despachar mis cobranzas
-y recibir encargos. Al mediodía nos reuniremos para encaminarnos
-despacito hacia un pueblo de pesca que llaman Renieblas, donde tengo
-trabajo lo menos para tres días. Tú sigues por las veredas que te
-indicaré, bien apartadas del camino donde podrás encontrar los malditos
-tricornios. Y si los encontrares, fíate de tu cédula y no corras,
-aunque no esté bien decir de la cédula lo que de la Virgen decimos;
-y si apurado te vieres, te haces pasar por criado mío, que para esa
-comedia te daré un paquetito de medallas del Pilar, dirigido al ama
-del cura de Santiago, que las revende en su iglesia... y así vivimos
-todos.
-
-Conforme al plan ideado por el sagaz _Paniquesero_, Gil pasó la mañana
-en los Templarios, esqueleto de rotos muros, que parecía maldecir y
-apostrofar a la dormida soledad que le rodeaba. Entretúvose el mozo
-en mirar el circular revuelo de las aves que allí tenían sus nidos,
-grajas, chovas y cernícalos, dueñas de las altas piedras y del aire.
-Creía encontrarse en un país inhabitado, o en el cementerio de una
-nación que ni memoria de sus hijos dejara. Fuera de algún pastor de
-cabras que conducía su rebaño a los zarzales y a las peñas revestidas
-de silvestres enredaderas, no vio alma viviente en aquellos contornos.
-Solo con su imaginación, Gil abandonaba el paisaje y las ruinas para
-pensar en su amor y en la bella Cintia, de quien le separaban, a su
-parecer, distancias inconmensurables y siglos de tiempo. Y adormido en
-sus añoranzas, le venían a la memoria los versos idílicos que el zagal
-Rodrigacho solía cantar en la majada guiando a sus ovejas en busca de
-mejor pasto. Era el tal Rodrigacho un poco poeta y erudito memorioso de
-versos pastoriles. Gil se los hacía repetir, y algunos se le quedaron
-en la memoria. Recostado entre las ruinas y puesto el pensamiento en
-su augusta dama, murmuraba: «_Oh Venus, dea graciosa, -- a ti quiero y
-a ti llamo_...» Recordando otra canción muy lastimera, decía: «_Bien
-sé que me ha de acabar -- el dolor de esta partida, -- que de verme y
-veros ida, -- me ha tanto de lastimar -- que en ello pierda la vida...
-¡Ijujú!_»
-
-Llegó puntual a las doce el hombre inquieto y ágil con el animalejo
-que era su insignia en el palenque de la vida. Traía ración sobrada de
-fiambres y una mediana bota de vino, con lo que hicieron mesa de un
-peñasco plano y se sentaron a comer. Bartolo, que comiendo en sociedad
-honraba siempre el nombre de su pueblo natal, Taravilla, extremó aquel
-día su locuacidad, aprovechándose de que Gil medio se aletargaba en
-melancolías taciturnas. De la viva charla del buhonero se extracta lo
-siguiente:
-
---Si eres despejado y no pierdes la sangre fría, podrás zafarte de la
-Guardia civil. Hazte el valiente, aunque no lo seas, y si te cogen, di
-que te quejarás al señor Gaitín, o que pidan informes de ti a cualquier
-Gaitín, porque aquí no hay más ley que el capricho y el _me da la
-gana_ de esa familia. Los alcaldes son suyos, suyos los secretarios de
-Ayuntamiento, suyos el cura y el pindonguero juez, ya sea municipal, ya
-de primera instancia. Como te coja entre ojos un Gaitín, encomiéndate a
-Dios... Porque aquí decimos que hay leyes, y mentamos la Constitución
-cuando nos vemos pisoteados por la autoridad. Nombrar esas cosas es
-como si cuando te estás ahogando en un río pidieras botas de montar.
-Los tiranos que aquí se llaman Gaitines, en otra tierra de España se
-llaman Gaitanes o Gaitones... Pero todos son lo mismo. Y para poder
-bandearme entre ellos, ando yo en esta vida vagabunda. No puedes ni
-respirar si no estás bien con el alcalde, con el juez, con la Guardia
-civil, con el cura. Y aquí me tienes que vivo con todos, es decir, que
-les engaño a todos. ¿Te vas enterando?
-
-Replicó Gil que algo sabía ya del caso, y el de la ardilla prosiguió
-así:
-
---Aquí vivimos de mentiras. Decimos que ya no hay Esclavitud.
-Mentira: hay Esclavitud. Decimos que no hay Inquisición. Mentira: hay
-Inquisición. Decimos que ha venido la Libertad. Mentira: la Libertad no
-ha venido, y se está por allá muerta de risa... Verás un caso: había
-en Matalebreras un pobre labrador con familia, buen hombre... Pero le
-dio la ventolera por no querer ir a misa. Pues ha tenido que malbaratar
-su tierra, tomando lo que han querido darle, y salir pitando para las
-Américas. Te contaría mil casos; pero tú los irás viendo, si ya no los
-has visto... El que quiera vivir aquí en paz, tiene que hacer lo que
-hago yo, y es ponerse al son y al gusto de cada uno. Yo engaño al cura
-metiéndome a ratos en la iglesia... y venga rezar, y vengan golpes
-de pecho que se oyen en Jerusalén; yo le bailo el agua al alcalde
-alabándole cuantos desatinos hace, y a la esposa del juez municipal y
-a las señoras de los Gaitines les vendo con rebaja de un veinticinco
-por ciento. Gracias a este ten con ten, vivo y como... Pues tú, como
-no hagas lo mismo, trabajillo ha de costarte sacar a Pascualita de las
-uñas lagartijeras de don Saturio... Sutileza, hipocresía y engaño has
-de emplear antes que la fuerza.
-
-No estaba conforme Gil con la flexibilidad reptante de su amigo, y más
-le gustara ir por derecho al asedio y toma de Cintia. Engolfado en
-estas ideas, solo prestó vaga atención a la charla del buhonero, y toda
-su alma iba en persecución de la imagen y alma de la Madre, pidiéndole
-auxilio para triunfar de la ímproba realidad. Encantado él, encantada
-Cintia, hallábanse bajo el imperio de la soberana Encantadora, y de
-esta dependía el que ambos vivieran gozosos o muriesen de pena... Y
-cuando emprendieron la marcha por veredas y atajos en dirección de
-Renieblas, Gil no tenía pensamiento más que para la invocación a la
-Madre, ni ojos más que para buscarla en una revuelta del sendero, o
-suponerla en acecho tras de la peña formidable o el espeso matojo. Su
-compañero a ratos le preguntaba:
-
---¿Qué miras, qué oyes?
-
-Y él respondía:
-
---Oigo y veo lo que quisiera ver y oír...
-
-Respetaba Cíbico estos nebulosos conceptos considerándolos rarezas del
-que tenía por hombre superior en calidad y entendimiento. «Es un león
-oprimido --se decía--, y yo el ratoncillo travieso que puede hacerle un
-buen recaudo.»
-
-Renieblas era el último pueblo del mundo, o el más distante moralmente
-de la civilización hispánica; mas no por esto disfrutaba de mayor paz
-y felicidad, porque allí también llegaba el apestoso influjo de la
-familia gaitinesca. Alojáronse los viajeros en una casa humilde, y en
-ella tuvo Gil, a la siguiente mañana, ilusión tan intensa de ver a
-la Madre y de recibir muy de cerca su soberano aliento, que ello fue
-como la misma realidad... Dando a su amigo las últimas instrucciones y
-consejos antes de separarse, el hombre industrioso y ardillesco le dijo:
-
---Tengo que despachar aquí algunas baratijas, y cobrar lo que me deben
-del viaje pasado; luego me iré a Buitrago, donde pienso colocarle
-al cura unos _Evangelios_ y _Reglas de San Benito_ para preservar de
-enfermedades al ganado y personas. Tú, antes de ir a Soria, debes parar
-en Numancia, que según veo te llama y atrae con un son de poesía: allí
-puedes entretenerte viendo las cavas que hacen para desenterrar el
-cuerpo de la ciudad que tanta fama ganó con su valor.
-
---Sí, sí: iré a Numancia --dijo el encantado--, donde, seguro, seguro,
-encontraré a la Madre.
-
---Las _Madres Concepcionistas_ no estarán allí: las encontrarás en
-Soria, junto a la parroquia de San Clemente. Te lo digo por si la
-Madre que buscas fuera de esas... Las de _San Vicente_ están en la
-_Beneficencia_. También te digo que si en Numancia te dieran trabajo
-en las excavaciones, debes ajustarte y coger pala y picachón, que
-así ganarás algún dinero, y esperarás a que yo me junte contigo para
-llevarte a Soria... Yo he de ir allá, que en aquellas ruinas sagradas
-tengo un negocio de que no te hablé todavía; pero ya es llegada la
-ocasión de ponerte en autos. Bien podría ser que nos asociáramos para
-una granjería que da más que las minas soñadas del mamarracho de don
-Saturio... Ven acá, y sentémonos en este arcón.
-
-Dijo esto echando mano al bolsillo interior de su zamarra, de donde
-sacó un lío de periódicos, y de entre ellos una carterita sebosa. Viva
-curiosidad movió a Gil, que fue derecho a sentarse junto a Bartolo.
-Este desprendió el elástico que sujetaba la cartera, y con solemnidad
-religiosa mostró al mozo los peregrinos objetos que en ella guardaba.
-Silencio en los dos. La cara de Cíbico era toda orgullo comercial; la
-de Gil sorpresa y admiración...
-
---¿Qué me dices de esto? Aquí tienes medallas, monedas, camafeos...
-Proceden de Clunia, la ciudad romana que está soterrada en un poblacho
-que llaman Coruña del Conde. Los aldeanos que arando descubren estas
-preciosidades, las llaman _chanflos del moro_... Antes las vendían por
-cuatro o cinco cuartos. Hoy han abierto el ojo y piden más. ¿Ves este
-ópalo que tiene grabado un ciervo? Pues uno como este compré yo por dos
-pesetas, y en Zaragoza lo vendí en catorce duros. ¿Ves esta moneda de
-plata con letras que dicen _Aug. Divi. Fi_... y qué sé yo qué? Pues me
-la dieron por tres pesetas, y yo no la suelto por menos de cinco duros.
-Este medalloncito de piedra onix con un guerrero que lleva escudo y
-lanza, lo guardo para un marchante muy entendido que lo tendrá si
-afloja veinticinco duros.
-
-El acto de mostrar Bartolo las monedas y camafeos fue el momento
-psíquico en que Gil tuvo la perfecta ilusión de la presencia de la
-Madre. No solo apreciaba su aliento cálido que le azotaba el rostro,
-sino que la vio inclinada entre los dos amigos, casi tocando con su
-cabeza a la de ellos, en figura corpórea, no tan diáfana como la de los
-espectros. A tanto llegó su alucinación, que se le escapó decir:
-
---¿Verdad que es bonito, Madre?
-
-Y también creyó que la Señora sonreía como burlándose del traficante en
-polvo de los siglos muertos.
-
-Luego Bartolo siguió así:
-
---Estas monedas de cobre y de plata son de Numancia. Proceden, no de
-la ciudad, sino del Campo Romano. Adquirí el año pasado una moneda
-celtíbera de cobre que me valió treinta y dos duros, o sea dos onzas...
-Conque ya ves si esto es buena ganga. ¿Creías tú que yo no trabajaba
-más que en ovillitos de algodón y en peines de a real?... Pues ahora,
-conociendo lo listo que eres, no necesito decirte que si te admiten
-en las excavaciones, y moviendo tierra ves que salta una moneda o
-medalloncito, no lo des al encargado, sino lo apañas con disimulo, me
-lo entregas, y de la ganancia que hubiere, mitad tú, mitad yo... No te
-digo que hagas lo mismo con alguna jícara o puchero que te saltara de
-entre los terrones, porque esto ya es más difícil de guardar... Tú a lo
-nuestro: ojo a las chapas, a los anillos, a los amuletos que aquellas
-pindongas romanas se colgaban entre los pechos...
-
-Admirado Gil de no ver a la Madre, y buscándola con sus miradas en toda
-la pieza, nada contestó al pacotillero, el cual guardaba sus preciosas
-chucherías con avara solemnidad.
-
-Al despedir a Gil antes de media mañana, llevole a la margen del pueblo
-por el Norte, y le señaló el camino que había de seguir:
-
---Remontas esta loma, y antes de llegar al primer caserío, tuerces a
-mano izquierda y te metes en un páramo... Adelante, adelante por el
-páramo... Traspasas un cerro, luego otro cerro, y a la bajada de este
-te encuentras en Garray, que es como decir en Numancia.
-
-Salió andando Gil con veloz carrera, semejante, a su parecer, a la que
-llevaba cuando traspasó las cimas de Urbión agarrado al velo de la
-Madre. Pronto le dijo su cansancio que iba por su pie, y no conducido
-por ninguna fuerza sobrenatural. «No viene, no viene conmigo --se
-decía desalentado, revolviendo en torno suyo ansiosas miradas--. No
-la veo, no la oigo... Seguiré solo hasta Numancia, que es su casa y
-su trono.» Con esta ilusión avanzó en su camino, sin hallar persona
-viva. Era una región solitaria, en la que Gil no encontraba más que
-la huella invisible de la Historia, y gráficas huellas de rebaños. Y
-reconociéndose solo, también se reconocía sin albedrío para proceder
-libremente. Sentíase sujeto por duras cadenas a una fatalidad
-misteriosa, y esta le llevaba por donde iba... No podría, no, dirigirse
-a otra parte. Lo más extraño era que su gusto y la fatalidad obraban en
-armonía perfecta, es decir, que era esclavo y gustaba de la esclavitud.
-
-Toda la mañana anduvo sin novedad, y cuando apechugaba con el primero
-de los collados que le indicó Bartolito, vio que del Poniente, o más
-bien del Sudoeste, venía un cálido viento que levantaba negras nubes
-de aquella parte, tapando el sol a ratos, a ratos descubriéndolo.
-Truenos lejanos pronunciaban un _alerta_ terrorífico. Siguió su marcha,
-y cuando descendía por pedregosas veredas a un barranco, que parecía
-copia del valle de Josaphat, el cielo tomó color plomizo; la nube
-cerró el paso a los rayos del sol, y el viento ardoroso sopló con más
-fuerza disparando goterones que al caer en tierra sonaban como balas.
-Claridades lívidas y pavorosas cruzaban por los aires, y el trueno
-chasqueante y repercutiente seguía las huellas del relámpago con
-intervalo brevísimo. Buscó Gil dónde guarecerse; pero solo encontró
-un peñasco que era en verdad el peor paraguas que pudiera imaginarse.
-Sobre el pobre Gil descargó un diluvio de granizo, del cual se defendió
-con el improvisado escudo de sus manos. En la rauda iluminación de los
-chispazos eléctricos, que en el aire describían las figuras geométricas
-más peregrinas y aterradoras, creyó ver Gil una silueta de mujer
-inconfundible con ninguna otra, y en su paroxismo de terror gritó:
-
---¡Madre mía, socórreme!
-
-Debió de socorrerle la excelsa Señora, porque salió ileso del horrible
-pedrisco. Sobre él cayeron cantos de hielo, que empezaron garbanzos,
-luego fueron nueces, y por fin huevos de gallina de los de dos yemas...
-Pasó la nube, y el pobre mozo siguió escotero, apechugando con el
-segundo collado, por donde debía pasar de un barranco a otro. Andaba
-de prisa; iba en dirección contraria de la que llevaba el temporal;
-pero allá por Occidente, tirando al Sur, veía un segundo escuadrón
-de nubes, como segundo cuerpo de un grande ejército que acabaría de
-invadir el cielo en lo restante del día. Calado hasta los huesos, avivó
-el paso, y al llegar al caballete de donde veía la hondonada oscura,
-buscó con inquieta mirada un paredón o casucha donde abrigarse del
-nuevo diluvio que le amenazaba. Encaminose a una ermita en ruinas, y
-allí esperó el segundo chaparrón de agua y granizo, que no fue menos
-violento y azotador que el primero, y también acompañado de pirotecnia
-de relámpagos y de estrepitosa sinfonía de truenos. No abandonó aquel
-amparo hasta que las horripilantes nubes descargaron toda la furia que
-llevaban en sus entrañas.
-
-Ya se venía encima la noche cuando Gil emprendió de nuevo la marcha
-por una pendiente en cuyo fondo no veía más que negruras informes. El
-suelo bajaba con él; piedras y hielo resbalaban ante sus pies o con
-ellos juntamente; caía, se levantaba, patinaba, y hacía mil figuras y
-cabriolas. De este modo, medio descoyuntado de brazos y piernas, llegó
-a un llano, encharcado por la lluvia. Siguió en derechura de unas luces
-que a regular distancia vislumbraba. El pueblo de aquellas luces debía
-de ser Garray. El peregrino, sin reparar en estorbos de charcos o
-pedruscos, siguió en recta línea hasta que pudo distinguir un edificio
-grande y blanco, como enlucido de lechada de cal, reciente. La blancura
-y la luz le guiaban. La claridad salía de una anchurosa puerta,
-juntamente con ruido de humanas voces... Avido de abrigo y descanso,
-no vaciló en meterse bajo el primer techo que encontraba. Traspasó la
-puerta balbuciendo tímidamente una petición de permiso... Dijéronle:
-«Adelante»... Vio algunos hombres en pie, agrupados en derredor de una
-mesa. Sentados junto a esta, la vista fija en papeles y en montoncillos
-de dinero, había dos personas. La que Gil vio a su derecha se ocupaba
-en pagar a los hombres, que tenían trazas de jornaleros de obras
-públicas. El señor que estaba de frente no hacía más que inspeccionar
-la operación de pago y cobranza. Adelantose Gil desflorando una frase
-de cortesía, y antes de que acabara de pronunciarla, quedó absorto y
-mudo... El señor aquel que la mesa presidía era el eximio sabedor de
-antiguallas don José Augusto de Becerro.
-
-El primer impulso del caballero fue acercarse a su amigo para verle de
-cerca y exclamar alborozado: «Hola, mi querido Augusto... ¿Tú aquí?
-¿No me conoces? Soy Tarsis.» Pero su mismo instinto de esclavitud le
-contuvo. No debía ni _podía_ manifestarse en tal forma, sino en la de
-un pobre jornalero del campo, que medio muerto de fatiga, tronzado
-por el pedrisco y la lluvia, demandaba hospitalidad, y si podía ser,
-trabajo en las ruinas, cavas o lo que hubiera.
-
-
-
-
-XIV
-
-De la increíble presencia del espíritu de Becerro en las gloriosas
-ruinas, y de sus hechos y dichos.
-
-
-Con buenos modos acogieron al mozo, y no fue menester que este diera
-pormenores de su necesidad, pues harto la declaraban el rostro aterido
-y el peso de fango y agua que llevaba en su ropa. Becerro y el otro
-señor que hacía los pagos deliberaron un momento sobre si le admitían o
-no al trabajo, y entonces vio el caballero que del fondo de la estancia
-emergían dos guardias civiles levantándose de un banco. No les había
-visto antes por hallarse en pie frente a ellos los trabajadores que aún
-esperaban la paga. Cuando vio Gil que los guardias iban hacia él, tuvo
-un momento de turbación; pero pronto se rehizo. Metió mano al pecho,
-diciendo:
-
---Aquí tienen mi cédula. Florencio Cipión. Soy criado de Bartolo
-Cíbico, y quiero trabajar aquí, mientras él anda en su tráfico; que los
-tiempos están malos, y hay que buscar un pedazo de pan donde quiera que
-lo haya.
-
-Los guardias no pusieron a Gil reparo alguno, y devolviéndole la
-cédula, dijo uno de ellos:
-
---¿Y dónde han quedado _Corre-corre_ y su ardilla? Así le llamo, porque
-ese apodo le daban en Aranda, donde le conocí.
-
---En Renieblas dejé a mi amo --replicó Gil muy sereno--. Aquí le
-tendremos al fin de la semana.
-
---¡Vaya con el cuajo del tal _Corre-corre_! --dijo risueño el
-guardia--. Tiene que traerme unas postales, chicas guapas... Me aseguró
-que recalaría en Garray el 8, y estamos a 17...
-
---Pues postales de esas trae, con muchachas muy lindas, bailarinas y
-cantaoras que dan la desazón.
-
-En esto, Becerro y el otro individuo decidieron admitir a Gil con
-jornal de diez reales, y que se le daría por aquella noche albergue en
-la sobrestantía: la cena por cuenta de él. Terminado el pago, fueron
-desfilando los trabajadores que vivían en otras casas del pueblo.
-Salieron también los guardias, dando las buenas noches, y quedaron
-solos con Gil el señor de Becerro, el pagador y un hombracho que
-parecía capataz. Mientras hablaban, observó con gozo el caballero
-encantado que su persona no despertaba sospechas.
-
-Delante Augusto y el otro sujeto, detrás Gil y el capataz, pasaron los
-cuatro a otra habitación de planta baja, extensa y anchurosa crujía
-donde vio Tarsis, arrimados a la pared, ladrillos que debían de ser
-romanos o celtíberos, infinidad de piezas de cerámica o fragmentos
-de ellas, lápidas y vestigios mil de civilizaciones que fueron. A la
-izquierda estaba la estancia del gran Becerro, de quien se despidió el
-pagador para irse a su casa en el interior del pueblo. En el fondo,
-vio Gil dos puertas por donde venían olores de cocina y cháchara de
-mujeres. Mientras don Augusto se internaba pausadamente en su albergue,
-el capataz llevó a Gil hacia el fondo, y le señaló un cuarto para que
-en él metiera su hatillo y se mudara de ropa antes de cenar. Así lo
-hizo el encantado, y repuesto de su mojadura y quebranto, se reparó del
-hambre en buena compañía del hombracho y de las hacendosas mujeres.
-Salió después con el que ya era su amigo a fumar un cigarrillo en la
-gran crujía, y allí se abocaron con el sabio, que ya despachado había
-su frugal colación, y se paseaba despacito con las manos a la espalda.
-Sentados los dos hombres en un banco arrimado a la puerta, no esperaban
-más que a consumir el pitillo para ir a su descanso. Becerro, en su
-vagar lento, echaba miradas inquisitivas a Gil; de improviso se detuvo,
-y llamándole con gesto amable, le llevó a pasear con él.
-
-Lo que hablaron, como toda voz pronunciada en aquel prístino escabel de
-la Historia, merece ser reproducido fielmente.
-
- BECERRO. ~(Poniendo en su rostro de chivo, cada día más ahilado y
- mustio, una sonrisa cortés.)~--Dispénseme, buen hombre. Desde que
- le vi a usted en la sobrestantía, y ahora viéndole aquí, estoy
- batallando con mi memoria... Vamos, que la cara de usted no me es
- desconocida... yo le he visto a usted... ¿dónde? ¿cuándo? Pues
- no doy con ello... Mis dolencias me han dejado el cacumen harto
- desfallecido, y...
-
- TARSIS. ~(Sereno, poniéndose al instante en situación con un
- ingenioso embuste.)~--Verá usted, señor don Augusto, cómo yo le avivo
- la memoria. ¿No se acuerda del estuquista y vaciador de yesos que
- trabajó tan cerca de usted cuando decoramos con escayola la escocia y
- techo de la Exposición de artes medioevales? Florencio Cipión: ¿no se
- acuerda? Yo era el primer oficial de Torelli.
-
- BECERRO. ~(Examinándole el rostro muy de cerca, no despejado aún
- de sus dudas.)~--¡Ah! sí... ya... El nombre de usted nunca lo
- supe. Cipión... ¡Qué coincidencia! ¡Llamarse usted como nuestro
- expugnador, _Escipión!_ Le falta el cognomen, _El Africano_... Pues,
- efectivamente, ya voy recordando... la fisonomía, digo; que el nombre
- es nuevo para mí... ¿Y cómo ha venido usted a parar a estas soledades
- gloriosas?
-
- TARSIS.--Rodando, señor, que el destino del pobre es rodar como esos
- cantos que fueron picudos, y con el rodar se vuelven lisos como
- huevos. Y usted, don Augusto, ¿está bien de salud? La última vez que
- tuve el gusto de verle, andaba usted medianillo.
-
- BECERRO.--¡Ay, no me diga!... Hallábame entonces en lo más agudo de
- un terrible ataque de neurastenia... ¡Qué noches, qué días! Entre
- mil aberraciones, padecí la de creerme encantado, y con poder para
- divertir a los demás jugando a los encantamientos recreativos.
-
- TARSIS.--¿Y la Madre, dónde está? ~(Con todo su interés en los ojos.)~
-
- BECERRO. ~(Atontado.)~--¡La Madre!... Deje que me acuerde. Usted
- llama Madre a la que yo llamo Hermana mayor, que es aquella parte
- de la Historia patria que abraza desde la venida de los griegos
- hasta la caída de Numancia... Pues a esa Hermana debo mi curación.
- Sabrá usted que es amiga y familiar del Ministro... Ambos son de la
- misma edad... Mi excelente Hermana, o si usted quiere, Madre, tuvo
- la feliz idea de que cambiando de aires me pondría bueno; habló
- al Ministro, apretándole a que me diera una colocación en estas
- ruinas. El hombre estuvo pensándolo seis meses, y al cabo de ese
- tiempo y de otro tanto de expedientismo veloz, me trajeron acá.
- El destino que disfruto no es ninguna ganga. No tengo funciones
- técnicas, sino administrativas... Soy auxiliar de no sé quién...
- cobro del material... Pues aunque mi puesto es indecoroso y de
- cortísima remuneración, trabajo como un negro. Entre usted en ese
- cuarto, y verá mis planos, mi trabajo de reconstrucción, día por día,
- de los asedios que sufrió Numancia desde que a ella se acogieron
- los _segedenses_ en el 153, antes de Jesucristo, hasta que quedó
- _autodestruida_... esa palabra empleo... en el 133...
-
- TARSIS.--Y entretenido en esas tareas gratas, se ha curado usted de
- la neurastenia.
-
- BECERRO.--Sí, gracias a Dios... Estos aires, tan sanos como
- heroicos... la Historia alta, y llamo alta a la que nos cuenta las
- virtudes máximas; la Historia de altura es el mejor de los tónicos.
- Heme restablecido aquí. Ya no me queda más que un remusguillo del
- pasado achaque... Algunos días, cuando sopla ese viento que los
- griegos llamaban _Apellotes_, o aquel otro llamado _Eurus_, me siento
- un poquitín tocado. Ayer precisamente estuve todo el día estudiando
- la táctica y movimientos del primer expugnador de Numancia, Quinto
- Fulvio Novilio, el que trajo el escuadrón de elefantes... A estas
- bestias de gran calibre consagré yo mis cinco sentidos; las hice
- avanzar de tres en fondo sobre los numantinos; fijé el punto en
- que los animalitos, digo, animalotes, se espantaron, y volviendo
- grupas de improviso, llevaron la confusión y el desorden al campo
- romano... Pues anoche... Verá usted... salí a tomar el aire, y como
- de costumbre... me alejé... campo adelante. Hallábame tan despierto
- como ahora lo estoy, puede creérmelo... ¿Cuál no sería mi sorpresa
- al ver venir los elefantes desmandados, como le estoy viendo a usted
- ahora? Era un horror. Bajo las pisadas de aquellos monstruos temblaba
- la tierra... Quise huir, caí al suelo... Los terribles paquidermos
- pasaron sobre mí... Imagínese usted... Cada una de sus patas pesaba
- como una torre... ¡Ay, ay! testimonio de aquel desastre son los
- dolores que tengo en este lado, ¡ay!
-
- TARSIS.--¡Pobre don Augusto! Debe usted descansar, recogerse pronto.
-
- BECERRO.--¿Para qué? ¡Si yo no duermo...! Con dos horas de sueño me
- basta. Trabajaré hasta las cuatro... Pase usted a ese tugurio donde
- me han metido, y verá lo que abultan mis papeles... A cada general de
- los siete que mandó Roma contra esta ciudad invencible, consagro un
- tomo... Los años suceden a los años, y Roma, que domina el mundo, no
- acaba de conquistar este palmo de tierra. En mi Historia acuso las
- cuarenta a cada uno de los bárbaros caudillos que vinieron acá, y lo
- mismo le sacudo a Pompeyo Rufo que a Hostilio y a Filón; y si a este
- le demuestro que robaba cuanto podía, al otro le descubro que era
- tartamudo y borracho. El tocayo de usted, Escipión, ya es otra cosa.
- Por sus antecedentes militares y sus victorias en África, le consagro
- dos tomos... Vino aquí cuando Numancia llevaba quince años de lucha
- contra Roma... El tal Escipión era hombre de cuenta. Lo primero que
- hizo fue limpiar su ejército: despidió a los buhoneros y cantineros,
- los _Bartolitos_ de entonces... y despachó también con viento fresco
- a _diez mil_ mujeres romanas de las que llamamos _del partido_. Ahí
- es nada: diez mil _hetairas_, que las tropas traían consigo para
- pasar el rato. Eran bonitas, juguetonas, venustas, maestras en danzas
- y garatusas para enloquecer a los hombres y llevarles a la molicie.
- Expulsadas por Escipión, las diez mil damas que ahora llamaríamos _de
- las Camelias_, se esparcieron por la feraz Hesperia, con lo que Roma
- realizó la penetración pacífica: unas se quedaron en el territorio
- de los _Arévacos_, otras en el de los _Pelendones_, donde hicieron
- asiento, vulgarizando el nombre de _pilindongas_... Pocas fueron a
- establecerse entre los _Edetanos_ e _Ilergetes_; las más corrieron en
- busca de los pueblos ricos, y llegaron con sus gracias a la opulenta
- _Hispalis_, o a _Gades_ frecuentada por extranjeros, a _Cartago
- Espartaria_, a la gran _Barcino_, ciudad generosa y abierta siempre
- a toda hermosura y elegancia. Con activa erudición de cazador de la
- Historia he seguido yo el paso de estas bellas peregrinas, y las veo
- instaladas muy a gusto en los pueblos que se llamaron _Turdetanos_,
- _Bástulos_ y _Túrdulos_, donde si alguna novedad enseñan, más pueden
- aprender en achaque de danza y meneos graciosos con crótalo y laúd...
- Pero se cae usted de sueño, y no es bien que yo le robe el descanso.
-
- TARSIS.--Sueño no falta... Pero el gusto de oír a un hombre tan sabio
- vale por diez camas... Siga.
-
- EL CAPATAZ. ~(Acercándose respetuoso.)~--Déjele, don _Angosto_, digo,
- don Augusto. El pobre está rendido.
-
- BECERRO.--Idos al descanso... ¿Qué tenéis para mañana?... ¿Vais al
- campamento romano dejando a medio desescombrar la calle longitudinal
- de la ciudad celtíbera?... ¡Error, desatino! ~(Triste, sacudiéndose
- un cínife que picarle quería.)~ Si aquí mandase yo, establecería
- en los trabajos el sistema perpendicular combinado, concretándome
- a la calle numantina que puedo llamar calle maestra de la ciudad
- heroica... Descubierta la romana, apurar el descubrimiento de la
- celtíbera, y proceder luego a descubrir la ciudad prehistórica,
- dedicando a esto las calles transversales. Llamo a este sistema
- perpendicular combinado porque, ahondando siempre, exhumo a Numancia
- en el sentido de Norte a Sur, y a la ciudad prehistórica en las
- calles de Este a Oeste... Pero yo no mando, yo no dispongo nada...
- He venido de agregado al caos, o sea lo que llaman administración...
- Amigos, buenas noches. Que descansen: yo no tengo sueño y estudiaré
- hasta el alba... Un momento; óiganme dos palabras. La ciudad
- prehistórica, innominada y desconocida, es más interesante que todo
- lo romano y lo celtíbero. Para mí, la ciudad que yace debajo de
- Numancia es una de las que Gerión, natural de Caldea, fundó en esta
- comarca, ocupada siglos después por los _arévacos_... Y aquí fue
- donde los hijos de Gerión mataron, como ustedes saben, a Trifón,
- hermano de Osiris...
-
- EL CAPATAZ.--Don Augusto, buenas noches.
-
- BECERRO.--Adiós. ~(Para sí, dirigiéndose a su cuarto.)~ Estas pobres
- bestias en dos pies son máquinas musculares, que no piensan más que
- en fortalecerse con la comida y en engrasarse con el sueño.
-
- EL CAPATAZ. ~(Andando con Gil hacia su alojamiento.)~--Este don
- Augusto está un poco ido.
-
- TARSIS.--Enteramente ido. Sabe mucho.
-
- EL CAPATAZ.--Sabe; pero no rige... Es un infeliz. Le han mandado aquí
- como para darle una limosna.
-
- BECERRO. ~(En su cuarto, requiriendo libros y papeles.)~--¡Feliz hora
- esta de soledad y silencio! Sigo excavando en tu ser espiritual,
- ¡oh Numancia! como esos brutos desentierran tus huesos... Decidme,
- mujeres numantinas: ¿qué sentíais, que pensábais ante la ilustrada
- fiereza de Escipión Emiliano? Hablad, bárbaras hermosuras, inflamadas
- en el santo amor de vuestros héroes, sacerdotisas de la dignidad de
- vuestro pueblo. ¿Y vosotros, niños numantinos, con qué juegos os
- adestraban para la guerra? ¿Jugábais a manejar la honda, a imitar
- las catapultas y arietes de vuestros enemigos?... Quiero saber si
- vuestras madres os llevaban pegados a sus pechos cuando iban a
- disparar flechas contra el romano... Héroes, decidme qué os daban
- de cenar vuestras mujeres cuando volvíais de la pelea: ¿cenabais
- guiso de cecina con _erebintos_, que hoy llamamos garbanzos? ¿En los
- fieros combates os excitábais apurando esa bebida hecha de cebada,
- que llamabais _celia_? Señoras numantinas, lo que esta noche quiero
- desentrañar es si vuestra religión os permitía la poligamia, si
- vuestros sacerdotes eran castos, si erais charlatanas y presumidas,
- y os componíais mucho para ser gratas a vuestros hombres. Decidme
- si asistíais gozosas a esos templos formados por grandes peñascos
- enhiestos, si veíais con gusto correr la sangre en los sacrificios,
- si cuando descuartizábais al prisionero alababais a vuestras feroces
- divinidades, y si teníais fe en el arúspice que del examen de las
- entrañas de la víctima sacaba el conocimiento del porvenir...
- Decidme, hombres, si entre vosotros hubo sabios investigadores que
- se dedicaran, como yo, a esclarecer las oscuridades paleolíticas.
- Preguntadles, os lo suplico, si vuestra lengua procede del caldeo o
- del etrusco. ¿No llamáis a los gazapos _laurices_, al vino _bacho_
- y al escudo _cetra_?... A los sabios preguntad si la población
- prehistórica enterrada bajo vuestra Numancia es _Andarisipo_,
- fundada por los _Tartesios_, según mi amigo Estrabón, o _Copsanio_,
- de origen cántabro, según Pomponio Mela... ~(Pausa. Prepárase a
- escribir.)~ ¡Hermoso silencio! El alma del erudito se extasía en
- la sublimidad de estas ruinas gloriosas. ¡Oh ensueño, oh dulce
- embriaguez de los enigmas atávicos! Ya que no venís a mí, hermanas
- pelásgicas, etruscas o fenicias; ya que no quiere Dios que yo penetre
- el misterio de vuestro origen, dejadme que busque y husmee vuestras
- huellas; y a estas piedras dormidas preguntaré si sois hijas de
- Atlas o Héspero, si os trajo Gárgoris, rey de los Curetos, para que
- fuerais fundamento y troquel de la civilización hispánica... Mientras
- Numancia duerme, el erudito vela, y entrega todo su ser al deliquio
- histórico... El enamorado de la antigüedad os busca, os persigue, os
- evoca con su abrasado aliento... ~(Poseído de frenético entusiasmo.)~
- ¡Oh! ya me siento león... ya mis dedos son garras, ya sacudo la
- melena, ya la fiereza hierve en mi corazón, ya causo espanto, ya
- resoplo, ya rujo... Allá voy. ~(Salta por encima de la mesa y sale
- rugiendo.)~
-
- TARSIS. ~(Agitándose en su camastro.)~--¡Ay de mí! ¿Qué es esto? Caí
- en el primer sueño como en un pozo, y ahora... ¿Qué ruido es ese que
- me atormenta?
-
- EL CAPATAZ. ~(Despertando.)~--¡Eh! ¿Qué te pasa? ¿Hablas dormido?
-
- TARSIS.--Me ha despertado un ruido espantable...
-
- EL CAPATAZ.--¡Otra! Se me olvidó decirte que ronco como un piporro...
-
- TARSIS.--No es ronquido lo que oigo, sino el _baladro_, alarido de
- animal fiero.
-
- EL CAPATAZ.--Oigo a los perros que ladran a la luna.
-
- TARSIS.--Es más fuerte y temeroso que el ladrar de los perros. Ahora
- suena cerca de aquí, ahora se aleja. Escuche. ¿No tiembla usted?
-
- EL CAPATAZ.--¿Yo qué he de temblar, contra? No tengo miedo a
- embelecos de las ánimas.
-
- TARSIS. ~(incorporándose.)~--¿Ánimas dice? Será el ánima de un león.
- Lo que se oye es el resoplido de una fiera. El rugido sale algo
- cascado, como si el león padeciera moquillo.
-
- EL CAPATAZ.--¡Otra!... Ya sé lo que es. Los que andan de noche por
- las cavas dicen que han visto un león grande y flaco... que corre
- y salta furioso sobre las ruinas, dando resoplidos al modo de los
- perros que rastrean. Un trabajador de acá salió con escopeta,
- y le soltó un tiro sin hacer blanco... Es ánima del león de la
- _antigüidad_, que del otro mundo viene a la querencia de las piedras,
- y mete el hocico olfateando huesos, o ceniza de madera y ladrillos
- que _entavía_ huelen a quemazón.
-
- TARSIS. ~(Recostándose.)~--El león de Hesperia...
-
- EL CAPATAZ.--Duérmete, bruto, y otra noche saldremos a verlo...
-
-
-
-
-XV
-
-De lo que vio y sintió el caballero en el osario de Numancia.
-
-
-Al trabajo en las excavaciones fue Gil el siguiente lunes con cierta
-emoción religiosa. No era lo mismo arrancar piedras de un monte para el
-afirmado de un camino, que sacar de la tierra las que dos mil años ha
-fueron asiento y abrigo de un pueblo perpetuado en la excelsitud de la
-Historia. De los veinte o más hombres que allí trabajaban, tal vez Gil
-era el que mejor comprendía toda la grandeza de aquella exhumación.
-Revolviendo tierras negras, tierras coloradas, se iba penetrando de
-lo que hacía. Por las explicaciones que en su tosco lenguaje le dio
-el capataz, descifraba los caracteres del suelo. Lo negro era la
-ciudad romana, que los vencedores construyeron sobre los restos de la
-ciudad celtíbera; lo rojo era Numancia quemada, escoria de ladrillos
-calcinados y cenizas revueltas con huesos y trozos de cerámica. Entre
-este material que los azadones cuidadosamente movían y las palas
-apartaban, aparecían los sillares de labra tosca, ajustados con barro.
-Las piedras formaban paredes, y las paredes habitaciones, y estas
-casas, y las casas calles...
-
-Recorrió el caballero en largo espacio una vía perfectamente empedrada.
-Al pisarla, pudo imaginar que hallaba huellas recientes, huellas
-de hace dos mil años, que aún vivían o resucitaban en la mente del
-explorador poseído de respeto y emoción... y allá en lo más hondo,
-yacían los huesos de otra ciudad enterrada por los numantinos al
-construir la suya; de una ciudad, en cuyo suelo el Tarsis del siglo
-XX sentía las pisadas del Tarsis prístino, desvanecida imagen de los
-tiempos.
-
-Desde que llegó a Numancia, el asendereado Gil padecía crisis aguda de
-imaginación, con disloque de nervios y propensión a ver en anárquico
-desorden las realidades físicas. La soledad, el no saber de Cintia,
-el desamparo en que le tenía la Madre, y la presencia y contacto
-de Becerro, le llevaron a tal estado. El chisporroteo mental del
-erudito prendía en la mente de Tarsis, y la inflamaba en fúlgidos
-delirios... Por las noches, en la sobrestantía de Garray, tenían un
-poco de tertulia los que allí se albergaban, y en tal reunión solía
-buscar un rato de amenidad la pareja de Guardia Civil. Uno de los dos
-guardias era ceñudo y áspero; el otro, más joven que su compañero,
-se distinguía por su afabilidad y buen modo, no incompatibles con la
-rigidez disciplinaria. Llamábase Regino, y entre él y Gil, de palabra
-en palabra y de franqueza en franqueza, llegó a establecerse simpatía
-precursora de amistades. En la tertulia se hablaba de política, del
-avance de la exhumación numantina, de las chicas del pueblo, de
-chismes, historias y consejas, y una noche salió a relucir el cuento
-del león fantástico, que rugiendo y dando resoplidos corría de piedra
-en piedra.
-
---Me paiz --dijo el capataz-- que ese león será escapado de los que en
-un jaulorio hicían junción de circo en Zaragoza.
-
-Un mozo sostuvo que lo había visto hozando en las ruinas, y apretó a
-correr asustado del _caragesto_ del animal y de su soplido. Riendo el
-guardia civil Regino de tales apreciaciones, dijo que la curiosidad le
-movió una noche a salir a ver al león, y...
-
---Señores, están ustedes locos o atontados por el miedo. Yo vi a la
-fiera, y aseguro que no es fiera, sino un perrazo de los que llaman de
-San Bernardo, animal hermoso, aunque algo viejo.
-
-Incitado el gran Becerro a dar su opinión, dijo gravemente:
-
---Caballeros, en ningún caso puedo yo confundir perros con leones,
-porque a estos nobilísimos y fieros animales conozco y trato de
-antiguo... No se ría usted, Regino, y perdone que le diga... vamos, que
-el ente zoológico que usted vio paseándose majestuoso por las ruinas,
-no pudo ser perro, y que no lo tendremos por tal, aunque usted nos lo
-pinte con la noble prestancia perruna de los llamados del Monte de San
-Bernardo. También diré a usted y a todos los señores presentes, que
-es simplicidad sostener que en España no hay leones, como no sean los
-que adiestrados por domadores bárbaros muestran su ferocidad mercenaria
-en el circo. Y yo pregunto al amigo Regino y a su compañero: ¿Cómo
-negáis que existen leones, si vosotros mismos, bravos hijos de Marte,
-lleváis dentro el animal que es símbolo de la fortaleza y heroísmo? ¿Y
-lo que dentro lleváis, no podríais en un momento supremo sacarlo al
-exterior, asimilándoos la forma leonina en la especie de pelos, melena,
-uñas, rugido y fiereza? ¿Rechazáis tal hipótesis? Pues yo os aseguro
-que conozco... que he conocido personas de alma tan encendida en ardor
-patriótico, y tan enamorada del emblema heráldico de nuestra raza,
-que llegaron al puro éxtasis y a la perfecta identificación con dicho
-emblema. En sus paroxismos, esos seres privilegiados, cuando hablaban,
-rugían, y al querer andar, saltaban, y armados se veían de terribles
-garras, revestidos de bermeja pelambre y de una melena gallardísima...
-Pero noto incredulidad en vuestros semblantes, y os digo: «Dejemos
-por ahora este asunto, que tiempo vendrá de tratarlo con la debida
-formalidad... Caballeros, buenas noches. Me voy a mi cueva.»
-
-Gran burleta hicieron todos de lo que habían oído. Pero Gil no tomó
-a risa las irradiaciones de la encendida mente de Augusto. Ya se
-sentía herido del amor a lo sobrenatural, y llagado de la pasión de
-las cosas absurdas o descomunales. A la mañana siguiente, sus ojos
-dieron en alterarle, si no la forma, el tamaño de los objetos. Al
-principio las personas cercanas se le ofrecían en su natural talla;
-pero las distantes se agigantaban hasta alcanzar estaturas de veinte
-o más metros. Después, todos, él mismo, eran gigantes, y las ruinas
-de una extensión desmesurada que en los horizontes se perdía. Los
-pucheros rotos que extraían de la tierra eran como tinajas, y las
-ánforas llenaban con su abultado vientre un gran espacio. De estas
-alucinaciones tenía la culpa Becerro, que al verle salir para el
-trabajo y hablarle de la grandeza de aquel noble escenario, le dijo:
-
---Aquí, Cipión, no hay nada pequeño... Todo es colosal. Yo encontré
-en los escombros de una casa celtíbera un alfiler que era del tamaño
-de las modernas espadas. No se ha determinado aún la talla de los
-numantinos, que era como la de una mediana torre.
-
-En el recogimiento de la noche, observó con gozo que los objetos
-recobraban el tamaño con que comúnmente los vemos. Durmió tranquilo,
-y al despertar, tuvo la grata sorpresa de ver entrar de rondón en el
-cuarto a Cíbico y su ardilla. Esta se subió a un alto armario, y el
-buhonero abrazó a su amigo diciéndole:
-
---He tardado... he tenido que ir a Soria. Te traigo noticias de
-Pascualita. Sal y hablaremos.
-
-Vistiose Gil, salieron, y camino de las ruinas desembuchó Cíbico
-cuanto llevaba.
-
---Lo primero: he visto a tu novia. Me ha dicho que vayas a Soria, que
-quiere hablarte.
-
-Gil saltó diciendo:
-
---Vamos ahora mismo.
-
-Bartolo, recomendando con expresivo gesto calma al amigo y quietud a la
-ardilla, prosiguió así:
-
---No seas tan vivo. Oye esta buena noticia. Ya tiene Pascualita el
-nombramiento de maestra para no sé qué pueblo. La pobrecilla está loca
-de contento, pues ya gana su pan, y se quita el dogal de sus tíos, que
-es fuerte apretura.
-
---Vamos, vamos allá hoy mismo, --volvió a decir Gil.
-
-Y Bartolo, con semblante risueño, replicó:
-
---Hoy no vamos, por varias razones. La primera, que tu Pascuala y sus
-tíos vienen aquí esta tarde a visitar las ruinas. Les ha invitado, y
-en coche les traerá, el secretario del Gobierno Civil... Aunque ese
-gaznápiro de don Saturio hará el papelón de adorar el cuerpo santo
-de Numancia, viene con otra idea. Lo sé de su boca, que nunca miente
-cuando habla de sus necedades. Viene a proponer a los arqueólogos de
-acá y al señor ingeniero director de las cavas, _que ajonden_, _que
-ajonden_, como decía el gitano del cuento, porque debajo de todo este
-terreno que a la vista se ofrece, _todo es plata_. ¿No te ríes?... Otra
-cosa: me ha encargado Pascuala que no le hables, y tan solo la mires de
-lejos... Ella... supongo que a ti te mirará de lejos, y aun de cerca...
-que para eso del mirar fingiendo que no miran tienen las mujeres un
-juego de pupilas que ya, ya... Bueno: pues hay otra razón para que
-no podamos irnos hoy, y es que tengo que mirar a mi negocio. Me han
-dicho al llegar aquí que en estos días han salido de la tierra cosas
-muy lindas de barro y de metal. ¿Y a ti no te ha deparado San Antonio
-alguna monedita, o siquiera un cascote de ánfora con dibujo a rayas, de
-ese que los señores sabios llaman _inciso_?
-
-Como Gil le respondiera negativamente, añadiendo que si algo hubiera
-descubierto lo habría presentado a los señores, Cíbico se burló de sus
-escrúpulos, espetándole la vieja fórmula vulgar de que _lo que es de
-España es de los españoles_.
-
-Luego añadió, metiendo mano al bolsillo:
-
---Pues mira, por llegar pesqué esta medallita... Aunque es de cobre
-tiene un gran valor, por ser, como reza el cuño, del tiempo de un tal
-Sila. Es igual a otra que tuve y vendí. Se la compré esta mañana a un
-chico de Calatañazor que trabaja en el Campamento Romano.
-
-Se pararon. Cíbico le señaló un lugar distante donde se vislumbraba
-hormiguero de cavadores, y dijo:
-
---Aquel es el primer campamento que estableció el sinvergüenza de
-Escipión... El hombre no se anduvo en chiquitas. No alojaba sus
-tropas en tiendas de lona, sino en casas de piedra, que formaban como
-ciudades, con sus calles y todo...
-
-En esto vieron venir a la pareja de Guardia Civil, y oyeron la voz de
-Regino, que al aproximarse gritaba:
-
---Hola, maldito _Corre-corre_; ¿ya estás aquí? Gracias que te esperamos
-sentados.
-
-Saludáronse los cuatro cordialmente, y el ambulante abordó al guardia
-de este modo:
-
---Ahí tienes ya las postales. Esta noche te las daré: son muy lindas...
-Pero ¡ay! la más graciosa que te traía... ¡vaya una preciosidad!...
-una hembra como un capullo de rosa... y en camisa... con aire de
-inocencia deshonesta, como quien tapa y destapa. Pues, hijo, te has
-quedado sin ella... Me la birló el cura de Buitrago. (_Risas._) Al
-darle otras que me había encargado, vistas de catedrales y de la _Cara
-de Dios_, que está en Jaén, se me fue entre ellas la tuya con la
-señorita vergonzosa en camisa... Una equivocación... (_Carcajadas._)
-No te quiero decir cómo se puso el hombre al ver la _profanía_... Su
-cara echaba lumbre, rediós; le tembló la papada, apretó los puños...
-«Grandísimo canalla --me dijo--, voy a denunciarte al Gobernador para
-que te meta en la cárcel por vender estas porquerías»... Temblando
-del susto, le contesté: «Don Atanasio, yo... yo vivo con todos... Se
-la di porque venían mal barajadas... Venga esa porquería, que era
-para otro cura»... Y él: «No, no te la devuelvo, bandido, recadista
-del Infierno... Me quedo con ella, me la llevo a casa... pero es para
-quemarla... Contigo debiera la autoridad hacer lo mismo»... Yo: «Pero,
-señor cura, deme...» Y él: «No te la doy... Y para que veas que soy
-hombre de conciencia, te la pago... Toma.» Me pagó, y al partir me
-bendijo. (_Gran fiesta y chacota._)
-
-Separáronse, marchando las dos parejas en direcciones contrarias.
-Mientras Cíbico recorría casas de Garray buscando con huroneo sigiloso
-monedas o fragmentos de cerámica para su granjería arqueológica, Gil
-tiraba de pala y azadón en el lugar donde le habían puesto, y atento al
-trabajo manual dejaba que su vagabundo espíritu aleteara en la ilusión
-de ver a la ideal Cintia...
-
-Y antes que llegase la hora de la tarde en que presumía el aparecer
-de su dama, Gil se vio acometido por segunda vez del engaño visual,
-consistente en ver agrandados desmesuradamente los objetos. «Vamos
---pensó el mozo--, ya estoy otra vez entre gigantes. ¿Para qué me
-pondrá la Madre en los ojos del alma estos cristales de aumento? Sin
-duda para que la magnitud de lo que veo me enseñe la elevación de
-ideas.» Esto pensaba cuando vio a Cintia que de Garray venía, llevando
-de un lado a su tío, de otro al secretario del Gobierno; seguía detrás
-doña Baltasara con un bigardo peripuesto y de innoble facha, y en
-último término la pareja de la Guardia Civil. El secretario, que era
-un sujeto inflado, seco y vacío como un expediente, con bigote de
-moco y corbata colorada, se había hecho acompañar de la pareja para
-darse el pisto de llevar a sus invitados con escolta. Doña Baltasara
-era mismamente una bruja, y don Saturio, ocultos los ojos con gafas
-azules, los dedos gafos y nudosos metidos en guantes negros, el afilado
-rostro sin otra expresión que la de su inconmensurable imbecilidad,
-avanzó hacia las ruinas con andar y actitudes de hombre muy corrido y
-entendido, de esos que no se rebajan fácilmente a la admiración.
-
-Entre esta corte de grotescas figuras iba Cintia o Pascuala como una
-reina, que si su hermosura la enaltecía, no la realzaba menos su
-modestia. Vestidita con deliciosa sencillez, sin sombrero, porque
-no lo tenía; la cabeza tocada de un velito, su traje de merino
-azul oscuro muy parco en adornos, sus guantes, su calzado de cuero
-amarillo, cuantos la veían pasar se la comían con los ojos. Ya se
-sabe que a los de Gil, las figuras de Cintia y sus cargantísimos
-acompañantes medían talla más que gigantesca. Si esto daba grandiosa
-monumentalidad a la gentil estatua de Cintia, a los otros les agrandaba
-la fealdad, haciéndola monstruosa. Con fija mirada les siguió Gil
-en sus movimientos y en su examen de las reliquias descubiertas. El
-inmenso majadero don Saturio señalaba enérgicamente al suelo con su
-bastón, y a ratos lo hincaba en la tierra, cual si amenazar quisiese
-a los antípodas, y hacía desaforados aspavientos, que el caballero de
-este modo tradujo: «Señores, hagan caso de mí; _ajonden_, que debajo de
-esta broza hay _un mar de plata_. Yo lo sé; soy perito en capas de la
-tierra. Tengo el secreto; no me falta más que dinero para _ajondar_.»
-
-Después que divagaron los visitantes entre montones de tierra y
-paredones desenterrados, volvieron en dirección de Garray para ver
-el Museo. La parada junto a donde Gil trabajaba fue lenta y no sin
-peripecias. Por los desniveles del terreno y los obstáculos que a
-cada paso se ofrecían, obligada se vio la bella joven a dar algunos
-brinquitos, recogiendo un poco su falda... Aquí le ofrecía la mano el
-Secretario, que pomposamente conciliaba la cortesía con la autoridad;
-allí, por encontrarse más cerca, la sostenía Regino. Cada mal paso
-era motivo de joviales comentarios. Al pasar Pascualita cerca de su
-enamorado, desplegó todo el arte mujeril para echarle tiernas miradas
-oblicuas sin que nadie lo notara... Alejáronse la familia de Borjabad
-y acompañantes: sus tallas gigantescas no presentaron otra disminución
-que la que marcaban las leyes de perspectiva... Desaparecida la señora
-de sus pensamientos, Gil quedó en un mundo enano y oscuro. El sol
-escatimaba su luz; apagábanse las voces, derivando en salmodia de
-tristes murmullos; hombres y animales eran seres canijos y desmayados,
-que pataleaban para no hundirse en la tierra húmeda. Esta se estremecía
-débilmente con amagos de terremoto, como queriendo sepultar a la
-generación presente junto a los huesos de la edad neolítica.
-
-Con estas morbosas sensaciones, que eran las muecas de su melancolía,
-pasó Gil lo restante de la tarde; y a la hora de suspender el trabajo,
-fue a recogerle Cíbico, que le llevó a su alojamiento, en una casa
-de las más pobres del pueblo. Quería mostrarle algunas bagatelas
-arqueológicas recién adquiridas, migajas o raspaduras de la Historia:
-una chapa, dos fíbulas de cobre, y un cuchillo de piedra. Esta última
-pieza diputaba por muy valiosa, y se relamía pensando en los buenos
-duros que habían de darle por ella. Las fíbulas mostró a su amigo,
-dándole acerca de tales baratijas o adornos explicaciones muy eruditas.
-Eran al modo de broches con que las señoras y señoritas de Numancia se
-sujetaban el manto. Una era como culebrita de dos cabezas graciosamente
-curvadas; otra como una _omega_, con los trazos superiores en rosca.
-
---Me figuro yo --decía Bartolito-- que las damas de aquel tiempo se
-componían y emperejilaban mismamente como las de hogaño, con una
-_transcendencia_ de perfumería que daba gloria olerlas... Y me figuro
-yo que cuando iban a sus bailes y zambras, se pondrían sus mantones
-de Manila, o cosa tal, prendiditos al pecho con estas que llamamos
-fíbulas, y que vienen a ser como los imperdibles que yo vendo a real
-o real y medio... De faldas iban muy ligeras, calculo yo, y se las
-arremangaban hasta más arriba de la rodilla. Así lo he visto en unas
-pinturas de la Academia de Zaragoza... En la delantera o pechuga
-llevaban muy poca tela; de forma y manera que lo iban enseñando todo...
-Para mí, Gil, y esto es idea mía, las damas que moraban en esos
-terrenos que estás desescombrando, tenían tanta vergüenza como San
-Sebastián pantalones... Todo por culpa del gentilismo, _verbigracia_,
-religión de ídolos.
-
-Atención tan vaga prestaba Gil a su amigo, que la charla de este poco
-más era que el zumbido de un moscardón. Comprendiéndolo así Cíbico,
-ya dispuesto a cenar en compañía de su ardilla, que le saltaba de las
-piernas al hombro y del hombro a la cabeza, varió así de registro:
-
---Cuando los Borjabades iban a coger el coche, me acerqué a saludar a
-tu novia. «Bartolo --me dijo Pascuala con un guiñito--, si vas a Soria
-mañana, no dejes de llevarme la seda verde.» ¿Has entendido? Seda verde
-quiere decir: «necesito comunicación». El recado que para ti me dé la
-flor de la maravilla, entrará en tus oídos mañana a estas horas.
-
-Retirose Gil consolado con estas ofertas y planes, y se fue a su
-alojamiento en la sobrestantía, donde le esperaba la cena, y después
-la entretenida tertulia que allí solían tener el capataz, la pareja de
-Guardia civil y otros amigos. Apenas llegó al ruedo, le cogió Regino
-por un brazo llevándole aparte, y fuera de la puerta se sentaron para
-charlar de cosas que no interesaban a los demás. Era el joven guardia
-muy comunicativo, afable en el trato, como hijo de muy decente familia
-empobrecida. No carecía de instrucción elemental; distinguíase por su
-exactitud en el servicio, y por su proceder noble y generoso en la vida
-privada, por sus movimientos efusivos con derivaciones románticas. A
-poco de tratar a Gil, que en Numancia era _Florencio Cipión_, le dio
-paso franco a su simpatía, después a su amistad, pronto a su confianza.
-Contábale a menudo episodios interesantes de su vida, en la que fueron
-pocas las venturas, muchos y grandes los sacrificios. De sus amores
-desgraciados hizo relato que parecía novela. La última novia que tuvo
-le amargó la vida con horrible desengaño... Y él paseaba su tristeza
-por los caminos que la pareja había de vigilar, y consolábase con la
-idea de sorprender criminales en quienes descargar sus destemplados
-humores.
-
-Pero de improviso surgió en el alma del buen Regino una ilusión
-potente, que le anunciaba nuevas alegrías y consoladoras esperanzas.
-Con impaciencia pueril anhelaba comunicar al amigo el sentimiento que,
-apenas nacido, no le cabía ya en el corazón; y de esto vino el cogerle
-y llevarle aparte para decirle:
-
---Deseaba verte para referirte lo que me pasa. Hoy ha sido para mí día
-grande, día de esperanza y de creer en Dios y en la Virgen. He visto
-hoy una mujer que me ha vuelto loco. Apenas la vi, la tuve por la mujer
-única, por la que ha de colmarme la vida. Engañado viví con otros
-amores, y ahora me alegro de que pasaran, y del martirio que me dieran
-me río, como se ríe uno de los castigos que le aplicaron en la escuela
-por no saber la lección.
-
-Viéndole venir, Gil turbado y suspenso le interrogó con dos palabras, y
-el guardia se clareó al instante con estas candorosas explicaciones:
-
---La vi esta tarde visitando las ruinas con su familia y el Secretario
-del Gobierno de Soria, y solo de verla quedé perdidamente enamorado de
-ella, como si de antes enamorado estuviese por haberla visto en sueños.
-Luego he sabido que se llama Pascuala, que es maestra con título, y
-sobrina de aquellos señores adustos que la acompañaban... No hablé con
-ella, ni el respeto me lo habría permitido... Solo mediaron entre ella
-y yo estas palabras: «Sí... no... gracias... deme usted la mano... No
-tenga miedo... gracias... Para servir a usted... gracias...» ¡Qué metal
-de voz!... Se me metía en el alma como una música de serafines... ¡y
-qué ojos, Florencio; qué mirar semejante al mirar de las estrellas,
-cuando las estrellas le cogen a uno pensativo y con murrias!... Supongo
-que entenderás esto, pues eres hombre agudo... Y, por último, mañana
-mismo le escribiré a Soria pidiéndole relaciones; y si me atiende,
-como espero, y nos tratamos, y del trato quedamos de acuerdo... bien
-avenidos el uno con el otro, aquí tienes a un hombre dispuesto a
-casarse, y se casará como hay Dios.
-
-No esperó Gil el final del concepto para levantarse, y en pie junto al
-guardia, con voz de convicción severa, le dijo:
-
---No te casarás, Regino, porque esa mujer, esa Pascuala... y de su
-verdadero nombre hablaremos luego... esa que llamas Pascuala tiene ya
-dueño. Y para que desistas de tu pretensión, bastará que sepas que es
-mi novia; debiera decir mi mujer, porque juramento de tal me ha hecho,
-y palabra de esposa me ha dado, sin que yo tenga la menor duda de su
-fe, y de la verdad con que me entregó su corazón en prenda de su mano.
-
-Levantose también Regino, movido de sorpresa y del estímulo de su
-dignidad, hombre por hombre... y Gil prosiguió con mayor brío de este
-modo:
-
---Es mía esa mujer. Por ella estoy aquí; por ella soy o parezco
-esclavo, pegado a una herramienta vil. No está ya en mi poder por la
-malquerencia de unos tíos tan infames como imbéciles. Pero eso no me
-importa. Yo venceré con la ayuda de Dios... Y ahora te digo que si no
-me reconoces el derecho de primacía y te obstinas en pedir relaciones
-a mi mujer, se acabaron las amistades, y empieza desde este momento
-la enemiga más fiera entre los dos. O te mato yo, para quedarme
-solo frente a ella, o me matas tú a mí, para que sobre mi cadáver
-la enamores y la rindas, que no la rendirás. Di pronto si avanzas o
-retrocedes, si eres amigo o enemigo; y en caso de que te declares
-rival, no despuntará el día de mañana sin que se decida cuál de los dos
-quedará en este mundo.
-
-Vaciló Regino en la respuesta. Los sentimientos que en el campo de su
-alma chocaron en brava pelea durante segundos, no pueden definirse.
-Quedó triunfante la honradez generosa, la cual no tardó en recibir
-aliento de las virtudes nativas que fortalecían su ser. Pasando su
-brazo sobre los hombros del amigo, le dijo con sinceridad valiente:
-
---Antes que enamorado soy hombre de bien, y aunque en mí no ves más
-que un triste número de la Guardia civil, me tengo por caballero... Lo
-que acabas de decirme me arranca la última ilusión, la última... ya
-no más... Es mi destino sacrificarme: ayer por una madre, hoy por un
-amigo... Veo la flor soñada; me acerco... y una voz me grita: ¡atrás!
-¡Bonito papel hago en el mundo!... cuadrarme para que pase otro. Bien,
-Florencio: de lo dicho no hay nada. Que tu novia sea tu mujer... Que
-seas feliz... El ser tú dichoso y yo desgraciado, no estorba, no, para
-que seamos amigos.
-
-
-
-
-XVI
-
-Refiérense nuevas aventuras y desventuras del caballero peregrino.
-
-
-Estrecháronse con fuerte apretón las manos el guardia y Gil, con lo
-que el primero dio fe de su hidalguía y el segundo de su gratitud,
-correspondiéndose ambos en nobleza y caballerosidad. Bueno será decir
-que si Regino concedió fácilmente su amistad a _Florencio Cipión_
-a poco de tratarse, no tuvo poca parte en ello la idea de que bajo
-las apariencias del rústico se escondía un caballero, el cual, por
-reveses de fortuna o por otras causas impenetrables, disfrazaba su
-verdadera condición. Algo de esto debió indicarle Cíbico, y él no dejó
-de advertir la disparidad entre el humilde oficio del hombre y su
-habla, rostro y actitudes. Y dicho esto, conviene añadir que también
-Gil notaba en Regino disparidad análoga. Dentro del joven guardia civil
-alentaba un ser de calidad superior. Así lo revelaban sus expresiones
-y pensamientos, nunca villanos, casi siempre nobles; sus ojos azules,
-que dejaban transparentar una segunda mirada, en acecho de ocasión para
-ser primera y recobrar su prístino estado. Esto lo veía Gil, o se lo
-figuraba en el intenso erotismo de su imaginación.
-
-Terminaron, como se ha dicho, la disputa de rivalidad amorosa,
-y procediendo los dos discretamente, hablaron de otro asunto
-y se agregaron al ruedo familiar de los amigos... Disuelta la
-tertulia y retirados los guardias, _Florencio Cipión_ se acostó
-firmemente persuadido de haber encontrado en Regino un nuevo caso
-de encantamiento. «No tengo duda --decía--, encantado está; solo
-que aún se halla en el primer tiempo de la transformación mágica, y
-no se ha dado cuenta de que fue persona criada en esfera más alta,
-traída sabe Dios cuándo a la presente llaneza por delitos o graves
-ofensas a la Madre... ¡Pobre Regino! O no entiendo yo de encantos, o
-compañeros somos de esclavitud y expiación. La común desgracia nos hace
-hermanos... Adelante.»
-
-Clavada esta idea en la mente del caballero, hizo propósito de
-estrechar su amistad con Regino hasta llegar a la compenetración de
-alma con alma; pero de tales pensamientos le distrajo, en la tarde
-del siguiente día, la llegada de Bartolo con premioso mensaje de
-Cintia-Pascuala. Fue así:
-
---A Soria fui con seda verde, y vuelvo con seda colorada. Me ha dicho
-tu novia que vayas allá inmediatamente. Ya tiene pensado dónde y cómo
-podréis hablaros, y decidir todo lo que toca a vuestras incumbencias
-para el hoy y para el mañana... Conque despídete, cobra, y esta noche
-vamos andando los dos... Se me olvidaba lo principal, y es que a
-Pascuala le han dado ya los señores Gaitines la escuela de párvulos que
-le ofrecieron. El lugar es Calatañazor, encaramado en un cerro, entre
-centinelas de picachos que asustan, y muros deshechos de un viejísimo
-alcázar o ciudadela.
-
-Tomó resuello Bartolito para seguir informando:
-
---El pueblo es horrible, pobre; pero Pascualita se conforma esperando
-mejorar de localidad. Los tíos se quedan en Soria muy contentos de
-que la niña cobre del procomún unas miajas de sueldo, que suponen
-cocido flaco y sopas... En Calatañazor vive un Borjabad que trafica
-en cordelería... Viven también Gaitines, que esta casta maldita por
-todo el contorno extiende sus rejos y garfios... Que yo conozca, hay
-allí una Quiteria Gaitín, que es la más rica del pueblo. Tiene muchas
-cabras, cuatro cerdos, y un hijo que es secretario del Ayuntamiento.
-Te lo cuento para que sepas que te saldrán enemigos en aquellas
-peñas y ruinas de fortalezas, donde lo menos temible es el sin fin
-de escorpiones y sabandijas que moran en ellas. Lo primero es que
-hables con tu novia, la cual, combinando su agudeza con tu talento,
-discurrirá contigo lo que debéis hacer para salir de penas... Otra
-cosa se me olvidaba, que es muy importante: el bobalicón de don
-Saturio ha encontrado la horma de su necedad: un francés que ha caído
-en Soria con la _fantesía_ de buscar tesoros ocultos. Para mí que
-es un farsante; pero él se intitula _ingeniero_, y ha vuelto al tío
-de tu novia más loco y más bobo de lo que estaba... Dice el francés
-que habrá capitales... Dice don Saturio que él, como buen zahorí,
-responde del _mar de plata_... Total: que mañana salen para la sierra
-del _Almuerzo_, donde harán calas y cataduras. Dígote esto, para que
-veas que tu peor enemigo se te aleja, o se va volando como las brujas,
-montado en la escoba de su mentecatez.
-
-Con lo dicho y algunos detalles añadidos por Cíbico, quedó Gil bien
-informado, y prontamente se dispuso a levantar el campo... Al anochecer
-partió con Bartolito; en breve jornada llegaron a Soria y alojáronse
-en un posadón próximo a la iglesia colegial de San Pedro, no lejos
-del puente sobre el Duero. Eligió Bartolo este sitio por cercano a
-la vivienda de Pascuala, junto al Carmen. Lo primero que el buhonero
-recomendó a su protegido fue que permaneciera en la posada fingiéndose
-enfermo, pues el no dar a conocer su persona en las calles era un ardid
-estratégico de indudable conveniencia. Cíbico, trotando por la ciudad
-en el metisaca de su negocio, se encargaba de prepararle la entrevista
-con la guapa moza, la cual pudo efectuarse a la noche siguiente en un
-callejón anguloso y casi desierto, al costado del Carmen.
-
-En la alegría de verse y estrecharse con efusión las manos, se les
-fue a los novios buena parte del tiempo marcado para la duración de
-la entrevista. Por primera vez desde las placenteras noches de Ágreda
-se veían juntos, en soledad amorosa, protegidos del silencio amigo
-y de la discreta luz que de la luna encapuchada venía. Repitieron
-la canción de sus puros afectos, y el madrigal de su inquebrantable
-constancia y desprecio de contrariedades del mundo, y en el poco tiempo
-que les quedó de estos apasionados dimes y diretes, reforzados con la
-doble cadena de sus brazos, que más sabían apretarse que distenderse,
-trataron de las resoluciones prácticas que habían de tomar.
-
-Dijo Cintia que al día siguiente tempranito saldría para Calatañazor,
-a posesionarse de su escuela y comenzar su trabajo. Irían con ella
-su tío, en segundo grado, Aniceto Borjabad; la esposa de este,
-llamada Sabina, y un chico de Quiteria Gaitín que era secretario
-del Ayuntamiento. Desechara Gil sin vacilación alguna la idea de
-acompañarla en aquel viaje. Sería muy peligroso que las personas que
-habían de ir con ella conociesen a su novio. Este se quedaría en Soria,
-para salir dos días después con Cíbico, que en cuerpo y alma estaba con
-ellos, y de cabeza les amparaba y servía.
-
-Oyó Gil con frialdad este plan que desbarataba el suyo, más expeditivo
-y de solución inmediata; pero hubo de ceder a las discretas razones
-de Cintia, que en aquel caso era la prudencia de la mujer atenuando
-la temeridad del hombre. Con tristeza se resignó este, y ofreció no
-aportar por Calatañazor hasta que le llevase en su ambulancia comercial
-el pacotillero, como llevaba su ardilla y los carretes de hilo y
-algodón. Sentía sobre sí el peso de la esclavitud que su encantamiento
-le imponía, y toda línea de conducta que él se trazara con libre
-voluntad, quedaba desvanecida por el férreo trazo de la misteriosa mano
-invisible.
-
-Salió Cintia para Calatañazor con la guardia de enfadosos parientes
-o amigos; salieron con tres días de diferencia Bartolo y Gil, este
-en guisa de ayudante o escudero: llevaban una burra cansina y añosa
-cargada con la ropa de ambos, y los paquetes de género para una
-expedición que había de extenderse hasta Roa y Peñafiel. Compró Cíbico
-la pollina en Soria, donde algunos dineros tenía, aumentados con doce
-duros que le dio un inglés por el cuchillo neolítico, y que seguramente
-figuraría en un museo de Londres. Iba el jefe del convoy muy gozoso,
-alegrando al paso el país y la gente que encontraba; a Gil agobiaban de
-tal modo el peso de su tristeza y el embarazo de su esclavitud, que en
-largas horas de camino apenas pudo Bartolo sacarle del cuerpo escasas
-y frías palabras. Escala hicieron en Golmayo, con algunas ventas;
-escala provechosa en Carbonera; pasaron después a Villaciervos, donde
-les fue bien, y mejor en Villaciervitos; llegáronse luego a Mallona,
-donde tuvieron una larga estadía, por habérseles enfermado la burra (de
-catarro intestinal, según diagnóstico de Cíbico, que se vio precisado a
-oficiar de veterinario y clistelero), y al fin, a los veinte días de
-partir de Soria, despacito y con descanso, más por la burra que por las
-personas, avistaron la histórica villa de Calatañazor, empingorotada en
-un cerro, guarnecida de torres y de imponentes y ceñudos peñascos.
-
-La impresión de Gil al trepar, casi gateando, por la pendiente que
-conduce al pueblo, fue horrorosa. ¿Vivía gente allí, habiendo en el
-mundo tantos y tantos lugares menos desapacibles? Traspasaron la
-muralla por una caduca puerta entre carcomidos torreones, y dentro
-seguían los desniveles espantables, calles en cuesta, calles con
-escalones, casas montadas sobre casas, arroyos lindando con tejados,
-una iglesia de aparato monumental, en las puertas gente asustada de
-ver forasteros, aunque de muchos eran conocidos Bartolo y su ardilla.
-Torciendo a la derecha, llegaron los caminantes al rincón menos áspero
-de la ciudad, una solana o miradero que dominaba un abismo, en cuyo
-fondo plateaba el río Milanos.
-
---Aquí tenemos nuestro albergue --dijo Cíbico a su escudero, parando
-la borrica en un portalón desvencijado--. Aquella casa que allí ves
-pintada de ocre, es la escuela. Aguárdate un momento aquí. Yo me acerco
-_al templo de Minerva, vulgo_ Instrucción Primaria; meto el hocico, y
-si veo que está Pascuala sola con sus parvulitos, te miro, llevándome
-la mano a la gorra como si te hiciera saludo militar. Vas tú, la ves,
-hablas un poco, y yo te espero en el parador.
-
-Así se hizo, y antes de llegar Gil al vetusto caserón recién pintado de
-amarillo, oyó el vocerío y cantorrio de los chicos y chicas, que se
-le metió en el alma cual una música venida del mismo cielo. Segundos
-después entraba en la escuela; Pascuala se demudó al verle. Suspendió
-la lección para saludar a su novio con un gracioso festejo de su cara
-y de todo su espíritu. La alegría súbita tuvo a los dos perplejos un
-instante, sin saber qué decirse... De las expresiones de sorpresa
-y contento pasaron pronto al diálogo tirado, que fue rapidísimo,
-nervioso, en violento zig-zag, por la precisión de decir mucho en
-tiempo corto. Se reproduce y extracta lo dicho por Cintia:
-
---¿Has visto pueblo más horrible?... Me han traído a una cárcel... Soy
-prisionera y mártir, Gil; me rodean y acorralan personas que el primer
-día me fueron antipáticas y hoy me son odiosas... ¡Ay, si tuviera
-tiempo de contarte...! Mi único consuelo está en las pobres criaturas
-que aquí ves... Las quiero, y ellas me quieren a mí... creo yo que
-tanto como quieren a sus madres... tal vez más... Aquí, practicando el
-magisterio... he descubierto que sirvo para educar niños y encender en
-ellos las primeras luces del conocimiento... ¡Ay, Gil de mi vida! te
-juro que ahora mismo huiría de Calatañazor si pudiera llevarme a mis
-nenes.
-
-Replicó Gil que en otros pueblos menos desagradables había también
-niños que instruir, y que él la llevaría sin tardanza a donde pudiera
-conciliar su amor al magisterio con los demás afectos que embellecen la
-vida...
-
---Ven, disponte, vámonos, déjate robar.
-
-Oyó esto Cintia con estupor, admitiendo y rechazando la idea. No tardó
-en aparecer el miedo en su expresivo rostro. Miraba con terror a las
-dos puertas de la sala escolar: la una daba a la calle, la otra a un
-patio... Temía la maestra que entraran importunos testigos a meter sus
-narices en la visita. Luego, turbada y temblorosa, dijo:
-
---Que venga Bartolo y hablaré con él... Pero tú no vengas, tú no...
-Conviene que nadie te conozca en el pueblo... ¡Ay qué vida, Gil de mi
-alma!... Mírame. ¿Verdad que en las tres semanas de este martirio,
-encanto, esclavitud, o lo que sea, ha enflaquecido tu pobre Cintia? Me
-quedaré en los huesos si no me llevan a otros aires, a ver otras caras
-y a oír otras voces... ¡Ay mis chiquillos! Sería yo feliz si pudiera
-llevármelos. ¿Por qué es tan linda y tan amorosa la infancia donde
-los mayores son fieras?... ¡Oh, siento pasos!... Alguien viene por el
-patio. Vete, Gil, vete... ¡Por Dios...! Hablaré con Bartolo, y por él
-sabrás... Pronto, Gil... Sigo mi lección. A ver, niños: tú, Pepe; tú,
-Nazario, Nicolás... Decidme, niñas... A ver: tú, Felisa, Zoila, Inés,
-vamos atrás... _Be, a, ene: ban_...
-
-Salió el caballero, obediente al mandato de su dama, y en el mesón
-aguardó ansioso a que Cíbico volviese de su correría por el pueblo y le
-llevase noticias más concretas de Cintia y de su indudable sufrimiento.
-Bien seguro estaba de que Bartolo no volvería sin tener un careo con
-ella, y otro con las personas que la mortificaban... Cerca ya de
-anochecido llegó el buhonero, y con su ágil locuacidad dio cuenta de lo
-que ocurría. La tal Sabina, mujer de Aniceto Borjabad, era una bestial
-lugareña, crasa y soez; el marido no le iba en zaga, distinguiéndose
-de ella en la virilidad de su barbarie. Movíales el egoísmo, el temor
-de que Pascualita (a quien todos en aquel pueblo llamaban _Pascua_) se
-desviase por caminos distintos de los que había trazado el buscador de
-minas don Saturio. En ella veían una joya de gran precio que la familia
-debía conservar a todo trance.
-
-Si molesta era la presión y vigilancia que el matrimonio ejercía
-sobre la infeliz doncella, el mayor suplicio de esta provenía del
-secretarillo del Ayuntamiento, Galo Zurdo y Gaitín, el más apestoso
-ganso de la localidad y de todo el territorio. Protegido por la familia
-de su madre, no ponía freno a sus apetitos, ni reparaba en medios
-para llegar a su fin. A ratos empalagoso, a ratos insolente, a Pascua
-requería por lo fino, ofreciéndole inmediato matrimonio, o por lo
-basto, solicitando con amenazas un amor irregular. No tenía fin el
-relato y pintura que hizo Bartolo de la salvaje presunción y cursilería
-del tal Galo Zurdo. Vibrante de indignación, Gil se puso en pie, y
-echando mano al cinto donde tenía la navaja, gritó:
-
---Dime, dime pronto dónde está esa bestia para matarla ahora mismo.
-
-Cíbico logró calmar a su amigo con prudentes razones, y siguió
-exponiendo la situación y su posible remedio.
-
---Aunque el entusiasmo de su oficio --dijo-- tiene a la pobre maestra
-como embargada por el cariño a las criaturas, ello es que ha de
-decidirse pronto entre el suplicio y la libertad... Libertad ha dicho
-al fin, después de amargas dudas, y libertad hemos de darle esta misma
-noche. Las últimas palabras que oí de su boca linda fueron estas,
-Gil: «Huiré con vosotros, si Dios quiere que yo logre escabullirme
-de la casa de estos tiranos sin que me estorben la salida. La mayor
-dificultad será que pueda sacar mi ropa... Mas aunque tenga que escapar
-con lo puesto, escaparé, llevando con vosotros toda mi alegría y una
-sola tristeza: el abandono de mis queridos niños.» Esto me dijo;
-y ahora, Gil, arrimemos a la obra todo tu ingenio y el mío, y mi
-travesura que vale por todo el talento de los siete sabios de Grecia.
-
-Viendo a su amigo dispuesto a las resoluciones más audaces, lo primero
-que discurrió Bartolito fue llevarle a donde pudiera por sus propios
-ojos conocer y medir el campo de operaciones. Salieron, pues, solos, a
-las nueve dadas, como que iban a tomar el aire y encender un pitillo
-después de cenar, y Gil pudo inspeccionar la escena de su aún inédito
-drama. En aquella extremidad de la villa, las murallas estaban rotas;
-solo permanecía entero un torreón, en el cual, bajo un arco tapiado,
-abríase un portillo. En el tímpano del arco campeaba una imagen con
-faroles sin luz: no se distinguían la calidad y sexo de la religiosa
-figura. No lejos del portillo, por dentro, estaba la escuela, y a pocos
-pasos de esta, con un callejón intermedio, la casa de Aniceto Borjabad,
-donde _Pascua_ moraba. Era vivienda humilde, prolongada en el dicho
-callejón y en otro de travesía por una tapia de corral o patio. Puerta
-vieron en la fachada, portalón en la tapia, como para el entrar y salir
-de animales de labranza.
-
-Fuera del portillo se iniciaba un caminejo tortuoso, con abruptas peñas
-de una parte, de otra con vertiente también riscosa, camino que en
-largo trecho conservaba la rasante horizontal en sus ondulaciones.
-Estas eran bruscas, determinando anchuras seguidas de irregulares
-estrecheces. Recorrieron los dos hombres como unos doscientos pasos
-por esta vía torcida y llana, hasta llegar a un humilladero, ya de
-baja en la devoción popular. Desde allí partían veredas cuesta abajo,
-entre rocas y zarzas, difícil camino para recorrido de noche, pero
-muy apropiado para una fuga o desaparición en los profundos abismos.
-Explorado el terreno, trataron los amigos del plan de escapatoria.
-Despediríanse del parador a las diez de la noche, saliendo del pueblo
-con su burra y ardilla por donde habían entrado, y en un soto con
-arboleda, muy conocido de Cíbico, establecerían su base de operaciones.
-En el soto quedaría Bartolo con la burra, y Gil subiría por las veredas
-que antes le indicó desde arriba, situándose en la parte interior del
-portillo para esperar a Cintia, que después de las doce se escurriría
-lindamente fuera de su casa, llevándose toda la ropa que pudiera
-contener en un hatillo de fácil transporte.
-
-Salieron, según se ha dicho, y aparentando las formas corrientes del
-trajineo mercantil, bajaron al llano y se corrieron hacia el soto.
-
---Aquí me quedo yo --dijo Cíbico atando a un árbol la pollina--. Y
-ahora, pues tenemos luna nueva de cinco días, medio creciente, podrás
-enterarte bien del terreno... Aquí hay un puentecillo: pasémoslo...
-Desde esta cabecera parten las veredas que suben hasta el caminejo
-llano que arranca del portillo. La subida es agria: estúdiala, cuesta
-arriba, para que la bajada te sea fácil. Te sitúas en el portillo por
-la parte de dentro, que estará en sombra. Si Pascuala no puede salir,
-nuestro gozo en un pozo. Al amanecer te retiras... Si la moza halla
-medio de escabullirse callandito, te la traes acá... Con un silbo
-puedes anunciarte, y yo te contestaré imitando un ladrido de perro
-quejumbrón. Ya me lo has oído, y no confundirás mi ladrido artificial
-con el de los perros naturales... Y ya no más, que el tiempo apremia.
-Súbete corriendo, y la Virgen nos ayude y Dios haga la vista gorda...
-Si bajas con tu novia, montará ella en la burra, y ¡hala, hala!
-antes que sea de día llegaremos a Torreblascos; de allí, en buenas
-caballerías partiréis a la estación de El Burgo, y bien disfrazados y
-con nombre supuesto tomaréis billete para Valladolid... Dinero tengo
-para todo... Y basta ya de matemáticas... Yo, general en jefe, te mando
-que subas _como un solo hombre_ a ocupar tu puesto.
-
-En menos de media hora, subiendo aquí, gateando allá, pudo llegar el
-encantado Gil-Tarsis a la vera del portillo. Reconoció el sitio por
-fuera y por dentro, y viéndolo en discreta soledad, se ocultó en la
-parte de sombra, como un centinela se mete en su garita. Hallábase
-el hombre en un desconcierto nervioso tan agudo, que sus sentidos
-no apreciaban fielmente las cosas reales. Si sus ojos le daban la
-sensación de soledad, sus oídos no transmitían al cerebro impresión
-de silencio; oía rumores que no se avenían con la total ausencia
-de personas, animales y bultos movibles. Por un momento creyó el
-caballero que se le habían metido en las orejas moscardones infernales,
-que le fingían estruendos y voceríos atronadores. Primero sintió
-ruido de cataratas; después... del interior del pueblo venía un rumor
-completamente absurdo en hora tan avanzada de la noche. De la breve
-visita que en pleno día hizo a Pascuala, sacó pegado al tímpano el
-cantorrio de las criaturas deletreando en la escuela: _be, a, ene:
-ban_... Y en aquella hora crítica de la noche, el encantado cerebro
-repetía con estruendo de mil voces de chiquillo el _be, a, ene: ban_...
-Variaba de pronto así: _che, i, ene: chin_.
-
-«¿Será posible --pensó Gil-- que a estas horas esté Cintia dando
-lección a los chicos? No, no puede ser... Es engaño de mis oídos...
-pero ¡qué terrible engaño!»
-
-En esta confusión, un nuevo extravío, quizás realidad anormal, le
-impresionó por el sentido de la vista. De la parte afuera del portillo
-venía un resplandor de luz verdosa que a cada segundo se hacía más
-lívida. Salió Gil a cerciorarse de tan extraño fenómeno, y vio que por
-encima de un alto monte, no situado al Naciente, salía la inverosímil
-aurora verde... La luna derivaba hacia Poniente, blanca y pensativa.
-La claridad lívida iluminaba todo el camino curvo y las pendientes que
-bajaban hacia el río. Diríase que celestes bengalas encendidas por
-ángeles, ya que no por demonios, imitaban o fingían un día que burlaba
-las exactitudes cosmográficas.
-
-«No es el día --pensó Gil--; es una noche en que se insubordinan con
-loco humorismo los elementos... Esto es un carnaval de la Naturaleza,
-una burla que hacen de mí y de Cintia los encantadores perversos,
-enemigos de mi Madre... Madre, devuélveme mis tinieblas, apaga esas
-luces que adulteran mi noche.»
-
-Fuera de sí, trató de volver al pueblo... La luz iba cambiando hacia
-un rosa tenue... Intenso rosa era ya, cuando Gil vio aparecer a Cintia
-franqueando el portillo con paso inseguro y actitud medrosa. Hacia ella
-corrió, vacilante entre la alegría y un dudar angustioso. ¿Era Cintia
-en cuerpo y alma, o falaz apariencia, obra de los genios malignos que
-habían trocado la noche oscura en día rosado? Tocó los brazos, el
-hombro y la cabeza de la hermosa mujer, diciéndole:
-
---Cintia de mi vida, creí que no eras tú, sino tu imagen... ¿Estás
-segura de ser tú?
-
---Yo soy --dijo Pascuala temblando--. No sé cómo he podido salir... Mi
-tía Sabina no quería dormirse, como si sospechara mi fuga... He podido
-sacar parte de mi ropa, que traigo en este envoltorio... Y aquí me
-tienes, Gil... quiero y no puedo. Cada paso que doy hacia ti me cuesta
-un esfuerzo enorme... Estoy paralizada... Estoy alucinada. Dime: ¿qué
-claridad es esta, y de dónde viene? Veo los montes, el sendero; véote a
-ti en una espléndida iluminación rosada...
-
---No sé quién ha encendido esta luz --dijo el caballero, poseído
-de estupor y ansiedad--. Explícame otro fenómeno que me confunde y
-anonada. ¿De noche das lección a tus chiquillos? He oído las voces
-tiernas deletreando.
-
---No doy lección de noche. Es absurdo... --repitió Cintia, cuya voz y
-actitudes eran como las de una sonámbula--. Y también yo... no sé lo
-que me pasa... yo también oigo el sonsonete de mis amadas criaturas...
-¿Qué es esto? Parece que salen en tropel de la escuela... Vienen tras
-de mí.
-
---Ven... huyamos... salvémonos de esta fascinación horrible...
-hechicería que no entiendo.
-
-Tiró del brazo de Cintia, y esta clamó acongojada:
-
---Me haces daño. No puedo andar.
-
-Oíase la cantinela infantil más cercana, como traída por un ventarrón
-que venía del pueblo. Y de súbito aparecieron, corriendo y brincando,
-niñas y niños... La primera tanda era de diez o doce... siguieron como
-unos veinte... luego fueron cientos, que a los ojos aterrados de Gil
-eran miles. Unos traspasaban el portillo, otros saltaban entre los
-huecos del muro despedazado. El enjambre no tenía fin; el griterío era
-como un inmenso piar de pájaros o zumbar de insectos. La turba rodeó a
-Cintia; innumerables manecitas se agarraron a la falda de la maestra,
-y mientras unos repetían el _che, i, ene: chin_, otros chillaban:
-«_Pascua_, nuestra _Miga_, no te vas... _Pascua_, no dejar tus nenes...
-_Miga_, ven con niños tuyos.»
-
-Centuplicó Gil su voluntad, y echando los brazos al talle de Cintia,
-trató de vencer las ligaduras, que, por ser tantas, vigorosamente la
-sujetaban. Algunas criaturas, encaramándose sobre otras, subían hasta
-el cuello de la maestra, y la oprimían con sus brazos y apretaban sus
-caritas contra el rostro de ella. El colosal esfuerzo de Gil fue tan
-vano, como si arrancar quisiera un sillar empotrado en fuerte muro...
-Ahogada por los abrazos, inmovilizada por los tirones, Cintia solo
-pudo decir:
-
---No me dejan... Vete, Gil... Ya ves, no puedo... Esclava soy de esta
-menudencia...
-
-Sintiose el caballero paralizado... Quiso hablar: no pudo. Vio a Cintia
-desaparecer bajo el arco del portillo conducida por la infantil turba,
-cuyos chillidos triunfales se apagaban en el interior del pueblo.
-
-
-
-
-XVII
-
-De las extraordinarias visiones, y del feliz encuentro que tuvo el
-caballero en su retirada de Calatañazor.
-
-
-Cegado por la luz, que aumentaba en viveza, y sacudido por intensa
-vibración de toda su máquina muscular, cayó al suelo el pobre Gil, y
-sin conocimiento estuvo largo rato. Al recobrarse, advirtió mermada
-la luz absurda que hizo de la noche día. Levantose con lento mover de
-sus remos, como una bestia enferma; quiso dirigirse al pueblo; pero
-sus pasos torpes recaían sin ruido en el mismo sitio. Llegó a creer
-que el suelo se movía en dirección contraria... Fuerza irresistible
-le llevó hacia el humilladero, y a precipitarse desde allí veredas
-abajo... Huyó descendiendo, perseguido a su parecer por un gigante de
-estatura más que desaforada, que se despeñaba voceando, como inmenso
-témpano desgajado del monte y convertido en grotesca figura humana... A
-mitad de la cuesta, cuando ya se creía Gil a punto de ser aplastado,
-el gigante se rompió en pedazos mil, con chasquido de roca volada por
-el barreno. Respiró el infeliz hombre; sus pobres huesos requirieron el
-descanso, y por largo espacio indeterminable permaneció sin movimiento,
-al amparo de un enmarañado matorral. Cuando intentó seguir descendiendo
-hacia el soto, se había extinguido la luz rosada, y por Oriente, con
-dulce claridad, despegaba sus pestañas el nuevo día.
-
-Recordando las órdenes de Cíbico, anunció Gil con un silbo su
-regreso, y fue contestado por ladridos de perros que de una parte y
-otra lanzaban clamores estridentes. Entre tal algarabía perruna, no
-distinguió el ladrido artificial de su amigo. Llegado al punto en que
-había quedado Bartolo con su burra, no vio al animal ni al hombre.
-Recorrió el contorno. Todo era soledad, un cristal opaco rasgado por
-lúgubres ladridos. ¿Qué había sido del servicial _paniquesero_, cuyas
-raras prendas coronaba la preciosa virtud de la puntualidad? Caminó a
-la ventura, indagando con ojos y oídos, y en el lindero del soto con la
-tierra calva halló un cabrero viejo, peludo y de bizco mirar, que le
-dijo:
-
---¿Buscas a Bartolo? Échale un galgo. Se le escapó la ardilla, y como
-alma que lleva el demonio ha corrido en busca de ella. Yo vi al animal
-brincando por entre estos chaparros... Un perro iba tras ella...
-y ella, pim, ganó aquel alcornoque... Subió Cíbico al árbol... yo
-atajé al perro... La saltimbanquesa no se dejaba coger de su amo, y
-despareció junto a las casas del _Crudo_... Allí... en aquel ribazo...
-Creímos que los chicos del _Crudo_ habían atrapado la ardilla...
-Corrió Cíbico rabioso y llorón, como si fuera tras de su alma camino
-del infierno... Los chiquillos volaron... No sé más. Por ahí va el
-hombre loco, ahora clamando a la Virgen, ahora al demonio... En
-aquel cerro bajo, entre el molino y la vuelta del Robledal, está la
-comedia... ¡Vaya una comedia! El alma que se escabulle... el cuerpo
-que la sigue... ¡María Santísima, las cosas que uno ve!... ¡Pobre
-Bartolo!... ¿Para qué hiciste de una ardilla un alma?... Abur, paisano;
-yo me voy a lo mío.
-
-Siguió Gil la dirección que el pastor viejo le marcaba. A la hora de un
-incierto vagar, vio en la cresta chata de un extenso cerro la silueta
-de la desbocada burra, caballero en ella el gran Cíbico blandiendo una
-espada, sable o garrote. Como iban a contra-luz, no se distinguía bien
-el arma. El grupo ecuestre y disparado era todo negro. Tras él corrían
-innúmeros perros ladrando... De un término lejano venían risotadas de
-chiquillos. La burra no corría, volaba... En el jinete advirtió Gil
-todo el aire y bizarría de las figuras épicas... No pudiendo seguirle,
-buscó su descanso en un grupo de encinas que a mano derecha veía, y
-al amparo del ramaje oscuro tumbó sus pobres huesos molidos, y trató
-de restablecer en su espíritu la serenidad locamente alterada por
-los anómalos sucesos de la noche anterior. A poco de estar en aquel
-recuesto, viose rodeado de cabras, y tras ellas apareció el pastor
-anciano, peludo y bizco, el cual, hallándole tan quebrantado, le invitó
-a un frugal desayuno de pan y queso, que el caballero hubo de aceptar
-con ansioso instinto de reparación orgánica.
-
-Bebieron agua fresca de una fuente próxima; platicaron de nuevo, y Gil
-quiso completar su descanso requiriendo el sueño; el viejo cabrero, que
-dijo llamarse Dimas Alonso, le incitó a que durmiera, asegurándole que
-velaría su reposo, pues en aquellos contornos apacentaría su rebaño
-hasta la tarde. Durmió el pobre caballero, despertando a la hora de
-la siesta, y otra vez pegaron la hebra de la conversación, contándose
-algo de sus vidas. Dimas había servido al Rey; estuvo en la guerra de
-África; conservaba con devoción juvenil el recuerdo de los Castillejos,
-de Montenegrón y Tetuán... Enfermó del cólera; sanó por especial amparo
-de Nuestra Señora de los Ángeles, a quien desde su niñez tenía por
-abogada y protectora. A su vez, Gil se declaró devoto de la _Madre del
-Amor Hermoso_, que para él era lo más alto y divino que en el campo
-religioso y en el cielo mismo existía, y en estas inocentes expansiones
-se les fue la tarde. Al anochecer, Dimas encaminose con sus cabras a
-Calatañazor, donde con ellas residía; Gil le acompañó hasta el soto, y
-mientras pastor y rebaño remontaban la fragosa cuesta en dirección al
-portillo, el encantado quedó con las miras y las intenciones nuevamente
-fijas en el fatídico pueblo.
-
-¿Subiría protegido de la noche a violentar solo la casa de Cintia y
-arrebatar a esta de grado o por fuerza? ¿Esperaría nuevos avisos de la
-dama? ¿Pero qué avisos ni qué carneros si faltaba el mediador Cíbico,
-perdido en la captura de la vagarosa ardilla, ávida de libertad?
-En estas mortales dudas estaba el hombre, cuando advirtió que en el
-picacho más alto de los que dominaban la villa se iniciaba una rosada
-aurora. Por momentos crecía en intensidad la fantástica luz; por
-momentos se sentía el caballero invadido del estupor terrorífico de la
-noche de marras... El rosado fulgor se manifestó en algo que parecía
-nube confundiéndose con la cima del monte, y la nube refulgente tomaba
-forma, y en esta se marcaron las facciones, el rostro de la Madre. Era
-ella, sin duda; Gil pudo apreciar la expresión dulce y grave, la mirada
-profunda, la sonrisa bondadosa...
-
-El gozo del caballero rayaba en delirio cuando vio la figura completa,
-de estatura no inferior a la del monte mismo, cual si este, conservando
-su talla ingente, se personificara por arte mitológico en la más
-gallarda y majestuosa mujer que vieron los siglos. La Madre descendía,
-y sus pasos eran de tal magnitud, que los llamados de gigantes serían
-junto a ellos pasos de liliputienses. Retrocedió Gil aterrado, pensando
-que si la Señora ponía sobre él uno de sus pies, aplastado había
-de quedar como una hormiga... Pero huyendo hacia atrás advirtió el
-caballero que la grande y terrible imagen iba perdiendo su colosal
-tamaño a medida que avanzaba. El traje luengo y flotante ondulaba
-movido del viento; la figura venía un tanto encorvada, apoyándose en un
-palo que aventajaba en tamaño a los más robustos pinos... Menguaba poco
-a poco... y no solo menguaba, sino que acercándose al caballero le
-decía con afable acento:
-
---No te asustes, hijo; voy hacia ti. No huyas. Como sé crecer, sé
-achicarme cuando quiero ponerme al habla con los pequeños y humildes...
-
-Parose Gil en firme, y atento a la inmensa persona la vio decrecer
-más hasta llegar, ¡cosa inaudita, jamás consignada en las humanas
-efemérides! hasta llegar, digo, a una talla y proporción iguales a la
-del espantado caballero.
-
---Madre querida --le dijo este, de hinojos ante ella y besándole la
-mano--, al fin das a tu pobre hijo el consuelo de tu presencia. Déjame
-que te adore; déjame que me humille ante ti...
-
-La Madre, con gesto majestuoso, ordenole que se levantara, y luego le
-cogió el brazo, requiriendo apoyo con dulces palabras:
-
---Ayúdame a vencer los altibajos de este camino pedregoso. Con el
-sostén de tu brazo firme y la luz rosada que nos alumbra, llegaré a
-donde quiero ir.
-
-Al servicio de la Madre puso Gil todo su filial cariño. Dando juntos
-los primeros pasos, notó el caballero que la Señora mil veces augusta
-presentaba en su faz hermosa y en su actitud señales de envejecimiento.
-Palidez y algo de demacración eran bien claras en su rostro, y andaba
-un poquito encorvada, asegurando el paso con la cautela que exigía
-el peso de su cuerpo. Una pregunta del caballero, sugerida por la
-ternura y un amor inocente, fue la primera cláusula de este coloquio
-interesante, que el narrador copia de un códice guardado en la
-biblioteca de la catedral de Osma.
-
- LA MADRE.--El abatimiento que has advertido en mí no es vejez. Yo no
- envejezco. No es tampoco enfermedad. Yo no padezco más enfermedades
- que los enojos y pesadumbres que me dan mis hijos. Me verás rozagante
- y alegre cuando la muchedumbre de mis criaturas se muestra enmendada
- de sus delirios y con inclinaciones al bien y a la paz. Me verás
- triste y caduca cuando la grey que lleva mi nombre se desmanda y
- quiere precipitarme por senderos abruptos.
-
- TARSIS.--No te pregunto la causa de tus penas. Presumo que los
- encantados no tenemos derecho a conocer lo que pasa del lado allá del
- muro que marca nuestro confinamiento.
-
- LA MADRE.--Algo sabrás por ti mismo, sin necesidad de que traiga yo
- a tu conocimiento la realidad del mundo que dejaste por tus culpas,
- viniendo a esta ejemplaridad. Nada debo decirte de lo de allá; algo,
- sí, de lo tuyo, pues en tu destierro miro por ti, deseosa de tu
- regeneración. Anoche te vi en el grave empeño del rapto de Cintia.
- Invisible salí a tu encuentro; mas superiores leyes, que enfrenan
- mi voluntad, impidiéronme prestarte el socorro que por impulso de
- mi corazón te hubiera dado. Yo puedo mucho contra mis hombres;
- contra los niños de mis hombres, o sea de mis hijos, no puedo nada.
- Así, cuando observé que tras de Cintia salían a detenerla y a
- disputártela los inocentes párvulos de la escuela de Calatañazor,
- me vi paralizada como tú, y nada pude hacer. En los tiempos que
- corremos, Gil, los niños mandan. Son la generación que ha de venir;
- son mi salud futura; son mi fuerza de mañana. Les he visto agarrados
- a su maestra y he tenido que decirles: «Andad con ella, chiquillos...
- defendedla del ladrón.» No sé si comprendes esto; no sé si tu
- inteligencia encantada penetrará la oculta razón de mi proceder en el
- lance de anoche. Piensa en ello, _Asur, Hijo del Victorioso_.
-
- TARSIS.--Ya entiendo que he de ser vencedor de mí mismo, y ahora me
- doy cuenta de que para poseer la persona de Cintia, como poseo su
- alma, mi conducta debe ser otra. En vez de arrebatarla, separándola
- de la crianza mental de los niños, procederé más cuerdamente
- haciéndome yo también maestro y asociándome a su labor, para que,
- en perfecto himeneo de voluntades, de corazón y de oficio, vivamos
- juntos consagrados a la misma obra santa.
-
- LA MADRE.--No vas descaminado. Dentro de tu esclavitud tienes
- libertad de pensamiento y de inclinaciones. Tú verás lo que haces.
- Yo he de favorecerte siempre que te vea en vías tortuosas o rectas,
- que conduzcan a mis grandes fines. Esta noche, sabiendo que te
- encontraría en mi camino, he querido que mi presencia dé algún alivio
- a tus afanes. Enteramente humana me tienes a tu lado. No soy esta
- noche la matrona excelsa que te llevaba en veloz andadura de cerro
- en monte hasta las cumbres de Urbión; soy una pobre vieja que va
- pausadamente, asistida de este bastoncillo, a visitar apartados
- rincones de sus reinos. Te llevo conmigo, y verás que no pisaré
- fortalezas de magnates, ni palacios de príncipes de la Milicia o de
- la Iglesia; que no me inclinaré ante duques o marqueses, ni ante
- damas linajudas en quienes brillan por igual ingenio y belleza.
- Voy a consolar con mi persona las almas de los más humildes, de
- los vencidos y desesperanzados; a llevar a sus tristes veladas una
- palabra refrigerante y una esperanza dulce.
-
- TARSIS.--Si te admiré divina, viéndote humana es más puro mi cariño,
- más honda mi reverencia. ¿Podré saber qué comarca es esta y a dónde
- vamos?
-
- LA MADRE. ~(Parándose, señala en redondo con su palo la extensa
- cavidad del valle, de una parte los altos riscos, de otra los
- escalonados alcores de suaves curvas.)~--Estamos, hijo mío, en
- el escenario de la batalla formidable que los Reyes de León y de
- Navarra y el Conde de Castilla dieron y ganaron al pobre Almanzor;
- al grande Almanzor debo decir, pues le tengo por uno de los más
- ilustres guerreros y políticos que han nacido en mis tierras. En esta
- parte de suelo que ahora pisamos le vi caído en tierra, invocando
- con acento tristísimo a su Alá y quejándose de que le desamparase
- en la ruda pelea... Era hombre de elevados sentimientos y de altas
- miras... En la huida le llevaron a cuestas los suyos con todo el
- cuidado y miramientos que por su grandeza merecía. Con los restos
- de su ejército tomó el caudillo la vuelta de Almazán; de allí
- fue a Barahona, y de Barahona a Medinaceli, donde acabó sus días
- gloriosos... Yo le lloré, como lloraba en igual caso a los mejores
- entre los míos... Y pasados años novecientos desde aquella fecha...
- calcula tú, hijo mío, lo que ha llovido desde 1002 acá... veo en
- mi raza confundidas las grandezas árabes con las ibéricas, así en
- la guerra como en la política y en las artes, y aspiro a mantener
- fraternidad con los que fueron mis conquistadores y luego mis
- conquistados... Tú no comprenderás esto. Tienes tu cerebro revestido
- de telarañas, obra lenta de los altercados religiosos en siglos y
- siglos... Pues yo te digo ahora, para que te pasmes y pasmándote
- vayas aprendiendo, que toda guerra que mis hijos traben con gente
- mora, me parece guerra civil.
-
- TARSIS.--Esa idea introduzco en mi cabeza, y aquí quedará para
- siempre. Como idea tuya, no habrá mejor plumero para limpiarme de
- telarañas... ~(Advirtiendo que cae una lluvia fina y glacial... como
- puntas de nieve.)~--Si te parece, Madre, apresuremos el paso. La
- noche se presenta fría, y si hemos de ir lejos, no estará de más que
- busquemos abrigo y hagamos alto en el primer lugar que encontremos.
-
- LA MADRE.--No temas, hijo. El lugar a donde vamos está muy próximo.
- Tiremos ahora de esta parte. ¿Ves aquella lucecita que parpadea
- cariñosa en un repliegue hondo entre dos cerros? Pues esa es la
- estrella que nos guía al portal o Belén de nuestro descanso, el
- cual es una aldeíta pobre y olvidada de los geógrafos, que se llama
- _Boñices_, que a poco que se resbale la lengua la llamaríamos
- _Boñigas_: tal es su insignificancia y humildad. En un cuarto de
- hora espero que llegaremos, y en el tiempo que yo permanezca entre
- los misérrimos hijos que allí tengo, Boñices será la capital de mis
- estados.
-
- TARSIS.--Adelante, Señora. Gracias a la luz rosada, franquearemos sin
- tropezones este ingrato sendero.
-
- LA MADRE.--La llovizna nos coge ahora de cara... Yo no la temo. Tengo
- mi rostro bien curtido para estas inclemencias que hacen a mis hijos
- duros, y tan insensibles al frío como al calor. Tú también te has
- endurecido, según veo, y te has dejado en los aires sutiles y en los
- ardores del sol tu antigua carita de galancete afeminado.
-
- TARSIS.--En los días ásperos de la Aldehuela empecé a soltar mi
- máscara de cera, y cambié los goznes quebradizos de mi máquina
- corporal por otros de acero.
-
- LA MADRE.--Al nombrar la Aldehuela traes a mi memoria algo que tenía
- que decirte, y es cosa en verdad lamentable. ¿Sabes que ha muerto el
- pobre José Caminero?
-
- TARSIS. ~(Consternado.)~--¡Ay, qué desgracia!... Dios le perdone a él
- y nos perdone a todos.
-
- LA MADRE.--Herido de muerte cayó sobre el arado, como el atleta que
- espira al dar de sí el postrer esfuerzo, agotada la reserva vital.
- Luchó con la tierra; murió en la batalla, como un héroe que no quiere
- sobrevivir a su vencimiento. Si estuviéramos en la edad mitológica,
- Ceres y Triptolemo le llevarían a su lado en un lugar del Olimpo.
- Ahora, ni rastro de su nombre quedará entre los vivos.
-
- TARSIS.--¡Pobre Caminero! Siento su muerte tanto como me apena el mal
- que le hice.
-
- LA MADRE.--A buenas horas mangas verdes... Tu conciencia es de las
- que arguyen tarde, cuando el mal causado no tiene remedio. A la pobre
- _Usebia_ encontré anteayer de vuelta de Nafría, desolada. Aunque
- nada me dijo, entiendo que había ido en tu busca para proponerte que
- entraras de nuevo a su servicio. Como no te encontró, llevaba en su
- alma doble luto. Ayer montó en su burra, llevando al chiquillo a la
- grupa. Iba camino de Tagarabuena, a pedir amparo a don Gaytán de
- Sepúlveda.
-
- TARSIS. ~(Distraído.)~--Séale don Gaytán benigno. _Usebia_ es
- mujer trabajadora y de buen entendimiento. Saldrá adelante con sus
- tierras, si don Gaytán o Dios le deparan un criado fiel, que tenga
- conocimiento y práctica de las labores, y además... sea joven y bien
- plantado.
-
-Silenciosos ambos, y atentos al escabroso atajo por donde iban, el
-cual más que camino era un arroyo sin agua, avanzaban hacia el término
-de su viaje, guiados por la risueña lucecita. Ya próximos al humilde
-lugar, Gil habló de la desaparición de Cíbico, que había tomado
-carrera con furia loca, cual si quisiera correr todo el mundo en busca
-de su ardilla. A más de condolerse de la ausencia del amigo, esta le
-afectaba personalmente, pues en la carga de la burra iba el hatillo
-de la ropa de él, y no podría vestirse de limpio si la disparada
-bestia no parecía. Bien haría la Madre excelsa en compadecerse del
-pobre caballero encantado, y con solo que aplicase unas miajas de su
-poder maravilloso a la solución de tan insignificante conflicto, este
-quedaría resuelto, recobrados Cíbico y su asna, y hasta la traviesa
-y maleante ardilla. A esto contestó la ilustre Señora parándose y
-soltando una grave risa con donosas palabras:
-
---Me río, porque tu pretensión de que yo emplee mi poder en buscar
-una pobre alimaña escapada de la esclavitud, trae a mi memoria los
-requerimientos de aquellos hijos míos que en mi nombre dirigen la
-sociedad. Esos cuitados no saben determinar nada por sí. A lo mejor
-vienen a mí y me dicen: «Madre, se me ha perdido el entendimiento; se
-me ha perdido la fórmula...» ¿Qué es la fórmula? Pues una receta para
-confeccionar las mixturas y pócimas con que embriagan o adormecen a
-la muchedumbre gregaria. Y quieren que yo les busque la formulilla
-perdida, como tú pides ahora que busque y atrape la alimaña de Bartolo.
-El caso es el mismo. Si parece la ardilla, parecerá Cíbico, y tras
-él la burra, y tu ropa para poder mudarte. Pues ellos, paralelamente
-a ti, me piden la fórmula para poder vestirse de limpio... Pero no
-hablemos de esto ahora; yo veré si me conviene buscarte la bestezuela,
-o si es más hacedero y práctico proveerte de nueva ropa, pues aquella
-que dejaste en la pollina ya está, como sabes, hecha trizas de los
-golpetazos que dan las lavanderas sobre las piedras del río. Déjalo a
-mi cuidado, y sigamos, que ya estamos casi a las puertas de Boñices,
-pueblo en verdad digno de ser visto, porque él es el emporio de la
-miseria. Yo, cuando entro en él, como en otros igualmente consumidos y
-muertos, me parece que entro en mi sepultura... sí... no te espantes...
-en la sepultura que entre todos me estáis cavando para el descanso de
-estos antiquísimos huesos.
-
-Tembló el caballero al oír esto, y una vibración glacial le corría por
-el espinazo.
-
-
-
-
-XVIII
-
-Refiérese lo que el caballero vio y oyó en el mísero y olvidado lugar
-de Boñices.
-
-
-A la entrada del pueblo, fue recibida la ilustre pareja por una lucida
-representación de chiquillos descalzos y andrajosos; por una corte de
-damas escuálidas, ataviadas con refajos corcusidos de mil remiendos,
-y por algunos caballeros en quienes se suponían, sobre el paño pardo,
-las invisibles veneras de un trabajo estéril y el gran cordón de la
-infinita paciencia. Hicieron todos cortesías y zalemas cariñosas, de
-arcaico son y sentido, y la soberana vieja, que en aquella ocasión,
-de vieja venerable tenía todas las trazas, avanzó despacio, asida
-al brazo de su escudero. A cada paso de ella salían de las humildes
-puertas más desdichadas personas, y cada cual pronunciaba su saludo de
-afable reverencia. Las calles o ronderas del pueblo eran como ramblas
-angostas, llenas de cantos rodados, traídos por las aguas que en días
-nefastos descendían furiosas de la cercana sierra de Cabrejas. En
-angulosa encrucijada vieron la torre de la iglesia, alta, fantástica
-y muda; revelaba su mole una melancolía perezosa; sus campanas, si
-las tenía, guardaban avaras el son grave y místico. Al ver la torre,
-preguntó la Señora a sus acompañantes:
-
---¿Y mi buen amigo don Venancio, por qué no ha salido a recibirme?
-
-Dijéronle que el cura tenía enfermos en su familia. Siguió la Madre, y
-a los pocos pasos entró en una casa que no era la mejor del pueblo, ni
-tampoco la peor, aunque en calidad poco se llevaban unas a otras. En la
-puerta fue recibida por una mujer vestida de negro, de estas que más
-parecen envejecidas que viejas, flaca, rugosa y desguarnecida de los
-dientes incisivos, la cual con tanto alborozo como respeto la saludó:
-
---Dios la traiga, _señá María_, consuelo y alegría de estos probes.
-
-Derecha entró la Madre hacia la cocina, que al extremo del pasillo se
-anunciaba, y atraía con su dulce calor. Hombres y mujeres dieron a
-la dama bienvenida cariñosa. En la cocina fue a ocupar un sillón de
-madera rústica con asiento formado de un tejido de cuerdas. La luz era
-de teas, a la que pronto se agregó un candil macilento, encendido
-en obsequio a la excelsa visitante. Los que tras ella entraron, dos
-hombres y una mujer, quedando los demás en la puerta contenidos por la
-veneración, sentáronse frente a ella en el poyo macizo o en derrengadas
-banquetas, y a los pies de la Madre se sentó Gil en el santo suelo, con
-familiar abandono de sirviente leal o deudo preferido.
-
---Mala está la noche para venir a pie desde Clavijo --dijo un anciano
-de largo pelambre, cegato, de corpachón abrupto y cansino, que ocupaba
-el asiento más cercano al hogar frente a la dama--. ¿Por qué no vino mi
-_doña María_ en el carro?
-
---Porque a una de las mulas la tengo cojita, y la otra la he tenido
-trabajando todo el día en la noria. Me acompaña este criado, este buen
-Gil, a quien no conocéis, y que os presento como el más fiel de mis
-servidores.
-
-Volviéndose luego a la dueña de la casa, que de rodillas ante el hogar
-avivaba el rescoldo, y acaldaba los pucheros entre la ceniza salpicada
-de brasas, le dijo:
-
---Como no me esperabas, Fabiana, no habrás dispuesto cosa mayor para
-que cenemos en tu compañía. Pero no vengo desprevenida, y por vosotros
-más que por mí os traigo los sobrantes de mi miseria, no tan rasa y
-monda como la vuestra.
-
-Diciéndolo, metió mano al pecho por debajo del manto que holgadamente
-la cubría, y sacó una soberbia hogaza de ocho libras, olorosa aún de
-la reciente cochura. Al recibir el pan, Fabiana lo besó como a cosa
-bendita. Y ante el estupor de los presentes, metió mano la Señora
-por el otro lado del pecho y sacó una ristra de cebollas y una sarta
-de chorizos... luego, no se supo de dónde, dos perdices muertas
-colgadas por los picos. Y si todos se maravillaron de lo que vieron,
-Gil no salía de su estupor, pues al venir con la Madre no había notado
-en el cuerpo de esta el embarazo que supone traer entre la ropa
-objetos de tanto peso y bulto. Sin duda funcionaba el arte de magia o
-encantamiento...
-
---Pon a un lado las perdices --dijo la Señora--, y con el pan que te
-traigo nos harás unas buenas migas, aderezadas como tú sabes... Con las
-migas me basta para cenar, y los demás no han de estimar corta la cena.
-
---¿Qué ha de ser corta --dijo el viejo melenudo y cegato--, si, como
-sabe Vuecencia, estamos todos en el caso de aquel pueblo donde se
-pregonaba: _Aquí es Villagorda, un garbanzo en cada olla_?
-
-El que así hablaba era el maestro de párvulos de Boñices, agraciado
-por la España oficial con el generoso estipendio de quinientas pesetas
-al año; hombre que en largos días de magisterio había sutilizado su
-corta ciencia doctorándose a sí mismo en la gramática parda y en la
-filosofía parduzca, sabio en recetas de vida, eruditísimo en refranes.
-Su nombre, largo como un alfabeto, era de los que empiezan y no acaban:
-_don Alquiborontifosio de las Quintanas Rubias_; mas por abreviar le
-llamaban _don Quiboro_, que así las gentes acortaban kilómetros entre
-la primera y la última letra. El buen señor, rendido a su cansancio y
-a la miseria del pueblo, no enseñaba cosa alguna a los chicos, y les
-entretenía contándoles cuentos para que adormecieran el hambre, o
-salía con ellos al atrio de la iglesia para jugar al _chito_.
-
-A don Alquiborontifosio siguió en el uso de la palabra la mujer que
-junto a él se sentaba, anciana de estatura tan lucida como la de la
-Madre, mas tan seca de rostro, que este se distinguía de las calaveras
-por el mover de la mandíbula sin dientes, emitiendo una voz de
-ultratumba, y por el brillo de sus ojuelos de lechuza, habituados a ver
-de noche más que de día. Era madre de Fabiana, cuatro veces viuda, y
-había dado al mundo veintidós hijos, de los cuales solo vivían tres. Su
-edad competía con la del siglo, pues nació en tiempo del intruso don
-José I. Ayudando a su hija en la preparación de las migas, le picaba el
-pan, mientras Fabiana disponía la sartén, el aceite y los ajos... A una
-pregunta de doña María, respondió con estas lúgubres razones:
-
---Mal tercio me ha hecho Dios teniéndome en este mundo tanto tiempo,
-para que vea disoluciones tales. La que aguantó cuatro maridos y
-parió hijos veintidós, parto doble tres veces, ¡ay! ya tiene derecho
-a estirar la pata y dormir la mona eterna... Si me manda relatar el
-mal de Boñices, direle que desde la última noche que vino acá Su
-Merced, tenemos más calamidades, más. Dos nietos míos, Luis y Macario,
-hombrachones recios como encinas, casados, y con tres criaturas el uno,
-con seis el otro, han salido ayer camino de un puerto de mar que llaman
-Santander para embarcarse en unas naves que van a las Américas... Se
-contrataron para trabajar en un campo de siete mil leguas, o qué sé
-yo... Llévanse a las mujeres y a los críos.
-
---A todos no --dijo interrumpiendo el hombre que junto a la viejísima
-mujer se sentaba, el cual era un vecino llamado Cernudas, albéitar _in
-illo tempore_, sacristán después, y hogaño enterrador del pueblo--; a
-todos no, que la semana pasada enterré yo a dos de los de Macario y a
-uno de Luis. Si la Señora quiere saber la _estadiquista_, como dicen
-en Soria, la cuenta de sepulturas, sepa que en los años de más muerte
-enterraba yo cuatro cuerpos cristianos cada año, y ahora salimos a ocho
-por mes, sin contar criaturas que van a la tierra como moscas.
-
-Era Cernudas un tipo regordete, calvo, y a veces risueño, contraste
-violentísimo con sus fúnebres funciones en el lugar. Las chapas de
-sus mejillas indicaban el hábito de alegrarse con vino; mas como en
-Boñices escaseaba horriblemente el _morapio_, los dichos rosetones de
-la carátula del sepulturero degeneraban ya en manchas violáceas, como
-de cardenales recientes.
-
---Entenderalo mejor Vuecencia --dijo don Alquiborontifosio-- cuando
-sepa que éramos aquí ciento veinticinco vecinos, y ahora, por bien
-que hagamos la cuenta, no sale mayor suma que treinta y dos. Lo demás
-se lo han llevado las malas cosechas, la falta de dinero, pues no hay
-quien posea dos pesetas, y los bandidos del Fisco, embargando tierras
-por no poder estos infelices con el peso de la contribución. El
-arrastrado Fisco saca las tierras a remate, y no viene ningún forastero
-a comprarlas por miedo a la infección de tercianas, cuartanas y
-quintanas que aquí padecemos, motivado al agua estancada que rodea el
-pueblo. De esta putrefacción murieron el médico y el boticario que
-teníamos, y ello fue en días en que había menos enfermedad que se
-sonaba, por lo que vino bien aquel refrán: _El milagro del santo de
-Pajares, que ardió él y no las pajas_...
-
---Mejor salud tenemos acá desde que se llevó Dios al médico --dijo
-la vieja-vieja, por nombre y cognomen Celedonia Recajo--, y aquí,
-don Quiboro, no hay más maleficio que el no comer, y todo eso del
-_miquiborio_ es enredo y trabalenguas como el nombre de usted. Que
-nos traigan pan. Para espantar a la muerte nos bastaría con el pan, y
-con otra cosa que es el pan del alma, la santa alegría... Ya no hay
-mozas en el pueblo, que todas se han ido a Soria y al Burgo, a ser
-criadas o pior cosa. Ya no hay mozos, que unos por servir al Rey,
-otros porque les llama la golosina de las Indias, todos se han ido, y
-aquí no queda quien baile, ni se oye un rasgueo de guitarra. Yo, si
-hubiera un vejestorio que me sacara, bailaría; y aunque fuera danza
-de esqueletos, con la música de huesos contra huesos, se alegrarían
-los que quedan vivos en Boñices... ¡Ay, Boñices, quién te vido cuando
-yo me casé por primera vez, reinando don Fernando el Séptimo, y te
-ve ahora con tu gente ida, y la que queda descomida, y las almas...
-ateridas de tristeza!... Alegría, ¿dónde estás; sal de los cuerpos, a
-do te fuiste?... ¡Ay, ay! Cernudas, llévame pronto allá, y entiérrame,
-y apisona bien la tierra sobre mí, que si no, me arresucito, y saco
-a bailar a don Alquibori, bori... tifonsio... ¡Renegado nombre, que
-todavía en mil años que tengo no aprendí a decirlo de corrido!
-
-Las bromas lúgubres de la secular Celedonia dieron cierta amenidad a la
-velada. Queriendo la Madre alejar la tristeza del ánimo entenebrecido
-de los boñicenses, incitó a don Alquiborontifosio a que hablase más de
-lo que le permitía su respeto. Desatose el maestro en estos peregrinos
-comentarios:
-
---Cuando yo enseñaba a los chicos a jugar con las letras y a pintarse
-los dedos con los palotes, ellos me socorrían... Uno me traía la ristra
-de cebollas, otro la media decena de huevos, aquel dos medidas de
-leche, quillotro una hogaza de seis libras. Pero vienen los tiempos
-malos, y Alquiborontifosio sale a pedir limosna a los caminos, y lo
-que saco doylo a los niños... Conforme Cernudas va enterrando a mis
-alumnos, mi escuela se va quedando vacía... _Donde no hay pan, vase
-hasta el can_... Viejo era yo cuando me salió una viuda joven, y pensé
-si me casaría. Pero yo dije: _¿Qué hace con la moza el viejo? hijos
-güérfanos_... Pasado un año, por mi guapeza y mi habla graciosa, otra
-moza se prendó de mí. Yo pensé, yo vacilé. _Demás está la grulla al
-sol, dando la teta al asno_, que es como decir que está uno perplejo,
-sin decidirse... La muchacha era fea. Venía bien aquello de _hambre
-larga, no repara en salsa_... Mas era también rica. _A la mona que
-te trae el plato, no le mires el rabo._ Yo dudé, yo medí mis años y
-mis redaños, y dije con filosofía: _Ni patos a la carreta, ni bueyes
-a volar, ni viejo con moza casar_. Ea, he vivido luengos días, y aún
-viviré más con hambres y estrecheces. ¿Qué es la vida? Una muerte
-que come. ¿Qué es la muerte? Una vida que ayuna. Vivamos muriendo.
-¿Cementerio dijiste? Pues entre sepultura y sepultura, testigo
-Cernudas, nunca falta un pedazo de pan y un traguito de vino.
-
-Celebraron todas las humoradas del viejo filósofo y vividor, y en esto
-llegaron otros que a doña María con festejo saludaron. Entre ellos
-venían dos mozos fornidos y guapetones, los únicos que quedaban en las
-proximidades del pueblo, inmunes ya contra el paludismo y resignados
-a la miseria, y uno que a la espalda traía su guitarrillo colgado de
-una cuerda, y era músico, juglar o coplero, de esos que a los pueblos
-divierten con sus ingenuas invenciones de poesía mal trovada y burda.
-Por su andar a tientas y por la fijeza inexpresiva de sus ojos, se
-vio que era ciego. Lleváronle junto a la Madre, cuya mano buscó para
-besársela; sentose en el suelo, y le espetó esta retahíla:
-
---Gran Señora, dígame si es verdad la _lienda_ que de Su Alteza corre
-por estos pueblos; dígamela, y pondrela yo en solfa con caída de
-sonsonete para recite o cante... Dicen que Su Magnificencia vive en el
-castillo de Clavijo, con su corte de ricas hembras, de caballeros y de
-trovadorcillos que le cantan y le bailan las cosas añejas. Dicen que en
-noches de tempestad se presenta ante el castillo un caballero; llama
-soplando en un cuerno que con su son atruena toda Castilla; levantan
-los de dentro el puente levadizo; entra el jinete en la plaza de armas,
-y vuestros escuderos le tienen del estribo para que baje de su caballo
-poderoso, blanco como la nieve. Es el Apóstol Santiago que va cuando
-le place a visitar a la gran doña María, y con ella cena en manteles de
-brocado, y de sobremesa platican de las cosas de estos reinos, y de las
-picardías de los hombres ruines que en ellos han puesto el mantel de
-sus negras meriendas. Yo voy a componer unas coplas y seguidillas con
-este asunto para cantármelas de lugar en lugar, y comer de ellas, que
-el comer es necesario, y ya que he tomado este oficio, tengo que sacar
-de él los garbanzos de cada día.
-
---Puedes componer y cantar lo que gustes, buen hombre --replicó la
-Madre risueña--. Pero cuanto supones de mi vida y mi castillo es
-invención, que no por mentirosa deja de tener su encanto y algún
-crédito en el mundo de las almas. Engaño es la poesía; mas con tal
-engaño se alimentan de substancia pura los entendimientos... Y diciendo
-y cantando cosas que no serán creídas, te aplaudirán las multitudes
-y ganarás honradamente tu pan... Direte ahora la verdad, que no es
-poética ni cantable. Yo vivo pobremente en Clavijo. Soy noble hidalga
-que ha venido muy a menos; no tengo más corte que dos o tres criados
-fieles como este que aquí ves, y mi castillo es una ruina desmantelada,
-donde verás gallinas, patos y otras aves, y algo de cuatropea para mi
-servicio y sustento, y nada más. Amiga he sido del Apóstol Santiago;
-pero hace siglos que el buen señor ni me visita ni de mí se deja ver en
-ninguna parte. En mi casa le tengo pintado en una lámina vetusta, y si
-hablo con él es tan solo para decirle: «Caballero mío, descansa en tu
-fuesa, si es que en ella yace tu santo cuerpo, y pon tu corcel blanco
-a tirar de un carro, que solo para eso sirve ya...» Esta es la verdad;
-pero si tú quieres _lienda_, como dices, y vives de ella, componla a tu
-gusto, y Dios te inspire y te ayude, hijo.
-
---Así lo haré, y algún día oiréis mis trovas en estos y otros caminos
---dijo el ciego--, si os dignáis pararos en el corro de mis oyentes.
-Yo ando en el canticio y recitorio desde que la gota serena me quitó
-la presencia de las cosas. Mi nombre es Críspulo, y soy conocido en
-todo el mundo, _verbi gracia_, en toda esta tierra, por _Crispulín de
-Chaorna_, que tal es el nombre del pueblo donde vi la luz y donde la
-luz me fue quitada.
-
-Muy del gusto de todos fue el relato de Crispulín, a quien la Madre
-invitó a participar de la cena que Fabiana y Celedonia con diligente
-afán disponían. Cuando nadie le esperaba, entró de rondón en la cocina
-el cura del pueblo, don Venancio Niño, varón docto y afable, bienquisto
-de sus feligreses, cuarentón, escueto y de traza pobre. En elogio
-suyo debe decirse que del lado de los mundanos intereses era el más
-cristiano de los hombres, pues cuanto poseía, y lo que le entraba
-por el pie de altar, repartíalo entre sus convecinos afligidos de
-atroces calamidades, reservándose tan solo lo preciso para la precaria
-subsistencia de su nada corta familia. Al verle llegar le hicieron
-sitio junto a doña María, cuya mano besó, diciéndole en el familiar
-tono de antiguos amigos:
-
---Dispénseme la Señora que no saliese a saludarla cuando entró en
-el pueblo. Tengo a la niña mayor muy malita; la pequeñuela, aunque
-corretea y brinca sin parar, se me está quedando en los huesos. Me ha
-entrado el temor de que las dos quieren írseme al Cielo. A la Santísima
-Virgen pido que me las deje... Me da el corazón que no seré oído. Vivo
-en ascuas, señora mía. Creo que estas amarguras darán conmigo en tierra.
-
---Ánimo, don Venancio --le dijo la Madre--, y no desconfíe de la
-protección divina. Procuraré yo mandarle un médico, y las niñas sanarán.
-
---Dios se lo pague, y dé a Vuestra Señoría días de gloria.
-
---Eso es más difícil. Los días de gloria están lejos, y si no que lo
-diga don Alquiborontifosio, que ya no tiene chicos, ni escuela, ni
-mendrugos de pan que roer.
-
---Sostengo yo --clamó el maestro con firme voz-- que los días de gloria
-se fueron para no volver. En mi pueblo aprendí este refrán: _Don
-Fután por la pelota, don Zitán por la Marquesota y don Roviñán por la
-rasqueta, pierden la goleta_. Y si este no les convence, aquí tienen
-otro, que es de Aliud y de Lubia, pueblos que fueron romanos: _Cárdenas
-y el Cardenal, don Chacón y Fray Mortero, traen la Corte al retortero_.
-
---Razón tiene el maestro --dijo el cura--; pero en este lugar de
-Boñices, los males de toda la tierra se agravan con el abandono en que
-nos tienen los mandarines.
-
---Yo he pedido a los pudientes --indicó la Madre-- que sean desecadas
-estas lagunas para que acabe el maleficio, y no me han hecho caso.
-
---Ni lo harán --declaró el maestro, sentencioso-- mientras en el agua
-corrompida no vean los Gaitines peces, quiero decir, negocio.
-
-Y no una, sino seis o más voces gritaron:
-
---Pues duro a los pudientes ensalzaos, y a los Gaitines que nos roban
-la vida. ¡Si quieren guerra, guerra!
-
-Alguien propuso que se reuniesen los supervivientes de Boñices con la
-gente de las aldeas cercanas, hombres y mujeres, viejos y chiquillería,
-y armados todos con garrotes, o con escopeta el que la tuviese, se
-lanzaran bramando por campos y caminos hasta llegar a Soria y a la
-casa del Gobernador, y allí, con escándalo, tiros y estacazo limpio,
-pidieran y recabaran el derecho a vivir. Don Venancio con autorizada
-voz les dijo:
-
---Yo os acaudillaría; pero ¿qué puedo hacer con mi niña mayor
-moribunda, la pequeña encanijadilla? De añadidura, tengo a Ramona
-sin poder valerse de dolores de reúma. No puedo faltar de mi casa,
-que es un hospital y un asilo de parientes de Ramona y míos, con
-quienes reparto mi pobre techo y las sopas de ajo... cuando la Divina
-Misericordia las envía.
-
-Díjole doña María que para él eran las perdices que había traído, y al
-darle el cura las gracias, las repitió más efusivas por otro reciente
-obsequio de la Señora.
-
---Mucho le agradecí el zaque de vino blanco que me dejó esta noche al
-pasar por la puerta de mi casa. Ya dije a Ramona que retendremos tan
-solo la mitad del clarete, y la otra parte será para que participen de
-él los que cenen aquí con Vuecencia esta noche.
-
-Quedó Gil pasmado de que la Madre dejara de soslayo la bota de vino en
-la casa rectoral sin que él lo advirtiese; y el trovador Crispulín de
-Chaorna, así como el fúnebre Cernudas, se holgaron del anuncio de vino,
-que en luengos días no habían catado. Don Alquiborontifosio comentó los
-obsequios al cura con su habitual socarronería refranesca: _No hay casa
-harta sino donde hay corona rapada_.
-
-Cerrado este ameno paréntesis, los mozos gallardos, que habían venido
-de cercanos caseríos, y los vecinos de Boñices, que en la puerta de
-la cocina se asomaban disputándose un hueco para meter sus cabezas, y
-los ancianos abatidos y las viejas regañonas, proclamaron de nuevo el
-derecho a rebelarse contra los que se apropiaban los manantiales de
-la existencia, no dejando ni una gota para los desvalidos... Como la
-vehemencia de los manifestantes produjese en la cocina algún tumulto,
-Fabiana hizo saber que despejaría el local si no se expresaban con
-respeto y sin ruido. La Madre intervino en favor de ellos, diciendo que
-a los que tanto sufrían podía permitirse algo más que la simple queja.
-La vida hispana era un puro quejido, y los males continuaban inmóviles
-en su eternal dureza, como las rocas que no se ablandan al paso de las
-aguas sino cuando estas corren acariciando por siglos y siglos.
-
---No acariciéis --les dijo--; abandonad toda blandura; sed fuertes,
-clamad, pedid...
-
---He vivido un siglo, gran Señora --dijo con acento cavernoso la vieja
-Celedonia Recajo--, y desde que me salieron los dientes hasta que se
-me fueron todos, he visto al pobre labrador nadando en la miseria.
-Si labra tierras propias, rabia; si labra tierras ajenas, muere
-embrutecido. El que no se vuelve loco, acaba como los animales. El
-campo es siempre campo, asolación, esclavitud; abajo la tierra que
-le dice: «lo que te doy no es para ti»; arriba el Cielo que le dice:
-«no me mires: te mandaré agua... Pero lo que agua y tierra te den no
-es para ti»... Si el campo es esto, la ciudad es lujo y bizarría...
-¡Ay, qué estirados van los caballeretes, y qué majas las señoras! Lo
-he visto en Soria, en Guadalajara, y lo vi en tres días que estuve en
-Madrid cuando la traída de Espartero... ¡Labradores, revolucionarvos,
-carandilogios!... Llorad y mamaréis. Mandrias, si yo hubiera nacido
-hombre, en vez de nacer lo que soy, a esta hecha ya estaríais, como
-aquel que dice, de la otra parte... Yo tengo el genio que ha visto
-Boñices en tantos años... Testigos de mi genio fueron mis cuatro
-maridos. ¿Sabéis lo que os digo? que vosotros hacéis a los que llaman
-capitalistas, y que esos ricos de allende mandan a cualquier Gaitín
-de aquende el dinero que les sobra, para que os lo dé a préstamo en
-vuestras necesidades, y os cobra un duro de rédito por cada cinco.
-¿Habrá judíos? ¿Sabéis lo que os digo? que cuando toméis dinero no lo
-devolváis; quedaos con lo que es vuestro. Y cuando venga un tío ladrón
-con el aquel de cobranza... cantazo limpio, y aquí tenemos a Cernudas,
-que enterrará judíos mejor que entierra cristianos.
-
-Alabaron todos con festejo y palmas el discurso, que bien podría
-llamarse así, de la Recajo, y la Madre con afable reprensión le dijo:
-
---Modérate un poco, Celedonia, que no debemos ir tan a prisa en la
-enmienda de los males que afligen al mundo. Contra la usura y la
-avaricia ya dijeron los Santos Padres más de lo que pudiéramos decir tú
-y yo. Recuerdo esta dura sentencia: «Los ricos avaros son ladrones que
-asaltan los caminos públicos, despojan a los pasajeros, y convierten
-sus casas en cavernas donde ocultan los tesoros de otros.» Si no
-estoy equivocada, amigo don Venancio, el que esto dijo fue San Juan
-Crisóstomo.
-
---Así es, Señora --replicó el cura--, y de San Basilio es este otro
-varapalo a los ricachones: «Cuando damos con qué subsistir a los que
-están en necesidad, no les damos lo que es nuestro; les damos lo que es
-suyo.»
-
-En esto don Alquiborontifosio, que en aquel ilustrado concurso, ya
-convertido en club demagógico, no quería ser menos que los demás,
-sabiendo más que todos, limpió el gaznate con ligera tosecilla; sacó
-el pecho afuera, soltando los brazos a la libre gesticulación, y con
-acento de apóstol más que de dómine, pronunció una corta homilía:
-
---Hijos míos, conciudadanos: no porque las diga yo, sino porque las
-dijo San Agustín, grabad en vuestra mente estas verdades: «Cualquiera
-que posea la tierra es infiel a la ley de Jesucristo...» Esperad un
-poco y no metáis ruido. Sigo. Retened también estas otras de San
-Ambrosio: «La tierra ha sido dada en común a todos los hombres.
-Nadie puede llamarse propietario de lo que le queda después de haber
-satisfecho sus necesidades naturales.»
-
---Más fuerte estuvo San Gregorio --afirmó el cura disparando este
-cañonazo--: «Hombre codicioso, devuelve a tu hermano lo que le has
-arrebatado injustamente.»
-
-Y el sabio _don Quiboro_ prosiguió así:
-
---Amados convecinos, hermanos en el martirio de Boñices, oíd estotro
-de San Gregorio Nacianceno: «El que pretenda hacerse dueño de todo,
-poseerlo por entero, y excluir a sus semejantes de la tercera o de la
-cuarta parte, no es un hermano, sino un tirano, un bárbaro cruel, o por
-mejor decir, una bestia feroz.» ¿Qué tal? ¿Os vais enterando de que no
-debéis pedir lo vuestro, sino tomarlo? Pues a ello, valientes. Si no
-os convencieran los Santísimos Padres, acordaos de lo que decía la tía
-Rocacha, de Barahona: «En la sopa del judío mete tu cuchara y di: _lo
-tuyo es mío_.»
-
-Llevaba camino el maestro de agotar su archivo de refranes; pero
-viendo que las migas empezaban a pasar de la sartén a las bocas, cortó
-discretamente su perorata, que si no lo hiciera, corría el peligro de
-quedarse _asperges_, porque todos acudían al olor del pan frito con
-chorizo, y a ello atendían más que a las divinas y profanas sentencias
-sobre lo mío y lo tuyo. Las primicias de la cena fueron para doña
-María, a quien Fabiana sirvió en plato aparte, dándole una cuchara de
-peltre, que brillaba como de plata. A los demás se les repartieron
-cucharas de palo, y cada cual, en ordenado ruedo, iba cogiendo lo
-que su necesidad le pedía. Rezagado se quedó el maestro por dejarse
-llevar de su flujo oratorio; pero con su autoridad y algunos codazos
-cogió puesto y vez, siendo de los más activos en el mete y saca de la
-cuchara.
-
-Asombrábase grandemente Gil de que los constantes y repetidos tientos
-de las cucharas veloces no mermaran el contenido de la sartén. Eran
-muchos a comer, y sin cesar sucedían los entrantes famélicos a los que
-satisfechos salían. Crispulín de Chaorna fue de los más diligentes
-para colarse hasta tres veces en el ruedo. Su ceguera no le impedía
-encontrar un hueco, ni meter el largo brazo entre apretujados cuerpos
-y sacarlo trayéndose colmada la cuchara. Veía Gil que la sartén estuvo
-llena mientras hubo manos que acudieran a ella, cual si lo que estas
-retiraban lo sustituyese al instante una próvida mano invisible.
-
-El reparto del vinillo blanco se hizo después con un orden relativo, en
-vasos y tazas, que iban de boca en boca comunicando la dulce alegría
-a viejos y muchachos. La Recajo, por el fuero de su longevidad, se
-atizó dos tomas, absorbiéndolas con dos airosas empinadas del codo
-esquelético. Quisieron Cernudas y _don Quiboro_ hacer lo mismo; mas
-Fabiana les sometió a régimen de un solo cortadillo. El trovador de
-Chaorna tuvo privilegio, por su ceguera, de vaso y medio, y otros se
-quedaron en el medio solo, que era el justo régimen de templanza. Gil
-bebió un vaso y la mitad del de la Madre (que solo por compromiso, y
-por no desairar a la reunión, cató del precioso vino), y a poco de
-apurarlo, sintió ganas intensas de dormir. Luchando con el sueño,
-discurría vaga y confusamente de lo que había visto. Si el que la
-sartén no se agotara del caudal de migas mientras hubo cucharas que
-acudieran a ella fue sortilegio indudable, en el sueño que a él le
-sobrecogió también se traslucía el arte de encantamiento. Así lo
-pensaba viendo que todos se amodorraban, y oyendo los _baladros_ o
-ronquidos de la vieja-vieja tendida en todo su largo delante del fogón.
-Lo más peregrino fue que hallándose él traspuesto con su cabeza en el
-regazo de la Madre, vino Fabiana y le llevó a un cuarto de la casa,
-donde lucían dos candiles, y allí encontró su hatillo con la ropa que
-había perdido en la fuga de Cíbico tras de su ingrata compañera la
-ardilla. Celebró Gil el prodigioso hallazgo, que conceptuaba favor
-especial de la bondadosa Madre. Y dormido volvió a sentirse junto a
-ella... Y dormido decía: «Soñemos, alma, soñemos.»
-
-
-
-
-XIX
-
-Donde se cuenta el terrible encuentro del caballero con un desaforado
-gigante, y cómo luchó con él y le dio muerte, con otros sucesos
-interesantes.
-
-
-No pudo discernir el turbado caballero su estado cerebral cuando a
-media luz se vio detrás de la Madre, en el mismo camino pedregoso que
-era salida y entrada del lugar de Boñices. Escoltaban a la Señora, con
-lento andar respetuoso, a izquierda y derecha, don Alquiborontifosio
-y don Venancio, maestro y cura del triste pueblo. De lo que hablaban,
-solo recibía Gil en sus oídos un run-run de sílabas, que el rumor del
-viento entremezclaba y esparcía. Llegados los cuatro al punto en que
-el terreno se despejaba de cantos rodados y de otras asperezas, doña
-María ordenó afablemente a los venerables señores que regresaran a sus
-casas, pues cumplida estaba ya la delicada etiqueta del acompañamiento
-en parte del camino. Obedecieron, reiterando su adhesión y gratitud,
-y Gil oyó que el cura se despedía con un latinajo, y el maestro con
-un refrán de su inagotable archivo. Siguieron luego solos la Madre y
-su fiel escudero, sin que la conciencia de este lograra determinar
-si velaba o dormía. La Señora le dijo que a su manto se agarrara, y
-obediente al soberano designio, se sintió navegando en el piélago
-de lo maravilloso... Y los cronistas que estas inauditas cosas han
-transmitido, aseguran, bajo su honrada palabra, que el caballero y
-la Madre recorrieron, en menos tiempo del que se tarda en decirlo,
-llanuras yermas y empinados vericuetos inaccesibles a la humana planta.
-Para no cansar, dígase que antes de media noche entraban la dama y el
-encantado hijo por el portillo de Calatañazor, ya bien conocido en
-estos verídicos anales.
-
-Verdad y mentira, ¿dónde tenéis comienzo y fin? Ello fue que los
-veloces andarines pararon ante el propio mesón donde Gil estuvo alojado
-con el leal y ahora perdido Bartolo.
-
---Está cerrado el portalón --díjole la Señora--. Aguárdate aquí, que
-antes de una hora, cuando lleguen la galera y el carro de Torreblascos,
-abrirán. Entras; pides posada. En el hatillo que por intercesión divina
-recuperaste en Boñices, hallarás ropa mejor y más nueva que la que
-perdiste con la burra del buhonero Cíbico. Allí te puse unos puñados
-de bellotas, que son dineros siempre que las emplees en obra digna
-y honrada, como es la de tu pitanza, y servicio tuyo y de la buena
-Cintia. A esta podrás verla tempranito en su santuario, y confío en que
-has de encontrarla menos encendida en la pasión de su magisterio. Las
-almas inocentes de los niños se han metido en el alma de ella. Procura
-tú con arte de enamorado hacer dentro del espíritu de Cintia la debida
-separación de afectos... Te encargo mucho, hijo mío, que hagas por
-esquivar las enemistades que podrían salirte en esta villa rústica. No
-provoques a nadie; disimula, si es menester, tus intenciones; adopta
-nombre distinto del que llevas, y trazas y apariencia de persona que
-anda en cualquier negocio. Si encuentras a Cintia en disposición
-de dejarse raptar, hazlo con sigilo y sin promover violencia ni
-ruido, y llévatela bendito de Dios a donde puedas tenerla por algún
-tiempo escondida de ojos humanos que no sean los tuyos. Y basta
-con estas advertencias, _Asur, Hijo del Victorioso_. Te dejo en la
-libre iniciativa y determinación de tus actos. Te concedo, con corta
-limitación, el uso de tu albedrío. Tú sabrás determinar el punto en
-que la línea de extensión de tu albedrío y mi apoyo maternal pueden
-encontrarse... Adiós, hijo.
-
-Por una calleja conducente a la iglesia parroquial, desapareció
-la Señora como sombra que en mayores sombras se desvanece, y tan
-desamparado se sintió Gil al verla partir, que a punto estuvo de
-echarse a llorar. Cuentan los veraces cronistas que transcurrieron
-exactamente veintisiete minutos hasta que se abrió el portalón para
-dar paso al carro y galera de Torreblascos. Albergose el caballero
-en el humilde hostal, y la noche se le fue minuto tras minuto en un
-vertiginoso cavilar sobre el uso que había de hacer de su albedrío.
-Aunque los fieles narradores de estas aventuras no lo dicen, se da
-por hecho que a la siguiente mañana se vistió y acicaló lo mejor que
-pudo, gozoso de ver que la nueva ropa era mejor que la perdida, y que
-con ella obtenía una transfiguración favorable. Su aspecto era más
-decentito que en el aciago día de su visita inicial a la histórica y
-adusta villa.
-
-Y se da por averiguado que apenas oyó el _che, i, ene: chin_, metiose
-el caballero en la escuela, con gran sorpresa y susto de Pascua, y que
-la turbación de esta se trocó en alegría jovial apenas hablaron. No
-constan pormenores del corto diálogo; pero sí que los vecinos de la
-villa vieron a Gil paseando con tranquilo continente por las empinadas
-calles, y que fue muy notado su arrogante porte. Desorientados y
-disconformes andan los historiadores, así nacionales como extranjeros,
-en el relato de lo que pasó en el resto del día. Lo único que aparece
-claro es que, comiendo Gil con arrieros y trajinantes, supo que el buen
-Cíbico en su veloz carrera había ido a parar a Tardelcuende, donde una
-vieja barbuda, echadora de cartas y con pintas de hechicera, le adivinó
-el paradero de la ardilla, después de una solemne sesión de cábala y
-arrumacos. La fugitiva fue captada por los chicos del _Crudo_; estos
-la vendieron a un recuero, el cual por buena moneda la cedió a los
-frailes Carmelitas del Burgo de Osma. Hacia el Burgo iba Cíbico a pie,
-pues en Tardelcuende reventó la pobre burra por querer imitar en su
-carrera al Pegaso mitológico...
-
-Así lo dice uno de los historiógrafos indígenas, y luego añade que
-antes de anochecer bajó el caballero al soto, de donde pasó a las casas
-del _Crudo_, y allí estuvo tratando con un ventero agitanado y chalán,
-del alquiler de una veloz caballería. Entre las disponibles, escogió
-el cuartago menos decorado de mataduras. Tras este importante suceso,
-cuentan que Gil se lanzó a las riscosas veredas, ya por su mal bien
-conocidas, y que al llegar al término de ellas, cerrada ya la noche,
-sintió en su ánimo y en sus nervios la turbación que anunciarle solía
-la medrosa emergencia de lo sobrenatural. Andado no había veinte pasos,
-cuando vio ante sí disforme bulto, cual si un gran trozo de la montaña
-se desgajara y cayera sobre el camino, y deteniéndose a mirarlo con
-aterrados ojos, advirtió que el colosal estorbo que le cortaba el paso
-superaba en tamaño a una casa de las más grandes, y afectaba la forma y
-redondeces corpulentas de un cerdo bien cebado para San Martín.
-
-Acercose más el caballero, evocando en su alma la energía
-correspondiente a su nombre de _Asur, hijo del Victorioso_, y vio que
-el ingente animal se ponía en dos pies, y conservando el rostro y jeta
-cochiniles, se decoraba con prendas usuales en los seres humanos.
-Sobre su cabeza llevaba un sombrerillo blando, ladeado, y en su
-carnoso pescuezo, corbata de cuadros rojos y amarillos, prendida con un
-alfilerón espléndido. Agitó la espantable visión las patas delanteras,
-que resultaban brazos cortos atrozmente ridículos en su vivo accionar.
-Y al propio tiempo lanzó el gruñido cerdoso, que atronando los aires
-imitaba el habla humana, y así decía:
-
---Yo soy Galo Zurdo y Gaitín, secretario de este Ayuntamiento, y como
-tal secretario y como novio de Pascua, te digo que si no desfilas
-ahora mismo por donde has venido, dormirás esta noche en la cárcel de
-acá, y mañana irás a la de Soria conducido por la pareja de la Guardia
-civil... Lárgate pronto, farsante, canalla, ladrón...
-
---Pues yo soy _Asur_, yo soy _Mutarraf_ --replicó Gil enardecido por
-la insolencia de la deforme bestia--, y no temo a los guarros, aunque
-sean secretarios del Ayuntamiento, y vengan con facha de gigante de
-bambolla. Largo de aquí, mamarracho. Vuélvete al infierno, de donde has
-venido.
-
-Diciéndolo, le atizó con su cayada un fuerte garrotazo en la parte a
-que alcanzaba del voluminoso vientre del espantajo, y este se deshizo
-al golpe, quedando convertido en un hombre de mediana estatura,
-regordete, arqueado de brazos y piernas, cara de media luna, mofletes
-gordezuelos con chapas herpéticas. De la visión primitiva conservaba el
-sombrerete ladeado, y la corbata y alfiler deslumbrantes.
-
-Con altanería grotesca y procaz, Galo Zurdo arrojó sobre Gil sus
-denuestos chabacanos:
-
---Gandul, vete pronto de esta honrada villa... Aquí no consentimos
-vagos que vienen a merodear y a llevarse lo que roban. Mira que yo soy
-terrible; mira que estás delante del secretario del Ayuntamiento; mira
-que yo hago aquí lo que me da la gana, y que si no ahuecas pronto, te
-cojo y haré contigo una _hequitombe_.
-
---Pues yo --replicó el caballero con entereza-- te digo que, quiéraslo
-o no lo quieras, vengo por Cintia, a quien tú llamas _Pascua_, y he de
-sacarla de este pueblo, que si te tiene por amo es el más puerco lugar
-del mundo. Yo, que no temo a los leones, menos temo a los cochinos, y
-vas a verlo ahora mismo si no te retiras a tu cubil, dejándome libre el
-campo.
-
-Con necia presunción trató Galo de acometer al caballero; este le
-rechazó vigoroso y pujante; se tambaleó el de la vista baja, y a punto
-estuvo de dar en tierra con su crasa humanidad. Al rehacerse, metió
-mano al bolsillo de su americana para sacar el revólver... Pero antes
-de que pudiera hacer uso del arma, Gil con rápido movimiento le ganó
-la acción... y entre el esgrimir de la navaja y el clavársela en el
-pecho, no medió el espacio de un pensamiento. Cayó Galo Zurdo sobre
-un peñasco, al borde de las vertientes que en aquel punto descienden
-casi cortadas a pico. Gil no se detuvo a examinar el rostro de su rival
-vencido, y cogiéndolo de las patas, lo empinó sobre el precipicio y
-abajo fue rodando como pelota... Al rumor del rebote se mezcló un
-gruñido sordo, postrer aliento del ensoberbecido secretario y elegante
-lugareño.
-
-Contempló Gil un rato la tenebrosa hondura, y no pudo apreciar hacia
-qué parte de la vertiente había quedado el cuerpo de su víctima,
-entre malezas y rocas. Su condición generosa le sugirió el impulso
-de bajar a reconocer a Galo y cerciorarse de su muerte; pero aquel
-impulso fue contenido por otro de reflexión egoísta, y se dijo: «Bien
-muerto está. Bien vale mi Cintia la vida de un imbécil. He despachado
-a un Gaitín. Si la justicia me persigue, el pueblo me lo agradecerá.
-Cintia me pertenece, y ese miserable quería quitármela. Cuando no
-nos dan lo nuestro, debemos tomarlo, y caiga el que caiga. Así lo
-han dicho San Basilio, San Agustín, San Gregorio Nacianceno y San
-Alquiborontifosio...»
-
-Paseose tranquilamente un rato entre el humilladero y el portillo, y a
-la media hora de febril ambulación vio salir a Cintia con el envoltorio
-de su ropa. Venía la gentil mujer medrosa y risueña, estado de espíritu
-que denotaba cierta tranquilidad en el paso arriesgado de su fuga.
-Diéronse las manos, y sin detenerse, conforme caminaban hacia las
-veredas descendentes, Pascuala dijo a su amado:
-
---He tenido la suerte de que mis niños no me sigan esta noche. Cuando
-estaba disponiéndome para escabullirme, guardando el mayor silencio, se
-me aparecieron y me rodearon... Sus vocecitas zumbaban y aún zumban en
-mis oídos. Uno me coge por aquí, otro me coge por allá. Yo les decía:
-«Dejadme, ángeles míos. Volveré con vosotros.» Pero nada; no había
-medio de zafarme de ellos. Ya tu Pascuala se veía, como la otra noche,
-imposibilitada de salir, cuando de pronto recostáronse todos en el
-suelo y se quedaron dormiditos. ¡Qué cosa más rara! ¡Qué dicha para
-mí! En fin, aquí me tienes. Dime ahora tú: ¿diste a los niños algún
-bebedizo para que se durmieran?
-
---Yo no les di nada, Cintia --replicó el caballero apresurando el
-paso--. Ello habrá sido arbitrio de nuestra Madre, o de alguna
-divinidad, de algún genio desconocido que nos protege.
-
---¿Y al bestia de Galo Zurdo, le has visto por aquí? Me dijeron que
-en el pueblo te seguía los pasos, y que al salir de su casa cogió el
-revólver.
-
---Le he visto, sí, y hemos echado un párrafo. El revólver no le ha
-valido.
-
---¿Le has visto... aquí? ¡Qué miedo! Cuéntame. ¿Qué te dijo? ¿Qué
-hablasteis? ¿Se insolentó contigo? Más miedo me da su cobardía que tu
-valor.
-
---Tuvimos unas palabras --replicó Gil, queriendo esquivar el asunto--.
-Venía con mala idea, fachendoso y ruin. Pero yo le aplaqué pronto el
-chillido, y salió de estampía por ahí abajo, gruñendo y hozando la
-tierra.
-
---Si anda por estos vericuetos --dijo Cintia temerosa--, podrá vernos,
-podrá seguirnos...
-
-La réplica de Gil fue muy expresiva:
-
---No te cuides de ese animal, amada mía, que a estas horas debe de
-estar a la vera de San Antonio Abad. Cuídate de pisar en firme, para
-que no resbales en este desriscadero. Agárrate bien a mí, y vamos
-a prisita, hasta perder de vista a ese maldito pueblo. Guardemos
-silencio, que bien podrá ser que las peñas oigan. Cuando estemos en
-salvo olvidarás tus martirios, y yo la estampa cerdosa de Zurdo Gaitín.
-
-A la calladita, dándose sostén y apoyo mutuamente, llegaron al soto,
-y de allí, con andar cauteloso por los desniveles del suelo y la
-oscuridad de la noche, siguieron hasta las casas del _Crudo_, donde les
-aguardaba el fogoso corcel alquilado por Gil. Fue una risa el acto de
-acomodarse los dos sobre la cansada bestia, que si muy honrada debía
-creerse con la carga de tan ilustres personas, no parecía contenta del
-grave peso de ellas, con la añadidura del hatillo y envoltorio que
-contenían la ropa. Iba Gil en la silla y Cintia en la grupa, ciñendo
-con sus brazos la cintura del caballero. Mostrábase satisfecho el
-chalán alquilador, y encomiaba con donosas hipérboles la fortaleza y
-agilidad del rocín. Pronto se vio que este no carecía de nobleza, y
-que en cierto modo se vanagloriaba de cumplir dignamente la romántica
-misión que su destino le impuso. Salió por el camino adelante con un
-trotecillo cochinero que auguraba una dichosa jornada. Los amantes
-fugitivos celebraban la honradez y valentía del caballejo, y con
-graciosos encarecimientos le inducían a sostener el paso.
-
-En este punto, se ve precisado el narrador a cortar bruscamente su
-relato verídico, por habérsele secado de improviso el histórico
-manantial. Desdicha grande fue que faltaran, arrancadas de cuajo, tres
-hojas del precioso códice de Osma, en que ignorado cronista escribió
-esta parte de las andanzas del encantado caballero. En dichas tres
-hojas se consignaban, sin duda, los pormenores de la fuga; si el penco
-sostuvo en todo el viaje sus hípicos arrestos; si los amantes hicieron
-alto en algún hostal o caserío, para dar reposo a sus molidos cuerpos
-y a sus inquietas almas. Falta también noticia de lo que hicieron al
-siguiente día, y del vehículo que tomaron, pues el alquiler de la
-cabalgadura terminaba en Tardelcuende. Queda, pues, desvanecida en la
-sombra de las probabilidades y conjeturas una parte muy interesante del
-rapto y escapatoria de Cintia. Mas no queriendo el narrador incluir
-en esta historia hechos problemáticos o imaginativos, se abstiene de
-llenar el vacío con el fárrago de la invención, y recoge la hebra
-narrativa que aparece en la primera hoja, subsiguiente a las tres
-arrancadas por mano bárbara o gazmoña.
-
-Resurgen de nuevo los amantes aposentados en un humilde mesón
-de Barahona, lugar famoso por fechorías de brujas y jugarretas
-de diablillos desocupados; y allí fueron sorprendidos por un
-extraordinario suceso, que no debemos atribuir a brujerías, sino a un
-feliz designio de la Providencia. Hallábase Cintia en el mal empedrado
-patio, lavándose la cara en un barreño, y a su lado el caballero Tarsis
-liando un cigarrillo, cuando de un cuartucho próximo vieron salir al
-ingenioso, al imponderable Cíbico. ¡Oh felicidad, tanto más intensa
-cuanto menos esperada! Uniéronse los tres en estrecho abrazo, y al
-instante saltaron de boca en boca las preguntas, las indagatorias, el
-contar cada uno sus cuitas y calvarios. Lo primero fue dar Gil noticia
-del próspero suceso de la fuga de Cintia, y luego soltó Bartolito, con
-atropellado lenguaje, el relato de su odisea en busca de la ardilla.
-
---No podéis imaginar, queridos amigos, lo que he sufrido, ¡ay! Ya veis
-mi rostro demacrado... estas ojeras de romántico, y estos granos y
-sarpullido que son la muestra de la irritación que llevo dentro.
-
---De veras podría creerse que has salido de una grave enfermedad, o
-que te has echado encima diez años más de vida... No debías tomarlo
-tan a pechos, que ardillas mil hay en el mundo, para que ocupen en tu
-hombro y en tu corazón el lugar de la que perdiste... Por cierto que
-unos arrieros con quienes comí en Calatañazor, hace días, me dijeron
-que tu paniquesa fue cogida por los chicos del _Crudo_, los cuales la
-vendieron a un trajinero, y este a los frailes carmelitas del Burgo de
-Osma.
-
-Confirmó Cíbico esta referencia, después de contar con prolijos
-detalles su veloz tránsito de pueblo en pueblo, sus afanes y angustias,
-la reventazón y fallecimiento de la honrada pollina que se identificó
-con el duelo de su amo, y luego añadió lo que fielmente se copia del ya
-citado manuscrito:
-
---En cuanto supe que los Carmelitas eran dueños de mi tesoro, me fui
-allá. Conozco al Prior, que es un frailón lucido, un elefante con
-cerquillo, envuelto en veinte varas de paño canelo y en otras veinte de
-franela blanca; buen tenedor, buen vaso en mesas regaladas; hombre, en
-fin, ejemplar y perfecto... por la otra punta del ascetismo. Conozco
-además a dos leguitos de aquel convento, buenos chicos, modositos,
-serviciales. Por ellos supe que mi _niña_ estuvo allí un día muy mimada
-de los buenos Padres; pero el Prior dispuso de ella con idea de hacer
-un regalo al Provincial del Carmelo, a la sazón de visita en la santa
-casa. Sabido esto, me presenté al Prior, que en la celda me recibió muy
-complacido de mi visita; me compró algunas manos de estampas y tres
-docenas de medallas; obsequiome con una copita de lo añejo y bizcochos,
-y tocante al achaque de mi paniquesa, díjome riendo que al Provincial
-le había caído muy en gracia la _niña_... Total, que el buen Prior no
-tuvo más remedio que ofrecérsela... Total, y van dos: que el maldito
-Provincial admitió, frotándose las manos de gusto. Distingue y protege
-a las Carmelitas de Almazán, y en mi ardilla vio la más preciada
-fineza para obsequiarlas. Me planté en Almazán; supe que las monjitas
-están muy regocijadas con la ofrenda, y que la miman y agasajan... Me
-presenté en el locutorio... Nada, hijos, que no la dan ni por todo el
-oro que pesa... y al decírmelo me insultaron... ¡Mal rayo con ellas!...
-Aquí tenéis un caso nuevo de esa peste que llaman Clericalismo. ¿No
-estáis oyendo todos los días que los frailones o seglares afrailados
-huronean en las familias, para olfatear y cazar doncellas ricas, y
-llevárselas al noviciado y profesión en este o el otro monasterio? Pues
-lo mismo han hecho conmigo ese marrajo del Prior y el zorrocloco del
-Provincial.
-
-Rieron y se holgaron los amantes del desatinado parangón que hizo
-Bartolo, el cual se mantuvo en sus trece:
-
---No es para reírse, Pascuala; no es cosa de chanza, Gil. He dicho
-Clericalismo y no me vuelvo atrás. La preciosa y juguetona ardilla
-que por largo tiempo fue el alivio de mi soledad, pertenece al sexo
-femenino, como sabes; es una hembrita honesta, que no ha conocido
-varón, y bien puedo asegurarlo, porque la tengo desde chiquitita;
-la recogí del regazo de su mamá en Egea de los Caballeros; la he
-criado, dándole buena educación, y enseñándole los mejores modos.
-Aunque traviesa y correntona de su natural, sabe lo que es respeto y
-obediencia a los superiores. Me quiere a mí tanto como la quiero yo
-a ella. De mí se escapó por un susto, y si ahora me viera, hacia mí
-vendría con brinco alegre, dejando con un palmo de narices a todas las
-monjas y Priores y Provinciales de la cristiandad.
-
-Enlazando bromas con veras, Cintia y el que pasaba por su marido
-trataron de arrancar de la mente de Bartolo la maniática idea que le
-atormentaba. Mas tal arraigo tenían en el ánimo del buhonero el amor
-del animalito y el coraje de verlo en ajenas manos, que prefería el
-dolor al consuelo. Aquel hombre bondadoso y manso hallábase en tremenda
-crisis moral. Su corazón era un volcán de odio contra las Carmelitas
-de Almazán, que le habían despedido del locutorio con menosprecio y
-burlas, como si fuese a pedir la libertad de una señorita enclaustrada
-por fuerza. Comiendo aquel día con Gil y Pascuala, su irritación era
-tal, que los amigos oyeron asombrados estos increíbles despropósitos.
-
---En mí tenéis una de las víctimas más desdichadas del Clericalismo.
-No hay que tomarlo a risa... Me han quitado el único ser que con sus
-gracias endulzaba mi vida. Lo reclamé, y aquellas descastadas mujeres
-me mandaron a escardar cebollinos, me llamaron hereje, desvergonzado,
-alca... _etcétera_, correveidile de pecados indecentes... Pues me la
-pagarán... vaya si me la pagarán... Tengo una idea... una idea. Para
-realizarla cuento con unos amigos que llegarán de un momento a otro...
-
---¿Qué discurres, qué proyectas?
-
---Pues nada: pegar fuego al convento de Carmelitas de Almazán.
-
-Tan tenazmente aferrado estuvo toda la tarde a la bárbara idea de
-quemar el convento, que Gil y Pascuala temieron por las facultades
-mentales del pobre Cíbico. Los amigos que este esperaba presumiendo que
-serían sus colaboradores en aquel intento, eran un arriero apodado _el
-Pocho_, famoso en diabluras de contrabando, y dos trajineros, llamados
-Tomás y Filiberto, hombres los tres de poder y travesura, que lo mismo
-servían para un fregado que para un barrido, y habían ilustrado sus
-nombres en la _facción_ y en campañas electorales de baja estrategia.
-Llegaron al anochecer en dos carromatos que venían de Soria para
-Atienza. Pero el Destino, que dispone con salvaje independencia del
-proponer del hombre, quebrando y torciendo las líneas de la historia,
-trajo a Barahona, con _el Pocho_ y con Tomás y Filiberto, nuevas muy
-desagradables, que trastornaron los pensamientos de Cíbico, y más aún
-los de los amantes fugitivos, como verá el que leyere.
-
-
-
-
-XX
-
-De cómo pasaron el caballero y sus amigos de la esclavitud de los
-Gaitines a la no menos insolente y dura de los Gaitones.
-
-
-A escondidas de Gil y Pascuala, contaron a Cíbico los trajinantes
-que descubierto en el despeñadero de Calatañazor el cadáver del
-secretario del Ayuntamiento, y desaparecida la maestra de la casa de
-sus tíos, recayeron las sospechas de ambos delitos, homicidio y rapto,
-en la persona de aquel mozo, que unos llamaban Gil, otros _Florencio
-Cipión_, jornalero en las minas de Numancia. En Calatañazor había gran
-escándalo, y los Gaitines de Soria echaban lumbre, abrasados de ira y
-furor de venganza. Ya se habían dado órdenes a la Guardia Civil para la
-busca y captura del criminal, que por todas las trazas no era otro que
-el tal _Cipión_, a quien tenían pared por medio en aquel instante.
-
-Agregó riendo _el Pocho_ que perdonaba de todo corazón al matador,
-y aun le concedía plenas indulgencias, _considerando_, como dice la
-curia, que mejor estaba Galo Zurdo en el otro mundo que en este; y los
-tres declararon que con alma y vida estaban dispuestos a ocultar a
-_Cipión_, para que los civiles y la justicia no pusieran mano en él.
-Una circunstancia favorable al delincuente hubieron de señalar, y era
-el lugar donde a la sazón se hallaba, porque la Benemérita, siguiendo
-una falsa pista, buscábale por el camino del Burgo de Osma, San Esteban
-de Gormaz y Aranda. Debían, pues, llevársele a la villa de Atienza,
-que de allí bien podría escabullirse a izquierda o derecha requiriendo
-veredas solitarias y serranías casi desiertas.
-
-Aterrado quedó Cíbico ante tal notición, y lo primero que hizo fue
-desahogar su pena con grandes suspiros y exclamaciones lastimosas.
-En breve consejo que los cuatro celebraron, se acordó proponer a
-Gil y a la dama robada que aquella misma noche partiesen con ellos,
-acomodándose en uno de los carromatos. Véase por dónde la Providencia
-o la Fatalidad desviaron al enrabiscado Bartolito del audaz propósito
-de pegar fuego al convento de Carmelitas de Almazán. Dispuesto a partir
-para esta villa, hallábase el hombre en Barahona; mas el generoso
-anhelo de librar a su amigo de las garras de la justicia, le indujo a
-seguir la dirección contraria. Mucho habrían de agradecer las buenas
-religiosas que el gran Cíbico cambiara de ruta, si de ello tuvieran
-noticia. Todos iban ganando: las monjas se libraban de la chamusquina,
-y al buhonero se le apagó el rencor que inflamaba su pecho.
-
-Ante la gravedad del caso, se determinó el buen Bartolo a comunicar
-a los descuidados amantes lo que sabía. No se inmutó mayormente el
-caballero, que ya presumía o barruntaba la repercusión de la tragedia.
-En el bello rostro de Pascuala se notó el ahinco de mostrar entereza;
-mas la pavura y aflicción le salieron pronto a los ojos y boca.
-Resignados al fin los dos con la suerte que el cielo y los hombres
-les depararan, entregáronse sin reserva al amigo y a los carreteros
-para que les condujesen a la más probable salvación. Media noche era
-por filo cuando partieron de Barahona. Los amantes iban solos en uno
-de los carros, recostaditos en sacas de lana, y abrigados con mantas
-espesas; pero esta relativa comodidad no les dio el blando sueño,
-porque les desvelaba el ardiente cavilar, midiendo y pesando los
-riesgos que corrían. Hicieron febril examen de los diferentes medios de
-ocultación, y se entretenían en inventar y proponerse los disfraces más
-estrambóticos.
-
-Al amanecer, parados los vehículos al subir del puerto, Cíbico pasó de
-su carro al de los amantes para platicar con ellos y sugerirles una o
-más ideas de escondite seguro. Hablando después de cosas pretéritas y
-de personas ya perdidas de vista, aunque no borradas de la imaginación,
-dijo el encantado _Asur, Hijo del Victorioso_, que si hubieran seguido
-la falsa pista, y en ella les encontrara el guardia Regino, este les
-habría dejado escapar. Era un amigo de acendrada nobleza, caballero a
-carta cabal. A esto replicó Cíbico:
-
---Nuestro buen Regino no está ya en la Comandancia de Soria. Le han
-trasladado a... deja que me acuerde... No sé si es a Sigüenza, Jadraque
-o Cogolludo. Sería buena sombra para ti que toparas con él, y mejor
-aún que antes le viera yo para prevenirle. Si esto pudiera ser, a
-ti vendría yo con un lindo soplo, diciéndote: «Gil, no vayas por
-este camino, sino por _quillotro_.» O bien: «Gil, vístete de fraile
-francisco, y Pascuala de lego; ensuciaos caras y manos, y echaos al
-camino pidiendo limosna, sin miedo a la pareja. Para esto habías de
-llevar holgadas alforjas, y Pascualita un santirulico metido en su
-urna»... Y en resolución, amigos, confiemos en Dios Todopoderoso y en
-su divina Madre.
-
-En la Madre suya, que también era divina, confiaba el caballero con
-arraigada fe, y tenía por indudable que viniese a socorrerles cuando
-estuvieran en las apreturas y conflictos más graves. Siguieron adelante
-con marcha perezosa, por causa del tiempo de agua que les fastidió
-a poco de salir de Barahona. Encharcado el camino, las pobres mulas
-tiraban a desgana; los trajineros, encapuchados con sacos del revés,
-bajaban a estimular con palos a las pacientes bestias; cada bache
-producía detención y una bárbara escena de castigos, imprecaciones
-y ofensas a Dios y a la humanidad, envileciendo y ensuciando las
-cosas más santas. Solo los dos perros iban tranquilos, guarecidos
-de la lluvia debajo de los carros. Los amantes no se dolían del mal
-tiempo, pues era muy de su gusto no ver alma viviente a lo largo de la
-carretera. En un alto que hicieron descendiendo hacia Paredes, subió
-Cíbico por segunda vez al atascado carro de los amantes, y partiendo
-con ellos desayuno de pan y cecina, les animó con risueños planes.
-
---Ya que estoy aquí --les dijo--, seguiré hasta mi pueblo, que es
-Taravilla, en término de Molina de Aragón; y si queréis llegaros allá
-conmigo, desde ahora os garantizo tanta seguridad como tendríais si
-os subiérais al mismo cielo. Ya os he dicho antes que os conviene
-casaros por la ley de Dios, que así os hallaréis santificados, y mejor
-dispuestos para que la justicia se ponga tierna con vosotros. Haced
-caso de mí. No está bien que sigáis amontonados según eso que llaman
-_librepienso_, porque casaditos no podrá decir nada contra vosotros el
-malvado Clericalismo... Sed, pues, un poquitín hipócritas; poneos en
-el tono de los más, y aparentad religión, que si la lleváis en la voz
-y el gesto, ya tenéis medio camino andado para que la opinión os crea
-inocentes. A propósito de religión, sabed que el cura de Taravilla es
-mi tío, don Librado Cíbico, santo varón que os casará en dos palotadas
-en cuanto yo le hable de ello. Me diréis que os faltan los papeles, y
-os contesto que cuanto papelorio necesitéis os lo facilitará otro de
-mis tíos, don León Conejo, cartulario en Molina de Aragón, el cual es
-un águila en escritura moderna y antigua, y lo mismo imita la letra
-gótica que la Iturzaeta o la bastardilla, rasgos para arriba, rasgos
-para abajo; y documento que sale de sus dedos es tan de fe como los
-que escribieron los cuatro Evangelistas. Tened por seguro que los
-papeles de ambos contrayentes los apañará tan en regla como si fueran
-los propios, sin que nadie pueda poner la menor tacha en los sellos,
-rúbricas y demás requilorios.
-
-Convencidos quedaron los amantes, y tal era el efecto de la suelta
-labia del buhonero, que ya se veían refugiados en Taravilla esperando a
-que les arreglaran el casorio don Librado Cíbico y don León Conejo...
-Por el mal estado del camino y la insistente lluvia, tardaron los
-carromatos dos largos días en llegar a la ilustre villa de Atienza,
-ceñida de doble muro y guardada por uno de los más altaneros castillos
-que han sobrevivido a la época feudal. En una venta situada al pie del
-cerro en que se alza el castillo, pararon los trajineros para tomar la
-mañana, y allí se discutió si sería o no conveniente que los fugitivos
-entraran en la villa, oprimida, como las más de España, por autoridades
-metijonas y cargantes, por clérigos fastidiosos y acusones, y señores
-rígidos que en todo metían las narices olfateando la inmoralidad. Estas
-advertencias hizo el Pocho en bárbaro lenguaje, y Filiberto trató de
-desvirtuarlas, asegurando que el vecindario y autoridades de Atienza
-eran buenos, generosos y hospitalarios. La opinión de Tomás fue que
-no mandando en aquella comarca los Gaitines, sino los Gaitones, no
-había nada que temer. Aunque el Gaitón de Atienza y sus hijos eran de
-la peor ralea del mundo, bastaba que aquellos fugitivos vinieran de
-tierra gaitinesca para que se cuidaran de protegerlos antes que de
-perseguirlos.
-
-Oídos los distintos pareceres, determinó Cíbico que Gil y Pascuala
-quedaran en la venta, y él con ellos para prevenir cualquier incidencia
-desagradable. Además, había que hacer frente a una nueva dificultad.
-Los tres amigos trajineros tenían que volverse a Soria. Era forzoso
-estudiar y poner en práctica otro medio de locomoción, para llevar más
-lejos a los perseguidos de la justicia. Instalose, pues, Bartolo con
-estos en un camaranchón alto de la venta, para descansar, reponer
-fuerzas, y ocuparse en discurrir los cantos inéditos de aquella odisea.
-
-Con algunas dádivas y expresivos requerimientos que llegaban al
-corazón, ganó Bartolo la voluntad de los venteros, quedando así
-garantizado el escondite hasta emprender nuevamente la marcha. Pero
-la tranquilidad en que se hallaban los fugitivos fue turbada al
-siguiente día por las noticias alarmantes traídas de Atienza por
-los carromateros. En la villa corría un rumorcillo del crimen de
-Calatañazor, del cual hablaban ya con misterio, apuntando también a
-Cíbico, como encubridor, los papeles de Soria. No le nombraban; pero
-bien claras eran las señas y la pintura del tipo, con los rasgos
-indubitables del comercio ambulante y la pérdida de la ardilla.
-Opinaban, pues, _el Pocho_ y compañeros que los sospechosos debían
-tomar soleta sin demora, internándose en los montes de Sierra Pela. Con
-estos graves avisos de la realidad, se turbó el ánimo del buhonero;
-mas recobrando pronto su buen temple, supo ponerse, como dicen los
-políticos, _a la altura de las circunstancias_, y con el dedo en la
-frente, los ojos medio cerrados, largó esta soflama de general en jefe
-en día de batalla:
-
---La cuestión se complica. Procuremos conservar nuestra sangre fría,
-y ante las arrogancias del enemigo saquemos del magín todas las
-matemáticas pardas que poseemos. Visto que mi objeto es refugiarnos
-en Taravilla, donde tendremos para el ocultamiento, casorio y demás
-a mi tío don Librado y a don León Conejo; visto que aquí no podemos
-seguir, nos escabulliremos de noche hacia Riofrío, y por atajos
-seguiremos hasta plantarnos en Alcolea del Pinar. De allí a Molina,
-todo el territorio es mío, pues en Selas y Maranchón hasta las piedras
-me tutean, y los ciegos me ven y los mudos me oyen... Conque, amigos,
-dad memorias a los Borjabades de Soria, que a mi parecer esos son los
-causantes de que yo me vea complicado en este negocio. El avestruz de
-don Saturio me tiene tirria porque yo me llevo las simpatías de todo
-el mundo, y a él nadie le puede ver. Que siga buscando las minas de
-plata, y que las encuentre de porquería. Y despídase para siempre de
-este filón de Pascualita, que es para mi amigo Gil. Rabiad, Gaitines;
-tragad quina, Borjabades. A estos desventurados novios me los llevo
-a Taravilla, y allí los caso, y seré padrino de la boda y de lo que
-venga después. Conque, amigos _Pocho_, Tomás y Filiberto, buen viaje,
-y si os preguntan por nosotros, decid que nos ha tragado la tierra...
-Cuando paséis por Almazán, echad a las Carmelitas de parte mía
-todas las maldiciones que se os ocurran, con la mar de ajos y otras
-desvergüenzas; y si podéis meterles por las rejas una tea encendida,
-prestaréis un servicio a la patria y a vuestro seguro servidor...
-
-Un día más dejó pasar el astuto capitán de la expedición para mayor
-descanso de Pascualita, y en espera de mejor tiempo. Por fin, ajustados
-y dispuestos tres borricos de buen pelaje, propiedad de un recuero
-de Sigüenza, partieron en noche fría y serena a tomar las angosturas
-de Riofrío, faldeando el monte llamado Padrastro de Atienza. Nada
-digno de contarse les ocurrió en esta travesía. Llegaron felizmente
-a Huérmeces a la tarde siguiente; descansaron allí algunas horas, y
-con ocho más de recorrido avistaron la ilustre y episcopal ciudad de
-Sigüenza. Guardose bien el prudente Bartolo de penetrar en ella, y
-pasando el Henares por un kilómetro más arriba, rodearon hasta parar en
-una venta situada en la carretera de Alcolea del Pinar.
-
-Era el ventero amigo y algo pariente de los Cíbicos de Taravilla, y
-enterado del asunto quiso mostrar a los fugitivos su generosa simpatía,
-proporcionándoles un carro para seguir hasta Selas. En el carro
-pusieron media carga de ladrillos, y encima unas piezas de estameña
-y saquerío para que se acomodara la señora; los dos hombres irían
-a pie, cambiando su ropa por las prendas usuales del país. En los
-preparativos de esta combinación se les fue todo un día y parte de la
-noche. Salieron al fin hacia Barbatona, confiados y contentos... Pero
-¡ay! al amanecer, cuando se aproximaban a este lugar, se les apagó
-súbita y desgraciadamente la buena estrella que en su fuga les guiaba,
-y quedáronse a oscuras en pleno día. Día fue en verdad funesto, de
-los que han de marcarse con piedra negra... Al salir de una revuelta,
-vieron venir la pareja de la Guardia Civil. No les valió hacerse los
-indiferentes, con idea de pasar de largo sin más que un ligero saludo.
-Pronto vieron que los guardias venían al bulto... pronto reconocieron
-en uno de ellos al bondadoso Regino.
-
-Al compañero de este le desconocían los fugitivos: era proceroso,
-bigotudo, de rostro cetrino y fosco. Dioles el alto y les pidió los
-nombres. Vacilaron un momento los dos caminantes, y mirando a Regino,
-parecían solicitar su benevolencia. El guardia feo sacó el papel en
-que llevaba las señas de _Florencio Cipión_, presunto autor de un
-homicidio. Regino le dijo:
-
---No te canses, Juan. Les conozco, y ni este ni los demás pueden
-ocultar sus nombres. La dama irá en el carro. Ya la veo: es ella.
-
---No queremos mentir, Regino --dijo el caballero con gallarda
-sinceridad--. Somos Cintia y yo que vamos huyendo de la justicia. No
-nos maltrates, y cumple con tu deber.
-
---Amigos míos son --dijo Regino al otro guardia--, y me duele verme
-en el caso de detenerlos. Pero la ley es ley. Conozco a _Cipión_...
-_Cipión_ amigo, te tuve por caballero... Yo no te acuso; yo no hago más
-que prenderte, porque eso nos han mandado. Si eres inocente, como creo,
-tú sabrás demostrarlo... Y en cuanto a ti, buen _Corre-corre_, no sé
-qué pensar.
-
---A mí me cogéis por encubridor --declaró Bartolo con cierta arrogancia
-caballeresca--. Yo protejo a los fieles amantes y doy mi amparo a los
-desvalidos. Ya sabéis aquello de _Bienaventurados los que padecen
-persecución por la justicia_...
-
---Ea, poca conversación --dijo el guardia de la cara fosca--. Con
-usted, paisano, y con la señora del carro, no va nada. A ninguno de los
-dos se menta en este papel. Y ahora vuelvan grupas, y a Sigüenza los
-tres, si no quieren dejar solo al _Cipión_.
-
---Yo voy con mis amigos hasta los confines del mundo si es menester
---dijo Cíbico iniciando la contramarcha.
-
-Al dar los primeros pasos, Regino se acercó al carro, y viendo a
-Pascuala hecha un mar de lágrimas, la consoló con estas blandas razones:
-
---No llore usted, señora. Es cosa triste, sí, que tenga usted que
-separarse de _Florencio_; pero... calculo yo que será cuestión de pocos
-días... En todo caso, le garantizo que estará usted en lugar seguro y
-decoroso, tan bien atendida como en su propia casa. Y si, como pienso,
-_Florencio_ resulta inocente, se reunirá con usted para continuar su
-camino hacia la felicidad, que pocos alcanzaron en este mundo... ¡Quién
-sabe si este contratiempo será para mayor dicha de ustedes! Yo así lo
-deseo... Vaya, vaya... tanto llorar le retuerce a uno el corazón.
-
-Insensible a estos candorosos emolientes, Pascualita no atajaba la
-corriente acerba de sus lágrimas, ni su congoja le permitía pronunciar
-palabra alguna. En tanto, Gil marchaba taciturno entre Cíbico y el otro
-guardia, y su ceño adusto y su mirar al suelo indicaban el paso interno
-de una lúgubre procesión de despecho y coraje. Volvió Regino a su
-puesto junto al criminal, para llevarle en medio, y también traía entre
-ceja y ceja y en su grave mutismo indicios de otra solemne procesión,
-acaso conflicto anímico entre los deberes y la amistad. Y cuando Regino
-abandonó el papel de consolador junto al carro, que iba detrás, fue a
-desempeñarlo Cíbico, tratando de atenuar el dolor de la maestra con
-estas rebuscadas expresiones:
-
---Si se llevan a Gil, y ello será por pocos días, ya sabe, Pascualita,
-que en mí tendrá un padre... Y si quiere que vayamos tras de Gil a
-Soria, por mí no hay inconveniente... Buenas relaciones tengo en toda
-la tierra de los Gaitines, y algo podré hacer para que la causa vaya
-por buen camino. Don Eleuterio y don Sabas Gaitín no me dejarán mal, si
-les digo yo al oído dos palabritas, y el mismo Prior de los Carmelitas
-de El Burgo no me dejará feo si le pido su intercesión. Yo le perdono
-lo de la ardilla, si él saca el pecho fuera por salvar a un inocente.
-Ánimo, bella señorita... y no lloréis tanto, que se os empaña la
-hermosura.
-
-Sin ningún incidente que alterara la tristeza de lo que se ha referido,
-llegaron a Sigüenza, lo que fue mayor duelo de Cintia, porque apenas
-entraron en las calles costaneras y empedradas por los demonios, la
-caravana fue rodeada de gente curiosa, en su mayor parte chiquillos y
-mujeres, que con preferencia se agolpaban a los lados del carro para
-contemplar a la dama dolorida, en quien algunos vieron una princesa
-cautiva. Con séquito tan azorante llegaron a la Plaza Mayor, donde está
-el Ayuntamiento y en él la cárcel. De la otra parte se alza el hastial
-derecho de la hermosa basílica seguntina. Porches desiguales rodean la
-plaza; retorcidos hierros oxidados soportan el balconaje de las casas
-vetustas. La llovizna y el brumoso cielo ennegrecían el ya triste
-escenario. Al pasar el carro junto al Ayuntamiento, formose un gran
-ruedo de mirones impertinentes en torno a la caravana. Regino llegose a
-Gil, y un tanto turbado le dijo:
-
---Tú solo entras en la cárcel; la señora y Cíbico quedan fuera, pues
-aún no se nos ha ordenado detenerlos. Yo te aseguro que debes estar
-tranquilo por lo tocante a Pascualita, pues la albergaré en mi propia
-casa, donde será tratada con todo el miramiento que merece.
-
-Montó en cólera el caballero al oír esto, y no pudo contenerse:
-
---Ya veo la infamia, ya veo tu deslealtad conmigo. Por caballero te
-tuve; pero ya entiendo lo que puedo esperar de tu amistad. Mi mujer no
-se separará de mí; mi mujer no puede ir a tu casa, porque no debe ser
-así, porque no quiero yo, Regino... no quiero, no quiero.
-
---Párate un poco, y reflexiona --replicó el guardia, pálido, con
-temblor de la mandíbula--. En Numancia te dije que aquí nací yo, que
-aquí vive mi madre, señora de cuya respetabilidad pueden darte noticia
-muchas personas de las que aquí están. Mi madre es hermana del Rector
-del Colegio de San Antonio, y con él mora. Es vivienda por demás
-honrada y decorosa... No dudes de mí, que fui tu amigo y sé portarme
-como tal y como caballero.
-
-No se dio Gil a partido; antes bien, poseído de furor, trató de
-desasirse de los que le sujetaban, y con modos tan violentos se
-sacudía, que el guardia fosco ordenó que le amarraran.
-
---No te creo, Regino; eres un villano --gritaba--; eres un hipócrita:
-ahora me quitas a la que con artes de mala ley quisiste hacer tuya...
-¡Suéltenme! Regino, por la fuerza me vencerás... pero yo me vengaré de
-ti, yo...
-
-No pudo decir más, o no se oyó lo que en rencorosos borbotones salía de
-su boca.
-
-En esto se adelantó un hombre, un señor de buena estampa, con barba
-negra, el cual por su actitud y manera de producirse tenía sin duda
-predicamento y autoridad en la ciudad. Era don Ramiro Gaitón, y sus
-palabras fueron de las que no admiten réplica:
-
---Ea, metedle adentro, cacheadle y ponedle grillos si fuese menester,
-que este, por las trazas, es bandido de cuidado. Pronto, adentro con él.
-
-Y luego se fue a ver a la del carro, que de la fuerza de su congoja y
-del bochorno de verse entre tal gentío, había perdido el conocimiento.
-Mirola el Gaitón con ojos ávidos de conocedor y catador de bellezas, y
-risueño dijo así:
-
---¡Bonita mujer! No caen estas brevas todos los días. Llévatela,
-Regino; guárdala en tu casa.
-
-
-
-
-XXI
-
-Donde se verá cómo principió el espantoso vía-crucis y horrendo
-calvario del caballero sin ventura.
-
-
-Mientras el don Ramiro (que por ser Gaitón merecerá toda la antipatía
-de los que esto lean) creíase obligado, por deber y por derecho,
-a prestar auxilio a la hermosa señora del carro, y disponía que
-conducida fuese a la botica (regentada por otro Gaitón) para que se
-le administrara una bebida antiespasmódica, Gil era empujado con
-violencia y grosería hacia el interior del feo edificio. Hallose dentro
-de un local que recibía la luz de enrejada ventana estrecha, y con
-abandono de animal rendido de cansancio se arrojó al suelo, que en
-algunos sitios tenía montones de paja donde duraba el hueco de otros
-presos allí albergados anteriormente. Su desesperación no le dejaba
-espacio para considerar las consecuencias de su infortunio ni los
-medios de conjurarlo. A poco de humillarse sobre la paja, cayó en un
-sopor febril, que le daba la sensación lúgubre de un descenso a los
-profundos abismos, donde le maltrataban y escarnecían diablos crueles
-y harpías desvergonzadas... La noche le encontró en el propio estado
-de somnolencia, con intervalos de estupidez o embrutecimiento, en los
-cuales percibía los ásperos ronquidos de otro infeliz que no lejos de
-él mataba las horas.
-
-Hallábase ya el caballero más despabilado de su negra modorra, cuando
-hirió sus oídos la voz del compañero de encierro, el cual en tono
-familiar así decía:
-
---Buen amigo, pues la mala suerte nos ha traído a estar juntos en esta
-mazmorra indecente, hablemos y contémonos nuestras miserias, que yo soy
-de los que, a falta de pan y de alegría, se alimentan con el sueño a
-ratos, y a ratos con la buena conversación.
-
-La réplica de Gil fue tan solo de monosílabos perezosos, y el otro,
-incorporado en su lecho de pajas, prosiguió así:
-
---Como yo voy siempre a cara descubierta, sin ocultar mi nombre ni
-renegar de mí mismo, le diré que me llamo Tiburcio de Santa Inés, y
-que soy natural de Rebollosa de Jadraque, donde tengo, digo, tuve mi
-hacienda, y que estoy preso por haberle tirado una piedra a Crisanto
-Gaitón... Le apunté a la cabeza, y le di en el hombro sin hacerle
-daño... Fue por... Verá usted... Mi padre, José de Santa Inés, natural
-de Garabatea, me dejó una finquita que fue de mi abuela materna,
-Rosalía Carbajosa, natural de Tor del Rábano, y dicha finca linda por
-el Naciente con huerta y viñedos de don Zacarías Escopete, por el Sur
-con las tierras de... Pero si está usted dormido, me callo y lo dejo
-para después, que no quiero molestarle...
-
-Contestó Gil con estas incongruentes expresiones:
-
---Yo maté a Galo Zurdo por rescatar a mi novia y sacarla del infame
-cautiverio en Calatañazor... Ahora no descansaré hasta que dé muerte a
-Regino, que me engañó con arrumacos hipócritas, haciéndose pasar por
-caballero encantado como yo... ¡Quién me había de decir que recobrada
-mi mujer, fuera Regino quien me la quitara! Si usted defiende a Regino,
-se verá conmigo en esta cárcel, o fuera de ella; y si nos llevan juntos
-a Soria, veremos quién puede más.
-
---Amigo --dijo el otro con voz blanda, tirando al humorismo--, no me
-hable usted de matar, que yo, aunque ando en cárceles, no soy hombre
-que acomete a sus semejantes, y jamás he quitado la vida a ningún
-nacido, como no sea mosca, mosquito, o cuanto más algún pobre conejo
-que se me ha puesto delante de la escopeta. Yo no mato... Tiré una
-piedra al Gaitón en el momento de más coraje que he tenido en mi vida;
-pero no iba más que a descalabrarle, para que se acordara de Tiburcio
-de Santa Inés, el despojado y atropellado en Rebollosa de Jadraque.
-
-Gil se incorporó para ver a su compañero; pero la claridad de luna que
-por la reja entraba era tan pobre, que uno a otro se reconocían tan
-solo como bultos o sombras vivificadas por la palabra. Secamente dijo
-el caballero:
-
---Yo maté a Zurdo Gaitín porque debí matarle, que así me lo aconsejaron
-San Basilio y San Agustín... «Cuando no quieran darte lo tuyo, tómalo.»
-Yo no podía tomarlo sin destripar antes al cerdo. Ya sabe usted, amigo,
-que a cada puerco le llega su San Martín. Me quedé con las ganas de
-pegar fuego a Calatañazor...
-
---Pues yo le aseguro a usted --dijo el otro-- que si nunca he matado a
-nadie, tampoco puse mis manos en quemazón de paneras y trojes, como han
-hecho otros, movidos de venganza. Siempre fui honrado, y de mi buena
-conducta podrá dar fe todo el gentío de estos pueblos.
-
-Extremado ya en la incongruencia, habló Gil de este modo:
-
---Pues usted conoce al dedillo estos terrenos, dígame si cae por aquí
-cerca Zorita de los Canes... porque ha de saber usted que yo soy
-Conde... ¿se va usted enterando?... Conde de Zorita de los Canes.
-
---Lejos está ese pueblo... allá por tierra de Pastrana y Mondéjar,
-tocando a los mojones de Cuenca... Orilla de Zorita, en un pueblo que
-llaman Almonacid, tengo yo una prima casada con Cristino Angosto,
-natural de Tetas de Viana, que cae hacia esta parte... ¿Conque dice que
-es Conde? Querrá decir que _esconde_ algo...
-
---Conde soy, y si lo duda, ahí están los libros del Becerro, que se lo
-dirán.
-
---Pues yo soy Marqués de Rebollosa de Jadraque --afirmó el otro
-riendo--, y aquí todos somos de la grandeza.
-
---Mi condado es Zorita de los Canes. Y yo quiero que usted me informe
-de si aquel pueblo lleva tal nombre porque hay en él muchos perros...
-quiero decir, Gaitones.
-
---Perros habrá de caza y de campo, y Gaitones no han de faltar, que
-son los animales más propagados en esta comarca. Por acá conozco a don
-Ramiro, don Crisanto y don Manuel Gaitón. Este es el más pudiente...
-cocido en dinero; y para redondearse se ha casado con la hija de un
-señor riquísimo que vive allá por Riaza, y le llaman don Gaitán de
-Sepúlveda, propietario de tierras, dueño de tantos ganados, que con
-ellos podría estrellar de ovejas el cielo.
-
---¡Le conozco... ya sé! Un vejestorio con antiparras... He sido pastor
-en uno de sus rebaños.
-
---¿Pastor y Conde? Eso sí que es bueno... Amigo, ¿se llama usted _don
-Patraña_?
-
---Me llamo Tarsis... me llamo _Asur, Hijo del Victorioso_, y si usted
-me apura, me llamo Mudarra o _Mutarraf_, que quiere decir _Vengador_.
-
---Que sea por muchos años, ja, ja... Pues no es el hombre poco
-divertido... ¡Quién lo diría, Señor! Hasta en estos lugares de
-tristeza, salta, cuando menos se piensa, el buen humor, y unas veces
-por flautas y otras por pitos, se va pasando el rato.
-
-En estas vagas conversaciones les cogió el alba, y conforme iba
-entrando en la prisión la tímida luz del nuevo día, mermada por los
-gruesos barrotes de la ventana, se vieron y se examinaron los dos
-presos. En su compañero, solo conocido hasta entonces por la voz,
-vio Gil un hombre revejido y de talla corta, de facciones vulgares,
-iluminadas por un mirar de plácida mansedumbre, afeitado de días, con
-traje de labrador o jornalero del campo. Al poco rato, se personaron
-en el calabozo dos individuos que dieron a Gil orden de disponerse
-para partir a Soria en conducta de la Guardia civil; el otro quedaría
-en Sigüenza hasta nueva orden. Dieron a los dos mísero desayuno de pan
-negro y tocino crudo averiado. No tardaron en aparecer los guardias que
-habían de llevarse a Gil. Este se despidió de su compañero, que con
-sombrío gracejo le dijo:
-
---Abur, señor Conde; Dios se la depare buena. Aquí me tiene a su
-disposición no sé hasta cuándo. Tiburcio de Santa Inés, para servir a
-Su Excelencia.
-
-Salió Gil entre los dos guardias. La mañana era fría y brumosa. Al
-pasar frente a la catedral, vio el caballero las almenadas torres de
-feudal arrogancia ceñuda. Entre los velos de la niebla, el grandioso
-monumento se revestía de cierta majestad funeraria. Bajando hacia
-la alameda tomaron el camino real, y a poco de entrar en este, como
-notaran los guardias en el preso cierta inquietud y ganas de monólogo,
-le ataron, recomendándole paciencia y juicio. Gil les dijo:
-
---Atadme si queréis. No me importa, que yo tengo en mi familia quien
-podrá darme libertad aunque me llevarais encerrado en una jaula de
-hierro. Vosotros no contáis con una Madre como la mía... Siento que no
-venga Regino a conducirme. De seguro lo habría pasado mal... Vosotros
-sois honrados y buenos; cumplís vuestras obligaciones sin deshonrar
-a los amigos robándoles la mujer... Hay hombres que tienen pinta de
-caballeros y son como hienas con bonitos ojos. Otros con mal ceño
-y cara borrascosa llevan dentro un corazón de ángel. Yo, señores
-guardias, no les aborrezco; sé que me llevan preso y atado por mandato
-de la ley, y que no porque yo sea persona principal serán más blandos y
-considerados conmigo.
-
-Con buenas razones le exhortaron los guardias a guardar silencio, y él
-obedeció, reduciendo a soliloquio las incoherentes cláusulas que de la
-boca le salían.
-
-«Imposible que la señora Madre deje de venir en mi socorro --se
-decía--, a no ser, Gil, que el uso que has hecho de tu albedrío sea tal
-que... No recuerdo bien lo que me dijo al despedirse en Calatañazor...
-Que si la línea de mi albedrío... que si la línea de su protección...
-No sé, no sé. Al perder a Cintia he perdido mi razón. Estoy loco.
-¿Será verdad que estoy loco?... Ya que mi Madre no me dé la libertad,
-devuélvame al menos la razón.»
-
-A los dos o más kilómetros de andadura, tuvo Gil bastante claridad
-de entendimiento para reconocer que el camino que seguía no era el
-mismo por donde había venido de Atienza. Conducíanle por Medinaceli
-y Alcuneza, que era, sin duda, más derecho camino hacia Soria.
-Verdaderamente, por lo tocante a su comodidad, esta o la otra ruta le
-importaban lo mismo; pero prefirió la de Medinaceli, porque dio en
-creer que en ella sería más fácil encontrar a la Madre redentora. ¿En
-qué se fundaba para pensarlo así? En nada... Tal vez en indescifrables
-voces que susurraban dentro de su cerebro.
-
-Al mediodía emprendieron el preso y sus custodios la subida del puerto
-de Sierra Ministra. Iban desde las fuentes del Henares a las del
-Jalón, dos ríos que nacen en opuestas bandas de aquellos montes, y
-corren luego en contrarias direcciones, tributario el uno del padre
-Tajo, el otro del padre Ebro. Conforme subían, el tiempo cerrábase
-más de niebla, y la humedad les penetraba con punzante frialdad hasta
-los huesos. Por lo que Gil oyó decir a los guardias, hablando con
-dos caminantes que en sendos mulos llevaban la propia dirección,
-comprendió que se detendrían en una venta llamada _del Cuervo_, para
-tomar alimento y arrimarse un poco a la lumbre, siguiendo después hasta
-el lugar de Honrubia, en cuya cárcel terminaría la primera etapa de
-la conducta, para continuar al siguiente día con otra pareja hasta
-Medinaceli. Picaron espuela los caminantes, y a la media hora, próximos
-ya Gil y sus conductores a la venta que les prometía sustento y abrigo,
-vieron alzarse una ondulante columna de humazo negro, y oyeron griterío
-de alarma y terror. La venta y dos casas y cuadras medianeras ardían en
-toda la extensión de sus jorobados techos.
-
-Era un lindo espectáculo el del humo negro, que, retorciéndose como
-columna salomónica, subía lentamente, y en sus caracoleos voluptuosos
-se iba fundiendo con el blanco albor de la niebla. Las llamas daban
-toques de púrpura rutilante al bello espectáculo, y el vocerío de las
-gentes que querían salvar de la quema trebejos y animales, concluía
-y remataba el conjunto dramático. Llegaron a un punto en que la
-confusión de humo y vapores cegaron el día, impidiendo la visión de
-los objetos más próximos. Gil no vio a los guardias, y estos a él le
-perdieron de vista. ¿Qué había de hacer un hombre en ocasión y momento
-tan propicios para la conservación personal, más que ponerse en salvo
-con rauda ligereza de pies? Así lo hizo Gil, por lo cual merece toda la
-simpatía y alabanzas de sus admiradores. Emprendió carrera en dirección
-de las fuentes del manso Henares, y para mayor dicha suya y alegría de
-los que se interesan por su suerte, a los pocos minutos de precipitarse
-en la veloz huida se sintió desligado del atadijo que le sujetaba
-los codos. La soga se desprendió silbando como culebra, y los brazos
-del preso quedaron libres para dar impulso y compás a las disparadas
-piernas...
-
-Su primera parada para tomar aliento hízola el fugado a distancia
-tal, que apenas se veían ya las negras humaredas desliéndose en la
-niebla lechosa. ¡Libre! Con decir que la libertad duplicó su energía,
-se da una idea de su velocísima carrera; y como iba cuesta abajo, no
-tardó en pisar terreno llano. «Aunque no te has dejado ver, señora
-Madre --decía--, ¿quién sino tú me preparó con un oportuno incendio
-la oscuridad que cegó a los guardias? ¿Qué manos que no fueran las
-tuyas pudieron desatar la cuerda que me oprimía los codos?... Yo
-advertí que el cordel por sí solo deshizo sus nudos, y salió silbando
-y serpenteando hasta perderse de vista en el monte... Ahora déjame
-ver la luz rosada que anuncia tu presencia, y sienta yo dentro de mí
-la suspensión o azoramiento, señal infalible de que la Naturaleza se
-conmueve a tu paso.»
-
-Por más que el caballero miraba a un lado y otro y a los oteros
-cercanos, únicos que se dejaban ver, no tuvo el menor atisbo de luz
-rosada ni verde. Imperaba el blanco algodonoso de la niebla, sin
-dejar ningún resquicio por donde pudieran colarse luces naturales o
-fantásticas. Avanzada ya la noche, dio de bruces en un lugar miserable
-cuyo nombre ignoraba. Después supo que era Guijosa. No queriendo
-infundir sospechas pidiendo albergue o haciendo preguntas, echó un
-vistazo al caserío del pueblo, vio la iglesia y en ella un ancho
-pórtico con dos rinconadas laterales que parecían hechas de encargo
-para que los vagabundos pasaran en ellas la noche.
-
-Antes de acomodarse en su camarín, quiso dar a su cuerpo algún
-sustento, y recordando que aún le quedaban dos bellotas en el bolsillo
-del pantalón, metió en él la mano para cogerlas. Grande fue su sorpresa
-cuando al tacto reconoció que no eran dos bellotas, sino cuatro.
-Momentos después entraba en una taberna que había visto al pasar por la
-corredera central del pueblo. Compró medio pan y un pedazo de queso, y
-fue a comérselo al pórtico donde había encontrado su albergue nocturno.
-Instalose en él, arrimándose bien al ángulo para buscar todo el abrigo
-que la dura piedra podía darle, y apenas tiraba los primeros bocados
-al queso y pan, creyó ver en el rincón frontero un bulto de cosa viva.
-Poco tardó, por cierto rumor de respiración y carraspeo, en cerciorarse
-de que era un hombre, un desgraciado caminante, como él sin hogar ni
-dinero, acaso como él perseguido de la justicia. En estas dudas se
-hallaba, cuando del bulto misterioso salió una ronca voz que dijo:
-
---Buen hombre, se quedará usted helado si no tiene manta. Arrímese acá
-y participará de la mía, que es de cuatro varas, morellana neta. No
-tema que le pegue miseria, que yo, aunque pobre, no la tengo.
-
---Buen señor --replicó el caballero, conociendo, por la voz cascada,
-que hablaba con un anciano--, acepto muy agradecido el abrigo, y allá
-me voy. Y si quiere usted acompañarme en esta pobre cena de pan y
-queso, tendré mucho gusto en partirla con usted.
-
---¡Ay, sí: deme acá, hermano! Tengo un hambre horrible. No poseo más
-capital que la manta, lo único que he podido sacar del pueblo.
-
-Mientras el famélico señor se incorporaba para tirar feroces mordiscos
-al pan, Gil se acomodó bajo un pico de la luenga y tupida manta
-morellana. A la escasa claridad de la luna examinó la cara de su
-compañero de hospedaje: era cara de viejo, con melenas canosas, y no
-desconocida para Gil. En alguna parte y en días no lejanos habíala
-visto. ¿Dónde, Señor? Tanto apuró su memoria, que al fin creyó
-descifrar el enigma, y para llegar a la certeza, habló así:
-
---Señor, yo le conozco a usted; creo haberle visto en un lugar llamado
-Boñices. Dígame si es usted un maestro que tiene por nombre don
-Alqui...bori...
-
---Alquiborontifosio de las Quintanas Rubias, para servir a Dios y a
-usted --dijo el otro gravemente mordiendo el queso con avidez--.
-_Escóndese el rico, mas no el mísero._ Como los lobos bajan del monte
-al llano movidos del apetito de carne, así he salido yo de Boñices, y
-voy a la ventura por estas tierras, buscando el lugar de abundancia
-donde sobre un mendrugo. Dios me ha favorecido esta noche trayéndole a
-usted a mi lado con su pan, su queso y su cortesanía, que me han dado
-aliento para vivir hasta mañana. Y ahora, buen hombre, ya que hemos
-metido algo en el buche, hagamos por dormir, que yo estoy rendido, y
-usted también, a lo que parece. Mañana hablaremos. Abríguese y duerma.
-La noche es para el descanso, llamémoslo sueño, que es la jaula en
-que se guardan los pensamientos; el día es para que se abra la jaula,
-y salgan otra vez los pensamientos a darnos guerra y a engendrar las
-acciones... Conque buenas noches.
-
-Pareciole muy cuerdo a Gil lo que su compañero de alcoba decía,
-y se acurrucó bajo la manta para conciliar el sueño. Durmió con
-intermitencias, atormentado de pesadillas, y una de estas fue que
-se acababa el mundo, sensación pavorosa producida tal vez por los
-ronquidos de don Quiboro, que imitaban el son terrible de la trompeta
-del Juicio final. El día le despejó la cabeza de los terrores
-milenarios, y puesto en pie y sacudiendo la pereza, mientras el maestro
-anciano se desperezaba como un camello, se aprestaron a seguir su
-peregrinación... Don Quiboro dobló su manta en forma de que le sirviera
-como tapabocas, y por el primer callejón que les vino a mano salieron
-al campo libre, observando gozosos que el día se presentaba menos
-encapuchado de nieblas que el anterior.
-
---¿Hacia dónde vamos, amigo? --dijo don Quiboro, mirando sucesivamente
-a los cuatro cuadrantes--. Yo ando a la ventura... a ver si caigo
-donde me sea fácil encontrar un pienso razonable. ¿Hacia dónde cae
-Guadalajara?
-
---Hacia el Sur, y el Sur es por aquí --replicó Gil, señalando una
-dirección, después de apreciar en el horizonte la salida del sol--. A
-usted, que es persona justa, no debo ocultarle que huyo de la justicia,
-y no me conviene andar por senderos concurridos.
-
---Pues yo, hijo mío --indicó el viejo con gravedad estoica--, voy sin
-criterio propio y entregado al Destino. Ni busco a la justicia, ni huyo
-de ella; que si la justicia me coge y me conduce de pueblo en pueblo,
-en estos habrá pesebres donde se alimenten bien o mal los cristianos
-errantes, que no tienen casa, ni familia, ni una chispa de numerario.
-
---También yo cuento con el Destino, que suele ser más humanitario que
-las leyes y los que cuidan de cumplirlas --declaró el caballero--. Si
-por una parte huyo de la justicia, por otra voy hacia ella... Déjeme
-que le explique... Yo maté a un cerdo... me prendieron, me escapé...
-Un guardia civil me quitó a mi mujer... yo voy a que me devuelvan a mi
-mujer, o a que me maten, pues sin ella no puedo vivir.
-
---Historia complicada es esa, y no he de entenderla como no me dé más
-explicaciones. Al decir mujer, ha dicho enredo y confusión. Habrá usted
-oído aquello de _Hembra lozana, darse quiere a vida vana_, y también
-estotro: _Mujeres y malas noches, matan a los hombres_...
-
---No es eso, señor --dijo el caballero--. Usted no me entiende... y yo
-no podría ponerle al tanto de mi historia sin darle una conferencia de
-tres días.
-
---Pues resérvela para mejor ocasión, porque con los estómagos vacíos,
-en esta hora del desgaste orgánico, ni los entendimientos, ni la
-palabra, ni la memoria, están para largos cuentos, ya sean verdaderos,
-ya mentirosos. Veamos si la Providencia o San José bendito nos deparan
-almas caritativas que nos socorran con algún alimento. Usted que tiene
-buena vista, mire y observe si hay por aquí pastores, o si a lo lejos
-se descubre algún caserío...
-
---Pastores no veo --dijo el encantado--; pero sí gente de labranza, que
-a mi parecer está sacando patatas.
-
---Pues vamos primero al señuelo de las patatas --dijo el desgraciado
-Quiboro, avivando cuanto podía su vacilante paso--, que me da el
-corazón que hemos de encontrar hidalguía y caridad... Quiera Dios
-que sea la cosecha muy abundante, y que los dueños de ella estén
-alborozados y satisfechos... Deme el brazo, hijo, y ayúdeme a salvar
-pronto la distancia que nos separa de esos dignísimos labradores... La
-Virgen bendiga su trabajo y les aumente el fruto... Ande, hijo, ande.
-
-Llegaron al grupo de labriegos, que eran tres mujeres y dos hombres, y
-tal ventura deparó el cielo a los peregrinos, que apenas manifestada
-su fiera necesidad entre bostezos, les dieron cuanto pudo meter en
-sus anchos bolsillos el cansado viejo. Sin detenerse en el grupo más
-tiempo que el preciso para expresar del modo más patético su inmensa
-gratitud, se fueron en busca de un lugar montuno donde pudieran recoger
-leña y hojarasca, encender lumbre y asar los preciosos tubérculos que
-de la caridad habían recibido. Atravesando rastrojos y metiéndose por
-empinadas veredas, dieron en un encinar que les ofrecía descanso,
-abrigo, soledad, cocina, fogón, leña y mesa para banquetear a su gusto.
-
-Recogió al punto Gil un buen brazado de palitroques y ramaje seco.
-Felizmente, tenía fósforos y encendió lumbre, que pronto tomó cuerpo, y
-las crujientes llamas alegraron el alma y templaron el aterido cuerpo
-de don Alquiborontifosio. De rodillas ante la hoguera, extendiendo
-las palmas de las manos en actitud litúrgica, tuviérasele por un
-sacerdote de los prístinos tiempos de la Historia. Acólito de tal
-ofrenda o sacrificio era Gil, que cuidadosamente cebaba la llama para
-que se formara un buen rescoldo. Don Quiboro metía las patatas en la
-ceniza, y tales eran los estímulos de su apetito, que medio asadas
-y medio quemadas empezó a comerlas, soplando sobre ellas antes de
-meterlas en su desdentada boca. Y cuando los dos habían aplacado las
-primeras ansias del gusanillo, cogió el maestro una patata y la mostró
-con solemnidad a su compañero de fatigas, pronunciando este triste
-razonamiento:
-
---A tal miseria han venido a parar mis cincuenta y más años de
-magisterio en Aliud primero, después en Torreblascos, y por fin en el
-moribundo lugar de Boñices. Vea usted el premio que dan a una vida
-consagrada a la más alta función del Reino, que es disponer a los
-niños para que pasen de animalitos a personas... y aun a personajes,
-que yo con documento puedo atestiguar... carta canta... que en Buenos
-Aires, en Méjico y en otras partes de las Indias, viven ricachones
-que fueron desasnados por mí, y que bajo mi palmeta, hoy en desuso,
-aprendieron a distinguir la _e_ de la _o_. Y en esas Cortes o Senados
-de Madrid, en que tanto se parla, algunos hay que llegaron cerriles a
-mis manos, y de ellas salieron bien pulidos de lectura y escritura,
-con algo de aritmética. Nadie me ha favorecido en este vía-crucis
-doloroso. Dos generaciones de Gaitines han pasado delante de mí con
-los oídos tapados a mis quejas, y solo me atendieron a medias y de
-mala gana cuando reclamaba yo dos años de atrasos, dos años de paga,
-¡Señor! que me debía el Ayuntamiento. Los Gaitines han favorecido más
-la fábrica de aguardiente que la fábrica de ilustración. Y heme aquí
-errante, sin hogar ni más ropa que la puesta y esta manta, atenido a la
-caridad pública, rodando como las hojas muertas que lleva el viento,
-sin encontrar ni protección, ni pan, ni siquiera sepultura, pues cuando
-menos lo piense caeré muerto en lugar salvaje donde las bestias me
-pisen y los buitres me coman. ¡Oh, buitres, comedme y hartaos de mi
-carne podrida, y que os aproveche y hagáis buena digestión! Seréis más
-dichosos que yo lo fui. ¡Oh, niños, niños mil a quienes saqué de las
-tinieblas, al daros luz hice una generación de hombres ingratos!
-
-Al terminar, limpiose una lágrima y siguió comiendo. Con la
-conversación del improvisado amigo fue recobrando el pobre viejo su
-normal temple, y _de sobremesa_ propuso a Gil que, pues habían yantado
-con sosiego, que compensaba la triste frugalidad, quedáranse buena
-parte del día en lugar tan apacible, recogiendo y almacenando en sus
-cuerpos el calorcillo de la hoguera, para tener reserva con que hacer
-frente a los fríos y desmayos que les esperaban. Así lo hicieron.
-Echose Gil a dormir, y a media tarde reanudaron su vida errante,
-llevándose don Quiboro en sus hondos bolsillos las patatas medio asadas
-y medio carbonizadas que sobraron del festín.
-
-Caminando encontraron una pareja de mendigos: él, caduco y patizambo,
-con un voluminoso morral al hombro; ella, jovenzuela, canija y
-andrajosa, con un morral chico y una bandurria vieja. Trabaron
-conversación, y el hombre, que era muy parlero y comunicativo, les dijo
-así:
-
---Yo me voy a pasar la noche a Pitarque, que es alivio del pobre en
-esta tierra desamparada.
-
-No había oído don Quiboro tal nombre, y pedidas explicaciones, el
-pordiosero las dio muy claras:
-
---Bien se conoce que no son ustés de por acá. Pitarque es un
-conventorro viejo de franciscos o dominiscos... no sé qué. Desde tiempo
-memorial está caído... la iglesia sin techo, lo demás apañado para
-casas de labor y lo consiguiente. Comprolo por pocos riales un granjero
-de Torremocha, que le llaman José Corvejón, y allí ha puesto taberna,
-algo de parador para personas y bestias naturales, lonja de bacalao y
-piensos... A la mano acá del monasterio hay un patio grande que fue
-mismamente claustro, donde salían a regoldar los frailes, acabado el
-refitorio. José Corvejón, que es hombre cristiano de suyo, porque,
-según dicen, vivió antes en necesidad, nos deja a los probes entrar
-en el patio, y nos da sarmientos y otras leñas comustibles para que
-hagamos lumbre y nos calentemos, y las más de las noches nos reparte
-la bazofia que sobra de los yantares de la posada... Si no tenéis vos
-mejor corral donde albergaros, venid con nosotros y lo pasaréis tan
-ricamente, que también suele haber quien eche al aire las penas con
-algún desperezo de seguidillas y danza...
-
---Sí, sí --dijo don Quiboro con desentonos de chochez infantil--.
-Iremos allá. ¿No piensa lo mismo el amigo? Si hay lumbre, un rincón
-para dormir, y alegría del pueblo, ¿qué más podemos desear?
-
-Arreando a prisa, llegaron los cuatro cristianos vagabundos, ya de
-noche, al caseretón llamado Pitarque, donde ocurrieron sorprendentes
-sucesos y casos de risa y llanto, que conocerá el que tenga paciencia
-para seguir leyendo.
-
-
-
-
-XXII
-
-Refiérense, con el vía-crucis del caballero, las escenas de pobretería
-en el corral de Pitarque.
-
-
-Cuando Gil, don Quiboro y la pareja de mendigos entraron en el
-corralón, de traza y vestigios de claustro, ya había en este gente
-pobre. En uno de los grupos reconoció Gil a los volatineros que había
-encontrado en el camino de Matalebreras; mas por el pronto no quiso
-darse a conocer. Formaban ruedo junto a su carro, en actitud de
-preparar la cena. Luego se hizo cargo del local paseando en redondo, y
-vio desde fuera la taberna, lonja y demás aposentos. Al volver junto
-a don Quiboro, recogiéronse, por indicación de este, en el ángulo más
-próximo a la puerta, donde unos sacos de paja les brindaban cómodo
-asiento. Liándose en su manta, el maestro dijo a su incógnito amigo:
-
---Aquí estamos como en atalaya. Por causa de mi corta vista no veo más
-que el resplandor de las hogueras que algunos encienden ya para guisar.
-Sirvan los buenos ojos de usted para descubrir ollas o sartenes, y ver
-si hay entre tanta gente un alma buena que nos convide.
-
---Sí habrá, señor don Quiboro --replicó el caballero--, y en último
-caso, nos convidaremos nosotros.
-
-Antes que terminara la frase, fue tocado en el hombro por un sujeto,
-en quien al punto reconoció a su compañero de la cárcel de Sigüenza,
-Tiburcio de Santa Inés, el cual, soltando el chorro de su locuacidad,
-contó que se había escapado de la prisión por un patio interno, al cual
-pasó aprovechando descuidos del alcaide, y favorecido por un empleado
-del Ayuntamiento, amigo suyo. No creyó Gil prudente explicarle el cómo,
-dónde y cuándo de su recobrada libertad. A la pregunta de don Quiboro,
-«¿quién es este señor?» respondió Tiburcio:
-
---Yo soy una víctima de la justicia; a mí me han despojado de mis
-bienes los infames Gaitones, plaga de esta tierra, valiéndose de leyes
-retorcidas y aplicadas al mal... Antes de contarles mi caso, si quieren
-oírlo, dígame, señor anciano, si es usted de la curia, pues tal me ha
-parecido por sus gruñidos, sus guedejas y el metal apagado de la voz.
-Si es de la justicia, _abrenuncio_ y me voy al lado de enfrente.
-
---Cálmese, buen hombre --dijo con hueca voz don Alquiborontifosio--.
-Yo no soy de la justicia; soy de más abajo; pertenezco a la última
-fermentación de la podredumbre del Reino... Ya ve usted por mi pelaje
-cómo acaban los que, enseñando a la infancia, allanamos el suelo para
-cimentar y construir la paz, la ilustración y la justicia... Siéntese a
-nuestro lado y cuéntenos lo que quiera, sin dejar de echar una miradita
-a las ollas y calderos, que a mi parecer ya están puestos a la lumbre.
-Si esto es ilusión, no me la quiten los hombres de buena vista.
-
-En los sacos de paja se sentó Tiburcio, a quien mejor que a nadie
-cuadraba el mote de _Pobrecito hablador_, y con fácil vena dio
-principio a su cuento, que no es fábula muerta, sino historia viva:
-
---Una huertecilla heredé de mi padre, y un prado muy bueno, y con ambos
-predios lindaba otra huerta de mayor cabida, perteneciente a Zacarías
-Escopete, consuegro de don Crisanto Gaitón... Hace un año dio Zacarías
-en la tecla de que yo le había de dar paso por mi huerta al carro que
-le llevaba el abono para la suya... Me resistí; no había memoria de
-tal servidumbre. Los amigos me aconsejaban que cediera, pues de no
-hacerlo, el vecino me causaría mayor perjuicio, por ser yo pobre y él
-un ricacho que hace de la justicia lo que le viene en gana... En mal
-hora me resistí, parapetándome en mi derecho. El parapeto de nada me
-sirvió, y el maldito Escopete me puso la demanda... Todos los vecinos
-se prestaron a declarar que en ningún tiempo habían visto que mi huerta
-fuera paso de servidumbre para la del otro... De nada me valió el
-testimonio de medio pueblo, y el juez municipal nombrado, como toda
-autoridad, por el Gaitón, a quien parta un rayo, sentenció condenándome
-a dar paso al carro y pagar las costas.
-
---¡Vaya por Dios! --exclamó don Quiboro--. Con apelar usted al juez
-de primera instancia, que forzosamente había de revocar sentencia tan
-absurda, estaba usted salvado.
-
---¡Que si quieres! Eso es lo justo; pero váyale usted con justicias a
-los hombres malos que sin más ley que su egoísmo oprimen al pobre.
-
---Tiene usted razón. Por eso ha dicho la sabiduría popular: _No vive el
-leal más que lo que quiere el traidor_. Siga.
-
---El juez de primera instancia, que es también hechura del Gaitón,
-fue y ¿qué hizo? Pues confirmar la sentencia y condenarme también en
-costas... Encontreme, como el otro que dice, con la soga al cuello. Del
-Juzgado me avisaron que fuese a pagar las costas, que eran doscientas
-treinta y tantas pesetas... ¡Ay, Dios mío, qué apuros! En la casa del
-labrador pobre suele haber frutos para ir comiendo; pero tal cantidad
-de pesetas no las hay sino en contados días... Dejé pasar el tiempo
-en espera de la fiesta del pueblo... buena ocasión para vender unos
-novillos... Cuando más descuidado estaba yo, el juez municipal recibe
-un oficio del otro juez más alto, ordenándole que me embargara las
-fincas por valor de quinientas pesetas, y el hombre no anduvo perezoso
-para la diligencia. Vino a mi casa y me embargó el huerto, y por si
-no era bastante, el prado... Nada, que por caridad no me embargó los
-zapatos y la camisa... ¿Qué hice? Pues salir a buscar quien me prestara
-dinero para levantar el embargo... ¡Qué dinero ni qué niño muerto,
-si el poco que hay lo tienen los ayudantes del verdugo, es decir, los
-criados del cacique! Viendo este desamparo, me dije yo: «Esperaré
-a la feria del _Corpus_, donde podré vender con estimación mis dos
-novillos»... ¡Que si quieres! No se me arregló el negocio, y esos
-villanos sacaron mis propiedades a subasta. Acudieron licitadores,
-echados a socapa por el consuegro del Gaitón, y pujando, pujando,
-elevaron el valor de mi huerto y prado a mil cincuenta pesetas, más
-del doble de lo que el Juzgado había pedido. Nunca mandan embargar de
-menos, sino de más, con idea de que sobre lo que se ha de comer la
-curia. Pero el juez municipal consultó al de primera instancia si desde
-luego debía entregar al embargado la demasía... A todo esto, yo, algo
-consolado, decía entre mí: «Si has perdido dos finquitas, te queda
-dinero para vivir a gusto una temporada...»
-
---Inocente era usted, amigo. Como si lo viera, el juez grande ordenó al
-chico que le mandara todo el dinero, inspirándose en aquel aforismo que
-dice: _Cobra y no pagues, que somos mortales_.
-
---Así fue... Venga el dinero, y luego, si algo sobra, se devolverá.
-Esto dijo el juez grande.
-
---Pero usted reclamaría...
-
---¡Oh, sí! reclamar es el oficio del español. Reclamé, y más me valdrá
-no haberlo hecho. Pasa tiempo. Viendo que nada me devolvían, fui y
-dije al secretario del juez municipal si algo sabía de mi asunto.
-Respondiome que no, y que me avistara con el escribano del Juzgado...
-Yo, tan tonto, me fui a Sigüenza... ¡pero qué tonto! El escribano me
-dijo que viera al otro escribano, que este acaso tendría el dinero
-sobrante... Vi al otro, y me dijo que no sabía nada... Volví al primer
-escribano... nada sabía tampoco... Y con toda mi paciencia me fui a ver
-al señor juez, el cual no recordaba el caso. Insistí. Díjome al fin
-que reclamara _en forma_. Corrí en busca de un abogado, el cual puso
-un escrito con muchas retóricas y perfiles, pidiendo que se hiciera
-tasación de costas, y pagadas estas con el importe de los bienes
-vendidos, ¡atiza! se me devolviera, ¡vuelve por otra! el remanente,
-_etcétera_...
-
-»Disparado este cañonazo, me volví a mi pueblo, Rebollosa de Jadraque,
-y aguardé... naturalmente sentado... y en muchos días no supe nada.
-Preguntábanme los amigos, y yo les respondía como los escribanos: no
-sé nada, y no sabiendo nada estuve no sé cuánto tiempo. Así se trata
-en España al buen ciudadano, después de zarandearle para que vote,
-para que pague, para que grite: ¡viva el Rey, viva la Constitución!,
-a quien debemos llamar _la Pepa_, por lo que ella vale, y ¡viva la
-Libertad!, que también es buena castaña pilonga... Después de muy
-larga espera, un día veo entrar en mi casa al secretario del Juzgado
-municipal. Me brincó el corazón... Ya estaba yo viendo las quinientas
-pesetas pasando de sus manos a las mías. ¡Jesús! tan me lo creí, que
-pensé convidarle a unas copas... Y como le vi meter mano al bolsillo,
-echeme a reír de gozo, y... Nada, que si apuesto a tonto, no hay quien
-me gane... Pues lo que sacó del bolsillo aquel perro fue un papel de
-uno de los escribanos del Juzgado grande, en que le decía que hiciera
-el favor... ¡para favores estábamos!... que hiciera el favor de decirme
-que a la mayor brevedad... ¡a prisita que llueve!... me presentase a
-pagar veintinueve pesetas más sobre el importe de la tasación de costas
-pedida por mí... y que si no iba pronto... ¡ni que fuéramos a sofocar
-un fuego!... que si no iba pronto, me embargarían otra vez... Y aquí
-se acabó mi cuento. _Colorín colorao._.. Y se acabó, porque la pillería
-de los Gaitones y Escopetes me despojó de mi propiedad, ayudada de la
-Justicia, que aquí es la máscara que se ponen los malos para que el
-latrocinio parezca ley. Así los lobos se disfrazan de pastores, y los
-cepos y trampas están hechos con trazas legales para que fácilmente
-caigamos, y en ellos dejemos hacienda y vida. ¡Ay, señores, de la pena
-que tengo, ya ni llorar sé!
-
-Oyó este triste lamentar don Alquiborontifosio con grave actitud de
-meditación, cerrando los ojos, y pasado un ratito dejó caer de sus
-labios esta opinión estoica:
-
---Si sobre las propiedades perdidas, señor mío, tuvo usted que poner
-veintinueve pesetas de añadidura para que le dejaran en paz, es usted
-fiel intérprete de la doctrina de Jesucristo, que dijo: _Al que quiera
-litigar contigo para quitarte la túnica, déjale también la capa._ (_San
-Mateo._)
-
---¿Eso dijo Nuestro Señor Jesucristo? --replicó Tiburcio pasmado y
-confuso--. Pues ahora me entero. Vea usted cómo es uno santo sin
-saberlo.
-
---Santos sin saberlo somos muchos acá --dijo don Quiboro con amargura
-que le salía del alma--, y entre ellos me cuento, sin alabarme. Santos
-somos por la resignación, y porque no hacemos daño a nuestros enemigos.
-
---No soy yo de esos tan puros --dijo Santa Inés--. Acúsome, señor, del
-pecado de ira. Una piedra tiré al Gaitón que me despojó de lo mío; mas
-como no le acerté en la cabeza, poco mal le hice. Ayer, recobrada mi
-libertad, me acogí al sagrado de los Padres Recoletos, que tienen su
-casa entre Sigüenza y Baides. Recibiéronme con cariño; me ofrecieron
-hablar al señor Gaitón, y conseguir de él que me perdone la pedrada,
-con lo que basta para echar tierra al proceso. Los buenos Padres me
-protegerán para que tenga yo un modo de vivir. Haranme santero de
-un Niño Jesús muy milagroso que han traído de Roma. Vea usted cómo:
-ponen el Niño en una linda urna, vestidito de raso con lantejuelas.
-La urna es también cepillo; por encima tiene una hendidura para meter
-los cuartos; por de dentro una cajita escondida entre florecicas de
-trapo. Yo voy por los pueblos con mi Niño Dios y las personas buenas o
-atribuladas que desean algo se lo piden con devoción, y echan luego el
-memorial, que es perra grande o chica, cuando no peseta, metiéndolas
-por la raja de arriba... Bueno: pues de la limosna, los Padres me dan
-tercia o cuarta parte, según sea la recaudación, y siempre que yo vaya
-al convento a rendir cuentas, comeré con los legos en la cocina... y ha
-de saber usted que se dan buen trato.
-
---¡Oh, feliz mortal! --exclamó don Alquiborontifosio, mostrando en risa
-franca sus desdentadas encías--. ¡Qué bien te viene el sabio dicho
-popular: _Al cornudo, Dios le ayuda_!
-
-En esto, Gil, que alejádose había del grupo, atraído de una visión y
-esperanza de condumio, volvió alegre con un platón de migas y cuchara,
-y mostrándolo al maestro le dijo:
-
---Ya nos ha favorecido la Providencia. Esto debemos a las buenas almas
-de aquellos volatineros que conocí en el camino de Matalebreras.
-
-Gozoso y agradecido cogió don Quiboro el plato con una mano, y con
-la otra lo bendijo, echando sobre las calientes migas estas palabras
-sacerdotales:
-
---_Dios ayuda al cornudo y al testarudo_... Comamos, hijo, y participe
-usted también, señor santero del Niño Jesús.
-
-Y el caballero, mientras los tres comían pasando la cuchara de mano en
-mano, celebró así el hallazgo de las migas:
-
---Buenas son y sabrosas, aunque no tanto ni tan abundantes como las que
-catamos usted y yo en aquella casa de Boñices... ¿No se acuerda?
-
-Quedó un rato suspenso el buen don Quiboro, y de su asombro resultó
-este vivo diálogo:
-
---Dijo usted que me había visto en Boñices; mas no mentó la cena de
-migas en casa de la Fabiana. ¿Era usted de los mozos que alborotaron
-con jarana y demagogia? Como apenas veo, no he podido retener su
-fisonomía.
-
---Yo no alboroté, don Quiboro. Fíjese bien en mi cara, y me reconocerá
-como el escudero de doña María.
-
---¿Por qué no me lo dijo antes?
-
---Porque no vino a pelo, ni yo quería envanecerme como servidor de tan
-alta Señora.
-
---Y ahora, según creo, ha dejado usted el servicio de doña María, como
-los demás hidalgos y campesinos que vivían a su lado. Mejor que yo
-sabrá usted que a la gran Señora no le ha valido su nobleza y santa
-condición. Los renegados gobernantes hanla echado del castillo de
-Clavijo porque, al decir de ellos, no le correspondía vivir allí.
-
---Dispense, don Quiboro, si me río de usted por su ignorancia en lo
-tocante a mi Señora. Doña María no vive en Clavijo, y tiene por
-vivienda la redondez de la tierra española. Y como todo es suyo, los
-mandones no pueden echarla de ninguna parte si no es de sus propias
-almas, que a eso tiran ellos. Daránle mil pesadumbres y le amargarán la
-vida; pero no pueden decirle: «Madre, ahí te quedas», o «Madre, pasa de
-largo.»
-
---Por mi fe, que no lo entiendo. Habla usted como un demente, o esa
-Madre que nombra no es nuestra doña María. Yo le aseguro, porque lo he
-visto, que la Señora que cenó con nosotros en Boñices anda hoy errante
-por caminos y atajos, como usted y como yo. Salí de Boñices huyendo del
-hambre y la muerte, y a media legua más acá encontreme con doña María,
-acompañada de dos labradores que me obsequiaron con mendrugos y una
-sardina de cuba que sacaron de sus morrales. La Señora, compungido el
-rostro y encorvadita de cuerpo por la carga de sus penas, me contó lo
-que ha días viene padeciendo por las ingratitudes de sus desatinados
-hijos, que a la cuenta son un sin fin de hijos, y por la porquería
-dominante en lo que ella denomina sus reinos o estados, que eso no
-lo entendí, ni sé lo que puede significar, así me maten... Un rato
-seguí con ellos charloteando de nuestras desdichas. Por lo tardo de mi
-andadura tuve que quedarme atrás. Ellos siguieron... Esto pasó ayer
-tarde, horas antes de llegar a Guijosa, donde usted y yo nos hemos
-conocido.
-
-Tal confusión produjo en la mente del caballero lo que acababa de
-oír, que no sabía si creer al honrado vejete, o tenerle por donoso
-embustero. Por momentos llegó a pensar que era un genio maléfico de
-orden inferior, de estos que tienen poder para desfigurar someramente
-las cosas, y secundar con hechicerías a la menuda las obras
-transcendentes de los grandes encantadores. Pensó que invitándole a
-unas copas, podría obtener de él revelaciones interesantes, con su
-poquito de magia blanquinegra. Instintivamente echó mano al bolsillo
-del pantalón, donde creía tener una bellota, con la cual pudiera
-comprar el vino, y los dedos ¡oh caso estupendo! encontraron buen
-número de ellas, que el tacto apreció en la docena mal contada. «Ya no
-puedo dudarlo --se dijo--: mi Madre está cerca... tal vez aquí.»
-
-Con loca impaciencia recorrió en un instante todo el patio, examinando
-los grupos de hombres y mujeres. Metiéndose después en la taberna, miró
-todas las caras. Dos ancianas vio, y ninguna era la suya. Compró un
-jarro pequeño de vino, con casco y todo; añadió salchichón y medio pan,
-y al salir y cruzar frente al portalón, vio que por este entraban tres
-hombres atados codo con codo, conducidos por una pareja de la Guardia
-civil. Tembló a la vista de los tricornios; pero no viendo en ninguno
-de los guardias cara conocida, recobró su tranquilidad. Y examinados al
-punto los tres presos, solo uno hirió con fulgurante rayo su atención.
-Era Becerro, el gran erudito, el evocador de la Historia, el prodigioso
-mágico y demiurgo, por quien las cosas pasadas vinieron a lo presente,
-y el hoy anticipó las visiones de un mañana remotísimo.
-
-¡Oh, Pepe Augusto! ¿qué fatales vicisitudes te llevaron al estado
-de abyección en que te vio tu amigo en el corral de Pitarque? El
-caballero no daba crédito a sus ojos, y pensó que la presencia del
-sabio, atraillado con criminales por la Guardia civil, era un caso
-de mentirosa hechicería... Corrió a llevar a don Quiboro el jarro de
-vino, el pan y salchichón, y no se detuvo a recrearse con la sorpresa
-y alegría del pobre viejo, que se apresuró a reparar su organismo
-dando parte a Tiburcio de Santa Inés... Viendo Gil que los guardias
-penetraban en la taberna, llevando por delante la cuerda viviente, allá
-se fue, con idea de interrogar a Becerro y cerciorarse de la realidad
-de su persona. Los de la Benemérita tomaban un bocado y bebían, sin
-perder de vista a los presos, que en un banco se sentaron, obsequiados
-caritativamente por el fámulo que allí despachaba. Metiendo el cuerpo
-entre los curiosos, llegó Gil hasta su amigo, y tocándole en el hombro,
-así le dijo:
-
---¿Cómo usted aquí, señor Becerro, atado y entre guardias?
-
-Mirole el sabio, receloso y desconfiado. No le conoció. Gil pudo
-observar la escualidez hipocrática del rostro de su amigo, que más
-parecía momia semi-viva que persona moribunda. De sus ojos manaban
-lágrimas rojas, y en sus mejillas, lívidas manchas e hinchazones
-revelaban la mano y cinceles duros de algún escultor de _ecce-homos_.
-La cabeza descubierta mostraba en desorden los cuatro pelos que le
-reservaba Naturaleza, y el vestido que mal cubría su esqueleto era
-todo andrajos y jirones recamados de lodo. Contestando al desconocido
-piadoso, así habló el ínclito Becerro:
-
---Sea usted quien fuere, señor, pues mi cabeza no está para el
-reconocimiento de personas, yo le agradezco su bondad, y a usted me
-confío para que me compadezca, si es que hay todavía compasión en
-el mundo. Dice usted que me conoció en Numancia. Allí estaba yo,
-en efecto, y de allí vengo. Aconteció que el paternal Gobierno,
-hostigado por las oposiciones, resolvió meterse en el sagrario de las
-economías... y naturalmente, yo fui la primera víctima del régimen de
-moralidad económica. Amaneció el día fatídico en que recibí el cartel
-de mi cesantía. Echáronme a la calle, dándome veintidós pesetas, que
-en aquel crítico momento había yo devengado, y como soy hombre que no
-gusta de pedir favores a nadie, me abstuve de solicitar mayor auxilio
-para mi retirada de los campos numantinos. Hice con mi ropa un apretado
-envoltorio, y me puse en camino, gozoso de recorrerlo a pie hasta
-Madrid, con lo que viajaba en libertad, y a mi antojo podía estudiar
-en la tierra castellana cuantas ruinas gloriosas me salieran al paso.
-La libertad es mi gozo, y ella me compensaba del trago amarguísimo de
-mi cesantía. Salí una mañana, y a las dos leguas _plus minusve_ de mi
-salida de Garray, topé por mi desgracia con unos golfos, digamos más
-propiamente alumnos de Anacreonte, que en la puerta de un ventorro
-jugaban y reían con dos descocadas _hetairas_, de las que expulsó
-Escipión, mandándolas con viento fresco a correr por el mundo. Ello fue
-que me engatusaron aquellos perdidos, y ellas me poparon y me hicieron
-mil carantoñas con manos perfumadas de olor sabeo. Debí perder mi
-natural sentido, o adormecerme en vapores de alegría, porque cuando la
-infernal caterva se alejó de mí, noté que me habían quitado la ropa y
-las veintidós pesetas... menos dos reales que había gastado en comprar
-pan... Dejáronme limpio de numerario, sin más tesoro que el inagotable
-de mi resignación...
-
---Pero usted, amigo mío, ¿por qué se dejó zarandear de tal gentuza?
---díjole el caballero--. ¿Eran acaso plebe celtíbera, o de la maleante
-familia de los _pelendones_?
-
---Para mí que eran _túrdulos_ --replicó Becerro gravemente--, de estos
-que se corren hacia el Norte para corromper a los austeros _arévacos_.
-Fueran lo que fuesen, yo, con la buena compañía de mi resignación,
-seguí mi camino pensando cómo podría llegar a Madrid tan desguarnecido
-de pecunia... En esto, andados tres cuartos de legua, según mi cálculo,
-me picó el hambre con tal ahinco, que las piernas se me negaron a
-dar un paso más. Saqué de mi bolsillo el pan, único bastimento que
-la divertida chusma me dejó. Como el pan seco es alimento desabrido,
-y como en aquel punto me viera próximo a un campo ameno plantado de
-cebollas, pensé que no cometía delito entresacando de las mil y mil
-plantas una o dos que me conditaran el paso del pan desde la boca
-al estómago... Entré en el surco, y me acordé de que la tierra ha
-sido dada a la humanidad para su sustento... Cogí dos cebolletas, y
-disponíame a hincar en ellas el diente, cuando salió un hombre fiero,
-que me pareció gigante de tres altos, y la emprendió conmigo a coces y
-bofetadas, llamándome ladrón, hi... de no sé qué, y... Vamos, no quedó
-término infamante que no me dijera, después de quitarme las cebollas...
-Lo demás de este desventurado pasaje de mi vida, se lo contaré en dos
-palabras. Estando entre las garras de aquella bestia, llegó la pareja y
-me prendió y condujo a la cárcel de no sé qué pueblo. En tres o cuatro
-cárceles he pasado sucesivamente mis amargas noches, y por fin heme
-visto traído en esta conducta con los dos compañeros que atados conmigo
-vienen, y que han sido presos por cortar leña en montes que llaman
-del Estado. No sé a dónde me llevan. Al cuadrillero que me interrogó
-por primera vez he dicho que mi deseo es ir a Madrid, pues allí tengo
-amigos que serán fiadores de mi honradez... No sé tampoco dónde estoy,
-ni si esto que parece _quintana_ o mercado romano, algo semejante al
-_zoco_ de los árabes, es buena dirección para Madrid, o si lo es para
-el Congo. ¿En qué país estamos? ¿Esto es España, o es algo de otros
-mundos, de otros planetas, a donde de un puntapié nos ha mandado la
-mágica Astarté, diosa de los Infiernos?
-
---Tenga paciencia, mi don José Augusto --dijo el caballero, traspasado
-de dolor--, que en este laberinto de Pitarque podrá muy bien
-socorrernos a usted y a mí una divinidad del Cielo, ante quien bajan
-la cabeza los poderosos así como los humildes. Su poder es grande. Más
-de una vez la he tenido yo junto a mí sin gozar de su presencia. Ahora
-mismo me da en la cara el calor de su aliento, y no veo su excelsa
-persona... Esperemos un poco, y la Madre vendrá... Sus pasos no se
-sienten.
-
-A pesar de la honrada convicción con que hablaba Gil, no parecía
-darle crédito el desdichado amigo. Por un momento permaneció este
-como alelado, abierta la boca, el mirar sin fijeza... Luego suspiró,
-diciendo con hueca voz:
-
---Déjeme usted de Madres. Para mí la única madre es la Historia, y esa
-huye con repugnancia de los hechos y personas del día.
-
---No es precisamente la Historia, sino la... no sé cómo decirlo...
-Es el alma de la raza, triunfadora del tiempo y de las calamidades
-públicas; la que al mismo tiempo es tradición inmutable y revolución
-continua... ¿Qué dice usted, Becerro?
-
---No digo nada... Sí: digo que las Madres pasaron, las Hermanas
-también... No hay Historia de lo presente. Lo presente no es más que
-espuma, fermentación, podredumbre. Lo mejor será que nos muramos todos
-prontito. Después el caos... un caos delicioso...
-
-Acercose un guardia, y con la frase secamente cortés de _haga el
-favor_, indicó a Gil que no era permitido conversar con los presos.
-Retirose de la taberna el caballero en un estado de indecible
-turbación. En su alma se atropellaron en tremendo revoltijo el miedo y
-la esperanza, y al recorrer el patio, su exaltada imaginación desfiguró
-los semblantes y cuerpos de la pobretería que allí se congregaba. En
-unos vio cabezas de pájaros, en otros hocicos de extraños rumiantes o
-paquidermos. El vocerío le sonaba como la jerigonza monosilábica de
-los idiomas primitivos; las hogueras esparcían resplandores rojizos
-sobre figuras y objetos; los calderos hinchaban desmesuradamente sus
-vientres cubiertos de hollín; el freír de las sartenes semejaba risa y
-burla satánica, que afluía de bocas invisibles.
-
-Aturdido fue y vino el caballero, sin dar con el rincón en que había
-dejado a sus amigos don Quiboro y Tiburcio. O los rincones se cambiaban
-por sí de un lado a otro, o los principios geométricos se declaraban
-en rebeldía suprimiendo los ángulos... Así lo pensaba Gil o lo veía...
-Y no fue suceso imaginario, sino real, la irrupción súbita en el patio
-de Pitarque de nuevo tropel de gente bulliciosa. Primero entró un
-destacamento de plebe mísera, gritona y desmandada; luego dos presos
-en cuerda, custodiados por pareja de la Guardia civil. En dicha cuerda
-venía una pobre vieja atraillada con un facineroso, _Lobato_ por mal
-nombre, muy conocido en la comarca por audaz cuatrero y asaltador de
-caminantes, sin respetar haciendas ni vidas. La anciana, maniatada con
-el bandido, parecía reproducción de la que Gil llamaba Madre, solo
-que su mayor grado de ancianidad hacíala pasar por madre de la Madre.
-Encorvada y jadeante se dejó caer al suelo apenas entró, abatiendo
-consigo al ladrón _Lobato_. En sus facciones amarillas y rugosas, se
-traslucían los rasgos de su belleza como perlas caídas en el fondo de
-un charco; su mirar se apagaba en una letal resignación de heroína
-vencida; de su excelsitud y majestad solo quedaban rezagos en el gesto
-airoso. Dudando de lo que veía, acercose Gil a la postrada vieja y le
-dijo:
-
---¿Eres tú, Madre querida?
-
-Y ella, mirándole cariñosa, le respondió:
-
---Yo soy, yo fui, porque en esta injuriosa degradación a que me han
-traído tus hermanos, más bien soy tu Abuela que tu Madre.
-
-No pudo seguir el caballero junto a ella, porque uno de los civiles le
-apartó con rudo manotazo. Miró Gil al guardia, y reconociendo a Regino,
-fue acometido de rabia impulsiva y furor salvaje.
-
-
-
-
-XXIII
-
-De cómo las picantes aventuras se vuelven dolientes y trágicas.
-
-
-Arrebató Gil del grupo cercano un hierro con que atizaban la lumbre, y
-corrió disparado contra el pecho y vientre de Regino, soltando de su
-boca estas horrendas imprecaciones:
-
---Canalla, ladrón de honras, Caín... no te contentaste con quitarme
-a mi mujer, sino que te atreves con mi Madre... Espérate y vas al
-infierno...
-
-Si no le sujetaran, no habría tenido tiempo Regino de guardarse del
-golpe. Flemático, sin hacer uso del máuser, dijo al que fue su amigo:
-
---Repórtate, _Florencio_, y no provoques. Y pues has tenido la mala
-sombra de volver a nuestras manos, date preso... Poco te ha valido
-escaparte. La justicia te reclama.
-
---Yo me chanflo en la justicia, en ti y en tu madre --gritó Gil tirando
-el hierro--. Asesino eres, y si quieres matarme ahora mismo, aquí me
-tienes indefenso. Pero antes te diré que eres un alma perversa, harta
-de pecados.
-
---Ea, pájaro, a callar --dijo el guardia de la cara hosca,
-disponiéndose al empleo de la cuerda.
-
---Aquí me tienen... Regino, ¿qué has hecho de mi mujer? ¿Qué harás
-ahora de mi Madre? Yo te aseguro que una y otra morirán conmigo, y
-que tantas muertes caerán sobre tu conciencia. ¿Desconocéis vosotros,
-guardias en quienes veo nobleza y ceguera, porque todos, menos este
-infame Regino, sois hombres de honor, que ignoráis las villanas
-intenciones de los que os mandan; desconocéis, digo, a esta divina
-Señora, alma de los reinos que son y que fueron, eterna entre nuestra
-mortalidad?
-
-Lo de llamar divina, eterna y alma de los reinos a la pobre vieja,
-mendiga, borracha o criminal, que esto no se sabía, levantó rumores
-de burla y desató carcajadas en el auditorio... El guardia de la cara
-hosca, asegurando las manos de Gil, le dijo:
-
---Cállate la boca, chiflado, cabeza perdida. Nosotros llevamos gente a
-las cárceles y a los manicomios. Ya te dirán a dónde debes ir.
-
---A la muerte iré con mi mujer y con mi Madre, verdugos --gritó Gil,
-más desatinado--; pero no quisiera ir sin llevarme a alguno de ustedes
-por delante...
-
-En esto surgió en el grupo la talluda, imponente figura de don
-Alquiborontifosio, el cual, con bronca voz, sin miedo a los civiles ni
-al lucero del alba, se expresó de este modo:
-
---Si tienen por criminal a esta Señora, y ella es, en efecto, doña
-María, ténganme a mí como su cómplice, cualquiera que sea el supuesto
-delito que le atribuyen.
-
---Esta mujer --afirmó uno de los guardias-- iba con un compañero de
-_Lobato_, que se nos escapó, corriendo más que una liebre... Por los
-compañeros de la otra pareja sabemos que alienta y encubre a los
-ladrones de leña, guardando sus rapiñas en la corraliza que tiene a la
-salida de Guijosa, con un tapadillo de cabras, cerdo y un horno de cal,
-para despistarnos.
-
---Pues yo también encubro y despisto --declaró con gallarda entereza el
-maestro--. Si a la ilustre Señora maniatáis, haced lo mismo conmigo,
-pues yo también soy escudero de ella, como este joven, a quien conocí
-en Boñices.
-
-Mientras esto decía, el guardia le metió la mano en los bolsillos, y
-sacando unas patatas, le dijo:
-
---Explíquenos el señor escudero de la vieja dónde adquirió estas
-patatas, y con qué leña hizo fuego para chamuscarlas.
-
---Ese fruto --replicó don Quiboro-- lo debí a la caridad. Mas si
-entendéis que es fruto robado, prendedme y atadme con la Señora por el
-lado contrario al que ocupa _Lobato_, para que en doña María se repita
-el caso de nuestro Redentor, sacrificado entre dos ladrones.
-
---No, no --gritó el caballero fuera de sí--, que ese puesto a mí me
-corresponde... Y si lo dudan, pregúntenselo a ella.
-
---No disputo el lugar --agregó don Quiboro--. Solo reclamo el honor de
-un puestecito en el calvario de doña María... Estáis ciegos, señores
-guardias; vivís a cien leguas de la verdad... No sabéis que a la vuelta
-de cualquier camino, tendréis delante al Apóstol Santiago en persona,
-que os dirá: «Teneos, hombres de poca fe, y dadme al instante a esa
-santa mujer que lleváis atada entre ladrones, y entregadme también a
-sus nobles escuderos...» Yo soy por mi oficio maestro de párvulos, y si
-no tenéis bastante ilustración para distinguir lo grande de lo pequeño
-y lo santo de lo criminal, yo os abriré las entendederas.
-
---¡A la cárcel! --clamó el guardia de la cara hosca--, y allí se verá
-si algunos de estos han de ir a una sala de observación en el hospital.
-Pocas bromas, y a callar todo el mundo.
-
-Imperante la fuerza, se procedió a engarzar a Gil y a don Quiboro en
-las ignominiosas cuerdas. El caballero tuvo el honor de que su mano
-derecha fuese atada con la izquierda de la Madre, que en el suelo yacía
-sin dar acuerdo de sí. Y como en aquel momento descubrieran los civiles
-a Tiburcio de Santa Inés, y le reconocieran como escapado de la cárcel
-de Sigüenza, no le valió el intento de escabullirse, y su mano carnosa
-quedó enlazada cruelmente con la huesuda mano del maestro. De este modo
-fueron conducidos casi a rastras los dos rosarios por un pasillo largo
-que se abría junto a la taberna, y terminaba en anchurosa cuadra, y en
-ella entraron precedidos de la cuerda en que iban Becerro y los dos
-leñadores furtivos.
-
-Cerrada la puerta, los infelices presos quedaron en hórrida oscuridad,
-pues la cuadra no recibía por ninguna parte el menor destello de
-luz. Conforme entraban, iban echándose al suelo; cada cuerda caía de
-golpe, pues uno solo a los demás arrastraba. Mediano rato estuvo Gil
-maldiciendo todo lo maldecible, y dando aire a su insana desesperación.
-A la Señora, que a su lado yacía, llamó una vez y otra. No contestaba.
-Por el tacto quiso reconocer su presencia, y solo tocaba un bulto
-blando en inmovilidad de cosa inanimada. Pensó que la Madre se había
-desvanecido, dejando en su lugar un fardo de lana y huesos. La sacudió.
-Ni voz ni aliento le dieron respuesta. Al otro extremo de la caverna
-tenebrosa sonaba una voz que le pareció la de Becerro, declamando
-ininteligibles oraciones, o aforismos de filosofía de la Historia. ¿Qué
-falta hacían en tal desolación la Historia y sus abstrusas filosofías o
-exegesis?... Más cerca, sonaba la trompeta del Juicio final, o sea el
-ronquido de don Quiboro, que profundamente dormía como un santo mártir
-en su urna de cristal...
-
-La oscuridad profunda determinó en el cerebro del caballero visiones
-extravagantes y terroríficas, animales absurdos nunca vistos en la
-realidad, personas reptantes y seres gelatinosos, que con la huella de
-sus babas iban trazando en suelo y paredes letreros indescifrables. La
-imagen de Regino, con el máuser al hombro, desafiando al mundo entero
-con su arrogancia desdeñosa, dominaba en las insanas hechuras de la
-fiebre, infernal inspiración del condenado a muerte. Y singularmente
-le atormentaba el anhelo no satisfecho de ver a Cintia entre aquellas
-aberraciones cerebrales. «¿Dónde está Cintia? --se decía--. Es deber
-suyo presentarse aquí... Ni la veo, ni quiere verme. Y lo peor es que
-no me acuerdo de cómo es Cintia... Llamo su rostro a mi memoria, y su
-rostro no viene; su rostro se esconde, dejándome en la mayor confusión
-de mi vida... Yo pregunto a la oscuridad, yo pregunto a la luz cómo es
-el rostro de Cintia, y la luz y la oscuridad nada quieren decirme.»
-
-En las innumerables vueltas de la rueda de este suplicio pasó la
-noche, imagen de una dolorosa eternidad sin consuelo. Al rayar el
-día, cuando algunos presos se desperezaban y los más dormían, fueron
-sacadas las tres cuerdas para emprender el lento y angustioso viaje
-hacia la indeterminada meta en que se erigía, rodeado de sombras,
-el fetiche de la justicia para pobres. ¡Inhumana y expeditiva ley,
-sin otro ideal que acabar pronto y cumplir una función de policía de
-los caminos! Los guardias conductores de los presuntos delincuentes
-actuaban con la rigidez de mecánicas escobas que traían y llevaban las
-basuras sociales, sin cuidarse de su destino. Ellos barrían lo que se
-les mandaba barrer, y no tenían por qué averiguar si había polvo de oro
-entre el polvo y mondaduras mal olientes...
-
-Pasaron por el corral o patio, donde yacían durmientes descuidados...
-Vio Gil cenizas donde hubo llamas, los pucheros volcados, todo en
-el desorden matutino, antes que empezara el arreglo de los ajuares,
-obra doméstica del día. Pasó junto al grupo de los volatineros: los
-hombres dormitaban; las mujeres, ya despiertas y en todo el horror de
-su despintada fealdad y de sus flacas pechugas colgantes, se alisaban
-las greñas con peines desdentados. Al paso del caballero preso le
-agraciaron con signo de compasión y simpatía, no atreviéndose a más
-por miedo a los guardias... Llegose a la puerta de la taberna la
-triste caravana, y allí José Corvejón, hombre cristiano y de buen
-natural, obsequió a todos con lo que quisieron tomar para sustentarse.
-Los más bebieron aguardiente. La Madre no quiso probarlo, y cedió
-a Gil su vaso. A don Alquiborontifosio dieron pan negro, vino y su
-tajadita de bacalao, y con lo mismo se apañó Tiburcio. _Lobato_ pidió
-más aguardiente: por indicación de los civiles no le fue concedida más
-de una ración discreta. Remediados así, salieron al campo, y el aire
-fresco desentumeció sus espíritus y entonó sus cuerpos, vigorizándolos
-para la marcha penosa.
-
-Delante iba la cuerda de Becerro; seguía la de don Quiboro, y atrás, en
-colocación de respeto como la Virgen en las procesiones, la cuerda de
-doña María. De los siete infelices conducidos, el _Lobato_ era el de
-mayor cuidado. Por tal le tenían los guardias, como buenos conocedores
-del personal vagabundo, y no quitaban de él la vista, observando sus
-manifestaciones de salvaje alegría. Bromeaba y canturriaba al compás de
-la marcha, y refería las innumerables procesiones de aquella guisa, en
-que figurado había desde su tierna infancia. Cuando a lo largo de la
-carretera general, en la cual entraron poco antes de las nueve, veían
-venir algún automóvil disparado, se les mandaba alinearse en la cuneta.
-Pasaba el auto como exhalación, levantando polvo y exhalando la fetidez
-de la gasolina, y el _Lobato_ era el más vehemente en las exclamaciones
-de amenaza y vituperio contra la máquina veloz, que corría parejas con
-el viento y aun le superaba en el tragar de kilómetros.
-
---¡Así te escacharres!... Miá la pendanga que va detrás del vidrio...
-¡Corréi, corréi; matarvos pronto, granujas!...
-
-A menudo dirigíase Gil a la vieja con interrogaciones cariñosas;
-mas ella solo respondía con su mirar de intensa piedad y dulzura.
-Pensó el caballero que la excelsa Señora perdido había la palabra en
-las recientes sofoquinas que le dieron sus ingratos hijos. Por fin,
-recorrido ya un buen trecho a lo largo de la polvorosa, la Madre,
-agobiada y envejecida, se dignó manifestarse con susurro, que el
-caballero interpretó de este modo:
-
---Hemos llegado a las horas de prueba... La tremenda adversidad
-oblígame a sumergirme en la resignación dolorosa... Yo, eterna, sé
-morir... He muerto, he revivido, a fuer de creyente en la grandeza de
-mi destino. Calla y sufre tú, como yo sufro y callo... En trances de
-esta naturaleza me vi alguna vez; mas la desdicha presente supera,
-hijo mío, a otras que parecieron extremadas. Mi destino me impone la
-sumisión a los ultrajes más atroces. No podré ser redentora, si no soy
-mártir...
-
-Al son de estos graves dichos, _Lobato_ entonaba canciones obscenas.
-Los delanteros marchaban silenciosos, y Becerro era como un autómata
-impulsado por inverosímil mecanismo de piernas. En la segunda cuerda
-notábase cierta irregularidad de andadura, pues el ágil paso de
-Tiburcio no emparejaba con la torpeza del pobre don Quiboro, que iba
-como arrastrado por su compañero. La Madre mostraba un vigor y compás
-de movimientos que desdecían de su vejez caduca. Observándolo así, los
-guardias decían a los hombres:
-
---Adelante; no os hagáis los remolones. Aquí tenéis a la pobre _Güela_,
-que os da el ejemplo. Vean cómo no se cansa. _Güela_, tú mereces que se
-te dé libertad por valiente y juiciosa. Nosotros no podemos dártela;
-pero te recomendaremos por tu buen caminar... Anda, _doña Sancha_ o
-_doña Berenguela_, que aún no sabemos tu nombre, y quizás por no querer
-decirlo te ves en esta traílla.
-
-Despejado el día, el sol picaba un poco, y con el sol el aire fresco
-componía un buen temple para la marcha. Al filo de las doce, entraban
-en un desfiladero en cuesta, con corte de trinchera no muy alta por
-un lado, por otro lindante con terreno de peñas y matorrales. Apenas
-vencido el arranque de la cuesta, don Alquiborontifosio empezó a dar
-traspiés y caía y se levantaba, sacando fuerzas míseras de su honda
-flaqueza. Suspendiose por un momento la marcha. Respiró el buen
-maestro, y al dar los primeros pasos después de la breve parada, cayó
-en el suelo con pesadumbre, abatiendo a su compañero. Acercáronse los
-guardias, animándole con palabras caritativas. Pero don Quiboro se
-tendió a lo largo, quedando en cruz, los cuatro remos extendidos, el
-rostro mirando al cielo.
-
---Caballeros guardias --dijo con voz cavernosa--, mátenme de una vez,
-que de aquí no puedo pasar. La vida se me acaba. Si han de seguir,
-remátenme con un tirito... y yo quedaré contento y ustedes libres de
-esta carga.
-
-En derredor del infeliz viejo se agruparon todos. Uno de los guardias
-declaró que según reglamento no podían abandonarle. Para llevarle
-cómodamente ajustarían el primer carro que pasara. Don Quiboro se
-volvió a Gil, diciéndole:
-
---Caballero que me acompañó y me dio parte de su queso y pan, coja mi
-manta. No puedo hacer testamento de otra cosa; y usted, doña María,
-écheme su bendición. _Ven, muerte pelada, ni temida ni deseada._
-
-Trataron de animarle con palabras afectuosas y bromas compasivas. Lo
-primero que dispuso el de la cara hosca fue desligarle de Tiburcio,
-atado a él mano con mano. Lleváronle fuera del arrecife, depositándole
-en un lomo de tierra, bastante apropiado para servir de cama. La faz
-angulosa del anciano se desfiguró y descompuso por entero, anticipando
-la faz cadavérica. Llevose la mano al pecho; abrió la boca cuanto
-abrirla podía, y absorbiendo gran cantidad de aire, pudo articular
-estas palabras:
-
---Amigos, dadme los parabienes, porque ya se acabó el padecer de
-Alquiborontifosio de las Quintanas Rubias.
-
---Ea, no se acobarde, abuelo --le dijo Regino poniéndole la mano en la
-frente, mientras el otro guardia le tomaba el pulso--. Le llevaremos en
-un carro... Descanse... ¿Ha sido usted militar? ¿Ha sido labrador?
-
---No señor... He sido...
-
---Ha sido maestro de escuela --dijo la Madre--. Tened compasión del que
-enseñó a leer a vuestros padres.
-
-Advirtieron todos fúnebre contracción de los músculos faciales del
-desgraciado viejo. Encogió este una pierna, y las dos estiró luego
-desmesuradamente.
-
---Maestro --dijo un guardia--, haga el favor de no morirse en nuestras
-manos, que no tenemos la culpa de su infelicidad.
-
-Y él, extinguiéndose, articuló trémulas expresiones:
-
---Maestro fui; ya no soy nada... Rezadme algo... Mejor será que digáis:
-_Muerta es la abeja, que daba la miel y la cera_.
-
-Así entregó su alma en un camino el caminante que recorrió larga vida
-de penas y abrojos; así murió la solícita abeja, que dio toda su miel a
-las generaciones ingratas.
-
-Y en el trance de atender al maestro moribundo, y en la emoción
-de verle morir, distraídos los guardias por ley de humanidad, no
-advirtieron que Tiburcio de Santa Inés, en cuanto se vio desligado de
-su compañero, se deslizó lindamente hacia las peñas próximas, y por
-entre malezas y pedruscos hizo una teatral desaparición de su persona.
-Uno de los guardias, apenas recobrada la conciencia de su obligación,
-le vio a lo lejos, ganándose la libertad con la ligereza de sus pies,
-y la instintiva táctica del prisionero en salvo... El representante
-de la ley se echó el fusil a la cara. Pero Tiburcio, que sin duda se
-había encomendado al Niño Jesús, supo desaparecer tras de una roca. Por
-muy diligentes que fuesen los del tricornio, no habrían de engancharle
-nuevamente, y el matarle de un tiro no era fácil, por lo abrupto
-del terreno y el broquel de piedras con que el fugitivo defendía su
-existencia. Mientras dos de los civiles deliberaban sobre esto, los
-otros dos vieron con sorpresa y enojo que el _Lobato_ desprendía su
-mano de la de la vieja, y tomaba carrera por el mismo escenario que fue
-la salvación de Tiburcio. El pícaro cortó la cuerda con navaja. ¿Cómo
-pudo ser esto, después del cacheo minucioso que a todos se hizo? Sin
-entretenerse en descifrar tal enigma, acudieron a la cuerda de Becerro,
-notando en los dos consortes de este inquietudes reveladoras del ansia
-de libertad.
-
-Y cuando esto ocurría, Gil y la viejecita, libres ya de la impedimenta
-del cuatrero, subieron tranquilamente por un senderillo escalonado, y
-se encontraron en lo alto de la trinchera que dominaba por la derecha
-el camino real. Desde allí vieron el cadáver de don Quiboro, medio
-cubierto con su manta, y observaron el trajín de los guardias para
-contener a los de la traílla de Becerro. No fue iniciativa de Gil
-el subirse con paso sereno a donde fácilmente podían ser de nuevo
-aprehendidos. La Madre le llevó con suave tirón de su mano atada, y al
-llegar arriba le dijo:
-
---Veremos lo que hacen estos pobres cuadrilleros de la Santa Hermandad,
-tan sencillotes y puntuales en cumplir lo que les ordena su reglamento.
-Su deber es cogernos o matarnos. Subamos un poquito más arriba.
-
-Advertida por los guardias la fuga de la vieja y su escudero, con ellos
-se encararon. Regino les dijo:
-
---Baja, Florencio, y no nos comprometas. A _doña Sancha_ podríamos
-dejar en libertad; a ti no, que eres acusado de homicidio.
-
---Es hijo mío --gritó la Madre con voz cascada--, y los dos correremos
-la misma suerte. ¿Para qué quiero vivir yo, si a mi hijo matáis, o si
-vivo le lleváis a la deshonra, abriéndole las puertas del presidio?
-
---Volved acá. ¿Qué más quisiéramos nosotros que dejaros libres?
---gritó Regino, blasonando de riguroso, sin olvidar lo humano--. Si
-la vieja es tu Madre, cumplirá con Dios haciendo por salvarte. Pero
-nosotros, máquinas frías de la ley, no podemos encender en nuestros
-pechos la compasión. Has matado a un hombre. La anciana no ha hecho
-más que ocultar la rapiña de los leñadores furtivos... Para ella puede
-haber un poco de lo que llamamos vista gorda; para ti no... Bajad y
-entregaos.
-
---Farsante --clamó Gil-Tarsis ronco de ira--. Más culpable que mi Madre
-y que yo eres tú, que aprovechándote de mis desdichas me has quitado a
-mi mujer. ¡Y hablas de justicia y de ley, y distingues la vista gorda
-de la vista flaca! La vista tuya ante mí es de lobo carnicero, porque
-después de quitarme la mujer que adoro, quieres ocultar tu delito con
-mi perdición. En Numancia te conocí; en Numancia me engañaste, pues con
-hipócritas zalamerías me hiciste creer que eres caballero. Caballero
-fuiste, sin duda, y estás encantado como yo, penando por tus culpas...
-Al mismo escarmiento y expiación estamos condenados: yo por desórdenes
-de mi vida, de los que afean, pero no deshonran; tú por delitos contra
-mi Madre.
-
---Baja, loco de atar --gritó el de la cara fosca--; baja, y si más que
-presidio mereces manicomio, a él irás.
-
---No bajo... Regino, mal hombre, ¿piensas que desconozco la causa de
-tu condenación, y el pasar de caballero y alta figura militar a simple
-número de la Guardia civil? Pues encantado fuiste por entregar a una
-nación extranjera tierras españolas... ¿Te atreves a negarlo?...
-Vendiste a tu patria, no por dinero, sino por obedecer a los que
-querían la paz aunque esta fuera bochornosa. Y ahora, el que fácilmente
-y sin lucha permitió la conquista de una parte de España, ahora también
-con maniobra fácil a mí me conquista la mujer... Esto es indigno.
-Contra ti protestarán el cielo y la tierra, y maldito de Dios, y
-maldito de los hombres, no tendrás en tu vida ni un instante de paz...
-Y nada más tengo que decirte. Yo criminal, creo deshonrarme hablando
-contigo.
-
-Como en aquel instante iniciara la Madre un movimiento para seguir
-cuesta arriba, los guardias les dieron el alto.
-
---¡Quietos! --gritó el del feo rostro--. Quietos, o disparamos.
-_Güela_, ten el juicio que a ese loco le falta. Bajad: os lo mando por
-tercera y última vez.
-
-No hicieron caso el hijo ni la Madre. Los guardias no podían eludir
-el cumplimiento de su deber... Los mortíferos fusiles subieron a la
-altura de los ojos. ¡Brrrum! Dos, tres disparos rasgaron el aire con
-formidable estampido. La vieja y el caballero se desplomaron... Su
-caída en tierra fue súbita y blanda, como la de dos cuerpos colgados
-del cielo por invisibles hilos... que las balas rompieron.
-
-
-
-
-XXIV
-
-Allá van los peregrinos, de tierra en tierra, de río en río.
-
-
-Consumado el acto de policía impuesto por duro reglamento, advirtieron
-los guardias en su compañero Regino palidez tan intensa, que más
-parecía muerto que matador. Demudado de rostro y oprimido el pecho
-por indecible congoja, difícilmente podía tenerse en pie; y mientras
-sus camaradas subían a cerciorarse de la muerte de los fugitivos, se
-sentó junto a la inerte y fenecida humanidad del buen don Quiboro. O se
-avergonzaba de la flaqueza de su ánimo, o en su mente se agolparon, con
-violencia congestiva, ideas suscitadas por las terribles imprecaciones
-de Gil poco antes de caer fusilado. Volvieron del reconocimiento los
-guardias, y Regino les interrogó sacando débiles voces de su angustiado
-pecho.
-
---El mozo está más muerto que mi abuelo --dijo el fosco--. Cabeza
-y corazón tiene, al parecer, pasados de parte a parte. En la vieja
-no hemos visto heridas; pero está tiesa y sin respiración. Si no la
-tocaron las balas, muerta está del susto.
-
-Suspiró Regino. Ocupáronse los cuatro sin demora en apreciar la
-situación poco airosa de la conducta. Fugados también los leñadores
-furtivos, solo quedaba en cuerda el gran Becerro, que ni podía
-escapar, ni aunque pudiera lo intentaría, sometiéndose de buen talante
-al fuero de policía, por dictado inapelable de su honrada conciencia.
-
---Señores guardias --les dijo--, aquí me tienen a su disposición para
-cuanto gusten mandarme. Mis consortes de cuerda huyeron validos del
-descuido y confusión que se produjo por la muerte de este olvidado
-patricio, que de Dios goce. Yo no huyo, y aunque voy preso tan solo por
-la delincuencia levísima de haberme apropiado dos cebollas, movido del
-hambre furiosa, respeto las leyes y voy a donde quieran llevarme, que
-por malo que sea el lugar de mi destino, siempre será mejor que la nada
-del desamparo en que me veo. Átenme si quieren; mas yo aseguro a los
-dignos caballeros de la Santa Hermandad que no será preciso, pues no he
-de hacer nada por la Libertad, que esta, ¡vive Dios! ha de dar paso a
-su hermana mayor la Justicia.
-
-Aunque los de la Benemérita fiaban en la sumisión del esmirriado
-Becerro, no quisieron perderle de vista, y colocándole sentadito junto
-al cadáver de don Quiboro, a guisa de guardián o asistente religioso
-para encomendarle el alma, procedieron a la ejecución de lo que el
-reglamento en aquel singular caso les imponía. En espera del primer
-transeúnte que les ofreciese la casualidad, redactaron el parte que
-habían de dirigir al Juzgado municipal del pueblo más cercano, para que
-viniese a recoger los tres muertos de aquella infeliz jornada. Acertó
-a pasar el primero un mocetón con dos borricos cargados de tejas;
-se le detuvo, y encargado fue de llevar el mensaje. Inmediatamente
-comenzaron a extender el atestado que habían de formar, y de la
-redacción de este, así como del parte, se encargó Regino, auxiliar de
-una de las parejas, y el más suelto de letra y estilo para trabajos
-de oficina. Sacó el guardia papel, tintero y pluma, que a prevención
-llevan todos en su cartera cuando van en conducciones, y haciendo mesa
-de su rodilla, escribió cuanto era menester para cumplir el trámite
-ineludible. «En el kilómetro tal y tal, el detenido tal y tal sufrió
-un accidente; se le prestaron los auxilios tales y cuales... quedando,
-al parecer, difunto... Y en la confusión que sobrevino, los detenidos
-tales y cuales se escaparon por un terreno en que era imposible
-perseguirlos; y otra pareja de presos, joven él y anciana ella,
-conocidos por tal y cual... intentaron la fuga, siendo acometidos por
-accidentes de que les sobrevino muerte natural, etcétera, etcétera...»
-
-Un buen rato invirtieron en esto los buenos guardias, y en tanto,
-transeúntes diversos se detenían movidos de lástima y curiosidad en el
-lugar de la tragedia, llegando a formarse un atasco de gente que obligó
-a los civiles a ordenar el despejo.
-
---Ea, paisanos: sigan su camino, que aquí no se les ha perdido nada. Ya
-hemos dado el parte, y esperamos que venga el Juzgado municipal, con la
-tardanza de tres leguas largas que suponen el aviso para ir y el juez
-para venir. Hagan el favor de retirarse cada cual por donde le llaman
-sus obligaciones, que aquí no nos hace falta público... Adelante o
-atrás todo el mundo.
-
-Unió a estas exhortaciones la suya muy autorizada el gran Becerro,
-diciendo a los mirones:
-
---Obedezcan a los señores guardias, y despejen. Este que aquí veis,
-anciano difunto, es un venerable profesor de las escuelas del Reino...
-vida cansada, heroica... Ha muerto andando... Por lo que a mí toca,
-si entre ustedes hay alguno de los que llaman _reporter_, y me pide
-informes personales para su periódico, direle que voy preso por haber
-cogido dos cebollas con el fin de alimentarme, pues no llevaba conmigo
-más que un poco de pan seco. Pensaba yo que los frutos de la tierra han
-sido dados a la Humanidad para su sustento... Y sepan asimismo que me
-vi en tan cruel necesidad porque unas meretrices desenvueltas y unos
-mancebos desvergonzados me aliviaron de mi dinero... Y nada más tengo
-que decirles... Señores, buenas tardes... Adiós... Gracias.
-
-Las tres leguas largas del aviso que va y del Juzgado que viene, se
-alargaron por la natural pereza de estas diligencias de la policía de
-caminos, y se pasó la tarde y vino la noche en la propia situación
-descrita. También los dos cuerpos tendidos en la parte de monte, más
-arriba de la trinchera, tuvieron su poco de público, homenaje de la
-curiosidad compasiva. Los mirones pegajosos dejaron caer sobre las
-víctimas de aquella tragedia la opinión concluyente de que el mozo
-y la vieja, el uno ensangrentado, la otra seca y rígida, estaban ya
-poco menos que putrefactos. Se les debía dar tierra en el propio suelo
-donde yacían. Ocioso es decir que los guardias ahuyentaron el enjambre
-fisgón, que en cien caseríos a la redonda había de esparcir el zumbido
-de opiniones diversas acerca de la justicia en despoblado.
-
-Como se ha dicho, declinó el día con perezosa tristeza sobre los vivos
-y muertos que en aquel punto esperaban la llegada de un funcionario
-judicial, y al día sustituyó la noche en la guardia o centinela de lo
-muerto y lo vivo, apoderándose de todo con dulce tutela melancólica.
-Ya pestañeaban en el cielo, queriendo lanzar su brillo, las tímidas
-estrellas de Casiopea; ya el grupito gracioso de las Pléyades subía
-tras de Perseo y delante del Toro, de ardiente mirar, cuando la vieja,
-estrella terrestre, a quien unos llamaban _Madre_, otros _doña María_,
-y los menos avisados _doña Sancha_ o _doña Berenguela_, empezó a
-pestañear también como las del cielo, queriendo esparcir su soberano
-brillo sobre el mundo... Dicen historias fidedignas que se incorporó
-sin desperezarse, y algún cronista consigna el desperezo como dato
-preciso. Sin dar importancia a este detalle, el narrador afirma que la
-Madre tocó el cuerpo exánime de su encantado hijo, diciéndole:
-
---Gil, ¿estás muerto?
-
-Y añade que el caballero Tarsis, sin moverse, respondió:
-
---En verdad no sé si soy difunto... o si de mi defunción quiere salir
-una nueva vida. Te aseguro que roto mi cráneo como una hucha de barro,
-las monedas, digo, los sesos salieron a tomar el aire... Pero a mi
-parecer, han vuelto a meterse en su casa o madriguera, y la herida me
-duele tan poco, que si me pasaras por ella tu dedo mojado en tu saliva,
-creo que no me dolería nada.
-
---Sí haré --dijo la Madre, aplicándole la medicina por él propuesta--.
-Abre los ojos, si ya no los tienes abiertos... ¿Ves? ¿Me ves a mí y a
-estos matojos que nos rodean?
-
---No he cerrado los ojos desde que nos fusilaron, y aguantándome
-inmóvil he visto a la gente novelera que vino a cantarnos el funeral
-de su lástima, diciendo que estábamos ya en descomposición. Yo me lo
-creí, y hasta llegué a sentir las cosquillas que me hacían los gusanos
-corriendo por toda mi carne, y dedicándose a comerme sin ningún respeto.
-
---¿Podrías tú ponerte en pie? Pruébalo.
-
---Pues sí que puedo --respondió Gil, moviendo piernas y brazos para
-tomar la postura de cuatropea--. Lo que temo es que si me levanto, nos
-vean los guardias.
-
---No te ven. ¿Has notado que cae sobre este suelo, en gran espacio, una
-densa oscuridad?
-
---Lo he notado... Nada se ve fuera de un radio de tres varas... Sí: veo
-unas luces que vienen por arriba, como hachas encendidas que oscilan y
-tiemblan al paso de las personas que las llevan.
-
---Son hachones, sí --dijo la Madre--; son los cirios de los frailes
-Recoletos que vienen a sepultarme a mí... y a ti, como es consiguiente.
-No hagas caso de esto, y dejemos que nos entierren...
-
---¿Vivos?
-
---No, hijo... Ellos nos entierran y nosotros nos vamos.
-
---¿Cómo he de entender tal dislate, si no me concedes siquiera un
-destello de tu ciencia divina?
-
---No discutas, no caviles, no ahondes en el vago misterio, sobre el
-cual yo misma no podría darte razones que lo aclaren. Cógete a esta
-falda mía, toda fango y desgarrones, y ven, ven...
-
---¿No temes que nos vean los guardias y nos fusilen otra vez?
-
---No se fijan en nosotros. Desde aquí los veo descuidados de los
-muertos, y atentos a si viene o no viene el juez municipal a sacarles
-de este atolladero?
-
---¿Y el gran Becerro qué hace?
-
---Allí le tienes sentadito a la cabecera del buen don Quiboro.
-Primero entretuvo a los guardias contándoles el paso del Cid con toda
-su hueste por estos lugares, para ir a la conquista de Valencia...
-Después, metiéndose en la geografía arcaica, les dijo que no lejos
-de aquí tuvieron los celtíberos su celebrada _Confluenta_... y otras
-ciudades... En verdad, no sé si Becerro está en lo firme: con los años
-y el tráfago del vivir presente, se me van olvidando estas cosas.
-
---Yo, por más que digas, temo a los guardias. ¿Estamos donde caímos
-muertos, o nos hemos alejado un poquito?
-
---¿No te haces cargo de lo que has andado conmigo agarradito a los
-pingajos de mi falda? Entre nosotros y el lugar de la tragedia he
-puesto ya un espacio de más de doce kilómetros. No te diré dónde
-estamos, porque no lo sé fijamente ni me importa. Te llevo por la
-margen derecha de mi risueño Henares, y si no te cansas, no hemos de
-parar hasta la docta ciudad donde nació el Príncipe, por no decir el
-Rey, de mis ingenios.
-
-Aseguró Tarsis que en mil años no se cansaría. Era feliz junto a ella,
-y aún lo sería más cuando pudiera olvidar las angustiosas escenas de
-Pitarque, la triste conducción por carretera con el doloroso paso
-de la muerte de don Alquiborontifosio y el imborrable espanto del
-fusilamiento. Exhortole la Madre a ir expulsando de su cerebro aquellas
-patéticas emociones hasta que no quedara rastro de ellas.
-
---Por mi parte --añadió--, siempre que salgo de apreturas como la de
-esta tarde, me doy buena maña para velarlas y desvanecerlas con el
-benéfico olvido. Si así no fuera, viviríamos en un puro dolor. Debo
-decirte que, aunque la cuenta de mis años no cae dentro del fuero
-de la aritmética y de la cronología, no he llegado a persuadirme de
-mi inmortalidad, no puedo ponerla entre las cosas incontrovertibles
-y dogmáticas. Las indecibles tonterías y despropósitos de mis hijos
-me han precipitado a la desesperación, y en las negruras de esta he
-visto segura, inevitable, mi muerte... Luego, en crisis terribles que
-parecían entrañar mi acabamiento, heme levantado viva cuando ya me
-llevaban del lecho mortuorio al sepulcro.
-
---Eres inmortal --replicó Gil con vehemencia-- porque no eres una vida,
-sino millones de vidas; no eres solo un lenguaje, sino remillones de
-lenguas que espiritualmente te vivifican.
-
---Así sea --dijo ella sonriente--; pero por mi fe, yo temo la
-extinción de la vida, mayormente cuando sufro reveses como los que
-acabo de pasar, y cuyos efectos en mí son vejez, enfermedades y hondo
-desaliento. En la barbarie de esta tarde, que fue la tensión máxima
-del infortunio motivado por mis malos hijos, sentí el horror de la
-muerte. Cuando los guardias me apuntaron, dije para mí: «Esto se
-acabó. Ya no me vale mi poder invisible...» Luego, ¡loado sea Dios!
-este don de milagros, que otros llaman magia, y que siempre usé con
-discreción y prudencia, me resultó eficaz, tanto para mí como para
-ti... Del trance salimos con vida... Casi, casi me decido a creer en
-mi inmortalidad... o al menos, por algún tiempo podré seguir afianzada
-en esta idea robusta, como una estatua en su pedestal. Adelante, pues,
-y hasta otra... hasta que tus hermanos me traigan un nuevo conflicto
-de los que llamáis de vida o muerte... De este salí. ¿Saldré de los de
-mañana?... Tengo la suerte... y ello es una virtud más que me ha dado
-Dios... de no perder mis bríos en las mayores adversidades. Cuando
-las padezco, lloro y me desespero; pero en cuanto pasa el sofoco y me
-encuentro con vida, poco tardo en volver a mi normal tranquilidad, y a
-sentirme alentada por la esperanza... Entiendo que no soy yo, sino la
-raza que llevo en mí, la que tan rápidamente se cura del torozón de sus
-desdichas. Así somos, así nos hizo Dios, _Asur, hijo del Victorioso_.
-Caemos y nos levantamos tan arrogantes como estuvimos antes de caer, y
-con limpiarnos el rostro de algunas lágrimas y sacudir los miembros, y
-abrir plenamente nuestros ojos a la luz del sol, ya estamos de nuevo
-en todo el esplendor y frescura de nuestro optimismo, que podrá tener,
-como dicen algunos filósofos regañones, su poquito de ridiculez, pero
-que es, créeme a mí, el único ritmo, pulsación o compás que nos queda
-para seguir viviendo.
-
---Pues tú así lo piensas --dijo el caballero con efusiva convicción--,
-yo hago mío tu pensamiento, yo quiero ser el eco de tu voz. Vendrán o
-no los días gloriosos; pero hemos de esperarlos, y orientar hacia ellos
-nuestras almas. Advierto, Madre querida, que ya no eres vieja-vieja,
-como te vi en Pitarque. Tu rostro no se ha desarrugado; pero tu
-agilidad y tu mayor corpulencia dicen que te restablecerás pronto al
-ser majestuoso en que te conocí.
-
---Así será: no tardaré, hijo mío, en vestir mi esqueleto de carnes
-hermosas, y en aderezar mi prestancia personal conforme al decoro que
-por antigüedad me corresponde.
-
-Decía esto la buena Madre esparciéndose donosamente en la verde
-frescura de un prado, desligada del hijo, voltijeando sola en derredor
-de él con cierto retozo juvenil, y movimientos de danza pausada y
-decente. Sus pies descalzos hollaban la hierba húmeda; elevaba sus
-brazos en doble curva graciosa, hasta formar un nimbo en torno de su
-cabeza. Su harapienta ropa se despegaba del cuerpo enjuto, queriendo
-ahuecarse y plegarse con formas y líneas escultóricas. Mirábala Gil
-asombrado, y ella puso fin a la gallarda pantomima llegándose a él y
-señalándole un débil resplandor lejano.
-
---Aquellas luces esparcidas --le dijo-- son la claridad nocturna de un
-pueblo mío muy querido, Alcalá de Henares, por tantos títulos famoso
-en mis estados. No entremos en la ciudad que ilustraron Cervantes,
-Cisneros y mi salado Arcipreste. Dame la mano y vamos más allá...
-Leguas, quedaos atrás... tierras mías, dad paso a vuestra Señora... A
-prisa, Gil; a prisa, que es tarde... Hemos llegado a donde se aparecen
-más débiles lucecitas... San Fernando es este... Adiós, manso Henares,
-que entregas tu nombre y tus aguas a mi buen Jarama... Adiós, Mejorada;
-adiós, Loeches, tumba del Conde-Duque... Jarama, contigo vamos hasta
-dar con tu hermano Tajuña, ambos tributarios del padre Tajo, en cuyas
-aguas quiero dejar mi fingida vejez y los andrajos que visto.
-
-Siguieron en veloz curso, semejante al correr planetario. En cortos
-paréntesis de su gozo, Gil volvía su mente a las escenas y figuras
-que había dejado atrás. Repitió su lamentar del triste fin de don
-Alquiborontifosio, y expresó sus temores de la suerte que depararía el
-Destino al pobrísimo y desamparado Becerro.
-
---No temas --dijo la excelsa Madre--: yo le echaré una mano; yo cuidaré
-de que cese el martirio de ese fantasma de los tiempos pretéritos. Su
-vida toma jugo de la pura erudición. Vivirá mientras aliente el interés
-cada día más débil que inspira el códice pergaminoso... Todo esto se
-acaba... En la existencia futura, el alma de Becerro no tendrá más
-realidad que la de una esencia contenida en redoma lacrada... Yo miro
-con atención materna esa pobre ruina hasta que llegue a su extinción
-polvorienta.
-
-Luego siguió así:
-
---El delito por que le llevan preso es la más tremenda ironía de
-los infelices tiempos que corren. Cogió dos cebollas en el predio
-perteneciente a uno de los más desaforados Gaitones que oprimen la
-comarca. El que le apaleó era un bárbaro jayán. El dueño de aquella
-tierra y de otras colindantes, formando un inmenso estado agrícola que
-llaman _latifundio_, apenas paga por contribución una décima de lo que
-le corresponde. Es burlador del Fisco, y por esto y por otros delitos
-de falsificación de actas, de encubrimiento de criminales, atropellos
-de ciudadanos y arbitrariedad en el reparto de consumos, debiera estar
-en presidio. ¡Y el pobre Becerro, por solo apropiarse dos cebollas,
-es conducido al Juzgado entre los fusiles de la Benemérita!... Esto
-es horrible, ¿verdad? Y más horrible que no pueda yo evitarlo.
-¿Te asombras, hijo, de que teniendo tu Madre un poquito de virtud
-sobrenatural, sazonada... así lo quiere Dios... con unas gotas de
-humorismo, sepa trastornar de vez en cuando las leyes de la Naturaleza,
-y no acierte a corregir o atenuar siquiera la condición aviesa de los
-hombres?
-
-No supo Gil qué contestar, y viéndole en tales dudas, la dama cambió el
-giro de su palabra:
-
---No nos entretengamos parloteando y avancemos por estas fértiles
-llanadas, pisando apenas el follaje muerto de las plantas que dieron
-ya los dulces frutos de primavera y estío... Ya veo brillar tus aguas,
-Tajuña; ya te acercas al punto en que las confundirás con las de tu
-hermano Jarama... Sigamos, hijo... No tardaremos en hallar la florida
-vega de mi Aranjuez querido, oasis de este reino, a donde afluyen aguas
-mil fecundantes.
-
-En un lapso de tiempo cuya brevedad no pudo apreciar el caballero,
-pasó con la Madre bajo los inmensos plátanos y negrillos ya desnudos
-de sus hojas. Eran como bóvedas de alambre, por cuyo enrejado el cielo
-dejaba ver la inmensidad de sus estrellas. Los pies de ambos caminantes
-rozaban el suelo cubierto de hojas caídas, que al veloz paso crujían
-y revoloteaban con manso ruidillo. A la izquierda dejaron la mole del
-palacio, las luces del pueblo, las fuentes aparatosas, calladas; y al
-cabo de un raudo caminar por solitarias alamedas y terrenos blandos,
-cuyos surcos formaban pautas interminables, llegaron al lomo de una
-ribera que, como dique, encauzaba la corriente del dorado Tajo.
-Impresionó a Gil el rumor de las aguas que descendían bufando en
-oleaje hirviente, juntos ya los caudales de Tajo y Jarama. La Madre se
-detuvo en el lomo del dique, y extendiendo sus brazos hacia el río,
-con elocuente ademán de mujer apasionada que se arroja en brazos de su
-amante dijo así:
-
---Al fin llego a ti, mi Tajo potente, mi Tajo impetuoso y varonil...
-En ti me limpio de esta pegadiza roña de mi vejez; en ti recobro mi
-hermosura y majestad.
-
-Y ordenando al caballero con breve mandato que la siguiese sin miedo
-al refuelle de las ondas turbulentas, en ellas se arrojó de cabeza,
-vestida, como ansiosa nereida que se introduce en el lecho de su amado.
-
-
-
-
-XXV
-
-Cuéntase lo que le pasó al caballero en la redoma de peces, con otros
-raros sucesos y visiones.
-
-
-Con arranque de obediente fe se arrojó el caballero tras de la Madre,
-y nadó un rato, luchando con la corriente... La distancia entre ambos
-nadadores se alargó al poco rato. La Madre ondeaba gallardamente
-sobre las aguas, metiéndose y sacándose con airosos meneos de pez o
-de sirena... De pronto, Gil fue acometido de terror... La corriente
-le envolvía; perdió la serenidad. Viendo a la Madre vencedora de las
-inquietas aguas, cerca ya de la otra orilla, se tuvo por abandonado.
-Quiso retroceder, con la esperanza de agarrarse a unas ramas de sauce
-que colgaban no lejos del punto en que él se arrojara... ¡Horrible
-momento! No podía nadar en ninguna dirección. Llamando a su garganta
-toda la energía que le quedaba, gritó:
-
---Madre, Madre, me ahogo... Sálvame...
-
-Pero la nereida iba ya lejos... Estaba de Dios, o de la Madre, que
-_Asur, hijo del Victorioso_, no pereciese en el río, pues cuando mayor
-era su apuro, vio venir un deforme bulto y oyó voces de aliento. El
-bulto que hacia él navegaba era un barquichuelo, más bien balsa o
-chalana. En ella iban dos hombres o monstruos marinos, que dirigían la
-embarcación con una pértiga que apoyaban en el fondo.
-
---¡Eh, caballero! --gritó una voz marinera--: aguántese, que allá vamos.
-
-Cuentan las historias conservadas en el archivo de los Franciscanos
-Descalzos de Ocaña, que _Asur_ fue sacado del Tajo con un aparato de
-pesca que llaman butrón... y que la chalana le transportó a la orilla
-izquierda, donde fue arrojado como cuerpo exánime, y puesto boca abajo,
-echó por esta considerable cantidad de agua. Hiciéronse cargo de él
-unos hombres vestidos de túnicas rojas, que le llevaron a cuestas por
-tierra cenagosa, hasta llegar a una casa que en su ingreso parecía de
-labor, más adentro vivienda suntuosa de un rico hacendado campesino.
-Por de pronto, metiéronle en un aposento donde había chimenea o cocina,
-bien provista de lumbre que alimentaban troncos y raíces de olivo.
-Frente a esta pusieron a Gil, que al dulce calor volvió de su asfixia;
-y despojado de sus ropas viejas que se podían torcer, y fuertemente
-sacudido de estrujones y friegas, le vistieron de nuevo con prendas
-interiores finísimas. Luego le calentaron por dentro con un vino blanco
-manchego que resucitaba a los difuntos, y el hombre se encontró en
-la plenitud y goce de su ser. Llegó al colmo su sorpresa cuando los
-benéficos hombres, que más bien parecían fantasmas, le endilgaron una
-roja túnica de damasco como la que ellos gastaban... Los tragos de vino
-desataron en Gil la locuacidad. Preguntó dónde estaba, y por qué le
-vestían con aquel elegante ropón colorado. Pero los graves sujetos no
-le respondieron palabra. Una sonrisa y el dedo en la boca eran, sin
-duda, el lenguaje usual y corriente en aquella morada del buen callar.
-
-Hallábase, pues, el asendereado caballero en una nueva esfera de la
-vida de encantamiento, que de las anteriores se distinguía por la
-mudanza de las formas de rusticidad y pobreza en formas de elegante
-pulcritud. Un rato tardó en hacerse cargo de su indumentaria. De
-medio cuerpo abajo, su empaque era calzón corto, media negra de seda,
-zapato de charol con trabilla, al uso de clérigo presumido; en el
-cuerpo, camisa de vuelillos y chaqueta de terciopelo con haldetas;
-sobre todo esto, la túnica roja sujeta a la cintura con faja del mismo
-color. Apenas hubo terminado de reconocer su atavío, los silenciosos
-compañeros, vestidos como él, le guiaron por señas hacia otras
-estancias amuebladas con ricos bargueños, tapices, credencias y otras
-lindas antiguallas, que vagamente se distinguían a la tímida luz de
-arcaicos velones.
-
-Llegaron a un ancho comedor, con mesa dispuesta para magnífica cena
-de veinte o más cubiertos. En la cabecera estaba sentada la Madre,
-ya restituida en su soberana belleza y majestad. Quedó Gil pasmado
-de verla, y no pudo contener las demostraciones de su respeto y
-admiración. La dama, risueña, le impuso silencio llevándose el
-dedo a la boca. Vestía túnica blanca de finísima tela con pliegues
-estatuarios; adornaba su seno con frescas rosas coloradas y amarillas;
-sus cabellos, recogidos con suprema elegancia, conservaban la nítida
-blancura, y su rostro, de infinita belleza y gracia, era la imagen de
-la dignidad concertada con dulce y afable alegría.
-
-Sentose Gil en el sitio que le indicaron. Tres comensales había entre
-él y la izquierda de la Madre. A la derecha de esta se sentaba un
-caballero anciano, de faz noble y escuálida, de barba gris puntiaguda,
-tipo tan exacto del Greco, que por un instante se dudaría si era real
-o pintado. Su vestido en nada se diferenciaba del de los demás. La
-mayor rareza de aquel recinto era que los comensales y los que servían
-la mesa llevaban el mismo uniforme, ya descrito, de la roja sotana. En
-aquel palacio del silencio no había criados ni señores. Todos, fuera de
-la soberana Madre, eran lo mismo. Tan solo el prócer de macilenta faz
-ostentaba cierto aire de indefinible principalía. Recordando el cuadro
-del Greco, Gil le bautizó con el nombre de _Conde de Orgaz_.
-
-La cena de que participó el caballero fue de la más genuina culinaria
-española: especiosos guisos, estofados y pepitorias; frutas, miel entre
-hojuelas, suplicaciones y cañutillos; vinos de Esquivias y Yepes. A la
-Madre asistían dos servidores colocados tras ella: el uno era copero;
-el otro le mudaba las viandas, y al terminar le sirvió el aguamanil.
-Advirtió _Asur_ cierta modernización en el estilo de comer. Hacía los
-platos, en la cola de la mesa, un maestresala que poseía la virtud
-de adivinar la porción correspondiente al gusto y apetito de cada
-uno. Como allí todo era contrario al orden natural de las cosas, los
-comensales no hablaban, ni los cuchillos y tenedores de plata hacían
-ruido alguno sobre la finísima porcelana de los platos... Acabose al
-fin el mágico banquete, que Gil diputó como aparato dispuesto por el
-sabio Merlín o por los mismos demonios.
-
-Sin cháchara de sobremesa ni nada parecido, levantose la Madre, a
-todos hizo afable reverencia, y se retiró por la puerta más próxima,
-cuyo tapiz levantó el fantasma copero. Siguiola el _Conde de Orgaz_, y
-otros que algo se asemejaban a creaciones del Greco por sus místicos
-rostros... Desaparecida la Señora, se descompuso el comedor, hundiose
-la mesa, voló la vajilla, extinguiéronse las luces, y los rojos duendes
-se iban filtrando por las paredes sin decir _Jesús_ ni _buenas noches_.
-
-Desconsolado y tristísimo quedó el buen Gil viendo que la Madre partía
-sin decirle tan siquiera _por ahí te pudras, hijo_... Las interesantes
-crónicas de Ocaña no entran en pormenores de cómo pasó el caballero la
-noche, ni de sus atontados pasos en aquel laberinto. Solo consignan
-que durmió en cama limpia y blanda, y que al siguiente día salió de su
-estancia vestido con el propio uniforme que le endilgaron al sacarle
-del río. En el comedor encontró abundante desayuno, y dos, tres o
-cuatro compañeros de cautiverio que le hablaron con el puro lenguaje
-de los ojos. A fuerza de aplicación, iba penetrando los secretos de
-aquel extraño idioma... Ya comprendía los signos elementales... pronto
-podría dar y recibir la expresión de las ideas más comunes... acabaría
-por dominar la mágica sintaxis hasta sostener una conversación larga y
-sutil.
-
-Reconoció después el edificio, que era extensísimo, todo en planta
-baja, y de estructura circular. Corriendo de sala en sala, se volvía
-en veinte minutos al punto de partida. No se conocían allí las
-escaleras, no se encontraba un solo peldaño. Los pasos no producían
-ningún rumor sobre un suelo en que los baldosines lustrosos eran como
-blanda y muda felpa... Andando, andando, salió el caballero a un
-jardín, cuyo piso enteramente plano estaba exactamente al nivel del de
-las habitaciones. Las plantas de aquel jardín parecían de cristal, y
-sus lindas flores no exhalaban ni el más leve aroma. Ningún airecillo
-las acariciaba. El ambiente era quieto y callado, de una opacidad
-semejante al vapor de agua. Los términos lejanos se perdían en la
-pesada atmósfera de agua y leche mezcladas. No había sol... La luz que
-alumbraba el jardín y la casa era luz pasada por invisibles cedazos de
-agua. También el jardín era circular, rodeando la casa. Lo limitaba,
-por la parte contraria a esta, una lisa pared de esmerilada substancia
-dura. Pensó Gil que aquel mágico recinto radicaba en las honduras del
-Tajo, o era reproducción del que visitó don Quijote al descender a la
-cueva de Montesinos.
-
-Por entre los floridos arbustos del jardín vio Gil algunos compañeros
-duendes, que aburridos vagaban sin formar grupos ni hablar unos
-con otros. «O esto es una redoma de peces --se dijo-- y yo uno de
-tantos pececillos colorados, o he descendido a un limbo de cartujos
-pisciformes, erigido en aguas del Leteo.» Buscando alivio a su fastidio
-inmenso, volvió del jardín a la casa, y recorriendo a la ventura las
-habitaciones, pensaba que tal vez habría en alguna de ellas biblioteca
-donde los peces pudieran engañar el pausado tiempo con lecturas
-amenas. Vio trípticos, tapices, papeleras; libros no parecían en parte
-alguna. Divagando fue a dar en una estancia recogida y misteriosa
-situada en el centro del edificio, donde lucían armaduras en maniquíes,
-panoplias bien surtidas de espadas y pistolones; y cuando examinaba con
-ojos de aristócrata estas riquezas, resbalaron sus miradas hacia un
-espejo, en el cual le sorprendieron resplandores extraños, seguidos de
-un ir y venir de sombras o sombrajos que en la superficie del cristal
-se movían. La distraída atención del caballero quedó presa en aquel
-fenómeno, con la idea de que el espejo no reflejaba lo externo, sino
-que a su cristal traía luces e imágenes de su propia interioridad
-mágica... Estando en estas dudas o sospechas, advirtió que de las
-oscilaciones de luz y sombra se determinaba una figura, y mirando,
-mirando, toda el alma en los ojos, llegó a ver tan claro como la misma
-realidad el rostro de Cintia.
-
-Prorrumpió Gil en gritos de alegría llamando a su mujer, cual si
-estuviera en la estancia próxima. En el cristal plantó sus dos manos
-creyéndolo puerta vidriera que podía ceder al impulso. Pronto se hizo
-cargo de que se hallaba en presencia de un fenómeno igual al de la casa
-de Becerro en Madrid.
-
---¿Eres tú, mi Cintia --le dijo--; tú en persona, o eres pintura
-mentirosa con que estos duendes rojos quieren burlarme?
-
---Yo soy --replicó ella con divina sonrisa, mostrando en completa
-claridad su persona de medio cuerpo arriba--. No esperabas que nos
-viéramos. Yo, sí. Hace días que me lo decía el corazón. No sé cómo
-puede ser el que nos veamos... y que hablemos... Misterio es que
-penetraremos algún día.
-
-Y él exclamó:
-
---Por tu vida, Cintia, dime dónde estás, si lo sabes. Yo te juro que no
-sé dónde estoy.
-
-A lo que ella respondió con franca risa:
-
---Anoche, antes de dormirme, te vi dentro de una redoma de peces. Eras
-un lindo pececillo rojo, y nadabas airosamente entre otros del mismo
-color.
-
---Pues no veías más que la verdad; que si esto no es una pecera, es
-cosa muy parecida. Para mí, que vivo en una encantada mansión en las
-profundidades del Tajo. ¿Ves la funda colorada que me han puesto?
-
---Ya te veo, sí: estás muy guapo; y a mí, ¿me ves con mi vestidito de
-percal y este delantal tan majo que me he hecho yo misma?
-
---Eres un sol de hermosura, Cintia de mi vida. Todas las diosas del
-Olimpo son caricaturas comparadas contigo. Siento una pena horrible por
-no poder abrazarte y darte mil besos. Pero no me has dicho... ¿Estás en
-Sigüenza?
-
---Sí, hijo mío: ¿dónde querías que estuviese? Vivo, y vivo muy bien con
-la madre de Regino, en el Colegio de San Antonio. Por cierto, Gil, que
-debo desengañarte... Con pocas palabras limpiaré tu corazón de rencores
-injustos. Atiende a lo que te digo: Regino es un caballero. Créelo
-ciegamente... De su madre ¿qué puedo decirte? Cuantos elogios de ella
-hiciera yo no llegarían a lo cierto. Vivo en completa tranquilidad, sin
-otra pena que tu ausencia. El cariño y el respeto de todos me hacen
-llevadera esta situación, que espero ver pronto terminada. Si en los
-primeros días me molestó un poquito el enfadoso don Ramiro Gaitón,
-Regino supo espantarle gallardamente, y el importuno señor ya no me
-manda recados ni cartitas.
-
---¡Ay, Cintia del alma! ¡qué consuelo me das con lo que acabas de
-decirme! No es consuelo tan solo: la vida me has dado. Creo en ti como
-en Dios, y no necesito saber más para devolver a Regino mi estimación.
-Otra cosa: vives tranquila y sin enojos; pero sobre tu alma pesará el
-tiempo: tendrás días de plomo, horas de mortal fastidio...
-
---Así es, marido mío. Últimamente he combatido el tedio gracias a
-unos cuantos niños de esta vecindad, con los cuales he formado una
-escuelita, la más meritoria distracción que pudiera imaginar. Visitas
-no vienen aquí, ni yo las admito. Pero de algunos días acá tengo un
-entretenimiento y una compañía que son muy de mi agrado. Vas a verlo,
-Gil. No quiero dilatar más la sorpresa que pensaba darte.
-
-Diciendo esto miró al suelo la linda mujer, y en el mismo instante
-saltó a su brazo, y del brazo al hombro, un vivaracho animalejo. Era la
-ardilla de Cíbico.
-
---Mira, _niña_; mira al cristal: ¿no ves a Gil? --díjole Cintia
-acariciándole el rabo.
-
-Fijose el animal, y viendo lo que se le señalaba, hizo con las patitas
-delanteras y el hocico unas muecas y garatusas muy monas, saludo al
-amigo no visto en tanto tiempo.
-
-Contestó Gil con risas y bromas cariñosas a la salutación de la
-bestezuela, y luego quiso saber cómo había venido a tales manos. La
-historia no podía ser más sencilla. Disputábanse una tarde dos monjitas
-del Convento de Almazán sobre cuál tenía más derecho a jugar con la
-ardilla. Una quiso arrebatarla tirándole de una pata; otra la cogió por
-el pescuezo, y en esta porfía, el atormentado animalito mordió a una de
-ellas en un dedo y le hizo sangre. Puso el grito en el cielo la monja
-herida; alborotose la comunidad, dividiéndose en dos bandos clamorosos,
-y para poner fin al escándalo, la madre Priora determinó cortar por
-lo sano, regalando el cuerpo de discordia a un canónigo de Sigüenza
-que aquel día fue a predicarles un sermón. Cargó el reverendo con el
-bicho, y al regresar a su pueblo obsequió con él a una señora rica y
-beata, de cuyas manos pasó a las de la madre de Regino. Los biógrafos
-de Cíbico refieren que la tal dama santurrona, doña Ángela Conejo,
-hermana de don León Conejo, escribano en Molina de Aragón, tenía
-parentesco con Bartolo, y estaba al corriente de sus locos afanes en
-busca de la preciosa _niña_. De aquí vino el depositarla en el Colegio
-de San Antonio, mientras parecía _Corre-corre_, a su vez perdido en la
-divagación mercantil por Brihuega o Cifuentes.
-
-Contó Cintia estas menudencias a su marido, el cual se holgó mucho de
-oírlas. Después de esto, propuso Gil a su mujer que aproximaran sus
-caras al cristal, por una parte y otra, para besarse cuanto quisieran.
-Pero intentado el contacto, no pudo realizarse porque el espejo era un
-medio de comunicación telepática extraño a la física que conocemos
-y gozamos en nuestra limitada ciencia. Cuando aproximaban al cristal
-sus amantes bocas, las imágenes se desvanecían. Maldijeron ambos
-la insuficiente virtud del sortilegio, y como Cintia manifestase,
-dolorida, que a su fin tocaba la conferencia (sabíalo por la íntima
-voz del alma, que en aquellas vegadas era la inspiración de todos sus
-pensamientos), no quiso Gil que las imágenes se borraran sin hacer a la
-de Cintia esta advertencia importante:
-
---Si Regino, si cualquiera otra persona te dijese que me han fusilado,
-no lo creas. Vivo estoy, alma mía. Me pasaron por las armas... pero
-como si no... ¿No lo entiendes? Yo tampoco... Ya te lo explicaré.
-¡Ay, cuándo acabará esta vida prisionera, esta vida de purgatorio,
-desencajada de la vida común!
-
---Ya se acerca el fin, ya está próximo el resucitar... --murmuró la
-bella mujer, apagándose.
-
-¡Preciosa luz, cuyos últimos destellos eran sonrisas! Extinguida ya la
-imagen, aún sonreía en la profunda oscuridad.
-
-
-
-
-XXVI
-
-Del encuentro que tuvo _Asur_ con otro aristócrata, y de lo que
-hablaron por señas previniendo su desencanto.
-
-
-Consolado quedó el caballero con la visión de Cintia; pero su
-alma seguía tropezando en las tristezas que bordan el camino de
-la esperanza... El resto de aquel día y los siguientes, con sus
-larguísimas noches, pasó divagando en salas desiertas, o en el jardín
-de cristalinas flores sin aroma. Entre los fantasmas, duendes o
-pececillos que eran sus aburridos consortes en el fluvial presidio
-esmerilado, distinguió a unos cuantos, que a menudo se producían en el
-mudo lenguaje mímico piscilógico. Y entre estos pocos, se singularizó
-uno que le inspiraba simpatía cariñosa, y era más expresivo y más
-inteligible que los demás. Aconteció que a los tantos o cuántos días
-(la cifra de días se ignora), le tuvo ya por amigo, y entreteniéndose
-ambos en el ejercicio de muecas, ojeadas y garatusas, empezó el cautivo
-a iniciarse en el parloteo redomil: de allí a la posesión del tal
-idioma no había ya más que un paso. Con entender al amigo y poder
-contestarle repitiendo los signos que fácilmente se asimilaba, la vida
-del caballero fue menos ingrata y sus horas menos soporíferas.
-
-Llegaron a entablar larguísimas conversaciones, que el narrador se ve
-obligado a reproducir, sin responder de su exactitud, por ser este caso
-el más inverosímil y maravilloso de las aventuras del encantado Tarsis.
-Sin dudar de la veracidad del reverendo franciscano descalzo que nos
-ha transmitido aquellos interesantes coloquios, es deber del narrador
-señalar el sin igual prodigio de que con signos o pucheros de la boca,
-guiños de los ojos y algún meneo de las manos, se expresen hechos y
-abstracciones que aun con todos los recursos del lenguaje oral, no
-habrían de exteriorizarse fácilmente. Pero como ello cae debajo de la
-desconocida ley de encantamiento o hechicería, forzoso será cerrar los
-ojos y tragarlo todo, sin reparar en que pase por el gaznate alguna
-ruedecilla de molino.
-
-Lo primero que hizo entender a Gil el amigo y compañero de tediosa
-esclavitud, fue que aquel recinto del quietismo acuático era comúnmente
-la postrera etapa o estación del vía-crucis correccional. Bien
-baqueteados llegaban allí los penitentes, con las voluntades bien
-sacudidas y las entendederas abiertas a la razón. Allí se les daba la
-última pasadita, el barniz que llamaban _cura del silencio_, soberano
-remedio que atajaba el flujo de las palabras ociosas.
-
-La estancia en aquel Limbo solía durar dos o tres años, y una vez
-cursada la asignatura del buen callar, salían ya los caballeros en
-disposición de volver al mundo. Protestó _Asur_ con airado gesto
-de la duración de aquel lento suplicio; pero el amigo no tardó en
-tranquilizarle, diciéndole que en la pecera sin ruido las leyes del
-tiempo se regían por cómputos y divisiones distintas de las del mundo.
-Lo que en este se llama un día, en la pecera era un mes lunario.
-
---De modo --añadió el informante--, que si tú, pongo por caso, te
-duermes esta noche a las ocho en punto y despiertas a la misma hora de
-mañana, puedes decir que has dormido veintisiete días, siete horas,
-cuarenta y tres minutos y once segundos y medio.
-
-Abriendo en todo su grandor ojos y boca, expresó Gil su admiración y
-alegría. Y no era para menos, pues contados de aquel modo, dos años en
-la pecera equivalían a veintiséis días solares. Más extraordinario que
-esto era que tan complicada explicación se diese haciendo morritos con
-los labios, enseñando ahora los dientes, ahora la lengua, y agregando
-como elemento prosódico el punteado de las manos. No era lícito emplear
-el alfabeto digital de sordomudos, ni podrían hacerlo los pececillos
-aunque quisieran, pues al entrar en la redoma desconocían absolutamente
-las letras, así por lo gráfico como por lo mímico... En una segunda
-conversación, paseando entre arbustos de cristal, el amigo se excedió
-en la confianza.
-
---Parece mentira --dijo con rapidísimas contracciones de boca y nariz--
-que no me hayas conocido. Yo te conocí desde que entraste en la redoma.
-Mírame bien, Carlos de Tarsis. ¿No te acuerdas de Pepe Azlor, Duque de
-Ribagorza? (Gran dilatación de boca fue el signo de inteligencia del
-caballero _Asur_.)
-
---Yo fui encantado antes que tú --prosiguió el pececillo-- por
-desatinos y aberraciones que ahora no son del caso... Yo he corrido
-como tú; yo he rodado como piedra que arrastran los ríos, y de tanto
-correr y rodar, mi ser anguloso y cortante se ha pulimentado... Ya
-estoy bien redondito... Como en nuestro cautiverio andante se nos
-permite y aun se nos recomienda el amor que vigoriza nuestras almas,
-yo... Antes te diré que me han tenido largo tiempo en la galería más
-honda y más negra de una mina de carbón... Justo castigo a mi perversa
-frivolidad... Hacinados como reses dormíamos los trabajadores en una
-cuadra próxima a la mina, y en aquellos horrendos lugares conocí a una
-linda muchacha, vendedora de aguardiente. Me enamoré de ella, y he
-aquí que vivimos felices... y... En fin, que mi Cloris será, y no me
-pesa, Duquesa de Ribagorza. Y ahora, dejo a un lado mis cosas y voy
-a las tuyas, que de ellas tengo conocimiento por hallarme casi en el
-punto de extinción de mi condena. Entre paréntesis, querido Tarsis, yo
-saldré mañana... Sigo contándote, y dispensa mis digresiones... Tú te
-enamoraste de una maestra de escuela: la seguiste, la robaste, y en
-libre ayuntamiento con ella estuviste unos días... Desde aquellos días
-al presente ha pasado un año...
-
-No pudo contenerse _Asur, hijo del Victorioso_, y con boca y nariz,
-ayudado de las flexibles manos, soltó este donoso parlamento:
-
---Anoche vi a mi mujer en un espejo que tenemos en la sala de
-armaduras. No habló conmigo como la primera y segunda vez que nos
-vimos. No hacía más que reír y reír del modo más gracioso. Llevaba en
-brazos un niño chiquitín.
-
-Y el otro le dijo:
-
---Tu mujer te ha dado descendencia, como a mí la mía. Eso nos
-encontraremos al volver al mundo...
-
-Viéndole caviloso y mohíno, le llevó al rincón más apartado del
-jardín, para recatarse de los vagantes compañeros, y a solas cambiaron
-las declaraciones más íntimas.
-
---Ya te lo he dicho: salgo mañana --murmuró Azlor, que en la suma
-discreción no empleaba otro lenguaje que el de los ojos.
-
-Y Gil replicó angustiado:
-
---¿Pero hasta cuándo ¡por vida de Merlín! me tendrá la Madre en este
-presidio bobo? ¿Has hablado tú con ella?
-
---Sí --significó el otro--. Soy su pariente en décimo grado por la
-rama de Aragón. Las confianzas que tiene conmigo no las tiene con
-nadie... Aquí se nos presentó anoche. Yo dormía. Me despertó un ruido
-de catarata... Salté, salí... Encontré a mi Señora en este mismo sitio
-donde ahora estamos... Con interés vivo me preguntó por ti... contome
-lo del alumbramiento de tu mujer, a quien tiene en grande estimación
-por su talento y virtudes... Luego hacia ti resbaló la conversación...
-Dice que eres de buen natural, con el grave defecto de arrebatarte
-fácilmente. Te dará de alta cuando la _cura del silencio_ te haya
-secado la vena del decir ocioso. Yo abogué por ti... Vaciló nuestra
-Señora... Por fin, cediendo a mis ruegos, diome licencia para llevarte
-mañana conmigo...
-
---¡Mañana!... ¡salgo mañana de esta redoma! --exclamó Gil, si exclamar
-es abrir la boca extremando la elasticidad de los labios--. Tanta dicha
-me trastorna, querido Azlor... No podré contener las ganas de alzar el
-grito, de cantar un himno a la libertad...
-
---¡Silencio... por los clavos de Cristo, silencio! Sigue mi ejemplo,
-querido Tarsis. Ya ves que soy muy callado.
-
---Ya lo veo.
-
---Condición precisa impuesta por la Madre: saldrás conmigo si poniendo
-un punto en tu boca demuestras haber ganado borla de doctor en la
-Facultad del buen callar... A esta triste morada vienen los que por
-hablar demasiado ahogaron en océanos de palabras la voluntad y el
-pensamiento de la vida hispánica. Casi todos los que ves aquí son
-oradores... Hablaron mucho y no hicieron nada. Maestros son algunos
-de la palabra altísona, fascinadores públicos, que con la magia
-de su arte y la diversidad de sus retóricas convirtieron la torre
-de la elocuencia en torre de Babel... Y el más notado de nuestros
-compañeros, ese que llamas _el Conde de Orgaz_, tres veces fue dado
-de alta, y otras tantas volvió acá, por reincidencia en el vicio que
-le devora. No es propiamente orador, sino hablador. Su elocuencia
-consiste en despotricar con gracia y facundia, refiriendo vida y
-milagros de cuantas damas y caballeros hay en la Corte, y aderezando su
-maledicencia con chistes sangrientos y reticencias traperas. Entiendo
-yo que ese no se curará jamás. Por su vejez en cierto modo gloriosa
-en el ciclo picaresco de nuestra raza, es el único a quien se concede
-aquí el uso de los naipes. Se pasa los días sinódicos, que son meses,
-haciendo solitarios...
-
---No quisiera verme en tan duros castigos --dijo Tarsis--; y para que
-me saquen pronto de aquí, y no vuelvan a traerme, pondré en mi boca
-cuantos puntos y puntadas sean menester... Da pena ver a estos que
-fueron habladores convertidos en pececillos, sin otra señal de vida
-que el ondear perenne en las curvas del cristal, sin otro lenguaje que
-el abrir y cerrar de bocas, como un signo confesional de la religión
-del bostezo... Ya rabio por salir... Dime cómo se sale y cómo cambiamos
-de ropa, pues con este empaque pisciforme no podríamos volver al mundo
-sin que nos apedrearan.
-
-No fueron muy explícitos los informes que el caballero Azlor dio al
-caballero Tarsis acerca de la salida de la reclusión. Primero dijo
-que los absueltos eran sacados con un aparato de pesca; después, que
-se escabullían subiéndose al techo de una de las habitaciones, o que
-en la circular tapia cristalina del jardín había una puertecilla,
-un torno, una trampa... La propia indeterminación se advierte en el
-relato del fraile franciscano tan descalzo como erudito. El santo
-varón quiere describir el cómo y dónde de la salida, y se hace un
-lío... En un pasaje de su cronicón asegura que vio salir a muchos
-con el traje fresco que usaba nuestro padre Adán en el Paraíso, y
-en otro habla de que los echaban con un aparato de noria, vestidos
-con la ropa que trajeron al entrar. Forzoso es prescindir de estas
-referencias equívocas en lo accidental, y atenernos a las fundamentales
-aseveraciones del reverendo; que si el tal dejó fama de _trolista_,
-inventor de cuentos para la infancia, también la tuvo de gran teólogo y
-comentador de los sagrados libros.
-
-Bajo la fe y autoridad del religioso cronista, puede afirmarse que a
-media mañana de un claro día (no hay indicación de fecha ni cosa que lo
-valga) se encontraron Azlor y Tarsis fuera del cristalino palacio, y
-que lo primero que se les vino a las mientes fue cambiar de ropa, pues
-aún llevaban las sotanas de color purpúreo, de tela suave y escamosa.
-El caballero Azlor propuso, con buen acuerdo, que se encaminaran a su
-finca, camino de Añover de Tajo, donde fácilmente se limpiarían de
-aquella piel ictínea, pues no era decente presentarse en el mundo como
-escapados de un _aquarium_. Dicho y hecho. En tres cuartos de hora
-llegaron a las posesiones de Azlor, donde hallaron abrigo, comodidad y
-servidumbre hacendosa. Como ambos caballeros tenían la misma talla y
-carnes, con ropa del uno se vistieron elegantemente los dos.
-
---Al cumplir mi condena --dijo el que ya no se llamaba Gil--, no me
-sentiré dichoso si no logro complementar mi vida. Y te aseguro que me
-estorban estos cuellos y esta corbata, y el traje todo que envuelve
-mi humanidad. Cree que me siento celtíbero... Espero con ansiedad la
-impresión que ha de causarme la gente que hace tiempo perdí de vista.
-Sus ideas entiendo que han de parecerme extrañas y en pugna con las
-mías.
-
---En igual situación me encuentro --replicó el otro--. Puedes
-creer que me cargan los guantes. Me siento visigodo... Pero ya nos
-arregostaremos, como se dice por allá... ¿Y qué hacemos ahora? La
-Madre me ordenó que volvamos a nuestras viviendas, como si de ellas
-hubiéramos salido ayer. En tu casa y la mía encontraremos lo que
-dejamos, y nuestra ausencia no habrá sido notada. Esto excede al
-desatino de los más locos ensueños; pero así ha de ser... quien
-manda, manda. Vayamos a Madrid penetrándonos de que esto no es más
-que un despertar, un abrir de ojos, que nos pone delante el mundo que
-desapareció al cerrarlos por cansancio... o del sueño.
-
---Así es --dijo Tarsis, ya metidos los dos en el automóvil y corriendo
-hacia la Sagra--. Pero fíjate en una cosa, Pepe. Lo primero que tenemos
-que hacer, para que no se rían de nosotros, es enterarnos bien del
-día en que vivimos. ¿En qué fecha estamos, en qué mes, en qué año? La
-estación parece otoñal. Están rompiendo la tierra en los barbechos...
-Por Dios, Pepe: pregúntale a tu _chauffeur_. Es ridículo no tener idea
-del tiempo que hemos pasado en presidio.
-
---Ya buscaré yo un discreto modo de hacer la pregunta sin que
-parezcamos tontos o desmemoriados insubstanciales --dijo Azlor--. Si he
-de decirte la verdad, creo que no debemos preguntar nada, y esperar a
-que la conversación corriente nos descifre el enigma.
-
---¡Pero el año, Pepe, el año...!
-
---Lo sabremos por los primeros almanaques que nos salgan al rostro...
-Todos los años son iguales a un año cualquiera.
-
-A medida que avanzaban hacia la Corte, en el cerebro de uno y otro
-iban recobrando su casilla las ideas que dispersó el interregno vital.
-Diríase que eran ideas proscriptas que volvían al hogar patrio. Esto
-que ocurre cuando regresamos de un largo viaje, en aquel caso fue como
-un despertar del ensueño a la realidad, lo que no siempre es grato.
-Así lo pensaba el buen Tarsis, que se entristeció sintiendo entrar en
-su memoria los nombres e imágenes de todos sus amigos y relaciones de
-antaño, y viendo resurgir su anterior y nada meritoria existencia...
-Arrastrados por la fogosa gasolina, pasaron como huracán por Illescas,
-Torrejón de la Calzada, Parla, Getafe. Acortando marcha, hicieron su
-entrada en Madrid por el puente de Toledo, y esquivaron la puerta y
-calle del mismo nombre, torciendo por las Rondas en dirección de las
-barriadas del Este... En la imaginación de Tarsis, todo lo que veía
-se le representó como cosa despintada, como artificio que funcionaba
-torpemente, como semblante triste mal embadurnado de alegría.
-
---¡Oh, Madrid, patria mía! --exclamó--. Con más gusto entré en Boñices.
-
-
-
-
-XXVII
-
-Con el desencanto de _Asur_ terminan, por hoy, estas locas aventuras
-hispánicas.
-
-
-Avanzando por los Paseos del Botánico, Prado y Recoletos, ambos
-caballeros empalmaban rápidamente la realidad con sus desencantadas
-personas.
-
---No olvides --dijo Azlor--, que mi tía nos espera esta noche. Allí
-iremos a pasar un rato.
-
---¡Ah! sí: la Ruy-Díaz --murmuró Tarsis atormentado por su memoria,
-la memoria del vivir nuevo--. Hemos resucitado en el punto donde
-fenecimos. En casa de tu tía estuve la noche anterior a mi
-encantamiento. Esto es despertar en la misma postura en que nos
-dormimos... Pues no me disgusta esta manera de anudar el hilo roto
-de la existencia normal. De la casa de tu tía conservo dulces
-remembranzas. Allí conocí a personas que se me metieron en el corazón,
-y en él moran todavía. Allí, si mal no recuerdo, tuve el gusto de ver
-a una dama distinguidísima, de cabellos blancos, tan seductora por su
-talento como por su exquisito trato, la Duquesa de Mío Cid...
-
---Es mi tía en décimo grado, por la rama de Aragón. No sé si estará en
-Madrid. Viaja de continuo, y las ruedas de su automóvil se saben de
-memoria todo el mapa de España. Su _chauffeur_ es un espíritu genial,
-engendrado por el tiempo en las entrañas de la Historia... ¿Qué haces,
-Tarsis? ¿Te duermes?
-
---Cerrando los ojos comprendo mejor lo que dices... ¿Dónde estará en
-este momento tu excelsa tía en décimo grado?
-
---Me figuro que está en tierras de la Coronilla, a la parte de allá del
-Moncayo.
-
---Ayer dormía en aguas del Tajo; hoy se solaza en los brazos del Ebro.
-
---Son sus maridos... son sus amantes predilectos... Cada día le nacen
-mil hijos... los cría en los dorados trigales, en los barbechos fríos,
-a una y otra banda de Mulhacén, de Gredos, de Peñalara, de Montesdeoca,
-y en el sin fin de pueblos ricos o miserables; aquí mismo, en este
-Madrid picaresco, los cría y los mata... Yo también me duermo, Carlos;
-yo me meto en la hondura del pensar que ennoblece...
-
---Salgamos, sí, del árido pensar que nos vulgariza. Tu tía nos ha
-enseñado la ciencia compendiosa del vivir patrio. Hagamos honor a sus
-lecciones. Seamos hombres, no muñecos de resortes gastados.
-
-Hablando así, llegaron a la casa de Tarsis, donde este se quedó,
-mientras el amigo a la suya, no lejos de allí, se encaminaba. Quedaron
-en reunirse de nuevo a las ocho para comer en el Viejo Club, desde
-donde se irían tranquilamente al palacio de Ruy-Díaz. En su vivienda
-entró _Asur, hijo del Victorioso_, y supo disimular su emoción,
-afectando ante la servidumbre la frialdad de los actos corrientes, y el
-donoso ajuste del hoy con el ayer. Todo lo encontró tal como lo dejara
-en una fecha remota, cuya distancia en los renglones del tiempo no
-podía precisar... Algunas cartas vio en la mesa de su despacho, y entre
-ellas una que le hizo el efecto de un tiro... hay tiros de júbilo. En
-el sobre reconoció la fina, correcta y elegante letra de la maestra de
-párvulos de Calatañazor. Con garra de león rasgó el sobre; con ojos
-ávidos leyó lo siguiente:
-
- «Caballero Tarsis: ya sé que está usted libre, y que ha dejado en las
- orillas del Tajo su fingida personalidad de salmonete para recobrar
- su verdadero ser y estado social. Mi enhorabuena. Yo también he
- soltado en el claro Henares mi rusticidad y pobreza; ya me han traído
- a lo que fui, bien corregida de mi orgullo, y del desprecio con que
- miré a los que no poseían caudales como los que por herencia, no por
- trabajo, poseo yo... Al venir de mis galeras no he venido sola. He
- tenido un hallazgo precioso que quiero mostrar al caballero _Asur,
- hijo del Victorioso_. Quien sigue los pasos de _Asur_ me ha dicho a
- dónde va esta noche. Allí me encontrará y hablaremos. Se ríe en las
- barbas de usted su amiga, la desdeñosa americana, -- _Cintia_.»
-
-Fulgurante de alegría Tarsis exclamó:
-
---Madrid mío, ¡qué bello eres! Dentro de un rato me darás la
-compensación de las horribles noches de Sigüenza y Pitarque.
-
-A las diez dadas, entraban Azlor y Tarsis en el palacio de la Duquesa
-de Ruy-Díaz, morada tan espléndida como artística; todo era allí
-rico sin chillería, de suprema distinción, en el tono justo de la
-verdadera elegancia. La Duquesa, ya bien entrada en la madurez de la
-vida, perfecto tipo de la modestia señoril, recibía y obsequiaba a sus
-amistades con gracia exquisita y afable naturalidad. No lejos de ella,
-la Duquesa de Mío Cid contaba en un grupo de señoras las peripecias de
-sus últimos viajes por abandonadas tierras de nuestra España, y las
-picardías y desafueros de unos gigantes malignos que llaman Gaitanes,
-Gaitines y Gaitones... Vio Tarsis muchedumbre de damas elegantes, las
-unas bonitas y jóvenes, las otras de mediana edad, bien compuestas y
-restauradas de rostro y talle; vio caballeros de distintas cataduras,
-esbeltos, gordos, esmirriados, profundamente serios o superficialmente
-festivos.
-
-A los más fue saludando Tarsis con frase afectuosa de etiqueta
-corriente. Su imaginación exaltada reprodujo en algunas figuras otras
-de muy distinta esfera que había visto y tratado en su azarosa vida
-penitencial. Una de las damas era propiamente la _Usebia_ de Aldehuela
-de Pedralba, adobada la belleza campesina con blanquetes cortesanos,
-enmendado el talle bárbaro con cincha de ballenas. El prurito de las
-semejanzas llevó a Tarsis al delirio. Entre los caballeros vio la
-procerosa estampa de don Alquiborontifosio rediviva en la figura de
-un académico melenudo y cegato. Observando aquella gente, sin sentir
-hacia ella menosprecio ni aversión, llegó a posesionarse de la síntesis
-social, y a ver claramente el fin de armonía compendiosa entre todas
-las ramas del árbol de la patria.
-
-Explorando con avidez la muchedumbre, el caballero distinguió a Cintia
-en un grupo lejano, rodeada de lindas jóvenes y galancetes empalagosos.
-Si aún fuera lícito aplicar a esta verídica narración los fenómenos de
-picaresca hechicería, podría decirse que Tarsis vio la celestial risa
-de su amada antes de ver su rostro. Pero estas licencias hiperbólicas
-no cuelan ya. La vio; fue hacia ella en momento propicio para un
-discreto coloquio. La selecta concurrencia se agolpaba con cierto
-desorden en el Salón de Música, donde un famoso pianista extranjero, de
-copiosa pelambre y maravillosos dedos, había de idealizar la reunión
-con sonatas clásicas. El caballero español y la gentil americana
-lograron situarse juntos en un rincón distante del _Pleyel_. Las teclas
-del admirable instrumento y las manos del _virtuoso_ eran trama y
-urdimbre del sublime tejido musical en que se prendía y enganchaba la
-sutil atención de todos los presentes.
-
-Gran psicólogo es Beethoven y portavoz ecualitario del humano
-dolor, exhalado de las almas humildes como de las que se tienen por
-linajudas... Abandonando sus oídos a la onda musical, y dejándolos que
-en ella se anegaran, Cintia y su caballero a un tiempo tocaban y oían
-la música de sus almas. Sin molestar a los circunstantes hallaron modo
-de secretear cuanto quisieron, y de comunicarse con susurro _pianísimo_.
-
---Ya sabía yo --dijo él-- que al volver usted de las galeras, no ha
-venido sola.
-
---Caballero Tarsis --replicó Cintia sofocando su risa con graciosos
-morritos--, ¿cómo se atreve usted a ofender mi delicadeza ... mi pudor,
-mejor dicho, hablándome de un asunto que debiera confundirme... que
-debiera avergonzarme?
-
---Antes que me lo indicara en su carta, sabía yo que se ha traído usted
-un precioso chiquitín.
-
---Bueno, bueno... dejo a un lado el rubor; recobro mi sana franqueza;
-declaro que es cierto lo de la criatura, y que ella es mi felicidad...
-
---Seamos ambos sinceros, como nos lo ha enseñado nuestra Madre, y tú
-por tú, hablémonos como en las dichosas horas del parador de Atienza.
-Pareció la ardilla del gran Cíbico; ha parecido también la verdad
-que buscábamos, y la culminante verdad no puede ser otra que el amor
-nuestro... nacido antes del encantadijo, alentado con fuego pasional
-en los días de penitencia y expiación... en la _Dehesa_ de Ágreda, en
-Numancia gloriosa, en Calatañazor de triste memoria, en...
-
---Basta, caballero Tarsis... --dijo Cintia contraída en dulce
-seriedad--. Pues hemos vuelto a la vida normal, cesen las bromas.
-Sin reírme, digo que el niñito lo tuve de un mozarrón muy bruto que
-trabajaba en la cantera de Ágreda... Fui su mujer en cuantito me sacó
-del cautiverio de los Gaitines.
-
---Pues el bruto soy yo. Me llamo Gil.
-
---Y yo soy Pascuala. Nuestro chiquitín parece que viene muy listo.
-Pronto le enseñaré yo a decir _che, i, ene: chin_.
-
---Nació en Sigüenza... Debemos gratitud a la madre de Regino...
-
---Ella fue la madrina.
-
---¿Qué nombre le pusiste?
-
---_Héspero_, en memoria de nuestra Madre.
-
---Muy bien. ¿Has visto a la Madre? Aquí está.
-
---La vi... Hablamos un momento. Me dio un recadito para ti... Que
-me quieras mucho... que velará por nosotros. ¿Y tú, has visto a tu
-pariente Torralba de Sisones?
-
---Sí: nos hemos saludado. Yo me digo: ¿por qué a la Madre benéfica no
-se le ha ocurrido encantar a ese idiota?
-
---Los perversos y los tontos rematados no son susceptibles de
-encantamiento. La Madre impone su corrección a los hijos bien dotados
-de inteligencia, y que sufren de pereza mental o de relajación de la
-voluntad. En la naturaleza corregida de estos elementos útiles, espera
-cimentar la paz y el bienestar de sus reinos futuros.
-
---Bendita sea mil veces.
-
---Otra cosa tengo que decirte... ¿Sabes que mi tío Borjabad, aquel
-gaznápiro que fue mi arráez en las galeras, encontró al fin la mina que
-buscaba?
-
---¿De veras?
-
---Espérate un poco. El hombre _ajondaba_, como decía Cíbico, y
-_ajondando_ llegó hasta la capa terrestre de mi patria, Colombia. La
-mina era de plata, y apareció en mis dominios. Soy ahora más rica que
-antes.. Tú, según dice la Madre, eres más pobre. ¿Pero qué nos importa?
-Nuestros bienes son comunes, y entre nosotros no puede haber ya _tuyo y
-mío_... Haremos grandes cosas, ¿verdad?
-
---Desecaremos las lagunas de Boñices, y sobre la pobre aldea
-edificaremos una gran ciudad.
-
---Construiremos veinte mil escuelas aquí y allí, y en toda la redondez
-de los estados de la Madre. Daremos a nuestro chiquitín una carrera: le
-educaremos para maestro de maestros.
-
---Y en la plaza de Nueva-Boñices pondremos la estatua de
-Alquiborontifosio de las Quintanas Rubias.
-
---Y a Cíbico le traeremos a nuestro lado...
-
---Y al gran Becerro nombraremos archivero mayor de todos los reinos
-descoronados... con un sueldo que asegure su existencia estudiosa...
-
---Y a la ardilla de Cíbico la nombraremos monja honoraria de todos los
-conventos.
-
---Y convertiremos en barrenderos o en repartidores de periódicos a
-todos los Gaitanes, Gaitines y Gaitones...
-
---Eso y mucho más haremos... Cuidado... parece que termina el
-concierto...
-
---Sí... aplaudamos. No digan que somos insensibles a la buena música.
-
---Yo aplaudo a rabiar.
-
---Ahora, vida y alma mía, despidámonos... tú primero, yo después... y
-quedemos de acuerdo para salir juntos. ¿Tienes en la calle tu coche?
-
---Sí... saldremos juntos. ¿A dónde iremos? ¿A tu casa o a la mía?
-
---Por de pronto a la tuya, Cintia. Esta noche cantaremos el _Gloria in
-excelsis_, y adoraremos a nuestro Niño Dios.
-
---Está bien. Vámonos a mi casa, Gil, que ya es tuya, como la tuya es
-mía... Y mañana...
-
---Mañana y siempre juntos... Despídete... Aquí te espero.
-
---Ya me he despedido... Ahora tú... Nos encontraremos en la antesala...
-
---Ea, ya estamos en franquía. Te doy el brazo para bajar la escalera...
-
---Ya bajamos... Despide tu automóvil... ya entramos en mi coche...
-Abracémonos y besémonos cuanto nos dé la gana...
-
---Ya era hora... Llegamos a tu casa.
-
---Ya subimos... Entra... Verás a _Héspero_... Pasa... Aquí le tienes
-dormidito...
-
---Ya lo veo: ¡qué ángel! Es mi retrato...
-
---Boca y nariz, tuyas... La frente y ojos son de la _Madre_.
-
---El alma tiene de ella... Cintia, cenaremos.
-
---Cenaremos, descansaremos...
-
---Descansaremos... Siento aquí la presencia invisible de nuestra Madre
-que nos manda repoblar sus estados...
-
-
-FIN DE EL CABALLERO ENCANTADO
-
-
-~Santander-Madrid, julio-diciembre de 1909.~
-
-
-
-
-ÍNDICE
-
-
- Páginas.
-
-I.--De la educación, principios y ociosa juventud del caballero. 5
-
-II.--Que trata de las amistades y relaciones del caballero. 12
-
-III.--Donde se verá el interesante coloquio del caballero Tarsis
-con sus amigos. 22
-
-IV.--Cuéntase la rigurosa desdicha del caballero, seguida de
-sucesos increíbles. 36
-
-V.--Siguen los prodigiosos y disparatados fenómenos, hasta
-determinar lo que es final y principio. 49
-
-VI.--Donde verdaderamente empiezan las verdaderas e
-inverosímiles andanzas del caballero encantado. 57
-
-VII.--De la venida de don Gaytán de Sepúlveda, con otros
-inauditos sucesos que verá el que leyere. 70
-
-VIII.--Prodigiosa y familiar conversación que tuvieron el
-caballero y la Madre desconocida. 84
-
-IX.--Continúa el coloquio entre Gil y la Encantadora. 97
-
-X.--De la blanda vida pastoril, pasa el caballero a vida más
-dura. 108
-
-XI.--Donde brillan con toda claridad la ternura y discreción
-de la hermosa Cintia. 121
-
-XII.--Del conocimiento que hizo Gil con el industrioso mercader
-Bartolo Cíbico. 130
-
-XIII.--Prosiguiendo en su vaga peregrinación, el encantado
-caballero va camino de Numancia. 145
-
-XIV.--De la increíble presencia del espíritu de Becerro en las
-gloriosas ruinas, y de sus hechos y dichos. 156
-
-XV.--De lo que vio el caballero en el osario de Numancia. 168
-
-XVI.--Refiérense nuevas aventuras y desventuras del caballero
-peregrino. 183
-
-XVII.--De las extraordinarias visiones, y del feliz encuentro
-que tuvo el caballero en su retirada de Calatañazor. 199
-
-XVIII.--Refiérese lo que el caballero vio y oyó en el mísero y
-olvidado lugar de Boñices. 212
-
-XIX.--Donde se cuenta el terrible encuentro del caballero con
-un desaforado gigante, y cómo luchó con él y le dio muerte, con
-otros sucesos interesantes. 230
-
-XX.--De cómo pasaron el caballero y sus amigos de la esclavitud
-de los Gaitines a la no menos insolente y dura de los Gaitones. 245
-
-XXI.--Donde se verá cómo principió el espantoso vía-crucis y
-horrendo calvario del caballero sin ventura. 258
-
-XXII.--Refiérense, con el vía-crucis del caballero, las escenas
-de pobretería en el corral de Pitarque. 276
-
-XXIII.--De cómo las picantes aventuras se vuelven dolientes y
-trágicas. 293
-
-XXIV.--Allá van los peregrinos, de tierra en tierra, de río en
-río. 307
-
-XXV.--Cuéntase lo que le pasó al caballero en la redoma de peces,
-con otros raros sucesos y visiones. 320
-
-XXVI.--Del encuentro que tuvo _Asur_ con otro aristócrata, y de
-lo que hablaron por señas previniendo su desencanto. 331
-
-XXVII.--Con el desencanto de _Asur_ terminan, por hoy, estas
-locas aventuras hispánicas. 340
-
-
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- </head>
-
-<body class="formato">
-<div lang='en' xml:lang='en'>
-<p style='text-align:center; font-size:1.2em; font-weight:bold'>The Project Gutenberg eBook of <span lang='es' xml:lang='es'>El caballero encantado</span>, by Benito Pérez Galdós</p>
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-This eBook is for the use of anyone anywhere in the United States and
-most other parts of the world at no cost and with almost no restrictions
-whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms
-of the Project Gutenberg License included with this eBook or online
-at <a href="https://www.gutenberg.org">www.gutenberg.org</a>. If you
-are not located in the United States, you will have to check the laws of the
-country where you are located before using this eBook.
-</div>
-</div>
-
-<p style='display:block; margin-top:1em; margin-bottom:0; margin-left:2em; text-indent:-2em'>Title: <span lang='es' xml:lang='es'>El caballero encantado</span></p>
-<p style='display:block; margin-left:2em; text-indent:0; margin-top:0; margin-bottom:1em;'><span lang='es' xml:lang='es'>Cuento real... inverosí­mil</span></p>
-<p style='display:block; margin-top:1em; margin-bottom:0; margin-left:2em; text-indent:-2em'>Author: Benito Pérez Galdós</p>
-<p style='display:block; text-indent:0; margin:1em 0'>Release Date: January 8, 2022 [eBook #67126]</p>
-<p style='display:block; text-indent:0; margin:1em 0'>Language: Spanish</p>
- <p style='display:block; margin-top:1em; margin-bottom:0; margin-left:2em; text-indent:-2em; text-align:left'>Produced by: Ramón Pajares Box and the Online Distributed Proofreading Team at https://www.pgdp.net (This file was produced from images generously made available by The Internet Archive/Canadian Libraries)</p>
-<div style='margin-top:2em; margin-bottom:4em'>*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK <span lang='es' xml:lang='es'>EL CABALLERO ENCANTADO</span> ***</div>
-
-<div class="front">
- <hr class="full" />
- <p><a href="#ToC">Índice</a></p>
- <h1 class="faux">El caballero encantado</h1>
-</div>
-
-<div class="transnote" id="tnote">
- <p class="tnotetit">Nota de transcripción</p>
- <ul>
- <li>Los errores de imprenta han sido corregidos.</li>
-
- <li>La ortografía del texto original ha sido modernizada de acuerdo con
- las normas publicadas en 2010 por la Real Academia Española.</li>
-
- <li>Se convierten los entrecomillados en rayas iniciales de diálogo
- donde el texto adopta forma dialogada. Se espacian las restantes
- rayas según las convenciones ortotipográficas más recientes.</li>
-
- <li>En el original impreso, las indicaciones o acotaciones escénicas
- se distinguen del texto principal por su menor tamaño. En esta
- transcripción se presentan además en cursiva.</li>
- </ul>
-</div>
-
-
-<div class="screenonly x-ebookmaker-drop">
- <hr class="chap" />
- <div class="figcenter">
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- </div>
-</div>
-
-
-<div class="tit pt6">
- <hr class="chap" />
- <p><span class="pagenum" id="Page_1">p. 1</span></p>
- <p class="fs110 lh200">EL</p>
- <p class="fs150 lh200 ws1">CABALLERO ENCANTADO</p>
- <hr class="chap" />
-</div>
-
-
-<div class="chapter pt6">
- <div class="legal">
- <p><span class="pagenum" id="Page_2">p. 2</span>Es propiedad. Queda
- hecho el depósito que marca la ley. Serán furtivos los ejemplares que
- no lleven el sello del autor.</p>
- </div>
-</div>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="tit">
- <p><span class="pagenum" id="Page_3">p. 3</span></p>
- <p class="fs120 lh150 ws1">B. PÉREZ GALDÓS</p>
- <p class="fs90 lh150 ws1">NOVELAS ESPAÑOLAS CONTEMPORÁNEAS</p>
- <hr class="fil" />
-
- <p class="fs150 g1 mt15">EL</p>
- <p class="fs175 g1 mt05">CABALLERO ENCANTADO</p>
- <p class="fs110 g0 ws1 mt15">(CUENTO REAL... INVEROSÍMIL)</p>
-
- <hr class="sep0" />
- <p class="fs110 g1 mt2">9.000</p>
-
- <div class="figcenter mt3">
- <img src="images/logo.jpg"
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- alt="Logotipo del editor" />
- </div>
-
- <p class="lh150 negr g1 mt3">MADRID</p>
- <p class="fs90 lh150 g2 ws2">PERLADO, PÁEZ Y COMPAÑÍA</p>
- <p class="fs80 lh150 g1 ws1">(Sucesores de Hernando)</p>
- <p class="fs80 lh150 g2 ws2">Arenal, 11</p>
- <p class="lh150 negr g0">1909</p>
-</div>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt6">
- <p class="smaller lh150 centra ws2">EST. TIP. DE LA VIUDA E HIJOS DE TELLO</p>
- <p class="centra lh150 asc ws1">IMPRESOR DE CÁMARA DE S. M.</p>
- <p class="fs80 lh200 centra ws1">C. de San Francisco, 4</p>
-</div>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch1">
- <p><span class="pagenum" id="Page_5">p. 5</span></p>
- <p class="centra g0 fs140">EL CABALLERO ENCANTADO</p>
- <h2 class="nobreak g0">I</h2>
- <p class="subh2">De la educación, principios y ociosa juventud
- del&nbsp;caballero.</p>
-</div>
-
-<p>El héroe (por fuerza) de esta fábula verdadera y mentirosa,
-don Carlos de Tarsis y Suárez de Almondar, Marqués de Mudarra, Conde
-de Zorita de los Canes, era un señorito muy galán y de hacienda
-copiosa, criado con mimo y regalo como retoño único de padres
-opulentos, sometido en su adolescencia verde a la preceptoría de un
-clérigo maduro, que debía enderezarle la conciencia y henchirle el
-caletre de conocimientos elementales. Por voces públicas se sabe que
-quedó huérfano a los veinte años, desgracia lastimosa y rápida, pues
-padre y madre fallecieron con diferencia tan solo de tres meses,
-dejándole debajo de la autoridad de un tutor ni muy blando ni muy
-riguroso; sábese que en este tiempo Carlitos se deshizo del clérigo,
-despachándole con buen modo, y se dedicó a <i>desaprender</i> las
-insípidas enseñanzas<span class="pagenum" id="Page_6">p. 6</span>
-de su primer maestro, y a llenar con ávidas lecturas los vacíos del
-cerebro.</p>
-
-<p>Lo que se decía del señor Marqués de Torralba de Sisones, padrino
-y tutor de Carlitos, es como sigue: Aunque el buen señor vivía en
-continuo metimiento con gente de sotana y hocicaba con el Nuncio y el
-Marqués de Yébenes, estaba, como quien dice, forrado por dentro de
-tolerancia y benignidad, virtudes que no eran más que formas de pereza.
-Por esta razón gastó manga muy ancha con su pupilo, y no le puso
-ningún reparo para que leyese cuanto le pidieran el cuerpo y el alma,
-ni para mantener constante trato con muchachos de ideas ardorosas y
-atropellada condición, despiertos, redichos, incrédulos como demonios.
-Pero en estas menudencias o chiquilladas no paraba mientes el Marqués
-tutor, caballero de cortas luces. A su ahijado no exigía más que un
-cumplimiento exacto de las fórmulas y reglas del honor, la cortesía, el
-decoro en las apariencias. Nada de escándalos, nada de singularizarse
-en sitios públicos; evitar en todo caso la nota de cursi; proceder
-siempre con distinción; divertirse honestamente; al teatro a ver obras
-morales, cuando las hubiere; a misa los domingos por el <i>que no
-digan</i>, y por las noches, a casita temprano.</p>
-
-<p>Mayor de edad, se halló Carlos de Tarsis entregado a sí mismo,
-libre, con dinero, que es doble riqueza y libertad doble, ventajas
-realzadas por la personal belleza y elegancia. Mirando a lo del alma,
-aparecían en don Carlos las virtudes caballerescas, y además la gracia,
-el ingenio, el don de simpatía, y por último,<span class="pagenum"
-id="Page_7">p. 7</span> se despertó en él furiosamente el ansia de
-satisfacer todos los goces de la vida, sin poner en ello tasa ni
-freno.</p>
-
-<p>El primer impulso de don Carlos, apurados los gustos de Madrid,
-fue irse en busca de los de París, donde se engolfó en diversiones
-sin cuento, y en los variados deleites de que es maestra la grande y
-espiritual Metrópoli. Bélgica, Londres y algunas partes de Alemania le
-tuvieron después de París, y en todos aquellos reinos y en la capital
-de Inglaterra, que forma como un reino por sí sola, gozó y estudió
-el de Tarsis, con más goce que estudio; pues este fue siempre somero
-y sin método, hartazgo de ideas que se desmentían unas a otras, y
-atarugaban el cerebro de un picadillo de mil substancias diferentes.
-Cuando a Madrid volvía, encontraba el caballero a nuestra capital muy
-provinciana, como arrabal distante que recibía de lejos la irradiación
-de la cultura europea; pero se acomodaba sin esfuerzo al ambiente
-social de esta Villa, por los muchos amigos que aquí le bailaban el
-agua, por el sinnúmero de señoras guapas, de señoritas muy monas y de
-lindas muchachas plebeyas que son preservativo contra el aburrimiento,
-y por la franqueza democrática con que nos juntamos y comemos en este
-magnífico bodegón.</p>
-
-<p>Al año siguiente fue don Carlos a Italia, en primavera, y en otoño
-a Viena y Budapest. Otras partes de Europa hubo de recorrer viendo y
-gozando, hasta que, apaciguado su ardor centrífugo, le encontramos
-residente todo el año en Madrid, su patria, a los cinco o más<span
-class="pagenum" id="Page_8">p. 8</span> años de su mayor edad y cuando
-no había llegado aún a los treinta de su existencia. Y es cosa probada
-que ya se le habían escurrido por entre los dedos todas las rentas y
-alguna parte de su cuantioso capital, motivado al lujo y refinamiento
-de sus regocijos en distintas tierras civilizadas. La civilización
-devora sin piedad a los que acuden a estudiarla prácticamente en sus
-ramificaciones más halagüeñas.</p>
-
-<p>En la Villa del Oso hizo el caballero vida ociosa y descuidada. A
-sus amores con la Marquesa que honestamente llamaremos <i>de Equis</i>,
-sucedió el trapicheo con la viuda jovencita de un coronel, a quien por
-pudor llamaremos <i>Hache</i>. La afición de don Carlos al mujerío era
-una dolencia crónica, y como en los intermedios buscaba descanso a la
-vera del tapete verde, su bolsa iba enflaqueciendo por días. Sobre este
-particular le amonestó severamente el Marqués de Torralba de Sisones,
-y tales razones reforzadas con ejemplos hubo de darle, que el aturdido
-prócer hizo propósito de enmienda y de sana economía, como cualquier
-burgués.</p>
-
-<p>Y viéndole en tan venturosa disposición, Torralba tuvo la feliz
-idea de aplicar revulsivos al espíritu del caballero, llamando a otras
-partes menos peligrosas el humor maligno. Excelente distracción era la
-política. Pensado y hecho, arregló para su ahijadito una fácil acta de
-diputado en elección parcial. De la noche a la mañana, sin quebraderos
-de cabeza y con muy reducido gasto, ascendió Tarsis a padre de la
-Patria, llevando advocación o estigma de cunero. Ni que decir tiene
-que Torralba<span class="pagenum" id="Page_9">p. 9</span> le impuso
-la divisa reaccionaria y católica; y como estas recatadas doctrinas
-repugnaran al entendimiento de Tarsis, desviado hacia el radicalismo y
-la incredulidad por tanta insana lectura, el de Torralba le dijo:</p>
-
-<p>—No seas necio y déjate conducir al terreno firme, donde será fácil
-encadenar las hidras revolucionarias. En estos tiempos todo se puede
-ser menos cursi.</p>
-
-<p>Buscando Torralba nuevos modos de distraer al chico de su vida
-licenciosa, discurrió afiliarle en una Orden de caballería, Calatrava
-o Santiago, pues solo con pensar en los trámites de la ceremonia para
-recibir el hábito, y en el traje, armas, reglas de la comunidad y demás
-pormenores de la vistosa mascarada, tendría entretenimiento para muchos
-días y una desviación de su espíritu hacia las cosas nobles y solemnes.
-Dejose llevar Carlos a donde su padrino quería, y aunque interiormente
-se reía de tales pamemas y figuraciones, tomó el hábito, le fue ceñido
-el acero y calzada la espuela en función pomposa, con asistencia de
-gente alcurniada. ¡Y que no lució poco su airosa figura el Marqués
-de Mudarra! Los caballeros le vieron con envidia, las damas con
-admiración, y la Prensa le trompeteó de lo lindo. Pero él, que no podía
-ver en tal comedia más que un degenerado simbolismo de cosas que fueron
-grandes, se miraba y a los demás miraba con lástima, complaciéndose
-en exagerar la ridiculez de la vestimenta, que en los de mezquina
-talla era digna del lápiz de Goya. El manto blanco, los desaforados
-borlones y el birrete ochavado daban impresión de caricatura,<span
-class="pagenum" id="Page_10">p. 10</span> no de la que regocija, sino
-de la que entristece. Era profanación de tumbas, traslado burlesco del
-antaño glorioso.</p>
-
-<p>No se mordió la lengua don Carlos, hombre de mucha espontaneidad
-y franqueza, para decir a su excelso padrino todo lo que sentía.
-Anhelaba, sí, reformar su vida, pero no con ideas y elementos tan
-distantes de la realidad; a lo que replicó Torralba de Sisones,
-rezongando, que él, conocedor del tiempo en que vivía, era la realidad
-viva, y puso fin a la controversia con su frase ritual:</p>
-
-<p>—Y sobre todo, hijo mío, no quiero verte cursi.</p>
-
-<p>En su reducido cacumen se alojaban pocas ideas, las cuales, por ser
-pocas, vivían allí con holgura.</p>
-
-<p>Al mes de haber metido a Tarsis en la militar y caballeresca Orden,
-dio Torralba en la tecla de decirle y recomendarle que se casara. A
-su juicio, no había cosa de peor tono que permanecer sistemáticamente
-en soltería. Él se cuidaba de buscarle novia rica y de buenas partes,
-y para no cansarse en investigaciones, desde luego le propuso la
-hija única de los Marqueses de Mestanza, Mariquita o <i>Mary</i> de
-Castronuño, riquísima heredera, buena chica, educada en Francia, de
-rostro no desagradable y figura esbeltísima. Entre las ideas elegantes
-de Torralba, descollaba la de que para fines de matrimonio no era
-menester hembra bonita; antes bien, la extremada hermosura era notoria
-impedimenta de la felicidad.</p>
-
-<p>Sin rechazar ni admitir la idea ni la persona, Carlos se tomó
-tiempo para decidirse. A <i>Mary</i> conocía y trataba desde que la
-trajeron del colegio francés como de una fábrica<span class="pagenum"
-id="Page_11">p. 11</span> de muñecas. Ocasión había tenido de
-apreciar en ella una corta inteligencia, cultivada en la estepa de
-los elementales estudios de carretilla, y aderezada con todo el
-saber de cortesanías aplicables a su eminente posición social. A su
-insignificancia no faltaba ningún toque de purpurina para deslumbrar al
-vulgo selecto. En lo físico, <i>Mary</i> ostentaba un seno enteramente
-plano, tabla rasa por la cual resbalaban con desconsuelo las miradas
-del amor; un rostro afilado, sin otro encanto que la dentadura de
-ideal perfección y limpieza, ojos claros y mudos, cabello bermejo,
-gentileza de palo vestido o de palmera tísica, y de añadidura un habla
-impertinente arrastrando las erres.</p>
-
-<p>En las vacilaciones de Tarsis y en el aquel de pensarlo y
-estudiar el asunto, vio el de Torralba un indicio de que el galán
-apechugaría con la prójima desaborida y ricachona. En cuestiones de
-este linaje matrimoñesco mercantil, disparate estudiado es disparate
-hecho. Debe advertirse que el caballero, en el tiempo de su primer
-florecimiento juvenil, pensaba que jamás casaría con mujer de quien
-no estuviera o pudiera estar enamorado. Pero ya con el rodar veloz de
-una vida intensa, se marcó la evolución de sus pensamientos hacia el
-positivismo. Y tanto y tanto le había sermoneado su padrino sobre las
-ventajas de no ser cursi, que al fin esta idea se le fue metiendo en la
-voluntad y acababa por ganarle.</p>
-
-<p>Conversando sobre tema tan sugestivo después de hacer la corte a la
-niña de Mestanza con miras de casorio, don Carlos decía:</p>
-
-<p>—Quizás<span class="pagenum" id="Page_12">p. 12</span> la más bella
-flor del buen tono es mirar a la conveniencia en achaques de tomar
-mujer para toda la vida. La sensiblería pasa sin dejar huella, el amor
-mismo no es más que la entrada al pórtico del templo del hastío. Los
-intereses son, en cambio, la solidez y el asiento del vivir... La cifra
-del buen gusto es mirar a la cifra de numerario antes que a las caras
-bonitas, las cuales se ajan, mientras que el oro es perdurable, siempre
-bello y sabroso. Yo veo con admiración a los millonarios, no tanto por
-el dinero que tienen, sino por los beneficios que pueden hacer a la
-Humanidad. Son los lugartenientes de la Providencia. Observe usted,
-padrino, que la Providencia será lo que se quiera; pero cursi no es.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch2">
- <h2 class="nobreak g0">II</h2>
- <p class="subh2">Que trata de las amistades y relaciones
- del&nbsp;caballero.</p>
-</div>
-
-<p>Muchos y buenos amigos contaba Tarsis. Si de todos habláramos,
-se nos consumiría sin grande utilidad el papel de esta historia. Se
-hará enumeración sucinta de los más notables por su posición social,
-y de los que en altas, medianas o bajas posiciones influían más
-directamente en la vida y costumbres del caballero. Los segundones de
-la casa de Ruydíaz, César y Jaime, eran los que arrastraban a Tarsis
-a los devaneos esportivos, al vértigo del automóvil, y a las cacerías
-o juegos cinegéticos,<span class="pagenum" id="Page_13">p. 13</span>
-ajetreo vano y ruidoso. Aunque don Carlos ponía muy escasa atención en
-la cosa pública, designamos como amigos políticos a Luis y Raimundo
-Pinel, que le hicieron diputado, sacándole <i>como una seda</i> por un
-distrito de cuya existencia geográfica tenía solo vagas noticias. Los
-Pineles eran sus maestros en el arte parlamentario, y le ayudaban a
-mantener la concomitancia caciquil con los manipuladores de la fácil
-elección.</p>
-
-<p>Relaciones más sociales que políticas tenía Tarsis con otros
-individuos de la burguesía enriquecida en negocios de los que no
-exigen grandes quebraderos de cabeza: López Arnau, el flamante Marqués
-de Albanares, el de Casa la Encina, don Camilo Rodríguez Codes, don
-Alberto Samaniego, opulentos almacenistas, y otros que llegaron a
-la redondez económica, por inmediata herencia de padres laboriosos
-o por combinaciones mercantiles favorecidas de la ocasión o del
-acaso. Muchos de estos plebeyos enriquecidos ostentaban ya título de
-marqueses o condes, y a otros les tomaban las medidas para cortarles
-la investidura aristocrática; que la Monarquía constitucional gusta de
-recargar su barroquismo con improvisados ringorrangos chillones. Los
-villanos ennoblecidos recibían por título el lugar de su nacimiento,
-como don Alberto Samaniego, Marqués de Camuñas; o bien, como don Blas
-Núñez Urruñaga, titulaban añadiendo un <i>Casa</i> como una casa a su
-primer apellido. Este buen señor, tonto de capirote y lleno de dinero,
-ganado en la compra-venta de granos y en la usura campesina, tenía un
-hijo despabilado, instruidillo,<span class="pagenum" id="Page_14">p.
-14</span> de natural amable y risueño, Ramirito Núñez, que pretendía
-imitar a Tarsis en los modales, en la ropa, y en la personal y no
-estudiada soltura con que la llevaba. La imitación del uno y la
-simpatía del otro labraron cordial amistad. La diferencia de edades
-dio al Marqués de Mudarra superioridad en el trato de su amiguito: le
-tuteaba, bromeaba con él y se permitía poner en solfa el título del
-padre, llamándole <i>Marqués de su Casa</i>.</p>
-
-<p>Aficionado a las letras, Ramirito espigaba en ellas sin pretensión
-de fama ni de lucro, y a lo mejor se salía con alguna croniquita, o
-arreglaba del francés tal cual pieza berrenda en verde, dándola con
-nombre supuesto en algún escenario de tercer orden. El teatro era su
-pasión. No perdía ningún estreno, y de estas duras batallas entre el
-público y los autores daba cuenta al amigo, que también era maestro y
-concluía siempre por tener razón en las peleas de crítica. Si vemos
-en Ramiro el amigo más grato al Marqués de Mudarra, el más tenaz y
-pegadizo era un sabio machacón llamado José Augusto del Becerro,
-que desde sus tiernos años se dedicó a la enmarañada ciencia de los
-linajes, a desenredar las madejas genealógicas, y a bucear en el
-polvoroso piélago de los archivos. Su apellido era una predestinación,
-pues el hombre sabía de memoria los <i>becerros</i> de todas las
-ciudades, monasterios y behetrías.</p>
-
-<p>Las evacuaciones eruditas de Pepe Augusto en presencia del
-caballero escondían con poco disimulo el móvil de adulación, pues
-cuando le demostraba la ranciedad de su abolengo, sosteniendo<span
-class="pagenum" id="Page_15">p. 15</span> que su primer apellido
-venía en línea directa de Tarsis, hijo de Túbal, nieto de Japhet y
-biznieto del patriarca y curda Noé, solicitaba directamente un socorro
-en metálico, que don Carlos nunca le negaba. Descender de Noé y no
-aprontar doscientas o más pesetas para el amigo necesitado, sería
-desmentir la nobleza más rancia que se podría imaginar.</p>
-
-<p>Aunque aparentaba interesarse en las cosillas heráldicas, Tarsis se
-reía interiormente de tales pamplinas; mas no era manco para socorrer
-al sabio genealogista. Se conocían desde la infancia. Becerro vivía con
-mil atrancos, y en días tristes faltó poco para que metiera el diente a
-los pergaminos de fueros y cartas pueblas; llevaba siempre a la casa de
-Tarsis una nota lúgubre, como estrambote de los embelecos genealógicos.
-Tenía por familia una cáfila de hermanas de distintas edades, ninguna
-joven, y todas dañadas terriblemente en su salud. No pasaba día sin
-que alguna estuviese de cuerpo presente o sacramentada. Era un coro de
-divinidades mortuorias agregadas a la siniestra trinidad de las Parcas;
-eran, por otra parte, una mina, según el provecho que el sabio sacaba
-de ellas y de sus tremendos achaques. Ya Carlos deseaba conocerlas
-y apreciar por sí el misterio de aquellas moribundas que jamás se
-morían.</p>
-
-<p>Un día entró el ínclito Becerro con la bomba de que una de sus
-hermanas, después de puesta en el ataúd, había tornado a la vida, a
-un vivir lánguido y lastimoso, peor que la muerte. Otro día, viéndole
-llegar con cara fúnebre, Tarsis le dijo:</p>
-
-<p>—¿Cómo están tus hermanitas?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_16">p. 16</span>Y él:</p>
-
-<p>—Muy mal, siempre lo mismo. Todas mueren, todas viven...</p>
-
-<p>Recibido el socorro, José Augusto rompió en estas explicaciones
-eruditas del apellido materno del caballero Tarsis. Descomponiendo
-y analizando el <i>Suárez de Almondar</i>, el maestro de linajes
-encontraba nombre y cognomen. El <i>Suárez</i> viene de <i>Suero</i>,
-y el <i>Suero</i> de <i>Asur</i>, nombre semítico sin duda. <i>De
-Almondar</i> es corruptela del árabe <i>Abo l’Mondar</i>, que quiere
-decir <i>Hijo del victorioso</i>. Reunidos y entramados estos
-nombrachos con el Tarsis, resultaban en una pieza las claras estirpes
-de Sem y Japhet, hijos del excelentísimo patriarca Noé.</p>
-
-<p>No era este amigo chiflado el que más continuo trato tenía con el
-Marqués de Mudarra: la intimidad mayor gozábala un sujeto llamado don
-Asensio Ruiz del Bálsamo, a quien el caballero recibía y escuchaba
-todos los días, a veces mañana y tarde. Y con ser Becerro un poco
-vesánico y sablista empedernido, Carlos le soportaba y aun le quería,
-mientras que al otro, hombre sesudo y de claro juicio, le odiaba con
-toda su alma.</p>
-
-<p>Explicación de esto: Bálsamo era el administrador de la casa,
-el genio del orden, llamado a poner al caballero en contacto con
-los números, con las realidades de una existencia desconcertada. La
-primera visita de Bálsamo a su señor era casi siempre matinal, cuando
-el galán se hallaba en el trajín de sus lavatorios, y de acicalarse y
-vestirse para ponerse guapo. Raro era el día en que el administrador
-no traía la cara feroz, anticipando con el ceño<span class="pagenum"
-id="Page_17">p. 17</span> y el mohín las malas noticias que llevaba.
-No hallaba manera de atender a los gastos del señor Marqués, que en
-cuatro años se había comido parte de su capital, y en los últimos había
-gastado el triple de las rentas de la propiedad rústica. Sus deudas
-crecían, amenazando con embeber pronto gran parte del acervo heredado.
-Bálsamo se veía negro para contener a los acreedores, para exprimir a
-los colonos y sacarles las entrañas. Mas ni con estos actos de adhesión
-servil aplacaba la sed del señor, ávido de dinero con que atender a sus
-apremios suntuarios.</p>
-
-<p>Tenía don Carlos dos automóviles para correr por el mundo, y había
-encargado a París el tercero, de <i>la mar</i> de caballos, pues no
-era justo que el Duque de Ruy-Díaz le superase en la velocidad de su
-traga-caminos. Por un lado el auto, las cacerías, el vértigo de viajes,
-francachelas y competencias deportivas, por otro el club enervante,
-las mujeres oferentes o vendedoras de amor, daban tales tientos a la
-bolsa del caballero, que apenas llenada con fatigas por Bálsamo, se iba
-quedando floja, hasta dar en vacía. No escuchaba Tarsis razones cuando
-en aprieto se veía. ¿Que las rentas no bastaban? Pues a subirlas.
-Ponían el grito en el cielo los pobres labrantes y elevaban al amo sus
-lamentos. Pero él no hacía caso: el tipo de renta era muy bajo. Los
-que chillen por pagar doce, que paguen veinte. El destripaterrones
-es un ser esencialmente quejón y marrullero: si le dieran gratis la
-tierra, pediría dinero encima. Gran tontería es compadecerle. Que
-labre, no como se labraba en tiempo de Noé, sino<span class="pagenum"
-id="Page_18">p. 18</span> a la moderna, sacándole a la tierra todo lo
-que esta puede dar...</p>
-
-<p>Un día entró Bálsamo a la cámara del señor cuando este salía del
-baño, y poniéndose su careta más fúnebre le dijo:</p>
-
-<p>—Señor, los colonos de Macotera se han visto abrumados por la
-renta... Reunidos todos, me han notificado en esta carta que no pagan,
-que abandonan las tierras, y reunidos en caravana con sus mujeres y
-criaturas, salen hacia Salamanca, camino de Lisboa, donde se embarcarán
-para Buenos Aires. En el pueblo no quedan más que algunas viejas,
-fantasmas que rezando se pasean por las eras vacías.</p>
-
-<p>No pudo el caballero afectar la tranquilidad que su orgullo le
-dictaba. Tan solo dijo, envolviéndose en la sábana como un romano en su
-toga:</p>
-
-<p>—Si esto sigue así, también yo tendré que emigrar. En cualquier
-parte se está mejor que en esta España, que no es más que una pecera.
-Somos aquí muchos pececillos para tan poca agua.</p>
-
-<p>Cuando agarrotado de fieros compromisos, planteaba Tarsis la
-cuestión de buscar dinero a <i>raja-tabla</i>, sin reparar en
-sacrificios, Bálsamo ponía la cara siniestra que usaba siempre que se
-le mandaba explorar los campos de la usura. Volvía dos o tres veces
-suspirante, maldiciendo a los <i>capitalistas</i>, y por fin, después
-de someter al señor a indecibles torturas, entraba con el dinero y la
-horrenda nota de la rebaja o descuento. Con la alegría del respirar no
-paraba mientes don Carlos en el ahogo que para el porvenir le deparaba
-la operación. Decían lenguas envidiosas que Bálsamo sacaba de apuros
-a su señor<span class="pagenum" id="Page_19">p. 19</span> con el
-propio dinero de este, al interés del 60 u 80 por 100. Pero esto podía
-ser o podía no ser. ¿Quién descubriría la secreta incubación de estos
-malvados negocios? Quizás Bálsamo pondría en ellos sus ahorros, tal
-vez los no-ahorros de su señor; pero la mayor parte salía de las arcas
-de un sujeto maduro y afable, llamado don Francisco La Diosa, que no
-solía dar en aquellos tratos la cara, y esta la tenía muy plácida,
-frescachona y sonriente, cara o muestra de una conciencia en perfecta
-serenidad.</p>
-
-<p>Antes que amigo, don Juan de Castellar, Marqués de Torralba de
-Sisones, era consejero y asesor económico del de Mudarra, aunque este,
-la verdad, si recibía en sus oídos las advertencias del prócer, no les
-daba paso a la voluntad. Bueno será decir que el egregio Torralba se
-había labrado y compuesto desde muy joven una personalidad artificial,
-y con ella vestido supo medrar fácilmente en el mundo. Tomó desde
-luego las posiciones que creía más ventajosas, y le fue tan bien en
-ellas, que en su edad madura campeaba en primera línea entre los
-que anteponen a toda denominación el dictado de católicos. Con un
-catolicismo dulzarrón conquistó a su mujer, de quien hubo de separarse
-corporalmente a los quince años de casado, y viviendo en la misma casa
-no tenían trato ni ayuntamiento. La considerable riqueza de su señora
-le permitía vivir con decorosa holgura, presentarse como uno de los
-mejores ornamentos de la sociedad, y alardear de paladín de la Romana
-Iglesia.</p>
-
-<p>De su viudez de hecho se consolaba la Marquesa<span class="pagenum"
-id="Page_20">p. 20</span> zambulléndose en las beaterías más
-complicadas y deprimentes: la que en su juventud fue mujer de poco
-talento, en los albores de la vejez se iba quedando idiota. Murió
-la infeliz señora dos años después de haber cesado Torralba en la
-tutoría de Tarsis. Ya sacramentada y a punto de quedarse en un suspiro,
-el director espiritual la reconcilió con don Juan. Este pasaba no
-pocos ratos junto a ella, y cuando ya el trance final se acercaba,
-la Marquesa requirió a su marido, y apretándole la mano le dijo con
-susurro místico:</p>
-
-<p>—Juan, para que yo me muera contenta, prométeme que morirás
-católico...</p>
-
-<p>—Sí, hija mía; ¿pues cómo he de morir yo? —replicó Torralba
-consternado de dientes afuera, acariciando el crucifijo que la
-moribunda tenía entre sus flacas manos—. ¿Cómo ha de morir el que
-ha vivido católico a macha-martillo y ferviente soldado de la
-Iglesia?...</p>
-
-<p>La señora trató de echar de su boca una queja, una frase; pero no
-salieron más que las primeras gotas:</p>
-
-<p>—Sí; pero...</p>
-
-<p>Minutos después entraba en la opaca región del Limbo.</p>
-
-<p>De Torralba se decía que por docenas contaba los hijos naturales.
-Mas no era cierto. Esposas artificiales o esposas ajenas sí tuvo en
-gran número; pero muy rara vez pudo la opinión burlar el sigilo de sus
-aventuras, pues nadie le igualó en cultivar el arte de las apariencias.
-Frecuentaba los actos cultuales de ostentación pontificia, y en sus
-paseos acompañábanle frailones extranjeros bien vestidos, o caballeros
-ignacianos de capa corta. En los demás órdenes de la vida social,
-principalmente en el económico, era don Juan correctísimo,<span
-class="pagenum" id="Page_21">p. 21</span> ayudándole a ello la cuantía
-de las saneadas rentas que disfrutó y heredó de su entontecida
-esposa.</p>
-
-<p>El triunfante caballero de Cristo gastaba en su persona y en sus
-recónditos recreos tan solo un tercio de sus rentas; lo demás lo
-capitalizaba, formando una pella que sabe Dios para quién sería. No
-debía un céntimo; solo tenía deudas con el Altísimo, de quien hablaba
-como se habla de un amigo de confianza. Debíale su conciencia, pues,
-con todo su catolicismo, Torralba se daba sus mañas para reducir los
-actos de penitencia a una hueca fórmula. Pero ya se arreglaría con su
-amigo el Altísimo cuando le llamaran a ocupar un asiento en el tren del
-otro mundo. Ya sabemos que ciertos privilegiados van a la eternidad en
-tren de lujo con <i>sleeping-car</i> y coche-comedor. Al despedirse de
-la vida en el fúnebre andén, dejando sus riquezas aplicadas al servicio
-de Dios, se les da billete de paso libre al Paraíso, sin las molestias
-de Fielato, Aduana o Almotacén anímico.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch3">
- <p><span class="pagenum" id="Page_22">p. 22</span></p>
- <h2 class="nobreak g0">III</h2>
- <p class="subh2">Donde se verá el interesante coloquio del caballero
- Tarsis con sus amigos.</p>
-</div>
-
-<p class="acoth">Gabinete con desordenada elegancia. Puertas que
-comunican por aquí con el baño; por acá, con un salón que se supone más
-ordenado que lo que está a la vista; por acullá, con el entra-y-sal de
-los que visitan.</p>
-
-
-<div class="drama">
-
-<p><span class="sc">Torralba.</span> <span class="acot">(Sentado
-junto a Tarsis, que no está vestido ni desnudo.)</span>—No he venido
-a reñirte... No es cristiano reñir al necesitado, a quien no podemos
-auxiliar. Practico las obras de misericordia consolando al triste y
-visitando al enfermo, que enfermo estás de la voluntad, y diciéndote:
-Hijo mío, te compadezco; hijo mío, deploro tu desdicha, que es como
-decir que la lloro. Pero llorándola no puedo remediarla. Hacienda
-tuviste y hacienda tienes, aunque mermada por tus desaciertos... Con
-Bálsamo te basta para ordenar tus asuntos, si quieres hacerlo. Bálsamo
-es un águila de la administración. Haz lo que él te diga; sométete a su
-tratamiento, y te salvarás.</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Aun para reducirnos a lo preciso y
-establecer un régimen de economía, necesitamos dinero, mi querido don
-Juan. ¿Concibe usted que a un edificio amenazado de ruina se le puede
-reparar sin poner<span class="pagenum" id="Page_23">p. 23</span>
-andamios, que también cuestan dinero? Lo que usted me adelante para mi
-obra se lo devolveré con intereses. ¿A quién había yo de acudir sino
-a usted, que fue mi padrino en la pila, mi tutor en la menor edad, y
-ahora... no solo el mejor, sino el más rico de mis amigos?</p>
-
-<p><span class="sc">Torralba.</span> <span class="acot">(Alargando
-una mano con gesto defensivo.)</span>—Párate un poco y no desbarres,
-Carlitos; no te vea yo entre el vulgo que cree que yo tengo el oro y el
-moro. Mejor que nadie conoces tú la modestia con que vivo, dentro de lo
-que me impone, bien entendido, mi posición social. Dios me ha dado esta
-posición, y es mi deber mantenerme en ella con decoro, sí, pero sin
-fachenda, sin pompas de ninguna clase... Has de fijarte en otra cosa,
-que no sé cómo no has comprendido ya, sin duda por tener tu espíritu
-tan alejado del verdadero catolicismo. Caudal abundante me dejó mi
-pobre y santa Micaela; pero ¿te parece bien que distraiga yo ese caudal
-de los objetos píos a que ella lo dedicaba, con la mira puesta siempre
-en lo alto? ¿Qué diría Dios si yo empleara el óbolo santo... así he de
-llamarlo... el óbolo de Micaela, en pagarte tus deudas de juego, o en
-el costerío de tus automóviles, o en taparte los huecos que han abierto
-en tus arcas, por un lado Rosario Lepanto, por otro la <i>Lucerito</i>
-y <i>Azotitos</i>... Repugnan a mi boca estos nombres indecentes...
-Considera tú lo que pensaría y diría Micaela en el cielo, donde está,
-si viera que yo... Puede que<span class="pagenum" id="Page_24">p.
-24</span> creyera que... Carlos de mi alma, tú comprenderás mis
-escrúpulos, y te harás cargo de lo que me contraría y desespera
-el tener que negarte... <span class="acot">(Levántase.)</span> Un
-consejo te doy que vale más que dinero, y es que en tus aflicciones
-vuelvas los ojos a Dios... El Cual no desoye, yo te lo aseguro, a
-los que con fe y con dolor sincero imploran su misericordia. <span
-class="acot">(Estrecha la mano del caballero.)</span> Y ahora se
-me ocurre que tal vez en este instante te tenga Dios preparada una
-solución... He oído que llevas muy bien tu asunto con la chica de
-Mestanza. Ayer tarde la vi: estará muy guapa cuando entre un poco en
-carnes.</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span> <span class="acot">(Con sutil
-ironía.)</span>—Para el buen término del negocio de <i>Mary</i> habría
-que contar con Dios. Pídaselo usted, padrino, que a mí no me hace
-maldito caso.</p>
-
-<p><span class="sc">Torralba.</span> <span class="acot">(Risueño y
-meloso.)</span>—No, tontín. Más caso ha de hacerte a ti si se lo
-pides con efusión del alma, echando por delante una conducta mejor
-que la que has traído hasta hoy... Me veo precisado a dejarte... Hace
-un siglo que no vas a almorzar conmigo... ¡Qué ingrato eres! <span
-class="acot">(Entra Becerro y saluda.)</span> Aquí tienes a tu amigo el
-gran heráldico, que te dará conversación más grata que la de este viejo
-regañón... Adiós, adiós... Y que tengas confianza con tu padrino, y le
-ocupes para todo. En cuanto tropieces con alguna dificultad, me avisas,
-¿eh?... <span class="acot">(Sale.)</span></p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span> <span class="acot">(Con fino
-humorismo, envuelto en una calma estoica.)</span>—Te avisaré, amado
-padrino, por<span class="pagenum" id="Page_25">p. 25</span> el mismo
-mensajero que lleve el aviso a la funeraria cuando sea menester...
-Vienes a tiempo, mi querido Augusto, porque el humor que hoy tengo es
-de tal negrura, que solo tú y tu gracioso saber de linajes pueden traer
-a mi espíritu algún despejo. Háblame de los siglos distantes, llenos de
-amenidad. Montado mi pensamiento en el tuyo, como en un águila, podré
-alejarme de la realidad triste.</p>
-
-<p><span class="sc">Becerro.</span> <span class="acot">(Más desmayado
-y mortecino que otros días. Su rostro flácido, sus ojos plorantes,
-reviven al son claro de su palabra correctísima.)</span>—El mismo
-procedimiento uso yo para huir de mis penas. En mis lecturas favoritas
-encuentro yo las aves que me llevan al retiro de los siglos que fueron.
-Ya sabes que el autor más moderno que yo leo es el Arzobispo don
-Rodrigo Jiménez de Rada. También es de los míos el Obispo don Lucas
-de Tuy. Me deleito en estos amenísimos autores; y cuando quiero mayor
-deleite, que a olvido mayor de lo presente me conduzca, echo mano del
-<i>Fuero de Avilés</i>, de los <i>Fueros de Brañosera</i> o <i>Zorita
-de los Canes</i>, de las escrituras de donaciones o fundaciones, o
-me extasío con el <i>Cronicón beldense</i> y con el <i>Becerro de
-Santillana</i>.</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span> <span class="acot">(Acordándose
-de que es profesor de guasa viva.)</span>—Yo también, mi querido
-Becerro, yo también me deleito con esos portentos de amenidad...
-Y como no estoy hoy de buen temple, y quiero alegrarme, acaba de
-referirme el fundamento de mi título de Mudarra, uno de los más
-gloriosos de Castilla.<span class="pagenum" id="Page_26">p. 26</span>
-Si no recuerdo mal, mi título viene del hermano bastardo de los Siete
-Infantes de Lara.</p>
-
-<p><span class="sc">Becerro.</span> <span class="acot">(Ufano de verse
-en su terreno.)</span>—Mudarra, que en árabe es <i>Mutarraf</i>,
-esto es, <i>Vengador</i>. Autores hay que asimilan este nombre a los
-de Amenaya y Benaya, que es como decir <i>Ben Yahia</i>, o <i>Hijo
-de Juan</i>. Sea lo que quiera, ello es que el primer Mudarra fue
-concebido en una cárcel. Como te dije, Gonzalo Gustios, <i>Gundisalvus
-Gudiestoz</i>, entérate bien, padre de los caballeritos de Lara, fue
-mandado por Ruy Velázquez al Rey moro de Córdoba, Almanzor, para que le
-matase. El moro fue más benigno y se contentó con ponerle en prisión.
-Cautiverio muy ancho debió de ser, porque en su cárcel el viejo señor
-castellano recibió la visita de la hermana del Rey moro, que, aunque de
-la perversa religión mahometana, era hembra compasiva y blanda. Mira
-tú si sería punto de cuidado el buen Gonzalo Gustios, que a las tres
-visitas quedó la Princesa en el estado que ahora llamamos interesante,
-verbigracia encinta, <i>vulgo</i> embarazada.</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Y el desembarazo fue mi nacimiento,
-digo, el de mi tío, de mi abuelo, de mi tátara, tátara... Bien por
-el viejo Gustios. Eso es un hombre, eso es un caballero, un español
-de cuerpo entero y con toda la barba. ¡Y el hombre llevaba a cuestas
-sesenta años!... ¡Prisionero del Rey moro, le birla la hermana! ¡Vaya
-un tío! <span class="acot">(Con reír nervioso y juguetón.)</span> ¿Ves,
-Becerro? Solo con<span class="pagenum" id="Page_27">p. 27</span>
-recordar esas grandezas de la raza hispánica se me ha pasado la murria:
-ya estoy alegre... Si es lo que te digo: esos hombres son los que
-regeneran las razas decaídas... Se comprende que un pueblo formado de
-varones tales como ese Gustios de Lara, conquistara medio mundo. <span
-class="acot">(Paseándose con alborozo de travieso adolescente.)</span>
-Aquí tienes un ejemplo. Ya me estoy regenerando... Sigue, sigue la
-historia...</p>
-
-<p><span class="sc">Becerro.</span>—<i>Axa</i> era el nombre de la
-real morita, hermana de Almanzor. Al chiquillo que tuvo le criaron
-para héroe, y salió con toda la pinta y toda la fiereza de los Laras
-de Salas. Vengó a sus hermanos, mereció los honores de un Romancero, y
-figura entre los más altos caballeros de Castilla.</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span>—¡Y vengo yo de ese caballero...
-por cruce de la línea de los Tarsis, nieto de Noé, con la de los
-Mudarras, dichoso injerto de las ramas de Cristo y Mahoma! Bien,
-bravísimo. Esto alivia, esto conforta. Completa sería la gloria de
-tal estirpe, si viniera con dinero. Porque yo, querido Augusto, he
-dado en pensar que nobleza sin dinero es latón abrillantado por la
-industria. Donde no hay oro, todo es desdoro. <span class="acot">(Su
-entereza se aplaca; déjase vencer del pesimismo.)</span> Me arrimo a
-la genealogía de mi abuelo materno, que tuvo el negocio de harinas,
-y con <i>este polvo</i>, como decía en las cartas comerciales, amasó
-la riqueza que yo estoy desmigando ahora. Atrás Gustios y Mudarras,
-fuera el nieto de Noé,<span class="pagenum" id="Page_28">p. 28</span>
-y viva mi Suárez, por donde, según tú, debo llamarme <i>Asur</i>,
-<i>Hijo del victorioso</i>... hijo del molinero, que, amparado del
-arancel, alimentó a tres generaciones de cubanos, y acá se traía las
-cajas de azúcar, que venían resudando el dulce. Yo me acuerdo. ¡Qué
-olor tan rico en aquellos almacenes, aroma de almíbares, mezclado
-con fragancia de canela; que allí había también fardos venidos de
-Ceilán! Llévate todos los chirimbolos de la caballería de Mudarra,
-y tráeme mis almacenes de coloniales... ¡Ah! También había cacao.
-América inocente nos mandaba mil primores cambiados por las harinas de
-acá... Las memorias de aquella riqueza se avivan en mi olfato. Huelo,
-huelo... ¿No hueles tú? ¡Ay! los pergaminos de tus cronicones apestan
-a ranciedad putrefacta... Becerro, Becerro, apártate, hueles a ti
-mismo. Tráeme el árbol genealógico que tiene por hojas los billetes
-de Banco, o no vengas acá. No me traigas la roña de tus archivos,
-cementerios de la nobleza pobre... La pobreza es muerte, ¡oh gran
-Becerro, ilustrado y vacío Becerro, sabio durmiente entre ratones!
-<span class="acot">(Abatidísimo se desploma en un sillón. Sobre los
-brazos de este caen con grave pesadumbre las manos del caballero.
-Entran súbitamente, sin anunciarse, dos personas: Ramirito Núñez y don
-Francisco La Diosa. La teatral aparición de este señor es para Tarsis
-como una descarga eléctrica. Salta de su asiento; coge de un brazo
-al hombre plácido, de risueño y episcopal semblante, y se le lleva
-al salón próximo para hablar<span class="pagenum" id="Page_29">p.
-29</span> con él a solas. Quedan en el gabinete Becerro y el joven
-Núñez.)</span></p>
-
-<p><span class="sc">Ramirito.</span>—Este señor que sonríe, aun
-diciendo cosas tristes, ¿no es ese que llaman <i>La Diosa?</i></p>
-
-<p><span class="sc">Becerro.</span> <span class="acot">(Con erudición
-lúgubre.)</span>—Su verdadero nombre es <i>Abraham Samuel Zacuto</i>,
-higienista, médico y matemático famoso... No, no: me equivoco... ¡Qué
-cabeza! Es <i>don Isaac de Abrevanel</i>, arbitrista y tesorero de
-los Católicos Reyes... ahora redivivo con la misión providencial de
-empobrecer a los nobles ricos, como preparación del reinado de la
-igualdad humana.</p>
-
-<p><span class="sc">Ramirito.</span> <span class="acot">(Alelado, sin
-entender lo que oye.)</span>—Don Augusto... ¿habla usted dormido?...
-Despabílese y charlemos. ¿Estuvo usted en el estreno de anoche?</p>
-
-<p><span class="sc">Becerro.</span> <span class="acot">(Sin
-mirarle.)</span>—Yo no voy a estrenos. <span
-class="acot">(Mirándole.)</span> Ya conoce usted mi simplicismo
-teatral: me he plantado en Bartolomé Torres Naharro. Ni a tres tirones
-paso más acá. ¿Estrenos dice? Pues estos pantalones me pongo hoy por
-primera vez... Pero no son obra original, sino arreglo, hecho por mis
-hermanas, de los que casi nuevos me dio Carlos. <span class="acot">(De
-improviso aparece Tarsis por la derecha con vivo paso y rostro alegre.
-El señor La Diosa no le acompaña. Salió, sin duda, por otra parte de la
-casa.)</span></p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span> <span class="acot">(Disimulando mal
-su júbilo, guarda en un bolsillo del batín un fajo de billetes que
-traía en la mano.)</span>—¿Qué decías, Becerro? ¿Qué dices, Ramirillo?
-¿Hablaban mal de La Diosa?</p>
-
-<p><span class="sc">Ramirito.</span>—Yo, no.</p> <p><span
-class="pagenum" id="Page_30">p. 30</span></p> <p><span
-class="sc">Becerro.</span>—Yo he murmurado, he rutado. Rutar es en el
-hombre imitar con voz blanda el rugido de las fieras. Yo sé rugir.</p>
-
-<p><span class="sc">Ramirito.</span>—Augusto me ha contado que estrena
-hoy unos pantalones arreglados del francés por sus hermanas.</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span> <span
-class="acot">(Cariñoso.)</span>—Dispénsame, Augusto. No me acordé de
-preguntarte por tus hermanas. ¿Cómo están hoy?</p>
-
-<p><span class="sc">Becerro.</span>—Como siempre, mejor y peor. En días
-alternos, mueren y resucitan.</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span> <span class="acot">(Casi por
-movimiento propio y espontáneo, la mano se le va al bolsillo en que ha
-guardado los billetes. Saca un fajo de ellos; del fajo despega dos y
-los da al amigo con liberal sencillez, sin humillarle.)</span>—Toma,
-hijo, y remédiate. Ya sabes que no duermo tranquilo cuando me acuesto
-sin poder remediar las necesidades de los amigos... No te vayas...
-¿Qué prisa tienes? Acompaña un rato al pequeño don Ramiro, que voy
-a concluir de arreglarme. <span class="acot">(Entra por el fondo el
-administrador don Asensio.)</span> Y aquí tenéis al buen Bálsamo, que
-me alegra la vida... Charlen aquí un rato. El barbero me aguarda.
-<span class="acot">(Vase por el fondo. Bálsamo cambia con los dos
-amigos de Tarsis palabras de fría salutación, y se apoltrona en una
-butaca, quedando pensativo, mientras los otros hablan de literatura y
-teatro.)</span></p>
-
-<p><span class="sc">Bálsamo.</span> <span class="acot">(Acariciándose
-la barba, fruncido el ceño, habla para sí.)</span>—Se ha entendido
-directamente con La Diosa, esquivando mi mediación y desoyendo mis
-consejos. Bien le dije anoche que su dignidad no le permite someterse
-a condiciones usurarias tan escandalosas.<span class="pagenum"
-id="Page_31">p. 31</span> Estás perdido, Marqués de Mudarra, si no
-te salva la niña petiseca de Mestanza... Y mis noticias son que ese
-negocio no va por buen camino. Ojalá sea falso lo que me han dicho. No
-quiero verte en la miseria, Carlos de Tarsis. Con golpes como el que
-acaba de arrearte La Diosa, pronto darás en tierra. Y ese granuja con
-cara de jamona verde, para acabar de arreglarlo, no me dará comisión.
-Ya lo veremos, ya... ¡Pobre Tarsis, cuándo tendrás juicio!... Pues
-hoy te traigo unas noticias... No te las daré hasta mañana, para no
-amargarte el dulzor del dinero que has tomado. Mañana sabrás que los
-colonos de Zorita de los Canes abandonan también la tierra; que el
-de Tordehita y Tordelepe pide prórroga, y llora y blasfema y coge el
-cielo con las manos... En cuanto a la dehesa de Santa Cruz de Juarros,
-bien puedo decir ya que es mía... Y de ello debes alegrarte, que peor
-fuera que a otras manos pasara... Yo te daré en usufructo, por si
-quieres retirarte del mundo, aquel palacete fundado sobre las ruinas
-de un castillo en que vivió, según dicen, el viejo camastrón mujeriego
-Gonzalo Bustos o Gustios.</p>
-
-<p class="acotc">(Ramirito y Becerro, que habían trabado conversación,
-fumando cigarrillos, sobre temas de vaga actualidad, engarmaron en
-su coloquio al taciturno Bálsamo, que se limitó a dar una opinión
-seca sobre los delirios de la aviación y sobre los disparates del
-socialismo, que ambas cosas eran lo mismo: monomanía de andar por los
-aires. En esto salió Tarsis<span class="pagenum" id="Page_32">p.
-32</span> ya bien acicalado del rostro, listo de la parte inferior del
-cuerpo y encapillándose la camisa, cuyos botones aseguraba con una
-mano por dentro de la pechera y otra por fuera. Siguió vistiéndose
-asistido de su ayuda de cámara. Ávido de conversación, cogió la primera
-hebra que halló pendiente en el coloquio de sus amigos, y con fácil
-elocuencia familiar disertó sobre los puntos del socialismo y de la
-navegación aérea. Sin saber cómo y por un quiebro que dio Ramirito,
-fueron a parar a la cuestión de teatros, al estreno de la noche
-anterior, y a la literatura dramática.)</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span>—No te canses, Ramiro. Habéis
-aplaudido anoche un drama caballeresco, con su musiquilla de rimas;
-habéis festejado a su autor, cuyo talento reconozco. Pero esa obra,
-representada en familia, en familia se extinguirá, y dentro de cuatro
-noches no irán a verla más que los de la hermandad del <i>tifus</i>.
-Esas farsas rimbombantes a nadie interesan; se aplauden por rutina; la
-prensa las jalea; los cómicos se desgañitan y el público se aburre.
-Te convencerás de que nuestros autores, así los que desentierran
-asuntos con casco y chafarote, como los que cultivan la vida corriente,
-vistiendo a los actores de levita o blusa, no aciertan, créelo. Toda
-nuestra literatura dramática es esencialmente <i>latosa</i>, toda
-convencional, encogida, sin medula pasional, cuando no es grosera y
-desquiciada. Compara este arte, siempre abortado, con la dramática
-francesa, rebosante de vida y pasión. Las compañías extranjeras nos
-enseñan la ruindad de<span class="pagenum" id="Page_33">p. 33</span>
-nuestro arte, la cual se manifiesta en el éxito de las traducciones,
-hoy con los autores exquisitos que se llaman Donnay, Berstein,
-Mirbeau, Lavedan, Feydeau, como lo fue hace años con las obras de
-Scribe, primero, y luego de Sardou. Yo soy en esto muy radical, muy
-antipatriota, y lo digo sin ningún reparo, añadiendo, amigos míos,
-que el teatro clásico, con su Lope y su Tirso, me carga también, y
-siempre que voy a una función de esta clase, llevo la mala idea de
-descabezar un sueño en mi butaca. Una obra del teatro clásico se
-titula como debieran titularse todas: <i>La vida es sueño.</i> Digo
-y repito con pleno convencimiento que no tenemos teatro, como no
-tenemos agricultura, como no tenemos política ni hacienda. Todo esto
-es aquí puramente nominal, figurado, obra de monos de imitación, o de
-histriones que no saben su papel. Aquí no hay nada. Cuanto veis es
-bisutería procedente de saldos extranjeros.</p>
-
-<p><span class="sc">Bálsamo.</span> <span
-class="acot">(Displicente.)</span>—No estoy conforme.</p>
-
-<p><span class="sc">Ramirito.</span>—Ni yo. Niego que el teatro español
-sea como Tarsis lo pinta.</p>
-
-<p><span class="sc">Bálsamo.</span>—En lo del teatro no me meto. De
-eso entiendo poco. Pero salgo a defender la agricultura, y afirmo
-que existe. Pues si no existiera, ¿qué sería de España? Dirase que
-está bastante atrasada. La culpa es de los grandes propietarios que
-viven lejos de sus tierras, como afrentados de ellas. Cobran la renta
-como un tributo del suelo al cielo... no sé si me explico...<span
-class="pagenum" id="Page_34">p. 34</span> como un tributo de los
-cuerpos a las almas. Los labradores deben convencerse de que las almas
-son ellos... No acierto a decirlo.</p>
-
-<p><span class="sc">Becerro.</span> <span class="acot">(Haciendo
-visajes, como si le picara una mosca.)</span>—Propietario de la tierra
-y cultivador de ella no deben ser términos distintos.</p>
-
-<p><span class="sc">Bálsamo.</span>—Tiene razón este chiflado... Yo no
-lo entiendo; pero mi sentido natural me dice que el fruto de la tierra
-debe ser para el que lo saca de los terrones.</p>
-
-<p><span class="sc">Becerro.</span>—Presentando las cosas de otro modo,
-yo te he dicho mil veces, querido Carlos, que no habrá floreciente
-agricultura mientras esta no sea una aristocracia.</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span> <span
-class="acot">(Burlón.)</span>—Medrada estaría la agricultura si de ella
-hiciéramos una aristocracia más. ¿Pues por qué sostengo que tampoco
-hay aquí política? Porque la que tenemos se ha hecho aristocrática.
-Fijaos en el pisto que nos damos los diputados, en la vanidad de los
-ministros, que ocupan ancho espacio en la sociedad por el viento
-de que están inflados. ¿Hay aquí un político que tenga algo en la
-cabeza? Ninguno. ¿Pues qué diré del ex-ministro, que solo por el
-dichoso <i>ex</i> nos mira a los demás mortales por encima del hombro?
-Aristocracia es la política, y todo lo que tome formas aristocráticas
-no lleva en sí más que figuración y vanas apariencias. Nobles y
-políticos somos lo mismo, es decir, nada.</p>
-
-<p><span class="sc">Ramirito.</span>—Paradójico estáis... Carlos, es
-usted hombre de grande ingenio.</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span>—No es ingenio, es convicción.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_35">p. 35</span><span
-class="sc">Becerro.</span>—Más bien prurito de originalidad y donaire.
-El noble de ilustre abolengo bromea con las cosas altas.</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span>—La agricultura, digo, no puede ser
-nunca aristocracia. Es y será siempre servidumbre. Ellos esclavos y
-nosotros señores, acabaremos lo mismo, por consunción, por gangrena de
-inutilidad... Voy más allá... Si aquí no hay agricultura, ni teatro, ni
-política, tampoco hay justicia, ni banca, ni industria.</p>
-
-<p><span class="sc">Bálsamo.</span>—Capitales hay.</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Sí; pero solo trabajan en la
-comodidad de la usura, que es una cacería de acecho como la de las
-arañas. La poca industria que hay es extranjera, y la española, en
-funciones mezquinas, busca beneficio pronto, fácil y, naturalmente,
-usurario.</p>
-
-<p><span class="sc">Bálsamo.</span>—¡Qué gracia! Esto ya es manía.</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span>—¡Trabajar! ¿Para qué? Los chispazos,
-los resplandores de fuegos fatuos que vemos en literatura, en artes
-gráficas y en algún otro orden de la vida intelectual, no nos invitan
-a que trabajemos. Todo nos llama al descanso, a la pasividad, a dejar
-correr los días sin intentar cosa alguna que parezca lucha con la
-inercia hispánica. Si me pusieran en el dilema de trabajar o perecer,
-yo escogería la muerte. El español que en este final de raza posea una
-renta, debe sostenerla y aumentarla si puede. Vivir bien, mientras la
-vida dure, y mientras en la lámpara del bienestar no se consuma la
-última gota de aceite. No trato de presentarme como superior<span
-class="pagenum" id="Page_36">p. 36</span> a los demás. Soy el peor, soy
-el último perezoso, el último sacerdote o monaguillo de la inercia. Mi
-único mérito está en la brutal sinceridad de mi pesimismo.</p>
-
-<p class="acotc">(Vestido el caballero a punto de las doce, les convidó
-a almorzar.)</p>
-
-<p><span class="sc">Becerro.</span> <span class="acot">(A Tarsis,
-camino del comedor.)</span>—Has desatinado lindamente. Veo que estás
-alegre.</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span>—El día empezó nublado. La Diosa lo
-despejó trayendo a casa el sol.</p>
-
-<p><span class="sc">Bálsamo.</span> <span class="acot">(A
-Ramirito.)</span>—No le haga usted caso. Yo le conozco; se emborracha
-con el dinero, ya venga de Dios, ya de La Diosa.</p>
-
-</div>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch4">
- <h2 class="nobreak g0">IV</h2>
- <p class="subh2">Cuéntase la rigurosa desdicha del caballero, seguida
- de sucesos increíbles.</p>
-</div>
-
-<p>Pasados bastantes días, cercana ya la inauguración o apertura del
-verano, cayó sobre el caballero Tarsis una fuerte desdicha que le puso
-fuera de sí. La sacudida que agitó su alma le llevó del pesimismo a
-la desesperación, y eran de oír sus voces iracundas, eran de ver sus
-gestos de rabia, como de hombre que se pierde en un laberinto y no
-sabe qué camino tomar para salir de él. Ello fue que cuando parecía
-pan comido la boda del caballero con la chica de Mestanza, tan pelada
-de carnes como guarnecida de riquezas, de pronto los padres de ella
-volvieron de su acuerdo; vaciló<span class="pagenum" id="Page_37">p.
-37</span> por unos días la novia, fluctuando entre la obediencia filial
-y un amor desabrido, hasta que al fin se le notificó oficialmente al
-Marqués de Mudarra que no había nada de lo dicho, y que podía llamar a
-otra puerta.</p>
-
-<p>Indagado el motivo de tal infracción de la regla social, se puso en
-claro que los padres de la niña cedieron al consejo y halago de otros
-<i>Padres</i>, que así se llaman por serlo de las almas, y regidores
-de las conciencias. En una grave conversación que tuvo Tarsis con su
-excelso padrino Torralba de Sisones, confirmó este lo que públicamente
-sonaba.</p>
-
-<p>—Desde que empezaron tus relaciones con esa que parece el espíritu
-de la golosina —le dijo—, te advertí que procurases poner en tus
-palabras el sentido más católico, y que no dejaras escapar en aquella
-casa concepto ni apreciación, ni siquiera chiste, que dañe a la única
-religión verdadera, o al culto, o a sus ministros. Sé que no me has
-hecho caso; no has sabido refrenar el flujo de las frases irónicas y
-punzantes para lucir tu ingenio. Bien merecido te está el desastre;
-porque del otro lado... yo lo supe hace un mes y traté de estar al
-quite... del otro lado los <i>Padres</i> trabajaban contra ti y en
-favor de un joven muy arrimado a ellos desde su tierna infancia. Pues
-ya sabes que te ha desbancado Luisito Codes, no necesito decirte de
-dónde ha venido tu desgracia, porque esos benditos <i>Padres</i>
-protegen a los chicos buenos, dóciles y observantes de la ley de Dios
-con celo y maneras devotas. Natural es que miren por esa juventud
-recoleta, y que traten de formar familias cristianas, ayuntando a los
-muchachos de<span class="pagenum" id="Page_38">p. 38</span> conducta
-ejemplar con las chicas bien dotadas. Es una labor social muy meritoria
-que asegura la perfecta ortodoxia de la generación futura.</p>
-
-<p>Respondió Tarsis a estas razones con el desprecio y burla de los
-de Mestanza, de su dinero y de la niña descarnada y angulosa. Su amor
-propio se rehizo al instante, y recompuso con excelentes reflexiones el
-castillete de su dignidad. Pasados dos o tres días volvió el padrino a
-la carga de sus consejos, encareciéndole que redujese a la mitad sus
-gastos, rebajando en mayor proporción sus apetitos y goces desaforados,
-y por fin de fiesta le dijo:</p>
-
-<p>—Sujetándote a un plan de moralidad y economías, puedes esperar
-tranquilamente la ocasión de otra jugada como la que has perdido.
-Herederas ricas abundan. He tomado lenguas del género disponible, y
-sé que en todas las clases sociales las encontrarás. De una me han
-hablado que, a más de única y millonaria, es bonita de cara y cuerpo.
-Pero temo que no te agrade por su extracción demasiado baja. Su abuelo
-materno, a quien conocí mucho, tuvo la contrata de limpieza de pozos
-negros, y luego explotó la industria de aprovechamiento de animales
-muertos, en la cual ganó cuanto quiso. El padre de la chica vino de
-Cuba, al terminar la guerra, con un capitalazo. ¿Cómo lo hizo? Acerca
-de esto se cuentan horrores. De la señora, es decir, de la madre de
-la rica heredera, se susurra si tuvo o no tuvo en la Habana elegantes
-mancebías... Ahora tú verás. La muchacha es linda y discreta, si bien
-un poquito achulada, y escribe<span class="pagenum" id="Page_39">p.
-39</span> sin la menor idea de lo que es ortografía. Por si quieres
-conocer a esta familia, te advierto que este verano irán a Biarritz a
-darse pisto.</p>
-
-<p>No se entusiasmó aceleradamente el buen Tarsis con la extravagante
-proposición del padrino; pero tampoco la echó en saco roto, pues su
-idea fija era encontrar una mina que le proveyera profusamente de
-cuanto necesitase para vivir en la elegante holganza de caballero
-noble y pesimista. Dinero buscaba y quería, viniera de donde viniese.
-La sociedad no es aquí tan escrupulosa que repudie la riqueza por la
-ruindad o porquería pestilente de sus orígenes... Las tristezas de su
-fracaso disimuló Tarsis en la vida de club, donde pasaba medio día y
-media noche abrevando su espíritu en el chorro de las conversaciones
-fútiles y perezosas. Se aburría variando la traza y colores de su
-irisado ensueño. Los amigos ya conocidos y los hermanos Pinel, sus
-directores políticos, constituían parte mínima de sus relaciones,
-muchas de las cuales eran flor de casino, que en él crecían y en él
-se cultivaban. De estos amigos, algunos eran peores que él; otros
-le superaban, si no en ingenio, en el buen gobierno de su hacienda.
-Los había riquísimos; los había que ociosamente y con toda elegancia
-vegetaban en disimulada ruina.</p>
-
-<p>Transcurrió el verano, que el caballero pasó en las estaciones
-de moda, y ni en ellas ni en el dulce otoño de Madrid encontró el
-filón que buscaba. Las niñas ricachonas se le escabullían de las
-manos cuando hacía presa en ellas: la señorita de Porcuna, nieta del
-explotador de pozos negros, prefirió a un capitán de Ingenieros,<span
-class="pagenum" id="Page_40">p. 40</span> y otra, muy bella, huérfana
-millonaria nacida en Bogotá y recriada en la Argentina, le entretuvo
-por meses y le plantó al fin, prefiriendo a un desabrido diplomático.
-Y de este fracaso hubo de quedar más llagado y dolorido que de los
-otros, porque se prendó locamente de la bogotana, tan adorable por
-su gallarda hermosura como por su fino, seductor talento. Su nombre
-era <i>Cintia</i>, de dulce sabor pastoril y pagano, y le caía tan
-bien, que habría desmerecido su gentileza si la llamaran Manuela o
-Francisca. En las americanas se advierte cierta inclinación a paganizar
-los nombres, cual si quisieran iniciar una graciosa escapada de las
-sombrías esferas del cristianismo. Así lo pensaba Tarsis, en cuya mente
-y corazón quedaron para siempre estampadas la imagen y asperezas de la
-hermosa colombiana.</p>
-
-<p>Y corriendo los días aumentaron de tal suerte los infortunios del
-caballero, que llegó a tenerse por el más desdichado de los hombres.
-Golpe tras golpe iba perdiendo el caudal heredado, y cada vez que le
-visitaba el siniestro Bálsamo era para notificarle un nuevo desastre.
-Supo el triste caso de tener que malvender una de las mejores fincas
-rústicas de la casa para el pago perentorio de una deuda de juego,
-y recoger o renovar parte de los pagarés usurarios. Viendo cómo se
-deshacía su fundamento social, sin que ni en sí mismo ni en el mundo
-exterior viera el remedio, el Marqués de Mudarra se fue abismando en
-tristezas y murrias que afectaron a su propio carácter después de
-influir en sus costumbres, en su elegancia y hasta en sus estilos de
-vestir. Esquivaba<span class="pagenum" id="Page_41">p. 41</span> la
-sociedad, dándose de baja en sus visitas y relaciones, y a tal punto
-llegó en su requerimiento de la oscuridad, que en la primavera de aquel
-año muchos de sus amigos creyeron que se había condenado a emigración
-voluntaria o forzosa.</p>
-
-<p>El Marqués de Torralba y Ramirito Núñez, como buenos cristianos,
-no negaban al amigo la consolación de leales consejos; mas nunca le
-llevaron el desenlace de ningún conflicto, ni el alivio de sus ahogos.
-En tanto, pasaban meses sin que el gran Becerro entristeciera con su
-esmirriada persona la casa del que fue opulento amigo. ¿Para qué había
-de ir si estaba totalmente seco el manantial de los socorros? Por
-referencias fidedignas supo Carlos que Augusto padecía grave mal de
-miseria, y que recluido en su casa engañaba el hambre con las hartazgas
-de erudición. Día y noche trabajaba sin levantar mano en un prolijo
-estudio de la vida y sapiencia del famoso prócer don Enrique de Aragón,
-Marqués de Villena, reputado en su tiempo por letrado, astrólogo
-y alquimista, con ribetes de nigromante o brujo. Despertó esto la
-curiosidad del caballero, a quien toda novedad distraía por momentos de
-su aplanante hastío, y allá se fue.</p>
-
-<p>Nunca había estado Tarsis en la morada de Becerro, calle de Don
-Pedro, altísimo piso de una casa vieja y de grandes y desniveladas
-anchuras, que fue palacio de aristocracia hoy fenecida, o aposentada
-en sitios más gratos. Llamó el caballero; le franqueó la puerta una
-persona que la oscuridad hizo invisible. Pisando baldosines rotos, que
-tecleaban con ruidillos<span class="pagenum" id="Page_42">p. 42</span>
-que más parecían de risa que de llanto, llegó Carlos a la sala, toda
-libros, toda polvo, toda mugre, llena de cosas tuertas, cojitrancas
-y bizcas. Los estantes se caían de un lado, los rimeros de libros no
-tenían aplomo. Había desequilibrios inverosímiles, infolios que se
-balanceaban sobre rollos de balduque, papeles de mil formas acumulados
-sobre mesas perláticas, y sostenidos, para que no los arrebatase
-el aire, por una mano de bronce o una pezuña de mármol. Ventana
-torcida y balcón ancho, desiguales en tamaño y forma, como un doble
-mirar oblicuo, daban paso a la claridad, verdosa del empaño de los
-vidrios.</p>
-
-<p>Aunque en aquella caverna papirácea de inclinado techo, no había
-esqueleto ni lechuza, ni retortas sobre hornillo, ni lagartos rellenos
-de paja, Tarsis creyó hallarse en la oficina de nigromante o alquimista
-que nos dan a conocer las obras de entretenimiento y las comedias de
-magia. En un costado de la estancia, tras una mesa que desaparecía
-bajo la balumba de libros viejos y rancios papeles, emergía Becerro,
-dejando ver tan solo medio cuerpo. Extremada era la delgadez exangüe
-de su rostro. A su amigo miró con ojos espantados, tardando un rato en
-reconocerle.</p>
-
-<p>—Augusto —le dijo Tarsis cariñoso, poniéndole la mano en el hombro—,
-no esperabas esta visita. Vengo a enterarme de tus trabajos, vengo a
-charlar contigo, vengo a...</p>
-
-<p>Después de breve pausa, el caballero puso unos duros sobre la mesa,
-diciendo:</p>
-
-<p>—Aunque ahora estoy muy mal, chico, siempre hay algo para ti.</p>
-
-<p>—Gracias, <i>Asur</i> —dijo el sabio sin tomar<span class="pagenum"
-id="Page_43">p. 43</span> el dinero—. ¿Para qué te has molestado?
-El oro, la plata y los billetes, han llegado a serme indiferentes.
-Sabrás que ya no como... Todo es cuestión de acostumbrarse, de hacerse
-a no comer. Es una educación como otra cualquiera. Algún trabajo me
-ha costado adquirir este supremo hábito del perpetuo ayuno, de la
-emancipación del alma... ¿Sabes ya que me ocupo del Marqués de Villena,
-primer apóstol de las ciencias físicas en España, y precursor de
-esa otra ciencia que nos enseña las leyes y fenómenos del universo
-suprasensible?</p>
-
-<p>Quedaron suspensos los dos amigos, mirándose uno a otro. Tarsis
-rompió el silencio, diciendo:</p>
-
-<p>—De ese Marqués de Villena se cuenta que era algo así como brujo,
-hechicero.</p>
-
-<p>A lo que respondió José Augusto que tales denominaciones aplicadas
-por el vulgo son el reconocimiento que las almas inocentes hacen de las
-verdades no comprendidas... Pero antes de meterse en tan laberíntico
-terreno, Becerro dio conocimiento a su amigo de lo que ya tenía
-escrito de su magna obra, a saber: la condición y alcurnia del de
-Villena, su historia completa desde el nacimiento, su boda con doña
-María de Albornoz, sus desavenencias matrimoniales, el repudio de doña
-María, las locas ambiciones del prócer por obtener el maestrazgo de
-Santiago, su saber de humanista, de astrólogo, de químico; su figura,
-en fin, achaparrada, y su habla enfática y pedantesca... El amigo,
-con tan hábil pintura, acabó por conocerle como si le hubiera visto y
-tratado. Callaron de nuevo, y Tarsis, que anhelaba lo extraordinario
-y maravilloso, único alivio<span class="pagenum" id="Page_44">p.
-44</span> de su agobiada voluntad y solaz de su abatido entendimiento,
-llevó la conversación al terreno de las mágicas artes, que a su
-parecer, opinando como el vulgo, están relacionadas con la malicia
-y sutileza de Lucifer. Los hombres le estomagaban; anhelaba trato y
-conocimiento con los demonios.</p>
-
-<p>Por toda respuesta, el sabio mostró a Tarsis un montón de librotes y
-le dijo:</p>
-
-<p>—Aquí tengo los autores españoles y extranjeros que tratan de magia
-y artes hechiceras, libros de tanta amenidad, que yo me los he leído
-cuatro veces de cabo a rabo, y aún he de gozar por quinta vez de tan
-entretenida y sabia lectura. Cógelos, apúralos hoja tras hoja, y
-pasarás ratos, horas, días, semanas y meses deliciosos.</p>
-
-<p>Agradeció Carlos el obsequio, y se abstuvo de meter sus ojos en
-aquel zarzal. Con prodigiosa memoria y sin abrir los mamotretos,
-Becerro le hizo cuento y noticia de ellos, a saber: Andrés Cesalpino,
-Jacobo Sprengero, Juan Niderio, Abad Gunfridus, que escribieron en
-latín, y don Sebastián de Covarrubias, definidor castellano del
-hechizo; el Padre Martín del Río, y el historiador Gonzalo Fernández de
-Oviedo, que refiere los artilugios maléficos de los indios.</p>
-
-<p>Lo que mayormente colmaba el asombro de Tarsis era que, hallándose
-Becerro en absoluto ayuno, tuviese la lengua tan destrabada y el
-cerebro tan listo para verbalizar las ideas. Hablaba como una
-taravilla, con dicción clara y aliento fácil. Dudoso el caballero de la
-efectividad de tal prodigio, le interrogó de nuevo.</p>
-
-<p>—No sé ya lo que es comer —dijo Augusto con sequedad de palabra
-y de intelecto—. Tan olvidado<span class="pagenum" id="Page_45">p.
-45</span> tengo el comer, que ya no sé cómo se come. Serías feliz como
-yo lo soy, querido Carlos, si llegaras a este perfecto estado, que
-trae, entre otros beneficios, el de la abolición radical de la economía
-política y otras ciencias vanas inventadas por los glotones.</p>
-
-<p>—He olvidado preguntarte por tus hermanas —dijo el de Mudarra,
-apurando su investigación—. ¿Dónde están esas nobles señoras?</p>
-
-<p>—No podrás verlas, Carlos —replicó el sabio llevándose la mano a
-la frente para quitarse unas telarañas—. Viven y mueren en su grande
-elemento... No entiendes esto, ni lo entenderás mientras permanezcas en
-el estado de comercio mundial, o sea de ignorancia.</p>
-
-<p>Tales desvaríos despertaron más la curiosidad del visitante, que,
-sin decir nada al amigo, emprendió una inspección ocular por toda la
-casa, en busca de la explicación del misterio. Recorrió aposentos,
-rincones y pasillos, hallando en unos enormes fajos polvorosos de
-papeles impresos y manuscritos, en otros sillas y trebejos inútiles.
-En una estancia con estructura de cocina, no vio carbones, ni ceniza,
-ni aun señales de que se hubiera encendido lumbre en mucho tiempo; no
-vio pucheros ni cacharros, ni más que fragmentos de loza, utensilios
-rotos. Como sintiera el tembliqueo de los baldosines, indicio del paso
-de alguna persona, se fue tras el sonidillo, creyendo encontrar a quien
-le había franqueado la puerta; pero ni sombra ni rastro de persona vio
-por parte alguna.</p>
-
-<p>Después de vagar un buen rato volvió a encontrarse<span
-class="pagenum" id="Page_46">p. 46</span> en la sala, donde Becerro
-continuaba tal como le dejara, atento al papel en que escribía con
-firme pulso y sin levantar mano. No se detuvo allí el curioso, que
-ansiaba explorar la otra parte de la casa, y por una puertecilla que
-cerca de la mesa del nigromante se abría, pasó a un gabinete mejor
-apañado y dispuesto que lo demás de la vivienda. En él vio la cama sin
-sábanas, doblados por la mitad los colchones. Algo de inveterado y
-permanente en el doblez de los colchones revelaba que si el señor de
-la casa no comía, tampoco dormía... Fijose Tarsis en dos cuadros y dos
-tablas de escuela flamenca, representando escenas religiosas con fondo
-de arquitectura y paisaje; y siguiendo su observación de izquierda a
-derecha, dio con sus miradas en un hermoso espejo con negro marco...
-Allí fue su estupor, allí su pasmo y sobrecogimiento.</p>
-
-<p>Por un rato no dio el caballero crédito a sus ojos: se acercaba,
-retrocedía. Mas el cristal, que era de una limpidez asombrosa, no
-copiaba la imagen frente a él colocada. En vez de verse a sí mismo,
-Tarsis vio en el cristal, como asomándose a él, la propia y exacta
-imagen de la damita sud-americana, de quien estaba ciegamente
-enamorado. Mirole ella gozosa y risueña, mostrándose en la faceta más
-sugestiva y brillante de su hermosura, que era la dulce alegría. La
-suspensión del ánimo no fue tal que el caballero dejara de romper el
-silencio.</p>
-
-<p>—Cintia —exclamó casi pegando su rostro al cristal, sin que por
-esta proximidad se acercara también el de la linda bogotana—, Cintia,
-¿eres tú de verdad, o eres pintura, artificio de<span class="pagenum"
-id="Page_47">p. 47</span> la luz en el vidrio, por obra del discípulo
-de Lucifer que vive en esta casa?</p>
-
-<p>—Soy yo, Carlos de Tarsis. ¿Verdad que es gracioso vernos aquí? Yo
-no ceso de reírme...</p>
-
-<p>—Sácame de esta horrible duda, Cintia. ¿Es esto una casa
-encantada?</p>
-
-<p>—Encantada no. Yo estoy en mi casa. Acabo de levantarme.</p>
-
-<p>—¿En tu casa de Madrid?</p>
-
-<p>—No, tonto: estoy en París. Ayer compré este espejo en casa de un
-anticuario. Hoy, verás... me dan ganas de mirarme en él, y... ¡qué
-sorpresa, qué gracia, qué chiste tan modernista! Cuando creía ver mi
-cara en el espejo, veo la tuya.</p>
-
-<p>—Esto me aterra, Cintia.</p>
-
-<p>—A mí no. ¿Sabes, Carlos, que aquí me encontré con unas amigas
-argentinas muy simpáticas? No sabíamos qué hacer y nos hemos puesto
-a estudiar eso que llaman ciencias ocultas. Es divertidísimo, puedes
-creerlo. Tenemos una profesora que se llama <i>Madame de Circe</i>,
-y un adjunto chiquitín, <i>Monsieur de Tiresias</i>, que adivina
-cuanto hay que adivinar. Por las noches nos dan sesiones deliciosas
-en que oímos ruido de platos por el techo, y roce de manos que pasan
-arrebatando los objetos. Créelo: nos divertimos la mar.</p>
-
-<p>—Mientras te oigo, hermosa Cintia —dijo Tarsis, abrumado de
-tristeza—, pienso que me he muerto, y que estoy vagando en el inmenso
-tedio de la inmortalidad, como astilla flotante en el océano.</p>
-
-<p>—Vivir y morir todo viene a ser lo mismo —replicó Cintia, mostrando
-la doble carrera de<span class="pagenum" id="Page_48">p. 48</span> sus
-lindísimos dientes al desplegar los labios en franca risa—. Ha sido
-para mí una suerte muy grande verte ahora, cuando creía que ya no te
-vería más, Carlos. ¿Es esto milagro, es esto hechicería? Sea lo que
-fuere, yo me alegro de poder decirte que no me he casado.</p>
-
-<p>—¡Cintia!</p>
-
-<p>—Que no me he casado con el diplomático. ¿Cómo quieres que te lo
-diga? Reñimos hace quince días por una simpleza... Un poco tarde, pero
-a tiempo aún, vine a conocer que no le quería. Es un cuco, un egoísta
-como todos... Vienen al olor de una rica dote...</p>
-
-<p>—Cintia, tu riqueza te da derecho a despreciarnos. Quisiera que
-fueses un poco menos severa conmigo.</p>
-
-<p>—Sí que lo seré... pero ahora, caballero Tarsis, no puedo
-entretenerme más... ¿Qué, qué ibas a decirme? He visto en tus labios
-una palabra que se ha retirado antes de sonar.</p>
-
-<p>—Iba a decirte que nunca te vi tan bella como ahora te veo.</p>
-
-<p>—¡Qué tonto! Estaré horrorosa. ¡Hace un rato que salí del baño! Me
-envolví en este ropón, y me acerqué al espejo para mirarme.</p>
-
-<p>Aunque oprimía la vestimenta contra su busto para taparlo bien, aún
-exageró el movimiento pudoroso hasta no dejar ver más que la cabeza. El
-galán la contemplaba embelesado. La visión dijo:</p>
-
-<p>—Me parece, caballero Tarsis, que ya es hora de que te deje en
-paz... Retírate tú también por tu lado...</p>
-
-<p>Se alejó sin volver la espalda, hasta quedar en término lejano; hizo
-con la mano un gracioso saludo, y desapareció como luz extinguida por
-un soplo.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch5">
- <p><span class="pagenum" id="Page_49">p. 49</span></p>
- <h2 class="nobreak g0">V</h2>
- <p class="subh2">Siguen los prodigiosos y disparatados fenómenos,
- hasta determinar lo que es final y principio.</p>
-</div>
-
-<p>Abalanzose don Carlos de Tarsis al espejo, y puestos en él manos y
-rostro, se aseguró de que era cristal y no un hueco por donde pudieran
-verse estancias vecinas. Luego salió con paso y andar de borracho,
-tropezando en los muebles y agarrándose a cuanto encontraba, hasta
-llegar a la próxima sala, donde permanecía, como alma trasunta en
-papeles, el erudito endemoniado; y viendo una silla frente a la mesa
-en que aquel trabajaba, dejose caer en ella, soltando la voz a estas
-angustiadas razones:</p>
-
-<p>—Tu casa está encantada, o tú eres un demonio con figura de Augusto
-Becerro.</p>
-
-<p>Sin inmutarse, suspendiendo del papel la pluma, el embrujado amigo
-le respondió:</p>
-
-<p>—No aceleres tu juicio, ni apliques dicterios infernales a este
-estado de felicidad perfecta. No interrumpas mis estudios, que ahora
-estoy en las apreturas de demostrar que el Rey Sabio don Alfonso X
-fue precursor de mi don Enrique de Villena, pues en su <i>Libro de
-los juegos de ajedrez, dados et tablas</i> dice que no se puede jugar
-bien al ajedrez sin saber de astrología. Lo mismo siente y declara el
-Maestre de Santiago en su <i>Libro de Aojamiento y Fascinología</i>, y
-ello concuerda... Verás.</p>
-
-<p>Dijo esto<span class="pagenum" id="Page_50">p. 50</span> tomando
-del rimero de la izquierda un gordo y mugriento librote, que abrió por
-un punto marcado.</p>
-
-<p>—Verás: este es el famosísimo y fundamental libro de
-<i>Encantamentos</i>, escrito por el propio Merlín en lengua bretona, y
-traducido al italiano por <i>Messer Zorzí</i>...</p>
-
-<p>—Déjame: tu erudición me produce horrible cefalalgia —dijo el prócer
-haciendo almohada de sus brazos sobre la mesa para descansar en ella la
-cabeza.</p>
-
-<p>Impávido siguió el otro:</p>
-
-<p>—Autores de más crédito, como el desconocido español que compuso
-<i>El Baladro de Merlín</i>, sienten y aseguran que este no nació de
-ayuntamiento del diablo con doncella bretona, sino que un ángel le
-dio la existencia. No el trato con demonios, sino el estudio de la
-astrología, le dio su saber profundo de cuanto se refiere al destino
-del alma, y al estado de encantamiento y beatitud de las criaturas...
-Te diré que <i>baladro</i> es como decir <i>alarido</i> o <i>voz
-espantosa</i>, porque el gran Merlín, padre de la verdadera ciencia,
-fue encantado por su mujer, digamos manceba, llamada Bibiana, la cual
-volvió contra él la virtud o maleficio de un amuleto poderoso. De mujer
-no se podía esperar cosa buena. Quedó Merlín preso para siempre en
-la espesura de un bosque de Inglaterra, donde aún está, y cuanto se
-ha hecho para encontrarle ha sido inútil. Desde la profundidad de su
-encantamiento lanza de vez en cuando unos baladros o bramidos que se
-oyen a mil leguas a la redonda y hacen temblar toda la tierra.</p>
-
-<p>—Déjame, calla: eres un torbellino de disparates —murmuró el
-descendiente de Japhet,<span class="pagenum" id="Page_51">p. 51</span>
-hijo de Noé, agarrándose el cráneo como para sujetar la razón que se le
-escapaba.</p>
-
-<p>Sintió, al decir esto, un retemblido profundo como terremoto.
-El sacudimiento del suelo se transmitió a libros y papeles, que
-por un instante se movieron y saltaron. Oyó luego cerca de sí un
-retintín metálico. Eran los duros que había dejado sobre la mesa, y
-que iniciaron un ligero movimiento de baile. Al caballero le pesaba
-la cabeza como si fuese de plomo. Con vigoroso esfuerzo se levantó
-gritando:</p>
-
-<p>—Dime por dónde salgo de esta cueva... ¿Dónde está la salida?
-Ábrete, laberinto...</p>
-
-<p>Dio algunas vueltas por la estancia palpando el aire, y no pudiendo
-con su propio cuerpo, que requería la horizontal, fue a caer en una
-especie de banco acolchonado, diván o canapé, situado entre ventana
-y balcón. Allí quedó tendido, tieso y sin conocimiento; y aunque el
-pelote del relleno era duro y desigual, el noble marqués no se movió en
-largas horas.</p>
-
-<p>En el tiempo que estuvo exánime, <i>Asur, hijo del Victorioso</i>
-fue a su casa y volvió de ella, lo cual no quiere decir que se moviera,
-sino que el espíritu, arrastrando a la que llaman vil materia, o tal
-vez solo, voló a su vivienda lejana, que era en lo alto del barrio de
-Salamanca. Desflorando calles, se aproximó a la suya, y a medida que se
-acercaba, una fuerza irresistible le cortaba la andadura, llamándole
-hacia atrás para que obedeciese a su voluntad, esclava y presa en la
-encantada mansión del sabio. A pesar de los tirones que hacia atrás
-le daban manos invisibles, Tarsis tuvo la sensación de entrar en su
-casa, que era grande<span class="pagenum" id="Page_52">p. 52</span>
-y hermosa, bien dispuesta para morada de un rico. Con excepción de
-algunos cuadros y bronces de gran valor, que había tenido que vender,
-conservaba el rico ajuar que fue de sus padres. Llegó el hombre a su
-dormitorio, y después de contemplar con amoroso embeleso el retrato
-de Cintia que en marco de hierro nielado allí tenía, se acostó,
-quedándose profundamente dormido sin soñar cosa alguna, como no fuera
-una ligera visión de Bibiana, la querindanga de Merlín... Al despertar
-se vio en el camastro o divanastro de la morada becerril, y el dolor
-de sus huesos le dijo que había estado largo tiempo sobre aquellos
-pelotes duros, y en el suplicio de los gastados muelles, que al menor
-movimiento gemían, clavándose en las carnes.</p>
-
-<p>Don Carlos dejó allí día y encontró noche, que le pareció muy
-avanzada. La caverna papirácea, sin otra luz que la de una bombilla
-eléctrica colgante sobre la mesa en que trabajaba el hechicero, era más
-triste de noche que de tarde. Dijérase que los innumerables libracos
-que por el día trataban de cosas divertidas y amenas, por la noche
-llenaban sus páginas de sucesos fúnebres y trágicos. Tarsis dio suelta
-a sus ideas para que libre y perezosamente se extendiesen con vuelo
-bajo, posándose donde quisieran, y este abandono de la disciplina
-mental le llevó a un dulce estado de inconsciencia melancólica.</p>
-
-<p>Miró el buen señor su reloj y lo encontró parado. Al poco rato, sin
-saber la hora, sintió el tin-tin de los ladrillos mal sentados o rotos.
-Alguien andaba por los adentros de la casa;<span class="pagenum"
-id="Page_53">p. 53</span> el ruidillo aumentaba; no eran una ni dos
-personas las que acusaron su presencia con el leve pisar en los
-baldosines musicantes... el tin-tin se acercaba, y por fin entró en
-la sala. El caballero apreció el paso de seres invisibles, como si
-entraran por la puerta de un lado y salieran por la del otro. Alguno
-pasó muy cerca de él, casi rozando con el diván. Por un momento pudo
-creer Tarsis que el ser aéreo se sentaba a su lado... Con movimiento
-instintivo, con calofrío y temor, se incorporó.</p>
-
-<p>Mediano rato duraron las carreras de una parte a otra de la casa,
-y durante este inocente juego no visto, notó el caballero que algunos
-libros y papeles saltaron de las mesas, y fueron a caer en mitad de
-la estancia. Siguió ruido de palmoteo que andaba por el aire cerca
-del techo. El ruido pasó a un aposento que no debía de estar lejano,
-y con el cual no se veía comunicación abierta; y de allí, confundido
-con las palmadas, vino repiqueteo de crótalos. Estos sonaban apagados
-y sin vibración, como si el choque de la madera se ablandara en
-manos de trapo. El ritmo era extraño, absurdo. Tarsis no le encontró
-adaptación a ninguna danza conocida. Y al son de los crótalos con
-sordina y de manos algodonadas, trepidaba todo el suelo de la casa.
-Becerro proseguía inmóvil, como un santo doctor de los que están en los
-altares, la pluma en la mano, los ojos fijos en un infolio abierto por
-la mitad.</p>
-
-<p>Contemplando la embalsamada figura de su amigo, el Marqués de
-Mudarra trató de confortarse, requiriendo la normalidad. Pensaba que
-todo aquel aparato ultrasensible, la visión de<span class="pagenum"
-id="Page_54">p. 54</span> Cintia y el ruido de bailoteo de espíritus,
-podía ser una farsa, obra de la física recreativa, o de algún maestro
-en ilusionismo y prestidigitación. Afirmándose en esta idea, se
-levantó con ánimo de dar un papirotazo en la cabeza del fingido
-hechicero; pero apenas puso los pies en el suelo, estalló en los
-aires un trueno formidable, y casi al mismo tiempo, con diferencia de
-segundos, otro más rimbombante en lo hondo de la tierra, y la casa se
-abrió y desbarató cual si fuera de bizcocho. Desapareció el techo,
-dejando ver un cielo estrellado; las paredes se abrieron, los libros
-transformáronse en árboles, y don José Augusto saltó de su asiento por
-encima de la mesa, convertido en un perrillo cabezudo y rabilargo.
-Hallose Tarsis en un suelo de césped, rodeado de robustas encinas,
-sin rastro de casas ni edificación alguna. De la sorpresa y susto por
-tan maravilloso cambio de escena, trató de recobrarse el caballero
-diciendo: «Sigue la farsa. Ahora tenemos una mutación de teatro hecha
-por habilísimos maquinistas y escenógrafos.»</p>
-
-<p>No le dejó completar su pensamiento la súbita presencia de un
-tropel de muchachas, lo menos cincuenta, guapísimas, vestidas tan a la
-ligera, que no llevaban más que un fresco avío de lampazos, con que
-cubrían lo que la honestidad quiere y ha querido siempre que se cubra.
-Piernas y brazos trazaban en el aire, con ritmo alegre, airosas curvas
-y piruetas. Eran, más que ninfas, amazonas membrudas, fuertes, ágiles,
-los rostros hermosísimos y atezados. Traza tenían de mujeronas de raza
-y edad primitivas, heroicas. Su aventajada talla<span class="pagenum"
-id="Page_55">p. 55</span> y la solidez de su estructura muscular no
-consentían imitación por medios teatrales. Ni con actrices ni con
-escogida comparsería podían los taumaturgos de la escena presentar
-espectáculo semejante, por lo cual Tarsis abandonó el concepto de
-lo real para volverse al de lo maravilloso... Las ninfas hombrunas
-rompieron a coro en un grito salvaje, <i>ijujú</i>, que retumbó en
-los senos de la selva. Y conforme gritaban se partieron en dos alas,
-dejando en medio un ancho camino para que por él pasara, con porte de
-reina, una esbelta matrona que salió de la espesura de las encinas.</p>
-
-<p>Tarsis quedó embelesado, y no se hartaba de mirar y admirar la
-excelsa figura, que por su andar majestuoso, su nobilísimo ademán, su
-luengo y severo traje oscuro, sin ningún arrequive, más parecía diosa
-que mujer. Era su rostro hermoso y grave, pasado ya de la juventud a
-una madurez lozana; los cabellos blancos, la boca bien rasgueada y
-risueña. Pensó Carlos que aquel rostro y aquel empaque de principal
-señora, no le eran desconocidos. ¿Habíala visto en algún salón de la
-alta sociedad de Madrid? Tal vez. No pudo darse cuenta de nada más, y
-la idea de que la dama veraneaba en aquellos selváticos parajes, cruzó
-por su mente como un relámpago... ¿Y quién demonios eran las danzantes
-morenas de libres piernas y arqueados brazos? El buen Tarsis no tenía
-idea de la naturaleza y origen de estas raras visiones. Nunca vio en la
-realidad figuras de tan robusta belleza. Estatuaria de carne y hueso
-como aquella, no se usaba ya en la humanidad. Cuando esto pensaba, dos
-o más de las<span class="pagenum" id="Page_56">p. 56</span> mujeronas
-o dríadas fornidas se apoderaron del pobre caballero, cogiéndole de una
-y otra mano, y zarandeándole le llevaron consigo, cantando, entre risas
-y en lengua de él no comprendida, himnos alegres. En esto, Tarsis vio
-de espaldas a la matrona, que seguía con grave lentitud su camino. Tras
-ella iba Becerro, convertido, no ya en perrillo, sino en perrazo de
-tan lucida talla, que mirándolo bien se advertía que era león de tomo
-y lomo, un poco anciano ya y algo raído de melena, dando a entender su
-larga domesticidad... Miró al amigo y agitó su tiesa cola con bizarra
-señal de simpatía.</p>
-
-<p>Sudoroso y sofocado seguía el prócer a las mujeres, que en fuerza
-y agilidad le superaban más de lo que él quisiera. Poniéndoles cara
-risueña y tratando de acomodar su flojedad pulmonar al incansable vigor
-de ellas, les dijo:</p>
-
-<p>—Ninfas, zagalas, señoritas, amazonas, o lo que sean, ¿tendrán la
-bondad de decirme si estoy encantado?</p>
-
-<p>Y ellas le contestaron con vocerío de júbilo y burlas, y con el
-sonoro <i>ijujú</i>, que lo decía todo... Siguieron, y como él se
-rindiera, lleváronle largo trecho en volandas, a retaguardia de la
-fantástica procesión... Al llegar a una meseta despejada de arboleda
-alta, donde se deprimía bruscamente el suelo por la izquierda,
-arrancando en ladera que hacia profundos barrancos descendía, las
-juguetonas ninfas hombrunas se divirtieron zarandeando a don Carlos de
-Tarsis, entre gozosos <i>ijujúes</i> y <i>ajijíes</i>, y después de
-balancearle como a un pelele, le lanzaron con ímpetu por la pendiente
-abajo.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_57">p. 57</span>¡Ay, caballero de
-mi alma, qué será de ti en ese rodar hacia la desconocida hondura!
-Válgante tus buenas obras para salvarte, que algunas ha de haber
-entre tus innúmeros pecados; favorézcate Dios con que no caigas sobre
-peñascales duros, sino sobre retamas tiernas o tomillos olorosos, o
-disponga que en sus brazos te reciba una grácil hada de blanco y blando
-seno.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch6">
- <h2 class="nobreak g0">VI</h2>
- <p class="subh2">Donde verdaderamente empiezan las verdaderas e
- inverosímiles andanzas del caballero encantado.</p>
-</div>
-
-<p>Se sabe que Tarsis, hallándose vivo y sano muchos días después de
-lo narrado, tenía por dormitorio un pajar erigido sobre el establo en
-que diversos animales pasaban la noche. Hecho a nueva vida sin notorio
-aprendizaje, se despertaba al alba, sacudía y estiraba sus miembros,
-se vestía, y al instante prestaba su ayuda al amo, dando pienso a las
-bestias y unciendo la yunta para el trabajo... Se sabe también que en
-aquel primer período de su encanto, el caballero había perdido toda
-noción de su primitiva personalidad, por un embotamiento absoluto de
-la memoria. Tan solo recordaba los hechos próximos al estado presente;
-su nueva conciencia embrionaria los completaba con vagas y equívocas
-impresiones de una edad anterior a la villana condición que encantado
-tenía.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_58">p. 58</span>En esta baja
-existencia, el caballero se llamaba Gil, nombre que en su sentir había
-tenido desde la cuna, y se hallaba dotado de gran fuerza muscular. De
-sus supuestos padres, que padres había de tener, vivos o difuntos,
-nada o poco sabía, ni de ello se curaba. La subconciencia o conciencia
-elemental estaba en él como escondida y agazapada en lo recóndito del
-ser, hasta que el curso de la vida la descubriera y alentara de nuevo.
-Así lo dicen los estudiosos que examinan estas cosas enrevesadas de
-la física y la psiquis, y así lo reproduce el narrador sin meterse a
-discernir lo cierto de lo dudoso.</p>
-
-<p>Andaban ya de soslayo por la tierra los rayos del sol espantando la
-neblina, cuando Gil llegaba con su yunta al campo llamado de Algares,
-extenso barbecho que ya en tiempo oportuno había sido alzado, y en mayo
-recibía la segunda labor, a la que dicen binar. Iba con él el amo, de
-quien se hablará luego. Quería ver cómo acometía el mozo faena tan
-larga y dura, y calcular por el aire que llevara si podría terminarla
-en dos mañanas cumplidas. Ya en el punto del primer surco, marcado por
-la labor de alzar, metió Gil la reja, azuzó la yunta con un <i>sóo</i>
-cariñoso, y empuñada la esteva con vigorosa mano, empezó a trazar el
-surco, llevándolo tan derecho, que por regla sobre un papel no se
-trazara mejor.</p>
-
-<p>—Vas bien, Gil —le dijo el amo viéndole llegar de la primera
-vuelta—. Haz por labrar hoy hasta la olmeda, y lo demás quedará para
-mañana. Yo me voy a ver cómo está lo de Tordehita, que quedó encharcado
-con las aguas del sábado, y<span class="pagenum" id="Page_59">p.
-59</span> luego me subo al Toral para decirle a <i>Ginio</i> que esta
-tarde me lleve las ovejas a Nafría, donde a la cuenta que tenemos mejor
-pasto. Adiós, y no te tumbes cuando yo me vaya.</p>
-
-<p>Diciéndolo se fue, y su figura escueta se perdió en la planicie
-solitaria, a trechos verde, a trechos amarilla.</p>
-
-<p>Quedó Gil solo arando, sin más compañía que la del sol, que a la
-ida le caldeaba las espaldas, y a la vuelta le bailaba delante de los
-ojos. Con toda su voluntad puesta en el puño y este en la esteva, regía
-con inflexible derechura la labor. Trazados seis surcos, descansó para
-su almuerzo, que fue breve y frugal. Junto al arranque del primer
-surco tenía su chaqueta, el barrilillo de agua, el saco de su comida,
-y otro con el pienso de las vacas; custodiaba estos avíos un perro
-de la casa llamado <i>Moro</i>, que no se movía de su guardia. Perro
-y gañán frente a frente, en amor y compaña, comieron de un trozo
-de pan con torreznos que les había puesto en el morral la <i>señá
-Usebia</i>. A entrambos les supo a gloria por lo avanzado de la mañana,
-y después volvió el uno a coger la esteva, y el otro quedó guardando la
-chaqueta y costales. Toda la mañana transcurrió en esta guisa, el can
-dormitando, el mozo haciendo rayas con el arado, labor harto penosa,
-la más primitiva y elemental que realiza el hombre sobre la tierra,
-obra que por su antigüedad, y por ser como maestra y norma de los demás
-esfuerzos humanos, tiene algo de religiosa.</p>
-
-<p>Sudaba Gil la gota gorda, y todos los músculos de su cuerpo
-contribuían con su tensión<span class="pagenum" id="Page_60">p.
-60</span> a la faena sagrada. De la misma fatiga sacaba mayor esfuerzo.
-No desmayaba; que sobre las flaquezas del cuerpo resplandecía en el
-alma el sentimiento de la obligación. Gil era fiel pagador del pan
-que ganaba, y daba su energía por su sustento. De la ruda tarea no
-tenía más testigos que el cielo que le miraba, el perro dormitante y
-los pájaros que se adueñaban de aquellos anchos aires. Las maricas
-vocingleras venían a merodear con aleteo y brinquitos en los surcos
-recién abiertos; las abubillas se llamaban de olmo a olmo con
-tres golpes, y bandadas de chovas o grajos volaban con solemnidad
-procesional del llano a la sierra o de la sierra al llano.</p>
-
-<p>Terminada la media huebra que el amo le asignara, Gil retirose con
-su yunta, sus talegos y el perro, y a la casa llegó antes que el amo,
-que andaba en la inspección de sembrados y majadas. Preguntole el ama
-si había hecho la media huebra, y dada la respuesta afirmativa sin
-jactancia, procedió a quitar el arado; luego desligó de los cuernos
-de las vacas las coyundas que sujetaban el yugo, separó este, y los
-benéficos animales se fueron a su establo requiriendo con sus húmedos
-hocicos el pienso. El de la familia tardaría un poco más, porque el amo
-no parecía; salió el hijo a un altozano, orilla de la casa, de donde
-oteaba el sendero por donde había de recalar el padre. <i>Usebia</i>,
-en el portal, cortaba de un pan las rebanadas para la sopa, y Gil,
-servido el pienso al ganado, fue a servir a la cochina y sus crías,
-cuyo cubil allí se llama <i>corte</i>, y les regaló con mondaduras
-de patatas envueltas<span class="pagenum" id="Page_61">p. 61</span>
-en harina de centeno. En esto el chico que estaba de vigía vino a la
-carrera diciendo:</p>
-
-<p>—Ya viene padre.</p>
-
-<p>Y la <i>señá Usebia</i>, que ya tenía la mesa puesta y el cocido en
-su punto, se dispuso a calar la sopa.</p>
-
-<p>No se pasa de aquí sin decir que el lugar se llamaba Aldehuela
-de Pedralba, situado como a legua y media de la caída occidental
-de la sierra de Guadarrama, y que el amo de Gil era José Caminero,
-honradísimo trabajador, esclavo del áspero terruño y de la inclemente
-comarca en que había nacido. Como unos veinte años le llevaba en edad
-a su mujer Eusebia, todavía en cierto punto de frescura y lozanía.
-La esposa, con su nativa fortaleza, se defendía de los estragos del
-trabajo incesante y rudo, mientras el marido, al cabo de cuarenta
-años o más de tremenda porfía con la tierra, era ya un atleta cansino
-y derrengado, con todo el vigor recluido en los pensamientos, en la
-palabra y en la voluntad. Tenían un hijo, a la sazón de diez años,
-que también se llamaba Pepe, por el afán del padre de perpetuarse, no
-solo en la tierra, sino en el nombre, avidez de vida durable ya que
-no eterna. El chico iba a la escuela, donde si un poco le enseñaba
-el maestro, más le enseñaban los otros chicos, profesores de juegos,
-enredos y travesuras. En verano, que es tiempo de vacaciones, olvidaban
-lo poco que aprendieron en invierno (escaso de días por el descuento
-de fiestas religiosas, patrióticas y palatinas), y la bandada se
-establecía de sol a sol en los aledaños del pueblo, ejercitándose en
-la barbarie de coger nidos. Cosechaban además endrinas y moras<span
-class="pagenum" id="Page_62">p. 62</span> de zarza en campo libre, y
-afanaban fruta en terrenos vedados, o bien apedreábanse con rápido
-manejo de hondas que ellos mismos hacían.</p>
-
-<p>Poseía José Caminero, por herencia, la casa en que vivía, dos
-huertas y hermoso prado, dos o tres hazas de excelente tierra, en que
-cosechaba patatas, trigo para el pan de la casa, garbanzos, algarroba.
-Con esto, y el averío, y el cerdo, y las terneras, vivía pobremente sin
-ahogos, sin mirar demasiado la cara al día de mañana. Pero a poco de
-casarse le picó la ambición: queriendo dar mejor empleo a su pericia
-de labrador, tomó en arrendamiento las tierras de Algares, Tordehita
-y Tordelepe, que por su miga y anchuras eran buen campo de ilusiones
-campesinas. Los primeros años no le fue mal; pero luego <i>empezó a
-cojear el galgo</i>, como decía el pobre Caminero: vinieron, ahora la
-seca, ahora el pedrisco; se pidió rebaja de la renta, y la subieron;
-se esperó alivio en la contribución, y la recargó el maldito Gobierno;
-siguieron los arbitrios para salir del año, los enredos del préstamo
-y la usura, y así, por fatal gradación, se llegó al desequilibrio
-de la casa en el tiempo en que Gil entró a servir en ella. Siempre
-había tenido Caminero dos criados para su labranza; pero aquel año la
-necesidad de economías le obligó a reducir la servidumbre a un solo
-mozo, y este de los que llaman <i>agosteros</i>, contratados por pocos
-meses, que terminaban el día de San Agustín. En esta fecha cobraría
-Gil su soldada de catorce duros, quedando libre para buscar otro
-acomodo.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_63">p. 63</span>Pues, señor, como se
-ha dicho, llegó el punto de ponerse a comer. Sentáronse a la mesa, que
-más bien era banco, cubierto de un mantel de días, Caminero y su hijo,
-enfrente Gil. Al lado derecho del amo debía comer Eusebia, que en pie
-hizo el calado de la sopa, vertiendo en la cazuela, sobre las rebanadas
-de pan, el hirviente caldo. Luego se sentó a comerlas con los demás,
-soplando todos en la cucharada para enfriar. Después el ama volcó el
-cocido en la misma cazuela, apartando la carne, y de la cazuela comían
-todos, que es un comer más familiar y democrático que el usado por
-gente fina. Siguieron la carne y tocino, que eran engaño para meter en
-la barriga buena carga de pan. Eusebia cortaba con suma destreza las
-rebanadas que iba dando a cada uno.</p>
-
-<p>Mientras comían no era la conversación serena y plácida, sino
-ansiosa y entrecortada de graves aprensiones. Comían como los soldados
-que a prisa engullen su alimento entre batalla y batalla. Caminero y su
-mujer, sin mirarse apenas, cambiaban frases recelosas.</p>
-
-<p>—Desmedrado tenemos el trigo, que no granará si no manda Dios
-agua...</p>
-
-<p>—Yo, por esta rodilla mía derecha, barruntaba ayer agua, y hoy,
-por el poco de sordera, barrunto secura. Dios nos mire y el cielo nos
-llore...</p>
-
-<p>—Mujer, sobre tanta calamidad, me <i>paiz</i> que tendremos la tiña
-del garbanzo...</p>
-
-<p>—Ni en chanza lo digas, José. Eso nos faltaba. Si enferma el
-garbanzal, ¿año, a dónde vas?...</p>
-
-<p>—Las patatas de Tordelepe piden con necesidad que las aporquemos.
-No pase de esta tarde. Vámonos todos a remediarlas con la segunda
-cava.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_64">p. 64</span>Todo lo decían
-Caminero y su mujer. Gil no desplegaba sus labios. De las buenas
-cualidades del mozo, la que más estimaban sus amos era el silencio.
-Obedecía, sin chistar, cuantas órdenes se le daban, y jamás ponía
-comentario ni observación. Por su docilidad y apego al trabajo, los
-amos le querían... Pues en cuanto comieron se apresuró el mozo a
-enalbardar la borrica para el ama, y se fueron todos a Tordelepe, cada
-cual con su azada, y hasta el chico llevó la suya de juguete, y toda
-la santa tarde estuvieron cavando. <i>La Usebia</i> era una fiera para
-el trabajo, y doblada de cintura cavaba y arrimaba la tierra que daba
-gusto. José, tronzado por el violento esfuerzo que su dignidad de
-labrador le imponía, hizo lo que pudo, y Gil, incansable jayán, remató
-la labor antes que fuera de noche, con lo que respiraron, limpiándose
-el sudor, y se volvieron, <i>Usebia</i> en la burra con el chico, y las
-azadas colgadas de la grupa. No iban alegres, pues cada cual llevaba
-su afán: la mujer llegar a tiempo de hacer la cena, el hombre, traer
-a su magín los afanes del día siguiente. No descansaban, no vivían;
-cada hora, preñada de inquietudes, paría en sus últimos minutos las
-inquietudes de las horas sucesivas.</p>
-
-<p>A prima noche, encendidas las teas en la cocina y avivada la
-lumbre, <i>Usebia</i> preparaba un calderón de patatas con briznas
-de bacalao... Cenaron; el chico se durmió con la cuchara en la mano.
-Marido y mujer hacían cálculos de lo que podrían reunir para pagar
-la renta. <i>Usebia</i>, que entre ceja y ceja llevaba el libro de
-caja, o sea mental aritmética de<span class="pagenum" id="Page_65">p.
-65</span> las monedas sepultadas en el arcón, aseguró que por mucho que
-estiraran no llegarían a juntar lo preciso. El buen Caminero se rascaba
-la oreja, sin que del rasquido saliera la solución del problema. Oía
-Gil estas cosas y callaba, compadecido de sus amos, a quienes daría sus
-ojos si con los ojos pudieran remediarse...</p>
-
-<p>En previsión de un gravísimo atasco, se acordó llevar al mercado
-de Pedralba cuanto se pudiese... Como el mercado era en jueves, el
-martes lo dedicó Gil a terminar la huebra; el miércoles fue al monte
-por leña, operación que era para él un descanso, pues iba en el carro,
-cortaba la leña, cargaba, y en ello se le iba todo el día sin gran
-fatiga muscular. Gustábale la expedición al monte por lo que tenía de
-paseo, de divagación en ambiente fresco y puro, de hablar con gente
-que a la ida y a la vuelta encontraba, parloteando en alguna vereda
-con muchachas bonitas, que le decían burlas y veras graciosas, como
-rozadura de cardo y olor de tomillos.</p>
-
-<p>Aquel día montó el gañán en el carro con el niño de la casa y otros
-dos, amiguitos de este, que se pirraban por llevar al monte el programa
-de sus diabluras. Gil no dio paz al hacha, y cortó carrascas, ramas de
-fresno y de escaramujo, estepa y jara cuanto pudo; gran cantidad de
-retama para el horno y de helechos para la cama del ganado. Los chicos
-con febril actividad le ayudaban, trabajando con hoces y hachuelas
-de juguete. Con certera pedrada mataron a un pobre conejo, y a palos
-dieron cuenta de una culebra que no les hacía<span class="pagenum"
-id="Page_66">p. 66</span> ningún daño... De vuelta a la casa, al caer
-de la tarde, se pensó en disponer lo que al siguiente día había de
-llevarse al mercado. El ama supo atraer a su parecer el del fatigado
-marido, y ella fue quien organizó y determinó la pacotilla de artículos
-para la venta por buen dinero. Viéraisla al romper el día montada
-en su burra, con un saco de trigo a la grupa, alforjas en el arzón,
-varios líos, uno de ellos con merienda, y ella bien compuesta, con su
-pañuelo cruzado al pecho, prendido con un vistoso alfiler, y otro, de
-colorines, liado a la cabeza con el nudo sobre la frente.</p>
-
-<p>A su lado iba Gil, también un poquito aseado. En la mano derecha
-llevaba el cordel con que sujetaba y conducía tres lechoncitos atados
-por la pata; en la izquierda, la vara con que a la pollina dirigía, al
-hombro un saco mediado de garbanzos. Delante, con carrera retozona,
-iba el perro <i>Moro</i>. Por el camino, que era largo, de más de
-legua y media, <i>Usebia</i> charlaba de diversos asuntos; el mozo
-nunca iniciaba la conversación, por ser muy corto y bien mirado. Si
-ella no enhebraba la palabra, irían todo el camino como dos cartujos.
-Debe decirse que el ama quería mucho a su sirviente, por las buenas
-prendas de él, por su talante sufrido y humilde, y porque jamás hizo
-ascos a las obligaciones por duras que fuesen. Queríale también, mejor
-dicho, le miraba con buenos ojos, porque era muy guapo, de cuerpo
-gallardísimo, la cara bien adornada y la boca pulida. Con alma cándida
-y sin malicia le elogiaba ante las vecinas diciendo:</p>
-
-<p>—Tengo un criado <i>como un pino de oro</i>.</p>
-
-<p>Cuidaba de<span class="pagenum" id="Page_67">p. 67</span> tenerle
-la ropa lavada y bien arregladita; reservábale alguna golosina para
-después de comer, y cuando le veía rendido del trabajo, y no estaban
-presentes José ni el chiquillo, llamábale a la cocina y le daba un
-huevo asado en la ceniza, añadiendo maternales consuelos:</p>
-
-<p>—Toma, hijo, que ese cuerpo necesita que le echen un reparo, y
-dos.</p>
-
-<p>Como se ha dicho, Eusebia planteaba las conversaciones durante el
-viaje, las cuales solían recaer en lo desabrido que era Gil con las
-mozas del pueblo, pues otro menos metidijo en sí se habría echado ya
-cuantas novias quisiera; que si comúnmente hubo tres Giles para una
-moza, estando él habría diez para un Gil; y todas le habían de querer,
-y en alguna encontraría holgura para casarse. A esto respondía Gil con
-respetuosas y discretas razones, diciendo que antes era el ganar que el
-enamorar, porque hombre sin blanca es despreciado de sí mismo. Huérfano
-era y arrimado a la pared de una buena casa, y por el pronto no haría
-más que dar gusto a sus amos y aprender la labranza. Eusebia unas veces
-asentía con aires de persona sesuda; otras celebraba con risas las
-sosadas del mancebo, oyéndolas como agudezas y donaires.</p>
-
-<p>Con este inocente parlar llegaron a Pedralba, lugar asentado en una
-peña flanqueada de murallones, con una sola puerta. Encamináronse a
-la plaza y cogieron puesto. En otras circunstancias, Eusebia vendía
-sus frutos y compraba escabeche, azúcar, pimentón, cebollas, alguna
-herramienta, y una túrdiga de pellejo para hacer las abarcas. Pero en
-aquella<span class="pagenum" id="Page_68">p. 68</span> ocasión triste,
-a casa no se llevaría más que un poco de pimentón y una zafrita con
-vinagre. Sus garbanzos, su trigo, sus pollos y huevos, sus lechoncitos
-y demás cosas que llevaba, los cambiaría por dinero contante para
-llevarle a José una buena ayuda de la renta. Así lo hizo; mas no pudo
-allegar todo el numerario que quería. El dinero escaseaba. Decidiéndose
-a vender algunos artículos a desprecio, pudo llevarse algo más de
-trescientos reales.</p>
-
-<p>Desalentados tomaron el camino de Aldehuela; mas el sentimiento del
-mal negocio no impidió a la curiosa <i>Usebia</i> tirar de la lengua
-al criado para que, descuidándose en el hablar, diese a conocer sus
-intenciones y pensamientos.</p>
-
-<p>—Si tanto callas, Gil —le dijo—, pensaré que estás encantado.</p>
-
-<p>Con esto se avivó la conversación, y el ama se entretuvo en tocar
-delicadamente diferentes puntos de amor, como relación de mozo con
-moza, de soltero con viuda, o de casada con mozo libre, que era gran
-pecado de <i>escandalorio</i>, cosa fea, en verdad, por el mal ejemplo.
-Contestaba Gil con discreción y juicio. Mas esta conversación y otras
-que se sucedieron, no merecen referencia por ahora, que noticias de
-mayor fuste reclaman la atención del narrador.</p>
-
-<p>Pasaron días después de aquel en que fueron al mercado de Pedralba,
-y al mercado volvieron, y en estos ires y venires iba resurgiendo en el
-alma de Gil la conciencia de su primitiva personalidad. Era como luz
-tenue y rosada de Oriente después de noche oscura. Apuntaron primero
-nociones vagas de anterior vida, atisbos de memoria que remusga y
-se despereza.<span class="pagenum" id="Page_69">p. 69</span> En su
-existencia villana, Gil no sabía leer ni escribir. Un día, estando en
-Pedralba, vio un letrero de tienda, y lo leyó y se hizo cargo de su
-sentido; poco después vio en las esquinas un bando del alcalde, y se
-enteró sin perder sílaba. En el suelo encontró un cacho de periódico, y
-se recreó en su lectura. Empezaba, pues, el desdoblamiento de las dos
-figuras, de las dos personalidades, desdoblar lento, que los estudiosos
-de la <i>psiquis</i> comparan a las primitivas funciones de la vida
-vegetal. Poco a poco se daba cuenta de que había sido otro, y de que
-la anterior y la presente naturaleza se reconocían demarcándose, y se
-aproximaban como procurando la reconciliación. Serían, pues, dos en
-uno, o un uno doble, y aunque esto no se entienda, fuerza es declararlo
-así, dándolo por posible, para que lo crea el vulgo y lo acepte con fe
-ciega y no razonada; que si se admite el imposible del milagro, también
-se ha de admitir el absurdo del encantamiento, y en ambas formas del
-misterio habrá que decir: las bromas o pesadas o no darlas.</p>
-
-<p>Sucedió, pues, que por grados llegó Gil a la conciencia de su
-anterior vida de caballero, y la plenitud del desdoblamiento fue
-determinada de súbito por un incidente, por una palabra... Hallándose
-en la cocina, oyó el mozo que sus amos, azorados y medrosos, hablaban
-del aprieto de sus intereses. A la luz de las teas humeantes, José leyó
-unos apuntes de su sobado libro de cuentas, y después dijo:</p>
-
-<p>—Aun para el plazo atrasado nos faltan doscientos reales; que
-para el vencido de <i>antier</i> no tenemos ni<span class="pagenum"
-id="Page_70">p. 70</span> con qué empezar.</p>
-
-<p>A lo que replicó Eusebia con impávida resolución:</p>
-
-<p>—No hemos de morir por eso, José. Desentendámonos de don Gaytán, y
-escribamos mañana mismo al señor de Bálsamo.</p>
-
-<p>Esta palabra, este <i>Bálsamo</i>, fue el golpe o manotazo que acabó
-de descorrer el velo. Gil vio su interior inundado de luz, y se dijo:
-«Ya estoy en mí, en el mí de ayer. Soy don Carlos de Tarsis.»</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch7">
- <h2 class="nobreak g0">VII</h2>
- <p class="subh2">De la venida de don Gaytán de Sepúlveda, con otros
- inauditos sucesos que verá el&nbsp;que&nbsp;leyere.</p>
-</div>
-
-<p>Al siguiente jueves (que lo narrado fue un martes), llegó a la
-delantera de la casucha un hidalgo viejo montado en una yegua pía. Era
-don Gaytán de Sepúlveda, a quien la gente del país designaba con la
-forma arcaica de su nombre de pila, sin duda por ser él un viviente
-arcaísmo. Andaba don Cayetano de Sepúlveda al ras de los setenta años,
-y se mantenía terne y activo de todos sus órganos, excepto de la vista,
-por lo que usaba gafas muy fuertes de présbita, montadas en concha y
-con vidrios laterales. Su rostro afilado más parecía de dómine que de
-lo que era, un ricachón de quien se decía que traspalaba las onzas; mas
-como ya no hay onzas, debía decirse que apilaba los fajos de billetes
-de Banco. Llevaba un sombrero<span class="pagenum" id="Page_71">p.
-71</span> negro, achambergado, y un capote de barragán que no soltaba
-hasta el cuarenta de mayo, o más. Era terrateniente, fuerte ganadero
-y monopolizador de lanas, banquero rural, y de añadidura cacique o
-compinche de los cacicones del distrito; hombre, en fin, que a todo el
-mundo, a Dios inclusive, llamaba de tú...</p>
-
-<p>Acudió Gil a tenerle el estribo, al punto que salían a recibirle
-José y Eusebia, ambos con sonrisa de conejo, que es mixtura de risa y
-temor. Pasaron el visitante y sus amigos a la cocina. La plática fue
-breve, pues don Gaytán era hombre que ahorraba la saliva tanto como el
-dinero, y excesivamente modesto en todo, había suprimido el lujo de las
-vagas conversaciones. Después de darse y tomarse varias explicaciones,
-don Gaytán sacó un papelejo escrito y dijo a Caminero:</p>
-
-<p>—Amigo, ahorremos palabras. Fírmame esto, y se acabaron tus afanes.
-Y para redondear la cifra, que no me gustan picos, ya lo sabes, toma
-estas trescientas veinticinco pesetas. Ea, ya estás salvado por hoy...
-Mañana, Dios, que a los buenos no abandona, acabará de sacarte el pie
-del lodo...</p>
-
-<p>Firmó José, que por hallarse con el agua al cuello no veía nada más
-allá del momento presente. Mirándole trazar la embrollada rúbrica, don
-Gaytán masculló esta frase:</p>
-
-<p>—Y ya no tienes para qué escribirle a Bálsamo, que ya sabes que soy
-su poderhabiente para todo. Ya le diré yo que has pagado. Descansa,
-hijo, y ve tirando, que el que tira llega, y el que cae se levanta.</p>
-
-<p>Tanto José como Eusebia tuvieron que mostrarse<span class="pagenum"
-id="Page_72">p. 72</span> agradecidos, porque si bien el viejo zorro
-les hipotecaba el mañana con el aumento de una deuda ya muy crecida,
-habíales quitado del pescuezo la cuerda que les ahogaba. Invitole el
-ama a remojar el gaznate con vinillo blanco, del que siempre tenía
-corta provisión para casos como el que aquel día se presentaba.
-Aceptó el viejo con gusto, y mientras se relamía entre sorbo y sorbo,
-sacó súbitamente de la memoria un asunto de interés que se le había
-olvidado.</p>
-
-<p>—Ya decía yo —exclamó— que algo se me trascordaba. Es que quiero
-pediros un favor. Tenéis aquí un jayán que vale por dos; ese Gil, de
-quien decíais que es una bestia para el trabajo y un ángel por la
-fidelidad. Como ahora, José, tu primer cuidado debe ser meterte en las
-economías, cédeme ese chicarrón, que a mí me hará buena obra, ya sea en
-Tagarabuena, donde no falta labor, ya en Micereses de Suso, donde tengo
-la cabaña. Tú le trataste de agostero, y lleva mes y medio contigo.
-Págale cuatro duros, que es lo que por hoy le debes, y yo me cargo con
-lo restante hasta San Agustín o más, que según lo que él vale por su
-estampa y alzada, así como por su buen natural, pienso que lo tomaré
-para el año entero.</p>
-
-<p>Rascándose la mollera, por lo duro que se le hacía ceder tan buen
-criado, Caminero dijo a su mujer:</p>
-
-<p>—¿Qué te parece, <i>Usebia</i>?</p>
-
-<p>Y <i>Usebia</i>, haciéndose cargo de que no podían dar un no al
-ricacho camandulero, se violentó terriblemente para contestar:</p>
-
-<p>—Por mí, que se lo lleve.</p>
-
-<p>Y al punto salió a la puerta de la casa para echar fuera un gran
-suspiro, que se levantó como tempestad dentro de su pecho.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_73">p. 73</span>Ajustada la cesión
-del esclavo, don Gaytán quiso antes de marcharse dar un golpe de vista
-a las tierras de Tordehita. Como José había de ir a Nafría y Gil al
-molino, Eusebia tuvo que acompañar al maldito vejestorio, y lo hizo muy
-a contrapelo por la gran ojeriza que le había tomado. Al volver de la
-visita campestre, que fue muy del gusto del hidalgo, este bromeó con
-Eusebia, recordándole el feliz tiempo en que la tuvo de servicio en su
-casa de Tagarabuena, siendo ella mocita. En tales añoranzas, parose
-el viejo; palpó con atrevida mano las mejillas y papada de la rústica
-jamona de buen ver, y con risilla desdentada soltó estos cínicos
-piropos:</p>
-
-<p>—No pasan años, <i>Usebilla</i>, y aún estás muy lozana, y como
-quien dice, tentadora de un santo. Si quieres que holguemos un ratico,
-me hallarás en Nafría de hoy en ocho.</p>
-
-<p>—¡Oxte, que pico... Oxte, que restrego, señor! Déjeme quieta.</p>
-
-<p>—Respingona, párate un poco. Es un proponer. A Nafría puedes ir con
-el pretexto de llevarme unos pollos... que en buena ley nada harías de
-más, Eusebia, por el favor que habéis recibido de mí. Ea, no cocees,
-hija, que se te corre la albarda. Ten entendido que no estoy viejo ni
-cansado más que de la vista... Tú piénsalo, que de pensar las cosas
-nada se pierde.</p>
-
-<p>Aceleró Eusebia el paso para zafarse de tal impertinencia y
-volvieron a la casa, donde don Gaytán montó en su yegua y se fue
-bendito de Dios. Quedó concertado que Gil se reuniría con su nuevo
-señor en Nafría, entrada<span class="pagenum" id="Page_74">p.
-74</span> de la sierra, para seguir luego juntos hacia Tagarabuena...
-La despedida del mozo fue harto triste, porque él había tomado ley a
-sus amos, y estos le querían, el ama con cariño más hondo y con mayor
-pena de la despedida, por ser pena y cariño disimulados.</p>
-
-<p>Hallándose Gil en el oscuro establo dando a las vacas el último
-pienso que de sus manos habían de recibir, llegose a él Eusebia con el
-propósito manifiesto de llevarle su ropa bien arregladita y el oculto
-de darle los íntimos adioses. Lo primero fue entregarle, para merienda
-en el camino, dos huevos asados en la ceniza, escogidos entre los más
-gordos; un cuarterón de pan, y sobre ello estas tiernas palabras:</p>
-
-<p>—Dos penas tuve contigo: la de no poder quererte a cara levantada,
-y la de ofender a mi marido, que es un santo. Santo él y yo pecadora,
-ahora viene el que te nos vayas, dejándonos a José y a mí muy
-desconsolados: a él, porque te quería para mulo de trabajo; a mí,
-porque te quiero para animal de mi gusto... Adiós, mi pino de oro;
-adiós, mi barragán florido...</p>
-
-<p>Al decirlo, echábale Eusebia los brazos y acariciaba los graciosos
-rizos que ornaban la frente de Gil... Este correspondió a las ternezas
-del ama, que maldiciendo la ausencia no quería dar por finiquitos sus
-criminales amores, y así le dijo:</p>
-
-<p>—Si te deja en Tagarabuena ese perro de don Gaytán, irás alguna
-vez al mercado de Pedralba, y allí nos encontraremos y podremos
-venir juntos hasta la espesura de los castaños de Algodre, donde
-loqueábamos sin que nos viera nadie: solo Dios nos veía... y la<span
-class="pagenum" id="Page_75">p. 75</span> burra y el <i>Moro</i>.</p>
-
-<p>Gil asentía galanamente a todo, y ella, soltando y secando lágrimas,
-le despidió con las postreras ternuras:</p>
-
-<p>—Adiós, hijo. Dios te guíe, la Virgen te acompañe y a los dos nos
-perdone. Tras de ti se me quiere ir el alma. ¡Ay! aquí me quedo penando
-por no verte y por la perrada que hago a mi José, que cuando el cuco
-canta él se rasca la cabeza... Adiós mil veces, pedazo de gloria,
-estrella de tu ama.</p>
-
-<p>Partió Gil atristado, mas con espera de mejor acomodo; que en
-él renacían vagas ambiciones. Y nunca fue más verdadero el viejo
-refrán <i>Más mal hay en el aldegüela del que se suena</i>, porque
-en la vecindad de la <i>Usebia</i>, y en todo el lugar, corría el
-vientecillo de que despedían al mozo por barraganía, y que cuando José
-Caminero salía al campo, los pájaros, cantando el cucú, le decían
-su mal... Llegó Gil a Nafría<a id="FNanchor_1" href="#Footnote_1"
-class="fnanchor">[*]</a>, donde pasó la noche: allí tenía don Gaytán
-un hato de doscientas cabezas. El nuevo amo partió de mañana, llevando
-consigo a Gil en un caballejo <i>ropero</i>, y al paso llegaron a
-Tagarabuena y de allí a Micereses, que es el cruce de la cañada real
-de Burgos con otros caminos pastoriles por donde los ganados subían a
-la sierra. El lugar y todo su contorno embelesaron a Gil; que si como
-tal Gil había visto poco mundo, como Tarsis refrescaba en su memoria
-las viajatas por Europa, y nada de lo que en ellas gozó igualaba<span
-class="pagenum" id="Page_76">p. 76</span> en belleza a lo que miraba
-entonces. Bien es verdad que según se vean las cosas, así toman mayor o
-menor relieve en nuestro espíritu. No es lo mismo admirar la naturaleza
-desde la ventanilla de un tren o desde la terraza de un hotel, que
-contemplar un trozo de laderas y monte con absoluta libertad de
-espíritu, sintiéndose el espectador tan bravío y salvaje como lo que
-contempla, y siendo, en verdad, parte o complemento del paisaje, ser de
-su ser, pincelada de su pintura, rima y cadencia de su poesía.</p>
-
-<div class="footnote" id="Notas">
-
-<p><a id="Footnote_1" href="#FNanchor_1" class="label">[*]</a> Los
-nombres de senderos y lugares, absolutamente castizos, se emplean aquí
-con criterio convencional, prescindiendo del rigor geográfico.</p>
-
-</div>
-
-<p>Los vellones de niebla que se desgarraban al calentar del sol,
-iban descubriendo las altas rocas y las mansas colinas, con un
-juego caprichoso que demostraba el bello desorden y las armónicas
-irregularidades de la Naturaleza. Por momentos se despejaban las cimas
-antes que los bajos; por momentos se iluminaba lo próximo mientras se
-encapuchaban los oteros lejanos. Cuando todo quedó desnudo de vapores,
-se vio brillar el verde húmedo de las diferentes matas y del intrincado
-follaje arbóreo que matizaba las pendientes, dejando calvas aquí y
-allí, o escondiendo el cauce torcido de los regatos que bulliciosos
-bajaban rezongando entre piedras. Tal era Micereses de Arriba, desde
-donde Gil veía extenderse hasta lo infinito la llanada de Castilla,
-inmenso blasón con cuarteles verdes franjeados de bordadura parda,
-cuarteles de oro con losanges de gules, que eran el rojo de las
-amapolas. En medio de este campo iluminado de tan nobles colorines,
-aparecían desperdigados en la lejanía pueblecillos de aspecto terroso
-con altas y puntiagudas<span class="pagenum" id="Page_77">p. 77</span>
-torres, como velas de fantásticos bajeles que navegaban hacia el
-horizonte.</p>
-
-<p>Comió Gil con los pastores en medio del campo, donde sesteaban
-otras doscientas o más ovejas, parte pequeña de la riqueza pecuaria
-de don Gaytán. Con fraternal confianza se sentaron todos en el santo
-suelo musgoso, formando rueda en torno del cazolón, y con cucharas de
-palo despacharon el condumio, que por la sazón del aire serrano y del
-bárbaro apetito, a todos supo a gloria. Luego trincaron, pasándose de
-uno en otro a la redonda un voluminoso zaque, y a todos les quedó el
-dejo de una pueril alegría. Y a medida que se aclaraba en el alma de
-Gil la conciencia de su anterior naturaleza, crecía su gusto de la vida
-villana, y en esta, más que la ocupación labradora, le agradaba la
-pastoril, por gozar en ella de absoluta independencia de espíritu.</p>
-
-<p>Al rabadán del hato que allí pastaba conoció Gil en Aldehuela. Sin
-más que el breve trato y yantar en Micereses de Suso, quedaron muy
-amigos. Llamábanle Sancho, y era un hombrachón como un castillo, de
-condición leal y ruda cortesía. Todo fue satisfactorio para Gil-Tarsis
-en aquel día risueño, porque el amo destinó a Sancho a la mayoralía
-de otro rebaño más copioso que no tardaría en venir por la Cañada
-Real a Micereses de Abajo, y con él iría Gil en calidad de zagal de
-segunda. Al atardecer partieron ambos a pie, y por el camino Sancho
-iba instruyendo al mozo de sus obligaciones, y dándole una ilustrada
-conferencia sobre el ordenamiento de los grandes rebaños, que vienen
-a ser como ejércitos, con<span class="pagenum" id="Page_78">p.
-78</span> su general en jefe, al que obedecen los pastores que rigen
-los distintos cuerpos o masas ovejunas, con su impedimenta de vituallas
-y ropa, su vigilancia y guardería de perros, y su arte de campaña para
-ir por el camino más corto a los prados más suculentos.</p>
-
-<p>Al amanecer de un claro día, hallándose Gil con su amigo en un sitio
-llamado la Cuernanava, por donde pasa el ancho camino pastoril, vio
-venir el rebaño grande de Gaytán, o de los Gaytanes (que era cofradía
-de hijo y padre), el cual desde lejos se anunciaba por el grave son de
-los zumbos. Delante venía el mayoral con las manos colgadas del palo
-que sobre los hombros traía, y a un lado marchaban dos enormes carneros
-barbudos y bien cornados, de cuyos pescuezos pendían los cencerros o
-campanos zumbantes. Seguía la grey apiñada, balando y apretándose unas
-reses con otras, como friolentas, pues ya dejado habían la riqueza de
-sus lanas en los esquileos de Santo Tomé de Nieva. Como un tercio de
-ellas eran merinas, las demás manchegas. Avanzaban poco, porque en los
-bordes de la cañada y en la cañada misma encontraban qué comer. Los
-pastores y zagales acudían a las que salían de filas, trayéndolas con
-voces y amenaza de palos al apiñado conjunto que ondulaba marchando.
-Arreciaban los balidos; repicaban los cencerros con belénica armonía
-rústica de nacimiento del Niño Dios. Los perros diligentes corrían
-por los flancos de la comunidad restableciendo el orden y trayendo
-a filas, con ladridos y achuchones, a las ovejas desmandadas.
-En el centro del lanoso cotarro andante, se destacaba el<span
-class="pagenum" id="Page_79">p. 79</span> caballo <i>ropero</i> cargado
-de morrales, en que traían el repuesto de aceite, vinagre y sal, que
-llaman <i>cundido</i>, el corto dinero para sus gastos, las sartenes
-y cazolones para sus comidas. Era un animal selvático y paciente,
-todo crinoso y peludo, contento de su suerte y servidor fiel de la
-cuadrilla, hombres y cuatropea.</p>
-
-<p>Llegó la grey a un sitio llamado Sesmo de Trogeda, donde se cruzan
-la Real de Burgos con la Real de Soria; tomó por una chaparrada,
-después entró en el concejo de San Bartolomé del Querque, siguieron
-por la Hoya de Horcajada; de la Cañada Real pasaron a un camino
-transversal, que en lenguaje mesteño se llama <i>cordel</i>, y por
-él llegaron a Micereses de Yuso, donde pararon ya bien entrado el
-día. Allí tenían pasto abundante las ovejas, y los hombres descanso,
-conversación y un vislumbre de esparcimiento social.</p>
-
-<p>Hízose allí el cambio de personal, quedando Sancho de generalísimo,
-con Gil a sus inmediatas órdenes, y después de mediodía siguieron su
-camino por el Mojón de los Enebrillos, y por un largo y yermo campo,
-llamado Iloluengo, llegaron al sitio en que habían de pasar la noche,
-que era un otero verdegueante, salpicado de peñas, al que llamaban
-<i>descansadero</i>, sitio de abrigo y amenidad. Se hizo alto a prima
-noche, a punto que salía la luna, redonda y amarilla, dando al cielo
-gala, y a la tierra dulce y templada claridad.</p>
-
-<p>Cenando las sabrosas migas, Sancho prosiguió la información que de
-la vida pastoril venía dando a su compañero.</p>
-
-<p>—Este oficio —le dijo— es el más holgado y menos enfermizo que<span
-class="pagenum" id="Page_80">p. 80</span> conocen los hombres, y con
-ser tan antiguo como el roncar, no se ha encontrado cosa más arrimada a
-lo natural que esta vida nuestra. Probes semos hogaño, tan probes como
-cuando adoramos al Niño Dios en el Portal de Belén. Pero la probeza
-es nuestra honra y nuestra paz. La mesma sopa y las mesmas migas que
-comíamos entonces comemos ahora, y la mesmísima licencia de los amos
-tenemos para comernos la oveja perniquebrada, y alguna sobrera que en
-días de recio queramos matar... Desventajas tiene el oficio por un
-lado, y es que viva separadico de su mujer el pastor que la tenga, y
-que a todos nos falte calor y trato de hembra; pero, si bien lo miras,
-es por otro lado ventaja que estemos libres del quebradero que trae
-la vida con la mujer en casa, y del sobresalto de tener que cuidar de
-ella. Mejor es que Dios tome sobre sí ese cuidado, y nosotros vivamos
-en descanso, fiados en que la honra de ellas está a cargo de la
-Santísima Virgen y del Santo Ángel de la Guarda.</p>
-
-<p>Todo esto le pareció muy bien a Gil, el cual estuvo de acuerdo
-con su jefe en que la ausencia y privación de mujer no había de
-ser absoluta, porque alguna vez entraban y se detenían en poblado.
-En lugares y villas o en sus aledaños, milagro había de ser que no
-les salieran haldas a que agarrarse. Y a esto dijo Sancho con humor
-sentencioso y castizo:</p>
-
-<p>—Con lobos y con mujeres, toparás más que quisieres.</p>
-
-<p>Dentro de una gran rastrojera, cercada de piedra y que a los
-Gaytanes pertenecía, se acomodó el ganado. Algunos pastores se
-guarecieron<span class="pagenum" id="Page_81">p. 81</span> en el
-chozo que en el extremo más elevado del cerco había. El ambiente
-era tibio y sereno. Gil, que gustaba de tumbarse al aire libre en
-noches plácidas de verano bajo un cielo esplendoroso, eligió para su
-descanso un lugar blando de hierba ya seca, al amparo de una peña que
-lo guardaba del Norte. Al rato de mirar al firmamento, echó la boina
-sobre sus ojos, y pensando que pensaba, lo que hizo fue dormirse...
-A una hora que le pareció la del alba por la claridad que vio en la
-faja de Oriente, despertó el zagalón sobrecogido, como si alguien le
-llamara. A un tiempo creyó sentir un golpecito en su cuello y una voz
-que le nombraba. Pero a su lado no había nadie. Despabilado y en pie,
-persistió la ilusión de la voz... Gil volvió sus miradas de nuevo hacia
-el resplandor creciente de la aurora.</p>
-
-<p>Hacia aquella parte subía el terreno por escalones naturales de
-césped y de rocas bajas, y como a las diez varas de suave subida se
-veían enormes piedras de extraña forma, que más parecían estar allí
-por colocación que por natural asiento. Unas había que semejaban
-deformes cuadrúpedos, otras osamentas de monstruosos animales de fauna
-desconocida. No faltaba cierta simetría en la erección de estos bultos
-de piedra sobre un suelo plano. Al fondo de aquel ingente propileo,
-vio Gil dos colosales monolitos plantados como columnas, y sosteniendo
-sobre sus cabeceras otro témpano horizontal. Pasando bajo aquel
-pórtico, vio una rampa, en la cual aglomeraciones musgosas parecían
-vestigios de una escalera. Subió el pastor hasta llegar a un túmulo,
-que también podía<span class="pagenum" id="Page_82">p. 82</span> ser
-trono, y en este... ¡Ay! si no le engañaban sus ojos, si no era un
-durmiente que se paseaba por los espacios del ensueño, lo que vio era
-una mujer, una señora sentada en aquel escabel, y la maravilla de tal
-visión fue completada con otra maravilla de la Naturaleza. Precipitó el
-sol su salida, y sus rayos se esparcieron por el cielo en deslumbrador
-semicírculo y en disposición tan peregrina, que parecían salir de la
-cabeza de la señora, o que esta coincidía propiamente con el padre
-sol.</p>
-
-<p>Del estupor y sobresalto que embargaron el ánimo del pobre Gil,
-cayó este de rodillas, casi tocando la orla del vestido de la dama, y
-próximo a ella pudo advertir que se hallaba en presencia de la matrona
-que vio en la noche de su encantamiento, escoltada por las ninfas o
-amazonas galanas que danzaban con claqueteo de crótalos, y que a él
-le zarandearon de lo lindo... Reconoció la faz de augusta nobleza,
-los cabellos blancos, la severa vestimenta, la mirada benigna, el
-sonreír afable... Sintió Gil renovado el miedo intensísimo de aquella
-hora fatídica del encanto, y no sabía sacar de su oprimido pecho
-palabra alguna. La dama entonces, sin énfasis de teatro, sin tonillo
-de aparición fantástica, antes bien con el llano y gentil lenguaje que
-emplear podría cualquier señora viva de la más ilustre clase social, le
-dijo:</p>
-
-<p>—Sosiéguese el buen Tarsis, y no se asuste de mi presencia, ni
-vea en ella un caso sobrenatural para regocijo de niños y pastores
-inocentes... Yo soy quien soy; mi reino no es el cielo, sino la tierra,
-y mis hijos no son ángeles, sino hombres.</p>
-
-<p>Oyendo estas palabras, Gil se fue recobrando<span class="pagenum"
-id="Page_83">p. 83</span> de su pavura. A una señal cariñosa de la
-dama se puso en pie, y otra señal, maternalmente imperativa, le
-indujo a sentarse en un pedrusco frontero al que la prodigiosa figura
-ocupaba. Con nuevos alientos, pudo sacar de su pecho estas graves
-expresiones:</p>
-
-<p>—Señora, la gloriosa majestad que en tu semblante y modos se
-manifiesta, me dice que eres reina, divinidad, espíritu que por su
-propia virtud se hace visible.</p>
-
-<p>Y ella dijo:</p>
-
-<p>—Reina es poco, divinidad es demasiado; espíritu y materia soy,
-madre de gentes y tronco de una de las más excelsas familias humanas.
-Adórame si vivo en tu sentimiento; pero no me rebajes a la condición de
-imagen erigida en altares idolátricos.</p>
-
-<p>Se adelantó Gil con piadosa efusión a besarle la mano, y ella,
-requiriendo la del pastor como apoyo para levantarse, dijo así:</p>
-
-<p>—Vieja soy, hijo mío; pero mi ancianidad no es más que la expresión
-visible de mi luenga vida. Debajo de estas canas llevo escondida mi
-juventud para cuando sea de mi gusto mostrarla. Vivo en todos y en
-cada uno de los dominios que poseo. Si hoy me has visto en este triste
-collado, es porque aquí suelo venir atraída de fuertes querencias
-atávicas. Yo también he tenido infancia. Estas piedras adustas me
-vieron mozuela, más bien niña, ofrendando a dioses que ya se fueron
-para no volver. Soy más vieja que las lenguas, más vieja que las
-religiones, y he visto pasar pueblos como pasan tus ovejas por mis
-cañadas seculares... Pero ya es hora de que me dejes y te incorpores a
-tu rebaño, que ya está el buen Sancho disponiendo<span class="pagenum"
-id="Page_84">p. 84</span> la marcha. Vuelve a tu majada, hijo mío, y si
-deseas verme y hablarme con descanso, yo deseo lo propio, ya que estás
-encantadito para bien tuyo y mío, como te diré... Andaréis todo este
-día y parte de la noche, hasta llegar a beber en aguas de mi Duero.
-Pasando el río por mi San Esteban de Gormaz, seguiréis por el camino
-que va de este pueblo a mi querida ciudad de <i>Hotzema</i>, que ahora
-llamáis Osma. En un punto, que yo escogeré, de ese largo camino me
-hallarás... Adiós, Tarsis. No te entretengas; Sancho te busca: vais a
-partir. En el chozo tienes tu desayuno, pan con torreznos. No dejes
-de tomarlo (<i>con elegante humorismo</i>), ni por hablar conmigo
-creas que eres solo espíritu. Hay que comer, hijo. Yo también como.
-(<i>Mostrando un pan celtíbero de centeno y miel.</i>) Adiós, hijo. Tu
-Madre no te olvida.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch8">
- <h2 class="nobreak g0">VIII</h2>
- <p class="subh2">Prodigiosa y familiar conversación que tuvieron el
- caballero y la Madre desconocida.</p>
-</div>
-
-<p>Descendió Gil de aquel foro salvaje, y apenas llegó junto a Sancho,
-este le dijo que había hecho mal en andar por entre aquellos erguidos
-pedruscos, donde moraban duendes o endriagos.</p>
-
-<p>—Esos peñascones que ves fueron altares, no de moros, como algunos
-creen, sino de<span class="pagenum" id="Page_85">p. 85</span> otras
-plebes que antes de ellos vinieron a España.</p>
-
-<p>—¿Fenicios... cartagineses?</p>
-
-<p>—No... Otro nombre tenían de más antigüedad, que no se me acuerda.
-Lo que ves es el <i>despiazo</i> de las iglesias que aquí tenían, y que
-eran gentiles, o de un sacerdocio que comulgaba comiéndose carneros
-crudos... En los recovecos de las peñas quedan diablos que fueron de
-aquella <i>seta</i>, y yo te aseguro por mi fe que vi a dos o tres
-de ellos una noche que me dio la mala idea de subirme allí a dormir.
-Son cuatropea, al modo de micos grandes; la cabeza tienen de cabrón,
-rabo corto y empinado, y los ojos como ascuas de fuego azul tirando a
-verde.</p>
-
-<p>Recogieron los pastores sus bártulos, y el ganado se puso en
-marcha. Todo el día anduvieron por lugares cuyos nombres oía Gil por
-primera vez. Recorriendo cañadas y cordeles pernoctaron en un corralón
-que no era ya de los Gaytanes, sino de otra familia llamada los
-<i>Gaitines</i>; pasaron una puente jorobada de cinco ojos, y ¡hala,
-hala!... fueron a dormir al amparo de una villa no pequeña, toda de
-color barroso, de pobre y desordenado caserío. No había casa que no
-pareciese reñida con la inmediata, ni calle que no estuviera enemistada
-con los pies de los transeúntes, pues todo era guijarros, hoyos,
-charcos y montones de basura y escombros.</p>
-
-<p>Tempranito fue Gil a echar un vistazo al pueblo; vio huertos de
-lino en flor, plantíos de alcacer, y al embocar en una plazoleta de
-estrambótica irregularidad, abierta a las eras<span class="pagenum"
-id="Page_86">p. 86</span> por uno de sus lados, vio una puerta románica
-muy bella y toda desmochada en su gracioso adorno, como si hubiera
-estado rodando durante siglos por un despeñadero. Era puerta de iglesia
-humilde, y por ella salían mendigos de cuyos hombros colgaban jironadas
-anguarinas o capas pardas, cojos, tullidos, legañosos; salían mujeres,
-viejas las más, alguna joven y bonita, con sus pañuelos o las sayas
-en la cabeza. Parose Gil a mirar a las que le parecieron guapas, que
-de esta curiosidad ingénita y examen de bellezas no le curara ningún
-encantamiento, y estando en ello vio que salía también por la vetusta
-puerta la señora de los albos cabellos, la del aire augusto, la de
-extremada belleza madura, la Madre, en fin, que se le apareció en el
-bárbaro santuario céltico.</p>
-
-<p>Vestía la dama la misma túnica severa, sin más novedad que un velo
-negro echado desde el cabello a la espalda; traía en una de sus manos
-un rosario menudo liado en los dedos. Dirigiose a él con semblante
-afable, diciéndole:</p>
-
-<p>—Ya sabía que estabas aquí... Vámonos a esta otra parte y podremos
-hablar.</p>
-
-<p>Maravillado quedó Tarsis de la sencillez y del tono familiar con que
-la señora le acogía, y ella con noble gracejo le dijo:</p>
-
-<p>—Ya ves cómo puedo hacer mi aparición sin ningún aparato, ni
-comparsería, ni rayos de sol...</p>
-
-<p>Luego, con paso tranquilo, se internaron en angosta calleja rematada
-en un arco, por el cual salieron a un campillo donde había corpulentos
-álamos y una fuente sin agua, flanqueada de bancos de piedra. En uno
-de estos sentáronse la buena<span class="pagenum" id="Page_87">p.
-87</span> Madre y el pastor Gil, y a su gusto y comodidad platicaron.
-Discurrían por allí raros transeúntes que saludaban sin manifestar
-estrañeza ni asombro ante las dos figuras. Veían a la Madre como
-a persona familiar de todos conocida... Lo que hablaron fue como
-sigue:</p>
-
-<div class="drama">
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span>—En cuanto me hice cargo de mi
-encantamiento, días ha, señora y Madre, comprendí que este no era
-por daño mío, sino al modo de enseñanza o castigo por mis enormes
-desaciertos.</p>
-
-<p><span class="sc">La Madre.</span>—Así es. Se te ata corto a la
-vida, para que adquieras el cabal conocimiento de ella y sepas con qué
-fatigas angustiosas se crea la riqueza que derrocháis en los ocios
-de la Corte. Verdades hay clarísimas, que vosotros, los caballeretes
-ricos, no aprendéis hasta que esas verdades os duelen, hasta que se
-vuelven contra vosotros los hierros con que afligís a los pobres
-esclavos, labradores de la tierra, que es como decir artífices de
-vuestra comodidad, de vuestros placeres y caprichos. ¿Qué tal, Tarsis
-amigo? ¿Te has divertido sudando la gota gorda sobre el surco? Es
-un deporte lindísimo. ¿Verdad que no hay juguete como el arado?
-¡Pobrecillo! ¿No sabías que echabas los bofes sobre tus tierras de
-Tordehita y Tordelepe? Digo mal, porque ya no son tuyas: son de Bálsamo
-y Gaytán, mitad por mitad... Mientras esos te van desplumando, tú
-continuarás en estas galeras, rema que te rema, y caerán sobre ti
-mayores humillaciones<span class="pagenum" id="Page_88">p. 88</span>
-y trabajos... Todo lo mereces, Tarsis, y porque mucho te estimo, he de
-llevar hasta el fin la obra justiciera de tu escarmiento. Pensando solo
-en ti mismo y ávido de goces, no has tenido consideración de tus pobres
-esclavos. Te pedían rebaja de la renta, y ordenabas a Bálsamo que la
-aumentase; creías que hay dos humanidades, el señorío y la servidumbre,
-y en el primero te ponías tú, y decretabas el abandono impío de los
-infelices que, derrengándose como animales de carga, labraban tu
-bienestar. Cuando te faltaba dinero, o lo obtenías de la usura, tu
-lenguaje era un chorro de pesimismo repugnante. Maldecías de todo y a
-mí me escarnecías, sosteniendo que nada hay en mí que valga un ardite:
-ni ciencia, ni artes, ni negocios, ni trabajo, ni literatura.</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span> <span
-class="acot">(Humildísimo.)</span>—Es verdad, Madre, que tal pensaba
-y decía. Perdóname. Tu indulgencia no me faltará, pues bien sabes que
-el español mimado y sin dinero es peor que un perro hidrófobo... No
-me disculpo, ni atenúo mi falta... Solo me permito decirte, con todo
-respeto, que soy y he sido malo; pero no el peor. Españoles hay que
-merecen más duro encantamiento, Madre querida.</p>
-
-<p><span class="sc">La Madre.</span>—Ya, ya... Los hay peores, hijo
-mío, y a esos aplico con rigor más grande el poder que me ha dado Dios.
-Y no creas que mi ejemplaridad consiste en <i>volver la tortilla</i>,
-como dice el vulgo, haciendo a los ricos pobres y a los pobres ricos:
-no. Eso<span class="pagenum" id="Page_89">p. 89</span> sería trocar
-los términos de desigualdad, agravando la injusticia y aumentando
-la confusión. Verás lo que hace tu Madre. A los que cruelmente,
-ávidamente, sin trabajo propio, apurando la máquina muscular de siervos
-embrutecidos, sacan del suelo el mineral y fácilmente lo convierten en
-plata y oro, les llevo a una profunda y negra galería, y allí les tengo
-con su picachón en la mano todo el tiempo que se me antoja, arrancando
-carbón, hierro u otra rica materia, y cargando las vagonetas. A los
-ricos avarientos que sin esfuerzo, sentaditos en sus escritorios,
-hinchan hasta lo absurdo sus capitales, les condeno a mozos de cuerda
-para que me lleven bultos y baúles a las estaciones. Políticos de esos
-que rigen grupos o partidos, irán por una temporada a sudar el quilo en
-bajos oficios de carteros o peatones; y haré una leva de oradores para
-llevarlos a desempeñar curatos de pueblo, con obligación de predicar en
-la misa dominical y en todas las novenas...</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span> <span class="acot">(Alegre, movido
-a hilaridad.)</span>—Madre, por respeto a tu excelsa persona no suelto
-la risa. Cuanto has dicho es digno de tu nativo ingenio picaresco.
-No serías quien eres si no pusieras el donaire aun en tus obras de
-justicia. Dime, y perdona mi curiosidad: ¿alguna o algunas damas
-principales no recibirán tu lección severa?</p>
-
-<p><span class="sc">La Madre.</span>—¡Oh, sí, hijo mío! No serán una ni
-dos las que vayan a estas galeras correccionales, ya que no redentoras.
-Pero no<span class="pagenum" id="Page_90">p. 90</span> debo seguir
-confiándote mis planes, ni tú debes pedirme más noticias de encantos,
-como no sean del tuyo.</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Pues si para lo del mío me das
-licencia, déjame que te pida esclarecimiento del asombroso aparato
-con que fui traído del estado noble al estado villano. No puedo
-olvidar la casa de Becerro, perfecta decoración de nigromante; no
-puedo olvidar la imagen de mi hermosa Cintia, con quien hablé de
-un lado a otro del espejo. Pero todo esto fue juego de niños si lo
-comparo con el estrépito de cataclismo, que mudó la decoración de sala
-telarañosa en selva magnífica iluminada por una o varias lunas. ¿De qué
-abismos espirituales vino el maravilloso coro de ninfas morenas, algo
-hombrunas, de fornidas piernas, torneados brazos y rostros helénicos,
-que al compás de los crótalos danzaban en dos hileras, por entre las
-cuales pasaste tú y te vi por vez primera en todo el esplendor de tu
-soberana majestad? ¿Por ventura, es de rigor que al pobre encantado le
-zarandeen, como hicieron conmigo aquellas hermosas brutas, arrojándome
-después a una barranquera, por la que fui rodando hasta dar con mis
-pobres huesos en la Aldehuela?</p>
-
-<p><span class="sc">La Madre.</span>—No, hijo: tu transfiguración se
-hizo en formas extraordinarias y con un poquito de bambolla teatral,
-por lo que te diré...</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span> <span class="acot">(Alarmado,
-oyendo rumor cercano de zumbos.)</span>—¡Ay, Madre del alma! mi ganado
-se pone en marcha, y no tendré más remedio<span class="pagenum"
-id="Page_91">p. 91</span> que dejarte con la palabra en la boca, que es
-gran pena para mí.</p>
-
-<p><span class="sc">La Madre.</span>—No te apures, hijo. Siéntate. Deja
-que salga tu rebaño. Ni Sancho ni los demás pastores y zagales notarán
-tu ausencia. Yo te llevaré a donde les encuentres...</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Sin juramento podrás creerme que
-mejor estoy contigo que junto a Sancho y sus ovejas, y si luego me
-llevas en volandas a donde ellas estén mañana, bien podré exclamar con
-toda el alma: «¡Encantado!»</p>
-
-<p><span class="sc">La Madre.</span>—Pues te decía que la maravilla
-de tu paso de un vivir a otro se debió a un oficioso entusiasmo de tu
-amigo Pepe Augusto Becerro, que quiso demostrarte con desusada pompa
-y ruido su afecto y su gratitud. Tiempo ha que practicaba la magia.
-No te asombres, Gil, si te digo que entre la magia y la erudición
-existe un entrañable parentesco: ambas artes toman su savia de la
-antigüedad remota. El erudito devorador de archivos se embriaga del
-zumo espirituoso contenido en los códices, y acaba por poseer el don
-de suprema alucinación, de penetrar en el alma de las cosas y de
-sojuzgar el mundo físico. En el profundo estudio que hizo Becerro de
-los libros de caballería, llegó a sorprender el intríngulis magnético
-de las <i>Urgandas</i> y <i>Merlines</i> y el dinamismo prodigioso de
-<i>Madanfabul</i>, de <i>Famongomadán</i> y otros apreciables gigantes.
-Metido luego en el laberinto del Marqués de Villena, visitó el interior
-de sus redomas,<span class="pagenum" id="Page_92">p. 92</span> y en
-ellas y en podridos pergaminos aprendió mil sutilezas. Yo te lo diré
-sin reparo: aunque soy tan vieja, mejor dicho, aunque en antigüedad no
-me gana nadie, siento poca simpatía por la erudición secamente erudita,
-quiero decir, por el saber de menudencias que maldito lo que interesan
-a la humanidad viva. A pesar de esto, las leyes de mi existencia me
-obligan a transigir hasta con los maniáticos, y a pasar algunos ratos
-en los archivos polvorosos y en las acartonadas academias... Y más de
-una vez he tenido que recurrir al sabio para que viniese en auxilio de
-mi memoria, que en el correr de tantos años y siglos suele flaquear
-y oscurecerse. «Pepito —le pregunto—. ¿En qué fecha vino Julio César
-a España por tercera vegada?» Y él me lo dice gustoso, y me cuenta
-después que traía la calva remediada por un gracioso artificio de su
-corto cabello. Otro día me cuenta que Sertorio se afeitaba solo, y que
-a Perpena le molestaban los sabañones.</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Yo también he sido benévolo con
-Becerro y he soportado sus ataques de erudición. Yo le favorecí cuanto
-pude ayudándole a mantener la caterva de sus hermanas, cuyo número se
-perdía en la oscuridad de las matemáticas. Raro era el día en que no
-estaba una de cuerpo presente o sacramentada.</p>
-
-<p><span class="sc">La Madre.</span> <span
-class="acot">(Risueña.)</span>—Entiendo yo que eran como figuras
-emblemáticas de las épocas históricas: edad céltica, edad fenicia,
-griega,<span class="pagenum" id="Page_93">p. 93</span> romana,
-período gótico, ciclos astur, leonés, castellano, arábigo-castellano
-y castellano-aragonés, <i>etcétera, etcétera</i>. Las he conocido
-y he tratado de contarlas, reduciendo a cifra la innumerabilidad y
-catálogo de las fantásticas hembras, hermanas de nuestro amigo. La
-muerte aparente de una traía la emergencia de otra. No se alimentaban;
-salían a los espacios como seres alados y volvían con un granito de
-cañamón en el pico para alimentar al hermano. Hoy, según creo, todas
-se han muerto y todas viven. Son seres engendrados por el espíritu
-de la erudición, de la ciencia del ocioso investigar infecundo...
-Pues estas magas, brujas o como quieras llamarlas, fueron las que,
-bajo la dirección de Becerro, organizaron el teatral aparato que te
-causó tanto asombro. Me opuse; hace tiempo que me hastían los actos
-ceremoniosos, y me incomoda el verme representada con los atributos
-de que tan ruin abuso se ha hecho en las cabeceras de los mapas, y en
-las etiquetas de la industria. Yo dije al gran Becerro: «Pepito, no me
-saques en mojiganga.» Pero él no me hacía caso; estaba loco: a todo
-trance quería glorificarme y glorificar a su amigo Tarsis, y ya viste
-la brillante, la estrepitosa farándula que armó. Como empresario de
-pompas teatrales, a los vagos espíritus de sus hermanas dio hechura
-de mozarronas celtíberas, de pierna desnuda y andadura selvática, y a
-mí me hizo desfilar entre claridades como bengalas... Notarías<span
-class="pagenum" id="Page_94">p. 94</span> que iba yo sofocando la risa.
-Era que me hacía mucha gracia ver a Pepito convertido en león... león
-apócrifo, ya lo comprenderías por su facha. Al mío, a mi auténtico león
-heráldico, que hace tiempo anda bastante achacoso y desmejoradillo, le
-he mandado al Atlas para que se reponga con los aires nativos.</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Pues aunque yo estaba en aquel
-momento bastante asustado y sin ganas de broma, me reí un poco de la
-facha leonina de Pepe Augusto.</p>
-
-<p><span class="sc">La Madre.</span>—El abuso de las pompas rituales es
-uno de mis mayores suplicios en la época presente. Si he de decirte la
-verdad, vivo en continuo desacuerdo con mis hijos. Así los que dirigen
-mi nacional cotarro, como la turbamulta gregaria que se deja dirigir,
-viven en un mundo de ritualidades, de fórmulas, trámites y recetas. El
-lenguaje se ha llenado de aforismos, de lemas y emblemas; las ideas
-salen plagadas de motes, y cuando las acciones quieren producirse,
-andan buscando la palabra en que han de encarnarse y no acaban de
-elegir... No sé si me entenderás...</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Sí, Madre: tú quieres decir
-que... Vamos, que... en fin, que todos tus hijos somos unos grandes
-badulaques...</p>
-
-<p><span class="sc">La Madre.</span>—No tanto.</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Que no servimos para nada.</p>
-
-<p><span class="sc">La Madre.</span>—No, hijo: servís para todo...
-Excelentes músicos hay entre vosotros; pero raro es el que toca el
-instrumento que<span class="pagenum" id="Page_95">p. 95</span> sabe, y
-armáis unas algarabías que me vuelven loca. Vivís en ciega ignorancia
-de las verdades fundamentales, y... <span class="acot">(Advirtiendo
-que se agolpan mujeres, hombres y chiquillos en las inmediaciones de
-la fuente.)</span> Más gente hay aquí de la que solemos ver en sitio
-tan solitario. Como día de fiesta, estos infelices vienen aquí a
-solazarse... Y por allá veo venir la banda de música con sus abollados
-trompetones... Aunque no me importa que nos vean, alejémonos, hijo, de
-esta bullanga. <span class="acot">(Se levanta.)</span></p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Vámonos, Madre, a donde quieras...
-<span class="acot">(Dirígense por calles tortuosas; salen del pueblo.
-Encuéntranse frente a un camino de áspera pendiente.)</span></p>
-
-<p><span class="sc">La Madre.</span>—No te asuste este reventón, terror
-de los caminantes. Coge un borde de mi velo o un pliegue de mi halda, y
-déjate llevar.</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span> <span class="acot">(Maravillado
-de ver que sin cansancio salvan en un periquete la ruda cuesta,
-y prosiguen con pasmosa velocidad bordeando un alcor poblado de
-viñas.)</span>—Ahora comprendo, señora mía, que no serías quien eres
-si no tuvieras el don de recorrer con paso milagroso los escalonados
-vericuetos de tu inmenso trono. ¡Y cuánto me place y enorgullece
-correr en tu compañía, salvando increíbles distancias y escalando
-pedregosas alturas! Voy de asombro en asombro. Por la derecha he visto
-correr, en menos que lo digo, tres aldeas. Por la izquierda se abrió
-un abismo, en cuyo fondo he visto verdeguear un fresco valle, y otro
-y otro, separados por<span class="pagenum" id="Page_96">p. 96</span>
-picachos, en cuya cima se alzan castillos que, aun en ruinas, amenazan
-con sus moles orgullosas... Caseríos y torres de iglesias y monasterios
-arrumbados se hunden, mientras nosotros ascendemos, y corren en
-dirección contraria los montes arropados en tupidos pinares. Las
-águilas apresuran con espanto su vuelo, y hasta las nubes creo que se
-apartan para dejarte libre el paso, y ante tu majestad se humillan.</p>
-
-<p><span class="sc">La Madre.</span> <span class="acot">(Sin la menor
-alteración en su aliento.)</span>—Parémonos aquí. Esta es la sierra de
-San Leonardo en su más alto caballete. Vuelve hacia atrás la vista,
-y alcanzarás a distinguir mi valle del Duero. Tú no podrás ver lo
-que veo yo; no verás mi amada Clunia, hoy lugar humilde que llamamos
-Coruña del Conde. Esa que fue ciudad romana próspera y bella, guarda
-recuerdos dulcísimos de mi infancia. En ella estuve cuando la gobernaba
-Poncio Pilatos... Si esto es dudoso para algún sabio regañón, para mí
-no lo es... Era yo una chiquilla sin juicio y jugaba con las niñas
-de Pilatos, poco antes de que fuera trasladado al Gobierno de Judea.
-Yo le vi partir con toda su familia, harto mohíno de abandonar mi
-tierra, de dulce vivir y pacíficos moradores. ¡Quién pudo pensar que
-en su nuevo Gobierno había de intervenir con desdichada pasividad en
-el sacro misterio de nuestra reparación! ¡Pobre Clunia! Ya no eres
-más que un montón de polvo que revuelven con sus narices, a manera de
-ganchos,<span class="pagenum" id="Page_97">p. 97</span> los traperos
-de la erudición... Si tu vista no alcanza, no te canses, Gil: mira con
-la fantasía, y vente más allá conmigo, hasta los picos excelsos de
-Urbión, donde verás sin esfuerzo partes muy gloriosas de mis estados.
-Ven: agárrate a mi velo.</p>
-
-</div>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch9">
- <h2 class="nobreak g0">IX</h2>
- <p class="subh2">Continúa el coloquio entre Gil y&nbsp;la&nbsp;Encantadora.</p>
-</div>
-
-<div class="drama">
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span>—¿Me llevas al cielo?</p>
-
-<p><span class="sc">La Madre.</span>—Te llevo conmigo a los más altos
-escalones de mi trono, desde donde veo el antaño y el hoy. En esta
-eminente altura domino la grandeza de mis estados, y la considerable
-dimensión de los tiempos. Ayer y hoy se juntan bajo una sola mirada,
-y las penas que fueron se funden con las penas que son. <span
-class="acot">(Las águilas, que antes huían asustadas, al ver a la Madre
-en el picacho más enhiesto de Urbión, suben en bandadas, y sobre y en
-torno de ella trazan con su vuelo inmenso círculo.)</span></p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span>—El aire que aquí respiramos, ¿no es
-el aire del primer día del mundo? Su diafanidad, su pureza y frescura,
-dan vida nueva y potente a mi espíritu enfermo, envejecido.</p>
-
-<p><span class="sc">La Madre.</span>—Si tus ojos otean como los míos
-a distancias enormes, sácialos en esa inmensidad que tendrás delante
-volviéndote de<span class="pagenum" id="Page_98">p. 98</span> esa
-parte, hacia donde va cayendo el sol. El Occidente te señala el valle
-de Arlanza, cuna de lo que tu amigo Becerro llamaría <i>Civilización
-castellana</i>. En lo más próximo verás a Barbadillo, Salas, Lara.
-¡Oh ilustres y carísimos nombres! No lejos de Lara verás tus tierras
-y tu castillo de Santa Cruz de Juarros, que pertenecieron a tu
-antecesor Gonzalo Gustioz, el viejo más verde que ciñó laureles
-de amor. Las tierras que fueron tuyas, son ya de tu administrador
-Bálsamo. Consuélate ahora de este despojo, llamándote <i>Asur, Hijo
-del Victorioso</i>; llamándote <i>Mudarra</i> o <i>Mutarraf</i>, que
-es <i>Vengador</i>. Véngate, hijo, véngate ahora con ira y rabia de tu
-fiero enemigo, que eres tú mismo.</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span>—No tengo por qué vengarme. A nadie
-aborrezco. Soy Gil, pastor humilde, y el que se llamó <i>Asur Hijo del
-Victorioso</i> es un majadero que estuvo dentro de este pellejo mío, y
-ya, gracias a ti, salió y se fue con sus necedades a otra parte. Este
-pobre Gil no ambiciona más que ser tu escudero, Madre querida...</p>
-
-<p><span class="sc">La Madre.</span>—Ya lo fuiste, tonto.</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span>—¡Yo!</p>
-
-<p><span class="sc">La Madre.</span>—En la lista de diputados te vi, y
-más de una vez escuché tus graves discursos, diciéndome con terquedad
-borriquil: <i>sí</i>, <i>no</i>. ¿En qué me serviste, mastuerzo? ¿Qué
-hiciste por aliviar mis males, por darme lustre y dignidad? Contesta:
-¿qué hiciste?</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Nada, Reina y Señora. Lo confieso,
-y<span class="pagenum" id="Page_99">p. 99</span> declaro que no era
-yo una cabeza, sino un sombrero de copa; no era yo un hombre, sino una
-levita.</p>
-
-<p><span class="sc">La Madre.</span>—Pues si nada hiciste cuando
-podías mirar por tu Madre, ¿qué harás ahora, miserable <i>Asur</i>,
-transformado en Gil? ¿No veías, no sabías que tus <i>síes</i> y tus
-<i>noes</i> no fueron nunca para mi gloria y provecho? ¿No veías, no
-palpabas que los predicadores, en sus latiguillos, echaban el latigazo
-de su lógica del lado de los provechos particulares? ¡Si fuiste ya
-mi escudero y me vendiste, vendiste a tu Madre...! No me arrepiento
-de haberte convertido en un patán. No mereces estado mejor... <span
-class="acot">(Derivando a un afable humorismo.)</span> Y ahora, mi
-ilustre gaznápiro, ya que la Madre tuya y de todos no puede hacerte su
-escudero, no bajarás de esta eminencia sin que saques de tan admirable
-perspectiva una lección o enseñanza. Por esa parte a donde el sol se
-pone ves mi cuenca de Arlanza, hoy mal poblada de árboles y de hombres,
-mísera y cansada tierra. Pues así como la ves, pobrecita y escuálida,
-es la primera en mis idolatrías de Madre; es mi epopeya; es creadora
-de mis potentes hombres; es la que amamantó mis vigorosas voluntades.
-<span class="acot">(En pie, de cara a Occidente, con fogosa mirada,
-que fulgura en sus pupilas negras bajo la saliente ceja, de aquilina
-forma.)</span> Cuitado, ¿no ves Covarrubias y San Pedro de Arlanza?</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span>—No veo con mis ojos; veo con los
-tuyos y con tu grande espíritu.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_100">p. 100</span><span class="sc">La
-Madre.</span>—Diego Porcellos, Gonzalo Gustioz, Nuño Rasura, mi bravo
-y generoso Fernán González, ya no sois más que polvo. Ni polvo sois
-ya; pero aún dura y perdurará por siglos, en uno y otro mundo, la
-lengua que en vuestros días y en vuestros labios empezó a remusgar, y
-al fin quedó hecha, <i>sicut tuba</i>, trompeta de nuestra energía.
-Ya ves, pobre Gil: por esa bocina de oro que aquellos gigantes nos
-dieron, somos fuertes tú, yo y cuantos la poseemos; por ella somos
-iguales, y el pobre y el rico, el plebeyo y el noble, nos hallamos en
-venturosa fraternidad; por ella vivimos, quiero decir, que muertos
-todos vosotros, yo viviré siempre, defendida por este divino aliento
-que cierra el paso a la muerte... Y ahora, hijo mío, verás la enseñanza
-que has de sacar de lo que acabo de decirte... Estas orejas mías
-oyeron de la boca de mi Fernán González una sentencia que es la más
-antigua que recuerdo de nuestra sabiduría popular. Contestando a unos
-infanzones que dos veces le habían ofrecido vanamente su ayuda en la
-guerra con los leoneses, por el partir de tierras, el Conde montó en
-cólera, y allí, en Covarrubias, delante de doña Sancha, su esposa, y
-de mí, les echó a la cara esta razón: «<i>Fechos son omes, palauras
-son mulieres</i>,» refrán que ha repetido el vulgo en esta forma: «los
-hechos son varones, las palabras son hembras.» Y yo te digo, Gil, que
-cuando las palabras, o sean las féminas, no están bien fecundadas por
-la<span class="pagenum" id="Page_101">p. 101</span> voluntad, no son
-más que un ocioso ruido. Y aquí verás señalado el vicio capital de los
-españoles de tu tiempo, a saber: que vivís exclusivamente la vida del
-lenguaje, y siendo este tan hermoso, os dormís sobre el deleite del
-grato sonido. Habláis demasiado, prodigáis sin tasa el rico acento
-con que ocultáis la pobreza de vuestras acciones. Sois muy lindas
-taravillas. Así, cuando la palabra no tiene dentro la obra del varón,
-es hembra desdichada, horra y sin fruto.</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Donosa es la lección, y he de
-aprovecharla en esta vida trabajosa, que es, por lo que voy viendo,
-vida de pocas palabras.</p>
-
-<p><span class="sc">La Madre.</span>—Sigamos ahora.</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span>—¿Hay más picos altos a que subir?</p>
-
-<p><span class="sc">La Madre.</span>—Los hay; mas ya es hora de que
-bajemos, que aún no estás hecho a las cumbres eminentes, y tu natural
-te pide el arrastrarte por lo bajo de la tierra, como criatura esclava
-de los estímulos de hambre y sed. Agárrate del velo, y te llevaré
-por estas cañadas que bajan hacia el Norte. Iremos a parar junto al
-nacimiento de mi río Najerilla; traspasaremos la sierra de San Lorenzo,
-para caer en mi San Millán de la Cogolla, lugar célebre en mis fastos
-de Historia y Letras....</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span> <span class="acot">(Dejándose
-llevar como despeñado por insondables precipicios.)</span>—Vamos a
-donde quieras. Ir contigo es mi gloria. Bien sé que no lo merezco,
-y que de llevar contigo algún paje o escudero, elegirías persona de
-más valía que este mísero Gil, rebajado, por su<span class="pagenum"
-id="Page_102">p. 102</span> falta de seso, de caballero a villano. Dime
-dónde habitas, y allí me tendrás día y noche, ya sean tu vivienda los
-riscos más empinados o las cavernas más hondas.</p>
-
-<p><span class="sc">La Madre.</span> <span class="acot">(Bondadosa
-y jovial.)</span>—Muy entontecido estás, pobre Gil, cuando no has
-comprendido aún que yo no tengo casa. Al revés lo entenderás mejor: mía
-es toda vivienda cimentada en esta tierra, míos son los palacios, mías
-las moradas humildes. No hay techo que no me haya visto pasar bajo sus
-tejas o pizarras; no hay lugar que no haya visto el paso de mi sombra
-por el suelo.</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Que frecuentas los palacios, ya lo
-pensaba yo antes de oírte. En mi flaca memoria persiste la impresión de
-haberte visto algunas noches en el salón de la Duquesa de Saldaña y en
-el de los Condes de Fontibre. Tu rostro de soberana belleza y majestad
-no puede confundirse con otro alguno. Vestías con suprema elegancia, y
-te llamaban <i>Duquesa de Cervantes</i> en una casa, <i>de Mío Cid</i>
-en otra.</p>
-
-<p><span class="sc">La Madre.</span>—Así es. Con tales nombres me
-conociste; yo también te conocía, y por cierto que me causaba risa
-tu imbecilidad, no mayor que la de otros. Como no frecuentabas
-buhardillas ni cabañas, nunca me viste entre gente mísera, agobiada
-de privaciones, o entre tipos picarescos y maleantes. Mi sociedad
-es tan extensa y variada como mis reinos, y no niego mi presencia a
-ninguno de los que se dicen mis hijos, sean lo que fueren. A su lado
-me<span class="pagenum" id="Page_103">p. 103</span> tienen nobles
-y villanos, orgullosos y humildes, descreídos y fanáticos, monjas y
-damas, pastores, soldados, frailes, viejos caducos y desarrapados
-chiquillos... Cuanto en estos montes y en aquellas mesetas y en las
-lejanas costas alienta, es mío; de todos soy, y a todos me debo...
-Y ahora, buen Tarsis, sabrás que si tengo poder para llevarte con
-vuelo de águila de una parte a otra de mi territorio, no está en mis
-facultades el sostenerte días y días sin alimento. Subiremos ahora esta
-otra sierra que llamo de San Lorenzo, y después de dar un vistazo al
-santuario de Valvanera, te llevaré a que descanses en mi San Millán,
-donde guardo el dulce recuerdo y las cenizas de mi glorioso ermitaño y
-de mi primer gran poeta Gonzalo de Berceo, que toma su apellido de un
-pueblecito que verás más allá... Agárrate bien, y apresuremos el paso,
-que viene la noche.</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Ya viene... Por nuestra derecha, que
-a mi parecer es tierra de Aragón, veo salir una luna redonda y clara,
-encendida de color, y partida en dos por un celaje que parece alfanje.
-<span class="acot">(Remóntase la luna en su inflexible camino por el
-cielo; Gil y la Madre Encantadora avanzan con ideal presteza por montes
-y valles; llegan a un caserío humilde, apiñado a la sombra de un negro
-monasterio; se albergan en rústico parador; cena Gil con arrieros;
-la Madre se sienta entre mozas y viejas parleras; Gil se tumba sobre
-paja y sacos a la vera de la Señora, y en el regazo de ella reclina la
-cabeza y duerme con dulce sueño. Amanece; despierta el mozo.)</span>
-¡Qué<span class="pagenum" id="Page_104">p. 104</span> dulce paz! He
-dormido en tu regazo como un niño, y he soñado que vivimos en un mundo
-patriarcal, habitado por seres inocentes que no viven más que para
-compartir con amorosa equidad los frutos de la tierra...</p>
-
-<p><span class="sc">La Madre.</span> <span
-class="acot">(Graciosa.)</span>—Hijo, te has anticipado a la Historia
-dando un brinco de cien años o más, para caer en un porvenir que
-yo misma no sé cómo ha de ser. Bien, Gil: así se pasa el rato
-agradablemente, y del soñar a gusto, a nadie se ha de pedir cuenta.
-Hoy, por desgracia, mis hijos viven más en sus querellas locas que en
-las leyes de amor.</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span> <span
-class="acot">(Candoroso.)</span>—Pues de mí te digo que de caballero,
-lo mismo que de villano, he mirado siempre a la paz y al amor.
-Enamorado fui y enamorado soy, por paces. Déjame que te cuente... En
-Aldehuela tuve devaneos y liviandades con el ama a quien servía, una
-tal <i>Usebia</i>... Hablando con verdad, ella fue la que a mí me
-requirió antes que yo a ella. No es hermosa propiamente, ni aseñorada;
-pero se abrasó de afición a mí, y era de suyo harto pegadiza.
-Pecábamos, al volver del mercado, por querencia suya irresistible, y
-hacíamos mal tercio a la decencia por ser ella casada. Dolíase de su
-mal; mas no sabía corregirlo. Al despedirme lloraba por mi ausencia, y
-por el agravio y ornamento que poníamos a su marido.</p>
-
-<p><span class="sc">La Madre.</span>—Ya lo sabía, Gil. Más culpable
-es ella que tú. La ley de encantamiento no te<span class="pagenum"
-id="Page_105">p. 105</span> impone un absoluto despego de amor,
-y el encastillarte en una ridícula virtud te pondría en violenta
-discordancia con la libre naturaleza que te rodea. Es error creer que
-el campo no brinda al hombre enamorado fáciles triunfos amorosos.
-Solteras y casadas acogen con blandos arrumacos al mozarrón forastero,
-y en aldeas y villas no faltan amas de cura, salidas de madre y padre,
-con poco escrúpulo de la opinión.</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span>—¡Que me place!... Debo decirte que
-mis amores con <i>Usebia</i> fueron de puro pasatiempo. El amor mío
-verdadero y profundo es otro: lo sentí cuando era caballero, y en mi
-alma lo conservo con todo su ardor y pureza... Antes que me encantaras,
-hice la corte a una joven americana llamada Cintia: empecé con idea
-de matrimonio, anteponiendo al amor mi afán de riquezas. Rechazome
-ella, prefiriendo para marido a un diplomático envarado, de estos que
-al vestirse por la mañana se tragan el palo del molinillo. Me sacó de
-quicio el desaire, y desairado amé a Cintia con pasión escondida, de
-las que la soledad y el pensar continuo convierten en locura. Cuando
-me dábais los primeros pases de ilusión para encantarme, vi a Cintia
-en un espejo. Obra fue de las hechicerías del maldito Becerro y de las
-brujas de sus hermanas... Hablamos la americanita y yo de un lado a
-otro del cristal: me dijo que no se había casado con el diplomático;
-a mi parecer me miraba con amor, y sus palabras destilaban ternura...
-Pues bien,<span class="pagenum" id="Page_106">p. 106</span> Madre:
-tú que todo lo sabes, dime si, en efecto, Cintia no se ha casado, que
-bien podría ser todo una ruin burla de los invisibles demonios que
-correteaban por aquella casa. Dime también si Cintia está en España o
-se ha vuelto a América... Claro que si está en América, nada podrás
-decirme.</p>
-
-<p><span class="sc">La Madre.</span>—Allá, como aquí, domino por mi
-aliento, <i>sicut tuba</i>; por la vibración de mi lenguaje, que será
-el alma de medio mundo. Cuando de allá me invocan, acudo al instante.
-Mi Colón me dejó una linda nao milagrosa que me lleva y me trae en
-dos minutos... Por otra parte, ni tú debes pedirme informes de esa
-familia, ni yo debo dártelos, pues mientras permanezcas en estado
-villano, es necedad que pienses en amores con damas principales... Y
-ya no más, hijo. Levántate. <span class="acot">(De la escarcela sacó
-unas bellotas que se trocaron en monedas; pagó el gasto del mozo, y
-partieron.)</span></p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span> <span
-class="acot">(Ingenuo.)</span>—Ya podía la señora Madre darme de esas
-bellotas, o decirme dónde está el árbol que las cría.</p>
-
-<p><span class="sc">La Madre.</span> <span class="acot">(Con severidad
-afectuosa.)</span>—Espérate un poco, hijo: un ratito hasta que
-fructifique la encina que tú mismo has de plantar; otro ratito, hasta
-que maduren las bellotas... <span class="acot">(Siguen platicando del
-cómo y dónde plantará Gil la encina, y continúan andando en busca
-del rebaño, que, según indica la Madre, estaba en Cameros. Llegan
-de noche, guiados por el resplandor de una hoguera encendida por
-los pastores, que han matado una oveja y se disponen alegremente a
-comérsela.)</span></p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_107">p. 107</span><span
-class="sc">Tarsis.</span>—Allí están. Oigo la voz de Sancho, que suena
-en la espesura de estos montes, <i>sicut tuba</i>. No puedo precisar el
-tiempo que ha durado mi ausencia de los compañeros. ¿Han sido dos días,
-o tres?</p>
-
-<p><span class="sc">La Madre.</span>—En la vida pastoril no necesitas
-calendario ni reloj. El tiempo es un vago discurso con somnolencia.</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span>—¿Qué hora es?</p>
-
-<p><span class="sc">La Madre.</span>—El cielo te lo dirá. Mira la
-dirección del rabo de la Osa. Mira el León que se esconde ya por
-Occidente. Por Oriente ha salido Antares, la diabla iracunda, y tras
-ella Sagitario armado de flechas.</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Ya estamos entre ellos. Nos han
-visto y celebran tu presencia con palmadas y vítores. El rabadán,
-los pastores y zagales, llamados <i>Blas</i>, <i>Mingo</i>,
-<i>Rodrigacho</i>, prorrumpen en alegres exclamaciones.</p>
-
-<p><span class="sc">Sancho.</span>—¡Vítor la Madre!...
-<i>¡Hurriacá!</i></p>
-
-<p><span class="sc">Mingo.</span>—Quédate, Madre, entre nos.</p>
-
-<p><span class="sc">Rodrigacho.</span>—<i>¡Ijujú!</i> Madre adorada.
-Buen gasajo aquí te damos.</p>
-
-<p><span class="sc">Blas.</span>—Cata la Madre de Amor. Cata el Amor
-verdadero. <span class="acot">(Rodean a la Señora con brincos y
-algazara, y cantan en su loor un alegre villancico.)</span></p>
-
-<p><span class="sc">Sancho.</span>—¡Vítor la Madre querida! — Dime,
-pastor, por tu vida, — ¿qué es lo que tú le darás, — y con qué la
-servirás?</p>
-
-<p><span class="sc">Rodrigacho.</span>—Darele buenos anillos, —
-cercillos, sartas de prata, — buen zueco, buena zapata, — cintas,
-bolsas y tejillos.</p>
-
-<p><span class="sc">Blas.</span>—Y frutas de mil maneras — le daré
-destas montañas, — nueces, bellotas, castañas, — manzanas, priscos y
-peras. — Dos<span class="pagenum" id="Page_108">p. 108</span> mil
-yerbas comederas, — cornezuelos, botijinas, — pies de burro, zapatinas
-— y garbanzas y acederas.</p>
-
-<p><span class="sc">Mingo.</span>—Berros, hongos, turmas, jetas,
-— anocejas, refrisones, — gallicresta y arvejones, — florecicas y
-rosetas.</p>
-
-<p><span class="sc">Rodrigacho.</span>—Y aun darele pajarillas,
-— codornices y zorzales, — jergueritos y pardales — y patojas en
-costillas.</p>
-
-<p><span class="sc">Blas.</span>—Pegas, tordos, tortolillas, —
-cuervos, grajos y cornejas, — las de las calzas bermejas. — ¿Cómo no
-te maravillas? <span class="acot">(La Madre se muestra regocijada
-del obsequio, participa del festín de la oveja, bebe del zaque, les
-saluda con gracioso ademán, y a la postre, aclamada como al principio,
-desaparece.)</span></p>
-
-</div>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch10">
- <h2 class="nobreak g0">X</h2>
- <p class="subh2">De la blanda vida pastoril, pasa el caballero a vida
- más dura.</p>
-</div>
-
-<p>Bendito y descansado oficio era el de pastor, y así lo declaraba
-Gil ante sus compañeros, con los cuales vivía en santa paz, sin que
-la buena concordia se rompiese ni alterase por un sí ni por un no en
-largos días. Conducir el ganado de una parte a otra dentro de términos
-extensísimos, aprovechando estas hierbas y dejando descansar las otras;
-dormir en el chozo o a su vera, según el tiempo; comer donde más les
-placía migas, sopas, o el <i>frite</i> de oveja o<span class="pagenum"
-id="Page_109">p. 109</span> cordero; saber las horas por el sol, y
-de noche por las estrellas; saber del mundo lo poco que les llegaba,
-migajas del acaecer y del opinar traídas por el viento de vagas voces,
-era en verdad la mejor vida para llegar a viejo. Entretenían los
-pastores sus ocios refiriendo consejas, o narrando cada cual su propia
-leyenda, no siempre sencilla ni tejida en telares bucólicos. Los que
-habían servido al Rey contaban militares valentías, y hazañas amorosas
-con niñeras y amas de cría.</p>
-
-<p>Uno de ellos, Rodrigacho, que había sido monaguillo muy travieso,
-contó su fuga de la iglesia y lugar de Cuérnagos, por haberle echado
-pica-pica al cura cuando estaba sentadito en misa de tres oficiantes.
-Tuvo que salir a espetaperros, huyendo de la paliza que quiso darle
-el sacristán, y corrió tanto, decía, que en cada tranco que daba, un
-pie perdía de vista al otro... En su medrosa carrera no paró hasta
-Vigo, donde quiso embarcar para la Habana; pero no pudo colarse
-de <i>polisón</i>, que era su ardiente anhelo, y al cabo de mil
-penalidades, sirviendo a gente de mal vivir, se vino a tierra de
-Salamanca con unos hombres que conducían dos toros padres venidos de
-Inglaterra. Arreglose con el amo de estos entrando en los ejércitos
-de la ganadería, pues en los de Rey no sirvió, por ser hijo único de
-viuda.</p>
-
-<p>No faltaban en la majada horas de aburrimiento, que Blas y Sancho
-sorteaban labrando cucharas de boj. Casados y solteros no tenían las
-mismas añoranzas de la hembra lejana. Sancho, que dejó a su pastora
-en Micereses, la echaba muy de menos; Rodrigacho, que tenía<span
-class="pagenum" id="Page_110">p. 110</span> su <i>Filis</i> en
-Pocilgas, partido de Alba de Tormes, habría querido tenerla a mayor
-distancia; Mingo, que <i>hablaba</i> con una viuda de Cantimpalos,
-apenas se acordaba de ella, y Blas solía cambiar de <i>Galatea</i> en
-el ir y venir de la trashumancia. Cuando a Gil le tocaba bajar por
-víveres a Torrecilla de Cameros, ponía en juego todas sus artes de
-seducción para proporcionarse una conquistilla. A pesar de las prisas
-de recadista, estuvo a punto de lograr sus deseos, capturando a una
-moza garrida que cuidaba cabras a media legua del pueblo. Naturalmente,
-la cortedad del tiempo no le permitía rematar su aventura. Diéranle más
-desahogo, y a la majada se llevaría la pastora y sus cabras. Contando
-sus apuros a Blas, el muy socarrón le decía: <i>Amor fino y buena mesa,
-no quieren priesa</i>.</p>
-
-<p>Con sus lentas horas y su apartamiento del mundo, la vida pastoril
-era para Tarsis la más grata forma de encantamiento. Pero de súbito se
-torció el destino del caballero hacia una situación desconocida. La
-causa de esto fue que el ganado pasó de la propiedad de los Gaytanes a
-la de los Gaitines, establecidos en Soria y Cameros. Ya se lo maliciaba
-Sancho. Nunca pudo explicarse trashumancia de tal extensión en estos
-tiempos sino por venta o cambalache. En efecto: Gaytanes y Gaitines
-hicieron escritura, por la que estos vendían a los otros tierras con
-que querían redondear su latifundio, y aquellos entregaron a los
-cameranos sus ovejas, y a más una suma en metálico. El administrador,
-que subió al monte a notificar el cambio de propietario, propuso a
-Sancho quedarse de<span class="pagenum" id="Page_111">p. 111</span>
-rabadán; pero no quiso aceptar y se fue a Micereses. Blas y Rodrigacho
-desfilaron también; Mingo se quedó, y a Gil se le llevaron a Torrecilla
-por expreso encargo del nuevo dueño, que ofrecía darle colocación más
-activa y de más lucido jornal.</p>
-
-<p>Entraba, pues, Gil en otra etapa villanesca. La transformación
-empezaba por el cambio de costumbres y ropa. Regaló montera y zahones
-a Mingo; conservó su calzón de estezado y alguna otra prenda pastoril.
-Con lo que se llevaba compuso su hatillo bien asegurado en un pellejo
-con fuertes correas, y echándoselo al hombro partió para Torrecilla. El
-administrador de los Gaitines no le detuvo más que el tiempo preciso
-para un corto descanso, comer, comprar zapatones, tabaco y un par de
-camisas, y le expidió, en compañía de dos hombres, al lugar de su
-nueva colocación. Al llegar a Logroño se les facturó en ferrocarril
-a la estación de Alfaro, desde donde irían a su destino en carros o
-caballerías. En el trayecto de tren acabó Gil de enterarse del trabajo
-en que había de emplear su encantada personalidad. Era la explotación
-de una cantera próxima a la villa de Ágreda. Los señores Gaitines,
-contratistas de un camino real entre dicha villa y Tarazona, habían
-establecido la extracción de piedra en la falda de un monte, de los
-que sirven de estribo y contrafuerte al excelso Moncayo. Uno de los
-acompañantes de Gil iba de listero, el otro de barrenador. Por ambos
-supo Gil que ganaría jornal de once reales. Del tren partieron en mulos
-hasta Grávalos, donde descansaron medio día, y al siguiente dieron con
-sus<span class="pagenum" id="Page_112">p. 112</span> molidos cuerpos
-en la ibérica <i>Ilurci</i>, que los romanos llamaron <i>Græcuris</i>,
-nombre que, pasando como canto rodado por bocas de godos, árabes y
-cristianos, vino a ser <i>Ágreda</i>.</p>
-
-<p>A corta distancia de la villa, y casi tocando al trazado del camino
-real, estaba la cantera, llaga enorme abierta en el costado de una
-dura montaña, dejando ver la tierra como sangre y las piedras como
-desmenuzados huesos. Desde lejos se veía la inmensa herida, y el
-espectador se condolía del desdichado monte, imaginándolo víctima de
-una bárbara labor quirúrgica, levantada en gran parte su hermosísima
-piel verde, deshecha por el hierro su carne, y todo en pedazos mil, y
-todo cayendo y rodando en piltrafas sanguinolentas como los despojos de
-un anfiteatro... Pero cuando el espectador se acercaba, ya no sentía
-lástima del monte, sino de los que en él trabajaban, bajo un sol
-ardiente, gateando en el áspero declive. Los unos taladraban la peña
-con poderosas barras, los otros recogían los pedazos dispersos por la
-explosión, despeñándolos por la pendiente, hasta que los peones los
-partían y cargaban las carretas. Era un trabajo de gigantes: algunos,
-desnudos de medio cuerpo arriba, mostraban admirables torsos y brazos
-de atletas formidables; otros, agobiados de fatiga, se doblaban por la
-cintura, contenían el gemido para poner toda su alma en el esfuerzo,
-sacado a tirones angustiosos de las más hondas flaquezas.</p>
-
-<p>Entró Gil en el trabajo de la cantera con cierto brío, estimulado
-por la ganancia, por la emulación, por algo de grandioso que veía en
-aquel luchar al aire libre con lo más duro que<span class="pagenum"
-id="Page_113">p. 113</span> existe: la roca. Noble era el arado; mas la
-barra y su manejo agrandaban y hermoseaban la humana figura. Desplegó,
-pues, sin tasa en los primeros días su vigor muscular, y aparentaba
-despreciar la fatiga. Toda su admiración era para Cristóbal, con quien
-había venido de Torrecilla, trabajador incansable, no desprovisto de
-cierta elegancia en los acompasados movimientos con que taladraba
-la piedra, sosteniendo el ritmo. Atizaba más fuerte a medida que
-el agujero iba más hondo. La piedra caldeada por el hierro, a este
-entregaba su seno endurecido por los siglos.</p>
-
-<p>Marchaban los trabajos con regularidad intensa, inflexible.
-El capataz, hombre muy serio, envarado de autoridad, no permitía
-distracciones, ni descansitos, ni palabras ociosas. Llamábase José
-Mantecón, y ponía gran empeño en mostrar un genio absolutamente
-contrario a su apellido. Cuando llegaba el momento de los tiros,
-gozaban todos de un corto descanso. Se cargaban los barrenos, se
-encendía la mecha que había de prender el cartucho, y a correr la gente
-para ponerse al resguardo de la explosión. Diseminados alegremente,
-cada cual elegía el burladero que estimaba más seguro. El estruendo
-de la terrestre artillería, la conmoción del suelo, el humo, el
-volar de los cantos, traían un momento de alborozo. Los pedazos
-de piedra caían como proyectiles perdidos, mostrando en sus caras
-interiores, calientes, la virginidad de la roca. En esta función de
-los disparos, permitía el capataz a los trabajadores el recreo de un
-cigarrito, golosina de holganza que les alentaba para volver al<span
-class="pagenum" id="Page_114">p. 114</span> trabajo de barrenar,
-descantillar, y al arrastre y carga en los carros. Gil no desmayaba,
-y se mantenía siempre en el término estricto de sus obligaciones. Un
-día, por ausencia de Cristóbal, que faltó por enfermedad, dio un par de
-barrenos no inferiores a los del maestro. Con frase áspera, el capataz
-declaró bueno el trabajo, sin ablandarse a prometer ascenso. El sol
-ardiente de aquel día, bastante a derretir el apellido de Mantecón,
-hizo más duro su carácter.</p>
-
-<p>Los sábados cobraban puntualmente, mitad en plata, mitad en
-calderilla; los domingos, después de trabajar medio día, se iba cada
-cual a su descanso o esparcimiento. Gil vivía con otros en un parador
-abandonado, cercano al pueblo; dormían en el suelo sobre improvisados
-lechos de paja y mantas. Mujerona feísima, mas no puerca ni haragana,
-regía la casa. Regañando a toda hora, era diligente, gobernosa, y a los
-trabajadores servía muy a punto sus comidas y cenas. Los días festivos,
-Gil se lavaba y acicalaba, y presumiendo de guapo se ponía su calzón
-estezado, su blusa limpia, su faja negra, y con la boina ladeada, el
-cigarrito en la boca, pañuelo en la faja, en el bolsillo del pantalón
-los dineros que sonaban al andar, se iba al sitio de recreo del pueblo,
-un extenso prado que llaman <i>la Dehesa</i>. Dábanle amenidad una
-umbrosa alameda por la parte próxima al río Queiles, y en la cercanía
-del monte, encinas, álamos y tilos en grupos, a cuya sombra manaba una
-riquísima fuente. <i>La Dehesa</i> era la gran atracción de Gil los
-domingos por la tarde. Allí acudían las muchachas del pueblo, y<span
-class="pagenum" id="Page_115">p. 115</span> armaban bailes tremendos,
-con brincos o <i>agarraos</i>, conversaciones vivas, carcajadas y
-chillidos, bullanga de música, ya por lo serrano, ya por lo aragonés.
-Mozas había muy lindas, de silvestre ingenuidad las unas, otras ladinas
-y escamonas, en guardia siempre contra el hombre, fortificada su
-honestidad por la espesura de sus refajos.</p>
-
-<p>Gil no paraba en toda la tarde de atontar al mujerío con su charla
-donosa, bailoteando jotas y seguidillas hasta más no poder. En ninguna
-sociedad de las que conoció en su vida de caballero se había divertido
-tanto. Era su compañero inseparable otro mozo de la cantera, guapín,
-despierto, medio aragonés y medio navarro, llamado Juan Ablitas, el
-cual galleaba y se ponía moños por haber traído a su redil a una
-jovenzuela graciosa, sobrina de un cura, que desde el primer día de
-conocimiento en <i>la Dehesa</i> le hizo entrega de su albedrío. La
-chiquilla se escapaba por las noches al encuentro del galán, y a más de
-obsequiarle con favores de amor, le regalaba <i>bodigos</i> de los que
-su tío el buen párroco copiosamente recogía. Son bodigos los panecillos
-de flor que se llevan a la iglesia, y cual ofrenda se añaden a los
-cirios en el sufragio por los difuntos. Volvía por la noche Juan junto
-a su amigo, y dándole un panecillo, con hinchada fatuidad le decía:</p>
-
-<p>—Toma, Gil, uno de los bodigos que me ha traído <i>la mía</i>, y
-confiésame que conquista como esta no la has hecho tú, ni la harás en
-tu pindonguera vida.</p>
-
-<p>Comía Gil el panecillo, y no se cuidaba de abatir la petulancia
-del tenorio agredense don Juan Ablitas. Sucedió que a los pocos días
-de<span class="pagenum" id="Page_116">p. 116</span> esto supieron los
-amigos, por una de las mozas, que el cura olfateó la sustracción de los
-panes, y cogiendo a la muchacha, sobrina o lo que fuera, con pellizcos
-y pescozones la puso en la apretura de vomitar sus pecados, y a lo
-último echó el más feo de todos, que fue dar los bodigos a un <i>chico
-de la cantera</i>. Desde aquella hora nefanda, Juan y Gil no volvieron
-a ver el pelo a la moza, y en esto, llegado el domingo, Ablitas,
-escupiendo por el colmillo y apretándose la faja, dijo que no pensaba
-ir a <i>la Dehesa</i>, ni estaba en vena de divertirse... Para que se
-viese que era un hombre, se plantaría en la iglesia mayor del pueblo,
-o en sus inmediaciones, hasta encontrarse con el cura y darle cuatro
-<i>morrás</i> como para él solo...</p>
-
-<p>No trató Gil de disuadir al tenorio retador, y se fue solo al paseo.
-Vio grupos de chicas; pero al llegarse a ellas, un estímulo fisiológico
-le llevó hacia la parte del monte, donde a la sombra de unas encinas y
-al arrimo de peñas musgosas, secreteaba consejas el chorrillo de una
-fuente. Como a veinte pasos del agua vio que de la fuente venía una
-gallarda moza con un cántaro lleno cogido por el asa. Cuando llegaron
-uno frente a otro, Gil lanzó una grande exclamación y extendió el
-brazo en ademán de detener a la joven aguadora. Y esta paró en firme,
-mirándole a él con enojo de que un desconocido le cortara el paso.</p>
-
-<p>—Cintia, Cintia —dijo Tarsis—, no te me escapas ahora.</p>
-
-<p>—Quite allá... Déjeme. No le conozco.</p>
-
-<p>—¿Me negarás que eres Cintia? ¿Crees que puedo yo olvidar o
-confundir tus ojos divinos;<span class="pagenum" id="Page_117">p.
-117</span> tu boca, tan linda risueña como enojada, y esa frente de
-diosa, y esos cabellos partidos en dos bandas, y esa color de albura
-quebrada, y ese aire de reina, y ese...?</p>
-
-<p>—Anda; está loco el hombre. Déjeme seguir.</p>
-
-<p>—Un momento. Me negarás que eres Cintia; pero no me impedirás que te
-adore.</p>
-
-<p>—¡Ya escampa!... Me llama <i>Cinta</i>, y mi nombre es Pascuala...
-Ea, si viene de burlas, sepa que no las aguanto.</p>
-
-<p>—Mátame si quieres; pero yo digo y sostengo que eres Cintia. Si no
-me conoces, te diré que soy Tarsis...</p>
-
-<p>La hermosa joven, cuyas incomparables facciones correspondían a la
-forma encomiástica con que el mozo las había descrito, le miró con
-fijeza y seriedad.</p>
-
-<p>—Qué —dijo Tarsis prontamente—, ¿haces memoria?... ¿buscas mi
-fisonomía en tus recuerdos?... ¡Ah, Cintia! tú estás encantada como yo,
-y aún te encuentras en ese estado crepuscular de la memoria que vuelve,
-que quiere volver...</p>
-
-<p>—Le miro a usted —dijo ella un tanto compadecida y temerosa—, porque
-me parece que está usted loco... y los locos me dan miedo... Vaya...
-Con Dios.</p>
-
-<p>—Un instante, Cintia. Tengo una sed horrible... ¿Serás tan cruel que
-no me des un poco de agua?</p>
-
-<p>Sin decir nada, la lindísima mujer alzó el cántaro y lo inclinó
-sobre su brazo izquierdo para que el sediento bebiese.</p>
-
-<p>—¡Ay! —exclamó Gil-Tarsis después de absorber buena parte del
-contenido del cántaro—. Me has dado la vida. Con la emoción y la
-sed,<span class="pagenum" id="Page_118">p. 118</span> ni hablar
-podía... No, Cintia; no estoy loco. Ya lo comprenderás si me haces el
-honor de concederme tu trato algunos momentos.</p>
-
-<p>La guapa moza volvió a la fuente para reponer el agua, y Gil siguió
-diciéndole:</p>
-
-<p>—Acabarás por recordarme; acabarás por reconocer al que desdeñaste,
-al que te amó con locura... al que te lleva en su alma vagando en
-estas soledades tristísimas. Si no crees lo que te cuento, admíteme
-como amigo, y lo que no aprecies por mis demostraciones de amor, lo
-apreciarás por mi respeto.</p>
-
-<p>Algo más le dijo, y sus palabras sinceras y ardientes, si no
-penetraron hasta traspasar su alma, pasaron rozando a esta como flechas
-temblorosas. La que Gil llamaba Cintia no se mostró tan esquiva como
-en la primera embestida galante del barrenador de rocas. Le miraba
-muy seria, balbucía cortos y turbados conceptos, tuteándole... La
-arrogancia y viril hermosura del mozo la cautivaron sin duda; pero
-en su confusión ni aun se daba cuenta todavía de que aquel hombre le
-gustaba.</p>
-
-<p>—¿Me permites que te acompañe hasta tu casa? —le propuso Gil con
-acento y ademán de profundo respeto—. No dirás que acompañarte es
-locura.</p>
-
-<p>—No es locura —replicó ella más turbada—; pero es tontería. Vivo muy
-cerca... allí... ¿Ves aquella casita blanca entre árboles, orilla del
-río...?</p>
-
-<p>—Ya veo. Pues esa tontería haré yo si me das licencia. Venga el
-cántaro.</p>
-
-<p>Y ella, defendiendo el cántaro de las manos del galán:</p>
-
-<p>—No, no: yo lo llevaré. ¡Qué dirían!</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_119">p. 119</span>—Dirían que te
-sirvo como buen caballero. Dirían que hablamos como aquellos y otros
-que ves en <i>la Dehesa</i>, novios honrados y decentes... Vamos hacia
-allá.</p>
-
-<p>—Hasta mi casa no —dijo la linda lugareña recelosa—. Iremos juntos
-un poquito no más, hasta la entrada de la alameda. Después no.</p>
-
-<p>—Sigamos sin miedo. Nadie nos mira. Pasamos junto a las mozas y
-mozos sin que ninguno nos mire. Es que no nos ven, Cintia.</p>
-
-<p>—De veras parece que no nos ven... —observó ella con pasmada
-ingenuidad—. Nadie se fija... Pues te diré que antes de ahora no me
-conocías, como yo no te conozco a ti... He querido recordar y nada: no
-he visto tu cara antes de ahora.</p>
-
-<p>—La última vez que te vi fue dentro de un espejo —afirmó Gil
-dejándose llevar del arrebato de su fantasía—. Era un espejo
-maravilloso, donde uno se miraba y no se veía, al contrario de lo que
-sucede en todos los espejos. Yo me miré, y te vi a ti, Cintia. Créemelo
-como este es día.</p>
-
-<p>Y ella:</p>
-
-<p>—Cosas muy raras ve una en los espejos: yo me miré una noche, y vi a
-mi madre, que murió lejos de mí.</p>
-
-<p>Y él:</p>
-
-<p>—Tu madre murió en Buenos Aires.</p>
-
-<p>Y ella, con asombro y risa:</p>
-
-<p>—¿Qué estás diciendo?</p>
-
-<p>Y él:</p>
-
-<p>—Si me niegas que eres americana, no he dicho nada.</p>
-
-<p>Empleando de nuevo la burla campesina, la hermosa hembra declaró que
-no podían seguir juntos si él no ponía freno a sus dislates, y terminó
-con esta saetilla:</p>
-
-<p>—Explícame, hombre<span class="pagenum" id="Page_120">p. 120</span>
-de Dios, cómo puede ser americana la que ha nacido, como yo, en
-Matalebreras, lugar a dos leguas de aquí, camino de Soria.</p>
-
-<p>—¿Qué nacido puede asegurar el lugar de su nacimiento? En cuanto
-al nombre, si el mundo engañado te conoce por Pascuala, para mí,
-desengañado, Cintia eres y Cintia te llamaré.</p>
-
-<p>—No es feo nombre. Yo he notado que suelen ser bonitas las cosas
-falsas. ¿Y a ti cómo debo llamarte?</p>
-
-<p>—Mientras estemos en este destierro expiatorio, llámame Gil.</p>
-
-<p>—Gil, Gil —repitió la bella con sorpresa y susto—. Hace dos tardes
-pasé por la cantera y vi a los hombres trabajando... Me parecieron
-demonios. Por la noche soñé cosas horribles... Soñé que era yo piedra,
-y que me estaban barrenando en el corazón. Desperté al dolor de mis
-carnes taladradas por el hierro. ¡Ay, qué susto al despertar, y qué
-sudores de muerte! Oía los graznidos de una bandada de cuervos, y los
-cuervos decían <i>Gil, Gil</i>... y eso mismo, <i>Gil</i>, estuvo
-sonando en mis oídos aquella noche y todo el siguiente día.</p>
-
-<p>—Oías mi nombre... Era el anuncio de que hoy nos encontraríamos en
-la fuente y seríamos novios.</p>
-
-<p>—No sé... —dijo la moza; y mirándole de hito en hito, agregó un
-comentario mudo, guardado dentro de sí como impúdico secreto: «¡Y
-qué guapo es!... ¿Será verdad que he visto a este hombre en alguna
-parte?... ¿Dónde, Señor, dónde?»</p>
-
-<p>Al llegar a la alameda, Cintia o Pascuala,<span class="pagenum"
-id="Page_121">p. 121</span> como se quiera, dio orden de parar.</p>
-
-<p>—De aquí no se pasa.</p>
-
-<p>Y Gil sintetizó su comedido anhelo en esta pregunta:</p>
-
-<p>—¿Estás conforme en que hablemos?</p>
-
-<p>Y ella, embebiendo su mirada en la de él, contestó con doble frase,
-una saliente, que fue:</p>
-
-<p>—Bien, hablaremos.</p>
-
-<p>Y otra entrante y no articulada: «¿He visto antes a este hombre?...
-¿lo he soñado?... En sus ojos tiene toda la simpatía del mundo. ¿Me
-querrá de veras? Si su locura es de amor, en buen hora venga.»</p>
-
-<p>Las últimas expresiones fueron para determinar dónde podían verse
-y hablarse. Puntualizó ella los sitios que creía mejores para la
-aproximación honesta de los presuntos novios, y Gil la vio partir
-embelesado de su airoso andar y gentileza. Dos veces volvió ella la
-cabeza para mirarle. Gil la seguía con mirar certero. Quería que sus
-ojos la llevaran hasta la puerta de la casita blanca; pero mucho antes
-de llegar a esta, la figura de Cintia se desvaneció como una luz que se
-apaga.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch11">
- <h2 class="nobreak g0">XI</h2>
- <p class="subh2">Donde brillan con toda claridad la ternura
- y&nbsp;discreción de la hermosa Cintia.</p>
-</div>
-
-<p>Enloquecido quedó el buen Gil con el encuentro de la divina mujer
-a quien sin vacilación diputaba como la propia Cintia, transmutada de
-señora en villana por la mano hechicera que le había transformado a
-él. Pasó la<span class="pagenum" id="Page_122">p. 122</span> noche
-en inquietos delirios, y a poco de amanecer aplicaba al trajín de la
-piedra su fuerza muscular, cual máquina emancipada del pensamiento. No
-tenía Gil amigo de confianza con quien comunicarse. El famoso burlador
-don Juan de Ablitas estaba en la cárcel, por haberle salido su aventura
-diametralmente al revés de como la hubo pensado. Fue al pueblo con la
-caballeresca ilusión de pegarle al cura, y este, que era un hombracho
-como un castillo, le ganó velozmente la acción, destrozándole con
-recios bofetones toda la cara, pateándole después, y de añadidura
-requiriendo a la autoridad para que le metiera en la cárcel, como se
-hizo, procesándole por agresión sacrílega.</p>
-
-<p>La segunda entrevista de Gil con la que ya era su novia fue poco
-después de anochecido, en una plazoleta próxima a la casa de ella; casa
-honestísima ciertamente, como lo era también la plazoleta, formada de
-una parte por la casa-cuartel de la Guardia civil, y de otra por un
-convento de monjas reclusas. Comprendió Gil que su novia disfrutaba
-de cierta libertad. En la vaga conversación sabrosa iba dando a
-conocer su vida y parentela, y diversas circunstancias que el mozo
-apreció como favorables para los incipientes y ya formales amores.
-Pascuala manifestaba su alma con graciosa sinceridad, y era honesta sin
-gazmoñería, honrada y pura sin la menor afectación. Gil se confirmaba
-en que tenía delante a la propia Cintia por un signo infalible, rasgo
-saliente y luminoso de la hermosa colombiana, que era la sana y dulce
-alegría, el sonreír largo que dejaba ver la más perfecta y blanca
-dentadura.<span class="pagenum" id="Page_123">p. 123</span> Era
-Cintia; solo Cintia sabía decir conceptos delicados y conceptos comunes
-con aquella boca de ángel...</p>
-
-<p>Ya en el encuentro o aparición en <i>la Dehesa</i> había notado Gil
-que el lenguaje de la moza no era el habla tosca del pueblo campesino;
-se expresaba con limpia dicción y con notoria pureza gramatical. El
-enigma quedó aclarado con estas palabras de Pascuala:</p>
-
-<p>—Soy maestra. En Zaragoza, donde he vivido cinco años con mi tío
-don Bruno Borjabad, procurador, hice mis estudios, y tengo título...
-¿Qué te creías? Ahora estamos esperando a que don Feliciano Gaitín,
-que es el mandón de estos lugares, nos cumpla lo prometido: darme una
-escuelita de párvulos en cualquier pueblo de esta comarca. Buena falta
-nos hace, porque mis tíos, con quienes vivo, andan atrasadillos por las
-malas cosechas y lo perdido que está todo.</p>
-
-<p>Completó Pascualita su historial con estas referencias:</p>
-
-<p>—Vivo con mis tíos Saturio Borjabad y su mujer Baltasara, y esta
-casita es de unos primos míos por parte de madre, llamados aquí
-los <i>Almuerzos</i>, porque son de la sierra de este nombre, y se
-dedicaban al negocio del carbón. Ahora viven en Soria. Mi madre se
-llamaba Pilar Arabiana; dicen que era un poquito noble. Mis tíos los
-Borjabades tienen en Suellacabras dos o tres telares, y allí viven mis
-primos, que fabrican sayas y capotillos de jerga. Conque ya tienes
-ante ti todo el mapa de mi familia. Al ponértelo delante, me río como
-ves... En mi parentela hubo nobles y plebeyos; hoy todos son pobres.
-Algunos viven de ilusiones, otros emigran, algunos trabajan<span
-class="pagenum" id="Page_124">p. 124</span> como negros... Yo, que en
-pobreza no tengo a nadie que me aventaje, les alegro a todos con mi
-alegría.</p>
-
-<p>—¡Qué encanto de mujer! A Dios bendecimos y alabamos por haber hecho
-esa boca. Y a Dios le basta eso para ser grande.</p>
-
-<p>Terminó Pascuala la segunda entrevista despidiendo a Gil con la más
-dulce de sus risas, un empujoncito y esta frase donosa:</p>
-
-<p>—Vete ya, que no quiero enojar a los tíos... Me dan licencia de un
-ratito, y el ratito se va volviendo <i>ratón</i>.</p>
-
-<p>¡Ay, Gil, en qué soñador arrebato vivías! Y machacando piedras,
-dejabas que tu espíritu rodara por los espacios, chocando con estrellas
-y soles... Muy fuertes habían de ser los tirones de la realidad para
-que a ella volvieses... A la ya referida cita con Pascuala siguieron
-otras en el propio sitio, o en un bosquecito de acacias frontero al
-pórtico de las monjas. En aquellos ratos de dulce intimidad, el fuego
-de amor prendía con flamear gracioso en los corazones. La idea, nunca
-olvidada por Gil, de que se conocieron antes, en otra misteriosa y
-lejana vida, prendió también en la mente de ella, y a menudo decía:</p>
-
-<p>—Sí, Gil: yo llevaba en mí hace tiempo tu cara y tu ser todo.</p>
-
-<p>Se confiaban sus pensamientos sin faltar a la pureza y corrección.
-Si él, llevado de su fogoso temple, acortaba la distancia honesta,
-ella le contenía con ademán grave y con su inefable sonreír, que
-valía por un mandato. Separábanse contentos, gustando de antemano un
-porvenir dichoso... Pero a la cita cuarta o quinta, que en el número
-no concuerdan los<span class="pagenum" id="Page_125">p. 125</span>
-autores, Pascuala llegó junto a su amado con cara triste.</p>
-
-<p>—Esta noche —le dijo—, te traigo malas nuevas. Ya ves que no me
-río... y cuando no me ves reír, ya comprenderás que hay procesiones por
-dentro.</p>
-
-<p>—Dime lo que hay —replicó Gil, disimulando su alarma—, que seguro yo
-de tu amor como tú del mío, podemos reírnos de toda procesión, aunque
-sea la del <i>Corpus</i>.</p>
-
-<p>—No pasa el <i>Santísimo Corpus Christi</i> —dijo Pascuala—: lo que
-pasa es que tendremos que separarnos pronto... Mis tíos han resuelto
-que nos vayamos a Suellacabras, porque aquí está todo muy malo... Allí
-no nos faltará un pedazo de pan, y además...</p>
-
-<p>—¿Además, qué?</p>
-
-<p>—Que el señor Gaitín ha dicho que está a caer mi nombramiento de
-maestra. ¿Para qué pueblo? Eso... de Soria nos lo dirán...</p>
-
-<p>—Pues no veo la procesión... Sí la veo... Te veo a ti marchando a
-Suellacabras con tu familia, y yo detrás... Dejaré mi trabajo y cuanto
-hay en el mundo por seguirte. ¿Cuándo nos vamos?</p>
-
-<p>—¡Ay, Gil de mi vida! Tu falsa alegría no me sacará de mi tristeza.
-¿No adviertes que esta noche no me he reído ni tan siquiera un poquito?
-Pues cuando mi boca olvida la risa, ¡cómo estará mi alma!... Te
-contaré todo; verteré de mi alma a la tuya todo el amargor que llevo
-dentro. Pensaba dártelo a traguitos; pero ¿a qué traguitos si es mejor
-decírtelo de una vez? Mi tío Saturio ha sabido que tú y yo... nos
-queremos. La tía se enteró y fue con el cuento al tío... Llamáronme a
-juicio esta mañana,<span class="pagenum" id="Page_126">p. 126</span> y
-yo, que llevo siempre mi conciencia en la cara, saqué de mi intención
-toda la verdad antes de abrir la boca... Porque soy así, Gil... Díjeles
-que sí, que no tengo por qué ocultarlo, que te quiero y me quieres, y
-estamos los dos en la idea de casarnos... Así, clarito... ¡Vieras a mi
-tía cómo se puso!... Que es una deshonra para la familia... que habrá
-que oír a los <i>Almuerzos</i> cuando lo sepan. Y mi tío Saturio, con
-el temblorcillo de quijada que le da cuando se incomoda, y abriendo
-un ojo más que el otro, salió con esta sinrazón: «Una joven de tu
-mérito, Arabiana por parte de madre, y por tu padre de los Borjabades
-de Medinaceli, casarse con un peón rústico, un casca-piedras y
-rasca-lodos... ¡oh ignominia!...» Y luego la tía, saltando de la ira
-al sentimiento, lloriquea y me dice: «Pascuala, por cincuenta coros
-de ángeles te pido que no hables más con ese bruto. ¿Quieres tú que
-nos muramos de pena? ¿Para qué están en el mundo tus tíos más que para
-buscarte un marido de circunstancias y ser todos felices?»... En fin,
-que me han vuelto loca, sin que hayan conseguido rendirme. De esto que
-te cuento ha salido la idea de alejarme de ti...</p>
-
-<p>Maldecía el enamorado su suerte, trinaba y vociferaba mezclando las
-burlas con la ira:</p>
-
-<p>—¡Alejarte de mí! ¿Y no han discurrido esos tiorros impedir que
-salga el sol, y que los ríos se encaramen en los montes?</p>
-
-<p>—Espérate un poco. Hace algún tiempo que Saturio y Baltasara se
-ilusionan con la idea de casarme a su gusto. Dos novios para mí tienen
-puestos en remojo. El uno es un señorito de<span class="pagenum"
-id="Page_127">p. 127</span> Soria, que usa cuellos muy altos, y
-corbatas de colorines, hijo único de viuda rica, según dicen; otro
-es un chico de Almazán, que empezó estudiando para cura en El Burgo,
-y luego lo dejó, y se ha hecho perito agrónomo... Todo esto te lo
-digo para que te vayas enterando. ¡Ay, Gil de mi alma! ¿qué haré yo
-para ponerme ahora en contra de esta mala corriente de mis tíos; qué
-haré para desobedecerles sin perder el respeto y la gratitud que les
-debo?</p>
-
-<p>—El amor es antes que todo, Cintia... Hoy te llamo Cintia porque con
-este nombre estás más unida a mí que con el de Pascuala. Y cuando tus
-tíos feroces te digan: «Pascuala, ven», tú responderás: «No sé quién es
-esa que llamáis.»</p>
-
-<p>—¡Ay de mí! —gimió agobiada la sin par mujer, inclinando su cabeza
-casi hasta tocar el hombro del cantero—. Hoy estoy muy triste, hoy no
-me río. Dime locuras; oiga yo tus locuras para que se me quite esta
-pena.</p>
-
-<p>—¿Locuras? Pues tengo un martillo muy grande. Con él he roto
-las piedras más duras; con él partiré las cabezas de esos tíos sin
-entrañas, tíos peores que sobrinos de Satanás.</p>
-
-<p>—Matar no... No me hables de muertes... Otras locuras has de decirme
-para que yo...</p>
-
-<p>—Pues oye esta que otra vez oíste y te tentó a la risa. Yo no soy
-lo que parezco. He pertenecido a una sociedad superior, y por fines de
-enseñanza o de castigo he sido rebajado a esta condición plebeya en que
-me ves.</p>
-
-<p>—Pues ahora no me río, no me río nada... Lo que hace tu Cintia es
-recordar que ayer mi amiga Felipa, la hija del mandadero de estas<span
-class="pagenum" id="Page_128">p. 128</span> monjas, me dijo que tú
-tienes aire de persona principal, y que se te puede tomar por un conde
-con ropa y manos de peón.</p>
-
-<p>—Ya te dije anoche que Felipa me parece una mujer de gran
-agudeza.</p>
-
-<p>—Algo hay en ti —dijo Pascuala sin perder su triste serenidad—, algo
-que... no sé decirlo.</p>
-
-<p>—Pues yo lo diré, aunque te me pongas incrédula y burlona. Estoy
-encantado... Siendo quien soy, aparento condición distinta de la que
-me dio mi nacimiento... No me mires con esos ojos alelados, que no
-por quedarse lelos son menos bonitos que el sol. No me mires así, que
-ahora voy a decirte algo que te asombrará más. Encantada estás tú
-también, Cintia; pero no has llegado al punto de conocer tu propio
-encantamiento. Lo sospechas no más. La primera vez que te vi, en
-la fuente, te lo dije y me tuviste por loco... Ahora no piensas lo
-mismo.</p>
-
-<p>Dio Pascuala un gran suspiro, dejando caer sus miradas al suelo. Sin
-levantarlas, murmuró esta pregunta:</p>
-
-<p>—Dime, Gil: ¿estar encantada es lo mismo que estar enamorada?</p>
-
-<p>—No es lo mismo; pero hay gran parentesco entre el encanto y un vivo
-amor. Como aquella tarde te dije, estás en el crepúsculo de tu memoria,
-del recuerdo de tu ser tal como fuiste antes de ser traída al estado
-presente.</p>
-
-<p>La actitud hondamente pensativa de Pascuala era como la de quien
-exprime con ahinco su memoria para obtener de ella una imagen, una luz.
-Por fin, suspirando con más fuerza, como bebiéndose y expulsando todo
-el aire que la rodeaba, dijo así:</p>
-
-<p>—Por momentos paréceme<span class="pagenum" id="Page_129">p.
-129</span> que algo recuerdo; por momentos que no recuerdo nada.</p>
-
-<p>—Ya recordarás, ya te convencerás.</p>
-
-<p>—Pero dime: ¿en tal estado nos hallamos porque a él nos traen?</p>
-
-<p>—Sin duda.</p>
-
-<p>—¿Quién?... ¿hechiceros?...</p>
-
-<p>—O seres divinos, que con ello no quieren hacernos daño, sino mucho
-bien.</p>
-
-<p>Pascuala cruzó dedos con dedos, y enlazadas fuertemente las dos
-manos, las puso sobre el hombro de Gil, cargando sobre él el peso leve
-de sus brazos y el grave de su busto. En tal actitud puso su penetrante
-mirada en los ojos de él, y con intensa seriedad le dijo:</p>
-
-<p>—Pues quien nos ha encantado que nos desencante, Gil. ¿Quién puede
-hacerlo?</p>
-
-<p>—La Madre.</p>
-
-<p>—¿Qué Madre es esa?</p>
-
-<p>—La tuya y la mía, la de todos...</p>
-
-<p>—Pero esa Madre, ¿dónde está? Yo no la veo.</p>
-
-<p>—Es nuestro ser castizo, el genio de la tierra, las glorias pasadas
-y desdichas presentes, la lengua que hablamos...</p>
-
-<p>—¿Dónde está esa Madre?</p>
-
-<p>—Aquí, en todas partes. Vendrá... se dejará ver si la llamamos con
-la voz piadosa de nuestro amor.</p>
-
-<p>Oído esto, Cintia se levantó. Era hora de volver a su casa.
-Pasándose la mano por la frente y recogiendo de ella ideas quiméricas,
-las cuales arrojó al viento con gesto de diosa que se personifica en
-materia humana, expresó la triste orden de separación:</p>
-
-<p>—Mira, Gil: que las últimas palabras tuyas y mías que hemos<span
-class="pagenum" id="Page_130">p. 130</span> de decir esta noche, sean
-para fijar nuestro destino.</p>
-
-<p>Juntaron sus cuatro manos. Gil dijo así:</p>
-
-<p>—No necesitas jurar. Mándame que te siga, y basta.</p>
-
-<p>—Quiero y mando. Sabrás por Felipa el día que salga con mis tíos. Si
-no cambian de ventolera, partiremos pasado mañana a la hora del alba.
-Aquí no nos veremos ya.</p>
-
-<p>—Pero allá sí... Yo debo jurar, Cintia. Por la Madre tuya y mía, te
-juro que, encantados o desencantados, serás mi mujer. Adiós.</p>
-
-<p>Se besaron como los ángeles, y la oscuridad de la noche asumió las
-dos figuras... una por acá, otra por allá.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch12">
- <h2 class="nobreak g0">XII</h2>
- <p class="subh2">Del conocimiento que hizo Gil con el industrioso
- mercader Bartolo Cíbico.</p>
-</div>
-
-<p>Trabajando en la cantera con desordenado empuje, el buen Gil dejó
-que las manos se entendieran solas con las piedras, sin el gobierno
-de la voluntad, y ardía en estos y otros coloquios consigo mismo:
-«Buscaremos a la Madre... Madre, ¿dónde estás? ¿Te has subido al
-Moncayo, que es tu más alto trono, de donde puedes mirar a Castilla
-y Aragón?... Pero si allí estás, ¿cómo hemos de subir a la cima
-de ese monte mi Cintia y yo, que somos criaturas mortales, aunque
-encantadas?... Pensando, Madre, pensando dónde podríamos encontrarte,
-se<span class="pagenum" id="Page_131">p. 131</span> me ha ocurrido
-que tú no solo habitas en las cumbres geográficas, sino en las cumbres
-históricas. ¿Estarás en Numancia, quiero decir, en lo que fue Numancia,
-que si algo queda de ella tú sabrás dónde está? He oído que cerca de
-Soria yace soterrado el cuerpo glorioso de aquella ciudad. Allá, allá
-iremos a buscarte.»</p>
-
-<p>A la hora de comer, le llevó Felipa el recado de que Pascuala
-saldría con sus tíos al amanecer del siguiente día; y sabido esto,
-Gil no fue a la cantera más que para despedirse. Sorprendió a los
-compañeros y al capataz la despedida del mozo, a quien todos querían
-por su trato sencillo y buena conducta. A las explicaciones que se le
-pidieron, contestó que su oficio era modelador de yeso y estuquista, y
-que de Soria, donde tenía parientes, le habían propuesto trabajar en
-una obra de la Diputación, con jornal de cuatro pesetas para arriba...
-Antes de ir al parador, enterose bien del camino que había de seguir;
-y recogida y bien liada su ropa en el hatillo con correas, se puso en
-marcha. Si los tíos de Pascuala partían al alba, él les tomaría la
-delantera, saliendo de Ágreda antes de media noche, y así les ganaba
-camino para igualar en lo posible la diferencia de andadura, pues los
-Borjabades iban en carro y él no tenía más coche de ruedas que el de
-san Francisco.</p>
-
-<p>Caminando ya con firme paso por la carretera de Soria, sus
-pensamientos pueden ser verbalizados de esta manera: «Parece que tengo
-libertad y no soy libre... Dentro de mí siento el hierro, siento la
-coraza del encantamiento,<span class="pagenum" id="Page_132">p.
-132</span> que no me impiden correr hacia la ideal Cintia para unirme
-con ella; pero que no me dejarían seguir otra dirección si tomarla
-quisiera. Encanto y amor van unidos, lo que es doble esclavitud y
-dulzura doble. Confortado por el amor, no temo los duros trabajos,
-ni la humillación, ni la miseria. Concédame la Madre vivir con
-Cintia en el hueco de una peña, como los aborígenes que vinieron
-acá con mi abuelito el hijo de Japhet, nieto de Noé. Viviremos en
-salvaje independencia, ignorados e ignorantes del mundo... Criaremos
-un rebañito de cabras; yo seré cazador... Domesticaré halcones y
-gerifaltes para resucitar la muerta y olvidada caza de cetrería... ¡Oh
-encanto de encantos!...»</p>
-
-<p>Así pensando, descendía por ásperas pendientes, y al amanecer pasó
-junto a la laguna de Añavieja, sobre la cual pesaba una manta de niebla
-perezosa. «Los que por aquí vivían —se dijo—, ¿eran celtas o iberos? No
-recuerdo lo que el pobre Augusto me contaba de la vida y costumbres de
-los españoles primitivos. Lo que yo sé, sin que él me lo haya dicho, es
-que no gastaban chalecos ni cuellos altos, y que su calzado había de
-ser muy cómodo... Me siento amigo de aquellos buenos madrugadores de la
-vida hispánica, y hasta doy en pensar que yo también madrugué, que fui
-un poquito prehistórico.»</p>
-
-<p>Viandantes encontraba pocos, y estos de aspecto miserable; mujeres
-flacas cargando haces de leña; hombres que parecían enfermos y lo
-estaban de penuria y cansancio, luchadores de la vida, en completo
-vencimiento y derrota,<span class="pagenum" id="Page_133">p.
-133</span> que iban en busca de una limosna en forma de jornal. Apenas
-dejó atrás la soñolienta laguna, que ya mostraba su cuajado cristal
-despejándose de la neblina, el paisaje le sugirió ideas menos tristes.
-En los collados verdegueaban matojos y chaparros; se oían esquilas
-de ovejas y algún silbo de pastores... Cuando más solo se sentía,
-encontró una cuadrilla de titiriteros. Abrían la marcha dos hombres y
-un muchacho a pie; seguía el carro entoldado, donde llevaban los avíos
-escénicos. Asomaban por el hueco delantero dos caras de mujer y medio
-cuerpo de una mona triste, achacosa y deslucida de pelo. Pararon en
-firme para dar respiro al tronco de burros, que acababa de echarse a
-pechos una empinada cuesta.</p>
-
-<p>A los que venían a pie preguntó Gil si faltaba mucho para
-Matalebreras. El que parecía capitán de la cuadrilla o director
-circense, contestó al caminante que a la vuelta del cerro estaba
-Matalebreras, y que si no estuviese allí ni en ninguna parte del mundo,
-nada se perdería, porque lugar más arrimado a la cola no había visto en
-lo que llevaba de aquella vida. Y el otro, que debía de ser el payaso,
-completó así el informe de su compañero:</p>
-
-<p>—Buen hombre, si llevas que comer, vete a Matalebreras, y si no,
-pasa de largo, que en ese pueblo no ven en el forastero más que
-mismamente un ladrón que llega y les quita lo poco que tienen de
-comer. En dos puñaleras funciones que hemos dado, no hemos visto
-la cara de ninguna moneda del Rey, si no es la roña de ochavos
-morunos... Y no faltan pudientes; pero nos han tomado por gentuza
-que<span class="pagenum" id="Page_134">p. 134</span> trae acá la
-<i>corrumpición</i> de los pueblos y el <i>turriburri</i> contra la
-religión...</p>
-
-<p>Y el otro, colérico y vociferante, siguió así:</p>
-
-<p>—Vinieron dos cuervos, alcalde y curángano, a decirnos que si no
-ahuecábamos pronto, nuestras costillas lo habían de sentir.</p>
-
-<p>Bajo la curva del toldo dejáronse ver, agachándose, las dos
-mujeres desgreñadas y pitañosas. La una, que no era joven ni bonita,
-y aún conservaba en sus mejillas flácidas manchurrones del almagre y
-blanquete de la noche anterior, metió para adentro a la mona que allí
-estaba tomando el fresco, y soltó la catarrosa voz a estos bárbaros
-improperios:</p>
-
-<p>—Oiga, joven, ¿va usté a esa <i>Mataliebres</i> o
-<i>Matachinches</i>? Diga de mi parte al reladronazo del alcalde que me
-voy con las ganas de pasearme por encima de sus tripas y de machacarle
-las ternillas... Y a ese judío del cura dígale que me chincho en su
-corona, y que se vaya a descomulgar a la perra de su madre.</p>
-
-<p>La otra mujer, que en sus brazos había cogido a la mona y
-cuidadosamente la espulgaba, soltó después los clamores de su ira
-diciendo:</p>
-
-<p>—¡Pueblo <i>iznorante</i> y <i>farisón</i>! Pa esos gansos, el arte
-no es nada... To’l dinero pa misas, y los probes artistas que ladremos
-de hambre.</p>
-
-<p>Gil les consoló con medias palabras; gruñeron y blasfemaron los
-dos hombres; el jefe de la cuadrilla dio por terminado el descanso de
-sus burros; rechinó el carricoche. Con una despedida campechana se
-separaron, y Gil siguió su camino, lastimado del desavío de aquella
-pobre gente.</p>
-
-<p>Avanzado el día, alto ya el padre sol, que acariciaba con sus rayos
-las espaldas del caminante,<span class="pagenum" id="Page_135">p.
-135</span> este llegó a las primeras casas de Matalebreras, y como en
-aquel punto sintiese cercano rodar de carros, pensó que serían los
-de la caravana de Pascuala y sus tíos. Escondiose tras de un espeso
-matorro para verlos pasar, y en efecto ellos eran. En el delantero
-alcanzó a ver el rostro ideal de Cintia, y la desapacible carátula
-de don Saturio amparada de un ancho sombrero; vio sus manos nudosas
-con guantes de lana, apoyadas en el puño de un recio bastón... Tras
-ellos asomaba el rostro afligido y siniestro de Baltasara. En el
-carro zaguero iba un hombre desconocido, entre colchones, trebejos y
-calderería. La familia desgraciada llevaba consigo todo su ajuar, que
-era bien pobre.</p>
-
-<p>Viéndoles internarse en el pueblo, recordó Gil noticias que le dio
-Pascuala del enfadoso don Saturio. Acariciaba este infeliz señor en su
-cacumen la manía de que las sierras del Madero y del Almuerzo guardaban
-en sus entrañas riquísimos minerales de plata y oro, y de bermellón
-o cinabrio. No había más que abrir las peñas y hozar un poco en las
-tierras para encontrar tesoros tales, y bajo la seguridad de estas
-riquezas se escondía el barrunto de que, buscando plata, se encontraran
-esmeraldas y rubíes. Más de una vez derrochó sus mermados cuartejos
-en abrir pozos y calicatas de que no sacó nada valioso, ni siquiera
-la joya de su desengaño. Cuanto más vencido, más aferrado a su loca
-ilusión.</p>
-
-<p>Pensaba Gil que tal vez don Saturio y su caravana se detendrían
-en Matalebreras, patria verdadera o fingida de la sin par Pascuala,
-y<span class="pagenum" id="Page_136">p. 136</span> no atreviéndose
-a entrar en el pueblo, temeroso de ser tratado en él como lo fueron
-los desdichados saltimbanquis, se situó a la salida, por donde a su
-parecer habían de pasar los viajeros cuando siguieran a Suellacabras...
-Serían las cuatro cuando Gil, escondido tras una cabaña en ruinas, vio
-aparecer los dos carros de la caravana, despacito, acomodándose al
-paso de varias personas que salían a despedirla. Entre ellas vio Gil
-a un cura inflado y de buen año, que debía de ser el mismo de quien
-la desesperada titiritera habló con ira y desprecio; a otro sujeto
-muy suelto de ademanes, que era sin duda el alcalde, y una pareja
-de humildísimo pelaje, que bien podía ser de las nobles alcurnias
-de Borjabad o de Arabiana. Les siguió con la vista, hasta que en un
-repecho se dieron los adioses. Ocultose Gil en espesura cercana, y
-hasta que se vio rodeado de intensa soledad campestre no emprendió su
-camino.</p>
-
-<p>Aproximándose a una sierra, a ratos oía Gil el rechinar de los
-carros, a ratos no, según la vuelta que llevaban en los escalonados
-alcores. Así anduvo toda la tarde, y a punto de anochecer, se fue
-metiendo en espeso pinar. Pensó el encantado caballero que andando
-de noche por aquel misterioso bosque se perdería; mas sin arredrarse
-por ello, penetró más y más pinos adentro, sin que la negrura de la
-selva ni la quejumbre dolorida del viento en aquellas bóvedas le
-impusieran temor. Ya le rendía el cansancio, cuando sintió sobre la
-hojarasca resbaladiza pasos que no eran de bestias, sino de un activo
-caminante... Le vio venir; fuese<span class="pagenum" id="Page_137">p.
-137</span> a él, diciéndole:</p>
-
-<p>—Buen amigo, ¿voy bien por aquí a Suellacabras?</p>
-
-<p>Y el desconocido, sin detenerse, le respondió con buen modo:</p>
-
-<p>—El mismo camino llevo yo. Paréceme que es usted nuevo en esta
-tierra. Yo me la sé de memoria. Óigame: aun andando sin parar toda
-la noche no llegará usted a Suellacabras antes de amanecer. Hay que
-tomarlo con calma. Del pinar saldremos pronto; sigue una nava no muy
-grande; luego un monte de hayas, boj y madroñera. Iremos juntos, y
-si usted no tiene demasiada prisa, descansaremos en un chozal de
-carboneros a media legua de aquí.</p>
-
-<p>Agradó a Gil la cortesía del andarín. Pegada la hebra con franqueza
-locuaz por una parte y otra, no tardaron en hablarse como amigos:</p>
-
-<p>—Yo vengo de Ágreda, y voy a Suellacabras en busca de trabajo...</p>
-
-<p>—Yo soy mercader ambulante que vengo de media España, y a media
-España voy. Llevo a cuestas mi comercio por dos razones: porque me ha
-quedado poco género, y porque en Aldea del Pozo se me murió tres días
-ha la borriquilla que era mi tren de mercancías.</p>
-
-<p>Oyendo esto, advirtió Gil que su compañero de camino, a más del
-envoltorio colgado a la espalda como mochila, llevaba sobre el hombro
-izquierdo un animalejo que al pronto le pareció ratón grandísimo, y
-luego vio que era ardilla, atada de una larga cuerda que el buhonero
-liaba en su brazo derecho. A ratos, volvía el hombre su rostro hacia
-la mansa bestezuela, y pasándole la mano por el lomo le decía palabras
-de paternal ternura... Mas como hablador descosido, su mayor gusto era
-platicar con el compañero de viaje.</p>
-
-<p>—Si se<span class="pagenum" id="Page_138">p. 138</span> puede
-saber, dígame, buen amigo, en qué trabaja usted y qué oficio tiene.</p>
-
-<p>Al oír que Gil venía de romper piedras en una cantera, expresó su
-disgusto y poca estimación de tal oficio, propio de hombres en quienes
-exclusivamente domina la fuerza muscular.</p>
-
-<p>—Yo, como usted ve —dijo—, soy comerciante, para lo cual más que
-puños se necesita pesquis, y más trato con personas de todas clases
-que con piedras duras o blandas. Desde pequeñuelo ando en el tráfico,
-y en él seguiré hasta que Dios me mande a comer barro debajo de la
-tierra. Y de todos los modos de comerciar, he preferido el que usted
-ve, que me ahorra gastos de tienda, luz, dependientes, y el quebradero
-de cabeza que dan los libros o papeles de cuentas. No tengo familia
-ni ambición, y disfruto del local más ventilado y espacioso que puede
-imaginarse, que es el libre suelo de mi España querida. Total: que
-mi casa la barre el aire... En los buenos almacenes de las capitales
-compro mi género, y voy a surtir a las villas, aldeas y lugares. Aquí
-cobro, aquí pago: siempre me queda para un mediano pasar. En todos los
-pueblos me quieren, en algunos me alojan gratis, en otros me obsequian;
-recibo encargos; cumplo como un caballero; sirvo al ilustrado y al
-cerril, a las viejas regañonas y a las mozas guapas, al cura ronflante
-y a las monjitas de hablar gangoso y manos blancas. La lista de mis
-artículos no tiene fin: tijeras, cintas, agujas, carretes, peines,
-botones, alfileres, puntillas, plumas, lápices, sortijas, pendientes,
-alfileres de pecho y otras alhajitas falsas... estampitas, medallas de
-la Virgen del<span class="pagenum" id="Page_139">p. 139</span> Pilar,
-escapularios, corazones y rosarios... <i>catones</i>, <i>fleuris</i>,
-cajitas de polvos, polvos para chinches, postales con niñas al
-fresco... <i>mas amén</i> de otras cosillas reservadas que vienen de
-donde vienen y van a donde van.</p>
-
-<p>Pasada la nava, vio Gil un resplandor que iluminaba los senos del
-inmediato monte. Internándose en este, se hallaron en la clara donde
-ejercía su industria una cuadrilla de ahumados carboneros. Dos grandes
-montones de leña cubiertos de tierra ardían con lenta combustión,
-despidiendo la tufarada de la madera verde, y humareda sofocante; y
-no lejos de estos que parecían altares druídicos, chisporroteaba la
-fogata, que era vivac y cocina de los humildes trabajadores. Cuatro
-hombres y un chico estaban en derredor de la lumbre a la mira de un
-cazolón. Dos tenían calada la capucha del capote y parecían cartujos,
-las caras más ennegrecidas que negras, no afeitadas, y de aspecto
-morisco y huraño. Acogieron los carboneros con franco agasajo a los
-dos caminantes, y especialmente al de la ardilla, con quien tenían
-antiguo conocimiento, y les invitaron a su mesa, que era un negro suelo
-sin manteles. No lejos del cotarro, dos pollinos echados dormitaban
-pacíficamente.</p>
-
-<p>Los trajinantes, que a hora tan avanzada tenían más hambre que
-Dios paciencia, no se hicieron de rogar para ponerse en el ruedo y
-participar de la frugalísima cena, que era un guisote prehistórico,
-céltico, antidiluviano, compuesto de cecina de cabra y zoquetes de
-pan, seguido de queso duro y piñones. Todo les supo a gloria, y la
-conversación que<span class="pagenum" id="Page_140">p. 140</span>
-amenizaba el banquete versó sobre diferentes chismes de los pueblos
-cercanos. A la claridad de la hoguera que el chiquillo atizaba, pudo
-apreciar Gil la persona y rostro del comerciante andariego. Era un
-hombre acartonado en los años medios de la vida, enjuto de cuerpo
-y de regular talla, piernas de mozo y cara de vieja, con ojuelos
-negros, chiquitines y vivarachos como los del animalito que agasajaba.
-Retirados a donde se les ofreció lecho de hoja seca junto a unas hayas,
-el buhonero, que no podía dormir sin prepararse al sueño con un poco de
-palique, agregó a lo dicho, estas noticias de su persona:</p>
-
-<p>—Yo me llamo Bartolomé Cíbico, y nací en un lugarejo que llaman
-Taravilla, tierra de Molina de Aragón. Con diferentes motes soy
-nombrado en los lugares donde tengo mi parroquia. En Aragón me dicen el
-<i>Paniquesero</i>, por este bicho que llevo conmigo, al cual llaman
-allí <i>paniquesa</i>; en Navarra me apellidan el <i>Prisitas</i>,
-porque soy muy vivo para el despacho; en la parte de Aranda me conocen
-por <i>Corre-corre</i>, y aquí, en lugares de Soria, no habrá nadie que
-no le dé a usted razón de <i>Bartolito</i>.</p>
-
-<p>Correspondió Gil a estas confianzas con otras, diciendo y callando
-lo que le convenía.</p>
-
-<p>Y a la mañana siguiente, sentaditos los dos en un soto a la vista de
-Suellacabras, desayunándose con mendrugos, Gil determinó franquearse
-con Bartolito, pues tales cualidades de agudeza y metimiento había
-descubierto en él, que no dudó sería un excelente auxiliar en el
-negocio que a tal pueblo le llevaba. Después<span class="pagenum"
-id="Page_141">p. 141</span> de prepararle con insinuaciones sutiles,
-le dijo que no venía de las canteras de Ágreda por buscar trabajo en
-otra parte, ni por nada tocante a la vida material, sino por la busca
-y seguimiento de una linda mujer con quien sostenía lícitos amores. En
-tan singular hembra se reunían la belleza, la virtud y la discreción.
-Ella y él querían casarse; pero sus anhelos se estrellaban en la
-oposición de unos tíos... que eran los tíos más perros que Dios había
-echado al mundo.</p>
-
-<p>Interesado en el cuento, Cíbico pedía claridad, nombres, nombres;
-y cuando oyó a Gil mentar a los Borjabades, llevose las manos a la
-cabeza, exclamando entre serio y festivo:</p>
-
-<p>—¡Don Saturio, Virgen del Tremedal! ¡El primer chiflado y el primer
-cicatero de este mundo, del otro y del de más allá! Le conozco, por mi
-desgracia... Sé quién es la chica. La vi en Zaragoza cuando estudiaba
-para maestra... ¡Vaya, vaya! ¡Don Saturio! pues no le ha caído a usted
-floja viga encima del cráneo. Ya sabrá que anda buscando piedras
-preciosas. Boñigas y cascarrias le daría yo. A cuenta que para piedra
-preciosa, bastante tiene con Pascualita... Que la venda, y...</p>
-
-<p>—Eso quiere él, Bartolo —dijo Tarsis-Gil—: venderla; pero yo no se
-lo consentiré, y usted me ayudará.</p>
-
-<p>Mostrose Cíbico en tan buena disposición para secundar los planes
-del amigo, que este se aventuró a proponerle mediación o tercería
-para comunicarse con la bella moza. Gil se mantendría escondido en
-cualquier hostal o parador, y Cíbico, con el mete y saca de su<span
-class="pagenum" id="Page_142">p. 142</span> ambulante comercio, podría
-llevar y traer esquelas o recaditos.</p>
-
-<p>Brillaban con cierta malicia rufianesca los ojos de Bartolito cuando
-dijo:</p>
-
-<p>—Sí, sí: lo haré de muy buena conformidad, porque a ese tío le
-tengo yo gana por una judiada que me hizo el año pasado, y aguardaba
-yo coyuntura de cobrársela. Ahora es la mía. El viejo carcamal,
-desesperado de no encontrar oro ni diamantes, quiere hacer negocio con
-la California de su sobrina. Pues ahora nos veremos. Hoy mismo, amigo
-Gil, empezaremos a trabajar el negocio. Don Saturio estará alojado en
-casa de esos que llaman los <i>Almuerzos</i>. Pues allá me voy con mis
-pacotillas, echando por delante toda mi agudeza. Y para que se entere
-usted de quién es ese tío marrullero, oiga este golpe. Diez meses ha,
-me encargó una lente de gran aumento, de esas que llaman <i>lupas</i>,
-para examinar los granitos y polvitos que a él le parecen de oro.
-En Zaragoza compré la lente, y era tal que con ella veía usted los
-pelos del sobaco de una pulga... Se la traje... y el muy pindonguero,
-después de usarla muchos días, no quiso pagármela. Díjome que se había
-enfermado de la vista, porque el cristal tenía maleficio y qué sé yo
-qué. Resultado: que ni me pagaba, ni me devolvía el artículo... Lo que
-digo: hoy mismo empezamos.</p>
-
-<p>—Yo le quedaré a usted muy agradecido, señor Cíbico —dijo el mozo
-con timidez—, y si salimos triunfantes, le recompensaré... Hoy habría
-de ser con alguna cortedad, porque ando escaso de moneda; mañana, otro
-día...</p>
-
-<p>—¡Oh! no hablemos de eso —replicó el mercachifle<span
-class="pagenum" id="Page_143">p. 143</span> con voz y ademanes de
-delicadeza—. Ya nos entenderemos... y lo que usted dice: a triunfar,
-a reventar a ese pelma y deshacerle la combinación. Bien veo yo, y
-perdone... bien veo que usted no es un cualquiera. Me ha dado en la
-nariz que aquí hay principalía, que debajo de un Gil hay un Torongil...
-¿No me entiende?... Hágame el favor de enseñarme sus manos.</p>
-
-<p>Mostró el caballero sus manos, y el ladino Bartolo las tocó,
-y apreció su dureza y callosidades. Después hizo lo propio en el
-antebrazo, apretándolo para enterarse de la tensión acerada del bíceps.
-Hecho esto, y clavando en Gil sus ojuelos vivarachos, le dijo:</p>
-
-<p>—Amiguito, las manos y brazos son de cavador o de cantero; pero la
-cara, el mirar, el habla, son de otra calidad, son de otra encarnadura.
-A mí no me la da nadie. Soy perro viejo, que ha visto mucho mundo...
-Debajo del sayal hay al... y punto... Ya hablaremos, señor don Gil.</p>
-
-<p>Diciendo esto, dio a la ardilla todo el largo de cuerda, que era
-como unas varas de libertad. Subiose el animal a un árbol con graciosa
-presteza, y después de brincar de rama en rama, persiguiendo los
-pajarillos, estuvo espulgándose y limpiándose el hocico hasta que el
-amo la llamó a su amorosa tutela, mostrándole cortezas de pan:</p>
-
-<p>—Ven, rica... Venga mi <i>paniquesa</i> bonita y salada... Baja,
-toma... ¡Ay, qué juguetona y qué enredadora es la niña de su padre!</p>
-
-<p>Llegáronse cautelosos hasta las primeras casas del pueblo, y
-en una de estas, que era casa de amigos, aposentó Bartolo a Gil,
-encareciendo<span class="pagenum" id="Page_144">p. 144</span> la
-familiar asistencia. Luego partió a su correría mercantil, y tan
-diligente estuvo en lo tocante al negocio del amigo, que a media tarde
-le llevó noticias de su novia.</p>
-
-<p>—Entré en la casa de sus primos, y mi buena estrella me deparó
-el ver a Pascualita. Me compró unas peinas que no pienso cobrarle.
-Después, aprovechando un momento en que nos quedamos solos, le hablé
-de Gil. Se puso muy colorada. Yo le dije que estaba usted en lugar
-seguro... y ella mudó de color; díjome que su tío... ¡Porra, qué
-tío!... «Pues sabrá usted que don Saturio se avistó esta mañana con el
-Gaitín que vive en Suellacabras, y concertaron que la Guardia civil le
-prenda a usted por vago, y le lleve atado codo con codo: ¿a dónde? ya
-no me acuerdo.» Esto me lo dijo la niña secreteando... Apareció la tía
-con su cara de alcuza y no pudimos hablar más. No hay que apurarse,
-amigo. Aquí no han de cogerle. La gente de esta casa es de toda
-confianza... Ahora voy a dar una vuelta por el pueblo, a ver si cobro
-algunos picos... Le traeré a usted una cédula; rompe la suya, y toma
-con nueva cédula otro nombre.</p>
-
-<p>Intranquilo estuvo Gil hasta la noche y hora en que Cíbico le llevó
-con la cédula noticias peores. Había vuelto a la casa de Pascuala, que
-aterrada y trémula le entregó este mensaje, rápida y nerviosamente
-escrito en un papelejo: «Vete corriendo de aquí, y lleva la cédula que
-te dará Bartolo... Escóndete de Guardia civil... Irás vuelta de Soria
-rodeo largo. En Soria estaremos viernes. Bartolito darate señas...
-Bartolito amigo bueno... Bartol...» No siguió<span class="pagenum"
-id="Page_145">p. 145</span> escribiendo... Gran susto... Oyose el
-carraspeo de don Saturio como una tempestad cercana.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch13">
- <h2 class="nobreak g0">XIII</h2>
- <p class="subh2">Prosiguiendo en su vaga peregrinación, el encantado
- caballero va camino de Numancia.</p>
-</div>
-
-<p>Ganada la confianza con el largo palique, Bartolo y Gil llegaron a
-tutearse.</p>
-
-<p>—Fíate de mí —dijo el pacotillero, dejando ambos los duros colchones
-a punto de amanecer—. Tú sales ahora, y yo contigo para llevarte, con
-el resguardo de mi persona bien acreditada, hasta las ruinas de un
-castillo de Templarios que tenemos como a un cuarto de legua. Allí te
-guareces; allí me esperas, pues acá me vuelvo a despachar mis cobranzas
-y recibir encargos. Al mediodía nos reuniremos para encaminarnos
-despacito hacia un pueblo de pesca que llaman Renieblas, donde tengo
-trabajo lo menos para tres días. Tú sigues por las veredas que te
-indicaré, bien apartadas del camino donde podrás encontrar los malditos
-tricornios. Y si los encontrares, fíate de tu cédula y no corras,
-aunque no esté bien decir de la cédula lo que de la Virgen decimos;
-y si apurado te vieres, te haces pasar por criado mío, que para esa
-comedia te daré un paquetito de medallas del Pilar, dirigido al ama
-del<span class="pagenum" id="Page_146">p. 146</span> cura de Santiago,
-que las revende en su iglesia... y así vivimos todos.</p>
-
-<p>Conforme al plan ideado por el sagaz <i>Paniquesero</i>, Gil pasó
-la mañana en los Templarios, esqueleto de rotos muros, que parecía
-maldecir y apostrofar a la dormida soledad que le rodeaba. Entretúvose
-el mozo en mirar el circular revuelo de las aves que allí tenían sus
-nidos, grajas, chovas y cernícalos, dueñas de las altas piedras y del
-aire. Creía encontrarse en un país inhabitado, o en el cementerio de
-una nación que ni memoria de sus hijos dejara. Fuera de algún pastor de
-cabras que conducía su rebaño a los zarzales y a las peñas revestidas
-de silvestres enredaderas, no vio alma viviente en aquellos contornos.
-Solo con su imaginación, Gil abandonaba el paisaje y las ruinas para
-pensar en su amor y en la bella Cintia, de quien le separaban, a su
-parecer, distancias inconmensurables y siglos de tiempo. Y adormido en
-sus añoranzas, le venían a la memoria los versos idílicos que el zagal
-Rodrigacho solía cantar en la majada guiando a sus ovejas en busca de
-mejor pasto. Era el tal Rodrigacho un poco poeta y erudito memorioso de
-versos pastoriles. Gil se los hacía repetir, y algunos se le quedaron
-en la memoria. Recostado entre las ruinas y puesto el pensamiento en su
-augusta dama, murmuraba: «<i>Oh Venus, dea graciosa, — a ti quiero y a
-ti llamo</i>...» Recordando otra canción muy lastimera, decía: «<i>Bien
-sé que me ha de acabar — el dolor de esta partida, — que de verme y
-veros ida, — me ha tanto de lastimar — que en ello pierda la vida...
-¡Ijujú!</i>»</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_147">p. 147</span>Llegó puntual a las
-doce el hombre inquieto y ágil con el animalejo que era su insignia
-en el palenque de la vida. Traía ración sobrada de fiambres y una
-mediana bota de vino, con lo que hicieron mesa de un peñasco plano y se
-sentaron a comer. Bartolo, que comiendo en sociedad honraba siempre el
-nombre de su pueblo natal, Taravilla, extremó aquel día su locuacidad,
-aprovechándose de que Gil medio se aletargaba en melancolías
-taciturnas. De la viva charla del buhonero se extracta lo siguiente:</p>
-
-<p>—Si eres despejado y no pierdes la sangre fría, podrás zafarte de la
-Guardia civil. Hazte el valiente, aunque no lo seas, y si te cogen, di
-que te quejarás al señor Gaitín, o que pidan informes de ti a cualquier
-Gaitín, porque aquí no hay más ley que el capricho y el <i>me da la
-gana</i> de esa familia. Los alcaldes son suyos, suyos los secretarios
-de Ayuntamiento, suyos el cura y el pindonguero juez, ya sea
-municipal, ya de primera instancia. Como te coja entre ojos un Gaitín,
-encomiéndate a Dios... Porque aquí decimos que hay leyes, y mentamos
-la Constitución cuando nos vemos pisoteados por la autoridad. Nombrar
-esas cosas es como si cuando te estás ahogando en un río pidieras botas
-de montar. Los tiranos que aquí se llaman Gaitines, en otra tierra de
-España se llaman Gaitanes o Gaitones... Pero todos son lo mismo. Y
-para poder bandearme entre ellos, ando yo en esta vida vagabunda. No
-puedes ni respirar si no estás bien con el alcalde, con el juez, con
-la Guardia civil, con el cura. Y aquí me tienes que vivo con todos, es
-decir,<span class="pagenum" id="Page_148">p. 148</span> que les engaño
-a todos. ¿Te vas enterando?</p>
-
-<p>Replicó Gil que algo sabía ya del caso, y el de la ardilla prosiguió
-así:</p>
-
-<p>—Aquí vivimos de mentiras. Decimos que ya no hay Esclavitud.
-Mentira: hay Esclavitud. Decimos que no hay Inquisición. Mentira: hay
-Inquisición. Decimos que ha venido la Libertad. Mentira: la Libertad no
-ha venido, y se está por allá muerta de risa... Verás un caso: había
-en Matalebreras un pobre labrador con familia, buen hombre... Pero le
-dio la ventolera por no querer ir a misa. Pues ha tenido que malbaratar
-su tierra, tomando lo que han querido darle, y salir pitando para las
-Américas. Te contaría mil casos; pero tú los irás viendo, si ya no los
-has visto... El que quiera vivir aquí en paz, tiene que hacer lo que
-hago yo, y es ponerse al son y al gusto de cada uno. Yo engaño al cura
-metiéndome a ratos en la iglesia... y venga rezar, y vengan golpes
-de pecho que se oyen en Jerusalén; yo le bailo el agua al alcalde
-alabándole cuantos desatinos hace, y a la esposa del juez municipal y
-a las señoras de los Gaitines les vendo con rebaja de un veinticinco
-por ciento. Gracias a este ten con ten, vivo y como... Pues tú, como
-no hagas lo mismo, trabajillo ha de costarte sacar a Pascualita de las
-uñas lagartijeras de don Saturio... Sutileza, hipocresía y engaño has
-de emplear antes que la fuerza.</p>
-
-<p>No estaba conforme Gil con la flexibilidad reptante de su amigo, y
-más le gustara ir por derecho al asedio y toma de Cintia. Engolfado
-en estas ideas, solo prestó vaga atención a la charla del buhonero, y
-toda su alma iba en<span class="pagenum" id="Page_149">p. 149</span>
-persecución de la imagen y alma de la Madre, pidiéndole auxilio para
-triunfar de la ímproba realidad. Encantado él, encantada Cintia,
-hallábanse bajo el imperio de la soberana Encantadora, y de esta
-dependía el que ambos vivieran gozosos o muriesen de pena... Y cuando
-emprendieron la marcha por veredas y atajos en dirección de Renieblas,
-Gil no tenía pensamiento más que para la invocación a la Madre, ni
-ojos más que para buscarla en una revuelta del sendero, o suponerla en
-acecho tras de la peña formidable o el espeso matojo. Su compañero a
-ratos le preguntaba:</p>
-
-<p>—¿Qué miras, qué oyes?</p>
-
-<p>Y él respondía:</p>
-
-<p>—Oigo y veo lo que quisiera ver y oír...</p>
-
-<p>Respetaba Cíbico estos nebulosos conceptos considerándolos rarezas
-del que tenía por hombre superior en calidad y entendimiento. «Es un
-león oprimido —se decía—, y yo el ratoncillo travieso que puede hacerle
-un buen recaudo.»</p>
-
-<p>Renieblas era el último pueblo del mundo, o el más distante
-moralmente de la civilización hispánica; mas no por esto disfrutaba de
-mayor paz y felicidad, porque allí también llegaba el apestoso influjo
-de la familia gaitinesca. Alojáronse los viajeros en una casa humilde,
-y en ella tuvo Gil, a la siguiente mañana, ilusión tan intensa de ver
-a la Madre y de recibir muy de cerca su soberano aliento, que ello fue
-como la misma realidad... Dando a su amigo las últimas instrucciones
-y consejos antes de separarse, el hombre industrioso y ardillesco le
-dijo:</p>
-
-<p>—Tengo que despachar aquí algunas baratijas, y cobrar lo que
-me deben del viaje pasado; luego me iré a Buitrago, donde pienso
-colocarle<span class="pagenum" id="Page_150">p. 150</span> al cura
-unos <i>Evangelios</i> y <i>Reglas de San Benito</i> para preservar
-de enfermedades al ganado y personas. Tú, antes de ir a Soria, debes
-parar en Numancia, que según veo te llama y atrae con un son de poesía:
-allí puedes entretenerte viendo las cavas que hacen para desenterrar el
-cuerpo de la ciudad que tanta fama ganó con su valor.</p>
-
-<p>—Sí, sí: iré a Numancia —dijo el encantado—, donde, seguro, seguro,
-encontraré a la Madre.</p>
-
-<p>—Las <i>Madres Concepcionistas</i> no estarán allí: las encontrarás
-en Soria, junto a la parroquia de San Clemente. Te lo digo por si la
-Madre que buscas fuera de esas... Las de <i>San Vicente</i> están
-en la <i>Beneficencia</i>. También te digo que si en Numancia te
-dieran trabajo en las excavaciones, debes ajustarte y coger pala y
-picachón, que así ganarás algún dinero, y esperarás a que yo me junte
-contigo para llevarte a Soria... Yo he de ir allá, que en aquellas
-ruinas sagradas tengo un negocio de que no te hablé todavía; pero ya
-es llegada la ocasión de ponerte en autos. Bien podría ser que nos
-asociáramos para una granjería que da más que las minas soñadas del
-mamarracho de don Saturio... Ven acá, y sentémonos en este arcón.</p>
-
-<p>Dijo esto echando mano al bolsillo interior de su zamarra, de donde
-sacó un lío de periódicos, y de entre ellos una carterita sebosa. Viva
-curiosidad movió a Gil, que fue derecho a sentarse junto a Bartolo.
-Este desprendió el elástico que sujetaba la cartera, y con solemnidad
-religiosa mostró al mozo los peregrinos<span class="pagenum"
-id="Page_151">p. 151</span> objetos que en ella guardaba. Silencio
-en los dos. La cara de Cíbico era toda orgullo comercial; la de Gil
-sorpresa y admiración...</p>
-
-<p>—¿Qué me dices de esto? Aquí tienes medallas, monedas, camafeos...
-Proceden de Clunia, la ciudad romana que está soterrada en un poblacho
-que llaman Coruña del Conde. Los aldeanos que arando descubren estas
-preciosidades, las llaman <i>chanflos del moro</i>... Antes las vendían
-por cuatro o cinco cuartos. Hoy han abierto el ojo y piden más. ¿Ves
-este ópalo que tiene grabado un ciervo? Pues uno como este compré yo
-por dos pesetas, y en Zaragoza lo vendí en catorce duros. ¿Ves esta
-moneda de plata con letras que dicen <i>Aug. Divi. Fi</i>... y qué sé
-yo qué? Pues me la dieron por tres pesetas, y yo no la suelto por menos
-de cinco duros. Este medalloncito de piedra onix con un guerrero que
-lleva escudo y lanza, lo guardo para un marchante muy entendido que lo
-tendrá si afloja veinticinco duros.</p>
-
-<p>El acto de mostrar Bartolo las monedas y camafeos fue el momento
-psíquico en que Gil tuvo la perfecta ilusión de la presencia de la
-Madre. No solo apreciaba su aliento cálido que le azotaba el rostro,
-sino que la vio inclinada entre los dos amigos, casi tocando con su
-cabeza a la de ellos, en figura corpórea, no tan diáfana como la de los
-espectros. A tanto llegó su alucinación, que se le escapó decir:</p>
-
-<p>—¿Verdad que es bonito, Madre?</p>
-
-<p>Y también creyó que la Señora sonreía como burlándose del traficante
-en polvo de los siglos muertos.</p>
-
-<p>Luego Bartolo siguió así:</p>
-
-<p>—Estas monedas de cobre y de plata son de Numancia. Proceden,<span
-class="pagenum" id="Page_152">p. 152</span> no de la ciudad, sino del
-Campo Romano. Adquirí el año pasado una moneda celtíbera de cobre que
-me valió treinta y dos duros, o sea dos onzas... Conque ya ves si esto
-es buena ganga. ¿Creías tú que yo no trabajaba más que en ovillitos
-de algodón y en peines de a real?... Pues ahora, conociendo lo listo
-que eres, no necesito decirte que si te admiten en las excavaciones,
-y moviendo tierra ves que salta una moneda o medalloncito, no lo des
-al encargado, sino lo apañas con disimulo, me lo entregas, y de la
-ganancia que hubiere, mitad tú, mitad yo... No te digo que hagas lo
-mismo con alguna jícara o puchero que te saltara de entre los terrones,
-porque esto ya es más difícil de guardar... Tú a lo nuestro: ojo a las
-chapas, a los anillos, a los amuletos que aquellas pindongas romanas se
-colgaban entre los pechos...</p>
-
-<p>Admirado Gil de no ver a la Madre, y buscándola con sus miradas
-en toda la pieza, nada contestó al pacotillero, el cual guardaba sus
-preciosas chucherías con avara solemnidad.</p>
-
-<p>Al despedir a Gil antes de media mañana, llevole a la margen del
-pueblo por el Norte, y le señaló el camino que había de seguir:</p>
-
-<p>—Remontas esta loma, y antes de llegar al primer caserío, tuerces
-a mano izquierda y te metes en un páramo... Adelante, adelante por el
-páramo... Traspasas un cerro, luego otro cerro, y a la bajada de este
-te encuentras en Garray, que es como decir en Numancia.</p>
-
-<p>Salió andando Gil con veloz carrera, semejante, a su parecer, a la
-que llevaba cuando traspasó las cimas de Urbión agarrado al velo de
-la Madre.<span class="pagenum" id="Page_153">p. 153</span> Pronto
-le dijo su cansancio que iba por su pie, y no conducido por ninguna
-fuerza sobrenatural. «No viene, no viene conmigo —se decía desalentado,
-revolviendo en torno suyo ansiosas miradas—. No la veo, no la oigo...
-Seguiré solo hasta Numancia, que es su casa y su trono.» Con esta
-ilusión avanzó en su camino, sin hallar persona viva. Era una región
-solitaria, en la que Gil no encontraba más que la huella invisible de
-la Historia, y gráficas huellas de rebaños. Y reconociéndose solo,
-también se reconocía sin albedrío para proceder libremente. Sentíase
-sujeto por duras cadenas a una fatalidad misteriosa, y esta le llevaba
-por donde iba... No podría, no, dirigirse a otra parte. Lo más extraño
-era que su gusto y la fatalidad obraban en armonía perfecta, es decir,
-que era esclavo y gustaba de la esclavitud.</p>
-
-<p>Toda la mañana anduvo sin novedad, y cuando apechugaba con el
-primero de los collados que le indicó Bartolito, vio que del Poniente,
-o más bien del Sudoeste, venía un cálido viento que levantaba negras
-nubes de aquella parte, tapando el sol a ratos, a ratos descubriéndolo.
-Truenos lejanos pronunciaban un <i>alerta</i> terrorífico. Siguió su
-marcha, y cuando descendía por pedregosas veredas a un barranco, que
-parecía copia del valle de Josaphat, el cielo tomó color plomizo; la
-nube cerró el paso a los rayos del sol, y el viento ardoroso sopló con
-más fuerza disparando goterones que al caer en tierra sonaban como
-balas. Claridades lívidas y pavorosas cruzaban por los aires, y el
-trueno chasqueante y repercutiente seguía las huellas del relámpago
-con intervalo brevísimo. Buscó<span class="pagenum" id="Page_154">p.
-154</span> Gil dónde guarecerse; pero solo encontró un peñasco que
-era en verdad el peor paraguas que pudiera imaginarse. Sobre el
-pobre Gil descargó un diluvio de granizo, del cual se defendió con
-el improvisado escudo de sus manos. En la rauda iluminación de los
-chispazos eléctricos, que en el aire describían las figuras geométricas
-más peregrinas y aterradoras, creyó ver Gil una silueta de mujer
-inconfundible con ninguna otra, y en su paroxismo de terror gritó:</p>
-
-<p>—¡Madre mía, socórreme!</p>
-
-<p>Debió de socorrerle la excelsa Señora, porque salió ileso del
-horrible pedrisco. Sobre él cayeron cantos de hielo, que empezaron
-garbanzos, luego fueron nueces, y por fin huevos de gallina de los de
-dos yemas... Pasó la nube, y el pobre mozo siguió escotero, apechugando
-con el segundo collado, por donde debía pasar de un barranco a otro.
-Andaba de prisa; iba en dirección contraria de la que llevaba el
-temporal; pero allá por Occidente, tirando al Sur, veía un segundo
-escuadrón de nubes, como segundo cuerpo de un grande ejército que
-acabaría de invadir el cielo en lo restante del día. Calado hasta
-los huesos, avivó el paso, y al llegar al caballete de donde veía la
-hondonada oscura, buscó con inquieta mirada un paredón o casucha donde
-abrigarse del nuevo diluvio que le amenazaba. Encaminose a una ermita
-en ruinas, y allí esperó el segundo chaparrón de agua y granizo, que
-no fue menos violento y azotador que el primero, y también acompañado
-de pirotecnia de relámpagos y de estrepitosa sinfonía de truenos.
-No abandonó<span class="pagenum" id="Page_155">p. 155</span> aquel
-amparo hasta que las horripilantes nubes descargaron toda la furia que
-llevaban en sus entrañas.</p>
-
-<p>Ya se venía encima la noche cuando Gil emprendió de nuevo la marcha
-por una pendiente en cuyo fondo no veía más que negruras informes. El
-suelo bajaba con él; piedras y hielo resbalaban ante sus pies o con
-ellos juntamente; caía, se levantaba, patinaba, y hacía mil figuras y
-cabriolas. De este modo, medio descoyuntado de brazos y piernas, llegó
-a un llano, encharcado por la lluvia. Siguió en derechura de unas luces
-que a regular distancia vislumbraba. El pueblo de aquellas luces debía
-de ser Garray. El peregrino, sin reparar en estorbos de charcos o
-pedruscos, siguió en recta línea hasta que pudo distinguir un edificio
-grande y blanco, como enlucido de lechada de cal, reciente. La blancura
-y la luz le guiaban. La claridad salía de una anchurosa puerta,
-juntamente con ruido de humanas voces... Avido de abrigo y descanso,
-no vaciló en meterse bajo el primer techo que encontraba. Traspasó la
-puerta balbuciendo tímidamente una petición de permiso... Dijéronle:
-«Adelante»... Vio algunos hombres en pie, agrupados en derredor de una
-mesa. Sentados junto a esta, la vista fija en papeles y en montoncillos
-de dinero, había dos personas. La que Gil vio a su derecha se ocupaba
-en pagar a los hombres, que tenían trazas de jornaleros de obras
-públicas. El señor que estaba de frente no hacía más que inspeccionar
-la operación de pago y cobranza. Adelantose Gil desflorando una
-frase de cortesía, y antes de que acabara<span class="pagenum"
-id="Page_156">p. 156</span> de pronunciarla, quedó absorto y mudo... El
-señor aquel que la mesa presidía era el eximio sabedor de antiguallas
-don José Augusto de Becerro.</p>
-
-<p>El primer impulso del caballero fue acercarse a su amigo para verle
-de cerca y exclamar alborozado: «Hola, mi querido Augusto... ¿Tú aquí?
-¿No me conoces? Soy Tarsis.» Pero su mismo instinto de esclavitud le
-contuvo. No debía ni <i>podía</i> manifestarse en tal forma, sino en la
-de un pobre jornalero del campo, que medio muerto de fatiga, tronzado
-por el pedrisco y la lluvia, demandaba hospitalidad, y si podía ser,
-trabajo en las ruinas, cavas o lo que hubiera.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch14">
- <h2 class="nobreak g0">XIV</h2>
- <p class="subh2">De la increíble presencia del espíritu de Becerro en
- las gloriosas ruinas, y de sus hechos y dichos.</p>
-</div>
-
-<p>Con buenos modos acogieron al mozo, y no fue menester que este diera
-pormenores de su necesidad, pues harto la declaraban el rostro aterido
-y el peso de fango y agua que llevaba en su ropa. Becerro y el otro
-señor que hacía los pagos deliberaron un momento sobre si le admitían o
-no al trabajo, y entonces vio el caballero que del fondo de la estancia
-emergían dos guardias civiles levantándose de un banco. No les había
-visto antes por hallarse en pie frente a ellos los trabajadores que
-aún esperaban<span class="pagenum" id="Page_157">p. 157</span> la
-paga. Cuando vio Gil que los guardias iban hacia él, tuvo un momento de
-turbación; pero pronto se rehizo. Metió mano al pecho, diciendo:</p>
-
-<p>—Aquí tienen mi cédula. Florencio Cipión. Soy criado de Bartolo
-Cíbico, y quiero trabajar aquí, mientras él anda en su tráfico; que los
-tiempos están malos, y hay que buscar un pedazo de pan donde quiera que
-lo haya.</p>
-
-<p>Los guardias no pusieron a Gil reparo alguno, y devolviéndole la
-cédula, dijo uno de ellos:</p>
-
-<p>—¿Y dónde han quedado <i>Corre-corre</i> y su ardilla? Así le llamo,
-porque ese apodo le daban en Aranda, donde le conocí.</p>
-
-<p>—En Renieblas dejé a mi amo —replicó Gil muy sereno—. Aquí le
-tendremos al fin de la semana.</p>
-
-<p>—¡Vaya con el cuajo del tal <i>Corre-corre</i>! —dijo risueño el
-guardia—. Tiene que traerme unas postales, chicas guapas... Me aseguró
-que recalaría en Garray el 8, y estamos a 17...</p>
-
-<p>—Pues postales de esas trae, con muchachas muy lindas, bailarinas y
-cantaoras que dan la desazón.</p>
-
-<p>En esto, Becerro y el otro individuo decidieron admitir a Gil con
-jornal de diez reales, y que se le daría por aquella noche albergue en
-la sobrestantía: la cena por cuenta de él. Terminado el pago, fueron
-desfilando los trabajadores que vivían en otras casas del pueblo.
-Salieron también los guardias, dando las buenas noches, y quedaron
-solos con Gil el señor de Becerro, el pagador y un hombracho que
-parecía capataz. Mientras hablaban, observó con gozo el caballero
-encantado que su persona no despertaba sospechas.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_158">p. 158</span>Delante Augusto
-y el otro sujeto, detrás Gil y el capataz, pasaron los cuatro a otra
-habitación de planta baja, extensa y anchurosa crujía donde vio Tarsis,
-arrimados a la pared, ladrillos que debían de ser romanos o celtíberos,
-infinidad de piezas de cerámica o fragmentos de ellas, lápidas y
-vestigios mil de civilizaciones que fueron. A la izquierda estaba la
-estancia del gran Becerro, de quien se despidió el pagador para irse
-a su casa en el interior del pueblo. En el fondo, vio Gil dos puertas
-por donde venían olores de cocina y cháchara de mujeres. Mientras don
-Augusto se internaba pausadamente en su albergue, el capataz llevó a
-Gil hacia el fondo, y le señaló un cuarto para que en él metiera su
-hatillo y se mudara de ropa antes de cenar. Así lo hizo el encantado,
-y repuesto de su mojadura y quebranto, se reparó del hambre en buena
-compañía del hombracho y de las hacendosas mujeres. Salió después con
-el que ya era su amigo a fumar un cigarrillo en la gran crujía, y allí
-se abocaron con el sabio, que ya despachado había su frugal colación,
-y se paseaba despacito con las manos a la espalda. Sentados los dos
-hombres en un banco arrimado a la puerta, no esperaban más que a
-consumir el pitillo para ir a su descanso. Becerro, en su vagar lento,
-echaba miradas inquisitivas a Gil; de improviso se detuvo, y llamándole
-con gesto amable, le llevó a pasear con él.</p>
-
-<p>Lo que hablaron, como toda voz pronunciada en aquel prístino escabel
-de la Historia, merece ser reproducido fielmente.</p>
-
-<div class="drama">
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_159">p. 159</span><span
-class="sc">Becerro.</span> <span class="acot">(Poniendo en su
-rostro de chivo, cada día más ahilado y mustio, una sonrisa
-cortés.)</span>—Dispénseme, buen hombre. Desde que le vi a usted en la
-sobrestantía, y ahora viéndole aquí, estoy batallando con mi memoria...
-Vamos, que la cara de usted no me es desconocida... yo le he visto a
-usted... ¿dónde? ¿cuándo? Pues no doy con ello... Mis dolencias me han
-dejado el cacumen harto desfallecido, y...</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span> <span class="acot">(Sereno,
-poniéndose al instante en situación con un ingenioso
-embuste.)</span>—Verá usted, señor don Augusto, cómo yo le avivo la
-memoria. ¿No se acuerda del estuquista y vaciador de yesos que trabajó
-tan cerca de usted cuando decoramos con escayola la escocia y techo de
-la Exposición de artes medioevales? Florencio Cipión: ¿no se acuerda?
-Yo era el primer oficial de Torelli.</p>
-
-<p><span class="sc">Becerro.</span> <span class="acot">(Examinándole el
-rostro muy de cerca, no despejado aún de sus dudas.)</span>—¡Ah! sí...
-ya... El nombre de usted nunca lo supe. Cipión... ¡Qué coincidencia!
-¡Llamarse usted como nuestro expugnador, <i>Escipión!</i> Le falta
-el cognomen, <i>El Africano</i>... Pues, efectivamente, ya voy
-recordando... la fisonomía, digo; que el nombre es nuevo para mí... ¿Y
-cómo ha venido usted a parar a estas soledades gloriosas?</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Rodando, señor, que el destino del
-pobre es rodar como esos cantos que fueron picudos, y con el rodar se
-vuelven lisos como huevos. Y usted, don Augusto, ¿está bien de salud?
-La última vez que tuve el gusto de verle, andaba usted medianillo.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_160">p. 160</span><span
-class="sc">Becerro.</span>—¡Ay, no me diga!... Hallábame entonces en
-lo más agudo de un terrible ataque de neurastenia... ¡Qué noches,
-qué días! Entre mil aberraciones, padecí la de creerme encantado,
-y con poder para divertir a los demás jugando a los encantamientos
-recreativos.</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span>—¿Y la Madre, dónde está? <span
-class="acot">(Con todo su interés en los ojos.)</span></p>
-
-<p><span class="sc">Becerro.</span> <span
-class="acot">(Atontado.)</span>—¡La Madre!... Deje que me acuerde.
-Usted llama Madre a la que yo llamo Hermana mayor, que es aquella parte
-de la Historia patria que abraza desde la venida de los griegos hasta
-la caída de Numancia... Pues a esa Hermana debo mi curación. Sabrá
-usted que es amiga y familiar del Ministro... Ambos son de la misma
-edad... Mi excelente Hermana, o si usted quiere, Madre, tuvo la feliz
-idea de que cambiando de aires me pondría bueno; habló al Ministro,
-apretándole a que me diera una colocación en estas ruinas. El hombre
-estuvo pensándolo seis meses, y al cabo de ese tiempo y de otro tanto
-de expedientismo veloz, me trajeron acá. El destino que disfruto no es
-ninguna ganga. No tengo funciones técnicas, sino administrativas...
-Soy auxiliar de no sé quién... cobro del material... Pues aunque mi
-puesto es indecoroso y de cortísima remuneración, trabajo como un
-negro. Entre usted en ese cuarto, y verá mis planos, mi trabajo de
-reconstrucción, día por día, de los asedios que sufrió Numancia desde
-que a ella se acogieron los <i>segedenses</i><span class="pagenum"
-id="Page_161">p. 161</span> en el 153, antes de Jesucristo, hasta que
-quedó <i>autodestruida</i>... esa palabra empleo... en el 133...</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Y entretenido en esas tareas gratas,
-se ha curado usted de la neurastenia.</p>
-
-<p><span class="sc">Becerro.</span>—Sí, gracias a Dios... Estos aires,
-tan sanos como heroicos... la Historia alta, y llamo alta a la que nos
-cuenta las virtudes máximas; la Historia de altura es el mejor de los
-tónicos. Heme restablecido aquí. Ya no me queda más que un remusguillo
-del pasado achaque... Algunos días, cuando sopla ese viento que los
-griegos llamaban <i>Apellotes</i>, o aquel otro llamado <i>Eurus</i>,
-me siento un poquitín tocado. Ayer precisamente estuve todo el día
-estudiando la táctica y movimientos del primer expugnador de Numancia,
-Quinto Fulvio Novilio, el que trajo el escuadrón de elefantes... A
-estas bestias de gran calibre consagré yo mis cinco sentidos; las hice
-avanzar de tres en fondo sobre los numantinos; fijé el punto en que
-los animalitos, digo, animalotes, se espantaron, y volviendo grupas de
-improviso, llevaron la confusión y el desorden al campo romano... Pues
-anoche... Verá usted... salí a tomar el aire, y como de costumbre...
-me alejé... campo adelante. Hallábame tan despierto como ahora lo
-estoy, puede creérmelo... ¿Cuál no sería mi sorpresa al ver venir los
-elefantes desmandados, como le estoy viendo a usted ahora? Era un
-horror. Bajo las pisadas de aquellos monstruos temblaba la tierra...
-Quise huir, caí al suelo... Los<span class="pagenum" id="Page_162">p.
-162</span> terribles paquidermos pasaron sobre mí... Imagínese usted...
-Cada una de sus patas pesaba como una torre... ¡Ay, ay! testimonio de
-aquel desastre son los dolores que tengo en este lado, ¡ay!</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span>—¡Pobre don Augusto! Debe usted
-descansar, recogerse pronto.</p>
-
-<p><span class="sc">Becerro.</span>—¿Para qué? ¡Si yo no duermo...! Con
-dos horas de sueño me basta. Trabajaré hasta las cuatro... Pase usted a
-ese tugurio donde me han metido, y verá lo que abultan mis papeles... A
-cada general de los siete que mandó Roma contra esta ciudad invencible,
-consagro un tomo... Los años suceden a los años, y Roma, que domina
-el mundo, no acaba de conquistar este palmo de tierra. En mi Historia
-acuso las cuarenta a cada uno de los bárbaros caudillos que vinieron
-acá, y lo mismo le sacudo a Pompeyo Rufo que a Hostilio y a Filón; y si
-a este le demuestro que robaba cuanto podía, al otro le descubro que
-era tartamudo y borracho. El tocayo de usted, Escipión, ya es otra cosa.
-Por sus antecedentes militares y sus victorias en África, le consagro
-dos tomos... Vino aquí cuando Numancia llevaba quince años de lucha
-contra Roma... El tal Escipión era hombre de cuenta. Lo primero que
-hizo fue limpiar su ejército: despidió a los buhoneros y cantineros,
-los <i>Bartolitos</i> de entonces... y despachó también con viento
-fresco a <i>diez mil</i> mujeres romanas de las que llamamos <i>del
-partido</i>. Ahí es nada: diez mil <i>hetairas</i>, que las tropas
-traían<span class="pagenum" id="Page_163">p. 163</span> consigo para
-pasar el rato. Eran bonitas, juguetonas, venustas, maestras en danzas
-y garatusas para enloquecer a los hombres y llevarles a la molicie.
-Expulsadas por Escipión, las diez mil damas que ahora llamaríamos <i>de
-las Camelias</i>, se esparcieron por la feraz Hesperia, con lo que Roma
-realizó la penetración pacífica: unas se quedaron en el territorio
-de los <i>Arévacos</i>, otras en el de los <i>Pelendones</i>, donde
-hicieron asiento, vulgarizando el nombre de <i>pilindongas</i>... Pocas
-fueron a establecerse entre los <i>Edetanos</i> e <i>Ilergetes</i>;
-las más corrieron en busca de los pueblos ricos, y llegaron con sus
-gracias a la opulenta <i>Hispalis</i>, o a <i>Gades</i> frecuentada por
-extranjeros, a <i>Cartago Espartaria</i>, a la gran <i>Barcino</i>,
-ciudad generosa y abierta siempre a toda hermosura y elegancia. Con
-activa erudición de cazador de la Historia he seguido yo el paso
-de estas bellas peregrinas, y las veo instaladas muy a gusto en
-los pueblos que se llamaron <i>Turdetanos</i>, <i>Bástulos</i> y
-<i>Túrdulos</i>, donde si alguna novedad enseñan, más pueden aprender
-en achaque de danza y meneos graciosos con crótalo y laúd... Pero se
-cae usted de sueño, y no es bien que yo le robe el descanso.</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Sueño no falta... Pero el gusto de
-oír a un hombre tan sabio vale por diez camas... Siga.</p>
-
-<p><span class="sc">El Capataz.</span> <span class="acot">(Acercándose
-respetuoso.)</span>—Déjele, don <i>Angosto</i>, digo, don Augusto. El
-pobre está rendido.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_164">p. 164</span><span
-class="sc">Becerro.</span>—Idos al descanso... ¿Qué tenéis para
-mañana?... ¿Vais al campamento romano dejando a medio desescombrar
-la calle longitudinal de la ciudad celtíbera?... ¡Error, desatino!
-<span class="acot">(Triste, sacudiéndose un cínife que picarle
-quería.)</span> Si aquí mandase yo, establecería en los trabajos el
-sistema perpendicular combinado, concretándome a la calle numantina
-que puedo llamar calle maestra de la ciudad heroica... Descubierta la
-romana, apurar el descubrimiento de la celtíbera, y proceder luego
-a descubrir la ciudad prehistórica, dedicando a esto las calles
-transversales. Llamo a este sistema perpendicular combinado porque,
-ahondando siempre, exhumo a Numancia en el sentido de Norte a Sur, y
-a la ciudad prehistórica en las calles de Este a Oeste... Pero yo no
-mando, yo no dispongo nada... He venido de agregado al caos, o sea lo
-que llaman administración... Amigos, buenas noches. Que descansen:
-yo no tengo sueño y estudiaré hasta el alba... Un momento; óiganme
-dos palabras. La ciudad prehistórica, innominada y desconocida,
-es más interesante que todo lo romano y lo celtíbero. Para mí, la
-ciudad que yace debajo de Numancia es una de las que Gerión, natural
-de Caldea, fundó en esta comarca, ocupada siglos después por los
-<i>arévacos</i>... Y aquí fue donde los hijos de Gerión mataron, como
-ustedes saben, a Trifón, hermano de Osiris...</p>
-
-<p><span class="sc">El Capataz.</span>—Don Augusto, buenas noches.</p>
-
-<p><span class="sc">Becerro.</span>—Adiós. <span class="acot">(Para
-sí, dirigiéndose a su cuarto.)</span><span class="pagenum"
-id="Page_165">p. 165</span> Estas pobres bestias en dos pies son
-máquinas musculares, que no piensan más que en fortalecerse con la
-comida y en engrasarse con el sueño.</p>
-
-<p><span class="sc">El Capataz.</span> <span class="acot">(Andando con
-Gil hacia su alojamiento.)</span>—Este don Augusto está un poco ido.</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Enteramente ido. Sabe mucho.</p>
-
-<p><span class="sc">El Capataz.</span>—Sabe; pero no rige... Es un
-infeliz. Le han mandado aquí como para darle una limosna.</p>
-
-<p><span class="sc">Becerro.</span> <span class="acot">(En su cuarto,
-requiriendo libros y papeles.)</span>—¡Feliz hora esta de soledad y
-silencio! Sigo excavando en tu ser espiritual, ¡oh Numancia! como
-esos brutos desentierran tus huesos... Decidme, mujeres numantinas:
-¿qué sentíais, que pensábais ante la ilustrada fiereza de Escipión
-Emiliano? Hablad, bárbaras hermosuras, inflamadas en el santo amor
-de vuestros héroes, sacerdotisas de la dignidad de vuestro pueblo.
-¿Y vosotros, niños numantinos, con qué juegos os adestraban para la
-guerra? ¿Jugábais a manejar la honda, a imitar las catapultas y arietes
-de vuestros enemigos?... Quiero saber si vuestras madres os llevaban
-pegados a sus pechos cuando iban a disparar flechas contra el romano...
-Héroes, decidme qué os daban de cenar vuestras mujeres cuando volvíais
-de la pelea: ¿cenabais guiso de cecina con <i>erebintos</i>, que hoy
-llamamos garbanzos? ¿En los fieros combates os excitábais apurando esa
-bebida hecha de cebada, que llamabais <i>celia</i>? Señoras numantinas,
-lo que esta noche quiero desentrañar es si vuestra religión<span
-class="pagenum" id="Page_166">p. 166</span> os permitía la poligamia,
-si vuestros sacerdotes eran castos, si erais charlatanas y presumidas,
-y os componíais mucho para ser gratas a vuestros hombres. Decidme
-si asistíais gozosas a esos templos formados por grandes peñascos
-enhiestos, si veíais con gusto correr la sangre en los sacrificios,
-si cuando descuartizábais al prisionero alababais a vuestras feroces
-divinidades, y si teníais fe en el arúspice que del examen de las
-entrañas de la víctima sacaba el conocimiento del porvenir... Decidme,
-hombres, si entre vosotros hubo sabios investigadores que se dedicaran,
-como yo, a esclarecer las oscuridades paleolíticas. Preguntadles, os
-lo suplico, si vuestra lengua procede del caldeo o del etrusco. ¿No
-llamáis a los gazapos <i>laurices</i>, al vino <i>bacho</i> y al escudo
-<i>cetra</i>?... A los sabios preguntad si la población prehistórica
-enterrada bajo vuestra Numancia es <i>Andarisipo</i>, fundada por los
-<i>Tartesios</i>, según mi amigo Estrabón, o <i>Copsanio</i>, de origen
-cántabro, según Pomponio Mela... <span class="acot">(Pausa. Prepárase
-a escribir.)</span> ¡Hermoso silencio! El alma del erudito se extasía
-en la sublimidad de estas ruinas gloriosas. ¡Oh ensueño, oh dulce
-embriaguez de los enigmas atávicos! Ya que no venís a mí, hermanas
-pelásgicas, etruscas o fenicias; ya que no quiere Dios que yo penetre
-el misterio de vuestro origen, dejadme que busque y husmee vuestras
-huellas; y a estas piedras dormidas preguntaré si sois hijas de Atlas o
-Héspero, si os trajo Gárgoris,<span class="pagenum" id="Page_167">p.
-167</span> rey de los Curetos, para que fuerais fundamento y troquel
-de la civilización hispánica... Mientras Numancia duerme, el erudito
-vela, y entrega todo su ser al deliquio histórico... El enamorado de la
-antigüedad os busca, os persigue, os evoca con su abrasado aliento...
-<span class="acot">(Poseído de frenético entusiasmo.)</span> ¡Oh! ya
-me siento león... ya mis dedos son garras, ya sacudo la melena, ya la
-fiereza hierve en mi corazón, ya causo espanto, ya resoplo, ya rujo...
-Allá voy. <span class="acot">(Salta por encima de la mesa y sale
-rugiendo.)</span></p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span> <span class="acot">(Agitándose en su
-camastro.)</span>—¡Ay de mí! ¿Qué es esto? Caí en el primer sueño como
-en un pozo, y ahora... ¿Qué ruido es ese que me atormenta?</p>
-
-<p><span class="sc">El Capataz.</span> <span
-class="acot">(Despertando.)</span>—¡Eh! ¿Qué te pasa? ¿Hablas
-dormido?</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Me ha despertado un ruido
-espantable...</p>
-
-<p><span class="sc">El Capataz.</span>—¡Otra! Se me olvidó decirte que
-ronco como un piporro...</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span>—No es ronquido lo que oigo, sino el
-<i>baladro</i>, alarido de animal fiero.</p>
-
-<p><span class="sc">El Capataz.</span>—Oigo a los perros que ladran a
-la luna.</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Es más fuerte y temeroso que el
-ladrar de los perros. Ahora suena cerca de aquí, ahora se aleja.
-Escuche. ¿No tiembla usted?</p>
-
-<p><span class="sc">El Capataz</span>.—¿Yo qué he de temblar, contra?
-No tengo miedo a embelecos de las ánimas.</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span> <span
-class="acot">(incorporándose.)</span>—¿Ánimas dice? Será el ánima
-de un león. Lo que se oye es el resoplido<span class="pagenum"
-id="Page_168">p. 168</span> de una fiera. El rugido sale algo cascado,
-como si el león padeciera moquillo.</p>
-
-<p><span class="sc">El Capataz.</span>—¡Otra!... Ya sé lo que es. Los
-que andan de noche por las cavas dicen que han visto un león grande y
-flaco... que corre y salta furioso sobre las ruinas, dando resoplidos
-al modo de los perros que rastrean. Un trabajador de acá salió con
-escopeta, y le soltó un tiro sin hacer blanco... Es ánima del león
-de la <i>antigüidad</i>, que del otro mundo viene a la querencia de
-las piedras, y mete el hocico olfateando huesos, o ceniza de madera y
-ladrillos que <i>entavía</i> huelen a quemazón.</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span> <span
-class="acot">(Recostándose.)</span>—El león de Hesperia...</p>
-
-<p><span class="sc">El Capataz.</span>—Duérmete, bruto, y otra noche
-saldremos a verlo...</p>
-
-</div>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch15">
- <h2 class="nobreak g0">XV</h2>
- <p class="subh2">De lo que vio y sintió el caballero en el osario
- de&nbsp;Numancia.</p>
-</div>
-
-<p>Al trabajo en las excavaciones fue Gil el siguiente lunes con cierta
-emoción religiosa. No era lo mismo arrancar piedras de un monte para
-el afirmado de un camino, que sacar de la tierra las que dos mil años
-ha fueron asiento y abrigo de un pueblo perpetuado en la excelsitud
-de la Historia. De los veinte o más hombres que allí trabajaban, tal
-vez Gil era<span class="pagenum" id="Page_169">p. 169</span> el que
-mejor comprendía toda la grandeza de aquella exhumación. Revolviendo
-tierras negras, tierras coloradas, se iba penetrando de lo que hacía.
-Por las explicaciones que en su tosco lenguaje le dio el capataz,
-descifraba los caracteres del suelo. Lo negro era la ciudad romana, que
-los vencedores construyeron sobre los restos de la ciudad celtíbera; lo
-rojo era Numancia quemada, escoria de ladrillos calcinados y cenizas
-revueltas con huesos y trozos de cerámica. Entre este material que los
-azadones cuidadosamente movían y las palas apartaban, aparecían los
-sillares de labra tosca, ajustados con barro. Las piedras formaban
-paredes, y las paredes habitaciones, y estas casas, y las casas
-calles...</p>
-
-<p>Recorrió el caballero en largo espacio una vía perfectamente
-empedrada. Al pisarla, pudo imaginar que hallaba huellas recientes,
-huellas de hace dos mil años, que aún vivían o resucitaban en la
-mente del explorador poseído de respeto y emoción... y allá en lo más
-hondo, yacían los huesos de otra ciudad enterrada por los numantinos
-al construir la suya; de una ciudad, en cuyo suelo el Tarsis del siglo
-<span class="asc">XX</span> sentía las pisadas del Tarsis prístino,
-desvanecida imagen de los tiempos.</p>
-
-<p>Desde que llegó a Numancia, el asendereado Gil padecía crisis aguda
-de imaginación, con disloque de nervios y propensión a ver en anárquico
-desorden las realidades físicas. La soledad, el no saber de Cintia,
-el desamparo en que le tenía la Madre, y la presencia y contacto de
-Becerro, le llevaron a tal estado. El chisporroteo mental del erudito
-prendía en la<span class="pagenum" id="Page_170">p. 170</span> mente
-de Tarsis, y la inflamaba en fúlgidos delirios... Por las noches, en
-la sobrestantía de Garray, tenían un poco de tertulia los que allí se
-albergaban, y en tal reunión solía buscar un rato de amenidad la pareja
-de Guardia Civil. Uno de los dos guardias era ceñudo y áspero; el otro,
-más joven que su compañero, se distinguía por su afabilidad y buen
-modo, no incompatibles con la rigidez disciplinaria. Llamábase Regino,
-y entre él y Gil, de palabra en palabra y de franqueza en franqueza,
-llegó a establecerse simpatía precursora de amistades. En la tertulia
-se hablaba de política, del avance de la exhumación numantina, de
-las chicas del pueblo, de chismes, historias y consejas, y una noche
-salió a relucir el cuento del león fantástico, que rugiendo y dando
-resoplidos corría de piedra en piedra.</p>
-
-<p>—Me paiz —dijo el capataz— que ese león será escapado de los que en
-un jaulorio hicían junción de circo en Zaragoza.</p>
-
-<p>Un mozo sostuvo que lo había visto hozando en las ruinas, y apretó a
-correr asustado del <i>caragesto</i> del animal y de su soplido. Riendo
-el guardia civil Regino de tales apreciaciones, dijo que la curiosidad
-le movió una noche a salir a ver al león, y...</p>
-
-<p>—Señores, están ustedes locos o atontados por el miedo. Yo vi a la
-fiera, y aseguro que no es fiera, sino un perrazo de los que llaman de
-San Bernardo, animal hermoso, aunque algo viejo.</p>
-
-<p>Incitado el gran Becerro a dar su opinión, dijo gravemente:</p>
-
-<p>—Caballeros, en ningún caso puedo yo confundir perros con leones,
-porque a estos nobilísimos y fieros animales conozco y<span
-class="pagenum" id="Page_171">p. 171</span> trato de antiguo... No
-se ría usted, Regino, y perdone que le diga... vamos, que el ente
-zoológico que usted vio paseándose majestuoso por las ruinas, no pudo
-ser perro, y que no lo tendremos por tal, aunque usted nos lo pinte
-con la noble prestancia perruna de los llamados del Monte de San
-Bernardo. También diré a usted y a todos los señores presentes, que es
-simplicidad sostener que en España no hay leones, como no sean los que
-adiestrados por domadores bárbaros muestran su ferocidad mercenaria
-en el circo. Y yo pregunto al amigo Regino y a su compañero: ¿Cómo
-negáis que existen leones, si vosotros mismos, bravos hijos de Marte,
-lleváis dentro el animal que es símbolo de la fortaleza y heroísmo? ¿Y
-lo que dentro lleváis, no podríais en un momento supremo sacarlo al
-exterior, asimilándoos la forma leonina en la especie de pelos, melena,
-uñas, rugido y fiereza? ¿Rechazáis tal hipótesis? Pues yo os aseguro
-que conozco... que he conocido personas de alma tan encendida en ardor
-patriótico, y tan enamorada del emblema heráldico de nuestra raza,
-que llegaron al puro éxtasis y a la perfecta identificación con dicho
-emblema. En sus paroxismos, esos seres privilegiados, cuando hablaban,
-rugían, y al querer andar, saltaban, y armados se veían de terribles
-garras, revestidos de bermeja pelambre y de una melena gallardísima...
-Pero noto incredulidad en vuestros semblantes, y os digo: «Dejemos
-por ahora este asunto, que tiempo vendrá de tratarlo con la debida
-formalidad... Caballeros, buenas noches. Me voy a mi cueva.»</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_172">p. 172</span>Gran burleta
-hicieron todos de lo que habían oído. Pero Gil no tomó a risa las
-irradiaciones de la encendida mente de Augusto. Ya se sentía herido del
-amor a lo sobrenatural, y llagado de la pasión de las cosas absurdas
-o descomunales. A la mañana siguiente, sus ojos dieron en alterarle,
-si no la forma, el tamaño de los objetos. Al principio las personas
-cercanas se le ofrecían en su natural talla; pero las distantes se
-agigantaban hasta alcanzar estaturas de veinte o más metros. Después,
-todos, él mismo, eran gigantes, y las ruinas de una extensión
-desmesurada que en los horizontes se perdía. Los pucheros rotos que
-extraían de la tierra eran como tinajas, y las ánforas llenaban con su
-abultado vientre un gran espacio. De estas alucinaciones tenía la culpa
-Becerro, que al verle salir para el trabajo y hablarle de la grandeza
-de aquel noble escenario, le dijo:</p>
-
-<p>—Aquí, Cipión, no hay nada pequeño... Todo es colosal. Yo encontré
-en los escombros de una casa celtíbera un alfiler que era del tamaño
-de las modernas espadas. No se ha determinado aún la talla de los
-numantinos, que era como la de una mediana torre.</p>
-
-<p>En el recogimiento de la noche, observó con gozo que los objetos
-recobraban el tamaño con que comúnmente los vemos. Durmió tranquilo,
-y al despertar, tuvo la grata sorpresa de ver entrar de rondón en el
-cuarto a Cíbico y su ardilla. Esta se subió a un alto armario, y el
-buhonero abrazó a su amigo diciéndole:</p>
-
-<p>—He tardado... he tenido que ir a Soria. Te traigo noticias de
-Pascualita. Sal y hablaremos.</p>
-
-<p>Vistiose Gil, salieron, y camino de las ruinas<span class="pagenum"
-id="Page_173">p. 173</span> desembuchó Cíbico cuanto llevaba.</p>
-
-<p>—Lo primero: he visto a tu novia. Me ha dicho que vayas a Soria, que
-quiere hablarte.</p>
-
-<p>Gil saltó diciendo:</p>
-
-<p>—Vamos ahora mismo.</p>
-
-<p>Bartolo, recomendando con expresivo gesto calma al amigo y quietud a
-la ardilla, prosiguió así:</p>
-
-<p>—No seas tan vivo. Oye esta buena noticia. Ya tiene Pascualita el
-nombramiento de maestra para no sé qué pueblo. La pobrecilla está loca
-de contento, pues ya gana su pan, y se quita el dogal de sus tíos, que
-es fuerte apretura.</p>
-
-<p>—Vamos, vamos allá hoy mismo, —volvió a decir Gil.</p>
-
-<p>Y Bartolo, con semblante risueño, replicó:</p>
-
-<p>—Hoy no vamos, por varias razones. La primera, que tu Pascuala y
-sus tíos vienen aquí esta tarde a visitar las ruinas. Les ha invitado,
-y en coche les traerá, el secretario del Gobierno Civil... Aunque ese
-gaznápiro de don Saturio hará el papelón de adorar el cuerpo santo
-de Numancia, viene con otra idea. Lo sé de su boca, que nunca miente
-cuando habla de sus necedades. Viene a proponer a los arqueólogos de
-acá y al señor ingeniero director de las cavas, <i>que ajonden</i>,
-<i>que ajonden</i>, como decía el gitano del cuento, porque debajo de
-todo este terreno que a la vista se ofrece, <i>todo es plata</i>. ¿No
-te ríes?... Otra cosa: me ha encargado Pascuala que no le hables, y tan
-solo la mires de lejos... Ella... supongo que a ti te mirará de lejos,
-y aun de cerca... que para eso del mirar fingiendo que no miran tienen
-las mujeres un juego de pupilas que ya, ya... Bueno: pues hay otra
-razón para que no podamos irnos hoy, y es que<span class="pagenum"
-id="Page_174">p. 174</span> tengo que mirar a mi negocio. Me han dicho
-al llegar aquí que en estos días han salido de la tierra cosas muy
-lindas de barro y de metal. ¿Y a ti no te ha deparado San Antonio
-alguna monedita, o siquiera un cascote de ánfora con dibujo a rayas, de
-ese que los señores sabios llaman <i>inciso</i>?</p>
-
-<p>Como Gil le respondiera negativamente, añadiendo que si algo hubiera
-descubierto lo habría presentado a los señores, Cíbico se burló de sus
-escrúpulos, espetándole la vieja fórmula vulgar de que <i>lo que es de
-España es de los españoles</i>.</p>
-
-<p>Luego añadió, metiendo mano al bolsillo:</p>
-
-<p>—Pues mira, por llegar pesqué esta medallita... Aunque es de cobre
-tiene un gran valor, por ser, como reza el cuño, del tiempo de un tal
-Sila. Es igual a otra que tuve y vendí. Se la compré esta mañana a un
-chico de Calatañazor que trabaja en el Campamento Romano.</p>
-
-<p>Se pararon. Cíbico le señaló un lugar distante donde se vislumbraba
-hormiguero de cavadores, y dijo:</p>
-
-<p>—Aquel es el primer campamento que estableció el sinvergüenza
-de Escipión... El hombre no se anduvo en chiquitas. No alojaba sus
-tropas en tiendas de lona, sino en casas de piedra, que formaban como
-ciudades, con sus calles y todo...</p>
-
-<p>En esto vieron venir a la pareja de Guardia Civil, y oyeron la voz
-de Regino, que al aproximarse gritaba:</p>
-
-<p>—Hola, maldito <i>Corre-corre</i>; ¿ya estás aquí? Gracias que te
-esperamos sentados.</p>
-
-<p>Saludáronse los cuatro cordialmente, y el ambulante abordó al
-guardia de este modo:</p>
-
-<p>—Ahí tienes ya las postales. Esta noche te las daré: son muy
-lindas... Pero ¡ay!<span class="pagenum" id="Page_175">p. 175</span>
-la más graciosa que te traía... ¡vaya una preciosidad!... una hembra
-como un capullo de rosa... y en camisa... con aire de inocencia
-deshonesta, como quien tapa y destapa. Pues, hijo, te has quedado
-sin ella... Me la birló el cura de Buitrago. (<i>Risas.</i>) Al
-darle otras que me había encargado, vistas de catedrales y de la
-<i>Cara de Dios</i>, que está en Jaén, se me fue entre ellas la
-tuya con la señorita vergonzosa en camisa... Una equivocación...
-(<i>Carcajadas.</i>) No te quiero decir cómo se puso el hombre al
-ver la <i>profanía</i>... Su cara echaba lumbre, rediós; le tembló
-la papada, apretó los puños... «Grandísimo canalla —me dijo—, voy a
-denunciarte al Gobernador para que te meta en la cárcel por vender
-estas porquerías»... Temblando del susto, le contesté: «Don Atanasio,
-yo... yo vivo con todos... Se la di porque venían mal barajadas...
-Venga esa porquería, que era para otro cura»... Y él: «No, no te
-la devuelvo, bandido, recadista del Infierno... Me quedo con ella,
-me la llevo a casa... pero es para quemarla... Contigo debiera la
-autoridad hacer lo mismo»... Yo: «Pero, señor cura, deme...» Y él:
-«No te la doy... Y para que veas que soy hombre de conciencia, te la
-pago... Toma.» Me pagó, y al partir me bendijo. (<i>Gran fiesta y
-chacota.</i>)</p>
-
-<p>Separáronse, marchando las dos parejas en direcciones contrarias.
-Mientras Cíbico recorría casas de Garray buscando con huroneo sigiloso
-monedas o fragmentos de cerámica para su granjería arqueológica, Gil
-tiraba de pala y azadón en el lugar donde le habían puesto, y atento
-al trabajo manual dejaba que su vagabundo<span class="pagenum"
-id="Page_176">p. 176</span> espíritu aleteara en la ilusión de ver a la
-ideal Cintia...</p>
-
-<p>Y antes que llegase la hora de la tarde en que presumía el aparecer
-de su dama, Gil se vio acometido por segunda vez del engaño visual,
-consistente en ver agrandados desmesuradamente los objetos. «Vamos
-—pensó el mozo—, ya estoy otra vez entre gigantes. ¿Para qué me pondrá
-la Madre en los ojos del alma estos cristales de aumento? Sin duda
-para que la magnitud de lo que veo me enseñe la elevación de ideas.»
-Esto pensaba cuando vio a Cintia que de Garray venía, llevando de un
-lado a su tío, de otro al secretario del Gobierno; seguía detrás doña
-Baltasara con un bigardo peripuesto y de innoble facha, y en último
-término la pareja de la Guardia Civil. El secretario, que era un sujeto
-inflado, seco y vacío como un expediente, con bigote de moco y corbata
-colorada, se había hecho acompañar de la pareja para darse el pisto
-de llevar a sus invitados con escolta. Doña Baltasara era mismamente
-una bruja, y don Saturio, ocultos los ojos con gafas azules, los dedos
-gafos y nudosos metidos en guantes negros, el afilado rostro sin otra
-expresión que la de su inconmensurable imbecilidad, avanzó hacia las
-ruinas con andar y actitudes de hombre muy corrido y entendido, de esos
-que no se rebajan fácilmente a la admiración.</p>
-
-<p>Entre esta corte de grotescas figuras iba Cintia o Pascuala como
-una reina, que si su hermosura la enaltecía, no la realzaba menos su
-modestia. Vestidita con deliciosa sencillez, sin sombrero, porque no
-lo tenía; la cabeza<span class="pagenum" id="Page_177">p. 177</span>
-tocada de un velito, su traje de merino azul oscuro muy parco en
-adornos, sus guantes, su calzado de cuero amarillo, cuantos la veían
-pasar se la comían con los ojos. Ya se sabe que a los de Gil, las
-figuras de Cintia y sus cargantísimos acompañantes medían talla más que
-gigantesca. Si esto daba grandiosa monumentalidad a la gentil estatua
-de Cintia, a los otros les agrandaba la fealdad, haciéndola monstruosa.
-Con fija mirada les siguió Gil en sus movimientos y en su examen de
-las reliquias descubiertas. El inmenso majadero don Saturio señalaba
-enérgicamente al suelo con su bastón, y a ratos lo hincaba en la
-tierra, cual si amenazar quisiese a los antípodas, y hacía desaforados
-aspavientos, que el caballero de este modo tradujo: «Señores, hagan
-caso de mí; <i>ajonden</i>, que debajo de esta broza hay <i>un mar
-de plata</i>. Yo lo sé; soy perito en capas de la tierra. Tengo el
-secreto; no me falta más que dinero para <i>ajondar</i>.»</p>
-
-<p>Después que divagaron los visitantes entre montones de tierra y
-paredones desenterrados, volvieron en dirección de Garray para ver
-el Museo. La parada junto a donde Gil trabajaba fue lenta y no sin
-peripecias. Por los desniveles del terreno y los obstáculos que a
-cada paso se ofrecían, obligada se vio la bella joven a dar algunos
-brinquitos, recogiendo un poco su falda... Aquí le ofrecía la mano el
-Secretario, que pomposamente conciliaba la cortesía con la autoridad;
-allí, por encontrarse más cerca, la sostenía Regino. Cada mal paso
-era motivo de joviales comentarios. Al pasar Pascualita cerca de su
-enamorado, desplegó todo el arte<span class="pagenum" id="Page_178">p.
-178</span> mujeril para echarle tiernas miradas oblicuas sin que nadie
-lo notara... Alejáronse la familia de Borjabad y acompañantes: sus
-tallas gigantescas no presentaron otra disminución que la que marcaban
-las leyes de perspectiva... Desaparecida la señora de sus pensamientos,
-Gil quedó en un mundo enano y oscuro. El sol escatimaba su luz;
-apagábanse las voces, derivando en salmodia de tristes murmullos;
-hombres y animales eran seres canijos y desmayados, que pataleaban para
-no hundirse en la tierra húmeda. Esta se estremecía débilmente con
-amagos de terremoto, como queriendo sepultar a la generación presente
-junto a los huesos de la edad neolítica.</p>
-
-<p>Con estas morbosas sensaciones, que eran las muecas de su
-melancolía, pasó Gil lo restante de la tarde; y a la hora de suspender
-el trabajo, fue a recogerle Cíbico, que le llevó a su alojamiento,
-en una casa de las más pobres del pueblo. Quería mostrarle algunas
-bagatelas arqueológicas recién adquiridas, migajas o raspaduras de la
-Historia: una chapa, dos fíbulas de cobre, y un cuchillo de piedra.
-Esta última pieza diputaba por muy valiosa, y se relamía pensando en
-los buenos duros que habían de darle por ella. Las fíbulas mostró a su
-amigo, dándole acerca de tales baratijas o adornos explicaciones muy
-eruditas. Eran al modo de broches con que las señoras y señoritas de
-Numancia se sujetaban el manto. Una era como culebrita de dos cabezas
-graciosamente curvadas; otra como una <i>omega</i>, con los trazos
-superiores en rosca.</p>
-
-<p>—Me figuro yo —decía Bartolito— que las damas de aquel
-tiempo se componían<span class="pagenum" id="Page_179">p.
-179</span> y emperejilaban mismamente como las de hogaño, con una
-<i>transcendencia</i> de perfumería que daba gloria olerlas... Y me
-figuro yo que cuando iban a sus bailes y zambras, se pondrían sus
-mantones de Manila, o cosa tal, prendiditos al pecho con estas que
-llamamos fíbulas, y que vienen a ser como los imperdibles que yo vendo
-a real o real y medio... De faldas iban muy ligeras, calculo yo, y se
-las arremangaban hasta más arriba de la rodilla. Así lo he visto en
-unas pinturas de la Academia de Zaragoza... En la delantera o pechuga
-llevaban muy poca tela; de forma y manera que lo iban enseñando
-todo... Para mí, Gil, y esto es idea mía, las damas que moraban
-en esos terrenos que estás desescombrando, tenían tanta vergüenza
-como San Sebastián pantalones... Todo por culpa del gentilismo,
-<i>verbigracia</i>, religión de ídolos.</p>
-
-<p>Atención tan vaga prestaba Gil a su amigo, que la charla de este
-poco más era que el zumbido de un moscardón. Comprendiéndolo así
-Cíbico, ya dispuesto a cenar en compañía de su ardilla, que le saltaba
-de las piernas al hombro y del hombro a la cabeza, varió así de
-registro:</p>
-
-<p>—Cuando los Borjabades iban a coger el coche, me acerqué a saludar
-a tu novia. «Bartolo —me dijo Pascuala con un guiñito—, si vas a Soria
-mañana, no dejes de llevarme la seda verde.» ¿Has entendido? Seda verde
-quiere decir: «necesito comunicación». El recado que para ti me dé la
-flor de la maravilla, entrará en tus oídos mañana a estas horas.</p>
-
-<p>Retirose Gil consolado con estas ofertas y planes, y se fue a su
-alojamiento en la sobrestantía,<span class="pagenum" id="Page_180">p.
-180</span> donde le esperaba la cena, y después la entretenida tertulia
-que allí solían tener el capataz, la pareja de Guardia civil y otros
-amigos. Apenas llegó al ruedo, le cogió Regino por un brazo llevándole
-aparte, y fuera de la puerta se sentaron para charlar de cosas que
-no interesaban a los demás. Era el joven guardia muy comunicativo,
-afable en el trato, como hijo de muy decente familia empobrecida. No
-carecía de instrucción elemental; distinguíase por su exactitud en el
-servicio, y por su proceder noble y generoso en la vida privada, por
-sus movimientos efusivos con derivaciones románticas. A poco de tratar
-a Gil, que en Numancia era <i>Florencio Cipión</i>, le dio paso franco
-a su simpatía, después a su amistad, pronto a su confianza. Contábale
-a menudo episodios interesantes de su vida, en la que fueron pocas las
-venturas, muchos y grandes los sacrificios. De sus amores desgraciados
-hizo relato que parecía novela. La última novia que tuvo le amargó la
-vida con horrible desengaño... Y él paseaba su tristeza por los caminos
-que la pareja había de vigilar, y consolábase con la idea de sorprender
-criminales en quienes descargar sus destemplados humores.</p>
-
-<p>Pero de improviso surgió en el alma del buen Regino una ilusión
-potente, que le anunciaba nuevas alegrías y consoladoras esperanzas.
-Con impaciencia pueril anhelaba comunicar al amigo el sentimiento que,
-apenas nacido, no le cabía ya en el corazón; y de esto vino el cogerle
-y llevarle aparte para decirle:</p>
-
-<p>—Deseaba verte para referirte lo que me pasa. Hoy ha sido para mí
-día grande, día de esperanza<span class="pagenum" id="Page_181">p.
-181</span> y de creer en Dios y en la Virgen. He visto hoy una mujer
-que me ha vuelto loco. Apenas la vi, la tuve por la mujer única, por
-la que ha de colmarme la vida. Engañado viví con otros amores, y ahora
-me alegro de que pasaran, y del martirio que me dieran me río, como se
-ríe uno de los castigos que le aplicaron en la escuela por no saber la
-lección.</p>
-
-<p>Viéndole venir, Gil turbado y suspenso le interrogó con dos
-palabras, y el guardia se clareó al instante con estas candorosas
-explicaciones:</p>
-
-<p>—La vi esta tarde visitando las ruinas con su familia y el
-Secretario del Gobierno de Soria, y solo de verla quedé perdidamente
-enamorado de ella, como si de antes enamorado estuviese por haberla
-visto en sueños. Luego he sabido que se llama Pascuala, que es maestra
-con título, y sobrina de aquellos señores adustos que la acompañaban...
-No hablé con ella, ni el respeto me lo habría permitido... Solo
-mediaron entre ella y yo estas palabras: «Sí... no... gracias... deme
-usted la mano... No tenga miedo... gracias... Para servir a usted...
-gracias...» ¡Qué metal de voz!... Se me metía en el alma como una
-música de serafines... ¡y qué ojos, Florencio; qué mirar semejante al
-mirar de las estrellas, cuando las estrellas le cogen a uno pensativo y
-con murrias!... Supongo que entenderás esto, pues eres hombre agudo...
-Y, por último, mañana mismo le escribiré a Soria pidiéndole relaciones;
-y si me atiende, como espero, y nos tratamos, y del trato quedamos de
-acuerdo... bien avenidos el uno con el otro, aquí tienes a un hombre
-dispuesto a casarse, y se casará como hay Dios.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_182">p. 182</span>No esperó Gil el
-final del concepto para levantarse, y en pie junto al guardia, con voz
-de convicción severa, le dijo:</p>
-
-<p>—No te casarás, Regino, porque esa mujer, esa Pascuala... y de su
-verdadero nombre hablaremos luego... esa que llamas Pascuala tiene ya
-dueño. Y para que desistas de tu pretensión, bastará que sepas que
-es mi novia; debiera decir mi mujer, porque juramento de tal me ha
-hecho, y palabra de esposa me ha dado, sin que yo tenga la menor duda
-de su fe, y de la verdad con que me entregó su corazón en prenda de su
-mano.</p>
-
-<p>Levantose también Regino, movido de sorpresa y del estímulo de su
-dignidad, hombre por hombre... y Gil prosiguió con mayor brío de este
-modo:</p>
-
-<p>—Es mía esa mujer. Por ella estoy aquí; por ella soy o parezco
-esclavo, pegado a una herramienta vil. No está ya en mi poder por la
-malquerencia de unos tíos tan infames como imbéciles. Pero eso no me
-importa. Yo venceré con la ayuda de Dios... Y ahora te digo que si no
-me reconoces el derecho de primacía y te obstinas en pedir relaciones
-a mi mujer, se acabaron las amistades, y empieza desde este momento
-la enemiga más fiera entre los dos. O te mato yo, para quedarme
-solo frente a ella, o me matas tú a mí, para que sobre mi cadáver
-la enamores y la rindas, que no la rendirás. Di pronto si avanzas o
-retrocedes, si eres amigo o enemigo; y en caso de que te declares
-rival, no despuntará el día de mañana sin que se decida cuál de los dos
-quedará en este mundo.</p>
-
-<p>Vaciló Regino en la respuesta. Los sentimientos que en el campo de
-su alma chocaron<span class="pagenum" id="Page_183">p. 183</span> en
-brava pelea durante segundos, no pueden definirse. Quedó triunfante la
-honradez generosa, la cual no tardó en recibir aliento de las virtudes
-nativas que fortalecían su ser. Pasando su brazo sobre los hombros del
-amigo, le dijo con sinceridad valiente:</p>
-
-<p>—Antes que enamorado soy hombre de bien, y aunque en mí no ves más
-que un triste número de la Guardia civil, me tengo por caballero... Lo
-que acabas de decirme me arranca la última ilusión, la última... ya
-no más... Es mi destino sacrificarme: ayer por una madre, hoy por un
-amigo... Veo la flor soñada; me acerco... y una voz me grita: ¡atrás!
-¡Bonito papel hago en el mundo!... cuadrarme para que pase otro. Bien,
-Florencio: de lo dicho no hay nada. Que tu novia sea tu mujer... Que
-seas feliz... El ser tú dichoso y yo desgraciado, no estorba, no, para
-que seamos amigos.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch16">
- <h2 class="nobreak g0">XVI</h2>
- <p class="subh2">Refiérense nuevas aventuras y desventuras
- del&nbsp;caballero peregrino.</p>
-</div>
-
-<p>Estrecháronse con fuerte apretón las manos el guardia y Gil, con
-lo que el primero dio fe de su hidalguía y el segundo de su gratitud,
-correspondiéndose ambos en nobleza y caballerosidad. Bueno será decir
-que si Regino concedió fácilmente su amistad a <i>Florencio Cipión</i>
-a poco de tratarse, no tuvo poca parte en ello la idea de que bajo
-las apariencias del rústico<span class="pagenum" id="Page_184">p.
-184</span> se escondía un caballero, el cual, por reveses de fortuna o
-por otras causas impenetrables, disfrazaba su verdadera condición. Algo
-de esto debió indicarle Cíbico, y él no dejó de advertir la disparidad
-entre el humilde oficio del hombre y su habla, rostro y actitudes.
-Y dicho esto, conviene añadir que también Gil notaba en Regino
-disparidad análoga. Dentro del joven guardia civil alentaba un ser de
-calidad superior. Así lo revelaban sus expresiones y pensamientos,
-nunca villanos, casi siempre nobles; sus ojos azules, que dejaban
-transparentar una segunda mirada, en acecho de ocasión para ser primera
-y recobrar su prístino estado. Esto lo veía Gil, o se lo figuraba en el
-intenso erotismo de su imaginación.</p>
-
-<p>Terminaron, como se ha dicho, la disputa de rivalidad amorosa,
-y procediendo los dos discretamente, hablaron de otro asunto y se
-agregaron al ruedo familiar de los amigos... Disuelta la tertulia
-y retirados los guardias, <i>Florencio Cipión</i> se acostó
-firmemente persuadido de haber encontrado en Regino un nuevo caso de
-encantamiento. «No tengo duda —decía—, encantado está; solo que aún se
-halla en el primer tiempo de la transformación mágica, y no se ha dado
-cuenta de que fue persona criada en esfera más alta, traída sabe Dios
-cuándo a la presente llaneza por delitos o graves ofensas a la Madre...
-¡Pobre Regino! O no entiendo yo de encantos, o compañeros somos de
-esclavitud y expiación. La común desgracia nos hace hermanos...
-Adelante.»</p>
-
-<p>Clavada esta idea en la mente del caballero, hizo propósito de
-estrechar su amistad con Regino<span class="pagenum" id="Page_185">p.
-185</span> hasta llegar a la compenetración de alma con alma; pero
-de tales pensamientos le distrajo, en la tarde del siguiente día, la
-llegada de Bartolo con premioso mensaje de Cintia-Pascuala. Fue así:</p>
-
-<p>—A Soria fui con seda verde, y vuelvo con seda colorada. Me ha dicho
-tu novia que vayas allá inmediatamente. Ya tiene pensado dónde y cómo
-podréis hablaros, y decidir todo lo que toca a vuestras incumbencias
-para el hoy y para el mañana... Conque despídete, cobra, y esta noche
-vamos andando los dos... Se me olvidaba lo principal, y es que a
-Pascuala le han dado ya los señores Gaitines la escuela de párvulos que
-le ofrecieron. El lugar es Calatañazor, encaramado en un cerro, entre
-centinelas de picachos que asustan, y muros deshechos de un viejísimo
-alcázar o ciudadela.</p>
-
-<p>Tomó resuello Bartolito para seguir informando:</p>
-
-<p>—El pueblo es horrible, pobre; pero Pascualita se conforma esperando
-mejorar de localidad. Los tíos se quedan en Soria muy contentos de
-que la niña cobre del procomún unas miajas de sueldo, que suponen
-cocido flaco y sopas... En Calatañazor vive un Borjabad que trafica
-en cordelería... Viven también Gaitines, que esta casta maldita por
-todo el contorno extiende sus rejos y garfios... Que yo conozca, hay
-allí una Quiteria Gaitín, que es la más rica del pueblo. Tiene muchas
-cabras, cuatro cerdos, y un hijo que es secretario del Ayuntamiento.
-Te lo cuento para que sepas que te saldrán enemigos en aquellas peñas
-y ruinas de fortalezas, donde lo menos temible es el sin fin de
-escorpiones y sabandijas que<span class="pagenum" id="Page_186">p.
-186</span> moran en ellas. Lo primero es que hables con tu novia, la
-cual, combinando su agudeza con tu talento, discurrirá contigo lo que
-debéis hacer para salir de penas... Otra cosa se me olvidaba, que es
-muy importante: el bobalicón de don Saturio ha encontrado la horma de
-su necedad: un francés que ha caído en Soria con la <i>fantesía</i> de
-buscar tesoros ocultos. Para mí que es un farsante; pero él se intitula
-<i>ingeniero</i>, y ha vuelto al tío de tu novia más loco y más bobo
-de lo que estaba... Dice el francés que habrá capitales... Dice don
-Saturio que él, como buen zahorí, responde del <i>mar de plata</i>...
-Total: que mañana salen para la sierra del <i>Almuerzo</i>, donde harán
-calas y cataduras. Dígote esto, para que veas que tu peor enemigo se
-te aleja, o se va volando como las brujas, montado en la escoba de su
-mentecatez.</p>
-
-<p>Con lo dicho y algunos detalles añadidos por Cíbico, quedó Gil bien
-informado, y prontamente se dispuso a levantar el campo... Al anochecer
-partió con Bartolito; en breve jornada llegaron a Soria y alojáronse
-en un posadón próximo a la iglesia colegial de San Pedro, no lejos
-del puente sobre el Duero. Eligió Bartolo este sitio por cercano a
-la vivienda de Pascuala, junto al Carmen. Lo primero que el buhonero
-recomendó a su protegido fue que permaneciera en la posada fingiéndose
-enfermo, pues el no dar a conocer su persona en las calles era un ardid
-estratégico de indudable conveniencia. Cíbico, trotando por la ciudad
-en el metisaca de su negocio, se encargaba de prepararle la entrevista
-con la guapa moza, la cual pudo efectuarse a la noche siguiente
-en<span class="pagenum" id="Page_187">p. 187</span> un callejón
-anguloso y casi desierto, al costado del Carmen.</p>
-
-<p>En la alegría de verse y estrecharse con efusión las manos, se les
-fue a los novios buena parte del tiempo marcado para la duración de
-la entrevista. Por primera vez desde las placenteras noches de Ágreda
-se veían juntos, en soledad amorosa, protegidos del silencio amigo
-y de la discreta luz que de la luna encapuchada venía. Repitieron
-la canción de sus puros afectos, y el madrigal de su inquebrantable
-constancia y desprecio de contrariedades del mundo, y en el poco tiempo
-que les quedó de estos apasionados dimes y diretes, reforzados con la
-doble cadena de sus brazos, que más sabían apretarse que distenderse,
-trataron de las resoluciones prácticas que habían de tomar.</p>
-
-<p>Dijo Cintia que al día siguiente tempranito saldría para
-Calatañazor, a posesionarse de su escuela y comenzar su trabajo. Irían
-con ella su tío, en segundo grado, Aniceto Borjabad; la esposa de
-este, llamada Sabina, y un chico de Quiteria Gaitín que era secretario
-del Ayuntamiento. Desechara Gil sin vacilación alguna la idea de
-acompañarla en aquel viaje. Sería muy peligroso que las personas que
-habían de ir con ella conociesen a su novio. Este se quedaría en Soria,
-para salir dos días después con Cíbico, que en cuerpo y alma estaba con
-ellos, y de cabeza les amparaba y servía.</p>
-
-<p>Oyó Gil con frialdad este plan que desbarataba el suyo, más
-expeditivo y de solución inmediata; pero hubo de ceder a las discretas
-razones de Cintia, que en aquel caso era la prudencia de la mujer
-atenuando la temeridad del<span class="pagenum" id="Page_188">p.
-188</span> hombre. Con tristeza se resignó este, y ofreció no aportar
-por Calatañazor hasta que le llevase en su ambulancia comercial
-el pacotillero, como llevaba su ardilla y los carretes de hilo y
-algodón. Sentía sobre sí el peso de la esclavitud que su encantamiento
-le imponía, y toda línea de conducta que él se trazara con libre
-voluntad, quedaba desvanecida por el férreo trazo de la misteriosa mano
-invisible.</p>
-
-<p>Salió Cintia para Calatañazor con la guardia de enfadosos parientes
-o amigos; salieron con tres días de diferencia Bartolo y Gil, este
-en guisa de ayudante o escudero: llevaban una burra cansina y añosa
-cargada con la ropa de ambos, y los paquetes de género para una
-expedición que había de extenderse hasta Roa y Peñafiel. Compró Cíbico
-la pollina en Soria, donde algunos dineros tenía, aumentados con doce
-duros que le dio un inglés por el cuchillo neolítico, y que seguramente
-figuraría en un museo de Londres. Iba el jefe del convoy muy gozoso,
-alegrando al paso el país y la gente que encontraba; a Gil agobiaban de
-tal modo el peso de su tristeza y el embarazo de su esclavitud, que en
-largas horas de camino apenas pudo Bartolo sacarle del cuerpo escasas
-y frías palabras. Escala hicieron en Golmayo, con algunas ventas;
-escala provechosa en Carbonera; pasaron después a Villaciervos, donde
-les fue bien, y mejor en Villaciervitos; llegáronse luego a Mallona,
-donde tuvieron una larga estadía, por habérseles enfermado la burra (de
-catarro intestinal, según diagnóstico de Cíbico, que se vio precisado
-a oficiar de veterinario y clistelero), y al fin, a los veinte
-días<span class="pagenum" id="Page_189">p. 189</span> de partir de
-Soria, despacito y con descanso, más por la burra que por las personas,
-avistaron la histórica villa de Calatañazor, empingorotada en un cerro,
-guarnecida de torres y de imponentes y ceñudos peñascos.</p>
-
-<p>La impresión de Gil al trepar, casi gateando, por la pendiente
-que conduce al pueblo, fue horrorosa. ¿Vivía gente allí, habiendo en
-el mundo tantos y tantos lugares menos desapacibles? Traspasaron la
-muralla por una caduca puerta entre carcomidos torreones, y dentro
-seguían los desniveles espantables, calles en cuesta, calles con
-escalones, casas montadas sobre casas, arroyos lindando con tejados,
-una iglesia de aparato monumental, en las puertas gente asustada de
-ver forasteros, aunque de muchos eran conocidos Bartolo y su ardilla.
-Torciendo a la derecha, llegaron los caminantes al rincón menos áspero
-de la ciudad, una solana o miradero que dominaba un abismo, en cuyo
-fondo plateaba el río Milanos.</p>
-
-<p>—Aquí tenemos nuestro albergue —dijo Cíbico a su escudero, parando
-la borrica en un portalón desvencijado—. Aquella casa que allí ves
-pintada de ocre, es la escuela. Aguárdate un momento aquí. Yo me acerco
-<i>al templo de Minerva, vulgo</i> Instrucción Primaria; meto el
-hocico, y si veo que está Pascuala sola con sus parvulitos, te miro,
-llevándome la mano a la gorra como si te hiciera saludo militar. Vas
-tú, la ves, hablas un poco, y yo te espero en el parador.</p>
-
-<p>Así se hizo, y antes de llegar Gil al vetusto caserón recién pintado
-de amarillo, oyó el vocerío y cantorrio de los chicos y chicas, que
-se<span class="pagenum" id="Page_190">p. 190</span> le metió en el
-alma cual una música venida del mismo cielo. Segundos después entraba
-en la escuela; Pascuala se demudó al verle. Suspendió la lección para
-saludar a su novio con un gracioso festejo de su cara y de todo su
-espíritu. La alegría súbita tuvo a los dos perplejos un instante, sin
-saber qué decirse... De las expresiones de sorpresa y contento pasaron
-pronto al diálogo tirado, que fue rapidísimo, nervioso, en violento
-zig-zag, por la precisión de decir mucho en tiempo corto. Se reproduce
-y extracta lo dicho por Cintia:</p>
-
-<p>—¿Has visto pueblo más horrible?... Me han traído a una cárcel...
-Soy prisionera y mártir, Gil; me rodean y acorralan personas que el
-primer día me fueron antipáticas y hoy me son odiosas... ¡Ay, si
-tuviera tiempo de contarte...! Mi único consuelo está en las pobres
-criaturas que aquí ves... Las quiero, y ellas me quieren a mí...
-creo yo que tanto como quieren a sus madres... tal vez más... Aquí,
-practicando el magisterio... he descubierto que sirvo para educar niños
-y encender en ellos las primeras luces del conocimiento... ¡Ay, Gil
-de mi vida! te juro que ahora mismo huiría de Calatañazor si pudiera
-llevarme a mis nenes.</p>
-
-<p>Replicó Gil que en otros pueblos menos desagradables había también
-niños que instruir, y que él la llevaría sin tardanza a donde pudiera
-conciliar su amor al magisterio con los demás afectos que embellecen la
-vida...</p>
-
-<p>—Ven, disponte, vámonos, déjate robar.</p>
-
-<p>Oyó esto Cintia con estupor, admitiendo y rechazando la idea. No
-tardó en aparecer el miedo en su expresivo rostro. Miraba con terror a
-las dos<span class="pagenum" id="Page_191">p. 191</span> puertas de
-la sala escolar: la una daba a la calle, la otra a un patio... Temía
-la maestra que entraran importunos testigos a meter sus narices en la
-visita. Luego, turbada y temblorosa, dijo:</p>
-
-<p>—Que venga Bartolo y hablaré con él... Pero tú no vengas, tú no...
-Conviene que nadie te conozca en el pueblo... ¡Ay qué vida, Gil de mi
-alma!... Mírame. ¿Verdad que en las tres semanas de este martirio,
-encanto, esclavitud, o lo que sea, ha enflaquecido tu pobre Cintia? Me
-quedaré en los huesos si no me llevan a otros aires, a ver otras caras
-y a oír otras voces... ¡Ay mis chiquillos! Sería yo feliz si pudiera
-llevármelos. ¿Por qué es tan linda y tan amorosa la infancia donde
-los mayores son fieras?... ¡Oh, siento pasos!... Alguien viene por el
-patio. Vete, Gil, vete... ¡Por Dios...! Hablaré con Bartolo, y por él
-sabrás... Pronto, Gil... Sigo mi lección. A ver, niños: tú, Pepe; tú,
-Nazario, Nicolás... Decidme, niñas... A ver: tú, Felisa, Zoila, Inés,
-vamos atrás... <i>Be, a, ene: ban</i>...</p>
-
-<p>Salió el caballero, obediente al mandato de su dama, y en el mesón
-aguardó ansioso a que Cíbico volviese de su correría por el pueblo y le
-llevase noticias más concretas de Cintia y de su indudable sufrimiento.
-Bien seguro estaba de que Bartolo no volvería sin tener un careo con
-ella, y otro con las personas que la mortificaban... Cerca ya de
-anochecido llegó el buhonero, y con su ágil locuacidad dio cuenta de lo
-que ocurría. La tal Sabina, mujer de Aniceto Borjabad, era una bestial
-lugareña, crasa y soez; el marido no le iba en zaga, distinguiéndose
-de ella en la virilidad de su barbarie.<span class="pagenum"
-id="Page_192">p. 192</span> Movíales el egoísmo, el temor de que
-Pascualita (a quien todos en aquel pueblo llamaban <i>Pascua</i>) se
-desviase por caminos distintos de los que había trazado el buscador de
-minas don Saturio. En ella veían una joya de gran precio que la familia
-debía conservar a todo trance.</p>
-
-<p>Si molesta era la presión y vigilancia que el matrimonio ejercía
-sobre la infeliz doncella, el mayor suplicio de esta provenía del
-secretarillo del Ayuntamiento, Galo Zurdo y Gaitín, el más apestoso
-ganso de la localidad y de todo el territorio. Protegido por la familia
-de su madre, no ponía freno a sus apetitos, ni reparaba en medios
-para llegar a su fin. A ratos empalagoso, a ratos insolente, a Pascua
-requería por lo fino, ofreciéndole inmediato matrimonio, o por lo
-basto, solicitando con amenazas un amor irregular. No tenía fin el
-relato y pintura que hizo Bartolo de la salvaje presunción y cursilería
-del tal Galo Zurdo. Vibrante de indignación, Gil se puso en pie, y
-echando mano al cinto donde tenía la navaja, gritó:</p>
-
-<p>—Dime, dime pronto dónde está esa bestia para matarla ahora
-mismo.</p>
-
-<p>Cíbico logró calmar a su amigo con prudentes razones, y siguió
-exponiendo la situación y su posible remedio.</p>
-
-<p>—Aunque el entusiasmo de su oficio —dijo— tiene a la pobre maestra
-como embargada por el cariño a las criaturas, ello es que ha de
-decidirse pronto entre el suplicio y la libertad... Libertad ha dicho
-al fin, después de amargas dudas, y libertad hemos de darle esta misma
-noche. Las últimas palabras que oí de su boca linda fueron estas, Gil:
-«Huiré con vosotros,<span class="pagenum" id="Page_193">p. 193</span>
-si Dios quiere que yo logre escabullirme de la casa de estos tiranos
-sin que me estorben la salida. La mayor dificultad será que pueda
-sacar mi ropa... Mas aunque tenga que escapar con lo puesto, escaparé,
-llevando con vosotros toda mi alegría y una sola tristeza: el abandono
-de mis queridos niños.» Esto me dijo; y ahora, Gil, arrimemos a la obra
-todo tu ingenio y el mío, y mi travesura que vale por todo el talento
-de los siete sabios de Grecia.</p>
-
-<p>Viendo a su amigo dispuesto a las resoluciones más audaces, lo
-primero que discurrió Bartolito fue llevarle a donde pudiera por sus
-propios ojos conocer y medir el campo de operaciones. Salieron, pues,
-solos, a las nueve dadas, como que iban a tomar el aire y encender
-un pitillo después de cenar, y Gil pudo inspeccionar la escena de su
-aún inédito drama. En aquella extremidad de la villa, las murallas
-estaban rotas; solo permanecía entero un torreón, en el cual, bajo un
-arco tapiado, abríase un portillo. En el tímpano del arco campeaba una
-imagen con faroles sin luz: no se distinguían la calidad y sexo de la
-religiosa figura. No lejos del portillo, por dentro, estaba la escuela,
-y a pocos pasos de esta, con un callejón intermedio, la casa de Aniceto
-Borjabad, donde <i>Pascua</i> moraba. Era vivienda humilde, prolongada
-en el dicho callejón y en otro de travesía por una tapia de corral o
-patio. Puerta vieron en la fachada, portalón en la tapia, como para el
-entrar y salir de animales de labranza.</p>
-
-<p>Fuera del portillo se iniciaba un caminejo tortuoso, con abruptas
-peñas de una parte, de<span class="pagenum" id="Page_194">p.
-194</span> otra con vertiente también riscosa, camino que en largo
-trecho conservaba la rasante horizontal en sus ondulaciones. Estas eran
-bruscas, determinando anchuras seguidas de irregulares estrecheces.
-Recorrieron los dos hombres como unos doscientos pasos por esta vía
-torcida y llana, hasta llegar a un humilladero, ya de baja en la
-devoción popular. Desde allí partían veredas cuesta abajo, entre rocas
-y zarzas, difícil camino para recorrido de noche, pero muy apropiado
-para una fuga o desaparición en los profundos abismos. Explorado el
-terreno, trataron los amigos del plan de escapatoria. Despediríanse
-del parador a las diez de la noche, saliendo del pueblo con su burra
-y ardilla por donde habían entrado, y en un soto con arboleda, muy
-conocido de Cíbico, establecerían su base de operaciones. En el soto
-quedaría Bartolo con la burra, y Gil subiría por las veredas que antes
-le indicó desde arriba, situándose en la parte interior del portillo
-para esperar a Cintia, que después de las doce se escurriría lindamente
-fuera de su casa, llevándose toda la ropa que pudiera contener en un
-hatillo de fácil transporte.</p>
-
-<p>Salieron, según se ha dicho, y aparentando las formas corrientes del
-trajineo mercantil, bajaron al llano y se corrieron hacia el soto.</p>
-
-<p>—Aquí me quedo yo —dijo Cíbico atando a un árbol la pollina—. Y
-ahora, pues tenemos luna nueva de cinco días, medio creciente, podrás
-enterarte bien del terreno... Aquí hay un puentecillo: pasémoslo...
-Desde esta cabecera parten las veredas que suben hasta el caminejo
-llano que arranca del portillo. La subida<span class="pagenum"
-id="Page_195">p. 195</span> es agria: estúdiala, cuesta arriba, para
-que la bajada te sea fácil. Te sitúas en el portillo por la parte de
-dentro, que estará en sombra. Si Pascuala no puede salir, nuestro
-gozo en un pozo. Al amanecer te retiras... Si la moza halla medio
-de escabullirse callandito, te la traes acá... Con un silbo puedes
-anunciarte, y yo te contestaré imitando un ladrido de perro quejumbrón.
-Ya me lo has oído, y no confundirás mi ladrido artificial con el de
-los perros naturales... Y ya no más, que el tiempo apremia. Súbete
-corriendo, y la Virgen nos ayude y Dios haga la vista gorda... Si bajas
-con tu novia, montará ella en la burra, y ¡hala, hala! antes que sea de
-día llegaremos a Torreblascos; de allí, en buenas caballerías partiréis
-a la estación de El Burgo, y bien disfrazados y con nombre supuesto
-tomaréis billete para Valladolid... Dinero tengo para todo... Y basta
-ya de matemáticas... Yo, general en jefe, te mando que subas <i>como un
-solo hombre</i> a ocupar tu puesto.</p>
-
-<p>En menos de media hora, subiendo aquí, gateando allá, pudo llegar
-el encantado Gil-Tarsis a la vera del portillo. Reconoció el sitio
-por fuera y por dentro, y viéndolo en discreta soledad, se ocultó en
-la parte de sombra, como un centinela se mete en su garita. Hallábase
-el hombre en un desconcierto nervioso tan agudo, que sus sentidos
-no apreciaban fielmente las cosas reales. Si sus ojos le daban la
-sensación de soledad, sus oídos no transmitían al cerebro impresión
-de silencio; oía rumores que no se avenían con la total ausencia
-de personas, animales y bultos movibles.<span class="pagenum"
-id="Page_196">p. 196</span> Por un momento creyó el caballero que se
-le habían metido en las orejas moscardones infernales, que le fingían
-estruendos y voceríos atronadores. Primero sintió ruido de cataratas;
-después... del interior del pueblo venía un rumor completamente absurdo
-en hora tan avanzada de la noche. De la breve visita que en pleno día
-hizo a Pascuala, sacó pegado al tímpano el cantorrio de las criaturas
-deletreando en la escuela: <i>be, a, ene: ban</i>... Y en aquella hora
-crítica de la noche, el encantado cerebro repetía con estruendo de mil
-voces de chiquillo el <i>be, a, ene: ban</i>... Variaba de pronto así:
-<i>che, i, ene: chin</i>.</p>
-
-<p>«¿Será posible —pensó Gil— que a estas horas esté Cintia dando
-lección a los chicos? No, no puede ser... Es engaño de mis oídos...
-pero ¡qué terrible engaño!»</p>
-
-<p>En esta confusión, un nuevo extravío, quizás realidad anormal, le
-impresionó por el sentido de la vista. De la parte afuera del portillo
-venía un resplandor de luz verdosa que a cada segundo se hacía más
-lívida. Salió Gil a cerciorarse de tan extraño fenómeno, y vio que por
-encima de un alto monte, no situado al Naciente, salía la inverosímil
-aurora verde... La luna derivaba hacia Poniente, blanca y pensativa.
-La claridad lívida iluminaba todo el camino curvo y las pendientes que
-bajaban hacia el río. Diríase que celestes bengalas encendidas por
-ángeles, ya que no por demonios, imitaban o fingían un día que burlaba
-las exactitudes cosmográficas.</p>
-
-<p>«No es el día —pensó Gil—; es una noche en que se insubordinan
-con loco humorismo los elementos... Esto es un carnaval de la
-Naturaleza,<span class="pagenum" id="Page_197">p. 197</span> una
-burla que hacen de mí y de Cintia los encantadores perversos, enemigos
-de mi Madre... Madre, devuélveme mis tinieblas, apaga esas luces que
-adulteran mi noche.»</p>
-
-<p>Fuera de sí, trató de volver al pueblo... La luz iba cambiando hacia
-un rosa tenue... Intenso rosa era ya, cuando Gil vio aparecer a Cintia
-franqueando el portillo con paso inseguro y actitud medrosa. Hacia ella
-corrió, vacilante entre la alegría y un dudar angustioso. ¿Era Cintia
-en cuerpo y alma, o falaz apariencia, obra de los genios malignos que
-habían trocado la noche oscura en día rosado? Tocó los brazos, el
-hombro y la cabeza de la hermosa mujer, diciéndole:</p>
-
-<p>—Cintia de mi vida, creí que no eras tú, sino tu imagen... ¿Estás
-segura de ser tú?</p>
-
-<p>—Yo soy —dijo Pascuala temblando—. No sé cómo he podido salir... Mi
-tía Sabina no quería dormirse, como si sospechara mi fuga... He podido
-sacar parte de mi ropa, que traigo en este envoltorio... Y aquí me
-tienes, Gil... quiero y no puedo. Cada paso que doy hacia ti me cuesta
-un esfuerzo enorme... Estoy paralizada... Estoy alucinada. Dime: ¿qué
-claridad es esta, y de dónde viene? Veo los montes, el sendero; véote a
-ti en una espléndida iluminación rosada...</p>
-
-<p>—No sé quién ha encendido esta luz —dijo el caballero, poseído de
-estupor y ansiedad—. Explícame otro fenómeno que me confunde y anonada.
-¿De noche das lección a tus chiquillos? He oído las voces tiernas
-deletreando.</p>
-
-<p>—No doy lección de noche. Es absurdo... —repitió Cintia, cuya
-voz y actitudes eran como las de una sonámbula—. Y también yo... no
-sé<span class="pagenum" id="Page_198">p. 198</span> lo que me pasa...
-yo también oigo el sonsonete de mis amadas criaturas... ¿Qué es esto?
-Parece que salen en tropel de la escuela... Vienen tras de mí.</p>
-
-<p>—Ven... huyamos... salvémonos de esta fascinación horrible...
-hechicería que no entiendo.</p>
-
-<p>Tiró del brazo de Cintia, y esta clamó acongojada:</p>
-
-<p>—Me haces daño. No puedo andar.</p>
-
-<p>Oíase la cantinela infantil más cercana, como traída por un
-ventarrón que venía del pueblo. Y de súbito aparecieron, corriendo y
-brincando, niñas y niños... La primera tanda era de diez o doce...
-siguieron como unos veinte... luego fueron cientos, que a los ojos
-aterrados de Gil eran miles. Unos traspasaban el portillo, otros
-saltaban entre los huecos del muro despedazado. El enjambre no tenía
-fin; el griterío era como un inmenso piar de pájaros o zumbar de
-insectos. La turba rodeó a Cintia; innumerables manecitas se agarraron
-a la falda de la maestra, y mientras unos repetían el <i>che, i, ene:
-chin</i>, otros chillaban: «<i>Pascua</i>, nuestra <i>Miga</i>, no te
-vas... <i>Pascua</i>, no dejar tus nenes... <i>Miga</i>, ven con niños
-tuyos.»</p>
-
-<p>Centuplicó Gil su voluntad, y echando los brazos al talle de Cintia,
-trató de vencer las ligaduras, que, por ser tantas, vigorosamente la
-sujetaban. Algunas criaturas, encaramándose sobre otras, subían hasta
-el cuello de la maestra, y la oprimían con sus brazos y apretaban
-sus caritas contra el rostro de ella. El colosal esfuerzo de Gil fue
-tan vano, como si arrancar quisiera un sillar empotrado en fuerte
-muro... Ahogada por los abrazos, inmovilizada<span class="pagenum"
-id="Page_199">p. 199</span> por los tirones, Cintia solo pudo decir:</p>
-
-<p>—No me dejan... Vete, Gil... Ya ves, no puedo... Esclava soy de esta
-menudencia...</p>
-
-<p>Sintiose el caballero paralizado... Quiso hablar: no pudo. Vio a
-Cintia desaparecer bajo el arco del portillo conducida por la infantil
-turba, cuyos chillidos triunfales se apagaban en el interior del
-pueblo.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch17">
- <h2 class="nobreak g0">XVII</h2>
- <p class="subh2">De las extraordinarias visiones, y del feliz
- encuentro que tuvo el caballero en su retirada de Calatañazor.</p>
-</div>
-
-<p>Cegado por la luz, que aumentaba en viveza, y sacudido por intensa
-vibración de toda su máquina muscular, cayó al suelo el pobre Gil, y
-sin conocimiento estuvo largo rato. Al recobrarse, advirtió mermada
-la luz absurda que hizo de la noche día. Levantose con lento mover de
-sus remos, como una bestia enferma; quiso dirigirse al pueblo; pero
-sus pasos torpes recaían sin ruido en el mismo sitio. Llegó a creer
-que el suelo se movía en dirección contraria... Fuerza irresistible
-le llevó hacia el humilladero, y a precipitarse desde allí veredas
-abajo... Huyó descendiendo, perseguido a su parecer por un gigante de
-estatura más que desaforada, que se despeñaba voceando, como inmenso
-témpano desgajado del monte y convertido en grotesca figura humana... A
-mitad<span class="pagenum" id="Page_200">p. 200</span> de la cuesta,
-cuando ya se creía Gil a punto de ser aplastado, el gigante se rompió
-en pedazos mil, con chasquido de roca volada por el barreno. Respiró
-el infeliz hombre; sus pobres huesos requirieron el descanso, y por
-largo espacio indeterminable permaneció sin movimiento, al amparo de un
-enmarañado matorral. Cuando intentó seguir descendiendo hacia el soto,
-se había extinguido la luz rosada, y por Oriente, con dulce claridad,
-despegaba sus pestañas el nuevo día.</p>
-
-<p>Recordando las órdenes de Cíbico, anunció Gil con un silbo su
-regreso, y fue contestado por ladridos de perros que de una parte y
-otra lanzaban clamores estridentes. Entre tal algarabía perruna, no
-distinguió el ladrido artificial de su amigo. Llegado al punto en que
-había quedado Bartolo con su burra, no vio al animal ni al hombre.
-Recorrió el contorno. Todo era soledad, un cristal opaco rasgado por
-lúgubres ladridos. ¿Qué había sido del servicial <i>paniquesero</i>,
-cuyas raras prendas coronaba la preciosa virtud de la puntualidad?
-Caminó a la ventura, indagando con ojos y oídos, y en el lindero del
-soto con la tierra calva halló un cabrero viejo, peludo y de bizco
-mirar, que le dijo:</p>
-
-<p>—¿Buscas a Bartolo? Échale un galgo. Se le escapó la ardilla, y
-como alma que lleva el demonio ha corrido en busca de ella. Yo vi
-al animal brincando por entre estos chaparros... Un perro iba tras
-ella... y ella, pim, ganó aquel alcornoque... Subió Cíbico al árbol...
-yo atajé al perro... La saltimbanquesa no se dejaba coger de su amo,
-y despareció junto a las casas del <i>Crudo</i>... Allí... en aquel
-ribazo... Creímos<span class="pagenum" id="Page_201">p. 201</span> que
-los chicos del <i>Crudo</i> habían atrapado la ardilla... Corrió Cíbico
-rabioso y llorón, como si fuera tras de su alma camino del infierno...
-Los chiquillos volaron... No sé más. Por ahí va el hombre loco, ahora
-clamando a la Virgen, ahora al demonio... En aquel cerro bajo, entre el
-molino y la vuelta del Robledal, está la comedia... ¡Vaya una comedia!
-El alma que se escabulle... el cuerpo que la sigue... ¡María Santísima,
-las cosas que uno ve!... ¡Pobre Bartolo!... ¿Para qué hiciste de una
-ardilla un alma?... Abur, paisano; yo me voy a lo mío.</p>
-
-<p>Siguió Gil la dirección que el pastor viejo le marcaba. A la hora
-de un incierto vagar, vio en la cresta chata de un extenso cerro
-la silueta de la desbocada burra, caballero en ella el gran Cíbico
-blandiendo una espada, sable o garrote. Como iban a contra-luz, no se
-distinguía bien el arma. El grupo ecuestre y disparado era todo negro.
-Tras él corrían innúmeros perros ladrando... De un término lejano
-venían risotadas de chiquillos. La burra no corría, volaba... En el
-jinete advirtió Gil todo el aire y bizarría de las figuras épicas... No
-pudiendo seguirle, buscó su descanso en un grupo de encinas que a mano
-derecha veía, y al amparo del ramaje oscuro tumbó sus pobres huesos
-molidos, y trató de restablecer en su espíritu la serenidad locamente
-alterada por los anómalos sucesos de la noche anterior. A poco de estar
-en aquel recuesto, viose rodeado de cabras, y tras ellas apareció el
-pastor anciano, peludo y bizco, el cual, hallándole tan quebrantado,
-le invitó a un frugal desayuno de pan y queso, que el caballero hubo
-de<span class="pagenum" id="Page_202">p. 202</span> aceptar con
-ansioso instinto de reparación orgánica.</p>
-
-<p>Bebieron agua fresca de una fuente próxima; platicaron de nuevo, y
-Gil quiso completar su descanso requiriendo el sueño; el viejo cabrero,
-que dijo llamarse Dimas Alonso, le incitó a que durmiera, asegurándole
-que velaría su reposo, pues en aquellos contornos apacentaría su rebaño
-hasta la tarde. Durmió el pobre caballero, despertando a la hora de
-la siesta, y otra vez pegaron la hebra de la conversación, contándose
-algo de sus vidas. Dimas había servido al Rey; estuvo en la guerra de
-África; conservaba con devoción juvenil el recuerdo de los Castillejos,
-de Montenegrón y Tetuán... Enfermó del cólera; sanó por especial amparo
-de Nuestra Señora de los Ángeles, a quien desde su niñez tenía por
-abogada y protectora. A su vez, Gil se declaró devoto de la <i>Madre
-del Amor Hermoso</i>, que para él era lo más alto y divino que en el
-campo religioso y en el cielo mismo existía, y en estas inocentes
-expansiones se les fue la tarde. Al anochecer, Dimas encaminose con
-sus cabras a Calatañazor, donde con ellas residía; Gil le acompañó
-hasta el soto, y mientras pastor y rebaño remontaban la fragosa cuesta
-en dirección al portillo, el encantado quedó con las miras y las
-intenciones nuevamente fijas en el fatídico pueblo.</p>
-
-<p>¿Subiría protegido de la noche a violentar solo la casa de Cintia y
-arrebatar a esta de grado o por fuerza? ¿Esperaría nuevos avisos de la
-dama? ¿Pero qué avisos ni qué carneros si faltaba el mediador Cíbico,
-perdido en la<span class="pagenum" id="Page_203">p. 203</span> captura
-de la vagarosa ardilla, ávida de libertad? En estas mortales dudas
-estaba el hombre, cuando advirtió que en el picacho más alto de los que
-dominaban la villa se iniciaba una rosada aurora. Por momentos crecía
-en intensidad la fantástica luz; por momentos se sentía el caballero
-invadido del estupor terrorífico de la noche de marras... El rosado
-fulgor se manifestó en algo que parecía nube confundiéndose con la cima
-del monte, y la nube refulgente tomaba forma, y en esta se marcaron
-las facciones, el rostro de la Madre. Era ella, sin duda; Gil pudo
-apreciar la expresión dulce y grave, la mirada profunda, la sonrisa
-bondadosa...</p>
-
-<p>El gozo del caballero rayaba en delirio cuando vio la figura
-completa, de estatura no inferior a la del monte mismo, cual si este,
-conservando su talla ingente, se personificara por arte mitológico
-en la más gallarda y majestuosa mujer que vieron los siglos. La
-Madre descendía, y sus pasos eran de tal magnitud, que los llamados
-de gigantes serían junto a ellos pasos de liliputienses. Retrocedió
-Gil aterrado, pensando que si la Señora ponía sobre él uno de sus
-pies, aplastado había de quedar como una hormiga... Pero huyendo
-hacia atrás advirtió el caballero que la grande y terrible imagen iba
-perdiendo su colosal tamaño a medida que avanzaba. El traje luengo
-y flotante ondulaba movido del viento; la figura venía un tanto
-encorvada, apoyándose en un palo que aventajaba en tamaño a los más
-robustos pinos... Menguaba poco a poco... y no solo menguaba, sino que
-acercándose al caballero le<span class="pagenum" id="Page_204">p.
-204</span> decía con afable acento:</p>
-
-<p>—No te asustes, hijo; voy hacia ti. No huyas. Como sé crecer,
-sé achicarme cuando quiero ponerme al habla con los pequeños y
-humildes...</p>
-
-<p>Parose Gil en firme, y atento a la inmensa persona la vio decrecer
-más hasta llegar, ¡cosa inaudita, jamás consignada en las humanas
-efemérides! hasta llegar, digo, a una talla y proporción iguales a la
-del espantado caballero.</p>
-
-<p>—Madre querida —le dijo este, de hinojos ante ella y besándole la
-mano—, al fin das a tu pobre hijo el consuelo de tu presencia. Déjame
-que te adore; déjame que me humille ante ti...</p>
-
-<p>La Madre, con gesto majestuoso, ordenole que se levantara, y luego
-le cogió el brazo, requiriendo apoyo con dulces palabras:</p>
-
-<p>—Ayúdame a vencer los altibajos de este camino pedregoso. Con el
-sostén de tu brazo firme y la luz rosada que nos alumbra, llegaré a
-donde quiero ir.</p>
-
-<p>Al servicio de la Madre puso Gil todo su filial cariño. Dando juntos
-los primeros pasos, notó el caballero que la Señora mil veces augusta
-presentaba en su faz hermosa y en su actitud señales de envejecimiento.
-Palidez y algo de demacración eran bien claras en su rostro, y andaba
-un poquito encorvada, asegurando el paso con la cautela que exigía
-el peso de su cuerpo. Una pregunta del caballero, sugerida por la
-ternura y un amor inocente, fue la primera cláusula de este coloquio
-interesante, que el narrador copia de un códice guardado en la
-biblioteca de la catedral de Osma.</p>
-
-<div class="drama">
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_205">p. 205</span><span class="sc">La
-Madre.</span>—El abatimiento que has advertido en mí no es vejez. Yo
-no envejezco. No es tampoco enfermedad. Yo no padezco más enfermedades
-que los enojos y pesadumbres que me dan mis hijos. Me verás rozagante y
-alegre cuando la muchedumbre de mis criaturas se muestra enmendada de
-sus delirios y con inclinaciones al bien y a la paz. Me verás triste
-y caduca cuando la grey que lleva mi nombre se desmanda y quiere
-precipitarme por senderos abruptos.</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span>—No te pregunto la causa de tus
-penas. Presumo que los encantados no tenemos derecho a conocer lo que
-pasa del lado allá del muro que marca nuestro confinamiento.</p>
-
-<p><span class="sc">La Madre.</span>—Algo sabrás por ti mismo, sin
-necesidad de que traiga yo a tu conocimiento la realidad del mundo
-que dejaste por tus culpas, viniendo a esta ejemplaridad. Nada debo
-decirte de lo de allá; algo, sí, de lo tuyo, pues en tu destierro miro
-por ti, deseosa de tu regeneración. Anoche te vi en el grave empeño
-del rapto de Cintia. Invisible salí a tu encuentro; mas superiores
-leyes, que enfrenan mi voluntad, impidiéronme prestarte el socorro que
-por impulso de mi corazón te hubiera dado. Yo puedo mucho contra mis
-hombres; contra los niños de mis hombres, o sea de mis hijos, no puedo
-nada. Así, cuando observé que tras de Cintia salían a detenerla y a
-disputártela los inocentes párvulos de la escuela de Calatañazor, me
-vi<span class="pagenum" id="Page_206">p. 206</span> paralizada como
-tú, y nada pude hacer. En los tiempos que corremos, Gil, los niños
-mandan. Son la generación que ha de venir; son mi salud futura; son
-mi fuerza de mañana. Les he visto agarrados a su maestra y he tenido
-que decirles: «Andad con ella, chiquillos... defendedla del ladrón.»
-No sé si comprendes esto; no sé si tu inteligencia encantada penetrará
-la oculta razón de mi proceder en el lance de anoche. Piensa en ello,
-<i>Asur, Hijo del Victorioso</i>.</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Ya entiendo que he de ser vencedor
-de mí mismo, y ahora me doy cuenta de que para poseer la persona de
-Cintia, como poseo su alma, mi conducta debe ser otra. En vez de
-arrebatarla, separándola de la crianza mental de los niños, procederé
-más cuerdamente haciéndome yo también maestro y asociándome a su labor,
-para que, en perfecto himeneo de voluntades, de corazón y de oficio,
-vivamos juntos consagrados a la misma obra santa.</p>
-
-<p><span class="sc">La Madre.</span>—No vas descaminado. Dentro de tu
-esclavitud tienes libertad de pensamiento y de inclinaciones. Tú verás
-lo que haces. Yo he de favorecerte siempre que te vea en vías tortuosas
-o rectas, que conduzcan a mis grandes fines. Esta noche, sabiendo que
-te encontraría en mi camino, he querido que mi presencia dé algún
-alivio a tus afanes. Enteramente humana me tienes a tu lado. No soy
-esta noche la matrona excelsa que te llevaba en veloz andadura de cerro
-en monte hasta las<span class="pagenum" id="Page_207">p. 207</span>
-cumbres de Urbión; soy una pobre vieja que va pausadamente, asistida de
-este bastoncillo, a visitar apartados rincones de sus reinos. Te llevo
-conmigo, y verás que no pisaré fortalezas de magnates, ni palacios
-de príncipes de la Milicia o de la Iglesia; que no me inclinaré ante
-duques o marqueses, ni ante damas linajudas en quienes brillan por
-igual ingenio y belleza. Voy a consolar con mi persona las almas de los
-más humildes, de los vencidos y desesperanzados; a llevar a sus tristes
-veladas una palabra refrigerante y una esperanza dulce.</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Si te admiré divina, viéndote humana
-es más puro mi cariño, más honda mi reverencia. ¿Podré saber qué
-comarca es esta y a dónde vamos?</p>
-
-<p><span class="sc">La Madre.</span> <span class="acot">(Parándose,
-señala en redondo con su palo la extensa cavidad del valle, de una
-parte los altos riscos, de otra los escalonados alcores de suaves
-curvas.)</span>—Estamos, hijo mío, en el escenario de la batalla
-formidable que los Reyes de León y de Navarra y el Conde de Castilla
-dieron y ganaron al pobre Almanzor; al grande Almanzor debo decir, pues
-le tengo por uno de los más ilustres guerreros y políticos que han
-nacido en mis tierras. En esta parte de suelo que ahora pisamos le vi
-caído en tierra, invocando con acento tristísimo a su Alá y quejándose
-de que le desamparase en la ruda pelea... Era hombre de elevados
-sentimientos y de altas miras... En la huida le llevaron a cuestas los
-suyos con todo el cuidado y<span class="pagenum" id="Page_208">p.
-208</span> miramientos que por su grandeza merecía. Con los restos
-de su ejército tomó el caudillo la vuelta de Almazán; de allí fue a
-Barahona, y de Barahona a Medinaceli, donde acabó sus días gloriosos...
-Yo le lloré, como lloraba en igual caso a los mejores entre los míos...
-Y pasados años novecientos desde aquella fecha... calcula tú, hijo mío,
-lo que ha llovido desde 1002 acá... veo en mi raza confundidas las
-grandezas árabes con las ibéricas, así en la guerra como en la política
-y en las artes, y aspiro a mantener fraternidad con los que fueron mis
-conquistadores y luego mis conquistados... Tú no comprenderás esto.
-Tienes tu cerebro revestido de telarañas, obra lenta de los altercados
-religiosos en siglos y siglos... Pues yo te digo ahora, para que te
-pasmes y pasmándote vayas aprendiendo, que toda guerra que mis hijos
-traben con gente mora, me parece guerra civil.</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Esa idea introduzco en mi cabeza, y
-aquí quedará para siempre. Como idea tuya, no habrá mejor plumero para
-limpiarme de telarañas... <span class="acot">(Advirtiendo que cae una
-lluvia fina y glacial... como puntas de nieve.)</span>—Si te parece,
-Madre, apresuremos el paso. La noche se presenta fría, y si hemos de
-ir lejos, no estará de más que busquemos abrigo y hagamos alto en el
-primer lugar que encontremos.</p>
-
-<p><span class="sc">La Madre.</span>—No temas, hijo. El lugar a donde
-vamos está muy próximo. Tiremos ahora de esta parte. ¿Ves aquella
-lucecita que<span class="pagenum" id="Page_209">p. 209</span>
-parpadea cariñosa en un repliegue hondo entre dos cerros? Pues esa es
-la estrella que nos guía al portal o Belén de nuestro descanso, el
-cual es una aldeíta pobre y olvidada de los geógrafos, que se llama
-<i>Boñices</i>, que a poco que se resbale la lengua la llamaríamos
-<i>Boñigas</i>: tal es su insignificancia y humildad. En un cuarto de
-hora espero que llegaremos, y en el tiempo que yo permanezca entre
-los misérrimos hijos que allí tengo, Boñices será la capital de mis
-estados.</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span>—Adelante, Señora. Gracias a la luz
-rosada, franquearemos sin tropezones este ingrato sendero.</p>
-
-<p><span class="sc">La Madre.</span>—La llovizna nos coge ahora
-de cara... Yo no la temo. Tengo mi rostro bien curtido para estas
-inclemencias que hacen a mis hijos duros, y tan insensibles al frío
-como al calor. Tú también te has endurecido, según veo, y te has dejado
-en los aires sutiles y en los ardores del sol tu antigua carita de
-galancete afeminado.</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span>—En los días ásperos de la Aldehuela
-empecé a soltar mi máscara de cera, y cambié los goznes quebradizos de
-mi máquina corporal por otros de acero.</p>
-
-<p><span class="sc">La Madre.</span>—Al nombrar la Aldehuela traes a
-mi memoria algo que tenía que decirte, y es cosa en verdad lamentable.
-¿Sabes que ha muerto el pobre José Caminero?</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span> <span
-class="acot">(Consternado.)</span>—¡Ay, qué desgracia!... Dios le
-perdone a él y nos perdone a todos.</p>
-
-<p><span class="sc">La Madre.</span>—Herido de muerte cayó sobre el
-arado, como el atleta que espira al dar de<span class="pagenum"
-id="Page_210">p. 210</span> sí el postrer esfuerzo, agotada la reserva
-vital. Luchó con la tierra; murió en la batalla, como un héroe que
-no quiere sobrevivir a su vencimiento. Si estuviéramos en la edad
-mitológica, Ceres y Triptolemo le llevarían a su lado en un lugar del
-Olimpo. Ahora, ni rastro de su nombre quedará entre los vivos.</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span>—¡Pobre Caminero! Siento su muerte
-tanto como me apena el mal que le hice.</p>
-
-<p><span class="sc">La Madre.</span>—A buenas horas mangas verdes...
-Tu conciencia es de las que arguyen tarde, cuando el mal causado no
-tiene remedio. A la pobre <i>Usebia</i> encontré anteayer de vuelta
-de Nafría, desolada. Aunque nada me dijo, entiendo que había ido en
-tu busca para proponerte que entraras de nuevo a su servicio. Como no
-te encontró, llevaba en su alma doble luto. Ayer montó en su burra,
-llevando al chiquillo a la grupa. Iba camino de Tagarabuena, a pedir
-amparo a don Gaytán de Sepúlveda.</p>
-
-<p><span class="sc">Tarsis.</span> <span
-class="acot">(Distraído.)</span>—Séale don Gaytán benigno.
-<i>Usebia</i> es mujer trabajadora y de buen entendimiento. Saldrá
-adelante con sus tierras, si don Gaytán o Dios le deparan un criado
-fiel, que tenga conocimiento y práctica de las labores, y además... sea
-joven y bien plantado.</p>
-
-</div>
-
-<p>Silenciosos ambos, y atentos al escabroso atajo por donde iban, el
-cual más que camino era un arroyo sin agua, avanzaban hacia el término
-de su viaje, guiados por la risueña lucecita. Ya próximos al humilde
-lugar, Gil habló<span class="pagenum" id="Page_211">p. 211</span> de
-la desaparición de Cíbico, que había tomado carrera con furia loca,
-cual si quisiera correr todo el mundo en busca de su ardilla. A más de
-condolerse de la ausencia del amigo, esta le afectaba personalmente,
-pues en la carga de la burra iba el hatillo de la ropa de él, y no
-podría vestirse de limpio si la disparada bestia no parecía. Bien haría
-la Madre excelsa en compadecerse del pobre caballero encantado, y con
-solo que aplicase unas miajas de su poder maravilloso a la solución de
-tan insignificante conflicto, este quedaría resuelto, recobrados Cíbico
-y su asna, y hasta la traviesa y maleante ardilla. A esto contestó
-la ilustre Señora parándose y soltando una grave risa con donosas
-palabras:</p>
-
-<p>—Me río, porque tu pretensión de que yo emplee mi poder en buscar
-una pobre alimaña escapada de la esclavitud, trae a mi memoria los
-requerimientos de aquellos hijos míos que en mi nombre dirigen la
-sociedad. Esos cuitados no saben determinar nada por sí. A lo mejor
-vienen a mí y me dicen: «Madre, se me ha perdido el entendimiento; se
-me ha perdido la fórmula...» ¿Qué es la fórmula? Pues una receta para
-confeccionar las mixturas y pócimas con que embriagan o adormecen a
-la muchedumbre gregaria. Y quieren que yo les busque la formulilla
-perdida, como tú pides ahora que busque y atrape la alimaña de Bartolo.
-El caso es el mismo. Si parece la ardilla, parecerá Cíbico, y tras
-él la burra, y tu ropa para poder mudarte. Pues ellos, paralelamente
-a ti, me piden la fórmula para poder vestirse de limpio... Pero no
-hablemos de esto ahora; yo veré<span class="pagenum" id="Page_212">p.
-212</span> si me conviene buscarte la bestezuela, o si es más hacedero
-y práctico proveerte de nueva ropa, pues aquella que dejaste en la
-pollina ya está, como sabes, hecha trizas de los golpetazos que dan las
-lavanderas sobre las piedras del río. Déjalo a mi cuidado, y sigamos,
-que ya estamos casi a las puertas de Boñices, pueblo en verdad digno
-de ser visto, porque él es el emporio de la miseria. Yo, cuando entro
-en él, como en otros igualmente consumidos y muertos, me parece que
-entro en mi sepultura... sí... no te espantes... en la sepultura que
-entre todos me estáis cavando para el descanso de estos antiquísimos
-huesos.</p>
-
-<p>Tembló el caballero al oír esto, y una vibración glacial le corría
-por el espinazo.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch18">
- <h2 class="nobreak g0">XVIII</h2>
- <p class="subh2">Refiérese lo que el caballero vio y oyó en el mísero
- y olvidado lugar de Boñices.</p>
-</div>
-
-<p>A la entrada del pueblo, fue recibida la ilustre pareja por una
-lucida representación de chiquillos descalzos y andrajosos; por una
-corte de damas escuálidas, ataviadas con refajos corcusidos de mil
-remiendos, y por algunos caballeros en quienes se suponían, sobre el
-paño pardo, las invisibles veneras de un trabajo estéril y el gran
-cordón de la infinita paciencia. Hicieron todos cortesías y zalemas
-cariñosas,<span class="pagenum" id="Page_213">p. 213</span> de
-arcaico son y sentido, y la soberana vieja, que en aquella ocasión,
-de vieja venerable tenía todas las trazas, avanzó despacio, asida
-al brazo de su escudero. A cada paso de ella salían de las humildes
-puertas más desdichadas personas, y cada cual pronunciaba su saludo de
-afable reverencia. Las calles o ronderas del pueblo eran como ramblas
-angostas, llenas de cantos rodados, traídos por las aguas que en días
-nefastos descendían furiosas de la cercana sierra de Cabrejas. En
-angulosa encrucijada vieron la torre de la iglesia, alta, fantástica
-y muda; revelaba su mole una melancolía perezosa; sus campanas, si
-las tenía, guardaban avaras el son grave y místico. Al ver la torre,
-preguntó la Señora a sus acompañantes:</p>
-
-<p>—¿Y mi buen amigo don Venancio, por qué no ha salido a recibirme?</p>
-
-<p>Dijéronle que el cura tenía enfermos en su familia. Siguió la Madre,
-y a los pocos pasos entró en una casa que no era la mejor del pueblo,
-ni tampoco la peor, aunque en calidad poco se llevaban unas a otras.
-En la puerta fue recibida por una mujer vestida de negro, de estas
-que más parecen envejecidas que viejas, flaca, rugosa y desguarnecida
-de los dientes incisivos, la cual con tanto alborozo como respeto la
-saludó:</p>
-
-<p>—Dios la traiga, <i>señá María</i>, consuelo y alegría de estos
-probes.</p>
-
-<p>Derecha entró la Madre hacia la cocina, que al extremo del pasillo
-se anunciaba, y atraía con su dulce calor. Hombres y mujeres dieron
-a la dama bienvenida cariñosa. En la cocina fue a ocupar un sillón
-de madera rústica con asiento formado de un tejido de cuerdas. La
-luz era de teas,<span class="pagenum" id="Page_214">p. 214</span> a
-la que pronto se agregó un candil macilento, encendido en obsequio a
-la excelsa visitante. Los que tras ella entraron, dos hombres y una
-mujer, quedando los demás en la puerta contenidos por la veneración,
-sentáronse frente a ella en el poyo macizo o en derrengadas banquetas,
-y a los pies de la Madre se sentó Gil en el santo suelo, con familiar
-abandono de sirviente leal o deudo preferido.</p>
-
-<p>—Mala está la noche para venir a pie desde Clavijo —dijo un anciano
-de largo pelambre, cegato, de corpachón abrupto y cansino, que ocupaba
-el asiento más cercano al hogar frente a la dama—. ¿Por qué no vino mi
-<i>doña María</i> en el carro?</p>
-
-<p>—Porque a una de las mulas la tengo cojita, y la otra la he tenido
-trabajando todo el día en la noria. Me acompaña este criado, este buen
-Gil, a quien no conocéis, y que os presento como el más fiel de mis
-servidores.</p>
-
-<p>Volviéndose luego a la dueña de la casa, que de rodillas ante el
-hogar avivaba el rescoldo, y acaldaba los pucheros entre la ceniza
-salpicada de brasas, le dijo:</p>
-
-<p>—Como no me esperabas, Fabiana, no habrás dispuesto cosa mayor para
-que cenemos en tu compañía. Pero no vengo desprevenida, y por vosotros
-más que por mí os traigo los sobrantes de mi miseria, no tan rasa y
-monda como la vuestra.</p>
-
-<p>Diciéndolo, metió mano al pecho por debajo del manto que
-holgadamente la cubría, y sacó una soberbia hogaza de ocho libras,
-olorosa aún de la reciente cochura. Al recibir el pan, Fabiana lo besó
-como a cosa bendita. Y ante el estupor de los presentes, metió mano la
-Señora<span class="pagenum" id="Page_215">p. 215</span> por el otro
-lado del pecho y sacó una ristra de cebollas y una sarta de chorizos...
-luego, no se supo de dónde, dos perdices muertas colgadas por los
-picos. Y si todos se maravillaron de lo que vieron, Gil no salía de su
-estupor, pues al venir con la Madre no había notado en el cuerpo de
-esta el embarazo que supone traer entre la ropa objetos de tanto peso y
-bulto. Sin duda funcionaba el arte de magia o encantamiento...</p>
-
-<p>—Pon a un lado las perdices —dijo la Señora—, y con el pan que te
-traigo nos harás unas buenas migas, aderezadas como tú sabes... Con
-las migas me basta para cenar, y los demás no han de estimar corta la
-cena.</p>
-
-<p>—¿Qué ha de ser corta —dijo el viejo melenudo y cegato—, si, como
-sabe Vuecencia, estamos todos en el caso de aquel pueblo donde se
-pregonaba: <i>Aquí es Villagorda, un garbanzo en cada olla</i>?</p>
-
-<p>El que así hablaba era el maestro de párvulos de Boñices, agraciado
-por la España oficial con el generoso estipendio de quinientas pesetas
-al año; hombre que en largos días de magisterio había sutilizado su
-corta ciencia doctorándose a sí mismo en la gramática parda y en la
-filosofía parduzca, sabio en recetas de vida, eruditísimo en refranes.
-Su nombre, largo como un alfabeto, era de los que empiezan y no
-acaban: <i>don Alquiborontifosio de las Quintanas Rubias</i>; mas por
-abreviar le llamaban <i>don Quiboro</i>, que así las gentes acortaban
-kilómetros entre la primera y la última letra. El buen señor, rendido
-a su cansancio y a la miseria del pueblo, no enseñaba cosa alguna a
-los chicos, y les entretenía contándoles cuentos<span class="pagenum"
-id="Page_216">p. 216</span> para que adormecieran el hambre, o salía
-con ellos al atrio de la iglesia para jugar al <i>chito</i>.</p>
-
-<p>A don Alquiborontifosio siguió en el uso de la palabra la mujer
-que junto a él se sentaba, anciana de estatura tan lucida como la
-de la Madre, mas tan seca de rostro, que este se distinguía de las
-calaveras por el mover de la mandíbula sin dientes, emitiendo una voz
-de ultratumba, y por el brillo de sus ojuelos de lechuza, habituados a
-ver de noche más que de día. Era madre de Fabiana, cuatro veces viuda,
-y había dado al mundo veintidós hijos, de los cuales solo vivían tres.
-Su edad competía con la del siglo, pues nació en tiempo del intruso don
-José I. Ayudando a su hija en la preparación de las migas, le picaba el
-pan, mientras Fabiana disponía la sartén, el aceite y los ajos... A una
-pregunta de doña María, respondió con estas lúgubres razones:</p>
-
-<p>—Mal tercio me ha hecho Dios teniéndome en este mundo tanto tiempo,
-para que vea disoluciones tales. La que aguantó cuatro maridos y
-parió hijos veintidós, parto doble tres veces, ¡ay! ya tiene derecho
-a estirar la pata y dormir la mona eterna... Si me manda relatar el
-mal de Boñices, direle que desde la última noche que vino acá Su
-Merced, tenemos más calamidades, más. Dos nietos míos, Luis y Macario,
-hombrachones recios como encinas, casados, y con tres criaturas el
-uno, con seis el otro, han salido ayer camino de un puerto de mar
-que llaman Santander para embarcarse en unas naves que van a las
-Américas... Se contrataron para trabajar en un campo de siete mil<span
-class="pagenum" id="Page_217">p. 217</span> leguas, o qué sé yo...
-Llévanse a las mujeres y a los críos.</p>
-
-<p>—A todos no —dijo interrumpiendo el hombre que junto a la viejísima
-mujer se sentaba, el cual era un vecino llamado Cernudas, albéitar
-<i>in illo tempore</i>, sacristán después, y hogaño enterrador
-del pueblo—; a todos no, que la semana pasada enterré yo a dos
-de los de Macario y a uno de Luis. Si la Señora quiere saber la
-<i>estadiquista</i>, como dicen en Soria, la cuenta de sepulturas, sepa
-que en los años de más muerte enterraba yo cuatro cuerpos cristianos
-cada año, y ahora salimos a ocho por mes, sin contar criaturas que van
-a la tierra como moscas.</p>
-
-<p>Era Cernudas un tipo regordete, calvo, y a veces risueño, contraste
-violentísimo con sus fúnebres funciones en el lugar. Las chapas de sus
-mejillas indicaban el hábito de alegrarse con vino; mas como en Boñices
-escaseaba horriblemente el <i>morapio</i>, los dichos rosetones de la
-carátula del sepulturero degeneraban ya en manchas violáceas, como de
-cardenales recientes.</p>
-
-<p>—Entenderalo mejor Vuecencia —dijo don Alquiborontifosio— cuando
-sepa que éramos aquí ciento veinticinco vecinos, y ahora, por bien que
-hagamos la cuenta, no sale mayor suma que treinta y dos. Lo demás se lo
-han llevado las malas cosechas, la falta de dinero, pues no hay quien
-posea dos pesetas, y los bandidos del Fisco, embargando tierras por no
-poder estos infelices con el peso de la contribución. El arrastrado
-Fisco saca las tierras a remate, y no viene ningún forastero a
-comprarlas<span class="pagenum" id="Page_218">p. 218</span> por miedo
-a la infección de tercianas, cuartanas y quintanas que aquí padecemos,
-motivado al agua estancada que rodea el pueblo. De esta putrefacción
-murieron el médico y el boticario que teníamos, y ello fue en días en
-que había menos enfermedad que se sonaba, por lo que vino bien aquel
-refrán: <i>El milagro del santo de Pajares, que ardió él y no las
-pajas</i>...</p>
-
-<p>—Mejor salud tenemos acá desde que se llevó Dios al médico —dijo
-la vieja-vieja, por nombre y cognomen Celedonia Recajo—, y aquí,
-don Quiboro, no hay más maleficio que el no comer, y todo eso del
-<i>miquiborio</i> es enredo y trabalenguas como el nombre de usted.
-Que nos traigan pan. Para espantar a la muerte nos bastaría con el
-pan, y con otra cosa que es el pan del alma, la santa alegría... Ya
-no hay mozas en el pueblo, que todas se han ido a Soria y al Burgo, a
-ser criadas o pior cosa. Ya no hay mozos, que unos por servir al Rey,
-otros porque les llama la golosina de las Indias, todos se han ido, y
-aquí no queda quien baile, ni se oye un rasgueo de guitarra. Yo, si
-hubiera un vejestorio que me sacara, bailaría; y aunque fuera danza
-de esqueletos, con la música de huesos contra huesos, se alegrarían
-los que quedan vivos en Boñices... ¡Ay, Boñices, quién te vido cuando
-yo me casé por primera vez, reinando don Fernando el Séptimo, y te
-ve ahora con tu gente ida, y la que queda descomida, y las almas...
-ateridas de tristeza!... Alegría, ¿dónde estás; sal de los cuerpos, a
-do te fuiste?... ¡Ay, ay! Cernudas, llévame pronto allá, y entiérrame,
-y apisona bien la tierra sobre mí, que si no, me arresucito, y saco
-a bailar a don Alquibori,<span class="pagenum" id="Page_219">p.
-219</span> bori... tifonsio... ¡Renegado nombre, que todavía en mil
-años que tengo no aprendí a decirlo de corrido!</p>
-
-<p>Las bromas lúgubres de la secular Celedonia dieron cierta amenidad
-a la velada. Queriendo la Madre alejar la tristeza del ánimo
-entenebrecido de los boñicenses, incitó a don Alquiborontifosio a que
-hablase más de lo que le permitía su respeto. Desatose el maestro en
-estos peregrinos comentarios:</p>
-
-<p>—Cuando yo enseñaba a los chicos a jugar con las letras y a pintarse
-los dedos con los palotes, ellos me socorrían... Uno me traía la ristra
-de cebollas, otro la media decena de huevos, aquel dos medidas de
-leche, quillotro una hogaza de seis libras. Pero vienen los tiempos
-malos, y Alquiborontifosio sale a pedir limosna a los caminos, y lo
-que saco doylo a los niños... Conforme Cernudas va enterrando a mis
-alumnos, mi escuela se va quedando vacía... <i>Donde no hay pan, vase
-hasta el can</i>... Viejo era yo cuando me salió una viuda joven, y
-pensé si me casaría. Pero yo dije: <i>¿Qué hace con la moza el viejo?
-hijos güérfanos</i>... Pasado un año, por mi guapeza y mi habla
-graciosa, otra moza se prendó de mí. Yo pensé, yo vacilé. <i>Demás está
-la grulla al sol, dando la teta al asno</i>, que es como decir que está
-uno perplejo, sin decidirse... La muchacha era fea. Venía bien aquello
-de <i>hambre larga, no repara en salsa</i>... Mas era también rica.
-<i>A la mona que te trae el plato, no le mires el rabo.</i> Yo dudé,
-yo medí mis años y mis redaños, y dije con filosofía: <i>Ni patos a la
-carreta, ni bueyes a volar, ni viejo con moza casar</i>. Ea, he vivido
-luengos días, y aún viviré<span class="pagenum" id="Page_220">p.
-220</span> más con hambres y estrecheces. ¿Qué es la vida? Una muerte
-que come. ¿Qué es la muerte? Una vida que ayuna. Vivamos muriendo.
-¿Cementerio dijiste? Pues entre sepultura y sepultura, testigo
-Cernudas, nunca falta un pedazo de pan y un traguito de vino.</p>
-
-<p>Celebraron todas las humoradas del viejo filósofo y vividor, y en
-esto llegaron otros que a doña María con festejo saludaron. Entre ellos
-venían dos mozos fornidos y guapetones, los únicos que quedaban en las
-proximidades del pueblo, inmunes ya contra el paludismo y resignados
-a la miseria, y uno que a la espalda traía su guitarrillo colgado de
-una cuerda, y era músico, juglar o coplero, de esos que a los pueblos
-divierten con sus ingenuas invenciones de poesía mal trovada y burda.
-Por su andar a tientas y por la fijeza inexpresiva de sus ojos, se
-vio que era ciego. Lleváronle junto a la Madre, cuya mano buscó para
-besársela; sentose en el suelo, y le espetó esta retahíla:</p>
-
-<p>—Gran Señora, dígame si es verdad la <i>lienda</i> que de Su Alteza
-corre por estos pueblos; dígamela, y pondrela yo en solfa con caída de
-sonsonete para recite o cante... Dicen que Su Magnificencia vive en el
-castillo de Clavijo, con su corte de ricas hembras, de caballeros y de
-trovadorcillos que le cantan y le bailan las cosas añejas. Dicen que en
-noches de tempestad se presenta ante el castillo un caballero; llama
-soplando en un cuerno que con su son atruena toda Castilla; levantan
-los de dentro el puente levadizo; entra el jinete en la plaza de armas,
-y vuestros escuderos le tienen del estribo para que baje de su caballo
-poderoso, blanco<span class="pagenum" id="Page_221">p. 221</span>
-como la nieve. Es el Apóstol Santiago que va cuando le place a visitar
-a la gran doña María, y con ella cena en manteles de brocado, y de
-sobremesa platican de las cosas de estos reinos, y de las picardías
-de los hombres ruines que en ellos han puesto el mantel de sus negras
-meriendas. Yo voy a componer unas coplas y seguidillas con este asunto
-para cantármelas de lugar en lugar, y comer de ellas, que el comer es
-necesario, y ya que he tomado este oficio, tengo que sacar de él los
-garbanzos de cada día.</p>
-
-<p>—Puedes componer y cantar lo que gustes, buen hombre —replicó
-la Madre risueña—. Pero cuanto supones de mi vida y mi castillo es
-invención, que no por mentirosa deja de tener su encanto y algún
-crédito en el mundo de las almas. Engaño es la poesía; mas con tal
-engaño se alimentan de substancia pura los entendimientos... Y diciendo
-y cantando cosas que no serán creídas, te aplaudirán las multitudes
-y ganarás honradamente tu pan... Direte ahora la verdad, que no es
-poética ni cantable. Yo vivo pobremente en Clavijo. Soy noble hidalga
-que ha venido muy a menos; no tengo más corte que dos o tres criados
-fieles como este que aquí ves, y mi castillo es una ruina desmantelada,
-donde verás gallinas, patos y otras aves, y algo de cuatropea para mi
-servicio y sustento, y nada más. Amiga he sido del Apóstol Santiago;
-pero hace siglos que el buen señor ni me visita ni de mí se deja ver en
-ninguna parte. En mi casa le tengo pintado en una lámina vetusta, y si
-hablo con él es tan solo para decirle: «Caballero mío, descansa<span
-class="pagenum" id="Page_222">p. 222</span> en tu fuesa, si es que en
-ella yace tu santo cuerpo, y pon tu corcel blanco a tirar de un carro,
-que solo para eso sirve ya...» Esta es la verdad; pero si tú quieres
-<i>lienda</i>, como dices, y vives de ella, componla a tu gusto, y Dios
-te inspire y te ayude, hijo.</p>
-
-<p>—Así lo haré, y algún día oiréis mis trovas en estos y otros caminos
-—dijo el ciego—, si os dignáis pararos en el corro de mis oyentes. Yo
-ando en el canticio y recitorio desde que la gota serena me quitó la
-presencia de las cosas. Mi nombre es Críspulo, y soy conocido en todo
-el mundo, <i>verbi gracia</i>, en toda esta tierra, por <i>Crispulín de
-Chaorna</i>, que tal es el nombre del pueblo donde vi la luz y donde la
-luz me fue quitada.</p>
-
-<p>Muy del gusto de todos fue el relato de Crispulín, a quien la Madre
-invitó a participar de la cena que Fabiana y Celedonia con diligente
-afán disponían. Cuando nadie le esperaba, entró de rondón en la cocina
-el cura del pueblo, don Venancio Niño, varón docto y afable, bienquisto
-de sus feligreses, cuarentón, escueto y de traza pobre. En elogio
-suyo debe decirse que del lado de los mundanos intereses era el más
-cristiano de los hombres, pues cuanto poseía, y lo que le entraba
-por el pie de altar, repartíalo entre sus convecinos afligidos de
-atroces calamidades, reservándose tan solo lo preciso para la precaria
-subsistencia de su nada corta familia. Al verle llegar le hicieron
-sitio junto a doña María, cuya mano besó, diciéndole en el familiar
-tono de antiguos amigos:</p>
-
-<p>—Dispénseme la Señora que no saliese a saludarla cuando entró en
-el pueblo. Tengo a<span class="pagenum" id="Page_223">p. 223</span>
-la niña mayor muy malita; la pequeñuela, aunque corretea y brinca sin
-parar, se me está quedando en los huesos. Me ha entrado el temor de que
-las dos quieren írseme al Cielo. A la Santísima Virgen pido que me las
-deje... Me da el corazón que no seré oído. Vivo en ascuas, señora mía.
-Creo que estas amarguras darán conmigo en tierra.</p>
-
-<p>—Ánimo, don Venancio —le dijo la Madre—, y no desconfíe de la
-protección divina. Procuraré yo mandarle un médico, y las niñas
-sanarán.</p>
-
-<p>—Dios se lo pague, y dé a Vuestra Señoría días de gloria.</p>
-
-<p>—Eso es más difícil. Los días de gloria están lejos, y si no que
-lo diga don Alquiborontifosio, que ya no tiene chicos, ni escuela, ni
-mendrugos de pan que roer.</p>
-
-<p>—Sostengo yo —clamó el maestro con firme voz— que los días de gloria
-se fueron para no volver. En mi pueblo aprendí este refrán: <i>Don
-Fután por la pelota, don Zitán por la Marquesota y don Roviñán por
-la rasqueta, pierden la goleta</i>. Y si este no les convence, aquí
-tienen otro, que es de Aliud y de Lubia, pueblos que fueron romanos:
-<i>Cárdenas y el Cardenal, don Chacón y Fray Mortero, traen la Corte al
-retortero</i>.</p>
-
-<p>—Razón tiene el maestro —dijo el cura—; pero en este lugar de
-Boñices, los males de toda la tierra se agravan con el abandono en que
-nos tienen los mandarines.</p>
-
-<p>—Yo he pedido a los pudientes —indicó la Madre— que sean desecadas
-estas lagunas para que acabe el maleficio, y no me han hecho caso.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_224">p. 224</span>—Ni lo harán
-—declaró el maestro, sentencioso— mientras en el agua corrompida no
-vean los Gaitines peces, quiero decir, negocio.</p>
-
-<p>Y no una, sino seis o más voces gritaron:</p>
-
-<p>—Pues duro a los pudientes ensalzaos, y a los Gaitines que nos roban
-la vida. ¡Si quieren guerra, guerra!</p>
-
-<p>Alguien propuso que se reuniesen los supervivientes de Boñices
-con la gente de las aldeas cercanas, hombres y mujeres, viejos y
-chiquillería, y armados todos con garrotes, o con escopeta el que la
-tuviese, se lanzaran bramando por campos y caminos hasta llegar a Soria
-y a la casa del Gobernador, y allí, con escándalo, tiros y estacazo
-limpio, pidieran y recabaran el derecho a vivir. Don Venancio con
-autorizada voz les dijo:</p>
-
-<p>—Yo os acaudillaría; pero ¿qué puedo hacer con mi niña mayor
-moribunda, la pequeña encanijadilla? De añadidura, tengo a Ramona
-sin poder valerse de dolores de reúma. No puedo faltar de mi casa,
-que es un hospital y un asilo de parientes de Ramona y míos, con
-quienes reparto mi pobre techo y las sopas de ajo... cuando la Divina
-Misericordia las envía.</p>
-
-<p>Díjole doña María que para él eran las perdices que había traído,
-y al darle el cura las gracias, las repitió más efusivas por otro
-reciente obsequio de la Señora.</p>
-
-<p>—Mucho le agradecí el zaque de vino blanco que me dejó esta noche al
-pasar por la puerta de mi casa. Ya dije a Ramona que retendremos tan
-solo la mitad del clarete, y la otra parte será para que participen de
-él los que cenen aquí con Vuecencia esta noche.</p>
-
-<p>Quedó Gil pasmado de que la Madre dejara de soslayo la bota de vino
-en<span class="pagenum" id="Page_225">p. 225</span> la casa rectoral
-sin que él lo advirtiese; y el trovador Crispulín de Chaorna, así como
-el fúnebre Cernudas, se holgaron del anuncio de vino, que en luengos
-días no habían catado. Don Alquiborontifosio comentó los obsequios al
-cura con su habitual socarronería refranesca: <i>No hay casa harta sino
-donde hay corona rapada</i>.</p>
-
-<p>Cerrado este ameno paréntesis, los mozos gallardos, que habían
-venido de cercanos caseríos, y los vecinos de Boñices, que en la puerta
-de la cocina se asomaban disputándose un hueco para meter sus cabezas,
-y los ancianos abatidos y las viejas regañonas, proclamaron de nuevo
-el derecho a rebelarse contra los que se apropiaban los manantiales de
-la existencia, no dejando ni una gota para los desvalidos... Como la
-vehemencia de los manifestantes produjese en la cocina algún tumulto,
-Fabiana hizo saber que despejaría el local si no se expresaban con
-respeto y sin ruido. La Madre intervino en favor de ellos, diciendo que
-a los que tanto sufrían podía permitirse algo más que la simple queja.
-La vida hispana era un puro quejido, y los males continuaban inmóviles
-en su eternal dureza, como las rocas que no se ablandan al paso de las
-aguas sino cuando estas corren acariciando por siglos y siglos.</p>
-
-<p>—No acariciéis —les dijo—; abandonad toda blandura; sed fuertes,
-clamad, pedid...</p>
-
-<p>—He vivido un siglo, gran Señora —dijo con acento cavernoso la vieja
-Celedonia Recajo—, y desde que me salieron los dientes hasta que se
-me fueron todos, he visto al pobre labrador nadando en la miseria.
-Si labra tierras propias,<span class="pagenum" id="Page_226">p.
-226</span> rabia; si labra tierras ajenas, muere embrutecido. El
-que no se vuelve loco, acaba como los animales. El campo es siempre
-campo, asolación, esclavitud; abajo la tierra que le dice: «lo que
-te doy no es para ti»; arriba el Cielo que le dice: «no me mires: te
-mandaré agua... Pero lo que agua y tierra te den no es para ti»... Si
-el campo es esto, la ciudad es lujo y bizarría... ¡Ay, qué estirados
-van los caballeretes, y qué majas las señoras! Lo he visto en Soria,
-en Guadalajara, y lo vi en tres días que estuve en Madrid cuando la
-traída de Espartero... ¡Labradores, revolucionarvos, carandilogios!...
-Llorad y mamaréis. Mandrias, si yo hubiera nacido hombre, en vez de
-nacer lo que soy, a esta hecha ya estaríais, como aquel que dice, de
-la otra parte... Yo tengo el genio que ha visto Boñices en tantos
-años... Testigos de mi genio fueron mis cuatro maridos. ¿Sabéis lo que
-os digo? que vosotros hacéis a los que llaman capitalistas, y que esos
-ricos de allende mandan a cualquier Gaitín de aquende el dinero que
-les sobra, para que os lo dé a préstamo en vuestras necesidades, y os
-cobra un duro de rédito por cada cinco. ¿Habrá judíos? ¿Sabéis lo que
-os digo? que cuando toméis dinero no lo devolváis; quedaos con lo que
-es vuestro. Y cuando venga un tío ladrón con el aquel de cobranza...
-cantazo limpio, y aquí tenemos a Cernudas, que enterrará judíos mejor
-que entierra cristianos.</p>
-
-<p>Alabaron todos con festejo y palmas el discurso, que bien podría
-llamarse así, de la Recajo, y la Madre con afable reprensión le
-dijo:</p>
-
-<p>—Modérate un poco, Celedonia, que no debemos<span class="pagenum"
-id="Page_227">p. 227</span> ir tan a prisa en la enmienda de los males
-que afligen al mundo. Contra la usura y la avaricia ya dijeron los
-Santos Padres más de lo que pudiéramos decir tú y yo. Recuerdo esta
-dura sentencia: «Los ricos avaros son ladrones que asaltan los caminos
-públicos, despojan a los pasajeros, y convierten sus casas en cavernas
-donde ocultan los tesoros de otros.» Si no estoy equivocada, amigo don
-Venancio, el que esto dijo fue San Juan Crisóstomo.</p>
-
-<p>—Así es, Señora —replicó el cura—, y de San Basilio es este otro
-varapalo a los ricachones: «Cuando damos con qué subsistir a los que
-están en necesidad, no les damos lo que es nuestro; les damos lo que es
-suyo.»</p>
-
-<p>En esto don Alquiborontifosio, que en aquel ilustrado concurso,
-ya convertido en club demagógico, no quería ser menos que los demás,
-sabiendo más que todos, limpió el gaznate con ligera tosecilla; sacó
-el pecho afuera, soltando los brazos a la libre gesticulación, y con
-acento de apóstol más que de dómine, pronunció una corta homilía:</p>
-
-<p>—Hijos míos, conciudadanos: no porque las diga yo, sino porque las
-dijo San Agustín, grabad en vuestra mente estas verdades: «Cualquiera
-que posea la tierra es infiel a la ley de Jesucristo...» Esperad un
-poco y no metáis ruido. Sigo. Retened también estas otras de San
-Ambrosio: «La tierra ha sido dada en común a todos los hombres.
-Nadie puede llamarse propietario de lo que le queda después de haber
-satisfecho sus necesidades naturales.»</p>
-
-<p>—Más fuerte estuvo San Gregorio —afirmó el cura disparando
-este cañonazo—: «Hombre<span class="pagenum" id="Page_228">p.
-228</span> codicioso, devuelve a tu hermano lo que le has arrebatado
-injustamente.»</p>
-
-<p>Y el sabio <i>don Quiboro</i> prosiguió así:</p>
-
-<p>—Amados convecinos, hermanos en el martirio de Boñices, oíd estotro
-de San Gregorio Nacianceno: «El que pretenda hacerse dueño de todo,
-poseerlo por entero, y excluir a sus semejantes de la tercera o de la
-cuarta parte, no es un hermano, sino un tirano, un bárbaro cruel, o por
-mejor decir, una bestia feroz.» ¿Qué tal? ¿Os vais enterando de que no
-debéis pedir lo vuestro, sino tomarlo? Pues a ello, valientes. Si no
-os convencieran los Santísimos Padres, acordaos de lo que decía la tía
-Rocacha, de Barahona: «En la sopa del judío mete tu cuchara y di: <i>lo
-tuyo es mío</i>.»</p>
-
-<p>Llevaba camino el maestro de agotar su archivo de refranes; pero
-viendo que las migas empezaban a pasar de la sartén a las bocas, cortó
-discretamente su perorata, que si no lo hiciera, corría el peligro
-de quedarse <i>asperges</i>, porque todos acudían al olor del pan
-frito con chorizo, y a ello atendían más que a las divinas y profanas
-sentencias sobre lo mío y lo tuyo. Las primicias de la cena fueron para
-doña María, a quien Fabiana sirvió en plato aparte, dándole una cuchara
-de peltre, que brillaba como de plata. A los demás se les repartieron
-cucharas de palo, y cada cual, en ordenado ruedo, iba cogiendo lo
-que su necesidad le pedía. Rezagado se quedó el maestro por dejarse
-llevar de su flujo oratorio; pero con su autoridad y algunos codazos
-cogió puesto y vez, siendo de los más activos en el mete y saca de la
-cuchara.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_229">p. 229</span>Asombrábase
-grandemente Gil de que los constantes y repetidos tientos de las
-cucharas veloces no mermaran el contenido de la sartén. Eran muchos
-a comer, y sin cesar sucedían los entrantes famélicos a los que
-satisfechos salían. Crispulín de Chaorna fue de los más diligentes
-para colarse hasta tres veces en el ruedo. Su ceguera no le impedía
-encontrar un hueco, ni meter el largo brazo entre apretujados cuerpos
-y sacarlo trayéndose colmada la cuchara. Veía Gil que la sartén estuvo
-llena mientras hubo manos que acudieran a ella, cual si lo que estas
-retiraban lo sustituyese al instante una próvida mano invisible.</p>
-
-<p>El reparto del vinillo blanco se hizo después con un orden relativo,
-en vasos y tazas, que iban de boca en boca comunicando la dulce alegría
-a viejos y muchachos. La Recajo, por el fuero de su longevidad, se
-atizó dos tomas, absorbiéndolas con dos airosas empinadas del codo
-esquelético. Quisieron Cernudas y <i>don Quiboro</i> hacer lo mismo;
-mas Fabiana les sometió a régimen de un solo cortadillo. El trovador
-de Chaorna tuvo privilegio, por su ceguera, de vaso y medio, y otros
-se quedaron en el medio solo, que era el justo régimen de templanza.
-Gil bebió un vaso y la mitad del de la Madre (que solo por compromiso,
-y por no desairar a la reunión, cató del precioso vino), y a poco de
-apurarlo, sintió ganas intensas de dormir. Luchando con el sueño,
-discurría vaga y confusamente de lo que había visto. Si el que la
-sartén no se agotara del caudal de migas mientras hubo cucharas que
-acudieran a ella fue sortilegio indudable, en el sueño que a él<span
-class="pagenum" id="Page_230">p. 230</span> le sobrecogió también se
-traslucía el arte de encantamiento. Así lo pensaba viendo que todos se
-amodorraban, y oyendo los <i>baladros</i> o ronquidos de la vieja-vieja
-tendida en todo su largo delante del fogón. Lo más peregrino fue que
-hallándose él traspuesto con su cabeza en el regazo de la Madre, vino
-Fabiana y le llevó a un cuarto de la casa, donde lucían dos candiles,
-y allí encontró su hatillo con la ropa que había perdido en la fuga
-de Cíbico tras de su ingrata compañera la ardilla. Celebró Gil el
-prodigioso hallazgo, que conceptuaba favor especial de la bondadosa
-Madre. Y dormido volvió a sentirse junto a ella... Y dormido decía:
-«Soñemos, alma, soñemos.»</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch19">
- <h2 class="nobreak g0">XIX</h2>
- <p class="subh2">Donde se cuenta el terrible encuentro del caballero
- con un desaforado gigante, y cómo luchó con él y le dio muerte, con
- otros sucesos interesantes.</p>
-</div>
-
-<p>No pudo discernir el turbado caballero su estado cerebral cuando a
-media luz se vio detrás de la Madre, en el mismo camino pedregoso que
-era salida y entrada del lugar de Boñices. Escoltaban a la Señora, con
-lento andar respetuoso, a izquierda y derecha, don Alquiborontifosio
-y don Venancio, maestro y cura del triste pueblo. De lo que
-hablaban, solo recibía Gil en sus oídos un run-run de sílabas,<span
-class="pagenum" id="Page_231">p. 231</span> que el rumor del viento
-entremezclaba y esparcía. Llegados los cuatro al punto en que el
-terreno se despejaba de cantos rodados y de otras asperezas, doña
-María ordenó afablemente a los venerables señores que regresaran a sus
-casas, pues cumplida estaba ya la delicada etiqueta del acompañamiento
-en parte del camino. Obedecieron, reiterando su adhesión y gratitud,
-y Gil oyó que el cura se despedía con un latinajo, y el maestro con
-un refrán de su inagotable archivo. Siguieron luego solos la Madre y
-su fiel escudero, sin que la conciencia de este lograra determinar
-si velaba o dormía. La Señora le dijo que a su manto se agarrara, y
-obediente al soberano designio, se sintió navegando en el piélago
-de lo maravilloso... Y los cronistas que estas inauditas cosas han
-transmitido, aseguran, bajo su honrada palabra, que el caballero y
-la Madre recorrieron, en menos tiempo del que se tarda en decirlo,
-llanuras yermas y empinados vericuetos inaccesibles a la humana planta.
-Para no cansar, dígase que antes de media noche entraban la dama y el
-encantado hijo por el portillo de Calatañazor, ya bien conocido en
-estos verídicos anales.</p>
-
-<p>Verdad y mentira, ¿dónde tenéis comienzo y fin? Ello fue que los
-veloces andarines pararon ante el propio mesón donde Gil estuvo alojado
-con el leal y ahora perdido Bartolo.</p>
-
-<p>—Está cerrado el portalón —díjole la Señora—. Aguárdate aquí, que
-antes de una hora, cuando lleguen la galera y el carro de Torreblascos,
-abrirán. Entras; pides posada. En el hatillo que por intercesión
-divina recuperaste en Boñices,<span class="pagenum" id="Page_232">p.
-232</span> hallarás ropa mejor y más nueva que la que perdiste con la
-burra del buhonero Cíbico. Allí te puse unos puñados de bellotas, que
-son dineros siempre que las emplees en obra digna y honrada, como es
-la de tu pitanza, y servicio tuyo y de la buena Cintia. A esta podrás
-verla tempranito en su santuario, y confío en que has de encontrarla
-menos encendida en la pasión de su magisterio. Las almas inocentes de
-los niños se han metido en el alma de ella. Procura tú con arte de
-enamorado hacer dentro del espíritu de Cintia la debida separación
-de afectos... Te encargo mucho, hijo mío, que hagas por esquivar las
-enemistades que podrían salirte en esta villa rústica. No provoques
-a nadie; disimula, si es menester, tus intenciones; adopta nombre
-distinto del que llevas, y trazas y apariencia de persona que anda en
-cualquier negocio. Si encuentras a Cintia en disposición de dejarse
-raptar, hazlo con sigilo y sin promover violencia ni ruido, y llévatela
-bendito de Dios a donde puedas tenerla por algún tiempo escondida de
-ojos humanos que no sean los tuyos. Y basta con estas advertencias,
-<i>Asur, Hijo del Victorioso</i>. Te dejo en la libre iniciativa y
-determinación de tus actos. Te concedo, con corta limitación, el uso de
-tu albedrío. Tú sabrás determinar el punto en que la línea de extensión
-de tu albedrío y mi apoyo maternal pueden encontrarse... Adiós,
-hijo.</p>
-
-<p>Por una calleja conducente a la iglesia parroquial, desapareció
-la Señora como sombra que en mayores sombras se desvanece, y tan
-desamparado se sintió Gil al verla partir, que a punto estuvo de
-echarse a llorar. Cuentan los<span class="pagenum" id="Page_233">p.
-233</span> veraces cronistas que transcurrieron exactamente veintisiete
-minutos hasta que se abrió el portalón para dar paso al carro y galera
-de Torreblascos. Albergose el caballero en el humilde hostal, y la
-noche se le fue minuto tras minuto en un vertiginoso cavilar sobre el
-uso que había de hacer de su albedrío. Aunque los fieles narradores de
-estas aventuras no lo dicen, se da por hecho que a la siguiente mañana
-se vistió y acicaló lo mejor que pudo, gozoso de ver que la nueva ropa
-era mejor que la perdida, y que con ella obtenía una transfiguración
-favorable. Su aspecto era más decentito que en el aciago día de su
-visita inicial a la histórica y adusta villa.</p>
-
-<p>Y se da por averiguado que apenas oyó el <i>che, i, ene: chin</i>,
-metiose el caballero en la escuela, con gran sorpresa y susto de
-Pascua, y que la turbación de esta se trocó en alegría jovial apenas
-hablaron. No constan pormenores del corto diálogo; pero sí que los
-vecinos de la villa vieron a Gil paseando con tranquilo continente
-por las empinadas calles, y que fue muy notado su arrogante porte.
-Desorientados y disconformes andan los historiadores, así nacionales
-como extranjeros, en el relato de lo que pasó en el resto del día.
-Lo único que aparece claro es que, comiendo Gil con arrieros y
-trajinantes, supo que el buen Cíbico en su veloz carrera había ido a
-parar a Tardelcuende, donde una vieja barbuda, echadora de cartas y con
-pintas de hechicera, le adivinó el paradero de la ardilla, después de
-una solemne sesión de cábala y arrumacos. La fugitiva fue captada por
-los chicos del <i>Crudo</i>; estos la vendieron<span class="pagenum"
-id="Page_234">p. 234</span> a un recuero, el cual por buena moneda la
-cedió a los frailes Carmelitas del Burgo de Osma. Hacia el Burgo iba
-Cíbico a pie, pues en Tardelcuende reventó la pobre burra por querer
-imitar en su carrera al Pegaso mitológico...</p>
-
-<p>Así lo dice uno de los historiógrafos indígenas, y luego añade que
-antes de anochecer bajó el caballero al soto, de donde pasó a las casas
-del <i>Crudo</i>, y allí estuvo tratando con un ventero agitanado y
-chalán, del alquiler de una veloz caballería. Entre las disponibles,
-escogió el cuartago menos decorado de mataduras. Tras este importante
-suceso, cuentan que Gil se lanzó a las riscosas veredas, ya por su mal
-bien conocidas, y que al llegar al término de ellas, cerrada ya la
-noche, sintió en su ánimo y en sus nervios la turbación que anunciarle
-solía la medrosa emergencia de lo sobrenatural. Andado no había veinte
-pasos, cuando vio ante sí disforme bulto, cual si un gran trozo de la
-montaña se desgajara y cayera sobre el camino, y deteniéndose a mirarlo
-con aterrados ojos, advirtió que el colosal estorbo que le cortaba
-el paso superaba en tamaño a una casa de las más grandes, y afectaba
-la forma y redondeces corpulentas de un cerdo bien cebado para San
-Martín.</p>
-
-<p>Acercose más el caballero, evocando en su alma la energía
-correspondiente a su nombre de <i>Asur, hijo del Victorioso</i>, y vio
-que el ingente animal se ponía en dos pies, y conservando el rostro y
-jeta cochiniles, se decoraba con prendas usuales en los seres humanos.
-Sobre su cabeza llevaba un sombrerillo blando,<span class="pagenum"
-id="Page_235">p. 235</span> ladeado, y en su carnoso pescuezo, corbata
-de cuadros rojos y amarillos, prendida con un alfilerón espléndido.
-Agitó la espantable visión las patas delanteras, que resultaban brazos
-cortos atrozmente ridículos en su vivo accionar. Y al propio tiempo
-lanzó el gruñido cerdoso, que atronando los aires imitaba el habla
-humana, y así decía:</p>
-
-<p>—Yo soy Galo Zurdo y Gaitín, secretario de este Ayuntamiento, y
-como tal secretario y como novio de Pascua, te digo que si no desfilas
-ahora mismo por donde has venido, dormirás esta noche en la cárcel de
-acá, y mañana irás a la de Soria conducido por la pareja de la Guardia
-civil... Lárgate pronto, farsante, canalla, ladrón...</p>
-
-<p>—Pues yo soy <i>Asur</i>, yo soy <i>Mutarraf</i> —replicó Gil
-enardecido por la insolencia de la deforme bestia—, y no temo a los
-guarros, aunque sean secretarios del Ayuntamiento, y vengan con
-facha de gigante de bambolla. Largo de aquí, mamarracho. Vuélvete al
-infierno, de donde has venido.</p>
-
-<p>Diciéndolo, le atizó con su cayada un fuerte garrotazo en la parte a
-que alcanzaba del voluminoso vientre del espantajo, y este se deshizo
-al golpe, quedando convertido en un hombre de mediana estatura,
-regordete, arqueado de brazos y piernas, cara de media luna, mofletes
-gordezuelos con chapas herpéticas. De la visión primitiva conservaba el
-sombrerete ladeado, y la corbata y alfiler deslumbrantes.</p>
-
-<p>Con altanería grotesca y procaz, Galo Zurdo arrojó sobre Gil sus
-denuestos chabacanos:</p>
-
-<p>—Gandul, vete pronto de esta honrada villa... Aquí no consentimos
-vagos que vienen a merodear<span class="pagenum" id="Page_236">p.
-236</span> y a llevarse lo que roban. Mira que yo soy terrible; mira
-que estás delante del secretario del Ayuntamiento; mira que yo hago
-aquí lo que me da la gana, y que si no ahuecas pronto, te cojo y haré
-contigo una <i>hequitombe</i>.</p>
-
-<p>—Pues yo —replicó el caballero con entereza— te digo que, quiéraslo
-o no lo quieras, vengo por Cintia, a quien tú llamas <i>Pascua</i>,
-y he de sacarla de este pueblo, que si te tiene por amo es el más
-puerco lugar del mundo. Yo, que no temo a los leones, menos temo a
-los cochinos, y vas a verlo ahora mismo si no te retiras a tu cubil,
-dejándome libre el campo.</p>
-
-<p>Con necia presunción trató Galo de acometer al caballero; este le
-rechazó vigoroso y pujante; se tambaleó el de la vista baja, y a punto
-estuvo de dar en tierra con su crasa humanidad. Al rehacerse, metió
-mano al bolsillo de su americana para sacar el revólver... Pero antes
-de que pudiera hacer uso del arma, Gil con rápido movimiento le ganó
-la acción... y entre el esgrimir de la navaja y el clavársela en el
-pecho, no medió el espacio de un pensamiento. Cayó Galo Zurdo sobre
-un peñasco, al borde de las vertientes que en aquel punto descienden
-casi cortadas a pico. Gil no se detuvo a examinar el rostro de su rival
-vencido, y cogiéndolo de las patas, lo empinó sobre el precipicio y
-abajo fue rodando como pelota... Al rumor del rebote se mezcló un
-gruñido sordo, postrer aliento del ensoberbecido secretario y elegante
-lugareño.</p>
-
-<p>Contempló Gil un rato la tenebrosa hondura,<span class="pagenum"
-id="Page_237">p. 237</span> y no pudo apreciar hacia qué parte de la
-vertiente había quedado el cuerpo de su víctima, entre malezas y rocas.
-Su condición generosa le sugirió el impulso de bajar a reconocer a
-Galo y cerciorarse de su muerte; pero aquel impulso fue contenido por
-otro de reflexión egoísta, y se dijo: «Bien muerto está. Bien vale mi
-Cintia la vida de un imbécil. He despachado a un Gaitín. Si la justicia
-me persigue, el pueblo me lo agradecerá. Cintia me pertenece, y ese
-miserable quería quitármela. Cuando no nos dan lo nuestro, debemos
-tomarlo, y caiga el que caiga. Así lo han dicho San Basilio, San
-Agustín, San Gregorio Nacianceno y San Alquiborontifosio...»</p>
-
-<p>Paseose tranquilamente un rato entre el humilladero y el portillo,
-y a la media hora de febril ambulación vio salir a Cintia con el
-envoltorio de su ropa. Venía la gentil mujer medrosa y risueña, estado
-de espíritu que denotaba cierta tranquilidad en el paso arriesgado de
-su fuga. Diéronse las manos, y sin detenerse, conforme caminaban hacia
-las veredas descendentes, Pascuala dijo a su amado:</p>
-
-<p>—He tenido la suerte de que mis niños no me sigan esta noche. Cuando
-estaba disponiéndome para escabullirme, guardando el mayor silencio, se
-me aparecieron y me rodearon... Sus vocecitas zumbaban y aún zumban en
-mis oídos. Uno me coge por aquí, otro me coge por allá. Yo les decía:
-«Dejadme, ángeles míos. Volveré con vosotros.» Pero nada; no había
-medio de zafarme de ellos. Ya tu Pascuala se veía, como la otra noche,
-imposibilitada de salir, cuando de pronto recostáronse todos en el
-suelo y se quedaron<span class="pagenum" id="Page_238">p. 238</span>
-dormiditos. ¡Qué cosa más rara! ¡Qué dicha para mí! En fin, aquí me
-tienes. Dime ahora tú: ¿diste a los niños algún bebedizo para que se
-durmieran?</p>
-
-<p>—Yo no les di nada, Cintia —replicó el caballero apresurando
-el paso—. Ello habrá sido arbitrio de nuestra Madre, o de alguna
-divinidad, de algún genio desconocido que nos protege.</p>
-
-<p>—¿Y al bestia de Galo Zurdo, le has visto por aquí? Me dijeron que
-en el pueblo te seguía los pasos, y que al salir de su casa cogió el
-revólver.</p>
-
-<p>—Le he visto, sí, y hemos echado un párrafo. El revólver no le ha
-valido.</p>
-
-<p>—¿Le has visto... aquí? ¡Qué miedo! Cuéntame. ¿Qué te dijo? ¿Qué
-hablasteis? ¿Se insolentó contigo? Más miedo me da su cobardía que tu
-valor.</p>
-
-<p>—Tuvimos unas palabras —replicó Gil, queriendo esquivar el asunto—.
-Venía con mala idea, fachendoso y ruin. Pero yo le aplaqué pronto el
-chillido, y salió de estampía por ahí abajo, gruñendo y hozando la
-tierra.</p>
-
-<p>—Si anda por estos vericuetos —dijo Cintia temerosa—, podrá vernos,
-podrá seguirnos...</p>
-
-<p>La réplica de Gil fue muy expresiva:</p>
-
-<p>—No te cuides de ese animal, amada mía, que a estas horas debe de
-estar a la vera de San Antonio Abad. Cuídate de pisar en firme, para
-que no resbales en este desriscadero. Agárrate bien a mí, y vamos
-a prisita, hasta perder de vista a ese maldito pueblo. Guardemos
-silencio, que bien podrá ser que las peñas oigan. Cuando estemos
-en salvo olvidarás tus martirios, y yo la estampa cerdosa de Zurdo
-Gaitín.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_239">p. 239</span>A la calladita,
-dándose sostén y apoyo mutuamente, llegaron al soto, y de allí, con
-andar cauteloso por los desniveles del suelo y la oscuridad de la
-noche, siguieron hasta las casas del <i>Crudo</i>, donde les aguardaba
-el fogoso corcel alquilado por Gil. Fue una risa el acto de acomodarse
-los dos sobre la cansada bestia, que si muy honrada debía creerse con
-la carga de tan ilustres personas, no parecía contenta del grave peso
-de ellas, con la añadidura del hatillo y envoltorio que contenían la
-ropa. Iba Gil en la silla y Cintia en la grupa, ciñendo con sus brazos
-la cintura del caballero. Mostrábase satisfecho el chalán alquilador,
-y encomiaba con donosas hipérboles la fortaleza y agilidad del rocín.
-Pronto se vio que este no carecía de nobleza, y que en cierto modo se
-vanagloriaba de cumplir dignamente la romántica misión que su destino
-le impuso. Salió por el camino adelante con un trotecillo cochinero
-que auguraba una dichosa jornada. Los amantes fugitivos celebraban la
-honradez y valentía del caballejo, y con graciosos encarecimientos le
-inducían a sostener el paso.</p>
-
-<p>En este punto, se ve precisado el narrador a cortar bruscamente
-su relato verídico, por habérsele secado de improviso el histórico
-manantial. Desdicha grande fue que faltaran, arrancadas de cuajo, tres
-hojas del precioso códice de Osma, en que ignorado cronista escribió
-esta parte de las andanzas del encantado caballero. En dichas tres
-hojas se consignaban, sin duda, los pormenores de la fuga; si el penco
-sostuvo en todo el viaje sus hípicos arrestos; si los amantes hicieron
-alto en algún hostal o caserío,<span class="pagenum" id="Page_240">p.
-240</span> para dar reposo a sus molidos cuerpos y a sus inquietas
-almas. Falta también noticia de lo que hicieron al siguiente día,
-y del vehículo que tomaron, pues el alquiler de la cabalgadura
-terminaba en Tardelcuende. Queda, pues, desvanecida en la sombra de
-las probabilidades y conjeturas una parte muy interesante del rapto y
-escapatoria de Cintia. Mas no queriendo el narrador incluir en esta
-historia hechos problemáticos o imaginativos, se abstiene de llenar el
-vacío con el fárrago de la invención, y recoge la hebra narrativa que
-aparece en la primera hoja, subsiguiente a las tres arrancadas por mano
-bárbara o gazmoña.</p>
-
-<p>Resurgen de nuevo los amantes aposentados en un humilde mesón
-de Barahona, lugar famoso por fechorías de brujas y jugarretas
-de diablillos desocupados; y allí fueron sorprendidos por un
-extraordinario suceso, que no debemos atribuir a brujerías, sino a un
-feliz designio de la Providencia. Hallábase Cintia en el mal empedrado
-patio, lavándose la cara en un barreño, y a su lado el caballero Tarsis
-liando un cigarrillo, cuando de un cuartucho próximo vieron salir al
-ingenioso, al imponderable Cíbico. ¡Oh felicidad, tanto más intensa
-cuanto menos esperada! Uniéronse los tres en estrecho abrazo, y al
-instante saltaron de boca en boca las preguntas, las indagatorias, el
-contar cada uno sus cuitas y calvarios. Lo primero fue dar Gil noticia
-del próspero suceso de la fuga de Cintia, y luego soltó Bartolito, con
-atropellado lenguaje, el relato de su odisea en busca de la ardilla.</p>
-
-<p>—No podéis imaginar, queridos amigos, lo<span class="pagenum"
-id="Page_241">p. 241</span> que he sufrido, ¡ay! Ya veis mi rostro
-demacrado... estas ojeras de romántico, y estos granos y sarpullido que
-son la muestra de la irritación que llevo dentro.</p>
-
-<p>—De veras podría creerse que has salido de una grave enfermedad, o
-que te has echado encima diez años más de vida... No debías tomarlo
-tan a pechos, que ardillas mil hay en el mundo, para que ocupen en tu
-hombro y en tu corazón el lugar de la que perdiste... Por cierto que
-unos arrieros con quienes comí en Calatañazor, hace días, me dijeron
-que tu paniquesa fue cogida por los chicos del <i>Crudo</i>, los cuales
-la vendieron a un trajinero, y este a los frailes carmelitas del Burgo
-de Osma.</p>
-
-<p>Confirmó Cíbico esta referencia, después de contar con prolijos
-detalles su veloz tránsito de pueblo en pueblo, sus afanes y angustias,
-la reventazón y fallecimiento de la honrada pollina que se identificó
-con el duelo de su amo, y luego añadió lo que fielmente se copia del ya
-citado manuscrito:</p>
-
-<p>—En cuanto supe que los Carmelitas eran dueños de mi tesoro, me
-fui allá. Conozco al Prior, que es un frailón lucido, un elefante con
-cerquillo, envuelto en veinte varas de paño canelo y en otras veinte de
-franela blanca; buen tenedor, buen vaso en mesas regaladas; hombre, en
-fin, ejemplar y perfecto... por la otra punta del ascetismo. Conozco
-además a dos leguitos de aquel convento, buenos chicos, modositos,
-serviciales. Por ellos supe que mi <i>niña</i> estuvo allí un día muy
-mimada de los buenos Padres; pero el Prior dispuso de ella con idea de
-hacer un regalo al Provincial del Carmelo, a la<span class="pagenum"
-id="Page_242">p. 242</span> sazón de visita en la santa casa. Sabido
-esto, me presenté al Prior, que en la celda me recibió muy complacido
-de mi visita; me compró algunas manos de estampas y tres docenas de
-medallas; obsequiome con una copita de lo añejo y bizcochos, y tocante
-al achaque de mi paniquesa, díjome riendo que al Provincial le había
-caído muy en gracia la <i>niña</i>... Total, que el buen Prior no
-tuvo más remedio que ofrecérsela... Total, y van dos: que el maldito
-Provincial admitió, frotándose las manos de gusto. Distingue y protege
-a las Carmelitas de Almazán, y en mi ardilla vio la más preciada
-fineza para obsequiarlas. Me planté en Almazán; supe que las monjitas
-están muy regocijadas con la ofrenda, y que la miman y agasajan... Me
-presenté en el locutorio... Nada, hijos, que no la dan ni por todo el
-oro que pesa... y al decírmelo me insultaron... ¡Mal rayo con ellas!...
-Aquí tenéis un caso nuevo de esa peste que llaman Clericalismo. ¿No
-estáis oyendo todos los días que los frailones o seglares afrailados
-huronean en las familias, para olfatear y cazar doncellas ricas, y
-llevárselas al noviciado y profesión en este o el otro monasterio? Pues
-lo mismo han hecho conmigo ese marrajo del Prior y el zorrocloco del
-Provincial.</p>
-
-<p>Rieron y se holgaron los amantes del desatinado parangón que hizo
-Bartolo, el cual se mantuvo en sus trece:</p>
-
-<p>—No es para reírse, Pascuala; no es cosa de chanza, Gil. He dicho
-Clericalismo y no me vuelvo atrás. La preciosa y juguetona ardilla
-que por largo tiempo fue el alivio de mi soledad, pertenece al sexo
-femenino,<span class="pagenum" id="Page_243">p. 243</span> como
-sabes; es una hembrita honesta, que no ha conocido varón, y bien
-puedo asegurarlo, porque la tengo desde chiquitita; la recogí del
-regazo de su mamá en Egea de los Caballeros; la he criado, dándole
-buena educación, y enseñándole los mejores modos. Aunque traviesa y
-correntona de su natural, sabe lo que es respeto y obediencia a los
-superiores. Me quiere a mí tanto como la quiero yo a ella. De mí se
-escapó por un susto, y si ahora me viera, hacia mí vendría con brinco
-alegre, dejando con un palmo de narices a todas las monjas y Priores y
-Provinciales de la cristiandad.</p>
-
-<p>Enlazando bromas con veras, Cintia y el que pasaba por su marido
-trataron de arrancar de la mente de Bartolo la maniática idea que
-le atormentaba. Mas tal arraigo tenían en el ánimo del buhonero el
-amor del animalito y el coraje de verlo en ajenas manos, que prefería
-el dolor al consuelo. Aquel hombre bondadoso y manso hallábase en
-tremenda crisis moral. Su corazón era un volcán de odio contra las
-Carmelitas de Almazán, que le habían despedido del locutorio con
-menosprecio y burlas, como si fuese a pedir la libertad de una señorita
-enclaustrada por fuerza. Comiendo aquel día con Gil y Pascuala, su
-irritación era tal, que los amigos oyeron asombrados estos increíbles
-despropósitos.</p>
-
-<p>—En mí tenéis una de las víctimas más desdichadas del Clericalismo.
-No hay que tomarlo a risa... Me han quitado el único ser que con sus
-gracias endulzaba mi vida. Lo reclamé, y aquellas descastadas mujeres
-me mandaron a escardar cebollinos, me llamaron hereje, desvergonzado,
-alca... <i>etcétera</i>,<span class="pagenum" id="Page_244">p.
-244</span> correveidile de pecados indecentes... Pues me la pagarán...
-vaya si me la pagarán... Tengo una idea... una idea. Para realizarla
-cuento con unos amigos que llegarán de un momento a otro...</p>
-
-<p>—¿Qué discurres, qué proyectas?</p>
-
-<p>—Pues nada: pegar fuego al convento de Carmelitas de Almazán.</p>
-
-<p>Tan tenazmente aferrado estuvo toda la tarde a la bárbara idea de
-quemar el convento, que Gil y Pascuala temieron por las facultades
-mentales del pobre Cíbico. Los amigos que este esperaba presumiendo
-que serían sus colaboradores en aquel intento, eran un arriero apodado
-<i>el Pocho</i>, famoso en diabluras de contrabando, y dos trajineros,
-llamados Tomás y Filiberto, hombres los tres de poder y travesura,
-que lo mismo servían para un fregado que para un barrido, y habían
-ilustrado sus nombres en la <i>facción</i> y en campañas electorales
-de baja estrategia. Llegaron al anochecer en dos carromatos que venían
-de Soria para Atienza. Pero el Destino, que dispone con salvaje
-independencia del proponer del hombre, quebrando y torciendo las líneas
-de la historia, trajo a Barahona, con <i>el Pocho</i> y con Tomás y
-Filiberto, nuevas muy desagradables, que trastornaron los pensamientos
-de Cíbico, y más aún los de los amantes fugitivos, como verá el que
-leyere.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch20">
- <p><span class="pagenum" id="Page_245">p. 245</span></p>
- <h2 class="nobreak g0">XX</h2>
- <p class="subh2">De cómo pasaron el caballero y sus amigos de la
- esclavitud de los Gaitines a la no menos insolente y&nbsp;dura de los
- Gaitones.</p>
-</div>
-
-<p>A escondidas de Gil y Pascuala, contaron a Cíbico los trajinantes
-que descubierto en el despeñadero de Calatañazor el cadáver del
-secretario del Ayuntamiento, y desaparecida la maestra de la casa de
-sus tíos, recayeron las sospechas de ambos delitos, homicidio y rapto,
-en la persona de aquel mozo, que unos llamaban Gil, otros <i>Florencio
-Cipión</i>, jornalero en las minas de Numancia. En Calatañazor había
-gran escándalo, y los Gaitines de Soria echaban lumbre, abrasados de
-ira y furor de venganza. Ya se habían dado órdenes a la Guardia Civil
-para la busca y captura del criminal, que por todas las trazas no era
-otro que el tal <i>Cipión</i>, a quien tenían pared por medio en aquel
-instante.</p>
-
-<p>Agregó riendo <i>el Pocho</i> que perdonaba de todo corazón al
-matador, y aun le concedía plenas indulgencias, <i>considerando</i>,
-como dice la curia, que mejor estaba Galo Zurdo en el otro mundo que en
-este; y los tres declararon que con alma y vida estaban dispuestos a
-ocultar a <i>Cipión</i>, para que los civiles y la justicia no pusieran
-mano en él. Una circunstancia<span class="pagenum" id="Page_246">p.
-246</span> favorable al delincuente hubieron de señalar, y era el lugar
-donde a la sazón se hallaba, porque la Benemérita, siguiendo una falsa
-pista, buscábale por el camino del Burgo de Osma, San Esteban de Gormaz
-y Aranda. Debían, pues, llevársele a la villa de Atienza, que de allí
-bien podría escabullirse a izquierda o derecha requiriendo veredas
-solitarias y serranías casi desiertas.</p>
-
-<p>Aterrado quedó Cíbico ante tal notición, y lo primero que hizo fue
-desahogar su pena con grandes suspiros y exclamaciones lastimosas.
-En breve consejo que los cuatro celebraron, se acordó proponer a
-Gil y a la dama robada que aquella misma noche partiesen con ellos,
-acomodándose en uno de los carromatos. Véase por dónde la Providencia
-o la Fatalidad desviaron al enrabiscado Bartolito del audaz propósito
-de pegar fuego al convento de Carmelitas de Almazán. Dispuesto a partir
-para esta villa, hallábase el hombre en Barahona; mas el generoso
-anhelo de librar a su amigo de las garras de la justicia, le indujo a
-seguir la dirección contraria. Mucho habrían de agradecer las buenas
-religiosas que el gran Cíbico cambiara de ruta, si de ello tuvieran
-noticia. Todos iban ganando: las monjas se libraban de la chamusquina,
-y al buhonero se le apagó el rencor que inflamaba su pecho.</p>
-
-<p>Ante la gravedad del caso, se determinó el buen Bartolo a comunicar
-a los descuidados amantes lo que sabía. No se inmutó mayormente el
-caballero, que ya presumía o barruntaba la repercusión de la tragedia.
-En el bello rostro de Pascuala se notó el ahinco de mostrar<span
-class="pagenum" id="Page_247">p. 247</span> entereza; mas la pavura
-y aflicción le salieron pronto a los ojos y boca. Resignados al fin
-los dos con la suerte que el cielo y los hombres les depararan,
-entregáronse sin reserva al amigo y a los carreteros para que les
-condujesen a la más probable salvación. Media noche era por filo
-cuando partieron de Barahona. Los amantes iban solos en uno de los
-carros, recostaditos en sacas de lana, y abrigados con mantas espesas;
-pero esta relativa comodidad no les dio el blando sueño, porque
-les desvelaba el ardiente cavilar, midiendo y pesando los riesgos
-que corrían. Hicieron febril examen de los diferentes medios de
-ocultación, y se entretenían en inventar y proponerse los disfraces más
-estrambóticos.</p>
-
-<p>Al amanecer, parados los vehículos al subir del puerto, Cíbico pasó
-de su carro al de los amantes para platicar con ellos y sugerirles una
-o más ideas de escondite seguro. Hablando después de cosas pretéritas y
-de personas ya perdidas de vista, aunque no borradas de la imaginación,
-dijo el encantado <i>Asur, Hijo del Victorioso</i>, que si hubieran
-seguido la falsa pista, y en ella les encontrara el guardia Regino,
-este les habría dejado escapar. Era un amigo de acendrada nobleza,
-caballero a carta cabal. A esto replicó Cíbico:</p>
-
-<p>—Nuestro buen Regino no está ya en la Comandancia de Soria. Le
-han trasladado a... deja que me acuerde... No sé si es a Sigüenza,
-Jadraque o Cogolludo. Sería buena sombra para ti que toparas con él,
-y mejor aún que antes le viera yo para prevenirle. Si esto pudiera
-ser, a ti vendría yo con un lindo soplo, diciéndote: «Gil, no vayas
-por<span class="pagenum" id="Page_248">p. 248</span> este camino,
-sino por <i>quillotro</i>.» O bien: «Gil, vístete de fraile francisco,
-y Pascuala de lego; ensuciaos caras y manos, y echaos al camino
-pidiendo limosna, sin miedo a la pareja. Para esto habías de llevar
-holgadas alforjas, y Pascualita un santirulico metido en su urna»... Y
-en resolución, amigos, confiemos en Dios Todopoderoso y en su divina
-Madre.</p>
-
-<p>En la Madre suya, que también era divina, confiaba el caballero con
-arraigada fe, y tenía por indudable que viniese a socorrerles cuando
-estuvieran en las apreturas y conflictos más graves. Siguieron adelante
-con marcha perezosa, por causa del tiempo de agua que les fastidió
-a poco de salir de Barahona. Encharcado el camino, las pobres mulas
-tiraban a desgana; los trajineros, encapuchados con sacos del revés,
-bajaban a estimular con palos a las pacientes bestias; cada bache
-producía detención y una bárbara escena de castigos, imprecaciones
-y ofensas a Dios y a la humanidad, envileciendo y ensuciando las
-cosas más santas. Solo los dos perros iban tranquilos, guarecidos
-de la lluvia debajo de los carros. Los amantes no se dolían del mal
-tiempo, pues era muy de su gusto no ver alma viviente a lo largo de la
-carretera. En un alto que hicieron descendiendo hacia Paredes, subió
-Cíbico por segunda vez al atascado carro de los amantes, y partiendo
-con ellos desayuno de pan y cecina, les animó con risueños planes.</p>
-
-<p>—Ya que estoy aquí —les dijo—, seguiré hasta mi pueblo, que es
-Taravilla, en término de Molina de Aragón; y si queréis llegaros allá
-conmigo, desde ahora os garantizo tanta seguridad<span class="pagenum"
-id="Page_249">p. 249</span> como tendríais si os subiérais al mismo
-cielo. Ya os he dicho antes que os conviene casaros por la ley de
-Dios, que así os hallaréis santificados, y mejor dispuestos para que
-la justicia se ponga tierna con vosotros. Haced caso de mí. No está
-bien que sigáis amontonados según eso que llaman <i>librepienso</i>,
-porque casaditos no podrá decir nada contra vosotros el malvado
-Clericalismo... Sed, pues, un poquitín hipócritas; poneos en el tono de
-los más, y aparentad religión, que si la lleváis en la voz y el gesto,
-ya tenéis medio camino andado para que la opinión os crea inocentes. A
-propósito de religión, sabed que el cura de Taravilla es mi tío, don
-Librado Cíbico, santo varón que os casará en dos palotadas en cuanto yo
-le hable de ello. Me diréis que os faltan los papeles, y os contesto
-que cuanto papelorio necesitéis os lo facilitará otro de mis tíos, don
-León Conejo, cartulario en Molina de Aragón, el cual es un águila en
-escritura moderna y antigua, y lo mismo imita la letra gótica que la
-Iturzaeta o la bastardilla, rasgos para arriba, rasgos para abajo; y
-documento que sale de sus dedos es tan de fe como los que escribieron
-los cuatro Evangelistas. Tened por seguro que los papeles de ambos
-contrayentes los apañará tan en regla como si fueran los propios, sin
-que nadie pueda poner la menor tacha en los sellos, rúbricas y demás
-requilorios.</p>
-
-<p>Convencidos quedaron los amantes, y tal era el efecto de la suelta
-labia del buhonero, que ya se veían refugiados en Taravilla esperando a
-que les arreglaran el casorio don Librado Cíbico y don León Conejo...
-Por el mal<span class="pagenum" id="Page_250">p. 250</span> estado
-del camino y la insistente lluvia, tardaron los carromatos dos largos
-días en llegar a la ilustre villa de Atienza, ceñida de doble muro y
-guardada por uno de los más altaneros castillos que han sobrevivido a
-la época feudal. En una venta situada al pie del cerro en que se alza
-el castillo, pararon los trajineros para tomar la mañana, y allí se
-discutió si sería o no conveniente que los fugitivos entraran en la
-villa, oprimida, como las más de España, por autoridades metijonas
-y cargantes, por clérigos fastidiosos y acusones, y señores rígidos
-que en todo metían las narices olfateando la inmoralidad. Estas
-advertencias hizo el Pocho en bárbaro lenguaje, y Filiberto trató de
-desvirtuarlas, asegurando que el vecindario y autoridades de Atienza
-eran buenos, generosos y hospitalarios. La opinión de Tomás fue que
-no mandando en aquella comarca los Gaitines, sino los Gaitones, no
-había nada que temer. Aunque el Gaitón de Atienza y sus hijos eran de
-la peor ralea del mundo, bastaba que aquellos fugitivos vinieran de
-tierra gaitinesca para que se cuidaran de protegerlos antes que de
-perseguirlos.</p>
-
-<p>Oídos los distintos pareceres, determinó Cíbico que Gil y Pascuala
-quedaran en la venta, y él con ellos para prevenir cualquier incidencia
-desagradable. Además, había que hacer frente a una nueva dificultad.
-Los tres amigos trajineros tenían que volverse a Soria. Era forzoso
-estudiar y poner en práctica otro medio de locomoción, para llevar más
-lejos a los perseguidos de la justicia. Instalose, pues, Bartolo con
-estos en un camaranchón alto de<span class="pagenum" id="Page_251">p.
-251</span> la venta, para descansar, reponer fuerzas, y ocuparse en
-discurrir los cantos inéditos de aquella odisea.</p>
-
-<p>Con algunas dádivas y expresivos requerimientos que llegaban al
-corazón, ganó Bartolo la voluntad de los venteros, quedando así
-garantizado el escondite hasta emprender nuevamente la marcha. Pero
-la tranquilidad en que se hallaban los fugitivos fue turbada al
-siguiente día por las noticias alarmantes traídas de Atienza por
-los carromateros. En la villa corría un rumorcillo del crimen de
-Calatañazor, del cual hablaban ya con misterio, apuntando también a
-Cíbico, como encubridor, los papeles de Soria. No le nombraban; pero
-bien claras eran las señas y la pintura del tipo, con los rasgos
-indubitables del comercio ambulante y la pérdida de la ardilla.
-Opinaban, pues, <i>el Pocho</i> y compañeros que los sospechosos debían
-tomar soleta sin demora, internándose en los montes de Sierra Pela. Con
-estos graves avisos de la realidad, se turbó el ánimo del buhonero;
-mas recobrando pronto su buen temple, supo ponerse, como dicen los
-políticos, <i>a la altura de las circunstancias</i>, y con el dedo en
-la frente, los ojos medio cerrados, largó esta soflama de general en
-jefe en día de batalla:</p>
-
-<p>—La cuestión se complica. Procuremos conservar nuestra sangre
-fría, y ante las arrogancias del enemigo saquemos del magín todas las
-matemáticas pardas que poseemos. Visto que mi objeto es refugiarnos en
-Taravilla, donde tendremos para el ocultamiento, casorio y demás a mi
-tío don Librado y a don León Conejo; visto que aquí no podemos seguir,
-nos<span class="pagenum" id="Page_252">p. 252</span> escabulliremos
-de noche hacia Riofrío, y por atajos seguiremos hasta plantarnos en
-Alcolea del Pinar. De allí a Molina, todo el territorio es mío, pues
-en Selas y Maranchón hasta las piedras me tutean, y los ciegos me ven
-y los mudos me oyen... Conque, amigos, dad memorias a los Borjabades
-de Soria, que a mi parecer esos son los causantes de que yo me vea
-complicado en este negocio. El avestruz de don Saturio me tiene tirria
-porque yo me llevo las simpatías de todo el mundo, y a él nadie le
-puede ver. Que siga buscando las minas de plata, y que las encuentre
-de porquería. Y despídase para siempre de este filón de Pascualita,
-que es para mi amigo Gil. Rabiad, Gaitines; tragad quina, Borjabades.
-A estos desventurados novios me los llevo a Taravilla, y allí los
-caso, y seré padrino de la boda y de lo que venga después. Conque,
-amigos <i>Pocho</i>, Tomás y Filiberto, buen viaje, y si os preguntan
-por nosotros, decid que nos ha tragado la tierra... Cuando paséis por
-Almazán, echad a las Carmelitas de parte mía todas las maldiciones que
-se os ocurran, con la mar de ajos y otras desvergüenzas; y si podéis
-meterles por las rejas una tea encendida, prestaréis un servicio a la
-patria y a vuestro seguro servidor...</p>
-
-<p>Un día más dejó pasar el astuto capitán de la expedición para mayor
-descanso de Pascualita, y en espera de mejor tiempo. Por fin, ajustados
-y dispuestos tres borricos de buen pelaje, propiedad de un recuero de
-Sigüenza, partieron en noche fría y serena a tomar las angosturas de
-Riofrío, faldeando el monte llamado Padrastro de Atienza. Nada digno
-de<span class="pagenum" id="Page_253">p. 253</span> contarse les
-ocurrió en esta travesía. Llegaron felizmente a Huérmeces a la tarde
-siguiente; descansaron allí algunas horas, y con ocho más de recorrido
-avistaron la ilustre y episcopal ciudad de Sigüenza. Guardose bien
-el prudente Bartolo de penetrar en ella, y pasando el Henares por un
-kilómetro más arriba, rodearon hasta parar en una venta situada en la
-carretera de Alcolea del Pinar.</p>
-
-<p>Era el ventero amigo y algo pariente de los Cíbicos de Taravilla,
-y enterado del asunto quiso mostrar a los fugitivos su generosa
-simpatía, proporcionándoles un carro para seguir hasta Selas. En el
-carro pusieron media carga de ladrillos, y encima unas piezas de
-estameña y saquerío para que se acomodara la señora; los dos hombres
-irían a pie, cambiando su ropa por las prendas usuales del país. En los
-preparativos de esta combinación se les fue todo un día y parte de la
-noche. Salieron al fin hacia Barbatona, confiados y contentos... Pero
-¡ay! al amanecer, cuando se aproximaban a este lugar, se les apagó
-súbita y desgraciadamente la buena estrella que en su fuga les guiaba,
-y quedáronse a oscuras en pleno día. Día fue en verdad funesto, de
-los que han de marcarse con piedra negra... Al salir de una revuelta,
-vieron venir la pareja de la Guardia Civil. No les valió hacerse los
-indiferentes, con idea de pasar de largo sin más que un ligero saludo.
-Pronto vieron que los guardias venían al bulto... pronto reconocieron
-en uno de ellos al bondadoso Regino.</p>
-
-<p>Al compañero de este le desconocían los fugitivos: era proceroso,
-bigotudo, de rostro cetrino<span class="pagenum" id="Page_254">p.
-254</span> y fosco. Dioles el alto y les pidió los nombres. Vacilaron
-un momento los dos caminantes, y mirando a Regino, parecían solicitar
-su benevolencia. El guardia feo sacó el papel en que llevaba las señas
-de <i>Florencio Cipión</i>, presunto autor de un homicidio. Regino le
-dijo:</p>
-
-<p>—No te canses, Juan. Les conozco, y ni este ni los demás pueden
-ocultar sus nombres. La dama irá en el carro. Ya la veo: es ella.</p>
-
-<p>—No queremos mentir, Regino —dijo el caballero con gallarda
-sinceridad—. Somos Cintia y yo que vamos huyendo de la justicia. No nos
-maltrates, y cumple con tu deber.</p>
-
-<p>—Amigos míos son —dijo Regino al otro guardia—, y me duele verme en
-el caso de detenerlos. Pero la ley es ley. Conozco a <i>Cipión</i>...
-<i>Cipión</i> amigo, te tuve por caballero... Yo no te acuso; yo
-no hago más que prenderte, porque eso nos han mandado. Si eres
-inocente, como creo, tú sabrás demostrarlo... Y en cuanto a ti, buen
-<i>Corre-corre</i>, no sé qué pensar.</p>
-
-<p>—A mí me cogéis por encubridor —declaró Bartolo con cierta
-arrogancia caballeresca—. Yo protejo a los fieles amantes y doy mi
-amparo a los desvalidos. Ya sabéis aquello de <i>Bienaventurados los
-que padecen persecución por la justicia</i>...</p>
-
-<p>—Ea, poca conversación —dijo el guardia de la cara fosca—. Con
-usted, paisano, y con la señora del carro, no va nada. A ninguno de los
-dos se menta en este papel. Y ahora vuelvan grupas, y a Sigüenza los
-tres, si no quieren dejar solo al <i>Cipión</i>.</p>
-
-<p>—Yo voy con mis amigos hasta los confines del mundo si es menester
-—dijo Cíbico iniciando<span class="pagenum" id="Page_255">p.
-255</span> la contramarcha.</p>
-
-<p>Al dar los primeros pasos, Regino se acercó al carro, y viendo
-a Pascuala hecha un mar de lágrimas, la consoló con estas blandas
-razones:</p>
-
-<p>—No llore usted, señora. Es cosa triste, sí, que tenga usted que
-separarse de <i>Florencio</i>; pero... calculo yo que será cuestión
-de pocos días... En todo caso, le garantizo que estará usted en lugar
-seguro y decoroso, tan bien atendida como en su propia casa. Y si, como
-pienso, <i>Florencio</i> resulta inocente, se reunirá con usted para
-continuar su camino hacia la felicidad, que pocos alcanzaron en este
-mundo... ¡Quién sabe si este contratiempo será para mayor dicha de
-ustedes! Yo así lo deseo... Vaya, vaya... tanto llorar le retuerce a
-uno el corazón.</p>
-
-<p>Insensible a estos candorosos emolientes, Pascualita no atajaba la
-corriente acerba de sus lágrimas, ni su congoja le permitía pronunciar
-palabra alguna. En tanto, Gil marchaba taciturno entre Cíbico y el otro
-guardia, y su ceño adusto y su mirar al suelo indicaban el paso interno
-de una lúgubre procesión de despecho y coraje. Volvió Regino a su
-puesto junto al criminal, para llevarle en medio, y también traía entre
-ceja y ceja y en su grave mutismo indicios de otra solemne procesión,
-acaso conflicto anímico entre los deberes y la amistad. Y cuando Regino
-abandonó el papel de consolador junto al carro, que iba detrás, fue a
-desempeñarlo Cíbico, tratando de atenuar el dolor de la maestra con
-estas rebuscadas expresiones:</p>
-
-<p>—Si se llevan a Gil, y ello será por pocos días, ya sabe,
-Pascualita, que en mí tendrá un padre... Y si quiere que vayamos tras
-de Gil a<span class="pagenum" id="Page_256">p. 256</span> Soria, por
-mí no hay inconveniente... Buenas relaciones tengo en toda la tierra
-de los Gaitines, y algo podré hacer para que la causa vaya por buen
-camino. Don Eleuterio y don Sabas Gaitín no me dejarán mal, si les digo
-yo al oído dos palabritas, y el mismo Prior de los Carmelitas de El
-Burgo no me dejará feo si le pido su intercesión. Yo le perdono lo de
-la ardilla, si él saca el pecho fuera por salvar a un inocente. Ánimo,
-bella señorita... y no lloréis tanto, que se os empaña la hermosura.</p>
-
-<p>Sin ningún incidente que alterara la tristeza de lo que se ha
-referido, llegaron a Sigüenza, lo que fue mayor duelo de Cintia, porque
-apenas entraron en las calles costaneras y empedradas por los demonios,
-la caravana fue rodeada de gente curiosa, en su mayor parte chiquillos
-y mujeres, que con preferencia se agolpaban a los lados del carro para
-contemplar a la dama dolorida, en quien algunos vieron una princesa
-cautiva. Con séquito tan azorante llegaron a la Plaza Mayor, donde está
-el Ayuntamiento y en él la cárcel. De la otra parte se alza el hastial
-derecho de la hermosa basílica seguntina. Porches desiguales rodean la
-plaza; retorcidos hierros oxidados soportan el balconaje de las casas
-vetustas. La llovizna y el brumoso cielo ennegrecían el ya triste
-escenario. Al pasar el carro junto al Ayuntamiento, formose un gran
-ruedo de mirones impertinentes en torno a la caravana. Regino llegose a
-Gil, y un tanto turbado le dijo:</p>
-
-<p>—Tú solo entras en la cárcel; la señora y Cíbico quedan fuera,
-pues aún no se nos ha ordenado detenerlos. Yo te aseguro que debes
-estar tranquilo por lo tocante<span class="pagenum" id="Page_257">p.
-257</span> a Pascualita, pues la albergaré en mi propia casa, donde
-será tratada con todo el miramiento que merece.</p>
-
-<p>Montó en cólera el caballero al oír esto, y no pudo contenerse:</p>
-
-<p>—Ya veo la infamia, ya veo tu deslealtad conmigo. Por caballero te
-tuve; pero ya entiendo lo que puedo esperar de tu amistad. Mi mujer no
-se separará de mí; mi mujer no puede ir a tu casa, porque no debe ser
-así, porque no quiero yo, Regino... no quiero, no quiero.</p>
-
-<p>—Párate un poco, y reflexiona —replicó el guardia, pálido, con
-temblor de la mandíbula—. En Numancia te dije que aquí nací yo, que
-aquí vive mi madre, señora de cuya respetabilidad pueden darte noticia
-muchas personas de las que aquí están. Mi madre es hermana del Rector
-del Colegio de San Antonio, y con él mora. Es vivienda por demás
-honrada y decorosa... No dudes de mí, que fui tu amigo y sé portarme
-como tal y como caballero.</p>
-
-<p>No se dio Gil a partido; antes bien, poseído de furor, trató de
-desasirse de los que le sujetaban, y con modos tan violentos se
-sacudía, que el guardia fosco ordenó que le amarraran.</p>
-
-<p>—No te creo, Regino; eres un villano —gritaba—; eres un hipócrita:
-ahora me quitas a la que con artes de mala ley quisiste hacer tuya...
-¡Suéltenme! Regino, por la fuerza me vencerás... pero yo me vengaré de
-ti, yo...</p>
-
-<p>No pudo decir más, o no se oyó lo que en rencorosos borbotones salía
-de su boca.</p>
-
-<p>En esto se adelantó un hombre, un señor de buena estampa, con
-barba negra, el cual por su actitud y manera de producirse tenía sin
-duda<span class="pagenum" id="Page_258">p. 258</span> predicamento y
-autoridad en la ciudad. Era don Ramiro Gaitón, y sus palabras fueron de
-las que no admiten réplica:</p>
-
-<p>—Ea, metedle adentro, cacheadle y ponedle grillos si fuese menester,
-que este, por las trazas, es bandido de cuidado. Pronto, adentro con
-él.</p>
-
-<p>Y luego se fue a ver a la del carro, que de la fuerza de su
-congoja y del bochorno de verse entre tal gentío, había perdido el
-conocimiento. Mirola el Gaitón con ojos ávidos de conocedor y catador
-de bellezas, y risueño dijo así:</p>
-
-<p>—¡Bonita mujer! No caen estas brevas todos los días. Llévatela,
-Regino; guárdala en tu casa.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch21">
- <h2 class="nobreak g0">XXI</h2>
- <p class="subh2">Donde se verá cómo principió el espantoso vía&#8209;crucis
- y horrendo calvario del caballero sin&nbsp;ventura.</p>
-</div>
-
-<p>Mientras el don Ramiro (que por ser Gaitón merecerá toda la
-antipatía de los que esto lean) creíase obligado, por deber y por
-derecho, a prestar auxilio a la hermosa señora del carro, y disponía
-que conducida fuese a la botica (regentada por otro Gaitón) para que
-se le administrara una bebida antiespasmódica, Gil era empujado con
-violencia y grosería hacia el interior del feo edificio. Hallose dentro
-de un local que recibía la luz de enrejada ventana estrecha, y con
-abandono de animal rendido de cansancio se arrojó al suelo, que en
-algunos<span class="pagenum" id="Page_259">p. 259</span> sitios tenía
-montones de paja donde duraba el hueco de otros presos allí albergados
-anteriormente. Su desesperación no le dejaba espacio para considerar
-las consecuencias de su infortunio ni los medios de conjurarlo. A poco
-de humillarse sobre la paja, cayó en un sopor febril, que le daba la
-sensación lúgubre de un descenso a los profundos abismos, donde le
-maltrataban y escarnecían diablos crueles y harpías desvergonzadas...
-La noche le encontró en el propio estado de somnolencia, con intervalos
-de estupidez o embrutecimiento, en los cuales percibía los ásperos
-ronquidos de otro infeliz que no lejos de él mataba las horas.</p>
-
-<p>Hallábase ya el caballero más despabilado de su negra modorra,
-cuando hirió sus oídos la voz del compañero de encierro, el cual en
-tono familiar así decía:</p>
-
-<p>—Buen amigo, pues la mala suerte nos ha traído a estar juntos en
-esta mazmorra indecente, hablemos y contémonos nuestras miserias, que
-yo soy de los que, a falta de pan y de alegría, se alimentan con el
-sueño a ratos, y a ratos con la buena conversación.</p>
-
-<p>La réplica de Gil fue tan solo de monosílabos perezosos, y el otro,
-incorporado en su lecho de pajas, prosiguió así:</p>
-
-<p>—Como yo voy siempre a cara descubierta, sin ocultar mi nombre ni
-renegar de mí mismo, le diré que me llamo Tiburcio de Santa Inés, y
-que soy natural de Rebollosa de Jadraque, donde tengo, digo, tuve mi
-hacienda, y que estoy preso por haberle tirado una piedra a Crisanto
-Gaitón... Le apunté a la cabeza, y le di en el hombro sin hacerle
-daño... Fue por... Verá usted... Mi padre, José de Santa Inés, natural
-de Garabatea, me dejó<span class="pagenum" id="Page_260">p. 260</span>
-una finquita que fue de mi abuela materna, Rosalía Carbajosa, natural
-de Tor del Rábano, y dicha finca linda por el Naciente con huerta y
-viñedos de don Zacarías Escopete, por el Sur con las tierras de... Pero
-si está usted dormido, me callo y lo dejo para después, que no quiero
-molestarle...</p>
-
-<p>Contestó Gil con estas incongruentes expresiones:</p>
-
-<p>—Yo maté a Galo Zurdo por rescatar a mi novia y sacarla del infame
-cautiverio en Calatañazor... Ahora no descansaré hasta que dé muerte a
-Regino, que me engañó con arrumacos hipócritas, haciéndose pasar por
-caballero encantado como yo... ¡Quién me había de decir que recobrada
-mi mujer, fuera Regino quien me la quitara! Si usted defiende a Regino,
-se verá conmigo en esta cárcel, o fuera de ella; y si nos llevan juntos
-a Soria, veremos quién puede más.</p>
-
-<p>—Amigo —dijo el otro con voz blanda, tirando al humorismo—, no me
-hable usted de matar, que yo, aunque ando en cárceles, no soy hombre
-que acomete a sus semejantes, y jamás he quitado la vida a ningún
-nacido, como no sea mosca, mosquito, o cuanto más algún pobre conejo
-que se me ha puesto delante de la escopeta. Yo no mato... Tiré una
-piedra al Gaitón en el momento de más coraje que he tenido en mi vida;
-pero no iba más que a descalabrarle, para que se acordara de Tiburcio
-de Santa Inés, el despojado y atropellado en Rebollosa de Jadraque.</p>
-
-<p>Gil se incorporó para ver a su compañero; pero la claridad de
-luna que por la reja entraba era tan pobre, que uno a otro se
-reconocían<span class="pagenum" id="Page_261">p. 261</span> tan solo
-como bultos o sombras vivificadas por la palabra. Secamente dijo el
-caballero:</p>
-
-<p>—Yo maté a Zurdo Gaitín porque debí matarle, que así me lo
-aconsejaron San Basilio y San Agustín... «Cuando no quieran darte lo
-tuyo, tómalo.» Yo no podía tomarlo sin destripar antes al cerdo. Ya
-sabe usted, amigo, que a cada puerco le llega su San Martín. Me quedé
-con las ganas de pegar fuego a Calatañazor...</p>
-
-<p>—Pues yo le aseguro a usted —dijo el otro— que si nunca he matado a
-nadie, tampoco puse mis manos en quemazón de paneras y trojes, como han
-hecho otros, movidos de venganza. Siempre fui honrado, y de mi buena
-conducta podrá dar fe todo el gentío de estos pueblos.</p>
-
-<p>Extremado ya en la incongruencia, habló Gil de este modo:</p>
-
-<p>—Pues usted conoce al dedillo estos terrenos, dígame si cae por
-aquí cerca Zorita de los Canes... porque ha de saber usted que yo soy
-Conde... ¿se va usted enterando?... Conde de Zorita de los Canes.</p>
-
-<p>—Lejos está ese pueblo... allá por tierra de Pastrana y Mondéjar,
-tocando a los mojones de Cuenca... Orilla de Zorita, en un pueblo que
-llaman Almonacid, tengo yo una prima casada con Cristino Angosto,
-natural de Tetas de Viana, que cae hacia esta parte... ¿Conque dice que
-es Conde? Querrá decir que <i>esconde</i> algo...</p>
-
-<p>—Conde soy, y si lo duda, ahí están los libros del Becerro, que se
-lo dirán.</p>
-
-<p>—Pues yo soy Marqués de Rebollosa de Jadraque —afirmó el otro
-riendo—, y aquí todos somos de la grandeza.</p>
-
-<p>—Mi condado es Zorita de los Canes. Y yo<span class="pagenum"
-id="Page_262">p. 262</span> quiero que usted me informe de si aquel
-pueblo lleva tal nombre porque hay en él muchos perros... quiero decir,
-Gaitones.</p>
-
-<p>—Perros habrá de caza y de campo, y Gaitones no han de faltar, que
-son los animales más propagados en esta comarca. Por acá conozco a don
-Ramiro, don Crisanto y don Manuel Gaitón. Este es el más pudiente...
-cocido en dinero; y para redondearse se ha casado con la hija de un
-señor riquísimo que vive allá por Riaza, y le llaman don Gaitán de
-Sepúlveda, propietario de tierras, dueño de tantos ganados, que con
-ellos podría estrellar de ovejas el cielo.</p>
-
-<p>—¡Le conozco... ya sé! Un vejestorio con antiparras... He sido
-pastor en uno de sus rebaños.</p>
-
-<p>—¿Pastor y Conde? Eso sí que es bueno... Amigo, ¿se llama usted
-<i>don Patraña</i>?</p>
-
-<p>—Me llamo Tarsis... me llamo <i>Asur, Hijo del Victorioso</i>, y si
-usted me apura, me llamo Mudarra o <i>Mutarraf</i>, que quiere decir
-<i>Vengador</i>.</p>
-
-<p>—Que sea por muchos años, ja, ja... Pues no es el hombre poco
-divertido... ¡Quién lo diría, Señor! Hasta en estos lugares de
-tristeza, salta, cuando menos se piensa, el buen humor, y unas veces
-por flautas y otras por pitos, se va pasando el rato.</p>
-
-<p>En estas vagas conversaciones les cogió el alba, y conforme iba
-entrando en la prisión la tímida luz del nuevo día, mermada por los
-gruesos barrotes de la ventana, se vieron y se examinaron los dos
-presos. En su compañero, solo conocido hasta entonces por la voz,
-vio<span class="pagenum" id="Page_263">p. 263</span> Gil un hombre
-revejido y de talla corta, de facciones vulgares, iluminadas por un
-mirar de plácida mansedumbre, afeitado de días, con traje de labrador
-o jornalero del campo. Al poco rato, se personaron en el calabozo dos
-individuos que dieron a Gil orden de disponerse para partir a Soria en
-conducta de la Guardia civil; el otro quedaría en Sigüenza hasta nueva
-orden. Dieron a los dos mísero desayuno de pan negro y tocino crudo
-averiado. No tardaron en aparecer los guardias que habían de llevarse
-a Gil. Este se despidió de su compañero, que con sombrío gracejo le
-dijo:</p>
-
-<p>—Abur, señor Conde; Dios se la depare buena. Aquí me tiene a su
-disposición no sé hasta cuándo. Tiburcio de Santa Inés, para servir a
-Su Excelencia.</p>
-
-<p>Salió Gil entre los dos guardias. La mañana era fría y brumosa. Al
-pasar frente a la catedral, vio el caballero las almenadas torres de
-feudal arrogancia ceñuda. Entre los velos de la niebla, el grandioso
-monumento se revestía de cierta majestad funeraria. Bajando hacia
-la alameda tomaron el camino real, y a poco de entrar en este, como
-notaran los guardias en el preso cierta inquietud y ganas de monólogo,
-le ataron, recomendándole paciencia y juicio. Gil les dijo:</p>
-
-<p>—Atadme si queréis. No me importa, que yo tengo en mi familia quien
-podrá darme libertad aunque me llevarais encerrado en una jaula de
-hierro. Vosotros no contáis con una Madre como la mía... Siento que no
-venga Regino a conducirme. De seguro lo habría pasado mal... Vosotros
-sois honrados y buenos; cumplís vuestras obligaciones sin deshonrar
-a<span class="pagenum" id="Page_264">p. 264</span> los amigos
-robándoles la mujer... Hay hombres que tienen pinta de caballeros y
-son como hienas con bonitos ojos. Otros con mal ceño y cara borrascosa
-llevan dentro un corazón de ángel. Yo, señores guardias, no les
-aborrezco; sé que me llevan preso y atado por mandato de la ley, y que
-no porque yo sea persona principal serán más blandos y considerados
-conmigo.</p>
-
-<p>Con buenas razones le exhortaron los guardias a guardar silencio, y
-él obedeció, reduciendo a soliloquio las incoherentes cláusulas que de
-la boca le salían.</p>
-
-<p>«Imposible que la señora Madre deje de venir en mi socorro —se
-decía—, a no ser, Gil, que el uso que has hecho de tu albedrío sea tal
-que... No recuerdo bien lo que me dijo al despedirse en Calatañazor...
-Que si la línea de mi albedrío... que si la línea de su protección...
-No sé, no sé. Al perder a Cintia he perdido mi razón. Estoy loco.
-¿Será verdad que estoy loco?... Ya que mi Madre no me dé la libertad,
-devuélvame al menos la razón.»</p>
-
-<p>A los dos o más kilómetros de andadura, tuvo Gil bastante claridad
-de entendimiento para reconocer que el camino que seguía no era el
-mismo por donde había venido de Atienza. Conducíanle por Medinaceli
-y Alcuneza, que era, sin duda, más derecho camino hacia Soria.
-Verdaderamente, por lo tocante a su comodidad, esta o la otra ruta le
-importaban lo mismo; pero prefirió la de Medinaceli, porque dio en
-creer que en ella sería más fácil encontrar a la Madre redentora. ¿En
-qué se fundaba para pensarlo así? En nada... Tal vez en indescifrables
-voces que susurraban dentro de su cerebro.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_265">p. 265</span>Al mediodía
-emprendieron el preso y sus custodios la subida del puerto de Sierra
-Ministra. Iban desde las fuentes del Henares a las del Jalón, dos ríos
-que nacen en opuestas bandas de aquellos montes, y corren luego en
-contrarias direcciones, tributario el uno del padre Tajo, el otro del
-padre Ebro. Conforme subían, el tiempo cerrábase más de niebla, y la
-humedad les penetraba con punzante frialdad hasta los huesos. Por lo
-que Gil oyó decir a los guardias, hablando con dos caminantes que en
-sendos mulos llevaban la propia dirección, comprendió que se detendrían
-en una venta llamada <i>del Cuervo</i>, para tomar alimento y arrimarse
-un poco a la lumbre, siguiendo después hasta el lugar de Honrubia, en
-cuya cárcel terminaría la primera etapa de la conducta, para continuar
-al siguiente día con otra pareja hasta Medinaceli. Picaron espuela los
-caminantes, y a la media hora, próximos ya Gil y sus conductores a la
-venta que les prometía sustento y abrigo, vieron alzarse una ondulante
-columna de humazo negro, y oyeron griterío de alarma y terror. La venta
-y dos casas y cuadras medianeras ardían en toda la extensión de sus
-jorobados techos.</p>
-
-<p>Era un lindo espectáculo el del humo negro, que, retorciéndose como
-columna salomónica, subía lentamente, y en sus caracoleos voluptuosos
-se iba fundiendo con el blanco albor de la niebla. Las llamas daban
-toques de púrpura rutilante al bello espectáculo, y el vocerío de
-las gentes que querían salvar de la quema trebejos y animales,
-concluía y remataba el conjunto dramático. Llegaron a un punto<span
-class="pagenum" id="Page_266">p. 266</span> en que la confusión de
-humo y vapores cegaron el día, impidiendo la visión de los objetos
-más próximos. Gil no vio a los guardias, y estos a él le perdieron de
-vista. ¿Qué había de hacer un hombre en ocasión y momento tan propicios
-para la conservación personal, más que ponerse en salvo con rauda
-ligereza de pies? Así lo hizo Gil, por lo cual merece toda la simpatía
-y alabanzas de sus admiradores. Emprendió carrera en dirección de las
-fuentes del manso Henares, y para mayor dicha suya y alegría de los
-que se interesan por su suerte, a los pocos minutos de precipitarse
-en la veloz huida se sintió desligado del atadijo que le sujetaba
-los codos. La soga se desprendió silbando como culebra, y los brazos
-del preso quedaron libres para dar impulso y compás a las disparadas
-piernas...</p>
-
-<p>Su primera parada para tomar aliento hízola el fugado a distancia
-tal, que apenas se veían ya las negras humaredas desliéndose en la
-niebla lechosa. ¡Libre! Con decir que la libertad duplicó su energía,
-se da una idea de su velocísima carrera; y como iba cuesta abajo, no
-tardó en pisar terreno llano. «Aunque no te has dejado ver, señora
-Madre —decía—, ¿quién sino tú me preparó con un oportuno incendio
-la oscuridad que cegó a los guardias? ¿Qué manos que no fueran las
-tuyas pudieron desatar la cuerda que me oprimía los codos?... Yo
-advertí que el cordel por sí solo deshizo sus nudos, y salió silbando
-y serpenteando hasta perderse de vista en el monte... Ahora déjame
-ver la luz rosada que anuncia tu presencia, y sienta yo dentro de mí
-la suspensión o azoramiento,<span class="pagenum" id="Page_267">p.
-267</span> señal infalible de que la Naturaleza se conmueve a tu
-paso.»</p>
-
-<p>Por más que el caballero miraba a un lado y otro y a los oteros
-cercanos, únicos que se dejaban ver, no tuvo el menor atisbo de luz
-rosada ni verde. Imperaba el blanco algodonoso de la niebla, sin
-dejar ningún resquicio por donde pudieran colarse luces naturales o
-fantásticas. Avanzada ya la noche, dio de bruces en un lugar miserable
-cuyo nombre ignoraba. Después supo que era Guijosa. No queriendo
-infundir sospechas pidiendo albergue o haciendo preguntas, echó un
-vistazo al caserío del pueblo, vio la iglesia y en ella un ancho
-pórtico con dos rinconadas laterales que parecían hechas de encargo
-para que los vagabundos pasaran en ellas la noche.</p>
-
-<p>Antes de acomodarse en su camarín, quiso dar a su cuerpo algún
-sustento, y recordando que aún le quedaban dos bellotas en el bolsillo
-del pantalón, metió en él la mano para cogerlas. Grande fue su sorpresa
-cuando al tacto reconoció que no eran dos bellotas, sino cuatro.
-Momentos después entraba en una taberna que había visto al pasar por
-la corredera central del pueblo. Compró medio pan y un pedazo de
-queso, y fue a comérselo al pórtico donde había encontrado su albergue
-nocturno. Instalose en él, arrimándose bien al ángulo para buscar todo
-el abrigo que la dura piedra podía darle, y apenas tiraba los primeros
-bocados al queso y pan, creyó ver en el rincón frontero un bulto de
-cosa viva. Poco tardó, por cierto rumor de respiración y carraspeo, en
-cerciorarse de que era un hombre, un desgraciado<span class="pagenum"
-id="Page_268">p. 268</span> caminante, como él sin hogar ni dinero,
-acaso como él perseguido de la justicia. En estas dudas se hallaba,
-cuando del bulto misterioso salió una ronca voz que dijo:</p>
-
-<p>—Buen hombre, se quedará usted helado si no tiene manta. Arrímese
-acá y participará de la mía, que es de cuatro varas, morellana neta. No
-tema que le pegue miseria, que yo, aunque pobre, no la tengo.</p>
-
-<p>—Buen señor —replicó el caballero, conociendo, por la voz cascada,
-que hablaba con un anciano—, acepto muy agradecido el abrigo, y allá me
-voy. Y si quiere usted acompañarme en esta pobre cena de pan y queso,
-tendré mucho gusto en partirla con usted.</p>
-
-<p>—¡Ay, sí: deme acá, hermano! Tengo un hambre horrible. No poseo más
-capital que la manta, lo único que he podido sacar del pueblo.</p>
-
-<p>Mientras el famélico señor se incorporaba para tirar feroces
-mordiscos al pan, Gil se acomodó bajo un pico de la luenga y tupida
-manta morellana. A la escasa claridad de la luna examinó la cara de
-su compañero de hospedaje: era cara de viejo, con melenas canosas,
-y no desconocida para Gil. En alguna parte y en días no lejanos
-habíala visto. ¿Dónde, Señor? Tanto apuró su memoria, que al fin creyó
-descifrar el enigma, y para llegar a la certeza, habló así:</p>
-
-<p>—Señor, yo le conozco a usted; creo haberle visto en un lugar
-llamado Boñices. Dígame si es usted un maestro que tiene por nombre don
-Alqui...bori...</p>
-
-<p>—Alquiborontifosio de las Quintanas Rubias, para servir a Dios y a
-usted —dijo el otro<span class="pagenum" id="Page_269">p. 269</span>
-gravemente mordiendo el queso con avidez—. <i>Escóndese el rico, mas
-no el mísero.</i> Como los lobos bajan del monte al llano movidos del
-apetito de carne, así he salido yo de Boñices, y voy a la ventura por
-estas tierras, buscando el lugar de abundancia donde sobre un mendrugo.
-Dios me ha favorecido esta noche trayéndole a usted a mi lado con su
-pan, su queso y su cortesanía, que me han dado aliento para vivir
-hasta mañana. Y ahora, buen hombre, ya que hemos metido algo en el
-buche, hagamos por dormir, que yo estoy rendido, y usted también, a lo
-que parece. Mañana hablaremos. Abríguese y duerma. La noche es para
-el descanso, llamémoslo sueño, que es la jaula en que se guardan los
-pensamientos; el día es para que se abra la jaula, y salgan otra vez
-los pensamientos a darnos guerra y a engendrar las acciones... Conque
-buenas noches.</p>
-
-<p>Pareciole muy cuerdo a Gil lo que su compañero de alcoba decía,
-y se acurrucó bajo la manta para conciliar el sueño. Durmió con
-intermitencias, atormentado de pesadillas, y una de estas fue que
-se acababa el mundo, sensación pavorosa producida tal vez por los
-ronquidos de don Quiboro, que imitaban el son terrible de la trompeta
-del Juicio final. El día le despejó la cabeza de los terrores
-milenarios, y puesto en pie y sacudiendo la pereza, mientras el
-maestro anciano se desperezaba como un camello, se aprestaron a seguir
-su peregrinación... Don Quiboro dobló su manta en forma de que le
-sirviera como tapabocas, y por el primer callejón que les vino a mano
-salieron al campo libre, observando gozosos que<span class="pagenum"
-id="Page_270">p. 270</span> el día se presentaba menos encapuchado de
-nieblas que el anterior.</p>
-
-<p>—¿Hacia dónde vamos, amigo? —dijo don Quiboro, mirando sucesivamente
-a los cuatro cuadrantes—. Yo ando a la ventura... a ver si caigo
-donde me sea fácil encontrar un pienso razonable. ¿Hacia dónde cae
-Guadalajara?</p>
-
-<p>—Hacia el Sur, y el Sur es por aquí —replicó Gil, señalando una
-dirección, después de apreciar en el horizonte la salida del sol—. A
-usted, que es persona justa, no debo ocultarle que huyo de la justicia,
-y no me conviene andar por senderos concurridos.</p>
-
-<p>—Pues yo, hijo mío —indicó el viejo con gravedad estoica—, voy
-sin criterio propio y entregado al Destino. Ni busco a la justicia,
-ni huyo de ella; que si la justicia me coge y me conduce de pueblo
-en pueblo, en estos habrá pesebres donde se alimenten bien o mal los
-cristianos errantes, que no tienen casa, ni familia, ni una chispa de
-numerario.</p>
-
-<p>—También yo cuento con el Destino, que suele ser más humanitario que
-las leyes y los que cuidan de cumplirlas —declaró el caballero—. Si
-por una parte huyo de la justicia, por otra voy hacia ella... Déjeme
-que le explique... Yo maté a un cerdo... me prendieron, me escapé...
-Un guardia civil me quitó a mi mujer... yo voy a que me devuelvan a mi
-mujer, o a que me maten, pues sin ella no puedo vivir.</p>
-
-<p>—Historia complicada es esa, y no he de entenderla como no me
-dé más explicaciones. Al decir mujer, ha dicho enredo y confusión.
-Habrá usted oído aquello de <i>Hembra lozana,<span class="pagenum"
-id="Page_271">p. 271</span> darse quiere a vida vana</i>, y también
-estotro: <i>Mujeres y malas noches, matan a los hombres</i>...</p>
-
-<p>—No es eso, señor —dijo el caballero—. Usted no me entiende... y yo
-no podría ponerle al tanto de mi historia sin darle una conferencia de
-tres días.</p>
-
-<p>—Pues resérvela para mejor ocasión, porque con los estómagos vacíos,
-en esta hora del desgaste orgánico, ni los entendimientos, ni la
-palabra, ni la memoria, están para largos cuentos, ya sean verdaderos,
-ya mentirosos. Veamos si la Providencia o San José bendito nos deparan
-almas caritativas que nos socorran con algún alimento. Usted que tiene
-buena vista, mire y observe si hay por aquí pastores, o si a lo lejos
-se descubre algún caserío...</p>
-
-<p>—Pastores no veo —dijo el encantado—; pero sí gente de labranza, que
-a mi parecer está sacando patatas.</p>
-
-<p>—Pues vamos primero al señuelo de las patatas —dijo el desgraciado
-Quiboro, avivando cuanto podía su vacilante paso—, que me da el corazón
-que hemos de encontrar hidalguía y caridad... Quiera Dios que sea la
-cosecha muy abundante, y que los dueños de ella estén alborozados
-y satisfechos... Deme el brazo, hijo, y ayúdeme a salvar pronto la
-distancia que nos separa de esos dignísimos labradores... La Virgen
-bendiga su trabajo y les aumente el fruto... Ande, hijo, ande.</p>
-
-<p>Llegaron al grupo de labriegos, que eran tres mujeres y dos hombres,
-y tal ventura deparó el cielo a los peregrinos, que apenas manifestada
-su fiera necesidad entre bostezos, les dieron cuanto pudo meter en sus
-anchos bolsillos<span class="pagenum" id="Page_272">p. 272</span> el
-cansado viejo. Sin detenerse en el grupo más tiempo que el preciso para
-expresar del modo más patético su inmensa gratitud, se fueron en busca
-de un lugar montuno donde pudieran recoger leña y hojarasca, encender
-lumbre y asar los preciosos tubérculos que de la caridad habían
-recibido. Atravesando rastrojos y metiéndose por empinadas veredas,
-dieron en un encinar que les ofrecía descanso, abrigo, soledad, cocina,
-fogón, leña y mesa para banquetear a su gusto.</p>
-
-<p>Recogió al punto Gil un buen brazado de palitroques y ramaje seco.
-Felizmente, tenía fósforos y encendió lumbre, que pronto tomó cuerpo, y
-las crujientes llamas alegraron el alma y templaron el aterido cuerpo
-de don Alquiborontifosio. De rodillas ante la hoguera, extendiendo
-las palmas de las manos en actitud litúrgica, tuviérasele por un
-sacerdote de los prístinos tiempos de la Historia. Acólito de tal
-ofrenda o sacrificio era Gil, que cuidadosamente cebaba la llama para
-que se formara un buen rescoldo. Don Quiboro metía las patatas en la
-ceniza, y tales eran los estímulos de su apetito, que medio asadas
-y medio quemadas empezó a comerlas, soplando sobre ellas antes de
-meterlas en su desdentada boca. Y cuando los dos habían aplacado las
-primeras ansias del gusanillo, cogió el maestro una patata y la mostró
-con solemnidad a su compañero de fatigas, pronunciando este triste
-razonamiento:</p>
-
-<p>—A tal miseria han venido a parar mis cincuenta y más años de
-magisterio en Aliud primero, después en Torreblascos, y por fin en el
-moribundo lugar<span class="pagenum" id="Page_273">p. 273</span> de
-Boñices. Vea usted el premio que dan a una vida consagrada a la más
-alta función del Reino, que es disponer a los niños para que pasen
-de animalitos a personas... y aun a personajes, que yo con documento
-puedo atestiguar... carta canta... que en Buenos Aires, en Méjico y
-en otras partes de las Indias, viven ricachones que fueron desasnados
-por mí, y que bajo mi palmeta, hoy en desuso, aprendieron a distinguir
-la <i>e</i> de la <i>o</i>. Y en esas Cortes o Senados de Madrid, en
-que tanto se parla, algunos hay que llegaron cerriles a mis manos, y
-de ellas salieron bien pulidos de lectura y escritura, con algo de
-aritmética. Nadie me ha favorecido en este vía-crucis doloroso. Dos
-generaciones de Gaitines han pasado delante de mí con los oídos tapados
-a mis quejas, y solo me atendieron a medias y de mala gana cuando
-reclamaba yo dos años de atrasos, dos años de paga, ¡Señor! que me
-debía el Ayuntamiento. Los Gaitines han favorecido más la fábrica de
-aguardiente que la fábrica de ilustración. Y heme aquí errante, sin
-hogar ni más ropa que la puesta y esta manta, atenido a la caridad
-pública, rodando como las hojas muertas que lleva el viento, sin
-encontrar ni protección, ni pan, ni siquiera sepultura, pues cuando
-menos lo piense caeré muerto en lugar salvaje donde las bestias me
-pisen y los buitres me coman. ¡Oh, buitres, comedme y hartaos de mi
-carne podrida, y que os aproveche y hagáis buena digestión! Seréis más
-dichosos que yo lo fui. ¡Oh, niños, niños mil a quienes saqué de las
-tinieblas, al daros luz hice una generación de hombres ingratos!</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_274">p. 274</span>Al terminar,
-limpiose una lágrima y siguió comiendo. Con la conversación del
-improvisado amigo fue recobrando el pobre viejo su normal temple, y
-<i>de sobremesa</i> propuso a Gil que, pues habían yantado con sosiego,
-que compensaba la triste frugalidad, quedáranse buena parte del día
-en lugar tan apacible, recogiendo y almacenando en sus cuerpos el
-calorcillo de la hoguera, para tener reserva con que hacer frente a
-los fríos y desmayos que les esperaban. Así lo hicieron. Echose Gil
-a dormir, y a media tarde reanudaron su vida errante, llevándose don
-Quiboro en sus hondos bolsillos las patatas medio asadas y medio
-carbonizadas que sobraron del festín.</p>
-
-<p>Caminando encontraron una pareja de mendigos: él, caduco y
-patizambo, con un voluminoso morral al hombro; ella, jovenzuela, canija
-y andrajosa, con un morral chico y una bandurria vieja. Trabaron
-conversación, y el hombre, que era muy parlero y comunicativo, les dijo
-así:</p>
-
-<p>—Yo me voy a pasar la noche a Pitarque, que es alivio del pobre en
-esta tierra desamparada.</p>
-
-<p>No había oído don Quiboro tal nombre, y pedidas explicaciones, el
-pordiosero las dio muy claras:</p>
-
-<p>—Bien se conoce que no son ustés de por acá. Pitarque es un
-conventorro viejo de franciscos o dominiscos... no sé qué. Desde
-tiempo memorial está caído... la iglesia sin techo, lo demás apañado
-para casas de labor y lo consiguiente. Comprolo por pocos riales un
-granjero de Torremocha, que le llaman José Corvejón, y allí ha puesto
-taberna, algo de parador para personas y bestias naturales, lonja de
-bacalao y piensos...<span class="pagenum" id="Page_275">p. 275</span>
-A la mano acá del monasterio hay un patio grande que fue mismamente
-claustro, donde salían a regoldar los frailes, acabado el refitorio.
-José Corvejón, que es hombre cristiano de suyo, porque, según dicen,
-vivió antes en necesidad, nos deja a los probes entrar en el patio, y
-nos da sarmientos y otras leñas comustibles para que hagamos lumbre
-y nos calentemos, y las más de las noches nos reparte la bazofia que
-sobra de los yantares de la posada... Si no tenéis vos mejor corral
-donde albergaros, venid con nosotros y lo pasaréis tan ricamente, que
-también suele haber quien eche al aire las penas con algún desperezo de
-seguidillas y danza...</p>
-
-<p>—Sí, sí —dijo don Quiboro con desentonos de chochez infantil—.
-Iremos allá. ¿No piensa lo mismo el amigo? Si hay lumbre, un rincón
-para dormir, y alegría del pueblo, ¿qué más podemos desear?</p>
-
-<p>Arreando a prisa, llegaron los cuatro cristianos vagabundos, ya de
-noche, al caseretón llamado Pitarque, donde ocurrieron sorprendentes
-sucesos y casos de risa y llanto, que conocerá el que tenga paciencia
-para seguir leyendo.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch22">
- <p><span class="pagenum" id="Page_276">p. 276</span></p>
- <h2 class="nobreak g0">XXII</h2>
- <p class="subh2">Refiérense, con el vía-crucis del caballero, las
- escenas de pobretería en el corral de Pitarque.</p>
-</div>
-
-<p>Cuando Gil, don Quiboro y la pareja de mendigos entraron en el
-corralón, de traza y vestigios de claustro, ya había en este gente
-pobre. En uno de los grupos reconoció Gil a los volatineros que había
-encontrado en el camino de Matalebreras; mas por el pronto no quiso
-darse a conocer. Formaban ruedo junto a su carro, en actitud de
-preparar la cena. Luego se hizo cargo del local paseando en redondo, y
-vio desde fuera la taberna, lonja y demás aposentos. Al volver junto
-a don Quiboro, recogiéronse, por indicación de este, en el ángulo más
-próximo a la puerta, donde unos sacos de paja les brindaban cómodo
-asiento. Liándose en su manta, el maestro dijo a su incógnito amigo:</p>
-
-<p>—Aquí estamos como en atalaya. Por causa de mi corta vista no
-veo más que el resplandor de las hogueras que algunos encienden ya
-para guisar. Sirvan los buenos ojos de usted para descubrir ollas
-o sartenes, y ver si hay entre tanta gente un alma buena que nos
-convide.</p>
-
-<p>—Sí habrá, señor don Quiboro —replicó el caballero—, y en último
-caso, nos convidaremos nosotros.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_277">p. 277</span>Antes que terminara
-la frase, fue tocado en el hombro por un sujeto, en quien al punto
-reconoció a su compañero de la cárcel de Sigüenza, Tiburcio de Santa
-Inés, el cual, soltando el chorro de su locuacidad, contó que se había
-escapado de la prisión por un patio interno, al cual pasó aprovechando
-descuidos del alcaide, y favorecido por un empleado del Ayuntamiento,
-amigo suyo. No creyó Gil prudente explicarle el cómo, dónde y cuándo de
-su recobrada libertad. A la pregunta de don Quiboro, «¿quién es este
-señor?» respondió Tiburcio:</p>
-
-<p>—Yo soy una víctima de la justicia; a mí me han despojado de mis
-bienes los infames Gaitones, plaga de esta tierra, valiéndose de
-leyes retorcidas y aplicadas al mal... Antes de contarles mi caso, si
-quieren oírlo, dígame, señor anciano, si es usted de la curia, pues
-tal me ha parecido por sus gruñidos, sus guedejas y el metal apagado
-de la voz. Si es de la justicia, <i>abrenuncio</i> y me voy al lado de
-enfrente.</p>
-
-<p>—Cálmese, buen hombre —dijo con hueca voz don Alquiborontifosio—.
-Yo no soy de la justicia; soy de más abajo; pertenezco a la última
-fermentación de la podredumbre del Reino... Ya ve usted por mi pelaje
-cómo acaban los que, enseñando a la infancia, allanamos el suelo para
-cimentar y construir la paz, la ilustración y la justicia... Siéntese a
-nuestro lado y cuéntenos lo que quiera, sin dejar de echar una miradita
-a las ollas y calderos, que a mi parecer ya están puestos a la lumbre.
-Si esto es ilusión, no me la quiten los hombres de buena vista.</p>
-
-<p>En los sacos de paja se sentó Tiburcio, a<span class="pagenum"
-id="Page_278">p. 278</span> quien mejor que a nadie cuadraba el mote de
-<i>Pobrecito hablador</i>, y con fácil vena dio principio a su cuento,
-que no es fábula muerta, sino historia viva:</p>
-
-<p>—Una huertecilla heredé de mi padre, y un prado muy bueno, y con
-ambos predios lindaba otra huerta de mayor cabida, perteneciente a
-Zacarías Escopete, consuegro de don Crisanto Gaitón... Hace un año
-dio Zacarías en la tecla de que yo le había de dar paso por mi huerta
-al carro que le llevaba el abono para la suya... Me resistí; no había
-memoria de tal servidumbre. Los amigos me aconsejaban que cediera, pues
-de no hacerlo, el vecino me causaría mayor perjuicio, por ser yo pobre
-y él un ricacho que hace de la justicia lo que le viene en gana...
-En mal hora me resistí, parapetándome en mi derecho. El parapeto de
-nada me sirvió, y el maldito Escopete me puso la demanda... Todos los
-vecinos se prestaron a declarar que en ningún tiempo habían visto que
-mi huerta fuera paso de servidumbre para la del otro... De nada me
-valió el testimonio de medio pueblo, y el juez municipal nombrado,
-como toda autoridad, por el Gaitón, a quien parta un rayo, sentenció
-condenándome a dar paso al carro y pagar las costas.</p>
-
-<p>—¡Vaya por Dios! —exclamó don Quiboro—. Con apelar usted al juez
-de primera instancia, que forzosamente había de revocar sentencia tan
-absurda, estaba usted salvado.</p>
-
-<p>—¡Que si quieres! Eso es lo justo; pero váyale usted con justicias a
-los hombres malos que sin más ley que su egoísmo oprimen al pobre.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_279">p. 279</span>—Tiene usted razón.
-Por eso ha dicho la sabiduría popular: <i>No vive el leal más que lo
-que quiere el traidor</i>. Siga.</p>
-
-<p>—El juez de primera instancia, que es también hechura del Gaitón,
-fue y ¿qué hizo? Pues confirmar la sentencia y condenarme también en
-costas... Encontreme, como el otro que dice, con la soga al cuello. Del
-Juzgado me avisaron que fuese a pagar las costas, que eran doscientas
-treinta y tantas pesetas... ¡Ay, Dios mío, qué apuros! En la casa del
-labrador pobre suele haber frutos para ir comiendo; pero tal cantidad
-de pesetas no las hay sino en contados días... Dejé pasar el tiempo
-en espera de la fiesta del pueblo... buena ocasión para vender unos
-novillos... Cuando más descuidado estaba yo, el juez municipal recibe
-un oficio del otro juez más alto, ordenándole que me embargara las
-fincas por valor de quinientas pesetas, y el hombre no anduvo perezoso
-para la diligencia. Vino a mi casa y me embargó el huerto, y por si
-no era bastante, el prado... Nada, que por caridad no me embargó los
-zapatos y la camisa... ¿Qué hice? Pues salir a buscar quien me prestara
-dinero para levantar el embargo... ¡Qué dinero ni qué niño muerto, si
-el poco que hay lo tienen los ayudantes del verdugo, es decir, los
-criados del cacique! Viendo este desamparo, me dije yo: «Esperaré a
-la feria del <i>Corpus</i>, donde podré vender con estimación mis dos
-novillos»... ¡Que si quieres! No se me arregló el negocio, y esos
-villanos sacaron mis propiedades a subasta. Acudieron licitadores,
-echados a socapa por el consuegro del Gaitón, y pujando, pujando,
-elevaron el<span class="pagenum" id="Page_280">p. 280</span> valor
-de mi huerto y prado a mil cincuenta pesetas, más del doble de lo
-que el Juzgado había pedido. Nunca mandan embargar de menos, sino de
-más, con idea de que sobre lo que se ha de comer la curia. Pero el
-juez municipal consultó al de primera instancia si desde luego debía
-entregar al embargado la demasía... A todo esto, yo, algo consolado,
-decía entre mí: «Si has perdido dos finquitas, te queda dinero para
-vivir a gusto una temporada...»</p>
-
-<p>—Inocente era usted, amigo. Como si lo viera, el juez grande ordenó
-al chico que le mandara todo el dinero, inspirándose en aquel aforismo
-que dice: <i>Cobra y no pagues, que somos mortales</i>.</p>
-
-<p>—Así fue... Venga el dinero, y luego, si algo sobra, se devolverá.
-Esto dijo el juez grande.</p>
-
-<p>—Pero usted reclamaría...</p>
-
-<p>—¡Oh, sí! reclamar es el oficio del español. Reclamé, y más me
-valdrá no haberlo hecho. Pasa tiempo. Viendo que nada me devolvían, fui
-y dije al secretario del juez municipal si algo sabía de mi asunto.
-Respondiome que no, y que me avistara con el escribano del Juzgado...
-Yo, tan tonto, me fui a Sigüenza... ¡pero qué tonto! El escribano me
-dijo que viera al otro escribano, que este acaso tendría el dinero
-sobrante... Vi al otro, y me dijo que no sabía nada... Volví al primer
-escribano... nada sabía tampoco... Y con toda mi paciencia me fui a ver
-al señor juez, el cual no recordaba el caso. Insistí. Díjome al fin que
-reclamara <i>en forma</i>. Corrí en busca de un abogado, el cual<span
-class="pagenum" id="Page_281">p. 281</span> puso un escrito con muchas
-retóricas y perfiles, pidiendo que se hiciera tasación de costas, y
-pagadas estas con el importe de los bienes vendidos, ¡atiza! se me
-devolviera, ¡vuelve por otra! el remanente, <i>etcétera</i>...</p>
-
-<p>»Disparado este cañonazo, me volví a mi pueblo, Rebollosa de
-Jadraque, y aguardé... naturalmente sentado... y en muchos días no supe
-nada. Preguntábanme los amigos, y yo les respondía como los escribanos:
-no sé nada, y no sabiendo nada estuve no sé cuánto tiempo. Así se trata
-en España al buen ciudadano, después de zarandearle para que vote,
-para que pague, para que grite: ¡viva el Rey, viva la Constitución!,
-a quien debemos llamar <i>la Pepa</i>, por lo que ella vale, y ¡viva
-la Libertad!, que también es buena castaña pilonga... Después de muy
-larga espera, un día veo entrar en mi casa al secretario del Juzgado
-municipal. Me brincó el corazón... Ya estaba yo viendo las quinientas
-pesetas pasando de sus manos a las mías. ¡Jesús! tan me lo creí, que
-pensé convidarle a unas copas... Y como le vi meter mano al bolsillo,
-echeme a reír de gozo, y... Nada, que si apuesto a tonto, no hay quien
-me gane... Pues lo que sacó del bolsillo aquel perro fue un papel de
-uno de los escribanos del Juzgado grande, en que le decía que hiciera
-el favor... ¡para favores estábamos!... que hiciera el favor de decirme
-que a la mayor brevedad... ¡a prisita que llueve!... me presentase
-a pagar veintinueve pesetas más sobre el importe de la tasación de
-costas pedida por mí... y que si no iba pronto... ¡ni que fuéramos a
-sofocar un fuego!... que si no iba pronto, me<span class="pagenum"
-id="Page_282">p. 282</span> embargarían otra vez... Y aquí se acabó
-mi cuento. <i>Colorín colorao.</i>.. Y se acabó, porque la pillería
-de los Gaitones y Escopetes me despojó de mi propiedad, ayudada de la
-Justicia, que aquí es la máscara que se ponen los malos para que el
-latrocinio parezca ley. Así los lobos se disfrazan de pastores, y los
-cepos y trampas están hechos con trazas legales para que fácilmente
-caigamos, y en ellos dejemos hacienda y vida. ¡Ay, señores, de la pena
-que tengo, ya ni llorar sé!</p>
-
-<p>Oyó este triste lamentar don Alquiborontifosio con grave actitud
-de meditación, cerrando los ojos, y pasado un ratito dejó caer de sus
-labios esta opinión estoica:</p>
-
-<p>—Si sobre las propiedades perdidas, señor mío, tuvo usted que
-poner veintinueve pesetas de añadidura para que le dejaran en paz, es
-usted fiel intérprete de la doctrina de Jesucristo, que dijo: <i>Al
-que quiera litigar contigo para quitarte la túnica, déjale también la
-capa.</i> (<i>San Mateo.</i>)</p>
-
-<p>—¿Eso dijo Nuestro Señor Jesucristo? —replicó Tiburcio pasmado
-y confuso—. Pues ahora me entero. Vea usted cómo es uno santo sin
-saberlo.</p>
-
-<p>—Santos sin saberlo somos muchos acá —dijo don Quiboro con amargura
-que le salía del alma—, y entre ellos me cuento, sin alabarme.
-Santos somos por la resignación, y porque no hacemos daño a nuestros
-enemigos.</p>
-
-<p>—No soy yo de esos tan puros —dijo Santa Inés—. Acúsome, señor, del
-pecado de ira. Una piedra tiré al Gaitón que me despojó de lo mío; mas
-como no le acerté en la cabeza, poco mal le hice. Ayer, recobrada mi
-libertad, me acogí<span class="pagenum" id="Page_283">p. 283</span> al
-sagrado de los Padres Recoletos, que tienen su casa entre Sigüenza y
-Baides. Recibiéronme con cariño; me ofrecieron hablar al señor Gaitón,
-y conseguir de él que me perdone la pedrada, con lo que basta para
-echar tierra al proceso. Los buenos Padres me protegerán para que tenga
-yo un modo de vivir. Haranme santero de un Niño Jesús muy milagroso que
-han traído de Roma. Vea usted cómo: ponen el Niño en una linda urna,
-vestidito de raso con lantejuelas. La urna es también cepillo; por
-encima tiene una hendidura para meter los cuartos; por de dentro una
-cajita escondida entre florecicas de trapo. Yo voy por los pueblos con
-mi Niño Dios y las personas buenas o atribuladas que desean algo se lo
-piden con devoción, y echan luego el memorial, que es perra grande o
-chica, cuando no peseta, metiéndolas por la raja de arriba... Bueno:
-pues de la limosna, los Padres me dan tercia o cuarta parte, según sea
-la recaudación, y siempre que yo vaya al convento a rendir cuentas,
-comeré con los legos en la cocina... y ha de saber usted que se dan
-buen trato.</p>
-
-<p>—¡Oh, feliz mortal! —exclamó don Alquiborontifosio, mostrando en
-risa franca sus desdentadas encías—. ¡Qué bien te viene el sabio dicho
-popular: <i>Al cornudo, Dios le ayuda</i>!</p>
-
-<p>En esto, Gil, que alejádose había del grupo, atraído de una visión y
-esperanza de condumio, volvió alegre con un platón de migas y cuchara,
-y mostrándolo al maestro le dijo:</p>
-
-<p>—Ya nos ha favorecido la Providencia. Esto debemos a las
-buenas almas de aquellos volatineros que conocí en el camino de
-Matalebreras.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_284">p. 284</span>Gozoso y agradecido
-cogió don Quiboro el plato con una mano, y con la otra lo bendijo,
-echando sobre las calientes migas estas palabras sacerdotales:</p>
-
-<p>—<i>Dios ayuda al cornudo y al testarudo</i>... Comamos, hijo, y
-participe usted también, señor santero del Niño Jesús.</p>
-
-<p>Y el caballero, mientras los tres comían pasando la cuchara de mano
-en mano, celebró así el hallazgo de las migas:</p>
-
-<p>—Buenas son y sabrosas, aunque no tanto ni tan abundantes como las
-que catamos usted y yo en aquella casa de Boñices... ¿No se acuerda?</p>
-
-<p>Quedó un rato suspenso el buen don Quiboro, y de su asombro resultó
-este vivo diálogo:</p>
-
-<p>—Dijo usted que me había visto en Boñices; mas no mentó la cena de
-migas en casa de la Fabiana. ¿Era usted de los mozos que alborotaron
-con jarana y demagogia? Como apenas veo, no he podido retener su
-fisonomía.</p>
-
-<p>—Yo no alboroté, don Quiboro. Fíjese bien en mi cara, y me
-reconocerá como el escudero de doña María.</p>
-
-<p>—¿Por qué no me lo dijo antes?</p>
-
-<p>—Porque no vino a pelo, ni yo quería envanecerme como servidor de
-tan alta Señora.</p>
-
-<p>—Y ahora, según creo, ha dejado usted el servicio de doña María,
-como los demás hidalgos y campesinos que vivían a su lado. Mejor que
-yo sabrá usted que a la gran Señora no le ha valido su nobleza y santa
-condición. Los renegados gobernantes hanla echado del castillo de
-Clavijo porque, al decir de ellos, no le correspondía vivir allí.</p>
-
-<p>—Dispense, don Quiboro, si me río de usted por su ignorancia en lo
-tocante a mi Señora.<span class="pagenum" id="Page_285">p. 285</span>
-Doña María no vive en Clavijo, y tiene por vivienda la redondez de la
-tierra española. Y como todo es suyo, los mandones no pueden echarla
-de ninguna parte si no es de sus propias almas, que a eso tiran ellos.
-Daránle mil pesadumbres y le amargarán la vida; pero no pueden decirle:
-«Madre, ahí te quedas», o «Madre, pasa de largo.»</p>
-
-<p>—Por mi fe, que no lo entiendo. Habla usted como un demente, o
-esa Madre que nombra no es nuestra doña María. Yo le aseguro, porque
-lo he visto, que la Señora que cenó con nosotros en Boñices anda hoy
-errante por caminos y atajos, como usted y como yo. Salí de Boñices
-huyendo del hambre y la muerte, y a media legua más acá encontreme
-con doña María, acompañada de dos labradores que me obsequiaron con
-mendrugos y una sardina de cuba que sacaron de sus morrales. La Señora,
-compungido el rostro y encorvadita de cuerpo por la carga de sus penas,
-me contó lo que ha días viene padeciendo por las ingratitudes de sus
-desatinados hijos, que a la cuenta son un sin fin de hijos, y por la
-porquería dominante en lo que ella denomina sus reinos o estados, que
-eso no lo entendí, ni sé lo que puede significar, así me maten... Un
-rato seguí con ellos charloteando de nuestras desdichas. Por lo tardo
-de mi andadura tuve que quedarme atrás. Ellos siguieron... Esto pasó
-ayer tarde, horas antes de llegar a Guijosa, donde usted y yo nos hemos
-conocido.</p>
-
-<p>Tal confusión produjo en la mente del caballero lo que acababa
-de oír, que no sabía si creer al honrado vejete, o tenerle por
-donoso<span class="pagenum" id="Page_286">p. 286</span> embustero. Por
-momentos llegó a pensar que era un genio maléfico de orden inferior,
-de estos que tienen poder para desfigurar someramente las cosas, y
-secundar con hechicerías a la menuda las obras transcendentes de los
-grandes encantadores. Pensó que invitándole a unas copas, podría
-obtener de él revelaciones interesantes, con su poquito de magia
-blanquinegra. Instintivamente echó mano al bolsillo del pantalón, donde
-creía tener una bellota, con la cual pudiera comprar el vino, y los
-dedos ¡oh caso estupendo! encontraron buen número de ellas, que el
-tacto apreció en la docena mal contada. «Ya no puedo dudarlo —se dijo—:
-mi Madre está cerca... tal vez aquí.»</p>
-
-<p>Con loca impaciencia recorrió en un instante todo el patio,
-examinando los grupos de hombres y mujeres. Metiéndose después en
-la taberna, miró todas las caras. Dos ancianas vio, y ninguna era
-la suya. Compró un jarro pequeño de vino, con casco y todo; añadió
-salchichón y medio pan, y al salir y cruzar frente al portalón, vio que
-por este entraban tres hombres atados codo con codo, conducidos por
-una pareja de la Guardia civil. Tembló a la vista de los tricornios;
-pero no viendo en ninguno de los guardias cara conocida, recobró su
-tranquilidad. Y examinados al punto los tres presos, solo uno hirió con
-fulgurante rayo su atención. Era Becerro, el gran erudito, el evocador
-de la Historia, el prodigioso mágico y demiurgo, por quien las cosas
-pasadas vinieron a lo presente, y el hoy anticipó las visiones de un
-mañana remotísimo.</p>
-
-<p>¡Oh, Pepe Augusto! ¿qué fatales vicisitudes<span class="pagenum"
-id="Page_287">p. 287</span> te llevaron al estado de abyección en
-que te vio tu amigo en el corral de Pitarque? El caballero no daba
-crédito a sus ojos, y pensó que la presencia del sabio, atraillado con
-criminales por la Guardia civil, era un caso de mentirosa hechicería...
-Corrió a llevar a don Quiboro el jarro de vino, el pan y salchichón,
-y no se detuvo a recrearse con la sorpresa y alegría del pobre viejo,
-que se apresuró a reparar su organismo dando parte a Tiburcio de
-Santa Inés... Viendo Gil que los guardias penetraban en la taberna,
-llevando por delante la cuerda viviente, allá se fue, con idea de
-interrogar a Becerro y cerciorarse de la realidad de su persona. Los
-de la Benemérita tomaban un bocado y bebían, sin perder de vista a los
-presos, que en un banco se sentaron, obsequiados caritativamente por
-el fámulo que allí despachaba. Metiendo el cuerpo entre los curiosos,
-llegó Gil hasta su amigo, y tocándole en el hombro, así le dijo:</p>
-
-<p>—¿Cómo usted aquí, señor Becerro, atado y entre guardias?</p>
-
-<p>Mirole el sabio, receloso y desconfiado. No le conoció. Gil
-pudo observar la escualidez hipocrática del rostro de su amigo,
-que más parecía momia semi-viva que persona moribunda. De sus
-ojos manaban lágrimas rojas, y en sus mejillas, lívidas manchas e
-hinchazones revelaban la mano y cinceles duros de algún escultor de
-<i>ecce-homos</i>. La cabeza descubierta mostraba en desorden los
-cuatro pelos que le reservaba Naturaleza, y el vestido que mal cubría
-su esqueleto era todo andrajos y jirones recamados de lodo. Contestando
-al desconocido piadoso, así habló el ínclito Becerro:</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_288">p. 288</span>—Sea usted quien
-fuere, señor, pues mi cabeza no está para el reconocimiento de
-personas, yo le agradezco su bondad, y a usted me confío para que me
-compadezca, si es que hay todavía compasión en el mundo. Dice usted que
-me conoció en Numancia. Allí estaba yo, en efecto, y de allí vengo.
-Aconteció que el paternal Gobierno, hostigado por las oposiciones,
-resolvió meterse en el sagrario de las economías... y naturalmente, yo
-fui la primera víctima del régimen de moralidad económica. Amaneció el
-día fatídico en que recibí el cartel de mi cesantía. Echáronme a la
-calle, dándome veintidós pesetas, que en aquel crítico momento había
-yo devengado, y como soy hombre que no gusta de pedir favores a nadie,
-me abstuve de solicitar mayor auxilio para mi retirada de los campos
-numantinos. Hice con mi ropa un apretado envoltorio, y me puse en
-camino, gozoso de recorrerlo a pie hasta Madrid, con lo que viajaba en
-libertad, y a mi antojo podía estudiar en la tierra castellana cuantas
-ruinas gloriosas me salieran al paso. La libertad es mi gozo, y ella
-me compensaba del trago amarguísimo de mi cesantía. Salí una mañana,
-y a las dos leguas <i>plus minusve</i> de mi salida de Garray, topé
-por mi desgracia con unos golfos, digamos más propiamente alumnos de
-Anacreonte, que en la puerta de un ventorro jugaban y reían con dos
-descocadas <i>hetairas</i>, de las que expulsó Escipión, mandándolas
-con viento fresco a correr por el mundo. Ello fue que me engatusaron
-aquellos perdidos, y ellas me poparon y me hicieron mil carantoñas con
-manos perfumadas de olor sabeo.<span class="pagenum" id="Page_289">p.
-289</span> Debí perder mi natural sentido, o adormecerme en vapores de
-alegría, porque cuando la infernal caterva se alejó de mí, noté que me
-habían quitado la ropa y las veintidós pesetas... menos dos reales que
-había gastado en comprar pan... Dejáronme limpio de numerario, sin más
-tesoro que el inagotable de mi resignación...</p>
-
-<p>—Pero usted, amigo mío, ¿por qué se dejó zarandear de tal gentuza?
-—díjole el caballero—. ¿Eran acaso plebe celtíbera, o de la maleante
-familia de los <i>pelendones</i>?</p>
-
-<p>—Para mí que eran <i>túrdulos</i> —replicó Becerro gravemente—,
-de estos que se corren hacia el Norte para corromper a los austeros
-<i>arévacos</i>. Fueran lo que fuesen, yo, con la buena compañía de
-mi resignación, seguí mi camino pensando cómo podría llegar a Madrid
-tan desguarnecido de pecunia... En esto, andados tres cuartos de
-legua, según mi cálculo, me picó el hambre con tal ahinco, que las
-piernas se me negaron a dar un paso más. Saqué de mi bolsillo el pan,
-único bastimento que la divertida chusma me dejó. Como el pan seco es
-alimento desabrido, y como en aquel punto me viera próximo a un campo
-ameno plantado de cebollas, pensé que no cometía delito entresacando
-de las mil y mil plantas una o dos que me conditaran el paso del pan
-desde la boca al estómago... Entré en el surco, y me acordé de que
-la tierra ha sido dada a la humanidad para su sustento... Cogí dos
-cebolletas, y disponíame a hincar en ellas el diente, cuando salió un
-hombre fiero, que me pareció gigante de tres altos, y la emprendió
-conmigo a coces y<span class="pagenum" id="Page_290">p. 290</span>
-bofetadas, llamándome ladrón, hi... de no sé qué, y... Vamos, no quedó
-término infamante que no me dijera, después de quitarme las cebollas...
-Lo demás de este desventurado pasaje de mi vida, se lo contaré en dos
-palabras. Estando entre las garras de aquella bestia, llegó la pareja y
-me prendió y condujo a la cárcel de no sé qué pueblo. En tres o cuatro
-cárceles he pasado sucesivamente mis amargas noches, y por fin heme
-visto traído en esta conducta con los dos compañeros que atados conmigo
-vienen, y que han sido presos por cortar leña en montes que llaman
-del Estado. No sé a dónde me llevan. Al cuadrillero que me interrogó
-por primera vez he dicho que mi deseo es ir a Madrid, pues allí tengo
-amigos que serán fiadores de mi honradez... No sé tampoco dónde estoy,
-ni si esto que parece <i>quintana</i> o mercado romano, algo semejante
-al <i>zoco</i> de los árabes, es buena dirección para Madrid, o si lo
-es para el Congo. ¿En qué país estamos? ¿Esto es España, o es algo de
-otros mundos, de otros planetas, a donde de un puntapié nos ha mandado
-la mágica Astarté, diosa de los Infiernos?</p>
-
-<p>—Tenga paciencia, mi don José Augusto —dijo el caballero, traspasado
-de dolor—, que en este laberinto de Pitarque podrá muy bien socorrernos
-a usted y a mí una divinidad del Cielo, ante quien bajan la cabeza los
-poderosos así como los humildes. Su poder es grande. Más de una vez
-la he tenido yo junto a mí sin gozar de su presencia. Ahora mismo me
-da en la cara el calor de su aliento, y no veo su excelsa persona...
-Esperemos un poco, y la Madre vendrá... Sus pasos no se sienten.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_291">p. 291</span>A pesar de la
-honrada convicción con que hablaba Gil, no parecía darle crédito el
-desdichado amigo. Por un momento permaneció este como alelado, abierta
-la boca, el mirar sin fijeza... Luego suspiró, diciendo con hueca
-voz:</p>
-
-<p>—Déjeme usted de Madres. Para mí la única madre es la Historia, y
-esa huye con repugnancia de los hechos y personas del día.</p>
-
-<p>—No es precisamente la Historia, sino la... no sé cómo decirlo...
-Es el alma de la raza, triunfadora del tiempo y de las calamidades
-públicas; la que al mismo tiempo es tradición inmutable y revolución
-continua... ¿Qué dice usted, Becerro?</p>
-
-<p>—No digo nada... Sí: digo que las Madres pasaron, las Hermanas
-también... No hay Historia de lo presente. Lo presente no es más que
-espuma, fermentación, podredumbre. Lo mejor será que nos muramos todos
-prontito. Después el caos... un caos delicioso...</p>
-
-<p>Acercose un guardia, y con la frase secamente cortés de <i>haga
-el favor</i>, indicó a Gil que no era permitido conversar con los
-presos. Retirose de la taberna el caballero en un estado de indecible
-turbación. En su alma se atropellaron en tremendo revoltijo el miedo y
-la esperanza, y al recorrer el patio, su exaltada imaginación desfiguró
-los semblantes y cuerpos de la pobretería que allí se congregaba. En
-unos vio cabezas de pájaros, en otros hocicos de extraños rumiantes o
-paquidermos. El vocerío le sonaba como la jerigonza monosilábica de los
-idiomas primitivos; las hogueras esparcían resplandores rojizos sobre
-figuras y objetos; los calderos hinchaban desmesuradamente sus<span
-class="pagenum" id="Page_292">p. 292</span> vientres cubiertos de
-hollín; el freír de las sartenes semejaba risa y burla satánica, que
-afluía de bocas invisibles.</p>
-
-<p>Aturdido fue y vino el caballero, sin dar con el rincón en que había
-dejado a sus amigos don Quiboro y Tiburcio. O los rincones se cambiaban
-por sí de un lado a otro, o los principios geométricos se declaraban
-en rebeldía suprimiendo los ángulos... Así lo pensaba Gil o lo veía...
-Y no fue suceso imaginario, sino real, la irrupción súbita en el patio
-de Pitarque de nuevo tropel de gente bulliciosa. Primero entró un
-destacamento de plebe mísera, gritona y desmandada; luego dos presos
-en cuerda, custodiados por pareja de la Guardia civil. En dicha cuerda
-venía una pobre vieja atraillada con un facineroso, <i>Lobato</i> por
-mal nombre, muy conocido en la comarca por audaz cuatrero y asaltador
-de caminantes, sin respetar haciendas ni vidas. La anciana, maniatada
-con el bandido, parecía reproducción de la que Gil llamaba Madre, solo
-que su mayor grado de ancianidad hacíala pasar por madre de la Madre.
-Encorvada y jadeante se dejó caer al suelo apenas entró, abatiendo
-consigo al ladrón <i>Lobato</i>. En sus facciones amarillas y rugosas,
-se traslucían los rasgos de su belleza como perlas caídas en el fondo
-de un charco; su mirar se apagaba en una letal resignación de heroína
-vencida; de su excelsitud y majestad solo quedaban rezagos en el gesto
-airoso. Dudando de lo que veía, acercose Gil a la postrada vieja y le
-dijo:</p>
-
-<p>—¿Eres tú, Madre querida?</p>
-
-<p>Y ella, mirándole cariñosa, le respondió:</p>
-
-<p>—Yo soy, yo fui, porque en esta injuriosa degradación<span
-class="pagenum" id="Page_293">p. 293</span> a que me han traído tus
-hermanos, más bien soy tu Abuela que tu Madre.</p>
-
-<p>No pudo seguir el caballero junto a ella, porque uno de los civiles
-le apartó con rudo manotazo. Miró Gil al guardia, y reconociendo a
-Regino, fue acometido de rabia impulsiva y furor salvaje.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch23">
- <h2 class="nobreak g0">XXIII</h2>
- <p class="subh2">De cómo las picantes aventuras se vuelven
- dolientes&nbsp;y trágicas.</p>
-</div>
-
-<p>Arrebató Gil del grupo cercano un hierro con que atizaban la lumbre,
-y corrió disparado contra el pecho y vientre de Regino, soltando de su
-boca estas horrendas imprecaciones:</p>
-
-<p>—Canalla, ladrón de honras, Caín... no te contentaste con quitarme
-a mi mujer, sino que te atreves con mi Madre... Espérate y vas al
-infierno...</p>
-
-<p>Si no le sujetaran, no habría tenido tiempo Regino de guardarse
-del golpe. Flemático, sin hacer uso del máuser, dijo al que fue su
-amigo:</p>
-
-<p>—Repórtate, <i>Florencio</i>, y no provoques. Y pues has tenido la
-mala sombra de volver a nuestras manos, date preso... Poco te ha valido
-escaparte. La justicia te reclama.</p>
-
-<p>—Yo me chanflo en la justicia, en ti y en tu madre —gritó Gil
-tirando el hierro—. Asesino eres, y si quieres matarme ahora mismo,
-aquí me tienes indefenso. Pero antes te diré que eres un alma perversa,
-harta de pecados.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_294">p. 294</span>—Ea, pájaro, a
-callar —dijo el guardia de la cara hosca, disponiéndose al empleo de la
-cuerda.</p>
-
-<p>—Aquí me tienen... Regino, ¿qué has hecho de mi mujer? ¿Qué harás
-ahora de mi Madre? Yo te aseguro que una y otra morirán conmigo, y
-que tantas muertes caerán sobre tu conciencia. ¿Desconocéis vosotros,
-guardias en quienes veo nobleza y ceguera, porque todos, menos este
-infame Regino, sois hombres de honor, que ignoráis las villanas
-intenciones de los que os mandan; desconocéis, digo, a esta divina
-Señora, alma de los reinos que son y que fueron, eterna entre nuestra
-mortalidad?</p>
-
-<p>Lo de llamar divina, eterna y alma de los reinos a la pobre vieja,
-mendiga, borracha o criminal, que esto no se sabía, levantó rumores
-de burla y desató carcajadas en el auditorio... El guardia de la cara
-hosca, asegurando las manos de Gil, le dijo:</p>
-
-<p>—Cállate la boca, chiflado, cabeza perdida. Nosotros llevamos gente
-a las cárceles y a los manicomios. Ya te dirán a dónde debes ir.</p>
-
-<p>—A la muerte iré con mi mujer y con mi Madre, verdugos —gritó Gil,
-más desatinado—; pero no quisiera ir sin llevarme a alguno de ustedes
-por delante...</p>
-
-<p>En esto surgió en el grupo la talluda, imponente figura de don
-Alquiborontifosio, el cual, con bronca voz, sin miedo a los civiles ni
-al lucero del alba, se expresó de este modo:</p>
-
-<p>—Si tienen por criminal a esta Señora, y ella es, en efecto, doña
-María, ténganme a mí como su cómplice, cualquiera que sea el supuesto
-delito que le atribuyen.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_295">p. 295</span>—Esta mujer —afirmó
-uno de los guardias— iba con un compañero de <i>Lobato</i>, que se nos
-escapó, corriendo más que una liebre... Por los compañeros de la otra
-pareja sabemos que alienta y encubre a los ladrones de leña, guardando
-sus rapiñas en la corraliza que tiene a la salida de Guijosa, con un
-tapadillo de cabras, cerdo y un horno de cal, para despistarnos.</p>
-
-<p>—Pues yo también encubro y despisto —declaró con gallarda entereza
-el maestro—. Si a la ilustre Señora maniatáis, haced lo mismo conmigo,
-pues yo también soy escudero de ella, como este joven, a quien conocí
-en Boñices.</p>
-
-<p>Mientras esto decía, el guardia le metió la mano en los bolsillos, y
-sacando unas patatas, le dijo:</p>
-
-<p>—Explíquenos el señor escudero de la vieja dónde adquirió estas
-patatas, y con qué leña hizo fuego para chamuscarlas.</p>
-
-<p>—Ese fruto —replicó don Quiboro— lo debí a la caridad. Mas si
-entendéis que es fruto robado, prendedme y atadme con la Señora por el
-lado contrario al que ocupa <i>Lobato</i>, para que en doña María se
-repita el caso de nuestro Redentor, sacrificado entre dos ladrones.</p>
-
-<p>—No, no —gritó el caballero fuera de sí—, que ese puesto a mí me
-corresponde... Y si lo dudan, pregúntenselo a ella.</p>
-
-<p>—No disputo el lugar —agregó don Quiboro—. Solo reclamo el honor de
-un puestecito en el calvario de doña María... Estáis ciegos, señores
-guardias; vivís a cien leguas de la verdad... No sabéis que a la
-vuelta de cualquier camino, tendréis delante al Apóstol Santiago<span
-class="pagenum" id="Page_296">p. 296</span> en persona, que os dirá:
-«Teneos, hombres de poca fe, y dadme al instante a esa santa mujer
-que lleváis atada entre ladrones, y entregadme también a sus nobles
-escuderos...» Yo soy por mi oficio maestro de párvulos, y si no tenéis
-bastante ilustración para distinguir lo grande de lo pequeño y lo santo
-de lo criminal, yo os abriré las entendederas.</p>
-
-<p>—¡A la cárcel! —clamó el guardia de la cara hosca—, y allí se verá
-si algunos de estos han de ir a una sala de observación en el hospital.
-Pocas bromas, y a callar todo el mundo.</p>
-
-<p>Imperante la fuerza, se procedió a engarzar a Gil y a don Quiboro
-en las ignominiosas cuerdas. El caballero tuvo el honor de que su mano
-derecha fuese atada con la izquierda de la Madre, que en el suelo yacía
-sin dar acuerdo de sí. Y como en aquel momento descubrieran los civiles
-a Tiburcio de Santa Inés, y le reconocieran como escapado de la cárcel
-de Sigüenza, no le valió el intento de escabullirse, y su mano carnosa
-quedó enlazada cruelmente con la huesuda mano del maestro. De este modo
-fueron conducidos casi a rastras los dos rosarios por un pasillo largo
-que se abría junto a la taberna, y terminaba en anchurosa cuadra, y en
-ella entraron precedidos de la cuerda en que iban Becerro y los dos
-leñadores furtivos.</p>
-
-<p>Cerrada la puerta, los infelices presos quedaron en hórrida
-oscuridad, pues la cuadra no recibía por ninguna parte el menor
-destello de luz. Conforme entraban, iban echándose al suelo; cada
-cuerda caía de golpe, pues uno solo a los demás arrastraba. Mediano
-rato<span class="pagenum" id="Page_297">p. 297</span> estuvo Gil
-maldiciendo todo lo maldecible, y dando aire a su insana desesperación.
-A la Señora, que a su lado yacía, llamó una vez y otra. No contestaba.
-Por el tacto quiso reconocer su presencia, y solo tocaba un bulto
-blando en inmovilidad de cosa inanimada. Pensó que la Madre se había
-desvanecido, dejando en su lugar un fardo de lana y huesos. La sacudió.
-Ni voz ni aliento le dieron respuesta. Al otro extremo de la caverna
-tenebrosa sonaba una voz que le pareció la de Becerro, declamando
-ininteligibles oraciones, o aforismos de filosofía de la Historia. ¿Qué
-falta hacían en tal desolación la Historia y sus abstrusas filosofías o
-exegesis?... Más cerca, sonaba la trompeta del Juicio final, o sea el
-ronquido de don Quiboro, que profundamente dormía como un santo mártir
-en su urna de cristal...</p>
-
-<p>La oscuridad profunda determinó en el cerebro del caballero visiones
-extravagantes y terroríficas, animales absurdos nunca vistos en la
-realidad, personas reptantes y seres gelatinosos, que con la huella de
-sus babas iban trazando en suelo y paredes letreros indescifrables. La
-imagen de Regino, con el máuser al hombro, desafiando al mundo entero
-con su arrogancia desdeñosa, dominaba en las insanas hechuras de la
-fiebre, infernal inspiración del condenado a muerte. Y singularmente
-le atormentaba el anhelo no satisfecho de ver a Cintia entre aquellas
-aberraciones cerebrales. «¿Dónde está Cintia? —se decía—. Es deber suyo
-presentarse aquí... Ni la veo, ni quiere verme. Y lo peor es que no
-me acuerdo de cómo es Cintia... Llamo su rostro a mi memoria, y<span
-class="pagenum" id="Page_298">p. 298</span> su rostro no viene; su
-rostro se esconde, dejándome en la mayor confusión de mi vida... Yo
-pregunto a la oscuridad, yo pregunto a la luz cómo es el rostro de
-Cintia, y la luz y la oscuridad nada quieren decirme.»</p>
-
-<p>En las innumerables vueltas de la rueda de este suplicio pasó la
-noche, imagen de una dolorosa eternidad sin consuelo. Al rayar el
-día, cuando algunos presos se desperezaban y los más dormían, fueron
-sacadas las tres cuerdas para emprender el lento y angustioso viaje
-hacia la indeterminada meta en que se erigía, rodeado de sombras,
-el fetiche de la justicia para pobres. ¡Inhumana y expeditiva ley,
-sin otro ideal que acabar pronto y cumplir una función de policía de
-los caminos! Los guardias conductores de los presuntos delincuentes
-actuaban con la rigidez de mecánicas escobas que traían y llevaban las
-basuras sociales, sin cuidarse de su destino. Ellos barrían lo que se
-les mandaba barrer, y no tenían por qué averiguar si había polvo de oro
-entre el polvo y mondaduras mal olientes...</p>
-
-<p>Pasaron por el corral o patio, donde yacían durmientes
-descuidados... Vio Gil cenizas donde hubo llamas, los pucheros
-volcados, todo en el desorden matutino, antes que empezara el arreglo
-de los ajuares, obra doméstica del día. Pasó junto al grupo de los
-volatineros: los hombres dormitaban; las mujeres, ya despiertas y
-en todo el horror de su despintada fealdad y de sus flacas pechugas
-colgantes, se alisaban las greñas con peines desdentados. Al paso
-del caballero preso le agraciaron con signo de compasión y simpatía,
-no atreviéndose a más por<span class="pagenum" id="Page_299">p.
-299</span> miedo a los guardias... Llegose a la puerta de la taberna
-la triste caravana, y allí José Corvejón, hombre cristiano y de buen
-natural, obsequió a todos con lo que quisieron tomar para sustentarse.
-Los más bebieron aguardiente. La Madre no quiso probarlo, y cedió a Gil
-su vaso. A don Alquiborontifosio dieron pan negro, vino y su tajadita
-de bacalao, y con lo mismo se apañó Tiburcio. <i>Lobato</i> pidió más
-aguardiente: por indicación de los civiles no le fue concedida más
-de una ración discreta. Remediados así, salieron al campo, y el aire
-fresco desentumeció sus espíritus y entonó sus cuerpos, vigorizándolos
-para la marcha penosa.</p>
-
-<p>Delante iba la cuerda de Becerro; seguía la de don Quiboro, y
-atrás, en colocación de respeto como la Virgen en las procesiones,
-la cuerda de doña María. De los siete infelices conducidos, el
-<i>Lobato</i> era el de mayor cuidado. Por tal le tenían los guardias,
-como buenos conocedores del personal vagabundo, y no quitaban de él
-la vista, observando sus manifestaciones de salvaje alegría. Bromeaba
-y canturriaba al compás de la marcha, y refería las innumerables
-procesiones de aquella guisa, en que figurado había desde su tierna
-infancia. Cuando a lo largo de la carretera general, en la cual
-entraron poco antes de las nueve, veían venir algún automóvil
-disparado, se les mandaba alinearse en la cuneta. Pasaba el auto como
-exhalación, levantando polvo y exhalando la fetidez de la gasolina, y
-el <i>Lobato</i> era el más vehemente en las exclamaciones de amenaza y
-vituperio contra la máquina veloz, que corría parejas con el viento y
-aun le superaba<span class="pagenum" id="Page_300">p. 300</span> en el
-tragar de kilómetros.</p>
-
-<p>—¡Así te escacharres!... Miá la pendanga que va detrás del vidrio...
-¡Corréi, corréi; matarvos pronto, granujas!...</p>
-
-<p>A menudo dirigíase Gil a la vieja con interrogaciones cariñosas;
-mas ella solo respondía con su mirar de intensa piedad y dulzura.
-Pensó el caballero que la excelsa Señora perdido había la palabra en
-las recientes sofoquinas que le dieron sus ingratos hijos. Por fin,
-recorrido ya un buen trecho a lo largo de la polvorosa, la Madre,
-agobiada y envejecida, se dignó manifestarse con susurro, que el
-caballero interpretó de este modo:</p>
-
-<p>—Hemos llegado a las horas de prueba... La tremenda adversidad
-oblígame a sumergirme en la resignación dolorosa... Yo, eterna, sé
-morir... He muerto, he revivido, a fuer de creyente en la grandeza de
-mi destino. Calla y sufre tú, como yo sufro y callo... En trances de
-esta naturaleza me vi alguna vez; mas la desdicha presente supera,
-hijo mío, a otras que parecieron extremadas. Mi destino me impone la
-sumisión a los ultrajes más atroces. No podré ser redentora, si no soy
-mártir...</p>
-
-<p>Al son de estos graves dichos, <i>Lobato</i> entonaba canciones
-obscenas. Los delanteros marchaban silenciosos, y Becerro era como
-un autómata impulsado por inverosímil mecanismo de piernas. En la
-segunda cuerda notábase cierta irregularidad de andadura, pues el ágil
-paso de Tiburcio no emparejaba con la torpeza del pobre don Quiboro,
-que iba como arrastrado por su compañero. La Madre mostraba un vigor
-y compás de movimientos que desdecían de su<span class="pagenum"
-id="Page_301">p. 301</span> vejez caduca. Observándolo así, los
-guardias decían a los hombres:</p>
-
-<p>—Adelante; no os hagáis los remolones. Aquí tenéis a la pobre
-<i>Güela</i>, que os da el ejemplo. Vean cómo no se cansa.
-<i>Güela</i>, tú mereces que se te dé libertad por valiente y juiciosa.
-Nosotros no podemos dártela; pero te recomendaremos por tu buen
-caminar... Anda, <i>doña Sancha</i> o <i>doña Berenguela</i>, que aún
-no sabemos tu nombre, y quizás por no querer decirlo te ves en esta
-traílla.</p>
-
-<p>Despejado el día, el sol picaba un poco, y con el sol el aire
-fresco componía un buen temple para la marcha. Al filo de las doce,
-entraban en un desfiladero en cuesta, con corte de trinchera no muy
-alta por un lado, por otro lindante con terreno de peñas y matorrales.
-Apenas vencido el arranque de la cuesta, don Alquiborontifosio empezó
-a dar traspiés y caía y se levantaba, sacando fuerzas míseras de su
-honda flaqueza. Suspendiose por un momento la marcha. Respiró el buen
-maestro, y al dar los primeros pasos después de la breve parada, cayó
-en el suelo con pesadumbre, abatiendo a su compañero. Acercáronse los
-guardias, animándole con palabras caritativas. Pero don Quiboro se
-tendió a lo largo, quedando en cruz, los cuatro remos extendidos, el
-rostro mirando al cielo.</p>
-
-<p>—Caballeros guardias —dijo con voz cavernosa—, mátenme de una vez,
-que de aquí no puedo pasar. La vida se me acaba. Si han de seguir,
-remátenme con un tirito... y yo quedaré contento y ustedes libres de
-esta carga.</p>
-
-<p>En derredor del infeliz viejo se agruparon todos. Uno de los
-guardias declaró que según reglamento<span class="pagenum"
-id="Page_302">p. 302</span> no podían abandonarle. Para llevarle
-cómodamente ajustarían el primer carro que pasara. Don Quiboro se
-volvió a Gil, diciéndole:</p>
-
-<p>—Caballero que me acompañó y me dio parte de su queso y pan, coja
-mi manta. No puedo hacer testamento de otra cosa; y usted, doña
-María, écheme su bendición. <i>Ven, muerte pelada, ni temida ni
-deseada.</i></p>
-
-<p>Trataron de animarle con palabras afectuosas y bromas compasivas.
-Lo primero que dispuso el de la cara hosca fue desligarle de Tiburcio,
-atado a él mano con mano. Lleváronle fuera del arrecife, depositándole
-en un lomo de tierra, bastante apropiado para servir de cama. La faz
-angulosa del anciano se desfiguró y descompuso por entero, anticipando
-la faz cadavérica. Llevose la mano al pecho; abrió la boca cuanto
-abrirla podía, y absorbiendo gran cantidad de aire, pudo articular
-estas palabras:</p>
-
-<p>—Amigos, dadme los parabienes, porque ya se acabó el padecer de
-Alquiborontifosio de las Quintanas Rubias.</p>
-
-<p>—Ea, no se acobarde, abuelo —le dijo Regino poniéndole la mano en la
-frente, mientras el otro guardia le tomaba el pulso—. Le llevaremos en
-un carro... Descanse... ¿Ha sido usted militar? ¿Ha sido labrador?</p>
-
-<p>—No señor... He sido...</p>
-
-<p>—Ha sido maestro de escuela —dijo la Madre—. Tened compasión del que
-enseñó a leer a vuestros padres.</p>
-
-<p>Advirtieron todos fúnebre contracción de los músculos faciales del
-desgraciado viejo. Encogió este una pierna, y las dos estiró luego
-desmesuradamente.</p>
-
-<p>—Maestro —dijo un guardia—, haga el favor<span class="pagenum"
-id="Page_303">p. 303</span> de no morirse en nuestras manos, que no
-tenemos la culpa de su infelicidad.</p>
-
-<p>Y él, extinguiéndose, articuló trémulas expresiones:</p>
-
-<p>—Maestro fui; ya no soy nada... Rezadme algo... Mejor será que
-digáis: <i>Muerta es la abeja, que daba la miel y la cera</i>.</p>
-
-<p>Así entregó su alma en un camino el caminante que recorrió larga
-vida de penas y abrojos; así murió la solícita abeja, que dio toda su
-miel a las generaciones ingratas.</p>
-
-<p>Y en el trance de atender al maestro moribundo, y en la emoción
-de verle morir, distraídos los guardias por ley de humanidad, no
-advirtieron que Tiburcio de Santa Inés, en cuanto se vio desligado de
-su compañero, se deslizó lindamente hacia las peñas próximas, y por
-entre malezas y pedruscos hizo una teatral desaparición de su persona.
-Uno de los guardias, apenas recobrada la conciencia de su obligación,
-le vio a lo lejos, ganándose la libertad con la ligereza de sus pies,
-y la instintiva táctica del prisionero en salvo... El representante
-de la ley se echó el fusil a la cara. Pero Tiburcio, que sin duda se
-había encomendado al Niño Jesús, supo desaparecer tras de una roca. Por
-muy diligentes que fuesen los del tricornio, no habrían de engancharle
-nuevamente, y el matarle de un tiro no era fácil, por lo abrupto
-del terreno y el broquel de piedras con que el fugitivo defendía su
-existencia. Mientras dos de los civiles deliberaban sobre esto, los
-otros dos vieron con sorpresa y enojo que el <i>Lobato</i> desprendía
-su mano de la de la vieja, y tomaba carrera por el mismo escenario
-que fue la salvación de Tiburcio. El pícaro<span class="pagenum"
-id="Page_304">p. 304</span> cortó la cuerda con navaja. ¿Cómo pudo
-ser esto, después del cacheo minucioso que a todos se hizo? Sin
-entretenerse en descifrar tal enigma, acudieron a la cuerda de Becerro,
-notando en los dos consortes de este inquietudes reveladoras del ansia
-de libertad.</p>
-
-<p>Y cuando esto ocurría, Gil y la viejecita, libres ya de la
-impedimenta del cuatrero, subieron tranquilamente por un senderillo
-escalonado, y se encontraron en lo alto de la trinchera que dominaba
-por la derecha el camino real. Desde allí vieron el cadáver de don
-Quiboro, medio cubierto con su manta, y observaron el trajín de
-los guardias para contener a los de la traílla de Becerro. No fue
-iniciativa de Gil el subirse con paso sereno a donde fácilmente podían
-ser de nuevo aprehendidos. La Madre le llevó con suave tirón de su mano
-atada, y al llegar arriba le dijo:</p>
-
-<p>—Veremos lo que hacen estos pobres cuadrilleros de la Santa
-Hermandad, tan sencillotes y puntuales en cumplir lo que les ordena su
-reglamento. Su deber es cogernos o matarnos. Subamos un poquito más
-arriba.</p>
-
-<p>Advertida por los guardias la fuga de la vieja y su escudero, con
-ellos se encararon. Regino les dijo:</p>
-
-<p>—Baja, Florencio, y no nos comprometas. A <i>doña Sancha</i>
-podríamos dejar en libertad; a ti no, que eres acusado de homicidio.</p>
-
-<p>—Es hijo mío —gritó la Madre con voz cascada—, y los dos correremos
-la misma suerte. ¿Para qué quiero vivir yo, si a mi hijo matáis, o si
-vivo le lleváis a la deshonra, abriéndole las puertas del presidio?</p>
-
-<p>—Volved acá. ¿Qué más quisiéramos nosotros<span class="pagenum"
-id="Page_305">p. 305</span> que dejaros libres? —gritó Regino,
-blasonando de riguroso, sin olvidar lo humano—. Si la vieja es tu
-Madre, cumplirá con Dios haciendo por salvarte. Pero nosotros, máquinas
-frías de la ley, no podemos encender en nuestros pechos la compasión.
-Has matado a un hombre. La anciana no ha hecho más que ocultar la
-rapiña de los leñadores furtivos... Para ella puede haber un poco de lo
-que llamamos vista gorda; para ti no... Bajad y entregaos.</p>
-
-<p>—Farsante —clamó Gil-Tarsis ronco de ira—. Más culpable que mi Madre
-y que yo eres tú, que aprovechándote de mis desdichas me has quitado a
-mi mujer. ¡Y hablas de justicia y de ley, y distingues la vista gorda
-de la vista flaca! La vista tuya ante mí es de lobo carnicero, porque
-después de quitarme la mujer que adoro, quieres ocultar tu delito con
-mi perdición. En Numancia te conocí; en Numancia me engañaste, pues con
-hipócritas zalamerías me hiciste creer que eres caballero. Caballero
-fuiste, sin duda, y estás encantado como yo, penando por tus culpas...
-Al mismo escarmiento y expiación estamos condenados: yo por desórdenes
-de mi vida, de los que afean, pero no deshonran; tú por delitos contra
-mi Madre.</p>
-
-<p>—Baja, loco de atar —gritó el de la cara fosca—; baja, y si más que
-presidio mereces manicomio, a él irás.</p>
-
-<p>—No bajo... Regino, mal hombre, ¿piensas que desconozco la causa de
-tu condenación, y el pasar de caballero y alta figura militar a simple
-número de la Guardia civil? Pues encantado fuiste por entregar a una
-nación extranjera<span class="pagenum" id="Page_306">p. 306</span>
-tierras españolas... ¿Te atreves a negarlo?... Vendiste a tu patria,
-no por dinero, sino por obedecer a los que querían la paz aunque esta
-fuera bochornosa. Y ahora, el que fácilmente y sin lucha permitió la
-conquista de una parte de España, ahora también con maniobra fácil a
-mí me conquista la mujer... Esto es indigno. Contra ti protestarán
-el cielo y la tierra, y maldito de Dios, y maldito de los hombres,
-no tendrás en tu vida ni un instante de paz... Y nada más tengo que
-decirte. Yo criminal, creo deshonrarme hablando contigo.</p>
-
-<p>Como en aquel instante iniciara la Madre un movimiento para seguir
-cuesta arriba, los guardias les dieron el alto.</p>
-
-<p>—¡Quietos! —gritó el del feo rostro—. Quietos, o disparamos.
-<i>Güela</i>, ten el juicio que a ese loco le falta. Bajad: os lo mando
-por tercera y última vez.</p>
-
-<p>No hicieron caso el hijo ni la Madre. Los guardias no podían eludir
-el cumplimiento de su deber... Los mortíferos fusiles subieron a la
-altura de los ojos. ¡Brrrum! Dos, tres disparos rasgaron el aire con
-formidable estampido. La vieja y el caballero se desplomaron... Su
-caída en tierra fue súbita y blanda, como la de dos cuerpos colgados
-del cielo por invisibles hilos... que las balas rompieron.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch24">
- <p><span class="pagenum" id="Page_307">p. 307</span></p>
- <h2 class="nobreak g0">XXIV</h2>
- <p class="subh2">Allá van los peregrinos, de tierra en tierra,
- de&nbsp;río&nbsp;en&nbsp;río.</p>
-</div>
-
-<p>Consumado el acto de policía impuesto por duro reglamento,
-advirtieron los guardias en su compañero Regino palidez tan intensa,
-que más parecía muerto que matador. Demudado de rostro y oprimido
-el pecho por indecible congoja, difícilmente podía tenerse en pie;
-y mientras sus camaradas subían a cerciorarse de la muerte de los
-fugitivos, se sentó junto a la inerte y fenecida humanidad del buen
-don Quiboro. O se avergonzaba de la flaqueza de su ánimo, o en su
-mente se agolparon, con violencia congestiva, ideas suscitadas por las
-terribles imprecaciones de Gil poco antes de caer fusilado. Volvieron
-del reconocimiento los guardias, y Regino les interrogó sacando débiles
-voces de su angustiado pecho.</p>
-
-<p>—El mozo está más muerto que mi abuelo —dijo el fosco—. Cabeza
-y corazón tiene, al parecer, pasados de parte a parte. En la vieja
-no hemos visto heridas; pero está tiesa y sin respiración. Si no la
-tocaron las balas, muerta está del susto.</p>
-
-<p>Suspiró Regino. Ocupáronse los cuatro sin demora en apreciar la
-situación poco airosa de la conducta. Fugados también los leñadores
-furtivos, solo quedaba en cuerda el gran Becerro,<span class="pagenum"
-id="Page_308">p. 308</span> que ni podía escapar, ni aunque pudiera
-lo intentaría, sometiéndose de buen talante al fuero de policía, por
-dictado inapelable de su honrada conciencia.</p>
-
-<p>—Señores guardias —les dijo—, aquí me tienen a su disposición para
-cuanto gusten mandarme. Mis consortes de cuerda huyeron validos del
-descuido y confusión que se produjo por la muerte de este olvidado
-patricio, que de Dios goce. Yo no huyo, y aunque voy preso tan solo por
-la delincuencia levísima de haberme apropiado dos cebollas, movido del
-hambre furiosa, respeto las leyes y voy a donde quieran llevarme, que
-por malo que sea el lugar de mi destino, siempre será mejor que la nada
-del desamparo en que me veo. Átenme si quieren; mas yo aseguro a los
-dignos caballeros de la Santa Hermandad que no será preciso, pues no he
-de hacer nada por la Libertad, que esta, ¡vive Dios! ha de dar paso a
-su hermana mayor la Justicia.</p>
-
-<p>Aunque los de la Benemérita fiaban en la sumisión del esmirriado
-Becerro, no quisieron perderle de vista, y colocándole sentadito junto
-al cadáver de don Quiboro, a guisa de guardián o asistente religioso
-para encomendarle el alma, procedieron a la ejecución de lo que el
-reglamento en aquel singular caso les imponía. En espera del primer
-transeúnte que les ofreciese la casualidad, redactaron el parte que
-habían de dirigir al Juzgado municipal del pueblo más cercano, para que
-viniese a recoger los tres muertos de aquella infeliz jornada. Acertó
-a pasar el primero un mocetón con dos borricos cargados de tejas; se
-le detuvo, y encargado fue de llevar el mensaje. Inmediatamente<span
-class="pagenum" id="Page_309">p. 309</span> comenzaron a extender
-el atestado que habían de formar, y de la redacción de este, así
-como del parte, se encargó Regino, auxiliar de una de las parejas,
-y el más suelto de letra y estilo para trabajos de oficina. Sacó el
-guardia papel, tintero y pluma, que a prevención llevan todos en su
-cartera cuando van en conducciones, y haciendo mesa de su rodilla,
-escribió cuanto era menester para cumplir el trámite ineludible. «En
-el kilómetro tal y tal, el detenido tal y tal sufrió un accidente;
-se le prestaron los auxilios tales y cuales... quedando, al parecer,
-difunto... Y en la confusión que sobrevino, los detenidos tales y
-cuales se escaparon por un terreno en que era imposible perseguirlos;
-y otra pareja de presos, joven él y anciana ella, conocidos por tal y
-cual... intentaron la fuga, siendo acometidos por accidentes de que les
-sobrevino muerte natural, etcétera, etcétera...»</p>
-
-<p>Un buen rato invirtieron en esto los buenos guardias, y en tanto,
-transeúntes diversos se detenían movidos de lástima y curiosidad en el
-lugar de la tragedia, llegando a formarse un atasco de gente que obligó
-a los civiles a ordenar el despejo.</p>
-
-<p>—Ea, paisanos: sigan su camino, que aquí no se les ha perdido nada.
-Ya hemos dado el parte, y esperamos que venga el Juzgado municipal,
-con la tardanza de tres leguas largas que suponen el aviso para ir y
-el juez para venir. Hagan el favor de retirarse cada cual por donde le
-llaman sus obligaciones, que aquí no nos hace falta público... Adelante
-o atrás todo el mundo.</p>
-
-<p>Unió a estas exhortaciones la suya muy autorizada el gran<span
-class="pagenum" id="Page_310">p. 310</span> Becerro, diciendo a los
-mirones:</p>
-
-<p>—Obedezcan a los señores guardias, y despejen. Este que aquí veis,
-anciano difunto, es un venerable profesor de las escuelas del Reino...
-vida cansada, heroica... Ha muerto andando... Por lo que a mí toca, si
-entre ustedes hay alguno de los que llaman <i>reporter</i>, y me pide
-informes personales para su periódico, direle que voy preso por haber
-cogido dos cebollas con el fin de alimentarme, pues no llevaba conmigo
-más que un poco de pan seco. Pensaba yo que los frutos de la tierra han
-sido dados a la Humanidad para su sustento... Y sepan asimismo que me
-vi en tan cruel necesidad porque unas meretrices desenvueltas y unos
-mancebos desvergonzados me aliviaron de mi dinero... Y nada más tengo
-que decirles... Señores, buenas tardes... Adiós... Gracias.</p>
-
-<p>Las tres leguas largas del aviso que va y del Juzgado que viene,
-se alargaron por la natural pereza de estas diligencias de la policía
-de caminos, y se pasó la tarde y vino la noche en la propia situación
-descrita. También los dos cuerpos tendidos en la parte de monte, más
-arriba de la trinchera, tuvieron su poco de público, homenaje de la
-curiosidad compasiva. Los mirones pegajosos dejaron caer sobre las
-víctimas de aquella tragedia la opinión concluyente de que el mozo
-y la vieja, el uno ensangrentado, la otra seca y rígida, estaban ya
-poco menos que putrefactos. Se les debía dar tierra en el propio suelo
-donde yacían. Ocioso es decir que los guardias ahuyentaron el enjambre
-fisgón, que en cien caseríos a la redonda había de esparcir el zumbido
-de opiniones<span class="pagenum" id="Page_311">p. 311</span> diversas
-acerca de la justicia en despoblado.</p>
-
-<p>Como se ha dicho, declinó el día con perezosa tristeza sobre
-los vivos y muertos que en aquel punto esperaban la llegada de un
-funcionario judicial, y al día sustituyó la noche en la guardia o
-centinela de lo muerto y lo vivo, apoderándose de todo con dulce
-tutela melancólica. Ya pestañeaban en el cielo, queriendo lanzar su
-brillo, las tímidas estrellas de Casiopea; ya el grupito gracioso de
-las Pléyades subía tras de Perseo y delante del Toro, de ardiente
-mirar, cuando la vieja, estrella terrestre, a quien unos llamaban
-<i>Madre</i>, otros <i>doña María</i>, y los menos avisados <i>doña
-Sancha</i> o <i>doña Berenguela</i>, empezó a pestañear también como
-las del cielo, queriendo esparcir su soberano brillo sobre el mundo...
-Dicen historias fidedignas que se incorporó sin desperezarse, y algún
-cronista consigna el desperezo como dato preciso. Sin dar importancia a
-este detalle, el narrador afirma que la Madre tocó el cuerpo exánime de
-su encantado hijo, diciéndole:</p>
-
-<p>—Gil, ¿estás muerto?</p>
-
-<p>Y añade que el caballero Tarsis, sin moverse, respondió:</p>
-
-<p>—En verdad no sé si soy difunto... o si de mi defunción quiere salir
-una nueva vida. Te aseguro que roto mi cráneo como una hucha de barro,
-las monedas, digo, los sesos salieron a tomar el aire... Pero a mi
-parecer, han vuelto a meterse en su casa o madriguera, y la herida me
-duele tan poco, que si me pasaras por ella tu dedo mojado en tu saliva,
-creo que no me dolería nada.</p>
-
-<p>—Sí haré —dijo la Madre, aplicándole la medicina por él propuesta—.
-Abre los ojos, si<span class="pagenum" id="Page_312">p. 312</span> ya
-no los tienes abiertos... ¿Ves? ¿Me ves a mí y a estos matojos que nos
-rodean?</p>
-
-<p>—No he cerrado los ojos desde que nos fusilaron, y aguantándome
-inmóvil he visto a la gente novelera que vino a cantarnos el funeral
-de su lástima, diciendo que estábamos ya en descomposición. Yo me
-lo creí, y hasta llegué a sentir las cosquillas que me hacían los
-gusanos corriendo por toda mi carne, y dedicándose a comerme sin ningún
-respeto.</p>
-
-<p>—¿Podrías tú ponerte en pie? Pruébalo.</p>
-
-<p>—Pues sí que puedo —respondió Gil, moviendo piernas y brazos para
-tomar la postura de cuatropea—. Lo que temo es que si me levanto, nos
-vean los guardias.</p>
-
-<p>—No te ven. ¿Has notado que cae sobre este suelo, en gran espacio,
-una densa oscuridad?</p>
-
-<p>—Lo he notado... Nada se ve fuera de un radio de tres varas...
-Sí: veo unas luces que vienen por arriba, como hachas encendidas que
-oscilan y tiemblan al paso de las personas que las llevan.</p>
-
-<p>—Son hachones, sí —dijo la Madre—; son los cirios de los frailes
-Recoletos que vienen a sepultarme a mí... y a ti, como es consiguiente.
-No hagas caso de esto, y dejemos que nos entierren...</p>
-
-<p>—¿Vivos?</p>
-
-<p>—No, hijo... Ellos nos entierran y nosotros nos vamos.</p>
-
-<p>—¿Cómo he de entender tal dislate, si no me concedes siquiera un
-destello de tu ciencia divina?</p>
-
-<p>—No discutas, no caviles, no ahondes en el vago misterio, sobre
-el cual yo misma no podría<span class="pagenum" id="Page_313">p.
-313</span> darte razones que lo aclaren. Cógete a esta falda mía, toda
-fango y desgarrones, y ven, ven...</p>
-
-<p>—¿No temes que nos vean los guardias y nos fusilen otra vez?</p>
-
-<p>—No se fijan en nosotros. Desde aquí los veo descuidados de los
-muertos, y atentos a si viene o no viene el juez municipal a sacarles
-de este atolladero?</p>
-
-<p>—¿Y el gran Becerro qué hace?</p>
-
-<p>—Allí le tienes sentadito a la cabecera del buen don Quiboro.
-Primero entretuvo a los guardias contándoles el paso del Cid con toda
-su hueste por estos lugares, para ir a la conquista de Valencia...
-Después, metiéndose en la geografía arcaica, les dijo que no lejos de
-aquí tuvieron los celtíberos su celebrada <i>Confluenta</i>... y otras
-ciudades... En verdad, no sé si Becerro está en lo firme: con los años
-y el tráfago del vivir presente, se me van olvidando estas cosas.</p>
-
-<p>—Yo, por más que digas, temo a los guardias. ¿Estamos donde caímos
-muertos, o nos hemos alejado un poquito?</p>
-
-<p>—¿No te haces cargo de lo que has andado conmigo agarradito a
-los pingajos de mi falda? Entre nosotros y el lugar de la tragedia
-he puesto ya un espacio de más de doce kilómetros. No te diré dónde
-estamos, porque no lo sé fijamente ni me importa. Te llevo por la
-margen derecha de mi risueño Henares, y si no te cansas, no hemos de
-parar hasta la docta ciudad donde nació el Príncipe, por no decir el
-Rey, de mis ingenios.</p>
-
-<p>Aseguró Tarsis que en mil años no se cansaría.<span class="pagenum"
-id="Page_314">p. 314</span> Era feliz junto a ella, y aún lo sería más
-cuando pudiera olvidar las angustiosas escenas de Pitarque, la triste
-conducción por carretera con el doloroso paso de la muerte de don
-Alquiborontifosio y el imborrable espanto del fusilamiento. Exhortole
-la Madre a ir expulsando de su cerebro aquellas patéticas emociones
-hasta que no quedara rastro de ellas.</p>
-
-<p>—Por mi parte —añadió—, siempre que salgo de apreturas como la de
-esta tarde, me doy buena maña para velarlas y desvanecerlas con el
-benéfico olvido. Si así no fuera, viviríamos en un puro dolor. Debo
-decirte que, aunque la cuenta de mis años no cae dentro del fuero
-de la aritmética y de la cronología, no he llegado a persuadirme de
-mi inmortalidad, no puedo ponerla entre las cosas incontrovertibles
-y dogmáticas. Las indecibles tonterías y despropósitos de mis hijos
-me han precipitado a la desesperación, y en las negruras de esta he
-visto segura, inevitable, mi muerte... Luego, en crisis terribles que
-parecían entrañar mi acabamiento, heme levantado viva cuando ya me
-llevaban del lecho mortuorio al sepulcro.</p>
-
-<p>—Eres inmortal —replicó Gil con vehemencia— porque no eres una vida,
-sino millones de vidas; no eres solo un lenguaje, sino remillones de
-lenguas que espiritualmente te vivifican.</p>
-
-<p>—Así sea —dijo ella sonriente—; pero por mi fe, yo temo la
-extinción de la vida, mayormente cuando sufro reveses como los que
-acabo de pasar, y cuyos efectos en mí son vejez, enfermedades y hondo
-desaliento. En la barbarie de<span class="pagenum" id="Page_315">p.
-315</span> esta tarde, que fue la tensión máxima del infortunio
-motivado por mis malos hijos, sentí el horror de la muerte. Cuando los
-guardias me apuntaron, dije para mí: «Esto se acabó. Ya no me vale
-mi poder invisible...» Luego, ¡loado sea Dios! este don de milagros,
-que otros llaman magia, y que siempre usé con discreción y prudencia,
-me resultó eficaz, tanto para mí como para ti... Del trance salimos
-con vida... Casi, casi me decido a creer en mi inmortalidad... o al
-menos, por algún tiempo podré seguir afianzada en esta idea robusta,
-como una estatua en su pedestal. Adelante, pues, y hasta otra... hasta
-que tus hermanos me traigan un nuevo conflicto de los que llamáis de
-vida o muerte... De este salí. ¿Saldré de los de mañana?... Tengo la
-suerte... y ello es una virtud más que me ha dado Dios... de no perder
-mis bríos en las mayores adversidades. Cuando las padezco, lloro y
-me desespero; pero en cuanto pasa el sofoco y me encuentro con vida,
-poco tardo en volver a mi normal tranquilidad, y a sentirme alentada
-por la esperanza... Entiendo que no soy yo, sino la raza que llevo en
-mí, la que tan rápidamente se cura del torozón de sus desdichas. Así
-somos, así nos hizo Dios, <i>Asur, hijo del Victorioso</i>. Caemos
-y nos levantamos tan arrogantes como estuvimos antes de caer, y con
-limpiarnos el rostro de algunas lágrimas y sacudir los miembros, y
-abrir plenamente nuestros ojos a la luz del sol, ya estamos de nuevo
-en todo el esplendor y frescura de nuestro optimismo, que podrá tener,
-como dicen algunos filósofos regañones, su poquito de ridiculez, pero
-que es, créeme a mí, el único<span class="pagenum" id="Page_316">p.
-316</span> ritmo, pulsación o compás que nos queda para seguir
-viviendo.</p>
-
-<p>—Pues tú así lo piensas —dijo el caballero con efusiva convicción—,
-yo hago mío tu pensamiento, yo quiero ser el eco de tu voz. Vendrán o
-no los días gloriosos; pero hemos de esperarlos, y orientar hacia ellos
-nuestras almas. Advierto, Madre querida, que ya no eres vieja-vieja,
-como te vi en Pitarque. Tu rostro no se ha desarrugado; pero tu
-agilidad y tu mayor corpulencia dicen que te restablecerás pronto al
-ser majestuoso en que te conocí.</p>
-
-<p>—Así será: no tardaré, hijo mío, en vestir mi esqueleto de carnes
-hermosas, y en aderezar mi prestancia personal conforme al decoro que
-por antigüedad me corresponde.</p>
-
-<p>Decía esto la buena Madre esparciéndose donosamente en la verde
-frescura de un prado, desligada del hijo, voltijeando sola en derredor
-de él con cierto retozo juvenil, y movimientos de danza pausada y
-decente. Sus pies descalzos hollaban la hierba húmeda; elevaba sus
-brazos en doble curva graciosa, hasta formar un nimbo en torno de su
-cabeza. Su harapienta ropa se despegaba del cuerpo enjuto, queriendo
-ahuecarse y plegarse con formas y líneas escultóricas. Mirábala Gil
-asombrado, y ella puso fin a la gallarda pantomima llegándose a él y
-señalándole un débil resplandor lejano.</p>
-
-<p>—Aquellas luces esparcidas —le dijo— son la claridad nocturna de un
-pueblo mío muy querido, Alcalá de Henares, por tantos títulos famoso
-en mis estados. No entremos en la ciudad que ilustraron Cervantes,
-Cisneros y<span class="pagenum" id="Page_317">p. 317</span> mi salado
-Arcipreste. Dame la mano y vamos más allá... Leguas, quedaos atrás...
-tierras mías, dad paso a vuestra Señora... A prisa, Gil; a prisa, que
-es tarde... Hemos llegado a donde se aparecen más débiles lucecitas...
-San Fernando es este... Adiós, manso Henares, que entregas tu nombre y
-tus aguas a mi buen Jarama... Adiós, Mejorada; adiós, Loeches, tumba
-del Conde-Duque... Jarama, contigo vamos hasta dar con tu hermano
-Tajuña, ambos tributarios del padre Tajo, en cuyas aguas quiero dejar
-mi fingida vejez y los andrajos que visto.</p>
-
-<p>Siguieron en veloz curso, semejante al correr planetario. En cortos
-paréntesis de su gozo, Gil volvía su mente a las escenas y figuras
-que había dejado atrás. Repitió su lamentar del triste fin de don
-Alquiborontifosio, y expresó sus temores de la suerte que depararía el
-Destino al pobrísimo y desamparado Becerro.</p>
-
-<p>—No temas —dijo la excelsa Madre—: yo le echaré una mano; yo cuidaré
-de que cese el martirio de ese fantasma de los tiempos pretéritos. Su
-vida toma jugo de la pura erudición. Vivirá mientras aliente el interés
-cada día más débil que inspira el códice pergaminoso... Todo esto se
-acaba... En la existencia futura, el alma de Becerro no tendrá más
-realidad que la de una esencia contenida en redoma lacrada... Yo miro
-con atención materna esa pobre ruina hasta que llegue a su extinción
-polvorienta.</p>
-
-<p>Luego siguió así:</p>
-
-<p>—El delito por que le llevan preso es la más tremenda ironía de
-los infelices tiempos que corren. Cogió dos cebollas en el predio
-perteneciente a uno de los más<span class="pagenum" id="Page_318">p.
-318</span> desaforados Gaitones que oprimen la comarca. El que
-le apaleó era un bárbaro jayán. El dueño de aquella tierra y de
-otras colindantes, formando un inmenso estado agrícola que llaman
-<i>latifundio</i>, apenas paga por contribución una décima de lo que
-le corresponde. Es burlador del Fisco, y por esto y por otros delitos
-de falsificación de actas, de encubrimiento de criminales, atropellos
-de ciudadanos y arbitrariedad en el reparto de consumos, debiera estar
-en presidio. ¡Y el pobre Becerro, por solo apropiarse dos cebollas,
-es conducido al Juzgado entre los fusiles de la Benemérita!... Esto
-es horrible, ¿verdad? Y más horrible que no pueda yo evitarlo.
-¿Te asombras, hijo, de que teniendo tu Madre un poquito de virtud
-sobrenatural, sazonada... así lo quiere Dios... con unas gotas de
-humorismo, sepa trastornar de vez en cuando las leyes de la Naturaleza,
-y no acierte a corregir o atenuar siquiera la condición aviesa de los
-hombres?</p>
-
-<p>No supo Gil qué contestar, y viéndole en tales dudas, la dama cambió
-el giro de su palabra:</p>
-
-<p>—No nos entretengamos parloteando y avancemos por estas fértiles
-llanadas, pisando apenas el follaje muerto de las plantas que dieron
-ya los dulces frutos de primavera y estío... Ya veo brillar tus aguas,
-Tajuña; ya te acercas al punto en que las confundirás con las de tu
-hermano Jarama... Sigamos, hijo... No tardaremos en hallar la florida
-vega de mi Aranjuez querido, oasis de este reino, a donde afluyen aguas
-mil fecundantes.</p>
-
-<p>En un lapso de tiempo cuya brevedad no pudo apreciar el caballero,
-pasó con la Madre<span class="pagenum" id="Page_319">p. 319</span>
-bajo los inmensos plátanos y negrillos ya desnudos de sus hojas.
-Eran como bóvedas de alambre, por cuyo enrejado el cielo dejaba ver
-la inmensidad de sus estrellas. Los pies de ambos caminantes rozaban
-el suelo cubierto de hojas caídas, que al veloz paso crujían y
-revoloteaban con manso ruidillo. A la izquierda dejaron la mole del
-palacio, las luces del pueblo, las fuentes aparatosas, calladas; y al
-cabo de un raudo caminar por solitarias alamedas y terrenos blandos,
-cuyos surcos formaban pautas interminables, llegaron al lomo de una
-ribera que, como dique, encauzaba la corriente del dorado Tajo.
-Impresionó a Gil el rumor de las aguas que descendían bufando en
-oleaje hirviente, juntos ya los caudales de Tajo y Jarama. La Madre se
-detuvo en el lomo del dique, y extendiendo sus brazos hacia el río,
-con elocuente ademán de mujer apasionada que se arroja en brazos de su
-amante dijo así:</p>
-
-<p>—Al fin llego a ti, mi Tajo potente, mi Tajo impetuoso y varonil...
-En ti me limpio de esta pegadiza roña de mi vejez; en ti recobro mi
-hermosura y majestad.</p>
-
-<p>Y ordenando al caballero con breve mandato que la siguiese sin miedo
-al refuelle de las ondas turbulentas, en ellas se arrojó de cabeza,
-vestida, como ansiosa nereida que se introduce en el lecho de su
-amado.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch25">
- <p><span class="pagenum" id="Page_320">p. 320</span></p>
- <h2 class="nobreak g0">XXV</h2>
- <p class="subh2">Cuéntase lo que le pasó al caballero en la redoma de
- peces, con otros raros sucesos y visiones.</p>
-</div>
-
-<p>Con arranque de obediente fe se arrojó el caballero tras de la
-Madre, y nadó un rato, luchando con la corriente... La distancia entre
-ambos nadadores se alargó al poco rato. La Madre ondeaba gallardamente
-sobre las aguas, metiéndose y sacándose con airosos meneos de pez o
-de sirena... De pronto, Gil fue acometido de terror... La corriente
-le envolvía; perdió la serenidad. Viendo a la Madre vencedora de las
-inquietas aguas, cerca ya de la otra orilla, se tuvo por abandonado.
-Quiso retroceder, con la esperanza de agarrarse a unas ramas de sauce
-que colgaban no lejos del punto en que él se arrojara... ¡Horrible
-momento! No podía nadar en ninguna dirección. Llamando a su garganta
-toda la energía que le quedaba, gritó:</p>
-
-<p>—Madre, Madre, me ahogo... Sálvame...</p>
-
-<p>Pero la nereida iba ya lejos... Estaba de Dios, o de la Madre, que
-<i>Asur, hijo del Victorioso</i>, no pereciese en el río, pues cuando
-mayor era su apuro, vio venir un deforme bulto y oyó voces de aliento.
-El bulto que hacia él navegaba era un barquichuelo, más bien balsa o
-chalana. En ella iban dos hombres o monstruos marinos, que dirigían
-la embarcación con una pértiga<span class="pagenum" id="Page_321">p.
-321</span> que apoyaban en el fondo.</p>
-
-<p>—¡Eh, caballero! —gritó una voz marinera—: aguántese, que allá
-vamos.</p>
-
-<p>Cuentan las historias conservadas en el archivo de los Franciscanos
-Descalzos de Ocaña, que <i>Asur</i> fue sacado del Tajo con un aparato
-de pesca que llaman butrón... y que la chalana le transportó a la
-orilla izquierda, donde fue arrojado como cuerpo exánime, y puesto boca
-abajo, echó por esta considerable cantidad de agua. Hiciéronse cargo de
-él unos hombres vestidos de túnicas rojas, que le llevaron a cuestas
-por tierra cenagosa, hasta llegar a una casa que en su ingreso parecía
-de labor, más adentro vivienda suntuosa de un rico hacendado campesino.
-Por de pronto, metiéronle en un aposento donde había chimenea o cocina,
-bien provista de lumbre que alimentaban troncos y raíces de olivo.
-Frente a esta pusieron a Gil, que al dulce calor volvió de su asfixia;
-y despojado de sus ropas viejas que se podían torcer, y fuertemente
-sacudido de estrujones y friegas, le vistieron de nuevo con prendas
-interiores finísimas. Luego le calentaron por dentro con un vino blanco
-manchego que resucitaba a los difuntos, y el hombre se encontró en
-la plenitud y goce de su ser. Llegó al colmo su sorpresa cuando los
-benéficos hombres, que más bien parecían fantasmas, le endilgaron una
-roja túnica de damasco como la que ellos gastaban... Los tragos de
-vino desataron en Gil la locuacidad. Preguntó dónde estaba, y por qué
-le vestían con aquel elegante ropón colorado. Pero los graves sujetos
-no le respondieron palabra. Una sonrisa y el<span class="pagenum"
-id="Page_322">p. 322</span> dedo en la boca eran, sin duda, el lenguaje
-usual y corriente en aquella morada del buen callar.</p>
-
-<p>Hallábase, pues, el asendereado caballero en una nueva esfera de
-la vida de encantamiento, que de las anteriores se distinguía por la
-mudanza de las formas de rusticidad y pobreza en formas de elegante
-pulcritud. Un rato tardó en hacerse cargo de su indumentaria. De
-medio cuerpo abajo, su empaque era calzón corto, media negra de seda,
-zapato de charol con trabilla, al uso de clérigo presumido; en el
-cuerpo, camisa de vuelillos y chaqueta de terciopelo con haldetas;
-sobre todo esto, la túnica roja sujeta a la cintura con faja del mismo
-color. Apenas hubo terminado de reconocer su atavío, los silenciosos
-compañeros, vestidos como él, le guiaron por señas hacia otras
-estancias amuebladas con ricos bargueños, tapices, credencias y otras
-lindas antiguallas, que vagamente se distinguían a la tímida luz de
-arcaicos velones.</p>
-
-<p>Llegaron a un ancho comedor, con mesa dispuesta para magnífica
-cena de veinte o más cubiertos. En la cabecera estaba sentada la
-Madre, ya restituida en su soberana belleza y majestad. Quedó Gil
-pasmado de verla, y no pudo contener las demostraciones de su respeto
-y admiración. La dama, risueña, le impuso silencio llevándose el
-dedo a la boca. Vestía túnica blanca de finísima tela con pliegues
-estatuarios; adornaba su seno con frescas rosas coloradas y amarillas;
-sus cabellos, recogidos con suprema elegancia, conservaban la
-nítida blancura, y su rostro, de infinita belleza y gracia,<span
-class="pagenum" id="Page_323">p. 323</span> era la imagen de la
-dignidad concertada con dulce y afable alegría.</p>
-
-<p>Sentose Gil en el sitio que le indicaron. Tres comensales había
-entre él y la izquierda de la Madre. A la derecha de esta se sentaba un
-caballero anciano, de faz noble y escuálida, de barba gris puntiaguda,
-tipo tan exacto del Greco, que por un instante se dudaría si era real
-o pintado. Su vestido en nada se diferenciaba del de los demás. La
-mayor rareza de aquel recinto era que los comensales y los que servían
-la mesa llevaban el mismo uniforme, ya descrito, de la roja sotana. En
-aquel palacio del silencio no había criados ni señores. Todos, fuera de
-la soberana Madre, eran lo mismo. Tan solo el prócer de macilenta faz
-ostentaba cierto aire de indefinible principalía. Recordando el cuadro
-del Greco, Gil le bautizó con el nombre de <i>Conde de Orgaz</i>.</p>
-
-<p>La cena de que participó el caballero fue de la más genuina
-culinaria española: especiosos guisos, estofados y pepitorias; frutas,
-miel entre hojuelas, suplicaciones y cañutillos; vinos de Esquivias y
-Yepes. A la Madre asistían dos servidores colocados tras ella: el uno
-era copero; el otro le mudaba las viandas, y al terminar le sirvió el
-aguamanil. Advirtió <i>Asur</i> cierta modernización en el estilo de
-comer. Hacía los platos, en la cola de la mesa, un maestresala que
-poseía la virtud de adivinar la porción correspondiente al gusto y
-apetito de cada uno. Como allí todo era contrario al orden natural de
-las cosas, los comensales no hablaban, ni los cuchillos y tenedores
-de plata hacían ruido alguno sobre la finísima porcelana de los<span
-class="pagenum" id="Page_324">p. 324</span> platos... Acabose al fin
-el mágico banquete, que Gil diputó como aparato dispuesto por el sabio
-Merlín o por los mismos demonios.</p>
-
-<p>Sin cháchara de sobremesa ni nada parecido, levantose la Madre, a
-todos hizo afable reverencia, y se retiró por la puerta más próxima,
-cuyo tapiz levantó el fantasma copero. Siguiola el <i>Conde de
-Orgaz</i>, y otros que algo se asemejaban a creaciones del Greco
-por sus místicos rostros... Desaparecida la Señora, se descompuso
-el comedor, hundiose la mesa, voló la vajilla, extinguiéronse las
-luces, y los rojos duendes se iban filtrando por las paredes sin decir
-<i>Jesús</i> ni <i>buenas noches</i>.</p>
-
-<p>Desconsolado y tristísimo quedó el buen Gil viendo que la Madre
-partía sin decirle tan siquiera <i>por ahí te pudras, hijo</i>... Las
-interesantes crónicas de Ocaña no entran en pormenores de cómo pasó el
-caballero la noche, ni de sus atontados pasos en aquel laberinto. Solo
-consignan que durmió en cama limpia y blanda, y que al siguiente día
-salió de su estancia vestido con el propio uniforme que le endilgaron
-al sacarle del río. En el comedor encontró abundante desayuno, y
-dos, tres o cuatro compañeros de cautiverio que le hablaron con el
-puro lenguaje de los ojos. A fuerza de aplicación, iba penetrando
-los secretos de aquel extraño idioma... Ya comprendía los signos
-elementales... pronto podría dar y recibir la expresión de las ideas
-más comunes... acabaría por dominar la mágica sintaxis hasta sostener
-una conversación larga y sutil.</p>
-
-<p>Reconoció después el edificio, que era extensísimo, todo en planta
-baja, y de estructura<span class="pagenum" id="Page_325">p. 325</span>
-circular. Corriendo de sala en sala, se volvía en veinte minutos al
-punto de partida. No se conocían allí las escaleras, no se encontraba
-un solo peldaño. Los pasos no producían ningún rumor sobre un suelo en
-que los baldosines lustrosos eran como blanda y muda felpa... Andando,
-andando, salió el caballero a un jardín, cuyo piso enteramente plano
-estaba exactamente al nivel del de las habitaciones. Las plantas de
-aquel jardín parecían de cristal, y sus lindas flores no exhalaban
-ni el más leve aroma. Ningún airecillo las acariciaba. El ambiente
-era quieto y callado, de una opacidad semejante al vapor de agua. Los
-términos lejanos se perdían en la pesada atmósfera de agua y leche
-mezcladas. No había sol... La luz que alumbraba el jardín y la casa
-era luz pasada por invisibles cedazos de agua. También el jardín era
-circular, rodeando la casa. Lo limitaba, por la parte contraria a esta,
-una lisa pared de esmerilada substancia dura. Pensó Gil que aquel
-mágico recinto radicaba en las honduras del Tajo, o era reproducción
-del que visitó don Quijote al descender a la cueva de Montesinos.</p>
-
-<p>Por entre los floridos arbustos del jardín vio Gil algunos
-compañeros duendes, que aburridos vagaban sin formar grupos ni
-hablar unos con otros. «O esto es una redoma de peces —se dijo— y yo
-uno de tantos pececillos colorados, o he descendido a un limbo de
-cartujos pisciformes, erigido en aguas del Leteo.» Buscando alivio
-a su fastidio inmenso, volvió del jardín a la casa, y recorriendo a
-la ventura las habitaciones, pensaba que tal vez habría en alguna
-de ellas biblioteca donde los peces pudieran<span class="pagenum"
-id="Page_326">p. 326</span> engañar el pausado tiempo con lecturas
-amenas. Vio trípticos, tapices, papeleras; libros no parecían en parte
-alguna. Divagando fue a dar en una estancia recogida y misteriosa
-situada en el centro del edificio, donde lucían armaduras en maniquíes,
-panoplias bien surtidas de espadas y pistolones; y cuando examinaba con
-ojos de aristócrata estas riquezas, resbalaron sus miradas hacia un
-espejo, en el cual le sorprendieron resplandores extraños, seguidos de
-un ir y venir de sombras o sombrajos que en la superficie del cristal
-se movían. La distraída atención del caballero quedó presa en aquel
-fenómeno, con la idea de que el espejo no reflejaba lo externo, sino
-que a su cristal traía luces e imágenes de su propia interioridad
-mágica... Estando en estas dudas o sospechas, advirtió que de las
-oscilaciones de luz y sombra se determinaba una figura, y mirando,
-mirando, toda el alma en los ojos, llegó a ver tan claro como la misma
-realidad el rostro de Cintia.</p>
-
-<p>Prorrumpió Gil en gritos de alegría llamando a su mujer, cual si
-estuviera en la estancia próxima. En el cristal plantó sus dos manos
-creyéndolo puerta vidriera que podía ceder al impulso. Pronto se hizo
-cargo de que se hallaba en presencia de un fenómeno igual al de la casa
-de Becerro en Madrid.</p>
-
-<p>—¿Eres tú, mi Cintia —le dijo—; tú en persona, o eres pintura
-mentirosa con que estos duendes rojos quieren burlarme?</p>
-
-<p>—Yo soy —replicó ella con divina sonrisa, mostrando en completa
-claridad su persona de medio cuerpo arriba—. No esperabas que nos<span
-class="pagenum" id="Page_327">p. 327</span> viéramos. Yo, sí. Hace días
-que me lo decía el corazón. No sé cómo puede ser el que nos veamos... y
-que hablemos... Misterio es que penetraremos algún día.</p>
-
-<p>Y él exclamó:</p>
-
-<p>—Por tu vida, Cintia, dime dónde estás, si lo sabes. Yo te juro que
-no sé dónde estoy.</p>
-
-<p>A lo que ella respondió con franca risa:</p>
-
-<p>—Anoche, antes de dormirme, te vi dentro de una redoma de peces.
-Eras un lindo pececillo rojo, y nadabas airosamente entre otros del
-mismo color.</p>
-
-<p>—Pues no veías más que la verdad; que si esto no es una pecera, es
-cosa muy parecida. Para mí, que vivo en una encantada mansión en las
-profundidades del Tajo. ¿Ves la funda colorada que me han puesto?</p>
-
-<p>—Ya te veo, sí: estás muy guapo; y a mí, ¿me ves con mi vestidito de
-percal y este delantal tan majo que me he hecho yo misma?</p>
-
-<p>—Eres un sol de hermosura, Cintia de mi vida. Todas las diosas del
-Olimpo son caricaturas comparadas contigo. Siento una pena horrible por
-no poder abrazarte y darte mil besos. Pero no me has dicho... ¿Estás en
-Sigüenza?</p>
-
-<p>—Sí, hijo mío: ¿dónde querías que estuviese? Vivo, y vivo muy
-bien con la madre de Regino, en el Colegio de San Antonio. Por
-cierto, Gil, que debo desengañarte... Con pocas palabras limpiaré tu
-corazón de rencores injustos. Atiende a lo que te digo: Regino es
-un caballero. Créelo ciegamente... De su madre ¿qué puedo decirte?
-Cuantos elogios de ella hiciera yo no llegarían a lo cierto. Vivo en
-completa tranquilidad, sin otra pena que tu<span class="pagenum"
-id="Page_328">p. 328</span> ausencia. El cariño y el respeto de todos
-me hacen llevadera esta situación, que espero ver pronto terminada.
-Si en los primeros días me molestó un poquito el enfadoso don Ramiro
-Gaitón, Regino supo espantarle gallardamente, y el importuno señor ya
-no me manda recados ni cartitas.</p>
-
-<p>—¡Ay, Cintia del alma! ¡qué consuelo me das con lo que acabas de
-decirme! No es consuelo tan solo: la vida me has dado. Creo en ti como
-en Dios, y no necesito saber más para devolver a Regino mi estimación.
-Otra cosa: vives tranquila y sin enojos; pero sobre tu alma pesará el
-tiempo: tendrás días de plomo, horas de mortal fastidio...</p>
-
-<p>—Así es, marido mío. Últimamente he combatido el tedio gracias a
-unos cuantos niños de esta vecindad, con los cuales he formado una
-escuelita, la más meritoria distracción que pudiera imaginar. Visitas
-no vienen aquí, ni yo las admito. Pero de algunos días acá tengo un
-entretenimiento y una compañía que son muy de mi agrado. Vas a verlo,
-Gil. No quiero dilatar más la sorpresa que pensaba darte.</p>
-
-<p>Diciendo esto miró al suelo la linda mujer, y en el mismo instante
-saltó a su brazo, y del brazo al hombro, un vivaracho animalejo. Era la
-ardilla de Cíbico.</p>
-
-<p>—Mira, <i>niña</i>; mira al cristal: ¿no ves a Gil? —díjole Cintia
-acariciándole el rabo.</p>
-
-<p>Fijose el animal, y viendo lo que se le señalaba, hizo con las
-patitas delanteras y el hocico unas muecas y garatusas muy monas,
-saludo al amigo no visto en tanto tiempo.</p>
-
-<p>Contestó Gil con risas y bromas cariñosas<span class="pagenum"
-id="Page_329">p. 329</span> a la salutación de la bestezuela, y luego
-quiso saber cómo había venido a tales manos. La historia no podía ser
-más sencilla. Disputábanse una tarde dos monjitas del Convento de
-Almazán sobre cuál tenía más derecho a jugar con la ardilla. Una quiso
-arrebatarla tirándole de una pata; otra la cogió por el pescuezo, y en
-esta porfía, el atormentado animalito mordió a una de ellas en un dedo
-y le hizo sangre. Puso el grito en el cielo la monja herida; alborotose
-la comunidad, dividiéndose en dos bandos clamorosos, y para poner fin
-al escándalo, la madre Priora determinó cortar por lo sano, regalando
-el cuerpo de discordia a un canónigo de Sigüenza que aquel día fue a
-predicarles un sermón. Cargó el reverendo con el bicho, y al regresar
-a su pueblo obsequió con él a una señora rica y beata, de cuyas manos
-pasó a las de la madre de Regino. Los biógrafos de Cíbico refieren que
-la tal dama santurrona, doña Ángela Conejo, hermana de don León Conejo,
-escribano en Molina de Aragón, tenía parentesco con Bartolo, y estaba
-al corriente de sus locos afanes en busca de la preciosa <i>niña</i>.
-De aquí vino el depositarla en el Colegio de San Antonio, mientras
-parecía <i>Corre-corre</i>, a su vez perdido en la divagación mercantil
-por Brihuega o Cifuentes.</p>
-
-<p>Contó Cintia estas menudencias a su marido, el cual se holgó mucho
-de oírlas. Después de esto, propuso Gil a su mujer que aproximaran sus
-caras al cristal, por una parte y otra, para besarse cuanto quisieran.
-Pero intentado el contacto, no pudo realizarse porque el espejo era un
-medio de comunicación telepática<span class="pagenum" id="Page_330">p.
-330</span> extraño a la física que conocemos y gozamos en nuestra
-limitada ciencia. Cuando aproximaban al cristal sus amantes bocas, las
-imágenes se desvanecían. Maldijeron ambos la insuficiente virtud del
-sortilegio, y como Cintia manifestase, dolorida, que a su fin tocaba
-la conferencia (sabíalo por la íntima voz del alma, que en aquellas
-vegadas era la inspiración de todos sus pensamientos), no quiso Gil
-que las imágenes se borraran sin hacer a la de Cintia esta advertencia
-importante:</p>
-
-<p>—Si Regino, si cualquiera otra persona te dijese que me han
-fusilado, no lo creas. Vivo estoy, alma mía. Me pasaron por las
-armas... pero como si no... ¿No lo entiendes? Yo tampoco... Ya te lo
-explicaré. ¡Ay, cuándo acabará esta vida prisionera, esta vida de
-purgatorio, desencajada de la vida común!</p>
-
-<p>—Ya se acerca el fin, ya está próximo el resucitar... —murmuró la
-bella mujer, apagándose.</p>
-
-<p>¡Preciosa luz, cuyos últimos destellos eran sonrisas! Extinguida ya
-la imagen, aún sonreía en la profunda oscuridad.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch26">
- <p><span class="pagenum" id="Page_331">p. 331</span></p>
- <h2 class="nobreak g0">XXVI</h2>
- <p class="subh2">Del encuentro que tuvo <i>Asur</i> con otro aristócrata,
- y&nbsp;de lo que hablaron por señas previniendo su&nbsp;desencanto.</p>
-</div>
-
-<p>Consolado quedó el caballero con la visión de Cintia; pero su
-alma seguía tropezando en las tristezas que bordan el camino de
-la esperanza... El resto de aquel día y los siguientes, con sus
-larguísimas noches, pasó divagando en salas desiertas, o en el jardín
-de cristalinas flores sin aroma. Entre los fantasmas, duendes o
-pececillos que eran sus aburridos consortes en el fluvial presidio
-esmerilado, distinguió a unos cuantos, que a menudo se producían en el
-mudo lenguaje mímico piscilógico. Y entre estos pocos, se singularizó
-uno que le inspiraba simpatía cariñosa, y era más expresivo y más
-inteligible que los demás. Aconteció que a los tantos o cuántos días
-(la cifra de días se ignora), le tuvo ya por amigo, y entreteniéndose
-ambos en el ejercicio de muecas, ojeadas y garatusas, empezó el cautivo
-a iniciarse en el parloteo redomil: de allí a la posesión del tal
-idioma no había ya más que un paso. Con entender al amigo y poder
-contestarle repitiendo los signos que fácilmente se asimilaba, la vida
-del caballero fue menos ingrata y sus horas menos soporíferas.</p>
-
-<p>Llegaron a entablar larguísimas conversaciones,<span
-class="pagenum" id="Page_332">p. 332</span> que el narrador se ve
-obligado a reproducir, sin responder de su exactitud, por ser este caso
-el más inverosímil y maravilloso de las aventuras del encantado Tarsis.
-Sin dudar de la veracidad del reverendo franciscano descalzo que nos
-ha transmitido aquellos interesantes coloquios, es deber del narrador
-señalar el sin igual prodigio de que con signos o pucheros de la boca,
-guiños de los ojos y algún meneo de las manos, se expresen hechos y
-abstracciones que aun con todos los recursos del lenguaje oral, no
-habrían de exteriorizarse fácilmente. Pero como ello cae debajo de la
-desconocida ley de encantamiento o hechicería, forzoso será cerrar los
-ojos y tragarlo todo, sin reparar en que pase por el gaznate alguna
-ruedecilla de molino.</p>
-
-<p>Lo primero que hizo entender a Gil el amigo y compañero de
-tediosa esclavitud, fue que aquel recinto del quietismo acuático era
-comúnmente la postrera etapa o estación del vía-crucis correccional.
-Bien baqueteados llegaban allí los penitentes, con las voluntades bien
-sacudidas y las entendederas abiertas a la razón. Allí se les daba
-la última pasadita, el barniz que llamaban <i>cura del silencio</i>,
-soberano remedio que atajaba el flujo de las palabras ociosas.</p>
-
-<p>La estancia en aquel Limbo solía durar dos o tres años, y una
-vez cursada la asignatura del buen callar, salían ya los caballeros
-en disposición de volver al mundo. Protestó <i>Asur</i> con airado
-gesto de la duración de aquel lento suplicio; pero el amigo no tardó
-en tranquilizarle, diciéndole que en la pecera sin ruido las leyes
-del tiempo se regían por cómputos y divisiones<span class="pagenum"
-id="Page_333">p. 333</span> distintas de las del mundo. Lo que en este
-se llama un día, en la pecera era un mes lunario.</p>
-
-<p>—De modo —añadió el informante—, que si tú, pongo por caso, te
-duermes esta noche a las ocho en punto y despiertas a la misma hora de
-mañana, puedes decir que has dormido veintisiete días, siete horas,
-cuarenta y tres minutos y once segundos y medio.</p>
-
-<p>Abriendo en todo su grandor ojos y boca, expresó Gil su admiración y
-alegría. Y no era para menos, pues contados de aquel modo, dos años en
-la pecera equivalían a veintiséis días solares. Más extraordinario que
-esto era que tan complicada explicación se diese haciendo morritos con
-los labios, enseñando ahora los dientes, ahora la lengua, y agregando
-como elemento prosódico el punteado de las manos. No era lícito emplear
-el alfabeto digital de sordomudos, ni podrían hacerlo los pececillos
-aunque quisieran, pues al entrar en la redoma desconocían absolutamente
-las letras, así por lo gráfico como por lo mímico... En una segunda
-conversación, paseando entre arbustos de cristal, el amigo se excedió
-en la confianza.</p>
-
-<p>—Parece mentira —dijo con rapidísimas contracciones de boca y nariz—
-que no me hayas conocido. Yo te conocí desde que entraste en la redoma.
-Mírame bien, Carlos de Tarsis. ¿No te acuerdas de Pepe Azlor, Duque de
-Ribagorza? (Gran dilatación de boca fue el signo de inteligencia del
-caballero <i>Asur</i>.)</p>
-
-<p>—Yo fui encantado antes que tú —prosiguió el pececillo— por
-desatinos y aberraciones que ahora no son del caso... Yo he
-corrido como tú; yo he rodado como piedra que arrastran los<span
-class="pagenum" id="Page_334">p. 334</span> ríos, y de tanto correr y
-rodar, mi ser anguloso y cortante se ha pulimentado... Ya estoy bien
-redondito... Como en nuestro cautiverio andante se nos permite y aun
-se nos recomienda el amor que vigoriza nuestras almas, yo... Antes te
-diré que me han tenido largo tiempo en la galería más honda y más negra
-de una mina de carbón... Justo castigo a mi perversa frivolidad...
-Hacinados como reses dormíamos los trabajadores en una cuadra próxima a
-la mina, y en aquellos horrendos lugares conocí a una linda muchacha,
-vendedora de aguardiente. Me enamoré de ella, y he aquí que vivimos
-felices... y... En fin, que mi Cloris será, y no me pesa, Duquesa de
-Ribagorza. Y ahora, dejo a un lado mis cosas y voy a las tuyas, que de
-ellas tengo conocimiento por hallarme casi en el punto de extinción
-de mi condena. Entre paréntesis, querido Tarsis, yo saldré mañana...
-Sigo contándote, y dispensa mis digresiones... Tú te enamoraste de una
-maestra de escuela: la seguiste, la robaste, y en libre ayuntamiento
-con ella estuviste unos días... Desde aquellos días al presente ha
-pasado un año...</p>
-
-<p>No pudo contenerse <i>Asur, hijo del Victorioso</i>, y con boca y
-nariz, ayudado de las flexibles manos, soltó este donoso parlamento:</p>
-
-<p>—Anoche vi a mi mujer en un espejo que tenemos en la sala de
-armaduras. No habló conmigo como la primera y segunda vez que nos
-vimos. No hacía más que reír y reír del modo más gracioso. Llevaba en
-brazos un niño chiquitín.</p>
-
-<p>Y el otro le dijo:</p>
-
-<p>—Tu mujer te ha dado descendencia, como a mí la mía. Eso nos
-encontraremos al volver al mundo...</p>
-
-<p>Viéndole<span class="pagenum" id="Page_335">p. 335</span> caviloso
-y mohíno, le llevó al rincón más apartado del jardín, para recatarse
-de los vagantes compañeros, y a solas cambiaron las declaraciones más
-íntimas.</p>
-
-<p>—Ya te lo he dicho: salgo mañana —murmuró Azlor, que en la suma
-discreción no empleaba otro lenguaje que el de los ojos.</p>
-
-<p>Y Gil replicó angustiado:</p>
-
-<p>—¿Pero hasta cuándo ¡por vida de Merlín! me tendrá la Madre en este
-presidio bobo? ¿Has hablado tú con ella?</p>
-
-<p>—Sí —significó el otro—. Soy su pariente en décimo grado por la
-rama de Aragón. Las confianzas que tiene conmigo no las tiene con
-nadie... Aquí se nos presentó anoche. Yo dormía. Me despertó un ruido
-de catarata... Salté, salí... Encontré a mi Señora en este mismo sitio
-donde ahora estamos... Con interés vivo me preguntó por ti... contome
-lo del alumbramiento de tu mujer, a quien tiene en grande estimación
-por su talento y virtudes... Luego hacia ti resbaló la conversación...
-Dice que eres de buen natural, con el grave defecto de arrebatarte
-fácilmente. Te dará de alta cuando la <i>cura del silencio</i> te haya
-secado la vena del decir ocioso. Yo abogué por ti... Vaciló nuestra
-Señora... Por fin, cediendo a mis ruegos, diome licencia para llevarte
-mañana conmigo...</p>
-
-<p>—¡Mañana!... ¡salgo mañana de esta redoma! —exclamó Gil, si exclamar
-es abrir la boca extremando la elasticidad de los labios—. Tanta dicha
-me trastorna, querido Azlor... No podré contener las ganas de alzar el
-grito, de cantar un himno a la libertad...</p>
-
-<p>—¡Silencio... por los clavos de Cristo, silencio!<span
-class="pagenum" id="Page_336">p. 336</span> Sigue mi ejemplo, querido
-Tarsis. Ya ves que soy muy callado.</p>
-
-<p>—Ya lo veo.</p>
-
-<p>—Condición precisa impuesta por la Madre: saldrás conmigo si
-poniendo un punto en tu boca demuestras haber ganado borla de doctor
-en la Facultad del buen callar... A esta triste morada vienen los que
-por hablar demasiado ahogaron en océanos de palabras la voluntad y
-el pensamiento de la vida hispánica. Casi todos los que ves aquí son
-oradores... Hablaron mucho y no hicieron nada. Maestros son algunos
-de la palabra altísona, fascinadores públicos, que con la magia
-de su arte y la diversidad de sus retóricas convirtieron la torre
-de la elocuencia en torre de Babel... Y el más notado de nuestros
-compañeros, ese que llamas <i>el Conde de Orgaz</i>, tres veces fue
-dado de alta, y otras tantas volvió acá, por reincidencia en el vicio
-que le devora. No es propiamente orador, sino hablador. Su elocuencia
-consiste en despotricar con gracia y facundia, refiriendo vida y
-milagros de cuantas damas y caballeros hay en la Corte, y aderezando su
-maledicencia con chistes sangrientos y reticencias traperas. Entiendo
-yo que ese no se curará jamás. Por su vejez en cierto modo gloriosa
-en el ciclo picaresco de nuestra raza, es el único a quien se concede
-aquí el uso de los naipes. Se pasa los días sinódicos, que son meses,
-haciendo solitarios...</p>
-
-<p>—No quisiera verme en tan duros castigos —dijo Tarsis—; y para que
-me saquen pronto de aquí, y no vuelvan a traerme, pondré en mi boca
-cuantos puntos y puntadas sean menester... Da pena ver a estos que
-fueron habladores<span class="pagenum" id="Page_337">p. 337</span>
-convertidos en pececillos, sin otra señal de vida que el ondear perenne
-en las curvas del cristal, sin otro lenguaje que el abrir y cerrar
-de bocas, como un signo confesional de la religión del bostezo... Ya
-rabio por salir... Dime cómo se sale y cómo cambiamos de ropa, pues
-con este empaque pisciforme no podríamos volver al mundo sin que nos
-apedrearan.</p>
-
-<p>No fueron muy explícitos los informes que el caballero Azlor dio
-al caballero Tarsis acerca de la salida de la reclusión. Primero dijo
-que los absueltos eran sacados con un aparato de pesca; después, que
-se escabullían subiéndose al techo de una de las habitaciones, o que
-en la circular tapia cristalina del jardín había una puertecilla,
-un torno, una trampa... La propia indeterminación se advierte en
-el relato del fraile franciscano tan descalzo como erudito. El
-santo varón quiere describir el cómo y dónde de la salida, y se
-hace un lío... En un pasaje de su cronicón asegura que vio salir
-a muchos con el traje fresco que usaba nuestro padre Adán en el
-Paraíso, y en otro habla de que los echaban con un aparato de noria,
-vestidos con la ropa que trajeron al entrar. Forzoso es prescindir
-de estas referencias equívocas en lo accidental, y atenernos a las
-fundamentales aseveraciones del reverendo; que si el tal dejó fama de
-<i>trolista</i>, inventor de cuentos para la infancia, también la tuvo
-de gran teólogo y comentador de los sagrados libros.</p>
-
-<p>Bajo la fe y autoridad del religioso cronista, puede afirmarse que
-a media mañana de un claro día (no hay indicación de fecha ni cosa
-que lo valga) se encontraron Azlor y Tarsis<span class="pagenum"
-id="Page_338">p. 338</span> fuera del cristalino palacio, y que lo
-primero que se les vino a las mientes fue cambiar de ropa, pues aún
-llevaban las sotanas de color purpúreo, de tela suave y escamosa. El
-caballero Azlor propuso, con buen acuerdo, que se encaminaran a su
-finca, camino de Añover de Tajo, donde fácilmente se limpiarían de
-aquella piel ictínea, pues no era decente presentarse en el mundo como
-escapados de un <i>aquarium</i>. Dicho y hecho. En tres cuartos de hora
-llegaron a las posesiones de Azlor, donde hallaron abrigo, comodidad y
-servidumbre hacendosa. Como ambos caballeros tenían la misma talla y
-carnes, con ropa del uno se vistieron elegantemente los dos.</p>
-
-<p>—Al cumplir mi condena —dijo el que ya no se llamaba Gil—, no me
-sentiré dichoso si no logro complementar mi vida. Y te aseguro que me
-estorban estos cuellos y esta corbata, y el traje todo que envuelve
-mi humanidad. Cree que me siento celtíbero... Espero con ansiedad la
-impresión que ha de causarme la gente que hace tiempo perdí de vista.
-Sus ideas entiendo que han de parecerme extrañas y en pugna con las
-mías.</p>
-
-<p>—En igual situación me encuentro —replicó el otro—. Puedes
-creer que me cargan los guantes. Me siento visigodo... Pero ya nos
-arregostaremos, como se dice por allá... ¿Y qué hacemos ahora? La
-Madre me ordenó que volvamos a nuestras viviendas, como si de ellas
-hubiéramos salido ayer. En tu casa y la mía encontraremos lo que
-dejamos, y nuestra ausencia no habrá sido notada. Esto excede al
-desatino de los más locos ensueños; pero así<span class="pagenum"
-id="Page_339">p. 339</span> ha de ser... quien manda, manda. Vayamos a
-Madrid penetrándonos de que esto no es más que un despertar, un abrir
-de ojos, que nos pone delante el mundo que desapareció al cerrarlos por
-cansancio... o del sueño.</p>
-
-<p>—Así es —dijo Tarsis, ya metidos los dos en el automóvil y corriendo
-hacia la Sagra—. Pero fíjate en una cosa, Pepe. Lo primero que tenemos
-que hacer, para que no se rían de nosotros, es enterarnos bien del
-día en que vivimos. ¿En qué fecha estamos, en qué mes, en qué año? La
-estación parece otoñal. Están rompiendo la tierra en los barbechos...
-Por Dios, Pepe: pregúntale a tu <i>chauffeur</i>. Es ridículo no tener
-idea del tiempo que hemos pasado en presidio.</p>
-
-<p>—Ya buscaré yo un discreto modo de hacer la pregunta sin que
-parezcamos tontos o desmemoriados insubstanciales —dijo Azlor—. Si he
-de decirte la verdad, creo que no debemos preguntar nada, y esperar a
-que la conversación corriente nos descifre el enigma.</p>
-
-<p>—¡Pero el año, Pepe, el año...!</p>
-
-<p>—Lo sabremos por los primeros almanaques que nos salgan al rostro...
-Todos los años son iguales a un año cualquiera.</p>
-
-<p>A medida que avanzaban hacia la Corte, en el cerebro de uno y otro
-iban recobrando su casilla las ideas que dispersó el interregno vital.
-Diríase que eran ideas proscriptas que volvían al hogar patrio. Esto
-que ocurre cuando regresamos de un largo viaje, en aquel caso fue como
-un despertar del ensueño a la realidad, lo que no siempre es grato. Así
-lo pensaba el buen Tarsis, que se entristeció sintiendo entrar en su
-memoria los nombres e imágenes<span class="pagenum" id="Page_340">p.
-340</span> de todos sus amigos y relaciones de antaño, y viendo
-resurgir su anterior y nada meritoria existencia... Arrastrados por
-la fogosa gasolina, pasaron como huracán por Illescas, Torrejón de la
-Calzada, Parla, Getafe. Acortando marcha, hicieron su entrada en Madrid
-por el puente de Toledo, y esquivaron la puerta y calle del mismo
-nombre, torciendo por las Rondas en dirección de las barriadas del
-Este... En la imaginación de Tarsis, todo lo que veía se le representó
-como cosa despintada, como artificio que funcionaba torpemente, como
-semblante triste mal embadurnado de alegría.</p>
-
-<p>—¡Oh, Madrid, patria mía! —exclamó—. Con más gusto entré en
-Boñices.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch27">
- <h2 class="nobreak g0">XXVII</h2>
- <p class="subh2">Con el desencanto de <i>Asur</i> terminan, por hoy,
- estas locas aventuras hispánicas.</p>
-</div>
-
-<p>Avanzando por los Paseos del Botánico, Prado y Recoletos, ambos
-caballeros empalmaban rápidamente la realidad con sus desencantadas
-personas.</p>
-
-<p>—No olvides —dijo Azlor—, que mi tía nos espera esta noche. Allí
-iremos a pasar un rato.</p>
-
-<p>—¡Ah! sí: la Ruy-Díaz —murmuró Tarsis atormentado por su memoria, la
-memoria del vivir nuevo—. Hemos resucitado en el punto donde fenecimos.
-En casa de tu tía estuve<span class="pagenum" id="Page_341">p.
-341</span> la noche anterior a mi encantamiento. Esto es despertar en
-la misma postura en que nos dormimos... Pues no me disgusta esta manera
-de anudar el hilo roto de la existencia normal. De la casa de tu tía
-conservo dulces remembranzas. Allí conocí a personas que se me metieron
-en el corazón, y en él moran todavía. Allí, si mal no recuerdo, tuve
-el gusto de ver a una dama distinguidísima, de cabellos blancos, tan
-seductora por su talento como por su exquisito trato, la Duquesa de Mío
-Cid...</p>
-
-<p>—Es mi tía en décimo grado, por la rama de Aragón. No sé si estará
-en Madrid. Viaja de continuo, y las ruedas de su automóvil se saben
-de memoria todo el mapa de España. Su <i>chauffeur</i> es un espíritu
-genial, engendrado por el tiempo en las entrañas de la Historia... ¿Qué
-haces, Tarsis? ¿Te duermes?</p>
-
-<p>—Cerrando los ojos comprendo mejor lo que dices... ¿Dónde estará en
-este momento tu excelsa tía en décimo grado?</p>
-
-<p>—Me figuro que está en tierras de la Coronilla, a la parte de allá
-del Moncayo.</p>
-
-<p>—Ayer dormía en aguas del Tajo; hoy se solaza en los brazos del
-Ebro.</p>
-
-<p>—Son sus maridos... son sus amantes predilectos... Cada día le nacen
-mil hijos... los cría en los dorados trigales, en los barbechos fríos,
-a una y otra banda de Mulhacén, de Gredos, de Peñalara, de Montesdeoca,
-y en el sin fin de pueblos ricos o miserables; aquí mismo, en este
-Madrid picaresco, los cría y los mata... Yo también me duermo, Carlos;
-yo me meto en la hondura del pensar que ennoblece...</p>
-
-<p>—Salgamos, sí, del árido pensar que nos<span class="pagenum"
-id="Page_342">p. 342</span> vulgariza. Tu tía nos ha enseñado la
-ciencia compendiosa del vivir patrio. Hagamos honor a sus lecciones.
-Seamos hombres, no muñecos de resortes gastados.</p>
-
-<p>Hablando así, llegaron a la casa de Tarsis, donde este se quedó,
-mientras el amigo a la suya, no lejos de allí, se encaminaba. Quedaron
-en reunirse de nuevo a las ocho para comer en el Viejo Club, desde
-donde se irían tranquilamente al palacio de Ruy-Díaz. En su vivienda
-entró <i>Asur, hijo del Victorioso</i>, y supo disimular su emoción,
-afectando ante la servidumbre la frialdad de los actos corrientes, y el
-donoso ajuste del hoy con el ayer. Todo lo encontró tal como lo dejara
-en una fecha remota, cuya distancia en los renglones del tiempo no
-podía precisar... Algunas cartas vio en la mesa de su despacho, y entre
-ellas una que le hizo el efecto de un tiro... hay tiros de júbilo. En
-el sobre reconoció la fina, correcta y elegante letra de la maestra de
-párvulos de Calatañazor. Con garra de león rasgó el sobre; con ojos
-ávidos leyó lo siguiente:</p>
-
-<blockquote>
-
- <p>«Caballero Tarsis: ya sé que está usted libre, y que ha dejado
- en las orillas del Tajo su fingida personalidad de salmonete para
- recobrar su verdadero ser y estado social. Mi enhorabuena. Yo
- también he soltado en el claro Henares mi rusticidad y pobreza; ya
- me han traído a lo que fui, bien corregida de mi orgullo, y del
- desprecio con que miré a los que no poseían caudales como los que
- por herencia, no por trabajo, poseo yo... Al venir de mis galeras no
- he venido sola. He tenido un hallazgo precioso que quiero mostrar al
- caballero <i>Asur,<span class="pagenum" id="Page_343">p. 343</span>
- hijo del Victorioso</i>. Quien sigue los pasos de <i>Asur</i> me
- ha dicho a dónde va esta noche. Allí me encontrará y hablaremos.
- Se ríe en las barbas de usted su amiga, la desdeñosa americana, —
- <i>Cintia</i>.»</p>
-
-</blockquote>
-
-<p>Fulgurante de alegría Tarsis exclamó:</p>
-
-<p>—Madrid mío, ¡qué bello eres! Dentro de un rato me darás la
-compensación de las horribles noches de Sigüenza y Pitarque.</p>
-
-<p>A las diez dadas, entraban Azlor y Tarsis en el palacio de la
-Duquesa de Ruy-Díaz, morada tan espléndida como artística; todo era
-allí rico sin chillería, de suprema distinción, en el tono justo de la
-verdadera elegancia. La Duquesa, ya bien entrada en la madurez de la
-vida, perfecto tipo de la modestia señoril, recibía y obsequiaba a sus
-amistades con gracia exquisita y afable naturalidad. No lejos de ella,
-la Duquesa de Mío Cid contaba en un grupo de señoras las peripecias de
-sus últimos viajes por abandonadas tierras de nuestra España, y las
-picardías y desafueros de unos gigantes malignos que llaman Gaitanes,
-Gaitines y Gaitones... Vio Tarsis muchedumbre de damas elegantes, las
-unas bonitas y jóvenes, las otras de mediana edad, bien compuestas y
-restauradas de rostro y talle; vio caballeros de distintas cataduras,
-esbeltos, gordos, esmirriados, profundamente serios o superficialmente
-festivos.</p>
-
-<p>A los más fue saludando Tarsis con frase afectuosa de etiqueta
-corriente. Su imaginación exaltada reprodujo en algunas figuras otras
-de muy distinta esfera que había visto y tratado en su azarosa vida
-penitencial. Una de<span class="pagenum" id="Page_344">p. 344</span>
-las damas era propiamente la <i>Usebia</i> de Aldehuela de Pedralba,
-adobada la belleza campesina con blanquetes cortesanos, enmendado el
-talle bárbaro con cincha de ballenas. El prurito de las semejanzas
-llevó a Tarsis al delirio. Entre los caballeros vio la procerosa
-estampa de don Alquiborontifosio rediviva en la figura de un académico
-melenudo y cegato. Observando aquella gente, sin sentir hacia ella
-menosprecio ni aversión, llegó a posesionarse de la síntesis social, y
-a ver claramente el fin de armonía compendiosa entre todas las ramas
-del árbol de la patria.</p>
-
-<p>Explorando con avidez la muchedumbre, el caballero distinguió a
-Cintia en un grupo lejano, rodeada de lindas jóvenes y galancetes
-empalagosos. Si aún fuera lícito aplicar a esta verídica narración
-los fenómenos de picaresca hechicería, podría decirse que Tarsis vio
-la celestial risa de su amada antes de ver su rostro. Pero estas
-licencias hiperbólicas no cuelan ya. La vio; fue hacia ella en momento
-propicio para un discreto coloquio. La selecta concurrencia se
-agolpaba con cierto desorden en el Salón de Música, donde un famoso
-pianista extranjero, de copiosa pelambre y maravillosos dedos, había
-de idealizar la reunión con sonatas clásicas. El caballero español y
-la gentil americana lograron situarse juntos en un rincón distante del
-<i>Pleyel</i>. Las teclas del admirable instrumento y las manos del
-<i>virtuoso</i> eran trama y urdimbre del sublime tejido musical en que
-se prendía y enganchaba la sutil atención de todos los presentes.</p>
-
-<p>Gran psicólogo es Beethoven y portavoz ecualitario<span
-class="pagenum" id="Page_345">p. 345</span> del humano dolor, exhalado
-de las almas humildes como de las que se tienen por linajudas...
-Abandonando sus oídos a la onda musical, y dejándolos que en ella se
-anegaran, Cintia y su caballero a un tiempo tocaban y oían la música de
-sus almas. Sin molestar a los circunstantes hallaron modo de secretear
-cuanto quisieron, y de comunicarse con susurro <i>pianísimo</i>.</p>
-
-<p>—Ya sabía yo —dijo él— que al volver usted de las galeras, no ha
-venido sola.</p>
-
-<p>—Caballero Tarsis —replicó Cintia sofocando su risa con graciosos
-morritos—, ¿cómo se atreve usted a ofender mi delicadeza ... mi pudor,
-mejor dicho, hablándome de un asunto que debiera confundirme... que
-debiera avergonzarme?</p>
-
-<p>—Antes que me lo indicara en su carta, sabía yo que se ha traído
-usted un precioso chiquitín.</p>
-
-<p>—Bueno, bueno... dejo a un lado el rubor; recobro mi sana
-franqueza; declaro que es cierto lo de la criatura, y que ella es mi
-felicidad...</p>
-
-<p>—Seamos ambos sinceros, como nos lo ha enseñado nuestra Madre, y tú
-por tú, hablémonos como en las dichosas horas del parador de Atienza.
-Pareció la ardilla del gran Cíbico; ha parecido también la verdad
-que buscábamos, y la culminante verdad no puede ser otra que el amor
-nuestro... nacido antes del encantadijo, alentado con fuego pasional en
-los días de penitencia y expiación... en la <i>Dehesa</i> de Ágreda, en
-Numancia gloriosa, en Calatañazor de triste memoria, en...</p>
-
-<p>—Basta, caballero Tarsis... —dijo Cintia contraída en dulce
-seriedad—. Pues hemos<span class="pagenum" id="Page_346">p. 346</span>
-vuelto a la vida normal, cesen las bromas. Sin reírme, digo que el
-niñito lo tuve de un mozarrón muy bruto que trabajaba en la cantera
-de Ágreda... Fui su mujer en cuantito me sacó del cautiverio de los
-Gaitines.</p>
-
-<p>—Pues el bruto soy yo. Me llamo Gil.</p>
-
-<p>—Y yo soy Pascuala. Nuestro chiquitín parece que viene muy listo.
-Pronto le enseñaré yo a decir <i>che, i, ene: chin</i>.</p>
-
-<p>—Nació en Sigüenza... Debemos gratitud a la madre de Regino...</p>
-
-<p>—Ella fue la madrina.</p>
-
-<p>—¿Qué nombre le pusiste?</p>
-
-<p>—<i>Héspero</i>, en memoria de nuestra Madre.</p>
-
-<p>—Muy bien. ¿Has visto a la Madre? Aquí está.</p>
-
-<p>—La vi... Hablamos un momento. Me dio un recadito para ti... Que
-me quieras mucho... que velará por nosotros. ¿Y tú, has visto a tu
-pariente Torralba de Sisones?</p>
-
-<p>—Sí: nos hemos saludado. Yo me digo: ¿por qué a la Madre benéfica no
-se le ha ocurrido encantar a ese idiota?</p>
-
-<p>—Los perversos y los tontos rematados no son susceptibles de
-encantamiento. La Madre impone su corrección a los hijos bien dotados
-de inteligencia, y que sufren de pereza mental o de relajación de la
-voluntad. En la naturaleza corregida de estos elementos útiles, espera
-cimentar la paz y el bienestar de sus reinos futuros.</p>
-
-<p>—Bendita sea mil veces.</p>
-
-<p>—Otra cosa tengo que decirte... ¿Sabes que mi tío Borjabad, aquel
-gaznápiro que fue mi arráez en las galeras, encontró al fin la mina que
-buscaba?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_347">p. 347</span>—¿De veras?</p>
-
-<p>—Espérate un poco. El hombre <i>ajondaba</i>, como decía Cíbico, y
-<i>ajondando</i> llegó hasta la capa terrestre de mi patria, Colombia.
-La mina era de plata, y apareció en mis dominios. Soy ahora más rica
-que antes.. Tú, según dice la Madre, eres más pobre. ¿Pero qué nos
-importa? Nuestros bienes son comunes, y entre nosotros no puede haber
-ya <i>tuyo y mío</i>... Haremos grandes cosas, ¿verdad?</p>
-
-<p>—Desecaremos las lagunas de Boñices, y sobre la pobre aldea
-edificaremos una gran ciudad.</p>
-
-<p>—Construiremos veinte mil escuelas aquí y allí, y en toda la
-redondez de los estados de la Madre. Daremos a nuestro chiquitín una
-carrera: le educaremos para maestro de maestros.</p>
-
-<p>—Y en la plaza de Nueva-Boñices pondremos la estatua de
-Alquiborontifosio de las Quintanas Rubias.</p>
-
-<p>—Y a Cíbico le traeremos a nuestro lado...</p>
-
-<p>—Y al gran Becerro nombraremos archivero mayor de todos los reinos
-descoronados... con un sueldo que asegure su existencia estudiosa...</p>
-
-<p>—Y a la ardilla de Cíbico la nombraremos monja honoraria de todos
-los conventos.</p>
-
-<p>—Y convertiremos en barrenderos o en repartidores de periódicos a
-todos los Gaitanes, Gaitines y Gaitones...</p>
-
-<p>—Eso y mucho más haremos... Cuidado... parece que termina el
-concierto...</p>
-
-<p>—Sí... aplaudamos. No digan que somos insensibles a la buena
-música.</p>
-
-<p>—Yo aplaudo a rabiar.</p>
-
-<p>—Ahora, vida y alma mía, despidámonos...<span class="pagenum"
-id="Page_348">p. 348</span> tú primero, yo después... y quedemos de
-acuerdo para salir juntos. ¿Tienes en la calle tu coche?</p>
-
-<p>—Sí... saldremos juntos. ¿A dónde iremos? ¿A tu casa o a la mía?</p>
-
-<p>—Por de pronto a la tuya, Cintia. Esta noche cantaremos el <i>Gloria
-in excelsis</i>, y adoraremos a nuestro Niño Dios.</p>
-
-<p>—Está bien. Vámonos a mi casa, Gil, que ya es tuya, como la tuya es
-mía... Y mañana...</p>
-
-<p>—Mañana y siempre juntos... Despídete... Aquí te espero.</p>
-
-<p>—Ya me he despedido... Ahora tú... Nos encontraremos en la
-antesala...</p>
-
-<p>—Ea, ya estamos en franquía. Te doy el brazo para bajar la
-escalera...</p>
-
-<p>—Ya bajamos... Despide tu automóvil... ya entramos en mi coche...
-Abracémonos y besémonos cuanto nos dé la gana...</p>
-
-<p>—Ya era hora... Llegamos a tu casa.</p>
-
-<p>—Ya subimos... Entra... Verás a <i>Héspero</i>... Pasa... Aquí le
-tienes dormidito...</p>
-
-<p>—Ya lo veo: ¡qué ángel! Es mi retrato...</p>
-
-<p>—Boca y nariz, tuyas... La frente y ojos son de la <i>Madre</i>.</p>
-
-<p>—El alma tiene de ella... Cintia, cenaremos.</p>
-
-<p>—Cenaremos, descansaremos...</p>
-
-<p>—Descansaremos... Siento aquí la presencia invisible de nuestra
-Madre que nos manda repoblar sus estados...</p>
-
-
-<p class="fin">FIN DE EL CABALLERO ENCANTADO</p>
-
-
-<p class="smaller mt3">Santander-Madrid, julio-diciembre de 1909.</p>
-
-<hr class="chap x-ebookmaker-drop" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ToC">
- <p><span class="pagenum" id="Page_349">p. 349</span></p>
- <h2 class="nobreak g2">ÍNDICE</h2>
-</div>
-
-<table class="toc" summary="">
- <tr>
- <td>&nbsp;</td>
- <td class="tdrb smaller bb">Páginas.</td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdlh"><a href="#Ch1">I</a>.—De la educación, principios y
- ociosa juventud del caballero.</td>
- <td class="tdrb"><a href="#Page_5">5</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdlh"><a href="#Ch2">II</a>.—Que trata de las amistades y
- relaciones del caballero.</td>
- <td class="tdrb"><a href="#Page_12">12</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdlh"><a href="#Ch3">III</a>.—Donde se verá el interesante
- coloquio del caballero Tarsis con sus amigos.</td>
- <td class="tdrb"><a href="#Page_22">22</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdlh"><a href="#Ch4">IV</a>.—Cuéntase la rigurosa desdicha
- del caballero, seguida de sucesos increíbles.</td>
- <td class="tdrb"><a href="#Page_36">36</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdlh"><a href="#Ch5">V</a>.—Siguen los prodigiosos
- y disparatados fenómenos, hasta determinar lo que es final y
- principio.</td>
- <td class="tdrb"><a href="#Page_49">49</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdlh"><a href="#Ch6">VI</a>.—Donde verdaderamente empiezan
- las verdaderas e inverosímiles andanzas del caballero encantado.</td>
- <td class="tdrb"><a href="#Page_57">57</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdlh"><a href="#Ch7">VII</a>.—De la venida de don Gaytán
- de Sepúlveda, con otros inauditos sucesos que verá el que leyere.</td>
- <td class="tdrb"><a href="#Page_70">70</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdlh"><a href="#Ch8">VIII</a>.—Prodigiosa y familiar
- conversación que tuvieron el caballero y la Madre desconocida.</td>
- <td class="tdrb"><a href="#Page_84">84</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdlh"><a href="#Ch9">IX</a>.—Continúa el coloquio entre
- Gil y la Encantadora.</td>
- <td class="tdrb"><a href="#Page_97">97</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdlh"><a href="#Ch10">X</a>.—De la blanda vida pastoril,
- pasa el caballero a vida más dura.</td>
- <td class="tdrb"><a href="#Page_108">108</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdlh"><span class="pagenum" id="Page_350">p. 350</span><a
- href="#Ch11">XI</a>.—Donde brillan con toda claridad la ternura y
- discreción de la hermosa Cintia.</td>
- <td class="tdrb"><a href="#Page_121">121</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdlh"><a href="#Ch12">XII</a>.—Del conocimiento que hizo
- Gil con el industrioso mercader Bartolo Cíbico.</td>
- <td class="tdrb"><a href="#Page_130">130</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdlh"><a href="#Ch13">XIII</a>.—Prosiguiendo en su vaga
- peregrinación, el encantado caballero va camino de Numancia.</td>
- <td class="tdrb"><a href="#Page_145">145</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdlh"><a href="#Ch14">XIV</a>.—De la increíble presencia
- del espíritu de Becerro en las gloriosas ruinas, y de sus hechos y
- dichos.</td>
- <td class="tdrb"><a href="#Page_156">156</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdlh"><a href="#Ch15">XV</a>.—De lo que vio el caballero
- en el osario de Numancia.</td>
- <td class="tdrb"><a href="#Page_168">168</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdlh"><a href="#Ch16">XVI</a>.—Refiérense nuevas aventuras
- y desventuras del caballero peregrino.</td>
- <td class="tdrb"><a href="#Page_183">183</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdlh"><a href="#Ch17">XVII</a>.—De las extraordinarias
- visiones, y del feliz encuentro que tuvo el caballero en su retirada
- de Calatañazor.</td>
- <td class="tdrb"><a href="#Page_199">199</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdlh"><a href="#Ch18">XVIII</a>.—Refiérese lo que el
- caballero vio y oyó en el mísero y olvidado lugar de Boñices.</td>
- <td class="tdrb"><a href="#Page_212">212</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdlh"><a href="#Ch19">XIX</a>.—Donde se cuenta el terrible
- encuentro del caballero con un desaforado gigante, y cómo luchó con
- él y le dio muerte, con otros sucesos interesantes.</td>
- <td class="tdrb"><a href="#Page_230">230</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdlh"><a href="#Ch20">XX</a>.—De cómo pasaron el caballero
- y sus amigos de la esclavitud de los Gaitines a la no menos insolente
- y dura de los Gaitones.</td>
- <td class="tdrb"><a href="#Page_245">245</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdlh"><a href="#Ch21">XXI</a>.—Donde se verá cómo
- principió el espantoso vía-crucis y horrendo calvario del caballero
- sin ventura.</td>
- <td class="tdrb"><a href="#Page_258">258</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdlh"><a href="#Ch22">XXII</a>.—Refiérense, con el
- vía-crucis del caballero, las escenas de pobretería en el corral de
- Pitarque.</td>
- <td class="tdrb"><a href="#Page_276">276</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdlh"><span class="pagenum" id="Page_351">p. 351</span><a
- href="#Ch23">XXIII</a>.—De cómo las picantes aventuras se vuelven
- dolientes y trágicas.</td>
- <td class="tdrb"><a href="#Page_293">293</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdlh"><a href="#Ch24">XXIV</a>.—Allá van los peregrinos,
- de tierra en tierra, de río en río.</td>
- <td class="tdrb"><a href="#Page_307">307</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdlh"><a href="#Ch25">XXV</a>.—Cuéntase lo que le pasó
- al caballero en la redoma de peces, con otros raros sucesos y
- visiones.</td>
- <td class="tdrb"><a href="#Page_320">320</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdlh"><a href="#Ch26">XXVI</a>.—Del encuentro que tuvo
- <i>Asur</i> con otro aristócrata, y de lo que hablaron por señas previniendo
- su desencanto.</td>
- <td class="tdrb"><a href="#Page_331">331</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdlh"><a href="#Ch27">XXVII</a>.—Con el desencanto de <i>Asur</i>
- terminan, por hoy, estas locas aventuras hispánicas.</td>
- <td class="tdrb"><a href="#Page_340">340</a></td>
- </tr>
-</table>
-
-<hr class="chap" />
-
-
-<hr class="full" />
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-<div style='display:block; margin-top:4em'>*** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK <span lang='es' xml:lang='es'>EL CABALLERO ENCANTADO</span> ***</div>
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-forth in Section 3 below.
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-1.F.
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-or any Project Gutenberg&#8482; work, (b) alteration, modification, or
-additions or deletions to any Project Gutenberg&#8482; work, and (c) any
-Defect you cause.
-</div>
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-<div style='display:block; font-size:1.1em; margin:1em 0; font-weight:bold'>
-Section 2. Information about the Mission of Project Gutenberg&#8482;
-</div>
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-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-Project Gutenberg&#8482; is synonymous with the free distribution of
-electronic works in formats readable by the widest variety of
-computers including obsolete, old, middle-aged and new computers. It
-exists because of the efforts of hundreds of volunteers and donations
-from people in all walks of life.
-</div>
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-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-Volunteers and financial support to provide volunteers with the
-assistance they need are critical to reaching Project Gutenberg&#8482;&#8217;s
-goals and ensuring that the Project Gutenberg&#8482; collection will
-remain freely available for generations to come. In 2001, the Project
-Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure
-and permanent future for Project Gutenberg&#8482; and future
-generations. To learn more about the Project Gutenberg Literary
-Archive Foundation and how your efforts and donations can help, see
-Sections 3 and 4 and the Foundation information page at www.gutenberg.org.
-</div>
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-<div style='display:block; font-size:1.1em; margin:1em 0; font-weight:bold'>
-Section 3. Information about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation
-</div>
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-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non-profit
-501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the
-state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal
-Revenue Service. The Foundation&#8217;s EIN or federal tax identification
-number is 64-6221541. Contributions to the Project Gutenberg Literary
-Archive Foundation are tax deductible to the full extent permitted by
-U.S. federal laws and your state&#8217;s laws.
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-The Foundation&#8217;s business office is located at 809 North 1500 West,
-Salt Lake City, UT 84116, (801) 596-1887. Email contact links and up
-to date contact information can be found at the Foundation&#8217;s website
-and official page at www.gutenberg.org/contact
-</div>
-
-<div style='display:block; font-size:1.1em; margin:1em 0; font-weight:bold'>
-Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg Literary Archive Foundation
-</div>
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-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-Project Gutenberg&#8482; depends upon and cannot survive without widespread
-public support and donations to carry out its mission of
-increasing the number of public domain and licensed works that can be
-freely distributed in machine-readable form accessible by the widest
-array of equipment including outdated equipment. Many small donations
-($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt
-status with the IRS.
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-The Foundation is committed to complying with the laws regulating
-charities and charitable donations in all 50 states of the United
-States. Compliance requirements are not uniform and it takes a
-considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up
-with these requirements. We do not solicit donations in locations
-where we have not received written confirmation of compliance. To SEND
-DONATIONS or determine the status of compliance for any particular state
-visit <a href="https://www.gutenberg.org/donate/">www.gutenberg.org/donate</a>.
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-While we cannot and do not solicit contributions from states where we
-have not met the solicitation requirements, we know of no prohibition
-against accepting unsolicited donations from donors in such states who
-approach us with offers to donate.
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-International donations are gratefully accepted, but we cannot make
-any statements concerning tax treatment of donations received from
-outside the United States. U.S. laws alone swamp our small staff.
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-Please check the Project Gutenberg web pages for current donation
-methods and addresses. Donations are accepted in a number of other
-ways including checks, online payments and credit card donations. To
-donate, please visit: www.gutenberg.org/donate
-</div>
-
-<div style='display:block; font-size:1.1em; margin:1em 0; font-weight:bold'>
-Section 5. General Information About Project Gutenberg&#8482; electronic works
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-Professor Michael S. Hart was the originator of the Project
-Gutenberg&#8482; concept of a library of electronic works that could be
-freely shared with anyone. For forty years, he produced and
-distributed Project Gutenberg&#8482; eBooks with only a loose network of
-volunteer support.
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-Project Gutenberg&#8482; eBooks are often created from several printed
-editions, all of which are confirmed as not protected by copyright in
-the U.S. unless a copyright notice is included. Thus, we do not
-necessarily keep eBooks in compliance with any particular paper
-edition.
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-Most people start at our website which has the main PG search
-facility: <a href="https://www.gutenberg.org">www.gutenberg.org</a>.
-</div>
-
-<div style='display:block; margin:1em 0'>
-This website includes information about Project Gutenberg&#8482;,
-including how to make donations to the Project Gutenberg Literary
-Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to
-subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks.
-</div>
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-</div>
-</div>
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